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Full text of "Gobernantes del Uruguay .."

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GOBERNANTES DEL URUGUAY 



Prestes Araujo 



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Gobernantes 



del Uruguay 



TOMO PRIMERO 



« Para honor del país y de la na- 
turaleza humana, conviene no rebajar 
demasiado la talla de los grandes pe- 
cadores que, á pesar de serlo, apa- 
sionaron á las muchedumbres y tu- 
vieron en BU mano el destino de los 
pueblos del Plata.» (Carlos María 
Ramírez : Las charreteras de Oribe en 
la batalla de Ituxaingó.) 

« El que se considere impecable, que 
arroje la primera piedra.» (Evange- 
lio de San Juan, Capítulo viii, ver- 
sículo 7.°) 



MONTEVIDEO 

Imprenta de Dornalcche y Reyes 

1903 



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I- 



A/' 



La presente edición es pro- 
piedad del autor. 



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ADVEKTENCIA 



Ignoramos si este libro viene á llenar alguna ne- 
cesidad, pero sí sabemos que hasta ahora no se ha 
publicado ninguno en que se agrupen cronológica y 
metódicamente los principales acontecimientos des- 
arrollados en la Kepública desde la temeraria cru- 
zada de los Treinta 7 Tres patriotas orientales hasta 
la época actual^ y teniendo presente esta circuns- 
tancia^ consideramos que su lectura tal vez pueda 
ser provechosa á las personas poco versadas en la 
historia contemporánea del Uruguay. 

Lo hemos escrito sin prevenciones de ningún gé- 
nero, teniendo en vista solamente los sucesos como 
se han producido y las personalidades tal como apa- 
recen según sus propias obras. Ningún comentario 
hacemos respecto de unos ni de otras, dejando que 
el lector los aprecie según su leal saber y entender, 
pues esta obra no va encaminada, como se desprende 
de lo dicho, á analizar hechos ni á poner de relieve 
debilidades humanas ; estamos muy lejos de presen- 



- 6 - 

tarnos como apologistas ni como censores : ni por 
nuestra nacionalidad de origen, ni por ios principios 
que sustentamos, ni por carácter podríamos hacerlo : 
la imparcialidad, fundada en los mismos hechos, guía 
nuestra pluma, humilde, pero sincera. 

Y á fin de poder ser verídicos, hemos recurrido, 
siempre que nos ha sido posible, á la documenta- 
ción oficial, ó apelado al fallo justiciero de aquellos 
publicistas á quienes menos ha cegado la pasión, que 
si en política y por circunstancias transitorias tiene 
hasta cierto punto su disculpa, en historia suele obs- 
curecer la verdad con interpretaciones capciosas ó 
convencionales. 

Nuestro criterio no será el criterio del partidario 
intransigente ni del propagandista entusiasta, pero 
si en nuestro modestísimo radio de acción contri- 
buimos, aunque sea en pequeña escala, á la confra- 
ternidad de los hijos de este suelo, daremos nues- 
tro trabajo por bien empleado, á pesar de los de- 
fectos de que indudablemente adolece, y para los 
cuales imploramos la indulgencia de todas las per- 
sonas de recta intención y de buena voluntad. 

Orestes Araújo. 

Montevideo, 25 de Agosto de 1903. 



LOS TREINTA Y TRES 



CAPITULO I 



LA CRUZADA DE LOS TREINTA Y TRES 

(1825) 

SUMARIO: 1. Caracteres de la dominación brasilera. — 2. Quiénes fue- 
ron los inidadores de la Cruzada. — 3. Actitud de los argentinos. — 4. 
Los primeros trabajos. — 5. Plan de invasión. —6. Salida de los ex- 
pedicionarios. — 7. Travesía del Uruguay.— 8. El desembarco.— 9. Si- 
tio preciso del desembarco. — 10. Lista auténtica de los Treinta y Tres. 
— 11. Combate de San Salvador. — 12. Proclama de Lavalleja. 

1. Caracteres de la dominación brasilera.— Ha- 
cia fines del primer cuarto del siglo xix, la Banda Orien- 
tal ofrecía el cuadro más desconsolador de atraso y de 
ruina, no sólo por lo largo de la lucha sostenida desde 
1811 contra españoles, argentinos, portugueses y . brasile- 
ros sucesivamente, por las fuerzas gastadas, por los re- 
cursos consumidos y por el estado moral de abatimiento 
en que había caído el pueblo, sino en razón de que el 
huracán de la guerra había engendrado males sin cuento, 
renovando heridas que el tiempo todavía no había cica- 
trizado. El más profundo rencor hervía en todos los pe- 
chos por el recuerdo de la conducta de los usurpadores, 
que se entregaron á todo género de criminales excesos 
al amparo de una tolerancia de parte de sus jefes tan 
irritante como injustificada: cuadrillas de malhechores 
portugueses ó brasileros merodeaban por la frontera arre- 
batando haciendas, que conducían subrepticiamente al 
Brasil, aminorando la riqueza pública, arruinando la in- 



- 10 - 

dustria ganadera^ disminuyendo el comercio y atentando 
al bienestar de los habitantes, que además s^ veían abru- 
mados por exacciones de todo género. Esto explica la 
enorme disminución que sufrió la población, ya de suyo 
bastante reducida desde la caída del poder español en el 
Eío de la Plata. El régimen gubernamental planteado 
por los portugueses y continuado por los brasileros ahondó 
más el justo encono de los orientales, que no podían ha- 
bituarse á ser mandados con despotismo militar, dadas 
sus tradicionales costumbres, desarrolladas á la sombra 
de las Audiencias, los Consulados y los Cabildos, corpo- 
raciones vinculadas á los más gloriosos recuerdos de las 
épocas pasadas. Tan exacto es esto, que el mismo gene- 
ral Lecor, jefe de las fuerzas de ocupación, advertía ofi- 
cialmente á la corte del Brasil que la opinión pública 
en el Uruguay era contraría áia incorporación, y el doc- 
tor Fernando Luis Osorio, escritor brasilero, afirmaba 
que la ocupación no podía ser duradera, porque á pesar 
de las seducciones empleadas por Lecor, en el seno de 
las familias nunca se dejaba de hablar en contta de la 
dominación brasilera; agregando que se hallaban profun- 
damente equivocados los imperialistas, si, aferrados á la 
antigua política portuguesa, creían poder darle al Brasil 
como límite sur el estuario del Plata. Otro publicista 
brasilero, Pereira da Silva, afirmaba, á su vez, que bajo 
el dominio de don Pedro I el Estado Oriental no mejoró 
ni adelantó. «El Imperio— dice— no consiguió rehabili- 
tarle las fuerzas, ocupándolo y gobernándolo más militar 
que civilmente. Poblado por la misma raza, continuaba 
la población hostil en sus sentimientos al Brasil, aunque 
más ó menos tranquila en apariencia. Todavía en la ciu- 
dad de Montevideo se entablaron relaciones entre orienta- 
les y brasileros; pero en las villas y aldeas, en el campo, 
los habitantes huían del contacto de sus conquistadores.» 
Nada tiene, pues, de extraño que los patriotas más re- 
sueltos ó de mayor representación política y social aban- 



- 11 - 

donaran el suelo nativo para ir á buscar en otras pla- 
yas una atmósfera menos letal de la que se respiraba en 
el Estado Cisplatino. 

2. Quiénes fu£Bon los iniciadores de la cruzada. 
— Entre los que se habían visto obligados á expatriarse 
se encontraba don Juan Antonio Lavalleja, que desde 
su llegada á Buenos Aires se entregó á trabajar humil- 
demente como encargado del saladero que don Pascual 
Costa poseía en San Isidro, aunque sustentando siempre, 
no ideas de ruin venganza para con los opresores de su 
país, pero sí con el firme propósito de intentar su liber- 
tad '1 la primera coyuntura que le ofreciesen los sucesos 
qué en el Plata se' desarrollaban. 

Estudió, pues, Lavalleja los medios de que tenía que 
valerse para realizar su intento, y en plática amistosa sos- 
tenida en casa del ciudadano argentino don José Anto- 
nb Villanueva con don Luis Ceferino de la Torre, socio 
del señor Villanueva, don Manuel Lavalleja, don Pablo 
Zufriategui, don Manuel Oribe, don Simón del Pino y 
don Manuel Meléndez concertaron la invasión, si bien 
previamente explorarían la opinión pública, tanto en Bue- 
nos Aires como en la Banda Oriental, tratarían de con- 
quistarse voluntades y reunirían los recursos más impres- 
cindibles para emprender la cruzada. Un solemne jura- 
mento de abordar la empresa ó perecer en la demanda 
selló este patriótico y arriesgado propósito. A los nom- 
brados se agregaron pocos días después don Atanasio 
Sierra y don Manuel Freiré. 

De la Torre se encargaría de la parte económica, le- 
vantando secretamente una suscripción, cuyo producto se 
destinaría á sufragar los gastos de la expedición; Lava- 
lleja propagaría entre sus numerosas y selectas relacio* 
nes, así como entre los emigrados orientales, la idea de 
emanciparse de la dominación brasilera, y don Manuel 
Oribe gestionaría de su íntimo amigo el comerciante es- 
pañol de Montevideo don José María Platero, la entrega 



- 12 ~ 

de 200 tercerolas que Hacía tiempo tenía depositadas en 
la Aduana de esta ciudad, lo que consiguió sin ninguna 
dificultad. 

3. Actitud de los argentinos.— Comprendiendo La- 
valleja que sin el concurso del gobierno de Buenos Ai- 
res les sería imposible expulsar á los brasileros, empezó 
á trabajar á fin de comprometerlo en la lucha que pen- 
saban iniciar. «El mejor medio de comprometerlo— dice 
el profesor don Pedro Salgado en un reciente trabajo 
histórico— fué sin duda el que adoptaron al hacer correr 
las voces de que los deseos de la Provincia Oriental eran 
favorables á su anexión á las Provincias Uñidas del Río 
de la Plata. Realizado este hecho, el gobierno de Buenos 
Aires no podría de ninguna manera negarse á contribuir 
á la expulsión de los extranjeros que ocupaban una parte 
de su territorio.» Y poco después dice: «En aquella ciu- 
dad la prensa y la opinión pública ayudaron mucho á 
los uruguayos en sus trabajos á favor de la guerra, pero 
el gobierno estaba convencido de que nuestros compatrio- 
tas no querían sinceramente la anexión.» «El sentimiento 
de los orientales— dice un historiador de la otra orilla — 
era igualmente hostil á la unidad argentina y á la ane- 
xión brasilera. Lavalleja estaba imbuido del mismo senti- 
miento.» 

El doctor don Vicente Fidel López dice con referencia 
al señor García, que formaba parte del Ministerio de Las 
Heras: «Su opinión era que todo cuanto había tenido lu- 
gar en la Banda Oriental desde 1811, probaba á quien 
quisiera tomarse el trabajo de verlo, que ese territorio no 
podía ni debía ser jamás parte integrante ó provincia de 
la República Argentina; y que si los orientales necesita- 
ban reconquistar la independencia que habían perdido, esa 
era una empresa que á ellos solos les atañía, sin que nos- 
otros debiéramos entrometernos directamente, á costa de 
los inmensos sacriñcios que debía costamos una empresa, 
como esa, acometida por instintos líripos, que muy bien 



— 13 - 

podían ser noblemente generosos, pero que lejos de ofre- ' 
cer ventajas efectivas, reabrían todos los peligros y las 
eventualidades más difíciles de los tiempos anteriores, j 
Para él, el verdadero sentimiento popular de los orienta- / 
les era tan hostil y dañino contra los argentinos, como lo 
era contra los brasileros; y creía que ese sentimiento de í 
aversión era el que explicaba el poder y la popularidad 
de que había gozado Artigas. No se hacía, pues, ilusiones í 
respecto de los resultados y ventajas que había de dar- i 
nos una guerra contra el Brasil, emprendida con el único 
fin de proteger á los patriotas orientales; porque aun su- ■ 
poniendo que el Brasil cediera vencido, tanto tardaría la < 
Banda Oriental en quedar anexada á las provincias ar- \ 
gentinas, cuanto tardaría en insurreccionarse en masa, 
capitaneada por los discípulos y tenientes de Artigas, los I 
Lavalleja, los Rivera, y los demás caudillejos de la misma j 
escuela (que los había á montones), envolviéndonos otra | 
vez, como de 1811 á 1820, en una guerra desastrada y 
tenaz W> ' \ 

Lo anteriormente transcrito explica la negativa del go- • 
biemo de Las Heras á participar de la actitud de la « 
prensa, del pueblo y de los emigrados orientales. 

« Cuando se supo en Buenos Aires la victoria sobre los 
españoles en Ayacucho (Diciembre 9 de 1824), la agi- 
tación llegó á su colmo; y ya no se pensó sino en favo- ' 
recer del modo más eficaz los planes de los emigrados 
orientales. El general Juan Antonio Lavalleja, que era 
el centro de estos trabajos y quien debía darles cima, 
declaró por fin en la reunión de amigos de Anchorena, 
que obtuviese ó no recursos del gobierno de Buenos Ai- 
res ( 2 ), estaba resuelto á invadir la Provincia Oriental. 

(1) Vicente F. López: Historia de la República Argentina; tomo ix, 
cap. Tj| págs. 264 7 263. Baenos Aires, Carlos Casavalle, editor, 1892. 

(2) He aquf las cantidades de dinero con que contribuyó el Gobierno 
de Baenos Aires á la campaña de LavaUeja contra los usurpadores del 
territorio oriental : Octubre 8 de 1825, pesos 85,566 ; Octubre 22, pesos 



- 1'4 - 

Formaba parte de la tal reunión el coronel Juan Manuel 
Rosas, antiguo amigo de Lavalleja, y quien había con- 
venido con don Juan José y don Nicolás de Anchorena, 
y con otros ricos propietarios, que adelantarían los recur- 
I sos pecuniarios para ese objeto. Conformes en lo princi- 
pa], Lavalleja habló de la necesidad de que un hombre 
! de ciertas condiciones se trasladase al teatro donde los 
1 sucesos iban á desenvolverse, y pusiese en acción á los 
i patriotas influyentes de la campaña oriental, de modo que 
': apoyasen eficaz y oportunamente el movimiento de los 
, emigrados. Todos los amigos se fijaron en Rosas, y éste 
• partió á desempeñar su comisión después de aumentar con 

» 

una fuerte cantidad la suscripción que iniciaron los An« 

' chorena. 

« A fin de alejar toda sospecha, Rosas habló de su de«eo 

( de comprar campos en el litoral, para poblarlos en unión 
con sus primos los Anchorena; y como era notorio su 

I genio emprendedor para dilatar la industria pastoril y 
agrícola, en la que tenía empleada su ya cuantiosa for- 
tuna, nadie imaginó cuál era el verdadero motivo de su 
viaje. Al efecto se dirigió á Santa Fe y visitó con otras 
personas los campos conocidos por el Rincón. de Gron' 
dona. De aquí pasó á Entre Ríos, donde visitó otros cam- 
pos, y con¡ el mismo pretexto pasó á la Banda Oriental. 
Aquí se puso al habla con el coronel Fructuoso Rivera, 
antiguo conocido de la casa Ezcurra, y para quien llevaba 
una carta del mismo Lavalleja. Rosas lo impuso del es- 
tado de la opinión en Buenos Aires, y de la resolución 
de Lavalleja. En seguida repartió las invitaciones de éste 
entre vecinos influyentes y decididos, como asimismo los 
recursos para que se pusiesen en acción sin pérdida de 
tiempo, replegándose sobre Rivera, quien debía incorpo- 
rarse á la revolución con su regimiento (^).» 

40,000; Diciembre 31, pesos 34,000; Enero 20 de 1826, pesos 9,600; Enero 
31, pesos 40.000. Total, pesos 159,166. 

(1) Adolfo Saldias: Historia de la Confederadán Argentina; tomo i, 
cap. 12. págs. 215 7 216. Buenos Aires, Félix Lajouane, editor, 1892. 



- X5- 

4. Los PRIMEROS TRABAJOS.— Independientemente de 
Rosas, visitaron también de incógnito el territorio orien- 
tal, don Manuel Lavalleja, don Atanasio Sierra y don 
Manuel Freiré, quienes desembarcaron en la Agraciada, 
y poniéndose en comunicación con don Tomás Gómez, 
vecino de aquel distrito y amigo de don Juan Antonio 
Liavalleja, convinieron en que tan pronto como éste lle- 
gara al citado paraje con sus demás compañeros de ex- 
pedición, les proporcionaría los caballos necesarios para 
poder iniciar la empresa proyectada. Después los tres co- 
misionados se internaron en el país, sondearon la opinión 
páblica, se franquearon con las personas que les inspi- 
raban más confianza y volviéronse á Buenos Aires con 
la seguridad de que la revolución que se preparaba ten- 
dría eco simpático entre todas las clases sociales. Hasta 
la señora Josefa Oribe de Contusi acogió la idea con 
tanto entusiasmo, que consiguió del batallón de pernambu- 
canos, de guarnición en Montevideo, la promesa formal de 
que llegado el momento se plegaría al movimiento eman- 
cipador. Veamos cómo don Luis Revuelta narra este in- 
teresante episodio, que, si desgraciadamente fué de conse- 
cuencias negativas, demuestra hasta dónde es capaz de 
llegar el patriotismo y la abnegación de la mujer. 

«La señora Oribe de Contusi— dice el prenombrado pu- 
blicista—prometió en esa solemne ocasión ayudar ala em- 
presa con el espíritu republicano de uno de los batallones 
que formaban la guarnición de la capital. Era éste el de 
pemambucanos, con cuyos sargentos tenían estrechas re- 
laciones sirvientes de la casa de la referida señora. 

«Arriesgada empresa que reclamaba el valor del he-, 
roísmo y que la señora Oribe de Contusi llevó á cabo fe- 
lizmente; fracasando en los resultados que se prometían 
de ella, por el entusiasmo que esa señora había sabido 
engendrar e^ el alma de los conjurados. 

«Los sargentos del batallón pemambucatio, respon- 
diendo á la idea de una sublevación en favor de la causa 



- 16 - 

redentora, entregaron un acta de compromiso á la señora 
de Contusi y pidieron, con la consigna á que debían obede- 
cer, la presencia en q1 momento dado, de un jefe que los 
dirigiese. 

«Esa acta fué remitida por la referida señora á Buenos 
Aires, días antes de la pasada de los Treinta y Tres. 

«La heroína en ese acto, pedía á los patriotas algunos 
recursos pecuniarios, que le fueron inmediatamente remi- 
tidos, así como tres cajones de munición sacada clandes- 
tinamente del parque de Buenos Aires, siendo don Luis 
Ceferino de la Torre el que proporcionó el dinero y los 
pertrechos, y el patriota capitán del paquete Pepa, don 
Jerónimo Sciurano, (a) Chentopé, el conductor de ellos 
á manos de la señora de Contusi. 

«£n los primeros momentos de asegurado el plan' el 
general Lavalleja designó para ponerse al frente de los 
confabulados al coronel don Pablo Zufríategui, que debía 
trasladarse de incógnito á esta ciudad; pero en víspera de 
partir éste á llenar su cometido, se resolvió aplazar la su- 
blevación preparada hasta que las fuerzas del movimiento 
libertador no se hallasen sobre la capital, para poderla 
apoyar. 

«Avisados los sargentos de esta resolución, mantuvieron 
sigilosamente el plan; pero el 7 de Mayo, 18 días después 
de la- invasión, en momentos de coronar la cumbre del 
Cerrito de la Victoria los patriotas, y de provocarse con 
ese motivo una salida de la plaza, algunas imprudencias 
cometidas por los sargentos confabulados, engendraron 
sospechas y determinaron medidas que hicieron abortar 
el plan, siendo presos algunos de los comprometidos, é 
ingresando en las filas de los patriotas otros que pudie- 
ron escapar/ á la persecución que se les hizo.» 

5. Plan de invasión. — Vueltos los comisionados á 
Buenos Aires, y conocido por los demás compañeros cuál 
era el estado de los ánimos en Montevideo y su campaña, 
se trazó el plan revolucionario, que no podía ser más sen- 



- 17 - 

cilio, aunque de dudoso éxito: invadir por el lado de la 
Agraciada, procurarse las caballadas ofrecidas por Gómez 
y dar comienzo á las operaciones; pero deseando disponer 
de la mayor cantidad posible de elementos, Lavalleja 
mandó á Entre Ríos de emisario al capitán don Basilio 
Araújo, para ponerse de acuerdo con don Andrés Latorre, 
á fin de que éste secundara el movimiento llamando la 
atención del enemigo hacia el Hervidero. 

Además de los recursos con que se contaba, don Luis 
Ceferino de la Torre hizo preparar dos banderas igua** 
les, tricolores, destinadas á los patriotas: componíase 
cada una de tres fajas horizontales, y de igual anchura, 
azul -celeste la superior, roja la inferior y blanca la del 
centro, llevando esta última como lema las palabras Li- 
hefrtad ó Muerte, destinándose una para los expediciona- 
rios y la otra para un barco que debía ejercer el corso 
bajo el mando de cierto capitán Fournier. 

6. Salida De los expedicionarios. —El día 1.® de 
Abril salió de San Isidro el primer lanchen conduciendo 
8 expedicionarios á las órdenes del mayor don Manuel 
Oribe, armamento y municiones, desembarcando y acam- 
pando en la isla del Brazo Largo, que forma parte del 
intrincado delta del río Paraná, donde permanecieron 15 
días esperando que se les incorporase el segundo lanchón 
conductor de los demás expedicionarios que completaban 
el número de treinta y tres; pero estos últimos estuvie- 
ron todo ese tiempo á merced de las olas que encrespaba 
un furioso temporal, no siéndoles permitido aproximarse 
al recaudo de las costas de la patria á causa de la severa 
vigilancia que en ellas ejercían los buques del almirante 
brasilero Jacinto, ni acogerse á las argentinas debido á la 
melindrosa actitud de las autoridades de Buenos Aires. 
Ck)n tal motivo sufrieron no pocas angustias y algunas 
privaciones, pues faltáronles los víveres y hubieran pere- 
cido — dice don Juan Spíkermann en su interesante relato 
— si el día 15 no logran incorporarse á los que estaban 



~ 18 - 

en la isla precitada, pues hacía dos días que no se ali- 
mentaban. Allí encontraron donde calmar su hambre, gra- 
cias á que el baqueano don Andrés Cheveste, acompa- 
ñado de dos hombres, había cruzado el río en una canoa, 
y, después de carnear una res en la costa oriental, Volvióse 
con la provisión al punto de partida. 

Desde la isla empezaron á hacer las señales ¡conveni- 
das con don Tomás Gómez, que no fueron contestadas de 
ningún modo, á causa de que, habiendo sido descubiertos 
sus propósitos por la policía brasilera, Gómez había te- 
nido que emigrar á Entre Ríos, aunque al ausentarse re-^ 
comendó á lo& hermanos don Manuel y don Laureano 
Ruiz que observasen los movimientos de la costa y acu- 
diesen en socorro de los patriotas en el caso de que 
éstos se les presentasen (i). 

7. Travesía del Uruguay. — El día 18 de Abril se 
embarcaron los arriesgados expedicionarios en los dos lan- 
chónos y dieron comienzo á una travesía no muy larga 
ni penosa, pero sí llena de zozobra, pues en la punta del 
Arenal se hallaba fondeada la^ embarcación brasilera Bey 
Pfidro, y el río estaba cruzado por lanchas de guerra im- 
periales que hacían sumamente difícil la navegación, la 
cual duró toda la noche, no por la distancia que tuvieran 
que recorrer, diño por los peligros que debían sortear. 
Hubo un momento en que las embarcaciones de los 
Treinta y Tres se vieron iluminadas por los faroles de 
los buques enemigos, entre los cuales se deslizaron á fuerza 
de remos. 

8. El desembarco. — Á las 11 de la noche del 19 de 
Abril desembarcaron en la playa de la Agraciada, besando 
con amorosa solicitud el suelo de la patria idolatrada. 
Pero su sorpresa fué grande observando que estaban ro- 
deados de la soledad más espantosa, sin otros recursos 

, (1) Acta labrada por iniciativa de don Domingo Ordoñana «I dfa 19 
de Abril de 1863, con objeto de fijar el paraje donde desembarcaron loa 
Treinta y Trea. 



- 19 — 

que los pocos que consigo habían traído, pero sin medios 
de movilidad, pues la caballada recomendada por Gómez 
á los hermanos Ruiz no aparecía, á causa de haber sido 
recogida por las autoridades imperiales. 

Inmediatamente dióse cuenta el jefe de la Cruzada de 
lo difícil y peligroso de su situación, pero dejándose arras- 
trar por sus impulsos patrióticos, ordenó á los chalaneros 
que se retirasen á Buenos Aires con sus lanchones, en- 
tr^ándoles para don Pedro Trápani una comunicación en 
la que le daba cuenta de su feliz llegada, y ]a lista no- 
minal de los Treinta y Tres. El lema Libertad 6 Muerte^ 
no era, pues, para aquellos temerarios agitadores una 
frase sonora, sino un propósito inquebrantable. 
' Después de breves momentos de incertidi^iibre, el co- 
ronel Lavalleja empuñó la bandera célente, blanca y roja, 
y proclamando á sus compañeros con frases del más ins- 
pirado patriotismo, que fueron contestadas con otras llenas 
de entereza, terminaron todos por jurar solemnemente que 
llevarían á cabo tan temeraria empresa. Pero la realidad 
exigía proceder con rapidez y previsión, de modo que ig- 
norando el jef^ de la Cruzada la causa de que el vecino 
don Tomás Gómez hubiese faltado á su compromiso en- 
cargó á su hermano don Manuel y al baqueano Che veste 
que se encaminasen á la estancia do aquél en busca de 
caballos. 

En tales circunstancias «estábamos— dice don Atana- 
8Ío Sierra en sus poco vulgarizadas memorias— en una 
situación singular. A nuestra espalda el monte; á nues- 
tro frente el caudaloso Uruguay, sobre cuyas aguas batían 
los remos las dos barcas que se alejaban ; en la playa ya- 
cían robados, frenos, armas de diferentes formas y tama- 
ños: aquí dos ó tres tercerolas, allí un sable, acá una es- 
pada, más allá un par de pistolas. Este desorden, agregado 
á nuestros trajes completamente sucios, rotos en varias 
partes, y que naturalmente no guardaban la uniformidad 
militar, nos daba el aspecto de verdaderos bandidcN». 



- 20 - 



1 



«Desde las once de la noche del 19 hasta las nueve de 

I la mañana del 20, nuestra , ansiedad fué extrema. Gonti- 

t nuamente salíamos á la orilla del monte y aplicábamos 

i el oído á la tierra, para ver si sentíamos el trote de los 

I caballos que esperábamos. Lavalleja se paseaba tranqui- 

; lamente al lado de un grupo de sarandíes, y habiendo- 

^ sele acercado don Manuel Oribe y Zufriategui, diciéndole 

que eran las seis de la mañana y Gómez no llegaba con 

I los caballos, les respondió sonriéndose: «Puede ser que 

: Gómez no venga, porque los brasileños lo han de tener 

I apurado; pero üheveste volverá, y volverá con caballos. 

í Es capaz de sacarlos de la misma caballada de Laguna. » 

j Algunas horas después estaban de vuelta los comisiona- 

' dos con 56 caballos generosamente facilitados por los her- 

\manos Ruiz. 

9. Sitio preciso del desembarco.— Durante muchos 
años se creyó que el punto donde los Treinta y Tres efec- 
tuaron su desembarco era el Arenal Grande, y así lo ase- 
guraban, demasiado confiados en su memoria, don Luis 
Geferino de la Torre, confidente de aquellos patriotas, y 
el mismo general don Manuel Oribe, quien, siempre que 
hablaba de este episodio, se refería al Arenal Grande y 
no á la Agraciada, 

Es indudable, sin embargo, que el desembarco no pudo 
efectuarse por el Arenal Grande, en razón de que esta 
arteria es un arroyo mediterráneo, sin desembocadura en 
el Uruguay; el Arenal Grande y el Arenal Chico, situa- 
dos al N. de la Agraciada, son dos arroyos que reúnen 
sus aguas para desembocar en el Uruguay por un solo 
brazo, que recibe el nombre de arroyo del Catalán desde 
el punto de confluencia de los dos Arenales hasta su des- 
agüe en el Uruguay. Las embarcaciones de los patriotas 
po podían, pues, penetrar en ellos sin antes navegar los 
11 kilómetros que tiene de desarrollo el canal del Cata- 
lán, prescindiendo de que este último carece de cauce con- 
tinuado; pues, apenas formado, se convierte en un estero 



- 21 - 

abundante en juncos y\ totoras, hasta su curso inferior, . 
en que corre perfectamente encauzado hasta su barra en 
el Urufi^y, barra conocida por todos, y particularmente 
por los marinos, con la denominación de boca del Catalán. 

Además, la distancia que media entre la costa argen- 
tina (de donde procedían Lavallejay sus compaBeros) y 
la confluencia del Catalán es ma^or que la que existe 
entre la playa de la Agradada, y las islas del 'delta del 
Paraná, desde donde los Treinta y Tres esperaban que 
se les hiciesen las señas de antemano convenidas para 
cruzar el Uruguay. 

Aquel hecho y esta circunstancia son razones más que 
sobradas para desechar la versión de que el desembarco 
se hubiese realizado por el Arenal Grande. ^ 

Con el transcurso de los años la duda fué acentúan- \ 
dose, y llegó un momento en que, á este respecto, la opi- 
nión pública se encontró completamente dividida, hasta 
que las pacientes investigaciones de don Domingo Ordo- 
ñana vinieron á dar la razón á los defensores de la Agra- 
ciada como sitio verdadero del desembarco de los patrio- 
tas. Este señor, á quien tanto debe el país, reunió el día . 
19 de Abril de 1863 á las autoridades y vecinos de la 
Agradada, entre los que se hallaban don Tomás Gómez 
y los hermanos don Laureano y don Manuel Ruiz (acto- 
res en la homérica cruzada de los Treinta y Tres), los 
cuales no sólo reconstituyeron con toda minuciosidad la 
escena del desembarco, sino que también procedieron á 
señalar el sitio preciso en que dicho desembarco se efec- 
tuó; de todo lo cual se labró una acta que ha servido 
para desvanecer dudas, uniformar opiniones y restablecer 
la verdad histórica. 

Todavía llevó más lejos sus precauciones el señor Or- 
doñana, mandando erigir un obelisco conmemorativo de' 
la gloriosa hazaña de los Treinta y Tres, «en torno de cuyo 
monumento, tan niodesto como expresivo, dice el doctor 
don Luis Fabregat en una de sus bien sentidas páginas 



-22 -. 

literarias), se congregan cada año los vecinos de Palmira, 
Carmelo y Dolores á robustecer el alma ciudadana al 
calor de los sentimientos patrióticos y á dignificar el esr 
pirita cívico con la evocación de los recuerdos gloriosos 
de nuestro pasado.» 

Algunos años después de ese aóto de previsión, el es- 
timable anciano don Ángel Cabanas, propietario del pe- 
dazo de tierra donde desembarcaron los Treinta y Tres 
patriotas, hizo donación de él al Estado, nombrándolo el 
Gobierno del general don Máximo Tajes guarda de aquel 
paraje, con una asignación anual de 900 pesos, que disfrutó 
hasta su fallecimiento, acaecido en Noviembre de 1889. 

En cuanto al nombre de este sitio— dice el señor Ordo- 
fiana en una de sus instructivas Conferencias Sociales y 
Económicas — se perpetuó á través del tiempo «por una 
chinita á quien el padre Larrosa bautizó con el de Agra^ 
ciada; afirmación que concuerda con la que vierte el 
doctor don Francisco A. Berra, cuando dice: «No falta 
quien discuta este nombre desde hace poco tiempo, sos- 
teniendo que el verdadero es Graseada, y que tiene su 
origen en una graseria que hubo allí. No es admisible 
esta versión, por varias razones. Ni el castellano ni el 
portugués tienen tal vocablo, y mal pudieron los diver- 
sos dominadores de la Colonia designar aquel paraje con 
una palabra de que carecían. En algunos documentos 
brasileños de 1825 se lee Oraciadaj qu^ quiere decir en 
su lengua lo mismo que «agraciada» en la castellana. He 
visto, además, en poder del señor don Domingo Ordoñana, 
varios documentos públicos del siglo xviii, en que se da 
al paraje de la referencia el nombre de Agraciada. No 
es fácil descubrir el origen ó motivo de esta denomina- 
ción; pero, si se tiene presente que muchos otros puntos 
son llamados por el nombre de alguna persona ó de al- 
gún hecho ó cualidad personal, no parecerá inverosímil 
que alguna mujer que se hizo notar por lo agraciada^ sea 
la causa de que así se llame el punto en cuestión. Pero, 



- 23 - 

sea cual fuere la verdad á este respecto, es innegable que 
el nombre actual es el mismo que ha tenido siempre, sin 
modificación alguna.» 

Sin embargo de lo expuesto, bueno es advertir que los I 
Treinta y Tres no desembarcaron en el arroyo de la Agrá- ; 
ciada, que riega con sus precarias aguas la playa de este \ 
nombre, sino algo más abajo, en la cañada de Gutiérrez, 
que serpentea algunas cuadras al K. de la punta de Cha- J 
parro; cañada que á principios del siglo pasado se deno- 
minaba Gtmrdixabal, que después se dio en llamar de los 
Raices, pero cuyo verdadero nombre era y es de Gfutié- 
rrez, como queda dicho. «Si dicen algunos — observa el 
autor del Bosqu^o Histórico de la Bepública Oriental del 
Uruguay— que el desembarco se efectuó en la Agraciada, 
ea porque aluden al distrito á que el arroyo así llamado 
da su nombre, pues el arroyo de los Ruices está en el 
distrito de la Agraciada. Así también, si dicen otros, si- 
guiendo la versión antigua, que se verificó en el Arenal 
Grande, es porque tal era en 1825 el nombre con que se 
designaba la extensión de tierra en que están compren- 
didos el arroyo de los Kuices (Gutiérrez) y la Agraciada, 
por razón de los grandes arenales que cubren en aque- 
llos parajes la orilla del Uruguay. Infiérese de esto que 
no son incompatibles, como se supone, las dos versiones, 
ni contrarias á la verdad. Lo que ha hecho creer otra 
cosa es que se han confundido los nombres de dos sec- 
ciones territoriales con los de dos arroyos, ninguno de los 
cuales es el histórico.» 

Los límites naturales de la playa de la Agraciada son : 
por el N, el arroyo del Catalán, por el S. la punta de 
Chaparro y por el O. el Uruguay. 

!Es error también denominar de los Ruices á la cañada 
6 arroyo de Gutiérrez; alteración inmotivada y sin pro- 
vecho para la historia, ya que en el plano del campo de 
los Ruíz figura con el nombre de Gutiérrez, si bien pri- 
mitivamente se llamó Guardizabal, como queda dicho. 



— 24- 

La escena aludida es la que dio inspirado tema al etni- 
nente pintor nacional don Juan M. Blanes para trazar 
su patriótico cuadro del desembarco de los Treinta y Tres, 
en el que el artista uruguayo, según su propia expresión, 
«ha procurado sorprender allí, en la desembocadura del 
arroyo de Gutiérrez, cincuenta y dos años después, el 
grupo de patriotas que, dando expansión á sus sentimien- 
tos de libertad, juraron lealtad, sin público y sin más tes- 
tigo que su conciencia, á una enseña sagrada, símbolo de 
un gran propósito.» x 

10. Lista auténtica de los Treinta y Tres.— Varias 
son las lis^ nominales de los patriotas que desembarca- 
ron en la playa de la Agraciada para combatir la do- 
minación brasilera, pero la verdadera, la auténtica, es la 
publicada oficialmente por la Inspección General de Ar- 
mas, y que á fuerza de constancia ha hecho popular el 
doctor don Luis Melián Lafínur. Hela aquí: 



1. Coronel Comandante en 
Jefe 

2. Mayor 

3. Id 

4. Id 

5. Capitán 

6. Id ,, 

7. Id 

8. Id 

9. Teniente 

10. Id 

11. Id 

Í2. Alférez 

13. Cadete 

14. Sargento 

15. Cabo l.o 

16. Baqueano 

17. Soldado 



D. Juan A. Lavalleja 
Manuel Oribe 
Pablo Zufriategui 
Simón del Pino 
Manuel Lavalleja 
Manuel Freiré 
Jacinto Trápani 
Gregorio Sanabría 
Manuel Meléndez 
Atanasio Sierra 
Santiago Gadea 
Pantaleón Artigas 
Andrés Spíkermann 
Juan Spíkermann 
Celedonio Rojas 
Andrés Cheveste 
Juan Ortiz 



-25- 



19. 


Id... 


20, 


Id 


21. 


Id 


22. 


Id 


23. 


Id 


24. 


Id 


25. 
26. 


Id ; 

Id 


27. 


Id..... 


28. 


Id '.. 


29. 


Id 


30. 


Id 


31. 
32. 


Id..... 

Id 


33. 


Id 



D. Ramón Ortiz 

Avelino Miranda 

Carmelo Coimán 

Santiago Nievas 

Miguel Martínez 

Juan Rosas 

Tihurcio Gómez 

Ignacio Núñez 

Juan Acosta 

José Leguizamón 

Francisco Romero 

Norberto Ortiz 

Luciano Romero 

Juan Arteaga 

Dionisio Oribe, criado de 
don Manuel Oribe 

Joaquín Artigas, criado 
de don Pantaleón Ar- 
tigas. 



El capitán don Basilio Araújo— dice el ilustrado publi- 
cista que acabamos de citar— -no vino incorporado á los 
Treinta y Tres, pero sí en la misma condición; hizo el 
viaje por tierra, pasó el Uruguay, cumplió su comisión 
y se incorporó en la costa á los demás expedicionarios. 

Bueno es advertir también que no hubo segundo jefe 
de los Treinta y Tres, como muchos escritores afirman, 
atribuyendo semejante cargo á don Manuel Oribe. Nin- 
gún documento lo prueba, y de haber existido tal puesto, 
Lavalleja lo habría concedido á Zuf riategui, en virtud de 
8u mayor antigüedad en el ejército. Tan exacto es esto, 
que cuando más adelante hubo necesidad de un Jefe de 
Estado Mayor, el nombramiento recayó en la persona de 
este último y no del primero. 

Sin embargo, no faltan publicistas que hacen notar el 
hecho de que, á pesar del puerto que en las filas de la 



-26- 

revolución desempeñaba Zufriategui, Oribe era el elegido 
por Lavalleja en los momentos de verdadero peligro, como 
sucedió en la batalla del Sarandt «Sabido es — dice el 
doctor don Guillermo Melián Lafinur, que es el escritor 
á quien nos referimos — que el centro de la línea era 
hasta hace poco en la táctica lo más importante y el 
punto de más cuidado en la batalla. Aníbal ponía siem- 
pre en él sus mejores tropas, y Napoleón se preocupaba 
siempre de tratar de vencer el centro enemigo, porque 
decía que conseguido eso en seguida se arrastraba una ala, 
y teniendo ya la mayor parte del ejército enemigo vencido, 
fácilmente conseguía que se pronunciase en él la derrota 
completa. Pues bien: en la trascendental batalla de Sa- 
randí, en ese combate en qué los locos aventureros se 
convirtieron en los Treinta y. Tres inmortales; en esa ba- 
talla que llamó la atención de la América y que nos trajo 
la alianza argentina, Lavalleja no confió el centro á Zu- 
friategui, para quien (según el doctor don Luis Melián 
Lafínur) guardaba los cargos de confianza y las distin- 
ciones. Lavalleja confió ese importantísimo puesto, donde 
se encerraban todas las esperanzas y las de su causa, á 
don Manuel Oribe. Oribe mandaba el centro, Zufriategui 
la derecha, Rivera la izquierda, y Lavalleja se puso al 
frente de la reserva. Por eso se ha dicho, y con razón, 
que fué don Manuel Oribe quien principalmente coad- 
yuvó á la victoria en la batalla de Sarandí; sin que se 
desconozca por eso todo el mérito del general en jefe 
que mandó cargar al grito de: ¡Carabina á la espalda y 
sable en 7nanof* 

11. Combate de San Salvador.— Tan pronto como 
los Treinta y Tres dispusieron de medios de movilidad se 
encaminaron hacia la barra del río San Salvador, recibiendo 
en el trayecto un contingente de diez patriotas que se les 
incorporaron. Inmediatamente Lavalleja dispuso que se 
averiguara qué fuerzas se encontraban acantonadas en San 
Salvador, y habiendo sabido que allí estaba don Julián 



- 27 - 

Laguna, al servicio del Brasil, con unos 70 hombres, re- 
solvió atacarlo, si bien antes celebraron una entrevista 
con objeto de ver si era posible llegar á entenderse á fin 
de evitar la efusión de sangre entre compatriotas. Desgra- 
ciadamente Laguna no quiso plegarse á Lavalleja, con- 
ceptuando su empresa temeraria y prematura, cuya nega- 
tiva trajo la separación de ambos jefes y el choque inme- 
diato de las fuerzas contrarÍ£i3y sucumbiendo en la acción 
un soldado bajo el fílo de la espada de don Manuel La- 
valleja; y mayor habría sido la mortandad si Laguna, á 
pesar de la superioridad numérica de sus fuerzas, no pre- 
fiere la dispersión de los suyos á empeñarse en una lu- 
cha que habría sido mucho más sangrienta. Esta calcu- 
lada dispersión, que salvaba la responsabilidad de La- 
guna ante sus superiores, produjo á los Treinta y Tres un 
pequeño aumento, pues se pasapon á ellos un sargento y 
varios soldados. 

Y continuando su marcha, los patriotas llegaron el día 
24 á la villa de Soriano, de la cual se apoderaron sin re- 
sistencia. 

12. Proclama de Lavalleja. — Desde dicha villa hizo 
circular Lavalleja la siguiente proclama que traía impresa: 

¡VIVA LA patria! 

Argentinos-orientales! Llegó en fín el momento de re- 
dimir nuestra amada patria de la ignominiosa esclavitud 
con que ha gemido por tantos años, y elevarla con nues- 
tro esfuerzo al puesto eminente que le reserva el destino 
entre los pueblos libres del Nuevo Mundo. El grito he- 
roico de libertad retumba ya por nuestros dilatados cam- 
pos con el estrépito belicoso de la guerra. El negro pabe- 
llón de la venganza se ha desplegado, y el exterminio de 
los tiranos es indudable. 

Argentinos - orientales ! 

Aquellos compatriotas nuestros, en cuyos pechos arde 
inexhausto el fuego sagrado del amor patrio, y de que más 



- 28 '- 

de uno ha dado relevantes pruebas de su entusiasmo y su 
valor, no han podido mirar con indiferencia el triste cua- 
dro que ofrece nuestro desdichado país, bajo el yugo omi- 
noso del déspota del Brasil. Unidos por su patriotismo, 
guiados por su magnanimidad, han emprendido el noble 
designio de libertaros. Decididos á arrostrar con frente se- 
rena toda clase de peligros, se han lanzado al campo de 
Marte con la ñrme resolución de sacrificarse en aras de la 
patria ó reconquistar su libertad, sus derechos, su tranqui- 
lidad y su gloria. 

Vosotros que os habéis distinguido siempre por vuestra 
decisión y energía, por vuestro entusiasmo y bravura, ¿con- 
sentiréis aún en oprobio vuestro el infame yugo de un 
cobarde usurpador ? ¿ Seréis insensibles al eco dolorido de 
la patria, que implora vuestro auxilio? ¿Miraréis con in- 
diferencia el rol degradante que ocupamos entre los pue- 
blos? ¿No os conmoverán vuestra misma infeliz situación, 
vuestro abatimiento, vuestra deshonra? 

No, compatriotas: los libres os hacen la justicia de creer 
que vuestro patriotismo y valor no se han extinguido y 
que vuestra indignación se inflama al ver la Provincia Orien- 
tal como un conjunto de seres esclavos, sin gobierno, sin 
nada propio más que sus deshonras y sus desgracias. 

Cese ya, pues, nuestro sufrimiento. Empuñemos la es- 
pada, corramos al combate y mostremos al mundo entero 
que merecemos ser libres. Venguemos nuestra patria; ven- 
guemos nuestro honor y purifiquemos nuestro suelo con 
sangre de traidores y tiranos. Tiemble el déspota del Bra- 
sil de nuestra justa venganza! Su cetro tiránico será con- 
vertido en polvo y nuestra cara patria verá brillar en sus 
sienes el laurel augusto de una gloría inmortal. 

Orientales! 

Las provincias hermanas sólo esperan vuestro pronun- 
ciamiento para protegeros en la heroica empresa de recon- 
quistar vuestros derechos. La gran nación argentina, de 
que sois parte, tiene gran interés en que seáis libres, y el 



- 29 - 

Congreso que rige sus destinos no trepidará en asegurar 
los vuestros. Decidios, pues, y que el á^bol de la liber- 
tad fecundizado con sangre vuelva á aclimatarse para siem- 
pre en la Provincia Oriental. 

Compatriotas ! 

Vuestros libertadores confían en vuestra cooperación á 
la honrosa empresa que han principiado. Colocado por voto 
unánime á la cabeza de estos héroes, yo tengo el honor 
de protestaros en su nombre y en el mío propio, que nues- 
tras aspiraciones sólo llevan por objeto la felicidad de nues- 
tro país, adquirirle su libertad. Constituir la Provincia bajo 
el sistema representativo republicano en uniformidad á las 
demás de la antigua unión. Estrechar con ellas los dul- 
ces vínculos que antes las ligaban. Preservarla de la ho- 
rrible plaga de la anarquía y fundar el imperio de la ley. 
He aquí nuestros votos! Retirados á nuestros hogares des- 
pués de terminar la guerra, nuestra más digna recompensa 
será la gratitud de nuestros conciudadanos. 

Argentinos - orientales ! 

El mundo ha fijado sobre vosotros su atención. La gue- 
rra va á sellar vuestros destinos. Combatid, pues, y recon- 
quistad el derecho más precioso del hombre digno de serlo. 

Juan A, l'javalleja. 

Campo volante; en Soiianoi Abril de 1825. 



BIBL^IOGRARÍA 

Carlos Boxlo: Los Treinta y Tres, Conferencia dada en el Club Nacio- 
nal el 5 de Septiembre de 1902. Montevideo, 1902. 

Luis Kevaelta : Im gloríoaa eruxada de los Treinta y Tres patriotas orien- 
tales, 19 de Abril de 1825. Montevideo, 1888. 

Luis MeKán Lafinur : .Los Treinia y Tres, M<»itevideo, 1695. 

Guillermo Mellan Lafinur: Los buitres de las glorias nacionales y las 
eharreteras de don Manuel Oribe, Montevideo, 1895. 

Bamón De Santiago : La primera quincena de los Treinta y Tres. Diario 
interesantísimo escrito por el sargento mayor don Juan Spfkermann, uno 
de los héroes de la gloriosa epopeya nacional. Montevideo, 1891. 



- 30 ~. 

Joan Manuel Blanes: Memoria sobre el cuadro del juramento de los 33, 
con una introducción por el doctor don Ángel Carranza. Montevideo, 1878. 

José 8aIga4o : El 25 de Agosto de 1825. Artículo inserto en el número 
11,719 de El Sight correspondiente al martes 26 de Agosto de 1903. 

Domingo Ordofiana: Conferencias sociales y eeonómicas, Montevideo, im- 
prenta de La Colonia Españolaf 1883* 

Luis Fabregat: La Agraciada, Artículo inserto en el libro titulado < Nues- 
tro país», págs. 107 á 118. Monte videoí 1895. 

Anónimo : Don Santiago Aneaf supuesto botero de los Treinta y Tres, Ar- 
tículo publicado en El Dia^ de Montevideo. 

Isidoro De -María: Los Treinta y Tres patriotas. Artículo inserto en Et^ 
Heraldo de Montevideo correspondiente al día 19 de Abril de 1895. 

Garlos Blixén : La Cruxada Libertadora, Montevideo, 189^. 

Anónimo: El terreno de la Agraciada, Belacíón del modo como se efec- 
tuó el donativo del terreno en que desembarcaron los Treinta y Tres, he* 
cho al Estado per su propietario don Ángel Cabanas. Documentación del 
archivo partícular del señor don Alberto Gómez Ruano. La Tribuna, año 
x^iu, número 6908, correspondiente al día 19 de Abril de 1902. 

Anónimo : La Patria vieja. Reminiscencias históricas ilativas á la cru- 
zada de los Treinta y Tres, publicadas por La Ra»6n en el número co- 
rrespondiente al 25 de Agosto de 1894. 

Francisco A. Berra : Eí derrotero de los Treinta y Tres. Plano inserto en 
el núm. 5 d» la Revista de la Sociedad üniversitariaf correspondiente al 
15 de Mayo de I88i. 

Benigno T. Martínez: La revoludán de los Treinta y Tres, Apuntes de 
crítica liistórica. Revista de la Sociedad Universitaria, Año i, tomo i, nú- 
mero 5. Mayo 15 de 188i. Montevideo. 



RIVERA Y LAVALLEJA 



CAPITULO II 

RIVERA Y LAVALLEJA 

(1825) 

* SUMARIO : 1. Las autoridades brasileraB intentan sofocar el moTÍmiento 
reTolacionarío. — 2. Encaentro de Layalleja y Bivera.— 3. Anteceden- 
tes relativos á la actuaci(5n del general Bivera en la campaña de los 
Treinta y Tres.» 4. La traición de Bivera. — 5. Bendición de fuerzas. 
— 6. Llegada al Cerríto. 

1. Las autoridades brasileras intentan sofocar 
EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO. — Tan pronto como el 
cónsul del Brasil en Buenos Aires tuvo conocimiento de 
la salida de los revolucionarios orientales y d^ los pro- 
pósitos que los guiaban al dirigirse á su patria^ mandó 
una nota al gobernador de la plaza de la Colonia comu- 
nicándole el hecho y advirtiéndole que el número de los 
expedicionarios no excedía de 20 ó 30 soldados, además de 
Lavalleja, Oribe y otros oficiales, provistos de bastante ar- 
mamento y abundantes recursos, quienes se habían dirigido 
á la ensenada de las Vacas para después sorprender el 
campamento que los imperiales tenían en el Durazno. 
En su consecuencia, solicitaba el cónsul que el precitado 
gobernador adoptase las medidas que la prudencia acon- 
8^a en tales casos, á fin de que no fuesen sorprendidos 
los comandantes militares de Paysandú, Mercedes, So- 
ñano y demás puntos del litoral del Uruguay; á lo cual 
contestó la primera autoridad de la Colonia que, efecti- 
vamente, Lavalleja y sus parciales habían desembarcado 
en la Agraciada, de donde extrajeron caballada para di- 
rigirse inmediatamente á San Salvador, en cuyas cerca- 

3 



- Sa- 
nias se habían tiroteado con Laguna, el que creyó con- 
veniente retirarse, pero que muy pronto el general don 
Fructuoso Rivera estaría sobre ellos con una fuerza de 
500 hombres. 

Simultáneamente el señor cónsul elevaba al gobierno 
de Buenos Aires otra nota clara y terminante exigiendo 
de aquél que le manifestase cuáles eran sus intenciones 
en el asunto de la cruzada de Lavalleja; si dicho go- 
bierno había tomado part^ en esos acontecimientos, ó si 
la tomaría más adelante, á fín de que su declaración sir- 
viese de guía al Emperador para ajustar su actitud á la 
del gobierno argentino; el cual replicó que el señor cón- 
sul podía continuar desempeñando sus funciones en la 
ciudad de su residencia bajo el seguro concepto de que 
el gobierno cumpliría lealmente con todas sus obligacio- 
nes mientras permaneciese en paz y buena armonía con 
el Brasil, y que respecto de la tentativa aludida, < ella no 
estaba en los principios bien acreditados del gobierno de 
Buenos Aires adoptar en ningún caso medios innobles^ 
ni menos fomentar empresas que no fuesen dignas ni 
correctas. » 

Entretanto, el representante del Imperio en la Banda 
Oriental, general don Carlos Federico Lecor, impartía 
todo género de órdenes para contener el avance de los 
patriotas é impedir que la chispa revolucionaria cundiese 
en la campaña, en los pueblos y en las guarniciones que 
por su carácter híbrido tenían propensión á sublevarse 
contra el régimen imperante, como sucedió con la del 
Durazno, que se declaró á favor de la revolución una vez. 
efectuada la junción de Rivera y Lavalleja. Éste, por su 
parte, con fecha 22 de Abril de 1825, dirigiéndose desde 
la barra del Pintado al general Lecor, le encargaba que 
hiciese presente á su monarca que los patriotas orienta- 
les estaban resueltos á recuperar á todo trance su exis- 
tencia social; agregando que «era empeño innoble y qui- 
mérico subyugar á un pueblo cuya historia estaba adot- 



-35- 

nada de mil rasgos de grandeza y heroísmo por la causa 
de su independencia, contando para sustentarla con el 
apoyo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. » 

2. Encuentro DE La valle ja y Rivera.— Después 
del impropiamente llamado combate de San Salvador, 
pues no pasó de una escaramuza, los Treinta y Tres em- 
prendieron marcha hacia Mercedes, Incorporándoseles en 
el camino unos treinta paisanos que vinieron á aumentar 
aquella valerosa hueste; pero como quiera que llegase á 
conocimiento de Lavalleja la noticia de que la guarnición' 
de dicha ciudad se había atrincherado en ella y hallábase 
sobre las armas, no encontró oportuno hostilizar la po- 
blación, resolviendo continuar la marcha con rumbo á las . 
puntas del arroyo Grande. 

Mientras esto sucedía, el general Rivera, en vez de 
aproximarse á la costa y escalonar hacia el occidente las 
numerosas fuerzas que estaban bajo sus órdenes, trató de 
llevarlas al centro, con cuya disposición bien claramente 
se demuestra que no quiso ser un obstáculo á sus com- 
patriotas, pues con los elementos de que disponía, el co- 
nocimiento perfecto del terreno, su astucia característica 
y su valor . probado en cien combates, no le habría sido 
imposible, ni aun difícil, anonadar en germen á la revo- 
lución libertadora. Dejóles, pues, el campo libre, y cuando 
calculó que ya se habrían internado lo suficiente, les sa- 
lió al encuentro buscando su incorporación. «Al encon- 
trarse con sus antiguos amigos— dice Adadus Calpi—en 
vez de obedecer las órdenes de su jefe, que tan militar- 
mente con él procedía, trató de hablar en particular y 
ocultamente con Lavalleja. Se vieron, se dieron un abrazo 
y comenzaron sus planes.» 

La relación desapasionada, ingenua, y tal vez la más 
verídica de este interesante episodio, se encuentra en los 
Apuntes para la Historia de la Repúblicay debidos á la 
pluma de don Garlos Anaya, que actuó en los sucesos del 
año XXV. «Los libres— dice— continuaron de cerca en ton- 



x* 



— 36 - 

ees su marcha buscando al general en jefe don Fructuoso 
Rivera, quien, sintíendo la aproximación de fuerzas en cir- 
cunstancias en que esperaba auxilios de la& que mandaba 
el coronel don Bonifacio I»ás (a) Calderón, mandó á su 
ayudante de campo don Leonardo Olivera con su orde- 
nanza en observación. Olivera mandó á éste que se acer- 
cara á aquella fuerza, y al hacerlo se halló al ordenanza 
(llamado PáezóBáez, natural del pueblo del Colla) con 
Lavalléja, bajo cuyas órdenes había servido en otro tiempo, 
é instruido especialmente por éste, hizo entender al ayu- 
dante Olivera que era la división de Calderón la que se 
aproximaba, y Olivera ofició en ese sentido al general en 
jefe, quien se dirigió solo, sin más armas que su espada, 
á cumplimentar á su coronel y amigo Calderón, hallán- 
dose en su lugar, cara á cara, con el jefe de los liberta- 
dores. ¡Qué soberana sorpresa! Rodeado por ellos fué 
hecho prisionero, pero protestando que era un verdadero 
patriota y que aceptaba de buena fe la causa de los li- 
bres, el comandante Lavalléja aceptó su cooperación y 
formó desde ya parte de aquella formidable empresa. > 

Con poca diferencia, don Isidoro De -María comprueba 
del siguiente modo el relato del señor Anaya: 

«Rivera se hallaba en Monzón, donde puesto en ejecu- 
ción el ardid concertado para la sorpresa, así que el ayu- 
dante don Leonardo Olivera, capitán de campo del ge- 
neral Rivera, recibió el aviso de Páez, se lo participó al 
general, preparándose éste á salir á su recibo tan luego 
se aproximase la fuerza. Así sucedió en la mañana del 
29. Al divisar ésta montó á caballo, acompañado del ca- 
pitán Várela y de su asistente Yuca, dirigiéndose confiado 
al encuentro del supuesto Calderón y su fuerza, encon- 
trándose con su compadre don Juan Antonio Lavalléja. 
Ambos jefes se adelantaron, y, al reconocerse, sorprendido 
Rivera, Lavalléja sonriente le dirigió estas palabras, que 
Rivera retribuye: Compadre,,,, yo también tengo mis 
aguilitas, como usted llamea á sus parleros. ¿Es mi pri' 



-37 - 

sionero? — No soy enemigo, contestóle. Sorprendido, 6 me- 
jor dicho, dejándose sorprender por la estratagema, que- 
daban salvadas las apariencias con el Imperio. La toma 
real ó aparente dql prestigioso y esforzado adalid de la 
época del precursor insigne de la nacionalidad OHental, 
fué una suerte para la patria, contando con su eficaz é 
importante concurso la causa de su libertad política. La 
incorporación de su personalidad á las filas de los liber- 
tadores desde aquel momento fué una gran fortuna para 
la patria, el primer triunfo de los Treinta y Tres denoda- 
dos patriotas, y el precursor de muchos triunfos, desde el 
Rincón de Haedo y Sarandí hasta Misiones, 

«Rodeado por Zufríategui, Trápani, Manuel Lavalleja 
y algunos otros de los compañeros de Lavalleja, se cam- 
biaron algunas palabras de urbanidad y confianza, mien- 
tras el jefe de los Treinta y Tres lo invita á apearse, ha- 
ciéndolo él también á la vez; estréchanse las manos, y 
tomando ambos asiento en el campo sobre la yerba, pla- 
ticaron un rato.» 

Se ve, pues, que el general Rivera no se pasó á las filas 
de los patriotas por salvar su vida, como dicen algunos 
escritores sin poder comprobar sus afirmaciones, y así lo 
da á comprender el señor Roxlo cuando dice: «En esta 
situación, Rivera conversó con Lavalleja más de dos ho- 
ras y á solas en un rancho, saliendo de aquella entrevista 
para alistarse en la causa de los emancipadores. Si Rivera 
hizo suyos los fines de éstos sin otro propósito que el de 
anexionarnos á^ Buenos Aires, cuando sus intereses esta- 
ban vinculados á los intereses de la causa imperial, la 
defección de Rivera no tendría otra excusa que su apego 
á la vida y su carácter aventurero. Pudo fingir que se 
sometía á la fuerza de las circunstancias, á los justos te- 
rrores de la sorpresa; pero debió, para proceder como 
agradecido y como leal, retirarse del campo, de la lucha 
6 tratar de volver á las filas de los de Alcántara. Yo 
quiero creer, yo creo que si no lo hizo así, fué porque en 



-38 - 

la conferencia celebrada con Lavalleja, vi6 todo el al- 
cance de la difícil empresa por éste emprendida, sintió 
que la fíbra artiguista no estaba atrofiada en él, y aceptó 
con amor la idea de la emancipación del territorio donde 
tantas veces había combatido por la causa autonómica. 

«No obedezco, al expresarme así, á simples razones sen- 
timentales ni á la vanidad de manifestarme más gene- 
roso que mis adversarios. Es que creo que el sentimiento 
de la soberanía nacional fué un instinto en todos los cau- 
dillos de nuestro suelo hasta el año de 1820, y un propó- 
sito firme, que sólo esperaba el auxilio de las circunstan- 
cias para hacerse carne, desde aquella época hasta la. 
cruzada de los Treinta y Tres.» 

El vencedor de Guayabos pudo, por lo tanfo, haberse 
retirado ileso del pequeño campamento de los patriotas, 
si hubiese sustentado ideas opuestas á las de sus compro- 
vincianos, pues suponer que su vida peligraba en el caso 
contrario, es honrar poco ó nada los sentimientos huma- 
nitarios de Lavalleja, que si otros defectos tuvo, nadie se 
atreverá nunca á tildarlo de sanguinario. 

«Rivera — dice el doctor Berra — invitó á Lavalleja á 
una conferencia, se encerraron en un rancho y salieron 
de él, después de dos horas de conversación, mostrándose 
reconciliados. Lavalleja presentó poco después á su com- 
padre á la tropa formada, dándolo á conocer como su igual 
en la dirección de la campaña. Se había pactado que Ri- 
vera se plegaría al movimiento con todas las fuerzas dis- 
ponibles, y que en las cartas, oficios y decretos figuraría 
en primer término por razón de su grado militar y con 
el fin de que sus parciales se sublevaran con más espon- 
taneidad que lo harían si lo vieran ocupando un lugar 
secundario. Este hecho, en que Lavalleja muestra una 
abnegación meritoria, á la vez que Rivera asegura el goce 
de su prestigio, quedando en aptitud para usarlo después 
como más convenga á sus aspiraciones particulares, fué 
de mucho valor para la revolución, porque le trajo gran 



— 3a - 

número de secuaces^ que en otras circunstancias habrían 
sido sus enemigos, y porque precipitó los sucesos salván- 
dolos de eventualidades futuras.» 

De modo, pues, que si mucha y muy plausible es la ab- 
negación de Lavalleja compartiendo su gloria con Rivera, 
no es menos digna de alabanza la actitud de éste, que 
abjura sus sagrados compromisos con el Imperio para de- 
fender decididamente la libertad de su patria, á la que 
aportó en aquella ocasión un contingente del que jamás 
dispuso su antiguo compañero de armas y fatigas. 

«Asi que Rivera abandonó la espada imperial por la 
lanza republicana— dice Deodoro de Pascual— colocóse 
á la cabeza de la revuelta, arrastró en pos de sí á los 
hombres del campo, sobre quienes tenía el prestigio de 
caudillo añejo y de hijo del país, armó á sus secuaces con 
las mismas armas que le entregara el vecino Imperio, y 
municionó á su gente con las propias balas y cartuchos 
que depositaron en sus manos los imperiales para conser- 
var la paz y la tranquilidad en la Banda Oriental.» 

«La pasada de Rivera— dice el doctor Navia, cuyas opi- 
niones no pueden tildarse de parciales, desde que militó 
en filas opuestas á las del gran caudillo nacional— cons- 
tituía un verdadero triunfo para los patriotas, pues era 
un bravo militar en . quien el Imperio había depositado 
su confianza, y al plegarse á la bandera revolucionaria 
arrastró consigo muchos jefes y oficiales partidarios del 
Imperio, lo que á la vez que amenguaba el poder del 
enemigo, aumentaba las fuerzas de la revolución.» 

Así se explica que entre los materiales históricos de esa 
época se encuentren documentos como las siguientes car- 
tas de Rivera, una dirigida á Calderón y Mansilla, jefes 
de cuerpo, y otra al capitán Gregorio Mas. Á los pri- 
meros les decía: 

«La patria pide hoy los esfuerzos de sus hijos. Sabe 
usted mis sentimientos. En esta virtud, yo creo que ya 
llegó el caso de exterminar á los usurpadores de nuestra 



-40- 

Vbertad. Hemos sido esclavos mientras no pudimos ser 
Ubres. Haga usted reunir cuantos hombres pueda, haciéa^ 
doles entender esto misino. « 

. «Yo ya estoy reunido á mi compadre Juan Antonio 
Ijavalleja, que con una fuerza de valor y ordenada se ha 
pibesto bajo mis órdenes, para con ella y las demás que 
vienen, aunar nuestros esfuerzos con este fin sagrado. 
Escribí á Laguna y á Goyo Mas para que en la Florida 
y arroyo de la Virgen reuniesen cuanta gente y armas 
pudieran.» 

Al capitán Mas le escribia en los siguientes términos: 

« Ha llegado la época de hacer libre para siempre nues- 
tra cara patria. La Provincia en masa está con nosotros. 

«Mi plan se ha realizado.— Usted sabe que hace tiempo 
lo teníamos convenido, y ya llegó la ocasión. Conmiga 
está mi compadre Juan Antonio.— GoxsiO antes, hemos ju- 
rado echar los portugueses del país, ó quedar nuestra 
sangre para memoria. En esta virtud, es preciso que usted 
se venga luego á verse conmigo para recibir mis órde* 
nes. y reunir la gente del arroyo de la Virgen y de la 
Florida. » 

Pero si las cartas preinsertas justifican la afirmación 
del doctor Berra, no sucede lo propio con este otro do- 
pumente, expedido muchos días después, es decir, cuando 
ya quedaban muy pocos jefes para catequizar, y de un 
carácter tan distinto, que no vemos la necesidad de que 
lo subscribiese el general Rivera. Esto hace concebir la 
sospecha, de que el convenio entre los dos caudillos no 
fué fingido ó aparente, sino efectivo y real, pues en el pre- 
sente caso no se trata de atraerse á los patriotas tibios, 
irresolutos ó al servicio del Imperio, sino dar la mayor 
legalidad posible á un documento destinado á ser exhi- 
bido en el exterior. 

He aquí el documento en cuestión, exhumado hace al- 
gún tiempo por el diario La Baxón, de esta ciudad: 
, «En el Cerrito de Montevideo, á 12 del mes de Mayo 



- 41 — 

de 1825, Nos, don Fructuoso Rivera y don Juan Antonio 
Lavalleja, jefes de las tropas de la patria en la Banda 
Oriental, damos y conferimos todo nuestro poder bastante 
á la persona de don Pablo Zufriategui, teniente coronel 
de Dragones de la Unión, para que se acerque diligente- 
mente á los agentes de las naciones extranjeras en aquel 
destino de Buenos Aires y entre en negociaciones con 
ellos, solicitando auxilios. . . en la inteligencia que no po- 
drá permanecer cerca de éstos más que ocho días des- 
pués que manifieste el objeto de su misión. Se lo damos 
asimismo para que instruya de nuestro estado é intencio- 
nes, y muy particularmente para que asegure sobre la 
legalidad de nuestros sentimientos, respecto al deseo de 
ver libre la Provincia... 

. «Y para que su comisión tenga el carácter de legal, le 
damos el presente poder que ñrmamos.'-íHiettíoso Rivera. 
--Juan Antonio Lavalleja.* 

Y si el t>recedente escrito no fuese suficiente para con- 
firmar nuestra sospecha, lo reforzaríamos con este otro, 
bien ajeno á los móviles á que el doctor Berra atribuye 
la incorporación de Rivera á Lavalleja: 

«CIRCULAR 

«Los jefes de la Provincia en la Banda Oriental, en 
Orden del día: 

«La experiencia ha manifestado desgraciadamente en 
otras épocas, que en la revolución las pasiones se desen- 
frenan, y los malvados se aprovechan en esos momen- 
tos para cometer los delitos de deserción, homicidios, es- 
tupro y latrocinio, y como tales hechos no evitados al 
príndpio, después se hacen un hábito general, que al fin 
consuma la ruina del país, hemos acordado no perdonar 
medio alguno con el fin de evitar sus desastrosas conse- 
cuencias. Y al efecto, hágase saber al £jército en Orden 
de este día, que será castigado con la última pena (esto 



- 42 - 

es, con el cadalso), todo el que cometiere cualquiera de 
los delitos referidos; y para sentenciar á tal pena al la- 
drón, bastará que el hurto llegue al valor de cuatro pesos. 
Un breve sumario en que resulte prueba ó semi prueba, es 
bastante para proceder á la sentencia, no debiendo el reo 
estar en capilla más de 24 horas; esto es, cuando las cir- 
cunstancias no exijan que la sentencia sea más breve- 
mente ejecutada. 

• «En tanto que en la Provincia no se crea el Gobierno 
que deba regirla, téngase este decreto por ley inviolable. 
Su lectura será repartida diariamente en el Ejército por 
los sargentos de compañía, y los comandantes de ellos 
serán responsables, si así no lo hiciesen verificar. 

«Mándense copias de ella á todos los puntos donde hay 
tropa empleada, y practíquese Ja misma diligencia pasán- 
dosC' circulares á los Cabildos para que la hagan saber 
á los vecinos, que á ellos también les comprende; y los 
Jueces Ordinarios procederán á formarles causa y ejecu- 
tar la sentencia del modo que queda prevenido; y para 
el efecto pidan tropas al punto más inmediato donde las 
haya.— Cuartel General del Durazno, Mayo 15 de 1825. 
— Exuctuoso Rivera.— Juan Antonio Lavalleja.— Es co- 
pia á la letra del original.— Joaquín Revillo, Capitán 
secretario. » 

De todos modos, el mismo día del convenio entre Ri- 
vera y liavalleja, éste daba á conocer al primero como 
su inmediato en el mando de las huestes patriotas. 

3. Antecedentes relativos a la actuación del 
general rivera en la campaísfa de los treinta y 
Tres.— «Los acontecimientos políticos que hacia fines de 
1824 se desarrollaron en Pernambuco, Bahía j Entre Ríos 
hicieron pensar al general Rivera en la posibilidad de 
sublevar la Provincia Oriental contra el régimen militar 
planteado en ella por los brasileros como sistema de go- 
bierno, á cuyo efecto, en el seno de la amistad, sonde6 
la opinión de. algunos jefes de su mayor confianza, como 



-43 - 

Mas, Calderón, Duarte y Pedro Pablo Sierra, quienes juz- 
garon prematuro el pensamiento. Sin embargo, Rivera no 
renunció á sus planes de libertad, como lo evidencia la 
conversación que poco después mantuvo co^ el último de 
los militares nombrados, quien, sorprendido de la insisten-* 
cia de su interlocutor, le replicó:— General, ¿quiere Vd. 
comprometerme?— á lo que repuso Rivera: — No, amigo 
don Pedro, le hablo con ingenuidad. Sé que Vd, es pa- 
triota y hombre de confianza. £s menester que pensemos 
en la libertad de la patria del dominio extranjero. Ha* 
blemos con franqueza. Si desconfía de mí, lo autorizo para 
que me denuncie. Á dos cuadras de aquí están el cuartel 
de los brasileros y el general Bayés. Puede Vd. hacerlo. 
Y cambian(^o ideas al respecto, el general le reveló su 
pensamiento. Le dijo que se hacían algunos trabajos muy 
reservados en ese sentido, y lo excitó á ir preparando el 
ánimo de los paisanos para cuando fuese oportuno obrar, 
dejando á un lado toda vacilación y egoísmo.» Tal es el 
episodio que el señor Sierra refirió varias veces á don 
Isidoro De -María, y que este historiador con^gna en su 
Com'pe'nMo, 

Dícese también, aunque ninguno de los escritores que 
lo afirman aduce pruebas para justificarlo, que Rivera 
tuvo intención de apoderarse de Lecor y de su Estado 
Mayor en Canelones, pero que no pudo logirar su objeto 
por falta de oportunidad. 

Cuando á causa del fallecimiento del marqués de Sousa, 
Rivera fué nombrado comandante general de campaña, 
cargo que le permitía tener á sus órdenes más de 5.000 
soldados, sus amigos lo obsequiaron con un banquete que 
se celebró en el Durazno. En ese acto Rivera cometió la 
imprudencia de hacer alguna alusión, aunque velada, á la 
libertad de la Provincia, por lo cual Lecor le pidió expli- 
caciones. Comprendió el antiguo caudillo artiguista su des- 
liz, pero logró desvanecer la natural desconfianza de su 
superior, según cuenta don Carlos A naya en sus Apuntes 



-44- 

«Leonardo Olivera— dice el señor Pereda— ayudan te y 
hombre de toda confianza de Rivera, fué invitado para 
secundar los planes de sus compatriotas residentes en 
Buenos Aires, y conociendo las ideas patrióticas de su 
jefe y amigo, lejos de ocultarle lo que ocurría, lo puso en 
9u conocimiento. Llegaron algunos rumores hasta el ba- 
rón de la Laguna, y éste, que estaba precavido contra 
Rivera, empezó á desconfiar nuevamente de su fidelidad 
á la causa del Imperio. Entonces Rivera, para disipar 
toda duda y evitar su deposición, que podía ser funesta 
para los fines que se perseguían, dio un manifiesto, con 
fecha 12 de Febrero, expresando su adhesión al, gobierno 
de la Cisplatina. Este documento ha sido explotado por 
algiH^os de sus adversarios políticos que quieren amen« 
guar sus valimiento^ de patricio, pero la historia se ha 
encargado de explicar satisfactoriamente su conducta.» 

Otro dato inás se puede agregar á los anteriores, como 
comprobación de que Rivera conocía los planes de sus 
compatriotas emigrados en Buenos Aires, cual es la ad- 
vertencia que le hizo á don Gregorio Lecocq para que 
activase la terminación de ciertos trabajos de campo que 
éste había emprendido, en razón de que en Mayo ó an- 
tes, semejante género de tareas se haría difícil. «Con este 
motivo— dice el señor De «María— le hizo en reserva al- 
gunas confianzas de los trabajos que se hacían con sigilo 
por su parte, preparando las cosas para un próximo pro- 
nunciamiento revolucionario que debía estallar en pocos 
días. En consecuencia, don Gregorio Lecocq se apresuró 
á dar vado á su propósito, hizo la tropa, é inmediata- 
mente se puso en camino para la banda opuesta. Allí, 
hablando confidencialmente con su íntimo amigo don Juan 
Antonio Lavalleja, lo impuso de todo, de los preparati- 
vos de Rivera para la revolución, aconsejándole que se 
apresurase á emprender la pasada proyectada ganando 
tiempo, que el espíritu público era favorable y el éxito 
coronaría el esfuerzo unido de los orientales. Lavalleja y 



-45- 

fius amigos, con e^te aviso, y utilizando el consejo de Le- 
cocq, se apresuraron á realizar cuanto aíites la empresa 
activando los aprestos, de manera que para principios de 
Abrir estuvieron prontos para abordarla. Con la precipi- 
tación con que lo hicieron quedaron en tierra unos diez 
de los expedicionarios que demoraron en su embarque, 
por cuyo motivo, en vez de formar éstos el número de 42, 
sólo ascendieron á 33. 

«Más aún —dice el señor Sosa en su obra Lavaüeja y 
Oribe— Qi se puede dar crédito á la relación de los con-, 
temporáneos, el jefe del regimientp de Dragones de la- 
Unión concibió altos ideales de independencia y engran- 
decimiento de su país. Un testigo de los sucesos de 1824, 
después de decir que Rivera iba á menudo á su casa, 
por ser íntimo amigo de un cuñado suyo, agrega que allí 
se reunían importantes jefes riograndenses, combinando 
los medios de independizar esta Provincia Oriental con 
la de Río Grande, y otras brasileras y argentinas, para 
constituir un Estado fuerte é independiente, algo así como 
el ideal de Artigas.» 

Por último, según el historiador Saldías, cuyo testimo- 
nio es insospechable por tratarse de un enemigo de Ri- 
vera y por fundar su opinión en carta que le dirigió el 
mismo Rosas después de su caída y su destierro, el jefe 
del regimiento de Dragones prometió incorporarse á los 
revolucionarios con las fuerzas que mandaba. 

De lo expuesto se deduce que no fué patrimonio exclu- 
sivo de Lavalleja la idea de sustraer á su país natal de 
la dominación brasilera, ya que este pensamiento estaba 
arraigado en el ánimo de todos los buenos orientales, de 
cuyo número nadie se ha atrevido hasta hoy á excluir al 
general Rivera, aunque la gloria de la Cruzada perte- 
nezca toda entera al jefe de los Treinta y Tees. 

4. La traición de Rivera.— Algunos tildan de trai- 
dor á Rivera porque habiendo jurado £delidad al Empe^ 
rador del Brasil, lo abandonó para hacer causa común con 



- 46 -- 

Lavalleja. Con semejante criterio, también Lavalleja ha- 
bría sido traidor á Portugal, cuando prescindiendo de sus 
juramentos como segundo jefe del Regimiento de Drago- 
nes de la Uniórit. conspiró contra los dominadores lusita- 
nos, concluyendo por sublevarse incitando á la revolución 
4 sus compatriotas; traidor sería Artigas desertando de 
las filas del ejército español para ir á ofrecer sus servi- 
cios á los hombres de la revolución de Mayo; traidor el 
bondadoso Bondeau, militar de escuela al servicio de Es- 
paña, que abandonó á Michelena con idénticos propósitos 
que Artigas, y traidores serían todos los jefes militares 
americanos que divorciándose de Fernando VII, procla- 
paaron la independencia del Nuevo Continente. ¡Hasta 
qué punto ciega la pasión política y cómo se ofuscan los 
escritores que por ella se dejan arrastrar! El juramento 
prestado por Rivera al ponerse al servicio del Brasil, fué 
un juramento condicional: Rivera' prestaría su concurso 
al Imperio siempre que el Imperio cumpliese ciertos com- 
promisos contraídos á la faz del universo con el pueblo 
orienta); burlado éste por la mala fe de los políticos bra- 
sileros. Rivera se consideró desligado de sus obligaciones 
con el Emperador, y aprovechando los trabajos separa- 
tistas de Lavalleja, se asoció á él para consagrarse con 
todas las potencias del alma á la noble y patriótica causa 
de los Treinta y Tres. Ésta es la verdad. 

5. Rendición de fuerzas.— Se comprende sin esfuerzo 
que la derrota de Laguna llegó muy pronto á conocimiento 
de las autoridades brasileras de Montevideo, las cuales se 
dispusieron á ahogar en germen aquel grito de gloria que 
hacía renacer en el pueblo oriental esperanzas perdidas, 
señalándole el camino de la libertad. Al efecto el gene- 
ral Lecor puso en movimiento á sus tropas, desplegó fuer- 
tes partidas de soldados por todos los ámbitos del país, 
reforzó las guarniciones de los principales pueblos, adop- 
tando medidas precaucionales tan numerosas, rápidas y 
terminantes, que hacían temer que la homérica cruzada de 



- 47 — 

los Treinta y Tres tendría én breve un final taii sangriento 
y desastroso para estos valientes, como funesto y deplora- 
ble para el porvenir de la agobiada Banda Oriental. 

Entretanto la columna del coronel brasilero Borbas, 
compuesta de unos 300 bombres, gracias al tino y astu- 
cia de Rivera, caia prisionera en el paso del Rey, á donde 
habían llegado Lavalleja y los suyos; de modo que los 
héroes del 19 de Abril contaban ya con más de 500 pri- 
sioneros. Con ellos siguieron hasta la ciudad de San José, 
acampando á orillas del río del mismo nombre, y allí se 
les incorporó el comandante Calderón con una fuerza de 
180 soldados. 

Como la columna de prisioneros era muy pesada— dice 
Spíkermann— determinó Lavalleja enviarlos al Durazno, 
haciendo el depósito en aquel punto. Fué, pues, necesa- 
rio desmembrar la fuerza libertadora, entregando una parle 
á Rivera para que custodíase dichos prisioneros hasta el 
Durazno y al mismo tiempo vigilase á los enemigos que 
ocupaban á Mercedes. 

Dominada por los Treinta y Tres la villa de San José, 
y exenta de los cuidados que requerían los prisioneros, 
la columna prosiguió su marcha hacia Canelones, que los 
imperiales habían abandonado el día anterior para guare- 
cerse en Montevideo, huyendo de unas gentes que tales 
hazañas ejecutaban en tiempo tan perentorio y con tan 
escasos medios de acción, comparados con los inagotables 
recursos de que disponían los generales del Imperio en 
el Estado Cisplatíno. 

Desde Canelones Lavalleja distribuyó sus fuerzas, en- 
viando á Leonardo Olivera para que reuniese gente en 
Maldonado. á Juan José Florencio con igual propósito 
para San José, y dejando á Simón del Pino en Canelo- 
nes, y solamente acompa&ado de 80 hombres, el jefe de 
la Cruzada se encaminó hacia la capital. 

6. Llegada al Cerrito.— A las proezas que dejamos 
relatadas, y de que en igualdad de circunstancias se regís- 



— 48 — 

tran pocos ejemplos en la historia de la humanidad y nin- 
gano más en la de la República, siguió otro acto de un valor 
temerario, como lo es la aproximación de los libertadores á 
la ciudad de Montevideo, ascendiendo con general asom- 
bro el inmediato cerríto de la Victoria, sobre cuya histórica 
cumbre se pudo contemplar, desde el día 7 de Mayo, la 
figura de Lavalleja desplegando la tricolor bandera de la 
patria, que, descolorida por el humo de cien combates y 
hecha girones por el tiempo, conserva la República como 
emblema venerando de sublime redención. 



BIBLIOORAF-ÍA 

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Francisco A. Berra: Bosquejo histórico de la República Oriental del Uru- 
^ guay, Montevideo, 1896. 

Carlos M. Maeso: Glorias Uruguayas. Colección de los más importan- 
tes acontecimientos que contiene la historia de la República Oriental del 
Uruguay. Montevideo. 

Q Santiago Bollo : Manual de Historia de la República Oriental del Uruguay t 
^ Montevideo, 1897. 

Vicente Navia: Historia de América, Montevideo, 1838. 

H. D. Ensayo de historia patria, Montevideo, 1901. 

Pablo Blanco Acevedo: Historia de la República Oriental del Uruguay, 
Montevideo, 1900. 

Qf Eduardo Acevedo Díaz: Orito de Gloria, Montevideo, 1894. 

Víctor Arreguine : Historia del Uruguay, Montevideo, 1892. 



EL PRIMER GOBIERNO LOCAL 



• CAPITULO m 

EL PRIMER GOBIERNO LOCAL 

(1825) 

SUMARIO: 1. Sublevación general de la campaña. — 2. Asedio de Mon- 
tevideo. — 3. Contrarrevolución. — -í. Beclamacionea del Brasil.— 5. El 
corso. — 6. Bepresentación ante Bolívar. — 7. Instalación del primer go- 
bierno revolucionario. 

1. Sublevación general de la campaí^a. — Tan 
pronto como se extendió por la Provincia la nueva de la 
cruzada de los Treinta y Tres, la conflagración fué inme* 
diatamente general: «el labriego dejó el arado por el fu- 
sil—dice un historiador anónimo— el ganadero empufió 
la lanza y arrojó lejos de si el lazo; el menestral aban* 
donó el taller; los descontentos huían de las poblaciones 
cuando sus intereses se lo permitían; los alucinados co- 
rrían á probar fortuna; los hombres de peso columbraban 
un trastorno general, pues rara vez se llama á las puer- 
tas de un pueblo de nobles instintos y sangre guerrera con 
la voz de independencia y libertad, sin que responda uná- 
nime á ese grito fascinador.» 

Mientras que la revolución cundía extraordinariamente 
en la campaña oriental, contribuyendo sobremanera á ello 
la astucia incomparable de Rivera y la influencia decisiva 
de Lavalleja, y el ejército del Emperador se veía aislado 
en las ciudades y perseguido en los campos, el arredrado 
Barón de la Laguna solicitaba de su amo nuevas fuerzas 
y mayores recursos sobre los muchos con que ya pontaba 



w 



- 52 - 

para combatir á los libertadores, al mismo tiempo que 
ofrecía 2000 pesos por la cabeza de Rivera y 1500 por la 
de Lavalleja, á quienes ni tan siquiera preocupó este me- 
dio poco decoroso de su enemigo común de anularlos en 
su patriótica empresa. 

Fué tan grande el terror que se 'apoderó de Lecor con 
motivo de la presencia de Lavalleja en él derrito, que 
ordenó la persecución y encarcelamiento de numerosos 
patriotas, como don José Álvarez, don Francisco Solano 
Antuña, don José Antequera, don Juan Benito Blanco, 
don Tomás Burgueño, don Ramón Gastíz, don Apolína- 
rio Gayoso, don Juan Giró, don Jorge Liñán, don Ra- 
món Massini, don Lorenzo J. Pérez, don Antonio Suso 
y otros ciudadanos que simpatizaban con la revolución, 
algunos de los cuales lograron evadirse, como el coman- 
dante Burgueño, que descolgándose de las murallas al 
foso exterior, fué á engrosar las filas de los libertadores. 
Sin más dilación salió á la campaña á reunir fuerzas, y á 
los cuatro días de haberse ausentado se incorporó de 
nuevo con 300 hombres jóvenes y resueltos. 

Apenas llegados los libertadores al Gerrito, salió de 
Montevideo una fuerza brasilera compuesta de 300 solda- 
dos, con objeto de explorar el campo enemigo, al cual se 
aproximó lo suficiente para ser sentida x)or los patrio- 
tas, quienes, llevando á su frente á don Manuel Oribe, don 
Atanasio Sierra y don Manuel Lavalleja, y como reserva 
al jefe de la Cruzada, la batieron en el paraje conocido 
por Piedras Blancas, causándole algunas bajas y persi- 
guiéndola hasta las Tres Cruces. 

2. Asedio de MoNTEvmEO.-^El coronel Lavalleja se 
detuvo algunos días en el Cerrito esperando el resultado 
de la sublevación del 'batallón de pemambucanos, pero 
como ésta no se produjo por los motivos expuestos en 
las págs. 15 y 16, resolvió ausentarse, conjuntamente con 
Rivera, nombrando jefe del sitio á Calderón y como se- 
gundo á don Manuel Oribe; pero antes de retirarse favo- 



-53- 

recieron el desembarco, efectuado en el portezuelo del 
Buceo, de unos 32 patriotas, conducidos desde Buenos Ai- 
res por el pailebot llamado Libertad del Sud, cuya embar- 
cación fué también portadora de pertrechos de guerra y fon- 
dos enviados desde la ciudad vecina por don Pascual Costa. 
Entre estos patriotas figuraban don Ramón Acha, don 
Esteban Dongado, don Atanasio Lapido, don Felipe Ma- 
turana, don Benito Ojeda, don José María Platero, don 
Gregorio Pérez, don Carlos de San Vicente, don Bonifa- 
cio Vidal, don Francisco Villagrán, los hermanos Velazco 
y otros varios de menos significación social y política. 
Después de este feliz acontecimiento, Lavalleja y Rivera 
se retiraron al Durazno, con objeto de convenir la línea 
de conducta que tenían que seguir á fin de que la cam- 
paña emprendida obtuviese el mismo éxito que hasta 
entonces. A ios pocos días el primero se establecía en la 
costa del Santa Lucía Chico, nombrando á Zufriategui 
Jefe del Estado Mayor, y el segundo fijaba su campa- 
mento en las márgenes del Yí y recibía diariamente nue- 
vos contingentes. 

Por su parte, el Barón de la Laguna enviaba á la corte 
del Brasil á don Tomás García de Zúñiga, que llevaba 
como secretario á don José Antonio Maciel, encaneciendo 
al Emperador la necesidad urgente de que enviase refuer- 
zos, como así lo hizo don Pedro I mandando alistar algu- 
nos batallones que llegaron á Montevideo el mes siguiente 
ó sea en Junio¿ Sin embargo, la venida de estas tro- 
pas veteranas no bastó para sustraer á Lecor del aba- 
timiento en que lo había sumido la actitud del pueblo 
oriental, pues observaba que cada día se reconcentraban 
en la ciudad, procedentes de todos los ámbitos del país, 
jefes fugitivos y soldados que huían sin pelear, á la ve^ 
que el paisanaje abandonaba sus humildes viviendas para 
correr presuroso á ponerse bajo las órdenes de Rivera 6 
de Lavalleja. «El prestigio de estos dos hombres— dice 
el señor Arreguine— y la bandera que enarbolaban en^ 



- 54 - 

prenda se^^ura de cruzadas gloriosas por el honor y la 
libertad. Rivera ponía la astucia, Lavalleja el valor. Ri-. 
vera conocía los campos por el olor de los pastos y tenía 
la ciencia de la guerra de montoneras y de la más in- 
creíble estrategia; Lavalleja, menos avezado quizá á es- 
tas cosas, se hacía notar por una intrepidez audaz y llena 
de fuego. Allí donde él estaba se vencía (1).» 

3. Contrarrevolución.— «ün incidente ocurrido du- 
rante el sitio de Montevideo— dice el señor Revuelta— 
determinó por segunda vez la mala fe del mayor Calde- 
rón, jefe superior de las fuerzas que lo mantenían. En los 
continuos combates que tenían que sostener con las fuer- 
zas de la plaza que protegían el forraje, comprometió un 
día don Manuel Oribe las fuerzas avanzadas, siendo en 
este trance abandonado por Calderón, que se mantuvo frío 
espectador del suceso. £ste hecho hizo sospechar á Oribe 
la existencia de una traición, y una mujer aprehendida en 
momentos de franquear la línea del sitio, reveló, entre- 
gando las comunicaciones que llevaba, el objeto de sus 
casi diarios viajes á la ciudad. £1 mayor Calderón estaba 
de acuerdo con el enemigo. Don Manuel Oribe, responsa- 
bilizándose del hecho, ante la realidad de las cosas, apre- 
hendió al traidor y lo remitió con el cuerpo del delito al 
cuartel general. Algunos de los cómplices de este mal- 
vado consiguieron guarecerse en la ciudad.» Calderón, cuyo 
verdadero nombre era Bonifacio Isas, había nacido en Cór- 
doba, de la Argentina. Fué inmediatamente procesado, re- 
sultando del sumario instruido que trataba de realizar una 
contrarrevolución que tendría su punto de arranque en 
el asesinato de los jefes principales del movimiento eman- 
cipador. Sentenciado por el consejo de guerra, mediaron 
influencias para que fuese puesto en libertad, á lo cual ac- 



(1) La hiftoria demueitra que esta última añrmadón del aefior Arre- 
guine no siempre resultó cierta, como se rerú, en el curso de la preaenta 
obra. 



— 55 - 

eedió Lavalleja, quien solicitó para su indulto la venia co- 
rrespondiente del Grobiemo Provisional, que se la conce- 
dió por resolución de fecha 2S de Junio de 1825. A^ade- 
cido al general en jefe, Calderón le dirigió la siguiente co- 
municación : 

Excmo. señor Brigadier General en Jefe del ejército de la . 
Provincia, don Juan Antonio Lavalleja. 

Excmo. señor: 

Don Bonifacio Isas, lleno de respeto, se presenta ante 
V. £. á tributar sus agradecimientos por la generosidad 
con que ha sido mirado en la desgracia á que ha sido re- 
ducido por la calumnia más atroz, sostenida de tal modo . 
que, siendo inocente, aparecía con delito en presencia de 
aquellos hombres á quienes más aprecia. Su reconocimiento, 
Excmo. señor, será eterno, y tan luego como en el pública 
quede destruida .la mala nota en que inocente y desgra- 
ciadamente se ha visto envuelto, demostrará con sus he- 
chos su gratitud al bien que acaba de recibir, y que en 
su opinión por la justa causa de la patria, es ahora y será 
siempre la misma que ha mostrado en las anteriores épo- 
cas de la revolución. 

Bonifacio Isas. 

Tan grato quedó al beneficio recibido y tan bien cum- 
plió con las promesas hechas, que poco después se incor- 
poraba á las filas de los brasileros, en las que militó hasta 
alcanzar el grado de brigadier del Imperio. 

4. Reclamaciones DEL Brasil.— Ya hemos visto (pág. 
34) que tan pronto como los Treinta y Tres pisaron el 
suelo de la patria, el cónsul del Brasil en Buenos Aires, 
Sinfronio María Pereira Sodré, se dirigió al gobierno del 
vecino país preguntándole si los sublevados contaban con 
su protección, siendo negativa la respuesta de los argen- 
tinos; pero como todo hacía suponer lo contrario, el repre- 



-56- 

mentante consular del Imperio insistió en su reclamación 
con más energía que antes, obteniendo como única con- 
testación el ofrecimiento hecho por el Ministro de Rela- 
ciones Exteriores, de que si el señor cónsul, temiendo por 
su vida, quería retirarse, él le facilitaría los documentos 
necesarios para eximirlo, por el hecho de su retirada, de 
toda responsabilidad ante el Emperador; ofrecimiento que 
fué rehusado. 

El gobierno argentino, sin embargo, ya para cubrir las 
apariencias, ya de buena fe en sus relaciones con el Bra- 
sil, se dirigió al Congreso solicitando la venia correspon- 
diente para organizar un ejército de observación que se 
situaría á lo largo de la margen derecha del río Uruguay, 
« en precaución de los eventos que pudiera producir la gue- 
rra que se había encendido en la Banda Oriental del Río 
de la Plata,» á lo que accedió aquel cuerpo. Los hechos, 
sin embargo, presentaban al gobierno de Buenos Aires 
como cómplice del levantamiento de Lavalleja, pues si de 
un lado reforzaba la línea del Uruguay y protestaba que 
nmguna participación tenía en la expresada revuelta, del 
otro toleraba que en aquella ciudad se conspirase osten- 
siblemente contra el Brasil, se levantasen suscripciones 
para auxiliar á Lavalleja y sus demás compañeros, se pre- 
parasen expediciones y se ejerciera el corso, sin siquiera 
cubrir las apariencias. 

«El que suscribe— decía en uno de sus últimos ofícioa 
el señor Sodré— no puede creer de ningún modo que ese 
gobierno ignore, á vista del mismo impreso dirigido por 
el jefe de la rebelión Juan Antonio Lavalleja, la exis- 
tencia en esta capital de una Comisión intitulada Orien- 
tal, encargada de expedir todo cuanto es menester, no 
sólo para el aumento de los revolucionarios, sí que tam- 
bién para tentar la captura de alguna de las embarcacio- 
nes de guerra de S. M. I. que se hallan guardando las 
costas de aquella provincia, siendo muy pública una sus- 
cripción que aquí hicieran para los gastos precisos de la 



-57 - 

mentada revolucíÓB y sus miembros asaz conocidos, y no 
consta que se hayan tomado, medidas algunas sobre tal 
gente, ni tampoco castigado un comisionado de los fac- 
ciosos que llegó á ésta con oficios dirigidos á este go- 
bierno. 

«Tan repetidos hechos obligan al infrascrito á pedir 
de nuevo explicaciones de las. intenciones de este gobierno 
en este negocio, para comunicarlo todo al conocimiento 
del gobierno de S. M. I., y así mismo las exigidas pro- 
videncias, que impidan las continuas salidas de barcos 
para los fines que quedan referidos, en el caso que este 
gobierno esté resuelto, cómo es de esperar, á no auxiliar 
tan irregular proceder. 

«El infrascrito tiene el disgusto de verse en la dura 
necesidad de tener que protestar á este gobierno por la. 
falta de medidas que acaba de mencionar, y que pued& 
dar motivo á un justo rompimiento de los lazos de amis- 
tad que ligan felizmente á entrambos gobiernos.» 

Las obstinadas evasivas del gobierno de Buenos Airea 
obligaron al Brasil á comisionar al jefe de su escuadra 
en el Plata, Rodrigo José Pereira de Lobo, para que in- 
tentase una nueva gestión, la que inició sin ningún éxito^ 
pues el ministro García se negó á dar explicaciones ínte- 
rin el almirante brasilero no pudiese evidenciar que se ha- 
llaba debida y suficientemente autorizado con todas laa 
formalidades establecidas por el derecho internacional para 
entablar este género de reclamaciones, á lo que replica 
Lobo que él, por su parte, se limitaba á cumplir con las 
instrucciones que había recibido de su monarca, á quien 
daría cuenta de la observación del señor ministro. 

5. El gobso.— Mientras que en el terreno de la diplo- 
macia se ventilaba la participación del gobierno argentina 
en la valerosa aunque temeraria aventura de Lavalleja» 
la Ck>misión oriental instalada en Buenos Aires, auxiliada 
por la opinión pública, compraba pequeñas embarcacio- 
nes que hacía tripular por patriotas, dedicándolas al corso^ 
en cuyo peligroso ejercicio llegaron hasta apresar un bu- 



-sa- 
que enemigo fondeado en la rada de aquella ciudad, no 
pudiendo hacer lo mismo con otras embarcaciones, merced 
á las oportunas medidas adoptadas por las autoridades 
brasileras: así fué cómo se pudo evitar que Ja corbeta im- 
perial Libertad, surta en aguas de \á Colonia, cayese en 
poder de los atrevidos lanchónos armados por Trápani y 
Costa. La casa de Casares también dedicó al corso un 
bergantín bautizado con el nombre de General Lavalle^a, 
así como hubo otro aplicado á la misma industria, que se 
denominaba San Martín. Tales hechos, si no fomentados á 
lo menos tolerados por el gobierno de Buenos Aires, te- 
nían en continuo sobresalto á los buques de la escuadra 
imperial, y, tarde ó temprano, habían de hacer estallar la 
guerra con el Brasil, como así fué. 

6. Rbprebentagión ante Bolívar. — « Entretanto, 
nada deseaba menos el Brasil que una guerra contra la 
República Argentina: no se hallaba preparado ni tenía 
en el país elementos materiales ni morales con qué le- 
vantar el espíritu público, ya fuera para mantener sumisa 
á la Banda Oriental, ya para defenderla contra los argen- 
tinos, ya para defender su propio territorio del Río Grande. 
Los orientales, por un lado, y la oposición de los partida- 
rios de Borrego, por otro, habían hecho apertura á Bolívar, 
que, dueño ya de todo el Alto Perú, tocaba con sus tro- 
pas en nuestras fronteras de Salta. Le ofrecían que to- 
mase en sus manos la defensa de la Banda Oriental y 
la dirección de todo este continente contra el atentado de 
los que habían osado venir á levantar un imperio dinás- 
tico en el centro de la América del Sur, providencialmente 
destinada, como la del Norte, á ser el terreno natural y 
predestinado al régimen republicano. Bolívar, que colum- 
braba la ocasión de desarrollar su ambición en esa grande 
escala, para hacerse el arbitro grandioso de todo el con- 
tinente, dividir los territorios y rehacer las nacionalidades 
á su antojo, aceptó de plano las proposiciones que se le 
hicieron por medio del coronel oriental Lapido. Inútil es 



- 59 - 

decir que el gobierno de Buenos Aires desechó vigorosa- 
mente semejantes medios. Sus miembros conocían á Bo- 
lívar; y aunque era evidente que, emprendida la guerra 
con su auxilio, el Brasil estaba "perdido, la República Ar- 
gentina no habría ganado otra cosa que destruir un poder 
culto j simpático, que no era temible, para imponerse 
un déspota conocido é imperioso que aspiraba abierta- 
mente á la dictadura continental desde el Panamá al 
Cabo de Hornos (1).» 

7. Instalación del primer gobierno revoluciona- 
rio. — Mientras que Buenos Aires era teatro de los acon- 
tecimientos que ligeramente acabamos de consignar, la 
ehispa revolucionaria se había extendido por casi toda la 
Provincia Oriental, pues con excepción de Montevideo, la 
Colonia y Mercedes, que estaban ocupadas por tropas im- 
periales, aunque amenazadas por los patriotas, éstos do- 
minaban el resto del territorio, «de tal modo— ''dice el 
doctor Berra— que las autoridades municipales y judicia- 
les que se habían pronunciado á su favor, funcionaban 
en el lugar de sus asientos sin ser molestadas.» '^, 

Queriendo Lavalleja dar autoridad á su obra y descar- 
garse del peso de la administración pública, reservándose 
exclusivamente la dirección de la guerra, resolvió norma- 
lizar su situación estableciendo un gobierno regular, para 
lo cual, con fecha 27 de Mayo, se dirigió á los Cabildos 
encareciéndoles la necesidad de que cada uno eligiese un \ 
-ciudadano para formar el gobierno provisional de la Pro- 
vincia; deseos que dejaron satisfechos aquellas corporacio- 
nes designando para constituirlo á los señores don Manuel 
Calleros, don Francisco Joaquín Muñoz, don Loreto 6o« 
mensoro, don Manuel Duran, don Juan José Vázquez y 
-don J. Pablo Laguna, que renunció, reemplazándolo don 
Oabríel Antonio Pereira. Este Gobierno se instaló en la 



(1) Vicente F. López: Historia de la Republiea Argentina; tomo ix, 
«tp. VI, págs. 271 7 272, 



I 



n 



- 60 - 

villa de la Florida y sus primeros actos se hallan con» 
signados en el interesante documento que reproducimos- 
á continuación: 

«INSTALACIÓN DEL GOBIERNO PROVISORIO 

cACTA 

«Eü la villa de la Florida, departamento de San José 
de la Provincia Oriental, á catorce de Junio de mil ocho- 
cientos veinticinco, reunidos á consecuencia de la convo- 
catoria expedida en veintisiete del próximo pasado Mayo- 
por el jefe interino don Juan A. Lavalleja, en la sala 
destinada al efecto, los señores nombrados para miem- 
bros del Gobierno Provisorio de la Provincia, á saber:: 
don Francisco Joaquín Muñoz, por el Departamento de 
Maldonado; don Loreto Gomensoro, por el de Canelo* 
nes; don Manuel Duran, por el de San José; don 
Manuel Calleros, por el de la Colonia del Sacramento, y 
don Juan José Vázquez, por el de Santo Domingo So- 
riano, ausente el señor don J. Pablo Laguna, por el Du- 
razno ^1), acordaron dichos señores: que era llegado el 
caso de que se cumpliesen los justos votos del digno jefe 
que los había convocado, y de sus comitentes, en cuya 
virtud se procedió á la elección de presidente, que por la 
pluralidad recayó en el más anciano, siéndolo don Ma- 
nuel Calleros, y acto continuo nombraron en cohiisión 
para calificar los poderes á los señores don Francisco Joa- 
quín Muñoz y don Juan José Vázquez, siendo los de és- 
tos examinados sucesivamente por los demás, y aproba- 
dos que fueron óomo legítimos y legales, por estar reves- 
tidos de iguales caracteres, puesto en pie el señor presidente^ 
dijo: 

«Señores: El Gobierno Provisorio de la Provincia Orien- 
tal del Río de la Plata está instalado legítimamente. 

(1) Por renuncia de éste fué e!e|^ido don Gabriel A. Pereyra. 



- 61 - 

«En este estado compareció en la sala el jefe interino 
-don Juan Antonio Lavalleja, expresando en el idioma 
más rico y enérgico, la profunda satisfacción que poseía 
al tener la honra de saludar y ofrecer el homenaje de su 
reconocimiento, respeto y obediencia al gobierno proviso- 
rio de la Provincia. «Que el feliz instante de su inaugu- 
ración presentaba á sus ojos la mejor recompensa de sus 
desvelos, y que por ello protestaba y juraba ante los 
Padres de la Patria y ante el cielo, observador de sus 
íntimos sentimientos, prodigar para salvarla hasta el ul- 
timo aliento, en unión de los bravos que trillaban la senda 
de la gloria y los peligros. » 

« Esto dijo, y se retiró, dejando en manos del señor pre- 
sidente una memoria que indicó contener la fiel historia 
de sus pasos desde que tuvo la fortuna de besar las ri- 
fiueflas riberas del nativo suelo. 

«El tenor de ella es el siguiente: 

«Señores: Reunidos con algunos dignos patriotas, con- 
cebimos la feliz idea de pasar á esta Provincia desde la 
de Buenos Aires, donde nos habían conducido los últimos 
sucesos que tuvieron lugar en ella, con el objeto de poner 
en movimiento á nuestros paisanos, despertar su patrio- 
tismo, y atacar á los extranjeros que se consideran seño- 
res de nuestra patria. 

«En número de treinta y tres, entre oficiales y solda- 
dos, pisamos estás playas afortunadas, y puede decirse que 
una cadena de triunfos ha sido nuestra marcha. 

« El ardimiento heroico que en otro tiempo distinguió á 
los orientales, revivió simultáneamente en todos los pun- 
tos de la Provincia, y el grito de libertad se oyó por to- 
das partes. 

«La fortuna ha favorecido nuestro intento, y en pocos 
días nos ha dado resultados brillantes. 

«Tales son el haber arrollado á los enemigos en todas 
direcciones. 

«El haber formado un ejército respetable. 



~ 62 - 

«Esté se halla dividido en diferentes secciones, según he 
considerado necesario, é instruirá á V. S. el siguiente de^ 
talle: 

« Un cuerpo de mil hombres en la barra de Santa Lu« 
cía Chico, á mis inmediatas órdenes,— otro de igual fuerza» 
á las del brigadier Rivera, en el Durazno, en observa- 
ción y en pequeños destacamentos sobre la columna ene- 
miga que permanece entre Río Negro y Uruguay. Una 
división de trescientos hombres, al mando del señor ma- 
yor ( 1 ), sobre Montevideo, — otra de igual fuerza, al mando 
del comandante Quirós, sobre la Colonia y costas inme- 
diatas, — algunos destacamentos que m«ntan por la costa 
' del Uruguay y Río Negro hasta Mercedes, observándolos 
movimientos de la flotilla enemiga, y asegurando en cuanto 
puede ser, nuestras relaciones con Buenos Aires. 

«A más de estas fuerzas, se hallan sobre las fronteras: 
una división, al mando de don Ignacio Oribe, en obser- 
vación sobre Cerro Largo, y otra, al mandó del coronel 
don Pablo Pérez, sobre Cebollatt 

«Todos estos cuerpos, que se hallan bien armados, en* 
gruesan diariamente y reciben una regular organización y 
disciplina. 

«Instado por la urgencia de las circunstancias, he nom* 
brado provisoriamente una Comisión de Hacienda que en- 
tienda en todos los ramos respectivos. 

«He expedido también circulares para que todos los 
bienes, haciendas é intereses pertenecientes á los emigra- 
dos de la plaza de Montevideo y puntos donde se halla el 
enemigo, se conserven en depósito de sus encargados hasta 
que se presenten á recibirlos sus legítimos dueños, ó hasta 
que instalado el Grobierno de la Provincia delibere so- 
bre esto lo que. creyere más justo y conveniente. 

«Se ha establecido una receptoría general en Canelo- 
nes, para exigir derechos sobre los artículos que se intro- 

(1) Era don Manad Oribe. 



- 63 - 

ducen en la plaza y se exportan de ella para el interior» 

«He dado proviáoriamente algunas patentes de corso», 
para que tengan su efecto en las aguas del Río de la 
Plata y Uruguay, y, por fin, contamos hoy con recurso» 
de alguna consideración en armamentos, municiones y 
elementos para la guerra, adquiridos por mis créditos y 
relaciones particulares en Buenos Aires. 

«Una Comisión fué nombrada allí para recolectar, apron- 
tar y hacer conducir todo cuanto se negociase y fuese útil 
á nuestros intereses, y no puedo menos de recomendar 
á la consideración del gobierno los distinguidos servicios 
que ha prestado. 

«En unión del señor brigadier Rivera, me he dirigido* 
al Gobierno Ejecutivo Nacional instruyéndole de nuestra» 
circunstancias y necesidades; y aunque no hemos obte- 
nido una contestación directa, se nos ha informado, por 
conducto de la misma Comisión, de las disposiciones favo- 
rables del Gobierno, y que éstas tomarán un carácter deci- 
sivo tan luego como se presenten comisionados del GkK 
bierno de la Provincia. 

«Éste, señores, es el actual estado de nuestros negocios,, 
el que tengo hoy la honra de manifestar al Gobierno Pro- 
visorio, que con tanta satisfacción veo instalado, á quien 
felicito, tributándole desde este momento mi más alta con- 
sideración, respeto y obediencia. 

«Villa de la Florida, Junio catorce de mil ochocientoa 
veinticinco.— -Jwaw Antonio Lavaü^a,* 

«El contenido de este documento excitó las efusiones más 
puras de admiración y aprecio hacia el genio grande y 
emprendedor que concibió y puso en planta la heroica 
idea de libertar su patria á despecho del poder de los 
usurpadores, y terminó la sesión con el nombramiento de 
secretario, que recayó en don Francisco Araúcho; y ha- 
biendo prestado el correspondiente juramento, ordenó el 
Efcmo. Gobierno Provisorio se extendiese la presente Acta 



r 



- 64 — 

firmándola los señores que la componen, conmigo el in- 
frascrito Secretario, que certifico.— 3fant«e¿ Calleros, —Ma- 
nud Duran, — Loreio Oomtnsoro,— Francisco Joaquín Mu- 
ñoz,—Juan José Vázquez,— Frandseo Araúcho^ Secre- 
tario.» 

Uno de los primeros actos del Gobierno fué nombrar 
á don Juan Antonio Lavalleja Brigadier General y Co- 
mandante en jefe del ejército de la Provincia, con todos 
los honores, preeminencias y prerrogativas que por este tí- 
j tulo pudieran cofresponderle, facultándolo para que en el 
j <;ur80 de la guerra le fuera lícito expedirse con toda la ex- 
I tensión y plenitud de su autoridad, y confiriendo á don Fruc- 
I tuoso Rivera el cargo de Inspector General del ejército, al 
I que se había hecho acreedor por sus méritos y servicios. 
; Inmediatamente nombró una Comisión compuesta de don 
\ Manuel Calleros, don Joaquín Suárez, don Alejandro 
\ Chucarro y don Juan A. Ramírez, para que se entendiese 
; en el ramo de hacienda, y comunicó su instalación á los 
Cabildos y Jueces de los departamentos, á quienes envió 
también las correspondientes instrucciones á fin de que 
convocasen á sus respectivos vecindarios para que eligieran 
los diputados que deberían constituir la Sala de Repre- 
^sentantes de la Provincia Oriental. 



BIBL.IOGRARÍA 

Varios: Frvctuosíx Rivera: Número único ilustrado consagrado á reme- 
morar BUS glorias, 7 publicado en el aáiversario de su fallecimiento. — |tIon- 
teyideo, 1894. 

Anónimo: La Cruzada de hs Treinta y Tres, Publicación ilustrada 
destinada á conmemorar el 68." anirersario de los Treinta y Tres patrio- 
tas orientales.— Montevideo, 19 de Abril de 1893. 

Luis Sacarello: RtUuHin del vi^je del lanchón que transportó al gene- 
ral Layalleja j otros varios comi>añeroB desde San Isidro á la playa de la 
Agraciada, hecha por el tripulante del mismo don Lui« Sacarello. Hoja 
suelta impresa en 1893 .en la Concepción del Uruguay, y publicada con 
objeto de aplicar el producto de su venta al socorro de su anciano autor. 



iNDEPEND»^1S^CIA Y ANEXIÓN 



CAPÍTULO IV 

INDEPENDENCIA Y ANEXIÓN 

(1826) 

8T7MABIO : 1. Sitio de la Colonia. — 3. Aeeión del Arroyo Grande. -« 
3. Ck>ntinaación del sitio de Montevideo. — 4. Preliminares de la ane- 
xión. — 5. Instalación de la Asamblea j su obra memorable. — 6. Teo- 
rías contradietorias. — 7. Disposiciones de la Asamblea. — 8. Monu- 
mento á la Independencia. 

1 Sitio de la Colonia. — Mientras el primer gobierna 
provisional instalado en la Florida estudiaba loe mejores 
medios de reorganizar la Provincia, se<2undando, á la vez, 
los planes de Lavalleja, encaminados á fomentar la revo- 
lución y á entorpecer la acción del enemigo, aquellos pueblos 
que se veían libres de la ocupación brasilera disponíanse á 
elegir los diputados que habían de representarlos en la 
Asamblea local convocada por el Gobierno. No todas las po- 
blaciones, sin embargo, se encontraban en condiciones de 
poder hacerlo, pues existían algunas, por fortuna las menos» 
que todavía gemían bajo el yugo del odiado opresor, como 
la ciudad de la Colonia, por ejemplo, que, como la de 
Montevideo, sitiaba una fuerza libertadora mandada por 
el teniente coronel don Juan Tejeira Quirós, llevando 
como segundo á don Atanasio Lapido. Esta plaza debió 
haber caído muy pronto en poder de los patriotas, si el 
expresado Tejdra, de origen brasilero, aunque militando 
en las filas de los libertadores, no hubiese hecho tru- 
oión á la causa que defendía, desertando de sus banderas 
después de desquiciar las fuerzas que mandaba, para lo cual 



- 68 — . 

se prevalió de la ausencia de Lapido. Ahora bien: como 
convenía extraordinariamente á los intereses de los liber- 
tadores posesionarse de la fuerza citada, á causa de su 
proximidad á Buenos Aires, de donde recibía por las en- 
senadas y portezuelos del distrito de la Colonia toda clase 
ie auxilios, el Gobierno Provisional dispuso que se ini- 
ciase una severa y prolija investigación con objeto de 
fijar responsabilidades en los causantes de la traición 
que se acababa de descubrir. Pero el general Lavalleja 
consideró más conveniente trasladarse personalmente al 
asedio, como lo hizo, reforzándolo con un escuadrón de 
húsares, cuyo comportamiento durante el sitio fué tan 
arrojado que, en una ocasión, llegó hasta los portones de 
la plaza. Algunos días después, urgido por atenciones de 
otro orden, Lavalleja se retiró hacia el Perdido, dejando 
que los patriotas continuasen el asedio. 

2. Acción del Arroyo Grande.— Entretanto, varias 
divisiones de tropas portuguesas bajo el mando del ge- 
neral Abren habían penetrado en el territorio oriental, y 
no encontrando resistencia ninguna en el Norte del río 
Negro, sus avanzadas se atrevieron á pasar al Sur del 
mismo, siendo sorprendidas en el arroyo Grande por el 
capitán don Justo Machuca, perteneciente á las fuerzas 
del general Rivera. Machuca, al frente de sus 30 hombres, 
cargó sobre la partida enemiga, compuesta de igual nú- 
mero de soldados, derrotándola completamente y haciendo 
prisionero al alférez Francisco Machado que la mandaba, 
así como cuatro soldados: unos s^s lograron escapar, pero 
los veinte restantes murieron, unos al resistirse y otros en 
la huida. En cuanto á los patriotas, experimentaron la 
dolorosa pérdida del capitán Machuca, que al cargar re- 
cibió una bala de pistola de un soldado enemigo, muriendo 
en el mismo sitio, y dos heridos, que lo fueron un sargento 
y un soldado; y no hubo más desgracias en este encuen- 
tro (Julio 7 de 1825), gracias al valor desplegado por el 
teniente don Felipe Caballero. Los funerales del ii^ortu- 



j 



- 69 - 

nado capitán Machuca se efectuaron en la villa del Du- 
razno, disponiendo el Gobierno de la Provincia discernir 
el honroso título de Valientes á los demás patriotas que 
tomaron parte en esta acción de guerra, de resultados tan 
honrosos para la causa de la emancipación como fatales 
para los usurpadores. 

3. Continuación del sitio i>e Montevideo.— «Des- 
pués de la separación de Isas, (a) Calderón, del comando 
del sitio de Montevideo— dice el señor don Isidoro De- 
María — de que fué primer jefe por su graduación, quedó 
éste confiado á don Manuel Oribe, segundo jefe del ase- 
dio. Su fuerza se componía de unos 3(K) hombres de ca- 
ballería, mientras que las del Imperio en la plaza y en las 
cercanías se estimaban en 1100 de infantería y 600 de ca- 
ballería después del refuerzo de tropas que les llegó del 
Janeiro á mediados de Junio. Continuamente había gue- ^ 
rrillas entre ambas partes, y aun combates más serios» 
cuando salían las tropas enemigas en gruesas columnas 
á forrajear á alguna distancia fuera de los muros. La 
deserción de soldados de la plaza, especialmente per- 
nambucanos, era frecuente. Los pasados iban á aumen- 
tar las filas de los sitiadores, á la ve/, que aquellos 
de los hijos del país que podían hacerlo no titubeaban 
en ir á incorporarse á las fuerzas de la patria sitiadoras.. 
Otros trataban de evadirse de la plaza partiendo para 
Buenos Aires, para trasladarse de allí al campo de los 
patriotas en armas en esta Banda y alistarse entusiasma- 
dos bajo sus banderas. En el número de esos abnegados 
patriotas se contaron jóvenes de la mejor posición, que 
abandonando todo fueron sucesivamente á pedir un puesto 
de honor y de peligro en las hileras del ejército oriental 
al mando de Lavalleja y Rivera. En esta pléyade de 
nobles y decididos patricios, amantes de la libertad de la 
patria, se contaron Félix Aguiar, Carlos Navia, JaimQ 
Illa, Cristóbal Salvañach, José Costa, Tomás Viana,. 
Francisco Araucho, Melchor Pacheco, Gregorio Peña, 



- 70 - 

Pedro Latorre y tantos otros que sería largo enumerar. 
Dentro de la plaza la (sausa de la libertad de la Provin- 
cia del dominio imperial contaba con ardientes partida- 
rios y cooperadores en su vecindario, que á riesgo de todo 
propendían á auxiliarla.» 

No pudiendo Oribe emprender operaciones mayores, por 
los escasos recursos de que disponía comparados con los 
de sus contrarios, trataba siempre, sin embaí^, de molestar 
al enemigo, y consecuente con este plan trató de sor- 
prender el Cuartel de Guerrillas de los brasileros, situado 
(según el respetable cronista precitado) en la antigua pa- 
nadería del Oficial Real, extramuros de la ciudad, lo que 
consiguió en un principio al amparo de la obscuridad de 
la noche, aunque tuvo que retirarse inmediatamente £ 
causa de haber sido sentidos los patriotas por los impe- 
riales: éstos sufrieron la pérdida de algunos hombres, y 
los primeros el extravío del capitán don Manuel Lava- 
Ueja, que cayó en poder del enemigo. (Julio 18.) 

4. Preliminares de la anexión.— A pesar de los 
infatigables esfuerzos hechos por los amigos de la causa 
de los orientales residentes en Buenols Aires, para que el 
€robiemo de la vecina orilla los favoreciese decididamente 
en la consecución de sus patrióticos anhelos, los políti- 
. eos argentinos se n\anifestaban cautos y reservados ante 
la inmensa responsabilidad que importaba la más mínima 
indiscreción. Cierto es que habían protegido la empresa 
de los Treinta y Tres con recursos de toda clase, pero 
de una manera indirecta y embozada. Sin embargo, esta 
protección se fué acentuando cuando los señores don 
Pedro Trápani, don Ramón Acha, don Pascual Costa 
y don José María Platero reemplazaron á Zufriategui en 
«1 desempeño de la comisión que Rivera y Lavalleja le 
confiaron con arreglo á las instrucciones establecidas en 
el documento inserto en las págs. 40 y 41. Tan exacto 
es esto, que el iniciador de la cruzada decía en nota di- 
rigida al Cabildo de Canelones con motivo de la llegada 



- 71 - 

al Baceo de una embarcación conductora de pertrechos 
4e guerra, recursos pecuniarios y otros artículos: «Todo 
anoche mismo quedó en nuestro poder, con más que 
aquel gobierno hermano, amante de la libertad y engran- 
decimiento de la Provincia, oferta cuanto sea preciso y 
necesario.» 

«Para que los orientales fueran auxiliados más eficaz- 
mente por el Gobierno de Buenos Aires— dice don Julio 
María Sosa-— era necesario, en el concepto de muchas 
personas espectables, que se constituyera una autoridad 
regular en la Provincia, y para lograr esto instaban á 
los jefes militares á que urgieran su instalación. De 
acuerdo con tales deseos, Lavalleja se dirigió el 27 de 
Mayo á los Cabildos, ordenándoles que designaran las 
personas que deberían componer el Gobierno provisorio 
provincial. £1 14 de Junio se instaló esta autoridad, 
fiíendo electo presidente don Manuel Calleros. » 

Insistiendo Lavalleja en propiciarse la buena voluntad 
del vecino país, daba cuenta, en la siguiente forma, del 
resultado de sus gestiones, en la Memoria que presentó 
al Gobierno Provisional y que hemos reproducido íntegra 
en el capítulo anterior: «En unión del señor brigadier 
Bivera me he dirigido al Gobierno Ejecutivo Nacional 
instruyéndole de nuestras circunstancias y . necesidades; 
y aunque no hemos obtenido una contestación directa, 
Be nos ha informado por conducto de la misma Comisión, 
de las disposiciones favorables del gobierno, y que éstas 
tomarán un carácter decisivo tan luego como se presenten 
comisionados del Gobierno de la Provincia. 

«Éste se apresuró entonces á complacer á los políticos 
del vecino país comisionando á loa señores don Loreto 
Oomensoro y don Francisco J. Muñoz para que trasla- 
dándose á Buenos Aires, consiguiesen formalizar el ofre- 
dmiento de protección á la causa de la libertad de la 
iVovincia, la cual se obtuvo por fin, según lo comunica- 
con los comisionados en carta de fecha 12 de Agosto, 



- 72 - 

dirigida á don Juan Antonio Lavalleja, diciéndole que 
«el Gobierno de Buenos Aires estaba pronto á facilitar 
lodo cuanto se necesitase para llevar adelante la guerra.» 
\/ «Pero era necesario que el pueblo oriental hiciera una 
Ymanif estación libérrima y plebiscitaría de sus in tendones 
/ favorables á la anexión con las Provincias Unidas — 
/ diesel autor prenombrado— desligándose previamente de 
todo tutelaje extraño, para que el Gobierno argentino 
afrontara resueltamente las contingencias de una guerra 
con el Brasil. Y los sagaces políticos porteños de aquella 
época exigieron que la Provincia Oriental rechazara so^ 
lemnemente la dominación brasileña, para evitar que el 
gabinete de Río Janeiro hiciera objeciones análogas á las 
que habían hecho antes los diplomáticos de Buenos Aires, 
i sosteniendo que carecía de valor la incorporación de nues- 
i tra Provincia á los dominios lusitanos, por cuanto, ya con 
i anterioridad, habían formado parte de las Provincias Uni- 
* das, y no habían hecho ninguna declaración colectiva 
1 separándose de la confederación natural de los territorios 
! del Plata. Después de reivindicar sus fueros provinciales 
y reintegrarse en la plenitud de su soberanía, llegaría el 
) momento de manifestar cuál era su ánica y libre volun- 
tad. Al pie de la letra se cumplieron las instrucciones de 
v^^los políticos porteños. 

«El 17 de Junio de 1825, el Gobierno provisorio, presi- 
dido por don Manuel Calleros, se dirigió á los Cabildos 
y Jueces departamentales de la Provincia, ordenándoles 
que procedieran inmediatamente á la elección de los miem- 
bros que deberían componer la Sala de Representantes 
de aquélla. En esa circular decía el señor Calleros: «La 
Provincia Oriental desde su origen ha pertenecido al te- 
rritorio de las que componían el Virreinato de Buenos 
Aires, y, por consiguiente, fué y debe ser una de las de 
la Unión Argentina representadas en el Congreso Gene- 
ral Constituyente. Nuestras instituciones, pues, deben mo- 
delarse por las que hoy hacen el engrandecimiento y pros^ 



— 73 - 

peridad de los pueblos hermanos.» £1 mandato imperativo 
era evidente »— agrega el señor Sosa. 

5. Instalación de la Asamblea y su obra memo- 
KABLE. — Encontrándose en la Florida los representantes 
de los pueblos de la Banda Oriental, reuniéronse (1) el 
día 20 de Agostó, procediendo á la elección de su Presi- 
dente, que recayó en la persona del venerable presbítero 
don Juan Francisco Larrobla. Dos días después designó 
á Lavalleja Gobernador y Capitán General de la Pro- 
vincia, manteniéndose hasta el 25 en trabajos preparato- 
rios. Este día, memorable en los fastos de la historia na- 
cional, la austera Asamblea de ia Florida declaró la li- 
bertad de la Provincia por medio de la siguiente 

ACTA DE INDEPENDENCIA 

Florida, Agosto 25 de 1825; 

La Honorable Sala de Representantes de la Provincia 
Oriental del Río de la Plata, en uso de la soberanía or- 
dinaria y extraordinaria que legalmente inviste para cons- 
tituir la existencia política de los pueblos que la compo- 
nen y establecer su independencia y felicidad, satisfa- 
ciendo el constante, universal y decidido voto de sus re- 
presentados; después de consagrar á tan alto fin su más 
profunda consideración, obedeciendo á la rectitud de su ín- 
tima conciencia, en el nombre y por la voluntad de ellos^ 

(1) La Asamblea se congregó en un humilde rancho contiguo á la igle- 
sia de San Fernando de la Florida. Sus paredes eran de ladrillo y su techo 
de pi^a. Media 4 y media yaras de ancho por 6 de fondo. Su mobiliario 
corría ptrpjaa oon la pobreza de la época. El solar en que estaba construido 
pertenecía en el año 1874 á don Francisco Fernández, aunque posterior- 
mente toda.via era j^sible contemplar convertido en tapera el rancho mo- 
numental, acusando de indiferentismo y abandono á quienes estaban obli- 
gidoB 6 eonseirarli. No se hallaba, pues, situado en la Piedra Alta, coma 
•qoiTocadamente dice el sefior Arregoine. 



- 74 - 

flancionan con valor y fuerza de ley fundamental lo si- 
guiente: 

1.0 Declara írritos, nulos, disueltos y de ningún valor 
para siempre, todos los actos de incorporación, reconoci- 
mientos, aclamaciones y juramentos arrancados á los 
pueblos de la Provincia Oriental por la violencia de la 
fuerza unida á la perfidia de los intrusos poderes de Por- 
tugal y el Brasil, que la han tiranizado, hollado y usur- 
pado SU9 inalienables derechos y sujetjdola al yugo de 
un absoluto despotismo desde el año 1817 hasta el pre- 
sente de 1825, por cuanto el pueblo oriental aborrece y de- 
testa hasta el recuerdo (}e los documentos que compren- 
den tan ominosos actos; los Magistrados civiles de los 
pueblos en cuyos archivos se hallan depositados aquéllos, 
luego que reciban la presente disposición concurrirán el 
primer día festivo, en unión del párroco y vecindario y 
€on asistencia del escribano y secretario, ó quien haga las 
veces, á la Casa de justicia, y antedicha la lectura de 
este decreto, se testará y borrará desde la primera línea 
hasta la última firma de dichos documentos, extendiendo 
en seguida un certificado, con el que deberá darse cuenta 
oportunamente al Gobierno de la Provincia. 

2.® En consecuencia de la antecedente declaración, 
reasumiendo la Provincia Oriental la plenitud de los 
derechos, libertades, y prerrogativas inherentes á los demás 
pueblos de la tierra, se declara de hecho y de derecho 
libre é independiente del Rey de Portugal, del Empedrador 
del Brasil y de cualquier otro del Universo, y con amplio 
y pleno poder para darse las formas que en uso y ejer- 
cicio de su soberanía estime convenientes. 

Dado en la Sala de Sesiones de la Representación 
Provincial en la Villa de la Florida,' fecha ut supra. 

Juan Francisco de la Robla, Presidente, diputado por 
el departamento de Guadalupe. — Luis Eduardo Pérez, 
Vicepresidente, diputado , por el departamento de San 
José. — Juan José Vázquez, diputado por el departamento 



- 75 - 

<de San Salvador.— Joaquín Saárez, diputado por el de- 
partamento de la Florida. — Manuel Calleros, diputado 
por el departamento de Nuestra Señora de los Remedios. 
— Juan De León, diputado por el departamento de San 
Pedro.— Carlos Anaya, diputado por el departamento de 
Maldonado. — Simón del Pino, diputado por el departa- 
mento de San Juan Bautista. — Santiago Sierra, diputado 
por el departamento de Las Piedras. — Atanasio Lapido, 
diputado por el departamento del Rosario. — Juan Tomás 
Núñez, diputado por el departamento de las Vacas. — 
"Gabriel Antonio Pereyra, diputado por el departamento 
de Pando.— Mateo Lázaro Cortés, diputado por el depar- 
tamento de Minas.— Ignacio Barrios, diputado por el de- 
partamento de Yiborvía.-- Felipe Álvarex Bengochea^ Se- 
•cretario. 

El mismo día, la Asamblea, no considerándose tal vez 
<x>n fuerzas suficientes para luchar con el coloso que ya 
había vencido á Artigas, labró otra acta, por la cual la 
Provincia quedaba incorporada á la República Argentina, 
é la que, con habilidad política, comprometió á su favor, 
haciéndose de un aliado poderoso que, después del com- 
bate del Rincón y de la batalla del Sarandí, ayudó pode- 
sosamente al triunfo de la buena causa. 

ACTA DE INOOBPORACIÓN Á LAS PROVINCIAS UNIDAS 

DEL RÍO DE LA PLATA 

« La Honorable Sala de Representantes de la Provincia 
Oriental del Río de la Pteta, en virtud de la soberanía 
•ordinaria y extraordinaria qiAe legalmente inviste, para 
resolver y sandonar todo cuanto tíénida á la felicidad de ella, 
declara: — que su voto general, constante y decidido es 
y debe ser por la unidad con las demás Provincias Ar- 
i;entinas, á quien siempre perteneció por los vínculos más 
«agrados que el mundo conoce. Por lo tanto, ha sancio* 
nado y decreta por ley fundamental, lo siguiente: 



í 
í 



- 76 - 

« Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata 
uñida á las demás de este nombre en el territorio de Sud* 
América, por ser libre y espontánea voluntad de los pue- 
blos- que la componen, manifestada con testimonios irre- 
fragables y esfuerzos heroicos desde el primer período de 
la regeneración política de las provincias. 

«Dado en la Sala de sesiones de la Representación 
Provincial, á 25 días del mes de Agosto de 1825.— Juan 
Francisco de la Robla.— Luis Eduardo Pérez.— Juan 
José Vázquez.— Joaquín Suárez.— Manuel Calleros. — 
Juan De León,- Carlos Anaya.— Simón del Pino.— San- 
tiago Sierra.— Atanasio Lapido.— Juan Tomás Núñez. — 
Gabriel A. Pereira. — Mateo L. Cortés. — Ignacio Barrios. 
— Felipe Álvarex Bengocheay Secretario. > 

Según varios autores, la primera acta fué leída, ante re- 
guiar concurrencia, desde la cúspide de la Piedra Alta (1), 
y, según otros, en el expresado paraje se dio lectura 
á ambos documentos contradictorios. De cualquier modo 
que sea, el acto de la incorporación, espontáneo, ú obli- 
gado por necesidades políticas del momento, es un hecho 
incontrovertible, que ha dado lugar á interesantes discu- 
siones y largos é ilustrativos debates que han servido 
para estudiarlo desapasionadamente, facilitando el descu- 
brimiento de la verdad histórica despojada de la leyenda 
y exenta de pueriles convencionalismos. 
\ * 6. Teorías CONTRADICTORIAS.— Tratando de armonizar 
\ la contradicción que se observa en la actitud doble y 
opuesta de la Asamblea de la Florida, el señor Bauza 
desarrolla la siguiente teoría, que, sea dicho de paso, es 
la generalmente aceptada, por más que no revista el 
carácter de no impugnable: «Comenzó la lucha— dice el 
expresado escritor.— ¿Cuáles eran los elementos del Bni- 

(1) Con el nombre de Piedra AUa se conoce en el país un peñón de 
40 metros de largo por 8 de ancho, situado á unas cuatro cuadras de la 
ciudad de la Florida, y no á cuatro leguas, como sin duda por error de 
imprenta le hacen dedr á un respetable cronista é historiador. 



- 77 - 

ail en el Uruguay? 12,000 hombros en las fronteras de 
la Provincia de Río Grande; 5000 en Montevideo; 1000 
en la Colonia; 1000 en Maldonado y Gorriti; 500 en las 
islas de Lobos; total 19,500 soldados veteranos de to- 
das armas, y el dominio exclusivo del país. Contra esta 
masa de elementos organizados debía luchar en primer 
término Lavalleja, que no tenía consigo más que un pu- 
ñado de compañeros, sin otra fuerza moral que su heroís- 
mo, ni otros recursos materiales que unas cuantas cañas | 
tacuaras con cuchillos en la punta (1). Pero había en \ 
segundo término otro obstáculo que disminuía la poca ! 

( 1 } Éste es un error del señor Bautá, en el que incurren con frecuen- 
cia muchos historiadores, con menoscabo de la verdad. Los Treinta y Tres 
desembarcaron copiosamente armados, al extremo de que — según el señor 
Bivmelta — cada uno de estos héroes cruzó provisto de doble armamento y 
aun ' jaron otro oculto en los matorrales de la isla, el que más tarde fué 
tomado por los buques de la escuadra brasilera. En el encuentro con La- 
guna, efectuado cuatro días después del desembarco de los patriotas, todos 
éstos poseían sables y tercerolas, según una comunicación de don Manuel 
Oribe ; y las divisionies brasileras que el general Rivera proporcionó á 
Lavalleja iban perfectamente armadas y municionadas, aumentándose el 
armamento con el que condujo á los pocos días de iniciado el sitio de 
Montevideo el pailebot lAbertad del Sud. Finalmente, la documentación 
oficial evidencia que con fecha 25 de Mayo recibieron los patriotas 225 
tercerolas, 186 íhsiles, 6000 cartuchos y 4 cajones sables ; el 27 del mismo 
mea 720 tercerolas, 192 íhsiles, 10.000 cartuchos y 700 sables, y en 9 de 
Junio 140 fusiles, 47 tercerolas, 920 sables para tropa y 100 para oficia- 
les, 900 cananas y 10.000 cartuchos, sin incluir en esta relación la enorme 
cantidad de material de guerra recibido durante los meses de Agosto y 
Beptiambre. Además, es de suponer que serían desarmados los 500 pri- 
sioneros conducidos al Durazno después que los Treinta y Tres llegaron 
á San José, suministrando así á éstos un vwdadero arsenal. Creemos sin- 
ceramente que la gloria de los héroes de la Cruzada no se aumenta pre- 
sentándolos armados solamente de cañas icteuarast pues esto presupone la 
existencia de un enemigo fácilmente vencible y acusaría torpeza imper- 
donable ea Lavalleja. Es algo semejante- á lo que asevera otro historiador 
loeal presentando á las huestes de Artigas también armadas de tacuara 
y apagando á ponchazos los cañones de los realistas en la batalla de 
las Piedras. Con estas leyendas se contribuye á fomentar en el pueblo un 
sentimiento quijotesco, presuntuoso y fuifarrón, tan peligroso y fideo 
tomo innecesario. 



- 78 - 

fuerza moral de los Treinta y Tres. El Gobierno argentino 
se mostraba contrario á la empresa» ostentando conducta 
muy parecida á la que ostentara en 1817, cuando los por- 
tugueses concluyeron con Artigas. Es evidente, pues, que 
Lavalleja entraba en la lucha chocando de frente con la 
hostilidad militar y política del Imperio del Brasil, y con 
la desconfianza fría y acentuada del Gobierno argentino. 
Por más que el caudillo uruguayo se propiciase la alianza 
de Rivera, decidiendo con ella el pronunciamiento pleno 
de los elementos nacionales, esto no le quitaba de enci- 
ma la enemistad de dos naciones poderosas que acecha- 
ban sus pasos para aprovechar el primero de sus desas* 
tres. De ahí que Lavalleja se viera en la necesidad de 
transar con las circunstancias, convocando una Asamblea 
en la Florida, que declaró á la Banda Oriental del.Uru- 
guay independiente del Brasil é incorporada á la Confe- 
deración Argentina. Se ha dicho, sin embargo, que esta 
Asamblea fué traidora á su misión, y comprometió los 
intereses que le estaban confiados. Así se juzgan loa 
actos de los hombres y se perpetúan las ingratitudes de 
los pueblos! La Asamblea de la Florida procedió con la 
grandeza de un patriotismo 9Ín tacha y con las vistas 
profundas de una política elevada. Encontró delante de 
sí una nación poderosa que le era hostil, y otra nación 
pujante que iba á serlo. No tenía en su apoyo, al insta» 
larse^ otros recursos que una fuerza moral de dudoso» 
quilates, y una fuerza material que sumaba 800 gauchos» 
Colocada en situación tan ardua, rompió de frente con el 
Brasil, que era el enemigo más terrible, y trató de com- 
prometer en su favor á la República Argentina, presen- 
tándola las probabilidades de un engrandecimiento terri- 
torial. Esta política surtió todo el efecto deseado, luego 
de saberse en Buenos Aires que habíamos ganado laa 
batallas de Rmcón y SarandL Aturdidos los argentinos 
por una promesa que parecía tener propicia á la victoria» 
admitieron en el Congreso á don Javier GhunenscMro, Be* 



-79- 

presentante del Uruguay, resolviendo desde luego su in* 
tromisión en nuestros asuntos y su hostilidad contra el 
Brasil. Tal fué la historia de los trabajos de la Asam» 
blea de la Florida.» 

Por su parte» el señor Arr^^ne, haciendo causa común 
con el historiador prenombrado, abunda en las reflexio- 
nes que pasamos á transcribir: «Mucho se ha discutido 
sobre este punto— dice — quiénes dicen que la Asamblea 
del XXV se propuso la independencia absoluta, quiénes que 
sólo incorporar la Provincia á la Unión rota por Artigas. 
No siempre se debe dudar de las palabras de los hom- 
bres. Tal vez algunos de los firmantes del acta del 25 de 
Agosto creyeran firmemente posible la anexión á la Be* 
pública Argentina, pero la mayoría de la Asamblea y la 
mayoría del pueblo oriental á otra cosa aspiraban: á la 
independencia. De lo contrarío, ¿á qué lanzarse á una 
guerra exterminadora por el hecho de cambiar de tutela,, 
cuando el Imperio prodigaba honores, grados y dinero á 
los orientales, y la anexión á las Provincias Unidas sola 
podía reportar anarquías é inconvenientes? El partido d& 
la independencia era el más poderoso; pero sus fuerzas^ 
consistentes en dos ó tres mil hombres en armas, no bas* 
taban á vencer un Imperio rico, con una gran escuadra 
y 20,000 soldados en el territorio nacional. La alianza 
era, pues, la condición para obtener la independencia orien» / . , 
tal, y esa alianza no podía realizarse sin la declaración/ V^ 
de que seriamos argentinos.» * 

£1 hÍBt(Hriador Baldías sintetiza así las verdaderas aspi« 
raciones de Lavalleja, de quien dice que «cediendo más 
bien á sugestiones dafimas que á sus sentimientos argen- 
tinos y caballerescos, persiguió siempre la segregación A% 
la Provincia Oriental á costa de su propio país, desde 
que arrastró á las provincias del litond á la guerra con 
el Brasil» que se había apoderado de esa Provincia, y 
obtuvo los recursos con los cuales inició su campafia» 
hasta que con una especulativa declaración de reincorpo*^ 



/ 



- 80 '- 

ración de la misma Provincia á la República Argentina, 
puso á ésta en el caso de empeñarse en la guerra á que 
la provocó el Brasil.» 

Don Carlos Roxlo, que ha agrupado toda clase de argu- 
mentos en pto de una teoría análoga, dice acerca de este 
delicado punto: «Los Treinta y Tres no pudieron proce- 
der con más lógica. Sin el acta de incorporación, la guerra 
no se hubiera producido sino por la libérrima voluntad 
de la República Argentina. Existiendo el acta, el Bra- 
ail tenía necesariamente que provocar la guerra y el par- 
tido federal argentino tenía que aceptarla. La primera de 
las actas floridenses era la válvula de escape del senti- 
miento público; la segunda de las actas floridenses era 
i^na necesidad impuesta por la dura ley de las circuns- 
tancias. De aquellas actas ¿cuál debía persistir? ¿cuál 
perdurar ? Aunque los Treinta y Tres no hubiesen alcan- 
zado á verlo antes de su desembarco en la Agraciada, la 
conducta de Las Heras y de su Ministro García, las de- 
claraciones de éstos ante los peligros que entrañaba para 
la Argentina aquella expedición heroica, hubieran basta- 
do para abrir los ojos y alumbrar el espíritu de los Treinta 
y Tres. En Buenos Aires se discutía con altas voces el 
pro y el contra de aquelTa empresa temeraria, cuyo fin, 
favorable á nuestra soberanía si los argentinos nos pres- 
taban su apoyo, no podía ocultarse á los más previsores 
y á los más cautos. Lo que éstos decían tuvo necesaria- 
mente que llegar á oídos de los emigrados orientales re- 
sidentes allí, imponiéndoles el conocimiento de que la 
guerra era necesaria, é imprescindible el acta de reincor- 
poración. Los Treinta y Tres aceptaron el recurso que la 
fatalidad les imponía; pero dejando constatadas sus fir- 
mes intenciones en la primera de las actas floridenses. > 

Acerca de la cuestión de saber cuál fué la primera 
acta y cuál la seffunda, no falta quien, con desconoci- 
miento completo de los hechos y contra la lógica y el 
buen sentido, sostenga que la primera fué la de la ane- 



-81 - 

xión y la segunda la de la independencia. Un Oriental^ 
en carta publicada el año 1879 en La Beforma de Mon* 
tevideo, atribuye al constituyente don Basilio Pereira La 
LuZy diputado por Cerro Largo, la siguiente declaración : 
«Guando por la primera (acta) nos apercibimos los pa- 
triotas y el pueblo, que se proclamaba nuestra incorpo- 
ración á las Provincias Argentinas, nos apersonamos in- 
mediatamente á los Representantes impugnando dura- 
mente su error y signiñcándoles que tanto nuestra voluntad 
como la del pueblo, bien claramente manifestada y defi- 
nida, era que no debíamos ir á tal incorporación y que 
debíamos ir á nuestra independencia bajo nuestro solo y 
propio poder, fuesen cuales fuesen las circunstancias ó 
resultados que sobrevinieran, pues sólo así quedaría sal- 
vada nuestra dignidad nacional y libre nuestra voluntad 
para obrar como mejor nos conviniese en las emergencias 
que pudieran producirse.» 8in embargo, el decreto del 
Congreso Argentino de fecha 25 de Octubre de 1825 admi- 
tiendo la incorporación de la Provincia Oriental á las 
Provincias Unidas del Río de la Plata, y el reconocimiento 
del Congreso Nacional hecho por la Asamblea Oriental 
según ley de 1.° de Febrero de 1826, y todos los hechos 
posteriores hasta firmarse el tratado preliminar de paz 
(1828), evidencian el error del señor La Luz y la falta 
de sindéresis de los que afirman que el acta de indepen- 
dencia fué la segunda. 

Sea de ello lo que fuere, la verdad es que, como dice 
el autor de los Estudios literarios^ < la República del 
Uruguay es independiente por el esfuerzo de sus hijos y 
contra la voluntad de sus dominadores intrusos. San José 
y las Piedras demostraron que no queríamos ser españo- 
les; Guayabos y Cagancha que no queríamos ser argen- 
tinos, Haedo y Sarandí que no queríamos ser brasileros. 
Las combinaciones diplomáticas y aun las vistas parti- 
oalares de propios y extraños, se estrellaron durante todo 
el largo período de la lucha por la independencia, contra 

6 



- 82 - 

estas determinaciones airadas de la voluntad nacional^ 
triunfando por último el pueblo, que era quien habia pre- 
parado, proseguido y alcanzado la conquista de su eman- 
cipación política.» 

<];on motivo de la solemne inauguración del monumento 
á la independencia de la República, erigido en Ja villa de 
la Florida (18 de Mayo de 1879), el doctor don Juan 
Carlos Gómez manifestaba que « en presencia de estas 
dos leyes es una imprudente mentira histórica imputar á 
la Asamblea de la Florida la creación de la nacionalidad 
oriental y solemnizar esa mentira con un monumento. La 
declaración de la independencia hubiera sido un crimen 
inútil en la Asamblea de la Florida ; crimen, porque ante 
el decreto inmutable y eterno lo ha sido y lo será siem- 
pre despedazar la patria. Inútil, porque esa declaración 
hubiera obligado á ser neutral en la lucha entre dos na* 
clones extranjeras á la República Argentina, hubiéramos 
sido vencidos irremisiblemente por el Brasil, con nuestros 
escasos elementos de entonces, y la bandera verde y 
amarilla flamearía todavía en el cerro de Montevideo. La 
Asamblea de la Florida es tanto más meritoria cuanto 
que tuvo que resistir á presiones de fuerza y á coaccio- 
nes militares para levantarse á la altura en que se colo- 
có con sus solemnes declaraciones. » Y más adelante 
agrega : « Ó esas dos leyes dictadas el mismo día son ar- 
mónicas, y se complementan una á otra, ó son antagóni- 
cas y una deroga la otra. La ley de incorporación^ decla- 
rada fundamental^ fué la segunda sancionada. Luego de- 
rogaría á la que apellidan de la Independencia, si am- 
bas se contradijesen. La República Argentina nombró 
general en jefe del ejército al general Alvear, y Lavalleja 
quedó bajo sus órdenes. Vencido el Imperio en Ituzain- 
gó, el Gobernador Dorrego, de la Provincia de Buenos 
Aires, celebra el tratado de paz con el Emperador Pedro 
I. ¿Fué sometido este tratado á la Asamblea de la Flo- 
rida ó á algún otro Poder del Estado Oriental ? ¿ En 



. -83- 

dómdd estaba nuestra independencia cuando Lavalleja 
obedecía á Alvear, cuando el Gobernador Dorrego hacía 
joesar la guerra, en presencia de la Asamblea de la Flo- 
rida que funcionaba en Canelones? Pedro I y Dorrego, 
pue9 ni siquiera fueron el Brasil y la República Argen- 
tína, aquél sin consultar á la Asamblea Legislativa del 
Imperio, éste sin mandato, simple Gobernador de la Pro- 
vincia, celebraron la paz imponiéndonos la independen- 
xsia.» 

Gomo noticia ilustrativa acerca de esta grave y trascen- 
dental cuestión, observaremos que don Sinfronio María 
Pereira Sodré, cónsul brasilero en^Buenos Aires y hom- 
bre perfectamente enterado de los proyectos de Lavalleja 
y sus compañeros, c^mo lo demuestra la lectura de las 
/Comunicaciones de este celoso funcionario, decía en una 
nota que lleva la fecha del 13 de Mayo de 1825: «Ya 
ha habido algunos encuentros, y las fuerzas revoluciona- 
sias se han aumentado, pasándoseles el regimiento de la 
Unión, y añaden que también su antiguo comandante 
Fructuoso Rivera. £1 plan se les malogró en parte; por- 
que contaban con la revolución dentro de la plaza para 
enseñorearse de ella, é inmediatamente nombrar para él 
Congreso de aquí un diputado, el cual, presentando las 
actas de incorporación á ésta, exigiría socorros para re- 
•chazar cualquiera fuerxa del Imperio, mas felizmente se 
descubrió el negocio, pero todavía el Gobierno espera ga- 
nar en sus negociaciones políticas, y por esto estoy con- 
vencido de que está protegiendo indirectamente aquella 
revolución para tener inquieta á la Provincia, á fin de 
presentar á Inglaterra, que pretende que intervenga en 
este negocio, el argumento de que nuestra ocupación es 
forzada y no voluntaría; y lo mismo á S. M. L: y tan es 
^, que tratan de mandar un agente extraordinario para 
esa de Río Janeiro á proponer indepinizaciones.» 

7. Disposiciones de la Asamblea.— En cumplimiento 
de lo resuelto por la Asamblea en el acta declarando la 



- 84 - 

independencia del territorio oriental, el primer día festivo 
subsiguiente al 25 de Agosto las autoridades de la Pro- 
vincia procedieron á testar y borrar, desde la primera lí- 
nea hasta la última firma, las actas de incorporación j 
juramentos de fidelidad prestados por el pueblo en años 
anteriores, y de los cuales hasta el recuerdo aborrecí$L 
Después la Asamblea trató de organizar la adminis- 
tración pública y de prescribir las facultades del Gober- 
nador en sus relaciones internas y externas; el 2 de Sep- 
tiembre daba cuenta al Congreso de sus resoluciones y 
elegía á los señores don José Vidal y Medina y don 
Tomás Javier de Goinensoro en el carácter de diputa- 
dos; el 7 declaraba libres á todos los hijos de esclavos 
que en lo sucesivo naciesen en el territorio oriental y 
abolía el tráfico de negros, resolviendo al mismo tiempo 
que los esclavos del Brasil dejasen de serlo por el hecho 
de penetrar en el territorio emancipado; y, por último, la 
progresista Asamblea suprimía los impuestos de diezmo ( ^ > 
y cuatropea W^ fundándose en los inconvenientes que ofre- 
cí ) Conocíale con el nombre de die«wiOf en tiempo de la dominado» 
española, el derecho de diez por ciento que se pagal» al rey, del valor 
de las mercaderfas que se traficaban 7 llegaban á los puertos, ó entraban 
y pasaban de un reino á otro donde no estaba establecido el almojari- 
fazgo. Llamábanse regularmente diezmos de la mar 6 de puertos secos, 
conforme al paraje donde estaban las aduanas; pero el diezmo realmente 
conocido en el Bío de la Plata fué el que los labradores pagaban á U 
Iglesia de Dios, que regularmente era la décima parte del producto de la 
cosecha, aunque también estaban obligados á entregar al cura de su pa- 
rroquia el diezmo menor, ó sea el diez por ciento de los frutos de menor 
cuantía, como aves, hortalizas, etc. 

La prestación de frutos y ganados que, además del diezmo, se daba á 
la Iglesia, recibía el nombre de primicia; de modo que los clérigos sabo- 
reaban ó usufructuaban antes que nadie los primeros productos de los ga- 
naderos, agricultores y hortelanos, quienes tenían buen cuidado, por temor 
de Dios, de llevar ó remitir á los sacerdotes el fruto primero de sus co- 
sechas. 

(2) Cuatropea: El derecho de alcabala por la venta de cabaUerlas en 
los Increados. Alcabala : El tanto por ciento del precio de la cosa ven- 
dida, que pagaba el vendedor al fisco. 



.-85 - 

cía 811 percepción y en que era ima remora para laa 
transacciones comerciales. 

8. Monumento á la independencia.— Queriendo per- 
petuar la memoria del acto más notable de la Asamblea 
del año XXV, el pueblo oriental ha erigido en la plaza prin- 
cipal de la actual ciudad de la Florida un monumento ale- 
górico que tiene ^r base cinco peldaños, sobre los cua- 
les descansan treinta y tres piedras de granito que sos- 
tienen el elegante pedestal de la estatua de la Libertad, 
he^a de mármol por el artista Ferrari, quien supo en 
obra tan magiatral dar vida y sentimiento, desde el punta 
de vista del arte, á la materia inerte. «Esta estatua tra- 
duce admirablemente en su arrojada actitud los sentimien- 
tos que animaron á fiuestros padres en su época de glo- 
rias, y en la noble expresión se manifiesta el orgullo del 
triunfo obtenido, y de la independencia que supieron con- 
quistar para su país ( ^ ). » « Ese monumento habla y en- 
seña, como si la voz de nuestros proceres ilustres surgiese 
de su seno, solemne y majestuosa, para decirnos cómo se 
lucha y cómo se vence en defensa de las patrias liberta- 
des. Ese monumento es un libro de piedra que está abierto 
para que nosotros y nuestros hijos y los hijos de nuestros 
hijos, dilatados en la infinita progresión del tiempo, apren- 
damos en sus hojas perdurables lecciones del viejo patrio- 
tismo (^).» En adelante los orientales podrán decir: «Via- 
jero: si deseas saber que también tenemos tradiciones 
históricas, acércate al monumento que conmemora la Inde- 
I)endencia de la República ! — Habrás visto en otras tie- 
rras monumentos más lujosos y soberbios, pero no ha- 
brás encontrado á tu paso, condensadas en mármol pal- 



( 1 ) Palabras pronunciadas por don Alberto Capurro el dfa 18 de Mayo 
de 1879, al entregar al seiíor Ferrari la medalla de oro votada por el Ja- 
xado al artista que saliese vencedor. 

(2) Comunicación del pueblo de Payaandú ala Comisión Delegada del 
Monumento de la Independencia. 



-86 - 

pitante por la mano del artista, ni glorías más puras ni 
grandezas más altas! (i)» 



BIBL.IOGRARfA 

FrancÍBCO Bauza: Estudios literarios, Monteyideo, 1885. 

Varios : Escritos, cartas, artículos y discursos relatÍTOS á la inauguración 
del monumento de la independencia. Montevideo, 1879. 

' Estanislao Pérez Nieto: Canto á la independencia de la República, Pre- 
miado con medalla de oro acordada por el Oobiemo de la República, en 
los Juegos Florales celebrados en Buenos Aires el 12 de Octubre de 1884. 
Montevideo, 1894. 



( 1 ) Discurso pronunciado en PaysandA por el doctor don Carlos M. Ra- 
mírez, con ocasión de festet}ar los habitantes de esa ciudad el acto que se 
celebraba en la villa de la Florida. 



TRIUNFOS Y DERROTAS 



\ 



/ 



CAPITULO V 

TRIUNFPS Y DERROTAS 

(1825) 

SUBfABIO. — 1. iltaque á la ciodad de Mercedes. — 2. Toma de Paysandú. 
-^ 3. Derrota del Águila. — 4. Combate del Rincón de las Gallinas. — 
6. Parte oficial de esta yictoria. — 6. Lugar del combate. 

1. Ataque á la ciudad de Mercedes. ~ El general 
Abreu, que, como se ha dicho en la página 66, había pe- 
netrado en el territorio oriental, logrando llegar hasta el 
Río Negro sin que los patriotas se opusiesen á su mar- 
cha progresiva hasta que el general Rivera batió á sus 
avanzadas en el Arroyo Grande, consiguió por fin ence- 
rrarse en la ciudad de Mercedes. Allí fué á encontrarlo 
el 22 de Agosto el héroe de Guayabos, cargando con sus es- 
cuadrones sobre los puestos avanzados de los imperialis- 
tas y logrando sablear y poner en fuga á una guardia 
de su frente, á la vez de hacerle algunos prisioneros y 
causarle varios muertos. En la noche de ese día. Rivera 
atacó á la ciudad prenombrada, llegando hasta la plaza 
de la misma, en donde se hallaban atrincherados los bra- 
sileros, quienes opusieron una resistencia tan tenaz que 
el caudillo oriental se vio en la necesidad de retirarse 
hasta el Dacá, después de haber causado algunas pérdi- 
das al enemigo y de aprisionar á los hijos del mariscal 
Abreu, varios oficiales y 12 soldados. 

2. Tqma de Paysandú.— Más afortunado el coronel 
don Julián Laguna> lograba un día antes (Agosto 21 de 



- 90 - 

1825) apoderarse de la ciudad de Paysandú, batiendo la 
fuerza brasilera allí destacada, que había salido hasta el 
arroyo de San Francisco con objeto de contener en su 
avance á los patriotas. Éstos causaron al enemigo 13 
muertos y le hicieron 19 prisioneros, además de herir á 
muchos. Las fuerzas de Laguna ascendían á 300 hom- 
bres, los cuales persiguieron á los invasores hasta el cau- 
daloso arroyo Negro. 

3. Debrota del Águila.— Entretanto el general Rivera 
se había retirado hacia el Águila, á donde fué á encon- 
trarlo el coronel imperialista Bentos Manuel Ribeiro, quien 
el día 4 de Septiembre logró atacar por la retaguardia á 
las fuerzas patriotas mandadas por el bizarro caudillo 
oriental. Éste tenía á la sazón bajo sus órdenes ape- 
nas unos 400 hombres, mientras que el brasilero disponía 
de 1500. Trabado el combate, fué sostenido con firmeza 
por los patriotas, hasta que la prudencia hizo que Rivera 
abandonara el campo después de sufrir pérdidas tan sen- 
sibles como la del mayor don Ramón Mansilla, 2 oficia- 
les y 18 soldados; y si bien el enemigo dio comienzo á 
una activa persecución, no pudo lograr el desbande de lo» 
patriotas, ni hacerles más prisioneros ni ocasionarles nue- 
vas víctimas. 

£ste. contraste que sufrieron las armas de la patria dejó* 
expedito á Bentos Manuel el camino de Montevideo, 
adonde llegó á marchas forzadas, que impidieron á los re- 
publicanos poder alcanzarlo. 

4. Combate del RincxSn de lab Gallinas. ~« En los 
primeros días de Septiembre, el general Rivera, que ha- 
bía tenido que emprender una retirada desde las inme- 
diaciones de Mercedes, se incorporó á Lavallega, y pues- 
tos de acuerdo, se convino en que aquél, después de re- 
forzado con la división del coronel Andrés Latorre, se 
dirigiría nuevamente sobre el general Abren, que estaba 
acampado en las inmediaciones de aquella población. £1 
15 de Septiembre marchó la columna patriota, y el 1& 



-91 - 

del míÉmo, el general Rivera, dejando el mando de ellil 
al coronel Laton*e, se puso al frente de 250 hombres es- 
cogidos y se dirigió al Rincón de las Gallmas, donde lo&í 
brasileros habían reconcentrado algunos miles de caba- 
llos. £1 plan de Rivera era apoderarse de ocho mil 
caballos, que los brasileros tenian allí, y dejar sin ele* 
mentos de movilidad á las fuerzas de Abreu, que per-* 
manecía en Mercedes vigilado por Latorre. £1 24 de Sep- 
tíembre Rivera entraba en el rincón, y, después de un 
ligero combate, se apoderaba de las caballadas, tomando 
algunos soldados prisioneros. Ufano se retiraba el jef$ 
oriental con el resultado feliz de su eitpedición, conse- 
guido con tanta facilidad, cuando se le avisó por sus avan- 
zadas que una considerable fuerza enemiga se presentaba 
á la vista. £ra la división del coronel Jardim, compuesta 
de unos 800 hombres, que venía buscando la incorporación' 
de Abrou, y que ignoraba la permanencia de Rivera por 
aquellas inmediaciones. 

«Difícil era la situación del jefe oriental, encerrado eñ 
el rincón con sólo 250. hombres, teniendo ásu frente una 
columna de 800 soldados, y en las cercanías el poderoso 
ejército de Abreu; pero el valor de los patriotas sabía 
salvar aun las situaciones más comprometidas* Con esa 
concepción rápida que sus contemporáneos reconocían en 
el bravo caudillo que comandaba los patriotas, Rivera 
resolvió llevar un ataque decisivo á los brasileros, antea 
que éstos se dieran cuenta de la pequeña fuerza que te- 
nían á su frente. Tranquilo, y dividida su tropa en dos 
oolumnad, entraba Jardim en el rincón, cuando fué sor- 
prendido por una rápida carga que sable en mano le lle- 
vaban los patriotas: la primera columna, al mando del 
coronel Mena Barrete, fué deshecha completamente, que- 
dando muerto este jefe, y la segunda división formó cua- 
dro, preparando sus tercerolas. Rivera avanzó resuelta- 
mente al frente de sus bravos soldados, y los sables de 
los patriotas sembraron la muerte y el pavor en las filas- 




I* 

-92 -- 

brasileras. De la brillante columna que horas antes era 
una esperanza para el enemigo, sólo Jardim, con una 
vráitena de hombres, había conseguido escapar ileso; el 
resto yacía tendido sobre el campo de batalla ó era pri- 
sionero de los orientales. Con más de 500 prisioneros, fruto 
espléndido de la jornada del Rincón, y algunos miles de 
caballos, se alejó Rivera de aquellos campos que acababa 
,<ie hacer famosos en la historia nacional, y después de 
incorporado á Latorre, se dirigió al Durazno, acampando 
por aquellos parajes mientras se emprendían nuevas ope- 
raciones de guerra (^).> 

5. Pabte oficial de esta victobia.— Después del 
combate del Rincón de las Gfdlinas ó de Haedo, Ri- 
vera, dirigió dos partes comunicando su proeza, uno á Lia- 
valleja y otro al brigadier general don Martín Rodríguez: 
el qiie á renglón seguido reproducimos es de los dos el 
verdaderamente interesante por los muchos pormenores 
en que abunda: 

PARTE DETALLADO 
DEL COMBATE DEL RINCÓN DE L¿^ GALLINAS 

Excmo señor: 

En comunicación del 21 del corriente anuncié á V. E., 
desde el Perdido, que con la fuerza que consta del 
adjunto estado, sacado de la división que se ha puesto á' 
mis órdenes, me ponía en marcha con dirección al rincón 
de Haedo, lo que verifiqué á las 8 de la noche de ese 
mismo día desde el paso de la Tranquera, y al amane- 
<3er el 22 estuve sobre el río Negro en el paso de Vera. 
La escasez de canoas y el tiempo lluvioso y contrario 
impidieron bastante mi pasaje, hasta que venciendo no 

(1) Jalián O. Miranda: Apuntes sobre historia de la Rópúbliea Orientaü 
4el Uruguay, Monteyideo, 1900 



- 9a ~ 

pequeñas dificultades, pude ponerme con 4oda la fuerza 
y caballería al otro lado, cuya (graden concluí á las 6^ 
de la mañana del dia 23. 

Desde aquel momento emprendí mi& marehas con el 
mayor sUencio y ocultación, favoreciéndome mucho para 
esto la localidad del terreno quebrado, tan á pr(^>ósito 
para mis intentos, y sin haber sido sentido de los ene- 
migos logré aproximarme hasta el referido rinoón, desde^ 
la mañana del 24, sorprendiendo las guardias enemigas y 
atacando con resolución la tropa que hacíales la custo- 
dia de caballadas, ganados y todo lo demás que se ha- 
llaba en aquel depósito: fué completamente derrotada y 
hecha prisionera, quedando á mi disposición todo el campo 
y cuanto encerraba. 

Sabía con bastante certeza que el coronel Jardim con 
700 hombres cargaba sobre dicho rincón, y que se ha- 
llaba ya en San Francisco, pero nunca me persuadí de que 
hicieran unas marchas tan precipitadas que pudiesen im- 
pedir la toma de las caballadas y mi regreso. Con este 
fin destiné sobre Sandú, desde el río Negro, al capitán 
don Mariano Pereda, con una partida, para que estuviese 
á la observación de dicha tropa y me diera avisos nece- 
sarios de sus movimientos; pero cuando él llegó al pa- 
raje que le señalaba y por donde primeramente debían 
pasar los enemigos, eran las doce de la noche, y ellos 
habían pasado á la oración, porque venían haciendo las 
marchas más extraordinarias y precipitadas que podían 
imaginarse. 

Ya había repartido algunas partidas para recoger ca- 
balladas, cuando fiu informado por mis bomberos y por 
parte del mismo capitán Pereda, que los enemigos esta- 
ban inmediatos á la boca del rincón; en seguida recibí 
etro de que ya estaban en la parte interior, y entonces 
mandé reunir mis partidas y me puse en estado de espe- 
rarlos. Yo tenía la mayor confianza de que los enemigos 
debían ignorar que nos hubiésemos introducido ya en el. 



— 94 — 

lÍDcÓDy y, por consiguientey que se nos aproxilúarían, comor 
qae venían á encontrarse con sus amigos. 

Mis esperanzas correspondieron á los hechos, porqué^ 
los enemigos se dejaron ver en tres divisiones, y en aque- 
lla posición marcharon sobre mí, hasta que pareciéndomer 
oportuno ordené que 40 tiradores mandados por los bia-^ 
vos, capitanes don Gregorio Mas y don Manuel Benaví-i 
dez, presentasen una guerrilla y cargasen á la primera' 
división: lo que efectuaron haciendo que ésta se replegase 
sobre la segunda, á la que reforzó la tercera, mientaraa 
seguíamos al trote por un bañado casi intransitable. Yo* 
iba á la izquierda de mis dragones, que formaban la de- 
recha de mi línea y comandaba el bravo capitán Ser- 
vando Gómez. El centro lo componían las milicias del 
Durazno, mandadas por el benemérito coronel don Julián 
Laguna, que comandaba el valiente capitán don Miguel 
Sáenz, á quien reforcé para sus operaciones con el capi- 
tán en ejercicio de mayor de Detall don José Augusto 
Pozzolo, cuyo valor y serenidad merecen toda mi consi- 
deración. £n esta disposición llegamos sobre los enemi^ 
gos, en tiempo que no habían podido disponerse para la 
batalla. Sufrimos una descarga general, pero al cabo se 
hallaron los enemigos con los sables de nuestros bravo» 
sobre sus cuellos. £1 terror, la confusión y el desorden 
se apoderaron desde aquel momento de los contrarios, que 
no pudiendo soportar la presencia de los libres, volvieron 
la espalda, poniéndose en una fuga vergonzosa. 

Más de tres leguas fueron perseguidos y acuchillados 
por nuestros héroes, quedando aquel campo sembrado de 
cadáveres, armas y despojos. Un capitán, 3 tenientes, 
4 alféreces, 7 cadetes, 10 sargentos, 8 tambores, 2 cornetas, 
2Q cabos y 150 soldados prisioneros. Dos tenientes, 1 al- 
férez, 2 cadetes, 2 sargentos, 28 soldados gravemente he- 
ridos, que por no poderlos conducir los remití á la Capi- 
lla Nueva; 189 carabinas, 177 sables, 164 pistolas, 193 ca> 
nanas, 7.500 cartuchos á bala, 10 lanzas, 2 cajas de gue- 



-95 - 

rra, 3 clarines y 8.000 caballos quedaron en nuestro po» 
der, y en el campo de .batalla más de 140 muertos, entre 
ellos un coronel, un mayor y oficiales de todas las gra- 
duaciones, 

' Fot nuestra parte no hemos tenido más desgracia que 
herido muy levemente el capitán de tiradores don Grego- 
rio Más, el teniente don J. Aütonio Falcón, 15 soldados, 
entre ellos algunos de cuidado, y 7 muertos, como lo acre- 
ditan los adjuntos estados. 

Xx)s heridos muy gravemente de los enemigos, que dije 
á y. E. mandé para Mercedes, fué precediendo un parla- 
mento al. general Abreu, con un capitán prisionero, di* 
ciéndole que en obsequio de la humanidad ordenase que 
se recogiesen al hospital de la Capilla todos aquellos gra- 
vemente heridos, de quienes yo no podía cuidar de nin- 
gún modo por falta de cirujanos, y porque las marchas 
que emprendía no me daban lugar. 

Regresó el capitán con la contestación de agradeci- 
miento de aquel general, y yo me puse en retirada, que 
' hacían bastante trabajosa el número de prisioneros y ca- 
ballada que conducía, hasta que en el paso del Palmar 
me alcanzaron 130 hombres que pedí de refuerzo para 
esta conducción al comandante de las tropas que había 
dejado en esta parte del río Negro para operar sobre 
Mercedes. 

Los señores jefes, oficiales y tropa que componen mi 
división son acreedores, por su constancia, virtudes y sufri- 
mientos, á que V. E. los distinga como merecen, y muy 
particularmente los que me han acompañado á dicha jor- 
nada del 24, cuyos nombres van expresados en el estado 
adjunto. 

Todo cuanto puedo decir á V. E. en obsequio de los 
que me acompañaron á dicha jornada, sería poco para lo 
que ellos han merecido, y por lo tanto lo dejo á la con- 
sideración de V. E. 

Con la misma particularidad recomiendo á V. K á los 



I 



beneméritOB ciudadanos que ansiosos de la libertad de su 
patria, han abandcmado sus casas, acompañándome en la 
campaña sin interrupción, y últimamente se han portado 
como bravos guerreros en la acción del 24, y son los se* 
fiores don Eugenio Debía, Eugenio Guevara, Ramón Car- 
dóse, Luis Quísmera, Juan de Dios Padilla, Pedro Gró- 
mez, Manuel Quillón y Manuel Pereira, cuyas virtudes 
itecomendables y su buen comportamiento en la bataUa 
me impulsan á recomendar á V. E. por la consideración 
y recompensa que tanto merecen, como asimismo don Vi- 
cente Viera y don Gabino Morales, cuyos grandes sacri* 
ficios por la patria los hacen dignos de elogios. 

Yo, en medio de los transportes que me causa una vio* 
•toria de este tamaño, felicito á V. E. y demás compañe- 
ros de armas por la parte que les toca, y tengo la satis* 
facción de anunciar á V. E. que toda mi división está 
en la mejor actitud y con los más vivos deseo de em- 
plearse en empresa de la salvación de la patria. El señor 
coronel don Julián Laguna, que será quien conduzca este 
parte á manos de V. E., le informará de todas las ocu- 
rrencias que por menudo no cito, y como ha sido un tes- 
tigo ocular de las operaciones, puede instruir á V. K de 
todo.— Fructuoso Rivera. 

Paso de Lugo, Septíembre 80 de 1825. 

Exorno, señor Gobernador y Capitán General don Juan 
Antonio Laválleja. 

P. D.— Sería faltar á mi deber si no recomendase á 
la consideración de V. £. al benemérito ciudadano Hi- 
pólito Lenzina, pues este ciudadano tiene tantos y tan 
distinguidos sacriñcios hechos á la causa de la patria en 
todas ocasiones como en la referida jornada del 24.— 
Rivera. 

Es copia.— /Wro Lengtuzsy Encargado de la Mesa 
de Guerra. 



— 97 - 

6. LüOAR DEL COMBATE.— «Llámase Rincón de las Ga- 
llinas á la península que se encuentra al S. O. del de- 
partamento del Río Kegro y está limitada por el río de 
este nombre y por el Uruguay. Al citado rumbo es an* 
gosta, pero va ensanchándose por ambos lados hasta la 
ciudad de Mercedes, por uno, y la ciudad de Fray Rentos, 
por otro, desde cuyos puntos tiende cápidam«ite á angoen 
tarse formando una garganta ó pasaje muy pronunciado,, 
donde circula el arroyuelo titulado de los Pasos, límite, 
por este lado, de las secciones judiciales 1.^ y 2.^ Este 
inmenso potrero está cruzado por la dilatada cuchilla de 
Haedo, en su última parte de escasa elevación, aunque 
no tan poca que no deje de dividir aguas al Uruguay y 
aguas al río Negro. Adyacentes al fondo de esta especie 
de bolsa, se encuentran las islas del Vizcaíno y del In- 
fante, hoy separadas del Rincón de las Gallinas por cana- 
les estrechos que se han formado en la confluencia del 
río Negro; islas que antes de convertirse en tales por la 
acción denudante de las aguas, debieron formar parte de 
la península que describimos, que en la época del descu- 
brimiento y conquista del territorio oriental por los espa- 
ñoles, era la residencia favorita de los indios bohanes» 
Desaparecidos estos indígenas y ahuyentados los charrúas 
hacia el septentrión, el Rincón de las Gallinas fu^ ocupado 
por abundante hacienda, que hallaba en él reposo, aguada 
permanente, nutritivos pastos y tranquilidad absoluta. Más 
tarde esta zona territorial perteneció á don Francisco 
Haedo, quien además de dedicarse á la cría y refinamiento 
del ganado, también permitía á las gentes pobres que cor- 
tasen leña de los bien poblados montes que á la sazón 
había, y aún que se entregasen á la fabricación del car- 
bón. Fundada la villa Independencia, los campos de este 
rincón fueron fraccionados en las ricas y bien organizadas 
estancias que existen en la actualidad. En cuanto al orí- 
gen del nombre, dice el respetable cronista uruguayo (i> 

( 1 ) liidoro De - Maifa : Nomenelatura topográfica. 



-98- 

que no se sabe con seguridad, pero que según referencias 
antiguas, había multitud de las llamadas pavas de monte 
en los bosques de este lugar, y se presume que por c&- 
rrupci6n le llamaran de las Gallinas. Según otros, atri- 
buían tal denominación á la circunstancia de ser, por lo 
jseguro, el escondite de los changadores del N. del río Ne- 
^ro, que en él se refugiaban por temor á los indios, ya 
que era, y continúa siéndolo, sumamente fácil, para por 
nerse en salvo, pasar de las islas del Yaguarí al rin- 
cón ó viceversa: las gentes que así procedían merecían 
de parte de los más valientes y decididos el epíteto de 
gallinas. 

«Los campos del Rincón de las Grallinas eran, en esa 
época, propiedad de los Haedo. Esta feliz coincidencia 
favorecía los planes del general Rivera, por el perfecto 
<sonocimiento del terreno que Haedo debía tener, y por 
la circunstancia de morar éste en su estancia de Colade- 
ras, tan inmediata á aquel punto. Esto le permitía vigilar, 
sin inspirar sospechas, los movimientos del enemigo. De 
todo ello tenía conocimiento el general Rivera. 

«Secundando estos propósitos patrióticos, Haedo mandó 
ásus hijos mayores— don Mariano y don Gregorio— este 
último años después ayudante de campo de su tío el ge- 
jieral don Estanislao Soler, en la batalla de Ituzaingó— 
para que, reunidos á los elementos ya preparados y á los 
peones del establecimiento, distrajeran la atención de los 
brasileros reuniendo grandes grupos de yeguadas que en 
,el momento oportuno debían ser lanzadas dentro del 
campo que ocupaban las caballadas del ejército enemigo, 
y produciendo la natural confusión, las arrebatase en su 
furia, ocasionando el desorden consiguiente. 

«El plan ejecutóse con la misma precisión con que fuera 
concebido por el experto y hábil general, y mientras los 
grandes trozos de yeguadas indómitas arrastraban, en su 
huida, las caballadas del ejército brasileño é introducían 
la confusión y la zozobra, los bravos batallones patricios 



- 99 - 

acuchillaban y destrozaban las falanges enemigas, sem- 
brando el terror y la derrota por doquier. 

«Fué así como se inició y se llevó á cabo el gran 
triunfo qae colmó de gloria inmarcesible á nuestros he- 
roicos soldados en ese día memorable. 

«8on éstos datos inéditos, y por tradición se conservan 
en la familia de los Haedo, como en muchos de los de 
aquella época; datos que permanecen en el silencio y des- 
conocidos por la generalidad de nuestros conciudadanos, 
porque aun no se ha escrito la historia verdadera y au- 
téntica de esa época legendaria (1). 

«Bivera pudo pasar al Rincón sin ser visto de las fuer- 
zas que resguardaban las trincheras que se hallaban á la 
entrada, porque costeó el río Negro, pasando muy pró- 
ximo á la costa, pero en el paraje donde no existíanlos 
zanjones que servían de defensa, cuyos fosos tenían, cada 
cuatrocientos metros, una especie de reducto, en varios 
de los cuales se colocaron cañones; y el más grande de 
aquéllos, que contaba con tres piezas de artillería, fué 
hecho, más ó menos, en el sitio en que hoy existen algu- 
nos árboles, en una cuchilla dominante, únicos vestigios 
y testigos mudos de tan memorable paraje. Entre esos 
árboles, que se hallan algo al oeste del camino, hacia el 
río Uruguay, hay una añosa higuera (2).» 

£6te combate, de resultados tan brillantes para las ar- 
mas de la patria, se dio entre él arroyo del Quebracho y 
la cañada del Cerro Colorado, que corren paralelos á des- 



( 1 ) éste 7 otros interesantes episodios nos han sido narrados por nues- 
tro apreciable compatriota don Francisco Haedo Suárez, quien los escuchó 
muchas Teces de labios de su veneranda abuela doña Irene Soler de Haedo, 
7 se hallan consignados, con ma7or amplitud, en las págs. 207, 208 7 209 
del segundo tomo de « Río Negro 7 sus progresos». 

(2) El señor don Luis Márquez, antiguo vecino de esas inmediaciones,' 
nos ha manifestado que su padre, que era portugués, fué de los que tra- 
bajaron para hacer esos fosos, en cuya operación también se emplearon las 
tropas del ejército brasileño, recibiendo como salario tres reales por día. 



- 100 - 

aguar en la orilla derecha del río Negro, más arriba de la 
ciudad de Mercedes. 



BIBL.IOORARÍA 

Julián O. Miranda : Apuntos' sobre la historia de ¡a Repúbliea Oriental del 

Uruguay, Montevideo, 1900. 
Setembrino E. Pereda : Rio Negro y su^s progresos. MonteTídeoí 18. 



SARANDI 



CAPITULO VI 



SARANDI 



SUMARIO: 1. Preliminares de la batalla del Saraodf. — 2. La batalla.— 
3. La victoria. — 4. Primer parte oficial déla batalla. — 5. Parte ponue- 
Dorizado de la misma. — 6. Lugar de la batalla.— 7. Gestiones del 
general Bivera en ülvot de la paz con el Brasil. 



1. Preliminares de la batalla del Sarandí.— La 
guerra de recursos que sostenían los patriotas, aquella 
guerra de montonera, de ocultarse del enemigo para sa- 
lirle al encuentro cuando menos lo soñaba, como en la 
acción del Arroyo Grande, de privarle de sus medios de 
movilidad, como en la sorpresa del Rincón de las Galli- 
nas, de ejercer en los imperiales un sistema de espionaje que 
habilitaba á los primeros para conocer los movimientos de 
los segundos, las asechanzas, las partidas sueltas que mo- 
lestaban de continuo á las poderosas divisiones brasileras, 
la falta de unidad en el modo de llevar á cabo la lucha, 
no entraba, según lo afirman varios historiadores, en los 
planes de Lavalleja, por más que tal modo de proceder 
fuese del agrado de Rivera. El jefe de los Treinta y Tres 
quería medir sus fuerzas con las huestes de don Pedro I, 
pero en campo abierto, mediante los recursos que ponía 
en sus manos el arte de la guerra, y contando con que 
el valor de los suyos vencería . todos los obstáculos que 
se le presentasen y obtendría la más completa victoria* 
81 así acontecía, los argentinos no tendrían reparo en 
cooperar desembozadamente al triunfo de la revolución 



- 104 — 

oriental, y entonces aumentábanse las probabilidades de 
un éxito rápido é inmediato. 

La ocasión de dar una batalla campal se le presentó 
á don Juan Antonio Lavalleja con la noticia que le lle- 
varon los patriotas Pío García y Ramón Márquez, de que 
Bentos Manuel González había invadido el territorio á la 
cabeza de 1400 hombres, al mismo tiempo que Manuel 
Biveiro salía de Montevideo con 600, con objeto de in- 
corporarse á aquél en el centro del país y ver de copar el 
diminuto ejército de Lavalleja antes de que el fuego de la 
revolución adquiriese más incremento, como así decía el 
Barón de la Laguna en comunicaciones oficiales que fue- 
ron oportunamente interceptadas por el caudillo oriental. 

Entonces éste, que se encontraba sobre una de las már- 
genes del arroyo de la Cruz, dispuso que Rivera lo esperase 
con sü gente en la horqueta del Sarandí, al mismo tiempo 
que ordenaba al coronel don Manuel Oribe (que con los 
Dragones Libertadores de su mando observaba los movi- 
mientos del enemigo) estuviese preparado, ya para incor- 
porársele, bien para reunirse con Rivera. 

Entretanto las fuerzas de Manuel Riveiro habían lo- 
grado agregarse á las de Bentos Manuel González, for- 
mando una fuerte columna de más de 2,000 hombres que 
marchaba hacia el arroyo de Castro, es decir, sobre La- 
, valleja, cuyo paradero había sido descubierto el día 10. 

Se hacía, por lo tanto, imprescindiblemente necesario á 
: los libertadores reunirse cuanto antes, pues de guardar 
> sus respectivas posiciones la derrota era inminente. Así 
lo comprendió Lavalleja, disponiendo el 11 que Rivera 
se mantuviese firme en el puesto que ocupaba, hacia 
donde se dirigían el grueso del ejército oriental y las tro- 
pas de Oribe. Éstas y las de Lavalleja se encontraron 
en la madrugada del citado día, y las pocas horas que 
quedaban de noche fueron hábilmente aprovechadas por 
Lavalleja para dar con Rivera al amanecer del día 12 de 
Octubre de 1825. 



- 105 - 



X 



2. La batalla.— Cuando los rayos del sol disiparon 
las nieblas» los dos e)ércitos se encontraron frente á frente 
mudando caballos, pero separados por un gajo del 8a- 
Tñndí; gajo que se apresuraron á despuntar los brasile- 
ros á fin de no combatir con semejante obstáculo á reta- 
guardia. 

Terminada la enojosa tarea de mudar caballos, Lava- . 
Deja mandó desplegar sus 2000 soldados, disponiéndolos í 
en el siguiente orden de batalla: ala derecha, al mando | 
del teniente coronel Pablo Zufriategui; centro, á las órde- ; 
nes del jefe de igual graduación Manuel Oribe (1); ala ¡ 
izquierda, dirigida por el general Rivera, y reserva, man- ; 
dada por el coronel de milicias Leonardo Olivera; la ar- ; 
tillería de los patriotas consistía en una pieza de á 4 man- 1 
dada por el subteniente José Joaquín de Olivera, el cual 
sólo disparó con ella tres tiros antes de la batalla. 

ha iniciativa de la lucha partió de los imperiales, que 
hicieron una descarga cerrada sobre los libertadores, cau- \ 
sándoles algunas bajas; pero como éstos permanecieron ! 
impasibles y firmes ante las balas del enemigo, los clari- > 
nes imperiales tocaron á degüello, á la vez que Lavalleja 
ordenaba el ataque al grito inolvidable de Carabina á la 
espalda y sable en mano (2), que acataron todos; y cuando 

( 1 ) Á. pesar de que en la pág. 2S de la preiente obra hemos dicho — 
siguiendo at doctor don Guillermo Mellan Lafinur— que en la acción del 
fiarandl don Manuel Oribe mandaba el centro del ejército, y que á éste se 
debe en mucha parte el éxito de la batallai El Piloto^ periódico que en 
aquel tiempo se publicaba en Buenos Aires, insertaba el 21 de Octubre 
de 1825 una correspondencia de uno de los jefes Tencedores, en la cual se 
dice que « el centro nuestro sufirió un contraste, pudiendo los enemigos ha- 
cer eo él un pequefio estrago ; pero fué contenido por nuestra reserra, que 
eon el general Lavalleja á la cabeza restableció el combate ; » opinión con- 
cordante con la que en una monografla histórica consigna don Luis de la 
Torre, actor en la acción del Sarandf. _ 

(2) Según dice don José Costa, oficial de Húsares del ejército patriota, 
en ra relación titulada EpiaodiM de la aeoián del Satandi, habiendo obser- 
▼mdo el major Kamón Cácerpa que las tropas libertadoras estaban compuei- 
tea de gente Joven é ignorante en el arte de la guerra, un momento antea 



— 106 - 

apenas habían tenido tiempo los invasores de. replegarse 
y desenvainar sus espadas, ya se vieron encima á sus 
contrarios, que deshicieron la línea enemiga sin que lo- 
grasen reorganizarla ni el valor de los más aguerridos, 
ni la jactancia de sus numerosos jefes, ni la petícia de 
sus envalentonados generales. El momento era supremo; 
del éxito de esta acción de armas dependía el porvenir 
del país, y he aquí la razón de que los orientales blan- 
diesen sus sables con más denuedo que nunca y los me- 
llasen y rompiesen en fuerza de tanto usarlos. 

Aunque breve, el combate se hizo encarnizado de parte 
á parte, luchándose más bien cuerpo á cuerpo que obe- 
deciendo á reglas de orden y disciplina. Deshecha la lí- 
nea de los enemigos, envueltos y arrollados por doquiera, 
1 atolondrados por aquella carga, tal vez la más brillante de 
1 cuantas registra la historia militar de la República (1), su 
I más completa y vergonzosa derrota no se hizo esperar, 

4 

de la iMitalla le acontejó á Lavalleja que mandase carctbina á Ut espalda y 
sable en mano, j que de este modo se triunfaría en la acción ; idea qoe 
aceptó el general. 

( 1 ) Dice el historiador argentino don Vicente F. López que « el combate 
del Sarandí está muy lejos de ser lo que en lenguaje de guerra se llama 
una batalla. Fué— según el expresado escritor — un encuentro á /a an%tMi, 
de mero empuje y ataque directo de las dos masas. No precedió operación 
ninguna estratégica ; lo cual, si bien honra mucho la bravura individual de 
cada oriental, no da, por cierto— continúa diciendo el señor López— una 
< grande idea de la organización y contextura de la caballerfa brasilera, que, 
por lo que se re, seria también fuerza miliciana más ó menos regularizada, » 
Si, según Boque Barcia (Dioeionaario Bíncielopédioo), las batallas son aque- 
llas acciones de guerra que llevan consigo como resultado grandes consecuen- 
cias trascendentales á todo un reino, no cabe duda que merece el califi- 
cativo de batalla la heroica acción del Sarandf/ En coanto á que el ejército 
enemigo estuviese compuesto de milicias irregulares, es una apreciación 
gratuita del señor López, pues nadie ignora que á raíz de la cruzada de 
los Treinta y Tres, el Emperador mandó á la Banda Oriental sus mejores 
tropas, eligiéndolas él mismo de entre lo más granado de su ejército. Lo 
afirmaba también el Barón de la Laguna cuando, en las comunicaciones de 
éste, interceptadas por los patijiotas, decía que las fuerzas de González j 
Bibeiro estaban compuestas de caballeria escogida. Estos hechos realzan 
' la gloria de los patriotas en la batalla del Sarandí. 



— 107 - 

siguiéndose, por consiguiente, el triunfo de los soldados 
de la buena .causa, que, dispuestos como estaban á pre- 
ferir la muerte á la ignominia dé la esdavüud, lucharon 
con el heroísmo peculiar de los grandes corazones, para 
quienes no es sacrificio ninguno inmolar su existencia en 
aras de la libertad. 

El lema de la bandera de los Treinta y Tregí, lAbertad 6 
Muerte, no era, pues, una frase falaz y pomposa, destinada 
á obtener prosélitos ilusos, sino que constituía todo un pro- 
grama sintético de conducta, corroborada ya por los hechos 
en esta famosa batalla envuelta en nubes de gloria, como 
dice acertadamente cierto reputado poeta. 

3. La yictobia. — La cuchilla del Sarandí, eiitre el 
arroyo de su nombre y el de Castro, en una extensión 
de campo que excedía de dos leguas, quedó cubierta de 
cadáveres de uno y otro bando, de gran cantidad de he- 
ridos y contusos, armas abandonadas, otras inservibles, 
pertrechos de guerra y numerosos caballos, cayendo pri- 
sionera una cuarta parte del ensoberbecido ejército impe- 
rial, que, impotente para resistir á la bravura de los 
orientales y careciendo de tiempo para ponerse en salvo, 
se entregó, bien á su pesar, así como una fuerza de 400 
soldados y 37 oficiales que había logrado hacer reaccio- 
nar y detener en la margen opuesta del Sarandí el te- 
niente coronel Alencaster, quien se rindió con ellos á 
condición de ser tratados cual prisioneros de guerra, como 
así se hizo. 

En cuanto á los jefes lUveiro y González, huyeron co- 
bardemente, librándose de caer en manos de los liberta- 
dores merced á la ligereza de los caballos de carrera que 
montaban en previsión del resultado que sobrevino*; y 
vadeando el torrentoso Yí en la balsa que inutilizaron, 
fueron á esconder su oprobio y vergüenza «ntre los su- 
yos, dejando al Barón de la Laguna,— dice el mismo La- 
valleja en un documento oficial,— bien arrepentido de su 
necia confianza y con testimonios que en lo sucesivo le 






! - loe- 

i 

\ harían mirar con más respeto y le enseñarían á conocer 
¡ mejor á los enemigos que tan fácilmente pretendía con- 
cluir. 

Las pérdidas de los orientales fueron insignificantes» 
pues ascendieron á llá bajas, repartidas así: muertos 30 
soldados y un oficial ; heridos 70 soldados y 13 oficiales.. 
El ejército usurpador sufrió las siguientes: soldado» 
muertos» 562; id. heridos» 133; jefes y oficiales heridos y 
prisioneros» 80; soldados prisioneros, 646; tercerolas, 1290; 
sables útiles, 8120; id. rotos, 200; pistolas, 694; lanzas, 50; 
cananas, 1060; cartuchos con bala» 10.000; caballada, 
toda. 

• Est^ colosal victoria llenó para siempre de inmarcesi- 
ble gloria al ejército de la patria é hizo revivir la espe- 
ranza de que las libertades públicas no serían fácilmente 
ahogadas por el brazo férreo del poderoso Imperib ve- 
cino. 

Si grande fué el pánico que se apoderó de los comba- 
tientes cuando los sables de los patriotas se embotaban 
en sus cuerpos ó se quebraban sobre sus cabezas, no fué 
menor la impresión que causó en los esclavos de Pedro I 
que ocupaban á Montevideo, porque desde luego com- 
prendieron, como dice un autor que ha descrito este no* 
table episodio, que «hombres que luchaban como leones 
para dar libertad á su patria, no podían ser vencidos por 
las legiones esclavócratas, y que aquel tremendo grito de 
Sable en mano y caraMna á la espalda, había de oirse 
siempre en las filas de los patriotas uruguayos,» reper- 
cutiendo en el campo brasilero como anuncio de aniquila- 
miento y destrucción. 

4. Primer parte oficul de la batalla. — El día 
13, el general Lavalleja dirigió el siguiente parte al Co- 
misionado del Gobierno Oriental : 



— 109 — 

PABTE OFICIAL DE LA BATALLA, MANDADO POR EL SESfOR 
GENERAL DON JUAN ANTONIO LAVALLEJA AL COMISIO- 
NADO DEL GOBIERNO ORIENTAL EN BUENOS AIRES. 

Ya no es posible que el déspota del BrasQ espere de 
la esclavitud de esta provincia el engrandecimiento de su 
Imperio. Los orientales acaban de dar al mundo un tes- 
timonio indudable del aprecio en que estiman su libertad. 
Dos mil soldados de caballería brasilera comandados por 
el coronel Bentos Manuel, han sido completamente de- 
rrotados en el día de ayer en la costa del Sarandí, por 
igual fuerza de estos valientes patriotas que tuve el honor 
de mandar. Aquella división, tan orguUosa como su jefe, 
tuvo la audacia de presentarse en campo descubierto, 
ignorando, sin duda, la bravura del ejército que insultaban. 

Vernos y encontramos fué obra del momento. En una 
ni otra línea no precedió otra maniobra que la carga, y 
ella fué, ciertamente, la más formidable que puede ima- 
ginarse. Los enemigos dieron la suya á vivo fuego, el 
cual despreciaron los míos, y carabina á la espalda, y 
sable en mano, según mis órdenes, encontraron, arrolla- 
ron y sablearon persiguiéndolos más de dos leguas, hasta 
ponerlos en la fuga y dispersión más completas, siendo 
el resultado quedar en el campo de batalla, de la fuerza 
enemiga, más de 400 muertos, 470 prisioneros de tropa y 
52 oficiales, sin contar con los heridos que aún se están 
recogiendo y dispersos que ya se han encontrado y to- 
mado en diferentes partes; más de 2000 armas de todas 
clases, 10 cajones de municiones y todas las caballadas. 
Nuestra pérdida ha consistido en un oficial muerto, 13 
de la misma clase heridos, 30 soldados muertos y 70 he- 
ridos. Los señores jefes y oficiales y tropa son muy dig- 
nos del renombre de valientes. El bravo y benemérito 
brigadier inspector, después de haberse desempeñado con 
ia mayor bizarría en el todo de la acción, corre una fuerza 
pequeña que ha escapado del filo de nuestras espadas. 



- lio - 

En la primera ocasión detallaré circunstanciadamente 
esta memorable acción, pues ahora mis muchas atencio- 
nes no me lo permiten. 

El sargento mayor encargado del detall de este ejér- 
cito, conductor de éste, informará á usted de los otros 
pormenores de que apetezca instruirse. 

Dios guarde á usted muchos años. — Cuartel general 
en el Durazno, Octubre 13 de 1825.— Juan Antonio La- 
VALLEJA. — Al señor Comisionado del Gobierno Oriental. 

5. Parte pormenorizado de la misma.— El parte 
pormenorizado de esta acción es el segundo, que Lava- 
licja pasó con fecha 26 de Octubre, el que reproducimos 
á oontínuación: 

SEGUNDO PARTE OFICIAL DE LÁ ACX:;I<3n DEL SARANDÍ 

«Después de reunirse el 10 entre é( segundo y tercer 
gajo de Mansevillagra las dos divisiones imperiales, cons- 
tantes la una de 1400 hombres al mando del coronel 
Bentos Manuel, y la otra de 600 al mando del mayor 
Bentos González, ambas fuerzas de caballería escogida, 
según sé manifiesta en las comunicaciones dirigidas al 
citado coronel por el Vizconde de la Laguna, que logré 
interceptar oportunamente, encontrándose en ellas la or- 
den de dicho general para que se persiguiese y conclu- 
yese con el ejército de mi mando antes que llegase el 
fuego de la revolución á la Provincia de San Pedro, no 
dudé un instante en prepararme, con la resolución de apro- 
vechar la oportunidad que iba á presentarme aquella dis- 
posición del vizconde, dejándole bien arrepentido de su 
necia confianza y con testimonios que en lo sucesivo le 
hiciesen mirar con más respeto y le enseñasen á conocer 
los enemigos que tan fácilmente pretendían concluir. 

«Con este objeto permanecí aquel día sobre el arroyo 
de la Crus disponiendo la división que se hallaba á mis 



— 111 — 

inmediatas órdenes, y comunicando desde allí al señor 
inspector don Fructuoso Rivera esperase mis avisos con 
la división de su mando, que se hallaba acampado en la 
Horqueta del Sarandí, q^iyo punto no debía abandonar 
para realizar la unión de ambos cuerpos en el momento 
necesario. 

«Al teniente coronel don Manuel Oribe, que con los 
escuadrones de Dragones Libertadores de su mando for- 
maba la vanguardia de este ejército en observación del 
enemigo, ordené replegarse sobre mi campo ó al del se- 
fior inspector en el caso que aquél emprendiese su mar« 
cha á una de esas direcciones, avanzándose á distan- 
cia regular para que también fuese posible su reunión á 
mi primer aviso del movimiento de la fuerza imperial, de 
cuyas marchas equívocas -no podía asegurarse su verda- 
dera dirección; y en esta duda esperé otro parte que pu- 
diera proporcionarme aquel conocimiento para levantar mi 
campo. 

«En efecto, al anochecer repite el referido comandante 
de vanguardia que el enemigo se dirigía á Castro ; ordené 
entonces la reunión de aquella fuerza armada y advertí al 
señor inspector que en la noche debíamos incorporarnos 
en su campamento del Sarandí, en cuya costa juzgaba de- 
bía amanecer el enemigo, según el cálculo que pude formar 
de su movimiento; y serían las dos de la mañana del día 
doce, cuando se incorporó el comandante Oribe con la ex- 
presada fuerza á su mando, y continué mi marcha gra- 
duando el tiempo que restaba de noche para estar reunido 
con el señor inspector al aclarar el día, lo que pude conse- 
guir antes de las cinco de la mañana. 

«En esta hora avisaron las partidas de descubierta que 
el enemigo se hallaba á media legua de la parte opuesta 
del Sarandí, y en seguida se dejaron ver á menos distancia 
de nuestro ejército, que á la sazón mudaba caballos con 
la mayor presteza. 

«El enemigo se ocupaba en la misma maniobra, y antes 



- 112 - 

de hora y media marcharon á encontrarse ambos ejércitos. 

«Calculé entonces ventajoso esperar al contrarío en la 
costa que ocupaba, para que, quedando un gajo del expre- 
sado arroyo á retaguardia de aqj^él, sirviese de obstáculo á 
la retirada; pero evitaron el encuentro en aquel punto y 
marcharon á despuntar el expresado gajo. 

«Yo me dirigí entonces á su frente, mandé desplegar la 
batalla, que la formaron en el costado derecho los escua- 
drones de Húsares Orientales al mando de su teniente co- 
ronel, comandante don Gregorio Pérez, y las milicias de 
Canelones al mando de su sargento mayor don Simón del 
Pino. Centro: los escuadrones de Dragones Libertadores 
al mando de su comandante, teniente coronel don Manuel 
Oribe, y una compañía de Dragones de la Unión al mando 
del capitán don Bernabé Rivera. Costado izquierdo : los 
Dragones de la unión al mando de su coronel don Andrés 
Latorre ( 1 ), y milicias entre Yí y Río Negro al de la misma 
clase don Julián Laguna. Reserva: Milicias de Maldo- 
nado al mando de su coronel don Leonardo Olivera, y 
las de San José á las de su comandante, coronel graduado 
don Juan José Quesada, colocándose al frente del costado 
derecho la compañía de tiradores de Maldonado al mando 
de su capitán don Francisco Osorio, y al frente del costado 
izquierdo el teniente coronel don Adrián Medina con un 
escuadrón de la misma arma. 

«Al costado izquierdo de los tiradores de la derecha se 
colocó una pieza de á cuatro de montañf^ mandada por el 
subteniente de artillería don José Joaquín de Olivera. Fue- 
ron los jefes de las citadas divisiones, en la izquierda el se- 
ñor Brigadier Inspector General don Fructuoso Rivera, en 
la derecha el teniente coronel jefe de Estado Mayor don 
Pablo Zufriategui, en el centro el teniente coronel coman- 

^ ( 1 ) ^n Andrés Latorre, bizarro militar del ejército de Artigasi era tfo 
de LaTalleja, pues el padre de éste, don Manuel Peres Laralleja, antiguo 
Tednp del departamento de Minas, español de nacimiento, estaba casado 
eon dofia Bamona Latone, hermana del coronel de este apolUdo. 



- lis - 

dante de Dragones Libertadores don Manuel Oribe, y en 
la tBserva el coronel de las Milicias de Maldonado don 
Leonardo Olivera. 

<Un solo instante tardaron los enemigos en descargar sus 
armas, casi alcanzando á tocar con ellas á los soldados de 
la Patria, los cuales, cumpliendo el juramento que acababan 
de repetir (de preferir la muerte á la ignominia de la escla- 
vitud), siguieron inalterables hasta desordenar á cuchilla- 
das toda la línea enemiga, que no pudiendo resistir á los 
orientales se pusieron en desordenada retirada, en la cual 
hicieron con ella sentir más el rigor de nuestras armas, de- 
jando más de dos leguas de campo cubiertas de cadáveres, 
al fin de cuya distancia, del otro lado del Sarandí, pudie- 
ron hacer una reunión que contenía 37 oficiales y 400 sol* 
dados, por el teniente Aiencastre, la cual fué rendida des- 
pués de haber solicitado se les tratase como prisioneros de 
guerra. En esta pequeña suspensión, los jefes Bentos Ma- 
nuel y Bentos González lograron escapar con poco más de 
300 hombres, que aunque fueron seguidos por una división 
al mando del señor Inspector, no fué posible alcanzarlos. 
Los enemigos dejaron 133 heridos, 52 oüciales, inclusos 3 
tenientes coroneles, 521 soldados prisioneros, sin contar los 
heridos, 1200 carabinas, 1040 sables útiles, más de 200 ro- 
tos, 650 pistolas, 50 lanzas, 1060 cananas, 10000 cartuchos 
de carabina á bala, y todas sus caballadas, cuyo número se 
aumentó posteriormente, habiéndose rendido el día 14 al te- 
niente Aguiar, que mandaba una partida de 27 hombres, 
en la costa del Arroyo Grande, una fuerza de 16 oficiales, 
117 soldados, con 80 tercerolas, SO sables y 44 pistolas, é 
igualmente en la costa de Maciel el mayor don Pedro Pin- 
tos con 8 soldados, todos armados. 

« El ejército de la Patria sufrió la pequeña pero sensible 
pérdida del capitán don Matías Lasarte, de los Dragones 
Libertadores, y 34 soldados muertos, y heridos el coronel 
don Andrés Latorre, capitanes don Pedro Correa, don Juan 
Salado, don Manuel Wal y don Cayetano Píriz, teni^tes 



f 



- 114 ~ 

don Jerónimo Berruerato, don Juan Galván, don Luis Do- 
nadí, don Tomás Aguilera, don Felipe Almeida y don Juan 
Fernández, los alféreces don Abdón Rodríguez, don Ma- 
nuel Andión y don Francisco Márquez, y 67 soldados. 

«Ningún premio seria bastante digno de los señores jefes 
y oficiales y tropa que se han hallado en esta acción, si por 
ella no alcanzasen el heroico renombre de Libertadores de 
su Patria.— Cuartel General en Mercedes, Octubre 20 de 
1825.— Juan Antonio L a valle ja.— Pecíro Lengiias, en- 
cargado de la Mesa de guerra. » 

^ 6. Lugar db la batalla. — Este notable encuentro 
se verificó en el actual departamento de la Florida, al 
N£. de la estación Sarandí Grande, del Ferrocarril Cen- 
tral del Uruguay. £1 arroyo que dio nombre á la batalla 
nace en la cuchilla Grande Inferior, y, con un desarrollo 
! de 32 kilómetros, corre en general hacia el N. para tri- 
j butar en el río Yí, y no en el arroyo de Castro, como 
I aparece en algunos mapas; un albardón, ni muy elevado 
I ni muy grande, separa la vertiente occidental del Castro 
I de la oriental del Sarandí. Los campos regados por estos 
i arroyos están dedicados á la ganadería y en ellos crecen 
I las hierbas forrajeras abundantes y ricas, como fecunda- 
\ dos por los cientos de cadáveres de ambos combatientes 
\ sepultados allí durante los días subsiguientes á la ba- 
\ talla por la piedad del escaso vecindario de esta histó- 
\ rica y gloriosa comarca. 
/ ^—7. Gestiones del general Rivera en favor de. la 
FAZ CON el Brasil. £n 1824 Rivera había llevado á cabo 
algunos trabajos tendentes á sublevar el Estado Cispla- 
tíno y la provincia de San Pedro del Río Grande, para que 
reunidos á varios territorios argentinos formasen una nueva 
nacionalidad, capaz por su riqueza y posición, de servir de 
contrapeso á la ambición avasalladora del Brasil y á la po- 
lítica centralista de Buenos Aires; pero los planes del cau- 



- 115 - 

» 

dillo patriota no tuvieron el éxito que su autor cifraba en 
ellos (1). 

Después de la cruzada de los Treinta y Tres, Rivera se 
dirigió á los jefes riograndenses Tomás José da Silva y 
José Abreu, encareciéndoles la conveniencia de que inicia- 
sen trabajos ante el Barón de la Laguna, encaminados á 
evitar la efusión de sangre de los pueblos amigos, á condi- 
ción de que los orientales obtuviesen la completa libertad 
é independencia de la patria, á cuyo ñn podría, como paso 
|>revio, estipularse un armisticio entre los beligerantes; pero 
esta segunda gestión tampoco dio ningún resultado. 

Sin embargo. Rivera no desmayó en sus humanitarios y 
levan tadQs sentimientos, y pocos días después de dada la 
batalla del Sarandí, iniciaba por tercera vez la misma ges- 
tión, dirigiendo al Comandante general de armas de la pro- 
vincia de Río Grande, mariscal don José de Abreu, una co- 
municación en análogo sentido que las anteriores, pero pre- 
viniéndole que como aquí ya no había enemigos á quie- 
nes combatir, los patriotas pasarían á continuar la lucha 
en territorio brasilero, lo que, mediante su influencia, po- 
dría evitar Abreu. 

Esta actitud patriótica del vencedor del Rincón evidencia 
una vez más su entrañable cariño por la patria y su gene- 
rosidad para con sus enemigos, que incurrieron en el error 
de no querer interpretar rectamente los móviles del ab- 
negado caudillo uruguayo. 



( 1 ) Este plan de Birera no era sino una modificación de la idea de Ar- 
tigas, qnien parece qne sofial» en crear una nacionalidad que se formarla 
eon la Banda Oriental, el Paraguay, &fo Grande del Sur, las Misiones, 
Conrientes y Entre Ríos, cuya extensión territorial habría sido de un mi« 
llÓB de kilómetros cuadrados, Im^o la begemonfa de la primera. Este pro- 
yeeto, con ligeras Tariantes, lo acariciaron también durante sus respectí- 
▼O0 gobiernos don Venando Flores y el general don Máximo Santos. 



— 116 - 

BIBL-IOORAF^fA 

J. Miguel Díiz Feneira: Xa idea de Jrtigaa 6 la formaoi6n de la Oran 
República OrientaL Buenos iSres, 1898. 

Joaquín Mufioz Miranda y Luis Calzada: Prohombres del partido naoúmal. 
Monteyideo, 1896. 

Guillermo Mellan Lafinur: IjOS patriotas de la Syaíiblica Oriimtal del Uru- 
gttay. Estudio político -histórico -popular. Buenos Aires, 1893. 

Varios: Minas- LaveJleja : Número especial ilustrado, publicado con mo- 
tiro de las fiestas de la inauguración del monumento erigido en la ciudad 
de Minas al General don Juan Antonio Lavalleja el día 12 de Octubre 
de 1902. MontoTideo, 1903. 



y' 



INCORPORACIÓN Á LA ARGENTINA 



8 



CAPÍTULO VII 

INCORPORACIÓN A LA ARGENTINA 

(1825) 

SUMABIO: 1. Controversia diplomática. — 2. Laiiicorponioi<3n.— 3. Efec- 
tos de la incorporación en la Banda Oriental. — 4. Declaración de gue- 
rra. — 5. Ocupación de la fortaleza de Santa Teresa. 

1. Controversia diplomática.— Al mismo tiempo que 
en el territorio oriental se desarrollaban los sucesos que 
dejamos narrados en los capítulos anteriores, continuaba 
en Buenos Aires la controversia diplomática entre el go- 
bierno de este país y los representantes del Brasil, sobre 
si la Argentina prohijaba ó no la revolución encabezada 
por Lavalleja. Los esfuerzos del ministro García para 
evidenciar su inocencia en estos acontecimientos se estre- 
llaban contra las apariencias que lo condenaban, y de 
aquí que á las justas reclamaciones formuladas por el 
almirante Pereíra de Lobo, en nombre del Brasil, con- 
testase García exigiendo del almirante que exhibiese el 
documento que lo autorizaba para entablar dichas recla- 
maciones, observándole además que no era la práctica 
de las Provincias Unidas entrar en explicaciones diplo- 
máticas con un jefe que se presentaba mandando fuerza 
armada, pero como estaba en las conveniencias y dig- 
nidad de su gobierno desmentir la imputación que se le 
hacía, declaraba que los elementos de guerra sacados de 
Buenos Aires por los revolucionarios orientales habrían 
sido comprados con el dinero de los particulares y sin 



— 120 — 

conocimiento del gobierno; que en cuanto á los argenti- 
nos que se hallaban en las filas de los orientales en gue- 
rra, el gobierno carecía de autoridad sobre ellos, y no 
podía forzarlos á volver á un territorio sobre el cual no 
ejercía jurisdicción. £1 ministro García declaraba en con- 
clusión que la situación de la Banda Oriental requería 
que las relaciones futuras entre su gobierno y el del Im- 
perio se fijasen definitivamente, y que al efecto muy 
pronto se enviaría una misión á Río Janeiro^ y que, en 
consecuencia, quedaba terminada toda ulterior explicación 
diplomática con el almirante. 

No obstante las protestas de García, las relaciones dia- 
rias entre bonaerenses y brasileros se hacían de más en 
más difíciles. No podían bajar de los buques del Impe- 
rio los oficiales, ni aun vestidos de particular, que es 
como bajaban, porque eran objeto de los gritos y de- 
nuestos del populacho. No podían venir á la orilla del 
río los botes de guerra, porque sus soldados y marineros 
eran inducidos en seguida á desertarse mediante sumas 
de dinero que se les daban. La escuadra llegó á no po- 
der servirse de sus botes y á tener que alquilar á subido 
precio los mercantes del puerto, aunque ni éstos podían 
conseguir, porque sus dueños se negaban á prestar ser- 
vicio alguno por mucho que se les ofreciera. 

El corso también continuaba con más actividad que 
nunca, llegando el atrevimiento de las personas que á él 
se consagraban á atacar á los buques de guerra de la 
escuadra brasilera, como sucedió con el bergantín Oa- 
viota, sin que las medidas adoptadas por el ministro 
García fuesen parte para impedirlo, pues si bien los cor- 
sarios salían del puerto de Buenos Aires despachados 
en condiciones regulares por la autoridad marítima, tan 
pronto como se alejaban de las costas argentinas devol- 
vían los despachos y se dedicaban á perseguir á las na- 
ves del Imperio, mercantes y de guerra, con tanta auda- 
cia como fortuna. 



- 121 - 

En la ciadad los partidarios de la guerra compromeiian 
diariamente al gobierno de Buenos Aires y extremaban 
los sucesos borrando en la noche de San Pedro las ar- 
mas del Imperio que estaban colocadas en la puerta de 
la casa consular; ultraje que, á pesar de las naturales 
reclamaciones, no obtuvo ninguna satisfacción pública. 

La ineficacia de las gestiones de Pereira Lobo y las 
no menos infructuosas de Sodré, cónsul brasilero en Bue- 
nos Aires, decidieron al gobierno de Río Janeiro á -reem- 
plazarlo con otro funcionario de mayores bríos, recayendo 
el nombramiento en el capitán Antonio José Faicao da 
Frota, el cual fué reconocido en aquel carácter por el 
gobierno argentino el 22 de Julio de 1825. 

No le costó mucho trabajo ni suspicacia al capitán da 
Frota darse cuenta de la situación verdadera de las rela- 
ciones entre la Argentina y el Brasil, de modo, que en 
cuanto llegó á Buenos Aires dirigió una nota á su go- 
bierno comunicándole sus temores acerca de la proximidad 
dé un rompimiento entre los dos países, y lo difícil que le 
sería sostenerse por mucho tiempo en su puesto, dado el 
espíritu hostil de los bonaerenses y los rumbos de la po- 
lítica argentina. La Asamblea de la Florida, el acta de 
incorporación, el nombramiento de Diputados al Congreso 
nacional, el glorioso combate del Rincón y la completa 
victoria del Sarandí precipitaron los acontecimientos, con 
firmando los vaticinios del agente consular y político 
del Brasil y obligando á este país á prepararse para la 
guerra. 

2. La incorporación.-- Desde la cruzada de los Treinta 
y Tres se venían dibujando en el horizonte político de 
Buenos Aires dos partidos importantes que concluyeron 
por definirse de una manera tan clara y terminante que 
no dejaba lugar á dudas: el de la guerra y el de la paz; 
el que aceptaba la anexión de la Provincia Oriental y el 
que la rechazaba considerándola perjudicial para los in- 
tereses de la República Argentína. Entre los primeros 



- 122 




' i 



militaba el pueblo irreflexivo y fácilmente impresionable 
que, considerando al Brasil pobre y sin medios de acción, 
y á la Confederación rica y con aptitudes para vencer, 
contemplaba fácil la victoria sobre el Imperio, sobre todo 
desde que una prensa exaltada y amiga de la causa de 
los orientales así se lo aseguraba en todos los tonos. En- 
tre los segundos se hallaban el circunspecto gobierno de Las 
Heras, el Congreso y los diplomátioos incrédulos y des- 
confiados. Pero como la prensa de Buenos Aires se ma- 
nifestase más partidaria de la guerra cada día y la acti- 
tud del pueblo era bien marcada en favor de la anexión, 
el gobierno argentino, abogando más por su estabilidad en 
el poder que por la causa de los orientales, púsose de 
acuerdo con el Congreso, y éste entonces se resolvió á 
aceptar la incorporación anhelada por medio del siguiente 



DECBETO 



El Congreso General de las Provincias Unidas del lUo 
de la Plata ha acordado y decreta la siguiente ley: 



Artículo 1.® De conformidad con el voto uniforme de 
las Provincias del Estado, y con el que deliberadamente 
ha reproducido la Provincia Oriental por órgano legítimo 
de sus Representantes en la ley del 25 de Agosto del 
presente año, el Congreso Oeneral Constituyente, á nom- 
bre de los pueblos que representa, la reconoce de hecho 
incorporada á las Provincias Unidas del Río de la Plata, 
á que por derecho ha pertenecido y quiere pertenecer. 

Art. 2.® En consecuencia, el gobierno encargado del 
Poder Ejecutivo Nacional proveerá á su defensa y segu- 
ridad. 

Art. 8.^ Transcríbase al Poder Ejecutivo Nacional, quien 



- 123 - 

lo comunicará al Oobierno y Junta de Representantes de 
Ja Provincia Oriental. 

Sala del Congreso, Buenos Aires, Octubre 36 de 1825. 

Manuel de Abroto y Pinedo, 

Presidente. 

José Ceferino Lagos, 

Secretario interino. 

Al Gobierno encargado del Poder Ejecutivo Nacional. 

Buenos Aires, Octubre 25 de 1825. 

Cúmplase é insértese en el Beg^tro Nacional. 

Heras. 

Manuel José Oaráa. 

Y á fin de que á los argentinos no les quedase duda 
ninguna respecto de las intenciones de los políticos uru- 
guayos, pocos meses después los mismos Representantes 
que aprobaron el acta de anexión sancionaban la siguiente 

LET BEOONOCIENDO EN EL CONGRESO NACIONAL 
LA AUTORIDAD SUPREMA DEL ESTADO 

Lia H. Sala de Representantes de la Provincia Orien- 
tal, ^1 uso de la soberanía ordinaria y extraordinaria que 
Intimamente inviste, ha acordado y decreta con valor y 
fuerza de ley lo siguiente: 

La Provincia Oriental del Uruguay reconoce en el Con- 
greso instalado el 16 de Diciembre del afío pasado dé 
1824, la representación legítima de la Nación y la supren;iá 
autoridad del Estado. 

Sala de Setionet, etc., etc., á 1.^ de Febrero de 182$. i » 



- 124 - 

Antes del decreto que antecede, 6 sea el 20 del mismo 
mes, se congregó la parte más exaltada del pueblo de 
Buenos Aires, y presa de un verdadero frenesí manifestó 
su adhesión á la causa de los orientales y su odio al Bra- 
silj contra el cual aquel inmenso gentío profirió toda clase 
de gritos ofensivos, de los que no pudo sustraerse el cón- 
sul brasilero, pues las turbas se encaminaron á la resi- 
\ dencia de este funcionario acompañando sus alaridos con 
I golpes violentos en la puerta y sonidos de instrumentos 
de música. En vista de este insulto público, da Frota pidió 
sus pasaportes y se retiró inmediatamente á Montevideo. 
Aceptada la incorporación de la Provincia Oriental, que- 
daron también incorporados al Congreso los diputados uru- 
guayos, y el gobierno de Buenos Aires, con su habilidad 
característica, trató de que la responsabilidad de la guerra 

¡recayese sobre el Imperio, dirigiendo á éste la siguiente nota, 
que así lo evidencia: 
^"^^^ Comunicación del Ministerio de Belaciones Exteriores 
de la Bepública de las Provincias Unidas del Rio de la 
Plata al del Imperio del Brasil.— Departamento de Bela- 
ciones Mderiores.— Buenos Aires, 4 de Noviembre de 1825. 
« El que subscribe, Ministro Secretario de Estado en el 
departamento de Relaciones Exteriores de la República de 
las Provincias Unidas del Río de la Plata, autorizado es- 
pecialmente por su gobierno, tiene el honor de dirigirse al 
Illmo. y Excmo. señor Ministro de Estado en el depar- 
tamento de Relaciones Extranjeras del Imperio del Brasil, 
para hacerle saber:— Que habiendo los habitantes de la 
Provincia Oriental recuperado por sus propios esfuerzos la 
libertad de su territorio, ocupado por las armas de S. M. L, 
y después de instalar un gobierno regular para el raimen 
de su provincia, han declarado solemnemente la nulidad 
de los actos por los cuales se pretendió agregar aquel país 
al Impwo del Brasil, y en su consecuencia han expre- 
sado «que su voto general, constante y decidido, era por la 
unidad con las demás provincias argentinas, á que siem- 



- 125 - 

pre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo 
conoce. » El Congreso General de las Provincias Unidas, 
á quien fué elevada esta declaración, no podía negarse, 
sin injusticia, á usar de un derecho que jamás fué dispu- 
table, ni dejar, sin deshonor y sin impudencia, abando- 
nada á su propio destino una población armada, valiente 
é irritada y capaz de los últimos extremos en defensa de 
sus derechos. Por ello es que en sesión del 25 del pasado 
mes de Octubre ha sancionado: «Que de conformidad con 
el voto uniforme de las provincias del Estado, y del que 
deliberadamente ha producido la Provincia Oriental por el 
órgano intimo de sus representantes en la ley de 25 de 
Agosto del presente afio, el Congreso, á nombre de los 
pueblos que representa, la reconoce de hecho reincorporada 
á la República de las Provincias Unidas del Río de la 
Plata, á que por derecho ha pertenecido y quiere perte- 
necer. 

« Por esta solemne declaración, el gobierno general está 
comprometido á proveer á la defensa y seguridad de la 
Provincia Oriental. Él llenará su compromiso por cuantos 
medios estén á su alcance, y por los mismos acelerará la 
evacuación de los dos únicos puntos militares que guar- 
necen aún las tropas de S. M . I. 

« El que subscribe está al mismo tiempo autorizado para 
declarar:— Que en esta nueva situación el gobierno de las 
Provincias Unidas conserva el mismo espíritu de mode- 
ración y de justicia que sirve de base á su política, y que 
ha dirigido las tentativas que ha repetido hasta aquí en 
vano, para negociar amigablemente la restitución de la 
Provincia Oriental, y del cual dará nuevas pruebas cuan- 
tas veces su dignidad se lo permita.— Que en todos casos 
no atacará sino para defenderse y obtener la restitución de 
los puntos aún ocupados, reduciendo sus pretensiones á 
conservar la integridad del territorio de las Provincias Uni- 
das, y garantir solemnemente para lo futuro la inviolabi- 
lidad de sus límites contra la fuerza ó la seducción. 




- 126 - 

«En tal estado, y después de haber hecho conocer al 
Illmo. y Exicmo. señor Ministro de Estado y de Relacio- 
nes Exteriores del Imperio del Brasil las intenciones y de- 
seos del gobierno de las Provincias Unidas del Río de lii 
Plata, resta añadir que penderá únicamente de la volun- 
tad de S. M. I. el establecer una paz demasiado preciosa 
á los intereses de los Estados vecinos, y aun de todo el 
continente. 

«El que subscribe saluda, etc. — Manuel José García. 
~ Illmo. y Excmo. señor Luis José de Carvalho y Meló, 
etc., etc.» 

3. Efectos de la incorporación en la Banda Orien- 
tal.— Una vez conocidos en la Banda Oriental los he- 
chos que quedan expuestos, sus habitantes los celebraron 
con fiestas de todas clases, siendo mayor su regocijo cuando 
Lavall^a fué confirmado en las funciones de jefe del Po- 
der Ejecutivo de la Provincia. Con tal motivo éste dirigió 
á sus conciudadanos una patriótica proclama diciéndoles: 
« Yo os juro ante el cielo y la patria que antes que ex- 
pire el término de la ley, y tan luego como las circunstan- 
cias lo permitan, conservaré y pondré en manos de vues- 
tros representante^ la autoridad que se me ha confiado. 
Juro también ser el más sumiso y obediente á las leyes 
y decretos del soberano Congreso y Gobierno nacional de 
la República. Os prometo también alejar de mí, en cuanto 
me permita la condición de hombre, las personalidades, 
los odios, los cobardes recelos. Conozco que no soy el ar- 
bitro, sino el garante del poder que me habéis confiado. 
No quiera Dios que yo abuse de la autoridad para opri- 
miros, ó que os niegue la protecoión de las leyes; pero 
tampoco permita que me vea en el duro caso de ejercitar 
su rigor contra el culpado que la despreciare.— ¡Pueblos! 
Ya están cumplidos vuestros más ardientes deseos; ya 
estamo» incorporados á la nación argentina por medio de 
nuestros representantes; ya estamos arreglados y armados. 
Ya tenemos en la mano la salvación de la patria. Pronto 



— 127 - 

veremos en nuestra gloriosa lid las banderas de las pro- 
vincias hermanas unidas á la nuestra. Ya podemos decir 
que rdna la dulce fraternidad, la sincera amistad, la misma 
confianza!...» 

En esos días dirigió otra proclama « á los continentales 
pobladores en los territorios de su jurisdicción»... «Ac- 
ción DEL SarandíI... i 12 DE OgtubreI... les decía. 
¡Ved ahí que acaba de esparcirse un torrente de sang^ 
amerieHHi Mo por complacer la sacrilega sed del cruel 
Pedro y de los maadones europeos! ¿ Qué os interesa á 
vosotros que pese también su férreo yugo sobre vuestros 
hermanos los Orientales ? ¿Qué gloria, qué honor, qué in- 
terés noble os conduce á mataros con nosotros?... No 
halaguéis, pues, por más tiempo á esos verdqgos y opre-^ 
sores sacrificándoos sin más objeto que satisfacer su or- 
gullo y codicia en la dominación de esta provincia. Aban* 
donadlos á la ira del cielo y de los hombres en la carrera 
de sus negros crímenes. Abandonadlos antes que el fuerte 
ejército de las Provincias Unidas que corre á asegurar la 
integridad y sistema del país, encuentre, en vez de tran« 
quilos y útiles moradores, enemigos obstinados de nuestra 

justa LIBERTAD. . . » 

4 Declaración de querrá.— La respuesta del Bra- 
sil á la nota dd Ministro García fué la inmediata decla- 
ración de guerra á la República Argentina, según los tér- 
minos del siguiente documento: 

«Habiendo el Gobierno de las Provincias Unidas del 
Río de la Plata practicado actos de hostilidad contra este 
Imperio, sin provocación y sin preceder declaración ex- 
presa de guerra, prescindiendo de las formas recibidas en- 
tre las naciones civilizadas, conviene á la dignidad de la 
nación brasileña, y al orden que debe ocupar entre las 
potencias, que YO, habiendo oído mi consejo de Estado, 
declare, como declaro, la guerra á las dichas provincias y 
su gobierno. Por tanto ordeno que por mar. y tierra se les 
hagan todas las hostilidades posibles, autorizando el corso 



I 



- 128 - 

y el armamento que quieran emprender mis subditos con- 
tra aquella nación; declarando que todas las tomas y pre- 
sas, cualquiera que sea su calidad, pertenecerán comple- 
tamente á los aprehensores, sin deducción alguna en be- 
neficio del erario público. 

«Así lo tenga entendido el supremo Consejo militar, y lo 
haga publicar, remitiendo éste por copia á las estaciones 
competentes y fijándolo por edictos. — Palacio de Río de 
Janeiro, 10 de Diciembre de 1825, 4.^ de la Independen- 
cia y del Imperio.— Con la firma deS. M. I.-— Vizconde 
DE Santo Amaro.» 
^ 5. Ocupación de la fortaleza de Santa Teresa.— 
La gloriosa batalla del Sarandí no fué el último triunfo 
de los patriotas en el territorio oriental, pues mientras que 
Lavalleja se aproximaba al sitio de Montevideo á la ca- 
beza de 900 jinetes, Leonardo Olivera, destacado hacia el 
este, mortificaba de todas maneras al enemigo por el de- 
partamento de Maldonado, al extremo de atreverse á medir 
sus fuerzas con una regular división que guardaba al 
fuerte de Santa Teresa, del cual se hizo duefio el valiente 
oficial después de haberlo asaltado en la madrugada del 
31 de Diciembre de 1825 ( 1). 

Con esta serie de triunfos el enemigo quedó reducido 
á la posesión de las plazas de Montevideo y la Colonia, 
de modo que al cerrarse el año xxv los dueños de la cam- 
paña oriental eran exclusivamente los patriotas. 

BIBL-IOGRAF'fA 

Adolfo Saldías : Hiatoría de la Confederación Argentina, Buenos Aires, 1892. 

Mariano A. Pelliza : Historia de la Argentina, Buenos Airea, 1889. 

Vicente F. López: Historia de la Repúbliea Argentinaf su origen, su re- 
volución y su desarrollo polüico hasta 1852, Buenos Aires, 1892. 

Mariano A. Pelliza: Glorias Argentinas, Batallas, Paralelos, Biografías y 
Cuadros históricos. Buenos Aires, 1888. 



( 1 ) Algunos historiadores afirman que Olivera entró sin obstáculo nin- 
guno en la fortaleza de Santa Teresa, abandonada desde el día anterior 
por las tropas imperiales. 



PRIMEROS CONFLICTOS 



CAPÍTULO vm 

PRIMEROS CONFLICTOS 

(1826) 

SUHABIO: 1. PreUminareí de la ga«nB. — 2. Paii^e del ejército argen- 
tino. — 3. Acddn del Cerro. — 4. Organización de ana escnadra y cam- 
pafia naval de Brown. — 5. Ambiciones j rebeldías de Lantlleja. — 
6. EqnÍTOca actitud de Rivera. — 7. Organización administrativa. — 
8. Inaurreedónriverista. — 9. Organización del ejército aliado. — 10, Ve- 
nida del Emperador al teatro de la guerra. 

1. Preliminares be la guerra.— Declarada la gue- 
rra, el Brasil se preparó para aumentar los contíngentes 
de tropas con que ya contaba en la Banda Oriental, en- 
viando por el lado del Yaguarón nuevos refuerzos al 
mando de Calderón, otros por el Cuareim á las órdenes 
de Abreu y Barreto, y una división de 500 hombres por 
el Chuy. Simultáneamente la escuadra brasilera, aprove- 
chándose de la soledad y el desamparo en que se hallaba 
la isla de Martín Oarcía, se apoderaba de ésta convirtién- 
dola en apostadero, á la vez que el almirante Lobo de- 
claraba bloqueados todos los puertos situados en ambas 
orillas del Plata, exceptuando Montevideo y la Colonia, de 
los cuales estaba posesionado. 

Lavalleja, por su parte, no se descuidaba, y compren- 
diendo que el número de patriotas que liabían respondido 
á BU llamamiento era muy inferior á las numerosas y nu- 
tridas divisiones imperiales, lanzó un enérgico manifiesto 
llamando á todos los orientales para que empuñasen las 
armas y se dispusiesen á defender la libertad de la pro- 



- 132 - 

vincia. Hacíales va^ el peligro que ésta corría y la peren- 
toria necesidad de allegar todos loa recursos de que pu- 
dieran disponer para combatir á los intrusos. 

£1 gobierno de Buenos Aires, á su vez, no perdía el tiempo, 
procediendo el Congreso á facultar al Poder Ejecutivo para 
que resistiese á la guerra á que lo provocaba el Brasil ; 
decretaba el corso, ponía bajo su mando el ejército regu- 
lar y las milicias, y elevaba á la categoría de brigadieres 
generales á doü Juan Antonio Lavalleja y á don Fruc- 
tuoso Rivera. En cuanto á los Treinta y Tres patriotas, 
acordábales una renta vitalicia por su heroica conducta, si 
bien Lavalleja, con un desprendimiento que siempre hon- 
rará su nombre, declinó la dádiva, sin dejar de agradecerla. 
< Momentos eran aquéllos de lucha, no de superfinas rega- 
lías»^ dice el señor Sosa. 

Á imitación del jefe de la Cruzada, «Las Heras—- dice 
el doctor Berra— dirigió una circular á los gobernadores 
de las provincias exhortándolos á que avivaran el senti- 
miento público y á que tomaran medidas capaces de pre- 
caverse contra toda contingencia opuesta á los intereses de 
la guerra, y expidió una proclama á los argentinos en 
general, llamándolos á las armas en nombre de la liber- 
tad, y otra particular á los orientales, en que les decía: 
«Ocupáis el puesto que se os debe de justicia: formáis la 
primera división del ejército nacional: lleváis la vanguar- 
dia en esta guerra sagrada; que los oprimidos empiecen á 
esperar y que los viles opresores sientan luego el peso de 
vuestras armas. Esa vuestra patria, tan bella como heroica, 
sólo produce valientes; acordaos de que sois orientales, y 
este nombre y esta idea os asegurarán el triunfo.» 

Apreciando estos acontecimientos, el señor Pelliza dice 
que « la declaración de guerra al Brasil había enardecido 
la ñbra patriótica en los pueblos, y si no de todos, de la 
mayor parte salían contingentes de hombres buscando la 
incorporación al ejército de la República. El sentimiento 
de la dignidad ultrajada marcaba un mismo nivel en todos 



— 133 - 

los ¿Dgalos del territorio argentino y la declaración del go- 
bierno había trabado más el espíritu de armonía que las 
l^es del Congreso dictadas con aquel fin.» 

2. Pasaje del ejército AROENTiNa— El ejército de 
observación (véase la pág, 56) que á las órdenes del ge^ 
neral don Martín Rodríguez se hallaba escalonado á lo 
largo de la margen derecha del Uruguay desde el año an- 
terior, recibió orden de cruzar este río y situarse en el te- 
rritorio oriental, como así lo efectuó por San José del Uru- 
guay (^), quedando terminado el pasaje el día 28 de Fe- 
brero. Componíanlo 1500 hombres de las tres armas, que 
permanecieron en el paraje indicado hasta principios de 
Junio, en cuya época emprendieron sus marchas hacia él 
interior, deteniéndose en la costa del Yí, donde estable- 
cieron su cuartel general, haciendo flamear la bandera ar- 
gentina, que vino á sustituir al pabellón* tricolor de los 
Treinta y Tres. 

3. Acción del Cerro. — Entretanto los patriotas conti- 
nuaban sitiando á las ciudades de la Colonia y de Mon- 
tevideo, sin éxito la primera y lentamente la segunda. 
Pero los brasileros encerrados en la capital pretendieron 
cierto día desalojar de sus posiciones á los sitiadores y, en 
número de 300, hicieron una salida el 9 de Febrero, desde 
la fortaleza del Cerro, ocupada también por ellos aunque 
para su mal salióles al encuentro don Manuel Oribe, quien 
los derrotó completamente á la altura del Pantanoso, ma- 
tándoles 4 oficiales y 46 soldados (^\ «Desde la victoria 



( 1 ) Población qne durante el período de la dominadón lusitana y en 
tiempo de los brasileroa existió en las ininediaeiones del arroyo Malo, á 12 
leguas de la eiodad de Paysandú. Más tarde sirrió de eampamento al ge* 
neral Blrera; Sn la actualidad observase un semiefrculo' formado de pie- 
dras toscas, de varios tamafios, que otrora fué fiírtaleza. Las habitaciones 
rúaticas qne allí hubo han desaparecido todas, y sólo se Ten ahora algunas 
bigneías stlTastrea dominMido un Inmenso al»oJa1. " 

< 2 ) Don José P. Pintos, que es el más acénimo apologista de don Ma- 
nuel Oribe, relata esta liedio de anuas del modo slguieiítec oomo puede 

9 



— 134 — 

del Cerro — dice el seüor Pintos — el nombre de Oribe fué 
para los dominadores uno de los más temidos de sus ene- 
migos, y Oribe los estrechó desde aquel día de un modo 
tan elocuente, que no les dejaba duda de que en otro en- 
cuentro haría lo que hiciera en el Cerro. Los choques pare- 
cíales que tuvo después con ellos siempre fueron victorias 
para Oribe y reveses para sus enemigos. > 

4. Organización de una escuadra y camparía naval 
DE Brown.— Excitada la opinión pública de Buenos Ai- 
res con todos estos acontecimientos, no consideró suficien- 
tes las medidas adoptadas por el Congreso y el Grobierno 
para luchar con éxito con el Brasil, sino que, por medio 
de la prensa más exaltada, solicitó también la formación 
de una escuadr.á á fin de que peleara con la flota enemiga 
que entorpecía la navegación fluvial y era una amenaza 
constante para las poblaciones del litoral. La modesta 

Terse en las páginas 29 ^ SO de su opúsculo titulado El BrigeuLier Gene- 
ral don Manitel Oribéf Montevideo, 1859: * 

« Después de la batalla del Sarandí volvió á ocupar su puesto en el si- 
tio de Montevideo. En él se distinguió tanto como en todas las acciones 
en que tomé parte, 7 á principios del afio 1826 su espada 7 su habilidad 
estratégica escribieron en el Cerro los recuerdos más imperecederos de su 
valor. Un día supo Oribe que los enemigos habían dado tormento á un 
joven soldado que él estimaba, 7 que había tenido la desgracia de caer 
prisionero : le habían exigido una confesión, 7 porque él la rehusaba, le 
habían despedazado la punta de los dedos en la llave de un fasil. Oribe 
se encolerizó 7 resolvió vengarlo. En aquel tiempo una fuerza de cabaUe- 
ría mandada por un comandante Pita, cuidaba las caballadas en el Cerro 
ha-*ta una distancia fuera del tiro de cañón, 7 se amparaba de la fortaleza 
cuando la atacaban. Oribe resolvió ponerles una emboscada 7 hacer una 
matanza de enemigos. En la noche del 8 de Febrero hizo ocultar di- 
venas partidas en los bajos, 7 á la mañana siguiente, cuando los ene» 
miftOi fueron á hacer la descubierta, sólo encontraron á lo l^os una 
pequeña partida que no Um inquietó. La división hizo alto en la parte 
norte del último an!07a que se encuentra desde el Cerro hasta la pri- 
mera altura, 7 desenfinenando los cabsUos se ocuparon en cortar pasto. 
Según lo convenido, en este estado- debía aoercarse 4a partida que estaba 
á la vista, 7 comenzar á tirotearse con otra avanzada que teolkn los bra- 
sileros, 7 cuando )a primera considerara oportuno, hacer una descarga 
que sería la seflld para que cargaran los que estuviesen en emboscada. Aaf 



sensatez de Las Heras y la prudencia de su ministro Grar- 
cía se habían estrellado ya contra la ac^títud del pueblo 
argentino, de modo que, dejándose deslizar por la pendiente 
de los acontecimientos, llamaron al almirante irlandés 
don Guillermo Broinrn, al servicio de las Provincias desde 
la revolución de Mayo, y le confiaron la organización de 
una escuadra capaz de luchar con ventaja con la que 
mandaba Pereira Lobo. 

Desgraciadamente Brown sólo pudo armar dos bergan- 
tines, el Belgrano y el Bakarbe, que se hallaban fondea- 
dos en los Pozos (rada de Buenos Aires), cuando apareció 
la flota imperial, compuesta de más de treinta buques ma- 
yores. (Enero 14.) «La conducta del almirante en ese día 
fué admirable por su decisión — dice el señor Pelliza. — 
No pudiendo hacer frente á la marina enemiga, se arrojó 
sobre dos de sus buques que se hallaban cortados de la 
línea, para trabar combate, pero éstos no aceptaron la lu- 
cha, y soltando velas se alejaron á todo trapo. Toda esta 
maniobra la contemplaba el pueblo entusiasmado desde 
la ribera. Este patriótico entusiasmo le valió al gobierno 
la adquisición de buques marinos para mejorar la& condi- 
ciones precarias de la escuadra por las donaciones cuantio- 
sas que afluyeron á las arcas del Estado y el alistamiento 
de voluntarios para servir en los buques de guerra. Muy 



lo hicieron, pero como el viento era muf fuerte, los emboscados no oyeron 
basta la tercera descarga, y cuando se movieron, ya la fortaleza del Cerro 
había disparado un cañonazo en señal de alarma. Los enemigos montaron 
inmediatamente, y comenzaron á huir. Pero no fué tan pronto que los 
naestros no los alcanzaran y cayeran sobre ellos como leones. Sesenta 6 
setenta quedaron en el campo, y fueron lanceándolos hasta bajo los fuegos 
de la fortaleza. Este acontecimieoto tuvo lugar cuatro días después de la 
batalla naral de la Colonia, ganada por el almirante» Brown, qno fué el 9 
de Febrero de 182?, día que recnerda la patria con entusiasmo. Aquel dfa 
foé el de la primera Tictoría conseguida por Oribe oon soldados que lucha- 
ban bajo su mando exclusivo ; la acción de aquel dfa es una de las que 
más reeomiendan su hoja de servicios, y ella lo colocó en el número de 
los primeros jefes de la segunda emancipación. » - - 



-- 136 - 

pronto puda Brown disponer de la fragata 25 de Mayo^ 
los bergantines Congreso j Bepüblim,\B. ^ole^ Sca-andi 
y trece cañoneras» lo que hacía un total de diez y nueve 
embarcaciones, si bien sólo seis eran de porte. » 

Con tan escasos elementos comparados con los del Bra« 
sil, principió Brown su célebre campaña marítima provo- 
cando á 17 embarcaciones de la escuadra enemiga frente 
á la punta de Lara, donde dióse el combate, saliendo mal- 
parados el bergantín Cabodo y la corbeta Liberal, naves 
del Imperio. Después de este triunfo, Brown siguió estor- 
bando los movimientos de sus contrarios y requiriéndolos 
para combatir de nuevo, hasta que logró ahuyentarlos de 
sus costas, obligándolos á refugiarse en Montevideo y la 
Colonia. Entonces convino con Lavalleja en disponer un 
ataque por agua y tierra simultáneamente, debiendo Brown 
iniciarlo con sus buques contra la escuadra brasilera, mien- 
tras que aquél con una división de su ejército la emprende- 
ría con la amurallada ciudad, como así lo hizo el marino 
irlandés batiendo las trincheras de la plaza, destruyendo 
el fuerte de Santa Rita y obligando al bergantín Beal 
Pedro á que encallara, aunque los argentinos sufrieit>n 
también la pérdida del Bdgrano y la del comandante del 
Balcarce, Después de este combate naval en que las armas 
de los combatientes se mostraron indecisas, el almirante 
lanzó seis cañoneras á fin de que aproximándose al resto 
de la escuadra enemiga tratasen de incendiarla, pero la 
intentona fué de resultados funestos para los republicanos, 
pues sólo uno de los seis pequeños barcos logró escapar 
con las tripulaciones de las otras cinco, que unas vararon 
y otras fueron echadas á pique. Sin embargo, la situación 
de los imperiales era crítica, en virtud de que Brown había 
ocupado la isla de San Gübriel, donde aquéllos tenían de- 
positados sus víveres; y como por tierra estaban hostili- 
zados por tropas de caballería bajo las órdenes de un jefe 
oriental, su situación llegó á ser bastante crítica. Si en 
tales circunstancias hubiera llegado al teatro de los suoe- 



- 137 — 

8oa Lavalleja, coya venida estaba convenida para últímoe 
de Febrero 6 principios de Marzo, el éxito más completo 
habría coronado esta bien dispuesta campaña. Desgracia- 
damente no sucedió así, pues demorando su aproximación 
hasta' d día 11, los brasileros recibieron dos poderosos 
contingentes navales, uno procedente de Montevideo y 
otro del río Uruguay, viéndose la escuadra de Brown ro- 
deada por un formidable cinturón de barcos de guerra que 
hizo abortar su proyecto. Su acto más hábil á la sazón 
fué esquivar un combate que de cualquier modo le hubiera 
sido funesto, dada la superioridad numérica del enemigo, 
y levando anclas, pasó intrépidamente por entre las islas 
que se encuentran frente á la Colonia, y el 14 por la ma- 
ñana aparecía ileso coik sus naves en la rada de Buenos 
Aires. 

Al mes siguiente, Brown practicó un reconocimiento por 
el río* de la Plata, llegando á introducirse en el puerto de 
Montevideo, en el cual se apoderó de dos buques menores 
de guerra, con los que regresó á Buenos Aires, de donde 
salió nuevamente con rumbo al citado puerto, en el cual 
logró sorprender á los brasileros; y faltó muy poco para que 
el atrevido marino les arrebatase su famosa fragata Em- 
peratrtXfj con la cual sostuvo un nutrido fuego, causándole 
un daño considerable y matándole á su valiente jefe (1). 
Este rasgo de audacia de Brown dio por resultado la 



( 1 ) Hallándose la escuadra brasilera fondeada en el puerto de Monte- 
video, Brown, jefe de la flotilla argentina, concibe uno de esos atreyidos 
pensamientos que tanta gloria le dieron por su Talentía extraordinaria, y 
en la nocbe del. 27 de Abril de 1626, avanza con parte de sus buques hasta 
tocar con la proa de las naves del Imperio, y atraca al lado de la ft-agata 
Empeirabrix con intención de abordarla, pero en la duda de que fuera la 
DoriiBf de Su Majestad Británica, qne se hallaba fondeada en el puerto, 
pierde na tiempo precioso,, dando lugar á la triputacidn de la Emporoatrix 
á haeer zaíkrrancho y aprestarse á la pelea con el mayor orden. Brown, que 
montaba el bergantín Veinticinco de Mayo, ataca á la fragata, secundándolo 
el bergantín Indeprnáenctay capitán Buthurst, en tan desigual combate. Una 
hora j coarfo dnrá el'ftiego, hasita que ad virtiendo Brown qne lo rodeaba 



- 138 - 

destitución del almiraiite dé la escuadra brasilera Rodrigo 
Lobo, que fué reemplazado por James Norton. 

A estos combates siguieron otros muchos no menos san- 
grientos, aunque ninguno decisivo, pues si el Imperio acu- 
mulaba fuerzas poderosas en las aguas del Plata para lo- 
grar destruir el poder naval de los argentinos, éstos no se 
arredraban y, aguijoneados por el ejemplo de Brown, lu- 
charon con érito más de una vez, y con gloria siempre. 

5. Ambiciones y rebeldías de Laválleja. — « Ce- 
diendo á la preocupación funesta de que se han de pre- 
miar con la más alta función ejecutiva los servicios hechos 
en la carrera de las armas— dice el doctor Berra en su 
Bosquejo histórico— %e designó al general Laválleja para el 
empleo de gobernador, facultándolo para nombrar dele- 
gado cuando no pudiera atender el empleo por sí mismo, 
cuya imposibilidad había de manifestarse desde luego, 
puesto que no era conciliable la estabilidad que reviniere 
el ejercicio del gobierno, con la continua movilidad que 
imponen las necesidades de la guerra. 

« Por otra parte, Laválleja, que carecía de dotes mili- 
tares, era menos apto aún para desempeñar el Poder Eje- 
cutivo, pues era de mediana inteligencia y no había reci- 
bido preparación alguna para las funciones del gobierno. 
No obstante, su amor propio, que ya empezaba á degene- 
rar en vanidad, le indujo á ejercer personalmente el poder 
hasta el 22 de Septiembre de 1825, día que lo delegó en un 
triunvirato, y á hacerse cargo de él nuevamente el 7 de 
Abril, cuando más necesarios iban á ser sus servicios en 
la campaña. Muchas reflexiones le hicieron sus amigos, y 
aún el gobierno nacional, por disuadirlo, entre las cuales 
no eran las menos poderosas las que se referían á la jsrva* 
lidad del general Rivera, que se pretendía á su vez con 

el resto de la eteuadra imperial se retiró, si bien no pudo llevarse á la 
• fragata, que dejó bastante destrozada, y sin vida á su distinguido jefe Luis 
Barroso Pereira, que cayó como un yaliente al pie de su bandera, man- 
dando la pelea hasta el momento de expirar. 



- 139 - 

mayores méritos y cafMKsidad que su compadre, y m^ me* 
reeedor, por consecuencia, de las distinciones de que era 
objeto. Pero todo fué inútil. 

«Los inconvenientes de tal situación se hicieron sentir 
al poco tiempo tan vivamente, que la Junta de Represen- 
tantes tuvo que recurrir á su autoridad legislativa para re- 
mediar el mal, decretando el 5 de Julio que el gobernador 
delegara el gobierno de la Provincia en la persona de don 
Joaquín Suárez, quedando éste investido con las mismas 
facultades y sujeto á todas las responsabilidades del go- 
bernador propietario. La delegación duraría todo el tiempo 
que el general Lavalleja estuviese afecto al servicio na- 
cional. > 

En cuanto á las rebeldías de Lavalleja, son tan noto- 
rias, que no las niegan ni aún sus más entusiastas parti- 
darios, como don Carlos Boxlo, por ejemplo, que sin hacer 
capítulo de cargos contra su héroe, las enumera en su in- 
teresante y erudito opúsculo titulado Los Treinta y Tres. 
« £n el mismo archivo de la Inspección General de ^ rmas 
— dice— se encuentra otra nota dirigida al general Lava- 
lleja por el señor Julián S. de Agüero, Ministro de Go- 
bierno de la Confederación. En esa nota, que lleva la fe- 
cha del 16 de Julio de 1826, el señor Agüero se queja de 
que Lavalleja no ha cumplido ninguna de las leyes y reso- 
luciones dictadas yot el Congreso General Confederado 
desde el principio de la guerra con el Brasil. En primer 
lugar, observa el señor Agüero que las aduanas de la Pro- 
vincia y los impuestos provinciales no han sido entregado?, 
á la vigilancia de los administradores del tosoro común á 
todos los pueblos confederados (1), y dice á este respecto 

(1) Téogase praieiite que ni» tpz que RiTadavIa sab^ tü poder ( Febrero 
8 de 1826), planteó ante el Congreio la cueutión relativa al régimen de go- 
bierno, Y qae consultadas las Provincias sobre el particular» Entre Bfos 
Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, San Juan y Mendoza se decla- 
raron por la üederación; Tueumán, Salta, Jq}uJ, y La Bioja por la ftmna 
unitaria, y Corrientes, Misiones, Montevideo, Catamarca, San Luis y Ta- 



, - 140 - 

el selior Agüero en, la nota citada: < Sin embargo, el síeñor 
gobernador, á quien .aauella ley fué comuníoada oportuna* 
mente, aanque no ha reaistido su cumplimiento, ha obrado 
de modo qué manifiesta cuáles son sos ideas á este res- 
pecto. Él se ha desentendido de lo que fué prescripto por 
el decreto de 21 de Marzo. No . sólo no se han remitido 
las razones que por el artículo 2.® se pedían, ni se han 
considerado como pertenecientes al tesoro general los im- 
puestos que se recaudan en las Aduanas de la Provinda, 
sino que ha dado reglamentos particulares que no eran ya 
de su atribución después de aquella ley; ha nombrado em- 
pleados y ha obrado con absoluta independencia de la sur 
toridad nacional. » En la segunda parte de la nota citada, 
^e queja también el señor Agüero de que Lavalleja tam- 
poco ha cumplido con lo resuelto por el Congreso General, 
de que se consultase la voluntad de la Provincia sobre la 
forma de gobierno á que quería someterse, y agrega la 
nota: «Esa resolución ha sido comunicada al señor gober- 
nador de la Provincia Oriental; se le ha exigido con repe-» 
tición y puntual observancia; se le ha recomendado con 
interés la reunión de la honorable Junta de Representan- 
tes de la Provincia para que delibere sobre negocios de 
tanta importancia. Sin embargo, hasta la fecha no s^ ha 
integrado la representación de la Provincia Oriental en el 
Congreso, ni se ha manifestado su opinión sobre la forma 
de gobierno que á su juicio es más conveniente á la pros- 
peridad y á los intereses generales del Estado. Entre tanto, 
^1 Congreso General desde hoy empieza ya á ocuparse de 
aquél gravísimo negocio, con el disgusto de que por la 
Provincia Oriental no se hayan llenado los importantes 
objetos que se propuso en la resolución citada del 30 de 
Junio. » En laiercera parte de esa misma nota, se queja el 



rga dedamoB que «u Yoto lo comprometfftn por el régimen de gobierno 
que naeioMite'el Congreso. Éste adoptó la forma republicana unitaria el 
19 de Juli*. del, expietado afito. 



- 141 — 

señor, .agüero de que tampoco el g8n«*ál Lavalleja haya 
cuBi|ilido la ley del Congreso que declaraba nacionales las 
tropas veteranas ó pagadas como permanentes. Y dice la 
nota: «Van, sin embargo^ corridos encade seis meses, y el 
señor general Lavalleja aún no ha puesto á disposición 
del stítor general en jefe las que estaban antes bajo sus 
órd^es; él se empeña en considerarlas, contra el texto 
expreso de las leyes, como un ejército particular dé la Pro- 
vincia. > 

De lo transcripto se deduce que el héroe del Sarandí no 
conceptuaba como recursos de la Confederación las escasas 
rentas que á la sazón producía la Provincia Oriental; que 
no tenía empeño en que ésta, por medió de sus delegados, 
ratíficase las. ¡deas anexionistas de la Asamblea de la Flo- 
rida, y finalmente, que tampoco consideraba como ejército 
nacional el que él y sus parciales habían logrado reunir 
para luchar contra el Imperio; todo lo que está en abierta 
contradicción con sus protestas, escritos, proclamas y ju- 
ramentos anteriores que hemos mencionado en el curso de 
la presente obra. 

Por último, las fuerzas orientales fueren incorporadas al 
ejército argentino, pero de tal forma, que el general Rivera 
no pudo menos de observar á su compañero de glorias 
que, al fraccionarlas, destinándolas por pelotones á dife- 
rentes cuerpos, quedaba de hecho rota la unidad de las 
divisiones de la Provincia, se aniquilaban sus fuerzas y se 
desgarraba su autonomía, verdadero fin perseguido desde 
los tiempo8.de Artigas. Parece que « Rivera — dice el señor 
De- María --suspicaz y caviloso, creía ver en esa medida 
un fin político de mal agüero, una tendencia á dislocar 
los elementos orientales, que respondería quizás á ulterio- 
res miras de absorción ó dominación. En ese sensible des- 
concierto, y vistas opuestas, tomaron cuerpo las prevencio- 
nes de ambos jefes, se agriaron los ánimos y resurgieron 
antiguas rivalidades que obligaron á Rivera á separarse 
de la^ filas, pasando á las del ejército del general Martín 



- 142 — 

Bodrígüez, qué se hallaba en San José del Uruguay, y al 
cual marchó á presentarse.» 

6. Equívoca actitud de Riveba.— Sabiendo el gene* 
ral Rodríguez que Bentos Manuel se encontraba en la re- 
gión del Cuareim, ordenó á Rivera que lo persiguiera hasta 
obligarlo á transponer aquel río, con lo cual se conseguiría 
despejar completamente la frontera noroeste del territorio 
oriental é impedir que el vencido del Sarandí se apoderase 
de la incalculable cantidad de ganado que á la sazón exis- 
tia entre el Cuareim y el Arapey. Hízolo así Rivera, pero 
según varios historiadores, con tanta lentitud ó con tan 
poca suerte, ( que una de las dos circunstancias puede ha- 
ber mediado, ó tal vez ambas), que el enemigo tuvo tiempo 
de ponerse á salvo de un seguro contraste. Se frustró, 
pues, la operación proyectada por Rodnguez y emprendida 
por Rivera, dando pie i que los enemigos de éste dijesen 
qué había hecho traición á la causa que defendía. Tam« 
poco falta quien diga que el general Rodríguez quiso so- 
meter á un consejo de guerra al héroe del Rincón^ pero 
aunque fuese así, el dictado de traidor hubiera dependido 
del fallo del Consejo; Consejo que no llegó á reunirse y 
fallo que jamás se dio. 

Lo propio podría decirse respecto de Lavalleja, cuando la 
Colonia estaba sitiada por Browo, quien privado durante 
muchos días del contingente que debía aportarle en deter- 
minado día al almirante argentino, apareció frente á los 
muros de la ciudad portuguesa con un atraso tan enorme 
que anuló el proyecto del intrépido marino irlandés, con pe- 
ligro de que sucumbiera la escuadra de su mando. £1 caso 
es idéntico, aunque pudo ser de consecuencias más fatales 
que la fracasada persecución de Bentoe Manuel, y, sin em- 
bargo, nadie interpreta como una traición de Lavalleja su 
tardía aparición ante las murallas de la ciudad sitiada. 

7. Organización adminiqtbativa. — Mientras que los 
celos y la mala fe trabajaban d^ consuno para separar á 
Rivera de Lavalleja, y la indisciplina cundía entre las 



— 143 — 

trapas de la Provincia, y se agrandaba la t^idencia ab- 
aorbente de Buenos Aires, la Junta de Representantes, 
patrióticamente secundada por el gobierno local de don 
Joaquín Suárez, que tenia su asiento en Canelones, decre- 
taba la abolición de los Cabildos; prohibía á las autori* 
dades establecer impuestos, los cuales centralizaba; decla- 
raba la libertad de industria, la de la expresión de las 
ideas de palabra ó por escrito; regularizaba el presupuesto; 
hacia responsables á los ministros por sus actos como fun- 
cionarios ; creaba escuelas en todos los pueblos de la Pro- 
vincia y fundaba la Escuela Normal; fijaba en 40 el nú- 
mero de sus diputados y dividía el país en nueve depar- 
tamentos, que eran: Montevideo, Canelones, Maldonado, 
Cerro Largo, San José, Colonia, Paysandú, Santo Do- 
mingo Soriano, y Entre- Yí- y -Rio Negro. En el orden 
externo completó el número de sus diputados á la Asam- 
blea Nacional con el nombramiento de los señores Juan 
Francisco Giró, Manuel Moreno y Mateo Vidal y Medina. 

« Suárez — dice el señor Arreguine en su Historia del 
Urufftuxy^que poseía cualidades de gobernante, lejos de 
«ntregarse á la ostentación rumbosa, hacía él mismo el 
servicio de patrullas por la noche en los suburbios de 
la ciudad, y ejercía sus funciones con un desinterés grande 
y verdadero. El gobierno de entonces, pobre y sin recur- 
sos, hacía meritorios esfuerzos por mejorar la situación del 
pais y darle reglas fijas que determinaran la conducta de 
todos. > 

8. Insurrección riverista.— El descontento que desde 
la venida del general Martín Rodríguez se dibujaba en 
el ejército de la Provincia, se vino haciendo cada día más 
visible, hasta que por fin estalló con la sublevación del 
Regimiento Dragones de k Unión y la de otras tropas, 
á la vez que se separaban de las filas del ejército local 
algunos i^fés y oficiales más ó menos adictos al general 
Rivera. Cundieron rápidamente la indisciplina y el des- 
orden, sin que el general argentmo lograse contenerlos. 



— 144 - 

á pesar de haber apelado á los medios caballerescos que 
tenia á su alcance; y como la situación se hacía más cri~ 
tica á medida que transcurría el tíempo, y la Provincia se 
veía en peligro de ser presa del caos y la anarquía, lo que 
hubiera significado la anulación de los triunfos obtenidos» 
el gobierno nacional dispuso que Rivera se trasladase á 
Buenos Aires y que Alvear viniese á ponerse al frente del 
ejército en sustitución del general Rodríguez. El primero 
se embarcó el 24 de Julio en la ensenada de las Vacas 
con destino á la capital, y el segundo se hizo cargo de^ 
mando militar el 31 de Agosto, consagrándose inmediata- 
mente á sofocar la insurrección riverista, que quedó ter- 
minada con la prisión aleve (1) de Bernabé Rivera, Felipe 
Caballero y algunos jefes más, y el f asilamiento de varios 
oficiales, realizado por el coronel Laguna de orden supe- 
rior (2). 

Tuvo también Alvear que refrenar las tendencias auto- 
ritarias de liavalleja, que, situándose en el Durazno, negá- 
base á mantener relaciones con el general Rodríguez pri- 
meramente ; tomaba por su cuenta medidas militares en 
todo el territorio; impedía que el ejército auxiliar se pro- 
veyera dé caballos, recursos y víveres (3), y cuando el ge- 
neral Rodríguez fué sustituido por Alvear, ponía objecio- 
nes á las órdenes de éste, al extremo de que el general 
en jefe se vio obligado á llamarlo seriamente al orden, con 
lo cual Lavalleja concluyó por sosegarse y Alvear pudo, 
entonces aplicar todo su tiempo^ á la organización del ejér- 
cito argentino -uruguayo. 

9. Organización del ejército aliado.— Éste se en- 
contraba acampado en la margen izquierda del arroyo 
Grande, organizándose y ejercitándose á fin de poder lu- 
char con probabilidades de éxito contra las poderosas hues- 

(1) Isidoro De -María: CompmdiOt tomo 5.'i págs. 229 á 232. , 

(2) Guillermo Meliáo Lafinur: Lioa Partidos, pág. 157. 

(Sí) íi. Y. López: Sistoria de ¡a República Argentina tomo z, pá|g8. 
33 y 34. ' 



- 145 - 

tes imperialefl. Seis meses empleó Alvear en dejar á su 
ejército en condiciones de maniobrar, no sólo formando re* 
gimientos y batallona, sino tratando de que lo siguiesen 
en su futura campaña los militares más caracterizados de 
ambas orillas; y fué asi como pudo obtener el cimcurso 
de Estanislao Soler, J. Lavalle, Eugenio Garzón, F. 01a- 
zábal, José María Paz, Brandzen, Zufriategui, Lavalleja, 
Iriarte, Alegre, Videla, Olavarría, Pacheco, los Oribe, Ser- 
vando Gómez, Anacleto Medina y otros muchos de túás 
inferior categoría militar. Por fin, el ejército se puso en mar- 
cha con rumbo al Brasil el 25 de Diciembre. Estaba com- 
puesto de tres divisiones, mandadas por Alvear, Soler y 
Lavalleja respectivamente, no excediendo su número de 
6500 hombres ( 1 ), aunque no faltan autores que, sin datos 
para comprobar su afirmación, lo elevan á ocho y nueve 
mil soldados. 

«El ejército estaba lucidísimo (2), y su columna de ca- 
ballería ha sido la más numerosa y brillante que había 
visto la América del Sur desde que dio el grito de inde- 
pend^icia hasta aquella fecha. El tren de artillería^ par- 
que, fraguas volantes y demás pertrechos concernientes á 
esta arma, era tan admirable en número cuanto la bella 
disposición con que todo estaba ordenado y previsto. Puedo 
asegurar que hasta entonces no había visto tropas en me- 
jor pie de arreglo que éstas. > 

10. Venida del emperador al teatro de la gue- 
rra.— Don Pedro I, á su turno había ordenado la con- 
centración de todas las fuerzas que operaban en la Banda 
Oriental y al Sur del Brasil, que sumaban unos 20,000 hom- 
bres, situados en Santa Ana (12,000), Montevideo (5000), 
Colonia (1000), Maldonado (1500), y otros puntos que obe- 
decían al barón de la Laguna; pero como dicha concen- 



( 1 ) Edowdo Aceredo Díaz : Itu%a%ng6. 

( 2 ) Bteu&rdtm d* SaUá y d$la guerra def Brasil ^ por el coronel don José 
Marte Todd, alíigres e& Itusaingó. 



- 146- 

tración se efectuaba con suma lentitud, él emperador, des* 
contento por la inacción en que se hallaban sus tropas, se 
vino al teatro de los acontecimientos, donde llegó el 2 de 
Diciembre ; siendo una de sus primeras^ medidas sustituir 
en el mando en jefe del ejército á Jjecor por el marqués 
de Barbacena. 

Tal era la situación de los beligerantes al finalizar el 
año XXV. ; 



BIBL.IOORAF-IA 

Setembrino E. Pereda: Payaandú y sus progresos, Mooteyideo, 1896. 

José P. Pintos: El Brigadier Oensral.don Manuel Oribe, MonteTÍdeo, 1859. 

Guillermo Melián Lafinur; Los Partidos de la República Oriental del Uru- 
guay, Estudio polftioo- histórico -popular, Buenos Aires, 1898. 

Pedro Biyas: Efemérides Amerioanaa, Rosario, 1879. 

L. Ambruzzi: Efemérides relativas al mapa histórico de la Rep, O. del 
Uruguay, Montevideo, 1898. 



ITÜZAINGÓ 



CAPÍTULO IX 

ITUZAINGÓ 

(1827) 



SUMARIO : 1. Marcha del ejército expedicionario. — 2. Movimiento in- 
froetuoso del ejército imperial. — 3. Toma de Bagé. — 4. Ocupación 
de San' Gabriel. — 5. Combate de Bacacahy. — 6. Acción del Ombú. — 
7. Crítica situación del ejército aliado. — 8. Batalla de Ituzaingó. — 
9. Parte oficial deja batalla. — 10. Combate de Camacuá. — 11. Acción 
del Yerbal. 



1. Mab€HA del ejército EXPEDICIONARIO. — Dos pro- 
pósitos fundamentales guiaban al general Alvear en su 
marcha hacia el Brasil : impedir la junción de las fuerzas 
imperiales situadas en la Banda Oriental con las que exis- 
tían al sur de la Provincia de Eío Grande, y evitar, al 
territorio uruguayo las principales calamidades de la gue- 
rra. Si el atrevido militar argentino conseguía vencer al 
enemigo, se aumentaban las probabilidades de llegar á 
una paz duradera y se conseguía la libertad del territorio 
urugua:po. 

Mientras estas ideas agitaban la mente de Alvear, el 
ejército vadeabfi el río Negro por diferentes puntos, y una 
vez concentradas sus divisiones en el departamento de 
Tacuarembó, continuaron penosa y lentamente sus mar- 
chas hasta conseguir salvar la frontera á la altura de las 
puntas del arroyo» de San Luis, trayecto que recorrieron 
en veinte días en medio de sufrimientos increíbles, unas 
veces por falta de agua y otras á causa de las asp'erezas 

10 



- 150 - 

del camino, sin contar con que la seca reinante y los intensos 
calores aumentaban las penurias de aquella marcha lenta 
y tortuosa que los principales jefes no se explicaban sa« 
tisfactoriamente. Sin embargo, todas estas dificultades fue- 
ron vencidas, con la circunstancia agravante para los im- 
perialistas de que, gracias á la sagacidad y pericia del 
comandante don Servando Gómez (1), que con sus 300 
dragones se había acercado al cuartel general del enemigo, 
situado en Santa Ana, Alvear conoció la posición y nú- 
mero de fuerzas de que disponían los brasileros. 

Antes de pisar el territorio enemigo, el general proclamó 
á sus soldados con las siguientes lacónicas y expresivas 
frases (2): «¡Soldados! Antes que el astro que brilla en 
vuestras armas concluya hoy su carrera, habréis pisado 
ya el territorio enemigo. Que vuestra antigua disciplina 
no se desmienta con una conducta indigna de vuestra glo- 
ria y del honor de la República La rapidez de vues- 
tra marcha ha sido para el enemigo un rayo que lo hirió 
por donde menos lo esperaba: vuestro destina es pelear 
y vencer: que el orden y la disciplina os anuncien entre 
los pueblos del Brasil, y el valor y la constancia entre las 
filas del enemigo. » 

El día 14 el ejército pisó el Brasil después de haber 
transitado la parte más solitaria del territorio oriental ; tan 
solitaria que casi era un desierto, pues no se vislumbró 
durante la marcha una sola casa y costaba apoderarse del 
escaso ganado cerril que se encontraba en los montes, 
descubriendo la primera guardia imperial el 19. 

( 1 ) Dice el respetado historiador argentino don Vicente F. López que 
€ el comandante don Servando Gómez era otro de los jefes oñentalea qae 
gpzaba de una merecida reputación como oficial de caballería ; j lo probó 
camplidamente ejecutando con energía y acierto algunas operaciones pre- 
liminares que el general Airear le confió ; »f opinión que comparten con 
López los demás escritores, argentinos y orientales, indistintamente. 

(2) Muchas de las proclamas del general Alyear al ponerae en moTÍ- 
miento el ejército aliado, se atribuyen al entonces teniente coronel don 
Antonio Dfaz^ militar de indiscutible ilustración. 



- Í51 - 

2. Movimiento infrüctüojso del ejército imperial, 
— Habiendo fallecido repentina é inesperadamente la Em- 
peratriz del Brasil, don Pedro I tuvo que ausentarse 
para Rio Janeiro, entregando la dirección de la guerra al 
Marqués de Barbacena, quien al tener conocimiento de 
que el ejército aliado había traspuesto la frontera, trató 
de buscar la incorporación de Brown, que, al frente de un 
improvisado cuerpo de soldados alemanes, se había ade- 
lantado hacia el Yaguarón. También intentaba el de Bar- 
bacena interceptar el paso de Alvear, de modo que éste 
no pudiese llegar á Bagé, en donde estaban los copioso» 
depósitos de víveres pertenecientes al ejército brasilero. 
Consiguió el Marqués lo primero, pues logró más tarde 
reunirse con Brown (1 ); pero no lo segundo, como se verá- 
á continuación. 

3. Toma de Baoé. — Marchaban los dos ejércitos for- 
mando dos líneas convergentes, cuyo vértice sería el pue- 
blo de Bagé, y por mucha que fuese la ansiedad de Bar- 
bacena por llegar aquí, mayor fué la actividad de Alvear, 
y sobre todo la de Lavalleja, que el 23 entró en dicha 
población, abandonada por sus habitantes desde el día 
anterior. £1 valor de los artículos allí almacenados, con- 
sistentes en aguardiente, café, fariña, hierba, tabaco, etc., 
etc., ascendía á más de 300,000 pesos ; de todo lo cual, asi 
como de los efectos que contenían las casas particulares 
de negocio de las inmediaciones, se apoderó Lavalleja 

( 1 ) Hasta ahora se ha venido creyendo, y asf lo han asegunde todo» 
los historiadores rioplatenses, que era alemana 6 austríaca la mayor parte 
de la infantería que peleó en Itnzaingó bajo la bandera brasilera, pero tra- 
tando este punto, don Ernesto Quesada ha demostrado en La Revista Na.- 
eiofuá del 1.** de Diciembre de 1893, que el emperador de Austria no le 
mandó á don Pedro ningún soldado, y que don Pedro formó los cuerpos 
aludidos con alemanes traídos al Brasil en calidad de inmigrantes, dán- 
doles por jefes y oficiales aventureros de toda nacionalidad. £1 doctor 
Quesada demuestra también que Braün se llamaba Brown y era un anti- 
gno ofidal in|^ contratado en Inglaterra, y siá atingencia ninguna coi» 
el emperador de Austria ni con el ejército alemán. 



- 152 - 

después de haber violentado sus puertas, repartiéndolo entre 
dos 6 tres jefes que lo acompañaban, quienes indudable- 
mente lo distribuirían á su vez entre los cuerpos de su res- 
pectivo mando. Este hecho fué reprobado por Alvear, sin 
tener presente que no era sino una represalia del saqueo 
de las Misiones por Chagas (1). Por otra parte, ¿dénde 
se hallaba el puritanismo de Alvéar cuando los vecinos de 
Montevideo fueron arbitraria é injustamente despojados 
de su propiedad privada durante la primera dominación 
argentina (2)? 

4. Ocupación de San Gabriel.— «Después de la toma 
de Bagé y captura de los depósitos brasileros— dice el se- 
ñor Pelliza en su Historia Argentina— el ¿eneral Alvear 
trató de conocer la situación del enemigo, y habiendo ave- 
riguado que las tropas de Barbacena estaban separadas del 
campo de los alemanes mandados por Brown, avanzó ha- 
cia el norte para evitar que se juntaran las dos divisio- 
nes enemigas. Detenido en su marcha por grandes tem- 
porales, no pudo estorbar que los mercenarios se reunieran 
al Marqués de Barbacena en los primeros días de Febrero, 
lo mismo que otros cuerpos del ejército imperial llamados 
Á incorporarse. Siendo la marcha de Alvear en dirección 
norte, Barbacena se encontró á retaguardia y á pocas le- 
guas de distancia. 

«El general imperialista llegó á concebir la idea de que 
los republicanos huían, pensamiento absurdo desde que 
se internaba ex profeso en el territorio enemigo. La es- 
peranza de Alvear se cifraba en el encuentro de las ca- 
balladas frescas del ejército brasilero. Luego de haber 
tomado los almacenes de Bagé era preciso arrebatar los 
caballos del enemigo. Si esto no se conseguía, encontrán- 
dose rematados los suyos por la marcha y el clima, su 
situación llegaría á ser desventajosa. 



< 1 } Véase la pág. 511 de nuestro Resumen de la Hittoria del Urugtuiy, 
( 2 ) Véanse las págs. 485 á 492 de nuestro precitado libro. 



— 153 — 

« Ahora el objetivo de su marcha era San Gabriel, y 
BU aparente huida llegar al pueblo antes que Barbacena,. 
lo que consiguieron las avanzadas penetrando en sus ca- 
lles el 7 de Febrero (1)* Allí encontraron varias carreta» 
con armamentos, municiones, pertrechos de guerra y el 
equipaje de la oficialidad del ejército. El día 9 tomaron: 
6000 caballos, que fueron para el general argentino la 
seguridad de la victoria.» 

También fueron jefes orientales quienes actuaron en 
primer término en esta sorpresa, pues tocóles á Zufriate- 
gui y Servando Gómez mandar las fuerzas que ocuparon 
á San Gabriel. Los caballos sirvieron para sustituir á los 
que llevaba el ejército, enflaquecidos y cansados por la» 
penosas marchas que habían hecho por terrenos escabro» 
sos, y las armas y pertrechos de guerra tuvieron inme- 
diata aplicación. 

5. Combate de Bacacahy.— El Marqués, entretanto^ 
se había parapetado en las agrias é intrincadas sierras que- 
dividen el Camacuá Grande del Camacuá Chico, sienda 
muy difícil desalojarlo de tan formidable posición ; por lo 
cual Alvear apeló á una de esas estratagemas tan pecu» 
liares en él. Ideó hacer creer á su enemigo que huía, é 
iniciando una precipitada marcha supo engasar á los im- 
perialistas de un modo tan acabado, que éstos abandonareis 
su guarida para dar comienzo á la persecución calculada 
por el perspicaz general argentino. 

Así marchaban los dos ejércitos hacía varios días, cuanda 
el coronel don Juan Lavalle, que venía maniobrando con 
el primer cuerpo frente al enemigo, á fin de aparentar que 
cubría uno de los flancos de las tropas aliadas, se encon- 
tró con la división que mandaba Bentos Manuel Gonzá- 
lez, y de la que formaba parte el célebre guerrillero Yu- 
cas Teodoro. El choque tuvo lugar ,el 13 de Febrero, en 



(1) El día 8, se^n la mayoría de los historiadores. 



- 154 - 

las márgenes del Bacacahy (1), donde La valle, á la ca- 
beza del 4.0 regimiento de coraceros y de los afamados 
Colorados de las Conchas, derrotó completamente á la co- 
lumna enemiga, fuerte de 1200 hombres. 

6. Acción del Ombú.— Entretanto el coronel don Lu- 
cio Mancilla, destacado por el general Alvear con 1800 
hombres, destrozaba en el Ombú (Febrero 16) la fuerte 
división del coronel Bentos Manuel Ribeiro, que mandaba 
la mejor caballería del Imperio, dispersándola de tal ma- 
nera que no le permitió encontrarse en la memorable ba« 
talla, de Ituzaingó. 

Este contraste no acobardó, sin embargo, á los impe- 
rialistas, que continuaban en la creencia de que el grueso 
<iel ejército aliado seguía esquivando un encuentro serio. 
Tan exacto es esto, que el Marqués lanzó una proclama 
«n que decía á los suyos que, á pesar de lo mucho que 
les fatigara la persecución, era preciso continuarla sin tre- 
gua ni descanso. «Redoblemos los esfuerzos— agregaba — 
y en pocos días alcanzaremos al enemigo. La victoria es 
•cierta y vengaremos en la ciudad de Buenos Aires las 
hostilidades llevadas á cabo con las pequeñas poblaciones 
de Bagé y San Gabriel.» Y con esta esperanza el Mar- 
qués continuaba persiguiendo á Alvear, quien, para simu- 
lar mejor su huida, iba dejando en el trayecto carros inu- 
tilizados, equipajes y aún documentos en que el número 
de sus fuerzas aparecía reducido á una cantidad insigni- 
ficante comparada con las del enemigo; noticias que de- 
<;idieron al de Barbacena á aceptar la batalla donde quiera 
que se la brindase el ejército aliado. 

7. Crítica situación del ejército aliado.— «Cuando 
^el Marqués) se apercibió de su error, apenas tres leguas 
lo separaban de su adversario, y una acción de guerra 



(1) Río que nace en la Bierra de Batoví^ baña la ciudad de San Gabriel 
y, después de recibir las aguas de varios afluentes, desemboca en el río 
Yacuy, más arriba de la ciudad de la Cachoeira. 



— 155 — 

se hacía entonces inevitable. Para evitarla, el Marqués no 
tenía más que dirigirse al paso del Rosario, situarse en la 
margen izquierda del río de Santa María, y dejar al ejér- 
cito republicano en la margen opuesta, encerrado en la 
zona del Caciquey, Santa María y el P^cacahy, cuyos cam- 
pos estaban exhaustos de pastos y de ganados, y de donde 
no hubiera salido sino después de grandes marchas y de 
agotar completamente sus caballadas. Tal fué lo que se 
propuso el general imperial; mas comprendióselo el repu- 
blicano, y quiso sacar de este plan sus ventajas decisivas. 
« Para apreciar las condiciones militares del general 
Alvear y la importancia de la empresa que realizó con 
gloría para su patria, es necesario tener presente que su 
ejército escaseaba de todo; que el material de guerra, so- 
bre ser inferior al del imperial, era de difícil reposición; 
que casi todo este ejército era de caballería, y que á pesar 
de sus reiterados pedidos, no podía engrosar su infantería, 
ni siquiera abastecer con lo indispensable á sus soldados. 
Todos los recursos se habían agotado, ó por lo menos al 
Gobierno no le era dado suministrarle más de los muy po- 
cos con que á la sazón Alvear contaba. Por sobre todo 
esto, Alvear venía luchando con las dificultades que pro- 
venían de sugestiones dañinas para desmoralizar su ejér- 
cito y aún para quitarle el mando de éste. En la noche 
del 18, un oficial de honor desbarató la conspiración que 
tramaban algunos jefes del ejército republicano. Discutían 
éstos la persona con quien reemplazarían á Alvear: si 
sería el general Lavalleja ó el coronel Paz, allí presentes. 
Cuando la discusión había llegado á su período álgido, 
aparecióse el mayor Chilavert y les increpó así la traición 
á la patria que querían llevar á cabo: « Ante los sagrados 
deberes para con la patría, soy capaz de sacrificar los de- 
beres de la disciplina en que me he críado. Juro que cru- 
zaré mi espada con la de cualquiera que pretenda llevar 
adelante este atentado frente ai enemigo. La actitud de 




- 156 - 

Chilavert disuadió á los unos, hizo temer á los otros, y 
la conspiración quedó sofocada ( 1 ). » 

8. Batalla, de Itüzaingó. — Comprendiendo Alvear 
que había llegado el momento de detener la marcha y 
elegir terreno adecuado para dar la batalla, la cual no 
podía ya eludir el enemigo, convocó á los principales je- 
fes del ejército, á quienes expuso su proyecto, que consis- 
tía en esperar á los imperiales en el paso del Rosario,, 
punto estratégico, ^^a para pelear, ya para retirarse si no 
había conveniencia en medir las armas con las del ene- 
migo. La inmensa mayoría de los jefes expusieron sus 
razones en contra de semejante proyecto, defendiéndolo 
solamente el general Mancilla y en particular el coronel 
Eugenio Garzón, laureados veteranos del ejército de los 
Andes, quienes hicieron prevalecer la acertada opinión del 
general Alvear (2). 

Por su parte, el de Barbacena proyectaba también apo- 
derarse del mencionado paso, y habiendo sabido que Al- 
vear daba un descanso á la tropa, apresuró sus marchas 
y salvó las seis leguas que mediaban entre su campamento 
y el lugar ambicionado; pero ¡cuál no sería su sorpresa 
notando que el ejército aliado había recorrido un trayecto 
casi igual (cuatro leguas) y ocupaba las mejores posicio- 
nes en aquel campo que dentro de pocas horas lo sería 
de gloria para los soldados republicanos! Comprendió el 
Marqués que ya era tarde para retroceder y se dispuso á 
dar la batalla tratando de obtener el mejor partido posi- 

(1) Adolfo Saldfas: Historia de la Confederación Argentina, Baenos Ai- 
rea, 1892. 

(2) « Siempre he recordado y he dicho á todos bu parecer de usted en la 
víspera de Itussaingó, 7 así como no puedo echar de mi memoria que to- 
dos nuestros generales eran de opinión de esperar el enemigo en el llano 
traidor de la margen del Santa María, usted debe vanagloriarse de haber 
juzgado muy bien lo que debía hacerse, y que se hizo en efecto; y esto 
lo he contado á todos porque le hace á usted honor, y porque es una 
justicia que me complazco en hacer á su mérito.» (Párrafo de una carta 
del general Alvear al coronel don Eugenio Garzón.) 



- 157 - 

ble de las irregularidades del terreno, de las barrancas 
que en él existían, de los bajos y de las alturas, de las 
cañadas y de las asperezas. 

Alvear, á su turno, colocó la artillería en una coliña 
cuya base regaba un precario arroyuelo, y su infantería 
con un frente protegido; y como el ejército aliado supe- 
raba al imperial en el arma de caballería, dispuso que 
ésta se situase de tal manera que pudiese en uñ momento 
dado caer impetuosamente sobre los brasileros. Desgra- 
ciadamente el plan de Alvear no pudo realizarse en la 
forma que él tenía proyectado, pues pocas horas antes de 
la batalla, Lavalleja, desobedeciendo las terminantes ór- 
denes del general en jefe, cambió la posición del tercer 
cuerpo, que era el de su mando, viniendo á estorbar los 
movimientos del segundo cuerpo, que desde luego quedó 
imposibilitado de principiar la batalla, como Alvear lo 
tenía premeditado. Explicando su conducta al general 
Mancilla, jefe del Estado Mayor, sostenía Lavalleja «que 
todas aquellas estrategias eran farsas ; que para ganar una 
batalla no se necesitaba sino pararse frente al enemigo, 
ir derecho á él, atrepellarlo con denuedo y vencer ó mo- 
rir; y que entretanto, la verdad era que el ejército patriota 
había venido siempre huyendo, sin tino ni gobierno, unas 
veces á un lado y otras á otro, cuando podía haber en- 
trado por Yaguarón y apoderarse de Río Grande; y por 
último, que él, como jefe superior de los orientales, ven- 
cedor en el Sarandí y promotor de la insurrección, exigía 
que se le diese colocación en el centro para cargar y ba- 
tirse; que él sabía que los oficiales argentinos lo despre- 
ciaban, pero que les mostraría que valía más que ellos (1 ). » 
Aunque irritadísimo, Alvear comprendió que aquello no 
tenía remedio, y la batalla fué iniciada por Lavalleja, 
como éste deseaba. En justicia, debemos observar que en 



(1) Yiceote F. López: Historia de la República Argentinat tomo x, 
páginas 88 j 89. 



~ 158 — 

•el parte oficial de este terrible encuentro, Alvear reconoce 
que los generales Lavalleja, Laguna y Soler, por su bravura 
y el acierto de sus disposiciones, se cubrieron de gloria 
inmortal. 

Dio, pues, principio la acción con una soberbia carga 
del héroe del Sarandí contra la brigada del Mariscal 
Abreu, tocando, por consiguiente, á los orientales estre- 
llarse antes que otros contra aquellas fuerzas imperiales 
que disponían de regimientos y batallones de primer or- 
den, intactos, llenos de confianza en la victoria, siendo 
también los primeros en experimentar las dificultades que 
ofrecía el terreno á las cargas rápidas de caballería. De« 
bido á las irregularidades del suelo es que sucumbió va- 
lientemente el temerario coronel Brandzen al querer salvar 
con sus soldados un enorme zanjón situado en una hon- 
donada. Tal vez la misma circunstancia, agregada al ho- 
rroroso fuego del ejército enemigo, obligó á retroceder al 
regimiento número 9, mandado por el coronel don Ma- 
nuel Oribe, que, como casi todos los jefes orientales, for- 
maba parte del tercer cuerpo mandado por Lavalleja. 
Fué entonces, según se dice, que Oribe, irritado de ver dar 
la espalda por primera vez á sus bizarros soldados, se 
arrancó las charreteras y las arrojó en medio de ellos, gri- 
tando que no quería conservarlas sobre sus hombros desde 
que los soldados del 9 incurrían en la infamia de volver 
la espalda á sus enemigos al frente del ejército que los 
miraba (1). 



(1) Tres son las versioDes que existen acerca de este episodio: la que 
io niega aseverando que el día de la batalla de Ituzaingó Oribe no asaba 
charreteras 7, por consiguiente, mal podía despojarse de esta lujosa prenda 
militar; la que lo afirma, aunque advirtiendo que fci Oribe cometió este 
acto, fué para que el enemigo no conociese su elevada jerarquía en el ejér- 
cito aliado; y la que, sin negar el hecho, no le atribuye las milagrosas 
consecuencias que sus amigos y partidarios pretenden concederle. Acerca 
del particular, dice lo siguiente el doctor don Carlos María Bamírez : « Sue- 
ñan los que se representan al coronel Oribe rompiendo cuadros de iníán- 



- 159 - 

Muy pronto se generalizó la pelea, hasta que el coronel 
Olavarría dio su famosa carga. « El ardor de los jefes— 
dice el general Mancilla en su Boletín de la batalla — 
llevó hasta allí la tropa, que un fuego abrasador hizo 
retroceder algún tanto: la masa de caballería se lanzó 
entonces sobre ellos en el instante; el regimiento 16 re- 
•cibió orden de sostener á sus compañeros de armas; los 
coraceros y dragones se corrieron por derecha é izquierda 
poniéndose á los flancos; y los bravos lanceros, manio- 
brando como en un día de parada, sobre un campo cu- 
bierto de cadáveres, cargaron, rompieron al enemigo, lo 
lancearon y persiguieron,» pero no se apoderaron de diez 
(Sañones, como falsamente dice Alvear en el parte oficial 
de la batalla, sino de una sola pieza de artillería, calibre 
3, que quedó abandonada en el campo por habérsele que- 
brado el reparo. 

£n este momento de la batalla cayó muerto el Mariscal 
Abreu, pero no por el enemigo, sino por sus propios com- 
. pañeros, y, naturalmente, de una manera involuntaria. 
Además de los jefes orientales nombrados, se hallaron en 
Ituzaingó : Servando Gómez, Zufriategui, Anacleto Medina, 
Krarzón, CJorrea, Alegre, Díaz, Olivera, Quinteros y otros 
de menor jerarquía militar. 

La artillería de Chilavert, los regimientos de Lavalle 
y Olavarría, la división de Lavalleja, y muy particular- 
mente las fuerzas del coronel Paz, decidieron la batalla 
que duró seis horas, venciendo 6500 republicanos á 7000 



terfa imperial después de haber reorganizado sus fuerzas por el efecto 
mágico de las charreteras que arrancó de sus hombros con indignación 
teatral. Deliran los que le han llamado, en un aniversario reciente, el ren- 
•cedor de Ituzaingó, como si hubiera sido general en jefe, ó tenido á lo 
menos ana intervención decisiva j principal en el éxito de la batalla. Lo 
-único que resulta de la historia verídica es que el coronel Oribe, con el 
regimiento de su mando, volvió á participar decorosamente de los esfuer- 
;zo8 tenaces con que la división del general Lavalleja mantuvo el buen 
nombre de los orientales hasta el fin de la gloriosa jornada. » 



- 160 - 

imperialistas» que fueron perseguidos durante un trecha 
muy corto por falta de caballos de repuesto y en razón 
de que Alvear temía que alguna otra división enemiga se 
encontrase próxima. 

La noticia de esta brillante victoria fué estruendosa- 
mente celebrada en Buenos Aires, tanto por los unitarios 
como por los federales; se dio el nombre de Ituzaingó á. 
una nave del Estado, los coroneles Paz y Lavalle fueron 
ascendidos á generales, se decretó un escudo de honor 
para los vencedores y más tarde los cordones por la vic- 
toria del 20 de Febrero. 

9. Paste oficial de la batalla.— Aunque el parte 
oficial de la batalla de Ituzaingó adolece de algunas in*^ 
exactitudes y no hace suficiente justicia á la importante 
participación que en este hecho de armas tuvo la división 
oriental, creemos conveniente completar con él la somera 
narración que precede: 



PARTE OFICIAL DEL JEFE DEL ESTADO MAYOR GENERAL. 

DEL EJÉRCITO REPUBLICANO 

« £1 20 del presente asomaba el sol por el horizonte 
cuando se encontraron los ejércitos contendientes. El im- 
perial, que ignoraba la marcha del republicano, fué sor- 
prendido á su vista, marchando por su flanco izquierdo, al 
paso de Santa María, donde creía encontrarlo acampado.. 
Entonces el general en jefe proclamó á los cuerpos del 
ejército con la vehemencia de sus sentimientos, animado 
por la gran solemnidad de aquel día, y destinó al general 
Lavalleja para que con los valientes del primer cuerpo,, 
cargase sable en mano sobre la izquierda del enemigo,, 
para envolverla y desbaratarla. 

«La división Zufriategui, compuesta de los regimien- 
tos 8.0 y 16, lanceros, mandados por el bizarro coronel 
Olavarría, y del escuadrón de coraceros con su bravo co- 



- 161 - 

mandante Medina, iba en segunda línea para sostener el 
«taque del primer cuerpo. £1 tercero á las órdenes del 
general Soler, formó sobre unas alturas que se ligaban á 
la posición del primero. Las divisiones Brandzen y Paz 
del 20, quedaron en reserva» más á retaguardia, entre el 
l.o y el 3.", y Ja división del bravo coronel Lavalle fué 
destinada á la izquierda de éste. 

« En tal disposición, y á pesar del vivo ataque del pri- 
mer cuerpo, el enemigo se dirigió de un modo formidable 
sobre el 3.<> ; tres batallones, entre ellos el de alemanés, 
sostenidos por 2.000 caballos y seis piezas, eran los que 
iban sobre él. Un fuerte cañoneo se hizo sentir entonces 
en toda la línea, y el combate M empeñó por ambas par- 
tes con tenacidad y viveza, á la derecha y á la izquierda. 
I/as cargas de la caballería fueron rápidas, bien sosteni- 
das y con alternados sucesos. 

«Entre tanto el coronel Lavalle con su división había 
arrollado por la izquierda toda la caballería que se ha- 
llaba á su frente, sableándola y arrojándola á legua y 
media del campo de batalla. 

«A pesar de este suceso brillante, la acción no estaba de- 
cidida : las fuerzas principales del enemigo cargaron sobre 
nuestra derecha y centro, y en tales circunstancias, fué 
necesario dejar sólo en reserva el 3.o de caballería, y echar 
mano de las divisiones Paz y Brandzen. Esta fuerza en 
acción, ya el todo de ambos ejércitos estaba empeñado 
en combate ; entonces el intrépido coronel Brandzen, des- 
tinado á romper un cuadro de infantería, quedó gloriosa- 
mente en el campo de batalla. 

«El batallón 5.^ al mando del coronel Olazabal, había 
roto sus fuegos; el 2.^, del coronel Alegre, atacado por una 
fuerza de caballería, que traía á su frente los lanceros 
alemanes, los abrasó y obligó á abandonar el campo. El 
coronel Olivera con la división de Maldonado y el l.o de 
caballería acuchillaron esta fuerza en su retirada, y fué 
dispersada y puesta fuera de combate. 



- 162 — 

«En la derecha se disputaban la gloria los comandantes 
Gómez y Medina. Cargaron una columna fuerte de caba- 
llería, la acuchillaron y obligaron á refugiarse bajo los 
fuegos de un batallón que estaba parapetado en unos ár- 
boles. El ardor de los jefes llevó hasta allí la tropa, que 
un fuego abrasador hizo retroceder un tanta. La masa de 
caballería se lanzó entonces sobre ellos en el instante: el 
regimiento ]6.<> recibió orden de sostener á sus compañe- 
ros de armas; los coraceros y dragones se corrieron por 
derecha é izquierda, poniéndose á sus flancos, y los bra- 
vos lanceros, maniobrando como en un día de parada, so- 
bre un campo cubierto ya de cadáveres, cargaron, rom- 
pieron al enemigo, lo lancearon y persiguieron hasta una 
batería de tres piezas, que también tomaron. El regimiento 
S.^ sostenía esta carga, que fué decisiva. El coronel 01a- 
varría sostuvo en ella la reputación que adquirió en Junín 
y Ayacucho. La caballería enemiga, por el centro, había 
sido obligada á ceder terreno, siguiendo su infantería per- 
seguida por nuestros cuatro batallones. Tres posiciones 
intentó tomar, y fué arrojado al instante de todas. 

«Los generales Soler, Lavalleja y Laguna, por el acierto 
de sus disposiciones y por su bravura en esta jomada, se 
han cubierto de una gloria inmortal. El coronel Paz, á la 
cabeza de su división, después de haber prestado servicios 
distinguidos desde el principio de la batalla, dio la última 
carga á la caballería del enemigo, que se presentaba so- 
bre el campo, y obligó al ejército imperial á precipitar su 
retirada. 

«El coronel Iriarte, con su regimiento de artillería ligera, 
ha merecido los elogios, no sólo del general en jefe, sino 
de todo el ejército republicano. La serenidad de los ar- 
tilleros, y el acierto de sus punterías, han sido el terror de 
los enemigos: todos los jefes de este cuerpo, y los capi- 
tanes Chilavert, Arrengrein y Piran, se han distinguido de 
un modo especial. 

« El ejército enemigo abandonó, en fin, el campo de ba- 



- 163 - 

talla, dejando en él 1200 cadáveres, entre ellos varios jefes- 
y oficiales, y el general Abren, gran número de prisione- 
ros, y armamentos. Todo su parque y bagajes, dos ban- 
deras, 10 piezas de artillería y la imprenta, son trofeos 
del ejército. Su pérdida alcanza á cerca* de 500 hombres 
entre heridos y muertos, siendo de éstos el comandante 
Besares del 2.o regimiento. 

« Todos los jefes, oficiales y tropa se han desempeñado 
con el valor que siempre ha distinguido á los soldados^ 
argentinos, y, en su consecuencia, el general en jefe les ha 
dirigido la proclama siguiente (1): 

« Una gran parte de la caballería siguió en persecución 
del enemigo hasta media noche: el resto del ejército 
acampó en unas isletas inmediatas á Caciquey. Las caba- 
lladas del ejército republicano, extenuadas en las últimas 
marchas forzadas por un inmenso arenal, donde apenas 
se encontraba algún pasto, estaban demasiado fatigadas,. 
y el enemigo debió á esto el no haber sido acabado y 
poder seguir su retirada. 

« El 21 marchó el ejército republicano en dirección á. 
Caciquey. Varias partidas fuertes recorrían el campo, y el 
coronel Paz con una división fué destinado á seguir al 
enemigo. Los soldados alemanes de infantería comenzaron 
á presentarse al general en jefe, y hasta el 25, que mar- 
chó el ejército para San Gabriel, se contaban 140 de ellos 
en las filas republicanas. Varios vecinos que habían aban- 
donado al enemigo, se presentaron también, y los oficia- 
les Francisco Rocha y su hijo, los alféreces Machado, 
Gerónimo y Araujo, que ofrecieron sus servicios para con- 
tribuir á que se formase una República de este continente. 

« £1 26 el enemigo seguía su retirada. El ejército repu- 
blicano entró en San Gabriel y se retiró sobre Bacacahyji 
que corre por la falda de la colina en que se halla, y 
tomó del enemigo una gran parte de las mochilas que 

(1) La suprimimos. 




— 164 - 

había abandonado, muchos equipajes y un repuesto com- 
pleto de municiones y pertrechos, cuyo valor bien calcu- 
lado ascenderá á 350 mil pesos. 

« Los heridos han sido colocados y asistidos con como- 
didad; se han mBndado fuerzas en todas las direcciones 
para tomar los dispersos del enemigo y recoger caballa- 
das.— l/ucéo Mancilla, Jefe interino del Estado Mayor 
Oeneral. » 

10. Combate de Camagua.— Después del triunfo de 
Ituzaingó, el pensamiento capital de Alvear fué apoderarse 
de la provincia de Río Grande, pero como su infantería 
era poca y la caballada de que disponía escasa, solicitó 
con urgencia del gobierno de Rivadavia el envío de 500 
soldados de aquella arma, haciendo esfuerzos de todo gé- 
nero para que la Provincia Oriental le proporcionara 
abundantes medios de movilidad. La anarquía que impe- 
raba en la Argentina impidió complacer al esforzado ge- 
neral, y en cuanto al Uruguay, como ya había contribuido 
con 3000 hombres al buen éxito de aquella campaña, sus 
recursos se habían agotado, y todos los esfuerzos hechos 
por el gobierno de don Joaquín Suárez en tal sentido, 
fueron completamente infructuosos, á pesar de reconocerse 
la importancia del pedido de Alvear. 

Grave error cometieron los occidentales no atendiendo 
á Alvear como convenía, pues habría sido fácil hacerse 
dueños de Río Grande en aquellas circunstancias en que 
el pánico se había apoderado de los habitantes de esa 
zona del Brasil, el comercio liquidaba sus existencias y 
clausuraba sus casas, las pequeñas poblaciones quedaban 
desiertas y el ejército imperial abandonaba el sur para 
refugiarse en el norte. Un coronel francés que servía al 
Imperio escribía á la sazón lo siguiente: «... .Se asegura 
que los restos del ejército brasilero se retiran á Porto 
Alegre, lo que dejará en poder de los castellanos una 
^ran parte de este territorio, y ellos acabarán por hacerse 



- 165 — 

dueños del puerto de Río Graade. La provincia está en 
gran peligro. » 

Convencido Alvear de que sus gestiones habían fraca- 
sado en los pueblos de ambas orillas del Plata, se dispuso 
á abrir una segunda campaña con los elementos con qué 
contaba, situándose en los alrededores del pueblo de Bagé, 
donde tuvo conocimiento que Mena Barrete, Bentos Gron- 
sález y Bentos Manuel se hallaban acampados á orillas 
del Camacuá, á unas diez leguas de Bagé, con un cuerpo 
de 1600 hombres. Tratando entonces de sorprenderlo, se 
encaminó en su busca con las divisiones de Lavalleja, 
Lavalle, Oribe, Pacheco y Zufríategui, aunque la sorpresa 
no se efectuó; pero les presentó batalla el 23 <ie Abril, 
venciéndolos y dispersándolos á tal extremo, que, de los 
1600 brasileros, no saldrían reunidos ni 400 hombres. 

11. Acción del Yerbal. — Después de este combate el 
ejército aliado se dirigió al Yaguarón con miras de pasar 
el invierno en Cerro Largo, no sin antes (26 de Mayo) 
tener un nuevo encuentro con el enemigo en el paraje 
denominado Yerbal, donde Lavalle pegó otro recio golpe, 
logrando deshacer al traidor Calderón y capturar al fa- 
moso guerrillero Yucas Teodoro, que fué conducido á Bue- 
nos Aires en calidad de prisionero de guerra. 

No tardó mucho tiempo sin que Alvear se retirase, en- 
tregando el mando del ejército á Lavalleja, que hizo inau- 
ditos esfuerzos por arrancar al enemigo de las sierras en 
que se había guarecido; pero Lecor, que sustituyó á Bar- 
baoena, juzgó más conveniente no salir de la madriguera 
donde lo había encerrado su ingénita prudencia. 



BIBL.IOOR/kRf/k 

Mariano A. Pelliza: Jhixainifó ( Glorias Argentinas ). Buenos Aires, 1883. 

Carloi Marfa Bamfrez : Loa eharreteras de Oribe en la bataUa de ItU" 
%aiing6 (artfeolos insertos en La Raxón de Montevideo.) 

Carlos Maria Bamfrez : Iktxainffó ; Ei veterano Manttel Leüán, ( artículos 
Inaertos en La Baxón de Monterideo. ) 

11 



- 166 - 

Eduardo Acevedo Díaz : liuxaingó ( Artículo de la prensa de Montevi- 
deo, 1895. ) 

J. J. Machado D'Oliveira, Secretario militar del ejército brasilero : La 
batalla del río Santa María del Paso del Rosario. ( Traducción de El Si- 
ghy 1902. ) 

Luis Mellan Lañnur: Las charreteras de Oribe. Montevideo, 1895. 

Guillermo Melián Lafínur : Los buitres de las glorias nadonaka y Uu 
charreteras de don Manuel Oribe. Montevideo, 1895. 



DICTADURA DE LAVALLEJA 



CAPITULO X 

DICTADURA DE LAVALLEJA 

( 1827 ) 



STTHASIO : 1. Kueva campaña naval de Brown. — 2. Primer tratado de- 
paz con el Brasil. — 3. ConTencióii García. — 4. Bechazo de la con- 
Tención y renancia de Blvadavia. — 5. Unitarios y federales. — 6. Ar- 
bitrariedades de Lavalleja, — 7. Derrocamiento de los Poderes públi* 
eos. — 8. Docnmoitación relatiya. — 9. Beformas atávicas de la Dieta** 
dora. — 10. Inacción del ejército aliado. — 11. Sucesos militares de la 
Provincia. — • 12. Situación económica de la misma. 



1. Nueva cAMPAfsf A naval de Brown.— A príncipios^ 
de 1827 el almirante Brown se dirigió hacia el río Uru* 
gvíSLj al mando de unas cuantas embarcaciones bien ar* 
tilladas y tripuladas, aunque impropias para el objeto á 
que se las destinaba, encontrándose frente á la isla dei 
Juncal, á la altura de Nueva Palmira, con una división 
brasilera compuesta de 16 buques de guerra encargados d& 
la vigilancia del citado río. Beñido fué el combate entre 
republicanos é imperiales, pues ambos contendientes se 
batieron con rudo valor durante los días 8 y 9 de Febrero,, 
hasta que la suerte de las armas se inclinó á favor de lo» 
primeros, que vencieron á los segundos, les apresaron cast 
todos sus barcos, después de haber incendiado tres de ellos, 
é hicieron prisionero á su almirante Jacinto Boque d& 
Sena Pereira. Inmediatamente Brown se volvió á Buenos 
Aires, consigiüó romper el bloqueo y desembarcar triun-» 



- 170 - 

f ante en la ciudad, en donde se le hizo una ruidosa y me- 
recida manifestación de júbilo. 

Pocos días después el osado marino medía otra vez sus 
fuerzas con las de su enemigo frente á Quilmes (24 de 
Febrero \ haciéndole volar una goleta, de cuyos 120 hom- 
bres sólo se salvaron 3. A este combate siguió el de Pa- 
tagones (7 de Marzo), que dejó en poder de los argenti- 
nos una corbeta, un bergantín y una goleta, 650 prisione- 
ros y gran cantidad de armas y municiones, dando margen 
á que se prolongasen en Buenos Aires los festejos que 
todavía se celebraban con motivo de los antenotes triun- 
fos, á los que se agregaba ahora además la fausta noticia 
de la gran victoria de Ituzaingó. 

El combate de Punta de Santiago (6 de Abril) fué, sin 
embargo, funesto á los republicanos, pues atacados los 
cuatro buques de Brown por 22 embarcaciones brasileras, 
lucharon con valor y tesón hasta que, comprendiendo que 
sucumbirían ante el número, dos de los barcos argentinos 
lograron abrirse paso y llegar á Buenos Aires, mientras 
los otros dos, que habían encallado, siendo imposible po- 
nerlos á flote, caían en poder de la numerosa escuadra 
imperial. Ésta, por su parte, sufrió también pérdidas de 
gran consideración, pues al entrar en el puerto de Mon- 
tevideo llevaba 6 ó 7 buques desarbolados, otros en muy 
mal estado y dos completamente inservibles. Lo glorioso 
de este desastre hizo que el vecindario de Buenos Aires 
recibiese á Brown y sus valientes marinos con el respeto 
que merece la desgracia y el entusiasmo que inspira el 
valor. 

2. Primer tratado de paz con el Brasil.— Mien- 
tras por tierra y agua tenían lugar los acontecimientos 
que dejamos narrados en el capítulo anterior y en las 
líneas que preceden, la situación interna de la República 
Argentina se hacía cada vez más crítica. La guerra civil 
había estallado en algunas provincias y amenazaba exten- 
derse por las demás, poniendo en serio peligro la estabi- 



— 171 - 

lidad de las instituciones; la obra de la unificación nacio- 
nal amenazaba derrumbarse al empuje de los caudillos 
provinciales; unitarios y federales luchaban encarnizada- 
mente, y el gobierno central se consideraba impotente 
no sólo para contener el rápido desarrollo de tantos ma- 
les, sino que le era del todo imposible encontrar recursos 
para continuar las operaciones militares contra el Brasil. 
8e imponía, pues, la idea de negociar la paz, como me- 
dio de ponerse en condiciones de vencer las resistencias 
surgidas contra Rivadavia en casi todo el país, pues en- 
tonces dispondría éste del ejército de Alvear para someter 
á los descontentos y restablecer la calma en el país. 

Así pensando, despachó para Río Janeiro al doctor don 
Manuel José García con instrucciones y facultades para 
firmar con aquella corte una convención preliminar que 
asegurase la paz (19 de Abril). «En caso de que el go- 
bierno del Brasil consienta en tratar sobre el objeto de 
la paz — decían las susodichas instrucciones — queda ple- 
namente autorizado para ajustar y concluir cualquiera 
convención preliminar que haga cesar la guerra y que res- 
tablezca la paz entre la República y el Imperio, en tér- 
minos honrosos y con garantías recíprocas para ambas 
partes, y que han de tener por base la restitución de la 
Provincia Oriental ó la erección y reconocimiento del dicho 
territorio en un Estado separado, libre é independiente, 
bajo las formas y reglas que sus propios habitantes eli- 
gieren y sancionaren ; no debiendo exigirse en este último 
caso por ninguna de las partes beligerantes compensación 
alguna. » 

3. Convención García. — El negociador argentino 
llegó á la corte de Río Janeiro pocos días después de la 
apertura del Parlamento, en cuyo acto el Emperador ha- 
bía declarado que «la guerra continuaba y debía conti- 
nuar hasta que la Provincia Cisplatina fuese desocupada 
por los invasores y reconociese Buenos Aires la indepen- 
dencia de la nación brasilera y la integridad de su terri- 



- 172 - 

torio con la incorporación de la Cisplatina, que libre y 
espontáneamente habría querido ser parte del Imperio. » 
Encontrándose García con semejantes idea?, comprendió 
cuan difícil era la realización de los proyectos de Kiva- 
davia, pero buscando la mediación del Ministro inglés 
en la corte de Río Janeiro, consiguió ser recibido por el 
Emperador y entrar en negociaciones con éste, pero sobre 
la base de la anexión de la Banda Oriental al Imi)e- 
rio del Brasil, á lo cual accedió García, fundándose, al 
falsear el mandato recibido, en que libre el territorio del 
Uruguay, podría incorporarse á cualquier otro país y, so- 
bre todo^ en que la paz era lo más esencial para sacar 
á flote la presidencia de Rivadavia y su sistema de go- 
bierno. 

La convención García, firmada el 24 de Mayo de 1827, 
dejaba al Imperio la posesión y dominio de la Banda 
Oriental; se procedería al desarme de la isla de Martín 
García; «la Argentina pagaría al Brasil el valor de las pre- 
sas que hubieran hecho los corsarios cometiendo actos de 
piratería ; quedaría establecida la libre navegación del río 
de la Plata, y el Brasil y la Argentina reconocerían re- 
ciprocamente su respectiva independencia; á todo lo cual 
accedió García, sin tener para nada presentes la legítima 
aspiración del pueblo oriental, los sacrificios indudable- 
mente hechos por la Argentina, ni las terminantes ins- 
trucciones que se le habían dado. 

4. Rechazo de la (X)nvención y renuncia de Riva- 
davia.— Tan ignominiosa se consideró en Buenos Aires 
la convención, que la opinión pública fué unánime en 
rechazarla. Al conocerla, el Congreso la repudió, la prensa 
hizo lo propio, y la indignación del pueblo fué tanta, sin 
distinción de partidos, que el Presidente la rechazó tam- 
bién con toda energía, fundándose en que sus instruccio- 
nes habían sido falseadas, en que las estipulaciones que 
contenía destruían el honor nacional, y, por último, en que 
conculcaban todos los derechos de la República. García 



- 173 - 

intentó explicar su conducta públicamente, pero nadie se 
dignó oírlo, ni aún la prensa gubemista. 

El Presidente comprendió que su permanencia en el 
poder era la continuación de la guerra dentro y fuera del 
país, é impotente para vencer á los caudillos provinciales 
y sin saber de dónde ni cómo obtener recursos para pro- 
seguir la lucha con el Brasil, decidió dimitir su elevado 
cargo, como así lo hizo el 2? de Junio, con cuyo acto tal 
vez salvase también el principio del unitarismo, como él 
creyó erróneamente. Al retirarse del poder, que había des- 
empeñado con honradez y lealtad, dirigió un manifiesto 
al pueblo argentino exhortándolo á que consagrase sus 
esfuerzos al bienestar de la patria, á que depusiese ante 
sus aras los egoístas intereses locales, los odios persona- 
les y las diferencias de banderías, tendiendo todos á la 
consolidación de la moral pública. 

El 5 de Julio siguiente fué elegido en su reemplazo el 
doctor don Vicente López, quien, después de restablecer 
el régimen de gobierno anulado por Givadavia, en Agosto 
del mismo año resignó el mando en el famoso caudillo 
federal don Manuel Dorrego. 

-5. Unitarios y federales. — Cuando se estableció la 
Constitución unitaria, la Junta de Representantes de la 
Banda Oriental se apresuró á jurarla con el mayor jú- 
biloy dando un manifiesto en que decía que había sonado 
la hora de que los pueblos sirviesen de ejemplo á otros 
que eran tan desgraciados entonces como el Uruguay lo 
fuera antes ; que así terminaría la tiranía doméstica que 
había despoblado su territorio; que los nuevos principios 
contribuirían á cerrar para siempre la era de las revolu- 
ciones, etc., etc. Con tal motivo hubo toda clase de fies- 
tas, que duraron tres días, siendo grande el entusiasmo 
del pueblo y las autoridades, aunque parece que no to- 
dos acogían de buen grado el régimen centralista; de modo 
que una vez conocida la renuncia de Rivadavia y la nueva 
forma de gobierno que lo sustituyó, la reacción no se hizo 



- 174 - 

esperar, y las ideas y sentimientos de los federalistas se 
manifestaron con toda libertad, pues tal era á la sazón la 
verdadera y genuina voluntad de la inmensa mayoría 
de los orientales, según la opinión emitida por varios 
historiadores, aunque otros sostienen lo contrario. De aquí 
que la Junta autorizara al gobierno de Buenos Aires para 
que administrase en lo relativo á la guerra, á la paz y á 
las relaciones exteriores, facultándplo de igual modo para 
celebrar con las naciones del nuevo continente alianzas 
contra el Brasil y negociar un empréstito de cinco millo- 
nes de pesos. 

6. Arbitrariedades de Lavalleja.— «Se ve — dice 
el autor del Bosquejo Histórico — cómo propendían la 
legislatura y el gobernador Suárez á mantener las bue- 
nas relaciones con las otras provincias, y á crear, poco 
á poco y según la experiencia lo requería, el orden 
legal relativo á los derechos y obligaciones de los ha- 
bitantes de la Provincia, y á las funciones administrativas 
que eran necesarias á la existencia política de la comuni- 
dad. No descollaba ningún talento singular, ni se hacía 
gala de incorporar á la legislación grandes teorías; pero 
se hacían esfuerzos sinceros de buen sentido y de espí- 
ritu práctico, cuyos defectos se habrían corregido paula- 
tinamente, según los hechos ó el progreso de las ideas 
vinieran indicándolos. 

«Desgraciadamente, no todos estaban animados por tan 
plausibles móviles. La elevación del general Lavalleja al 
puesto que había ocupado Alvear en el ejército de la 
Nación, dio lugar á sucesos lamentables. Pobre de inte- 
ligencia, de educación y de carácter, no comprendió Lava- 
lleja ni qué circunstancias extrañas lo habían favorecido, 
ni qué deberes le imponía el cargo que desempeñaba. 
Creyó que debía el encumbramiento á sus propios méritos, 
y se tuvo desde entonces, con más firmeza que antes, por 
el primer genio militar y político de su país. Este con- 
cepto de sí propio le indujo á desarrollar desmedidamente 



-175- 

8US pretensiones de mandar en todo, á todos y sobre to- 
dos; por manera que se creyó con derecho á imponer su 
voluntad á legisladores, gobernador y jueces. Su odio á 
Rivera y los riveristas se hizo más profundo ó más franco, 
y no olvidó entonces que los representantes de su Pro- 
vincia lo habían privado del poder ejecutivo contra su 
voluntad, y lo habían sustituido con don Joaquín Suárez. 
Todo este conjunto de ideas erróneas, de presunción, de 
odios y de resentimientos lo arrastró al terreno de las 
violencias, en el que era auxiliado y quizás estimulado 
por jefes que le rodeaban y por hombres de Buenos Aires, 
interesados en hacer desaparecer del escenario político 
á los que habían prestado su conformidad á la constitu- 
ción y á las tendencias oficiales del año xxvi. 

«El militarismo invadió las esferas civiles. Los coman- 
dantes de los departamentos disponían de las personas 
y de las cosa?, en nombre de los intereses de la guerra, 
como mejor cuadraba á su limitado arbitrio. Varias de las 
leyes que se promulgaron en el curso de este año y el 
anterior estaban en pugna abierta con esa conducta, y 
más de una vez pretendieron el gobernador y los ma- 
gistrados hacerlas respetar ; pero consiguieron sólo avivar 
el antagonismo de las dos influencias y aumentar de más 
en más la dificultad de las relaciones entre los funciona- 
rios civiles y los militares. 

« Dado el conflicto del poder moral de las leyes y de 
la magistratura con el poder material de los soldados, no 
era dudoso el triunfo de éstos. Lavalleja venció la opo- 
sición de los jueces haciendo aprehender ruidosamente á 
dos de ellos, los doctores Perrera y Ocampo, que habían 
pasado en Abril de los Juzgados de primera instancia al 
Tribunal de apelaciones, los despojó de sus funciones y 
les intimó que salieran de la Provincia, sin que hubiera 
precedido juicio ni sentencia, y á pesar de carecer él de 
facultades para tomar tales medidas respecto de los fun- 
donaríos civiles. El gobernador reclamó enérgicamente 



- 176 - 

contra ese abuso escandaloso de la fuerza y dio cuenta 
á la Junta de Representantes, la cual á su vez aprobó la 
conducta del Ejecutivo, declaró arbitrario el proceder del 
general en jefe y violatorio del art. 1.^ de la ley de B 
de Julio de 1826, y mandó que el Poder Ejecutivo enta- 
blara queja formal ante quien correspondiera, y que se 
transcribiera al general en jefe todo lo resuelto (21 de 
Septiembre ). 

«La excitación era inmensa en todos los ánimos. Ape- 
nas la sorpresa permitía meditar en los hechos ocurridos 
y calcular la trascendencia que tendrían. Los comandan- 
tes militares se habían comprometido abiertamente en la 
revuelta contra las autoridades civiles, provocando en los 
departamentos manifestaciones populares, encabezando la 
rebelión de las milicias y celebrando reuniones en que 
Qe pedía el derrocamiento de todos los poderes constitui- 
dos. ( Días 20, 21, 22 y 23. ) 

« La Junta de Representantes contestó á esa actitud con 
otra no menos extrema. Declaró que, habiéndose disuelto 
el Congreso general constituyente, reasumía la parte de 
soberanía que había delegado la Provincia en sus dipu- 
tados; y que por tal razón, y mientras no se establecie- 
sen un cuerpo representativo y un poder ejecutivo nacio- 
nales, sería responsable ante el gobernador y la Legis- 
latura de la Provincia, por la infracción de sus leyes, 
cualquiera autoridad militar, sea cual fuese su origen, 
que se hallare en el territorio provincial; cuya declaración 
mandó que se notificara al gobernador de Buenos Aires» 
encargado de la guerra y de las relaciones exteriores, y 
al general en jefe del ejército ( 21 de Septiembre). Por 
su parte creyó el gobernador Suárez que» como su nom- 
bramiento había ocasionado hasta cierto punto los resen- 
timientos de Lavalleja, contribuiría tal vez á conjurar la 
tempestad renunciando el cargo; pero la Junta de Re* 
presentantes no aceptó la renuncia, juzgando, con razón, 
que la autoridad legal no debía ceder voluntariamente á 



- 177 - 

la pretensión de soldados amotinados (Septiembre 24).» 
7. Derbooamiento de los Poderes ptíblicos.— «Es- 
píritus mal avenidos con el régimen ^regular de las ins- 
tituciones y sensiblemente extraviados por ideas y tenden-' 
cías perniciosas de predominio exclusivo habían venido 
agitando los ánimos, dando pábulo al antagonismo irri- 
tante y fomentando la anarquía y los rencores con actos 
abusivos y desmanes odiosos. Eran esos los preludios de 
planes de mayor trascendencia y gravedad que se incu- 
baban y que habían de avanzar hasta el extremo de aten- 
tar contra la existencia de los Poderes públicos, aun 
cuando se abriese un abismo insondable á loa pies de la 
patria. 

«Este lamentable extravío no tardó en producirse. En 
día nefasto (4 de Octubre), en la villa de San Pedro .del 
Durazno, los comandantes de los departamentos, tomando 
la voz de los pueblos, se permiten el escándalo de dispo- 
ne el derrocamiento de los Poderes legales constituidos 
déla Provincia. ¡Qué defección tan tristemente ofrecida 
entonces por jefes beneméritos de la patria, cubriéndola de 
dolor y de bochorno! 

«Acuerdan y disponen en ^se acto subversivo y aten- 
tatorio á la majestad de las leyes y de los pueblos sobe- 
ranos, que el general en jefe del ejército y gobernador de 
la Provincia reasuma el mando y ordene el inmediato 
cese en sus funciones á la presente Legislatura y Grobierno 
sustítuto, echando por tierra los Poderes constituidos. Esa 
resolución, tan inmotivada, reprobable y desmoralizadora, 
la consignan en una acta que firmaron el 4 de Octubre 
en el Durazno, incluso el mismo genonl liavalleja, que la 
autoriza. Se comprende sin esfuerzos que sus fundamen- 
tos no podían ser otros que el fruto de desahogos, impu- 
taciones y enconos. Todo esto respondía á una confabu- 
lación de mala índole, en que, indudablemente, entraban la 
influenda y voluntad del general en jefe y las sugestiones 
partidistas de los sectarios del sistema predominante en 



. - 178 - 

Buenos Aires, al que, por sus afecciones, no era extraño 
Lavalleja. No de otro modo se explicaría su docilidad y 
la decisión con que se hizo solidario de todo lo acordado 
por los jefes firmantes del acta del 4 de Octubre, intimando 
al gobernador sustituto el cese en sus funciones, comple- 
mentado con la disolución forzada de la Legislatura, inti- 
mada en Canelones por el jefe de una fuerza armada que 
vino mandada expresamente del ejército á efectuarlo, obe- 
deciendo órdenes del general en jefe. Esto acontecía el 
12 de Octubre, aniversario del triunfo de Sarandí, cuyo 
lauro se marchitaba por el mismo que lo había conquis- 
tado. En ese día memorable hacía saber de oficio á la ho- 
norable Junta de Representantes, « que desde ese punto 
cesaba en sus funciones, haciendo entrega.de su archivo 
á las personas que nombraba, previniéndole que para su 
cumplimiento no admitía reclamaciones. » 

<Y en la misma fecha la Legislatura contestaba á la 
intimación «protestando y haciendo responsables ante la 
Patria y la Provincia oriental á los jefes y comisionados 
militares que habían firmado el acta celebrada en el Du- 
razno el 4 del corriente, mediante á que no ha tenido fa- 
cultad para disolver el Cuerpo Representativo que legal- 
mente ha constituido la Provincia por su plena y libre 
voluntad.» Declaró al mismo tiempo «que la Junta se 
disolvía, no por su voluntad, sino por la fuerza, y que así 
se comunicase á los pueblos.» 

«Cumpliendo esta resolución de la Legislatura, el go- 
bernador Suárez, revistiéndose de energía, así como la Re- 
presentación provincial, no vaciló en poner en conoci- 
miento de los pueblos que los legítimos Poderes públicos 
se disolvían, no por su voluntad, sino por la fuerza. 

«En los momentos de resolverse la disolución de la Le- 
gislatura por imposición de la fuerza, varios diputados le- 
vantaron su voz con entereza, condenando el atentado que 
se cometía, descollando entre ellos don Francisco Agui- 
lar, don Pedro Pablo Sierra, don Francisco J. Muñoz y 



- 179 - 

don Justiniano Pérez, y, á su turno, el presidente de la 
corporación don Gabriel Pereira, prohombres distinguidos 
de la comunidad oriental, sin que ninguno fuese vejado 
en BUS opiniones. 

« Por fin, se consumó el derrocamiento de la Legisla- 
tura y del Gobierno sustituto nombrado por ella (1).» 

£1 señor don Víctor Arreguine dilucida este mismo 
punto en su Historia del Uruguay, pero menos severo que 
el autor prenombrado, se expresa del modo siguiente : 

« Al hacerse cargo Lavalleja del ejército de operaciones, 
se sintió superior al conjunto de sus compatriotas. Su 
nombre sonaba con estruendo de gloria, y así como en la 
guerra era el arbitro, quería serlo también en las funcio- 
nes civiles. Algunos individuos que consagraban sus apti- 
tudes á éstas le eran opuestos, lo cual contrariaba su deseo 
avasallador de preponderancia, estimulado por su esposa 
y los más de sus parciales. Necesitaba ser dictador, domi- 
nar, hacerse obedecer, figurar como el primero sin restric- 
ciones civiles. De caudillo habíase transformado en ver- 
dadero militar, ya por su largo destierro en la isla Das 
Cobras, ya por su trato con generales de escuela. La dic- 
tadura hacía falta. Los departamentos estaban regidos por 
comandantes militares, y el choque entre ellos y la auto- 
ridad civil era frecuente. Por otra parte, poderosas razo- 
nes políticas determinaban al general en jefe á consti- 
tuirse en dictador. Casi todos los empleados civiles tenían 
mucho de unitarios. La Junta de Representantes lo era. 
Los hombres civiles de otrora se habían entregado en 
brazos de Portugal y del Imperio, y ahora que se trataba 
de emancipar la Banda Oriental, muchos de sus hijos tal 
vez llegaran á ser un obstáculo á este respecto. Lavalleja 
no manifestaba intenciones de constituir á su Provincia en 
un Estado independiente, - pero todas las probabilidades 



(1) Isidoro De-María: Compendio de la historia de la República O. 
del Uruguay. Monteyideo, 1902. 



- 180 - 

favorecían esta solución de la guerra. Públicamente se ha- 
blaba de ello, desde el rechazo del convenio Grarcía ; y 
desde mucho antes había en el Uruguay un partido que 
opinaba por la independencia, á cuyas sugestiones no era 
ajeno el general. Si ese hecho previsto, anunciado y sos- 
tenido por los mismos porteños llegaba á realizarse, era 
natural que el jefe de los Treinta y Tres pensara en ase- 
gurarse la posesión del poder, ya que su alma no estaba 
exenta de ambición. 

« No obstante ser ésta desmedida, Lavalleja carecía de 
dotes políticas, y mal podía convertirse en dictador. Sin 
plan de gobierno, sin ninguna idea progresista, ¿á qué 
podía aspirar? Al mando supremo, á saciar su inmensa 
.ambición. Y con todo, sin que el mismo Lavalleja se diera 
cuenta, la dictadura se hacía necesaria. Eran tiempos de 
guerra, y el poder, concentrado en una mano, en un hom- 
bre investido por el plebiscito de las circunstancias con 
facultades extraordinarias, podría dar unidad á la marcha 
del país en todas las esferas. Suárez, más pensador, más 
enérgico que el general, valía como gobernante lo que 
éste jamás llegó á valer en tal sentido; pero los momen- 
tos eran demasiado solemnes para que un hombre civil 
tuviera á su cargo el poder y sometiera, cuando fuera del 
caso, á los hombres de guerra al cumplimiento de sus le- 
yes de paz. Había un inconciliable antagonismo entre la 
ley escrita y las costumbres, y sabido es que la costum- 
bre llega á imponer la ley, sobre todo en ti^pos anor- 
males. » 

8. Documentación relativa.— Por su notorio interés, 
reproducimos en este lugar los principales documentos re- 
lativos á este deplorable error de Lavalleja, al que, según 
algunos autores, fué inducido por el general Laguna (1): 



( 1 ) «El caudillo de este moyimiento anárquico ftié el general Laguna, 
quien, Uevando la toz de todoa, notificó la acordada á la Junta, » etc., etc. 
( Santiago Bollo : Manual de Historia, pág. 584. } 



- 181 - 

« Canelones, Octubre 12 de 1827. 

«LoR comandantes de los departamentos de la Provin- 
cia, por especial recomendación y voluntad de los pueblos, 
han resuelto *- en acta celebrada en 4 del corriente, como 
Ja que original se acompaña— que el infrascripto Gober- 
nador y Capitán general, reasumiendo el mando de la Pro- 
vincia, haga cesar en su administración y resoluciones á 
la Honorable Sala de Representantes y Gobierno susti- 
tuto; y el que firma, en cumplimiento de aquella soberana 
resolución, hace saber al señor Gobernador delegado, á 
quien se dirige, que desde este punto cesa en sus funcio- 
nes, haciendo entrega formal de todo el archivo de Go- 
bierno y Hacienda al teniente coronel don Pedro Lenguas, 
que en comisión pasa á recibirse de él. 

«£i abajo firmado, al trasmitir al señor Gobernador esta 
soberana resolución de los pueblos, previene que para su 
cumplimiento no admite reclamaciones, aprovechando la 
ocasión para saludar al señor Gobernador respetuosamente. 

«Juan Antonio Lavalleja. 
«Al señor Gobernador sustituto, don Joaquín Suárez.» 

«ACTA. — En la villa de San Pedro del Durazno, á 
los cuatro días del mes de Octubre de mil ochocientos 
veintisiete, reunidos los señores jefes: general don Julián 
Laguna, comandante en jefe del departamento de Pay- 
sandú; coronel don Leonardo Olivera, comandante del 
departamento de Maldonado; coronel don Pablo Pérez, y 
coronel graduado don Adrián Medina, comandantes activo 
y pasivo del departamento de San José; coronel don An- 
drés Latorre, comandante del departamento de Cerro Lar- 
go; coronel don Juan Arenas, comandante del departa- 
mento de la Colonia; teniente coronel don Miguel Gre- 
gorio Blanes, comandante del departamento de Soriano; 

12 



- 182 - 

y coronel don Manuel Oribe, á nombre de su regimiento; 
y haciendo personería por el teniente coronel del depar- 
tamento de Canelones don Simón del Pino, pasa á hacer 
presente al Excnío. señor Gobernador y Capitán general, 
propietario de la Provincia, don Juan Antonio Lavalleja, 
que los pueblos y divisiones de sus departamentos respec- 
tivos, en Actas celebradas en 20, 21, 22 y 23 del próximo 
pasado que conducen, han acordado unánimemente que el 
expresado Excmo. señor Gobernador y Capitán general, 
reasumiendo el mando de la Provincia ordene el cese de la 
presente Legislatura y Gobierno sustituto; haga la reforma 
que crea conveniente, y análoga á las disposiciones déla 
guerra en que hoy se halla empeñada ; y que últimamente, 
delegando el mando en la persona ó personas que crea 
convenientes, pueda dedicarse á las operaciones militares 
de que se ha. encargado. Y los expresados señores jefes, 
cumpliendo con la libre y soberana voluntad de los pue- 
blos que los envían, á nombre de ellos, y por sí mismos, 
pasaron el oficio competente al Excmo. señor Gobernador 
y Capitán general para su apersonamiento á la celebra- 
ción del Acta, que acordaron labrar por el teniente coro- 
nel don Miguel Gregorio Blanes, á quien nombraron por 
secretario ; y hallándose presente el Excmo. señor Gober- 
nador y Capitán general, tomando la palabra el señor ge- 
neral don Julián Laguna, dijo: 

«Excmo. señor: Los pueblos y las divisiones de mili- 
cias cuyos departamentos representamos, en reuniones he- 
chas de su propia voluntad, han sancionado en actas for- 
males como las que tuvimos el honor de presentar: Que 
habiéndoles demostrado la experiencia que la Provincia no 
podrá arribar al verdadero goce de su libertad y dere- 
chos mientras mantenga en su seno y á la cabeza de sus 
negocios más importantes hombres corrompidos y vicia- 
dos que por más de una vez han comprometido la exis- 
tencia de ella, hombres serviles y mercenarios que no ha 
mucho tiempo fueron agentes activos de los portugueses. 



- 1S3 - 

y que más recientemente, traicionando la voluntad de los 
pueblos, complotándose con los agentes del sistema de 
unidad que ba concluido, han reconocido una Constitu- 
ción en que, ni tuvieron parte los pueblos, ni tres mil 
ciudadanos más respetables que en aquella sazón se ha- 
llaban combatiendo por la libertad del país, y es lo que 
hoy hace aparecer á la Provincia en ridículo, como lo pa- 
tentiza el cuadro con que principian los números de «El 
Telégrafo» de Mendoza; una Constitución que no recono- 
ció ninguna Provincia, ni la misma donde fué firmada, y 
sólo tuvo su acogida y esplendor en la perversidad del 
círculo unitario, que desgraciadamente ha mantenido hasta 
hoy la Provincia. 

«Cuando los pueblos, usando de su soberanía, eligieron 
sus Diputados á la Sala de Representantes, ó trabajó la 
malicia contra la inocencia, ó precisamente una toleran- 
cia criminosa pudo haber hecho que fueran incorporados 
á su seno don Francisco Muñoz y don Lorenzo Pérez, 
cuyas personas siempre sospechosas á la patria conoce 
V. E. y conocen los pueblos que representamos. Estos, 
llevando la palabra en aquella honorable reunión, man- 
chando y profanando la dignidad con que fueron inves- 
tidos, abusando de la inocencia de unos y ganando á otros 
por medio d.e la facción y de la intriga, no hacen más 
que dictar providencias á su antojo, y al de los amos á 
cuyo servicio se han suscripto. 

«No es en la Honorable Sala solamente, señor Excmo., 
donde reinan estas maledicencias. El círculo viciado, sos- 
pechoso, intrigante y enteramente peligroso, está en ella 
y fuera de ella. Las personas que lo componen, por ser 
tan conocidas, excusamos nombrarlas á V. £. Ellas tra- 
bajan en oposición del sistema adoptado por todas las pro- 
vincias, con la idea sin duda de desunirnos y guiarnos 
al borde del precipicio á que ^aspiran, cuya tendencia es 
bien conocida. ¿Qué beneficio ha reportado la Provincia 
por medio de la Sala de Representantes ? 



- 184 - 

«¿Qué ha dictaminado que haya llevado asomos de pro- 
pender con felicidad y adelantamiento 7 Subdividirse al 
capricho del ex presidente del Gobierno de Unidad. Crear 
en la Provincia innumerables empleador», tan innecesarios 
como gravosos á la renta pública, pues importa el pago 
de sus sueldos ciento cincuenta mil pesos ármales! Cuerpo 
de policía y comisionados en todas direcciones. Al paso 
que en todas partes se comete el estupro, el robo y el 
asesinato, en términos de no poderse transitar en la cam- 
paña sino con armas y acompañamiento. Sin un estable- 
cimiento de postas; y los que hay, por demasiado patrio- 
tismo de los que las desempeñan, están sin un caballo y 
sin que les hayan pagado los servicios que han .hecho, con 
lo que han consumido en su desempeño. Las viudas de 
los que han dado sus vidas en el campo de batalla por 
la salvación de la patria, entregadas á la mendicidad, sin 
que se haya pensado siquiera en arbitrar un modo de 
socorrerlas! 

«Éste es, Excelentísimo señor, el trabajo de que se ocu- 
pan hasta hoy los Representantes de la Provincia, agre- 
gando que con su conducta pasada y presente, ponen en 
alarma á las demás provincias, al tiempo que se las in- 
vita para constituir la República bajo la forma de gobierno 
por que están decididas. Por tanto, los pueblos que repre- 
sentamos, usando de su soberanía y por su mismo con- 
vencimiento, libre y espontánea voluntad, ponen en ma- 
nos de V. £. el mando y dirección de los negocios de la 
Provincia durante la presente guerra. Que inmediatamente 
haga cesar en sus funciones á la Honorable Sala de Re- 
presentantes, haciéndose cargo de su archivo y demás per- 
tenencias. Que haga la reforma que crea conveniente y 
más compatible con las operaciones de la guerra, de que 
se halla encargado. Que después de concluida, cuando la 
Provincia tenga la libertad por que aún está combatiendo, 
convoque á una nueva Legislatura, cuyos miembros se- 
rán nombrados por la libre voluntad de los pueblos en la 



- i85 - 

forma de costumbre, cuando ellos hallándose en plena 
tranquilidad, podran fijarse en las personas que nombren^ 
para no verse en el estado que ahora los compromete á 
esta resolución. Que se ponga en relación con la» demás 
provincias y envíe sus Diputados al Congreso, ó Conven- 
ción que formen, llevando por norte el constituir la Re- 
pública. Últimamente, que la Provincia— al tiempo de 
aumentar la fuerza que debe marchar al ejército, según 
V. £. lo ha invitado ya, para el 15 del corriente, en comu- 
nicación dé 11 del pasado, — lo verifique dejando la ad- 
ministración de la Provincia confiada en manos puras» 
y en sujeto de probidad y conocido patriotismo, en cuya 
persona ó personas delegará V. E. el mando, mientras 
tenga que dedicarse á las operaciones militares, con el fin 
de que al regreso de la campaña próxima, no nos encon- 
tremos en iguales compromisos como en el que nos pone 
el juramento de una Constitución que tuvo su solio úni- 
camente en el arbitrario procedimiento de los Represen- 
tantes. 

«Los señores jefes reprodujeron la misma exposición» 
acreditándola con el Acta de sus respectivos departamen- 
tos, y el Excmo. señor Gobernador, conformándose con la 
unánime voluntad de la Provincia, ofreció poner en eje- 
cución al día siguiente sus soberanas resoluciones, con 
que se concluyó esta Acta, de la que se mandaron sacar 
cuatro copias originales para un solo efecto.— Juan An- 
tonio Lavalleja.— JuZián Laguna. —Manuel Oribe.-— 
Leonardo Olivera. — Pablo Pérez. — Andrés Laiorre. — 
Juan Arenas,— Adrián Medina,— Miguel Gregorio Blanes, 
Secretario. » 

«Canelones, 12 de Octubre^ de 1827. 

«Acaba de recibir el Gobernador delegado que suscribe» 
la nota oficial del Excmo. señor brigadier general en jefe 
del ejército de operaciones, acompañando el Acta origi- 



— 186 — 

nal celebrada el 4 del corriente por Jos comandantes mi- 
litares de los departamentos, recomendándole la reasump- 
<3Í6n del Gk)bierno de la Provincia, y que haga cesar en 
su administración y resoluciones á la Honorable Junta 
de Representantes y Gobierno sustituto, á cuyo fin 8. E., 
haciendo saber su cesación al infrascripto, dispone la en- 
trega formal de todo el archivo de Gobierno y Hacienda 
al teniente coronel don Pedro Lenguas. 

«El Gobernador delegado, en contestación á la sobredi- 
•cha nota, se limita á expresar á V. E. que habiendo re- 
cibido el carácter que inviste directamente de la sobera- 
nía de los pueblos, por el órgano legítimo de sus Repre- 
sentantes, en virtud del decreto del 5 de Julio del año 
anterior, no puede suspender el ejercicio de sus atribucio- 
nes hasta tanto le sea ordenado por la misma honorable 
corporación, á quien en este acto se dirige el Gobierno 
delegado dando cuenta de la referida Acta y comunicación 
para que delibere como juzgue más conveniente. 

«El que firma saluda á 8. E. con la más distinguida 
con8Íderación.-JOAQUÍNSUÁREZ.-JüAN F. Giró. 

«Excmo. señor Brigadier General en jefe del ejército de 
operaciones. » 

«Canelones, 12 de Octubre de 1827. 

«Los comandantes de los departamentos de la Provin- 
cia, por especial recomendación y voluntad de los pue- 
blos, han resuelto en un Acta celebrada en 4 del corriente, 
como la que original se acompaña, que el infrascripto Go- 
bernador y Capitán general, reasumiendo el mando de la 
Provincia, haga cesar en su administración y resoluciones 
á la Honorable Junta de Representantes y Gobierno sus- 
tituto; y el que firma, en cumplimiento de aquella sobe- 
rana resolución, hace saber á la Honorable Junta de 
Representantes, á quien se dirige, que, desde este punto, 
cesan en sus funciones, haciendo entrega formal de su 



- 187 - 

archivo en las manos de don Loreto Gomensoro y don 
Carlos San Vicente^ que en comisión quedan nombrados. 
«El abajo firmado, al transmitir á la Honorable Junta 
esta soberana resolución de los pueblos, le previene que 
para su cumplimiento no admite reclamaciones.— Juan 
Antonio Lavalleja. 

«A la Honorable Junta de Representantes de la Pro- 
vincia. » 

«Canelones, 12 de Octubre de 1S27. 

«£1 que suscribe ha recibido la nota del Excmo. Go- 
bernador delegado, en la que transcribe la que con esta 
fecha le ha pasado el Excmo. señor Gobernador y Capi- 
tán general de la Provincia y general en jefe del ejército 
de operaciones, á efecto de que la Junta esté reunida para 
las dos de la tarde de este día. 

«El que habla siente la necesidad de hacer presente á 
S. E. el señor Gobernador delegado, que la Junta está 
en sus sesiones y que por el Reglamento le está prohi- 
bido convocarla sin un motivo expreso que se indique por 
el Gobierno ó algunos señores Representantes. 

«S. E. puede dirigirse con sus comunicaciones, luego 
que el Excmo. señor General explique sus conceptos. En- 
tretanto, tiene el honor de saludar al señor Gobernador, á 
quien se dirige con sus más cumplidos respetos. — GÁ- 
BIUEL A. Pereyra, Presidente. — Carlos de San Vicenle, 
Secretario. 

«Al Excmo. señor Gobernador Delegado.» 

«Canelones, Octubre 12 de 1827. 

«La Honorable Junta de Representantes, en sesión de 
hoy, ha resuelto: 
«Que protesta y hace responsables ante la Patria y la 



- 188 - 

ProviDcia Oriental, á los jefes y comandantes militares que 
han firmado el acta celebrada en el Durazno el día cua- 
tro del corriente, mediante á que no han tenido facultad 
para disolver el Cuerpo Representativo que legalmente ha 
constituido la Provincia por su plena y libre voluntad. 

«Declara igualmente nulo cuanto expone el señor Ge- 
neral en jefe del ejército en la comunicación de este día. 
Declara al mismo tiempo que la Junta se disuelve, no por 
su voluntad, sino por la fuerza, y quiere que se dé cuenta 
de esta resolución al Gobierno para que lo comunique á 
los pueblo?. Al efecto, ha resuelto se le pase copia auto- 
rizada de este acto á los efectos que convengan. 

« Y para que conste, lo firmaron todos los señores Re- 
presentantes en el mismo día de la fecha, á las seis de la 
iSiTáe.— 'Antonio Mancebo.— Daniel Vidal.— Lorenzo Jus- 
tiniano Pérez. — Francisco Aguilar. — Francisco Joaquín 
Muñoz. —Manuel Basilio Bustamante. — Pedro Pablo de 
la )Sierra.—José Álvarez. — Manuel del Valle.— Francisco 
Martínez Nieto. — Santiago Sayago. 

«Y de orden de la Honorable Junta se comunica al 
señor Gobernador delegado para su cumplimiento, salu- 
dándole con su mayor consideración y aprecio. — Gabriel 
A. Pereyra, Presidente. — Carlos de San Vicente, Se- 
cretario. 

«A la Honorable Junta de Representantes de lá Provincia.» 

9. Reformas atávicas de la Dictadura. — Después 
de erigido en dictador, Lavalleja introdujo en la adminis- 
tración pública unas cuantas innovaciones que, aunque 
bien intencionadas, fueron de resultado negativo, eviden- 
ciando además que si el nuevo gobernante estaba dotado 
de excelentes condiciones como militar, como ciudadano y 
como político no poseía las cualidades inherentes á todo 
reformador hábil y perspicaz. Su decreto de fecha 6 de 
Diciembre así lo evidencia, y analizándolo se expresa así 
el autor del Bosquejo Histórico: 



- 189 - 

«Abolió las alcaldías de distrito, los juzgados de paz 9^ 
de prímera instaacia y las comisarías de ^licía, é insti* 
tuyo en su lugar consejos de administración, alcaldías or- 
dinarias y juzgados subalternos. Tendría, según este sis- 
tema, cada departamento tantos jueces subalternos como^ 
distritos, un alcalde oídinario, un defensor de pobres y 
menores, un agente fiscal del crimen y un consejo de ad-^ 
ministraoión. Los jueces subalternos desempeñarían las 
fundones de los jueces de paz y tenientes alcaldes, y serían 
nombrados por el Gobierno dentro de una terna propuesta 
por el alcalde ordinario, pero elegida por el pueblo» Los 
alcaldes ordinarios tendrían las atribuciones de los jueces 
de primehí instancia y de los comisarios de policía, y se- 
rían nombrados por el Grobierno dentro de una tema pro- 
puesta por el alcalde ordinario, pero elegido por el pueblo. 
Los alcaldes ordinarios tendrían las atribuciones de loa 
jueces de primera instancia y de los comisarios de policía». 
y serian nombrados por el Gobierno dentro de una terna 
propuesta por el consejo de administración del departa- 
mento respectivo. Así debería hacerse también el nombra- 
miento de los defensores y agentes fiscales. £1 consejo do 
administración se compondría en cada departamento por 
el alcalde <»dinarío, el defensor de pobres y menores y 
el agente fiscal, y tendría por objeto el cuidado de los in- 
tereses departamentales y proponer al Gobierno las mejo- 
ras necesarias. Todos estos funcionarios durarían un año 
en su puesto, y prestarían el servicio gratuito. El Poder 
Ejecutivo, asesorado por un letrado, conpcería en los re- 
cursos deducidos ante los alcaldes ordinarios, mientras no 
se reconstituyese el tribunal de apelaciones. 

< Abolió la separación de las funciones que aseguran al 
pueblo la inteligencia y la moderación en el trabajo admi- 
nistrativo, é implantó el sistema de la acumulación, fuente 
de desaciertos y de despotismo. Proscribió de la magistra- 
tura la idoneidad especial de los letrados, para sustituirla 
por la ignorancia de los legos. Condenó la remuneración 



- 190 - 

de los servicios que constituye una garantía de dedicación 
y de independencia, y obligó á prestar gratuitamente ser- 
vicios que absorberían todo su tiempo al hombre más la- 
borioso, cuando tuviera la voluntad de dedicárselos. Y 
dispuso el cambio anual de los funcionarios, descono- 
ciendo los beneficios que reportaría la administración de 
la experiencia y la tranquilidad que da á los funcionarios, 
ya que no la inamovilidad, por lo menos la prudente 
duración de los empleos. Hacer de un solo hombre el juez, 
el comisario y el miembro del consejo administrativo de 
todo un departamento, sin exigir de él ninguna clase de 
competencia especial y sin darle ninguna retribución, era 
idear el sistema más perfecto para que ese hombre po qui- 
siera ni pudiera hacer tales servicios al país. 

« Y, en efecto, la innovación de Lavalleja fué una ca- 
lamidad que no tardó en hacerse sentir en todas partes, 
43on no poco perjuicio de su crédito, ya harto quebran- 
tado. » 

10. Inacción del ejército republicano.— Mientras 
estos inesperados acontecimientos se desarrollaban en la 
Provincia, el ejército republicano continuaba acampado 
en Cerro Largo esperando que la venida de su general 
en jefe lo arrancaría de la perniciosa inacción ár que es- 
taba sometido. Pero Lavalleja se preocupaba más del 
régimen interno de su país natal que de proseguir las 
gloriosas conquistas alcanzadas por Alvear. Esta actitud 
del héroe del Sarandí decidió á muchos de los jefes su- 
periores á separarse del ejército y retirarse á Buenos Ai- 
res, siguiendo su ejemplo gran cantidad de oficíales y sol- 
dados. De antemano había contribuido á reducir el ejército 
aliado el reparto de ganados del Brasil hecho por Alvear 
después del triunfo de Ituzaingó, pues muchos de los be- 
neficiados volvieron á sus lares con objeto de poblar sus 
respectivos campos con la hacienda de semejante modo 
adquirida. Por fin al año siguiente, como veremos más 
adelante, Lavalleja, después de delegar su autoridad civil 



- 191 - 



en don Luis Eduardo Pérez, se presentó al ejército con 
un pequeño contingente de fuerzas y escasa caballada. 

11. SüCEaOS MILITARES bÉ LA PROVINCIA. — AlgÚa 

tíempo después del triunfo de Ituzaingó, Barbacena dejó 
el mando del ejército brasilero, siendo sustituido por el ge- 
neral Carlos Federico Lecor, Barón de la Laguna, de 
igual manera que don Juan Antonio Lavalleja reemplazó 
á Alvear en la dirección de la guerra. Asi fué cómo vino 
á ser Presidente y Gobernador de la Provincia Cisplatina 
don Tomás García Zú&iga, Barón de Villa- Vila, que ini- 
ció las operaciones militares de la Banda Oriental apo- 
derándose por asalto de la ciudad de Maldonado (17 de 
Mayo), que desde 1825 se hallaba en poder de los patrio- 
tas. Esta plaza, la Colonia y Montevideo eran las únicas 
poblaciones en que dominaban los imperialistas, sin que 
nadie se preocupase de la suerte del resto del pais, reco- 
rrido impunemente por indios, gentes de mal vivir y par- 
tidas de brasileros ú orientales, pues la acción de las au- 
toridades del gobierno local se limitaba al radio del pue- 
blo en que estaba instalado. 

12. Situación económica de la misma.— El presu- 
puesto general de gastos de la Provincia ascendia en 1827 
á la suma de 138.280 pesos, distribuidos en esta forma: 



Policía y cárceles. . 
Magistratura . . . 
Instrucción pública . 
Ministerio de Hacienda 
Gastos militares . . 
Ministerio de Gobierno 
Legislatura . . . 
Gobernación . . . 
Imprenta .... 
Pensiones .... 
Gastos extraordinarios 

Total . . 



62.408 

29.460 

10.800 

8.400 

1.080 

6.700 

5.300 

3.808 

2.880 

600 

6.844 



$ 138.280 



- 192 - 

£1 país contaba entonces con 70,000 habitantes, de 
modo que el presupuesto gravitaba sobre cada uno á ra*^ 
z6n de 2 $ anuales aproximadamente. 

BIBL.IOORAfs-ÍA 

Lu pobücaciones de que nos hemos servido pars escribir el precedente 
capítulo están citadas en el mismo, por medio de notas puestas al pie de^ 
las páginas. Excusamos repetirlas en este lugar. 



CONQUISTA DE MISIONES 



u 



CAPITULO XI 

CONQUISTA DE MISIONES 

(1828) 



SUMARIO : 1. Emigración del general Rivera. — 2. Su proyecto de con- 
quistar las Misiones. — 3. Rivera trata de conseguir la adhesión de 
Iiavalleja. — 4. Acción del Ibicuy. — 5. Rivera se apodera del territorio 
de Misiones. — 6. Persecución de Oribe. — 7. Reacción en favor do 
Rivera. — 8. Organización del Ejército del Norte. — 9. Gobierno de 
Riyera en las Misiones. — 10. Retrato moral del conquistador. 



1. Emigración del general Rivera. — Ya hemos ex- 
plicado en el Capítulo viii cuál fué el origen de la in- 
surrección riverista del año 26 y las causas que obligaron 
á Bivadavia á ordenar al general Rivera que se tras- 
ladase á Buenos Aires, donde tuvo una larga conferencia 
con el Presidente, á quien dejó convencido de la correc- 
ción de sus procederes y de su lealtad é inocencia, al ex- 
tremo de que Rivadavia extendió un decreto nombrándolo 
Inspector General de Armas. Pero como Alvear se opu- 
siera á este nombramiento. Rivera no llegó á ocupar el 
elevado puesto que se le había conñado (1). 

En cambio, los amigos del caudillo oriental lo recibie- 
ron con muestras de general regocijo y lo agaáajaron de 
todos modos. «No sabemos— dice un historiador— si estas 
demostraciones eran sinceras de parte de todos, pero á lo 



( 1 ) López : Historia de ¡a República Argentina. — Dfaz : Historia fbíi- 
tiea y Militar de las Repúblicas del Plata, 



- 196 - 

menos se puede asegurar que si lo fueron de la de sus 
numerosos amigos. El ser el principal jefe de los orien- 
tales, su valor, su nombradla, las peripecias de su vida, 
aunque no larga, y su carácter franco, le hacían á objeto 
de la atención de todos. Añádase á esto que se le juz- 
gaba como hombre necesario en la gran empresa que 
formaba el principal objeto de los sacrificios de Buenos 
Aires, que era apoderarse del puerto de Montevideo. Sus 
admiradores, amigos y partidarios quisieron hacer mani- 
fiestas estas sus simpatías, y para ello le dieron una co- 
mida en casa de don Pascual Costa (1), conocido por su 
patriotismo y enemistad para con los imperiales (2).» 

El carácter franco y abierto del general Rivera y su 
modo de ser sencillo le granjearon numerosas simpatías 
en Buenos Aires, asi como infinidad de relaciones, lo 
mismo entre los amigos que los enemigos de Rivada- 
via; pero, ya por esta causa 6 porque Rivera fuese víc- 
tima de la propaganda que en su contra hacían los lava- 
llejistas, lo cierto es que se hizo sospechoso para con las 
autoridades nacionales, al extremo de tener que ausentarse 
de la capital por consejo de varios de sus más leales ami- 
gos. Dirigióse á Santa Fe, sin otros recursos que los pro- 
pios, que serían bastante limitados, ni más compañero que 
su asistente Luna (3), librándose de la persecución de 

( 1 ) c Político argentino. Nació en Buenos Aires en 1800 j dejó de exis- 
tir en el último tercio del siglo xiz. Hijo de una de las principales fa- 
milias patricias j decidido partidario de la completa independencia de 
todo poder extraño en esta parte de América, propendió con su influen- 
cia y sus muchos recursos pecuniarios j sociales al éxito de la empresa 
de los Treinta y Tres orientales que en el año 1825 desembarcaron en su 
patria y dieron el grito de libertad contra la inVasión brasileña.» (Die- 
eionario Biográfico Contemporáneo Stíd - Atnerieano. ) 

(2) Deodoro de Pascual: Apuntes para la historia dé la R, O. del 
Ürugitay. 

(3) Dijo un historiador, y lo siguen repitiendo los demás, que cuando 
Biyera huyó de Buenos Aires, fué auxiliado por don Juan l^tannel de Bo- 
aas con 8000 pesos y una carta de recomendación para el gobernador de 
Santa Fe, pero hace muchos años que Bivera Indarte demostró la false- 



- 197 - 

que lo hizo blanco el Presidente Rivadavia, merced á Id 
feliz coincidencia que un escritor nacional relata del moda 
siguiente: 

« El gobierno de Buenos Aires, deseoso de dar caza al 
general Rivera, circuló por todo el país un bando de prisión,. 
y hallándose en un distrito próximo á la Bajada del Pa- 
raná, el alcalde del paraje recibió la consabida orden. 
Quiso su buena estrella que aquel hombre, investido de 
una autoridad incapaz de desempeñar por su ignorancia,, 
no supiera leer, y que el cura del lugar, que se enteró del 
pliego, movido por un sentimiento generoso, pusiese inme* 
diatamente en conocimiento del jefe oriental lo que ocu- 
rría, para que sin pérdida de tiempo se alejase de allí (1).»^ 

2. Sü PROYECTO DE CONQUISTAR LAS MISIONES. — Na 

fueron pocos ni de escasa magnitud Jos inconvenientes^ 
con que tropezó Rivera antes de llegar á Santa Fe, pues 
tuvo que resguardarse de los hombres y defenderse de 
las fieras, cruzar selvas y monte?, sufrir las torturas del 
hambre y de la sed, viajar solamente de noche y perma- 
necer oculto durante el día, hasta que por fin logró avis- 
tarse con don Estanislao López, gobernador de la citada 
provincia, quien le dispensó su protección. Allí vivió 
tranquilo algún tiempo, hasta que concibió el magno pro- 
yecto de conquistar el vasto territorio de Misiones, idea ex- 
clusivamente de Rivera, y que algunos historiadores ar- 
gentinos atribuyen á López y otros á Borrego. Lo que 
parece cierto es que López, presintiendo el éxito de esta 
aventura, «quería parte de esa gloria, y en tal sentido 
trabajó el ánimo de Dorrego, proponiéndole que el jefe 



dad de semejante aseveración. Y tenía que ser así, desde que el caudillo 
oriental llegó al punto de su destino tan falto de recursos, que Luna tuyo 
que venderse como esclavo para proporcionar á su jefe un puñado de on- 
zas de oro. Acción tan espontánea y generosa le valió á Luna el aprecio 
y la gratitud perpetua del general Rivera, 

(1) Setembríno E. Pereda: El Oemral Fructuoso Rivera y la indepen- 
dencia nacional. 



- 198 - 

oriental mandaría la vanguardia, á lo que se opuso Bo- 
rrego creyendo que una actitud semejante haría imposible 
la paz, cuya idea venía acariciando desde lejos (1)> 

3. Rivera trata de conseguir la adhesión de La- 
VALLEJA. — Tan pronto como el gobierno de Buenos Aires 
tuvo conocimiento del proyecto de Rivera, Borrego mandó 
llamar al coronel don Manuel Puyrredón para confiarle 
la delicada misión de que tratase de disuadirlo de su em- 
presa. « No tengo duda que Rivera va á tomar las Misio- 
nes — decíale Borrego á Puyrredón — y eso es lo que yo 
más siento, porque nos va á causar mucho mal. Necesi- 
tamos la paz! la paz! la paz! No podemos continuar la 
guerra; Rivadavia ha dejado el país en esqueleto; exhausto 
enteramente el tesoro. En el parque no hay una bala que 
tirar á la escuadra enemiga. No hay ni un fusil, ni un 
grano de pólvora, ni con qué comprarla. Yo sé que el Bra- 
sil desea también la paz, pero la toma de Misiones va á 
causarnos embarazos. Los brasileros no las han de que- 
rer ceder. Bon Frutos no las va á entregar, porque la toma 
por su cuenta. El gobierno tratará de entenderse con él, 
pero eso no basta. Es preciso que todos los amigos de 
ese hombre vayan á rodearlo é influyan para que no em- 
barace las negociaciones que el gobierno se propone es- 
tablecer. En ese sentido me intereso en que usted vaya: 
voy á mandar llamar á don Julián Gregorio de Espi- 
nosa, á don Agustín Almeida y á cuantos sepa que son 
amigos de ese hombre. Es indispensable que usted mar- 
<;he; el país le exige este nuevo sacrificio (2).» 

Entretanto Rivera, que disponía ya de unos 100 hom- 
bres ( 3 ) como base ó plantel de su nuevo ejército, se en- 
caminó al departamento de Soríano, al cual llegó el 25 
de Febrero de 1828, siendo su primera resolución al pisar 

( 1 ) Víctor Arreguine : EMtoria del Uruguay, 

(2) Manuel Puyrredón: Ckmpaña de Misiones de 1828 : Apuntes his- 
tóricos. 

( 3 ) Ochenta solamente, segán unos ; 120, según otros. 



- Í99 - 

el suelo de I9 patria dirigirse por escrito al Gobernador de- 
legado, que lo era á la sazón su antiguo amigo don Luis 
Eduardo Pérez, y al general en jefe del ejército don Juan 
Antonio Lavalleja, haciéndoles saber sus propósitos y pi- 
diendo al último su asentimiento para efectuar la expe- 
dición á Misiones y continuar haciendo la guerra al ene- 
migo común. Pérez trasmitió á Lavalleja los deseos de 
Rivera, expresándose en estos términos: 

« £1 general don Fructuoso Rivera ha llegado á este 
punto y se ha presentado al Gobierno pidiendo que inter- 
ponga sus respetos con 8. E. el señor general en jefe, á 
ñn de que se le permita á él y á los que lo acompañan, 
emplearse en hacer la guerra á los enemigos, como que 
éste es el único móvil que los dirige, pero esto ponién- 
dose á las órdenes de las autoridades que 8. E. disponga, 
ó de él mismo si lo tuviese á bien.» 

El general Lavalleja contestó á la mesurada nota del 
Gobernador delegado manifestándole su sorpresa por 
el contenido del oficio recibido, y calificando á Rivera de 
«monstruo de la anarquía, á quien era preciso destruir 
en sus primeros pasos;» y finalmente, que si su osadía 
llegaba al punto de presentarse en el Durazno, « fuera 
preso inmediatamente y remitido al cuartel general.» Al 
mismo tiempo solicitaba del gobernador de Entre Ríos 
« que hiciera replegar á su provincia la fuerza que acom- 
pañaba á Rivera y que si éste repasaba el Uruguay 
fuese asegurado y remitido á disposición del gobierno, á 
quien venía á insultar con su presencia.» 

Simultáneamente Lavalleja dirigió otra comunicación á 
Rivera manifestándole que debía retirarse á la margen 
derecha del Uruguay y desde allí formular sus proposi- 
ciones ó presentarse á él dentro del perentorio plazo de 
cuatro días, confiando en la probidad y el honor del gene- 
ral en jefe. Al propio tiempo este último advirtió al go- 
bierno nacional la actitud asumida por Rivera, y Balcarce, 
ministro de la guerra, extendía á favor de don Manuel 



- 200 - 

Oribe una orden para que el audaz caudillo oriental fuese 
perseguido «en todas direcciones, hasta conseguir aniqui- 
larlo á él y á los que lo acompañaban, y en caso de que 
tuviese la fortuna de tomarlo, hiciese con él un ejemplar 
castigo. El ministro que suscribe — continuaba éste en su 
comunicación — tiene orden de conducir esta nota previ- 
niéndole al señor Comandante general de armas que el 
gobierno cree que la destrucción del caudillo que, se- 
gún todas las noticias, está vendido á los enemigos, le hará 
tanto honor al señor Comandante general de armas como 
el batir cualquier división enemiga, puesto que la perma- 
nencia de aquél en esa Provincia la envolverá en la anar- 
quía y tendrá los más fatales resultados. » 

En vista de la interpretación errónea ó malevolente que 
unos y otros daban á los propósitos del general Rivera, 
don Luis Eduardo Pérez, procediendo con circunspección 
y lealtad, y justamente resentido, ofició al primero comu- 
nicándole que desistía de su carácter de mediador, con lo 
cual Rivera quedaba librado á su propia suerte. 

Por su parte, éste, viendo que Lavalleja rechazaba la 
reconciliación y que ahora más que nunca era conside- 
rado como traidor i anarquista y monstruo, y que sus com- 
pañeros de la víspera proyectaban hacer con él un ejentr 
piar castigo, trató de abandonar el suelo nativo, pero 
alcanzado por don Manuel Oribe en el rincón de Burica- 
yupí (Paysandú) el día 27 de Marzo, se vio en la ne- 
cesidad de retirarse hacia el norte, después de haber sufrido 
un pequeño contraste. 

4. Acción del Ibicuy. — El primer encuentro que tuvo 
el general cuando fué á conquistar el territorio de Misio- 
nes, usurpado por los portugueses é indebidamente rete- 
nido por los brasileños, fué al pasar el Ibicuy, el día 21 
de Abril de 1828. El audaz conquistador ordenó al capi- 
tán don Felipe Caballero que vadease el río á nado en 
compañía de los 80 hombres que lo acompañaban, á 
quienes salió al encuentro una fuerza de 70 soldados, que 



- 201 - 

á las órdenes del comandante Pintos constituían la guar* 
dia imperial apostada en aquel paraje. 

«Esos bravos, sin medir el peligro, sin preocuparles que 
el Ibicuy se hallaba desbordado por efecto de las últimas 
lluvias, sin pensar en otra cosa que en el porvenir de la 
tierra natal, hicieron aquella arriesgada travesía llevando 
los sables asegurados en la cintura y las pistolas atadas 
en la cabeza, protegidos por una pequeña canoa que tri- 
pulaban tres soldados al mando del cabo Manuel Galle- 
gos; acción heroica, digna de perpetuarse en la memoria 
de todos los bravos orientales, como evocación del patrio- 
tismo, para aprender cómo se lucha con denuedo por la 
independencia de la patria y cómo debe lucharse por la 
integridad nacional y por el imperio de las instituciones. 

« El capitán Caballero, sin darse un solo instante de re- 
poso, no bien pisa en tierra, lleva un violento ataque al 
enemigo, logra derrotarlo y le toma 23 prisioneros. 

« Tuvieron también los imperiales la pérdida de su co- 
mandante y 20 soldados. 

« El general Rivera habría sido probablemente hecho 
prisionero por las tropas imperiales si no pone en prác- 
tica otro medio ingenioso, de los muchos con que ha en- 
riquecido sus campañas militares después de la guerra de 
la independencia. 

«El 22 había terminado su pasaje, y el enemigo, re- 
puesto del sobresalto causado por la sorpresa, reunía sus 
elementos dispersos, preparándose á la lucha, cuando quiso 
la casualidad que el día 24 se destacara con su ejército 
sobre la margen Sur del río su perseguidor el general 
Oribe ( 1 ), y aprovechando esta circunstancia, le mandó 
decir al jefe brasileño que aquellas fuerzas formaban parte 
de las suyas, pues era la vanguardia del ejército republi- 



(1) En esta fecha don Manuel Oribe no era más que coronel," habiend» 
recibido dos ascensos ( coronel mayor y brigadier general ) durante la pri- 
mera Presidencia del general Bivera. 



- 202 - 

cano, y que, por lo tanto, le aconsejaba se rindiera sin 
oponer la menor resistencia, evitando así un estéril de- 
rramamiento de sangre. 

«Este hábil ardid dio por resultado el sometimiento del 
jefe imperialista, y aseguró el triunfo de su temeraria y 
patriótica empresa. 

« Por su parte, el general Oribe, en presencia de aque- 
llas fuerzas, y sin sospechar lo que había ocurrido, pues 
creía que Rivera se hubiera aliado á los imperiales, optó 
por desistir de atravesar el río y se puso en retirada, fa- 
voreciendo así, sin quererlo, los planes de este último. 

< Sólo 20 días le bastaron para hacerse dueño absoluto 
de la provincia de Misiones, habiendo logrado, en tan 
breve lapso de tiempo, toda clase de recursos en hombres 
y elementos bélicos. Las injusticias, las persecuciones y 
las calumnias no habían perturbado la clarovidencia de su 
espíritu, fuerte para la lucha, sereno en el combate y dis- 
puesto siempre á sacrificarlo todo por la patria ( 1 ). » 

5. Rivera se apodera del territorio de Misiones. 
— Vencida la primera resistencia que encontró Rivera á 
su entrada en el territorio de Misiones, fraccionó su pe- 
queño ejército en tres divisiones: una bajo su mando, 
otra á las órdenes de Bernabé Rivera y la tercera diri- 
gida por Felipe Caballero, quienes avanzando por aque- 
llas feraces y pintorescas comarcas, fueron de victoria en 
victoria, sin sufrir el más mínimo contraste, hasta apode- 
rarse de todos los pueblos de Misiones, cuyos habitantes 
contemplaban llenos de estupor cómo sus respectivas guar- 
niciones huían en presencia de un enemigo tan poco te- 
mible por su número. Baste decir que el gobernador Alen- 
oaster se retiró con 300 hombres y dos piezas de artille- 
ría, pero como los invasores lo siguieron durante ocho 
días, fué dejando en el camino todo cuanto llevaba, al 



( 1 ) Setembriao E. Pereda : El general Fructuoso Rivera y la Indepen^ 
•dencia nacional. 



- 203 - 

extremo de quedar reducido á él y una escolta de 9 hom- 
bres, con los cuales pudo salvarse. Otra fuerza de 100 
hombres se rindió sin pelear, de modo que en este caso 
Rivera disfrutó la gloria más inefable, cual es la de ven* 
•cer sin derramar sangre. 

Así fueron vencidas, una después de otra, las guarni- 
ciones de los pueblos, y puestas en fuga las partidas que 
intentaron inútilmente oponerse á la marcha triunfal del 
-ejército invasor, que vio aumentar sus temerarias filas con 
indios charrúas y minuanes, algunos orientales que desde 
apocas anteriores habían emigrado al territorio de Misio- 
nes y en él se habían quedado, y numerosos vecinos de los 
pueblos que espontáneamente prestaron su concurso per- 
sonal al general Rivera. También cayó en poder de éste 
•el parque del enemigo, bagajes de toda clase, caballada, 
gran cantidad de carretas y 6000 pesos, que abandonó en 
su vergonzosa fuga el gobernador Alencaster. Este dinero 
fué repartido en la proporción siguiente: 8 pesos para 
cada soldado, 9 á cada cabo y 10 á cada sargento, ha- 
biendo los oficiales cedido la parte que les pudiera tocar 
en beneficio de la tropa. 

La actitud de los principales hacendados, propietarios 
y comerciantes de las Misiones fué favorable á la ocupa- 
ción, pues no sólo no hicieron ninguna resistencia á Ri- 
vera, como ya queda dicho, sino que, según la documen- 
tación de la época, en vista del buen trato que recibían 
del caudillo oriental y las gentes que lo acompañaban, les 
hicieron generosos ofrecimientos de dinero, haciendas, 
caballadas y toda clase de recursos á fin de sustraer 
su territorio de la oprobiosa dominación imperial. Los 
pocos vecinos armados que desde el primer momento pres- 
taron su contingente á las autoridades brasileras, abando- 
naron á éstas para colocarse del lado de Rivera, de quien 
fueron entusiastas admiradores, deslumhrados por su va- 
lor, su audacia, sus sentimientos humanitarios y su trato 
sencillo, franco y Hano, que contrastaba con el de los 



- 204 - 

infatuados gobernadores y comandantes del Imperio. A tal 
extremo llegó su entusiasmo, que pugnaron por el estable- 
cimiento de un gobierno independiente, sujeto al credo- 
republicano con Rivera como jefe supremo. 

6. Persecución de Oribe. — Después del suceso del 
Ibicuy, Oribe solicitó refuerzos del gobernador de Corrien- 
tes, que lo auxilió con 500 hombres, pero mientras éstos 
no llegaban se situó al sur del Cuareim, sobre el Uru- 
guay, desde donde le fué fácil capturar sucesivamente los 
chasques que Rivera mandaba á diferentes autoridades de 
la Confederación participándoles la toma de Misiones; 
chasques que hizo fusilar (1), apoderándose de los oficios y 
cartas de que eran portadores, como también hizo pasar por 
las armas algunos soldados riveristas so pretexto de que 
eran desertores, como si aquí nunca, y mucho menos en 
aquellos tiempos en que los ejércitos se componían de toda 
clase de gentes, el delito de desercióji se purgara con la 
pena de muerte. Sin embargo, el mismo Oribe reconocía 
poco después que el extravío de Rivera presentaba un 
término feliz, cual era la conquista de Misiones, pidiendo 
á Lavalleja que tuviese en cuenta las utilidades efectiva» 
que reportaba á la causa de los patriotas, y que «el señor 
Rivera era acreedor á que se le relevase de la ominosa 
nota de traidor con que, por equivocación, lo clasificó pro- 
blemáticamente el señor Ministro de la Guerra (2).» 

7. Reacción en favor de Rivera.— una vez termi- 
nada la conquista de Misiones, Rivera la comunicó por 
diferentes conductos al gobierno nacional, quien la festejó 
ruidosamente, tomando participación todo el pueblo de Bue- 
nos Aires en la alegría general que produjo esta gloriosa 
aventura que tanto debía influir en la favorable solución 
del conflicto subsistente entre el Brasil y la Argentina. 

( 1 ) Los fusilados fueron Juan Tomás Sora, Tomás Baca, Encarnación 
Iparraguirre, Modesto Lago y Manuel González. 

( 2 ) Nota de Oribe á Lavalleja, reproducida en parte por el doctor Be» 
rra en su Bosquejo Histórico, pág. 653. 



- 205 - 

Apreciando este acontecimiento, El Tiempo^ diario que á 
la sazón se publicaba en la capital de las Provincias Uni- 
das del Río de la Plata, decía : < Tiene algo de sorpren- 
dente, á la verdad, ver aclamar hoy á un general á quien 
se ha dado órdenes de perseguir ayer, y que el coman- 
dante Oribe, que también se dice que obedece al gobierno 
encargado de la dirección de la guerra, hostilice al gene- 
ral Rivera. No es de nuestro resorte explicar estas que 
parecen contradicciones, pero sí diremos que este general 
se ha lavado la mancha de traidor con que se ha man- 
cillado su reputación alguna vez. El hecho de combatir 
contra los enemigos de la República, es bastante para 
alejar toda duda sobre el particular.» 

Al propio tiempo Borrego dirigía á Lavalleja una co- 
municación pidiéndole que suspendiese sus hostilidades 
contra Rivera, de quien decía: «Don Frutos ha cohones- 
tado sus grandes extravíos con esto; así es que como amigo 
le manifiesto la conveniencia de suspender toda hostilidad 
contra él. » A partir de este momento, Lavalleja tuvo que 
ajustar sus procederes á la conducta del gobierno nacional. 

8. Organización del ejército del norte.— «Pero á 
Dorrego no le bastaba la prueba de lealtad que acababa 
de dar Rivera. á la causa de la independencia, y temeroso 
de que pudiera ser un obstáculo para la celebración de la 
paz, resistiéndose á la entrega de las Misiones Orientales, 
quiso limitar su autoridad y poder nombrando como jefe 
superior del ejército del Norte al general don Estanislao 
López y á él en calidad de segundo jefe (1)». 

«El general Rivera rehusó someterse á López. Le mandó 
ofrecer el auxilio de ganados para su retirada, lo que no 
fué aceptado por López, y durante algunos días se cam- 
biaron notas que dieron por resultado que éste empren- 
diese su retirada, entregando á Rivera los contingentes 
que llevaba, con los cuales empezó á formarse* el Ejército 

( l } S. E. Pereda, obra citada. 



- 206 - 

del Norte bajo la dirección del coronel don Manuel Es- 
calada, nombrado jefe del Estado Mayor General (1).» 

Zanjadas por este lado las .dificultades que se presen- 
taron á Rivera, « la primera necesidad que experimentó su 
mente perspicaz fué tener á sus órdenes un ejército; por- 
que sin él ni respetable sería á los ojos de los imperia- 
les, que de un día para otro podrían caer sobre su gente 
en mayor número, ni respetado fuera por sus mismos her- 
manos que hacía poco lo persiguieran. Hechos sus cálcu- 
los y tanteando el espíritu de aquellos infelices, mandó 
hacer una leva entre los indios tapes, los cuales, desde el 
tiempo de los jesuítas habían dado pruebas de ser aptos 
para todo, y con efecto, correspondieron esta vez á la 
fama de que gozaban, llegando á ser de los mejores sol- 
dados que tuvo la República en años posteriores. Rivera 
los halló en sus más arriesgadas empresas junto á sí, y 
tan valientes como sufridos. El alistamiento produjo de 
1700 á 1800 hombres, que el general Rivera disciplinó con 
ayuda de su activo é inteligente hermano don Bernabé (2); 
de suerte que al cabo de poco tiempo tuvo un ejército 
imponente para aquellas circunstancias y capaz de arros- 
trar cuantos enemigos se le pusiesen por delante, acaudi- 
llados por hombres como Rivera y sus oficiales (3).» 

El contingente de indios tapes constituyó el núcleo prin- 
cipal del ejército del Norte, pero éste alcanzó á la cifra 
de más de 3000 hombres merced á los 500 soldados que 
le dejó López, á varios grupos de indígenas charrúas y 

( 1 ) Manuel Alejandro Puyrredón : CwiMpa/m de Misiones en 1828. Apun- 
tes históricos. 

(2) Los verdaderos organizadores del ejército del Norte fueron los co> 
róñeles don Manuel Escalada, don Eduardo Trole y don Manuel Alejandro 
Puyrredón, los capitanes don Martiniano Chilabert y don José Marfa Pirftn, el 
teniente don Miguel Galán y unos veinte oficiales más, argentinos casi to- 
dos, aunque también los habfa orientales, franceses y españoles. Es, pues, 
error del señor Deodoro de Pascual atribuir exclusivamente estos méritos 
á los dos Rivera, sea dicho en honor de la verdad. 

( 8 ) Deodoro de Pascual : Apuntes. 



- 207 - 

mínuanes que se plegaron á Rivera, y á las partidas suel- 
tas de corren tinos, entrerrianos y santafesinos que corrie- 
ron á engrosar las filas del conquistador de las Misiones, 
impulsados por su carácter aventurero ó atraídos por la 
fama de generoso y desprendido que gozaba Rivera. No 
es concebible cómo en un período de tiempo relativamente 
corto pudiera reunirse un ejército tan numeroso y tan bien 
disciplinado. «Jamás ha existido un ejército ~ decía á 
la sazón un testigo presencial de estos acontecimientos (1)— 
en el cual haya tanto orden, unión de la primera hasta 
la última clase, ni mayor fuego patrio. En fin, puede de- 
cirse y probarse, si tendemos la vista sobre toda la Re- 
pública, que en Misiones ha retoñado el marchito árbol 
de la libertad, y que en Itaquí se ha construido el bajel 
de nuestra salvación dirigido por el general Rivera.» 

9. Gobierno de Rivera en las Misiones.— En la 
época en que estos sucesos se desarrollaban, el territorio- 
de Misiones todavía presentaba vestigios de lo que fuera 
en más remotos tiempos : aún quedaban restos del pueblo 
de San Nicolás^ patria de aquel célebre indio que quiso 
proclamarse emperador de los guaraníes; de San Migvsly 
poderoso núcleo de población que durante el largo pe- 
ríodo de la dominación española alcanzó á poseer cerca 
de 7000 almas; de San 1/uis, cuyos edificios eran los que 
más habían resistido á la acción destructora de los tiem- 
pos; de Sanio Ángel, en el cual se deslizaron los prime- 
ros años del héroe de Ituzaingó; de San Borja, San Lo- 
renzo y San Juan Bautista, y multitud de aldeas que en 
otros tiempos fueron ricas reducciones sujetas al régimen 
sacerdotal de la Compañía de Jesús. 

Aún se podían contemplar, con tristeza y desaliento, 
las macizas paredes de los templos construidos por lo» 
misioneros, sus rectangulares cementerios sembrados de se- 



(1 ) Carta de Carlos de San Vicente á don Gabriel Antonio Pereira. Oc- 
tubre 7 de 1828. 



k 



1' 



- 208 - 



1 pulcros llenos de inscripciones latinas, castellanas ó gua- 
raniticas, y los vastos graneros semi* derrumbados en que 
los indígenas convertidos al cristianismo depositaban los 
variados cereales, producto de aqftel fértil. suelo y de su 
<K)nstante trabajo. 

Aparte de este cuadro, el territorio de Misiones, hoy 
como ayer, es hermoso por naturaleza, pues por todas par- 
tes se ven grandes yerbales, dilatados plantíos de naran- 
jos, árboles seculares, cónicos y aislados cerros, y arroyos 
de puras y tranquilas aguas flanqueados por tupidas sel- 
vas, en que entrelazan sus ramajes el férreo urunday con 
el potente lapacho, y el perfumado amarillo con el bal- 
sámico aguaraibá. 

Pueblan estos feraces campos innumerables tropas de 
ganados alzados, cuya persecución y captura es el entre- 
tenimiento de sus moradores, y completa la poesía del pai- 
saje el armonioso y variado canto de los pájaros, abun- 
dantísimos en esta privilegiada región de sano clima y 
azulado cielo. 

En Itaquí, población situada sobre la margen izquierda 
del río Uruguay, que es el límite natural de las Misiones 
por el Oeste, estableció Rivera su cuartel general, preocu- 
pándose en primer término, como ya se ha dicho, de la 
formación y organización del ejército Jel Norte, así como 
de proveer á su mantenimiento, para lo cual, en vez de 
imponer gravosas contribuciones al vecindario, ó de sa- 
quear las estancias de los ganaderos más acaudalados, pre- 
firió despojar todas las iglesias de cuanto oro, plata y jo- 
yas habían atesorado los jesuítas y que no pudieron lle- 
var consigo en la época de su expulsión. 

Á renglón seguido reemplazó las principales autorida- 

. des civiles de todo el territorio de Misiones, colocando en 

los puestos públicos á las personas de su mayor confianza, 

que por sus ideas y sentimientos simpatizasen más con la 

<;ausa de 1^ libertad y de la República que con la del 

^Imperio, que nunca fué del agrado de aquellas poblaciones. 



- 209 - 

A solicitud de los habitantes de más signifícación y res^ 
peto organizó un gobierno local, tomando todo género da 
precauciones para afianzar el orden público y regularizar' 
la marcha económica y política del territorio conquistado, 
de lo que se deduce que no quiso proceder como dictador,' 
sino normalizar la situación de todos mediante el empleo 
de medidas aconsejadas por la prudencia y el buen sen- 
tido. 

Evidenció una vez más sus sentimientos humanitarios 
procurando el bienestar de todos, ya fuesen civiles ó mi- 
litares, y dio libertad completa á los prisioneros hechos 
durante la conquista y ocupación de Misiones, con lo cual 
consiguió que la inmensa mayoría de los libertados pre- 
firiesen militar bajo sus banderas que volver á las filas 
del ejército imperial. 

Finalmente, Rivera celebró tratados de amistad, nave- 
gación y comercio con la provincia de Corrientes, gestio- 
nando lo propio con la de Entre Ríos, y tan grande fué 
la influencia que adquirió, que el partido autonomista de 
Río Grande, que aspiraba á la emancipación de la pro- 
vincia de este nombre, por medio del coronel Bentos Ma- 
nuel Riveiro solicitó su poderoso concurso para la conse- 
cución de sus propósitos, habiéndose interrumpido esta 
gestión con \ú llegada de la noticia de que se había ce- 
lebrado la paz entre argentinos y brasileros. 

10. Retrato moral del conquistador. — « El general 
Rivera era un hombre verdaderamente célebre. Salido de 
una clase vulgar (1), conservó hasta su muerte el exterior 
y las maneras toscas del hombre de campo; pero poseía 
un gran talento natural, empleado siempre en intrigas y 
manejos para llenar sus aspiraciones y satisfacer su insa- 
ciable sed de mando y de dinero. Así, su política toda 



( 1 ) El autor de este boceto biográfico se halla equivocado en eeta parte, 
pues los padres del general Rivera pertenecían á la clase social más pu- 
diente que existía en Montevideo hacia fines del siglo xviu. 

Ib 



ir 



- 210 - 

estaba subordinada á estos dos objetos primordiales. Te- 
nía todas las. cualidades del eaudilio. Pródigo kasta el ex- 
tremo, todo lo daba. Con razón se decía de él que era un 
saco roto, pues nada le bastaba^ Pedía á cuantos le ro- 
deaban, casi siempre para dar i otros; pero no cobraba 
; ni pagaba. Era el hombre de los grandes vicios, pero esos 
\ mismos vicios tenían algo de heroico. Durante la guerca 
! civil desempeñó un gran papel en su país, donde se le re- 
\ put^ba la primera capacidad militar. Y, en efecto, lo era, 
pero puramente local. Muy práctico del terreno, conocía 
todos los montes, valles, ríos^ arroyos y picadas, aun las 
1 menos frecuentadas. Esto le daba siempre una gran ven- 
} taja sobre sus enemigos. De todos los caudillos de la Banda 
I Oriental, Rivera fué el máa manso y humano. . • . De- to- 
\ dos los comandantes de Artigas, Rivera fué siempre el 
i que se condujo mejor como militar y como hombre de 
-. orden (1).» 



1 



V 



BIBL-IOORARÍA 



AntoDío Díaz: Historia política y militar de las Repúblicas del Plata, Mon- 
tevideo, 1877. 

Setembrino E. Pereda: El General íVnotuoso Rivera y la indópendeneia 
nacional. Afonteyideoí 1903. 

Daoiel Martínez Yigil : En la tribuna del « Club Rivera», Monteyideq, 1904. 

Deodoro de Pascaal : Apuntes para la historia de la República O, del Uru- 
guay desde el año 1810 hasta 1852. París, 1864. 

Manuel' Alejandro Puyrredtfn: Campaña de Misiones e» 1828, Apontea 
histéricos.. 

José Rivera Indarte: J?í Central Rivera, 

Domiogo Lamas: El General Rivera, Artículo publicado en «La Revista 
£con<5nAÍca del Kío de la Plata». Buenos Aires. 

Garlos Travieso: La toma de las Misiones, Artículo inserto en M Dia 
de Montevideo. 

Alberto Palomeque : La campaña de Misiones. Monografía histórica. 



(1) M. A. Puyrredón, obra citada. 



LA INDEPENDENCIA 



CAPÍTULO xn 

LA INDEPENDENCIA 
(1828) 



SUMAKIO: 1. Situación de los beligerantes á principios de 1828.— 2» 
Inflnencia de la toma de las Misiones en la reaUaación de la paz, -^ 
3. C(«Tención preliminar de paz. — 4. Aceptación del tratado j caqje- 
de las ratificaciones. — 5. Renuncia de Lavalleja. — 6. Elección del 
General Bondeau. — 7. Creación de la bandera, de la escarapela j del 
escude nadooal. — 8. Las tropas extranjeras desocupan el territorio. — 
9. lÜTera restituye el territorio de Misiones. — 10. £1 éxodo del pueblo- 
misionero. — 11. (Jonflicto sobre límites. — 12. Vuelta á la patriaé 



1. Situación de los beligerantes L principios db 
1828. — A medida que se desarrollaban los sucesos rela- 
tados en el capítulo anterior, la situación de las Provincias 
argentinas y del gobierno de Dorrego se venía haciendo 
más difícil, tanto por la falta de recursos para continuar 
la guerra con el Imperio cuanto porque la anarquía cuñ» 
día entre los gobiernos provinciales amenazando seria- 
mente la estabilidad en el poder de los políticos de Bue» 
nos Aires. 

Otro tanto sucedía en el Brasil, donde los descontentos 
aumentaban en vista del mal éxito de la ocupación de la 
Banda Oriental y del fracaso experimentado por el ejér- 
cito imperial en la campaña contra los aliados. Acrecen* 
taba este descontento el malestar que al comercio y á la 
industria brasileros ocasionaba el ejercicio del corso, del 
que eran víctimas por las vías fluvial y marítima los bar- 




- 214 - 

<C08 mercantes que navegaban bajo la bandera imperial. 
En cuanto al territorio del Uruguay, téngase presente 
que las tropas de ocupación sólo habían logrado someter 
las ciudades de la Colonia y Montevideo, y que á ocho 
leg^uas de esta última, ó sea en Canelones, estaba insta- 
lado, funcionando regularmente, el gobierno local de los 
patriotas, sin que por entonces fuese molestado por los im- 
periales; hechos que patentizan la impotencia del Empera- 
dor para 'dominar de un modo firme y absoluto. 

2. Influencia de la toma de las Misiones en la 
REALIZACIÓN DE LA PAZ. — Como una situación semejante 
perjudicaba extraordinariamente los intereses comerciales 
de la Gran Bretaña, el Ministro inglés residente en la 
corte de Río Janeiro empezó á trabajar el ánimo del mo- 
narca en el sentido de que aceptase su mediación para 
realizar la paz con Buenos Aires, y en los preliminares 
de la negociación se bailaban los que en ella intervenían, 
cuando llegó á la Corte imperial la inesperada noticia de 
la toma del territorio de Misiones por el general Rivera. 
Un autor insospechable ( 1 ) por sus afinidades con el Bra- 
sil y su antipatía hacia Rivera, relata así este interesante 
«episodio : 
p^ «Se leían en el Consejo del Emperador los despachos 
•del Presidente de la Qsplatina, en que, anunciando las 
¡ <lisensione8 de los principales jefes orientales ( Rivera y 
¡ Lavalleja) y exagerando las consecuencias, predecían la 
i <lisolución de las fuerzas republicanas y el próximo triunfo 
•de la causa imperial Las esperanzas renacieron para el 
Imperio ; pero, algunas horas después, se recibieron y le- 
yeron otros despachos de la Cisplatina, en que se daba 
cuenta de la ocupación de los pueblos de Misiones por el 
^neral Rivera, y, aterrado, dgo el Emperador á sus Con« 
rejeros: Con otra nueva discordia como ésta de los jefes 



i 1 ) Deodoro de Pascaal, obra citada. 



1 

í 



- 215 -- 

orientales, se vienen hasta Puerto Alegre: es preciso hacer 
la paz. . . .'. 

« El gobierno de Buenos Aires, por su parte, vpía la ne- 
cesidad de hacer la paz, y el de S. M. B. interpuso sus 
buenos oficios con el Imperio del Brasil y el gobierno en- 
cargado de la dirección de los negocios generales de la 
República de las Provincias Unidas del Kío de la Plata. 
Los hechos de armas de Rivera en las Misiones causaron 
una sensación profunda en Rio Janeiro, é inclinaron el 
ánimo del Emperador á las negociaciones; de suerte que, 
combinándose los intereses de todos, y merced á la inter- 
vención de la Inglaterra y á los desastres sufridos por 
ambas parte?, determinó el gobierno de Buenos Aires man- 
dar al Janeiro una nueva misión, encargando de su desem- 
peño á los generales don Juan Ramón Balcarce y don 
Tomás Guido como Plenipotenciarios.» 

3. Convención preliminar de paz. — Después de una 
larga serie de conferencias entre los delegados argentinos 
y los representantes del Brasil se concluyó en Río Ja- 
neiro, el día 27 de Agosto, la s>iguiente Convención preli- 
minar de paz, sobre la base de la independencia de la 
banda Oriental: 

«CONVENCIÓN PRELIMINAR DE PAZ 

«El Grobtemo encargado de los negocios generales de 
la Repáblica de las Provincias Unidas del Río de la 
Plata, etc. 

« Habiendo convenido con S. M. él Emperador del Bra- 
sil entrar en una negociación por medio de Ministros Ple- 
nipotenciarios suficientemente autorizados al . efecto, para 
restablecer la paz, armonía y buena inteligencia entre el 
Imperio y la Repáblica, han ajustado, concluido y firmado 
en la corte de Río de Janeiro, el 27 de Agosto de 1828, 
una Convención preliminar de paz, cuyo tenor, palabra por 
palabra, es como sigue: 



I 




~ 216 - 

« £n nombre de la Santísima é indivisible Trinidad. 

« £1 Gobierno de U República de las Provincias Uni- 
das del Río de la Plata, y S. M. el Emperador del Bra- 
sil, deseando poner término á la guerra, y establecer sobre 
principios sólidos y duraderos la buena inteligencia, armo- 
nía y amistad que deben existir entre naciones vecinas, 
llamadas por sus intere^s á vivir unidas por lazos de 
alianza perpetua, acordaron, por la mediación de 8. M. 
Británica, ajustar entre sí una Convención preliminar de 
paz, que servirá de base al Tratado definitivo de la misma, 
que debe celebrarse entre ambas Alca^ Partes Contratan- 
tes; y para este fin nombraron sus Plenipotenciarios, á 
saber : 

« El Gobierno de la República de las Provincias Uni- 
das á los Generales don Juan Ramón Balcarce y don To- 
más Guido. 

« S. M. el Emperador del Brasil á los Illmos. y Excmos. 
señores Marqués de Ara^aty, del consejo de S. M., gen- 
tilhombre de la imperial cámara, consejero de hacienda, 
comendador de la orden de A vis, senador del Imperio, Mi- 
nistro y Secretario de Estado en el departamento de Ne- 
gocios Extranjeros; doctor José Clemente Pereira, del 
consejo de S. M., desembargador de la casa de suplica- 
ción, dignatario de la imperial orden del Crucero, caba- 
llero de la de Cristo, Ministro y Secretario de Estado en 
el departamento de los Negocios del Imperio, é interina- 
mente encargado de los Negocios de Justicia; y Joaquín 
Oliveira Álvarez, del consejo de S. M., y del de la Gue- 
rra, Teniente General de los ejércitos nacionales é imperia- 
les, o&cial de la imperial orden del Crucero, Ministro y 
Secretario de Estado en él departamento de los Negocios 
de la Guerra. 

« Los cuales, después de haber canjeado sus plenos po- 
deres respectivos, que fueron hallados en buena y debida 
forma, convinieron en los artículos siguientes: 

< Artículo l.o S. M. el Emperador del Brasil declara la 



-217 - 

provincia de Montevideo, llamada hoy Cisplatina, separada 
del territorio del Imperio del Brasil, para que pueda cons- 
tituirse en Estado libre é independiente de toda y cual- 
quiera nación, bajo la forma de gobierno que juzgare 
conveniente á sus intereses, necesidades y recursos. 

« Art 2.0 El Gobierno de la República de las Provin- 
cias Unidas concuerda en declarar por su parte la inde- 
pendencia de la provincia de Montevideo, llamada hoy 
üisplatina, y en que se constituya en Estado libre é inde- 
pendiente, en la forma declarada en el artículo antece- 
dente. 

« Art 3.0 Ambas Altas Partes Contratantes se obligan 
á defender la independencia é integridad de la provincia 
de Montevideo, por el tiempo y en el modo que se ajus- 
tare en el tratado definitivo de paz. 

« Art. 4.0 El Gobierno actual de la Banda Oriental, in- 
mediatamente que la presente fuere ratificada, convocará 
á los representantes de la parte de la dicha provincia que 
le está actualmente sujeta, y el Gobierno de Montevideo 
hará simultáneamente una igual convocación á los ciuda- 
danos residentes dentro de ésta; regulándose el número de 
los diputados por el que corresponda al de los ciudada- 
nos de la misma provincia, y la forma de su elección por 
el reglamento adoptado para la elección de sus represen- 
tantes en la última Legislatura. 

«Art. 5.0 Las elecciones de los diputados correspon- 
dientes á la población de la plaza de Montevideo se ha* 
rán precisamente en extramuros, en lugar que quede fuera 
del alcance de la artillería de la misma plaza, sin ninguna 
concurrencia de fuerza armada. 

«Art. 6.0 Reunidos los representantes de la provincia 
fuera de la plaza de Montevideo, y de cualquier otro lu- 
gar que se hallare ocupado por tropas, y que esté al 
menos diez leguas distante de las próximas, establecerán 
un Gobierno provisorio, que debe gobernar toda la provin- 
cia hasta que se instale el Gobierno permanente que hu- 



— 218 ~ 

Were de set creado p<Sr la ConstituciÓB. Los Gobiernos 
actuales de Montevideo y de la Banda Oriental cesarán 
inmediatamente que aquél se instale. 

« Art. 7.0 Los mismos representantes se ocuparán des* 
pues en formar la Constitución política de la provincia dé 
Montevideo; y ésta, antes de ser jurada, será examinada 
por comisarios de los Gobiernos contratantes, para el 
único fín de ver si en ella se contiene algún articuló 6 
artículos que se opongan á la seguridad de sus respecti- 
vos Estados. Si aconteciere este caso, será explicado pú- 
blica y categóricamente por los mismos comisarios, y en 
falta de común acuerdo de éstos, será decidido por los dos 
Gobiernos contratantes. 

« Art. 8.0 Será permitido á todo y á cualquier habitante 
de la provincia de Montevideo salir del territorio de ésta, 
llevando consigo los bienes de su propiedad, sin perjuicio 
de tercero, hasta el juramento de la Constitución, si no 
quisiere sujetarse á ella ó así le conviniere. 

« Art 9.0 Habrá perpetuo y absoluto olvido de todos y 
cualesquiera hechos y opiniones políticas que los habitan- 
tes de la provincia de Montevideo y los del territorio del 
Imperio del Brasil que hubiese sido ocupado por las tro* 
pas de la República de las Provincias Unidas, hubiesen 
practicado ó profesado hasta la época de la ratificación 
•de la presente convención. 

< Art. 10. Siendo un deber de los dos Gobiernos con- 
tratantes auxiliar y proteger á la provincia de Montevideo 
hasta que ella se constituya completamente, convienen los 
mismos Gobiernos en que, si antes de jurada la Consti- 
tución de la misma provincia, y cinco años después, la 
tranquilidad y segundad fuese perturbada dentro de ella 
por la guerra civil, prestarán á su. Gobierno legal el au-^ 
zilio necesario para mantenerlo y sostenerlo.. Pasado el 
plazo expresado, cesará toda la protección que pcHr este 
artículo se promete al Gobierno legal de la provincia de 



- 219 — 

Montevideo, y la misma quedará considerada en es-tado 
de perfecta y absolata independencia. 

« Art. 11. Ambas Altas Partes Contratantes declaran 
muy explícita y categórícamente -que cualquiera que pueda 
venir á ser el uso de la protección que, en conformidad 
al artículo anterior, se promete á la provincia de Monte- 
video, la misma protección fc limitará en todo caso á ha- 
cer restablece el orden, y cesará inmediatamente que éste 
fuere restablecido. 

«Art. 12. Las tropas de la provincia de Montevideo y 
las tropas de la República de las Provincias Unidas des- 
ocuparán el territorio brasileño en el preciso y perentorio 
término de dos meses, contados desde el día en que fue* 
ren canjeadas las ratificaciones de la presente Convención, 
pasando las segundas á la margen derecha del río de la 
Plata ó del Uruguay, menos una fuerza de 1500 hombres, 
ó mayor, que el Gobierno de la sobredicha República, si 
lo juzgare conveniente, podrá conservar dentro del terri^ 
torio de la referida provincia de Montevideo, en el punto 
-que escogiere, hasta que las tropas de 8. M, el Empera*- 
dor del Brasil desocupen completamente la plaza de Mon- 
tevideo. 

« Art. 13. Las tropas de S. M. el Emperador del Bra- 
sil def>ocuparán el territorio de la provincia de Montevi- 
deo, inclusa la Colonia del Sacramento, en el preciso y 
perentorio término de dos meses, cpntados desde el día en 
•que se verificare el canje de las ratificaciones de la pre- 
sente Convención, retirándose para las fronteras del. Im- 
perio, ó embarcándose; menos una fuerza de 1500 hom- 
bres que el Gobierno del mismo señor podrá conservar en 
la plaza de Montevideo, hasta que se instale el Gobierno 
provisorio de la dicha provincia, con la expresada obliga- 
ción de retírar esta fuerza dentro del preciso y parentorío 
término de los primeros cuatro meses sigui^ites á la ins- 
4>alacióii del mismo Gobierno provisorio á más tardar, en^ 
bregando en el acto de la desocupación la expresada plaza 



- 220 - 

de Montevideo in siaiu qpo ante bellufu, á comiBaríos com- 
pletamente autorizados ad hoc por el Gobierno legítimo de 
la misma provincia. 

« Art. 14 Queda entendido que tanto las tropas de la 
República de las Provincias Unidas, como las de S. M. el 
Emperador del Brasil, que en conformidad de los dos ar- 
tículos antecedentes quedan temporalmente en el territo- 
rio de la provincia de Montevideo, no podrán intervenir 
en manera alguna en los negocios políticos de la misma 
provincia, su gobierno, instituciones, etc. Ellas serán 
consideradas como meramente pasivas y de observación^ 
conservadas allí para proteger al Gobierno y garantir 
las libertades y propiedades públicas é individuales, y 
sólo podrán operar activamente si el Gobierno legítima 
de la referida provincia de Montevideo requiriese su au- 
xilio. 

«Art. 15. Luego que se efectuare el canje de las ratifi- 
caciones de la presente Convención, habrá entera cesa- 
ción de hostilidades por mar y por tierra ; el bloquea 
será levantado en el término de cuarenta y ocho horas 
por parte de la escuadra imperial; las hostilidades por 
tierra cesarán inmediatamente que la misma Convención 
y sus ratificaciones fueren notificadas á los ejércitos, y 
por mar dentro de dos días hasta Santa María ; en ocha 
hasta Santa Catalina ; en quince hasta Cabo Frío ; en 22 
hasta Pemambuco; ea40 hasta la línea; en 60 hasta la 
costa del Este, y en 80 hasta los mares de Europa. To- 
das las presas que se hicieren en mar ó en tierra, pasado- 
el tiempo que queda señalado, serán juzgadas malas 
presas, y recíprocamente indemnizadas. 

«Art. 16. Todos los prisioneros de una y otra parte 
que hubiesen sido tomados durante la guerra, en mar 6 
en tierra, serán puestos en libertad luego que la presente 
Convención fuere ratificada y las ratificaciones canjeadas^ 
con la única condición de que no podrán salir sin que 



- 221 - 

hayan asegurado el pago de las deudas que hubieren 
contraído en el país donde se hallan. 

«Art. 17. Después del canje de las ratífícaciones, am- 
bas Altas Partes Contratantes tratarán de nombrar sus 
respectivos Plenipotenciarios para ajustarse y concluirse 
el Tratado definitivo de paz que debe celebrarse entre la 
República de las Provincias Unidas y el Imperio del 
Brasil. 

« Art. 18. Si, lo que no es de esperar, las Altas Partes 
Contratantes no llegasen á ajustarse en el dicho Tratado 
definitivo de paz, por cuestiones que pueden suscitarse, 
en que no concuerden, á pesar de la mediación de S. M. 
Británica, no podrán renovarse las hostilidades entre la 
República y el Imperio antes de pasados los cinco^ños 
estipulados en el artículo 10; ni aun después de vencido 
este plazo las hostilidades podrán romperse sin previa 
notificación hecha recíprocamente seis meses antes, con 
conocimiento de la potencia mediadora. 

« Art 19. £1 canje de las ratificaciones de la presente 
Convención será hecho en la plaza de Montevideo dentro 
del término de 70 días, ó antes si fuere posible, contados 
desde el día de su data. 

En testimonio de lo cual, nos, los abajo firmados, 
Plenipotenciarios del Gobierno de la República de las 
Provincias Unidas, y de S. M. el Emperador del Brasil, 
en virtud de nuestros plenos poderes, firmamos la pre- 
sente Convención con nuestra mano, y le hicimos poner 
el sello de nuestras armas; 

«Hecha en la ciudad de Río de Janeiro, á los veinte 
y siete días del mes de Agosto del año del nacimiento 
de Nuestro Señor Jesucristo de mil ochocientos veinte y 
ocho. — (L. S.) — Juan Ramón Balcarce. — Tomás 
Guido. — Marqués do Ara^att. — José Clemente Pe- 
HEYRA. — Joaquín de Oliveira Álvarez.» 



— 222 - 

«ARTÍCULO ADICIONAL 

«Ambas Altas Partes Contratantes se comprometen á 
emplear los medios que estén á su alcance, á fin de que 
la navegación del río de la Plata, y de todos los otros 
que desaguan en él, se conserve libre para el uso de los 
subditos de una y otra nación, por el tiempo de quince 
años, en la forma que se ajustaré en el Tratado defini- 
tivo de paz. 

« El presente artículo adicional tendrá la misma fuerza 
y vigor como si estuviese inserto palabra por palabra en 
la Convención preliminar de esta data> 

«^ Hecho en la ciudad de Río de Janeiro, á los 27 días 
del mes de Agosto del a&o del nacimiento de Nuestro 
Señor Jesucristo 1828. — ( L. S.) —Juan Ramók Baít 
CARCE.— Tomás Guido. — Mabqüjés do Ara^aty. — 
José Clemente Pebeyra. — Joaquín de Ouvexba 
Álvarez. » 

4. Aceptación del tratado y canje de las rati- 
ficaciones.— El precedente Tratado fué aprobado por la 
Convención reunida en Santa Fe, con asistencia de los di- 
putados orientales, aceptándolo en tod^s sus partes el go- 
bernador Dorrego el 29 de Septiembre de 1828 y canjeán- 
dose las ratificaciones en Montevideo el 4 de Octubre del 
mismo año, cuyo día, según la opinión de algunos estadis- 
tas é historiadores, debe considerarse el primero* de la ver- 
dadera independencia uruguaya. Sea como fuere, lo cierto 
es que fué recibido con júbilo indescriptible, tanto en la 
Banda Oriental, que por fin había logrado obtener la an- 
siada independencia, como en la Occidental, cuyos hijos ae 
veían libres del compromiso en que los había colocado sa 
ambición ó su generosidad. 

5. Renuncia de La valleja.— Conocidos los términos 
de la Convención preliminar de paz, el General Lavalleja, 
que, como sabemos, ejercía dictatorialmente las funciones 



- 223 - 

de Capitán General y Gobernador Provisorio de la. Pro* 
vincia, procediendo oon la mayor corrección y el más pura 
patriotismo,, se apresuró á presentar la renuncia de taa 
elevado cargo (1.)^. comunicando al delegado don. Luis, 
Eduardo Pérez que convocase á los comicios para que el 
país eligiese á los ciudadanos que deberían formar la Ho- 
norable Asamblea General Constituyente y Legislativa,^ 
que tal fué la denominación que se le dio. 

Las elecciones se efectuaron, pero la Asamblea no Uegó^ 
á reunirse sino despuéa de una segunda convocatoria. LfO& 
miembros que la componían no gozaban sueldo ninguno, 
ni dietas, ni asignaciones pecuniarias de ningún, género, 
pertenecían á los distintos círculos personales que ya em- 
pezaban á dibujarse en el horizonte político de la nueva 
nacionalidad, y eran ilustrados y patriotas. Instalóse la 
Asamblea en la ciudad de San José de Mayo (2) el 24 
de Noviembre de 1828, hasta que las txopas de ocupación, 
desalojasen la ciudad de Montevideo, siendo su presidente, 
don Juan Silvestre Blanco, ciudadano tan inteligente como 
honorable, quien, al inaugurar las sesiones, pronunció un 
discurso en el cual campean las ideas más avanzadas, lo» 
conceptos más puros y los sentimientos más generosos en 
favor del orden, y prosperidad de la joven Kepública. 

6. Elección del general Rondeaü.— El primer asunto» 
que tuvo que resolver la Asamblea fué la elección de un 



( 1 ) Haf quien sostiene que la renuncia de Lavalleja no taro por ob- 
jeto, regularizar la situación política del paía, sino disponer de tiempo para 
poder influir más á sus anchas eii las futuras elecciones ; pero nosotros du' 
damos mucho que esto sea cierto, entre otras razones por el hecho de que 
en la elección de Gobernador el jefe de los Treinta y Tres no obtuvo ni 
un solo TOto á su fbror. 

(2), « La.casaq^e sirrió de recinto á esa Asamblea se encuentra á una 
cuadra de la plaza, y ha sido destruida y reedificada en parte, conserván- 
dose el resto con el mirador que la caracterizaba y distinguía de los demás 
edificios de la época. » (Reminiaeeneias kistóriccts loeales evocadas en el ani- 
verioriotdó la independencia nacional, por el doctor don Jorge Ariaa; 
año 1891.) 



- 224 - 

Gobernador provisional, hasta que formulada, discutida y 
aprobada la Constitución del Estado, se procediera al nom- 
bramiento de Presidente de la República; pero como los 
candidatos que aspiraban á la gobernación del país (Juan 
Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera) si bien tenían 
iguales derechos, ofrecían recíprocas resistencias, aquella 
corporación, deseando evitar conflictos prematuros, dictó 
una ley estableciendo que eV cargo de Gobernador Provi- 
sorio del Estado pudiera desempeñarlo un ciudadano de 
las Provincias unidas, siempre que hubiese dado pruebas 
de ser amigo de la independencia del país y gozase de 
buen concepto público por servicios notorios en favor de 
la misma independencia. 

El general don José Rondeau era el único que reunía 
aquellas condiciones, pues aunque argentino, se hallaba 
estrechamente vinculado á la política y á la sociedad uru- 
guayas, y él fué el candidato elegido por la Asamblea, que 
con tal determinación dio una tregua á las mal reprimi- 
das ambiciones de los héroes del Rincón y Sarandí; pero 
como Rondeau se encontraba ausente, se hizo cargo inte- 
rinamente de la gobernación del país el austero ciudadano 
don Joaquín Buárez, al mismo tiempo que la Asamblea 
resolvía su traslación á Canelones, desde cuyo punto ex- 
pidió un decreto (13 Diciembre) declarando que en el nuevo 
Estado no había más jurisdicción que la del Gobierno 
nombrado por la Representación Nacional ; que cesaba el 
mando de las autoridades extranjeras; que los tribunales 
y demás magistrados protegerían á todos los habitantes 
del país que reclamasen su auxilio ; que serían respetadas 
las personas y las propiedades de estos últinlos, cuales- 
quiera que fuesen sus opiniones políticas, y, finalmente, que 
la prensa era libre de manifestar sus ideas sin el requi- 
sito de la previa censura. 

7. Creación de la bandera, de la escarapela t 
DEL ESCUDO NACIONALES (1).— Tres días después la Asam- 

(1 ) Esta ley fué anulada por otra de fecha 11 de Junio de 1830, según 
la cual el pabellón uruguayo constaría de cuatro listas azules horizontales 



- 225 - 

blea creaba el pabellón nacional, compuesto de nueve fa- 
jas de color azul celeste horizontales y alternadas, dejando 
eo el ángulo superior del lado del asta un cuadro blanco, 
en el cual 8e colocaría un sol. Estas nueve fajas azules 
simbolizaban los nueve departamentos en que á la sazón 
estaba dividido el territorio de la República, los cuales 
eran: Montevideo, San José (que comprendía los actuales 
departamentos de San José, Florida y Flores), Colonia, 
Maldonado (Maldonado, Rocha y Minas), Soriano, Cerro 
Largo ( Cerro Largo y Treinta y Tres ), Canelones, Entre 
Yí y Río Negro ( hoy denominado Durazno ), y Paysandú 
{ todo el Norte del Río Negro ). 

También se creó la escarapela nacional, de los mismos 
colores, y á principios del año siguiente ( 14 Marzo de 1829) 
se determinó cuál había de ser el escudo de armas de la 
hoy República Oriental del Uruguay. 

8. Las tropas extranjeras desocupan el territo- 
rio.— Mientras la Asamblea se ocupaba de estos requi- 
sitos que tendían á exteriorizar el nuevo Estado libre y 
soberano, las tropas brasileras y argentinas, que en nú- 
mero de 1500 hombres de cada nacionalidad debían per- 
manecer cuatro meses después de instalado el primer go- 
bierno patrio, se disponían á retirarse definitivamente, como 
así lo verificaron al expirar el plazo convenido, princi- 
piando las primeras por evacuar la ciudad de la Colonia 
y las segundas Montevideo. En cuanto al ejército argen- 
tino que había hecho la campaña del Brasil, retiróse tam- 
bién á su país á las órdenes del general Paz, que susti- 
tuyera á La val leja en el mando del mismo. 

Respecto de los Poderes públicos, como un violento hu- 
racán derrumbó las paredes del humilde edificio donde se 
reunían los austeros gobernantes y legisladores, resolvióse 



en campo blanco distribuidas con igualdad en su extensión, quedando en 
lo demás conforme al que establece la ley de 16 de Diciembre de 1828. 



16 



— 226 — 

su traslación á la Aguada y más tarde á la capital de la 
República.. 
_ 9. Rivera restituye el territorio de Misiones. — 
Una de las condiciones impuestas por el Emperador para 
la celebración de la paz era la restitución de las Misio- 
nes,, de modo que una vez firmado el Convenio, Dorrego 
mandó al general don Hilarión de la Quintana con una 
orden para que Rivera desalojase el territorio conquistado 
y cruzando el rio Uruguay se situase en el pueblo de 
Yapeyú, en las Misiones Occidentales; pero don Fruto» 
se negó á ello manifestando que como su país natal que- 
daba segregado de la República Argentina, pensaba diri- 
girse á él con las fuerzas que le obedecían. Con tal pro- 
pósito dispuso que su Jefe de Estado Mayor, coronel don 
Manuel Escalada, marchase en comisión cerca del Cto- 
bierno Provisorio del Estado á presentarle sus respetos y 
acatamiento, á la vez que ofrecía sus servicios militares á 
la patria, á cuyo gobierno daba cuenta de sus actos en la 
nota siguiente, de interés histórico tan subido que no que- 
remos excusarnos de publicarla : 
^ « Excmo. señor : — El ejército del Norte, formado en un 
/ \ .^ngulo de la Provincia Oriental por la voluntaria reunión 
\ de una parte de sus hijos, y conducido por uno de sus 
¡ más antiguos soldados hasta el centro de las Misiones 
.' Orientales, logró tremolar en ellas el pabellón de la Re- 
. pública Argentina y poner al enemigo en la necesidad de 
I multiplicar ó dividir sus ejércitos, ya debilitados por los 
sucesos del Rincón, del Sarandí é Ituzaingó, para impe- 
• dir que, invadido lo más precioso del continente limítrofe, 
las armas de la patria se extendiesen triunfantes sobre 
las provincias de San Pablo, tal vez de Minas, y proba- 
blemente de Santa Catalina. 

« En semejante estado, el Gobierno de la República Ar- 
gentina envió plenipotenciarios al Janeiro y ajustó preli- 
« minares de una paz que restituye las Misiones al Imperio 
del Brasil, pero que desliga la Provincia Oriental de la 



- 227 - 

Federación Argentina; le asegura su independencia abso- 
luta, y la hace pisar el pi^imer escalón de sus altos desti- 
nos. 

^La soberanía de la Promnda Oriental/ Ésta es una 
de las bases del Tratado, y éste es el único objeto de la 
invasión á Misiones, en su origen, y la del continente,, 
cuando se concibió que no era difícil. 

« La guerra, pues, ha cesado para el ejército del Norte,, 
que ejecutó lo primero, y se halla encargado de lo se- 
gundo ; y sus jefes, sus oficiales y tropa, enajenados con 
la perspectiva del nuevo Estado á que pertenecen, á nada 
más aspiran que á la dicha de saber que su patria, libre 
de enemigos, y puesta en el goce de la soberanía, puede 
ya restituirles sus padres, sus esposos é hijos, para volar 
hacia ellos mostrándoles sus heridas, llorar con ellos de 
gozo y poner sus espadas á los pies de la Patria, para que 
disponga de ellas como un tributo que á ella sólo perte- 
nece, desde que ella sólo es arbitra del. destino de sus hijos, 

« Los orientales del ejército del Norte llevan en esta de- 
nominación el primer título por donde se han distinguido 
del resto de las Provincias Unidas; pero ahora tienen otro 
que les separa de aquéllas, y les constituye en la precisa 
alternativa de reconocer la soberanía de la patria, ó se- 
guir las banderas de una potencia limítrofe. La elección,, 
en tales circunstancias, no podía ser dudosa. Ellos han 
concurrido y harán cuantos sacrificios les fueran pedidos 
todavía, para que la República Argentina haga efectiva 
la restitución del territorio que ocupa actualmente; y si de 
esto fuera preciso una prueba, séanlo desde ahora los do- 
cumentos adjuntos, donde verá V. E. que ni los compro- 
misos del ejército del Norte para con los habitantes de 
las Misiones, ni sus votos, ni las ventajas de una con- 
quista tan justa como interesante al nuevo Estado Orien- 
tal, han podido retardar la publicación de las órdenes 
del Gobierno general de la República, y las medidas con- 
siguientes para su ejecución en todo lo compatible con la 



I 



\ I 

I 



- 228 - 

6delidad del ejército al nuevo Gobierno de su país nativo. 

«El ejército, además, ha creído necesario poner á las 
órdenes de la República Argentina toda la tropa y muni- 
ciones no consumidas que recibió de aquella autoridad 
durante la guerra ; y lo que en este, punto ella disponga, 
será igualmente cumplido ai primer aviso, si el Estado 
Oriental no creyese oportuna su adquisición por un ajuste 
con la República. 

< Exponer esto mismo, ampliarlo, y dar á V. E. detalles 
fiobre todos los objetos que lo demanden, es el primer 
asunto de la misión con que ha sido investido por mi y 
los orientales del ejército del Norte, su mayor general el 
benemérito coronel don Manuel Escalada, y por su con- 
ducto V. E. recibirá los mejores testimonios del puro ho- 
menaje que tributan á la Soberanía de su Patria los con- 
quistadores de las Misiones Orientales. 

«Tengo el honor de saludar á V. E. con lo más pro- 
fundo de mi respeto. 

* Fructuoso Rivera, 

« Cuartel general e& Itú, Noviembre 18 de 1828. 

< Excmo. Gobierno Provisorio del Estado Soberano Orien- 
tal. > 



10. El éxodo del pueblo misionero. — Mientras que 
/ \ i el coronel Escalada se dirigía al país recién constituido 
,' siendo portador de la precedente nota, los habitantes del 
, territorio conquistado llevaban una larga comunicación al 
general Rivera (16 Diciembre), manifestándole que si él y 
su ejército se ausentaban, ellos no querían continuar re- 
fiidiendo por más tiempo en la tierra de sus mayores, aun- 
que sin hacer abandono de su propiedad, mil veces asolada 
por lusitanos y brasileros, pero que era su ánimo unirse 
: al Estado Oriental, conservando sólo aquellos privilegios 
que fuesen compatibles con las instituciones que el mismo 
Estado adoptase, hasta que el Brasil les hiciese justicia en 



- 229 - 

sus derechos de hombres ó ellos recuperasen su libertad 
mediante su exclusivo esfuerzo, aunque sin desligarse de 
la unión con los Pueblos Orientales. Agregaba este larga 
documento, escrito en idioma guaraní, que dejaban espon- 
táneamente aquellos territorios sin más impulso que su 
deseo de hacerse justicia y dar al mundo una prueba de- 
que no eran transferibles los derechos concedidos por lo» 
reyes de Castilla á los aborígenes del Nuevo Mundo. De- 
claraba también que ya que el ejército del Norte los ha- 
bía salvado, querían seguir bajo su égida y amparo, y 
solicitaban autorización para nombrar agentes ó apode- 
rados que, investidos de la representación conveniente^ 
compareciesen ante el Gobierno Oriental á ñn de que 
éste les indicara la conducta que en adelante debían se- 
guir los pobladores de los siete pueblos de Misiones. 

En cumplimiento de la orden recibida. Rivera dispuso 
todo para desalojar el territorio ocupado, como así lo hizo, 
no sin antes reunir á los habitantes de aquellas feraces 
comarcas, que, como se ha visto por el precedente extracto 
del documento aludido, se resolvieron á seguirlo acompa- 
ñados de sus familias y todas sus riquezas semovientes y 
cuantos objetos pudieron llevar consigo. «Cada reducción 
ó tribu marchaba como en procesión, precedida de lo» 
ancianos, que llevaban los santos principales. El puebla 
conducía multitud de imágenes sagradas. A la cabeza de 
aquélla iba la música. Cada tribu tenía la suya, compuesta 
de violines. Los músicos eran también cantores. Todas las 
divisiones se reunieron en la costa del Ibicuy, calculán- 
dose en más de 150.000 cabezas de ganado que acarrea- 
ban. Allí había 28 carretas cargadas traídas por el capi- 
tán Magariños. Llevaban objetos del culto y hasta las 
campanas: se decía que contenían muchas riquezas, pera 
no es creíble (1). 

11. Conflicto sobre límites.— Después de muchas y 

( 1 ) Manuel A. Puyrredón, obra citada. 



- 230 - 

muy penosas jornadas, el ejército llegó por fin al Ibicuy, 
que empezó á vadear por uno de sus principales pasos« y 
en esta tarea se hallaba cuando apareció una fuerte divi- 
sión imperial compuesta de 3000 hombres de las tres ar- 
mas, que obedecían ai mariscal Sebastián Mena Barreto, 
•quien le hizo saber á Rivera que le impediría el paso á 
viva fuerza si no dejaba en libertad á los pobladores de 
Misiones que lo acompañaban y no soltaba las haciendas 
que había extraído del citado territorio. 

Comprendió Rivera que su situación se había hecho su- 
mamente crítica y que un choque con la división de Ba- 
rrete podía serle fatal, ya que la suya era muy inferior en 
calidad y cantidad; así fué que apelando á su caracterís- 
tica audacia, como medio de salir del atolladero, contestó 
á su enemigo «que aquellas haciendas pertenecían á las 
familias que venían voluntariamente (1) con él porque 
querían cambiar de domicilio, y que no solamente no h^ 
•daría soltura, sino que se opondría con las armas á que se 
tocase una sola cabeza de ganado (2).» 

Accedió, por último, Barrete á la exigencia de Rivera, 
pero como éste pusiese en evidencia su proyecto de situarse 
y fundar una colonia sobre la margen izquierda del Ibicuy, 
«el jefe portugués se opuso terminantemente, basando su 
negativa en que el límite del territorio oriental era el Ara- 
pey, de conformidad con lo convenido en 1819 entre el 
^neral don Carlos Federico Lecor y el Cabildo de Mon- 
tevideo, de suerte que toda la zona comprendida entre el 

(1) Los escritores qae á todo trance quieren empequeñecer la gloria de 
lUyera, alegando qne la conquista del territorio de Misiones era empresa 
Insignificante j fácil, á pesar de la trascendental importancia qae di<$ á 
^lla el fimperador, dicen también que el paeblo misionero no aiguió yo« 
luntariamente á Rivera, sino que éste le obligó á que lo siguiese. Aunque 
«1 documento que en parte hemos transcripto 7 los hechos posteriores 
demuestran cuan calumniosa es aquella Tersién, debe tenerse presente que 
también ^os detractores de Artigas dicen lo propio de éste con relaeiOn 
«1 éxodo del pueblo oriental. 

(2) M. A. Puyrredón, obra citada. 



- 231 — 

Arapey y el Ibicuy pertenecía al Brasil; á ]o cual alegaba 
Rivera ia nulidad de semejante contrato, sosteniendo en 
cambio que el verdadero límite era el Ibicuy (1). 

« £1 general Barreto resistió tenaz y enérgicamente las 
pretenj^iones del general Rivera, y después de varias ten- 
Cativas infructuosas se decidió que las armas pondrían fin 
á la cuestión. Antes de llegar á este caso, sin embargo, 
el buen criterio de algunas personas allanó las dificulta- 
des proponiendo un arbitraje. Ambos jefes lo aceptaron, 
nombrando cada uno un comisionado con facultades para 
decidir definitivamente. El general Rivera nombró al co- 
ronel Trole y Barreto al coronel Rodríguez Barboza. Estos 
comisionados celebraron un tratado ad referendum, en el 
cual quedaba como límite definitivo el río Cuareim, tér- 
mino medio entre los ríos Ibicuy y Arapey. Los contra- 
tantes canjearon rehenes hasta la resolución de los res- 
pectivos gobiernos. En el ejército imperial quedó el coro- 
nel don Gregorio Salado por parte del general Rivera, y 
por parte del general Barreto quedaron en el campo del 
señor Rivera un capitán y un mayor cuyos nombres no 



( 1 ) La polémica itostenida entre Rivera y Barreto aobre los verdaderos 
limites del Estado Oriental con el Brasil evidencia que ambos generales 
no estaban al corriente del proceso histórico de este asunto. £1 primero 
•ostenfa que el límite era el Ibicuy, ds acuerdo con el tratado de 1777, 
Üendo asf que con arreglo al mismo los limites eran el Taim, el Plratinl 
7 el albardón de los Tapes hasta la barra del Pepirl-Gnaisú en el Uru- 
gosy. El Ibicuy fué un limite de hecho en virtud de la usurpación por- 
tuguesa del afio 180L. ( Véase nuestro Resumen de la hütoria del Uruguay^ 
pág. 826. } Barrete, por su parte, al pretender que el limite era el Ara- 
pey, de coijformidad con el tratado de 1819, procedía con ignorancia ó con 
mala fe, ya que por resolución del 8L de Julio del año 182 L el Congreso 
acordó la anexión con el Cuareim por límite. Lo que abona en favor de 
Rivera es la salvedad que hizo, á saber: que el Gobierno del nuevo Es- 
tado se reservaría el derecho de reclamar las Misiones para cuando llegara 
el tratado de límites con el Brasil ; circunstancia que olvidó el doctor don 
Andrea Lamas cuando se estipuló el convenio definitivo sobre límites 
(1851-62). 



- 232 - 

conocemos (1).» Este tratado es conocido en la historia 
de la diplomacia brasilera con el nombre de tratado de 
Ibebeambé, del nombre del arroyo que baña el paraje en 
que se estipuló y firmó por las partes contratantes y sus 
respectivos mediadores, quedando así sancionada Ifi justa 
posesión por parte de la Bepúbiica de la zona compren- i' 
dida entre el Arapey y el Cuareim. Sin la convención de 
Ibebeambé, tal vez los marcos brasileros se alzasen en la 
actualidad á orillas del Arapey (2). 
j — 12. Vuelta a la patria.— Zanjadas estas dificultades, 
\ quedaban por vencer otras mucho más espinosas, cuales 
eran la elección del punto á donde tenía que dirigirse Ri- 
; vera con su ejército, la multitud de gente que lo acompa- 
^ naba, la enorme cantidad de ganado que llevaba consigo 
• y la mucha impedimenta que aumentaba aquella hetero- 
I génea masa y entorpecía las marchas. Al Brasil no podía 
encaminarse, en razón de que Rivera había manifestado al 
j estipularse el convenio de Ibebeambé que procedía de 
acuerdo con el Gobierno del Uruguay ; á la República Ar-' 
' gentina tampoco, en virtud de haber desobedecido reite- 
radas veces las órdenes impartidas por Dorrego; á la Banda 
Oriental menos, puesto que el estigma de traidor que pe- 
saba sobre Rivera continuaba subsistente, así como no era 
posible que se volviese á las Misiones, desde que una de 
las condiciones impuestas por el Emperador para la cele- 
bración de la paz era el inmediato desalojo de este terri- 
: torio por parte del Ejército del Norte y su temerario jefe. 
A pesar de todas estas dificultades, no se arredró el ge- 
neral Rivera, que, deseando volver al seno de la patria, en- 
vió á los coroneles Puyrredón y Escalada con la misión 
de obtener del Gobierno Provisional la competente autori- 
. zación para internarse en el territorio oriental. * 

( 1 ) Antonio Dfaz, obra diada. 

(2) Véase la nota oficiosa del doctor Lamas expiicando i>u actaación en 
este asunto. Lleva la fecha de 13 de Octubre de 1861 7 fué publicada por 
El Siglo al tratarse de la pensión para aquel diplomático. 



I 



- 233 - 

Los comisionados llegaron hasta la Aguada, residencia I 
accidental de los Poderes públicos del nuevo Estado, y 
tal maña se dieron en el desempeño, de su delicado come- 
tido, que consiguieron ver realizadas las esperanzas que- 
Rivera había cifrado en su habilidad como negociadores 
diplomáticos. Para llegar á este fin, Escalada y Puyrredón 
hicieron ver al Grobernador Rondeau y á los hombres de- 
gobierno que lo acompañaban, que estando el Ejército del 
Norte compuesto de más de 3000 hombres perfectamente 
armados y disciplinados, la autoridad ejecutiva del Estado \ 
Oriental dispondría de él y de su jefe el general Rivera \ 
para el sostenimiento del orden público y poder dominar j 
las pretensiones de cualquier caudillo que aspirase á im* | 
poner su voluntad ó desobedecer al Gobierno. Además,. ¡ 
como el país había quedado casi desierto, la población mi- 
sionera que había seguido á Rivera serviría admirable- 
mente como elemento colonizador de las tierras urugua- 
yas, y, por último, que las 150.000 cabezas de ganado 
serían un precioso recurso coino nueva base de la riqueza 
ganadera. 

Desgraciadamente para todos, «el ejército del Norte no 
pasaba de loOO hombres, los 800 indios regimentados se- 
rían 200 lanzas misioneras, las 150.000 cabezas de ganado 
quedaron reducidas á 40.000, únicas que se salvaron; las 
diez ó doce mil familias no pasaban de 2000 almas, chicos 
y gandes, y las 20 carretas que trajo don Bernabé Maga- 
riños existían, sí, pero las más contenían santos, campa- 
nas, ú objetos semejantes, buenos para servir de señuelo 
á aquellos indígenas, tan fanáticos y apegados á estas 
cosas (1).» Y no es que aquellas abultadas cifras no fue- 
sen verdaderas al ausentarse Rivera de Misiones, sino que 
habían sufrido una enorme disminución debido á diferen- 
tes causas. Así, por ejemplo, los 600 charrúas, ó más, se 
habían retirado á sus solitarios y escondidos bosques; la 

( 1 ) M. A. FoTiredón, obra citada. 



- 234 - 

mayor parte de las familias misioneras habían sido desti- 
nadas á formar con ellas la colonia que recibió por nombre 
JBdla Unión, y muchos de los aventureros correntínos y 
entrerrianos que acompañaron al g:eneral Rivera en la con- 
quista de Misiones 6 se le agregaron después, en au re- 
tirada se apartaron del Ejército del Norte y cruzaron el 
río Uruguay arreando la mayor parie del ganado (1). 

Como quiera que fuese, la Asamblea Constituyente y 
Legislativa del Estado levantó á Rivera el estigma de 
traidor, calificándolo de digno y benemérito general ( 30 de 
Diciembre de 1828 ), y poco después, de distinguida servi- 
dor de la patria ( 24 de Enero de 1829 ), pudiendo enton- 
ces hacer su entrada triunfal en el Durazno, mientras que 
las tropas que constituían el Ejército del Norte quedaban 
incorporadas á las demáa del Estado. 

BIBI-IOGRARÍA 

CarluB Traviesn : Lm toma de loa Misiones. Arttcalo publicado en El 
Dia. 

Carlos Travieso : Rivera. Artículo publicado en El Día, 

Andrés Lamas : Tratado de límites con el Brasil en 1851, Nota oonfiden- 
cial publicada en El Siglo. 

Ruperto Pén z Martfnez : Los límites del Estado Oriental. Monteyideo, 
1883. 



( 1 ) < Para poder atender al ejército enemigo, el general Rirera mandó 
que caminaran las haciendas por diferentes rumbos al cargo de comisio- 
nados, algunos de los cuales, aprovechaudo la ocasión, se mandaron mu- 
dar con los arreos. Solamente áón Pedro Espino echó al Uruguay, para 
pasar á Entre Ríos, 14,000 cabezas. » ( M. A. Puyrredón, obra citada. ) 



GOBIERNO DE RONDEAU 



CAPITULO xm 

GOBIERNO DE RONDEAU 
(1829-1830) 



SUMARIO: 1. El primer ministerio. — 2, Los partidos. — 3. Nuera crisis 
política. — 4. Discusidn y aprobadón de la Carta fundamental. — 6. 
Tnlmjws del Gobierno j de la Asamblea. — 6. Medidas conciliatorias 
del general Hondean. — 7. Benuncia condicional de Bondeau. — 8. 
Querrá dyil.— 9. Intervendón 7 conciliadón. — 10. Tentatira del Bra- 
ril pan conTertir á la Banda Oriental en un gran Ducado.— 11. 
Jora de la Constitadón. 



1. El fbimeb BfiNisTEBio. — Allanadas por la Asam- 
blea General Constituyente y Legislativa las dificultades 
que pudiera presentar la candidatura del general don José 
Bondeau para desempeñar las funciones de gobernador 
proTÍsional, fué elegido para este elevado cargo con fe« 
cha 1.^ de Diciembre de 1828, como ya queda dicho, en- 
cargándose del gobierno el austero ciudadano don Joa- 
quín Suárez, ínterin RondiBau no se trasladaba á la Banda 
Oriental, lo que aconteció en el precitado mes, en que prestó 
el juramento de estilo (22 Diciembre) ante la Asamblea 
instalada en Canelones. Cumplido este requisito legal y 
después de haber tomado posesión del puesto» procedió al 
nombramiento del gabinete, designando para los Ministerios 
de Gobierno, Relaciones Exteriores y Hacienda á don 
Juan Francisco Giró, y para el de Guerra al coronel don 
Eugenio Garzón. 

Una de las primeras medidas del nuevo gobernante fué 



- 238 — 

la supresión de las comandancias militares de los depar- 
tamentos, casi todas desemp^adas por partidarios de La- 
valleja ; hecho que dio por resultado la inmediata renuncia 
del Ministerio, que creyó ver en dicha supresión el triunfo 
del elemento riverista y la tendencia, por parte de Ron- 
deau, á anular la influencia del héroe del Sarandí; pero 
el gobernador conjuró ei peligro y destruyó las cabalas 
anulando el decreto relativo á la supresión de las coman- 
dancias, volviendo á sus carteras Giró y Garlón, á la vez 
que se integraba el Ministerio con don Francisco Joaquín 
Muñoz, que entró á ocupar la cartera de Hacienda. 

2. Los PARTIDOS.— Entretanto la causa partidaria del 
general Rivera adquiría grandes proporciones entre todas 
las clases sociales, y sus ideas y proyectos iban lentamente 
realizándose, con perjuicio de las aspiraciones de Lavalleja. 
Así, Rivera había conseguido que la Asamblea lo decla- 
rara libre de las imputaciones de traidor y en el pleno 
goce de sus derechos, calificándolo, además^de ciudadano 
benemérito; sus tropas misioneras habían srao incori>ora- 
das al ejército nacional, el puesto de jefe de fronteras, 
primero, y de jefe del Estado Mayor después, lo coloca- 
ban en condiciones muy favorables respecto de su com- 
padre. 

Sin embargo, Lavalleja tenía también su círculo, pues 
no le faltaban elementos dentro del ejército, disponía de 
varios miembros de la Asamblea y la clase conservadora 
lo rodeaba, creyendo ver en él un factor de la estabilidad 
del orden y las instituciones. 

El señor Arreguine describe del modo siguiente el na- 
cimiento y fisonomía de los primeros partidos políticos del 
Uruguay, que en realidad no fueron tales partidos políti- 
cos, sino simplemente partidos personales, y con ese ca- 
rácter se han perpetuado á través de los años. 

«Los caudillos rivales— dice el escritor mencionado — 
se presentaban con iguales títulos. La popularidad de ambos 
era inmensa. Llenaban con sus nombres el presente. Uno 



~ 239 - 

había dado el impulso primero á la independencia del 
país; el otro la había conseguido. Lavalleja podía alegar 
en su favor la cruzada de Abril y la batalla del Sarandí. 
Rivera la batalla del Rincón y la campaña de Misiones^ 

« Uno había adquirido hábitos militares y podía llamarse 
con orgullo el primer guerrero de la República; el otro^ 
Rivera, seguía siendo el héroe de la multitud, cuyo nom- 
bre sonaba en las décimas del paisano y se extendía 
triunfante por todo el país. 

«¿Qué había én ellos que pudiera dividir la opinión en 
favor del uno ó del otro? Había en primer término la 
idiosincrasia nacional que tendía á formar bandos; había 
loa hombres que bajo las órdenes del uno y del otro mi- 
litaran en las horas solemnes; simpatías, amistades, ad- 
miración. Eran dos héroes, y el pueblo aquilataba sus 
méritos sin parangonar sus defectos. Había lo suficiente 
para que esas dos entidades guerreras se convirti^an en 
entidades políticas. 

< Ni éste ni aquél eran realmente políticos ; en el fondp 
los dos eran republicanos; los dos carecían de programa. 
Ejercían, sin embargo, la suficiente influencia en su país 
para dividirse las simpatías del pueblo y formar dos par- 
tidos personales y de pasiones más que de ideas. Y á pe- 
sar de todo, representaban ambos dos tendencias opues- 
tas, existentes en las turbas populares, pero mal despiertas 
y nc comprendidas. Rivera era más liberal que Lavalleja, 
más amigo del pueblo; representaba mejor la idea de la 
democracia que el otro. Las cualidades de Lavalleja, su 
trato con militares de escuela, el círculo en que vivía, 
determinaban en él otras propensiones. En cierto sentido 
era un conservador, un representante de la aristocracia 
de las clases ilustradas, que habían adulado á Artigas 
en la hora del triunfo, volviéndole la espalda en los ins- 
tantes del desaliento ó la derrota. Éste, pues, represen- 
taba las tendencias gastadas y un tanto egoístas de las 
ciudades; el otro al pueblo inculto, al gaucho amante de 



- 240 - 

19U libertad, al indio, al menospreciado por la civilización 
mezquina de los centros urbanos, sin que quiera decirse 
•que en ese sentido fuera exclusiva su influencia, como no 
lo era la de Lavalleja entre las g;entes cultas. 

« Pasaba con el pueblo oriental algo de lo que sucedía 
•en las Provincias Unidas. Rivera en ellas habría sido 
federal, porque el federalismo encarnaba los ideales revo- 
lucionarios de las mayorías; Lavalleja unitario, porque 
el unitarismo no quería romper del todo con el pasado. 
Rivera representaba las mayorías. Podía Lavalleja arran- 
carle el poder, á que él aspiraba, pero sería accidental- 
mente. De cualquier modo. Rivera estaba destinado á 
triunfar. 

«La lucha netamente definida recién empezaba. Los 
partidos iban á entrar en ella con todo el vigor de fuerzas ' 
hasta entonces comprimidas, olvidadas mientras fué nece- 
sario pelear al enemigo común. Ahora que la lucha con 
el extranjero había cesado, tenía que nacer la lucha in- 
terior entre los elementos que chocaban en la joven na- 
cionalidad. La anarquía, á que es tan predispuesta la 
raza latina, no podía dejar de manifestarse. Las emula- 
ciones de los héroes y la coexistencia de dos parcialida- 
des que reunían al prestigio personal de sus caudillos la 
fuerza de las armas, producirían fatalmente la guerra ci- 
vil; fenómeno, por otra parte, muy natural en todo9 los 
pueblos que se arrancan á la tutela extraña, ó cambian 
de pronto la forma de sus instituciones sin estar suficien- 
temente preparados para ello. » 

3. Nueva crisis política.— El nombramiento de Ri- 
vera para la jefatura del Estado Mayor del ejército no 
"fué del agrado de los partidarios de Lavalleja, que con- 
siguieron que el Ministerio presentara su renuncia colec- 
tiva por esta causa; y Rondeau, que á pesar de sus vi- 
sibles simpatías por aquél, quería á todo trance evitar 
conflictos, reemplazó en ese puesto á Rivera con Lava- 
Jleja, prometiendo al primero elevarlo al Ministerio, como 



- 241 - 

así lo hizo, cohfián'dole en Septiembre laa carteras de Go*- 
bierno, Guerra y Relaciones Exteriores, lo que trajo apa- 
rejado un nuevo conflicto, pues el bando contrarío con- 
tinuó con más encarnizamiento que nunca su propag;anda 
intransigente contra el héroe de Misiones y sus parciales, 
al extremo de amenazar con la guerra civil al goberna- 
dor Rondeau. 

4. Discusión y aprobación dé la carta fundamen- 
tal. — Entretanto los Poderes públicos se preocupaban 
coq ahinco de la organización del Estado, no siendo la 
Asamblea la que menos trabajó con tan laudable propó- 
sito, pues empleó cuatro meses en discutir la Carta funda- 
mental del país, que no ha sufrido modificación ninguna 
desde que fué aprobada, siendo los puntos más debatidos 
el nombre oficial con que debía designarse la naciente 
Repáblica, la cuestión religiosa, los derechos del ciuda- 
dañOy la división de los Poderes públicos y las facultades 
del Ejecutivo. En cuanto á la forma de gobierno, la que 
se propuso fué aceptada sin ninguna dificultad. Por fin, 
la Carta fundamental fué aprobada por la Asamblea el 10 
de Septiembre de 1829. 

Terminada esta patriótica labor, la Asamblea remitió un 
ejemplar de la Constitución á los países vecinos ( Argen- 
tina y Brasil), á fin de que, de acuerdo con lo pactado, se 
cerciorasen de que no contenía nada contrario á los inte* 
reses de aquellas naciones, siendo sus portadores don Ni- 
colás de Herrera al Brasil y don Santiago Vázquez cerca 
del Gobierno argentino. Después de un largo y minucioso 
examen, la Constitución fué aprobada por las naciones 
prenombradas, y los comisionados volvieron á Montevi- 
deo en Junio de 1830, justamente satisfechos del resultado 
de su patriótica gestión. 

5. Trabajos del Gobierno y de la Asamblea.— 
Mientras que la Asamblea aplicaba su tiempo, patriotismo 
6 inteligencia á la redacción de la Constitución, el Go- 
t>iemo imponía derechos aduaneros á los artículos proce- 

17 



- 242 - 

dentes del extranjero, decretaba penas contra los va^^os, 
reglamentaba el trabajo del obrero, creaba escuelas de pri- 
meras letras, hacía obligatoria la vacuna, estimulaba la 
práctica de la moral por medio de gracias especiales, dis- 
ponía el rescate de los esclavos, fomentaba la agricultura, 
organizaba la estadística y adoptaba otras muchas medí- 
daá que, si fueron efímeras, llevaban un sello de grandeza 
j buena voluntad que nadie negó nunca «á aquel gene- 
ral extranjero tan decididamente progresista. » ( Arreguine. ) 

La Asamblea, por su parte, declaró la libertad del i>e¡ii-* 
samiento, dictó leyes encaminadas á regularizar la Admi- 
nistración pública, renovó el Tribunal de Justicia, ree^Ia* 
mentó Ja policía, abolió los odiosos impuestos de alcabala 
y tránsito, creó el uso del papel sellado y declaró libres 
de derechos de importación los instrumentos de trabajo 
en la esfera de la ciencia, las artes, la enseñanza y la 
agricultura. 

6. Medidas conciliatobiab dkl general Bondeau, 
— £1 nombramiento del general Rivera para el desem- 
peño de varias carteras produjo el mayor descontento en 
el campo del lavallejismo, que, como queda dicho ante- 
riormente, llegó á amenazar con la guerra civil si Bondeau 
no volvía sobre sus pasos; y Rondeau, de carácter débil, 
ó tal vez tratando de conciliar^ voluntades, llamó á L^va- 
lleja al seno del gabinete, mientras investía á Rivera cou 
el nuevo cargo de Comandante General de campaña (18 
Enero de 1830), «lo que lo ponía en condiciones excep- 
cionales para aprestar sus elementos de guerra en el caso 
que ellos fueran necesarios para hacer buena la ambición 
de poder del prestigioso caudillo. » (Bollo.) 

Tampoco satisfizo este nuevo arreglo á Tjavalleja, que 
en su calidad de Ministro suprimió la Comandancia Ge- 
neral de campaña, lo que hizo tan difícil su situación en 
el Ministerio, que se vio obligado á renunciarlo, así como 
sus demás compañeros de gabinete, entrando á constituir 
éste los señores Laguna, Pereira y Eilaurl Semejante me- 



- 243 - 

dida colmó la exasperacióa de doa Juan Antonio, que con- 
siderándose impotente para dominar la voluntad del Go* 
bemador provisional, buscó en la Asamblea los elementos 
necesarios para anular completa y definitivamente al ge- 
neral Rivera y satisfacer sus impacientes ambiciones. 

7. Renuncia condicional de Rondeaü y nombra- 
miento DE Lavalleja para GOBERNADOR.— «Como la 
fracción de la Asamblea con que tenía más afinidades era 
la llamada unitaria, se unió con ella en el propósito de 
librar ana campaña parlamentaria contra Rondeau y con- 
tra Rivera. No'se hizo esperar la ocasión. El Gobierno 
resolvió á mediados de Abril que saliera á campaña 
la mitad de uno de los batallones que estaban . acuarte- 
lados en la capital. Las fracciones coligadas que com- 
ponían la mayoría de la Asamblea se opusieron á la eje- 
cución de la orden, temero.sas de que esa fuerza de línea 
saliera á servir las miras visiblemente revolucionarias de 
Rivera; reclamó el Gobernador contra esa arrogación de 
facultades ejecutivas, renunciando á la vez, él y sus Mi- 
nistros, condicional mente, para el caso en que la Asamblea 
no rectifícase su conducta; pero la Asamblea aceptó de 
plano, en sesión extraordinaria, la renuncia, como si fuera 
incondicional é indeclinable, y nombró en el acto al gene- 
ral Lavalleja para que inmediatamente se hiciera cargo 
del i)oder con carácter interino (17 de Abril). Sorprendi- 
dos por tal proceder Rondeau y sus Ministros, que no se 
habían apercibido de los designios de la mayoría parla- 
mentaria, quisieron reaccionar alegando que no podía acep- 
tar una renuncia condicional antes que la condición se 
hubiese cumplido, y protes^ndo por la violencia con que 
se les arrancaba un poder que entendían deber conservar 
hasta la constitución definitiva del gobierno; pero la Asam- 
blea declaró sediciosa y anárquica esa protesta (18 y 25 
de Abril) y le opuso la confirmación de Lavalleja en el 
Poder Ejecutivo» (Berra). 

8. Querrá civil. — « Rivera no podía permanecer tn- 



- 244 - 

diferente á estos hechos que importaban su anulación, y 
se alzó en armas protestando contra la caída de Rondeau. 
De un lado estaban Lavalleja y una mayoría del Parla- 
mento; de otro casi la totalidad de la campaña. El cau- 
dillo revolucionario destituyó y nombró autoridades; arbi- 
tró recursos para la guerra y se dispuso á derrocar los 
Poderes públicos. El Ejecutivo no significaba otra cosa 
que la creación de un círculo intransigente. La hostilidad 
de Rivera tenía hasta cierto punto razón de ser, pero de 
cualquier manera aquella anarquía naciente, á no ser con- 
jurada en el acto, amenazaba la estabilidad del Estado y 
podía dar lugar á la intervención extranjera. 

« Lavalleja, investido con facultades extraordinarias, co- 
metió verdaderos actos de dictador. La prensa lo amena* 
zaba y él amenazó la prensa suspendiendo fu libertad ; 
desconfiaba de algunos batallones y los desolvió creando 
otros; Rivera se manifestaba francamente contrario á 
aquella política de exclusiones y él destituyó á Rivera de 
sus empleos; después de todo lo cual salió á campaña, el 
5 de Junio, con un pequeño ejército, á fin de batir al cau- 
dillo rival por la fuerza de las armas, delegando el Poder 
Ejecutivo en manos de sus ministros Giró, Ignacio Oribe 
y Ramón de Acha.» (Arreguine.) 

9. Intervención y conciliación.— Tratando de evitar 
el conflicto y de aplacar las pasiones que encendía la 
ambición de unos y otros, varios personajes políticos in- 
terpusieron su influencia á fin de impedir que lavallejistas 
y riveristas se fuesen á las manos, logrando llegar á un 
arreglp pacífico entre sus respectivos jefes. Rivera se obli- 
gaba á acatar las autoridades existentes hasta la definitiva 
constitución de los Poderes públicos, y el Oobiemo, por su 
parte, á mantenerlo en la Comandancia General de Armas 
y á no ejercer ninguna hostilidad contra él. Tales fueron, 
en sustancia, las principales bases del avenimiento pro- 
puesto por Rivera y aceptado, con ligeras modificaciones, 
por Lavalleja, de modo que el patriotismo se impuso por 



- 245 - 

entonces á la ambición, sin necesidad de intervenciones 
extrañas y sin derramamiento de sangre. 

10. Tentativa del Brasil para convertir á la 
Banda Oriental en un oran Ducado. — Reconocida 
la independencia del Uruguay, « tentó todavía el gabinete 
brasilero una negociación en Europa para incorporamos 
al Imperio, monarquizando de paso á toda la Américai del 
Sur; y en las instrucciones secretas que el Ministro Cal- 
men du Pin \ Almeida envió al marqués de Sancto 
Amaro en 21 de Abril, para interesar á Francia y á In- 
glaterra en su propósito, decía lo siguiente: «En cuanto 
al nuevo Estado Oriental ó Provincia Gisplatina, que no 
hace parte del territorio argentino, que ya estuvo incor- 
porado al Brasil y que no ptiede existir independiente de 
otro Estado, V. E. tratará oportunamente y con franqueza 
de la necesidad de incorporarlo oirá vez al Imperio. Es el 
único lado vulnerable del Brasil. Es difícil, si no imposi- 
ble, reprimir las hostilidades recíprocas y obstar á la mu- 
tua impunidad de los habitantes malhechores de una y 
otra frontera. Es el limite natural del Imperio. Es, en fin, 
ei medio eficaz de remover y prevenir ulteriores discordias 
entre el Brasil y los Estados del Sur.-— Y, en caso que 
la Francia y la Inglaterra se opongan á esta reunión al 
Brasil, V. E. insistirá por medio dfi razones de convenien» 
da política que son obvias, en que el Estado Oriental se 
conserve independiente, constituido en gran Ducado ó 
Principado, de suerte que de modo álgwno vaya á formar* 
parte de la Monarquía argentina. 

< Es llano, pues, que ni don Juan VI, ni don Pedro I, 
ni el actual monarca del Brasil, bajo cuyo gobierno se ex- 
pidieron las instrucciones que acaban de citarse, pudieron 
ver nunca con gusto que este país dejara de pertenecerles. 
Desde que le reputaban el único lado vulnerable del Bra- 
^, mal podían dejar ese lado vulnerable en descubierto. 
Si don Pedro I cedió en último resultado á que este país 
se organizara independientemente, fué después de haber 



- 246 - 

agotado todos los medios de resistencia^ después de ha* 
berse puesto él mismo á la cabeza de sus ejércitos en Río 
Grande, después de haber contemplado sus barcos des- 
truidos y sus tesoros agotados. No fué él, puesi quien nos 
impuro la independencia, sino que fuimos nosotros quie- 
nes se la impusimos á él.» (Bauza). 

11. Jura de la Constitución. — Sancionada la Cons- 
titución, se determinó que el día 18 de Julio de 1830 fuese 
jurada por las autoridades militares, civiles y eclesiásticas 
y todo el pueblo del Estado Oriental, como así se efectuó 
con gran solemnidad tanto en la capital como en los pue- 
tvlos del interior, disponiendo la Asamblea su propia diso- 
lución para el día siguiente de la jura. Previamente (30 
de Junio) esta corporación había dado un manifiesto en 
que decía: « Los votos que hicisteis al tomar las armas en 
1810, y al empuñarlas de nuevo en 1825, empezaron á 
cumplirse; pero no se llenarán jamás, si, como mostras- 
teiá ardor en la guerra, no lo mostráis igualmente en res- 
petar las autoridades, amar las instituciones y observar 
invariablemente el pacto constitucional que han sancio- 
nado vuestros representantes.» 

Los sucesos posteriores dirán si estos sabios y patrió- 
Mcos consejos fueron seguidos por aquellos á quienes la 
Asamblea los dirigiera* 



FIN DEL TOMO I 



ÍNDICE 



Advbbtrncu 6 

Capitulo I. —l^s Treinta 7 Tres 7 

n.~RÍTera j Lavall^a 31 

m. — El primer gobierno local 40 

IV. — Independencia j anexión 65 

y. — Trianfos j derrotas 87 

VI. — Sarandí...; 101 

VII. — Incorporación á la Argentina 117 

yill. — Primeros conflictos 120 

IX. — Ituaalngó :, 147 

X. — Dictadura de Laralleja 167 

XI. — Conquista de Misiones 193 

XII. — La Independencia 211 

XIII, — Gobierno de Bondean 235 



OOBERNANTES DEL URUGUAY 



Prestes Araújo 



Gobernantes 



del Uruguay 



«^ 



TOMO SEGUNDO 



c Siendo nuestro propósito descorrer el 
Telo de lo pasado, lo haremos con el res- 
peto inriolable que se debe á lo que es 
ya sdlo del dominio del tiempo, concre- 
tándoboB á los acontecimientos, pero ja> 
más á los hombres, ni mucho menos á 
Jos partidos; porque eso sería no sólo 
falsear la misión que nos hemos impuesto, 
sino desconocer que los partidos no se 
destruyen por la props ganda ni por la 
Tiolencia. » (Antonio Díaz: Historia PolU 
tica y Militar de las Repúblicas del Plata; 
tomo i| pág. 88.) 



MONTEVIDEO 
Im prenta de Dornaíeche y Reyes 

1904 



Esta obra es propiedad de 
8U autor. 



PRESIDENCIAS Y DICTADURAS 

Antes de pasar á estudiar los hechos más importantes 
de las presidencias constitucionales, provisorias, comple- 
mentarias, y las dictaduras que ha tenido la Eepública 
desde 1828 hasta la fecha (1904), consideramos conve- 
niente para la buena inteligencia del lector enumerarlas 
á continuación, tomando tan interesantes y bien ordena- 
das noticias de la erudita obra del doctor don Eduardo 
Acevedo, titulada Contribtwión al estudio de la historia 
económica y financiera de la República Oriental del Uru- 

gtiay. 

• 

PRESIDENCIAS CONSTITUCIONALES 

1.» Rivera— 24 de octubre 1830 á 24 de octubre 1834. 
2.* Oribe — 1.» de marzo 1835 á 24 de octubre 1838. 
3.* Rivera— 1.« de marzo 1839 á 1.^ de marzo 1843. 
4.* Giró — 1.« de marzo 1852 á 25 de septiembre 1&53» 
5.* Pereira — 1.° de marzo 1856 á 1.^ de marzo 1860. 
6.*^ Berro- 1.<> de marzo 1860 á l.<» de marzo 1864. 
7.* Batlle — 1.« de marzo 1868 á 1.® de marzo 1872. 
8.» EUauri— 1.<» de marzo 1873 á 15 de enero 1875. 
9.* Latorre — 1.<> de marzo de 1879 á 13 de marzo 1880. 
10.* Santos— 1.*> de marzo 1882 á 1.*» de marzo 1886. 
ll.« Vidal — 1.«» de marzo 1886- á 24 de mayo 1886. 



- 6 - 

12.» Herrera— 1.^ de marzo 1890 á l.<> de marzo 1894. 
13.» Idiarte Borda— 21 de marzo 1894 á 25 de agosto 1897. 
14.» Cuestas — 1 .*» de marzo 1899 á 1.® de marzo 1903. 

PRESIDENCIAS COMPLEMENTARIAS 
DE OTRAS PRESIDENCIAS 

1.» Flores— 15 de marzo 1854 á 10 de septiembre 1855. 
2.» Várela— 22 de enero 1875 á 10 de marzo 1876. 
3.» Vidal— 15 de marzo 1880 á 28 de febrero 1882. 
4.» Tajes — 18 de noviembre 1886 á l.«» de marzo 1890. 



PRESIDENCIAS DEL SENADO 

ejerciendo interinamente el poder ejecutivo hasta la elec- 
ción de presidente constitucional: 

1.® Anaya— 24 de octubre 1834 á 1.® de marzo 1835. 

2.* Pereira— 24 de octubre 1838 á 11 de noviembre 1838. 

3.» Pereira— 28 de febrero 1839 á 1.^ de marzo 1839. 

4.^ Berro — 16 de febrero 1852 á 1.» de marzo 1852. 

5.® Bustamante— 10 de septiembre 1855 á 15 de febrero 
1856. 

6.^ Pía — 15 de febrero 1856 á l.*> de marzo 1656. 

7.^ Várela— 16 de febrero 1868 á 1.^ de marzo 1868. 

8.« Ellauri — 15 de febrero 1873 á l.« de marzo 1673. 

9.« Carve— 22 de enero 1875 á 22 de enero 1875. 

10.« Vidal— 14 de febrero 1879 á 1.^ de marzo 1879. 

ll.« Flangini— 28 de febrero 1882 á l.*> de marzo 1882. 

12.<> Santos— 24 de mayo 1886 á 18 de noviembre 1886. 

13.<» Stewart— 1.« de marzo 1894 á 21 de marzo 1894. 

14.*» Cuestas— 25 de agosto 1897 á 10 de febrero 1898. 

15.« BatUe y Ordóñez— 15 de febrero 1899 á 1.° de 
Marzo 1899. 



7 — 



GOBIERNOS PROVISORIOS 

1.® Suárez, Rondeoa y LaTalleja— 1.® de diciembre 
1828 á 22 de octabre 1830. 
2P Suárez— I.*" de mano 1843 á 16 de febrero 1852. 
3.» Aguirre— 1.^ de mano 1864 á 16 de febrero 1865. 
4.0 ViUalba-16 de febrero 1865 á 20 de febrero 1865. 
b,^ Gomenaoro— L^ de nuunEO 1872 á 15 de febrero 1873. 

DICTADURAS 

1/ Rivera— 11 de noviembre 1838 á 28 de febrero 1839. 
2.* Lavalleja, Flores y Rivera— 25 de septiembre 1853 
á 15 de marzo 1854. 
3.» Flores— 20 de febrero 1865 á 16 de febrero 1868. 
4.<^ Várela— 15 de enero 1875 á 22 de enero 1875. 
h!" Latorre— 10 de marzo 1876 á 14 de febrero 1879. 
6.'' Cuestas— 10 de febrero 1898 i 14 de febrero 2899. 



i«^ 



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s • 



GOBIERNO DE RIVERA 



CAPÍTULO I 

GOBIERNO DE RIVERA 

(DB 1830 Á 1834) 



SUMARIO : 1. La Constitaciáii. — 2. Elección presidencial. — 3. Actitud 
obstruccionista del layallejisno. — 4. Exterminio de los charrúas. — 5. 
Insurrección de la colonia Bella Unión. — 6, Muerte de Bernabé JEU- 
Ten. — 7. Propósitos de Kosas contra la República. — 8. Motín mi- 
litar. — 9. Desconocimiento de los Poderes públicos. — 10. Concurso 
de lod hermanos Manuel é Ignacio Oribe. — 11. Tentativas de arre- 
glo. — 12 Gontrárreyolución. — 18. Combate de Tupambaé. — 14. In- 
vasión del Coronel Olazábal. — 16. Nueva revolución lavallejista. — 
16. Incursión de don Manuel Lavalleja. — 17. Fin de la presidencia 
de Rivera. — 18. Situación económica de la República al finalizar el 
año 18^. — 19. Progresos del país. 



1. La Constitución. — « Jurada la Constitución de 
la República y puesta en ejercicio según el espíritu ex- 
preso de su texto, cualquiera habría dicho que la infrac- 
ción de aquel código debía hacerse imposible dadas las 
circunstancias que procedieron á su solemne promulga- 
ción y el respeto con que fué recibido por el país. Sin 
embargo, esa misma Constitución, tan perfecta para pue- 
blos como el norteamericano, donde las prácticas y la 
educación popular no han admitido jamás otro caudillo 
que la ley, era inaplicable y deficiente en un pueblo 
como el uruguayo, donde la herencia de la libertad debía 
Ber una inmediata y sangrienta anarquía, cuya fatídica 
cabeza asomaba impaciente entre el humo del último 
tiro disparado en los campos de la independencia. Por 



- 12 — 

Otra parte, consideraciones de un orden puramente cons- 
titucional la hicieron defectuosa, y esos defectos, que pu- 
dieron ser evitados en la época de su discusión, se tor- 
naron insanables después que se impuso Á. la República 
con una premura é impaciencia que los acontecimientos 
políticos del Estado Oriental debían encargarse un día 
de encontrar vituperables. La Constitución de la Repú- 
blica tiene vicios radicados, no absolutamente en su for- 
ma, sino en la aplicación que de sus leyes se quiso dar 
á un pueblo preparado por sus hábitos para resistirla, 
fuera de que si se entrase á examinar los motivos que 
han originado un eterno semillero de desinteligencias 
entre los tres poderes, tal vez pudiera considerarse como 
la causa pasiva de todos los atentados que se han come- 
tido contra su propia soberanía. 

«No puede haber constitución perfecta donde los le- 
gisladores empiezan por despojar de sus derechos á una 
gran parte de los ciudadanos por obedecer á inspiracio- 
nes de rivalidad y odio, y ese fué uno de los grandes 
errores que se legaron al pueblo oriental en su Carta. 

«Entre las enmiendas que en la discusión sufrió la 
Carta constitucional, quedó sancionada la exclusión de los 
militares de los bancos de la representación nacional; 
medida monstruosa que no tuvo otro origen que las des- 
avenencias entre los constituyentes y el general Rivera, 
y el temor de la influencia que éste empezaba á desper- 
tar entre algunos círculos del país (1). 

«La posteridad se ha encargado de probar lo impolí- 
tico del proceder de los constituyentes en este caso. Esta 

(1) Acerca del particular, la plana militar, entre I« qae se encontraban 
oficiales muy distinguidos, elevó una petición encabezada por los generales 
Lavalleja 7 Birera, el coronel Garzón 7 todo lo más notable que había 
en el ejército ; petición que la Asamblea mandó «rchivar ain leerla ni re- 
mitirla siquiera á la Comisión reipectiya. 



- 13 - 

injusta excepción política, privadamente considerada, es- 
tableció una competencia peligrosa entre el ejército y la 
Asamblea, poniendo para siempre en actitud hostil á los 
militares, dispuestos á no olvidar jamás esa proscripción 
de sus inmunidades, sacrificadas en aras de la persona- 
lidad. 

«Otro de los defectos que se notan en el Código polí- 
tico constitucional es la poca claridad de que se resiente 
la redacción de algunos de sus artículos, dejando de tal 
modo incierto el sentido en que han sido sancionados 
por la Constituyente, que será muchas veces necesario 
buscar la relación de los unos con los otros para poder 
fijarlos convenientemente (1).» 

2. Elecjción presidencial. — Convocado el país á 
elecciones de Senadores y Representantes, todos los cír- 
culos políticos en que se dividía la opinión pública tra- 
bajaron libremente para conseguir el triunfo de sus res- 
pectivos candidatos; no siendo exacto, por consiguiente, 
que el general Rivera monopolizara en provecho propio 
este acto electoral, pues de ser así no habrían logrado 
salir victoriosos varios de sus más encarnizados enemigos, 
como tampoco se hubieran sentado en las bancas iegislati- 
▼as algunos parciales del coronel Garzón, que también mili- 
taba, aunque sin ninguna probabilidad de éxito, entre el 
número de los aspirantes á la presidencia de la Repú- 
blica. El ri verismo luchó legalmente, como luchó de igual 
modo el lavallejismo, y si la victoria fué del primero, 
atribuyase á tener Rivera mayores simpatías en campaña 
que Lavalleja, y á la manifiesta habilidad del círculo 
riverista en achaques electorales. Si el elemento , militar 
de la mayor, parte de los departamentos estuvo natural- 
mente de parte de esta última fracción, el elemento urba- 



(1) Antonio Díaz: Historia poKtiea y militar de loa RepúbUcat del PkUa, 
detde el ailo 1828 hatta el de 1866, Montevideo, 1877. 



- la- 
so ó de la ciudad se halló del lado del partido opositorr 
En cuanto á fraudes electorales, su secreto débese buscar en 
la falta de suficiente cultura de parte del pueblo en ge- 
neral, que por primera vez hacía uso de una prerrogativa 
que aún hoy, después de los años transcurridos, no sabe 
apreciar debidamente, y que suele dar margen á conflic- 
tos de todo género. 

Aparte de lo expuesto, es indudable que tanto Rivera 
como Lavalleja tenían iguales títulos al aprecio de sus 
conciudadanos y á la gratitud nacional, pues si la bata- 
lla del Sarandí decidió á los argentinos á prestar sa 
concurso á la causa de los- orientales á cambio de la 
incorporación del territorio uruguayo á las Provincias 
Unidas del Río de la Plata, la toma de Misiones in- 
clinó el ánimo de don Pedro I á favor de la paz y de 
la independencia absoluta de la Banda Oriental. Por 
otra parte, presentándose como candidatos á la Presiden- 
cia de la República, los dos prohombres ejercían un de- 
recho consagrado por la Constitución, siendo absurda la 
pretensión de algunos políticos de entonces al sostener 
que «era una infamia y una insensatez disputar al ge- 
neral Lavalleja la candidatura á la Presidencia (1).» 

El día 23 de Octubre quedó instalado el primer Cuer- 
po Legislativo, habiendo sido elegido Presidente del Se- 
nado don Luis Eduardo Pérez, y de la Cámara de Re- 
presentantes don Francisco Antonino Vidal. Ambas cor- 
poraciones se reunieron el 24 de dicho mes, y el mismo 
día procedieron á la elección presidencial, recayendo ésta 
en la persona del benemérito y popular brigadier gene- 
ral don Fructuoso Rivera, quien, hallándose en campaña, 
tan pronto como tuvo conocimiento de su elección, se 
encaminó hacia la capital, recibiéndose del mando el día 
6 de Noviembre siguiente (2). 

(1) opinión de don Juan Francisco Giró. 

(2) Por el general Kivera votaron los señores Sayago» Ocampo, Bus- 
temante (Francifico), Bustamante (M. }, Gallegos, Medina, Fino, Ximé- 



-15- 

«La primera Presidencia se distínguió, desde un prin- 
cipio, por su carácter de tolerancia y respeto á todos los 
derechos de los ciudadanos. Hombres eminentes por su 
talento y sus virtudes prestaron su concurso ai Gobierno 
del general Rivera; durante su administración fueron 
Ministros de Estado don Lucas José Obes, don San- 
tiago Vázquez, don José Ellauri y don Joaquín Suárez, 
afiliados á su colectividad politica; y don Francisco 
Lilambí y don Juan María Pérez, que eran adversarios 
de Bivera. Igualmente lé prestó su concurso, desempe- 
ñando el Ministerio de Guerra y Marina, él general don 
Manuel Oribe, su sucesor, como veremos más adelante, 
y su rival en el futuro, en las luchas intestinas que se 
sucedieron en el país por muchos años (1).» 

£n cuanto al general Lavalleja, una vez efectuada la 
elección presidencial, se retiró á la vida privada, de la cual, 
torpemente aconsejado por don Juan Manuel de Rosas, 
salió poco después para estorbar la vida constitucional, 
poner obstáculos á la marcha del Gobierno y sublevar 
el país contra el Presidente Rivera. 

3. Actitud obstrüíxionista del lavallejismo. — 
«Desde que el lavallejismo se vio privado de llevar á 
sus prohombres á los primeros puestos públicos, se de- 
claró en completo desacuerdo, criticando fuertemente to- 
dos los actos del Gobierno é incitando á muchos elemen- 
tos díscolos que se hallaban diseminados por el interior 
de la campaña, á levantarse en armas en contra del Go- 



nez, Tejera, Otero, Ellauri, Pereira, Gadea, González, Bodríguez, Gonzá- 
lez (A L.)> Chucorro, Turreiro, Vidal (Carlos), Larrafiaga» Espinosa, Ca- 
lleros, Darán, Campana, Xlyarez, Vidal ( F.) y Pérez ; total, 27 rotos. Por 
el general Lavalleja dieron sus rotos los sefiores Juan Benito Blanco, 
Anaritarte, Mnfioz, Llambf 7 Barreiro ; total, 5 rotos. Por don Gabriel A. 
Pereira rotaron los scífiores Graceras y Náfiez ; total, 2 rotos. Dob Joaquín 
Suárez 8<51o obturo un roto, que fué el de don Silrestre Blanco. 

(1) Julián O. Miranda: Cktmpw^io de historia nacional f desde 1830 
hasta nuestros dios, Monterideo, 1898. 



- 16- 

biemo (1). > Una parte de la prensa inició una implaca- 
ble cruzada, haciendo blanco de sus iras á los hombres 
más eminentes que rodeaban á Rivera, y á Rivera mis- 
mo, hallando motivos para sus acerbas censuras en los 
actos más inocentes del Gobierno, desconociendo la recti- 
tud de intenciones del Poder Ejecutivo y llegando en 
su intransigencia á sostener como doctrina sana el des- 
conocimiento del principio de autoridad; desconocimiento 
proclamado con todo extravío por escritores bien co- 
locados en los círculos políticos y sociales de Monte- 
video. Por esta causa, tal vez. Rivera se abstuvo de apli- 
carles la ley oon todo rigor, limitándose á obtener de la 
Asamblea que dictase una disposición, con carácter de 
ley, por la cual el Poder Ejecutivo quedaba facultado 
para «invitar á los escritores públicos, por el amor y dig- 
nidad de la patria, á respetarse á sí mismos, á la Repú- 
blica y á las leyes (2).» Razonablemente no es posible 
pedir menos ni se puede ser más tolerante tratándose 
del primer magistrado de la República, de sus actos guber- 
nativos y del acatamiento de las leyes. Y, sin embargo, no 
han faltado publicistas que, interpretando capciosamente 
«ste buen acuerdo de la Asamblea^ y dándole un alcance 
que nunca pasó por la mente de sus autores, aseguraran 
que «con esta amenaza brutal se notificaba á los escri- 
tores que si continuaban denunciando y atacando las 
arbitrariedades del Gobierno, se anticiparían los empas- 
telamientos de imprentas y destierros de la dictadura de 
Flores, las persecuciones del tiempo de BatUe, y las ma- 
jorcas de Mayo de Máximo Santos (3).» Tan cierto es 



(1) Pablo Blanco Aoereáo: .Historia dé ¡a Repúbliea Oriental dA üm- 
ifuay, Montevideo, 1900. 

(2) Esta ley llera la fecha del 20 de Mano de 1832 j consta de an 
solo artículo. Está firmada por Juan de Gregorio Espinosa como Presi* 
Hlente y Luis Bernardo Caria como Secretario. 

(8) Guillermo Mellan Lafinur: Los Partidos de la República Oriental del 
Uruguay, Estudio político -histórico -popular. Buenos Aires, 189H. 



- 17 - 

<iae la pasión política ciega hasta á las personas más 
«cultas, buenas é ¡lustradas. 

En cambio, no faltan escritores que creen sinceramente 
•que si el Gobierno del (jreneral Rivera incurrió en erro- 
•res, cometió torpezas ó conculcó leyes, «con una opo- 
sición razonada y bien dirigida, con una censura justífí- 
-cada contra los actos del poder, los pueblos ganan tanto 
«como pierden teniendo por órgano de sus intereses escri- 
tores inconsiderados y atrabiliarios, y los gobiernos, que 
podrían ser contenidos en sus actos por la, censura aus- 
tera y decorosa, encuentran en ese libertinaje de la pren- 
«a un motivo para ocultar sus procedimientos, lo que no 
«ucede con la censura razonada, como hemos dicho, por« 
que ella sirve para contener los abusos del poder, é in- 
dicarle la senda más conveniente á la marcha regular 
<ie los Estados. La prensa, pues, apoyada en los mismos 
hombres de alta posición política, iba tomando una acti- 
tud cuyo desenlace era fácil prever (1).» 

4. Exterminio de los Charrúas. — «Sabido es que 
•después de la ocupación de las márgenes del río de la 
Plata por los españoles, las tribus indígenas poco nu- 
merosas de Charrúas que poblaban estas comarcas que- 
daron enseñoreándose del territorio por la falta absoluta 
•de elementos en los españoles para' perseguirlos, habiendo 
llegado hasta el caso de acercarse los Charrúas á los 
puestos exteriores de la colonia de Montevideo á provo- 
<mr á la guarnición, falta de caballería para perseguirlos. 
Así permanecieron poco más ó menos por dos ó tres si- 
glos, sosteniendo algunas veces luchas intestinas con las 
tribus de los Yaros, que dominaban las márgenes del río 
Pardo, y con las de los Ouaranies^ de las márgenes de 
San Salvador y Río Grande, y guerra también con los 
dominadores, que de vez en cuando recordaban la necesi- 
dad de combatirlos. 

( 1 } Antonio D&ic, obra citada. 



f 



— 18 — 

«Finalmente, después de esa resistencia de poca impor-»^ 
tancia, pobres de elementos y de historia, acabaron, bí 
no por someterse, por allanarse al menos al dominio 
extraño, estableciendo tácitamente una especie de tregua^ 
con tal de obtener algunos vestidos, aguardiente y taba- 
co, al que eran sumamente aficionados, de parte de lo& 
pobladores, á quienes, sin embargo de todo, agredían 
siempre que les era posible, impelidos por su carácter 
venal y su rapacidad nunca satisfecha. 

«Así permanecieron hasta la época de los primero» 
ejércitos que levantó don José Artígas para luchar por 
la nacionalidad de los orientales, despertaron la índole 
guerrerí^ de estos indígenas y, sin renunciar á su salvaje 
independencia y hábitos, se reunieron condiciona] mente á 
las fuerzas libertadoras, acampando siempre aparte y sin 
reconocer más disciplina que la que les era impuesta por 
sus caciques. El general Artigas sabía muy bien que 
para nada podía utilizar semejante contingente, pero a» 
conformaba con tenerlos aparentemente reducidos á la 
obediencia. 

«Entre las razas bárbaras que poblaban las regiones 
del Nuevo Mundo, el indio Charrúa era el ser de con« 
dición más pobre é indolente. Su holgazanería y des- 
aseo le constituían en un ente repugnante; el que, por 
otra parte, no salió jamás de una posición condicional,, 
resistiendo tenazmente la civilización. 

«No existía en ellos el sentimiento del estímulo, en 
ningún sentido. Sus labores se reducían á la fabricación 
de las boleadoras que primitivamente usaban, de una 
sola piedra adherida á una larga cuerda, que sujetaban al 
puño por medio de un lazo maestro, sirviéndoles de arma 
de combate, la que, después que se hicieron ecuestres,, 
mejoraron aumentando una, y después dos piedras, con- 
virtiéndose entonces en arrojadiza, y útiles para sujetar 
los caballos y demás animales ariscos de los campos; á. 
la construcción de flechas, cuchillos y moharras de lan- 



za, sirviéndose con este objeto de la piedra sílex, ó pe- 
dernal, y finalmente á la confección de un tapa-rabo de 
cuero de venado ó avestruz, al que llamaban quillapi, 
y eso cuando ya la civilización había hechp en ellos 
notables progresos. 

«Todo cuanto pudiera imaginarse respecto á inmundi- 
cia entre estos bárbaros, en sus alimentos y sus hábitos, 
es poco. Su cuerpo, en que la grasa de potro con que 
diariamente se frotaban, salía ya por los poros, estaba en 
casi todos naturalmente sujeto á una condición herpética, 
regularmente en invierno, que le hacía más repugnante 
y contribuía á las emanaciones pestilentes^ á términos 
de hacerse insoportable la inmediación de uno de estos 
salvajes á diez varas de distancia, colocado en dirección 
al viento, cuyas ráfagas nauseabundas eran de un efecto 
horrible. Estás unturas, cuando no se había introducido 
todavía entre ellos el caballo, éuyo aceita era de pre- 
ferencia, se hacían con grasa de avestruz, aguará, pelu- 
do, tigre, iguana y pescado, cuyas carnes, exceptuando 
las de tigre y aguará, les servía de alimento; después 
de lo cual se tendían al sol para que el aceite penetrase 
mejor en sus carnes. 

«Bajo tal punto de vista, fácilmente se imaginará el 
lector lo absurdo é insensato de las descripciones poéti- 
cas que se nos han hecho y que indudablemente segui- 
rán haciéndonos sobre nuestros aborígenes, de los que aún 
queda una muestra, aunque muy adulterada, en la costa 
del río Colorado y Patagón ia, en la Repáblica Argen- 
tina. 

«Esta rápida noticia bastará para dar una idea general 
de la educación, religión, costumbres y civilización de 
aquellos seres, para quienes todo eso era completamente 
desconocido, inclusa la idea de un ser superior á ellos, 
en cuyo testimonio no se ha encontrado hasta hoy vesti- 
gio alguno, como en otros pueblos primitivos de la Amé- 
rica; pues si bien es cierto que la naturaleza dotó á és- 



- 20- 

tos, eomo á los demás hombres, de razón, ha sido siem- 
pre muy difícil despertar en ellos esa gran facultad, aua 
en los mismos niños de aquella raza criados en las ciu- 
dades, las que abandonaban apenas tenían la proporción 
de huir al desierto. 

«Vivían y morían errantes, sin ninguna diferencia de 
los animales, y los más achacosos se refugiaban como 
aquéllos en cavernas, donde hacinaban los restos nausea- 
bundos de su alimento, que no cuidaban de sacar jamás 
fuera, ni los residuos de su propio cuerpo, de cuyo de- 
pósito tampoco se cuidaban con mucha frecuencia* 

«En cuanto á las decantadas guerras que los Cha- 
rrúas sostuviciron con la conquista, todo se reduce, según 
el testimonio c¡el mismo Gay, al asesinato de alguna que 
otra comisión militar que cruzaba de un fuerte á otro, 
haciendo lo mismo con las expediciones en pequeña es- 
cala que se aventuraban al interior, á las que atacaban 
á flechazos, siempre lo más distante posible, y matando 
en cuanto podían aproximarse impunemente. También 
destruyeron repetidas veces los fortines con que cubrían 
los portugueses su línea divisoria con las colonias 
españolas, apenas tenían conocimiento de la poca defen* 
sa en que estaban. Esto es lo único que arrojan la tradi- 
ción y .el examen casi contemporáneo de aquellos in- 
dios (1). > 

En el primer tercio del siglo xix, estos bárbaros tenían 
su residencia en el norte del río Negro, extendiéndose 
desde el Queguay hasta más allá del Cuareim, á donde 
los había arrojado la civilización española, y por estos 
parajes merodeaban, ya asaltando las casas de campo, ya 
robando ganado; de cuyos actos resulta que la vida y 
haciendas de los estancieros de estas comarcas se halla- 
ban continuamente en peligro, sin que las duras lecciones 
recibidas anteriormente hubiesen escarmentado á los pri- 
meros. 

(1) Antonio Díaz, obn citada. 



-- 21 — 

Fué entonces que una junta de hacendados, encabezada 
por don Diego Nobles propuso al Gobierno la captura 
de toda la indiada, que á la sazón sumaría de 150 á 200 
hombres de lanza (1), fuera de la chusma, que era reducida; 
los que, una vez aprehendidos, deberían ser transporta- 
dos y abandonados en la Patagonia ; á cuyo efecto dichos 
hacendados se comprometían á sufragar los gastos de 
esta empresa, para la cual habían recolect<ado unos 30.000 
pesos; pero de tan difícil realización le pareció al gene- 
ral Rivera el proyecto, que, rechazando la idea de los es- 
tancieros, optó por arremeter contra los indios y tratar 
de someterlos por la fuerza, ó, en último caso, extermi- 
narlos. 

Con tal propósito, en el mes de Enero de 1831, y no 
1832, como se dice, el Presidente se puso personalmente 
en campaña, como tenía por costumbre siempre que se 
trataba de realizar empresas delicadas ó peligrosas, y con 
unos mil hombres alcanzó á los Charrúas en el paraje 
denominado Cueva del Tigre, puntas del Queguay ó Sal- 
si puedes, donde á la sazón tenían instaladas sus tolderías, 
y allí se trabó un reñido combate, en que la superioridad 
en el número de combatientes, la mejor calidad de las 
armas y la disciplina militar triunfaron de aquellas hor- 
das bárbaras que siempre fueron un obstáculo al pro- 
greso y tranquilidad del país. La victoria, sin embargo, le 
costó á Rivera la pérdida de algunos hombres, como lo 
demuestra el siguiente parte oficial de este hecho de 
armas : 

Cuartel General, Salsipuedes, Abril 12 do 1831. 

Después de agotados todos los recursos de prudencia 
y humanidad; frustrados cuantos medios de templanza, 

(l) £n un trabajo histórico pnblicado por el doctor don Alberto Falo- 
meque en. la revista titulada Vida Moderna, correspondiente al mes de 
agosto de 1908, asevera don Bernabé Magtriñoft que en 1929 él tuvo 



-22 — 

conciliación y dádivas pudieron imaginsirse para atraer 
á la obediencia y á la vida tranquila y regular á las in- 
dómitas tribus de charrúas, poseedoras desde una edad 
remota de la más bella porción del territorio de la Repú- 
blica, y deseoso, por otra parte, el Presidente General 
en Jefe de hacer compatible su existencia con la suje- 
ción en que han debido conservarse para afianzar la 
obra difícil de la tranquilidad general, no pudo temer ja- 
más que llégase el momento de tocar, de un modo prác- 
tico, la ineficacia de estos procederes neutralizados por 
el desenfreno y malicia criminal de estas hordas salvajes 
y degradadas. 

£n tal estado, y siendo ya ridículo y efímero ejercitar 
por más tiempo la tolerancia y el sufrimiento, cuando 
por otra parte sus recientes y horribles crímenes exigían 
un ejemplar y severo castigo, se decidió á poner en eje- 
cución el único medio que ya restaba, de sujetarlos por 
la fuerza. Mas los salvajes, ó temerosos ó alucinados, 
empeñaron una resistencia armada, que fué preciso com- 
batir del mismo modo, para cortar radicalmente las des- 
gracias que con su diario incremento amenazaban las 
garantías individuales de los habitantes del Estado y el 
fomento de la industria nacional constantemente depre- 
dado por aquéllos. Fueron, en consecuencia, atacados y 
destruidos, quedando en el campo más de 40 cadáveres 
enemigos, y el resto con 300 y más almas en poder de 
la división de operaciones. Los muy pocos que han po- 
dido evadirse de la misma cuenta, son perseguidos viva- 
mente por diversas partidas que se han despachado en 
BU alcance, y es de esperarse que sean destruidos tam- 
bién completamente si no salvan las fronteras del Es- 
tado. 

En esta empresa, como ya tuve el sentimiento de 

bajo su mando 1400 charrúas, pero nosotros consideramos muy exagerada 
esta cifra y nos atenemos á la que les atribuyen casi todos los historia- 
dores y la documentación oficial. 



-23- 

anunciarlo al Excmo. Gobierno, el cuerpo ha sufrido la 
«norme y dolorosa pérdida del bizarro joven teniente 2.^ 
Maximiliano Obes, que como un valiente sacrificó sus 
días á su deber y á su patria, siendo herido á la ves el 
distinguido teniente coronel don Gregorio Salado, los ca- 
pitanes don Gregorio Berdún, don Francisco Esteban fie- 
nítez y seis soldados más. 

£1 Presidente General en Jefe no puede menos de 
recomendar al Excmo. Gobierno la brillante- conducta, 
constancia y subordinación que en esta jornada y en el 
•curso de las atenciones de la campaña han desplegado 
los señores jefes, oficiales y tropa de los cuerpos expe- 
•didonarios, y muy particularmente los recomendables 
servicios que en ella han rendido el señor general don 
Julián Laguna y el coronel don Bernabé Rivera; como 
igualmente los demás jefes y oficiales del E. M. D. y 
edecanes del General en Jefe han llenado honorablemente 
sus deberes. 

El mismo reitera al Excmo. Gobierno las seguridades 
de su más alta consideración y distinguido aprecio, con 
que tiene el honor de saludarle 

FructiLoso Eivera. 
Excmo. Gobierno de la República. 

Á pesar de esta victoria, los restos de la indiada se 
refugiaron en la zona comprendida entre los ríos Ara- 
pey y Cuareim, donde el día 15 de Junio de 1832 logró 
descubrirlos y derrotarlos el coronel don Bernabé Rivera, 
aunque con pérdidas sensibles, pues sucumbieron en la 
lucha el citado Rivera, el comandante Pedro Bazán, el 
alférez Roque Viera y nueve soldados. Los pocos indios 
que escaparon con vida se retiraron á Río Grande, desde 
cuya Provinoia pasaron al Paraguay y de aquí á Ma* 
to-Groso, «en donde el animoso jefe de los peregrinos» 



^ - 24 — 

un gallardo mocetón llamado Cadete, casó con la hija 
de un cacique de aquellos lugares, que les diera hospita- 
lidad (1).» £n cuanto á los prisioneros hechos en la ac- 
ción de la Cueoa del Tigre, es sabido que la chusma fué 
repartida entre las familias de Montevideo (2), mientras 
que los pocos que salieron ¡lesos cayendo en poder del 
general Kivera, fueron cedidos por éste á un francé» 
llamado Curel, que los condujo á París, donde los exhibía 
como fieras, haciéndoles accionar ridiculamente y obligan* 
doies á cpmer carne cruda, hasta que sucumbieron más 
de nostalgia y de despecho que de otras causas (3). 

5. Insurrección de la colonia Bella Unión. — 
Queda dicho en la página 234 del tomo 1.^ de esta obra,, 
que con las familias de indígenas que en 1828 acompa- 
ñaron á Rivera en su vuelta á la patria, fundó éste una 
colonia agrícola militar en el ángulo formado por los 
ríos Uruguay y Cuareim, á la que denominó Bella Unión, 
actualmente conocida por Santa Rosa. La situación de 
estos colonos se fué haciendo paulatinamente más crítica, 
al extremo de que el Gobierno vióse obligado á acudir 
en su socorro en el sentido de proporcionarles recursos 
para su manutención ; pero ya sea debido á que estos re- 
cursos no fueran lo suficientemente abundantes, ó á que 



(1) Daniel Granada: Idioma Nacional, Montevideo, 1900. 

(2) Con fecha 9 de Mayo de 1831, el Gobierno expidió un decreto de* 
terminando los deberes á que quedaban obligadas las familias que se hi- 
cieran cargo de indios charrúas. Estas obli^ciones eran: tratarlos bien» 
educarlos y Cristianarlos. El charrúa que tuviese 12 años no podía per- 
manecer más de seis en la casa de la persona que lo hubiese prohijado. 
Si las mujeres tomasen estado sntes de cumplir los 18 años, qoedarfai» 
libres de la tutela expresada. No podían ser extraídos d<>l t«>rritorio na- 
cional. ínterin fuesen menores de edad. Tampoco era permitido transfe- 
rirlos. 

(3) Se llamaban estos indios: Yaimaca, Senaqué, Tacuabé y Guyunusa» 
según asegura Cfaartón en su obra titulada Viajeros antiguos y modurnos, 
y sus retratos se hallan publicados en la Histoire naiurelU de Vhomme, 
por J. G. Prichard ; París, 1813. 



-25 — 

faltasen de una manera completa, lo cierto es ^ue se in- 
surreccionaron el día 10 de Mayo de 1832 contra Rivera, 
quien envió á su hermano Bernabé á fin de que los redu- 
jese á la obediencia. También hay quien asegura que la 
actitud hostil de los indígenas respondía á trabajos de la 
fracción lavallejista, que ya por entonces urdía una vasta 
conspiración, cuyo objeto era derrocar á los Poderes pú« 
bliooB y sustituir á Rivera con don Juan Antonio Lava- 
lleja ; pero esta última versión carece de fundamento, por 
más que fuesen lavallejistas los promotores de dicho al- 
zamiento. Sea como quiera, el resultado fué que las tro- 
pas de Bernabé Rivera derrotaron completamente á los 
insurrectos el día 11 de Junio, cayendo prisionero su 
jefe el cacique Gomandiyú con 150 individuos, mientras 
que el resto, en número de 32 indios, huía con rumbo 
á Corrientes, quedando así vencida esta insurrección que 
tal vez pudo haberse evitado si, en vez de promoverla, 
sus autores hubiesen iniciado alguna gestión amistosa 
poniendo de relieve la situación crítica en que se encon- 
traban los pobladores de Bella Unión. 

6. MuEKTE DE Bernabé Rivera. — Pocos días des- 
pués de la derrota de los indios de Bella Unión, supo 
el coronel Rivera que por las inmediaciones del Cuareim 
merodeaba una partida de unos 25 charrúas, que ha- 
bían logrado escapar de las matanzas efectuadas el año 
anterior en Salsipuedes, en Mataperros y en Arerun- 
guá (1), y, deseoso de concluirlos, marchó en su procura, 
j alcanzándolos muy pronto, empezó contra ellos una 
tenaz persecución. Para llevar á cabo ésta con mayor 
rapidez, el coronel Rivera ordenó que sus soldados aban- 
donaran la caballada de repuesto; medida de funestas 
consecuencias para quien la dispuso, como se verá por 

(1) Ed esta última acción el coronel Rivera causé á los indios 15 muer- 
toe, 26 prisioneros j 57 de chusma, aprehendidos también, escapando 18 
hombres, 8 muchachos de 6 á 7 años y 8 mujeres. Tuto lugar este com- 
iMite en el mea de Agosto de 1831. 



— 26- 

la descripción que de este luctuoso acontecimiento hace 
el sefior Díaz, y que á continuación transcribimos: «En esa 
persecución — dice — Rivera logró ponerse encima de los 
bárbaros, que siempre manifestando gran terror, huían 
lanzando alaridos salvajes, dispersándose en todas direc- 
ciones, á término que el grupo mayor, que era donde 
iba el cacique, no alcanzaría á 12 hombres. En tal estado 
la fuga se convirtió en carrera, y esto fué lo que per- 
dió á don Bernabé.. Los indios conocieron que los caba- 
llos de sus perseguidores no continuarían una legua más, 
y que el número de éstos que les perseguía se había re* 
ducido notablemente, á consecuencia de haber quedado 
á retaguardia porción de soldados 1 quienes se les babían 
parado completamente los caballoe, que no habían mu- 
dado, y eran los que sirvieron para la marcha de toda 
la noche. Entonces pusieron los indios en juego su tac* 
tica salvaje, comunicándose por medio de alaridos con 
los grupos pequeños que huían á la vista, y que empe- 
zaron á concentrarse hasta el número de 15 ó 20, car- 
gando en el acto tan rápidamente á Rivera y los pocos 
que le seguían, que no tuvieron ni el tiempo necesario 
para echar pie á tierra y defenderse en pelotones de tres 
ó cuatro hombres. Todos estaban diseminados, y el que 
pudo contar con su caballo se refugió en el bosque, tra- 
tando de salvar su vida de una muerte segura y bárba- 
ra. Fué entonces que tuvo lugar aquella carnicería. Los 
bárbaros tomaron á sus perseguidores diseminados, y em- 
pezaron á agruparse de á cuatro y cinco para matar á 
uno, cuyo suplicio á bolazos y lanzadas tuvo un carácter 
horrible. En los momentos de tan terrible carga. Rivera 
vofvió el caballo y trató de evitarla reuniéndose á sus 
soldados, pero un diluvio de boleadoras le cayó encima, 
y su caballo, aun cuando no fué boleado, rodó á poca 
distancia. Rivera tuvo la suerte de salir corriendo, y ya 
el sargento Gabiano le arrimaba su caballo para que 
saltase á la grupa, cuando se pusieron encima los bar- 



- 27 - 

baros, exclamaiido á gritos: «¡Bernabé! ¡Bernabé!» y 
•empezaron á matarle á lanzadas y golpes de bola. Mien- 
tras los indios matábanla Rivera, gritaban en medio de 
una algazara borríble:— «Queguay! Queguay! Indios her- 
manos muertos! Cacique Vencel! Matando amigos!» Los 
charrúas venían mandados por el cacique Sepe.» 

«Después el resto de la tribu formidable desapareció 
para siempre (1).» 

Tal fué la muerte del valiente Bernabé Rivera, á que 
hemos aludido en la página 23. 

7. Propósitos de Rosas contra la República. — 
Varias fueron las causas que decidieron á don Juan Ma- 
nuel de Rosas á hacer una guerra solapada al Gobierno 
de Rivera, tales como su odio al elemento liberal y culto 
que siempre tuvo en Montevideo un asilo contra las agre- 
siones del. tirano; su odio á la libertad de imprenta, res- 
petada por Rivera hasta el punto de tolerar la más acerba 
oposición que contra éste hicieron muchos de los diarios 
que se publicaban en Montevideo, algunos de los cuales 
también la emprendieron contra Rosas; la protección que, 
eegún se dice. Rivera dispensó á la revolución de Entre 
Ríos á favor de López Jordán, revolución que fracasó; 
7 la actitud del primer magistrado de la República Orien- 
tal francamente hostil á todo proyecto resista encaminado 
á apoderarse del territorio uruguayo ó á influir decisiva- 
mente en sus asuntos y en su porvenir. En este sentido 
Rivera fué el gobernante más liberal y patriota que ha 
existido en esta parte de América. Para lograr su crimi- 
nal intento, Rosas fomentó las impaciencias de Lavalleja, 
el cual tuvo la debilidad de dar oídos á los perversos 
consejos del tirano, decidiéndose á tramar — según voz 
pública en aquella época — un pronunciamiento militar 
con objeto de anular el personalismo político del Presi- 

(1) Eduardo Aoevedo Díaz: Etnologia indígena. «La Época» de Monte« 
▼ideo, Jimio de 1891. 



— 28 — 

dente Rivera. Penoso es confesarlo, pero en esta ocasióo 
Lavalleja, sin penetrar la trascendencia de su actitud, 
fué el medio de que se valió la política rosista para ten- 
der sus peligrosas redes á la independencia del Urug^uay 
y á las libertades del Río de la Plata. 

8. Pronunciamiento en el Durazno. -^ El primer 
estallido revolucionario se produjo entre las milicias acuar- 
teladas en la villa del Durazno, donde se encontraba á 
la sazón el general Rivera. En la madrugada del día 29 
de Junio de 18S2 dichas milicias se sublevaron contra el 
primer magistrado de la República, quien, bien ajeno al 
peligro que corría, se haillaba entregado al sueño. Asal- 
tado su domicilio por el mayor Juan Santana, jefe de 
la fuerza, con ánimo de aprehenderlo, según unos, ó de 
asesinarlo, según otros. Rivera apenas dispuso del tiempo 
necesario para huir en ropas menores y arrojarse al Yi, 
cuyo río vadeó á nado á pesar de estar crecido (1). In- 
mediatamente Rivera se dirigió al interior del país á ñn 
de reunir á sus parciales y castigar á los amotinados, á la 
vez que ponía estos sucesos en conocimiento de la Asam- 
blea. 

Simultáneamente Santana dirigía una nota al general 
Lavalleja, que también se encontraba en el Durazno, d¡- 
ciéndole entre otras cosas, que «el país que oyó su voz 
y acompañó sus esfuerzos en los días del peligro, que 



( 1 ) «El comaDdante SaDtana, por su parte, á la cabezi de 400 dada- 
danoB en armas, se levantó el 29 de Junio de 1832, j, acompañado del ca- 
pitán Ojeda, entraron en el Durazno, buscando al general Bivera para 
asegurar su persona. El oficial que estaba de guardia en casa del general 
era el alférez Manuel Jiménez, que se había comprometido con el jefe de 
la reyolucidn, y cuando intentó prender al general, éste había saltado 
por una ventana favorecido por el negro Yuca, su asistente, que lo acom- 
pañó á pie hasta la chacra del capitán Tabaré», situada en la costa del 
Yí. El general Bivera, acompañado de Tabares, se arrojó á este rfo, pa- 
sándolo á nado, logrando reunirse en la opuesta orilla con el escnadróa 
del coronel Pozólo, que se hallaba acampado allí.» (^tonio Díaz, obra 
citada.) 



-r 29 — 

hizo tantos sacrificios por afianzar la gloria de los suce- 
soQ, se cree con derecho á encontrar en el jefe que supo 
conducirlo entonces, el apoyo que exige la conservación 
de estos mismos derechos allí tan afanosamente restaura- 
dos.» £1 general Lavalleja elevó á la Asamblea la nota 
de los sublevados, acompañándola de otra subscrita por 
él, pidiendo á aquel cuerpo que procediese á resolver lan 
grave asunto; actitud abiertamente contraria á todo prin- 
cipio constitucional, desde que á lo insólito de la preten* 
sión se agregaba el alzamiento subversivo del orden 
público y vejatorio para las instituciones. ¡Funesto ejem- 
plo que se ha perpetuado á través del tiempo y de la 
historia! 

8. Motín militak. — Sin esperar la resolución de la 
Asamblea, que había nombrado de su seno una Comisión 
para que entrevistándose con Rivera y Lavalleja tratase 
de solucionar este grave incidente de un modo que no 
rebajase la dignidad del primer magistrado ni menosca- 
bara el imperio de las instituciones, el coronel don Eu- 
genio Garzón, jefe de la fuerza armada de Montevideo, 
se declaraba en abierta rebelión el día 3 de Julio, des- 
conociendo la autoridad del gobierno legal, á la vez de 
manifestar que se ponía á las órdenes de don Juan An- 
tonio Lavalleja. Pedia también que éste fuese nombrado 
general en jefe del ejército, á lo cual se allanó la 
Asamblea, ordenando á la vez á Rivera que regresara 
inmediatamente á la capital. 

«Triunfante la revolución, trató de asegurarse en el 
poder, y al efecto el 11 de Julio el coronel Garzón de- 
claró caducada la autoridad del Vicepresidente, asu- 
miendo él el mando supremo hasta la llegada de Lavar 
lleja, á quien reconocían como única autoridad las fuer- 
zas sublevadas (1).» 
He aquí el original documento expedido por el coro- 

( 1 ) Julián 0. Minifdaí obra citada. 



- 30- 

nel Garzón, que indicaba á todas luces el desorden con 
que se iniciaba aquel movimiento en que un jefe subal- 
terno se permitía arro^rse atribuciones que ningán poder 
legal le había conferido: «El ciudadano coronel Eugenio 
Garzón, jefe inmediato de la fuerza armada de Montevideo, 
de acuerdo con los jefes y oficiales que se han puesto bajo 
sus órdenes, resuelve: — 1.® Que cesa desde este momento 
la autoridad del Vicepresidente de la República. — 2.*^ 
Que las oficinas generales de la administración queden 
bajo su inmediata dependencia* — 3.® Que esta resolu- 
ción se publique en forma de bando y se comunique al 
señor general don Juan Antonio Lavalleja, como única 
autoridad que reconoce la fuerza armada. > 

9. Desconocimiento de los Poderes públicos. — 
La publicación del bando de Garzón produjo la dispersión 
de la Asamblea, la caída parcial del Ministerio y la fuga 
de un sinnúmero de amigos políticos de Kivera. 

En cuanto al Vicepresidente, cuya autoridad había ca- 
ducado por arbitraria disposición del jefe sublevado, ^ se 
limitó á protestar por medio del siguiente manifiesto: 

A todos los habitantes del estado 

Habiendo sido violadas las instituciones, derogada la 
autoridad constitucional y disuelta la Asamblea General 
por la dispersión de sus miembros, el Vicepresidente, que 
ejerce el Poder Ejecutivo en la Capital, no tiene otro de- 
ber que llenar, ni otro recurso que adoptar en estas cir- 
cunstancias, sino hacer saber que la única autoridad exis- 
tente en el país, es el Presidente de la República, que 
ha cesado en el ejercicio de sus funciones compelido por 
la fuerza. La pública notoriedad de estos hechos hace 
inútil manifestar la desgraciada posición actual en que 
se halla ahora el país. 

Luis Eduardo Pérez, 

Montevideo, 12 de Judío de 1882. 



— 31 - . 

10. Concurso be lob hermano» Manuel t Ignacio 
Oribe. — £ntretaiito Lavalleja, que continuaba perma-* 
neciendo en el Durazno, había logrado reunir un cuerpo 
de ejército bastante numeroso, á pesar de lo cual no se 
atrevía á apartarse de su cuartel general para iniciar la 
persecución de Rivera, esperando, sin duda, que la revo- 
lución adquiriese mayores proporciones para disponer de 
más elementos de acción, por más que el coronel Gar- 
zón lo alentaba escribiéndole que «la población de Mon- 
tevideo estaba inflamada de patriotismo y llena de con- 
fianza en el éxito de su empresa, y que la fuerza de que 
disponía estaba pronta;» á todo lo que contestaba Lava- 
lleja tratando sobre «asuntos frivolos en completa con* 
tradicción con la urgencia que reclamaba la consolida- 
ción de un golpe tan secundado por la opinión. Fué pa- 
sando el tiempo, y el día 16 de Julio, recién, el general 
Layalleja se dirigía al país con una proclama en la cual 
ofrecía mucho más de lo que podía prometer la situación 
en que, día á día, se iba colocando, vista su inac- 
ción (1).» 

En cuanto al general Rivera, su situación en los pri- 
meros momentos fué bien crítica, pues si bien dispuso de 
alguna tropa, carecía de jefes, al extremo de verse en la 
necesidad de aceptar los servicios de algunos militares 
argentinos, entre los que se contaba el general don Juan 
La val le. Anduvo desorientado y errante, situación que 
Lavalleja y sus partidarios no supieron aprovechar, á 
pesar de no ignorarla. 

Don Santiago Vázquez, político de grandes alcances, 
pensador profundo é ilustrado estadista, se hizo cargo in- 
mediatamente del gran partido que podría sacar de la 
inacción de Lavalleja, procurando obtener para Rivera 
algunos elementos y, con tales propósitos, celebró una 
entrevista con don Manuel Oribe, de quien consiguió, 

(1) Antonio Díaz, obra citada. 



— 32 — 

aote la perspectiva de saceder á Kívera en la Presiden- 
cia de la República, la formal promesa de que él y los 
suyos se plegarían á la «ausa de la legalidad, como así 
fué, aunque no faltan historiadores que niegan la vera- 
cidad de semejante convenio, incuestionablemente cierto 
si tenemos presente la confirmación de escritores contem- 
poráneos. Además «lo dijo también en una carta el jefe 
del motín de 1832, coronel don Eugenio Garzón: OHbe 
ha faltado á sus compromisos á cambio de la futura 
Presidencia (1);» y lo da á comprender el siguiente do- 
cumento del señor Vázquez: 

«Excmo. señor Presidente, brigadier don Fructuoso Rivera. 

«Montevideo, 19 deJaliode 1832. 

«Mi estimado señor y amigo: 

« La última conferencia con don Manuel Oribe ha te- 
nido lugar ayer, quedando definitivamente convenido que 
se pondrá de acuerdo con usted para abrir operaciones, 
apartándose de cualquier compromiso de formas que pu- 
diese mediar con Lavalieja, y que el mismo señor Oribe 
me asegura no existe. Esto no obstante, no ha sido sin 
que haya tenido yo que empeñar compromisos á nombre 
de usted, y á los que espero prestará su completa aproba- 
ción. Era el único medio de salir de la endiablada co- 
yuntura eü que nos han metido los incurables desacier- 
tos de su compadre don Juan Antonio. 
. «Espero con ansiedad sus órdenes, y que me comuni- 
que su situación, y si las reuniones responden á la ur- 
gencia que reclama la necesidad de tener en pie un ejér- 
cito. . . . 

«Se repite amigo de usted, 

* Santiago Vázquez.» 

(1) Julio María Sosa: LavaMióO' y Oribe, Monte rideo, 1902. . 

:• 

m 

I 



-33- 

CSomo ooDsecuencia de este convenio, Oribe se puso en 
dmipaña, reunió algunos adictos, y con ellos al frente 
buscó la incorporación de Rivera, quien más tarde, en de- 
mostración de gratitud, quiso prodigar toda clase de ho- 
nores á su sucesor, elevándolo á la jerarquía de coronel 
mayor, primero (1), y después Ministro de la Guerra (?), 
para llegar á brigadier general del ejército (3); y cre- 
ciendo en influencia, «el mismo Rivera se empeñó en que 
le sucediera en el mando, cuya silla ocupó en I.® de 
Marzo de 1835 (4).» 

11. Tentativas de arreglo. — Mientras que unos y 
otros reunían gentes para irse á las manos, el coronel 
don Ignacio Oribe propuso al Presidente intervenir en la 
contienda como mediador, á fin de ver si era posible lle- 
gar á un avenimiento pacífico, á lo cual accedió Rivera, 
proyectándose diferentes fórmulas de arreglo que fueron 
rechazadas ya por éste, ya por Lavalieja, pues Rivera 
exigía el completo sometimiento de los rebeldes á la au- 
toridad constituida, aunque con ciertas condiciones favo- 
rables á la revolución. Rivera sostenía que era una in- 
moralidad y un peligro para lo futuro, que su compadre 
continuase siendo una influencia en la política activa, y 
permaneciese en pie y armado como fiscal de todos los 
actos de su administración (5). 

12. Contrarrevolución. — La enérgica actitud asu- 
mida en tan críticos momentos por el Vicepresidente don 
Liui^ £. Pérez, que se sostuvo firmemente en su puesto, 
hizo reaccionar á muchos, dio ánimo á los más tímidos y 
decidió al batallón de cazadores de guarnición en la 
Capital á pronunciarse á favor del Gobierno constitucional 

(1) Decreto de fecha 14 d^ Agosto de 1S33. 

(2) Id. de 9 de Octobre de 1883. 
(8) Id. de 24 de Febrero de 1836. 

(4) Jnsé P. Pintos: El Brigadier Oewral don Manuel Oribe, Montevi- 
deo, 1869. 

(5) Antonio Dfax, obra citada. 

8 



-34- 

de Rivera en la madrugada del 5 de Agosto. El aeSor 
Pérez se puso al frente del movimiento y convocó á los 
cívicos para que se plegasen á la contrarrevolución, pero 
el resultado no correspondió á sus esperanzas, pues los 
últimos, armados y en. número de 300, se acantonaron en 
la plaza Matriz, dispuestos á rechazar al batallón, com- 
puesto de unas 2á0 plazas, sin contar unos cien ciuda- 
danos que se incorporaron espontáneamente á las fuer- 
zas legales, que siempre el pueblo de buen sentido se 
coloca del lado del orden y de las instituciones. 

Los partidarios de Lavalleja hicieron circular la espe- 
cie de que á la fuerza que acababa de hacer la contra- 
revoiución se le había ofrecido el saqueo de la ciudad,, 
rumor que decidió á los jefes de los buques de guerra 
inglés y. norteamericano fondeados en el puerto, á des- 
embarcar fuerza armada, qtíe volvió á bordo tan pronto 
como los marinos extranjeros se convencieron de la 
falsedad de la versión circulada. 

Los cívicos y una parte del vecindario, fíeles á la causa 
lavallejista, continaaron desconociendo ia autoridad del 
Vicepresidente, nombrando para este cargo al Jefe Polí- 
tico don Luis Lamas, como si el pueblo armado tuviese 
autorización para esta clase de elecciones. 

Del otro ladp se hallaban la fuerza de línea y la ma- 
yor parte del pueblo defendiendo la autoridad del Vice- 
presidente legal, y manifestando que se hallaban dispues- 
tos á mantener el orden y sostener las instituciones; ac- 
titud noble y patriótica que arrastró consigo á una buena 
parte de los cívicos lavallejistas, decidiendo á los jefes 
más exaltados ó comprometidos por la revolución de La- 
valleja á ausentarse ó refugiarse bajo la bandera norte- 
americana. 

Así se mantuvieron hasta el día 9, en que llegó el ge- 
neral Lavalleja acompañado solamente de siete jefes y 
oficiales y una escolta de 40 soldados, siendo grande su 
sorpresa cuando se enteró de todos estos acontecimientos. 



- 35 - 

Su venida produjo una pequeña reacción á su favor^ 
pero como el batallón de cazadores estaba en posesión 
de la cindadela, los rebeldes con su general á la cabeza 
se disponen á atacarla medíante el empleo de la artille- 
ría, pero á la .primera descarga de fusilería de la tropa 
de línea, los que servían las piezas las abandonaron (1)» 
los cívicos se pusieron en fuga, y el señor Lavalleja, com- 
pletamente desengañado, se retiraba de la plaza por el 
portón de San Pedro, á fin de reunirse con el coronel 
Garzón, que^ perseguido por el general Oribe^ se encon- 
traba sobre la margen derecha del río Santa Lucía. 

13. Combate de Tüpambaé. — El general Lavalleja 
continuó reuniendo partidarios en diferentes puntos del 
territorio, que se le iban incorporando á medida que se- 
gvíia sus marchas hacia Cerro Largo; pero este rumbo 
le fué fatal, pues también se le separaron aquellos de 
sus parciales que adquirieron la convicción de que su 
jefe emigraba al Brasil. Los desórdenes á que con tal 
motivo se entregaron, la impotencia de su general para 
inapedirlos y la indisciplina de su pequeño ejército hicie- 
ron comprender á Lavalleja que su causa estaba comple- 
tamente perdida. 

Rivera, por su parte, tenía ya bajo sus órdenes un con- 
tingente de más de 2000 hombres, al frente de los cua- 
les marchó en procura de los insurrectot», alcanzándolos 
á la altura de Otazo, desde donde principió la más tenaz 
persecución, obligando por fin á Lavalleja á que ^cie^e^ 
frente al ejército legal. Esto aconteció el día 18 de ifíSwfZj^ 
en las cercanías del arroyo Tupambaé, departamenu) de 
Cerro Largo. «La vanguardia revolucionaria, al mando 
áei comandante Santana, hizo alto, bastante apurada por 

(1) Efttat piezas enn dos carroñadas de á 8 que Lavalleja hlso desem- 
bsKvr de un bnqne toscano turto en el puerto, y estaban manejadas por 
▼arios italianos mandados por Jerónimo Sciurano (a) CherUopé, también 
Italiano, que en 1825 tomó parte en los trabajos preliminares de la cru- 
zada de los Treinta 7 Tres. 



- 36 - 

el fuerte escopeteo de la vanfi^ardia del Presidentet Ri- 
vera. Santana formó apenas su línea, pero fué cargado» 
arrollado y disperso por una fuerza superior y bien mon- 
tada. Los revolucionarios pelearon con desventaja, soste- 
niéndose apenas, hasta que entrando las reservas enemi- 
jg;as, se pronunció una completa derrota, dejando el campo 
cubierto de cadáveres, que alcanzaron á 215, muy pocos 
heridos y como noventa y tantos prisioneros. £1 motivo 
de esta carnicería fué el estado en que se encontraban 
los caballos de la vanguardia de la revolución, rendidos 
por una larga marcha, mientras que los de la vanguar- 
dia del gobierno entraron de refresco (1). » 

Así continuó la persecución hasta llegar á orillas del 
Yaguarón, donde el geíieral Lavalleja al frente de 500 
hombres quiso hacer un supremo esfuerzo y pelear con 
su natural denuedo, aunque inútilmente, pues flanqueado 
y envuelto por el enemigo, tuvo que lanzarse al río bajo 
el más nutrido fuego de sus perseguidores, entregándose 
á las guardias brasileras, que desarmaron é internaron á 
los rebeldes. 

Vencido el jefe principal se disolvieron las partidas 
sueltas que merodeaban en diferentes puntos del territo- 
rio, el orden quedó restablecido y la República volvió á 
disfrutar de los beneficios de la paz. 

14. Invasión del coronel Olazábal.— Una vez ven- 
cida la revolución lavallejista, el coronel Garzón se situó 
en uno de los pueblos fronterizos, y, aliándose con el pa- 
dre José Antonio Caldas (2) y otros personajes de se- 

(1) Antonio Días, obra citada. 

( 2 } Respecto del padre Caldas, he aquí cómo lo pinta un documento 
oficial dirigido por el presidente de la provincia del Kfo Grande al jues 
letrado del Piratiof : « En respuesta á su oficio del 8 del pasado, inclu- 
yendo informaciones de varías autoridades de esta Villa, abonando la 
conducta del padre José A. Caldas, y que aún más parecen dictadas por 
afección ó miedo al dicho padre, que por amor al bien público y conven- 
cimiento de la verdad, se me ofrece decirle que un clamoreo general se 
ha levantado entre los habitantes del distrito de esa Tilla y la de San 



- 37 - 

gundo orden de la política brasileña, amenazó alterar nue- 
vamente el orden público del Estado Oriental. 

Análogas aspiraciones tenía don Manuel Lavalleja, que 
andaba por Entre Ríos reclutando gente y desde la Con- 
cepción del Uruguay acechando la ocasión oportuna de 
trasladarse áeste país en son de guerra. 

Rosas, por su parte, no abandonaba su sempiterno pro- 
pósito de crear todo género de conflictos al Gobierno de 
Rivera, encargando esta triste misión al coronel argentino 
Joan Correa Morales, al que las autoridades uruguayas 
tavieron que prender por haber sido descubierto urdiendo 
ana conspiración encaminada á derrocar los poderes pú- 
blioos« 

Simultáneamente don Juan Antonio Lavalleja reunía 
en Buenos Aires toda clase de elementos para con otros 
de Río Grande, Entre Ríos y Corrientes lanzarse á mano 
armada contra el gobierno del general Rivera. Con tal 



Fraodseo de Panla 7 Río Grande del Sur contra la penústencia de estci 
bombre en ese logar, atribuyéndosele generalmente, no sólo ser nn fáná- 
tieo defensor de la cansa de Lamllejai 7 el principal motor de las esce- 
nas desagradable! que ha baUdo en esa frontera 7 que tanto han com- 
prometido el honor 7 la dignidad del imperio, sino también ser el prin- 
cipal de loe enredos é intrigas en que se hallan enyueltos la ma7or parte 
de los pacíficos habitantes de esa comarca (en otra hora libres de tal 
f^gélo), dando con talra procedimientos cansa á suscitarse de continuo 
riyalidades, odios 7 yenganzas particulares, como ha poco aconteció con 
el benemérito ciudadano José Teodoro da Silva Braga, que habiendo tan- 
taa yeeee expuesto su yida por la patria, acabó sus días á manos de un 
cobarde 7 Til asesino. Por todos estos motiyos, juagando ser mu7 nociyos 
al sosiego de los habitantes de la Municipalidad 7 toda la Provincia, la 
conseryación de un hombre tan turbulento 7 peligroso, 7 estando él en el 
caso de cualquier otro extranjero, por haber perdido el derecho de ciuda- 
dano brasilero aceptando empleos sin licencia de nuestro gobierno, del 
de la República Oriental, en el tiempo en que ésta movía guerra al Bra- 
sil, ordeno á usted que luego que reciba ésta, mande notificar al referido 
José Antonio Caldas, que en el plazo de cuatro dftuí raiga de esa Villa 
del Yaguyón. haciéndole usted escoltar con toda seguridad hasu la de 
Río Grande, en donde deberá ser entregado al juez municipal para darle 
él destino en conformidad con las órdenes que ahora expido. » 



- 38 - 

propósito dio un manifíesto (1.^ Febrero 1833) anunciando 
su tentativa, y en el que llamaba malvados á don Luis 
Eduardo Pérez y don Santiago Vázquez, sin excluir ai 
Presidente de la República de análogos calificativos, como 
absolutista, traidor, pérfido, prostituido, etc., etc. 

Poco después una fuerza revolucionaría compuesta de 
350 hombres mandados por el ex coronel argentino don 
Manuel Olazábal, auxiliado del coronel Eugenio Garzón, 
el padre Caldas y otro?, invadió el Estado Oriental por 
el Yaguarón, y se dirigieron á Meló, intimando (día 7 
Abril ) la rendición al pundonoroso coronel José Augusto 
Pozólo, que, acompañado de 100 individuos de tropa re- 
galar y algunos milicianos, la defendió con heroico valor 
hasta el día 10, en que el jefe sitiador le hizo proposi- 
ciones honrosas que Pozólo se vio en la necesidad de 
aceptar, ya porque el escasísimo número de defensores 
hacía imposible sostenerse por más tiempo, ya con el hu- 
manitario propósito de evitar al vecindario las consecuen- 
cias de la matanza, el saqueo y el incendio con que los 
anarquistas amenazaban á los ocupantes en el caso de 
negarse á capitular. 

Tan pronto como en Montevideo se supo la invasión 
de Olazábal, Caldas, Calengo, Yuca Teodoro y Garzón, 
el Presidente Rivera delegó el mando en don Gabriel 
Antonio Pereira, y al frente de 1400 hombres emprendió 
marchas hacia el teatro de estos sucesos, alcanzando á los 
rebeldes ( Abril de 1833), que una fuerza riverista había 
ya hecho desalojar de Meló, en el paso de la Cruz del 
Yaguarón, derrotándolos, obligándolos á ganar el Brasil 
y haciéndoles 56 prisioneros, además de arrebatarles toda 
la caballada. El jefe militar de Río Grande ofreció in- 
ternar á los insurrectos; lo que, como siempre, no sucedió, 
por más que Rivera, tratando de evitar conflictos con los 
países vecinos, se declarase satisfecho de la conducta 
observada en aquellas circunstancias por las autoridades 
brasileras fronterizas. 



-39- 

Deseando el Gobierno que imperasen la paz y la frater- 
nidad entre todos los orientales, indultó á los rebeldes» 
pero sólo el mayor don José R. Villagrán y alg:uno8 in- 
dividuos de tropa se acogieron al indulto. 

15. Nueva revolución lavallejista. — Los conti- 
nuos y reiterados contrastes que desde 1832 venía su- 
friendo en sus empresas don Juan Antonio Lavalleja, no 
lo acobardaron lo más mínimo, pues « se había propuesto 
hacer la guerra á la Provincia oriental mientras mandase 
don Frutoé, prometiendo envainar su espada tan sólo 
cuando mandase otro, aunque fuese un negro ( 1 ).* Así 
fué cómo disponiendo de la más descarada protección por 
parte de Rosas y el BrasiJ, el día 12 de Marzo. de 1834, 
acompañado de unos 85 á 90, hombres, vadeó el río Uru- 
guay y desembarcó en Punta Gorda, cerca de Higueritas, 
del que tomó posesión, incorporando á su pequeña hueste 
las policías del indicado pueblo. Inmediatamente dio un 
manifiesto recomendando á todos sus compatriotas que no 
reconociesen la autoridad del general Rivera, y procedió 
á enviar numerosas partidas á diferentes puntos del te- 
rritorio oriental, á fin de hacer saber su llegada á sus co- 
rreligionarios, para que cuanto antes se le incorporasen» 
con lo cual quedó reducida pu gente á unos 40 hombres' 
pues Lavalleja cometió la indiscreción de lanzarse á esta 
nueva aventura sin ' dar previo aviso á los suyos, en la 
creencia de que la temeraria cruzada del año 25 podía 
repetirse impunemente. 

El Gobierno, que estaba al corriente de los planes del 
impaciente caudillo, escalonó algunas fuerzas sobre la 
margen' izquierda del río Uruguay, siendo una de ellas 
ia del coronel don Anacleto Medina, que empezó á per- 
seguirlo, hasta que el día 16 del expresado mes logró al- 
canzarlo y derrotarlo en el paso de Perico Flaco, sobre 
el río Negro al Sur, ó sea en el departamento de So* 

(1) Correspondencia de Pereira, tomo 1.*. 



tiano. Sin embargo, Lavalleja pudo fugar y segoir su 
▼ortígítioda cartera hasta las mái^^iieB del Qn^^y, donde 
sufrió nuevoe contrastéis hasta verse reducido á 14 hom* 
bres. Durante este trayecto perdió su pequeño pai^ue, la 
caballada/ sufrió la delección de una parte de las grites 
que lo servfan, tuTO 2 oficiales y 9 soldados muertos, y 
cayó prisionero el ex gobernador de las Misiones, afín 
Félix de Aguírre, que lo secundaba en su empresa, así 
como sus 44 compañeros. Afligido por tantos reveses. La* 
vallejafué arrojado sobre la frontera, en la cual se man- 
tuvo en actitud hostil, dispuesto siempre á perseverar en 
eos descabellados propósitos. En cuanto al ex gobernador 
de Misiones, el general Rivera dispuso que fuese fusilado 
al frente del ejército, como así se ejecutó el día 24 á las 
10 de la mañana. De este modo terminó la campaña de 
¡os seis dtas^ en razón de que los principales sucesos de 
ella se desarrollaron en aquel corto espacio de tiempo. 

15. Incursión de don Manuel Lavalleja. — Pocos 
meses después una nueva correría vino á alterar el orden 
público. £1 coronel don Manuel Lavalleja, hermano dd 
general, invadió por Tacuarembó el territorio de la Ete* 
pública, al frente de unos 300 hombres, dirigiéndose ha- 
cia San Servando (1), incipiente núcleo de población ocu* 
pado á la sazón por el coronel don Servando Gómez, do 
cuya villa se apoderó Lavalleja el 10 de Junio, no sin 
que sus ocupantes la defendiesen hasta que, agotadas las- 
municiones é inutilizada la tercera parte de su guarnición^ 
se vio en la necesidad de capitular. La aproximación do 
fuerzas legales obligó al señor Lavalleja á volverse al 
Brasil, quedando con este nuevo fracaso terminadas por 
entonces las incursiones lavallejistas, que tantas compli* 
caciones produjeron con la Argentina y sobre todo cod 
el Brasil. 

17. Fin db la PBESiDENCtA DE Rivera. — Como lo» 

(1) H07 Tilla de Artigti. 



- 41 - 

enemigOB de Rivera na habían cejado eoi su empe&o, 
pues continuaban combatiéndolo desde el exterior, el ge- 
neral se mantuvo sobre la frontera del Yaguarón con 
objeto de tener á raya á los grupos lavallejislas y ezh* 
gir su disolución á las autoridades brasUerae, como así lo 
hicieron éstás^en vista de la actitud enéigíca asumida por el 
pfifloer magistrado; pero una vez que hubo tenninado el 
mandato que cuatro años antes le ceofiara el pueblo por 
mecKo de sus representantes, el general Rivera se vino á 
Montevideo y el día 24 de Octubre de 1834 delegó el 
supremo poder en el presidente del Senado, que lo ^ra 
el ciudadano don Carlos Anaya, destruyendo con este 
proceder correcto la versión circuhnte de que no aban* 
donaría la presidencia hasta el mes de Marzo siguiente. 

Sus palabras en tan solemne momento respiran el más 
sobrio patriotismo, y evidencian que era el primero en 
acatar la Constitución y respetar las leyes. Fueron éstas: 

«Excmo. señor: Durante mi larga carrera, mi concien- 
cia no me acusa de haber infringido las leyes del país, 
en cuanto ha estado en mi poder. Durante mi mandato 
y fuera de él, es necesario que sepa el Estado Oriental 
que no soy más que un soldado pronto á sacrificar mí 
vida para sostener su libertad é instituciones.» 

Antes de proceder así, Rivera recibió el nombramiento 
de comandante general de campaña, conservando el 
mando supremo del ^ército á fin de impedir que el par- 
tido sublevado continuase anarquisando el país. 

18. Situación económica db la República al fina- 
lizas EL Allío 18^ — Cuando el general Lavalleja de* 
1^ el mando supremo en don Fructuoso Rivera, la situa-r 
cíón de la República era bastante aflictiva, como lo evi^ 
dencia el mensaje elevado por el héroe del Sarandí á la 
primera legislatura constitucional. En dicho documento 
se dice que las rentas públicas habían mermado extra- 
ordinariamente á causa de la desconfianza que desper- 
taba al comercio la abundancia de moneda de cobre 



— 42- 

circulante; indicaba la necesidad de simplificar la admi- 
nistración pública, particularmente en el ramo militar, qué 
ya absorbía más de las dos terceras partes de las ren- 
tas del Estado, y advertía que la eventualidad de los in- 
gresos detenía á la autoridad en la realización de muchas 
mejoras y dificultaba la regularidad de sus pagos. Por 
otra parte, existia un déficit de 286,588 pesos. Los gas- 
tos qoe el general Rivera tuvo que hacer durante su go- 
bierno con motivo de las diferentes insurrecciones la- 
vallejistas, los resultados negativos que dieron algunas 
operaciones financieras que se realizaron, y el aumento 
desproporcionado de las obligaciones que gravitaban so- 
bre el tesoro público desde 1828, elevaron aquella cifra á 
2.081,000 pesos (1). 

19. Progresos del país. — Sin embargo, « durante 
este período -— dice el señor De - María — á pesar de las 
causas que perturbaron la tranquilidad pública, el país 
duplicó su población y el comercio y la navegación ad- 
quirieron subido vuelo. La población de la República, 
que en 1830 se estimaba en 70.000 habitantes, ascendía 
en 1835 á más de 128.000; y Montevideo, en ese mismo 
año, contaba ya 23.400 almas, de 18.000 que tenía en 
1830. La emigración en el año 3á fué de 640 colonos is- 
leños y 597 vascos, con más 566 africanos. lia entrada 
de buques de ultramar el año 30 fué de 123, ascendien- 
do á 265 el año 33, y elevándose á 308 en el año 34. 
La salida, que no excedía de 157 el año 30, ascendió á 
205 el año Si. Las rentas generales aumentaron en un 
27 %. Del l.« de Enero de 1829 al 15 de Febrero de laSO 
ascendieron á 2.204,900 pesos, dando un producto anual 
de 605.520 pesos, próximamente. Del 32 al 33 su pro- 
ducto fué 6^)6.512 pesos, y del 33 al 34 se elevaron á 
769.776 pesos. £1 valor importado, que fué de 2.626,514 



( 1 ) Eduardo Acevedo : OontribuciSn al estudio de ¡a historia eeonS^ 
mica y financiera de la República O. del Uruguay, MonteTideo, 1903. 



-as- 
peóos el año 30, ascendió el 33 á 3.090,737 pesos. El ex- 
portado, que representaba 2.399,264 pesos en 1830, se 
«levó en 33 á 2.á00,70I pesos, recibiendo un aumento de 
400.000 pesos en 1834 

«La industria y la riqueza nacional habían recibido 
impulsión con. el número de nuevos hacendados que po- 
blaban ó solicitaban poblarse con sus ganados en los 
campos, otra hora desiertos y abandonados al silencioso 
afán de la naturaleza. Los establecimientos rurales y de 
pastoreo aumentaron, del año 30 al 32, en 235, y del 32 
al 35 en 498. Las antig^uas murallas que estrechaban á 
Montevideo habían sido demolidas en su mayor parte, 
rompiendo los diques que detenían el progreso material 
de la población, y se echaban las bases de la nueva y 
magnífica ciudad que se ligó á la antigua. Los gastos ex- 
traordinarios de guerra, fruto amargo de las convulsio- 
nes intestinas; la aglomeración de intereses impagos de 
la deuda, por efecto de las circunstancias difíciles por que 
tuvo que pasar el país naciente; la amortización de la 
moneda de cobre extranjera retirada de la circulación, 
unido á las cargas legadas por la administración provi- 
soria, hicieron pesar una deuda subida sobre el tesoro 
público al finalizar el año 1834.» 

De lo anteriormente expuesto resulta que con el au- 
mento de la población, de las rentas del Estado y de la 
riqueza pública, Rivera legaba á su sucesor los elemen- 
tos necesarios para cubrir una deuda que no dimanaba 
de un sistema de gobierno, sino que se debía á las cir- 
cunstancias que mediaron durante su administración, que 
hicieron agitada sus enemigos del exterior y las ambicio- 
nes de un hombre que si hubiese poseído la virtud de 
la paciencia, habría reemplazado al general Rivera en el 
mando con más derechos . del que sucedió á éste. 

En resumen, la Presidencia del general Rivera fué una 
de las más turbulentas, pues, como se ha dicho, el orden 
público se vio. profundamente alterado en diferentes oca- 



- 44 - 

Bioties por el partido lavallejista, que, no sólo arrastró á 
muchos ilusos á la ¿uerra civil, sino que coiísi^ió intro- 
ducir la indisciplina en algunos cuerpos de tropas regu- 
lares, que concluyeron por amotinarse sin ventaja ninguna 
para sus creencias ni beneficio para él país, cuyas relacio- 
nes con los Estados limítrofes estuvieron con tal motivo 
Beriamente comprometidas. 

A causa de los motines y revuelta» que continuamente se 
produjeron, y que el general Bivera se contrajo á com- 
batir, la marcha económica se agravó tanto, que hubo 
necesidad de hacer empréstitos, enajenar rentas y dismi- 
nuir ios sueldos délos empleados públicos; lo que no-^a- 
bría sucedido si la situación de la República hubiese sido 
normal ; de modo que, lógicamente, no se pueden achacar 
á Rivera estos males, sino á su causante. Además, con- 
tribuyó á hacer más intenso el malestar general la cues- 
tión de la circulación de la enorme cantidad de moneda 
de cobre introducida por los portugueses y brasileros du- 
rante su incómoda dominación, cobre que hubo necesidad 
de retirar del mercado con gran sacrificio por parte del 
erario nacional. 

Las convulsiones políticas también dieron margen á la 
adopción de medidas extraordinarias, en las que induda- 
blemente nadie habría soñado sin los desórdenes á que 
hemos aludido; estas medidas fueron : la interdicción en 
los bienes del general Lavalleja; la destitución de nume- 
rosos funcionarios públicos que, aparte de las simpatías 
que pudieran tener por la causa que habían abrazado, es- 
taban convertidos en irrespetuosos censores de todos los 
actos del gobierno, sin contar con que abusaban de la 
confianza de éste teniendo al corriente á los sublevado» 
de todo aquello que el Poder Ejecutivo proyectaba á fin 
de asegurar el orden y la estabilidad de las instituciones; 
la separación prudente y justa de aquellos militares que 
desconociendo su misión, secundaban con las armas en la 
mano ios movimientos anárquicos del partido sublevado, y 



el fusilamiento, penoso si^npie, pero perfectamente expli* 
cable, de algunos caudillejos intrusos, y traidores. 

Por mucho derecho que un pitido tenga para lau- 
carse á la revolución, prácticamente suelen, s^ más los 
perjuicios que causa que los bienes que de aquélla se de* 
rivan: en el orden físico, porque el país sufre enormes 
pérdidas, de las cuales difícilmente se repone, y en el 
orden moral, porque aumenta el encono de los partidos y 
tiende á rpmper ios vínculos de confraternidad que deben 
unir á los hijos de una misma patria. 

A pesar de todo. Rivera fué generoso con los vencidos, 
indultándolos, franqueándoles las puertas de la tierra na- 
tiva, respetando las ideas de sus enemigos políticos, repo- 
niendo á los funcionarios destituidos y. tratando antes 
que nadie de que el general Artigas volviese del Para- 
guay para que el héroe legendario fuese bandera de paz 
y de concordia entre todos los orientales. 

Si tuvo conflictos con la Argén tina, y el Brasil, su orí« 
gen no está en el carácter de Rivera, sino en la intromi- 
sión de Rosas en los asuntos del Uruguay, intromisión 
que el primer magistrado rechazó con energía y dignidad. 
En cuanto al Brasil, bueno es recordar que éste sólo se 
allanó á cumplir sus deberes de neutralidad cuando con- 
templó impotente y vencida á la revolución de Lava- 
lleja. 

Durante su Presidencia, el general Rivera se vio obli- 
gado á exterminar la raza charrúa, elemento refractario á 
la civilización; con cuya medida, sangrienta, pero necesa- 
ria, salvó los intereses y la vida de los ganaderos de 
las comarcas ocupadas por aquel puñado de indios sal- 
vajes, taciturnos y sanguinarios; pero en cambio se dic- 
taron leyes encaminadas al fomento de la riqueza pecua- 
ria. Destruyó su propia obra, la colonia misionera de Be- 
lia Unión, pero favoreció la inmigración de gentes labo- 
riosas y honradas y ensanchó los horizontes de la 
agricultura proporcionando facilidades de todo género al 



-46- 

colono nacional y extranjero. Ahuyentó á los piratas que 
clandestinamente desembarcaban en las islas del Atlán- 
tico y del Plata para faenar lobos marinos, y de este 
modo obtuvo para el tesoro un producto mayor cuando 
esta renta fué enajenada en subasta pública. 

La instrucción del pueblo no estuvo descuidada du- 
rante el gobierno del general Rivera, pues fundó varías 
escuelas en diferentes puntos del país, sujetándolas al 
sistema lancasteriano, reformó el sueldo de los precepto- 
res, creó el puesto de director general de escuelas, dis- 
puso el establecimiento de bibliotecas ambulantes y el de 
una escuela de primeras letras para niñas de color, fundó 
una clase de filosofía, dictó varios reglamentos de ca- 
rácter escolar y, por último, pensionó con 150 pesos anua- 
les á todo joven de uno ú otro sexo, que procedente de 
cualquier departamento, quisiese trasladarse á Montevideo 
con objeto de incorporarse como alumno al colegio su- 
perior déla capital. 

Ésta es la faz completa del general Rivera, en quien 
sus enemigos sólo quieren ver la parte vulnerable y digna 
de censura, olvidándose estudiadamente de la parte plau- 
sible, honrosa y patriótica; que si Rivera incurrió en 
errores que deben reconocerse y lamentarse, también sentó 
principios de gobierno basados en el respeto á la auto- 
ridad y á la ley. 



PRESIDENCIA DE ORIBE 






CAPÍTULO n 

PRESIDENCIA DE ORIBE 

(DE 1835 X 1838) 

8UMARI0 : 1. Antecedentes biográficos de don Manuel Oribe. — 2. Elec- 
ción de Oribe. — 8. Sus primeros actos gubernativos. — 4. Supre- 
sión de la Ck>mandanoia General de Campaña. — 5. Alianza de Oribe 
con Bosas. — 6. Pronunciamiento de Bivera. — 7. Combate de Carpin- 
tería. — 8. Origen de las divisas partidarias. — 9. Medidas represivaa 
del Gobierno. — 10. Derrota de Oribe en Yucutujá. — 11. Acción del 
Yf. — 12. Batalla del Palmar. — 13. Intervención de la Asamblea. — 
14. Benuncia del Presidente. — 16. Entrada triunfSsl de Bivera en 
Montevideo. — 16. Protesta de don Manuel Oribe. — 17. Situación eoo- 
nómica de la Bepública. — 18. Besumen. 

1. Antecedentes biográficos de don Manuel Oribe. 
-- Don Manuel Oribe era hijo de una f amilisí acaudalada 
oriunda de España, que tenía su residencia en Montevi- 
deo y sus establecimientos de campo en la Banda Orien- 
tal, donde nació Oribe el año 1790. Fué educado en el 
colegio del maestro Barchilón, un catalán rígido, severo 
j de genio adusto, ante el cual se doblegaban los carac- 
teres infantiles más díscolos, aviesos é incorregibles. Bar- 
chilón, pues, fué su mentor, hasta cierto día en que, no 
queriendo Oribe soportar Jas amonestaciones ó los casti- 
gos del pedagogo, le arrojó un tintero encima y huyó de 
la escuela y del hogar paterno, al que no quiso volver 
sino con la condición de que no lo mandarían más al 
establecimiento del educador catalán, á lo que accedió la 
familia del prófugo (1). 

(1) Antonio N. Pereira: Co8a» d$ antaño. Monteiideo, 1893. 
4-2.» 



-50- 

Annque se dice que Oribe empufiS las armas contra lo» 
intnisos durante las invasiones inglesas y asistió á la 
batalla de las Piedras, según manifestación del misma 
Oribe, éste entró á servir como voluntario de las tropas 
que bajo el mando de Rondeau sitiaban á Montevideo, 
algunos días antes de la batalla del Cerrito, dada el 31 
de Diciembre de 1812; en cuya acción de guerra su com* 
portamiento le valió ser nombrado alférez segundo del 
regimiento de artillería (1), figurando ya como capitán 
de la misma arma en 1815 (2). 

Cuando Artigas, justamente despechado por las injus- 
ticias que con él cometieron los prohombres políticos de 
Buenos Aires, se retiró del segundo sitio de Montevideo 
(20 de Enero de 1814), Oribe no acompañó á aquél en 
8U retirada, sino que manteniéndose al lado de Rondeau, 
primero, y de Alvear, después, penetró en Montevideo 
cuando la desalojaron los españoles (20 de Junio). Nom- 
brado Miguel Estanislao Soler gobernador de la ciudad 
rendida. Oribe, promovido por Soler al grado superior 
inmediato (3), fué á la vez nombrado su ayudante, con- 
servándose fiel á los argentinos hasta que éstos abando- 
naron la Banda Oriental (25 de Febrero de 1815). Tan 
pronto como las fuerzas artiguistas al mando de Otorgues 
ocuparon á Montevideo, Oribe se plegó á ellas. 

Producida la invasión portuguesa de 1816, Oribe secundó 
{>olítica y militarmente los esfuerzos que hacía Artigas en 
defensa de la autonomía de la Provincia Oriental, acom- 
pañando al gran caudillo uruguayo en sus primeras cam- 
pañas contra los ejércitos portugueses: así fué que asistió 
á la sangrienta batalla del Catalán (4), y militando á las 

(1) José F. Pintos: El brigadier general don Manud Oribe. Moutevideo, 
1869. 

(2) Isidoro De-Mufa: Peanas de la independencia. Listas de leTista 
de las fuerzas del ejército de ÁxtigM en 1815. Montevideo, 1898. 

(8) Vicente Na vía: Historia de América, Montevideo, 1883. 

(4) Discurso del teniente coronel don Leandro Gómec, pronunciado en 



-51 - 

órdenes de Rivera hubo de combatir contra Silveira en 
Gasupá, si no hubiese fracasado esta operación de guerra 
proyectada por su jefe ( 1 ). El general por.tugués logró 
encerrarse en Minas, pero tuvo que soportar varios días 
de asedio, en que Oribe lo cañoneó con éxito, aunque no 
pndo impedir que Silveira se pusiera en marcha y se in- 
corporase á Lecor en Pan de Azúcar (2). 

Cuando á dnes de 1817, con motivo de un bando del ge- 
neral en jefe de las fuerzas de ocupación, prometiendo 
proteger á todos los que abandonasen el servicio de Ar- 
tigas, se produjo una grave escisión entre éste y algunos 
de loa principales jefes que lo acompañaban, Oribe con 
su artillería se retiró á Montevideo, haciendo lo propio 
Bauza con su batallón de lAberios, desde cuya ciudad 
ambos militares, con las fuerzas de sus respectivos mandos, 
se ausentaron para Buenos Aires (3), ante cuyo gobierno 
se presentaron denigrando á Artigas, sin cuyo requisito 
Puyrredón no les hubiera dado una hospitalidad gene- 
rosa (4). «Se llevó á efecto el hecho del 2 al 4 de Oc- 
tubre, aunque no se dieron las fuerzas á la vela hasta 
después del 8, durante cuyo intervalo hubo incidentes 
desagradables motivados por la deserción de los solda- 
doSy á que, según parece, no era indiferente Lecor. Bauza 



el primer anirersario del fallecimiento del brigadier general don Manuel 
Oribe. 

(1) Francisco Bausa: Hiatoria de ¡a donUnaeión española en el Uruguay, 
Monterideo, 1897. 

(2) Bamón Cáceres: Memorias. 

(8) «La persuaaión j aun la seducción fueron puestas en ejercicio 
dentro de la plaza, para que tal cuerpo ( el de Voluntarios ) desistiese de 
■a intento quedando en el país (Monterideo), ya al serrido de nuestras 
armas, ya como simples particulares; pero la pertinacia de don Manuel 
Oribe, mancebo de un carácter imperioso j ardiente, frasiró todos los 
medios 7 se le dio el transporte convendonado, aunque no sin desfalco de 
algunas placas. » ( Memoriae y reflexiones sobre el Rio de la PkUaf extraí- 
das del diario de nn oficial de la marina brasilera. Colecddn Lamas. ) 

(4) Víctor Arregoine : Historia del Uruguay. Monterideo, 1892. 



- 52 - 

escribió á Pvyrredón diciéndole que obraba así, «desen- 
« ganado al fin de que la causa personal de Artigas no 
« era la de la patria, de que su tiranía los barbarizaba, 
« de que no era posible fundar el orden con hombres 
« que lo detestaban por profesión. El mismo y Oribe 
« declararon que no querían servir á las órdenes de un 
« tirano como Artigas, que, vencedor, reduciría el país 
« á la barbarie; y, vencido, lo abandonaría (1).» 

'Reconocido en su grado de capitán de artillería por el 
gobierno de Buenos Aires, Oribe, sin embargo, no tomó 
parte, por entonces, en las luchas fratricidas á que esta- 
ban entregados los argentinos, limitándose á desempeñar 
el papel de emigrado pasivo hasta 1821, en que, efectuada 
la incorporación de la Banda Oriental al reino de Por- 
tugal, Brasil y Algarves, volvió al seno de la patria. 

No habiendo suscrito el acta de incorporación. Oribe 
se consideró exento de compromisos con las fuerzas de 
ocupación, y en vez de plegarse á ellas, como hicieron 
otros muchos, secundó la propaganda de la sociedad se- 
creta denominada Caballeros Orientales, que tendía á la 
consecución, más ó menos remota, de la independencia 
del territorio oriental. 

Guando el Brasil se emancipó de Portugal y el cisma en- 
tre portugueses y brasileros colocó á los unos frente á los 
otros en el Uruguay, Oribe se decidió en favor de los 
primeros, de igual modo que Rivera se plegó á los se- 
gundos. El general don Alvaro da Costa acaudillaba 
las tropas lusitanas, mientras que don Carlos Federico 
Lecor mandaba á los imperialistas. Desde las Piedras, en 
donde estaba acampado este último, declaró sitiada la 
plaza de Montevideo (20 de Enero de 1823), teniendo la 
vanguardia de su ejército bajo el mando del coronel don 
Fructuoso Rivera. «Da Costa, por su parte, parapetado 
detrás de los muros de Montevideo, organizó la resisten* 

(1) Francisco A. Berra: Bosquejo Hiatárioo, Montevideo, 1895. 



— 53 — 

» 

cia, dando el mando de su vanguardia al mayor (1) 
don Manuel Oribe, de cuyo modo Jos jefes que más 
tarde acaudillaron los dos partídos tradicionales de la 
República se hallaron frente á frente, en guerra civil» 
bajo la dominación extranjera. El 16 de Marzo la van- 
guardia de Rivera avanzó sobre la de Oribe á la altura 
del Paso de Casaballe, donde se hallaba éste destacado, 
y allí corrió la primera sangre oriental en esta contienda 
de extranjeros. Las fuerzas de Oribe quedaron victorio- 
sas esta vez, haciendo 57 bajas entre muertos y heridos 
á las de Rivera, quien perdió, adenlás, 150 hombres, que 
se le pasaron á las fuerzas de Montevideo (2).» 

A pesar de esta victoria y de otras que Oribe obtu- 
vo (3) sobre las tropas brasileras, sus esfuerzos quedaron 
anulados á causa de que Da Costa entró en negociacio" 
nes con Lecor y, dejando burladas las esperanzas del 
Cabildo y de la fracción patriótica que sostenía su causa, 
concluyó por entregar la plaza á este último y retirarse 
con sus soldados á Portugal. 

El fracaso de esta intentona dio por resultado la emi- 
gración de muchos patriotas, tanto civiles como militares, 
encontrándose entre los últimos Oribe, que abandonó el 
país acompañado de la oficialidad y muchos de los sol- 
dados del cuerpo de voluntarios que mandaba, en nú- 
mero de 122. 

Terminada la dominación española en el continente 
americano con la batalla de Ayacucho (9 de Diciembre 
de 1824), el coronel don Juan Antonio Lavalleja, que 
también se hallaba expatriado en Buenos Aires, sometió 



(1) El empleo de mayor le fué conferido á Oribe por el Cabildo de 
Montevideo á últimos de 1822 ó Enero del siguiente afto, según El Pam- 
pero, publicación de eaa época. 

(2) Santiago Bollo: Manual de Historia. Montevideo, 1897. 

(3) Véanse en el núm. 13 de El Pampero los elogios que se le prodi- 
gaban á Oribe después del golpe que asestó á sus contrarios en la noche 
del 17 de Abril de 1823, y en la emboscada del 19 del mismo mes. 



-54- 

á varios emigrados, y entre éstos á Oribe (1), el proyecto 
que había concebido de invadir en son de guerra el terri* 
torio uruguayo, con objeto de sustraerlo del dominio de los 
imperiales; empresa tan patriótica como temeraria, que no 
86 habría coronado de éxito sin el concurso del vecino 
país. Oribe, sin embargo, acogió con más patriotismo que 
reflexión el pensamiento de Lavalleja y ambos se dispu- 
sieron á invadir el territorio usurpado, como así lo hicie^ 
ron el 19 de Abril de 1825 (2). 

Durante esta breve y gloriosa campaña. Oribe fué nom- 
brado segundo jefe de las fuerzas que empezaron á sitiar 
á Montevideo bajo las órdenes de Bonifacio Isas, alias 
Calderón, cuya mala fe en aquellos instantes tan solem- 
nes le costó que Oribe lo prendiera y remitiese al cuar- 
tel general para ser procesado. Éste quedó como jefe su- 
perior del asedio, pero, como sólo disponía de unos 300 
hombres, no pudo arriesgar ningún combate serio, aun- 
que no dejó nunca de mortificar á los imperialistas con 
guerrillas, tiroteos y sorpresas. 

Oribe no tomó parte en ninguna de las acciones que 
realizó Rivera en el arroyo Grande, Águila, Dacá y Rin- 
cón de las Gallinas, pero en cambio mandó el centro en 
Sarandí, sufriendo, por desgracia, un momentáneo con- 

(1) Según el más apasioDado biógrafo de don Manuel Oribe, lüé éste 
y no Lavalleja, el primero que tuvo la idea de pasar á este país á liber- 
tarlo, c 7 después — dice el señor Pintos, que es el escritor á quien alu- 
dimos — nos han corroborado este aserto algunos que se hallaban en aque- 
lla época en el saladero de Trápani, donde combinaron el plan de su em- 
presa. Entre éstos citaremos á don José Trápani y el mayor Spfkerman. » 
Sin embargo, el jefe de los Treinta y Tres no dice esto en su Memoria 
inédita, que conserva su nieto don Constantino Lavalleja, como tampoco 
afirman Bem«>jante cosa los historiadores que han hecho estudios analí- 
ticos, sobre este notable episodio. 

(2) Se ha dado en decir que don Manuel Oribe fué el segando jefe de 
^os Treinta y Tres ; afirmación que nadie ha podido justificar hasta ahora, 
y menos todavía después de las eruditas publicaciones hechas sobre el 
particular por el ilustrado, minucioso é impardal escritor doctor don Luie 
Melián Lafínur. (Véaee la pág. 2ó del tomo l.« de esta obrita.) 



— 55 — 

traste, que Lavalleja, que mandaba la reserva, se apresuró 
á corregir, restableciendo el combate y logrando alcanzar 
un glorioso triunfo (1); de lo cual resulta que hay apa- 
sionamiento en los que afirman que Oribe fué quien 
principalmente coadyuvó á la victoria en esta notable 
acción de guerra. 

«Después de la batalla del Sarandí, Oribe volvió á 
ocupar su puesto en el sitio de Montevideo. En él se 
distinguió tanto como en todas las acciones en que 
tomó parte, y á principios del año 1826 su espada y su 
habilidad estratégica escribieron en el Cerro los recuer- 
dos más imperecederos de su valor. Un día supo Oribe 
que los enemigos habían dado tormento á un joven sol- 
dado que él estimaba, y que había tenido la desgracia 
de caer prisionero: le habían exi^do una confesión, y 
porque él la rehusaba, le habían despedazado la punta 
de los dedos con la llave de un fusil. Oribe se encolerizó 
y resolvió vengarlo. En aquel tiempo, una fuerza de ca- 
ballería, mandada por el comandante Pita, cuidaba las 
caballadas en el Cerro hasta una distancia fuera del tiro 
de cañón, y se amparaba de la fortaleza cuando lo ata- 
caban. Oribe resolvió ponerles una emboscada y hacer 
una matanza de enemigos. En la noche del 8 de Febrero 
hizo ocultar diversas partidas en los bajos, y á la ma- 
ñana siguiente, cuando los enemigos fueron á hacer la 
descubierta, sólo encontraron á lo lejos una pequeña par- 
tida que no los inquietó. La división hizo alto en la parte 
norte del último arroyo que se encuentra desde el Ce* 
rro hasta la primera altura, y desenfrenando los caba- 
llos se ocupó en cortar pasto. 8egún lo convenido, en 
este estado debía acercarse la partida que estaba á la 
vista, y comenzar á tirotearse con otra avanzada que te- 
nían los brasileros, y cuando la primera considerara opor- 



(l) M Piloto, 4B^íécha 21 de Octubre de 1825. Buenos Aires. — Luis 
de la Torre: Monografía histárica. 



-56 - 

tuno, hacer una descarga, que sería la señal para que 
cargaran los que estuviesen emboscados. Así lo hicieron,, 
pero como el viento era muy fuerte, los emboscados na 
oyeron hasta la tercera descarga, y cuando se movieron^ 
ya la fortaleza del Cerro había disparado un cañonazo 
en señal de alarma. Los enemigos montaron inmediata- 
mente y comenzaron á huir. Pero no fué tan pronto que 
los nuestros nó los alcanzaran y cayeran sobre ellos- 
como leones. Sesenta ó setenta quedaron en el campo,. 
y fueron lanceándolos hasta bajo los fuegos de la forta- 
leza. Este acontecimiento tuvo lugar cuatro días después 
del combate naval de la Colonia, ganado por el almi- 
rante Brown, que fué el 9 de Febrero de 1826, día que 
recuerda la patria con entusiasmo. Aquel día fué el de 
la primera victoria conseguida por Oribe con soldados 
que luchaban bajo su mando exclusivo; la acción de 
aquel día es una de las que más recomiendan su hoja 
de servicios, y ella lo colocó en el número de los prime- 
ros jefes de la segunda emancipación (1).» 

Efectuada la reincorporación del Uruguay á las Pro- 
vincias Unidas del Río de la Plata (25 de Octubre de 
1825) y declarada la guerra entre argentinos y brasile- 
ros, el general Martín Rodríguez con el ejército de su 
mando, que se hallaba escalonado sobre la margen de- 
recha del Uruguay, cruzó este río y se dispuso á organi- 
zar las fuerzas orientales, algo indisciplinadas á causa 
de las rivalidades entre los partidarios de Lavalleja y 
de Rivera, á quien el gobierno argentino hizo ir á Bue- 
nos Aires, á la vez que reemplazaba á Rodríguez con el 
general Carlos María de Alvear, el cual continuó,, á ori- 
llas del arroyo Grande, la obra principiada por el primera 
Una de las divisiones, compuesta por 500 jinetes, fué puesta 
bajo las órdenes de don Manuel Oribe. 

Conocida es la actuación de éste en la batalla de Itu- 

(1) José P. Pintos, obra citada. 



- 57 - 

zaíngó, en que las tropas de su mando fueron arrolladas 
por el enemigo, si bien, reaccionando, Oribe y los suyos 
volvieron á participar decorosamente de los esfuerzos te- 
naces con que la división del general Lavalleja mantuvo 
el buen nombre de los orientales hasta el fin de la glo- 
riosa jornada (1). Pero conviene repetir en este lugar 
que Oribe no tuvo una participación decidida en este he- 
cho de armas, como algunos pretenden, pues esta gloria 
pertenece exclusivamente al general Paz (2). Oribe tam- 
bién se encontró en el combate de Camacuá ( 23 de Abril 
de 1827), así como Lavalleja, Pacheco y qtros, que me- 
recieron ser mencionados honrosamente en el Boletín del 
ejército republicano. 

Don Manuel Oribe tomó una parte muy activa en* el 
derrocamiento de la Legislatura del Gobierno sustituto 
nombrado por ella, cuando Lavalleja se resolvió á llevar 
á cabo este acto que, á través del tiempo y de la histo- 
ria, tanto empaña la gloria de su nombre. Fué Oribe el 
portavoz de los jefes amotinados en el Durazno (4 de 
Octubre de 1827) y el que, en nombre de ellos, autorizó 
al jefe de los Treinta y Tres para que se apoderara del 
mando desconociendo la autoridad de un personaje pa- 
triota y honesto como lo era don Joaquín Suárez, á 
quien se insultó torpemente, llamándolo en un documento 
público vicioso y corrompido. En este sentido, don Juan 
Antonio Lavalleja, don Julián Laguna, don Manuel Oribe, 
don Leonardo Olivera, don Pablo Páez, don Andrés La- 
torre, don Juan Arenas, don Adrián Medina, don Si- 
món del Pino y don Miguel Gregorio Blanes pueden 
considerarse como los primeros motineros en la historia 
política y militar del Uruguay. 

(t) Véase la nota de las págs. 158 j 159 del tomo 1." de esta obra. 

(2) «El coronel Paz, á la cabeza de su dirisión, después de haber pres- 
tado serTícios distinguidos desde el principio de la batalla, dio la última 
carga á la caballería del enemigo, que se presentaba sobre el campo, y 
obligó al ejército imperial á precipitar su retirada. > (Parte oficial de la 
batalla de Ituzaingó. ) 



— 58- 

Cuando el general Rivera ee dispuso á arrebatar al 
Brasil el territorio de Misiones, Oribe fué comisionado 
para entorpecer los planes de aquel patriota impidiéndole 
el paso del Ibicuy, para lo cual se le dieron 80 hombres, 
con los que Oribe, que á la sazón desempeñaba el cargo 
de Comandante General de Armas de la Provincia, se 
puso en marcha en pos del temerario caudillo, alcanzán- 
dolo el día 27 de Marzo de 1828 en el rincón de Buri- 
cayupí (Paysandú) y obli(2:ándolo á precipitar su marcha 
después de haberle hecho sufrir un pequeño contraste. 
Sin embargo» Oribe continuó su tenaz persecución hasta 
el río prenombrado, á cuya margen izquierda llegó (21 de 
Abril de 1828) pocos momentos después de haber alcan- 
zado Rivera la orilla opuesta (1). 

No nos detendremos en reproducir en este lugar, por 
ser demasiado conocida, la estratagema de que se valió 
Rivera para burlar á Oribe é impedirle que continuase 
su persecución, pero sí diremos, por cuanto estos hechos 
afectan la vida de este último, que Oribe no cruzó el 
Ibicuy, sino que acampando en sus inmediaciones, fué 
capturando los chasques que Rivera enviaba á diferentes 
autoridades de la Confederación dándoles cuenta de sus 
triunfos en el territorio de Misiones; chasques que Oribe 



(1) La clare de la persecución de Oribe contra Bivera se encuentra 
en la nota del Ministro de la Guerra del Gobierno de Buenos Aires 
doo Manuel Balcarce, en la cual le pedía á Oribe que lo persiguiese <en 
todas direcciones, hasta destroir 7 aniquilar á él (Bivera) y á los que lo 
acompañaban, 7 en caso de que se tuviese la fortuna de tomarlo, kaeer 
con él un castigo ejemplar.» cEl Ministro que subscribe — terminaba di- 
ciendo — tiene orden de concluir esta nota previniéndole al seAor Coman- 
dante General de Armas, que el Gobierno cree que la destmcdón de 
este caudillo, que, según todas las noticias, está vendido á los enemigos, 
le hará tanto honor como batir cualquiera división enemiga, puesto qoe 
la permanencia de aquél en esa Provincia, la envolverla en la anarqata j 
tendrá los más fatales resultados.» (Nota fecha 29 de Febrero de 1828» 
publicada en el tomo VI del Compendio de Historia de la República Orion» 
tal del Uruguay f del señor don Isidoro De -María. Montevideo 1902.) 



-59- 

hizo fuiüar después de haberse apoderado de los docu* 
mentes que llevaban, corriendo igual suerte algunos sol- 
dados riveristas, so pretexto de que eran desertores, como 
8i el delito de deserción se haya purgado nunca en la 
Kepública del Uruguay con pena tan extremada; lo que 
demuestra la inquina que Oribe le tenia al conquistador 
de las Misiones (1). Justo es advertir, sin embargo, 
que Oribe reconoció, poco después, el patriotismo con que 
Rivera había procedido en esta ocasión, y hasta interpuso 
sus buenos oficios para con don Juan Antonio Lavalleja 
Á fin de que se le levantase la tacha de traidor «con que^ 
por equivocación, lo clasificó probablemente el señor Mi- 
nistro de la Guerra (2).» 

Cuando las disensiones entre Rivera y Lavalleja colo- 
caron al general Rondeau en el doloroso trance de te- 
ner que abandonar el país, la actitud de Oribe fué com- 
pletamente neutral, no condescendiendo á las intempe- 
rancias de Lavalleja, ni coadyuvando á las miras de 
Rivera (3). 

Durante la dictadura y el gobierno provisional de La- 
valleja, el señor Oribe fué uno de sus partidarios más 
acérrimos y decididos, y lo ayudó en las elecciones ge- 
nerales de 1830 apelando á todos los medios para que 



(1) £1 día 7 de Marzo de 1828, Oribe, desde el Durazno, proclamaba 
á aas comproTinciaooB en los siguj entes términos: cUn hombre desnatu- 
ralizado y aspirante — decía refiriéndose á Rivera — se acaba de introdu- 
cir en la Provincia con el perverso designio de turbar su reposo j cruzar 
la marcha de nuestras armas, que tan ventajosamente han abierto una 
nueva campaña contra el enemigo común ; » declarándoles que c toda per- 
aona que le siguiese ó le prestase auxilios de cualquiera clase, sería con- 
denada á la última pena & las dos horas de justificada su delincuencia,» é 
invitándolos á que se alistasen «bajo la enseña del orden y de la decen- 
cia» y no perdieran de vista los sacrificios que costaba la libertad. (Fran» 
«iaco A. Berra: Bosquejo hiatórieo,) 

( 2 ) Nota de Oribe á Lavalleja, reproducida en parte por el doctor Be» 
rra en su Bosquejo históricOf pág. 653. 

(8) José P. Pintos, obra citada. 



- 60 - 

triunfase, aunque inútilmente, pues obtuvieron la victoria 
los numerosos partidarios del general Rivera. 

Elegido éste Presidente de la República, don Manuel 
Oribe pasó á desempeñar el puesto de capitán del puerto 
de Montevideo, en ci^yo empleo lo sorprendió el motín 
militar del 3 de Julio de 1832 y la subsiguiente revolu- 
ción lavallejista. Solicitado por el cabecilla de aquella 
asonada cuartelera, coronel don Eugenio Garzón, Oribe 
no se plegó á ella, como tampoco su hermano don Igna- 
cío, á pesar de que ambos pertenecían al grupo de los 
que hacían la oposición al gobierno de Rivera en el 
campo tranquilo y racional de la discusión sensata y de 
la propaganda pacífica (1). De modo, pues, que cuando 
don Santiago Vázquez procuró atraérselo á la causa del 
orden y de la legalidad, encarnada entonces en la per- 
sona del primer magistrado de la República, Oribe acce- 
dió á ello, no sin que (según se afirma, aunque no es 
creíble) mediasen ofrecimientos de dádivas (2) y ho- 
nores (8). En esto se fundaban algunos, como el coro- 
nel Garzón, para decir que Oribe había hecho traición á 
Lavalleja á cambio de la futura Presidencia, por más 
que Oribe aseguró á Vázquez que ningún compromiso 
había contraído con el jefe sublevado (4). 

(1) Bamón MassiDÍ: Manuscrito. 

(2) «Esta razón fué tan convincente, qne Oribe no pndo resistir á bq 
faerza, é inmediatamente pidió al Oobiemo que. le concediera unos terre- 
nos públicos que hacía tiempo deseaba poseer, los que inmediatamente le 
fueron donados. ... » — ( A. D. de P. : Apuntes para la historia de la Ropúr- 
hlica Oriental del Uruguay. Cap. III, pág. 110. Parfs, 1861.) 

(8) Carta de don Santiago Vázquez al brigadier general don Fructaoso 
Sivera, inserta en la página 82 del tomo 2.* de la presente obra. 

(4) Era en aquella sazón capitán del puerto de Montevideo don Ma- 
nuel Oribe, y á pesar de no existir documento oficial alguno, ni público, 
-que pruebe la connivencia de este caudillo en la revolución del 8 de Jo- 
lio, existen tantas circunstancias evidentes de su participación en sus 
clandestinos planes, que le designan como uno de los principales agentes 
7 promotores, que puede apelarse al testimonio de toda la ciudad, cnyoe 
habitantes de aquella época están convencidos firmemente, aún ahora, de 



-61 - 

Oribe con toda la gente que pudo reunir, se incorporó 
á Bivera, así como su hermano don. Ignacio, y ambos 
coadyuvaron á la derrota de Lavalleja y al restableci- 
miento del orden. Sus servicios le valieron dos ascensos, 
el cargo de Ministro de la Guerra y poco después la 
Presidencia de la República. En cambio, el gobierno del 
señor Anaya, que rigió los destinos del país después de 
Rivera y antes de Oribe, decretó al vencedor una espada 
de honor (1). 

2. Elección de Oribe.— Es incuestionable que el 
contingente que aportó Oribe á la causa del orden, de 
las instituciones y del principio de autoridad, durante la 
Presidencia del general Rivera, lo llevaron, en reemplazo 
de éste, á la primera magistratura del país; pues «el ca- 
rácter, los antecedentes y la historia íntima del concurso 
que Oribe prestó á Rivera durante las sempiternas re- 
vueltas de Lavalleja, alejaban á Oribe de la Presidencia; 

la verdad de su inteligencia con los revoltosos ; de modo que la historia 
puede sin temor afirmar que era uno de los conspiradores. » A. D. de P«, 
obra citada (Cap. III, págs. 109 j 110). 

(1) Montevideo, Noviembre 4 de 1834. 

Queriendo el gobierno dar un público testimonio al merecimiento y dis- 
tiogaidos servicios qae el brigadier general don Fructuoso Bivera ha pres- 
tado á la causa de la independencia de la Bepública y al mantenimiento 
del orden y de las instituciones, especialmente en los críticos tiempos 
del año 1832, independientemente de los premios y distinciones que 1* 
Asamblea General pueda creer convenientes para condecorar á este distin- 
guido jefe, ha decretado : 

Articulo 1.* Pe la suma señalada para los gastos ordinarios del Estado, 
se comprará ana espada en que en letras de oro se han de trazar en la 
hoja las siguientes palabras : El Poder Ejecutivo al general Rivera, 

Art. 2.* Se presentará la mencionada espada al general Bivera con la 
copia de este decreto, como testimonio de los méritos de sus distinguidos 
servicios. 

Art. 8.* El Ministro secretario de Estado en el departamento de Guerra 
y Marina está encargado de la ejecución de este decreto, que se publicará 
é inscribirá en el Registro Kaeional. ~ Anata, — - Manuel Oribe, 



--62- 

pero el general Rivera quiso honrar el amor á las insti- 
tuciones en la persona de su enemigo personal, y crey6 
que era digno de elevarse al alto rango el que tanto 
se había levantado á sus ojos sobre mezquinas pasio- 
nes y odios personales (1).* 

«La candidatura de don Manuel Oribe era, por otra 
parte, una nueva prenda de paz y devoción á las leyes: 
ella mostraba que ninguna consideración individual era 
superior ai mérito contraído en su defensa. La sostuvo, 
pues, decididamente el general Rivera (á pesar de las 
resistencias que encontró en su mismo partido ) con todo 
el poder legítimo de su influencia; y don Manuel Oribe 
fué electo Presidente de la República por unanimidad 
de votos el día IJ" de Marzo de 1835 (2).» 

La elección de Oribe fué canónica, como queda dicho, 
pues no sólo sufragaron por él las pequeQas fracciones 
que respondían á diferentes personalidades políticas, sino 
todos los amigos y correligionarios del general Rivera, 
que constituían el núcleo más numeroso é influyente de 
aquella Asamblea (3). 

Una vez que hubo prestado el juramento de estilo. Oribe 
procedió á la formación del gabinete, nombrando (3 Marzo) 
Ministro de Guerra y Marina al coronel mayor don Pe- 



(1) Andrés Lamas: Apuntes histórieos adbre ¡as agresúmea del dictador 
argtntino don Juan Manuel de Rosas eotUra ¡a ind^pendeneia de la Aeptí- 
bliea O, del Uruguay, Buenos Aires, 1877. 

(2) Andrés Lamas, obra eitada. 

(3) Votaron por el sefior Oribe: Senadores Julián AXnaez, Iflguel 
Barreiro, Francisco Llambf, Lorenao Justiniano Pérez y Javier Garete de 
Zúñiga. Bepresentantes Joaquín Suárez, Vicente Sáenz, Antonio D. Costa, 
José Ellaorl, Felipe Gabriel FiedracnoTa, Basilio A. PiniUa, Simón de la 
Torre, Víctor Barrios, Manuel Lagos, Juan P. Ramírez, Juan SasTiela, 
Benito Chain, Pedro Antonio de la Sema, Francisco Antonino Vidal, 
Joaquín Sagra j Péilz, Bamén Artagaveitia, Juan M. Pérez, Manuel Ba- 
silio Bustamante, Alejandro Chucarro, Bamén Márquez, Francisco G. Cor- 
tina, José Vidal, Pedro Campos, Boque Graseras, Gregorio Vega, Matías 
Bacilos, Francisco Haedo, Bamén Masaini y Vicente Vásqnes. 



- 63- 

dro Lenguas, de Hacienda á don Juan Marfa Pérez y 
de Grobierno y Relaciones á don Francisco LlambL 

3. Sus PRIMEBOB ACTOS QUBERNATIVOB. — Gon Un CClo 

y patriotismo que somos los primeros en reconocer, el 
Gobierno se preocupó inmediatamente de regularizar la 
marcha de la hacienda pública, cuya desorganización era 
notoria debido al estado permanente de guerra en que 
se vio envuelta la administración del general Rivera & 
causa de las revueltas y motines del partido lavallejista. 
El gobierno del señor Oribe contrajo, pues, un emprés- 
tito de dos millones de pesos destinados á aquel objeto 
y elevó un mensaje á la Asamblea poniendo de mani- 
fiesto la situación del erario nacional, todo lo que contri- 
buyó á que renaciese el crédito del Estado. 

Colocado el gobierno de don Manuel Oribe en el te- 
rreno de la conciliación, terreno que nunca debió haber 
abandonado, abrió de par en par las puertas de la pa- 
tria á todos los emigrados políticos (decreto del 26 de 
Marzo de 1834) y, guiado por un sentimiento constitucio- 
nal, dictó el siguiente decreto, devolviendo á don Juan 
Antonio Lavalleja la administración y usufructo de sus 
bienes : 

Monteyideo, Abril 13 de 1885. 

Habiendo cesado las causas que dieron lugar á poner 
en administración los bienes de don Juan Antonio La- 
valleja, y deseando el gobierno acreditar el respeto que 
le merece la propiedad particular, ha acordado y decreta : 

Artículo 1.® Queda sin efecto el decreto de 18 de Abril 
de 1834. 

Art 2.** Publíquese, comuniqúese á quien corresponde 
é insértese en el Registro Nacional. — Obibe. — Pran" 
cisco Llambí. 

Inmediatamente el Gobierno se contrajo á establecer la 
reforma militar, mejora difícil y complicada, pero que al 



-64- 

fin se realizó, porque con ella se satisfacían los deseos 
de una clase digna de las consideraciones de la nación, 
á la cual debía en gran parte su libertad é independen- 
cia, aunque los partidarios de Rivera creyeron ver en di- 
cha reforma una tentativa del Gobierno para debilitar los 
elementos con que contaba aquel caudillo. 

También promovió Oribe, de común acuerdo con el Vi- 
cario Apostólico, la organización de los Tribunales ecle- 
siásticos; expidió un decreto para que los buques mer- 
cantes españoles fueran considerados como lo fuesen los 
orientales en España; dictó un reglamento para el cuerpo 
consular y adoptó otras varias medidas de menos tras- 
cendencia, pero que dejan traslucir los buenos deseos de 
este gobernante en favor del progreso del país y la es- 
tabilidad de las instituciones. 

4. SUPKESIÓN DE LA COMANDANCIA GENERAL DE CAM- 
PAÑA.— A fihes de Septiembre de 1835 estalló en la ve- 
cina Provincia de Río Grande una formidable revolución, 
siendo los rebeldes brasileros sableados y echados sobre 
el territorio oriental por las tropas legales del Imperio. 
Rivera, que desempeñaba el cargo de Comandante Ge- 
neral de Campaña y que se encontraba desde hacía algún 
tiempo sobre la frontera del Yaguarón, trató de que el 
suelo de la patria fuese siquiera respetado, pero no pudo 
negar sus simpatías para con la. causa imperial de la 
legalidad y contra los insurgentes: actitud correcta y 
propia de un alto funcionario de un país amigo. 

«La conflagración de la Provincia de Río Grande tomó 
proporciones muy serias, y el Gobierno, á fin de evitar 
todo incidente que pudiese comprometer la neutralidad 
que debía observarse en el territorio del Estado, dispuso 
que el Presidente de la República, en unión del Coman- 
dante General de Campaña, se dirigiesen á la frontera 
para tomar todas las precauciones requeridas con tal ob- 
jeto. El señor Oribe delegó el mando en el Presidente 
del Senado don Carlos Anaya y se dirigió á la frontera 



-65 — 

^6 Cerro Largo, donde se le reunió el general Rivera (1).» 

«Sus alojamiento» (los de Rivera y Oribe) parecían 
dos campos rivales : allí estaban materializadas, digámoslo 
sai, las simpatías y principios que ambos representaban. 
AI lado de Rivera estaban Silva Tabares, Calderón y 
otroB legalistas. Con Oribe se hallaban Ismael Suárez y 
varios otros revolucionarios. 

«Las conferencias fueron detenidas ; Rivera sostenía con 
respetuosa energía, la conveniencia de no favorecer una 
insurrección injustificable, gemela de la que acababa de 
despedazarnos, ligada con ella, y ramificada en Buenos 
Aires, cuyo gobierno intentaba influir en nuestros nego- 
<;ios por medio de los anarquistas que protegía. El ge- 
neral Rivera tocaba rectamente la cuestión; Oribe la 
«ludía unas veces, y otras hablaba con calor de las sim- 
patías naturales en favor de una revolución republicana. 
Todo avenimiento era imposible entre estos dos jefes: 
entonces Rivera cerró solemnemente la conferencia de- 
-clarando que, en su opinión, el gobierno sacrificaría los 
principios del orden legal y equivocaba los intereses del 
país; pero que él cumpliría sus deberes obedeciéndolo (2).» 

«La diversidad de pareceres respecto á la cuestión rio- 
grandense distanció á ambos personajes, y Oribe regresó 
á Montevideo dispuesto á deshacerse de Rivera, al mismo 
tiempo que la prensa resista de Buenos Aires se des- 
ataba en improperios contra él: era que la influencia de 
Rosas, para quien constituía Rivera un estorbo, se hacía 
«entir de una manera visible en ambas márgenes del 
Plata (3).» 

Desde este momento el señor Oribe principió á hosti- 
lizar á su antecesor^ apercibiéndolo reiteradas veces, obli- 



( 1 ) Antonio Díaz : Hüioria polUiea y militar dé loa Repúblicas dU 
TUUa, MonteTideo, 1877. 

(2) Andrés Lunas, obra citada. 

(8) JnUAn O. Miranda; Com^pmdAo di Eiatoria Nacional^ Montevideo, 1898. 

6.-2.« 



- 66- 

gando con disimulo á que renunciasen sus puestos públi- 
cos algunos de los partidarios del segundo, preparando 
una enojosa investigación en las cuentas del tiempo d& 
la administración de Eivéra y cercenando los recursos 
que éste necesitaba para sufragar los gastos que era pre- 
ciso hacer á fín de mantener la neutralidad en la fron- 
tera. 

£1 coronamiento de este infundado rencor, fué el de* 
creto de fecha 9 de Febrero de 1836 suprimiendo la Co- 
mandancia General de Campaña, concebido en estos tér- 
minos: 

«No existiendo actualmente los motivos que impulsa- 
ron al Gobierno á librar el decreto de 27 de Octubre de 
1834, por el cual se creaba una Comandancia General de 
Campaña, y no teniendo causa alguna que dé mérito (1) 
á dejar vigente aquella disposición, el Gobierno ha acor- 
dado y decreta: 

Artículo 1.® Queda suprimida la Comandancia General 
de Campaña. 



( t } Además de evidenciar la fragilidad de memoria del aefior Oribe, 
hace contraste este decreto con el mensaje del 15 de Febrero de 1885- 
firmado por don Carlos Anaya, don Manuel Oribe y don José MarCa Be- 
yes, sobre la creación de la Comandancia General de Campaña, nombrando 
al general Rivera. Dice así: 

cEl Gobierno se complace en manifestaros que ha puesto á sa frente 
ftl ilustre general que ha rendido á la patria servicios de tanta importan- 
cia durante el período de su administración como Presidente de la Repú- 
blica^ bien persuadido de que no podría colocar destino de tan alta con- 
fianza y responsabilidad en mejores manos que oh las mismas qae por 
tanto tiempo empuñaron la espada de la victoria, ilustrando en los anales 
de la historia las armas que defendieron sus leyes y que fundaron sa 
propia independencia, después de haber tenido una parte gloriosa en la 
guerra de su libertad. El premio de esos servidos, si esos servicios pue- 
den tener otro premio que el del indeleble testimonio de gratitud y admi- 
ración que le consagrará la historia de su patria y el corazón de sus con- 
ciudadanos, lo habría previsto á esta época el P. E., si en vuestra fabidaii» 
no hubieseis encontrado los medios de anticiparos á este rasgo de honor 
7 de justicia.» 



- 67 - 

Art 2.® GomuDÍquese y dése al Registro Naciooal. — 
Obieb.— José B. del Pino. 

A pesar de los términos en que está concebido el de- 
creto que antecede, Oribe expidió otro poco después ( 14 
de Julio de 1836) nombrando á su hermano don Ignacio 
Comandante General de Campaña, lo que, naturalmente, 
exasperó á Rivera, como veremos más adelante. 

5. Alianza de. Oribe con Rosas. — Es indudable 
que los primeros actos de Oribe como gobernante se en- 
caminaron á regularizar la administración pública por 
medio de acertadas dispopiciones que satisficieron á todo 
el país, sin excluir al partido riverista que lo había en- 
cumbrado, y de su gobierno conservaría la posteridad 
grato recuerdo si hubiese perseverado en la misma lí- 
nea de conducta. Pero el Presidente no se consideró 
afianzado en el poder cuando se dio cuenta de la in- 
fluencia preponderante de Rivera, influencia que trató de 
aminorar por medio de una serie de medidas tan impolí- 
ticas como innecesarias, entre las cuales la más desacer- 
tada fué la de suprimir la Comandancia Greneral de Ar- 
mas; disposición que le enajenó la protección de Rivera 
é hizo que se apartaran de su lado muchos elementos que, 
entretenidos con cierta habilidad, lo hubieran acompañado 
hasta el fin de su gobierno sin desdoro de su nombre ni 
perjuicio para el país. 

Vióse, pues, obligado Oribe á crearse un partido á fin 
de entablar la lucha con probabilidades de éxito, y apeló 
á los mismos que la víspera había combatido con las 
armas en la mano, á aquellos que en un documento pú- 
blico había calificado de criminales y anárquicos (1), es 
decir, á los lavallejistas, que no vacilaron en prestarle 
inmediatamente su débil concurso. Y decimos débil en 
razón de que el Presidente, tal vez considerándolo así, 
quiso robustecerlo con el auxilio del tirano argentino 

(1) Julio María Sosa: LavalUja y Oribe, MonteTídeo, 1902. 



- 68 - 

don Juan Manuel de Eosas. «Todos sus esfuerzos ten- 
dieron, pues, á facilitar la política maquiavélica del go- 
bernador de Buenos Aires, y fortificar la fracción que 
representaba sus tendencias en nuestro país Cl).» 

«Los compañeros de la fracción que Oribe volvía á 
adoptar, y su falta de fe en el poder de los elementos 
nacionales de que iba á servirse, lo llevaron á solicitar 
la alianza clandestina de Rosas, cuyo encono contra el 
partido que babía servido de valladar á su ambición, se 
había irritado con la resistencia. Oribe, jefe de una na- 
ción independiente y pundonorosa, se sometió á mendigar, 
la benevolencia de Rosas, por los medios de un preten- 
diente obscuro y vulgar, interesando relaciones privadas 
de familia, prckligando protestas y agradecimientos per- 
sonales (2).» 

Muchas fueron las debilidades de Oribe para con Ro- 
sas, entre las cuales figura la revocación de varias dis- 
posiciones del tiempo de Rivera, quiíen las había estable* 
cido no sólo para favorecer con ellas el comercio de ca- 
botaje, sirio también con objeto de evidenciar el derecho 
de la Nación Oriental á legislar en materia de navega- 
ción por aguas platenses jurisdiccionales. 

£1 tratado de amistad y comercio celebrado ad referen- 
dum entre el gobierno de Inglaterra y el antecesor de 
Oribe, fué rechazado por éste, más por agradar á Rosas 
secundando sus planes de antiextranjerismo, que por per- 
judicar los intereses de su patria, con lo cual privaba 
á ésta de mantener buenas y provechosas relaciones con 
aquella poderosa nación. 

Más tarde (14 Diciembre de 1836), Rosas solicitó de 
Oribe ( como lo había solicitado antes de Rivera, aunque 
infructuosamente) el amordazamiento de la prensa, «y 
Oribe cedió, como siempre, sin preocuparse para nada de 

(1) Andrés Lamas, obra citada. 
( 2 ) Andrés Lamas, obra citada. 



— 69 — 

la Constitución de la República, que en su artículo 141 
consagra la libre comunicación de los sentimientos y de 
las ideas (1).» El corolario de esta medida fué la supre- 
sión, ordenada por el Gobierno, del diario titulado El 
Moderador. 

Por último, acusa también debilidad por parte del se- 
ñor Oribe, ya que no connivencia con el tirano argen- 
tino, el siguiente hecho: El gobierno de Buenos Aires 
dispuso que todos los artículos procedentes de ultramar 
que se trasbordaran ó reembarcaran de cabos adentro y 
se introdujeran en aquella provincia, pagarían una cuarta 
parte más sobre los derechos* que les correspondían ; disr 
posición que, por los enormes perjuicios que ocasionaba 
al comercio de Montevideo, obligó á éste á pedir al se- 
ñor Oribe que reclamase de ella, como así lo hizo el 
Gobierno Oriental; á lo cual contestó Rosas que mante- 
nía en todas sus partes el decreto referido. Insistió Oribe 
en su reclamación, llegando hasta á amenazar á Rosas, 
pero éste despreció con el silencio las justas reclamacio- 
nes del Presidente. En vista de estos hechos intervino la 
Asamblea dictando una ley de represalias destinada á 
mejorar aquella situación, pero «el señor Oribe suspendió 
la ejecución salvadora de esa ley patriótica (2).» 

Hay más todavía: don Justo José de Urquiza envió 
una considerable cantidad de armas al gobierno de Oribe 
á fin de cooperar al triunfo de éste sobre Rivera, y cuando 
Paysandú fué sitiada por los revolucionarios, un buque 
de guerra argentino disparó sus cañones sobre los sitia- 
dores, á la vez que un batallón del vecino país desem- 
barcaba en auxilie de la ciudad sitiada, en cuyos edificios 
públicos flameó en esos días la bandera de la Confede- 
ración en reemplazo de la Oriental. 

Agregúese á lo anteriormente expuesto, la aceptación 



( 1 ) Jnlio María Sosa, obra citada. 

(2) Andrés Lamas y Julio María Sosa, obras citadas. 



- 70 - 

oficial, por parte del Gobierno del Uruguay, de un comi- 
sionado confidencial argentino, después que Bogas se ha- 
bía negado en 1833 á recibir con carácter público á un 
comisionado oriental, alegando que la independencia de 
este Estado no era perfecta. Creemos sinceramente que 
estos hechos evidencian de un modo incuestionable la 
inteligencia de Oribe con Rosas en los asuntos político- 
administrativos de la República, como lo reconocían los 
contemporáneos del primero. 

6. Pronunciamiento de Rivera.— Después de la su- 
presión de la Comandancia General de Campaña, don Fruc> 
tuoso Rivera se había retirado á sus posesiones con objeto 
de atender al cuidado de sus bienes y esperar el des- 
arrollo de los acontecimientos, pero ya que fuese mal acon- 
sejado por sus partidarios, ya que considerase en peligro 
la independencia de su patria por la alianza de Oribe 
con Rosas, ó que lo alarmara la agitación de la prensa 
de Montevideo, 6, finalmente, en vista de las arbitrarie- 
dades cometidas por Oribe, ó porque todas estas 'causas 
juntas labraran el ánimo del caudillo, lo cierto es que 
éste invitó á sus amigos y correligionarios para que lo 
acompañaran á la revolución que debía estallar el 18 de 
Julio de 1856. 

Algunos de sus compañeros de causa trataron de di- 
suadirlo para que abandonara un proyecto que si llegaba 
á realizarse mancharía su reputación, adquirida á costa de 
tantos sacrificios, produciría estéril derramamiento de san- 
gre y arruinaría un país que empezaba á reponerse de 
sus pasados desastres; pero todo fué inútil, y unos de 
buena fe, otros despechados, y muchos porque medran á 
la sombra de las guerras civiles, lo cierto es que muy en 
breve Rivera dispuso de unos 800 hombres, al frente de 
los cuales se pronunció contra el Gobierno, iniciando una 
revolución que ciertos historiadores censuran y otros de- 
fienden. 

Entre las personalidades de significación que secunda- 



- 71 - 

« 

ban los planes de Rivera se hallaba el general argen- 
tino don Juan Lavalle. 

LoL Ck)niisi6n Permanente facultó al Poder Ejecutivo para 
hacer uso del artíeulo 81 de la Constitución ; el Gobierno 
nombró Comandante Greneral de Campaña al coronel ma- 
yor don Ignacio Oribe, como antes dijimos; algunas tro* 
pas regulares se plegaron al movimiento insurgente de 
Rivera, y éste, después de haber provocado diferentes su- 
blevaciones parciales en diversos puntos del país, dio prin- 
cipio á una serie de correrías por la campaña que oca- 
sionaron infinidad de. males, como siempre sucede en ca- 
sos análogos (1). 

El general don Juan Antonio Lavalleja ofreeió sus 
servicios al gobierno, los que le fueron aceptados, encar- 
gándolo de la organización de un segundo cuei'po de 
ejército. 

Al propio tiempo se participó al gobierno de Buenos 
Aires el estado de guerra en que se encontraba la Repú- 
blica, á fin de que hiciera observar la neutralidad en lo 
posible, impidiendo que la revolución fuese socorrida por 
el litoral del -Uruguay ; pero tantas providencias adoptó Ro- 
sas, que más parecía un aliado de Oribe que el represen- 

(1) Mientras se deBarrolIaban estos acontecimientosi el Gobierno expe- 
día el siguiente 

DECRETO 

Montevideo, 5 de Agosto de 1836. 

El general don Fructuoso Bivera, que en otra época no distante sos- 
tuTO las instituciones de la Bepública, ahora, cegado por una ambición 
que no conoce límites, se ha lanzado en la carrera de la traición, levan- 
tando el estandarte de la anarquía contra esas mismas instituciones, có- 
digo sagrado que juró defender. £1 ha atacado los pueblos de la Bepd- 
blica, depuesto los magistrados que existían por la ley; ha llevado la 
eorrupdón al seno de los soldados de la patria ; se ha presentado hostil- 
mente al frente de las tropas del Estado, y, por último, sin misión de 
nadie, ha reunido alrededor suyo una fuerza compuesta de la escoria de 
nuestra patria, y la parte degradada y llena de ignominia de los extran- 
jeros á quienes habíamos, dado un asilo, confiando el progreso de su re* 



-72 — 

tante de un país neutral (1) en la contienda, al ex» 
tremo de que provincia hubo, como la de Santa Fe, que 
autorizó al gobierno central para que con respecto al Es* 
tado Oriental «procediera libremente, prestando á su pre- 
sidente toda la cooperación y auxilios que considerase 
necesarios para exterminar para siempre á los malvados 
unitarios, enemigos implacables del sosiego público, pe^ 
siguiéndolos, &:i necesario fuera, entre las mismas breña» 
del Estado Oriental del Uruguay (2).» 

Entretanto el general Rivera había logrado aumentar 
extraordinariamente sus fuerzas, disponía de medios de 
movilidad más abundantes que los del gobierno, y, per- 
fecto conocedor de la campaña, la recorría impunemente 
burlando la acción de don Ignacio Oribe, general en 
jefe, de don Juan Antonio Lavalleja, jefe del ejército de 
la izquierda y de don Manuel Lavalleja, que mandaba 
el del norte. «El general Rivera tenía la facilidad de 
fraccionar su ejército sin comprometerle jamás en los per- 
cances de un combate, para el que no se encontraba 

# 

l)elión á la infamia de éstos, ya que no podía cootar com la cooperación 
de los honrados hijos de la patria. Por estas consideradonea, y en nioe) 
Gobierno de las facultades que inviste, ha acordado y decreta: 

Artículo 1.* Se declara traidor á la patria y depuesto de sus empleos y 
honores al caudillo de la rebelión Fructuoso Rivera y, por tanto, íVtera 
de la ley. 

Art. 2.° El emigrado de la Bepública Argentina Juan La valle es igual- 
mente declarado traidor á la patria y puesto fuera de la ley. 

Art. 3.® Lo son igualmente todos los que sigan sus banderas ; los que 
le faciliten auxilios ; los que directa ó indirectamente contribuyan á sna 
progresos, y los que tengan correspondencia con ellos. 

Art, 4.* Quedan depuestos de sus empleos y cargos los que en la actua- 
lidad sigan la rebelión y no se hallen incorporados en las filas de los de- 
fensores de las leyes el día 10 del corriente mes. 

Art. 6.<> Publíquese por bando ; remítanse copias autorizadas á todas la» 
autoridades de la Bepública y dése al Registro Nacional. — OBiBB.^JFVion- 
€Íaoo LlamiÁ.— Pedro Lengtia8,—Jtum María Pénx, 

(1). Antonio Díaz, obra citada. 

(2) Nota del gobernador de Santa Fe, don Estanislao López, & don Juan 
Sfanuel de Rosas, de fecha 2 de Agosto de 1836. 



-73- 

casi nunca preparado, ya fuese por la falta de armamen- 
tos ^ por la ninguna disciplina en que se hallaban sus 
partidarios, errantes siempre y sin instrucción militar (1).» 

7. Combate de Carpintería. — «Después de dos me- 
ses largos, el general Rivera se encontrabg^ ya con una 
fuerza que no bajaba de 1500 hombres. Estrechado por 
el general LavalLeja, que operaba sobre su flanco izquierdo, 
llevándole siempre apurado, y por las fuerzas del general 
Oribe, que ocupaban el centro, conservándose siempre á 
su retaguardia, y en la imposibilidad ya de fraccionar 
sus fuerzas, porque las divisiones del Gobierno vigilaban 
los departamentos con fuertes partidas que perseguían á 
los grupos que regresaban á ellos, el general Rivera, al- 
canzado en el arroyo Carpintería el 19 de Septiembre, 
se vio obligado á aceptar una batalla, en la que fué com- 
pletamente derrotado, logrando escapar con dos escuadro- 
nes por las puntas del Yí, acompañado de otro grupo 
que encabezaba el general Lavalle (2).» 

Este contraste tuvo, sin embargo, su compensación, pues 
una fuerza revolucionaria al mando del comandante don 
José Marote, venciendo la resistencia que le opuso don 
Lucas Píriz, defensor de la plaza de Paysandú, se apo- 
deró de esta ciudad un día después de la acción de Car- 
pintería, como otra división insurrecta se había posesio- 
nado en Agosto de la entonces villa del Salto. 

Sin embargo, reducido Rivera á disponer solamente de 
unos 140 hombres, pues el coronel Raña con una divi- 
sión de 500 se había plegado á la causa del Gobierno, 
se vio obligado á trasponer la frontera (17 de Octubre) 
por el lado del Cuareim, así como su aliado el general 
Lavalle, á quienes las autoridades brasileñas señalaron 
el Ibicuy como punto de asilo, quedando de este modo 



(1) Antonio Díaz, obra citada. 

(2) Antonio Díaz, obra citada. 



- 7A — 

terminada una revolución que Oribe no debió provocar, 
ni Rivera emprender. 

8. Origen de las divisas partidarias. — Guando 
Lavalleja desembarcó en las costas, del Uruguay para 
ayudar á Oribe contra Rivera, dando un manifiesto en 
que decía que venía, « no á debatir y lucbar sólo por los 
intereses orientales, sino en nombre de las cuestiones y 
de la política argentina,» sus soldados llevaban uq cinti- 
llo punzó, divisa de los federales ó partidarios de Rosas, 
con el lema JRestaurador de las leyes. 

Poco después, el Presidente de la República don Ma- 
nuel Oribe, en acuerdo de Ministros, expidió el siguiente 

DECRETO 

MnnsTEBio db Gübiula. t Makina. 

Montevideo, 10 de Agosto de 183S. 

Artículo 1.® Todos los jefes, oficiales y tropa del ejér- 
cito de línea, las guardias nacionales de caballería, las 
partidas afectas á la policía y todos los empleados pú- 
blicos en los departamentos de campaña, usarán en el 
sombrero una cinta blanca con el lema Defensor de las 
leyes. 

Art. 2.0 El Estado Mayor General, la guardia nacional 
de infantería de la capital, los empleados de toda la ad- 
ministración en la misma, las compañías de matrículas 
y de infantería de extramuros usarán también el mismo 
lema, que llevarán en una cinta visible en los ojales del 
vestido, y en formación en el sombrero. 

Art. 3.0 Todos los ciudadanos no enrolados usarán del 
mismo distintivo en los ojales del vestido, como una se- 
ñal de su adhesión á las leyes é instituciones de la Re- 
pública. 

Art 4.0 Del cumplimiento de este decreto quedan en- 



- 75 - 

cargados los Ministros del despacho, en sus departamen- 
tos respectívoa. 

ORIBE. 
Pedro Lenguas. 
Francisco Llambí. 
Juan M. Pérez. 

El general Rivera, á su turno, dispuso que las tropas 
de su mando usaran divisa celeste, pero como el sol y 
el aire desvanecían este color transformándolo en blanco, 
lo que habría impedido distinguir en cualquier momento 
á los riberistas de los oribistas, la víspera de la batalla 
de Carpintería, ó pocos días antes, ordenó aquel caudillo 
á sos divisiones que del forro colorado de sus ponchos 
cortasen tiras y se las colocasen en sus sombreros, en 
reemplazo del descolorido cintillo celeste (1). «El día 19 
de Septiembre de 1836, esos dos bandos se encontraron, 
se chocaron y tiñeron con la sangre de 600 orientales en 
las orillas de Carpintería. Al entrar en batalla, los solda- 
dos de Rivera ceñían divisa colorada y los defensores del 
Gobierno divisa blanca. Desde ese día se bautizaron en 
aquel lago de sangre los dos partidos del país, llamándose 
hhncos y colorados nada más que por los distintivos de 
guerra de cada uno. Pero, en el fondo, esa distinción no 
era baladí: era ya lo que diferenciaba al espíritu revolu- 
cionario, inquieto y rebelde, del espíritu de autoridad y 
orden (2).» 

Se deduce, pues, de lo antedicho, que las divisas con 
<iue aun en los momentos actuales se distinguen los seo- 
tarios de los partidos tradicionales de la República, no 
son sino una herencia exótica de la época de Rosas, im- 
portada por Lavalleja, impuesta por Oribe y, por nece- 

(1) Referencias de don Mateo Funes, actor en aquellos sucesos, al aa> 
tor de éste libro. 

(2) Alvaro Zapiein (Francisco J. Boa): J>6 KtMJe. MonteTideOj 1888. 



8Ídad, imitada por Rivera, aunque sin los caracteres ge- 
nerales y autoritarios que le imprimió Oribe en el decreto- 
transcripto (1). 

9. MEDroAS REPRESIVAS DEL GOBIERNO. — DolorOSO 

es tener que consignar aquí que, después del combate de 
Carpintería, el ofuscamiento del Gobierno lo arrastró ¿ 
los mayores atentados, como el embargo de todos los 
bienes de los partidarios de Rivera (2), la supresión de 
El Nacional, diario que se publicaba en Montevideo, y, 
en fin, «decretaba el arresto de unos y el destíerro de 
otros, ya porque publicaban especies falsas sobre la im- 
portancia, número y conquistas de los insurrectos, ya 
porque denigraban y deprimían las aptitudes de ios jefes 
del Gobierno (3).» Algunas otras medidas de seguridad 
contribuyeron á pacificar completamente el país, permi- 
tiendo á la Administración pública continuar su interrum- 

« 

pida marcha. 

10. Derrota de Oribe en Yucotují.— Como queda 
dicho en párrafos anteriores. Rivera, con el resto de sus 
divisiones, se situó en la zona limitada por el Ibicuy, 
el Cuareim y el Uruguay, y allí, sin que nadie lo mo- 
lestara, se consagró á reorganizar su diezmado ejército, 
que fué lentamente aumentando con dispersos y nuevos 
contingentes, hasta alcanzar á disponer de un buen nú- 
mero de combatientes, entre los cuales figuró el general 
argentino don Juan Lavalle. 

Sabedor el gobierno de Montevideo de los trabajos 
revolucionarios de Rivera, trató á su vez de reunir toda 



(1) Con fecha 30 de Noriembre de 1836 el señor Oribe modificó en 
parte su primer decreto, ordenando que «cesaba la obligación de usar 
dirisa blanca, á excepción de las tropas que se hallasen en seryioio ac- 
tivo en la frontera, las qae debían continuar usándola.» (Véase la obra 
titulada Recopilación de decretos militares f desdé 1828 hasta 1899, por el 
coronel de artillería don Pedro de León. Montevideo 1889.) 

( 2 ) Véase la disposición de fecha 7 de Diciembre de 1837. 

(3) Vicente Navia: Historia de América, Montevideo, 1888. 



- 77 - 

clase de recursos á fin de escarmentar á un enemiga 
tan pertinaz y temible, apelando á todos los medios que 
las leyes y la experiencia ponían en sus manos. Así fué 
que, no sólo prodigó sin tasa grados y honores (1) con 
objeto de granjearse las simpatías de la clase militar, sino 
que convocó á la guardia nacional, reunió numerosas 
milicias de gentes afectas á su causa, resolvió «que fue- 
sen tomados á sueldo todos los emigrados republicanos 
brasileros que á consecuencia de los desastres sufridos 
en Río Grande quisiesen ingresar en el ejército de la 
República (2),» y obtuvo del gobierno de la Confedera- 
ción recursos de tropas y algún barco para el servicio 
de los ríos. 

Entretanto Bivera empezó á desprender algunas parti- 
das que, penetrando en el territorio oriental, tenían en 
continua zozobra á los destacamentos del Gobierno que 
marchaban en su persecución. Y uno de éstos, man- 
dado por don Manuel Lavalleja, fué casi aniquilado (22 
Marzo 1837) por el coronel riverista don José María 
Luna, que con anterioridad á este sangriento encuentro 
86 había apoderado de Paysandú. 

Tales acontecimientos y la aparición inesperada de di- 
visiones revolucionarias en todos los departamentos, deci- 
dieron al Presidente á ponerse al frente del ejército y 
salir á campaña en defensa de su causa, delegando 
su autoridad en el Presidente del Senado, don Garlos 
Anaya. 

En Mayo, el general Rivera invadió por fín el suelo 
de su patria, pero no considerándose bastante fuerte para 
medir sus armas con las del señor Oribe, se internó en 
el Brasil, para invadir de nuevo algún tiempo después por 
el lado del Cuareim. En Yucutujá encontráronse los dos 



(1 ) Véanse los decretos respecÜTOs e& el tomo l.<* de la reoopllaeión. 
del coronel don Pedro de León, citada en la página anterior. 

(2) Antonio Díaz, obra citada. « 



- 78- 

bandos, sufriendo el del Presidente una completa derrota^ 
como se desprende del siguiente parte ofíekil: 

El Presidente de la República, general en jefe del ejército» 

Ezcmo. señor: 

El 22 fué dispersado completamente el primer cuerpo 
del ejército que estaba á mis órdenes. 

Hoy tendré reunidos 400 hombres, con los que me incor- 
poraré al segundo cuerpo, y dentro de cuatro días volve- 
remos á encontrarnos. 

Dios guarde á V. E. muchos años. 

Manuel Oribe. 

Pautas de Tacuarembó, Octubre 24 de 1837. 

Esta derrota, que, según la opinión de don Antonio 
Díaz (1), «el mismo Presidente tuvo la habilidad de aca- 
rrearse, dio alas al general rebelde y le proporcionó ele- 
mentos de toda clase, que entonces pudo buscarse sin 
obstáculo.» Por otra parte, el desastre sufrido por el Gro- 
bierno desmoralizó á sus adictos y sembró el pánico entre 

( 1 ) « Perseguido de cerca Rivera, é inferior en reciu*B08 para aTentaiar 
una batalla campal, apuró sus marchas y tomó posesión de un potrero 
sobre Yucutujá, desmontando á la entrada los pocos infantes y tiradores 
que tenía y colocando en reservas escalonadas su caballería. El resultado 
fué completamente satisfactorio para el general Ribera, porque el ejército 
del Gobierno, confundido con su vanguardia, se lanzó casi en desorden & 
la entrada del potrero, donde sufrió la sorpresa de los faegoa que, to- 
mando aglomerados los cuerpos del ejército nacional, ocasionaron en és- 
tos un espantóse desorden, retirándose en fuga y entreverados ; siendo 
muy pronto perseguidos por dos ó tres escuadrones de los adarqnislas. 
Esta persecución, sin embargo, no se extendió más allá de tres ó cuatro 
leguas, regresando los vencedores á su segura posición, después de haber 
hecho algunos muertos. 

«El general don Manuel Oribe dio en esta circunstancia una evidente 
prueba de impericia, no pudiendo suponerse otra cosa, desde que se tra- 
taba del mando de fuerzas que, aunque se componían en su mayor parte 
de ciudadanos, éstos eran subordinados al respeto que inspiraba en d 
ejército la persona del primer magistitdo del país. 



- 79 - 

los habitantes de Montevideo, que temieron que Rivera 
sitíase inmediatamente la ciudad. 

11. Acción del Yf.— Oribe, sin embargo, se rehizo, 
dispuso que se le incorporasen los demás cuerpos del 
ejército, dio tiempo para que se reunieran los fugitivos de 
Yucutujá, y al mes siguiente contaba ya con 2000 hom- 
bres para continuar las operaciones. 

Riveristas y oribistas volvieron á encontrarse en las 
cercanías del Durazno, donde los primeros sufrieron á su 
vez un serio contraste, pues perdieron más de 200 hom- 
bres, parte de la caballería se dispersó, Rivera dejó en 
poder de Oribe todas sus caballadas y bagajes y, por úl- 
timo, vióse obligado á retirarse en precipitada fuga acom- 
pañado únicamente por 200 de sus parciales, con los cua- 
les llegó á Mercedes, en donde se repuso de la derrota 
sufrida (1). 

cLot más insignificantes tratados de estrategia indican los medios de 
qae debe valerse un general para vencer dificultades naturalesi en las que 
se apoya el enemigo, como, por ejemplo, desfiladeros, puntos dominantes, 
defensas, escarpadas, etc. 

«No en, pues, con las fuerzas en masa que debió atacar el general Ori- 
be la entrada del potrero, por más débilmente def^andida que estuviese, 
sino colocando sus reservas con más cuidado, si cabe, que en una batalla 
ableirtí, iniciando su ataque con su infantería 7 tiradores desmontados, j 
en el orden de flanco, para cuyo fin tenía un paso 7 una picada, más 6 
menos inmediatos á la boca del potrero. 

«Semejante golpe bastaba para moralizar las desalentadas fuerzas que 
aegoían al general Bivera, quien, por otra parte, no era hombre que no 
supiese sacar partido de tales ventajas, 7 si en esta vez no se puso defini- 
tivamente sobre los rastros del general Oribe 7 le concluyó encerrándolo 
en Montevideo, fué por efecto del mismo estado de indisciplina en que se 
encontraban sus parciales, incapaces de contraerse á operaciones ordena- 
das. A esto debe agregarse que el segundo cuerpo se componía de muy 
buenos elementos y el general Bivera nó podía evitar la reunión de é»te 
eon los restos del ejército derrotado. » ( Antonio Díaz, obra citada. ) 

( 1 ) He aquí el parte ofioial de la acción del Yf : 

El Presidente de la República en campaña. 

t 
Excmo. sefior Ministro de Querrá y Marina. 

£s la ana de la tarde y el ejército á mis órdenes acaba de obtener ana 



— .80- 

Desde este instante los sublevados se entregaron á re- 
correr el país en todo sentido; se apoderaron de las me- 
jores caballadas de las estancias; cobraron contribucio- 
nes, privando al Gobierno de todos estos recursos ; pusie- 
ron sitio á varios pueblos que abandonaban antes de 
rendirlos, tan pronto como se aproximaba á ellos alguna 
fuerza legal más poderosa; ponían en fuga las partidas 
sueltas que en el desempeño de alguna comisión reco- 
rrían el país, y se entregaban á algunos excesos, como 
también los cometieron las tropas regulares, al amparo 
del ejemplo funesto de sus propios jefes ;1). Además, el 
general Rivera, que conocía mejor que nadie el arte de 
la guerra de recursos, hacía prender fuego á los campos 
por donde pasaba, con objeto de extraviar á sus perse- 
guidores y no dejarles recursos de ninguna naturaleza. 
Después de recorrer grandes trayectos, de burlar varias 
veces á las huestes oribistas que en diferentes ocasiones 
creyeron poder concluir con los rebeldes, de aparecer y 
desaparecer como fantasma impalpable é invisible, á prin- 
cipios del siguiente año, acompañado solamente de unos 
mil hombres, Rivera llegó á las puertas de Montevideo 
(día 27 Enero á las 10 de la mañana). 

completa victoria sobre el caudillo anarquista á la vista del Durazno; mas 
teniendo defendido el paso con su infantería, no ha sido posible perse- 
guirlo hoy mismo hasta exterminarlo. Este triunfo se debe exolualva- 
mente á la bravura de los señores generales don Ignacio Oribe 7 don Ser- 
vando Gómez, 7 á la intrepidez de los guardias nacionales que militaban 
á las órdenes de esos distinguidos jefes. 
Oportunamente daré á V. E. un parte cireunstanciado. 

Manübl Oribb. 

Campo de la victoria frente al Durazno, Noviembre 21 de 1837. 

(1) Ko nos detendremos á enumerar todos estos excesos, pues el ob- 
jeto de este libro, no es descamar á las personalidades más salientes de 
la historia de la Bepública, sino tomar los hechos en coqjunto, sin ver ea 
los individuos más q«e la voluntad de un pueblo, la característica do an 
partido 6 la tendencia de una fracción, sin entrar en oomparadoiiflo» 
siempre odiosas, cuando no apasio|iadas« ^ 



- 81 - 

Su objeto al aproximarse á la capital fué dirigir, como 
dirigió, una nota á la Comisión Permanente, formulando 
proposiciones de paz, sobre la base de la renuncia del 
primer magistrado, que sería sustituido por el presi* 
dente del Senado hasta que, convocado el país á elec- 
ciones, la nueva Asamblea nombrase el reemplazante del 
señor Oribe; ninguna otra condición imponía el jefe del 
movimiento armado, ni nada solicitaba para él y los su- 
yos. La nota le fué devuelta sin abrir; error grave de la 
Comisión Permanente que, al proceder así, entendía que 
no era político ni correcto para la autoridad legalmentd 
constituida, entrar en transacciones con un jefe rebelde. 

En presencia de este desaire, Rivera se retiró de Mon- 
tevideo para continuar sus movimientos estratégicos, su 
concentración de gente y sus marchas y contramarchas, 
que tanto molestaban á sus enemigos, los cuales, fatiga- 
dos, rendidos y desmoralizados, sólo aspiraban ya á la 
realización de la paz. 

Cuando Rivera llegó al Queguay, seguido de cerca por 
don Ignacio Oribe, se dirigió á éste renovando su propo- 
sición de poner término & la lucha y hacer cesar las ca- 
lamidades que pesaban sobre el país, sujetándose á un 
arreglo equitativo; pero el general gubernista procedió 
con el jefe de la revolución de igual modo que había 
procedido la Comisión Permanente, es decir, le devolvió 
BU oficio sin leerlo. En vista de este nuevo rechazo, los 
rebeldes activaron sus preparativos, á la vez que el ejér- 
cito nacional se disponía á medir nuevamente sus armas 
con los anarquistas, como á la sazón se les denominaba 
á los partidarios de la causa del general Rivera. 

12. Batalla del Palmar.— Entretanto, las opera- 
ciones militares ocupaban la atención del país, que nO 
dejaba de comprender que sus futuros destinos depen- 
dían del resultado de la acción de armas que se prepa* 
raba. 

£1 ejército revolucionario inició una serie de movimien* 



- 82 — 

tos, que más se asemejaban á una huida que al deseo 
de pelear, pues se dirigió hacia el Norte, tenazmente per* 
seguido por las tropas del gobierno, á las cuales iba de- 
jando Rivera el convoy, la caballada y hasta las nume- 
rosas familias que acompañaban á su ejército. Pero al 
llegar al Palmar Grande, puntas del arroyo de Santa 
Ana, en el departamento de Paysandú, los sublevados 
hicieron alto, preparándose para dar una de las batallas 
más sangrientas de aquellos tiempos, en que la intransi- 
gencia y el odio constituían el rasgo más caracteristáoo 
de los partidos polMcos. 

Iniciado el combate en las primeras horas de la ma- 
ñana del día 15 de Junio de 1838, muy pronto la lucha 
se generalizó, haciéndose tenaz, implacable y furiosa», 
hasta que después de varias horas de encarnizada pelea, 
la victoria favoreció á los sublevados, que derrotaron de 
un modo completo á las divisiones de los generales Ig* 
nació Oribe, Servando Gómez y Manuel Britos, y los co- 
roneles Agustín Muñoz, Cipriano Miró, Saura, Latorre y 
otros, que mandaban los diferentes cuerpos que compo- 
nían este ejército, en número de inás de 2000 soldados,, 
de los cuales hubo 700 bajas entre muertos y heridos, 
300 prisioneros y la pérdida de toda la caballada, par- 
que y bagajes. La dispersión fué tan grande, que sólo 
después de muchos días consiguieron reunirse á Oribe 
los jefes de las diferentes divisiones de que se componía 
su ejército. 

£1 de Rivera no sufrió menos, pues casi toda su infan- 
tería fué exterminada, dejó el campo sembrado de cadá- 
veres y el conjunto de su ejército deshecho y en esque- 
leto, á pesar de los esfuerzos sobrehumanos que para 
evitarlo hicieron Rivera, Lavalle y Núñez, héroes de esta 
tristísima jornada (1). 

(1) Téngase presente que entre los historiadores qae han descrito ettn 
memorable batalla, los hay que le atribuyen la gloria del triunfo áLa^a* 
lie, otros al coronel don Ángel' Núfies, 7 loa más A BlTonu 



-83- 

La acción se prolongó por espacio de algunas hora% 
y cuando- ya los del gobierno creían asegurada la victo- 
ria, una orden dada por Oribe al general Britos fué mal 
interpretada por éste, y la suerte favoreció á las armas 
revolucionarías. «Los ejércitos de Oribe sufrieron una es- 
pantosa derrota, y el general Britos, principal autor de 
aquel desastre, quedó tan profundamente impresionado, 
que murió repentinamente en Paysandú. Las versiones 
que corrieron de que había muerto víctima de un enve- 
Benamiento, movieron al Gobierno á ordenar la trasla- 
ción del cadáver á la capital, donde se practicó la au- 
topsia (1).» 

Conviene también advertir que «el general don Juan 
Antonio Lavalleja había manifestado á don Manuel 
Oribe la conveniencia de que él se incorporara con su 
cuerpo de ejército á don Ignacio para asegurar la victo- 
ría, y don Manuel aprobó el plan del ilustre patriota; 
pero don Ignacio, creyéndolo tal vez innecesario, no le 
prestó la atención debida, y nada se hizo por una incor- 
poración que seguramente hubiera cambiado el resultado 
de la batalla (2).» 

A principios de Julio don Ignacio Oribe llegó á Mon- 
tevideo, después de haber dejado al mando de Lavalleja 
los restos de su mutilado ejército, y el Gobierno extre- 
maba sus medidas de rigor, sin duda con objeto de ami- 
norar ante la opinión pública la importancia moral del 
desastre. 

En cuanto á Rivera, la victoria del Palmar le dio el 
dominio absoluto de la campaña, excepción hecha de 
Paysandú, donde permanecía el señor Lavalleja. 

13. Intervención de la Asamblea.— La impotencia 
del primer magistrado de la República para sofocar la 
revolución lo colocó en una situación tan crítica, que no 



( 1 ) Tícente Navis, obra diada. 

<2) GuiUenno Mellan Lafinur: Loa ParHdot. Buenos Airea, 1803. 



- 84 - 

tuvo otro camino, para salir del atolladero y descargarse 
de responsabilidades, que convocar la Asamblea y obte- 
ner de ella una resolución que señalase al Gobierno la 
línea de conducta que debería seguir. Constituida ésta en 
sesión permanente, después de un debate que duró seis 
horas, llegó al siguiente acuerdo: 

Montevideo, 9 de Julio de 1838. 

El Senado y Cámara de Representantes de la República 
Oriental del Uruguay, reunidos en Asamblea General, 
acuerdan: 

Artículo 1.** El Poder Ejecutivo abrirá inmediatamente 
negociaciones con el jefe de los disidentes, para restable* 
cer la paz en toda la República. 

Art. 2.® Del resultado de las negociaciones dará cuenta 
á la Asamblea General para su resolución. 

Cablos Anaya, 

Presidente. 

Miguel A. Berro, 

Secretario. 

«Esta Asamblea era la misma que impremeditadamente 
había devuelto la nota cerrada al general Rivera, en una 
de sus entradas en el Departamento de la Capital. Y no 
sólo retrocedía con debilidad del paso dado por su Co- 
misión Permanente, sino que, por aquella resolución, el 
general Rivera perdió legalmente su calidad de rebelde 
para colocarse de un modo autorizado en la categoría de 
disidente; es decir, en la de ciudadano con iguales de- 
rechos á los que podían tener los que componían la misma 
Asamblea y demás poderes de la República, con ios que 
quedaba autorizado para tratar de potencia á potencia (1).» 

(1) Antonio Días, obra citada. 



-85 — 

A fin de dar cumplimiento al precedente acuerdo, el 
Poder Ejecutivo nombró una Comisión compuesta de 
don Joaquín 8uárez, don Carlos G. Villademoros y don 
Juan María Pérez (que por haberse enfermado fué re- 
emplazado por don Pedro Pablo Sierra),, quienes se 
encaminaron á Paysandü, cuya ciudad estaba á la sazón 
«itiando el general Rivera; y puestos al habla con éste 
empezó la negociación, que fué tan laboriosa como esté- 
ril, pues no se llegó á ningún arreglo, volviendo á la 
capital los señores prenombrados en los últimos días de 
Agosto. 

«La revolución contra el gobierno constitucional del 
Estado Oriental estaba triunfante en ese momento en la 
persona del general Rivera. Para asegurar su triunfo. Ri- 
vera había hecho causa común con el agente francés en 
Montevideo, Mr. Baradére, y con el contraalmirante que 
bloqueaba á la sazón el litoral argentino. Esto consta de 
los hechos y de la propia declaración de Baradére, quien 
reconvenido varias veces por las hostilidades de las fuer- 
zas francesas en el puerto de Montevideo, contestó al 
Ministro de Relaciones Exteriores del Estado Oriental 
que «una desgraciada necesidad arrastraba al jefe franj- 
ees á tomar las medidas de que se recurría, desde que 
el gobierno oriental era naturalmente aliado del argen- 
tino, y los ponía á ellos (los franceses), por lo mismo, en 
el caso de serlo también de Rivera (1).» 

«La alianza entre Rivera y los agentes franceses asu- 
mió el carácter de un pacto, con arreglo al cual se ini- 
ciaron simultáneamente las hostilidades contra los gobier- 
nos argentino y oriental* Mientras los franceses bloqueaban 



(1) Véase los documentos oficiales al ñn del Manifiesto del Presidente 
Onb§ sobre la infamia^ alevosía y perfidia con que el contraalmirante fran- 
tis Leblane y agentes de la Rancia en Montevideo, han hostilixado al go' 
bierno de la República Oriental del Uruguay. 



-86- 

á Buenos Aires y hostilizaban por mar á Oribe, Rivera 
estrechaba con su ejército á este último en Montevideo. 
Guando el Presidente Oribe quiso armar algunos buques 
para perseguir á los de Rivera, el contraalmirante fran- 
cés declaró que si esos buques salían de Montevideo lo 
harían á riesgo suyo, y que él bloquearía esta ciudad. La 
posición del Presidente Oribe se hizo insostenible en Mon- 
tevideo (1).» 

«En cuanto á la alianza de Rivera con los franceses, 
es un hecho absolutamente exacto, y ello no merece las 
críticas que se formulan por algunos puritanos históri- 
cos, por cuanto Francia se hallaba en guerra con Rosas, 
y como lo veremos, con Oribe mismo, por- sus afinidades 
con Rosas. Desde que la acción de Francia y la acción 
de Rivera se dirigían contra los mismos enemigos, nada 
más natural que los esfuerzos se mancomunaran en bene- 
ficio recíproco (2).» 

« Se supone generalmente que la influencia de los fran- 
ceses hizo caer á Oribe; sin embargo, nosotros podemos 
afirmar que él no fué combatido sino por los orientales. 
Su poder fué destruido en la batalla del Palmar, donde 
no se encontró un solo extranjero en las filas de sus 
enemigos, mientras que él, por el contrario, cayó apoyado 
sobre los extranjeros, y la prueba está en que, después 
de la capitulación de la ciudad de Paysandú, se encon* 
tro en esta ciudad un batallón argentino (3).» 

Este batallón estaba mandado por el teniente coronel 
don José Miguel Galán, quien se retiró con él al Arroyo 
de la China tan pronto como Lavalleja entregó la plaza 
á los delegados del general Rivera. 

Como consecuencia del auxilio que las autoridades 



( 1 ) Adolfo SaldfaB : Roxas y 8u época. Baenot Aires, 1893. 

( 2 ) Julio María Sose, obra citada. 

( 8 ) Alejandro Damas : Montevideo 6 una Nueva Troya, Monterideo, tSdSL 



-87 - 

francesas en el Plata prestaban al general Bívera, éste 
pudo organizar una escuadrilla que, con el poderoso con* 
«urso de sus aliados, el día 12 de Octubre se apoderó de 
la isla de Martín García, injustamente retenida por el 
gobierno argentino desde hacía algunos años. Después 
la flotilla remontó el río Uruguay amenazando á Pay- 
sandú, que, como se ha dicho, estaba defendida por La- 
valleja. 

14. Renuncia del presidente. — Éstos y otros 
sucesos llevaron al ánimo de don Manuel Oribe el 
convencimiento de que su continuación en la Presidencia 
seguiría ocasionando grandes trastornos al país, y, ya 
fuese con objeto de evitarlos, ya comprendiese lo difícil 
que le sería sostenerse en el poder, lo cierto es que, pre- 
vios los requisitos necesarios en casos de esta naturaleza, 
nombró en comisión á los señores don Ignacio Oribe, don 
Julián Alvarez, don Francisco J* Muñoz, don Juan F. 
Oiró y don Alejandro Chucarro, á fin de que, con objeto 
de estipular las condiciones de paz, se entendiesen con 
los delegados del general Kivera, los cuales fueron don 
Santiago Vázquez, don Enrique Martínez, don Anacleto 
Medina, don Luis Lamas y do^ Joaquín Suárez, con- 
viniendo las estipulaciones siguientes: 

1.^ El Excmo. señor General en Jefe del ejército cons* 
titucional reconoce y respeta las garantías que la Gons- 
títución y las leyes otorgan á las personas, propiedades 
y empleos. 

2." El Excmo. señor Presidente actual de la República 
resignará su autoridad inmediatamente, y con la posesión 
en el ejercicio de ella del que debe subrogarle, la paz 
queda enteramente restablecida. 

Para firmeza de lo cual, nos, los comisionados de S. E. 
el Excmo. señor Presidente de la República y los comi- 
sionados ad hoc de S. E. el señor General en Jefe, firmamos 
la presente con nuestros puños y le hicimos poner el sello 



de que usamos, en las márgenes del Miguelete, á los 21 
días del mes de Octubre, de 1838. 

Ignacio Oribe, — Julián Alvarex, — 
Francisco J. Muñoz, — Juan F\ 
Giró* — Alejandro Chucarro. — 
Santiago Váxquex,— Enrique Mar- 
Unez,.— Anacleto Medina» — Luis 
Lamas, — Joaquín Suárez. 

Aceptadas por don Manuel Oribe las precedentes ba- 
ses, pasó • á cumplirlas elevando á la Asamblea la si- 
guiente renuncia: 

Monteyideo, 23 de Octubre de 1838. 

Convencido el Presidente de la República de que su 
permanencia en el m^ndo es el único obstáculo que se 
presenta para volver á la misma la quietud y tranquilidad 
de que tanto necesita, viene ante Vuestra Honorabilidad 
á resignar la autoridad que, como órgano de la nación^ 
le habéis confiado. No es en este instante útil ni decoroso 
entrar en la explicación de las causas que obligan á 
dar este paso; y debe bastaros saber, como lo sabéis, que 
así lo exigen el sosiego del país y la consideración de 
que los sacrificios personales son un holocausto debido ¿ 
la conveniencia general. Dignaos, pues, honorables Se- 
nadores y Representantes, admitir la irrevocable resigna- 
ción que hago en este momento del puesto que he desem- 
peñado, y concederme, además, cómo á los ministros que 
quieran seguirme, una licencia temporal para separarme 
por algún tiempo del país, pues así lo aconseja nuestra 
posición. 

Honorable Asamblea General. 

Manuel Obibe. 



} 



ti 



-89 — 

La resolución del Poder Legislativo no se hizo espe* 
rar, pues al día siguiente decretaba: 

El Senado y Cámara de Bepresentantes de la República 
Oriental del Uruguay, reunidos en Asamblea General^ 

decretan: 

Artículo 1.^ Admítese la resignación que hace del cargo 
de Presidente de la República el Brigadier General don 
Manuel Oribe. 

Art 2.® El Presidente del Senado entrará á ejercer las 
funciones del Poder Ejecutivo en conformidad del artículo 
17 de la Constitución. 

Art 3.** Se concede al señor ex Presidente de la Repú- 
blica y á los ciudadanos que han sido sus Ministros, 
licencia para salir del territorio por el tiempo que creye- 
ren necesario. 

Art. 4.^ Llegado este caso, una Comisión de la Asam- 
blea General, nombrada por svi Presidente, pasará á 
acompañar al Brigadier General don Manuel Oribe hasta 
nto de donde verifique su partida, y á agradecerle 
mismo tiempo, á nombre de la misma, los distingui- 
dos servicios que ha prestado á la República. 
^ Art. 5.** Comuniqúese, etc. 

Lorenzo J. Pérez, 

Vicepresidente. 

Luis Bernardo Caviay 

Secretario. 
Sala de BesioneSi «en Montevideo á 21 de Octubre de 1833. 

Como consecuencia de lo establecido en los documen- 
tos que preceden, el señor Oribe, acompañado del Presi- 
dente del Senado don Carlos Anaya, de sus Ministros 
los señores don Antonio Díaz y don Carlos G. Villadé- 




moros Y unas ciento cincuenta personas más de su mayor 
intímidad, y pertenecientes casi todas á la clase militar» 
se embarcó para Buenos Aires el día 25 del citado 
mes, es decir, cuando sólo le faltaban cuatro meses y 
seis días para terminar el plazo legal de su Presidencia, 
reemplazándolo en ella don Gabriel Antonio Pereira, que 
sustituyó al señor Anaya en la vicepresidencia de la 
Bepública. 

15. Entrada triunfal de Biv^era en Montevi- 
deo. —- El 1.® de Noviembre de 1838 hizo Rivera su en- 
trada triunfal en Montevideo, se posesionó del mando 
supremo del Estado y lo desempeñó discrecionalmente 
bajo el título de General en Jefe dd ISérciio Cons* 
iitiunonal, y el mismo día dio á la publicidad una decía* 
ración de principios cuyo articulado era el siguiente: 

1.^ Que me hago garante de las instituciones constitu* 
cionales de la República, tales como se encuentran esta* 
blecidas en nuestro Código político. 

2.^ Que para hacer efectiva esta solemne garantía, sus- 
pendo momentáneamente el ejercicio de los altos poderes 
constitucionales. 

3.^ Que esta suspensión durará tan sólo los días es- 
trictamente necesarios para restablecer el orden, acallar 
las pasiones y preparar el libre ejercicio de aquellos altos 
poderes. 

4.® Que como representante de la pública Wuntad y 
como jefe de la fuerza que se me confió para sostenerla, 
adoptaré por mí mismo las medidas que juzgue conve- 
nientes mientras dure la suspensión indicada; pero limi- 
tándome á aquellas que fuesen necesarias á llenar los 
objetos del artículo precedente. 

5.^ Que adoptaré por divisa la más completa publici- 
dad, y por juez único, la conciencia pública. 

16. Protesta de don Manuel Oribe. — Gomo se ha 
visto, «la Asamblea aceptaba, no sólo la resignación que 
hacía el general Oribe, sino que le concedía el pase que 



-91 — 

I 

flolicitaba. En consecuencia, el señor Oribe había abdi* 
cado voluntariamente todos los derechos que pudiera ale- 
gar como primer magistrado de la República, á su con* 
tínuación en el mando; y decimos voluntariamente, por- 
que nadie le obligó á tal declaración, importando este 
acto puramente espontáneo, una solemne renuncia, que 
no hubiera tenido tal carácter, si sólo se hubiese ausem 
tado del país protestando solemnemente contra la vio*> 
lenta agresión que sufrían sus derechos, derrocándole de 
la silla presidencial. 

«Para el más escrupuloso examen político y para la 
misma conciencia del país entero, parece que este hecho, 
consumado bajo las formas más severas del derecho 
constitucional, era y debía tomarse como asunto comple* 
tamente concluido. 

«No fué así, sin embargo, y muy lejos de eso, el pri- 
mer cuidado del señor Oribe, apenas llegó á Buenos Aires, 
fué sorprender la opinión pública lanzando á la prensa 
un manifiesto, precedido de una protesta, esta última fe- 
chada en Montevideo el 24 de Octubre; documento tan 
imposible como contraproducente, y que no estableciendo 
ningún derecho, ni destruyendo ninguno de los actos con- 
sumados, sirvió, no obstante, de bandera para una larga, 
sangrienta y desastrosa guerra (1).» 

PROTESTA 

£1 Presidente Constitucional de la República, al des- 
cender del puesto á que lo elevó el voto de sus conciu- 
dadanos, declara ante los representantes del pueblo y 
para conocimiento de todas las naciones, que en este acto 
sólo cede á la violencia de una facción armada, cuyos 
esfuerzos hubieran sido impotentes si no hubiera encon- 
trado su principal apoyo y la más decidida cooperación 

(1) Antonio Díaz, obra citada. 



en la maxina militar francesa, que no ha desdeñado en 
aliarse á la anarquía para destruir el orden legal de esta 
J^pública que ninguna ofensa ha inferido á Francia; 
y mientras prepara un manifiesto que ponga en clarólos 
sucesos que han producido este desenlace, protesta desde 
ahora, del modo que puede hacerlo, ante la Representa* 
clon Nacional, contra la violencia de su renuncia, y hace 
re^onsables á los señores representantes del uso que 
hagan de su autoridad para sancionar ó favorecer las 
miras de la usurpación. 

Protesta también en la misma forma, ante el gobierno 
francés, contra la conducta del almirante de la fuerza na- 
val francesa de esta estación, y la de los agentes consu- 
lares de Francia actualmente en Montevideo, los cuales 
han abusado indigna y vergonzosamente de su fuerza y 
de su posición para hostilizar y derrocar el gobierno le- 
gal de un pueblo amigo é independiente. 

Manuel Oribe. 

Montevideo, Octubre 2i de 1833. 

Apreciando este documento, dice el señor Sosa: «¡La 
violencia ! — ¡ Adiós humanidad, adiós fe pública, adiós 
reposo de los pueblos, si esta doctrina llegara á ser el de- 
recho común de las naciones ! — ¿ Qué otra cosa que 
violencia, fuerza, coacción, es esencialmente todo cuanto 
se hace en la guerra ? — El que la emprende, lo hace, 
no sólo invocando, sino además sometiéndose á la sobe- 
rana ley de la victoria. — Ya sabemos que Oribe resignó 
el bastón forzado y violentado; pero el vencido en la 
guerra, el general juramentado, el jefe que capitula, el 
comandante que entrega una plaza, ¿proceden acaso de 
otro modo? ¿dejan por eso de estar á la observancia 
de lo que pactaron?» 

17.— Situación económica de la República al fi- 
KALizAR EL GOBIERNO DE Oribe.-— «Se ha visto que el 



- 93 - 

Urus;uay seguía en camino de prosperidad creciente á la 
elevación de Oribe á la Presidencia. Durante ella pasó 
por las convulsiones políticas que se han enunciado, y de 
cuyos efectos ruinosos no podía escapar. A pesar de ellas 
continuó afluyendo la inmigración, representando ,una 
cifra de 11.554 inmigrantes en los cuatro años. La en- 
trada de buques de ultramar fué, por término medio, de 
4ü0 anuales. Las entradas generales del tesoro ascendie- 
ron á U00,000 pesos, término medio, por año, y los 
gastos extraordinarios de guerra representaron la suma 
de 1.493,116 pesos (1).» 

La riqueza pecuaria del país ascendía en 1836 á un mi- 
llón seiscientas mil cabezas de ganado, que representa- 
ban entonces 5.600,000 pesos, y el valor de las tierras de 
pastoreo 5.610,000 pesos. La legua de campo costaba 1,000 
pesos. Las rentas alcanzaban á 923,000 pesos, f el presu- 
puesto subía (con exclusión de lo que se pagaba en con- 
cepto de intereses y amortización de deudas) á 830,000, 
de los que el ramo de guerra absorbía 442,103 y sólo se 
aplicaban á instrucción pública 36,197. La reforma mili- 
tar aumentó la deuda del Estado en 1.333,679 pesos, sin 
contar con que las guerras civiles agigantaron de año en 
año las penurias del erario. 

«Concluyamos: dos revoluciones en campaña seguidas 
de la proclamación de una dictadura militar, un desequi- 
librio inmenso de la hacienda pública que no alcanzan á 
suprimir ni los títulos de deuda que se emiten ni las pro- 
piedades fiscales que se venden: tales son los obligados 
factores que agitan al país durante la administración de 
Oribe, y que desde el punto de vista financiero se tradu- 
cen en el rápido crecimiento de las obligaciones ya into- 
lerables en la nación (2).» 



(1) Iiidoro De-Maifa: Elementos de historia» Montevideo, 1891. 
(3) Eduardo Acevedo: Ckmtrilnieión al estudio dt la historia eeonámktk 
y financiera de la Sepúblioa Oriental del Uruguay • Montevideo, 1903, 



-^94 — 

> 1& Resumen. — La Presidencia de don Manuel Oribe 
ae caracteriza por una serie de leyes y decretos que acu- 
san los mejores deseos por parte de los Poderes públi- 
cos en obsequio de su buen nombre y de la marcha 
regular y progresiva de las instituciones, como la re- 
forma militar, la reorganización de la administración 
judicial, las disposiciones sobre enajenación de tierras, 1& 
reglamentación de los consulados, el plan de estudios, el 
establecimiento del montepío y otras de menor trascen- 
dencia. En cambio, afean al gobierno del señor Oribe so. 
alianza con el sanguinario tirano don Juan Manuel de 
Rosas, }a confiscación de los bienes de los partidarios 
del general Rivera, la supresión de la libertad de im- 
prenta, la abolición del fuero civil en las causas por 
delitos cometidos por sacerdotes, etc. 

La luchiBL armada que el gobierno tuvo que sostener 
con el partido sublevado, obligó al señor Oribe á pre- 
ocuparse durante mucho tiempo, .y casi de una manera 
exclusiva, de los asuntos de la guerra, en la cual, i>or 
otra parte, demostró escasas cualidades militares. 

Como político carecía de dotes para serlo, como lo evi- 
denció su actitud con el partido riverista, con el cual 
rompió, apenas subido á la Presidencia, en vez de entre- 
tenerlo con diplomacia y sin menoscabo de la autoridad 
que ejercía. Esta apreciación nuestra está robustecida con 
el fracaso de su proyecto de levantar un empréstito en 
Inglaterra, lo que no pudo realizar á causa de que, por 
congraciarse con Rosas, ridiculizó al ministro inglés Ha- 
milton, el cual, indudablemente, se encargaría de cerrar 
al Uruguay los mercados de la Gran Bretaña. 
. «En sus relaciones con Buenos Aires fué tímido, reser- 
vado en sus razones y poco diplomático: prefirió el silen- 
cio y las treguas á la enérgica defensa de su país, con 
lo que alentó las exigencias de aquel gobierno (1).» Con 

(1) A. D. de P., obra dtada. 



-95- 

el Brasil adoptó el sistema de las evasivas y del apla- 
zamiento, inclinándose, además (persiguiendo una uto- 
pia )j hacia el bando sublevado contra el orden institu- 
cional de aquel país; á pesar de las saludables indicaciones 
hechas por Rivera, de guardar la mayor neutralidad no 
plegándose á la revolución de Río Grande. 

Pudo modificar los actos gubernativos de su antecesor, 
susceptibles de corrección, sin emplear un autoritarismo 
mortifícador y de resultados contraproducentes, como fué 
inconstitucional é innecesaria la destitución de funciona- 
rios riveristas, civiles y militares. 

«Sumamente honrado en el manejo de los caudales del 
Estado, no pudo, sin embargo, evitar que la deuda pú- 
blica se agrandase, resultando al fin de su gobierno una 
situación económica peor que al finalizar la Presidencia 
de Rivera, á pesar de lo despilfarrador que era éste ( 1 ).» 

No fueron las reformas que introdujo en la adminis- 
tración pública, generalmente aplaudidas, las que ocasio- 
naron la guerra civil que asoló al país y enlutó á los 
orientales, como erróneamente se ha pretendido soste- 
ner (2), sino la pasión política mal reprimida, los con- 
sejos diabólicos de Rosas que Oribe no supo desoir, y 
la falta de brújula para navegar en el proceloso océano 
de situaciones azarosas á que lo condujeron su idiosin- 
crasia personal y sus funestos asesores. 



(1) Eduardo Aeervdo, obra citada. 

(2) Véaae Rasgos de (xdministracumes naoionaleSf por el doctor don Loi» 
Saotiago Botana. HontOYideo, 1896. 



SEGUNDA PRESIDENCIA DE RIVERA 



7.-8.' 



CAPÍTULO m 

m 

SEGUNDA PRESIDENCIA DE RIVERA 

(DX 1889 1 18á8) 



SüMABIO : 1. Gobierno discrecional de Bivera, — 2. Alianza de la Bepúbüea 
Oriental con la Provincia de Corrientes. — 3. Elección del general BI- 
Tera. — 4. Declaración de guerra á Rosas. — 6. Abolición del tráfico 
de esclayos. -> 6. Antecedentes de la invasión resista* — 7. Invasión de 
Ecliagtte. — 8. Diplomacia riverista.— 9. Batalla de Cagancha.— 10. Sa- 
queo del pueblo de Belén.— 11. £1 afio 1840.— 12. Tratado Mackan. — 
13. Campaña naval. — 14. Montevideo en 1841. — 15. Victorias de 
Oribe en la Argentina. — 16. Batalla del Arroyo Grande. — 17. Mon- 
tevideo se dispone á la defensa. — 18. Invasión de Oribe. —19. Fin 
de la segunda Presidencia de Bivera.— 20. Situación económica de la 
Bepública . — 21 . Besnmen . 



1. GoBiEBNO DISCRECIONAL DE BiYERA. — - La medida 
de alguna trascendencia política que tomó Bivera tan 
pronto como ocupó la primera magistratura del país, fué 
dictar un decreto suspendiendo el régimen constitucional 
y arrogarse el poder público, que desempeñó discrecional- 
mente con la denominación de El general en jefe del ejército 
(JonsUtucional, Inmediatamente dio un bando declarando 
la más completa libertad de imprenta, sin restricciones 
de ninguna naturaleza, j después de oir á los estadistas 
de mayor crédito existentes en Montevideo, convocó al 
país á elecciones, con objeto de normalizar la situación 
de éste, efectuándose el acto electoral en el subsi- 
guiente mes de Diciembre. Después se contrajo á or- 
ganizar la administración pública, adoptando una serie de 



- 100 - 

disposiciones encaminadas á obtener recursos para aten- 
der á los gastos que había causado la guerra y los que 
causarían los acontecimientos que fatalmente tenían que 
producirse, en vista de la actitud del déspota argentino, 
quien no sólo reconocía en don Manuel Oribe el Presi- 
dente legal de la República del Uruguay, sino que en un 
documento público declaraba que los medios de que se 
habían valido sus enemigos para arrebatarle el poder, 
«alarmando muy fundamentalmente el celo de este go- 
bierno (el de la Confederación), lo constituía en la ne- 
cesidad é. inexcusable deber de poner á salvo la seguri- 
dad del territorio argentino contra los insidiosos y san- 
grientos planes de los agentes franceses, que se habían 
propuesto introducir, por medio de los rebeldes y desna- 
turalizados unitarios, la rebelión y la anarquía en los 
pueblos de esta República, para derrocar, como en el 
Estado Oriental, la autoridad suprema, y establecer otra 
que se prestase á sus humillantes é ignominiosas preten- 
siones (1).» 

2. Alianza de la República Oriental con la Pbo- 
viNCiA be Corrientes. — La precedente declaración no 
dejó de alarmar á Rivera, por más que sabía demasiado 
que, de hecho, la Confederación Argentina estaba en 
guerra con el Uruguay desde hacía tiempo, como queda, 
evidenciado en el capítulo anterior; de modo que se apre- 
suró á celebrar un tratado de alianza ofensiva y defen- 
siva con Corrientes (31 de Diciembre de 1838), cuya 
Provincia aspiraba á contener las miras ambiciosas y 
despóticas de un gobernante como Rosas, que, no sólo se 
había arrogado una jurisdicción suprema en todas las 
Provincias de la Confederación, sino que intentaba tam- 
bién ejercerla en Estados soberanos como la República 
Oriental. 



(1) Nota fecha 12 de NoTiembre de 18SS, del gobernada de Boenos 
Aires, don Juan Manuel de Rosas, al brigadier general don Ifanoel Oribe» 



- 101 - 

3. Elección del general Rivera. •-- Cumpliendo 
con la ConstítuciÓD, el día 1.® de Marzo del afio siguiente 
(1839) la Asamblea elevó por segunda vez á la Presi- 
dencia de la República al general don Fructuoso Rivera. 

No inspirándole confianza muchos de los funcionarios 
públicos, tanto civiles como militares, por sus afinidades 
con Oribe y Rosas, procedió á su separación; medida ló- 
gica y de necesaria prudencia en todo gobierno que, en 
igualdad de circunstancias, desee evitarse dificultades en 
lo interior y complicaciones en lo exterior. No fué, pues, 
esta disposición una represalia, sino un acto derivado del 
instinto de la propia conservación del gobierno. «Si no 
hubiese procedido así — dice don Antonio Díaz — • estaba 
irremisiblemente perdido. Tenia que luchar con un pode- 
roso partido, que aunque acababa de caer, era vigoroso, 
resistente y rico en elementos. A esto debe agregarse la 
actitud que había tomado el general Oribe en Buenos 
Aires, quien, después de su manifiesto y protesta, no pensó 
ya en otra cosa sino en combinar los medios de lanzarse 
á la invasión de un Estado cuyo gobierno había perdido 
violentamente, es cierto, pero á cuyos derechos en ese 
período había hecho la más formal abdicación.» 

Dilucidando este mismo punto, otro escritor (1) se ex- 
presa así: 

«Mientras el gobierno provisorio del general Rivera 
trataba de encarrilar el país por la vía de las institucio- 
nes, don Manuel Oribe, á quien hemos visto alejarse del 
país después de haber renunciado la Presidencia de la 
República y haber sido aceptada esta renuncia por la 
Asamblea General, lanzaba, desde Buenos Aires, una 
protesta contra sus mismos actos, diciéndose víctima de 
la coacción, y anulando, en consecuencia, ante sí, la re* 
nuncia hecha, y titulándose el verdadero Presidente. 

«Esta singular actitud del general Oribe se debía á 

( 1 ) Julián o. lünnda : Ckmymidio de HiMtoria Naenonal. Honteyideo, 1898. 



— 102 — 

la maléfica influencia de Rosas, á quien se ofrecía la 
propicia ocasión de mezclarse en nuestros asuntos inter- 
nos, una vez más, valiéndose al efecto del ascendiente 
que su posición le daba sobre el ex Presidente. 

« Rosas, interviniendo en nuestras cuestiones, hizo causa 
común con Oribe, y lo reconoció en el cargo en que ha- 
bía cesado. Sin embargo, no convenía á los planes del 
dictador argentino utilizar en la República, por el mo- 
mento, al general Oribe. El Presidente legal, como se ti- 
tulaba éste, aceptó el mando de uno de los ejércitos des- 
tinados á combatir á los enemigos del tirano en su pro- 
pio país; sus campañas en las provincias argentinas ¿o 
son objeto de este estudio, porque ellas corresponden á 
la historia del vecino país; pero la verdad histórica nos 
obliga á decir que la brillante personalidad que tanto se 
distinguió en las memorables campañas por la indepen- 
dencia Oriental, se obscureció completamente al empu- 
ñar las armas en defensa dé Rosas.» 

Oribe, entretanto, se hacía llamar, y se llamaba él 
mismo, Presidente legítimo de la República del Uruguay ; 
pero aun admitiendo que tuviese derecho á ello, este de- 
recho, con arreglo á los preceptos constitucionales, ca- 
ducó desde el momento en que se puso á las órdenes de 
Rosas como general de la Confederación y aceptó mando 
de fuerzas. Más todavía: perdió hasta su propia ciudada- 
nía oriental (1). 

De lo expuesto se infiere que Oribe carecía de razón 
y de derecho para invadir el suelo de la patria á fin de 
reivindicar la Presidencia perdida, y si lo hizo, es decir, 
si vino á ella en son de guerra, fué como aliado de Ro- 
sas, y, en tal concepto, la historia lo juzga con toda se- 
veridad. 

(1) La ciadadaDÍa se pierdOi entre otras cansas, por admitir empleoa, 
distinciones 6 títulos de otro gobierno, sin especial permiso de la Asam- 
blea; pudiendo solicitarse j obtenerse rehabilitación. (Art. 12, inciso 4.*, 
de la Constitución de la Bep. O. del Uroguaj. ) 



-103- 

4. Declaraoión de qüebra á Rosas. — « El aüo 39, 
y los dos subsigiiieDtes, fueron los más terribles de la 
tiranía de Rosas. Aliado con todos los cáudillejos del in- 
terior, cometía actos bárbaros y crueldades horribles con 
el pueblo de Buenos Aires. La más 'horcas una sociedad 
titulada JRestauradora, protegida por Rosas, recorría las 
calles de Buenos Aires dando vivas al ilicsire restaura- 
dor de las leyes, como se le llamaba á Rosas entonces. 

«Es ésta también la época en que afluye más cantidad 
de personas de Buenos Aires á Montevideo, víctimas de 
las persecuciones de que eran objeto en aquella ciudad. 

«Montevideo sirvió de refugio á muchos de los hom- 
bres ínás ilustrados de Buenos Aires, en aquel tiempo, 
y, amparados por el gobierno del general Rivera, se iden- 
tificaron, por decirlo así, con los orientales, figurando en 
los empleos civiles y militares más elevados. 

«A la vez que el gobierno de Rivera se veía rodeado 
de los elementos más distinguidos del partido unitario, 
era también Montevideo la residencia de los más impor- 
tantes marinos franceses que dirigían la guerra contra 
Rosas (1).» 

Ck)mo era natural que sucediese, tanto los argenti- 
nos emigrados como los marinos franceses trabajaron el 
ánimo del Presidente á fin de conseguir que éste decla- 
rase la guerra á Rosas, sobre todo después de la alianza 
firmada con la Provincia de Corrientes, que ya se había 
rebelado contra el tirano argentino; y Rivera, que veía 
un peligro para la independencia de la República en la 
permanencia del déspota en el poder, no titubeó en enar- 
bolar el pabellón que simbolizaba la defensa de las li- 
bertades públicas del Río de la Plata, haciendo las si- 
guientes manifestaciones al declarar la guerra al país 
vecino: 



(8) Pablo Blaneo Aeeredo: HitUtria d» ¡a BepúbUea O, dd Uruguay, 
Monterideo, 1900. 



— 104- 

«La República se honra en dedarar que ella no lleva, 
sino que contesta la guerra; su rol es, pues, enteramente 
defensivo, aún en el caso probable de tener que invadir. 

«Partidaria sincera de la paz, es por la paz que se dis* 
pone á pelear. Habituada al respeto por las nacionali- 
dades extrañas, quiere ver también respetada la suya. 

«Invocando los testimonios más sagrados, el pueblo 
Oriental protesta que él no pelea contra el benemérito 
pueblo argentino, su glorioso hermano, su antiguo oom- 
pallero de armas, su natural aliado, cuya nacionalidad 
es inviolable y santa ante sus ojos. En su convicción no 
cabrá jamás que el pueblo que le ayudó á conquistar la 
independencia de que goza, pueda abrigar el designio de 
arrebatarle un bien que espontáneamente contribuyó á 
granjearle. 

«Es, por consecuencia, al tirano del pueblo inmortal 
de Sud* América, y que hoy, intenta serlo de nuestra pa- 
tria, á quien buscan y contra quien se dirigen nuestras 
armas. 

, «Y he aquí toda la razón de la guerra por nuestra 
parte. ... La independencia de la República Oriental ha 
sido amenazada por el usurpador, argentino; y es para 
conseguir una garantía que afiance su inviolabilidad, que 
marcha á mano armada sobre el poder usurpador. El 
pueblo Oriental antes permitirá desaparecer del cuadro 
de las naciones, que inclinar su cabeza delante de la ti- 
ranía á que quiere someterlo el Grobemador de Buenoa 
Aifos.» 
. Pocos días después, el Grobierno promulgaba el siguiente 

BANDO 

HónteYideo, Marzo 10 de 1899. 

Habiendo S. E. el general en jefe del ejército consti- 
tucional, en uso de las altas facultades que inviste, aceptado 
el día 21 la guerra que le declaró de hecho á la Repú- 



- 1(B - 

blica el Gobernador actual de Buenos Aires don Juan 
Manuel de Rosas, declarándola á la vez contra el Go- 
bierno de ésta y sus sostenedores, por los graves moti- 
vos, con el objeto y término señalados en el manifiesto 
respectivo, el Poder Ejecutivo declara: 

1.® La República Oriental del Uruguay está en estado 
de perfecta guerra con el Gobierno actual de la Provin- 
cia de Buenos Aires y con todos los que lo sostengan, 

2.® No siendo la guerra contra la República Argentina, 
su bandera, sus pueblos y ciudadanos, que se hayan sus- 
traído 6 se sustrajesen en adelante al poder del tirano, 
serán considerados, tratados y admitidos como hermanos, 
amigos y aliados, contra el enemigo común. 

3.® Por los Ministerios respectivos se tomarán todas las 
medidaa necesarias para que quede cerrada toda comuni- 
cación entre este Estado y el territorio 6 territorios en 
que se obedezca ai Gobernador actual de Buenos Aires, 
en la forma y bajo las penas que designa el Derecho pú- 
blico. 

4.® Comuniqúese á quienes corresponda, pubUquese por 
bando é insértese en el Registro Nacional. 

Pereiba^ ,. 
José Ellauri. 
José Bondeau. 
Francisco J, Muñoz. 

Conviene advertir que en Febrero el Presidente, gene- 
ral Rivera, había delegado el poder en el Vicepresidente 
de la República don Gabriel Antonio Pereira, instalán- 
dose en el Durazno con objeto de organizar el ejército, 
contando solamente, cuando declaró la guerra á Rosas, 
con 270 hombres de infantería y 1700 soldados de ca- 
ballería, aunque después se le incorporó el general Me- 
dina con 700 hombres. Con tan pobres recursos Rivera 
se puso en marcha hasta el litoral del Uruguay, donde 



-lóe- 
se sitaó con sus tropas, sin contar otras divisiones que 
se le debían agregar. 

5. Abolición del trXfioo de esclavos.— Gomo los 
asuntos que quedan indicados constituyeron la atenci^ 
principal y casi única del Gobierno, es natural que poco 
se preocupase de introducir mejoras en la Administración 
pública. Sin embargo, Rivera concluyó con Inglaterra un 
tratado aboliendo el tráfico de esclavos, tráfico que era 
una ignominia, tanto para los individuos que á él sé de- 
dicaban, como para los países que lo consentían, sobre 
todo después de jurada la Constitución, que en su aiv 
tículo 131 prohibe para siempre el tráfico é introducción 
de esclavos en todo el territorio de la República (1). 

(1) A pesar de todo, la esdaritad no desapareció de la Bepúbliea hasta 
fines de 1842, como paede verse por la siguiente ley: 

El Senado j Cámara de Bepresentantes, ete. 

Considerando: 

Que desde el año de 1814 no han debido reputarse esclaros los nacidos 
en el territorio de la República; 

Que desde Julio de 1830 tampoco han debido introducirse esclsTos 
en ella ; 

Que en^e los que existen, por consiguiente, con esa denominación, son 
muy pocos los de uno j otro sexo que deban considerarse tales, y tienen 
ya compensado en parte su valor con los servicios que han prestado; 

Que en ningán caso es más urgente el reconocimiento de los derechos 
que estos individuos tienen de la naturaleaa, la Constitución y la opinión 
ilustrada de nuestro siglo, que en las actuales circunstancias, en que la 
Bepúbliea necesita de hombres libres que defiendan las libertades j la 
independencia de la nación, decretan: 

Artículo 1.' Desde la promulgación de la presente resolución, no hay 
esclavos en todo el territorio de la República. 

Art. 2.0 El Gobierno destinará los varones útiles que han sido esdavos, 
colonos ó pupilos, cualquiera que sea su denominación, al servicio de las 
armas por el tiempo que crea necesario. 

Art. 8.* Los que no sean útiles para el servicio militar, y las mujeres, 
se conservarán en clase de pupilos al servido de sus amos, con si^^ción» 
por ahora, á la ley patria sobre pupilos y colonos africanos. 

Art 4.* Los derechos que se consideren peijudicados por la presente 
resolución serán indemnizados por leyes postwiores. 



- 107 - 

G. Antecedentes de la invasión bosista. — «Cuando \ 
á despecho de Bosas, el vencedor de Palmar del Arroyo 
Grande demostaró su influencia decisiva en el país, y con- 
vencido de ello el general don Manuel Oribe resignó el 
mando ante la Asamblea y pidió su venia para retirarse 
á Buenos Aires, Rosas, triunfante en todas partes, más 
que nunca afianzado en el poder, temió por la estabili- 
dad de ese mismo poder. 

« Lo que no había conseguido un partido poderoso de 
la Confederación Argentina, ramificado en todas las pro- 
vincias, con el decidido apoyo del Perú y de Solivia y 
el eficaz auxilio de la escuadra francesa, lo había con- 
seguido el gaucho Rivera al frente de un puñado de 
orientales. Rosas, en medio de sus' triunfos, desde la más 
alta cima de su pasmoso poderío, temió la exaltación de 
Rivera y se creyó en peligro. Ese solo triunfo moral co- 
loca á Rivera fuera de toda discusión acerca de su vali- 
miento. 

«Para que resalte más su personalidad en los destinos 
de su país y aún de la América del Sur, si para Rosas 
era un constante recelo, para los patriotas argentinos re- 
presentaba la única esperanza que les daba aliento en 
8u injusta desgracia. Digamos por qué. 

« Rosai^ había iniciado el año de 1838 fusilando al pa- 
triota Francisco Cienfuegos. Éste fué juzgado con la ra- 
pidez ejecutiva de aquella voluntad sombría. Reducido á 
prisión en la mañana del 7 de Enero, puesto en capilla 
á la tarde y fusilado á las 6 de la mañana del día 8. ¡ 

«En Buenos Aires había abortado la conspiración lia- ¡ 
mada de los lomos negros, con el bárbaro asesinato del \ 

Art. 6.* CJomunfqaese al P. E., etc. 
Sala de aetioneB, en Hontevideo, á 12 de Diciembre de 1862. — Mamusl 
B. BuBTAKAVTS. — Jwa» A, Labandera, 



Honterideo, Diciembre 12 de 1842. 
Cúmplase, etc.— Suabbz.— JT'rafietaco A» Vidal, 



-108- 

cloctor Manuel Vicente Maza, Presidente de la Cámara 
de Representantes, en cuya sala fué asesinado en Junio 
de 1838, y luego, sin forma de proceso legal, fusilado su 
)iijo el coronel Ramón Maza, presunto jefe militar de la 
conspiración. 

«En el Sur ahogóse en sangre el movimiento inten* 
tado, en Julio del mismo año, por el teniente coronel 
Juan Zelarrayán, muerto en Bahía Blanca. 

«Domingo Cullén, gobernador de Santa Fe al falleci- 
miento de Estanislao López, es, én Octubre del 88, ven- 
cido en Cay asta, y habiendo caído en manos de Rosas, 
en Julio del siguiente año, fué inmediatamente pasado 
por las armas. 

«El general Andrés' Santa Cruz, director supremo del 
Perú y de Solivia, en guerra con Rosas, es completa- 
mente derrotado por el general Manuel Bulnes en la 
batalla del Yungay, librada el 20 de Enero de 1839. 

«Jenaro Berón de Astrada, gobernador de Corrientes, 
C|ue se había pronunciado con un ejército de 5000 hom- 
bres, fué, en Marzo del 39, derrotado y muerto en Pago 
Ijargo por el general Urquiza, al mando de la vanguar- 
dia del general Echagüe. En esta batalla el general ven- 
cedor hizo dar muerte á más de 800 prisioneros (1). 

«Fué igualmente ahogado en sangre un nu^o movi- 
miento al Sur de Buenos Aires, muriendo entre otros el 
patriota Pedro Castelli, cuya cabeza, fija eñ un palo, fué 
expuesta durante ocho días en la plaza principal de Do- 
lores. 

«El dictador, mimado y encumbrado por la suerte ciega. 



(1) La matanza de miitarios foé tan horroroM 7 sin ejemplo en Ja 
historia de la América repablicana, que arranoó á Sarmiento estas fktfdieaa 
palabras, consignadas en sn célebre Facundo: •Boj no haj lechero, tir- 
Tiente, panadero, peen, gafián, ni cuidador de ganado, que no aea alo* 
man, inglés, vasco, italiano, español, porque es tal el consumo de hombrea 
que ha hecho en diez afios ; tanta carne humana necesita el amarieanitwto, 
que al cabo la población americana se agota y ta toda á enregimentane 



- 109 - 

en aqad momento histórico más que nunca, esperaba á 
la sazón ver cesar el bloqueo que mantenía la escuadra 
francesa, dada la oficiosa intervención de los Estados 
Unidos y de la Oran Bretaña. Había hecho de Chile su 
decidido aliado. Por la batalla del Tungay veía inutili-' 
zados al Perú y á Bolivia. Vinculaba ad Ecuador con 
los lazos de intereses comunes, y mantenía estrechas re- 
laciones con el gobierno del Brasil. En el interior, lo he- 
mos visto, toda resistencia había sido ahogada en ríos 
de sangre. 

«Tal era la angustiosa situación de los patriotas argen- 
tinos, cuando todo lo esperaban de Rivera; y cuando Ro- 
sas, por lo mismo, determinó abatir esa influencia para 
acabar sus recelos y someter la República Oriental para 
colmar su ambición. 

«A ese efecto dispuso que el general don Pascual 
Echague, gobernador de Entre Ríos, invadiese nuestro 
territorio con un ejército numeroso. 

«En Gagancha, pues, donde se decidía esa campafia, se 
jugaban los destinos de nuestra patria y la causa de la 
libertad en Sud- América. 

«De ahí la inmensa importancia política que debe atri- 
buirse á esa batalla, para cuya inteligencia era indispen- 
sable la recapitulación que precede (1).» 

7. iNVAfliÓN DE EchaoÜb.— El tratado de alianza cele-*^ 
brado- entre la Provincia de Corrientes y la República ; 

en lof enadrM que la metnlla rale» desde qne el ad nie hasta que ano- 
chece.» 

Algo parecido paede decirse dd Uruguay, en donde las sangrientas 7 
«ontinoadas guerras civiles, no sólo han detenido su progreso, sino qne, 
desde su independencia hasta la fecha, han llenado de cadáverea el terri- 
torio, enlutando á las familias 7 dismÍnu7endo relaUvamenU la poblados 
nacional. Hace más de setenta sños qne los partidos políticos de la Re- 
pública, con eertos intervalos, están luchando por medio d^ las armas 
con objeto de conquistar sucesivamente el poder. 

(1) A. Dufnrt 7 Alvares: Itwatifin de EoKagüe: Batalla dó Caganeha^ 
29 de Dioimnbn d$ 1839, Montevideo, 1894. 




-110- 

Oriental; )a protección decidida que dispensaba i ésta la 
escuadra francesa del Rio de la Plata; la actitud hostil 
de los argentinos emigrados en Montevideo, y la decla- 
ración de guerra de Rivera á Rosas, dieron sobrado 
i pie al tirano de Buenos Aires para tomar la ofensiva y 
lanzar sobre este país un ejército de más de 7000 hom- 
bres, que, vadeando el río Uruguay en el mes de Junio 
de 1839, se situó en las inmediaciones del Salto. Este 
ejército venía mandado, por el general don Pascual Echa- 
i güe, teniendo bajo sus órdenes á los generales don Juan 
! Antonio Lavalleja, don Servando Gómez, don Eugenio 
Garzón y don Justo José de Urquiza, jefe de la van- 
guardia, como también los jefes y oficiales que habían 
emigrado con Oribe cuando éste se ausentó de Montevi- 
deo después de haber renunciado la Presidencia de la 
República. 

1— Apenas pisó el territorio uruguayo, Echagüe envió nu- 
I merosas comisiones á diferentes departamentos, con objeto 
de aumentar su ejército con los elementos desafectos á 
la política de Rivera, y cuando creyó que podría conse- 
guir una victoria fácil, emprendió marcha hacia el Que- 
' Ruay, cuyo río vadeó por el amplio paso de Andrés 
Pérez. 

Tan pronto como en Montevideo se tuvo conocimiento 
de la invasión de Echagüe, Rivera se ausentó para la 
campaña, la que recorrió durante quince días, convocando 
á sus parciales para la guerra, exaltando el ánimo de 
todos y reuniendo toda la gente que pudo, la que distrí- 
. buyo convenientemente á fin de dificultar la marcha del 
enemigo, á la vez que él con alguna escasa fuerza se 
' dirigía directamente hacia la región invadida por las hues- 
tes del tirano argentino. 

No fueron éstas las únicas disposiciones que adoptó 
Rivera, sino que auxilió al general Lavalle, á fin de que, 
trasladándose á Corrientes^ como lo hizo, obligase á Ro- 
sas á distraer fuerzas que, sin la expedición de aquel mi- 



- 111 — 

litar argentino, el tirano habría enviado á la Banda Orien- 
tal para aum^tar el ya numeroso ejército de Echagüe. 

También trató Rivera de atraer á Lavaíleja incitán- 
dolo á que lo ayudase á salvar la independencia de la 
patria, seriamente amenazada por Bosas, pero el héroe 
del Sarandi no se dignó contestar á las cartas del par- 
dejón^ facineroso y salvaje Kivera (1). 

El primero que con una división de 500 hombres se 
tiroteó con los invasores fué el coronel Ángel Núñez, 
Jefe Político de Paysandú, entreteniendo así á Urquiza, 
que, como se ha dicho, formaba la vanguardia del ejér- 
cito de Echagüe; pero desde que ambos contendientes 
se encontraron en el paso de Andrés Pérez, las divisio- 
nes riveristas empezaron á retirarse hacia el Sur, no á la 
desbandada, sino estudiadamente, defendiendo el terreno 
palmo á palmo y causando al enemigo no pocas pérdidas. 
Esta estrategia de Kivera obligaba á Echagüe á marchar 
con gran lentitud y tomar inusitadas precauciones en 
previsión de una emboscada ó de una sorpresa, hasta que 
logró vadear el río Negro y más tarde el Yí, para acam- 1 
par unos y otros en las márgenes del Santa Lucía Grande, \ 
lugar convenido con los suyos por Rivera para hacer ce- \ 
sar la retirada. Esta marcha terminó á mediados de \ 
Septiembre. ; 

«Decididamente, la retirada había terminado allí, des- ^ 
pues de dar todos sus frutos. 

«En efecto, si esa retirada fué heroica bajo el punto de 
vista del valor, bajo el punto de vista militar fué hábil 
y de resultados positivos. Rivera necesitaba ganar tiempo 
á fin de asegurar el éxito de las fuerzas destacadas para 
operar en los diferentes departamentos, donde á su vez el 
enemigo operaba. Aproximándose á Montevideo, se ponía 
en condiciones de recibir tropas de refresco, infantería y 



( 1 ) Las palabras que subrayamos, las aplicaba LarallciJa á BlTera al 
«DTlar al general Eehagüe las cartas que el segundo dirigió al primeib. 




— 112 - 

artillería, sin exponerlas á las fatigas de las grandes y 
penosas marchas que hubiera exigido una batalla al Norte 
del río Negro, por ejemplo, como deseaba Echagüe. Fatig6 
al mismo tiempo y desmoralizó al enemigo, obligándolo 
por último á aceptar el campo de batalla elegido de ante- 
mano, cuyos menores accidentes conocía palmo á palmo. 

j «Sólo así podía aventurar la batalla con un enemigo 

(tan superior numéricamente (1).» 

«A los tres días de haber llegado á este punto v se in- 
corporó el coronel Venancio Flores, que había quedado 
cortado en el departamento de Soriano: traía una ¡iivU 
sión de 800 hombres, y en su travesía había batido á la 
división de San José, que venía á incorporarse á Echagüe 
con cerca de 1000 hombres que estaban acampados ea la 
barra del arroyo de la Virgen, sorprendiéndola y des* 
haciéndola completamente^ tomándole su caballada y arma- 
mentos, y matándole irnos setenta y tantos hombres (2).» 
En Octubre se iñiDorporaron al ejército de Rivera dos 
batallones de infantería y un cuerpo de Voluntarios de ¡a 
libertad, compuesto casi todo de españoles. También U^gó 
el coronel don José María Piran con seis piezas de ar-i 
tíllería. 

Mientras el general iba aumentando lentamente su ejér- 
cito, se libraban con harta frecuencia reñidos combates,' 
en los que la suerte casi siempre favoreeía á los patrio- 
tas, además de varios encuentros en diferentes puntos del 
país, pues Echagüe hacía recorrer toda la República re- 
clutando gentes que simpatizasen con su causa. Tales 
fueron los encuentros de Ángel Medina en Soriano, de 
Fortunato Mieres al norte del río Negro, de los corone** 
les Domingo García y Faustino López en Maldonado, y 
de Fortunato Silva en San Carlos, en los cuales la 
suerte de las armas se inclinó del lado de los jefes citados, 

(1) A. Doíort 7 ÁIyuw, obra eitada. 

( 2f) Domingo Cosió: Oampaña y.bataUa de Coíftm^a» Montevideo, 1898. 



- 113 - 

«El invasor también se alegraba de estos aprestos, I 
tomándolos como augurios de una próxima batalla. Sin 
embargo, todavía Rivera juzgó prudente demorarlo cerca 
de tres meses más, y, como hábil diestro, llevarlo á la 
muerte desmoralizado y rendido de fatiga. 

«Todo comenzaba á escasear en el campo enemigo. 
Gran número de soldados habían abandonado los giro- 
nes de ropas y vestían con pieles de carnero. Faltában- 
les los artículos de primera necesidad para ellos. Era 
casi diario que nuestros paisanos, compadecidos, aprove- 
chando el servicio de avanzadas, les alcanzaran tabaco, 
yerba y hasta alimentos. Tal situación,- prolongada, pro- 
vocaba frecuentes deserciones, debilitando y desmorali- 
zando su ejército. Echagüe veía con inquietud creciente 
los progresos de Lavalle en Corrientes, después del triunfo 
del Yeruá (1), y probablemente sentía debilitar la fe tan I 
robusta y llena de alardes que lo animaban en el co- I 
mienzo de la campaña. Ésta era la obra de Rivera 7 ^^ jJ / 
un puñado de bravos (2).» "a^ 

8. Diplomacia biverista. — Mientras se desarrolla- 
ban los acontecimientos que quedan relatados, el ge- 
neral Rivera aceptaba la mediación inglesa en la con- 
tienda con Rosas; pero en la copiosa documentación 
publicada acerca del particular, se observa que estos tra- 
bajos diplomáticos encerraban el propósito de debilitar ó 
adormecer la acción de las huestes rosistas, lo que se 
consiguió en parte, pues de ella enterado, Echagüe no 
se manifestó tan actívo como lo requerían las circunstan- 
cias, lo que dio tiempo á Rivera para preparar á sus 
correligionarios, reunirlos en un sitio elegido de antemano 
y lanzarlos contra los invasores. 



(t) * Combate del Yerui: El general Lavalle con 400 hombres de caba- 
ñería 7 SO infiuiteB bate á una faerza entrerriana muj superior en número, 
en el Yeruá. (Pedro Bivas: Efemérides wnerieanaa; BosariOi 1879.) 
• (2) A. Dnfott y- Álvarea, obra dtada. 

8.— 2.» 



V 

\ 



Como quiera que sea, la intervención inglesa en el sen- 
tido de resolver pacíficamente el conflicto con Rosas,, 
hubiera sido de resultados negativos, en razón de que 
para llegar á ella, éste imponía las siguientes condiciones: 

l.'^ Que el anarquista Kivera se vaya á Europa. 

2.^ Que el gobierno legal sea restablecido. 

3.^ Que salgan del £stado Oriental los unitarios emi 
grados que se consideren partidarios del caudillo Rivera,, 
favorables á su sistema de anarquía ú hostiles á la Con- 
federación Argentina. 

4.^ Que entre este Gobierno y el de la Presidencia le- 
gal de aquel país, se hará un arreglo amistoso sobre 
gastos y perjuicios. Es también una de las condiciones 
propuestas, la de que Rivera no podrá volver al Estado 
Oriental sino con licencia del Gohierno legal, cuando 
éste tenga á bien concedérsela. 

Consultado Oribe por Rosas acerca del particular, con- 
testó, «lleno de gratitud hacia el Supremo Gobierno de la 
Confederación, que aprobaba los concepto^ vertidos en 
esta solemne ocasión por S. E.; como que ellos son — 
decía el señor Oribe — tan análogos á los sentimien- 
tos que me animan y á los buenos orientales en general.» 

Al arreglo aludido, le llamaba Rosas « las bases de un 
acomodamiento pacífico,» que nunca pasó de proyecta 
irrealizable. 
^- 9. Batalla de Cagancha.— El día 29 de Diciembre 
de 1839 los dos ejércitos se avistaron por fin en los cam- 
pos regados por el arroyo de Cagancha (1). El deEcha- 



\ 



(1) Cagawfha: Arrojo del Departamento de San José. Nace en una 
ramificación occidental de la cacJ&iUa del Pintado, y deapnés de eorrer por 
terrenos llanos, con dirección SO., tributa sus igiULñ en el río San José 
por su margen izquierda, á unos doce kilómetros antes de la confluencia 
de éste en el Santa Lucía. El arrojo Cagancha-, et vadeable por sus nume- 
rosos pasos. Según dice la anciana doña Mercedes Cermeño de Gallorda,. 
la denominación de (hgancha viene de que la casa de negocio que á prin- 
cipios del siglo existía en los camjpoi de los Callorda, á inmediadonea delr 



- 115 - 

1 

giie constaba de 7500 hombres y sólo de 3000 el de Ri- j 
vera. La acción se empeñó á las diez y media de la j 
mañana, en el momento preciso en que este último se | 
hallaba ocupado en voltear reses; circunstancia que fué ' '{ 

aprovechada por los resistas para atacar á los orientales, ^ j 

deshaciendo con su vanguardia, compuesta de 2000 hom- 1 ^\ 

bree mandados por Urquiza, á las guerrillas riveristas, que i i 

tuvieron que incorporarse al grueso del ejército después { ! 

de haber perdido 60 hombres, de 120 que eran. 1 

Inmediatamente el encuentro se generalizó, y mientras \ 
el general Medina «iniciaba una serie de aquellas sober- ^ 
bias cargas que le dieron fama de gigante en los cam- i 
pos de Ituzaingó,» el coronel Venancio Flores recibía el I 
empuje de Servando Gómez que, tratando á todo trance i 
de vencerlo, luchaba empeñosamente con su contrario, j 
secundado por una horda de indios guaycurús (1), quel 
también formaban parte del ejército de Echagüe. Catorce : 
cargas le llevó Gómez á Flores, y otras tantas fué recha- : 
zado, hasta que interviniendo en la lucha el valiente \ 
Ángel Núñez, el enemigo empezó á vacilar y perder te- \ 
rreno presintiendo la derrota, sobre todo cuando apare- 
cieron á la desbandada grupos de la división de Lava- j 
lleja corridos por Medina (2). La infantería enemiga, que < 
cargó el centro, fué también rechazada por la artillería -. 
mandada por el coronel Piran. Después de estos actos \ 
de heroísmo, en que las tropas uruguayas tenían que lu- ' 

arroyo conocido lioj por CagantíM, la regenteaba im individuo conocido 
con el nombre de «Cara ancha >, por ser efectivamente de cara eurignata; 
de ahí «cara ancha», «carancha» j, á modo de befa, Cagancha, que ha 
prevalecido. 

' ( 1 ) «El batallón 2.* sufrió una carga de eaballerfs llevada por los in- 
dios guaycurús, de las tropas de Echagfke, en ia que llegaron á lancear á 
algunos infantes, lo que obligó al batallón á baeer frente á retaguardia y 
con una descarga cerrada dispersar á los valientes indlM que habían en- 
vuelto á la línea del centro ( Florencio César Qonzálea: Ejércüo del Cru- 
ffuay, apuntes históricos. Montevideo, 1903.) *^ 

(2) «La leaerva del enemigo, mandada por Lavalleja^ y compuesta de 



- 116 - 

char en la proporción de uno contra tres, empezó la re- 
tirada de Echagüe y su heterogéneo ejército, que más que 
retirada fué huida, dispersión. Entonces el general Ri- 
vera, que al frente de varios es^cuadrones recorría la línea 
de fuego, «eleva su voz en el mismo campo de la enco- 
nada lid, clñm&ndo piedad para los vencidos (1),» sin per- 
juicio de seguir la persecución hasta el paso del Rey del 
río San José, de donde volvió con 200 prisioneros (2). 

Las bajas del ejército argentino ascendieron á 480 
muertos é innumerables heridos; se tomaron prisioneros 
varios jefes, 137 oficiales y unos mil individuos de tropa. 
Se le tomaron también caballadas, armas, municiones, 
bagaje, y una imprenta de campaña qué actualmente se 
encuentra en el Museo histórico de Montevideo. Las 
fuerzas de Rivera tuvieron 320 muertos y 190 heridos (3). 
Ningún cuerpo enemigo pudo desalojar á los escuadro- 
nes orientales del terreno en que peleaban (4), lo que 
explica las catorce cargas brillantes dadas por las legio- 
nes mandadas por el general don Servando Gómez (5). 

Al dispersarse la caballería resista, el general Echagüe 
desapareció del campo de batalla, no deteniendo su ver- 
tiginosa carrera hasta haber vadeado el Uruguay, ha- 

1000 hombres, creyendo el üiunfo seguro, desde el principio de la aeddn 
cayó sobre nuestras carretas de hospital y equipos, y algunas de negocio, 
que eran como en número de 80, y había en ellas 85 heridos, que fueron 
degollados, asf como tres de los practicantes que los asistían, pudiéndose 
escapar á tiempo el Cirujano Mayor doctor don Fermín Ferreira y dos 
practicantes. » ( Domingo Ck>sio, obra citada. ) 

(1) Daniel Martines Vigil: En fo tribuna del Club Rivera. Discurso 
pronunciado en el festival celebrado el 29 de Diciembre de 1903, con mo- 
tivo del aniversario de la batalla de Caganoha. Montevideo, 1904. 

(2) Entre ellos se encontraba el secretario de Echagüe. La vida de 
todos fué respetada por los vencedores, siendo además auxiliados por Ri- 
vera con ropa y dinero, mandándolos á Entre Bíos en completa s^uridad. 

(3) A. Dufort y Álvarez, obra citada. 

(4) Domingo Cosió, publicación citada. 

(5) Carta del general don Manuel Oribe abriendo Juicio sobre la ba- 
talla de Cagancha. 



- 117 — 

ciendo lo propio Urquiza, quien, metido en una pelota ( 1 ), 
cruzó dicho rio á la altura de la barra del arroyo Ne- 
gro (2). Los restos del ejército también se ausentaron 
en grupos desordenados, robando y cometiendo todo gé- 
nero de excesos (3). A pesar de todo esto, desde la 
costa entrerriana Echagüe dirigía á Rosas un parte comu- 
nicándole haber derrotado completamente al anarquista 
incendiario Rivera y á su miserable ejército, causándole 
1800 muertos; «documento que, en vez de cubrir el expe- 
diente, daña la reputación de un general cuyos actos 
deben llevar siempre el sello de un proceder circuns- 
pecto y digno;» (4) pero esto no es de extrañar, ya que 
formaba parte de la escuela dé Rosas festejar lo mismo 
sus tríimfos que sus derrotas (5). 

Tal fué en substancia la célebre batalla de Cagancha, 
que, según el autor que mejor ha estudiado este hecho 
de armas, en sí y en sus consecuencias, supera á cual- 



( 1 ) c La pelota es noa especie de bolsa formada por el cuero seco de un 
noTillo, recogido hacia arriba en forma de tinaja j sujeta alrededor de la 
abertura por donde se mete el Tii^ero. A reces le ponen, dentro 6 fuera, 
palos á los costados para que arme mejor. Se maneja con una pala ó 
gruesa rama, se arrastra por otro á nado (con un maneador llevado de 
los dientes ) 6 & caballo, 6 se tira desde la orilla opuesta con un lazo. » 
(Alejandro Magarifios Cerrantes: FUlmaa y Ombúea») 

(2) Carta del general don Ventura Bodriguez al doctor don Anacleto 
Dufort j Ályarez. 

(8) Antonio Díaz, obra citada. 

(4) Antonio Díaz, obra citada. 

(5) ¡Triunfó Rivera! El águila potente 
al buitre destrozó bajo sn garra. 
El sol, al declinar en occidente, 
de la lanza oriental en la mohatra 
hizo quebrar su rajo refulgente. 
Postrer saludo á la legión Uzanra 
que abatió la arrogancia del tirano, 
negro baldón del mundo americano I 

( César Alberto Miranda: Canto d la batalla de Caganeha, Montevideo, 1902. } 



-120- 

acercó á las costas del río Uruguay con objeto de pro* 
teger el pasaje de las fuerzas derrotadas, y hallándose 
acampado en el Ayuí, desprendió una fuerza con encargo 
de destruir una escuadrilla sutil, perteneciente al gobierno 

que marehase en gnerriUa sobre los enemigos; mas obserrando que no 
abandonaban el punto, se paso á la cabeza del batall<te N.<* 2 7 al paso^ 
de carga se fué sobre ellos, á la bayoneta, haciéndolos hair. 

Ésfé era precisamente el momento en que tenia lugar el tercer encuen- 
tro de nuestra caballerfa. 

Asf fué que ya la derrota se hizo completa y general, y nuestra oaba- 
llerúf continuó la persecución, habiendo sido preciso que se detuviera al- 
gán tiempo la infantería y artillería en el campo, para evitar que algún 
cuerpo extraviado pudiese volver á él, y para recoger nuestros heridos y 
organizar algunos cuerpos de caballería. Pero una hora después continuó 
su marcha. 

Aquí me es forsoso hacer un paréntesis para decir á V. E. que la arti- 
llería hizo sobre los enemigos un fuego sumamente vivísimo, que acredita 
el buen estado en que se hallaba. También diré que el coronel del cuerpo 
don Julián Martínez, á pesar de su estado de inutilidad, se mantuvo al 
frente de él. 

La pérdida del enemigo, entre muertos y prisioneros, la calculo enmáü 
de mil hombres (entre ellos está Baña), siendo el de los segundos pe- 
queño en comparación de los primeros. Se les ha tomado también inmenao 
armamento, todo su parque, equipajes, una imprenta, dos esmeriles de 
bronce y toda su caballada. 

Nuestra pérdida alcanza á doscientos homlures entre muertos y heridos. 
En los primeros se cuenta al teniente coronel don Feliciano Bodilguez 7 
al ayudante de campo don Isidro Fuentes, y algunos otros oficiales máis, 
cuya relación se dará por separado. En los segundos se halla el sefior co- 
ronel del batallón N.« 2, don Pedro José Agüero, y otros oficiales subal- 
ternos. 

Al cerrar esta comunicación no puedo decir á Y. E. más sino que loa 
sefiores generales, jefes, oficiales y tropa del ejército de la República se 
han hecho todos acreedores á las mayores distinciones del gobierno, como 
á la estimación pública. Yo, por mi parte, suplico se haga por ellos todo 
cuánto justamente creo que merecen. 

Dios guarde á Y. E. muchos afios. 

Fructuoso Bnmu.. 

Cuartel General, Enero 4 de 1840. — Excmo. sefior brigadier general don 
José Sondean, Ministro de Guerra y Marina. 



— 121 — 

de Montevideo, que se hallaba estacionada en el porte- 
zuelo de Belén. La operación se efectuó en la noche del 
17 de Enero de 1840. Belén desapareció en pocas horas. 
Su iglesia y sus casas fueron destruidas é incendiadas, y 
sus pobladores se vieron obligados á seguir á los asal- 
tante^ á la vecina provincia de Entre Ríos. La flotilla 
fué también aniquilada por medio del fuego, extrayéndose 
previamente la artillería, la cual aprovecharon los rosis- 
tas en su propio beneficio (1). )( 

11. El ASfo 1840.— «En el año 1840, más de 900 bar- 
cos entraron' en el puerto de Montevideo con proceden- 
cia de ultramar. La renta aduanera subió en ese mismo 
año á dos millones y medio de pesos, y el comercio, las 
industrias y sobre todo la inmigración europea, llegaron 
á BU más alto grado. 

( l ) «El gobernador de Santa Fe» general Joan P, López, allaa Jftuoa- 
riUa, había pasado á Entre Bíos por orden de Soaas j formaba el ejér- 
cito de reaerya, acampado en el Ayaí. 

« López era considerado como un hombre sin altara moral, falto de 
ideas, brutal y sangaioario. 

«Tal concepto quedarla confirmado por la única resolución que adoptó 
en presencia del desastre de Cagancha. 

«Ordenó el saqueo j el incendio del pueblo de Belén, nuestra última 
población sobre el alto Uruguay, j el exterioinio de sus habitantes. 

« Esa misión fué eonfiada al general Manuel Oribe, y predao es decirlo, 
fué aceptada y cumplida por éste. 

«En la noche víspera del 17 de Enero de 1840 pasaron el Uruguay, y 
antes de aclarar el dfa habían sorprendido é incendiado la escuadra orien- 
tal « — cuatro barquichuelos inservibles ya, que se les denominaba la£ofo, 
la Eufrasia, la SttreUa y el Atrevido. Entraron á saco el pueblo de Be- 
lén, pasaron á cuchillo á sus moradores, ancianos, mujeres y niños, y se 
retiraron con los humildes despojos del saqueo, después de poner fuego 
al pobre rancherío. 

«Realizado acto tan inhumano como estéril, López se internó con su 
ejército, alejándose precipitadamente del Uruguay á fin de evitar un ata- 
que posible de loa nuestros. 

< Por el camino se le incorporó Echagfle con algunos dispersos. 

«El 25 de Enero el general Garzón con 600 hombres se incorporaba á 
«u vez á Oribe en su campamento de Handisoví Chico. > ( A. Dufort y 
AlYvrtZf obim citada, } 



/ 



— 122 — 

«Por otra parte, coincidió con ésta época de bienestar^ 
el año en que mayor número de unitarios se asiló en 
estas playas, contándose entre ellos lo más granado de 
la sociedad ai^ntina y los que descollaban más por su 
talento y por sus virtudes cívicas. 

«Entre los más importantes de los argentinos asilados 
en Montevideo en aquel año, podríamos nombrar á Flo^ 
rencio Várela, redactor de El Comercio del Plata; José 
Rivera Indarte, redactor de El Nacional, y que publicó 
las Tablas de Sangre, enumerando los crímenes de Ro- 
sas, precedidos del lema : «es acción santa matar á Rosas»; 
Valentín Alsina y Juan María Gutiérrez, periodistas de 
talla; Juan Alberdi y Miguel Cañé, escritores y perio- 
distas notables ; los poetas José Mármol y Esteban Eche- 
varría: este último autor de «La Cautiva»; José Agrelo, 
uno de los autores de la revolución de Mayo; Vicente 
López y Luis Domínguez, escritores é historiadores de 
nota; José Rondeau y Martín Rodríguez, ambos generales 
de la independencia; Félix de Olazábal y José de 01a- 
varría, guerreros igualmente de la independencia; Juan 
Lavalle, José María Paz, y más tarde Gregorio Lama- 
drid, los generales más valientes y más notables de lá 
época, y tantos otros que permanecieron refugiados en 
Montevideo durante toda la época de Rosas (1).» 

Así, pues, «el año 1840, que tan fatal había de ser á 
los argentinos, lucía esplendores para la República Orien- 
tal; mientras en Buenos Aires el pueblo gemía bajo el 
poder terrorífico de Rosas, Montevideo gozaba de com- 
pleta tranquilidad ; la emigración argentina, que huía del 
tirano, y la inmigración europea, que acudía numerosa al 
país, abrían nuevos y risueños horizontes á la Repú- 
blica (2).» 

«Buenos Aires era á la sazón teatro de horrendos crí- 



(1) Pablo Blaneo Aeevedo, obra citada. 

(2) Julián o. Miranda, obra citada. 



— 123 - 

meneé y latrocinios sin cuento: vida, honor é intereses, 
todo, todo se hallaba en inminente peligro; todo era escar-' 
Decido y vilipendiado; todo caía aplastado bajo el peso 
abrumador del más cruel y odioso despotismo; nada que 
fuera digno se respetaba allí: se veían asaltados los ho- 
gares, rodaban por las calles las cabezas humana» sepa- 
radas de sus troncos, y se exhibían en las plazas públi- 
cas ó en canastas de fementidos vendedores ambulantes, 
los cuales, con impúdico descaro, ofrecíanlas al pueblo y 
á las familias, al anuncio de — ¡A los ricos duraznos ! ¡ du' 
raznos unitarios! 

«Los templos eran profanados, pues en los altares se 
colocaba el retrato del tirano, y en las puertas de la 
iglesia mayor se les pegaban moños, con alquitrán hir- 
viendo, á las damas ó niñas que no sujetaban sus cabe- 
llos con una cinta de la Santa Federación, porque aquel 
monstruo (Juan Manuel de Rosas) ni el sexo débil con- 
templaba. No parecía ser hijo de mujer, sino un engen- 
dro maldito de minotauro y de pantera! (1)» 

«Necesitamos detenernos un momento para dar cuenta 
de un período que importa conocer— dice otro historiador 
refiriéndose á este mismo asunto.— Tratamos de una época 
cuya fecha imperecedera se encuentra hoy estampada en 
los sitios más consagrados, recónditos, así como en los 
más públicos del pueblo argentino. Esa fecha (1840) 
tiene un recuerdo permanente en el hogar de la familia, 
en la lobreguez de los calabozos, en las plazas públicas 
y en el interior de los templos; en el hogar doméstico, 
donde han corrido furtivamente tantas lágrimas; en el 
silendo de las prisiones, donde han gemido tantos des« 
venturados; en las plazas públicas, donde se han pre- 
senciado tantos espectáculos sangrientos; y en los tem-* 
píos, en fin, donde han penetrado víctimas que han sido 

(1) Setembrino E. Pereda: Loa exírat^eroa «n la gtterra grande, Mon- 
tevideo, 1901. 



- 124 — 

arrancadas á la sagrada inviolabilidad y donde al lado 
de la profanación se levantó la plegaría del oprimido. 

«En aquella época excepcional se produjeron y acu- 
mularon delitos, fusilamientos en cárceles, cuarteles y 
pontones, plaza del Retiro, Santos Lugares, atentados 
contra la religión, contra la cosa pública. Se violó el do- 
micilio, se ejecutaron arrestos ilegales, violencias injusti- 
ficadas; se denegó justicia, se atentó contra la propiedad, 
contra la integridad de las personas, contra el honor de 
éstas por medio de injurias y ultrajes hasta en los cadá- 
veres; se produjeron homicidios dolorosos, despojos vio- 
lentos y acusaciones injustas (1).» 

12. Tratado Mackaü. — Hacía tiempo que los par- 
tidarios de la paz entre Francia y la República Ar- 
gentina trabajaban para llegar á ella, ya que la guerra 
ningún beneficio había reportado al primero de los dos 
países. Fué entonces que el gobierno francés envió al 
Plata al señor Armando Mackau, quien, después de ser 
reconocido por Rosas, celebró con éste un tratado que 
ponía término á las diferencias que habían roto la aruio- 
nía entre los dos países. Por este tratado la Confedera- 
ción se comprometía á indemnizar á los subditos fran- 
ce^ps los perjuicios que se les hubiesen causado, y Francia 
levantaría el bloqueo de los puertos argentinos, entregando 
también la isla de Martín García y los buques apresados 
por la escuadra francesa en el Plata. Quedaba también 
entendido que el Gobierno de Buenos Aires seguiría con- 
siderando en estado de perfecta y absoluta independen- 
cia á la República Oriental del Uruguay, en los miamos 
términos que lo estipuló la convención de paz con el 
Brasil de 1828, sin perjuicio de sus derechos naturales, 
toda vez que lo reclamaran la justicia, el honor y la se- 
guridad de la Confederación Argentina. Por otro artículo, 



(1) AntoDio Btix: Sutoria poHtiea y mUUar de ¡aa Rep&bliea$ dd 
Plata, Montevideo, 1878^ 



— 1SS5 - 

se abrían las puertas de la patria á todos los argentinos 
emigrados que quisiesen volver á ella, y aun aquellos que» 
estando con las armas en la mano, las depusiesen dentro 
del término de ocho días, exceptuando los generales y 
los comandantes de cuerpos, salvo el caso de que por 
hechos posteriores se hiciesen acreedores á la clemencia 
del gobierno de Buenos Aires. 

Gomo este tratado se firmó sin el consentimiento de 
Rivera, de quien se prescindió en absoluto, es claro que 
la Bepública Oriental quedó librada á sus propias fuer- 
zas, siendo ineficaz la protesta de Rivera, que sólo pudo 
presentar, en demostración de su alianza con Francia, 
un convenio firmado por don iTosé Ellauri en represen- 
tación del Uruguay, y el Cónsul francés en Montevideo; 
convenio que carecía de suficiente fuerza desde que no 
había sido ratificado por el monarca francés. Sin embargo, 
éste había incitado á Rivera á que declarase la guerra á 
Rosas, lo habilitó con algunos recursos é implícitamente 
había autorizado la alianza, de modo que su actitud de 
ahora constituía una verdadera deslealtad. Francia contó 
con la Repúolica para combatir la tiranía con que Ro- 
sas ensangrentaba á los pueblos del Plata, pero prescin- 
día de ella park celebrar la paz. 

Tanto el gobierno oriental como la población francesa 
de Montevideo reclamaron de semejante acto, pero sus 
gestiones no dieron ningún resultado. Rosas había ven- 
cido á Francia en el terreno de la diplomacia y el Uru- 
guay quedaba á merced del odio y de la venganza del 
déspota argentino. 

13. Campaña naval. —En previsión de los aconteci- 
mientos que pudieran desarrollarse, y comprendiendo que 
más ó menos pronto Rosas ta'ataría de vengarse del de- 
sastre que* su ejército había sufrido en Cagancha, Rivera 
abandonó la presidencia y se dirigió á campaña con 
objeto de organizar varias divisiones, con las que pro- 
yectaba socorrer á los generales Paz y Lavalle, que con- 



— 126 - 

tínuaban luchando eñ las provincias argentinas contra 
don Juan Manuel de Bosas. Pero éste se hallaba enton- 
ces muy ocupado en dominar á sus enemigos del inte- 
rior, para distraerse con Rivera. Sin embargo, armó una 
' escuadra con objeto de crear dificultades á la navegación 

. oriental, dando el mando de la misma al temerario ma- 

I riño irlandés Guillermo Brown. 

^ A fines de Marzo de 1841, Brown se dirigió á Monte- 
I video con los bergantines Belgrano, San Martín, Vigi- 

I lante y Ediagüe^ la goleta 9 de Julio y la corbeta 25 de 

Mayo, con el pretexto de auxiliar el comercio extranjero, 
pero en realidad con miras de combatir por agua al go- 
bierno oriental. 

Éste, á su vez, armó una escuadrilla compuesta de los 
bergantines Pereira y Montevideo, la corbeta Constitución 
y tres goletas, entregando su dirección al marino norte- 
americano Juan H. Cohe, quien se mantuvo en el puerto 
de Montevideo hasta mediados de Mayo. Allí fué á bus- 
carlo Brown, si bien simuló uifa retirada hacia el nor- 
oeste del Cerro, calculando que Cohe, suponiéndole dé- 
bil, se decidiría á un combate. « En efecto, en la mañana 
del 24 de Mayo, Cohe se vino con toda su escuadra so- 
bre la argentina, empeñándose la acción á sotavento. Des- 
pués de dos horas de fuego, Brown pretendió interpo- 
nerse entre el enemigo y el puerto, pero Cohe, á pesar de 
su superioridad, maniobró para conservar su retirada, la 
que efectuó después de tres horas de un fuego sostenido, 
dejando á su adversario dueño de las aguas. Al día si- 
guiente el Belgrano y el San Martín dieron caza res- 
pectivamente á dos buques enemigos, sin que los que le 
quedaban á Rivera pudieran impedirlo, á causa de las 
averías que habían sufrido en la lucha. En los subsi- 
guientes combates navales la victoria había sido de Brown; 
por manera que á fines de 1841 la escuadra argentina 
surcaba triunfante las aguas del Plata, y Rivera, mal 



- 127 - 

avenido con Cohe> aprestaba nuevos buques, que puso á 
las órdenes del comandante don José Garibaldt (1).* 

«Al mando de endebles barquichuelos, que sólo su 
arrojo y su pericia podían gobernar, Garibaldi resistió 
heroicamente, en innúmeros combates, á la ardorosa y 
ducha escuadra del tirano de Buenos Aires, y logró ha- 
cer más de una presa á su temible y experto adversario 
el almirante Brown, tenido por el rey marítimo del Plata, 
y que en la guerra de la independencia había alcanzado 
una brillante figuración; al almirante Brown, cuya gloria 
de entonces, según la bella expresión de Garlos María 
Ramírez, «todavía miirmura himnos de victoria entre los 
camalotes del Juncal.» 

«De ahí que durante dos días luchara con él en des- 
igual contienda, en costa Brava (Paraná), donde encalló 
su flotilla falta del líquido elemento, sin que su ánimo 
ni el de los suyos decayera por eso un solo instante; 
que agotadas las balas que tenía, dispusiera de los hie- 
rros de á bordo para cargar con ellos sus cañones, y que 
deshecha aquélla, y muertos ó heridos la mayor parte de 
sus bravos, prendiera fuego á sus queridas naves, á fin 
de evitar que fuesen profanadas por la planta de los ser- 
vidores del tirano. «Nos salvamos, dice el héroe en sus 
Memorias, por efecto de la voladura de la santabár- 
bara de la flotilla, que se efectuó de un modo imponente 
y terrible, atemorizando al enemigo y demorando la per- 
secución. Fué un espectáculo sorprendente el de la vo- 
ladura de las naves; en el sitio en que habían per mane-, 
cido éstas, el río quedó terso como un cristal, mientras 
en ambas orillas del ancho torrente, caían I09 espantosos 
despojos del fracaso.» Este hecbo causó la admiración y 
el asombro de propios y extraños, y reveló al almirante 
Brown I que tenía que vérselas con un hábil y temible 
batallador (2).» 

(1) Adolfo Saldtas: Roxaa y su época, Buenos Aires, 1892. 

(2) Setembrino E, Pereda, obra citada. 



- 128 — 

14 Montevideo sn 1841.— «Mientras tantos Montevi- 
deo seguía en una era de progreso. Las rentas de aduana 
subían, y el comercio y las industrias prosperaban. Xia 
instrucción había hecho grandes adelantos en esta ciudad, 
contando ya con algunos colegios de enseñanza primaria 
y superior. El 25 de Mayo de 1841 se verificaba el pri- 
mer certamen poético en el teatro San Felipe, al cual 
concurrieron los príqieros vates de aquel tiempo. Entre 
ellos figuraban Esteban Echevarría, Francisco Acuña de 
Figueroa, José Rivera Indarte, Mármol, Gutiérrez,. Do- 
mínguez, etc. El primer premio fué discernido á Juan 
María Gutiérrez, el segundo á Lui^ Domínguez y el ter- 
cero á dos composiciones que sobresalían entre las de- 
más, la una por la belleza de la forma y la otra por la 
belleza del fondo: los autores eran Francisco Acuña de 
Figueroa y José Mármol (1).» 

15. Victorias de Oribe en la Argentina.— Muchos 
fueron los caudillos argentinos que sucesivamente se iban 
sublevando contra la tiranía de Eosas, á la vez que empu- 
ñaban las armas para combatir á los gobernadores, quie- 
nes, al amparo de aquel sanguinario déspota, habían adop- 
tado como sistema de gobierno la violencia y la expolia- 
ción. «Gobernaban éstos las provincias á su capricho y 
confiscaban las propiedades de los llamados salvajes uni- 
tarios, que eran siempre todos los que tenían bienes. Encar- 
celando y desterrando de la provincia ó del país á todos 
los que por su ilustración ó patriotismo no aceptaban de 
grado la dictadura, llegaron al fin á quedarse silencio£k>s, 
en tanto que los hombres de algún valer social y poli* 
tico que no perecieron en las persecuciones y guerras vi- 
vían en el extranjero (2).» 

Sin embargo, «la invasión de Lavalle por Entre Ríos, 
la revolución operada en el sur de la provincia de £ue* 



( 1 ) Pablo Blanco Aoeyedo, obra citada. 

(2) Mariano A, PeUiza: Historia Argentina, Baenoa Airea, 1901. 



- 129 — 

nos Aires, y por último en las provincias del N<Mrte, acaudi- 
ftda por Mareos Avellaneda, pusieron en conflicto el 
poder de Kosas. Pero éste logró vencer todas las resis- 
tencias que se le opusieron enviando al interior un ejér- 
cito al mando del ex Presidente de la República Oriental 
don Manjiel Oribe, quien venció primero en San Cala, y 
luego en el Quebracho Herrado. Avellaneda fué fusilado 
y Lavalle perdió la vida, mientras que i3us compañeros dé 
gloria y de infortunio buscaban un asilo en Chile ó en 
Bolivia (1).» . 

A estos hechos de armas siguieron otros que permitie- 
ron á Oribe pasear triunfante por casi todo el territorio 
argentino la ensangrentada bandera de la Federación, 
hasta concluir la resistencia en el interior de las provin- 
cias argentinas. Sólo la actitud de los pueblos del litoral 
dejó vislumbrar alguna esperanza de contener en su ca- 
rrera victoriosa al teniente de Rosas. Estos pueblos ha- 
bían organizado una liga formada por el general Paz, 
nombrado gobernador por Entre Ríos; Ferré, general en 
jefe del ejército correntino; Núñez, que mandaba el entre- 
rríano, y lUvera, que debía ponerse al frente de todas las 
divisiones después de incorporárseles con el ejército de la 
República Oriental. Tales fueron en síntesis los prelimi- 
nares de la batalla del Arroyo Grande, batalla que re- 
sultó un desastre para los aliados. 

16. Batalla de Arroto Grande.— Después de la 
victoria de Cagancha, los numerosos enemigos que Rosas 
tenía en Montevideo empezaron á trabajar el ánimo de 
Rivera para que éste diese una nueva organhsación al 
ejército y con él al frente invadiese el territorio argentino, 
tratando de vencer á los secuaces de aquel Gobierno, y 
concluyese con el despotismo del enemigo más implaca- 
ble que jamás tuvo la República Oriental; pero Rivera 
no 86 decidía á dar un paso de tanta trascendencia que 

( X ) C. L. .Fregdro : Compendio d$ hi&Unia arfftnHna, BneUM AirM,.1897. 



--ISO-' 

podría hasta poner en peligro la independencia de su 
paÍ9. Sin embargo, tanto lo empujaron, que, tal vez con- 
trariando sus propósitos, se decidió por .fín á invadir, te- 
niendo en vista los triunfos de Oribe y la protección' que 
habían ofrecido dispensar al caudillo uruguayo los pue- 
blos y autoridades del litoral argentino. 
, En el mes de Julio, de ese año, lüvera se dirigió al 
noroeste y acampó en la confluencia del arroyo de San 
Francisco (Pa3rBandú), donde tuvieron lugar las confe- 
rencias con los jefes de los ejércitos coaligados para com- 
batir ai tirano. Estos jefes eran los generales don José 
María Paz, don Juan Pablo López, don Juan Madriaga, 
Ramírez (a) Chico^ el gobernador de Corrientes y los 
dos principales caudillos de la revolución riograndense, 
señores Bentos Manuel Ribeiro y Bentos Manuel Gh>n- 
záiez. 

«Dos días duraron estas conferencias, dando por resul- 
tado que el general Rivera fuese el director de la guerra, 
asumiendo el mando del ejército de operaciones de En- 
tre Ríos. 

«La mayoría estaba con la opinión del general Paz, 
que sostenía que era muy aventurado emprender opera- 
ciones sobre el enemigo con las escasas fuerzas que po- 
dían ponerse de pronto en pie de guerra en Entre Ríos, 
pues Oribe había hecho campamento general en Las Ba- 
modas (á inmediaciones de la ciudad del Paraná) y no 
daba señales de moverse de allí, punto estratégico de 
observación que había elegido, así para mantener atemo- 
rizadas y en sosiego á las provincias de allende el Pa- 
raná, cuanto para dar lugar á que los aliados organiza- 
sen sus fuerzas, que nunca podrían llegar, apurando soa 
recursos, á más de 10.000 hombres, 

«Así, pues, con un ejército numeroso, bien pertrechado, 
disciplinado y victorioso, se dejaba estar esperando que 
le llevasen la ofensiva, para moverse entonces y dar un 
golpe decisivo que le dejase libre y sin tropiezo d ea- 



- 131 - 

mino, ya para Corrientes, ya para el Estado Oriental. 

«Comprendiendo el general Paz el plan de Oribe, pro- 
ponía la formación de dos ejércitos, apurando todos los 
recursos: uno que formaría el general Rivera en el Es- 
tado Oriental, y otro que él organizaría con las fuerzas 
de Entre Ríos y Corrientes, en operaciones sobre el ene- 
migo; convenidos en que, si al moverse Oribe lo seguía 
á Corrientes, Rivera pasaría el Uruguay luego que aquél 
hubiese pasado el río Mocoretá; pero en caso de que 
Oribe pasase el Uruguay; el general Paz con su ejército 
pasaría en seguida á este territorio por el puntó más con- 
veniente para efectuar la incorporación y darle batalla, 
pues sólo en tales condiciones podrían los aliados equili- 
brar con ventaja el poder del ejército invasor (1).» 

Rivera no aceptó este plan, insistiendo en llevar por 
BÍ solo la dirección de la guerra, de modo que continuó 
organizando su ejército y dando instrucciones á los de- 
más caudillos aliados para la organización de los suyos, 
hasta que llegó el momento de efectuar la cruzada. 

Tan pronto como esto sucedió, encaminóse Rivera en 
procura de Oribe, á quien equivocadamente consideraba 
desprovisto de caballos y con escaso armamento ; lo que 
flo era exacto, pues antes de que las huestes resistas 
vadeasen el Paraná, el tirano argentino les había sumi- 
nistrado, en abundancia, todo cuanto pudiesen necesitar 
para la campaña. 

El primer encuentro lo tuvieron Rivera y los suyos en 
Gualeguay, donde lograron dar un golpe serio al gene- 
ral Urquiza, jefe de la vanguardia del ejército de Oribe, 
sorprendiéndolo y arrebatándole las caballadas; suceso 
que obligó á este último á moverse del paraje en que 
hemos dicho que se hallaba acampado, á la vez que 
Rivera elegía las hermosas lomas de las puntas del 



(1) Domingo Cosío: Batalla de Arroyo Chrand», Montevideo, 1893. 



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- 132 - 

Arroyo Grande como punto adecaado para presentarle 
batalla. 

Desde allí eAcribía el 1.*' de Diciembre de. 1842 al go* 
bierno de Montevideo: «Ayer se ha revistado el ejército 
compuesto de las tres armas^ y tengo la satisfacción de 
poner en conocimiento del ministro general, para que se 
sirva elevarlo ante el gobierno, que los ejércitos aliados 
presentan en este campó Un personal bastante á batir el 
enemigo, y además 16 piezas de artillería, toda en el más 
brillante estado de disciplina y entusiasmo.... £1 ejér- 
cito de Oribe permanece al occidente de Gualeguay y 
dentro de pocos días me pondré sobre él para continuar 
las operaciones activas.» 

El ejército de Rivera se componía de 2800 orientales 
con 6 piezas de artillería; 3000 correntines con 10 piezas 
de artillería, 460 entrerríanos y 450 santafesinos: total 
unos 7000 hombres próximamente; mientras que el ejér- 
cito de Oribe se elevaba á 14000 hombrea con 40 ca- 
ñones. 

El día 6 de Diciembre de 1842 las tropas aliadas se 
colocaron en orden de batalla (1), y lo propio hizo el 
enemigo, con el mayor orden, á paso de trote y bajo el 
fuego de la artillería oriental. Inmediatamente se desple- 
garon en guerrilla los frentes de ambos ejércitos; pero era 
tan compacta y formidable la masa de combatientes del 
enemigo, que muy pronto el centro del ejército de Rivera 
tuvo que batirse en retirada, acosado por las reservas y 
los flancos, que hacían un fuego tan nutrido como mortí- 
fero. Entretanto las alas derecha é izquierda riverístas 
daban brillantes cargas de caballería, pero eran dobladas 
por los contrarios, hasta que se produjo el máa terrible 



( 1 ) Dice el Mfior CotlOt aetor en esta acdóñ de gaeraii qae antes de 
principiar la batalla el general Biyera «turo la oconeneia de hacfraos 
poner á todos la camisa sobre el nniforme; de ew manera nos diitin- 
gaíamoB 4e los resistas, ^ue lodo su uniformo era pcmaó.* 



— 133 r- 

I 

mtrei^eroy pues era aquéllo un enredo de miles de hom- 
bres, en donde se oían tíros, choques de sables, lanzas, 
boleadoras, gritos y blasfemias (1).» 

A las pocas horas la acción estaba terminada con la 
más completa derrota de Rivera, que perdió toda su in- 
fantería y artillería. «Todo cayó en poder del enemigo — 
dice el s^or CJosio: — parque, carretas, etc., y fueron de- 
gollados ;bj<i:baramente más de ochocientos prisioneros.» 

Los que después de la batalla tuvieron la suerte dé 
no caer en manos de las hordas de Rosas huyeron á la 
desbandada, hasta que, habiendo cesado la persecución 
de que eran objeto, se incorporaron á la escasa fuerza 
que acompañaba á Rivera, hasta que cruzaron el río Uru- 
guay y llegaron al Salto, desde donde el general envió 
al gobierno de Montevideo los primeros partes de esta 
espantosa catástrofe. 

17. Montevideo se dispone á la defensa.— Dolo- 
rosa fué la impresión que produjo en Montevideo la no- 
ticia del desastre del Arroyo Grande, y tan profundo el 
pánico del Gobierno, que se dirigió á los ministros extran- 
jeros pidiéndoles su consejo, encaminado á evitar que la 
ciudad cayese en poder del enemigo, pues nadie dudaba 
de que los esburros de Rosas invadirían inmediatamente el 
territorio oriental, como así sucedió. 

Simultáneamente el Gobierno, sin ocultar la gravedad 
de la situación, dirigía al pueblo el siguiente manifiesto: 

¡Conciudadanos! 

El ejército aliado de operaciones en Entre Ríos, al 
mando inmediato de S. E. el señor Presidente de la 
República, ha, sufrido un contraste en las puntas del 
Arroyo Grande. Esta desgracia pone á prueba la deci- 
sión y el patriotismo de los orientales. £1 Gobierno está 

(1) DoBiiofo Gmío, publicacidn dtadá. 



- 134 - 

resuelto á una defensa enérgica del territorio de la Repú- 
blica. Tiene en su apoyo el v^oto y la cooperación de 
nuestros representantes; grandes sacrificios tieme que ha- 
cer el país, pero todos serán pequeños si á su costa sal- 
vamos su libertad, su independencia y el sosiego de la 
República. 

Hay grandes medios de defensa y una fuerza conside- 
rable reunida y á las órdenes de S. £. el sefior Presi- 
dente, que se muestra superior á la desgracia. 

¡Ciudadanos! Ha llegado el momento de suspender las 
ocupaciones pacíficas y contraeros á las armas. ¡A ellas, 
ciudadanos! Vuestra decisión y un poco de constancia 
salvarán la República. 

Montevideo, Diciembre 12 de 1843. 

Joaquín Suárez. 
Francisco Antonino Vidal. 

Inmediatamente se decretó la creación de un ejérdto 
de reserva en el departamento de Montevideo, nombrando 
al general don José M.^ Paz para mandarlo; se promulgó 
una ley declarando libres á todos los esclavos que 
existían en el territorio de la República y creando con 
ellos (con excepción denlos ancianos, las mujeres y los 
niños) un cuerpo de línea; se organizaron otras fuerzas 
militares á la sazón incompletas, dotándolas de buenos 
jefes, como César Díaz, Faustino Velazco, Carlos Paz y 
otros, y la Asamblea, con fecha 20 del mismo mes, declaró 
á la patria en peligro, disponiéndose á fortificar la capital 
lo mejor que se pudiese. 

En cuanto á la campaña, cuando se produjo la catás- 
trofe del Arroyo Grande apenas existían armados 300 
hombres en el Queguay y 500 en San José. Todos estos 
hechos decidieron al comandante militar de 8oríano, co- 
ronel don Melchor Pacheco y Obes, á organizar en aquel 
departamento una división de 1200 hombres, que veinte 



— 135 — 

dtas después del desastre revistaba con patriótieo entu- 
siasmo sobre las cuchillas de Mercedes, para incorporarse 
á los restos del ejército del general Bivera ( 1 ). 

Antes de que esto sucediese dotó á su9 fuerzas de una 
hermosa bandera, proclamándolas de la siguiente forma: 

«¡Patriotas! Cuando esta bandera flota en los aires, dice 
al mundo que el pueblo Oriental es independiente: sien 
vuestras filas |¡ega á flamear en medio del combate, que 
los fogonazos de vuestros fusiles digan al mundo que el 
pueblo Oriental es victorioso (2).» 

«Espontáneamente se presentaron á Pacheco varios 
jefes argentinos, como Olavarría, Hornos y Reina. Estaba 
allí Giaribaldi con ciento y tantos hombres, salvados del 
combate naval en las aguas del Paraná, donde había 
hecho volar sus naves, después de agotar sus municiones, 
antes que arriar su bandera. 

«Los coroneles Blanco, Luna, Cuadra, Báez, Camacho,- 
Quintana y otros jefes activaban en diferentes puntos las 
reuniones de gente y caballadas al norte del Bío Negro 
y en el Durazno, mientras que el coronel Silva lo hacía 
en Maldonado, el coronel Estivao en la Colonia, el co- 
ronel Flores en San José y el general Medina en Flo- 
rida y Canelones (3).» 

Los representantes diplomáticos de Inglaterra y Fran- 
cia en el Plata, por su parte, se dirigieron al gobierno 
de Buenos Aires exisriendo la cesación inmediata de las 
hostilidades entre la Confederación Argentina y la Bepú* 

( 1 } Leogaido M^ael Xortetolo : lívida d& Mekhor Fiaohéeo y O^m. Moü'* 
tevideoí 1903. 

(2) Todas lai prodamas de Pacheco reyisten tintes de grandeza que 
predisponen al patriotismoi á 1á abnegación j al sacrifício. « Ck>nocedo^ de 
este secreto — dice el sefior Tortorólo — Pacheco 7 Obes sabía yalerse de 
^1 eiuoido el enrso de los acimteeimientos se lo 'indicaban. » Sos célebres 
prodamas haelfen columbrar esperanzas de triunfo: tal ei» el entusiasmó 
que despertaban. 

( 3 } laldorq Be - María : AmUs de la defensa de Montevideo, 1842 - 185U 
Ifontcnrideo, 1886. 



— 136 — 

blica del Uruguay y el desalojo del terrikmo de esta úl* 
thna por parte de lad faerzlis de Bosas, estando también 
las orientales que se hallasen todavía en cualquier co* 
marca del vecino país, obligados á repasar las fronteras de 
la Banda Oriental; pero Rosas prestó poca atendén 4 
los diplomáticos extranjeros, que nada pudieron hacer por 
entonces á pesar de sus sanos propósitos de poner t6r-> 
mino á la guerra. ^ 

«La actitud de los representantes extranjeros en esos 
momentos ha sido motivo de censuras y ataques de parte de 
los defensores de Rosas, pero debemos hacer justicia á la 
firmeza y al interés desplegados por ellos en tan graves 
circuiístancias. Rosas, y lo que llamaba su sistema, eran 
refractarios á la civilización; tendían ambos al bosque, í 
la pampa, á la barbarie. En la campaña contra Lavalle 
y en las asonadas de la mazorca había demostrado le 
que el progreso y los sentimientos humanitarios le im« 
portaban. Avergonzada de tales escenas de sangre, la civi- 
lización del Plata habíase refugiado en Montevideo, repre- 
sentada por hombres distinguidos que cultivaban la vida 
y las costumbres europeas. Las letras, las artes, las cien- 
ciad tenían allí su asiento. Dispersos esos hombres, muer- 
tos ó desterrados por el odio sanguinario de Rosas, nada 
quedaría en estos países que salvase sus tradiciones his- 
tóricas. La civilización retrocedería cincuenta años, y para 
evitar esto, en provecho de la América misma, convenía 
prevenir el desastre, proteger á los débiles contra el 
fuerte y, ya que no fuese posible impedir la lucha, hacer 
menos funestos sus estragos.. 

«La intervención europea, así considerada, no tenía 
propósitos egoístas, ni planes de ocupación para usurpar 
territ(»rio; no intervenían tampoco en una contienda civil» 
sino en una guerra internacional como la que llevaba 
Rosas al Uruguay. 

. «Existían en las dos riberas del Plata muchos milla- 
res de extranjeros, cuyas vidas y propiedades no podían 



- 137 - 

abáüdoaarse & los oapríehoB de un poder irresponsable. 
Se sabía que el dotador no meditaba sus actos y que 
sos órdenes 6 simples insinuaciones eran ejecutadas, biei\ 
se tratase de quitar la vida, de flagelar, de encarcelar ó 
de arrebatar I09 bienes á las víctimas señaladas, sin con- 
templación á la edad, al sexo 6 á la nacionalidad. El 
tírano lo mandaba 1 

«Bajo este criterio la intervención extranjera aparecía 
razonable, y si, políticamente, pudiera ser impugnada, en 
el sentido puramente humanitario era justa (1)*» 

18* Invasión de Obibe.— Durante la segunda quin- 
cena de Diciembre de 1842, don Manuel Oribe crusó el 
Uruguay y desembarcó en las cercanías de la ciudad del 
Salto acompañado de un abigarrado ejército, compuesto de 
12.000 hombres, que á marchas lentas se dirigieron hacia 
el sur del país. * 

Esta invasión se realizó en combinación con algunos 
partidarios de la causa resista, que debían secundar di- 
cho movimiento sublevándose simultáneamente en dife- 
rentes puntos del territorio oriental, como en efecto se 
sublevaron en San José, Colonia y Maldonado; pero to- 
dos estos pronunciamientos tuvieron un desenlace desas- 
troso para sus promotores, pues unos fueron derrotados, 
otros perseguidos y la mayor parte deshechos, exceptuando 
los sublevados de la Colonia, que en número de ^K) hom- 
bres se incorporaron á una división - restauradora com- 
puesta de 1600 sicarios de Rosas, que invadieron por ese 
departamento para agregarse al grueso del ejército man- 
dado por Oribe. 

£1 general Rivera, que con una pequeña fuerza se encon- 
traba en Paysandú, considerándose impotente para opo- 
nerse al avance de aquel formidable ejército, se replegó 
hacia el Santa Lucía Grande, primero, y después hacia 
Canelones, para llegar el día 2 de Febrero de 1848 á 

(i; Mariano A, PelUea: La dietadura de Ro$a^, Baenoa Aiita, 1804. 



- 138 — 

Montevideo oon un convoy de más de 200 carretas oca-* 
padas. con familias que, no queriendo exponerse á los aza^ 
res de la guerra, fijaban su residencia en la capital. 

£1 mismo día el Presidente reorganizó el gabinete, con- 
fiando la cartera de la Guerra al coronel Melchor Pa-' 
checo y Obes, la de Relaciones á don Santiago Vázquez 
y la de Hacienda á don Francisco J. Muñoz, á la vez' 
que nombraba al general don José María Paz coman-^ 
dante general de armas ; nombramientos que llamaron la 
atención pública por lo acertados. Al día siguiente, Rivera,* 
delegando su autoridad presidencial en don Joaquín Suá- 
rez, salió nuevamente para la campaña, con objeto de 
organizar un nuevo ejército. 

£1 día 16 de Febrero de 1843 una salva de 21 caño- 
nazos, disparados por las huestes del tirano, anunciaban 
á los habitantes de la capital, que don Manuel Oribe, 
con un ejército de diez, doce ó catorce mil hombres (1), 
había acampado en el Cerríto de la Victoria' y daba co- 
mienzo al memorable sitio de Montevideo. 

«Si Oribe avanza inmediatamente después del triunfo 
del Arroyo Grande, la defensa de la capital no hubiera 
sido posible, y los partidarios de Rivera, abandonando 
las posiciones oficiales, habrían salido de la ciudad jun" 
tamente con los emigrados argentinos, para buscar un 
asilo en los países limítrofes (2).» Pero Oribe tardó casi 
tres meses en aproximarse á la capital, y durante ese 
tiempo sus habitantes se repusieron de la sorpresa, cobra- 



Cl) Según lo más cierto, el ejército iüTaior w componfa de oooe 12.000 
hombres de las tres armaSf de los cuales 7000 se consagraron al sitio de 
MontoTideo 7 6000 que desprendió Oribe pam operar en campafia contra 
Blvera ; pero como en loe primeros días de Marzo del mismo afio invadió 
el general Urquiza 6on otro ejército de 4000 Jinetes 7 600 infimtes, resalta 
que las fuerzas que la Confederación Argentina colocó en el territorio, 
oriental ascendían á más de 17.000 hombres, sin contar las dotadonei de 
los buques que formaban la flota de Brown. 

(2) Mariano A. Pelliza, obra citada. 



I 



~ 139 - 

ron ánimo' y se aprontaron para una defensa tan larga< 
y penosa como valiente y sufrida. 

Además» aunque el señor Oribe lo hubiese deseado, 
no habría podido apoderarse de Montevideo; pues el 
dictador argentino le había ordenado quoj en combinación 
con el almirante Brown, se limitase á bloquearla (1), de* 
modo que «el general Rosas, al ordenarle como jefe, no 
llevaba otro objeto que prolongar una guerra desastrosa 
é inútil, con el ñn de. reducir más tarde el Estado Orien- 
tal á la categoría de provincia argentina (2).» Es de pre- 
sumir la herida profunda que con semejantes instruccio- 
nes Sosas in6rió á Oribe, y cuan grande no sería el des'> 
engaño de éste, al contemplarse atraillado á la voluntad 
omnímoda del déspota argentino. 

«Apenas en la ciudad se tuvieron noticias de la pie- 
sencia de Oribe, se hizo un llamamiento á todas las fuer- 
zas, reuniéndose en pocas horas un ejército de 60CK) hom- 
bres (3);» y «tales y tan acertadas medidas se tomaron, 
que todo el ejército de Oribe habría sufrido grandes pér- 
didas al tomar la plaza de Montevideo (4),» si hubiese 
intentado entonces apoderarse de elia« 

Pocos días después se prckiuce el' primer encuentro en- 
tre sitiadores y sitiados. Estos últimos, en número de 80, 
mandados por el valiente comandante don Marcelino 
Sosa, se aproximan al campo enemigo con objeto de des- 
cubrir su verdadera posición. «Avanzó hasta lo de Casa* 
valle, más allá del Cerrito, de donde se desprendió una 
fuerza para venir á su encuentro. Se chocan allí, donde 
brilla la terrible lanza de Sosa. Carga con sus bravos al 
enemigo, lo dispersa, corta algunos de sus soldados y 
hace los primeros prisioneros al sitiador, que conduce 

(1) Carta de Rosas á Oribe, de fecha 28 de Febrero de 1843. 

( 2 ) Antonio Díaz : Historia política y militar cU Uu BepúbUoas del Plata, 
Monteyideo, 1878. 

( 8 ) Pablo Blanco Acevedo, obra citada. 
(4) Antonio Díaz, obra citada. 



triunfante á la plaza con la divisa roja que los distin- 
gue (1).» 

19. Fin de la segunda presidengia db Rivera. — 
Terminada la segunda Presidencia del general Rivera» el 
día 1.^ de Marzo quedó encargado del Poder Ejecutivo 
el ciudadano don Joaquín Suárez, Presidente del Se« 
nado, pues en vista del estado de guerra en que se encon* 
traba el país, no era posible proceder á la elección de 
primer magistrado de la República. 

Rivera, que ya había logrado reunir 4500 hombres, 
quedó nombrado general en jefe del ejército de opera- 
ciones en campaña. 

20. Situación económica de la Refiíblioa.— Du- 
rante este período la situación económica de la República 
O. del Uruguay empeoró bastante, á pesar de los recursos 
extraordinarios votados por la Asamblea. Sin embargo, 
durante los dos primeros años de la segunda adminis- 
tración del general Rivera, el gobierno marchó con desem- 
barazo y amortizó fuertes cantidades de la deuda atra- 
sada. «Pero sobrevino la convención funesta entre el ple- 
nipotenciario del Gobierno de Francia y el de Buenos 
Aires, y este suceso í^astornó todos los planes y arrastró 
la atención del Gobierno hacia un solo objeto: la de* 
fensa del país, tan injustamente abandonada. 

«El Presidente, que estaba en campaña, regresó en el 
acto para organizar la defensa, empleando ingentes sumas 
en armamentos y buques de guerra, y disponiendo de 
todos los fondos que había reservado el Ministerio, del 
producto total del remate de sellos de los años actual y 
venidero (2).» 

Al fin de Diciembre de 1840, la deuda ascendía á 4.106,831 
pesos, sin contar otros varios compromisos del Estado. 



(1) Isidoro De- María, obra citada. 

( 2 } Eduardo Aceredo : Cfontribuoión al estudio de la hUtoria eoonímiea 
y finanoiera dñ la Rtpubliea. Montevideo, 1903^ 



£n t cuanto & las rentas, estaban calculadas en 3 J.5B,500 
pesos. 

• 21. Resuman.— Durante el segundo gobierno del ge- 
neral Rivera se fundó (17 Mayo 1839) la Academia de 
Práctica Forense, dotando á esta institución de su res- 
pectivo reglamento; quedó abolido el tráfico de esclavos 
<13 Julio 1839), y se. declaró libres á éstos (12 Diciem- 
bre 1842); de celebró ad referenditín \xn tratado de reco- 
nocimiento, amistad, paz y comercio con España, aunque 
dificultades posteriores impidieron sü realización; se in- 
trodujeron sanas reformas en la administración de justi- 
cia (17 Julio 1839, 20 Agosto del mismo y 11 de* Marzo 
de igual año); se puso en circulación la primera moneda 
de cobre con cuño nacional (15 Octubre 1840); se probi- 
bió el cierre de los caminos públicos (17 Noviembre 
1840); se reglamentaron los abastos (1.® Enero 1841); 
86 uniformó la indumentaria del ejército (1.® Septiembre 
1841), y se ordenó (29 Septiembre 1842) que los autores, 
editores ó impresores, remitiesen á la Biblioteca Nacional 
un ejemplar de cada una de las obras que en lo sucesivo 
publicasen; disposición que todavia se halla en vigencia. 
La historia reconocerá siempre con cuánta justicia lu- 
cilo Rivera contra la invasión de Echagüe, teniendo el 
valor ejemplar de no permitir que su patria fuese humi- 
llada en ninguna forma por el déspota argentino, á pe- 
sar de que Chile, Bolivia, el Perú y casi todas las pro- 
vincias argentinas se prestaron á no contrariar la voluntad 
de Rosas. Esta actitud 1q obligó á sostener una guerra 
desigual con las huestes del tirano de Buenos Aires, y 
si es cierto que sufrió la 'catástrofe del Arroyo Grande, 
en cambio aumentó el catálogo de las glorias nacionales 
con la brillante página de Cagancha. Díó también alta 
prueba de civilización y cultura acogiendo digna y pa- 
ternalmente á los ilustres proscriptos de allende al Plata, 
que fijaron temporalmente su residencia en Montevideo, 
protegiéndolos en cuanto pudo. Fué humauo con los ven- 



— 142 - 



<cidos, tolerante con sos detractores, enérgico *en la gaerra, 
sin ser sanguinario, y amigo de las instituciones;. pues, 
pudieiido declararse dictador, prefirió que el país conti- 
nuase gobernándose con arreglo á las leyes y á la Ck>na« 
titución. 

Durante esta Administración, la población de la Repú- 
•biica alcanzó á 200.000 ha hilantes, el comercio de im- 
portación se elevó á siete millones de pesos anuales y á 
ocho millones y medio el de exportación, excediendo de 
900 el número de buques que entraban cada año en el 
puerto de Montevideo. 

Bolo á Rosas y á sus sicarios estaba destinada la des- 
graciada tarea de interrumpir tanto progreso y bienestar. 



GOBIERNO DE SÜÁREZ 



CAPÍTULO IV 



GOBIERNO DE SUAREZ 



(1843) 

8UMABI0: 1. Organización del gobierno de Oribe. — 2. Primeros actos 
gubemativos.— 3. Brown y Garibaldi. — 4. Fundación del Instituto 
Hi8tdrico*6eográfico.^5. Fusilamiento de Baena.— 6. Principales he» 
chOB de armas en 1843. — 7. Mísera situación de la plaza.— 8. De- 
cretos gubernatiyoa. 

1. Organización del gobierno de Oribe.— El ejér- 
cito invasor se situó frente á Montevideo, extendiendo su 
linea desde el Buceo hasta el Pantanoso, de modo que 
interceptaba la plaza con el resto del país, por la vía 
terrestre, á la vez que establecía comunicación fluvial con 
él exterior. Las avanzadas estaban cerca de la capital, 
la caballería impedía el acceso á la fortaleza del Cerro, 
y fueron emplazadas en los parajes más culminantes ó 
más despejados , 3o piezas de artillería de sitio. Esta 
línea era continua, y como el Estado Mayor de Oribe 
formuló un buen plan de señales, resulta que cualquier 
movimiento de los sitiados podía comunicárselo el ejér- 
cito resista con la más absoluta facilidad. 

Con todas estas disposiciones y los poderosos elemen- 
tos acumulados por Rosas ante los muros de Montevi- 
deo, el tirano esperaba que esta ciudad depositaría á sus 
pies las llaves de la misma, no habiendo necesidad, por 

10.-2.» 



— 146 — 

cónsigmente, de tomarla por asalto, como así se lo comu* 
nicó á Oribe. 

Cuando éste se enteró de semejante plan, adquiriendo 
á la vez la persuasión de que los propósitos del tirano 
no eran por entonces apoderarse de Montevideo, sino ir 
aniquilando lentamente el Estado Oriental para redu- 
cirlo más tarde á la categoría de provincia argentina» 
resolvió establecer su gobierno en el Cerríto, como así 
lo hizo, nombrando al general don Antonio Díaz para 
las carteras de Guerra y Marina y Hacienda, y para las 
de Gobierno y Relaciones Exteriores á don Carlos G. 
Villademoros. 

«Sucesivamente se fueron instalando todas las oficinas 
correspondientes á una administración, y posteriormente 
los Poderes Legislativo y Judicial, con la misma inte- 
gración personal que tenían cuando caducaron (1).» 

Semejante gobierno era una simple fórmula, pues el 
general Oribe procedía según su libre i^bedrío, cum- 
pliendo exclusivamente su voluntad con prescindencia del 
Ministerio, y casi siempre haciendo caso omiso de las 
prescripciones de la ley. 

Un gobierno así constituido no podía ser la emanación 
. genuina de todo un pueblo, ni á su jefe le era lícito ti- 
tularse Presidente legal, desde que hacía más de cuatro 
años que Oribe había resignado el mando en manos de 
la Asamblea Nacional, y «la Constitución política del 
Estado fija en cuatro años el período legal de los Presi- 
dentes, sin que estos términos, que son de años consecu- 
tivos, admitan soluciones de continuidad (2).» Aunque 
la fuerza de sus legiones le hubiera reconquistado la Pre- 
sidencia perdida, el señor Oribe no podía, mediante el 
empleo de semejantes medios, volver á ocuparla sin infrin- 



(1) Antonio Díaz: Historia poUHea y müitar de las Repúblicas dst 
Flota, Montevideo, 1878. 

(2) Mariano A. Pelliza: La dictadura de Bows, Baenos Aim, 1894. 



-147 - 

gjit la Constitución, hollar las leyes y conculcar los prin- 
cipios fundamentales de la sociedad. 

2. Primeros actos gubernativos.— Una de las pri- 
meras disposiciones de Oribe fué declarar (l.o de Abril 
de 1843) «que no respetaría la calidad de extranjeros, ni 
en los bienes, ni en las personas de los subditos de otras 
naciones que tomaran partido con los infames rebeldes 
salvajes unitarios, contra la causa de las leyes, que el 
infrascrito y las fuerzas que le obedecen sostienen, sino 
que serán considerados también en tal caso, como rebel- 
des salvajes unitarios y tratados sin ninguna conside- 
ración.» 

£1 efecto de esta disposición fué diametralmente opuesto 
al que se proponía su autor, pues arrancó una protesta 
general de la población extranjera y en particular de los 
residentes británicos, que dirigieron al almirante Purvis, 
á la sazón en Montevideo, una nota conteniendo los 
siguientes conceptos: «Permitidnos, señor, que en conclu- 
sión manifestemos que tal es nuestra convicción de la 
inminencia del peligro á que como subditos británicos 
nos creemos expuestos por la injustificable amenaza del 
general Oribe, que es natural suponer que podría se- 
guirse la alternativa de tomar las armas en defensa de 
la vida; pero deseando conservar el carácter de neutra- 
lidad que hasta ahora hemos mantenido, esperamos que 
tomaréis tales medidas, que nos libren de la posibilidad 
que el ejército del general Rosas inflija á los subditos 
de 8. M. el tratamiento que aplica sistemáticamente á 
las personas designadas como rebeldes salvajes uni- 
tarios.» 

Prestando debida atención á esta solicitud, el almirante 
Purvis se dhrigió al general Oribe en los siguientes tér- 
minos: 

«La' violencia que se despliega en este extraordinario 
documento, cuya sabiduría política y practicabilidad debe 
ser en su resultado asunto de la consideración del go- 



- 148 - 

bierno de Buenos Aires; la crueldad de las amenazas que 
contiene, y el lenguaje en que está concebido son tales, 
que en mi opinión desbonraría aún á los pequeños esta- 
dos de Berbería; mientras que la última pena que se- 
ñala á los que caigan bajo la acusación de cargo tan 
indefinido de crimen, como es el usar de su influencia 
en favor de un partido político, no están fundadas en 
ningún principio de justicia, ó en los derechos de un 
beligerante legal, sino que son más bien corroborantes del 
espíritu atroz de crueldad con que se ha hecho esta 
guerra, y con que se está haciendo, y por lo que ha lla- 
mado la atención y los reproches de todo el mundo. 

«Por lo tanto, una debida consideración hacia las vi- 
das é intereses de los subditos de S. M. la reina de la 
Gran Bretaña, á quienes para mí es de toda obligación 
dar toda la protección necesaria en caso de peligro, me 
obligan á exigir que hasta se me den garantías suficien- 
tes de esas amenazas, que en ningún caso se pondrán en 
ejecución, y hasta que esté satisfactoriamente seguro de que 
la vida y propiedad británica no serán de modo alguno 
puestas en peligro, no consentiré que se prosiga en nin- 
guna hostilidad que pueda afectar la seguridad ó la vida 
de los subditos británicos residentes en la ciudad de 
Montevideo. » 

Esta actitud resuelta del almirante inglés hizo reaccio* 
nar á Oribe, quien, contestando á dicha nota, le aseguró 
que la vida y propiedad británicas serían respetadas en 
tierra y agua por las fuerzas de su mando. 

Pero la circular del jefe sitiador más arriba citada ha- 
bía causado penosa impresión y gran alarma entre los 
subditos de otras naciones, pues es preciso tener presente 
que en esta fecha la población de Montevideo estaba 
compuesta en su mayoría por extranjeros (1). Así fué 



( 1 ) € Eq Octubre de ese año se leyantó un padrón de la población 
existente dentro de los muros, arrojando las cifras signientM: Orienta- 



- 149 - 

que los franceses, los italianos, los españoles y los argen- 
tinos se apresuraron á ofrecer sus servicios personales al 
gobierno de Suárez, comprometiéndose á formar legiones 
que, enarbolando las banderas de sus respectivas nacio- 
nalidades, cooperarían con el ejército nacional á la de- 
fensa de la ciudad. El gobierno aceptó tan generoso ofre- 
cimiento, y á los pocos días se habían concentrado 2000 
franceses á las órdenes del valiente coronel Juan Crisós- 
tomo Thiebaut ( 1 ), 600 italianos mandados por José Ga- 
ríbaldi, el poderoso núcleo de argentinos emigrados de 
allende el Plata, entre los que se encontraban muchos 
de los más esclarecidos guerreros de la independencia 
americana, y 700 patriotas españoles que se enrolaron 
como artilleros de plaza, entre los que figuraba en pri- 
mera línea el coronel José Neira (2), que pereció víctima 
de su temerario arrojo en el combate de las Tres Cru- 
ces (17 Noviembre de 1843). 
En cuanto al elemento nacional, «todos los hombres 

les 11.481, argentinoB 2.558, franceses 6.284, italianos 4.205, españoles 
8.406, ingleses 609, portugueses 659, brasileros 492, de otros estados 
europeos 183, sin patria conocida 861, africanos 1.844. Total 81.189. 
£n edades hasta 16 años, 10.373; de 16 hasta 60 años, 16.730 ; de 50 para 
arriba, 2.753. En sexos, el masculino representaba 16.603 y el femenino 
14.346.* (Isidoro De -María: Anales de la defensa de Montevideo, Mon- 
tevideo, 1888.) 

(1) J. LefOTre: Biografía deleoronelJ. O, Thisbaud, Montevideo, 1851. 

( 2 ) « Entre los héroes j mártires de esa nacionalidad ( España ), figuró 
en primera línea el coronel José Neira, que pereció, víctima de su teme- 
rario arrojo, al frente de sólo 30 hombres, en el combate que el 17 de 
Noviembre del 48 tuvo lugar en las Tres Cruces, j su cadáver fué heroi- 
camente defendido, primero por el alférez José María Ortix, que era casi 
un niño, en nnión de 13 de sus compañeros, hombres de color, y poco 
después por el general Oaribaldi, que acudió presuroso en su auxilio. 
« No dejemos, dijo, que le corten la cabeza para clavarla en el Cerrito ; » 
7 veló por él en lucha desigual, hasta que fuerzas de la plaza acudieron 
al sitio. £1 general Mitre, en sus recuerdos de la Guerra Grande, dice 
qae los funerales de Neira tuvieron un carácter épico, y que si en los de 
Patrocío lloraron hasta los caballos de Aqniles, en los de aquél, todos los 
defensores de Montevideo se sintieron hombres capaces de sacrificarse 



- 150- 

aptos para llevar armas habían «do enrolados, y nin- 
guna consideración bastó para alejarlos del cumplimiento 
de sus deberes. Ninguna excepción fué admitida. El mi- 
nistro de la guerra dictaba loa decretos y se encargaba 
él mismo de hacerlos cumplir, y todos sabían que nada 
influía para detener su voluntad de hierro. Fué enton- 
ces que se reorganizaron los batallones de la guardia 
nacional y se eligieron por comandantes de estas masas 
improvisadas á aquellos hombres basto entonces ajenos 
á la guerra, y cuyos nombres son: Lorenzo Batlle, Fran- 
cisco Tajes, José M.*^ Muñoz, José Soisona, Juan An- 
drés Gelii y Obes y Francisco Mufioz. Todos eran nego- 
ciantes ó abogados al principio del asedio. Todos son hoy 
coroneles, y jamás las nobles insignias de este grado han 
sido llevadas más noblemente. Los cuerpos de línea, ai 
mando de los cuales figuran también hombres nuevos, 
fueron reorganizados y puestos á las órdenes de Marce- 
lino Sosa, el Héctor de esta nueva Troya, de César Díaz, 
de Melchor Pacheco y Obes y de Juan Antonio Lezica. 
Y todos estos nombres que citamos son ya históricos, y 



hasta por Iob despojos mortales de sus semejantes. • ( Setembrino E. Pe- 
reda : Loa extranjeros en la Querrá Grande, MonteTideo, 1904. ) 

<£1 17 de Noviembre fué muerto en ana sattda de los sitiados el se- 
gundo jefe de la izquierda de la línea de la plaza, coronel don José Neira. 
Este jefe era de nacimiento español, pero muj decidido por la causa en 
cuyo servioio perdió la ylda. La había adoptado haciendo una rápida ca- 
rrera. Era generalmente apreciado por sus prendas personalesi y en des- 
empeño de su ser?icio se había portado siempre con actiTidad y bra- 
vura. La defensa de Montevideo perdió en él uno de sus mejores soste- 
nedores. » ( Antonio Díaz: Historia PúlÜiea y Militar de las Repúblieae del 
Plata, Montevideo, 1878.) 

€ Neira muere también oomo un valiente batiéndose en las Tres Cmeea. 
En la clase civil la muerte vino á dejar nn vado sensible entre los hom- 
bres de oonsejo, entre los miembros más honozables de la administra- 
ción.» (laidoro Da- María: Andka de la defensa de Monieoideo, Monte- 
video, 1S83.) 



- 151 - 

aerían inmortales si tuviesen por cantor un nuevo Ho* 
mero (1).» 

En cuanto á la plaza, es sabido que se encontraba sin 
municiones de guerra, escasa de armamento y exenta de 
cañones, al punto de tener que arrancar los que servían 
de poetes en las esquinas, y utilizarlos como buenos, ya 
que no se disponía de otros, ni había posibilidad de 
adquirirlos. Eran unas piezas de grueso calibre del tiem- 
po de la dominación española, y con ellos se artilló la 
línea interior de defensa, la fortaleza del Cerro y la isla 
de Ratas. También se levantaron trincheras, se improvi- 
saron reductos y se abrió un ancho foso al pÍ9 de los 
muros de Montevideo (2). 

Las damas de la mejor sociedad de Montevideo, por 
iniciativa de la esposa del general Rivera, se reunieron, 
procediendo á la fundación de la Sociedad filantrópica, 
cuyo objeto era socorrer á Ioq necesitados, atender á los 
enfermos y cuidar á los heridos, á cuyo efecto improvi- 
saron un hospital, á la vez que el cuerpo médico de 
Montevideo se disponía á prestar generosamente sus ser- 
vicips profesionales en los diferentes hospitales militares 
que se fundaron, los que podían dar cabida á 800 per- 
sonas. Algunos sacerdotes completaron esta obra huma- 
nitaria, pidiendo á los ricos para los pobres, á quienes 
socorrieron en cuanto les fué posible. Más adelante se 



( 1 ) Alejandro Dumas : MonUvideo, 6 una nueva Troya, Obra eacrlta en 
1850, traducida por Andrés Sfnfioz Anaya y publicada en Montevideo 
en 1893. 

(2) Con motivo de este último trabi^o, el diario que se publical)» en 
el Ceirito y que estaba consagrado á defender la causa de los sitiadores, 
se expresaba en los siguientes términos : « Pronto esos fosos que estáis 
cavando serán vuestros sepulcros. ¡Insensatos! ¿Pensáis resistir á 14.000 
soldados qne en cien combates se han cubierto de laureles ? No os queda 
otio raeurso qne implorar el perdón del ilustre general Oribe, si no que- 
réis qne vuestras cabezas suban tan altas como las de los salvajes uni- 
tarios Avellaneda, Acha, ete., etc. > 



- 152 — 

crearon asilos para los inválidos y los convaleeientes^ y 
hasta una escuela para los hijos de los emigrados. ' 

3. Bbown tGabibaldi. -El día 7 de Abril la flota 
resista de Brown penetró en el puerto de Montevideo» 
aproximóse á la isla de Batas y, desembarcando en ella 
algunas fuerzas, se apoderó de la pólvora que el comer- 
cio tenía allí depositada, é hizo prisioneros á los em- 
pleados que la custodiaban. « En esta situación, el como- 
doro I^rvis, adoptando un iemperamento prudente, hizo 
sentir al general Brown lo indebido de su .procedimiento, 
el compromiso en que lo ponía y en que él mismo se 
colocaba como subdito británico; y sin duda compren- 
diéndolo así Brown, se retiró del puerto en la mañana 
del 9, devolviendo la pólvora y los hombres que había 
tomado (1 ).» 

Sin embargo, á los pocos días reaparece Brown con 
más embarcaciones, fondeando dentro del puerto de Mon- 
tevideo en actitud hostil, lo que decidió al gobierno á 
colocar algunas baterías del lado del río y artillar con- 
venientemente la fortaleza del Cerro y la isla de Ratas, 
á la cual hizo conducir materiales para emprender las 
obras de defensa, dos cañones y municiones, dotándola 
de una pequeña guarnición, la que fué atacada esa misma 
noche por Brown; perq concurrió inmediatamente Garí- 
baldi, que sostuvo heroicamente el fuego contra su adver- 
sario, impidiendo que desembarcara en aquel árido pe- 
ñasco, al que desde ese día (30 Abril 1843) se denomina 
Isla de la Libertad, 

Este suceso y el bloqueo en que la escuadra de Brown (2) 
mantenía al puerto de Montevideo, decidieron al Go- 
bierno á hacer un esfuerzo supremo y crear una flotilla (3)» 

( 1 ) Isidoro Pe • María, obra citada. 

(2) La armada de Bro^m se componía de la corbeta 25 dt Jtfíxyo, loa 
bergantines Bdgrawi^ Eehagü6 y San Martin, las goletas Chaeahuoo j 9 
dé JvUOf ao patacho, una ballenera y un lanchen. 

(3) La escuadrilla de Qaribaldi estaba formada por 1 bergánt&i, 3 



- 153 — 

que puso á las órdenes de Garibaldi, qniea, no sólo inco- 
modó varias veces al marino irlandés (1), sino que favo* 
recio la navegación de machos buques mercantes qué con 
procedencia de Río Grande conducían víveres para la 
población de Montevideo, en cuyo puerto penetraban á 
pesar del bloqueo. 

4. Fundación del Instituto Histórico - Geográ- 
fico.— Merced á la iniciativa del Jefe Político doctor don 
Andrés Lamas, el día 25 de Mayo quedó instalado en 
Montevideo el Instituto Histórico- Geográfico 'Estadístico, 
cuya creación no sólo respondía á fines científicos, sino 
que tenía también por objeto reunir en su seno á « todos 
los hombres de letras que tuviese el país, llamados á 
despojarse en las puertas del Instituto de sus prevencio- 
nes y colores políticos, para entrar en él á ocuparse tran- 
quilamente en objetos de interés común y permanente, 
que empezaría por aproximarlos y acabaría tal vez por 
nivelar las opiniones todas, y reunirlos en el centro de 
la utilidad y de la gloría de esta patria, en que tanto 
noble, bello y útil puede ejecutarse,» como decía la nota 
del iniciador de este pensamiento. 

Por desgracia, los momentos no se prestaban al des- 
arrollo de una idea tan fecunda, y el Instituto arrastró 
una vida tan precaria que lo hizo languidecer y sucum- 
bir en breve. 

5. Fusilamiento de Baena. — «Las severas medidas^ 
tomadas por el Ministro de la Guerra hacían que se res- ' 
petaran todos los mandatos gubernativos. A cualquiera 
persona que se le encontraban comunicaciones del enemigo, ' 



goletai, 6 pailebotes, 8 cañooeraf j 3 lanchones. Ningana de estaB embar- 
eadonea había tldo eoottrufda para fines bélicos. 

. ( 1 } € Más de ona Tez, eon lanchónos mal construidos, abordó la ta- 
rea ridicula para otras audaciss, de atacar los faertes navios enemigos. 
Es memorable aqnella faga de toda la escuadra argentina ante tres bar- 
qulehnelos. orientales, cuando nuestro héroe se decidió á tomarla prisio- 
nera.» (Pedro Manini Ríos: Qaribaldi, Montevideo, 1900.) 



\ 



- 154 — 

se le pasaba por las armas. En virtad de ésta rigidez disd- 
plinaria, fué ejecutado el 16 de Octubre* de 1843, el co- 
merciante de la ciudad don Luis Baena. Este acto obe- 
decía á una correspondencia encontrada en un lanchen 
procedente del Buceo y apresado por Garíbaldi, la que 
comprometía en alto grado á Baena. 

«Pacheco constituyó el tribunal, y el reo fué conde- 
nado á muerte á las 44 horas del apresamiento del ba- 
que. Inútíles fueron todos los ofrecimientos que se le 
hicieron para que se salvara de la pena capital al pre- 
venido, y atin resuena en todos los oídos, transmitida de 
generación en generación, como los versos magistrales de 
Homero por los antiguos rapsodas, la respuesta que dio 
á los comerciantes que le ofrecieron por la vida de Baena 
6.000 pesos y un uniforme para cada soldado del ejército: 
Si ¡a vida se comprara por - dinero, no habría rico que 
muriese, 

«Los enemigos de Pacheco, y particularmente los que 
lo son de la Defensa de Montevideo, ven en esté hecho 
un crimen horrendo sin atenuación ninguna y rodeado 
por doquiera de las más comprometedoras agravantes. 
Sólo espíritus movidos por un partidarismo exagerado, 
pueden condenar un acto que, además de estar justificado 
por prueba escrita, lo explican con perfecta lógica las 
propias leyes de la guerra. ¿ Qué se hace en toda ciudad 
sitiada, cuando alguien vende los secretos de la defensa 
al sitiador? El lector responderá á esta sencilla interro- 
gación, y esa respuesta será la mejor justificación de 
Pacheco (1).» 

Honda y penosa fué la impresión que produjo en Mon- 
tevideo la ejecución del señor Baena, al extremo de que 
no toda la prensa, á pesar de sus simpatías por la causa 
de la Defensa, le prestó su aprobación, permaneciendo 
silenciosa ante tan gran desacierto. 

(1) Leogardo Migoel Torterolo: Vida de Melchor Paehsco y Obe», Mon- 
tevideo, 1903. 



— 155- 

/ 
«Baena gozaba de meréeido crédito y estaba relaoionado / 

con las principales casas del comercio extranjero. Poseía ' 
una de las casas de remate más fuertes de la plaza, ma- 
nejaba valiosos intereses, ocupaba una posición social 
aventajada, pertenecía á una de las familias más anti- 
guas de Montevideo y era un miembro estimable de su \ 
sociedad. Su infortunio, pues; no podía dejar de ser ge- \ 
neralmente sentido. Su cadalso fué estéril para evitar \ 
conspiraciones inicuas (1).» ^ ' 

6. Pbincipáles hechos de armas en 1843.— «Los si- 
tiados, en número de 2000, intentaron efectuar una salida 
por la parte de las Tres Cruces, pero rechazados por los 
sitiadores, se ven forzados á retroceder hasta encerrarse 
en las trincheras (2).» 

£1 entonces coronel Venancio Flores, que durante todo, 
el largo período de la. Guerra Grande prestó tantos y tan 
inapreciables servicios á la causa de la justicia y la le- 
galidad, combatiendo al enemigo siempre que se le pre- 
sentaba ocasión para ello, derrotó al general Ángel Nú- 
fiez, quien logró escapar con vida gracias á su habilidad 
como jinete. Núñez sufrió después otros contrastes, hasta 
que atolondrado y casi sin gente buscó la incorporación 
de ürquiza (18 y 19 de Agosto de 1843). Flores tuvo 
también la suerte de dispersar, en Barriga Negra, á la 
división del coronel Servando Gómez (23 Septiembre). 

Antes de que terminara el año, los sitiados hicieron 
una nueva salida, dirigidos por el coronel Faustino Ve- 
lazoo, quienes se apoderaron del Buceo, puerto que Oribe 
había habilitado y por el que recibía víveres y municio- 
nes al amparo de la escuadra de Brown, é incendiaron 
los depósitos de Aduana; pero reciamente atacados por 
el general Díaz, se vieron obligados á refugiarse en las 
trincheras de Montevideo. 



(1) Isidoro De-Maríft, obra citada. 

(2) Vieente NaTia : Historia de Ámirioa. Montevideo, 1B8S. 



- 156 — 

«Por lo que hace á Rivera, á quien dejamos en las 
cuchillas de Pando, avanza hacia el Norte y amenaza el 
litoral, defendido por el Ministro de la Guerra de Oribe, 
general Díaz. £1 Salto se deñende contra el coronel San- 
tander, que se hubiera apoderado de la ciudad á no 
acudir en su defensa don Lucas Píriz. En Mercedes, la 
vanguardia de Rivera, encabezada por el general Medina, 
sufre un rechazo por parte de las fuerzas del general 
Díaz. El coronel Moreno, Lucas Píriz y el comandante 
Juan Valdez marchan á reconquistar el Salto, que había 
caído en poder de las fuerzas argentinas capitaneadas 
por Ramírez Chico. Correntines y orientales pelean con 
denuedo en las puntas del Ceibal; pero los primeros con- 
cluyeron por retirarse á Gualeguaychú, después de haber 
sufrido un descalabro, el 30 de Diciembre (1).» 

7. MÍBEBA SITUACIÓN DE LA PLAZA. — El sitío y bloqUCO 

de la capital arrastraron á sus habitantes á una situación 
sumamente crítica, pues llegó un momento en que la 
introducción de ganados procedentes de la campaña se 
hacía difícil y peligrosa, y el transportarlos de Río Grande 
era asunto penoso, lento é inseguro. 

Es preciso no olvidar que por entonces la población 
de Montevideo había aumentado extraordinariamente con 
la emigración argentina, con las gentes de la campaña 
que huyendo del invasor habían fijado su residencia en 
ella, y con las numerosas familias que sucesivamente 
Oribe había expulsado de su campo, las cuales se asila- 
ron en la ciudad; de modo, pues, que su abastecimiento 
tenía que ser doble del usual (2). 

No tardó éste en ser insuficiente para cubrir tantas 



(1) Vicente Navia, obra citada. 

(3) cMás de 15.000 penonas le hablan asilado en la dudad, aiendo 
entonces de obligación del Gobierno, desde el principio del sitio, socorrer 
á las necesidades de tantas infelices familias 7 asegurar un pan á los po- 
bres de la ciudad ; de modo que más de 27.000 personas eran alimenta- 
das 7 yestidas por el tesoro público. > ( Alejandro Damas, obra dtada. ) 



- 157 - 

oecesidades, y aunque á las familias pudientes y al ejér- 
cito nada les faltó, no sucedía lo mismo con las clases 
más humildes y menesterosas, que se mantenían de me- 
nestras, carnes saladas ó pescado fresco, aplicando mu* 
chos vecinos sus ocios á la pesca del bagre, cuyo caldo 
suplió tantas veces en los hospitales la falta absoluta del 
pucharo (1)< Los soldados, por su parte, se entretenían 
en la caza de gatos y perros domésticos que, bien condi- 
mentados, constituían un manjar exquisito . . . según decían 
ellos. El abuso de la carne salada ocasionó el escorbuto, y 
la alimentación con carne de perro desarrolló tantas enfer- 
medades, que la autoridad tuvo que prohibir esta última, 
aumentar los hospitales para atender á los casos que 
produjo la primera, é iniciar la fundación de sociedades 
filantrópicas á fin de allegar abundantes medios de sub- 
sistencia. 

8. Decretos GUBERNATIVOS.— Muchos fueron los de- 
cretos que expidió durante el año 1843 el Gobierno del 
señor Suárez, siendo dignos de especial mención el de 
fecha 12 de Febrero de dicho año, resolviendo que todo 
individuo perteneciente al ejército invasor, no nacido ni 
avecindado en este país, que fuese hecho prisionero, se- 
ría tratado con las consideraciones de humanidad que 
prescribe el derecho de la guerra, siempre que por crí- 
menes especiales y notorios no estuviese sujeto á las le- 
yes comunes. En cambio, todo oriental ó vecino de la 
República que fuese sorprendido con las armas en la 
mano ó usase la divisa del ejército invasor, sería en el 
acto fusilado por la espalda, publicándose su nombre 
para escarmiento é ignominia. Otro decreto de igual fe- 
cha imponía la pena de muerte á los desertores. 

Por una disposición gubernativa de 7 de Marzo, se dis- 
puso que las rentas de los bienes de los prófugos y aje- 
nos, cuya recaudación se había encargado á la Policía» 

(1) Isidoro De-Maiía, obra citada. 



- loa- 
se pusiesen á disposición de una Comisión encargada de 
dar habitación á las familias emigradas de la campea. 

Con íecba 18 de Marzo, el Gobierno hizo saber que 
se recibiría á todos los oficíales del ejército eitiodor 
que se pasasen á eua filas, recompensando á aquellos 
que, además, se presentaran con tropas, armas y ca- 
ballos. Por otra parte prohibía (Junio 2) toda comuni- 
cación por tierra y agua con las huestes rosistas, y lla- 
maba i tomar las armas á todos los alumnos mayares 
de 14 aBos de edad que cursasen estudios en escuelas y 
colegios, <pon¡endo así en práctica las lecciones de esta 
moral que los maestros les enseítan, y tengan ocasión de 
mostrar su ardiente entusíanao con acciones de valor, 
de adornar la primavera de an vida con recuerdos de 
gloria, y de perfeccionar su edncaoión física con loa 
trabajos militares y adelantar su progreso intelectual coa 
los ejemplos de honor dvico con que diariamente enri- 
quecen loe anales de la nación los valientes que compo- 
nen su ejército,* según decía el expresado decreto. 

Por otros decretos disponía que no se permitiese la 
salida del territorio á ningún hijo del país (16 Sep- 
tiembre); que fueee fusilado todo jefe ú oficial del ejér- 
cito de Rosas á quien se sorprendiese con las armas en 
la mano, corriendo igual suerte «los individuos de la 
clase de soldados que tienen el oficio de degolladores en 
los cuerpos enemigos, 'convictos que sean de haber usado 
alguna vez de manea ú otra clase de correaje fabricado 
de piel humana, ó ultrajado de algún modo los cadáve- 
res de los muertos en el campo de batalla ó en los ca- 
dalsos de la tiranía (7 Octubre);* y que se considerarfa 
como traidor á la patria á todo aquel que mantuviese 
relaciones con el enemigo que tratasen de un adveni- 
miento con él que no reposase sobre la base de la más 
completa sumisión al Gobierno nacional, Ó que en con- 
versaciones públicas 6 privadas manifestase opinioaes 
favorables í una paz con el ejército invasor. 



— 159 — 

Estudiando estos decretos en su espíritu y su letra, se 
observa que unos tienen por objeto sostener viva la idea 
de la independencia de la patria, y otros ponen todo g6>- 
nero de trabas á la acción del enemigo; pero hay algu- 
nos, dictados como justa represalia por los desmanes de 
las hordas resistas, que nos abstenemos de enumerar, por 
no ser ése el objeto del presente libro. 

n 

(1844) 



SOMABIO: 1. Fandaeión de la Casa de Moneda. ^2. Muerte de Mar- 
celino Son. ^8. Transformaelén de la legión francesa. —4. Ejecu- 
ción del Tigía de la fortaleza del Cerro. — 6. Empednamiento de 
Oribe. — 6. Solidaridad de los defensores deMonteyideo. 

1. Fundación de la Casa de Moneda.— Por inicia- 
tiva del doctor don Andrés Lamas, y con la correspon- 
diente aprobación legislativa, se fundó en Montevideo un 
taller para la acuñación de monedas, el que se inauguró 
con toda solemnidad el 2 de Febrero d^l844. £1 Go- 
bierno quedó autorizado para acuñar monedas de cobre 
y de plata, verificándose la de este último metal mo- 
rdíante los cuantiosos donativos que la población hizo á 
fin de que el Estado pudiese llegar á cabo tan feliz pen- 
samiento sin mayor erogación. Al cuño nacional fueron 
á parar muchas vajillas de familias pudientes, muchos 
chapeados que lucían en sus caballos los más apuestos 
jinetes, y no pocos ornamentos de los templos. La Casa 
de Moneda de Montevideo fué la primera de su género 
que se fundó en el Río de la Plata. 

2. Muerte de Marcelino Soba. — Durante todo el 
sitio de Montevideo no se dieron batallas frente á sus 
muros, pero cada día había tiroteo entre sus avanzadas 
y las del enemigo, tronaba frecuentemente el cañón y las 



fuerzas sitiadoras provocaban al combate i los EÍtiadoa, 
cuando no eran éstos los que, con toda itnprudeacia, se 
aproximaban demasiado al campamento de OribC) sor- 
prendiendo á sus g:iiardías con suerte varia. En uno de 
estos combatea pereció el coronel don Marcelino Sosa, 
herido mortalmente en el abdomen por una bata de ca- 
ñón. Sua últimaa palabraa fueron: Compañeros.' Salven 
la patria.' El gobierno, justo apreciador de sus méritos 
militares y virtudes cívicas, dispuso que uno de los r^- 
mientoa de caballería se distinguiese en lo sucesivo con 
BU nombre, y que su estandarte llevara siempre eata ina- 
aripción: Marcelino Sosa, valiente entre los valientesi le 
perdió la patria el 8 de Febrero de 1844, 

3. Tbansformación de la legión francesa. — Queda 
dicho en capituloa anteriores que, una ves iniciado el si- 
tio de M^ontevideo, loa franceaea, (así como loa subditos 
de alguna otra nacionalidad) se organizaron en legiones, 
para sostener armados, no sólo los derechos del Gobierno 
del Uruguay, aino para defender sua vidaa é intere* 

Inmediatamente se inició por el agente consular una 
enérgica reclamacióu, • pero los franceses desecharon las 
intimaciones del cónsul, y el Gobierno manifestó al mismo 
funcionario, que loa aúbditos expresados se organizaban 
en defensa propia, en vista de las amenazas de Oribe, y 
que no estaba en su mano ni en su poder desarmarloa 
sin grandes sacriScios. El cónsul llevó sus esfuerzos basta 
el extremo de declarar que les serfa retirada la protecciÓD 
del rey, y que no serían considerados subditos franceses, 
si persistían en continuar armados, perdiendo ipso fatío 
la ciudadanía. 

•Nada consiguió el cónsul Pichen con estas medidas, 
y solicitó instrucciones de su gobierno. Recibidas que fue- 
ron, volvió ¿ insistir en el desarme, manifestando al Mi- 
nisterio de Relaciones Exteriores tener orden formal del 
gobierno del rey para tales efectos, y que se qmlase ia- 



-161 - 

mediatamente la cucarda franccBa á los extranjeros que 
habían tomado las armas á favor de su causa, y les re^ 
tirase igualmente toda denominación ó emblema relacio- 
nado con la nacionalidad francesa. 

« En uno de los párrafos de la respuesta, solucionando 
€l incidente, decía el ministro Vázquez: «Debe finalmente 
« el gobierno recordar al sefSor cónsul general, después 
« de las observaciones expuestas, que un número consi- 
< derable de los franceses que están en armas, lo estu- 
« vieron anteriormente por orden de los jefes de su na- 
«ción; en la época del bloqueo francés adquirieron cóm- 
« premisos especiales, protestaron contra el tratado Mac- 
« kau y se consideran marcados en los consejos de sangre 
« del gobernador Bosas; también los adquirió entonces el 
« gobierno de la Bepáblica asociado á Francia; y así es 
« que el señor ministro Guizot ba repetido tantas veces 
« en la tribuna, la solicitud de su gobierno en favor de 
« la independencia de esta República, hoy tan amena* 
« zada, y que aumentaría sus desventuras, si viera en 
« conflicto de armas al interior de la capital. » 

«El cónsul Pichón insistió amenazando al gobierno 
con la intervención de la fuerza al mando del vicealmi- 
rante Cierva!, si no quitaba toda denominación francesa, 
la cucarda y bandera de la misma nación á los extran- 
jeros armados en defensa de la capital; á lo que asintió 
el Gobierno, cambiando la denominación de « Legión Ex- 
tranjera» por «Legión de Voluntarios», á la vez que reti- 
raba los distintivos causa de la reclamación. 

«La conducta de Francia, si bien aconsejada por un 
sano espíritu de neutralidad, puso momentáneamente en 
peligro la defensa, pero, resuelta que fué la cuestión en 
la forma que se ha visto, la plaza recuperó su temple, y 
pudo desde entonces preverse que Oribe no conseguiría 
conquistarla, resignándose, como se resignó, á establecer 
en el Cerrito un simulacro de gobierno, restableciendo el 



11.- 2.» 



antiguo Ministerio que le acompaílaba al eer arrojado de 
la Presidencia por el general Rivera (1).> 

Tan pronto como loa TranceaeB fueron deearmadoa [tor 
el coronel Pacheco, como delegado del Poder Ejecutivo, 
se apresuraron á preaentarso ¿ don Joaquín Suárez, ofre- 
ciéndole BUS servicios como ciudadanos legales, los que 
lea fueron aceptados. 

• Es necesario talento, y más que talento matta polí- 
tica, para hacer renunciar su ciudadanía á. hijos de la 
Francia, tan celosos, como lo son, del sentimiento patrio. 
Sin embargo, Pacheco lo consiguió, y á pesar de sus 
grandes esfuerzos por fortalecer la defensa, no dejó de 
calumniársele y hacerle aparecer ante los ojos de la opi- 
nión pública, como un demagogo C ambicioso vulgar (2). 

• Este acontecimiento, sin duda alguna de suma impor- 
tancia para la causa de la Defensa, fuÉ celebrado en la 
noche (11 de Abril 1844) con demostraciones de rego- 
cijo, poniendo término £ la cansada cuestión del des- 
arme, después de un año de alternativas (3). > 

4. EjECUCrÓf) DEL VIGÍA DE LA FORTALEZA DEL CeRKO. 

— Como el lulo anterior, el de 1844 terminó con una eje- 
cución: la de Antonio Crespo, vigía de la fortaleza del 
Cerro, que, en inteligencia Con el enemigo, preparaba por 
medio de un puñado de oro el siniestro proyecto de ha- 
cer volar aquella fortiücación mediante el empleo de 
minas explosivas. No pudiendo negar sus criminales pro- 
pósitos anie las pruebas abrumadoras acumulada», fué 
ejecutado el día 22 de Diciembre. Cuatro de sus cómpli- 
ces fugaron, y el quinto fué desterrado después de pre- 
eenciar la ejecución de Crespo (4). 

(1) Marisun A. Pelltia, obra rftads. 

( 3 } Leogtráa Uigusl Torlarola, obia citüda. 

(S) Iildoro De-MuU, obra dladi. 

(i) Eo el toma i.', capitulo xv, paga. 197 j 198 it toa Analu da la 
Dtftma, dal lefior Da-Muíi, la hallan intei«aMitea ponneintaa de U 
can» aegulda i ttu dngTBcIido. 



- 163 - 

5. Empecinamiento DE Oribe.— «Uno de los prime- 
ros argumentos con que los patriotas de la Defensa com- 
batían los derechos de don Manuel Oribe á la Presiden- 
cia, amén de su renuncia, que había presentado él en 
persona ante la Asamblea, consistía en que sus derechos 
habían caducado á los cuatro años de su elección; plazo 
marcado por el Código fundamental del país para ejercer 
el poder supremo. Este plazo había expirado el 1.^ de 
Marzo de 1839. Sin embargo, las Cámaras oribistas, como 
para zanjar de plano esa cuestión, reconocieron como ex- 
cepcional y no transcurrido el tiempo desde el descenso 
violento del Presidente Oribe en 1838 hasta la completa 
tranquilidad del interior del país; prorrogaron la inves- 
tidura del caudillo rosista, aprobaron todos sus actos pa- 
sados y le concedieron facultades extraordinarias hasta 
la pacificación de la República. Don Bernardo P. Berro 
desempeñaba la cartera de Gobierno y el ^ñor Villade- 
moros se conservó en su puesto de Ministro de Guerra y 
Hacienda (1).» 

6. Solidaridad de los defensores de Montevideo. 
— «Y mientras que Montevideo sentía día á día casi á 
sus puertas tronar los cañones enemigos, la ciudad ofre- 
cía á los ojos de las naciones el espectáculo admirable 
de la unión en el peligro y de la unidad en la constancia. 
Lios hombres de corazón rodeaban al Gobierno y lo sos- 
tenían de todas maneras v á medida de sus fuerzas, con 
un patriotismo de que tal vez la historia no recuerda 
ejemplo (2).» 



(1) Vicente Navla, obra citada. 

(2) Al^andre Domas, obra citada. 



'til 



gUMARIO: 1. El Ooblerno de U Deftüiia. — 2. CimpaBa de Rlreri.— B. 
Acuerdo reHirado del Gobierno de la Defenaa. —4. fiaCalU de ladia 
MuerlH,— 6. Mediaciáa de FnmclB é Inglalena. — G. ApreBamlento de 
la tlota de Brova. — 7. Garibaldi en accifin. — S. Combate de Obli- 
gada. — g. M<?did¡aa incoaieclentea del general eribe j lu titulado go- 
blemo. — 10. iDhabiUbilidad de la campaCa. 



1. El OOBiebnode la Düfensa. — «La resíatencia de 
Montevideo bajo la dirección del general Paz y del en- 
tuaiaaia Pacheco y Obes iiabía sido valientemente secun- 
dada por la guarnición j sostenida por el gobierno con 
la mayor energía. No faltaron medidas violentas para 
crear recursos, pero todo se disimulaba en viata de la 
causa que se defendía, expuesta á sucumbir ai no ae 
arbitraban los medios adecuados. Brillantes salidas, he- 
chos de armas donde la pericia y el valor de loa sitiados 
se puso varias veces en relieve, tuvieron lugar constante- 
mente, llevando el convencimiento de su impotencia á loa 
sitiadores. 

<A fines de 1343, Oribe estaba convencido de que no 
tomaría la plaza y, por ende, que no sería Presidente de 
la República Oriental. Empero, la organización de loa 
primeros momentos dada á la defensa no pudo sostenerse 
y la anarquía se hizo sentir bien pronto. Kl espíritu tur- 
bulento del general Rivera bullía en algunos de sus par- 
tidarios que ocupaban el Gobierno, como el general Pa- 
checo y Obes, y de aquí que también se hiciera émulo 
del general Paz antes de hacerse enemigo de los riveris- 
tas. Pacheco era valeroso, arrogante y teatral en la forma 
y en los procedimientos que usaba, desde el alto puesto 
de Ministro de la Guerra. Todos sus dociunentos como 
todos sus actos transpiraban fanfarronería sin estar dea- 



- 163 — 

pojados de cierta grandeza. Admitidas las circunstancias 
solemnes por que pasaba el país, sus proclamas eran dis- 
cordantes é impropias, muchas veces, de un gobierno se- 
rio; pero como daban resultados, obtenían el aplauso de 
sus amigos y los más favorables comentarios de la 
prensa, especialmente de El Nacional, redactado por el 
doctor Rivera Indarte, una de las inteligencias más cáus- 
ticas consagradas á combatir la tiranía, y la más hábil 
para exaltar en la opinión el mérito de los opositores. 

«Pacheco y Obes había renunciado la cartera de la 
guerra en Noviembre de 1844, á consecuencia de medidas 
adoptadas por el Grobiemo respecto de varios marineros 
brasileros que no consideró decoroso apoyar. Los térmi- 
nos de su renuncia fueron violentos. Se le aceptó y tuvo 
que salir de Montevideo retirándose al Brasil, regresando 
otra vez á la plaza en Diciembre de 1845. A su vuelta, 
el antiguo prestigio del audaz agitador estaba debilitado, 
y sólo se le confió el mando del primer cuerpo del ejér- 
cito de la Defensa, como un homenaje á la decisión y 
arrojo con que combatía por la causa de la libertad. Pa- 
checo y Obes era porteño, y en este concepto dejó de te- 
ner la simpatía de los orientales, por quienes tanto se 
sacrificara en la heroica Defensa, llegando á ser, en cier- 
tos momentos, el arbitro de la situación, compartiendo 
sólo con el general Paz la gloria de la lucha contra 
Oribe (J )». 

«8in embargo, es preciso convenir en que el coronel 
Pacheco y Obes avanzó demasiado en sus ideas de re- 
forma y no eligió el tiempo oportuno, porque siendo Ri- 
vera el verdadero jefe del partido nacional, no debíase 
atacar su influencia en el momento mismo que se soste- 
nía la guerra contra el dominio extranjero, por lo que 
él, caído, nacen la división y el desorden. Por otra parte, 
la extrema obstinación del carácter del coronel Pacheco 

(1) Mariano A. Pelliza, obra citada. 



— 166 — 

y Obee, que jaináa ee sometía á consejos, aparUJ de él 
muchos hombres notables que tuvieron después tanta 
parte en su caída. Pero, á pesar de- todo, tuvo eíempre 
el amor del pueblo y el agradecimiento del soldado en 
premio de los esfuerzos hechos para mejorar su suerte. 

• El retiro del coronel Pacheco y Obea señaló la deca- 
dencia de la Defensa, habiendo él constituido una auto- 
ridad fuerte i que todo cedía y obedecía, autoridad que 
después de él pasó á manos de hombrea débiles, faltando 
as! aquella mano potente que había dado impulso á la 
cosa pública. La guerra continuó débil, y el mismo en- 
tusiasmo por la defensa disminuyó, y, para colmo de 
desventuras, cuatro meses después el ejército de Rivera 
fué destruido en India Muerta (1).* 

En cuanto al general Paz, resuelto á combatir á Ro- 
sas, también había renunciado, ausentándose para Ría 
Janeiro (3 Julio 1844), para desde el Brasil penetrar en 
Corrientes é iniciar su campaQa contra el sanguinario 
tirano. 

2. Campaña de Rivera. — Mientras Oribe continuaba 
el asedio de Montevideo hostilizando de todas maneras 
& sus abnegados defensores, y el gobierno de Joaquín 
Suárez arbitraba medios para repeler las bordas rosistas 
y sostenerse dentro de la atrincherada ciudad, el general 
Rivera operaba en campada con el pequeño ejército que 
había logrado reunir, sacando sus elementos componen- 
tes de las zonas de la Replíblica en donde era mayor aa 
prestigio. 

Con sus divisiones recorría lodo el país, ya en ayuda 
de algún correligionario perseguido por el enemigo, ya 
para sustraer alguna ciudad de la dominación rosista. 
Otras veces tomaba la ofensiva y sorprendía á sus con- 
trarios, ó los estorbaba en sus proyectos, 6 loe obligaba 
á guarecerse en sítjos recónditos de la campaüa. Este síetema 



-167 - 

de hacer la guerra dio á comprender á Oribe la nece- 
BÍdad de disponer de otro ejército destinado á combatir á 
Rivera, puesto que no le era posible á él distraer fuerzas de 
las que tenía consagradas á mantener el sitio de la plaza, 
á lo cuad asintió Rosas enviándole ai general don Justo 
José de Urquiza con ^KXX) jinetes y 500 infantes. 

3. ACUERDO REBEBVADO DEL GOBIERNO DE LA DE- 
FENSA. — Entretanto, las dificultades que tenía que ven- 
cer el Gobierno eran cada día más numerosas é intensas, 
agravándose con la falta de caballería para salir á lu- 
char contra los sitiadores. En cambio. Rivera solicitaba 
el envío de dos batallones de infantería á ñn de poner su 
ejército en condiciones de poder pelear con el de Ur- 
quiza con probabilidades de éxito; fuerzas que no se le 
remitieron. Todo esto acongojó tan profundamente al Go- 
bierno, que llegó á celebrar un acuerdo reservado, haciendo 
responsable á Rivera del resultado de la lucha empeñada 
con Oribe si, estando en la esfera de la posibilidad, no 
llenaba el objeto que se le exigía para la salvación de 
la capital, que qu^aba librada á la suerte de aquel cau- 
dillo (1). 



(l) La Importancia de este documento^ que pertenece al archiTo par- 
ticular del doctor don Alberto Palomeque, 7 el hecho de ser vanj poco 
conocido, nos mueve á incluirlo en nuestra obtita, á pesar del carácter de 
compendio que ésta reyiste. Helo aquí: 

Montevideo, 26 de Marzo de 1845. — El Gobierno de la Bepúblioa, en la 
«itnadón solemne en que se halla la capital, considerando que el contra- 
almirante Lainé, comandante de la estación francesa, único que resistiiS 
el bloqueo absoluto por parte del tirano de Buenos Aires, ahora está dis- 
puesto á reconocerle, aunque exigiendo el término de quince dfas para su 
ejecución, contables desde su nuevo establecimiento ; — que por consecuen- 
cia debe saberse en Montevideo que el bloqueo absoluto estará reconocido 
dmtro de tres 6 cuatro días, 7 que será ejecutado desde el 15 al 18 de 
Abril inmediato ; — que la sola impresión causada en este último período 
por la falta de entradas de buques tiene en suma inquietud á todas las 
ciases de la población ; — que sin duda alguna la certidumbre de la proximi- 
dad del bloqueo producirá la postración universal ; -^ que el contrato de 
"▼Ivereí termina hacia fines de Abril, 7 que ea moralmente imposible al* 



i. Batalla de India Muerta.— 'Et dfa 22 de 
Marzo el geaeral Rivera había hecho avanzar una co- 
lumna de mil hombres, con el objeto de hostilizar pai^ 
cialmente la columna de Urquiza, que ya ocupaba loa 
cerros de Arequita á inmediacionee de Minas; operacíÓQ 
que no pudo verilícarBe, porque la colnniDa de Urquiza 
fué reforzada oportunamente, reconcentrando todas sus 

cinar otro nuoio, pues ejecutado o] bloqueo ceiaa de lodo puoUi Ims 
rentBi do Aduuiii, medio stHOlalaineata priudpBl 7 csei único con que 
el Gobierno pueda contar; — qne los poco« artículos de tfiBres eilstenies 
en la dudjd 7 puerto, aun adoptando toda medida para adquirirlos con 
Tiolenfñi y sin dinero, alcanzaran apenas para nn mes 6 cuarenta dfaa ; — 
que las multJpllcadu ezaoolonea arrancadas á laa clases no manceterosai 
j la absoluta escuez de namerarlo, oonsecuencla nocessría de la [alia de 
trabajo j de comercio, ban hacho que pesa (obre la poblidfin ent«r* una 

i las clases pobres ; ~ que han sido indUles los mulUpllcados j lanosos 
«mpeüos para adquirir fondos ó socorros fuera del pafs ; — que 26 Dieses 
de aaodio ban apurado loa recuraoa, loa mediOB de defensa, )s paciencia 



y los SUfrin 




7 sólo dejan al pBtriotiamo y á la bn>uia de los 


roicos detei 




de Montevideo la necealdad de defender el suelo 


(rado y la 


espera 


nza de U desesperaciín ; — que la absoluta ñlta de 




7 de 


ropa de esta arma ínuüliían por entero el ardor bí 


del ejército 


que 


tal estado, aunque busque la muerte del honor, 


.ictoria <ie 


apat 




deshaoer el 


aied. 





de 
guerra: 

Por todos estos datos el (robiemo declara A la capital en inminente 
peligro de caer en manos del enemigo, y después ds dados lodoi los pa- 
sos que están en sn poder para eiitar que el bloqueo se resUce. reconoce 
qne si los lances déla fortuna no le tovorecen por íste ú otros medloa, 
la defensa no puede racionalmente sostenerse más allá de cuarenta y 
dnco días contados desde esta fecha, 7 aun dentro de ese ti^rmlno co- 
rriendo todas los riesgos de una disolución i de otros lucasna funestos 
fuers de la prevlilAn humana; en tal gilaacidD, el Gobierno pretende co- 
rrer iodos esos riesgos 7 areoturas, pero aspirando á disminuir lo posible 
au duración, acuenia tucer una salida general como mucha antes d« 
■hora se manifesté al dlreolor de la guerra, pidiendo eaballerlt, llanmd» 
por objeto destruir al asedio, ocupando laa posldone* de lo* enenHcoa ; 
maa «orno para realliar eata primeóte ie« de absoluta necesidad adquirir 
la fDeraa de caballería 7 lai oabalgaduras pan montar la qne aqoí puiMI* 
fonnana, reanalTe qi» por el Uinlatra de la Gtwm b> eomnnlqoa nain 



- 169 — 

fuerzas y poniéndose en busca de Rivera. £1 23 había 
acampado en el valle de Fuentes, donde tuvo lugar un 
encuentro con los tiradores riveristas. La vanguardia de 
Urquiza fué arrollada por las fuerzas de los comandan^ 
tes Méndez, Vega y Brígido Silveira, sobre el camino de 
Malbajar, por donde venía el resto del ejército federal, 
perdiendo en este encuentro algunos* hombres. Pocos días 

touerdo si sefior director de ella y general en Jefe don Fructuoso Biyera, 
á quien ademáa explane todos los datos é informes que considere opor* 
tonos para que coodba exactamente nuestro estado extremo, y en conse- 
cuencia conduzca sus operaciones de manera que le fiusiliten desprenderse 
de una fuerza de quinientos soldados de caballerfa y de mil 6 más eaba- 
UoB en buen estado, cuya fuerza se incorpore á nuestras filas, introdu- 
ciéndose en el Cerro y quedando á cargo del mismo general entretener 
las fuerzas del enemigo en la campafia, de manera que los de la plaza 
no tengan otros sobre sí que los que habitualmente forman el asedio ; que 
•n esta situación extrema del Gobierno responde de que no pasarán seis 
días después de la entrada de la cabaUezfa, sin que el ejército haga una 
salida general con todas las probabilidades de suceso sobre los enemigos, 
llerando consigo más que suficiente artillerfa y de mil doscientos á mil 
trescientos en hombres de caballerfa, sobrados para arrollar las fuerzas 
de esta clase que presenten los enemigos; que, en fin, es ésta la única 
esperanza que la Proyidencia le deja para que el término, sea cual fuere, 
de la lucha de esta capital, sea tsn glorioso como lo hs sido su de- 
feoss. 

Después de ests exposición termínente y definitiTS; después de haber 
manifestado que el estado actual es absolutamente inconciliable con la 
prolongación de la defensa de la capital, apurados ya todos los esfuerzos 
humanos ; después de haber indicado el único aillo de la esperanza en la 
introducción de la ftierza de caballería y cabalgaduras indicadas ; y final- 
mente, después de declarar solemnemente, oído el consejo de militares 
sTont^ados, que obtenida la caballería, todas las probabilidades, toda la 
seguridad moral á que puede aspirarse mi casos semejantes, da la con- 
Tiedón de un triunfo completo, el Gobierno debe protestar, como protesta, 
solenmemente snte Dios y la patria, y á su nombre reclama del sefior 
general don Fructuoso Rivera que acepte toda la responsabilidad que le 
toca, si estando en la esfera de la posibilidad, no llena el objeto que se 
le exige para la salvación de la capital, que queda en este punto en sus 
manos; resuelve, finalmente, que en oportunidad se pase este acuerdo re- 
servado, original, á la Honorable Asamblea General, para su conocimiento 
y efectos á que hubiere lugar. — Joaquín SüIbbz. — Santiago Váxquex,— 
Hufinú Bauxá. — 8af%Hago Sayago, 



— 170 — 

Buten el general Rivera había mandado avanzar una 
fuerza que fiabía en el convoy de Santa Teresa. Conataba 
ésta de 480 hombres, mcluso un piquete de infantería 
que llevaba una pieza de artillería de calibre de & seis, 
pero no llegó á tiempo y retrocedió de la encrucijada de 
Castillos j Santa Teresa, sufriendo igual suerte que una 
parte del ejército riverista. El 27, el general Rivera formó 
la línea para esperar al enemigo, cuya fuerza hacían as- 
cender á sólo 2000 hombres, á la vista. La línea de Ri- 
vera quedó formada, tomando la colocación en forma de 
martillo sobre el arroyo de India Muerta. Componía grau 
parte del centro y derecha la división Freiré; el segundo 
cuerpo y la vanguardia apoyaban su espalda en Cebo- 
llatíy Cerro Largo (1); la izquierda se componía de la 
división Silva, del tercer cuerpo de un escuadrón de ti- 
radores al mando del coronel Luna y la división Báez 
de reserva, una pieza de bronce de á cuatro, y como 
80 infantes de Freiré, que fueron los que empezaron las 
guerrillas muy temprano y con buen suceso. EmpeQada 
la batalla y llegada el momento de cargar, la derecha y 
el centro de Rivera lo hicieron con rapidez, arrollando 
lo que encontraron & su frente; pero la izquierda rive- 
rista, por uu movimiento mal ejecutado, ae envolvió com- 
pletamente, sin poder formar para pelear. El general Ur- 
quiza aprovechó esta circunstancia y la hizo cargar, ha- 
ciéndola pedazos y arrojándola sobre sus reservas, que 
también corrieron Igual suerte sin tirar un tiro. Decla- 
rada la derrota de la izquierda y reservas riverístas, las 
fuerzas de Urquiza se corrieron sobre la derecha y cen- 
tro de sus enemigos, que no pudieron resistir el ataque 
y se pronunciaron en completa derrota con el general 
Rivera á la cabeza, siendo perseguidos y lanceados hasta 
el paso de las Piedras del río Yaguarón, en cuya frOQ- 

U) Tfngsae presente U dirieldn pollii» del terriloria de 1* BepabUca 



- 171 - 

tera se detuvieron el general Bivera, los coroneles Blanco^ 
Mendoza, Centurión y Vidal, y los comandantes Fausto 
Aguiiar, Paunero, Caraballo y otros muchos jefes, oficia- 
les y tropa, que fueron después sorprendidos. Los restos 
de la izquierda, perseguidos activamente, tomaron la fron- 
tera de Santa Teresa. £1 general Medina iba al frente 
de aquellos restos, y con él los coroneles Olavarría, Cés- 
pedes, Luna, Viñas, Santander, Bamos, Costa, Mieres, 
Báez, Silva, Tabares, y 140 entre tenientes coroneles, mayo- 
res y oficiales subalternos. Cerraba la marcha de estos restos 
un inmenso convoy de familias á caballo, en carreta y á 
pie. En cuanto á Urquiza, al día siguiente de la batalla 
de India Muerta hizo formar en .cuadro á los prisioneros 
que quedaban y mandó que los degollasen. Él quiso 
darse el gusto de presenciar la operación, que se hizo al 
toque de música. Después de esto, el coronel Camacho 
fué desarmado por los brasileros legales del otro lado del 
paso de la Laguna en el Cuareim, con 80 hombres que 
le seguían, los cuales se dispersaron conchabándose en 
las estancias de aquel territorio. Los hermanos Francisco 
y Manuel Caraballo, oficiales de caballería del departa- 
mento de Canelones, pasaron á Corrientes con 42 hom- 
bres, por el paso de los Libres, frente á Uruguayana. 
£1 general Bivera con los otros jefes que le acompaña- 
ban fué internado á San Francisco de Paula. £n la fron- 
tera del Cuareim se situó una fuerza brasilera como de 
500 hombres, colocando guardias sobre los pasos del río, 
y como 1000 en Santa Ana del Livramento. Aquellas 
cardias desarmaban á todos los emigrados que cafan á 
los pasos del Cuareim y los largaban luego para que 
fuesen á trabajar donde quisiesen (1).» 

(1) Antonio Díaz: Hiatoria polUica y militar de ios Repúblicas del 
J^ta, 

La misma obra registra la siguiente cartaj en, la que el sanguinario Ur- 
quiza da cuenta del resultado de esta batalla á su maestro don Juan 
3íanael de Bosas: 



\J, 



A pesar de este triunfo, tan completo como sangriento, 
el pais no fué del todo dominado, pues por todas partes 
se levantaban partidas, mandadas por Venancio Flores, 



Brígi 
diviái 



gido Silveira, Anacleto Medina, Gregorio SuSrez, Ber- 
} Báez y otros guerrilleros, que bostilizabao á las 
¡«iones oribistas; y cuando éstas creían haber lodeado 
al enemigo, aquellos valientes caudillos y sus geatee ae 
evadían sutilmente £ través de sierras y asperezas 6 bur- 
laban la acción de los intrusos destiíándoae por vadoB 
peligrosos 6 por picadas escondidas entre los montes. 
- 5. Mediación de Francia é Inglaterra. — A rafe 
del desastre de India Muerta llegaron al Plata el Barfin 
Deffaudis y Mr. Gore Ouseley, Ministros Plenipotencia- 
rios de Francia é Inglaterra respectivamente, quienes 
traían la honrosa y humanitaria misión de ofrecer ana 
, servicios á los beligerantes, en el sentido de llegar á un 
arreglo entre Rosas y el Grobierno de Montevideo, que 



dad numérica de 



cceif iiH rehusado. Aludomdo 
US hordae (que lodu 1» )u- 
con 4.600 buJtoi ; j adn no 
i prlacJpEo A la bat^Uk qu^ 



o 1,000 cadáisrcs 
l« eeU ioraada d 



; MOprl- 



luadar, j de euji bnnirft 
ibido la gloria de eer tesllgo. Kueatia pérdida es tan Mirtl, qae 

m\6a, silo tengo tiempo para dirigirle mis más aidienUa fellgi- 
laa i]ua le servirii acaptsr á aombte de todos loi villeatea que 
LCipado de eeli gloria. Se me olridaba decirle qua anlre loa pri- 

. cuatro que éstos tenían, toda au caballada 7 porcidn de Irma- 
rengo el placer de repeürme su fino é InTariible tnúgt.— Jiuto 



\ 



\ 



-173- 

pusiese fin á la sfuerra. Los plenipotenciarios, que no sim- 
patizaban con el déspota de Buenos Aires, que conside- 
raban á Oribe como á teniente de Rosas y no como á \ 
UD ciudadano oriental que luchaba para reivindicar un 
derecho escarnecido, solicitaron de Rosas una suspen* 
sión de hostilidades, como se acostumbra en casos de esta \ 
naturaleza, es decir, cuando se va á tratar de paz; pero i 
el tirano, con asombro de aquellos diplomáticos, se negó { 
á acceder á una práctica tan universal. Entonces los me j 
diadores pidieron lá retirada del ejército argentino que ; 
asediaba á Montevideo, fundándose en que la permanen* 1 
cía de ese ejército anulaba los efectos de los tratados de ' 
1828 y 1840 en cuanto éstos se referían á la independen- 
cia perfecta y absoluta del Uruguay. 

«Así, pues —decían los diplomáticos extranjeros — para 
que esta independencia exista es necesario que las tro* 
pas, la escuadra y con ellas toda especie de influencias 
argentinas desaparezcan del país, y que el pueblo orien* 
tal pueda, en plena libertad y por las vías que trazan 
sus leyes constitucionales, elegir el jefe que deba presi- 
dir sus destinos. ^ 

«El espíritu de la misión que ha sido confiada á los 
dos plenipotenciarios de Inglaterra y de Francia es el 
desinterés más perfecto (1).»* 

En cambio, Rosas pedía que se reconociera el bloqueo, 
se negaba á levantar el sitio y exigía que se declarara 
criminal al almirante Purvis por haber dificultado con 
medidas violentas las órdenes del gobierno de la Ck)nfe- 
deración. 

6. Apresamiento de la flota de Brown.— La acti- 
tud de Rosas dio á comprender á los diplomáticos que 
su gestión sería completamente infructuosa ; pero resuel- 
tos como estaban á hacer de su parte cuanto les permi* 



(1) Nota del Barón Deflándií j Mr. W. Gore Oaseley, de fecha 4 de 
Agoito de 1845. 



— 174- 

tían sus instrucciones para poner término i la guerra, 
procedieron á apoderarse de la nota de Brown que se 
bailaba á la sazón en la rada de Montevideo. Toda 
la marinería extranjera que se encontró en la escuadra 
rosista fué trasladada á los buques de los ínter ven toree; 
á Brown, j á sus jefes y oficiales se lee condujo á Buenos 
Aires y se dJ6 libertad é los orientales prisioneros que se 
hallaron i bordo de las naves del viejo marino irlandés, 
que tan sólo en un momento de debilidad pudo ponerse 
al servicio de la tiranía, él, que siempre había defendido 
la libertad. 

7, Gariealdi es acción,— Hacia los últiraos días- de 
Agosto, la escuadrilla nacional, compuesta de diez buques, 
secundadoií por otros de las fuerzas navales anglo-frao' 
cesas, se dirigió á la Colonia, de cuya ciudad se apo- 
deró después de lucbar durante todo un día. Inme- 
diatamente Garibaldi, que formaba parte de la expresada 
expedición, fuese sobre la isla de Martín García, en la 
cual flameaba el pabellón argentino, y obliga & su jefe 
á que se rinda, lo que se consigue sin derramamiento 
de sangre (6 Septiembre de 1845]. A estos pequeños 
triunfos de Garibaldi se siguieron otros que tuvieron 
por escenario el litoral del río Uruguay. 

8. Combate de Obligado.— «La intervención no se 
limita á impedir la entrada de buques á los puertos de 
Buenos Aires. Quiso ponerse en contacto con la provin- 
cia de Corrientes, que se consideraba ligada á las hosti- 
lidades contra la dictadura, y lo realizó. Rosas, que com- 
prendió el golpe asestado á su sistema de mantener cerra- 
dos los ríos al comercio extranjero, para que los pueblos 
argentinos pagaran los derechos de aduana en Buenos 
Aires, trató de impedir la subida de las naves enemigas 
custodiando buques mercantes hasta Corrieutea ó el Pa- 
raguay, y con tal propósito mandó artillar y guarnecer 
el Paso del Tonelero en la Vuelta de Obligado, donde, 
además, hizo colocar una gruesa cadena atravesando el 



- 175 



río, para dificultar, ai no impedir, que las naves interven- 
toras lo franquearan. Dicha cadena descansaba en varios 
buques mercantes, acoderados al efecto todos ellos, con 
carga de artículos paraguayos, de que hicieron luego 
buena presa los vencedores. 

«El general don Lucio Mansilla fué enviado con la 
fuerza y elementos necesarios para organizar ]as baterías, 
preparándolo todo para la defensa, antes que los coli- 
gados resolvieran el pasaje con dirección á Corrientes. 

«£1 18 de Noviembre de 1845, la escuadrilla combi- 
nada, compuesta de 18 buques, se aproximó resuelta á 
forzar el paso, siendo recibida por el fuego de las tres 
baterías colocadas en las alturas que dominan el río. El 
combate fué sangriento, y brillantemente sostenido de 
una y otra parte. Empero, la superioridad y el número 
de los cañones enemigos dominaron las baterías, arra- 
sándolas. Los argentinos se cubrieron de gloria en aque- 
lla jornada, y los ingleses y los franceses fueron los pri- 
meros en reconocerlo, declarándolo así en sus partes oficiales. 

«Después de ocho horas de fuego, la acción se dio por 
concluida. La cadena fué rota á golpes de martillo, las 
baterías ocupadas por tropas inglesas de infantería, y los 
buques mercantes allí estacionados para la defensa, con- 
ducidos á Montevideo con sus cargamentos. 

«Arrasadas las fortificaciones del Tonelero, las aguas 
del Paraná quedaron libres hasta Corrientes y el Para- 
guay, ensayándose con tal motivo un tráfico tanto más 
ventajoso cuanto que por primera vez subían buques 
mercantes de ultramar hasta los confines del territorio. 

«Rosas comprendió que había perdido la partida, que 
los enemigos llevaban entonces la mejor parte, desde que 
la rica provincia de Buenos Aires soportaría aislada los 
tristes efectos del bloqueo, mientras Santa Fe, Corrien- 
tes, el Paraguay y la República Orienta], en la parte no 
dominada por Oribe, se encontraban en libertad para 
comerciar exportando sus productos locales é importando 



Ifi' 

ú 

ll 

V'' 



— 176- 

JoB de la industria extranjera, sin excluir las municiones 
j elementoa bélicoa. 

• Aquella cadena del Tonelero que cortaron el marti- 
llo j el junque de un barco inglés, era el símbolo del 
despotismo fluvial conservado autoritariamente por el 
dictador, y al romperla manos extranjeras bien intencio- 
nadas, despejábase el horizonte político de los pueblos 
del Plata esclavizados, y se destruía un sistema de siglos 
reprobado por la civilización, por las conveniencias y por 
el derecho de los Estados argentínos. 

•Los golpes de aquel martillo resonaron más extensa y 
profundamente que los caBonazos con que se destruía 
tantos miles de argentinos, quienes con la galterdía de 
raza arrostraron la metralla de la civilización contra la 
barbarie ingénita que defendían inconscientes en aque- 
lla lucha. Porque aquélla no era guerra simpática ni ven- 
tajosa para la nación. Las esperanzas todas de los bue- 
nos ciudadanos cifrábanse en la nueva cruzada del ge- 
neral Paz, que organizaba en Corrientes el llamado cuarto 
ejército libertador, y la escuadra anglo-francesa condu- 
cía los recursos requeridos por la empresa, buscando en 
la caída de la dictadura, no el triunfo de la Inglaterra 
y la Francia, sino la paz como elemento de prosperidad 
general y la libertad para todos los argentinos (!).• 

9. Medidas inconvenientes del general Oeibe y 
SD TITÜL4B0 GOBIERNO, — Mientras ae desarrollaban los 
sucesos que á vuela pluma venimos relatando, ei ge- 
neral Oribe desde el Cerrito adoptaba una serie ile me- 
didas, más aconsejadas por el despecho y la obcecación, 
que si por medio de ellas tratase de granjearse proséli- 
tos ó hacer simpática la causa que defendía. Una de 
ellas consiste en un decreto que lleva la fecha del 32 
de Abril de 1845, disponiendo que 'todos los decretos y 
comunicaciones, así oficiales como particulares, y las pu- 



— 177 - 

jblicaciones por la prensa empezaran con el lema de 
¡Vivan loa defensores de las leyes// ¡Mueran los salvar 
jes unitarios/ / 

Otro decreto no menos inconveniente y restrictivo es el 
de fecha 30 de Mayo del mismo año, por el cual el pro- 
pietario que se hubiese acogido al indulto (del gobierno 
pribista) con la esperanza de entrar en el goce de la 
propiedad, sólo tendría derecho á la carne necesaria para 
su alimento, «mirando consumarse el abandono y el des- 
trozo de sus bienes— dice el señor don Antonio Díaz, 
cuya opinión no puede ser sospechosa, dadas sus afini- 
dades con Oribe — que i título de embargo permanecían 
bajo la presión de tan raro tutelaje.» 

«Los decretos del 28 de Julio de 1845 expedidos en 
el cuartel general del Cerríto de la Victoria y firmados 
por el general Oribe y su Ministro el doctor Villademo- 
ros, pusieron el sello del desacierto de la marcha polí- 
tica y administrativa del general Oribe: el que se refería 
á Ja confiscación de bienes (1) declarándolos propiedad 
de la nación, no podía ser más bárbaro. Ningún despojo 

(1) lYiTan )ot defensores de las leyes! 

1 1 Maeran los salvajes nnitarios 1 1 

Hlnisteilo de Qobiemo. 

Cuartel general en él Ceirito de la Victoria, JoHo 28 de 1845. 
El Poder E;)eoatiTo de la Bepública, 
Considerando: 

Que los enormea males cansados á la Bepública, j sus intereses, por 
loa rebeldes salvi^es nnitarios, exigen, tanto en íhTor de aquélla como en 
Justo castigo de la más inicua traición, una reparación é indemnización, 
de la que deben formar parto los bienes de esos mismos traidores salva- 
jes unitarios, 7 teniendo presento otras obvias consideraciones en esto 
matoria, ha acordado j decreto : 

iLrtíenlo 1.* Los bienes de los salvajes unitarios, embargados «n todo el 
territorio de la Bepública, son propiedad del Estado. 

Art. 2.* Ezceptúanse los de aquellos individuos que habiéndose presen- 
tado 7 sido indultados, existían ho7 en las filas del qfército llbertedor de 



— 178 — 

podía presentarae menoa autorizado, no ja. por el derecho 
que surge de la necesidad 6 exigencias del estado extra- 
ordinario de una guerra, por más cruel é intransigente 
que ella sea, sino por no haber ningún pretexto en qué 
apoyar tal medida, desde que los habitantes de la República 
que se sentían perseguidos, habían abandonado sus pro* 
piedades en virtud de la misma violación de las garan- 
tías ofrecidas por el general Oribe. 

• No era menos ruinoso el segundo. Por él debía la na- 
ción contraer una gran deuda para satisfacer ia entrega 
en numerario de ingentes sumas adscriptas al pago de 
las cantidades votadas á ejércitos numerosos (1) como el 
argentino y el oriental, que terminada la guerra no ba- 
jarían de 16 á 20 mil hombres. 

«Tales decretos no tenían otra consecuencia que la 
ruina de la República consumada al fin, y cuyos efectos 
debían sentirse por muchos años después en la postración 
y empobrecimiento nacional (2).» 

En estas disposiciones debe buscarse el origen del con- 



geütiDoa j orirataW, & I09 


cusios indultados se deíolT^rS, por Im aatty 


dadea re«pMti™í, tan lofg 


CODio este docrclo Hcgue al conocimiento d 


Irb, loa que lea pertenPMaD 


OD el eslado eo que se hallen. 










ipiesado ejíraito libertador 


quedan aujetoa li la» resoluciouos especíale 


ue dicusu el Gobierno, con 
Art. 4.'' A Us mlamiia res 




ucionea espeelalea quedan aujetós Umblín 


egúo laa circunatancias deL 


aao, loa que se preaentaren en lo auoaatir 


Art. E." ComuDtquese 1! qu 


enes corresponda j pabllquese. 



SOUO peiDB, tenientes coroneles 4i 
tenieot«a 1000, alféreces 800, s] 



- 179 - 

flicto tranco- inglés y la protección cfispensada por nació* 
nales y extranjeros á la causa de la Defensa. 

El bloqueo puesto por las fuerzas navales intervento- 
ras inutilizó los puertos del Buceo y Maldonado, por donde 
el ejército de Oribe establecía comunicación eon el exte- 
rior, de modo que se apresuró (14 Agosto 1845) á habi- 
litar los puertos de la República sobre el río Yaguarón 
y la laguna Merín, y la parte comprendida entre el 
Chuy y Santa Teresa. 

Además, Oribe reunió en el Miguelete una titulada 
Asamblea, compuesta de algunos de los miembros que 
habían pertenecido á la legislatura de 1838, nombrando 
á otros nuevos para integrarla. 

«Bajo el imperio de las circunstancias, de la pasión 
política y de las aberraciones de la época, que tienen su 
aplicación en una guerra sangrienta y prolongada, apa- 
reció aquel cuerpo en que figuraban hombres respetables, 
funcionando extraordinariamente hasta el 3 de Diciem- 
bre inmediato, en que desapareció del escenario con un 
manifiesto. 

«En este corto periodo aprobó todos los actos del Pre- 
sidente legal, la invasión del territorio de la República 
por los ejércitos de Rosas, «numerosos, aguerridos y lle- 
nos de vhrtudes federales» (textual) y la continuación de 
las facultades extraordinarias. Declaró que « donde quiera 
que se hallase aquella Representación, allí estaban los 
Poderes legítimos.» Autorizó un empréstito de seis millo- 
nes de pesos, realizable dentro ó fuera del país con la 
garantía de las rentas y propiedades del Estado, que 
nunca se realizó, y, por fin, discernió al general Oribe el 
título de Gran ciudadano, que rehusó (4).» 

Otro de los errores de Oribe, combatido por sus mis- 
mos partidarios, fué el obligar á los moradores de cier- 
tos pueblos á que los desalojasen; concentrándolos en el 

' (4) Isidoro De -María, olira dtadr. 



- 180- 

campo y sometiéndolos & todas las ín clemencias del tiempo, 
ein ventaja ninguna para la causa roaiata. Eate proce- 
dimiento) lo siguió durante toda su larga campaSa, apli- 
cándolo á loa súbditoa franceses é ingleses que caían en 
su poder, procedentes de los puebloa del litoral del Uru- 
guay. En estas concentraciones ocurrieron hechos ate- 
rradores. « Muchoa de estos extranjeros — dice el señor De- 
María — fueron sacrificados con refinada crueldad, 6 con- 
denados á sufrimientos inhumanos. • 

10. Inhabitabilidad de la CAMFA5ÍA. — Por otra 
parte, la subsistencia de los pobladores de la campaña 
se venia haciendo cada día más difícil y penosa á causa 
de las tropelías de que eran objeto en sus vidas, su 
honra ó sus intereses, por parte de las tropas resistas 
acaudilladas por Oribe, al punto que don Manuel Lava- 
Ueja, cuya opinión no puede tildarse de parcial, desde 
que militaba en las filas del Presidente legal, decía, refi- 
riéndose á una fuerza que había acampado á inmedia- 
ciones de donde Lavalleja tenía la suya, que estaba muy 
satisfecho de que se hubiera retirado á otro sitio, porque, 
siendo imposible contenerlos, era preciso dejarlos «que 
cometan los desórdenes que quieran. • Y agregaba: • Todo 
lo he sufrido ; nos han dejado para memoria de sus pro- 
cedimientos 50 bueyes muertos, mayor número de leche 
ras y más de 200 yeguas, y otras raterías cometidas en 
el pueblo. > 

El sefior Díaz, de la misma filiación política que el 
coronel Lavalleja, se expresa en los siguientes términos, 
al dilucidar este mismo punto: <La conducta de la ma- 
yor parte de las fuerzas argentinas en campaña había 
empezado á hacerse insoportable. A los robos, degüellos 
y expoliaciones de un Moranchel en la Colonia, de 
un Pinedo en Paysandú, á quienes puso el general 
Díaz á raya, se siguieron las sebeadas en las hadendaa. 
Es decir, carneábanse las reses para sacar la grasa y el 
sebo, que se vendía en las pulperfaa, 6 á los núsmoB pro- 



-181- 

• 

veedoks particulares que marchaban en los cuerpos del 
ejército ó se situaban en los pueblos. Estas sebeadas se 
ejecutaban por partidas de 10, 20 6 50 hombres de los 
cuerpos argentinos que salían sm orden de los campa- 
mentos, y muchas de éstas eran ejecutadas con consen- 
timiento de jefes de cuerpos,» como en el caso á que 
alude el coronpl Lavalleja* 

«La campaña estaba destrozada por la guerra civil de 
1843 á 1852. Los pobladores antíguos habían huido á la 
ciudad y á los pueblos, donde se habían reconcentrado, 
abandonando sus haciendas y sus hogares. Se veían de 
distancia en distancia las antiguas poblaciones en taperas^ 
destruidas por el tiempo unas, y por el fuego otras. Ra- 
ros eran los ranchos que quedaban en pie habitados. Las 
haciendas abandonadas se habían asilado en los mon- 
tes; y las yeguadas, con sus crines tendidas al viento, 
circulaban espantadas por los campos al menor movi- 
miento que sentían de un viajero. Las manadas de perros 
cimarrones que se habían multiplicado, corrían sin cesar 
de un extremo á otro de los campos, huyendo despavo- 
ridas, lo mismo que los demás animales salvajes. Todo 
parecía primitivo en la campaña pastora del Uruguay, y 
el observador no podía mirar sin tristeza aquel cuadro de 
desolación, efecto de la guerra civil (1).» 



(1) Joan L. Cuestas: Nuestra campaña despvéi (U 1852; artícnlo in- 
icrto en < Nuestro país ». Monteyideo, 1895. 



. El combata da San Antonia. — Z. La Aumbla de Hoti- 
blca, — 5. RcgrMo da Ki>erB j mottn inUlUi. — j. AbolicLóa de Ub 
llriiBS partidarias. — G. Situación d« la plaza de UonlsTldeo. — 6. &]!• 
lii^Q pactftcadon. 



1. El combate de San Antonio. — Después del de- 
aastifi de India Muerta, el general Medina, que tuvo qua 
asilarse en Río Grande, volvió al seno de la patría acom- 
pasado de UQOa 200 hombres, reatos de su antigua divi- 
sión, penetrando en el territorio nacional por la inai^n 
izquierda del río Uruguay, con objeto de incorporarse á 
las fuerzas legales que se hallaban destacadas en la ciu- 
dad del Salto. 

En previsión de un contrasto, pues todo el país se 
hallaba sembrado de gentes en armas que respondían á 
la causa de Oribe, y á fin de proteger bus marchas, sa- 
lieron de la citada población, el día 8 de Febrero, cua- 
tro compañías de la legión italiana, mandadas por Gart- 
baldi, y -el coronel Báez con un escuadrón de caballería. 

Marchaban Garibaldi por la costa del río y Báe2 por 
la cuchilla, cuando apareció una fuerza enemiga com- 
puesta de 300 hombres, que á los pocos instantes fué 
reforzada con una columna de caballería é infantería de 
900, á las órdenes del general don Servando Gómez, 
quienes rodearon las fuerzas de Báez y Garibaldi. 

Iniciado el ataque por los resistas en el paraje llamado 
Tapera de don Venancio, campos de San Antonio, Ga- 
ribaldi y Báez lo esperaron á pie firme, luchando cod 
sin igual denuedo sus 234 valientes durante seis horas, 
hasta que á las 3 de la nocbe emprendieron eslos últi- 
mos la retirada, que duró cuatro horas, sin detenerse en 



- 183 — 

el cambo, pues dondequiera que el enemigo los inter^ 
ceptaba se abrían paso con inaudito valor. 

Los rosistas perdieron en eeta acción de guerra 200 
hombres y loe gubemistas 30 muertos y 53 heridos ; Oa-' 
ribaldi llegó al Salto, donde fué recibido con.granded 
demostraciones de júbilo, y M^ina efectuó su incorpo- 
ración sin más contratiempo* 

El gobierno de Montevideo hizo general á Garibaldi, 
que no quiso aceptar esta distinción, y dispuso que mien- 
tras no se produjera otro hecho de añnas más glorioso 
que el de San Antonio, la legión italiana ocupase la de- 
recha en las formaciones del ejército oriental. 

2. La Asamblea de notables. — Terminado el pe- 
ríodo legal de la 5.^ legislatura, y no siendo posible pro- 
ceder á nuevas elecciones en vista del estado de guerra 
en que se encontraba el país, el Gobierno resolvió que 
aquélla terminara su mandato y la reemplazara una 
Asamblea de hombres notables elegidos por el mismo 
Poder Ejecutivo, como asi lo hizo el día 14 de Febrero, 
dirigiendo un manifiesto al país, en el cual establecía los 
fundamentos de su delicada resolución. Esta Asamblea 
80 componía de todos los senadores y representantes que 
formaban la citada Legblatura; de los magistrados le- 
Imdos del Poder judicial ; de los Ministros del Poder 
Ejecutivo; de numerosos jefes militares ; de las autorida- 
des eclesiásticas de Montevideo; de los jefes de las priu'* 
cipales oficinas y de los ciudadanos que el Consejo de 
Estado, que en igual fecha se creaba, considerase dignos 
de ser incorporados á esta numerosa Asamblea por su 
patriotismo, capacidad y virtudes. 

El Consejo de Estado lo formaron don Alejandro Chur 
carro como Presidente y los señores Sagra, Pacheco y 
Obes, Lamas, Martínez, Zufriategui y Herrera y Obes. 

Este cambio no ocasionó ningún trastorno en el país, 
siendo aceptado como una necesidad impuesta por las cir- 



? 



— 184- 

constanciae & peaar de la inconstituciODalidad de esta 
medida. 

3. Reqrebo de Eiveka y motín militar. — Cree moa 
haber dicho que el desastre de India Muerta produjo 

honda eenaación en el ánimo de todos, j como la in- 
fluencia de Rivera qued¿ momentáneamente quebrada, no 
fué difícil & los hombres de la Defensa conseguir de la 
corte del Brasil el traslado de este infatifcable luchador 
á la ciudad de Hío Janeiro. Focos meses después fué 
despojado del ma'ndo de la dirección de la guerra en 
camparía, disponiéndose además que el general Rivera 
no regresara al territorio de la República ai u permiso 
expreso de! Gobierno, 

Anto la posibilidad de que la figura política y militar 
de este caudillo quedase anulada, sus partidarios traba- 
jaron incesantemente, hasta el punto de conseguir de los 
Poderes públicos que se le nombrase Ministro plenipo- 
tenciario en el Paraguay, aunque con la expresa condi- 
ción de que debería efectuar su tránsito por el territorio 
brasilero; pero como quiera que el gabinete imperial se 
opusiera á esto último. Rivera decidióse á efectuar su 
viaje embarcado. 

£1 día IS de Marzo de 1846, el general don Fructuoso 
Rivera apareció en el puerto de Montevideo en el ber- 
gantín español Fomento, desde el cual se trasbordó á la 
fragata Perla, de la misma nacionalidad, solicitando de 
don Joaquín Suárez el correspondiente permiso para per- 
manecer algunos d!as en su patria & fin de poder arre- 
glar sus asuntos antes de ausentarse á cumplir la 'mi- 
sión que se le había confiado cerca del gobierno del Pa- 
raguay. 

Aunque los partidarios de Rivera empezaron á agitarse 
á fin de que se le permitiese el desembarco, el Gobierno 
negó la autorización para ello y llegó hasta despojarlo de 
la investidura diplomática que se le había conferido, y 
éste fué el origen de la grave y profunda escisión que 



-185 — 

se produjo, no sólo en las esferas políticas y sociales, 
sino también entre las legiones extranjeras que ayuda- 
\mñ á lá defensa de Montevideoí y aun entre las tropas 
de la s^oamición. 

«El €robienio— diee el sdíor De-María— se mantenía 
firme en su resolución; los partidarios de Bivera se agi- 
taban para logl^ su objeto, y el mismo general, desde 
su asilo en la Perla, escribía á varios jefes de importan- 
cia para propiciarse su opinión. 

«A su vez el general Pacheco y Obes, jefe de armas 
y decidido opositor á las pretensiones de Rivera, desple- 
gaba toda su actividad y energía para impedir que pu- 
diese cederse á la resolución adoptada, empleando toda 
la influencia de su posición, apoyado por el círculo que 
se había formado en el ejército y fuera de él, para que 
por ningún principio se cejase en la actitud asumida por 
el Gobierno en aquella emergencia. 

«En esta lucha de intereses y aspiraciones encontrar 
das, en que las pasiones rencorosas tomaban cada día 
más cuerpo, y en que noche á noche el aparato de la 
fuerza convertía el centro de la ciudad en un campa- 
mento, para imponer á los partidarios de Rivera y pre- 
venir cualquier movimiento subversivo, se recurrió á me- 
didas extremas, reduciendo á plrisión en altas horas de 
la noche á varios jefes, oficiales y ciudadanos adictos á 
Rivera; se impuso silencio á la prensa y se cometieron 
otras tropelías que, derramando la alarma en la pobla- 
ción y exaltando más los ánimos, prepararon los lamen- 
tables sucesos que se produjeron en los días inmediatos.» 

Malestar tan grande y división tan honda tenían que 
producir sus naturales consecuencias, como así fué, esta- 
llando la revolución en el Cabildo durante las primeras 
horas de la noche del 1.^ de Abril á los gritos de / Viva 
el general Rivera! lanzados por el batallón de línea qué 
en aquel local se hallaba destacado. 

Pacheco se acantona con una fuerza de artillería en 



-186- 

la plaza de Gagaacba, dispuesto á contrarrestar la soble- 
vaeióa que toma mayor incremento; la alarma cunde; 
las legiones hacen causa común con los riTeristas; su- 
cumben en la lucha algunos militares distinguidos que se 
conservabao fieles al Qobierno, y el conflicto toma pro- 
porciones tan alarmantes, que los agentes extranjero» 
intervinieron á fin de evitar mayor efusión de sangre 
y restablecer el orden ; pero la aurora del nuevo día paten- 
tiza á la población aterrada el triunfo de los sublevados. 

Como consecuencia de esta victoria derógase el decreto 
contra Rivera, quien desembarca en Montevideo; nóm- 
bralo Suárez general en jefe del ejército en campaña, 
cae el Ministerio, dando como consecuencia la renuncia 
y emigración de Pacheco y su fracción política, y queda 
restablecida la calma. 

4 Abolición be las divisas pabtidabiab. — Lios 
hombres públicos que habían reemplazado el gabinete 
caído adoptaron un criterio político distinto del que si- 
guieron sus antecesores; criterio encaminado á encontrar 
una fórmula digna y patriótica que pusiese término á la 
guerra, ó, á lo menos que, si ésta había de continuar, que 
revistiese caracteres más humanos de los que hasta ahora 
había ofrecido. La concordia entre todos los orientales 
era su norma, buscando los medios de llegar á una con- 
ciliación que sólo Rosas y Oribe repudiaban. A esto res- 
pondía el decreto del 15 de Abril de 1846 suprimiendo 
en todo el territorio de la República el uso de las divi- 
sas partidarias, «como principio del orden y fusión que 
se pretendía establecer para buscar el modo de condnir 
con la guerra, » según la frase del Ministro de Gobierno 
y Relaciones Exteriores don Francisco Magariños. Desde 
esa fecha quedaba sustituida la divisa por la cucarda 
nacional, sin perjuicio de usar algún distintivo más visi- 
ble cuando las conveniencias en las acciones de guerra 
así lo exigieran, á voluntad del general en jefe del ejér- 
cito de operaciones. 



-187 - 

Bsta medida fué bien acogida de parte de Is prensa 
de MontoyideQ y tuvo ímitadore» entre los orientales que; 
mUitaban oonOribe» pues muchos aa despojaron de laa 
divisas spsistas que ostentaban en sus sombreros. 

§w Situación de la flaza de Montevideo. -^ Si la 
faz politíea de Montevideo se había despejado del moda 
que acaba de verse, no sucedía lo mismo con su situa^ 
ei6n económica» que era ruinosa, y sos medios de subsis*. 
tencia, que estaban casi agotados. De aquí la necesidad 
de arbitrar recursos, los cuales se consiguieron mediante 
un empréstito de 360,000 pesos con la garantía de los 
derechos de aduana, y 30,000 pesos que facilitaron los 
Minbtrós extranjeros con destino al suministro de vive-» 
res para el ejército y las familias menesterosas. Por otra 
parte, se resolvió que la flota aliada remontando el Pa-> 
rana hasta Corrientes escoltase las innumerables embar-. 
caciones que, cargadas de productos de todas clases, es* 
peraban una ocasión propicia para descender el río y 
llegar hasta Montevideo, lo que no podían realizar por 
impedírselo las baterías de San Lorenzo que, perfecta- 
mente artilladas, cañoneaban á los buques correntínos 
que hacían el comercio de cabotaje. 

Este pasaje se efectuó no sin peligro, defendiendo lá 
escuadra aliada, compuesta de 12 buques de g|uerra, á 
las 116 velas que convoyaba, las que felizmente pasaron 
sin sufrir ninguna averia. No así las embarcaciones de 
gaerrñ, que fueron el blanco de la formidable artillería 
resiste. Cuatro de éstas vararon y hubo necesidad de in- 
cendiarlas. £1 resto, con aquel extraordinario convoy, llegó 
á Montevideo (12 Junio 1846), contribuyendo con los pro*! 
ductos transportados á mejorar la situación de la plaza. 

6. Misión faoifigadoba. — La mediación extranjera 
que hacía tiempo se venía anunciando, se realizó por fin 
con la llegada á Buenos Aires de Mr. Tomás S. Hood 
en el carácter de agente confidencial de Inglaterra y 
Francia ante el gobierno de Rosas. «Pedia la inmediata 



— 183- 

MiBpeneifin de las hoBtilidadee, el desarme de los extran- 
jeroB, el retiro de las tropas argentinas, y ofrecía el alza- 
miento del bloqueo de Buenos Airea j la deTolucIfiti de 
la isla de Martín Garoía. Con respecto á la Presidencia 
de la República Oriental, debía precederse á nuevas 
elecciones, y el Presidente Oribe debía someterse al re- 
sultado. Una amoistía plena j completa, consecuencia 
del olvido de lo pasado, completaba lae bases en que 
Mr. Hood, en unión del gabinete de Francia, fundaba 
su proyecto de pacificación. El gobierno de la Defensa 
aceptaba de plano los fundamentos deesa paz, que hu- 
biera evitado mucha sangre ; pero Rosas, que no miraba 
con buenos ojos el redro de las fuerzas sitiadoras, con- 
testó & Mr. Hood con evasivas, y la intervención fué un 
trabajo si no estéril, por lo menos sin resultado inme- 
diato (1). • 



BUUABIO: I. Scgundacamptina de Birera. — 2. FilledmlsatadedoQ Bao- 
Usgo Viíguíz. — S. Otea misldn diplomáün. — «. Ndstm rumboe.— 
5. SnUeno del general BlTers. 

1. Segunda campaSa de Rivera. — No nos propone- 
mos seguir día por día al general Rivera en sus nuevas 
campañas, pues la movilidad de este caudillo es tan in- 
comparable, que Id vemos recorrer el pms á todo rumbo 
en breves días, unas veces con éxito en sus empresas 
militares, otras con desgracia, pero siempre luchando con 
denuedo por la libertad de su patria. Podrá haber come- 
tido errores graves, de los que nadie está exento; podrá 
haber sufrido contrastes como cualquier otro militar, por 

(1} Yl«ent« NbtÍi, obn citada. 



- 189- 

grande que sea au reputación y pericia, pero nadie ne^ 
gara que atesoraba inapreciables cualidades de luchador, 
de guerrillero y de capitán. 

Después de su retomo á la patria, salió de Montevideo 
al frente de unos 500 6 600 hombres de las tres armas, 
apoderándose del pueblo de las Víboras ( 27 Mayo 1846), 
que estaba defendido por 1000 oribistas mandados por el 
caudillo Montero, que sufrió la pérdida de 80 prisiones 
ros, 2000 caballos, 6 brillantes pie/4as de artillería, 2000 
armas de todas clases y abundantes municiones. 

A fines del mismo año efectuó Rivera una feliz expe- 
dición al litoral del Uruguay, donde auxiliado por una 
escuadrilla francesa se posesionó de varios puntos, hiasta 
que cayó sobre Paysandú, cuya importante plaza estaba 
defendida por 600 hombres á las órdenes del comandante 
general del departamento don Felipe Argentó. Intimóle 
la rendición, pero éste contestó que «tenía por costumbre 
recibir á los enemigos á balazos,» y uniendo al dicho el 
hecho, empezó un nutrido fuego de artillería sobre las 
gentes de Rivera, que se retiraron para renovar el ata- 
que al día siguiente (1), en que no habiendo sido soco* 
rrido por Servando Gómez, como Argentó esperaba, des- 
pués de una ruda pelea que duró ocho horas, el enemigó 
capituló ( 26 Diciembre 1846 ). 

Esta victoria, sin embargo, quedó anulada por el más 
completo desastre sufrido por Rivera en las sierras de 
las Animas, donde completamente rodeados los defenso- 
res de la legalidad, fueron cayendo uno á uno, sucum- 
biendo muchos jefes y oficiales (26 Enero 1847). 

Como consecuencia de este aniquilamiento de las fuer- 
zas de Rivera, los vencedores recuperaron las plazas per- 
didas y volvieron á dominar en la campafia, mientras 
que el general humillado se replegaba hacia Maldonado, 
no con el propósito de lamentar allí su desventura, sino 

(1) Domingo Coito: Chtatrú ftchaa «» Dieivmlbrt^ MonteTldeo, 18^. 



— 190 — 

para cobrar bríos, reorganitar eiu divisiones y contíniíar 
aquella lucha tan densual como gloriosa, ya que se conH 
batía coDtra las huest«a del BanguÍDariúttFaiio extranjero 
que, en su ambición, aspiraba á esclavisar la patria ehica, 

2. Fallecimibsto Da dos Saktiaqo Vázquez.— Víc- 
tima de una afección pulmonar, falleció en Montevideo, 
el día 6 de Abril de 1847, una de lae personalidades más 
salieotes del período de la Defensa, don Santiago Váz- 
quez.'Polítíctí eiucero, que influyó extraordinariamente eo 
los destJnoB de su patria, hábil diplomático, orador con- 
vincente, ilustrado jurisconsulto, dotado de uo caráctw 
íntegro y de un temperamento inflexible, hub energías 
¡D quebrantables y su bien templado espíritu lo hicieron 
querido y necesario en todas las épocas de su procelosa 
vida política. 

<M tino, la habilidad con que en esa época azarosa 
condujo las relaciones exteriores, bu palabra elocuente, 
la fuerza de au lógica y la energía de su carácter, do- 
minaron más de un conflicto diplomático, allanaron se- 
rias dificultades, salvaron la situación de graves compli- 
caciones y prepararon la intervención anglo- francesa, 
que 7Íno á robustecer la defensa de Montevideo. 

•Mereció por bu saber el juicio más hondo de Iob re- 
preeeQtantee de las potencias interventoras, que en sus 
relacionea tuvieron ocaaión de valoradlo. Era, sin ningún 
género de duda, un polítJcO profundo, un consumado di- 
plomático, un pensador eminente, que, como decía el ba- 
rón Deffaudis, reclamaba otro teatro menos eatrecho que 
el nuestro, para poder desplegar las alas de su vasto y 
robusto genio (!).> 

El penoso trabajo que sobre él gravitó; las luchas que 
tuvo que sostener multitud de veces en el seno del ga- 
binete; las anguBtias que experimentó su corazón por 



- 191 - 

salvar la situación, lo postraron en el lecho del dolor/ 
de donde pudo levantarse con una especie de sombra de 
vida, para volver de nuevo á sus habituales tareas, aun- 
que no con las energías de otros tiempos, engolfado en 
las cuales sucumbió, porque, según su propia frase, quiso 
que el último aliento de su vida respirase patria. 

Es indudable que la muerte de don Santiago Vázquez 
asestó un golpe muy rudo á la causa de los defensores 
de Montevideo. 

3. Otba misión diplomática. — «Los plenipotenciario^ 
de las naciones interventoras permanecían aún en Mon- 
tevideo, cuando se anunció la Hígada del almirante Le 
Predour, que venía á reemplazar al jefe de la división 
naval francesa, y la del conde Walewsky (6 Mayo 1847), 
nuevo enviado en misión especial cerca de Rosas. Al 
mismo tiempo arribó á estas playas lord Howden, diplo- 
mático británico, quien, sin tocar en Montevideo, se di- 
rigió á Buenos Aires. 

• «Las nuevas negociaciones de paz dieron el resultado 
de siempre; pero esta vez una nueva complicación vino 
á modificar la situación de Rosas. £1 diplomático inglés, 
resentido por no haber aceptado el gobierno de la De* 
fensa el armisticio propuesto con las tropas de Oribe, 
porque no lo creyó conveniente, declaró levantado el 
bloqueo de los puertos argentinos por la escuadra in- 
glesa, retirándose al mismo tiempo á £uropa. Afortuna- 
damente, el nuevo Encargado de Negocios de Francia, 
Mr. Devoize, se apersonó á manifestar que las fuer- 
zas navales francesas mantendrían rigurosamente el blo- 
queo. 

«Inglaterra reanudó dos años más tarde sus relaciones 
con Rosas, pero Francia siguió leal á sus compromisos. 
'Hasta terminar la guerra, mantuvo en Montefvideo una 
división de 15(Xj hombres al mando del coronel Du Gha- 
4eau, con instrucciones de ayudar álos defensores de la 



plaza, en el caso de ser éata atacada formalmente por 
los sitiadoreB (1).> 

i. NuEYOS BnuBOa.— La inesperada actitud de lord 
Howden y la pertdnacia de Roaas en continuar la gue- 
rra, hicieron ver á un grupo de patriotas capitaneados 
por el coronel don Venancio Flores la necesidad de lle- 
gar á la paz, con preacindencia del dictador argentino, por 
medios diferentes á loa hasta entonces empleados. A eatos 
propósitos respondió la fundación de varios clubs para 
deliberar sobre la suerte de la República y la apariciún 
de El Conciliador, diario que respondía al círculo político 
del coronel Flores, cuya propaganda pacífica ganó en 
breve la simpatía de los habitantes de la ciudad sitiada, al 
estremo de redactar una nota subscrita por más de 400 
personas respetables, y dirigida al Gobierna para que se 
nombrase una Comisión, la cual se trasladaría al campa- 
mento de Oribe y abriría con él negociaciones de paz. 

Sin embargo, una gran parte del elemento militar, 
acaudillada por el más tarde general don José Villagrán, 
labró una acta pidiendo que ae desistiese de lo propuesto 
por Flores y su círculo, por ser materia muy delicada y 
peligrosa, que debía pensarse con m£a cordura y menos 
precipitación, 

Eata última solidtud fué atendida, no haciéndose lu- 
gar á la pdmera; pero la escÍBl6n que se produjo coa 
tal motivo, trajo aparejada la reauum de los Ministros 
señores Pereyra, Barreiro y Correa, que fueron eustituf'- 
dos por el coronel don Lorenzo Batlle para Guerra y 
Marina, el doctor don Manuel Herrera y Obes para 
Globiemo y Reladones, y don Bruno 'iSas • de Ayala 
para Hacienda. 

5. DeariEBBO del oeksbal Siteoa.— Con fecha 3 
de Octubre de 1317, el gobierno de don Joaqubi Suárez 

(1) JdIUb o. Mlnndc: CbMtwndfc dt Eitlofim Saeiim^ Xoatorl- 



- 193 -- 

acordó destituir y desterrar al brigadier general don Fruc* 
tuoso Rivera, que á la sazón se encontraba en la ciudad 
de Maldonado al frente de algunas tropas regulares. 
Para dar cumplimiento á esta disposición se trasladó á di- 
cho punto el Ministro de la Guerra, coronel don Lorenzo 
Batlle, quien no volvió á la capital hasta dejar embar- 
cado á aquel caudillo (6 Octubre), que fué conducido al 
Brasil en un buque de guerra francés. El gobierno asignó 
á JEUvera una pensión de 600 pesos mensuales, mientras 
durase su extrañamiento. 

En cuanto á la causa de éste, la fundaba el Ministe- 
rio en que se había puesto en relación con Oribe, sin 
que nadie lo hubiese autorizado . para dar un paso de 
tanta trascendencia, á fin de entablar negociaciones de 
paz; acto que el Gobierno miró como un crimen de lesa 
patria. 

Sin embargo, téngase presente que las bases de paz 
formuladas por Rivera respondían al criterio dominante 
en el país en aquella fecha, á saber: l.o Imperio de los 
principios constitucionales; 2.^ Devolución de bienes á 
aquellos que los tuviesen confiscados; 3,^ Renovación de 
los Poderes públicos mediante elecciones libres; i.^ Ex- 
clusión de todo agente extraño para llegar á este arre" 
£^lo que reposaría en la buena fe de los generales Oribe 
y Rivera; 5.^ Establecimiento de bases preliminares del 
convenio; 6.<» El representante de la monarquía española 
podría ser el garante de lo que se pactase; 1.^ Rivera 
se alejaría del país hasta la constitución de las autori- 
(dades que se eligiesen; y 8.^ Publicación de las bases 
de paz. 



23 -2.» 



1. AasBínato del doctor doa Florando Tanli, — 3. UiiEín 
MiM. —3. Ataquer toma da Ib Colonia. —1. Beünida defl- 
e GailbBldl. 



1. AaESISATO DEL DOCTOR DON FLORENCIO VaRELA.— 

« El 20 de Marzo de 1848 murió víctima del puñal de un 
aaeaino e) conocidísimo publicista don Florencio Várela, 
redactor del diario titulado El Comercio del Pinta (1). 
El orimea se coasumó ea la calle de Jtfisionee, á pocos 
pasoB de la casa de la víctima, y el asesino fué un e«pa- 
Sol, natural de Canarias, llamado AndiÉs Cabrera. Éste, 



(1} iSi la prenia babfa sido dd elemcoto da eorabito r 
Birera Indarte, d« Lamas, ds Cañé, de Ahina ; otroa < 
goa de Roufl, eo cuanta atacaban la perunalidad del dictador, no átc^ó 
por la auaencla j moerts del principal ds elloa, puea con la fondacdAn 
de £1 Comercio dil I^ata por el dostor Floreacio Vanli, la pmnia de 
Uoulevldeo, eambluida la táctica de loa ataqnea, etmblil también el éxito 
trucendenlal de la propaganda, Blien Indarte j loe de an s*en^ per- 
aonal j a|[retiTa bablia proaenlado al dictador en medio de la deaUue- 
eldn, de los degaelloa ; de las orgfaa de sangre ds la maiorca. la ñera 
bamana, «bindeae diariamente durante muchoa afios en el prodacto del 
«Hmen, eataba allí retratada. La América 7 la- Europa contemplaron con 
barror lai • Tablas de aangre •, reautoen «stadfstieo en que «1 escritor habla 
contado una por ana las Tietimaa inmolada! i tan bárbaro alstema. El 
tirano estaba, pues, da rellSTB ea aqnel pedestal de cadáTeree, j en este 
camino poco teuta que bacer M Omereio M fíala. El tllolo mismo del 
periédlcú indicaba an tndolc, j bajo eate aspecto del eonmelo, de la In- 
dustria, en el porrenlr de loa pueblas argentinos era nscesaifo preaenlv 
ta euestldn del dfa, Deaconoeer el sistema de Hosas dst goUenMTitaHcio; 
demostrar el abanrdo de Isa tscultadsa en qne ejerds el mando ; Uerat 
el conodmlento basta los más lejanos pueblos, de ese absordo, enoeep- 
tnábaae por Tárela el Terdadero programa de la prensa militante en fnm 
dlaa. > (Karlaao A. Felllai: La ¡Heladura di Roiiu. Soanos Aliw, 169t. } 



- 195 - 

después de clavar el puüal en la espalda de la víctima, 
bajó muy tranquilo por la calle de Misiones, llegó hasta 
la Peña del Bagre^ donde le esperaba una lancha y arribó 
al muelle Lafone en el campo enemigo. 8i se atiende á 
las declaraciones de los testigos, las personas de Rosas 
y Oribe no están exentas de culpa en la perpetración de 
este crimen. El señor Várela, como hombre, fué un hon-> 
rado padre de familia ; como ciudadano fué un valiente 
paladín que sostuvo con manos varoniles la bandera de 
la Defensa contra la tiranía de Rosas; como publicista, 
atendida su inteligencia elevada y la profundidad de sus 
conocimiento^ honraría con su pluma las mejores publi- 
caciones de su época. La muerte de Florencio Várela 

\ introdujo la consternación y el luto no sólo en el seno 

! de su numerosa familia, sino también en toda la ciudad 

( de Montevideo (1).» 

«Sobre la intervención de Oribe en la perpetración de 

^ este crimen nada hay de cierto, por más que varios his- 

toriadores, entre otros don Antonio Díaz, lo afirmen abier-» 
tamente. El historiador Baldías, en su monumental His- 
toria de la Confederación Argentina, en la que trata de 
rehabilitar al tirano Rosas, niega terminantemente el he* 
cho, basado en que del proceso que se le siguió á Cabrera 
después de la guerra, nada se pudo descubrir, pues éste 
fué secreto, y Oribe no fué oído jamás en juicio; que 
ahora faltan los datos suministrados por el proceso, por 
haberse perdido éste, no sabiendo nadie si existe y en 
en dónde está. Lo que únicamente consta— dice el mismo 
historiador— es que Cabrera fué condenado, y que per- 
maneció en la cárcel de MSntevideo hasta que, producida 
la revolución de don Bernardo Berro, las puertas de su 
prisión le fueron abiertas con ejemplar nobleza, por el 
entonces Ministro don Héctor F. Várela, hijo mayor del 
doctor don Florencio (2).» 

(1) Vicente Nsyla, obra citada. 

(2) H. D.: Ensayo de hiaUaría patria, MonteTideo, 1901. 



2. Misiós GoRE Grobs.— La cuarta y última inter- 
vención de laa poteociaB europeas en los asuntos del 
Plata fué la de los seKores Gore y Grosa, enviados por 
parte de Inglaterra y Francia respectivamente, con ins- 
trucciones para entenderse con e! mismo don Manuel 
Oribe, pero el resultado de sus gestiones fué también 
completamente negativo, >pue9 siempre chocaban con la 
resistencia que oponía Rosas, el cual no quería de nin- 
gún modo la cesación de la guerra (I).» Éíta fué, según 
la opinión de la mayoría de los historiadores, la causa 
primordial del fracaso de las cuatro intervenciones anglo- 
francesaa en el Río de la Plata. 

3. Ataque y toma de la Colonia. — El día 13 de 
Agosto una respetable fuerza mandada por el coronel don 
Lucas Moreno, á loa gritos de ¡Viva Oribel asaltó la ciu- 
dad de la Colonia, apoderándose de elia después de una 
débil resistencia de parte de la guarnición que la defen- 
día, la que, en número de 2i30, cayó prisionera de los 
asaltantes, quienes respetaron sus vidas: la plaza estaba 
defendida por el general Aoacleto Medina. 

4. lÍETIRADA DEFINITIVA DE GaEIBALDL — 'En CSa 

época, el general Garibaldi se resolvió á separarse de la 
defensa de Montevideo para ¡r á Italia á ofrecer sus ser- 
vicios en favor de la causa de la libertad de Italia. Se 
aprestó á emprender viaje, y acompañado de su valeroso 
Ansani y de algunos otroa legionarios, partió para aquel 
destino, con gran sentimiento de sus antiguos camaradas 
que le veían alejarse de estaa playas. Algunos o6cialea 
orientales, como Bueno y Miranda, partieron volunta- 
riamente con él, á seguir bu suerte (21. > 

Quienes tildan de aventurero á Garibaldi, olvidándose 
de que este célebre guerrillero no buscaba éxitos, ni se 

(1) Adolfo Ffsil: La jjiíerrtncw» angh - franeeaa en d Ria di la Plata. 
Uon tendeo, IB IB. 

(2) I. Da-M(rf*, abn eluda. 



I 



- 197 - 

identificó nunca con la libertad para satisfacer sus pa- 
siones, para amontonar riquezas, ni para vengar renco- 
res (1), deben tener presente que en pago de los servi- 
cios que prestó á la causa de la defensa de Montevideo, 
jamás quiso aceptar ni* honores ni recompensas C2). 



Vil 



(1849) 

■ 

SUMARIO: 1. Paz entre Inglaterra y Bosas. — 3. Trabajos 

de Pacheco en París 



1. Paz entre Inglaterra y Rosas,— A principios de 
1849, Inglaterra celebró una convención, mediante la cual 
quedaron restablecidas sus buenas relaciones con Rosas, 
de manera que Francia <iuedó sola al lado del gobierno 
de la Defensa. 

Sin embargo, parece que el contraalmirante Le-Pre- 
dour recibió órdenes reservadas de su rey para proceder 
de un modo análogo con los defensores de Montevideo, 
pues trasladándose á Buenos Aires fué bien recibido por 
el déspota argentino, llegando basta negociar con él un 
tratado ad referendum, según el cual el gobierno francés 
se comprometía á levantar el bloqueo, á restituir los bu- 
ques de guerra argentinos que estaban en su poder, y á 
saludar el pabellón de la Confederación Argentina con 
veintiún cañonazos. 

« £1 almirante - intentó por todos los medios posibles 
imponer los tratados á la ciudad, amenazando á sus de- 
fensores con retirarles el apoyo de la Francia; pero el 
Gobierno, firme y fuerte en su derecho, respondió con 

( 1 ) Pedro Manini j Bfos : OaribakU, Mont6Tideo, 1900. 
(3) Setembrino £. Pereda: Los extranjeros en la Querrá grande, Mon- 
tevldeoí 1901. 



- 198 - 

altivez, diciendo qne estaba resuelto á hundir á Monte- 
video en sus ruinas, antes de ñrmar una paz deshonrosa 
para el país (1).» 

2. Trabajos de Pacheco en París. — Justamente 
alarmados los políticos de Montevideo por la actitud 
inesperada del almirante fje-Predotir, se apresuraron á 
enviar á París al general Melchor Pacheco y Obes, á fin 
de anular la gestión hecha por el primero y conseg^uir 
que Francia continuase en la noble actitud anteriormente 
asumida en favor de la causa de la libertad de los pue- 
blos del Plata. 

£n cumplimiento de su delicada misión. Pacheco se 
trasladó á París, en donde visitó á los personajes más 
notables de la Asamblea francesa, haciéndoles ver cuan 
inicuo era el tratado Le-Predour; se puso en relación 
^con los estadistas de más fama; desde la prensa desauto- 
rizó las especies malévolas que hacían circular los escri- 
tores pagados por Rosas con la intención de perjudicar 
los intereses de los defensores de la ciudad heroica, y á 
fuerza de constancia y de labor consiguió que el tratado 
Le-Predour, sin ser oficialmente rechazado, cayese en el 
más profundo olvido. 

Vlll 

(1860) 

SUMARIO: 1. Raptara entre Robeb j el Brasil.— 2. Propósitos del go- 
bierno brasilero 7 alianza con éí Imperio 

1. Ruptura entre Rosas y el Brasil. —A la vez 
que se desarrollaban los acontecimientos que acabamos 
de relatar, el gobierno de la Defensa enviaba á Río Ja- 
neiro al doctor don Andrés Lamas á fin de que éste con- 
siguiese la adhesión del Brasil á la causa de Montevi- 

(1) Leogardo Migael Torterolo, obra citada. 



k 



^ 



- 199- 

deo, la que obtuvo gracias á su excepcional talento y 
tacto político. 

«Interesado el gabinete de Río Janeiro^ en el asunto 
en forma que desagradó al gobernador de Buenos Aires» 
se produjo la ruptura de las relaciones diplomáticas que 
hasta entonces se habían mantenido más ó menos cor- 
diales entre ambos gobiernos, y llosas dispuso, poco des- 
pués, el retiro de su Ministro plenipotenciario, general 
Ouido, que arribó á Buenos Aires el 13 de Octubre pró- 
ximo. Este hecho fué un síntoma halagüeño de la alianza 
que se procuraba, y desde esa fecha ya pudo presagiarse 
cuál sería el desenlace de la guerra que desde hacía ocho 
años preocupaba la atención de los países americanos y 
de las naciones europeas (1).» 

£1 programa que el agente oriental presentó al go- 
bierno brasilero como base para la alianza con el vecino 
país puede condensarse del modo siguiente: 
' «El gobierno oriental pretende: Que retiradas en su 
totalidad las tropas argentinas, queden los orientales to- 
dos, sin excepción, libres de esa y de toda otra coacción 
extranjera. 

«Que una amnistía completa y un olvido absoluto cu- 
bran todas las opiniones pasadas y todos los actos prac- 
ticados por los orientales durante la lucha, sin excepción. 

«Que se devuelvan á sus legítimos dueños todos los 
bienes raíces confiscados. 

«Que colocados en esa situación, procedan todos con- 
forme á la legislación existente : á la libre elección de la asam- 
blea general que ha de elegir el presidente de la República. 

«Que el gobierno electo así, sea el gobierno legítimo 
del país para todos. 

«Que las vidas, propiedades y derechos de todos los 
habitantes extranjeros sean escrupulosamente atendidos 
y respetados. 

(1) Setembrlno E. Pereda, obra citada. 



-200 — 

<Que conservando la República el sagrado derecho de 
asilo, se tomen, no obstante, medidas de saficiente pre- 
caución para- que loa emigrados políticos no p^turben la 
tranquilidad de los estados limítrofes. 

• Si las circunstancias le fueran favorables, el gobierno 
oriental pretendería además: Que los poderes signatarios 
de la convención de 182S tomasen, de acuerdo con la 
República, medidas eficaces para que el presidente electo, 
cualquiera que fuese, y al menos hasta el que lo susti- 
tuyese legalmente á su tiempo legal, tuviese el apoyo de 
Io3 mismos poderes para gobernar todo el período cons- 
titucional. 

• Que se hiciera de derecho internacional, esto es, que 
se garantiese por los poderes signatarios de la conven- 
ción de 1828, y por todos los otros cuya concurrencia 
para ese fin se pueda obtener, la inviolabilidad de la 
propiedad particular. 

• Tales son las pretensiones del gobierno, j nada tnás, 
por más favorables que sus circunstancias llegasen & ser.» 

Respecto á la persona del sitiador se expresaba asf: 

• Resisten á don Manuel Oribe, tal como se ha presen- 
tado al frente de los muros de Montevideo, no como 
persona; lo resisten como principio, como símbolo, como 
sistema. 

• Si don Manuel Oribe, por su parte, no se somete al 
fallo de la nación; si persiste en derivar su título y auto- 
ridad de las armas que empuña y de la voluntad del 
dictador Rosas, que en 1843 lo condujo al territorio orien- 
tal, los defensores de Montevideo le resistirán constan- 
temente hasta perecer con las armas en la mano; bus- 
carán como ha^ta ahora, para resistirle, cualquier punto 
de apoyo que les ofrezca la civilización y la humanidad.» 

2. Propósitos del aoBiERNo br&silebo y aliaüza. 
COK EL Imperio. — Con fecha 16 de Marzo del mismo 
ailo, el gabinete imperial hacia la declaración contenida 
en el siguiente documento: 



— 201 - 

«Ilastrísimo y Excmo. señor: Satisfaciendo los deseos 
de V. £., ningún inconveniente tengo en declararle aquí, 
para que conste á su gobierno, de una manera más for- 
mal, lo que ya por repetidas veces, en conferencias, he . 
dicho á V. £.: que no habiendo podido el gobierno im- 
perial, no obstante sus esfuerzos, obtener del general 
Oribe que atienda las reclamaciones hechas contra los 
vejámenes y violencias practicados en el territorio orien- 
tal por él ocupado, contra subditos y propiedades brasi- 
leños, está firmemente resuelto á procurar una solución 
estable y satisfactoria á ese estado de cosas, que no 
puede continuar; solución que parece imposible obtener 
amigablemente, siendo ella principalmente entorpecida por 
la ingerencia que indebidamente ha tomado en estos ne- 
gocios el gobernador de Buenos Aires. ^ 

«Que no conviniendo, por tanto, al gobierno imperial • 
que el general Oribe se fortalezca más y se apodere de i 
la plaza de Montevideo, no sólo porque eso dificultaría 
más aquella solución, sino porque en el estado á que las 
cosas han llegado, pondría en peligro la independencia 
de la República Oriental que el Brasil tiene el deber de 
mantener, está el mismo gobierno imperial resuelto á 
coadyuvar á la defensa de aquella plaza, y obstar á que 
sea tomada por el general Oribe. 

«Tengo el honor de ser de V. E., etc. 

^Paulino José Suárex de Souxa,^^ 
XI 

(1851) 

SUMARIO: 1. Convenio con Urquini.~2. Campaña contra Oribe. -« 

3. Tratado de paz 

1. Convenio con Urqüjza. — Mientras que el gobierno 
de la Defensa concluía con el Brasil el convenio á que 
nos hemos referido, comisionaba también al ciudadano 



\ 



-203- 

don Benito Chain para que conferenciase con Urquiza y 
tratase de conseguir la adhesión de éste & la causa de 
la libertad de loa pueblos del Plata; pero los resultados 
de sus gesüones fueron completamente negativos, pues el 
caudillo entrerriano no quiso por entonces romper con el 
tirano argentino. Sin embargo, el doctor don Manuel He- 
rrera y Ubes insistió de nuevo, y tales razones adujo 
para atraerse á Urquiza, que éste concluyó por entrar en 
la coalición pronunciándose fontra la tiranía de Rosas, 

El 1." de Mayo de 1S51 las provincias de Entre Ríos 
y Corrientes asumían la plenitud de su soberanía terri- 
torial, lo que significaba separarse de la hegemonía de 
Buenos Aires; hecho que fué recibido con gran júbilo de 
partfl de la población de Montevideo. ín mediatamente el 
general Urquiza extendía un decreto aboliendo el lema 
de i Mueran los salvajes unitarios.' y sustituyéndolo por 
el de ," Viva la Confederación Argentina.' ; Mueran los 
enemigas de la organix<ición nacional.' 

El primer militar que se plegó á este movimiento fué 
don Eugenio Garzón, quien se apresuró á ofrecer sus 
servicios al Gobierno de ia Defensa, el cual loa aceptó, 
nombrándolo general en jefe del ejército que debía ope- 
rar en campaña; conducta que imitaron muchos otros je- 
fes que se apartaron de Oribe para acompañar i Garzón 
en su empresa. 

Simultáneamente llegaba al puerto de Montevideo una 
escuadra brasilera compuesta de nueve embarcaciones 
mandadas por el almirante Gronfell, conduciendo á su 
bordo numerosas tropas de desembarco. 

2, CampaSa contra Oribe,— Él 18 de Julio del ex- 
presado año, Urquiza, después de proclamar á sus solda- 
dos, cruzó el Uruguay por diferentes puntos, apoderándose 
de Jas ciudades de Fays&ndú y Salto, á la vez que va- 
. lisa divisiones brasileras penetraban en la República por 
la frontera terrestre. 
. Una vez que hubieron desembarcado todas las tropaa 



N 



•- 203 - 

xle Urquiza, éste se dirigió hacia el Sur, plegándosele en I 
el camino, con las divisiones de sus Fespeetivos mandos, | 
Leandro Gómez, Constancio Quinteros, Lucas Píriz y i 
otros varios. El ejército de Urquiza se encaminó hacia [ 
el río Negro, obligando á don Ignacio Oribe á abando- { 
nar su sitio precipitadamente. En la retirada, este jefe . 
I>erdió la artillería y una buena parte de la caballada, 
dirígiéndoae hacia el arroyo de la Virgen, punto de 
reunión en donde se hallaba su hermano don Manuel^ \ 
que, en conocimiento de cuanto sucedía, se había sepa- | 
rado del Cerrito con objeto de ver si le era posible con- | 
tener el avance de los aliados. 

Entretanto, el gobierno de Montevideo proclamaba al 
vecindario para que cooperase con su esfuerzo al triunfo 
de la buena causa y, levantando la bandera de la recon- i 
ciliación, sustentaba principios de orden y confraternidad, j 
á la vez que « la opinión páblica, sofocada hasta enton- j 
ees por el terror en las poblaciones de campaña en donde \ 
dominaba el sistema opresor de la escuela de Rosas, se I 
había pronunciado por la causa de la libertad, desde I 
que contó con la protección de las armas coligadas á 
cuyo frente venían Garzón y Urquiza (1).* i 

Por parte de Oribe, su situación se hacía cada día más i 
crítica, pues no sólo Rosas lo había abandonado á sus 
propias fuerzas, sino que diariamente desertaban de sus 
filas infinidad de jefes y oficiales, numerosos grupos de 
soldados y hasta escuadrones enteros, sobre todo desde 
que tuvo la positiva seguridad de que un ejército impe- 
rial, á las órdenes del conde de Gaxías, había entrado en 
acción. 

Reconcentrado en las márgenes del arroyo de la Vir- 
gen, trató de ganar tiempo proponiendo arreglos que 
nunca terminaban, é interesando al contralmirante Le- 
Fredour á fin de obtener nuevas treguas que sólo tenían 

(1) Isidoro De- María, obra citada. 



-204- 

que servirle para dilatar unos cuantos días más su in- 
evitable derrumbe. 

Cansado ya Urquiza de este juego poco decoroso, em* 
prendió marchas desde su cuartel general del Durazno 
en dirección al arroyo de la Virgen, en donde apareci6 
el día 13 de Septiembre á fin de resolver la cuestión por 
medio de las armas, como así lo hizo atacando las avan- 
zadas oribistas; pero éstas, lejos de combatir, bajaron las 
armas, manifestando que no estaban dispuestos á luchar 
con sus antiguos compañeros y amigos. 

3. Tratado de paz. — Iniciáronse nuevas negociacio- 
nes de paz que duraron algunos días, hasta que notando 
Urquiza que continuaba siendo objeto de engaños, adoptó 
la resolución irrevocable de arremeter contra Oribe y lo& 
suyos, que ya se habían retirado al Cerrito ( 1.® de Octu- 
bre). Estrechados y abatidos, éstos se resignan á su dea- 
tino, y la lucha empeñada durante tantos años, termina 
el 8 del expresado mes, con la honrosa fórmula: no hay 
orientales vencidos ni orientales, vencedores^ que sirvió de 
base al sometimiento de Oribe, según el siguiente con* 
venio: 

Artículo 1.^ Se reconoce que la resistencia que han her 
cho los militares y ciudadanos á la intervención anglo - 
francesa, ha sido en la creencia de que con ella defen- 
dían la independencia de la República. 

Art. 2.^ Se reconoce entre todos los ciudadanos orien- 
tales de las diferentes opiniones en que ha estado divi- 
dida la República, iguales derechos, iguales servicios y 
méritos, y opción á los empleos públicos en conformidad 
á la Constitución. 

Art. 3.^ La República reconocerá como deudas nacio- 
nales aquellas que haya contraído el general Oribe, con 
arreglo á lo que para tales casos estatuye el derecho 
público. 

Art. 4.^ Se procederá oportunamente y en conformidad 
á la Constitución, á la elección de Senadores y Repre* 



-205 - 

sentantes en todos los departamentos, los cuales nombra* 
rán el Presidente de la República. 

Art. 5.^ Se declara que entre todas las diferentes opi- 
niones en que han estado divididos los orientales, no ha' 
Irá vencidos ni vencedores^ pues todos deben reunirse 
bajo el estandarte nacional para el bien de la patria y 
para defender sus leyes é independencia. 

Art. 6.® El general Oribe, como todos los demás ciu- 
dadanos, de la República, quedan sometidos á las auto- 
ridades constituidas del Estado. 

Art. 7.^ En conformidad con lo que dispone el artículo 
anterior, el general don Manuel Oribe podrá disponer 
libremente de su persona. 

El. general Oribe se retiró á su quinta del Paso del 
Molino, siendo respetado por todos; el gobierno de Mon- 
tevideo declaró feriados los días comprendidos del 8 al 
J3 de Octubre, entregándose el pueblo á todo género de 
expansiones y regocijos, y Urquiza, de acuerdo con los 
aliados, se preparó para iniciar su campaña contra Rosas, 
retirándose de la Banda Oriental el día 1.^ de Noviem- 
bre del expresado año, después de haber contribuido, me- 
diante su poderosa influencia, á restablecer el orden y la 
armonía entre los hijos de este suelo. 



(1861-1862) 

SUMARIO: 1. Batalla de Monte Caseros 7 cafda de Bosas.~2. Entrada 
de la dirisión oriental en Montevideo.— 8. Parte económica. 

1. Batalla de Monte Caseros y caída de Bobas. 
-—Tan pronto como el general Urquiza repasó el Uru- 
guay, dio principio á los preparativos para invadir la pro- 
vincia de Buenos Aires y medir sus armas con las del 



-206- 

déapota argentino. Su ejército se componía de unos 24.000 
hombrea, de loa cualea 19,000 eran argentinos, 3,000 bra- 
sileros y una división de 1,700 orientales mandados por 
el coronel César Díar. Eata división se componía de -S 
batallones, los qne se ausentaron el día i de Diciembre, 
incorporándose al ejército de Urquiza el 30 del mismo 
mea II). 

• La única disposición que tomó el gobernador de Bue- 
nos Airea ante el avance del ejército aliado, fué la de 
talar loa campos y arrear caballadas. Había reunido 3U 
ejército en Santos Lugares (antiguo cementerio diatante 
12 leguas del río de la Plata, sumando entre todoa 
25,000 aoldadon de las tres armas, con C.) caBones, lodo 
lo cual fué puesto á sus inmediatas órdenes. Después de 
algunos combales sin mayor, importancia, el ejército aliado 
buscó al de Bosaa, encontrándose ambos en la llanura 
de Monte Caseros el 3 de Febrero de 18'>2 (2).' 

■ Antes de empezar el fuego, el general Echagüe, se- 
guido de un numeroso Estado Mayor, cruzaba á gnlope 
tendido la línea de batalla. Los vivas de su paso llega- 
ron en confusos clamores al campo de los aliados. Ro- 
sas, desde el mirador de Caseros, presenciaba el cuadro 
en compaHía de un ayudante (S).» 

El ejército rosista había tomado fuertes posiciones, 
apoyándose en la chacra de Caseros, mientras que Ur- 
quiza, á su vez, extendió bu línea, colocando á la derecha 
las divisiones entrerrianas de caballería, á la izquierda 
la división oriental y en el centro las demás fuerzas ar- 
gentinas j la división brasilera. 

Recibida la orden de avanzar, á las 10 de la maílana, 
la división oriental inició el combate, aunque tuvo que 



(2J Pablo Blaneo AcBTBdo: Historia in la Repúbliea Oímfol del Uru- 
(3) EduBTdo G. Áíyokí: Coseroí 6 el 3 dt Febrero de 1853, 



- 207- 

salvar el obstáculo de un pantano de la cañada de Mo* 
ron; circunstancia que aprovechó el enemigo para em- 
plazar una batería que comenzó un fuerte cañoneo sobre 
ella, el que fué contestado con éxito. 

«Las tropas orientales continuaron avanzando, corrié- 
ronse á un costado, y batiendo las reservas del enemiga» 
cargaron luego sobre el mirador de Caseros, del cual se 
apoderaron, en momentos en que las tropas brasileras 
iban á tomarlo. 

«En poder ya del ejército aliado ese centro importante 
de la resistencia del enemigo, y dispersada la caballería 
resista por la caballería argentina, la división oriental se 
extendió por la retaguardia de la casa tomada, pene- 
trando en los atrincheramientos de carretas del enemigo 
y derrotando la fuerza que allí se sostenía con 4 piezas 
de artillería ( 1 ). » Uno de los jefes que más contribuyó 
á este éxjto parcial de la batalla fué el coronel don León 
de Palleja, que al frente de su batallón de Voltígeros 
amagó al enemigo con varias brillantes cargas á la bayo- 
neta. Pocos momentos después la derrota del ejército re- 
sista era general, la caballería mandada por Lamadrid 
sableaba á los soldados del tirano y César Díaz recorría 
la línea de los que aun luchaban, gritándoles : Eindan*' 
se! Entreguen las armas! No los mataremos! 

«Sobre el campo de acción quedaron tendidos 1,500 sol- 
dados del ejército de Rosas, perdiendo el ejército aliado 
tan sólo 300. En poder de Urquiza quedó toda la arti- 
llería (57 cañones), 20,000 armas y 7,000 prisioneros, en 
su mayoría unitarios obligados al servicio y que pasaron 
inmediatamente al ejército aliado (2).» 

Entretanto Rosas, fugitivo desde el principio de la 
acción, entraba en Buenos Aires y solicitaba la protección 



( 1 ) Carlos M. Maeso : Glorias uruguayas, 

(2) Antonio Díaz: Historia política y miUUar de las Repúblicas del 
JPlaia. 



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- 208 — 



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del ministro ioglés, quien lo embarcó eñ un buque de 
su nacionalidad que lo condujo á Southampton, donde fijó 
8U residencia, y en cuya ciudad falleció el 14 de Marzo 
de 1877. 

Pocos días después el ejército vencedor hacia su en- 
trada triunfal en Buenos Aires, cuyos habitantes lo reci- 
bieron con entusiastas y ruidosas manifestaciones de ale- 
gría y agradecimiento. 

2. Entrada de la división oriental en Montevi- 
deo.— «La división de César Díaz se* embarcaba algún 
tiempo después para Montevideo, adonde llegó el 12 de 
Marzo. En esta ciudad esperábanla nuevas demostracio- 
nes de regocijo y satisfacción. La división oriental, una 
vez desembarcada, se puso en dirección á la Casa de 
Gobierno, siendo en todas partes recibida en triunfo. La 
bandera de la patria, hecha girones y abierta en todos 
lados por las balas, era objeto de los vivas de la multi- 
tud. La columna se dirigió al Cabildo, donde la esperaba 
el Presidente de la República. Allí la división desfiló, 
marchando luego á sus cuarteles. 

«Con el triunfo de Monte Caseros, la Defensa de Mon- 
tevideo tuvo su digna coronación dando en tierra con la 
más sangrienta de las tiranías (1).» 

3. Parte económica. — « Dejaba la guerra una deuda 
colosal de más de cien millones de pesos, que habría de 
liquidarse y consolidarse en los años subsiguientes, colo- 
cando á la República en el camino de la bancarrota, 
como efectivamente la colocó (2).» 



(1) Pablo Blanco AooTedo, obra citada. 

(2) Eduardo Acevedo, obra citada. 



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FrurtuMO Rlvcrii 



1 



DESPUÉS DE LA GUERRA GRANDE 



14.— 2.» 



CAPÍTULO V 



DESPUÉS DE LA GUERRA GRANDE 



VIC£PBE8IDENCIA DEL 8EÍ^0R BERRO 

# 
SUMARIO: 1. Restablecimiento del régimen confttitacioDal. — ?. Entrega 
de Martin Oareia, — 8. Fallecimiento del general Garzón. — 4. Elec- 
ción de don Juan Francisco Oiró. 

1. Restablecimiento del régimen constitucional. 
— De acuerdo con lo establecido en el tratado de paz 
celebrado el 8 de Octubre de 1851, el gobierno de la De- 
fensa, presidido por el abnegado ciudadano don Joaquín 
Suárez, convocó al país á elecciones, sufragando los dos 
partidos que hasta entonces habían luchado por el poder 
con las armas en la mano en los campos de batalla. 

El 15 de Febrero se abrieron solemnemente las sesio- 
nes ordinarias del Cuerpo Legislativo en la capital de la 
República, y en cumplimiento de la ley, don Joaquín 
Suárez entregó el mando al Presidente del Senado 
don Bernardo P. Berro. 

2. Entrega de Martín García.— -Apenas este ciu- 
dadano ocupó la Vicepresidencia de la República, el go- 
bierno de la Confederación pasó una nota (25 de Fe- 
brero de 1852 ) al del Uruguay reclamando la entrega de 
Martín García, fundado en que «la ocupación de la isla 



- 212 — 

por fuerzas extranjeras (1) fué un medio de hostilidad 
adoptado contra el ex gobernador de Buenos Aires, que 
no tenía ya objeto, ni podía continuar desde que la gue- 
rra cesó y la Confederación Argentina se veía libre de 
la tiranía de aquél (2).» 

El gobierno del señor Berro asintió de plano á la en- 
trega de Martín- Garda, ordenando al jefd de las fuerzas 
orientales en ella destacadas, que, sin oponer resistencia 
de ningún género, hiciera entrega de la misma á las tro- 
pas argentinas que se presentaran á ocuparla. Pero el 
Ministro oriental observaba al gobierno de la Confede- 
ración « que, al darle .posesión de la isla citada, lo hacía 
salvando todos y cualesquiera derechos que la República 
pudiera hacer valer sobre ella (3).» 

Y sin más observaciones ni dificultades pasó definitiva- 
mente al dominio argentino la codiciada isla de Martín Gar- 
cía, esa masa granítica casi circular, cuya posición geográ- 
fica y constitución geológica evidencian del modo más con- 
cluyente que forma parte del territorio orientaL 

3. Fallecimiento del general Garzón. — £1 pre- 
cedente asunto pasó casi inadvertido, pues en tales cir- 

( 1 ) «En 1845 el coronel Garibaldi, después de tomar la ciadad de la 
Colonia el día 5 de Septiembre, se dirigió hacia la isla de Martin Oaroía 
con la' escuadra oriental que mandaba, 7 que se componía entoncee de loa 
buquea de la escuadra que ae habla tomado á Brown. Fondeó entre Con- 
chillas 7 San Juan, á causa del mal viento, mandándole al Jefe de la 
guarnición de la isla una intimación para que ae rindiese á nombre del 
Gobierno Oriental ; pero el Jefe de aquella guarnición, comandante don 
Pedro Rodrignez, contestó que no teniendo orden de-en gobierno, sólo 
entregaría la isla ante fuersa ma7or, retirándose para Buenos Aires. Al 
día siguiente Garibaldi, transportando en botes 7 balleneras 200 infkntea 
de la legión italiana, desembarcó al N. £. de la iala, frente á Martfa 
Chico. Después de ocupada la isla de Marim Oareia por nuestras füerzaa, 
nombró jefe de tal punto ádon José María Artigas. » (Ventura Rodrígaos: 
Beeiificaeione» hiitórieaa,) 

(2) Nota del Gobierno Argentino al del Uragaa7, de fecha 26 de Fe- 
brero de 1852. 

(S) Nota del Gobierno del sefior Berro al de la Argentina, de feeha 28 
de Febrero de 1862. 



I 



- 213 — 

cunstancias Ja opinióa pública se hallaba extraordinaria- 
mente preocupada con el problema presidencial. «Los su- 
cesos daban al general Garzón en aquellos momentos 
una misión sublime — dice uno de sus biógrafos ( 1 ) : ~ 
reparar las ruinas de la guerra y consolidar la concor- 
dia entre los orientales. La opinión lo designaba con fe 
y entusiasmo para ocupar la Presidencia de la República, 
pero la muerte lo llevó el día 1.^ de Diciembre de ese 
mismo afio. Graves males se derivaron de este inespe- 
rado fallecimiento, porque privada entonces la patria del 
único hombre que por sus circunstancias extraordinarias 
podía servir de lazo de unión entre todos, se reabrió el 
abismo de la guerra civil, que duró veinte años más y 
que no ha cesado sino para dar lugar á otros males, 
que llenan de zozobra *el presente y de incertidumbre el 
porvenir. » 

4. Elección de don Juan Francisco Giró.— «Va- 
rios candidatos se disputaban la Presidencia de la Repú- 
blica, después del inesperado fallecimiento del General 
Garzón, que era el candidato aclamado por todos para 
tan alto puesto, en aquellos días de verdadera recons- 
trucción nacional; pero el que tenía más probabilidades 
de éxito era el Ministro de Relaciones Exteriores de la 
Defensa, doctor don Manuel Herrera y Obes, iniciador 
de las negociaciones que habían realizado la paz. Sin 
embargo, á última hora los votos de la mayoría de la 
Asamblea se inclinaron á favor del ciudadano don Juan 
Francisco Giró, cuyos servicios en la época de la inde- 
pendencia habían sido muy distinguidos, pero que mili- 
taba en las filas del partido que reconocía por jefe al 
general Oribe. El partido adverso acató en silencio la 
resolución de la crisis presidencial, que colocaba en el 
poder al adversario de la víspera (2).» 



( 1 ) El IndieeretOy núm. 64, de fecha 20 de Agoeto de 1885. 

(2) JuUáii O. Mirandaí obra dUda. 



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- 214- 



II 



' GOBIERNO DE DON JUAN FRANCISCO GIRÓ 

f 

SUMARIO : 1. Elección presidencial. — 3. Desacuerdo de los partidos. 
3. Motín del 18 de Julio.— 4. Agonfa del gobierno del señor Giró. 
5. Constitución del Triunvirato. 



1. Elección presidencial.— Distraída la opinión pú- 
blica con el problema de la guerra, cuya solución defini- 
tiva tenía por escenario el territorio argentino, siendo los 
principales protagonistas Rosas y Urquiza, y confiado el 
partido de la Defensa en que sería el general Garzón 
quien ocuparía la Presidencia de la República» no prestó 
mayor atención á la cuestión electoral (1), y de ahí que 
los basta entonces sitiadores, poniendo en juego toda su 
influencia, llevasen al seno de la Asamblea una mayo- 
ría abrumadora. También contribuyó á este éxito la buena 
fe y patriotismo de los hombres de la Defensa, que, «ven- 
cedores en la contienda, habían juzgado que no era po- 
sible la reconstrucción del país sin la cooperación de 
todos sus hombres, y que se debía, por lo tanto, buscar 
una solución que asegurase la coexistencia de los dos 
partidos en el escenario político (2).» El partido caído, 
que constituía la mayoría legislativa, después de la muerte 
de Garzón no interpretó así los sabios principios del 
pacto de Octubre, y no sólo eligió al señor Berro para 
la Presidencia del Senado, sino que colocó en la primera 
magistratura del país á otro de sus correligionarios — el 
ciudadano don Juan Francisco Giró;— al que, por otra 
parte, no negó sus sufragios la minoría. He aquí cómo 
«falló la combinación que debía asegurar en las Cama- 

(1) Las elecciones generales de Senadores y Representantes se efec- 
tuaron en las fechas constitucionales : Rosas cayó el 3 de Febrero de 1852. 

(2) Carlos Oneto Viana: La política de fusión. Montevideo, 1902. 



- 215 — 

ras del 52 la absoluta igualdad de las antiguas fraccio- 
nes, quedando por ese hecho establecido el predominio 
de un partido (1).» El propio Presidente entendió que no 
debía ser así, y, tratando de corregir el error cometido 
por los suyos, entregó la cartera de Gobierno y Relacio- 
nes al doctor don Florentino Castellanos, la de Guerra 
y Marina á César Díaz, y la J^atura de la Capital al 
coronel Venancio Flores; nombramientos que denotaban 
en el primer magistrado prudencia, habilidad y patrio- 
tismo. 

2. Desacuebdo de los partidos. — « Desgraciadamente 
la mayoría de los miembros de la Asamblea no abri- 
gaba iguales sentimientos que el Presidente, al que em- 
pezó á hostilizar de todos modos, al extremo de que éste, 
reaccionando en favor de los suyos y tratando de con- 
graciarse con ellos, se deshizo de César Díaz primero, 
de Flores después, más tarde de Castellanos, y, por últi- 
mo, del Ministro de Hacienda don Vicente Vázquez, dando 
así margen á que desapareciese la cqnfíanza del pueblo 
en la estabilidad del orden y de la paz (2).» 

^1) Carlos Oneto Viana, obra citada. 

( 2 ) «La lucha entre las dos fracciones concluyó por hacerse constante 
7 permanente, inutilizando así la labor legislativa. La mayoría pres- 
cindía en absoluto de los hombres de la Defensa para toda deliberacl6n. 
Concluyó por resolver, sistemadamente con el solo concurso de los su- 
jos. Contra todas las protestas de la minoriaf el Senado resolvió que la 
capital fuera trasladada al Durazno, con el fin de anular la influencia na- 
tural de Montevideo. 

€En la discusión relativa á la Administración de Justicia, propuso la 
^inoria dos medidas sabias, como lo son la de hacer efectiva la respon- 
sabilidad de los jueces y la incompatibiUdad sobre las funciones de juez 
7 legisladores. — Fueron rechazadas. 

«En la discusión sobre derechos de aduana, fué también la niinoria 
vencida. 

« Su proyecto de enajenación de rentas ni siquiera fué discutido. La 
mayoría no lo tomó en consideración. 

« Propaso que se aumentase en el presupuesto la cantidad destinada á 
initmodón pública, con el fin de crear nuevas escaelas. —Fué nuevamente 
▼encidm. 



-216 — 

Sin ninguna necesidad nacional, pero indudablemente 
con objeto de disponer de una fuerza que pudiera con- 
trarrestar el poder del ejército de línea que estaba de 
parte de la minoría, el señor Giró convocó á la Guardia 
Nacional en la Capital, Colonia y San José, declarán- 
dola sujeta á las ordenanzas militares. La sinrazón de 
esta medida se agiavó más todavía con la disposición 
del Gobierno ordenando que los batallones de la milicia 
ciudadana concurrieran el IS de Julio inmediato (1853) 
á la formación, conjuntamente con loa cuerpos de línea, 
á pesar de que la minoría, 'despojándose de sus altive- 
ces, venciendo todos loa escrúpulos en obsequio á la 



<lia Nocional, eiponlendo los Incoe veuisoteg de Ih oiitltBriíacliin del pBlí 
en momenlos de gtandaa paalones, hícieodo adeiuSs notar que ae debfs 
fomentar loa LibibiB de trabajo y oíatar toda lendenda bélica. — Fii^ otra 
Tez "encida. 

< Propu» la abolldda Inmediala del pasaporte, lailitacldn moaetroOBS 
j abBurdil en épocBH de paz. — Fué también vencida. 

• FIdlú la Bupreaidn de loi derecboi de eiportscjiín á cierlOB producía* 
Indlípessablea para el dOHUrollo de la ioduatria sadon*]. — Fui recba- 

• El espíritu inlfllorant* de la mayoría Bere'olú nuevamente con la lej 

de loe uüembroB de la minoría. La lev del i de Junio de XS63, aparte 
de aer contraria al espíritu liberal de ouettio CSdigo Político, ei de una 
iojUíticta Irritante, por cuanto aleja del eacenario £ los elementüi eilian- 
jeroB, deapoJindoloB del le^Ucio derecho de interrenlr en la geatldn de 

triuuroB. > (Carloa Onelo Vlaia, obra citada.) 

• A 1* mimrria se le llegd á llegar el derecho de la palabra; tu'O que 
icvautarte de la> auionet porque no bi^ le pennlUa discutir; tuvo que 

Be reiirú en maia del Cuerpo LegíslaUro, íaí por no dejar al pala ala 
legalidad, por no precipitarlo á laa ríaa de hecho, por moderacióa j por 

Carlos Gdmei.) 



- 217 -- 

conservación del orden, acudió á don Bernardo P. Berro, 
verdadero jefe de la situación. Agotó todos los razona- 
mientos posibles para convencer al Ministro (Berro) de 
los inconvenientes de la resolución gubernativa en mo- 
mentos de angustia, de grandes pasiones é inculpaciones 

I recíprocas. El amor á la paz pública la llevó hasta pedir 

la intervención amistosa del Plenipotenciario del Imperio 
para que se revocara tan temeraria resolución. £1 6o- 

{ ' bierno, desentendiendo todas las consideraciones de los 

I que SfB esforzaban por la conservación de la paz, persis- 

tió en su actitud (1).» 

3. Motín del 18 de Julio. —El Gobierno había dis- 
puesto que en este día se celebrara solemnemente el ani- 
versario de la jura de la Constitución, debiendo concu- 
rrir á la plaza así llamada la tropa de línea, la Guardia 

é Nacional y un batallón de la Unión, también de milicia 

ciudadana, compuesto de cerca de 300 plazas, «que traía 
como guías, y en sus filas, muchos antiguos oficiales de 
Oribe.^Este batallón era esencialmente compuesto de par- 

^ tidarios de ese jefe (2).» Según la tradición «había sido 

provisto de munición á bala, así como que debía venir, 
como vino, mucha gente armada de la Unión, y presen- 
tarse en grupos en la plaza (3).» 
Una vez formados estalló el movimiento (4), fuéronse 

( 1 ) Lo qae ponemos entre comillas pertenece al señor Carlos Oneto 
I Viana, cuya erudita obra seguimos en esta parte ; pero conviene advertir que 

si bien dicho escritor, don José Marta Muñoz, don León de Palleja ( hijo } 7 
otros atribuyen al partido de Oribe la iniciativa de los sangrientos sucesos 
de 185 ), no faltan publicistas como el doctor Palomeque, don Vicente Na* 
via, el señor Torterolo 7 otros, que se la achacan á los correligionarioa 
de Pacheco, Díaz, Pallcja 7 Flores. Este punto ha sido reiteradas veces 
discutido con más ó menos apasionamiento político, en la prensa de Mon- 
tevideo. 

( 2 ) Julián 0. Miranda : Compendio de Biatoria Naoumal, 
(8) León de Palleja (hijo): Reetificacianea hietfirieaa 
(4) Parece que basta ahora no se ha aclarado quiénes fueron los pro- 
vocadores, pues el señor Miranda dice que mientras la fuerza de linea 
Tictoreaba al general Díaz, al pasar, á paao de trote, por firente á la easa 



f 



- 218 - 

á las manos unos y otros, es decir, la tropa de línea y 
los cívicos, y después de una breve pero sangrienta pe- 
lea, la Guardia Nacional abandonó las armas y se dis- 
persó en todas direcciones, sosteniendo el fuego sola- 
mente el batallón de la Unión contra el de línea, man- 
dado por Palleja. Unos cuantos heridos y muertos, con- 
tándose entre los últimos algunos apreciables jóvenes de 
la sociedad de Montevideo, fué el resultado de este es- 
téril derramamiento de sangre. 

Inmediatamente el coronel Palleja ocurrió ante el ge- 
neral Díaz exhortándole á que se pusiera al ffente del 
ejército, pero, como este militar se negara, Palleja acu- 
dió al jefe de la Defensa á fín de que dominara la situa- 
ción. Pacheco entonces se encaminó hacia el fuerte del 
Gobierno, poniéndose á disposición del Presidente, quien, 
sobrecogido en presencia de estos luctuosos aconteci- 
mientos, le encomendó la conservación del orden pú- 
blico. 

El corolario de la revolución del 18 de Julio fué 
la modificación del gabinete, nombrándose Ministro de la 
Guerra al coronel Flores y de Hacienda al doctor don 

de este militar, la Guardia Nacional se puso en fuga, y, como el bata- 
llón de la Unión se fué sobre la fuerza que mandaba el coronel Palleja, 
éste destacó una compañía que repelió á balazos la agresión. El doctor 
don Vicente Narla asegura que la Guardia Nacional no llegaba en sus 
cartucheras más que confites, mientras que las tropas de línea yenfan con 
sus fusiles cargados con balas, y que éstas «cortaron la cola de la co- 
lumna de la Guardia Nacional, con lo que comenzó el desorden. Don León 
de Palleja ( hijo ) afirma, á su vez, que, < en una eyolución que hicieron loa 
batallones para penetrar en la plaza, los Nacionales iban hostilizando con 
las bayonetas á la última fila de la compañía (de tropa regalar) que 
mandaba el entonces capitán Larragoitia, quien dio cuenta á au jefe de 
la actitud hostil de la que se llamó Guardia Nacional. La compañía dio 
frente al enemigo é hizo fuego, mandada por su jefe, haciéndose después 
general el fuego y siendo contestado por el enemigo» que el doctor Na> 
via y otros autores presentan pertrechados con confites. Otros sostienen 
que los provocadores fueron los particulares armados que, procedentes de 
la Unión, se meselaron con los Guardias Nacionales y desde bus fllu di- 
rigían BUS fuegos contra la fuerza de línea. 



í 



- 219 - 

Manuel Herrera y Obes, disolviéndose también la Gaardia 
Nacional en todos los departamentos de campaña. 

4. Agonía del gobierno del seSíor Giró.— Desde 
este momento histórico el señor Giró sufrió todos los 
vaivenes de una política indecisa y vacilante, ya acce- 
diendo á las pretensiones de los suyos, ya tratando de 
contentar al partido de la Defensa. Unas veces era el 
coronel Flores que exigía para sus correligionarios la 
Jefatura de varios departamentos; otras veces toleraba 
disposiciones de su Ministro don Bernardo P. Berro, que 
facultaban á las autoridades policiales para reprimir 
toda tendencia encaminada á tener en zozobra á la so- 
ciedad: especie de carta .blanca á los agentes de policía 
para que cometiesen cuantas tropelías tuviesen por con- 
veniente. La prensa, encabezada por el doctor don Juan 
Carlos Gómez, recriminaba al señor Giró su ineptitud y 
debilidad, y Melchor Pacheco y Obes, por su parte, cons- 
piraba en favor de Rivera, que continuaba expatriado en 
Río Janeiro. Hasta el general Oribe, no queriendo, tal 
vez, verse mezclado en los acontecimientos que eé pre- 
paraban, embarcóse precipitadamente con rumbo á Eu- 
ropa, de donde no regresó hasta mediados de 1855. Y 
finalmente, el 21 de Septiembre de 1853, el señor Berro, 
como Ministro de Relaciones Exteriores, dirigía una nota 
á los Agentes Extranjeros residentes en Montevideo, 
participándoles que la capital se hallaba amenazada de 
una conmoción, y que, como el Gobierno carecía de me- 
dios para impedir los desórdenes que pudieran sobreve- 
nir, creía que había llegado el momento de que los ex- 
presados Agentes Extranjeros, con la fuerza armada de 
que pudiesen disponer, se encargasen de la protección de 
la ciudad. «Y como si esta medida no fuera bastante, 
solicitó del plenipotenciario, del Brasil la intervención im- 
perial en favor de la autoridad legal (1),» que le fué 
negada. 

Cl) Carlos Oneto Yiana, obra dtada. 



— S20 — 

El coronel Flores fué solicitado por el Gobierno á fin 
de que volviese al Miaisterío de la Guerra, sobre la base 
de que el pacto de Octubre sería respetado con garantía 
del Brasil ; pero con sorpresa de todos, en los preciaos 
momentos en que Flores conferenciaba con el Agente 
imperial acerca de la determinación del futuro plan de 
gobierno, supo el pueblo que los señores Giró y Berro 
se babían asilado en la Legación de Francia, á la cual 
se llevaron las condiciones que proponía Flores para vol- 
ver al Ministerio, las que consistían en dar una partici- 
pación igual á los dos partidos en la administración de 
los departamentos, pero el señor Giró las rechazó. 

Ante la inminencia del peligro, el coronel Flores se cer- 
ciora de la actitud de la guarnición de Montevideo y, viendo 
que ésta era pacífica, dirige una nota á la Comisión Per- 
manente invitándola & congregarse y resolver lo que jua- 
gue más conveniente en tan solemnes momentos, pero este 
Cuerpo consideró ilegal adoptar resolución ninguna desde 
que el seftor Giró no había dimitido la Presidencia de la 
República. Entonces Florea 'convocó á la Casa de Go- 
bierno á los principales hombres del país, quienes organi- 
zaron un triunvirato compuesto de los generales Fructuoso 
Rivera, Juan Antonio Lavalleja y coronel don Venancio 
Florea (!).• 

5. Constitución del Triunvikato,— «El Triunvirato 
que sucedió á don Juan Francisco Giró fué obra exclu- 
siva de Pacheco. El jete de la Defensa, que tenía mucho 
que perder y estaba en el caso de salvar su reputación 
de hombre de Estado, desde luego comprendió la necesi- 
dad de un Gobierno que ofreciera al país todas las segu- 
ridades de paz, con una conducta tolerante y maderada j 
que al mismo tiempo supiera proceder enérgicamente en 
frente de cualquier movimiento anárquico. Partiendo de este 
principio, juzgó conveniente llevar al Fuerte el mayor can- 
il) Leojírdo Miguel Torterolo, obra dUd». 



-221 - 

dal posible de prestí|i:io, encarnado en hombres de verda- 
deros sacrificios vinculados á las distintas fracciones par- 
tidarias y may principalmente á los elenientos de acción. 

«Como forma de Poder Ejecutivo, el Triunvirato es evi- 
dentemente absurdo. Aparte de ser completamente ex- 
traño á nuestro régimen político, es inconciliable con una 
buena gestión gubernativa, por la falta de unidad en su 
dirección. 8in embargo, en aquellos momentos lo primor- 
dial era la creación de un Gobierno Provisorio que ase- 
gurase el mantenimiento del orden, para que la -recons- 
trucción de los ipoderes constitucionales se operase en 
condiciones .provechosas ... 

«... Persuadido de eso. Pacheco preocupóse de la for- 
mación de un Gobierno que, reuniendo la mayor autori- 
dad, levantase la menor resistencia. Y encontró esa solu- 
ción en la fórmula del Triunvirato integrado con Rivera, 
Flores y Lavalleja (1).» 

Ausente el primero de los triunviros, el Gobierno quedó 
constituido con los dos segundos el día 25 de Septiembre 
de 1853. 



m 



EL TRIUNVIRATO 

SUMARIO: 1. Retirada del aefior Giró. — 2. Fallecimiento del general La- 
valleja.— 3. Muerte de Rivera.— 4. Qobiemo interino de César Díaz. 
— 5. Interyención extranjera. 

1. Retirada del bbSor Giró.— £1 primer acto del 
Gobierno del Triunvirato fué . constituir el gabinete, nom- 
brando para el Ministerio de Gobierno y Relaciones al 
doctor don Juan Carlos Gómez, para el de Guerra y Ma- 
rina al coronel don Lorenzo Batlle y para el de Hacienda 

(1) Curlof Oneto Vlanti obra dtada. 



— 224- 

ai ciudadano don Santiago Sayago. Tambréer m designó 
al general don Melchor Pacheco y Obes para la Jeñitaca 
del Estado Mayor del Ejército y al benemérito ciudadano 
don José María Muñoz para jefe superior de la Guardia 
Nacional del Departamento de Montevideo. 

En cuanto en el resto de la República se supieron to- 
dos estos acontecimientos, algunos partidarios del gobierno 
caído se sublevaron con las armas en la mano, pero muy 
pronto fueron dispersados los unos, otros emigraron y los 
demás reconocieron al Gobieríio Provisorio. 

Simultáneamente, y desde la Legación francesa, en que 
se encontraban asilados, los señores Giró y Berro cons- 
tituyeron un Grobierno, nombraron Jefes Políticos y dic- 
taron algunos decretos ilegales y sin precedentes en la 
historia de la República, como el que colocaba bajo la 
protección de los Agentes de Francia la Aduana de Mon- 
tevideo; el. que autorizaba á los Representantes de los paí- 
ses extranjeros á desembarcar fuerza armada para que 
protegiesen las propiedades de sus respectivos subditos, 
que ningún riesgo corrían ; el que declaraba traidores á 
la nación á todos los ciudadanos que prestasen su con- 
curso al Gobierno Provisorio, y el que inducía á los ex- 
tranjeros á armarse para combatir á la rebelión. En fín, 
el aturdimiento de los señores Giró y Berro fué tan in- 
tenso, que hasta hicieron un llamamiento á los antiguos 
legionarios italianos y franceses. 

Esta actitud de los señores prenombrados, obligó al 
Gobierno Provisorio á dirigir una nota al Encargado de 
Negocios de Francia, concebida en los siguientes términos: 

Montevideo, Septiembre 27 de 1853. 

El infrascripto. Ministro de Relaciones Exteriores, ha 
recibido orden del Excmo. Gobierno Provisorio de mani- 
festar á V. S. la extrañeza con que ha visto que desde 
la casa de V. S., en donde se ha asilado, sin ser perse- 
guido, don Juan Francisco Giró provoca la guerra civil 



- 223 — 

y la persecución de los habitantes de la República, lla- 
mando á las armas á los ciadadanos y á los extranjeros 
en sostén de una autoridad que ha desertado voluntaria- 
mente. 

£1 Excmo. Gobierno Provisorio se persuade de que el 
señor Giró, abusando de la hospitalidad de V. S., no ha 
trepidado en comprometer á los ojos del mundo la dig- 
nidad y lealtad de la Francia, antigua aliada de la Re- 
pública. 

£n esta persuasión, acompaño á V. S. el impreso apa- 
recido con documentos datados el 25 del corriente, exten- 
didos indudablemente en casa de V. S., de donde no se 
ha separado el señor Giró. 

CoufísL el Gobierno í^rovisorio en que V. S. no podrá 
menos de exigir del señor Giró, que abandone la actitud 
insólita que ha asumido en casa de V. S., ó renuncie el 
asilo que generosamente le dispensa. 

El infrascripto, dejando cumplidas las órdenes del Exce- 
lentísimo Gobierno Provisorio, reitera á V. S. las segu- 
ridades de su más alta consideración. 

Juan Carlos Oómez. 
Al señor £. de N. de S. M. el Emperador de los franceses. 

En presencia de esta nota, el señor Giró abandonó la 
Legación al día siguiente, embarcándose en la fragata de 
guerra Ándromédey desde donde publicó un manifiesto 
en que dice: «que no se había despojado de la autoridad 
constitucional de que se hallaba investido, ni había 
abandonado el puesto á que lo llevó la nación por el 
órgano de sus legítimos representantes (1).» 

Después de.la publicación de esta especie de protesta, 

(1) Este maoifiesto es ana tírcalar de fecha 4 de Octubre de 1863, 
dirigida al cuerpo diplomático, y se encuentra publicada en los diarios 
de Montevideo de aquella época. 



^224 — 

todavía el señor Giró solicitó la intervención del Brasil 
en favor del restablecimiento de su autoridad, pero el Mi- 
nistro imperial residente en Montevideo, doctor Paranhos, 
le contestó que no era de su competencia tomar parte en 
las cuestiones internas del Uruguay, con lo cual el seüor 
Giró se retiró definitivamente el 21 de Octubre. 

2. Fallecimiento del general Lavalleja.— Al 
día siguiente (22 de Octubre) falleció repentinamente en 
el Fuerte de Gobierno el brigadier general don Juan 
Antonio Lavalleja, miembro del Triunvirato, quedando 
sólo al frente del Gobierno el coronel don Venancio 
Flores. «Su desaparición del escenario trastornó comple- 
tamente la marcha política del Gobierno Provisorio, y en 
aquellos momentos de crisis tenía el carácter de una 
calamidad pública (1).» El entierro del cadáver del se- 
ñor Lavalleja fué una sincera manifestación de respeto 
y afecto del pueblo oriental hacia la memoria del héroe 
del Sarandí y del temerario jefe de la cruzada de los 
Treinta y Tres. 

3. Muerte de Rivera.— El general Rivera, que des- 
pués de una larga permanencia en Río Janeiro había 
pasado á residir on la ciudad de Yaguarón, tuvo opor- 
tunamente conocimiento de su elección de miembro del 
Triunvirato, pero encontrándose convaleciendo de una 
grave enfermedad^ no le fué posible ponerse en camino 
de Montevideo hasta Enero del año siguiente (1854). 
«Venía en marcha, escoltado por Brígido Silveira, cuando 
de este lado del arroyo de los Conventos le sobrevino un 
ataque mortal que lo postró completamente, teniendo que 
alojarse en casa del vecino Bartolo Silva, donde se le 
prestó toda la asistencia posible, rodeando su lecho con 
profundo desconsuelo algunos de sus antiguos y fieles 
compañeros. La luz de aquella existencia tan trabajada 
por los sufrimientos físicos y morales, se extinguía por 

(1) Carlof Oneto Yímdm, obn eitada. 




Jnan Antonio Uvallcji 



- 225 - 

instantes, hasta que en la mañana del 13 dé Eneíro de 
:i85á expiró en brazos de algunos de sus fíeles servido- 
res (1).» 

Su cadáver fué trasladado á Montevideo, en donde se 
celebraron pomposas exequias, decretándose los hono- 
res fúnebres correspondientes á su elevada jerarquía mi- 
litar y á sus dilatados y meritorios servicios. 

4. Gobierno interino de César Díaz. ~ A la muerte 
de Lavalleja el Gobierno convocó al país á elecciones, 
pero la oposición se levantó en armas (2), ya porque 
considerase ilegal esta convocatoria, bien porque quisiese 
dificultar el acto comicial, viéndose Flores en la necesi- 
dad de delegar el mando en el general César Díaz y 
salir á campaña para sofocar aquella oleada revolucio- 
naria, lo que logró no sin esfuerzo en un plazo relativa- 
mente breve, ya que en 30 de Diciembre del mismo año 
daba cuenta al Gobierno del feliz término de la revuelta 
venciendo á unos, disolviendo las partidas de otros y 
ahuyentando del país á los más, que se refugiaron en el 
Brasil y en la Argentina. 

El gobierno del general Díaz «se señala por algunas 
medidas violentas, tales como el decreto lanzado contra 
don Bernardo P. Berro, por el que facultaba á las auto- 
ridades de la República para prenderlo y pasarlo por 
las armas, sin otra medida previa que la justificación de 
la identidad de la persona (3).» Es de advertir que Berro 
trabajaba abiertamente en favor de la restauración del 
gobierno del señor Giró; pero si es un mal inevitable 

(1) iBiáore De 'Mññtí: Rasgos biográficos de hombres notables del Uru- 
guay. 

(2) El moTi miento armado fué en campaña encabezado por don Lucas 
Moreno, don Bemardino Olid, don Dionisio Coronel, don Diego Lamas, 
don León Benftez, don Marcos Neyra, don Joan Barrios, don Timoteo 
Aparicio, don Jaan Carvallo, don Cipriano Cames, don Jacinto Barbat, 
don Pedro Carro, don Lázaro Pérez, don Francisco Lagaña, don Doroteo 
López, don Joan P. Pastrana j otros caudillos de menor significación, 

(8) Vicente Nayia, obra citada. 

16— 2.« 



-226 - 

que los partidos del Uruguay tengan que dirimir sus con- 
tiendas á mano armada, siquiera que los elementos diri- 
gentes no apelen para triunfar á la humillación del con* 
trario ni á su exterminio. Sin embargo, es justo consig- 
nar que César Díaz reaccionó poco después, anulando el 
sangriento decreto que puso fuera de la ley al señor don 
Bernardo P. Berro. 

Don Venancio Flores hizo su entrada triunfal en Mon* 
teyideo en los primeros días de Enero de 1854, tomó nue- 
vamente posesión de su cargo y, deseando regularizar la 
situación de los Poderes públicos, el 12 de dicho mes 
convoco al país á elecciones de Senadores y Represen- 
tantes, los cuales, y en doble número, debían venir ple- 
namente autorizados para revisar la Constitución, de 
modo que formasen una doble Asamblea. I^eunida ésta 
el 12 de Marzo del mismo año, eligió unánimemente Pre- 
sidente de la República por el período complementaría 
de dos años, ó sea hasta el 1.^ de Marzo de 1856, ai 
coronel don Venancio Flores. 

5. Intervención EXTRANJERA. — A pesar de cuanto 
queda expuesto, la situación política del país no estaba 
despeada, pues la fracción conservadora, compuesta de 
elementos ilustrados y sanos del partido de la Defensa» 
se encontraba en minoría, los caudillos más decididos y 
temerarios que habían empuñado las armas contra Flo- 
res estaban privados de volver al territorio nacional, y 
el Gobernador Provisorio hallábase tan aislado y rodeado 
de dificultades, que temió por su propia estabilidad y la 
de los suyos. De aquí que se decidiese á solicitar del 
Brasil el cumplimiento de varias de las cláusulas de ios 
tratados celebrados con ese país en 1851 (1). Al efecto 

(1) Estos tratados son cinco; á saber: el 1.* sobre UmStes; el 2.* de 
alianza; el 8.* sobre préstamos; el 4.<> sobre comercio y naregación, y el 
5.0 sobre extradición de criminales. Pueden consultarse en el tomo 1.*, 
págs. 548 á &65, de la CoUecián lAgitlaHoa, del doctor don Matías Alonso 
Criado. 



- 2L7 - 

negoció la venida de una fuerza de 40G0 soldados im- 
periales que traerían la misión de facilitar al gobernante 
la reorganización del país, y consiguió, en calidad de 
préstamo, un subsidio pecuniario del Gobierno brasilero ( 1 )• 

«La intervención extranjera como expediente para cu- 
rar nuestros males no podía ser benéfica, desde que 
siempre el móvil que animaba á los políticos brasileños 
no era otro que el interés del imperio; y ni lógico ni 
humano siquiera sería suponer que un pueblo se impu- 
siera penosos sacrificios al solo objeto de atenuar los ma- 
les del vecino y fomentar su mejoramiento social (2).» 

£l Ejército Auxiliar^ como se denominó á las divisio- 
nes imperiales, penetró en el territorio oriental á princi- 
pios de 1854, repartiéndose entre las principales ciudades 
de la República. De este error no es sólo Flores el cul- 
pable, sino todos los que lo secundaron en sus propósi- 
tos, sin exceptuar á los personajes más conspicuos del 
Cerrito, que acudieron á la Legación imperial del doctor 
do Amaral á implorar la intervención armada como indis- 
pensable para darnos garantías sociales y hacer efecti- 
vos y duraderos la paz, el orden y el imperio de las ins- 
tituciones (3),» aunque es conveniente observar que al 
solicitar la intervención extranjera cada partido perseguía 
distintos fines. 

( 1 ) Yéase la interesante obra del doctor Eduardo Acevedo^ titulada 
Contribución al eatudio de la hiatoria económiea y financiera de la Repú' 
hUea^ tomo I, paga. 97 á UK). 

(2) Carlos Oneto Yiana: La diplomacia del BtíuU en el Rio de la 
JPIata, MonteTideo 1906. 

(3) V MontOTideo, Enero SO de 1864. 

Exemo. sefior: 

Nosotros los ciudadanos orientales que formamos la representación 
anexa, declaramos que lo hacemos persuadidos de que la intervención ar- 
mada á que ella alude, es indispensable, no sólo para damos garantías 
aociales, sino también para ponemos en pleno goce de muchos derechos 
políticos, de los cuales de fació nos hallamos privados, porque, anarqui- 
aado el país, sin gaiantfa de ningún gáiero, necéiltamos de la interven- 



-228 



IV 



PRESIDENCIA DE DON VENANCIO FLORES 

SUMARIO : 1. Floristas 7 conseryadores. — 2. Reyoludón de 1855. — 
S. Benancia del general Flores. 

1. Floristas t conservadores. —Así como durante la 
época del sitio de Montevideo existieron dos partidos, el ri- 
verísta y el pachequísta, en la Presidencia de Flores hubo 
floristas y conservadores. Estos últimos iniciaron en la 
prensa una violenta oposición al primer magistrado, acha- 
cándole planes de reelección una vez que terminase su 
período legal, y de ahí que Flores adoptase medidas poco 
usuales, por lo restrictivas, contra los conservadores, cuyo 
adalid en la prensa era La Libertad, diario en que es- 
cribía el doctor don José María Muñoz, que á la vez 
formaba parte de una de las Cámaras en calidad de di- 
putado. 

Esta actitud de los conservadores decidió al general 
Flores á entregarse completamente al elemento militar, 
creando un gobierno de fuerza, que lo apartó más toda- 
vía de esta importante fracción. No pudiendo contener la 
propaganda del diario prenombrado, el señor Flores re- 
solvió dictar un auto de prisión contra su redactor prin- 
cipal, pero como esta orden era completamente inconsti- 
tucional, sólo tuvo la virtud de enconar las pasiones y 
exaltar á una gran parte del pueblo, que acudió al do- 

ción armada á fin de que el Brasil, en cumplimiento de los Tratados del 
12 de Octubre de 1851, haga efectivos 7 duraderos la paz, el orden y el 
imperio de las instituciones. — Luis di Herrera. — EJrvrique de Afraseatta. 
— Carlos Juanicó. —Fedsrico Nin Bey en, -^Pantaleán JPSrex, — Antonio de 
loe Carreras, — Doroteo Oarcia, — Lesmes Baatnrrica, — Cristábal ScUva- 
ñaoh, — Luis O. de ¡a Torre, — Eduardo de las Carreras,-^ José Váxquex 
Sagastwme, — Juan José Segundo. '- Avelino Lerena, — Juan José de Se^ 
rrera, — Carlos LaeaUe, — José P, (Have. —Ben4U> Baena,— Andrés Viana» 



~ 229 - 

micilio del señor Muñoz con el propósito de evitar que 
86 cumpliese; actitud que obligó al Presidente á reaccio- 
nar, no llevándola á cabo. 

2. Revolución de 1855. — Esta circunstancia envalen- 
tonó más todavia á los conservadores, que, acaudillados 
por el coronel don José María Solsona, don Julio de 
Vedia, don Francisco Tajes, don José María Muñoz y 
don Lorenzo Batlle, y al frente de un núcleo de jóvenes 
de la mejor sociedad de Montevideo, el día 28 de Agosto 
se lanzaron á la revolución, atacando el Fuerte de Go- 
bierno, del cual se apoderaron. Haciéndose dueños de la 
situación, al extremo de obligar al general Flores á au- 
sentarse para la campaña á reunir gente, á fín de poder 
venir á recuperar su perdida situación (1). 



(1) Los fundamentos de esta revolución se hallan consignador en el si- 
guiente maniflesto: 

Conciudadanos : Agotadas todas las esperanzas de conservar la tranqui- 
lidad y el orden público, por todos los medios pacíficos y legales que la 
* razón y la prudencia pueden aconsi>jar, nos hemos lanzado á la plaza pú- 

blicfi para hacer desaparecer la única causa de la extrema alarma en que 
hemos vivido estos últimos dfas, y el único obstáculo que se presenta 
para el orden y la paz, de que tanto necesita nuestro pobre pafs. 

Los extravíos del general don Venancio Flores en el ejercicio de la Pre- 
r sidencia de la República, importan algo más que las causas que designa 

la Constitución para la destitución de los funcionarios públicos, y la san- 
ción de esos extravíos con que de antemano contaba el general Flores, 
precisamente por la Institución que debía refrenarlos, colocan al Presi- 
dente de la República fuera de las condiciones constitucionales. 

Los ciudadanos nos hemos visto obligados á asegurar muchas garantías 
^ amenazadas, asumiendo de hecho y para ese solo y único objeto, el ejer^ 

i cicio de la soberanía. 

Conciudadanos: Pongamos las manos sobre nuestras conciencias y en 
contraremos que hemos cumplido un deber y no hemos atropellado nin- 
gún derecho. ¿Cómo resignarse á que todo un país ansioao de paz y 
tranquilidad, sea torturado por los caprichos de un hombre, caprichos 
que más de una vez lo han llevado á violar abiertamente la ley funda- 
mental ? 

k 

Job6 Maria Muñox, 



- 230 - 

Triunfante la revolución de los conservadores, se apre- 
suró á constituir un Gobierno provisional, compuesto de 
don Luis Lamas, como Presidente; don Lorenzo Batlle, 
Ministro de la Guerra; doctor don Francisco Solano 
Antuña, Ministro de Gobierno; y el doctor don Manuel 
Herrera y Obes, Ministro de Hacienda y Relaciones Ex- 
teriores. 

Entretanto, el general Flores, que, como hemos dicho» 
se había retirado de la capital, «extendió la voz al cau- 
dillaje de campaña, que no tardó en rodearlo. Con un 
ejército de 2,000 hombres, se aproximó varias veces á la 
ciudad con ánimo de atacarla, retirándose siempre, no sin 
escapar una ocasión á la persecución de don José María 
Muñoz y Francisco Tajes, que salieron con una columna 
á su encuentro (1).» 

3. Renuncia de don Venancio Flores. — Así per- 
manecieron ambos bandos unos cuantos días, hasta que 
intervino César Díaz, quien, trasladándose al campamento 
de Flores, le planteó el siguiente dilema: la renuncia ó 
la guerra civil, optando Flores por lo primero, á cuyo 
efecto dimitió su elevado cargo por medio del siguiente 
documento: 

Honorable Asamblea. General. 

Los acontecimientos inesperados que han tenido lugar 
en los últimos días de Agosto ppdo., y de que V. H. 
está en perfecto conocimiento, me han decidido á pre- 
sentar renuncia irrevocable y espontánea del cargo de 
Presidente de la República, con que fui honrado por la 
H. Asamblea General el 12 de Marzo de 1854. 

Quiera la divina Providencia, que este paso á que me 
resigno con gusto en obsequio al bienestar y felicidad de 
la patria, para evitarle que corra sangre de orientales, 
sea acogido saludablemente por todos. 

(l) Gwloa Oneto Viana: c El pacto de la unión» (11 de Noviembre 
de 1856). Montevideo, 1900. 



- 231 - 

Dignaos, honorables Senadores y Representantes, acep-» 
tarla, admitiendo los respetos y gratitud de vuestro com* 

patriota. 

Venancio Flores. 



UB55-56 

SUMARIO: 1. Elección del señor Bastamante. — 2. El partido de la 
Unión Liberal, —3. El pacto de la Uoión. —4. Bevoladóa de los Con- 
servadores,— 6, Epílogo funesto. —6. Elección de don Gabriel Antonio 
Pereira. — 7* Betiradá del c Ejército Auxiliar». 

1. Elección del 8£5foR Bustamante. — Reunida en 
«1 Cardal, cercanías de la Unión, la Asamblea Nacional 
procedió á aceptar la renuncia del general Flores el día 10 
de Septiembre de 1855, encargando de la Presidencia de la 
República al Presidente del Senado, ciudadano don Ma- 
nuel Basilio Bustamante, « del mismo color político que el 
general Flores, instruido, inteligente, honorable, lleno de. 
nobles aspiraciones por el bien público, que creía de cora- 
zón que la patria no era el reinado absoluto de un cír- 
culo ó facción, y que con ideales levantados, trató de 
mandar en todos los orientales, estableciéndose así otra 
vez las bases de una política nacional (1).» 

2. £l pabtido DE LA Unión Liberal. — £1 partido 
conservador cambió á la sazón de nombre, adoptando el 
de unión Liberal^ pretendiendo con esta denominación 
atraerse partidarios, conseguir la unión de los orientales 
y asegurar la paz de la República; programa muy bien 
intencionado, pero poco práctico, desde que los conserva- 
dores habían desalojado del poder al elemento florista, 

(1) Lois Santiago Botana: Rasgos de cuhninistraeiones nacionales , Mon» 
teTideo, 1895. 



— 232 - 

que continuaría siéndole hostil, como así sucedió. Este 
pensamiento no alcanzó el fin propuesto, no siendo sus- 
crito el programa sino por determinado número de firmas, 
dando como consecuencia la unión de Flores y Oribe, 
que hicieron causa común para impedir el triunfo de la 
Unión LdberaL 

3. El pacto de la Unión. — Reducida, pues, la in- 
fluencia del general Flores al círculo que lo acompaña 
en los últimos tiempos de su gobierno, y apartado de los 
conservadores, el ex Presidente se entregó en brazos de 
Oribe, celebrando con él un pacto, llamado de la Unión, 
por el cual estos dos prohombres de la política uruguaya 
hacían un llamamiento á todos los orientales á fin de uni- 
ficar sus opiniones en la próxima elección presidencial, 
renunciando por su parte á sus respectivas candidatu- 
ras (1). 

(1) Consecuencia de este acuerdo fué el siguiente manifiesto: 

«AL PUEBLO ORIENTAL 

c La desgraciada situación en que se halla la Bepública proviene de 1» 
discordia que incesantemente la ha conmovido, desde los primeros días de 
nuestra existencia política. 

«La desunión ha sido y es la causa permanente de nuestros males, j 
es preciso que ella cese antes de que nueyas connilBiones completen la 
ruina del Estado, extinguiendo nuestra vacilante nacionalidad. 

« Mientras existan en el país los partidos que lo dividen, el fuego de 
la discordia se conservará oculto en su seno, pronto á inflamarse coi^ el 
menor soplo que lo agite. 

« El orden público estará siempre amenazado ; expuesta la República 
al terrible flagelo de la guerra civil, que ya no puede sufrir sin riesgo de 
.BU disolución, para caer bajo el yugo del extranjero. 

« En esa inteligencia, y persuadidos de qae una de las causas que máa 
contribuyen á agravar la situación del país, procede de las miras enoon- 
tradas de esos partidos, en los momentos mismos en que convendría uni« 
formar la opinión pública acerca de la persona llamada á presidir los des- 
tinos de la nación desde el l.*> de Manso del 56, los brigadieres genera- 
les don Venancio Flores y don Manuel Oribe, deseosos de evitar á sus 
conciudadanos, todo motivo de desinteligencia por la suposición de aspira- 
ciones ó pretensiones penonales de que se hallan exentos, declaran por 



- 233 - 

4. Eevolución DE LOS «CONSERVADORES». — Elmismo 
dia que se hizo público por la prensa el texto del pacto, 
don Femando Torres, acompañado del diputado Fran- 
cisco Veira, visitaba al Presidente de la República para 
imponerle detalladamente de la gravedad de la situación. 
Pocos días después los señores don Luis Lamas y don 
Juan Pedro Ramírez hacían igual cosa, obteniendo, como 
los primeros, la indiferencia del jefe del Estado. Don José 
Gabriel Palomeque y el doctor Mateo Magariños Cervan- 
tes se apersonaron al señor Bustamante, sin que pudie- 
sen conseguir más que los anteriores. 

«£1 24 de Noviembre, próximamente á las 12 de la 
noche, don Fernando Torres y el doctor José María Mu- 
ñoz se apoderaron del fuerte de San José y la Casa de 
Gobierno. Al mismo tiempo los suyos se hacían dueños 
del cuartel de Artillería. AI amanecer del día 25 los con' 
servadores dominaban gran parte de la ciudad. £1 Go- 

8u parte, de la manera más solemne, que renuncian la candidatura de la 
Presidencia del Estado. 

« En ese concepto invitan á todos sus conciudadanos á unirse en el su- 
premo interés de la pstria, para formar un solo partido de la familia 
oriental, adhiriéndose al signiente 

cPBOGRAMA 

« 1.* Trabajar por la extinción de los odios que hayan dejado nuestras 
pasadas disensiones, sepultando en perpetuo olvido los actos ejercidos bsjo 
su funesta influencia. 

«2.0 Observar con fidelidad la Constitución del Estado. 

c3.* Obedecer y respetar al Gobierno que la nación eligiere por medio 
de sus legítimos representantes. 

<4.® Sostener la independencia é integridad de la Bepública, consa- 
grando á su defensa hasta el último momento de la existencia. 

«5.« Trabajar por el fomento de la educación del pueblo. 

«6.« Sostener por medio de la prensa la cansa de las luces y de los 
principios, discutiendo las materias de interés general, y propender á la 
marcha progresiva del espíritu público, para radicar en el piueblo la adhe- 
sión al orden y á las Instituciones, á fin de extirpar por este medio el 
germen de la anarquía y el sistema del caudilfaje.— Villa de la Unión, 
11 de Noviembre de 1856.— Venancio Flores, — Manuel Oribe. * 



-234 - 

bienio quedó encerrado en el Departamento de Policta 
(Cabüdo). 

«A las 11 de la noche los soldados s^bernistas forman 
cantones en las esquinas de la plaza Constitución y ocu- 
pan las torres de la Matriz. Á las 12 los revolucionarios 
avanzan resueltos por la calle del Rincón y rompen el 
fuefi^o, que fué contestado severamente desde las posicio- 
nes gubernistas, cuyas balas mataron, entre otros, al hijo 
de Francisco Tajes é hirieron al mayor Hubo* Poco des- 
pués se restableció la calma, pero desde las 2 de la tarde 
hasta el anochecer no cesó el fuego en las calles de 
Treinta y Tres, Buenos Aires y Reconquista. Don Ve- 
nancio Flores fué nombrado Comandante General de Ar- 
mas. El día 26 se hace fuego incesante desde la Aduana 
y las calles adyacentes por las fuerzas del cuartel de 
Artillería. 

«Nombrado el doctor Florentino Castellanos Ministro 
General, se concierta el armisticio y se inician negocia- 
ciones de paz. Convenido el desarme, estando los revolu- 
cionarios esperando órdenes del Gobierno, los puntos mili- 
tiares ocupados por el doctor Muñoz fueron hostilizados» 
violándose así abiertamente el armisticio. Entretanto, don 
Manuel Oribe llegaba con fuerzas al Cabildo para auxi- 
liar á don Venancio Flores. Esto produjo estupor en las 
filas revolucionarias. Exigió entonces el doctor Muñoz la 
permanencia del Escuadrón de Artillería, con una pequeña 
reforma en su mayoría, en guardia de sus personas, ó el 
desarme general y simultáneo de todas las fuerzas últi- 
mamente armadas, inclusas las que estaban bajo las órde- 
nes de Oribe, pero no se pudo arribar á un acuerdo. 

«El día 28 á las 4 de la mañana se rompe un fuego 
horrible. Las fuerzas revolucionarias establecen su línea 
en la calle Misiones de Norte á Sur, mas los soldados 
gubernistas van ganando terreno y desalojándolas. Los 
fuegos de la artillería revolucionaria, desde el patio del 



-235 - 

Fuerte, por elevación, desalojan en parte á los soldados 
del Gobierno acantonados. 

«El £stado Mayor ordena á todos los jefes, oficiales é 
inválidos que se presenten al Cabildo á reci'bir órdenes 
del Comandante General de Armas. 

«Renunció el doctor Florentino Castellanos, que había 
aceptado el Ministerio General con la condición de que 
no se volvería á las hostilidades. El Gobierno tomó me- 
didas extraordinarias. Declara responsables de las conse- 
<;uencias de las perturbaciones del orden público á don 
José María Muñoz, don Fernando Torres y don Eduardo 
Bertrand. Obliga á los empleados públicos á tomar las 
armas bajo pena de destitución, y dicta una serie de dis- 
posiciones á cual más arbitrarias, tendientes á poner de 
una vez término á aquella situación. 

«La rebelión se prolonga un día más, en medio de una 
lucha cruenta y desigual, hasta que al fin fué completa- 
mente aniquilada por las fuerzas de Oribe y Flores. Don 
José María Muñoz, don Fernando Torres y don Eduardo 
Bertrand y unos 200 revolucionarios más se embarcaron 
en el «Constitución» para Buenos Aires, otros se refu- 
giaron en las casas próximas, y los restantes con Fran- 
cisco Tajes ganaron las afueras de la ciudad (1).» 

5. Epílogo funesto. — Restablecido el orden, aunque 
no resuelto el arduo problema político planteado después 
de terminada la Guerra Grande, el gobierno del señor 
Bustamante dictó una. serie de disposiciones encaminadas 
á anular la influencia del general Flores y facilitar á los 
hombres del Cerríto su acceso al poder. 

En efecto, se restableció el pasaporte, institución con- 
traría al espíritu de la Carta fundamental de la Repú- 
blica ; se prohibió su vuelta al país á los señores Muñoz, 
Torres y Bertrand; se permitió al señor Oribe que acre- 
centara su influencia, al extremo de crear conflictos con 

(1) Carlos Oneto y Yiana: El Pacto de la Unión. 



- 236 - 

la República Argentina, y hasta el órgano que en la 
prensa poseía este personaje llegó á proponer que el Go- 
bierno se instalase en la villa de la Unión, y el antiguo 
pueblo « Restauración », residencia favorita de Oribe desde 
su vuelta de Europa, fuese declarado capital de la Repú- 
blica. 

Don Manuel Basilio Bustamante, cuya interinidad ter- 
minó el 15 de Febrero con la elección de don José Ma- 
ría Pía, electo Presidente del Senado, dejaba constatado 
en un documento público el estado miserable á que ha- 
bía quedado reducido el país por sus desquicios y la ín- 
dole de su política, pues en el mensaje que leyó ante la 
Asamblea General confesaba que « la decadencia de 
nuestro comercio, el desaliento de nuestra hacienda pú~ 
blica, la despoblación de nuestras ciudades, eran hechos 
de tal notoriedad, que el Poder Ejecutivo no los men- 
cionaría especialmente si no fuese por la positiva necesi- 
dad de recordar su existencia, á ñn de hacer cesar cuanto 
antes su perjudicial influencia.» 

Por otra parte, según la documentación oficial, el país 
se encontraba agobiado por una enorme deuda, que el 15 
de Febrero de 1856 ascendía á más de sesenta millones 
de pesos. 

6. Elección de don Gabriel Antonio Pereira. — 
«Una de las cláusulas establecidas en el pacto de los 
genert^es era propender á la elección del Presidente de 
la República. Ésta tuvo lugar al fin con el concurso de 
los dos partidos y el voto de las mismas Cámaras que 
habían elegido al general Flores y no terminaron su pe- 
ríodo legal. No abandonó por esto el campo el partido 
llamado ConservadoVj que, aunque diminuto y reciente- 
mente vencido, se presentó en la palestra trayendo el 
candidato de sus simpatías. Éste era el general don Cé- 
sar Díaz (1), el que trabajaba por la Presidencia de la 

( 1 } « César Dfaz era UDa penonalidad culminante, de méritoa indisea- 
tibles, qne se destacaba en el escenario político con caracteres propios. 



- 237 — 

Bepáblica. £a cuanto á los generales Oribe y Flores, se 
hallaban en desacuerdo, presentando el primero la can- 
didatura del señor Gabriel Antonio Pereira y el segundo 
la de don Francisco Agell. 

«El general Díaz se había presentado resueltamente, y 
su candidatura era apoyada por la prensa de su bando, 
habiendo ganado prosélitos en las Cámaraá. 

«Electo por fin el señor Pereira Presidente de la Re- 
pública con el aporo de los dos caudillos, se hubiese di- 
cho que su gobierno reposaría por lo menos sobre la ga- 
rantía de una paz estable. No fué así, sin embargo. As- 
piraciones más ó menos legítimas, defraudadas por la 
elección del señor Pereira, pusieron en lucha las pasio- 
nes, y del choque agitado de las ideas surgieron los pri- 
meros amagos de un trastorno político, tanto más justiñ- 
cado en cierto modo, desde que no se había dejado á los 
ciudadanos completa libertad en el ejercicio de sus pre- 
rrogativas y desde que, para satisfacer las exigencias po- 
líticas del momento, se habían eludido las descripciones 
inviolables del Código fundamental. Actos son éstos que 
vamos á encontrar muy pronto en la marcha de los su- 
cesos (1).» 

7. Retirada del «Ejército Auxiliar».— «Meses an- 
tes de la nueva elección presidencial, se había retirado 
al Brasil el ejército de 4000 hombres de esa nación que, 
en cumplimiento de los tratados de Octubre de 1851, ha- 
bía mandado el Gobierno imperial á garantir la «existen- 
cia de los poderes legales desde 1854; garantía sin resul- 

Hombre enérgico, de carácter inflexible, militAr de escuela, escritor dis- 
tinguido, de ciará inteligencia y vasta ilustración, su vida había sido de 
lucha incesante para la civilización. Odiaba al caudillaje, al que desde 
muy joven había combatido con todas sus energías. Siendo niño formaba 
ya en las fitmosas legiones de paz, batiéndose resuelto en los llanos y 
sierras de Córdoba contra las hordas nemi-salvajes de Facundo.» (Carlos 
Oneto Viana, ob. cit.) 

(1) Antonio Díaz: Historia Politiea y MüUar de las Repúblieaa del Piata» 
Montevideo, 1878. 



- 238- 

tado real, como se ha visto, pues durante la permanencia 
del ejército brasileño en Montevideo se sucedieron varios 
gobernantes, y más de una revolución sangrienta se pro- 
dujo en la capital, de cuyos sucesos fueron pasivos es- 
pectadores los soldados del Brasil. La garantia del ejér- 
cito brasileño terminaba al expirar los cuatro años, que 
debía durar la Presidencia de Giró (1).» 



FIN DEL TOMO II 



I 



(1) Jnlián O. Miranda: Ompendio de Bistoria Naekmal 



ÍNDICE 



Pág8. 

Pl'esidenciaB 7 Dictaduras 5 

Capitulo I Presidencia de Bivera 11 

II Presidencia de Oribe 49 

III Segunda Presidencia de Rivera ^ 99 

lY Gobierno de Suárez 145 

y Después de la Guerra Grande 211 



r 



PAUTA PARA LA COLOCACIÓN DE LAS LÁMINAS 



TOMO I 

Don Manuel Calleros 59 

> Juan Antonio Lavalleja 138 

> JoséBondeau ^34 

TOMO 11 

t 

Don Fructuoso Bi^ra ^ 

. Manuel Oribe ^^ 

» Joaquín Suárez 

. Juan F. Giró 2^*