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Full text of "Heraldos de Cristo Rey : el rev. p. Miguel A. Pro, S.J., y sus compañeros víctimas de la persección religiosa en México : contrastes de grandeza y ruindad"

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L1BRARY  OF  PR1NCETQN 
AUG  -  7  2006 


THEOLOGICAL  SEMINARY 


BR610   .S63  1928 
Smartz j ,  Francisco  de  B. 
Heraldos  de  Cristo  Rey  :  el 
rev.  p. 

Miguel  A.   Pro,   S.J.,  y  sus 

compageros 

tes  de  grande 


Digitized  by 

the  Internet  Archive 

in  2014 

https://archive.org/details/heraldosdecristoOOsmar 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


El  Rev.  R  Miguel  A.  Pro,  S.  J., 
y  sus  compañeros  víctimas  de  la  persecución 
religiosa  en  México 

(Contrastes  de  grandeza  y  ruindad) 


Francisco  de  B.  Smartzj 


A  P  C® 

Asociación  Pro-Cultura  Occidental,  A.C. 
Guadalajara,  Jalisco,  México 


Primera  edición  1928 

El  Diario  de  El  Paso-Estados  Clnidos 


Queda  prohibida  la  reproducción  parcial  o  total  de  esta  obra 
por  cualesquier  medios,  ya  sea  mecánico  o  digitalizado  u  otro 
medio  de  almacenamiento  de  información,  sin  la  autorización 
previa  por  escrito  del  editor. 


©  Copyright 
Derechos  Resé 
Segunda  edición! 
Junio  de  2005 
Editorial  APC 
Avenida  Américas  #384 
C.  R  44600 
Tel.  (33)  36-30-61-42 
Guadalajara,  Jalisco,  México 
www.editorialapc.com.mx 
0199 


:so  i 


Impnesp  en  México. 


Printed 


in  México. 


IT 


¡Caridad  de  Dios  Santo  ! ¡En  tu  seno  me  abismo  ! 

Ya  sólo  Tú  me  bastas,  fuente  de  caridad. 

¡Hiere  pues  a  tu  víctima  I  Y  que  a  un  tiempo  mismo,  pues 

» 

todo  te  lo  he  dado,  nada  me  quede  ya. . . 


(Final  de  una  sentida  composición  del  R.  R 
Pro,  escrita  en  francés  pocos  meses  antes  de 

volver  a  la  patria). 


Indice 


A  los  hermanos  de  los  campeones  1 1 

Torrentes  de  sangre  15 

Las  víctimas  19 

Juez,  testigo,  acusador  y  verdugo  27 

Patrañas  oficiales  33 

El  imperio  de  la  ley  39 

Heroica  púrpura  47 

Filigranas  de  hiena  53 

Verdadero  crimen  59 

El  apóstol  esforzado  69 

Sanción  popular  79 

Segura  y  Tirado  85 

Himno  triunfal  89 


A  los  hermanos  de 
los  campeones 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


13 


os  campos  perfectamente  deslindados  sos- 
tienen en  nuestros  días  una  gigantesca  lu- 
cha en  el  legendario  país  de  Anáhuac:  de 
una  parte  los  magnánimos  defensores  de  la  libertad 
en  sus  más  nobles  representaciones;  en  la  otra  se 
hallan  los  criminales  de  toda  especie:  aquéllos,  faltos 
de  todo  humano  apoyo  y  abandonados  a  su  propia 
suerte;  éstos,  dueños  de  las  riquezas  nacionales  y  con 
abundancia  de  recursos  materiales:  los  primeros  con- 
fiados en  la  nobleza  de  su  causa  y  en  la  protección 
divina,  tremolan  la  bandera  de  la  civilización  cristia- 
na; sus  contrarios,  la  de  la  barbarie  más  feroz,  la  del 
despotismo,  la  de  la  tiranía  en  sus  más  repugnantes 
aspectos,  respaldados  por  el  abrumador  poderío  de 
los  Estados  Unidos  y  por  la  criminal  indiferencia  de 
pueblos  que  se  precian  de  cultos. 

Enfrente  de  los  mártires1  que  sonríen,  perdonan  y 
bendicen,  están  los  verdugos  que  ultrajan,  calumnian 
y  blasfeman...  Es  la  antítesis  más  perfecta  del  valor  y 
la  cobardía,  de  la  grandeza  moral  con  sus  destellos 


1  Al  usar  esta  palabra,  no  pretendemos  prevenir  el  juicio  de  la 
Santa  Iglesia. 


14   ^  Francisco  de  B .  Smartzj  É¡ 

sublimes  y  la  degradación  con  sus  más  repulsivas  ruin- 
dades... 

Tres  elementos  se  han  distinguido  notablemente 
en  las  huestes  del  derecho  cristiano:  los  sacerdotes 
con  su  abnegación,  su  prudencia  y  su  celo;  las  juven- 
tudes católicas  de  ambos  sexos  con  sus  santos  entu- 
siasmos y  derroches  de  heroísmo,  y  el  pueblo  humil- 
de con  sus  sacrificios  y  su  incontrastable  fidelidad. 

Y  como  las  epopeyas  de  las  naciones  y  de  las  razas 
se  escriben  con  las  gloriosas  hazañas  de  sus  héroes; 
al  sacerdocio,  a  las  juventudes  católicas  y  a  los  pue- 
blos latinoamericanos,  genuinos  hermanos  de  los 
campeones,  dedica  este  episodio  de  la  gigantesca 
lucha. 


El  Autor. 

New  York,  diciembre  de  1927 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


17 


/p  ólo  la  Revolución  Francesa  con  el  rechinar 
continuo  de  la  guillotina  es  comparable  al 
espectáculo  del  infortunado  pueblo  mexi- 
cano, üno  tras  otro,  con  rapidez  aterradora,  van  ca- 
yendo los  más  esforzados  campeones  del  derecho  cris- 
tiano; una  tras  otra  son  segadas  por  la  furia  implaca- 
ble de  los  perseguidores,  vidas  jóvenes,  las  más  lle- 
nas de  halagadoras  esperanzas. 

Hasta  el  presente  se  conocen  los  nombres  y  sitios 
en  que  han  sido  sacrificados  ciento  cincuenta  sacer- 
dotes por  el  único  delito  de  cumplir  con  su  sagrada 
misión;  los  jóvenes  de  la  ACJM  que  han  sucumbido 
al  empuje  del  furor  anticristiano  forman  legión  y  aún 
hay  muchísimos  valientes  atletas  de  la  fe  que  han 
desaparecido  de  las  mazmorras. 

Acaban  de  caer,  acribillados  por  las  balas  de  los 
verdugos,  tres  ilustres  víctimas:  el  R.  R  Miguel  A.  Pro, 
S.  J.,  su  hermano  el  joven  paladín  del  derecho  católi- 
co Humberto  y  el  ingeniero  Luis  Segura  Vilchis  pro- 
minente miembro,  como  el  anterior  de  la  ACJM. 

El  caso  es  típico,  porque  revela  con  espantosa  cla- 
ridad los  nefandos  abismos  de  crueldad  e  injusticia  a 
que  han  descendido  los  abominables  opresores  del 
pueblo  mártir. 


Las  víctimas 


♦ 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


V  21 


1  R.  R  Pro,  S.  J.,  vio  la  luz  primera  el  18  de 
enero  de  1891,  en  el  importante  y  pintores- 
co centro  minero  de  Concepción  del  Oro,  es- 
tado de  Zacatecas. 

Era  muy  joven  aún,  cuando  su  papá  el  Sr.  Miguel 
Pro,  hizo  trasladar  toda  la  familia  a  la  ciudad  de  Saltillo 
a  fin  de  atender  mejor  sus  numerosos  negocios  mine- 
ros: cursada  allí  toda  la  instrucción  primaria,  empezó  a 
ayudar  a  su  padre  en  la  administración  de  sus  nego- 
cios para  los  que  mostraba  muy  notables  cualidades. 

Recibido  en  la  Congregación  Mariana,  muy  pronto 
conoció  que  Dios  le  llamaba  a  la  Compañía  de  Jesús. 
No  le  faltaban  alentadores  ejemplos  en  su  virtuosa 
familia:  sus  dos  hermanas  mayores  habían  ya  abraza- 
do la  vida  religiosa  y  su  madre  la  señora  doña  Josefa 
Juárez  era  modelo  de  madres  cristianas  y  de  una  no- 
table conformidad  con  la  voluntad  divina. 

Ingresó  al  noviciado  de  El  Llano  (Mich.,  México)  el 
10  de  agosto  de  191 1.  No  tardaron  las  terribles  prue- 
bas que  le  habían  de  preparar  al  martirio  y  que  siem- 
pre sobrellevó  con  la  sonrisa  en  los  labios:  nadie  que 
le  viese  en  todas  ocasiones  tan  jovial  y  comunicativo, 
hubiese  podido  sospechar  sus  amargas  penas. 


22   ^  Francisco  de  B .  Smartzj  ^ 

AI  arrasar  la  República  en  1914,  aquella  ola  de  cie- 
no y  sangre  que  se  llamó  Revolución  Carrancista,  cuna 
militar  y  política  de  los  actuales  gobernantes,  empe- 
zaron a  llegarle  tristísimas  nuevas:  su  padre  persegui- 
do y  despojado  de  todos  sus  bienes  huía  para  salvar 
la  vida  entre  tanto  que  su  acongojada  madre,  desti- 
tuida de  todo  humano  recurso,  se  encaminaba  a 
Guadalajara  con  los  cuatro  hijos  menores,  en  busca 
de  un  lugar  más  seguro. 

Muy  pronto  llegaron  también  hasta  su  apacible  re- 
tiro, los  horrores  de  la  revolución.  Ocupada  la  cerca- 
na ciudad  de  Zamora  (Mich.)  por  las  avanzadas  carran- 
cistas  y  merodeando  feroces  grupos  de  revoluciona- 
rios, decidieron  los  superiores  que  fuese  abandonada 
la  casa  de  formación.  Desde  el  15  de  agosto  empeza- 
ron a  dispersarse  los  jóvenes  religiosos  en  grupos  de 
dos  o  tres,  yendo  unos  a  las  haciendas  cercanas,  otros 
a  sus  propios  hogares  y  los  restantes  a  diversas  casas 
amigas  de  Zamora.  A  esta  ciudad  se  dirigió  el  R  Pro 
con  otros  tres  compañeros  al  atardecer  del  mismo  día 
15,  donde  estuvo  atendido  por  una  ejemplar  familia 
hasta  el  29  del  mismo  mes,  fecha  en  que  se  encami- 
nó a  Guadalajara. 

No  faltaron  sobresaltos  y  peligros  durante  estos 
días,  mas  aumentaron  cuando  el  cabecilla  Amaro  (ac- 
tual Ministro  de  Guerra  y  Marina  en  el  Gabinete  callis- 
ta), llegó  a  la  ciudad  y  empezó  una  cruel  persecución 
contra  los  sacerdotes  y  capitalistas:  cáteos  de  hoga- 
res, amenazas,  prisiones,  multas,  saqueos,  horribles 
profanaciones  y  tormentos  se  repetían  diariamente..., 
el  mismo  Amaro  abofeteó  delante  de  sus  chusmas  a 
un  anciano  sacerdote  y  se  untó  con  la  abundante  san- 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


23 


gre  que  corría  por  el  rostro  de  la  venerable  víctima  las 
manos  diciendo  a  sus  soldados:  "para  que  vean  cómo 
no  se  me  secan  los  brazos  con  la  sangre  de  curas...". 

Tales  atrocidades  impulsaron  a  los  superiores  a 
ordenar  que  algunos  abandonasen  la  ciudad:  entre 
los  señalados  estaba  el  R  Pro,  quien  disfrazado  de  cam- 
pesino pudo  pasar  por  entre  los  guardias  la  noche  del 
29  de  agosto  con  un  compañero.  Con  otros  tres  jóve- 
nes religiosos  que  se  le  unieron  al  día  siguiente,  em- 
prendió una  larga  y  peligrosa  caminata,  la  mayor  par- 
te del  tiempo  a  pie,  por  carreteras  fangosas  e  infesta- 
das de  feroces  carrancistas,  hasta  la  estación  Negrete. 

De  los  tres  días  que  duró  la  penosa  travesía,  uno  lo 
tuvieron  que  pasar  oculto  en  los  bosques  para  evitar 
caer  en  manos  de  una  turba  de  revolucionarios. 

Llegó  a  Guadalajara  el  2  de  septiembre  disfrazado 
de  criado  de  sus  compañeros  y  cargando  el  equipaje 
de  todos.  Durante  el  mes  que  permaneció  allí,  a  pe- 
sar de  la  profunda  pena  que  le  causaba  la  extrema 
necesidad  de  su  antes  acomodada  familia,  fue  siem- 
pre quien  más  alentó  con  su  carácter  alegre  y  su  ejem- 
plar conducta  a  sus  trece  compañeros  repartidos  en 
diversas  casas. 

El  2  de  octubre  se  despidió  de  su  familia  y  empren- 
dió el  camino  del  destierro,  yendo  a  los  Estados  Uni- 
dos donde  estuvo  hasta  el  mes  de  junio  siguiente.  En 
Granada  (España),  pasó  los  cinco  siguientes  años 
dedicado  a  los  estudios  de  Retórica  y  Filosofía  y  en 
1920  fue  destinado  al  Colegio  Centro  América  de 
Granada  (Nicaragua),  donde  se  distinguió  por  su  in- 
cansable laboriosidad  y  su  abnegación  a  toda  prue- 
ba. Volvió  de  nuevo  a  España  para  cursar  la  Sda.  Teo- 


24-* 


Francisco  de  B. 


logia  en  Sarriá-Barcelona,  pero  transcurridos  dos  años, 
es  decir  en  julio  de  1924,  fue  enviado  a  Bélgica  con  el 
fin  de  que  se  especializara  en  los  estudios  sociales 
para  los  que  mostraba  singular  aptitud. 

En  1925  vio  coronados  los  anhelos  de  toda  su 
vida,  al  recibir  las  sagradas  órdenes  y  aunque  casi 
todo  el  curso  siguiente  estuvo  recluido  en  hospita- 
les y  sanatorios  atendiendo  a  su  delicada  salud,  no 
pensaba  sino  en  volar  a  su  patria  para  tomar  parte 
en  la  heroica  lucha  que  sostenía  la  Iglesia  contra  las 
leyes  opresoras:  llegó  a  México  el  8  de  julio  de  1926, 
cuando  ya  habían  sido  promulgadas  las  leyes  que 
hacen  de  la  Iglesia  una  dependencia  insignificante 
del  Estado,  y  desde  que  pisó  el  suelo  patrio  hasta  el 
glorioso  día  de  su  martirio,  fue  un  verdadero  cam- 
peón de  la  causa  católica. 

Los  otros  dos  jóvenes  que  juntamente  con  él  ofren- 
daron su  sangre,  eran  hermosas  flores,  llenas  de  hala- 
gadoras esperanzas,  en  ese  devastado  jardín  de  la  Igle- 
sia mexicana.  Humberto,  digno  hermano  del  P.  Pro, 
contaba  apenas  24  años  y  ya  se  había  distinguido 
notablemente  entre  los  heroicos  jóvenes  que  en  Méxi- 
co lo  han  sacrificado  todo  a  la  defensa  de  los  sagra- 
dos derechos  de  Cristo  Rey,  por  sus  dotes  organiza- 
doras, su  valor  y  su  talento.  Tuvo  la  gloria  de  ser  el 
primero  en  ir  a  los  calabozos  juntamente  con  el  esfor- 
zado líder  Lic.  René  Capistrán  Garza,  cuando  los  ca- 
tólicos empezaron  a  intensificar  la  defensa  legal  de 
sus  derechos  tan  inicuamente  desconocidos. 

El  joven  ingeniero  Luis  Segura  Vilchis,  presidente 
de  la  ACJM  en  Guadalupe  Hidalgo,  era  también  un 
incansable  luchador  de  Cristo:  sus  27  años  de  edad 


^  Heraldos  de  Cristo  Rey  25 

formaban  ya  una  gloriosa  vida  de  sacrificios,  he- 
roicidades, luchas  y  persecuciones  por  la  justicia.  Lo 
único  que  parece  desprenderse  de  unos  documentos 
que  la  policía  dice  haber  encontrado  en  su  casa  (pu- 
dieron haberlos  hallado  en  cualquiera  otra  de  las 
muchas  casas  allanadas),  es  que  remitía  parque  y  ar- 
mas a  los  héroes  que  abandonados  de  todo  el  mun- 
do, han  jurado  no  dejar  las  armas  hasta  no  ver  plena- 
mente respetados  los  derechos  de  Cristo  en  la  nación 
mexicana. 

Y  si  este  es  crimen  que  merece  la  muerte,  tendrán 
que  ser  llevados  al  cadalso  todos  los  mexicanos  que 
sientan  latir  en  su  pecho  un  corazón  honrado,  pues 
desde  que  los  perseguidores  rechazaron  con  innobles 
burlas  la  petición  calzada  con  las  firmas  de  más  de 
dos  millones  de  ciudadanos,  todos  los  buenos  mexi- 
canos en  mayor  o  menor  escala,  son  reos  del  mismo 
delito,  ¡o  por  lo  menos  quieren  serlo! 


testigo,  acusador 
y  verdugo 


Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  29 


orno  el  general  Roberto  Cruz  desempeña  un 
papel  tan  principal  en  este  acontecimien- 
to, es  indispensable  decir  unas  cuantas  pa- 
labras acerca  de  su  personalidad. 

Nombrado  Inspector  General  de  Policía  de  la  Capi- 
tal desde  hace  más  de  dos  años,  ha  tomado  parte  muy 
activa  en  los  más  vergonzosos  actos  de  la  actual  tira- 
nía: es  el  mismo  general  que  con  su  infame  látigo  cru- 
zó el  rostro  a  honorables  damas  de  la  aristocracia 
mexicana  en  febrero  de  1926,  es  el  que  ha  mandado 
violar  a  señoritas  y  dar  tormento  a  jóvenes  y  caballe- 
ros en  castigo  de  ser  fieles  a  su  religión.  Pero  el  retra- 
to más  fiel  de  este  siniestro  personaje,  lo  ha  trazado  el 
notable  periodista  inglés  Mr.  F  Mac-Cullagh,  quien 
habiendo  visitado  a  México  después  de  Rusia,  no  duda 
en  afirmar  que  el  espectáculo  que  se  presentó  a  sus 
ojos  "fue  en  muchos  aspectos  mucho  más  espanto- 
so aun  que  el  que  había  presenciado  en  Rusia".  Y  poco 
después  refiriéndose  al  general  Cruz,  dice:  "El  señor 
inspector  general  Roberto  Cruz,  el  Djerjindsky  mexi- 
cano, es  un  hombre  de  unos  cuarenta  años,  alto,  grue- 
so con  cuello  de  toro,  no  usa  ese  bigote  a  modo  de 
cepillo  de  dientes  que  suelen  llevar  con  afectación  los 
generales  mexicanos,  que  en  su  vida  han  visto  la  ver- 


30  ^  Francisco  de  B .  Smartzj  ^ 

dadera  guerra,  y  tiene  la  cara  bien  afeitada,  pulida  y 
polveada  con  exceso.  Lo  mismo  que  su  amo  Calles  y 
que  la  mayor  parte  de  los  individuos  de  la  banda  ca- 
llista, el  general  Cruz  es  mestizo,  y  quizá  en  ese  hecho 
radica  la  explicación  de  la  brutalidad  con  que  trata  a 
las  mujeres  y  a  las  niñas  inocentes  que  son  arrastra- 
das a  su  presencia.  CJsa  uniforme  ceñido,  bien  corta- 
do, y  lleva  siempre  una  pistola  fajada  a  la  cintura.  Tie- 
ne otra  sobre  su  escritorio,  al  alcance  de  su  mano, 
cerca  de  su  fusta.  Por  más  que  tiene  casi  siempre  a  su 
disposición  un  costoso  automóvil,  regalo  de  su  ami- 
go Calles,  muestra  predilección  por  las  botas  de  mon- 
tar y  las  espuelas. 

Presenta  una  curiosa  mezcla  de  virilidad  y  de  femi- 
nidad. Se  perfuma  como  una  mujer  de  la  vida  alegre. 
No  ha  sido  nunca  más  que  policía,  no  se  ha  hallado 
nunca  cara  a  cara  con  un  hombre  armado,  de  igual  a 
igual,  sin  embargo  el  mariscal  von  Hindenburg  no  le 
supera  en  marcial  continente. 

Cruel  por  naturaleza  y  provisto  de  buena  dosis  de 
salvajismo  latente  que  sin  gran  trabajo  se  le  descu- 
bre, no  toma  en  cuenta  la  legalidad  más  que  un  toro 
furioso.  El  general  Cruz  mata  o  hace  deportar  a  los 
sospechosos  sin  la  menor  forma  de  juicio.  Hace  fusi- 
lar a  unos  en  los  calabozos  subterráneos  de  la  Inspec- 
ción General;  otros  enviados  al  presidio  mexicano  de 
las  Islas  Marías  en  el  Pacífico,  desaparecen  sin  expli- 
cación a  lo  largo  del  camino.  CIna  vez  llegaron  cua- 
renta deportados  a  Manzanillo,  el  puerto  de  salida  para 
las  Islas  Marías,  y  puestos  a  bordo  de  un  barco:  nunca 
se  volvió  a  saber  de  ellos  ni  del  barco2. 


2  Versión  de  El  Diario  de  El  Paso,  octubre  19  de  1927. 


♦ 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


31 


Tal  es  el  hombre  que  desempeña  el  múltiple  e  in- 
compatible oficio  de  juez,  acusador,  notario,  testigo  y 
verdugo:  es  el  único  que  interviene  en  las  declaracio- 
nes de  los  detenidos,  el  único  que  comunica  a  la  pren- 
sa lo  que  han  confesado,  el  único  que  supo  cuándo  y 
cómo  debían  ser  fusilados,  él  fue  finalmente  quien 
dirigió  y  presenció  satisfecho  el  horrible  asesinato  de 
las  víctimas. 

Al  público  ha  sido  comunicado  sólo  lo  que  el  Gral. 
Cruz  ha  declarado  y  en  este  asunto  hay  que  creerlo 
todo  bajo  la  honorabilidad  del  señor  inspector. 


Heraldos  de  Cristo  Rey  35 


1  13  de  noviembre  pasado,  pocas  horas  des- 
pués de  arribar  a  la  capital  mexicana  el  ge- 
neral Obregón,  ídolo  funesto  de  los  demago- 
gos revolucionarios,  fue  agredido  por  unos  cuantos 
hombres  que  tripulaban  un  auto:  encaminábase  a 
Chapultepec  cuando  una  bomba  que  estalla  en  su 
automóvil,  causa  algunos  destrozos  y  le  hiere  leve- 
mente con  unos  cristales.  Cuatro  eran,  según  los  in- 
formes oficiales,  los  tripulantes  del  carro  agresor;  uno 
quedó  herido  de  suma  gravedad  en  el  cerebro  por  las 
descargas  que  hicieron  los  acompañantes  de  Obre- 
gón, y  los  otros  tres  lograron  escapar. 

El  famoso  atentado  es  un  misterio,  pero  se  dan 
varias  explicaciones:  el  mismo  general  Obregón  lo  atri- 
buyó en  un  principio  a  sus  enemigos  políticos  exa- 
cerbados por  las  horribles  matanzas  del  general  Se- 
rrano y  demás  connotados  antirreeleccionistas  y  ni 
por  un  momento,  a  pesar  de  su  rabioso  anticleri- 
calismo, pensó  culpar  a  los  católicos;  otros  afirman 
que  el  autor  intelectual  del  complot  es  el  mismo  Ca- 
lles deseoso  de  continuar  pacíficamente  en  el  poder 
después  de  haber  hecho  que  las  Cámaras  prolonga- 
sen el  período  presidencial  dos  años  más,  y  finalmen- 


36   ^  Francisco  de  B .  Smartzj  ^ 

te  se  ha  rumorado  con  insistencia  que  la  responsabi- 
lidad es  del  ministro  Morones,  líder  de  la  CROM:  cual- 
quiera de  estas  dos  últimas  versiones  explicaría  la  pre- 
cipitación con  que  se  procedió  a  sacrificar  vidas  ino- 
centes, pues  así  se  alejarían  todas  las  sospechas  de 
los  verdaderos  autores  del  atentado. 

Desde  que  fue  capturado  hasta  que  murió,  el  dina- 
mitero herido  permaneció  en  la  más  completa  incons- 
ciencia a  consecuencia  de  una  grave  lesión  cerebral  y 
sin  embargo,  el  señor  inspector  general  de  policía  da 
la  estupenda  nueva  de  que  el  moribundo  había  reve- 
lado los  nombres  de  los  cómplices3. 

Los  telegramas  de  la  Prensa  Asociada  del  22  de 
noviembre  dan  cuenta  de  las  aprehensiones  del  R.  R 
Pro,  S.  J.,  de  su  hermano  Humberto  y  del  ingeniero 
Luis  Segura  Vilchis.  Otras  honorables  personas,  en- 
tre ellas  la  sobrina  de  uno  de  los  más  notables  obis- 
pos que  ha  tenido  México  el  limo.  Sr.  Montes  de  Oca, 
son  llevadas  a  las  prisiones,  se  catean  muchas  casas 
de  prominentes  católicos  y  lo  único  que  han  encon- 
trado, según  la  misma  información  oficial,  son  unos 
cuantos  revólveres  y  algunos  centenares  de  cartuchos 
destinados  a  los  indomables  campeones  que  defien- 
den la  libertad  religiosa  en  las  montañas  de  Jalisco  y 
Zacatecas.  Esto  es  lo  único  que  aparece  de  los  docu- 
mentos que  dicen  haber  recogido  en  los  registros  de 
las  moradas  de  católicos;  pero  el  general  Cruz  con 


3  Consúltese  el  detenido  estudio  sobre  el  atentado  y  sus  autores 
publicado  en  El  Diario  de  El  Paso,  27-30  diciembre  1927:  "La 
evidencia  de  un  crimen"  por  [.  Bravo. 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


37 


lógica  revolucionaria  deduce  la  culpabilidad  de  los 
detenidos  y  así  lo  comunica  a  la  prensa. 

¿Qué  pretendía  el  gobierno  con  tales  mentiras? 
Sencillamente  denigrar  la  causa  católica  tan  decidi- 
damente defendida  por  todo  el  elemento  sano  de  la 
República  haciendo  aparecer  a  los  católicos  ante  el 
mundo  como  complotistas,  denigrar  el  sacerdocio 
presentando  a  un  sacerdote  como  vil  criminal:  poco 
le  importa  que  después  se  descubra  la  verdad,  la  pri- 
mera noticia  dada  exclusivamente  por  los  elementos 
oficiales  se  esparce  por  todo  el  mundo  y  jamás  volve- 
rán a  aparecer  en  los  diarios  telegramas  que  hablen 
de  la  inocencia  de  los  calumniados. 

Quienes  estén  al  tanto  del  famoso  asalto  al  tren  de 
Guadalajara,  atribuido  al  Episcopado  y  descrito  por 
el  mismo  Calles  como  un  acto  de  salvajismo  sin  pre- 
cedente, cuando  fue  precisamente  todo  lo  contrario; 
quienes  recuerden  quién  falsificó  la  firma  del  Delega- 
do Apostólico  limo.  Sr.  Caruana;  quienes  sepan  de 
qué  medios  se  han  valido  los  perseguidores  para  de- 
nigrar la  fama  del  heroico  Prelado  de  Guadalajara; 
quienes  estén  enterados  de  las  recientes  declaracio- 
nes de  Miguel  Avila,  detective  norteamericano,  quien 
expuso  ante  el  Senado  de  Estados  Unidos  haber  reci- 
bido ofertas  de  10  mil  dólares  de  parte  del  Gobierno 
mexicano  para  afirmar  que  el  limo.  Sr.  Díaz  había  fal- 
sificado los  documentos  publicados  por  los  periódi- 
cos de  Hearst;  reconocerán  en  este  crimen  los  mis- 
mos métodos...  la  calumnia  infame,  la  mentira  des- 
vergonzada, el  cinismo  más  degradante... 


Ei  imperio  de  la  ley 


Heraldos  de  Cristo  Rey  ^      4  ] 


alies  y  sus  colaboradores  en  la  obra  nefasta 
—f^\  de  la  imposición  del  bolchevismo,  hablan 
Vis  continuamente  del  "imperio  de  la  ley",  del 
"apego  a  la  ley",  de  la  "estricta  observancia  de  la  Car- 
ta Magna"  y  no  obstante  toda  esa  palabrería,  jamás 
había  sido  pisoteada  la  ley  con  más  desvergüenza  que 
en  estos  tiempos.  Ni  el  principio  fundamental  de  las 
revoluciones  que  han  agitado  al  país  desde  hace  17 
años  ha  sido  respetado:  en  noviembre  de  1926  fue 
suprimida  la  cláusula  de  "no  reelección"  para  fran- 
quear el  paso  otra  vez  al  latifundista  más  acaudalado 
de  México,  el  general  Obregón. 

En  el  embrollado  asunto  de  las  leyes  petroleras 
Calles  sigue  jugando  a  dos  cartas:  aparenta  mante- 
nerlas en  vigor  para  conservar  el  apoyo  de  quienes 
creen  ver  en  estas  disposiciones  una  barrera  contra  el 
imperialismo  y  va  cediendo  ocultamente  a  medida 
que  crecen  las  amenazas  de  Washington.  Allí  está  la 
última  e  inesperada  decisión  de  la  Suprema  Corte  de 
México  declarando  inconstitucionales  ciertas  incau- 
taciones tenidas  hasta  hace  poco,  por  legítimas  apli- 
caciones de  la  Constitución  Federal. 


42-* 


Francisco  de  B. 


Veamos  cómo  observaron  la  Constitución:  nos  li- 
mitaremos a  citar  los  artículos  que  más  al  caso  vie- 
nen, y  anotar  los  hechos  sin  comentario  alguno. 

Artículo  14...  "Nadie  podrá  ser  privado  de  la  vida,  de 
la  libertad  o  de  sus  propiedades,  posesiones  o  dere- 
chos, sino  mediante  juicio  seguido  ante  los  tribunales 
previamente  establecidos  en  el  que  se  cumplan  las  for- 
malidades esenciales  del  procedimiento  y  conforme  a 
las  leyes  expedidas  con  anterioridad  al  hecho". 

No  hubo  juicio  alguno,  ni  aun  la  farsa  del  sumarísi- 
mo,  ante  ningún  tribunal,  ni  se  guardó  ninguna  de 
las  formalidades  verbigracia  decisión  del  jurado,  de- 
fensa, etcétera,  sino  sencillamente  la  "orden  superior" 
de  que  habló  el  Gral.  Cruz  cuando  los  periodistas  le 
preguntaron  el  mismo  día  de  las  ejecuciones,  la  ex- 
plicación del  hecho  tan  repentino,  pues  el  mismo 
general  Cruz  la  víspera  había  declarado  que  serían  con- 
signados al  Procurador  General  del  Distrito  Federal. 

Artículo  19.  "Ninguna  detención  podrá  exceder  del 
término  de  tres  días,  sin  que  se  justifique  con  un  auto 
de  formal  prisión...  Todo  proceso  se  seguirá  forzosa- 
mente por  el  delito  o  delitos  señalados  en  el  auto  de 
formal  prisión...". 

El  R.  P.  Pro  y  su  hermano  fueron  aprehendidos  el 
17  de  noviembre  y  pasados  los  tres  días  no  hubo  auto 
de  formal  prisión,  ni  se  siguió  el  proceso  que  forzosa- 
mente debía  seguir  al  auto  de  formal  prisión. 

Artículo  20.  II.  "No  podrá  ser  competido  a  declarar 
en  su  contra,  por  lo  cual  queda  rigurosamente  prohi- 
bida toda  incomunicación  o  cualquier  otro  medio  que 
tienda  a  aquel  objeto".  Todos  estuvieron  rigurosamen- 
te incomunicados;  solamente  una  vez  se  les  permitió 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


+~  43 


ser  entrevistados  por  los  periodistas  y  esto  delante  del 
mismo  general  Cruz. 

Artículo  20.  III.  "Se  le  hará  saber  en  audiencia  pú- 
blica, y  dentro  de  las  cuarenta  y  ocho  horas  siguien- 
tes a  su  consignación  a  la  justicia,  el  nombre  de  su 
acusador  y  la  naturaleza  y  causa  de  la  acusación,  a  fin 
de  que  conozca  bien  el  hecho  punible  que  se  le  atri- 
buye y  pueda  contestar  el  cargo,  rindiendo  en  este 
acto  su  declaración  preparatoria".  No  hubo  audien- 
cia alguna  pública,  ni  antes  ni  después  de  las  cuaren- 
ta y  ocho  horas  de  ser  consignados  a  la  justicia  (por- 
que nunca  fueron  consignados),  ni  pudieron  contes- 
tar el  cargo  que  se  les  hacía. 

Artículo  20.  IV.  "Será  careado  con  los  testigos  que 
depongan  en  su  contra,  los  que  declararán  en  su 
presencia  si  estuvieron  en  el  lugar  del  juicio  para  que 
pueda  hacerles  todas  las  preguntas  conducentes  a  su 
defensa".  No  hubo  careo,  ni  testigos  que  depusiesen 
en  contra  de  los  acusados:  el  Gral.  Cruz  lo  era  todo. 

Artículo  20.  V.  "Se  le  recibirán  los  testigos  y  demás 
pruebas  que  ofrezca,  concediéndosele  el  tiempo  que 
la  ley  estime  necesario  al  efecto  y  auxiliándosele  para 
obtener  la  comparecencia  de  las  personas  cuyo  testi- 
monio solicite,  siempre  que  se  encuentren  en  el  lu- 
gar del  proceso".  Ofrecieron  probar  su  absoluta  ino- 
cencia al  ser  consignados,  pero  en  vez  de  conceder- 
les el  tiempo  que  la  ley  previene,  se  les  puso  ante  el 
pelotón  asesino  de  soldados. 

Artículo  20.  VI.  "Será  juzgado  en  audiencia  pública 
por  un  juez  o  jurado  de  ciudadanos  que  sepan  leer  y 
escribir,  vecinos  del  lugar  y  partido  en  que  se  co- 
metiere el  delito,  siempre  que  éste  pueda  ser  casti- 


44   +  Francisco  de  B .  Smartzj 

gado  con  una  pena  mayor  de  un  año  de  prisión...". 
Total  ausencia  de  audiencia  pública,  de  jurado,  de 
juez;  sólo  el  Inspector  General  y  no  en  audiencia 
pública,  sino  en  las  mazmorras  de  la  Inspección  Ge- 
neral... 

Artículo  20.  VII.  "Le  serán  facilitados  todos  los  da- 
tos que  solicite  para  su  defensa  y  que  consten  en  el 
proceso".  Absolutamente  nada  se  les  facilitó,  porque 
estuvieron  en  las  mismas  condiciones  que  los  secues- 
trados. 

Artículo  20.  IX.  "Se  le  oirá  en  defensa  por  sí  o  por 
persona  de  su  confianza,  o  por  ambos  según  su  vo- 
luntad... Si  el  acusado  no  quiere  nombrar  defensores, 
después  de  ser  requerido  para  hacerlo,  al  rendir  su 
declaración  preparatoria,  el  juez  le  nombrará  uno  de 
oficio.  El  acusado  podrá  nombrar  defensor  desde  el 
momento  en  que  sea  aprehendido,  y  tendrá  derecho 
a  que  éste  se  halle  presente  en  todos  los  actos  del 
juicio..."  Ni  por  sí,  ni  por  persona  alguna  se  les  oyó  en 
defensa,  ni  se  les  permitió  nombrar  defensor,  ni  el 
general  Cruz  les  nombró. 

Artículo  21.  "La  imposición  de  las  penas  es  propia 
y  exclusiva  del  poder  judicial...".  Y  en  la  imposición 
de  la  pena  de  muerte,  para  nada  interviene  el  poder 
judicial;  por  un  momento,  tal  vez,  se  olvidó  el  señor 
Calles  de  la  ley  y  ordenó  a  su  Inspector  General  la  ma- 
tanza. 

Artículo  22.  "Quedan  prohibidas  las  penas  de  mu- 
tilación y  de  infamia,  la  marca,  los  azotes,  los  palos,  el 
tormento  de  cualquier  especie...  queda  también  pro- 
hibida la  pena  de  muerte  por  delitos  políticos,  y  en 
cuanto  a  los  demás  sólo  podrá  imponerse  al  traidor  a 


A  Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  45 

la  patria  en  guerra  extranjera,  al  parricida,  al  homici- 
da con  alevosía  y  ventaja,  al  incendiario,  al  plagiario, 
al  salteador  de  caminos,  al  pirata  y  a  los  reos  de  delitos 
graves  del  orden  militar"4.  No  se  necesita  ser  jurista  con- 
sumado para  ver  que  aun  en  el  caso  de  que  hubieren 
sido  culpables  del  crimen  que  se  les  imputaba,  jamás 
les  correspondía  la  pena  de  muerte  que  les  impuso  por 
sí  y  ante  sí  el  presidente  de  la  legalidad. 

Con  razón  El  Diario  de  El  Paso  comparando  los  pro- 
cedimientos seguidos  en  este  asesinato,  con  el  cami- 
no trazado  por  la  ley,  escribía:  "El  hecho  es  insólito 
dentro  de  la  demencia  revolucionaria.  No  obstante 
que  se  han  presenciado  los  más  horrendos  crímenes, 
las  más  atroces  villanías,  las  carnicerías  más  espeluz- 
nantes, este  acontecimiento  reviste  caracteres  de  un 
extraordinario  salvajismo.  Porque  aun  en  el  supuesto 
de  haberse  comprobado  la  complicidad  de  los  asesi- 
nados en  el  atentado,  no  existe  ley  alguna  en  el  mun- 
do que  autorice  a  la  matanza  sin  previa  formación  de 
causa,  sin  previa  investigación  serena  de  los  aconte- 
cimientos, sin  honrada  observancia  de  los  elementa- 
les mandatos  del  respeto  a  la  vida  humana. 

El  atentado  dinamitero  contra  el  general  Obregón 
no  fue  un  atentado  de  consecuencia,  y  en  todo  caso 
debió  haber  sido  calificado  como  delito  del  orden  co- 
mún frustrado,  sujeto  por  consiguiente  a  las  atenuan- 
tes que  las  leyes  determinan  para  el  caso.  Si  el  resul- 
tado de  las  bombas  hubiese  sido  la  muerte  de 


4  Citas  de  la  Constitución  Política  de  los  Estados  Unidos  Mexica- 
nos, ed.  1917. 


46 


Francisco  de  B.  Smartzj 


Obregón  o  de  uno  de  sus  acompañantes,  podría  ha- 
berse perseguido  un  homicidio  perpetrado,  y  como 
tal  castigado  en  las  personas  de  los  responsables;  pero 
habiendo  sido  un  simple  conato  de  homicidio,  la  be- 
nignidad judicial  debió  apegarse  a  la  ley,  si  a  los  pre- 
suntos culpables  se  les  hubiese  consignado  siquiera 
a  autoridades  judiciales  competentes.  Pero  no  se  hizo 
nada  de  esto.  Bastó  la  burda  pesquisa  policíaca,  la 
truculenta  investigación  soldadera,  para  formular  un 
fallo  arbitrario  y  para  ejecutar  la  sentencia  despótica. 

Esto  sólo  acontece  en  países  sometidos  a  la  feroz 
esclavitud  de  un  régimen  de  terror,  en  el  cual  no  hay 
ley,  ni  hay  justicia,  ni  hay  otros  tribunales  que  los  ca- 
prichos de  los  déspotas  del  militarismo  imperante. 

Pero  hay  algo  todavía  más  grave:  el  P  Pro  y  sus 
acompañantes,  caso  de  que  efectivamente  hubiesen 
tenido  alguna  complicidad  con  los  autores  materia- 
les del  atentado  frustrado,  no  eran  en  modo  alguno 
de  igual  culpabilidad  que  los  autores  materiales  eje- 
cutores del  mismo.  Y  en  consecuencia,  nada  pudo 
justificar  ese  rigor  implacable  para  aquellos  que  sola- 
mente aparecieron,  y  eso  según  las  afirmaciones  ofi- 
ciales, como  los  directores  ocultos  del  atentado5. 

No  sabemos  si  aún  se  atreven  los  representantes 
callistas  a  afirmar  que  allá  en  México  sólo  se  trata  de 
hacer  cumplir  la  ley...,  que  siempre  se  procede  con 
estricto  apego  a  la  ley,  o  alguna  de  esas  frases  que 
con  tanta  frecuencia  repiten  los  agentes  asalariados 
de  la  tiranía. 


5  Editorial  del  24  de  noviembre  cuando  apenas  se  habían  recibido 
los  lacónicos  telegramas  de  la  ejecución. 


Heroica  púrpura 


♦ 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


49 


n  inusitado  movimiento  de  tropas  que  se  nota 
desde  las  primeras  horas  del  día  23  de  noviem- 
bre atrae  la  atención  pública.  Numerosos 
guardias  montados  rodean  la  Inspección  General  de 
Policía,  situada  en  una  de  las  partes  más  céntricas  de 
la  metrópoli.  Los  detenidos  sospechan  que  algo  gra- 
ve les  amenaza,  aunque  ni  una  palabra  se  les  ha  di- 
cho de  la  suerte  que  les  espera.  ¡Estaban  incomuni- 
cados! 

A  las  10:30  de  la  mañana  estaba  ya  formado  el 
cuadro  fatídico  en  el  jardín  de  la  Inspección;  llega  el 
Gral.  Cruz  en  su  lujoso  auto  y  es  recibido  con  honores 
militares;  casi  al  mismo  tiempo  se  presenta  una  co- 
misión del  Estado  Mayor  Presidencial  para  represen- 
tar al  Presidente  en  el  acto  de  la  ejecución,  y  final- 
mente entran  los  periodistas  y  fotógrafos  expresamen- 
te invitados. 

Todo  está  preparado.  En  este  momento  va  a  la  cel- 
da del  R  Pro  un  agente  policíaco  y  le  llama;  teniendo 
casi  la  seguridad  de  que  es  para  morir,  se  despide  de 
su  hermano  diciéndole  "Adiós,  hermano  mío"  y  de  sus 
demás  compañeros  "Adiós,  hijos  míos".  Avanza  en- 
tonces, acompañado  por  el  mismo  agente,  sereno, 


50  ^  Francisco  de  B.  Smartzj  ^ 

mesurado,  caminando  con  paso  firme,  los  ojos  ba- 
jos, el  rosario  en  sus  manos  y  se  coloca  frente  al  pelo- 
tón: ya  no  había  duda  alguna...  iba  a  ser  pasado  por 
las  armas  sin  previa  notificación...  ün  agente  de  los 
que  le  habían  aprehendido,  convencido  de  la  inocen- 
cia del  Padre  y  arrepentido,  se  acerca  y  le  pide  per- 
dón. "No  sólo  le  perdono,  responde  el  Padre,  sino  que  ' 
le  estoy  profundamente  agradecido".  Al  preguntársele 
en  este  momento,  si  deseaba  alguna  cosa,  contestó: 
"Que  me  permitan  rezar  unos  momentos".  Se  arrodi- 
lla bajo  la  tierra  floja  que  va  a  ser  humedecida  con  su 
sangre  generosa,  cruza  los  brazos  ante  el  pecho,  baja 
los  ojos,  murmura  una  breve  plegaria  y  se  pone  de 
pie  frente  al  pelotón  con  una  tranquilidad  tan  nota- 
ble, que  admira  a  sus  mismos  verdugos.  Entornó  un 
poco  los  ojos  y  con  el  rosario  en  la  mano  izquierda  y 
el  crucifijo  en  la  diestra,  se  puso  en  cruz. 

El  eco  de  sus  últimas  palabras  se  confundió  con  el 
estampido  de  la  descarga  que  le  arrancó  la  vida... 

El  cuerpo  cayó  suavemente  hacia  atrás,  quedando 
los  brazos  en  forma  de  cruz  como  los  tenía  al  recibir 
la  descarga  y  las  piernas  un  poco  recogidas:  un  sar- 
gento se  acercó  para  darle  el  tiro  de  gracia.  Eran  las 
10:36  de  la  mañana  del  23  de  noviembre. 

Vino  después  el  ingeniero  Luis  Segura  Vilchis  que 
fue  colocado  a  unos  cuantos  centímetros  del  cadáver 
del  R  Pro  y  también  murió  con  la  entereza  de  un  már- 
tir. Momentos  después  hacían  pasar  por  delante  de 
los  dos  cuerpos  al  joven  Humberto  Pro,  quien  antes 
de  morir  sacó  un  crucifijo  pequeño,  lo  besó,  bajó  las 
manos  y  recibió  la  descarga  fatal  con  la  admirable 
serenidad  de  sus  compañeros.  Finalmente,  el  infeliz 


A  Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  51 

obrerito,  menor  de  edad  Antonio  Tirado,  cayó  acribi- 
llado por  las  balas.  Este  joven  fue  aprehendido  en  el 
mismo  momento  del  atentado,  mas  era  un  simple 
espectador  que  presenciaba  el  paso  del  general 
Obregón  y  aunque  siempre  afirmó  su  inocencia,  a  fuer- 
za de  azotes  y  tormentos  se  le  quiso  obligar  a  que  com- 
plicase con  sus  declaraciones  a  algunos  de  los  más 
activos  católicos  de  la  capital. 


Filigranas  de  hiena 


Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  55 


ero  este  horrendo  crimen,  tan  monstruoso 
en  sí  mismo  por  la  gran  injusticia  que  entra- 
ña, es  aún  más  abominable  por  la  refinada 
crueldad  de  que  quisieron  hacer  gala  los  inhumanos 
verdugos.  Enumeraremos  unos  cuantos  pormenores. 

"Uno  de  los  más  tristes  incidentes  de  toda  la  trage- 
dia, fue  el  intento  de  la  señorita  Anita  Pro  Juárez  para 
ser  admitida  en  las  oficinas  de  la  Inspección  a  fin  de 
poder  hablar  por  última  vez  a  sus  hermanos.  Pero  la 
policía  rehusó  el  permiso.  Se  había  ordenado  que  los 
prisioneros  fueran  conducidos  directamente  de  las 
celdas  al  lugar  de  la  ejecución"6.  Esta  señorita  se  en- 
teró de  que  sus  hermanos  iban  a  ser  fusilados  porque 
se  acercó  a  la  Inspección  atraída  por  el  aparatoso 
movimiento  de  fuerzas;  pero  el  anciano  padre  estaba 
en  su  casa  y  lo  supo  dos  horas  después  del  fusila- 
miento. "Entre  tanto  el  señor  Pro  se  encontraba  en  su 
domicilio  y  no  supo  nada,  sino  hasta  el  mediodía  en 
que  su  cuñado  Adalberto  Pérez  Lete,  salió  de  su  tra- 
bajo y  al  ir  por  la  calle  hacia  su  domicilio  encontró  a 


6  New  York  Times,  noviembre  24  de  1927. 


56   ♦  Francisco  de  B.  Smartzj  ^ 

los  papeleros  voceando  los  extras  de  la  prensa  sobre 
el  fusilamiento  que  también  ignoraba.  Compró  el  pe- 
riódico y  se  enteró  del  triste  fin  de  sus  parientes  y  rá- 
pidamente corrió  al  domicilio  del  señor  Pro  comuni- 
cándole la  nueva7. 

El  ingeniero  Segura  Vilchis  fue  aprehendido  en  la 
oficina  de  la  Luz  y  Fuerza  donde  trabajaba  tranquila- 
mente. Se  le  dijo  que  se  trataba  sólo  de  una  aclara- 
ción, pero  al  llegar  a  la  Inspección  se  le  confinó  en  los 
sótanos  sin  más  trámites. 

También  su  anciana  madre  ignoraba  el  fusilamien- 
to: "la  señora  Vilchis  viuda  de  Segura,  se  presentó  ig- 
norante de  todo  a  las  12  horas  30  minutos  en  la  Ins- 
pección General  de  Policía  acompañada  de  una  cria- 
da y  llevando  la  comida  para  su  hijo.  La  señora  se 
extrañó  de  que  éste  no  se  encontrara  ya  en  el  separo 
donde  había  estado  por  la  mañana  que  le  llevó  el  de- 
sayuno y  sintiéndose  intrigada  por  esto  preguntó  a 
dónde  habían  llevado  a  su  hijo,  ün  agente  de  las  Co- 
misiones enterado  del  caso,  llamó  aparte  a  la  criada  y 
le  comunicó  lo  ocurrido,  a  fin  de  que  ésta  pusiera  al 
tanto  a  su  ama.  Fue  así  como  supo  la  dama  lo  acon- 
tecido"8. Otros  diarios  añaden  que  se  le  contestó 
burlescamente:  "dice  su  hijo,  que  ya  no  le  traiga  de 
comer  porque  ya  no  tiene  apetito...". 

No  se  participó  a  los  atribulados  familiares  de  las 
víctimas,  pero  en  cambio  presenciaron  el  macabro 
espectáculo,  el  general  Cruz  quien  fumaba  y  conver- 


7  El  üniversal,  noviembre  24  de  1927. 

8  El  üniversal,  noviembre  24  de  1927. 


^  Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  57 

saba  alegremente  en  aquellos  trágicos  momentos  con 
sus  numerosos  amigos  e  invitados,  los  representan- 
tes del  presidente  Calles  y  algunos  periodistas  y  fotó- 
grafos... 

Tampoco  se  les  ejecutó  al  mismo  tiempo,  sino  uno 
por  uno.  Al  lado  del  R  Pro  separado  sólo  por  unos 
cuantos  centímetros  cayó  el  ingeniero  Segura  y 
Humberto  fue  colocado  tan  cerca  del  cuerpo  aún  ca- 
liente de  su  hermano,  que  le  pisó  un  pie. 

La  otra  víctima,  el  obrero  Tirado  de  19  años  de 
edad,  "quien  contrajo  una  pulmonía  en  los  sótanos  y 
temblaba  visiblemente  por  la  fiebre,  tuvo  que  colo- 
carse delante  de  los  cadáveres  empapando  sus  pies 
con  la  sangre  caliente  de  las  otras  víctimas  mientras 
hacían  los  soldados  las  evoluciones  necesarias  para 
cambiar  el  pelotón"9.  Este  desdichado  obrerito,  mo- 
mentos antes  de  morir,  expresó  deseos  de  ver  a  su 
madre,  y  no  lo  consiguió. 

Consumado  el  crimen,  se  acercaron  el  Gral.  Cruz  y 
sus  invitados  para  contemplar  de  cerca  aquel  mon- 
tón de  cadáveres...  Momentos  después  los  senadores 
y  políticos  se  reunían  en  un  céntrico  restaurant  para 
asistir  a  un  banquete  ofrecido  al  general  Obregón  con 
motivo  de  haber  salido  ileso  del  atentado  y  haber  sido 
castigados  los  autores.  En  este  banquete,  efectuado 
al  mismo  tiempo  que  los  cadáveres  de  las  víctimas 
inocentes  eran  despedazados  en  el  Hospital  Juárez  y 
la  metrópoli  entera  se  hallaba  sobrecogida  de  terror 
al  ver  el  cinismo  con  que  los  que  se  dicen  gobernan- 


9  Diario  de  El  Paso,  diciembre  5  de  1927. 


58-4 


Francisco  de  B.  Smartzj 


tes  asesinaban  a  honorables  ciudadanos,  se  expresó 
así  el  ambicioso  candidato  de  la  imposición:  "El  aten- 
tado que  se  consumó  en  contra  mía  el  13  del  actual, 
no  tiene  más  trascendencia  que  la  de  un  "alerta"  que 
nos  da  la  reacción  clerical  demostrándonos  que  si- 
gue en  plena  actividad  combatiendo  nuestra  causa 
por  todos  los  medios,  hasta  los  más  reprobables,  sin 
darse  por  vencida..."10. 

Pocos  días  después  en  otro  banquete  al  que  asis- 
tió también  el  general  Obregón,  fueron  condecora- 
dos los  agentes  policíacos  que  llevaron  a  cabo  las 
aprehensiones,  por  su  valor  y  por  su  mérito... 


10  El  Universal,  noviembre  24  de  1927. 


Verdadero 


crimen 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


+~  61 


n  México  no  hay  quien  dude  de  que  el  R.  R  Pro 
y  sus  compañeros  eran  absolutamente 
ajenos  al  atentado  contra  Obregón;  pero  don- 
de no  se  recibió  sino  el  lacónico  telegrama  en  que  se 
les  calumniaba  de  complotistas,  se  esperan  las  prue- 
bas de  su  inocencia.  Vamos  a  indicarlas  brevemente. 

La  víspera  de  ser  fusilados,  fueron  entrevistados  por 
los  periodistas  en  presencia  del  Gral.  Cruz:  ante  ellos 
el  R.  R  Pro  se  expresó  así:  "Yo  soy  absolutamente  aje- 
no a  este  asunto,  pues  soy  persona  de  orden.  Estoy 
completamente  tranquilo  y  espero  que  resplandece- 
rá la  justicia.  Niego  terminantemente  haber  tomado 
alguna  participación  en  el  complot.  Segura  Vilchis  pre- 
firió no  hacer  declaración  alguna  y  Humberto  Pro 
contestó:  "La  versión  que  he  dado  a  la  policía  es  exac- 
ta. Hago  constar  mi  negativa  de  haber  tomado  parte 
en  ese  asunto  y  sólo  pido  que  se  me  proporcionen 
los  medios  para  probar  mi  actuación"11. 

Si  habían  confesado  plenamente  su  culpabilidad, 
según  afirmó  el  general  Cruz,  ¿cómo  ahora  este  mis- 


11  El  Universal,  noviembre  22  de  1927. 


62   ^  Francisco  de  J3.  Smartzj  ^ 

mo  señor  que  presenciaba  la  entrevista  no  les  hizo 
la  más  ligera  observación?,  ¿cómo  se  atrevían  los 
acusados  a  negar  tan  rotunda  y  explícitamente,  en 
presencia  de  su  mismo  juez,  lo  que  acababan  de 
confesar?  Una  sola  palabra  del  Gral.  Cruz  hubiera 
bastado  para  confundirlos. 

Bassails,  uno  de  los  agentes  más  temibles  de  la 
policía  secreta  dijo  estas  palabras  textuales  que  pu- 
dieron oír  cuantos  el  mismo  día  23  estaban  en  los 
sótanos  de  la  Inspección:  "La  Liga  (LNDLR)  tiene  la 
culpa  de  que  haya  sido  fusilado  ese  pobre  padre  ino- 
cente". 

Si  estas  palabras  no  son  suficientes,  tenemos  el 
autorizado  testimonio  del  respetabilísimo  sacerdote 
que  al  dar  cuenta  de  este  suceso  al  Comité  Episcopal, 
escribe:  "Es  para  mí  un  deber  de  justicia  elevar  hasta 
ustedes  mi  testimonio  explícito  y  ciertísimo  de  la  ino- 
cencia del  R  Miguel  Agustín  Pro,  S.  J....  Eran  perfecta- 
mente conocidas  de  muchísimas  personas  así  de  den- 
tro como  de  fuera  de  la  Compañía,  que  le  tratamos 
íntimamente,  sus  virtudes  de  excelente  religioso  y 
celosísimo  sacerdote,  y  podrán  ser  atestiguadas  por 
numerosas  familias  de  esta  capital:  y  esto  basta  para 
cerciorarnos  de  cuán  lejos  estaba  de  organizar  un 
complot  dinamitero.  Por  mi  parte  yo  le  conocí  hace 
doce  años  en  los  Estados  Unidos,  y  le  he  tratado  ínti- 
mamente sobre  todo  en  estos  últimos  meses;  y  pue- 
do asegurar  y  aseguro  bajo  juramento  que  es  absolu- 
tamente falso  que  el  R  Pro  haya  asistido  a  junta  algu- 
na en  que  se  fraguara  el  atentado,  o  haya  tomado  parte 
en  él,  y  muchísimo  menos  que  él  haya  sido  el  autor 
intelectual  del  complot.  En  cuanto  a  su  hermano 


^  Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  63 

Humberto,  sé  por  testigos  fidedignos,  que  aquella 
tarde  en  los  momentos  del  atentado,  se  hallaba  ju- 
gando tranquilamente  con  sus  hermanos  en  su 

casa"12. 

Para  dar  una  sombra  de  legalidad  al  asesinato,  el 
general  Cruz  en  una  de  sus  declaraciones,  dijo  que  se 
había  hallado  presente  en  los  interrogatorios  el  Lic. 
Arturo  H.  Orcí;  mas  este  señor  licenciado  no  tiene 
cargo  alguno  oficial,  es  sólo  consejero  del  Gral. 
Obregón  y  le  acompañaba  cuando  estalló  la  bomba: 
más  aún,  en  varios  diarios  de  los  Estados  ünidos  se 
publicó  su  enérgica  reprobación  del  fusilamiento.  Su 
testimonio  es  por  lo  tanto  de  incalculable  valor,  ya  que 
viene  de  los  mismos  enemigos;  dice  así:  "La  víspera 
de  la  ejecución  de  los  señores  Pro  Juárez,  del  inge- 
niero Luis  Segura  y  del  obrero  Antonio  Tirado,  fui  de 
parte  del  general  Obregón,  con  mi  carácter  de  abo- 
gado, a  la  Inspección  General  de  Policía  a  informar- 
me sobre  el  estado  en  que  se  hallaba  la  investigación 
acerca  del  atentado  dinamitero. 

— Deseo  hablar  con  el  Gral.  Cruz,  dije  al  licenciado 
Benito  Guerra  Leal,  secretario  de  la  Inspección. 

— No  está,  ni  estará  aquí  hasta  mañana,  se  me  con- 
testó. 

— Me  urge  muchísimo  hablar  con  él;  ¿dónde  po- 
dré encontrarlo? 

— En  ninguna  parte.  No  quiere  que  se  le  busque 
por  ningún  motivo.  Si  algo  necesita  usted  de  la  Ins- 
pección estoy  a  sus  órdenes. 


12  Diario  de  El  Paso,  diciembre  1 1  de  1927. 


64 


' rancisco  de  B .  Smartzj 


— El  Gral.  Obregón  me  manda  informarme,  en 
su  nombre,  del  curso  de  la  investigación  sobre  el 
atentado. 

— Acabo  precisamente  de  terminar  el  proceso. 

Tomé  el  papel  que  me  ofreció  y  después  de  leerlo 
atentamente,  respondí:  "Esto  no  es  ningún  proceso. 
Es  simplemente  una  información  policíaca  previa  al 
proceso  en  forma  que  instruirá  la  autoridad  judicial". 

— Pues  no  hay  más  datos  sobre  el  particular. 

— Y  ¿qué  opina  la  Inspección  sobre  la  culpabilidad 
de  los  presuntos  reos? 

— Los  señores  Pro  Juárez,  no  han  confesado  nin- 
guna complicidad  en  el  atentado  ni  tal  cosa  se  les  ha 
probado.  A  los  otros  dos,  Segura  y  Tirado,  hábleles 
usted,  si  gusta".  Narra  su  entrevista  con  estos  últimos 
y  continúa: 

Al  despedirme  del  licenciado  Guerra  Leal,  le  supli- 
qué por  encargo  del  mismo  Gral.  Obregón  que  acti- 
varan la  expedición  de  ese  trabajo  ya  demasiado  re- 
trasado, y  él  me  contestó: 

— "Mañana  se  hará  la  consignación  a  las  autorida- 
des judiciales".  ¡Pero  al  día  siguiente  cuál  no  sería  mi 
sorpresa,  cuando  estando  tranquilamente  en  mi  des- 
pacho, a  las  once  de  la  mañana,  supe  que  los  cuatro 
detenidos  habían  sido  fusilados...!  Tomé  inmediata- 
mente el  teléfono  para  preguntar  al  Gral.  Cruz  qué 
pasaba;  le  referí  cómo  la  noche  anterior  había  estado 
en  la  Inspección  de  parte  del  Gral.  Obregón  a  infor- 
marme sobre  el  asunto,  que  ni  la  investigación  esta- 
ba completa;  ni  aquello  podía  llamarse  proceso  y  que 
aun  por  orden  del  mismo  general  Obregón  había  re- 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


65 


comendado  que  se  activase  la  investigación.  A  lo  cual 
me  contestó  el  dicho  general  Cruz: 

— "Sí  señor,  pero  antes  de  que  usted  hablara  en  la 
Inspección,  y  por  encima  de  las  recomendaciones  del 
general  Obregón,  ya  tenía  yo  la  orden  de  hacer  lo  que 
se  hizo"13. 

Pero  para  quienes  conozcan  la  psicología  de  los 
actuales  mandatarios  mexicanos,  la  misma  precipi- 
tación con  que  se  llevó  a  cabo  el  fusilamiento,  la  ab- 
soluta carencia  de  formalidades,  la  múltiple  violación 
de  su  intangible  Constitución,  es  prueba  más  que  in- 
dubitable de  la  inocencia  de  los  acusados.  Porque  si 
realmente  hubiesen  sido  culpables,  de  muy  distinta 
manera  se  hubiese  procedido:  se  les  hubiese  llevado 
a  los  tribunales,  públicamente  se  Ies  hubiese  conven- 
cido de  su  delito,  como  lo  hicieron  con  el  Gral.  Quijano 
pocas  semanas  antes,  en  aula  abierta  se  Ies  hubiese 
juzgado  y  sentenciado.  ¡Con  qué  fruición  hubiesen 
Calles  y  sus  agentes  aprovechado  las  pruebas  del  cri- 
men para  hacer  propaganda  mundial  contra  los  tan- 
tas veces  calumniados  sacerdotes  y  católicos  mexi- 
canos! 

Millones  de  cristianos  fueron  martirizados  por  in- 
cendiarios y  trastornadores  de  la  paz  del  Imperio,  mi- 
llares de  católicos  perecieron  en  el  cadalso  acusados 
falsamente  de  conspirar  contra  la  vida  de  la  sangui- 
naria Isabel  de  Inglaterra;  nuestro  mismo  Redentor  fue 


13  Diario  de  El  Paso,  diciembre  26  de  1927  y  "New  York  Times"  del 
16  de  diciembre  de  1927. 


66 


Francisco  de  B. 


llevado  al  Gólgota  porque  se  hacía  llamar  Rey,  por  ser 
enemigo  del  César,  i  El  pretexto  es  tan  antiguo  como 
los  tiranos! 

El  R.  R  Pro,  todo  actividad,  valor  y  entusiasmo  en 
la  defensa  de  la  causa  de  Cristo,  se  había  distinguido 
durante  los  últimos  16  meses  por  su  celo  y  abnega- 
ción. Instruía  a  los  conferencistas  de  la  gloriosa  ACJM 
encargados  de  propagar  la  verdad  por  calles  y  plazas 
desde  que  los  sacerdotes  fueron  arrojados  de  los  tem- 
plos; administraba  los  Sacramentos,  acudía  al  con- 
suelo de  los  afligidos,  ayudaba  a  las  familias  pobres, 
alentaba  a  los  pusilánimes... 

Este  era  el  verdadero  crimen  del  R.  R  Pro:  ser  sacer- 
dote abnegado  y  celoso,  cumplir  con  su  sagrada  mi- 
sión a  pesar  de  los  espías,  las  bayonetas,  las  cárceles 
y  la  muerte...  Sin  pretenderlo,  sus  mismos  persegui- 
dores han  hecho  la  apología  de  su  admirable  aposto- 
lado en  estos  lustrosos  tiempos:  "Fuimos  informados 
en  la  Inspección  General  de  Policía,  que  el  sacerdote 
Miguel  Agustín  Pro  Juárez,  calificado  como  uno  de 
los  principales  autores  del  atentado  dinamitero,  hace 
mucho  tiempo  que  era  buscado  con  ahínco  por  los 
agentes  de  las  Comisiones  de  Seguridad.  En  tres  oca- 
siones estuvo  a  punto  de  ser  aprehendido  el  sacerdo- 
te Pro  Juárez,  pero  según  nos  dicen,  debido  a  su  ha- 
bilidad logró  escapar  y  por  más  esfuerzos  que  hacía 
la  policía  para  lograr  su  captura,  todo  había  sido  inú- 
til, pues  se  había  esfumado  por  completo  y  nadie  ha- 
bía vuelto  a  hablar  más  de  él"14. 


14  Excélsior,  noviembre  23  de  1927. 


A  Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  67 

¿Por  qué  se  le  buscaba  con  ahínco  desde  hacía  tan- 
to tiempo?  ¿A  causa  del  complot  que  iba  a  verificarse 
muchos  meses  después?  No  responderemos  noso- 
tros, dejemos  la  palabra  a  la  Inspección  General  de 
Policía:  "Ocurrió  esto,  (las  inútiles  tentativas  de  apre- 
hensión) cuando  era  más  intensa  la  propaganda  que 
llevaban  a  cabo  algunas  agrupaciones  religiosas.  En- 
tonces, según  se  nos  dijo,  se  trató  de  capturar  al  pres- 
bítero Pro,  por  considerársele  uno  de  los  principales 
propagandistas" 15. 


15  El  Universal,  noviembre  23  de  1927. 


Ei  apóstol  esforzado 


Heraldos  de  Cristo  Rt 


71 


ada  nos  revela  tan  bien  el  fructuosísimo 
apostolado  del  R.  R  Pro,  y  los  peligros  que 
tuvo  que  pasar,  como  algunos  párrafos 


de  sus  hermosas  cartas  escritas  a  sus  hermanos  en 
religión,  se  deja  llevar  de  su  carácter  festivo  y  a  cada 
paso  se  traslucen  los  sacrificios  más  heroicos  indica- 
dos, sin  pretenderlo,  entre  sus  inagotables  rasgos  de 
buen  humor.  Su  vida  durante  los  16  meses  que  pre- 
cedieron al  supremo  sacrificio,  tan  ardientemente  de- 
seado, es  repetición  fidelísima  de  la  que  llevaron  los 
sacerdotes  ejemplares  durante  los  tenebrosos  tiem- 
pos de  Isabel  de  Inglaterra. 

Cuando  a  principios  del  año  de  1927,  los  peligros 
se  multiplicaron,  se  le  ordenó  esconderse  por  algún 
tiempo  para  esquivar  la  constante  persecución  de  que 
era  objeto:  "Momento  por  momento,  escribía  desde 
su  escondite,  llegaban  a  mis  oídos  las  quejas  de  los 
que  me  rodeaban,  lamentando  la  prisión  de  fulano,  el 
destierro  de  zutano,  el  asesinato  de  mengano...  Y  yo 
enjaulado,  sin  poder  ni  siquiera  estudiar  porque  no 
tenía  libros,  y  ardiendo  en  ansias  de  lanzarme  a  la  pa- 
lestra y  animar  a  tantos  campeones  de  nuestra  fe,  a 
ver  si  de  casualidad  me  tocaba  la  suerte  de  ellos... 
Pero  no  se  hizo  la  miel  para  la  boca  del  que  esto  escri- 


72   ^  Francisco  de  B.  Smartzj  ^ 

be  y  tuve  que  resignarme,  ofreciendo  a  Dios  los  de- 
seos en  aras  de  la  obediencia". 

Recabado  el  permiso  después  de  reiteradas  súpli- 
cas, se  lanza  nuevamente  al  peligroso  apostolado  con 
el  ímpetu  de  su  generoso  corazón:  con  su  estilo,  siem- 
pre ameno  y  chispeante,  cuenta  sus  tandas  de  Ejerci- 
cios: "Llegó  la  carta  de  allá  y...  me  he  desquitado  de 
mi  aislamiento  dando  a  diestra  y  siniestra  los  Ejerci- 
cios. Ministerio  hermosísimo,  pero  al  que  yo  tenía 
miedo  porque  nunca  lo  había  practicado. 

Comencé  a  manera  de  ensayo  con  siete  y  media 
docenas  de  "ancianas",  que  con  sus  ayes  y  suspiros, 
con  sus  sollozos  y  gemidos,  me  hicieron  ver  que  si 
bien  manejo  la  tecla  de  los  sentimientos  en  los  otros, 
también  manejo  la  de  la  risa  de  la  humanidad...  Dejé 
el  género  femenino  para  ir  al  masculino.  ¡Y  de  veras 
que  me  resultó  demasiado  masculino!  ünos  50  "cho- 
feres", de  esos  de  sombrero  tejano,  de  mechón  col- 
gando y  que  escupen  por  el  colmillo;  gente  de  pro, 
aunque  su  exterior  sea  rudo.  Con  gran  admiración  mía 
comprobé  que  hablando  a  esa  gente,  me  fluían  las 
palabras  sonoras...  yo  que  pensaba  que  después  de 
tantos  años  ya  se  me  habían  olvidado,  pues  hace  la 
nonada  de  16  años  que  dejé  las  minas...  Excuso  de- 
cirle lo  solemne  de  estas  conferencias,  en  un  corra- 
lón de  mala  muerte,  vestido  de  mecánico,  con  una 
cachucha  (boina)  hasta  las  cejas... 

Me  subí  un  poco  a  mayores  ante  un  grupo  de  pro- 
fesoras y  empleadas  del  gobierno.  Eran  cerca  de  80  y 
de  esas...  que  no  le  tienen  miedo  ni  al  lucero  del  alba. 
Quizá,  quizá  se  hizo  más  fruto  en  ellas  que  en  los  chofe- 
res. Aquí  hubiera  yo  querido  verlo  a  usted  acosado 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


+  73 


por  semejantes  gentes,  que  negaban  la  existencia  del 
infierno,  que  afirmaban  la  mortalidad  del  alma,  que 
hacían  alarde  de  una  autonomía  rabiosa,  sin  querer 
doblegar  la  cabeza  a  las  suaves  verdades  de  nuestra 
religión.  Sudé  tinta,  se  lo  confieso;  pero  quedé  más 
que  pagado  al  verlas  comulgar  a  todas,  pudiendo 
contar  más  de  doce  conversiones  ruidosas,  pues  no 
se  puede  llamar  de  otra  manera  el  cambio  tan  radical 
de  esas  pobrecitas  almas.  Y  mire  usted  lo  que  somos, 
ni  siquiera  puede  entrarnos  la  vanagloria,  porque  se 
palpa  la  gracia  de  Dios  única  y  exclusiva  en  esos  ca- 
sos. Toda  la  fuerza  de  mi  argumentación,  todos  mis 
conatos,  mis  tiros,  mis  disparos  para  conseguir  una 
cosa,  resultaban  inútiles;  pues  como  he  visto  la  gra- 
cia de  Dios  tocaba  las  almas  en  frases  sueltas  o  senci- 
llas... El  Viernes  Santo  fue  un  trajín  continuo:  ejerci- 
cios por  la  mañana  a  las  profesoras,  siete  palabras, 
ejercicios  para  jóvenes  y  sermón  del  pésame  en  los 
barrios  muy  apartados...  A  pesar  de  la  Pascua  sigo  con 
ejercicios,  pues  hay  material  y  peticiones  a  porrillo. 
¡Quién  pudiera  trilocarse! 

Tampoco  descuidó  su  fecundo  celo  las  necesida- 
des materiales  de  numerosas  familias  reducidas  a  ex- 
trema indigencia  por  permanecer  fieles  a  su  fe:  "En 
cuatro  sitios  diferentes  recibo  cartas,  recados,  con- 
sultas y  donativos  para  mis  familias  pobres,  que  han 
aumentado  hasta  2316.  Yo  palpo  lo  que  leemos  en  las 
vidas  de  los  Santos  (¡ojo!,  no  me  vaya  a  tomar  por 


ün  mes  antes  de  su  muerte  eran  ya  96  las  familias  totalmente 
sostenidas  por  él. 


74  ^  Francisco  de  B.  Smartzj  ^ 

uno),  pues  sin  saber  cómo,  ni  cuándo,  ni  quién  lo 
envía,  recibo  ya  50  kilos  de  azúcar,  ya  cajas  de  galle- 
tas, ya  café,  chocolate,  arroz  y  hasta  vino...  Y  la  Provi- 
dencia de  Dios  es  tan  paternal,  que  cuando  me  rasco 
la  cabeza  pensando  a  quién  ir  a  darle  un  sablazo,  ya 
tengo  la  despensa  llena.  No  conozco  casi  a  nadie  y 
no  se  me  ha  dificultado  el  conseguir  casas  vacías  pres- 
tadas por  6  y  8  meses.  En  una  hasta  teléfono  pusi- 
mos. Lo  bueno  de  todo  eso  es  que  mi  "santísima" 
personalidad  no  aparece  en  primer  término,  sino  que 
yo  muevo  los  resortes  y  otras  almas  generosas  lo  ha- 
cen todo.  Y  llega  a  tanto  mi  "cinismo"  que  una  vez 
que  nos  dieron  100  kilos  de  frijol  picado  y  que  no  ser- 
vía para  nada,  me  fui  a  la  misma  persona  que  nos  lo 
dio,  a  suplicarle  que  nos  "diera  un  poco  de  frijol,  por- 
que una  caridad  que  nos  habían  hecho,  había  resul- 
tado inútil  por  lo  picado  de  la  semilla"...  y  claro  está, 
pidiéndolo  el  Padre,  resultó  hasta  "garbancillo",  no  el 
Padre,  sino  el  frijol". 

De  sus  peligros  e  ingeniosas  estratagemas  con  que, 
ayudado  de  la  gracia  de  Dios,  escapaba  de  caer  en 
manos  de  sus  perseguidores,  hay  multitud  de  anéc- 
dotas: ya  estaba  dada  la  orden  de  aprehenderlo  des- 
de octubre  de  1926,  y  sin  embargo  seguía  trabajando 
sin  el  menor  recelo,  confiado  sólo  en  la  protección 
divina. 

"Dos  veces  han  cateado  el  sitio  en  que  yo  iba  a 
hacer  mis  ministerios,  üna  fue  en  una  casa  o  "Esta- 
ción Eucarística"  a  las  seis  y  media  de  la  mañana.  Iba 
a  la  mitad  de  las  comuniones,  cuando  una  criada  lle- 
ga gritando:  ¡Los  Técnicos!  (Técnicos  es  el  nombre 
de  los  guardias  civiles  de  por  aquí)-  La  gente  se  asus- 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


+~  75 


ta,  palidece,  me  mira.  "Haya  paz",  les  digo,  escondan 
los  chales  (mantillas),  distribuyanse  por  las  piezas  y 
no  alboroten".  Yo  andaba  ese  día  de  cachucha,  con 
un  vestido  gris  claro,  que  con  el  uso  ya  se  me  está 
poniendo  obscuro;  saco  un  cigarro  que  acomodo  en 
una  enorme  boquilla,  y  llevando  al  Santísimo  dentro 
del  pecho  recibo  a  los  intrusos. 

— Aquí  hay  culto  público,  me  dicen. 

— No  la  piten,  les  digo. 

— Pos,  sí  siñor,  aquí  hay  culto  público. 

— ¡Pos  ora  sí  vecinos  (nombre  popular  de  los  poli- 
cías), que  los  hicieron  patos! 

— Sí,  yo  vi  entrar  al  cura. 

— ¡Ah  cómo  eres  hablador!  ¿Apostamos  una  copa 
a  que  no  hay  cura? 

— Hay  orden  de  registrar  la  casa,  síganos. 

— ¡Pos  nomás  eso  me  faltaba!  ¿Yo  seguir  a  uste- 
des? ¿y  de  orden  de  quién?  ¿A  ver  mi  nombre? 
Paséense  ustedes  por  toda  la  casa  y  cuando  encuen- 
tren al  "culto  público"  vénganme  a  decir  para  ir  a  oír 
misa... 

Ellos  comenzaron  a  recorrer  la  casa,  pero  por  pre- 
venir mayores  males  entre  la  gente  extraña  que  allí 
había,  me  voy  tras  de  ellos  y  como  muy  conocedor  de 
la  casa  les  voy  indicando  lo  que  había  detrás  de  cada 
puerta  cerrada.  Excuso  decirles  que  por  ser  la  prime- 
ra vez  que  andaba  yo  por  esas  interioridades,  afirmé 
ser  recamarero  lo  que  luego  resultó  escritorio  y  que 
donde  coloqué  el  cuarto  de  costura  se  encontró  el 
W.C.  no  se  encontró  al  tal  cura  y  los  taimados  "cuícos" 
se  pusieron  de  guardia  en  la  puerta  de  la  casa;  yo 
choteándome  de  ellos  me  despedí,  diciéndoles  que  a 


76   ^  Francisco  de  B.  Smartzj 

no  ser  por  ciertos  encarguillos,  me  estaría  con  ellos 
hasta  que  le  echaran  el  guante  al  atrevido  cura  que 
así  burlaba  la  exquisita  vigilancia  de  tan  perspicaces 
técnicos.  Al  terminar  mis  comuniones  volví  por  allá  y 
aún  el  cura  no  aparecía. 

Otra  de  las  muchas  veces  que  se  vio  en  trances 
parecidos,  fue  cuando  daba  los  ejercicios  a  las  em- 
pleadas del  gobierno;  nárrala  así  el  mismo  Padre:  "Sal- 
go yo  a  las  9:30  de  la  noche  como  un  tomate,  de  puro 
colorado  que  estaba  de  los  gritos  que  pegué.  Dos  ti- 
pos atraviesan  la  calle  y  me  esperan  en  la  esquina. 
"Hijo  mío,  me  dije,  despídete  de  tu  pellejo;  y  fundado 
en  la  máxima  de  que  el  que  da  primero,  da  dos  veces, 
me  dirijo  hacia  ellos  y  les  pido  un  cerillo. 

— "En  la  tienda  los  puede  usted  conseguir",  me  res- 
ponden. 

Me  voy,  pero  ellos  me  siguen.  ¿Será  casualidad? 
Tuerzo  por  aquí,  tuerzo  por  allá  y  ellos  hacen  lo  mis- 
mo. Mi  abuela...  en  bicicleta,  me  digo,  ésta  va  de  ve- 
ras. Tomo  un  coche  y  ellos  hacen  lo  mismo.  Por  fortu- 
na que  el  chofer  era  católico,  y  al  verme  en  tal  aprieto 
se  puso  a  mis  órdenes: 

— "Pues  mira,  hijo,  en  la  esquina  que  yo  te  diga 
disminuyes  la  velocidad,  salto  yo,  y  tú  sigues  de  fren- 
te". Me  echo  la  cachucha  en  la  bolsa,  me  desabotono 
el  chaleco  para  lucir  la  blancura  de  mi  camisa  y...  sal- 
to. Inmediatamente  me  puse  de  pie  y  me  recargué  en 
un  árbol,  pero  haciendo  de  modo  que  se  me  viera. 
Los  tipos  pasaron  un  segundo  después  casi  rozándo- 
me con  las  salpicaderas  del  auto,  me  vieron,  pero  ni 
por  asomo  se  les  ocurrió  que  fuera  yo...  Di  media  vuel- 


(É  Heraldos  de  Cristo  Rey  ^  77 

ta,  pero  no  tan  giro  como  hubiese  deseado,  porque  el 
porrazo  que  me  di  ya  lo  empezaba  a  sentir... 

Y  entre  las  cotidianas  zozobras,  jamás  abandona- 
ba el  pensamiento  del  martirio;  en  sus  cartas  y  con- 
versaciones, estos  nobles  anhelos  eran  tema  ordina- 
rio: "He  confesado  en  las  mismas  cárceles  y  ellas  son 
mi  sitio  más  frecuentado,  pues  como  los  presos  por 
cuestión  religiosa  son  muy  numerosos  y  los  infelices 
carecen  de  muchas  cosas,  les  llevo  comida,  o  almo- 
hadas, o  zarapes,  o  cigarros,  o  dinero,  o  todo  junto.  Si 
los  carceleros  supieran  qué  clase  de  pájaro  era  yo,  ya 
haría  tres  meses  que  estuviera  disecándome  en  la 
sombra.  Y  qué  grandes  son  las  ganas  que  me  entran 
a  veces  de  gritar:  Oiga  usted  D.  Alcaide,  yo  mismo 
soy  el  promotor  de  esas  conferencias  religiosas;  yo 
soy  el  que  ha  emperiquetado  a  esos  muchachos  para 
que  hablaran;  yo  soy  el  que  los  confieso  en  sus  mis- 
mas narices  de  usted  ¿será  usted  tan  pazguato  que 
no  me  eche  el  guante  siquiera  por  15  días?...  Sólo 
Dios  sabe  la  honra  que  sería  para  mí  el  ir  a  comer  del 
rancho  apestoso  de  la  prisión  y  a  pasar  los  días  y  las 
noches  de  pie  en  un  cuarto  pequeño  donde  hay  80 
personas  que  no  se  pueden  ni  sentar,  mientras  que  se 
ahogan  en  el  fétido  ambiente  que  reina  en  esos  an- 
tros. ¡Ustedes  pidan  a  Dios  porque  se  realicen  mis 
sueños  dorados!". 

"De  todos  lados,  vuelve  a  escribir,  se  reciben  noti- 
cias de  atropellos  y  represalias;  las  víctimas  son  mu- 
chas; los  mártires  aumentan  cada  día...  ¡Oh,  si  me 
tocara  la  lotería!".  Y  ya  mucho  antes  había  escrito:  "Las 
represalias,  sobre  todo  en  México,  serán  terribles;  los 
primeros  serán  los  que  han  metido  las  manos  en  la 


78   ^  Francisco  de  B.  Smartzj  ^ 

cuestión  religiosa,  y  yo...  he  metido  hasta  el  codo. 
Ojalá  me  tocara  la  suerte  de  ser  de  los  primeros,  o... 
de  los  últimos,  pero  ser  del  número...". 

Su  espíritu  de  fe  y  unión  con  Dios,  se  manifiestan 
sobre  todo,  cuando  agobiado  por  el  cansancio  natu- 
ral y  sus  agudos  dolores  de  estómago,  sentía  la  nos- 
talgia de  tiempos  de  tranquilidad  pasados  en  compa- 
ñía de  sus  hermanos  en  religión  a  los  cuales  amaba 
entrañablemente;  en  una  de  estas  ocasiones  escribió 
las  siguientes  bellísimas  líneas:  "¡Cuándo  tendremos 
media  hora  siquiera,  para  contarnos  las  mil  y  mil  peri- 
pecias de  una  vida  tan  agitada  como  la  que  llevamos! 
Suspiro,  sí,  por  la  quietud  de  nuestras  casas,  por  el 
orden  que  reina  en  todo,  por  la  facilidad  con  que  se 
hacen  nuestras  obras  ordinarias...  pero  aquí,  enmedio 
del  remolino,  admiro  la  ayuda  especial  de  Dios,  las 
gracias  especialísimas  que  nos  da  en  tantos  peligros, 
la  presencia  suya  más  íntimamente  sentida,  cuando 
el  desaliento  viene  a  empequeñecer  nuestras  almas. 
Aquel  grito  de  San  Pablo  en  que  pedía  a  Dios  que  le 
sacara  de  este  mundo,  y  eso  por  tres  veces,  lo  com- 
prendo muy  bien;  pero  al  mismo  tiempo  siento  la  ver- 
dad de  aquella  respuesta  divina:  "Sufficit  tibi  gratia 
mea,  quia  uirtus  in  inftrmitate  perficitur". 

¡Tal  era  el  apóstol  que  vio  coronados  sus  ardientes 
deseos! 


Sanción  popular 


♦ 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


81 


a  fatídica  nueva  del  fusilamiento  corrió  por  la 
vasta  metrópoli  con  la  velocidad  del  relámpa- 
go. Al  resonar  la  descarga  que  dejó  exáni- 
me al  R.  R  Pro,  ya  se  agolpaban  en  los  alrededores  de 
la  Inspección  enormes  multitudes  a  duras  penas  con- 
tenidas por  los  cordones  de  la  Policía  montada:  tuvie- 
ron que  doblar  las  guardias  porque  el  pueblo  empe- 
zaba a  dar  señales  de  profunda  indignación. 

El  tráfico  quedó  completamente  paralizado  en  to- 
das las  calles  adyacentes,  a  pesar  de  ser  tan  céntricas 
y  cuando  salieron  los  cadáveres  conducidos  en  ca- 
miones de  la  Cruz  Verde  al  Hospital  Juárez,  una  guar- 
dia de  100  plazas  los  resguardaban.  Aquel  inmenso 
gentío  se  descubrió  y  arrodilló  al  paso  de  los  ensan- 
grentados despojos  y  una  verdadera  romería  de  mu- 
chos miles  de  personas,  desfiló  por  la  casa  de  los  her- 
manos Pro  tocando  rosarios,  crucifijos,  medallas,  tro- 
zos de  lienzo,  etcétera  a  los  cadáveres. 

Pero  la  más  imponente  manifestación  de  devoción 
popular,  se  presenció  el  día  24  al  efectuarse  el  entie- 
rro. Los  periódicos  de  la  Capital  narran  en  unas  cuan- 
tas líneas  el  sepelio  omitiendo  todos  los  pormenores 
del  grandioso  acontecimiento,  que  revistió  caracte- 
res de  un  solemne  mentís  dado  por  toda  la  sociedad 


82 


'ranciscodeB.  Smartzj 


a  los  tiranos.  Los  que  el  gobierno  perseguidor  ajusti- 
ció como  complotistas,  son  aclamados  públicamen- 
te como  inocentes;  los  que  fueron  exhibidos  como 
criminales,  son  vitoreados  como  mártires...! 

Ni  el  pánico  de  injusticia  sin  precedente  en  un  país 
donde  sólo  la  injusticia  impera,  ni  las  amenazas  de 
un  gobierno  que  no  respeta  ni  las  más  elementales 
formas  de  equidad,  ni  los  numerosos  espías,  ni  las 
falsas  delaciones,  ni  las  tropas  acuarteladas  en  la  ciu- 
dad; fueron  bastantes  para  contener  el  entusiasmo 
popular...  y  tan  ardiente  y  decidido  era  éste,  que  el 
gobierno,  consciente  de  su  impotencia,  optó  por  ni 
siquiera  pretender  evitar  tales  demostraciones,  ün 
testigo  ocular  narra  el  triunfo  de  los  mártires:  "Muchos 
millares  de  personas  enteramente  desconocidas  a  la 
familia  desfilaron  ante  los  féretros  ansiosas  de  vene- 
rar los  cuerpos  de  los  mártires,  besar  los  féretros  y  to- 
car a  ellos  sus  piadosos  objetos.  Todos  los  visitantes 
estaban  poseídos  de  un  dolor  intenso,  pero  a  la  vez 
de  veneración  y  respeto,  de  devoción  profunda.  Du- 
rante la  noche  el  Smo.  Sacramento  reposó  alternati- 
vamente sobre  los  féretros,  escena  que  traía  a  la  me- 
moria las  venerandas  tradiciones  de  las  Catacumbas. 
Los  sacerdotes  rezando  el  oficio  de  difuntos,  bendije- 
ron los  cadáveres  y  celebraron  la  Santa  Misa.  El  padre 
de  los  mártires,  venerable  anciano  de  75  años,  dio 
muestras  sublimes  de  entereza  cristiana,  pasando  lar- 
gas horas  de  rodillas  entre  los  dos  féretros,  apoyando 
las  manos  en  ellos  y  en  oración.  Se  muestra  noble- 
mente orgulloso  de  sus  hijos,  pero  no  guarda  rencor 
contra  sus  verdugos,  ni  habla  mal  de  ellos. 


Heraldos  de  Cristo  Rey 


83 


Llegó  el  momento  del  sepelio.  Los  sacerdotes  se 
disputaron  el  honor  de  llevar  en  hombros  los  féretros 
hasta  las  carrozas,  las  más  lujosas  de  la  ciudad.  En 
ese  momento  cambió  completamente  el  cuadro,  el 
dolor  tornóse  en  júbilo,  el  sepelio  en  marcha  triunfal, 
en  apoteosis  que  traía  a  la  memoria  las  gloriosas  pro- 
cesiones de  la  Ciudad  Eterna  en  que  un  pueblo  entu- 
siasta conducía  en  triunfo  los  restos  de  sus  mártires. 
Una  multitud  inmensa  que  esperaba  la  salida  de  los 
cadáveres  al  verlos  aparecer  sintióse  presa  de  entu- 
siasmo, de  emoción,  de  júbilo,  de  fe.  El  espíritu  de 
Dios  habíase  apoderado  de  ella,  llenándola  de  júbilo, 
de  fe  y  de  fortaleza.  Como  un  solo  hombre  todos  los 
asistentes  cayeron  de  rodillas,  y  desahogaron  la  in- 
tensa emoción  de  sus  pechos  en  lágrimas  de  alegría, 
en  vítores  y  aplausos.  Desde  que  salieron  los  cuerpos 
hasta  que  regresó  de  Dolores  la  comitiva  resonó  el 
ambiente  con  plegarias,  con  cánticos  de  fe,  con  víto- 
res entusiastas.  ¡Viva  Cristo  Rey!  ¡Vivan  los  santos 
mártires!  Eran  las  voces  continuas  que  lanzaban  los 
peregrinos,  a  lo  que  se  añadía  ¡Viva  el  Papa!  ¡Vivan 
nuestros  Obispos!  ¡Vivan  nuestros  Sacerdotes!  ¡Viva 
la  Religión!  ¡Mártires  santos  alcanzadnos  la  libertad 
de  la  Iglesia!  ¡Señor,  si  quieres  mártires  aquí  está  nues- 
tra sangre  y  nuestra  vida!...  Imposible  describir  la  pro- 
cesión. Baste  decir  que  el  número  de  los  asistentes 
se  calcula  entre  quince  y  veinte  mil  (los  diarios  de- 
cían que  30  mil)  personas,  siendo  de  notar  que  el 
entierro  tuvo  lugar  en  un  día  de  trabajo  y  en  horas  de 
oficina,  no  obstante  lo  cual,  la  multitud  se  componía 
de  toda  clase  de  personas,  señoras  de  la  mejor  socie- 
dad, humildes  mujeres,  obreros  en  gran  número  y 


84   +  Francisco  de  B.  Smartzj  ^ 

muchos  caballeros  y  jóvenes  de  la  mejor  sociedad. 
Los  automóviles  eran  por  lo  menos  seiscientos.  El  trá- 
fico se  suspendió  varias  veces,  los  tranvías  se  vaciaban 
al  paso  de  la  comitiva  pues  los  viajeros  se  bajaban  de 
ellos  para  engrosarla.  Las  calles  y  las  calzadas  se  tapi- 
zaban de  flores.  En  el  rancho  de  la  Hormiga,  una  hora 
larga  antes  de  llegar  a  Dolores,  los  cadáveres  fueron 
bajados  de  las  carrozas  y  llevados  en  hombros  hasta 
sus  tumbas.  Era  un  paseo  triunfal.  Era,  repetimos,  el 
espíritu  de  Dios  que  se  había  apoderado  de  la  multi- 
tud cristiana  que  paseaba  a  sus  triunfadores,  a  sus 
héroes  y  proclamaba  Rey  a  Jesucristo,  y  cantaba 
fervorosamente  el  Tú  reinarás..."17. 

Momento  de  los  más  conmovedores  y  sublime  fue 
aquel  en  que  las  cajas  mortuorias  eran  depositadas 
en  sus  tumbas...  La  multitud  silenciosa  escuchó  las 
vibrantes  palabras  de  un  valiente  sacerdote  que  ani- 
maba a  los  presentes  a  imitar  el  ejemplo  de  los  que 
tan  gallardamente  supieron  llevar  su  amor  a  la  Santa 
Iglesia  hasta  el  derramamiento  de  su  sangre;  y  cuan- 
do la  tierra  empezó  a  caer  sobre  los  ataúdes,  resonó 
nuevamente  el  clamoroso  entusiasmo  de  un  pueblo 
creyente  con  el  grito  engendrado  por  el  heroísmo 
mexicano  ¡Viva  Cristo  Rey!  ¡Vivan  los  mártires! 


17  Diario  de  El  Paso,  diciembre  8  de  1927. 


Segura  y  Tirado 


Heraldos  de  Cristo  Rey  87 


scenas  semejantes  de  fervor  y  entusiasmo  te- 
nían lugar  a  la  misma  hora  en  la  cercana 
Villa  de  Guadalupe  donde  fue  inhumado  el  ca- 
dáver del  ingeniero  Segura. 

Al  día  siguiente  25  fue  el  sepelio  del  jovencito  Tira- 
do; a  su  entierro  no  acudió  la  famosa  CROM,  organi- 
zación bolchevique  al  mando  del  ministro  Morones, 
pero  sí  muchos  obreros  honrados  y  muchísimas  per- 
sonas de  la  mejor  sociedad.  Al  pasar  el  cortejo  por  la 
embajada  norteamericana,  instintivamente  volvieron 
todos  los  ojos  a  las  lujosas  ventanas  y  atronaron  los 
espacios  con  el  glorioso  grito  de  ¡Viva  Cristo  Rey!, 
como  para  dar  a  entender  que  si  los  tiranos  cuentan 
con  la  criminal  complicidad  de  Washington,  el  pue- 
blo víctima  tiene  de  su  parte  al  Rey  de  los  reyes  y  al 
Señor  de  los  que  dominan. 

Presidía  el  entierro  el  padre  de  Tirado,  un  anciano 
pobrísimamente  vestido  y  privado  de  la  vista.  En  el 
mismo  cementerio  la  generosa  caridad  de  las  Damas 
Católicas  hizo  una  colecta  para  ayudar  a  la  familia  del 
obrero  tan  inicuamente  sacrificado:  el  gobierno  se 


88-4 


rancisco  de  B.  Smartzj 


apoderó  del  dinero,  pero  el  pueblo  supo  rescatarlo  y 
logró  ponerlo  en  las  temblorosas  manos  del  cieguecito 
que  con  su  hijo,  había  perdido  todo  amparo  en  este 
mundo... 


Himno  triunfal 


d|  Heraldos  de  Cristo  Rey  ^      9 1 


I  sol  había  traspuesto  el  horizonte,  habían  ya 
desaparecido  los  últimos  reflejos  en  las  silen- 
ciosas cúpulas  de  la  Ciudad  de  los  Palacios  y 
empezaba  ya  a  flotar  en  el  ambiente  ese  misterioso 
polvillo  dorado  que  al  atardecer  envuelve  a  las  gran- 
des ciudades;  cuando  el  heroico  padre  de  los  herma- 
nos Pro  con  el  corazón  tan  desgarrado  como  los  ca- 
dáveres de  sus  hijos,  pero  con  el  alma  llena  de  la  fe 
robusta  de  los  Patriarcas,  después  de  haber  arrojado 
el  primer  puñado  de  tierra,  rogó  a  los  numerosos  sa- 
cerdotes allí  reunidos,  le  acompañasen  a  rezar  el  "te 
deum"  en  acción  de  gracias  a  Dios  que  le  había  he- 
cho padre  de  dos  mártires.  Con  razón  "The  Tablet"  (3 
de  diciembre  de  1927),  comentando  el  glorioso  fin 
de  estos  campeones  y  el  cuadro  de  sublime  heroís- 
mo que  hijos  y  padre  han  dado  al  mundo,  termina 
con  estas  líneas:  "Nadie  más  alegre  que  el  asesino 
Calles  y  sus  secuaces.  Son  carniceros  y  su  oficio  es 
destruir  de  la  manera  más  abominable.  Esos  insensa- 
tos pensaban  que  el  sacerdote  había  muerto;  mas  el 
P  Pro  y  sus  compañeros  no  han  muerto.  Ahora  es 
cuando  han  empezado  a  vivir.  No  sólo  todo  México 
los  conoce  ahora,  sino  el  mundo  entero  tiene  presen- 
tes sus  retratos  y  su  glorioso  fin.  ¡Muertos  cuando  han 


92 


Francisco  de  B. 


empezado  a  vivir!  La  tierra  ha  sido  santificada  con  sus 
despojos,  los  mártires  sus  predecesores  se  han  ale- 
grado con  su  presencia;  sus  compañeros  de  lucha  se 
han  robustecido  con  su  heroísmo;  las  matronas  los 
lloran  e  imploran  su  protección,  los  niños  aprende- 
rán a  amarlos  e  imitarlos.  Nunca  habían  estado  más 
vivos  que  ahora.  Si  Hidalgo  y  Morelos  viven  aún  en  la 
historia  mexicana,  el  recuerdo  del  R  Pro  y  de  sus  ino- 
centes compañeros  durará  tanto  como  la  civilización 
misma...". 

Nadie  acertaba  a  separarse  de  los  restos  venera- 
dos. Sólo  cuando  la  húmeda  obscuridad  empezó  a 
invadir  el  lúgubre  y  espacioso  cementerio  y  se  hizo 
saber  que  las  puertas  iban  a  ser  cerradas,  todos  los 
asistentes  como  impulsados  por  una  sola  voluntad, 
empezaron  a  retirarse  entonando  el  himno  a  Cristo 
Rey. 

Y  aquellas  notas  llenas  de  fe  y  de  valor,  repercutían 
en  el  cercano  Alcázar  de  Chapultepec,  residencia  del 
presidente  Calles,  y  confundidas  con  el  lejano  rumor 
de  la  Metrópoli,  se  elevaban  al  cielo  como  la  plegaria 
de  un  pueblo  que  espera  confiado  el  triunfo.  Porque 
todo  lo  ha  sacrificado  por  su  fe... 


Esta  obra  se  imprimió  en  junio  de  2005 
en  los  talleres  de  la 
Editorial  APC 
Avenida  Américas  #  384 
Guadalajara,  Jalisco,  México. 


Princeton  Theological  Seminary  Librarles 


1  1012  01348  2569 


Enfrente  de  los  mártires  que  sonríen, 
perdonan  y  bendicen,  están  los 
verdugos   que  ultrajan, 
calumnian  y  blasfeman...  Es  la 
antítesis  más  perfecta  del  valor  y  la 
cobardía,  de  la  grandeza  moral  con 
sus   destellos   sublimes   y  la 
degradación  con  sus  más  repulsivas 
ruindades... 

Tres  elementos  se  han  distinguido 
notablemente  en  las  huestes  del 
derecho  cristiano:  los  sacerdotes  con 
su  abnegación,  su  prudencia  y  su  celo; 
las  juventudes  católicas  de  ambos  sexos 
con  sus  santos  entusiasmos  y  derroches 
de  heroísmo,  y  el  pueblo  humilde  con  sus 
sacrificios  y  su  incontrastable  fidelidad. 


Y  como  las  epopeyas  de  las  naciones  y  de 
las  razas  se  escriben  con  las  gloriosas  hazañas 
de  sus  héroes,  al  sacerdocio,  a  las  juventudes 
católicas  y  a  los  pueblos  latinoame- 
ricanos, genuinos  hermanos  de 
los  campeones,  dedica  este 
episodio  de  la  gigan- 
tesca lucha. 


Padre  Miguel  Agustín  Pro,  óleo  de  Gonzalo  Carrasco.  S.J