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Full text of "Historia de la compaña del Perú en 1838"

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1838 


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HISTOEIA 



DE LA 



CAMPAÑA DEL PERÚ 



EN 1838 



pon 



Gonzalo Búlnes 



SANTIAGO 

Imprenta de «Los Tiempos»— Chibimoyo, li> 



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IKTRODÜCCIOÍÍ 



Hemos referido en otío lugar (1) la serie déiuddentes dea-* 
graciados que motivaron la declaración de guerra de Chile a la 
Confederación Perá-Boliviana. No creemos necesario insistir so- 
bre esos hechos que fueron la causa determinante de la espedi- 
cion del jeneral Blanco a Arequipa en 1837. Sin embargo de que 
las razones de la guerra se habian modificíado por efecto de las 
circunstancias que entorpecieron la acción de Blanco^ hai en- 
tre las dos éspediciones un lazo de continuidad, la persevéraúcia 
de un mismo pensamiento, i hasta cierto punto el mismo fon- 
do de razones comuneá. El ejército que marchó al Perú a las 
órdenes de Bálnes, llevaba como el ejército de Blanco, la mi'* 
sion de derribar el jJoder lúilitar creado por Santa-Cruz. 

El Gobierno de Chile consideíaba como una medida de se- 
guridad la destrucción de ese poder vecino i colosal con basca 
militares, que habia conquistado el Perú i que estendia hacia 
el Ecuador sus miradas ambiciosas. Temia ademas que Santa- 
Cruz consiguiese íealizar el pensamiento que, en su ambiciosa 
niñez aprendió del jeneral Bolívar, esto es, la creación de un 
trono americano que habria sido una -amenaza perpetua para 
nuestra seguridad i desarrollo futuros* La conducta de Santa- 



(1) Causas de la guen*R entre GLile i la Confederación PerúBolivia* 
lia, por Gonsalo Búlnes.— -Ü^v^fa chilena, ^,^ yol. 

8 



2 oampaRa del prrtí kn 1838 

Cruz, 8U lejislacion amoldada a ese objeto, la pompa indíjena 
de su corte, las practicas monárquicas que se iban abriendo 
paso inscnsiblemeutcj al través de la ignorancia del pueblo; la 
creación de un estado grande i fuerte, que no reconocia mas 
principio ni fin que la voluntad de su jefe vitalicio, daban fun- 
damento i realidad a los temores abrigados por Chile. 

Santa-Cruz presintiendo en Chile un enemigo de sus pla- 
nes, se empeñaba en debilitarlo por medio de la anarquía. 
A la sazón residía en el Pera un grupo ilustre de chilenos que 
la marea de las revoluciones habia arrojado a sus playas, i ^ 
que la mano vigorosa de Portales mantenía en el destierro. 
El Protector trató de convertirlos en instrumentos de sus 
dañadas miras, ofreciendo sucesivamente su apoyo a O'Hig- 
gins i a Viel para invadir a Chile, i después al jeneral Freiré 
que tuvo la debilidad de aceptarlo, empañando así una carrera 
de glorias i de merecimientos. La espedicion organizada bajo 
BUS auspicios se hizo a la vela en 1836, turbando de un modo 
súbito e inesperado la paz interior de Chile. Los ajentes de 
ese trastorno incalificable eran las fuerzas navales del jeneral 
Santa-Cruz. 

El Gobierno de Chile consideró este atentado como una de- 
claración de guerra de hechoy i procedió en consecuencia. Su 
enviado don Victorino Garrido, apresó en el Callao tres em- 
barcaciones peruanas, i este acto de fuerza, agregado a la irri- 
tación producida por la espedicion de Freiré, creó entre los dos 
países un abismo de separación, que fué colmado mas tarde 
con los cadáveres de 4,000 víctimas. 

No es el momento de averiguar si el Gobierno de Chile tuto 
razón para considerar como una declaración de guerra de hecho 
el atentado de Freiré, o si una nación debe aguardar para ad- 
quirir la libertad de su acción i de su defensa, que la guerra le 
haya sido declarada por una notct. En otro lugar hemos aprecia- 
do la conducta del Gobierno de Chile en la aprehensión de loa 
buques por Garrido) bástenos por ahora repetir, que fiin ese 
golpe de mano, Chile habría estado en la imposibilidad abao^ 
ÍUtd de resistir a las agresiones de Santa-Cruz4 

La apreciación de la política del Gobierno de Chile cOn la Con* 
federación, en nada afecta a la gloria de los ejércitos que inva- 
dieron el Ferú, Saber si don Mariano Egafia tuyo o no raaon 



^^H Oa»]>aX.\. mu vmi SK 1839 3 

^^K para d<3o]ar;ir h guerrü, era \\nr\ otiestínn i que ol cjúrtlto ili'. 
biú peniiaueoiir estraño, so pona de HiGZüliirso en loa asuntos 
civiles quo lo (.lelioii ser stempro vmladoa. Lo contrario Imliie" 
7& ai(.lo B-brir U crii de las revoluciones militares í de los pro» 
DUociatnieiitos de cuartel, Ftilizmente, Chile pudo esoapar a 
ese grau peligro que asomó su siDiestra caboza eu Quillota ea 
1837 i que no fué seflalado sino por el aaeaiaato da tloo Diego 
Portales, 

Jjft primera oapedidou confiada al jeneral Blanco Encalada, 
tenia por objeto desarmar el coloso do la Confederación, como 
una satisfaccion.de las ofensas pasadas i como una prenda da 
leguridad en e! porvenir. 

£1 jeneral Blanco se hizo a la vela en 1837 i algunos dias 
después desembarci con sus fuerzas en Quilco, caleta del Sur 
del Perii, donde tuvo la desgraciii de perder la fragata Carmen 
qae conduela eutre otras cosas de la mayor utilidad¡ las herra- 
doras de la cabrjlada. De Qniloa se trasladi a Arequipa atra- 
vesando un desierto de cuarenta leguas, donde los soldados 
rendidos por el cansancio i por la sed, ee arrastraban por la 
arena del camino o se t^rebataban nnos a otros las cantimplo- 
ras de agua. 

En Arequipa se contrajo a reparar las pérdidas sufridas en 

I el naufrajio de la Carmen, al mismo tiempo que el enemigo 
distrayéndolo con fementidas promesas de paz, reunía apresu- 
radamente sus fuerzas, que acudían a su llamado desde el 
centro del Peril i desde el corazoQ de Bolivia. Reunido su 
ejército, SantarCruz se acercó a Arequipa donde babia per- 
manecido largo tiempo el ejército de Chile presa de la inde- 
cisión i de los contratiempos, Blanco no se cotisiderd en esta- 
do de librar batalla i creyó servir mejor los intereses de su 
pftÍB, suscribiendo al siguiente convenio que se ha llamado Tra- 
tado de Paucar])ata. 
«El Jeneral don Manuel Blanco Encalada i don José de Iri- 
zarri, como Plenipotenciarios del Gobierno Chileno, acordari.n 
rcon el Jeneral Santa-Cruz el tratado siguiente; 
«En el nombre de Dios Todopoderoso, autor i lejislador de 
las sociedades hmaanas.fi 
«Deseando los gobiernos de la Confederación Perú- Boliviana 
. i de la ílepilblica de Chile res tabiccer la jiaa i buena urmouia que 



6 caxpaJTa bbl ?sni5 rk 1S36 

de la Confederación en tres plaiosi el primeroi de la tocera 
parte^ a seis meses contados desde la ratiflcacion de este tratado 
por el Gobierno de Chile: el segundo a los sds meses rignien* 
tes; i el tercero después de igual plazo. 

18. El Gobierno de la Confederación ofrece no hacer cargo 
alguno por su conducta política a los individuos á<A territorio 
que ha ocupado el Ejército de Chile, i considerará a los perua- 
nos que han venido con dicho Ejército, como si no hubiesm 
Tenido, 

18, El cumplimiento de este tratado se pone bajo la gavan« 
tíh de 3u Majestad Británica cuya aquiescencia se solieitará 
por ambos Gk)biemos contratantes. 

En fe de lo cual firmaron el presenta tratado los snpradl* 
ohos Ministros Plenipotenciarios en el pueblo de Pánoarpata 
a diez i siete de noviembre de mil ochocientos treinta i sie* 
te i lo refirendaron los Secretarios de las Legaciones.— ^anu^J 
Blanco Encalada. — Ramón Herrera.^^Anselmo Qmro9, — An^ 
ionio José Irizarrí. — Dr. Juan Gualberto Valdwiay secreta- 
rio de la Legación PerA-Boliviana.^-^Juan Henrique Bamirez^ 
secretario de la Legación chilena. 

cAndres Santa-Cruz, Gran Ciudadano, Restaurador, Capi- 
tán jeneral i Presidente de Bolivia, Supremo Protector de la 
Confederación Perú-Boliviana, Gran Mariscal Pacificador del 
Per&, Jeneral de Brigada en Colombia, condecorado con las me- 
dallas de los Libertadores de Quito i de Pichincha, con la del 
Libertador Simón Bolívar i con la de Cobija, Gran Oficial de 
la Lejion de Honor de Francia, Fundador i Jefe Supremo de 
la Lejion de honor Boliviana i de la Nacional del Perú etc., 

«Hallándose este tratado conforme con las instrucciones 
dadas por mí a los Plenipotenciarios nombrados al efecto, lo 
ratifico solemnemente en todas sus partes^ quedando encarga- 
do mi Secretario Jeneral de hacerlo observar, imprimir i pu- 
blicar. Dado en el cuartel jeneral de Paucarpata a diez i siete 
de noviembre de mil ochocientos treinta i siete. — ^Andrés San- 
ta-Cbüz. — El Secretario Jeneral, Manuel de la Cruz Mendez.i^ 

No entra en nuestro plan examinar esta pieza diplomática 
que ha dado márjcn a tantas controversias, ni compararla con 
las circunstancias que pesaron sobre la mano de Blanco al 



ÓAltPÁÍfA DEL PBRli RN 1838 7 

darle su aprobación. Baste saber que el Gobierno de Chile le 
negó la suya i ordenó el apresto de un segundo ejército. Qo- 
locándose en su punto de vista especial el Gobierno de Prieto 
obró en conformidad con la lójica de su política i de sus actos 
anteriores. 

El Ejército de Blanco no había desquiciado la obra io 
Sauta-Oruz ni siquiera amaQguado su poder. Los pieligros que 
determinaron la partida de la primera espedicion subáis j^i^n . 
como antes: el ediñcio colosal labrado por el poder il^.^mbi*- 
cion, quedaba en pié más seguro que nun.ca, i Ohile no había . 
recibido la satisfacción a que aspiraba. 

El tratado de Pauoarpata lejos de disminuir la autoridad de . 
Santa Cruz la robusteció de un modo insólito. Desfdd ese día 
sus enemigos ^enmudecieron; la oposición del Congreso de 
huquisaca no dejó oir en adelante su vos acusadora i el jene- 
ral López, jefe de la división de Tacna, fué a pagar en las 
masmorras del interior do Solivia» el crimen de su oposición 
i de su independencia. El Protector proclamó por primera yess 
la existencia oficial de la confederación Perú-Boliviana, e hizo 
en seguida un viaje al través del Perú, que podria llamarse con 
propiedad una escursion triunfal* El pueblo, las autoridades 
civiles i eclesiásticas, se disputaban su paso i sus favores i el re-, 
cuerdo de Paucarpata^ era lo que provocaba el entusiasmo na- 
cionalé 

Ese redoblamiento de poder era, pues^ lo contrario de lo que 
Chile buscaba en el azar de la primera campaQai Estas consi- 
deraciones inspiraron el decreto siguiente: 

1k^ PfiSSIDSKTB DB Ll REPÚBLICA I^B CútlM^ 



Sántkffó 18 de dtiimére de 1837 



Considerando: 

i;^ Que el tratado celebrado en el pueblo de Pancatpa^ 4 
17 de novienibre del presente afiO| entre elJeneral qu Jefe del 
Sjército chileno don Manuel Blanco Enoalada i flpA Antonio 



8 CAMPA5fA bEL l^ÉRÚ EK 1838 

José Irizarri^ como plenipotenciarios del Gobierno de Chile, i 
los Jenerales don Ramón Herrera i don Anselmo Qniros, ple- 
nipotenciarios del Jeneral, don Andrés Santa-Cruz, no satisfa- 
ce las justas reclamaciones de la Nación Chilena, ni repara 
debidamente los agravios que se le han inferido, ni lo que es 
mas, precave los males a que se ven espuestos los pueblos ve- 
cinos al Pera i Solivia, cu^a independencia i seguridad pernoui*- 
necen amenazadas; 

2.^ Que aun en los mismos artículos de este tratado que son 
favorables a Chile, se encuentran cláusulas dudosas i faltas de 
esplicacion, que harian del todo inútil las estipulaciones en su 
actual estado, i solo darian lugar, como debe temerse, a que 
después de dilatadas e infructuosas contestaciones se renovase 
la guerra; 

3.® Que los plenipotenciarios del Qt)bierno de Chile se han 
excedido en el otorgamiento del tratado, de las instrucciones 
que recibieron, como ellos miamos lo hicieron presente al je* 
neral Santa-Cruz al entrar en la negociación, arreglándose a 
los principios de honor i de lealtad con que el Gobierno chile- 
no les habia hecho esta especial prevención. 

Declaro: Que el Gt)bierno de Chile desaprueba el antedicho 
tratado; í que después de ponerse esta resolución en noticia 
del Gtobiemo del jencral don Andrés Santa-Cruz deben contí^- 
nuar las hostilidades contra el espresado Gobierno i sus sos-^ 
tenedores en la misma forma que antes de su celebración. 

El Gobierno que desea ardientemente la paz i que está re- 
Suelto a renovar ahora mismo las negociaciones por un tratado^ 
iio omitirá sacrificios para obtenerla con tal ellos que sean com- 
patibles con la independencia, la seguridad i el honor nacional, 
Satisfecho de que una paz de esta clase es la única que' convie- 
lie o que puede desear el pueblo chileno, i que le dan derecho 
b esperar la justicia de su causa, su constancia, la eficaz coope- 
htcion de sus aliados, i los recursos que el favor de la Divina 
t^rovidenda ha puesto a disposición de su GbbiernOi — Peibto. 
c— Joo^n Toeomal. 

La s^^da campaíía tenia como la primera, por principal 
otgetoy la destrooekm del Protectorado de Santa Cruz, i ade- 
tnás borrar por medio de las armas el aumento de populaii* 
d»d «dqmrido tu Faiictfpftrtt* 



CAMPAÍ?A DEL PERÚ EN 1838 9 

Bajo cierto punto de vista 'tenia un carácter mas decisivo aun 
que la anterior. La derrota del ejército chileno habría oscu- 
recido por largo tiempo el crédito de Chile, i ^dejado nuestra 
seguridad a merced de la irritación victoriosa de Santa-Cruz. 

Hé aquí el doble objeto del nuevo llamamiento que hizo el 
Gobierno a la nación i la doble responsabilidad que asumia el 
jeneral encargado de diríjir la empresa. 



CAPÍTULO I 



Operaciones navales 



A fines de diciembre de 1837, se encontraba en YalparaísOí 
lista para darse a la vela, nna escuadrilla de cinco buques (1), 
mandada por el capitán de fragata don Roberto Simpson i por 
los oficiales Bynon, Señoret, Martínez, Diaz i algunos otros. 
En aquellos mismos dias hizo rumbo a las costas del Perú^ 
llevando la orden de hostilizar el litoral i de notificar al Go- 
bierno Confederado la desaprobación del tratado de Pau- 
carpata. 

Después de una marcha feliz surjió en Arica, donde dejó la 
correspondencia de que era portadora i se dirijió al Norte. 

Entretanto, habia tenido lugar en el Callao el apresamiento 
de la goleta chilena Peruviana, uno de los buques que fueron 
sorprendidos per don Victorino Gkirrido en la noche del 31 de 
agosto de 1836, i a que se refería por consiguiente la cláusula 
tercera del tratado de Paucarpata, que reza así: ocEl Gobierno 
de Chile se compromete a devolver al de la Confederación los 
buques siguientes: la barca Santa^Crtiz^ el bergantín ArequU 
peño i la goleta Peruviana. Estos buques serán entregados a 
los ocho dias de firmado el tratado por ambas partes, a dispo- 
sición de un comisionado del Gobierno Protectoral.i 



(1) El Áquil€9^ la léiberiad^ U Valparai90i la Monkagudo i el Árt* 



CtAMpÁJ^A MI nií^ vs 1838 11 

La Piñwiam^ que estaba ausente de Islai cuando se firmó 
el tratado, i que por consiguiente no pudo conocerlo con opoN 
tunidad^ continuó hostilizando las costas del Perú^ hasta que 
la escasez de agua obligó a su comandante don Tomas Bue« 
das^ a enviar a tierra en Santa un bote con catorce soldados, 
que fueron sorprendidos i tomados, Buedas se dirijió entonces 
a Pisco, donde supo por el Gobernador don José EeTÜla que 
la guerra habia terminado por el tratado de Paucarpata, pero 
ae le hizo ignorar la cláusula especial que se referia a sü 
embarcación. El comandante chileno solicitó entonces los 
recursos suficientes para emprender su marcha, los que le 
fheron ooncedidos por el Gobernador de Pisco, pero solo para 
llegar al Oallao, obedeciendo así las instrucciones del coman* 
dante militar de lea, que le ordenaba «que por todos los me- 
dios se procurase asegurar la dirección ^de la goleta al Oallao» 

(1). 

El comandante Buedas, ignorante de su situación excepcio- 
nal se hizo a la vela para el Callao bajo la fé de los tratados 
i de las insinuaciones amistosas de las autoridades de Pisco, i 
el 80 de diciembtre, a las once de la noche, surjió en el puerto 
de su destino. Allí recibió la orden de atracar ál costado de 
la fragata Confederaeiony i deseando encubrir la violencia de 
esa medida con un fementido halago, se le ofreció al mismo 
tiempo sueldo i raciones para su tripulación. 

Buedas se proveyó sijilosamente de bastimentos i de agua, i 
el 3 de enero, día fijado para hacer la entrega del buque se 
lanzó repentinamente a mar abierta, en medio de un fuego 
nutrido de las baterías de tierra; pero la corbeta Confederar- 
cion salida en su alcance, la abordó después de una resisten- 
cia infructuosa i temeraria. La aprehensión de la Peruviana 
filé una verdadera celada, en que se hizo caer al franco i con- 
fiado* Buedas. 

Sucedia esto en los primeros dias de enero de 1838, i este 
episodio naval fué el preludio de los importantes sucesos que 
costaron tantas lágrimas a Chile i al Perú. 

Para apreciar con acierto los trabajos de la escuadrilla chi- 



(1) Nota de Quimper al Gobernador de Pisco. — lea, diciembre 23 de 
1837. 



12 CAMPÁfíi raf. rtB¿ is 1838 

lena, oonoicamot la dirtnbndon de la armada piotaototal* 
Santa-Cmz no contando en el primer momento de su efimefo 
triunfo con la Titalidad del pueblo chfleno ni con la eneijla de 
BU GtobiemOy repartió bu cBCuadra en todo el litoral del Perú. 
SI bergantín Junin, que iba en camino de Gobijai deade que 
supo la desaprobación del tratado, abandonó bu rumbo i aa 
dirijió a iBlai a prevenir a la Soeabaya i al Fundador que es* 
taban BurtoB en aquella bahía. La corbeta Oanfederaeian ea^ 
tabaea el Callao, reforzada con la Penmana^ bu reciente 
ponquiata. 

Luego que la eflcuadiilla chilena dejó en Arica la oorreepon- 
dencía de Chile, Be dirijió al Norte i en bu marcha aviatói frente 
de Ifllai, al bergantín Fundador^ que a bu ves eervia de avan-* 
sada a la Soeabaya i al Jk»m, estadonadoB en la bahía. El co- 
mandante SünpBon Be puBO resueltamente en marcha hada lalaii 
con tanta rapidez, que hubo de abandonar al Areqtápeño i a la 
Monieagudoj que no podian seguirlo con la misma lijeresa. 
Temiendo, sin embargo, que los buques contrarios se le esca- 
pasen durante la noche, avanzó a la corbeta Libertad que se 
consideraba la mas velera i fuerte. El enemigo por su parte 
no podia huir oon la lijereza necesaria sin abandonar a su 
propia suerte al bergantín Junin, el menos velero del convoi. 
Entretanto, la corbeta Libertad^ mandada por Bjnon, ha- 
bia roto el fuego contra toda la escuadrilla confederada, i 
hubiera perecido en lucha tan desigual, a no haber llegado 
oportunamente el comandante Simpson con dos embarcacio- 
nes, cuya sola presencia bastó para ahuyentar a los contrarios. 
Entretanto, la lentitud del bergantín Junin seguía entorpe* 
deudo la faga del convoi enemigo. El comandante Panizo que 
lo mandaba, concibiendo de súbito una resolacíon audaz se 
precipitó con sos dos buques contra la escuadrilla chilena i 
por medio de un fiJso ataque dio tiempo a la fuga del Junin. 
En vano se empeñó Simpson por atraerlo a una batalla, pue« 
Panizo se contentaba con maniobrar con rapidez para evitar 
sus fuegos. Llegada la noche, Panizo se refujió en el puerto 
de Islai, donde había sido precedido por el Junin. Gracias a 
este ataque valeroso i oportuno^ el enemigo consiguió salvar 
una de sus mejores embarcadones. La oscuridad de la noche 
protejió su fuga i completó la obra dd día. 



CÁMPA!tX DEL nwSí m 1838 13 

Después de estos sucesos^ la esonadrilla chilena acompañada 
por el Arequipeño^ surjió en la isla de San Lorenzo (17 de 
enero) donde se le reunió la Monteagudo. La noche anterior 
había zarpado del Callao con destino a Arica la fragata pe« 
ruana Confederación^ conduciendo a bu bordo al jeneral don 
José Ballivían i su familia. Simpson despachó en su alcano^ 
al comandante Bynon con la corbeta Libertad^ al mismo tiem-i 
po que el mariscal Miller, a la sazón Comandante de Marina^ 
del Callao, enviaba a gran prisa aviso del peligro al jenera^ 
Ballivían. Bjnon se apoderó de la Confederación 'después de 
algunos disparas que apenas fueron contestados por el enen 
migo. El jeneral Ballivían levantando bandera de parlamen<^ 
tarío, trató de hacer entender al comandante chileno que na^^ 
yegaba bajo la garantía del tratado de Paucarpata, a lo que! 
contestó Bynon declarándolo prisionero de guerra. 

BalUvifl^n permaneció bajo custodia en la Confederación, i el 
buque apresado marchó en convoi con la Libertad (1). La es* 
posa i familia del jeneral prisionero fueron desembarcados en 
el Callao con la delicadeza i miramientos debidos a su condición 
i esta conducta caballerosa arrancó elojios de los mismos orgc^ 
nos oficiales del Protectorado (2). 

una parte de los oficiales regresó a su patria, sin mas garan- 
tía que la de su palabra de honor, i el resto, incluso Ballivían 
fueron conducidos a Valparaíso. 

El Gobierno Protectoral no ocultó su desabrimiento por esg 
golpe que lo privaba simultáneamente de una embarcación de 
guerra i de un soldado intrépido i prestijioso. Así lo manifes- 
taron los reclamos del mariscal Miller que agotó en vano las sú- 
plicas i las razones por obtener la libertad del^prisionero, llegan- 
do hasta reclamarlo por ser miembro del Congreso de Bolivia!* 

La escuadra bloqueadora continuó navegando a la altura de 
la isla de San Lorenzo hasta el 26 de enero. 



(1^ Parte de Bynon a Simpson. — Callao, enero 18 de (8^. 

(2) ccSeyeros para censurar la conducta del Gobierno de Chile, somos 
justos aplaudiendo la nobleza de sentimientos, la humanidad i la dulzu- 
ra que el jefe de la escuadrilla Simpson ha manifestado en esta ocasión, 
procurando a la familia del jeneral Balliyian todo el alivio compatible 
con su desgracia i tratando bien a los demás individuos, sin consentir 
que se atentase a sus propiedades particulares.» — Epo del Nortej nú- 
mero 60. 



14 CÍMÍÁlfA DEL MRtJ EN 1838 

Bntrétít&to^ el Comaüdante Simpsoñ abrigaba el tonor de 
^ue 808 contendores de Islai se hubiesen dirijido a hostüíaar 
Ite costas de Chile. En previsión de este peligro envió una di- 
visión de su escuadra compuesta de la Gonfederaeiony la Afon^ 
teagudo i el Arequipeño, a Talcahuano a cargo de Bynon i el 
mismo se puso en marcha con los buques restantes a Valpa- 
1^80, a donde surjió algunos días después. (13 de febrero) Su 
temor no tenia fundamento: el enemigo no habia abandonado 
Bú fondeadero de Islai. 

Mientras se realizaban en el mar los sueesos que vamos 
narrando, él jeneral Santa-Cruz recorría los estados de la 
Confederación i aprestaba su ejército para la campaña. Faé 
entonces cuando haciendo ostentación de un poder que no te- 
nía, declaró bloqueados los puertos de Chile, desde el 18 de 
agosto de 1838, a lo que respondió el Gobierno de Chile, de- 
cretando el bloqueo efectivo de los puertos del Callao, de An« 
con i de Chorrillos. 

En abril de 1838, zarpó de Valparaíso una flotilla de cinco 
embarcaciones a hacer efectiva la declaración mencionada, 
lifan éstas la Libertad montada por el jefe deUa escuadra don 
Carlos GkiTcía del Postigo; la Valparatao^ mandada por el co- 
mandante don Manuel Diaz; el Aquilea ^ por el comandante 
Bynon; el Arequipeño, por el comandante Hanson, i la Col(h 
eolo por don Leoncio Sefioret. El resto de la escuadra perma- 
neció en Chile al mando de Simpson, aprestándose para 
acompañar el convoi que debia conducir al Ejército Restaura- 
dor. 

La flota bloqueadora tocó en Pisco (29 de abril) i continuó 
su marcha hacia el Norte. En ese momento estaban surtos en 
la bahía del Callao el bergantín Fundador ^ la Socabaya, el 
Junin i la Yanacocha (1). Postigo contrajo sus esfuerzos a 
impedir la comunicación comercial de los puertos bloqueados 
i a vijilar los buques de guerra. 

La escuadra permanecía de ordinario en San Lorenzo reco- 
nociendo las embarcaciones que arribaban al Callao i obser- 
vando los trabajos de fortificación de la plaza. El bloqueo sin 
embargo, no era tan rigoroso como lo hubiera deseado el al- 
mirante chileno. Su flotilla reducida no podia atenderlo con la 

(1) Estado oficial publicado «n el Eco del Norte, núm. 96. 



campaSíA del perú en 1838 15 

prolijidad necesaria i su vijilancia era a veces burlada impune- 
mente por los buques de las naciones poderosas. 

A mediados de junio (el 19) la escuadra se movió bácia 
Huacho en demanda de agua, i al efecto desembarcó uüá 
parte de su tripulación a las órdenes de don Félix Calléjaéj 
a quien veremos ocupar mas tarde un puesto importante entré 
los montoneros que creó el Ejército al rededor de Lima. La 
guarnición del puerto se formó en batalla a corta distancia de 
la bahía, pero su arrogancia no resistió sino a los primeros ti- 
ros de la escuadra. La muerte del mayor Flores, herido por 
mía bala de cañón, introdujo el pánico en la guarnición pe- 
ruana, que se retiró precipitadamente a Huaura, dejando el 
pueblo en poder de los chilenos. 

Este acontecimiento feliz fué turbado por un triste suceso^ 
que merece recordarse como una prueba del rigor con qué 
sostuvieron los jefes chilenos la moralidad del Ejércit»» Üñ 
cabo de las tropas que desembarcaron en Huacho, se ín» 
trodujo sin licencia a la casa de un industrial exijiéndole Uüa 
contribución de doscientos pesos, que le fué pagada por el 
hombre atemorizado; pero Postigo hizo devolver b,1 indi- 
viduo su dinero, i fusilar al cabo en presencia del pueblo, 
para que los que hubieran sido testigos de su crimen, Jo ttxé- 
sen de la reparación. No era la primera vez que la justicia 
chilena hacia sentir su mano inexorable en las playas dd Peniu 
El almirante Blanco hizo fusilar en Arica a un capitán de 
Cjjército por un crimen análogo. Tremenda reparación que las 
circunstancias hacian necesaria, pero que debió parecer doblé- 
mente dolorosa por la ausencia de la patria, por la confrater- 
nidad de la causa i del peligro! 

Después de la ocupación de Huacho, la escuadra bloqueado* 
ra volvió a la Isla de San Lorenzo donde permaneció durante 
el mes de julio, aguardando la llegada del I^ército Bestau- 
radoré 

Dqjemod a la encuadra en su activo i vgilante trabajo i tras- 
portémonos a Yalparaiso, donde, entre los tiernos adioses de 
la amistad i del patriotismo, se despedían tantos valientes que 
fio deberian rever el suelo patrio: que dejaban con su marcha 
uu vacio eu tantas eiustenciaa i en otras uu caudal de espe« 

nmsas! 



\ 



CAPÍTULO II 



bésdé el fracaso de la primera campana el Gobierno de Chic- 
le se hallaba dominado por un sentimiento de temor. Su en- 
tusiasmo por la guerra se habia calmado, i aunque comprendía 
la necesidad de espedicionar de nuevo al Perú, ya no le asistía 
ese ardor patriótico i confiado con que despidió la primera es- 
pedicion. Dejemos la palabra a los acontecimientos. Ellos nos 
irán mostrando la enerjía í perseverancia de Chile, su inquie- 
tud, sus pasajeros desalientos; impresiones conformes con la 
gravedad de la contienda i con los resultados vitales que se 
vinculaban a ella. 

El 8 de febrero de 1838 fué nombrado don Manuel Bálnes, 
Jeneral en Jefe del nuevo Ejército Restaurador del Pera. Este 
nombramiento, si bien abría nuevos horizontes a su carrera mi- 
litar, envolvía también una responsabilidad abrumadora. La 
espedícion del Peril tenia el carácter de todas las grandes em- 
presas; el encargado de díríjírla jugaba en ella el todo por el 
todo: o volvía a su patria con los laureles de un costoso i 
sangriento triunfo, o jugaba en el azar de una batalla su cré- 
dito, su nombre i su carrera. 

El teatro en que iba a arrojar el dado de su destino, acaba-* 
ba de ser ilustrado con el fracaso de una gran ñgura nacional i 
el patriotismo del país estaba sobresaltado e inquieto. Es-> 
tas consideraciones hacían mas pesada aun su responsabilidad, 
hasta el puuto que puede asegurarse que rara vez un jeneral 



•^ . . .. ' . ■ • • . V 

CAMPÁÍfA DEL PERTÍ EN 1838 17 

chileno ha echado sobre sus hombros una carga mas abroma^ 
dora. 

Desde el primer dia, Bíilnes se contrajo por completo al 
desempeño de su comisión. Trasladóse al efecto a los valles de 
Qoillota, de Melipilla i de Aconcagua donde se disciplinaba 
el ejercito, i puso el mayor empeño en la organización del Ba- 
tallón Voluntarios de Aconcagua, que se formaba con los arro- 
gantes hijos de aquel histórico valle. 

Entretanto, los pueblos mas importantes de la República se 
disputaban el honor de figurar en la espedicion. Santiago or- 
ganizaba a gran prisa el batallón que llevarla su nombre; la 
vigorosa actividad del coronel don José Ignacio García, crea- 
ba el escuadrón de Carabineros de la Frontera, i sobre la base 
del tercer escuadrón de Granaderos a Caballo se formaba el 
Escuadrón de Lanceros. El interés con que toda la República 
favorecia la empresa contribuia a disipar la inquietud que 
preocupaba el espíritu de Bulnes i a levantar su ánimo a me- 
jores esperanzas. Así lo escribia a su hermano, agregándole 
«que todos los cuerpos del ejército estaban en el mejor estado 
de disciplina i de moralidad.:!) 

Apesar de que los preparativos se continuaban activamente 
i de que se hacian esfuerzos para que fuesen visibles, el pro- 
yecto de espedicionar nuevamente al Perú no estaba comple- 
tamente resuelto en el ánimo del Gobierno. Mas bien que es- 
pedicionar se quería presentar a la vista del jeneral Santa- 
Cruz un gran cuadro de fuerzas para obtener de él mejoreí 
condiciones que las acordadas en Paucarpata. Hé aquí lo que 
a este respecto escribia Búlnes al dia siguiente de su nombra- 
miento: «Muí reservado. No creo que haya espedicion apesar 
de que para entretener al público se asegura de todos modos* 
Viéndonos hablaremos largo» (1) Un mes mas tarde ratifica^ 
ba sus sospechas diciéndole: <i(2) Noto mucha frialdad en el 
Gobierno, hablándote reservadamente, i la hai según me lo han 
dicho bajo mucho sijilo, pues solo se trata de ponerse en un 
estado amenazante para sacar de Santa-Cruz tratados venta- 
josos a Chile, haciendo entender que tendrá lugar nuestra mar- 
cha para ver si entretanto se presenta una coyuntura vent(yo-¡ 

(1) Carta a don Franoisoo Búlnes, 8 de febrero de 1638« 

(2) Garta del 13 de majro de 1838^ 



i 8 OAMPAlÍÁ DBL PERl^ %^ 1838 

sa, como ser el pronunciamiento de algún departamento del 
Perú o de algún jeneral con tropas, como liai datos puede su- 
ceder con Nieto que está en Trujillo, dispuesto, según se di- 
ce, a levantar el grito contra Santa-Cruz.» 

El auxilio esterior con que contaba el Gobierno de Chile 
no llegó jamás i sus esperanzas, alimentadas por su patrio- 
tismo, no pasaron de vanas ilusiones. Fué, pues, necesario 
- oponer la guerra a la política del Protector, como una triste e 
indispensable solución. 

El Gobierno de Chüe habia tenido noticias de que el Norte 
del Pera se segregaría en breve de la Confederación Perú- 
Boliviana, i que el jeneral Orbegoso no estaba lejos de prestarse 
a representar el nuevo cambio político. A juzgar las cosas sin 
conocimiento de los hechos posteriores, podría creerse que desde 
ese luomento la empresa de Chile perdía gran parte de su im* 
portancia, porque devuelto el Norte del Perú a su antigua 
independencia, el Sur no habría tardado en abandonar un réji- 
men que np habia entrado ni en sus afecciones ni en sus há- 
bitos, i el equilibrio hubiese quedado restablecido. Pero ea 
caso que él jeneral Orbegoso no hubiese conseguido agrupar a 
su íilrededor al Norte i al Sur Perú, nuestro ejército aliado del 
suyo habría hecho entrar en su cauce natural al müitarismo 
boliviano. 

El Gobierno de Chile, que solo aspiraba a sujetar a Solivia 
en sus antiguos límites, envió secretamente al Perú a don José 
Antolin Rodulfo para que ofreciese a Orbegoso el reconocimien- 
to de su puesto, si se confirmaban los rumores de separación. 
Los esfuerzos del comisionado chileno fueron inútiles: Orbe- 
goso se mantuvo en una situación indecisa i espeotante, i el 
Gobierno de Chile, cansado de esperar activó los preparativos 
de la segunda espedicion. Sin embargo, antes de dar por ce- 
rradas aquellas negociaciones, transfirió los poderes de Rodul- 
fo al jeneral Búlnes, que desempeñó su comisión con tan poca 
ventura como Rodulfo. 

El jeneral Búlnes se ajitaba en todas direcciones en deman- 
da de recursos i de oficiales idóneos. No estará demás hacer 
notar que en la elección de los hombres no tomó en cuenta sus 
opiniones pasadas o presentes, sino su mérito i cualidades. Li- 
berales i conservadores marcharou estrechameate unidos i esa 



OÁMPAfr¿ Mti MOBci tíK 1888 10 

túluiíi' iniciada en el peligro^ fáé sellada eti la TÍotorial Lü 
formación del Ejército restaurador fdé pues el primer paao en 
el sendero de la reconciliaoion. 

Echemos nna mirada a las tropas que a fines de manOi fO« 
lo agnardarban la orden de marchar. 
* El ejército espedicionario se componia de los batallonas 
Santiago, Valparaíso, Oolchagna, Voluntarios de Aconcagua, 
Oarampangue, Portales i Vt^divia; de los rejimientos de Oa-* 
sadores i de Granaderos, del escuadrón de Lanceros, de Canu 
bineros de la Frontera i de un Escuadrón de artillería (1). 

Estas fherzas ascendentes a 6,400 hombres estaban manda* 
dos por oficiales distinguidos i valientes. El principal i mas 
ilustre de todos era el jeneral don José María de la Cruz, que 
desempeñaba el cargo de jefe del Estado Mayor; era su 
segundo el coronel don Pedro Godoi. La artillería estaba a 
las órdenes del teniente coronel don Marcos Maturana; la ca« 
ballería era mandada por el coronel don Fernando Baquedano, 
en clase de comandante jeneral, siéndolo a la vez del rejimien- 
to de Cazadores a Caballo. Su émulo de glorías el rejimiento 
de Granaderos marchaba a las órdenes del coronel don Ma* 
nuel Jarpa; Lanceros mandado por el comandante don Eras- 
mo Jofré i Carabineros por el comandando don José Ignacio 
García. Los jefes de los batallones de infantería eran: Urriola 
(Colchagua), Qtircía (Portales), Sesséy(Santíago), Valenzue- 
la (Carampangue), Gómez (Valdivia), Vidaurre-Leal (Valpa- 
raíso) i Silva (Aconcagua). 

Marchaban agregados a la espedicion algunos peruanos emi- 
grados que componían la parte más ilustre del Perú en armas 
i letras. Los principales de entre ellos eran los jenerales Ga- 
marra, Castilla, Lafuente, Vivanco i don Felipe Pardo. Su 
presencia en el ejército era indispeniSable para presentar nues- 
tra empresa en su verdadero carácter, esto es, destinada a 
auxiliar a aquella parte del Peni que vivía con la vista pues- 
ta en el pasado independiente que la espada vencedora de So- 
cabaya había pretendido en vano, relegur a la historia i al ol- 
vido. 

A principios de junio de 1838, la división especíícíonaria se 



( 1) Placoncia. — Diario del Estado Mayoi:. 



\it OAiffAtA Dtti nu6 Zí( 1888 

puno e& marcha para Yalparaiso a donde se habla trasladado 
fj Qobiemo, 

Bn el momento de partir recibió el jeneral Búlaes las «Iiis« 
emociones» que debían guiar su política i su conducta. Este 
documento de un carácter confidencial es el mejor testimoiuQ 
de la rectitud de propósitos del Qobierno de Chile, 

Al hablar de las Instrucciones, tenemos por único objeto, 
precisar el sentido político de esta oampafia que ha sido desfl-^ 
gurado m nuestros dias. No nos mueve a hacerlo el deseo de 
justificar al Ejército Bestaurador ni a su jeneral que indireo« 
tamente ^representaron esa causa, porque uno i otro al aceptar 
la responsabilidad de la empresa, no tenían para qué tomar en 
cuenta los antecedentes que la hubiesen orijínado. El deber 
del soldado principia donde concluye la tarea del diplomático. 
Bu misión era sacar airoso a Chile de una empresa en que, 
buena o malamente, habla comprometido su dignidad i su eré** 
dito. La espada del guerrero no es la pluma del estadista. 

En las Instrucciones se retratan con la mayor fidelidad el 
pensamiento i propósitos del Gobierno de Chile. La guerra tenia 
por objeto según sus propias espresiones: (ti .^ Buscar su propia 
seguridad i la de las demás repúblicas limítrofes, en la desü?" 
tucion del poder colosal que ha adquirido el jeneral Santa- 
Cruz con la usurpación del Perú; 2.^ Restituir a esta última 
República su independencia para que sus habitantes se consti'- 
tuyan i organicen del modo que m^or convenga a sus intereses.!» 

Por lo que toca al Perú, su espíritu i propósitos no podían 
ser mas elevados. Lejos de querer disminuir su riqueza i tur- 
bar su bienestar como se decia entonces, el Gobierno de Chile 
deseaba para el Perú el mismo orden i prosperidad que para 
Chile. 

nácesenos preciso esclarecer este punto, pues no ha faltado 
quien atribuya a la ambición de un hombre o a rivalidades co- 
merciales, esa guerra emprendida por consideraciones de un or- 
den tan diverso. Si el Gobierno de Chile hubiese querido arre- 
batar su importancia a la aduana de Arica para monopolizar 
en Valparaíso el comercio del Pacífico, habria tratado de envol- 
ver al Perú en la anarquía, para que disminuyendo su comer- 
cio, disminuyese proporcionalmente la importación de sus 
^duanas,JSin embargo, hé aquí sus ideas a este respecto. «Pa- 



OAHf AlfA 2>BL Plfi&tf BN 1038 21 

ra lograr estofl fines, dice, V, S., no pnede^ménod de condnoi^l 
se de nn modo qno ooncilie los intereses del Perú con los inte* 
reses de Chile i que deje bien puesto nuestro honor después de 
la contienda, Si al dejar al Perú independiente del jeneral 
Santa*Cruz, lo dejásemos envuelto en guerra oivil, o lleno de 
los elementos que deben producirla, caería sobre nosotros una 
justa censura por no haber hecho otra cosa que sacar a uu 
pueblo de las garras de la tiranía estranjera, para entregarlo a 
las de la discordia interior.}) 

Has adelante añaden. (cY. S. tendrá presente que siendo- de 
grande iateres para Chile, la prosperidad del Perú, su m^'or 
organización i la estabilidad legal de sus gobiernos, ninguno 
de estos bienes podrá conseguirse si al retirarse de su paíe el 
ejército de Chile quedase el Grobierno peruano entregado a un 
ejército sin moral ni disciplina, que repitiendo las escenas des^ 
graciadas que ha representado antes en el Perú la fuerza aj> 
mada, ponga a aquella Bepública de peor condición aumentan- 
do su descrédito i dando lugar a nuevas escandalosas interven- 
ciones que alarmen a los estados vecinos.» Desear para el Perú 
la paz i prosperidad de Chile era elevarse encima de las sua« 
ceptíbilidades internacionales i colocarse en la rejion serena de 
los intereses i de la civilización de la América La misma ele- 
vación se nota en su respeto por la propiedad peruana. a:Aun-* 
que no puede negarse a Chile el derecho de echar mano de los 
recursos del país enemigo que va a invadir, como nuestro fin 
no es hacer adquisiciones territoriales en el Perú ni usar en 
toda su estension del derecho déla guerra, sino obrar en cuan- 
to ella lo permita como verdaderos amigos del pueblo peruano 
que tiene un interés propio en las hostilidades contra su con- 
quistador Santa-Cruz, V. S. no tomará propiedad alguna pe- 
ruana a título de empréstito, contribución ni otro alguna, sino 
en los casos absolutamente necesarios con toda la moderación 
posible i cuando no exista un Gobierno Supremo que alivie a 
V. S. de esta odiosa atribución. j) 

Por lo que hace al mando del ejército, punto importante por 
los debates a que ha dado lugar mas tarde entre cliilenos i pe- 
ruanos se le decia espresamente: «Las fuerzas peruanas que 
V. S. organice permanecerán constantemente bajo las órdenes 
de y. S. sin que por ningún motivo deban substraerse a ellas 



¡í% okn^i^á, BBL mtí is 1638 

liasta qne V. S. se retire e Chile con la faerza chilena de itt 
sumdo.i) cPor confiigoiente^ entonces i solo entonces (cuando 
haya un nuevo Gobierno en el Perú) podrán loa tropas peruar' 
ms tener un jefe que se ponga a la cabeza de ellas, pero e&te 
je/e estará siempre a las órdenes de V. S. que como ya se ha 
dicho, ejercerá el mando de ambos ejércitos hasta la eyacua* 
cion del Ferú.2> 

Sn la parte política i administrativa se le recomendaba que 
favoT^eciese el establecimiento de una autoridad peruana inde« 
pendiente. 

M 5 de julio recibió Búlnes un nuevo pliego de Instruccio-. 
lies sobre un punto que solo habia sido tocado lijeramente en 
las del dia anterior. Esas prescripciones mas reservadas aun 
se referían al caso probable de un pronunciamiento en el Perú 
encabezado por el jeneral Orbegoso i eran mas o menos las 
mismas órdenes que habia recibido el comisionado Bodulfo. 

Hemos dicho que Búlnes recibió sus Instrucciones en Val-^ 
paraiso el 4 i 5 de julio de 1838. A la sazón los cuerpos del 
ejército, con excepción del Oarampangue, estaban a bordo 
de los 26 trasportes que debian conducirlos al Perú (1). Una 
escuadrilla de cuatro buques de guerra la Montea¡ftidOy la San'- 
ta^Cruz^ la Confederación i la \Janequeo con 79 cañones es- 
coltaban i protejian la espedicion. 

El resto de la escuadra chilena mandada por el almirante 
Postigo, permanecia en el litoral del Perú espiando los movi 
mientes de la escuadra conferada. 

Las tropas se embarcaron en medio del mayor entusiasmo 
vivando a Chile i a sus jefes i ese júbilo patriótico debió reso- 
nar en muchos espíritus ^alarmados como un eco precursor del 
triunfo. 

Por fin, el 5 de julio pudo anunciar el jeneral Búlnes a sus 
soldados, que habia llegado el momento de despedirse de Chi- 
le. «Digamos un ^adios, les decia, a las costas de Chile, i no 



(1) Trasportes que condujeron la tropa. — Fragatas: iHermosa Chile- 
wa, Águila i Margarita. — Barcas: Esperanza^ Colcura i Pacífico. — Ber- 
gantines: Eleof^orOy Cecilia, Napoleón^ Joven Victoria, Orion, Ovalle, Sal- 
vaAÍor, San Antonio, Orbegoso, Joven Daniel, Gypsy, Señor ense. 

Trasportes que conducían caballos. — Fragatas: Neptone, Hope i Capi- 
tán Saldívar. — Barcas: Isabel. — Bergantines: Batyani i Azardoso. — Go- 
letais: Teresa i Bergantín Uérades, — (Mcrcuii^o, núip. 2,870). 



OamípaSTa del pbbtí m 1838 

Volvamos a acordarnos ni de nuestros hogares, ni de nuesstros 
hijos, ni de nuestras esposas, sino para honrarlas con la vista 
de nuestros laureles.» I dirijiéndose a los peruanos les espre- 
saba- con la mayor franqueza, el verdadero objeto de la espe- 
dicion. 

<íLa independencia del Perú, única garantía de nuestra Se-^' 
guridád, i el castigo de las ofensas hechas al honx)r chileno por 
los actos temerarios i pérfidos del Presidente de Bolivia, fueron 
los grandes fines que debió llenar la espedicion de 1837. La 
que hoi está confiada a mi dirección, no solo debe conseguir 
estos preciosos objetos, sino también satisfaceros de la torpe 
burla que hizo de vuestros sentimientos patrióticos la capitu- 
lación que terminó la campaña de Arequipa. 

«La que yo emprendo, no tendrá, yo os lo juro, semejante 
resultado. La misión que he recibido de mi Gobierno es la 
única que se puede confiar a un ciudadano que no ha tenido ni 
quiere tener mas profesión que la de las armas: hacer la gue- 
rra a los enemigos de su patria. Esta guerra cuenta como 
fieles anuncios de un éxito feliz, la justicia de la causa, los es- • 
fuerzos de vuestro patriotismo i el conocido brio d e los soldados 
chilenos. El desembarco en vuestras playas no se me presenta 
como el principio de una campaña, sino como el primer paso 
en la carrera de los triunfos. Mas si, como no es posible temerlo 
ni por un momento, algún capricho de la fortuna arranca la 
victoria al Ejército Restaurador, contad a lo menos, con que 
la bastarda autoridad del conquistador del Perú, no se afian* ■ 
zara con mi firma sino con mi sangre. 

<íLa independencia de vuestro hermoso país es el único ob- 
jeto de nuestras aspiraciones; i vuestra inalterable amistad el 
único galardón con que queremos coronar nuestras fatigaSé 
Lejos de nosotros la idea de exijir en cambio de este servicio^ 
que os sometáis a nuestra intervención, que aceptéis un caudi- 
llo dado por nosotros; que padezcáis el mas lijero menoscabo 
en vuestra soberanía. Nó; la imparcialidad en vuestros nego- 
cios interiores, guiará constantenouente la conducta del Ejército 
Kestaurador, que no quiere cifrar su gloria en ejercer un re** 
probado imperio sobre vuestra voluntad, sino en conquistar 
por su moderación vuestra gratitud i vuestra benenolénciai-^ 
YalparaísO| 5 de juUo de l^QQ,-^Mmu$l Mlne^i 



24 OAMPAflTA DBL PKRT} BN 1838 

El porvenir debia revelar cuanta sinceridad encerraba está 
declaración hecha a la faz de la América. El jeneral BúlRes se 
embarcó en la corbeta Confederación^ i el 10 de julio el convoi 
que habia sido fraccionado anticipadamente en dos divisiones, 
mandadas alternativamente por Bálnes i Cruz, zarp5 de Val- 
paraiso con rumbo a Coquimbo a donde surjió el doce del mis- 
mo mes. 

Allí permaneció cuatro días, que aprovechó el Estado Ma- 
yor dictando algunas medidas relativas al desembarco i a la 
conducción del armamento, ce Por una orden jeneral comunica- 
da al ejército el 21, dice Flacencia^ (1) se organizó éste en tres 
divisiones, nombrándoselos respectivos comandantes jenerales. 
Se prescribió el sistema de marchas, el orden de campaña i de 
conducirse al frente del enemigo; se establecieron reglas para 
el servicio de campaña, para mantener el orden, vigor de la 
disciplina i para la conducta particular del soldado en lo rela- 
tivo a su salud i bienestar, d 

Entretanto el espíritu de la tropa no decaia. «El ejército va 
con el mismo entusiasmo con que salió de Valparaiso, decía 
Búlnes privadamente al jeneral Prieto, i esto me hace conce- 
bir las mas lisonjeras esperanzas de que la campaña tendrá 
xm feliz resultados (2). Con la misma fecha escribía a su her- 
mB.no: cTodo el ejército va con el entusiasmo propio de los 
buenos chilenos. En moralidad i disciplina me promete mu- 
chO; pero su decisión me anima cada vez mas i mas. Es respe- 
table, porque pasa de 5,000 hombres bien equipados í pertre- 
chados, así es que el resultado de la campaña me parece que 
corresponderá a los deseos de la nación, d 

Después de un corto descanso en Coquimbo el convoi conti- 
nuó su marcha hacia la Punta de Azua, donde supo que el je* 
neral Orbegoso habia segregado el norte del Perú de la Con- 
federación Perá-Boliviana. Este suceso llenó de gozo a los es- 
pedicionarios. La goleta Janequeo que habia sido portadora de 
esa noticia alhagüeña regresó al Callao, a comunicar a Posti- 
go una orden del jeneral Búlnes para que se trasladase con la 
escuadra bloqueadora a la Isla de las Hormigas a aguardar la 
llegada de la espedicion» 

(1) Diario citado, pij. 4. 

(2) Carta de Búlaea a Prieto, Ooquimbo, julio 20 de Í838. 



CAMl^ÁífA DEt PERÚ EN 1838 ¿5 

Fero ¿qué grave acontecimiento habla modificado de impro- 
viso la situación política del Perú? Separémonos por un mo- 
mento del ejército chileno para asistir a la comedia que se re- 
presentaba en Lima, entre Orbegoso i los jenerales bolivianos. 

Desde tiempo atrás cundia en las rejiones oficiales de Lima 
un descontento sordo contra la Confederación i Santa-Cruz. 
El jeneral Orbegoso, es decir, el introductor del ejército boli- 
viano en el territorio del Perú no se conformaba con la situa- 
ción relativamente humilde i subordinada que le hábian crea- 
do los acontecimientos, descontento que fomentaban a su vez 
los jenerales ÍTieto i Vidal. A creer en la sinceridad de sus de- 
claraciones posteriores, el jeneral Orbegoso se mantuvo aleja- 
do de ese foco revolucionario, sin sospechar siquiera los planes 
que se fraguaban a su alrededor. Sin embargo, parece difícil 
que dejara de percibir los manejos de su círculo inmediato, ha- 
biendo recibido de antemano proposiciones de Chile para el ca- 
so probable de una revolución; pero como lo veremos en breve 
él se declaró arrastrado por ella mas bien que su autor. 

El descontento que empezaba a manifestarse contra el réji- 
men Protectoral era esplotado por los altos dignatarios del 
gobierno de Lima, que se vallan contra el de los mismos argu- 
mentos que habían despreciado i oído de boca de sus enemigos. 
Bastábales presentar la situación del Perú como era en realidad 
para despertar una justa indignación contra el sistema políti- 
co que lo habla conducido a ese estado; bastábales hacer ver 
que las ciudades i los campos estaban ocupados por fuerzas 
estranjeras: que un jeneral boliviano resumía la plenitud del 
poder público, i por fin, como una suprema afrenta, que el éS-* 
tandarte de Junin i de Ayacucho habla sido reemplazado por 
un emblema que solo tremolaba en el Perú desde las matanzas 
de Yanacocha i de Socabaya. 

El hogar de la revolución era el cuartel jeneral de la divi- 
sión de Nieto; de allí partió la chispa que a guisa de faego 
eléctrico corrió por todos los pueblos i villorrios del Peri^. El 
jeneral Orbegoso, reden apercibido de lo que sucedía^ salió 
de Lima a fines de julio con el objeto de desbaratar los 
planes de su jeneral en jefe. Haoia una semana a que se en*^ 
contraba en el norte i no se daba todavía cuenta cabal de la 
empresa en %ue estaban joomprometidoa sns amigos mas oer-^ 



26 CAMl>ÁSrÁ DEL PBBÚ EN 1838 

canos i mientras se ocupaba en recriminar a Moran sobre una 
cuestión pueril, el norte del Peri\ proclamaba su independen- 
cia de la Confederación Périi-Boliviana. 

Su altercado con Moran aunque de poca importancia lo 
arrastró a hacer declaraciones que arrojan mucha luz sobre su 
conducta indecisa e inverosímil. El principal o mas bien el 
único motivo de esa disputa fué, que habiendo ordenado Orbe- 
goso que se le reuniese en Chancai el rejimiento de Húsares de 
Junin que habia dejado en Lima, el Consejo de gobierno se ne- 
gó a cumplir su orden por temor de que le hubiese sido arran- 
cada por los revolucionarios bajo la presión de la fuerza. Orbe- 
goso se exasperó con esa negativa que consideró atentatoria a 
su dignidad, debiendo ver en ella solamente una advertencia 
sobre la realidad de los acontecimientos que se fraguaban a su 
alrededor. <rUd. debe conocerme, mi apreciado jeneral, decia 
en carta a Moran; digo esto porque también se me ha dicho de 
Lima que algunos creen que es posible que yo esté coactado, 
o que no obre con entera libertad hallándome en esta división. 
Tal impostura es indigna de alguno que conozca mi carácter i 
conozca que esta división i su jefe son el modelo de la subordina- 
ción, de la moral i del patriotismo (1). Contestando en el mis- 
mo dia a otra carta del jeneral Moran que le anunciaba el pro- 
nunciamiento de Huaráz, le decia, nqae el suceso de Huaráz 
es cosa de un pueblo i que no merece una grande importan- 
cia.:» 

El 27 de julio permanecía aun en Chancai, tratando de con- 
tener con medios débiles la inflexible resolución de Nieto, i 
parece que llegó a creer desbaratada la revolución. «Mire Ud., 
dice a Moran, que no hai la revolución que Ud. piensa i quu 
si llega a suceder es Ud. quien la hace.D 

Aunque esta declaración parezca inconciliable con los te- 
mores que abrigaba a su salida de Lima, pudo ser el resultado 
de las esplicaciones que le diera el jeneral Nieto, interesado en 
jao entregar a su ánimo vacilante la dirección del movimiento, 
i así, mientras Orbegoso se ocupaba en recriminar a Moran 
acusándolo de sedicioso. Nieto i Vidal separaban el Norte del 
Perú del poder del jeneral Santa Cruz. 

<l i i 

(1) Oartft do OrUgooo » Moran, Chanoat, 29 d« julio de 1638. 



>■'. 



lUealUado el moTÍmiento no quedaba a Orbo^so otro paN 
tído que aceptarlo o retirane del Perúi esto le aconsejaba 8U 
dignidad, aquello su ambiciona él optó por lo último. Haciendo 
entonces una confesión espontánea de su error, decia el mismo 
día privadamente al jeneral Otero: <rSin los desagradables 
snoesos de Copacabana, yo escribiría ahora al jeneral Moran, 
Jj0¿ »Hee803 Justificaron ms precauciones entonces injuriosas^ 
Yo miraba con diferentes q;os,> (1) 

una carta escrita algunos meses mas tarde al jeneral Otero 
(2) confirma esta declaración. 4:Hai algunas enemistades que 
no ofenden, i tal vez honran, le dice. La de Ud. no es, ni ha 
sido para mí nunca de este jenero; por eso es que con gusto 
aunque enfermo, me dirijo a üd. para hacerle algunas adara^ 
clones por medio de esta carta, que garantizo por mi palabra 
de honor, que ruego a Ud. gaarde con el objeto de reconve- 
nirme con ella, i aun a mis descendientes, si yo muero antes 
que los sucesos de la revolución se aclaren de suerte que no 
dejen alguna duda. Repito a Ud. que es bajo mi palabra de 
honor cuanto voi a decir a üd. en esta carta, i que lo autorizo 
para que me desmienta con ella ante todo el mundo.» '^ 

cPor mas que se empeñen mis enemigos i tal vez mis ami 
gos, en persuadirse que yo concurrí a la revolución de julio, i 
aunque hayan datos que me condenan mucho en apariencia, 
aseguro a Ud. que nunca quise ni deseé la revolución; que no 
concurrí a ella sino que me apoderé de ella después de hecha 
i cuando no solo no era posible contenerla, sino que preveia 
que sus lavas iban a easangrentar la República, i a entregarla 
ein remedio en los brazos de los invasores. Que me he despe- 
dido de Ud, eQ casa de nuestro compadre Riglos a las diez de 
la noche del 21 de julio, síq tener mas sospecha que la de que 
el jeneral Nieto estaba inclinado a 'dar el estallido. Que mi 
viaje a Chancai ha sido en la firme persuacion de que podría 
contener todo movimiento. Que he llegado hasta Haailas con 
esta sola idea i con este solo objeto. Que encontrada la revo- 
lución aun no me he decidido hasta saber allí mismo, el mis- 
mo día de mi llegada, '23 de julio, que todos los pueblos del 



(1) Lima, 30 de jubo d« 1838. Carta do OrbtgoRé a Otero. 

(2) Carta de Orbeg oío a Otero, Lima, SO de noyiembr^ de 1838. 



28 OllCpiltÁ BBIi TVXi TBl» 1838 

Norte estaban íncontejublemente en la revolncion i que en A 
departamento de Jonin iba a estallar. Qne los cuerpos de po-i 
lícía en Lima i algo mas estaban también i que mi negativa a 
prestarme seria sin duda la sefial de nn desorden espantoso^ 
cuyos resultados no se alcanzaban a prever. Aun así probé con- 
tener el torrente, conviniendo de entrar a su cabeza después 
de haber batido al enemigo, i que sin los sucesos del jeneral 
Moran en Copacabana, pienso que habria habido lugar de ba^ 
tir al enemigo si hubiera habido prudencia. Los datos de ha- 
ber pedido el batallón i antes mi escolta me condenan. Pues 
sepa Ud. que el tal pedido fdé inocente i que ciertamente es- 
tuve persuadido de poder batir una división chilena en Chan^ 
cai, que me hicieron creer serian ocho buques que se pr&* 
sentaron en la tarde que llegó allí la división i que el pedido 
de mi escolta a Copacabana fué para seguridad de mi per« 
sona después de los sucesos ocurridos.]> 

Mas adelante añade o: Sepa Ud. también que después de mi 
grave enfermedad no he escrito una letra a Rodiguez ni hé re-r 
cibido una de él. Últimamente, que no hai alguna carta mia 
ni persona que me haya oido favorecer con una sola palabra el 
proyecto de la tal revolución, qice no quise, que no solicité^ qtee 
no deseó, en que no consentí hasta el 29 de julio en calidad de 
demorarla hasta batir al enemigo!» 

Habrá muchos que se resistan a creer en la sinceridad de 
esta confesión, pero no nos es dado poner en duda la declara- 
ción que hace un hombre contra sí mismo, pues esa carta es la 
confesión mas humillante que puede hacer un mandatario, de 
su incapacidad política. Puede creerse aun que puesta en lucha 
la defensa de su ambición i de su orgullo, prefiriera sacrificar 
éste por encubrir aquella, i aunque su conducta se preste en 
apariencia a las suposiciones mas ofensivas i desdorosas, acep- 
tamos sus i)alabra8 como la revelación sincera de un hombre 
que supo conservar cierta dignidad en medio de sus errores i 
cuya vida autoriza para atribuir mas bien a falta de previsión 
que a malicia, su conducta en ese conflicto. 

Las principales ciudades del Norte conmovidas por la in- 
fluencia de los jefes revolucionarios no tardaron en secun- 
dar sus planes: Huaraz se declaró desligada déla Confedera- 
ción el 21 de julio; el departamento de la Libertad i su prefec-i 



OÁXPiJtk BBL PaRtf BK 1888 &d 

to don Mariano Sierra^ siguievon el 94 del miímo mes el ooq^ 
tajioso ejemplo de Nieto i de Vidal, 

Entre tanto Orbegoso que recibía sucesivamente en Chan« 
oai todas estas ^declaraciones perinanecia indeoísO) «in atre^er^ 
se a asumir una actitud. Luchaban en su alma la fé que debía 
aSanta^OruiS i el deseo de recobrar su libertad; de uu.lado.sus 
compromisos con el Perú^ del otro el temor de verse abando^ 
nado de todos si desobedecía a ese i^andatonacionaii Lf^cba iifSn 
QÍl en verdad, por que sq encontraban en pugna, su hon,(H!.i su 
responsabilidad de un lado; el ínteres del país i el suyo propio 
del otro, porque sí a todos era dado n^aldecir el sistema funeai-i 
to que había atado un país libre al carro de un triunfador es*! 
tranjero, no así al jeneral Orbegoso, que habia sido el jutro* 
ductor de ese elemento estrafio en la política i en la, libertad 
del Perú. En su «ituacion angustiada le quedaba una salida 
honrosa; reconocer su error i resignar el mandp^; pero esf^ gran 
cualidad del mandatario que llama eí desprendii^iento, a mas 
de ser moneda escasa, requiere una alma m^ grai^de i levan- 
tada que la que entonces gobernaba al Perú. Los acontepi* 
mientes entre tanto se precipitaban i la iresolucion de Orbegoso 
era un contrasentido en medio de aquell^. fiebre jeneral. ; ,; . 

Fué necesario para modificar su actitud que la.djyimonide . 
Nieto i una parte de la guarnición de la oapttal se pronuncia** 
sen contra la Confederación, i que el jeneral Moran, Comaur 
dante de las fuerzas de Lima, se retirase a Tarma con dos ba^ 
tallones peruanos i dos bolivianos. . ; ; ; 

Hubiérase creído que desde ese momento Ja espedlcionchilena 
seria mirada con ojos simpáticos por el nuevo gobierno de Li- 
ma. Sucedió todo lo contrario: Orbegoso se armó respecto de 
Chile de una énerjía de que su - vida no habia sido pródiga i 
que contrastaba con su dulzura hacia Santa*Ci;uz, Ipi que d&ba 
motivo para dudar de su buena ff o de que comprendiese el al- 
cance de la revolución de julio. Es de creer que el odio a, Chile 
le fuese sujerido por el jeneral Nieto^ que desde .esa. época ner 
gociaba ya con Moran, sobre el mejor modo de resistir a la 
Espedicion chilena. El autor de la flamante revolu(yion escribía 
confidencialmente a su principal enemigo al día Siiguiente de 
realizada! € Véngase Ud. pues mi amigo, i tráigase esos ba- 
tallones peruanos para que con mejor derecho defiendan la 



fcAkipASA DEL PfeRtí IK 1888 31 

Todo esto parecerá estrafio al que no éonozca la arteria; ha- 
bitual dé la política peruana; para el que haya penetrado sus 
secretos, lo natural seria lo sorprendente: los enemigos se coné- 
tituian en aliados i los aliados en enemigos. Cuando los áni- 
mos estaban exaltados, e inflamadas las pasiones populares, 
Orbégoso no encontraba sino palabras de gratitud i de simpa- 
tía para su enemigo i de hostilidad para el país que hubiera 
podido servirle de aliado. La causa de Ohile era la misma que 
la de Orbégoso; ambos perseguían la desmembración' del Pro- 
tectorado. ¿Qué razón podía invocar entonces el gobierno de 
Lima para declararse enemigo de Chile? ¿Acaso no necesitaba 
de su apoyo ó influía en su determinación el temor de una 
nueva conquista? A lo primero bastará recordar que el qército 
del Protector era superior al suyo en fuersas i en recursos: a 
lo segundo, que semejante propósito no hubiese sido ni po- 
lítico ni siquiera racional, pues lejos de contribuir al engraii^ 
decimiento de Chile le hubiera acarreado su mina i debi"- 
lidad. ' 

Era presumible, como dijo mas tarde Orbégoso, que la ludé^ 
penflencia del Perú se hubiese realizado con el asentimiento 
del Protector? Esta pregunta equivale a esta otra. — ¿Es creí- 
ble que los 12,000 soldados del jeneral Santa-Cruz se bubí^ 
sen dejado empT\jar a fiolivia por los 3,000 peruanos de Ot* 
begoso? 

Por lo demás la actitud de Santa-Cruz respecto de la revo^ 
lucion se revelaba suficientemente en el leguaje de sus diarios i 
de sus jenerales, especialmente de Moran, de Otero i ile Parda 
de Zela, que amenazaban públicamente al gobierno de Liínai 
llamándolo traidor. 

¿Por qué no veía el jeneral Orbégoso la realidad de su sis 
tuacion que se presentaba tan. clara? Daremos luego la esplí*» 
cacion de esta duda. 

El ejército chileno que vivaba entretanto desde los buqtiefl 
fondeados en Punta de Azua a los autores de la revolución de 
Lima, no hubiese comprendido que en breve seria recibido co^ 
tno enemigo por sus aliados naturales de la capital. 

til 31 de julio el gobierno de Lima notificó al almirante de 
la Escuadra chilena el cambio político del día anterioi*) alo qtie 
oobteató FontígQ holgándose pot el movimiento ope^t^o i pot 



80 OAitPAJTA t)iiL nxú W 1888 

integridad del territorio amenazado por los chilenos^ oon quien 
no 8e hará la paz sino entran por tratados qne noi aean zatii 
bonroBOSD (1), 

OrbegoBo se encargó de esplioar al pueblo el sentido iaIoan« 
ce del movimiento, el mismo dia en qne asumió su antoría 
dad independiente. Hé aquí sus palabras, o:] Compatriotas I 
Vuestro grito unánime, vuestro mandato espreso, vuestras lá^ 
grimas, el triste estado del país, sosteniendo una gaerra deso<* 
ladera, cuyo pretesto es la persona del Presidente de Bolivia, 
como dominador del Perú; la ruina progresiva de vuestra agri- 
cultura i de vuestro comercio, la decisión de vuestros conoiu-» 
dadanos armados que no he podido retener, i últimamente 
los gritos de la naturaleza i de la humanidad me han hecho 
ceder a vuestro impulso a destiempo. Yo proclamo hoi, en 
nombre de vosotros, la independencia de este estado de toda 
dominación estranjera. Convoco una Representación nacional, 
que arregle vuestros destinos. Me preparo a defenderos contra 
la invasión chilena^ si es que no cesa, como debe esperarse, 
habiendo cesado el motivo. Estos son los compromisos que 
tomo con vosotros. Tomad conmigo el de guardar el mayor 
orden i tranquilidad, i el de ayudar con vuestros esfuerzos los 
del ejército peruano, si es preciso que pelee defendiéndoos.» 

cAmigos! Recibid, os mego, el sacrificio que os ofrezco has- 
ta de la esperanza que tenia de vivir tranquilo alguna vea¿ 
¿Qué me resta ya que ofreceros?» — Esta declaración hecha a la 
faz del Pera, importaba la promesa de continuar la guerra 
contra la invasión chilena, cuyo pretesto era el Presidente de 
Bolivia como dominador del Perú. AI mismo tiempo cdabalas 
gracias a nombre de la nación a la división boliviana existente 
en la capital por su buen comportamiento en el Estado» i le 
permitía que marchase a su país libremente. 

Esta proclama era la aclaración natural de un decreto su- 
premo que esos nuevos enemigos de Santa-Cruz se hablan apre- 
surado a firmar en Lima! Dice así: «El Estado existe en ffo^ 
ra con la república de Chile entretanto no se haga la paz, lo 
que debe esperarse, supuesto que ha cesado el motivo ale§adé 
para la guerra.» 



* . }.. iii-.'í 



Mona, 



fcAÍlipARA DEL PKRtí IK Í888 31 

Todo esto parecerá estrafio al que no conozca la arteria ha- 
bitual de la política peruana; para el que haya penetrado sus 
secretos, lo natural seria lo sorprendente: los enemigos se cons- 
tituian en aliados i los aliados en enemigos. Cuando los áni- 
mos estaban exaltados, e inflamadas las pasiones populares, 
Orbégoso no encontraba sino palabras de gratitud i de simpa- 
tía para su enemigo i de hostilidad para el país que hubiera 
podido servirle de aliado. La causa de Ohile era la misma que 
la de Orbégoso; ambos perseguian la desmembración' del Pro- 
tectorado. ¿Qué razón podia invocar entonces el gobierno de 
Lima para declararse enemigo de Chile? ¿Acaso no necesitaba 
de su apoyo ó influia en su determinación el temor de una 
nueva conquista? A lo primero bastará recordar que el ejército 
del Protector era superior al suyo en fuerzas i en recursos: a 
lo segundo, que semejante propósito no hubiese sido ni po- 
lítico ni siquiera racional, pues lejos de contribuir al engrana- 
decimiento de Chile le hubiera acarreado su ruina i debi- 
lidad. 

Era presumible, como dijo mas tarde Orbégoso, que la iude* 
pendencia del Perú se hubiese realizado con el asentimiento 
del Protector? Esta pregunta equivale a esta otra. — ¿Es creí- 
ble que los 12,000 soldados del jeneral Santa-Cruz se hubi^ 
sen dejado empT\jar a fiolívia por los 3,000 peruanos de Or* 
begoso? 

Por lo demás la actitud de Santa-Cruz respecto de la revo^ 
ludon se revelaba suficientemente en el leguaje de sus diarios i 
de sus jenerales, especialmente de Moran^ de Otero i de Pardo 
de Zela, que amenazaban públicameníe al gobierno de Limai 
llamándolo traidor. 

¿Por qué no veía el jeneral Orbégoso la realidad de su sis 
tnadon que se presentaba taa dará? Daremos luego la espli*» 
oacion de esta duda. 

El qérdto chileno que vivaba entretanto desde los buques 
fondeados en Punta de Aeua a bs autores de la revolución de 
tAtUfbt áq Iludiese oomprendído ^üe en breve seria recibido co^ 
^•'¡''¡9^^ aliados naturales de la capital» 

idfe d gobíenio da Lima notificó al almirante de 
l^WÜMBpoUtíoo del día anteriol^ a>Io qtte 



.1.' 




aAHPÁltA wi vm^ m 18S8 



3á 



había en tierra una divisiOQ oapaz de resistir a una sorpresa^ i 
de protejer al resto del ejército que permanecía en los buques 

(1). 

DI desembarco se practicó con las mayores precauciones, 
estableciendo avanzadas, grandes guardias i ocupando mili- 
tarmente las avenidas que conducían a Lima. La conferencia 
con el coronel Oastro había revelado a Búlnes la necesidad de 
proceder con excesiva prudencia: la carta de Orbegoso i la lec- 
tura de los decretos relativos a Chile, que pudo ver en los perió- 
dicos llegados recientemente, confirmaban sus temores. 

El desembarco continuó al amanecer del siguiente día oon- 
la misma fortuna del anterior í bn pocas horas estuvo en tierra 
todo el ejército, excepto una compañía del Portales, 4 piezas de 
batalla í los soldados cuyos caballos habían perecido en la tra- 
vesía. 



(1) Los cuerpos desembaroados en la noche del 6 de agostos fueron: 
La columna de Cazadores, El Garampangue, Portales, Yaldivia, Santia- 
go, Golchagua, Escuadrón de Carabineros, Escuadrón de Lanceros i cua- 
tro piezas de artillería (^carta de Búlnes a bu hermano, 30 de agosto 
de 1838.) 

Pero el coronel Plasencia dice que esa noche desembai-caron solamente 
Cazadores a caballo, 2 compañía de Portales, 3 del Santiago, Carainpan- 
guO) 2 piezas de ai*tillería i otros piquetes. 






CAPÍTULO jn 



PrítnerM movimientos militares.— Batalla de Gulas.-^Toiq(t 

de Lima 



Uno de los primeros actos de Búlnes después de su desem- 
barco en Ancon^ ñié dir\jirse al pueblo peruano manifestándole 
el pensamiento que lo guiaba al ocupar su territorio^ sus pro- 
pósitos i los de su gobierno al iniciar esa campaña, o: Cooperar a 
salvaros, les dice, completamente del dominio estranjero, afian- 
zar oon vuestra salvación la seguridad de mi patria i volver a 
su seno sin mas botín qtie vuestra benevolencia^ son los grandes 
objetos de la misión que se me ha encomendado, el blanco de 
mis ardientes desaos i la única gloria a que aspiran los guerre- 
ros de mi patria» (1). 

Pero sus seguridades públicas i privadas no fueron bastantes 
a llevar la confianza al espíritu délas autoridades de Lima, 
que desde el dia del desembarco iniciaron una discusión que, sí 
bien estéril en sus resultados, servirá para poner de manifiesto 
la conducta del gobierno peruano respecto de Chile. Encami- 
nada mas bien a dar tiempo para el regreso de las divisiones 
bolivianas de Tarma, antes que a hacer la paz, veremos que se 
pone en juego de un lado la argucia i sutUeza que ha caracte- 
rizado siempre a la política del Perú, i del otro, la sinceridad 



(1) Ancón 7 de agosto de 1838. 



i la £ratiqneas(t, Tenienclo en su f^Tor la superioridad del ñúine* 

ro i del podep^ Búlnes prooede con el respeto i miramientos 
(jne pareoen mas propios de la debilidad qae de la f aerza, i auu 

0<mprendiendo el artero maue¡jo del enemigo, signe tooando 

}os resortes de la paz i de la conoiliaoion, tendiendo una mano 

aiuistosa i fraternal hasta en el mismo campo de batalla. 

Seta oadena de entrevistas i de decepciones nos dar¿ a oo"» 
nocer el verdadero esplritn de Ohile hacia el Perú i de éste 
hácia'aqueltjSl jeneral en jefe del ejército peruano don Domin-i 
go Nieto, principal actor en este drama de intriga i sutileza, 
tenia a la sazón su cuartel jeneral en Chacra de Oerro, lugar 
situado a inmediaciones de Ancón, en el camino de Lima« Sus 
fberzas ascendentes a 2,600 hombres aguardaban, en un desfl* 
ladero estrecho, la llegada de un batallón que debia oonducir 
desde la provincia de Huaylas el jeneral don Francisco Vidal. 

El ejército chileno aunque superior en número, pues cons- 
taba de 4700 hombres, (1) tenia contra sí las desventajas de 
ocuparon territorio estraflo, desconocido i de un clima perni- 
cioso! La caballada, recien salida de una larga navegación, no 
tenia un manojo de pasto en ese valle arenoso, i el ejército ca- 
recía por consiguiente de la movilidad necesaria en la guerra* 
En cambio la división enemiga que tenia espedíta su retirada 
en todo el territorio del Perú, que estaba acostumbrada al en "* 
fermizo clima de la costa i dotada de exelente caballería, podia 
reponer con la mayor facilidad las bajas del clima i de la gue* 
rra. 

El mismo dia del desembarco marchó Castilla a Copacabana 
a oonfereciar con Nieto, para inducirlo a emprender la guerra 
contra Santa-Cruz. Tenemos ya dos emisarios: a OastUla en 
Copacabana i a Garrido en Lima, luchando con la obstinación 
de Orbegoso. Al siguiente dia regresaron ambos. Castilla sin 
haber podido hablar con Nieto i Garrido confirmando la mala 
voluntcul que existia en las altas rejiones de Lima contra el 
ejército chileno. Su discusión con el presidente del Perú rodó 
principalmente sobre el desembarco; pero el comisionado chile- 



(1) El distinguido coronel don N. J. Prieto cuya opinión es digna de 
tomarse en cuenta, dice en un Diario que tuyo la bondad de escribir para 
nosotros, que quitando las tropas que quedaban a bordo, emfermos etc, 
el ejército chileno no tei^a a la sazón sino 4,00Q hombyes. 



88 qampaRa bu twú » 1838 

no qne tenia por único enoar^ anclar las bases de la pu^ 
alegó sn fiJta de poderes para disentir ese pnnto^ a qne deUba-r 
rachunente era arrastrado por el jeneral Orbegoso. 

Apesar de qne Búlnes comprendía qne el objeto del enemi* 
go era ganar tiempo para qne llegasen las fnerzas de Vidal^ 
envió nnevamente a Castilla al cuartel jeneral pemano acom-i 
pafiado del coronel Placenciai los qne se reunieron con Nieto 
en Tambo Inga a corta distancia de Copacanaba. Nieto ma* 
nifestó a Oastilla sn determinación de mantenerse a igual dis-p 
tanoia de Santa*Cmz i de Chile. En vano insistió Oastilla so-; 
bre el contrasentido de esa actitud entre dos enemigos supe-? 
ñores en número, i sobre la igualdad de cansa i de propósitos 
entre los esfuerzos de Chile i los del Nor-Ferú. Armáronse 
combinaciones qne se deshicieron un momento después, pro^ 
longando una disensión qne desde el primer momento tuyo el 
carácter de estéril. 

Entre tanto el jeneral Búlnes^ sin encontrar en Ancón lo 
necesario para su subsistencia, i propiamente empujado por la 
escasez de recursos, se situó el 8 de agosto con los batallones 
Oarampangne, Colohagua, Valdivia, Portales, Santiago, Co« 
lumna de Cazadores, Escuadrón de Carabineros, Lanceros i 
4 piezas de artillería en el valle inmediato de Copacabana. El 
resto del ejército chileno quedó en Ancón a cargo del jeneral 
don José María de la Cruz, qne se reunió dos dias después al 
cuartel jeneral. 

Mientras se verificaban las negociaciones en la forma que 
vamos nanrando, el ejército chileno era víctima de una hostili- 
dad pérfida de parte del Gobierno peruano que cegaba las ace- 
quias que conduelan el agua a su campamento i enyiaba 
secretamente vendedores de frutas nocivas, que el calor i la 
sequedad hacían mas apetecibles i que la tropa se disputaba a 
pesar de la vijilancia de los oficiales. Los hospitales empeza- 
ron a llenarse de enfermos i la diarrea a diezmar las filas. 

Al mismo tiempo se hacían esfuerzos para presentar alEjér- 
cito restaurador como poseído de los apetitos del bandalismo í 
de la destrucción. Con ese objeto las autoridades de Lima ha- 
cían talar el campo que recorría en su marcha, para atribuirle 
la responsabilidad de esos estragos inútiles i se llegó hasta 
sembrar de cadáveres sacados de los hospitales el camino que 



oampaSa dbl prrtí rn 1838 ¿9 

el ejército dejaba tras de sí, para hacer creer que eran otras 
tantas víctimas sacrificadas a sus instintos vengativos i fero^ 
ees. Sin embargo, nada fué bastante para sacar al ejército de 
su moderación habitual, ni al jeneral Biilnes de su resolución 
de no precipitar la ruptura de las hostilidades. La historia 
americana no rcjistra quizás en sus anales una invasión mas 
moral, mas respetuosa del derecho i de la propiedad del pue- 
blo invadido, que la ocupación del Perú por el ejército chileno 
en 1838! 

Hallábase a la sazón colocado en un valle árido i mal sano, 
hostilizado por el enemigo del modo que dejamos referido; 
fuerte en número i en disciplina, sufriendo hambre a las puer- 
tas de la opuleuta Lima! en una palabra, resistiendo a las 
ofensas i provocaciones de un enemigo mas débil por no com- 
prometer la causa ni el objeto que lo habia conducido al 
Perú. 

Proseguíanse entretanto las negociaciones, con el esclusivo 
objeto de dar tiempo a la llegada de Vidal i de que se destru- 
yese el ejército chileno por las enfermedades. Búlnes, apesar 
de comprenderlo, nada omitia por evitar al Perú el luto de la 
sangre de Guias. 

Pero volvamos la vista a las negociaciones. Hemos dicho 
en otro lugar que el Presidente Orbegoso se oponia al desem-» 
barco del ejército chileno. «La negativa del Gobierno peruano, 
contestaba el jeneral Búlnes (1) al desembarco, tendré la fran- 
queza de manifestar que me deja traslucir la continuación de 
una política que no hace a la nación chilena la justicia que 
merecen sus jenerosos esfuerisos en favor de la independencia 
del Perú.:D «Podia yo presumir, agrega, que cuando mi Gobier- 
no no ha declarado la guerra sino al jeneral Santa-Cruz i cuan- 
do esta guerra no tiene mas objeto que el restablecimiento de 
la independencia del Perú, a que está ligada la seguridad dé 
Chile, podia yo presumir, repito, que el enemigo del opresor 
de la Bepública peruana fuese jamas considerado como ene- 
migo de la República peruana? Confieso a V. S. que no alcan- 
zo a percibir ^los motivos ni la tendencia de esta política. Sin 
embargo^ no puedo auu figurarme que no nos avengamos^ 



(1) lama, SO de agosto dé 1888. 



40 oaüifiaSa dsl psrú m 1838 

cuando no abrigo la maa lijera pretensión ofensiva al honor dé 
la nación peruana, ni perjudicial al mas pequeño de sus dere- 
chos.:i> cPero al dar este pasO; (el desembarco) añade, aseguro 
a V. S. que no hago mas que ceder a la imperiosa necesidad 
que hace imposible la conservación de mi ejército en una pla- 
ya desierta, i que ni por asomo debe mirarse este acto como 
ima hostilidad contra la nación peruana, ni contra el Gobierno 
que la rije.3> 

El coronel Porras, jefe del Estado Mayor del ejército pe- 
ruano, contestó a sus observaciones (1) abriendo una discusión 
de principios que se avenia mal con la gravedad de esos mo- 
mentos i reiterando como condición indispensable de paz, que 
el ejército de Chile se retirase a Chancai, mientras se reanu- 
daban por un tratado las relaciones interrumpidas. Terminaba 
su nota exijiendo en forma de ultimátum «1.® Que la retirada 
o reembarque del ejército del mando de V. S. sobre la villa de 
Chancai será la condición indispensable de todo pacto ulterior, 
i 2.® Que una vez retirado el ejército, podrá permanecer seis 
dias en aquel cantón^ donde el Gobierno cuidará de suminis- 
trarle los refrescos que necesite, en el caso de que V. S. conti^ 
núey como es de esperar, manifestándonos las disposiciones 
amistosas i benévolas que ha protestado hasta aqui.j> 

Búlnes iio ocultó la estrañeza quo le causaban ese tono i ese 
lenguaje, a la vez que su determinación de no retirarse a la 
playa desierta en que se queria aniquilar su ejército por la es- 
casez i las enfermedades. Terminaba su nota ofreciendo enviar 
comisionados para zanjar verbalmente una cuestión que toma^ 
ba cada dia un aspecto mas odioso. Su proposición fué acepta-^ 
da cop-dicionalmente por el jefe peruano. «Siempre que esto, 
déciá, guarde consonancia con las miras del Gobierno de V. Sé 
i siempre que en reparación del agravio inferido a la dignidad 
nacional, acceda el jeneral chileno a la proposición hecha en 
tai anterior nota.)> 

¿Necesitamos decir que su propuesta fué considerada incom-^ 
patíble con la dignidad de dhile i con la misión del ejéN 
citó? 

£¡n vista del mal éxito de las negociacioüeB escHtas, BiUneí 



(1) Anconi agosto 8 do l9iÍ.^'Büüi^ »l Gobierno peruano. 



• 1 • .- . 

ÓÁlt^Affi tiSl PÉRt^ XIT ldS8 4l 

léécQtriÓ nuévameiite a una conferencia verbal con el jeñétal 
Nieto^ qne se verificó en Chacra Grande el 1 3 de ag'ósto. En 
lA mafiana de ese dia concurrieron ambos jeneraleá llevatido 
cada uno 200 soldados de escolta, qne permanecieron frente a 
frente mientras sus jefes respectivos decidían quizás dé sus 
existencias; en una modesta choza de campo. Repitiéronse e¿ 
lá discusión las rabones tantas teces alegadas, i después dé 
una conferencia estéril i larga, BiUiíes se retiró á su campá- 
Tá&sió convencido dé la necesidad de obrar con mas resolú- 
cík>Éi i enerjía. Con ese objeto resolvió acercaiisé a Lima, para 
evitar qué los cuerpos bolivianos bajaden de' la Sierra éti auxi- 
lio del jenerál Otb^osó, 

En uúa de sus últitnas notas Búlnes hal)ia propuesto el 
nombramiento de comisionados, para hacer una suprema ten- 
tativa de paz, i al efecto se hábian nombrado por parte del 
]^rñ a los señores Jltendez i Tillaran, i por la del ejércíio de 
(¡bñe a los coroneles (barrido i Qodoi. Los comisionados se 
reunieron en Tambo Inga i in conferencia fué tan estéril como 
la del (fia anterior. 

Las proposiciones qué trasmitieron los enviados chilenos se' 
reducían mas o menos a los términos siguientes: el ejército 
chileno, en su carácter de auxiliar del Perú contra Santa-Cruz 
sé óompromíetia a no omitir sacrificios para destruir la obra 
del Pibtector; Chile devolvtsiía al Perú los buques apresados 
por Garrido i¿ títido dé prenda de paz y manifestandio de ese 
tbódo 4í^B sn fbiico objeto d apodénirse de ellos, Babia sido 
(svitár que Santa^Cmz pudiese inferirle nuevas i mayores ofen- 
tídl prometía adéxúais guardar una absoluta préscindencia en 
los asuntos interhoí del Perú. El Perú a su vez debía compfo; 
xíiéUJersé ¿ etetifár en gueifra coii Bantar^Cruz, a pagalr sus suel- 
dJM ál ejército chileno i a repatriarlo después dé termi« 

LoÜ comisionados peruanos ¿legaron su falta de podereá 
para transar las diversas cuestiones que se suscitaban i con-. 
Tiíderott en reunirse nuevamente al siguiente dia. Sin embar- 
giOy aquella misma noche i sin aguardar el fin de lá conferen- 
dáy el jtoéral Orbegoso declaró rotas las hostilidades, (1) £1 



(1) Ohtm ds Osrto, «gosto U d(i 1988« 



34 OáMáSÁ Í>3h PÉRt} BK Í838 

p&c{ñcas que animaban al de Chile, sin perjuicio de proceder 
al desembarco. Bálnes ponia este paso preliminar fuera de to- 
da discusión, conformándose así a aquel precepto de sus Ins- 
trucciones que dice: «Para ello (para entenderse con Orbegoso) 
y. S. desde su llegada a las playa» del Perú, hará cuanto le 
sea posible por comunicarse con el citado jefe sin entorpecer 
por ningún motivo, a causa de esto, las operaciones militares.» 
Aquella misma ta^de recibió la siguiente carta de Orbe- 
goso. / . 



SbSoR JBNEUAt, EN JeFB DET. EjÉROITO DE ÓHILB DON MaNITEL 
BtrLNBS 



Lima, agosto 7 de 1838 

Muí señor mió de mi mayor aprecio: 

Contesto la estimada carta de Ud. de hoi, diciéndole que he 
recibido la que se sirre Ud. remitirme del Excelentísimo se- 
ñor Presidente de Chile en que me trata de una otra anterior 
que no ha llegado-a mis manos. El señor Grarrido aun no ha 
venido, i como Ud» se sirve decirme que vá a verificar su de- 
sembarco en Ancón, he creido de mi deber manifestarle que 
la cixcunspeccion con que estoi obligado a mirar este delicado 
asunto, no me permite darle mi consentimiento, mientras por 
resultado de la entrevista con el «eñor Garrido no se arreglen 
los términos. — ^Agradezco mucho la enhorabuena de Ud. por 
los acontecimientos que últimamente han tenido lugar, i sián- 
dome mui grata esta ocasión para ofrecerme de Ud., me stus- 
cribo su atento seguro servidor Q. B. jS. M. — Luia José Or^ 
higoso.^ 

A pesar de esta carta, Bdlnes se dirijió a la caleta de 
con i eala misma tarde procedió al desembarco* El cyér 
debilitado por el mareo i. la navegación, deseaba pisar 
antes tienía firme, i ese deseo natural era unaJii 
ineludible por el > estado de la caballada i {ior ú.jt^^ 
tniénto jeneral de la tropa. La operación empéaS)! 
arde 4^ 6 de egoato^ i a las 12 de la noche ^^el i 




34 oáMaSa bBB PÉRt} ÉK isés 

p&c{ñcas -que animaban al de Chile, sin perjuicio de proceder 
al desembarco. Bálnes ponia este paso preliminar fuera de to- 
da discusión, conformándose así a aquel precepto de sus Ins- 
trucciones que dice: «Para ello (para entenderse con Orbegoso) 
V. S. desde su llegada a las playa» del Perú, liará cuanto le 
sea posible. por comunicarse con el citado jefe sin entorpecer 
por ningún motivo, a causa de esto, las operaciones militares.> 
Aquella misma ta^de recibió la siguiente carta de Orbe- 



SBffoR JÉNEiUii EN Jefe del Ejército de Chile dok Manuel 

BÚLNBS 



Lima, agosto 7 de 1838 

Muí señor mió de mi mayor aprecio: 

Contesto la estimada carta de Ud. de hoi, diciéndole que he 
recibido la que se sirre Ud. remitirme del Excelentísimo se- 
fk)r Presidente de Ohile en que me trata de una otra anterior 
que no ha llegado-a tais manos. El señor Grarrido aun no ha 
venido, i como Ud» se sirve decirme que vá a verificar su de- 
sembarco en Ancón, he creído de :zni deber manifestarle que 
la cijpcunspeocion con que estoi obligado a mirar este delicado 
asunto, no me. permite darle mi consentimiento, mientras por 
reauUado de la entrevista con el^eñor Garrido no se arreglen 
los términos. — ^Agradezco mucho la enhorabuena de Ud. por 
loA acontecimientos que. últimamente han tenido lugar, i sién- 
dcdnd.mui grata esta, ocasión para ofrecerme de Ud., me sus- 
criba su atwtp seguro, servidor Q. B. jS. M. — iMia José Or^ 
iefiúS0é:p 

A pesar de esta carta, Bdlnes se dir\jió a la caleta de An- 
cón i eaia misma tarde procedió al desembarco. El ejército 
debilitado por el mateo lia niaffegacion, deseaba pisar cuánto 
antes. tíjenia firme, i ese deseo natural era una necesidad 
ineludible por el • estado de la caballada i j^r el debilita- 
tniéntb jeoeral de la tropa* La operación emjpezó al caer la 
arde4^ 6:de lifoito^ i a las 12 do la nooha 4el mitmo dia 



ÜÁMPAtA D«¿ fnJXÓ 8K 1838 



85 



había en tierra una divÍBiOQ capaz de resistir a una sorpresa^ i 
de protejer al resto del ejército que permanecia en los buques 

(1). 

DI desembarco se practicó con las mayores precauciones^ 
estableciendo avanzadas^ grandes guardias i ocupando mili- 
tarmente las avenidas que cenducian a Lima. La conferencia 
con el coronel Castro habia revelado a Búlnes la necesidad de 
proceder con excesiva prudencia: la carta de Orbegoso i la lec- 
tura de los decretos relativos a Chile, que pudo ver en los perió- 
dicos llegados recientemente, confirmaban sus temores. 

El desembarco conÜQUó al aimanecer del siguiente dia cen- 
ia misma fortuna del anterior i bn pocas horas estuvo en tierra 
todo el ejército, excepto una compañía del Portales, 4 piezas de 
batalla i los soldados cuyos caballos habian perecido en la tra- 



vesía. 



• . 1 < 



■M, 



(1) Loa cuerpos desembarcados en la noche del 6 de agostos fueron: 
La columna de Cazadores, El Carampangue, Portales, Valdivia, Santia- 
go, Golchagua, Escuadrón de Carabineros, Escuadrón do Lanceros i cua- 
tro piezas de artillería (^carta de Búlnes a bu hermano, 30 de agosto 
de 1838.) 

Pero el coronel Plasencia dice que esa noche desembai'caron solamente 
Cazadores a caballo, 2 compañía de Portales, 3 del Santiago, Caraínpan- 
gue, 2 pieías de artillería i otros piquetes. 



' I.- ■ .■ 



'• 'I 



« • 



CAPÍTULO jn 



PrlmerM movimientos miUtares.~Batalla de Gttias.~Tom(^ 

de Lima 



uno de loB primeros actos de Búlnes después de su desem- 
barco en Ancon^ ñié dirijirse al pueblo peruano manifestándole 
el pensamiento que lo guiaba al ocupar su territorio, sus pro- 
pósitos i los de su gobierno al iniciar esa campaña, o: Cooperar a 
salraros, les dice, completamente del dominio estranjero, afian- 
zar oon vuestra salvación la seguridad de mi patria i volver a 
iu seno sin mas botín que vuestra benevolencia, son los grandes 
objetos de la misión que se me ha encomendado, el blanco de 
mis ardientes deseos i la única gloria a que aspiran los guerre- 
ros de mipatria» (1). 

Pero sus seguridades públicas i privadas no fueron bastantes 
a llevar la confianza al espíritu de las autoridades de Lima , 
que desde el dia del desembarco iniciaron una discusión que, si 
bien estéril en sus resultados, servirá para poner de manifiesto 
la conducta del gobierno peruano respecto de Chile. Euca mi- 
nada mas bien a dar tiempo para el regreso de las divisiones 
bolivianas de Tarma, antes que a hacer la paz, veremos que se 
pone en juego de un lado la argucia i sutileza que ha caracte- 
rizado siempre a la política del Perú^ i del otro, la sinceridad 



(1) Ancón 7 de agesto de 1838. 



ÜiJfíUtk D8L 9JaA SH 188á 89 

i la finmqueeá» Teniendo en lu fi^Tor la superioridad del ñúme^ 

roí del poder^ Búlnet procede oon el respeto i miramientos 
q[ae pareoen mas propios de la debilidad que de la f aerza, i ana 

^emprendiendo el artero manego del enemigo, signe tocando 

los resortes de la paz i de la conoiliaoion, tendiendo una mano 

amistosa i fraternal hasta en el mismo oampo de batalla. 

Seta cadena de entreyistas i de decepciones nos dará a oo^ 
nocer el verdadero espíritu de Chile hacia el Perú i de éste 
hicia'aquel,jl!l jeneral en jefe del ejército peruano don Domin-» 
go Nieto, principal actor en este drama de intriga i sutileza, 
tenia a la sazón su cuartel jeneral en Chacra de Cerro, lagar 
situado a inmediaciones de Ancón, en el camino de Lima. Sus 
fuerzas ascendentes a 2,600 hombres aguardaban, en un desfi- 
ladero estrecho, la llegada de un batallón que debia conducir 
desde la prorinoia de Huaylas el jeneral don Francisco Vidal. 

£1 ejército chileno aunque superior en número, pues cons- 
taba de 4700 hombres, (1) tenia contra sí las desventajas de 
ocupar un territorio estrafio, desconocido i de un clima perni- 
cioso! La caballada, recién salida de una larga navegación, no 
tenia un manojo de pasto en ese valle arenoso, i el ejército ca- 
recia por consiguiente de la movilidad necesaria en la guerra* 
En cambio la división enemiga que tenia espedita su retirada 
en todo el territorio del Perú, que estaba acostumbrada al en"* 
fermizo clima de la costa i dotada de exelente caballería, podia 
reponer con la mayor facilidad las bajas del clima i de la gue« 
rra. 

El mismo dia del desembarco marchó Castilla a Oopacabana 
a oonfereciar con Nieto, para inducirlo a emprender la guerra 
contra Santa-Cruz. Tenemos ya dos emisarios: a Castilla en 
Copacabana i a Garrido en Lima, luchando con la obstinación 
de Orbegoso. Al siguiente dia regresaron ambos. Castilla sin 
haber podido hablar con Nieto i Gurrido confirmando la mala 
voluntad que existia en las altas rejiones de Lima contra el 
ejército chileno. Su discusión con el presidente del Perú rodó 
principalmente sobre el desembarco; pero el comisionado chile- 



(1) El distinguido coronel don N. J. Prieto cuya opinión es digna de 
tomarse en cuenta, dice en un Diario que tuyo la bondad de escribir para 
nosotros, que quitando las tropas que quedaban a bordo, emfermos etc, 
el ejército chi^no no tenia a la sazón sino 4,00Q hombres. 



42 bAMPii<:^A DEL iPKRlJ EN 1838 

coronel Godoi, a nombre del jeneral Búlnes, contestó aceptando 
esa intimación. (1) 

Hé aqni una carta de. Búlnes a Prieto sobre estos sucesos: 

«Después de haber tocado por mi parte todos los medios po- 
sibles para un avenimiento cojí el gobierno provisorio de Lima, 
hoi me dirije Orbegoso un oficio<en que declara rotas las hos- 
tilidades. No tengo tiempo par^^.- detallar a üd. todos los por- 
m.enores q^ue han oci?irrido en e§tos dias, que probarían a Ud. 
la insidipsí^ conducta del gobierno pe;niano ^ nuestra modera- 
ción. Lo cierto ej? que hoi marcha el ejército con dirección a 
Lima, lleno del mayor ^tu^iafiimo i bellas disposiciones, i si 
es que el enemigo acepta et combate, el, triunfo, es seguro, Sui 
faerza no pasa de 3,000 hombres. El ejé;rcito está en muibuen 
estado i ansioso por entrar en la lid a la, que como digo a Üd. 
nos llama la pertinacia del gobierno de Lima. 

Participaré a tJd. en primera ocasioa los resultados que 
sin duda serán favorables; mientras tanto, confíe üd. en el 
ejército i en su siempre amigo. — Manuel Búlnes,7> 

'íal fué la discusión diplomática que tuvo lugar duraute la 
permanencia del ejército chileno en Copacabana. En el cuadro 
que hemos trazado a la lijera, resalta la hostilidad del gobier- 
no peruano i la prudencia djeljefe chilenQ. Examinemos ahora 
mas detenidamente la conducta de cada uno. Qué razones po- 
día alegar el jeneral Orbegoso para oponerse al desembarco 
del ejercito, Restaurador? Si ¿staba. ¡subsistente la guerra entre 
Chile i el I^erú cómo lo esj^resaba terminfmtomente el decreto 
de 30 de jñlio^ eí ejérdto /cluil^no tenia perfectQ derecho para 
invadir ese iérritorrio eneznigo. Q deseaba Orbegoso, que sub- 
sistiese la guerra sin sus efectoQi o lo que es lo mismo, la gue- 
na sin 1¿ guerra? Si estaba ea pa^ oou Olúíe, por qué se opo- 
nía al reposo, que ño era otra cosa el desembarco, como su 
permanencia a bordo hubiera sido la destrucción de ese ejercito 
que habia salido de su patria a realizar lo que él mismo habia 
óomenzado a ejecutar? 

Para nadie era un misterio que la obra de la revoluáon no 
duraría sino el tiempo que el. ejército chillo ponnaneciesa en 
el Perú, i muiia debia estar nm copT^iddo de su precaria 



"p" 



(1) Gopaeabana, agento IS d^ 1888,. 



ftAMPAÍtA DEL PERÍ ES 1838 43 

"rawtaqoe el jeneral Orbegoao, al contemplar la aotitad ame- 
□azante del jeoeral Moran quo le reprochaba oflcialmeDtfl sa 
traieion! Qué habieraa podido hacer sos 3,000 hombres contra 
las 12,000 Boldadoa del jeneral 8anta-0raz? Alegaba Orbagoso 
la independencia del Estado Ñor-Perú, lo que ya era aervír 
indirectamente loa planes del conquistador. No habla razoa 
hi8t¿ric8, ni política que lo autorizase para fraccionar al Peni 
en dos naciones. La nacionalidad peruana, constituida por la* 
tradiciones históricas i sociales, es tan homojénea en laa pro-' 
TÍnciai del norte como en las de! sur; el hijo de Arequipa tiene 
la misma parte en laa tradiciones de su patria, como el hijo da 
Huaylas. La sangre peruana corre por las venas de uno i otro, 
La diyision política del Perú había sido concebida por San- 
ta-Cruz para dominarlo mejor, introduciendo en el riyalidadea 
i pasiones qne amenguarían su robustez i faerza. El mariscal 
lÜTa-AgüeTO, que fué presidente de un Estado en la Confeds- 
racion, i que, como ea natural, conservaba por el Protector i aa 
sistema un recuerdo de gratitud, reconoce ain embargo que el 
resultado de la división del Perú, fué crear en el seno del pais, 
nacipnalidades distintas i riyales. Gk>bernar es dividir, apocar, 
disminuir debió decirse el jeneral Santa-Croz al crear esa se- 
paración ficticia en un país unido por su topografía, civiliza- 
ción, tradiciones e historia. 

Se prestaba pues a maa de una sospecha que el jeneral Or- 
begoso autorizase la subsistencia de esa diviciou política creada 
para servir a >?anta-Cruz. ACadfase a ésto la desconfianza qne 
producían en el ejército chileno los términos afectuosos de la 
diplomacia peruana hacia el Protector, i que formaban contras- 
te con la dureza de su lenguaje cuando se referia a Chile 

Habia, puea, sobrado motivo para dudar de la siucerídad de 
la revolución i hacia tiempo a que el almirante Postigo habia 
escrito a Eúluea con su jenial franqueza: «Por los papeles pú- 
blicos fe impondrás de lo ocurrido (la revolución de Lima), 
Eaio lo han heeho de temor de la espedicion, pero es necesario 
consultarlo todo bien con Cruz i Gíodoy para que no nos que- 
demos con que nos den las gracias, sino que nos reconozcan 
nuestros grandes sacrificioti.» 

En su conferencia con Nieto en- Chacra Grande, Búlnes 
comprendió que los esfuerzos del enemigo se encaminaban a 



ii 



<¡ÁMjJtk DKL raaij KV 1 



dar tiempo de arreglar un oonveaio Íe¡ auailios oon Baata*Oru 
Sos temores fuerOD plenamente coafirmtidos. 

Sn lo3 mÍBmo3 momentos ea quesediscutiaa entre ellos I 
baaea de la paz, doa Caaimiro Olañeta, negociaba Becretajneit-~ 
te coD Nieto un tratado de alianza qne debia poner a disposi- 
ción de ai^uel, las tropas bolivianaH de Tarma, i babíase arrí- 
bftdo entre ellos a un pacto formal de defensa i de ataque ooq' 
tra el ejército chileno. Afottanadamente para la causa de 
Chile el convenio no pudo realizarse por la previeion i activi- 
dad de Bdlnes. Sin aa marcha h&cía Lima, el jeueral Moran 
habría alcanzado a llegar en auxilio del ^ército de Nieto. 

Los documentos comprobantes de este hecho han sido reve- 
lados a la historia por una rara casualidad. No existían sino 
tres templares de aste tratado i estaban en poder de Nieto, da 
^ta^Grnz i de ÜlaQeta. La copia que el Protector llevaba 

[ liempre consigo, fné encontrada ea su cartera en el campo da 

[ ^talla de Yungai. 

Hó aquí la parte sustancial i copiada a la letra de este o 

I lebre documento: 

4I.* Habla un armisticio entre las armas de la Oonfedeía 
cioD i las que manda el señor jeneral Nieto por todo el tiempo 
que sea necesario para reunir un congreso en el norte i otro en 
ú sur del Perú, que espresen libre i espontáneamente la ToluQr_ 
tftd nacional.i) 

«2." Si en este tiempo invadiese al norte la espedicion c 
lena, irá e?i su ausüio una división de dos o tres mil kombrea i 
las órdenes del selíor jeneral Moran mientras dure la guerra, 
que terminada regresará a sus cautonea. Esta fuerza será pa- 
gada mitad por el norte i la otra por el sur. Si la espedido» 
chilena tiniese al sur, el gobierno se defenderá por si solo, con- 
tando con que el del norte le hará la guerra en su territorio si 
por algún caso desembarcaren en el a coosecuencia d 
tirada o derrota-s 



'O en 



•t7.' Ea el caso de esta cesión (la de Tacna i Arica) ventn 
josa a la provincia por sus intereses i cuya separación en a 
perjudica al Perii, el gobierno boliviano se compromete a fl 
mar uu tratado de comercio el mas ventajoso para los depai 
tomentos del sur que tienen bu comercio i au principal mercq 



do OB Solivia. iSí w ;ut'«r« u ^ir^í o^u tratada de alicatza 
parct defenderse mutuamente de las agresiones de Chile, loaai 
d&ndoae ausUioi reolprocoa a las úrdeües iomediataa de la Wr 
toiid&d reclamante o que declare el causa federis^t 

cO.' El esceleotiaimo aeSor gran mariscal don Luis Joié 
Orbegoso hari a bu patria el sacrificio de retirarse a la nda 
privada, pndiendo el gobierno acordarle cuantas graciaa i con» 
nderacioaes sean indispensables a su serricios!» (I). 

Bl janeral Nieto contestó aceptando el tratado en su conjun- 
to, li bien haciendo algunas salvedades que le exíjian su dobla 
oai&cter de ciudadano peruano i de amigo de Orbegoso (2). 

Aparte de estas restricciones qne no tocaban al fondo del 
tratado, el jeneral Kieto se manifestaba deseoso de unirse 
cnanto ¿ntes oon Moran para combatir a los chilenos. La paa 
un momento rota entre el Protector i el Nor-Perii, volria a 
reanndarse en odio al ejército de Chile. Bolo restaba que las 
fuerzas bolivianas bajasen de Tarma a consumar esa unión. 

Nótese que la respuesta de Kieto llevaba fecha del día an^ 
terior a la batalla de Guias: en dos o tres días mas el antiguo 
orden de cosas interrumpido por la revolución de julio, habrá 
desaparecido de nuevo. El tratado llevaba oculto en sus en- 
trafias un nuevo trastorno: arrojar a Orbegoso de la presiden* 
da i del territorio del Perú. St el jeneral Orbegoso hubiese 
podido comprender su verdadera aituacioa, viéndose burlado 
por Santa Cruz, i sacrificado por sus propios amigos, au orgu- 
lloso corazón habría sufrido las amarguras del remordimiento 
i del despecho. Justo castigo que le atraía su indecisión, por 
haber querido guardar entre amigos i enemigos uua actitud 
pusilánime, que cuadraba mal con la gravedad de esa situación 
decisiva! 

Hemos dicho que las hostilidades fueron declaradas rotas 
por el jeneral Orbegoso el 14 de agosto. Luego que ae im- 
puso Bülnes de esa repentina determinacioa, manifrató a los 
peruanos que lo acompaüabrtu la necesidad de acercarse a Li- 
ma. Los emigrados que representaban en un grupo corto pero 



(\) El Perufino, 3 do julio de 1839. 

(2) Cuta de Nieto a OUaeta.— Portada del Callao, agosto 20 de 1838. 



teiSante/ él i^útaeñ de lá histotia del Perú oon ím grandés&É 
i^iBÜifdéimstteS) se hablan díTidido en dos Mobionea qnerecóno^ 
ciabiltdím^Tátñiéiité j)or jefes a Gkunarra i a Tivanco. Yíótilnas 
i autores de casi todas las revoluciones delPérd, hablan siddtizo- 
tados- altemativam^te por sus- olas^ i la Incostante fortuna los 
]!^ia colDoado bucésivamente esi el timón i «ntre los niufirar 
gos. JJofk partidarios ; de Yiyauco aprovecharon la libertad ea 
qiie;8e l6É dfjjaba para ajbandonar al ejército chileno^ alegando 
que su condición dé peruanos no les permitia batirse oon tüa 
(y^rcito de su propio pais i finjien,^ creei; qi^e el je^iml Qrbe- 
gQlo defendía la causa 4e la independencia del Pera. Aquel 
dia se separaron, del q'érdto^ Tivanco^ don Felipe 'Pardo^ ape- 
gar de que habla sido el autor del ultimátum dir^jido a Orbe- 
goso> los Viveros^ Majrtínez, Balta que debía ser mfiks tarde el 
héroe i la víctima de una. terrible trajedia^ ^asagoitía^ etc. 

. Xios reatantes faeron incorporados al ^ército en la forma si- 
guiente:^ cDon Agustín Gamarra, comandante jeneral de la 
división ' de reserva; el jeneral La-Fuente^ primer jefe de van* 
guardia, el jeneral OastiUa, su segundo;, el f coronel Placen- 
cia al. Estado Mayor jenerid; - el coronel To^ríco, primer co- 
mandante de la columna de Cazadores; el coronel Deustua, 
segundo de la misma; el coronel Xiaisec% comandante acciden- 
tal del batallón Yaldiyia; el coronel Lerzu^di agregado al es- 
cuadrón Lanceros. Los.demas jefes i oficiales tuvieron coloca- 
.cicg^ fia otros euerposi» (1). 

. . Organizado el ^'érqito i rotas las hostilidades, era llegado el 
znpmento de iniciar las operaciones militares. Búlnes notificó a 
F9stigo su determinación de atacar por mar al puerto del Ca- 
llao. l4a&.Qperaciones iban, pues, a abrirse simultáneameinte por 
tierra i por ínar. 

Para mayor claridad empezemos por las operaciones del 
ejéríjito. Las tropas enemigas ocupaban^ como Ip hemos dicho, 
un: desfiladei-o cerca de Chacra Grande, ^situado a un cuarto de 
Jiegua .de Cppacabana.. Su posición era demasiada fuerte por 
naturaleza para ser atacada d^ frente. El ejército peruano, en- 
grosív^o rppientemente con las. tropas, conducidas pgr VidaJ, 
ascendía a 3,400 hombres más o menos. Jíieto se empeñaba 

(l):Plaoettcüh^DÍMÍo eita4o, páj. d, ^ 



OAlO^AftA DBL PSBÚ BN 1838 4t 

m atraer a sus posiciones al ejército chileno i el jeneral Bál« 
nesy finjiendo obedecer al mismo pensamiento, salió de Clopaca-. 
baña por el camino real que condocia directamente al cuartel 
jeneral peruano. El enemigo se creia vencedor cuando yió cpn 
gran sorpresa que el ejército chileno hacia un morimiento de 
conyersion i se inclinaba hacia CoUique, lo que burlaba sus 
pluies i flanqueaba su fuerte posición. Nieto amenazado po^ 
su flanco desQubierto, abandonó precipitadamente a Chacea 
Gxaadci i se retiró a Asnapujio, posición mas £)rmida.bl6 i^un 
que-l^.antecior, situada a una legua de distancia del campar- 
meato, de CoUique. El jeneral Búlnes que no economizal^asQ. 
vida en el peligro recorrió audazmente esa distancia al frente ds} 
ejéiüjlto, soportando el fuego de las avanzadas i guardias df & 
caballo del enemigo. Kieto tentó en vano en Asnapujio el mLPfi 
mo recurso que tan mal le había surtido en Ohacra^Grande^. 
esforzándose por atraer de frerU^ al ejército chileno a esa '^Pr 
vencible posición, a donde se habia retirado el jeneral San-M^.r-* 
tin en 1821 csomo a un sitio inespugnable* Bdlnes empleó la 
misma táctica que habia puesto en juego en su movimiento a 
Gollique, avanzando contra Asnapujio en ademan de atacarlo^ 
para dist]:aer la vijilancia del enemigo sobra sus costados i to^ 
mar posedon del valle del Naraigal. Fiojió en efecto asaltar el 
campamento enemigo con gran arrogancia i empiye, i cuando 
estuvo a corta distancia varió su marcha, desfilando por elv 
contado del. ejército contrario. 

En este momento peligroso pudo el jeneral peruano habet. 
cortado con un ataque rápido al ejército chileno diseminado en . 
una larga ostensión. Nieto no supo aprovechar esa coyuntura 
que le habría asegurado el triunfo i el jeneral Búlnes que hai 
bia contado con su indecisión, ocupó el valle del Ñaraiyal de« 
jando tras de sí, hacía la costa, al enemigo que le disputaba el 
camino de Lima. Pero antes de variar defínitivamentei su rünl- 
tx) hacia este último punto, fiojió un falso ataque contra la po^ 
fiidon de Asnapx^jio i un momento después, como si quisiera 
tenovar el combate, se replegó a retaguardia con sus fuerzas • 
Nieto preparó las suyas para resistirlo, i fué entonces cuandoi 
aprovechando Búlnes ese momento de vacilación o de conflan- 
%t^ tomó difinitivamente la ventajosa posición de A8napT\jio i 
inKl¿ Ia superioridad que ella daba al qjérdto oontruio» Así 



46 campaíTa del pehií én 1838 

faeroa bnrlafloa loa planes del enemio:o por aeganda Vez i « 
ejército chileno acampó a una jornada de Lima. 

Sa gran posición iiabin sido perdida para bu defensa! «Eate 
movimiento tan atrevido i aia duda uno de los mas difíciles 
que ae practican en la guerra, dice Piaceucia, al frente i a la 
vista de un enemigo, dio a conocer al jeueral en jefe que no se 
había engañado en su3 cálculoa i que debia contar con la vic- 
toria mas completa sobre un rirat que no sabia aprovechar las 
coynnturas fujitivas que se presentan en las operaciones do 
nna campafia, i que aegun se llegó a espresar en tono enfática 
i burlesco, cno entendia tales movimientos, ni la táctica nueva 
que traían los miserables chilenos^ (1). 

Las privaciones del ejército se renovaban en cada campa- 
mento, i llegó el caso de que el coronel Grodoy se viese en la 
necesidad de obtener de la amistad de nn chileno residente eñ 
el Perii, 80 bacas para la subsistencia de la tropa. 

Entre tanto había llegado a Lima el jeueral Vidal i su opo-^ 
sicion a la política seguida por Orbegoso con el ejército chile 
no, comenzaba a pesar en su ¿nimo indeciso i vacilante. DoB 
iaflnencias opuestas ae disputaban su espirita: los amigos de 
Santa-Cruz i del jeueral Nieto deseaban precipitar la guerra, 
al revés de otros que como Vidal habían abrazado de buena fé 
la Bevolucion de Julio i creían que no era posible consumarla 
sin el apoyo de Chile. 

Orbegoso, que era demasiado débil para tomar una determina- 
ción en medio da tan poderosos influjos, escuchaba sin emb&> 
go con respeto la palabra de Vidal. 

Entre los que predisponian bu ánimo contra la cansa de Ohile, 
era uno de los mas influyentes el Doctor don Jnan García del 
Bio, antiguo ministro de Santa-Ornz. (2). 

fl) Diario citado, páj. II, 

^2) Excmo. seBor Presidenta don Luis José Orbegoso. — Lima, agoito 
16. — A las 9. — Mi aTaado jeneral i amigo; — No craa VA. que loa amieos 
de üd. i del jeneral Nieto lea hayamos atacado en parie alguna: todoi A«- 
mot tenido, ei vtníad, cierto recelo de que la diferencia iatraaeijible con loa 
chilrnoi' "í (rnrtéijifee al ver tanta demora i tanta ofinferencia; pero por lo 
demás no ha habido mas, oréalo TJd. que un eiceso de patrititíamo por partí 
nuestra i demaBiada intriga por la de los chilenos i partidarios de Gamar- 
ra. para dividimos entro nosotros i sembrar la desconfianza en el pueblo ' 
que extá en el mejor sentido. Tal es el descaro de eetos mulva^ys, que se 
hace necesario que Üd. onoargne mucho al eellor Rodrigues Piedra que ' 
ni 1^ lol«n b mu mlnini9, i cjoc ptQOeda con mnvha enerjfa a enfronat 



I 
1 



CAMtASfA" Dtt tBIit?' Rtí 1888 4y • 

Sin' emb^frgo eb'jeneW,! Vidal no desconfiaba delle^t'a 
establecer Tiñ' acuerdo entre los jefes enemigos, i con ese objeto 
se trasladó ^personalmente al cuartel jeneral chileno situado 
en el Naranjal. Bálnes se prestó a aceptar cualquier arreglo 
honroso que se le propusiera, pero, aleccionado con el recuerdo 
de las pasadas intrigas, se determinó ano interrumpir sus opG^ 
raciones militares. 

Los sucesos anteriores justificaban sobradamente ésta des* 
confianza i su temor. 

Él Biiátiio día se dirrjióa la Legua, lugar situado entre Lí- 
mi^ i el Callao, deteniéndose algunas horas en Bocanegrapara 
comunicarse con el jefe de la escuadra. El momento decisivo 
no debia tardar, i yu era tiempo de que se hiciese luz en una 
situación que se hacia a cada momento mas insostenible i pe« 
ligrosal 

Las promeiíás o las esperanzas del jeneral Vidal salieron de 
nuevo fallidas, i se redoblaron contra el ejército chileno las 
hostilidades hipócritas que lo hablan acosado desde su llegada 
al Perú. <rLlegó el caso, dice el jeneral Bálnes en carta confi- 
dencial á su hermano, de ponernos en la dura alternativa o de 
perecer de hambre i de sed, ó de salir de este apuro, abriéndonos 
paso con espada en mano.]» Ni sus proposiciones de paz, ni 
sd moderación, consiguieron doblegar el espíritu de Orbegoso, 
maliciosaihente aconsejado por los ajentes de Santa-Cruz. El 
confiado mandatario trabajaba sin saberlo ni quererlo en favor 
de ral r¿jimen de que acababa de desligarse con estrépito, bur- 
lando la fé de sus actos i de sus palabras. 

Apesar de que el valle de la Legua a mas de ser P9bre de 
por sí, habia sido talado de antemano por orden dje Orbegoso, 
Búlnes aguardó allí dos dias i medio el resultado de las jes« . 



a los qne en esta solemne circunatancia quieran resfriar el patriotismo. Si 
el Frcdeoto no oampliese las órdenes de Úd. al efecto, es preciso, en mi con- 
oeptO) dejar a un lado toda contemplación i hacer que se encargue de la. 
prof ectúra el coronel Guaitda, pasando Pardo de Zela al Callao. La con- 
servación del orden en la capital es de suma importancia en el momento 
aotuaL 

Tnstrúyannos tJds. de lo ociurido, puea poco es lo que sabemos; mande - 
Üd. los documentos o noticias necesarias, i aquí se escribirá en conse- 
omencia para justificar la causa i para inflamar el p.atríotÍ8mo. 

Saludo al ijeneral Nieto, i me repito de Ud, moi afecto wigo i fierri" 
d<tt,^*"O(ir0Ca dU i^ 



50 OAMTJkÉA DKi PBRtí BK 1838 

tionei de YidaL En todas la^ apretaras de la marclia^ ooino 
en las escaseces de cada dia^ acreditó el ejército chileno la mo- 
ralidad i disciplina que lo liarán siempre memorable. La vijilan- 
cia en este punto era tan estrecha, que en aquellos mismos dias 
fué <;aftigado un soldado por haber sustraido de un ¿rbol al- 
gunas frutas. Este hecho sucedió a las puertas de Lima i ese 
ejemplo de rigor bastó para evitar los exesos a que fácilmente 
se entrega un ejército vencedor cuándo ocupa militarmente 
una plaza. 

Bálaes reunió una junta de guerra en el campamento de la 
Leigua^ en que, después de esponer su situación i temores, ter- 
minó manifestando que estaba dispuesto a hacer la última tea- 
tatiya en favor de la paz. Apoyada su opinión con el voto de 
todos los presentes, se acordó dirijir una nota a Orbegoso, lla- 
mándolo a la conciliación, i acercarse mas a Lima para proveer- 
se mas fácilmente de viveres, e influir en su ánimo con la in- 
minencia del peligro. Las intenciones del jeneral en jefe en 
aquel dia.eran, pues, conciliadoras i para proceder conforme al 
acuerdo de la junta, ordenó a los oficiales de vanguardia no 
comprometer la acción aunque fuesen provocados i ni aun 
responder a los fuegos del enemigo. 

El jeneral Nieto, flanqueado en Asnapujio, se habia retira- 
do a una llanura situada en las inmediaciones de Lima i cor- 
tada con los tapiales que separan las numerosas chácaras que 
rodean a la capital. La posición que habia elejido estaba divi- 
dída en su mitad por el ancho camino público que une a la 
Legua con la Portada del ^Oallao. Llamánse asi las puertas 
de las murallas que a guisa de coraza, ciñen i estrechan la ciu- 
dad de Liniá. 

El ijjétcito peruano ocupaba el callejón medianero del valle^ 
ett él espacio comprendido entre la portada de Lima i la Le- 

Marchando en línea recta los ejércitos se habrían encon- 
tiado de frente i la lucha se habría comprometido aun a des- 
pechó de sus jefesi 

El jeneral Búlnes que deseaba evitar al Perú ese momento 
doIol^osO) hizo desfilar su ^ército por el flanco izquierdo de la 
posidon enemiga) inclinándose hacia Palao i la portada de 
Otüasi deacto donde pencaba enviar ü jeneral Orbegoso la co^ 



mtULloacioQ ftoordada en 1» jimte de Ul^^gi» i 4m oeirtu aIca 
¿weíaleí Kv^ i Yic^ (l)f 

(1) Sefior Seoreierio Jmsnl de 8. B. el FMideflite ProTisorio de It^ 
Bepublioa del Perú:— En la nota añe oon fecha de 15 del corriente diri- 
jió en mi nombre el Jele del Bsiaao Mayor de e0te Bjérdio, oontJBBtando 
a la de 14 del miamo áü Jefe del Bstado Mayor del Peruano, en qoe i^ 
nombre de S. £. el Presidente ProTÚorío de laltepúblioa declaraba róta^ 
k» lioslUidadefl; te asefiforó qne al paso qne yo aceptaba esta deolaracion« 
iiempre estaña dispuesto a entablar las negociaoiqneB que por aqoelli^ 
medida quedaron interrumpidas. 

^ Desde entonces no be cesado de dar pmebaa inequirocas de que tu sen- 
timiento dcminante de mi política, el mas análogo a las inspiraciones de 
mi corason, i mas que todo, el que conoilia las miras del Qobiemo de Ghi" 
le oon el interés men entenado del Pera, era el de preferir las Tias de 
conciliación al ruinoso medio de las armas. 

Apesar del profundo dolor que han debido causarme las crueles cuan- 
to inmerecidaii imputaciones que las notas oficiales ban inferido al Ejér* ^ 
cito que tenffo la honra de mandar, tratándolo en desprecio de la verdadi * 
i en ofensa ae cuanto hai de mas respetable en la nación menos culta, da 
▼indalo i desvastador; ajpesar que se ha procurado alarmar la pobladon 
de la capital, deanaturahaando sin el menor fundamento el objeto de mi 
noble misión, afiadiendo para colmo de injusticia que este no era otro que 
imponer exacciones pecuniarias i ejercer una dominación insoportable; i 
finalmente pintando a los soldados chilenos, a los entusiastas defensores 
de la independencia peruana, como sus mas encarnizados enemigos an- 
siosos de cometer todo linaje de tropelías, quiero dar la última prueba de 
la puveaa de mis intenciones i del espíritu que me dirijo. 

A las puertas de la capital del Perú, que venero como he venerado la 
mas infeliz choza de su territorio, protesto a Y. S. de nuevo mis i^rdien^ 
tes deseos de entablar una negodacion en forma que haga desaparecer 
las diferencias que por una fatalidad nos dividen. 

Me lisonjeo con la esperanza de que S. E. el Presidente, después de 
una madura reflexión, aceptará esta, sincera protesta, i que, consideran- 
do el buen estado de las fuerzas de mi ejército, no verá en ella otro obje- 
to que el de evitar la lid a que el enemigo común nos arrastra por medio 
de siniestras sujestiones, i cu^o resultado cualquiera que fuese debería ne- 
cesariamente ceder en perjuicio de los intereses de este país, bien digno 
de mejor suerte i preparar de nuevo la odiosa dominación del jeneral 
Santa-Cruz. 

Tengo el honor de saludar a Y. S. con la mayor consideración. — M<i- 
nuel Búlnes, 

— Sefior don Domingo Nieto. — ^Mui señor mió i de mi consideración. — 
El sefior jeneral Yidal i posteriormente el señor Polar, me han asegurado 
que Ud. está siempre dispuesto a allanar los obstáculos que desgraciada- 
mente impiden entendemos cuando mas lo reclama nuestro mutuo mte- 
res; yo me hallo poseído de estos mismos sentimientos; i para dar al go- 
bierno del Perú i al mundo entero una irrefragable testimonio de mi 
constante deseo por la paz i bueua intelijencia, dirijo al señor Presidente 
de la República una nota en que con franqueza le espreso esto mismo. 
Espero que üd., apreciando debidamente la lealtad de mi carácter, in- 
fluirá decididamente para que termine este estado de cosas a merced del 
cual crece el poder del enemigo común. 

Soi de Ud., su mas atento seguro servidor i amigo. — Manuel Búlneé, 

— Sefior don Frandaco Yidal. — Mi jeneral i amigo apreciado: — He ve- 
nido a este punto a romperme la cabesa con Uds. o a hacer la paz. Elijo 



19 HáMtúHí Mil mü tt» 1898 

Iiai «ottitmi^aeiones nt^ ptidiei^n llegar a bu destino pesqué 
9\ jeneral Orbegoso comprometió imprudentemente la aoeion. 

Ha llegado el momento de asistir al sangriento draom en 
^ue se Ti a disputar la. posesión de Lima. 

: |il 90 de agosto día anterior a la batalla de Guias, es deciri 
(snoando el ejército chileno permanecía en la Legub.^ aguardando 
proposiciones de paz, Orbegoso presidia en Lima una jonttt do 
jenerales, convocada con el objeto de fijar su conducta ea los 
acontecimientos que se preparaban. Nieto, sus amigos e inicia- 
dos en el seci^to de las negociaciones con Olafieta, que aguar- 
daban el. práxizno. regreso de la división de Moran, sostuvieroa 
la necesidad de mantenerse a la defensiva i ganaron a su pa« 
recer la opinión de la junta* Búlnes fué prev^ido de esta, de* 
' tenninaoion i de su causa en el medio dia del 31. Esta noticia 
justificaba el movimiento por ¡el cual se habia interpuesto en-* 
tre la ci^ital i las divisiones bolivianas de la sierra, i daba 
tieimpo a que el jeneral Orbegoso escuchase el último llama-* 
miento a la paz, que la razón, la himianidad i su propio inte* 
res le hicieran en el campo de Palao. 

El Ejército chileno desfilaba entretanto en tres divisiones 
protejiendo su marcha con una vanguardia de 520 hombres 
mandada por los jenerales Castilla i La Fuente i por los coro-p 
neles Torrico i LerzundL; pero cuyo verdadero jefe era el coro* 
nel don Fernando Baquedano. Componíase de un escuadrón 
de Caladores, de otro de Lanceros i de una colupinai de caza- 



a Ud como a tin patriota distmguido para que sea el intérprete de mi úl- 
tima resolución. 

Me ha dicho XJd. que haciendo yo una invitación todo se allanaría. 
Ya pues lo que Ud. deseaba, i solo resta que tratemos i que esto no sea 
para abusar de mi buena té (como sucedió antes) cuando esperaba ese 
gobierno la llegada de la división de su mando. Que ño sea tampoco, mi 
cruerído amigo, para traer a Lima las tropas del conquistador, so protesto 
ae batallones peruanos, como fundadamente pienso. 

Con mi franqueza a(^:>stumbrada esperaré a Ud. en mi cuartel, o don- 
de Ud. quisiese. Puede Ud. venir autorizado por su gobierno para termi- 
nar definitivamente este negocio en el menos tiempo posible. ¡Quiera 
Bi'oh preservamos de los males que diviso! ' 

Trabaja Ud., mi amigo, por los intereses de su patria i por la justicia. 
Haga Ud. entender a ese ejército i a sus compatriotas que no he níuda- 
do mi campó para imponerles i que, aunque resuelto a salir dol estado en 
que me hallo, de cualquier modo, no sabría qué escojer mi corazón, entre 
ser vencedor o vencido. 

Penétrese Ud., mi amigo, dé la sinceridad do mis sentimientos, suscri- 
biéndome de üd.j atento i tSegaro «ervidOr.-^Jfawue^ Búlnes, 



(üUfátiL Bill BiBi} m .ISaB A8 

4ó^ ideinflAteria. M ireito del lyéroito Hgr¿^. k iditftoqíM 
de 'lá viDgaárdiai. . • ...-ir- y. 

• Sntve Ja pondon oonpadá por lai tropas chilenas i la;po&v 
tada de Gkdae^ había un desfiladero estreoho qae ooAdacia.a 
una pianioie pedregosaé Bste sitio en que se libró la bataUai 
e»biba.lÍDiitado i defendido en su izquierda por .ntia oadoia-jiíi 
cerros de mediana eleyacion desde ouyos fluicot sedóinibaítl 
valle a tiro de. f cisil; a la derecha hahia algosos ceiiólloc^ artii 
jkialeB de piedra; cerrabfi el f(:mdQ de este cuadro 1^ fpbjap jnigi 
dfi Malambo, barrio ultra-riberano de LimaiCpsíio , es.lia iyhúab^ 
de SantiegOj umda con la ciudad por un puente de .qi1 j^oa^.^ 
qpe esla pi9>longacion de una calle recta qiK4)ond\^)e,hi9^t^ aI^ 
Iab alti« i leyendarias torres de la hístárica, Linsut.qiie 4^^010%; 
Itan aobm el campo de batalla sus cabezas ;arroganteS| nfrim 
IPB omdoa testigos de ese torneo d^ abnegaoioi;L i de naprij&qip, 

La portada i alrededores del pu^te estaban pr:97Íptoa ^ 
viviendas que en caso necesario podian s^vir de trincharas 
para sii^dlefensa. La artillería enemiga instalada en ^1 p^f^ 
i en la altura de Monserrat dominaba con sus fuegos ^ yetU* 
que ocupaba el Ejército chileno. Desde ftlli presenciaba !Nieto el 
desfile en columnas del enemigo, sin hacer ninguna demostii^ 
cion hostil. £n cambio eljeneral Orbegoso, que sehabwiQM* 
chado a la portada de Guias, dio orden que se le. reuniese el 
JSyército que permanecia en la portada del Callao. Xem,ej;p8p 
Nieto. dsQqne el Presidente quisiere comprometer la acción, U 
hizo suplicar por un ayudante que túrnese prudencia, .a lo .que 
contestó Orbegoso , que abandonase todo temor a eserespe<;!^. 

Sntre tanto asomaba la yaoguardia chilena en ejl Ue^q;p^ 
dregoso situado en la . terminación del desfiladero, qj^^..hrQgar 
han por atravesar las divisiones llevando la artiUeríf^ ;a su 
cabeza, si :., ' . . 

El Ejército peruano habia tomado la siguiente oolooa^áou en 
Gkúas: ccCaatro compañías de cazadores se habian dqsplega4o 
en guerrillas al frente, parapetadas deti^as de. las tf^pias,ilas 
cuales apoyaban a los montoneros que rompieron el ¿QegQ^^o- 
bce m detecha.i en la oima de la altu):a habian situado una 
;aompa&iai;degranaU:eros,4 0ttyos fuegos batkii^ todo ;lo que es- 
taba en el llano.» 

ticEn el centro tenían dos batallones^^S.^ de Ayacodui^ili^ejion 



64 OiUfAitA DBL Míd s» 163S 

I hk oaballería, í sobre bu izquierda el nina. 4, sirvíéadole d 
reseira el 1." de Ayacucho que ocupaba las murallas de Mon- 
Reirat i el puente de la Ciudad, fortiñoado coa tres piezas da 
WtíUeria soetenidas por nua compaQía de iufaatería i dosaien- 
t»a tiradores con el nombra de Serenos, Tentajoaamente estor* 
l^ecidos en los techos de las oasu que domioau el puente, i 
ea el mismo arco de éste» (1). 

Una descubierta de 25 cazadores a caballo, mandada por el 
tiíétez don José Vicente Venegaa, marchaba adelante de la 
Vanguardia, i apenas entró en el callejón que conduce a la 
portada de Lima, cuando se vio atacada de improviso por na 
número considerable de guerrilleroa, que se ooult»ban tras do 
las murallas del camino. El oñoial chileno habia recibido una 
orden tan estricta de no comprometer la acción, que no con- 
testó al fkiego de los contrarios, spesar de que dos de sus sol- 
dados habían caído gravemente heridos. El enemigo se engro- 
saba por instantes; pelotones de soldados dispersos en los 
MmpoB acudían a carrera tendida en ausilio de sus compañeros 
1 haoian nuevos estragos en las filas de esos eoldadoi que 
caían sin defenderse, victimas de su deber i de la consigna I 
El fuego se estendia i se hacia jeneral en las filas contrarias i 
nna lluvia de balas caía sobre nuestra vanguardia indefensa. 

El jeneral BiUnes, que se encontraba en la retaguardia cuan- 
do se oyeron los primeros disparos, corrió precipitadamente a! 
lugar amagado e hizo decir al jefe de la avanzada que despe- 
jase el camino de los guerrilleros que lo obstruían. Al efecto, 
los cazadores de infantería se pusieron en marcha allegándose 
a la muralla, mientras los escuadrones de Cazadores i de Lan- 
ceros avanzaban por medio del callejón. 

Entretanto el resto del Ejército, que atravesaba con dificd 
tad el desfiladero que conduce a la llanura, se esforzaba ¡04- 
tilmente por acudir en protección de la vauguardia, pues la a 
tillerfa que marcliaba adelante obstruía i entorpecía 
En e«e momento el EjÍToito peruano abandonó la posición c 
habia tomado algunas horaa antes i se precipitó con gran i 
lentla i ardor sobre la vanguardia chilena que había agotti 
sns municiones, pero que pudo ser socorrida a tiempo por I 



Oí 



Divio ciUáo, pajina 16. 



OájiílÁSk DBL PBBlí IK 1838 M 

1 T - , 

primera dÍTÍBÍon mandada por el jeneral don José María de lá 
Oroz^ i que se componía de los batallones Portales^ Yalpaiaisó^ 
Oolchagua, Oarampangue^ dos piezas de artillería i de tln: és« 
cnadron de Granaderos. Desde ese momento la locha éétabé 
empeñada, ni hubiera sido posible retardarla Sin léSponérsé á- 
ima desorganización jeneral. Búlnes dio órdeü il Otvtí qúA 
comprometiese la batalla decisiva. Dispuso ademas cqüe los 
batallones Garampangue i Oolchagua atacasen en ocdumpa ti 
centro de la linea enemiga, cuyo flanco protqido por A eenot 
en que apoyan su derecha i por algunas piezas de laartílbria 
colocadas en los baluartes de la izquierda, descubrian el flanco 
i la espalda de todas las tropas que estaban empefiadaa en el 
combate (1). 

Una compañía del Carampangue marchó a ocupar las altur 
ras guarnecidas por la izquierda de la línea peruana*! mientras; 
los coroneles don Manuel Oarcia i Yidaurre Leal atapabjan con 
BUS cuerpos respectivos, el Portales i el Valparaíso el flanco 
izquierdo del ejército contrario. £1 parte oficial de la jomad^r 
da cuenta en los términos siguientes de los principailes moví-* 
mientes al principio de la acción: a:Dispuse que los batallozíea 
Golchagua i Carampangue, al mando, de sus respectivos jeíes 
el coronel Urriola i comandante Yalenzuela, cargasen en oo- 
lumna cerrada sobre la derecha i centro de los enemigos] j[ que 
los batallones Portales i Valparaíso atacasen la ixquiepda mai^ 
dados por sus comandantes]) (2). 

El ataque fué conducido con ímpetu i bravura» apesar d^ qm 
el memigo acababa de engrosar sus filas con un batallra de 
re&esco conducido desde Monserrat por el jeneral NÍ6to« Oho^ 
cábanse las masas de infantería con la misma eneqía con qt/^ 
se encontraban i despedazaban en el valle los fcicuadrones da 
caballería, sin que pudiese notarse ventaja por ningún la^Qi* 
lias filas diezmadas por la muerte se volvían a cerrar i se iLp« 
taba entre los sobrevivientes un aumento de valot 1 de deses-* 
peracioui Distinguíase entre todos el Escuadrón de Húsaxea 
de Junin que escoltaba a Orbegoso, mandado por el coronel 
Méndez» £1 primer acto de esta jornada célebre se terminó a 
las cinco de la tarde coa la retirada de los jenerales Nieto i 

(t) Búlnes & BU hermano.— Lima, 80 de agoito de ISSIi 
(2) lima, 23 de agosto da 1888, 



.^6^ ÓAM^AÍfA Í)BL PBHÚ ek 1838 

OtbegOBO Hacia Lima, donde permí^necia el batallón Ayacn- 
cho. Los jefes vencidos «e dispusieron a continuar- la f esisteü- 
cia dentr^y de la ciudad. El jeneral Orbegoso pasó a la plaza 
del pueblo/adonde estaba la reserva, mientras el jeneral Nieto 
oi^anissaba ladefeása del Puente de cal i canto, que une a 
Lima con ']\l^ambo. Xas piezas dé artillería colocadas en el 
ladé def Mídambabarrian con sus f liegos la calle recta que te- 
nía i.ispBAí'' kiegair tid^^iEjárcito: fileno para U-^ar hasta el. La 
msBm áitiiaiQioii'idéi enemigo le era tan ventajosa, como faera 
peligfóli^para d\Eif^reito'cbilenoi 

' IMíécíííoí'tói'^mbái'g^j'-IBtí de evitar a tofloí tímce que 
lóü cóótttíríos: sé refWíaesén dentro de la dudad, hiéíó avanzar 
la división de reserva a cargo del coronel Godoi, apesar 
de ser Sü Jefe titular él' jeneral Gamarra i que se componia 
d& le» IttataHónes Valdivia, Santiago i Aconcagna, délos escua- 
ditoneé' de Gárabinérosj • 'Laticeros i Coraceros, 

«íCÓD^d^tido,: dice él parte ú¿eiat, qué me eápohía a perder 
lai^ ventajas obtenidas Hasta entonces permitiendo qtié el ene- 
Jugóse reMciese, teniendo uii crecido número de iris itiejores 
tíópás Sobre la íreiseíva colocada én el centro de lá población, 
niaádé aYáñsrttir' a la 2.* división a las órdenes del jefe de esta- 
do^1toá|yoi? ititeríña, coronel don Pedro Godoi, aoú la orden 
esptósa" dé atacar el puente a toda costa i desalojar al ene- 
mi^'ófiú^Mb'lh dé la ciudad. El batallón 

Valdivia, al mando de su comandante, con dos piezas de 
aiH311éTtá*^flí iát^órdénés dél'coinándante Maturana, seguido por 
lo» ItótÜlcítterf- 'Saíitiago i Atióncagua i escuáidron de Oarabi- 
netÓU al fi4áfei<y-ae su comandante García i iñayor Jofré for- 
niÉbá.ii'iéi9tíi-ffiviÉrion. Valdivia marcbaba a la cabeza de la co- 
hjttíüjséii'ilé^tí los iüfbrmésf del jefe dé esta división nunca acre-^ 
dHéf t¿aii;ftWib&mente:eir^^ merecida opinión 

qTXé^tei«ripíft''Üia^do¿ (l)é 

'Ii'cm "cuerdos avanzaron éu 'el tliayor Orden, soportando de 
fiíttite él fuego dé metralla dé! enemigo, miéutras la caballería 
MaróHa'baTof 'él Iñedio'dé la calle din désorganizatseV La arti- 
lltírfá de Maf tiráha; dirijídá cdn la precisión i acierto que ca- 
racttfnsJÍabá á éiüe valiente soldado, óóntiibuyó én gttn mané- 



•I 



i}) Pwrto d« OiÜM,<-*Lima, 28 do múit^ü 1688« 



I y 



cAMt^AffA BÉc 'vtn^ KN 1838 5? 

ra ft despejar el camino qne conducía al puente i a facilitar su 
acceso. 

La división chilena soportaba a la vez los disparos del ene- 
migo atrinclierado en el puente i los que partían de sus casas i 
viviendas. 

Sin embargo de tantas condiciones desventajosas consiguió 
forzar la posición de las fuerzas contrarias^ que se retiraron en 
confusión hacia la plaza mayor de la ciudad donde permanecía 
Orbegoso. Antes de las .ocho de la noche pudo el coronel Grodoi 
plantar el estandarte victorioso de Chile en aquella posición 
defendida con tanto valor cómo desventura^ 

Sin detenerse sino el tiempo preciso para guarnecer el puen- 
te persiguió al enemigo por las calles de Lima, con tanta acti-» 
vidad, que los fnjitivos entraron a la plaza confundidos qon sus 
incasables perseguidores. La batalla se decidió sin mas sacri-» 
ficios: él batallón Ayacucho conducido por Nieto se dirijíó 
precipitadamente al Callao; el escuadrón de Húsares de Junin 
que no perdia aun la unidad i organización que habían árran** 
cado la admiración de su enemigo en el campo de Guias, se én* 
caminó a Lurin donde lo veremos reaparecer en breve; el je.ne- 
ral Vidal consiguió salvar algunos soldados que condujo a las 
provincias del Norte, mientras el resto de aquel ejercito, ayer 
no iñas brillante, hoi presa del pánico, huía en todas direcciones 
arrojando sus armas. 

El jeneral Orbegoso, ménós afortunado que Nieto i qu^ Vi- 
dal, no alcanzó a huir 'oportunamente i hubo de permanecer 
oculto en la ciudad hasta el 30 de Agosto. De allí se diriji() 
disfrazado a la fortaleza déla Independencia, donde por no ha-* 
bersele reconocido, a causa de la oscuridad de la noche, fué re^* 
cibido a balazos. Alejóse nuevamente de esos muros inhospi- 
talarios i se ocultó en la orilla del mar: pero su mala fortuna 
lo persiguió aun en ese momento; una ola lo envolvió con sus 
agnas i estuvo apunto de arrastrarlo consigo. Por fin amane- 
ció él siguiente día i el jeneral Orbegoso, empapado i transido 
de frio^ se presentó nuevamente a las puertas de la fortaleza, 
donde fué recibido con el respeto i ternura debidos a su digni- 
dad i a su desgracia (1). 

(1) Oarto del jeneral Ovbegoao a un amigO} que <aé toiaadA pot las 
VtftMtes i^ae tenemei en nuestro poder, 



38 CAMPABA DEL PEBTÍ EN 1838 

Para que el triunfo de Guias fuera completo, era preciso im- 
pedir que los vencidos se reuniesen al ejército boliviano, i con 
ese objeto marchó a Chacra de Cerro i después a la hacienda 
de Caballero el jeneral Castilla, llevando dos compañías del ba- 
tallón Santiago i el Escuadrón de Lanceros. Luego veremos 
el resultado é incidentes de su comisión. 

Tal fué la serie de acontecimientos que trajeron la ocupación 
djB Lima por el ejírcito chileno. La posesión de la capital i el 
derramamiento de sangre, fué una triste necesidad a que no 
Be resolvió el jeneral Búlnes sino después de maduras i serias 
vacilaciones! Su misión no era combatir al Perú, sino arrojar 
de él a Santa-Cruz i esa ÓJcden terminante era a la vez un man- 
dato (Í6 8U gobierno i de 8U8.pr6pios sentimientos. 

Las relaciones amistosas fueron rotas por el enemigo. Nada 
dejó de hacer Búlnes por reanudarlas., i en el mismo campo de 
Gmas hubiera envainado de nuevo su espada, a haberse presta- 
do el jeneral Orbegoso a algún arreglo^ que conciliase las lejí- 
tim^as aspiraciones de Chile. 

En la serie de operaciones que hemos descrito nada se debe a 
la casualidad. Desde que el ejército Restaurador puso los pies 
en Ancón hasta, que forzó las puertas de Lima, se nota la di- 
rección escju^iva de una voluntad que marcha a un plan fijo, 
la lójica de un espíritu que, qí bien desea i persigue la paz, tra- 
ta de ponerse al abrigo de las combinaciones de su enemigo; 
que fla^quea.a Chacra de Cerro i a Asnapujio, que desfila por el 
eostado'del ejército Peruano en Palao para situarse en Guias: 
que marcha resueltamente a los alrededores de Lima, no para 
appderarsie de la ciudad, sino para impedir que lleguen a ella 
refuerzos Wlivianos. 

La noticia de Guias fué recibida con alegría en el cuartel 
jeneral de Santa^Cruz. Ese hecho desgraciado, le proporcionó 
la ocasión de ponderar los inconvenientes de la revolución, que 
habia arrojado, ¿de Lima a la brillante división de Morana 
Apenas llegó a su conocimiento el suceso del 21, se dir\jió al 
Nor-Perú, ofíreciendole nuevamente su apoyo. 

«Yo deploro vuestra suerte, le decia, pero no pude evitarlo 
por los votos que se publicaron a vuestro rtímhre.i^ Le anun- 
ciaba ademas el nombramiento que hacia del mariscal Biva- 

h^x^ puft presidente 46l Ditftdo Ko>Perú^ apesax de (}ue 



fUúifÁÉk ML nv6 iK 1838 69 

iim no M hablan hecho a wmbre del pueblo p^^nano WANI 
ttmltrQiiii^ a los eepresados eó la reroluoion de julio! (1), 

. : ■ . %. 

»i— — < 

(1) Hé tqnf «nareladon de la b«tAlla de Gkdaiheoha potf h» ^gaioi 
Q^olales del Protectorado:— -Eitado Ma^r del Ejéroito det Ifavte«p-« 
Ooartel JenenJ en Tarma, a 24 de agosto de 1888.— A S. S. Iltoiá. el 
Prefecto del Departamento de Ayacuoho. — Sefior Prefecto;-^LcatéfiOir 
res jenerales don José de la Biva- Agüero, don Pió Trista^ i doi| Juan 
Pardo de 2ela, en oomnnlcaoion oficial fecha 28 del presenté,' avisan deS" 
de el pneblo de Ban Hateo, loa sucesos deqgraoáados que han oonnidoea: 
Lima entre las armas peruanas oue mandaban los sefiores jenerales Os* 
begoso i Nieto, i los invasores del ejército chileno. 

fieade el momento croe desembarcó la espediaion 'chilena, propuso laa 
condiciones mas humillantes al Perú, manifestando claramente que sua 
verdaderas intenciones no eran el equilibrio del continente, ni el engran- 
decimiento de la Confederación, niel poder amehasante de S. £. el Pro< 
tector, sino miras inicuas cuyo objeto es la humillación del Perú, la nu« 
lidad de su marina, el tratado de Balaverry, la abolición del reglamento 
de comercio, el cobro de millones imajinarios i aun otras absurdaa i ri< 
dículas pretensiones. El gobierno revolucionario de Lima, apesar de sus 
deseos oe unión con el ejercito chileno, no obstante sus secretas inteli jen- 
cias para vender al pais al estranjero; tantas fueron las ezijenoias, i tan 
exajeradas las pretensiones, que no pudo, sin perder para^ siempre su pa« 
tria, consentir en su eterna ignomima i en una esclavitud mas vergonao- 
sa que el mas degradante pupilaje. Después de muchas confereliciaB en 
que no hubo ningún avezúmiento raionable ni honroso, el jeneral Orbe- 
goso no desistió de continuarlas, porque todavía libraba sus esperanzas 
al caráctw de ausiüar que traia el ejercito chileno: reposaba en esta cre- 
dulidad i el 17 se hallaba situado en Asnapujio, i el enemigo en. CoUi- 
que. El 18, desde aquel punto marchó el jeneral Búlnes sin precedente 
notificación de las hostilidades i mandó un ataque pérfido i repentino 
con una parte de su ejército, mientras que con la principal se colocó en- 
tre el Callao i Lima. La escuadra chilena rompió con igual perfidia sus 
fuegos contra las baterías del Callao, i el jeneral Orbegoso se retiró en- 
tonces a la ciudad para defenderse allí reforjando la portada del Callao. 
Allí permanecieron ambos ejércitos hasta el 21 en que el chileno pasó 
el Bimac i atacó la ciudad, entrando por la portada de Guias, después de 
haber amenazado la del Callao donde se hallaba la maj^or parte del ejér- 
cito peruano. Una compañía de Cazadores resistió f ñámente el ataque 
hasta ;el puente, donde habia dos piezas de artillería que, con el fuego 
lento i remiso, contuvo la itarcha 4e la columna chilena; pero luego to- 
dos abandonaron el puesto i el ejército chileno ocupó el mismo dia 21 la 
plaza mayor. Nada se sabe del jeneral Orbegoso. El jeneral Nieto con 
el primer batallón Ayacucho se hallaba ocupando las portadas del Ca- 
llao i Monserrat, i se presume que se haya retirado a las fortalezas del 
Callae, donde habia víveres en abundancia para sostenerse. El coronel 
Méndez con su rejimiento de Húsares, en fuerza de maa de 400 plantas, 
habia tomado el camino de Lurin, i la demás fuerza se habia desban- 
dado sin que los chilenos hubiesen tomado nada. Hé ahí, sérior Prefec- 
to, los resultados de una revolución escandalosa i que producirá en el 
pais grandes males que recaerán sobre sus autores, principalmente el de 
haber abierto las puertas de la patria al estranjero que pudimos batir 
con gloria. Mui pronto serán castigados los agresores, i los acontecimien- 
tos de Lima servirán a los pueblos de una lección, bien amarga en ver- 
dad, pero útil i saludable para mas tarde, i servirán también para que 
todos volemos a sostener nuestros sacrosantos derechos violados por cien 



so OA.UPJUTÁ mi PBiii} ¿H 1838 

HicQsenoB preciso referir xm episodio naval, qas &unqae de 
fecha anterior a los acontecunientoa que hemos narrado, creí- 
mos necesario reservar hasta este momento^ para gnardar la 
anidad de laa operaciones militares. Se recordará que Biilaea 
comanicó en Bocaaegra al almirante Postigo la ruptara de las 
liostilidades. 
La Escuadra chilena ae componía de dos divisiones: la pri- 
¡ mera mandada por el capitán de navio, don Carlos G-arcia del 
I Postigo, i la segunda por el comandanta don Eoberto Simpí 
I fon; i aunque mantenían entre sí una independencia relativa, 
I Ja aegnnda se snbordinaba a la primera cuando operaban rcu- 
DÍdas. El alDoirante Postigo, Impetaoso por carái:ter i tempe- 
nimanto, no podía ver con calma las lentitudes í paciencia em- 
pleadas por el jeneral Billnes para no provocar la ruptura do 
las hostilidades. Conocedor del Perú i de sus hombres, por 
haber mandado en jefe, en distintas ocasiones la escuadra pe- 
ruana, no ceaaba de prevenirlo contra la sutileza i doblez lia- 
Inta&l de sus procedimientos políticos. Varias veces pretendía 
[ atacar los buques peruanos del Callao, pei-o su impetuosidad 
I ae estrellaba en las intenciones pacíficas que animaban a Bul- 
[ nes, i así, apesar de que sus medios de combate eran moi limi- 
I tadoB, recibió con alegría la notioia de la ruptura de las hostí- 
I lidades. uLas fuerzas sutiles de que puedo disponer en el día, 
I decía a BiUnes, consisten en las tres lanchas venidas de Au- 
I con; la de esta corbeta í su faliU, i la del Ajuiles con un bote 
del nlísmo buque.:» Con tan débiles elementos se propaso 
arrancar de! seno de la bahía del Callao las fuerzas navales 
del enemigo. 

Efectivamente, el 17 de agosto entraban a la bahía a velaa 
desplegadas í en actitud marcial la Libertad i el Areqaipeño, 
conducidos por él. Las baterías rompieron sobre ellos un fuego 
vivísimo que era burlado por los buques chilenos con la lije- 
rezft de sus evoluciones. Sin embargo, una bala de a 24 lastimó 



perSdiaB, por mil alsTea m&nejos i por un milloa de actos dolonMoa coa 
que el golnemo de Ohile ha mandado al mundo un legado da Torgiiensa 
e ign<>n)mia. — Dios guarde a V. 8. t — M. Arníaia. 

&tí ettcribia la historia la GancillQi'Ja Protectoial. Loa hccUos kuIaí- 
gDieutcB 1106 dorin ocasión do haner nutar loa urroreB i falHEaa de hus do- 
comenU» páblico», í de probur que el parte de Guias guarda iirmouía 
con loe de Matuoana, d^ Buia, d« Piuca i de Yungail 



^^A 



oiicPAftX i>jKi nht JU 1838 61 

id Asaquipeñú^ It matdl xm hombre i le lm& gravemente dQ4 
mas. Bostígo oontinuó bu reoonocimidnto eü. medio 4e miav|;mii 
nizada de balas^ i cnaado hubo observiMlo minneioeaimecite ^ 
estado de los faertes i la sltaácion de los buques, el arrógi^tita 
maimo yoIyíó proa a San Lorenzo, manteniendo alta en 8i( 
buque la bandera de Chile, que salió ilesa de ese pafeo tidz^ei! 
rano. 

En la noche de ese mismo dia envió al mayor Ángulo con . 
tres lanchas cañoneras i al teniente Sefioret con algunos botesi 
a apoderarse a vira fuerza de la corbeta Socabaya que estaba 
fondeada al costado del muelle. Dos horas de combate biHitart 
itm a esos hombres esforzados para rendir i sacar a remolque 
la embarcación enemiga. Dirijiéronse entonces al Fundwkry 
que no pudo ser conducido hasta San Lorenzo por haber sido 
barrenado aquel mismo diá. Este golpe de manó privó al 
enemigo de una embarcación mas i dejaba la otra en situación 
de no poder servirle sino después de largas i costosas repara* 
oíones. . : < . . 

7a es ISlémpo de conocer los antecedentes del hombre deeig* 
nado por el Gobierno de Chile para dirijir una empresa de tan 
grandes consecuencias. 



Como un resumen i tin comprobante de todo lo qne hemos dicho en 
este capitulo^ publicamos una carta íntima del jeneral Bálnes a su her- 
mano, que si puede ser un desengaño para los qae bascan en los docu- 
mentos privados revelaciones i contrastes con los datos oficiales, es una 
prueba de la franqueza con que procedía el cuartel jeneral chileno a la 
faz del Perú. 



SEÜtOB DOV F&ANCISGO BÚLNES 



Lima^ agosto 80 ¿¿6 1838 



Querido hermano: 



Deade GcKpiimbo me comprometí a escribirte de un modo tan estenso 
que pudiera sacarte de la ansiedad en que te oonsidero, así como a los 
amigos, .por las operaciones i primeros resultados de la oampaoa, i al ve- 
rificarlo, te anunciaré que el 23 zarpamos de dicho pu«irto €fi jdireoeion 
al punto de .xmeako destino. La brisa fíoa que npe^biwSL09 a^iaiinta no 



es CáUPAÜA DtL Pfiltl5 ES 1638 

B» tan {muh que pudieBen atilir con ella todos loi buquei, mucho m£ . 
noi lot mu peBftdog, o los que estaban algo atrasados en la operado» de 
hacer aguada, ul es que para esperarloe i aonTojarloe, tuvo que qnedam 
la fragata Monitagudo i el resto del convoi se mantuvo en facha cerca da 
dosdiftsala altura de Coptapú; i esta demora agregada a la que ya había- 
mos sufrido en Coquimbo, no dejfi de producir alguna ansiedad en mi 
espíritu, En fin, reunidos ya todos loa buques, seguimos prSsporament» 
nuestra Davegaoion luLsta el 6 de agosto en que habiendo avistado la Es- 
cuadra bloquendora del Oalloo, tuvimos k noticia de que el 29 del mea 
anterior le babia heoho un oambio'en ta administración del norte del Pe- 
rú, CIJO Estado se declaró independiente de la Oonfederacion Perú- Bo- 
liviana, quedando Orbegoso como Presidente Provisorio hasta la reunión 
de un Congreso que deberla veriflcaree en todo el mes de setiembre, 

Rin embargo de que estos noticias se presentaban oomo favorables al 
primer aspecto, dispuse que todos los buques del oonvoí diesen fondo 
oomo a las 9 de la noche en el cabezo de la Isla de San Lorenio. Al día 
siguiente, cuando todo e! ejóroito esperaba con ol mayor alborozo veriB- 
car BU desembarco en el muelle del Callao, porque^era mui natural que se 
tavioaen por ©oeraigoi irreconciliables de Ssnta-Oruz a loa autores de 
una rerotatáon, que a mas de desmembrar una parte considerable de au 
•i^roito, a'Iai úrdenes del jeneral Nieto, noa dejaba descubierta toda la 
costa del norte, se presentí! a bordo de la Confedífation el coronel Cas- 
tro con un ofloio de! aecretario jenoral de Orbegoso, en el caal se tras- 
cribia una comunioacioa del 3 dirijida al gobierno de Chile, dándolo 
parte de este suceso. Mas, oomo ni en dioba comunicación, ni en la con- 
ferencia que se tuvo con Castro, nada se traslucía que indicase la menor 
aporienoia de una amistosa aoojida al Ejercito Restaurador, i intes por 
el contrario en los primeros decretos del gobierno de Orbegoso se daba 
por subsistente el estado de guerra entro Chile i el Perú, me decidisl 
contestar la nota oficial que acababa de recibir, oongratulindome por e 
felií pronunciamiento que aseguraba el mejor íxito a nuestros esfuor- 
20S reunidos, pora acabar cuanto antes con el usurpador de la indepen- 
dencia de] Perú, felicitando al mismo tiempo al Presidente Provisorio, 
por haber recaído en ál la elección como jefe del nuevo Estado que aca- 
baba de sacudir el yugo de la dominación boliviana. 

Por loa mismos motivos de recelo que inspiralia una conducta tan sos- 
pechosa, ordené al mismo tiempo que Garrido pasase a Lima a desvane- 
cer estas dudas, i que el convoí se dirijiese al puerto de Ancón, dando 
pri^vio aviso al gobierno de Lima de esta medida. 

La mayor parte del convoi Uegú a este puerto entro 6 i 7 de la ñocha, 
i en ella misma se diS principio a la operación del desembarco, conti- 
nuando éste cM)n la mayor actividad hasta deupues de las 12 en que me 
pareció couvenient« suapeuderlo, tanto jiorque ya babia en tierra nna 
fuerna respetable para protejer su continuación al dia siguiente, cuanto 
porque crei innecesario hacer trabajar tanto a las tripulaciones de todos 
los bnqaes, i privar del descanso al resto del ejercito. La wlumua de 



I 
I 



campaÍTá bel fbb'ú en 183á 63 

CiMUtdores compuesta de las compañías de éstos, de todos los batallones 
(excepto la del Portales), el batallón Oarampangae, el Portales, el Val- 
divia, el Santiago, el Golchagua, i los escuadrones Carabiaeros i Lance- 
ros ooñ cuatro piezas de artUleria, fueron los primeros cuerpos del ejér- 
cito que pisaron ]a arenosa 4 estéril playa de Ancón, i con ellos se cu- 
brieron las principales avenidas por donde las tropas de Lima podían 
llegar, ya para impedir nuestros movimientos uli^riores, ya para dispu- 
tamos el desembarco si lográbamos verificar éste sin oposición. 

Al día siguiente, 7 de agosto, desde mui temprano se prosiguió sin in« 
ierrupcion el desembarco de hombres, caballos, municiones i pertrechos 
de toda especie, i como a las 5 de la tarde tomé el camino de la hacien- 
da de Copacabana, distante dos i media leguas de Ancón, en la cual es^ 
tableci mi cuartel jeneral, defendiendo el camino de la capital con los 
oaerpoB que habian desembarcado primero. El jeneral Kieto ocupaba 
con sus tropas un desfiladero del minno camino, a distancia de un ouai^ 
to de legua de nuestra posición: su cuartel jeneral se hallaba a retaguar-> 
día en la hacienda llamada Chacra de Oerro a igual distancia del deafí* 
dero. 

£1 jeneral Gnus permaneció en Ancón hasta el día 10 en que después 
de haber reunido la demás tropa, caballos i parte del parque que no ha' 
bia desembarcado hasta mi salida, tomó la Vuelta del cuartel jeneral coa 
los batallones Yalparaiso i Aconcagua, un escuadrón de Caladores a Ca- 
ballo) dos piezas de artillería, el parque i hospital, habiendo dejado 
» bordo la compañía de cazadores del Portales, las cuatro piezas de bata- 
lla i la parte de caballería que se hallaba a pié por falta de caballos. 

Desde el dia 9 al 15 se pasó el tiempo en ejercitar las tropas en ejer- 
cicios doctrinales i maniobras de línea, i se recibieron varios parlamen- 
tarios del jeneral Nieto, todos los cuales me protestaban que este se ha- 
llaba animado del mas vivo deseo porque se estableciesen entre nosotros 
las relaciones de amistad i buena intelijenda que eran indispensables 
para obrar db consuno contra el enemigo común; pero en realidad su 
úmoo objeto en provocar estas repetidas conferencias, era para dar tiem- 
po a que mi pobre ejército se redujese insensiblemente ala nulidad, por las 
enfermedades que debían ser la consecuencia necesaria de toda clase da 
privaciones en un clima insalubre, i de la política infernal de Orbegoso 
i ius consejeros, quienes prohibían ^ los habitantes del país que le lleva- 
sen todo jénero de provisiones, a escepdon de naranjas, plátanos i otras 
porquerías como éstas, que jeneralmente se tienen por mui nocivas. El 
■e proponía al mismo tiempo dar lugar a que se le reuniese un cuerpo de 
reclutas conducido por el jeneral Vidal desde Huaylas; mas oomo yo 
me vela en el caso de ganar todo el tiempo posible para que se repusie- 
sen los caballos que se hallaban en el estado mas miserable, después de 
40 dias o mas de navegación, no vacilé un momento en aparentar que me 
dejaba seducir con la lisonjera esperania de un pronto avenimiento, i 
por lo mismo me decidí el U a aceptar una entrevistai en la que si bien 

!(ft»bft persoldi^Q ()ue nada buoxiQ dobia resultar w hwMQ do IM 



64 



oahpaIIa dbl rsRií ks 1838 



dos naCioueS, conocía sin embargo que tanto con este pasoj'ííonlfl Éón ti 
«loa los que le liabiau pi'ecedido, hahUí ds uoavencer a Itm peruniioa, a la 
Auiérica toda i al mundo entero, de loa ardientes deseos del goliierno da 
Chile de manjar todas las dificultades i olistáuuloa que ee prese ni asen, an- 
tcponiéudo siempre los medios de conciliación a los de devastación \ raiaa. 

Correspondió efectivamente ol resultado a !o que yo me habia promeii- 
í después de un debate en que no se liiio siuo repetir lo¡ que por me^o 
de comisiotiados so habia dicho ya tantas veces, me retiri: a mi campo 
con la ¿rme reenaolucion de moverlo ni di» siguiente, adolantindome 
bícia la capital. 

£1 15 por la maSaua, empezaron a moverse los cuerpos del eji^rcí- 
to, seguu elj orden de marcha c[ue se les habia dado *en el puerto de 
Coquimbo, i casi al mismo tiempo de emprenderla, llegó un parlamentario 
con una nota oficia! de Nieto, en la cual, después do decirme qno ol Pre- 
sidente Provisorio no habia accedido a las proposieionea que por mi par- 
te se le habia^n hecho, se me anuticialia que desde aquel día quedaban 
rotas las hostilidades. 

A este reto insolente contesté como debía, es decir, aceptando, pero 
manifestando que en cualquier tiempo i circunstancia que me hallase, 
estaría pronto a entablar nuevas negociaciones, i concluir un tratado de 
alianíft ofenriva i defensiva contra el j'eneral Santa-Cruz. 

El ejército aloj6 esa noche en la hacienda de ColUqne, distante como 
una legua de la posición formidable i mui conocida do ásnapiijio, ocu- 
pada ya por el enemigo después de babor abandonado la de Cimera de 
Cerro que nosotros acabábamos de flanquear, rodeándola por su derecha,- 
Aquí lo hice descanaar i racionar lo mejor que se pudo i al día siguien- 
te 16 i 17, a las II da la mañana me puse en marcha con dirección al 
punto de Asnapujio, liasta que algunas de sus partidas avanzadas co- 
menzaron a hacer fuego sobre nuestra vanguardia. Acabábamos de des- 
fllar entSnces por callejones formados por tapias de potreros, i desembo- 
caba el ejército en una pampa, donde a vista del enemigo le hice desple- 
gar en batalla, habiendo heclio retirar primero las partidas que nos ha- 
biau beeho fnego con una sola mitad de Cazadores desplegada en guerri- 
lla. Después de nn alto de tres cuartos de hora, continua su marcha el 
eiérrñte, presentando el Sanco izquierdo al enemigo i a tas 4 de la tarde 
se aloja el ejército en la hacienda del Naranjal, media legua distante del 
flanco izquierdo de Asnapujio, dejando ast burlados por dos veces loa 
proyectos del jeneral Nieto, cnyo plan era atraernos a posiciones, eleji- 
das por él mismo. 

El 18 por la maQana, £ntes da abandonar este campo se preeentj en el 
el jeneral Vida!, quien manifestó la mejor disposición pira el arreglo de- ' 
finitivo de la paz, fundada en los mutuos intereses de las dos partes, i 
que para el efecto estaba trabajando eficazmente, i habia tenido bastan- 
te influjo para hacer que aa removiesen del gobierno algunos individnoa 
que teman el mayor empeflo en que la cuestión se decidiese por la fnar- 
|A de l&i ftrintH. SI ejército, sin emburgo, emprsndiú m (aarcbtii eon i\- 



r 

CÍAlAPAfÍA DEL PBRtí BÍN 1835 Cfo 

réócion a Bocánegra, i en este punto mandé hacer alto i poner señales a 
naestra escuadra para que viniese a tierra el comandante Simpson e in- 
f ornarle de los movimientos ulteriores del ejército. Supimos entonces 
por él que era cierta la noticia que Vidal nos habia dado, de que en la 
noche del 17 se habia apoderado nuestra mariha de la corbeta Socabayá 
i de cuatro lanchas cañoneras, habiendo echado antes a pique los mis- 
mos enemigos el 1 ergantin Congreso, 

Al caer la tarde de este dia 18, establecí el cuartel jeneral en 1¿ 
LeguGy punto intermedio entre Lima i el Callao, esperando^ según las pro^ 
testas reiteradas de Vidal, que por parte de Orbegoso se me harían ál- 
gtmas proposiciones razonables que darían lugar a una discusión franca i 
al ajuste de un tratado en que, dejando aparte cualquier punto dudo- 
so, quedasen decididos todos aquellos que directamente se encamina- 
sen a abrir cuanto antes la campaña contra el déspota de Bolivia, obje- 
to primordial al que ambas partes debian sacrificar cualquiera otro inte- 
rés, i el gobierno de Lima, ese fantasma de honor nacional ofendido, 
con que han tratado de fascinar al pueblo los promotores de ésta guerra 
e&candalosa, siendo así que al precipitarnos en ella no han tenido otra 
mira que la de atraer sobre los chilenos el odio universal a despecho de 
la moderación i sufrimientos heroicos que han desplegado desde que pu- 
sieron el pié en las playas del Perú. Vanas, sin embargo, fueron mis 
esperanzas, como lo serán siempre las do quien, como yo, descubra 
los deseos de llegar sin rodeos i con la mejor buena fé al objeto que sé' 
propone. Obcecado Orbegoso con la idea de mantener a toda costa una 
autoridad usurpada, i arrastrado por la influencia de los estranjeros, es- 
taba resuelto, sin duda, a tentar todos los medios de seducción para ha* 
cer creer a los incautos que el Ejército Restaurador no era mas que una 
horda de vándalos i su jeneral un Atila destinado a devastar la tierra|'por 
donde transitase, llevando a sangre i fuego cuanto se opone a su marcha. 
Para la ejecución de este plan infernal habia tenido tiempo de arrasar 
el país que íbamos a atravesar i privándonos hasta del agua siempre que 
pudo cortar las acequias que la llevaban a nuestro campamento, debió 
llegar muí luego el caso de ponemos en la dura alternativa o de perecer 
devorados de hambre i de sed, o de obligamos a salir de este apuro, 
abriéndonos paso con espada en mano. 

En tan doloroso conflicto, i después de haber permanecido en la mas 
completa inacción los dias 19 i 20 sin recibir la menor noticia de Lima, 
creí que ya no quedaba otro recurso, ano llevar mi ejército delante de 
Bus mismas puertas i probar desde allí si la voz de la razón i de la hu- 
manidad, podia reducir a nuestros enemigos a entrar en sí, volviendo a 
tocar de nuevo los medios de conciliación. Con este objeto di orden para 
qtie el ejército se preparase a marchar inmediatamente i entretanto hice 
poner una nota oficial dirijida a Orbegoso i una carta a Nieto, invitán- 
dolos nuevamente a que se abrieran las relaciones ^amistosas que habian 
q[uedado interrumpidas en Copaoabana, por la intimación inesperada do 
^irtar rotas Im hoatUidades, 

10 



éd CiJCPAlfA DBL VVBiÓ SN 1838, 

■ %• . 

Las tropas de Nieto ocupaban i defendían la parte del camino del Oá- 
llao, comprendida entre la portada de este nombre i^la Legua; i como to- 
do este espacio está cortado a derecha e izquierda por un sin número de 
tapias, acequias i obstáculos de toda especie, i las murallas de la ciudad 
en el mejor estado, en vez de emprender la marcha de frente, me diriji 
por el flanco izquierdo, por la portada de Guias, por^donde el ataque no 
seria tan mortífero en el caso de resolverme a adoptar este partido que 
he reputado siempre como el último i mas desesperado a que pudieran 
reducirme. 

Serian las dos i media ^e la tarde, cuando la vanguardia, después de 
haber salvado un desfiladero bastante largo i difícil, desembocó en una 
especie de pampa pedregosa a cuya retaguardia se estiende una línea de 
alturas casi paralelas a la dirección de la muralla en que está la portada 
de Guias. 

La anchura de este'pedregal será de 10 a 12 cuadras[con corta diferen- 
cia i gran parte del terreno hasta mui cerca de las murallas está cortado 
por tapias, acequias i montones de piedra formados artificialmente, de- 
jando solo un callejón como de 40 varas de ancho que conduce directa- 
mente a la portada de Guias. 

El flanco derecho de este desfiladero i casi todo el pedregal están do- 
minados por una cadena de cerros al alcance de fusil i mientras la pri- 
mera división estaba empeñada en el paso del camino estrecho que había 
dejado atrás la vanguardia, hice que algunas compañías de cazadores 
desplegadas en guerrillas se preparasen a reconocer i despejar el camino 
del frente, para dar lugar a que el ejército se acampase en la línea de 
cerros de retaguardia. Mientras tanto, las piezas de artillería que venían 
a la cabeza de la primera división marchaban lentamente i tenían deteni- 
da a aquella a mas de un cuarto de legua de la vanguardia; los enemigoa 
emboscados i parapetados en los potreros que teníamos al frente i en las 
alturas de nuestra izquierda, rompieron un vivo fuego sobre nosotros, i 
fué preciso desplegar la columna de cazadores a derecha e izquierda del 
calieron, por el cual mandé avanzar el primer escuadrón de Lanceros i 
uno de Cazadores a caballo. Los cazadores de infantería sostuvieron el 
fuego por espacio de hora í media, siempre ganando terreno í desalojan- 
do al enemigo de sus parapetos, llegaron hasta la puerta de Guias, ha- 
biendo sido protejidos en su marcha por los escuadrones de caballería i 
cazadores que con sus cargas contra mas de 500 caballos enemigos impi- 
dieron que estos cayesen sobre nuestra infantería. 

Empero, consumidas ya las municiones de ésta, i no siendo posible em- 
|>render la retirada sin un peligro inminente de una completa derrota 
por nuestra parte, tomé el partido de empeñar la batalla jeneral, dispo- 
niendo que los batallones Carampangue i Oolchagua atacasen en colum- 
xia el centro de la línea enemiga, cuyos flancos protejidos por el cerro en 
que apoyaba su derecha, i por algunas piezas' de artillería, colocadas en 
loa baluartes de la úsquierda, desoubrian el flanco i la espalda de todas 
1m tropas quo toníamo» emp^das ^n el combate* Loü oneoxugos se nf an- 



isnka itéiA]^ firmes en la ventájoBa podoion i la batalla oontínuaba 
todatfa indeoiaa. A e«te tiempo i deseando poner término de una Tez a 
esta eaoena de horror, antes que cerrase la noohe hice adelantar por 
nuestra derecha los batallones Portales i Valparaíso i ocupar las alturas 
de la iaquierda por una compañía del Carampangue. £1 enemigo comen- 
k6 entonces a flanquear i veriñcó su retirada ^hácia la plaza mayor, a 
donde tenia cfomo de reserra el batallón Ayacucho i nosotros no podía* 
moa penetrar sino por el puente que separa el barrio o población de Ma- 
lambo de la mayor i principal parte de la ciudad. 

El día estaba ya cerca de su fin i considerando que no podia, sin espo- 
xwrme a perder las considerables ventajas que hasta entonces habia ad- 
quirido, permitir que el enemigo se rehiciese reuniendo un crecido nú- 
mero de sus mejores tropas en el centro de la población, mandé avanzar 
inmediatamente la columna de reserva al mando del coronel Godoi, com- 
puesta de los batallones Valdivia, Santiago i Aconcagua, del escuadrón de 
OarabineroB de la Frontera i de dos piezas de artillería. Esta columna 
vendó todos los obstáculos que se opusieron a su marcha, i después de 
arrojar al enemigo del puente tomando las tres piezas de artillería que 
lo defendían, entró i se alojó en la plaza a las 8 de la noche, terminando 
así esta jomada memorable; en que la mayor parte de las tropas de Or- 
begoso han sido despedazadas completamente, habiendo mas de 1,000 
hombres entre muertos, heridos i prisioneros, según las noticias i rela- 
ciones que hasta ahora han podido recojerse. 

La división de reserva alojó el día siguiente 22 en el cuartel de Santa 
Catalina i el resto del ejército, que durmió por la noche en el mismo cam- 
po de batalla, atravesó triunfante toda la población i saliendo después 
por la portada de Guadalupe, sentó su campo en la hacienda de San- 
ta Beatriz. Desde aquí dispuse que el jeneral Cruz pasase el 23 a ocu- 
par la chácara de Baquijano con los batallones ¡Portales i Yalparaiso, 
el escuadrón Carabineros i dos piezas de artillería, siendo de la mayor 
importancia impedir toda comunicación 'de tierra con los castillos del 
Callao, como igualmente la reunión en este punto de los dispersos. 

En el mismo dia 23 el pueblo de Lima proclamó la Constitución san- 
cionada por la Convención Nacional, pidiendo el restablecimiento del 
Consejo de Estado i la presidencia del señor Salazar i Baquijano, conde 
de Vista-Florida como Presidente del mismo Consejo. 

Mas este acto de soberanía nacional por el cual se hubieran restableci- 
do todas las autoridades constitucionales, que existian al principio de 
4835, no ha podido producir los saludables efectos que de él debian es- 
perarse, puesto que el señor Baquijano se ha negado a aceptar este nom- 
bramiento, bajo el pretesto especioso de no poder entrar en nuevos com- 
promisos antes de responder a la nación sobre los actos de su gobierno 
hasta el tiempo de la revolución. 

En vista de esta renuncia i estando el pueblo en una completa acefa- 
lía, se reunieron el Cabildo i varias otras personas i nombraron al jene- 
ral Gamarra Presidente Provisorio de la República, a quien tienes hoi 



68 OAMPARA DSZi PB&tf BK 1838 

trabajando con el ínteres qne corresponde para ver como salir del apurp 
en que la intriga i la perfidia mas descarada nos ha llegado a poner. 

Creo que pronto tendré el gusto de volverte a escribir lo que vaya ocu- 
rriendo. Saluda a mi compadre OssoriO) Arteaga, Letelier, Pozo, Cam- 
pos i demás amigos; manda la presente o copia a mi amigo XJrrutia di- 
cióndole que O^Higgins está bueno i toda su familia. 

AdioSj pues, amado Francisco; siempre dispon de tu amante hermano. 

Mai^üsl Búlnes. 



CAPÍTULO IV 



El Jenenl don Hannel Búlnes.'--Sns prlmeios alloi 

(J7W-I88IS,) 



!•> 



No ea oosa füoil fijar a la lijera la fisonomía moral de xm 
hombre que abraza dos épocas i dos períodos históricos; que 
|>ertenece por sn cuna a la colonia^ por sn javentud a la guerra 
de emancipación i por sn edad madnra a los mas grandes acon- 
tecimientos de nuestra vida independiente. 

El jeneral Búlnes educado, desde su primera niñez, en el 
revuelto seno de la sociedad chilena, ajitado ya por las prime^ 
ras ráfagas de la revolución, supo sobreponerse a las circuns* 
tancias mas críticas, i hacerlas servir en provecho de su gloria. 
En su juventud precoz, hubo de independizarse de los lazos de 
la sangre, sin perder por eso el tesoro de tiernas afecciones que 
eran el patrimonio de su alma; lanzarse, desde nifio, en la arena 
ardiente de los combates, donde obtuvo distinciones a que no 
podia aspirar su ambición infantil: tomar, desde la edad de 20 
años, la responsabilidad de una lucha de que era jefe, valién- 
dole esa prueba impuesta a su juventud i a su cordura, que se 
pusiesen de relieve las notables cualidades de mando que harian 
su celebridad. Una vida entera sacrificada por su patria; ame- 
nazada su existencia a todo momento, en los combates diarios 
de que están sembradas las guerras de Benavides i de Pin- 
cbeira: organizador mas tarde del ejérdto, a que imprimió el 



ro 



OAUPáJTA DKL nvi XS 1838 



sello indeleble del respeto de las Jeyeai hé aqiií los títulos qaé 
podía esMbit en 1838 cuando se le nombró jeneral en jefe del 
8,* ejército Hestaurador del Perú. 

Desde ese dia, el teatro de su acciones varió por completo. 
Bus serrlcios osourecidos en el Sur, se desarrollaron en un 
campo abierto a las miradas del mundo, iluminado con los ra- 
yos de la 'glona, del patriotismo i de la ansiedad del pueblo 
cliileno. 

Desde el dia de sa vuelta a Chile, eus trabajos fneron de 
otra eipecie i sirvieron para poner de manifiesto la fecundidad 
de su espíritu lleno de rcoursoa, en las mas difíciles situacio- 
nes políticas. Diez aflos de nna presidencia feliz i próspera i lo^ 
campafia gloriosa i terrible con que cimentó el orden páblia 
en 1851, completan la lista de su servicios í el ouadro variad( 
de su vista. 

Búlnes, como Prieto, como Bivera, como Cmz, como Freiri 
era orijin&rio de Concepción, donde nació el 25 de diciembrá 
de 1799. Su padre, faé el capitán del ejército espallol don Ms^ 
nnel de B&lnes, cayos antecesores, oriundos del norte de Esp» 
Da, habían tenido cuidado de hacer acreditar en Chile ala poí 
reza de su sangre sin mezcla de mala raza.» 

tía madre, dofla Carmen Prieto, era hermana del ilustre 
jeneral don Joaquín Prieto ¡ del abogado don José Antonio 
uno de loa propagadores maa intelijentes de la idea revolt^ 
cionaria en Chile, que pudo escapar al castigo de las auto 
ridades españolas, segon dice Gay, por el ascendiente poderoqj 
de su familia. 

En ese hogar brillante, pasó el joven Bi'ilnes los primero 
atíoa de su turbulenta nifiez. 

Entraba apenas en la vida, por la puerta de la adoIescencUl 
cuando la tormenta revolucionaria empezó a azotar todos loj 
ámbitos del país, i a introducir la ajitacion i la sozobra en a 
seno de los mas apacibles bogares. El de Búlnes era el refl^ 
de esa violenta situación. 

Su padre, ligado a la causa de España por sus compromiso 
militares, contrastaba por sus opiniones coa el entusiasmo r 
volncionario que herbia en la familia de Prieto, i de que a 
bia; hecho participe su propia esposa. Con el objeto de neutralír 
zar esa influencia, el capitán Búlnee alistó a su hijo en un bat4- 



'^ QAXtÁSáL DBL pntf w» 18S8 71 

Il<m realista a 1a edad de 13 afk>89 pero eljóYonoiMAl abandonó 
el serricio por las snjestiones de su madre* 

Envióle después a Santiago a cargo del marqnes Sncalada, 
qne lo incorporó en el Colejío Azvly establecimiento que fué 
disuelto por los españoles después de la batalla de Bancagua 
siguiendo la suerte de muchas instituciones que habían jermí- 
nado al suave pero débil calor de la patria vieja. 

A su regreso a Concepción, estableció un negocio de comer» 
do en Talcahuano, al lado de otro joven llamado Bamon Cas» 
tilla, que com^izaba su ruidosa carrera bajo los mismos aus- 
picios. 

En aquella época, el corondl Ordoñez visitaba coü ¿recuen» 
da la casa de su padre en Concepción i no había tardado en 
aperdbirse que tenia contra sí la mejor pordon de ese hogar* 
Algunas indiscredones de juventud le habían revelado que los 
hijos Búlnes participaban de las opiniones de su madre. 

En esos mismos días, el joven don Manuel Búlnes tuvo oca» 
8Íon de recordar sus palabras indiscretas, al ser arrancado de 
BU casa a media noche i trasportado con su hermano Francisco, 
con los Alempartes i con muchos otros, a la Quinquina, por 
haber sido edtieado de un modo peligroso. 

Este delito imajínarío le valió algunos meses de prisión* 
La aprehensión de los jóvenes de Talcahuano fué a los ojos de 
los españoles, turbados con la derrota de Ohacabuco, una me- 
dida preventiva destinada a sofocar el sentimiento nadonal 
que comenzaba a despertarse en el Sor. Probablemente con 
ese mismo objeto se intentó dejarlos perecer de hambre. En 
estas medidas tan crueles como in&tiles, un observador sagaz 
habría podido conocer que el poder espafiol tocaba a su fin ¿ 
El rigor desordenado e inconducente, es signo inequívoco de 
confásion i de debilidad. 

Los desterrados de la Quíriquina, entregados a su propia 
tuerte, errantes en medio de sus bosques despoblados, se ali- 
zñentaron durante algunos días con animales salvajes, después 
con yerbas i acabaron por hacer balsas formadací de tron- 
cos, atadas con enredaderas silvestres, en que se lanzaron a la 
mar. La mayor parte naufragó; pero Búlnes i su hermano pu- 
dieron ganar la costa. Su sumisión ordinaria a su padre se 

borró wQment&aeameiitQ en su espiritoi ewu^Qoído ocn ¡m 



réáentes sufrimientos, i sin obedecer mas que a su propio en- 
tusiasmo i íi los intereses de su venganza, corrió a enrolarse 
en el ejército vencedor de Chacabuco, que el jeneral O'Hig- 
gins hábia conducido desde el Norte. 

O'Higgins, que era amigo de su familia, le dispensó desde 
ese dia una solicitud bondadosa, i empezó por nombrarlo Por- 
ta-estandarte del Rejimiénto de su escolta. Se acercaba para 
el jóvén oficial la ocasión de vengar sus sufrimientos de la 
Quiríquiná. Él ejército patriota mandado por el jeneral franceá 
don Miguel Brayer, qué' obríaba bajo la inspección de O'Hig- 
gins, se preparaba a asaltar la plaza de Talcaliuano, donde se 
había encerrado di coronel Ordoñez con las fuerzas españolas. 
El resultado de ese combate sangriento, fué fanesto para el 
ejército chileno. Búlnes permaneció durante la batalla a las 
órdenes de su ilustre jefe, el coronel I'reire, aguardando su mo- 
mento, al pie del rastrillo que debia abrirle el camino de Tal- 
cahuano. 

El ejército chileno se puso en retirada hacia Santiago, per- 
seguido con intrepidez por el coronel Ordofiez, que consumó 
en Cancha-Rayada la obra de Tatcahuano. Búlnes sufrió como 
todos sus compañeros los efectos aciagos de esa nueva derrota. 
Creyó perdido a su hermano que quedó en el campo de bata- 
lla, hasta lá mañana del siguiente dia, debiendo su salvación 
a una circunstancia milagrosa, i sintió como todos los defen- 
sores de la patria sus dolorosas angustias. Pero el dia de la 
reparación estaba próximo. Maipo apagó con su radiosa luz el 
tenue resplandor de esas jomadas. Bálnes se batió en este 
combate célebre a las órdenes de Freiré, lo que le valió el gra- 
do de teniente, el cordón de plata de los vencedores i un sitio 
eñ la villa de San Bernardo, que se fundaba a la sazón. 

Las derrotas de Talcahuano i de Cancha-Rayada, fueron el 
resultado de la inactividad del jeneral San Martin para perse- 
guir a los vencidos de Chacabuco. Deseoso ahora de reparar 
ese error que le fuera tan fatal, envió en alcance de los fujiti- 
vos de Maipó una división a cargo del jeneral arj entino don 
Antonio González de Balcarce^ de que formaba parte el te- 
niente don Manuel Búlnes. 

La esperiencia de Chacabuco^ sí no fué del todo estéril^ no 
fti4 tampoco bien api^OTQChadib, ISan Martin, obedeciendo a un 



oahpaRá dbl pbrú !BN 1^88 73 

Béntitmento de nacionalidad^ confió la espedicion a su oomi- 
patriota Balcarce, hombre el menos adecuado para llenar su 
misión. Iba agregado al Kejímiento de Cazadores^ en cla- 
se de capitán, el guerrillero arjentino don Miguel Oajara- 
villa. 

Balcarce hizo marchar a la vanguardia a CajaraviUa i a 
Búlnes con una compañía de cazadores, para hacer mas efícaa 
la persecución de los vencidos, que corrian desbandados hacia 
el sur^ donde el coronel Sánchez organizaba apresuradamente 
la resistencia. 

En esos mismos dias el capitán don Manuel de Búlnes, se 
habia apoderado momentáneamente del Parral con fuerzas es- 
pafiolas i retirádose a Chillan, donde hacia de segundo jefe 
del coronel Lantaño. Cajaravilla puso sitio con sus fuerzas a 
Chillan i solicitó su rendición, por medio del teniente Búlnes, 
que fué enviado en calidad de parlamentario. El jefe de la plaza 
delegó a su vez al capitán Búlnes, para que manifestase «u 
íesolucion de batirse, i por ese estraño conjunto de circunstan- 
cias, el padre i el hijo se encontraron, en aquel momento^ 
representando dos causas rivales. Su entrevista faé tierna i 
sencilla: -el capitán Búlnes le estrechó con efusión entre sus 
brazos i se contentó con decirle que solo le exijía la lealtad a 
sus comproihisos i a su palabra, i puesto que la habia empe- 
ñado con la causa revolucionaría, la sirviese con honradez i 
fidelidad. Poco tiempo después se alejó de Chile para morir en 
el estranjero! 

La espedicion del jeneral Balcarce fué no solo estéril, sino 
fecunda en males i peligros. Al abrigo de su inactividad, de su 
ningún conocimiento del territorio ni de los hombres, prendió 
la simiente de la guerra con que Benavides azotó durante tres 
años el sur de la República. Balcarce regresó a Santiago con 
aires de pacificador, dejando en Concepción al jeneral don 
Bamon Freiré con el Rejimieato de Cazadores, de que formaba 
parte el teniente Búlnes. 

Benavides se encargó de dar en breve razón a los que no 
veian en la espedicion de Balcarce sino un paseo Inilitar, sin 
mérito ni ventajas. Una columna rebelde llevó sus depredacio- 
nes hasta las inmediaciones de Santa Juana, donde s^ encon- 

tfaba el jeneral Freircj i fué batida en Corali por cuarenta 

U 



74 ca^áSa bel pébú en 1838 

cazadores, entre los cuales se encontraba Búlnes (24 de abril 
de 1819). 

La guerra comenzada en Curalí se estendió antes de mucho 
a todo el sur de la República, inflamando a. [su contacto las 
pasiones incandescentes de la guerra de la Independencia, ^ 
despertando los apetitos de venganza i de sailgre que bul lian 
en el alma de los vencidos. Freiré, llamado a Arauco por las 
necesidades de la guerra, llevó consigo a Búlnes que estuvo a 
BU lado en el paso peligroso del rio Carampangue, disputado 
por el enemigo (mayo 1819). 

Después de mil alternativas de triunfos i de derrotas, de 
coxnbates i de encrucijadas, que marcaron esa guerra con si- 
niestro sello, el teniente fiúlnes se encontraba a fines del año 
de 1819, a las órdenes del capitán don Manuel Quintana i 
Bravo en la plaza de Yumbel. 

Era Quintana un soldado del antiguo cufio, áspero, inflexi- 
ble, sin mas instrucción que la ordenanza militar, cuyos ríjidos 
preceptos habían llegado a encarnarse en sus hábitos i a formar 
en él una segunda naturaleza. Hallábase en Yumbel en 1819 
en los momentos en que Benavides, acompañado de Pico i de 
su siniestro cortejo de guerrilleros subalternos, marchaba a la 
cabeza de 500 hombres al asalto de la plaza. 

Quintana defendió a Yumbel con la enerjía propia de su ca- 
rácter. Ocupaba una posición defensiva, que equilibraba en 
parte la desproporción numérica de sus fuerzas, ascendentes a 
111 hombres, entre cazadores, infantes i artilleros. 

Benavides, cansado de batirse i convencido de la inutilidad 
de la lucha, se retiró de Yumbel con sus fuerzas. 

Entretanto, Búlnes habia sido designado para ocupar un 
puesto peligroso, i encontrádose en medio del combate, frente 
a frente, de hombre a hombre, con el famoso Mariluan. Tra- 
bóse una lucha personal entre el valeroso araucano i el joven 
oficial, que hubiera perecido sin el auxilio inesperado de un 
soldado de cazadores. 

Su conducta comenzó a llamar desde ese dia la atención de 
sus compañeros de Bejimiento, i a crearle el prestijio de que 
gozó mas tarde. El jeneral Freiré empezó también a mirar con 
ínteres a ese joven de 19 años, que era a la sazón un mucha- 

chQ ftpuestO; alto; corpulento, de figura yaronil. La 3uavidad 



OAttPÁJfA BfiL p&fitf m 1838 76 

de sn sonrisa i la afabilidad de sns maneras^ neutralizaban la 
aspereza i vigor de su fisonomía infantil. Sos ojos azules, sns 
cabellos rubios i crespos, le daban ya di esterior de un irlan- 
dés, como ba dicho mas tarde un ilustre escritor. Sobresalia 
entre todos sus compañeros por su ajilidad i su destreza de 
jinete. Fr^re lo ocupó desde entonces en comisiones impor- 
tantes, que no guardaban relación, ni con su puesto humilde 
ni con BU corta edad. 

A la sazón el departamento de Ooelemu era victima de las 
montoneras del enemigo, que aterrorizaban sus campos con 
el espectáculo de sus venganzas. La vida i hacienda de los po- 
bladores estaba a merced de Contreras o de Silva, de Chavez 
o de Fereira, satélites oscuros de Benavides, pero tan crueles 
como él. 

Búlnes encargado por [Freiré de restablecer la seguridad 
en el departamento, consiguió aprehender al guerrillero José 
María Silva, que era uno de los mas poderosos i temidos. Be- 
¿érense también a esta época las acciones de guerra de las 
Lanzas i de Queltreu, que menciona su hoja de servicios, pero 
de que no encontramos huellas en los archivos oficiales. 

El éxito de su primera comisión le valió el cargo de tenien- 
te gobernador del departamento de la Florida, hostilizado en 
ese momento por el temible montonero'don José María Pereira. 
Búlnes habia recibido orden espresa de fusilarlo donde lo en- 
contrase. Caer prisionero i morir en el cadalso eran cosas si- 
nónimas en esa guerra. 

Bálnes fué bastante feliz para devolver en poco tiempo la 
tranquilidad a los habitantes del departamento, apresando 
después de una resistencia enerjica i sangrienta al guerrillero 
Pereira, con toda su gabilla (30 de junio de 1820). 

El gobierno de O'Higgins que seguía desde Santiago con 
una atención solícita los incidentes de la guerra del Sur, mi- 
raba ya con interés la corta pero brillante carrera del teniente 
Bálnes. La aprehensión de Pereira le proporcionó la ocasión 
de manifestarle oficialmente su simpatía. 

< Valparaíso, agosto 3 de 1820. — Su Excelencia el Director 
Supremo por el parte número 2 que V. E. se sirve incluirle en 
su recomendable nota del 10 del pasado julio, queda enterado 
del bravo i feliz choque que, con el asesino Pereira, tuvo el te- 



?6 ayer a9a dxl vmi »k 1836 

• 

niente del Rejimiento de la escolta directorial, don Manuel 
Búlnes. Sírvase V, S. prevenir a este bravo i distinguido ofi- 
cial que sus servicios, tanto en la disolución de la partida de 
Pereira como en su aprehensión i en los demás que ha pres- 
tado, ínterin ae halla operando aisladamente, son considerados 
por el Q-obierno con el mas alto aprecio, como que sabe pre- 
ferir i premiar el verdadero mérito, i para que este oficial 
tenga un testimonio que siempre le evidencie esta verdad, S,E. 
se ha dignado conferirle el grado de capitán del ejército oou 
fecha 1.® del corriente, cuyo despacho será remitido con opor-» 
tunidad. Esto me ordena el Supremo Director comunique a 
ÜS, en contestación, para los efectos consiguientes.— ^Dioa 
guarde a US. — José Ignacio Zenteno."» 

Esta manifestación doblemente significativa en aquella épo- 
ca de tirantez oficial, era el mayor premio a que podia aspirar 
mi adolescente de 20 años. 

Pero la hora de la prueba se acercaba. Pangal seria el con- 
trapeso de la brillante defensa de Tumbel; una hora aciaga 
estaba a punto de sonar para el valeroso ejército que sostenía 
la campaña del Sur. El coronel español don Juan Manuel 
Pico, militar dotado de cualidades superiores, proseguía a me- 
diados de setiembre de 1820 la guerra de que era jefe ostensi- 
ble su compañero Benavides. Su ejército sorprendió en Pangal 
mía división chilena mandada por el coronel O' Carrol, que 
pereció a tiempo para no presenciar la derrota i faga de su 
columna. El Escuadrón de Cazadores mandado por el coman-» 
dante don José María de la Cruz, i de que formaba parte BilU 
nes en clase de capitán, se retiró a Concepción, conservando, 
en cuanto era dable, en esos momentos angustiados, la unidad 
de sus filas i su organización. 

La conducta de Búlnes en esta jornada infausta estuvo a la 
altura de sus hechos anteriores. «Su propio caballo, dice Vi- 
cuña Mackenna, refiriéndose al del capitán Zorondo de Drago- 
nes, sirvió empero a otro jinete digno de heredarlo. Fué éste 
el ayudante de Cazadores, don Manuel Búlnes, que habia 
hecho prodijios de valor i cansado de tal manera su montura 
en la refriega, que si su primo Cruz no lo proteje, perece como 
O'Carrol en manos de los guerrilleros. La conducta de ese 
joven capitán habia sido tan conspiscua en esa prueba, qué en 



OáMPáSrA Dfiíé tjuslí bk 1838 T7 

medio de las aclamaciones de todos «as camaradAS> el jeneral 
Freiré lo nombró desde aquel dia su ayudante de campo, que 
de esta suerte se designaba sin saberlo un sucesor, cuañ^ 
mas altos destinos llegaran para ámbosD (1), 

La derrota de Fangal dio aliento a Benayides para Hoyar 
BUS bordas victoriosas basta las calles de la atemorizada Con^ 
oepoíoi^, i obligó al jeneral Freiré a epcerrarse con las fuerzas 
patriotaa en la plaza de Talcabuano, a que puso sitio el ene* 
migo. 

Después de una incomunicación de dos meses, la guarnicioiii 
que habia sostenido un choque ventajoso en las Vegas de Tal-- 
oahuano (25 de noviembre de 1820), se preparaba dos dias 
después a romper el cerco ominoso de las hordas vencedoras, 
Iros ejércitos se encontraron en la Alameda de Concepción (^7 
de noviembre) i después de una resistencia infructuosa, Bena<t 
vides se retiró en desorden hacia el interior de Arauoo, donde 
siempre encontraba simpatías i hospitalidad. 

]La guerra sufrió una paralización momentánea, mientras las 
faeozas del enemigo se organizaban nuevamente. El jeneral 
Freiré, a su vez, aprovechó la tregua en reprimir las correrías 
de las montoneras i en devolver a algunos valles la seguridad 
perdida. Gon ese objeto fué enviado Búlnes a Rafael, a las ór-» 
denes del comandante don José María de la Cruz. 

Encontrábase obrando aisladamente con 30 cazadores (2) 
cuando el ejercito de Benavides, rehecho ya de su derrota de 
Concepción, repasaba de nuevo el Bio-Bio, con rombo a Chi* 
Han o hacia Oauquenes, que en ese punto estaba aun indeciso 
o irresoluto. 

En el mismo tiempo, el jeneral don Joaquín Prieto, nom- 
brado jefe de la segunda división de operaciones en el Sur, que 
el Director O'Büggíns habia creado, para oponer ima barrera 
en el Maule a las incursiones victoriosas de Benavides, se 
habia acercado a Chillan. Desde aUí proseguía la guerra que 
sostenía a su vez Freiré desde Concepción, sí bien por distin- 
tos medios, usando la astucia de preferencia a la fuerza; po- 
niendo así en trasparencia uq sistema opuesto al que Freiré 
habia adoptado hasta entonces. 

(1) Guerra a muerte. 

(2) Farte de Barnechea a Freire.^CoocepQion, 9«bei^)^'22 de 182} 



Td OAUPitÁ DBti n'RÓ m 1838 

Bn los últimos días del afio de 1820^ Freiré marchó a San«» 
tíagó dejando en sn puesto al jeneral Prieto^ acompañado do 
púlnes^ que se le había reunido algún tiempo antes. 

IJn esas circT^nstancias se supo en el cuartel jeneral de Pri^ 
to que el enemigo iba en marcha de Chillan. La ocasión era 
por demás brillante para ilustrar su corto mando con la ter- 
toinacion de la guerra^ en que se había gastado su glorioso ri- 
val. Salió, pues, en busca de Benayides que se encontraba en 
la rinconada de Gato i que al saber su aproximación repasó el 
Jfl'uble i se situó cerca de Chillan. 

La vanguardia de su división, compuesta de un escuadrón 
de tiradores (tque debía desplegarse al ícente de la línea para 
principiar el tiroteólo era mandada por Búlnes. La vanguardia 
sorprendió el campamento de Benavides, en circunstancias en 
que su tropa hacía un movimiento de flanco (1.® de octubre de 
182Í). Búlnes, líjero como el rayo, cayó de improviso sobre él, 
i el enemigo viendo cortada su línea, temiendo quizás la proxi- 
midad del ejército de Prieto, aturdido además por ese ataque 
tan brusco e inesperado, volvió caras i trató vanamente de re- 
pasar el Nuble. 

Entretanto, el jeneral Prieto que había oído los disparos de 
la avanzada, precipitó su marcha i alcanzó al enemigo vencido 
i en desorden en las Vegas de Saldías ; pero marchando en tal 
estado de confusión i de pánico, que las fuerzas patriotas to- 
maron sin la menor resistencia un gran número de prisioneros 
i acuchillaron a su guisa i sin peligro a esas hordas despavo- 
ridas. 

El combate de Vegas de Saldías puso término a la guerra 
de Benavídes, i arrebatando a este caudillo célebre, el respeto i . 
la confianza de los suyos, lo obligó poco después a buscar asilo 
en el mar, de donde fué sacado para ser conducido al patíbulo 
de Santiago. Vegas de Saldías es ademas un rasgo de valor 
que enaltece la personalidad militar del capitán Búlnes, cuya 
estrella brillante comenzaba ya a despertar zozobras i recelos. 

La casualidad i la fortuna quisieron que estuviese reservado 
a ese joven capitán de 21 años, terminar en un solodiala 
guerra, que duraba ya tres años, i en cuyo sangriento palen- 
que se habían medido viejos i gloriosos nombres. 

La mueste de Benavídes no puso término a los esfuerzos 



GAKPAltA DEL PEBÚ EN 1838 79 

agonizantes de los españoles en el Sor de Chile. La lacha 
continuó bajo la mano intelijente i vigorosa del coronel Pico, i 
más tarde^ bajo los auspicios de los Pincheiras^ que alcanza- 
ron tan alta i sombría celebridad como Vicente Benayides. 

Los restos desordenados del enemigo se refujiaron después 
del combate en su asilo habitual de Arauco^ principalmente 
en la reducción de su poderoso aliado^ el cacique Mariluan. 
Prieto, por su parte, interesado en impedir su reorganización, 
envió apresuradamente a la tierra (Arauco) como se decia 
entonces, al capitán don Manuel Búlnes con una división com- 
puesta de 485 hombres. * 

El número e importancia de esa columna, que no guardaba 
relación con su graduación ni con su edad, era un alto honor 
dispensado a su juventud i a sus servicios. 

Tendríamos que salir del marco que nos hemos impuesto, si 
quisiésemos referir los incidentes que señalaron esa campaña 
con un sello pintoresco i dramático. La columna de Búlnes, 
vagando por los terrenos incultos del interior de Arauco, sin 
armas de fuego, sin abrigo, protejiéndose del sol i de la lluvia 
én sus bosques espesos, suministra el asunto de un drama. 
Obligado a proporcionarse su sustento, hubo dias i semanas en 
que los soldados se alimentaron con las manzanas silvestres que 
tanto abimdan en esa rejion. Al fin de algún tiempo de correrias 
incesantes, los soldados, cubiertos de harapos, tenian que usar 
para vestirse, las mantas i bayetas que sacaban a los indios 
^ne morian en los combates o que caian prisioneros. 

Búlnes salió de Nacimiento para el interior i derrotó en el 
cerro de Gualeguaico al coronel Pico después de una desistencia 
valerosa. (26 de Noviembre de 1821). Pocos dias después tu- 
to lugar un nuevo combate en Niblinto donde Pico fué tam- 
bién derrotado. De Niblinto Búlnes se puso en marcha hacia el 
Cautín donde vivian las reducciones indfjenas mas feroces i 
temidas. El cacique Curiqueo, que las mandaba, armó una fa- 
lanje de mocetones que se ha hecho subir a 4,000 i se reunió 
con las fuerzas vencidas en Gualeguaico i Niblinto, con que 
el coronel Pico pretendía cubrir aun la sombra errante de su 
Antiguo poder. 

El sangriento encuentro tuvo lugai^ en las márjenes del Cau* 
tin* I}eag]:aciadameQt6 para I« hÍ9torift| ol parte o^oial de Búl«* 



80 ÓlMÍPAÍfA DBL P»RTÍ t^ Í838 

nes sobré la acción de Cautín, se lia éstraviado. Sábese, sin 
embargo, de un modo positivo, que sucedió a mediados de di- 
ciembre; que después de un recio combate]de seis horas pereció 
el famoso i terrible Ouriqueo con 200 de los suyos; que a causa 
de su muerte i de su derrota, se sometieron las reducciones re- 
beldes de Boroa i dé Meliague. 

Debió iser, ademas, Un combate de grande importancia, por- 
que en esos mismos dias escribia Freiré a O'Higgins, que, a 
consecuencia de ese triunfo, la guerra <rpodria terminar mui en 
bWveD; que Mariltian, atemorizado con el terrible ejemplo de 
Ouriqueo, habia solicitado la amistad de Búlnes, i que éste, en 
prenda de la búéna fé con que babia aceptado sus proposicio- 
nes de paz, le habia devuelto una de sus mujeres que le rete- 
nia prisionera (1). Terminada su obra, Búlnes regresó a Naci- 
miento. 

La campafia terminada en Cautin, habia llenado el objeto 
que se tuvo en vista al enviarla. En poco mas de un mes, el co- 
ronel Pico habia sufrido tres reveses i las lejiones vencedoras 
habian llevado el terror i la victoria hasta el seno indómito de 
Arauco. Esta triple gloria no se habia adquirido sino a fuerza 
de grandes sufrimientos: los soldados volvían enfermos, des- 
nudos; su jefe en tal estado de abandono, que no fué conocido 
por el jeneral Freiré en Concepción. 

En estas circunstancias llegó la noticia' de* que el coronel 
don Vicente Bocardo se encontraba acampado con sus fuerzas 
en las márjenes de Bio-Bio, acompañado de tres mil emigra- 
dos mas o menos. 

El jeneral Freiré dio orden a don*" Clemente Lantaño que se 
encontraba en Tucapel, i a Búlnes que estaba en Nacimiento, 
para que marchando por distintos caminos, tratasen de en- 
volver el campamento de Bocardo. Lantaño, llevando una com- 
pañía de infantería del batallón número 7. i alguna caballería, 
salió de Tucapel el 21 de noviembre i se situó en Santa Bár- 
bara. Desde allí trató de comunicarse con Bocardo, que perma- 
necia en la ribera opuesta, i efectivamente, aquella misma no- 
che los jefes contrarios se hablaban a voces, desde las opuestas 
márjenes del histórico rio. Lantaño le ofreció el indulto fle 



(1) Furto do Froi(o a O'Biggixu^^OoQcepcioni 17 de enero de 1822< 



OAMPAÍtA BBL PERÚ lEN lÍB3á §1 

Freiré si se rendia con sns fuerzas; pero el desconfiado gue- 
rrillero exijió i obtuvo que se le' hiciesen esas mismas prome- 
sas por escrito. 

El campamento de Bocardo era un agrupamiento confuso 
de los elementos mas diversos. Sus tolderías salvajes, guare- 
cían indistintamente a las indiadas de Coliman; a nueve cléri- 
gos comprometidos por la causa real, revueltos con una pobla- 
ción errante de 3,000 almas, compuestas de hombres, mujeres 
i niños de todas edades. Bocardo habria aceptado, sin titubear, 
el indulto que le ofrecia espontáneamente Lantaño, sino fuera 
por el temor que le inspiraban los indios aliados. Disputado 
por esos sentimientos contrarios, se encontraba dos dias des- 
pués de su conversación con Lantaño, en la misma perplejidad 
que al principio. 

En esas circunstancias llegaba al angosto i torrentoso vado 
de Ooihue la división del capitán don Manuel Biilnes, cuya 
presencia bastó para decidir el ánimo perplejo de BocardOé 
Viéndose rodeado de enemigos, solicitó la confirmación del in- 
dulto que le fué concedida, i aquella misma tarde, el coronel 
Bocardo, uno de los últimos representantes de la causa real en 
el sur de Chile, pasaba el Bio-Bio en balsas con sus tropas i 
emigrados, para ponerse al amparo de la palabra empeñada de 
los jefes patriotas. La indiada de Coliman se retiró a la monta- 
ña, a donde fué inútilmente perseguida por el ayudante don Jo- 
sé Ign&cio Grarcía (1). 

Las familias i oficiales del campamento de Bocardo fué^ 
ron enviados a Tucapel a cargo de una compañía de infan- 
teria^ mientras las divisiones patriotas se ponían en marcha 
hacia el interior, ajitado aun por la vigorosa actividad del co- 
ronel Pico, que se encontraba en Pile con el resto de sus fuer- 
zas i 600 indios. 

Búlnes se dirijió contra él i lo'puso'en fuga después de una 
serie de ataques, infructuosos al principio, pero coronados de 
éxito al fin. 

El jeneral Freiré, que seguía desde Concepción los incidentes 
de esta lucha con el ínteres propio de su responsabilidad i de 
su patriotismo, escribía al gobierno a consecuencia de estos su- 



(1) Parts ds BtUaos a Frdxs.— QuUspaloi aarso 88 de 1822« 

18 



82 campaITa dil pbhú bk 1838 

cesos: íYo me tomo la satisfacción de recomendar a V, S. la 
meritoria comportacion de este distinguido oficial (se refiere a 
Búlnes) i demás que lo acompañan, como así mismo son dignos 
de igual demostración la tropa de que se formó esa espedicion, 
cuyo valor i sufrimiento debe ser mirado i ponderado entre los 
que sepan distinguir el patriotismo voluntario con el servilis- 
mo forzadoD (1). 

En recompensa de servicios tan señalados, el gobierno lo as- 
cendió a sárjente mayor, i poco despues^lo lionró con la orden 
de la lejion de honor. 

A la sazón, Búlnes no babia cumplido 23 años i su reputa- 
ción, engrandecida por sus triunfos recientes, rivalizaba ya con 
la de los jefes mas prestijiosos. Después de su gloriosa i fugaz 
campaña al interior, permaneció algún tiempo mas en la 
frontera, i al decir de Alberdi, (2) i de su hoja de servicios, 
obtuvo una nueva e importante victoria en Choronaico. Pasó 
después a Yumbel donde permaneció hasta comienzos del año 
de 1823, sin tomar parte en el movimiento militar que cambió 
el gobierno i la faz de la Eepública. 

A fines del año de 1822 comenzaron a manifestarse, los pri- 
meros síntomas de la revolución, que debia trastornarlo todo, 
i [a que no tardó en adherirse el jeneral Freiré, cansado del 
abandono en que, a su decir, se mantenía al ejército del sur. 
Freiré, que manifestaba a Búlnes una deferencia que no le era 
habitual, le escribió solicitando su concurso i llegó hasta ha- 
cerle ofrecimientos capaces de despertar el orgullo en el alma 
mas bien templada. Búlnes, enemigo por sistema de las revo- 
luciones permaneció tranquilamente en Yumbel, aguardando 
el desenlace de los acontecimientos. 

CJomo es sabido, la revolución victoriosa golpeó a las puer- 
tas del palacio del gobierno, i el director O'Higgins, cedien- 
do a un movimiento de desinterés que honra al hombre, pero 
que no justifica al mandatario, arrojó las insignias del poder 
supremo, entre las manos ávidas de los amotinados. Búlnes 
permaneció durante ese tiempo moviéndose de Yumbel al Bio- 
bío, i obteniendo por medio de alhagos e insinuaciones amisto- 



(1) Oonoepoion, abril 20 de 1822 Freiré al gobierno. 
(t) Vida del jeaeral BúhiM, pij. iU 



tÁMÚ^k BBL PBRt} IK 1838 8S 

iai la aliania de loi md^jenas^ mas preciosa boi que nunca 
pof el desguarneoimiento de la frontera. 

IQsta larga guerra^ ala' vezs que la pobreza del gobierno^ 
babia traído por consecuencia una inseguridad jeneral en to- 
da la república. Las ciudades i valles mas importantes estaban 
a merced de los bandidos, que tenian franca la retirada i la im« 
punidad, acojiéndose a las partidas ambulantes de Pincbeira. 
La ciudad de Talca era una de las mas amenazadas, i el presi- 
dente Freiré, necesitando una persona de enerjía, capaz de res- 
tablecer la tranquilidad, nombró al mayor Búlnes gobernador 
de ese partido. 

Poco tiempo después, los indios i especialmente MariluaUi 
comenzaba de nuevo su guerra secular, i el mayor Búlnes tuvo 
que regresar a la frontera por llamado de su jefe, que lo con- 
sideraba «necesario i apetecible po rsu práctica en esa guerra i 
conjunto de buenas cualidades!) (1). Sus trabajos de esa época, 
como la historia de sus sufrimientos i triunfos, pasan desaper- 
cibidos para el historiador moderno, que encuentra solo imper- 
ceptibles huellas de esos hechos, en el confuso e incompleto 
caos de los archivos oficiales. Diremos a este respecto, que si 
es fácil rehacer a la vista de documen<;os, la historia de la Ee- 
pública durante la admistracion de O'Higgins, es sumamente 
difícil historiarla desde 1823. 

El arreglo con que se manejaron los archivos públicos, cesó 
con la revolución victoriosa, i la administración de Freiré, sea 
porque no tuviese a su lado a un oficinista del talento de Zen- 
teno, o porque los lazos de la administración pública comen- 
zaran a relajarse, no dio a ese arsenal de nuestras glorias la 
atención a que es acreedor. Sabemos, sin embargo, que en ma- 
yo de 1824, el teniente coronel don Mannd Búlnes se encon- 
traba al mando de las fuerzas fronterizas, espedicionando en 
las reduciones de Mariluan i en las tierras de Collico i de Que- 
chereguas, (2) mas o menos al mismo tiempo que la guarni- 
ción de Talca, sublevada contra su jefe, pedia a gritos a su 
antiguo gobernador el comandante Búlnes. 

Este movimiento de cuartel era la consecuencia dolorosa pe- 



(1) Nota de Rivera. — Concepción, 1.*» de enero de 1824. 

(2) Parte de Rivera. — ^Concepdon, mayo 28 de 1824. 



14 OJÜiPAft^ DBL PBBtf UT 1838 

1(0 Iqjioai de U revolución que había colocado a Freiré &a él 
puesto supremo. 

Las reyoluciones, por bien diryidas que sean^ sientan el pre- 
cedente fatal de la fuerza i de la justicia personal. Las mis- 
mas razones de abandono i desnudez que alegó Freiré para 
venir sobre Santiago con el i^ército del sur^ invocaban hoi los 
amotinados de Talca. El gobierno^ se vio en la necesidad de 
prestar atención a sus redamos^ ordenando que la compañia 
fuese puesta a las órdenes de BúlneSi lo que no pudo cumplir- 
se inmediatamente por estar espedicionando en Arauco. 

La sublevación de la guarnición de Talca fué seguida de un 
movimiento análogo en Chillan^ i la desorganización faé suce- 
sivamente cundiendo en las ñlas de todo el ejército. 

La abdicación del jeneral O'BCgglns traía envuelta en su 
ropaje de aparente grandeza el desprestijio de la autoridad 
pública, que nunca debe ser mas vigorosa i resistente que en 
el nacimiento i formación de los paises. 

Hemos alcanzado a la época tan dramática como sangrienta^ 
en que los tres hermanos Pincheiras asolaban con sus guerri- 
llas una parte importante de la república. Sucesores de Bena^ 
vides i aliados del coronel Pico, segoian la sangrienta tradición 
de estos temidos caudillos. El secreto de sa poder i de su du-* 
ración, estaba en el descontento jeneral de los ánimos contra 
el gobierno central, a quien acusaban de abandono; en el dis- 
gusto de la tropa que no recibia su salario i que sostenía la 
campaña en el mayor estado de desnudez i por ñn, en la com- 
plicidad cobarde de los que temían atraerse con su hostilidad 
la venganza de las guerrillas. «Las tropas han vivido desnu- 
das, sin comer mas que una miserable ración de trigo, sin pa- 
gar8e,i> decía el intelíjente Rivera, alarmado con este estado de 
cosas. (íEl fin de todo, añadía, es que dentro de poco nos he- 
mos de quedar sin soldados^ (1). 

El jefe ostensible de la guerra, era el coronel don José Antonio 

Pincheira. Este hombre oscuro, de humilde oríjen, sin cualidad 
sobresaliente, que no poseía siquiera como Benavides sus fa- 
cultades innatas de organización, se había convertido en un 
personaje espectable i temido. Era el centro de la guerra a que 

i (1) Parte de Bivera. — Concepción, abril 3 de 1824, 



oufritÁ taiL mtf n 18SS M 

dift n nomlm; d bnio qm mo^ia las paitidiB diipoma q[ai 
aaoliban una gran estenikm de la república. 

Los jenerales que se sucedieron dorante once aftos «i A 
mando dd ejército del snr, trataron en Taño deponer término a 
esa gnerra sangrienta i destrnctiva; pero sus eeñienos se ea^ 
trellaion en la escedya movilidad del enoniga Los Pinchen 
ras, astutos i desconfiados, títísu a caballOi rodeados de pre« 
cauciones, prontos siempre para la ñiga. 

FáToredalos también la naturaleza del terreno i su admira^ 
ble conocimiento de la topografía i de las localidades. 

Sus compañeros yivian como ellos, al pié de sus lajeros caba« 
líos de montaña, sin tener mas lazo de conexión entre sí que 
el instinto del robo i la satisfacción de sus Tenganzas. Lidis 
dplinados, altaneros en la paz, eran incontenibles en el mo* 
mentó del saqueo. 

Certeros como el ave de rapiña para divisar su presa i velo^ 
ees como ella para asaltarla, los Pincheiras vagaban por los 
campos desiertos i atemorizados, deteniéndose en cada pueblo 
en que hubiera alguna familia indefensa que asesinar o una 
mujer que llevar a sus malalesy para aumentar el número de 
sus concubinas. 

Su movilidad les permítia escapar casi siempre al castigo de 
sus crímenes i refojiarse a tiempo en las guaridas impenetra- 
bles que les servian de]asilo. Dueños absolutos del territorio en 
que fraguaban el plan de sus correrías sauguinarias, so pasca- 
ban sin el menor obstáculo por todo el valle central de la cor- 
dillera, i aparecían sucesivamente en Alíco, en Antuco o en 
San José de Maipo, desde donde alarmaron a Santiago con la 
humareda de sus fogatas! 

Su ejército se componía de los desertores del ejército regu- 
lar, de los antiguos compañeros de Benavides, de los presida- 
rios i crimínales que escapaban a la acción de la justicia, do un 
gran número de campesinos, movidos ora por la pobreza de la 
época o por sus instintos feroces, i por fia, do los iudios cuyo 
terrible ausílio imprimía un sello mas abominable auu, a sus 
triunfos pasajeros i temidos. 

Hé aquí el nuevo enemigo que se ofrecía a la actividad de 
Búlnes i el nuevo cuadro que so presentaba a su espíritu i al 
del pais. 



66 



Cí3aiMk DBL PBBtf BK ] 



En eaaa circtUBtaiicias le sobreTino una enfermedad que lo 
mantuvo ^alejado de la luclia durante algún tiempo i que le 
impidió acompañar aljeneral Freiré en su feliz ataque a Chiloé, 

Elevado a, coronel, le cupo el honor de crear el Tejimiento de. i 
Grranaderos a Caballo, i de aer el padrino de fuego de eaet I 
cuerpo, que daria tanto lustre a laa armas de la República, I 

A la aazon , el jeneral don José Manuel Borgoño, que ha- 
bia sucedido a Rivera en el mando del ejército del sur, alba- 
gado con la idea de dar el golpe definitivo a la guerra de los 
PiücheiraB, preparaba un movimiento combinado de tres divi-. 
eionea sobre el territorio de los pehuenches, i confió su mando 1 
a trea oficiales de su^mayor confianza; a Beauchef, a BiUnes i' J 
a Carrero. 

El jefe de la eapedicion debia B«r el coronel Beauobef, sol-, 
dado tan distinguido como valiente, francés de oríjen, qne , 
comenzó su carrera en el ejército de Napoleu I i la concluyó 
gloriosamente en Chile, sirviendo en Talcahuano a laaórdenea 
de Brayer, en Valdivia a laa de Gohcraae i en Chiloe a laa ór- 
denes de Freiré, Carrero era un antiguo oficial de BenavideSil 
que se habia ailherido a la causa de la patria, 

El jeneral Borgoño, que trataba de ilustrar su mando en e 
snr con una victoria decisiva, habia vijilado con el mayor in-l 
teres los preparativos de la espedicion. 

Su pensamiento era envolver el campamento de Fincheira,)! 
situado en la confluencia de los rioaMalbarco i Neuquen, ata^T 
cándalo eimultúneamente con tres divisiones venidas por dis-^ 
tintos lados. i 

La división del coronel Biilnes, la menos numerosa de Im'Á 
tres, compuesta de trea compañías de infanteria i de un eacua-íj 
dron de caballeria, penetró a la cordillera por el boquete de. I 
Longavf, para reunirse con el coronel Beauchef en la cordilla, (f 
ra del Yeso. 

lío olvidaremos de mencioruir en este cuadro de los princi- J 
pales elementos de la campaña, la guerrilla del comandante/ 
don Domingo Salvo. Eráoste un antiguo oficial de Benavide8,¡l 
mestizo de india i de eapañol, que habia llegado a adquirir uaJ 
coDocimiento tan cabal del territorio, de las costumbres i de ] 
loB recursos de los indijeuas, que se liabia hecho indiapeoeablef ] 
en toda operación de ceta naturaleza. 



OÁMPAfTi DBL fSRtí SK 1838 8? 

M Último día del afio de 1826, el coronel Besnchef salía del 
Portillo, lugar situado al norte del Manle, con una columna 
de 280 hombres del batallón Pudeto i 260 Cazadores manda* 
dos por el comandante Fuga. 

Después de una marcha fatigosa, al trayes délas gargantas 
de los Andes i de los ralles salvajes de la rejion intermedia de. 
la cordillera, el coronel Beauchef llegó al punto de su destino.' 
Carrero que debia reunírsele marchando por el opuesto lado, 
sufrió im atraso de muchos días que contribuyó en gran parte 
al fracaso de la espedicion. Búlnes, apesar de haber tenido que 
abrirse paso en Naquivito, a filo de sable, llegó al lugar con- 
Tenido el mismo dia que habia sido fijado por Beauchef. 

Entretanto, el enemigo que habia sido prevenido con antici- 
pación tuvo tiempo de entregarse a la fuga, burlando así las 
esperanzas del jeneral Borgofio i la vijilancia i trabajos de las 
divisiones. 

En el verano de 1828, Borgoño organizó una segunda eápe* 
dicion, mandada por el coronel Búlnes, que se internó por el 
boquete de Antuco con nn escuadrón de Granaderos, tres com- 
pañías de infiuitería i con el ausiliar indispensable de estas es- 
pediciones, con el teniente don Domingo Salvo. 

A la sazón, Pincheira se encontraba en las márjenes del rio 
Agrio con 300 soldados i 200 indios. Búlnes, «después de ha- 
ber superado los obstáculos de esas cordilleras, elevadas i 
fragosas:» sorprendió el campamento de los ind^'enas, i les arre- 
bató una parte del botín que traian de sus malones, lo que 
movió a éstos a salirle nuevamente al encuentro en el valle de 
las Damas. 

La caballería chilena bastó para ponerlos en fuga, dejando 
2? muertos^ Búlnes, siguiendo su marcha, cayó de improviso 
sobre Alhoy-Malal, donde se habia acampado Pincheira, pero 
su ataque corrió la suerte de los anteriores: el feroz guerrille- 
ro, prevenido a tiempo pudo escapar esta vez, como tantas otras^ 
al castigo de sus delitos i continuar sen^brando la muerte i el 
terror en todas las comarcas que asolaban sus partidas. La di- 
visión chilena regresó a Antuco poco tiempo después, trayen- 
do 300 personas rescatadas a la esclavitud, que con el escaiu 

miento del uemigOi era el preoiado fruto de esaeapedioíon de 
do8meiei« 



88 OAMPAlfA DEL PEKl5 ES 1838 

A la sazón se preparaban en toda la República los elemen- 
tos de la conflagración civil que debia estallar en breve. El 
jeneral Prieto, que era el alma de ese movimiento, se ganó la 
adhesión del coronel Biilnes, que le estaba estrechamente li- 
gado por los laao3 de la gratitud i de la familia. Incorporado 
en el ejército de Prieto, Báínes marchó sobre Santiago en cali- 
dad de comandante jeneral de caballería. Después de algunos 
iücideutea que no nos es posible recordar en el interés de la 
brevedad, obligó en la cuesta de Prado al comandante don 
Gregorio Amunátegui a entregarle dos piezas de artillería, con 
flu dotación de soldados que traía desde Valparaiso, i el 24 de 
diciembre de 1829 se encontraba con el ejército del Sur for- 
mado en Itnea en el campo de Ocbagivla. Cuatro meses mas 
tarde decidía con las vigorosas cargas de los Granaderos con- 
ducidos por él, la jornada de Lircai, que ascgaró el piedomi- 
nio político del partido Conservador i el triunfo del jeneral 
Prieto. 

Elevado a jeneral, a conaecneacia de estos sucesos, fuá en- 
viado al Sur en calidad de jeneral en jefe. Desde ese dia, sa 
acción es tan variada que no nos seria posible trazar un cua- 
dro de 8ua trabajos sin prolongar desmeanradameote este bos- 
quejo biográfico, da por sí bastante largo. Nos contraeremos, 
pues, a recordar los sucesos de importancia en que tuvo parti- 
cipación personal. 

Sus primeras atenciones, como las de todos los jeneralea 
que le habian precedido en su puesto, se oontríyerou a perse- 
guir las guerrillas de los Pinchelras, cuyo vandalismo sao- 
grienío asolaba las comarcas mas prosperas de la República. 
La lista de bus crímenes se aumentaba cada día en noa pro- 
porción alarmante, i su audacia crecía con la impunidad. Ból- 
nea tuvo la fortuna de ilustrar el primer aQo de su mando con 
la destrucción dafiaitiva del enemigo i con la terminación de 
la guerra. 

En el verano de 1831 salió de Chillan con una división 
de 800 hombres con rumbo a las Lagunas de Pulanqnen 
(o Coyamuelo), a cuyas Inmediaciones estaban acampados loa 
Fiucheiras con el grueso de sus fuerzas. 

£1 camino que era preciso recorrer para llegar hasta ellos, 
erA otLBÍ ímpiaoticable por ua fragosidad i aspereza, BiUnee bq 



I 
I 



OAH^AKA DfiL PEBtí EN 1838 89 

iaterno sijilosamente a la cordillera por el camiao de la Vini- 
Ua^ i envió desde allí una partida avanzada de 30 granaderos 
a cargo de nn oficial Eojas^ mai práctico de esa guerra i de 
esos lugares. Entretanto^ el grueso de la columna marchaba 
con las mayores precauciones^ para no ser percibida por los 
pobladores de los campos^ que no habrían tardado en dar aviso 
a los Pincheiras. 

Hasta entonces^ todas las espediciones habian fracasado por 
la imposibilidad de llegar sin ser vistas ni sentidas^ hasta los 
vivaques improvisados de un enemigo tan precavido i veloz. 
Búlnes consiguió superar esos inconvenientes. 

La vanguardia de Rojas cayó de improviso sobre Roble 
Huacho i aprehendió a Pablo Pincheira con siete de los suyos^ 
que fueron fusilados sin esperar la llegada de Bálnes. Entre- 
tanto, el resto de la columna seguia el camino de la vanguar- 
dia, i cuatro dias después de su partida de Chillan (14 de 
enero) se encontraba, a media noche, en frente del campamento 
de José Antonio Pincheira, que habia tomado las precauciones 
minuciosas que le eran habituales. • 

Búlnes dividió su columna en tres cuerpos que atacaron si- 
multáneamente los flancos del campamento, para impedir la 
fízga del enemigo. 

La infantería lijera formaba el ala izquierda, los granaderos 
de infantería el fondo, i la caballería la derecha. En esta dis- 
posición se puso en marcha hacia las Lagunas. A corta distan- 
cia de este lugar, la división' sorprendió una partida avanza- 
da de los montoneros; pero no pudo impedir que dos de ellos 
llevasen a los suyos, la noticia de su aproximación i del peligro. 
Pincheira tuvo tiempo de saltar sobre su montura, antes que 
las columnas chilenas rompiesen por todas partes un fuego 
espeso i nutrído. 

La indiada, pasado el primer momento de estupor, cayó con 
intrepidez sobre la caballería, pero fué rechazada con grandes 
pérdidas, pereciendo, victimas de su bravura,'tre3 caciques afa- 
mados, que eran con los Pincheiras el alma de la defensa i de 
la guerra. 

Solo José Antonio Pincheira, con 66 hombres, consiguió 

limr do la deriiHSítai trepando un oerro áspero i encumbrado que 

18 



00 oámpáSa del pébú £n 1838 

se aJza al frente de las Lagañas. Con ese grupo escaso i des- 
moralizado, prolongó algunos días mas su vida errante. 

El éxito del ataque habia sido completo: 250 hombres ar^ 
mados quedaron prisioneros, junto con 300 familias numerosas 
que babian arrastrado durante mucho tiempo una vida errante 
i esclava. Los indios huian en todas direcciones, faltándoles el 
apoyo que les daba unidad e iniciativa, i este rudo escarmiento 
fué bastante, para que los caciques de las reducciones mas hos- 
tiles ofreciesen espontáneamente su sumisión, devolviendo como 
prenda de paz, las familias que habian arrebatado a sus hoga- 
res en sus malones a los pueblos, i las jóvenes que habian ro- 
bado a sus esposos i a sus padres. 

Después de una serie de incidentes que seria largo recordar, 
José Antonio Pincheira, el único sobreviviente de los tres her- 
manos, se presentó a Búlnes en Chillan, i desde entonces vive 
pacificamente en un cortijo de la provincia del Nuble. 

Así termnó, con la espontánea rendición del último de sos 
jefes, la guerra que los Pincheiras sostuvieron durante 11 años. 
La historia de sus crímenes, de sus correrías, marcadas con 
un reguero de sangre, no se borrará fácilmente del recuerdo 
de los pueblos fronterizos, cuya existencia incierta estaba dia- 
riamente amenazada por sus temerarias incursiones. El con- 
junto de sus crímenes ha llegado a formar en los pueblos del 
sur una sangrienta leyenda, que nadie recuerda sin horror. 

La división vencedora regresó al pueblo de Antuco, recojien- 
do a su paso un gran número de cautivos, que le eran entre- 
gados por los indios aterrorizados. 

No haremos la relación detallada de los servicios del jeneral 
Búlnes en los años comprendidos desde 1832 hasta 1838, por 
que nos veríamos obligados a prolongar este bosquejo, i a dar-» 
le la estension de un libro. Bástenos delinear la fisonomía je- 
neral de sus trabajos de esa época, valiéndonos de una pluma 
ilustre i querida. 

«Ese estado de cosas, dice Alberdi (refiriéndose a la in- 
seguridad de la frontera por las incursiones de los indios) 
subsistente con algunas intermitencias e interregnos hasta 
1832, tenia graves inconvenientes para la república. Los indio» 
no respetaban aquella designación, saliéndose con harta fre^ 

tmenoia de sos límites terntorialesi loa dones ez\jidos oonx ore« 



OÁMÁÉk D18L nvS W 1838 01 

dente exorbitancia^ eran gravosos al erario nacional. La pas 
habia llegado a ser mas cara que la guerra. Oonvenia/pues/ 
a la dignidad e interés de Chile, acabar con ese estado de co-* 
sas. Con este fin se abrieron nuevas hostilidades, a que dieron 
lugar algunos actos de espoliacion ejercidos por los salvajes en 
setíembíe de 1832, siendo uno de dios el robo de un conside^ 
rabie número de ganado hecho al señor Nolasco del Bio por 
los indios del oadque Mariluan, en el departamento de los 
Anjdes. El jeneral Búlnes, director inmediato de esa guerra, 
predpitada por un acto de impericia del comandante acciden- 
tal de la frontera, sin dejar de emplear los medios militares 
mas recibidos, puso con preferencia en ejercicio el sistema em- 
pleado ea la India i otros paises asiáticos para la sumisión de 
pueblos no civilizados, que consiste en la práctica de ofensivas 
alianzas contraidas con caudillos del linaje i territorio del ad- 
versario. Servíanle en este sentido poderosamente los nume- 
rosos indios pekuenckes tomados prisioneros en la campaña del 
año precedente contra los Pincheiras, i convertidos por el pres- 
tijio del triunfo en disciplinados soldados. Estos aliados debian 
ocuparlos boquetes de los Andes, para estorbar la evasión ha- 
cia los campos arjentinos de los araucanos, una vez empezadas 
sobre ellos las operaciones del ejército. Conforme al plan conce-^ 
bido, el jeneral Búlnes convocó en diciembre de 1832 en la pla- 
za militar de Nacimiento, un parlamento jeneral de indios, al 
que asistieron ochenta i seis caciques. Muchos de ellos, habita^ 
dores de los llanos araucanos, se comprometieron con el jeneral 
Búlnes a apoyar las operaciones dirijidas contra los perpetra- 
dores de las últimas depredaciones. 

«Antes de abrirse la campaña, a principios de 1833, el jeneral 
Búlnes quiso poner a prueba la sinceridad de sus aliados arau- 
canos, casi siempre mudable i tornadiza, de que tenia motivos 
nuevamente conocidos para desconfiar. Los aliados, en efecto, 
procedian de mala fé: el ejército estaba destinado a -ser víctima 
de una traición horrenda i lo mas desagradable para el jeneral 
Búlnes, fué el saber que esta maniobra tenia oríjen en sujestio-i 
nes de los enemigos políticos de la administración de esa épo- 
ca. Las operaciones proyectadas fueron deferidas en consecuen- 
cia, i el jeneral en jefe, adoptando un plan diverso, calculado 
sobre los datos mas recientes, puso en marcha una división que 



&2 OAUPAflX DBL ÍMtii iS 1838 

en pocos días deeliizo las redncoioDes de Hañlaan, reeoat<S itL*^ 
finitas familias cautivas, ariojú a los enemigos hasta remota 
distancia^ desde donde imploraron la paz, que obtarieron a 
mediados de 1833. 

«No habia pasado un mes cuando xin nuevo ataque perpetra- 
do por los araucanos, eu las haciendas de varios vecinos de loa 
Anjeles, saqueadas iufamemente, dio lugar a la renovaciou de 
la guerra por las fuerzas del ejército comandado por el jeneral 
BálneB. Durante todo el aflo i el siguiente de 34, fué recomen-. 
sada la guerra muchas veces a causa de las incesantes i anda- 
cea provocaciones de los bárbaros, i terminada otras tantas 
con victorias progresivamente importantes. El jeneral Búlnes» 
a fin de economizar la efusión de sangre chilena, empleó en los 
Últimos tiempos, como medio principal de hostilidad, el esti- 
mulo i fomento de las divisiones que a la sazón reinaban entra 
los distintos caciques enemigos. La actividad rara que adqui- 
rió aquella guerra intestina por medio de la intervención clan- 
destina i diestramente manejada del poder civilizado, llenó da 
espanto a los bárbaros, abismados ante los estragos ejecutados 
por sus propias manos. Completado su aturdimiento con Iob 
destrozos del terremoto esperimentado a principios de 1835, 
que sembró de escombros el suelo que ellos acababan de sem- 
brar de cabezas humanas, ae arrodillaron humildes para pedir 
al ejército la paz que le fué otorgada por su jeneral en jefe. Su 
terror trascendió a otras tribus, que también solicitaron la 
clemencia del gobierno nacional; renunciaron a sus antiguas 
ex^encias, que hacían tan costosa su amistad; concedieron 
gratis BUS simpatías i su obediencia, i nos cedieron una porcien 
de territorio, llevando sn frontera hasta la linea que forman 
loa fuertea de Tiicapel, Nacimiento i Santa Bárbara. 

«Todo esto fué debido a la actividad, perseverancia ¡ capaí 
dad del jeneral Bi'dnes, que concibió i dirijió las infinitas i conj 
pilcadas operaciones de esa última guerra, de dos añns, con n 
no habilísima e incansable constancia. Pero, todo esto es pooj 
repecto de otras ventajas que el fin de esa guerra trajo a la r 
pública en jeneral. No solamente se absorbían en esa interm 
D&ble lucha, las mas gruesas sumas de la renta nacional, sinj 
que la presencia de esos ejércitos, siempre armados i en actitaí 
militante, ofrecía grave peligro a la libertad del país, i un mdj 



CÁiaÁHk DfiL PBfit} SK 1888 93 

tot óonstante de guerra i revueltas intestin&s. Así ee vio qn^ (^ 
0a dífiminiLcíon consiguiente^ sucedieron los progresos de l£^ 
renta que pudo aplicarse a mas útiles destinos i la cesación 
definitiva de los tumultos anárquicos, casi siempre apoyados 
por divisiones del ejército nacional. Conviene notar que el ejér-» 
cito perdió esa actividad peligrosa, no solo por su disminución, 
sino también por los arraigados hábitos de disciplina i subor- 
dinación adquiridos, casi por primera vez, bajo la dirección sé-? 
ña i austera del jeneral Búlnes. 

o: A mas de estas ventajas, elresaltado'obtenido procuró a la 
república la facilidad de contraer su atención a dos cuestiones 
de interés capital : la primera de honor i de interés que ya se 
resolvió, la segunda de interés i de honor que se resolverá mas 
tarde. Aludo en aquella a la cuestión del Perú, ventilada desde 
1836, i en ésta a la gran cuenta presente para Chile, de la po« 
sesión definitiva i completa de su territorio interior. Todavía 
los indios araucanos tienen desposeído el patrimonio del estado 
de mas de mil leguas cuadradas de territorio, superficie equiva- 
te mas o menos a una mitad de la Béljica. Los cuatro reinos 
italianos de Parma, Modena, Luca i Monaco no tienen juntos 
tanto territorio como el ocupado en Chile por los araucanos. 
£se pais con sus poblaciones actuales, solo es una cindadela de 
guerra, fecundo manantial de secuaces para las contiendas ci- 
viles, i suelo estéril para la industria i riqueza jeneral. La 
Bolucion de esta interesante cuestión, término principal del pro- 
grama de cualquiera administración chilena que en lo futuro 
se apellide progresista i civilizada; su solución, decimos, cuen- 
ta ya con los mas bellos antecedentes, en los resultados obte- 
nidos antes de la guerra del Perú, bajo la dirección del jeneral 
Búlnes.D 

Hemos alcanzado a la época, en que la espedicion del jeneral 
Blanco Encalada volvía de las playas del Peni, con el conve- 
nio de Paucarpata. Ya sabemos que ese tratado célebre, fué 
desaprobado por el gobierno de Prieto i que Búlnes fué nom- 
brado jeneral en jefe del segundo ejército Restaurador del Perú. 
La aceptación de ese puesto equivalía a jugar en uaa campaña 
incierta i desproporcionada, el crédito de su nombro i de su ca- 
rrera. Hé aquí la terrible j)rueba que hemos querido trasmitir, 
en estas pajinas, al recuerdo de la posteridad. 



04 CAMPAÜ^á. DlíL PfiBt} BK 1838 

El jeneral Búlnes tenia a la sazón 38 años i su reputación 
rivalizaba ya^ con las mas esclarecidas de la república. Sus ser- 
vicios de toda especie habian sido siempre coronados de éxito^ 
sin que una sola derrota empañase el brillo juvenil de su es- 
pada. Oúpole en suerte poner el sello a la obra de la indepen- 
dencia, esterminando en Vegas de Saldias las fuerzas de Be- 
navides i en Pulanquen los últimos restos del poder español. 
Cabríale en breve el honor de levantar el crédito militar de 
Chile a una altura a que no habia alcanzado jamas, i ponien- 
do después su intelijencia al servicio de la paz, rejir durante 
diez años la suerte de la república. I luego, cambiando la toga 
del majistrado por la espada del militar, poner de nuevo su 
prestijio en la balanza de la legalidad i del orden público, que 
gracias a sus esfuerzos de esa época, ha llegado a radicarse en 
Chile i a desarrollar a su sombra bienhechora la libertad, que 
es h\]a de la paz. 



CAPÍTULO V 



Colmniia de Castilla.— Primeros trabajos de Gamarra 
en Lima.— Espedieion de La-Fuente al norte 



Al rayar el alba del 22 de agosto, se notaba tina ajitacion eí- 
trafia en el campamento chileno. Los batallones, cubiertos con 
el polvo i manchados con la sangre de la víspera, iban a reci- 
bir el premio de su bravura i de sus esfuerzos, tomando pose- 
clon de la ciudad de Lima. 

En las primeras horas de ese mismo dia, el ejército chileno 
desfiló tranquilamente, entre la portada de Guias i la de Gua- 
dalupe, ^ soportando las miradas, a la vez irritadas i curiosas, 
de todas las clases de la población. Las casas i azoteas se veian 
coronadas de jente, que llegaron a usar contra él de hostilida- 
des de hecho sin sacarlo, por eso, de su actitud digna i decorosa. 

Los partidarios de Santa Cruz hubieran deseado que se en- 
tregase a manifestaciones hostiles contra el pueblo de Lima, 
para justificar las acusaciones interesadas que propalaban con- 
tra su moralidad i disciplina. El ejército, lejos de cometer el 
menor abuso, desfiló con el mismo respeto con que hubiera 
podido hacerlo en Chil e, un dia de formación o de fiestas pú- 
blicas. 

La moralidad de la invasión chilena en el Perú, ha arranca- 
do elojioa a sus mismos enemigos. Lo que decimos de la se- 

gmdft camp?Aa, es también aplicable a la primera. £1 almi-> 



96 oampaSÍa del pertí en 1838 

rante Blanco, pagaba caballerosamente la habitación que elijio 
para sí en Arequipa i dio un terrible ejemplo de rigor, fusilan- 
do en las playas de Arica a un capitán de su ejército, por haber- 
se hecho reo de un despojo, en los almacenes de aduana de 
aquel puerto. Del mismo modo procedió el almirante Postigo 
con el individuo de la escuadra que exijió arbitrariamente una 
contribución de guerra a un comerciante de Huacho. 

La represión de los jefes chilenos contra todo acto que pu- 
diese menoscabar el crédito del ejército, fué ejemplar i rápida* 
Gracias a ella, pudo Búlnes recordar, con orgullo, al cónsul je- 
neral de Norte América <j:el ejemplo de moral i disciplina que 
la noche del 21 del pasado dieron (los chilenos) al mundo en- 
tero, al ocupar a Lima por asalto, i ésto apesar de que las tro- 
pas de las naciones que se tienen por mas cultas, en tales mo- 
mentos de conflicto i de horror se entregan a excesos mui la,- 
mentabies*» 

Los estranjeros imparciales se apresuraron a añadir el testi- 
monio de su aprobación a esa conducta ejemplar, i el cónsul 
de los Estados Unidos, haciéndose el órgano de esa espresion 
de justicia, decia en su respuesta: «El insfrascrito, etc., apro- 
vecha esta ocasión para presentarle (al jeneral Búlnes) los mas 
altos testimonios del estado de disciplina i de moral que el se* 
fior comandante en jefe tan justamente merece, como también 
las fuerzas bajo su mando, después de tomar la capital por 
asalto i durante su residencia en ella^) (1). 

La marcha del ejército chileno por las calles de Lima duró 
poco tiempo; pues habiendo salido nuevamente de la ciudad 
J)or la portada de Guadalupe, formó su campamento en la ha- 
cienda de Santa Beatriz. Aquel mismo día marchó a Baquija- 
no, en el camino del Calla.0, una división compuesta de los ba- 
tallones Valparaíso i Portales, Oarampangue i Aconcagua, del 
escuadrón de Carabineros i de dos ,'piezas de artillería, a cargo 
del ilustre soldado don José María de la Cruz. La situación de 
esta fuerza, entre Lima i el Callao, tenia por objeto impedir la 
comunicación de las dos plazas: evitar que la guarnición del 
Callao cayese de sorpresa sobre el campamento chíleao i que 
pudiese engrosarse con los fqjitivos de Guias que vagaban a h 

(1) Nptá do 6 dci eetimbro do IWIi 



CAMPAÑA DBL PBBlí EN 1838 97 



»^ 



Bazón por los campos inmediatos a la capital. Al mismo tiem- 
po salió la columna de Castilla, de que hicimos mención en 
el capítulo anterior, con el objeto de cortar el camino del nor- 
te a los fujitivos, i de ponerse al habla con el jeneral Vidal, 
que .manifestaba ideas benévolas respecto del ejército chi- 
leno. 

A la sazón, el jeneral Búlnes, ocupado por múltiples aten- 
ciones, trataba de organizar en Lima una autoridad pública, que 
asumiese el poder en lo civil como él lo representaba en lo mi- 
litar, i para que el nuevo gobierno fiíese el resultado de una 
elección tan jeneral, como lo permitían las circunstancias, se 
apresuró a confirmar a los peruanos, en el mismo campo del 
triunfo, las promesas que les habia hecho, desde Valparaíso i 
desde Ancón. 

«Bstoi entre vosotros, les dijo, después del triunfo que ayer 
obtuvo el ejército de mi mando sobre las tropas que condujo al 
combate la mas inaudita alevosía. Mi corazón no puede gozar- 
se en una victoria comprada a costa de la sangre de los perua- 
nos, que por un estravío fatal pelearon contra sus amigos i 
defensores. — Bien pronto veréis los documentos, que atestigua- 
rán al Perú i al mundo entero, que he hecho cuantos sacrifi- 
cios pueden hacerse, para evitar la cruenta escena de que este 
pueblo desventurado filé testigo. Me situé a media legua de 
los muros de esta capital, dispuesto a repetir mis ardientes 
deseos de entablar las negociaciones, que los intereses del Perú 
i Chile reclamaban imperiosamente; pero por una fatalidad de 
que vuestros mandatarios serán responsables ante el mismo 
cielo, se trabó la lid, partiendo los primeros tiros de las filas 
de los que defendían la plaza. 

Limeños: Habéis presenciado la eonducta de mis soldados 
en los momentos del triunfo; habéis visto a esos mismos sol- 
dados que la impostura os pintaba como una horda de frené- 
ticos bandidos. Os protesto solemnemente que no tendré la me^ 
nar intervención en viiestros destinos. Sois libres de elejir a 
vuestros gobernantes. 

Limeños : Tranquilizaos, volved a vuestras ordinarias ocu- 
paciones, i estad seguros de que el ejército de Chile, será el 
fKMteuedor mas firme del orden i yo el primero en respetar laGí 
l^en Q insUtudonea ^^Tmml^r^Mm^el BUneZk 



98 CAMPARÁ DfiL PÉRTÍ m 1838 

Hubo muclios que acojieron las aseveraciones de su procla^ 
ma, con la desconfianza natural del que ha sido víctima del 
engaño de sus mandatarios i ese pueblo, acostumbrado a ser 
siempre burlado, no alcanzaba a comprender que se pudiese oir 
la verdad, de boca de una autoridad militar. Su mismo esfuer- 
zo para ser creido i la conformidad de todas sus palabras, eran 
consideradas como la espresion de un plan. «Trasportado, de- 
cía el jeneral Búlnes a su hermano, a un mundo nuevo en que 
se juega la mas artera e infernal política, tengo momentos de 
volverme loco. Este país acosttimbrado a ser siempre engaña- 
do por sus mandatarios, vive de mentirosa» ilusiones i rara vez 
cree lo verdadero.» 

Apesar de la desconfianza que se le manifestaba, nada deja- 
ba de hacer para devolver la tranquilidad a los espíritus. Con 
este objeto se dirijió, el mismo dia de la ocupación de la capi- 
tal, al Prefecto del departamento, como al representante mas 
elevado del poder civil, invitándolo a ejercer sus funciones con 
la misma independencia que tenia antes de la batalla de Guias 
i al pueblo de Lima aelejir en completa libertad el gobierno de 
su agrado (1). Fué mas lejos aun, en sus manifestaciones de 
paz i de cordialidad, pues devolvió espontáneamente al Prefec- 
to de Lima, por medio del coronel don Juan Crisóstomo Torri- 
co, los prisioneros de Guias. 

La [capital continuaba entretanto en acefalía: el jeneral Or- 



(1) Jeneral en Jefe del Ejército Restaurador del Pera. — Lima, 22 de 
agosto de 1838.— Al señor Prefecto del Departamento. — Cuando me di- 
rijia con el ejército de mi mando, a situarme a media legua de esta capi- 
tal, con el objeto de manifestar al Señor Presidente provisorio mis cons- 
tantes deseos de allanar los obstáculos que impedían llevar a efecto la 
convención interrumpida por la declaración de estar rotas las hostilidades 
por parte del gobierno provisorio, las tropas que ocupaban la capital se 
avanzaron i atacaron como enemigo a un ejército, que tenia sobrados tí- 
tulos para ser tratado como un aliado natural. 

Desgraciadamente, se empeñó la lucha i su resultado, después de algu- 
nas victimas, ha sido la derrota de las tropas mandadas por el Jeneral 
Orbegoso i la fuga de este. 

En este estado debo dirijirme a V. S. para que por su medio sepa el 
pueblo limeño i iodo el departamento, que la misión conñada por el Gobier^ 
no de Chile al ejército Restaurador, es destruir el ptoder ominoso del jene- 
ral Santa Cruz, i de ningún modo mezclarse en la política de este pais. 

En esta intelijencia Y. S. puede disponer que las autoridades estable- 
cidas ejerzan sus funciones, hasta que la nación, en uso de su soberanía, 
delibere sobre su suerte futura, en la seguridad de que yo i §1 ejércitg 
iibjkx^q r^i^pcitar^xaofl sua resoIuoioQe8»*--%2fanu0¿ BUlms, 



OAHPAJtÁ BBL pant} SK 1838 9d 

bogoio estaba oculto^ agoardando una ocasión oportuna para 
trasladarse al CallaiO; Nieto se habia encerrado en las fortale^ 
zas i solo quedaba en Lima el Prefecto don Manuel Bodriguez 
Piedra que^ por el mal estado de su salud^ no habia podido 
huir de la capital. 

La municipalidad i el Cabildo eclesiástico^ únicas corporacio- 
nes que estuviesen en estado de funcionar, se reunieron con 
algunos vecinos i declararon restablecida la constitución de 
1834, es decir, que hicieron volver repentinamente al Perú al 
réjimen anterior a la revolución de Salaverry. Con arreglo a 
aquella lei fondamental, correspondia la presidencia del Esta- 
do, al jeneral don Luis José Orbegoso i en su defecto, al an" 
ciano vice-presidente del Consejo don Tüanuel Salazar i Ba- 
quijano, conde de Vista florida. La residencia de Orbegoso era 
desconocida. Creíasele jeneralmente en el Callao, a pesar de 
que aun permanecia oculto en Lima, saboreando el pan del 
proscrito en el seno de su patria i de su ciudad natal. En su 
defecto se dirijieron a Salazar i Baquijano, que era el designa- 
do por la lei; pero S(Úq,7jQ,t qtie prefería el destierro al gobier^ 
no, habia salido de su cftsa, por no apersonarse con la co- 
misión. El acuerdo le fué comunicado por escrito. El se es- 
cusó de]^aceptarlo, alegando que no le era lícito desempeñar 
un puesto, sin dar cuenta a la nación de lo [obrado en el an- 
terior. 

Estos fútiles pretestos, no estaban a la altura de las circuns- 
tancias, ni eran dignos del encumbrado ciudadano designado 
para remediar los peligros de esa angustiosa situación. El je- 
neral Búlnes, que no aguardaba semejante respuesta, habia en- 
viado un ayudante a significarle su respeto hacia toda autori- 
dad que emanara de la voluntad nacional. El enviado no 
anduvo mas afortunado que la comisión, lo que añadido a su 
débil i fugaz escusa, hizo creer que su carácter no estaba a la 
altura del cargo que se le ofrecia i que su conducta fuese teni- 
da, a lo menos, por estraña i pusilánime. 

Toda esa noche permaneció Lima en una situación aguda e 
.indecisa, sin mas autoridad que una guarnición chilena, encar- 
gada del mantenimiento del orden. El resto del ejército conti- 
nuaba acampado en Santa Beatriz, excepto la división de Cruz, 
que ocupaba ya su puesto de honor i de sacrificio al pié de las 



loo OAltPA^A DBI. FXB19 BK 1838 

fortalezas del Callao, comenzando asi el eitio memotablQ t¡f 
debia dnraT mas de dos meses. 

Becibida la reonncia de SaJazar, la Municipalidad se ream^ 
nuevamente con las corporaciones que la asistieron en su pri- 
mer acuerdo i designó con ellas, la autoridad suprema de la 
república. Este honor recayó en el gran mariscal de Piquiza, 
don Agustín Gamarra, que habia acompañado al ^'ército res- 
taarador desde Chile i que era sin disputa la personalidad mas 
remarcable entre los emigrados peruanos. 8u larga i tempes- 
tuosa vida política lo seiü alaban desde tiempo atrás a la atención 
de la América i aa talento, a la vez que su prática administra- 
tiva le creaban una posición excepcional entre sus compañeros 
de destierro i de emigración. Su elección tenia todo el aparejo 
legal que aquel momento permitía, pues no indicando la cons- 
titución de 1834 quien debiera suceder al vice-presidente en 
su ausencia o negativa, loa electores quedaban en libertad de 
designar a cualquier ciudadano. Gamarra aceptó el puesto con 
la seguridad del marino avesado a las borrascas, o del man- 
datario acostumbrado al peao de situaciones tan graves. El 
nuevo Presidente, cuyo poder provisorio duraría hasta la reu- 
nión de un congreso, ofreció el olvido de todo lo pasado, e ia- 
vitó a la unión a todos los peruanos (1). 

H¿3e dicho que la elección del jeneral Gamarra fué solo un 
espediente, dirijido a encubrir, con un manto de legalidad, la 
desiguaeion arbitraria hecha por el jeneral Biilnea i se leba 
reprochado, en todo tiempo, su informalidad. El nombramiento 
de Gamarra, léjoa de ser un motivo de satisfacción para Biil- 
nea, contrariaba eapresamente un precepto de aus instruccio- 
nes. aV. S. no debe permitir, tliceii testualmeiite, que ninguno 
de los emigrados peruanos que acompaúan a la eapediciou, in- 
trigue a fin de ser elejido por loa pueblos como cabeza de un 
Gobierno Supremo.» «Ademas do eso, agregan, apareciendo 
dueño de la autoridad uno de loa jefes emigrados, la nación 
pernana creerá que es un candidato protejido por Chile i podrá 
mirar coq prevención nuestras intenciones en la presente con- 
tienda, i aun loa miamos jefes que eatáu a las órdenes de San- 
ta-Cruz, no tendrán estimulo para abandonar las banderas 



1 

I 



(1) Lima, ugMto 25 de 1838. 



i^ 



lueros b 



OAittAMk Bul nfití iH 1S38 101 

énemlgfts viendo oonpado el pneato que pudiera eaoita^ su am^ 
bidón. 

cEatos gravea intereaea deben hacer que Y, S. duplique toda 
la vijilancia^ sagacidad i eneijía de]que aea capaz, para impedir 
que ninguno de dichos emigrados se apodere del poder supremo, 
salvo las circunstancias estraordinarias que pueden ocurrir,» 

La designación de Gfamqjra contrariaba este encargo termi-* 
nante, i apesar de que el jeneral Búlnes conocia los méritos 
superiores que adornaban su alma de mandatario i de soldado, 
no hubiera podido favorecer una elección que pugnaba con sus 
instrucciones. Por consiguiente, ese nombramiento lejos de ser 
ima prueba de su intervención en los negocios internos del 
Perú, lo es de su prescindencia i neutralidad. Es justo agregar» 
que después de la separación de algunos ilustres emigrados en 
Ancón, i de la renuncia de Salazar i Baquijano, no habia mas 
candidato posible a la presidencia del Perú, o mas bien, de 
Lima, que el jeneral Q-amarra. 

Por lo que toca a la informalidad de su elección, si bien es 
derto que no está revestida de todos los requisitos indispensan 
bles en una época tranquila i normal, es tan legal como lo 
permitían las circunstancias. No incurriremos en el error de 
juzgar este hecho conforme a la práctica normal de los pue- 
blos representativos, porque ello equivaldría a confundir la 
guerra con la paz. En aquel momento el Perú estaba despe- 
dazado por cinco mandatarios, que se disputaban mutuamente 
los jirones de su antiguo poder i la voz de la Restauración no 
era escuchada sino en la ciudad de Lima. Faltaban a la capi- 
tal sus ordinarias autoridades i encontrábase de improviso sin 
gobierno ni lei. Sus vecinos mas pudientes habian huido al 
estranjero o a las provincias, arrastrando consigo la influencia 
i la autoridad; quedando en Lima, solo la Municipalidad i el 
Cabildo Eclesiástico. Exijir, en ese momento, las formalidades 
legales de una elección, valia tanto como condenar a la ciudad 
de Lima a permanecer sin autoridad nacional, hasta que el 
resto del Perú pudiese contribuir a ella, u obligar al ejército 
chileno a tomar durante ese largo intervalo el mando político 
i militar de la capital. 

Esa forma de elección era, pues, la única posible dadas las 
circunstancias en que se efectuó. 



102 OAUPAÍ^A SIL fwó m 1838 

El jéneral Gamarra, o mas propiamente sua electores, no 
hicieron tampoco una revolución; recojieron el poder abando- 
nado por Orbegoso entre los despojos de Guias. De este modo 
se creó en Lima el gobierno nacional de que tanto necesitaba 
eljeneral Búlnes, para armonizar los intereses* de la política 
con las necesidades de su ejército. 

Antes de conocer los resortes de la nueva administración, 
sepamos qué pasaba en las fortalezas del Callao, donde su 
altivo Gobernador, el coronel Guarda, habia conseguido comu- 
municar a los suyos la enerjía que rebosaba su alma de sol- 
dado. 

El mismo dia del desastre de Guias, el jeneral Nieto se 
encerró con el batallón 1.** de Ayacucho en esa plaza histórica 
i rebelde donde se le reunieron algunos soldados fujivos. Sua 
orgullosas almenas, que solo una vez han escuchado el grito de 
victoria de sus asaltantes, eran a la sazón una amenaza para 
los vencedores de Lima o por lo menos un obstáculo para sus 
ulteriores operaciones. Mandaba la plaza el coronel don Ma 
nuel de la Guarda, soldado intrépido i empecinado, cuya niiiez 
se habia deslizado en los azares i en las glorias de la guerra 
de la independencia; era su segundo, el coronel don Francisco 
Javier Panizo. 

Díjose entonces i después, que cuando, en la noche del 21, se 
presentó el jeneral Nieto a golpear las puertas de fierro del 
castillo, el coronel Guarda descontento con su conducta de 
aquel dia, se negó a reconocer su autoridad, si bien re- 
cibió el batallón que conducia, lo que obligó a Nieto a 
retirarse al Norte con algunos oficiales que le permanecieron 
fieles. Sea o no cierta esta versión. Nieto salió del Callao en 
aquellos mismos dias en un buque mercante que lo condujo a 
Supe. Allí trabajó inútilmente por sublevar la opinión del 
Norte del Perú contra el ejército chileno; pero ni su prestijio, 
ni el título de Presidente delegado que decia tener de Orb^ 
goso, fueron bastantes para producir el menor entusiasmo por 
su causa. 

La situación política de esas provincias no estaba bien defi- 
nida. Disputadas alternativamente por la influencia de Nieto 
i de Vidal, no sabían si plegarse al ejército chileno a quien 
temían o a la Confederación que les era aborrecible. Tampoco 



6ÁMÍ»Af^A DEL PBRtf EK 18S8 I03 

podían olvidar que con su concurso espontáneo, se había fra- 
guado el arma que arrojó a Santa-Cruz del Norte del Perú, ni 
podía ocultárseles que detras del ejército peruano asomaban 
su cabeza amenazante las divisiones bolivianas. 

Estas consideraciones contrariaban los esfuerzos de líieto. 
Sus efímeras autoridades no encontraban apoyo ni obediencia 
i nadie pagaba las contribuciones con que debía ponerse en 
pié de guerra el ejército que se proponía formar. De Supe pasó 
a Patívilca, donde se hallaba a la sazón el jeneral Vidal con 
cien hombres. Allí permaneció solo el tiempo necesario para 
nombrar un comandante militar, con orden de imponer a la 
provincia una contribución de guerra de 50,000 pesos i de dos- 
cientos caballos, i él se dirijió a Trujillo, cuyo prefecto era el 
coronel don Juan Bautista Mejía. 

En aquellos mismos días, el jeneral Lafaente era nombrado 
eú Lima Jeneral en jefe del ejército nacional, designación que 
se daba en los papeles oficiales de la nueva autoridad, al ejér- 
cito en proyecto que se trataba de formar. Laf uente se trasladó 
a Trujillo a remover las autoridades nombradas por Orbegoso 
i a contrapesar la influencia de Nieto. Esas provincias desgr^^• 
ciadas, que debían soportar todo el peso de la gaerra, era el 
teatro en que se jugaba la lucha de superioridad i de influen- 
cia entre los partidnos de Santa-Cruz i de Chile. 

Nieto había conseguido agrupar a su alrededor una pe- 
queña división con que se puso en marcha para Trujillo. Sus 
fuerzas improvisadas se componían de una columna de infan- 
tería i de algunos húsares de caballería medianamente arma- 
dos. Al mismo tiempo daba orden al batallón cívico de Caja- 
marca que marchase a reunírsele a Trujillo, i con esos 
elementos creía ya tener un núcleo respetable de fuerza i de 
asimilación. Desgraciadamente para su causa, los soldados 
estaban ajitados por las mismas zozobras que preocupaban a 
todo el Nor-Perú, i sí bien algunos habían acudido al Uama- 
núdento de su antiguo jeneral, no era por cierto para servir de 
nuevo a los planes del Gobierno de Bolívía. 

Algunos partidarios influyentes de la Eestauracion esplota- 
ron este sentimiento i consiguieron introducir la desconfianza 
en los mismos cuarteles, en que se reolutaba el nuevo ejército. 
Bl ^tcúlon de Oajamaroa se negó a obedece? i Uí fiublevaoioQ 



104 



OAUPaITá DBL PETtl5 EN IS3S 



i 



candiú hasta en la tropa quo conducía Nieto. La columna trf 
bajada por loa partidarioa de la causa de Chile, se manifestaba 
reacia i descontenta. Declaróse el antagonismo entre Jas fuer- 
zas de caballería i las de infiíntería, que vinieron a laa manos 
en Viró, cerca del rio Santa. Después de na combate corto los 
húsares pusieron en fnga a la infantería i marcharon en ee- 
gnida a Trnjillo a ofrecer sus servicios al jeneral Lafuente. 
Nieto, abandonado de todos, ee embarcó en Santa con rombo 
aparente a Guayaquil. 

La situación del Perú era, a la sazón, mas critica que en nin- 
gún otro momento de su borrascosa historia: destrorado por 
las facciones, soportando sobre sus hombros estenuados el pe- 
BO de dos ejéroitos formidablea; disputado por cinco presiden- 
tes que le exijian alternativamente el concurso de sn sangre i de 
BU fortunal Nieto, con el carácter de Presidente provisorio, rí 
corría las provincias del Norte en demanda de brazos i de 
Hero: Orbegoso, encerrado en el Callao, separaba de la gi 
Unidad nacional ese puerto industrioso e importante: el maris- 
cal Riva-Aguero, nombrado por Santa-Orna presidente del 
Estado Nor-Pepú en contraposición a Orbegoso, permanecía 
en Jauja, dominando con las divisiones bolivianas la Sierra, sus 
pueblos i riquezas: G-amarra, dueño de Lima, tenia que atender 
a las necesidades de su propio puesto i del ejército chileno: el 
jeneral Trístan desempeñábala Presidencia del Estado Sur- 
Perú, i dominando a todos, escepto a Qamarra, el jeneral San- 
ta^Cruz, que estaba en el Ouzco haciendo desñlar los batallo- 
nes que marchaban a Tanna, donde iba a situarse el cuartel je- 
neral boliviano. Dejamos auna de estas raquíticas autoridades 
fuera de la escena; pero sin que las provicias que lo arrojaron 
de sí abandonasen su antigua desconfianza contra la causa da 
Chile. Tal era mas o menos Ia|8Ítuacíon del Perú al día siguiente 
de Guias I 

Dijimos en otro lugar qne el jeneral Castilla habia salido da 
Lima, con una columna compuesta de un escuadrón de artille- 
tía i de dos compañías del batallón Santiago. El primer día de 
marcha alojó en Chacra de Cerro, en el mismo sitio en que el 
ejército chileno, habia flanqueado la división de Nieto. Entro 
tanto loB dispersos de Guias, huiau en todas direcciones, si- 
^endo ea gnipoq leducidoa oí ceunino da eaa respectÍTOB pu&< 



CAMPABA DBL PBBl} XN 1838 105 

blos. Castilla, ciiya miftion era mas bien política que militar^ 
hacia lo posible por comunicarse con el jeneral Vidal i con 
los jefes peruanos que tenian influencia en la opinión de las 
provincias del Norte. De Chacra de Cerro pasó a la hacienda 
de Caballero, que está situada en el camino de Chancai, donde 
permaneció algunos días reuniendo cabaUos para montar a los 
soldados de infantería, que por su falta de calzado no pudiesen 
(1) resistir a las marchas de a pié. 

Pero si su comisión era de paz lo era también de vijilancia, 
i en Caballero redujo a prisión a los señores Boss, Hercelles 
i Bodriguez, cuya influencia en el norte i comprometimientos 
con Orbegoso, podian traer serios perjuicios a la causa chile- 
na (2). 

Rodríguez se comprometió a ayudarle en su comisión i a su- 
mioistrarle recursos, en cambio de su libertad, a lo que acce- 
dió Castilla enviando al efecto a Chancai al coronel Lerzundi, 
con 50 soldados de caballería, para recibir lo convenido. Entré 
tanto continuaba su marcha a Huacho, llevando a caballo una 
parte de su desnuda infantería. Asistido eficazmente en Hua- 
choj por el chileno don José Toribio Pérez, entabló comunica- 
ciones con el jeneral Vidal i con el Prefecto Mejía. 

Sus trabajos oportunos contribuyeron, en gran manera, a des- 
baratar los planes del jeneral Nieto, provocando en su ejercito 
la rebelión que lo condujo al estranjero. Al mismo tiempo soli- 
citaba una conferencia de Vidal, que no tuvo lugar por haberse 
marchado éste a Huaraz^ i obtenía del coronel Mejía, Prefecto 

(1) <iLa infantería se halla mui maltratada, decía Castilla a Búlnes; 
una parte de ella sin zapatos i como no tiene mas que el vestuario blan- 
co que traen en el cuerpo, lleno de mugre, no se pueden hacer muchas 
marchas con ellos». — Carta de Castilla a Búlnes. — Caballero, 27 de agos- 
to de 1838. 

(2) c Anoche tomé a los señores Eoss, Hercelles i Bodriguez que diceü 
marchaban a sus haciendas del Convento i Guaito. Como estas personas 
son bien conocidas, las puse en seguridad inmediatamente: en ella per- 
manecen, escepto el último que me ha hecho ofrecimientos de caballos e 
influir para la reunión de los dispersos en Chancai. Como este no tiene, 
segnn entiendo, compromisos como los otros, me ha parecido convenien- 
te que nos sirvamos de él, i acaba de marcharse a Chancai. 

<eVoí a mandar al coronel Lerzundi con dos mitades de caballería, 
para el cumplimiento de lo que Bodriguez ofrece i ver si puede hacer 
algo relativamente a lo que Ud. se propuso al hacer salir esta tropa. Yo 
permanezco aquí cerrando este camino i esperando las órdenes de Ud. 
1 las notioias de Lerzundi para obrar conforme a ellas.]><^Carta de Cas^ 
p» » Bú1q«9. 



106 OAMPAfTA DEL PERÚ BÍí 18^8 

de la Libertad, su adhesión leal a la causa de la Restauración» 
Estos intelijentes trabajos, que decidieron en favor del gobier- 
no de Lima a los hombres mas influyentes del Nor-Perú, con- 
tribuyeron a arrebatar a Nieto el resto de prestijio que le que- 
dara en esas provincias. La cooperación de esta parte del Perú, 
sirvió para modificar la opinión del resto del pais sobre la empre- 
sa de Chile i para habilitar al ejército chileno un campo de re- 
tirada, en que habia de encontrar antes de mucho, una opinión 
benévola, un clima favorable i por fin la victoria. 

Allí permaneció Castilla hasta fines de setiembre, trabajando 
el espíritu de los pueblos, e invitando fraternalmente a la con- 
cordia a hombres i causas que jamás debieron marchar sepa- 
rados. Poco después volvió a Lima a desempeñar el ministerio 
de la guerra, puesto que le designaba el nuevo gobierno en pre- 
mio de su intelijencia i servicios. 

Entretanto, Lima permanecía envuelta en un círculo de 
fuego i de hostilidad: atacada de un lado por las fortalezas 
del Callao, del otro por las fuerzas bolivianas de la Sierra; 
sus alrededores sembrados de montoneras i de guerrillas, 
a que daba vida, en el Sur, el Escuadrón de Húsares de 
Junin. Esta guerra incoherente i mortífera, era dirijida, desde 
el Cuzco, por la hábil i poderosa mano del jeneral Santa- 
Cruz. El Protector utilizaba ademas su permanencia en el 
Cuzco, comunicándose con Orbegoso i ofreciéndole que las 
cuestiones suscitadas por la revolución de julio, serian arregla- 
das por el voto libre del Perú, después de la partida de los 
chilenos. Orbegoso, que habia sido víctima tantas veces de 
promesas análogas, creyó nuevamente en su palabra, sin ima- 
jinarse que existia un tratado secreto para hacerlo abando- 
nar la presidencia del Perú. La resistencia de las fotalezas 
del Callao, si bien no podia causar temor al ejército chileno, 
lo obligaba a permanecer inactivo en Lima. 

La plaza del CallíU) representó un papel negativo durante 
la ocupación de la capital. Su guarnición era demasiado 
escasa para correr el albur de una batalla; pero bastante 
fherte para que el jeneral Búlnes tuviese que contar con 
ella^ antes de emprender cualquiera operación de impor- 
tiuaoia< 

Ia clivisioa boliviaua de lama constaba^ a la sa^on^ de 4 



OAHFAl^A DBIi VSBii BK 1838 107 

batallones de infantería i de tin escuadrón de caballería. La 
calidad de la tropa i sus jenerales^ a la vez que sus formida* 
bles posiciones, duplicaban su poder i su fuerza. 

Santa-Cruz, que era el alma de esta lucha, en quien todo 
oonverjia, ejército, finanzas, administración, i que todo lo 
abarcaba con sus admirables cualidades de organizador, per- 
manecía el Cuzco. Habia pedido a Solivia la flor de su ejér- 
cito, que venia ya en camino, i organizaba a gran prisa en las 
provincias del Sur del Perú i en Solivia nuevos batallones, 
para completar la guarnición de los pneblos; para aumentar el 
ejército del Centro', que mandaba Cerdefia, i el del Sur, colo- 
cado a las órdenes de Braun, 

Orbegoso entretanto, reducido a la impotencia^ resistía toda- 
vía en nombre de la Independencia del Perú entre esos dos 
ejércitos formidables! 

En la parte del Sur dominaba, sin contrapeso, el Escuadrón 
de Húsares de Junin, qne al favor de su movilidad recorría 
las provincias de lea, de Cañete i de Pisco sembrando por 
doquier el odio i la hostilidad contra los vencedores de Guias. 

Tal era la situación jeneral del ejército chileno i los peligros 
que le circundaban en Lima. Hasta ese momento la causa de 
la Restauración no salia de los muros de la capital, i si bien 
no carecia de adhesiones aisladas en el resto del Perú, ninguna 
parte del pais se habia sacudido todavía del poder de sus anti- 
guos dominadores. 

Ya es tiempo que dirijamos la vista a Chile, que seguía con 
mirada inquieta las peripecias de la lejana lucha. 

En el mes de setiembre fueron conocidos en Valparaíso los 
sucesos que mediaron entre el desembarco i la ocupación de 
Lima, i algunos días antes se habia sabido el pronunciamiento 
de lo9 pueblos del Norte contra la dominación del jeneral 
SantBr-Cruz. Esta noticia fué acojida en toda la República con 
la misma alegría que despertó en la escuadra espedicionaria. 
La revolución del Nor-Perú fué considerada tan ventajosa para 
nuestra causa como un triunfo propio, i así hubiera sido, si una 
fatal obstinación no se hubiera negado a abrir las puertas de la 
paz al ejército que era su aliado natural. 

El Gobierno chileno creyó, desde ese momento, que podia 
contar con el concurso del Perú, i que el ejército peruano que 



108 OAMPAlti DBlí PBfitf BK 1838 

había acompañado a Santa-Gmz^ abandonaría a la voz de sud 
jefes las banderas confederadas. El desengaño fué natural- 
mente mas cruel cuando se tuvo conocimiento de la acción de 
Guias. Abandonando por fin toda ilusión respecto de la coo- 
peración del Perú, se percibió el peligro en toda su intensidad. 
Solo entonces comprendió el Gobierno que no debia confiar 
sino en sus propios recursos, i faé entonces, cuando haciendo 
un vigoroso esfuerzo sobre sí mismo, preparo la partida de una 
división ausiliar de 800 hombres i de 200 caballos, mandada 
por el comandante don Isaac Tomphson. 
En esos mismos dias la población de Valparaíso presenció 

, el embarque de la división, en los buques Rancagua^ Isabel i 
Azardoso que la condujeron al Perú (1), 

En el mismo convoi, marcharon a Lima, don Mariano 
Egaña i don Miguel de la Barra con comisiones importantes 

■ que no tardaremos en dar a conocer. 

Junto con el envío de este refuerzo el gobierno anunciaba al 
jeneral Búlnes, que estaba dispuesto a hacer todos los sacrifi- 
cios necesarios para salir airoso de la empresa en que se había 
comprometido i que quedaba adiestrando el batallón cívico de 
Chillan, para enviárselo en el momento necesario (2). Esta fir- 
me resolución debió contribuir a fortalecer el espíritu del je- 
neral en jefe, rodeado a la sazón en Lima de las mas graves 
preocupaciones políticas i militares. 

La misma escuadrilla que conducía a los ausiliares lleval)a 
a Búlnes un caballo de batalla que le enviaba el gobierno de 
Chile, en testimonio de su aprobación, por la manera como 
había conducido las negociaciones que precedieron a la acción 
de Guías i por su conducta en esta batalla (3). 



(1) El número de reclutas era de 650 i en Valparaíso llegó a 800 por 
habérsele agregado 160 voluntarios que allí tomaron servicio. 

(2) Nota del gobierno a Búlnes, 6 de octubre de 1838. 

(3) Santiago, octubre 5 de 1838.— Por los partes de Y. S. de 22, 23, 
26 i 30 de agosto último, que he elevado a noticia del Presidente, se ha 
impuesto S. E. de los inesperados sucesos que han ocurrido eu el norte 
del Perú desde el arribo de V. S. a sus costas. 

S. E. ha visto, con no menos indignación que dolor, la conducta del 
Presidente Provisorio, jeneral Orbegoso, que sucesivamen te perjuro a 
todas las causas, ha coronado la larga serie de sus infidencias, con - 
prometiendo la suerte de su patria en la desatinada guerra que ha hecho 
a la Espedicion Restauradora. 

El jeneral Orbegoso es el único responsable de la sangre de los defen- 



OAHPAJÍA Dsii Tmó m 1888 lOd 

£1 gobierno de Chile se Hizo esta vez el órgano de la opi« 
zuon nacional. La prensa de todo el pais aprobó^ con entnsias-* 
mo, la conducta del ejército chileno, en los difíciles dias qne 
mediaron entre el desembarco i la ocupación de Lima; alabó 
unánimamente la circunspección con que se habian dirijido los 
debates i el valor i moderación del ejército en el asalto de la 
ciudad. Ya conocemos las principales ]íneas]de la inmediata si-^ 
tuacion creada al Perú i al ejército chileno por la batalla de 
Guias. Béstanos determinar la posición respectiva del ejército 
vencedor con el gobierno de Gramarra. 

El ejército de Chile no ocupaba a Lima como conquistador. 
Su primer paso después de la ocupación de la capital, habia 
sido un acto de sumisión a la autoridad establecida. Enviado 
al estranjero a combatir al jeneral Santa-Cruz, su misión no 

Bores de la independencia peruana, forzados por él a esgrimir unos con- 
tra otros las armas que debieron haberse dirijido esclusivamente contra 
el enemigo común. * 

En medio de tan amargo sentimiento, el Presidente ha visto con la 
mayor satisfacción todos los pasos dados por Y. S. d«sde su desembarco, 
ya para ponerse en armonía con el gobierno peruano, ya para proveer 
a la ejecución de la grande empresa encargada a V. S. 

En cuanto a lo primero, ^. E. es de opinión que la conducta de V. S. 
ha sido un modelo de leal franqueza, moderación i dignidad, i me es 
^ato añadir que esta es la voz unánime de los chilenos i de los estran- 
jeros imparciales. 

Perdida toda esperanza de reconciliación con un hombre que trai- 
cionaba sus deberes mas sagrados, haciéndose instrumento ciego de 
los a j entes del jeneral Santa Cruz, se vio V. S. en la dura necesi- 
dad de hacerse justicia con las armas, i sus operaciones bajo este segun- 
do aspecto han merecido igualmente la aprobación universal. La 
victoria de 21 da agosto ha añadido un nuevo timbre a las armas 
chilenas, i el Gobierno vé en ella un feliz presajio de los sucesos gloriosos 
que deberá la República a la acertada dirección de Y. S. a su denodado 

Ííatriotismo, i al de los oficiales i tropa que manda. — Y. S., a nombre de 
a Patria i del Presidente lo espresará así a todos los individuos del 
Ejército. 

Iguales' demostraciones hará Y. S. al jefe de la Escuadra nacional i 
a las personas empleadas en ella, por los servicios que han prestado a la 
República, i especialmente a los que en la brillante acción del 14 se apo- 
deraron de los últimos restos de las fuerzas navales del enemigo. 

El gobierno está profundamente penetrado de la magnitud de la obra 
que le ha confiado a Y. S.,i no se le ocultan las dificultades de todo jé- 
nero que le cercan, pero al misino tiempo está seguro de que nada habrá 
insuperable ala bizarría de los chilenos estimulada por esas dificultades 
mismas i por la recompensa de gloria que les espera. 

La República, la Auii'rica tienen fijos los ojos en elEjt'i'cito Restaura- 
dor: el gobierno dirijirá toda su atención a sostenerlo con oportunos au- 
silios, i la justicia do la causa que defiende le asegura la protección del 
cielo. — Dios guarde a Y. S. — Jowiain Tocornal. — Al Jeneral en Jefe del 
Ejército Restaurador. 



lio oámpaAa dbl i^mS m 1888 

j)odia estenderse hasta el Perú, sino en cuanto fuese un lugftt 
de tránsito para llegar hasta su enemigo. El ejército se consi- 
deraba en guerra con el Protector, i no con el Perú, i por eso 
su política respecto de los peruanos fué siempre pacífica i con- 
ciliadora. En todo el curso de la campaña revistió solamente 
el carácter de ausiliar del Perú, en la reconquista de su inde- 
pendencia i si en la batalla de Guias midió sus armas con el 
ejército peruano, fué porque, en esos momentos, Orbegoso habia 
unificado su causa con la del jeneral Santa-Cruz. El ejército 
Restaurador se encontró en ese época en una situación análoga 
a la que tuvo el ejército de Colombia en 1826 o a la que atra- 
vesó el Perú cuando mantuvo en su seno al ejército ausiliar de 
San-Martin en 1820. 

Pero si el ejército chileno respetaba la independecia del go- 
bierno peruano exijia también el respeto de la suya. El jeneral 
Búlnes tenia sobre sus soldados todos los derechos privativos 
de su puesto, sin que nadie pudiese intervenir en su econo- 
mía, organización, etc. En las operaciones de la guerra, en las 
marchas, en el plan de campaña, en todo aquello que pudiera 
afectar a su propia responsabilidad, al honor de sus soldados o 
al éxito de la guerra, Búlnes obraba en completa independen- 
cia. Responsable como era ante la nación por el resultado de 
la campaña, era obvio que tuviese un poder incontestable para 
dirijirla; no se comprende la responsabilidad sin la libertad de 
acción. Pero si ambos conservaban su libertad recíproca, el go- 
bierno peruano estaba ligado al ejército chileno por las obliga- 
ciones naturales que ligan a un país con un ejército ausiliar, 
como son, alimentarlo, vestirlo, alojarlo; en una palabra, satis- 
facer las necesidades de su vida. El ejército chileno liabria po- 
dido proporcionarse todo esto por sí mismo en la capital como 
en el resto del país; pero corria el peligro de confundir su cau- 
sa con una verdadera invasión. 

Con lo dicho creemos dejar definida la posición del Ejército 
Restaurador respecto de la administración peruana. Réstanos 
conocer la manera como llenaba el jeneral Gamarra los debe- 
res de su nueva situación.- La primera de las obligaciones del 
reciente gobierno de Lima, era crear fuerzas nacionales para 
apoyar las operaciones del ejército chileno. Con este objeto ha- 
bian salido de la capital comisiones militares al norte i sur de la 



OAMl^AÑA DEL PBRÚ SN 1838 111 

tepública, encargadas de conquistar la adhesión de los pueblos 
i de obtener de ellos soldados i recursos. 

Tales. eran las obligaciones mutuas que pesaban sobre el go- 
bierno de Gramarra i sobre el ejército de Chile. A mas de estos 
deberes imperiosos, Gamarra tenia que atender a las necesida- 
des peculiares de su puesto. Veámosle en esta tarea complica- 
da i difícil, desplegando todos los recursos de su talento polí- 
tico i administrativo. 

Pudiera creerse que las medidas políticas de su administra- 
ción, salen del marco esclusivamente militar a que hemos resuel 
to ceñirnos; pero si se piensa en la estrecha relación que existe 
entre la guerra i las finanzas, por ejemplo; en el apoyo que una 
buena política presta a una causa militar, [se comprenderá la 
necesidad de conocer los medios de que se valía el jeneral Ga- 
marra para fortalecer en el Perú la causa del [ejército chileno. 

Qfimarra organizó su gobierno, sin pérdida de tiempo, i en 
la designación de sus ministros comenzó a dar pruebas del es- 
píritu de conciliación que llevaba al poder. Su blandura con 
los antiguos partidarios de Orbegoso hacia contraste]con las me- 
didas de rigor que empleaba con los de Santa-Cruz, demar- 
cando así la separación que se esforzaba por hacer el Ejér- 
cito chileno entre peruanos i protectorales. Su ministerio que- 
dó compuesto del modo siguiente: don Manuel Ferreyros ocu- 
pó el ministerio de hacienda; don Bernardo Soffía [interina 
mente el de la guerra, i don Benito Lazo, ministro del último 
gabinete de Orbegoso, fué designado para el de gobierno i de 
relaciones esteriores. Soffía fué remplazado por eí jeneral Cas-* 
tilla algún tiempo después. 

Gfunarra creyó que este ministerio de trabajo i de concilia- 
ción seria el núcleo de unión de todos los peruanos. Cada ¡uno 
de los designados tenia antiguos títulos que exhibir; todos una 
vida corrida en los azares de la política i un cabal conocimien- 
to de los hombres i de las cosas del Perú. Pero el nombra- 
miento mas importante fué el del jeneral don Antonio Gutiér- 
rez de La-Fuente, como jeneral en jefe del ejército peruano. 

El jeneral don Juan José Salas fué enviado algunos dias des- 
pués a restablecer la tranquilidad turbada en los valles de Ica^ 
de Cañete i de Pisco i a fomentar la creación de tropas perua- 

jm^ @ua operaoioues que tuvieron liigar^ om simultwdameQte 



112 CAMPAÜfA DEL PERÚ EN 1838 

en el norte i en el Sur, prepararon las que debía iniciar en 
mayor escala el Ejército Restaurador i en este sentido, tienen 
también su lugar en el cuadro de la campaña. Las daremos a 
conocer en breve. Bástenos, por ahora, mencionar estos dos 
nombramientos que figuran entre los actos mas importantes 
del nuevo gobierno de la capital. 

Entretanto, luchaba Gamarra con toda clase de dificultades 
para alimentar i vestir al Ejército Restaurador. Su situación 
en Lima era difícil i precaria. El pueblo limeño que es tai- 
vez, entre todos los de América, el que rinde mas culto al 
liajo aparatoso i fantástico, echaba de menos el antiguo fausto 
del jeneral Santa-Cruz i lo comparaba con la pobreza i afanes 
que mecian la cuna de la nueva autoridad. El recuerdo del 
Protector, que llevaba consigo el rango, la fortuna i los hon- 
ores, en el sistema político que habia fabricado para su uso, 
no podia menos que contrastar desfavorablemente en su espíri- 
tu impresionable i movedizo. Añadíase a ésto, el rencor ines- 
tinguible que se abrigaba en el alma de los partidarios de 
Orbegoso, contra el ejército de Chile. 

En cambio de estos recuerdos de antigua fortuna si bien 
de antigua humillación ¿qué se ofrecía hoi a su vista? Un go- 
bierno luchando con la pobreza, pidiendo, de todos lados, el pan 
para el ejército que le servia de apoyo. Este descontento obliga- 
ba al jeneral Gamarra a redoblar su astucia i afabilidad con el 
pueblo que tan reacio se manifestaba a secundar su causa. Por 
eso, no se contentó con la prueba de benignidad que habia da- 
do en la formación de su gobierno sino que, para demarcar 
mejor las miras conciliadoras de su política, hizo que sus mi^ 
nistros se dirijesen a los hombres mas conspicuos del partido 
vencido^ evocando los recuerdos de una gloria común, e invi- 
tándolos a la unión. El mismo se dirijió a Orbegoso ofrecién- 
dole que tomase su puesto en cambio de ciertas condiciones, 
que no fueron aceptadas (1). 



(1) <í:1.'^ Que^mantendria en vigor la proclamación que se ha hecbo de 
la constitución i el establecimiento de los cuerpos ya organizados, i los 
que deben convocarse en seguida. 

0:2.'^ Que declarará solamente la guerra al usurpador del Perú hasta 
lanzarlo del territorio de la Bepública, i reducirlo a la impotencia de 
hacer una nueva invacion. 

(8«^ Que dicha guerra le hará «n aliazusa i ooxnbinacion con el ejército 



CAMPA*? A DBL PERlí EN 1838 113 

Pero, si el jeucral Gamarra no estaba dispuestc^ a ceder vo- 
luntariamente a su rival su penoso i envidiado cargo, se 
esforzaba, de todos modos, por ganar a su causa a los que por- 
manecian en actitud hostil. Con este objeto hizo escribir, 
oficial i privadamente, a los jefes que no le eran adictos 
usando alternativamente palabras de rigor de clemencia. 
Al mismo tiempo que los llamaba al servicio i a la recon- 
ciliación conminaba, con terrible penas, a los vencidos de 
Guias que no se presentasen a la autoridad de Lima (1). 

Pocos dias después los invitaba nuevamente a la unión (2). 

de Chile, según las convenciones amigables que al efecto se acuerden, en 
atención a que el Pera no puede presentar por ahora las fuerzas sufi- 
cientes para batir al enemigo por sí solo. 

4.* Que no llamará al despacho de loa ministerios ni a los destinos 
que tengan relación con la política del país a los ajentes o adictos cono- 
cidos del jeneral Santa- Cruz. 

(1) Decreto de 2G de agosto, Lima. 

(2) El ciudadano Agustín Gamarra, Gran l^Tariscal, Presidente Pro- 
visorio de la República. — Considerando: — T. Que la reconciliación jene- 
ral de los peruanos, es entre las atenciones del gobierno, una de las que 
mas seriamente ocupa sus conatos. 

II. Que la administración provisoria está decidida a no renunciar me- 
dio alguno que coadyuve a tan laudable fin, pues los principios que han 
de reglar su conducta son los mas fraternales i francos. 

III. Que el gobierno quiere remover cuantos obstáculos pudieran de- 
tenerle en la senda de la unión, cstinguir todos los jérraeues do discor- 
dia, i hacer desaparecer los recuerdos i los testimonios de las desavenen- 
cias i agravios que han atormentado a la República: 

I deseando ardientemente que loa peruanos que han pertenecido a la 
cancera de las armas, i en sus familias respectivas, reine una unión fdn- 
cora i cordial, que destruya las quejas i las recriminaciones abortadas por 
las guerras civiles: bien satifecho de que la representación nacional apro 
bara las providencias del gobierno con tan importante objeto; he venido 
en decretar lo siguiente: 

«Arl- 1.° Habrá entre todos los militares peruanos un olvido recíproco 
inviolable de las discordias i luchas en que desgraciadamente se han visto 
envueltos. — Kinguno recordará, en adelante, el partido a que perteneció 
en las contiendas domésticas, ni reprobará la conducta de sus compai5e- 
ros, cualquiera que haya sido el gobierno u opiniones que hubiesen defen- 
dido. 

«Art. 2.° Todos los militares peruanos, que de cualquiera procedencia 
ae hubiesen presentado al gobierno, en comprobante de sus deseos por la 
unión i por libertar a su patria del yugo estranjero, son reconocidos en los 
empleos i grados que hubiesen disfrutado, exhibiendo sus credenciales 
que servirán de regla para sus antigüedades. Todos tienen derecho a las 
colocaciones i mandos de su profesión, conforme a su mérito. 

«Art. 3.° En ninguna hoja de servicios ni filiación se incluirá ni men- 
oionará campaña ni función de ^erra, habida en las disenciones domés- 
tioAS i se prohiben las medallas i condecoraciones nacidas do ellas, 

^Artt 4*^ Todos los inválidos, de cualq^uiera oíase, que banta la feoh« 

16 



114 OAMPilf^A DBL F2BT} BK 18^8 

En seguida, se dirijió, en los siguientes términos, a las par- 
tidas de guerrillas que'asolaban los alrededores de la capital. 
«Prevéngase al Prefecto del departamento que haga saber a 
todos los vecinos de Lima que han pertenecido a las partidas de 
campo o guerrillas, que se restituyan a sus casas con la mayor 
confianza, regresando a la ciudad, o que, dejando los lugares 
en que estén retraidos, vuelvan tranquilos i continúen sus ta- 
reas libremente. Recomiéndesele que no perdone garantías, 
seguridad, ni medio alguno para conseguir su gratitud, ase- 
gurándoles que los que hayan tenido graduación militar o man- 
do serán considerados en sus mismos empleos, ocupados i aten- 
didos como buenos peruanos, cualesquiera que hayan sido sus 
compromisos u opiniones; pues el gobierno se propone unir 
todos los ánimos i lograr, con la reconciliación mas firme, que 
todos opogan su existencia a la dominación estranjera que el 
honor i la libertad del Pera exije destruir. — Publíquese. — Gá- 
MAHRA. — P. O. de S. E. — Bernardo Soffia.-» 

Dijimos, que uno de los primeros actos de Gamarra habia 
sido llamar a la reconciliación a los jefes mas conspicuos del 
enemigo. Don Benito Lazo escribió al coronel Guarda, gober- 



de este decreto se haUen en pogecion de cédulas que acrediten los goces 
dados a su^nvalidez, seguirán disfrutándolos sin escepcion alguna i no po- 
drá hacerse recuerdo de la función de armas en que se inutilizaron ni de 
la causa que defendieron, porque cualquiera que haya sido no les perju- 
dicará para la continuación de sus pensiones. 

cArt. 5.® Los militares inválidos, que perseguidos por la dominación 
estranjera existan sin goce alguno, tienen derecho incuestionable a soli- 
citar la pensión que les toque según la lei del caso. 

«Art. 6.® Quedan en su vigor i fuerza todas las pensiones de viude- 
dades, i demás procedentes del montepio. El gobierno respeta i protejo 
en la posecion ae ellas, a cuantas personas las tengan declaradas hasta el 
dia, i asegura que continuarán gozándolas, sin que se traiga a considera- 
ción la causa que hubieren defendido los militares, cuya pérdida dio mé- 
rito a dichas asignaciones. 

«Art. 7.** En consonancia con lo prescrito en el art. 6.° sobre inválidos, 
las viudas u otras personas a quienes toque montepio por fallecimiento 
de los militares que perecieron en la lucha con el usurpador, harán sus 
reclamaciones conforme a la lei vijente. 

«Art. 8*^ Será ostensivo a la marina nacional el presente decreto, en 
todas BUS partes, i el gobierno lo someterá a la aprobación del congreso , 

«El oficial mayor del ministerio de guerra i marina, encargado de su 
despacho, cuidara del cumplimiento de este decreto, i de mandarlo im< 
primir, publicar i circular. 

«Dado en el palacio del supremo gobierno en Lima, a 31 de agosto 



OAHPAlfA BfiL PXBT} 8K 1888 115 

roAot de las fertaleaaB del Callao, manifestándole la necesidad 
de unirse para contrarrestar a Santa-Crna. En el mismo sentido 
asoribió al jeneral Nieto, invocando sus largos serricios en fa- 
Tor de la libertad del Perú, sin que en uno ni otro caso itiese 
escuchadla su palabra. 

Su política esterior, de escasa importancia en todo lo que no 
se refería a Ohile o a la República Arjentina, se redujo al res- 
tablecimiento de las relaciones amistosas con estos paises, i al 
efecto, se habilitó para el comercio la caleta de Chorrillos, 
mientras durase la resistencia armada . del puerto del Callao» 
Al mismo tiempo que el gobierno estaba absorvido en estas 
serias atenciones, circulaban en Lima noticias alarmantes, que 
contribuían a mantener despierta la inquietud natural del pue- 
blo i de la guarnición. Un ' oficial perteneciente al batallón 
Cuzco, de la división de Otero, desertado de su cuerpo, llevó a 
Lima la noticia de una gran revolución efectuada en la Faz, por 
el jeneral Ballivian contra el jeneral Santa-Cruz, lo que moti- 
vó la salida al sur, de un buque chileno, encargado de hacer in- 
dagaciones sobre ese hecho, que a ser cierto, habria variado, 
como por un golpe de majia, la faz de la situación. Búlnes re- 
cibió, a su vez, una comunicación oficial de Chile que le anun- 
ciaba la próxima ocupación de Arequipa por la división del je- 
neral Braun. 

Por otros conductos llegaba a sus oidos, la noticia de 
que Moran movia sus fuerzas sobre Lima, i que las divi- 
siones de la Sierra se habian engrosado con algunos batallo- 
nes bolivianos. 

Los enemigos del nuevo gobierno, esplotaban estos rumores 
manteniendo así a la capital en continua zozobra. Los espías, 
que se enviaban en todas direcciones, eran a veces comprados 
por el enemigo o incapaces, de formarse concepto en las in- 
dagaciones, de por sí delicadas, que se les encargaban. 

Los chUenos residentes en Lima, participando de los mismos 
sentimientos que animaban al ejército, ofrecieron sus servicios 
al jeneral en jefe, por el tiempo que durase la guerra. Bálnes 
quiso dar a su conducta, toda la publicidad digna de su mere- 
cimiento, i con ese objeto obtuvo del jeneral Gamarra que la 
inscrp cion de los voluntarios s^ hiciese por decreto supremo. 



118 OiMTiSk DSl FBBl! KV 1838 

Ia misma atoncion que al ejército prestaba el gobierno & las 
fiaanzas, qua se liaa llamado tao apropiadamente el nervio da 
la guerra. Sus jeaeralus i oomisiouadoa Ie?autabaa oootribu- 
cioaes, que exijiau aYaceaen bu reeauíiacion el empleo de me- 
didaH violeiitaa, lo que contribuía a desprestijiar la cauaa de la 
Restauraciou. Otro tanto haoian las autoridadea ooutrarias i 
el iofaüz Perú, soportaba así, doblemente, el peBo de la guerra 
i de la auQTqulal 

Pero 8i el jeneral 9aata-Cruz decretaba nuevas contñbuoio- 
tiea, era para acreceutar i robuatecer au poder, mientras la 
menesterosa autoridad de Lima, necesitaba de ese dinero para 
vivir, oomo loa pulmonoa necesitan dol airo para reapirar. SI J 
íntelijente ministro ferreyroa tocaba cuantos recursos le suje» ^ 
ria sa larga priíctica; pero sus esfuerzos se estrellaban en la 
resistencia del pueblo i en el peligro de violentarlo. Santa- 
Cruz, por el contrario, qne dominaba aun !a mayor ¡¡arte dal 
Perú i a Bolivia, no tropezaba en su acción con ninguno de los 
inconvenientes qne esterilizábanlos esfuerzos de su enemigo, 
lo qne añadido a su talento administrativo, al orden i método 
quo de tiempo atrás liabia introducido en la recaudación de lasa 
üuanzaE, hacían que su causa tuviese el doble poder, de la fuer*S 
za multar i del dinero. En cambio, Gamarra, qne apenas te- 
nia lo suficiente para los gastos mas indispensables, hubo do 
redncir en un .ÓO5Ó el sueldo de loa empleados, civiles i ile 
finanzas, eacluyeudo solo al ejército, que soportaba sobre bus 
robustos hombros, el peso de esa situación i de sus peligros. 

TjR circunspección Í economía que estas medidas indican, aon 
dignas del mayor elojio, lo mismo que sus intdijeutes trabajos 
por devolver la rida al cadáoer, como llamaba íamiliarnientc 
al Perú, No puede decirse otro tanto del decreto impolítico e 
injusto, con que quiso castigar !a adhesión de! comercio de Li- 
ma hacia el jeatral Santa-Cruz. Dice así: 

«Art. 1." Todos los comerciantoa estranjeros qne espenden 
por menor sus mercaderías, cerraiilu sus establecimientos düü->j 
tro del perentorio e improrogable término de ocho diiis. | 

«Art, 2." Los que no lo verilicaaen, quedarán de lieclio su- 
jetos a sufrir, en proporción, ^todos los gmvámcnes (lue se im- 
pusieren a los natnralcs. 



tkUÍÁSk DB]Í ftíci BK 1888 117 

«3.^ ^ prohibe en los almacenes la venta de meTcaderíaa 
por menor] los individuos que aun continuasen verificándolo, 
sufrirán la pena a que haya lugar. 

«Art. 4.® Corresponde al tribunal del consulado vijilar sor 
bre el puntual cumplimiento de este decreto, i promover ante 
el gobierno las mejoras i arreglos que demande el actual esta« 
do del comercio, 

«Dado en el palacio del supremo gobierno en Lima, a 30 de 
agosto de 1838.D— '^^í^;^ Gamarra. 

El diario oficial de Chile guardó sobre este decreto el mas 
profundo silencio, i el gobierno pidió a Búlnes que obtuviese 
su revocación, la que se consiguió sin dificultad (1). 

Heñios enumerado a la lijera, los principales obstáculos que 
limitaban la acción de Gamarra i los medios de que se va^ 
lía para dominarlos. Estudiando, imparciaJmente, el cuadro 
jeneral de su administración, no puede menos de reconocer- 
se, en la nueva autoridad, un conocimiento cabal de su si* 
tuacion i un deseo eficaz e intelijente de dominarla. (2) Tal fué, 

(1) «Lo que tiene V. S. que hacer en el particular, según el concepto 
del Presidente, es intervenir amigablemente porque todas las providen- 
cias de la administración peruana relativas a los estranjeros, sean tan 
suaves i conciliadoras como lo permita la seguridad pública. Una conduc- 
ta diferente, produciría muchos mas embarazos que ventajas, porque 
complicaría de un modo muí desagradable nuestra situación, exasperando 
las prevenciones de los estranjeros i suscitaodo controversias delicadas 
con sus respectivos ministros i cónsules. 

«En cuanto al decreto que prohibe a los estranjeros el comercio del 
menudeo, lo ha leido con el mayor sentimiento en los períódicos peruanos, 
porque le ha parecido la medida mas altamente impolítica. V. S. se em- 
peñará cuanto pueda en que el gobierno peruano la revoque.D — ííota de 
don Eamon Cavareda, Santiago, octubre 17 de 1838. 

(2) La carta que publicarnos a continuación revela, mejor que nada, la 

situación del ejército chileno en Lima, en los dias inmediatos a su triun- 
fo i las dificultades que embarazaban su acción. 

Se!?or don Fkancisco Búlnes 

Limaj setiembre 6 de 1838 

Querido hermano: 

Habiéndote hecho en mi anteríor una relación circunstanciada de lo 
ocurrido en la campaña, hasta la batalla que tuvo lugar el 21 del p asado 
réstame decirte que nuestras openicioues están reducidas al sitio del Ca 



118 



(¡kUrÁSk DGL FKfil} m ] 



aajrra en lo^^H 
i BU retirada ^ 



boaquejado a grandes rasgos, el gobierno de Gamarra e 
46 días que mediaron entre su elevación al poder i bu retirada 
r1¡ norte. BestanoB dar a conocer, el resultado de las comisio- 
nes militares enviadas en diatintas direcciones. 



U&o, donde se refujiá Orbegoso: a olgunaa oc^mpaaí&B que he mandado ^ ■! 
^i^ujiUo, loa i otros puntüs, a £a da asegurafine de laa provincias del noE* ' 
te. La vanguardia de Santa-Cruz, compueati. de i batallunes i qu cuerpo 
(lo caballería, est& situada en Jauja, 50 leguaa distante du esta capital, 
^0 Jiabria marchado sobre ella, si no fuese preciso asegurar mi i-etaguar- 
dia, desalojando a los enemigos del Callao, cuyo sitio estrecho con rigo. 
rosidad, 

Ten^ las mu fundadas eaperanias de tomar, en algunos días maa, di, 
cha plaxa, j% poi; el hambre, que muí luego empetai¿ a sentirse o por e; 
desuontento de su guarmcion, da que eatoi al cabo, por los oSoialea, iiug 
casi diariamente desertan Ise me presentan, aprovechando paia ello U 
oportunidad primera. 

Para salir de este embarazo, que en las circunstanaias nos retardan loa 
operaciones, he tentado algunos medios de conciliación con Orbegoso, qu« 
no han tenido efecto por su inaudita incapacidad. No me aecta diñícil 
fomar la plaza por asalto, pero costaría la p^rdida'de 50 o 100 yalientea, 
que no me son indiferentes i que no podría reemplazar, a la distancia tju^l 
nos separa de nuestros bravos cempa. triólos, 

Kstopúsreduoido, de antemano, ala mas completa miseria ientrsgado'l 
en el dia a 5 Presidentes que, con escepcion de Gamarra, son otros tautoft I 
saqueadores, me presenta mil dificultades para continuar mi campaDa, 1 
i aun para atender al ejército en sus diarias i urjentes necasidades. Mil i 
embarazos se aumentan, en proporción de la absoluta carencia de brazot ,J 
ausiliarea, porque no tengo ni aun un secretario que me alivie de las pa- 
nosas tareas de la diplomacia con los ajeutes estranjeroa, residentee bbJ 
^sta: de la política oon oí gobierno establecido i de la dirección del ej& 
cito que se me ha confiado. Ello es que todo debo hacerlo i lo hago a 
ta de mil fatigas i asiduo trabajo, que sí oootíoiia por mucho tiempo, ta^ 
mo redunde en perjuicio de mi salud 

Los celos de esto país i sus aparentes temores, hijos de la '. 
ta (le ilustración, hace a sus habitantes mirai'nos tiomo enemigos. Sienta 
pte alimentando celos infundados, hacen esfuerzos para persuadí 
que Chile quiere engalanarse con la ¡conquista de su territorio, que a 
duda en otro tiempo seria rica joya. 

Tal vez abusan de la moderación, que me es caroctorístíca, i 
ha trasmitido al ejercito todo. Me autoriza a creerlo así, la hiatoiia d 
esta llamada Repiil>1iaa, que no ha conocido otros gobiernos que loa d 
becfio i que por sus inmundos manejos la han reducido ala mas espimfl 
tosa miseria. ,Es tal el estado de la oapital, quo con dificultad ¡podré ' 
ner de ella un peso para socon'er i valer al ejército. No son mas ath 



ÓAM^iirA ÜKL Plmi} 1ÜK 1838 119 

La barca SantOrCruz i el bergantin Principe Bateani, que 
condacian al jeueral La-Faente i a su columua, surjieron en 
Trnjillo con los 56 Cazadores i las 2 compañías del Carampan- 
gne sacadas de Lima. Ocupada la provincia de la Libertad, 
La-Fuente se dirijió a sus habitantes esplicándoles el objeto 
de su venida, en una proclama, que por su moderación esta- 
ba arreglada al tono del gobierno de Lima. cLa comisión que 
traigo, les decia, es de paz i de conciliación. Vengo a procla- 
mar la unión entre todos los peruanos de todos los partidos i 
de todos los colores, por que esta es la base de la política del 
gobierno que me envía; vengo a calmar los temores i recelos 
que a fuerza de falsedades i calumnias, han procurado espar- 
cir los ajentes de la usurpación; vengo a impedir que seáis víc« 
timas de los caprichos i odios personales de una facción in- 
comprensible; vengo a anunciaros que ja queda restablecido 
el réjimen constitucional, que tenéis garantías i sois hombres 
libres, i vengo por fin, a afianzar nuestra amistad, que con im« 
posturas groseras i torpes maniobras, nos la querían arrebatar 
nuestros tercos enemigos:^ (1). 

La ocupación de Trnjillo se efectuó sin ningún esfuerzo dé 
su parte, pues las autoridades de Orbegoso no habían conse-^ 
guido poner al pueblo en actitud de resistirle. Ya conocemod 
cuan estériles fueron los trabajos de Nieto i sabemos también^ 
que el termino de su corta campaña, fué embarcarse para Gua^ 
yaquil, después que su propia guardia se sublevó contra él. 



güeñas que estas mis esperanzas para el resto de mi oampafia, conside- 
rando que las provincias donde debo continuarla, han estado entregadas 
al pillaje de los sátrapas subalternos: al desorden de la guerra civil, etc* 
Ouajido te he indicado en globo mis ocupaciones no debes estrafiar no te 
escriba de mi letra, sin embargo de que mi salud se conserva sin la me- 
nor alteración. Ojalá pueda yo saber, que tú gozas de igual beneficio eu 
la persuadon de que sol tu mas amante hermano. 

Manuel Búlnes* 

Mil re<iTierdos áfectuosois a Letelier i Arteága. 

En esta carta se han hecho algunas alteraciones, poro 8ijd&pienlénte át 
forma, para quitarle juicios de nn carácter personal i sQoroto, que por 
lo demás no interesan a It historia. 

(1) fwlm% 4q l4i^-Fttwt9i'^TrujiUo 8dQ aetimbr^dQ 1638. 



120 CAlíPAyA DEL PERT? KX 1838 

Desde ese momfínto. el Norte del Peni se encontró sin roas 
autoridad constitnida que la que organizaba el jeneral La- 
faente. Sus hombres mas conspicuos, como el jenera 1 Yidal 
í Mejía, se adhirieron a la causa de la Restauración i pro- 
movieron un cambio político en las provincias del Xorte. Caja- 
tambo se pronunció, en el mes de setiembre, contra el jeneral Or- 
begoso, manifestando suinvencib le horror por'la Confederación. 

^Mas o menos en el mismo tiempo, el departamento de Huay- 
las se adhirió a la causa del ejército chileno. El coronel don 
Juan Bautista Mejía faé designado, por el pueblo de Huaraz, 
para trasmitir a Orbegoso su deseo, de que renunciase en Gra- 
marra, el poder ilusorio que conservaba en el Callao (1). Orbe- 
goso le contestó, con la mavor dureza, que se negaba a recibir- 
lo, porque el jefe de una plaza puede recusar como plenipoten- 
ciario al que haya desertado su causa. A consecuencia de este 
rechazo, la ciudad de Huaraz, tomando una actitud mas arro- 
gante i decidida, declaró que se desligaba para siempre de sus 
cíímpromisos con Orbegoso. 

Igual cosa habia sucedido en Piura i en Amazonas, que 
como las provincias citadas, se separaron con estrépito de la 
Confederación. 

El jeneral Lafuente, dueño del departamento de la Li- 
bertad i de las provincias limítrofes, puso todo su conato en 
organizar dos batallones de infantería que llevarían, uno el 
hombre de Huaylas i el otro el de Cazadores del Perú. La base 
de organización de esas fuerzas, fueron las tropas chilenas que 
lo acompañaban. 

(1) Prefecto cominonado por el departamento de Huailas. — Lima, 
octubre 2 de 1838. — ^E^cmo Señor Gran Mariscal don Luis Jostí Orbego- 
Bo. — Exelentigimo Señor. — El departamento de Huailas, que di6 el pri- 
mer grito de libertad e independencia, para sacudir el yugo del opresor 
attranjaro, i que puso en manee de Y. £. la noble empresa de salvar al 
Perú de la esclavitud, quiere ahora remunerar sus servicios, dándole 
ocasión de ostentar una sublime virtud. — Quiere manifestar al mundo 
que y. E. se ha consagrado esclusivamente a la patria, i que igualmente 
complacido i subordinado obedece sus preceptos, ya lo obligue a mandar 
o ya se lo prohibo. 

A mi me ha cabido la alta i distinguida honra, de ser el espresamente 
nombrado cerca de Y. E. para poner en sus respetables manos, como ¡o 
hago, los adjuntos impresos i la nota orijinal, cuya contestación aguarda 
oon impaciencia aquel benemérito pueblo, para colocar a Y. E. en el distin 
goido fugar que le ha preparado en el templo de la f ama,-^DioB guardo 
% y, E, fizetoatíÁmo Sefior.^-Juon Bautista Mejia.:» 



ÓAilPA^A DEL PERÚ BN 1838 121 

Los heclios que vamos a narrar^ relativos a la misión de 
Lafuente en Trujillo, tuvieron lugar eu los primeros dias de 
octubre de 1838 i son por consiguiente posteriores a la batalla 
de Matucana. Sin embargo^ a riesgo de perturbar la unidad 
Iii8t6rica de esta relación i en el interés de su mayor claridad, 
preferimos darla a conocer, antes que ese célebre hecho de 
annas. 

Hemos dejado al jeneral Lafuente en Trujillo, adonde habia 
llegado sin disparar un tiro. Los pronunciamientos sucesivos 
de las ciudades i de las tropas^ habian aniquilado, por sí solo, 
al ejército contrario i dejado a Lafuente de dueño absoluto del 
territorio, que Nieto no habia sabido o no habia podido defen- 
der. Los favorables acontecimientos que precedieron su en- 
trada a Trujillo, allanaron un camino que no carecia de tropie- 
zos ni de peligros. Desde allí envió Lafuente algunas comi- 
siones militares a recorrer la provincia, con el objeto de sacar 
recursos i de estender la autoridad del jeneral Gamarra. £1 
teniente coronel don José Félix Iguain, fué enviado a Paita 
con esa doble comisión, que fué el pretesto de la serie de acon- 
tecimientos, que pasamos a referir. 

Al mismo tiempo que se preparaba la partida de Iguain, 
Burjió en Paita el buque que conduela al jeneral Nieto, bur- 
lando la promesa, que habia hecho a Lafuente, de embarcarse 
para Guayaquil (1). Su presencia i el influjo de sus amigos, 
consiguieron producir un cambio favorable a su causa, que se 
manifestó por medio de actas, en que se espresaba la resolución 
de permanecer neutral en la contienda de Chile i de Santa-Cruz, 
Hallábase el pueblo en estas disposiciones, cuando se presentó^ 
en mis alrededores, el comandante Isg^ain, delegado de La« 
fuente (2). 

£1 coronel Eazuri, que representaba en ese momento la 
autoridad del pueblo, le manifestó la det.erminacion recién-^ 
temente tomada, por estar sus vecinos cansados, dice la 
nota, de sacrificios infructuosos i de promesas que jamas se 



(1^ La Fuente a Gamarra. — Tmjillo, setiembre 10 de 1838.--€Áoaba 
de ÚegiX don José Félix Castro, trayendome las protestas del jeneral 
Mleto, de que ya renuncia a sus proyectos i se retira a Santa a buscar 
un boque que lo lleve a G-uayaquil porque asi lo exije su honor. De con-* 
ilgnient^ el orden queda deñniti vamente estableoido.^ 

(2) 7 de setiembre de 1888. 

17 



122 OAMPAffA DEL PERÚ EN 1838 

cumplen. El pueblo estaba armado, deseoso de defender con 
su sangre lo que llamaba en su jerga política, su soberanía e 
independencia natural. Igoain, cuyas faerzas eran escasas 
comparadas con las de Bazuri, se contentó, aquel día, con pro- 
testar de esa determinación i enviar entretanto apresurado 
aviso a Laíuente, del inesperado rumbo que tomaban las cosas 
en Paita. Lafuente temió que esa evolución, fuese el primer 
paso hacia la hostilidad declarada i se embarcó para Sechura 
con la infantería, mientras la caballería segoia, por tierra, la 
misma dirección. 

La ciudad de Payta está a corta distancia de Piura i de Ca- 
tacaos. Estos pueblos, de escasa importacia, están situados so- 
bre el rio de Piura, que pone xm límite de vejetacion al desier- 
to arenoso de Sechura, i que forma, por el costado del mar, una 
vasta ensenada, llamada bahía de Sechura, en cuyas inmedia- 
ciones está situado el puerto de este nombre. Allí se reunie- 
ron las faerzas de. La-Fuente, aguardando el resultado de la 
misión de un parlamentario que «e habia enviado a Paita. Su 
presencia, produjo una viva irritación en el populacho amotina- 
do, que estuvo a punto de asesinar al emisario de paz. 

Entretanto, el teniente coronel Iguain habia efectuado bu 
reunión con el jeneral La-Fuente, el que informado del resul- 
tado de la misión de su parlamentario, se adelantó a Oatacaoa 
para imponer con su presencia al pueblo de Piura; pero Cata- 
caos habia sido ocupado por el coronel Eazuri, como dele- 
gado de Nieto, con 230 infantes i 250 cívicos de caballería. 
Aunque estas faerzas eran mas numerosas qae las contrarias, 
86 componían en su mayor parte de negros reclutas, sin la 
menor instrucción militar. La-Fuente^ apesar de estar seguro 
de la victoria, se esforzó por evitar el derramamiento de san-* 
gre, ofreciendo a Bazuri el mando de la provincia en cambio 
de su reconocimiento del gobierno de Lima. Aquel día se con- 
sideró zanjada la cuestión por la aceptación de Bazuri. Sin 
embargo, al siguiente día se deshizo todo lo acordado en el an- 
terior i los dos campos se prepararon para venir a las manos. 
En esos momentos se presentó en la avanzada el Coronel Ba- 
zuri con bandera de parlamentario; 
La-Fuente le renovó sus protestas de pass i Bazuri que tenia 

wat ooBOQUoieuto WiImI de fm fumas i del euemigo^ accedió 



OÁitrAlTi &BL trnt ws 1888 129 

Inievunento a ellas^ oomprometíendose a obtener la adhesión 
de itm soldados. <A las cnatro de la tarde dice La-Faente con<^ 
YÍnimos en que Haznri, puesto otra vez a la cabeza de sus in-t 
subordinadas tropas, tomase sn campamento inmediato al mió, 
í que la municipalidad i una comisión de personas notables, 
pasase a mi campamento a arreglar definitivamente nuestras 
diferencias» (1). Pero las diarias negociaciones i las idas i 
venidas de Bazuri al cuartel jeneral del enemigO| babian dea^ 
pertado sospechas en su campo, i debilitado su prestíjio entre 
los suyos, que no querían oir hablar de paz ni de convenio 
amistoso. 

XTn oficial boliviano llamado ürbina, trabajaba entre tanto 
el espíritu de la tropa durante la ausencia de Bazuri, robuste- 
ciendo sus temores i sospechas, de tal modo que, cuando Bazuri 
86 les presentó nuevamente solicitando su adhesión al convenio 
de paz pactado con La-Fuente, la tropa indisciplinada pro- 
rrumpió en esclamaciones amenazándole de muerte. Urbina 
era el alma que comunicaba la indignación a esos soldados 
ignorantes, que no tuvieron mas tarde la escusa de una porfía- 
da defensa. El coronel Bazuri, que estuvo a punto de ser víc- 
tima de sus soldados, se refujió en el cuartel jeneral de La- 
Fuente solicitando que se le considerase como prisionero. 

Esta conducta que manifestaba la resolución de resistir por 
las armas, obligó a La-Fuente a avanzar con sus fuerzas sobre 
el pueblo de Piura. Ni el número, ni el apoyo efectivo que les 
prestó el populacho, bastó para dar enerjía á la resistencia 
de esa columna, que se habia manife^do tan enérjica un mo- 
mento antes, con su jefe indefenso. Después de un combate de 
cortos instantes, la tropa peruana se puso en fuga, dejando 
según dice el parte oficial, 30 muertos i 70 prisioneros i huyen- 
ndo los demás en el mayor desorden. 

Este episodio de la campaña de. la B^stauracion, si bien insig- 
nificante como suceso militar, trajo por consecuencia la pacifi- 
cación del norte del Perú. Desde ese dia, ocupó La-Fuente sin 
oposición la provincia de la Libertad i pudo obtener de ella 
algunos recursos de guerra que sirvieron al ejército chileno en 
el curso de la campaña. La ocupación del norte, preparó al 



(1) La- Fuente al Gobierno. — Piura, 5 de octubre de 1838. 



124 (Ulf?AlTi 2>BL PáBtf tSi 1838 

Ejército Bestanrador tm oampo de acción^ que está llamado. a 
desempefiar un papel importante en el cor^o de^esta^ historia* 
En él recuperó el soldado su salud perdida en Lima i el ejér« 
cito encontró la victoria en sus gargantas de granito. 

Forzoso será volver la vista a Lima i concentrar nuestra 
atención en las dos grandes entidades militares^ que debiaa 
decidir la contienda. Para terminar esta ojeada rápida so* 
bre el gobierno de Gtimarra^ deberíamos referir los episodios 
pintorescos que ilustraron la permanencia de Salas en la pró*- 
vincia de lea. Sin embargo^ creemos consultar mejor la clari« 
dad de esta relación, dando a conocer ántes'^ese acto de herois- 
mO) que se llamó la batalla de Matucana/ donde el batallón 
Santiago recibió un glorioso bautismo de fuego i que tiene uu 
doble significado moral, por ser el primer encuentro en que 
se midieron soldados i jefes chilenos, con tropas i jenerales bo-^ 
livianos. 



•«i 



CAPÍTULO VI 



E»talU de HatBcana 



£1 j^Beral doB Manuel Búlnes permanecía en lama, zaiéntrae 
tenían lugar los sucesos que hemos visto desarrollarse en el 
norte. Las atenciones que cercaban su espíritu, eran mas gra^ 
ves que las que atormentaban el ánimo inquieta del j^eral Gat 
marrai pues, a los deberes de su puesto militar, se babian afia« 
dido complicadas atenciones políticas e internacionales. Be* 
dentemente se había suscitado una discusión enojosa^ con Los 
ministros diplomáticos estranjeros i especialmente con el de 
Inglaterra i eljeneral chileno bastante apremiado con las obli- 
gaciones de su penoso puesto, teniq^ que hac^ a la vez de jene* 
ral, de diplomático i de propio secretario. Abromado con el 
peso de este incesante trabigo, había solicitado del gobierno de 
Chile, el envío de una persona competente en la diplomacia i 
de otra que, por sus estudios, estuviese en situación de desem* 
penar la secretaría jeneral del ejército. Al efecto 1q fueron en- 
viados para el primer cargo el ministro de justicia don Mariano 
Egafia i para el segundo don Miguel de la Barra. 

Llegado a Lima don Mariano Egaüa en un momento, en que 
laa discusiones diplomáticas hubiesen sido estemporáncas i en 
que era preciso hablar el lengu^ge de la guerra, que no el de 
la paz, su misión no tuvo resultado positivo. Cúpole, sin em- 
bargo, encontrarse en Huacho cuando el coronel Wilson^a 



nombre de SantA-Craz hizo pnposicioces de paz al jeau 
BliliiM. £gatSa t«aia el carácter de Mloistro Piempotenciaiiol 
da Chile cerca del Gobierao del Peni, ei decir, de mtennedi»*^ 
TÍO entre el Ejército Reataoiador i Qamarra, titula qne Índica 
Boficientemente la rerdadeis sitaacíoa del ejército chileDO en 
lima. 

Desde los primeroi momentoa de su permanencia en Lima, 
el jeneral Búinea tuvo qne atender a las partidas de guerrilla» 
del enemigo, qne asolaban los campos inmediatos a la capital 
i se apoderaban de los animales, viverea i recorsos, de cual- 
quiera especie, que pndiesen seivir al ejercito Restaurador. De 
esa manera, Lima se encontraba aislada del resto del Perrt, 
siéndole preciso, para comunicarse con las provincias, enviar 
comisiones militarcB, que no podian desprenderse sin peligro 
del nAcleo del ejército. Gamarra fomentó a sn vez la creación 
de montoneras que debian ejercer, con el enemigo, el mismo 
jéoero (le hoatilidades i activó la creación de fuerzas peruanas. 
El coronel Frisancho organizó con los fojitivos de Gnias, uu 
batallón qne llevó el nombre de Cazadores del Pera i el coro- 
nel don Juan Crisóatomo Torneo otro, que se llamó Lejion Pe- 
roana, en memoria del glorioso cuerpo en que habia hecho suB 
primeras armas, en 1822, en defensa de la independencia del 
Peni. Estos batallones, tanto por su composición como por 
BU esoaso número, pues constaba cada uno de ellos, de 21)0 hom 
bres mas o menos, eran incapaces de corresponder a las neoaj 
sidades i peligros del momento. En la época a que noa refer 
moB (principios de setiembre de 1838) Frisancho habia reunidí 
eacftsamente dos compañías i el coronel Torneo otras dos. 

Las guerrilla* continuaban su obra desvastadora i sus co-fB 
rreríaa se h&cian cada dia mas temibles por el apoyo que le» 
prestaba el ejército boliviano. Tenia éste su cuartel jeneral en 
Tarraa, adonde refluían los batallones que habia sacado Santa 
Cniz desde el corazón do Bolivia. 

Sabíase adornas cu Lima, que las fuerzas bolivianas operabad 
su fioncentracion en la Sierra i se temia que el jeneral Santa 
Oniz ae resolviese a caer de sorpresa sobre la capital, lo qud 
habría pnesto en serios conflictos al ejército chileno, i 
por un populacho hostil, por la plaza del Callao i por el ejéi 
cito asaltante. 



oahpaRa brl prrú hn 1838 127 

Para coi^jorar este peligro se ordenó la salida de Lima, lia* 
cía San Pedro Mama, de una columna compuesta de una com* 
pafiía de Cazadores del Colchagua, de 12 soldados de caballei- 
ría i de la compañía de infantería que habia organizado en 
iiima el coronel Frisancho. El principal objeto de esta pequeña 
espedicion, era impedir la reunión de motoneras que se b^'Cia 
en San Pedro Mama, bajo la dirección del marisoal don Ghü- 
Uermo Miller, i estacionarse en el camino de Tarma, para 
evitar que las divisiones bolivianas cayesen de sorpresa sobre 
la capital. Iba al mando de La columna el coronel Torneo i lo 
acompañaban los coroneles Frisancho i Plasencia, encargado 
éste^ de dirijir sus marchas. Ocupado San Pedro Mama, lugar 
situado en el cauíiino de la Sierra, los coroneles Térrico i Pla- 
sencia, volvieron de nuevo a la capital, dejando en San Pedro 
Mama al coronel Frisancho, con la compañía peruana. 

A su regreso, se supo en Lima que las fuerzas de Tarma 
intentaban dar un asalto sobre la capital i tanto con el objeto 
de cerdorarse de la verdad de este rumor, como de entorpecer 
su marcha, en caso que se confirmara (1), se puso en camino 
para Matucana, una columna de 212 hombres del Santiago, 
con BU comandante don José María de Sessé, i una compañía 
peruana, mandada por el coronel Torneo. 

Agregóse ademas a la división, el coronel Plasencia, encara 
gado, como en la espedicíon anterior, de arreglar el servicio i 
las marchas* 

Era este últíAo, un hábil militar español al servicio del Pé^ 
rú, que unia la intelijenoia a una gran instrucción militar* Su 
conocimiento del territorio, de los recursos i de los hombres 
del Perú, fueron de la mayor utilidad en el curso de la cam- 
paña. 

Táctico hábil, de un talento militar superior, su presencia en 
el ejército fué mas que útil, indispensable, como lo ha sido pa- 
ra la posteridad el Diario Militar dé la campaña, escrito por 



(1) cOon el objeto de^cerciorarme dé losmovimidnios del enemigo sitúa- 
do en Jauja i de inutilizarle algunos puentes i caminos, para que si inten- 
tóse yenir a la capital; como se deoia, invirtiesen algunos dias en su oom- 
Dostura, ae disphiso que el comandante del Santiago don José Sessé, con 
800 hombres, i el coronel Torneo con 60, fuesen a sitoatBe a Matucana 
distante i8 leguas do Lima9,--«0floio de 3tUnes al gobi^Oi^Iimft 18 



130 CAMPA5rA DEL tek6 rn 1838 

La subsistencia del ejército, en esos lugares, era una de las 
mayores dificultades que se oponian a su marcha, pues las 
fuerzas bolivianas liabian ahuyentado de su camino, las po- 
blaciones i sus gaiíados. 

De San Pedro Mama la columna avanzó a Surco donde 
llegó dos dias después. El enemigo entorpecia su marcha con 
la carencia de víveres i con la destrucción de los caminos, lo 
que hacia doblemente difícil el avance de la división (1). 

Por fin el 17 de setiembre, llegó la columna espedicionaria a 
Matucana, aldea situada en medio de la Sierra, es decir, de la 
rejion comprendida, entre las dos grandes cadenas de montañas 
que cortan a lo largo el territorio del Perú. La aldea de Ma- 
tucana, capital hoi de la provincia de Huarochiri era, a la sa- 
zón, un pobre villorrio, perdido entre las altas montañas de 
esa rejion. El valle, que le sirve de asiento, está cortado, a lo 



to aun. Las voces que corren, son de que el núm.'4^ ha bajado a Matucana; 
otros añaden que todas las fuerzas se mueven por las quebradas en direc- 
ción a Lima i otros que solo ha recibido Miller de 200 a 300 infantes i una 
mitad de caballería. Todas estas noticias carecen de dfitos positivos i es 
menester estar solamente a lo que uno vea, haciendo los movimientos 
con la mayor circunspección. 

Con seis montoneros, con los caballos cansados, he hecho esta mañana 
la descubierta, i siento en el alma el no poder i-econocer con prolijidad 
los puntos de vanguardia. La tropa come carne fresca, camotes o cho- 
clos i está a la sombra: de noche tomamos una fuerte posición que cubre 
nuestra linea de comunicación, asi es que puede Ud. descuidar que no se 
empleará en movimientos inútiles i que en todo evento, nos retiraremos 
de la Quebrada, inutilizando puentes i caminos i poniendo a los enemigos 
si intentan descender por ella, en la alternativa de retrogradarle invertir 
muchos dias en su recomposición. 

Deseo mi jeneral que Ud. se conserve bueno i que disponga de este 
su affmo. S. Servidor. — Q. B. S. M. — A. Placencia. 

(1) Señor Jeneral en Jefe don Manuel ^Búlnes. — Surco setiembre 16 
de 1838. — Mi apreciado Jeneral. 

Anteayer tuvimos noticias ciertas de Matucana i nos pusimos en mar- 
cha para Cocachacra a donde llegamos sin haber ocurrido novedad. Es- 
ta mañana continuamos la ruta i a la legua i media de este punto, nos 
encontramos con el camino cortado. Averiguada después esta ocurrencia 
hemos sabido que los montoneros de Jiménez lo inutiUzaron i que des- 
pués obligaron a los habitantes de este pueblo a que se retirasen ocultan- 
do sus ganados i víveres. Mañana estaremos en Matucana i según veo, me 
parece que no podremos permanecer allí mas de dos dias por falta de 
subsistencia. — vEdiller según se nos acaba de anunciar, está en San Mateo, 
sin fuerzas bolivianas ni peruanas, quedando f alsiñcadas todas las espe- 
cies que han propagado sobre la bajada del núm. 4 de Bolivia etc. etc. 

La tropa come regularmente i sd cuida cuanto es posible. Deseo que 
Ud. lo pase bien i disponga de su Atento i S. S.-*>Q. B. S. M.— A Pla- 
P«ncift. 



ca^cfa^Ta diql nxfi n IS38 131 

krgo, por el camino d? San Mateo, qtie condece a lima i qw 
drride al pueblo en dos pirtes casi iguale?. El Rimac, que 
baja de los cerro?, precipita sus cenag:»,'»^:!? asneas por uno de 
ros costadí^s i antes de arrojarse al m^r, besa las plantas de 
la crndad de Lima. XJn pnente de ma::íer>i, colocado sobre el 
lio, ime al pueblo con nnas altnras escarpadas situadas a la 
izqmerda. que per sn colocación, rio de'por medio, sirvieron de 
punto de retirada al enemigo. 

In esa aldea linmilde, de pobre i modesta apariencia, adorm- 
itada por la naturaleza, mas qne por la mano del hombre alo- 
jaba el 17 de setiembre la colxmma chilena. 

Xntre tanto, llegaban a Matncana las noticas mas alarmáis 
tes: decfáse qne el batallón nñm. 4.* de Boliria, conducido por 
Otero, venia en ausilio de las guerrillas de Miller; ponderá- 
banse, con toda apariencia de razón, las fuerzas de que Mi- 
ller disponia, pues parecia incompatible con la dignidad de 
^ran mariscal del Perú, el tener solo a sus órdenes, partidas 
^e montoneros, sin ninguna fuerza organizaba. Ya sabemos 
qne lo único que habia de efectivo en estos abultados rumores, 
era que Otero venia en protección de Miller con 4 compañías 
escojidas, i que Miller se había situado en Carampona con las 
guerrillas i una compañía del núm. 4.^ de Solivia; pero esas 
noticias no podían menos de llevar la alarma a les jefes de la 
división. 

En la mañana del siguiente dia, se notaba en las filas la 
alegría patriótica que, en esa fecha memorable, (18 de setiem- 
bre) irradia del corazón de todo buen chileno. I.a columna 
espedicionaria, que sufría los desabrimientos de una marcha 
pesada i fatigosa, en defensa de la dignidad de Chile, tenia 
doble motivo para festejar ese dia de tantos recuentos. 

Los apacibles habitantes de la aldea, retraidos del ejército, 
observaban esas manifestaciones de júbilo sin tomar parte en 
ellas, porque allí como en todo el resto del Pera, el Ejército 
Kestaurador no encontró sino desconfianza i hostilidad. Habia 
cu medio del pueblo, una pobre iglesia, que presentaba su fren- 
te a un sitio eriazo que llamaremos la Plaza de la ciudad, la 
que a su vez tocaba por un costado, con el camino público de 
San Mateo, que se estiende paralelamente al cauce del Rimac. 

En la opuesta ribera, hai algunos montes de elevación va- 



139 OÁMPAitA DttL FfiRt5 BK 1838 

iriada, unidos al pueblo por un puente llamado de Chaoaguaiai 
de que' ya lucimos mención. El comandante Sessé, habia orde- 
nado que se dijese una misa de gracias en celebración de aquel 
dia i la división, que debia solemizarla, cargó sus armas con 
pólvora^ para hacer las salvas de costumbre. Estas medidas^ 
que parecerán obra del descuido i de la imprevisión, fueron 
tomadas por Sessé en vista de las noticias tranquilizadoras re- 
cojidas la noche anterior por los espías, que aseguraban qne 
Otero no se habia movido de Tarma i que Miller habia mar- 
chado hacia Oarampona con todas las fuerzas disponibles, lo 
que por el momento ponia a la columna, al abrigo de todo pe- 
ligro. Esto no impidió que se tomasen las precauciones habi- 
tuales de la guerra i gracias a ellas, se evitó la división una 
derrota segur.a. 

Las compañías del batallón Santiago, que asistian a la misa 
con un recojimiento digno de su fe i de su patriotismo, eran 
como todo el batallón, de formación reciente. Habíanse llenado 
sus ñlas, con los hijos de la entonces entusiasta Santiago i 
completádose en Valparaiso, cuando el batallón estaba a bordo 
del buque qtie lo conducia al Perú. Su comandante era un jo- 
ven recien llegado al ejército, que poseia una cultura superior 
a la de sus compañeros de profesión. Educado en España, a 
donde habia hecho sus primeras armas, enrolándose, como ofi- 
cial, en el cuerpo nobiliario de los. Guardias de Corps que es- 
coltaban a Fernando VII, habia aceptado, mas por entusiasmo 
i decisión, que por verdaderas inclinaciones militares, el puesto 
que le ofreciera en el Ejército Restaurador su tio, el Presiden- 
te Prieto. 

Desde la llegada de la columna a Matucana, el coronel Pla- 
cencia habia entablado negociaciones con el jefe de las monto- 
neras en aquel lugar, llamado Jiménez i obtenido de él una 
promesa por escrito, de que no hostilizaría al Ejército Restau- 
rador. Descansaba la columna en estas seguridades sin saber 
que su enemigo espiaba, desde su asilo de Chicla, el momento 
oportuno de caer sobre ella. Los espías, que mantenía en el 
campamento chileno, le habían hecho concebir la esperanza ¿e 
apoderarse de ella por sorpresa. 

Las fuerzas bolivianas mandadas por el jeneral Otero, 
por el coronel Quiroz i por el comandante San Jinés, se 



OAWAffA 2>1L Pl&tf 8K 1838 13$ 

MmpcmiáA de cuatro compañías de cazadores^ pertenecmtes i^ 
]D8 batallones Pichincha^ Arequipa, 3.^ i 4.^ de Solivia, cuyo 
is^úmero ascendía a 480 hombres. Una gruesa partida de guer- 
rillas, de que también formaban parte las montoneras de Ji* 
meties, protejian sus operaciones. Las fuerzas contrarias se 
componían de 212 hombres del batallón Santiago i de 60 pe- 
ruanos. 

£ran las doce del día i la tropa restauradora asistía a la 
función relijiosa, en la estrecha capilla de la aldea, cuando se 
sintieron los disparos de los centinelas colocados en la avan-t 
sada. 

Al mismo tien^po que los soldados salían precipitadamente 
de la iglesia para descargar sus armas, el ^coronel Torrioo 
naarchó en protección de la avanzada, con los 60 hombres de 
la Lejipn peruana. 

IgiStas fuerzas reducidas, fueron envueltas por el enemigo 
i luego empujadas, en la mayor confusión, hasta las fila^ del 
bata4«iiSaAtipgo (1). 

Esjiai^etirada precipitada, estuvo a punto de comprometer el 
éxito de la batalla. El desaliento, que se comunica en la guerra 
como el entusiasmo, pudo ganar fácilmente el espíritu de 1^ 
división. 

Los soldados bolivianos atacaron con ímpetu el frente de la 
columna chilena i no pudiendo dominar la enerjía de sus ppo« 
nentes, se repartieron por los costados, con ánimo de eñvol- 
verlos; pero el comandante Sesé empleando la misma táctica 
dividió también sus tropas: la compañía de granaderos, man- 
dada por él mismo, atacó las fuerzas del enemigo, que venían 
por la derecha: dos compañías recibieron orden de despejar el 
callejón medianero, del pueblo, que había sido ocupado por los 
contrarios i la compañía de cazadores mandada por el coronel 
Placencía atacó la fuerza boliviana que venía por la izquierda. 
Una reserva escasa quedó en la plaza, protejida por la iglesia. 

(1) En tanto que esto se efectuaba (el descargue de las armas) la co* 
lumna boliviana de operaciones, compuesta de las compafíias de cazado* 
res de los batallones núm. 3.<» i 4.° de los de Pichincha i Arequipa arre- 
metió sobre la que se le opuso, con un arrojo temerario. Esta tuvo que 
ceder *al número i los enemigos penetrando por las calles, llegaron hasta 
las casas contiguas a la plaza, donde se hallaban formadas las compañías 
del referido batallón. — Parte de Placencia al ministro de la guerra del 
Perú. — ^Matucana, setiembre 19, a las 5 de la maüana. 



m 



OUSTáSi. DSt PKni3 KV 1 



Este ataque BÍmnltáneo, dirijido con reaolncion i acierto, d< 
solentó al enemigo, que no esperaba encontrar tanta resistencia. 
Las trrtpaa lioliirianaa reculaban iiieesantemonto i antea de 
un cuarto de hora, dice el parte oficial (I), Jiabian sido des^ 
lojadaB del pueblo. LaB compafllas en retirada se reliicierou 
detras de las cercas i tapias, que habia en loa afueras de la po- 
blación i resistieron alli durante cuatro horas de im fuego acti- 
vo. Ni el calor del dia, ni las desfavorables circunstancias en 
que Be proaeguia la lacha, amenguaron el ardor i enerjía de loB 
contrarios. Los soldados chilenos a au vez redoblaban sa ar- 
dimiento al grito dejVivaChilel Viva el 18 do setiembre! 

La lucha se continuaba en cada vivienda, en cada cuarto 1 
mas quB un combate organizado, era un horrible pujilato 
que unos cuantos hombrea,- presa de la desesperación, defen* 
i sacrificaban alternativamente sus vidas, con la misma enerjl 
i deaenvoltnra. «Jamas se ha visto, dice el coronel Placencia 
(2) refriega mas sangrienta i en la que se halla disputado con 
tanto furor el terreno. Se luchó algún rato cuerpo a cuerpo, ae 
allanaron las caaas, en que por grupos se habiau parapetado i 
todos loa esfuerzos de sus oficiales no bastaron a rehacerlas i 
menos a disiparles el terror pánico que se les habia sabido ins- 
pirar.» 

Las compaQías del Santiago ganaban, sin embargo, terreno 
en medio de esa vorájine de fuego. Después de un combate' 
obstinado, en que ae prodigó el valor por dmbaa partes, las co- 
lumnas bolivianas se replegaron a un cerco inmediato al puen- 
te del Simac, que el jeneral Otero habia señalado a bub tro- 
pas como punto de reunión en caso de nn descalabro. Reuni- 
das allí con el resto de las compaüías, que se hablan batido con 
ignal valor, si bien con la misma desventura, sostuvieron toda- 
vía el combate nn largo rato. La posición elejidapara la defensa, 
daba í&cil acceso al puente de madera que comunicaba coa la 
opuesta orilla del rio i era por consiguiente la mas apropiadii 
jiara el caso do una retirada forzosa. El fuego hü continuaba 
aun por ambas partes, cuando se incorporó en la linea chilena 
la reserva, que habia quedado en la plaza, Su presentía coa- 




I 



fl) El part* uflcial del ci 
d las fi de la m^Honu, 
(2J Diario, puj. 241. 



latucanii, wtieiiibre 10 | 



CAlffAltA BSL TKRt W3S 1838 135 

ttibiiTo a decidir este combate, caro éxito no era va dadoscL 
El enemigo abandonó sn uaeva posición i se letiió precipita- 
damoite el otro costado del lio^ donde reunió sus despedazados 
lestios sobre las alturas inespugnables que dominan el cauce 
ád Bimac 

Desde allí condujo Otero los restos desorganizados de su 
columna al Talle de San Mateo^ mientras la división cbil<^a 
se ocupaba en los sagrados deberes que la humanidad impone 
al vencedor: el cuidado de los heridos i los honores debidos a 
los muertos. La falta de caballería impidió la persecución de 
los vencidos, lo que disminuyó notablem^ite la infln^aeia de 
este triunfo i puede asegurarse que en tal caso, la mayor par- 
te de la columna habria caido en manos de los vencedores (1). 
Baste saber que en el corto trecho que media entre el cerco i 
el puente, los soldados de infantería, fatigados por un combate 
de cuatro horas, tomaron sin embargo mas de 20 prisioneros. 
El enemigo dejó en el campo de batalla 50 muertos, 30 pri« 
sioneros, cien fusiles i otros pertrechos de guerra. La división 
chileno-peruana perdió, según el parce oficial, 45 hombres en« 
tre muertos i heridos. Sin embargo aquí, como en otras ocasio- 
nes, manifestaremos nuestras dudas, respecto de los datos que 
sobre este punto arroja el parte oficial. £s una costumbre, tan 
lamentable como inveterada del ejército chileno, ocultar i dis- 
minuir el námero de los muertos i de los heridos. Durante la 
campana del Pera se agravó esta mala práctica, tan antigua co- 
mo nuestro ejército. Probablemente se quena evitar que el de- 
saliento se apoderase del ejército i sobre todo de Chile, que 
seguia con la mayor inquietud, sino con miedo, las peripecias 
de la lucha. 

El jeneral Búlnes dando cuenta a su Grobiemo de este suceso, 
deda: 

. «Yo felicito al Grobiemo i a mi patria, por un suceso tan glo- 
rioso i que tanta influencia debe tener en el pronto i buen éxito 



(1) cl si en ese momento de crisis, dice Placencia (se refiere a la fuga 
del enemigo) se hubiera podido disponer de una mitad de caballería, el 
fruto de esta gloriosa jomada hubiera sido mas completo. — ^Parte de Plá- 
oenda. 

cLoB enemigos, dice Sessé, se pusieron en tan vergonzosa f aga, por las 
casi iaacoesibles cumbres de la quebrada que no llevaban por el oamind 
^ 9a {«tirada natural m 50 hombraa soumdo8.>-->Parto d^ Sassé, 



136 CASPAl^i DBL PEBt} SJST 1838 

déla campaña que me está encomendada, i me congratulo de 
tener que recomendar a la consideración de S. E. a los indivi- 
duos de la división vencedora en jeneral, por su lealtad i valor 
i en particular al digno comandante del batallón Santiago don 
José María de Sessé, a los capitanes don Antonio Gómez Gar»: 
fias i don Manuel Tomas Tocornal, al ayudante mayor don 
Juan de la Cruz Larrain, teniente don Francisco Lizardi i sub- 
teniente don José Miguel Salinas, estos dos últimos heridos i 
al cabo 1.*" del primer Escuadrón de Lanceros Pascual Parra. 
Muí digna también de elojio ha sido la intrepidez del subte- 
niente don Francisco Barros Moran, que murió honrosamente 
en el campo de batalla» (1). 

Tal fué el combate de Matucana; acción reñida i de heroicos 
episodios, que si no tuvo resultados decisivos en la campaña 
de la restauración, contribuyó a fortalecer la moral del ejército 
chileno i a abatir, en proporción el orgullo desmedido de los 
vencedores de Yanacocha i de Socabaya; fué una palabra de 
aliento para el Ejército Restaurador i una severa lección para 
os que se creian invencibles. Solivia, debió recibir con un do- 
jor mezclado de espanto, la noticia de que 500 de sus mejores 
soldados, habian sido despedazados i puestos en fuga por 272 
hombres del Ejército unido. 

Santa-Oruz, comprendiendo el efecto desastroso de esa con- 
sideración, tocó el recurso, sino mui orijinal, ordinariamente de 
buen efecto, de cantar victorila en vez de deplorar su derrota; 
de sofocar el alborozo i entusiasmo del enemigo con gritos i 
clamoreos de triunfo. Sabia que nada es mas fácil, que esplotar 
el patriotismo de los pueblos, alhagando su vanidad o sus 
pasiones. Los espíritus exitados por el patriotismo no hi- 
cieron alto en las circunstancias del combate; en que Otero 
habia sorprendido el pueblo de Matucana para apoderarse de 
él, conjuntamente con su guarnición i que habia^tenido que re- 
tirarse a la otra orüla del rio, dejando la aldea en poder de la 
columna enemiga. 

Todos los pueblos de Solivia rivalizaron en entusiasmo 
por el triunfo, echando a vuelo las campanas de sus tem- 
plos i celebrándolo con ceremonias relijiosas. El diario oficial ' 



(1) BúliMi ftl 0obMxoo,^Lfawh 21 de utiembM da 1838, 



CAMPARA DJfiiL PSBtl XN 1838 187 

de SantarOruz soplaba ese regocijo i lo hacia estensivo a Bo- 
livia i al Perú. «Cada dia que pasa, decia el Eco del Protecto- 
rado refiriéndose al suceso de Matucana, es un triunfo para la 
causa nacional i cada día crece mas el ciprés de muerte con 
que hemos de adornar las víctimas del ejército chileno, en 
cambio de los laureles que vinieron a recojer, imprudentes, en 
una tierra de patriotismo, erizada de bayonetas i en donde el 
aliento que respiramos compuesto de odio i de execración, es 
mortífero para los extranjeros, que con planta impura pisen 
nuestro suelo. Así lo pronosticamos largo tiempo hace i a cada 
instante van cumpliéndose nuestros presajios de muerte para 
el invasor i nuestros pronósticos de victoria i gloria para nues- 
tros bravosD. 

Estas palabras enfáticas, dirijidas a perturbar el criterio 
de la opinión pública llenaron su objeto (1). 

Muchos hombres sinceros creyeron en la realidad del triun- 
fo de Matucana i no faltaría quien lo sostuviese hoi, si una fe- 
liz casualidad no hubiese restituido a la historia, un curioso 
documento que resuelve i aclara toda duda. Es un oficio privado 
del jeneral Santa-Cruz al jeneral Otero, sóbrela acción de Ma- 
tucana, de que daremos cuenta en breve. El jeneral Otero tam- 
poco quiso quedarse atrás en el entusiasmo jeneral: sabia que 
bajo el réjimen de la Confederación, era menos peligroso ser 
vencido que confesar su derrota: aquello^obraba sobre el ánimo 
de los soldados, esto sobre la opinión entera del país. El 



(1) H^ aquí las reflexiones que sujiere al Araucano la relación del su- 
ceso de Matucana, publicado en el Eco: dContrayéndonos ahora a la re- 
lación que él hace de lo sucedido en Matucana, los 212 chilenos i 60 pe- 
ruanos que se hallaban en aquel pueblo, el dia de la sorpresa, ascienden 
en BUS columnas, al número de GOO hombres. El jeneral Otero, dando 
parte de esta acción al jeneral en jefe del ejército del norte, dice que 
eran 400 poco mas o menos; pero al Eco no le ha agradado la incertidum- 
bre del poco mas o menos, i ha preferido establecer un número fijo, in- 
terpretándolo por 200 hombres mas. Otero dice, que los nuestros en su sor- 
presa, no tuvieron tiempo sino para parapetarse en el cementerio de la 
Iglesia i en el cabildo (a), donde resistieron su primer ataque; i luego 
jbonfiesa honestamente su propia fuga, afiadiendo que al cabo de media 
hora de fuego se retiró con los suyos. Nada de esto hai en el Eco, £n él 
golo encontramos un choque vigorosamente sostenido durante tres horas 
en el pretendido cementerio, al fin de las cuales la entrada de la noche, 
obligó a Otero a suspenderlo, para volver a comenzarlo el dia siguiente. 
Por desgracia, sus valerosas intenciones no pudieron realizarse, porque 

(a) En Matucana ni hai cementerio ni hai cabildo. No hai mas que 
Wft plftsa sin parQdea ni pfirapetos, 



136 OAVrAfTi DEL FKItlJ ts 163S 

Protector Babia también qae es el privilejioiel castigo de IcMt I 
gobiernoa militares no tener maa base de apoyo, que el prestí* ,i 
jio de sub armas. 

La ConfederacioQ debía dnrar la que la gloria militar ile 
Santa-Oniz i por eso confesar una derrotii, Imbieae sido como 
arrancar las bases del edificio levantado con tanto trabajo. Los 
gobiernos que quieran apoyarse eo causas fortuitas i no en las 
simpatías i en el amor de au país, no debieran olvidar estos 
sencillos preceptos de la razón i de la historia. 

Penetrado el jeneral Otero de loa intereses i necesídadea del 
réjimen a que servia, envió al jeneral Herrera el siguiente par- 
te oñcial. 

Columna de operaciones. — Matucana, Setiembre 19 de 1838, 
—A 8. S. I. el jeneral en jefe del ejército del norte. — Señor 
jeneral: Como anuncié a V. 8. I. desde Ohicla, me puse en 
marcba, a las 6 de la mañana del 18, aobre este pueblo, adon- 
de supe que estaba el enemigo en fuerza, de 400 hombres 
poco '¡ñas o menos. A las doce del dia llegué a él, sin qne el 
enemigo hubiese tenido el menor aviso de mi marcha. Inme- 
diatamente dispuse el ataque habiéndome colocado en la altn- 
ra del Panteón con 250 hombres, de qne se componía mi co-_ 
Inmna de avanzada, pues dejé el reato de 150 a retaguardia£,| 



Io« ohilenoB, TaHdoe de la oscuridad, emprendieron, eegan el £fo, s] 
tirada (a). Otero la sintió i tomó las medidaí» necesarias para imped 
pero estas medidas debieron ejecutarse con mucha leatitnd, porqdl 
cuando viuieron a marchar sobre los nuestros, hallaron ya loa JXti " 
deetruidos, deudo de notar que desde Matucana a Lima no nú 
puente que el de San Pedro de Mamá. Los diez muertos que tuvo 1 
partida chilena los cuenta el Eca por cincaenta i uno, a que debeu agn 
Karse seia priMOneros. Pero, lo mas gracioso es qne, coiaponiéndoBe & ^-^ 
nombres toda la columna peruana qne los ooompaáaba, el mismo rerídi^l 
00 escritor dice, que sa dispersaron de ella mas de cien al comeniar bI T 
fuego, de los cuales se presentaron a Otero 62. Sé aqut los brillantoi c»> I 
sultadosque tuvo aquella jornada para las aroias protectorales. El seSoe"! 
jeneml Otero no se ha olvidado de recomendar el briUanto comporta» t 
miento i serenidad de sus seBorea oHciales i tropa. La llístinia es que ka- I 
bieaen sido solamente remisos, cuando se trató de perseguir a los f ujítivo& I 

El Eci nada dice de los 50 muertas, 30 prisionero.', 120 fusiles, mas Atu 1 
200 capotes, cartupherns, banderolas i cornetas que dejaron los suyos eoi 1 
el campo, como trofeos da au'impertérrito Talor. Pero el jenoval Otero hk J 
sido un poco mas franco, pues al meaos ha confesado que tuvo algunot' 1 
disperso», cuya reanion i la neceádad de dar descanso a bu tropa f neroa 1 
las caueas que le eaCoibaron seguir las huellas a loa ohUenos.u f 

(a) Loa chilenos estTivieion en Matucana basta el din 19. Por qoiibÍ* ■ 
giiieiit«, no pudiqroQ Imberao retirado ea 1& uocUe del 18. 



OáMASk DBL PHBt} BK 1838 . 139 

Lo8 enemigos en su sorpresa, no tuvieron mas tiempo que pa< 
ra parapetarse en el cementerio de la iglesia i en el cabildo^ 
adonde pudieron resistir mi primer ataque; lo que visto por 
mí, i no queriendo forzar esos puestos^ que sin gran ¡perdida 
no podia conseguir, ordené que la compañía, mandada a esa 
operación, se retirase a su primera posición, después que eii 
media hora de fuego obligó a Iels guerrillas enemigas a refu-i 
jiarse todas al cementerio i cabildo que ocupaban con sus fueis 
zas principales. 

En esta disposición i queriendo sacar al enemigo de sus 
atrincheramientos, /^*¿ una retirada para ver si lo oonseguia^ 
mas no pude lograr que saliesen de las tapias del pueblo; Aaj« 
to qm llegada la noche se retiró, quemando los puentes a su re- 
taguardia, tan luego que los pasaba, i siguiendo su marcha pre- 
cipitada hasta Coca-Chacra. Como lo principal del ataque fué 
Bobre el pueblo se me dispersaron algunos soldados, que me 
fué preciso reunir como se verificó en la misma noche, dando 
también descanso a la tropa^ que desde Tarma había venido a 
marchas forzadas, por lo que, i por haber el enemigo destruido 
los puentes, no me fué posible perseguirlo como lo haré hoi con 
las partidas que'ya he destacado. 

El resultado de esta jornada ha sido que el enemigo ha per- 
dido mas de 50 muertos, mayor número de heridos que lleva 
consigo, entre los que se cuentan tres oficiales i un cadete; 
quedando en nuestro poder casi toda la compañía de peruanos,* 
tomados en la acción del 21 de agosto, que se dispersó i se ha 
venido a reunir a nosotros. Por nuestra parte, no se ha perdi- 
do jefe ni oficial alguno, muerto ni prisionero. De tropa 
hemos tenido 12 muertos i 22 heridos; esperando dar a V. S. I. 
en seguida el parte detallado. — Entre tanto no puedo menos 
de recomendar a V. S. I. el brillante comportamiento de los va- 
lientes de esta columna, que apesar de los parapetos del enemi- 
go, llevaron sus bayonetas hasta los pechos de los que solo 
al abrigo de una pared, podian oponerles alguna resistencia. 
En el parte detallado haré ver a V. S. I. el mérito particular 
que cada uno contrajo. Dios guarde a V. S. I. — Francisco de 
Paula Otero. 

Como se vé, esta nota anuncia el envío próximo de otra co- 
municación detallada, en que se darán los pormenores del com* 



140 . üáMáÉA DfiL niKi HK 1838 

bate. En efecto, Otero envió al jeneral Qníroz, secretario del 
Protector, dos nueras notas con fecha 23 i 24 de setiembre^ 
que esponian menudamente los sucesos que la del 19, no hada 
sino abarcar en globo. 

El jeneral Santa-Cruz, demasiado sagaz para dejarse tomar 
en la red en que hablan caldo incautamente todos sus partida- 
ríos, saboreaba en secreto el acibar del despecho i de la verguea- 
za, Pinjiendo tomar parte en el regocijo público, enviaba secre- 
tamente al jeneral Herrera que le habia trasmitido los partes 
de Otero la nota siguiente que, como otros documentos oficiales , 
fué encontrada en su cartera en el campo de batalla de Yungai 

«Cuzco, octubre 3 de 1838. — I. S. J. — He tenido el honor 
de elevar al conocimiento de S. E. el Supremo protector, la 
que V. S. dirijio con fecha 23 i 24 a cerca de los sucesos ocu- 
rridos en Matucana i en San Pedro qm S. E. no ha visto con 
agrado. Por primera vez kan vtielto la espalda al e7iemigo 
nuestras tropas i no ptcedo dejar de observar que ni las c om^ 
hinaciones de V. S, han sido bien/ormadas, ni la operación 
bien ejecutada. No encuentra tampoco S. E. exactos los avisos 
de paisanos con respecto a los muertos del enemigo ni a la 
considerable disminución de su fuerza. Sin ser dueños del cam- 
po i retirándose nuestras partidas a su presencia, claro es que 
nada ha podido saberse j'de positivo i es a S. E. mui sensible 
ño tener un conocimiento verdadero del resultado de aquellas 
ocurrencias. En consecuencia S. E. ha mandado que solo se 
publique en el Eco una relación de ellas, no creyendo a pro- 
pósito los partes que se le han dirijido. Finalmente, tengo orden 
de recomendar a V. S. I. las precauciones que se le encargaron 
en sus instrucciones principales, pues ellas no están en oposi- 
ción a las anteriores autorizaciones que le ha pasado S. E. oñ-^ 
cial i privadamente. Dios guarde a V. S. I. — A Quiroz. 

Esta nota esplica, mejor que nada, los ordinarios resortes de 
la política protectoral. Mientras se hacia celebrar con fiestas 
públicas en Solivia la jornada de Matucana; mientras el Eco 
conduela por do quier, la noticia del triunfo i de sus gloriosos 
incidentes, el jeneral Santa-Cruz reprendía secretamente al je- 
neral que se hábia dejado vencer en Matucana! Gran lección 
que debe aprovechar el historiador de esa época, para no fiarse 
en la palabra oficial, de ordinario engañosa! 



CAMPAlTÁ DBL ñnú ÉK 1838 141 

Volvamos la vista a la columna boliviana vencida en MatUí 
owa. Dijimos qne la división chilena permaneció en la aldei^ 
la noche de su triunfo^ libre ya de inqnietades, pues el jeneral 
Otero abandono en la misma tarde del combate, la posición 
que habia tomado después de él i se retiró con sus faerzas a 
San Mateo, por el camino de Tarma. Las noticias recojidas 
por Torrico de boca de los prisioneros, estaban acordes en ase- 
gurar que el mariscal Miller, aguardarla a la división chilena 
en San Pedro Mama, con una compañía del número 4.^ de So- 
livia i algunas montoneras. Esas fuerzas diminutas, hablan sido 
colocadas por Otero entre Matucana i Lima, en previsión dfi la 
derrota de la división chilena i para cerrarle el paso. 

En la mañana del 19, cuando los primeros rayos del sol 
empezaban a colorear las altas cimas de los cerros de Matu« 
cana^ la columna vencedora se poma en movimiento, hacia el 
Sur, para caer de sorpresa sobre las faerzas de Miller. Miller, 
situado en Carampona, ocupaba una posición estratéjica que le 
pennitia atender, con igual oportunidad, a San Pedro Mama i 
a Matucana, ya fuera para apoyar a Otero en caso de un des-< 
calabro, o en el caso contrario, para sujetar en su fuga a la 
columna espedicionaria. A corta distancia de San Pedro Ma^ 
ma i sobre uno de los afluentes del Bimac, está situada la al-* 
dea de Santa Eulalia. 

La avanzada mandada por los coroneles Torrico i Placencia 
se colocó en el puente de madera echado sobre el cauce del 
riachuelo. 

Al amanecer del siguiente dia, (21 de setiembre) las tropas 
cayeron de sorpresa sobre la fuerza estacionada en el puente. 
Las compañías chilenas, tomaron entonces colocación sobre una 
altura que dominaba el campamento del enemigo i rompieron 
sus fuegos conjuntamente con la compaSía peruana, obligando 
a los contrarios a retirarse. El coronel Placencia que salió en 
su persecución no pudo darles alcance (1). Este tiroteo insigni- 
ficante restableció la seguridad en el camino de Lima i fué el 
último esfuerzo hecho por el enemigo, contra los jóvenes i es- 
forzados vencedores del Santiago. 

Mientras se verificaban, lejos de Lima, estos gloriosos suce- 



(1) Parte de Placenoiaj Mercurio^ 2,957. 



142 OAXTÁSk DBL P&BÚ BK 1838 

Bos^ llegaban a la capital noticias alarmantes sobre la situa* 
cion de la columna espedicionaria. Decíase que el jeneral 0¿e« 
jío traia consigo el batallón número 4.° de Solivia i una gruesa 
partida de montoneras, lo que a ser cierto, habria puesto en 
serios conflictos a la división chilena. El ejército estaba in- 
quieto i el jeneral Búlnes, que comprendía toda la influencia 
moral de esa empresa, se hallaba dominado por patrióticas 
angustias. En virtud de esos informes envió una fuerte divi- 
sión, compuesta del veterano batallón Valdivia i del Escuadrón 
Carabineros de la Frontera a las órdenes del coronel Godoy, 
por el mismo camino, que pocos dias antes, habia llevado la 
columna de Torrico i de Sessé. Godoy llegó a Chaclacayo, 
punto intermedio entre Lima i San Pedro Mama, donde se 
encontró con la columna espedicionaria que venia ya de re- 
greso. Las dos divisiones marcharon reunidas a la capital, 
donde fueron recibidas con el doble entusiasmo que desperta- 
ban las inquietudes de la ausencia i la alegría de la victoria. 

«El triunfo obtenido últimamente por Sessé, decia el jeneral 
Búlnes a su hermano, apreciable joven que siento no conozcas, 
me tiene lleno de contento. El debe contribuir para nuestras 
operaciones sobre el ejército de Solivia, influyendo en la moral 
del soldado por el temor que les ha inspirado la valentía de los 
nuestrosD (1). 

Algunos dias después, confirmando la buena impresión . que 
había producido en el ejército el suceso del 18, le decia: 

<rEl ejército se mantiene con el entusiasmo i orgullo que le 
da su valor, i en esto confío para pronosticarte que mi cam- 
paña será corta i felizD (2). 

Al mismo tiempo anunciaba a sus soldados, ese primer 
triunfo, con una mezcla de orgullo i de esperanza: 

«Vuestros compañeros de armas, les decia, los valientes del 
batallón Santiago, en unión de los no menos valientes i fieles 
peruanos, avanzados en Matucana para observar los movimien- 
tos del enemigo, han solemnizado el siempre memorable i 
venturoso diez i ocho de setiembre, aniversario de la indepen- 
dencia de Chile, esterminando del modo mas completo, las tro- 
pas que sojuzgan al Perú. 

(1) Carta de Búlnes a sn hermano, 21 de setiembre. 

(2) Carta de 28 de setiembre a don Franoisco Búlnes. 



cu^ikffjL BU mt n 18S8 14S 

«Soldftdos: Ya ha principiado la campaña con d opresor de 
dos Repúblicas hermanas i si en la primera acción ha bastado 
un corto número de vosotros, para tñnnfiur de duplicadas i 
escojidas fuerzas, en todas las demás qne se sncedan obten* 
dián iguales resultados vnestro valor i disciplina; porque para 
la gloria de Chile e independencia del Perú cada dia de batalla 
seri nn diez i ocho de setiembre. 

Soldados: Pr^Miraos para nuevos combates, en que tendréis 
qne contrarestar mayores fuerzas i mientras que ^i unión con 
vuestros compañeros de armas, los independientes peruanos re- 
oojeis nuevos laureles, no ceséis de repetir {los testimonios de 
fraternidad i moderación que habéis dado al pueblo, cuya inte^ 
gridad i derechos habéis venido a restaurar; bien seguros que 
en tan marcial empresa será el primero en daros el ejemplo, 
vnestro jeneral. — Manuel Búlnes. — Cuartel Jeneral del Ejér* 
cito Eestauíador. — lima, 21 de setiembre de 1838.» 

El gobierno peruano, no quiso ser menos entusiasta que el 
ejército chileno, en sus manifestaciones de aplauso i al efecto 
asceudió a jeneral al coronel Torneo i honró con una condeco» 
ración militar especial, a los oficiales i soldados que tomaron 
parte en el combate. El gobierno de Chile no descuidó, por su 
parte de tributar su agradecimiento a los vencedores del^Santía- 
go (1). La noticia del triunfo fué recibida en Chile con el re- 
gocijo natural, a la gravedad de la causa que se sostenía i a sus 
grandes intereses i el gobierno haciéndose intérprete ^del en- 
tusiasmo jeneral, decretó un ascenso para los oficiales que hu- 
biesen tomado parte en la acción i un escudo de honor para los 



(1) El Gobierno de Chile espresó sos sentimientos en esta nota. — Se< 
fior Jeneral en Jefe del Ejército Restaurador. — Santiago, octubre 17 dé 
1838. — ^Con la mas agradable satisfacción se ha enterado el Gk»bierno, por 
el contenido de la nota de US. fecha 21 del pasado, del triunfo que ob-> 
tuvo sobre el enemigo la división situada en el pueblo de Matucana. 

Este triunfo que por las desfavorables circunstancias que lo precedie* 
ion ha dado pruebas evidentes de la serenidad i denuedo de los bravos 
que concurrieron a él, es la lección mas severa que puede recibir el ene- 
migo, de lo que deberá esperar del incontrastable valor del ejército del 
mando de US. en el curso de la próxima campaña. 

S. E. me encarga recomendar a US. mui particularmente, manifieste a 
BU nombre i al de la nación, el mas vivo reconocimiento a los bravos que 
con tanto valor i denuedo llenaron sus deberes en aquella jornada, de* 
jando así bien puesto el honor de la nación a que pertenecen, a cuyo 
efecto dará US, publicidad a esta nota en la orden jeneral.-^Dios gumr<« 
dQ 9t V^-^Jt(kinon Cavoitida, 



144 OÁXBÁSk BBIi PBBÚ m 1838 

oficiales i tropa, con un mote que dice así: «La patria reconoci- 
da a los vencedores de Matucana, el 18 de setiembre de 1838.2> 

El pueblo de Valparaiso colectó fondos para festejar el triun- 
fo con regocijos públicos i variando después de parecer, en 
cuanto al destino de la cantidad colectada, resolvió invertirla 
en caballos i en el enganche de 200 hombres que marcharían a 
incorporarse al Ejército Eestaurador. Tres dias bastaron para 
reunir 3,475 pesos, en el pueblo de Valparaiso, suma conside- 
table en aquel tiempo. 

Las alhagüeñas noticias del Perú i el público regocijo no 
alcanzaban a estinguir el temor patriótico del gobierno de Chi- 
le^ que comprendía que el combate de Matucana, era solo el 
comienzo de otros mas peligrosos i decisivos. 

Un gran trecho lo separaba aun del término feliz de la cam- 
paña, en que se debia jugar su [propia suerte i el ^honor del 
paiSfc Grandes i nobles intereses, que esplican su inquietud fe- 
bril^ su ansiedad i también su desaliento! (1). 



(1) No estará demás consignar aquí, por via de recuerdo, la conducta 
de la respetable señora doña Mercedes Moran de Barros, al saber el trá- 
jico ñu de su hijo, el subteniente Barros Moran, muerto en Matucana. 
Este hecho, da una idea del estado de la opinión en aquel tiempo i de la 
bublime entereza de esa madre chilena. Sin dejarse abatir por la terrible 
llueva, la señora Moran de Barros, ennobleciendo su dolor con el patrio- 
tismo, no se acordó sino de la patria amenazada, para sacrificar en sus 
Aras el cariño de madre, el mas noble i tierno de los sentimientos huma- 
noH cuando se sabe comprender i renunciar. 

La señora Moran se dirijió al Ministro de la G-uerra don Ramón Ca- 
vareda, haciendo presente «que aunque su corazón estaba penetrado de 
un acerbo dolor, ha advertido que es chilena i que toda se debe a la pa- 
triado i ofreciendo para el servicio militar los únicos cuatro hijos que le 
quedaban. Este rasgo de enerjía, en nada desmerece de los actos mas en- 
cumbrados de civismo i es digno de recordarse como una prueba de la 
exaltación do la opinión i oomo un hermoso ejemplo de virtud republi* 



i*rii> 



CAPITULO VII 



Espcdieion de Salas.— Biilnes en Lima.— Retirada al \orte. 

Coufereneias de Huacho 



Al mismo tiempo que la colmana Restauradora obtenia la 
victoria en la aldea de Matucana, una división del ejército chi- 
leno, continuaba al pié de las fortalezas del Callao, ese sitio 
iniciado al dia siguiente dia de Guias, i que se continuaba, a la 
sazón, con la misma abnegación i desventura. Ajustándouos a 
un estricto orden histórico, deberíamos darlo a conocer, a me- 
dida de los hechos que vamos narrando; pero en el interés do 
la claridad, preferimos dejar su relación para un próximo capi- 
tulo. La misma consideración nos obliga a postergar el cono- 
cimiento de las cuestiones diplomáticas que se suscitaron en 
Lim8|„ una de las cuales habia tomado las proporciones do un 
conflicto internacional. En esas discusiones delicadas i graves 
en que una sola palabra o un momento de irritaciou, podiau 
traer las mas funestas consecuencias, veremos brillar, do un 
lado la circunspección i la enerjía del que defiende su derecho, 
i del otro, la violencia que caracteriza a la fuerza. 

Desde el suceso de Matucana la tranquilidad no volvió a ser 

turbada en la rejion comprendida entre Lima i la Sierra, sino 

por una que otra montonera, temerosa i desorganizada. No su- 

QecUÍ£v lo loiaino en el Sur, donde las guerrillas apoyadas por ol 

80 



Í46 0A1ÍPA9Á DBL PBBtf SK 1838 

Escuadrón de Húsares de Junin, asolaban las provincias de 
lea i de Pisco. 

Dijimos que el jeneral don Juan José Salas, fué designado 
para ocupar ese valle con fuerzas iguales a las (jue llevara el 
jeneral Lafuente aja Libertad, i en efecto, la corbeta de guerra 
Valparaíso trasportó a Pisco su columna, compuesta de dos 
compañías del batallón Oolchagua, de 50 cazadores a caballo 
desmontados i del cuadro de un batallón, que se debia formar 
con los naturales de los valles ocupados. Junto con las tropas 
chilenas desembarcaron en Pisco 30 hombres, entre oficiales i 
soldados, pertenecientes a la dotación de la Valparaíso (1). 
Quedaba, pues, la embarcación con una tripulación escasa, si 
bien se habian agregado a su número ordinario, el cuadro pe- 
ruano i 14 hombres, recien enrolados, que fueron dejados a 
bordo por la desconfianza que inspiraba su fidelidad. Pero, 
¿cuál era la situación de las provincias que Salas llevaba en- 
cargo de pacificar i de tranquilizar? 

La rejion en que haoia desembarcado es una faja de tierra, 
que se estiende al Sur de Lima, entre las cordilleras i el mar. 
Su suelo pródigo i feraz, es famoso, sobre todo, por sus fe- 
cundos viñedos. En esa tierra de promisión, como la llama uu 
jeógrafo eminente (2), corren algunos ríos, de poca entidad, que 
trazan en su camino una línea de verdura, i que parecen arras- 
trar consigo la vejetacion i la vida. Én esa rejion está situada la 
ciudad de lea, al Sur-Este del puerto de Pisco i a una distan- 
cia casi igual, del mar i de los Andes. Cañete, fundado sobre 
el rio que le da su nombre, es otro de los pueblos mas impor- 
tantes de esos valles, que en la época a que nos referimos, es- 
taban mandados por el comandante jeneral don Estanislao 
Correa. El Escuadrón de Húsares de Junin, que fué condupido 
allí después de la derrota de Guias, sirvió, merced a los es- 
fuerzos de los coroneles Correa i Arrisueño, para la organiza- 
ción de las numerosas guerrillas, que asolaban toda esa rejion. 

El jeneral Santa-Cruz, empeñado, entretanto, en reunir todo 



(1) Los mas importantes de elloS) eran el sarjento mayor del ejército 
del Perú, don N. Garrido, cuatro oficiales del cuadro peruano, el coman- 
dante de la Válparaiao^ don Manuel Diaz, los oficiales chilenos don Job^ 
Anacleto Gofii i don Juan de Dios Manterola. 

(3) Faz'Soldan, Jeogrinfia del Feírú. 



OAMPAlTÁ DBL rant} SK 1838 147 

lU qjército en la Sierra, fomentaba la guerra de montoneras^ 
para alejar de sí la atención del ejército chileno. De ese modo 
las guerrillas de Correa, obedecian al mismo pensamiento i se 
hallaban dentro del mismo plan, que las guerrillas del Este, a 
qne el mariscal Miller habia dado organización i unidad. Cor^ 
rea habia conseguido también, introducir cierta disciplina en 
esas partidas ambulantes, compuestas las mas veces de hom-< 
bres que solo persiguen la satisfacción de su lucro i de sus pa- 
siones. El Escuadrón de Húsares de Junin, que habia servido 
para su organización^ les servia a la sazón de apoyo. Las mon- 
toneras recorrian, impunemente, todo el territorio comprendido 
entre esa rejion i Lima, sin encontrar un enemigo al paso. 

En estas circunstancias, desembarcaba en Pisco el jeneral 
Salas, encargado de obtener de esos campos, los hombres i el 
dinero de que tanto necesitaba el nuevo gobierno, a la vez que 
de contrarrestar la preponderancia de las fuerzas de la Confe- 
deración. Salas no se detuvo en Pisco sino el tiempo necesario 
para organizar su marcha a lea que, por su situación en medio 
del valle, era el verdadero centro de acción i el lugar mas 
amenazado. Púsose en efecto en marcha hacia el interior, de- 
jando en Pisco al comandante Díaz de la Valparaíso^ con los 
30 hombres de su tripulación, sin haber indagado, de antema- 
no, la situación del enemigo. Su precipitada marcha tuvo fu- 
nestas consecuencias. 

El comandante Diaz, menos precavido aun que el jeneral 
Salas, cediendo a un exeso de confianza, que nada justifica, 
permanecia en el puerto, ofreciendo a su vijilante rival la ten- 
tación de un golpe de mano fácil i provechoso. Salas llegó a 
lea sin divisar al enemigo. Seguía éste, entre tanto, con la ma- 
yor avidez, las etapas de su imprudente marcha i cuando cre- 
yó que la columna .chilena se liabia alejado bastante, marcho 
hacia Pisco por sendas estraviadas i cayó de sorpresa sobre la 
guarnición (23 de setiembre). 

Las fuerzas asaltantes, mandadas por el coronel Correa se 
componían de 150 hombres de caballería i de algunos guerri- 
lleros. La guarnición chilena les resistió durante toda la no- 
che con un fuego sostenido, que debió causar algunas bajas 
en las filas contrarias. Esa lucha empeñada sin ninguna espe- 
ranza de éxito, consiguió, siquiera, salvar el honor del coman- 



148 OáMl^Aííi DBL l^iSEt} fiN 1838 

danto chileno, ya que no es dado poner al abrigo de una justa 
censura, la confianza imprevisora que lo puso en la necesidad 
de rendir su columna, después de haber agotado sus muni- 
ciones. 

El parte oficial de los contrarios, rindiendo un justo testi- 
monio a su enerjía, realza este descalabro, ya que no lo justifi- 
ca. La rendición tuvo lugar, dice, «después de haber hecho una 
brillante defensa, sosteniendo un fuego mui vivo por 12 horas 
i últimamente constituyéndose prisioneros con todos los hono- 
res da la guerraD. El mayor Garrido mas afortunado que sus 
demás compañeros, consiguió huir, mientras los prisioneros eran 
llevados a Huasaguasi i ofrecidos en espectáculo a los pueblos, 
para fortalecer su entusiasmo por la confederación. Santa- Oraz 
que se hallaba en Cargua-Cargua, cuando recibió la noticia de 
la sorpresa de Pisco, debió celebrar con un entusiasmo pro- 
porcionado á sus recientes sufrimientos, ese primer triunfo de 
sus arma8(l). 

La corbeta Valparaiso, que no habia abandonado su fondea- 
dero, se encontró, por este incidente, mandada por el piloto don 
Andrés J. Montes de quien solicitó, en el mismo dia, una entre- 
vista el coronel Correa, para tratar sobre la devolución de los 14 
individuos que hablan sido enrolados por el jeneral Salas; pe- 
ro el desconfiado J. Montes, temiendo que la invitación fuese 
una celada, para completar el triimfo, se negó a aceptarla e hizo 
rumbo al norte a donde comunicó al ejército chileno la noticia 
del desastre. Entre tanto, el jeneral Salas luego que fué infor- 
mado de lo sucedido, se puso en marcha hacia Pisco, creyendo 
sorprender a la columna vencedora; pero esta habia abandona- 
do el pueblo con anticipación. 

El acertado ataque de Pisco, inspiró valor al escuadrón de 



(1) Como nna prneba de la mala fé habitual de los documentos oficia- 
les emanados de Li Cancillería Protectoral, publicamos una parte de la 
contestación dada por el jeneral Quií'oz, a nombre de Sauta-Oruz, al co- 
ronel Correa, por el asalto de Pisco. 

«He tenido el honor de poner en conocimiento de S. E. el Supremo 
Protector, con el parte de V. S. I. de 24 de setiembre a que contesto, el 
ataque hecho por doce flanqueadores del Rejimiento Húsares a los cua- 
renta soldados de marina que atrincherados en la aduana de Pisco, bajo 
las órdenes del capitán de la corbeta Valparaiso i otros oficiales, fueron 
obligados a entregarse prisioneros al Rejimiento Húsares, (jue llegado a 
aquel al siguiente dia se preparaba al asalto^ etc.» 



OiltfAftA Mié PBRlí BK 1838 140 

Hásares, que se hallaba aua bajo la impresión desmoralizado^ 
ra de la batalla de Guias. 

Las hostilidadeá, que desde ese día empezó a ejercer coutra 
el jeneral Salas, tuvierou la complicidad i el apoyo de casi to-s 
dos los habitantes de esa rejioa, que le servían alternativamen-. 
te de soldados i de espías, Allí, como en todo el resto del Pe- 
rú, la causa de Chile tuvo que luchar con las dificultades de 
BU situación i con las hostilidades de los pueblos; pero ni el 
oonocimiento del territorio, ni las conexiones de que disponía 
en todo el pais, fueron bastantes para evitar a ese escuadrón 
peruano, algunos serios contratiempos. Fué uno de ellos, el 
combate de la Sierpe (4 de octubre) en que el coronel Lopera, 
oon 46 Cazadores del ejército de Chile, deshizo en una venta- 
josa posición, a un número mayor de peruanos i de montones 
ros. El ataque, que duró tres horas i que se continuó en varios 
puntos a la vez, fué sostenido por los chilenos con una auda- 
cia, que el peligro mismo parecía acrecentar (1). Los Húsares 
vencidos, pe riefujiaron en Cañete, pueblo situado entre Pisco i 
Lima, 

Entretanto, Salas había enviado aviso al jeneral Búlnes de 
estas ocurrencias i determinádose, por éste, la partida del te-» 
niente coronel Arancibía, con una compañía peruana montada, 
a Lurin, punto inmediato a Lima, para cerrar el paso i la fuga 
a los Húsares, si Lopera conseguía dispersarlos. 

El coronel Lopera permanecía, a la sazoa, en Chincha, aldea 
situada frente a las famosas guaneras que le dan su nombre, 
indagando los movimientos i situación del eaemigo. Luego 
que fué informado de su retirada a Cañete, se puso sijílosa- 
mente en marcha hacía ese lugar, pero no consiguió sorpren- 
derlo, porque una avanzada, colocada en las orillas del rio 
que baña el pueblo, divisó a tiempo su columaa (12 de octu- 
bre). Apesar de esto, el escuadrón peruano se puso en fuga 
después de una corta resistencia (2). 

Desde ese día los Húsares, desmoralizados i vencidos, se dis- 
persaron, en todas direcciones, para no reunn^e mas. Solo un 
grupo de 60 hombres, que consiguió salvar su orgauízacion, fué 
a engrosar las partidas de guerrillas. 

(1) Parte de Salas Manterola, 5 de octubre de 1838. 

(2) Parte de Salas. — Cañete, 12 de octubre de 1838. 



160 OAtfTAlfÁ DBL raBt5 BK 1888 

A esta guerra^ que pudiéramos llamar organizada^ por hsbet 
mediado en ella fuerzas regulares, sucedió la guerra de em- 
boscadas i de montoneras, de sorpresas i de encrucijadas, que 
si bien está adornada con el colorido dramático que acompafla 
a esta clase de incidentes, está también señalada con los ordi- 
narios males, que le son inevitables. Obrando en un territorio 
enemigo, desprendidos de su centro de autoridad, fraccionados 
las mas veces en pequeños grupos, muchos de sus actos van 
acompañados do un triste cortejo de espoliaoiones i de crime^ 
nes. 

La situación de las fuerzas restauradoras, en ese valle i en 
ese momento, era la siguiente: la compañía peruana de Aran- 
oibia, ocupaba a Lurin; Lopera permanecia en Cañete; el coro- 
nel Laiseca con algunas fuerzas, acampaba en los alrededores 
de lea. Al norte de Lima, el mayor don José F. Callejas del 
Ejército Bestaurador, encargado de inspeccionar el éste de la 
capital, se hallaba en el camino de Canta, adonde habian apa- 
recido algunas guerrillas enemigas, i aunque el verdadero des- 
tino de sus fuerzas era el norte, su excesiva movilidad le per- 
mitía aparecer sucesivamente en el norte i en el sar. 

Las guerrillas enemigas sufrieron una serie de reveses, que 
les arrebataron sin mayor esfuerzo su importancia i poder. Los 
mas notables fueron, la derrota que sufrió Nestares en las 
orillas del rio Macas (17 de octubre), la sorpresa de la guerrilla 
de Buitrón, por el coronel Lopera, en que toda la partida, sin 
escepcion del jefe, quedó muerta o prisionera; el combate en 
que Arancibia deshizo la guerrilla formidable de León (19 de 
octubre) (1), i por fin, la victoria del coronel Laiseca en Ma- 
cacona sobre la guerrilla de Pola, que encontró allí su tumba. 
Esta serie de triunfos provocó una reunión jeneral de las gue- 
rrillas desorganizadas que, poniéndose a las órdenes del mon- 
tonero Vives, tentaron contra su feliz enemigo, un último i su- 
premo esfuerzo. Dirijiéronse contra el coronel Lopera, que ha- 
bla infrinjido los mas duros reveses al escuadrón de Húsares 
i que se encontraba, a la sazón, en el pastoso valle de Lúcu- 
mo, reponiendo su caballada. 



(1) «El comandante Arancibia dando parte de este suceso refiere en su 
nota oficial que habiendo exijido a sus soldados que tomasen su rancho 
le contestaron que querían pelear i no comer.jíi 



OAklPÁ!TA BBL PERt} BN 1838 161 

Atacado de improviso, no tuvo tiempo sino de ponerse al 
frente de 20 hombres del Oolchagaa, para dar lugar a que los 
soldados ensillasen sus caballos. El combate se mantenia in- 
deciso, pero la llegada de los cazadores basto para que el ene- 
migo ae pusiese en fuga, dejando el campo sembrado de 38 
cadáveres i abandonando, para^siempre, toda idea de resistencia. 
Este fué el último encuentro, en que las guerrillas enemigas se 
atrevieron a medirse con los soldados chilenos. Escarmentadas 
en todas ocasiones i desorganizadas, se desvandaron, llevando 
a sus hogares el terror por el ejército chileno i en el fondo de 
sus pechos, el rencor que produce la derrota. 

Tal fué' la serie de operaciones que tuvieron lugar al sur de 
liima, para desinfectar esas provicias de la presencia de las 
guerrilas. Su destrucción importaba un contratiempo para la 
causa enemiga porque, desde ese momento, el ejército chile- 
no podría proporcionarse, con menos sacrificios, los víveres i 
recursos de que tanto necesitaba en la capital. La victoria tu- 
vo, ademas, por resultado la adhesión de algunos jefes ene- 
migos a la causa de la Restauración (1). 

Los contratiempos, sufridos por la Confederación en el sur 
de Lima fueron, como el combate de Matucana, los signos pre- 
cursores de la gran catástrofe. La estrella del Protectorado, 
que en 1837 había llegado a su zenit, comentaba a sumirse 
en ese abismo insondable de desgracia, que empieza en Matu- 
cana i termina en Yungail 

Salas regresó a Lima, poco tiempo después, donde se reunió 
con el Ejército Restaurador, que preparaba ya su movimiento 
hacia el norte. Apesar de sus esfuerzos, no habia conseguido 
desempeñar sino a medias su comisión, pues el batallón que 
llevaba encargo de formar, volvia trayendo en todo, 150 reclu- 
tas, de fidelidad tan dudosa, que el jeneral Castilla solicitó dé 
Búlnes que fuesen embarcados en un buque de guerra, para im-^ 
pedir su deserción. 

La condición del ejército chileno habia variado, a la sazon^ 
en Lima: el odio enjendrado por la derrota de Guias i por la 
ocupación de la capital, habia cedido su lugar, a un sentimien'^ 
to mas moderado i a un juicio mas equitativo. 



^1) SI vm impQítftQtQ fué A ooroael Oavareda^ 




152 ' campaSTa del perú en 1838 

La transformación política del norte o mas propiamente, los 
trabajos de los jefes i autoridades de la Restauración en las 
provincias del norte, le aseguraban un lugar de retirada i un 
ventajoso teatro, para sus futuras operaciones. El estableci- 
miento en el sur, de uaa autoridad nombrada pQr el gobierno 
de la capital, cegaba la fuente de que habia obtenido tanto 
recursos el Ejército Protectoral. 

El Este, que por su configuración topográfica se prestaba 
sostenimiento de una larga guerra, habia presenciado el ru 
escarmiento, que la división de Otero sufriera en Matucan 
i al Oste las fortalezas del Callao, privadas de toda comunic 
cion esterior i consumiéndose en su resistencia, sentían ajita 
en su seno, las convulsiones de la escasez, i del cansancio. E 
era el hermoso lado del cuadro, que habían trazado, en parte, 
desarrollo natural de los acontecimientos i la espada del ej 
cito chileno. Veremos, mas tarde, los males profundos, que 
tardaron en aquejar su situación i en hacerla insostenible. 

Las siguientes cartas del jeneral Bálnes, ofrecen una apr 
ciacion seria i razonada, de la situación del ejército chileno ^ 
Lima, en aquel momento. 

BfiífOE DON PeANCISOO BúLltES 

Lima^ setiembre 21 de 1838 

Mi querido hermano: 

Los papeles públicos 'que te acompaño, te impondrán de lew 
favorables resultados qué se van adquiriendo a consecuecia de 
las operaciones emprendidas después de la batalla del 21 del 
pasado, hasta la cual te di cuenta en mi'anterior, detallándote 
menudamente lo acaecido desde que partí de esa. El pronun- 
ciamiento del norte, a mas de proporcionarme, a mi retaguardia, 
un campo vasto para maniobrar, en el inesperado caso de Tin 
revez, me facilitará algunos recursos para abrir mi nueva eaija- 
pafia, tan luego como obtenga la rendición del Callao. 

El triunfo obtenido últimamente por Sessé, apreciable joven,. 

(j^e ciento qq cosozoas^ me tiene Ue^o de contento, £1 d^be 



oampaíTa del pbrtí en 1838 loí 

contribuir mucho para nuestras operaciones sobre el ejército 
de Bolivia, influyendo en la moral del soldado, por el terror 
que les lia inspirado la valentía de los nuestros. 

El Callao se mantiene, aun, por la protección que le prestan 
los estranjeros, que abiertamente son decididos por Santa- 
Cruz, Por los pasados, que son cuantos pueden hacerlo, sabemos 
el descontento de su guarnición, la que, en las salidas quehace> 
siempre lleva la peor parte, llegando nuestra suerte a tal gra- 
do^ que en dos mil cañonazos que nos habrán disparado hasta 
toi, no nos han herido un solo individuo, con dicha arma. Sin 
embargo, la tal plaza es un padrastro que me impide abrir la 
campafía contra el ejército de Santa-Cruz, que aun permanece 
tói el valle de Jauja, mandado por Herrera; a no ser así estaría 
muí adelantado i talvez por concluir la guerra, siéndome ])YCh 
picia la suerte, como lo es hasta aquí. 

Trasportado, como me encuentro, a un mundo nuevo en que 
se juega la mas artera e infernal política, tengo momentos de 
volverme loco. Este país acostumbrado a ser siempre engaña- 
do por sus mandajbarios^ vive de mentirosas ilusiones i rara vez 
cree lo verdadero.3) 



Lima, ^etiemWé 28 de 1838. 

«Mi querido hermano: Aunque te escribí una bastante es- 
tensa, cuatro o seis dias hé, por la vía de Valparaiso, tengo el 
gusto de repetirte ésta, manifestándote, de este modo, el inmen- 
so cariño que te profeso. Con la espresada iban algunos pape- 
les pdblicos que te ilustrarian en muchos pormenores, de los 
jBucesos que han tenido lugar en la campaña; mas, siendo pro- 
bable que ésta llegue primero, te repito otra colección. A la 
esposicion que ellos hacen del estado de las cosas, agregaré 
que hoi contamos con otro departamento o provincia, que es la 
de Huaylas, pronunciada a nuestro favor; que tengo muchas 
probabilidades de la pronta rendición del Castillo, i que a no 
sor la pequeña pérdida de 30 marineros, que han sido sorpren- 
didos i tomados en Fisco por la imprudencia i falta del co« 

21 



1^4 CAMVAÑk DEL PBBl^ KN IS^S 

mandante Díaz de la Valparaíso, que se situó con ellos en el 
pueblo, todo seria prosperidad hasta el dia. Esta pequeña pér- 
dida, que será reparada mui pronto con ventaja, es un átomo 
respecto de las ganancias que> hemos obtenido en cuantos pla- 
nes me he propuesto, i de los cuales han resultado el pronun- 
ciamiento de todo el territorio de la república, que antes reco- 
nocía a Orbegoso: la acción de Matucana, etc. 

El ejército se mantiene con todo el entusiasmo i orgullo que 
le da BU valor i en esto confío para pronosticarte que mi cam- 
paña será corta i feliz.D 

A la sazón, circulaba, con insistencia, en Lima el ru- 
mor de que el jeneral Santa-Cruz, movia sus divisiones de la 
Sierra sobre la capital. La hora decisiva parecía próxima a 
sonar, lo que ponia al jeneral Búlnes en la necesidad de regu- 
larizar su situación con el gobierno de Gamarra. Con ese ob- 
jeto lo invitó a entablar negociaciones i le previno, de antema- 
no, el espíritu que Uevaria a la conferencia, manifestándole, de 
nuevo, su determinación invariable de no intervenir en las cosas 
del Perú (1). Gamarra nombró, como su plenipotenciario, al 
ministro de gobierno don Benito Lazo i Búlnes se decidió a 
entenderse, por sí mismo, con el delegado del Perú. 



(1) Cuartel Jeneral del Ejército Restaurador. — Lima, 10 de octubre 
de 1838. — Señor Ministro de Estado en el departamento de la Guerra 
del Perú: — En vista de las difíciles circunstancias, que han rodeado al 
Gobierno, desde el dia de su instalación, me he abstenido de hacerle pre- 
sente, que es de absoluta necesidad el establecer por medio de una con- 
vención, las principales condiciones a que debe ligarse el Gobierno del 
Perú, por lo que respecta a la subsistencia i haberes de la Escuadra i 
Ejército Restaurador, pues no sabiendo cuáles sean los sentimientos de 
S. E. a este respecto, juzgo que será conveniente que se espresen de un 
modo esplicito, para que, en todo tiempo, haya constancia de ellos i poder 
dar cuenta a mi Gobierno de haber cumplido en esta parte sus Instruc- 
ciones. 

Penetrado S. E., coms debe estarlo también el pueblo peruano, de que 
la misión del Ejército de mi mando, no es ni puede ser otra, que la de li- 
bertar al Perú de la dominación del jeneral Santa-Cruz, no se atribuirá 
el objeto que motiva esta nota, a pretensiones indebidas i enormes a es- 
ta República; debiendo asegurar a ÜS. que si no puedo desentenderme 
de la subsistencia de un ejército, que si está pronto a derramar su san- 
gre, lo está igualmente, a sufrir toda clase de privaciones a trueque de 
devolver al Perú sus perdidos derechos. 

Así, pues, si S. £., como lo espero, conviene en la necesidad de reali* 
tsar el tratado que propongo, estoi pronto a entenderme con la per- 
sona que B. E. nombre al efecto, haciéndome saber cuál sea este i el lu< 
gar i hora en que debQ yeriflQai^ 1» reumon.— -Dio9 guarde a US«"*ifa< 



OÁMfíiSk DSL paAt5 m 1838 155 

La oonferenoia no dio lugar a ningún incidente notable i 
aiemqjóse mas a nna conversación amistosa, que a una discu«» 
alón diplomática. Animado el uno, de las mejores intenciones 
respecto del Perú, i el otro del agradecimiento a que su go- 
bierno era deudor, no tardaron en llegar a un arreglo, basado 
Bobre las instrucciones del jeneral en jefe, si bien haciendo al- 
gunas modificaciones, exijidas por la situación política del país. 
El gobierno del Perú se comprometió a pagar los trasportes 
que hablan conducido al ejército; a dar al soldado chileno un 
sueldo mensual de diez pesos, que era el mismo que percibía 
el soldado peruano i a suministrarle el alimento i toda especie 
de recursos, durante su permanencia en el Perú. En cambio de 
estas concesiones, el ejército ofrecía sus servicios; la devolu- 
ción de la barca Santa- Cntz i del bergantín Arequipeño^ que 
fiíeron sorprendidos por Garrido en el Callao en 1836 (1). 

(1) En la ciudad de Luna, capital de la república peruana, a doce de oc^ 
inore de mil ochocientos treinta i ocho: reunidos los señores don Manuel 
Búlnes, Jeneral en Jefe del Ejército de Chile, Restaurador del Perú, i don 
Benito Laso Ministro de Estado en el departamento de Gobierno i Rela- 
ciones Esteriores, mediante la autorización que ha hecho a éste S. E. el Pre- 
sidente Provisorio de la República, Gran Mariscardon Agustín Gamarra, 
la que ha sido legalmente reconocida por el señor jencral en Jefe; a efec- 
to de celebrar un convenio militar de subministres a dicho Ejército Res- 
taurador durante la presente guerra que sostienen la República de Chi- 
le i la parte hbre de la Peruana al Jeneral Santa-Cruz, hasta lanzarlo 
del territorio do ésta i reducirlo a la impotencia, de tentar una segunda 
invasión, han acordado en los artículos siguientes: 

Art. 1.° El Gobierno del Perú, se obliga a proporcionar al Ejército 
Bestanrador i Escuadra, sin cargo alguno al de Chile, los recursos de to- 
do jénero que haya de menester para las operaciones de la campaña, de- 
biendo empezar a correr por cuenta del espresado Gobierno, los gastos 
orijinados por el Ejército desde su desembarco. 

Art. 2.° Los sueldos de los soldados, cabos i sarjentos del Ejército i 
los de los oficiales de mar i marinería de la Escuadra de Chile, serán los 
mismos que disfrutan en aquella República los de sus respectivas clases, 
siendo ademas de cuenta del Gobierno del Perú, suministrarles el ran- 
cho, hospitalidades i el vestuarío para la tropa, sin cargo alguno ni des- 
cuento de sueldos o haberes de ella. 

Art. 3.° Los sueldos i gratificaciones de los jefes, oficiales i empleados 
en el Ejército i Escuadra de Chile, serán los mismos que gozan en el Pe- 
rú, los de sus respectivas clases, siempre que no sean inferiores a los que 
disfruten por los rbglamentos de aquella República, o por los que se les 
pefíale en sus respectivos nombramientos o despachos, en cuyo caso dis- 
frutarán los que en dichos reglamentos, nombramientos i despachos se les 
asignen. 

Art. 4.® Tanto el pago de los jefes, oficiales i empleados a que se re- 
fiere el artículo anterior, como los de la tropa i marinería correrá por 
cuenta del Gobierno del Perú i siu cargo alguno al de Chile desde el mes 
inclusive, en que zarpó la espcdicion de Yalparaiso. 



168 



cámpaSí dbl phri! m 1838 



La creencia, tan joneralízada en el gobierno como eñT 
de la apertura pri^xima de k campaña, puao al jeneral Gama- 
tra ea la uecesidad de dictar el siguiente decreto: — Míaiaterio 
(le Guerra i Marina, — El ciudadano Agustin Gamarra. — ■Oon- 
siderando: — I. Que la perfecta organización del ejército i na 
boona dirección, requieren una autoridad qne centralice el man- 
do i sea el órgano imuediato de las duliberacioueB del go- 
bierno. 

II, Que !a rapidez del servicio i el impulso que han menea-. 
ter todas las operacioncH de la guerra, exíjen asimismo la retv 
nion de las fuerzas peruanas i chilenas, bajo un jefe que sea aí 
toico que BO dirija a la autoridad suprema. 

III. Que no me permiten, por ahora, las graves atenciones 
de la adminjatracioD, dedicarme de cerca a las tareas, que de- 
mandan el cargo de jeneral en jefe de laa fuerzas unidas. 



>nes 
de- 

M 



Ai-t. 5.° El Gobierno del Perú queda obligado a pagar el valur a qnl 
agcieaileu loa fletes de loe troaportea que lian conducido al Ejército Bed 
tauvador, tan luego como ^ lo pe nnitan liiB circunetaucian, poniendo en 
arcae de la Comisaría del Eji^^rcito el espretsado valor, o a dieposicioa del 
Gobierno de Chile. 

Art. 6.° El Gobiemo^del "Perú se obliga a trasportar de su cuenta a 
Chile el Ejército, cuando pe haya t«i'minado la campaña, 

Art. 7.° El Jeneral en Jefe del Ejército Reataurador, pone a ditpoai. 
don del Gobierno del Peni, la barca Santa-Cruz bergantín Ari>,¡aipe- 
ño en el estado de armamento en que se eacuentra, no pudieadu por 
ahora, hacer igual dcTolucion de la corbeta Sucabayu, por no haber ceoi- 
bido autorización de su Gobierno para verificarla, ia que se ofceoe a so- 
licitar. 

Art. 8." Los refuerzos de tropas que por via de reemplazo o aumen.to 
del Ejército Beatanrador, vinieren de la Repéblica de Chile, serán con- 
siderados por lo que respecta al goce de sueldos i deenaa^aubminiatros, en 
la mismo forma qoe se previene en los artículoe de este congenia. 

Art. 9." Los artículoíi de guerra i bocí i los subniinistros de cualquie- 
ra naturaleia que se hagan, en lo sueesivo, por el Gobierno de Chile, tóeii 
sean para el uso i consumo del Ejército, o por via de préstamo o atiple- 
meatti al Gobionio del Perú, tavi. de cirgn de éste su aliono a los pretáos 
que loa espresadoe nrticmlos tuvieren da (losto. 

Art. 10- El presente convenio se observara por todo el tiempo que el 
Ejército BestaQradfir i Escuadra de Chile, se empleen en hacer la guerra 
a! jeneral Santa-Crtí/, i sos sostened otos, en defensa de loa derechos i ee- 
guridad de la Bepdbhca del Perú; i solo podrá alterarse por medio de la 
celebración de un tratado de alianza (jue de hecho existe entre laa dos 
Hepóblitaa, 

En fé do lo cual firmaron el presente convenio por duplicado, sellán- 
dolo con sus respectivos sollos en el día de la fecha citada arriba. — fL. S). 
Manlibi, BÚLNEa.— (L. S,)— Bicmto -Laso,— Palacio del Supremo Gt,- 
bieriio en Lima, a 14 da octubre de 1838, — Batifico elprcNento convenio. 
— AoiTriTiN Gamakka. — El Ministro de Estado i del despacho de Gue- 
rra i Marina,— /íujíiOTí Canilla. 




OAMPAltA DIL ^BBt} IK 1838 167 

ly. Qae en la próxima campafia debo ejercer el sapremo 
mando militar i dar dirección al ejército. 

y. Qae en la persona del jeneral don Manuel Bálnes se ren-i 
nen todas las calidades eminentes, que son necesarias para el 
arduo cargo de jeneral en jefe. — Decreto: 

Artículo único. — El jeneral don Manuel Búlnes, queda nom-. 
brado jeneral en jefe del Ejército unido restaurador. 

El ministro de Estado, del despacho de la guerra, queda en-« 
cargado del cumplimiento de este decreto, i de comunicarlo a 
quienes corresponda. 

Dado en el palacio del supremo gobierno en Lima, a 16 de 
octubre de 1838. — ^Agustín Gai[Arra.-^P. O. de S. E. — Bar 
mon Castilla. 

Este decreto, era la consecuencia natural del tratado firma- 
do, tres dias antes, entre Bálnes i Lazo. Desde el momento que 
el ejército de Chile aparecía como ausiliar del gobierno de Li« 
ma, el jeneral en jefe necesitaba aparentemente que su nombra* 
miento fuese aprobado, por lo que en lenguaje oficial tenia que 
llamarse, autoridad suprema del Perú, reservándose como lo 
mandaba la Constitución, la dirección de la gaerra. 

Sin embargo, este hecho ha dado lagar a interpretaciones 
erróneas i servido de apoyo a una escuela, que solo persigue el 
desconocimiento de los servicios prestados por Chile al Perú 
en 1838. 

Esos patriotas de nuevo cuño, no pudiendo borrar de sus 
anales los nombres inmortales de Buin, de Yungai, etc., han re- 
suelto fabricar una historia ex-profeso, en la cual se dice, que 
el ejército chileno de 1838 no fué sino el instrumento que di- 
rijió la mano de Gamarra, o de Castilla; que el jeneral Búlnes 
hizo los oficios de un buen subordinado de los jefes peruanos, 
con mas algunas necedades sobre su conducta personal en al- 
gunas batallas, especialmente en Yungai, de que nos ocupa- 
remos mas adelante (1). 

La insistencia de estas falsas aseveraciones, nos pone en la 
necesidad de esclarecer con detención este punto. 

(1) El mas notable de esos dcmoledores de la historia, es el señor 
Valdivia, de quien ha podido decir el señor Vicuña Mackenna con su 
prnxcia peculiar: que las historias del canónigo Valdivia so asemejan a 
las alforjas de nuestros campesinos, , porque en ellas cabe todo, incluso el 
haber querido probar que las glorias de 1838 i 1839 son glorias peruanas. 



166 OAMFA!fA DBL PBBl} BN 1888 

La creencia^ tan jeneralizada en el gobierno a 
de la apertura próxima do la campaña^ puso al ; 
rra en la necesidad de dictar el siguiente decrete 
de Gaerra i Marina, — ^El ciudadano Agustín Gk 
siderando: — I. Que la perfecta organización de 
buena dirección, requieren una autoridad que cení 
do i sea el órgano inmediato de las deliberan 
bienio. 

II. Qae la rapidez del servicio i el impulso qi 
ter todas las operaciones de la guerra, exijen as 
nion de las fuerzas peruanas i chilenas, bajo u^ 
único que se dirija a la autoridad suprema. 

III. Que no me permiten, por abora, las f 
de la administración, dedicarme de cerca a ' 
mandan el cargo de jeneral en jefe de las f 



Art. 5.* El Gobierno del Perú queda obligar 
ascienden los fletes de los trasportes que han or 
taurador, tan luego como se lo pe rznitan las d 
arcas de la Comisaría del Ejército el espresad 
Gobierno de Chile. 

Art. e.^» El Gobiemo^del Terú se obligp 
Chile el Ejército, cuando fc haya terminad 

Arfc. 7.° El Jeneral en Jefe del Ejércitr 
cion del Gobierno del Perú, la barca Sa 
ño en el estado de armamento en que f 
ahora, hacer igual deyoludon de la corbr 
bido autorización de su Gobierno para 
licitar. 

Art. 8.® Los reínersoB de tropas qu' 
del Ejército Restaurador, vinieren de 
sideíados por lo que respecta al goce 
la mismo forma que se previene en ^ 

Art. 9.^ Los artículos de guerra 
ra naturaleza que se hagan, en lo f 
sean para el uso i consumo del I 
mentó al Gobierno del Perú, ser 
qiio loR ospr&sados artículos tuv' 

^Vi't. 10. El presente conven 
Ejército Restaurador i Escua*' 
al j«ueral Sauta-Criiz i sus se 
gnridad de la República del 
celebración de un tratado < 
Repúblicas. 

En fé do lo cual firmarf 
dohj con H\lr^ re.si)ectiv<»K h 
Maniiíl IJi'i.NKa. — (Tj. 
bieriiu en Lima, a 14 d( 

— A( i I ST 1 N G A M A UJí A 

rra i Marina. — Jiamo 



168 OÁMfJJtk tth PB&i} m 1838 

Lejos de nosotros el menguado propósito de arrebatar al 
jeneral Gumarra, la pura gloria a que se hizo acreedor en la 
campaña de 1838. Su práctica militar, su conocimiento de los 
hombres i de las cosas del Perú, sirvieron eficazmente al ejér- 
cito chileno, como sus consejos oportunos ilustraron i determi- 
naron con frecuencia el proceder del jeneral Búlnes. 

Aparte de esta inflencia amistosa, jamas pretendió Gttmai- 
rra hacer predominar su voluntad sobre la del jeneral chileno, 
que diriljió la campaña con toda la independenciai que exijia su 
responsabilidad. 

Del decreto parece desprenderse que el jeneral Gamarra se 
consideraba autorizado, para tomar la dirección del ejército 
chileno. Sin embargo, ¿de dónde arrancaba ese derecho? 

¿Había alguna comunicacien del gobierno de Ohile, que per- 
mitiese a su jeneral, investir al presidente del Perú con el man- 
da del ejército, i si ese decreto no existia, podia el jeneral Búl- 
nes, sin incurrir en el delito de traición, delegar sus funciones 
i poder en una autoridad estranjera? No existen mas órdenes 
del gobierno de Chile, a este respecto, que las mui terminantes 
insertas en sus instrucciones. <rPero en cualquiera de* estas 
circunstancias, dicen; de cualquiera de estos modos que se es- 
tablezca un gobierno peruano (o por la adhesión de algún jefe 
de Santa-Cruz, o por la de Orbegoso o Nieto) V. S. deberá 
conservar siempre el mando, de todas las tropas chilenas i pe- 
ruanas.3> <í Las fuerzas peruanas que V. S. organice, permane- 
cerán, constantemente, bajo las órdenes de V. S., sin que por 
ningún motivo, deban sustraerse a ellas, hasta que V. S. se . 
retire a Chile conla fuerza chilena de su mando.D o: Cuando ha- 
ya nn gobierno supremo, ya estos obstáculos podrán desapare- 
cer, porque la autoridad de ese gobierno i la de V. S. podrán 
asistirse mutuamente. Por consiguiente, entonces i solo en- 
tonces, podrán las tropas peruanas tener un jefe que se ponga 
a la cabeza de ellsiS; pero este jefe esta?xí siempre a las órdenes 
de V. S,, que como ya se ka dicho j ejercerá el mando de ambos 
ejércitos hasta la evacuación del Perúj> 

I como si se hubiese querido no dejar lugar a duda sobre es- 
te punto, el gobierno reiteraba el sentido de estas prescripcio- 
nes, en el mismo documento, con estas palabras: — aPara todos 
los cc^os tendrá V. S. entendido, que todos los emigrados pe- 



éÁMPAlTA BBL vm^ BK 1838 159 

ruanos deben considerarse como agregados al ejército espedi- 
cioñaiio^ i sujetos enteramente a la autoridad de V. S,i^ 

Diríase qne estas declaraciones, fueron dictadas para respon- 
der, con anticipación, a los erróneos conceptos a que habian de 
dar lugar mas tarde. No existiendo, volvemos a repetir, un de- 
creto contrario a estos, el jeneral Búlnes no habría podido, sin 
inonrrir eñ rebéUon, reducir a nada las órdenes de su gobierno. 

¿Puede deducirse, de esto, que el jeneral Gtunarra pretendió 
revestirse con un poder que no le pertenecia? De ningún mo- 
do. Los términos del decreto, están arreglados a la situación 
respectiva del gobierno peruano i del ejército chileno. Este, al 
emprender sobre el Perii, no deseaba aparecer como conquis- 
tador, sino como ausiliar. Para ello, necesitaba reconocer una 
autoridad pública, para no ejercerla por sí mismo; acatar a uü 
gobierno para no serlo a su vez. Pero, ese reconocimiento no 
pasaría de ser un acto vano i efímero, sino se respetaban en la 
nueva autorídad, los atributos que le son peculiares, i que la 
Constitución del Perú le prohibia espresamente delegar, como 
es la suprema dirección de los ejércitos ausiliares que habiten 
en el terrítorio nacional. 

Desconocer la superioridad del gobierno peruano, que repre- 
sentaba a su país, habría sido colocarse encima de la nación i 
convertirse, por el mismo hecho, én superior, en dominador, o 
lo que es lo mismo, en conquistador. El jeneral Búlnes, nece^ 
sitaba, so pena de aparecer bajo esta última faz, reconocer la 
autoridad suprema que representaba la soberanía del Perú. Su 
ejército enviado al estranjero, según las reiteradas declaracio- 
nes de su gobierno, a atisiliar al Perú, no podia colocarse enci- 
ma de él,^in incurrir en el delito de usurpación i de conquista! 
En este sentido, para obrar dentro de su dignidad i de la cons- 
titución, hubo de reservarse el presidente Gamarra ese vano tí-* 
tulo que cubría su autoridad, i que se llamó dirección de lague* 
rra. Esta, es por lo demás, la práctica usual en casos análogos. 

Pero se desprende de esto, que el presidente Gamarra tuvie* 
se la libertad efectiva de nombrar a otro, que al jeneral Bul-» 
nes, jeneral en jefe del ejército unido? o que tuviese el derecho 
de cambiarlo cuando la guerra no fuese dirijida conforme a au 
plan o ideas? — Evidentemente que no, 

fov lo ^UQ hAQ9 a las fuer^M pwQanasi ya conocemos laa 



]62 oaxv&Sa. dbl terí mu 1838 

el plan de campafla no eaíaba determinado, i se reunió caanH! 
ya habia un plan, cuando el ejército marchaba a reculones iiácia 
San Mignel, atrayendo al ejército protectoral. 

Pero, a qué insistimos sobre un punto a que el mismo jene- 
ral (íamarra, se encargó de responder, en términos que impor- 
tan nn desmentido a todas las aseicíones interesadas que se 
han repetido mas tarde. El jeneral Castilla, bu ministro de la 
Guerra, decia otícialmente al gobierno de Chile, dándole cuen- 
ta de la batalla de Yungai: «A pesar de que el presidente 
provisorio de la república peruana, gran mariscal, don Agustín 
Ghimarra, ha concurrido eo persona a todos loa sucesos de la 
campaña, i estuvo también presente en la batalla que ha 
restituido al país su independencia i derechos, sin embargo, el 
preB.idente me manda declarar, paladinamente, ante las repábli- 
cas Americanas i ante el mundo entero, que todo es debido a 
los talentos, práctica en la guerra i jenio previsor del gran ma- 
riscal de Ancach, jeneral en jefe del Ejército unido: bien está. 
que el presidente se reservó siempre la suprema dirección de 
la guerra, conforme a la constitución del paie; pero quiso, de 
propósito, dejar desarrollarse i brillar las admirables prendas 
militares de aquel ilustre jefe, i ninguna mii-a privEwla tiene 
S. E. cuando confiesa, en honor al mérito relevante i al valor, 
que una sola disposición, un solo paso, no ha sido dado por el 
jeneral en jefe, en todo el curso de la campaña, que no haya 
merecido su mas completa aprobación; en una palabra, señor 
ministro, es la espada victoriosa del jeneral Bñlnes, la que ha 
demolido el trono de hierro del ominoso Protector de la Con- 
federación Perú- BolivianaB (1). 

No podríamos emplear términos mas enérjicos en defensa 
de nuestra opinión, que las audaces afirmaciones de un escri- 
tor estranjero, nos ha puesto en la necesidad de sostener. 

Nada faltaba, pues, para abrir la campaña sino que el Pro- 
tector abandonase su escarpado e innaccesible campamento. 
Su larga permanencia en el Cuzco, habia tenido por objeto i 
por resultado la concentración de bus fuerzas, a la vez que el 
establecimiento de guarniciones militares en toda la rejion 
que dejaba a sn espalda. 



(I) Huarai, enero '2fl Ho m^. 



I 



OAMPáJTA DSt PlBBt} XK 1838 163 

Lft necesidad de dominar^ en su ausencia^ los elementos de 
conflagración que existían en el seno del Perú i de Solivia, 
lo obligaba a dejar tras de sí algunos de sus mas prestijiosos 
jeñerales. Al efecto, habia armado i puesto en pié de guerra a 
las guardias cívicas i guarnecido a Arequipa, con una división 
de milicianos i de reclutas a cargo del ilustre mariscal de Ze- 
pita, don Blas Cerdeña. El jeneral. Braun, al mando de otra di- 
visión, resistia en la frontera meridional de Bolivia a los es- 
faerzos impotentes del jeneral Heredia, que mandaba algunas 
fuerzas agentinas, 

En los primeros dias de octubre, el jeneral Santa-Oruz 
abandonó, por fin, el Ouzco i se dir\¡ió a Tarma acompañado da 
don Casimiro Olañeta i del jeneral Quiroz, con el estado ma- 
yor i el batallón núm. 1 de la Guardia, donde se reunió con 
lají divisiones de Otero i de Moran. La llegada de cada bata- 
llón; un movimiento cualquiera de tropa, daba pretesto*! oríjen 
a las noticias alarmantes [que circulaban en Lima. Los jefes 
bolivianos contribuían a propagarlas, para mantener despierto 
el entusiasmo del Callao i de Lima. 

La permanencia del ejército chileno en la capital, ejercía una 
influencia perniciosa en su salud. Atacado, alternativamente^ 
por el clima i por las enfermedades crónicas de la estación, los 
hospitales se poblaban de enfermos, que se aumentaban, cada 
día, en una proporción alarmante. La división sitiadora del Ca- 
llao, suministraba el mayor continjente a este'triste número. 

El mes de octubre tocaba ya a su término i el Ejército Res- 
taurador permanecía en Lima, presa de la íncertídumbre en 
que lo mantenía la actitud, a la vez, jactanciosa e indecisa del 
ejército boliviano. En esas circunstancias, llegó a la capital un 
parlamentario del jeneral don Ramón Herrera, jefe de las di- 
visiones bolivianas acampadas en Tarma, con una comunica- 
ción encabezada así: cCuartel jeneral en marchan solicitando 
un canje de prisioneros. El objeto verdadero del envío del 
parlamentario, era inspeccionar . el ejército chileno, infundir 
aliento a los defensores del Callao i a los Santa-Crucistas de 
Lima. Búlnes observó con él las precauciones de la guerra i 
contestó negándose al canje a que se le invitaba (1). 

(1) Hé aquí esas comunicaciones:~^Cuartel Jeneral en marcha, a 20 
d« octubre de 1838, — Al señor Jeneral en Jefe del Ejército chileno. — 



1<)4 OÉJfíÁSik mié nt6 m 183S 

Ssa Oomuuicaoion datada (cOaartel jeneral en iQatchap jaig* 
nifioaba que el Frotector venia en marcha sobre Lima^ o erai 
BÍmpIemente^ una estratajema^ dirijida a alentar el éioimo de- 
caído de los sitiados del Callao? O era acaso^ una manera disidí 
mulada de mantener al ejército cbilenp; en la espectativa» 4e 
un próximo ataque? 

Greyósej por el laayor número^ que el jeneral Santa^Cruz se 
hQibia decidido a salir de su inmovilidad de dos meses i qua 
h^bia llegado el momemto de iniciar las opeipaciones deoisiyas, 
Mas o méuos, en la misma época de la llegada del parlamea* 
tariO| fué aprehendido por el jeneral Santa-Cruz, un sarjeuto 
peruanoi que estaba, desde largo tiempo, al servicio de Chile, i 
aquieu habia salvado la vida en Santiago, siendo ministro de 
Bolivia, durante la administración Pinto. Prevalido de ese re* 
cuerdo, que estimaba como una garantía de fidelidad, el Pro-* 



mm 



Sefior Jeneral: — S. E. el Protector de la Confederación, se ha dirijido, 
dos veces/ al Gobierno de Ohile, proponiendo canje, por ios prisionerog 
tomados en la corbeta de guerra Óor^ederacion i creo que, hasta la feú- 
cha, no se ha recibido contestación alguna de aquel gabinete. Gomo el 
objeto de S. E., i por consiguiente el mió, ha sido i es hacer siempre la 
guerra ahorrando todos los males posibles, creo uno de mis primeros de- 
beres, el aliviar la dura suerte de los prisioneros^ restituyéndolos a sua 
banderas. 

Bajo este concepto, i habiendo tomado las tropas de mi mando, dos 
jefes, cinco subalternos i treinta i siete saldados del ejército de US., pro- 
pongo un canje, clase por clase, con el comandante de la corbeta Confe- 
deración Frenoh, el teniente Yaíle-Biestra, los prisioneros del 21 de agos-* 
to, i los cazadores que, casualmente cortados se tomaron en Matucana, 
por las fuerzas de ÜS. 

Yo nó dudo que US. admita una propuesta semejante i que en su 
consecuencia se pueda acordar el dia i modo del canje de los presentes i 
el tiempo en que deban darlo los ausentes. Si US. estuviera facultado 
para disponer de los prisioneros que están en Chile, podrá hacerse el 
canje de todos con los que existen en nuestro poder desde la espedicion 
pasada, al mando del Excmo. sefior jeneral don Manuel Blanco Encala- 
da, cuyo número excede en mucho a los nuestros. — ^Dios guarde a US. — 
Eammi Herrera.'» 

(Contestación.) — «Cuartel Jeneral del Ejército Restaurador. — Lima, 
octubre 20 de 1838. — Al Jeneral don Bamon Herrera, en marcha cerca 
de Lima. — No pudiendo considerar, como prisioneros de guerra al co- 
mandante i tripulación de la goleta Peruviana^ ni tampoco a los indivi- 
duos del Ejército Bestaurador, que por bus enfermedades quedaron el 
año pasado en Arequipa, no me creo en el caso de aceptar el canje, que 
me propone, en la nota de hoi, el señor jeneral a quien me dirijo. 

Por lo que respecta al comandante, oñciales i marinería de la corbeta 
VaJparaisOjMO me €s posible adoptar, en estos momentos, una resolución, 
porque a mas de no tener marineros que devolver, militan otras conside-^ 
raciones, que no juzgo del caso referir. — Dios guarde a US. — Ma^y.el 
Bálnes,:» 



oampaJIa dil íeriS bk 1838 lüó 

I tflctor lo hizo regresar disfrazado a Lima, con un gran número 
de proclamas, para ajitar la epiuion pública en vista de su 
próxima marcha sobre la capital. 

El sarjento fué aprehendido por Búlnes, i tanto por su rela- 
ción, como por las sospechas a que se prestaba la llegada del 
parlamentario, creyó efectivamente que el ejército boliviano 
venia sobre la capital, i trasladó su campamento a la Casa de 
Pólvora, situada en el camino que conducía al cuartel jeueral 
del enemigo. Gamarra i Búlnea emplearon, a laVez, los medios . 
de seducción i de rigor con la plaza del Callao, ain que por 
imo ni otro camino Be consiguiese doblegar la altiva resolución 
de flUs deíeiisorea. Egafla se |d¡rij¡ó también al jeneral Orbe- 
goso con el mismo resultado. 

Todo se subordinaba, entonces, en el ánimo de Búlnes, al 
sitio del Callao. Si la plaza enemiga se rendía, podia esperar a 
Santa-Cruz en algún campo aparente, vecino de la ciudad; en 
el caso contrario, no habría podido permanecer en Lima, sin 
separar. de bus fuerzas, el dia del combate, una división nume- 
rosa, para contener a la guarnición del Callao, lo que añadido 
a la superioridad numérica del ejército enemigo, compuesto de 
7,OÜ0 hombres, a los estragos que las enfermedades habiau he- 
cho en las tropas chilenas que teuian, a la sazón, mas de 1,000 
enfermos en hospitales, poniau al ejército restaurador en la 
imposibilidad de tentar el azar de una batalla. Agregúese a 
estos inconvenientes, de por sí insuperables, que «la fuerza 
peruana estaba compuesta de soldados bisónos, sin la moral 
necesaria para un choque» (1). 

íl! jeueral Herrera, a la sazón, jeneral en jefe del ejército 
protectora!, decia aQos mas tarde, refiriéndose a la retirada da 
Lima: 

«Búlncs no podia aguardarnos; tenia Santa>Crnz de 7 a 
8,000 hombres, que estaban combinados con el Callao, por me- 
tlio^de cohetes, para salir cou una gruesa batería de artillería 
a tomar su retaguardia, a lo que se agrega el odio de la ciudad 
de Lima. — Habría sido aquella utia situación desesperada.» 

La alarma suscitada por la llegada del parlamentario se di- 
sipó, con las informaciones, mas exactas, que se tuvierou sobre 



(1) Diaiiü uitadu, [MJ. á' 



166 OAHPASA DBL PKBtJ ElfT 1838 

lasituacion del enemigo, porque se snpo que a pesar de sug ame- 
nazas i de las noticias de sus partidarios, no abandonaba aun 
el campamento de granito que ocupaba en las alturas de la 
Sierra, 

Bálnes, temió que el objeto de esas falsas alarmas, fuese 
obligar al ejército chileno a permanecer en Lima, donde se 
consumía lentamente por el clima i las enfermedades. Tal 
era, en efecto, el pensamiento del enemigo, según la franca 
confesión del mismo jeneral Herrera. — «Después de la ocupa- 
ción de Lima, dice, convinimos en situamos en Jauja con todo 
el ejército, i dejar que los chilenos se aniquilasen por sí solosi» 

(1). 

En esas circunstancias, salió de Lima, hacia el Este, una es- 
pedicion, mandada por el coronel Godoi, por el mismo camino 
que llevó algunos meses ¿ntes la división de Sessé, para reco- 
jer informaciones, sobre la situación del enemigo. La colunma 
se componia de una compañía del Valdivia, una de la Lejion 
Peruana, i de los Escuadrones de Carabineros i de Lanceros. 
Otoáoi se cercioró en San Pedro Mama, de que el ejército con- 
trario permanecia en sus antiguas posiciones, i a consecuencia 
de esto regresó a Lima, trayendo algunas muías que sirvieron 
en el curso de la campafia. 

La situación del ejército chileno en Lima se habia hecho in- 
sostenible: las filas se diezmaban i el peligro aumentaba en 
proporción. La estadía del jeneral Santa-Cruz en la Sierra, 
tenia, para él, efectos mas decisivos i menos aleatorios que los 
de una batalla. Sin fatigar a su ejército en inútiles marchas; 
sin esponerlo a los azares i peligros de un combate, desmoro- 
naba insensiblemente el poder i la fuerza de los contrarios. 

El temperamento de Lima obraba en sus filas con mas efi- 
cacia que sus cañones. Nada será capaz de dar idea, del estado 
de quebranto en que se hallaba la salud del ejército. — ccAyer 
remití, decia el coronel Urriola a Bñlnes (2)/ todos los enfer- 
mos a Chorrillos, quedando solo cinco, que por su natural es- 
tado solo podian caminar en carros que no habían. Hoi tene- 



(1) Conversación del jeneral Herrera, con don Benjamín Vicuña 
Mackenna en 4865, que este apuntó en aquella época i que ha tenido la 
bondad de prestamos. 

(2) Octubre 21 de 1838.— Urriola a Búlnes. 



álUVASk DBL PBRÚ HK 1838 167 

tnoB ya nuevamente el hospital Heno, esto es, pasan de 100, 
con los que haí en las cuadras.» 

El mismo dia la división del jeneraJ Cruz, tenia en los hos- 
pitales de Bellavista 191 enfermos. 

No era, mas halagüeña la situación del resto del ejército. 
«Deseo mucho, le decia el coronel Urriola (1), que usted me- 
dite el grado de impotencia a que vamos camii^ndo para abrir 
la campaña, para que lo remedie sin pararse en medios. Según 
mi mal modo de entender, juzgo que hemos venido a vengar 
el honor nacional, i mi opinión es que con las puntas de las 
bayonetas saquemos los recursos necesarios, i marchemos al 
enemigo dando al diablo a Orbegoso i su castillo, a Lima i su 
Gfamarra. Esto debe hacerse pronto, so pena de que nos lleve 
a nosotros. Venido Santa-Cruz, todos rendirán la cerviz, i si 
no lo hacen^ volveremos a tener otro 21. Cada dia perdemos 
mas que si nos estuviéramos batiendo, i yo entiendo que aquí 
tiran para su raya i poco les importa que nos lleve Satanás, 
por uno u otro camino.^D 

Copiamos, espresamente, estas palabras en que campea mas 
la exasperación, que la calma, por que reflejan la impresión que 
dominaba entonces en el ejército chileno. 

Abrumado con el peso de la guerra, cuyo fin se alejaba mas 
i mas de su vista, consumido por las enfermedades, mal ali- 
mentado, imputaba su miseria a la inercia sino a la ingratitud 
del gobierno peruano. 

Qamarra, tan abrumado como Búlnes con el peso de estas 
consideraciones, habia acariciado el pensamiento de marchar 
aobre Tarma, donde se creia que no se hablan reunido aun, sino 
3,700 hombres (2). 

Este plan temerario habria comprometido que no mejorado 
la suerte del ejército, pues, a mas de que las fuerzas bolivianas 
ocupaban formidables posiciones, el territorio del tránsito es- 
terilizado, de antemano, por las guerrillas, no ofrecía recursos 
para la subsistencia del soldado. Olvidaba también el presiden- 



(1) Octubre 26 de 1838.— Urriola a Búlnes. 

{2) Seílor Jeneral don Manuel Búlnes. — Mi querido Jeneral: — dünos 
amigos dé Tarma, dan estas noticias. 3,700 hombres son el total de los 
que tiene Herrera. Si esto se confirma, mañana podremos largamos so- 
bre Jauja. Yo iré con Ud. dejando un consejo de Gobierno. Mañana ba« 
bl«r4 a V^ personalmente su amigo,^(ramarra,» 



168 oampaRá dbl tvrú bn lJS38 

te, que la guarnición del Callao, se habría apoderado de la ca- 
pital, robustecídose con los elementos que hubiese sacado de 
ella i operado de concierto con el jeneral Santa-Cruz . 

A juicio de Búlnes, la necesidad mas premiosa era curar su 
ejército enfermo i buscar un campo de batalla en que no fuese 
preciso separar de sus fuerzas una gruesa división. Las razones 
que aconsejaban a Santa-Cruz permanecer en la Sierra, invi- 
taban al ejército chileno a salir de Lima. Buscarlo en su asilo 
inespugnable, hubiese sido mas imprudente que aguardarlo en 
la capital. 

Búlnes se resolvió, por ñn, a abandonar la red en que lo ha- 
bían sujetado, las bravatas i amenazas del enemigo i retirarse 
a las provincias del norte, donde la causa de la restauración 
contaba con algunas simpatías. 

La porfiada hostilidad de la capital i del clima, no existia en 
esas provincias, cuyo temperamento es mas aparente para los 
soldados chilenos i cuyo suelo accidentado, se presta mejor a 
las combinaciones de la guerra (1). Tampoco existian en el nór- 
te^ esas grandes aglomeraciones de población i de hostilidad 
como la ciudad de Lima, que pueden decidir el buen o mal éxi* 
to de una jomada. El jeneral Búlnes, temia que se renovasen 
en Lima, las sangrientas jornadas de Arequipa de 1835, cuando 
el populacho se precipitó sobre el ejército del jeneral Salaverly, 
causando un derramamiento de sangre peruana, a la vez, in- 
humano e infructuoso. 

La retirada estaba, pues, decidida. Deseando, sin embargo, 
Búlnes conocer la Opinión de sus jefes mas inmediatos, los 
convocó a una junta de guerra, donde se rechazó unánime- 
mente la opinión de esperar al enemigo en Lima, i prevaleció 
la de fijar un sitio en los alrededores de la capital, para el caso 
de que fuese necesario empeñar una batalla. Esta determina- 
ción fué ratificada por otra junta, reunida algunos dias des- 
t)ues (2). 



(i) El pensamiento de retirarse al notte, era antiguó en el Jeneral eü 
iíéie, como lo prueba su carta de 20 de setiembre a don Francisco Bul- 
hés 

(2) La siguiente relación de lo ocurrido en los consejos de guerra, es 
hbcha por uno de sus miembros: — ccEl 29 en la noche, dice Placencia, se 
belebro en Palacio una junta de guerra a la cual asistieron S. E. el Pré- 
ndente, el jeneral en jefe, el jeneral Orus, el intendente jeneral del ejér* 



JÉé aquí la idea que inspiró la retirada al Norte, esplicada 
por el jeneral Búlnes a su hermano (1). 



cito don Yictorino Garrido, el jeneral ministro de la guerra, don Bamon 
Castilla, el jeneral Torrico i el coronel Placencia. 

En olla se espnso, que si estando el ejército enemigo en marcha sobre la 
capital, oonvendria dar una batalla a su vanguardia o retaguardia, o si 
seria mas oportuno retirarse al norte, con todo el ejército, o dÍTÍdirlo 
para hacer una incursión por el sur. 

Después de una larga discusión, en que cada lino de los señores de la 
junta espuso sus reflexiones i se inculcó en lo desventajoso que era espe- 
rar al enemigo a vanguardia de una ciudad, teniéndose que abandonar 
el bloqueo de una plaza, cuya guiurnicion podia unirse a Santa- Cruz, o 
cuando menos, levantado el bloqueo, molestar impunemente i con suce- 
so nuestra retaguardia, cortando, ademas, nuestra comunicación con el 
norte i con nuestros buques: se resolvió de común acuerdo, que para alu- 
cinar al enemigo se delineara i marcara una posición a vanguardia en que 
se le hiciese conocer que el ejército unido estaba resuelto a esperar, que 
se reconociese otra a retaguardia sobre Asnapujio para ocuparla o batirse 
en caso que Santa- Cruz, obrase con rapidez o bruscamente sobre nosotros: 
que si no Uegaba este caso supuesto que la opinión nos era desfavorable i 
contábamos en los hospitales 1,200 enfermos; en el bataUon Ausiliares, so- 
lo reclutas i en la fuerza peruana, soldados bisónos sin la moral necesa- 
ria para un choque, el partido mas seguro i militar era ocupar con todo 
el ejército, desde Huaraz hasta Trujillo, dejar franco el paso a Santa- 
Crua, para que entrase en la capital i se decidiese de una vez el proble- 
ma de si Orbegoso entregaba o sostenia la fortaleza del Callao, i poner- 
lo en la necesidad de que nos buscase i desmembrase sus fuerzas, ya por 
las guarniciones que dejaría en el castiUo i ciudad, o ya por las innume- 
rables bajas que esperímentaria en desertores i enfermos en una marcha 
dilatada, mientras nosotros, en posesión de un terreno que nos propor- 
cionarla la subsistencia i cuya localidad, por sus accidentes, era ventajo- 
sa para la defensiva, podríamos reponer nuestros enfermos, reforzar el 
ejército chileno con los ausilios que su gobierno ofrecía mandar, aumen- 
tar i organizar el ejército peruano, i obrar posteríormente según lo exi- 
jiesen ¿s circunstancias. 

Ademas de estas razones tan justas i fundamentales, S. E. el Presi- 
dente les dio mas gravedad, añadiendo que el ejército en la disposición 
en que estaba, esto es, lleno de enfermos, sin la movilidad necesaria, sin 
Testuarío i sin base de operaciones no pooia pasar al otro lado de la cor'' 
dUlera, ya fuese por la via de San Mateo o por la de Canta, en cuyo su- 
puesto era mas conveniente trasladarnos a Huaraz, ora para abrir, de 
nuevo, la campaña, a su debido tiempo, ora para esperar a los enemigos 
ai decididamente nos buscaban (a). 

cEl 3 de noviembre se reunió en palacio, otra junta de guerra a la que 
aastieron S. E. el Presidente, los señores jenerales Búlnes, Cruz i Casti- 
lla, el señor ministro Egaña i secretarío jeneral Barra. Se presentó el 
mismo proyecto que en la sesión anterior i quedó definitivamente re- 
luelto Á movimiento al norte, en caso que Santa Cruz, situado sobre la 
capital obrase con lentitud, siguiera su plan antiguo i favorito de con-' 
temporizadon i nos diese el tiempo necesario para reembarcar el ejéroi-' 
to<a). 

1) Carta de Búlnes a au hermauo.-^upQ, notiambro 23 de 1838* 

'%) Diario, pái 44, 

¡ú I>iirio, pA]. 6Qi 



170 OAHPAffA DEL vm6 8K 1838 

(^Empezaré por hablarte de las razones que motivaron nties* 
tra retirada, i después de cómo se llevó a efecto. 

Como a pesar, de las bravatas i del entusiasmo de que se 
decian llenos los bolivianos i de su deseo de pelear i vencer, es- 
tábamos ciertos, de que Santa-Cruz no abandonaba las fuertes 
posiciones de la quebrada, donde no podia ser batido ni bus- 
cado, i que su plan- era tenernos como sitiados por la falta de 
recursos, dejando que las enfermedades, que en ésta estación 
aumentan en Lima i la costa, redujesen al ejército a la última 
estremidad; que, por otra parte, teníamos a retaguardia al Ca- 
lla®, que sabíamos a ciencia cierta que se conservaba por Or- 
begoBo para entregarlo a Santa-Cruz; resolvimos abandonar 
la capital, retirándose los enfermos i los cuerpos peruanos al 
departamento de Trujillo, i los cuerpos del ejército restaurador 
al de fíuaylas, con el objeto de organizar el ejército i crear 
nuevas fuerzas en la estación de las lluvias, para abrir la cam- 
paña, pasadas éstas, con un ejército respetable i poderoso, por- 
que los soldados chilenos en un temperamento semejante al 
de Chile, no se enfermarán, i los enfermos recobrarán su salud. 
Entretanto, los bolivianos, mas débiles que nosotros, llenarán 
los hospitales, i Santa-Cruz, que aunque presuma nuestro plan 
de operaciones, no lo sabe a punto fijo, se halla en serios con- 
flictos sin saber qué hacerse. Si permanece en Lima, suíre el 
efecto de las enfermedades i teme que una división le inquiete 
el Sur, obligándole a hacer nna contramarcha ruinosa en el 
tiempo de las aguas, en que perderá una tercera parte de sus 
tropas. Si subdivide su ejército, también es cierta su ruina. 
Una prueba del conocimiento que él tiene de lo crítico i peli- 
groso de su situación, es que no ha dejado medio que tocar 
para hacer la paz, para lo cual ha dado carta blanca al En-* 
cargado de Negocios de Su Majestad Británica, quien ha esta- 
do en mi campamento de Huacho; pero como ésta no puedo 
ni quiero aceptarla, sin que la Confederación de los tres esta- 
dos quede enteramente disuelta, creo que no tendrá lugar. 

(sPara axmíento de alarmas, el jeneral Santa-Cruz no cuenta 
con tanta opinión como antes, pues pasan de doscientos los 
que han emigrado de Lima con el ejército, entre los cuales 
Bigetoa de bastante auposidoQ i los partidarios de Orbegoso 
oatin amaamentQ descontentos oon el Protector, por el desaire 



(MUBAHk DSL nht BK 1888 171 

qfie ha heoho a aqnel jeneral^ a pesar deque le entregó el cas«. 
tillo i su guamicion. De modo que el movimiento debe traernos 
grandes ventajas políticas i militares.]) 

Desde el dia en que se deoidió la retirada, todo fué actividad 
en el campamento Bestaurador. Muchos peruanos compróme* 
tidos se prepararon a abandonar sus hogares i a seguir la suer* 
te del ejército chileno. En los cuarteles se hacian, con la misma 
actividad, los últimos aprestos. Los enfermos eran conducidos 
a Chorrillos, i los que, por la gravedad de sus dolencias, no po- 
dían marchar a pié, eran llevados en carretas o en muías, algu- 
nos en camillas. 

La idea de la Patria i de su defensa, era lo único que inspi- 
raba enerjía a esos hombres, doblegados por la fatiga i el dolor. 
Embarcáronse en Chorrillos en un buque-hospital (la barca 
Colcura)y que los condujo al Norte. 

Entre tanto, los jenerales Gamarra i Torrico i el coronel 
Placencia, designados para elejir el sitio en que el ejército chi- 
leno debia tomar su campamento, adoptaron un punto inme- 
diato a Asnapujio, tomando por base la chácara de Quiroz, a 
donde los cuerpos se trasladaron sucesivamente. Eljeneral 
Cruz, que habia. vuelto a ocupar su antiguo puesto de Jefe 
del Estado Mayor, se retiró allí con una fuerte división (1). 
Los Escuadrones de Cazadores, de Lanceros i de Carabineros, 
se colocaron a retaguardia de la infantería i la artillería 
ocupó a Ansieta. Al dia siguiente, los batallones variaron 
nuevamente su colocación de la víspera, para situarse a menor 
distancia entre sí, de modo de poder verificar su reunión en 
cinco minutos (2). 

Entretanto, la escuadra hacia sus últimos aprestos. En Li- 
ma i en Chorrillos se empleaba una infatigable actividad: 
aquí para recibir i trasportar al ejército, allí i^ara enviar a la 
costa los enfermos, equipajes, bagajes de la artillería, en una 
palabra, todo lo que pudiera dañar a su lijereza i movilidad. 
Los cañones que habían servido para el sitio del Callao, fue- 
ron también trasportados a los buques. 



(1) Componíase do los batallones Colchagua, Santiago, Valdivia, Ca- 
zadores del Perú, Ausiliares i Lejion. 

(1) Los puntos designados para este nuevo movimiento fueron Qüiroz, 
Menacho, Casa de Pólvora, Agustino i Ausiets^. — Diario militar. 



I7d OÁMPAffA DBÍi PSBtf W 18381 

Banta-Orosy que estaba informado por bus adheBiones i eh 
pías de cuanto sucedía en Líma^ se preparaba^ con la misma 
priesa del ejército chileno, a moverse sobre la capital; pero 
temiendo Búlnes, que esa actividad fuese una nueva 68tratigd<« 
ma, envió al coronel Placencia (S de noviembre) hacia Ohih 
clacayo, con los batallones Valdivia, Le^jion Peruana i 60 oaf 
ballos de carabineros, a indagar lo que habia de efectivo en los 
planes del enemigo, «Esa columna, dice su propio jefe, ií<« 
guió la ruta indicada hasta Vitarte, en donde quedó el bata* 
Uon Lejion con el mayor don Juan Vargas, para apoyari en 
caso de necesidad, al Valdivia, que la continuó hasta Huaui 
chiguaylas. En este punto supo el espresado coronel, que unos 
montoneros llevaban arreando porción de ganado vacuno, i de- 
jando en él al Valdivia, los siguió con la Caballería i la com« 
pañía de cazadores de dicho batallón, al mando del mayor 
Gómez. El capitán Gatica, que mandaba la caballería, los al- 
canzó en el monte de Guascata, i después de un corto cambio 
de balas, el montonero Bayo abandonó la presa que conducía 
al cuartel jeneral enemigo, i la columna regresó, por la tarde, 
al campo con mas de mil cabezas de ganado vacuno, cuyo ar- 
tículo nos era de bastante necesidad para las operaciones pos- 
teriores que se habían proyectado» (1). 

Este hecho, de mucha mas importancia de lo que parece a 
primera vista, fué debido esclusivamente al arrojo del distin- 
guido capitán de Lanceros don Bosauro Oatica. Los ani- 
males que se quitaron al enemigo, ^sirvieron para la man- 
tención del ejército en todo el curso^de la campaña. 

Los preparativos de la marcha continuaban, entre tanto, con 
la misma actividad^ i puede asegurarse, sin exajeracion, que 
en esos días de prueba, el jeneral Búlnes estuvo en todas par- 
tes, ordenando i haciendo ejecutar sus órdenes, empleando los- 
cortos instantes que le dejaran libres las ocupaciones del ser- 
vicio militar^ en sostener la dignidad de Chile contra los ajen- 
tes estranjeros. Entre tanto el ejército, que habia sido engro- 
sado con el batallón Ausiliares llegado recientemente (2), i 
con las columnas volantes que venían a reunírsele, recibió la 
orden de estar pronto para marchar el 8 de noviembre. 

(1) Placencia. — Diario militar, páj. 49, uoyiembre de 1838. 

(2) El 20 de octubre dp 1833. 



oijOAStk &BL íbb4 hn 1888 17S 

Da la tarde dd sig^ente dia) los batallones ohileno8> que 
dorante los dos meses i medio que duró la ocupación de 
Lima, pudieron mostrarse como ejemplo de subordinación i de 
moralidad) desfílaroui silenciosamente^ por las calles de la 
oapitali dejando en ella el batallón Valdivia i el 2.° escuadrón 
de cazadores a caballOi a las órdenes del jeneral Oastílla, encar- 
gado de proteger a los rezagados, a la vez que la salida del 
ejército. 

SI jeneral en jefe, seguia la marcha grave i decorosa de sus 
oolumnasi dondbado por una impresión de tristeza que se tra* 
hicionaba en su semblante. 

Venia^ en seguida, un grupo de 200 peruanos, mas o menos, 
afectos a Gkunarra que abandonaban su ciudad, sus bienes i 
eae precioso bien del alma, los seres del hogar, a la represalia 
de los libertadores bolivianos. 

XI pueblo se mostró impasible ante ese noble cortejo. Cega- 
do por la idea de que Chile queria arrebatarle su indepen- 
dencia, vio con placer la marcha i la separación de los chi- 
lenefr^l). 

Las columnas desfilaron por el piiente de Lima, que su he- 
roismo habia inmortalizado i se situaron cerca de Asnapujio, 
en el mismo sitio que ocupaba Nieto, cuando el Ejército Bes- 
taurador marchaba sobre la capital (2). 

(1) Los muchachos de Lima [cantaban estos versos a la pasgda del 
ejército: 

' Sobre estos muros 
Sobre estas torres, 
Lamento i lloro 
De noche i dia, 
De los peruanos 
La sangre ilustre, 
Que el araucano 
Derramó en Guias. 



Gamarra impío. 
Traidor, cobarde 
Esta es tu patria, 
Do haces alarde 
De felonía. 

(2) Al señor Ikfinistro de la Guerra de Chile. — (Reservado.) — Hua- 
cho, a 21 de noviembre de 1838. — (Láigots^dos los medios de obtener la 
posesión, o la neutralidad, al menos, de las fortalezas del Callao, después 
del último paso sin efecto dado con este fin por el Ministro Plenipoten- 
ciario de la República; empeorada nuestra situación por las continuas 
bajas que causaban, en q1 ejército las enfermedi^des de qsos climas, hasta 



1T4 OAMPA^á DBXi vw6 m' 1838 

En Ift noche de ese mismo día, se presentó nuevamente ik 
Sus puertas el jeneral Búlnes, deseoso de observar por sí mis- 
mo, la fisonomía de la ciudad i de sacar del medio de ese pue-- 
blo hostil, la pequeña columna que habia confiado a Castilla. 
íJn efecto, algunas horas después, salian los últimos soldados 
de Ohile, conducidos en persona por el jeneral en jefe i se reu- 
nieron en la mafiana del siguiente dia, con el resto de sus com- 
pañeros en la posición de Asnapujio. 

Un momento después de su llegada, el ejército se trasladó 
al valle de Oopacabana, que tamibien le era conocido. La retirada 
hacia la costa, fué en sentido inverso, por el mismo camino que 
habia seguido, dos meses antes, para llegar a Lima. 

Entre tanto, el jeneral Castilla marchó a la capital con una 
compañía de granaderos a caballo, para informarse, de la 
llegada del jeneral Santa-Cruz. Cuatro hombres mandados por 
el comandante Ponce, penetraron audazmente hasta la plaza 

el estremo de tener mas de mil hombres fuera de combate, no pedia me- 
nos de crecer, en porporcion de "estos males, la impaciencia con que de- 
seábamos todos ir al encuentro del enemigo: las tentativas i correrías de 
que V. S. tiene noticia, i los varios reconocimientos obrados posterior- 
mente se dirijian a este objeto. Pero las posiciones que ocupaba el ene- 
migo en las gargantas de la Sierra, aunque bastantes cercanas a la capi- 
tal para incomodarnos i ofendernos casi impunemente, eran del todo 
inexpugnables, como se habia comprobado por nuestras partidas de dos- 
cubierta i como es del todo manifiesto a cualesquiera que conozca me- 
dianamente el terreno. Nos hallábamos, pues, de todo punto imposibilita- 
dos para tomar la iniciativa, i debíamos limitarnos a esperar que nos 
atacasen en Lima o sus alrededores, cosa mas que dudosa, i donde nos 
encontrábamos rodeados de montoneras que agotaban o destruian todos 
los recursos i que impedían la llegada de ellos del interior, i en medio de 
espías i de enemigos mas o menos encubiertos, que esparcían a manos 
llenas proclamas i otros papeles en contra nuestra, i que inventaban 
todos los diasmil rumores i alarmas siniestras. La opinión, que poco an- 
tes parecía convertirse gradualmente en nuestro favor, no podia ya ha- 
cer progresos, sino en sentido opuesto con la proximidad del jeneral San- 
ta-Cruz en persona i a la cabeza de un ejército disciplinado i nume- 
roso, fomentando las esperanzas de sus pai*tidarios, e infundiendo temor 
en casi todos los ánimos de los limeños. Nos hallábamos en la incerti- 
dumbre de si se prolongaría tan penosa situación, permaneciendo el ene- 
migo en sus inespugnables puestos, i dejando que se consumara nuestra 
destrucción por las enfermedades, escasez i la opinión, o si se determina- 
rla a librarnos el combate en terrenos poco convenientes para nuestra 
caballería, con las fortalezas del Callao a nuestra retaguardia, hostilaza- 
das constantemente por las numerosas partidas de montoneras, i sacri- 
licados en caso de desgracia por la plebe do Lima, tan adicta a Or])eí,^o- 
so. Era, pues, necesario decidirse a salir do tan triste dilema; pero no lo 
hice sin consultar una junta a la que concurrieron el Presidente de esta 
liopúbhca i su Ministro de la Guerra, i en la que se acordó la evacuación 
do Lima (que siempre ha sido considerada como un punto anti- militar) 



qampaHa dbl PSRtf EN 1838 175 

inA3roT de la ciudad i trajeron la noticia de no haber avistado 
enemigos. Casi al mismo tiempo se retiraba de Copacabana a 
Cüíancai, el jeneral Gramarra con nn escolta de húsares pema- 
no8, para acopiar víveres i forrajes para, la caballeria, que de- 
bía pasar por allí en breve. 

Por fin, en la mañana del 1 1 de noviembre, el ejército chileno 
levantó nuevamente su campamento, dejando en Copacabana 
toda la caballería a las órdenes del jeneral Castilla. El mismo 
día se embarcó en Ancón la infantería i la artilleríai sin que 
esa riesgosa operación fuese señalada por ningún incidente 
desgraciado, lo que fué debido, en gran parte, a la v^ilancia 
personal de Búlnes. 

A las cuatro i media de la tarde, dice el minucioso Diario 
Militar se hallaban a bordo diez batallones, la artillería i una 
parte de los víveres. El jeneral Castilla, que permanecia en 



i el movimiento hacia este puerto, que se obró el 8 del corriente en el 
momento mas oportuno i d^l modo mas convenieute, como lo han com- 
probado los posteriores acontecimientos. Pero nuestra mancion en Hua- 
cho i cu Huaraz debia sor pasajera, a causa de lo mal sano del clima i 
del plan que se habia premeditado de iu temarnos hacia la Sieri*a con el 
objeto do establecernos en un clima mas sano i análogo a nuestros solda- 
dos, mientras pasa la estación de las aguas para p>oder obrar en aquellas 
rejiones i se curan nuestros enfermos. A estos se les ha enviado al 
departamento de la Libertad, a donde se encuentran medios suficientes 
para su restablecimiento: alií también han ido a organizarse i discipli- 
narse las tropas peruanas; i en cuanto al grueso del ejército chileno, em- 
pezará a moverse hoi mismo con dirección a Huaraz, capital del depar- 
tamento de Huailas, a donde ya se ha encaminado el Presidente de la 
República, a fín de preparar al ejército cuarteles, subsistencias, ropas de 
abrigo i demás recursos de que necesite durante su permanencia en 
aquel departamento, i para emprender la campaña en la Sierra. Esta se 
aorirá en el mes de marzo venidero, época en que termina la estación do 
las lluvias en aquellas rejiones. Entretanto se arreglará i disciplinará 
nuestro ejército, aumentiludose con las altas de los hospitales; i el ejército 
peruano uo solo logrará estos beneficios, sino t^imbien el incremento de 
dos batallones mas. Con semejante accesión de fuerzas, nos encontrare- 
mos en estado de obrar con ventaja en estos lados de la Sierra, i de em- 
prender al mismo tiempo por la parte del 9ur en combinación con el 
oatallon Chillan que se enviaría de Valparaiso i como 800 caballos quo 
pido a V. S. para nuestra caballería, formando el todo, una división do 
o a 4,000 hombres, con que podía penetrarse hasta el Cuíco, o la Paz se- 
gún conviniera. Tal es, señor Mimstro el plan en globo que üie he pro- 
puesto; ni seria posible detallarlo mas a V. S., porque su ejecución i por- 
menores están sujetos, como todas las cosas de la guerra, a mil contras- 
tes i continjencias. Solo mo resta el recomendarlo a V. S. i solicitar, 
como lo hago por su respetable intermedio la alta i benévola cooperación 
de S. E. el Presidente do la liopública. — Tengo el honor do reiterar a 
V. S. las aeguridadea do mi mas distinguida qoBfiideracion.'^i/ímucl 



176 



0AXPA9A DBL FBBÚ Kll 1838 



Copacabína se situó coal5hombreB,eiiCbaoradeOerro 
donde pudo ver por bI mismo, que todo el ejército boliviano 
avanzaba en coliimnaa compactas en dirección de en campamen- 
to SÍQ embargo, cuando 11 eg(3 al valle de Cocacbscra, se contentó 
con hacer algunos movimientoa i evolucioueH, desperdiciando, 
así, la maa brillante ocaaion de tentar a la fortuna con proba- 
bilidades de buen éxito. 

¿Qoé se proponía Santa-Omz al permitir que el ejército chi- 
leno, ae embarcase libremente en Ancón, i al no obligarlo a 
aceptar un combate en condiciones desfavorables? Es diñcíl 
responder con exactitud a esta pregunta. 

Según dijo toas tarde el jeneral Herrera, el Protector dea- 
de que tomó, en Santa Enlalia, el mando de su ejército, me,- 
nifeet¿ la resolución de empeSar, en las puertas de Lima, una 
batalla decisiva. Sin embargo, noticiado, el mismo día 8 dé 
noviembre, de que el ejército chileno salía de la capital, por el 
puente del Bimac, SantarCruz, lejos de precipitar su marcha, 
se ammpd en el mismo lugar en que habia recibido la no- 
ticia. 

jOnil es, pnes, la esplicadon de esa conducta indecisa i con- 
temporizadora? M 

Hé aquí lo que dice a este respecto el distinguido coronafl 
Flacencia; f 

aEata lentitud calculada del jeneral Santa-Oruz, sin avan- 
Bar fhertes reconocimientos sobra nuestra retaguardia, como 
ea costumbre en todos los ejércitos del mundo, i máxime 
cuando por los transeúntes de Chancai a la capital, debia sa- 
ber a punto fijo nuestra situación i nuestros intentos, prueba 
basta la evidencia que temió medir sus fuerzas con las del 
ejército unido. — Púr comprobante de este acertó, podemos ale- 
gar que el reembarque de un ejército, a corta distancia de otro 
enemigo, es nna de las oporacionea maa difíciles que ae prac- 
tican en la guerra, i que no podemos suponerlo tan estúpido, 
que ignore la historia militar moderna, en que se refiere el 
modo como Boult marchó sobre el ejército ingles, mandado 
por John Moore, que se embarcaba en la Coruña, i de la ma- 
nera que se modifican las máximas que nos trasmiten nuestros 
RDtecesorea.f 

|^lQdQ ser también, í esto qob parece mas probable, qm ei 



J 



Protector^ abrumado con las dificultades de la empresa, ere* 
yese mas posible, en ese momento, llegar a una solución de pass 
por medio de las negociaciones, a que lo invitaba el jeneral 
O'Higgins, que no por medio de las'armas. 

Entre tanto, el jeneral don José María de la Oruz que había 
presenciado el embarque de los cuerpos, se había reunido con 
el jeneral Castilla en el Tambo de Ancón, desde doáde em- 
prendieron su marcha sobre Chancai, con la caballería^ mien- 
tras la escuadjta hada rumbo al puerto de Huacho, donde de^ 
bia reunirse el ejército chileno (1). 

El mismo día de su llegada a Lima, el jeneral Santa-Cru¿ 
habla contestado en estos términos a las ínisinuacionei^ del je^ 
neral O'Higgins. 

SsSOB DOH BeBNABBO O^HlGGmS 

Lima, noviembre 11 de 1838 



Mi estimado amigo: 

La carta de üd. fecha 10 que acabo de recibir, es la espre-^ 
sion de los nobles sentimientos de un patriarca de la revolu- 
ción americana. Quiero responderla de la matrera franca qué 
eád[je el gran asunto de su contenido. 
^He lísoigeo de que üd. que conoce mis sentimientos de muí 
atrás i testigo de mí política desde que mando en el Perú, ha 
tenido muchos motivos de juzgar de mis intenciones i de cuan 
iijustamente se me han hecho acusaciones indebidas con res- 

(1) cLa retirada tuvo lugar el 8 por la noche, deoia Búlnea a sn her- 
mano don FranoÍBOO, habiendo desfilado por dentro de lima todos loa 
iDuerpos con el mayor órdeti i tranqoilidad, esc^pto la división sitiadora 
del Callao, al mando del jeneral Torrico. 

Aquella noche acampamos en Asnapujio. El 9 nos situamos en Copa- 
Cabana, donde permanecimos hasta el 11 por la mañana, que paso la 
infantesa a Ancón a verificar su embarque, que concluyó a la caída de 
la tarde, sin haber sido inquietada esta operación. 

La caballería, al mando del jeneral CastiDa, q^uedó a retaguardia en 
Gopacabana, a una legua, poco menos, del ejército enemigó, que fuerte 
de ocho batallones i cuatro escuadrones no osó atacarlo, a pesar de que 
el jeneral Castilla provocó con unos pocos soldados a la caballería ene- 
migan 

Gftrta do ^úln^^-'Supe, noTimbie S8 do 1888. 

ii 



l'7& 



cíxbáSÍ. dbl FaBiS ss 18S8 



pecto ft* Chile. No tengo, por lo mismo, ningún estimulo a 
tinuar eata guerra qtie considero tan funesta a loa pueblos de 
la Confederación, como para lo3 de Chile i mas funesta, para 
el crédito de la América. 

Eq coasectiencia, i en comprobante de estos sentimientos he 
admitido, con mucho gusto, la proposición que Ud. se ha servi- 
do hacerme con el noble carácter de ciudadano de ambos pue- 
blos, que Qo pueden dejar de reconocer en Ud. el mejor ami- 
go de sn bienestar, como ha sido el fundador de sn Ubertad. 
Contando con estas mis diaposiciones que son invariables, cua- 
lesquiera que sean las circunstancias, puede Ud. creerme siem- 
pre mas dispuesto a hacer la paz que a continuar la guerra. 

Si yo lograse, ademas, que el pueblo chileno se persuada de 
qne nunca fui ni soi au enemigo, quedaría mas satisfecha mi 
ambición que con ■victorias sangrientas que no desea i qi 
desdeña sn afectísimo amigo i muí atento serridor, — Sam 
Cruz.it 

Los sentimientos espresados en estajcarta, revelan que 
Protector comenzaba a abrigar temores por el resaltado de 
la guerra i a inclinarse a la paz. El jeneral Búlnes alimentaba, 
por su parte, el mismo pensamiento, lo mismo que su Grobiemo, 
como lo probaremos en breve. Parecía, pues, que en aquel mo- 
mento se estuviera mui cerca de una solución i en realidad 
se estaba tan lejos de ella, como al principio de la guerra. 
La dificultad insuperable, en que todas las negociaciones SA 
habían estrellado, se presentaba aun, entera, amenazante; era 
la unión de Bolivia i del Perú, sirviendo a los planes monár- 
quicos del jeneral Santa-Cruz. 

¿Se prestaría, ho¡, el Protector adeshacer, por sí mismo, esa 
sistema grandioso a que vinoulaba sus esperanzas i poder? 
Resistiría su autoridad a ese aacudimieuto súbito, que seria 
tomado por sus enemigos como un signo de debilidad? Tal era 
la cuestión. 

A su vez el país, que habia comprometido su crédito mili- 
tar i sus recursos, por obtener la disolución de ese poder ame- 
nazante, ¿consentiría en abandonar la partida, cuando estaba 
mas cerca de obtener el triunfo? Qué justificación habría teni- 
do esa guerra, llevada al estranjero, si el ejército chileno ss 
hubiese tetirado eepootáneameate a bti país? 






(MSTAStk DIL PBBt} ttf 1838 I70 

Hé aquí loB términos del problema que se iba a debatir en 
Huacho entre el Oónsul Jeneral de Inglaterra^ Mr. Bedford 
WilsBon^ delegado por el Protector, i don Mariano Egafia co- 
mo representante de Chile. Antes de asistir a ese debate céle- 
bre, diríamos la vista a los ejércitos rivales. 

La escuadra 8U]ji6 en Huacho, adonde se reunió con la ca^ 
ballerla, que el jeneral Cruz habia conducido por tierra. • 

El dia anterior a su embarque en Ancón, Lima habia sido 
ocupada por el ejército boliviano, conducido en persona por el 
Protector. 

El pueblo lo recibió con entusiasmo i alborozo; cubriendo de 
flores su camino, al decir de sus diarios i aclamándolo como a 
BU redentor. Su primer paso después de su llegada, fué pre- 
sentarse en el Callao, cuyas puertas le ñieron abiertas, mien- 
tras el jeneral Orbegoso ganaba apresuradamente un buque de 
guerra ¿ranees, que lo condujo al estranjero. Así terminaba esa 
trqi-comedia que se llamó la defensa del Callao. 

Sin embargo, el Protector no se consideraba satisfecho en 
medio de esas ovaciones populares. Conocia que la retirada 
habia mejorado la condición del enemigo, i por eso se habia 
apresurado a aceptar la mediación del jeneral O'Higgins. 

Para la mejor intelijencia de las negociaciones de Huacho, 
nos será preciso dar a conocer el espíritu e ideas que el Jeneral 
en Jefe i el Ministro Egaña llevaron a la conferencia. Báste- 
nos, para eso, revelar los propósitos del,^ Gobierno de Chile a 
este respecto, i los deseos que espresaba a su jeneral. 

Al despedir la segunda espedicion, el Presidente Prieto con- 
fiaba en el apoyo del Perú, como en uno de los elementos mas 
importantes de triunfo. La noticia de Guias hizo caer la venda 
que cubria su vista engañada, i le reveló, de improviso, una 
situación erizada de peligros. 

Desde ese dia, disminuyó su entusiasmo'por la guerra, i la 
idea de un fracaso traía abrumado su corazón de soldado i de 
mandatario. La seguridad que Búlnes le manifestaba, no al- 
canzaba a tranquilizarlo i por el contrario, le reiteraba sus de- 
seos de ver terminada la campaña por una solución pacífica, 
que dejase a salvo el honor nacional. 

Don Mariano Egaña, a la sazón su Ministro de Justicia, iba 
encargado de manifestar verbalmente a Búlnes, la inquietud 



180 OiHFÁtA Olí tm6 ffit 1838 

i deseos del Frosideote i de bu Gabinete. Las sígiüeiites pala- 
bras, qaa enoootramoa en una carta da Prieto, dan a conocer, 
mejor que nada, laa angcatias patrítStioaB que atormentaban bu 
ánimo. 

«Dioa te saque bien, mí tunado Manad, de ese infierno en 
qne auestra credulidad i patriotismo te ha metido, de que te 
juro me arrepentiré eternamente, pues cada dia me arrepiento 
mas de este chasco, del cual no veo la hora de verte libre ooo 
honor, como te ío he anuaciado desde mi primera carta, des- 
pués de la acción del 21 de agosto. Todo nos ha faltado, hyo 
mió, principiando desde la base que era la opinión de esos 
malditos pueblos coa que nos hicieron contar i que a cuales- 
qniera habrían engañado, creyéndolos con sentimientos racio- 
nales, como todos los del mondo conocido; pero hoi íalta todo 
i se pierden loa eilcoloa mas prudentes i meditadoaí (1) 

Atinque la fecha de esta carta es posterior a las negooiaoio- 
nea, ella anuncia el envío de otras en que se espreaan loa mis- 
mos temores. 

En estas circunstancias llegaba a Huacho la fragata ingle- 
sa PTCsideTíi, conduciendo asa bordo al plenipotenciario del je- 
neral Santa^Oruz Mr. Bedford Wilason. Como dijimos en otro 
lugar, don Mariano EgaQa acompañaba al ejército de Chile en 
calidad de Ministro Plenipotenciario cerca del gobierno de 6a- 
marra, circunstancia que unida a su vasta i asentada repu- 
tación diplomática, lo designaba para ser el órgano de CMIq 
en esa discusión memorable. 

En la primera reunión el ministro Wilason, ofreció suscribir 
a la paz en cambio de las BÍguieotes condicionea. 

1." Chile i la Confederación, ae comprometen a igitalar soa 
foerzas navales i terrestres, como a aumentarlas i dismínoir- 
las en proporción recíproca; 2." Chile se obliga a restablecer 
en sus aduanas el sistema de loa derechas diferenciales. 

Aceptada esta proposición la Confederación Pera-Boliviana^ ' I 
hubiera quedado sancionada de hecho. 

Sus encontradas exijencias eran, pues, inconciliables; Chile'' 
exijia la disolución de la Confederación; Wilason no acepta- H 
ba siquiera el debate sobre eate punto. 



(I) Fñeto a Búlnes. — OuU do diciembra do t 



oampüTá sbl pibú wst isas 181 

!Eál fdé d resumen de las oondioiones jenerales de paz ei^ ^ 
primer dia ^e la oonferenoia. 

Examinemos con algona detención las proposiciones del ene^ 
migo. I^a primera, dirijida a igaalar el poder naval i terrestre 
de los dos países, era, simplemente, nna burla grotesca, hecha 
aI sentido práctico i al patriotismo del Ministro Egaña. La 
iniperioridad de Chile sobre la Confederación, consistia, ante 
todo, en su escuadra. Ghracias a ella, habia podido llegar al PerA 
en demanda de sn dignidad ultrajada i ejecutar su retirada a las 
proTÍncias del Norte, que le aseguraba la victoria. En aquel mis^ 
mo momento le habria sido fácil variar, nuevamente, el teatro de 
la guerra, enviando una parte de su ejército al sur i cansando 
al enemigo oon las fatigas de una continuada marcha. La exi-» 
jenoia dt Santa Oruz equivalia, pues, a pedir que el gobierno 
de Chile abandonara la única arma que le inspiraba rea 
peto. 

Bar lo demás, ¿quién habria podido asegurar, en aquel dia, 
quAjlftiprc^uesta de Santa-Cruz fuese sincera; que la conferen- 
cia de paz, no fuese un recurso para salir de una situación an*^ 
gostíada, o la paz misma, una tregua entre dos guerras? En 
este caso Chile habria armado, por si mismo, la mano de su 
enemigo, entregándole el mas precioso de sus elementos de de^ 
fensa i de triunfo. Parece inútil decir que don Mariano Ega^^ 
lia reohaz6 perentoriamente la primera proposición. 

La segunda, era una manera solapada de empequeñecer los 
esfuerzos de Chile a los ojos de la América, dándoles un ca- 
rácter mercantil. Los órganos oficiales del Protectorado, ha* 
bian puesto un singular empeño en probar, que el motivo ocul- 
to de la guerra, era arrebatar a las aduanas del Perú una im- 
portancia perjudicial para la de YaJparaiso. Ya hemos visto 
que las Listrucciones del jeneral en jefe, que citamos de pre- 
ferencia por su carácter confidencial, le ordenaban fomentar i 
ayudar a la creación de un buen ejército, que asegurase el or- 
den interior del Perú. t.. 

Hé aquí sus palabras: «V. S. tendrá presente que siendo de 
glande int^es para Chile la prosperidad del Perú, su mejor 
organización i la estabilidad legal de sus gobiernos, ninguno de 
estos bienes podría conseguirse si al retirarse a su país el 
ejército de Chile, quedase el gobierno peruano entregado a un 



18S OUiVtJlK DKL VE.RÍ M 1838 

(yército sin moral ni disciplina, que repitienilo laa eBoetlI 
graoiadaB qoe ha representailo antes en el Perú la fuerza ar- 
mada, ponga a aquella república de peor condición, aumentan- 
do BU descrédito i dando lugar a nuevas i escandalosas ioterí- 
Tenciones que alarmen a los Estados vecinos.» 

Traducido esto a prosa vtdgar quiere decir: dirija Ud. sm 
esfuerzos a que el Perú ae tranquilice, a que prospere, a qae 
ahogue los jérmenes anárquicos que bullen en su seno, para 
que la paz se consolide i venga con ella el ramaje que la añan- 
za i fecnnda, es decir, el interoambio, el comercio, o lo que es 
lo mismo, la riqueza de sus aduanas. 

Ni en la correspondencia del Presidente de Otile, o de sus mi- 
nistros con el jeneral en jefe: ni en las comunicacionea oficia- 
les reservadas, encontramos, siquiera una palabra, que auto- 
rice ese rumor propagado por el enemigo. En cambio, en todas 
ellas, se espresa invariablemecte como la única razón de la 
guerra, el temor que inspiraba a Ohile la política abaorvente i 
monárquica del jeneral Sant3r<Cruz. Chile daba solo una impor- 
tancia secnndaria, a las diñcultadea comerciales habidas oon el 
Perú en 1836 i por eso pudo decir, con justicia, don Mariano 
Sgaña al plenipotenciario de Santa>Cruz, que la segunda pro- 
posición de paz ealia de la cuestión; qae era na simple detalle 
cuyo arreglo debia ser posterior al tratado. 

En este estado se suspendieron las negociaciones el primer 
dia. La conferencia, solo había servido para revelar la profun- 
didad del abismo, que mediaba entre los dos paisea. Sin em- 
bargo, los plenipotenciarios convinieron en reunirse, en el mis- 
mo lugar, al siguiente dia. Renovóse la discusión, con el mis- 
mo sincero deseo por parte de Egaña de llegar a un arreglo 
amistoso, i por parte de Wilson, con un interés maniñesto de 
terminar la contienda. 

El Ministro de Chile abordó nuevamente el debate exi- 
jieudo la disolución temporal de la Confederación i el retiro de 
sn ejército a Bolivia, mientras se consultaba al Perú sobre la 
subsistencia del réjimen protectoral, debiendo, regresar a au 
pafs el ejército de Ohile, para que se espresase libremente la 
voluntad nacional. Era, en otros términos, devolver al Perú su 
soberanía i hacerlo juea de sus propios destinos. 

ífo era posible proceder con mas respeto bacía los derechos 



') • ' 



OAMFAffA DBL VWXñ IN 1838 l8S 

« 

de tm país i demostrar mejor^ con los heohos, que el america- 
nismo no era una virtud desconocida, en el üustrado gobierno 
que rejia la suerte de Chile. Así cumplia el ejército chileno su 
palabra empeñada con el Perú i ofrecia a Santa-Cauz ima 
ocasión brillante, de cumplir la suya. A su ministro tocaba 
manifestar que sus declaraciones hablan sido sinceras. 

Consideraciones de otro jénero realzaban la propuesta de 
I^afla. Chile se entregaba, por ellas, en manos de sus enemi- 
gos: olvidando su hostilidad i la del mandatario encargado de 
llamar al Perú a las urnas,que lo habria sido el jeneral Orbe- 
goso i en su ausencia, don Manuel Salazar i Baquijano; fiaba» 
en fin, a manos enemigas, pero pencafías^ la solución de la 
contienda. ¿Qué prueba mas elocuente de la elevación de sus 
miras i de la nobleza de sus propósitos? 

Wilson se negó a aceptarla, diciendo que el Protector no po« 
dia derogar, por sí solo, los acuerdos soberanos de las asam- 
bleas de Huaura i de Sicuani, pero convencido de la firmeza 
de Egafla, convino en rebajar sus exijencias^ proponiendo la si- 
gfuiente transacción: Chile retirará su ejército del Perú i la 
Confederación sus tropas bolivianas, pero no las peruanas; las 
autoridades de la Comfederacion subsistirán hasta tanto qué 
el Perú haya espresado su voluntad. 

Esto equivalía a decir que las autoridades de la Confedera* 
cion elejirian un congresoi sin que fuese perturbada su acdon 
por el influjo i vijilancia del egército chileno. Aceptado este 
acuerdo, el mismo ejército de Chile, habria contribuido a ra« 
bustecer el poder de Banta-Oruz con la sandon popular. 

Pero ¿qué especie de fatalidad perseguía i esterilizaba los 
ttabigos de los diplomáticos interesados en la paz? Por qué^ 
estando animados ambos de un sincero deseo de llegar a un 
arreglo, no conseguían sino demostrar la necesidad de la gue<* 
rra por la imposibilidad de la paz? 

. Es que la cuestión habia entrado a ese período de gravedad, 
dn que la pluma del diplomático, es un emoliente demasiado 
iuave para el mal; a una}de esas situacienes sin salida que 
solo la fuerza de las armas puede resolver. Chile se nabia com« 
prometido demasiado, para que le fuera dable retroceder sin 
desdoro. Sus ejérdtos enviados al Perú; su erario ezauto con 
lOB pr^wfttiYOS dfi la guerr»] el entojuasmo que habla sabuco 



184 OAMFAiri 2)BL PBBt} BIT 1888 

despertar por ella en todos los ámbitos del país; las espec* 
tativas alhagüeñas del momento, le impedían hacer esos sacri- 
ficios i concesiones, a que puede suscribir un país cuando no ha 
iarrojado, aun, su crédito en el tablero de la ^erra. Esa solt^ 
mon honrosa de que hablaba Prieto a Búlnes no existia; el hu- 
racán de las pasiones exitadas por la guerra la habia borradoi 
como el viento del desierto borra con sus arenas ardientes, las 
huellas que ha trazado la marcha del viajero. 

Santa-Cruz, a pesar de que deseaba la paz, no podia suscri- 
bir a la disolución de la confederación sin esponerse a las mas 
funestas consecuencias El conquistador militar es vulnerable 
en el talón como el cuerpo de Aqúiles: créese el amo de su 
ejército i es muchas veces su esclavo. 

Sus intereses están subordinados a la opinión de sus solda- 
dos i lejos de ser la voluntad que dirije, es el instrumento de 
ajenas ambiciones. 

Santa-Cruz tenia que contar con ese ejército cuyo entusias- 
Ino guerrero habia inflamado en tantas ocasiones, i por eso, 
aunque conviniese a su situación actual, suscribir al moderado 
convenio de paz propuesto por Egaña, hubo de continuar la 
guerra» 

De común acuerdo se suspendieron las negociaciones frus- 
trando asi, las esperanzas que se vinculaban en ellas (1). Hé 
aquí lo que escribía Búlnes sobre ellas, al jeneral O'Higgíns: 

BbSób Jbite&al dok Bemabdo O^HiGoms. 



Huacho^ noviembre 8 de I838k 

Mi respetado jeneral i amigo de todo mi aprecio: 

La paz es un bien tan importante, sobre todo para pueblos 
que se hallan en las circunstancias en que están Chile i el 
Perú, que es imposible no desearla ardientemente. El Gobier- 
no de Chile la ha querido i la quiere hoi lo mismo, así como 
sus igentes, que satisfacemos con esto, no solo sus instrucoio 



(1) Ew (M JPfolNtonMloi Btnaoio 18l| i Ámicmo^ nibaoro é86« 



CAMPASA del PEBt} EK 1838 185 

nes, sino también los votos de nuestro corazón;' pero haí dis- 
tintas clases de paz, i cuando se atraviesan intereses vitales 
para un pueblo, no puede hacerse otra paz que la que asegure 
la existencia i el honor nacional. 

Chile no tiene pretensiones exajeradas, i defiende una causa 
eminentemente justa, cual es la de su independencia i seguri- 
dad; causa que arrastra las simpatías de todos. los pueblos 
americanos, para quienes no hai esperanza de seguridad, tran- 
quilidad e independencia, si se tolerase la conquista de los 
Estados vecinos, i se reconociese el derecho de irlos, a mano 
armada o bajo cualquier pretesto, o con cualquier nombre, in- 
corporándolos a un solo Estado. 

Nunca habia creido que estábamos mas cerca de terminar 
nuestra contienda por un avenimiento, que en las circunstan- 
cias actuales, una sola cuestión grave podia alejar la paz, i 
ésta parecía terminada, desde que el jeneral Santa-Cruz habia 
ofrecido pública i solemnemente, no violentar a los pueblos 
del Perú, para que adoptasen la Confederación, sino por el 
contrario, dejarlos en completa libertad para decidir de su 
suerte. Aprovechando esta feliz oportunidad, se ha propuesto, 
por parte del Gobierno de Chile un medio de concluir inme- 
diatamente la guerra, admitiendo la misma promesa de aquel 
jefe; pero he recibido el triste desengaño de ver que un ofre- 
cimiento tan esplícito i notificado al universo, en los papeles 
oficiales del Gobierno Protectoral, no debia entenderse en su 
sentido obvio i como suena, sino de un modo que, en último 
resultado, significase que los pueblos del Perú habian de que- 
rer precisamente la Confederación. 

Tomar por base de un avenimiento, la promesa formal de 
que el Perú habia de decidir, en absoluta libertad, de su suerte 
i convenirse en que esta decisión emanase de Congresos reuni- 
dos por el mismo jeneral Santa-Cruz, o lo que es lo mismo, 
por los jefes que él nombrase, seria una burla indigna de la 
justicia i circunspección con que debe precederse, cuando se 
trata de la suerte de las naciones. Mas justo, i sobre todo, mas 
lensato seria suscribir el reconocimiento liso i llano de la Con- 
federación Perú-Boliviana, que fundar este reconocimiento en 
Una manifiesta ilusión. 

Por parte del Gobierno de Chile se ha propuesto para ter- 



Í8d 0AMPA9Í DEL PERÚ EK 1838 

miQar la guerra, el medio de dejar al Pori\ en libertad, reti- 
riadose do su territorio los ejércitos belijerantes i quedando el 
país bajo la autoridad nacional que debe rejirlo, según la 
Constitución Política que existia dates de lo que se llama 
Confederación, Desechado este arbitrio, no hai embarazo por 
nuestra parte en admitir otro que se le sostituya i que concilie 
los intereses esenciales i el honor de ambas naciones. 

Cuál sea éste, no se me ocurre, por ahora, porque en el quo he 
propuesto solo encuentro conseguidos estos objetos. Vuelvo a 
repetir que nos animan los mas sinceros i ardientes deseos de 
paz, i que en cualquiera circunstancia me encontrará Ud. dis- 
puesto a admitir toda proposición que se me haga sobre este 
particular, siempre que, como dejo espuesto, sea compatible ' 
con los intereses esenciales que Chile no puede abandonar. 

Se han equivocado mucho los que han llegado a creer que 
en esta guerra fatal, han tenido parte rivalidades comerciales 
u odio a alguna persona, asi es que aprecio, como debo, la je- 
nerosa declaración que hace el jeneral Santa-Cruz, de que ja- 
mas le han animado rivalidades contra el pueblo chileno* 

Solo me resta, mi respetado jeneral, rendir a üd. las gracias 
mas espresivas, por los pasos dignos de un americano i de un 
chileno, que se toma la pensión de dar, a íln de cortar nuestra 
desgraciada desavenencia. 

Los agradezco sobre manera i serán del mismo modo agra- 
decidos por todos sus compatriotas i por cuantos se interesen 
en el bien de la humanidad. Suplico a Ud. que no deje de con- 
tinuar sus buenos oficios sobre este particular, i que siempre 
que pueda, honre con sus comunicaciones, dirijidas a esto obje- 
to, a su atento i obediente servidor. — Manuel Búlnes.7> 
' Esta carta fué enviada a Lima, por medio del Ministro do 
Gobierno don Benito Laso, que en esos mismos dias regresó 
al Sur, en el Arequipeño, 

A riesgo de interumpir el orden histórico, seguiremos los 
incidentes do la misión do Egaíia hasta su regreso a Chile. 

Terminadas las conferencias de Huacho, el ejército chileno 
continuó su marcha hacia el interior i el Ministro Egafia que- 
dó a bordo de la corbeta de guerra Confederación, donde per- 
maneció hasta ñnea do noviembre) colocado en una situación 
incierta i anómala. 



CAMPAÑA UKL vm6 tkíi 1838 187 

Sa misión diplomática había terminado de hecho en Huacho, 
i BU estadía a bordo de un buque^ espuesto a las emerjencías 
de la guerra, era incompatible con su carácter de enviado de 
paz. Amenazado a cada momento, de ser sorprendido por 
}qs corsarios enemigos, Egaña, . cuyo temperamento no estaba 
organizado para los afanes de la guerra, ^ pasó algún tiempo 
presa de las mayores inquetudes (1). 

£1 buque que lo conducia recorrió la costa del Perú hasta 
Santa, ¿ntes de regresar a Ohile, adonde llegó a mediados de 
diciembre én una escuadrilla de tres embarcaciones de guerra. 

La misión de Egafia desempeñada con talento i lucidez, solo 
sirvió para probar que habia pasado el momento de las discu- 
siones diplomáticas. Ni su reputación, ni su talento, ni su po- . 
sidon escepoional, fueron bastantes para evitar a la América 
el sangriento drama que debia representarse en breve. 

Antes del regreso de Egafia se supo en Chile la retirada al 
norte, que se prestó a apasionados comentarios contra el ejér- 
cito, £1 temor que invadió al público se comunicó al gobierno, 

(1) Señor don Manuel Búlnes. — A bordo de la Confederación^ Saman- 
co a 29 de noviembre de 1838. — Mi apreciadísimo jenoral i amigo: — Me 
tiene üd. en este puerto siguiendo mi destino incierto i mui penoso, sin 
que estas penas i molestias sirvan de provecho a nadie. El 5 del entran- 
te diciembre se cumplen los quince dias que debo permanecer aquí, i sus- 
piro ]X)r volverme, porque ¿qué hago? ¿para quó sirvo aquí? 

Yo veo que ha de ser necesario despachar un buque a Chile para traer 
víveres, repuestos navales i otros ausilios. Yo deseara irme en la Isabel^ 
pues los buques de guerra, han de ser todos preciosos aquí. La Isabel 
tiene la ventaja de llevar bandera inglesa, i por consiguiente, ofrecer mas 
seguridad, aun cuando, alguno o algunos de los buques que ha armado el 
enemigo, se hubiesen diiijido o dirijiesen a las costas de Chile. 

Ahora se consulta a Ud. sobre despachar dicha Isabel a llevar víveres 
a los buques bloqueadores del Callao. Estos víveres podría llevarlos otro 
buque, i yo irme en la Isabel. En fin, Ud. vea, lo que fuere mas conve- 
niente. 

Don Benito Laso, no alcanzó a llegar al Callao, porque cuando estaba 
próximo a aquel puerto, se encontró con el Aquiles que hizo volver al 
Árequipeño en que iba Laso, por el temor de los buques euemigos. Así es 
que no ha entregado la carta de üd., que Uevaba para don Bernardo 
O'Higgins. 

Puede Ud. disponer que se duplique i se remita por tierra el duplica- 
do. Si Laso vuelve al Callao, como piensa hacerlo en el buque que con- 
duzca víveres a aquel puerto, llevara el ejemplar que tiene aquí. 

Dias híi, que me siento indispuofito del vientre i lastimada una piorna 
por un furioso golpe que medí. Deseo que Ud. lo paso mui bien i quo 
todas las cosas vayan con felicidad. Enti'etauto, me repito a las /«rdoiics 
de Ud., como su mas atento i afectísimo servidor Q. B. S. M. — Mariano 
de Eíjaña. — Mil csprcciou^s al amigo Garrido i demás señores. 



188 oáHPáltÁ DSL vmt m 1838 

contribuyendo a fomentarlo la alegría que manifestaban los 
diarios del jenoral Santa-Oruz, «No sé por donde prinoi'- 
piar, decia Prieto a Garrido, para manifestar a Ud, el albo- 
roto en que se puso aquí la multitud al llegar la noticia de la 
retirada de nuestro ejército a esos puntos del norte i entrada 
del enemigo en Lima.3> I mas o menos en la misma feoha, d^^ 
cia a Búlnes. - 

cFor un descuido mió, de no haber hecho publicar la reso- 
lución de la junta de guerra de retirarte sobre el norte, que me 
anunciaste en tu apreciable última del 4 de noviembre, se han 
aprovechado los estranjeros para alborotar el pueblo, del paso 
que ellos bien conocen, como los que estamos en antecedentes^ 
que nos es ventajoso.» 

Sin embargo, el gobierno de Ohile, no se dejó dominar por 
esa contrariedad aparente, i ordenó el alistamiento inme- 
diato del batallón cívico de Chillan i de dos escuadrones de 
granaderos, cuyo jefe el coronel don Justo Arteaga, aguardaba 
en Talcahuano la orden de darse a la vela, cuando se recibid 
la noticia del triunfo de Yungai. 

Ha llegado el momento de conocer las operaciones que 
tuvieron lugar por mar i tierra contra la plaza del Callao, du- 
rante la ocupación de la capital. En ese sitio largo i obstinado, 
es decir, en la prueba i en el sufrimiento, veremos resaltar me- 
jor las virtudes del soldado chileno, a la vez que la modera- 
ción i espíritu conciliador del gobierno peruano. 

Pero, antes de referir ese episodio de la Restauración, 
séanos permitido bosquejar, a la lijera, la fisonomía moral del 
jeneral Santa-Cruz, que se reposaba a la sazón en Lima, en- 
tre los aplausos de la multitud i el incienso de sus adulado- 
res, de los desabrimientos de su permanencia en el Cuzco. 

Dejamos al Ejército Restaurador en marcha hacia la Sierra: 
la retirada estaba consumada^ solo faltaba iniciar la campaña. 

Lima faó el teatro en que el ejército chileno exhibió las ra- 
ras cualidades que lo harán siempre memorable. A los golpes 
repetidos del odio i de la mala voluntad popular, opuso la 
constancia i el respeto: la dignidad a las injurias; a la tenaci- 
dad de áus enemigos una constada infatigable para resistirles 
durante dos meses, dia a dia, al pié de las fortalezas del Callao 
que le servían de trincheras, en alojamientos húmedos i mal 



OÁVPiSA DBL rantí BK 1838 180 

sanos^ diezmados por ks enfermedades, atormentados por la 
escasez de víveres. Dura i lamentable situación a que solo pu* 
do poner término la retirada a las provincias del norte, que 
fué motivada, en gran parto, por la porfiada resistencia del Ca« 



CAPÍTULO VIII 



El Jeneral Santa«Cru!s (!)• 



El jeneral don Andrés Santa-Oruz, logró fijar en un tiempo 
la atención i las miradas de la América. Colocado al frente de 
un pais^ azotado, de ordinario, por la anarquía i el desorden, 
BU gobierno coincidió con una pacificación jeneral i tomósele 
por muchos, como el símbolo de la paz i de la legalidad. Esa 
obra de reparación fué turbada por su anabicion inquieta, que 
pudiendo contentarse con el honor de ser el organizador de bu 
patria, invadió injustamente el Perú; lo conquistó con un ejér- 
cito poderoso; lo avasalló por medio de la fuerza, i distrajo 
desde ese dia en la conquista i en la guerra, la atención que 
debió prestar a los trabajos de la administración i de la paz. 
Lo que hemos dicho, basta para comprender que no era una 
figura de talle ordinario i que poseía cualidades notables de 
organizador i de gobernante. 

Santa-Cruz era mestizo. Su madre era la cacica de Giiari- 
na, doña Francisca Calaumana, que pretendía ser'descendiente 
de los Incas del Peni; i su padre el correjidor de la aldea del 
mismo nombre don Andrés Santa-Cruz. 



(1) En la apreciación de los hechos mas culminates de la vida de San- 
ta-Cruz, hemos sp^^uido la opinión do algunos historiadores de Bolivia i 
del Perú i pariiculanuentc la del señor don Mariano Paz-Soldaii, que 
enriquece en la actualidad la literatura americana con su Historia del 
Perú Independiente. 



oJEtiStA ütL mt n 1S38 191 

Apesar de qae el jeneral Santa-Crozy esplot*5 en el curso ele 
u Tida la sopuesra J^aealojía de sa madre, haciéadola servir 

sos planes monárq^Tiicocj, no hai motiTos serios para aceptar 
saposioloa^ que nos [¡arece de todo punto antojadiza. 

En ese Iiog:ir IianiiM^ i aparcswlo sorprendió a Santa^Cma 
^1 año de 1811: esa época de grandes resoluciones, en qne los 
niños, los ancianos i hasca las mujeres, creían necesario definir 
BU actítnd, tener nna opinión, sobre la gran contienda, que in- 
flamaba a los antiguos Estados del vireinato de Charcas. £1 
lujo del correjidor de Güarina, tomó partido por la causa de 
España, alistándose en el ejército real, que mandaba la sason 
eljeneral Groyeneche. 

La estrella afortunada que habia de guiar, mas tarde, su 
marcha por la vida no asomaba aun, en el borrascoso cielo de 
1817: sus primeros pasos no fueron señalados por la victoriaé 

Esc mismo año, el gobierno de Buenos Aires, enVio a Boli* 
via, a insinuaciones del congreso de Tucnman, una columna de 
500 hombres mandada por el teniente coronel don Gregorio 
Araos. XJn destacamento de estas fuerzas, a cargo del capitán 
don Juan José Gbrcía, sorprendió i tomó prisionero en Tolo^ 
mosa, a inmediaciones de Tarija, un escuadrón de caballería 
mandado por el capitán don Andrés Santa-Cruz. Al dia si« 
goiente el joven prisionero fué enviado, en clase de parlamen-^ 
tario, a solicitar la rendición de l^rija que también se obtuvO| 
i después se le relegó con sus nuevos compañeros a las Brus- 
cas, presidio ordinario, a la sazón, de los prisioneros de gue-* 
rra (1). Santa-Cruz huyó del destierro i llegó a Buenos Ai^ 
res de donde regresó a su partía pasando por Rio Jaueiro i 
jPanamá» 

Bn esa época la hoguera de la revolución habia llegado a 
tomar tal incremento, que iluminaba con sus resplandores to" 
dos los ámbitos del continente. Reincorporado id ejército es- 
pañol, fué nombrado coronel del escuadrón de milicias de Ca-» 
rabaillo, i enviado en la división del jeneral irlandés don Diego 
O'Reilly, que fué vencido i tomado prisionero en el cerío do 
Pasco (6 de diciembre de 1820) por el jénéral Arenales. 
Santa-Cruz, qué veía ya con inquietud vaciláis la cauda i el 



(i) Apuntes pora la Historia do la lUvoludon del Alto Perd. 



192 oampaSTa dbl psbú bk 1838 

trono de los vireyes, aprovechó aquella coyuntura para entre* 
garse al jeneral arjentino don Juan Lavalle, comprendiendo, 
con su natural astucia, que los intereses de España en Améri- 
ca, estaban definitivamente perdidos. Su deserción pasó desa- 
percibida entre la de muchos otros, que ocupaban puestos es- 
pectables. 

San Maortin que acojia con bondad, si bien con oculta des- 
confianza, a los partidarios de la última hora, agregó a Santa- 
Cruz en su grado de coronel al ejército revolucionario. 

Su trato insinuante i afable, su astucia, su intelijencia des- 
pierta, le cautivaron el corazón ^del caudillo arjentino, hasta 
el punto, que antes de un año de sujendicion en Pasco, era 
designado por él para conducir a Colombia una división ausiliar 
de 1,600 hombres, compuesta de áos batallones de infantería i 
de dos escuadrones de caballería. 

Este refuerzo habia sido solicitado por el jeneral Sucre, que 
quena vengar su desastre de Ambato (21 de setiembre de 
1821), arrojando a su vencedor, el jeneral español Aymerich, 
de los valles de Fasto i de Quito. 

La fortuna sonreía, en ese momento, a los patriotas: el je- 
neral Sucre borró sobradamente el recuerdo de Ambato, ven- 
ciendo en Pichincha a Aymerich, con la ayuda de la división 
peruana de Santa-Cruz (abril de 1822). A consecuencia de 
este suceso, Santa-Cruz fué ascendido a jeneral en Colombia i 
en el Perú, í honrado con altas distinciones. 

En el mismo afío regresó a Lima en una división numerosa 
mandada por el jeneral Sucre, que desocupado ya de sus aten- 
ciones en Colombia, llevaba hacia e} Perú la guerra i la vic- 
toria. Desde esa época tomó una parte activa i considerable en 
todos los acontecimientos. 

En 1823 gobernaba el territorio independiente del Perú una 
junta emanada del congreso, que carecía de la enerjía que so- 
lo puede dar la unidad de mando. En esa época, los habitan- 
tes de Lima i del Callao, sufrían el^brusco choque de dos gran- 
des desastres, Torata i Moquegua, que traian abatidos los áni« 
tnos i vadlante la causa de la revolución. Los jefes del ejér- 
cito, a cuya cabeza estaba Santa-Cruz, por renuncia del hon-* 
rado jeneral Arenales que no quiso tomar parte en esa intriga, 
obtuvieron por fuerza del congreso la depodioion de la junta 



OAMPAfrA DteL ^KRtí'BK 1838 L93 

^ Bureemplaza por el jeneral don José de la Riva Agüero, que 
tiampoco debia durar largo tiempo. 

El cambio fué bien aceptado i Santa-Cruz sirvió, en esa oca- 
ion, a los verdaderos intereses del Perú vigorizando la auto- 
idad pública, a la vez que se sirvió a si propio, arrebatando 
^jeneral Sucre elprestijio i la influencia preponderante que 
1ma en el ánimo de la junta. Biva Agüero que le debia su 
elevación. i. que era su amigo, no tardó en premiar sus ser- 
vicios. 

Obligado a encerrarse en el Callao por la aproximación del 
jeneral Canterac, que bajaba de Jauja con 9,000 soldados sot 
bre Lima^ Biva Agüero, reducido al recinto de una plaza, i 
minado por la oposición interior, envió sin embargo al sur la 
escuadrilla revolucionaria, a molestar los puertos españoles, i 
aprestó una espedicion de 500 hombres al mando de Santa 
Cruz. Esta división, a la que debia agregarse la del jeneral Su- 
cre con 3,000 colombianos, i que debia reunirse en Arica con 
las fuerzas auxiliares de Chile, que mandaba el jeneral don 
Francisco Antonio Pinto, ocuparía el sur del Perú i Bolivia; 
distraería al enemigo de su atención sobre el Callao i lo aleja- 
ría de las provincias centrales i de la capital. Santa-Cruz fué 
el encargado de dirijür la campaña i de mover esos resortes 
poderosos. 

Para que el plan de operaciones concebido por el jeneral 
Biva Agüero, produjese todos sus resultados, hubiera sido ne- 
oesarío que la espedicion se ejecutase con las divisiones de San- 
ta-Cruz i de Sucre, pero el desconfiado Santa-Cruz, temiendo 
que la reputación de Sucre, oscureciese la suya se acompañó 
Bolo del jeneral Gkunarra, que llevó como segundo jefe. Por 
esa enemistad personal, por esa ambición menguada de un 
hombre, estuvo en grave peligro la independencia del Perú. 

Antes de darse a la vela la espedicion, el jeneral Santa*-Cruz 
86 presento en el congreso, i en medio de esa asamblea, que 
representaba al Perú, «juró morir o volver con la corona del 
triunfos (1)4 

La división desembarcó en Arica i se puso en marcha há.* 
da el Desaguadero^ rio fronterízo que desemboca en el lago de 



itWta 



(1) Pms-SoHai)) Perú Independientei 

26 



194 CAVPAffA DKL PKRtJ KK 1838 

Titicaca i que * separa al Perñ de Bolivia. Allí se dividió en 
dos cuerpos de tropas, uuo de los cnales, mandado por él, se 
situó cerca del Desaguadero, mientras el otro a las órdenes de 
Gamarra se puso en marcha a Omro. 

Entre tanto, el jeneral español Valdes rennia apresurada- 
mente sus fuerzas i marchaba hacia el Desaguadero, aumen- 
tando su división con las columnas situadas en los pueblos del 
tránsito. El virey La Sema^ a su vez, que tenia su campamen- 
to en Sicuani, reunia también sus fuerzas con la misma celeri- 
dad que Yaldcs, i mientras las tropas españolas se reunian i se 
engrosaban, Santa Cruz separaba del grueso de su ejército una 
fuerte colunma. Este segundo error acabó de desbaratar esa 
espedicion que venia perdida desde Lima. Santa Cruz intentó 
sin embargo, un ataque contra el ejercito de Valdes que estaba 
acampado en Zepita, i después de un combate dudoso se reple- 
gó a sus posiciones del Desaguadero. Valdes se retiró inme- 
diatamente a Sicuani donde permanecía el virey, cuyo ejército 
se engrosó además con una división de 1,500 hombres, que man- 
daba Olañeta. Solo entonces comprendió Santa-Cruz la enor- 
midad de su doble falta militar, i se . puso en marcha hacia 
Oruro para reunirse con Gkimarra i retroceder en seguida, con 
toda su división a Arequipa, donde se encontraba el jeneral 
Sucre. Las dos divisiones ascendentes a 7,000 hombres, por 
haberse aumentado con las guerrillas de Lanza, retrocedieron 
de Oruro a la costa, perseguidas por el virey, dominadas por 
el pánico, arrojando las armas, vencidas antes de combatir i 
dispersándose en su fuga, hasta el punto que no llegaran a 
Arica sino 1,300 hombres, último resto de esa división brillan-* 

* 

te que representa uno délos esfuerzos mas vigorosos hechos por 
el Perú en favor de su independencia (1). 

La división chilena mandada por el jeneral Pinto, no enoon-* 
tro a quien ausiliar a su llegada a Arica, i el coronel Benaven- 
te i no Pinto como se ha dicho, se vio en la necesidad de de- 
gollar sus caballos, antes de regresar a Chile. El jeneral Pin-* 
to mereció por su coAducta en esta campaña, las felicitaciones 
calorosas de Bolívar» 

Esta espedicion frustrada, por la mala dirección del jeneral 
(1) Oortés, Historia de Bolivia. 



OáíuáU híÚA Tixó IK 1838 IM 

Santa Craz, no bastó sin embargo para amengtrar su prestijio. 
La protecícion que le dispensaba el jeaeral Bolívar, fué bastan* 
te para acallar la justa censura que recayó sobre sus actos; la 
luz de ajena gloria ocultaba i encubría su persona. A pesar de 
908 intrigas para qontrarestar la influencia de Sucre en el go* 
bierno del Perú, Santa Cruz se habia granjeado las simpatías 
de Bolívar, como se ganara a&os antes las de San Martin, i al 
abrigo de esa doble gloria proseguía el logro de su poderosa 
ambición. Poco tiempo después firmaba como jefe del E. M, 
J. el parte oficial de la batalla de Junin. A esta jornada céle- 
bre sucedió en breve la de Ayacucho, que puso el sello a la in- 
dependencia del Perú i sepultó para siempre el poder de los vi- 
reyes. 

Los países independientes, divididos bajo el punto de vista 
de su mayor sujeocion a la metrópoli, rompieron su antigua 
organización con arreglo a sus nuevas necesidades, i se crearon 
de entre loa antiguos estados, países independientes, que na- 
cieron al abrigo de la nueva libertad. Solivia se independizó 
de la Bepública Arjentína, de que habia formado parte inte- 
grante i proclamó su soberanía a la faz de la América i del 
mundo. 

El jeneral Bolívar, a cuyo jenio audaz se atribuían estas gran- 
des conquistas, continuaba gobernando en el Perú. Habiendo 
salido de Lima para visitar la nueva república que llevaba su 
nombre, delegó sus funciones en un consejo de gobierno, cuya 
presidencia confió al jeneral Santa Cruz. 
. Santa-Cruz, interesado todavía en conservar su amistad se- 
cundó en Lima todas sus miras, aun aquellas que provocaban 
con justicia, la oposición del Perú. A su regreso a Lima, el Li- 
bertador condecorado ya, con el título de Padre de la Patria 
que le diera un congreso, hubo de ponerse en marcha para Co- 
lombia dejando en Lima la misma junta de gobierno. 

A esta época se refiere un incidente curioso en la vida del 
futuro Protector de la Confederación Perú-Boliviana. Conven- 
cido el Libertador, de la necesidad de dotar a Bolivia de una 
salida al mar, le cedió el puerto de Arica i el litoral de Tara- 
pacá, pensamiento que no pudo realizarse por la oposición de 
Santa-Cruz. De ese modo quedó condenada Bolivia, a vivir en 
el círculo de hierro que ahoga su espansion de pueblo libre i 



Id6 OAiffiti trtSL niañ én 1:688 

que la mantiene inoomnnicada del refito del mundo. Las blaQ« 
cas cimas de bus montañas i los desiertos arenosos de sn costa, 
?on el magníüco atahud, que sofoca la poderosa vitalidad de 
su Taza. 

Alejado Bolívar del Pera, Santa-Oms! comenzó a trabar 
ocultamente por arrebatarle su influencia. Una revolución, san- 
cionada luego por el voto de un congreso, declaró subsistente 
la Constitución de 1823, medida que importaba una hostilidad 
abierta contra el Libertador; declaró vacante la Presidencia 
del Perú, que desempeñaba en propiedad Bolívar i Santa*Oraz 
por delegación, i convoco a elecciones para un nuevo congreso. 
Santa-Cruz, que habia sido el instigador de estas medidas, se 
vio envuelto en las redes de sus propias maquinaciones. 

£1 congreso elijió de presidente al jeneral La-Mar, uno de 
los militares más distinguidos de la época, i Santa-Cruz des* 
pechado con ese desaire i burlado en sus propósitos, aceptó el 
cargo de ministro plenipotenciario del Perú en Chile, que le 
ofreció La-Mar, para algarlo de su lado. 

Las estrechas relaciones de amistad que ligaban a Santa- 
Cruz con Bolívar, dan hasta cierto punto, la esplicacion de su 
futura conducta. Al historiador que penetre en los detalles de su 
vida, le cabe descifrar éste curioso problema histórico, que se 
oculta en las profundidades de la conciencia humana. Saber 
qué influencia tuvo Bolívar en el ánimo de Santa-Cruz; qué 
acción ejerció sobre su espíritu i sobre sus ideas políticas; qué 
parte le cupo en los ulteriores proyectos de confederación i de 
monarquía americana, etc., es un problema, que no podemos 
sino insinuar en estos rápidos apuntes. Bástenos hacer notar 
algunas analojías que encaminan en su solución. 

Bolívar desarrollo los sentimientos de Santa-Cruz por la 
influencia de su prestijio i de su talento i además ofreciéndole 
el Ducado de Lima, en el imperio americano que se proponía 
formar i que mecia en su espíritu, el doble impulso de su am- 
bición i de su gloria. 

«Con el jeneral Santa-Cruz, (decía Bolívar reservadamente 
a su plenipotenciario en el Perú), lleve Ud. mucha armenia, i 
cuando lo vea Ud. inquieto por su suerte, porque los chismo- 
sos puedan decirle que le preparo el Ducado de Bolivia a* Su- 
cre, que crea sobre mi palabra de honor que le destino d de 



(MíPÁStk DEL MBI} IK 1838 197 

Lüna^ oastígando así a Gkimarra de sus pasadas infidenoiasB 
(1). Bolívar se hizo otorgar el título de presidente vitalicio del 
Perú, lo que lo encaminaba a sus planes sin descubrir sus in« 
tenciones, 

Sin embargo de su inmensa popularidad, el partido republi** 
cano comprendió el alcance de esa medida. cLos republicanos 
del Perú, dice Bilbao, (3) al ver en esa Constitución, la instala* 
clon de una monarquía disfrazada con la palabra Ilepi\blioa, no 
1;uTÍeron coto para espresar sus juicios i acusar al Libertador 
de enemigo de la Libertad i si se quiere de contraventor a los 
principios por los cuales se habia derramado la sangre ameri- 
cana,s> 

La idea de Confederación, que no era, sino el medio apropia-" 
do de realizar la monarquía es un simple remedo de la fede- 
ración de Estados, que realizara Bolívar, i que dominara su 
voluntad omnipotente. Hé aquí los principales puntos de ese 
problema a la vez sicolójico e histórico, que entregamos al es- 
tudió de los historiadores, en cuya resolución se probaria la 
filiación de ideas, que trajeron la Confederación Perú-Boli- 
viana, i como consecuencia, la guerra, en cuya relación esta* 
moB empeñados. 

Su papel como diplomático en Chile pasó desapercibido. En 
1828 el jeneral Sucre que gobernaba en Bolivia desde 1825, 
estuvo a punto de perder la vida, tratando de sofocar, con su 
presencia, un motin militar, al ^ismo tiempo que el jeneral 
Gkimarra, situado en el Desaguadero con un ejército fperuano, 
se aprovechaba de ese pretesto, para invadir el territorio boli- 
viano, declarando que iba a interponerse ent?*e la víctima i stcs 
asesinos! 

Sucre se retiró de Bolivia, recomendando como su sucesor 
al jeneral Santa-Cruz, que tenia también el apoyo de Grama- 
rra. Cuando Santa-Cruz venía de viaje desde Chile para ha- 
cerse cargo del gobierno de Bolivia, estalló una nueva revolu- 
ción en Chuquisaca, proclamando presidente al jeneral don 
Pedro Blanco, que apenas tuvo tiempo de asumir la primera 
majistratura, cuando cayó bajo el golpe de asesinos, que le qui- 



(1) Pruvonena, páj. 182. 

(2) Vida del jeneral Salaverry, páj. 66. 



lOB tOáUÁSk DftL PB&t} M 183S 

taren ]a vida. Ei autor del atentado contra BlanoOi faé el oo« 
ronel Armaea, que fué en brebe llamado a desempefiar el 
ministerio de la Guerra de la nueva administración después de 
ser ascendido a jeneral, lo que hizo creer a muchos^ que Santar 
Cruz no fnera del todo inocente, en el atentado que arrebat6 a 
su rival el mando i la existencia. 

La llegada de Santa-Cruz a Bolivia fué saludada con tras- 
portes del mas puro regocijo. Tomósele como el símbolo de 
la unión de todos los bolivianos, i en efecto, sus primeros pi^ 
sos faeron señalados por la moderación i la concordia. Sin 
embargo, desde esa época trabajaba ya, secretamente, en £avor 
de la institución política que se llamó mas tarde Confedera- 
ción Perú-Boliviana. 

A su paso por el sur del Per&, había creado lójias masóni- 
cas, bajo la advocación de San Juan de Jerusalen, con el objeto 
de fomentar las ideas de federación del Sur-Perú con Solivia. 
La lójia central fondada en las O,*, del Titicaca, tenia ramifi- 
caciones en "^ano. Arequipa i el Cuzco. Estas instituciones, na- 
cidas i desarrolladas en el mas impenetrable misterio vivían 
con la mirada puesta en el Perú, aguardando el momento pro- 
picio de realizar la federación. Con ese objeto provocaban de- 
sórdenes, atizaban las revoluciones, mantenían el descontento, 
en una palabra, hacian todo aquello que pudiera facilitar d 
paso al H.*. Arístides (Santa-Cruz). La lójias eran un hogar 
de revolución permanente, sistemática, i Santa-Cruz se había 
convertido en un elemento de desorden; en un obstáculo, para 
la tranquilidad de sus vecinos. 

La necesidad do preparar a Bolivia para la invasión del Pe- 
rú, lo movió a velar por la administración. Su conquista no 
habría sido sólida sin un ejército fuerte i sin rentas bien orga- 
nizadas. Favorecióle en estos trabajos su carácter económico í 
arreglado, su espíritu naturalmente organizador i oficinista. 
Santa Cruz tenia ideas mas correctas sobre administración, 
que la jeneralidad de sus compatriotas. 

Su vijilancia se estendió a todo. Creó nuevas oficinas, refor- 
mó las antiguas, introdujo el orden en la recaudación e inver- 
sión de las rentas, fomentó el adelanto material de los pue- 
blos, ftliríendo c^iminos, construyendo puentes sobre los rios; 

labra, un organizador nada común. 



OÁMPAÍfA DBL PRRTÍ EN 1838 199 

Al lado (le estas buenas cimlidades debemos señalar otras 
que afean i empequeñecen su carácter. Entronizó la práctica 
de los regalos nacionales, haciéndose dar propiedades por los 
congresos i, recibiendo, a sii paso por los pueblos, los donativos 
que le ofrecían los habitantes temerosos de incurrir en su des- 
gracia. La noticia de un viaje del Protector, o de un miembro 
de su familia, era solemnizado con Te-DeumSy que las auto- 
ridades eclesiásticas cantaban entre sumisas i atemorizadas: 
con banquetes, que las mas veces pagaba el Erario nacional ; 
con ofrendas, a que contribuían todos los vecinos, cualquiera 
que fuese su opinión política, por no incurrir en la persecución 
de las autoridades. 

Sin embargo de estos grandes defectos, el jeneral Santa- 
Cruz mantenía la vijilancia sobre la administración, i en este 
sentido es uno de los mandatarios mas distinguidos que hayan 
tenido Solivia i el Perú. 

Sus cualidades positivas i prácticas, no alcanzaban a sofocar 
completamente, la inclinación natural de su raza, hacia lo apa- 
ratoso i brillante. Su espíritu indíjena, soñaba con la realiza- 
ción de la monarquía de Bolívar, sin comprender los inconve- 
BÍentes que constituían su imposibilidad. Con ese objeto trata- 
ba de anexarse el Perú, para orlar cuanto antes sus sienes con 
la corona de los vireyes, o con la borla roja de los Incas. En sus 
delirios de ambición creíase ^un' nuevo Manco-Capac como lo 
decían en la prensa sus ajentes. Toda su política como presi- 
dente de Bolivia, fué trabajar en la anexión del Perú. Las 16- 
jias i sus amigos, esparcieron la semilla del árbol que seria re- 
gado con torrentes de sangre. 

Estos persistentes trabajos no tardaron en dar resultado. En 
1884 los jenerales Nieto i G-amarra que. se diputaban, con las 
armas en la mano, el dominio del Perú, nombraron comisiona- 
dos para llegar a un advenimiento, i el coronel Escudero, de- 
legado de Gamarra, propuso una transacción concebida en es- 
tos términos: a:Los departamentos de Ayacucho, el Cuzco, Pu- 
no i Arequipa se segregarán del Perú i formarán un Estado 
bigo la presidencia de Nieto: el norte del Perú adoptará una 
gituacion análoga a la del sur, i el jeneral Santa-Oruz, presi-^ 
dente de Bolivia^ tendrá el Protectorado de los tres países. Era 
1a primera veis que la idea de la Confedeaaoion Perú-Boliviana 



200 oampaITa del pebí} en 1838 

se exhibía, en todo su alcance, ante los ojos del Perú. El'jene- 
ral Nieto rechazo esas propuestas, lo que obligo a Santa-Craz 
a postergar su realización. 

La primera tentativa frustrada, fué en breve seguida de 
otras. A consecuencia de los acontecimientos de 1834, el jene- 
ral Gtkmarra se vio en la necesidad de abandonar el Pen\ i de 
refujiarse en Solivia. 

Eetiróse a la provincia de Cechabamba, que mandaba, a la 
sajBon, el jeneral don Bamon Herrera. Santa-Cruz entre tanto, 
observaba con la mayor ansiedad la situación del Perú, es- 
piando el momento de entrar en escena. Esa oportunidad, que 
BU ambición inquieta buscaba en vano desde tiempo atrás se 
le presentó por fin. 

En 1835 el jeneral Salaverry se sublevó contra Orbegoso i 
el movimiento, apenas iniciado, tomó el carácter de una revo- 
lución nacional. Los departamentos mas importantes de la 
República, secundaron la oposición de Lima, hasta el punto de 
de que Orbegoso empujado hacia el sur por el oleaje po- 
pular, hubo de refujiarse en Arequipa, que era el único lu- 
gar del Perú que aceptara, aun, su autoridad disminuida i yaci- 
lante. 

El joven e impetuoso Salaverry tenia el prestijiode su juven- 
tud i de su valor, al revés de Orbegoso que era tenido por hombre 
débil i pusilánime. Santa-Cruz temía el triunfo de Salaverry, 
pues si bien conocia sus defectos, nacidos en su mayor parte 
de su inesperiencia i de los afanes de una juventud borrascosa, 
tenia en cambio, un fuerte sentimiento de patriotismo. Peruano 
ante todo, Salaverry no se habría prestado jamás, a las vergon- 
zosas transacciones de Orbegoso, i su gobierno hubiera sido 
ttn vallado contra los antiguos proyectos de Santa-Cruz. La 
revolución de Salaverry significaba la resistencia del Perú 
contra los planes de conquista de Bolivia, que ya eran conoció 
dos dé todos. 

En estas circunstancias el jeneral-Herrera reanudó las rela# 
dones interrumpidas de Santa-Cruz con Gamarra, que, como 
dijimos, permanecía en Cochabamba. Santa-Cruz ofreció ausii' 
lios a Gamarra para invadir el Perú, con la espresa condición 
de que los Estados del sur se declararan independientes i se 
colocaran bajo su protecqion, Gamarra salió de Boliviai de 



bAMPAfiA DBL PBRt5 BK 1838 201 

acuerdo con Santa-Cruz, llevando como únicas armas de gue- 
xra su prestijio i una gruesa suma de dinero. 

Al mismo tiempo el jeneral Orbegoso habia enviado a Boli- 
TÍa un plenipotenciario, con amplios poderes, a solicitar el au- 
8Ílio de Santa-Cruz i a instigaciones del jeneral Quiroz, tan 
enemigo de Gramarra como el mismo jeneral Orbegoso, se hizo 
uu pacto de alianza i de protección armada, entre Orbegoso i 
Santa-Cruz. 

Gramarra, que paso a ser víctima de los dobles manejos del 
presidente de Bolivia, comenzó a usar con él de la misma du- 
plicidad. En el mismo dia escribia a Santa-Cruz haciéndole 
protestas de amistad, i a Salaverry ofreciéndole apoyar su cau- 
sa. Las negociaciones del ájente de Orbegoso, tuvieron por re- 
sultado el célebre tratado de 15 de junio de 1835, firmado en 
la Paz, que fué la piedra angular de la futura confederación. 

En virtud de el, Banta^Cruz pasó el Desaguadero a la cabeza 
de un ejército brillante i disciplinado, i desde ese dia comenzó 
la humillación del Pera. Sus destinos pasaron a manos de un 
jeneral estranjero: sus ejércitos fueron anonadados en los cam- 
pos de batalla: sus ciudades recibieron guarniciones bolivianas: 
sus congresos sintieron la mano opresiva del estranjero. Los 
empleos de toda jerarquía, fueron ocupados por ajentes i favori- 
tos del Protector; en fin, su libertad fué maniatada al carro 
triunfante del invasor. 

A este precio reconquistó Orbegoso su puesto de presidente 
del Perú. 

El ejército boliviano, mandado por Santa-Cruz, venció en 
Yanacocha al ejército de G-amarra i después en Socabaya al 
jeneral Salaverry. Este soldado intrépido, prófugo después de 
la derrota, se entregó voluntariamente en Islai a las autorida- 
des confederadas^ Llevado a Arequipa, fué sometido a un con- 
sejo de guerra irrisorio i después fusilado con el jeneral Per- 
Bandini, i seis coroneles. 

No fué solo un hombre el que cayó exánime en el patíbulo 
de Arequipa: fué la nacionalidad peruana; fué el Pera, en una 
palabiji., que dejó de existir desde ese dia en su calidad de pue- 
1>lo soberano e independiente. 

Poco tiempo después fué fraccionado en dos partes, i esa di- 
visión sancionada por los congresos de Huaura i de Sicuani} 

87 



202 0AMPA9A DBL FBBÚ W Í83¡B 

elejidos bajo ]a protección boliviana. Santa-Cruz, en su calidad 
de Protector de los tres Estados, mantenía sobre ellos un ver- 
dadero tutelaje. Realizada la Confederación en el hecho, creó 
instituciones adecuadas al nuevo réjimen. 

La Confederación Perú-Boliviana era una creación fastuo* 
sa, pero sin base. Faltábale lo único que puede dar estabili- 
dad a las instituciones: el apoyo i la simpatía popular. Consi- 
derada bajo el punto de vista político, era una forma de go- 
bierno verdaderamente monstruosa, concebida para servir a im 
solo hombre, a cuyos pies debia ajitarse sin libertad, un pue* 
blo de siervos. Era la entronización del sistema militar en los 
destinos de Bolivia; la fuerza bruta sobreponiéndose a los de*- 
rechos i libertades de la nación. 

La base de esa institución política era la fuerza, representa- 
da en un numeroso ejército. Santa-Cruz que tenia sobrada 
malicia, para no comprender los inconvenientes de su sistema, 
daba una atención preferente a las finanzas, para [poder man- 
tener un gran ejército, i a este, para que diese vida i estabili- 
dad a su gobierno. La Confederación era la monarquía disfra- 
zada. Santa-Cruz era, en realidad, el Rei del Perú i de Bolivia, 
i como su ambición se estendia en la proporción de su fortuna, 
comenzó a trabajar en el Ecuador, por los mismos medios que 
le habian traido por resultado la anexión del Perú. 

Portales fué, entre todos los gobernantes americanos el pri- 
mero que descubrió el alcance de sus ocultas miras i desde 
tiempo atrás, repetía en su intimidad: dEl cacique del Perú 
nos va a dar mucho que hacerh Portales temió la fundación a 
nuestras puertas de un imperio poderoso, protejído por la Eu- 
ropa: dirijido por un hombre ambicioso i superior; defendido 
por un ejército que constaba, a la sazón, de 12,000 soldados i 
que podía subir a 20,000. La idea republicana hubiera corrido 
grave peligro en América, si la Confederación de Santa-Cruz 
hubiese llegado a asentarse en las costumbres nacionales: Chi- 
le habría pasado a la categoría de una nación insignificante i 
débil, oscurecida por el brillo de su temible vecina, i nuestra 
seguridad habria quedado a su merced. 

Decimos que los planes de Santa-Cruz eran protejídos por 
la Europa monárquica, i en efecto, el reí de Francia, que no 
veía de buen grado^ la fundación i prosperidad de Bepúblicaa 



OáUPAffA DBL vmS szr 1838 203 

4^16 iorian, tarde o temprano, un peligro para el prestijio seou- 
ÍAV de BU monarquía, distinguía i protejia a Santa-Cruz (1), 
Loa enviados diplomáticos de la Europa fueron los mas deci- 
didos partidarios que tuvo en Lima i Luis Felipe le envió la 
gran cruz de la lejion de honor. 

Banta^Cruz, que conocia las disposiciones del gobierno de 
Prieto respecto de su obra, trabigó secretamente con los emi-« 
grados chilenos del Perú para incitarlos a invadir a Chile, i 
debilitarlo por la anarquía. Con ese objeto esploto la irrita- 
tadon del jeneral Freiré contra el gobierno que lo mantenia 
en el destierro, i trajo la guerra a Chile sin previa notificación, 
enviando los buques de su escuadra, para fomentar la discor*; 
día civil. 

Ooando vi6 la actitud del gobierno i del pueblo chileno, i su 
decisión por la guerra, hizo algunas tentativas en favor de la 
p$u(; pero el gobierno de Chile que veia el peligro, no en uno 
que otro atentado aislado, sino en el réjimen que los hacia ne- 
cesarios: en el hombre que necesitaba de ellos para consolidar 
BU obra i que veia en un porvenir, no muí lejano, una nadon 
ftierte, monárquica, militarizada, constituyendo^un peligro pa- 
ra el que cayera en su desgracia, se resolvió con inquietud, pe- 
ro con eneijía, a impedir la consolidación del sistema i del 
hombre. 

La confederación, era una instítucion^^política concebida para 
servir al Protector i para ahogar los derechos de todos sus 
subordinados. No estará demás repetir aquí, lo que decíamos 
en un trabajo estenso, que consagramos a las causas de esta 
guerra (2). 

«Conforme al art. 7.® del Pacto de Tacna, ''el gobierno de la 



(1) A este respecto nos refirió, machas veces, don Francisco Javier Bó- 
gales, en París, que el año de 1839, cuando se recibió en Francia la noticia 
de la batalla de Yungai, el Eei Luis Felipe, lo hizo llamar a Tullerías, i le 
comunicó la noticia con muchos pormenores, dicií^ndole que no habia po- 
dido creer en ella al principio, porque la empresa de Chile lo habia pareci- 
do desesperada i desigual i manifestando que estaba cuidadosamente 
impuesto de todos los incidentes de la guerra. Este interés del Eei por 
una empresa tan lejana, agregado a la conducta de su ministro, a la dis- 
tinción con que honró a Santa-Cruz, i a lo que decia la opinión pública 
en aquella época, dan motivos para creer en la realidad del apoyo del 
Bei de los franceses. 

(2) Cansas de la guerra entre Chile i la Confederación Perú'Boliyit^- 
na, por Gonzalo Búlnes. 



Confederación reeidia en los tres poderes, judicial^ lejislatlvo i 
ejecativo jeneral. Oaáles eran los vínculos de unión, i las garan- 
tías de recíproca independencia que existían entre ellos? 

Dos cámaras desempeñaban las funciones lejislatívas ; la de 
senadores i la de representantes. La primera, compuesta de 1 5 
miembros era elejida por el Protector, de una lista que le pre* 
sentaban los electores de departamentos; el senado era en rea*> 
lídad nombrado por él, 

For su constitución misma, el primer cuerpo lejislativo de 
la nación, estaba condenado a ser un simple satélite del .Pro« 
tector. La cámara de representantes, compuesta de 21 miem- 
bros, era elejida por el congreso jeneral, de una lista que le 
presentaban las Repúblicas confederadas. Esta asamblea no 
tenia sino una independencia aparente, porque el protector 
se reservaba el derecho de disolverla (tcuando manifiesta e 
indudablemente se apoderara de la cámara un espíritu de den 
sórden que amenazase la paz interior de la Confederación.» 

El Protector estaba encargado de espiar el espíritu de la 
asamblea i tenia la facultad de disolverla, cuando no le agrá* 
dase ese espíritu. 

Veamos la posición que ocupaba el poder judicial, en esta 
estravagante organización. 

Los empleados judiciales, de toda jerarqm'a, estaban someti- 
dos al juicio del Senado i del tribunal supremo de la Confede- 
ración. Sí aJgnno de ellos era acusado por delitos cometidos 
en el desempeño de su puesto, el tribunal de cada república 
nombraba un miembro de su seno, que reunidos formaban el 
tribunal supremo. Cada uno de estos tres individuos debia su 
puesto, en su respectivo tribunal, al Protector de la Confede- 
ración i ese deber de gratitud, era un lazo traidor tendido a la 
libertad e independencia de sus fallos. 

Ett resumen, los tres poderes, lejislativo, ejecutivo i judicial 
dependían directa o inderectamente del Presidente de la Con- 
federación. Las sabias instituciones que son en los paises li- 
bres el antemural de su libertad civil, eran, bajo ese réjimen, la 
careta que cubría el ilimitado poder del jeneral Santa-Cruz. 

Los tres Estados, que se titulaban libres en su acción interior, 
o covféAerados^ no tenían siquiera el derecho de elejir su presi- 
dente respectivo. El jeneral Santa-Cruz los nombraba directa- 



Oá»áÍfA DBL pbb4 m 1888 205 

xtiente^ Bin que interyiniera en su eleooion el pueblo o los pon 
deres nacionales. 

Lo que hacia aun mas estrafia esa organización despótica i 
orüinaly era la irresponsabilidad del Protector, en todo caso que 
no fuera de traición o de retención indebida del poder. 

El Protector se reservaba, ademas, el derecho de ser reele-* 
jido indejinidamente de diez en diez años! 

Tal era el sistema político imajinado por el presidente San- 
ta-Oruz, para reunir a Solivia i al Perú bajo un réjimen común. 
En esta organización singular, el Protector era todo: el pue- 
blo nada. El Protector nombraba los presidentes de cada Es« 
tado: el pueblo los aceptaba, sin tomar parte en su nombra- 
miento. El Protector escojia los senadores sobre una lista pre- 
sentada por los electores de departamentos, i disolvia el con- 
greso de representantes, cuando las quejas del pueblo incomo-< 
daban sus oidos. 

Este monstruosoj^sistema de gobierno, fué bautizado con el 
nombre de Confederación Perú«BoJiviana; título inexacto, pues- 
to que no habia Confederación, sino tres Estados reunidos en 
uno, sirviendo a los planes i a la política de un hombre irres- 
ponsable. Este complicado mecanismo, estaba calculado para 
servir a la ambición de Santa*Cruz i la base de la ambición es 
la fuerza.]) 

Gomo administrador, volvemos a decirlo, Santa-Cruz se ele- 
vó a una altura, a que no ha llegado hasta hoi, ningún otro 
mandatario de Solivia. 

Sus trabajos lejislativos se resintieron de la precipitación 
con que fueron hechos. Los códigos, bautizados con su nom- 
bre, fueron redactados de prisa, sin madurez, pues mas que 
fundar una lejislacion civil propia, con el estudio que la mate- 
ria requiere, se quería deslumhrar al pueblo i a la América, con 
el espectáculo de un solo hombre, quejhacia a la vez de militar, 
de político, i de codificador. 

Pero, en fin, i cualesquiera que hayan sido sus defectos co- 
mo gobernante, no ha llegado aun el momento de pronunciar 
un juicio definitivo sobre ese hombre, que llenó dorante algunos 
años la América, con la fama de su nombre. Para juzgarlo con 
acierto, i aplicarle el único criterio digno de la historia, seria 
necesario ponerlo en relación con su país i con su tiempo; com- 



906 QáXBASA DBL PXBt} KK 1838 

parar sud oualidades i defectos con las de sus contemporánooBi 
conocer el valor i las pasiones de sus amigos^ el carácter moral 
de sus enemigos; en una palabra^ estudiar los elementos com- 
plicados que obran sobre el hombre i sobre el mandatario^ que 
deciden de sns acciones i qne influyen en su vida. 

Parece inútil decir que ni con mucho^ pretendemos haberlo 
juzgado pon esa exactitud. Faltan^ aun, los elementos indispen- 
sables para llevar a cabo ese trabajo. No conocemos una sola 
biografía del jeneral Santa-Oruz. [Los hechos principales de' 
su vida, comienzan^ recien, a ser iluminados por la pura luz de 
una historia imparcial. En cambio, su correspondencia priva-' 
da permanece en el secreto, único guia que podria conducirnos 
en el oscuro laberinto de esa alma, que tuvo como las mty' es- 
tuosas montañas de Bolivia, plateadas cimas i oscuros abismos! 



CAPÍTULO Il¿ 



Sitio del Callao 



Aunque el sitio que nos proponemos dar a conocer, no fhó 
marcado con los grandes acontecimientos que señalaron la 2.^ 
campaña de la Bestauracion es, sin embargo, un episodio dig. 
no de figurar en esta guerra, ilustrada por el valor i la cons-" 
tancia. 

Dijimos al hablar de la batalla de Guias, que el jeneral pe* 
ruano don Domingo Nieto, se refujió en el Callao con el bata- 
llón núm. 1 de Ayaouoho, conducido por el coronel Morales. 
Aparte de este refuerzo inesperado, los castillos tenian una 
guarnición propia, que ascendia próximamente a 500 hom- 
bres, mandados por el distinguido coronel don Manuel de la 
Guarda. 

Esta fuerza permaneció sin moverse de las trincheras, du- 
rante la batalla de Guias, por temor de un ataque repentino 
del ejército chileno. 

Las tropas conducidas por Nieto, ascendían a 700 hombres, 
las que añadidas a la guarnición; formaban un conjunto de 
1,200 soldados de infantería i caballería. Esta fuerza, si bien 
insuficiente para emprender ninguna operación contra el Ejér- 
cito Bestaurador, era mas que lo que se necesitaba para de- 
fimder los castillos. 

Loa prínoipales jefes peruanosi que sostuvieron la resistencia 



208 OAMPAffA DBL PBRÚ BK 1838 

fueron el jeneral Orbegoso, que no se reunió con los suyos sino 
el 31 de agosto: el jeneral Nieto, que estuvo; solo en los prin- 
cipios del sitio, por haberse embarcado para las provincias del 
norte, donde trató en vano de inflamar el patriotismo, o de 
obtener recursos: el coronel Guarda, soldado intrépido i dis- 
tinguido; el coronel don José Grabriel de los Rios, que llegó al 
Callao, a mediados de octubre; el comandante Morales, jefe 
del batallón Ayacucho, i el coronel don Javier Panizo,*segmido 
de Guarda en este porfiado sitio. 

Tan luego como el jeneral Nieto llevó al Callao la noticia 
de lo acaecido en Lima, las puertas de la plaza se cerraron, 
para impedir la entrada al vencedor. Apesar de qne su gra- 
duación militar lo designaba para ser el jefe del Callao, 
se dijo entonces, que el coronel Guarda se habia negado a re- 
conocerlo en su calidad de jeneral en jefe. El presidente Orbe- 
goso, cuya suerte era un misterio para ambos belijerantes, per- 
mahecia en Lima, oculto en casa de un amigo, espiando nna 
oportunidad segura para dírijirse al Callao. Desde su adilo 
furtivo le fué dado, talvez, oir o presenciar las bulliciosas ma- 
nifestaciones, con que se celebraba el advenimiento al poder 
de su eterno enemigo el jeneral Gamarra. No creemos necesa- 
rio insistir en los desabrimientos que hubo de sufrir para lle- 
gar al Callao, ni en la pura alegría con que fué, por fin, reci- 
bido entre los suyos. 

Las fuerzas de Orbegoso ocupaban, como lo hemos dicho, 
los castillos del Callao. El mas importante de ellos era la for- 
taleza de la Independencia, grandioso i sombrío edificio, rodea- 
do de altas murallas que solo de trecho en trecho, dqjan ver 
las bocas de los cañones que le sirven de defensa. 

A corta distancia de él hai otro, mas pequeño, llamado Cas'' 
tillo del Sol, i cerca de ambos, un depósito artificial de aguSi 
que está protejido por el Castillo de la Independencia. 

Los fuegos de los castillos abrazan, por consiguiente, una 
jparte de la bahía; cubren el pueblo, i abarcan alguna estén- 
sion fuera de él. El sitio para ser eficaz, tenia pues que hacer- 
se simultáneamente por tierra i por mar. 

Sin embargo, antes de principiar las operaciones militares 
j^úlnes tentó los medios de conciliación. La rendición del Oa- 
U(U)} habrift temdOi ea ese momeuto^^iuia.doble iuportaaoia poli- 



OAtiPAffA I)BL FBitÚ BN 1838 200 

tica i militar. Por una parte habría conseguido realizar esa unión 
del Pera a Chile, que deseaba tan vivamente el Ejército Res- 
taurador i por otra le habría evitado la vijilancia que estaría 
obligado a guardar sobre la división sitiada. La resistencia de 
Orbegoso ponia al jeneral Bdlnes en la necesidad de mantener 
en Lima el grueso de su ejército, i le impedia separar de su lado 
una división numerosa. 

Debióse a esta circunstancia, que los tríunfos de esa época 
no tuviesen influencia decisiva en el éxito de la campaña. La 
victoría de Matucana fué alcanzada por una corta división; las 
de las provincias de lea, de Cañete i de Piura, por pequeños 
cuerpos desprendidos del grueso del Ejército. Este no podia 
operar en masa, porque necesitaba mantener una fuerte guar- 
nición al pié de los castillos, i esta necesidad fué, como diji- 
mos, la causa determinante de la retirada al norte. 

Convencido el jeneral Búlnes del grave inconveniente que 
oponia a sus planes la resistencia armada del Callao, invitó a 
la paz, en repetidas ocasiones, al jeneral Orbegoso i agotó en 
favor de la concordia los recursos conciliatorios. Orbegoso se 
negó a escuchar toda proposición amistosa, mientras no se le 
diese el titulo de presidente del Perú, lo que Bálnes no hubiera 
podido hacer, sin desconocer la autoridad de Gamarr^. Esa 
cuestión de forma, de palabras, ocultaba en su fondo las gra- 
vísimas dificultades que se oponían a todo arreglo amistoso. 

Repetiremos aquí lo que dijimos de las conferencias de Hua*> 
cho. Los acontecimientos, mas fuertes que la voluntad de los 
hombres, hacian imposible toda solución pacífica. Orbegoso 
no tratarla con Búlnes, mientras no se le restituyese el alto 
puesto que lo arrebató la batalla de Guias, lo que equivalía a 
ex^jir de él, que desconociese todo lo obrado desde ese mo*" 
mentó. 

Algo hemos dicho de las negociaciones habidas, i no cree¿ 
mos necesario insistir en ese cambio de notas i de cartas confi- 
denciales, en que se tocaron sin fruto, oa repetidas ocasiones, 
las nobles i delicadas fibras del honor, del patriotismo i de la 
amistad. Búlnes, Gamarra, Laso i Castilla, se dirijieron suce^ 
aivamente a Orbegoso i a G-uarda, manifestándoles la inuti*^ 
]id9^ de la resistencia i su responsabilidad, manteniendo la 
plaza en provecho del hombre a quien recientemente habiai^ 

F ^ 88 



210 OAHPAITA DKL FBBtí E5 1838 

repudiado. Ergobierno peruano agotó, por su parte, el dicciona- 
rio de los alhagos, para restituir al seno de la naciente patria 
a la guarnición rebelde; pero todo fué en vano. La fuerza de 
las cosas esterilizaba sus tentativas jenerosas. Habia, por lo 
demás, un tratado secreto entre Nieto i Olañeta, para entre- 
gar de nuevo el ejército peruano al presidente Santa-Cruz, be- 
fando, así, los sentimientos espresados en la revolución de ju- 
lio, i la fé pública de sus solemnes declaraciones! 

Los esfuerzos de don Benito Laso para reducir a la obe- 
diencia a Guarda, o a Nieto, fueron tan estériles, como las 
tentativas de Gamarra o de Bálnes, para con el jeneral Orbe- 
goso. La conducta altanera de Orbegoso., cuadraba mal con 
las actuales circunstancias del Callao. Su resistencia para es- 
cuchar toda proposición de paz, seria un timbre que honraría 
su carácter de mandatario i de hombre, si no hubiese tenido 
por resultado, su sumisión a Santa-Cruz. Esa enerjía aparente, 
que contrastaba con los antecedentes de su vida, era una nueva 
prueba de su debilidad. Sus jefes inmediatos, comprometi- 
dos con el Protector, abusaban de su buena fé, haciéndole 
creer que defendía la Lidependencia del Pera, cuando ya es- 
taba firmado el tratado de alianza o de sumisión con el con- 
quistador del Perú! 

En los primeros dias de su elección, el jeneral Gamarra hizo 
comunicar a Guarda, por medio de su ministro don Benito La- 
so, los últimos sucesos de la capital, creyendo, como se creia en 
Lima, que el jeneral Orbegoso se encontrara en las fortalezas 
desde la tarde del 21 de agosto. En esa nota se hacia un 
llamamiento a sus servicios i a su patriotismo i se le in- 
vitaba a la fraternidad i a la unión. <cSi lo que no espera S. E, 
vacilara Y. S. un momento en seguir esta senda, daria ocasión 
a glosas muí pocos favorables e indignas de su honor cono- 
cido. 

Se diria que no pudiendo sostenerse el castillo, sin la espe- 
ranza de un ausilio i no contándose otro que el del ejército 
que manda el presidente de Bolivia, se ponia V. S. en oposi- 
ción con la emancipación proclamada de la autoridad protec- 
toral i con la libertad absoluta de la Eepública. Sabe S. E. 
que un crimen de traición a la patria, no puede jamás encon* 
trar cabida en ol alma de Y, B.: i asi es que se lisonjea de te^ 



CáXPátA imL twñt IX 1SS8 211 

iierlacsipraiitoasiiladokpsrdofia deV. S.pu«a.ini<áitie«n 
la ema de k salvadon del Per¿» (1). 

£1 oaioüd GHoarda, contdstú a Bdlnoa i ik> a Lmo^ díciiii* 
dde que no se arre^iaiia jamáa ocm no <g¿iciia fmanchado 
om la sangre de 1<» peroajios» (2). 

Cl) Nota de 26 de agosto de 183S. 

(2) tBep¿bl3oapEriuLi3JL~F<»1iLleadeUIfidepe^^ 

ia3a---«efiw dcQ llaní»! Búlnes, Jeiienl ea Jefe del£^^idlo de Gh^ 

«— Habiendo ledbido en la noche de ajer ana oomamct^on áonada por 

^on Benito Jjmso, q^tSea babla ec e!la a no3n>»« de don Agiislin Oama« 

xrm, apellidándole j^ ]»oTÍaDrio del Pera, me creo, mas por «rHanidad 

^{ne por deber, en la neoeádad de dinjiímea ÜS. pazm baoerle saber« que 

mientras las íoenas qoe ÜS. manda pisen el tenitorio peruano i mni 

partícnlarmenta loa dtepartamentos del nortie^ <|ae la espedieiea ebilena 

encontró gosando de perfecta independenda» con nn gobiemo propio i 

nacional, nombrado por la Toluntad soberana de los pueblos» no recxAlO- 

oerá el qne saacribe oum antoridad que la que ej^rae el Exema ssiior 

Fraádenta don Luis José Orbego&o, o la qne tenga a bkn nombrar el 

ocmgreso conTocado -pat el minno ee&or Preádente i a pedimento de loa 

MpresadoB departamentoB. 

Gonaecnente con estos príndpioB, de ka qne no me separara jamás^ 
porqne ellos están trazados por el sentir racional de mi país, no entablare 
eomnnicadon de ningún j^nero, con la persona o personas qne bajo el 
influjo de las armas de US., manchadas va con sangre de loa peromnoSi 
se finjen falazmente autoridades nadonalea. 

En conclusión, señ'^r jeneraL existiendo la autoridad de que dependo, 
■era con ella, con quien, en adelante, podrá ÜS. entenderse o, oon la 
persona que eHja S. £. para dimitir en eUa el mando oue ejeno. 

Con este motivo, me ofrezco a US-, como su mui obediente teiridor 
Q. B. S. M. — Jianuel dé la Guarda.3 
Hé aquí la respuesta de Búlnes: 
cSeñor Jeneral don Luis J. Orbegoeo. — Cuartel Jeneral del Ejer- 
cito Restaurador. — ^Lima. a 1.^ de setiembre de 1S3& — La comunioacton 
que a nombre de Y. S. L me ha dirijido don Manuel de la Guarda^ me 
proporciona la oportunidad de llamar la atención de V. & L sobre loa 
puntos importantes de que he tratado, desde el momento qne me acer- 
qué a las playas del Perú, no con el objeto de hollar su territorio, sino 
de libertarle del poder del jeneral Santa-Cruz i sus sostenedores, 

De^raciadamente no hemos podido entendernos, porque Y. 8, L no 
ha querido: mas, estoi cierto que podremos hacerlo si se trata a mi ejér- 
cito como aliado del Perú, i si francamente se atribuye asimismo los males 
que yo he procurado evitar, i que Y. S, I. ha dejado de precaver. Bin con- 
ceder a Y. S. L qne la elección del gran Mariscal don Affustin G amarra 
por presidente pi*ovisorio de esta república, se haya hecho en la forma i 
modo que se mo dice en su espresada comunicación, puedo asegurar a Y. 
S. I. que no he tenido parte directa ni indirecta en ella, i que ha sido 
obra de los ciudadanos, qne lejos de estar subyugados por las bayonetas de 
mi ejército, han gozado de toda la plenitud de sns derechos. l<o sabe todo 
el pueblo de Lima, i Y. S. I. no puede ignorarUi. 

Mi conducta ha sido en esta ociii<ion, i pi*otesto qne lo sei*íl siempre, tan 
. leal como desinteresada, porque, repito que, a olio me obligan las Iustrno> 
ciones de mi gobierno i los sentimientos quo han guiado todas líis accio- 
nes de mi vida, jau¿u$ mancliada con ningún acto de i)orfidia, i el ros|)Oto 
qne merecen los destinos do un pueblo Ubro. No solo las proclamas quo 



Sld (uwAir£ su. íiBi} Air 18S8 

» 

Orbdgoso entró en comunioaoionea con el jeneral Santa Orai) 
i gi bien no podía ya oreer en la sinceridad de gns promeBas, 
BU odio por el ejército chileno era tan yívo^ que estaba resuel- 
to a entregar nuevamente su autoridad i el Perú al presidente 
de Solivia. El Protector le aseguraba, en sus cartas que pene- 
traban furtivamente al Callao, su respeto por el voto soberano, 
que había desligado el Nor-Perú de la Confederación Perd- 
Boliviana i Orbegoso, a pesar de tener sobrados motivos para 
no aceptar sus declaraciones sin beneficio de inventario, dio 
nuevamente crédito a sus palabras i perseveró en la resisten- 
cia con mas decisión i enerjía. Así fué que la tentativa en &- 
vor de la paz, hecha oficialmente por el jeneral Gamarra, fué 
tan inútil como habían sido las sujestíones amistosas de Oa9« 
tilla, de Laso i de Búlnes. 

Uno de los primeros actos públicos del jeneral Gamarra, faé 
solicitar del coronel Guarda el reconocimiento de su autoridad 
i como éste se negara, espidió un decreto compeliéndolo (1) 



vm 



y. S. I. me cita, sino todas mis comunicaoiones oficiales i partioulares 
que han visto la lu2 i todos mis actos, son los £eles intérpretes de mis 
sentimientos. 

Tan f áeil me fuera, señor jeneral, probar al universo entero, mi nin- 
guna injerencia en los actos que pertenecen al gobierno i pueblo perua- 
no, como difícil le roria a Y. S. I. justificar que no ha permitido que se 
usurpe la autoridad que ha ejercido a nombre de ese mismo pueblo, cu- 
ya soberanía ha sido vilipendiada i cuyo territorio ha sido despedazado. 

Por mi parte, he dado, i estoi dispuesto a dar testimonios irrefraga- 
bles de veneración a las leyes i autoridades del país; i si a mi llegada a 
esa capital hubiese hallado otra autoridad superior al prefecto, a ella me 
hubiese dirijido, porque, repito, i no me cansaré de repetirlo, que mi mi- 
tiiou no es de intervenir en la política del país, i consiflruicntemente ar 
este principio no he podido venir a remover las autoridades peruanas 
existentes, ni a presentar candidatos que las reemplacen. 

Esto sentado, de ningún modo me corresponde discutir ni menos re- 
solver la cuestión que forma el punto principal de su nota; pudiendo 
V. S. I. dirijirse a quien corresponde en la firma certeza que mis princi- 
pios de una absoluta no intervención no se alterarán jamás. 

No obstante, con el fin de dar a V. S. I. una prueba inequívoca d© mis 
deseos de que se realice un advenimiento por el que podamos obrar de 
consuno contra las fuerzas del jeneral Santa-Cruz, ahorrando la efusión 
de una sangre preciosa i evitando repetir escenas que son el escándalo 
del mundo civilizado, estoi pronto a escuoliar toda proposición que tien- 
da a realizar este objeto. — Dios guarde a V. 8. T. — Manuel Búbies.i> 

(1) El ciudadano Agustín Gamarra. — Considerando: — I. Que estable- 
cido el gobierno peruano, todos loa ciudadanos están obligados a obede- 
cerle, para mantener el orden público i defender la libertad e integridad 
del territoño. 

II. Que esta obediencia comprende a los jefes, oficiales i domas indi 
viduos que so han encerrado en las fortalezas del Callao. 



eAIOPÁlTA DÉXi PHBt} WS( 1838 213 

}>or última vez, a someterse al orden de oosas nueTamente orea- 
do. Si en el plazo de 24 horas, dice ese documento, la goarni-* 
don del Oallao no reconoce al gobierno de Lima, será oonside* 
rada como sediciosa. 

El coronel Goarda manifestó, en esta ocasión, la tenacidad 
en que habian de estrellarse, en adelante, todas las tentativas 
de paz, i desde ese momento la gaerra quedó declarada de he* 
oho, entre el gobierno de Gkmarra i la plaza del Oallao» 

El jeneral B&lnes, apesar de que estaba suficientemente au- 
torizado para bloquear cualquier puerto del Perú cuando lo 
creyese necesario, (1) aguardó, sin embargo, que el gobierno 
peruano, declarase rotas las hostilidades para comenzar las su 
yas. Esta fkcultad, confiada por decretos anteriores, le fué re* 
novada en lo relativo al Callao, en la declaración de guerra 
del gobierno de Chile al jeneral Orbegoso (2) i en el decreto 
de bloqueo. 

Esta resolución, lo repetimos, venia a confirmar una autori- 
zación anterior, en cuva virtud habia dado principio el jeneral 
Búlnefi al bloqueo del puerto i de la plaza. 

Al día siguiente de la ocupación de Lima, una hermosa di- 
visión, mandada por el jeneral don José María de la Cruz, sa- 
lió del cuartel jeneral chileno en dirección al Callao, con el ob- 
jeto de impedir que los vencidos de Guias, se uniesen a la 



nL Que obstinados en la desobediencia se han negado a las repetidas 
invitaciones que se les han hecho, de parte del gobierno. 

lY. Que conforme con estas razones, deben ser considerados como 
Amotinados, decreto: 

Art.- 1.** Se compele por última vez al jefe, oficiales i demás individuos 
existentes en las fortalezas del Callao, a que obedezcan al gobierno i Fe 
plegaen al ejercite peruano, a fin de sostener la independencia nacional. 

Art. 2.* Queda en estado de sitio i bloqueo la fortaleza del Oallao, i se 
reputarán como sediciosos todos los individuos de cualquier clase i con- 
dición, que se hallen en ella, siempre que dentro de 24 horas no depon- 
gan las armas, obedeciendo al gobierno, proclamado en esta capital, para 
obrar de consuno contra el enemicro común. 

Art. 3.^ Los que prestasen cualquier clase de ausilios a los ref ujiados 
en las fortalezas, serán reputados como cómplices de los sediciosos, i su- 
frirán las penas, que designa el art. 2fi, tít. 10 de la Ordenanza Jeneral 
del Ejt'rcito. El oficial mayor del Ministerio do Guerra i Marina encar- 
gado de su despacho cuidará de dar cumplimiento a este deci'nto, man- 
dándolo imprimir, publicar i circular. Dado en el Palacio del Supremo 
Gobierno en Lima, a 31 de agosto de 18,38. — Agustín Gawakka. — P. 
O. de S. E. — Bernardo tytfiia. 

(1) Decreto do ;;0 do jüho do 1838. 

(2) Declaración de 17 de octubre de 1838. 



814 tkJñJ^áük DBji i»8tti} iN 1886 

gaamioion de los oaatillos. Oomponíase de los batalloneB Por* 
taleSj Oammpangue, Valparaíso^ i del escuadrón Oarábine- 
roB de la Frontera. Las faerzas de Cruz permanecieron al- 
gunos días en Baquijano sin tomar la ofensiva^ aguardan- 
do la espiración del término señalado por Gamarra para la 
rendición de la plaza. Otro tanto hacia en el mar la primera 
división de la Escuadra^ mandada por el almirante Postigo, 
que debia combinar sus operaciones con las del jeneral Cruz. 

Entretanto, tenian lugar en el interior de la plaza algunos 
incidentes que contribuyen a precisar la fisonomía de esta cé- 
lebre guerra. La guarnición, luego que se vio privada de toda 
comunicación esterior, empezó a abandonar las fortalezas i a 
desertarse, a medida que las circunstancias se lo permitían. 

Al mismo tiempo el jeneral Nieto se preparaba para verifi- 
car su viaje al norte que realizó a ñnes de agosto. 

Hemos referido en otro lugar esa fujitiva i desgraciada cam- 
paña, que abrió una incurable brecha a su autoridad ya bastan- 
te amenguada. Este soldado ditinguido, dotado de talento i de 
valor, recorrió a salto de mata las provincias del norte, aban- 
donado de los suyos, prófugo i estraojero en su misma patria, 
estableciendo a su paso efímeras autoridades que nadie respe- 
taba, i contribuciones, mas efímeras aun, que nadie pagaba. 

El coronel Guarda permanecia, entretanto, en el Callao, 
alentando con su enerjia el patriotismo vacilante de los defen- 
sores del castillo. Pero echemos una mirada a las fuerzas si- 
tiadoras. 

La plaza estaba envuelta en un círculo de fuego i de caño- 
nes; rodeada por tierra por los soldados de Cruz, i por el lado 
del mar por la primera división de la Escuadra mandada por 
Postigo. 

La Escuadra chilena se componía de dos divisiones, que es- 
tacionaban, alternativamente, en Chorrillos i en el Callao, man- 
dada ésta por Postigo i aquella por Simpson, i aunque mante- 
nian entre sí una independencia relativa, la división de Simp- 
son se ponia a las órdeaes de Postigo, cuando obraban reunidas. 
Era éste, un apuesto i altivo marino, hijo dercapitan de fraga- 
ta de la Real Armada, don Isidoro García, marqués del Posti- 
go, i de doña Manuela de Búlnes, tia carnal del jeneral en je- 
fe. Su educación en España; su niñez, corrida en los azares de 



OAICPAÑA DBL PBRt} SN 1838 216 

los mas grandes combates marítimos de que f aeron testigos los 
primeros años de este siglo; su conocimiento de los hombres del 
Perú, cuya Escuadra babia mandado en jefe durante el gobier- 
no del jeneral Salaverry, le señalaban un lugar encumbrado 
en nuestra marina naciente. Sus relaciones de familia, su inte- 
lijencia, su temerario valor, todo, en fin, parecía designarlo para 
ocupar el alto puesto que desempeñaba a la sazón. La división 
mandada por él era fuerte, por la calidad de las embarcaciones, 
sino' por su número. 

La segunda, (1) mandada por el capitán de fragata don Bo- 
berto Simpson, que permanecía en Chorrillos, estaba especial- 
mente encargada del cuidado de los trasportes (2). El resto 
de la Escuadra estaba repartido: la corbeta Valparaíso se 
aprestaba para marchar a Pisco, conduciendo al jeneral Salas; 
la barca Santa-Cruz i el trasporte Príncipe Bateanij hablan 
conducido recientemente al jeneral La-Fuente i su columna a 
las provincias del norte del Perú. La división de Postigo, en- 
cargada del bloqueo marítimo, mantenia una activa vijilancia 
sobre las embarcaciones de la bahía del Callao, mientras la 
de Simpson, protejia a los trasportes, la aduana i el resguardo 
recientemente establecidos en Chorrillos. 

El jeneral Orbegoso no carecía de algunas embarcaciones 
menores, que suplían su escaso poder con su numerosa dota- 
don. Tenia, ademas, bajo la protección de sus castillos, al ber- 
gantín Congreso que había sido desaparejado con antelaciont 

Las fuerzas sutiles de la plaza podían burlar impunemente 
la celosa vijilancia de Postigo. En realidad el bloqueo no exis- 
tia para esas pequeñas embarcaciones, sino por el peligro que 
las amenazaba en caso de ser vistas ó sentidas. La situación 
de Postigo era, mas o méuQS, la del león de la fábula: bas*^ 
tante fuerte para luchar con un enemigo poderoso, no podía 
evitar que las fuerzas sutiles del Callao, se deslizasen hasta 
BUS robustos flancos, í tentasen un asalto al abordaje, prevali- 
das de su superioridad numérica. Para contrarestar este peli- 

(I') Componíase de la corbeta Socabaya^ corbeta Libertad^ bergantm 
Aqwles, bergantín Arequipeño^ goleta Janequeo, goleta Colocólo^ i \oñ 
trasportes Hércules i Eleodoro' 

(2) Estos eran la fragata Monteagudo, la fragata Cot^ederctcionj fraga- 
ta lanisporte Capitán Saldívar, i los trasportes Ilope^ Gokura^ San Ánto^ 



216 OAMPAffA DBL PBBd EK 1888 

gro que lo traía inquieto, le era preciso soportar un activo tra- 
bajó de vijilancia a que no resistió su salud. Su temperamento 
altivo no estaba organizado para esa lucha de prudencia i fue- 
ra tan propio para asaltar con sus débiles embarcaciones los 
castillos formidables que tenia delante de sí, como incapaz de 
sobrellevar ese trabajo de paciencia i sin gloria! 

Por el lado de tierra mandaba las fuerzas el jeneral don 
José María de la Oruz, cuyo nombre ilustre aparecerá con fre- 
cuencia en estas pajinas. Le servian de ayudantes don Bafael 
Soto-Aguilar i don Andrés Gazmuri. La artillería^ que se com- 
ponia de dos pequeñas piezas al principio^ i después de dos 
cañones de a 24, estaba mandada por el teniente don Estovan 
Faes, joven oñcial, que acababa de salir de las aulas de la Es- 
cuela Politécnica de Francia. Faes tenia bajo sus órdenes a 
los alféreces don José Manuel Molina i don Saturnino Brieba. 

Los batallones de infantería estaban mandados por sus res- 
pectivos comandantes, que lo eran, del Valparaíso, don Juan 
Vidaurre-Leal; del Oarampangue, el comandante don Jeró- 
nimo Valenzuela, que encontró digna i gloriosa muerte en la 
batalla de Yungai; del Portales, el teniente coronel don Ma- 
nuel García. 

Los principales jefes subalternos eran: en el Valparaíso, el 
sarjento mayor don Manuel Tomas Martínez; en el Carampan- 
gue, don Manuel Zañartu; en el Portales, don Juan Torres. 

El terreno que rodea a los castillos, llamado el Gramadal, es 
húmedo i pantanoso, lo que hacia doblemente pesado el servi- 
cio de las fuerzas sitiadoras. 

Completaba la división el escuadrón de Carabineros de la 
Frontera, ^formado i diryido por el teniente coronel don José 
Ignacio García, i por el valiente i distinguido jefe don José 
Erasmo Jofré. 

Es preciso añadir a este cómputo de fuerzas, el formidable 
poder de los castillos. Las fortalezas del Callao han sido en 
todo tiempo un lugar inespugnable, que han sujetado, como •• 
una montaña de granito, el embate de las revoluciones. Cuan- 
do el Perú entero ha sido presa de la revuelta; cuando las olea- 
das de la indignación popular han arrasado e invadido todo, 
se han detenido impotentes, en esas murallas formidables, que 
débíeroa apirecer en esos momentos^ como la imájen dq la 



oampaSa DBL PntLÜ EN 18^8 2Í7 

Patria, dominando con su ceño sombrío, el espectáculo de 
confusión i de sangre, que se representaba a sus pies. 

Solo una vez la plaza del Callao ha sido tomada por asalto; 
cuando el temerario Salaverry sofocó, en su propio seno, el gri- 
to de revolución lanzado por el batallón Maquinguayo, i ese 
hecho mismo fué debido, en gran parte, a la superioridad nu- 
mérica de los asaltantes. 

Las condiciones no eran las mismas en la época que narra- 
mos. El jeneral Orbegoso tenia consigo 1,200 hombres ague- 
rridos. Sus castillos impedian el acceso de la bahía a los bu- 
ques chilenos, a la vez que abarcaban una gran distancia por 
el lado de tierra. Los sitiadores sufrían los efectos del clima, 
nocivo a su salud, i se resentian de todos los males que acarrea 
a un ejército la ausencia de su patria. 

Gramafra instaba vivamente a Bulnes para que se apode- 
rase de la plaza i anadia a sus amonestaciones verbales las de 
BUS cartas privadas. «No diga Ud., mi querido jeneral, que soi 
majadero; conviene mucho tomar posesión del pueblo del Ca- 
llao. Esto contristará mucho a los sitiados i tardarán mucho 
menos en rendirse» (1). En otra ocasión, agregaba: «He visto 
li» papeles del jeneral Cruz; es preciso estrechar mucho el si- 
tio i que de la bahía salgan los buques mercantes i pasen a 
Okorrillos.D 

Búlnes, que no desconocía la fuerza de estas observaciones 
escribia a su hermano: «Para salir de este embarazo, (la per- 
loaaencia forzosa en la capital) que en estas circunstancias nos 
letarda la operaciones, he tentado algunos medios de conci-" 
liftdon con Orbegoso, que no han tenido efecto por su inaudi- 
ta incapacidad. No me seria difícil tomar la plaza por asalto; 
pero costaría la pérdida de cincuenta o cien valientes que no 
ffie ion indiferentes i que no podría reemplazar por la larga 
&taxicia que me separa de nuestros bravos compatriotas!) (2). 

lato i el temor de sufrír un rechazo, que le habría acarreado 
kamas graves consecuencias morales, eran los verdaderos mo- 
titoa de su inmovilidad. 

lliil era la situación jeneral de los contendientes, sus medios 



1. 



(Q dfamarra a Búlnes, setiembre 2 de 1838. 
WBúlnw a don, Franoisoo Bálnes, Betiembre 6 de 1836. 

29 



216 oakpaITa dbl pbrú en 1838 

de acción i él espíritu que animaba a los principales jefes 
cuando empezó el sitio. Veamos ahora los incidentes i sucesos 
que lo hacen digno de recuerdo» 

La tarea impuesta al patriotismo del jeneral Cruz, consistía 
en impedir el abastecimiento de la plaza. Pero por ser pasiva i 
espectante, su situación no era menos laboriosa. Su vijilancia 
necesitaba ser mui activa, para impedir que se deslizasen en 
ese gran círculo, individuos o efectos que sirviesen a los sitia- 
dos; debia ademas ser ambulante i de todo momento, trabajo 
penosísimo que no será bien comprendido sino por los que co- 
nozcan esa inhospitalaria localidad, ora seca como el desierto, 
ora pantanosa i húmeda. 

A causa de esto, la división sitiadora comenzó a suírir, des- 
de los primeros dias, los efectos perniciosos que causaron des- 
pués tantos vacíos en sus filas. «Hoi marchan cincuenta i tan- 
tos enfermos, decia Cruz a Búlnes el 2 de setiembre, i dejo 
otros, por si es posible conseguir venga el médico que tengo 
pedido.3) c(A las avanzadas, es de necesidad suministrarles 
aguardiente, diariamente; pues, a mas de situarse en un lugar 
húmedo, tienen que atravesar mas de diez cuadras de agua.» 

A estos gravísimos inconvenientes se anadia la insuficencia 
de las fuerzas sitiadoras para abarcar la estensa línea que de- 
bia incomunicar el Callao del resto del Perú. « Ya he dicho 
a Ud., escribia el jeneral Cruz a Búlnes, la necesidad que hai 
de mas fuerzas para cubrir la línea; sin ella es inoficiosa esta 
división en este punto, porque no alcanza a satisfacer su ob- 
jeto. Por eso ha podido entrarse anoche Orbegoso al castillo i 
se entrarán cuantos quieran, i si Ud. no ha tenido otro acuer- 
do, seria mejor emplear nuestras fuerzas de otro modo mas 
útil, persiguiendo a Miller, etc.D 

El físico i el moral de la división se resentía con ese traba- 
jo estéril e incesante, sin gloria, sin brillantes episodios, sin 
ninguna de esas condiciones que realzan la guerra a los ojos 
del soldado i que lo hacen amarla. Los únicos incidentes del 
sitio en sus primeros dias, se redujeron a encuentros parciales 
de piquetes de tropa, o a la aprehensión de espías o de conduc- 
tores de víveres. 

Entretanto, el coronel Guarda enviaba partidas de observa- 
cioA que se c^proximabau a la división sitiadora. Una de ollas 



oámváSíl dbl PÉHt} SK 1838 iíl9 

üompnesta de ocho hombres (1) que habia conseguido apode- 
rarso de tres individuos pertenecientes al ejército, fué atacada i 
puesta en fuga por un piquete de soldados chilenos. Este in- 
significante sucoso dio lugar a que sé redoblasen las precau- 
ciones por parte de los sitiadores, i a establecer emboscadas 
que se mantenían ocultas, para sorprender las que enviaba 
Guarda en busca de recursos. 

El sitio se prosiguió durante algunos diaS| sin dar lugar a 
ningún incidente notable; reduciéndose simplemente a la viji- 
lanoia mas activa por parte de la división ¡chilena, i a la inac-* 
cien por parte de los sitiados. El apresamiento de una carreta 
con víveres o de algún emisario sospechoso, jeneralmente es- 
tranjero, era lo único que venia a turbar aquella abrumadora 
inacción. 

Los mismos pequeños incidentes se repetían en el mar. El 
comandante Postigo, ejercía en la bahía del Callao la severa 
vijilancia que observaba en tierra la división de Cruz; pero sus 
esfuerzos eran burlados, impunemente, por el apoyo que los es- 
tranjeros prestaban a la causa de Orbegoso. «El Callao se 
mantiene aun, decia el jeneral Búlnes (2), por la protección 
que le prestan los estranjeros que abiertamente son decididos 
por Santa-Cruz.» 

Sin embargo, el descontento i la desmoralización cundían en 
la plaza. En los primeros días de setiembre se desertaron 
del Callao los oficiales don Francisco Socada i don Kamon 
López, i tras de ellos, algunos soldados i clases, que confirma- 
ron unánimemente el disgusto que reinaba en la guarnición. 

Una parte de los oficiales, que seguían la suerte de Orbego- 
so, habían creido, al encerrarse en los castillos, servir a la 
causa de la integridad del Perú. En aquel momento, ese error 
de concepto no podia existir para nadie; el Protector se habia 
encargado de descorrer el velo que cubría sus miras ambiciosas, 
espidiendo un célebre decreto de ascensos, que hemos de ma- 
nifestar en breve. Esos servidores leales, si bien engañados, de 
la Independencia del Perú, no podían aceptar, sino a despecho, i 
obligados por la fuerza, que se befasen públicamente los nobles 
sentimientos de que se hablan constituido guardianes. 

(n El 3 de setiembre. 

(2) Carta a su hermano, setiembre de 1838. 



220 OAHPAffA BBL PSElí Ktt 1S3S 

Pero, ¿qué decreto era ese que yeuia a cambiar b)!a8cament6 
la ñiz de la situación? Helo aquí: 

Andrés Santa-Cruz, Supremo Protector de la Confederación 
Perú-Boliviana, etc., etc.— Considerando: — I. Que el deber 
principal de todo Q-obierno es premiar los hechos distinguidos 
de los ciudadanos, i considerar los servicios que se presten a la 
Patria, 

II, Que la defensa patriótica de los castillos del Callao, es 
un acto de los mas meritorios que contraen los jefes, oficiales 
i tropa que allí resisten los ataques del enemigo, desechando 
las intrigas i sujestiones de que se han valido, decreto: 

Art, 1.° Los coroneles don Manuel Guarda i don Francisco 
Javier Panizo, son ascendidos a la clase de jenerales de briga* 
da, en atención a su brillante comportamiento, en los dias SI 
i siguientes, en que el Bjército chileno atacó la ciudad de Li- 
ma i las fortalezas del Callao. 

Art. 2.^ Son igualmente ascendidos, el capitán de fragata 
don Juan José Panizo, a capitán de navio; el capitán de cor- 
beta don Domingo Valle-Riestra, a capitán de fragata; el te- 
niente coronel de caballería don Enrique Pareja, a coronel; i 
el teniente de navio don Miguel Saldívar, a capitán de corbeta. 
. Art. 3.° El Gobernador de la plaza mandará al E. M. J. 
una razón circunstanciada, con el respectivo informe, de los je- 
fes, oficiales i tropa, que mas se hayan distinguido, para pre- 
miar sus servicios con los honores i ascensos a que sean aeree* 
dores. 

Mi secretario jeneral queda encargado de la ejecución de es- 
te decreto i de mandarlo imprimir, publicar i circular. Dado 
en el Palacio protectoral del Cuzco, a 18 de setiembre de 1838. 
Andrés Santa-Cruz. 

Este decreto, si bien traia la confirmación oficial de la alian- 
za oculta de Orbegoso i de Santa-Cruz, venia solo a ratificar 
un hecho que Bálnes habia previsto desde tiempo atrás. ¿Qué 
actitud asumió Orbegoso, en presencia de esa declaración pú- 
blica, que importaba un desmentido a todas sus promesas i ac- 
titud reciente? Sintióse ofendido por ese poder altanero, que 
usurpaba su autoridad, o se conformó con ese retroceso brus- 
co, a la época anterior al pronunciamiento de julio? Es induda- 
ble que Orbegoso debió sentir el golpe que, con mano certera, 



lé dirljió flü astuto i aventajado rival; pero ya sea por las in^ 
fluencias que cercaban su espíritu débil, o porque su actitud 
reciente con el ejército chileno, no le permitiese volver sobre 
sus pasos, es lo cierto, que ni entonces ni después se dejó oir 
de sus labios una palabra de protesta, i que la pluma que fir» 
molos decretos de julio no volvió a estampar una declaración 
hostil, al hombre que lo convirtió en juguete de su ambición 
(1), Cualquiera que fuera el sentimiento que dominara su aU 



^*i"*' 



(V) En el Jraucano del 26 de abril de 1839, se publicó la siafuiente 
proclama de Orbegoso a »us soldados, desde la fragata Andrómeda, cuya 
aatenticidad nos parece dudosa, i a que por lo mismo, no nos atrevemos 
Bill nueras pruebas, a dar cabida en nuestra obra. 

«Conciudadanos! Cuando os dirijí mi última proclama, ¡qué distanto 
me hallaba de ser víctima de la mas atroz traición! Creíame en el recinr 
to sagrado, que asilaba el pabellón peruano, rodeado de guerreros que 
aun en la mayor deshacía sostendrían con entusiasmo el honor nacional. 
¡Quién lo creyera! Estos malvados parricida^i, han abierto las fortalezas 
del Callao al tirano de Solivia, comprados con los ascensos que íes ha 
dado, i corrompidos con el oro estranjero ¡han frustrado las esperanzas 
de los libres, que, engañados por cartas del boliviano, disfrutaban la 
grata idea de ver algún dia reunida la representación nacional, según la 
Constitacion jurada! 

{Compatriotas! Cayó la funesta venda que nos puso Santa-Cruz, au- 
torizando a los jenerales Guarda i Panizo, para que me despojasen del 
mando el mismo dia ^ue ocupó la capital: lo repito, se quitó la máscara 
de amistad, desprendimiento i buena f é. El hizo tremolar el pendón de 
la Confederación, que aborrecéis, i lo ha guarnecido con bolivianos de su 
oonfianza, mui seguro de qu« teniendo la Uave del Perú, ni vosotros ni 
JO nos opondríamos a la conquista. ¡Miserable! El no ha tenido política 
para ocultar su vergüenza i planes hasta el fin: merece ser ahogado por 
el torrente de la opinión, i bajar a la tumba execrado hasta de sus mis- 
mas creaturas. Peruanos: os hago manifestación de mi fé pública: creí 
que vuestros caros intereses serian respetados; que jamás se vulneraría 
el sistema dominante del siglo, i que sin empeños onerosos se cumplirían 
vuestros votos, esperando mantenerme a la defensiva hasta que se reaU- 
zaoen: por esto me neguó a la alianza con Chile; mas hoi veo con dolor 
que todos servimos no a la Patria sino al estranjero, que cuenta con nues- 
tra esclavitud. Sí, nosotros hemos ayudado a nuestros verdugos a remac- 
har los'grillos que nos pusieron: basta de error. Debemos llorar la sangre 
nuestros compatriotas, como vertida por el tigre que sobre el montón de 
de víctimas se lame, saborea i erguido se lanza sobre otra§ con furia im- 
placable. 

Amigos! Yo os conjuro que abriendo los ojos ante el precipicio en que 
va a sumirse la Patría, depongáis odios i resentimientos pasados. El je- 
neral Gamarra es peruano, i me lleva la ventaja de haber conocido pri- 
mero al fementido usurpador. Aun es tiempo de salvar esta Patria mu- 
tilada i espirante: unámonos al ejército aliado, i con nuestro pecho for- 
memos un baluarte que reciba el golpe mortal que va a descargar el 
pérfido ambicioso boliviano. 

Así lo espera con firmeza vuestro desgraciado jeneral, que os ama con 
ilimitada gratitud. — Luis José Orbegoso. — A bordo de la fragata Andró- 
meda en el Callao, 12 de novioüibro de 1838.1» 



222 CAMPARA DfiL vmt EN 1838 

ma, Orbegoso oontinaó la defensa del Callao coa la nüstna 
enerjla que antes. 

La dureza del sitio doblegó la salud del jeueral Cruz que se 
t'ivo que retirar a Lima, dejando en su puesto 'vacante al CO" 
ronel del batallón Voluntarios de Aconcagua don Pablo Silva. 
Los solícitos cuidados del jeneral O'Híggins^ en cuya casa se 
hospedó, le devolvieron la salud i le permitieron aceptar, 
de nuevo, el penoso puesto quehabia desempeñado con tanto 
acierto como abnegación. Era difícil reemplazar dignamente a 
Cruz en el mando de la división sitiadora. Dotado de un carác- 
ter minucioso, el vijilante soldado se imponia por si mismo del 
estado de la tropa i de la exactitud en la ejecución de sus or- 
denes. Inflexible en la disciplina,' incansable en el deber, tenia, 
sin embargo, Cruz los defectos de estos relevantes méritos. Su 
severidad rayaba a veces en terquedad; descendia por si mismo 
a los últimos detalles de la ejecución, arrebatando su activi- 
dad i su iniciativa a los jefes subalternos; Sereno en el servi- 
cio como en el combate, su valor era proverbial en la filas, i si 
bien puede citarse como un ejemplo raro de esa serenidad ma- 
jestuosa a que nada conmueve, no sabia, sin embargo, comuni- 
car el entusiasmo que inflama el corazón del soldado i que for- 
ma al héroe. 

Loa servicios del jeneral Cruz en la campaña de 1838, fue- 
ron tan notorios que se nos hace preciso dar a conocer su vida 
i antecedentes. En su carrera militar, que coataba a la sazón 
cerca de 30 años de servicios, diez de los cuales habian sido de 
lucha incesante contra los seculares dominadores de su país, 
resplandecen las nobles cualidades que formaban el tipo de su 
carácter: su lealtad, su jenerosa entereza de soldado i de ciu- 
dadano; la firmeza de sus convicciones i de sus amistades. 

Nacido en Concepción en la alborada de la Independencia, 
no tardó en seguir su suerte con la abnegación que es fácil de 
encontrar en las grandes crisis de los pueblos, que tienen el 
privilejio de conmover el alma humana hasta en sus cimientos. 
Concepción, que se había dejado avanzar por Santiago en el 
entusiasmo de la primera hora, reparaba su momentáneo olvi- 
do, enviando a las lejiones independientes un, núcleo de jóve- 
nes esforzados, que serian mas tarde honra i prez de su ciudad 
natal. Oúpole en suerte encontrarse en los mas memorables 



campaSTa dbl PBRí^ BN 1838 223 

combates de la revoluciou : en Rancagoa, en el Boble, en el sitío 
de Chillan, en Quilo, en Menil)rillar, en Tres Montes, en Talca- 
¿aano, en Qaeclieregaas, en Cancha Bayada, i por fin, en Cha- 
cabiico, i en Maipo, como oficial del rejimieiito de Cazadores a 
caballo. Sus relaciones de familia, pues era hijo del jeneral 
cbileno don Luis de la Cruz i de doña Josefa Prieto, perte- 
necientes a las familias mas encumbradas de la aristocrática 
Concepción, lo señalaron, desde temprano, a la atención del go- 
bierno i de sus compañeros. 

Enviado al sur en 1818, en esa desgraciada campaña que di- 
Tijió el jeneral Bal caree contra los vencidos de Maipo, perma- 
neció en Concepción con su jefe, el jeneral Freiré, después del 
xegreso de Balcarce a Santiago. Encontróse sucesivamente a 
las órdenes de Freiré i de Prieto en casi todos los combates 
que inmortalizaron la guerra de Benavides: en el Pangal don- 
de su caballería fué destrozada: en el sitio de Talcahuano i 
después en la batalla de la Alameda de Concepción, donde el 
rejimiento de que formaba parte reconquistó, con usura, el 
prestijio que le arrebatara la derrota de Pangal. Omitimos un 
sin número de encuentros en el interés de la brevedad. 

Cuando el ejército del sur marchó sobre Santiago en 1830, 
el jeneral Cruz secundó, por convicciones i por amistad, a su 
primo el jeneral ¡Prieto i se contó entre los vencedores de Lir- 
cai i de Üchagavía. Guardó, entonces, su espada vencedora 
que solo se habia desenvainado en defensa de la libertad este- 
rior i del órtlen público, i desempeñó el ministerio de la gue- 
rra, durante la administración Prieto. La declaración de gue- 
rra de Chile a la Confederación Perú-Boliviana lo encontró 
gozando del reposo a que sus servicios eran acreedores. Cruz 
fué nombrado jefe del estado mayor de la segunda campaña^ 
puesto en que lo encontramos a la sazón. Búlnes lo había 
arrancado a sus funciones, para darle el mando de la división 
sitiadora, que por su exesíva vijilancia necesitaba una persona 
de sus raras cualidades. 

El jefe encargado de reemplazarlo, durante su ausencia, fué 
el comandante del batallón Aconcagua, don Pablo Silva, sol- 
dado antiguo, que pertenecía a esas gloriosas huestes que ilus- 
traron los campos de Chacabuco i de Maipo. Dos años después 
formó parte de la Espediciou Libertadora que condiyo el jeue" 



1 



224 OAMl>AffA DEL PERlí EÍÍ 1838 

ral San Martín al Perú i se encontró en la batalla de 
en que el esforzado Arenales deshizo al jeneral O'EeilIy. 

Enviado después al sur, como ayudante del jeneral Alva.— «i^. 
doj estuvo a su lado en los aciagos días de Torata i de Moq — míe. 
gua, i mas tarde acompañó, también en clase de ayudante^ 5/ 
jeneral Santa-Cruz a su campaña de Intermedios, lo qufe le 
valió el grado de teniente coronel del ejército del Perú. Tal erí> 
el hombre encargado del mando de la división sitiadora, di^^" 
rante la enfermedad del jeneral Cruz. 

Hasta mediados de setiembre, las operaciones al rededor d^ 
la plaza continuaron con la vijilancia i puntualidad que carac^ 
terizó todo el sitio, sin que hubiese tenido lugar ninguna fun- 
ción de armas. Sin embargo, el 18 de ese mes, en el mism< 
dia en que el jeneral Santa-Cruz, firmaba en su palacio delC- 
Cazco los ascensos de Guarda 1 de Panizo, i en que el jenera 
Otero sufria un duro rechazo ea Matucana, el coronel Guardac^-£ 
rompió, durante nueve horas, un fuego incesante e inofensivo"^* 
sobre la división chilena. 

Pasado este simulacro de combate comenzó a reinar, da^ '^e 
nuevo, al rededor de la plaza la tranquilidad abrumadora, qu^. ^ 

habia señalado el sitio desde su principio. En el dia los sóida. 

dos hacian la guardia fuera del alcance de los castillos, i en 1 3i 
noche se aproximaban a los fuertes, para hacer mas rigoroso 
el bloqueo. Un escuadrón de caballería ocupaba las avenidas 
que conducían a la fortaleza, mientras una guardia escojida vi- 
jilaba incesantemente el depósito de agua que servia a los si- 
tiados i que se llamó por esto la avanzada clel agua. 

Este trabajo prolijo i fatigoso, era burlado por la complici- 
dad de los jefes de las estaciones navales de Francia i de In- 
glaterra principalmente, que proveían durante la noche a los 
castillos de cuanto necesitaban para su defensa. Su complici- 
dad no se daba siquiera, en el último tiempo, el trabajo de en- 
cubrirse! 

El único síntoma favorable que fuera esperanza para el ejér- 
cito, era que el descontento tomaba cada dia mayores propor- 
ciones dentro de la plaza, desde que se supo a punto fijo que 
la resistencia era en provecho del jeneral Santa-Cruz, i no de 
la integridad del Perú. Cruz que estaba impuesto de estas dis- 
l)08Íoioües envió secretamente ^al OallaOi con el objeto de fo« 



dAMPAfiTA DBL PBBtí BN 1838 22^ 

dentarlas a don Braulio Jiménez^ emisario hábil i activo^ que en 
pocos dias se puso de acuerdo con algunos oficiales para pro- 
tejer su fuga. El coronel Silva le dio, con ese objeto, doce sol- 
dados de cazadores, pero la tentativa no pudo realizarse. 

En esas circunstancias, sobrevino un suceso inesperado que 
la liizo innecesaria. 

En la noche del 26 de setiembre, tres oficiales peruanos, los 
capitanes don Manuel Ganseco, don Juan Pablo Ohocano i el 
t:eniente don Juan José Linche, se presentaron a las avanzadas 
ckilenas, anunciando que tres compañías de infantería i mu- 
chos oficíales, estaban comprometidos a abandonar la causa 
de Orbegoso, tan luego como pudiesen burlar la vijilancia de 
Guarda. 

AI día siguiente i como una confirmación de los anuncios de 
la víspera, se presentó al coronel Silva el ayudante del jeneral 
Guarda, don Mateo González Melgarejo, confirmando las no- 
ticias del día anterior, i anunciando que la tropa de infantería 
de los castillos estaba confabulada para sublevarse; pero que 
timaia la resistencia que habría de encontrar entre los arti- 
lleros i los marinos (1). 

Esta serie de deserciones, sino graves i trascendentales en sí, 
i^velaban el malestar profundo que aquejaba a la plaza. La 
alegría i el ínteres manifestados, por los poquísimos conoce- 
dores de estos sucesos, se median por la importancia que hu- 
biera, tenido la rendición del Callao. El plan de los compro- 



(1) «Señor Jeneral en Jefe del Ejército Bestaurador del Perú. 
«— MUa-Yista, a 27 de setiembre de 1838. — Como a las cuatro de la 
tarde se me ha presentado el teniente ayudante del jeneral Guarda, don 
3f ateo González Melgarejo, que amante a su Patria, i no 'queriendo per- 
teneoerle al jeneral Santa- Cruz, viene a tomar servicio en el ejército com- 
binado, i anuncia haber dejado preparada en el castillo una revolución, 
que debe estallar esta noche o mañana, i para la cual debe servir la in- 
éuitería que guarda la fortaleza; la cual descontenta en estremo, solo 
tiene en opjosicion la fuerza que componen los marinos i artüleros. Tam- 
bién participa que los sentimientos de don N. Sanjines son favorables a 
la causa del Perú i Chile, i que una carta que dirijió a US* fué obligado 
It firmarla por los jefes de la fortaleza. 

fin conformidad de esta noticia he dispuesto que se cubra perfecta* 
mente la línea del sitio, desde la boca del rio hasta Boca-Negra, redo- 
blando las fuerzas de las avanzadas; pero descubierto por la falta de los 
60 hombres de caballería que US. quedó de remitirme, me veo forzado a 
pedirlas con instancia, pues que la poca tropa de esta arma qne tengo a 
mi diiposioion, no me da segiuida.^ en la la línea de observación.— &ioa 
wmú^ a Ü8,— Paifo Silva^:» 

8Q 



1 ■ * * , 

Í¿26 0AMPA9Á BEL PEBÚ SN 1838 

metidos consistía en solicitar de Búlnes, por medio de los oñ- 
ciales conductores de aquellas noticias i de estas esperanzas/ 
que simulase de noche un falso ataque contra la plaza, al fa- 
vor del cual abandonarían las filas. 

La deserción continuó en los días siguientes. a:A las doce de la 
noche, como es la hora en que te escribo, marcho para el Callao 
(decía Búlnes secretamente a su hermano), de donde se pasan 
cuatro oficiales, diciendo que mañana se vendr^ la mayor par- 
te de la guarnición, cuya deserción ha quedado combinada vi- 
niendo ellos a anunciármela para que no los reciba como a 
enemigos. Si ello es cierto, aun tendré tiempo de anunciar- , 
telo:^ (1). • 

En efecto en la noche del 29 de setiembre se dirijió al Ca- 
llao una columna de infantería i de artillería, a cargo del co- 
ronel Silva, a ejecutar el movimiento convenido, i finjió con 
ese objeto, un falso tiroteo, que no tuvo mas resultado que cau- 
sar la muerte de un granadero del enemigo (2). 

El coronel Silva no desmayó aun en su propósito. Nuevos 
avisos venían a confirmarle la exactitud de las noticias tras- 
mitidas por los oficíales peruanos. Aquella misma noche pe- 
netró con algunas fuerzas al pueblo del Callao, guiado por esa 
mujer singular que llevó mas tarde en nuestro ejército el nom- 
bre de Sarjento Candelaria. 

Candelaria Pérez, marchaba a la cabeza de la columna con 
una osadía superior a su sexo, señalando el camino i el peligro. 
Sin desmayar, antes bien infundiendo enerjía, llegó hasta las 
puertas del castillo, donde retó en alta voz a los sitiados a 
que salvasen sus impenetrables murallas. Candelaria, era tan 
esforzada en el peligro, como amable i caritativa en el viva^ 
que. Después de haber prodigado su existencia en el combate, 
la prodigaba en la curación de los heridos. 

Singular destino el de esta mujer! Fué en un día la admira- 
ción i el objeto de entusiasmo de un pueblo, i mereció mas tar- 
de que el Congreso de Chile, derogando el orden lójico i natu- 
ral de las cosas, la nombrase sarjento de Ejército. En su olvi- 
dada tumba ha podido escribir un poeta: 



{ 



1) Carta de Búlnes a bu hennano,*— lama, 28 de setiembre de 1638; 
i) Kpta de Silva a Bóloea*— fiella^Vifita, 29 de setiembre do 1838, 



oam^aSa dbl psRt} SK 183S ^27 

cYace bajo esta cruz, llave del cielo 
Una mnjer heroica, estraordinaria, 
Honra de Chile en el peruano suelo, 
La harto infeliz sárjente Candelaria, 
Beoordando a Yungai con santo celo 
Aloe el pueblo por ella su plegaria, 
I rinda al recordar su noble historia^ 
Llanto a sus pe^ag i a su nombro glorial» 

La tentativa frustrada en dea ocasiones se renovS en el me« 
dio día del 30 de setiembre. Silva pondtgo sus soldados hasta 
la línea en que se habian situado los cuerpos peruanos^ i co^ 
menzó el falso tiroteo que debia ser la señal de la deserción, 
£1 enemigo respondió con flojedad^ i cuando manifestaba por 
BUS movimientos que se inclinaba a realizar lo convenido^ re- 
trocedió a la voz de nn oficial que temió taJvez el castigo de 
los que no habian tomado parte en el complot (1), 

Así terminó esta infructuosa tentativa, que pudo tener los 
mas favorables resultados. El jeneral Guarda, que debió aper* 
dbirse del peligro en que habia estado su causa, redobló des- 

(1) ccSeflór Jeneral en Jefe del Ejército Restaurador del Perú. — Bella- 
Yista, 30 de setiembre de 1838. — ^Mi jeneral: — Tengo la honra de parti- 
ciparle que anoclie estuve en el Callao i he rejistrado cuanta calle i rin- 
cón tiene el puerto, i cada dia me confirmo en que es absolutamente 
necesario el estrechar el sitio, por lo que si Ud. opina como yo, i quiere 
recomendarme esta obra, yo le aserró d,e que mañana quedan encerra- 
dos todos estos i, en pocos dias capitularán. 

Mas es preciso que se remitan, sin dilación, los lítiles que se piden en 
la adjunta lista, que sin esto no se podrá lograr el plan propuesto. Hoi a 
las doce del dia salió el batallón del castillo, se formó cerca del pueblo 
i luego hizo armar pabellones. Luego que observé esto, me creí justa- 
mente conseguido lo que esperamos, hice ealir las compañías de cazado- 
res i una fuerza de artillería, i habiéndolos hecho avanzar hasta un lu- 
gar proporcionado les hice formar un falso tiroteo, de modo que cono- 
cieran que era para llamarlos: todo del modo que habíamos combinado 
con los oficiales Canscco i González. 

Luego tomaron las armas i se dirijieron a nuestro frente, adelantando 
la compañía de ganaderos, i luego uno de los oficiales que andaban mon- 
tados, hizo retirar a la compañía i contramarchar a todo el batallón. Eso 
me ha dado a conocer que si tienen inclinación a pasarse, les falta el va- 
lor o resolución para hacerlo. 

Repito que no hai mas medio que estrechar el sitio i por esto lograrán 
estos mejor oportunidad, porque anoche yo mismo he visto desde el mue- 
lle a una patrulla de doce hombres que vijilaba por el círculo de los cas- 
tillos, i estos son relevados a las doce de la noche, i teniendo la libertad 
de salir a esa hora, claro es que pueden con facilidad pasarse a noso- 
tros, estando de firme en el Callao. Es cuanto por ahora tiene que noti- 
ciar a US. sil A. S. S. Q. B. S. M.— Pablo Silva,'» 



228 CAICPAltA DBL PS&tf BH 1838 

de entonces la vijílancia que ejercía sobre la guarnición. Obro 
tanto hizo el jeneral Bálnes^ temeroso, a sa vez, de que esta 
serie de anundos i de tentativas firustradas fuesen una estr^ 
tajema destinada a burlar su previsión. 

En los primeros dias de octubre, el jeneraL Cruz, restablecí-» 
da su salud, volvió a asumir el numdo de la división sitíadoia. 

El sitio, que como lo hemos visto, se prosiguió con actividad 
por el lado de tierra, fué estrechado con igoal rigor por el la^ 
do del mar. Ya conocemos los principales incidentes del blo*» 
queo terrestre hasta principios de octubre. Dirijamos la vista 
a la división de la Escuadra chilena que cruzaba en la bablib 
del Callao, 

Como hemos dicho mas arriba, el crucero de la bahía traia 
fatigado al almirante Postigo, que estaba obligado a v^'ilar de 
día i de noche la entrada i la salida del puerto. Los dias co- 
rrían con una monotonía desesperante para esos pobres mari-* 
nos, obligados a velar a toda hora i sin divisar el término de su 
penosa tarea. El jeneral Búlnes, debidamente autorizado, har 
bia ordenado el bloqueo marítimo del puerto del Callao desde 
el 1.^ de setiembre, i anunciado oficialmente a los aj entes es- 
tranjeros, esa resolución dictada por la necesidades de la gue- 
rra. Los ministros diplomáticos comenzaron por solicitar una 
próroga de cinco dias, que Búlnes concedió sin dificultad, sin 
imajinarse que tenia por objeto ponerse de acuerdo para no 
respetar el bloqueo. Esta determinación injustificable venía a 
aumentar las contrariedades que cercaban la causa de Chile, i 
Búlnes que deseaba evitar una complicación que le seria fu- 
nesta, ordenó (16 de octubre) a Postigo, que suspendiese los 
efectos del bloqueo para los buques ingleses, franceses i norte- 
americanos. 

No es del caso dar a conocer las comunicaciones cambiadas 
con este motivo en que parece que se hubiese querido opo- 
ner el contraste de la moderación a la violencia. Penetrando 
a esa curiosa discusión, invadiriamos una [materia, que debe 
ser el tema del próximo capítulo. Bástenos, por ahora, consig- 
nar los hechos i resultados a que ella dio lugar. 

Los diplomáticos de Lima se fundaron en razones especio- 
sas para negar al jefe de las fuerzas chilenas el derecho de ha- 
cer la guerra a la plaza enemiga, alegando que el Callao reco- 



CÁXíTÁSk DHL MBÚ BN 1838 %Z^ 

nooia la autoridad de Orbegoso i no la de Santa-Cruz, contra 
quien solo iba enderezada la campaña. Su hostilidad no se de-( 
tuvo aquí, pues coutinuaron provocando nueva» dificultades i 
discusiones hasta que, por fin, arrojando la máscara de una mal 
encubierta neutralidad, intimaron orden de no moverá a la fra- 
gata que montaba el almirante Postigo, Luego veremos cómo 
pudo el jeneral Búlnes poner atajo a esa conducta arbitraria. 

Deseábamos dejar sentados estos hechos para que se com- 
prendan mejor las dificultades^ de toda especie, que se oponian 
al sitio del Oallao. 

Asi se sabrá valorizar la magnitud dd sacrificio i la noble 
entereza del ejército que llevó a término la empresa. Esta se- 
rie de contratiempos i de decepciones habian labrado un pro- 
fimdo cansancio en el espíritu del ejército. El hastio comen<« 
zaba a apoderarse de los ánimos, en presencia de las dificulta^ 
des casi insuperables de la empresa, 

Disculpemos a esos enérjicos soldados, si una que otra vez 
se sintieron tocados por el ala del desaliento, i si en su situa^ 
cion miserable i angustiada, se escapó de sus labios una pala- 
bra de censura contra el gobierno que los envió al sacrificio) 
El desaliento no hallo cabida sino por corto tiempo en sus pe. 
ohos de fierro: fué cuando el sitio del Callao so prolongaba 
sin término; cuando las filas se diezmaban con las enferme- 
dades i el ejército, se aniquilaba sin combatir; cuando a mas 
de Santa-Oruz i de Orbegoso se alzaba amenazante la escua- 
dra inglesa, surta en el Callao, i cuando los ministros de 
Francia i de Estados Unidos, favorecian ese atentado contra 
la soberanía i la neutralidad I 

La resolución de los ministros mencionados lo condenaba a 
la inmovilidad en Lima, resultado mas importante para Santa- 
Oruz que el que hubiera podido obtener en los azares de una 
batalla campal. 

La actividad del jeneral Cruz, hecho nuevamente cargo del 
sitio, corría parejas con la del coronel Guarda, que al mando 
de pequeñas partidas recorría los sitios avanzados de la línea 
como Chacra de Cerro i el Naranjal. En esa época, mediados 
de octubre, fué reemplazado, el escuadrón de Lanceros, cu- 
yas cabalgaduras estaban fatigadas por uno de granaderos al 
piando de Jarpa. 



280 OAMPáIÍA BBL PBBt} BN 1838 

Entre tanto, Orbegoso permanecía en el Callao^ contestando 
a los llamamientos a la paz, con la arrogancia del hombre 
que se resiste a obedecer a la voz de los acontecimientos; pero 
por uno de esos retornos sobre sí mismo, tan propios de la bi* 
dalguía dé su raza, invitaba al jeneral Cruz que fuese por 
las tardes a tomwr el fresco a la' fortal&sa i a reposarse de Iftfl^ 
fatigas del «itio (1). 

El mes de ootabre había trascurrido, sin llevar ningún aoon- 
teoinürato inesperado a la fatigosa vida de los sitiadores, ni a 
la suerte de los sitiados. 

Decidida la retirada al norte> Búlnes dio el mando de la di« 
visión al jeneral Torrico, i llevó a Lima al exacto 1 minucioso 
jeneral Oruz, que tan útil le había de ser en aquellos momen- 
tos. La división sitiadora continuó de^^euipeñaiudo el penoso 
servicio que ¡soportaba desde dos meses. 

Sin embargo, Torrico no quería abandonar ese sitio, sin ten- 
tar a la fortuna con un golpe de audacia, i al efecto, en la noche 
del 12 de noviembre ocupó el pueblo del Callao con 400 hom- 
bres i lo desocut)ó. al día siguiente; pero dejando en la ciudad 
el Escuadrón de granaderos a caballo. 

Esa noche, fué enviado a custodiar ¿a avanzada del agua^ el 
subteniente don Manuel Antonio Marín, con un piquete de 25 
soldados del batallón Valparaíso. Al rayar el alba del siguien- 
te día, salieron del castillo dos compañías enemigas escoltan- 
do algunos carretones cargados de vasijas que iban a hacer, 
como de ordinario, su provisión de agua. 

Marín, que se había apercibido de su marcha, desplegó sus 
soldados en guerrillas i rompió el fuego, cuando los contrarios 
estaban a corta distancia. Oído el tiroteo por los soldados de 
la fortaleza hicieron fuego con sus grandes piezas sobre el 
sitio que defendía el piquete chileno, el que apesar de estar 
comprometido en una lucha desigual i envuelto alternativa- 
mente por las balas de la artillería i de una nutnerosa infan- 
tería, resistió valientemente, hasta que el enemigo se retiró a 
las fortificaciones, sin haber logrado el objeto que se pro- 
ponía. 

Por fin, en los primeros días de noviembre, la división si- 
tiadora, como todo el resto del ejército, tomo el camino de Añ- 



il) Carta de Cruz a Búhies.— Octubre 15 de 1838. 



OAMFAÑA DSL PERÚ SN 1838 2ZÍ 

Con para dirijirse al norte. El abandono del sitio era una me- 
dida estratéjioa que entraba en el plan jeneral de la campaña. 
Sin embargo, antes de retirarse de Lima el jeneral Bálnes tentó 
de nuevo la paz con Orbegoso, por medio de don Mariano Ega- 
fia, que le repitió en esa ocasión lo que tantas veces se le babia 
dicho en el curso de las negociaciones; razones que por ser re- 
petidas no perdian de su fuerza ni de su verdad. Ofrecióle aun 
enviar a don Miguel de la Barra para que lo instruyese ver- 
TMJmente de los honrados propósitos del jeneral Bienes (1). 



(1) Publicamos a oontinuacion solo la respuesta de Orbegoso, por no 
habernos sido posible obtener )a carta de Egaua: 

«Señor don Mariano Egaña. — Fortaleza de la Independencia, 7 de no- 
viembre de 1838. — Muí señor mió i de mi consideración: — He recibido 
su apreciable carta de 5 del corriente, en que se sirve anunciarme haber 
sido nombrado por el Gobierno de Chile, Ministro Plenipotenciario en 
el Perú, i que su primer i mas importante encargo hia. sido solicitar la 
concordia entre las dos naciones, i en consecuencia se sirve Ud. manifes- 
tarme sus deseos de que yo reúna mis esfuerzos i cooperación a la causa 
que defiende el ejército chileno, que dice Ud. que es en especialidad 
la causa del Perú. 

El Perú, señor, habia tenido la fortuna de recuperar su independencia 
en todos los departamentos del norte, por solo la voluntad de sus hijos. 
Tenia ademas, un ejércibo puramente nacional, aunque poco numeroso, 
para sostener sus derechos en el caso de que fuesen atacados; caso que 
no se esperaba en razón de que todos los documentos públicos del G-o^ 
bierno de Chile aseguraban que la guerra que hacia a los pueblos que 
componían la Confederación Perú-Boliviana^ era solo a la dominación 
del jeneral Santa-Cruz, que no existia ya sobre estos departamentos al 
tiempo de la invasión del ejército chileno. 

Si Ud. se toma la molestia de leer una nota diríjida de mi orden, por 
fi Ministro de la Guerra al señor Jeneral en Jefe del Ejército de Chile, 
desde mi Cuartel Jeneral de Chacra de Cerro, en 10 de agosto último, 
encontrará en eUa todos los principios de mi política, como Presidente 
de la I^epública, en conformidad con los votos de todos los pei^uanos. No 
incluyo una copia de esta nota, porque estoi seguro de que la encontrará 
Ud. impresa en la colección de las comunicaciones pasadas entre el Go- 
bierno del Perú i el Jeneral en Jefe del Ejército de Chile, desde el 7 
luista el 21 de agosto, en que tuvo lugar la batalla de Guias, i en que el 
ejército peruano suñió un contraste en su defensa contra la invasión. 

Desde entonces no hai motivo alguno para variar los principios de po- 
lítica adoptados por el Gobierno peruano i por los departamentos del 
norte. JSlios pronunciaron sas votos, espontánea i enérjioamente por su 
independencia; estaba convocado el Congreso que debia disponer de sus 
destmos i sin la invasión i el suceso de la batalla de Guias habría tenido 
lugar la instalación el 24 de setiembre último. Estos mismos pueblos se 
creyeron i aun se oreen bastante fuertes para sostener sus derechos 1 
no han oonoedido a nación alguna el de intervenir en sus destinos^ 
ni querido admitir la alianza que ofreció el señor Jeneral en Jefe ddl 
Ejército de Chile: alianza de que no teníamos necesidad; (][ue no creía- 
moa decorosa, mucho menos cuando jamás la solicitamos i cuando sold 
buacábainos i queríamos paz con todos los pueblos de la tierra. 

3, G^ el Frojádozíto de BoUyi» no hftbift dftClQ \m^ el 81 de egesto, ni 



♦ • 



232 oaupaRa dbl partí eh 1838 

EstfK última indicación no corrió mejor suerte que la prime- 
ra. Orbegoso se negó toda transacción. <cOon lo dicho^ he ma- 
nifestado a üd.^ decia a Egaña, en contestación a [su citada 
estimable carta, los deberes que me imponen mi posición i mis 
principios, restándome solo añadirle, que está publicada mi 
resolución £rme de no entrar de modo alguno con el ejército 
de Chile, en otro tratado, que no sea desocupar el territorio 
peruano sin exijir condición alguna, así como hacer la guerra 
con todos los esfuerzos peruanos posibles a S. E. el jeneral 
Santa-Oruz, si se negare a permitir la libre reunión de la re-> 
presentación nacional, o si de algún modo la coactase, i que él 
con fecha 20 de setiembre, desde el Cuzco, me ha asegurado 
está mui convenido con todos los artículos de la publicación a 
que me refiero.» Qué poco tiempo habia de trascurrir entre es« 
tas seguridades i su brutal desmentido! 



sé que haya dado después, prueba alguna, de sofocar pot la fuerza, la 
Voluntad de mis compatriotas. Al contrario (apesar de la incomunicación 
a que me tiene reducido él sitio puesto a esta fortaleza, por el Ejército 
de Chile), he recibido algunas cartas suyas con la solemne manifestación 
de resignarse á la volun^d nacional, asegurándome, por su honor, que 
no tiene interés. alguno en sostener la Confederación, ni ningún otro sis- 
tema, que pueda ser mal admitido por los pueblos, ofreciéndome un 
arreglo razonable fundado en la base de la voluntad nacional. 

He yisto también, entre otros documentos, el núm. 125, de su papel 
ministerial, Eco del Protectorado^ del 26 de setiembre, asegurando eii 
él haber mandado un Ministro Plenipotenciario cerca de este Gobierno 
jiara arreglar amistosamente i por vias legales cualesquiera dif srendas i 
establecer las relaciones futuras de los Estados; 

Aunque se han publicado algunas proclamas suyas i de uno de sus je- 
nerales que indicaban, sino oposición a los sucesos de julio último, desa- 
probación de aqueUos actos i disgusto por ellos; sus documentos pos- 
teriores i las cartas de que acabo de hablar, han probado que aquellos 
primeros pasos solo argullen el acaloramiento que produjo la complica- 
ción de las circunstancias con la invasión chilena. 

Pero aun cuando contra los datos que acabo de referir: contra el cotio- 
dimiento del estado de la oposición de todos los pueblos del Perú: contra 
el sistema de todas las secciones de América, i contra el voto de todos 
los hombres liberales del mundo, S. E. el Presidente de Bolivia seempe 
fiase eñ violentar la pronunciada voluntad de los peruanos por su inde- 
pendencia i empeñase para eUo, su ejército i hasta los mismos peruanos 
que están en él, no jpor eso, yo como jefe del Gobierno de mi Patria, i 
bbrando con el voto i la decisión de ella, unirla las armab que tengo el 
honor de mandar a las del Ejército de Chile, ni a otro alguno que estu- 
viese haciéndonos la guerra i , 

El Perú, ahora no conoce otro enemigo qWal Ejército de Chile, qué 
le ha invadido, que ha derramado la sangre de sus hijos, que ha atacado 
su independencia precisamente al tiempo que la habia reoupevado sin 
guerra, ain estrépito i sin coalición. Razones son estas, señor, para que yo 
pomo JofQ de Ui^aoiQni 109 jef^, 0&QÍt4e9Í txpp» <}ue en esta fortaleza 



OÁMPASTÁ DEL PERtJ EN 1838 23^ 

Antes de una semana el jeneral Orbegoso, burlado por San- 
ta-Oruz buscaría refujio en uq buque francés i en el destierro! 
Üsta fué la última tentativa hecha en favor de la paz antes de 
levantar el bloqueo. 

La división sitiadora siguió la suerte del ejército: su infan- 
tería se embarcó en Huacho i el Escuadrón de Granaderos se 
reunió con el resto de la caballería, que condiyo por tierra el 
jeneral Oruz. Este soldado ilustre debia coronar sus honrosos 
servicios al frente del Callao, conduciendo a Huacho toda la 
caballería chilena i desfilando, con fuerzas escasas, a la vista 
del ejército de Santa-Cruz. 

Tal fué el sitio del Callao, que si fué escaso de episodios 
brillantes, no es por eso menos honroso para el Ejército Res- 
taurador. Aunque el cuadro de las privaciones de la división 
sitiadora, no pasará a la historia adornado con el brillante co- 
lorido de Buin o de Yungai, la entereza con que soportó sus 
sufrimientos i su enerjía, serán siempre dignos de recuerdo. 

El resultado de tantos sacrificios, fué servir a los planes del 
jeneral Santa-Cruz, en virtud del convenio secreto que existia 
entre él i los sitiados. Esta connivencia oculta, es una mancha 



i en los demás puntos no ocupados por las armas invasoras sostienen el 
honor i los derechos nacionales hagan la guerra con constancia al Ejér- 
oito de Chile, hasta lograr arrojarlo de nuestro saelo. Todos los perua- 
nos cumpliremos este deber, de que ño puedo haber razón que nos haga 
prescindir. 

Con lo dicho, he manifestado a Üd., en contestación a su citada i es- 
timable carta, los deberes que me imponen mi posición i mis principio^, 
restándome solo añadirle que está publicada mi resolución fírme, de no 
entrar de modo alguno con el Ejército de Chile en otro tratado que no 
sea desocupar el territorio peruano sin exijir condición alguna, así como 
hacer la guerra con todos los esfuerzos peruanos posibles a S. E. el jene- 
ral Santa- Cruz, si se negase a permitir la libre reunión de la representa- 
ción nacional o si de algún modo la coactase, i que él, con fecha 20 de 
setiembre, desde el Cuzco, me ha asegurado que está mui convenido con 
todos los artículos de la publicación a que me refiero. 

Es con sentimiento que no recibo en esta fortaleza al señor Barra, 
qnien se sirve Ud. decirme que haria las esplicaciones que deseara. Nada 
puedo tratar ni entender en los asuntos de la Nación, como un jeneral 
peruano puramente, sino como Jefe de ella. Seria conceder al Ejército 
de Chile el derecho de deponer por la fuerza de las armas a la suprema 
Autoridad del país, para subrop^arla por otra: convenir en algún acto de 
cualquiera naturaleza que. indicase consentir en una tal violación del de- 
recho público. 

Con estos sentimientoa i los de mi mui sincero i distinguido aprecio 
ia la persona de üd., me suscribo bu atento Beryidoré— ¿u¿a Jo^é Orh* 

81 



234 CAMPABA DEL PERÚ EN 1838 

que afea la conducta, por lo demás noble i valerosa, del jeneral 
Guarda. Sus sacrificios i loa de la guarnición no iban encami- 
nados a defender la nacionalidad peruana contra el ejército 
chileno, sino a sostener la preponderancia de Solivia contra la 
soberanía de su patria. El sitio empezado el 31 de Agosto, 
terminó el 8 de noviembre, dos dias áates de la entrada triun- 
fal de Santa-Cruz a Lima. Las ovaciones populares no hicie- 
ron olvidarse al Protector de los servicios de que era deudor a 
la guarnición, que acababa de coronar su obra, arrojando lejos 
de sí al jeneral Orbegoso, que hubo de asilarse en el buque 
francés Andrómede que lo condujo a Guayaquil. 

Éste fué el último acto de la vida pública del jeneral Orbe- 
goso. Desde ese dia desaparece de la escena política i del Pe- 
rú, i solo vuelve a él para morir, algunos años mas tarde, con- 
sumido por una cruel enfermedad adquirida en el destierro. 
Antes de despedirnos definitivamente de este mandatario iluso 
i crédulo, pero jeneroso: víctima siempre de las suj es tienes de 
una camarilla interesada; pero animado eu el fondo de nobles 
i puras intenciones, echemos a la lijera una mirada en torno 
de su vida. 

Don Luis José Orbegoso, era orijinario de la provincia de 
Huamachuco, situada entre los departamentos de Cajamarca i 
de Huaylas, i nació en 1795. Su familia era de las mas opu- 
lentas del Perú. El joven Orbegoso hizo sus primeros estudios 
en Trujillo i los completó en Lima, adquiriendo la escasa i ru» 
tínaria instrucción que se daba en las aulas de la Universidad 
de San Carlos. 

Sus disposiciones militares lo determinaron a enrolarse^ 
siendo muí joven, en el ejército español, de donde se separó 
desde la llegada de la espedicion libertadora del jeneral San- 
Martin. Orbegoso tuvo el mérito, que no fué común en el Pe- 
rú, de abandonar desde la primera hora las ventajas de su po- 
sición escepcional, i de correr los peligrosos albures de una 
lucha, que inflamaba el amor de la libertad. 

Al revés de otros que no se plegaron a la causa de la Re- 
volución sino, cuando vencedora en los campos de batalla, da- 
ba honores i prestijio al que se cobijaba a su sombra, Orbego- 
10 fué su defensor abnegado, desde la época en que la incerti- 

dumbr« meoia su aislada ounai 



Oam^aKa dbl PBRtf BK 1838 285 

Un 1880, Becundó al marquea de Torre-Tagle, prefecto de Tru- 
jillo, en la proclamación de la independencia de las provincias 
del norte, i un año después era nombrado por el jeneral San- 
Martin, sarjento mayor del ejército del Perú. Al aüo siguieutQ 
era ascendido a coronel. 

«Formó el escuadrón veterano Invencibles de Trujillo^ em-i 
pleando en su fbrmacion faertes sumas de su propio peculio, 
A la cabeza de este escuadrón prestó los mas e&caces servi*. 
dos en la campafia del norte. Cuando las uijencias de los gas* 
tos de la guerra, hacian temer que fracasasen los esfuerzos del 
patriotismo en la causa de la Independencia del Perú, Orbe^ 
goso, cediendo a su natural civismo, hizo ofrenda a la junta 
patriótica de Trujillo, de la que era presidente, de s:us hacien^ 
das y fincas i cnanto poseía^ con la única calidad qtie se le res-* 
tituyesen los cascos de siís' propiedades^ luego que hubiere deS" 
aparecido para siempre el enemigóla (1). 

Este es el hermoso lado de esa existencia consagrada en 
sus principios al servicio de su patria, i tan mal aconsejada 
al fin! 

En 1833 fué elejido presidente del Perú, pero el jeneral 
Gamarra, que miraba ya con disgusto a su competidor de mas 
tarde, aprovechó los elementos que le daba su reciente estadía 
en el poder, para proclamar al jeneral Bermudez. La guerra 
civil que fué su consecuencia, después de muchos episodios 
largos de contar, terminó con el abrazo de Maquinhuayo, en 
que los enemigos de la víspera se reconciliaron i abrazaron, en 
el mismo campo que habían elejido para destruirse. Digno 
término de una guerra entre hermanos! Porque ese ejemplo 
no ha sido imitado mas tarde en el Perú, i porque el historia- 
dor, que penetra en los detalles de su lamentable historia, se 
ha de encontrar siempre en presencia, de ambiciones desenca- 
denadas i de matanzas sucesivas? 

Desde que Orbegoso ocupó la presidencia, el jeneral Santa- 
Cruz trabajó incesantemente en su espíritu i en el país, para 
provocar su intervención armada. La revolución de Salaverry 
le suministró el pretesto, i Orbegoso, a traeque de conservar 
su puesto, solicitó el auxilio del conquistador, que espiaba 



(1) Oortés, Diccionario Biográfico Americano. 



1^36 oáMPilÁ DBL nnt wn 1838 

ávida pero pacientemente su presa^ en las encumbradas mese*» 
tas de la Fas, 

El egército boliviano le devolvió la sombra del poder angns* 
to que habían tenido los presidentes del Perú, i se conservó 
para sí la realidad del mando. Orbegoso tnvo la triste gloria 
de ver a su patria fraccionada i humillada por la mano del 
hombre, a que habia abierto las puertas del Perú. 

Los sucesos posteriores son conocidos. En el espacio de tres * 
atlos que mediaron entre el tratado de la Paz i los hechos que 
narramos, cuántos acontecimientos habian modificado la si^ 
tuaoion del Perú I una invasión armada habia sentado sus rea** 
les en todo el territorio, i hacia pesar en todas partes la mano 
i la intelijencia de su poder; las relaciones diplomáticas se ha- 
bian resfriado al principio con los paisas vecinos, i producido 
la guerra con la Bepública Arj entina i Ohile: i por fin, como 
el supremo desenlace de tantos males, el ejército chileno ocu-* 
paba la capital del Perú, i el antiguo presidente, que solo ha-? 
bia encontrado el recinto de un castillo- para refujiar su es- 
quilmado poder, se hallaba a bordo de la fragata Andrómeda 
que lo debia conducir a Guayaquil. 

Dejémosle partir en paz, respetando sus estravios i ate^ 
nuando sus errores, ^ porque tuvo esa falta del mandatario, 
pero esa virtud del hombre, que se llama la sencillez del cora- 
zón. 

Orbegoso fné, como gobernante, un hombre sin malicia i 
manejable; pero cuando su naturaleza conseguia sobreponerse 
a los intereses i a las sujestiones de su círculo, descubría un al- 
ma dotada de jenerosidad i de hidalguía. No hagamos coro a sus 
enemigos, que lo vieron embarcarse en el Callao, con una son- 
risa de desden, ni participemos de la irrítacion de sus amigos. 

Deploremos sí, el estravío de esa naturaleza inclinada al 
bien, pero que no tuvo la enerjía de realizarlo! 

Libre ya la guarnición i el Protector del hombre que repre- 
sentaba la revolución de julio, pudieron entregarse sin inquie- 
tud a los trasportes del mas exaltado júbilo. Santa-Cruz se 
trasladó el 16 de noviembre al Callao, a felicitar a sus defen 
sores i recibió de sus habitantes una ovación entusiasta, como 
la que obtuvo en Lima. Pocos dias después, queriendo honrar 
los servicios de los que h^^bian mantenido la plaza en su pro-^ 



OAHPAlfÁ DHL PBRl} BK 1838 237 

veoho^ loB decoró con una medalla que llevó por mote Lealtad 
i Gloria 

Ahí terminó en medio del júbilo i do los honoreg^ un sitio 
empezado al dia siguiente de una derrota i proseguido duran- 
te dos meses en condiciones igualmente duras para ambos 
combatientes. Si el polvo de oro arrojado por el Protector a 
los ojos de la guarnición pudo cegar la vista de muclios i alha- 
gar su amor propio^ la historia imparcial, ajena a esas falsas 
vanidades, encontraría esa conducta digna de su respeto i de 
BUS recuerdos, si hubiese llevado en vista defender la inde^ 
pendencia del Perú i no servir a un sistema que tendia a usur- 
par sus libertades en provecho de un hombre. En cambio, los 
sacrificios que soportaron los soldados chilenos al pié de las 
fortalezas tuvieron por objeto la defensa de la soberanía de un 
pueblo americano. Esta diferencia de cau^a constituye tam- 
bién una diferencia de glorias, 



CAPÍTULO X 



Cuestiones diplomiliticas 



Las relaciones oficiales del gobierno de Gamarra con los 
ministros diplomáticos residentes en Lima, no habian sido 
completamente cordiales. Los enviados estranjeros eran aíec- 
tos al jeneral Santa-Cruz, que habia sabido granjear su amor 
propio con una obsequiosidad que echaban de menos en sus 
relaciones con el jeneral Gamarra. Amigo del fausto i de la 
vanidad pomposa, Santa-Cruz ostentaba, con orgullo, las con- 
decoraciones que habia recibido de algunos gobiernos de Eu- 
ropa, lo que contribuía a levantar su prestijio ante un pueblo 
ávido por carácter de esas vanidades pueriles, i a manifestar a 
los ajentes diplomáticos el alto aprecio que daba a la dis- 
tinción de sus gobiernos. Ambicioso de popularidad, soñaba 
con el prestijio de una fama universal, i no descuidaba para 
obtenerla, esos pequeños arbitrios de cortesía i de considera- 
ción con los ministros diplomáticos, a quienes el agradecimien- 
to convertiría, mas tarde, en los heraldos de su popularidad 
en los países de ultra-mar. 

Con ese objeto, honraba con una amistad especial al minis- 
tro ingles en Lima, Sir Bedford Wilson i prodigaba sus mejo- 
res favores al Cónsul jeneral de Francia, de quien habia reci- 
bido la gran cruz de la Lejion de Honor, que le enviara Luis 



OAM^Á^A BBL PERÚ BN 1838 289 

Felipe. Sus miramiento i consideraciones alcjjnzaban a todos 
los europeos residentes en el territorio de la Confederación. 

El cuerpo diplomAtico de Lima era numeroso i por \ó jene- 
ral bien escojido. Aunque en el rápido cuadro que estamos 
trazando no figurarán sino aquellos que mas se distinguieron 
por su hostilidad contra la causa de Chile, no debemos olvidar 
a los que tuvieron el buen sentido de respetar la neutralidad 
de sus ^tiestos i los deberes que imponen. 

Empezando por las naciones europeas, figuraba en primer 
lugar el Encargado de negocios de la Gran Bretaña, coronel 
Bedord Hinton Wilson, que habia sido compañero de Bolívar, 
i merecido de él un recuerdo especial en su testamento. 

Debíase quizas a esta circunstancia el afecto intenso que 
profesaba Cu Santa-Cruz, que como hemos dicho, habia sido en 
una época el protejido de Bolívar. Wilson, fué durante la ocu- 
pación de Lima por el Ejército Restaurador, no solo el amigo 
de confianza de Santa-Cruz, sino el jefe visible de su causa 
i de su partido, con la misma fidelidad con que fué. después su 
negociador en las conferencias que tuvieron lugar en Huacho, 
i que ya hemos referido. 

El representante de Francia era M. Armando Saillard, el 
empecinado gascón, que habia dado muerte en un duelo en 
Valparaíso al joven i simpático vizcondQ d'Espenville, suceso 
que ha sido referido en pajinas palpitantes de animación, por 
el mas brillante de nuestros escritores nacionales (1). Sai- 
llard era tan enemigo de Chile como su colega Mr. WUsson» i 
fué su cooperador eficaz en la triste cruzada que emprendió 
contra el ejército chileno. La ciudad de Hamburgo estaba 
representada por el cónsul Christian Hellmann. 

Los ajentes diplomáticos de América eran, de Estados tJni- 
dos el cónsul jeneral B. Barlett: de Méjico don Juan de Dios 
Oañedo: del Ecuador don Francisco Boca, que habia pertene*' 
oido ,a la primera junta revolucionaria que se estableció en 
Guayaquil: de Nueva G-ranada don José del Carmen Triunfo: 
i por fin del Brasil Duarte da Ponte Biveiro; 

Los diplomáticos europeos en particular, eran muí adiotoB 



«Mk 



(1) El ea&cv Yioufia Mackem» en tm Bdadonea Históricaí, I*' vil 



240 OAVPASk DBL PBRl} EN 1838 

al jeneral Santa-Cruz, i habían sabido comunicar sus simpan 
tías i sus odios a los nacionales de sus paises respectivos. 

El comercio estranjero^ ajeno por su situación a las cuestio- 
nes de ]^acionalidad, simpatizaba con el gobierno que habia 
establecido i, en apariencia, añanzado la paz, en dos países de 
ordinaria azotados por la anarquía i la guerra civil. Su mira.da 
interesa^, se cpntraia únicamente en el bien adquirido, es de- 
cir, en la paz; pero no tomaba en cuenta el precio de(^iberta- 
des, dd independencia i de soberanía nacional, con que se habia 
comprado ese gran bien. <rLa oposición de ilustres estranjeros, 
i la de tóaos ellos sin escepcion, decia el Eco del Protectorado^ 
forman el grande argumento de la justicia de nuestra causa i 
el peso de la verdadera opinión pública en el esterior.]> <iLos 
estranjeros, anadia, han fallado esta causa en favor del gobier- 
no protectoral de una manera quizas sin ejemplo; esta causa 
pertenece cf^l jénero humano puesto que los hombres de todos 
los pueblos, i naciones se interesan en su triunfo.» 

Si su apo^o era lejítimo, considerado bajo el punto de vista 
de su egoísmo, no lo era menos el sentimiento de repulsión 
que sentían algunos peruanos, hacia el hombre que se habia 
adueñado de su patria por derecho de conquista i que la gober- 
naba con todos los atavíos de la dictadura militar. ¿Qué im- 
portaba la paz, a un corazón verdaderamente peruano, si solo 
de mantenía por medio de un ejército estranjero, que sofocaba 
con las armas toda manifestación del espíritu nacional? La paz 
pública, ese bien iniiomensurable, que solo saben apreciar los 
países que una vez lá' han perdido, debe estar subordinada a 
otro bien mayor aun, Ik independencia nacional, sin la cual, el 
6rden no es mas que la tiranía i el reposo mas que la paz del 
cuartel* 

Las naciones de Suropa, i por consiguiente sus nacionales i 
enviados, apocaban con su simpatía, las tentativas monárqui- 
cas del jeneral Santa-Oruz, i la adhesión que prestaban a su 
política, era en realidad, a la forma de gobierno que se quena 
implantar da-ua modo sutil, pero perceptible. 

Estas consideraciones le hacían niirar con disgusto al ejér-^ 
dito de Chile quie proclamaba abiertamente, su anhelo de de- 
rribar el sistenla de Oonfederacion. Desde el día de su instala- 
don en ú mando, empezó a sentir el jeneral Qamarra los efeo<- 



tÁll^AiTA DBL Pftht} B^ Í8d8 241 

tos de esa mala voluntad que no se daba siquiera el trabajo de 
encubrirse, i el jeneral Bftlncs pudo conocer muí pronto los 
sentimientos que merecía a los enviados estranjeros. El cónsul 
jeneral de Francia se negó a visitarlo durante los dos meses i 
medio de su permanencia en Lima; detalle que aunque parez- 
ca insignificante, tiene una verdadera importancia en las rela- 
ciones internacionales. 

El jeneral Gamarra no mantuvo su prudencia a la altura de 
sa puesto, pues, manifestaba públicamente su disgusto por los 
europeos, en quienes veia a los partidarios irresponsables del 
jeneral Santa-Cruz. Esta situación ya bastante tendida, vino 
a complicarse con el mal aconsejado decreto, en que se prohi- 
bía a los estranjeros el comercio de detalle, de que ya hemos 
hablado i que equivalía a desterrarlos del país. 

La indignación que este suceso produjo en la colonia europea 
cayó sobre el ejército de Chile, como el sostenedor de ese go- 
bierno hostil. Desde ese momento se convirtió en odio la mal- 
querencia que tenian por el ejército restaurador, i en celo entu- 
siasta el afecto que prodigaban a Santa-Cruz. 

La causa de Chile contó con un enemigo mas, i la del Pro- 
tector se robusteció con el apoyo interesado de sus nuevos par- 
tidarios. 

B&lnes apesar de estar afanado en las graves atenciones de 
8U puesto, tuvo que resistir, día a dia, a los esfuerzos de los es- 
tranjeros para suscitarle conflictos. Esta guerra de notas, en 
que se traducen estos hostiles sentimientos, os la que nos pro- 
ponemos dar a conocer. 

El dia anterior a la batalla de Guias se recibió en el ouar** 
tel jeneral chileno un oficio del ministro ingles, en que re- 
cordaba, bsgo la forma de una cortesía aparente, que existia 
en Lima un cementerio británico, para el cual solicitaba el res- 
peto del ejército. Aunque ese recuerdo i esa nota no tengan 
nada de irregulares en sí, revelaban una desconfianza que na- 
da podía justificar. Para hacer mas perceptible aun su verda* 
dero objeto, reiteró su nota el 24 del mismo mes, alegando 
que no le había sido contestada; pero cuando ya su objeto 
apaitote estaba obtenido, porque hacia tres días a que el ejér-* 
cito chileno ocupaba a Lima i protejia con su moralidad al 
Ottaenterio brítánicoi La conducta observada por ]a« ñierza« 



iÍ4S oaupaITa dbl pa&tf sk 1888 

chilenas en la ocupación de la ciudad^ debió haber aliéjado dd 
BU espíritu los temores que se empeñaba en manifestar. 

Todo el Pera conocía las dificultades que habia encontrado 
para su alimentación en el caimiao de Ancón a la capital^ i el 
respeto que manifestara en esos momentos angustiados, hacia 
la propiedad peruana. 

La ocupación de Lima se habia efectuado, sin que hubiese har 
bido motivo de deplorar ninguno de esos actos de violencia que 
son el cortejo ordinario de las ocupaciones militares. El jenend 
Búlnes tenia razón de invocar ese precedente, que hablaba tan 
alto en favor de su ejército, cuando decia al cónsul norte- 
americano <ique una prueba nada equívoca del respeto de los 
individuos del Ejército Restaurador, es el ejemplo de moral i 
disciplina, que la noche del 21 del pasado dieron al mundo 
entero al ocupar esta capital por asalto, i ésto apesar de que 
las tropas que se tienen por mas cultas, en tales momentos de 
conflicto i de horror, se entregan a los excesos mas lamenta- 
bles]). Estas palabras eran la mejor respuesta a la nota que le 
habia dirijido el cónsul norte-americano, en los primeros dias 
de su entrada a Lima, reclamando protección para la propie- 
dad de sus nacionales, i manifestando el temor de que si la 
plaza del Callao (cfuese tomada por asalto, o rendida por con" 
vento, las ventajas del cambio ocasionasen el saqueo de las 
propiedades allí depositadasD. 

. Lo que daba gravedad a esta nota era su coincidencia con 
una comunicación del ministro ingles recientemente recibida^ 
en que manifestaba la determinación del gobierno británico de 
. exijir, para sus subditos, el respeto de los belij erantes i su in- 
tención formal de hacerlos ^responsables de toda violación de 
sus propiedades. Este lujo de precauciones, con un ejército que 
no daba el menor motivo para ellas, era solo una manifesta- 
ción de hostilidad. 

A las comunicaciones diplomáticas sucedieron^ en breve, 
actos mas pronunciados i hostiles de parte de los nacionales 
europeos que, prevalidos de la difícil posición del gobierno de 
Lima, atravesaban las avanzadas de fiellavista, llevando víve- 
res a los sitiados del Callao o alentaban, públicamente, la 
oposición contra el nuevo orden de cosas. 
M ejemplo de los ajentes de Inglaterra i de Estados Uni^^ 



oam?a9a dbl PBBt} X» 1838 343 

do«, alentó al enviado del Ecuador a seguir su ejemplo. La 
ocasión^ sin embargo^ no fué bien elejida, Existiau, a la sazon^ 
en el ejéroito chileno dos soldados ecuatorianos^ que se ha» 
Moa enrolado voluntariamente en Ohile i oomprometídose^ oo« 
mo todos sus oompafieros, a servir durante un tiempo determi- 
nado. Sea por el cansancio natural al riesgoso i pesado servicio 
que sobrellevaban en el Perú o que hubiesen contraido el oom*^ 
premiso por la ambición del enganche, es lo cierto que bs 
ecuatorianos deseaban desligarse de la situación que volun^ 
tariamente se habian impuesto. Desgraciadamente el aburri- 
miento no ha sido jamas considerado como causa suficiente 
para invalidar un contrato, i la ordenanza militar, mas severa 
en este punto que la lejislaoion dvil, conmina con penas al 
que manifieste su descontento. 

El cónsul jeneral del Ecuador, don Francisco Roca, se hizo 
el abogado de sus compatriotas i puso tanto calor en su defen- 
sa, que hubiera podido creerse que obraba por ajenas sujestio- 
nes o que tomaba ese incidente como un pretesto para provo- 
car dificultades. Era, en verdad, un asunto bien trivial para 
enredarse en una cuestión diplomática, i mas le hubiera valido, 
si su reclamación no encubriese ninguna intención preconcebi- 
da, solicitar verbal mente de Búlnes la libertad de esos indivi- 
duos. En el terreno diplomático, Búlnes estaba en el deber de 
no ceder. A consej abáselo su dignidad, i el temor de sentar un 
precedente que nada habria justificado. Su negativa produjo 
un debate acalorado, que el cónsul Roca condujo con ardor, 
por estar en cuestión, son sus palabras, <(dos ciudadanos del 
Ecuador, cuyas vidas son una pi'opiedad de la nación ecuato^ 
rianai^ (1). 

Estas cuestiones de detalle, que de propósito deliberado he- 
mos querido dar a conocer, para que se estime el espíritu que 
animaba al cuerpo diplomático de Lima respecto de la causa de 
Chile, fueron las primeras escaramuzas de una obstinada gue- 
rra. 

Dijimos en el capítulo anterior, que el gobierno de Chile ha- 
bía delegado en el jeneral Bi\lneí la facultad de bloquear los 
puertos del Perú que fuesen un embarazo para el éxito de su 



(1) Nota de Eocn a Búlnes. — Lima, 8 do »etiembre de 1838, 



244 üámtáSíl dbl PBBt} BK 1838 

empresa^ derecho inherente a la guerra misma^ por ser una da 
BUS formag. 

En virtud de esa autorización, Bálnes, decretó el bloqueo 
del Callao i trasmitió una copia de esa orden a los comandan^ 
tes de las fuerzas navales de Francia, de Inglaterra i de Es- 
tados Unidos, junto con el decreto del gobierno de Ohile que 
lo autorizaba para ello (1), Aunque esa nota no pasaba de ser 
un sin^plo aviso, solicitaron, el mismo 10 de setiembre, una 
próroga de cuatro dias para darse tiempo de concertar una 
Tespuesta común i que no fué, en realidad, sino para ponerse de 
acuerdo en no reconocer el bloqueo; acto que importaba, por si 
solo, el desconocimiento de los derechos de uno de los belije^ 
rantes i la inmiscion en una contienda, en (^ue estaban llama*^ 
dos a ser simples espectadores. 

La conferencia tuvo lugar en un buque de la estación in« 
gleía President montado por el almirante Boss, que se en*« 
contraba en perfecta armonía de sentimientos con su jefe Mr» 
Bedford Wilson. 

El 13 de setiembre anunciaron oficialmente su negativa de 
reconocer el bloqueo, sin alegar ninguna razón en su apoyo, 

(1) Circular dirijida a los oomandantes de las fuerzas navales de In- 
glaterra, de Estados Unidos i de Francia en las aguas del Callao.-** 
Cuartel jeneral del Ejército Restaurador, -—Lima, setiembre 7 de 1838. 
-^El seQor Ministro de Estado en el departamento de guerra i marina 
de la República de Chile con fecha 30 de julio pasado, me dice lo siguiente: 

ccComo pudiera convenir al acierto de las operaciones del Ejército 
Restaurador del mando deU .8., establecer en estado de rigoroso bloqueo 
algunos de los puertos del enemigo o estrechar por la parte de mar el 
sitio de alguna plaza ocupada por él, S. E. el presidente confiere a U.S. 
por el presente oficio, la competente autorización para que en virtud de 
eUa, declare U.S. a nombre del Gobierno el mencionado bloqueo, si lo 
en jieren así las circunstancias, haciendo U.S. apostar delante del puerto 
enemigo que va a bloquearse, la fuerza naval que sea necesaria i capaz 
de sostenerlo efectivamente, cuidando U.S. de que por falta de fuerza 
efectiva se susciten quejas i motivos fundados que den lugar a los capí- 
tane^ de los buques mercantes estranjeros a eludir el bloqueo, el cual 
notificará US. previamente a los jefes de las fuerzas navales neutrales 
estacionados en el puerto enemigo que ha de bloquearse i espresando en 
la notificación el dia en que debe hacerse efectivo el bloqueo.» — Mamón 
Cavareda. 

En virtud de la anterior autorización he dado las órdenes convenien- 
tes al comandanie en jefe de la Escuadra de Chile, para que haga efec- 
tivo el bloqueo del puerto del Callao, desde el 10 del presente, reserván- 
dome indicarle juntamente con el señor jofe dé la estación naval a qnicu 
me dirijo los domas puertos que en lo sucesivo han do ser bloqueados. 
Todo lo que tengo el honor de comunicar al señor jofe do la estación.... 
a quien saluda con la mas distinguida consideración. — Manuel Búlnea^ 



OAMPAlfA DEL psbt5 xk 1838 245 

Esta manera de proceder importaba mas que el desconocí- 
miento de la soberanía de Chile, porque añadiendo a la nega*t 
tiva el desden, decían en su nota que espondrian, a su debido 
tiempo, los motivos de su conducta a sus gobiernos respectivos} 
El jeneral Búlnes protestó de esa nota i de esa resolución, 
desnuda de todo argumento en su apoyo, manifestando que 
equivalia Qi romper la neutralidad i a protejer la causa de los 
sitiados contra el Ejército Restaurador. Oponerse al bloqueo 
del Callao, era dejar espedita la comunicación por mar de Or^ 
begoso i BU abastecimiento, o lo que es lo mismo, prolongar el 
titío hasta la llegada del ejército boliviano. El laborioso em^ 
peño del jeneral Cruz; su penosa vijilanoia i las privaciones 
que soportaba la división sitiadora habrían sido estériles, por-» 
que los recursos que no pasaban de un lado, habrían llegado 
4el otro* El jeneral B diñes contestó a esa declaración diciendo 
que apesar de ella se hallaba en el rigoroso deber de cumplir 
las órdenes de su gobierno; pero <cque deseando evitar todo 
jénero de duda i proceder con toda franqueza i lealtad, espera 
que los señores comandantes a quienes se diríje, se sirvan con^^ 
testarle^ de un modo terminante, si llevándose a debido efecto 
el bloqueo^ están dispuestos a embarazarlo por la fuerzan (1), 

(1) (tOuartel Jeneral del Ejército Bestaurador.-— Lima, a 15 de setiem* 
bre ae 1838. — ^El infrascrito, Jeneral en Jefe del Ejército Bestaurador 
del Perú, ha recibido hoi a las once del día la nota que con fecha 13 del 
oorríente le dirijen los señores comandantes de las fuerzas navales en 
el Pacífico . de S. M. B. de los Estados Unidos i de 8. M. el Bei 
de los franceses. En ella, al acusar recibo de la nota en que el infras* 
arito les participa que en virtud de la autorización de su gobierno, 
segon la comunicación que les transmitía, hábia dado orden al coman- 
te en jefe de la Escuadra de Chile, hiciese efectivo el bloqueo del puer- 
to del Callao con las fuerzas correspondientes desde el 11 del corriente; 
le comunican que reunidos a bordo de la fragata de S. M. B. Presidente 
para tomar en consideración la referida nota: después de una seria aten- 
ción, unánimemente han convenido que no pueden, en las actuales cir- 
cmnstancias políticas i militares del país, reconocer con respeto a los bu- 
ques de las naciones a que pertenecen, la validez del bloqueo que se in- 
tenta establecer, reservándose el explanar a sus respectivos gobiernoi los 
principios en que esta resolución está fundada. 

En contestación a dicha nota, el insf rascrito se halla en el caso de espo- 
ner que después de haber dado a loa señores comandantes de las fuerzas 
navales estranjeras uu plazo suficiente solicitado por loa ajenies diplo- 
máticos de sus naciones, para que contestasen a su anterior comunica- 
clon, era do esperar que, al hacerlo, no reconociendo la valido', del blo- 
queo, adujovseii algim principio en que fundar su negativa, eu vez de 
darla desnuda de razones que se rebervan explanar a sus respectivos go- 
biernos. 



Mñ dA^TAlti mii FB^d K» 1S3S 

Temerosos los comandantes de la responsabilidad que asu- 
mían oon su arbitrario proceder, contestaron a Búlnes resu^ 
miendo en los dos puntos siguientes los fundamentos de su 
p.egatiya: 1.^ la declaración de bloqueo no ha sido hecha por 
un decreto,' sino por una simple notificación, i 2.° el Callao per- 
teneoe al jeneral Orbegoso i no al jeneral Santa^OruZ) oontr^ 
quien va dirijida la guerra. 

Búlnes contestó estas razones victoriosamente, esponieñdo 
que como era notorio, el jeneral Orbegoso había declarado li^ 
guerra a Ohile i que sin eso, bastaría saber que la plaza 
del Callao se mantenía en provecho del jeneral Santa-Cruz, 
para que el ejército i escuadra chilena, estuviesen autorizados 
para ponerle asedio, ^salvo que los seflores comandantes se 
hagan responsables de lo contrario:D (1), 



Eb evidente que para un paso de tanta magnitud, pues nada ménoi 
importa que poner en duda una de las mas altas funciones de la sobera* 
nía, debieran haberse espuesto fundadas oausas, i)ríncipios ciertos i adi 
misibles, ya para discutirlas, ya para aceptarlas, si eran conyincenteSi o 
para rebatirlas, si oarecian de una justa aplicación. 

Estos procedimientos de los señores comandantes, no pueden oonside^ 
rarse sino eomo una abierta intervención entre dos belijeranteS) en la 
que de un modo indiferente, bien que real i efectivo, se favorece a uno 
de ellos en perjuicio del otro, porque su denegación equivale a facilitar 
a los sitiados los medios da que pueden necesitar para conservarse, pro^ 
longando así un sitio que podia terminar en breve por una capitulación, 
i obligar al infrascrito a la dura necesidad de tomar por asalto el castillo 
a costa de torrentes de sangre; i por cierto que en este caso no se tienen 
en vista los deberes que el derecho internacional impone a los neutrales 
i la humanidad a todos. 

No conociendo los motivos que han decidido k los sefiores comandan- 
tes a negar la validez del bloqueo en cuestión, cuando anticipadamente 
se les ha dado noticia de él; cuando hai suficientes fuerzas navales de 
Chile para hacerlo efectivo, i cuando no se presenta doctrina en que 
pueda fundarse una negativa tan contraria a una estricta neutralidad; 
el infrascrito tiene el rigoroso deber de cumplir las órdenes de su go- 
bierno. 

Empero, deseando evitar todo j enero de dudas i proceder con toda 
franqueza i lealtad, espera que los señores comandantes, a quienes se di- 
rije, se sirvan contestarle de un modo terminante, si llevándose a debido 
efecto el bloqueo, están dispuestos a embarazarlo por la fuerza. 

Saluda a los sefiores comandantes con su mas distinguida considera- 
coin. — Manuel Búlnes,"^ 

(1) «Cuartel Jeneral del Ejército Restaurador. — Lima, 20 de setiem- 
bre de 1888. — Ayer ha recibido el infrascrito la nota, que con fecha del 
mismo dia, le han dirijido los eeñores comandantes do las fuerzas nava- 
les (le S. M. B., de los Estados Unidos i de S. M. el Rei de los franceses 
en el Pacífico, en la que, contestando a la que el infrascrito les pasó con 
fecha 15, insisten en no reconocer la validez del bloqueo por la falta de 
formalidad en los medios por los cuales se pretende establecer, esto es, 



CAMPARA DBL PBBÚ SN 1838 847 

La actitud de los ministros estranjeros si bien puede parecer 
estraña hoi día, no debió sorprender al jeueral chileno ni al 
gobierno peruano, porque el Encargado de negocios de Ingla- 
terra, al cual se habían adherido los demás ajentes diplomáticos 
residentes en Lima, habían sostenido las mismas opiniones en 
Tma correspondencia anterior, cambiada con don Benito Laso, 
líegáronse en aquella ocasión a reconocer el bloqueo del Ca- 
llao decretado por Gamarra, fundándose, esta vez, en que el 
Perú no tenia suficientes fuerzas navales para hacerlo efectivo. 
El que podia bloquear no debia hacerlo a juicio del ministro 
ingles, i el que debia no podia hacerlo. 

Con estas sutilezas de lójica i de discusión, entorpecia Mr. 
Bedford Wilson i sus compañeros de diplomacia! de hostilidad, 

por una simple notifícacion, i no por un decreto; i segundo, por falta de 
poderes para bloquear un puerto que no está en posecion actual del je- 
ueral Santa- Cruz, cuyo gobierno i sus sostenedores mira Chile sola- 
znente como enemigos, alegando también que al querer tomar un puer- 
to bajo del poder del gobierno del jeneral Orbegoso para entregarlo a su 
«nemigo el gobierno de S. E. el jeneral Gamarra, el que suscribe se ha- 
ce parte de una guerra civil, i que obrando como aliado de uno de los 
l)elijerante8, pretende impedir- a los neutrales el derecho de conti- 
nuar su pacífica e inocente comunicación con ambos belijerantes, i con- 
cluyendo con que no niegan el derecho que el infrascrito tiene de asediar 
i cortar la comunicación con la fortaleza del Callao a ñu de hacer rendir 
a BU guarnición, cuyo medio es tan eficaz como el bloqueo del puerto 
siismo. 

El infrascrito, en contestación a la referida nota, se ve en el deber de 
haoer presente a los señores comandantes a quienes se dirije, que ha- 
ciendo uso del derecho que le confiere la guerra, que nadie puede dispu-* 
tar i que los señores comandantes no niegan, llevará adelante del modo 

3ne mas le convenga el sitio del castillo del Callao que ya tiene establecí- 
o, Umitándose por ahora, con respecto al bloqueo del puerto que los se- 
ftores comandantes no reconocen, a dar cuenta a su gobierno de esta sin- 
gular negativa, sin perjuicio de hacer presente a los señores comandan- 
tes, lo que es importante que sepan con respecto al jeneral Orbegoso. 1*^ 
que es uno de los sostenedores del jeneral Santa-Cruz, i prueba capa2 dtí 
oisipar toda duda, es su conducta de algún tiempo a esta parte i sus 
actos oficiales; a menos que los señores comandantes no se hagan respou- 
aables de lo contrario, i 2.°, que el jeneral Orbeffoso ha declarado la 
guerra al ejército de Chile con fecha 14 de agosto ultimo, como es noto- 
rio. 

No terminará el infrascrito esta nota sin observar a los señores co- 
mandantes a quienes se dirije, cuanto ha estrañado que asienten como 
un hecho que, tomado por las tropas del Ejército Restaurador el puerto 
del CaUao, ahora en poder del jeneral Orbegoso, sea entregado al go- 
bierno de S. E. el jeneral Gamarra; porque las inferencias que se pue- 
dui tener no autorizan, de modo alguno, para hacer una aseveración tan 

espresa. 
£1 infrascrito saluda a los señores comandantes con su acostumbrada 

oonáderaoion*-^ JfanuéJ Búlim,j> 



248 CAMPAJÍA DSL PBKtJ W ÍBÜ 

la acción de Chile i le creaba embarazoa. En vano don Benito 

Laso le hizo notar que la escuadra chilena era aliada de su^ 
gobierno contra el jeneral Santa-Cruz, porque a ese contraten 

notorio, sellado con la sangre de Guias, opuso el cónsul ingleí^ 
especiosas razones, qae solo contribuyeron a poner de manl*^ 
fiesto la parcialidad de su criterio. Una de ellas era que el oork-^ 
trato de alianza no habia sido dado al público, ni comunicado 
oficialmente al cuerpo diplomático de Lima,apesar de que ellos, 
como todo el pueblo de la capital, pudieron presenciar la en- 
trada triunfal del Ejército, cuyos jefes indistintamente chilenos 
i peruanos, se confundían en el triunfo como se hablan confan*- 
dido en el peligro (1). 

Estas declaraciones repetidas en un tono áspero í altanero 
en la correspondencia de Wilson con Laso, significaban mas 
que una advertencia para el jeneral Búlnes, i formaban en rea- 
lidad una seguridad anticipada, de que se desconocerían sus 
atribuciones como las del jeneral Gamarra. 

A mas de estas discusiones, que traian irritados los ánimos 
entre el gobierno peruano i el Encargado de negocios de la 
Gran Bretaña, habia pendiente entre ellos otra grave dificul- 
tad, que contribuyó a hacer mas tirantes sus relaciones. El cas- 
tillo de la Independencia, que comenzó a ser desarmado por el 
jeneral Salaverry i que fué mas tarde habilitado como almacén 
de aduaAa por el jeneral Orbegoso, tenia, a la sazón, una gran 
existencia de mercaderías, que pertenecían en su mayor parte 
a casas estranjeras. Sus dueños, i especialmente la casa de 
Gibbs, Orawley i Ca., la mas interesada en el asunto, temiaa 
que las necesidades de la guerra obligasen a los belijerantes a 
consumirlas o a destruirlas, i con ese objeto hablan solicitado 
la protección del ministro británico (2)» 

El jeneral Gamarra, haciéndose partícipe de esa alarma jcui« 
tificada espidió un decreto (8) concediendo 8 dias para la estrac- 
clon de las mercaderías* Si el plazo no era tan largo como lo 
hubieran deseado los interesados, era el mayor que podia conce^ 
dérseles en esas circunstancias, El gobierno peruano temia que 



(1) La correspondencia entre Wilsson i Laso, está publicada en el Sea 
del Protectorado, núms. 142 i 143. 

[2) Nota de Wilon á Laso.— Lima 1.° de setiembre dfei 1838. 
[8) Lima, 30 do agosto de 1933. 



i 



camí?aRá del per\j bn 1838 249 

los mismos buques que sirviesen para la estraccion de las 
metx^derías, condujesen víveres o municiones a los sitiados; 
suposición justificada, por la parcialidad que manifestaba la 
colonia estranjera eil favor de la causa enemiga. 

Entre tanto la mala voluntad de los europeos contra el 
Ejército de Chile se liabia hecho pública en Lima, e irritado 
vivamente a los que simpatizaban con la causa de la Restau- 
ración. El resultado de esa lucha, producida por su hostilidad, 
fué que por la parte contraria se entregasen contra ellos a ma^- 
nifestaciones vituperables, alentándose cada uno, a su vez, con el 
decreto sobre el comercio al menudeo. 

En esas circunstancias circuló en Lima una proclama ano* 
nima, escrita en el lenguaje violento tan común en las épo- 
cas de trastorno i que no sabríamos si atribuir a uno de esos 
espíritus en delirio, que abundan en las convulsiones políticas^ 
o a algún enemigo del Ejército de Chile. Hablábase en ella de 
tísperas sicilianas i de los que, ccUegados como marineros se 
han apoderado de nuestras bellezas» (1). El cuerpo diplomá- 
tico de Lima, haciendo una comedia indigna de su elevado ca- 
rácter, finjió alarmarse con ese pasquin, que no merecía el 
honor de su atención i se trasladó en cuerpo al palacio, a ma- 
nifestar su inquietud al jeneral Gamarra, sin perjuicio de un 
protocolo i de dos protestas, que envió con el mismo objeto (2). 

El resfriamiento i el disgusto que estos sucesos habían pro- 
— — — ^^ ' 

(1) Hé a(juí esa proclama: 

«Compatriotas: Os habéis sacudido con enerjía de Santa-Cruss i los 
ingleses i franceses, después de haber convertido en un esqueleto nues- 
tra nación, trabajan incesantemente por anarquizaros para volveros a 
entregar a Sanka-Oruz. Los franceses, infame polilla que solo Lima to- 
lera, son los que siembran la discordia, i aunque os hacen ver que traba- 
jan para Orbegoso, no es sino para Santa-Cruz. Despertad limeños. Si 
vais creyendo las frases con que os alucinan los gringos, no solo seréis 
esclavos de Santa-Cruz, sino también de ellos. Los ingleses i franceses i^e 
han llevado a su país todas nuestras riquezas i como habéis palpado, mi • 
serables marineros son dueños ya de los mas preciosos . intereses del "Pe- 
rú i aun de nuestras bellezas. 

Limeños I Los ingleses i franceses trabajan porque el ejército de Chile 
se vaya ¿i quién queda? Orbegoso. Orbegoso esclavo infame de Santa- 
Cruz: Ortegoso que no tiene fuerzas para batirlo ni libertaros] i enton- 
ces ¿quién os mandará? Santa-Cruz precisamente. Santa-Craz aue ha 
fusilado tanto limeño; Santa-Cruz que ha fusilado nuestro pabellón* 
Esto es lo que quieren los estranjeros. 

Limeños: Preparad vuestras armas i estad listos cuando M os de U 
702 para repetir con ellos las Vísperas Sicilianas!;^ 

(2) 10 i 20 de setiembrQ de 1833^ 



260 OAUPAitA DBL PHRt} KK 1838 

vocado entre el gobierno de Lima i los ajentes estranjeroé, 
pesaban sobre el Ejército de Chile, espectador <5eloso, pero 
neutral de todas estas controversias. 

Hemos diclio que el jeneral Biilnes manifestó la intención 
de hacer efectivo el bloqueo; pero que deseando precisar bu 
situación, interrogó a los ministros, para saber si en tal caso, 
las escuadras inglesa, francesa, o norte-americana] estaban dis- 
puestas a impedirlo por la fuerza, i entre tanto, ordeno (16 de 
setiembre) que se suspendiesen los efectos del bloqueo con loa 
buques de dichas naciones. ' 

De la discusión habida sacaba a salvo el jeneral Bálnes, el 
derecho de bloquear el Castillo de la Independencia, que bus 
contradictores no se atrevieron a disputarle; pero'no el pueblo 
del Callao, i al efecto ordenó que se dejase espedito el paso del 
puerto a los buques norte-americanos, franceses e ingleses. 
Esta gran concesión nacía de las dificultades i peligros con 
que forcejeaba su causa. 

Es inútil decir que esta serie de reclamos i de notas crearon 
una situación mas tirante al Ejército chileno respecto de la 
colonia europea i de sus representantes en Lima. 

Los ánimos estaban inquietos: los jenerales Bálnes i Quma- 
rra se resentían de las ofensas i hostilidad de que eran vícti- 
mas, i el ministro Wilson, con los ojos vueltos al pasado, 
echaba de menos esa cordialidad oficiosa e interesada a que lo 
habia acostumbrado el jeneral Santa-Cruz. Las relaciones 
diplomáticas habían llegado a ose período agudo, que es de 
urinario precursor de funestos desenlaces. Cuando una sitúa** 
clon, asume ese carácter, puede decirse que no hai dia ni hora 
segura: la mas lijera chispa, venida de cualquier'parte, produce 
el incendio en los materiales aglomerados. Así sucedió en la 
época que historiamos. 

A fines de setiembre, el jeneral Qamarra trabajaba activa- 
mente en la creación de un escuadrón de caballería, que lleva- 
ría el nombre de Húsares de Junin, i tanto para dotarlo de 
caballos, como para arrebatar al enemigo este poderoso ele- 
mento de guerra, solicitó de Bálnes el envío a palacio de algu- 
nas fuerzas, para establecer guardias en los puntos mas fro- 
puentadoa de la ciudad. Con ese objeto le fué enviado, en las 



OAMPaDa DlfiL PKRtf BK 1838 '¿61 

primeras horas del !í de octubre^ el escuadrón de Lauooros, al 
xoando del sarjonto mayor don José laojosa. 

£1 joaeral Castilla, queaoababa de hacerse cargo del Miáis- 
terio de la guerra, i a cuyas órdenes iba a ponerse el Es- 
cuadrón, distribuyó las guardias en distintas partes de la 
ciudad, i envió una, compuesta de seis soldados, un cabo, 
un sarjento i el alférez don Tristan Valdés, al puente de Lima. 
El ayudante del Ministerio de la guerra don Mariano Puche, a 
nombre del jeneral pastilla, ordenó testualmente a Valdés a:que 
se recojiesen todos los caballos que pasasen por los puntos en 
que al intento se estableciesen guardias i se trajesen al patio 
del palacio i presentaran al señor coronel mayor de plaza, con 
la escepcion de que se dejara continuar su marcha al que 
presentara boleto con firma de ese dia, la misma que se distri- 
buyó a los oficiales que mandaban las guardias e igualmente 
al que estuvo en la del PuenteD (1). 

Yaldes estableció un centinela, armado de lanza, a la en- 
trada del puente i situó el resto de su guardia en una calle- 
juela de las inmediaciones, conocida con el nombre de Callejón 
de Eomero. — El centinela recibió orden de detener a todos 
los jinetes i de entregarlos al sarjento de lá guardia, que estaria 
siempre a caballo, a corta distancia de él. El sarjento debia 
apoderarse del caballo, en caso que el jinete no tuviese pasa- 
porte, i darle una boleta para que pudiese, mas tarde, reclamar 
8U valor. 

Hallábase establecida la guardia en esta forma i con estas 
órdenes, cuando a las diez de la mañana, mas o menos, acertó 
a pasar a caballo por el puente, el doctor escoses don Guillermo 
Mac-Lean. El soldado le ordenó detenerse en cumplimiento de 
su deber, i sea lo que no es creible, que no oyese sus repetidos 
gritos, o que se hubiese resuelto a no obedecerle, es lo cierto 
que el doctor apuró su cabalgadura, i se alejó del puente a 
gran galope. El centinela viéndose burlado, comunicó lo ocu- 
rrido al sarjento que, como hemos dicho, permanecía a corta 
distancia, el que lanzándose en su alcance consiguió aprehen- 
derlo en una calle conocida con el nombre de Las Campanas. 

Según la esposicion de la mayor parte de los testigos, el 

(1) Declaraci(ín del teniente Puche. — Sumario para esclarecer el an- 
Aseao del doctor Mac-Lean. 



¡¿54 oampaKa dbl rBKi) sn 1838 

Por su parte Mr. Wilson no tenia suficientes datos para 
exijir el castigo del centinela. Es cierto que habla recibido la 
declaración del doctor Mac-Lean ; pero quién le hubiera podido 
asegurar, que esa declaración no habia sido dictada por el de* 
seo de venganza, i sobre todo, qué justicia cirlUzada acep- 
ta como prueba suficiente, en asunto criminal, la declaración 
del ofendido? El ministro ingles hablaba en su nota de testU 
monios de personas respetables, pero que no nombraba, i que- 
na en su anhelo inmoderado de provocar conflictos, e^pjir de 
Búlnes que aceptase como suficiente prueba el testimonio 4q 
personas anónimas I 

Entre tanto el tribunal nombrado por el ministerio de la 
guerra apresuraba la investigación del hecho, haciendo Ua^ 
mar a gran prisa a los principales testigos. Pocas horas des- 
pués del suceso compareció el alferes Val des, que ratificó lo 
que habia asegurado en el parte enviado al jener^^l Castilla. 
d A cosa de las 10 de la mañana, mas o menos, dijo, apareció de la 
calle derecha del puente hacia arriba de él, un hombre que se 
dijo era médico, i haciéndole hacer alto el centinela por venir 
cabalgando a caballo, no quiso respetarlo, i al presentársele 
sarjento, previniéndole echara pié a tierra, le dio con el fuete 
que llevaba en la mano por el cuerpo, emprendiendo la carrera i 
seguido por la guardia se le hizo retrogadar i entonces atrope^ 
lió al centinela que le contenia a efecto de que no pasara ade- 
lante:^ (1). 

El'sarjento, interrogado a su vez, manifestó la contusión 
que tenia en la mano, de resultas del golpe que le habia dado 
Mac-Lean i aseguró que el palo que le diera el 8oldado]fué por 
haber atropellado i derribado con su caballo, al centinela que 
estaba de apié en el puente. El cabo i algunos soldados de- 
clararon aquel mismo día. El consejo aguardó inútilmente has- 
ta las 9 i media de la noche, la llegada deles vecinos del puen- 
te, que habian sido especialmente citados i a esa hora se retiró 
para reunirse, de nuevo, en las primeras horas del siguiente dia. 
No podia, pues, haberse procedido con mas actividad. 

Hemos dicho ya que el ministro Wilson ofició al jeneral 
Bálnes sobre el suceso, i que éste no pudiendo dar mas crédi^ 



(l) Declaración de Valdés. — Sumario citado. 



Óahpaña del pfiBÚ EN 1838 2d5 

a la palabra ele Mac-Leau que a la del comandante de la guar- 
dia, habia ofrecido castigar al soldado cuando se liubieso esta- 
blecido su culpabilidad de un modo legaL Wilson se consideró 
ofendido de que en el Ejército de Chile imperase la justicia 
aun para un pobre soldado, i de que no se violasen con él to- 
das las garantías protectoras de su derecho i de su deber, 
cuando así lo queria un ministro do Inglaterra! 

A medio dia del mismo 2 de octubre, en el momento en que 
se activaba el esclarecimiento del hecho, AVilson envió una 
segunda nota al jeneral Búlnes, pidiéndole un pasaporte para 
un correo de legación, que debia poner en manos del almirante 
ingles, sir Charles Ross, (íuna comunicación con la menos de- 
mora posible.D (1) El pasaporte le fué concedido, i desde ese 
momento consiguió Wilson poner al Ejército de Chile en la 
situación mas angustiada que lo hubiera aquejado desde su 
llegada al Perú. La nota era una acusación violenta contra el 
ejército restaurador i contra su jefe, i abultábase en ella, con la 
mayor exojeracion, la importancia del suceso del puente. 

El almirante Ross no necesitaba que se le repitiesen, dos ve- 
ces, los cargos contra el Ejército de Chile. Tan amigo de Santa- 
Cruz, como Wilson, estaba tan interesado como él en el mal 
éxito de su empresa, i por eso acojió solícito esa ocasión de 
intervenir con las armas en favor de la causa confederada. En 
el mismo dia 2, envió a Búlnes una nota altanera i descomedí* 
da, en que \^ decia que el doctor Mac-Lean, habia sido casal*- 
tado insolentemente, herido, ademas maltratado i también ro^ 
bado su caballo por unos soldados del Ejército de Chile bajo 
el mando de ü» S,,» i terminaba exijiendo «que su caballo le 
sea prontamente restituido i que se le diese una reparación 
instantánea del ultraje)). En otros términos, Ross exijia lo 
mismo que habia solicitado Wilson en su primera nota, esto 
es, el castigo del coracero, sin mas averiguación que la pala- 
bra de Mac-Lean i con desprecio del parte i de la opinión del 
comandante de la guardia Esta exijencia, de por sí odiosa e 
inmoderada, que revestía en la nota de Ross el carácter de 
una amenaza, no hubiera podido ser atendida sin menoscabo de 
la justicia i de la dignidad del Ejórcito% 



(1) WUsQU a Búlnes.— Oolubre 2 de 1838. 



2^6 OAMPa!ÍA ML PBRlí BN 1838 

Hecho ya el suficieate escíhidalo, al rededor de un suceso 
que hubiera podido zanjarse verbalmente, i que no tenia la 
gravedad que maliciosamente se esforzaba en darle la Lega- 
ción Británica, el almirante Ross asumiendo una actitud mas 
resuelta, se determinó a intervenir con las fuerzas navales que 
tenia a sus órdenes. 

En efecto a las 11 i media de la noche, en momentos en que 
la corbeta Libertad^ mandada por Postigo, hacia su crucero 
ordinario al frente del Callao, atracó a su costado la corbeta 
de S. M. B. Imogene. Sorprendido Postigo de ese movimiento 
a una hora tan inesperada, hizo preguntar su significado al 
comandante ingles, a lo que contestó éste que, por órdenes de 
Lima, el almirante Ross habia determinado «que se situase con 
su corbeta en el punto que ocupaba i que la de la misma nación 
Samarán habia pasado a Chorrillos con el mismo objetoi) (1). 
El atropello no se detuvo aquí, pues en la mañana del siguien- 
te día, se presentó en la rada del Callao la fragata Presidente 
montada por el mismo Ross, quien por medio de una comunica- 
ción trató de manifestar a Postigo que su movimiento no tenia 
ningún carácter de hostilidad contra la escuadra de Chile (2). 

Sin embargo, un momento después i como una burla de su 
palabra i de estas promesas^ atracó su poderoso buque al cos- 
tado de la Libertad^ en el lado opuesto al que ocupaba la Imo- 
ffene i comunicó a Postigo la orden de no moverse de su fon- 
deadero hasta que se le diese la reparación solicitada (3). 



(1) Nota de Postigo a Búlnes. — 2 de ootnbre de 1838i 

(2) ccSeñor comodoro Postigo, comandante en jefe de las f ueriías na- 
vales de Chile. — A bordo de la Presidenta octubre 3 de 1838. — Señor; — 
Habiendo algunos soldados chileno ultrajado i robado en Lima a un 
búbdito británico, se han dirijido a mí para que exija de la^ autoridades 
chilenas que ahf existen, una debida i completa reparación. 

Al apoderarme de esté fondeadero aseguro a Ud. que no es de ningu- 
na manera mi intención de inferir a Ud. agravio, como también que no 
es mi ánimo intervenir, auil de la manera mas remota, en ninguna me- 
dida, ya sea de defensa o de ataque, que üd. tome contra sus enemigos, 
conservándome estrictamente en el carácter neutral que siempre he de- 
seado exista entre nosotros. 

Tengo el honor de ser, señor, su mas obediente servidor. — Charle» 

^R088.T> 

(3) «Sfeñor comodoro Postigo, comandante en jefe de las fuerzas ña- 
Vales de Chile. — A bordo de la Presidenta octubre 3 de 1838. — Señor:— 
Ño habiendo aun recibido contestación satisfactoria del jeneral Búlnes 
por el ultraje i robo cometido en la persona de un subdito británico, por 
algunos soldados del ejército chileno quo está a sus órdenes^ oreo de mi 



ÓamíaSa del perú kn Í838 267 

El atentado no podia ser mas brutal i Postigo no era hom- 
bre de soportarlo. Su corazón de chileno i de soldado estaba 
henchido de la mas jenerosa indignación! Búlnes penetrado, 
por su parte, del mismo sentimiento, envió inmediatamente una 
nota al ministro ingles renovándole sus protestas de que el 
coracero seria castigado siempre que se esclareciese «el hecho 
de un modo legal.» «El paso dado por el señor contra-almi- 
rante, agregaba, que según el comandante de la <íImogenei> ha 
sido ordenado por una comunicación de Limay no puede menos 
de mirarse como xm atentado terrible cuyas consecuencias pe* 
sarán solamente sobre el que haya podido dictarlas^ (1). 

Wilson se trasladó a la Pólvora, en vitud de esta comuni- 
cación, a conferenciar con él jeneral Biilnes, i un momento 
después, vuelto nuevamente a su casa, solicitaba un pasaporte 
para un correo de legación, que debia apersonarse con el jefe 
de las fuerzas inglesas en el Callao. 

El correo tuvo una corta entrevista con el almirante, i a 
consecuencia de ella envió Ross nuevna nota a Postigo di- 
ciéndole que ya habia recibido del jeneral Bálnes todas las 
seguridades necesarias de que el delito seria castigado, i que 
suspendía en consecuencia la restricción que le habia impuesto. 
Un momento después los buques ingleses sallan de la bahía 
del Callao, i dejaban a la escuadra chilena en la antigua liber- 
tad de sus operaciones. 

¿Qué seguridades eran esas ,que habían variado tan súbita'» 
mente la actitud del almirante ingles? La nota de Bálnes, que 
no era sino la respuesta a su comunicacioi;i del 2, se reduela a 
manifestarle su determinación de castigar severamente a los 
soldados de la guardia si aparecían culpables, <ien la sumaria 
información del hecho que se ha mandado levantar y por ser estú 



deber repetir a Üd. que no puedo permitir ningún movimiento de loa 
baroos de sn armada, de este fondeadero hasta que se me haya dado la 
dobida rieparacion. 

Al mismo tiempo, debo manifestar a üd, cuan satisfactorio me seria 
Itecibir la reparación que me he visto obligado a pedir obedeciendo a un 
Hentimiento de deber i por este medio evitar a TJd. inconvenientes eft 
BUS futuras operaciones. Me consideraré feliz en tal oportunidad de 
ofrecer a TJd. la seguridad de mi respeto. 

Tengo el honor de aer, señor» fiu mas obediente BerVidor»-«^CMQr{c4 

\^) OfMia dQ Fólvova, octubre ^ de IQ38< 



258 óasí^aSIl bBii FkEú bn 1838 

el medio mas legal para esclarecer la r>erdad,i> Eq otros 
términos, esta nota venia a confirmar la actitud que Búlnea 
habia asumido desde el principio de Ip, cuestión: conducta que 
el 3 habia parecido a Eoss suficientemente parcial para jus- 
tificar de su parte un verdadero atentado, i que el 5 le parecia 
bastante garantía para hacer innecesaria toda precaución. De 
qué proviene esta falta de plan o esta incoherencia de lójica? 
Hé aquí lo que trataremos de esplicar. 

Hemos dicho que la orden del ministro Wilson, para sus- 
pender el bloqueo de la Escuadra bloqueadora, habia sido dada 
a consecuencia de su conversación con Búlnes, en su cuartel 
jencral de la Pólvora. El ministro se encontraba bajo la impre- 
sión de la amenaza qué hacia pesar sobre él la nota que acababa 
de recibir. Búlnes dominado, a su vez, por una irritación que 
desbordada de su espíritu, le hizo presente que la noche anterior 
habia hecho venir a Postigo, i le habia exijido, invocando sus 
sentimientos de caballero i de soldado, que no soportaría por 
mas tiempo la afrenta que le imponia la escuadra inglesa: 
que le ordenaba moverse al dia siguiente con sus buques, i en 
caso de encontrar oposición, resistir la ofensa, primero con 
sus cañones i después, si era necesario, con su santa bárbara. 
El ministro ingles, que conocía el arrojo temerario de Postigo, 
sabia que no era hombre de quedarse a medias palabras. Te- 
meroso talvez de la responsabilidad en que incurriría ante su 
gobierno, en caso de perder alguno de sus buques por una 
cuestión infundada í personal, a la vez que del peligro que él 
xnismo correría en Lima, si por su hostilidad se hubiese per- 
dido la escuadra i fracasado la empresa de Chile, salió de la 
casa de Pólvora sin manifestar su opinión, pero visiblemente 
impresionado. 

Un momento después solicitaba el pasaporte para el correo 
de legación i ese mismo dia se desenredaba este triste i ver^^ 
gonzoso asunto del modo que dejamos referido. 

Lia. brutalidad del atentado no habia detenido el curso dé la 
investigación judicial, que se proseguia con la actividad nece- 
saria» Tres dias después del suceso se habia interrogado a to- 
dos los que pudieron presenciarlo i sus declaraciones, sí bien 
discrepan en detalles manifiestan, hasta no dejar duda que el 
doctor Mac-Lean so había h^cho reo de desobediencia i de tün 



QAUfáSk OXL PSBl} HK 1838 S50 

traje« £1 fiscal en vista del sumario^ solicitó el 5 de octu* 
bre, que se elevase a proceso contra Mac-Lean; pero oí auditor 
^ntes de dar su dictamen, exijió que se tomasen nuevas decía- 
raoioues lo que se practicó brevemente. Estas vinieron a corro* 
borar los hechos sentados en el principio del sumario, en vista 
de lo cual el auditor, que lo era a la sazón el doctor Polar, 
ordenó que se juzg^ase en consejo de guerra la conducta del 
doctor ingles (1). 

En presencia del nuevo rumbo que tomaba el asunto, el 
ministro Wilson envió a Ross una larga nota, que mas que 
otra cosa, era un alegato violento i apasionado contra el ejército 
chileno i contra los miembros del tribunal encargado de inda^ 
gar el suceso, atribuyendo en su formación una participación 
directa al jeneral Búlnea con el objeto de encubrir la respon* 
Babilidad de sus soldados. 

El almirante Boss se dirijio al cuartel jeneral chileno, en 
términos mas impropios aun, quejándose de la parcialidad de 
la justicia en contra del doctor Mac«Lean: de la ambigua con-f 
ducta del gobierno peruano, que siendo el mas directamente 
interesado en hacer luz en el suceso, trataba solo de ocultar su 
responsabilidad, i llegando hasta avanzar estos conceptos in-< 
dignos de una nota diplomática. ((Habiendo, pues, negado so-* 
lemnemente su participación, decia, la única autoridad que 
hubiera podido decretar la leva militar de caballos en Lima i 
habiéndose disculpado por la captura de los caballos que fue* 
ron tomados, prueba que los coraceros chilenos deben ser con- 
siderados como ladrones, que arrebataron violentamente su 
caballo al doctor Mac-Lean, i lo despojaron de su propiedad. 

íLas observaciones i resistencias (que se suponen haber sido 
hechas) por ese atentado ilegal, contra aquellos manifiestos 
violadores de la lei, ladrones de caballos, son no solo destitui- 
das de todo fundamento, sino que constituyen un acto de lejíti- 
ma defensa.» El almirante ingles terminaba su esposicion 
solicitando del jeneral BAlnes, que en conformidad a los deseos 



(1) Excmo. señor: — El Auditor Jeneral dice: que si V. B. lo tiene a 
bien, debe este sumario elevarsat, a proceso i seguirse la causa coutra el 
doctor don Guillermo Mac-Lean hasta verse en Consejo do Guerra, co- 
mo pide el juez fiscal, en su dictamen de fs. 28 quo reproduce a fs. 41 
vta. — lima, octubj» 13 do 1838. — Voctar Polar, 



860 eÁXLfiStk D8L n&t} m 18&S 

del Ministro de Kelaciones Esteriores del Perú; procediesen R 
tranzar amigablemente la cuestión, 

6úId69 le manifestó en su respuesta la estrañeza que le pro* 
dudan las suposiciones, tanto de él, como del ministro inglea, 
al avanzarse a hacer juicios sobre su intervención en el sumario, 
(tSoIo me resta seüor almirante, le deoia, espresar a US. el sen- 
timiento quo me ha causado la necesidad de ver en el estraoto 
que US. me ha pasado de la nota del seüor Encargado déNe^ 
gocios de S, M. B, las imputaciones injustas e inmerecidas que 
¿ste hace sobre mi conducta en el presente negocio, tomiado^ 
se la libertad de calificar de malo mi procedimiento en el sU" 
mario indagatorio, siendo asi quo cualquiera que fuesen los 
vicios que quisiere notar en él, es manifiesto que no he tenido 
la menor intervención en esta pieza i que por primeni veas la he 
visto, después que el mismo señor Encargado de Negocios,:» 

Contestando a las imputaciones contra la guardia dd puen» 
te agregaba. <i Una guardia establecida por la orden de la aa^ 
toridad competente de este país i con la solemnidad i confor*^ 
me a las reglas militares, no es posible considerarla, como con 
bastante sentimiento mió, lo indican las notas de US. i dol 
señor Encargado de Negocios, como una partida de ladrones i 
de salteadores de caminos, ni tampoco habia mérito para re-* 
sistirlá, atropellarla i maltratar a sus individuos (dado caso 
que este hecho fuera cierto) estando en el mismo lugar los co- 
mandantes i autoridades superiores que debian enmendar así 
las órdeues mismas que ejecutase la guardia, como las trope^ 
lías e insultos que cometiese en su ejecución.]^ 

I por fin, refiriéndose a la transacción que se le proponía, 
contestaba: «Yo no puedo entrar en transacciones sobre esta 
materia, porque me lo prohiben las leyes i las costunibres do 
mi país, i porque este proceso no tiene «olo por objeto el desa- 
gravio particular del doctor Mac-Lean, o el acceder a las 
reclamaciones de los ajentes de S. M. B. sino el interés de la 
conservación de la disciplina del ejército chileno.i» 

Esta nota escrita en los últimos días de la ocupación de Lima, 
en los mismos momentos en que Bálnes tenia que vivir con la 
vista puesta sobre el enemigo que marchaba a su encuentro, no 
fué la última de esta larga i ardiente discusión; pero el proceso 
no se llevó adelante por las operaciones militares. 



OAHPAlTA DHL PBRlí BK 1838 261 

Los acjonteoimieütos que sobrevinieron, i en especial el triun^ 
fo de Yungai, cambiaron notablemente en nuestro favor, la 
4isposioion de espíritu de la colonia inglesa de Lima, i al re- 
greso del Ejército nadie se acordó de arreglar con el vencedor 
las cuentas que tenia pendientes cuando su situación era pre- 
caria i angustiada, 

En el curso de las negociaciones diQoiles i laboriosas a que 
dio lugar el incidente del doctor Mac-Lean, se habrá notado 
la prudencia desplegada por el cuartel jeneral chileno: su 
enerjía llegado el momento: su respeto escrupuloso de la lega^ 
lidad; su resolución inquebrantable de no obedecer sino al fallo 
de la justicia. En cambio, de parte del miaistro i del almirante 
británicos un liyo de violencia i de provocación que hace con- 
traste con la severa dignidad del jeneral chileno. A sus ame- 
nasas como a sus ofrecimientos de arreglo, no respondía sino 
invocando el fallo del tribunal nombrado por la lei ^ acudiendo 
a ella como a una compañera, que si no siempre es fuerte^ 
siempre ennoblece al que se acoje a su sombra. 

La cuestión Mac-Lean fué la mas ruidosa de las diñcultades 
diplomáticas habidas durante la ocupación de Lima; pero si 
fué la mas notable por los incidentes a que dio lugar, corre 
parejas por su significado de hostilidad, con la que suscitó la 
cancillería francesa, representada por M. Armando Saillard. 

Hemos esplicado suficientemente que las funciones del Ejér- 
cito de Chile en el Perú eran de simple ausiliar del gobierno 
de Lima; i que si bien ambas causas eran homojéneas, el ejér- 
cito mantenía una actitud independiente respecto de las auto- 
ridades peruanas. El gobierno de Gamarra representaba la 
autoridad en el orden político i eL Ejército chileno en lo mi- 
litar. 

Si la batalla de Guias i las demás circunstancias que mecie- 
ron la cuna de la nueva administración, daban al jeneral Bál- 
nea un ascendiente poderoso en sus consejos, era solo una 
influencia individual, privada, que nadie tiene el derecho de 
invocar en comunicaciones oficiales. El resorte administrativo 
funcionaba con la mayor independencia, como lo pro])aba el 
mismo suceso del doctor Mac-Lean, que puso de manifiesto 
dos voluntades i dos políticas; la que quería tranzar i la que 
no quería. En todo caso, el jeneral Gamarra gobernaba de Iiecho 



en Lima i las autoridades subalternas tenían todas las imau* 
nidades e independencia que le son habituales, 

Bin embargo, el Oónsul francés insistía en reclamar del 
jeneral Búlnes por las medidas del jcneral Q-amarra, Sucedía 
en Lima un hecho cualquiera, una riña, por ejemplo, entre un 
francés i la policía, i M. Saillard elevaba sus quejas al cuartel 
jeneral chileno, que era tan independiente de ella como el mis- 
mo cónsul francés. «Yo no puedo concebir, señor cónsul, le 
decia Bdlnes en los primeros dias de setiembre, bajo qué princi- 
pios, según qué doctrinas se dirije una protesta al jeneral de un 
ejército por las medidas que una autoridad suprema i comple- 
tamente independiente del ejército i su jefe, haya dictado, i mxhm 
cho menos creo que pueda tener apoyo alguno el aserto de que 
la responsabilidad de las que se han tomado sin conocimiento 
mió, como debe ser, recaigan sobre mi i por consiguiente sobre 
el pais a que yo pertenezco, por la sola razón de que mi Ejér- 
aito ocupa la capital. Si yo, después de su ocupación por el 
Ejército Restaurador i so pretesto de protejer a esta república, 
me hubiese apoderado del mando supremo i hubiese reunido 
en mi mano todos los resortes del poder, entonces seria efectiva 
mi responsabilidad, i en último caso la de mi gobierno por las 
medidas que la administración de que yo seria jefe hubiese 
dictado. Ahora, señor cónsul, soi solamente responsable de mis 
actos i de las operaciones del Ejército Bestaurador> (1), 

Sin embargo de estas declaraciones, M. Saillard se obs- 
tinaba en eximir de toda responsabilidad al gobierno del 
Perú i de recargar con ella al ejército de Chile. Cierto dia fué 
aprehendido un francés, llamado Pedro Bouteville, antiguo 
cochero de Santa-Cruz, por una partida peruana mandada por 
el comandante Arancibia, que dependia directamente del jene- 
ral Gamarra. Saillard se dirijió al gobierno peruano i a Bul- 
nes, solicitando de aquel la escarcelacion de Bouteville, qne 
le fué concedida, i anunciando a éste que Chile seria responsa- 
ble por la detención de ese francés. Es de advertir que según 
la información levantada por él mismo e inserta en una de sus 
propias notas (aparece, decia, que los chilenos no se han hecho 
culpables de los malos tratamientos que ha sufrido el señor 



. (1) Nota del 8 de betiembre de 1838.— Búlnes a Saillard. 



CAMPABA DBL PBRÚ BN 1888 263 

►Bouteville, sino que son debidos a las órdenes del comandan- 
te Arancib¡ax> (1). 

Algunos dias después anadia en la misma comunicación 
en que hacia a Chile responsable de este suceso <!cque según 
una nota que lia recibido parece que los chilenos no son cul- 
pables de su arresto ilegal;» i para llevar adelante sus capri- 
chos o sus teorías^ terminaba con estas palabras: (cChile tendrá 
que dar cuenta a mi pais de la detención de este francés.}) Sin 
embargo Búlnes no tenia derecho para investigar en su carác- 
ter oficial el motivo del arresto de Bouteville i menos el 
de reparar la ofensa si la hubiera. Iguales declaraciones se 
renovaron por parte del Consulado en cada ocasión, repitién- 
dose también por parte del cuartel jeneral chileno las mismas 
protestas, de no aceptar la responsabilidad de actos ejecutados 
por un gobierno independiente. 

La hostilidad del Encargado de negocios de Francia no so 
manifestaba solamente en sus comunicaciones diplomáticas, 
sino hasta en sus actos i relaciones sociales. Menos conciliador 
que el Encargado de negocios de Inglaterra, no trataba siquiera 
de encubrir, con lp,8 formas de la urbanidad, el odio que profe- 
saba al Ejército Kestaurador, Por eso, a mediados de oc« 
tubre, cuando se anunciaba en Lima la llegada del Ejército 
Protectoral i el de Chile se preparaba para resistirle, M. Sai- 
Uard elejia^^ese momento, para dirijirse al cuartel jeneral chile, 
no, exijiendo una reparación por la prisión de Bouteville. Su 
comunicación no le fué contestada con la puntualidad debida, 
por el ciimulo de atenciones que se disputaban la atención do 
Búlnes, lo que le dio protesto para repetir su nota el 25 del 
mismo mes, exijiendo que íe fuese contestada en el mismo dia^ 
i teniendo cuidado de subrayar estas palabras para hacer rnaá 
comprensivo su alcance» 

Las siguientes notas, si bien posteriores de algunos meses a 
les sucesos que narramos, manifestarán, mejor que nada, la6 
Verdaderas disposiciones de la cancillería francesa respecto dé 
Chile. Hácéseuos preciso, sin embargo, dar algunas esplicacio^ 
nes para su mejor intelijeiicia. El jeneral Búlnes habia conocido 
al Encargado de negocios de !E^rancia en el camino de Ancón cd 



^tmDmmammmmmmmmmit^mmmm 



(1) Nota dQ S»illard.--Octubro 7 de 1838. 



264 CAMPAÑA DEL PBRlí BN 1838 

Ja capital i ^empleado con él atenciones i respetos a qne se ma- 
nifestaba agradecido. Apesar de eso faé el único de todos los 
diplomáticos residentes en el Perú, que se negara a hacerle una 
visita de cortesía dorante su primera permanencia en LimA| i 
a su regreso del norte, fué el último en cumplir con ese deber 
de etiqueta. 8in embargo, ofendido de que no le fuera devuelta 
tan luego como él la hizo, dirijió la siguiente nota al jeneral 
Búlnes : 

<c Señor comandante en jefe del lyército de Chile en el Pen!u 
-—Lima, 23 de setiembre de 1839. — Jeneral: La política es la 
base de las relaciones que existen entre los gobiernos i sus 
ajentes. Dos veces habéis olvidado este principio, respecto del 
Encargado de Negocios i Cónsul Jeneral de Su Majestad el 
Rei de los Franceses. Tuvo la bondad, por motivos cuya deli- 
cadeza debisteis apreciar, de haceros una visita que no le habéis 
pagado, i con fecha 21 de Setiembre le habéis dirijido una 
carta, que no comienza con esa fórmula política que deben 
emplear los hombres colocados en vuestra posición social. No 
pudiendo atribuir a error un hecho a que da gravedad vuestra 
manera de proceder, os devuelvo la carta Jeneral. 

(í Dignaos, si queréis que quede en mis archivos, añadir lo que 
es necesario, i saber que cuando llamáis Cónsul a un Cónsul 
Jeneral, os apartáis tanto de los usos aceptados, como dando a 
un Contra- Almirante, grado correspondiente al de Cónsul Jene- 
ral de Francia, un calificativo que no estuviese en relación con 
su posición. Mi opinión en cuanto a los reclamos que he tenido 
el honor de dirijiros, respecto a los perjuicios que hayan sufrido 
mis compatriotas desde vuestra permanencia en el Perú, no ha 
variado i no debe variar. Dignaos recibir, Señor Jeneral, etc.— 
<á, Saillard.i> 
El jeneral Búlnes le respondió en estos términos i 
«Señor Cónsul Jeneral i Encargado de Negocios de S. M. el 
ílei de los franceses, etc., etc., etc. — Lima, a 27 de setiembre 
de 1539. — Sin intención de entrar en contestaciones sobre la 
Cuestión de visitas i ceremoniales que ha querido V". S. promo- 
ver en su nota de 23 del corriente, no puedo menos de obser- 
var, aunque Hjeramente, como lo pide el caso, que no habiendo 
recibido de V. S. visita alguna a mi primera llegada a esta 
Q^pital, i hQ,biendo demorado V» 9» esto atención por mas dq 



CAMPAÑA DEL rÉRÓ EN 1838 2(53 

cuatro meses después de la segunda, me proponía por mi parte 
retardar el cumplido lo mas que fuese posible, es decir, ¿asta 
el tiempo en que se acercase mi partida de este país. * 

«En cuanto al ceremonial observado en la nota que lia tenido 
a bien devolverme V. S. de un modo algo disconforme con el prin- 
cipio que asienta V. S. mismo en su contestación, no encuentro 
en qué pueda tacharse. Si es la inscripción la que V. B. echa de 
menos al principio, es una fórmula francesa, recientemente in- 
troducida en algunos países de América, que no se usa en el 
mió i de que yo no he hecho uso ni aun con la primera autori- 
dad de este país. El título de cónsul que doi a V. S. en el con- 
testo de mi citada nota, ha sido iinicamente por evitar repeti- 
ciones demasiado largas, en el cuerpo del oficio, de los títulos 
de «Cónsul Jeneral i Encargado de Negocios de S. M. el Rei 
de los franceses cerca del Gobierno del Perá,D los que doi, sin 
embargo, a V. S. indistintamente en la conclusión de mi nota, 
en el membrete i en su cubierta. 

«Si yo fuera a entrar con V. S. en recriminaciones sobre este 
punto, echaría de menos en sus comunicaciones el tratamiento 
de Vuesa Señoría que le he dado i que me pertenece; el de jene- 
ral en jefe del Ejército Kestaurador que ha sustituido V. S. por 
el de comandante en jefe del Ejército chileno, según el modo 
de los jefes del ejército que he vencido, tratamientos en que 
no me he parado para contestar cortesmente las comunicaciones 
de] V. S. i para darle el tratamiento de Vuesa Señoría que es 
tan de uso entre nosotros, escribiendo de oficio a personas de 
distinción. 

«Después de ésto i del tono adoptado por V. S. en la nota a 
que contesto, i de la estraña devolución de mi último oficio, 
creo deber cerrar toda comunicación con V. S., indicándole, 
únicamente por consideración al respetable gobierno de que es 
V. S. ájente en este país, que existe aquí mismo un ájente 
acreditado del Gobierno de Chile con quien ha debido enten- 
derse V. S. sobre el asunto principal que ha dado lugar a es- 
tas contestaciones. — Dios guarde a V. S. muchos años. — Ma* 
nuel Búlne8.T> 

Este vasto cuadro de las relaciones diplomáticas, que nos 
hemos esforzado en presentar a la historia con todas sus som» 
bras i detalles^ era uno de los madores obstáculos que eutorpe*" 



26é OAMPAlirA D£L PBKt} ÍDf 1838 

dan la acción del ejército de Chile durante su estadía en til- 
ma. Solo la inquebrantable enerjía de su jefe, pudo mantener 
vivo eí entusiasmo en el corazón del ejército en momentos en 
que todo conspiraba a desalentarlo. En vez de un enemigo, ha- 
bla encontrado dos: el uno, adueñado del Callao inmovilizaba 
al ejército con su resistencia; el otro, observaba desde sus po- 
siciones inaccesibles su rápida consunción en la enfermiza 
Lima; un tercer enemigo, inmune por su carácter, minaba 
su causa en secreto i le traia desabrimientos . mas serios 
que los que le prodiyeran sus enemigos declarados. Hubo un 
momento en que la causa de Chile pudo considerarse perdida; 
cuando se vio en la necesidad de resistir por la fuerza al ul- 
traje del almirante ingles i que estuvo a punto de enredarse en 
una guerra con las fuerzas navales de Inglaterra. Fué aquel 
un período tan grave como laborioso para el jeneral en jefe, que 
hubo de contrarestar con la fuerza de su derecho a los que so- 
lo procedían con el derecho de la fuerza. 

En esta tarea sembrada de obstáculos, corresponde una bue^ 
na parte de honor i de trabsgo al distinguido literato don Bar 
fael Minvielle, secretario a la sazón del intendente jeneral del 
ejército, don Victorino Garrido. 

Por fin, en los últimos dias de octubre se recibió en Lima 
la declaración de guerra del gobierno de Chile al jeneral Or- 
begoso i la orden de bloquear el puerto del Callao, medidas que 
venian a llenar las formalidades que las legaciones, británica^ 
norte-americana i francesa, hablan considerado indispensable 
para reconocer el bloqueo. 

Ya es tiempo de que alejando la vista de estas cuestiones 
injustas, la diríamos a la guerra misma i al vasto teatro en que 
debia tener lugar el grandioso desenlace de una empresa que 
tocaba ya a su fíni 



CAPÍTULO XI 



Sltnta^Cnu en Unifti— Los oonarl(Mii-«Oombate de Cumft 



Hemos referido en nn capítulo anterior, la llegada de Santa- 
Cmz a Lima i su recibimiento triunfal por nn pueblo fitscina» 
do de sus glorias i de su fausto monárquico. La batalla de Guias 
i la connivencia entre el Protector i los sitiados del Callao, 
habian decidido en su favor a los habitantes de la capital, que 
consideraban solidaria su causa con la de Orbegoso. Obede- 
ciendo a ese criterio errado, mirábase al Ejército chileno como 
enemigo de la integridad del Perú i se le rechazaba con el odio 
patriótico que inspira a todo espíritu noble un ejército invasor 
i conquistador. 

Dijimos también que una parte del ejército boliviano, man- 
dada por el Protector, habia salido de Lima aparentemente en 
persecución de las fuerzas chilenas, i que en realidad solo se 
contrajo a seguir con la vista su retirada, i embarque, para 
tener un pretesto de denunciar oficialmente el mal pié del ene- 
migo qtte huta ignominiosamente a su vista dejando resagados 
i dispersos. 

Apesar de sus palabras i de su júbilo aparente, Santa-Cruz 
comprendia las ventajas que el abandono de Lima reportaría a 
los contrarios, a la vez que la superioridad de su ejército ser- 
vido por una marina respetable. Su espíritu inquieto, debió 
medir con el pensamiento, los estragos que haría a su causa i 
a su poder una rápida incursión en el sur i en Bulivia, defendí- 



¡id8 OAUPAtri D&L P2Bl9 M 1838 

das por guarniciones de aparato, como eran los cuerpos de re^ 
cintas i los cívicos disfrazados de soldados. 

Estas consideraciones i muchas otras, debieron empaliar el 
iDrillante colorido del cuadro que se ofreciera a su vista el día 
de su entrada a Lima, como lo prueban sus propuestas de paz, 
i rechazadas éstas, su vivísimo anhelo de improvisar fuersífifeS 
pavales. 

Una de las proposiciones del ministro Wilson en las con-i 
ferencias de Huacho correspondía a esta inquietud] aquella en 
que Santa-Cruz pidió la igualación del poder marítimo de 
los dos países o lo que era lo mi^n^o el restablecimiento en su 
favor de las condiciones de la lucha. Hallábase ademas ansio- 
so de conocer el plan de guerra del ejército de Chile, i lo preo- 
cupaba vivamente la idea de que pudiera n^odificarlo da uu 
momento a otro, prevalido de su movilidad marítima. 

<rLo8 montes i las cordilleras de la Sierra (decia en altiso- 
nante lenguaje), los arenales i los bosques de la costa os ñtci-^ 
litan la resistencia, haciendo útiles vuestras armas domésticas 
para contrarestar la movilidad marítima a cuyo favor ptiede 
el enemigo stibséraerse de la presencia del ejército.i> 

El principal objeto de sus atenciones en Lima, fué fomentar, 
de cualquier modo, la creación de una escuadra; ya fuese azu- 
zando las pasiones aventureras de algunos comerciantes estran-* 
jeros, o ya pidiendo a gran prisa dos embarcaciones a don José 
Joaquin de Mora, su actual ministro en Faris. No era la pri- 
mera vez que el Protectorado tentaba este recurso. Habíalo 
tocado infructuosamente en 1837, antes i después de la desa- 
probación del tratado de Paucarpata. A sus esfuerzos de otro 
tiempo anadia hoi los alhagos, ofreciendo elementos i recursos 
al que quisiera lanzarse en las aventuras de la guerra de corso, 
i llegando hasta solicitar personalmente a cada uno de los que 
pudieran secundar su pensamiento. s 

La colonia francesa suministró el mayor continjeateVe 
socios, i después de marinos. Un francés, llamado Rertíj, 
antiguo boticario según se dijo, ayudado por sus compatriota! 
Laurent, Nussard i otros, consiguió armar en poco tiompí 
dos embarcaciones dotadas de oficiales estranjeros, de tropa 
peruana, de armas i de cañones suministrados por el Pro 4 
tector. 



1 



omñH Daii vwKñ w 1888 269 

La ocasión era oportuna para tentar nno de esos golpea bri^ 
liantes, con que la fortuna sonríe aun a los que quiere perder. 
La escuadra de Chile estaba, a la sazón, repartida en la dila« 
tada costa del Perú, i entregada a la ciega confianza de su 
indisputable superioridad. 

No ha llegado aun el momento de relatar la campaña ini» 
ciada el día en que los corsarios franceses se lanzaron a la 
mar, ni de referir los hechos que trasformaron a dos buques 
piratas en una escuadrilla temible para el comercio neutral. 
Bástenos^ por ahora, dejar asentado que el corso era ya un 
hecho; que la Confederación tenia ese nuevo elemento de fae¡t^ 
za i que la realización de esta medida deseada, desde tanto 
tiempo, fué uno de las mas importantes con que señaló Santa^ 
Cruz BU corta estadía en Lima. 

Becorramos ahora, a la lijera, los principales medios de 
que se valió para dar enerjía i resistencia a su causa en peli-i 
gro. Su atención se contrajo principalmente a Lima, cuya opi- 
nión había variado desfavorablemente a su respecto desde 
hacía algún tiempo. Muchos de los que salieron entusiastas a 
arrojar flores a su entrada, se manifestaban hoi descontentos 
de su conducta con Orbegoso, que saboreaba en las playas del 
Bouador el acíbar del destierro i de su imprevisión. Aunque 
tarde, se había llegado a comprender la política de Santa-Cruz 
i la manera sagaz i solapada, con que había minado al últi- 
mo hombre de prestijio que representara la Patria peruana. 
Estas consideraciones unidas al recuerdo de la revolución de 
julio, debieron modificar la opinión de Lima i fué a causa de 
esto que Santa-Cruz creyó necesario prevenir los acontecimien- 
tos que pudieran sobrevenir en su ausencia, creando en la capi- 
tal la Guardia Nacional, compuesta de infantería i de caba- 
llería (1). 

Esta medida de un carácter defensivo, es de escasa impor- 
tancia, comparada con las que se referíau a la guerra misma. 
Ba pensamiento no se apartaba uq momento de las divisiones 
chilenas, que proseguían entretanto, su marcha al interior. 

Apesar de que el jeneral Búlnes se internaba resueltamente 
en la Sierra, no había determinado aun, con fijeza, el plan 



(1) Decreto de Riva- Agüero.— Noviembre 16 de 1838. 



270 düfPAMA DSL PBÜÚ I8K 1838 

de BUS fatuvaa operaciones» Sabia que estando <(1as cosas & H 
guerra sigetas a mil contrastes i ooatinjencias)) no era posible 
precisarlas con anticipaciont 

Sin embargo, sus ideas a este respecto^ e^ aquella ¿pooai 
eran las siguientes i 

(Iteseryado.)*<-^<iEsta (la campaña, en la Sierra, deda a la 
gobierno) se abrirá en el mes de marzo venidero, época- en que 
terniina la estación de las lluvias en aquellas rejiones. £2ntra 
tanto, se arreglará i disciplinará nuestro ejército, aumentan* 
doie con las altas de los hospitales, i el ejército peruano no 
iolo logrará estos beneficios, sino también el incremento de dos 
jbatallones mas, Oon semejante aumento de fuerzas nos encon- 
traremos en estado de obrar con ventajas en estos lados de la 
Sierra, i de emprender al mismo tiempo por la parte del Sad| 
en connivencia con el batallón Chillaa que se enviarla de Yal^ 
paraíso i como 300 caballos que pido a Y. S. para nuestra 
caballería, formando en todo una división de 3000 a 4000 liorn* 
bres, con que podría penetrarse /lasta el Cuzco o la Paz según 
conviniera7> (31 de noviembre), 

El interés de Santa-Oruz por conocer ese plan, se revela en 
las publicaciones oficiales de su gobierno. Sus conjeturas i las 
de sus allegados están hábilmente espresadas en el í eo del 
Protectoradoy que llegó a comprender, con bastante aproxima- 
ción, el pensamiento del enemigo. Solo pueden reducírsela tres, 
decia este periódico, las combinaciones que medita el ejército 
contrario: 1.^ aguardar en Huacho al ejército peruano i apoyar 
una de sus alas en la escuadra; 2.* marchar a Hwiraz i repa^ 
nerse para emprender sus operaciones, — ^lo que sujiere al autor 
estas reflexiones alhagueñas: (rSiestose verificara, en realidad, 
a saber, la ocupación de la Sierra i que allí quisieran soste- 
nerse, marcharíamos a buscarlos con la mitad del ejército del 
norte, seguros de vencerlos en ocho dias con mui pocos esfuerzos 
de nuestra parte;í) i 3.* dividir su ejército en dos porciones, 
hacer con una la guerra en el Norte, i con la otra en el tíur, 
recibido que haya de Chile un refuerzo de caballos. 

Pero ¿de qué provenia el marcado interés de Santa-Cruz por 
abrir la campaña? ¿Era acaso la seguridad del triunfo obtenido 
a poca costa, lo que aguijoneaba su espíritu i su ambición? 

Es que su situación en Lima comenzaba a hacerse insoste- 



OAMPASa DBT4 PKRtJ RK 1838 2tl 

hible, por las mismas caasas que atonneotaban nó ha mucho 
al ejército chileno. Sas soldados, oriundos de Solivia, no resis- 
tían al clima insalubre de la capital. JEl ejército boliviano habia 
heredado la situación difícil i precaria del ejército chileno, i la 
ciudad de Lima, era una red en que se habia dejado prender su 
vanidosa sencillez. Aparte de estas consideraciones, habia otras 
de un orden político. Santa*Cruz temia por la tranquilidad de 
Bolivia, que comenzaba a ajitarse contra él por las sujestiones 
del jeneral Ballivian, lo que lo hacia desear doblemente la 
terminación de la campaña. 

El jeneral Herrera esplicaba, algunos aflos mas tarde, en 
estos términos, los motivos que impulsaban a Santa-Cruz a 
buscar en un campo de batalla al ejército chileno: <rLa primera 
razón era, porque los franceses le hablan prometido tomar la 
escuadra chilena en Casma, i 2.^ porque ansiaba dar una bata-' 
lia para tranquilizarse sobre Bolivia, pues este pais estaba 
descontento i Ballivian le habia dado inquietudeSé 

«El le habia ofrecido hacerlo presidente i sin embargo habia 
hecho a Calvo, paisano, que habia sido su ministro, etc.2> 

Esta resolución mantenida en suspenso causaba males de 
consideración a su ejército, que safria, a la sazón, de los mis- 
mos quebrantos que hablan atormentado al de Chile cuando 
aguardaba su bajada de la Sierra. Decidióse, por fin, con reso- 
Inoiony a salir de esa actitud espeotante. Su plan se redujo a 
una sola idea: a perseguir al ejército chileno, hasta darle al*' 
canee. Sus divisiones debian reunirse en un punto d^termina^ 
do i marchar resueltamente contra el enemigo. 

Formado este propósito, no tardó en ponerlo en ejecución. A 
mediados de noviembre salió de Lima, por el camino de Ohan<« 
cay, el coronel Carrasco (1) con 270 hombres, a espiar la mar«t 
cha del Ejército Restaurador i sorprender una columna lijera dd 
40 soldados i algunos montoneros, mandados por el comandante 
Ponce. Mas o menos al mismo tiempo, salió de Lima el jeneral 
dozL Pedro Bermudez^ con una división formal compuesta de dos 
batallones de infantería i de un escuadrón de caballería, qué 
tomó posiciones cerca de Canta i continuó de ahí su marcha 
hida la Sierra, por el camino de Cajatambo, inclinándose al 



itM>mmmmm0¡tt»tm»tit 



(1) Plaoenoia 4ice equif ooadamonte el oprosiQl OuUarte^ 



2'?2 oaUpaña dkl PBRií Kíí 1838 

cerro de Pasco. Posteriormente salieron de Lima las divisiones 
de Herrera i de Moran, compuestas de 6 batallones en la mis- 
ma dirección que las fuerzas de Bermudez. El jeneral doa Juan 
Pardo de Zela conservaba su puesto de comandante militar de 
las provincias de Junin i de Huaylas. 

Bástenos por el momento enumerar las principales disposi- 
ciones militares tomadas por Santa-Cruz. Conozcamos antes sus 
trabajos en Lima, para completar el cuadro de las principales 
medidas con que trató de tornar a su favor una situación que 
él mismo habia creado. Fué una de ellas declarar nulos, como 
de costumbre, los actos del gobierno anterior; hacer tabla rasa 
Bobre todo lo que hubiese tocado la mano impura e ilejítima 
del jeneral Qtimarra. Llamólo por otro lado a la reconciliación, 
ofreciendo a los emigrados el olvido de su conducta pasada, sin 
mías que acojerse a la sombra de su poder. El único inconve- 
niente de esta política magnánima, era que podia contrapo- 
nerse con sus mismos actos, pues, el dia anterior habia dictado 
un decreto despojando de todos sus empleos a los que firmaron 
el acta de proclamación del jeneral Gamarra. El presidente 
Biva-Agüero amenazaba el mismo dia con la pena capital al 
que se comunicase con los enemigos, en un decreto cuyo primer 
considerando merece recordarse a titulo de curiosidad histórica: 

((Considerando: que los invasores chilenos i el intruso go- 
bierno de la capital huyen despavoridos de las armas de la 
Confederación, hacia los pueblos del norte de la Eepáblica car* 
gos de la execración del país i del peso de su afrenta i de su 
perfidia 2> (!)• 

El clima de Lima i la escasez de recursos eran los grandes 
enemigos que Santa-Cruz tenia que vencer. La guerra habia 
Vaciado sus arcas tan provistas en otro tiempo, lo que lo obli- 
gó a reducir eü la mitad el sueldo de los empleados civiles i 
de finanzas. No se ocultaba a su mirada intelijente las resis- 
tencias que su causa encontraba entre muchos peruanos, desde 
que la espatriacion de Orbegoso habia venido a poner en claro 
la fé que se debia a su política i a sus promesas. 

La opinión del pueblo se modificaba en su contra^ lo que 
istfiadido a la necesidad de dar una apariencia de verdad a la 



(1) Decreto de 16 i% noviembi^e de 18S8* 



OAMPAffA DBL PBRtí KM 1838 273 

« 

palabra solemne empeñada a Orbegoso^ lo puso en la ne- 
cesidad de espedir un decreto, convocando a un Congreso jene- 
ral de los tres estados, que debia reunirse en Lima, en el Cnz- 
co i en la Paz, quince días después de terminada la guerra^ 
cuando ya hubiese orlado sus sienes con los laureles del triun- 
fo. El Congreso debia resolver si la Confederación merecía 
vivir o sí debia morir. £1 único mérito de esta medida consis-^ 
tia en su inutilidad, llevada a la práctica. Sí el Congreso se 
hubiese reunido al día siguiente de una victoria, estaba frefo 
el recuerdo de las asambleas de Huaura i de Sicuani para cal- 
calar la dosis de libertad electoral, que el vencedor dejaría a 
sus subditos; i si la campaña le faese funesta, rodaría por sí 
Bolo, sin necesidad de Congreso, el fastoso andamio que sostenía 
el edificio de su ambición i de su poder. 

Hemos enumerado entre sus medidas mas importantes la 
creación del corso, que de un simple deseo habia pasado a la 
categoría de un hecho consumado. El jeneral B&Ines informa- 
do de sus aprestos navales, envió al Callao al comandante 
Bynon con el Aquiles, a reforzar las dos pequeñas embarcacio- 
nes Janeqmo i Colocólo que permanecían en aquel puerto, a 
la vez que a impedir que los corsarios se dirijiesen a las costas 
de Chile a hostilizar el comercio de cabotaje i aun el de inter- 
cambio, lo que habría introducido el pánico en el comercio 
marítimo de la costa que vivía al abrigo de su superioridad 
naval 

Los aprestos se continuaban a la sazón activamente en el 
Callao. El entusiasmo de los aventureros franceses era excita- 
do hábilmente por el mismo Protector, i ofracias a el, se lanza* 
ron a la mar tres embarcaciones corsarias^ la Bdmondy la 
Smaek i el FeriU 

¿Qué compi^omisos mediaban entre Santa-Cruz i los arma* 
dores para que éstos se aventurasen, de su cuenta i riesgo, a 
coi^rer los peligros de una guerra? Se comprenderá la díñcuUad 
de responder acertadamente a una pregunta que corresponde a 
un arreglo secreto, pasado entre dos interesados» Sin embargo, 
d^ose entonces que el Protector, ademas de los recursos en 
dinero, en hombres, en buques^ en cañones, etCi, se compróme* 
tío a comprarles los cascos i cañones de los buques apresados, 
f^severacion que tiene todas las apariencias de la verdad, pues^ 



274 oampaNa dbl pskó bn 

uno dt* los mas importantes fines que persiguiera con el corad^ 
era aumentar su reducida escuadrilla. 

En cnanto al espirita de los aventureros que se enrolaron en 
la empresa, baste saber por qué medios se obtuvo su concarso. 
Hé aquí la proclama de enganche encontrada en el Arequi" 
peño. 

({Marineros: Es llegado el momento de enriquecerse ea po- 
cos días, pues una fuerte escuadra se habilita para destruir a 
los infames chilenos, después de cuya consumación se os daráa 
200,000 pesos. Por cada cañón que quitéis a los enemigos se 
03 darán 1,200 pesos. Por cada cien toneladas de trasporte 
que destruyáis 1 ,000 pesos. Por cada prisionero de guerra .1 7 
pesos, i a mas 1,000 si apresáis 5 trasportes enemigos. Se os 
ofrece una onza de oro adelantada i tendréis a bordo buea ran- 
cho. Venid pues a engancharos en el Callao, en el callejón de 
Bies.]) 

Dijimos ya, que la ocasión era brillante para tentar a la for- 
tuna. En la época a que hemos alcanzado, la corbeta Libertad^ 
mandada por Postigo, navegaba con rumbo a Payta acompa- 
ñando a la Socabaya que iba en mal estado: el Aquilea^ el 
Arequipeño, la Colocólo i la Janeqiieo se dirijian al Callao: la 
corbeta Valparaíso^ salió dos días después de la partida de 
Bynon, con el mismo rumbo i por consiguiente navegaba sola: 
el grueso de la Escuadra, compuesto del OrbegosOj la Confede* 
ración i la Monteagudoy permanecía en Samanco donde estaba 
el comandante Simpson con algunos trasportes. Cada buque 
navegaba separado, sin abrigar ningún temor. 

En estas circunstancias una escuadrilla enemiga, por peque- 
ña que fuese, obrando con actividad, podia irrogar serios per- 
juicios al comercio chileno i aun al ejército, sorprendiendo las 
embarcaciones de guerra que se alejaban de la escuadra. Esa 
actividad no haría falta a los audaces empresarios que perse* 
guian en el mar la fortima que la tierra les negara. 

Bynón surjió enfrente del Callao en los últimos dias denoviem» 
bre, en momentos en que los buques corsarios estaban listos 
para zarpar. Algunos dias después de su partida de Supe, habia 
marchado a reunirsele la corbeta VatparaisOj conduciendo plie« 
yífit del jeneral en jefe, pero a su llegada al Callao se supo que 
la eKHiftdríUa de Bynon babia hecho rumbo al nortea ¿Qué mo* 



OAMPAÜA OKi« pmú gü 183S 2t5 

tivo había podido obligar a Bynon a suapendor repentítiamente 
el bloqueo i a abandonar el puesto que se le habia confiado? . 

Poco después de su llegada al Oallao, i reunido con la Jane* 
gueo i la Colócalo, que cruzaban a la altura de San Lorenzo, su^ 
po que el enemigo se preparaba para darse a la vela. En efecfco, 
ea la ma&ana del 24 de noviembre los corsarios que, a mas de su 
ordinaria tripulación, llevaban 300 soldados de línea, seguidos 
de las fheraas sutiles de la plasa, tan bien tripuladas como las 
embarcaciones mayores, sallan a velas desplegadas de la bahía 
del Oallao en demanda, al parecer, de la escuadrilla bloquea*- 
dora, La arrogancia de su marcha hizo creer al comandante 
Bynon que caminaban al as&lto de su escuadra. Retiróse entón^ 
ees mas afuera, para obligar a los corsarios a separarse de las 
embaFcadones menores que no hubieran podido seguirlo en su 
l^era marcha, i efectivamente llegaron a tiro de cafion de la es* 
cuadrilla chilena, que estaba apercibida para el combate. Cru- 
sironse algunas balas por ambas partes, i un]momento después 
los asaltantes se retiraron apresuradamente al Callao a reu- 
nirse con sus fuerzas sutiles, lo que pudieron efectuar en la 
rqion llamada de las Calmaa. 

Bsta primera tentativa, si bien no tuvo ningún resultado 
lamentable para la escuadra chilena, reveló al comandante 
Bynon que su situación en San^Lorenzo no era tan segura 
como lo habia sido hasta ese día, i que no le seria posible vivir, 
oomo hasta entonces, al abrigo de su superioridad, sino de su 
T^ilanoia i de sus caflones. Esta razón lo decidió a abandonar 
momentáneamente el bloqueo, para tripular mejor sus embar- 
caciones. 

El aislamiento de las divisiones de la escuadra impedia 
que los comandantes supiesen a punto fijo la situación de 
las embarcaciones que no estaban bajo sus inmediatas órdenes. 
Bynon creia que la Santa- Cmz venia en marcha desde el sur 
i deseoso de evitarle ima sorpresa, envió a su encuentro la go- 
leta ColocolOj esponiéndola a su vez a ser sorprendida i toma- 
da. Si una escuadrilla compuesta de 3 buques no se considera- 
ba segura al frente del Callao, ¿en qué situación quedaba una 
sola embarcación de escasísimo poder? Esta medida no tiene 
mas esplicacion que la necesidad de dar aviso det peligro a 
o^ra enibarcaciou que se la suponía navega^udo qx\ esas niisn^as 



aguas, plagadas do oorsarioSr Algunos dias despaos fu¿ a 
r^unímele la goleta Janequea. 

Eu estas círcuQstancias, es decir, cnando Bynon abandonan^ 
do el bloqueo se dirijia al norte, llegó al Callao la corbeta 
Valpc^rciisQ coa pliegos del jeneral en jefe. Durante su ausen-- 
qia, los. corsarios enemigos se hablan hecho a la vela con el pro? 
|)ósito de visitar toda la costa hasta Payta. 

Entre tanto, reunido Bynon con Simpson en la caleta de 
Barranca, recibió óden de regresar inmediatamente al CaUao 
a continuar el bloqueo i juntarse con la Valparai40j ctijra 
BUerte inspiraba a los marinos las mas dolorosas inquietudes, 
Bynon regresó en el mismo dia llevando, ademas de sus pro- 
pias embarcaciones, el Aquilea i la Santas Cruz. 

Entre tanto el comandante Simpson habia variado nueva- 
mente su fondeadero de Supe, i trasladidose a Samanco, que 
cambió a su vez por el de Santa. La escuadrjBi buscaba, en va- 
no, entre esas caletas áridas i pobres, un lugar apropiado para 
su permanencia sin poder hallarlo, pues, las costas del Pera eran 
tan inclementes con el ejército de Chile como sus ciudades i va- 
lles. A petición del jeneral Vidal dejó en Barranca al bergantín 
Arequipeño que habia de servir de tema, al mas triste episodio 
de esta campaña naval, i también a su mas brillante revancha, 

¿Veamos qué suerte corria la escuadrilla de Bynon, i los bu* 
ques que quedaron a su espalda en su primera retirada? Todo 
dependia en ese momento de su actividad, porque el resto de 
la escuadra confiada en él, navegaba sin precauciones, condu* 
dendo soldados i recursos. Bynon supo, en su marcha, por un 
buque alemán, que los corsarios hablan abandonado su fondea* 
dero del Callao i dirijídose al norte. Esta noticia lo arrojó en 
una perplejidad fácil de comprender. ¿Debia cumplir su comi- 
sión, llevando el bloqueo a un puerto, en que ya no existían 
enemigos, o volvería sobre sus pasos, para evitar un fracaso 
seguro, a los trasportes i buques de guerra repartidos en el 
litoral? ¿Obrando así no esponía también a una sorpresa, a las 
embarcaciones que llevaba encargo de reunir? 

Temeroso, tal vez, de que una segunda retirada se prestase 
a comentarios desfavorables a su bien sentado crédito conti- 
nuó su marcha al Callao; pero áutes comunicó a Simpson, por 
medio de un bote, las noticias recibidas. 



OÁMtÁfk DfiL PSBt} 8K isas 27? 

Algunos días después se reunió cerca del Callao con las tres 
embarcaciones que llevaba encargo de reunir i de protejer, i 
como las circunstancias hubiesen cambiado totalmente^ por la 
salida- de los corsarios^ espuso a los comandantes^ reunidos 
en consejo de guerra^ los términos de su duda i de su inquie- 
tud, El consejo manifestó unánimemente la opinión de sus- 
pender el bloqueo por segunda vez, i de marchar en auxilio de 
las embarcaciones, que estaban en el norte. En conformidad 
4e este acuerdo, la escuadrilla se hizo nuevamente a^ la vela 
en la mañana del 3 de diciembre, i tres dias después surjió en 
Santa. Horas antes de llegar a su fondeadero divisó Bynou 
tres enbarcaciones ocultas en la brumas del horizonte, i un 
momento después pudo distinguir dos buques, que junto con 
hacer fhego sobre aquellas embarcaciones, izaban en su palo 
mayor el estandarte de Chile. 

No referiremos todavía la causa de esas manifestaciones ho8« 
tiles, ni podríamos hacerlo sin incurrir en un anacronismo his-< 
tórioo. 

Hemos dicho, que el comandante Simpson habia dejado 
en Supe, a petición de Vidal al bergantín Arequipeño i que 
los corsarios, sabedores de sus situación aislada aalian del Ca- 
llao a media noche para ejecutar, con mejor éxito, la sorpresa 
que tenían proyectada. 

El jeneral Vidal, que habia sabido por Bynon la aproxima^ 
oion del enemigo, ordenó al comandante del Arequipeño que 
se hiciera a lávela para Samanoo, donde estaba Bimpson; 
pero apenas se empezaba a dar cumplimiento a esta ór^ 
den, cuando se presentaron los corsarios a la vista del puer- 
to, mandados por un aventurero francés llamado Blanchet. 
Los asaltantes fueron reconocidos con tiempo por el coman- 
dante del ArequipeñOy quien ien vez de pensar en la salva- 
don de su buque o en su defensa^ solo trató de ganar la 
tierra, dejando el buque i la tripulación a merced del enemigo. 
Blanchet se apoderó de el sin disparar un tiro. 

Sea dicho en honor de nuestra marina, que el Arequipeño 
no pertenecía a Chile sino al Perii. Fué uno de l<>s buques 
sorprendidos en el Callao por don Victorino Garrido en 1836, 
que habia sido restituido al Perd por el jeneral Bólnes en el 
tratado de subsidios que estipuló con Laso, eii gctubr^ de ese 



878 CAMPA» A DBÍi Í»BK(5 BK 1838 

mismo año. Por consiguiente el Arequipeuc habia dejado de 
pertenecer a la escuadra de Ohíle i el gobierno peruano le ha-> 
bia nombrado un nuevo comandante. Pero, de todos modos, 
]aB consecuencias del desgraciado suceso, ya que no el dea* 
lionori refluían sobre el [ejército chileno, cuya superioridad 
disminuía en la misma proporción en que aumentaba la del 
^^enligo, 

SI suceso del Arequipeño vino a confirmar, aunque tardoi 
la certera previsión con que el gobierno de Chile i^o aprobó, 
sin reserva, esta cláusula del contrato de alianaa, diciendo 
giíe la entrega del Arequipeño i la de SantOrCruz podriot cam^ 
pitear laa operaciones^ (1) 

Los corsarios, orgullosos de su fyi.cil triunfo, sacaron su pre*» 
sa de las aguas de Supe para <lirijirse a Payta, donde se enoon* 
traba la Libertad i la Sooahaya (2). Los principios de su 
campaña fueron tan alentadores i brillantes como fué de de«< 
sastroso su fin. En la travesía se apoderaron de dos buqaes 
mercantes (Saldivar i San Antonio) que incendiaron, «le»pues 
de tomados, 

Pasaban a la altura de Santa cuando fueron vistos por la 
división de Simpson el que, midiendo mas su ardimiento que 
el número de sus enemigos, se lanzó a mar abierta en su per^ 
seoucion i fué en ese momento cuando se avistó la escuadrilla 
conducida por el comandante Bynon. Este, sin pérdida de tiem* 
po se lanaó en alcance de los corsarios, con tanto ímpetu como 
mala ventura, porque después de haberlos perseguido ina» 
tilmente durante algunas horas, los perdió de vista ea la 
noche. 

Pero si la persecución de la escuadra chilena no tuvo por 
resultado arrebatar el Arequipeño de manos de sus captores, 
Bynon consiguió siquiera, apoderarse de la goleta San Antonio 
i devolver la libertad a una parte de los prisioneros que se ha- 
llaban en ella. 

La noticia de la captura del Arequipeño produjo en el Cuar- 
tel Jeneral chileno un pesar proporcionado al entusiasmo que 
despertó en el círculo oficial de Lima. La fausta nueva, llega- 
da en la noche a la capital, fué comunicada al público en el 

(1) Santiago, diciembre 12 de 1838. 

t2) Parte de Blaucbet.— JSco del Protectorado^ núm. 138. 



CAMINARA DEL PF.RÚ EN 1838 2T9 

teatro por el mismo Protector^ i recibida con el mayor alboro- 
zo i entasiasmo. 

La escuadra aliada aufria el peso de la afrenta que aquel 
suceso arrojaba sobre ella. ^Supongo a Y. S., decia Búlues 
a Postigo, (diciembre 29) ea ese puerto (Santa) reunido al 
resto de la escuadra i suficientemente instruido de los aconte* 
oimientos navales que han tenido lugar desde lá salida de Y. 
S. del puerto de Huacho; acontecimientos deplorables i contra 
los cuales no ha podido hasta ahora tomarse medida alguna 
efectiva, para evitar los males i embarazos que ellas nos oca* 
alonan i de que se resentirán todas las operaciones futuras de 
la presente campaña. Es necesario, pues, señor Comandante 
(ahora que se halla Y. S. de nuevo al frente de la escuadra) 
no perder un momento en hacer por nuestra parte los mayo* 
res esfuerzos para remediar estos males i para vindicar al mis- 
mo tiempo el honor de la marina chilena, desgraciadamente 
atacado por solo dos corsarios.D 

En esa misma época envió a la costa al Intendente Jene^ 
ral del Ejército don Yictorino Garrido, para que arbitrase, de 
acuerdo con Postigo, todas las medidas tendentes a la seguri'^ 
dad de la escuadra. 

Yueltos los corsarios al Callao después de la captura del Aré* 
fuipeñOf Bálnes ordenó al comandante Postigo que, de acuerdo 
oon GkurridO) enviase cuanto antes una fuerte división para blo<^ 
quear a los buques enemigos en el centro mismo de sus recur¿ 
sos i de BU poder. Comparadas estas advertencias con los su- 
cesos, no puede menos de reconocerse que resumen el plan 
que debió seguir nuestra escuadra i que su fiel ejecución habria 
bastado para evitar los males que se deploraban. Bálnes temia 
oon razón, que los corsarios, envanecidos con su triunfo, se di- 
rgiesen a las costas de Chile a hostilizar el comercio de cabo- 
tajei temia el mal efecto que esa incursión produciría en la 
opinión páblica de Chile i los males que pudieraocasionar la 
súbita aparición del enemigo, en medio del comercio descui¿ 
dadok 

I^ara neutralizar estod peligros, salió con rumbo a Chile una es- 
úoadrilla de tres buques (él Áquilesy la Janepieo i la Colocólo) 
i de dos trasportes^ a las órdenes de Bynon, que surjió en Talca- 
huano sin haber avistado enemigos i pa^ó de allí a Yalparaiso; 



280 CAMPAÍÍA DEL PRRlí EN 1838 

A la sazón, el gobierno de Chile que había reunido en Oon- 
cepcion la división ausiliar que debía conducirel entonces coronel 
don Justo Arfceaga, quiso aprovechar la llegada de los Í>aqne8 
para escoltarla ha^ta el Perú. Sucedía esto a principios de 
enero de 1839, en los mismos momentos en que se jugaba en 
las montaüas de Ancachs la suerte do la guerra. Los célebres 
combates que tuvieron lugar en el Perú, hicieron inútil el en* 
TÍO de ese refuerzo i el regreso de la escuadrilla. 

Entre tanto Símpson, se habla marchado a Huanohaco des* 
pues de la partida de Bynon, en busca de algunos soldados 
peruanos que habia reunido Gamarra i La-Fuente i regresado 
con ellos a Santa, en los primeros días de enero. 

El interés de la claridad nos hace preciso llegar basta el 
término de esta campaña marítima, a riesgo de trastornar el 
orden cronolójico de los sucesos. 

Mientras se realizaban en la costa los acontecimientos qae 
pasamos a referir, sucedían en el interior del Perú, en las gai^ 
gantas de la Sierra, hechos de un carácter mas trascendental , 
Sin embargo, ya que hemos acompañado a la escuadra en sus 
regreses, acompañémosla en sus triunfos. Después seguiremos 
al ejército chileno en su marcha difícil i laboriosa i en su des- 
quite jigantesco de Yungai. 

Entre tanto. Postigo que, por orden de Búlnes, se habia 
reunido con el comandante Simpson en Santa, envió a éste a 
la caleta de Oasma con una escuadrilla de tres buques, la 
Confederación^ la Santa-'Cniz i la Valparaíso, a hacer provi- 
sión de lefia* 

Simpson descansaba en la confianza de avisos recientes, que 
aseguraban que la escuadra enemiga permanecía fondeada en 
el Callao. Sin embargo, desembarcó en Casma los soldados 
del Carampangue que formaban la guarnición de los buques al 
tüando del esforzado teniente del mismo cuerpo, don Andrés 
Campos, el que a su vez colocó un vijía en una altura que dq« 
mina la bahía. 

El primer día (11 de enero) se hizo sin ninguna dificultad 
Ú carguío de la leña; pero en el medio día del siguiente, el 
centinela apostado en la altura, dio parte que se divisaban ve* 
las en el horizonte. Simpson trató de subir el cerro para cor* 
dorarse del jiuuncio por sí mismo; pero como el camino faese 



oampaÍTa DtL PBBÚ nf 1888 281 

^caTpado, i mui larga la distancia para llegar a la cumbre^ nt 
dejó rendir por la fatíga i retrecedi6 desde la mitad de la 
&lda. 

Suspendido inmediatamente todo trabajo i avisados los co- 
mandantes de la proximidad del enemigo, se tomaron disposi- 
ciones pata resistirlo, colocando los buques en son de combate, 
distribuidos del modo siguiente: la Confederación se situó al 
£rente a guisa de avanzada, a una distancia proporcional de la 
ValparaisOy que tomó colocación a su derecha i de la Santa- 
Cruz que ocupó una situación análoga a su izquierda. En la 
base de este triángulo o mas apropiadamente, a retaguardia 
de la línea, se colocó el trasporte Isabel que conduda la lefia. 

El altivo marino, que debia inmortalizar su nombre 'en ese 
día afortunado, era orijinario de Inglaterra, de donde vino, 
a principios del siglo, como tantos otros defensores de nuestra 
libertad naciente. Simpson sirvió algunos años a las órdenes 
de Ooohrane, i cooperó a todas las grandes empresas que rea- 
lizó el jenio i la audacia de ese marino ilustre. 

Su nombre está vinculado a los mas importantes sucesos na- 
vales de la guerra de la independencia, por haber acompañado 
a Oocbrane a Valdivia i al asalto de la Esmeralda i convoya^ 
do á San Martin en su marcha al Perú con el Ejército Liber- 
tador. 

Desde entonces su crédito se fué estendiendo i sus servicios 
ejecutándose en la vasta esfera, que le iba abriendo, en propor- 
ción creciente, el crédito de sus pasados i de sus [actuales ser- 
vicióse En Gasma, Simpson se hizo digno de estos anteceden- 
tes; la misma distribución de su linea, colocando a su buque de 
avanzada i en el centro del peligro, testifica la arrogancia i aU 
tives de su carácter. 

Alas cuatro i [media de la tarde de ese dia (12 de ene* 
tó) el ÁrequipeñOy penetró valientemente a la bahía, i des<^ 
pues de reconocer a poca distancia la posición del enemigo» 
puso de nuevo su proa hada la mar, donde se reunió con el 
resto de la escuadrilla. Los corsarios, con un arrojo digno de 
tnejor causa, se decidieron a asaltar al abordaje a los buques 
tkilenos, i a las 5 de la tarde, mas o menos, penetraron al 
puerto sin haoet mauifeataoion hostil^ hasta que estuvieron Bí 
distando de tiro de ftisil^ 

^ 



^82 oautáSa dbl pshú ek Íd38 

La escuadrilla de los corsarios se componia'del Arequipeho? 
la Edinondy la Mejicanei i la goleta P^rá. Los dos primeros 
marchaban a la cabeza del convoi^ con tal impetuosidad, que 
no pudieron detenerse a tiempo i pasaron rozando a la Con/e' 
aeración que les hacia un fuego vivo de infantería i de artille- 
ría, i aun llegaron a enredarse con ella en los primeros mo- 
mentos. 

La tropa de Simpson, formada en la cubierta, hacia un fuego 
activo i violento sobre las tripulaciones enemigas, que preten- 
dieron infructuosamente abordar la cubierta. . 

Desenredados de la Confederación^ después de algunos es- 
fuerzos, el Arequipeño i la Edmond pasaron a la segunda línea 
aproximándose a la Santa-Giiiz^ hasta el estremo de que el 
Arequipeño se enredó con ella, como le habia sucedido hacia 
un momento con la Confederación. 

Allí intentaron nuevamente tomar el buque al abordaje, sin 
que sus esfuerzos consiguiesen doblegar la tenaz i sangrienta 
defensa de los marinos i de los soldados de Campos* 

Entre tanto, la Meficana i el Perú bombardeaban a corta 
distancia a la Valparaiso i a la Confederación que respondían 
con la misma enerjía. 

£n ese momento un espectador de tierra no habria podido 
ver sino un hacinamiento de buques confundidos entre sí; la 
Edmond cruzando sus fuegos de fusilería i de artillería con la 
Confederaciony el Arequipeño, enredado con la Santa^Crua^ 
haciendo supremos esfuerzos para deshacirse de ella. 

ccEra sin duda un espectáculo tremendo i sublime al mismo 
tiempo, dice un testigo ocular (1), el ver un grupo de cuatro 
buques (la Edmond, el Areqmpeño, la SdntorCruz i la Coiife» 
deracion), todos a quema-ropa, enredados los tres primeros poí 
un breve momento, i después el segundo i tercero, haciendo un 
fuego infernal de cañón, de fusil, de granada de mano, i la 
gritería incesante de nuestra j ente con el imponente ¡Viva Ohile! 
i la cubierta inundada de sangre i ardiendo, al mismo tiempo^ 
con la pólvora derramada sobre ellaiJ) 

Después de hora i medía de combate^ en qué el Arequipeño 



»■ ! ■ r II I 



(1) Carta de don Santiago Ballar&a al j^néral Búlnes.— Oasma, 14 d^ 



tmvo de I6884 



» - 



QkunUk üiiL PIRÓ BK 1888 288 

üdliabia conseguido desatirso del bnqtie que involuntariameu*. 
telo wtema prisionero I habiendo perecido Blanohet, víctima 
dé BU osadía, aparte de los perjuicios materiales que el caño* 
neo les babia causado, las embarcaciones enemigas se pusieron 
en (bga, dejando en nuestro poder al AreguipeñOy i borrando asi 
la afrenta que habia impuesto a la escuadra restauradora, su 
fkSl aprehensión en Bupe, 

Los buques ohilenos, lastimados con Job ibegoi del enemigo 
no pudieron perseguirlos. 

XI comandante Simpson, al dar cuenta del suceso con justo 
orgullo al jenend «n jefe, recomienda especialmente a los co« 
mandantes de la Santa^Oruz i de la Valparaíso i al teniente 
Oampos, que adquirió desde ese dia una una reputación envi- 
diable de soldado; al guarda marina don Domingo Prieto; al 
cabo del Oarampangue Jos¿ María Arestey; [el soldado Tomas 
Ouevas i al distinguido coronel de.injeniéros don Santiago Ba- 
llama, que permanecia a bordo por enfermo, privando así al 
I^jéroito Restaurador del ausilio de su intelijencia, de su celo 
i de BU distinguido valor (1). 

SI resultado de este combate ñié el rescate del Areqiiipeñoi 
]a muerte de su comandante i de 13 hombres del equipaje; 70 
prisioneros, sin contar los heridos i muertos de las embarca- 
ciones que emprendieron la fuga. 

La escuadra aliada volvió por su honor comprometido en 
Supe 45 dias ¿ntes. 

El combate de Gasma cierra dignamente la campaña a que 
fué provocada la marina chilena por los ajentes del jeneral 
Santa-Cruz. 

Los corsarios se dirijeron precipitadamente al Callao donde 
desarmaron- sus buques para conducirlos a Guayaquil, con 
bandera francesa. 

Así fueron desbaratados, de un solo golpe, los esfuerzos per- 
severantes de Santa-Cruz para levantar el poder naval de la 
Confederación i simultáneamente los cálculos interesados de 
los que se prestaron a servir de corsarios. El caprichoso des- 
tino que lo elevara un dia al colmo de los honores i del 
poder, parecia complacerse en deshacer su obra; al mismo 



(1) Parte oficial.— 'Oasma 13 de enero de 1839. 



Sfrl ojMTJJtk DiL tmi %v 1838 

tiempo que Simpson daba el golpe de muerte a sus audacei 
tentativas en el mar^ Búlnes asestaba a su poder terrestre mi 
golpe tan brillante como decisivo. Ocho dias fueron bastantes 
para anonadarlo en mar i tierra i para reducirlo de la condi» 
don de soberano a la de prófugo. 

Profunda lección que no debieran olvidar los que aspiran a 
aprovechar la fortuna, con que la Providencia corona sua et? 
fberzosi en el logro de su ambición i no en el bien de sus pue- 
blos! 

La humanidad^ cuya causa es común i cuyos intereses son 
recíprocos, no permite por largo tiempo el ultraje de sus mas 
sagrados fueros. Las ofensas a un pueblo lastiman indirecta- 
mente a otro, i sin plan ni acuerdo preconcebido se arma la 
mano vengadora que devuelve a la civilización sus derechos. 

Si no fuera otra la lección que pudiera sacarse de esta his- 
toria, ella seria de por sí suficientemente provechosa. Santa- 
Oruz conquistó el Perú i lo avasalló: una parte de la América 
se consideró amenazada con su proceder i Chile fué el brazo 
vengador que^ desbaratando sus planes, devolvió a la Amenes^ 
su seguridad i al Perú su independencia. 



CAPÍTULO xn 



Jüiut}!^ de Iw lyércltos Bestanrador 1 Proteetoral a lai 

prpyiiielas del ^orte 



La necesidad de presentar en nn has todos los términos del 
gran problema que iba a decidirse en el norte^ nos obligó a 
separamos de los ejércitos rivales^ en los momentos en que 
nno se ponia en marcha hacia Huacho, i en que el otro ocupa-* 
ba la ciudad de Lima. Volvamos nuevamente la vista a esas 
dos grandes entidades, que anhelaban impacientemente ter« 
minar la contienda. 

B^'imos que el jeneral Santa^Cruz se habia resuelto a buscar 
en el norte al ejército chileno i que con ese objeto hablan salido 
de Lima tres columnas, mandadas por los jenerales Bermudezi 
Herrera i Moran. 

El Ejército Restaurador habia desembarcado a su vez en 
Huacho donde se encontraban, a mediados dé noviembre, las 
fuerzas chilenas i los batallones' peruanos, tan incompletos i 
mal traídos, que soló por ironía merecían el nombre de tales. 
Envióselos al departamento de la Libertad a cargo del jeneral 
Lafuente que creó con la base de sus cuadros, los batiidlones 
Huaylas i Cazadores del Perú. 

Los enfermos del ejército chileno fueron también enviados al 

norte: una parte a Trujillo a cargo del sárjente mayor don Jo- 
sé Grarofa: tos atacados de mal venéreo, a Piura, i los de me- 
nos gravedad quedaron en Huacho. 



286 OAIDPAKA DSL PEBd KN 1838 

£lj6neral don José María Baigada, que debia ayudar a 
Lafaente en la formación de los batallones peruanoSi fhé nom- 
brado comandante jeneral de la 1,^ división. Los peroanos expi* 
grados de Lima^ se repartieron en los pueblos del litoral, a 
donde quedó una división lijera mandada por el jeneral don 
Francisco Vidal) el mismo que influyó con Orbegoso por la 
alianza con el ejército chileno i que viendo frustradas sus pa- 
trióticas tentativas i envuelta la causa de su país en vergonzo* 
sas complicidades, se adhirió francamente al Ejército Bestau** 
radon Su cooperación era mui útil en esos momentos, no solo 
por su significado moral^ sino por sus cualidades personálea i 
por su influencia en esas provincias de que era oriundo. Gk^ 
marra lo nombró comandante jeneral do la costa, título mas 
pomposo que real, i Búlnes le confió una columna de 50 caza- 
dores, de 25 carabineros i de 80^ soldados peruanos. Mas bien 
que protejer la vasta faja de tierra que abarcaba su juridic- 
cion, la columna lyera de Vidal tenia por objeto, servir de 
avanzada al Ejército Restaurador, manteniéndose en los pa<* 
rajes, que tenia que atravesar el enemigo para llegar has** 
ta él. , 

El jeneral Gkimarra, moviéndose en la esfera de su acción, 
nombró varias autoridades militares para los pueblos de la cos« 
ta i del interior, entre otros al coronel don Manuel Mayo para 
aposentador del ejército, es decir, encargado de acopiar víver- 
es i forrajes en los lugares que hubiese de atravesar. Mayo lle- 
vó consigo algunos oficiales peruanos que ocuparon sucesiva- 
mente, en calidad de jefes militares, los valles mas abundantes 
de recursos. 

Las medidas relativas al ejército no le hicieron olvidarse de 
las necesidades del comercio. La caleta de Huacho fué declarada 
puerto mayor> i se estableció en Nepeña la capitanía jeneral de 
marina, a cargo del capitán de navio don José Boterin. , 

Habiendo llegado ya el momento de conocerlas operaciones 
miUtares,. echemos una mirada al territorio en que iban a ma 
niobrar los ejércitos. 

El antiguo departamento de Huaylas, llamado hoi de An- 
cachs, en recuerdo del triunfo de Yungai, (o de Ancachs) está 
situado al norte del departamento dé Lima; limitado al éste 
por el río Marañen, uno de los afluentes del Amazonas, que 



ÓAHPAJÍA D£L PBRt} BN 1838 ¿87 

Xiace en las planicies de la cordillera de la Viuda, en las inme» 
diaciones del piieblo de Baños, i de las aguas apacibles del lago 
de Laoricocha. Intérnase por el norte en el departamento de 
la Libertad, mientras por el oeste el mar limita sus costas i 
l&sbaüacon un apacible oleaje. Su litoral está sembrado de 
caletas de pequeña importancia, desprovistas de recursos^ sien- 
ido las mas conocidas de entre ellas Santa, situada en la raya 
medianera con la provincia de la Libertad, i mas al sur, Sa- 
manco, Casma i Guarmey, que reciben su nombre de los ríos 
qne nacen en las montañas del interior. Sus puertos viven, pue- 
de decirse con el agua que arrastran los ríos. Donde no alcan- 
za su acción bienhechora, no hai sino el desierto, es decir, un 
territorio seco, mal sano, enfermizo. Otro río, el mas caudaloso 
de todos i el mas interesante para nuestro objeto, cruza a lo lar- 
go la provincia, recojiendo el tributo de algunos afluentes secun. 
darios i alimentándose con las aguas de lluvias que arrojan a su 
cauce las quebradas vecinas. Deslizase en medio de dos mon^ 
tañas elei^as i paralelas c^ue le trazan su curso, i se inclina 
en seguida hacia el mar, donde se arrqja en el mismo puerto 
de Santa. 

La sinuosidad de los cerros que forman sus orillas i la foif- 
tnacíon granítica de las montaflaS) hacen que las aguas de llu- 
via no sean absorbidas por el suelo, sino lanzadas a su cauce 
en forma 4^ torrentes, lo que en ciertos momentos aumenta su 
caudal considerablementei 

Dos líneas de montañas cruzan partdelamente la jlrovinoiá 
d^ norte a sur, i esos ramales desprendidos del gran cordón dé 
los Andes, ligan por un anillo de granito al Cerro de Pasco, a 
Tarma, en una palabra, al departamento de Junin con el d^ 
Ancachi;, Los Andes^ en vez de ser, como de ordinario, la línea 
divisoria entre dos comarcas son aquí la solución de continui- 
dad entre dos provincias. El rio Santa se desliísa a lo largo del 
cordón paralelo a la costa. Una distancia aproxímativa^ de dos 
a tres leguas separa las líneas de cordilleras i ese territorio in- 
termedio es conocido por sus moradores con el nombré del 
Callejón. 

Í!l Callean está certadóyen su parte meridional) por los bra* 
%ú$ de la cordillera que se estrechan en un punto Uatnadb 
QhiqmaQ) que vieua a m por esta cirounstanda él Qudo qiie 



^« 



^S8 OAMtAÉk DÜL P8BÚ fiN 1888 

Uta esas líneas de granito; uno de sus ramales se inclina al mai^ 
i el otro al cerro de Pasco. En el centro del semicircnlo for^ 
mado por los dos brazos, se halla la cindad de Oajatambo; no 
lejos de ella i en la misma rejion Oyon; mas al sur, pero en la 
provincia de Lima, el pueblo de Sayan, que comunica con la 
capital por la quebrada de Ouyo. 

El trayecto de Lima a Sayan no ofrece grandes dificultades 
i fáé el que siguieron las columnas de Bermudez, de Herrera 
i de Moran. 

Hemos dicho que el pueblo de Chiquian está situado en la 
intersección de los dos ramales que forman el Callejón. Es és- 
te un valle abundante de pastos, adornado por la naturaleza 
con el magnifico espectáculo de sus cerros 'nevados; dotado de 
una temperatura ff esca i tónica^ Los valles divididos i fertili- 
zados por torrentes periódicos como el Buin, o por riachuelos 
permanentes como el Aticachs, que hoi da su nombre a la pro- 
vincia, contribuyen con las montañas a armonizar ese cuadro 
a la vez alegre i grandioso» 

Las principales ciudades de esa faja de tierra son Oaraz, 
Tungai, Garhuaz, Becuai i Huaraz capital del departamento 
qué, por fu situación en frente del portezuelo de Chacas da la 
tnáno a la rqkm del otro lado del oerrO) llamada entonces pro'* 
vinda de HuamaJiiest 

Hé aquí como describe el sabio escritor Baymóndi la impre- 
sión jeneral que produce el Callejón i la fEga adyacente. (sBa- 
jamos al hei^moso callcrjotí de Huaylas, una de las mas bellas 
i pintorescas partes del Perú. Beoorrimos, en toda su lonjitüd^ 
esta privilejiada quebrada en la cual aparecen sucesivamente 
Suaylas con sus abundantes sembrados; Caraz, con su es tensa 
bampifia de Yanahuara, donde al lado de las plantas de los 
Í>aíses templados, se cultiva la caña dulce, propia de la zona 
tórrida: Yungai con su agradable clima, i la sublime vista de 
Ío6 elevados picos de la cordillera nevada, que dominan de cer- 
ba & la poblaciont Carhuaz con sus saludables baños termales 
de Chanco t Huaraz, capital del departamento i los agjfadables 
Wños dé Brioso; por último, Becuai i sus inmensos depósitos de 
ricos niinerales. Después de haber hecho el análisis de las ag^s 
termales de Chanco, de Clarhuaz i las de Brioso, inmediatas a 
iluaia^i i d9 haber entrado ea lan principales minas del distri 






*•».• «jrt .'M. .\.,' 



CÁMPASfÁ DEL PBRTÍ EN 1838 28¿ 

to de Recaai, diríjí mis pasos hacia la provincia de Haari, si- 
tuada al oriente de la Gran Cordillera Nevada. Subí, pue?, 
por esa elevada cadena hasta el nivel de las nieves perpetuas; 
bajé al otro lado visitando el mineral de Tambillo; llegué al 
pueblo de Chavin para verlas importantes minas llamadas del 
CastiUo; penetré en sus oscuros subterráneos; recorrí en todos 
sentidos, ^asta donde me fué posible ese intrincado laberinto; 
vi la piedra esculpida con simbólicos dibujos, que a manera de 
columna sostiene las grandes piedras que forman el techo, 
en el punto donde cruzan las galerías, i levanté un pequeño 
plano de la parte en que habia logrado penetrara) (1). 

La rejion de Huamalies, se estiende en dirección paralela al 
Callejón i tiene algunos pequeños pueblos, entre los cuales so- 
bresalen Llata i Huarí. La comunicación entre estas dos fal- 
das de la montaña si no es fácil i rápida, no es tampoco peli- 
grosa ni en estremo difícil. Hácese por los portezuelos que, a 
guisa de puentes de granito, separan i comunican dos provin- 
cias alternativamente, siendo los mas importantes de entre 
ellos, el de Chacas, en frente de Huaraz, el de Sihuas en frente 
de Corongo i el de Conchucos. 

Esta rejion grandiosa oculta grandes peligros al que no ha 
adquirido el hábito de vivir en ella. Diríase que egoísta de sus 
bellezas i tesoros, los esconde a la mirada interesada del que 
no la admira con el tierno afecto de hijo. En sus altas cimas, 
magníficas por su atrevimiento i elevación, el ejército encon- 
traria dificultad para respirar, por la rarefacción del aire; otras 
Veces, las emanaciones gaseosas de sus grietas, harían caer 
exánimes a hombres i bestias. 

La marcha fué lenta; el andar trabajoso. El pobre soldado 
felicontró muchas veces su tumba en esa decoración majes- 
tuosa, que un momento antes arrebataba su admiración i sil 
espíritu. 

Uno de los ramales que forman el Callejón j se inclina al 
mar cerca de Caraz> como para dejar espedita la comunicación 
con la costa. La posesión de Corongo i la de Caraz es decil*, de 
los pueblos que corresponden a este estremo del Callejón i a 
BU comunicación con el mar, son de una lumen da importancia 



riOMb****. 



(t) Xl I^ttrti, igot Antonio tUjrmondi) páj. 163i 

88 



200 CAMPAÑA DEL PBRtí EN 1838 

para un ejércitx) que, como el Restaurador, tuviera fracciona- 
das sus fuerzas entre el Callejón i la costa. 

La posesión de uno do esos puntos por el enemigo, equiva- 
lía a interponerse entre dos partes del ejército, o lo que es lo 
mismo, a cortar su línea de operaciones. 

Para resumir esta ojeada rápida sobre la topografía del de- 
partamento de Huaylas, lo dividiremos en tres fajas paralelas; 
una comprendida entre el mar i el primer ramal de la cordi- 
llera; la otra, el Callejón, o sea la rejion que media entre los 
cerros paralelos que cruzan de norte a sur la provincia; la ter- 
cera, el espacio adyacente entre los cerros i el rio de Marañon. 
La comunicación entre una faja i otra se hace por los portezue- 
los. Conocemos el nombre de los principales pueblos de la 
primera rejion. 

Los de la segunda, o sea del Callejón, est^in situados a lo 
largo del Santa i .puede también decirse, que son hijos de sus 
aguas. La tercera rejion, tiene bajo el puntx) devista de nuestro 
asunto, un interés relativo, como un paso para llegar al teatro 
en que se iba a decidir la guerra. 

Ko todos los valles en que está dividido el pintoresco Calle^ 
jon, aon igualmente fértiles i provistos de recursos. El de Re- 
cuai, por ejemplo, esta situado en una vega estéril i malsana. 
Huaraz, mas abundante de pastos, no tiene tantos como Yun- 
gai i Caraz, que ofrecen mas (comodidad para la caballería. 

Con este somero conocimiento del territorio en que se deci- 
dió la campaña, podremos seguir, con mas claridad, las opera- 
ciones de los ejércitos que, aprestados para la lucha, se interna- 
ban en la Sierra. Las divisiones bolivianas seguían la marcha 
de las chilenas, mientras el jeneral Santa-Cruz se hallaba rete- 
nido en Lima por las graves atenciones de su puesto. 

Hemos enumerado, a la lijera^ las principales medidas toma- 
das por el jeneral Gkimarra durante su permanencia en Huñ^ 
cho, i que tenían en vista facilitar la marcha del ejército a 
Huaraz» Réstanos conocer de qué modo se verificó esa mar- 
chai las precauciones tomadas> para evitar al grueso del ejérci- 
to) sino nna sorpresa, a* lo menos un ataque ventajoso de las 
divisiones enemigas> i la relación que las distintas columnas 
guatdaban entibe sí para su mayoH seguridad. La naturaleza 
del tenreao que se ibi^ a rocorreri puso al jeneral BiUnea en la 



neoesidad da redoblar su vljllancia, on esos oamlnog quole eraa 
desoonooidóg^ i dondo una diyisioa estacionada de antemano, 
pedia disputarle ventajosamente la entrada. 

Sabíase ya que el jeneral Bern^udez oon una división com^ 
puesta de dos batallones i de un escuadrón de caballería, (1) 
había venido desde Lima por la quebrada de Cayo, i se temia 
que por medio de una n^archa precipitada, se apoderase de al« 
gunos desfiladeros vecinos a la Sierra o del portezuelo de Ma^ 
cas que abre paso al valle de Huaraz (8). 

Debemos advertir, ademas, que el territorio pobre i escaso 
que separa a Huacho de Huaraz, oponía muchas dificultades 
al abastecimiento de la tropa, lo que hacía necesario enviarla 
por divisiones, para no esponerla a carecer de alimentos. 

Eq este sentido, los servicios del coronel don Manuel Mayo, 
nombrado como dijimos, aposentador jeneral del ejército, fue* 
ron de la mayor utilidad, pues preparó i facilitó la marcha de 
las tropas recorriendo anticipadamente, los pueblos porque dc^^ 
bian atravesar, í nombrando a su paso autoridades militares 
que orearon una corriente de opinión, favorable al Ejército 
Bestaurador. A mediados de noviembre, llegó a Huaricanga, 
donde organizó la provisión de víveres i de agua (S). 

De allí pasó a Marca atravesando por Gulcan í Ohalcayan, 
lugares escasos í pobres donde su actividad infatigable apenas 
alcanzó a reunir lo estrictamente necesario para el paso del 
ejército (4). En la cuesta de Marca, famosa por ñnpunaf esta- 
Ueció ramadas, de trecho en trecho, para el abrigo del soldado, 
i dejó en calidad de comandante militar al capitán don Luis 
Arias, al mismo tiempo que enviaba a Recuai con igual co- 
misión al capitán don Nicolás Briseño. 

Los servicios de Mayo, en esos momentos, fueron de los mas 
meritorios e importantes. Su celo i su actividad hicieron posi- 



(1) El dice tres batallones a Vidal en carta fechada en Iguarí, no- 
TÍembre 22 i publicada en el Trlimnn del Pueblo^ núm. 58; pero creemos 
que era solo un recurso para inclinarlo a su causa por la superioridad de 
RQS fuerzas. 

(2) al cuando se la considera (la marcha de Bermudez) docia Oaroa- 
rra a Búlnes, con la mayor audacia, su objeto seria ponernos con antici- 
pación en las cabeceras de Kecuai para disputarnos la entrada de Macas 
e impedirnos tomar a Huaraz » 

(3) Huaricanga, noviembre 19 de 1838. 

(4) Marca, no7Íembre 24 de 1838. 



K92 OAUPAtA DBlí VMÍ »k 1888 

ble la terrible oampaQa que emprendió el Ejército Bcitaura* 
^r¡ contra la &lta de alimentos i contra la hostilidad mortl^ 
fera del clima, 

La cironnstaacia de retirarse dando la espalda al enemigOi 
ponía a Búlnes en la necesidad de marchar siempre a reta^ 
guardia^ por ser el sitio de mas peligro i el único espueato a 
ser atacado por las divisiones bolivianas. 

Ya conocemos las necesidades jenerales de aquella sitaacioa 
i sus principales peligroH i lleguemos^ pues, a la relación de laa 
operaciones. 

domo dyimos^ el jeneral Vidal foé investido con el título de 
comandante jeneral de la costa, o mas propiamente de jefa da 
la columna de vanguardia del Ejército Bestaurador, 

El teatro de sus operaciones debia ser el territorio compran* 
dido entre Huaura i la Sierrai que el enemigo tendría que atra* 
vesar para llegar al norte. La comisión do Vidal se reduela a 
vyilar el camino de Lima i a dar parte de cualquier movimieo* 
to de tropas a la columna de Torrico. La escasez de sus f uerzoa 
no le permitía resistir a un ataque, ni protejer el territorio que 
abarcaba su jurisdicción. Su columna lijera, no tenía mas oU' 
jeto que evitar una sorpresa a la división chilena, sirviéndole 
de avanzada, i por eso sus instrucciones se reducían a exijirla 
que vijilase la marcha del enemigo, para interponerse siempre 
con sus fuerzas, entre el ejército protectoral i la división de 
Chiquian. 

Torrico llevaba consigo una columna compuesta de los ba-» 
tallones Portales i Oarampangue i de 50 lanceroR, con orden 
de ocupar a Ohiquian pasando por Oajatambo i Ocros. Ohiquian 
es, como dijimos, el punto de intersección catre la provínola 
de Junin i la de Huaylas, i por consiguiente, su situación en ese 
lugar estratéjico, tenia el doble objeto de ocupar la puerta de 
entrada del Callejón, i de contenor al enemigo en caso que 
intentase un movimiento ofensivo i>or el cerro de Piisco. 

La columna de Vidal i la división de Torrico, cerraban las 
únicas puertas por donde el jeneral Santa-Cruz hubiese podido 
penetrar a los disputados valles del interior. Ei jeneral Torrico 
iba encargado ademas de buscar a Bermudcz Iiasta darle alean* 
ce, pues se le suponía equivocadamente con menos fuerzas de 
]a»a <^ue llevaba en realidad, 



oaiPAHA Diii nut iK 1888 i;93 

No labrlamos acertar a dar la vordadera esplicaoion de laa 
nuones que movieron a Torneo a dirijirge a Cliiquian, sin bus- 
car de antemano a Bermadez, como estaba decidido a hacerlo 
en los primeros dias de sa. marcha, según lo mani^^sti^ la sin 
guíente carta: 

cürjentfsima, — Mi jeneral i amigo: De acuerdo con los de^ 
seos de üd., buscaré i atacaré a fiermudez. Oreo que seria 
peligroso hacerlo en Lampian, porque naturalmente debe estar 
apoyado en alguna otra división, pero si se ha movido, lo per*^ 
seguiré hasta encontrarlo. De todos modos yo obraré conforme 
a los datos que recoja, bien entendido que como no tenga una 
superioridad numérica conocidamente ventajosa, me lisonjeo 
con que lo batiré. Para esto es necesario que Ud. me envié, 
según me ofrece, caballería; cincuenta hombres parece que 
bastan, principalmente si son de coraza i ojalá traigan caballos 
de marcha para conservar los de tiro.]> (1) 

¿Permaneció el jeneral Bermudez en su segura posición de 
Lampian, o supo el jeneral Torrico que la división enemiga era 
mas numerosa de lo que al principio se orejera? Es probable 
que nuevas informaciones le dieran a conocer el verdadero po** 
der de los contrarios, i que esta consideración lo determinase 
a variar de parecer. 

La división de Torrico marchaba por el mismo camino que 
el enemigo debia atravesar, poco tiempo después, en su marcha 
a Huaráz. Ocupado el Oallejon por las divisiones chilenas, no 
quedaba al jeneral Santa*Oruz otro camino espedito que 
el de Oajatambo i Ohiquian, que recorría Torrico, pues el 
grueso del ejército chileno le habría disputado victoriosamente 
el paso de cualquiera de los portezuelos que dan acceso al 
Oallejon. En su marcha debia encontrarse necesariamente con 
la columna chilena, que por esta circunstancia protejia de una 
sorpresa i servia de avanzada al cuartel jeneral que ocnpaba 
a Huaréz. 

No debemos olvidar en esta ojea la sobre la distribución del 
Ejército Restaurador en la Sierra, la ocupación de Recuai por el 
batallón Valparaíso. Su posición intermedia entre Ohiquian i 
Huaráz servia de anillo de comunicación entre la división ghi-* 



(1) Cochas, 23 de noyiembre. Carta de Torrico. 



lena i el cuartel jeneral, a la vez que do sitio do ropliegtie^ pai^ 
el caso de una sorpresa o de un ataque. 

La división de Torrioo era la avanzada del ejército chileno, 
como las fuerzas de Vidal lo eran de la suya. La serie de co* 
lunmas esparcidas en aquella parte del Perú, constituían una 
cadena estratéjica que se estendia desde Huaráz hasta el zoar» 
pasando sobre las crestas de Ghiquian, cuyo último eslaJbioa era 
el cuartel jeneral chileno, que todo lo absorvia i oonoentraha ei; 
esa organización poderosa. 

|]1 resto del ejército marchaba en opuesta dirección. Una 
división, compuesta de los batallones Colcbagua i Santiago, 
conducida por el jeneral Gamarra, caminaba a la vanguardia 
de las fuerzas restauradoras, i por consiguiente a retaguardií^ 
de las contrarias. 

Entretanto, se temia que el enemigo se apoderase de algu-r 
no de los desflladeros que conducen al valle de Huaras i se 
envió con ese objeto la Artillería i el Eejimiento de Cazadores 
para que defendiesen, en caso necesario, la cuesta de Becnai. 
Esta columna marchó a la vanguardia de la división de Ga-< 
marra i ocupó, con anticipación, el teatro grandioso i pintores^ 
00 en que iba a tener lugar el desenlace de la guerra, 

A estas fuerzas avanzadas seguia el jeneral Búlnes con sa 
escolta, el Estado Mayor, los jenerales Cruz i Castilla i los 
batallones Yaldivia, Valparaíso i Aconcagua. La marcha del 
ejército al través de ese territorio desprovisto de recursos, en 
que cada batallón tenia que llevar consigo una punta de gtvna^ 
do de los que fueron tomados por el teniente Gatica en el cer- 
ro de Huascata, fué lenta i fatigosa. La marcha se embarazaba 
por la escabrosidad de los caminos, por la escasez de alimen- 
tos, por la puna de las alturas, por las emanaciones mortíferas 
de la cuesta de Macas, que haciau caer exánimes, arrojando 
sangre, a hombres robustos i vigorosos, por el frió, por la falta 
de abrigos, i por fin por la escasez de zapatos, que era uno de 
los inconvenientes mas insuperables en esos terribles mo- 
mentos. 

Las fuerzas que caminaban en esa dirección llegaron a Hua- 
ráz en los primeros dias de diciembre (el 3) sin que nada de 
notable señalase su fatigosa marcha. Establecióse allí el cuar- 
tel jeneral, que tenia doblemente protejidos sus flancos por las 



CAMPAÑA DEL PERtS BN 1838 295 

óolurúQas de Torríóo i de Vidal, i doade, al abrigo do su benig* 
no clima, aguardaría las operaciones del enemigo, dejando la 
palabra al tiempo i a lo ^ acontecimientos. 

La división de Torneo recorrió la distancia de treinta leguas 
que separa a Supe de Ohiquian, sin mas novedad que la pér- 
dida de nueve soldados, rezagados o desertores. Durante su 
descanso en Ocros, punto intermedio entre la Sierra i la cos- 
ta, envió a Ohiquian una fuerza de setenta i cinco hombres, 
mas o menos, a las órdenes del mayor peruano López, a sor- 
prender al comandante don Manuel Revilla, a quien consiguió 
vencer en Huantar con veintidós soldados, matándole dos hom- 
bres i tomándole prisioneros otros dos» 

Este suceso insignificante, dio ocasión a Revilla de comuni- 
car a Santa-OruZ) i a éste de anunciar a la Confederación, la 
noticia de un glorioso combate, aproposito del cual, dice testual- 
meüte Revilla, refiriéndose a la aprehencion de sus dos soldados, 
<i:esta es toda la ventaja que ha obtenido el enemigo con su 
fuerza de ochocientos chilenos, contra treinta de la justó, causa 
i con una preparación de inas de tres dias,i> 

Después de este incidente la división de Torríco oúnpó a 
Cihquian (30 de diciembre). 

Dijimos que la ocupcion de Recuai por el batallón Valpataisd 
tenia bajo el punto de vista eátratejico una gíandé impor- 
tancia por la posición de íorrico en Ohiquian. Recuai es uil 
punto intermedio entre aquel pueblo i líuaraz, i debia ser url 
punto de apoyo i de repliegue para las fuerzas de Torrico eá 
oáso de ser atacado por tropas superiores. 

Reunido el ejército en Huaraz i satisfechas en parte ^us né^ 
cesidades materiales mas apremiantes, gracias a la actividad 
iñtelijente del jeñeral Gramarra, pudo el jeneral Biiliies dedi- 
carse por completo a la disciplina i organización de los bata-^ 
llones qud tenia a su lado. Ya que conocemos la verdadera hU 
tttacion de las fuerzas restauradoras de Huaraz, Volvanlos lá 
TÍstd al enemigo. 

liemos dicho que, frustradas las tentativas de paz, sé resoí^ 
tió el jeneral Santa-Oruz a salir de Lima en demaüda dal ejér- 
cito chileno. Holgábale la esperanza dé terminar, cuanto ántés^ 
ima campafla que tráia inquieto su patriotisino e iiiciert^ aii 
poder. 



Vx 



Hii roHolucion ñK^ pr()})al)I(Miiontn motivada por liabor onm* 
proiulido loH ituionvonioritcN qiin irajora a hii (^jí^hmío la pernia- 
noTKÚa im la (capital, quo hü moHtraba tan inoluinontn cson ¿I» 
oonio haoia poco, con ol ojórcúfco do ühilo, EmU oonsidaraoion 
dol)16 determinarlo a abrir duduitivamento la oampafln, 

Tlai quien lia atribuido a la retirada do Santa-üruss du Lima 
idéntioo propóiito al que persiguiera UAInoH al internarlo en la 
Bierrai e« deoir, veranear en una rejion mas apropiada por lu 
clima al t6m))nramcnto de bus soldados; pero seria nocesario 
suponerlo desprovisto do todo sentido militar^ para no compren* 
der que dos ejércitos enemigos, ocupando el mismo tArritorioi 
están espuostos a v^nir a las manos a cada momento. La raRon 
ostensiblo alegada por sus HJentes, es su desprecio baoia el ejór* 
()it,o chileno i id deseo do destruirlo uuanto ilntos; poro oí tamor 
del enemigo, su fuga, es un nuiurso di^masiado empleado cu 
iguales circunstancias para que pueda ser tomado a lo serio, 

Hanta-OruK hi/o salir do Lima la primera divisioni compues- 
ta do loH })atalIones nñms. 1.'* i 4." de Dolivia i de un escua* 
dron do caballería, a las órdenes del jeneral don Pedro fiormu* 
des, íijtlndo el pueldo de ühiquian cQmo punto do reuniou do 
todo su ejército. DermudoK siguió el camino de (JhurÍR| de 
üyoU) do Oajatambo i do Ohiquian» 

La división do Dermudess debia, cruzar la misnm provin- 
títa i seguir^ con corta diferencia, el mismo itinerario quo la 
columna do Torricoj poro cuando esto llegó a Ohiquian, Ber* 
mudos no se habia movido todavía de surt posiciones formida- 
bles de Oanta 1 de Sayan. La actividad del uno i la inniovili« 
dad del otro dependían do su situación respectivaí Torrloo 
hiafchaba a corta distancia del grueso do su ejército lo que 
le permitia intornarso sin ]}oligro en la Sierra, al revex do ÜoN 
mude/, quo corria el peligro do ser cortado do su buso do opo- 
hiciones. 

Posteriormente salieron do Linm, en la tnistna dífecciott 
las divisiones de Jterrera I do Moran, contpuesta aquella 
do los batallones 2." i !).'^ do Bolivia i ésta del Pichincha, 
Arequipa, Ayacucho i Oaxadorcs del Centro. Estas fuer* 
fsas, que constituían un ejercito respetable^ establecieron su 
cuartel Jeneral en Ohiquian, i habrian logrado sorprender i 
deipódazar a Torrlco^ liu ol csñienso temerario del araucano 



bÍMPA^A DiBL ratita m IdáS 2Vl 

Oolipf quc!f con Molo dm^ l)on)breíi; le díó tiumpo dn nímstuar mu 
retirada sobre Becuay. 

Ente episodio do Bublimo arrojo bo ha llamado combate del 
Puente do Llaclla. Lo roferiromos al contar los incídentoH de 
la ocupaciou do Chiquian por (sl jeneral Torrico. 

VemoM ya en acción tres do los nom])roH man escIarocidoM 
del ejército de la Confederación, a Moran, a Bermudoz i a He- 
rrera, con tres divisiones agnorridas, compuestas do los vonoe- 
dores de Gramadal, de Riocabaya i de Yanaoocha. Ehoh soldados 
que oran el orgullo i la K'oria del Protectorado iban a medir- 
se en la Sierra, cotí los batallones chilenos, oscuros i sin pa- 
sado. 

Santa-Oruz pcrmenecia entre tanto en Lima con lu artille- 
ría, el EsUdo Mayor, su guardia i la caballería. Bu lar^a per- 
manencia en la capital, a distancia de sus divisiones, daba mu- 
cho que pensar i que suponer en el Cuartel jeneral del ejército 
chileno. Era aquella la hora de las suposiciones, esa hora an- 
gustiada que precede casi siempre al desonlaco de los aconte- 
oimientos. Esa ansiedad febril por doriocor el plan del enemi- 
g0| era un resultado natural de sus grandes zozobras i do sus 
largas privaciones. Cada movimiento de las divisiones confe- 
deradas, era interpretado (;on el criterio mas opuesf/O. No nos se- 
rá posible recojer todas las opiniones que se abrían paso 
en los vivaques, donde eran discutidas al (^alor del patrio- 
tismo i del peligro; pero no snrA talvez inoficioso osponer las 
opiniones que sustentaban los jefes mas prominentes, para co 
nocer m(\jor todos los términos del terrible problema, cuya so- 
lución se buscaba. 

¿La marcha de las divisiones bolivianas debia tomarse ro- 
mo una prueba de que Santa-Cruz deseaba terminar la guerra, 
o era un simple movimiento estratéjico dirijido a interponerse 
entre la división de Torrico i la de BAlnes? Su ejército pasaria 
de Chiquian a la provincia de Huamalies, pera interponerse 
en Corongo, entre el ejército chileno i el mar? i dado caso que 
viniese decidido a perseguir al ejército de Chile, cual seria su 
plan para destruirlo mas fácilmente? 

De la solución de est^s dudas dependía la determinación del 

plan de eampa&a del ejéroito do Chile. Las noticias contradice 

tonas i abultadas que se recibían^ oontribnian a diflenltar la 

80 



!¿l*)8 0AMPA9Í DBL FBRí} BN 1838 

solución del eaigma que se complicaba doblemente, por la íios- 
tilídad de las poblaciones i de los campos. 

El enemigo distribuyó sus fuerzas entre Chiquian, Hnantar 
i Uuarí. Esta colocación de los cuerpos con inclinación hacía 
ol Norte ¿significaba que el Protector deseara concentrar su* 
fuerzas en Huarí, para dirijirse a Carhuaz por el portezuelo de 
Chacas, e interceptar al Cuartel jeneral chileno de Huaraz^ de 
su caballería i artillería que estaban en Yungai? 

Los jefes del ejército de Chile no estaban acordes en su 
manera de apreciar el plan del enemigo. Gamarra creía al 
principio que la marcha de Bermudez no debia considerarse 
como un indicio seguro de la apertura de la campaña. Atri- 
buía a esa división el objeto de arrebatar los recursos al ejérci- 
to chileno, o: Ya dije a usted, decía a Búlnes, que si por Chancai 
no venia el grueso del ejército, nada había que temer, pues la 
marcha de Bermudez debe considerarse respecto de nosotros 
como una mera hostilidad para quitarnos los recursos. I cuan- 
do se la considere con la mayor audacia, su objeto seria ponérse- 
nos con anticipación en las cabeceras de Eecuai para dispu- 
tarnos la entrada de Macas e impedirnos tomar a Huaraz. Es- 
te ciertamente seria un mal de consideración, pero estaría evi- 
tado continuando la marcha esta tarden (1), i agregaba: «Repi- 
to que si por Chancay no hai novedad, nada tenemos que rece- 
lar!) (2). 

(1) Gamarra a Bñlnos — Noviembre 23. 

(2) La carta de Gamarra es la siguiente: — Soüor Jeneral don Manuel 
Búlues. — Pativilca, noviembre 23 do 1838. — Mi querido Jeneral: — En 
virtud do la orden de Ud., ban pasado aquí los batallones Colchaba i 
Santiago. Do aquí regresó también la orden de Ud. para el jeneral To 
rvico a Supe i talve» no lo alcAnzaria j*a en el pueblo. 

Ya dijo que si por Chancai no venia el gruoso del ejército^ nada ha- 
bla que temer, pues la ma* cba de Bermudez debe considerarse, respecto 
d« nosotros, como mera hostilidad para quittirnos los i*ecursos. I cuando 
80 la considere con la mayor audacia, su objeto seria ponérsenos con 
anticipación en las cabeceras de Recuai, para disputarnos la entrada de 
Macas e impedirnos tomara Huai*az. Este, ciertamente seria un mal de 
consideración, pero estaría evitado continuando la marcha esta tarde. 
Para hacerla sin nesgo me parece que la caballería debería uuíraeme pron- 
tan ente contiu\iar su marcha hasta UuarMS apoyada por un par de ba- 
tuUonct, miéntias por delunte tomen iluarai \ves batallones. Que se 
averígue por los prácticos de lúa caminos si Tónico pufde llegar prime- 
ro a LhiquiMn, para que siga su marcha, i si nó que la haga cou noeotcos 
para qut* la hagamos con mas segundad i menos subsidios. 

Por acá no hai reoanot. NccMitamos aj^reanrar la marcha* Oaán eo- 
Inmn» d«te traor tu punta de {tanndo i n el enemigo nm hniea por \% 



t^kMÁSk DiL ]p&ut} W 1838 %W 

Su opinión se modificó cuando las divisiones de Herrera i 
de Moran salieron de Lima en la dirección de Bermndez, lo 
qne indicaba nn plan determinado de parte de Santa-Cruz. 
Bennidas las tres divrsiones en Chiquian, habia muchos que 
abrigaban todavía dudas sobre el pensamiento del Protector i 
mortificábales la idea de que el ejército boliviano marchando 
por nn camino paralelo del Callejón (por Huamalies) e incli- 
nándose al mar, en frente de Corongo, cortase las comunica- 
ciones del cuartel jeneral con la costa, lo bloquease en el Ca- 
llejón, donde se consumirla a la larga por la escasez de los ali- 
mentos (1). 

Sierra, tengamos tiempo de oolooamoi, hacer deioansar un pooo la tropa 
i oaballoA, proporoionarnoi lubsistenoia i recibirlo. Pida Üd., pueM^ m- 
formes: i oootest^me según lo que se ha resuelto. Huaraz o^tá ameiinza- 
do por las montoneras i ú logran entrar antes que nosotros nos harán 
perder mucho. Vea Ud. las comunicaciones del coronel Aramburú i se 
persuadirá que nuestra marcha es urjente. 

Repito que si por Oharoai no hai novedad, nada tenemos que recelar. 
El jeneral Vidal puede colocarse en Supe donde lo considero He^ruro i 
puede seguir nuestra marcha si intentan cortarlr». DospnoR se puede to- 
mar la provincia, que importa poco. Los treinta Cazadores (^ue se le de- 
jairon, se pueden en tal caso recojer. 

8i hai amago por Chancai. pueden desembarcarse cuatro cientos pe- 
ruanos cscojidos con el coronel Frisancho, organizarse nn batalUon de 
éstos, i de los restos de Cazadores i Lejion otro, con Lais^ca i <^'sto I 
Huaylas marchar a su anterior destino.. TamHen pueden desembarcar 
lo Húsares, pues con tal previsión dije a Ud. que el cxmvoí viniese a 
fondear al puerto de Supe. En fin, Ud. arreglará eso i tendrá In bondad 
de avisar lo que se haya hecho a su afectÍHÍrao sei*vi<lor.— -.4. (lamaira. 

(1) Santa, diciembre 26 de 1838. — ^Mi mui distinguido jfítioral: — ÍJa 
ce una hora qne recibí dos cartas estimables de Ud., do 22 i 23. Mas de 
cien mil cartuchos de fusil han llevado jya en mas do sesenta muías in- 
cluyendo municiones de artillería, botiquines, fierro, etc. Hesenta molas 
sueltas llevó también el mayor Olivares para lo que Ud. necesito. 

Aunque Ud. estará obrando en presencia de las cosas i de loNmovimien- 
tos del enemigo, sin perjuicio de que se hará cuanta) Ud. previene i mar- 
charán las tropas al punto consabido, no puedo dejar do observar a Ud. 
quo el enemigo, por meterse en Conchucos no nos corta nuestro contscto. 
Éste procede del mar i de nuestras costas i la línea recta parte pa^'a el 
cnartel jeneral en Oasma i Santa. £1 punto consabido e*tá al norte, i ann- 
qne podría cortar al coronel Frísancho que viene a Uuamachuco, este 
jefe podría replegarse sobre Trujillo para buscamos por mar. Bi Frí- 
sancno no pudiere reunírsenos obraría hacía el sur, ap<iyando nuestra 
caballería que algo haría. Entretanto, importa mas qne ;^o me reúna a 
Uds. con mil hombres que llevo que Frísancho con quinientos. Fuera 
de esto, ¿qué forrajes, qué víveres hai en OorongoV ¿Halará punto drmde 
pueda estar el ejército cuatro dias? Dos mil i tantas cabalgaduras ¿qué 
comerán? 

Entonces el enemigo qne no se empefiará en buscamos, nm dejará el 
tiempo necesario para parecer i obligamos así a atacarlos en sus posido 
nee. No hú hasta Cajsmarca ningún distrito capas de mantener el «)j^' 



3ÜÜ úaupaíTa dbl pm6 m 1888 

El jeneral Gnus pensaba que el enemigo atacaría por el po^ 
tejuelo de ChacaSi idea mni jeneralizada en ese momento. 

Hé aquí su opinión espresada por él mismo. — «Sefior don Ua« 
nuel BiUnes,-«-Paltai^ diciembre 4 de 1839. — ^Amigo: H¿ red* 
bido las dos de Ud, i supuesto el movimiento del enemigo so* 
bre Huarí, me mantengo en mi opinión de que el enemigo no 
nos dá la batalla decisiva sino que lo único que intentará^ será 
darnos un golpe con alguna división sobre nuestros flancos. Co- 
mo el que mas temo es el de Chacas^ destacaré hoi ima compaOla 
sobre el portezuelo si se proporcionan los individuos para cortar 
el camino^ i a fin de que esta operación tenga efecto como tan 
necesaria^ me marcharé a Carhuas dentro de hora i media i 
también para reconocer el demás terreno i ribera del rio^ 
aunque siendo cierta la marcha de los 3,000 hombres sobre 
Huaríj ya no pueden intentarlo sobre el flanco derecho, oer* 
rando la puerta a ese punto desde el cual seria descubierto el 
movimiento. 

Es de primera atención el que haga poner Ud. el mayor 
cuidado sobre la quebrada de la izquierda de ese pueblo^ que 
viene a salir a la posición que habia señalado como fuerte: éste 



cito i suB cabaUoH por mas de tres días, i entonces sí quedaremos corta- 
dos naturalmente nasta del escaso alimento que Huaylas nos propor- 
ciona. 

Permaneciendo nuestro ejército en el actual valle, el que queda cor- 
tado es ol enemigo. Puesto al oriente de la cordillera queda entre ésta, 
nuestro ejército i las mon tafias. Queda sin comunicación con la costa i 
en estado de perder Pasco i Jauja, si nosotros destacamos una pequeQa 
columna. El enemigo estaria en esta estación Uuviosa a puro vivac i no- 
sotros bajo los t(.cho8 de pueblos amigos. 

Piense pues ettas reflecciones, si aun es tiempo, aunque lus indiqué 
hacen dias. Mi objeto no es hacer variar las medidas fuera de tiempo, 
pero en caso que el enemigo no se empeñe en una batalla, teodiemos 
trabajos por falta de recursos. Estas tropas llegarán mañana i en 'siete 
dias mas estarán en Huaylas, en el mismo publo si Ud. no se ve preci- 
sado a dejar el valle antes. Si fuese así es preciso volarme espreso por- 
<|ue tendré que moverlos por Virú, para mayor seguridad. Hai pues tiem- 
po para que en cuatro dias reciba curta de Ud. i seguir a Huaylas o 
bajar a dicho Virú. 

Mañana raldrá también el coronel Lopera a hablar con Ud. sobre todo 
esto. La retirada nos desmoraliza i desopina en los pueblos. Yo me 
haría matar en esa provincia, porque es la única capaz de sostenernos. 
Al jeneral Castilla no le escribo para hacer colocar este espres<». Que 
tenga, pue^ esta carta por suya como es de Ud. la voluntadle su amigo 
verdadero. — Qaraarra. 

Vuélenme Uds. avisos a cada hora para variar mi dirección sí fnese 
necesario. — Decirme pronto el ultimátum. 



OAM?Al^A DSL vmt w 1838 301 

es ti ptinto que tiene de mas riesgo, i si f aera posible inatilizar 
sus arenidas, podría conservarse faerza en ese pnnto que nos 
eS) sin dada, muí importante. También es preciso de que tJd« 
mantenga en la entrada del desfiladero, antes de los baños, nu 
batallón para tenerlo tomado con tiempo, pues, si los enemi-< 
gos lo llegasen a tomar por la quebrada de la izquierda de qne 
le tengo hablado, nos veríamos en la precisión de empeñar un 
ataque con desventaja, tomándole a Ud. la retaguardia: en to- 
do el camino basta este punto no pued^ obrar mas que un ba<^ 
tallón, 

Aquí haremos cuanto esté de mi parte a fin de que tengii 
efecto el corte del camino de Ohacas, 

Buena salud le desea su Bxmgo.^^Cruz. 

Torrico situado a la vanguardia, en Becuai, juzgábala ocupa-* 
cien de Ohiquian como un engafio, destinado a dirijir hacia ese 
punto la atención del ejército chileno i conducir entre tanto 
silenciosamente sus batallones a Conchucos (1), 



(1) «^fior Jeneral don Manuel Búlnes. — ^Becuai, 2.^ de dioiembre de 
1838. — ^Mi jeneral i amigo:— Hace doa horas que escribí a Ud. dándole 
las noticias qne be sabido de un modo mui seguro del enemigo. Oreo 
ñrtnemente qne el ejército está badendo sus movimientos pa^a Concbu- 
oos, pues que la persona que da la noticia asegura que un batallón segui- 
rá por el camino de López i que en Ohiquian decian los jefes que de un 
momento a otro esperaban mas fuerzas; pero los oficiales i soldados de- 
dan que por ese camino no venia nadie mas. Haciendo^ pues, mis compo- 
dciones de lugar con todos estos datos he calculado lo siguiente: el ejér- 
cito marcha por Huamalies a Oonchucos i esta división oculta el movi- 
miento. Después que haya el ejército pasado de Huarí, estos cuerpos se- 
guirán al ejérdto, como ha sucedido con el batallón que estaba en 
Aguia, que ha emprendido su marcha para, Aguamiro, de suerte que ya 
no hai mas batallones en Ohiquian que erque está en este pueblo i otro 
que está en Huantar, distante una legua de Ohiquian: jeneralmente se di- 
ce entre ellos que allí estarían un mes, pero esto no es creíble, habiendo 
avanzado un cuerpo a tanta distancia i en dirección a Huamalies. Esta 
división trae diez cargas de municiones i está mandada por Moran i Ber- 
mudez. 

He mandado esta mafiana de parlamento al capitán Palma, con el pro- 
testo de ofrecer canje de dos prisioneros, que tengo por dos enfermos que 
nos tomaron en Oajatambo; veremos si Palma encuentra algún otro je- 
neral que no sean los dos dichos, que en caso de encontrar otro, es prue- 
ba que ha llegado alguna otra división i entonces será preciso calcular 
de otro modo. También he mandado dos ofídales de cívicos de este 
eftcuadron con dirección a Huarí, a saber si ha pasado mas de un bata- 
llón, pues que en caso de pasar dos, creo firmemente que es todo el ejér- 
dto. En la retirada no nos han tomado mas que un moldado herído, i si 
este maldito oficial ; que mandó López hubiera tenido un poco de re- 
solución, lo tendríamos aquí también. 

Oada vez estoi mas seguro en que López está salvo, pues que ellos de- 



^0% OAMPAUfA PKX< t%h^ BK 1838 

Kadie^ a oBcepcion tal vea del coronel Placencia) inedia en^ 
tónoes las difiooltades que embarazaban esa peligrosa marcha 
al trares de caminos fragosos, ni se daba cuenta de que el Ejét- 
cito Restaurador, marchando en línea recta podría ocupar el 
paso de Conchucos antes que el ejército contrario. 

Placencia abarcaba el conjunto de la situación con la pene- 
tración i claridad que le daba su larga práctica militar, i puede: 
asegurarse que en esos momentos difíciles, ejerció una influencia^ 
que no guardaba relación con la inferioridad relativa de sxk 
puesto, En su cabeza blanqueada con la nieve de los años, bu^ 
llía el entusiasmo que parece mas propio de la juventud que 
de la vejez. Su espíritu organizador i práctico atendía a todo: 
precavía con su vijilancia los peligros que rodeaban al ejército 
chileno! disipaba las dudas que circulaban en el campamento i 
contribuyó a fijar la opinión de sus jefes sobre el plan de guer- 
ra que fiíera necesario adoptar (1). 

oian que el bataUon que salió para ^guamiro llevaba el objeto de tomar- 
lo; pero López en Conchucos i con la tropa montada es imposible que lo 
tomen. Espero a Palma mafiana i entonces con lo que él diga, podrá Ud, 
calcular con mas seguridad. Dice la persona que ha hablado conmigo 
que la tropa es mui mala, que son unos cholitos mui ruines i que ellos 
mismos decian que eran reclutas i que los iban a hacer pelear sin saber 
manejar el fusil. 

Daré a üd. repetidos avisos de todo con exactitud. Su afectísimo ami- 
go Q. B. S. M. — Juan Crisóstomo Torrico."» 

(1) «Señor Jeneral en Jefe don Manuel Bálnes. — Caras i diciembre 
24 del 838. — Mi apreciado jeneral: — Acabo de recibir la apreciable de 
Ud.f fecha de ayer, con la copia de la ¡ que Torrico le ha dirijido. Su 
contenido acerca del movimiento que hacen los enemigos, admite mu- 
chas dudas. Puede suceder que hayan llamado la atención por el frente 
para hacer un movimiento real i efectivo sobre Conchucos, para diri jirse 
a Corongo, con el objeto d^ cortar nuestra línea de comunicación con 
TrujiUo. Puede suceder que tal movimiento sea solo aparente o un ama- 
go para ver si desalojamos la quebrada. Pueden tener el intento de ve- 
nirse hasta Chacas i dejarse caer sobre Carhuaz, que solo dista doce le- 
guas, i últimamente, pueden situar su cuartel jeneral en Huamalies, te- 
niendo su vanguardia en Chiquian i haciendo avanzar sobre Huarí 
alguna columna lijera, ya sea para perseguir a López, ya para sostener 
las montoneras que habian pedido ausilio a consecuencia del suceso de 
Sepólveda. 

En todos estos casos me parece debemos ponemos para poder juzgar 
con toda exactitud. Si sucede lo primero, i las diferentes not'cias que 
traen los espías confirman un movimiento total de su ejército sobre 
Huarí, entonces ya no queda duda de su proyecto i con la mayor rapidez 
se debe mover el ejército sobre Carhuaz para poner a vanguardia la 
quebrada honda. En tal caso, si continúan la marcha hacia San Luis i 
Sihuas el ejército debe dirigirse a Corongo a tomar el desembocadero de 
dicho camino i a situarse en este punto, antes que ellos lleguen a él. Pre- 
viendo esto mismo, mandé desde Yungai dos espías a San Luis i lo pre- 



üampáÍTa dkl pbrtí bn 1888 303 

íil coronel PJacéncia que deseaba vivamente la retirada del 
enemigo al Callejón, recibió con la mayor alegría la noticia de 
su movimiento a Huaraz, i escribió a Búlnes la siguiente carta, 
que resume el plan hábil i audaz que terminó la guerra: 

«Señor jeneral en jefe don Manuel Bálnes. — Caras, enero 6 
de 1839. — Mi apreciado jeneral: Llego el caso que habiamos 



vine al coronel Silva dirijiese otro u otros dos, por la quebrada honda; 
creo que no tardarán en volver i tanto por estos, como por lo que el ge- 
neral Castilla haya enviado, podremos calcular sobre las verdaderas in- 
tencionen del enemigo. 

También he hecho marchar al capitán Barredo, para que active el aco- 
pio de víveres en los puntos de tránsito hasta Corongo i para que el 
8ub-pref ecto haga cortar las puf»ntes de Llacma i Llama que están a van- 
guardia de Sihuas, en caso de saber que el enemigo viene por esa direc- 
ción. El movimiento do ellos es mui largo, mientras que nosotros podre- 
mos ponernos desdo aquí allá cu tres dias. Todo lo que interesa es que 
86 muevan los enfermos, para que no nos embaracen la marcha, que a 
cualquiera costa vayan hombres que nos den noticias. Creo que será mas 
fácil por Cavhuaz saber cuanto ocurra sobre Conchucos. 

Si sobreviniese cualesquiera de ios casos en que me pongo, creo que el 
ejército no debe moverse, esceptoen el tercero, que es dé necesidad ocu- 
pe a Carhuaz para replegarse sobro este punto. 

Ayer he escrito a Üd. avi^íándole de la excelente posición que tene- 
mos aquí i en la cual fracasaría indudablemente Santa-Cruz. 

Mucbo sentiré que no nos busque por el frente, porque en este punto 
la lográbamos cuanto se puede desear. Pero si se empeña en buscarnos 
por otra parte, le saldremos al encuentro i le buscaremos una i otra Tez 
hasta que le demos en la cabeza. 

Yo quisiera que mandase Ud. un parlamento, con cualquier pretesto, 
fechiindo la comunicación en Recuai o mas adelante, para ver qué mo- 
vimiento hacian, lo que tardaba la contestación i lo que podia observar 
el oficial parlamentario. Por cualquiera de estos datos se podria conje-» 
tarar alguna cosa útil. 

Si acaso se tuvieren datos ciertos de que el ejército enemigo se mueve 
gobre Huarí i Chacas, i que desaparece la fuerza que está en Chiquian, 
avíseme üd., volando para pasar yo a Corongo a reconocer el territorio i 
ver cuál es la mejor posición en que podamos esperarlos. 

Mucho conviene que un ejército esté siempre én aptitud de moverse a 
la inmediación de otro enemigo; pero nunca debe forzar mas sus vea 
marchas que cuando ve amagada su línea de comunicación. 

Oreo que precisados a marchar a Corongo podríamos hacer las joma- 
das siguientes: — A Carhuaz, 6 leguas. — ^A Caraz, 5 leguas, un poco lar- 
gas. — A Uuaylas, 6 leguas. — A la Pampa, 8 leguas. — A Corongo, 3 leguas^ 
Y eremos si la de 8 leguas se puede acortar quedando en Yuramarca. 

Deseo que Ud. lo pase bien i que disponga de su afectísimo i seguro 
servidor Q. B. S. M. — A, Placmcia,ii 

• ,'„¿ 

«Señor Jeneral en Jefe don Manuel Búlnes. — Caras i diciembre 24 de 
lg;)8. — Mi Hpreciado jeneral: — Esta mañana escribí a Üd., largo 8obr« el 
contenido de la carta de Térrico, i la que ahora acabo de recibir de Ud., 
r«fíiiéndose a Ja que últimamente le ha dinjido este jeneral, me hace . 
creer que el movimiento do ese batallón ha sido con el objeto de persa- 
fnir a Juópen. Oon todO) oomono detemoi raposu ea cond(u»f^ Quando lo^ 



1)04 OAÍfPÁÑA DSL PBBd ÍSN 1838 

previsto i para el cual estamos prevenidos. Lo que importa es 
que se vendan los batallones lentamente, con una pequefla reta- 
guardia que los tirotee i los vaya burlando, cortando todos los 
pu4íntcs chicos i grandes^ para que se consuman los forrajes que 
hai de Oarhuaz a Yungai. Nada importa replegarse sobre el 
último escalón de la línea, cuando en dos o tres días mas va- 
mos a tomar ima ofensi>'a vigorosa, que nos llevará hasta 



enemigos están itimodiatois acabo de prevenir al comandante militar de 
Yungai, qae mafuina ^a falta mando cívicos o paisanos con nn oficial de 
conñania a cortar la barcatoa que hai entre las dos lagunas en el cami- 
no de YaHgmnuco que está frente a Yungai: de este modo no qoedari 
mas atención qiie la de Oarhuas. 

Al coronel Silva le previne, haoe tres dias, que pusiese avansadas i 
que hiciese el aervicio de campaña, poniendo mucho cuidado sobre la 
quebrada lionda* Al comandante militar de dicho pueblo le tengo oficia- 
do que mande espías duplicados a Cliaoas i que me avise la cantidad que 
gasta, 

Al coronel Baquedano le he 'escrito para que aproxime su caballada i 
ponga los caballos de una compañía a pesebre, haciendo cortar pasto i 
pidiendo un pienso de maís diario. 

Me parecía, mi ienertl, que no debiendo comprometer nn choque la 
f uerta que hai en Recuai« lo mejor seria que se retirase, dejando una 
partida de caballería de obeeTvaoion allí, i una compañía de lu&ntería a 
este lado del puente de Becuai, para sostenerla i quemar el puente o 
cortarlo en caso que se aproximaren. De estos tres batallones, uno podia 
quedar en Oarhuai, dos venir a Yungai, o uno a Yungai i otro aquí, i 
do este modo estaban mejor situados: la caballería estaba protejida i mas 
prv^xima, va tuvi^moe que batimos aquí o marchar a Goxoego. 

Acaba ¡le llegar un comeit^iante que viene de San Lnia i salió de alU 
el iO i dice que en Conchuoos Alto no hai novedad: que solo Sdares c» 
taba en Huarí con 3cX) montoneros, i que habiendo oido que veaian tre- 
nas nuestras, se habia reurado sobra HnamaUe^ talveí a coosecnencsa 
Sel parle que hava dado, se moverá e$e batallón. 

Bl camino que hai por Huarí a i>iongo me asegura que es mni rn^ki 
que todo es t>««vi« que nai jornadas de diei leguas i que k pareos impoK- 
KW que puedan transitar por allí caballería, porque no hai alfalfa i lo« la 
gat«s son mui miserables^ Con todix por conducto de este miaoio sojeco. 
macana mandaní otro espía a mas de ks dos que fueron desde Tu^gai. 
Va dv(e a Cd. que había dado vxrden para que se cortea ka poe&aeaás 
l.^'^i» \ L<'k.««i en caso qoe kss eaecnigoe por Cocchocos istenlctt dSca- 
jic«« a V^'«OK^í^) i que maiuie al o&ial Barrado con este ot^eta 

El hv>spilal K> mandaraofeos a Hxiajlu^ ^^uie es pais mas raao I I» 
tettdrauMi a una jocnada a retaguanüa. la tengo aquí nn aíiii e a te áe 
hv^^iul qxM fue de la diTSMn de Tidal^ para que ask«a a algnsc» «»- 
ferv.wv>s i marcharA cwa elloa. 

Dtv^ qu>Ka qo» entran per el OiUeioeL qi^e aqnf k» aseganrasDOR 
pttevW que U ratirada ^ie Eecuai kw alien ce i K>» Ksga avanar. Si WW- 
lalkeMS exK^en ea Ch^^ataa. el gn»» cel ejerñao no ««aa Wjos i : 

lc«ftelkaisoie«a|<ace«oaade«w panto, r- >ii i 'n'-rn f tmsT 

awMEocrvv Saata43a:«a»»ea de ka q»i raparan 

él dea a traa jccvidia fonea di «a uÉea de cpenie ^ 

IWmo ««i tTd. la pM» hína i qTaa dvpon» dt 



OAMPAÑA DEL PBRÚ EN 1838 80o 

Chnquísaca. Déjelos UcL venir i ríase de ellos, pues ha conse- 
guido meterlos en la trampa. 

«Hasta pasado mañana no llegará el batallón Cazadores.-— 
Su mui afmo. amigo Q. B. S. M. — A, Flace7icia,i> 

¿Caál de esos encontrados pareceres sustentaba el jeneral 
Búlnes? Sus comunicaciones al jeneral Torrico, revelan que 
abrigaba la seguridad de que el Ejército Protectoral venia re- 
suelto a decidir la guerra, sorprendiendo desde luego la colum- 
na de Ohiquian, para empeñar en seguida una batalla decisiva 
coiitra el cuartel jeneral de Huaraz. (1) 

Como el deseo del enemigo era a la vez el suyo propio, Bál- 
nes se decidió a atraerlo, manifestándole temor, para condu- 
cirlo insensiblemente basta un campo de batalla que le fuese 
ventajoso. Todos sus actos posteriores tienen esta esplicacion. 
La serie de contramarchas que ejecutará desde ese dia, serán 
otras tantas emboscadas en que ha de irse enredando el poder 



(1) Al jeneral Torrico, jefe de la división de Chiquian. — Cuartel Je- 
neral del Ejército Restaurador. — Huaraz, diciembre 8 de 1838. — El je- 
neral comandante jeneral de vanguardia, don Francisco Yidal, ha diri- 
jido a este ministerio jeneral, una comunicación datada en Supe a 6 de 
diciembre del corriente año, cuyo tenor es el siguiente (aquí el oficio do 
Vidal). — El contenido de la anterior comunicación, me da todo motivo 
para presumir que el enemigo con su movimiento sobre el jeneral Yidal, 
Helo na tratado de divertir nuestra atención i ocultar su verdadero obje- 
to, <7i¿« es, en mi concqytOy el de atacar confmrxaB superiores j las que man- 
da US. Bajo este supuesto, luego que reciba US. la presente nota se re • 
plegará sobre Recuai, observando todas las precauciones convenientes 
para no esponerse a sufrir sorpresa alguna, i arreglando sus movimien- 
tos con concepto a la movilidad del enemigo, por manera que, en todo 
oaso, se halle siempre la división de ÜS. con tres jomadas de ventaja so- 
bre la del enemigo.^Dios guarde a US. — Manuel Bálnes» 

(Al mismo), — Cuartel Jeneral del Ejército Restaurador. — Huaraz, di- 
ciembre 14 de 1838. — Las noticias que he trasmitido a US. en mis últi- 
ma<4 comunicaciones acreditan en mi opinión, quelos movimienhs del me- 
migo solo pueden dirijirse contra US. en su principio^ i con semejantes 
fundamentos habia determinado que se replegase US. Lacia estas cerca- 
nías. Ahora^ sin abandonar mi opinión sobre el objeto primitivo del enemi- 
go he tomado en consideración ios ofíeios de US. de 10 i 12 del corrien- 
te, i por lo que me dice US en ellos, acerca de la posición i de las pre- 
cauciones que toma para evitar cualquiera sorpresa, no puedo m(^>DOs de 
ccmvenir en la permanencia de US. en esos parajen, mitíutras la conside- 
re ÜS. útil i conciliable con la seguridad de la división do su maudo. Por 
mi parte, veo también, la necesidad i conveniencia de mantener alguna 
f uersa en observación de los movimientos de los enemigoí>, por lo mismo 
qiM ellos se acercan; i en la confianza que me alisto respecto de US. des- 
oanio en la seguridad de que siempre conseguiremos este importante ob- 
jeto, por medio de mis frecuente» i oportunas comunioamonefl.— Dio!<t 
jginarde a VB^-^MonnH Búh^$, 

40 



o(>6 cami^aSTa BBt Pfinú BN Í8á8 

militar del jeneral Santa-Cruz. El deseo de conducirlo a 
Yungai, de envalentonarlo manifestándole temor, es la cla- 
ve de todos Jos grandes acontecimientos que iban a verifi- 
carse. 

Dejemos a los ejércitos en presencia, armados respectiva- 
mente de su plan de campaña i dirijamos la vista a Lima 
donde una enfermedad retenia al jeneral Santa-Oruz a fines de 
diciembre. 

Los preparativos para abrir la campaña se proseguían entre- 
t4into con la misma actividad i con mayor enerjía, pues, libre 
de toda inquietud por sus tres divisiones, que se hallaban reu- 
nidas en un paraje fortificado por la naturaleza, podia contraer 
toda su atención a los últimos arreglos de la partida. Hé aquí 
sus mas importantes medidas. 

El jeneral Vijil ocupó ^1 departamento de lea con 300 hom- 
bres; las fortalezas del Callao recibieron la misma guarnición. 
La policía de Lima fué reorganizada bajo la base de tres com- 
pañías, dos de infantería i una de caballería, con el pié de 350 
hombres. El resto de la Confederación quedaba en manos de 
sus mas esclarecidos jenerales; pero la red del poder público 
se concentraba en la persona del Protector, que hacia servir al 
logro de sus fines a los hombres mas ilustres de Solivia i del 
Perú. El mariscal Cerdeña quedó al mando de las provincias 
de Arequipa i Cuzco, comisión de un alto significado político, 
porque Arequipa ha sido la fragua en que se ha calentado el 
hierro de las mas grandes revoluciones que han azotado al 
Perú. 

El mariscal Cerdeña era conocido de los arequipeños des- 
de el [dia en que para infundir valor a los suyos en el puente 
de Uchumayo, inmediato a la ciudad, resistió armado de un 
fusil, como simple soldado, las cargas del impetuoso Salave- 
rry, permaneciendo sereno í festivo bajo la lluvia de balas que 
lo envolvía en un sudario de muerte. 

Ballivian, otro de los vencedores de Socabaya, obtuvo el 
mando de la división limítrofe del Perú con Bolivia, es decir, 
de los departamentos de la Paz, do Oruro i de Puno. El jene- 
ral alemán Braun quedó en el sur de Bolivia conteniendo, con 
buen éxito, las incursiones del jeneral arjentino Heredia. 

Temadas estas precauciones) que debían evitar cualquier 



oampaRa bbl pJBt} BK 1838 307 

trastorno durante su ausencia, proclamó Santa-Cruz a sus 
pueblos, anunciándoles su partida para el Ejército. (1) 

El mismo dia (24 de diciembre) se dirijió a Ohancay, ha^ 
ciéndose acompañar por un suntuoso cortejo, que cuadraba bien 
con sus hábitos fantásticos, compuesto de la división de Ar- 
maza, (batallones 1.^ i 4.® de la guardia), de nna numero*? 
sa caballería, de la artillería, del parque i de su brillante Es- 
tado Mayor. Era un espectáculo capaz de fascinar a espíritus 
menos impresionables que los del pueblo de Lima. 

¡Cuánto contraste entre esa partida brillante i su pronto 
regreso a la capital! Un mes, contado dia a dia, fué bastante 
para operar ese cambio total en su destino. 

El 24 de enero, el Protector vencido i fujitivo, cubierto con 
el polvo recojido en una larga i precipitada marcha, lacerado 
su cuerpo con las fatigas de una fuga de 100 i tantas leguas a 
lomo de caballo, inquieto por su presente, angustiado por su 
porvenir, entraba a Lima vencido i silencioso, ofreciendo en 
espectáculo a la plebe el revés de ese desfile brillante que no 
se borraba aun de su memoria. 

Así se burla la fortuna de sus protejídos de un dia, i así bu- 



(1) El Supremo Protector de la Confederación. 

Limeños: Los restauradores que huyeron de la Capital al ruido solo 
del ejército, huyen sin cesar de donde quiera que se acercan las hues- 
tes de la Confederación. La sola presencia de la división Moran ha pues- 
to en confusión i desorden a los dos mejores batallones del ejercito chi- 
leno, en Chiquian. Su retaguardia ha sido batida i dispersa: sus equipa- 
jes abandonados i redimidos cuantos artículos habian sido restaurados 
por esa avidez insaciable que los distingue. 

Los pueblos del norte, que son todavía la desgraciada presa de su fu- 
ror, claman por el pronto socorro del ejército. Es tiempo de acudir a su 
llamamiento i librarlos de tan funesta dominación. Al fin han de encon- 
trarse obstáculos, que detengan a esos conquistadores f ujitivos. 

Limeños! Yo me alejo de vuestros muros mui satisfecho del sublime 
-entusiasmo que habéis desplegado, i esperando que haréis mucho en la 
presente contienda, siempre que las ocasiones se os presenten. Vuestro 
patriotismo, la esperiencia de los tormentos, que os hizo sufrir la restau- 
ración i la vijilancia del ejército, aseguran vuestro reposo. Nuestra mari- 
na que ha empezado felizmente sus primeros ensayos ofrece esperanzas 
lisonjeras en cooperación del ejército, que marcha a concluir esta campa- 
ña, con ese heroísmo que no ha desmentido jamás. 

Trujillanos! Piuranos! Huarazinos! Pronto veréis a vuestros defensores. 
Esperadlos. Preparaos para contribuir a vuestra libertad. Eíla es el estí- 
mulo mas activo de sus fatigas. Mostrad esa her<')ica constancia, desplegad 
esos esfuerzos que hicisteis en la guerra de la independencia. Ahora son 
roas necesarios. — A mires Sania-Cniz^ — Cuartel joneral en Lima, a 24 de 
diciembre de 1838. 




i}08 oahpaRá DBii ?mt Kn 1838 

milla ooQ la misma facilidad ooq que levanta^ el poder que crea 
ea mano caprichosa! 

El Protector se adelantó a Ohiqaian con la caballería por el 
mismo camino que habian seguido sus divisiones de vanguar- 
dia, dejando atrás a la división de Armaza^ que se le reunió en 
Cbiquian el lí de enerOt Su viaje se realizó sin dar lugar a nin-> «.^ 
gun suceso digno de recuerdo. El jeneral Búlnes babia sido 
advertido con anticipación de que se separaría de Armaza para 
llegar mas pronto a Cbiquian^ i con el objeto de sorprenderlo 
babia enviado secretamente a la costa a don Manuel Asin con .cmín 
algunos soldados. La vijilaucia de Asin i de Vidal no tuvo cz^-o 
buen resultado^ ni la del jeneral Gamarra, que preparaba coii 
ese mismo objeto una columna peruana, 

Beunido que fué su ejército en Chiquian^ se puso en marcha 
con todas sus fuerzas hacia el Callejón (3 de enero) con la 
arrogancia del hombre que teme se le escape por momentos su 
presa i la victoria. 

Oon la marcha de Santa-Cruz a Huaraz la lucha puede^^ Jle 
considerarse empellada, 

Desde ese dia los ejércitos estarán separados por una^j^ ^a 
corta distancia, guardando solamente el trecho indispensa jn* 
ble para no venir a las manos. A una jornada del Ejércitoc^^cío 
Protectoral; corresponderá otra del Bestaurador; a una doblen Xe 
marcha de aquel, una doble marcha de éste, hasta que por fin^. ^=>3) 
habiendo conseguido llevarlo, en alas de su vanidad, hasta las ^^ ^s^ 
inmediaciones del campo que tenia preparado para destruirlo 
tomará vigorosamente la ofensiva, lo arrancará de sus posicio — 
nes con un empuje sin igual, i ceñirá sus cienes victoriosas co 
el laurel inmarcesible de Yungai. 

Los ejércitos que iban a decidir la lucha no guardaban reí 
cion entre sí, por su número ni por su composición. La mayov 
parte de los batallones chilenos no tenían mas esperiencia da 
la guerra que la que habían podido adquirir en los meses tras- 
curridos desde su desembarco en el Perú. Los batallones de 
enemigo, por el contrario, eran veteranos i aguerridos. L^ ^^ 
mayor parte de ellos habian hecho la campaña contra el jene^^^- 

ral Salaverry í soportado el fuego de los grandes combates qu -^ 

señalaron la conquista del Perú. Los oficíales superiores J 
pinchos iudivíduüs de tropa, habían pertenecido a los ejércitcny^ 




0AMPA9A DBL PBRl} BK 1838 309 

de la independeuoia, i por eso era cotnuQ ver en las formacio* 
nes un gran número de soldado» i de jefes con el pecho relu« 
cíente^ con las medallas que hablan conquistado en Ayacucbo^ 
en Junin, en Yanacocha, en Socabaya, 

El ejército que, a guisa de columna vi?a, soportaba sobre sus 
hombros el sistema de Confederación, habia sido atendido 
por Santa-Cruz de un modo preferente. El lujo de su vestido, 
la calidad de sus armas, la abundancia de sus bagaes, cou^ 
trastaban con la pobreza de los batallones chilenos, provistos 
de armas ordinarias i antiguas, sin mas equipaje que la mo« 
ohila vacía que colgaba de sus fornituras, que muchas veces no 
eran sinp un pedazo de cuero cruzado en las espaldas sobre 
una manta descolorida. Su pobreza, su honorable pobreza, 
podríamos decir, — ^porque no debemos olvidar que este ejército 
miserable habia ocupado durante dos meses una ciudad popu-. 
losa i rica, donde hubiera podido surtirse de todo lo que le 
faltaba — su miseria, repetimos, llegó al es tremo de que habia 
soldados que carecían de zapatos en las marchas de la sierra, i 
que no tenian mas abrigo que la casaca que llevaban en el 
cuerpo, para protejerse del frió de esas glaciales alturas. 

En todo sentido, el ejército chileno era inferior al del ene- 
migo. La mayor parte de la tropa, se habia enrolado en los 
momentos que se preparaba la partida. Hubo batallón, como 
el Santiago, que se completó a bordo de los buques que lo 
llevaban al Perú, con los voluntarios que recojiala policía i que 
conduela voluntariamente a Valparaíso, con las manos atadas 
a la espalda i en grupos rodeados de soldados. Otro, como el 
Aconcagua, se formó con los batallones cívicos de la provincia, 
i la composición de la mayor parte de los demás, corria pare- 
jas con la de aquellos. 

En el Ejército Protectoral, los soldados eran veteranos i los 
jefes ilustres. Algunos de ellos ocupaban una pajina brillante 
de la historia americana, i pertenecían por sus hechos a la pri- 
mera categoría de los grandes hombres de su pais. Bastará 
citar a Moran, eso soldado intrépido i glorioso, valiente entre 
los primeros, arrojado i magnánimo, cuyo nombro no se bo- 
rrará del recuerdo de su patria adoptiva, si sabe rendir tributo 
a la intelijencia, al valor i al infortunio! Otro, el jeneral don 
Kamon Herrera, era en la época de la Restauración un sóida- 



!310 ÜÁMPAffA DBL PSBt} flK 1838 

do prestijioso i de mérito, conocido en el ejército i en el Pera 
por sus servicios a la causa de la independencia americana. Al 
jado de éstos, nna pléyade de hombres distinguidos, como 
Guarda, Pardo de Zela, Otero, Bermudez, aparte de otros de 
menor graduación, i de los que colocados en una esfera subaU 
tema, debian figurar mas tarde en primera escala en los anales 
de su patria, 

Agregaremos a esta lista, los nombres de Ballivian, de Ve- 
lasco, de Biva-Agílero, de Oerdeña, de Braun, de Tristan, de 
Vijil, de Miller, de Necochea que, si bien permaneoian lejos de 
la Sierra, servian en otra esfera a la causa protectoral. Puede 
asegurarse que ningún ejército americano hasta ese día, habia 
sido mas lucido por su composición, por sus hombres i por sus 
recursos. 

Ademas de todas estas diferencias, habia entre ambos una 
marcada desproporción numérica. El ejército protectoral te- 
nia próximamente 7,000 hombres; el chileno en los prime- 
ros días de enero, 3,800 mas o menos. Este número se aumen- 
tó con 500 enfermos salidos de los hospitales, i con dos bata- 
Uones peruanos, mas reclutas aun que los batallones chile- 
nos. A mediados del mes, en los dias anjteriores a Yungai, el 
Ejército Restaurador se componía próximamente de 5,000 
hombres. 

Desde la llegada del Protector a Ohiquian, su ejército se di- 
vidió en la forma que debia adoptar definitivamente hasta la 
terminación de la campaña. Se distribuyó en dos divisiones de 
infantería; una compuesta de las tropas bolivianas, mandada 
por el jeneral don Ramón Herrera, i otra, de los b«*ital]ones pe- 
ruanos, a las órdenes del distinguido jeneral don Trinidad 
Moran. 

La división de Herrera se subdívidió en dos brigadas; la- 
primera compuesta de los batallones núms. 1 i 3 de Bolivia, 
fué confiada al jeneral don Pedro Bermudez i la segunda, de 
los batallones núms. 2 i 4, al jeneral don Mariano Armaza. 
Era jefe de Estado Mayor de esta división, el coronel G-uilarte. 

La artillería estaba a las órdenes del coronel Pareja, natu- 
ral de Guayaquil i sobrino del jeneral español del misma nom- 
bre, que trajo la guerra a Chile i al Perú en 1866. La caballe- 
ría se componía de dos Rejimientos, Lanceros de la guardia i de 



ÓAMPÁSTA del PEBtí BK 1838 31 1 

la Escolta, mandados en jefe por el distinguido jenerál don Jo- 
sé M. Pérez de Urdininea, que después de haber figurado en 
alta escala durante la guerra de la independencia, se puso en 
1838 al servicio del jederal Santa-Cruz. El brillante Teji- 
miento de Lanceros de la guardia, tenia por jefe al coronel 
boliviano Lara; por segundo al comandante Guerra, de oríjen 
boliviano, conocido en las filas con el nombre familiar de 
tuerto Guerra. En grados inferiores figuraban en el mismo 
Tejimiento, los capitanes Barnechea de Potosí; Morales i Du- 
Ion de Chuquisaca, 

El Tejimiento de la Escolta, que se componia de dos escua- 
drones, era mandado, en primer lugar, por el comandante don 
Matias Saavedra, natural de Cochabamba i en segundo por el 
mayor Lauda. Formaba en las filas de ese arrogante cuerpo 
el joven oficial don José María Achá, que habia nacido en 
Cochabamba en 1809 i que 28 años mas tarde debia ocupar la 
primera majistratura de su patria. Estos Tejimientos monta-» 
ban los caballos que pertenecieron a la división del jeneral 
Blanco Encalada i que fueron vendidos al jeneral Santa-Cruz 
después del tratado de Paucarpata. 

El jefe del Estado Mayor de todo el ejército era el jeneral 
don Anselmo Qairoz. 

El jeneral don Pedro Bermudez, comandante de la primera 
brigada de la división de Herrera, era un antiguo militar, 
oriundo de Tacna, que habia contribuido a la independencia del 
Perú, concurriendo a sus mas distinguidas funciones de armas, 
i encontrádose en Ayacucho como segundo jefe de un batallón 
de infantería. 

El jeneral Armaza, jefe de la segunda brigada, orijinario de 
la Faz, era considerado como hombre de inteiijencia i de valoré 
En 1829, cuando el jeneral don Pedro Blanco asumió violen- 
tamente el mando de Bolivia en perjuicio del jeneral Santa- 
Cruz, que habia sido elejido sucesor de Sucre, Armaza lo de- 
rribó del poder i le quitó la vida. Santa-Cruz premió su con- 
ducta haciéndolo, primero ministro de la guerra de su adminis- 
tración i después su amigo i protejido. 

El batallón núm. 1, estaba mandado por el coronel don 
Fructuoso Pefía, sobrino carnal de Santa-Cruz, nacido en la 
Paz, que pereció mas tarde en el patíbiilo polítioo c^ donde fu^ 



312 CAMPAÑA DEL PERÚ EN 1838 

arrastrado por el joneral Balliviao. Los principales oficiales 
de su cuerpo eran ademas de sus propios hermanos Tomas i 
Manuel, que inició la batalla de Yungay, el valiente oficial 
don José F. Santivafiez i los de menos graduación Arrieta i 
Lemoine. 

El batallón nám. 3, tenia por jefe al coronel urugoajo don 
Manuel Rodríguez Magariños, que habia sido uno de los prin- 
cipales ausiliares de Santa-Cruz en la formación de las lojias 
masónicas de que sembró el sur del Perú, para favorecer bu 
conquista. Aparte de eso, Rodríguez Magariños era reputado 
en el ejército, como un táctico distinguido: era el segundo en ese 
cuerpo, el joven comandante Barren i servian a sus órdenes en 
grados subalternos, el valiente capitán Estrada, hijo de Chu- 
quisaca: en la misma graduación don Gonzalo Lanza, que ha 
sido mas tarde jeneral del ejército boliviano; Silveti qué reci- 
bió en Yungai una herida en la cara: Laguna que pereció en 
Chuquisaca fusilado por el presidente Belzu: el turco Torres; 
i el valiente i hábil oficial chuquisaqueño don Severo Fer- 
nandez. 

La 2.* brigada o sea la de Armaza, se componía como diji- 
mos de los batallones 2.® i 4.^ 

Aquel, era mandado como principal jefe por el coronel don 
Mariano Sierra, natural de Ororo, i como 2.® por el teniente 
coronel don Ildefonso San-Jinés, que ha ocupado mas tarde 
una posisioü espectable en Bolivia. El tercer jefe era el mayor 
Trigoso i los capitanes, Perez^(Juan José), Viruete, Ansaldo i 
Pope. 

El batallón número 4.®, colocado a las órdenes del coronel 
don Prudencio Deheza, tenia una oficialidad distinguida, so- 
bresaliendo entre ella, el entonces capitán don Manuel Isidro 
Belzu, que comenzaba con todo el ardor de la juventud su car- 
rera ojitada i gloriosa, i los capitanes Carbonel, Marín, Alva^ 
rez Condarco, que seria mas tarde jeneral, Velasco, Rivera, i 
don Manuel Gregorio de Pérez hijo de una distinguida familia 
de la Paz. 

La división peruana, de que era jefe el jeneral Moran, se 
componía de cuatro batallones. Mandaba el Arequipa, que se 
llamaba asi por haber sido organizado en la ciudad de ese nom- 
bre, el coronel don Jil ^Espino^ i como segwdo jefe el coman- 



ÓAMTASA del PERlí EN 1838 áÍ5 

« 

dante clon Mariano Ureta, sirviéndole de snbalternos los ofi- 
ciales Franco (Manuel María), Vega (Guillermo), Farfan, Lu- 
na i Vallejos. 

El Ayacucho, que había soportado el sitio del Callao, encer- 
rado en la fortaleza de la Independencia, i que habia servido a 
Orbegoso de cuerpo de reserva en la batalla de Guias, tenia 
por jefe al comandante Morales. — El Pichincha, tan hermoso 
como el anterior, era mandado por el coronel Lobato i por el 
comandante Arnao. 

Por fin, el batallón Cazadores del Centro, organizado en el 
Cuzco, obedecía las órdenes del valiente soldado i distinguido 
táctico don José Gabriel Telles, nacido en Potosí, que andando 
los años, debia ser ministro del jeneral Belzu, que figuraba 
como ya lo hemos dicho, en grado subalterno, en este ejército 
brillante. — ^El jefe de estado mayor de esta división, era el co- 
ronel peruano don José Quiroga. 

Sobre todos estos jefes, de alta i pequeña graduación, esta- 
ba el jeneral Santa-Cruz, que desde el dia de su llegada a 
Chiquian, desempeñó las funciones de jeneral en jefe. Iban a 
BU lado, en distintas calidades, algunos hombres distinguidos 
como su ministro don Casimiro Olañeta; orador inagotable, 
fecundo en recursos, pero que estaba mas organizado para las 
lachas de la tribuna i del foro, que para las contiendas arma- 
das. Era otro don Francisco de Paula Bodado hombre distin- 
guido por sus conocimientos i servicios. Hecho jeneral en 1823 
por el voto del congreso, se trasladó a Europa con Riva- 
Agüero i vino a Chile oír 1826, de donde pasó al Perú i luego a 
Bolivia, para ponerse al servicio do Santa-Cruz. 

Este era el cuadro somero del Ejército Protectoral. El Res- 
taurador no estaba concentrado como él, sino repartido en va- 
riofl puntos del Callejón, aparte do las fuezas peruanas que 
permanecieron en Trujillo hasta los primeros dias de enero. 

Al rededor del jeneral Biilnes se agrupaban algunos perua- 
nos ilustres, que resumían, en un cuadro pequeño pero brillan- 
te, toda la historia del Perú. Era el primero dp todos, el Gran 
Mariscal don Agustín Qnmarra, cuya vida borrascosa, pero 
iluminada con los destellos de la intelijencia i de la gloria, tra-» 
taremos de dar a conocer en el curso de este libro. Sucedíale 
ea nombradla i an impottanoia el jeneral don Rotmon Castillají 



314 oampaITa del febú bn 1838 

UDO de los soldados mas intrépidos de la revoludon ameríéa- 
na, dotado de nna rara intelijcncia i de una actividad infatiga- 
ble. Sus servicios durante la campaña fueron de gran impor- 
tancia. Sin él, habria sido talvez imposible facilitar al Ejérci- 
to Restaurador en Lima i en el norte, los elementos de su vida. 

Pero su obra, por importante que fuera, no salia de la semi- 
oscuridad en que, durante una guerra, se mantienen los servi- 
cios de organización, acaso de los mas importantes. La luz 
de la gloria militar apaga con sus ardientes fulgores, los tra- 
bajos modestos que hacen posible la victoria. 

Castilla, nacido en la provincia de Tarapacá en los últimos 
años del siglo pasado, vino mui joven a Chile i se estableció 
en Concepción, con un pequeño comercio. Arrancado de sus 
tranquilas tareas por los primeros trastornos de la guerra de 
Lidependencia, se trasladó al Perú, donde prestó servicios mi- 
litares de diverso carácter, hasta 1824. Al año siguiente con- 
currió a la batalla de Ayacucho. 

• Terminada la guerra i consolidada la obra de la revolución, 
el nombre de Castilla fué ganando incesantemente prestijío e 
importancia. En 1835 era prefecto del departamento de Puno, 
cuando el jeneral Orbegoso, ocupado solo de asegurar el éxito de 
las elecciones que debian tener lugar en la Eepública, salió de 
Lima hacia el sur, dejando desencadenarse tras de sí, la san- 
grienta revolución, quehabia de tener por resultado la conquis- 
ta del Perú por Santa-Cruz. El jeneral Castilla, fastidiado de 
la marcha del gobierno, renunció su puesto de prefecto i se tras- 
ladó a Arequipa, donde reprochó personalmente a Orbegoso^ 
el miserable estado a que habia reducido al Perú. 

Desterrado de Arequipa i espuesto a ser fusilado, si el coro- 
nel Pezet hubiese cumplido la orden de Orbegoso, Castillas 
retiró a Tacna, de donde fué sacado violentamente, a medm 
noche, por orden de Braun i trasportado a Tarapacá, por im 
camino sembrado de enemigos i de emboscadas, que segon él 
refiere, le habian sido preparadas por Santa-Cruz (1). 

Habiendo conseguido huir, se embarcó en una caleta de la 
costa para Aric^, i de ahí se trasladó al Callao, abordo de la 
Ariadna, de donde regresó poco después a Valparaíso. 

(1) El jeneial de brigada don Bamon Castilla a sus coaciudadanoa.«« 
gantifgo,1836, 



OAMPiiltA D8L VmÜ BK 18S8 SIS 

OastilU) como la mayor parte de los peraanos que en esa 
época emigraron a Ohile, adquirió estrechas relaciones de 
amistad con los hombres mas influyentes del gobierno del je- 
l^eral Prieto, que preveían la necesidad de espedicionar al Pe^ 
r4 «1 un porvenir no mui lejano. En 1837 acompañó al je^ 
•neral Blanco a su campaña de Arequipa, i regresó con él, 
deipues del tratado de Pauoarpata. Enrolado nuevamente en 
la segunda, desempeñaba el ministerio de la guerra, desde la 
elección del jeneral Gumarra, 

Estos nobles antecedentes, fueron coronados por una vida 
mas gloriosa aun. Llamado dos veces a desempeñar la primea- 
ra majistratura de la rep&blica, Castilla marcó su paso por la 
adnqiinistracion, con un sello glorioso e indeleble. 

Bu muerte fué como habia sido su vida. Viejo, achacoso, cu- 
bierto con la mortaja de las dolencias i de los años, su alma 
conservaba el fuego i los brios de su primera edad. En 1867, 
el viejo patriota — ^al frente por la última vez de una aven- 
tura política-— sintiéndose desfallecer, se bajó de su caballo 
i reclinó sobre una manta, tendida en la arena del desierto, 
BU cabeza gloriosa i fatigada. Un momento después exhalaba 
el último suspiro, i moría como soldado i como revolucionario. 

Su memoria ha pasado a sar la mas popular del Perú, i su 
nombre el tipo del héroe nacional. Sus jenialidades, sus res- 
puestas, los rasgos de su carácter, de su valor i de su pri- 
vilejiada intelijencia han llegado a formar una verdadera 
tradición, que anima el miserable hogar de sus viejos solda- 
dos i que cria a los jóvenes en el recuerdo de sus virtudes 
i de BU memoria. 

Ademas de Gamarra, de Castilla i de Torrico (1) figuraba, en 



(1) Torrico nació en Lima el 27 de febrero de 1808 i era hijo de un 
coronel español que servia en el ejército del Perú. Incorporado desde 
mui joven, en la Academia militar, se enroló en el batallón Infante don 
Carlos, perteneciente al Ejército Real, desdo que empezaron a sentirse 
los primeros síutomas de la rcvolnciím. Tomado al p-^co tiempo prisivoncio 
por lóí5 patriotas, fué agregado por R.m'^ÜMartin al ejército revolucionario. 
En 1822. concurrió en clase de tenieuto del batallón Lejion Poruana, a 
los combates desgraciados do Torata i do Moqiieliua. Al año sicfuiente, 
marchó al sur con el batallón núm. 6, que formaba parte de la brillante 
división que hizo la campaña de Intermedios. Torrico que pertenecía a 
la columna de Gamarra, que dcbia dirijirso a Ornro, retrocedió como 
toda la columna basta Arica, donde pe embarcaron los miserables restes 
de eso ejército que so habia dejado vencer sin combatir. 



310 OAfilPAltA DBL PBBtf BH 1836 

las filas de la Bestattraoioiii el pundonoroso jeneral SleapnrUy 
bombre de nobles maneras i de dignos antecedentes^ qne per- 
teneció) en el principio de su carrera^ al ejército espafiol i eo 
adhirió después a la Eevolucion como los principales per80i^« 
jes del Pera: el jeneral Vidal, que era un guerriUero (I.u4asi, 
lleno de recursos i de prestijio en las provincias del Nortei el 
jeneral don José María Baigada, que babia servido ei; los ejéir* 
€Íto« de la independencia i que Uogariaj andando el tiempo, id 
encumbrados destinos, 

En otra esfera^ sobresalían los distinguidos coroneles doi( 
Alejandro Deustua, don Manuel Lopess, don Isidro Ip^risanc^Qi 
don Juan Bautista Mejíaj en el Estado Mayor i en el cuerpo de 
injenieroBj el hábil coronel Placencia^ el sárjente mayor don 
PrancisGO José Oa&as, el teniente coronel don Juan Orisóstomo 
Mendoza^ i tantos otros^ que no seria posible enumerar sin pro« 



ÍW>W ^^ ■ ■ ■ ■■ ! M 



InQorporado de nuevo en el b^^taUoa I^ejion Peruana, coneurrió siem- 
pre en clase de subtenieute a las batallas de Junin i de Ayacuoho. Incor- 
porado depues al ejército del jeneral Sucre, acompañó a este soldado 
ilustre en la campaña al sur, que trajo por resultado la creación de la 
república de Bolivia. Vuelto nuevamente al Ferú, regresó en 1828 oon 
el jeneral Gamarra, que llegó hasta la frontera de Bolivia i firmó loa tra^ 
tadoa de Piquiza, 

ün 1829, declarada la guerra a Colombia, se batió en el ejéroito pe- 
ruano en la batalla de Pórtete^ i regresó a Lima, con los desastrados 
restos de la división do La-Mar. Incorporado como segundo jefe en el 
batallón Zepita, cooperó a la revolución que hizo Gamarra contra el je- 
neral La-Mar, lo que le valió un ascenso i el mando de su batallón. El año 
1834 sobrevino una revolución encabezada por Gamarra, en favor de Ber- 
jnudez i coatra el jeneral Orbegoso. Torricose plegó a ella al principio i 
)a abandonó poco después. Separado de su cuerpo por Orbegoso, fué bus- 
tituido en él por el jeneral Salaverry, i después borrado del escalafón 
militar. En 1855, tomó parte en favor de Salaverry, sublevado contra 
Orbegoso, i luego se le separó, disgustado de la poca confianza que le dis- 
pensaba el joven i ardoroso caudillo. 

En esa ópoca emigró del Perú i se retiró a Chile, lo que le impidió con- 
cirrir a la segunda guerra de independencia que hizo el ejército de Sa- 
laverry contra el jeneral Santa-Cruz i que tuvo por resultado, la derrota, 
la persecución i el patíbulo. í 

En i 837 se trasladó al Ecuador a negociar una alianza entre aquel 
país i Chile, i regresó con el jeneral Gamarra cuando se hacian los pre- 
parativos de la campaña que estamos empeñados en narrar. 

Llamado después a los mas altos destinos políticos, i honrado con las 
comisiones mas importantes que puede desempeñar un ciudadano. Tóni- 
co, se aU jó del Perú en 1852, i fué a pasar el resto de sus dias en Paria, 
donde murió ea 1875 (a). 

(a) Todos loa datos relativos a Torrico, los heman sacado de unos apunr 
tes sobre su vida, que escribió di mismo en Paris i que debemos a la je.- 
jierosi4ad de don Jü§ú Domingo Cortés. 



oiXfiJiA tvL fw6 «M isas di? 

lODgar deflmasniadBmeQte eate relato, Debemos hacerj ¡án em? 
l)a?|Bfo, mía escepcion en favor d^l ilpstre o^cial fialte|(o {io^ 
^UAu Antoiaio Ugarteche. 

La mayor parte del ejército chileno permanecía, como he» 
n^os dicl^Oy en el pintoresco poeblo do Unaraz. El distinguido 
l^sajísta Tfood, nos ha dqado nna vista de la plaza de Haa^ 
saz, dorante su ocupación por el ejército chileno. Era un yas*- 
^ cuadrado o mas propiamente un terreno eriazo, rodeado de 
edificios bajos, en el antiguo estilo español. Uno de sus costa*- 
dos estaba ocupado por el cuartel que hospedaba a los batallonea 
philenos. Su arquitectura, si tal puede llamarse, consistia en una 
xnuralla larga e igual, provista de tragaluces en forma de se» 
mictrculo a gran altura del suelo. Sobre la puerta principal, 
unos altos corridos, que se ven sofocados por el inclinado te« 
cho de teja que parece cubrirlos. 

En el otro costado, una iglesia parroquial de dos torres en 
principio, de pobre i desaseado aspecto. En el horizonte de esta 
plaza humilde, i casi sobre >lla, destaca sus picos majestuosos 
la cordillera de los Andes, i el reflejo de sus nieves perpetuas 
envuelve al pueblo en una atmósfera trasparente i límpida. 

Allí permaneció durante muchos dias el cuartel jeneral del 
ejército chileno, aguardando ávidamente la determinación de 
Santa-Oruz. Los principales ayudantes del jeneral en jefe en 
ese lugar eran: el distinguido coronel Wood, que ha dejado un 
trazado de la marcha del Ejército Bestaurador i de sus glorias, 
en los paisajes admirables tomados sóbrelos mismos sitios; el 
teniente coronel don Miguel O' Carrol, hermano del desgraciado 
joven que fué enlazado por los seides de Benavides en el sitio 
del Fangal; el oficial peruano don Francisco Antonio Pérez, 
cuñado del jeneral Salaverry; el valiente oficial chileno don 
José Manuel Lecaros; el apuesto i gallardo capitán del Porta- 
les don Santiago Amengual, i el joven oficial de cazadores 
agregado a la secretaría del jeneral en jefe, don Nicolás José 
Prieto, que a pesar de sus cortos años no era un desconocido 
en las filas. Cuando el ejército iba en marcha del Naranjal a 
la Legua acercándose a Lima, el alférez Prieto, que marchaba 
a la vanguardia con un destacamento de 25 cazadores, se ba- 
tió arrogantemente con una avanzada mucho mas numerosa 
del euemigo, i la puso en fuga. 



316 ÜAtfPAftá DHL P8Bt} «K 1838 

Los principales ayudantes del joneral Cruz eran: Ballaina, 
que, como lo hemos visto en la relación del combate de Oasmaj 
permanecía en los buques por enfermo; el distinguido oficial 
don Carlos Olavarrieta, qne tampoco pudo terminar la csam- 
pafia por el mal estado de su salud; los sarjentos mayores don 
Simón Molinares i don Andrés Olivares, que veremos perecer 
gloriosamente en Yungai; el coronel arjentino don Isaac Tom- 
phson que mandó en Maipo i en Tarpellanca el batallón núm. 
1 de Coquimbo; el capitán don Rafael Soto Aguilar i el sarjen* 
to mayor don Juan de Dios Homero. 

Los batallones que Bdlnes tenia consigo en Huaraz eran, el 
Portales, el Oarampangue, el Valdivia, el Aconcagua, el San- 
tiago i el Colchagua. El Valparaíso estaba en el paso de 
Paltay. 

El comandante del Portales era don Manuel Q-arcía, anti- 
guo i distinguido oficial, nacido en Santiago en 1802, que se 
incorporó al ejército en calidad de cadete en 1817. El año si- 
guiente se contó entre los vencedores de Maipo. Después de 
varios servicios de distinto carácter, como los que prestó en la 
pacificación de Valdivia en 1821, formó parte de las dos espe- 
diciones que condujo el jeneral Freiré a Chiloé, i se encontró a 
las órdenes del jeneral Aldunateenla toma del castillo de 
Roquecura. 

Enviado después al ejército del sur, que mandaba Borgoüo, 
hizo varias espediciones contra los Pincheiras, hasta que en 
1837, se incorporó en el ejército de Blanco, i a su regreso, for- 
mó parte con su batallón de la segunda espedicion que dirijía 
el jeneral Búlnes. Su inmediato jefe era el sárjente mayor don 
Juan Torres, soldado intrépido i ardoroso, pero áspero, que te- 
nia encarnados en sus hábitos, los ríjidos preceptos de la or- 
denanza militar. 

Los principales oficiales subalternos, eran don Santiago 
Amengual, que ya hemos enumerado entre los ayudantes del 
jeneral en jefe: el capitán don José Miguel Araneda, recien sa- 
lido de las aulas de la escuela militar, que dirijia con superior 
acierto el coronel Pereira. Araneda estaba llamado a ser uno 
de los jefes mas distinguidos del ejército, por su intelijencia, 
por su valor i lo que era mas raro, por su vasta instrucción 
militar. Figuraba en el mismo cuerpo i en el mismo grado, el 



CAMPAÑA DBL PSEÚ EN 1838 319 

capitán don Pedro Silva, que recibió iflas tardo en recompen- 
sa de sus servicios que databan desde Maipo, el puesto de jen e- 
rai^ Pertenecia a las mismas filas, en clase de subteniente, don 
Cesáreo Pena i Lillo, que murió gloriosamentt en la batalla 
de Loncomilla, mandando como segundo jefe el batallón Buin: 
el teniente don Ramón Palacios: el capitán don Manuel Anto- 
nio Faez: el entonces sarjento l.°i hoi sarjento mayor don Jo- 
sé Miguel Faezy orijinario de Santiago, que se distinguió en el 
puente de LlacUa: el valiente 'oficial don Lúeas Pizarro: el te- 
niente don José María Ruiz, natural de los Anjeles, educado 
como Faez en la Escuela militar en tiempo del coronel Perei- 
xa, i el distinguido subteniente don José Antonio Campos. 

El batallón Carampangue, émulo del Portales i su compa- 
ñero en las fatigas i desabrimientos de Chiquian, tenia por jefe 
al teniente coronel don Jerónimo Valenzucla, nacido en Con- 
cepción en 1790. Enrolado en el ejército de la Patria en 1817, 
se encontró en el asalto de Talcahuanb i en la batalla de Mai- 
po. En 1820 hizo la campaña libertadora del Perú a las órde- 
nes de San Martin i sirvió después con distinción, en el ejército 
del jeneral Sucre. Vuelto a Chile, acompañó a Freiré a la se- 
gunda campaña de Chiloé en 1826, i después se enroló en el 
ejército del sur, que sostenía con perseverancia i yalor, pero con 
mediano ésiito la sangrienta lucha a que lo provocaban la gue- 
rrillas de Pincheira. 

El segundo jefe era el antiguo oficial don Manuel Zañartu, 
que habia pertenecido, como Yalenzuela, a las filas de la Re- 
volución, i servido después en el ejército del sur, en las cam* 
pañas de Benavides i de Pincheira. 

Los principales oficiales que tenia a sus órdenes eran los ca« 
pitanes don José Antonio Vial, i don Guillermo Nieto: el esfor- 
zado subteniente don Juan Antonio Vargas, que fué mas tarde 
coronel: el capitán chillanejo don Cárlos^Lezana, que no habria 
de empañar la ínclita nombradla de su pueblo: el distinguido 
jefe don José Vicente Urízar que pereció en la batalla de Lon* 
comilla: el valiente araucano don Juan Colipí, cuyas porten- 
tosas hazañas refiriremos en brebe: i el sarjento don José 2.° 
Bobles, que adquirió una envidiable nombradía en la batalla 
de Buin* 

£1 batttUoQ Valparaíso efitaba xncmcUtdo por el comandante 



320 oampaITa dbl perú bn 1838 

don Juan Vídaurre el Leal, que adoptó este apodo, desde el 
día que el coronel del mismo nombre, traicionó la gratitud i 
la amistad, anresando al ministro Portales en la plaza de 
armas de Quiflota. 

Vidaurre nació en Concepción en 1802. Cuando el bozo de 
los 15 años no asomaba aun en su rostro infantil, se alistó co- 
mo cadete en un rejimiento de caballería i concurrió al des- 
graciado ataque de Talcahuano de 1817, al combate de caba- 
llería de Quecheregnas, a la sorpresa de Cancha-Rayada, i a la 
gloriosa revancha de Maipo. En 1826 acompañó al jeneral 
Freiré a Chiloé i cooperó eficazmente a arrebatar a la España 
ese último rincón de territorio i de autoridad, que conservaba 
en el Pacífico. 

Su segundo jefe era don Manuel Tomas Martinez i sus prin- 
cipales subalternos, el ayudante mayor don Antonio de la 
Fuente, que fué mas tarde coronel i director de la Escuela mi- 
litar: el subteniente don Manuel Antonio Marín, cuyo nombre 
aparece con honor en el sitio del Callao: i el festivo i simpáti- 
co oficial don Ignacio Luco* 

El batallón Santiago, puede decirse, que era hijo de la capi- 
tal, pues sus soldados i oficiales pertenecían a la ciudad por su 
nacimiento i por sus relaciones. Mandada la distinguida juven- 
tud, que con una abnegación propia de otra edadl habia corrido 
a enrolarse en las filas del ejército que iba a hacer la campaña, 
don José María de Sessé, en cuya frente juvenil se reflejaba el 
puro resplandor de Matucana. Entre los oficiales de ese cuerpo 
merecen un recuerdo especial, don José Antonio Guilizasti, 
hombre tan distinguido por su intelijencia, como por su valor: 
el ayudante mayor don Juan de la Cruz Larrain, perteneciente 
a una de las mas encumbradas familias de la República, i que 
debia manifestar en el curso de la campaña, el conjunto de 
nobles i altivas cualidades que son el distintivo de su raza: el 
teniente don Ramón Villalon, salido como muchos otros, de 
las aulas de la Escuela militar, de donde fué mas tarde profe- 
sor: el capitán don Antonio Gómez Garfias: el subteniente, hoí 
coronel, don Rafael Fierro: el honrado e intelijente capitán don 
Antonio Videla Guzman, que se hizo matar en Loncomilla, por 
no sobrevivir a la injustificada deshonra de su nombre: los jó- 
yeues dou O&rlos Infante i don Martiniano ürriolai hijo del 



OkMFAÉA BSL rwKÓ MS 1838 321 

coronel de este nombre: clon Francisco Gnzman qne meredó 
el honor de ser recomendado &i el parte oficial de la batalla 
de Matucana: el entonces subteniente i mas tarde coronel don 
Mauricio Barbosa: el joven don José Nicolás Alamos: i por 
fin^ uno de los mas distinguidos de todos^ el pundonoroso capi<> 
tan don Manuel Tomás Tocornal^ h^'o del ministro de Sstado 
don Joaquín Tocornal. * 

Era comandante del batallón lijero Valdivia, en reemplaao 
de su jefe, que babia regresado a Chile por enfermo, el sar- 
jento mayor don Pedro Gómez, nacido en Chiloé en 1801* 
enrolado en 1829 en el ejército del sur, encargado de conte« 
ner las correrías de los montoneros i de los in(Uos, Gomes se 
encontró a las órdenes de Búlnes en el combate de las La- 
gunas de Pulanquen que terminó la guerra de los Pincheiras, 
i en las diversas campañas de pacificación del territorio arau* 
cano que tuvieron lugar en 1834 i 183^. 

Se distinguían entre los oficiales que tenia a sus órdenes, 
el intrépido joven don Basilio Urrutia, hoi jeneral, 'que ha 
conquistado uno a uno sus grados militares, desde la plaza de 
soldado distinguido, por la obra de su clara intelijencia i do su 
distinguido valor. Era subteaiente. como Urrutia, otro valiente 
como él, don Joaquín Unzueta. Figuraban en el mismo ^cuer- 
po en clase de capitanes, don José Antonio Koa, nacido en los 
Anjeles en 1^01, que había figurado dignamente en todos los 
grandes com]}ates que tuvieron lugar en la Bepública desde 
1817 hasta 1838, i con el mismo grado el valiente joven don 
Agustín Marques, hoi coronel, de familia de soldados, que ha-* 
bia ilustrado su carrera, forzando heroicamente con su compa- 
fiia, la entrada fortificada del puente del Bimao, el día de la 
batalla de Guias. 

£1 batallón Golchagaa, mandado por Urriola, estaba desti- 
nado también a una justa nombradla. Su jefe nacido en San- 
tiago en 1793, i enrolado en 1812 como soldado distinguido ^el 
batallón Granaderos de Chile, gozaba en el ejército de uoa 
merecida reputación (1). Oficial de la independencia como la 
mayor parte de los jefes nombrados, Urriola era un soldado 



«MM< 



(1) Sentimos so poder dar algunos datos sobre la vida del coronel 
TJrríola, pero no los hemos encontrado en la Inspección Jeneral del EJér- 
eito por no existir lu hoja de eervidoe. 

iS 



bAHPAltÁ DBL PBRtí KM 183^ 

intrépido^ pero demasiado inclinado a poner su espada en la 
balanza de las contiendas políticas. 

La artillería tenia un comandante jeneral^ que lo era don 
Marcos Maturana, nacido en Santiago en 1799. Enrolado en 

• el ejército en 1818, concurrió a la batalla de Maipo en el Es- 

* cuadron de Húsares de la Muerte mandado por Manuel Rodrí- 
guez, i dos años después acompañó al jeneral San Martin al 
Perú. Tomado prisionero, durante el sitio del Callao, i encerra- 
do en Casas-Matas, salió de ellas par& asistir al desastre de 
Moquegua. A su regreso a Chile formó parte de las dos es- 
pediciones que condujo el jeneral Freiré a Chiloé, i contribu- 
yó de un modo particular a la independencia del Archipié- 
lago. 

Sus servicios durante la guerra de la independencia, fueron 
solo el cimiento, puede decirse, de la alta nombradla que alcanzó 
este soldado benemérito. Desde 1826, figura en escala superior 
én todos los sucesos militares que tuvieron lugar en la República. 
Nombrado comandante jeneral de artillería en el ejército con- 
servador del jeneral Prieto, contribuyó de un modo poderoso al 
éxito de la guerra civil. La campaña del Perú no fué todavía 
la coronación de su carrera. 

En 1851 le cupo defender el orden público i el principio de 
autoridad amenazado en la capital, haciendo una brillante 
defensa del cuartel de artillería, de que era jefe. Promovido a 
jeneral i años mas tarde al Ministerio de la Guerra, murió en. 
Santiago en 1871 considerado por todos como un soldado arro- 
gante e Jntrépido i como un militar cumplido i pundono- 
roso. 

Entre sus oficiales subalternos sobresalía en primera línea 
el alférez, hoi jeneral, don Erasmo Escala, que apesar de sus 
cortos años comenzaba a labrarse en el corazón del ejército, el 
puro i acendrado prestijio de ha que gozado mas tarde» Un va* 
lor a toda prueba i una inquebrantable lealtad eran ya las do- 
tes distintivas del alma del joven oficial. Servían en el naismo 
cuerpo, i en grados superiores, el capitán don Marcos Antoiiio 
Cuevas, i el teniente don José Estovan Faez. 

La caballería se componía de un rejimiento i de tres escua* 
drenes. 

Mandábala en jefe el coronel don Femando Baquedano^ nad-" 



CAMPABA DBL PSBt} SK 1838 323 

do ea Santiago en 1793, A la edad de 11 aílos se alistS^ como 
üoldado di^Higuido^ en el rejimieiito español de Dragones de 
\9» Beina, 

Incorporado después en la Gran Gaurdidí llego en 1814 
al puesto de alférez^ habiendo pasado, de antemano^ por to^ 
dos los grados inferiores. Desde esa época se encontró en.loa 
hechos de armas mas gloriosos que tuvo que sostener el Ejér^ 
cito de la Patria: en el sitio de Chillan, a las órdenes del jV 
neral Carrera: en Quirihue, con Prieto: en Quilo, con O'Hig*» 
gins, i sucesivamente en Chacabuco, asalto de Talcahuano, 
Cancha-Hayada, Maipo, i después en Ochagavía i Lircai, Ba:* 
quedano debia inmortalizar su nombre en la batalla de Yun- 
ga!, donde lo veremos desplegar un heroísmo, propio de su 
alma levantada, 

Baquedano, a la vez que era comandante jeneral de toda la 
caballería, mandaba en jefe el rejimiento de cazadores, i tenia 
a sfus órdenes al teniente coronel don Juan Manuel Jarpa, na- 
cidl en Chillan a principios del siglo, que servia en el Ejérci- 
to^esde 1833: al capitán don Manuel Teran, hijo de Naci- 
miento i valiente como todos sus paisanos: a los de la misma 
clase don José María Alvarado i don José Antonio Yañez, 
que habia sido el único oficial del núm. 1 de Coquimbo^ que 
habiendo concurrido al combate de Tarpellanca, escapó delp^•*, 
&al de Benavides: al alférez, mas tarde jeneral, don José yi«, 
cente Yenegas, cuyo nombre hemos visto figurar en la batalla 
de Guias: al joven agregado al rojimiento, don Manuel Baque- 
daño, su propio hijo, hoi jeneral, i por fin, al sarjcAto 2.*" 
don Lúeas Villagra, que ha llegado a un puesto superior, por 
solo su entereza i su valor. 

El Escuadrón de Granaderos a caballo, np tenia jefe pro- 
pio i estaba a las órdenes inmediatas del coronel Baquedano. 
Sus principales oficiales eran el capitán don Juan Nayarro, 
de oríj en español, que pereció en Santiago el diadel^otin 
militar del batallón Valdivia en 1851. (20 de abril): ¿1 gfi- 
cial chillanejo don José Andrés Gazmuri, que llegó al puesto 
de coronel. 

f 

Mandaba el escuadrón de Lanceros el antiguo oficial don 
José luojosa, que se incorporó al Ejército en 1823, i servian, 
pntre otros, a sus órdenes el capitán don Ci|>riano Palma; e^ 



324 OAMPAlfA DXXi P2B1Í BK 1838 

ayudante mayor don José Toribio Fdntoja: el teniente don 
(kupolican Flaza^ i el alférez don Tristan Yaldeáll 

Por fin i para concluir esta nomenolatnra árida como un 
cuadro militar^ mencionaremos al Escuadrón dé Lanceros de 
la Frontera, organizado i mandado por el teniente coronel don 
José Ignacie Gk^rcía que fué mas tarde jeneral. Kacído en 
Concepción en 1806, García se enroló en el Ejército eñ 1817, 
i concurrió en cliEise de cadete del batallón núm. 3 a las bata« 
Has de Oancha-Eayada i de Haipo. En 1823 formó parte de 
la espedicion que condujo' el jeneral Pinto al Pera i desde en-» 
tuces hasta la época que historiamos, permaneció en el BjéN 
cito del sur, que trataba en vano de sofocar la guerra san<« 
grienta i tenaz, a que lo provocaban los Pincheiras. Los prinoi^ 
pales oficiales que tenia a su lado, eran el sárjente mayor don 
Erasmo Jofiré, hombre de sólido mérito, i de carrera distin-* 
guida: don Vicente Yillalon: el esforzado teniente don Ma« 
nuel Antonio Larrafíaga, natural de los Anjeles; el capiiau 
don Ignacio José Prieto, hoi jeneral, i el teniente don Rosau- 
ro Gtitica, con quien cerraremos dignamente, esta larga lista 
de oficiales i de jefes que se hicieron acreedores al reconooi'» 
miento nacional. 

Tal era, mirado desde sus puntos mas salientes, el cuadro 
de los principales oficiales chilenos en Haaraz en los primeros 
diaa de enero de 1839. Al abarcar en una ojeada rápida los 
principales nombres de sus cuadros brillantes, no hemos que- 
rido sino presentar en un haz, ese ejército que auhelaba an- 
sioso que llegara el momento de terminar la gaerra. Su inten- 
so deseo estaba a punto de cumplírge. El Protector venia en 
marcha de Chiquian hacia Huaraz, lo que manifestaba quo 
estaba resuelto a atrapar alguna vez al enemigo, qite kuia ig^ 
iiominiosamente a su vista! 

Sin embargo, antes de asistir a ese drama glorioso que se 
iba a representar en brebes dias, nos vemos obligados a retroce- 
der nuevamente hasta mediados de diciembre, es decir, a los 
momentos en que el jeneral Torrico aguardaba en Chiquian 
la llegada del enemigo, para completar así un vacío, que 
hubimos de dejar, para la mayor claridad de esta relación. 

Así reuniremos en un haz las diversas faces de una situación 
complicada, en que no solo se encontraban en juego, para - el 



OlM?AffA DBL PBBlJ BN 1838 325 

Ejército Restaurador las necesidades militares de la guerra^ 
sino las dificultades de su subsistencia en la Sierra; el aisla- 
miento en que lo mantenía la hostilidad de los pueblos; la ca« 
rencia de noticias exactas sobre las disposiciones i movimien- 
tos del enemigo. A su vez el Ejército Protectoral^ necesitaba 
también terminar ouanto antes una lucha^ cuyo desenlace i re-r 
sultados se hacian cada dia mas oscuros. 

La luz de los grandes acontecimientos que se preparaban, 
vendria a disipar el aparente caos de una situación revuelta i 
difidl; i a resolver las dudas e inquietudes que se amontona^ 
ban al rededor de los cg'ércitos, 



CAPÍTULO xni 



Columna de Vidal.— Tarrico en Clüqniau.— Gamarra en 

Trujillo,— Su vida 



El objeto de la comisión i dé la columna confiada al jeneral 
Vidal fué; como dijimos mas arriba, evitar una «prpresa a la 
división de Torrico, manteniendo una activa vijilancia sobre las 
fuerzas enemigas. 

Vidal comenzó por establecer un servicio de espionaje, i en- 
vió al mayor Moreira, con algunos soldados, a practicar un re- 
conocimiento sobre el mismo campo de Bermudez, que perma- 
necia cerca de Cauta, fomentando las correrías do los monto- 
neros, que llevaban sus depredaciones hasta los alrededores de 
Huacho. 

A fines de noviembre, Vidal se trasladó a Pativilca sin mo- 
tivo ostensible, separándose a mayor distancia del canípamento 
de Bermudez, i haciendo, por consiguiente, casi imposible el 
desempeño de su comisión. En el pueblo de Huaura, famoso 
en los anales del Protectorado, por haber sido el asiento del 
Congreso con que el conquistador pretendió lejitimar su obra 
después de Socabaya, dejó Vidal al prefecto de Lima don José 
Valerio Gassols; al sub-prefecto don ínan üiílgado, con el te- 
niente Moreno del ejército de Chile i, 12 cazadores. 

Esta orden imprudente produjo 8UB:naturales resultados: el 
piquete fué sorprendido, a los pocos dias, por q1 coronel Carras- 



OAÁPAJRa DfiL ^SÉtí ISN 183d 'Áii 

éo, enviado espresamente por Bermudez con 168 hombres de 
línea (1). Todos los soldados chilenos, algunos oficiales pe- 
ruanos pertenecientes al Estado Mayor del jeneral Vidal, el 
sub-prefecto Delgado i el teniente Moreno, cayeron prisione- 
ros, escapándose únicamente el prefecto Gassols (2). 

Después de la sorpresa de Huaura, Carrasco continuó su 
marcha a Supe, que ocupó sin dificultad. Entre tanto, el jene- 
ral Vidal, que habia sido prevenido de estos sucesos, marchaba 
en dirección de Supe para darle alcance; pero la flojedad de su 
marcha i su tardanza, dieron tiempo a Carrasco de replegarse 
a la división de Bermudez. Vidal regresó a Pativilca. 

El lugar elejido era el menos adecuado para la con- 
servación de la caballería, lo que lo obligó nuevamente a cam- 
biar de posición; pero en vez de situarse a vanguardia de la 
división boliviana, se trasladó a Huarmey, punto situado a 20 
leguas de desierto de Pativilca i a 30 del cuartel jeneral. 

Esta desgraciada retirada hacia imposible la vijilancia de 
Vidal sobre las fuerzas enemigas i dejaba descubierta la pesada 
división de infantería del jeneral Torríco. Nada justifica ni si- 
quiera esplica ese movimiento impremeditado, que pudo influir 
en el éxito de la guerra de un modo funesto i decisivo. 

Doblemos la hoja sobre esta pajina de la vida de un soldado 
por lo demás glorioso; no insistamos sobre sus faltas de uu dia^ 
que si la historia es un tribunal, no es un banquillo para fusi- 
lar reputaciones. Su permanencia en Huarmey tué corta, pues, 
convencido él mismo de la inutilidad de ocupar un pueblo que 
nadie pensaba atacar, se trasladó primero a Canta, dejando en 
Huarmey al mayor Moreira con una partida de observación, i 
después a Nepefía donde se reunió con el ejército peruano. De 
allí pasó al cuartel jeneral llevando 850 convalescientes chile- 
nos i el batallón Huaylac, que venia de Trigillo a cargo del 
coronel Deustua (3). 



Lanceros de 



(1) l^os coin{>afiías del Ayaeuoho, una del rejimiento de 
la Guardia i treinta montonero&. 

(2) Parte de Oarrasco.— ^co deh Protectctado^ nám. 135.— Carta de 
don José Toribio Pérez a Búlnes. 

(8) Señor Jeneral don Manuel Bú1nes.--Nepeflat diciembre 28 de 

l838.-^Mi querido jeneral i amigo; — ^Después de haber emprendido mi 

itiarcha de Oasma para reunirme al ejército, se^n XJd. meló habia or« 

' dttnado; i hallándome en este ponto para seguurla, he sido detenido por 

^ E, el ]en«ial presidente, para que ozüéndose a mi el batallón Huaylac 



328 OAMPAffA DEL PERÚ BN 1838 

La dmsion del jeneral Torneo, cuyo flanco quedaba descu- 
bierto con la marcha de Vidal a Huarmey, hubo de redoblar la 
yijilancia sobre los pueblos ocupados por las columnas enemi- 
gas. Apesar de que el movimiento de Vidal le creaba una si- 
tuación difícil, Torrico suplia esa desventaja con ua aumento 
de precauciones i con la seguridad de su posición. Hé aquí como 
esplicaba él mismo las condiciones estratéjicas de Chiquian: 
o: Mi flanco derecho está cubierto por la naturaleza misma del 
terreno, i por una que otra parte por donde podrían haoer un 
movimiento los enemigos aunque mui largo i difícil. Nunca 
podría ser de modo que no fuera sentido por nosotros desdo 
mucha distancia, pues que las autoridades de los pueblos por 
donde tienen que transitar, son amigas de la causa i me pasa- 
rían avisos volando, como lo acreditan las comanicaciones que 
incluyo. Por el frente está Cajatambo, pueblo mui comprome- 
tido par la causa de la Bestauracion i que está a 15 leguas de 
este cuartel principal, i a mas de esto, el rio de Bapaychaca i 
el de LlacUa son una barrera mas que suficiente para detener 
al enemigo dos dias, que son los que necesito para estar en 
Becuay. Pudieran, es verdad, hacer un movimiento por Pae« 
llon, pero tienen que pasar cuando no por Cajatambo^ al menos 
por los pueblos inmediatos que todos nos pertenecen, i ademas 
tengo frecuentes espías en esa dirección. Por la izquierda, que 
está la provincia de Huamalies, no haí nada que temer, pues 
que a la fecha está por esos pueblos la columna del mayor Ló- 
pez, compuesta de 100 infantes montados i diez lanceros de 
vuelta de la comisión que llevaron sobre el Cerro.]> 

En la misma nota añade: <i:He mandado construir ramadas 
a distancia de 6 leguas de este pueblo, camino cómodo, i caso 
que fuese atacado imprevistamente por fuerzas superiores a las 



i demás tropa de la costa, verifique mi ingreso al cuartel jeneral, debien- 
do el dia de mañana marchar la infantería i el siguiente la CalMtllerfa^ 
que hoi se halla ocupada en herrar i reclavar las herraduras que faltan. 

El señor ministro jeneral presentará a Ud. tres cartas con las últimas 
noticias por las cuales se enterará Üd. de los movimientos de los enemi- 
gos i su estado. 

Deseo a üd. salud, amado jeneral, i que mande a su obsecuente i apa^ 
sionado amigo Q. B. S. M. — Franci$co Vidal, 

A. D. — ^El batallón Huaylas desembarcó ayer en Santa i de igual xztodo 
trescientos cincuenta hombres del ejército chileno, de loa que se halla- 
ban enfermos en los hospitales de Trujillo, ya restablecidüs completa*^ 
mente. 



ÓAMPAÑA DBL PEUÚ bn 1838 320 

mias^ me rctirAré a estas seis Icgaas dondo puede reunirse el 
batallón Valparaíso que marchará otras seis i de este modo 
estaremos en la mayor scguridadD (1). 

Se recordará que el jcneral Búlnes dejó en Recuay al batar 
Uon Valparaíso con el objeto de protejer la retirada de Torrico. 
Las medidas a que hace referencia la nota^ eran el complemen- 
to indispensable de las adoptadas por Búlnes. 

Luego que tomó posesión del puetlo de Chiquian^ envió 
Torneo al Oerro de Pasco al mayor López con las fuerzas que 
menciona la comunicación anterior. Los 100 hombres de iu- 
fimt^ía cabalgaban en mulas^ como el medio mas adecuado de 
viajar en esas rejíones fragosas^ cruzadas de estrechos desfila- 
deros i de hondos precipicios. 

López llevó orden de permanecer en el Cerro el tiempo ne- 
cesario para levantar una contribución de guerra; para <iarre- 
glar política i militarmente los pucblosD i regresar cuanto an- 
tes por Huamalíes, para dar alcance al coronel^ Solares, que 
venia a esa provincia con una columna compuesta de algunos 
soldados de infantería i de las guardias nacionales de la pro- 
vincia de Huanuco. En conformidad con sus instrucciones, 
López sorprendió durante la noche la población de Cerro, i se 
dírijió después a la provincia de Uuamalies, pasando por Hua- 
nuco viejo i Aguamíro. 

La situación de López en esa provincia desafecta causaba 
viva inquietud en el cuartel jeneral chileno. Las noticias ve- 
nidas de los pueblos, hostiles en su mayor parte a la causa do 
Chile, exajeraban la gravedad de su situación. Torrico se es- 
forzaba por calmar los temores que se abrigaban en Huaraz 
i gracias a sus esfuerzos había conseguido permanecer en sü 
puesto avanzado mucho mas tiempo del que hubiera deseado 
el jeneral Bdlnes (2). 

Pero como el enemigo continuara su marcha hacia el norte 
en número superior a las fuerzas de Chiquian, Torrico decidió 
trd,sladarse a Becuai, donde se encontraba el batallón Valpa^ 
htiso. 

Deseando, sin embargo, no precipitar su retirada i cerciorarse 



MÉrite 



(t) Nota de Torrioo.-^Cbiquian, diciembre 10 de 18.^8. 
(3) Notas de Búlnea de 8 i 12 de diciembre i de Torrico de 10 i 12 de 
diciembre, 

48 



330 CAMPAÑA DEL PEBÚ BN 183ÍB 

de la aproximación del enemigo i de sus fuerzas, envió diez 
soldados montados del Oarampangue a las órdenes del alférez 
don Juan Colipí, araucano de raza, i de raza de valientes, hijo 
del cacique del mismo nombre, que se distinguió por su lealtad 
a la causa de la Patria (1). 

Colipí era conocido como un oficial puntual i rudo en el cum- 
plimiento de su deber; pero su porte marcial, la orijinalidad de 
BUS maneras semi-civilizadas, su color tostado por el sol de las 
llanuras indíjenas en que corriera su niñez, le hablan dado 
derta notoriedad en el ejército. 

La comisión que le confiaba Torrico era del mas alto signifi- 
cado moral, pues, de sus informaciones dependia que abando- 
nase el pueblo de Ohiquian o que permaneciendo en él, se es- 
pusiese a ser sorprendido por las fuerzas protectorales. Oolipí 
se propuso acercarse al enemigo hasta verlo por 'sí mismo, 
i efectivamente, al segundo dia de marcha, ^lo avistó entre 
Gorgorillo i Mangas, lo que avisó inmediatamente a Torrico, 
mientras él avanzaba con sus diez denodados compañeros al 
punte del rio LlacUa, que los contrarios tendrían que atravesar 
para llegar a Ghiquian. 

Serian las once de la noche de aquel mismo dia (17 de di- 
ciembre) cuando fué visto i atacado por una descubierta de la 
división de Moran, compuesta de cincuenta soldados a lo me- 
nos (2) pertenecientes a los batallones Pichincha i Arequipa^ 
mandada por el mayor Moróte. Oolipí, viéndose en presencia de 
un número tan desproporcionado de enemigos no pensó en huir, 
sino que por salvar a la división de Torrico', se decidió a sos- 
tener el puente con sus diez hombres. Mientras él impedia su 
paso, Torrico tendria tiempo de^ponerse en marcha a Becuai, o 
de seguir a Huaraz. 



(1) El Boletín del I¡}ército Eestaurador da los siguientes datos sobre 
Colipí: — (tBaste saber, entretanto, a nuestros lectores, que el alférez Co- 
lipí pertenece a una familia ilustre araucana, como hijo que es del céle- 
bre Ulmén Oolipí, tan conocido en la guerra de Arauco como el mas po- 
deroso ami^o del gobierno de Chile; i que el mismo alférez Colipí recioió 
una educación decente, bajo los auspicios de nuestro actual jeneral en 
jefe, permaneciendo a su lado por algunos años, hasta que entró en la mi- 
licia como soldado distinguido, en donde se ha hecho notar desde enton- 
ces por su viveza i ánimo denodado.io 

(2) Moran dice cincuenta en su nota oficial, pero son tales las enexac- 
tituaes en que incurre, a ciencia cierta^ que no nos es dado aceptan sus 
luiovQraQionofl úa la mas prudente desoonñanza. 



oampaRa dbl PBEtf w 1838 331 

£1 puente era tan estrecho que no podía ser atravesado sino 
por un solo hombre de frente i el rio estaba invadeable ese día, 
lo que favorecía doblemente el audaz pensamiento del oñcial 
chileno. 

Moróte quiso atravesarlo con su descubierta; pero Oolipíj 
anulando su superioridad numérica con las ventajas de su po- 
sición^ le resistió a pié firme, haciendo un fuego nutrido du- 
rante cinco horaS; que no causó grandes males por la oscuri*> 
dad de la noche, 

8in la resistencia de Colipl en Llaolla, que permitió a Torri* 
co recibir con tiempo anuncios de la marcha de Moran, su co- 
lumna habría sido sorprendida. Animado únicamente del de- 
seo de salvar a Torrico, Colipí no se fijaba en el número de los 
contrarios ni en el de los suyos; ni en el jeneral Moran, cuya 
división venia en marcha hacia ese mismo punto. Durante el 
combate, uno de sus soldados habia sido muerto i otro estaba 
espirante: solo quedaban nueve! Con ellos resistió, sin embar- 
go, todo el tiempo necesario para que Torrico ejecutase su 
movimiento a Recuai. 

Por fin, cuando las primeras luces del alba del 18 de diciem- 
bre, comenzaron a iluminar ese sitio de sublime i temerario 
sacrificio, Colipí se retiró al pueblo do Tiéllos, situado a corta 
\ distancia, creyendo qne el resto de la división habia tenido 
tiempo de ponerse en salvo. Pero el último i noble rasgo de 
esa altiva naturaleza, fué cargar sobre sus hombros a su com- 
pañero herido i trasportarlo así hasta el vecino pueblo de Tié- 
llos, para arrebatar a los contrarios el placer de recojer el úl- 
mo suspiro de su amigo infortunado. 

El combate del puente de Llaclla, es un episodio ennobleci- 
do por el valor i por la importancia de sus resultados. Debió- 
se a él, la salvación de las fuerzas de Torrico i sucesivamente, 
puede decirse, el éxito de la guerra. Colipí desempeñó ese 
dia las funciones encomendadas a Vidal, sirviendo de vanguar- 
dia a la división chilena de Chiquian. Sin embargo, el com- 
bate del puente, necesitaba ser completado con nuevos sacri- 
ficios. 

Las fuerzas enemigas habian conseguido cortar a Colipí en 
Tiellos, lo que hacia que su situación actual fuese mas preca- 
ria i angustiada que la del dia anterior. ¿Cómo salvó el esfor- 



834 0AMFA9A DBL PSBt} XK 1838 

voló oomeatador se olvidó de esplicar como pudo suceder que 
el coronel Espino que tenia al enemigo a su vista, creyese te- 
jerlo tras de sí, i que cuando lo veia en la barranca situada al 
frente, pudiese temer que estuviese batiéndose en Chiquian, 
«Esta circunstancia casual, agregaba el Eco del Protectora^ 
do (1) (refiriéndose al ruido de los cohetes) ha contribuido q^ 
que esa división no haya sido completamente batida i destruí* 
da como hubiese 8uce(^ido.2> 

Torrioo continuó aquella misma tarde su tranquila retirada 
sobre Uchugüanuoo, donde encontró el batallón Valparaíso 
que había venido a reunírsele desde Hecuai. 

El enemigo, fatigado con su penosa [marcha del día, se con- 
tentó con hacer algunas insignificantes manifestaciones contra 
la retaguardia. La retirada sobro Becuai cansó algunas de las 
muías que conducían los equipajes, lo que obligó al jeneral To- 
rrico a abandonar la carga, para no fatigar con ella al soldado» 
De esta circunstancia casual tomó pié el enemigo, para decir 
que el batallón Portales iba botando sus mochilas i dejando el 
camino regado de cnanto llevaba, que podia estorbarle la mar* 
cha (2). 

Torrico se alejó en la tarde del siguiente día del pueblo de Re« 
cuaí, sin haber perdido mas que un soldado muerto, un sarjento 
i tres hombres (3). Esta retirada que honra altamente al jene- 
ral Torrico i a los comandantes don Manuel García i .don Jeró- 
nimo Valenzuela, salvó la división de una pérdida cierta (4). 



(1) Número de 23 de diciembre de 1838. 

(2) Parte oficial de Moran. — Chiquian, 19 de diciembre de 1838. — Eb- 
iraordinario del 2^ de diciembre, publicado en el Eco. 

(3) Parte oficial de Torrico. — Recuai, diciembre 19 de 1838. 

(4) Hé aquí lo que decia B/ilnes a su hermano sobre las operáciones 
e incidentes de la división de Torrico (19 de enero, Csraz): 

«Al separarme de Huacho destaqué una división hacia la sierra a si- 
tuarse en el pueblo de Chiquian, para observar los movimientos del ene- 
migo, al mando del jeneral peruano Torrico. Este mandó cien hombies 
sobre Pasco, los cuales, después da varias correrías, al fin se encontraron 
con otra división del enemigo compuesta de trescientos hombres en el 
puente de Llata i los batieron tan completamente, que los pocos que es- 
caparon, lo hicieron al favor de sus piós i de los cerros, donde son unos 
gamos. 

En el entretanto, una división fuerte del enemigo se avisto a la qu© 
mandaba Torrico, el que, conforme a la orden que tenia i a la vista del 
ene migo, emprendió su retirada sin sor molestado hasta el pueblo de Ro- 
cuai; de allí la continuó a los seis dias a Iluaraz, donde me hallaba con 
tres cuerpos, i el enemigo tomó entóucüs posición de Becuai. i> 



0AHt>A9A DKL PSRt} BK 1888 335 

Se recordará que dejamos a Colipí en Tiellos, cortado por la 
división enemiga. En Ucliugüannco se presento al jeneral To- 
rneo, con sus siete soldados i su compañero herido. Habia 
atravesado por en medio del enemigo sin perder un Jiombre (1). 
Tal faé la digna coronación de su conducta en LlacUa. Su opor- 
tuno aviso previno a Torrico de la marcha de la división de 
Moran, i su resistencia en el puente le dio tiempo de preparar 
sus divisiones para la retirada. Colipí, en una palabra, con su 
magnífica i brillante defensa, impidió que los enemigos sor- 
prendiesen a Chiquian (2). 

Guando se miden con el pensamiento las consecuencias que 
hubiera producido la sorpresa de Chiquian, es decir, la proba- 
ble derrota i captura de los batallones chilenos, la arrogancia 
que ^el triunfo hubiese inspirado al vencedor, el desaliento 
consiguiente que hubiese llevado al vencido, la disminución 
de las ftierzas chilenas en 600 hombres en el mas solemne 
momento de la guerra, el combate del puente de Llaclla ad- 
quiere su verdadero significado, i el sacrificio del esforzado Co- 
lipí, se realza con un brillo especial. Su arrojo fué dignamen- 
te recompensado por el jeneral en jefe i por el gobierno de 
Chile; pues éste, a propuesta de aquel, decretó a los vencedo- 
res una condecoración especial, que debia solamente honrar a 
los Once del puente de Llaclla! 

Para terminar con este noble episodio de la vida del alférez 
Colipí, no estará demás, dar a conocer la altiva e indíjena en- 
tereza de su padre el cacique Ulmén. A su regreso a Chile, el 
jeneral Bálnes lo hizo llamar a Concepción, para felicitarlo 
por la bizarría de su hijo. Ulmén oyó con atención, pero con 
frialdad la relación de sus proezas, i como Búlnes le pregun- 
tara si no se enorgullecía del lustre que el joven oficial del Ca-» 
tampangue habia echado sobre su raza, el indio le contestó con 
viveza estas únicas palabras: — ¿De qué te estrafias, no sabias 
que era hijo mió? — Este [rasgo de elocuencia araucana, prueba 
que el alma de esos dos hombres habia sido vaciada en el mis* 



(1) Parte de íorrico. — ^Beouai, 19 de diciembre de 1838, 

(2) El ejército boliviano creía ya tan segara la captura de la división 
de Torrico que el jeneral Bermadea escribía al mayor Lópea con fecha 
18 de dioienbre: «Torrioo ha sido cortado i maSana no existirá bu 
tona.» 



336 oílBCPAITa bbl pbrú en 1838 

mo molde. El hijo habría de ennoblecer mas aun su. corta vida, 
con un rasgo mas heroico que el del puente de Llaclla. 

Dejemos a Torrico en su segnra posición de Kecuai con el 
batallón Valparaíso i dirijamos la vista a la columna que re- 
corría las provincias de Cerro de Pasco í de Huamalies a las 
órdenes del mayor López. De regreso de Pasco, López se dí- 
rijió a Huanuco que ocupaba con sus fuerzas el coronel Sola- 
res. Para no entorpecer su marcha, envió a Chiquian con el 
producto de la contribución sacada del pueblo de Cerro, ascen- 
dente a 1,500 pesos mas o menos, al oficial del Portales don 
José María Kuiz con seis hombres, que fueron tomados a su 
paso por Aquía, i conducidos al cuartel jeneral de la división 
de Moran. 

El coronel Solares había trasladado sus fuerzas de Huari a 
Chuquibamba, después de haber establecido en aquel lugar el 
mas activo espionaje sobre las posiciones chilenas, como lo 
acredita él mismo en un curioso parte (1). López, interesado 
en darle alcance, dividió las suyas, dejando ?0 hombres en el 
pueblo de Llata a cargo del capitán Guarda, i marchando él 
mismo con los 40 restantes al encuentro del enemigo. El obje- 
to de esta operación combinada, era engañar a los contrarios 
sobre el número de sus fuerzas i al abrigo de su error atraerlo, 
al combate. Guarda, debidamente prevenido, debía volar en su 
ausilio en caso de ataque, como lo haría él mismo, si el enemi- 
go acometiese contra la columna de Guarda. Sucedió esto últi- 
mo. Solares, al saber la aproximación de López, habia cortado 
el puente que tiene el pueblo de Chuquibamba sobre el rio 
Marañen, angosto aun en ese punto, lo que obligó a López a 
hacerlo atravesar a nado por su tropa. 

t)ejemos la palabra al mismo López: <cEstando a una legua 
de íilata, dice, se me avisó que los enemigos avanzaban sobre 
iBste punto i volví al instante, dejando orden a la tropa para 



(1) «El 4 del presente raes ocupé esta provincia con mi columna i to- 
dos BUS habitantes me recibieron con el mayor alborozo, creyendo en mi 
tülumna el Anjel tutelar^ para su salvación de la rapacidad araucana: to- 
dos se prestan gustosos para ser empleados i las cordilleras de Yanasa- 
llas. Cabis. Gayan, Poftuchudoi Llanganuco, las tengo ocupadas con mas 
de 600 hombres cada una, igualmente que la de Yiconga, Ipsao* Yana- 
sallas e Ichioolla de la provincia de Huamalies, al mando de oficiaka de 
confianza que no me dt^an pasar ni picaros i rocibo]pavtes diario8.]»'«-Par« 
t9 de Solares,— Huarf, diciembre 11 de 1838, 



OAMPAl^A DKL PKkt} E^ Í838 3^7 

que me siguiese, i al llegar a la llanura de Taulli, encontré 
ambas fuerzas en orden de ataque. En ese momento hicieron 
lo» enemigos un movimiento sobre el flaneo izquierdo nuestro, 
para tomar las alturas de Chillin, colocándose en una quebrada 
por medio, i nosotros solo opusimos el frente para dar lugar a 
que nuestra retaguardia llegase. Guando calculé a ésta cerca, 
mandé tirotearlos de frente con una pequeña partida, mientras 
otra se colocaba sobre su flanco derecho, i el capitán Guarda 
pasaba el barranco i trepaba a la parte mas dominante del ce- 
rro. En este punto se empeño un ataque mui serio i en él fué 
herido el capitán. Al mismo tiempo avanzaba 70 con la com- 
pañía de tiradores i se restablecian las ventajas; pero los ene- 
migos hablan resuelto sostener este punto a todo trance. Las 
filas se estrecharon i se peleaba a la bayoneta i a pedradas con 
igual encarnizamiento durante diez minutos, cuando llegó 
nuestra caballería. Los diez hombres pié a tierra i con la lan- 
za en la mano cargaron con arrojo inaudito; los enemigos em- 
pezaron a ceder i un momento después estaban en derrota al 
cabo de tres horas de combate. Un jefe, un oñcial i 32 solda-^ 
dos han sido muertos de los enemigos; hai ademas 17 heridos, 
2 oficiales i 20 soldados prisioneros. 120 fusiles, 28 lanzas, 4 
carabinas, muchas fornituras, cornetas, clarines, monturas^ la 
caja militar i 50 caballos han caido en nuestro poder d (1). 



(1) Copiamos a continuaoion lo que rlecia ofícialmenie el enemigfo so- 
bre estos sucesos, para que se vea la diferencia que existe entre las ce- 
monioaciones oficiales: 

cPosesionado el jeneral Moran de este punto, el 18, mandó el 19 una 
columna de tres compafiía de Ayaoucho, en persecución de L^pez, que 
oon una compañía de Portales, otra de Oarampangue i treinta coraceros 
pe hallaba por los pueblo de Huamalies. En la víspera que esta columna 
aloaniase a López, tuvo éste un encuentro en Llata con las partidas de 
nacionales de Huanuco i veinte soldados que a las órdenes del coronel 
Bolares defendían aquella provincia, las cuales han tenido ocho hombres 
muertos, incluso el sarjento mayor Fuentes i cinco la columna de López. 
Bn tales circunstancias llegó el teniente coronel Morales con las compa^ 
fiÍAB del Ayaoucho, a cuya aproximación huyó precipitadamente López, 
dejando abandonado al capitán Guarda de cazadores del Portales, i cua- 
tro soldados, todos heridos el dia anterior, 44 fusiles, 1 6 lanzas de sus 
muertos i desertores i todo su pequeño equipaje, incluso 506 pesos en di« 
ñero que López habla restaurado en los pueblos por donde pasó. 

El coronel Solares que rehizo a poca distancia sus partidas, logró to* 
davia alcanzar el dia 2B la retaguardia de López al paso de la cordillera 
de San Marcos i tomarles prisioueros nueve hombres, los cuales unidos a 
los anteriormente tomados desde la fuga de Térrico de este puntO) llegan 
1^ 68 hombres, induio 2 ofioialeB) todos chUenQ9« D9 manera que Lópea 

44 



338 oampaITa bbl pbbú bn 1838 

El combate de Llata tuvo lugar tres días después (21 de 
diciembre) de la ocupación de Chiquian por los batallones de 
Moran^ quien al dia siguiente de su llegada envió en persecu- 
ción de López tres compañías del batallón Ayacucbo, manda- 
das por el teniente coronel Morales. López se encontraba des- 
pués de su reciente triunfo en situación tan angustiada como 
al dia siguiente de una derrota. Sus reducidas fuerzas (una com- 
pañía del Portales i 14 lanceros) serían insuficientes para re- 
sistir al enemigo que traia consigo ademas de las tres compa- 
ñias de línea, las guardias nacionales de Huanuco i algunas 
tropas formadas por Solares, ansiosas todas por lavar laafirenta 
de Llata. Reagravaba su crítica situación el disgusto i flojedad 
con que los oficiales i soldados chilenos obedecian sus órdenes. 

López, luego que supo la marcha de Morales, determinó re- 
tirarse a Becuay, donde se hallaba ala sazón el cuartel jeneral 
de la división de Torneo. Durante su marcha, una de las 
partidas de la retaguardia fué alcanzada por el enemigo 
en el paso de la cordillera de San Marcos. La despropor- 
ción numérica de ambas fuerzas pudo traer graves embarazos 



solo ha podido salvar menos de la mitad de la fuerza con que fué desta* 
cade de su división^ habiendo perdido la mayor parte de ellas en sus co- 
rrerías, i todo lo que pudo restaurar en los pueblos que ha visitado para 
solo recibir desengaños amargosD (a). 

¿A quién creer? 

Como un desmentido a las aseveraciones de Quiroz, publicamos las si- 
guientes cartas del jeneral Torneo a Búlnes, escritas en el seno de la 
confianza. 

El mismo dia de la llegada de¡[López a Becuai le envió por espreso la 
siguiente: 

<(Sefíor jeneral don Manuel Búlnes. — ^Becuai, 25 de diciembre de 1888. 
Mi jeneral i amigo: — ^No quiero demorar un momento mas, noticiar a 
Ud. de la llegada de López. Ha llegado en este momento i dentro de dos 
horas, diré a Ud. menudamente cuanto ha sucedido en la acción que tuvo 
con Solares que ciertamente es mui gloriosa. — Hasta dentro de dos hom 
se despide de Ud. su amigo Q. B. S. M. — Juan Crisóstomo Torrico.3 

En otra carta de 27 de diciembre agregaba: a:Los detalles que Ud. me 
pide sobre los últimos acontecimientos de la colunma de López han mar- 
chado ya en la madrugada de hoi i mañana le remitiré el diaño de todas 
sus operaciones: ^>or el vtrá Ud. el tino con que se han conducido las moT' 
chas i en jeneral todas las operaciones de aquella división. Es sensible que 
no hubiese tenido los oficiales necesaríos: a esta falta se debe no haber 
tañido un resultado mas productivo i mas bríllante i a la desobediencia 
de los que tenia, el no haber batido a la columna de Morales, que lo hiio 
retirarse.:» cLos dos bolivianos de que me habla Ud^ como fueron aprt- 
hendidcs i custodiados por paisanoB, han desertado; pero López ha trd- 
do en&e sus prisioneros un sarjento i tres o cuatro mas de aquella olaae.l 

(a) Parte del jeneral Quiroi.— »Chiqaian, 31 de diciembre de 1888* 



OAMPÁITa DiL PBBtf «2f 1838 339 

i peligros a su división; pero no snoedió así^ porque^ aun ate* 
niéndonos a las informaciones siempre abultadas de los contra^ 
nos, el resultado de ese encuentro fué que tomasen <tnueve pri-» 
8ioneros.i> 

López regresó a Becuay en los últimos días de diciembre, 
Haciendo el cómputo de los resultados i desventajas recojidaa 
por él en su penosa marcha, es justicia convenir que éstas son 
superadas por aquellos. A la lista de los recursos que condigo 
a Becuay i que sirvieron para el abrigo i abastecimiento del 
soldado; de la ocupación militar de dos provincias^ aunque 
momentánente^ es preciso añadir el duro escarmiento que hizo 
sufrir en Llata a las f aerzas de Solares, disminuyendo en pro-t 
yecho del Ejército Bestaurador el prestijio do que el enemigo 
gozaba en esas provincias. 

Su ausencia, que duró mas de un mes, coincidió con la 
noticia de la marcha del enemigo hacia los mismos lugares 
ocupados por su columna, lo que traia doblemente inquieto el 
ánimo de sus compañeros, apesar de que la lealdad de López 
i su conocimiento local, eran para todos una garantía de éxito 
i de seguridad. 

El jeneral Bermudez, que según parece traia de Lima una 
comisión diplomática i militar, trató de seducir a López como 
ya lo habia ensayado con Vidal, obteniendo en ambas ocasior 
nes la misma negativa desdeñosa. A Vidal ofreció la amistad 
del Protector i el empleo de director de la casa de Moneda, a 
lo que respondió Vidal invocando el recuerdo del indulto de 
Miller después de Socabaya i la sangrienta hecatombe que fué 
el premio de la jenerosa credulidad de los vencidos. 

Con López usaba otro lenguaje: deploraba su estravío en 
nombre de la patria; autorizábalo para que ofreciese a cada 
soldado 20 pesos, i 500 o el reconocimiento de sus grados, a ca- 
da'oflcial. López respondió a sus insinuaciones indecorosas, 
enviando su correspondencia al jeneral en jefe, i a su seductor 
una altiva respuesta, propia de su arrogancia i de su ho- 
nor. (1) 

Durante la ausencia de López habia estallado una subleva- 
ción en Ohavin, pueblo vecino de Chiquian i Bálnes habia en- 

(1) Carta de López. — Baños, 14 do diciembre d© 1838. — Árauccmo^ . 
nám. 442* 



340 oampáKa dbii pbbi} xk 1838 

viado a sofocavla al capitán Sepúlveda, del Oolohagoa, ( 1) qoiea 
después de restablecer el orden debia reunirse a Lopes, lo qne 
no pudo realizar. En cumplimiento de su comisión, tuyo que 
sostener algunos combates, especialmente el de Tambillo coa 
los indijenas armados de palos i piedras, que echaban a rodar 
desde las alturas. 

Después del regreso de López el jeneral Torrico, permaneció 
poco tiempo en Becuay, observando las operaciones del eae. 
migo. 

El resto del ejército ocupaba a Huaráz, donde vivía cercado 
de las incertidumbres i falsas noticias, que hablan pasado a 
ser crónicas de su situación. El movimiento de las compañías 
de Morales en persecución de López, f aé anunciado en Huarai 
como un movimiento jeneral del enemigo sobre el departa, 
mentó de Huanuco, lo que hizo creer a algunos que su plan era 
dírijirse a Oonchucos. Sin embargo, se supo en esos mismos 
dias que el jeneral Santa-Cruz venia en marcha hacia Chiquian 
lo que equivalía a saber que esta larga guerra tocaba ya a su 
término. 

Desde ese momento se hacia difícil la permanencia de Torri^ 
00 en Becuay, por lo que se retiró a Huaraz guardando en sus 
marchas i en la colocación de sus cuerpos el plan que le traza* 
ra el intelijente coronel Placencia. La conducta de Torrico i de 
sus inmediatos jefes chilenos en el tiempo que se mantuvieron 
alejados del Ejército Restaurador es digna del mayor encomio; 
su severa vijilancia i su valiente retirada es un titulo mas que 
afíadir a la hermosa pajina de sus servicios militares. 



(1) A propósito de este cuerpo debemos subsanar aquí un olvido o mas 
bien UQ error en que incurrimos en el capítulo anterior. Guando reco< 
rrimos los principales nombres del ejército, nos olvidamos de mencio- 
nar los principales oficiales subalternos del batallón Colchagua i todos los 
del Aconcagua. Pertenecían a aquel cuerpo, a mas de ürriola, el sarjen- 
to mayor don Bartolomé Sepúlveda: los capitanes don Domingo Fuen- 
tealba don Tiburcio Frijolé, don Pascual Ortiz, don Miguel Bretón, 
don Juan ürzúa, don Eusebio Gutiérrez; i por fin, el subteniente don 
Agustín Fuenzalida. 

En el batallón Aconcagua figuraba en primer lugar el coronel don 
Pablo Silva, en segundo el sárjente mayor don Francisco An jel Ramírez, 
que fué intendente de Santiago durante la administración Montt: el 
ayudante mayor don Marcos Aurelio Gutiérrez, don José Ignacio Cabr»)- 
ra, don José María Castro, dou Matías González, don Manuel Calderón, 
den Bernardo Arriiu»M)jL i «al iiioUjO) estudioso i distinguido táctico don 
José María Bi 



OAH?AffA DBL PBBt} BK 1838 341 

Hé aquí oomo refiere el jeneral Torrico el cuadro jeneral de 
eetas operaoioneB en un bosquejo de su vida^ escrito por él 
mismo. 

<E1 dia 23 el jeneral Torrico^ que mandaba la vanguardia 
del ejército, se dirijió desde el pueblo de Pativilca al interior 
de la Sierra, siguiendo su marcha paralela con el grueso del 
ejército. 

SI dia 3 de diciembre se situó el jeneral Torrico en el pue^ 
ble de Ohiquian, desde donde dirijió diversas partidas que te- 
nían por objeto sacar recursos al enemigo, i dar tiempo al ejér« 
cito para su reconcentración. 

El 18 de diciembre fué atacado el jeneral Torrico por cuatro 
columnas enemigas, en el pueblo de Chiquian, que intentaban 
envolverlo. No teniendo orden de batirse se retiró a Becuay i 
jen seguida continuó la marcha hasta reunirse con el ejército 
en Huaráz. De este punto continuó el ejército su retirada hárr 
cia las posidonea que habia elfjido a retaguardia. 

El jeneral tuvo orden de protejer la retirada caso que el 
enemigo quisiera impedirla. d 

Ya que hemos acompafiado a Torrico hasta el cuartel jene« 
ral, volvamos la vista a la costa donde se trabajaba con igual 
constancia, en provecho del Ejército Eestaurador. El jeneral 
Gamarra habia puesto en juego toda su actividad en la organi^ 
zacion de las fuerzas peruanas, i lo que era mas difícil, en pro« 
porcionarse recursos para el Ejército chileno. La distancia a 
que se encontraba del Callejón, no le [impedia seguir con mi- 
rada atenta i sagaz los movimientos del ejército contrario, ni 
enviar al jeneral B&lnes advertencias oportunas, sancionadas 
por su larga práctica militar. Sus trabajos en Santa son dig- 
nos del mayor elojio. Gracias a su actividad pudo reunir en 
esa playa estéril, donde no habia con que levantar diez cargas^ 
abundantes recursos i municiones de guerra; disciplinar, ar- 
mar i vestir los cuerpos que creaba su vigorosa iniciativa. 

El Ejército peruano estaba dividido, a la sazón, del modo 
siguiente. El jen^^ral don José María Raigada mandaba la 1 .^ 
división, compuesta del batallón Cazadores del Pera, que fué 
formado en Lima por el jeneral Torrico i enviado a Cajamarca 
desde Huacho, para completar su organizacioo, i del batallón 
Lejion Peruana, creado también en Lima por Torrico. La 2.* 



342 OlHPAffA DEL PSBt} EN 1838 

división^ compuesta de los batallones Haaylas i Eestaurador 
de la Libertad^ era mandada por el jeneral don Juan Bautista 
Elóspuru. (1) El jeneral Lafaente habia organizado en el Nor- 
te el batallón Trujillo i el Rejimiento de Granaderos de la 
I^ibertad: en Nepeña habia dos escuadrones de caballería a las 
órdenes del coronel Ooloma^ ademas del cuadro del batallón 
JSÍatucana, mandado por Frisancho, 

Estas fuersas eran mas nominales que efectivas^ i estaban 
mas organizadas en el papel que en los cuadros. Era mas bien 
una base de organización que un ejército formado. Solo doi 
batallones^ el de Cazadores del Perú con dotación de 400 hom- 
bres i el de Huaylas con 600^ concurrieron a la batalla de Yun- 
gai. 

Eficazmente ayudado en esta tarea múltiple por el coronel 
Garrido, i por el jeneral Lafuente que permanecía en Trujillo ) 
era, sin embargo, (Zamarra el alma de esa actividad fecunda* 
El puerto de Santa se habia convertido en un verdadero arse- 
nal de recursos i de pertrechos, de paños, de municiones, que 
eran enviadas en muías al Cuartel Jeneral, junto con los con- 
valescíentes de los hospitales. En diciembre llegaron a Huaraz; 
enviados por Gamarra 100,000 tiros de fasil i 4 cañones de 
montaña. 

Don Victorino Garrido fué el principal ausilíar de Gamarra 
durante su permanencia en Santa. Enviado a la costa por el 
jeneral Búlnes a vijilar las operaciones de la Escuadra, Garri- 
do no so conformó con el desempeño esclusívo de su comisión, 
sino que puso su intelijencia i su actividad, al servicio de la que 
desempeñaba Gamarra. 

Los trabajos de uno i otro durante su estadía en el litoral, 
son tan unidos, tan homojéneos, que no seria posible dividirlos 
para asignar a cada uno la recíproca gloria a que se hicieron 
acreedores. Nada se hizo en Santa sin el concurso de ambos. 
Uno i otro ponían en juego todos los resortes que les sujerian 
sus notables cualidades, i por su esfuerzo mátuo consiguieron 
servir al Ejército Restaurador en la medida de los recursos que 
enviaron a Caras i que daremos a conocer. 

Garrido era orijinario de Sevilla, de donde vino en calidad 



(1) Decreto de Gamarra.— Santa, diciembre 28 de 1838. 



CAMPABA DEL PEBtí EN 1838 343 

de empleado para la aduana de Arica. En ese tiempo la llama 
de la revolución comenzaba a prender en el Perú, lo que lo 
determinó a quedarse en Chile i a abandonar su destino. 

Dotado de gran intelijencia natural, de una admirable fecun- 
didad de recursos, Garrido se dio a conocer desde su llegada a 
Chile. Inclinado a la política ardiente, por la actividad natura^ 
de su espíritu, se puso al servicio de la causa conservadora i 
ayudó al triunfo del jeneral Prieto en 1830. Ligado estrecha- 
mente con Portales, sirvió a su política i a sus planes, como 
consejero, como consultor i también como brazo de confianza. 

Aparte de sus trabajos en administración, en el arreglo de 
las oficinas de hacienda, en las aduanas, etc., Gurrido fué en- 
viado por Portales en 1836 a apoderarse de la Escuadra del 
Perú, después que el jeneral Santa-Cruz nos habia declarado la 
guerra sin notificárnosla, enviando la guerra civil a bordo de 
BU propia Escuadra. G-arrido cumplió^su comisión, tomándose 
a media noche tres buques peruanos i firmó después un tratado 
preliminar de paz, a bordo del buque ingles Talbot, que fué 
desaprobado por Portales. 

Botas las hostilidades con la Confederación, Gairrido acom- 
pañaba al Ejército Restaurador en calidad de intendente jene- 
ral del ejército, i fué enviado a Santa a vijilar las operaciones 
de la Escuadra i a preparar recursos para las fuerzas que per« 
manecian en Huaraz. 

Entretanto, el enemigo se rennia en Chiquian i el jeneral en 
jefe que veia aproximarse el fin de la oampafia, participaba sus 
temores al jeneral Gamarra i le manifestba la necesidad de reu- 
nir en tm haz, todas las fuerzas dispersas del Ejército Bestaura- 
dor. Con este objeto una división de la Escuadra condujo desde 
Huanchaco a Santa, 350 convalecientes chilenos, salidos de los 
hospitales de Trujillo; pero quedaron de éstos en la costa los 
que por la naturaleza de sus males no podian hacer largas 
marchas a pié, mientras los demás, reunidos con los convales- 
cientes de Nepefia ascendentes en todo, a 300 hombres mas o 
menos, ingresaron a cargo del mayor Warnes al Cuartel Je-> 
neral* Algunos días antes habian marchado en la misma di- 
rección 60 hombres a cargo del mayor Olivares. Fué casi ne- 
cesario emplear la fuerza para retener en la costa a los enfer-' 
moa de gravedad venidos del Norte^ que no bien supieron en 



344 OáMPAffA DXL PIRÓ KH 1838 

Trajillo que se preparaba una batalla^ cuando por un movi- 
miento de espontaneo i ardiente patriotismo se embarcaron en 
Hnanchaco, deseando compartir con sus compañeros de Huar 
ráz el peligro i la gloria de la jomada. 

El batallón Huaylas mandado por el coronel Deustoa siguió 
en breve sus pasos^ lo que no tardó en realizar el batallón 
Cazadores del Perú a las órdenes del jeneral Baigada. Estas 
fuerzas que ascendian próximamente a 1,000 hombres, deja- 
ban mucho que desear por lo que respecta a su organización i 
a la tropa. 

El batallen Lejion Peruana, que formaba parte de la divi- 
sión mandada por Baigada, quedó en la provincia de Caja- 
marca. Los dos batallones peruanos i los convalescientes chile- 
nos se dirijieron a la aldea de Corongo, inmediata a Caras, 
que era el punto de reunión de todas las fuerzas Restaurado- 
ras. 

Gktmarra siguió, en breve, los pasos de sus batallones, de- 
jando en la costa una división de infantería i de caballería a 
cargo del coronel Coloma. Estas fuerzas, que serian engrosa- 
das con las que condujese desde Trujíllo el jeneral Laiuente i 
con las que trajera Iguain desde Piura, debian obrar por la 
costa, bajo las órdenes de Lafnente, para cortar la retirada al 
ejército de la Confederación en caso de una derrota. 

El plan de Gramarra era hábil i bien calculado. Helo aquí 
tal como lo esponia Garrido, su íntimo confidente, al jeneral 
en jefe d Agregando a los dos escuadrones peruanos que hai en 
estas inmediaciones uno de los chilenos i 400 o 500 infantes 
peruanos ¿no seria útilísimo dirijir la caballería sobre Huacho 
i la infantería llevarla por mar, hasta el mismo punto o mas 
al sur si se quiere? ¿Esta fuerza que por su movilidad podría 
avanzar o retroceder según fuese conveniente, no llamaría la 
atención de Santa-Cruz sobre Lima, haciendo que se debilitase 
BU ejército por la fuerza que desmembrase para perseguir la 
nuestra, so pena que de lo contrario pudiésemos penetrar has* 
ta el mismo Lima? 

({Mandándole a Santa^Cruz 600 hombres de caballería lo 
pondríamos en la absoluta necesidad de emplearla toda én 
perseguir a la nuestra i en este caso, no podría contar con un 
soldado de esta arma su ejército^ lo cual lo espondria dema- 



dAMPAJU DSL PSBtf SK 1838 34& 

siado, o nao hada nso de día parapenegmr a nuestra colinii- 
na de la ooeta^ barrería ésta oon cnanto lecorso qoigieee. Por 
otra parte, hariamne el uso que debemos hacer de nneetroa bn- 
qnee de guerra ya aparedéndonos aobrp nn ponto, ya aobie 
otio i no permaneceriamoa en nn estado inmóvil, del cual no 
podemos sacar mas Yentaja qne la de canservamoa. Loascign- 
ID a üd« qne un par de 100 hombres sobre Fisoo por 48 ho- 
ras llamaría la atención del enemigo i nos proporoionana nna 
docena de 1,000 pesos en agoardí^tee, plata i otras espedes. 

cültimamente, lo qne mas imperta es no dejar dormir al je- 
nend Protector i sns secuaces; hacer nna guerra de duendes i 
conTenoerlo qne el pnesto qne él quiera hacer creer que es 
mas B^nro, es o está espuesto a '.ser penetrado por nosotros 
de un momento a otro. De lo contnoio, si es qne el oiemigo 
no nos bnsca, Tamos a estar tres dieses por lo menos en la 
mas completa inaodon, aniquilándonos sin buscar ningún jé- 
nero de recursos. Tan convencido estoi de que debemos abrir 
esta campafia luego que empiezen a descargar las aguas con 
fuerza» i tan persuadido de su utilidad, que me ofirezoo a ir a 
ella a la inmediación del jefe que vaya a cargo de tan bonita 
empresa. Digo luego que empiezen oon fuerza las aguaS| 
porque creo que si de la fecha ea 20 dias no nos ha buscado 
el enemigo, no oreo que ya nos busque.]» (1). 
El mismo dia deda Gamarra al jeneral Búlnes: 
cEntre tanto aquí preparo los dos escuadrones peruanos pa^ 
xa obrar por la costa con el apoyo de la escuadra i 300 inüuL* 
tes que traerá Iguaín de Piura. Mucho nos importa, jeneral^ 
una Alerte división por la costa. Sacaremos algo de Lima cuya 
opinión se mejora mucho i cortamos a Santa-Oruz sus recursos 
i comunicaciones» 

<Me parece que el entrar en Lima i salir a las 24 horas sola- 
mente, nos dejaria utilidades morales muí importante^. Si a 
esta columna agregamos los 70 chilenos de caballeria que tie- 
ne Yidal i qne ahora se están herrando sus caballos en Ne- 
pefia para pasar al cuartel jeneral, haríamos una incursión 
brillante sobre la retaguardia del enemigo. Para esto debe 
^ Ud. contestarme volando, porque considero que estos 70 lan* 



(1) GsnJdo a B41n«0.«-Ssntsi diobmbre 29 de 1888. 



OAMPASa DBL PBRlí EN 1838 

cérós no hacdn a üd. falta en el ejército i aquí abrirían bre- 
cha como fiuele decirse.:» (1) 

- El j^ieral Gamarra, penetrado de la importancia de esta 
opémoion, marchó al<5aartel jeneral a esponer verbalmente su 
plan al jeneral Búlnes, que si bien comprendíalas ventajas que 
pudiera reportarle, tenia su atención i su ínteres concentra- 
do en léts fuerzas de Ohiquian. No podía tampoco ocultársele 
qué antes Áé cortar al enemigó vencido era necesario vencerlo, 
Lafuente recibió orden de trasladarse al puerto de Huacho 
con las fuerzas peruanas creadas por él, donde encontrarla al 
coronel Coloma. Sin embargo, el plan tan acariciado por el 
jeneml Gamarra, no pudo realizarse con la brevedad que él 
deseaba. Sea por la tardanza en la trasmisión de las órdenes 
a Trujiilo, o por la dificultad de movilizar una división, Lafuen- 
te no llegó al puerto de Huacho sino el 7 de febrero, diez i 
ocho días después que se hábia sellado la ruina de la Confede- 
ración con la sangre de Yungaí. 

Los trabajos del jeneral Gamarra en Santa, fueron de gran 
utilidad, como todos los que ejecutó en el curso de la campafia 
de la Bestauracion. Sin el ausilio poderoso de sus consejos i 
de su esperiencia, el ejército chileno habria tenido que sufrir 
los inconvenientes naturales a la invasión de un país, cuyo te- 
rritorio, recursos i hombres le fueran desconocidos. Talvez nin« 
gun hombre público del Perú, tendría en ese momento, tanto 
conocimiento locHsil, diremos, como el jeneral (amarra. Su vida 
entera corrida en los azares de la política i de la guerra, sus des- 
aciertos, sus desgracias, las pruebas a que habia estado some- 
tido en el curso de su existencia borrascosa, le habian hecho 
adquirir un conocimiento cabal de su país i de sus compatrio^ 
tas. 

Gamarra nació en el Cuzco en 1785. Su padre fué un es* 
cribano del mismo pueblo i su madre una india, según se ha dí^- 
cho. Hizo sus primeros estudios en las aulas del convento de 
franciscanos de San Buenaventura, donde no recibió tnas ins- 
trucción que los conocimientos rudimentarios que podían ense- 
ñarse en una comunidad í en el Cuzco, durante la época colonial. 

A los primeros síntomas de independencia en América^ se 



(1) Carta de Gamarra a Búlnea««-&anta, diciembre 89 de 1686. 



í 



cjlmpaSa dbl PiBt} IN 1838 347 

tnroló como soldado distingoido en el ejército del jeneral Go- 
]rmeohe. Gracias talvez a la precocidad de su intelijenoía, había 
alcanzado en 1814 el puesto de sarjento mayor en el ejército 
Nal, distinción que no se prodigaba fácilmente a un ameiica» 
no, i menos a un j6ven desconocido i humilde^ que oarecia de la 
\ palanca de un noble orijen o de valiosos empeños. 

Sucesivamente ñié ascendiendo en el mismo ejército hasta el 
grado de coronel, que tenia en 1820. 

Onando la idea revolucionaria pasó a ser una aspiraoion de^ 
finida i nacional, el coronel Gamarra, que con pocos sacriádos 
babria llegado a ocupar en el ejército espafiol un puesto ambi-^ 
donado i espectable, comenzó a trabajar ocultamente en &vor 
de la independencia, i con ese objeto trató de sublevarse en 
Topiza con algunos oficiales, entre los cuales mencionaremos a 
don José Miguel de Yelasco. 

Denundada la conspiración, Gfimarra estuvo en peligro de 
sufrir el rigoroso castigo, con que los españoles querian conte- 
ner la deserción que empezaba a minar sus filas; pero el hecho 
no le fué suficientemente probado. Sin embargo, desde ese dia 
decayó su prestíjio en el ejérdto i la confianza que mereciaa los 
jenerales españoles. 

Al año siguiente (1821) marchó a Lima al mando del bata- 
llón ünion Peruana a ponerse a las órdenes del virey La-Sema, 
que trataba de sostener el prestijio decaido i vacilante de la 
Metrópoli. Beceloso de ver al mando de un cuerpo de ejército 
a un oficial dudoso i sindicado de conspirador, el virey lo se- 
paró de su batallón i lo nombró su edecán; pero Gamarra, que 
espiaba desde el año anterior una oportunidad de ponerse al 
servicio de la revolución, se aprovechó de esa circunstancia 
para presentarse al jeneral San Martin (el 24 de enero de 
1821) junto con los oficiales don José Miguel de Velasco i don 
Juan Bautista Elespuru. 

San Martin, comprendiendo desde el primer momento las 
ventajas que podrían sacarse de un oficial de su mérito, lo en- 
vió ala Sierra a disciplinar las fuerzas desorganizadas, que 
levantaba contra el ejército español el célebre fraile arjentino 
don Félix Aldao. 
NlSamarra formó con ellas una división, en los mismos mo-^ 
Ué^ieBtque dos columnas del enemigo, mandadas por Val-' 



848 eAMPAlTA DBL PBBt} IK 1838 

deB i Bioafort) trataban de operar su reunión en k Sierra, 
Gkunam^ en vez de aguardarlos en los lugares que ooupaba 
para impedir su reunión^ se retiró primero al cerro de Fasco i 
después a Ojon, lo que se ha prestado a comentarios des&YOi 
rabiles contra sus cualidades militares i contra su valor. Sin 
embargo, no .es posible pronunciar sobre esa operación militar 
un juicio acertado, sin tener una idea cabal i comparatiya de 
sus recursos i de las fuerzas del enemigo. Si Gamarra, retí. 
rándo0e a Oyon, salvó su columna de un combate despropor- 
cionado i desastroso, lejos de merecer los conceptos desfavora* 
bles con que se le ha motejado, hizo obra de'patriota i de buen 
militar, conservando al ej^ito revolucionario una base impor» 
taAte de fuerza i de recursos. Esta suposición está, basta cierto 
punto, confirmada con la orden que recibió poco después de 
San Martin, de no comprometer acción hasta que fiíese refbr- 
zado, lo que inclina a creer que, a juicio de San Martin, no es- 
taba en condiciones de tentar la suerte de las armas con me- 
diano éxito. 

En ese momento salia del cuartel jeneral revolucionario de 
Huaura, con destino hacia la Sierra, una división numerosa a 
las órdenes del distinguido jeneral don Antonio Alvarez de 
Arenales, que se encontró en Oyen con Gamarra, a quien nom- 
bro jefe de Estado Mayor, después de haber incorporado su 
columna en su división. 

El jeneral Arenales, se puso de ahi resueltamente en mar- 
cha hacia Pasco i Jauja (21 de abril de 1821) en cuyas inme- 
diaciones, se suponia a las fuerzas españolas de Yaldes i Bi« 
cafort, cuando ya estos jefes se hablan dirijido a Lima con su 
división, dejando en la Sierra, una columna poco numerosa al 
mando de Carratalá. Esta columna burló la actividad de Are- 
nales. Apesar de su empeño por sorprenderla, i de sus sacri- 
ficios, pues para alijerar la marcha de su tropa llegó hasta 
prohibirles que llevasen mas bagajes que su mochila, Carrata- 
lá se retiraba incesantemente guardando una corta distancia 
con su perseguidor. Cansado de seguirlo inútilmente i sabien* 
do que se encontraba en el pueblo de Concepción, en la vecin- 
dad de Jauja, envió a media noche a Qamarra con una colum- 
na de 500 soldados de caballería i de 200 infantes, que tampo- 
co Qonsiguió su objeto, Arenales, atribuyendo a la flojedad de 



GáMPAlTA DU PlBt} BK 1888 840 

Gamana la fbga de Garrataláy escribió a San Martin^ pidién* 
dolé lo separase de su divisioiit 

Apesar de estos contrastes, que entorpecían los primeros 
paaoi de su carrera militar^ Qamarra no se encgenó el aprecio 
de San Martin. En el año siguiente (enero de 182$) se formó 
en Lima una brillante división de 2000 hombres, que marchó 
a loa a las órdenes del jeneral don Domingo Tristw, llevando 
oomo jefe de Estado mayor i como hombre de confianza^ al 
eoionel Qamarra^ (1) 

' A la sason, el jeneral Oanterac se encontraba en la Sierra, 
OOK un ejército numeroso, i el virey permanecía en el Ouzco, 
La marcha de Tristan a lea, tenia por objeto impedir la comunio 
oadon de las fuerzas españolas con el litoral, de donde reoi-> 
Uan sus prindpaleB refuerzos, traídos por los buques que lle- 
gaban clandestinamente a la costa. 

La Sema, luego que supo la marcha de Tristan, hizo salir 
de la Sierra una división de 2,000 hombres a las órdenes del 
jeneral Canterac, que debía reunirse en los alrededores de lea 
con una columna de 500 hombres, mandada por Yaldes, que 
salió de Arequipa con ese mismo objeto. La marcha de Cante» 
rao fué tan sijilosa i precavida, que pudo llegar a Huaytará, 
pueblo situado en las inmediaciones de lea i permanecer allí 
unos cuantos días, sin que Tristan se hubiese apercibido de su 
marcha. Entretanto, Yaldes no^se encontraba tampoco a larga 
distancia. 

Tristan, que recibió de improviso la noticia de la proximidad 
de Canterac, no pensó sino en retirarse con sus fuerzas a Pis* 
00, para aproximarse a Lima. En vano el jeneral Gamarra le 
hizo ver la necesidad i la ventaja de retirarse a la Aguada de 
los Palos, donde estaría en mejor situación militar, porque 
Tristan, aturdido con la inminencia del peligro, se puso en 
marcha a Pisco con su división. A pocos pasos de loa, en la 
hacienda de la Macacona, sus columnas desmoralizadas como él, 
fueron sorprendidas i deshechas por el jeneral Canterac, que 
concluyó en una sola noche, con un ejército que costaba lar- 
go tiempo de preparación i de sacrificios. La división patriota 



(1) En 8U8 iustrucciones se le recomendaba d:que en la parte militar 
obrase de acuerdo con el jefe del Estado Mayor.}» 



360 OAMPAlTA DU PlBtf BOIT 1838 

dejó en el sitio un gran número de mnertos; 1,000 prisioneros 
S,000 fusiles, bagajes, pertrechos, etc. 

Tristan i (Zamarra faeron sometidos, por este suceso, a un 
consejo de guerra, compuesto delosjenerales Alyarado, Herre- 
ra, Otero, Miller i de don Francisco Antonio Pinto, i condena- 
dos a suspensión temporal de sus empleos. Sin embargo, el 
consejo no juzgó del mismo modo la importancia ni la falta 
de los dos acusados, pues terminó su dictamen o:recomendan*- 
do los servicios prestados a la causa por dicho coronel Quma« 
rra, i lo interesante que aun puede ser al país.iD (1) £1 defen<> 
sor de Gkimarra en esta ocasión fué el jeneral chileno don Jo<^ 
sé Manuel Borgofio. 

£1 desastre de la Maoacona, por triste i doloroso que fáera, 
seria luego apagado por otre mas grande aun, que reduciendo 
a la nada un ejército formidable, estuvo a punto de compro* 
meter la causa de la revolución. 

Hemos dicho en estas mismas pajinas, que en 1823, salió 
de Lima hacia el sur, una división de 5,000 hombres a las ór*- 
denes del jeneral Santa-Oruz, llevando como jefe de Estado 
mayor al jeneral Gamarra. Esa espedicion desgraciada es co* 
nocida con el nombre de campafia de Intermedios. Q-amarra 
fué enviado por Santa-Cruz a Oruro con una división nume- 
rosa, mientras él se quedaba con el resto de su ejército en el 
Desaguadero. Obligado por las operaciones del enemigo a re- 
concentrar sus tropas, Santa-Oruz se reunió en Oruro con 
Gamarra, i desde allí ejecutó una retirada desastrosa hacia la 
costa, que le valió la pérdida de su ejército i por poco, la de 
su reputación militar. 

La inmensa derrota de 1823, fué la Cancha-Rayada de las 
armas peruanas. A una noche tenebrosa i lóbrega, sucedió una 
alborada fantástica, iluminada con los intensos rayos de Junin i 
de Ayacucho. Gumarra, que a pesar de sus desgracias anterio- 
res, no perdia la confianza del -Libertador ni del Perú, fué 
nombrado nuevamente jefe de Estado Mayor del Ejército de 
Sucre, i como a tal, le cupo, según algunos, el honor de elejir 
el campo de batalla de Ayacucho. El glorioso vencedor de 
ese dia, dando cuenta de la batalla a Bolívar, atribuía una 



(1) Lima, 21 do mayo do 1822. 



oáh^aíIa dbl PSBtS EN 1838 351 

bue&a parte del éxito^ <cal celo constante con que el señor je- 
neral Gamarra, jefe del Estado Mayor Jeneral^ ha trabajado 
en el combate i en la campafia.D (1) Después de este triun- 
fo decisivo, Gamarra se ocupó en completar la victoria, persi- 
guiendo a los vencidos, i entró al Gazco, su ciudad natal, a 
donde quedó en calidad de Prefecto. (2) 

Ciomo no es nuestro objeto hacer una biografía de Gamarra, 
sino presentar reunidos los hechos mas salientes de su vida, 
pasaremos por alto los años comprendidos entre 1824 i 1828, 
para llegar al momento en que faé nombrado por el gobier- 
no del jeneral La-Mar, jefe de una división de observación so- 
bre Solivia. El jeneral La-Mar i el Perú entero, que veian 
con desagrado la actitud un tanto dominante i avasalladora 
del Libertador, temieron que en caso de una guerra con Co- 
lombia, las fuerzas colombianas que tenia Sucre en Solivia, 
tomasen partido contra el Perú, i fué con el objeto de neutra- 
lizar ese peligro, que Qumarra se situó con sus tropas en el 
Desaguadero. 

Allí tuvo una entrevista con Sucre, en que trataron de 
preliminares de arreglo. Poco tiempo después sobrevino en Ohu- 
quisaca un motín militar, que estuvo a punto de costar la vida 
al vencedor de Ayacucho, encabezada según él decia <i:por dos 
sarjentos i un tucumano, pero tan miserable i traposo, que no 
tiene camisa.]) I en seguida agregaba duego tomaron parte 
tmos cuantos tumultuarios, pero en tan poco número, tan sin 
opinión i sin séquito que puede, en verdad, calificárseles como 
ima ruin canalla, como jente perdida i hambrienta.]) (3) La 
carta en que Sucre emitia estos conceptos, era la repuesta a 
la que le habla dirijido Gamarra, anunciándole que penetraba, 
como lo hizo, en el territorio boliviano, para colocarse entre 
la víctima i sus asesinos^ 

El resultado de estos i de muchos otros incidentes que seria 
largo referir, fué que Solivia se sometiera a la autoridad de 



(1) Parte ofíoial de Sacre, Ayaoucho, II de diciembre de 1824. 

(2) Todos los datos anteriores los hemos tomado de la Historia del 
Pera Independiente de don Mariano Felipe Paz-Soldan, obra predosa e 
indispensable para todo el que quiera investigar la historia del Perú. 

(3) Oarta de Suore a Zamarra publicada en la Clave de Ohile, núm6« 
ro U del tomo 2.^ 



352 oámváSa dbl pbbú en 1838 

Gamarra, firmando los tratados de Piqniza. (1) A consecuencia 
de estos sucesos Oamarra fué reconocido en adelante en el Ejér- 
cito peruano^ con el titulo de Gran Mariscal de Piquiza. 

Alejado todo peligro por el sur^ i separado Sucre del go- 
bierno de Boliyia^ el jeneral La-Mar declaró la guerra a Oo- 
lombia e hizo venir a Gamarra de Arequipa^ donde se encon^ 
traba, para que lo aoompafíase en calidad de jefe de Estado 
Mayor. La-Mar se pupo en campaña, dejando interinamente en 
la capital al conde de Vista Florida, don Manuel Salazar i 
Baquijano. Vencido el ejército peruano, mandado por él, en 
el Pórtete de Tarqui, La-Mar se retiró a Piura. Ghunaira BXh 
blevó las tropas, depuso a La-Mar que se embarcó para Costa* 
Bica, al mismo tiempo que la La-Fuente, segundando su 
movimiento en Lima, deponía a Salazar i Baquijano i lo pro- 
clamaba en su lugar. Por esta circunstancia, se hizo Gamarra 
presidente i gobernó el Perú desde 1829 hasta 1834. 

Ese año correspondía elejir el primer majiatrado de la na« 
clon. La convención nacional designó como tal al jeneral Qr!- 
begoso, pero Gamarra que miraba la elección de Orbegoso 
como una hostilidad personal, desconoció lo obrado por la 
convención i proclamó presidente al jeneral. Bermudez. 

A consecuencia de esto, Orbegoso se encerró en el Oallao, i 
el jeneral Nieto, que estaba en Arequipa, tomó las armas para 
defender su causa. Gamarra salió de Lima para combatir a 
Nieto, mandando de antemano una división a las órdenes del 
jeneral don Miguel San Boman, que fué rechazado en los al- 
rededores de Arequipa. 

A consecuencia de la defección del jeneral Echeñique en 
Maquinhuayo, que entregó su tropa a Orbegoso haciéndola 

abrazarse con la división que tenia encargo de combatir i de 

*— — 

(1) Hé aquí las prinoipales cláusulas de ese tratado: 

(lTú fué, dice un eminente escritor nacional (a), el orí jen del oonre 

Ído de Piquiza (6 de julio de 1828) en que los plenipotenciarios estipu- 
aron que los naturales de Colombia i en jeneral los estranjeros que es- 
tuviesen al servicio de las armas en Solivia saliesen del territorio; que 
Se reuniese el Congreso Constituyente de 1826, para recibir la renuncia 
que el jeneral Sucre debía hacer de la presidencia de la República; que 
Bolivia se abstuviese de entrar en relaciones diplomáticas con el Brasil 
en tanto que este imperio sostuviera la guerra con la Bepública Arjen- 
tinaj i que el Co^greso desígnase la época en que las teopas peraanas 
debian evacuar el territorio de Bolivia«]D 
(a) Sotomayor Yaldés, Emo^q HktorkQ d^ Solivia^ páj« 01, 



bAif^Ai^A DEL tVRt KN 1838 ^M 

la sublevación de sus propias fuerzas^ Gamarra se yió en la 
necesidad de huir del Perú i de refujiarse en Bolivia; 

Durante la gaerra civil^ el jeneral Nieto había invocado el 
apoyo armado del jeneral Santa-Cruz^ dando el primer paso en 
el camino de la intervención vergonzosa i funesta que costaria 
tantas ligrimas al Perú i arrojando sobre la pureza de su pa- 
triotismo un borrón impropio de su alta nombradla* Un comi- 
sionado boliviano que le fué enviado espresamente no pudo 
convenirse con él en las bases del tratado de subsidios. 

€himarra^ que no debia ignorar estos manejos i que veia en 
la intervención i enemistad de Santa-Cruz un peligro insupe- 
rable para el triunfo de su causa^ tuvo la debilidad de presen- 
tar a Kieto un arreglo, basado en la fusión del Perú i de Boli* 
via, bajo la presidencia del jeneral Santa-Cruz. Talvez queria 
así detener el golpe de una invasión que se haria esclusiva^- 
mente en provecho de sus enemigos; pero cualesquiera que sean 
las escusas o pretestos de su proceder, nada es capaz de ate- 
nuar la responsabilidad que se arroga un ciudadano, cuando 
provoca la intervención estranjera en las contiendas puramen- 
te civiles de su patria. 

Gumarra permaneció en Bolivia hasta 1835. Ese año, en- 
cendida de nuevo la guerra civil en el Perú, por la sublevación 
del jeneral Salaverry, obtuvo de Santa-Cruz un ejército para in- 
vadir el íerú. Seria difícil saber las verdaderas intenciones que 
llevaba Gamarra cuando penetró al Perú en 1835, con el obje- 
to aparente de preparar la venida de Santa-Cruz. Lo mas pro- 
bable es que qnisiese combatir al conquistador con sus mismas 
artnas: vencerlo con la misma duplicidad de medios, que cons- 
tituian su fuerza i su política. Santa-Cruz entró poco después 
en transacciones con Orbegoso, i a consecuencia de ellas in- 
vadió el Perú. Su primer cuidado fué dirijirse contra el jene- 
ral Q«,marra, a quien venció completamente en Yanacocha. 

Después de este suceso Gamarra se retiró al Ecuador, donde 
permaneció hasta 1838. Después del regreso del jeneral Blan- 
co, vino a Chile con Torrico, i se enroló como él en la euipre- 
Sa jigañtesca que acometió por segunda vez el gobierno de 
Chile, para devolver su independencia al Perú. 
Tal es mirado en conjunto, el bosquejo de la vida política i 

militar de uno de los hombres que mas directatnente han ia* 

46 



354 CAMPAÑA DKL PERÚ BN 1838 

fluido en los destinos del Perú. Cualquiera que sea él juicio 
que la posteridad pronuncie sobre este hombre superior, ten- 
drá siempre que 'reconocer que ha sido de los primeros, sino 
el primero de todos los hombres públicos del Perú, por su 
gran intelijencia i por su habilísima penetración. Si durante su 
carrera se desvió algunas veces del camino recto de la subor- 
dinación militar, i si como mandatario no adoptó la política 
franca i clara de la verdad, hagamos mas bien cargos a su 
tiempo, i reconozcamos que esa era la única política posible en 
aquellas circunstancias. ¿Cuál de los que mas tarde han arroja- 
do piedras sobre su memoria gloriosa, podría presentar su vida 
como un espejo en que se retratase la franqueza i la honradez 
política? ¿Quién podría sostener, con conocimiento de causa, 
que el doblez no era en aquellos años i en aquel país, el pri-' 
mer mérito del mandatario, i la infidelidad militar, el mas se- 
guro escalón para llegar a la popularidad i a la gloria? 

Los activos i fecundos trabajos del jeneral Gamarra en la 
costa, contribuyeron a modificar ventajosamente la situación 
del ejército chileno. Su artillería se habia aumentado con 4 
piezas; sus filas con dos batallones que, si bien no hablan de 
desempeñar un papel de primer orden en el drama que iba a 
comenzar, sirvieron en la medida de sus fuerzas i de su poder 
a la causa de sus aliados. La infantería estaba dotada abun- 
dantemente de municiones de guerra, i el ejército entero benefi- 
ciaba de las remesas de paño, de vestuarios i de abrigos veni- 
dos de la costa. 

Fortalecido el ejército con estos ausilios, Búlnes deseaba 
vivamente abrir la campaña; pero como su plan de guerra 
consistia en retirarse en presencia del enemigo, correspondía a 
Santa Cruz dar principio a las operaciones. 

El 13 de diciembre, es decir, 38 dias antes de la batalla de 
Yungay, el coronel Placencia i el mayor Molinares, habían sido 
comisionados por Búlnes para levantar un plano circunstan- 
ciado i estratéjico del Callejón, i al mismo tiempo para que 
estudiasen la posición en que convendría empeñar la bata- 
lla. (1) 

(1) cEl 20, dice Placenoia, reunidos en la casa alojamiento del je- 
neral en jefe, los jenerales Cruz, Oastilla, Torrioo i el coronel Placencia 
se resolvió) que conforme a lo que se habia determinado en la oonf eren- 



OáMTáSJí DBL FSBtl BN 183S 365 

Los ofloiales designados^ después de un estadio prolijo i con- 
oieniadoj adoptaron con este objeto el campo de San Miguel. 
Socedia esto el 33 de diciembre, el dia antes que el jeneral 
Santa-Cruz se hubiese reunido con sus divisiones en Ghiquian, i 
33 dias antes que los ejércitos se encontrasen en Yungai. Es 
este un dato de tal importancia que puede considerársele como 
la llave maestra, que ha dé revelarnos el secreto de todas las 
operaciones snbsiguientes. Sin él seria imposible penetrar el 
verdadero significado ni la mente de la guerra. Todos los 
movimientos posteriores del ejército tendrán por objeto atraer al 
enemigo al campo de San Miguel, manifestándole temor. 

Para conseguir ese gran resultado, que equivalía a^ obligarlo 
a aceptar el combate en el sitio estudiado i reconocido con an^ 
tieipadony no omitió Billnes ningano de los recursos que le 
sigeria su natural astucia i la inminencia del peligro. Para 
alijerar el ejército i hacer mas rápidas sus contramarchas, se 
enviaron a Garaz los enfermos i bagajes, i se estableció en ese 
ponto un hospital provisional, que diese cabida a los 300 
enfermos venidos de Huaraz. 

La artillería se traslado a San Miguel, dirijida por el coro- 
nel Maturana, quien se ocupó en ensayar sus cañones i en 
estudiar militarmente el campo. Entre tanto, se reunían en 
Caras los recursos de la quebrada, los víveres i animales de los 
pueblos del sur del Callejón. Las autoridades militares trata- 
ban de provocar en los pueblos de su jurisdicción un levanta- 
miento en masa contra el ejército contrario que, a haberlo con- 
seguido, le habría creado una barrera insuperable en su fuga. 

La caballería ocupaba a Yungay i a Caraz, i mientras los 
caballos talaban esmeradamente todos los campos circunveci- 
nos para arrebatar ese recurso al enemigo, los soldados se ocu- 
paban en levantar trincheras i parapetos en el campo de San 
Miguel. Al mismo tiempo el jeneral Cruz, llevando a todas 

cia del 15, marchase éste el mismo dia con el mayor Molinares a Car- 
huaz i a Corongo, i en todo este tránsito reccmocifue una posición defenM' 
va en que pudiesen jugar con buen éxito nuestras tres anuas, principal- 
mente la caballería; se consérvasela línea de comunicación con Santa i la 
Libertad sin esponemos a que por un rápido movimiento de los enemi- 
go» fuese cortada i so conciliasen con estas ventajas la proporción segura 
de los recursos i forrajes necesarios para la subf^istoucia de la tropa i 
conservación de los caballos» (a), 
(a) Diario, páj. 78. 



356 OAMrAllÁ DJSL nut BN 1838 

partes 8u minuoiosa vijilancia^ interceptaba los caminos estra? 
viados que pudieran servir al enemigo^ cortaba los puentes, 
ocupaba los desfiladeros, hacia saltar con pólvora el porta- 
chuelo de la Quebrada Honda, inutilizaba el camino de Yun- 
gay a Cqnchucos; medidas que obligarían al ejército contrarío a 
marchar por el camino recto i quo le hacian imposible el paso 
de una rejion a otra i el abandono del Callejón, lo que era a 
la vez que una hábil combinación estratéjica, una resolución 
enérjica i terrible, porque arrebatando al enemigo su retirada, 
i»e la arrebataba el ejército chileno a sí mismo,' era un reto a 
muerte en que los combatientes tendrían que sucumbir en el 
campo o perecer por falta de recursos en ese territorío yermo i 
aislado. 

£1 ejército chileno quemiaba sus buques cortándose la reti- 
rada; la lucha tomaba desde ese instante un carácter deci- 
sivo. 

Entre tanto, el jeneral Bálnes, deseoso de conocer el núme- 
ro de fuerzas que habia en Ohiquian, sus jenerales, el pensa- 
mipnto del enemigo i cerciorarse de la llegada de Sauta-Oruz, 
ordeno al jeneral Torríco el envío a Ohiquian del capitán del 
escuadrón Lanceros don Cipriano Palma, en calidad de parla- 
mentario. La bandera do paz que protejia la marcha del oficial 
chileno, seria el salvo condacto que debia ponerlo en presencia 
i en contacto con los batallones enemigos. 

Su misión aparente tenia por objeto enijir el canje de dos 
cazadores de infantería, que quedaron enfermos en Cajatambo i 
que se suponía que hubiesen sido tomados por Moran. Este, 
declaró que los soldados estaban en su poder; pero que la hi- 
dalguía de su palabra empeñada con ellos, no le permitia de- 
volverlos. Hé aquí sus propios términos: «Estos, cuando fue- 
ron tomados, habiéndoseles encontrado en clase de enfermos, 
i manifestado sus deseos de que se les permitiese vivir en el 
pais hasta tanto puedan regresar al suyo, no trepidé un mo- 
mento en concedérselos i ahora no podría mandarlos sin violen • 
ter sus deseos i faltar a la concesión que les he hecho.D (1) 

La declaración no era tan hidalga como pudiera esperarse de 

(l) Nota de Moran. — Ohiquian, 24 de diciembre de 1838. — Las notas 
cambiadaB entre Palma i Moran «se hallaii en el Eco del Protectorado^ 
Estraordinurio del 6 de enero. 



oahpaAX dbl pbbú bn 1838 357 

un jeneral de sa crédito^ pues segan se sapo después^ los soU 
dados no habían caido prisioneros. Las aseveraciones de Mo-» 
ran no pasaban de ser una superchería. ^De los 2 cazadores 
que quedaron enfermos en Oajatambo, (decia Torrico a Bálnes 4 
días después) por los cuales se propuso el canje que no quiso 
admitir Herrera (Moran) protestando que querían ir a su tie-p 
rra, uno ha llegado hoi aquí^ pasando por Ghiquian sobre los 
enemigos^ i el otro^ según dice^ se ha marchado con dirección a 
la costa. El que ha llegado aquí ha traído toda la figura de 
un juez de paz^ pues había cambiado su ropa. Ellos no han 
caído prisioneros, por lo que juzgará Ud. del crédito que se 
puede dar a los jenerales de la Confederación.]) (1) Este inci« 
dente será un dato mas para justificar nuestras precauciones i 
desconfianzas, cuando se trate de dar crédito a las palabras ofi« 
oíales del Protectorado, 

La reunión del jeneral Santa-Cruz a su ejército, fué consí* 
derada como sefial segura de que las operaciones iban a em« 
pezar. 

Adoptado el sistema de retirarse a su presencia, resolución 
atrevida, porque supone en el que la dirije admirables cualida^ 
des militáis i un gran dominio sobre su ejército, se tomaron, 
oomo dijimos, todas las medidas conducentes a su mejor resul- 
tado. Este conjunto de precauciones, alternativamente temera- 
rias i prudentes, revelan bien el pensamiento que dominaba en 
el cuartel jeneral chileno. La marcha hacia el norte de todo lo 
que pudiese entorpecer los movimientos del' ejército, faé consi- 
derada por el Protector como una prueba del terror que domina- 
ba a nuestros soldados, lo que a fuerza de ser repetido por sus 
diarios, llegó a ser creído por su ejército. 

Entretanto, nada se había omitido para hacerlo caer en la 
celada de su propia vanidad. Los mas notables jefes del ejér- 
cito chüeno se habían puesto personalmente a la obra, vijilan- 
do por sí mismos la ejecución de las medidas aconsejadas des- 
de Huaráz, lo que hace decir al coronel Placencia «Todo lo 
que está al alcance de la intelijencia humana se ha previsto i 
se ha mandado poner en práctica, i parece imposible que la 
fortuna deje de favorecer con la victoria, mediante a que en 



(1) Torrico a Búliies.— Carta de Recuai, 27 de diciembre de 1838. 



358 oampaSa. del pebií m 1838 

todos los caaos de igual naturaleza se ha plegado siempre a 
la parte de quien llama su atención con cálculos mas exactos 
i combinaciones mejor meditadas.:» 

Desde ese momento solo restaba al jeneral Búlnes esperar 
en Huaráz la marcha del enemigo para comenzar a realizar 
la suya. El momento no debia tardar. El jeneral Santa«pCraz 
habia llegado a Chiquian, deseoso de medirse con el ejército 
chileno. La hera de los grandes acontecimientos^ de esos su« 
cosos que se llaman Buin i Yungai^ están próximos a sonar 
en el reloj del tiempo i del destino. 

Los dos ejércitos permanecen a corta distancia^ animados 
del mismo ardor, inflamados por el mismo entusiasme. Oficia- 
les i soldados desean medirse en buena i porfiada lid; solo 
resta dar un paso. Conocemos su composición, sus recursos, el 
territorio. Demos ahora la palabra a los acontecimintos. Su 
inmensa claridad iluminará esta relación con los resplandores 
de la gloria i del heroismo i a la manera de los volcanes qucj 
en la oscuridad de la noche, aparecen ceñidos de una corona 
de luz, así los acontecimientos que pasamos a referir alum- 
bran ese pasado oscuro, con la luz que no es la del fuego que 
destruye sino la del fuego que purifica, porque de esa colisión 
inmensa i terrible, salió íntegra i pura la Independencia del 
Perú! 



CAPITULO XIV 



Batalla de Buin 



En la mañana del 3 de enero el ejército Protectoral^ mandado 
por Santa-CmZj tomaba presuroso i seguro el camino de Hua- 
raz. Tanto se le había repetido que el ejército Chileno no se 
pondría al alcance de su valor^ que ni la sombra de una duda 
empafiaba la plácida confianza con que veia diseñarse en el 
porvenir el desenlace de la guerra. 

El ejército de Chile se encontraba^ a la sazon^ repartido en 
toda la estén sion del Callejón. El pintoresco i de ordinario si- 
lencioso pueblo de Huaraz, estaba ocupado j)or el cuartel je- 
neral compuesto de los batallones Portales i Carampangue^ Col- 
chagua^ Santiago^ Yaldiviai Aconcagua i del Escuadrón Lan- 
ceros. 

El batallón Valparaíso, mandado por el jeneral Cruz, se ha* 
bia situado en Paltay, posición estratéjica que cubre el camino 
montañoso de Carhuaz, pero regresó al cuartel jeneral, cuando 
0e supo que el Protector habia ocupado el pueblo de Becuay. 
Los batallones peruanos Haaylas i Cazadores del Perú, ocupa- 
ban a Caras base i estremo de la linea, donde se encontraba el 
jeneral Gttmarra de regreso de la costa: los rejí mientes de Ca- 
zadores, de Granaderos i de Carabineros a caballo permanecían 
en el valle de Yungai^ a la par grandioso i pintoresco. La ar- 
tillería maniobraba en el campo de San Miguel, desde que esa 



360 oampaSTa dbl fbbó k^ Í83¡B 

posición faé reconocida como la mas aparente para empeñar 
un combate. 

El ejército Chileno abultado i aparatoso por el considerable 
n.úniero de sus batallones, tenía solamente 4^100 hombres de 
tropa, escasos, i 420 oficiales, mas o menos, de jeneral a alférez. 
Los dos batallones peruanos que hablan sufrido las bajas con- 
sguientes al cambio de climas i a las fatigas de una larga 
marcha, constaban mas o menos de 900 hombres. 

Estas fuerzas se hallaban repartidas i escalonadas en un 
espacio aproximativo de ocho leguas. Las que permanecían en 
Huaraz, bajo las inmediatas órdenes del jeneral Búlnes^ aseen-* 
dian, con corta diferencia, a 3,200 hombres. 

La retirada de todas estas fuerzas hacia Garas, iba encami- 
nada a unir en un haz estratéjico i militar el Callejón i la costa, 
de que Caras era solo «1 anillo de comunicación. 

Búlnes, en su marcha retrógrada, debia recojer los cuerpos 
situados en los pueblos del tránsito, i así sucedería que a me- 
dida que el enemigo acrecentara su audacia i su segurídad, el 
ejército chileno aumentaría su número i poder. El jeneral Gk- 
marra tenia en Caras uno da los estremos de este cordón estra- 
téjico, si bien el mas alejado del peligro; i el jeneral Búlnes, 
colocado a retaguardia con sus mejores cuerpos, ejecutaría las 
retiradas en presencia del enemigo. 

En esa situación aguardaba el Ejército Restaurador la lle« 
gada de los contraríos. Las fuerzas protectorales hablan sufri- 
do desde el príncipio de su marcha los retardos consiguientes 
al mal estado de los caminos i puentes, que el ejército chileno 
había destruido en su retirada. La escases de víveres lo obli- 
gaba, por otra parte, a acelerar su marcha a Huaraz, i sucesi- 
vamente hacia San Miguel, i la destrucción de los puentes i 
caminos, le confirmaba el temor que deliberadamente le mani'^ 
festaba el ejército chileno. 

Así se confirmaban los cálculos de Búlnes, i así el plan de 
guerra adoptado por él) comenzaba a producir el resultado que 
BU previsión i sagacidad le indicaran I 

Nada digno de recuerdo ocurrió en la pesada marcha que 
tuvo que vencer el ejército confederado para llegar a Reoaai. 
Los soldados bolivianos trepaban, con su ajilidad incompara- 
ble^ las escarpadoB cimas de los cerros del tránsito^ Entre taa- 



oauvaSa del perú en 1838 361 

to Bdlnes, que había sido informado de su marcha^ había en- 
viado a Becnay una partida de observación compuesta de 25 
soldados de caballería a cargo del teniente coronel Manrique, 
que pudo cerciorarse por sí mismo de la llegada de los contra* 
rios. 

Seguro ya de que el enemigo habia llegado a Becuay, BáU 
nes creyS que el Protector se detuviese ahí el tiempo necesa- 
rio para hacer descansar su tropa de la penosa marcha que 
acababa de ejecutar. Sin embargo, Santa-Cruz, que esta«* 
ba noticiado por los habitantes de los pueblos i de los cam- 
pos de cuanto hacia el ejército chileno, creyó poderlo sorpren- 
der en Huaraz e hizo con ese objeto una doble marcha, que 
Búlnes no podía preveer, i que tampoco supo. 

La lucha se continuaba en condiciones muí desiguales. San* 
ta-Cruz sabia cuanto pasaba en nuestras filas, i Búlnes que no 
contaba con la adhesión de los habitantes, no podia organizar 
un servicio de espionaje al rededor del enemigo. Inconveniente 
tanto mas grave, cuanto que en las peligrosas retiradas, que 
se habia propuesto ejecutar, corria a cada momento el riesgo 
de ser atacado i sorprendido! 

A pesar de que, como dijimos, no se imajinaba ea Huaraz 
que el enemigo se movería tan pronto de Becuay, habia envia- 
do los batallones de infantería, por escalones, en dirección de 
Yungai, i en orden de antigüjsdad, quedándose él en Huaraz 
con sus ayudantes Amengual, Lecaros i Pérez, i unos pocos 
soldados de Lanceros, que eran su escolta ordinariai 

Bendido por la fatiga i el sueño, pues las dos noches ante^ 
tiores habia vijilado personalmente las avanzadas del campa- 
mento, se recostó después de la partida de la tropa en una vi- 
vienda del cuartel, situado, como hemos dicho, en un ángulo 
de la plaza principal. Los a3mdantes, en previsión de la llega- 
da del enemigo, enviaron un vijía a observar el camino dé 
Becuay, desde una altura inmediata^ el que no bien se habia 
apartado unos pocos pasos del pueblo, cuando, sin tener tiem- 
po sino para dar un grito, anunció que las columnas protec- 
torales desembocaban sobre la aldea. Búlnes, apenas alcanzó 
a saltar sobre su caballo, i cuando los batallones confederados 
entraban a la plaza por un costado, él se retiraba por el otro, 
hasta el estremo de que hubo tm instante en que la plaza dQ 



362 OAtfPAlTA DEL PBRt} EN ISálB 

Hnaraz, que apenas tiene una cuadra de ancho, estuvo ocupa- 
da por fuerza de los dos ejércitos. 

Desde ella le fué dado ver i observar por sí mismo esos arro- 
gantes batallones, que creian haber hecho un pacto con la vic- 
toria. 

La permanencia del ejército boliviano en Huaraz fué mas 
corta que su estadía en Becuay, pues en la mafiana del si- 
guiente dia abandonó su nuevo campamento, para continuar la 
persecución; pero el Protector mas ávido de popularidad que 
de descanso, ocupó ese corto rato de solaz en redactar el par- 
te oficial que debia conducir a Lima la noticia de \^fuga x>er^ 
gonzosa del enemigo. a:Muchos enfermos en los hospitales, 
dispersoSy pasados i prisionerosy decía, han quedado en nues- 
tro poder, con algunas cargas que alcanzó la columna lijera. 
El mayor cuidado del enemigo en su fuga ha sido romper to* 
dos los ptientes qtie dan pasos precisos al rio de este Calle^ 
jony qae hoi es caudalosOy i solo así ha podido detener en algu- 
Tía manera la activa persecución de nuestras columnas. Ma- 
fiana lo seguiremos hasta obligarlo a aceptar una batalla que 
rehusa o a que aumente la desorganización si continúa huyen- 
do.!) (1) 

Como rezan las palabras del parte que hemos trascrito, 
Banta-Cruz cumplió la suya saliendo a las 8 de la mañana del 
siguiente dia en persecución de Búlnes, que talvez en los mis*» 
mos momentos se ponia en marcha desde Marcará, donde habia 
acampado la noche anterior hacia el pueblo de Carhuaz. 

El ejército chileno proseguía su marcha por cuerpos es« 
caloñados, que guardaban una distancia proporcional entre 
sí. Cuatro batallones componían la vanguardia, que estaba a 
las órdenes inmediatas del jeneral Cruz, i que formando, pue** 
de decirse, una división independíente, marchaba a bastante 
distancia de la retaguardia colocada a las órdenes de Búlnes« 

Los cuerpos de Cruz avanzaban en este orden: a la cabeza^ o 
mas próximo a Yungai el Aconcagua, i sucesivamente el SaU'* 
tiago, el Colchagua i el Valparaíso. En la división de Bdlnes 
cubria la retaguardia el batallón Carampangue, el mas vete^ 



(1) Parte del jeneral Qair£Z| Hnaras, 6 de enero.— 'Jico M6*aofcKnc(' 
Wodelll de enero. 



CAJIPAAA DU PBBt} BN 1888 363 

rano de todoB^ i después Valdivia i Portales. Cei^raba la mar« 
oha^ en el estremo de la retaguardia^ en el sitio de mas pe- 
ligro^ i de mas vijilancia^ el jeueral Búlnes, con los jenerales 
Gas^a i Torrico, don Victorino Garrido^ que acababa de 
reunírsele, sus ayudantes don Francisco Antonio Pérez, dou 
José Manuel I^ecaros i don Santiago Amengua!^ el animoso 
cura don Vicente Orrego capellán castrense i uua pequeña es-t 
celta de Lanceros. 

El ejército contrario avanzaba incesantemente^ llevando a 
lu cabeza, en calidad de vanguardia, la división del jeneral Mo- 
ran. A las 3 de la tarde de ese dia, i cuando ya los 4 batallo- 
nes, mandados por el jeneral Cruz, se habian puesto en mar-* 
oha para Yungai, la partida de observación, que se mantenía 
en el camino que debia atravesar el ejército enemigo, fué ata*> 
cada por el coronel iSavala edecán del Protector; apresado el 
naayor Funes, i conducido a la presencia del jeneral Santa-» 
Cruz. Funes tuvo la culpable dedilidad de revelar al enemigo 
la verdadera situación de Búlnes en Carhuaz, la escasez de 
sus fuerzas, la distancia que lo separaba de su vanguardia, i 
la ¿Etcilidad de destruirlo por un ataque audaz i repentino. 
Alentado el enemigo con estos datos apresuró su marcha, para 
sorprender su retaguardia, si era posible, en el mismo pue- 
blo de Carhuaz. 

Entretanto uno de los oficiales de la partida de observación, 
escapado de la sorpresa, llevó a Carhuaz la noticia de la proxi- 
midad del ejército contrario, lo que determinó la inmediata 
partida de los batallones Carampangue i Valdivia, que perma- 
necían ahí hasta ese momento, mientras Búlnes acompañado 
por Castilla, i sin llevar escolta ni ayudantes, salia a hacer un 
reconocimiento personal de la situación del enemigo i de sus 
fuerzas. 

El Ejército protectoral marchaba en la forma sigcdente: a 
la vanguardia, la división del jeneral Moran, sirviéndole de 
avanzada las compañías de cazadores desús batallones: a con- 
tinuación la división de Herrera, escalonada por cuerpos que 
guardaban entre sí una pequeña distancia: a retaguardia el 
jeneral Santa-Cruz con la caballería, la artillería, el parque i 
el Estado Mayor. 

liuego que tuvo notipia de la peligrosa BÍtuacion de Bienes, 



d64 OAUPAtA BKi Pffitli BM 1838 

por la delacicm de Fones^ organizó bu plan de ataque del mo- 
do siguiente: él jeneral don Mannd de la Goarda, recibió or- 
den de cargar el costado izquierdo del enemigo, con las com- 
pañías de cazadores de la división de Moran: el coronel Gui- 
larte de atacar por la derecha con tres compañías de la divi«« 
sion de Herrera: i el jeneral Moran, de romper el centro da 
las fuerzas, que Guarda i Guilarte debian envolver por sus 
costados, debiendo secundar esta operación combinada el resto 
del ejército que seguia los pasos de su vanguardia, (1) 

Búlnes no podia adoptar otra medida militar que reunir, en 
cuanto faera posible, sus batallones dipersos i apoderarse de 
una posición ventajosa para hacer mas eficaz su defensa. Oon 
ese objeto, llamó por toques de corneta que era la señal con-* 
venida al batallón Portales, que iba en marcha, i dio orden de 
reunírsele al batallón Yalparaiso, que estaba a bastante dis-» 
tancia. 

No lejos de Oarhuaz i casi en sus inmediaciones, hai un ria- 
chuelo conocido con el nombre de Boin, cuyo cauce, seco de 
ordinario, se alimenta con las aguas de lluvias que le arrojan 
las quebradas vecinas. Én dias de temporal, el Buin se con- 
vierte en un torrente caudaloso, que arrastra consigo todo lo 
que se opone a su paso. Un puente rústico, formado de unas 
cuantas tablas juntas, pero ni siquiera clavadas i sin baranda, 
unia sus dos riberas, en el camino real que va de Carhuaz a 
Yungai, es decir, en el camino histórico, cuyas etapas inmor- 
tales vamos recorriendo. A legua i media de distancia de este 
lugar háx)ia la cordillera, habia un puente sólido de piedra. 

El Buin arrastra sus aguas bulliciosas entre las faldas de 
los cerros que en aquel lugar formaban una quebrada estrecha 



(1) El jeneral Quiróz, da cuenta en estos términos del orden de ata- 
que del ejército contrario: 

<c£l jeneral Guarda fué dirijido con la columna lijera de la 1.^ división 
a flanquearle por su izquierda; mientras que el jeneral Moran con el 
resto ae su división, que hallándose de servicio ocupaba la vanguardia, 
marchaba de frente. Tres compañías lijeras de la división Herrera a las 
órdenes del coronel Guilarte fueron dirijidas a flanquear su derecha. La 
2.* i 3.* división apoyaban el movimiento de la 1.*^, siguiendo su retaguar- 
dia. Aunque la distancia que nos separaba era mas de una legua, el ene- 
migo fué alcanzado a las dos horaü) de marcha en las aHuras de Huan- 
llan en que la fortuna le proporcionó mui fuertes e inespugnables posi- 
ciones.» Parte oñcial del jcueral Quiróz, UuauUan, 7 de enero de 1839, 
— .Eto, número estraordinario de 13 de enero. 



OAMPAltA BBL PÍBl5 BK 183d 309 

de flancos escarpados^ en cuyo fondo apenas había el espacio 
suficiente para el trazado del camino público. 

Este angosto paso es conocido con el nombre de Hnanllan i 
las colinas del opuesto lado del torrente con el de Buin. 

En la orilla norte^ o sea en la que corresponde a Tungai, 
hai una planicie pequefia designada con el nombre de Hacienda 
del mal paso^ donde escasamente podían desplegar los tres bar 
tallones que iban a entrar en acción. Por todos lados cerros 
elevados; alturas que se ocultan mutuamente^ i se confbndeii 
en un caos granítico i majestuoso. 

Las dificultades de la marcha al través de cerros escalpados, 
86 aumentó con una lluvia torrencial, como solo puede verse 
en esos lugares durante la estación de verano. Al agua sucedió 
el granizo, i a éste una tempestad de viento i de truenos que 
todo lo confundía i desbarataba en esos terribles momentos , 
La fuerza del agua i del granizo desvandaba las filas, inunda*» 
ba los caminos, mientras el cielo, cubierto con negros nubarro* 
nes, se iluminaba a cada instante con el zig-zag de los relám« 
pagos i de los rayos. Los soldados dispersos i confasos no 
pensaban sino en protejer de la tempestad sus armas i muni- 
ciones. (1) 

Oomo la dispersión aumentara por instantes, hasta el estre'- 
mo de que los cuerpos hablan perdido su formación i que se 
veia sembrado el camino de grupos de soldados que no podían 
avanzar sin la mayor dificultad, Búlnes se detuvo un instante 
en las alturas de Huaullan, para operar su reunión. Sin esta 
operación preliminar todos los soldados que no hubiesen al- 



(1) Hé aqní oomo desoribia la tempestad el Boletín del Ejército Res- 
tauradar, periódioo ambulante, redactado por don Miguel de la Barra: 

<cXJna furiosa tempestad se forma i rompe en un momento bajo el be- 
Uo cielo de Carhuaz: retumba el trueno en las elevadas montañas i res- 
ponde en el profundo i estrecho valle: cae el granizo con fuerza, brama 
el viento, hínchase el rio i en pocos momentos se convierten en torrentes 
los caminos i avenidas, desatándose las aguas en cascadas sobre ellas i 
rodando enormes piedras i ramas de árboles por entre los pies de los ca- 
ballos i de los soldados: éstos agachan la cabeza i se vuelven contra el 
viento a pesar de la espuela i esfuerzos del jinete: aquéllos descansan un 
momento i continúan alegres el camino, luchando con el agua a las redi- 
Uas contra todos los obstáculos i superando los precipicios, ün aolo p«»n- 
samiento parece preocuparlos. El jeneral en jefe habia quedado en el 
pueblo protejiendo con su escuadran la salida del ejército a la vista del 
cneiuigo i el escuadrón habia vuelto hacia tiempo i el jeueral no se di- 
visaba» 



366 QkWBÁÉk DBIi Pafid HN 1838 

canzado a atravesar él puente del Boiüi habrían caído en po« 
der del enemigo. 

Mientras se ocnpaba en Haanllan de la reunión de sua fuer^ 
zas^ las columnas enemigas asomaban por las sinuosidades de 
la quebrada^ en la colocación cyiQ les había asignado Santas 
CmZj pero llevando a su cabeza las compañías de caa^adpres de 
todos los cuerpos^ despl^das en guerrillas. BiUnes» viéndose 
alcanzado, se preparó para la defensa, 

Beunida su división, no pensó sino en atravesar el torren- 
te, para salir de la situación angustiosa en que se encontra- 
ba. Tenia al frente el ejército de Santa-Cruz, que ascendía 
próximamente a 7,000 hombres, en cambio de 1,400 que com- 
ponian su división, i a retaguardia un torrente impetuoso e in- 
vadeable, donde en caso de un descalabro no quedaría a sus 
tropas escasas mas alternativa que buscar triste i segura muer* 
te en las aguas del Buin. En tales condiciones no podia pen*» 
sar en resistir sino para salvar los batallones que tenia a sus 
órdenes, de ningún modo para vencer. 

Puede asegurarse que el dia de Buin fué, para el ejército de 
Chile, el mas riesgoso de toda la campafia. La pérdida de los 
tres batallones escojidos que conducía el jeneral en jefe, i de él 
mismo, habría importado la destrucción jeneral del resto del 
ejército. El orgulloso vencedor, conducido hasta Yuogai en 
alas de la victoria, habría destruido sin gran dificultad, ese 
ejército a que su reciente derrota hubiese arrebatado de un gol- 
pe su entusiasmo, su brazo i su cabeza. Jamás estuvo el ejér- 
cito chileno mas cerca de una pérdida total. Un momento de 
desaliento, un atraso en las marchas, el menor signo de debi- 
lidad en el jefe encargado de conducirlo, habría bastado para 
introducir en las filas el desaliento, precursor del pánico i de 
la derrota. 

Inmediatamente que se divisaron las columnas enemigas el 
batallón Valdivia, que por ser el mas lijero del ejército, reem- 
plazó en la retaguardia al Carampangue, se desplegó en gue- 
rrillas para tirotearlo i dar tiempo al Portales i al Carampan- 
gue de atravesar el puente. Hasta ese momento no aparecía el 
grueso del ejército contrario, sino la descubierta de cazadores 
que abría su marcha, i que mientras cruzaba sus fuegos de 
guerrilla con el Valdivia, daba tiempo a los batallones de pasar 



élki»AÍrA BiL Tmt ÉN 1838 367 

el tosente i de formarse en línea paralela en el opuesto lado. 
Bealizado ese peligroso movimiento, el YaldÍTÍa empezó a ba- 
tirse en retirada, conservando la formación ^i pelotones qne 
iiabia adoptado nn momento antes, i llegó al costado de Buin 
en los tnomentos en qne los batallones enemigos comenzaban 
■9k Coronar las altas crestas del desfiladero. 

Coando el Valdivia empezaba a organizar su formación en 
el costado de Buin, el enemigo rompió nn vivo fuego de arti- 
llería sobre el centro de itnestra línea, dando así principia a la 
batalla. 

S^)arados los ejércitos por el caudidoso torrente, todos los 
esfuerzos de Santa-Cruz se redujeron a forzar el puente para 
alcanzar nuestra retaguarda en sus posiciones de Buin, pero el 
empuje de sus soldados i su beroismo se estrellaron inútilmen-^ 
te en la serenidad i en el arrojo de los batallones chilenos. 

Búlnes formó su línea desplegada a lo largo del riachuelo^ 
colocando en medio al batallón Carampangue, el Valdivia a su 
derecha^ el Portales a su izquierda, i confiando el cuidado 
especial del puente a la compafiía de cazadores del Caram- 
-pangue. 

El enemigo, a su vez, estableció la suya situando en el ca^ 
miño real, i en la dirección del puente, dos piezas de artille- 
ría, dirgidas por el coronel Pareja: en sus costados i en una 
altura vecina, las compañías de cazadores de todos sus batallo- 
nes; en el fondo el resto de su ejército, a cuya cabeza estaba 
el batallón Ayacucho, a las órdenes inmediatas del jeneral Mo^ 
Tan, a quien llamaba Q-amarra cel alma, la cabeza i el brazo 
del Protectorado.]) 

En esa colocación i separados los ejércitos por una cortísima 
distancia, se empeñó la batalla jeneral a las 3 i media de la 
tatde, mas o menos. El faego de fusilería i de artillería, que 
se hacia cada vez mas intenso, repercutía con voces sonoras en 
las montañas circunvecinas, haciendo mas horrible ese cua« 
dro de desolación i de muerte. 

De ambas partes se desplegaba ligo de constancia i de 
1^on El jeneral Gaarda, a la cabeza de su división lije¿ 
ta^ se lanzó contra el puente con desesperación, peio su oo¿ 
iumna fué dnvuelta por los fuegos de fusilería de nuestros ba« 
tallo&esiifiu yalientejefe cayó herido de un balaeoeQlcM 



368 oampaSa dbl pbrú sn 1838 

inmediaciones del Bnin. Sus soldados, desatentados oon los 
faegos i con la pérdida de su jeneral, se replegaron nueva- 
mente a sus posiciones. 

El batallón Ayacuclio, mandado por ^el espantoso líoran:»^ 
hacia iguales prodijiois^ pero con la misma desventura. 

Los esfuerzos de uno i otro fu^rou inútiles. El puente^ que 
en aquel momento ara el verdadero objeto del combate^ per- 
manecía en nuestro poder. 

Al rededor de ¿Irse éjeoutábao psoezas dignas de esta enear^ 
nizada lucha, ün pelotón de soldados de todos los cuerpos, per- 
maneció durante la batalla, del lado de Huaullan, defendiendo 
su entrada. Destacaba entre ellos su figura indijena i alti- 
va el teniente Colipi, que mereció ser llamado ^el héroe de los 
puentes.^ Rodeado de unos cuantos hombres, cargó en repeti- 
das ocasiones contra las fuerzas enemigas, alentando a los suyos 
oon esa vocería salvaje i aterradora que se conoce con el nom- 
bre de cfíibateoy i llevando su temeridad hasta atacar en compa- 
ñía del teniente del Portales don Matías Aguirre- con seis hom- 
bres una avanzada del enemigo en su propio campamento. 

De ese grupo de valientes merece un recuerdo especial el sar« 
jento mayor don Juan Torres: el capitán don Manuel Antonio 
Faez, los tenientes don Mat&s Aguirre i don José María Ga^ 
llardo, los subtenientes don Juan de Dios G-ofii i don Fermín 
Alvarado, i entre los primeros por su conducta sino por su gra- 
do, el sarjento don José 2.^ BobleS) que mereció ser designado 
en primer lugar, en la orden del día, de gloria i de recompensa) 
que dio el jeneral Búlnes al ejército el 10 de enero^ en la pam- 
pa de San Miguel. 

Ya que hablamos de las principales hazañas de ese día, no 
debemos omitir la que ejecuto la avanzanda del puente en el 
principio del combate, ün pelotón de soldados, fatigados 
oon la marcha desde Marcará, i desbaratados con la lluvia, ha- 
bía sido cortado por un grupo de enemigos que se empeñaba 
inútilmente en rendirlo. Viendo eso los soldados del Portales 
que formaban parte de la avanzada, se precipitaron en su de- 
fensa^ seguidos por los que estaban a su alrededor i consiguie- 
ron sacar la compañía de manos de los enemigos. En ese mo- 
mento un cabo chilote oon 8 soldados, fué cortado por loa coní 
trarios^ pero en vez de rendirse^ acometió contra sus oponentes^ 



CAkPAfÍA DIL PBBtí RN 1838 36^ 

i trabada la lucha cuerpo a cuerpo, llegó hasta defenderse con 
los dienteS; mordiendo a un sarjeüto que trataba de apresar-^ 
lo.(l) 

£1 enemigo por su parte hacia iguaHes esfueráos. El joven i 
gallardo capitán boliviano don Juan José Perez^ que manda- 
ba la compafiía de cazadores del batallón núm. 2, se arrojó 
con unos pocos soldados al torrente para llegar a las posicio- 
nes chilenas; pero arrastrados por la fuerza del agua, alguncs 
de los suyos perecieron i él salvó la vida con gran dificultad. 
(2) Tampoco debemos silenciar la espresa recomendación qr.e 
hace Santa-Oruz, en su parte oficial, de los capitanes Leuper 
de Cazadores del Centro i de üreta de Ajracucho, (3) que se- 
gún dice atravesaron el puente con solo 4 soldados repasán- 
dolo en seguida, a pesar de que el hecho nos parece improba- 
ble porque durante casi toda la batalla permaneció allí la 
avanzada de que hemos hablado i que por su mayor número 
le habria cerrado el paso. 

El combate se proseguía entretanto con la misma enerjia. 
Los batallones cruzaban sus fuegos incesantemente, sin que la 
resolución de los nuestros se entibiase un momento, ni retroce- 
diesen una pulgada de las posiciones que hablan adoptado al 
principio. 

Entretanto los batallones que ibaa en marcha a Caraz, i que 
habían recibido aviso de estos sucesor, oontramarchaban rá- 
pidamente, i el Valparaíso que estaba mas próximo, se 
reunió con Búlnes, cuando las primeras sombras de 1& tarde 
comenzaban a cubrir la cuesta de Buin con su manto plomizo* 

En previsión de que la concentración de los dos ejércitos lo 
obligase a empeñar una batalla jeneral, 3iUne8 colocó en la 
ireserva al batallón Carampangue. El fuego incesante había 
agotado las municiones del Valdivia, que ocupaba lo que lla- 
maremos, la primera línea. Este cuerpo fué relevado por el 
ValparaisOi que aavanzó en columna en uu orden admirable,)^ 
(4) a pesar de la resistencia del enemigo. 

Llegada la noche se reunió el batallón Colchagua, pero no 



1) ítelaciondel jenér&l letrera yá citadai 
[2) Belacion del jeneral Herrera. 
(8) Parte de Santa-Oruc, Huaullan, enero 7 de 1839. 
U) Parte oñoial de Bí^lnes, Ynngai, 7 de enoro de 1889. 



3/0 oavÍ^aJTa übl PBfid b» Í83§ 

canzó a tomar parte en el combate^ porque en esos mistapá 
momentos^ el enemigo apagaba sus fuegos i se retiraba a los 
cerros de retaguardia de la cuesta de Huaullan. 

Alentado Búlnes con el resultado del dia, i con la eneijía 
de que hablan dado prueba sus soldados, pensó atacar esa 
misma noche^ el campamento de Santa-Cruz, i terminar de 
una vez la guerra, por un asalto en sus mismas posiciones. 
Este golpe temerario, que estuvo resuelto a ejecutar, no pudo 
realizarse, porque Colipi, viendo retirarse al enemigo, cortó el 
puente sin que se le hubiese ordenado, obedeciendo solo a la 
orden jeneral que traian los oficiales de retaguardia desde Be- 
cuay, de destruir todo lo que pudiese facilitar la marcha del 
ejército confederado. 

Si BiUnes hubiese conseguido realizar su pensamiento, es 
probable que Yungai se hubiese anticipado de 14 días i que 
aquel hubiese sido el último de esta larga i fatigosa guerra. 

La ruptura del puente por Colipi, determinó al jeneral Búl- 
nes a continuar su retirada a Yungai, que efectuó ese mismo 
dia a las 1 1 de la noche, habiendo aguardado 4 horas al- 
gún movimiento del enemigo. Durante ese tiempo se recojie- 
ron los heridos que eran 220 mas o menos i se arrojaron 93 
muertos al torrente. (1) 

El jeneral Búlnes dando cuenta de esta célebre jomada, 
recomendaba el mérito particular contraído por el jeneral Cas- 
tilla, por el comandante don Manuel García, i por los sarjentos 
mayores don Manuel Zañartu, don Pedro Gómez i don Juan 
Torres. 

Tal fué el combate de Bain; lucha desesperada i sangrienta 
que costó numerosas víctimas al ejército chileno, i un núme» 
ro proporcional al enemigo. Todo conspiraba ese dia con- 
tra él: su inferioridad numérica i los preliminares del comba- 
te habrian llevado el terror, a cualquiera otro ejército de es- 
píritu menos arrogante i levantado. Sus aspiraciones, dirijidas 
no a vencer sino a contener las fuerzas enemigas para no ser 
vencido, fueron coronadas de éxito, pues consiguió realizar el 



(1) Para fijar con exactitud el número de heridos i de muertos, nos 
hemos dado el trabajo de comparar las listas de revista, de antes i des- 
pués de la batalla, qué ejcisten en la Inspecoion Jeneral del Ejército. — 
Herrera diee en bu jElelaoion que el ejército contrarío tuvo 70 muertoA. 



oampaITa DiL pmtf m 1888 871 

moTÍmiento audas i salvador qae lo hiso ganar la opuesta ori- 
]lh del Boíd^ en su principio^ e impedir al enemigo el paso del 
puente en su fin. En cambio, el Ejército Protectoral obrando 
con mayor audacia i mejor suerte, pudo terminar la gu^ra 
aquel dia, o por lo ménos> destruir la reducida división que la 
casualidad ponia a su alcance. 

El combate del Fuente de Búin, tuvo para el ejército cbile^ 
nn dos grandes ventajas. Fué la primera haber impedido que 
tres batallones cayesen en poder de Santa-Cruz, i haber coíise- 
guido poner a raya con escasísimas fuerzas al mismo Protector 
i a todo su ejército, lo que infondiria en los pechos chilenos 
una confianza proporcional al desaliento que llevaria al cora* 
^on de los bolivianos. 

Pebióse quizás a esto que Santa-Cruz no se atreviera a re-. 
Tolar los verdaderos detalles del suceso de Buin, sino que pa- 
liando por medio de engaflos el duro revés infrínjido a su or^ 
^ullo militür, escribiera un parte oficial plagado de inexac- 
titudes i de errores. La noticia de combate de Buin corfió 
en el primer momento en alas del Eco del Protectorado (su 
diario oficial) como un glorioso triunfo de su causa. El jene^ 
ral Biva-Aguero ordenó que se echasen a vuelo las campa- 
nas de Lima; pero luego que conoció sus detalles hizo susp^- 
der el repique por no ser el suceso tan importante como en un 
principio se creyera. 

Hé aquí una carta de Búlnes a su hermano, que resume su 
impresión sobre el combate de Buin: — «Esta (la retirada) dio 
lugar a que fuese alcanzada por el enemigo mi retaguar- 
dia en el puente de Buin, i a un fuerte ataque sostenido por 
los batallanes Carampanguej Valdivia i Portales^ bastante di- 
minutos en fuerzas por haber mandado adelante sus rancheros, 
asistentes i muchos desvandados, a causa de la furiosa tempes- 
tad que sufríamos, i de la cual no te podrás formar idea. Los ene- 
migos tenían sobre el campo todo su ejército i dos piezasde arti- 
llería; pero nuestros soldados no solo se defendieron con una bi- 
zarría admirable, sino que repasando el puente atacaron a la 
bayoneta al enemigo i cantaron victoria con el dolor de no po- 
derla concluir, por haberse cortado el puente por Colipí.D (1) 



(l) Yungai, 19 de enero de 1839. 



873 OAMPASA DXIi PBBtS 8K 1838 

El jeDQral Búkíes no dencocia k importancia de su porfiado 
triunfo^ OQmo lo acrediti^a las siguientes líneas, escritas bajo 
la impresión i al calor de las glorias de Yungai. <iCon el coro* 
nel ürriola te remití diez colecciones del Boletín^ que te ha- 
brán instruido do los acontecimientos que precedieron a aque-r 
Ha memorable jornada (Yungai) incluso la acción del puente 
de Buin^ en la que tres batallones nuestros combatiendo oon<- 
tm fuerzas i posiciones yentajosas^ disputaron i contuvieron 
en aquel paso a todo el ^ércitp enemigo, con un fuego yivísi- 
ino i sostenido por nms de cuatro horas, causándole pérdidas 
de oonfiideracíon i haciendo por nuestra parte acciones de in . 
cfpible valor. 

«Es sensible que el parte de esta acción de Buin, mas impor- 
tante en mí concepto que la del 21 en Lima, vaja a llegar al 
mismo tiempo con la noticia de la última decisiva de Ancachs 
que llamará naturalmente toda la atencion.2> (1) 

La opinión pública de Chile no dio al suceso de Buin la 
importancia a que es acreedor, abismada como se hallaba con 
la noticia de Yungai; pero tanjpoco se dejó engafiar por las 
audaces aseveraciones de los diarios enemigos, 

El parte del jeneral Santa-Oruz llegó a Ohile cuando aun 
no se tenia la menor noticia del suceso. Sin embargo, el pue- 
blo entero, aleccionado como estaba con el recuerdo de Matu- 
cana i de Llata, de la retirada de Lima, i de cuantos sucesos 
componen el cuadro de esta campaña, no aceptó sin beneücio 
de inventario la declaración del enemigo. 

A las 1 1 de la noche del 6 de enero, Búlnes se puso en 
marcha con su división hacia el norte. Desde el pueblo de 
Yungai^ célebre en los anales de nuestra historia, dirijió a sus 
soldados la siguiente proclama que, dados los acontecimientos 
subsiguientes, reviste el carácter de la mas alta previsión. 

d/Soldados del ejército unido! — Vuestros compañeros de la 
reserva han vencido ayer en el puente de Buin. Tenian contra 
sí la superioridad del número, la de las armas, la posición i 
i hasta los elementos; pero todo lo han superado con heroica 
constancia, i con su acostumbrado valor. Gracias les sean da^ 
das por la Patria. 



(1) Cajat*mbo, 1 2 de febiero de J83ÍÍ. 



OAUPARA DBL PBBl} KN 1838 373 

(Soldadoü! — Ya no se dir4 de vosotros que no sabéis ganar 
triunfos contra posiciones fuertes i elevadas, apesar de las 
pruebas que habéis dado de lo contrario. Que los viles satéli- 
tes del Boliviano se refujien enhorabuena entre quebradas i 
rocas, que a esas guaridas de los cobardes os llevará vuestro 
entusiasmo i sabréis escarmentarlos como en Buin. 

¡Soldados! --Os anuncio un próximo triunfo: él será grande 
i glorioso como lo es vuestro valor; otro esfuerzo mas de vues^ 
tra parte i desaparecerá de este precioso suelo la detestada 
Confederación! Sabéis que he participado siempre de vuestros 
riesgos i privaciones, . i os daré como hasta aquí el ejemplo, 
conduciéndoos a la victoria.-^Yungai, enero 7 de 1839. — Ma-^ 
nuel Búlnes. 

Tres dias mas tarde hizo publicar en la orden del dia del 
ejército lo siguiente: (cEl sefior jeneral en jefe, testigo de la 
brillante comportacion de los batallos Carampangvsy Valdi- 
via i Portales, en la acción del puente de Buin, ha acordado a 
los individuos de tropa que se distinguieron en ella particular* 
mente, un escudo de ventaja, con el goce de la pensión del pri- 
mer premio, cuyo escudo será de paño encarnado, figura oval 
orlado, con un cordón de seda amarilla, i en su centro la ins- 
cripción ^se distinguió entre los valientes delptiente de Buin;í^ 
i a los oficiales el mismo escudo, bordado con hilo de oro, sin 
el goce de la pensión. 

Al sarjento del batallón Carampangue, José Segundo Robles, 
recomendado en primer lugar, i cuyo individuo recibió dos 
heridas, se le asciende a sub-teniente de infantería, con agrega- 
ción a su mismo cuerpo, en el cual se le propondrá la coloca- 
cion efectiva en lá primera vacante.]^) 

El 27 de febrero del mismo año, el gobierno de Chile apro- 
bó el uso ¡del escudo a que se refiere esta orden: la opinión 
nacional cubrió con su aplauso todavía mas valioso a los ven- 
cedores en Buin, i el ejército entero celebró gozoso aquel disk 
precursor de una jornada brillante. 



CAPÍTULO XV 



Batalla de Yunga} 



Eq la mañana sigaiecte del suceso de Buin^ el jenerol B&l- 
ncs se reunió oon el jeneral Ckimarra, qne alarmado el día an- 
terior con el rumor del combate, se habia puesto en marcha 
hacia Buin con el batallón Huaylas, la caballería i la arti- 
llería; pero que advertido a tiempo del resultado de la batalla 
regresó a Caraz en el mismo dia. Gamarra i Búlnes Yolvian a 
verse después de una separación de dos meses, que no habían 
sido estériles para la causa de la Bcstauracion. 

Cuan diversa era su situación cuando se separaron en Hua- 
raz! Hoi el jeneral Santa-Cruz habia penetrado a la cela- 
da del Callejón: su ejército sufría las consecuencias de las 
marchas forzadas, de la escasez i del clima, i acababa de espe- 
rimentar un rudo golpe que traia abatiílo su propio orgullo i 
el de sus jenerales. 

Las fuerzas del ejército Restaurador se aumentaron, en esos 
mismos dias, con el batallón Cazadores del Perú, conduci- 
do desde el norte por el jeneral don José María Baigada. El 
Protector, entre tanto, permanecia en Carhuaz, sin dar mas 
señales de vida, que un reconocimiento que hizo practicar 
por el jeneral Herrera i en virtud del cual adquirió la cer- 
tidumbre de que nuestro ejército estaba en San Miguel. 

Su actitud reciente contrastaba con la presteza i alegría 
con que habia ejecutado su marcha hasta Buin. 

A pesar de sus anuncios de victoria, comenzó desde entonces 



OAlbAÑA Dm* PERÚ BM 1838 375 

a acariciar en su espirita el pensamiento de abandonar el Ca- 
llejón i de aguardar al enemigo en otro lugar. Desgraciada- 
mente para sn cansa^ era pasada la hora de las vacilaciones. £1 
ejército Hestaurador^ reunido a seis leguas de distancia, se ha- 
bria precipitado sobre él i obligádolo a batirse contra su vo- 
luntad. 

El Eco del Protectorado^ dando cuenta do la batalla de 
Yungaiy decia, refiriéndose a las dificultades que el ejército 
Protectoral habia tenido que vencer en sus marchas. ^No era 
prudente buscarle (al ejército chileno) i la razón nos aconseja^ 
ba detener nuestra marcfuiy reorganizarru)Sy reforzarnos i sus^ 
pender la campaña Jiasta mejor ocasión. Así lo habia resuelto 
S. E. el Supremo Protector i el ejército marchó a Yungai pa- 
ra observar mas de cerca al enemigo.» 

Sstos acertados, si bien tardíos propósitos, están en contra- 
dicción con sus declaraciones anteriores. Hasta ese momento 
BUS órganos de publicidad habian repetido en todos los tonos 
que el Protector iba en alcance del ejército chileno. 

<¿EX mayor cuidado del enemigo en su fuga, decia el dia an- 
terior al combate de Buin el jeneral Quiroz (jefe del Estado 
Mayor del ejército confederado) ha sido romper todos los puen- 
tes que dan pasos precisos al rio de este Callejón, que hoi es 
caudaloso, i solo así ha podido detener en alguna manera la 
activa persecución de nuestras columnas. Mañana le seguiré^ 
mos hasta obligarle a aceptar la batalla que rehusa^ o a que se 
aumente la desorganización si continúa huyendo.» Comentan- 
do este parte decia el Eco (1), cuando aun no se sabia en Lima 
el suceso de Buin. ((Partiendo de este principio, no creemos 
aventurar lijeramente nuestro parecer, cuando desde ahora es-* 
presamos el convencimiento en que estamos do que avistar a 
los enemigos i destrozarlos todo será uno.» 

Estas opiniones eran repetidas profusamente por todos los 
que de un modo mas o menos directo recibían sus inspirado^ 
nes del Protector o de sus jenerales. Cuánta diferencia entre 
estas reiteradas promesas i las palabras del jeneral Santa- 
Cj^uz en el mismo parte de Buin^ documento que traspira la 
inquietud de su autor, junto con el deseo de cohonestar su de** 



(1) Número e«iraordiiiario dsl U d« enero de 1889^ 



3^6 CAMÍPAfÍA DEL »Rlí BN 1838 

rrota. ce Desde que S. E. vio los enemigos, dice, consintió eñ 
concluir ayer la campaña por una derrota cierta; pero el puen- 
te cortado^ un torrente impetuoso e intransitable por la ince- 
sante lluvia los ha salvado, dándoles lugar a continuar su fu- 
ga i a que sigan desvastando el país por algunos dias mas. El 
ejército que ha hecho cuatro marchas mui fuertes, comiendo í 
durmiendo mui mal, i caminando siempre en medio de la llu- 
via i de una ruta espresamente asolada por el enemigo^ tiene 
la necesidad de descansar en el pueblo de Carhuaz para con- 
tinuar sus operaciones cuando lo permita la estación de las 
Humas que verdaderamente es ya mui penosa. d 

El Ejército Protectoral ocupó su permanencia en Carhuaz 
en reconstruir el puente cortado por Colipí, mientras sus par- 
tidas dispersas le proporcionaban recursos. 

Entretanto el ejército chileno aprovechaba en la fortifica- 
cion de su propio campamento, los dias de reposo que le 
dejaba la inmovilidad del enemigo. Las distintas armas estu- 
diaban las ventajas e inconvenientes de cada posición ^ recono- 
cían el campo en todos sus detalles » fortificaban los sitios es- 
tratéjicos, levantaban trincheras, hacian jugar la artillería; 
en una palabra, preparaban el campo a la medida de sus de- 
seos i de su acción. 

El campamento de San Miguel, ocupado a la sazón por el 
ejército chileno i a donde se empeñaba Búlnes por atraer a su 
rival, se llamaba así por estar situado en la Hacienda de San 
Miguel, El lugar designado como campo de batalla, es un va- 
lle de mediana estension, que apoya su espalda en el pueblo 
de Caraz; que está limitado de un lado por las desiguales! 
escarpadas faldas de los Andes i del otro, por el Santa que 
desliza sus aguas entre riberas dé verdura. Rio de por medio*' 
está el pueblo de Hüacra, que solo se comunica con San Mi*- 
guel por un puente de cuerdas. Las cerranías de los Ande9 
estrechan la llanura casi en su mayor parte, formando valles 
dé desigual tamaño, i una ancha planicie en que están sitúa*» 
das las casas del fundoé 

Este era el sitio elejido para empeñar la batalla. Por el 
frente el valle continúa sin interrupción hasta el rio de Aq« 
oachs, que después de arrastrar durante ün largo trecho una 
vida débil e incierta, se arroga en el Santa^ de qué es 



OAMt'ÁÍrA D&L {>BRÚ SN ISSS 371' 

afluente. En la parte posterior del rio, está situado el pueblo 
de Yungai. El valle descrito, tiene desde San Miguel hasta- 
Yungai una estension aproximada de dos leguas. Lo que inte- 
resa por el momento a nuestro objeto, es fijar la atención en 
la planicie que rodea a las viviendas del fundo. 

La batella de Yungai tuvo lugar del otro lado del Ancacb, 
en las inmediaciones del í)aeblo de aquel nombre; pero no 
habiendo alcanzada todavía a la parte culminante de^ esta ie^ 
lacion, postergaremos la descripdon del sitio histórico en que 
se* midieron los ejércitos. 

El campo de San Miguel habia sido dutatite cierto tieinpo' 
el punto de mira de las operaciones del cgército cMleñói Tbdú- 
su anhelo consistía en aíraer al enemigo ae^e sitió/ ^né e^a 
el centro de la guerra. Los acontecímientoái de cualquier na- 
turaleza e importancia, no se pesaban sino por su relación o 
converjencia con la marcha hacia' ése lugar, que no se |pérdia 
de vista, i como San Miguel era el centro de las operadoneÉr, 
las casas del fundo eran el centro de llft línea. 

Cada batallón de infantería levantó un parapeto de tierra' 
en frente de su posición respectiYa. Los trece días que duró la 
ocupación de San Miguel fué un tietnpo án^tíóso i ajttado 
para el ejército. Las tropaSj ocupadas en adquirir un conoci- 
miento cabal del campo i en su fortificación, aguardaban óon 
inquietud, el dia que debia poner fin a sus desventuras 
i fisitigas, o que las sumiría de nuevo en una serie de desabri- 
mientos i de trabajos ' ' 

El Protector, entretanto, enviaba desde Oarhuaz, columnas 
avanzadas para reconocer la situación del ejército chileno. Por ' 
fin) el 13 de enero, abandonó definitivamente el pueblo de 
Oarhuaz i ocupó a YuDgaii 

En estas circunstancias se presentó en el campamento dé' 
San Miguel el Coronel Guilarte, que ocupa una pajina gloriosa 
de ésta historia, invitando al jeñeral Búlnes a una entnevrstái 
a nombre de Santa*-Oruz. Búlnes, que comprendía el objeto de 
BU misión lo despidió sin acceder á la entrevista de que éste 
bien poco seouidaba; pero sin permitirle penetral* al'Ou^rtél ' 
Jenetal, que le importaba mas. 

Habían llegado las cosas a cierto estado de tensión i de 
gm?edaid| que solo la guerra i el imperio de la ftierza podia 



!^78 oampaITa bel PSBd bn iSáS 

poner orden en ellas. Búlnes no podía abandonar el objeto que 
Tenia persigníendo con tanto ahínco i sacrificios^ i al jeneral 
Santa-Cruz no le era dado poner término pacífico a nna cam- 
paña^ en qne se hallaba comprometido el orgullo de su ejército 
por una parte, i el pais con sus pasiones inflamadas por la otra. 
Por consiguiente aquella entrevista o era un pretesto para ga- 
nar tiempo, o un medio de hacer penetrar al seno i al se- 
creto de nuestras fuerzas a su valiente i sagaz parlamentario. 

Las medidas de mutua vijilancia i precaución continuaron 
durante algrmos dias, sin dar lugar a ningún incidente nota- 
ble^ a no ser la sorpresa de una partida avanzada^ mandada 
por A ayudante Mendoza. 

Entretanto I el ejército chileno eonpezaba a sufrir en San 
Miguel los efectos del rigor del clima i de la escasez de ali- 
mentos. 

Los víveres que habia traido de Lima comenzaban a ago* 
tarse, i la provincia, recorrida en todos sentidos por columnas 
del ejército contrario, no podia proporcionarle nada. Apesar de 
que esta situación empeoraba cada dia, Búlnes se resistía a em- 
peñar una batalla, para obrar en conformidad con el plan segui- 
do desde B^cuai, que era aguardar al enemigo en San Miguel i 
esperar un ataque en ese campo estudiado i elejldo. 

El jeneral Santa-Cruz, colocado entre sus compromisos pasa- 
dos, i sus actuales angustias, necesitaba manifestar a los suyos 
la confianza i el anhelo de combate a que los había acostumbra^ 
do. Con ese objeto se habia trasladado a Yungai i hecho perso- 
nalmente, desde una altura inmediata, un reconocimiento de 
nuestro campo. 

Las noticias que llevó a sus jenerales i que fueron trasmi- 
tidas a San Miguel, por las adhesiopes de la causa de Chile, 
no dejaron lugar a duda sobre su resolución de no moverse de 
su campamento. 

«El 1 7 por las noticias que recibimos de Yungai, dice Pla- 
cencia, fuimos advertidos de que el jeneral Santa-Cruz habia 
venido el dia anterior con varios jenerales a reconocer nuestro 
atrincheramiento i que había espuesto que nuestra poeiciiHi 
era ínespugnable, advirtiendo que teníamos grandes fosos, zni- 
ñas i obras avanzadas de fortificación. 

«Esta resolución exitó la risa de los jenerales, jefes i oficiales 



OAMPAffA DBL P8Rl5 SN 1838 379 

del ejército, pues no existíendo dichas obras, pero ni aun el 
fi)so que correspondía a la altura del parapeto, colejimos desde 
luego que el anteojo Protectoral no solo tenia la calidad cono-* 
cida dd ¿tunento, sino la desconocida de suposiciim.i> Hubo un 
momento en que Búlnes pensó sorprender a Santa^Óruz en 
Carhu&z, haciendo pasar el ejército chileno por el puente de 
piedra que tiene el torrente de Buin, a una legua de distancia 
de aquel en que se libró la batalla, o atacarlo por su reté^uaxu 
dia, dirijiéndose hacia Recuai por el villorrio de Huacra, 
proyecto que se consideró difícil de realizar sino impracticable, 
por el mal tiempo, la escasez de víveres i por la dificultad de 
trasportar los hospitales, i bagajes de la artillería. Nada queda- 
ba que hacer sino buscar al enemigo en sus propios atrinchera- 
mientos. 

Los principales personajes del ejército estaban en desacuercfo 
respecto de la resolución que fuera necesario adoptar. Gama- 
rra i demás jenerales peruanos, creian preferible continuar la 
retirada hacía la provincia de la Libertad, donde suponian 
equivocadamente que ejdstían los recursos necesarios para la 
subsistencia de la tropa i parecíales una ebra temeraria asaltar 
a Santa-Cruz en las fuertes posiciones que habia adoptado en 
les alrededores de Yungai. 

Búlnes i Cruz, que pensaban de otro modo, convinieron en pre- 
pararse para la batalla, sin perjuicio de oir la opinión de una 
junta de guerra en que se manifestó unánimemente por los je- 
fes peruanos, la imprudencia de semejante medida. (1) 

4 

(1) El coronel Placencia incurre en un error a mbiencUiB cuando dice 
en su Diario Militar (pajina 107) eque los jenerales de la junta resol- 
▼ieron unánimemente que se marchara en busca del ejército de la Con- 
federación, que ocupaba a Yungai.D— Lo único que hai de positivo sobre 
esto, es que Búlnes i Cruz, en el coneejo que tuvo lugar en San Miguel, 
se contentaron con escuchar la opinión opuesta de Gamarra i demás je- 
fes peruanos; habiendo ya convenido en desentenderse del parecer del 
consejo i en pasar adelante. Esta es una de las muchas ocasiones en que 
el coronel Placencia, con mengua de su alto crédito i distinguido talento, 
puso su pluma, ya no al servicio de la verdad ni de la historia, sino de la 
vanidad del pueblo peruano. 

El coronel don Nicolás José Prieto, cuyo testimonio invocamos de pre- 
ferencia, nos escribia hace algún tiempo: «En la última junta de gue- 
rra, que se celebró en el campamento de San Miguel para deliberar so- 
bre el partido que debia tomarse, si seguir lá retirada hasta el departa- 
mento de la Libertad o atacar a Santa-Cruz en sus posiciones de Ancach, 
}os dos jeperalea chilenos estuvieron por lo último, esto es por dar la bi^- 



380 cüüiPitÁ DBL límt m 1838 

* Los do8, ejércitos perxDanecieron dnrwte; una semana B^pa* 
vados por un espacio de dos leguas^ sin que a ningmio de ellos 
Je ;^esQ dado retroceder, sin exponerse a ser obligado a comba- 
tír, JBl je^ersá Santa-Crn;S; habia hecho fortifí<w b€ campo de 
^luig^icoii parapetos de piedra i barro, que servirian de d^ 
feíisa^.alos bataUones de iijifiuiteria. 

, Serifi ai£[d^ describir la ansiedad, el sobresalto, la preocu-* 
p^iojP) que en esos dias solemnes reinaba en los campamentp^, 
d^sdela fogata del soldado, hasta la tienda délos jenerales, 
Todos vivían bajo la impresión aterradora de ^n suceso proxi- 
m, cuyo alcance.i resultados era diñcU preveer. 

De las dos partes se empichan medidas rigorosas de precau* 
cion. Un jeneral hacia todos los dias la descubierta en el cam- 
pamento enemigo, i del nuestro se enviaban por la llanura 
golunmas lijeras a reconocer la situación de los contrarios, 

talla deBde luego. Si alguno de los jenerales peruanos fué de esta opi- 
nión, seguramente sería Oastilla, porque los demás, según lo ol decir en- 
tonces, estuvieron por la retirada, etc.x> 

Esta misma relación la oimos manifestar al jeneral Búlnes en la inti- 
midad de su hogar, única parte donde se permitía dar rienda suelta a 
su memoria i a sus recuerdos. 

El ilustre jeneral Cruz contaba con su minuciosidad ordinaria, en los 
' últimos Bfios de su vida, lo sucedido en el campo de San Miguel. 

ccSeis dias antes de la batalla, decia, fui atecado de una fiebre. Dos 
antes de que se diera, vino Búlnes a verme; yo me encontraba todavía en 
cama, aunque ja estaba curado i Manuel (Búlnes) me preguntó cómo 
estaba. Le respondí, bÍ8n.-<^-Como es tan desconfiado no me creyó i abrió 
la ventana de mi dormitorio para cerciorarse del estado verdadero de mi 
salud. Me miró la cara, me examinó los ojos con una mÍBuciosidad que 
me molestó^ i cuando estuvo seguro de que estaba en mi juicio, de que la 
fiebre kabia pasado, cerró la puerta del cuarto i me dijo: José María, tú 
lonoces nuestra posición i deseo que me digas si piensas que debemos 
buscar a Santa-Oruz en sus posiciones para darle la batalla o que debe- 
mos retirarnos. Debemos hacer lo primero le respondí sin perder tiem- 
po. — Lo mismo quería él que se hiciera, i entonces me dijo: pero es pre- . 
- ciso esperar a que tú puedas concurrir. Yo le repliqué que podía hacerlo 
en el día, etc.3> «En el consejo, G amarra i todos los peruanos opinaron 
por la retirada; ni él ni yo dimos nuestra opinión, pero tomamos todas 
las medidas para que la batalla tuviera lugar al día siguiente.D 

Esta relación, escrita por uno de los oyentes, nos ha sido confirmada en 
toda su parte sustancial por don Aníbal Pinto, que oyó repetírsela va- 
rias veces a su suegro, el jeneral Cruz. 

El error de concepto que sufrieron el jeneral Gamarra i sus distingui- 
dos auxiliares no afecta su justa nombradía, ni su reputación militar. No 
valia, pues, la pena de que el canónigo don Juan Gualberto Valdivia, 
que ha escrito un libro de historia, con él esdusivo objeto de falsearla, 
supusiese que el jeneral Castilla concibió la idea de asaltar a Santa-Oruz 
en Yungai; que Gamarra se adhirió a ella, i que siendo como era, direc- 
• tor de la guerra, Búlnes no tuvo mas que h^cer^ sino «Loeder ^ustoso.^í) 



OAMPAffA DBL VBBt} BH 18S8 381 

Al mismo tiempo se llenaban las vacantes de los oficiales 
muertos o heridos en Bain^ con los chilenos^ que guiados por 
BU patriotismo; soportaban voluntariamente las privaciones de 
la campaña^ siguiendo los pasos del ejército» Entre otros se in** 
Gorporó en esos dias, en las filas dd Portales, en calidad de 
subteniente, el antiguo oficial del ]\Caipo don José Antonio Cam^ 
pos, (ten consideración (dice el decreto) a su brillante compor* 
tamiento en la acción de Llata.s> 

Por fin en la tarde del 19 de enero, el jeneral Bálnes, mon- 
tado etL el hermoso caballo, que el gobierno de Chile le envió 
en recompensa de Guias, se presentó a su ejército, que estaba 
formado al frente de las casas de San Miguel i lo arengó dicién- 
dolé: que el jeneral Santa-Cruz habia ofrecido volver vencedor 
a Lima el 24 de enero i que estando para concluir el plazo, se 
habia resuelto a ponerlo al dia siguiente en situación de cumplir 
su promesa. Un grito unisono, espontáneo, de / Viva Chile! ¡ Fjf- 
va el jeneral Bálnes! fué la contestación de la tropa. 

Los jefes de cuerpos recibieron, esa misma tarde, la orden 
de estar prontos para marchar al dia siguiente a Yungai. Aque* 
lia noche todo quedó preparado para la batalla que debia li^ 
brarse al siguiente dia i en que se habia de decidir la libertad 
del Perú i la existencia de la Confederación Perú-Boliviana. 

El 20 de enero, las bandas de música rompieron a diana to- 
cando la canción nacional de Chile i simultáneamente los ba« 
tallones tomaron la colocación que se les habia asignado, es« 
cepto el Aconcagua, que fué enviado a la vanguardia, mientras el 
resto del ejército, fraccionado en divisiones, mas honorarias 
que efectivas, seguia sus pasos en un orden metódico i regalar. 

Ya hemos dado una idea jeneral del valle de San Miguel 
Bestanos solo echar una mirada al sitio que va a servir de cam- 
po de batalla, i a las principales posiciones del enemigo. La 
vasta llanura de dos leguas de largo que media entre el rio de 
Ancach i el pueblo de Caraz, i que está encerrada en toda su 
estension entre el Santa i la cordillera, estaba a la sazón divi- 
dida en dos predios que se llamaban de San Miguel i de Pün- 
yan. Las cerranias de la cordillera, que ton bastante elevadas, 
se agachan delante de las majestuosas alturas del segundo cor- 
don, entre cuyas cimas, destaca su cabeza nevada el volcan de 
Huantucan. 



S8SS CAMPÁtTA BEL nntf BK 1688 

I40B cerros situados a la izquierda del valle se unen i escalo- 
pan entre si. 

El de Panyan^ nno de los principales^ se comunica por sus 
faldas con el Pan de Azúcar, el que a su vez se unia con el 
de Ancach, situado a un costado de las posiciones de 
Santa-Cruz, por los caminos que con ese objeto se hablan prao* 
tíoado en sus faldas. 

Él cerro de Pan de Azúcar, llamado así por su perfecta ana- 
lojía con el objeto de su nombre, dista quince cuadras mas o 
menos del cauce del Ancach, i por consiguiente, de la líaea de 
batalla del Ejército Protectoral, Su formación escepcional es 
un capricho de la naturaleza, que parece haberse injeniado en 
reyestir a ese valle con el doble atavío de la hermosura i de 
la grandeza. 

El jeneral Santa-Oruz habia establecido sobre la cima 
de los cerros un cordón de tropas, que formaba hasta cierto 
punto una división independiente por tener su base i centro 
de acción en el cerro de Pan de Azúcar, donde permanecia el 
jeneral Quiroz con 3 compafiías. 

Otra compañía, la del núm. 1 de Solivia, mandada por el ca- 
pitán Peña, se situó en la altura de Punyan, i otra mas, ocu- 
paba la quebrada que la separa del Pan de Azúcar, con el 
objeto de protejer la retirada de Peña, hasta la cima del es- 
carpado cerro que le servia de base. 

De este modo Punyan i Pan de Azúcar formaban entre sí 
un cordón militar i estratéjico cuya base de apoyo era la 
columna lijera de Quiroz, siéndolo a la vez de esta el 
Ejército Protectoral, situado al pié de la montaña de Ancach. 
El cuartel jeneral enemigo se comunicaba con el Pan de Azú-' 
car por los senderos de los cerros, entre cuyas hendiduras nace 
el torrente de Ancach. 

El Pan de Azúcar es hasta cierto punto inaccesible. En sus 
faldas escarpadas no hai un camino para llegar a la cima, si- 
no angostos senderos, que desaparecen de trecho en trecho. 
Hai momentos en que no es posible avanzar de pié i en que 
los soldados inmortales que lograron escalarlo, tuvieron que 
apoyarse en sus fusiles o tomarse unos a otros, para no rodar 
en el abismo. Domínalo una planicie pequeña, rodeada de trin- 



ÓÁlil^AlTÁ DXL TEKÓ BN 1838 S^S 

cheraS; donde estaba instalado el jeneral Qairoz con sns faer- 
zas. (1) 

La altara de Punjran es mas accesible que la de Pan de 
Azúcar, pero tan elevada como ella. En el fondo del valle ha- 
bía nnas viviendas de campo, con anchos corredores según 
la antigua costumbre española. 

M Pan de Azúcar está situado a 2 kilómetros, mas o menos, 
de las posiciones que habia adoptado Santa-Cruz, i separado de 
ellas por el torrente de Ancach, que felizmente para el ejército 



(i) Hé aquí como describe el campo de San Miguel el distinguido oo* 
»»el Prieto. 

cDel cordón de cerros que teníamos sobre nuestro flanco isquerdo 
i se estiende de sureste a noroeste, formando el primer plan de la alta 
Sierra Nevada, que es la continuación de la cordillera de los Andes, se 
desprende el torrente de Ancach, el cual corre de noreste a suroeste, i 
va a desaguar en el rio Santa, que a su vez corre mas o menos paralela- 
mente a aquel cordón de cerros, i cubría por consiguiente nuestro flanco 
derecho, como ;^a lo he indicado, encerrando el estrecho espacio media- 
namente llano 1 dominado por el Pan de Azúcar, en que se desplegaron 
nuestras fuerzas. El terreno de Ancach se precipita por el fondo de una 
ancha i profunda quebrada, cuyas orillas son sumamente escarpadas. 
Este se pasaba por un puente rústico, colocado en frente del caminu real, 
pero que el enemigo habia tenido cuidado de destruir con anticipación, 

{>racticando mas arriba varios senderos para el pasaje de sus tropas, i por 
os cuales pasaron los batallones bolivianos 3.° i 4.° de la Guardia, con el 
propósito de protejer su pobre división del Pan de Azúcar, lo que no 
pudieron conseguir, porque fueron valiente i vigorosamente rechazados 
por el Portales, el YalparaiBo i el Colchagua, ayudados en tiempo por el 
Aconcagua, que acababa de haoer su descenso de la montaña de Punyan 
por el lado opuesto, i los bolivianos se vieron asi casi entre dos fuegos. 
cPara acabar de describir a üd. el infernal terreno en que tuvo lugar 
lo que, hace hoi 38 afios, se ha llamado la batalla de Yungai, agregaré 
que a nuestra retaguardia no nos quedaba, en caso de un de^^dabro, mas 
xefujio que el campamento i el pueblo que acabábamos de dejar. Des- 

Sues de esto, i una vez vuelta la espalda al enemigo, no habríamos teni- 
o delante de nosotros sino el desierto a ^ue ya me he referido; a la de* 
recha una cadena de altas montañas; a la izquierda el Santa, rio caudalo- 
so e invadeable; por todas partes las galgas i el palo cobarde de los indios^ 
i en fin, el hambre, la fatiga, la miseria, la muerte. Así es que esta con- 
sideración, la idea sola de la situación, tanto mas horrible que los des- 
trozos i los estragos del campo de batalla, que la suerte adversa de las 
armas nos reservaba; esta idea que en esos momentos preocupaba tanto 
el espíritu del jeneral como el del último soldado, nos hizo formar a to-> 
dos el propósito de morir peleando, antes que ir a ser víctimas del ham- 
bre o mártires de la cobardía i del salvajismo de los indios. I en efecto, 
vencidos, los serranos nos habrían muerto a palos; vencedores, nos reoi- 
bieronen Yungai en la tarde del 20 de enero con la mesa puesta i llenos 
los matea de cmcha. Las jentes tímidas e ignorantes de la Sierra, se echa- 
ban de rodillas a nuestro paso, pidiéndonos perdón, porque temian que 
las fuésemos a matar. i£l chileno no profanó nunca su espada en la san- 
gre del habitante inderensol» 



384 OAHPASi DBL PXBÚ fiN 183Í3 

chileno^ no yenía ese día caudaloso^ i cuyo profundo caneé 
tiene próximamente 15 metros de altura. El barranco del 
Ancach^ constituye de por sí una barrera casi insuperable^ i en 
todo caso un obstáculo poderoso para la retirada de un ejército 
que lo ponga a su retaguardia. 

Entre el rio i las posiciones de Santa-Cruz, había nna 
planicie^ que fué el campo de batalla, cerrada de un lado por 
el Santa, del otro por las faldas de los cerros, al ftente por 
el Ancach, i abierta solamente en su fondo que da acce- 
so al pueblo de Yungai, por donde pudieron salvarse los res- 
tos desorganizados del ejército enemigo. 

En esa llanura de tres cuadras de ancho por cinco de largo, 
mas o menos, se empeñó la batalla de Yungai. El torrente 
de Ancach, es intransitable para la caballeria, a no ser por 
un sendero estrecho, practicado en el lugar donde se arroja 
en el Santa, i la infantería misma, encontraría dificultad para 
atravesar el áspero barranco que encajona el lecho de sus 
aguas. 

El Ejército Protectoral, que tenia escalonada una columna 
de cazadores de 600 hombres en las crestas de Funyan í de 
Pan de Azúcar, tenia su línea de infantería protejida por pir^ 
cas de piedra; apoyada su derecha en el cerro de Ancach^ 
BU izquierda en el Santa i su retaguardia en el pueblo de Yun- 
gai. En medio de sus cuerpos desplegados en batalla, había 
tres piezas de artillería, í en una eminencia, situada en laa 
primeras faldas del cerro, otra pieza mas, que dominaba con 
BUS fuegos el Pan de Azúcar i la hacienda de Punyan. 

Los cuerpos de infantería se habían desplegado a lo largo 
de los parapetos en la forma siguiente. Componían el ala 
derecha los cuerpos bolivianos o sea la división de Herrera, i la 
izquierda la división peruana del jeneral Moran. El batallón 
núm. 8 de Bolívia, mandado por el jeneral don Pedro Bermn- 
dez, ocupaba lo que podríamos llamarla estrema derecha de la 
línea, apoyando uno de sus flancos en el cerro de Ancach: el 
núm. 4, puesto a las órdenes del valiente coronel don Felicia^ . 
no Deheza se apoyaba en el núm. 8 por un lado, i en la arti*« 
Hería del coronel Pareja por el otro. El resto de la división o 
sea los batallones núm. 1 í núm. 2; mandado éste pol^don 
Hariwo Sierra, i aqnel por el coronel don Fructuoso Fefiai 



ÓÁilFAl^A DiSL PBBt} BK 1838 385 

éobrino de SantarCrtiz^ formaban la reserva del ala derecha^ 
que permanecia a corta distancia de las trinclieras. 

El ala izquierda mandada por el jeneral don Trinidad Mo- 
ran^ compuesta de los cuerpos peruanos de su división, tenia 
desplegados en su primera línea tres batallones, protejidos por 
parapetos como el ala boliviana. 

En su derecha, i apoyándose en la artillería de Pareja, que 
separaba por mitad las dos divisiones, estaba el batallón Aya- 
cucho, mandado por el entonces coronel i mas tarde jeneral i 
presidente de Bolivia, don Agustín Morales; a su izquierda 
medio batallón Pichincha, porque la otra mitad había salí- 
do en los días anteriores, a las órdenes del coronel Carras- 
co, para interponerse entre Santa i Caraz i cortar así la 
retirada de los fajitivos i vencidos de Yungai! A la izquierda 
del Pichincha estaba el Arequipa, a las órdenes de su jefe don 
Jil Espino, apoyándose en el rio Santa. El batallón Cazadores 
del Centro a las órdenes del comandante don José Gabriel Te- 
lies, formaba la reserva de la división de Moran. 

En el fondo de esta línea, i a una distancia equivalente de 
las dos divisiones permanecia la caballería, mandada por el 
jeneral Pérez de Urdininea i detras de los dos hermosos Teji- 
mientos de Lanceros i de la Escolta, se había situado el jene- 
ral Santa-Cruz, en una posición que le permitía observar el 
cuadro jeneral de la batalla i atender con la eficacia i pronti- 
tud necesaria al cerro de Pan de Azúcar, en que permanecia 
Quiroz con su división lijera. 

El Ejército Beataurador a su vez, salía del campamento de 
San Miguel, distribuido en cuatro divisiones mandadas por los 
jenerales peruanos* Componíase la primera, o sea la de vanguar- 
dia que estaba a las órdenes de Térrico, de ocho compafiías 
lijeras de infantería i de un escuadrón de Cazadores; la se- 
gunda mandada por Elespuru de los batallones Carampangue, 
Portales, Cazadores del Perú i dos piezas de artillería; la ter- 
cera, a las órdenes de Vidal, de los batallones Colchagua, Val- 
paraíso i Buaylas con seis piezas de artillería, i la cuarta o sea 
la caballería cerraba la marcha a las órdenes del jeneral Cas- 
tilla. Sobre todas estas divisiones permanecia el jeneral Cruz, 
en calidad de jefe de estado mayor, i Búlnes como jeneral 

en jefe« 

SU 



386 OAMPAfTA DBL PBBt} BN 18^8 

Esta distribución no duró sino el espacio comprendido entre 
San Miguel i Yungai, i el ejército combatió por cuerpos i no 
por divisiones. 

Cuando los primeros redobles de tambor, batían la marcha 
del ejército, el dia 20 de enero a las cinco de la mañana, el 
jeneral Santa-Cruz organizaba su línea en la forma que hemos 
descrito, i el jeneral Qoiroz, jefe de su división avanzada se 
aprontaba para resistir a los primeros esfuerzos del ene- 
migo. 

La situación adoptada por los dos ejércitos era sumamente 
desproporcionada. Santa-Cruz ocupaba dos posiciones eleva- 
das, Punyan i Pan de Azúcar, fortificadas de antemano, i pro- 
vistas de todo lo necesario para una larga defensa. El resto de 
su ejército estaba defendido por una triple barrera: primero 
por el Pan de Azúcar, desde donde Quiroz podia embarazar la 
marcha de nuestras columnas i cortar su retirada: en seguida 
por el áspero i elevado barranco de Ancach, i en tercer lugar 
por sus fortificaciones, que si no eran bastante poderosas para 
resistir al faego de artillería, era todo lo que se necesitaba pa- 
ra los batallones de infanteria. 

El número de ambos combatientes tampoco guardaba pro- 
porción entre sí. Santa-Cruz tenia ocho batallones, que com- 
ponían en su totalidad 6,000 hombres a lo menos (1), i Búlnes 
seis batallones chilenos, ascendentes, entre oficiales i soldados 
a 4,467 hombres, fuera de dos cuerpos peruanos de reclutas. 



(1) El jeneral Herrera dice en los Apuntes que hemos citado, que San- 
ta-Cruz tenia 4,900 hombres en Yungai. Por mas respetable que sea la 
opinión de Herrera, atribuimos este dato al deseo de cohonestar una de- 
rrota que afecta su crédito militar, el honor de su causa i de su país. 

Santa-Cruz en su Manifiesto solo confiesa haber tenido a sus órdenes 
ese dia 4,052 hombres, dato mas inexacto aun que los cálculos de Herre- 
ra. Búlnes dice en su parte oficial que las fuerzas de Yungai, sin contar 
con los 600 hombres de Quiroz, ascendían a 5,500, lo que hace un total 
de 6,100, para todo el ejército. Es de suponer que este dato le haya sido 
comunicado por los prisioneros. 

Su ejército no podia bajar de 6,000 hombres. Tenia 8 batallones, que 
yenian de su base de recursos, i que es consiguiente tuvieran su dotación 
casi completa: dos rejimientos de caballería que ascendian a 650 hom- 
bres, i 5 baterías de artillería, que necesitaban, a lo menos para el servi- 
cio de sus piezas, 200 hombres. Calculando en 650 plazas la dotación de 
cada batallón, número bajo evidentemente, tendríamos en 8 bataUones 
5,200 hombres. Agregando la caballería i la artillería serian 6,050, i aña« 
diendo a esto loa oficiales tendríamos con eiceso el número de 6,500 hom* 
bres. 



OAXPáSá, dbl PBBt} XK 1888 387 

qne tenían pr6ximam6nte 800, Las faertes posiciones del ene« 
migo, puede decirse, que duplicaban su número. 

Al revés de él, el ejército chileno tendría que combatir en 
. campo abierto; trepar las cimas escabrosas de sus cerros, po- 
ner a retaguardia un barranco escarpado que imposibilitaria su 
fuga, pero que a la vez, arrebatándole toda esperanza de reti- 
rada, lo pondria en la necesidad de vencer. 

La división de Pan de Azúcar, que según dijo mas tarde 
Banta-Cruz era la llave de la batalla, debia bajar de su altura 
inaccesible cuando el ejército chileno se hubiese comprometido 
con toda su línea, i tomarlo entre dos fuegos. Desgraciadamente 
para él, los soldados chilenos ejecutaron ese prodijio de heroís- 
mo que se llamó la toma de Pan de Azúcar, que al principio 
provocó su risa desdeñosa, luego su asombro i por fin su de- 
sesperación, porque todo su minucioso plan se desbarataba de 
un golpe. 

Cuando el ejército Bestaurador salia de su campamento de 
San Miguel para dirijirse a Yungai, envió a su vanguardia, 
como hemos -dicho, el batallón Aconcagua, mandado por su 
comandante don Pablo Silva, con orden de desalojar las fuer- 
zas enemigas de la altura de Panyan. El Aconcagua trepó 
con dificultad el escabroso cerro ocupado por la compañía del 
capitán Peña i la puso en fuga, a pesar del fuego que le hacia 
la fuerza de Quiróz. 

Entre tanto, el resto del ejército continuaba su marcha por 
el fondo de la llanura i llegaba al pié del Pan de Azúcar i a 
las casas de la hacienda de Punyan. Allí se formó una colum- 
na lijera de 400 hombres, compuesta de algunas compañías de 
cazadores, cuyo mando se confió al comandante del Caram- 
pangue, don Jerónimo Valenzuela, a cuyo lado marchaba, en 
calidad de agregado, el coronel don Juan Antonio Ugarteche. 
El jefe titular de esta columna fué el jeneral de división del 
Perú, don Juan Bautista Elespuru, i decimos titular, porque 



Por lo que hace al ejército cLileno podemos hablar con exactitud, por- 
que hemos consultado las listas de revista, que se conservan en la Ins- 
peccioL Jeneral del Ejército. De ellas hemos «sacado el número de 4,467 
hombres, entre oficiales i soldados; a los que se deben agregar 800 de los 
bataUones peruanos, lo que forma un total de 5.267. hombres, que se ba- 
tieron en Yungai bajo las banderas de la Hestauracion. 



388 oamfáSa del pabú ek 1838 

Slespnru permaneció en el fondo del valle observando desde 
la distancia su prodijioso ascenso. 

Ya conocemos los distinguidos antecedentes militares del 
comandante Yalenzuela, i su sola designación para ejecutar 
tan atrevida empresa^ manifiesta el concepto que merecia ql 
jeneral en jefe. 

La columna que atacó el Pan de Azúcar se oomponia de 4 
compañías de cazadores^ mandadas por sus respetivos capita^ 
nes: la del Carampangue por don Guillermo Nieto; la del San- 
tiago por don Manuel Tomás Tocornal; la del Valparaiso por 
don Nicolás Sánchez i la sesta compañía del batallón Cazado- 
res del Perú. Acompañaba al Carampangue i especialmente al 
capitán Nieto^ la sárjenlo Candelaria^ que Uegaria a la cima^ 
alentando a sus compatriotas en la medida de su valor^ de su 
caridad i de su entusiasmo. 

A las 9 de la mañana la columna aguardaba al pié dé Pan 
de Azúcar la voz de mando que debia precipitarla al asalto. 

A esa tora el jeneral Búlnes le dio orden de principiar el 
ataque contra las 5 compañías que^ bajo las órdenes de Quiroz 
i del coronel Guilarte, permanecían en la cima. Inmediatamen- 
te el valeroso Ugarteche derribó de un balazo la muía que 
montaba, diciendo que si era vencido no queria huir i si vencC" 
dor tendría muchas muías! 

La columna se dispersó alrededor del cerro por todos los 
costados que miraban al valle ocupado por el ejército chileno, 
i un momento después, ejecutaba esa asombrosa ascensión, que 
provocó la admiración de sus mismos oponentes. 

El enemigo, atrincherado en la cima, lanzaba enormes pie- 
dras (galgas)^ que rodando por la ladera, arrastraban consigo 
a los asaltantes. Al mismo tiempo hacia un vivísimo fue- 
go sobre los soldados chilenos, que trepando sus faldas casi 
perpendiculares, en medio de un sol abrasador, estaban obli- 
gados a arrastrarse sobre sus manos i pies, apoyándose en sus 
fusiles. 

Las compañías avanzaban, sin embargo, sin que nada amen- 
guase su esfuerzo i resolucioD. Su ilustre jefe, el comandante 
Valenzuela, las animaba a continuar, exítandolas con el ejem- 
plo de su propia osadía. Los soldados, vencidos por la fatiga i 
por el sol, continuaban su marcha, sin prestar atención a la 



oámpaSa dbl phbú m 1838 889 

superioridad de los contrarios^ sino a las inspiraciones de su 
patriotismo i valentía, 

En estas circnnstanciaS| una bala tronchó la existencia del 
eomandante Yalenzuela^ que rindió allí mismo al cielo sa al« 
ma enérjica. Sucedióle el sarjento mayor don Andrés Oliva- 
res^ que la condujo a la carga con el mismo esfuerzo que su 
predecesor, siendo también muerto como ¿1, Las compañías, 
obedeciendo la voz de sus respectivos oficiales, llegaron por 
fin a la cumbre de ese cerro, cuyos bordes destilaban la pre-i 
ciada sangre de tantos ilustres chilenos. Trabóse allí la lucha 
oon nuevo ardor i mayor resolución; cruzáronse las columnas 
a la bayoneta; peleóse con un encarnizamiento de que la his« 
tona presenta raros ejemplos. las compañías chilenas, diez- 
madas todas, redacidas algunas a poco mas de la mitad de su 
número^ muertos en otras casi todos sus oficiales, mandadas 
algunas, como la del Oarampangue por su sarjento 2.°, por 
haber perecido todos sus superiores jerárquicos, se enredaron 
en lucha desesperada con los soldados de Quiroz, que se en- 
tregó a la fuga después de una resistencia valerosa. 

Entre tanto el saqento del batallón Valparaiso, José Segun- 
do Alegría, precipitándose a las trincheras en lo mas recio del 
fuegOi clavó la bandera de Ohile en esa posición defendida i dis- 
putada con tanto heroísmo. (1) 

Los que no murieron en la cima cayeron en la ladera. Ato- 
londrados con la derrota, los soldados bolivianos, huian en to- 
das direcciones i se precipitaban a carrera tendida por las es- 
cabrosas faldas del cerro. Algunos rodaban por la pendiente; 
otros morian aplastados por las piedras que los vencedores 
arrojaban sobre ellos, como ellos lo hicieran hace un momen- 
to con los asaltantes, i el resto caia bajo los fuegos de los sol- 
dados que les apuntaban por la espalda. Así murió el jeneral 
Qoiroz, pero no fusilado por la espalda, sino de frente, con la 
muerte digna de un soldado i de un valiente. 

El cerrillo, que era hace poco el adorno del valle, transfor- 
mado por un momento en el teatro de un sangriento combate 
cuerpo a cuerpo, pasó a ser el sepulcro de 550 bolivianos, del 



(1) Se nos asegura quo esto hombre, que con justicia podemos Uamar 
ilustre, vive pobre i en clase de sarjento en el puerto do Constitución. 



SOO OÁMFAltA DSL PÍBíJ BK iSSS 

jeneral Qairoz i de nn gran número de ohilenos que oomprar<Hi 
con BUS vidas la gloria de esa jornada. 

El episodio de Pan de Azúcar terminó a las 10 de la maña- 
na^ mas o menos. A esa hora la primera posición estaba ven- 
cida, i el enemigo intimidado con el espectáculo sangriento que 
se Labia oñrecido a su vista. 

Santa-Cruz, que observaba el combate desde la reserva de 
BUS posiciones, se resistia a la evidencia, riéndose de los que le 
insinuaban el temor, de que esa altura pudiera ser tomada, 
Atemorizado, sin embargo, al ver la perseverancia coronada 
de éxito de las compañías chilenas, se apoderó de su espíritu 
una preocupación sombría, que lo dominó durante toda la ba^- 
talla. 

Mientras la columna de Valenzuela inmortalizaba su nom» 
bre i su heroismo, salió de las posiciones bolivianaSi en pro^ 
tecion de Qairoz, el batallón núm. 4 dividido en dos trozos, 
mandados por Belzu i Deheza. 

El jeneral Búlnes, que permanecia entre tanto en la llanur 
ra, asistiendo como simple espectador al desenlace del comba» 
te del cerro, envió contra el batallón núm. 4, que acababa de 
pasar el Ancach, al batallón Colchagua a las órdenes de 
Urriola. Este ocultó su tropa detras de unos matorrales espe* 
sos que cubrian la llanura, i cuando el enemigo estaba a corta 
distancia hizo una descarga cerrada, que despedazó sus filas. 

Sea dicho en honor de ese cuerpo, que a pesar de que ese 
disparo repentino destrozó sus valerosos cuadros, se detuvo 
inmóvil i arrogante en el mismo sitio donde acababa de de- 
jar una tercera parte de su tropa. Un momento después se pre- 
cipitó sobre el Colchagua, a la bayoneta, i lo hizo vacilar, lo 
que determinó la partida de 5 compañías del Portales, que 
marcharon en su defensa. El capitán don José Miguel Arane- 
da, que mandaba la I.** compañía, fué también el primero que 
venciendo todos los obstáculos, arremetió contra el núm. 4. El 
ataque simultáneo de los dos cuerpos puso en fuga al batallón 
boliviano, que lanzándose al barranco del Ancach, revuelto 
con sus perseguidores, condujo puede decirse, los batallones 
chilenos, a sus posiciones de Yungai. 

El Carampangue fué el primero que se precipitó al foso que 
sirve de lecho al torrente i que trepó su borde opuesto con sur 



óavpaÍTa dbl pbbt} bk 1838 391 

ma dificultad. Signiéronle BucesÍTamente el batallón Oolcha- 
gaa, el Portales, el Aconcagua, el Valdivia, Cazadores del 
Perú que tenia 380 plazas, i medio batallón Huaylas. Desde 
eee momento se empeñó la batalla jeneral con gran enerjía 
por ambas partes. 

Los batallones chilenos enfrentaron las posiciones enemi- 
gas i desplegaron sus columnas apoyando su derecha en el 
rio Santa, i su espalda en el Ancach. La reserva compuesta 
de los batallones Santiago, Yalparaiso, de la otra mitad del 
Huaylas i de la caballería, permaneció en el opuesto lado 
del barranco aguardando el momento de entrar en acción. 

Puestas así frente a frente las dos líneas, comenzaron a cru- 
zarse los fuegos de artillería i de fusilería con una actividad 
aterradora. 

Nuestros batallones soportaban a pié firme la lluvia de ba- 
las que partia de los parapetos i a pesar de su situación des- 
ventajosa, no cedian un palmo de terreno, de ese campo que 
comenzaba a cubrirse de cadáveres. 

El campo de batalla se habia convertido en teatro del ma- 
yor encarnizamiento i del mas ciego furor. Las filas de los dos 
ejércitos estaban diezmadas: ilustres víctimas habian caido en 
los dos campos, i los soldados chilenos, que arrostraban el pe- 
ligro a pecho descubierto, llevaban la peor parte en ese torneo 
sangriento. 

Contribuyó en gran manera a mantener la unidad de sus fi- 
las, la mala dirección de la artillería boliviana, cuyas balas 
pasaban por alto del ejército sin ofenderlo. Del mismo modo 
puede asegurarse que el éxito de la batalla de Yungai, se de-' 
bió en gran parte a la precisión de disparos del comandante 
Maturana, uno de los mas valient.es soldados del ejército de 
Chile, que cuenta tantos nombres ilustres en sus anales. Ma- 
turana dirijía por sí mismo las piezas de cañón situadas en me- 
dio del valle e introducia la turbación i el desorden en las filas 
contrarias. 

Durante gran parte de la batalla no se hizo alteración nota- 
ble en las filas. Los movimientos se reducian al paso de un 
cuerpo a la primera línea, o al retroceso de otro a la segunda* 
Bl jeneral Cruz dir^ía ordinariamente esas operaciones peli- 
grosas) conduciendo los batallones a la situación que le^ asig-^ 



3D2 oampáITa del )»ERt} BK 1838 

naba el jeneral Bálnes, con la altiva i fría serenidad, qué era 
el distintivo de su valor. 

El jeneral Cruz, fué el auxiliar mas poderoso que tuvo Búl- 
nes en la batalla de Yungai. El valiente jefe permaneció en lo 
mas recio del combate, haciendo guardar . el orden de las filas, 
indicando los puntos débiles del enemigo, retirando a veces per- 
sonalmente un cuerpo demasiado comprometido para reempla- 
zarlo por otro, en una palabra, atendiendo con su prolijidad, 
con su intelijencia i con su valor, a las necesidades de la lucha. 
El jeneral Búlnes, a su vez, recorría la línea como Cruz alen- 
tando el ardor de sus soldados, recorriendo los puntos débiles» 
forzando, se puede decir, la valerosa resistencia de ese ejército, 
que se batía sin desmayar a costa del cansancio i del enemigo. 
Gamarra no asistió al campo de batalla sino en los prime- 
ros momentos. Montaba un hermoso caballo colorado i vestia 
una capa de terciopelo rojo, bordada de oro que habia pertene- 
cido a los Virreyes del Perú. Si hubiese permanecido en el 
combate, su traje resaltante habria sido el blanco de los con- 
trarios, i muerto él, el ejército chileno se habria encontrado al dia 
siguiente de su triunfo sin autoridad nacional que centralizase 
el poder público. ; 

Búlnes pidió a Gamarra que se retirase de la batalla, i aun 
llegó a manifestarle que no permitiría que se quedase allí, por- 
que si perecía en el combate, el Perú interpretarla su muerte 
como un hecho intencional para colocarse en su lugar, i en 
ese caso Yungai lejos de ser el último dia de la guerra, seria el 
primero de otra mas larga i desastrosa. 

Gamarra cedió a estas consideraciones i se retiró al otro lado 
del Ancach, donde permaneció en la reserva al lado del coman- 
dante Sessé, que se complacía en recordar, 30 años mas tarde^ 
la tranquilidad í la fé en la victoria que no le abandonó un solo 
momento. 

El resto de los oficiales peruanos se batía en dispercion al 
frente de los diversos cuerpos, sobresaliendo entre los mas va- 
liente los coroneles Deustua i Frisancho. Estos jefes que man- 
daban los dos cuerpos peruanos que tomaron parte en el com- 
bate, eran los únicos que tenían mando efectivo. 

Las divisiones formadas en San Miguel se habian despeda- 
sado) desde que la columna de Cazadores marchó al asalto de 



OAlá^AJTA DBL PXBí} BN 1838 39*tí 

Pan de Azúcar^ i principalmente desde qne los cuerpos se di-^ 
persaron^ dirijidos por sos coroneles^ para arrojarse al torrente^ 
despnes de la faga de las fuerzas bolivianas que venían en au- 
fiilio de Qniroz. En el campo de Yungai no hubo para nuestros 
soldados mas voz de orden que la que recibian de Búlnes por 
intermedio de Cruz, ni mas jefes que los respectivos coman- 
dantes de sus batallones. Esto no impidió que los oficiales pe- 
ruanos, se batiesen de un modo distinguido, pero como agrega- 
dos i no como jefes. 

A las 2 i media de la tarde, mas o menos, el batallón Porta* 
les, avanzado de la línea, que soportaba desde hacia cinco horas, 
como los demás cuerpos, el fuego incesante del enemigo bajo 
un sol abrazador, empezó a ceder. Diezmadas sus filas, abru^ 
mado por el fuego i el cansancio, el arrogante cuerpo habia 
empezado a batirse en retirada, cuando el batallón núm. 3 de 
Solivia, mandado por el jeneral Bermudez, saltando de las trin- 
cheras a la pampa, arremetió contra el a la bayoneta. Los dos 
batallones revueltos en horrible confusión, cruzaban sus armas 
i se retiraban unos pocos pasos para volver a embestirse, hasta 
que el Portales se puso en retirada abrumado por el ataque si- 
multáneo del núm. 3, i por los fuegos de las trincheras. 

El desaliento del Portales produjo una confusión contajiosa 
en los demás cuerpos, que estaban tan fatigados como el, i to- 
dos juntos comenzaron a batirse en retirada. 

En esas circunstancias fué cortado por un grupo de enemi- 
gos el arrogante oficial don Matías Aguírre,'que estaba siempre 
de los mas avanzados en el peligro. Acosado por los contrarios 
que le exijian que se rindiera, Aguirre, dando grandes voces 
de ¡Nó me rindo canallas!^ se defendia contra ocho hombres 
xoas o menos, que querían ultímarlo. 

Durante la lucha quebró su espada, i siguió defendiéndose 
con el mangos pero un momento después, i habiendo ya tras- 
currido cerca de é minutos, fué aprehendido i salvado, por el 
ayudante don Juan Francisco Herrera, sobrino del jeneral del 
tiiismo nombre. 

En esos momentos la caballería boliviana^ que habia petma*'' 

ñeoido en la reserva, movió sus cuadros compactos sobre el 

campo de batalla con intención de cortar al g'ercito chileno^ al 

51 



394 ÓAMPAÍtA bKL PBRtí EN 1838 

mismo tiempo que los batallones contrarios bajaban a la lla- 
nura a atacarlo de frente. Fué ese el momento mas critico del 
combate, el eje del drama que costaba torrentes de sangre. De 
su solución dependía el éxito de la lucha i de la campaña. 

En esas circunstancias, el jeneral Búlnes dio orden de atra- 
vesar el barranco al batallón Valpítraiso, a cuya presencia el 
Portales recobró nuevo aliento, prorrumpiendo en esclamacio- 
nes de ¡viva Chile^ vivan los primos! que asi llamaban a los 
soldados del Valparaiso por haberse formado ambos cuerpos de 
los cuadros disueltos del rejimiento Maipo. 

Casi al mismo tiempo pasaban el Ancach, el batallón San- 
tiago, i el medio batallón Huaylas, que apoyaron los esfuerzos 
del Carampangue. 

El Valparaiso se interpuso entre las fuerzas chilenas que se 
replegaban al Ancach i las tropas bolivianas que movían sus 
cuadros ufanos sobre el campo de Yungai. Su intrepidez, para 
resistir al ataque combinado de las fuerzas enemigas, restable- 
ció en nuestro favor las condiciones de la lucha. Las tropas 
bolivianas detuvieron su marcha i los contrarios, repuestos de 
su pasajero desaliento, volvieron con nuevos brios al com- 
bate. 

ün momento después le seguia en su paso peligroso la ca- 
ballería, que habia permanecido todo el dia en acecho del otro 
lado del torrente, a guisa del león que observa desde su posi- 
ción elejida la marcha i los movimientos de su víctima. Man- 
dábala el coronel don Fernando Baquedano, que aguardaba 
impaciente desde hacia seis horas esa voz de carga, que no se 
dejaría repetir dos veces. 

Biilnes, que habia conducido al batallón Valparaiso a sti 
glorioso puesto de peligro, repasó nuevamente el Ancach i fué 
entonces, cuando poniéndose a la cabeza de la caballería^ se 
precipitó de salto al profundo cauce que la separaba del ene* 
migo. Los soldados lo siguieron de uno en uno, i apenas se ha- 
bia reunido en la opuesta ribera el primer escuadrón de Caza* 
dores, cuando el coronel Baquedano, llevado de su temeri* 
dad, se lanzó con él a la carga contra todas las fuerzas enemi- 
gas. 

Refiérele que el jeneral Oíuz, que dirijia en su calidad de jefe 



OAMPAITA DSL PflRÚ RN 1888 385 

del estado mayor los movimientos de los cuerpos, quiso evitar 
ese ataque tan infructuoso como heroico, pero que contestan- 
dele Baquedano que cargaba de orden del jeneral en jefe, el 
frió i valiente soldado se dibrió la vista con las majios pa* 
ra no presenciar la horrible matanza de ese puñado de valien-- 
tes. 

El choque fué espantoso. Los Lanceros de Boliyia i la Es- 
colta de Santa-Cruz destrozaron al escuadrón chileno, que se 
puso en retirada. 

Rehecho en las orillas del Ancach, donde se encontraban reu** 
nidos, los dos escuadrones de Cazadores, el de Lanceros, el de 
Carabineros de la Frontera i el de Granaderos, Baquedano 
marchó con todos ellos a la carga. 

En esos momentos el teniente de Carabineros don Bosauro 
Oatica, cuyo nombre no es la primera vez que mencionamos 
con honor en estas pajinas, precipitándose al medio del peli^ 
gro, levantó en el aire en la punta de su lanza a un oficial 
superior del enemigo, lo que alentó a sus soldados que respon* 
dieron con un enérjico viva! a ese acto de heroismo. Entretan*- 
to Baquedano, que habia sido herido en la primera carga pero 
que no desmayaba, buscaba al coronel Lara comandante del 
Tejimiento de Lanceros de Solivia, provocándolo en alta voz 
a combate singular. . 

Ya que recordamos estos actos de supremo heroismo no de- 
bemos silenciar los nombres de los capitanes de Lanceros don 
José Antonio Palacios i don Cipriano Palma, que arremetieron 
contra el enemigo con un entusiasmo que causo la admiración 
del jeneral Cruz, que secundaba valerosamente estos movi- 
mientos temerarios. 

Baquedano, puesto al frente de toda la caballería, cargó por 
segunda vez contra el enemigo que lo aguardaba formado en 
línea, con una arrogancia digna de mejor suerte, i su ataque 
fué tan recio que la caballería boliviana, faé a apoyarse en de- 
sorden en su infantería que permanecia a corta distancia. Un 
tercer ataque mas obstinado que todos los anteriores puso fin 
a esa escena de tenacidad i de heroismo, que se representaba 
desde hacia seis horas. 

Baquedano, abriéndose un claro de cadáveres al través de 
laa filas de la infantería, fué ^ detenerse e^ la reserva que estabfd 



396 OAMPAlTA DSL PBftlí SK 1838 

situada a retaguardia. Los caballos fogosos i enardecidos de^ 
rribabau cuanto encontraban a su paso i desorganizaban las 
filas. Los enemigos^ atacados por todas partes^ no pensaron en 
resistir, sino que evitando com#podian los golpes mortíferos 
que recibieran por do quier, corrieron a refujiarse a sus trin- 
cheras. 

Allí intentaron prolongar la defensa, pero los batallones 
chilenos saltando los atrincheramientos sin disparar un tiro, 
los arrojaron a la bayoneta de esas murallas, que les habían 
servido de abrigo durante todo el dia. 

m jeneral Santa-Cruz huyó del campo de batalla, entregan- 
do a su propia suerte los restos desorganizados de su valiente 
ejército. 

Bn ese momento de suprema angustia solo tuvo tiempo pa- 
ra decir al jeneral Herrera, que volase a Ohile a terminar la 
guerra por un tratado. No le fué dado, empero, satisfacer ese 
postrer deseo, porque los acontecimientos se encargaron de ter- 
minar con estrépito la obra comenzada en Ancach. Sus tropas 
sin unidad, sin plan i sin cabeza tomaron un momento después 
el camino de Yungai, cuyos habitantes presenciaron la fuga i 
aprehensión de ese ejército, que se mostraba hacia poco tan 
ufano i confiado. 

Viendo el jeneral Gamarra que el ejército enemigo se reti- 
raba en confusión, lanzó al aire su sombrero de dos puntas, 
gritando, en medio de su escolta, Viva el gran mariscal de 
Ancach! título con que fué conocido, desde ese dia, el jeneral 
Búlnes en el escalafón del Perú. 

Apenas terminaba la batalla, cuando el jeneral en jefe re- 
dactaba de carrera la primera noticia de su triunfo que envió a 
Ohile con el coronel Urriola i una proclama a su ejército, en 
que no se encontrará como de costumbre una sola injuria a su 
enemigo vencido. 

Hé aquí esas comunicaciones escritas entre el humo de la 
pólvora i el confuso i desordenado ruido de los últimos dispar 
ros. (1) 



(1) Junto con el parte oficial, Búlnes i Gamarra enviaron a Prieto las 
cartas que publicamos a continuación, ^sprita^ e|i el estilo desaliñado, 
propio do la epiocion i do la victoria: 



OÁMPAffA PBIi PlBt} IM isas 397 

SsSÍOB MlKISTBO DE ESTADO I DSIt Di;SPAOQO m U QTTBiKaA QB M 
BlPÚBLIOA DE OhILI. 



¡Viva Ohilb! 

Oa>mpo sobre Yungai^ 80 de enero ele 1839* 

Sobre el campo de batalla en que he vencido completamen« 
te al enemigo en fuerza de seis mil hombres mandado por el 
mismo Santa-Oriuí| solo tengo tiempo para decir a Y. S, que 
la Oonfederadon ha quedado disuelta de hecho en cinco horas 
de un combate refiidisimo i sangriento i que los valientes que 
tengo el honor de mandarj i cuyo heroísmo no tiene ejemploj 



SbSob don Joaquín Pbieto; 

Cambio ^e hg,tqi^a^ enero 2Q« 

Amado primo: 

• 
8on las 4 de la tarde de este día, a cuya hora aoi vencedor sobre el ejér- 
cito de Santai>0ru2, de tal modo que le puedo asegurar a üd. que la oam< 
pafia es terminada: como qué luego, luego le noticiaré a Ud. de sus por- 
menores. XJrriola adelantüá este conocimiento. Prep&rese Ud. para dis^ 
pensar premios a un ejército que por su valor sin igual i moralidad os 8i|) 
ejemplo. Siempre, siempre de XJá.^-^Manuel Búlnei, 

ExcMo. SBÑOB Pbssidente don Joaquín Pbieto. 

Yungai, enero 20 de 1839. 
Mi respetable amigo: 

Al fin hemos triunfado completamente sobre el ejército de Santa-Cruz, 
compuesto de 6,000 hombres. El heroico ejército chileno, nuestro jene- 
roso auxiliar, se ha llenado de gloria. Cinco horas de combate encarni- 
zado, venciendo posiciones inaccesibles, han probado que el soldado chi- 
leno es el mas valiente del mundo. Felicito, pues, a Ud. i felicito a la 
Nadon Chilena por tan feliz suceso, i doi a Ud. las gracias por sus es- 
fuerzos distinguidos para esta lucha a nombre de la Nación Peruana, que 
ya es independiente. Del misme campo de batalla saluda a Ud. su mas 
fiel mnágo.-^ Agustín Gamarra, 

Estas caitas se publicaron en el Araucano núm. 443. 



398 oampaSa okl vmt m 1838 

han arrancado al enemigo, de poBÍciones casi inacoesibles, su 
^rtiUería^ parque i todo. 

A esta hora, que son las ouatro de la tarde, se continúa la 
persecución de los poquísimos que al rededor de sus jeneral^s 
huyen en varias direcciones. 

El coronel Urriola, cuyo jefe recomiendo a la consideración 
del Gtebierno, instruiré a V. S, de los pormenores de esta glo- 
riosa jomada, Ínterin tengo tiempo de dar a V, S, el parte cir- 
cunstanoíado, — Manuel BúlneSfii 

Eé aquí su proclama. 

Soldados del Ejército Z/wWo.— Cuando me dirijí a vosotros 
la última vez, desde este mismo sitio, os anuncié una victoria 
próxima i decisiva, i antes de quince dias habas conseguido la 
mas espléndida i gloriosa que ha visto la América, Habéis lui> 
chado contra posiciones inespugnables, vencido las elevaciones 
mas escarpadas, i pisado sobre las nubes para tomarlas. Ha- 
béis hecho mas que vuestro deber i aun sobrepasado mis espe- 
ranzas. El golpe mortal a la Confederación está dado: el estan- 
darte protectoral, las banderas de su guardia, i cien trofeos mas, 
están hoi en nuestro poder i el Perú, respira hoi día, i la Amé- 
rica toda, libre de inquietudes i zozobras, os saluda como a los 
campeones i el antemural de su independencia. 

Soldados. — No os tengo que recomendar la moderación des*» 
pues de la victoria^ bastantes pruebas de ellas i de vuestra je» 
nerosidad habéis dado en el campo de batalla. Os recomiendo, 
sí, el orden i la disciplina, ahora mas que nunca necesarias.— 
Manuel Búlnes, (1) 



(1) Hemos vacilado de ocupamos de las ridiculas afínnaciones del ca- 
nónigo de Arequipa, don Juan Grualberto Valdivia, sobre la batalla de 
Yungai, i lo haremos lijeramente como lo exije su autor i la materia. 

En 1863. Valdivia publicó en un diario de Lima, un comunicado anó- 
nimo dirijido al jeneral Búlnes, invocando su lealtad para que le respon- 
diera sino era cierto que en la batalla de Yungai habia pensado huir; 
que habiendo encontrado al jeneral Castilla le dijo vos han sobado, i que 
áste, tomando desde ese momento la dirección de la batalla, obtuvo el 
triunfo. Como se ve, la pregunta no pedia ser mas injuriosa, ni mas pro- 
pia del que recurrió al anónimo para empañar la justa gloria del vence- 
dor de Yungrai miéntraa vivióy i que solo después de su muerte se ha atre- 
vido a tomar en público la responsabilidad de esas aserciones. 

El comunicado no llegó, según entendemos, a noticia del jeneral Búl- 
nes, sino por la respuesta que le dio en el Ferrocarril, el antiguo subte- 
niente del Valparaiso don Ignacio Luco, que respondió a esas afirmacio- 



ÓAltíPAÍÍA DBL PEBÓ EN 1838 399 

La batalla fué igualmente sangrienta para los dos ejércitos. 

<iEl enemigo ha perdido en la gloriosa jornada de Ancaeh, 
decia oficialmente Búlnes^ 2 jenerales i mas de 1^400 soldados 
mnertos, entre los cuales se cuenta considerable número de 
oficiales; tres jenerales^ 9 coroneles^ 155 oficiales de todas 
graduaciones i 1^600 soldados prisioneros, sin contar con las 
partidas de dispersos que diarián^nte se presentan: 7 bande- 
as; toda sn artillería i parque; 2^500 fusiles, cajas de cuerpo, 
botiquines, i todo el material de su ejército, pudiendo asegu- 

nes, pidiendo para su autor anónimo, un lugar en el Manicomio de 
Lima. 

¿Es posible que, de buena f é, esperase Valdivia obtener una respuesta 
del jeneral Búlnes, al dicho anónimo, i a lo menos injurioso, que se le 
dirijia sin responsabilidad, desde un diario del Perú? Sin embargo, el ca- 
nónigo arequipeño, llega hasta dar por sentados los hechos de su car- 
ta, porque no han sido contradichos por Búlnes! cA está, nota, dice, no 
contestó el señor jeneral Búlnes, ni alguna otra persona, quedando^ por 
consiguiente, en su verdadero lugar los acontecimientos de la batalla 
de Ancach.]> 

£1 canói)jgo Valdivia ha tomado al pié de la letra aquello de que quien 
calla otorga, i no so ha acordado de lo que, con mas exactitud, dice Bre- 
tón de los Herreros: Quien calla no dice nada! 

El hecho a que se refiere la carta es el siguiente: <rA la una del dia, 
dice Valdivia, el ejército de la Confederación habia obtenido grandes 
ventajas en el centro, hasta el punto de haber hecho retroceder por un 
momento sobre nuestra izquierda al raimiento Cazadores de loa Andes^ 
que habia marchado al troto para apoyar al rejimiento Portales i al bata- 
llon Huaylas, que no habian sido rechazados en lo mas recio del ataque, 
lo que dio lugar a que US. (Búlnes) mandase suspender las operaciones 
i ponerse en retirada sobre San Miguel, legua i media a retaguardia del 
campo de batalla — En tales momentos, el jeneral OastiUa encontró en 
retirada, de orden de ÜS., a los coroneles Sessé del batallón Santiago i 
Vivero, agregado al Huaylas i les previno volviesen a la pelea: volvieron 
sobre la línea a continuar el ataque. Poco tiempo después Casulla se en* 
contra con US. en el mismo sendero en que habia encontrado en retirada a 
los coroneles Sessé i Vivero, — US. iba de vanguardia en retirada; i des- 
pués de una interjección militar le dijo US. a Castilla, que marchaba ha- 
cia la línea: a:Nos han derrotado, vamos a San Miguel a continuar el ata- 
que.^ Castilla contestó: aNo estamos en ese caso, ni hemos venido a co^ 
rrer; el desfiladero es fuerto i la pampa mui ancha para poder llegar sin 
ser derrotados hasta San Miguel. Ko nos queda otro arbitrio que f ormat 
un charco de sangre para que se ahogue en él con nosotros el ejército de 
Confederación.]» 

Incontinenti (agrega) Castilla movió sobre la derecha los batallones 
referidos i el escuadren Lanceros de Chile i le preguntó a Gamarra ú 
podia sostenerse con el Santiago, Huaylas i Lanceros un cuarto de hora 
mas i como Gamarra contestara que se sostendría una hora, Castilla di6 
órdenes al comandante jeneral de la !,*• división Eléspuru, i al comandante 
de la reserva, coronel Frisancho, eque la formaba el escuadrón Carabiné* 
ros i BU batallón 3)-»Ca8tilla entohces con el Santiago i él Escuadrón Lan- 
ceros rehizoel combato i obtuvo el triunfo. 

Tal es la relación de Valdiria en su parte mutandali 




400 OAMPAi^A DIL PERÚ IN 

rame que boIo Santa-Craz ha escapado con álganos jefes bieá 
montados i ciento i tantos . hombres de caballería que f agaron 
en diferentes direcciones^ la mayor parte desarmados i heri- 
dos.^ 

El ejército chileno^ a su vez^ tuvo nna pérdida aproxima- 
tiva de 1^300 muertos mas o ménos^ entre ellos el jeneral 
EléspnrUy el comandante Valenzuela i el sarjento mayor Olí- 
yares. 



Desde luego llama la atención en ella la aparición de cuerpos, que por 
cierto no fueron conocidos de nuestros soldados, como el raimiento Ca^ 
zadores de los Andes, de nueva i flamante invención, como el 5 de Boli- 
via, que nombra en otro lugar i que tampoco existió. Choca en seguida su 
desconocimiento completo del plan de u batalla i de la distribución de 
los cuerpos. 

El momento critico a que se refiere es aquel en que el batallón Por- 
tales se ponia en retirada, perseguido a la bayoneta por el núm. 3 de So- 
livia, i en que su movimiento producia un desaliento comunicativo en 
}bb filas. — La llegada del Yalparaiso restableció la lucha i luego la ter-^ 
minaron las cargas de la caballería de Baquedano. 

El pensamiento de retirarse a San Miguel que Valdivia atribuye a 
Búlnes es una suposición antojadiza. El ejército chileno tenia tras de si 
un barranco de 15 metros, con bastante agua en el fondo, lo que hacia 
de todo punto imposible una retirada en buen orden. El enemigo habría 
bajado de sus trincheras a la pampa i convertido esa retirada en una es* 
pantosa dispersión. 

Valdivia dice que alcanzaron a ponerse en marcha a San Miguel, el 
Santiago i el Huaylas. Para desbaratar esta aserción bastará recordar 
que esos cuerpos estaban en. la reserva, del lado de Punyan, i fuera del 
ucanoe del enemigo, que por consiguiente, en caso de pensar en retirar- 
se, no se habría movido a la reserva, que ningún peligro corría, sino que 
se la habría dejado en su lugar para protejer la retirada de los soldados 
que consiguiesen atravesar el Aiicach. Esto es elemental: no se discute. 
Antes de pensar en lo que está seguro, debió pensarse en lo que estaba 
en peligro, i tanto mas cuanto que dejando a la reserva en su lugar, era 
la única manera de protejer de algún modo el paso de I03 demás cuerpos. 

Si Castilla, en lomas redo del fue£[o, encontró a Búlnes en el camino 
de Caras, él de dónde venia? Qué hacia en el travecto de Anoach a San 
MigueL cuando el ejército Restaurador moría valientemente en iTangai 
por deiender su causa? 

tias aármadones de su piinejirísta, lejos de ser un motivo de gloría pa- 
rH Castilla lo son de deshonor. Si fuese cierto lo que adrma Valdivia, 
Castilla habría estado escondido la mayor parte de la batalla. A esta 
consecuencia falsa e injusta, conduce el deseo de adulterar los hechos. 

t^or fin, lo que no deja lugar a duda sobre el valor de sus afirmado* 
ttes, es que el batallón Santiago, que según supone, sostuvo todo el peso 
de la batalla, no entró al fuego sino cuando ya estaba terminada, oomo lo 
prueba el hecho de no haber tenido un solo muerto. 

Por lo que hace a la arrogancia de Castilla para con Búlnes, conf esa« 
moB que no podemos tomarla a lo serío. 

Castilla, dando valor a Búlnes, comuiücándolé enerjía, réoonviniéndo- 
lo en medio de un combate, son deliríos dd un ^spirítu preocupado i en- 
{«nniío %XL% volvemos a dlsdr, no podemos tomar a lo serioi 



CAÍíPA&A BfeL PERO RN 1838 401 

El jeneral Quiroz del ejército (lela Confederación se contó 
en el número de los muertos: Bermudes i Guarda quedaron 
prisioneros: Moran huyó herido hacia Lima. Nada escapo a 
esa victoria decisiva: ni la correspondencia secreta de Santa- 
Cruz, que filé encontrada en su cartera, ni la bandera recama- 
da de oro de la Confederación, ni la tienda de campaña del 
Protector que sirvió esa misma noche a su feliz vencedor. Ese 
triunfo inmenso, insólito, que desquiciaba de un solo golpe el 
edificio de la Confederación colmaba la gloria de Búlnes i sus 
deseos. No le restaba sino completarlo con la aprehensión de 
los fnjitvos i con la actividad de su persecución. 

La batalla si bien decisiva en sí misma, lo fué mas aun por 
la actividad que desplegó el ejército chileno en la aprehensión 
de los dispersos. Huian éstos en partidas errantes i desorga* 
nizadas, sin jefes, obedeciendo solo a las inspiraciones de su 
propio miedo. Los jenerales i oficiales huian como los soldados, 
imitando el ejemplo que les diera el jeneral Santa-Cruz en la 
misma tarde de la batalla. 

Esta segunda parte del combate^ o llámese la persecución^ 
es tan indispensable en la guerra, como el valor, como la in- 
telijencia i como cualquiera de las cualidades que contribuyen 
a asegurar su buen éxito. 

Sucede, de ordinario, que las grandes batallas, que entrañan 
en sí grandes resultados, se hacen estériles por la inactividad 
dd vencedor después del triunfo. Nuestra guerra de indepen- 
dencia puede suministrarnos muchos ejemplos a este respecto* 
El heroismo desplegado en Chacabuco se hizo infructuoso por 
la neglijencia del vendedor en perseguir a los vencidos, i esa 
jornada célebre, que pudo poner término a la contienda, trajo 
envuelta en sus arcanos de gloria i desventura las derrotad 
sangrientas do Talcahuano i de Cancha Rayada. En una pa- 
labra) la sangre de estas batallas i la de Maipo mismo hu-^ 
biera podido ahorrarse, si después de Chacabuco se hubiese 
perseguido con actividad al enemigo. La conducta de los ven- 
cedores de Maipo, fué en gran parte, la causa que dio vida I 
fuerza a la guerra desorganizada qtie se .prolongó durante al- 
gunos años en el sur. La neglijencia de Balcarce; su descono- 
cimiento del territorio i de los honibres, dio pábulo i vida al 
período luctuoso en que Vicente Benavides paseó por una par-* 



402 OAMPAÑÁ DBL P&Rl5 fiN 183!B 

te del territorio chileno, sus hordas ansiosas de sangre i de 
botín. 

Búlnes, que comprendía toda la fuerza de estas razones, en- 
vió en la tarde del 21 de enero al jeneral Cruz a Carhuáz con 
tres batallones (Portales, Cazadores i Huaylas) i un escuadrón? 
mientras el resto de la caballería se ocupaba en la aprehen- 
sión de los dispersos. 

Una parte de los fpjitívos recorría los campos sembrado en 
ellos el terror, arrojando sus armas, ocultándosG a la mirada 
de los pueblos; pero dos grupos de soldados tan atemorizados 
como el resto, sino tan desvandados, huian hacia el sur, com- 
poniendo entre si un total de 900 hombres, divididos en dos 
columnas mandadas alternativamente jjor el coronel Sagarna- 
ga, i por los jenerales Pardo de Zela, Otero i Herrera. Estas 
fuerzas marchaban hacia Lima, donde creían encontrar los re- 
cursos i simpatías que el norte les negaba, con intención de 
reunirse a las tropas bisoüas que componían el ejército del sur 
que estaba a las órdenes del mariscal Oerdeña. Se recordará 
también que el jeneral Santa-Cruz envió hacia la costa algu- 
nos dias antes de la batalla de Yungai a su edecán el coronel 
Carrasco llevando, entre otros objetos, el de apoderarse délos 
recursos de la provincia de Huaylas, lo que añadido a la guar- 
nición de Lima i del Callao ascendente a 1,000 hombres mas 
o menos, que mandaba el jeneral Vijil, constituían el cuadro de 
fuerza con que podía aun ilusionarse aquel poder espirante. 

La atención del jeneral chileno se dirijia, de preferencia, a 
las fuerzas fujítivas que habían escapado del desastre, pues, la 
guarnición de Lima tenía frente de sí la columna de Coloma 
que estaba en Huacho i la fuerte división del jeneral Lafuente^ 
a quien se suponía reunido a Coloma. 

El pensamiento del enemigo era precipitar su marcha al sur, 
apoyarse en el ejército del centro, i despertar en su favor el bé-^ 
líco entusiasmo de los pueblos del sur de Bolivia. 

Pero la Confederación había caído para siempre! El golpe 
de Yungai traía vacilantes, sino doblegados, los ánimos mas 
altivos. Una reacción jeneral de descontento se había produci* 
do en los dos países confederados^ i sus habitantes, inclinados 
al triunfo i a la tuerza, respetaban el hecho consumado í lo 
aplaudían* 



OAMPAl^A DBIi PBBÚ W 1838 403 

Las tropas repartidas en los alrededores de Yungaí, apre- 
liendieron un gran número de f ajitivos^ que huían poseídos del 
pánico^ creyendo que caer prisioneros i morir en el cadalso se- 
ria todo nno. 

La presencia del jeneral Búlnes en el campo de batalla^ qae 
vijilaba personalmente la reunión de los heridos de cualquier 
campo que fuesen ; el ínteres afectuoso con que los invitaba a 
sobrellevar sus males; su respeto hacíalos muertos, en quienes 
no veía a amigos ni enemigos sino a víctimas de su convicción^ 
de sus errores o de su heroísmo, contribuyó a tranquilizar las 
pasiones exaltadas de los vencidos. 

Los heridos fueron transportados a la iglesia de Yangai, 
mientras el jeneral Búlnes se encargaba de enterrar con toda 
la decencia posible, a los que habian terminado su jornada. 

Satisfecho este sagrado deber, el jeneral en jefe necesitaba 
asegurar las consecuencias de su triunfo completando, por una 
marcha rápida hacia el sur, el resultado de sus sacrificios i de 
tanta sangre vertida. Sus esfuerzos en este sentido fueron la 
coronación apropiada de la obra jigantesoa que llevaba ya tan- 
tos meses de duración. 

Acompañemos, entretanto, al vencedor en las primeras emo- 
ciones de su triunfo. Su espíritu enérjico, se siotió dominado 
por la magnitud de su obra. Lejos de buscar en sí mismo la 
esplíoacion de este gran resultado, prefería atribuirlo a causas 
estrafias a sus esfuerzos personales i a su voluntad. Ajeno a las 
Bujestíones de la vanidad, sin dejarse tocar por las adulaciones 
interesadas que son el cortejo del triunfo, no pensaba sino en 
abandonar la escena pública i retirarse a bu hogar. 

a:Esta, (dice a su hermano, refiriéndose a la reparación que 
recibía Chile con el triunfo de Vungai,)esta será la única ven- 
taja que consigamos i yo me volveré sin otra alguna, suma- 
mente contento i satisfecho de lo obrado, a retirarme a mi 
campo.i> 

«Te aseguro, le decía poco tiempo después, que la campaña 
í el conocimiento que con haber salido fuera del pais he logra- 
do de lo que es el mundo no me hacen desear otra cosa que una 
vida retirada.!) 

Sin embargo, su falta de vanidad uo.le permitía desconocer 
la importancia del triuufo ni medir sus cousecuencias. 



404 OAMFAfiA DEL FEBtS EK 1838 

^é aq^uí lo que escribía sobre él al jeneral O'Higgins. 

aHmraz 27 de enero de 1 839, 

((Respetado je^eral i amigo; 

«Nuestros comunes esfuerzos por la paz han si4o desgracia-» 
damente infructuosos, como Ud, sabe, i la obstiaacion del jeue- 
XÚ Santa-Oruz le ha conducido a su ruina. Créame üd, jene- 
ral, que en el mismo campo de batalla hubiera accedido do 
^ueyo a una paz honrosa para evitar el derramamiento de san- 
gre americana^ a no haberse cerrado la puerta a toda negocia-* 
cion después del ningún suceso de las jenerosas i liberales pro- 
puestas hechas en Huacho por el Plenipotenciario chileno. ¿Qué 
iiacer pues en tal caso, sino empeñarse en atraer al enemigo a 
una batalla decisivaí que terminase con un solo golpe tantas 
desgracias? 

Este grande objeto (me es sumamente satisfactorio decir a 
Ud.) lo he conseguido, de un modo que ha sobrepasado mis 
esperanzas, en la memorable jornada de 20 del corriente, de 
que 'supongo a Ud. instruido, a la fecha, por varios conductos; 
mas por mucho que hayan ponderado a Ud. lo grande i glo- 
rioso de esta batalla i lo decisivo de sus resultados, es imposi- 
ble que nadie llegue a hacerse cargo de la realidad, sin haber 
examinado con ojo ejercitado las inaccesibles posiciones que 
hemos vencido, i sin presenciar el arrojo i entusiasmo indes* 
criptible de nuestros soldados. La batalla duró como cioco ho- 
ras i medía i todas las armas i todos los mdividuos se distin- 
guieron a porfía, dejando todo el numeroso ejército enemigo 
muerto, herido o prisionero, sin poder escapar mas que el je- 
neral Santa-Cruz i unos trescientos hombres de caballería, que 
iban heridos muchos de ellos, i que continuaban dispersándose 
en su tránsito. Ello es que tenemos en nuestro poder como 
doscientos oficiales prisioneros, incluso los jenerales Guarda i 
Bermudcs, i un niimoío considerable de jefes; que murió en la 
«ccioQ el jeneral Quiroz; que salió herido Bermudes. Estandar- 
tes, banderas, parque, tren, bagaje, caja militar, etc., han caido 
ji^ualmcute en nuestro poder. En iiu, mi jcueral, nada ha (|ue- 



OAMPAffA DBL PBBtt BH 1838 402} 

dado de la Oonfederacion en todo el norte i a nadie puede oculf 
tarea que^ después de tan completa derrota, seguirin la mismut 
sueste el sur i aun Solivia sin ningún esfuerzo de nuestri^ 
parte. 

Sin embargo, he mandado marchar hace dias una parte del 
ejército hacia Jaiya i yo mismo sigo con el resto, a ^n de qui^ 
tar de una vez hasta la mas remota esperanza a loa enemigos 
de nuestra causa. Entretanto, el jeneral Lafaente se encamina 
por la costa con una fuerte división, i todo me haqe creer, no 
pasará mas de un mes, sin que tenga el gran gozo de abrazar 
a Ud., mi respetado jeneral, en el seno de la mas perfecta paz, 
que es todo el fin de mis deseos i la única aspiración dql Goi 
bierno de nuestro país. — Manuel Ji¿l7ie8.i> 

La respuesta del glorioso veterano no se dejó esperar. 

«Seííor Jeiíeral bn Jefe del Ejército Unido Restaurador, 
DON Manueií Búlnbs, 



Lana, 26 dofchnro de 1839, 

Señor, mi querido jeneral i respetable amigo: 

Sabiendo que Ud. conoce demasiado mi ansiedad por la paz 
i mi inalterable opinión de que el soldado valiente es siempre 
humano, i por consiguiente opuesto a las calamidades de la 
guerra, no es necesario, mi apreciado jeneral, esplicarle el pla- 
cer con que he leido su estimable carta de 27 del pasado, que 
acabo de recibir i especialmente el pasaje en que me dice a:créa- 
me Ud. que en el mismo campo de batalla hubiera accedido 
de nuevo a una paz honrosa para evitar el derramamiento de 
sangre americana.^ — Estos sentimientos eminentemente nobles 
i jenerosos, mi querido amigo, ha gravado ea su corazón el 
Supremo Regulador de las Victorias, que con tanta benevolen- 
cia le concedió el triunfo; yo venero sus altos deaignios i creo 
hacer a Ud. tanto honor como el espléndido vencimiento, cuya 
importancia i magnitud, esté Ud. cierto, sé apreciar como me- 
recen. 

No me es desconocido el valor heroico que Ud. i su in-. 



406 oánJütA DSL PRBú m 1838 

vencible ejército, ostentaron en ese día memorable, pues que 
he oído relaciones en lenguaje mas fuerte, que el que la mo- 
destia de Ud. le ha permitido hacer uso; las he oído con la mas 
alta satisfacción de algunos de los que por seis horas fueron 
sus oponentes i fueron inmediatos espectadores de las proezas 
de Ud., i quienes no se retiraron del campo de batalla hasta 
que toda esperanza de resistencia era en vano, índudablemen-i 
te, ellos han manifestado en su penoso relato la verdad con 
franquesa i sinceridad, haciendo la mas ¿mplia justicia a Ud„ 
a nuestro amigo i compañero el jeneral don José María de la 
Cruz i a su invencible ejército restaurador. No queda mas que 
oir, que saber, ni desear, sino es la paz jeneral i de que se evi-» 
te, como teugo fundamentos inequívocos, no haya mas efu- 
sión de la preciosa sangre de los vencedores de Ancach. 

Bajo estos sentimientos fué que escribí a Ud. la adjunta 
carta, que por falta de conducto seguro ha sido detenida sobre 
mi mesa por cerca de un mes. A los contenidos de esa caria 
añadiré, que no ha ocurrido cosa alguna notable que pueda 
alterar mi opinión respecto a la practicabilidad de terminar con 
el Alto Perú una guerra ruinosa, principalmente cuando se» 
gun todas las probabilidades el jeneral Santa-Cruz debe se- 
pararse de un teatro que le ha sido tan funesto. Una paz hon- 
rosa promoverá a un grado superior el bienestar i felicidad, no 
solamente de Chile i el Perú sino también de toda la Améri- 
ca del Sur; porque sin ella, seria riesgoso envolverse en un 
estado de convulsión, revolución i anarquía que suele seguir 
a los grandes triunfos. La sola idea me llena de horror, al 
mismo tiempo'que la esperiencia no me permite cerrar los 
ojos al peligro evidente con que la causa del orden i de gobier- 
nos estables es por todas partes amenazada. Conozco la situa- 
ción del Perú, lo político, lo civil i lo militar, i sus aspiracio- 
ciones i me atormenta la imajinacion la anarquía, ese 
monstruo de tantas cabezas, siempre pronto a devorar todo lo 
que puede i alcanza a empuñar. ¡Que Dios nos preserve de su 
poderosa destrucción, son diariamente mis humildes ruegos al 
Señor i los votos sinceros del que le desea, mi querido jeneral, 
salud, prosperidad i es su amigo verdadero — Bernardo O'Hig^ 
(jins. 

Donde sác revela mejor la importancia que atribuia a su 



OAttPAftA DBL PBÉÚ EN 1838 407 

triunfo, es en su correspondencia con su hermano. Su palabra 
dominada i retenida por las necesidades de su puesto especta- 
ble, recobraba su espansion natural, un segundo hogar, por 
decirlo así, en sxis cartas familiares, que iluminan los rincones 
mas ocultos de su alma. ^Es verdad que esta última, decia a 
su hermano, (refiriéndose a la batalla de Yungai,) merece 
eclipsar no solo las demás de esta campaña i cuantas se han 
dado en el Perú, sino también en toda la América meridional. 
. (cTres posiciones formidables i escarpadísimas, tomadas suce- 
sivamente al enemigo a fuerza de constancia i arrojo, i un em- 
peño jen eral en posiciones no menos inatacables, i en las que 
peleamos cuatro mil hombres contra mas de seis mil, perfec- 
tamente disciplinados i provistos de todo abundantemente i 
disputado palmo a palmo el terreno con bastante valor i 
enerjía por parte de ellos, harán siempre de la batalla de An- 
cach la mas gloriosa i completa que pueda citarse bajo todos 
aspectos; porque nada estaba en nuestro favor, escepto el va- 
lor i el empuje sin igual de nuestros soldados. Los del enemi- 
go, es menester confesarlo, que han llenado cumplidamente 
BU deber, i que sin debilidad, sin traición i sin pasarse siquie-* 
ra uno de ellos, solo han sucumbido a un coraje i entusiasmo 
desconocido en las guerras de la independencia i en las demás 
que han tenido lugar en nuestro país. En fin, todo ha queda- 
do en nuestro poder, artillería, parque, banderas, caja militar, 
bagajes, papeles del Estado Mayor i hasta la correspondencia 
privada i secreta de Santa-Cruz i de sus jenerales, sin que ha** 
ya escapado mas que aquél i los jenerales Moran, Herrera i 
Otero: los demás, Quiroz i Armaza muertos, [Guarda i Ber- 
mudes heridos i prisioneros; Urdininea con doscientos ofi- 
ciales, muchos de ellos jefes, todos prisioneros. En fin, nada 
queda a la Confederación en todo el Norte del Perú, mas que 
una columna recluta con que protejía en Lima el jeneral Vijil 
la fuga de Santa^Cruz, quien dejó la capital, con dirección al 
Sur el 28 del pasado después de una carrera increíble por la 
esiension i naturaleza del terreno que atravesó en menos de 
cuatro diasi Ahora nos hallamos en marcha con todo el ejér- 
cito hacia el valle de Jauja, caminando por medio de loa 
elevadísimos i escarpados Andes Peruanos, respecto de los cua<» 
lea no son nada los nuestros n pero nuestros soldados son t^A 



... < 1 I ' 

408 campaITa drl pektí bn 1838 

pacientes como bravos i vencen las dificultades con sn cons- 
tancia i alegría ordinarias. Desde el Valle de Jauja a don^ie se 
repondrán i descansarán algnn tanto, espedicionaremos al Sur, 
según las circunstancias. Por mi parte, en la impaciencia de 
destruir los últimos restos de las fuerzas enemigas que quizás 
puedan reunirse^ de las que existían entre Cuzco, Arequipa i 
Solivia, quisiera volar a aquellas rejiones para concluirlo todo 
de una vez i volver pronto a la patria; pero no lo permite el 
estado de nuestro ejército después de tantas fatigas i trabajos. 

<3:Es imposible formarse idea de las privaciones, escasez 
i contradicciones de todo jénero por que hemos pasado para 
llegar a tan gran resultado; el de poner a nuestra patria en el 
más alto punto de honor i gloria. Esta será la única ventaja 
que consigamos, i yo me volveré sin otra alguna, sumamente 
contento i satisfecho de lo obrado a retirarme a mi campo, d 

En carta posterior le decia: 

-«Todo, todo estaba en contra nuestra, querido Francisco; 
el país era enemigo nuestro; Santa-Cruz gozaba de un poder 
estraordinario, lo mismo eran sus recursos. El ejército, el mas 
lucido que se ha visto en América por su disciplina i largo 
tiempo de servicio de sus individuos; el entusiasmo era admi- 
rable; su fuerza de cerca de seis mil hombres equipados de 
cuanto puede necesitarse, i todo él con el formidable poder de 
ser jefe concluyó en un solo dia. Te admirarlas i aun confan- 
dirias si llegases a conocer las pediciones que tuvimos qne 
vencer, como la alegría i desprecio con que lograron hacerlo 
nuestros soldados, a pesar de los muchos que morian a medi- 
da que íbamos avanzando. 

a:Maipo ha sido una guerrilla en comparación de esta gran ba« 
talla, disputada con tanta temeridad por una i otra parte. Yo 
quedé por muchos dias como electi'Í2!ado de contento, al ver la 
protección que me dispensa la fortuna i los elojios que de toda 
esta jente i del ejército he recibido i aun recibo, suponiéndo-i 
me una cooperación que no alcanzo a conocer haya sido tan es- 
traordinaria como se me dice.i» 

Entretanto el coronel Urriola que llevó a Chile la primera 
noticia de Yungai, habia sido recibido con el agasajo i entu- 
siasmo debidos a su comisión. A la inquietud de la lucha sace"- 
dift di alboiOBO del triunfo^ El Gobierno se hizo órgano del sen- 



ÓAMÍAÑA DEL PKRtí E» 1838 409 

timiento público, otorgando un ascenso jeneral a todos los oG- 
cíales vencedoras; permitiéndoles aceptar la colocación que 
Gamarra les ofreció en el ejército pernano, a la vez que el títu- 
lo de gran mariscal de Ancach dado al jeneral Bdlnes en el 
«campo de batallan, i el de jeneral de división del Perú, al ilus- 
tre jeneral chileno don José María de la Cruz. 

Todas las clases sociales rivalizaron en entusiasmo por el 
triunfo i en gratitud a los vencedores. El Gobierno, que se 
sentiia abmmado con la responsabilidad de esa guerra, i que 
según flu propia confesión, no podia mirar al porvenir sin la 
mas .viva inquietud, tenia doble motivo para celebrar esa vic- 
toria que levantaba el crédito de Chile en el esterior i su pro- 
pio crédito en el interior. 

Su entusiasmo no tuvo límites cuando se impuso de todos 
los detalles del sangriento i disputado triunfo: decretó el in- 
dulto de la cuarta parte de la condena de todos los reos rema- 
tados de la Eepública: ordenó que se regalase al vencedor tma 
espada de oro con empuñadura de brillantes: que ^ erijiesea 
la entrada de Santiago, por el camino de Yalparáisoi un barrio 
con el nombre de Yungai) i en él un arco de triunfo con la si- 
guiente inscripción: 

«El pueblo chileno 

oonságua 

este monumento 

A LAGLOUIA 

DEL Ejh^.ROITO J)E ClIILE 

(¿XTE, lUJO EL MANDO DEL JENERAL BÍ'LNES, 

líIZO LA CAMPABA DEL PeRÚ 

I TRIUNFÓ EN 

YüNGAI 

ÉN 20 DE ENERO DE 1839.» 

Mas o menos en el noiismo tiempo enviaba al ejército la si<> 
guíente comunicación: 

K(.SantiagOj febrero 23 de 1839. 

' ■ . . . ■ * • 

t^or el oficio de V. S., fecha 20 del pasado, ha llegado a no* 
ticia del Gobierno la espléndida victoria obtenida por el ejérci- 



410 OAMPiifA DSL PBEíS SK ISáíS 

to Restaurador sobre laií tropas enemigas en el campo de Yan* 
gai. La magnitad de este trionfo, timbre exelso de las armas 
nacionales, puede solo compararse a la importancia inmensa 
de los intereses que estaban vinculados en él i a la bravura 
incomparable de ese ejército que bajo la dirección de Y. 8. se 
ha hecho el orgullo^ el ornamento mas precioso de la Bepú- 
blioa. 

El pueblo de Chile, sumido en el mas puro i exaltado rego- 
cijo, tributa a esa porción preciosa de ciudadanos que militan 
por la causa común, el tierno reconocimiento que le inspiran 
BUS sacrificios, i celebra con trasportes de entusiasmo la gloria 
inmarcesible de que se ha cubierto. 

Constituido por mi posición en órgano de estes sentimientos^ 
tengo la grata satísfiuscion de asegurar que mientras el gobier- 
no prepara los premios que se deben a tan ilustres defensores, 
puede y. S. i el benemérito ejército que lo obedece contar con 
la eterna gratitud de un pueblo agradecido. Sírvase Y. S. in- 
sertar esta nota en la orden jeneral i aceptar mi mas alta i dis- 
tinguida consideración. — Bjamon Cavareda. 

Poco tiempo después acusándole recibo del parte de Yungai 
le decia oficialmente. 

Santiago^ abril 13 de 1839. 

La magnitud del júbilo que ha causado al gobierno i en je« 
neral a todos los habitantes de la Bepública el contenido de la 
nota de Y. S. de 20 de enero último, solo puede compararse a 
la grandeza del triunfo que el Ejército Bestaurador, conducido 
por Y. S., obtuvo en aquel memorable dia sobre las huestes del 
titulado Protector. 

Tan glorioso acontecimiento, debido a los esfuerzos i sacrifi- 
cios de aquel ejército i de su digno jeneral, al paso que ha re- 
vindicado el honor nacional vilmente ultrajado por el usivpa- 
dor, asegura a la Bepública de un modo estable todos los be-^ 
neficios de la paz* 

El tino con que Y. S« ha dirijido sus pasos desde su arribo a 
esas costas i el convencimiento del gobierno de su acierto en la 
elección que hizo de Y» S« para llevar a cabo tan ardua empre- 



oajuaBa dbl téblH n 1838 411 

Biy le hiciAHm pranjiar desde un. principio este Mi resultado; 
IQM loe que han acaecido poeteriormente como una eonsecoen** 
cía (Nreciea de la memorable batalla, realsaii loe timbres que 
y» 8. tiene adquiridos por sns eminentes servicios en &Tor de 
la Nación^ que le deberá en mueba paite el de su prosperidad 
i esplendor futuros. 

El gobierno me ordena manifestar a Y. S. su reconocimiento 
a nombre de la Nacicm, i Y. 8. lo espresará asi a todos los in** 
dividuos que compone el virtuoso ejército de su mando etc— 
Dios goazde a Y. 8.— ffa»um Cavareda. 

El Ministro de Hacienda don Joaqnin Tooomal, que habia 
heredado en el gobierno la influencia de Portales, escribió a 
Búlnes, manifestándole el desahogo que el triunfo traía a su 
esj^tu oprimido con el peso de una responsabilidad aterra* 
dora. 

Estas comunicaciones eran la respuesta del gobierno de Chile 
a la nota del gobiemo peruano, en que respondiendo con anti* 
cipadon a las mezquiniEts suso^tibilidades de amor propio que 
habian de abrirse paso en la historia del Perú, otorgaba, como 
era de justicia, la gloria de esta feliz campaña al único que 
teñía el derecho de reclamarla: al jeneral Búlnes. Lean este 
documento los detractores interesados de las glorias chilenas 
e inspírense en su patriotismo franco e ímpardal. 

ExoMO. bbSíor Ministro de Estado sk el depabtáhento de Bs« 

LA0I0KE8 ESTBRIOBBS DE LA REPÚBLICA DE GhILE. — cBsPUBLI- 
CA PeBUANA.— MlKISTBBIO JeKEBAL. 



ILmraZy enero 28 de 1839, 



Exmo. Señor: 



He recibido del excelentísimo señor Presidente de la Repú- 
blica peruana, el honroso i grato encargo de remitir a Y. E. en 
copia certificada, el parte qne con fecha de ayer le ha dirijido 
el señor gran mariscal del Perú, jeneral en jefe del Ejército 
Unido don Manuel Búlnes, i en cuyo inmortal documento, es« 
tan consignados los detalles del mas completo i espléndido 



412 CkUVÁltJL DSL PEBtí £N 1838 

triunfo^ que las arman del Ejército Unido Bestaurador alcan- 
zaron el 20 de enero, sobre las de la titulada Cóntederaeion 
Perú^Boliviana^'Situadas en las elevadísimas i faertes posidones 
de Isarcui, Ancách, Punyaa i Pan de Azúcar, de donde, des- 
pués de un choque tremwido i Bangriento, que dur6 por mas de 
seis horas, faeron desalojadas, hechas pedazos i perfectamente 
destruidas por la bravura i denuedo heroico de los soldados de 
la Bestauracion. En los pormenores de esta batalla para siem^ 
pre célebre, i la mas gloriosa que ha vístala América, debo 
referirme en todo al adjunto parte del referido señor - Gran ^a» 
riscal del Perú, jeneral en jefe, don Manuel> Búlnes* 

Asf, señor Ministro, han coronado la fortuna i la victoria, los 
fructuosos sacrificios de (Ohile i de su ilustrado goUemo en la 
presento guerra, siendo los resultado^ inmediatos de tan plau* 
sible suceso, la estirpacion del poder absoluto, que la conquis* 
ta, la mas torpe traición, i una perfidia inaudita habian erijido, 
i con la derrota i mina del cabecilla, el renaei^eniento de la in^ 
dependencia i de las instituciones liberales del Perú i Bolivia, 
bajo la sombra tutelar del pabellcm chileno. Tan inestimables 
i grandes bienes, comprados a costa de la sangre preciosa de los 
soldados chilenos^ i de una porción escojida de peruanos fieles^ 
que han dejado esmaltado con ella el campo de batalla, el go< 
bierno a quien tengo la honrosa misión de servir de intérprete, 
se complace con la lisonjera idea de esperar que estrecharan 
eternamente los indisolubles vincules que nos unirán . en ade« 
lante con nuestra íntima i jenerosa amiga ]a República chile- 
na, como imperativamente lo exije el honor, el debw i la. gra- 
titud. 

A pesar que el Presidente provisorio de la República perua- 
no, Gran Mariscal don Agustin Gamarra, ha concurrido en 
persona a todos los sucesos de la campaña, i estuvo también 
presente en la batalla que ha restituido al pais su independenr 
cía i derechos, sin^mbargo el Presidente me manda declara- 
paladinamente ante las repúblicas Americanas i ante el mun- 
do entero, que todo es debido a los talentos, práctica en la 
guerra, i jénio previsor del Gran Mariscal de Ancach, jeneral 
en jefe del Ejército Unido: bien está que el Presidente se re- 
servó siempre la suprema dirección de la guerra, conforme a 
la Constitución del pais; poro quiso de propósito dejar ^desar" 



ÜAlIPAffA DBL PIRti XN 1838 413 

rollarse i brillar las admirables prendas militares de aqael 
ÜTistre jefe^ i ninguna mira privada tiene S/E. cuando coníie- 
sa^ en honor al mérito relevante i al valor, que^una sola dispo. 
sicion, un solo paso, no ha sido dado por el jeneral en jefe en 
todo el curso de la campaña que no haya merecido su m£|Ji 
completa aprobación: en una palabra, señor Ministro, es la e&i 
pada victoriosa del jeneral Búlnes la que ha demolido el trono 
de hierro del ominoso Protector de la Confederación Períj-. 
Boliviana. 

El campo de batalla quedó sembrado de cadáveres, de ar- 
mas, banderas, municiones, cajas de cuerpos, equipajes i lós 
despojos bélicos, en fin, de un ejército de siete mil hombres", 
proviáto con prodigalidad: dos jenerales enemigos han sido 
muertos, tres tomados prisioneros, entre ellos dos heridos, con 
el vice-presidente del titulado estado Nor*Peruano, i los jefes, 
oficiales e individuos de tropa que espresa el parte adjunto, inclu-» 
so él Coronel Qoiilarte, herido. El ejército unido, después de pro- 
veer a todo ésto, sigue sii marcha triunfante a los departamen- 
tos del sur i confines de la Confederación. Solo el jeneral Santa^ 
Cruz, con un pequeño séquito, ha conseguido salvar, antes de 
ternodnarse el combate, a merced de los buenos caballos que 
tenia apostados a su retaguardia por si llegaba este caso; pero 
es mas que probable que, o sea entregado por los mismos 
cómplices de sus criminales exesos, o si consiguiese reunir al- 
gunos restos miserables i depósitos de reclutas que tiene en el 
Sur para intentar una nueva resistencia, sea víctima de su loca 
temeridad. 

Todos los individuos del ejército, sin escepcion de clases, han 
rivalizado en esta memorable jornada, en denuedo' i bizarría; 
el parte del señor jeneral en jefe consagra estos nombres ilus- 
tres a la admiración i reconocimiento de la América i de todos 
los hombres amigos de la independencia i de los derechos de 
los pueblos; pero no puedo dispensarme do hacer una mención 
especial de la rara intrepidez del benemérito señor Gran Maris- 
cal, jeneral en jefe del ejército don Manuel Biilnes, de la sere- 
nidad imperturbable del señor jeneral en jefe del E. M. J., 
don José María de la Cruz, en medio del peligro; del arrojo 
admirable del señor coronel de Cazadores a caballo don Fer- 
nando Baquedauo, i del impetuoso denuedo de los tenientes 



414 oampaKa dbl PBBtf m 1838 

poronelofi don Manuel (García, comandante del Batallón Porta» 
les, i don Joan Yidanrre Leal^ del YalparaiBO, como tambitn 
del bizarro comportamiento del sarjento mayor don Pedro Gk)- 
mez, comandante accidental del batallón Valdivia. 

En fln^ Sefior E^cmo.^ la independencia del Perú i Bolivia 
queda afianzada bajo la salvaguardia del Ejército Unido, i ga^ 
rantizado el reposo de Chile i seguridad de todas las secciones 
Bud«americanas: hé aquí en compendio los resultados da la 
victoria de Ancach. 

Dígnese Y. E. elevar este plausible acontecimiento a noti- 
cia del Excmo. Sefior Presidente de la República^ dándole las 
gracias a nombre de mi nación i gobierno, por los inmensos 
bienes que va a resultar al Pera por fruto de esta inmortal 
jornada, i admitir la distinguida consideración i respeto con 
que me suscribo de Y. E. atento obediente servidor.— *i2a»u>n 
Castilla, 

Las felicitaciones del Pera se cruzaban con las de Chile. 
Las Municipalidades de toda la Bepública se reunian espontá- 
neamente para hacer llegar a Búlnes la espresion de su 
agradecimiento i patriotismo, distinguiéndose entre ellas las de 
Santa Bosa, de San Felipe, de Qoillota, de la Ligua, de Pe» 
torca, de San Femando, de Chillan, de San Antonio. La de 
Yalparaiso acordaba dar un baile en su honor: la aldea de Lar- 
qui cambiaba su nombre por el de Bdlnes. Los hombres de to- 
dos los partidos le hacian llegar sus felicitaciones; desde Beau- 
chef i Yiel, hasta el dictador Bosas. 

Los cuerpos lejisladores se asociaban a estas manifestacio- 
nes, a pesar de la reserva que les imponia su situación. <cIÁs 
proezas, fatigas i servicios, decia oficialmente el Senado al Pre- 
sidente de la Bepública, de los jefes, oficiales i demás indivi- 
duos del ejército Restaurador, han colmado las esperanzas de 
la Patria. El Senado aprecia la delicadeza que os ha hecho 
callar en esta parte de vuestro discurso un nombre glorioso 
que es el orgullo de Chile. Pero el valor i pericia del jeneral 
don Manuel Búlnes, no son mas que una parte de las cuali- 
dades eminentes que él ha hecho brillar en todo el curso de la 
campaña, i que tan necesarias eran para triunfar de prevencio- 
nes injustas i para sostener la disciplina en medio de priva* 
cienes i padecimientos sin ejemplo. La República le debe 



ÓillPAfTA DIL PBR¿ BM 1838 415 

Una gratitad eterna i el Senado se apresurará a testíñc&r- 
sela.» 

ocLos vencedores de Yungai^ deoia la Oámara de Diputados, 
donde, quedó sepultada la obra de la usurpación i de la intriga, 
i a cuyo fuerte brazo debe hoi Chile la paz i tranquilidad de 
que disfruta, son ciertamente dignos de la gratitud nacional, 
nada hai mas justo que la erección de un monumento que re- 
cuerde a las jeneraciones venideras, el valor con que estos in- 
signes guerreros han defendido en los combates los derechos 
de la Patria.D 

El jeneral Búlnes, que recibia a profusión esas manifestación 
nes alhagüefias, permanecía en la misma situación de espíritu 
en que se encontraba al dia siguiente de Tungai. Ajeno a la 
vanidad como a la falsa modestia, deseaba solo volver a Chile 
i gozar en el secreto de su hogar de la estimación de sus con^* 
ciudadanos. 

El Presidente Prieto le habia escrito manifestándole que 
deseaba que solicitase algo para manifestarle su agradecimieU'» 
to por un hecho concreto. Búlnes se contentó con pedir la 
reincorporación de los oficiales dados de baja por la revolución 
de 1880 i en efecto, a los pocos dias, espidió un decreto dando 
de alta en el ejército a los jenerales don f^rancisco Antonio 
Pinto i don Francisco de la Lastra. 

Faltaba aun el ilustre jeneral O'Hjggins que permanecía eü 
él Perú desde 1823, saboreando el pan de la ingratitud i 
del destierro. 

Búlnes solicitó que se le devolviesen sus títulos i honoréá 
antiguos. La respuesta de Prieto fué un decreto concebido eil 
estos términos» 

Santiago 8 de aguato de 1839i 

M antiguo capitán jeneral del ejército del Chile don j^eniai*- 
do O'Higgins queda restituido a esta graduación con la anti-^ 
gftedad correspondiente a su priniitivo nombramiento. Üqis¿ 
tresé etc. — Prieto. — Ramón Cavareda. 

Así satisfacía el vencedor de Yungai las justas i nobkíi 
ftspitacionés de su corazón! Así colmaba sit gloria de soldado 



41 (j dáilPASTA DBL TEKÚ IN 18^8 

empleando en beneficio de sus compafceros perseguidos la in- 
fluencia de su victoria. No conocía a los vencidos de 1830; nada 
le ligaba a élloa sino un sentimiento de conmiseración i de jus- 
ticia. Xia satisfacion del bien cumplido i la tranquilidad de 
ilustres hogares, era lo único a que aspiraba en la alborada 
de su triunfo! . 

Respecto del Peni sus intenciones i las de su gobierno no 
babian variado.- Búlnes pensaba entonce» como el dia desude* 
sembarco i en breve se le presentarla la ocasión de anunciarle 
desde Lima el cumplimiento de su palabra empeñada. 

Entretaato, el gobierno do Chile con una lealtad que le hon- 
ra,, hacia llegar al P^rii al dia siguiente de Yv^ngai, estas her- 
mosas palabras: . 

<í Lejos de pensar en poner obtáculos a la prosperidad del 
Perú, la miramos como conducente a la nuestra. ¡Que el Perú 
sea rico i floreciente, es uno de los primeros intereses i uno de 
los votos mas ardientes de Chile! Jamás seremos los aliados 
de la anarquía ¿Qué.bien pudiera resultarnos; de que los imaen- 
sos recursos naturales de nuestros vecinos fuesen d^voradjos 
por ese monstruo que ha cubierto de escombros tantas hermosas 
naciones del continente americano? Contribuir al (Srden jeneral, 
asegurar de este modo la estabilidad de la instituciones domés- 
ticas, es el deber de todos los mienbros de esta nueva familia 
de.Estados.D 

(JSo deseamos paa*a nueartros puertos mas: ventajas que las 
que deben a la naturaleza. Ni apetecemos privilejios, ni con-, 
sentiremos en escepciones hostí^j^. . . 

ocDominar al Perú, imponerla constituciones o jefes contra su. 
voluntad libremente espresada, seria desmentir vergonzosa- 
mente la divisa de las banderas que hemos desplegado en esta 
lucha: la independencia peruana, la destrucción de una obra 

que no ha sidb lejitímada por los sufrajios del pueblo pema- 
no.3) 



y I H n 1 1 M I i f 



CAPÍTULO XVÍ 



Gonsecnenelas de la batalla de Yimcai 



Después de la batalla de Tungaí el jeneral Búli^s se puso 
c(n marcha a Oarhuáz con una división de cinco batallones i de 
dos escuadrones de caballería^ dejando en Yungai a los heridos 
con los jenerales Gkunarra^ Oastilla i Oraz> que se le habia 
reunido nuevamente. 

En virtud de las medidas tomadas en la tarde del triunfo se 
habia conseguido reunir cerca de ochocientos dispersos^ i apode- 
rarse en Becuai de 70 cargas de vestuarios, que pertenecían al 
cgército vencido. 

Hemos dicho que el jeneral Torneo se dirijia a miarchas for- 
Badas hacia el valle de Jaiga con los batallones peruanos Huájr- 
las i Cazadores del Perú. Seguíalo i si bien a una larga distan- 
cía, una columna compuesta de los batallones, Aconcagua i 
Valdivia a las órdenes de Cruz, i mas atrás, el jeneral Búlnés 
con el resto del ejército. 

Si jeneral Gktmarra se trasladó a Huacho con el propósito 
de ocupar a Lima a la cabeza de la división peruana de Lá- 
I^aente i de dar alcance a Yijil. La caballería, que no podía 
marchar sin herraduras por los senderos fragosos que condu- 
cen al Cerro de Pasco, quedó al cuidado de los prisioneros i de 
los heridos en los pueblos del Callejón. 

tTorrioo no enootraba mas dificultades que 1m que le oponía 

64 



CAPÍTULO XVÍ 



Golueciienciiia de la batalla de Yangal 



Bespaes de la batalla de Yongaí el jeaeral Búlneo se poso 
en marcha a Garhnáz con nsadivÍBioQde cinco batallone» i de 
doa eionadronefi de caballería, dejando en Ynngai a los h^dos 
coD los joierales Qamarrs, Oastilla i Cruz, que ae le había 
rennido nuevamente. 

En TÍrtad de lu medidas tomadas en la tarde del trinnfb se 
luibia conse^do reimir cerca de ochocientM dispersos, i apode- 
''^'Be en Recuai de 70 cargaa de veetnarios, qne pertenecían al 
SJéroito vencido. 

SemoB dicho que el jeneral Torneo se dirijia a marchas for< 
*^^s» 2iácÍA el valle de Janya eon los batallones peroanoB Hoa^- 
^f^ i O&zaáanB del Ferú. Seguíalo, si bien a una larga distañ- 
"*% IU2& oolnmna compnesta de loa batallones, Aconcagua i 
t^Ñáívda, a. las órdenes de Graz, i maa atrás, el jeneral B^nés 
Sf^f- ^^Bto del ejército, 

i ^fal Gamarra ae trasladó a Huacho con el propósito 

a, Lima a la cabeza de la división peruana de Lá- 

c alcaoca a Vijil. La caballería, que no pedia 

^uras por los senderos fragosos qne coudn- 

>, quedó al onidado de los prieioneros i de 

1m del OallqoQ. 

t mu difiooltsideB que lu que le oponía 
64 




4 18 oampa:^a dbl pski} sn 1838 

la naturaleza del terreno, pues la columna enemiga huía ince* 
santemente. 

Deseando someter a los fujitivos por la persuacion envió 
como parlamentario un oficial prisionero que tampoco consi- 
guió su objeto. (1) 

Las columnas vencidas se dirijian apresuradamente al sur, 
por el camino de Tarma i de Ayacucho, para llegar a Lucanas 
donde se encontraban las fuerzas que habia sacado de Lima el 
jeneral Vijil. Torrico, obstinado en darles alcance antes de que 
operasen su reunión, adelantó una columna lijera a las órdenes 
del coronel Lopera. 

Entretanto, la victoria se hac^ cacls^dia mas decisiva, con la 
aprehensión de los jefes mas distinguidos del enemigo. El jene- 
ral Armaza fué tomado prisionero en Gorgorillo por la columna 
de Torrico i falleció en la misma noche en su prisión, sin que 
podamos decir á punto iS jó si fué un accidéiite casual o si tuvo 
participación en el, un oficial peruano a quien se supone au- 
tor del atentado. 

Algunos dias despuéó, Torrico recibió un parlamentario q^ue 
pedia' giGirantias paira él general Herrera, que se encóñtral)a en- 
fermo en San Jéróntiñó; i lias garantias le fueron concedidas. 
• Su conducta en-.esta oéaáion guardó altmoñía con la que usaba 
el jeneral Bídnes, que, por su benignidad con los jefes u oficia- 
les qué lá suerte ponía a su alcancé, mereció ^ué le manifesta- 
sen su agradecimiento en cartas que conservamios en nuestro 
poder, que son a la vez un timbre dé honor para el vencedor i 
uno de los mas nobles caracteres de esta guerra. Asi habia lle- 
gado d jeneral Torrico a Ajacucho persiguiendo al enenrigo, 
. que se habioi reunido en Nazca con la atemorizada tropa (Jue 
. Vyil habia sacado de Lima. - — 

Los jenerales Bálnes i Oruz seguían entretanto con sus di- 
visiones respectlyas,' los pasos de Torrico. Sú marcha no fué 
señalada sino por la aprehensión de algunas partidas" del ene- 
migo, entte otras de la columna de Oarrásco, compuesta de dos 
compafiias de infantería. Carrasco comprendía demasiado la 
importancia de los últimos sucesos para que dejase de conocer 
que la nüna de la Confederación Perú-Boliviana era un hecho 



^mmm 



(1) Carta de Torrico a Búlne8.-^0erro, 8 de febrero de 1839. 



CAMPARA DEL PBBT} SK 1838 4l9 

irremediable. Cediendo^ pues^ a un sentiiniento de humanidad^ 
ge négS a prósegnír inútilmente la guerra i sp' presentó í4 j^ 
neral Búlnes eu Carliuaz (23 de enero), exíjiendo algunas ga- 
rantías que le fueron concedidas. 

La marcha de Bálnés no ofreció después nada de notable. 
Los batallones avanzaban con su disciplina ordinaria, borrando 
del ánimo de los pueblos del tránsito la reputación siniestra 
que les había hecho Santa-Ornz. 

Las dos dÍTisiones seguían la columna de Torrico como ésta 
gigniera los pasos de la avanzada de Lopera, i a mediados de 
febrero (18 i 19) establecieron su cuartel jeneral en Jaiya, 
ocupando con sus cuerpos las localidades mas aparentes situa- 
das entre Jauja i Huancayo^ 

La caballería fué moviéndose paulatinamente del Callejón 
hacia Jai:ga a medida que leMlegaban las herraduras, mientras 
loa enfermos^ seguían con los prisioneros los movimientos de 
la caballería, mandada por el coronel Baquedauo, que se reu-* 
nió en Tarma con las divisiones de vanguardia. 

Beunidas todas las fuerzas chilenas en la meseta de Jauja, 
que domina los valles del centro i del litoral, era preciso 
aguardar el desarrollo de los acontecimientos para bajar al si- 
tio en que su presencia fuera mas necesaria. Desde esa atalaya 
de granito, presenció el Ejército chileno el cuadro de confusión 
i de desorden que se produjo a sus pies, i que no era sino la 
agonía del poder colosal a que su esfuerzo i denuedo habla 
asestado el golpe de muerte en Yungai, 

Nada se sabia aun de Santa-Cruz, ni de sus miras. Las úftU' ^ 
mas noticias que se tenían de él eran los chismes i referen- 
cias contadas en los pueblos del tránsito, por los testigos de 
BU precipitada fuga. Apenas se había detenido en los pueblos 
el tiempo necesario para cambiar su cabalgadura o para co'. 
mef4 Asi.caminó por espacio de cuatro dias, recorriendo en 
tan óorto tiempo mas de cíen leguas peruanas a lomo de caba- 
llo.. En la noche del 24 de Enero hizo su entrada furtiva a la 
capital, acompañado de Olafieta, délos coroneles Jil Espino, 
Solares, Pareja, Moróte, Arrisueño, dos edecanes i cuatro 
soldados. (1) 



' <u ■ 



.(1) :JbíauLanü^ niím. 449. 



420 CAUPiftA PiL fWBi m 1888 

Nada se sabia en Lirna de Iob snceaoB del Norte i quiso la 
casualidad o el destino, que estuTÍese reservado a Santa-Orui; 
m el heraldo de su propia desgracia, 

M Pioteotori siu embtrgo^ haciendo un últíuu) i fliyido es« 
ñierzo proclamó a la Conied^acio^ oftedéudole continuar la 
resktencia, (1) 



(1) El Supremo Pkotegtob. — P«ró-Bo¿«t)iano«; una advenida^ 
pública me obliga a dirijiros la palabra para hacérosla conecer. Os la di* 
^é con la franqueza que demandan vuestros nobles sentimientos. No tra- 
to de disminuirla ante vosotros con ofensa de vuestro patriotísmo, cuan- 
do es necesario repararla con vuestra constante cooperación. El ejérdto 
del Korte, que marchaba a restituiros la libertad! dignidad nadónaL ha 
sufrido un Ópntraste entre los anuncios mas probables da victoria i ae ha 
retardfuio el dia de la revindicaoion de la patria. Una insigne traidon, 
estallada en los críticos momentos del ccpbate, ha sido el desgraciado 
ftcontedmi^nto que nos priva hoi del trimifo, dándolo a vueatroe pre« 
tendidos conquistadores. La Divina Providenda ha querido talveí eziú- 
tar vuestras virtudes llamándoos a grandes esfueraos, que no dejaida da 
hacer, cuando est^ oomprometídoe el honor, la indepandenola da la pa* 
tria i vuestra personal seguridad. 

jPuéhlos:^!!} ejérdto no se ha perdido todo: sus numerosos reatoa 
marchan reunidos a ocupar el valle de Jauja. El ejército del Centro,! el 
del Sud se conservan intactos, i muien breve, unidos a las fueraas que 
salvaron de Yungai, presentarán al enemigo nuevas invencibles huestes 
vengadoras, que solo ezijen vuestra eficaz cooperadon para obtener una 
segura victoria. Entretanto, las fortalezas del Callao contienen todoa loa 
elementos necesarios para asegurar el fundamento de vuestra indepen* 
dencia. Son inespugnables: serán invendbles. 

ConcitidíidanoBí^Rñibeiñ visto cuantas veces i por cuantos medios ha 
solicitado la paz, cediendo todo lo que pu<Uera ceder por terminar una 
guerra destructora. Los enemigos, que protestaron oomo esdudvo obje-* 
to de la invadon mi autoridad i el sistema confederado, se han descu- 
bierto al mundo, dando pruebas irrefragables de que solo quieren escla- 
vizaros i hacerse los señores de vuestro suelo. Ellos han desechado todaa 
las propodoiones. 

No es la Confederación, ni mi persona, ni interés alguno que no sea 
libraros del yugo de la conquista, el que me conserva hoi con las armaa 
en la mano. Acepten los enemigos el medio de que quede disuelta la 
Confederación por la espredon de la representadon nadonal; acepten 
mi renuncia de toda intervendon en el Perú i aun la de la vida pública. 
Vuelvan a Chile deponiendo los planes de dominación, i veréis al jeneral 
Santa-Cruz sacriñcarlo todo, menos vuestra dignidad, i desaparecer de la 
escena política por concurrirá la paz que jamás se cansará de buscar od- 
mo término de sus empeños. Empero, d sordos a la voz de la jnstioiii i 
tenaces en sus escandalosas pretendones, llevan adelante el empeño da 
dominaros, ¿qué nos toca hacer? Humillaremos la cerviz a su yugo? 
Nos daremos por vencidos i nos abatiremos a sus plantas? Tenemos re- 
cursos i tenemos patriotismo: lidiaremos i venceremos, antes que ser es- 
clavos del déspota chileno, antes que verlo dueño de nuestros hogares, 
cebado en nuestros intereses, destruyendo nuestras familias i gozándose 
en el llanto de los pueblos, en los clamores de las víctimas. 

Compatriotas: — No lo dudéis: etiOB mismos emigrados que concurrieron 
a la victoria de vuestros opresores exi la batalla, no puedan miirarloa dn 



OÁMÁÉk DUi PlBt} BK 18S8 421 

Sa püabia altisonante no llamaría nuestra atenoioni ni tam- 
poco sos aseyeraoiones i promesas^ porque son las ordinarias 
artes oon cyie, en circunstancias análogas^ se pretende resucitar 
el patriotismo amortiguado, o la adhesión vacilante de un 
pueblo; pero sí, repararemos la escusa indigna oon que pret^<i 
di6 cohonestar su derrota. Sus inculpaciones contra él honor 
de Guilarte, el valiente defensor de Pan de Az^oar, a cuya 
traición atribuye el mal éxito de la batalla de Yungai, es un 
espediente propio de la desgracia vulgar, 

Los cargos de Santa-Cruz no han sido bastantes para arro^ 
jar la mas lijera sombra sobre la limpia merr^pria de aquel 
valiente soldado. Guilarte resistís en Pan de Ázúoar cuanto le 
fué dable; tal es al menos el testimonio escrito en su cumbre 
oon la sangre de sus 600 defensores. 

La notícia del desastre produjo un trastorno jeneral en las 
rejiones oficiales de Lima. El temor que poseia al Protector 
86 comunicó a todos sus allegados, sin que ninguno tuviese la 
enerjía suficiente para levantar su ánimo siquiera a la esperan* 
za. El Presidente Biva-Agíiero, cuyo palacio habitaba Santa- 
Cruz i donde habia revelado por primera vez los pormenores 
del desastre, derramando ligrimas, según dice una relación 
contemporánea, se embarcó en el Callao con los jenerales 'Mu 
Uer i Necochea. 

Moran, el soldado mas altivo en la fortuna como en la ad- 
versidad, se hizo cargo de la defensa del Callao. Y^jil que esta- 
ba en Miraflores, fué llamado a Lima por el Protector para la 
custodia de su persona. 

San-Cruz comprendía demasiado que no podía continuar la 
guerra con sus escasos elementos, i lo único que perseguía or- 
ganizando ese aparato de resistencia, era arrancar al vencedor 
condiciones mas ventajosas. Deseoso ademas de salir de Lima, 
cuya opinión temía, hablaba en todas ocasiones de organizar la 



horror cuando ven en su triunfo la desgracia de sus compatriotas, la de 
ellos mismos, la de la patria. Llegará día en que aun ellos cooperarán a 
vuestra salvación. Salvaremos, sí, nuestro sagrado territorio: nos queda 
el partido de pelear para vencer, i no hai pueblo que no triunfe cuando 
se arma en su propia defensa. La constancia unida al patriotismo asegu- 
ra el triunfo, que os anuncio hoi con nuevos motivos de confianaa. Yo 
no omitiré sacrificio personal que contribuva a tan necesario resuliado. 
^Amíres iSan^-Oru^.— Lima, 26 de enero de 1889. 



422 OAlÜPAlfA DirU. : P JBRtí «Ni 838 

defensa eu el Sar,^.yyíén4o8»d€[Ujéraílío d« Oerdeña.^ lo qae no 
pa89,l^d6.fler.u|i;ri9car8op iiq:.prQte8to p&ra cóhoneatar su re- 
tirada düíacj^piW^i , ' / 

J^ oginiQiqi ás Lima comenzaba a cauBarie k mayor inquétnd ; 
Babia. ítaifibien qne la colmnna dq l4Ja..FQente np tardaría en lié* 
^^frl^ ü^^lo traía doblemente preocupado e inquieto. En vano 
tratable de oo^^ltar fin .temor organizando manifeatacioneis de 
adh^jon al r^jim^ü veüoido, como fué aquella en que «los Tri- 
bunales, el Cabildo Eclesiástico í padres dé familiar manifes* 
tarpu sus simpatías a:a 1^ amable independenciai» i al gobierno 
existente. Con. estos, pob^es: recursos, pyetendia. ganar tiempo 
para encubrir su rQti^ad^ . de Lima, que se ;ii^emej aba a una 
veríadeiBJfuff^/ . ./ . , . ' ; 

Pocos dias después se pu^ en marcha para Arequipa^ que 
según su propósito, debia ser la primera etapa de su viaje por 
el Sur-Perú i Bolivia, i que por la fuerza 4© las cosas, mas po- 
derosa qi^e la voluntad ,de. los hombres, seria la última de bu 
angustiada carrera, política. En efecto salió de Lima el 28 de 
enero dejando la ciudad a pajgo de Vijil, con una columna de 
500 hombres, i el Callao a cargo del jeneral Moran con 400 
hombres mas órnanos,. . 

Esta^ ía^ippA eran insuficientes para oponerse a la marcha 
de la división de La-Fuente, a que se habia reunido el jeiieral 
Gam^i^ia^ i que se ccunpQni/iii de, los batallones Trujillo, Lejion, 
i de un ^sc^adron de,, caba¿I^la.tJSl último de los batallones 
nog^bradoá navegaba aun en jel tjransporte'-ñancaywa, que. sur- 
jió en Huacho algunos dias después. 

Cuando La-Fuente llego coif el batallón Trujillo a Chancai, 
el jeneral Vijil sé retiró con sus tropas a Cañete. No teniendo 
enemigo delante de sí, La-Fuente se presentó a las puertas de 
Lima (17 (dé fet)rero) donde salió a recibirlo el pueblo entu- 
siasinado, aclamándolo, con el mismo jubilo con que recibió en 
noviembre a ^anta-Cruz. tJna semana después (el 24 de fe- 
brero) el Presidente Gamarra hizo su entrada solemne a Li- . 
ma seguido de la Municipalidad i de todas las clases sociales 
que lo victoreaban sin cepar. 

El fevor del pueblo le volvia como en los mejores dias de su 
vida. El viejo soldado, debió' sentirse rejuvencido con ese re- 
torno inesperado dé la íbrtnníi^ ¿Por qué no se satisfizo su am- 



OAM^A^A DHL nnt ts 18S8 . 423 

bicipn CQH ese entasiasmo patriótico^ siQaqOia.laiizindoseiine- 
vamente en la era de los desabrimientos i p^eligroá hubo de 
encontrar la derrota i la muerte en Ipgav;^? . Todo le sonreía en 
aquel momento i hubiérase dicho que el jenio ád desorden 
plegaba sus alas i se desterraba del Perú; 

La división del jeneral Vijil reconoció su autoridad por me- 
dio de una acta^ a la que respondió Gamarra enviando tres co- 
misionados para arreglar las bases de la capitulación^ que solo 
tuvo lugar después de algunos incidentes que referiremos en 

brebé. .•...»■..•■• ■ 

Volvamos un momento la vista al ejército vencedor. UJL je- 
neral Gamarra no permaneció en Lima sino el tiempo indis- 
pensable para dictar las primeras medidas de organización i 
marchó enseguida a Tarma, por la vía de San Mateo, donde se 
reunió con el Ejército chileno. 

El ejército vencedor, que permanecia aun en sus posiciones 
de la Bierra, aguardaba con un interés igual a sus pasados su- 
frimientos i actuales penurias, el momento de regresar a su 
patria. Sin embargo, su tarea no estarla concluida sino cuan- 
do el Sur-Perú hubiese reconocido la autoridad de Lima, i 
cuando Solivia acejptando el fallo de Yungai, renuncias^ a sus 
pretensiones sobre el Perú. . 

Entretanto, él jeneral Torrico no abandonaba la esperanza 

de aprehender a los fajitivos que venia persiguiendo de8(j.e el 

Callejón i habia enviado contra ellos al coronel don Alejandro 

Deustua con 500 soldados, mientras él preparaba el resto de 

BU división para marchar al Cuzco. El batallón Yaldivia^ que 

se habia agregado a su columna, permaneció en Ayacucho'por 

haberse negado el jeneral Búlnes a que marchase mas al Sur, 

' temiendo que su presencia resucitase las antiguas aprehensión 

nes de conquista que el enemigo se empeñaba en despertaré 

Las fuerzas fojitivas avanzaban sin cesar, inclinándose hacia 

la provincia de Lacanas, para reunirse con las fuerzas de Y\¡il 

que permanecían en Nazcan 

Entretanto, 'hablan tenido lugar en el Sur-Perú i en Solivia 

aoontecimientos de tanta magnitud, que hablan cambiado ra* 

dioalmente la fea de la situación, i arrebatado toda esperanza a 

las pocas fuerzas que permanecían fíeles al Protector. Una re- 

Tolucion jeneral, que habia conmovido igualmente »l cgércnto 



424 OÁMÍPaJTA DÍL PHBÚ BN 1838 

i al pneblo> había arrancado de raiz el árbol vacilante que cá* 
bríá la fortuna incierta del jeneral Santa-Cruz. La Confede- 
ración Perú-Boliviana habia desaparecido de la América. San- 
ta-Cruz sehabia embarcado furtivamente en un buque que lo 
conducia al estranjero^ i un nuevo gobierno^ hijo de la nueva 
situación^ habia i^ecojido la herencia del antiguo. 

Estos sucesos que daremos a conocer mas detalladamente 
decidieron a las fuerzas de Otero i de Yijil a solicitar un ar- 
misticio de Deustua^ que les fué concedido^ como iguajboiente 
el nombramiento de comisionados, por ambas partes, para arre- 
glar la capitulación. Los comisionados no tardaron en llegar 
a un arreglo conciliatorio (13 de marzo) que desaprobó el je- 
neral Ghimarra, exijiendo el reconocimiento liso i llano de su 
autoridad sin mas garantías que las de su clemencia i bon- 
dad. (1) 

La última cláusula del convenio, determinaba que seria so- 
metido a la aprobación del gobierno peruano. Sin embargo, 
era tal la desmoralización que las noticias del Sur hablan in- 
troducido en las divisiones fiyitivas, que sus jefes sin esperar 
la tatificacion del pacto, desarmaron la tropa i entregaron sus 
armas a Deustua. 

El (Gobierno de Lima, viendo desarmada la división, se ne- 
gó a aprobar el tratado, i le impuso su voluntad, exigiéndola 
que se rindiese sin condiciones. 

Besignose, pues, el jeneral Otero a su nueva suerte con la 
ínisma magnimidad i firmeza con que se habia defendido 
cuando tuviera recursos i poder. La capitulación de Y^il i de 
Otero fué el último incidente del drama de la Bestauradoh 
del Perú. La plaza del Callao que, según dijimos anterior- 
mente, quedaba en armas contra d gobierno de Lima se habia 
rendido algunos dias antes (6 de marzo). Bastó que llegase 
al Norte la noticia de los sucesos del Sur, para que el jeneral 
Moran reconociese la autoridad de Qamarra i enviase a la ca^ 
pital dos comisionados a entenderse con los delegados del go- 
bierno. Yeriñcado el arreglo. Moran se trasladó a Lima, a so- 
licitar la aceptación de La-Fuente$ pero la guarnición^ sabidn-^ 



(1) Acta de Ooracorl-^Kota db Gasüíla al Priofeoto da AjraxmcÍio.«i- 
Tahna, 4 de abril. 



óampaRa del pÉRtí EN 1838 42r) 

> 4o sus tentativas en favor de la paz, se sublevó contra él des- 
conociendo la validez del pacto i llamándolo traidor. (1) 

Los soldados se precipitaron por las calles, injuriando a su 
jeneral a grandes voces, atrepellando a los habitantes, destru- 
yendo cuanto encontraban a su paso, como hubieran podido 
hacerlo las hordas de Benavides o de Arauco. Los oficiales 
atemorizados, se refujiaron en los buques, i la tropa no tenien- 
do ya ni esa sombra de autoridad que respetar, se entregó al 
desenfreno i al pillaje. Pelotones de soldados unidos con la hez 
del pueblo, recorrían las calles, ofreciendo a la América el es- 
pectáculo de su ferocidad i al mundo entero un ejemplo de lo 
que son capaces las pasiones populares cuando se las deja a su 
albedrío. 

El infortunado Moran, en quien parecia haberse cebado la 
adversidad de un modo que no correspondia a su bravura ni 
a sus grandes cualidades, se refujió en una fragata inglesa, que 
dio pasajero albergue a su suerte desventurada. La tropa del 
Callao continuaba su obra de depredación i fué necesario que 
el almirante ingles enviase a tierra cien hombres armados para 
restablecer el orden i la seguridad. 

A la sazón habia salido de Lima hacia el Callao una divi^ 
sien mandada por La-Fuente, cuya vanguardia, dirijida por el 
coronel Coloma, reemplazó a la tropa inglesa i se hizo dueña 
de la plaza. (2) 

Indignado Moran de la conducta de su antigua tropa se 
presentó en el Callao al lado del jeneral La-Fuente. (3) 

La ocupación militar del Callao desligó a Gamarra de toda 
obligación para con sus antiguos dominadores. El pacto que 



(1) Tratado del Callao, 7 de marzo de 1839. 

(2) dSemos 19 de marzo, decia Búlnes a su hermano, i acaba de lle- 
garme de Lima la noticia de que el CaUao ha sido ocupado por nuestras 
tropas después del mayor desorden que tuvo lagar en la guarnición, ba- 
tiéndose entre unos i otros a consecuencia de que el jeneral Moran, que 
era el jefe superior de la plaza, pasó a Lima a tratar coú Gamarra i con- 
vino con ésta en no sé qué clase de capitulación. Uno de los jefes 
Bubaltemos desaprobó lo convenido i principió a batir la fuerza que se 
xnanLEestaba obediente a su jefe principal. 

«El resultado de todo ha sido que toda la tropa se ha dispersado i los 
jefes se han metido a bordo de los buques de guerra, dejando la fortaleza 
a disposioion del Gobierno. Así concluyen las cosas por este país, siendo 
siempre los acontecimientos estraordinarios.:» 

(o) Parto de Lai-Fuonte.<^OaUao, mar«o 6 de 1839* 

fifi 



42ü 0AMPA9Í DEL PBRÚ BK 1838 

les acordaba garantías en cambio de su rendición voluntaria, 
no tenia valor desde que la plaza habia sido rendida por las 
armas. De ese modo el jeneral Gamarra^ al inaugurar el pri- 
mer período de su gobierno, no sentia recargada su autoridad 
con ningún compromiso. El antiguo enemigo de la unidad pe- 
ruana habia desaparecido i su acción era libre i espedita. En 
una palabra, el Perú entero gozaba de la plenitud de su sobe- 
rania e independencia. 

Veamos por qué medios i en virtud de qué acontecimientos 
se habia consumado la ruina de la Confederación Perá-Boli- 
viana? 

Dejamos al jeneral Santa-Cruz en marcha para el Sur. Las 
autoridades de Arequipa i sus amigos lehabian organizado un 
recibimiento popular, que contrastaba con su situación i angus- 
tias. A mediados de febrero (el 14) hizo su entrada a la ciu- 
dad, en medio de un concurso numeroso, pero en cuya actitud 
i ademanes, se dejaba traslucir la estincion de la popularidad 
que lo habia rodeado hasta hace poco. 

La llegada de Santa-Cruz coincidió, dia a dia, con la entrada 
de Salaverry a Arequipa después de la derrota de Socabaya. 
Tres años cabales hablan bastado para operar ese cambio total 
en su destino. 

El vencedor de Socabaya era hoi el vencido de Yungai. El 
pueblo que presenció, dos años antes, su entrada triunfante, 
era hoi testigo de su angustiosa inquietud, i el patíbulo, que 
con mano temeraria, levantara en la plaza de Arequipa, debió 
aparecer como una sombra fatídica a su espíritu atemori- 
zado. 

La semejanza no se detuvo en esto, pues obligado Santa- 
Cruz a retirarse de Arequipa hubo de tomar el mismo cami- 
no, i alojarse en los mismos lugares en que lo hizo Salaverry, 
como si la mano de la víctima se hubiese complacido en con- 
ducirlo por el camino de su venganza i de su crimen. 

Esta coincidencia no pasó desapercibida para el pueblo de 
Arequipa, que interpretaba algunos fenómenos físicos como 
manifestaciones de la voluntad divina. «El 19 por la tarde, 
dice un diario de la época, (1) cayó un rayo a distancia de una 



(1) i{f¿m&2»ca^o.-««Areqaipa, 26 de febrero de 1839. 



OAMPÁRÁ DBL PBBt} EH 1838 427 

cuadra de la casa donde se alojó Santa^Cruz i que derribó un 
álamo que se levantaba con orgullo. Presajio de lo que debía* 
moa esperar i de que el golpe se preparaba contra algún gran» 
de de la tierra! Este suceso llenó de asombro a la población 
en cuyas antiguas tradiciones no se encontraba ejemplar algu» 
no de rayos caidos sobre ella.» 

Pero veamos qué acontecimientos pusieron a San ta- Cruz en 
la necesidad de recorrer como prófugo el camino que habia re- 
corrido cuatro años antes en alas de la victoria? Desde su lie- 
gada^ el pueblo se manifestó hostil i ajitado. Grupos mas o mé« 
nos numerosos discutían públicamente la batalla de Yungai^ 
atribuyendo su mal éxito a la incapacidad de Santa-Cruz i ese 
pueblo impresionable pasa prontamente de la palabra a la ac- 
ción. Bus enemigos soplaban la hoguera del descontento a me- 
dida que se recibían los detalles del desastre i todas las clases 
de la población recorrían las calles exijiendo la salida del Peni 
del hombre que las habia conducido a tal estremo. Don Pedro 
José Gámio era el alma de esa ajitacion popular. 

Santa-Cruz que habia sido prevenido a tíempo de la actitud 
del pueblo i del ejército^ envió a Islai un oficial de confianza a 
solicitar la protección del vice-cónsul ingles, para el caso de que 
los acontecimientos lo obligasen a abandonar el país. Al mismo 
tiempo arreglaba sus asuntos mas importantes; ocultaba sus 
papeles privados para ponerlos al abrigo de un ataque, de que 
no se consideraba seguro por haber perdido la confianza en su 
propia guardia. 

Encontrábase en esta situación cuando el pueblo, cediendo 
a esa oscilación natural que lo conduce insensiblemente del 
desorden a la revolución, se precipitaba por las calles como 
un aluvión furioso i turbulento; se apoderaba de la caballada 
del coronel Hurtado que pastaba en Yanahuara i se presenta- 
ba, por fin, en actitud amenazante delante de la casa de Santa - 
Cruz, exijiendo que quitase la bandera de la Confederación 
que flameaba en su puerta, i que tuvo que arriar. 

Envalentonado el pueblo con esa prueba de debilidad obtu- 
vo, por medio de amenazas, que vivase a Chile, a Búlnes i a 
Gamarra. 

Nos resistiríamos a creer que un hombre de su importancia 
hubiese caido en tal grado de pusilanimidad i de temor, sino 



428 OAMPAltA BEL PERl5 EK 1838 

tuviéBemos a la vista una carta de Gámio al jeneral Búlnes, 
cEl pronunciamiento de Arequipa, le decia, ha sido lo mas 
heroico, pues el pueblo se fué sobre Santa-Cruz que estaba 
custodiado por mas de 1,100 hombres, le obligó a victorear a 
Gamarra, a Chile i a usted; le dio la bandera de la Confede- 
ración, i entregada que fué por él mismo, la hizo pedazos a su 
presencia, colocando en su lugar la peruana i la chilena.]» (1) 

A la sazón, otra parte del pueblo se hallaba congregada en 
el templo de San Agustin, escuchando la palabra ardiente de 
algunos jóvenes revolucionarios que lo llamaban a las armas, 
i un momento después se presentaba al jeneral Santa-Oruz 
exijiéndole que nombrase Prefecto de Arequipa a don Pedro 
José G-ámio. 

Santa-Cruz accedió al deseo de los comisionados, i GNLniio 
condujo al pueblo a un cabildo abierto. 

Entretanto, alarmado Santa-Cruz con el carácter de estas 
manifestaciones i sin tener un pedazo de terreno firme debajo 
de sus pies, pues a su llegada a Arequipa (el 14) habia reci- 
bido noticias de la revolución de Velasco i de Ballivían, dimi- 
tió oficialmente el Protectorado i la presidencia de Solivia. (^) 
Sus declaraciones repetidas de que volvia a la vida privada en 
su carácter de ciudadano boliviano, (3) no consiguieron depo- 
ner la cólera del pueblo, lo que lo determinó a dirijirse a Islai 
escoltado por el batallón Cuzco. 

El pueblo que se habia apoderado de las armas de la Maes- 
tranza hizo fuego sobre el batallón hasta las afueras de la ciu- 
dad. No considerándose seguro en el seno de sus fuerzas, apro- 
vechó el sueño de la tropa i la oscuridad, para arrancarse de 
sus soldados en Congata, sin ser sentido, dejando envuelto en 
las redes de una conspiración militar a su valiente deíensor el 
coronel Larenas. Cuando la tropa se apercibió de su faga se 
precipitó sobre su jefe i lo ultimó. 

Instruido Gámio de estos sucesos envió doce hombres de ca- 
ballería a cargo del mayor peruano don Julio Brousset, a perse- 
guir a Santa-Oruz que habia llegado a Islai i refujiádose en 



(1) Arequipa, marzo 6 de 1839. 

(2) Decretos de 20 de febrero de 1839. — Arequipa. 
Nota do la misma fecha al Gobierno de Solivia. 

(3) Proclamas a los pueblos de Bolivia i del Perú. 



CAMPARA BBL PBBtí BK 1838 4*^9 

oasa del víoe^nsal Crompton, que había acordado con el co« 
mandante del buque ingles Samarang el modo de salvarlo. En 
momentos en que el piquete peruano entraba al pueblo, una 
partida de 60 hombres, mas o menos, de la marina británica 
rodeaba el consulado, i un instante después acompañaba a San^ 
ta-Oruz a la playa donde fué recibido por un bote de la Samch 
rang que lo condujo a la embarcación, 

Así sali6 del Perú abandonando sus estados i poder el jene^ 
ral Santa-Oruz, teniendo que recurrir a fuerzas estranjeras 
para la protección de su persona, por no haber encontrado en^ 
tre su antiguo ejército que alcanzó hasta 15,000 hombres, un 
grupo de amigos abnegados que le sirviese de guardia i de cus-* 
todia, 

La conducta del vice-cónsul provocó, como es natural, enér-i 
jicas reclamaciones de las autoridades del Perú, que vieron en 
BU proceder una violación del territorio i de la neutralidad. £1 
prefecto Gámio, mas directamente ofendido, terminó por des^ 
conocerlo en su carácter público i por negarle el derecho de usar 
la bandera de su Nación. 

Aquel dia fué para Santa-Oruz el último de su gobierno. La 
Confederación se derrumbó para no levantarse mas, i fué tan 
proftmdo su descrédito que apesar de las oscilaciones de la po« 
lítica en Solivia i en el Perú, ningún partido se ha atrevido 
en adelante a inscribirla en su programa. Fué aquel un siste* 
ma artificial, que no debia durar sino lo que Santa-Cruz. Crea- 
do i concebido para aumentar su poder, fundado sobre las armas, 
no estaba organizado para resistir al menor vaivén de la for- 
tuna, ni a la ruina de su autor. Así se comprede que desa- 
pareciera sin arrancar un suspiro ni dejar un recuerdo, i que 
haya pasado a la historia, como una de esas fantasías que 
se permiten los militares victoriosos o los políticos afortuna- 
dos. 

El levantamiento de Arequipa fué, solamente, una de las 
manifestaciones con que se anunció el inmenso trastorno que 
trajo por tierra el edificio de la Confederación. Solivia no so- 
portaba sino bajo la presión de la fuerza el réjimen político a 
que la habia condenado Santa-Cruz, i que lejos de contribuir 
a su prosperidad no habia servido sino para engrandecer a 



430 OAlíPAlTA BIL BBBt} Wi 1838 

perú (1) a costa de sus tesoros^ de sn sangre i de sus recur* 

308. 

El Perú tampoco aceptaba gastoso ese gobierno estranjero 
que ofendía el mas noble de los sentimientos humanos, el amor 
patrio bien comprendido. Su territorio estaba ocupado por trom- 
pas bolivianas; la autoridad i el poder en manos de los prote- 
jidos que venían desde Bolivia ligados a la fortuna del jeneral 
Santa-Oruzj sus hombres públicos mas importantes, no ha- 
llando cabida en su patria, habían emigrado al estranjero, ea^ 
cepto aquellos ménoa afortunados que encontraron la muerte ea 
los combates, en las tierras calientes de Chiquitos o de Mojos^ 
O en el patíbulo, 

Desde que el jeneral Santa-Cruz abandonó las provincias 
del sur, dejándolas desguarnecidas, comenzaron a manifetarse 
en el Sur-Perú i en Bolivia, los primeros síntomas del descon-? 
tentó que invadiría en breve a todas las esferas sociales. En la 
época a que hemos alcanzado, la revolución estaba hecha i es-!* 
tendía sus lazos i comprometimientos a todos los pueblos dé 
Bolivia i del Sur-Perú. Los autores e inspiradores del movi» 
miento eran los jenerales Velasco i Ballivian. 

La ciudad de Potosí fué la primera en dar el grito de alarma 
pronunciándose (14 de febrero) contra el Protector, a instiga* 
cíones del célebre hombre de estado don José María Lina- 
res. Siguióla en breve <rla heroica capital de Puno» nombran» 
do Prefecto al jeneral don Miguel San Román (17 de febrero)* 
El Cuzco no tardó en adherirse a estas manisfetaciones, que 
habían ganado anticipadamente a su causa los cuerpos de trO' 
pas situados en Vilque, Cavana i Cavanilla. El pueblo de San- 
ta-Cruz espresó los mismos sentimientos: el ejército entero 
apoyó el cambio político reconociendo la autoridad de Velasco 
en Bolivia i de Gamarra en el Perú. (2) 



(1) El acta del pronunciamiento de Potosí empieza con la siguiente 
cláusula: «Art. I.'* No se admite la Confederación Perú-Boliviana, por- 
que en ella la Patria pierde su independencia: se hace colonia del Perú.» 

(2 ) Hé aquí una nota del jeneral Búlnes al Gobierno de Chile, dán- 
dole cuenta de estos sucesos: 

«La gran batalla de Ancach, me es satisfactorio anunciarlo a V. S., 
continúa produciendo los grandes frutos que empezamos a recojer en 
tan memorable jornada, i la marcha del ejército hacia el Sur es verda- 
deramente una marcha triunfaJ, en la que no encuentra mas obstáculos 
que vencer, sino los que le oponen la natu):alez& fragosísima del terreuo 



ÚAJtPAfTA DfiL PBBlí SH 1838 43 1 

El nuevo Presidente de Solivia inauguro su gobierno decla- 
rándose en paz con Cliile i con la República Arjentina, i res- 
tableciendo la situación política al estado en que se hallaba 
en 1834. La Confederación quedaba pues deshecha i el objeto 
de la guerra conseguido. Nada faltaba a la importancia de la 
batalla ni a la gloria del vencedor^ sino que la jenerosidad de 



i las eacaceses de unos pueblos agotados por largos años de desSrdenes i 
guerras. 

((Apenas puse el pié en el celebrado valle de Jauja, cuando se anun- 
ció la insurrección de los cuatro departamentos del Sur del Perú contra 
la dominación protectoral i la fuga del jefe de la Confederación Ahora 
me hallo en estado de conñrmar a Y. S. tan importantes nuevas i aun de 
añadir que la misma insurrección se nos asegura, haber ocurrido en la 
Paz i otros pueblos de Bolivia. 

clVoí a hacer a Y. S. una lijera reseña de estos acontecimientos im- 
portantes. 

«El 16 del próximo pasado ocurrió el movimiento de Puno con la de- 
posición del Prefecto i jeneral Larrea, i el nombramiento en su lugar 
del jeneral San-Roman que habia promovido i encabezado el mismo mo- 
vimiento. La guarnición, bajo las órdenes del jeneral Ballivian, se com- 
ponia de los batallones 6.^ de Bolivia i el Zepita (peruano) : este último 
reconoció i se sometió desde luego a las nuevas autoridades, i en cuanto 
al primero protestó el jeneral BaUivian que observaría la mas estricta 
neutralidad i que aguardaría para retirarse las órdenes de su Gobierno. 
La revolución recibió al dia siguiente (el 17) la sanción popular i la úni- 
ca legalidad que podia dársele en las circunstancias, por medio del acta 
que acompaño a Y. S. no habiendo costado la menor oposición ni el mas 
pequeño derramamiento de sangre. Agrego un número del Constitucio- 
nal de Puno i varías proclamas del jeneral San -Boman. 

«Arequipa se hallaba guarnecida únicamente por el batallón Cuzco, 
con el que se retiró el jeneral Santa-Cruz el 20 de febrero, acompañado 
del jeneral Cerdeña, temeroso sin duda, de la oscitación popular que se 
habia empezado a manifestar con la noticia de su derrota. Así es que el 
mismo dia se veríficó la insurrección, quedando proclamado Prefecto 
provisorio del departamento don Pedro José Gámio, como lo verá Y. S. 

Í)or la adjunta copia de una nota del mismo Prefecto. Se asegura que 
os jenerales Santa- Cruz i Cerdeña se embarcaron en una de las caletas 
mas cercanas de Arequipa. Tampoco ha sido señalado este movimiento 
por ningún accidente desagradable. No así el del Cuzco, que según pa- 
rece empezó el 13 i solo acabó el 22 por la obstinada resistencia que opu- 
so al pueblo el jeneral Trístan, siempre enemigo encarnizado de la inde- 
pendencia de su patria. Una capitulación que acompaño a Y. S. impre- 
sa, fué el único medio de que cesase el desorden. La adjunta copia de 
una comunicación oñcial sobre los acontecimientos del Cuzco i una pro- 
clama del nuevo comandante jeneral don Pascual Ara vena, me escusan 
entrar en pormenores i bastará saber a Y. S. que todo el departamento 
continúa tranquilo i reconoce la autoridad del jeneral Gamarra. 

«Lo mismo sucede en el de Ayacucho, cuya capital se haUa ocupada 
por la división de vanguardia del ejercito Restaurador, bien que en este 
departamento existia todavía la pequeña fuerza de Otero, desmembrada 
por los muchos oficiales de ella que se han presentado a la primera co- 
lumna de operaciones i en el peor estado de desaliento i miseria. Hai 
todo notiyo para suponer ^ue, en 8emejant«B oirounstanoias i rodead» 



I 

432 CAMPAÑA DEL PKRÍÍ BN 1838 

SUS miras i propósitos faese reconocida por sus mismos enemi' 
gos, lo que no tardó en suceder, como puede verse por la si- 
guiente carta del jeneral Velasco: 

«Ilustrisimo señor jeneral en jefe del ejercito de Chilb, 

RESTAURADOR DEL PeRU, DON MANUEL BULNES. 

Chuquisacaj 28 de marzo de 1839 

Mi estimado i mui distinguido jeneral. 

Tengo el mayor placer de felicitar a üd. por la batalla de 
Yungai. La victoria allí reportada, ha sido ciertamente célebre 
en su doble relación con la guerra i con la política. Se ha cu- 
bierto Ud. de gloria i la ha dado a su Nación, vengándola del 
oprobioso tratado de Paucarpata. Tenga Ud. su retribución en 
la gratitud jeneral, i quiera especialmente aceptar la mia i la de 
toda esta república. Por una casualidad han tenido lugar los 
sucesos de Yungai i Bolivia, como si hubieran sido combi- 
nados. 

El 9 de febrero, aprovechando yo mi llamamiento, bien es- 
trafio, a mandar el ejército del sur, del que me recibí pocos 
dias antes, proclamé la salvación de la patria con el íeliz re- 
sultado de haber correspondido simultáneamente a mi voz to- 
dos los departamentos de la Eepública. De consiguiente era 
nuestro empeño hacemos fuertes, i el 23, en que recibí en Po- 
tosí, de marcha para el norte, la célebre noticia de la victoria 
de üd. en Yungai, el 20 del mes anterior, tenia yo casi la se- 
guridad de batir a Santa-Cruz, de quien era preciso creer que 



por todas partes de la insurrección contra Santa-Cruz, se haya entregado 
a la fecha a las fuerzas que iban en su persecución. 

qDq este modo, señor Ministro, ha terminado completamente en el 
Norte i Sur del Perú la guerra de independencia en una campaña de 5 
meses i con solo dos batallas parciales i una jeneral, i se ha puesto en 
Conmoción hasta la misma Bolivia, de donde habían salido las huestes 
que habian sojuzgado i oprimido por tres años a todo el Perú. Se halla 
pues, terminada la grande obra que emprendió Chile i que ha ejecutado 
Su ejército tan felizmente i con tan escasos medios. 

«Felicito con este motivo al Presidente, felicito a Y, B. i al paía en- 



CAUPAITA DXL PERtf 8N 1838 433 

iregreMUie precipitadamente, abandonando la campaña del ñor- 
te de Lima^ al tener aviso de nuestra conmoción. 

* üd. nos lia ahorrado la sangre que nos habría costado el 
desengafio de aquel i de su impotente orgullo. Pero al méoos 
han servido nuestros pronunciamientos i nuestra actitud militar^ 
para abatir la esperanza de su despecho, en las numerosas 
fuerzas de que todavía habría podido disponer en el sur del 
Perú, para prolongar la guerra contra el Ejército Unido. Con- 
gratulémonos mutuamente, i si la unidad de sentimientos es 
la mejor base de la amistad, 70 me complazco en ofrecerla a 
TJd. de mi parte, suscribiéndome su mui atento i obsecuente 
servidor. — Jo^é Miguel de Velasco,i> 

Búlnes le revendió en estos términos: (1) 
cEzBco. saSob jeneral don José Miguel de Yelásoo, pbesidiN' 

TE DE BOLIYIÁ ETC. ETC. ETC. 

Lima 24 de mayo de 1839. 
« 
Mi respetable jeneral. 

Nada podia lisonjearme tanto, después de los triunfos que 
he tenido la buena suerte de conseguir, como el testimonio de 
haber hecho algo útil a la humanidad, i éste lo he recibido de 
esa porción interesante de ella. La República Boliviana i üd.^ 
se han dignado ser el órgano de semejante testimonio, acom- 
pañándolos con los mas delicados i espresivos sentimientos de 
aprobación i amistad. Beciba Ud. toda mi gratitud i mis de- 
seos de corresponder a tan benévolos ofrecimientos. 

Por lo que toca a Ud. mismo, la parte que ha tenido en esta 
segunda emancipación de su patria, ha correspondido cierta- 
mente a toda su ilustre carrera en el curso de la primera guer- 
ra de la independencia, i es de esperarse que Solivia, bajo el 
benéfico infligo del gobierno de Ud., recupere el reposo i la 



(1) Al mismo tiempo se cambiaron comunicaciones oficiales entre los 
GomeznoB de Bolivia 1 de Chile, que estdn concebidas en el mismo espí* 
ñtu de las cartas traaoritas, 

60 



434 OAMPAÑA DBL PERÚ EN 1838 

dignidad de que en mala hora se había visto privada por la 
desmedida ambición de un hijo desnaturalizado. 

Tales son mis ardientes deseos, señor jeneral; i con ellos i 
mis sinceros votos por la felicidad de Ud., me es altamente 
honroso suscribirme desde ahora su buen amigo i atento, obe- 
diente servidor. — Manuel Búlne8,y> 

La noticia de estos sucesos sorprendió agradablemente al 
ejército chileno que permanecía en la Sierra, aguardando el 
desenlace de los acontecimientos. Desde ese momento su tarea 
estaba terminada, i conseguido el objeto que determinó su par- 
tida al Perú. 

Su papel esclusivamente militar terminó con la batalla de 
Yungai i esta jornada célebre que ponia el remate a su obra, 
marca la transición de las operaciones militares con las opera- 
ciones políticas: deslinda la acción del jeneral Búlnes con la 
del jeneral Gamarra. Así lo comprendió aquel, delegando la au- 
toridad que investía sobre las fuerzas peruanas, i conservando 
solo el puesto de jeneral en jefe del ejército chileno. 

Su permanencia en la Sierra no tenia para que prolongarse. 
A principios de abril de,1839 movió sus batallones sobre Li- 
ma i el 18 del mismo mes hizo su entrada a la ciudad, reu- 
niendo en su persona las miradas curiosas i apasionadas de 
todo un pueblo. 

Sucesivamente fueron llegando los cuerpos de tropas man- 
dados por BUS jefes respectivos. Su marcha trabajosa, fatigada, 
BU aspecto enfermiso, su traje descuidado i raido, hacia con- 
traste con el prestijio i poesía de su valor i de su victoria. La 
ciudad de Lima festejó a los restauradores chilenos con el aga- 
zajo amable i espontáneo, que parece un don de su clima. 

Los vencedores entregados a los regocijos de la paz, aguar- 
daron el apresto de la espedicion que debía conducirlos a 
Chile, lo que no tardó en suceder como lo hemos de referir en 
el próximo capitulo. 



CAPÍTULO XVII 

Esttdia en linuu— Represo a Chile.— Entrada trinnfiíl 

a Santiago 



La segnnda ocnpacioii de Lima faé^ para el ejército chileno, 
el reverso de lo que habia sido la primera. La antígna hosti- 
lidad se habia transformado en una popularidad simpática, que 
se prodigaba a todos los instantes, una opulencia relativa 
hacía mas agradable su vida, que se habia arrastrado, hasta 
hace poco, en la miseria i en el abandono. 

Esa atsmósfera fascinadora, impregnada de entusiasmo i de 
admiradon, era hasta cierto punto incompatible con el rigor 
i disciplina que se requiere en el estranjero con un ejército 
yencedor, lo que hacia desear mas vivamente a Búlnes el pron- 
to regreso a Chile. 

Habian cesado ademas los motivos de su estadía en el Perú. 
•ün congreso estaba a punto de reunirse en Huancayo i era 
preciso probar, con los hechos, que el ejército chileno no trata- 
ría de imponerse a la representación nacional. 

Los aprestos de la partida se hacian en el mar con la mayor 
actividad. Los buques de guerra recibian su dotación de víve- 
res. Los mercantes se aprestaban para la conducción de la 
tropia, i el ejército seguía esos preparativos con la mas viva 
ansiedad. Por fin, a mediados de junio habia organizada una 
escuadrilla, en que se embarcó el jeneral Cruz con los batallo- 
nes Carampangue, Valparaíso, Simtiago i Aooncagua, con un^ 



436 OAMPAffA DSL PBBt} EN 1838 

_ 

oompafiia de artillería i con los escuadrones de Oarabineros i 
de Lanceros. 

La travesía, qne no fdé señalada por ningnn incidente nota- 
ble, terminó el 11 de julio, dia en que los espedicionaríos fue- 
ron recibidos en Yalparaiso entre los brazos de una población 
entusiasmada. (1) 

Mientras tanto, el gobierno peruano, que estaba obligado a 
cubrir al ejercite el pago de sus sueldos durante el tiempo de 
la campaña, se movia en todas direcciones, esforzándose por 
obtener recursos de un pais esquilmado por la guerra i las 
convulsiones políticas. Sus ájente consiguieron reunir una 
parte del valor de los sueldos i cubrir en un tanto la deuda 
contraída con los restauradores. 

A mediados de octubre, la escuadrilla que había repatriado 
a la primera división, se encontraba de regreso en el Perú i 
lista nuevamente para darse a la vela. El 19 de ese mes, el 
jeneral en jefe, seguido de todo el resto del ejército, acompaña* 
do de las autoridades i pueblo de Lima, se embarcaba en el 
Callao, dando un adiós al Perú i una suprema confirmación a 
sus promesas anteriores. <cLas promesas de Chile i las mías, 
deda a los pwvanoi, se hallan cumplidas i satisfechas. El 
Presidente de mi Bepública os había dicho: «Caigan para 
siempre los usurpadores americanos, i vuelvan a sus hogares 
los soldados de Ohüe, sin dejar en vuestro suelo mas recuer- 
dos de la guerra, que la amistad que hallan estrechado con 
vosotros, i el desinterés con que os hayan dejado en el libre 
ejercicio de vuestra soberanía:»; i yo, al pisar las playas de 
Ancón, os aseguré que venia — como el restaurador de vuestra* 
independencia, i como el amigo mas sincere i desinteresado de 
la nación peruana. — Sabéis que he hecho todo lo que he podi« 
do para merecer este doble título, i solo me resta despedirme 
de vosotros. Unido en adelante al Perú con los vínculos mas 
sagrados, séame permitido hablar de paz i orden en el mo- 
mento solemne de dejarlo. Sí, amigos, la ausencia de estos 
preciosos bienes ha causado todas vuestras pasadas desgra- 
cias : ellos deben cicatrizar ahora las heridas de la patria, i ser 

(1) No insertamos la proclama de Búlnes a la l.<^ división (Lima, 22 
de junio de 1839) ni la de Prieto al recibirla (19 de julio de 1839), por 
no alargar demasiado esta relación. 



oampaITa dil pmtf m 1838 437 

como la base de la nneva sociedad pernana^ que renace a su 
sombra: ellos i vuestro patriotismo os llevarán en breve por el 
camino de los sólidos adelantamientos i mejoras sociales^ a 
aquel alto grado de prosperidad a que es llamado natural* 
mente este precioso suelo* Tales son al menos mis vivos de» 
seos». 

El Ejército Restaurador se habia alejado del Perú sin llevar 
mas botín que el recuerdo de su gloria i de sus sacrificios. La 
campaña iniciada hacia mas de un año^ habia colmado las es* 
peranzas de los guerreros i las aspiraciones de la política* 
Suefios de gloria^ delirios de poder, todo se habia obtenido en 
ese paseo triunfal, que comenzó en Ancón i terminó en 
Yungai. 

Sin embargo, el vencedor nada habia ejdjido en cambio de 
su victoria. Duefio un momento del Perú, no lo fué sino el 
tiempo preciso para devolverlo a la plenitud de su indepen- 
dencia i poder. Su paso no fué marcado con las lágrimas del 
despojo ni de la violencia, i fué tan respetuoso i moderado en 
sus relaciones con el pueblo peruano como fuera de recio i de 
indomable en el combate. Su separación del Perú, fué estima** 
da en todo el mundo, como un acto de elevada política i de 
americanismo. 

La navegación hasta Talcahuano i en seguida a Valparaíso 
se efectuó sin dar lugar a nada de notable. 

El desembarco de la segunda división i del jeneral en jefe 
en Valparaíso, tuvo lugar en medio de la ovación popular mas 
entusiasta. El pueblo en masa, confundidos los rangos socia- 
les, se precipitó al paso del vencedor de Yungai, ajitando sus 
pañuelos, atronando el aire con sus vivas, cubriéndole de flo- 
res. Do quiera que se le viese, su camino era invadido por el 
pueblo i saludado con los mas frenéticos aplausos. 

El jeneral .Búlnes habia alcanzado a la cumbre de la mayor 
popularidad a que un hombre público puede aspirar en Chile. 
Su nombre corria de boca en boca; sus acciones eran familia- 
res i conocidas de todos. 

Su permanencia en Valparaiso duró el tiempo indispensable 
para organizar la partida del ejército a Santiago. La capital 
de la Bepública se preparaba, a su vez, a recibit a los vencedo- 



488 QiJIPAirA D8L PBBtf BK 18S8 

res con un lujo de entasiasmo que no ha sido sobrepasado mas 
tarde. 

Asistamos a ese espectáculo de agradecimiento nacional que 
cerrará dignamente estas pajinas ilustradas con el sacrificio i 
la victoria; pero acompañemos antes por un momento al g(h 
bierno en las emociones de su triunfo. 

La campaña^ que acababa de terminar de un modo tan glo« 
rioso^ habia tenido en suspenso al espíritu público i al gobierno 
de Chile. El ejército del Perú jugaba ademas de su propia suer- 
te^ la estabilidad del gobierno^ que por mas radicado que es* 
tuviese en la opinión, no habria podido resistir a una eventua- 
lidad desgraciada. Por esa razón Yungai, no solo era una vio 
toria nacional, sino su propia victoria. 

Su cooperación valerosa, su enerjia, su fé en medio del de*- 
saliente popular, le daban motivo para considerar esa campa-* 
fia, como una obra que si no le era personal, no carecía de dere- 
chos para reclamarla como suya. 

Antes de cerrar definitivamente esta relación, examinemos 
un momento, en virtud de qué medidas económicas, con que 
recursos financieros se habia podido llevar a cabo la empresa 
de Chile? 

Hoi, como ha dicho con exactitud un escritor nacional, esos 
recursos parecerian ridículos. Baste saber que el gobierno, que 
tenia solamente de entradas 2.532,462 pesos, no recurrió a 
ninguna contribución estraordinaria, contentándose con levan- 
tar un empréstito voluntario de 105,000 pesos! que fué luego 
cubierto por el óbolo del patriotismo, i señalando un plazo 
corto i a bajo interés, a los deudores morosos del Sstado. «Ape- 
nas puede ser creido, decia al Congreso, con lejítimo orgullo, 
el ministro de Hacienda don Joaquin Tocomal. Las rentas 
nacionales, repito con placer, han bastado para todo, etc. Ellas 
están libres i descargadas de toda obligación en el interior de 
la República, de manera que después de haber desplegado 
recursos suficientes en una larga i porfiada lucha, la paz vuel- 
ve i nos encuentra intactos, i en todo el vigor de nuestras 
fuerzas.» 

Con estos recursos financieros se equipó i armó la primera 
espediciou, que fué desbaratada en Quíllota por la mano saa^- 



óampaITa del PERtj BN 1838 439 

• 

grienta de Vidaurre; se repararon los males de la revnelta; 
se alisto el ejército que condujo el jeneral Blanco al Perú i 
que repatrió después de Paucarpata «menoscabado en su fuer- 
za, desmejorado en su armamento, desnudo de equipaje i al- 
canzando al Estado en considerables sumas.» (1) 

Siempre con esos mismos recursos se formó la segunda es- 
pedicion, se envió de resfuerzo el batallón Auxiliares, se 
equiparon los batallones Talca, Chillan, i dos escuadrones de 
granaderos, i por fin abasteció durante dos años a diez buques 
de. guerra que con el auxilio del ejército «trastornaron la faz 
del continente,]^» 

Parece increible que esos grandes esfuerzos nacionales se 
hayan podido realizar con elementos tan exiguos, i lo que es 
mas admirable, (i que el mismo celoso ministro hacia notar a la 
cámara) que apesar de que no se habia interrumpido de un solo 
dia el pago de los servicios públicos, hubo un sobrante 
en la arcas nacionales, para amortizar 25,000 pesos de los 
105,000, que se obtuvieron por empréstito. 

El gobierno tenia, pues, derecho de ver en la campaña del 
Perú, una doble gloria militar i administrativa, i para asociar- 
se a las manifestaciones de júbilo que el patriotismo de San- 
tiago prodigaba a los vencedores. 

Era el 19 de noviembre. La primavera comenzaba a vestir 
los árboles con su ropaje matizado i pintoresco. La ciudad se 
vestia de gala. El pabellón nacional ondeaba al frente de to^ 
das las casas, mientras en la Alameda una multitud compacta^ 
aguardaba ansiosa el momento en que asomasen las primeras 
columnas del ejército. 

Entre los álamos se habian colocado palcos, adornados con 
guirnaldas de flores, para las alumnas de todos los colejios, 
i varios arcos triunfales realzados con versos alusivos a la cam- 
paña trazaban el camino que recorrerían los vencedores. 

Al pié de estos arcos o bajo de ellos, se ajitaba una multi^ 
tud inquieta, compacta, compuesta de todo lo que tenia San- 
tiago de mas alto i de mas bajo, desde el centro hasta el arra- 
bal» Todas las categorías sociales se borraban por un mo« 



(1) Tocornal} Memoria de Hacienda, 1839i 



440 oampaJTa del perú bn 18ái3 

« 

mentó i se refundían^ por decirlo a«í^ dentro de la gran idea de 
la patria. 

Entretanto, el jeneral Biilnes que liabia alojado la noche an- 
terior en la finca de don Francisco Roiz Tagle, adonde habia 
ido a buscarlo una comisión de ciudadanos, entre quienes se 
encontraba el Presidente Prieto, asomaba a medio dia, en 
uno de los estremos de la alameda, a la cabeza de sus solda- 
dos, montado en su caballo de batalla, fiel compañero de sus 
angustias i peligros. 

Simultáneamente rompieron la marcha triunfal todas las 
bandas de música : las alunmas de todos los colejios, vestidas de 
fiesta, entonaron a una toz la canción de Yungai, a que hacia 
coro la multitud con ese aplauso unísono pero discordante como 
el entusiasmo popular. 

En pos de Búlnes desfilaron todos los cuerpos de la segunda 
división, i a medida que se presentaba cada uno, los vivas! redo- 
blaban; al mismo tiempo las familias de los soldados, rom- 
piendo las filas, se abrazaban de sus deudos, i formaban esce- 
nas en que el amor i el patrotismo se confundían en un solo 
sentimiento de alegría. 

No faitearon en ese momento episodios dolorosos que, como 
mía nota discordante, vinieron a turbar el eco de ese concierto 
entusiasta; eran las familias de las víctimas, que se acercaban 
a las filas a indagar los detalles de su desgracia, i cuyos llan- 
tos lastimeros se confandian con las esclamaciones frenéticas 
de la multitud. La larga fila de los vecedores, envuelta en 
ese océano humano, cubierta de flores, estrechada con efu- 
sión, encontraba dificultad para avanzar. La griia se redobla- 
ba cnando aparecia alguno de esos personajes idealizado por 
la imajinacíon popular, como la sárjente Candelaria, como el 
coronel Baquedano, cuya faz tostada sobresalia de la fila de 
sus arrogantes Cazadores. Maturana, hacia desfilar sus piezas 
lucientes que tantas veces habia empañado en el combate i i 
los jefes de los batallones de infantería rompian esas olas hu^ 
manas al son de los aires marciales que los habían conducido 
al sacrificio i a la victoria. Así llegaron hasta la Plaza de la 
Independencia^ de donde se retiraron a sus respectivos cuarte« 
les a deponer sui lurmas viotoríosas. 



campaSTa dblpbbú en 1838 441 

Ud mes después el gobierno disolvía el Ejército Hestaura- 
dor i enviaba a su jeneral la siguiente honrosa nota: 



Santiago^ dicieinbre 23 de 1839. 

Habiendo correspondido dignamente el jeneral en jefe del 
Ejército Bestaurador del Perú^ don Manuel Búlnes, a la ilimi* 
tada confianza que el gobierno depositó en él, al conferirle el 
mando de dicho ejército^ a cuya acertada dirección i ardiente 
eelo por cl honor nacional se debe la completa destrucción de 
las huestes de la titulada Confederación Pen\-Boliviana9 i co- 
mo nn consiguiente necesario el pleno goce de la soberanía i 
derechos de que hoi disfrutan aquellas repúblicas, se declara 
a dicho jeneral exonerado desde esta fecha de aquel cargo i 
perdiendo el mencionado ejército la espresada denominación^ 
tomará en lo sucesivo la de Ejército permanente de la Itepá- 
bliea bajo la9 bases que se dictarán por decreto separado, con 
areglo a la lei de 16 de setiembre del presente año; mas que- 
riendo el gobierno manifestar la alta satisfacción que le mere- 
ce el acertarlo tino i eminentes servicios, acreditadas por el 
mencionado jeneral con testimonios tan repetidos, como piU>li. 
eos i notorios, viene en nombrarlo desde \ioij jeneral en jefe del 
ejercito permanente, inspector jeneral de ¿I i de la guardia cU 
cica de la República. 
Tómese razón i comuniqúese. — Prieto. — Ramón Cavareda^ 
La campaña del Perú habia terminado. Los soldados regre- 
saban a sus hogares a animarlos con la relación de sus victo- 
rias. La narración de sus proezas de sus sulrimientos i de sus 
peligros, llegó a formar por algún tiempo la leyenda de esa 
época brillante. 

El período que hemos descrito, iluminado con los mas vivos 
colores de la poesía i del valor, pasará a la historia como una 
de las grandes épocas de Chile; época en que lucien» üterm^ 
tivamente el valor civil de los mandatarioB i del pueblo i el 
valor militar del guerrero. La campaña del Perú aseguró, por 
largo tiempo, el ascendiente de Chile en toda la América del 
Sur i puso de relieve las sobrias i nobles virtudes que asegnm- 
lon SQ trinnfo, virtudes que llevadas al campo de las pacífiqp^ 

^. :•" 

V 



442 campaITa dbl tzró en 1838 

contiendas civiles habian de asegurar nuestro ascedíenteí predo - 
minio en la paz, como lo aseguraron en la guerra. Laobedien- 
cía i subordinación de que nuestro ejército dio tan nobles 
pruebas, serian, trasportadas a las contiendas de la pa£, la 
simiente del orden i del respeto de la lei. 

La América fijó desde ese dia en nosotros su atención so* 
lícita i no se desentendió en adelante de Chile como acostum- 
braba hacerlo. Chile, a su vez, conquistó el puesto que le co* 
rrespondia en el concierto americano i salió súbitamente de su 
condición oscura e ignorada. La magnitud de sus sacrificios 
no pasó desapercibida para nadie. Todos estimaron en su justo 
valor el esfuerzo vigoroso que tuvo necesidad de hacer al dia 
siguiente de Paucarpata, para llevar nuevamente la guerra í 
la invasión al seno de dos paises poderosos i organizados, i en 
que habia pecado su tributo a la desgracia una distinguida 
figura americana. 

El prestijio que el tratado de Paucarpata dio al jeueral San- 
ta-Cruz, hubiera sido el cimiento de su obra, i engrandecida I» 
Confederación, nuestra existencia hubiera sido efimera e in- 
cierta. Amenazados cada dia por ese poder invasor que no ha- 
bría olvidado la ofensa que se le quisiera inferir en hora de 
debilidad, hubiera sido necesario recurrir tarde o temprano a la 
guerra, paiük. conquistar nuestro ascendiente desconocido. Yun- 
gai fué una satisfacción del pasado i una gsurantia del porve- 
nir; fué el crédito de Chile en el esterior i la paz pública en el 
interior. 

Bajo otro punto dé vista, Yungai vino a seír el complemento 
de la guerra de la independencia. La revoluribn de 1810 ase- 
guró nuestra libertad esterior, sacando a la vida ia una nación 
que habia vivido por tres siglos entre los pafiíúes de la colonia^ 
La campa|Mk de 1838, nos dio la importancia política i conti- 
nental; Jüí puesto respetable en América, i como resultado le- 
jano pero no menos indudable, la paz públici^ que comienza a 
rejenerar tfhestras costumbres al aniparo de !a libertad, que 
TÍvifica i engrandece todo. 



FIN 



.> 



índice 



PAJ. 

PilEFACIO. 

CAPÍTULO L— Operaciones navales 10 

— II. — Preparativos, embarque i llegada 

al Perú 16 

— III. — Primeros movimientos militarei.-^ 

Batalla de Guias. — ^Toma de 
Lima 30 

— IV. — El jenfiral don Manud Búlnes. — 

Sus primeros añOB- — (1799- 
1838) 69 

— V. — Columna de Castilla. — Primeros 

trabajos de Gramarra en Lima. 
— Espedicion de La-Faente al 
Norte 95 

— VI. — Batalla de Matucana 125 

— Vil, — Espedicion de Salas. — Búlnes en 

Lima. — Retirada al Norte. — 
Conferencias de Huacho 145 

— VIIL— Eljeneral Santa-Cruz : 190 

— IX.— Sitio del. Callao , 207 

— X. — Cuestiones diplomáticas ^ 238 

— XI. — Santa-Cruz en lima. — Los •fw- 

rioB. — Combate de Gasnut^^... 267 

— XI r. — Marcha de los ejércitos Res^onir 

dor i Protectoral a las pÜlin- 
cías del Norte ••••• 285 

— XIII. — Columna de Vidal. — Torneo en 

ChiquiaD. — Qamamea Tngi- 
11o.— Sn vida. .«... 32^^ 



444 ÍNDICE 

CAPÍTULO XIV.— Batalla de Buín 35U 

— XV. — Batalla (le Yungai 374 

— XVI. — Consecuencias de Yungai 410 

— XVII. — Estadía en Lima. — Regreso a Chi- 

le. — Entrada triunfal a San- 
tiago .435 



PLANOS 



Plano de nna parte del Perú para la intelrjenc'a de las 

primeras operaciones del ejército Eestaurador... 125 

— del departamento de Huaylas 2S5 

— de la batalla de Yungai 374 



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