L1BRARY OF PR1NCETQN
AUG - 7 2006
THEOLOGICAL SEMINARY
BR610 .S63 1928
Smartz j , Francisco de B.
Heraldos de Cristo Rey : el
rev. p.
Miguel A. Pro, S.J., y sus
compageros
tes de grande
Digitized by
the Internet Archive
in 2014
https://archive.org/details/heraldosdecristoOOsmar
Heraldos de Cristo Rey
Heraldos de Cristo Rey
El Rev. R Miguel A. Pro, S. J.,
y sus compañeros víctimas de la persecución
religiosa en México
(Contrastes de grandeza y ruindad)
Francisco de B. Smartzj
A P C®
Asociación Pro-Cultura Occidental, A.C.
Guadalajara, Jalisco, México
Primera edición 1928
El Diario de El Paso-Estados Clnidos
Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra
por cualesquier medios, ya sea mecánico o digitalizado u otro
medio de almacenamiento de información, sin la autorización
previa por escrito del editor.
© Copyright
Derechos Resé
Segunda edición!
Junio de 2005
Editorial APC
Avenida Américas #384
C. R 44600
Tel. (33) 36-30-61-42
Guadalajara, Jalisco, México
www.editorialapc.com.mx
0199
:so i
Impnesp en México.
Printed
in México.
IT
¡Caridad de Dios Santo ! ¡En tu seno me abismo !
Ya sólo Tú me bastas, fuente de caridad.
¡Hiere pues a tu víctima I Y que a un tiempo mismo, pues
»
todo te lo he dado, nada me quede ya. . .
(Final de una sentida composición del R. R
Pro, escrita en francés pocos meses antes de
volver a la patria).
Indice
A los hermanos de los campeones 1 1
Torrentes de sangre 15
Las víctimas 19
Juez, testigo, acusador y verdugo 27
Patrañas oficiales 33
El imperio de la ley 39
Heroica púrpura 47
Filigranas de hiena 53
Verdadero crimen 59
El apóstol esforzado 69
Sanción popular 79
Segura y Tirado 85
Himno triunfal 89
A los hermanos de
los campeones
Heraldos de Cristo Rey
13
os campos perfectamente deslindados sos-
tienen en nuestros días una gigantesca lu-
cha en el legendario país de Anáhuac: de
una parte los magnánimos defensores de la libertad
en sus más nobles representaciones; en la otra se
hallan los criminales de toda especie: aquéllos, faltos
de todo humano apoyo y abandonados a su propia
suerte; éstos, dueños de las riquezas nacionales y con
abundancia de recursos materiales: los primeros con-
fiados en la nobleza de su causa y en la protección
divina, tremolan la bandera de la civilización cristia-
na; sus contrarios, la de la barbarie más feroz, la del
despotismo, la de la tiranía en sus más repugnantes
aspectos, respaldados por el abrumador poderío de
los Estados Unidos y por la criminal indiferencia de
pueblos que se precian de cultos.
Enfrente de los mártires1 que sonríen, perdonan y
bendicen, están los verdugos que ultrajan, calumnian
y blasfeman... Es la antítesis más perfecta del valor y
la cobardía, de la grandeza moral con sus destellos
1 Al usar esta palabra, no pretendemos prevenir el juicio de la
Santa Iglesia.
14 ^ Francisco de B . Smartzj É¡
sublimes y la degradación con sus más repulsivas ruin-
dades...
Tres elementos se han distinguido notablemente
en las huestes del derecho cristiano: los sacerdotes
con su abnegación, su prudencia y su celo; las juven-
tudes católicas de ambos sexos con sus santos entu-
siasmos y derroches de heroísmo, y el pueblo humil-
de con sus sacrificios y su incontrastable fidelidad.
Y como las epopeyas de las naciones y de las razas
se escriben con las gloriosas hazañas de sus héroes;
al sacerdocio, a las juventudes católicas y a los pue-
blos latinoamericanos, genuinos hermanos de los
campeones, dedica este episodio de la gigantesca
lucha.
El Autor.
New York, diciembre de 1927
Heraldos de Cristo Rey
17
/p ólo la Revolución Francesa con el rechinar
continuo de la guillotina es comparable al
espectáculo del infortunado pueblo mexi-
cano, üno tras otro, con rapidez aterradora, van ca-
yendo los más esforzados campeones del derecho cris-
tiano; una tras otra son segadas por la furia implaca-
ble de los perseguidores, vidas jóvenes, las más lle-
nas de halagadoras esperanzas.
Hasta el presente se conocen los nombres y sitios
en que han sido sacrificados ciento cincuenta sacer-
dotes por el único delito de cumplir con su sagrada
misión; los jóvenes de la ACJM que han sucumbido
al empuje del furor anticristiano forman legión y aún
hay muchísimos valientes atletas de la fe que han
desaparecido de las mazmorras.
Acaban de caer, acribillados por las balas de los
verdugos, tres ilustres víctimas: el R. R Miguel A. Pro,
S. J., su hermano el joven paladín del derecho católi-
co Humberto y el ingeniero Luis Segura Vilchis pro-
minente miembro, como el anterior de la ACJM.
El caso es típico, porque revela con espantosa cla-
ridad los nefandos abismos de crueldad e injusticia a
que han descendido los abominables opresores del
pueblo mártir.
Las víctimas
♦
Heraldos de Cristo Rey
V 21
1 R. R Pro, S. J., vio la luz primera el 18 de
enero de 1891, en el importante y pintores-
co centro minero de Concepción del Oro, es-
tado de Zacatecas.
Era muy joven aún, cuando su papá el Sr. Miguel
Pro, hizo trasladar toda la familia a la ciudad de Saltillo
a fin de atender mejor sus numerosos negocios mine-
ros: cursada allí toda la instrucción primaria, empezó a
ayudar a su padre en la administración de sus nego-
cios para los que mostraba muy notables cualidades.
Recibido en la Congregación Mariana, muy pronto
conoció que Dios le llamaba a la Compañía de Jesús.
No le faltaban alentadores ejemplos en su virtuosa
familia: sus dos hermanas mayores habían ya abraza-
do la vida religiosa y su madre la señora doña Josefa
Juárez era modelo de madres cristianas y de una no-
table conformidad con la voluntad divina.
Ingresó al noviciado de El Llano (Mich., México) el
10 de agosto de 191 1. No tardaron las terribles prue-
bas que le habían de preparar al martirio y que siem-
pre sobrellevó con la sonrisa en los labios: nadie que
le viese en todas ocasiones tan jovial y comunicativo,
hubiese podido sospechar sus amargas penas.
22 ^ Francisco de B . Smartzj ^
AI arrasar la República en 1914, aquella ola de cie-
no y sangre que se llamó Revolución Carrancista, cuna
militar y política de los actuales gobernantes, empe-
zaron a llegarle tristísimas nuevas: su padre persegui-
do y despojado de todos sus bienes huía para salvar
la vida entre tanto que su acongojada madre, desti-
tuida de todo humano recurso, se encaminaba a
Guadalajara con los cuatro hijos menores, en busca
de un lugar más seguro.
Muy pronto llegaron también hasta su apacible re-
tiro, los horrores de la revolución. Ocupada la cerca-
na ciudad de Zamora (Mich.) por las avanzadas carran-
cistas y merodeando feroces grupos de revoluciona-
rios, decidieron los superiores que fuese abandonada
la casa de formación. Desde el 15 de agosto empeza-
ron a dispersarse los jóvenes religiosos en grupos de
dos o tres, yendo unos a las haciendas cercanas, otros
a sus propios hogares y los restantes a diversas casas
amigas de Zamora. A esta ciudad se dirigió el R Pro
con otros tres compañeros al atardecer del mismo día
15, donde estuvo atendido por una ejemplar familia
hasta el 29 del mismo mes, fecha en que se encami-
nó a Guadalajara.
No faltaron sobresaltos y peligros durante estos
días, mas aumentaron cuando el cabecilla Amaro (ac-
tual Ministro de Guerra y Marina en el Gabinete callis-
ta), llegó a la ciudad y empezó una cruel persecución
contra los sacerdotes y capitalistas: cáteos de hoga-
res, amenazas, prisiones, multas, saqueos, horribles
profanaciones y tormentos se repetían diariamente...,
el mismo Amaro abofeteó delante de sus chusmas a
un anciano sacerdote y se untó con la abundante san-
Heraldos de Cristo Rey
23
gre que corría por el rostro de la venerable víctima las
manos diciendo a sus soldados: "para que vean cómo
no se me secan los brazos con la sangre de curas...".
Tales atrocidades impulsaron a los superiores a
ordenar que algunos abandonasen la ciudad: entre
los señalados estaba el R Pro, quien disfrazado de cam-
pesino pudo pasar por entre los guardias la noche del
29 de agosto con un compañero. Con otros tres jóve-
nes religiosos que se le unieron al día siguiente, em-
prendió una larga y peligrosa caminata, la mayor par-
te del tiempo a pie, por carreteras fangosas e infesta-
das de feroces carrancistas, hasta la estación Negrete.
De los tres días que duró la penosa travesía, uno lo
tuvieron que pasar oculto en los bosques para evitar
caer en manos de una turba de revolucionarios.
Llegó a Guadalajara el 2 de septiembre disfrazado
de criado de sus compañeros y cargando el equipaje
de todos. Durante el mes que permaneció allí, a pe-
sar de la profunda pena que le causaba la extrema
necesidad de su antes acomodada familia, fue siem-
pre quien más alentó con su carácter alegre y su ejem-
plar conducta a sus trece compañeros repartidos en
diversas casas.
El 2 de octubre se despidió de su familia y empren-
dió el camino del destierro, yendo a los Estados Uni-
dos donde estuvo hasta el mes de junio siguiente. En
Granada (España), pasó los cinco siguientes años
dedicado a los estudios de Retórica y Filosofía y en
1920 fue destinado al Colegio Centro América de
Granada (Nicaragua), donde se distinguió por su in-
cansable laboriosidad y su abnegación a toda prue-
ba. Volvió de nuevo a España para cursar la Sda. Teo-
24-*
Francisco de B.
logia en Sarriá-Barcelona, pero transcurridos dos años,
es decir en julio de 1924, fue enviado a Bélgica con el
fin de que se especializara en los estudios sociales
para los que mostraba singular aptitud.
En 1925 vio coronados los anhelos de toda su
vida, al recibir las sagradas órdenes y aunque casi
todo el curso siguiente estuvo recluido en hospita-
les y sanatorios atendiendo a su delicada salud, no
pensaba sino en volar a su patria para tomar parte
en la heroica lucha que sostenía la Iglesia contra las
leyes opresoras: llegó a México el 8 de julio de 1926,
cuando ya habían sido promulgadas las leyes que
hacen de la Iglesia una dependencia insignificante
del Estado, y desde que pisó el suelo patrio hasta el
glorioso día de su martirio, fue un verdadero cam-
peón de la causa católica.
Los otros dos jóvenes que juntamente con él ofren-
daron su sangre, eran hermosas flores, llenas de hala-
gadoras esperanzas, en ese devastado jardín de la Igle-
sia mexicana. Humberto, digno hermano del P. Pro,
contaba apenas 24 años y ya se había distinguido
notablemente entre los heroicos jóvenes que en Méxi-
co lo han sacrificado todo a la defensa de los sagra-
dos derechos de Cristo Rey, por sus dotes organiza-
doras, su valor y su talento. Tuvo la gloria de ser el
primero en ir a los calabozos juntamente con el esfor-
zado líder Lic. René Capistrán Garza, cuando los ca-
tólicos empezaron a intensificar la defensa legal de
sus derechos tan inicuamente desconocidos.
El joven ingeniero Luis Segura Vilchis, presidente
de la ACJM en Guadalupe Hidalgo, era también un
incansable luchador de Cristo: sus 27 años de edad
^ Heraldos de Cristo Rey 25
formaban ya una gloriosa vida de sacrificios, he-
roicidades, luchas y persecuciones por la justicia. Lo
único que parece desprenderse de unos documentos
que la policía dice haber encontrado en su casa (pu-
dieron haberlos hallado en cualquiera otra de las
muchas casas allanadas), es que remitía parque y ar-
mas a los héroes que abandonados de todo el mun-
do, han jurado no dejar las armas hasta no ver plena-
mente respetados los derechos de Cristo en la nación
mexicana.
Y si este es crimen que merece la muerte, tendrán
que ser llevados al cadalso todos los mexicanos que
sientan latir en su pecho un corazón honrado, pues
desde que los perseguidores rechazaron con innobles
burlas la petición calzada con las firmas de más de
dos millones de ciudadanos, todos los buenos mexi-
canos en mayor o menor escala, son reos del mismo
delito, ¡o por lo menos quieren serlo!
testigo, acusador
y verdugo
Heraldos de Cristo Rey ^ 29
orno el general Roberto Cruz desempeña un
papel tan principal en este acontecimien-
to, es indispensable decir unas cuantas pa-
labras acerca de su personalidad.
Nombrado Inspector General de Policía de la Capi-
tal desde hace más de dos años, ha tomado parte muy
activa en los más vergonzosos actos de la actual tira-
nía: es el mismo general que con su infame látigo cru-
zó el rostro a honorables damas de la aristocracia
mexicana en febrero de 1926, es el que ha mandado
violar a señoritas y dar tormento a jóvenes y caballe-
ros en castigo de ser fieles a su religión. Pero el retra-
to más fiel de este siniestro personaje, lo ha trazado el
notable periodista inglés Mr. F Mac-Cullagh, quien
habiendo visitado a México después de Rusia, no duda
en afirmar que el espectáculo que se presentó a sus
ojos "fue en muchos aspectos mucho más espanto-
so aun que el que había presenciado en Rusia". Y poco
después refiriéndose al general Cruz, dice: "El señor
inspector general Roberto Cruz, el Djerjindsky mexi-
cano, es un hombre de unos cuarenta años, alto, grue-
so con cuello de toro, no usa ese bigote a modo de
cepillo de dientes que suelen llevar con afectación los
generales mexicanos, que en su vida han visto la ver-
30 ^ Francisco de B . Smartzj ^
dadera guerra, y tiene la cara bien afeitada, pulida y
polveada con exceso. Lo mismo que su amo Calles y
que la mayor parte de los individuos de la banda ca-
llista, el general Cruz es mestizo, y quizá en ese hecho
radica la explicación de la brutalidad con que trata a
las mujeres y a las niñas inocentes que son arrastra-
das a su presencia. CJsa uniforme ceñido, bien corta-
do, y lleva siempre una pistola fajada a la cintura. Tie-
ne otra sobre su escritorio, al alcance de su mano,
cerca de su fusta. Por más que tiene casi siempre a su
disposición un costoso automóvil, regalo de su ami-
go Calles, muestra predilección por las botas de mon-
tar y las espuelas.
Presenta una curiosa mezcla de virilidad y de femi-
nidad. Se perfuma como una mujer de la vida alegre.
No ha sido nunca más que policía, no se ha hallado
nunca cara a cara con un hombre armado, de igual a
igual, sin embargo el mariscal von Hindenburg no le
supera en marcial continente.
Cruel por naturaleza y provisto de buena dosis de
salvajismo latente que sin gran trabajo se le descu-
bre, no toma en cuenta la legalidad más que un toro
furioso. El general Cruz mata o hace deportar a los
sospechosos sin la menor forma de juicio. Hace fusi-
lar a unos en los calabozos subterráneos de la Inspec-
ción General; otros enviados al presidio mexicano de
las Islas Marías en el Pacífico, desaparecen sin expli-
cación a lo largo del camino. CIna vez llegaron cua-
renta deportados a Manzanillo, el puerto de salida para
las Islas Marías, y puestos a bordo de un barco: nunca
se volvió a saber de ellos ni del barco2.
2 Versión de El Diario de El Paso, octubre 19 de 1927.
♦
Heraldos de Cristo Rey
31
Tal es el hombre que desempeña el múltiple e in-
compatible oficio de juez, acusador, notario, testigo y
verdugo: es el único que interviene en las declaracio-
nes de los detenidos, el único que comunica a la pren-
sa lo que han confesado, el único que supo cuándo y
cómo debían ser fusilados, él fue finalmente quien
dirigió y presenció satisfecho el horrible asesinato de
las víctimas.
Al público ha sido comunicado sólo lo que el Gral.
Cruz ha declarado y en este asunto hay que creerlo
todo bajo la honorabilidad del señor inspector.
Heraldos de Cristo Rey 35
1 13 de noviembre pasado, pocas horas des-
pués de arribar a la capital mexicana el ge-
neral Obregón, ídolo funesto de los demago-
gos revolucionarios, fue agredido por unos cuantos
hombres que tripulaban un auto: encaminábase a
Chapultepec cuando una bomba que estalla en su
automóvil, causa algunos destrozos y le hiere leve-
mente con unos cristales. Cuatro eran, según los in-
formes oficiales, los tripulantes del carro agresor; uno
quedó herido de suma gravedad en el cerebro por las
descargas que hicieron los acompañantes de Obre-
gón, y los otros tres lograron escapar.
El famoso atentado es un misterio, pero se dan
varias explicaciones: el mismo general Obregón lo atri-
buyó en un principio a sus enemigos políticos exa-
cerbados por las horribles matanzas del general Se-
rrano y demás connotados antirreeleccionistas y ni
por un momento, a pesar de su rabioso anticleri-
calismo, pensó culpar a los católicos; otros afirman
que el autor intelectual del complot es el mismo Ca-
lles deseoso de continuar pacíficamente en el poder
después de haber hecho que las Cámaras prolonga-
sen el período presidencial dos años más, y finalmen-
36 ^ Francisco de B . Smartzj ^
te se ha rumorado con insistencia que la responsabi-
lidad es del ministro Morones, líder de la CROM: cual-
quiera de estas dos últimas versiones explicaría la pre-
cipitación con que se procedió a sacrificar vidas ino-
centes, pues así se alejarían todas las sospechas de
los verdaderos autores del atentado.
Desde que fue capturado hasta que murió, el dina-
mitero herido permaneció en la más completa incons-
ciencia a consecuencia de una grave lesión cerebral y
sin embargo, el señor inspector general de policía da
la estupenda nueva de que el moribundo había reve-
lado los nombres de los cómplices3.
Los telegramas de la Prensa Asociada del 22 de
noviembre dan cuenta de las aprehensiones del R. R
Pro, S. J., de su hermano Humberto y del ingeniero
Luis Segura Vilchis. Otras honorables personas, en-
tre ellas la sobrina de uno de los más notables obis-
pos que ha tenido México el limo. Sr. Montes de Oca,
son llevadas a las prisiones, se catean muchas casas
de prominentes católicos y lo único que han encon-
trado, según la misma información oficial, son unos
cuantos revólveres y algunos centenares de cartuchos
destinados a los indomables campeones que defien-
den la libertad religiosa en las montañas de Jalisco y
Zacatecas. Esto es lo único que aparece de los docu-
mentos que dicen haber recogido en los registros de
las moradas de católicos; pero el general Cruz con
3 Consúltese el detenido estudio sobre el atentado y sus autores
publicado en El Diario de El Paso, 27-30 diciembre 1927: "La
evidencia de un crimen" por [. Bravo.
Heraldos de Cristo Rey
37
lógica revolucionaria deduce la culpabilidad de los
detenidos y así lo comunica a la prensa.
¿Qué pretendía el gobierno con tales mentiras?
Sencillamente denigrar la causa católica tan decidi-
damente defendida por todo el elemento sano de la
República haciendo aparecer a los católicos ante el
mundo como complotistas, denigrar el sacerdocio
presentando a un sacerdote como vil criminal: poco
le importa que después se descubra la verdad, la pri-
mera noticia dada exclusivamente por los elementos
oficiales se esparce por todo el mundo y jamás volve-
rán a aparecer en los diarios telegramas que hablen
de la inocencia de los calumniados.
Quienes estén al tanto del famoso asalto al tren de
Guadalajara, atribuido al Episcopado y descrito por
el mismo Calles como un acto de salvajismo sin pre-
cedente, cuando fue precisamente todo lo contrario;
quienes recuerden quién falsificó la firma del Delega-
do Apostólico limo. Sr. Caruana; quienes sepan de
qué medios se han valido los perseguidores para de-
nigrar la fama del heroico Prelado de Guadalajara;
quienes estén enterados de las recientes declaracio-
nes de Miguel Avila, detective norteamericano, quien
expuso ante el Senado de Estados Unidos haber reci-
bido ofertas de 10 mil dólares de parte del Gobierno
mexicano para afirmar que el limo. Sr. Díaz había fal-
sificado los documentos publicados por los periódi-
cos de Hearst; reconocerán en este crimen los mis-
mos métodos... la calumnia infame, la mentira des-
vergonzada, el cinismo más degradante...
Ei imperio de la ley
Heraldos de Cristo Rey ^ 4 ]
alies y sus colaboradores en la obra nefasta
—f^\ de la imposición del bolchevismo, hablan
Vis continuamente del "imperio de la ley", del
"apego a la ley", de la "estricta observancia de la Car-
ta Magna" y no obstante toda esa palabrería, jamás
había sido pisoteada la ley con más desvergüenza que
en estos tiempos. Ni el principio fundamental de las
revoluciones que han agitado al país desde hace 17
años ha sido respetado: en noviembre de 1926 fue
suprimida la cláusula de "no reelección" para fran-
quear el paso otra vez al latifundista más acaudalado
de México, el general Obregón.
En el embrollado asunto de las leyes petroleras
Calles sigue jugando a dos cartas: aparenta mante-
nerlas en vigor para conservar el apoyo de quienes
creen ver en estas disposiciones una barrera contra el
imperialismo y va cediendo ocultamente a medida
que crecen las amenazas de Washington. Allí está la
última e inesperada decisión de la Suprema Corte de
México declarando inconstitucionales ciertas incau-
taciones tenidas hasta hace poco, por legítimas apli-
caciones de la Constitución Federal.
42-*
Francisco de B.
Veamos cómo observaron la Constitución: nos li-
mitaremos a citar los artículos que más al caso vie-
nen, y anotar los hechos sin comentario alguno.
Artículo 14... "Nadie podrá ser privado de la vida, de
la libertad o de sus propiedades, posesiones o dere-
chos, sino mediante juicio seguido ante los tribunales
previamente establecidos en el que se cumplan las for-
malidades esenciales del procedimiento y conforme a
las leyes expedidas con anterioridad al hecho".
No hubo juicio alguno, ni aun la farsa del sumarísi-
mo, ante ningún tribunal, ni se guardó ninguna de
las formalidades verbigracia decisión del jurado, de-
fensa, etcétera, sino sencillamente la "orden superior"
de que habló el Gral. Cruz cuando los periodistas le
preguntaron el mismo día de las ejecuciones, la ex-
plicación del hecho tan repentino, pues el mismo
general Cruz la víspera había declarado que serían con-
signados al Procurador General del Distrito Federal.
Artículo 19. "Ninguna detención podrá exceder del
término de tres días, sin que se justifique con un auto
de formal prisión... Todo proceso se seguirá forzosa-
mente por el delito o delitos señalados en el auto de
formal prisión...".
El R. P. Pro y su hermano fueron aprehendidos el
17 de noviembre y pasados los tres días no hubo auto
de formal prisión, ni se siguió el proceso que forzosa-
mente debía seguir al auto de formal prisión.
Artículo 20. II. "No podrá ser competido a declarar
en su contra, por lo cual queda rigurosamente prohi-
bida toda incomunicación o cualquier otro medio que
tienda a aquel objeto". Todos estuvieron rigurosamen-
te incomunicados; solamente una vez se les permitió
Heraldos de Cristo Rey
+~ 43
ser entrevistados por los periodistas y esto delante del
mismo general Cruz.
Artículo 20. III. "Se le hará saber en audiencia pú-
blica, y dentro de las cuarenta y ocho horas siguien-
tes a su consignación a la justicia, el nombre de su
acusador y la naturaleza y causa de la acusación, a fin
de que conozca bien el hecho punible que se le atri-
buye y pueda contestar el cargo, rindiendo en este
acto su declaración preparatoria". No hubo audien-
cia alguna pública, ni antes ni después de las cuaren-
ta y ocho horas de ser consignados a la justicia (por-
que nunca fueron consignados), ni pudieron contes-
tar el cargo que se les hacía.
Artículo 20. IV. "Será careado con los testigos que
depongan en su contra, los que declararán en su
presencia si estuvieron en el lugar del juicio para que
pueda hacerles todas las preguntas conducentes a su
defensa". No hubo careo, ni testigos que depusiesen
en contra de los acusados: el Gral. Cruz lo era todo.
Artículo 20. V. "Se le recibirán los testigos y demás
pruebas que ofrezca, concediéndosele el tiempo que
la ley estime necesario al efecto y auxiliándosele para
obtener la comparecencia de las personas cuyo testi-
monio solicite, siempre que se encuentren en el lu-
gar del proceso". Ofrecieron probar su absoluta ino-
cencia al ser consignados, pero en vez de conceder-
les el tiempo que la ley previene, se les puso ante el
pelotón asesino de soldados.
Artículo 20. VI. "Será juzgado en audiencia pública
por un juez o jurado de ciudadanos que sepan leer y
escribir, vecinos del lugar y partido en que se co-
metiere el delito, siempre que éste pueda ser casti-
44 + Francisco de B . Smartzj
gado con una pena mayor de un año de prisión...".
Total ausencia de audiencia pública, de jurado, de
juez; sólo el Inspector General y no en audiencia
pública, sino en las mazmorras de la Inspección Ge-
neral...
Artículo 20. VII. "Le serán facilitados todos los da-
tos que solicite para su defensa y que consten en el
proceso". Absolutamente nada se les facilitó, porque
estuvieron en las mismas condiciones que los secues-
trados.
Artículo 20. IX. "Se le oirá en defensa por sí o por
persona de su confianza, o por ambos según su vo-
luntad... Si el acusado no quiere nombrar defensores,
después de ser requerido para hacerlo, al rendir su
declaración preparatoria, el juez le nombrará uno de
oficio. El acusado podrá nombrar defensor desde el
momento en que sea aprehendido, y tendrá derecho
a que éste se halle presente en todos los actos del
juicio..." Ni por sí, ni por persona alguna se les oyó en
defensa, ni se les permitió nombrar defensor, ni el
general Cruz les nombró.
Artículo 21. "La imposición de las penas es propia
y exclusiva del poder judicial...". Y en la imposición
de la pena de muerte, para nada interviene el poder
judicial; por un momento, tal vez, se olvidó el señor
Calles de la ley y ordenó a su Inspector General la ma-
tanza.
Artículo 22. "Quedan prohibidas las penas de mu-
tilación y de infamia, la marca, los azotes, los palos, el
tormento de cualquier especie... queda también pro-
hibida la pena de muerte por delitos políticos, y en
cuanto a los demás sólo podrá imponerse al traidor a
A Heraldos de Cristo Rey ^ 45
la patria en guerra extranjera, al parricida, al homici-
da con alevosía y ventaja, al incendiario, al plagiario,
al salteador de caminos, al pirata y a los reos de delitos
graves del orden militar"4. No se necesita ser jurista con-
sumado para ver que aun en el caso de que hubieren
sido culpables del crimen que se les imputaba, jamás
les correspondía la pena de muerte que les impuso por
sí y ante sí el presidente de la legalidad.
Con razón El Diario de El Paso comparando los pro-
cedimientos seguidos en este asesinato, con el cami-
no trazado por la ley, escribía: "El hecho es insólito
dentro de la demencia revolucionaria. No obstante
que se han presenciado los más horrendos crímenes,
las más atroces villanías, las carnicerías más espeluz-
nantes, este acontecimiento reviste caracteres de un
extraordinario salvajismo. Porque aun en el supuesto
de haberse comprobado la complicidad de los asesi-
nados en el atentado, no existe ley alguna en el mun-
do que autorice a la matanza sin previa formación de
causa, sin previa investigación serena de los aconte-
cimientos, sin honrada observancia de los elementa-
les mandatos del respeto a la vida humana.
El atentado dinamitero contra el general Obregón
no fue un atentado de consecuencia, y en todo caso
debió haber sido calificado como delito del orden co-
mún frustrado, sujeto por consiguiente a las atenuan-
tes que las leyes determinan para el caso. Si el resul-
tado de las bombas hubiese sido la muerte de
4 Citas de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexica-
nos, ed. 1917.
46
Francisco de B. Smartzj
Obregón o de uno de sus acompañantes, podría ha-
berse perseguido un homicidio perpetrado, y como
tal castigado en las personas de los responsables; pero
habiendo sido un simple conato de homicidio, la be-
nignidad judicial debió apegarse a la ley, si a los pre-
suntos culpables se les hubiese consignado siquiera
a autoridades judiciales competentes. Pero no se hizo
nada de esto. Bastó la burda pesquisa policíaca, la
truculenta investigación soldadera, para formular un
fallo arbitrario y para ejecutar la sentencia despótica.
Esto sólo acontece en países sometidos a la feroz
esclavitud de un régimen de terror, en el cual no hay
ley, ni hay justicia, ni hay otros tribunales que los ca-
prichos de los déspotas del militarismo imperante.
Pero hay algo todavía más grave: el P Pro y sus
acompañantes, caso de que efectivamente hubiesen
tenido alguna complicidad con los autores materia-
les del atentado frustrado, no eran en modo alguno
de igual culpabilidad que los autores materiales eje-
cutores del mismo. Y en consecuencia, nada pudo
justificar ese rigor implacable para aquellos que sola-
mente aparecieron, y eso según las afirmaciones ofi-
ciales, como los directores ocultos del atentado5.
No sabemos si aún se atreven los representantes
callistas a afirmar que allá en México sólo se trata de
hacer cumplir la ley..., que siempre se procede con
estricto apego a la ley, o alguna de esas frases que
con tanta frecuencia repiten los agentes asalariados
de la tiranía.
5 Editorial del 24 de noviembre cuando apenas se habían recibido
los lacónicos telegramas de la ejecución.
Heroica púrpura
♦
Heraldos de Cristo Rey
49
n inusitado movimiento de tropas que se nota
desde las primeras horas del día 23 de noviem-
bre atrae la atención pública. Numerosos
guardias montados rodean la Inspección General de
Policía, situada en una de las partes más céntricas de
la metrópoli. Los detenidos sospechan que algo gra-
ve les amenaza, aunque ni una palabra se les ha di-
cho de la suerte que les espera. ¡Estaban incomuni-
cados!
A las 10:30 de la mañana estaba ya formado el
cuadro fatídico en el jardín de la Inspección; llega el
Gral. Cruz en su lujoso auto y es recibido con honores
militares; casi al mismo tiempo se presenta una co-
misión del Estado Mayor Presidencial para represen-
tar al Presidente en el acto de la ejecución, y final-
mente entran los periodistas y fotógrafos expresamen-
te invitados.
Todo está preparado. En este momento va a la cel-
da del R Pro un agente policíaco y le llama; teniendo
casi la seguridad de que es para morir, se despide de
su hermano diciéndole "Adiós, hermano mío" y de sus
demás compañeros "Adiós, hijos míos". Avanza en-
tonces, acompañado por el mismo agente, sereno,
50 ^ Francisco de B. Smartzj ^
mesurado, caminando con paso firme, los ojos ba-
jos, el rosario en sus manos y se coloca frente al pelo-
tón: ya no había duda alguna... iba a ser pasado por
las armas sin previa notificación... ün agente de los
que le habían aprehendido, convencido de la inocen-
cia del Padre y arrepentido, se acerca y le pide per-
dón. "No sólo le perdono, responde el Padre, sino que '
le estoy profundamente agradecido". Al preguntársele
en este momento, si deseaba alguna cosa, contestó:
"Que me permitan rezar unos momentos". Se arrodi-
lla bajo la tierra floja que va a ser humedecida con su
sangre generosa, cruza los brazos ante el pecho, baja
los ojos, murmura una breve plegaria y se pone de
pie frente al pelotón con una tranquilidad tan nota-
ble, que admira a sus mismos verdugos. Entornó un
poco los ojos y con el rosario en la mano izquierda y
el crucifijo en la diestra, se puso en cruz.
El eco de sus últimas palabras se confundió con el
estampido de la descarga que le arrancó la vida...
El cuerpo cayó suavemente hacia atrás, quedando
los brazos en forma de cruz como los tenía al recibir
la descarga y las piernas un poco recogidas: un sar-
gento se acercó para darle el tiro de gracia. Eran las
10:36 de la mañana del 23 de noviembre.
Vino después el ingeniero Luis Segura Vilchis que
fue colocado a unos cuantos centímetros del cadáver
del R Pro y también murió con la entereza de un már-
tir. Momentos después hacían pasar por delante de
los dos cuerpos al joven Humberto Pro, quien antes
de morir sacó un crucifijo pequeño, lo besó, bajó las
manos y recibió la descarga fatal con la admirable
serenidad de sus compañeros. Finalmente, el infeliz
A Heraldos de Cristo Rey ^ 51
obrerito, menor de edad Antonio Tirado, cayó acribi-
llado por las balas. Este joven fue aprehendido en el
mismo momento del atentado, mas era un simple
espectador que presenciaba el paso del general
Obregón y aunque siempre afirmó su inocencia, a fuer-
za de azotes y tormentos se le quiso obligar a que com-
plicase con sus declaraciones a algunos de los más
activos católicos de la capital.
Filigranas de hiena
Heraldos de Cristo Rey ^ 55
ero este horrendo crimen, tan monstruoso
en sí mismo por la gran injusticia que entra-
ña, es aún más abominable por la refinada
crueldad de que quisieron hacer gala los inhumanos
verdugos. Enumeraremos unos cuantos pormenores.
"Uno de los más tristes incidentes de toda la trage-
dia, fue el intento de la señorita Anita Pro Juárez para
ser admitida en las oficinas de la Inspección a fin de
poder hablar por última vez a sus hermanos. Pero la
policía rehusó el permiso. Se había ordenado que los
prisioneros fueran conducidos directamente de las
celdas al lugar de la ejecución"6. Esta señorita se en-
teró de que sus hermanos iban a ser fusilados porque
se acercó a la Inspección atraída por el aparatoso
movimiento de fuerzas; pero el anciano padre estaba
en su casa y lo supo dos horas después del fusila-
miento. "Entre tanto el señor Pro se encontraba en su
domicilio y no supo nada, sino hasta el mediodía en
que su cuñado Adalberto Pérez Lete, salió de su tra-
bajo y al ir por la calle hacia su domicilio encontró a
6 New York Times, noviembre 24 de 1927.
56 ♦ Francisco de B. Smartzj ^
los papeleros voceando los extras de la prensa sobre
el fusilamiento que también ignoraba. Compró el pe-
riódico y se enteró del triste fin de sus parientes y rá-
pidamente corrió al domicilio del señor Pro comuni-
cándole la nueva7.
El ingeniero Segura Vilchis fue aprehendido en la
oficina de la Luz y Fuerza donde trabajaba tranquila-
mente. Se le dijo que se trataba sólo de una aclara-
ción, pero al llegar a la Inspección se le confinó en los
sótanos sin más trámites.
También su anciana madre ignoraba el fusilamien-
to: "la señora Vilchis viuda de Segura, se presentó ig-
norante de todo a las 12 horas 30 minutos en la Ins-
pección General de Policía acompañada de una cria-
da y llevando la comida para su hijo. La señora se
extrañó de que éste no se encontrara ya en el separo
donde había estado por la mañana que le llevó el de-
sayuno y sintiéndose intrigada por esto preguntó a
dónde habían llevado a su hijo, ün agente de las Co-
misiones enterado del caso, llamó aparte a la criada y
le comunicó lo ocurrido, a fin de que ésta pusiera al
tanto a su ama. Fue así como supo la dama lo acon-
tecido"8. Otros diarios añaden que se le contestó
burlescamente: "dice su hijo, que ya no le traiga de
comer porque ya no tiene apetito...".
No se participó a los atribulados familiares de las
víctimas, pero en cambio presenciaron el macabro
espectáculo, el general Cruz quien fumaba y conver-
7 El üniversal, noviembre 24 de 1927.
8 El üniversal, noviembre 24 de 1927.
^ Heraldos de Cristo Rey ^ 57
saba alegremente en aquellos trágicos momentos con
sus numerosos amigos e invitados, los representan-
tes del presidente Calles y algunos periodistas y fotó-
grafos...
Tampoco se les ejecutó al mismo tiempo, sino uno
por uno. Al lado del R Pro separado sólo por unos
cuantos centímetros cayó el ingeniero Segura y
Humberto fue colocado tan cerca del cuerpo aún ca-
liente de su hermano, que le pisó un pie.
La otra víctima, el obrero Tirado de 19 años de
edad, "quien contrajo una pulmonía en los sótanos y
temblaba visiblemente por la fiebre, tuvo que colo-
carse delante de los cadáveres empapando sus pies
con la sangre caliente de las otras víctimas mientras
hacían los soldados las evoluciones necesarias para
cambiar el pelotón"9. Este desdichado obrerito, mo-
mentos antes de morir, expresó deseos de ver a su
madre, y no lo consiguió.
Consumado el crimen, se acercaron el Gral. Cruz y
sus invitados para contemplar de cerca aquel mon-
tón de cadáveres... Momentos después los senadores
y políticos se reunían en un céntrico restaurant para
asistir a un banquete ofrecido al general Obregón con
motivo de haber salido ileso del atentado y haber sido
castigados los autores. En este banquete, efectuado
al mismo tiempo que los cadáveres de las víctimas
inocentes eran despedazados en el Hospital Juárez y
la metrópoli entera se hallaba sobrecogida de terror
al ver el cinismo con que los que se dicen gobernan-
9 Diario de El Paso, diciembre 5 de 1927.
58-4
Francisco de B. Smartzj
tes asesinaban a honorables ciudadanos, se expresó
así el ambicioso candidato de la imposición: "El aten-
tado que se consumó en contra mía el 13 del actual,
no tiene más trascendencia que la de un "alerta" que
nos da la reacción clerical demostrándonos que si-
gue en plena actividad combatiendo nuestra causa
por todos los medios, hasta los más reprobables, sin
darse por vencida..."10.
Pocos días después en otro banquete al que asis-
tió también el general Obregón, fueron condecora-
dos los agentes policíacos que llevaron a cabo las
aprehensiones, por su valor y por su mérito...
10 El Universal, noviembre 24 de 1927.
Verdadero
crimen
Heraldos de Cristo Rey
+~ 61
n México no hay quien dude de que el R. R Pro
y sus compañeros eran absolutamente
ajenos al atentado contra Obregón; pero don-
de no se recibió sino el lacónico telegrama en que se
les calumniaba de complotistas, se esperan las prue-
bas de su inocencia. Vamos a indicarlas brevemente.
La víspera de ser fusilados, fueron entrevistados por
los periodistas en presencia del Gral. Cruz: ante ellos
el R. R Pro se expresó así: "Yo soy absolutamente aje-
no a este asunto, pues soy persona de orden. Estoy
completamente tranquilo y espero que resplandece-
rá la justicia. Niego terminantemente haber tomado
alguna participación en el complot. Segura Vilchis pre-
firió no hacer declaración alguna y Humberto Pro
contestó: "La versión que he dado a la policía es exac-
ta. Hago constar mi negativa de haber tomado parte
en ese asunto y sólo pido que se me proporcionen
los medios para probar mi actuación"11.
Si habían confesado plenamente su culpabilidad,
según afirmó el general Cruz, ¿cómo ahora este mis-
11 El Universal, noviembre 22 de 1927.
62 ^ Francisco de J3. Smartzj ^
mo señor que presenciaba la entrevista no les hizo
la más ligera observación?, ¿cómo se atrevían los
acusados a negar tan rotunda y explícitamente, en
presencia de su mismo juez, lo que acababan de
confesar? Una sola palabra del Gral. Cruz hubiera
bastado para confundirlos.
Bassails, uno de los agentes más temibles de la
policía secreta dijo estas palabras textuales que pu-
dieron oír cuantos el mismo día 23 estaban en los
sótanos de la Inspección: "La Liga (LNDLR) tiene la
culpa de que haya sido fusilado ese pobre padre ino-
cente".
Si estas palabras no son suficientes, tenemos el
autorizado testimonio del respetabilísimo sacerdote
que al dar cuenta de este suceso al Comité Episcopal,
escribe: "Es para mí un deber de justicia elevar hasta
ustedes mi testimonio explícito y ciertísimo de la ino-
cencia del R Miguel Agustín Pro, S. J.... Eran perfecta-
mente conocidas de muchísimas personas así de den-
tro como de fuera de la Compañía, que le tratamos
íntimamente, sus virtudes de excelente religioso y
celosísimo sacerdote, y podrán ser atestiguadas por
numerosas familias de esta capital: y esto basta para
cerciorarnos de cuán lejos estaba de organizar un
complot dinamitero. Por mi parte yo le conocí hace
doce años en los Estados Unidos, y le he tratado ínti-
mamente sobre todo en estos últimos meses; y pue-
do asegurar y aseguro bajo juramento que es absolu-
tamente falso que el R Pro haya asistido a junta algu-
na en que se fraguara el atentado, o haya tomado parte
en él, y muchísimo menos que él haya sido el autor
intelectual del complot. En cuanto a su hermano
^ Heraldos de Cristo Rey ^ 63
Humberto, sé por testigos fidedignos, que aquella
tarde en los momentos del atentado, se hallaba ju-
gando tranquilamente con sus hermanos en su
casa"12.
Para dar una sombra de legalidad al asesinato, el
general Cruz en una de sus declaraciones, dijo que se
había hallado presente en los interrogatorios el Lic.
Arturo H. Orcí; mas este señor licenciado no tiene
cargo alguno oficial, es sólo consejero del Gral.
Obregón y le acompañaba cuando estalló la bomba:
más aún, en varios diarios de los Estados ünidos se
publicó su enérgica reprobación del fusilamiento. Su
testimonio es por lo tanto de incalculable valor, ya que
viene de los mismos enemigos; dice así: "La víspera
de la ejecución de los señores Pro Juárez, del inge-
niero Luis Segura y del obrero Antonio Tirado, fui de
parte del general Obregón, con mi carácter de abo-
gado, a la Inspección General de Policía a informar-
me sobre el estado en que se hallaba la investigación
acerca del atentado dinamitero.
— Deseo hablar con el Gral. Cruz, dije al licenciado
Benito Guerra Leal, secretario de la Inspección.
— No está, ni estará aquí hasta mañana, se me con-
testó.
— Me urge muchísimo hablar con él; ¿dónde po-
dré encontrarlo?
— En ninguna parte. No quiere que se le busque
por ningún motivo. Si algo necesita usted de la Ins-
pección estoy a sus órdenes.
12 Diario de El Paso, diciembre 1 1 de 1927.
64
' rancisco de B . Smartzj
— El Gral. Obregón me manda informarme, en
su nombre, del curso de la investigación sobre el
atentado.
— Acabo precisamente de terminar el proceso.
Tomé el papel que me ofreció y después de leerlo
atentamente, respondí: "Esto no es ningún proceso.
Es simplemente una información policíaca previa al
proceso en forma que instruirá la autoridad judicial".
— Pues no hay más datos sobre el particular.
— Y ¿qué opina la Inspección sobre la culpabilidad
de los presuntos reos?
— Los señores Pro Juárez, no han confesado nin-
guna complicidad en el atentado ni tal cosa se les ha
probado. A los otros dos, Segura y Tirado, hábleles
usted, si gusta". Narra su entrevista con estos últimos
y continúa:
Al despedirme del licenciado Guerra Leal, le supli-
qué por encargo del mismo Gral. Obregón que acti-
varan la expedición de ese trabajo ya demasiado re-
trasado, y él me contestó:
— "Mañana se hará la consignación a las autorida-
des judiciales". ¡Pero al día siguiente cuál no sería mi
sorpresa, cuando estando tranquilamente en mi des-
pacho, a las once de la mañana, supe que los cuatro
detenidos habían sido fusilados...! Tomé inmediata-
mente el teléfono para preguntar al Gral. Cruz qué
pasaba; le referí cómo la noche anterior había estado
en la Inspección de parte del Gral. Obregón a infor-
marme sobre el asunto, que ni la investigación esta-
ba completa; ni aquello podía llamarse proceso y que
aun por orden del mismo general Obregón había re-
Heraldos de Cristo Rey
65
comendado que se activase la investigación. A lo cual
me contestó el dicho general Cruz:
— "Sí señor, pero antes de que usted hablara en la
Inspección, y por encima de las recomendaciones del
general Obregón, ya tenía yo la orden de hacer lo que
se hizo"13.
Pero para quienes conozcan la psicología de los
actuales mandatarios mexicanos, la misma precipi-
tación con que se llevó a cabo el fusilamiento, la ab-
soluta carencia de formalidades, la múltiple violación
de su intangible Constitución, es prueba más que in-
dubitable de la inocencia de los acusados. Porque si
realmente hubiesen sido culpables, de muy distinta
manera se hubiese procedido: se les hubiese llevado
a los tribunales, públicamente se Ies hubiese conven-
cido de su delito, como lo hicieron con el Gral. Quijano
pocas semanas antes, en aula abierta se Ies hubiese
juzgado y sentenciado. ¡Con qué fruición hubiesen
Calles y sus agentes aprovechado las pruebas del cri-
men para hacer propaganda mundial contra los tan-
tas veces calumniados sacerdotes y católicos mexi-
canos!
Millones de cristianos fueron martirizados por in-
cendiarios y trastornadores de la paz del Imperio, mi-
llares de católicos perecieron en el cadalso acusados
falsamente de conspirar contra la vida de la sangui-
naria Isabel de Inglaterra; nuestro mismo Redentor fue
13 Diario de El Paso, diciembre 26 de 1927 y "New York Times" del
16 de diciembre de 1927.
66
Francisco de B.
llevado al Gólgota porque se hacía llamar Rey, por ser
enemigo del César, i El pretexto es tan antiguo como
los tiranos!
El R. R Pro, todo actividad, valor y entusiasmo en
la defensa de la causa de Cristo, se había distinguido
durante los últimos 16 meses por su celo y abnega-
ción. Instruía a los conferencistas de la gloriosa ACJM
encargados de propagar la verdad por calles y plazas
desde que los sacerdotes fueron arrojados de los tem-
plos; administraba los Sacramentos, acudía al con-
suelo de los afligidos, ayudaba a las familias pobres,
alentaba a los pusilánimes...
Este era el verdadero crimen del R. R Pro: ser sacer-
dote abnegado y celoso, cumplir con su sagrada mi-
sión a pesar de los espías, las bayonetas, las cárceles
y la muerte... Sin pretenderlo, sus mismos persegui-
dores han hecho la apología de su admirable aposto-
lado en estos lustrosos tiempos: "Fuimos informados
en la Inspección General de Policía, que el sacerdote
Miguel Agustín Pro Juárez, calificado como uno de
los principales autores del atentado dinamitero, hace
mucho tiempo que era buscado con ahínco por los
agentes de las Comisiones de Seguridad. En tres oca-
siones estuvo a punto de ser aprehendido el sacerdo-
te Pro Juárez, pero según nos dicen, debido a su ha-
bilidad logró escapar y por más esfuerzos que hacía
la policía para lograr su captura, todo había sido inú-
til, pues se había esfumado por completo y nadie ha-
bía vuelto a hablar más de él"14.
14 Excélsior, noviembre 23 de 1927.
A Heraldos de Cristo Rey ^ 67
¿Por qué se le buscaba con ahínco desde hacía tan-
to tiempo? ¿A causa del complot que iba a verificarse
muchos meses después? No responderemos noso-
tros, dejemos la palabra a la Inspección General de
Policía: "Ocurrió esto, (las inútiles tentativas de apre-
hensión) cuando era más intensa la propaganda que
llevaban a cabo algunas agrupaciones religiosas. En-
tonces, según se nos dijo, se trató de capturar al pres-
bítero Pro, por considerársele uno de los principales
propagandistas" 15.
15 El Universal, noviembre 23 de 1927.
Ei apóstol esforzado
Heraldos de Cristo Rt
71
ada nos revela tan bien el fructuosísimo
apostolado del R. R Pro, y los peligros que
tuvo que pasar, como algunos párrafos
de sus hermosas cartas escritas a sus hermanos en
religión, se deja llevar de su carácter festivo y a cada
paso se traslucen los sacrificios más heroicos indica-
dos, sin pretenderlo, entre sus inagotables rasgos de
buen humor. Su vida durante los 16 meses que pre-
cedieron al supremo sacrificio, tan ardientemente de-
seado, es repetición fidelísima de la que llevaron los
sacerdotes ejemplares durante los tenebrosos tiem-
pos de Isabel de Inglaterra.
Cuando a principios del año de 1927, los peligros
se multiplicaron, se le ordenó esconderse por algún
tiempo para esquivar la constante persecución de que
era objeto: "Momento por momento, escribía desde
su escondite, llegaban a mis oídos las quejas de los
que me rodeaban, lamentando la prisión de fulano, el
destierro de zutano, el asesinato de mengano... Y yo
enjaulado, sin poder ni siquiera estudiar porque no
tenía libros, y ardiendo en ansias de lanzarme a la pa-
lestra y animar a tantos campeones de nuestra fe, a
ver si de casualidad me tocaba la suerte de ellos...
Pero no se hizo la miel para la boca del que esto escri-
72 ^ Francisco de B. Smartzj ^
be y tuve que resignarme, ofreciendo a Dios los de-
seos en aras de la obediencia".
Recabado el permiso después de reiteradas súpli-
cas, se lanza nuevamente al peligroso apostolado con
el ímpetu de su generoso corazón: con su estilo, siem-
pre ameno y chispeante, cuenta sus tandas de Ejerci-
cios: "Llegó la carta de allá y... me he desquitado de
mi aislamiento dando a diestra y siniestra los Ejerci-
cios. Ministerio hermosísimo, pero al que yo tenía
miedo porque nunca lo había practicado.
Comencé a manera de ensayo con siete y media
docenas de "ancianas", que con sus ayes y suspiros,
con sus sollozos y gemidos, me hicieron ver que si
bien manejo la tecla de los sentimientos en los otros,
también manejo la de la risa de la humanidad... Dejé
el género femenino para ir al masculino. ¡Y de veras
que me resultó demasiado masculino! ünos 50 "cho-
feres", de esos de sombrero tejano, de mechón col-
gando y que escupen por el colmillo; gente de pro,
aunque su exterior sea rudo. Con gran admiración mía
comprobé que hablando a esa gente, me fluían las
palabras sonoras... yo que pensaba que después de
tantos años ya se me habían olvidado, pues hace la
nonada de 16 años que dejé las minas... Excuso de-
cirle lo solemne de estas conferencias, en un corra-
lón de mala muerte, vestido de mecánico, con una
cachucha (boina) hasta las cejas...
Me subí un poco a mayores ante un grupo de pro-
fesoras y empleadas del gobierno. Eran cerca de 80 y
de esas... que no le tienen miedo ni al lucero del alba.
Quizá, quizá se hizo más fruto en ellas que en los chofe-
res. Aquí hubiera yo querido verlo a usted acosado
Heraldos de Cristo Rey
+ 73
por semejantes gentes, que negaban la existencia del
infierno, que afirmaban la mortalidad del alma, que
hacían alarde de una autonomía rabiosa, sin querer
doblegar la cabeza a las suaves verdades de nuestra
religión. Sudé tinta, se lo confieso; pero quedé más
que pagado al verlas comulgar a todas, pudiendo
contar más de doce conversiones ruidosas, pues no
se puede llamar de otra manera el cambio tan radical
de esas pobrecitas almas. Y mire usted lo que somos,
ni siquiera puede entrarnos la vanagloria, porque se
palpa la gracia de Dios única y exclusiva en esos ca-
sos. Toda la fuerza de mi argumentación, todos mis
conatos, mis tiros, mis disparos para conseguir una
cosa, resultaban inútiles; pues como he visto la gra-
cia de Dios tocaba las almas en frases sueltas o senci-
llas... El Viernes Santo fue un trajín continuo: ejerci-
cios por la mañana a las profesoras, siete palabras,
ejercicios para jóvenes y sermón del pésame en los
barrios muy apartados... A pesar de la Pascua sigo con
ejercicios, pues hay material y peticiones a porrillo.
¡Quién pudiera trilocarse!
Tampoco descuidó su fecundo celo las necesida-
des materiales de numerosas familias reducidas a ex-
trema indigencia por permanecer fieles a su fe: "En
cuatro sitios diferentes recibo cartas, recados, con-
sultas y donativos para mis familias pobres, que han
aumentado hasta 2316. Yo palpo lo que leemos en las
vidas de los Santos (¡ojo!, no me vaya a tomar por
ün mes antes de su muerte eran ya 96 las familias totalmente
sostenidas por él.
74 ^ Francisco de B. Smartzj ^
uno), pues sin saber cómo, ni cuándo, ni quién lo
envía, recibo ya 50 kilos de azúcar, ya cajas de galle-
tas, ya café, chocolate, arroz y hasta vino... Y la Provi-
dencia de Dios es tan paternal, que cuando me rasco
la cabeza pensando a quién ir a darle un sablazo, ya
tengo la despensa llena. No conozco casi a nadie y
no se me ha dificultado el conseguir casas vacías pres-
tadas por 6 y 8 meses. En una hasta teléfono pusi-
mos. Lo bueno de todo eso es que mi "santísima"
personalidad no aparece en primer término, sino que
yo muevo los resortes y otras almas generosas lo ha-
cen todo. Y llega a tanto mi "cinismo" que una vez
que nos dieron 100 kilos de frijol picado y que no ser-
vía para nada, me fui a la misma persona que nos lo
dio, a suplicarle que nos "diera un poco de frijol, por-
que una caridad que nos habían hecho, había resul-
tado inútil por lo picado de la semilla"... y claro está,
pidiéndolo el Padre, resultó hasta "garbancillo", no el
Padre, sino el frijol".
De sus peligros e ingeniosas estratagemas con que,
ayudado de la gracia de Dios, escapaba de caer en
manos de sus perseguidores, hay multitud de anéc-
dotas: ya estaba dada la orden de aprehenderlo des-
de octubre de 1926, y sin embargo seguía trabajando
sin el menor recelo, confiado sólo en la protección
divina.
"Dos veces han cateado el sitio en que yo iba a
hacer mis ministerios, üna fue en una casa o "Esta-
ción Eucarística" a las seis y media de la mañana. Iba
a la mitad de las comuniones, cuando una criada lle-
ga gritando: ¡Los Técnicos! (Técnicos es el nombre
de los guardias civiles de por aquí)- La gente se asus-
Heraldos de Cristo Rey
+~ 75
ta, palidece, me mira. "Haya paz", les digo, escondan
los chales (mantillas), distribuyanse por las piezas y
no alboroten". Yo andaba ese día de cachucha, con
un vestido gris claro, que con el uso ya se me está
poniendo obscuro; saco un cigarro que acomodo en
una enorme boquilla, y llevando al Santísimo dentro
del pecho recibo a los intrusos.
— Aquí hay culto público, me dicen.
— No la piten, les digo.
— Pos, sí siñor, aquí hay culto público.
— ¡Pos ora sí vecinos (nombre popular de los poli-
cías), que los hicieron patos!
— Sí, yo vi entrar al cura.
— ¡Ah cómo eres hablador! ¿Apostamos una copa
a que no hay cura?
— Hay orden de registrar la casa, síganos.
— ¡Pos nomás eso me faltaba! ¿Yo seguir a uste-
des? ¿y de orden de quién? ¿A ver mi nombre?
Paséense ustedes por toda la casa y cuando encuen-
tren al "culto público" vénganme a decir para ir a oír
misa...
Ellos comenzaron a recorrer la casa, pero por pre-
venir mayores males entre la gente extraña que allí
había, me voy tras de ellos y como muy conocedor de
la casa les voy indicando lo que había detrás de cada
puerta cerrada. Excuso decirles que por ser la prime-
ra vez que andaba yo por esas interioridades, afirmé
ser recamarero lo que luego resultó escritorio y que
donde coloqué el cuarto de costura se encontró el
W.C. no se encontró al tal cura y los taimados "cuícos"
se pusieron de guardia en la puerta de la casa; yo
choteándome de ellos me despedí, diciéndoles que a
76 ^ Francisco de B. Smartzj
no ser por ciertos encarguillos, me estaría con ellos
hasta que le echaran el guante al atrevido cura que
así burlaba la exquisita vigilancia de tan perspicaces
técnicos. Al terminar mis comuniones volví por allá y
aún el cura no aparecía.
Otra de las muchas veces que se vio en trances
parecidos, fue cuando daba los ejercicios a las em-
pleadas del gobierno; nárrala así el mismo Padre: "Sal-
go yo a las 9:30 de la noche como un tomate, de puro
colorado que estaba de los gritos que pegué. Dos ti-
pos atraviesan la calle y me esperan en la esquina.
"Hijo mío, me dije, despídete de tu pellejo; y fundado
en la máxima de que el que da primero, da dos veces,
me dirijo hacia ellos y les pido un cerillo.
— "En la tienda los puede usted conseguir", me res-
ponden.
Me voy, pero ellos me siguen. ¿Será casualidad?
Tuerzo por aquí, tuerzo por allá y ellos hacen lo mis-
mo. Mi abuela... en bicicleta, me digo, ésta va de ve-
ras. Tomo un coche y ellos hacen lo mismo. Por fortu-
na que el chofer era católico, y al verme en tal aprieto
se puso a mis órdenes:
— "Pues mira, hijo, en la esquina que yo te diga
disminuyes la velocidad, salto yo, y tú sigues de fren-
te". Me echo la cachucha en la bolsa, me desabotono
el chaleco para lucir la blancura de mi camisa y... sal-
to. Inmediatamente me puse de pie y me recargué en
un árbol, pero haciendo de modo que se me viera.
Los tipos pasaron un segundo después casi rozándo-
me con las salpicaderas del auto, me vieron, pero ni
por asomo se les ocurrió que fuera yo... Di media vuel-
(É Heraldos de Cristo Rey ^ 77
ta, pero no tan giro como hubiese deseado, porque el
porrazo que me di ya lo empezaba a sentir...
Y entre las cotidianas zozobras, jamás abandona-
ba el pensamiento del martirio; en sus cartas y con-
versaciones, estos nobles anhelos eran tema ordina-
rio: "He confesado en las mismas cárceles y ellas son
mi sitio más frecuentado, pues como los presos por
cuestión religiosa son muy numerosos y los infelices
carecen de muchas cosas, les llevo comida, o almo-
hadas, o zarapes, o cigarros, o dinero, o todo junto. Si
los carceleros supieran qué clase de pájaro era yo, ya
haría tres meses que estuviera disecándome en la
sombra. Y qué grandes son las ganas que me entran
a veces de gritar: Oiga usted D. Alcaide, yo mismo
soy el promotor de esas conferencias religiosas; yo
soy el que ha emperiquetado a esos muchachos para
que hablaran; yo soy el que los confieso en sus mis-
mas narices de usted ¿será usted tan pazguato que
no me eche el guante siquiera por 15 días?... Sólo
Dios sabe la honra que sería para mí el ir a comer del
rancho apestoso de la prisión y a pasar los días y las
noches de pie en un cuarto pequeño donde hay 80
personas que no se pueden ni sentar, mientras que se
ahogan en el fétido ambiente que reina en esos an-
tros. ¡Ustedes pidan a Dios porque se realicen mis
sueños dorados!".
"De todos lados, vuelve a escribir, se reciben noti-
cias de atropellos y represalias; las víctimas son mu-
chas; los mártires aumentan cada día... ¡Oh, si me
tocara la lotería!". Y ya mucho antes había escrito: "Las
represalias, sobre todo en México, serán terribles; los
primeros serán los que han metido las manos en la
78 ^ Francisco de B. Smartzj ^
cuestión religiosa, y yo... he metido hasta el codo.
Ojalá me tocara la suerte de ser de los primeros, o...
de los últimos, pero ser del número...".
Su espíritu de fe y unión con Dios, se manifiestan
sobre todo, cuando agobiado por el cansancio natu-
ral y sus agudos dolores de estómago, sentía la nos-
talgia de tiempos de tranquilidad pasados en compa-
ñía de sus hermanos en religión a los cuales amaba
entrañablemente; en una de estas ocasiones escribió
las siguientes bellísimas líneas: "¡Cuándo tendremos
media hora siquiera, para contarnos las mil y mil peri-
pecias de una vida tan agitada como la que llevamos!
Suspiro, sí, por la quietud de nuestras casas, por el
orden que reina en todo, por la facilidad con que se
hacen nuestras obras ordinarias... pero aquí, enmedio
del remolino, admiro la ayuda especial de Dios, las
gracias especialísimas que nos da en tantos peligros,
la presencia suya más íntimamente sentida, cuando
el desaliento viene a empequeñecer nuestras almas.
Aquel grito de San Pablo en que pedía a Dios que le
sacara de este mundo, y eso por tres veces, lo com-
prendo muy bien; pero al mismo tiempo siento la ver-
dad de aquella respuesta divina: "Sufficit tibi gratia
mea, quia uirtus in inftrmitate perficitur".
¡Tal era el apóstol que vio coronados sus ardientes
deseos!
Sanción popular
♦
Heraldos de Cristo Rey
81
a fatídica nueva del fusilamiento corrió por la
vasta metrópoli con la velocidad del relámpa-
go. Al resonar la descarga que dejó exáni-
me al R. R Pro, ya se agolpaban en los alrededores de
la Inspección enormes multitudes a duras penas con-
tenidas por los cordones de la Policía montada: tuvie-
ron que doblar las guardias porque el pueblo empe-
zaba a dar señales de profunda indignación.
El tráfico quedó completamente paralizado en to-
das las calles adyacentes, a pesar de ser tan céntricas
y cuando salieron los cadáveres conducidos en ca-
miones de la Cruz Verde al Hospital Juárez, una guar-
dia de 100 plazas los resguardaban. Aquel inmenso
gentío se descubrió y arrodilló al paso de los ensan-
grentados despojos y una verdadera romería de mu-
chos miles de personas, desfiló por la casa de los her-
manos Pro tocando rosarios, crucifijos, medallas, tro-
zos de lienzo, etcétera a los cadáveres.
Pero la más imponente manifestación de devoción
popular, se presenció el día 24 al efectuarse el entie-
rro. Los periódicos de la Capital narran en unas cuan-
tas líneas el sepelio omitiendo todos los pormenores
del grandioso acontecimiento, que revistió caracte-
res de un solemne mentís dado por toda la sociedad
82
'ranciscodeB. Smartzj
a los tiranos. Los que el gobierno perseguidor ajusti-
ció como complotistas, son aclamados públicamen-
te como inocentes; los que fueron exhibidos como
criminales, son vitoreados como mártires...!
Ni el pánico de injusticia sin precedente en un país
donde sólo la injusticia impera, ni las amenazas de
un gobierno que no respeta ni las más elementales
formas de equidad, ni los numerosos espías, ni las
falsas delaciones, ni las tropas acuarteladas en la ciu-
dad; fueron bastantes para contener el entusiasmo
popular... y tan ardiente y decidido era éste, que el
gobierno, consciente de su impotencia, optó por ni
siquiera pretender evitar tales demostraciones, ün
testigo ocular narra el triunfo de los mártires: "Muchos
millares de personas enteramente desconocidas a la
familia desfilaron ante los féretros ansiosas de vene-
rar los cuerpos de los mártires, besar los féretros y to-
car a ellos sus piadosos objetos. Todos los visitantes
estaban poseídos de un dolor intenso, pero a la vez
de veneración y respeto, de devoción profunda. Du-
rante la noche el Smo. Sacramento reposó alternati-
vamente sobre los féretros, escena que traía a la me-
moria las venerandas tradiciones de las Catacumbas.
Los sacerdotes rezando el oficio de difuntos, bendije-
ron los cadáveres y celebraron la Santa Misa. El padre
de los mártires, venerable anciano de 75 años, dio
muestras sublimes de entereza cristiana, pasando lar-
gas horas de rodillas entre los dos féretros, apoyando
las manos en ellos y en oración. Se muestra noble-
mente orgulloso de sus hijos, pero no guarda rencor
contra sus verdugos, ni habla mal de ellos.
Heraldos de Cristo Rey
83
Llegó el momento del sepelio. Los sacerdotes se
disputaron el honor de llevar en hombros los féretros
hasta las carrozas, las más lujosas de la ciudad. En
ese momento cambió completamente el cuadro, el
dolor tornóse en júbilo, el sepelio en marcha triunfal,
en apoteosis que traía a la memoria las gloriosas pro-
cesiones de la Ciudad Eterna en que un pueblo entu-
siasta conducía en triunfo los restos de sus mártires.
Una multitud inmensa que esperaba la salida de los
cadáveres al verlos aparecer sintióse presa de entu-
siasmo, de emoción, de júbilo, de fe. El espíritu de
Dios habíase apoderado de ella, llenándola de júbilo,
de fe y de fortaleza. Como un solo hombre todos los
asistentes cayeron de rodillas, y desahogaron la in-
tensa emoción de sus pechos en lágrimas de alegría,
en vítores y aplausos. Desde que salieron los cuerpos
hasta que regresó de Dolores la comitiva resonó el
ambiente con plegarias, con cánticos de fe, con víto-
res entusiastas. ¡Viva Cristo Rey! ¡Vivan los santos
mártires! Eran las voces continuas que lanzaban los
peregrinos, a lo que se añadía ¡Viva el Papa! ¡Vivan
nuestros Obispos! ¡Vivan nuestros Sacerdotes! ¡Viva
la Religión! ¡Mártires santos alcanzadnos la libertad
de la Iglesia! ¡Señor, si quieres mártires aquí está nues-
tra sangre y nuestra vida!... Imposible describir la pro-
cesión. Baste decir que el número de los asistentes
se calcula entre quince y veinte mil (los diarios de-
cían que 30 mil) personas, siendo de notar que el
entierro tuvo lugar en un día de trabajo y en horas de
oficina, no obstante lo cual, la multitud se componía
de toda clase de personas, señoras de la mejor socie-
dad, humildes mujeres, obreros en gran número y
84 + Francisco de B. Smartzj ^
muchos caballeros y jóvenes de la mejor sociedad.
Los automóviles eran por lo menos seiscientos. El trá-
fico se suspendió varias veces, los tranvías se vaciaban
al paso de la comitiva pues los viajeros se bajaban de
ellos para engrosarla. Las calles y las calzadas se tapi-
zaban de flores. En el rancho de la Hormiga, una hora
larga antes de llegar a Dolores, los cadáveres fueron
bajados de las carrozas y llevados en hombros hasta
sus tumbas. Era un paseo triunfal. Era, repetimos, el
espíritu de Dios que se había apoderado de la multi-
tud cristiana que paseaba a sus triunfadores, a sus
héroes y proclamaba Rey a Jesucristo, y cantaba
fervorosamente el Tú reinarás..."17.
Momento de los más conmovedores y sublime fue
aquel en que las cajas mortuorias eran depositadas
en sus tumbas... La multitud silenciosa escuchó las
vibrantes palabras de un valiente sacerdote que ani-
maba a los presentes a imitar el ejemplo de los que
tan gallardamente supieron llevar su amor a la Santa
Iglesia hasta el derramamiento de su sangre; y cuan-
do la tierra empezó a caer sobre los ataúdes, resonó
nuevamente el clamoroso entusiasmo de un pueblo
creyente con el grito engendrado por el heroísmo
mexicano ¡Viva Cristo Rey! ¡Vivan los mártires!
17 Diario de El Paso, diciembre 8 de 1927.
Segura y Tirado
Heraldos de Cristo Rey 87
scenas semejantes de fervor y entusiasmo te-
nían lugar a la misma hora en la cercana
Villa de Guadalupe donde fue inhumado el ca-
dáver del ingeniero Segura.
Al día siguiente 25 fue el sepelio del jovencito Tira-
do; a su entierro no acudió la famosa CROM, organi-
zación bolchevique al mando del ministro Morones,
pero sí muchos obreros honrados y muchísimas per-
sonas de la mejor sociedad. Al pasar el cortejo por la
embajada norteamericana, instintivamente volvieron
todos los ojos a las lujosas ventanas y atronaron los
espacios con el glorioso grito de ¡Viva Cristo Rey!,
como para dar a entender que si los tiranos cuentan
con la criminal complicidad de Washington, el pue-
blo víctima tiene de su parte al Rey de los reyes y al
Señor de los que dominan.
Presidía el entierro el padre de Tirado, un anciano
pobrísimamente vestido y privado de la vista. En el
mismo cementerio la generosa caridad de las Damas
Católicas hizo una colecta para ayudar a la familia del
obrero tan inicuamente sacrificado: el gobierno se
88-4
rancisco de B. Smartzj
apoderó del dinero, pero el pueblo supo rescatarlo y
logró ponerlo en las temblorosas manos del cieguecito
que con su hijo, había perdido todo amparo en este
mundo...
Himno triunfal
d| Heraldos de Cristo Rey ^ 9 1
I sol había traspuesto el horizonte, habían ya
desaparecido los últimos reflejos en las silen-
ciosas cúpulas de la Ciudad de los Palacios y
empezaba ya a flotar en el ambiente ese misterioso
polvillo dorado que al atardecer envuelve a las gran-
des ciudades; cuando el heroico padre de los herma-
nos Pro con el corazón tan desgarrado como los ca-
dáveres de sus hijos, pero con el alma llena de la fe
robusta de los Patriarcas, después de haber arrojado
el primer puñado de tierra, rogó a los numerosos sa-
cerdotes allí reunidos, le acompañasen a rezar el "te
deum" en acción de gracias a Dios que le había he-
cho padre de dos mártires. Con razón "The Tablet" (3
de diciembre de 1927), comentando el glorioso fin
de estos campeones y el cuadro de sublime heroís-
mo que hijos y padre han dado al mundo, termina
con estas líneas: "Nadie más alegre que el asesino
Calles y sus secuaces. Son carniceros y su oficio es
destruir de la manera más abominable. Esos insensa-
tos pensaban que el sacerdote había muerto; mas el
P Pro y sus compañeros no han muerto. Ahora es
cuando han empezado a vivir. No sólo todo México
los conoce ahora, sino el mundo entero tiene presen-
tes sus retratos y su glorioso fin. ¡Muertos cuando han
92
Francisco de B.
empezado a vivir! La tierra ha sido santificada con sus
despojos, los mártires sus predecesores se han ale-
grado con su presencia; sus compañeros de lucha se
han robustecido con su heroísmo; las matronas los
lloran e imploran su protección, los niños aprende-
rán a amarlos e imitarlos. Nunca habían estado más
vivos que ahora. Si Hidalgo y Morelos viven aún en la
historia mexicana, el recuerdo del R Pro y de sus ino-
centes compañeros durará tanto como la civilización
misma...".
Nadie acertaba a separarse de los restos venera-
dos. Sólo cuando la húmeda obscuridad empezó a
invadir el lúgubre y espacioso cementerio y se hizo
saber que las puertas iban a ser cerradas, todos los
asistentes como impulsados por una sola voluntad,
empezaron a retirarse entonando el himno a Cristo
Rey.
Y aquellas notas llenas de fe y de valor, repercutían
en el cercano Alcázar de Chapultepec, residencia del
presidente Calles, y confundidas con el lejano rumor
de la Metrópoli, se elevaban al cielo como la plegaria
de un pueblo que espera confiado el triunfo. Porque
todo lo ha sacrificado por su fe...
Esta obra se imprimió en junio de 2005
en los talleres de la
Editorial APC
Avenida Américas # 384
Guadalajara, Jalisco, México.
Princeton Theological Seminary Librarles
1 1012 01348 2569
Enfrente de los mártires que sonríen,
perdonan y bendicen, están los
verdugos que ultrajan,
calumnian y blasfeman... Es la
antítesis más perfecta del valor y la
cobardía, de la grandeza moral con
sus destellos sublimes y la
degradación con sus más repulsivas
ruindades...
Tres elementos se han distinguido
notablemente en las huestes del
derecho cristiano: los sacerdotes con
su abnegación, su prudencia y su celo;
las juventudes católicas de ambos sexos
con sus santos entusiasmos y derroches
de heroísmo, y el pueblo humilde con sus
sacrificios y su incontrastable fidelidad.
Y como las epopeyas de las naciones y de
las razas se escriben con las gloriosas hazañas
de sus héroes, al sacerdocio, a las juventudes
católicas y a los pueblos latinoame-
ricanos, genuinos hermanos de
los campeones, dedica este
episodio de la gigan-
tesca lucha.
Padre Miguel Agustín Pro, óleo de Gonzalo Carrasco. S.J