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Full text of "Historia de la Confederacion Argentina ; Rozas y su epoca"

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HISTORIA 


CONFEDERACIÓN  ARGENTÍNi 


ROZAS  Y  SU  ÉPOCA 


Est .    tipográfico  El  Censor,  CJorrientcs  S'^if) 


"v 


HISTORIA 


CONFEDERACIÓN  ARGENTINA 


ROZAS   Y   8Ü    ÉPOCA 


AI>OLFO     SALDIAS 


•SEGUNDA   EDICIÓN    CORREGIDA  ,     COXSIDEK AIJI.EMENTE   AUMENTADA   K  ILUSTRADA 
CON  LOS  KKTP.ATOS  DE    LOS  Plí IXCIPM.ES    PERSONAJES    DK    ESE   TIEMPO 


roMO  II 


B  li  R N  OS    .\  I  R E S 

FÉLIX     LAJOUANE,     EDITOR 

1892 


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CAPÍTULO  XIV 


LA  VALLE     Y    ROZAS 


(1823) 


Sumario.  I.  Miras  délos  revolucionarios  del  I»  de  diciembre. — II.  Lo  que  veían  les 
adversarios.  —  III.  El  rigorismo  revolucionario:  la  prensa  y  las  clasifica- 
ciones de  los  federales. — IV.  La  reacción  de  las  provincias. — V.  Porqué 
esta  reacción  aparecía  más  radical  que  la  anterior.  — VI.  López  y  Rozas 
en  la  campaña  de  Buenos  Aires.  —  VII.  Lavalle  envía  á  Paz  al  interior  y 
sale  á  contener  á  aquéllos.  —  VIII.  La  táctica  de  López  y  de  Rozas.  — IX. 
Combates  de  las  Palmitas,  Vizcacheras  y  Puente  de  Márquez.  —  X.  Lójjez  se 
retira  á  Santa  Fe  y  propone  a  Lavalle  la  paz.  — XI.  — Los  prestigios  de 
Rozas.  —  XII.  Lavalle  contra  los  sentimientos  y  la  tendencia  de  la  campaña. 

—  XIII.  Su  resolución  en  presencia  de  estos  hechos.  ^XIV.  Su  escursión 
nocturna  al  campo  enemigo.  — XV.  Lavalle  en  el  alojamiento  de  Rozas.  — 
XVI.  Conferencia  entre  Lavalle  y  Rozas, — XVII.  Convenio  de  24  de  junio 
de  1829.  —  XVIII.  Impresión  que  produjo  el  convenio.  —  XIX.  Fraude  en  las 
elecciones  :  lo  que  pensaba  Rozas  de  esta  situación.  —  XX.  Convenio  adi- 
cional de  24  de  agosto  :  nombramiento  del  general  Viamonte.  —  XXI.  Fusión 
del  partido  urbano  de  Borrego  con  el  partido  de  las  campañas.  —  XXII.  Nue- 
vas adhesiones  á  este  partido:  rumbos  en  que  entra  desde  luego.  —  XXIII. 
Aspiraciones  de  Rozas  al  gobierno.  —  XXIV.  Vacilaciones  del  general  Via- 
monte j)ara  convocar  á  elecciones.  —  XXV.  Consulta  que  le    hace  á  Rozas. 

—  XXVI.  Opinión  de  los  dorreguistas.  —  XXVII.  Informe  de  Rozas  en  la 
consulta  del  gobernador.  —  XXVIII.  Éste  convoca  la  legislatura   derrocada. 


La  situación  revolucionaria  se  radicó  por  el  momento 
en  la  ciudad  de  Buenos  Aires,  cuando  bajó  á  ésta  la 
segunda  división  del  ejército  republicano,  al  mando  del 
general  José  María  Paz.  Los  hombres  que  dirigían  al 
general  Lavalle,  con  tendencias  análogas  á  las  que  los 
llevó  á  rodear  á  Rivadavia,  aunque  con  propósitos  menos 
levantados,  sabían  qué  resistencias  formidables  suble- 
vaban en  el  interior  de  la  República,  y  se  propusieron 
abatirlas  con  medidas  tan  radicales  como  las  que  aca- 
baban de  iniciar  fusilando  al  funcionario  que  ejercía  el 
poder  ejecutivo  de  la  Nación.  La  prensa  revolucionaria 


asignó  á  esta  política  el  carácter  de  le}^  de  la  necesidad; 
y  ella  y  aquéllos  circunscribieron  sus  miras  á  hacer 
j)revalecer  en  el  hecho  y  en  la  ley  la  organización  cons- 
titucional que  fracasó  ruidosamente  en  el  año  anterior 
como  había  fracasado  en   1819. 

Esto  es  lo  que  se  veía.  Lo  que  creían  ver  los  adver- 
sarios de  este  orden  de  cosas  era  más  radical  todavía. 
Fijándose  en  los  antecedentes  y  trabajos  de  los  direc- 
toriales,  confundidos  con  los  unitarios  que  gobernaban, 
atribuíanles  el  propósito  de  monarquizar  el  país  para 
cimentar  por  este  medio  el  orden  y  asegurar  la  paz. 
Especie  acreditada  era  ésta  entre  los  federales  y  quedó 
después  como  recuerdo  de  una  de  tantas  tentativas 
abortadas.  «El  1°  de  diciembre  de  1828,  —  escribía  treinta 
y  cuatro  años  después  el  señor  José  M^,  Roxas  y  Patrón, 
ex-presidente  del  Congreso  de  1826  y  ex-ministro  de 
Borrego,  —  así  que  el  general  don  Manuel  Escalada  supo 
la  revolución,  hecha  por  su  amigo  íntimo  don  Juan 
Lavalle,  se  fué  á  él  y  lo  encontró  en  la  plaza;  y  recon- 
viniéndolo, Lavalle  lo  sacó  al  medio  y  le  dijo:  «Te  diré 
mi  secreto,  y  tú  no  lo  dirás  á  nadie.»  Escalada  contestó: 
«Á  nadie,  no:  sólo  á  mi  hermano  Bernabé  para  quien 
no  tengo  secretos.»  «Bien,  sea  á  él  sólo.  Ya  está  visto 
que  la  República  es  una  merienda  de  negros,  que  en 
nuestro  país  no  puede  ser.  He  entrado  en  el  proyecto 
de  establecer  una  monarquía:  he  dado  los  pasos  y  tendre- 
mos por  soberano  un  príncipe  de  las  primeras  dinas- 
tías de  Europa.»  Esto  nos  lo  contó  después  don  Bernabé 
de  Escalada  al  general  Iriarte  y  á  mí,  añadiendo  ser 
la  primera  vez  que  lo  decía.»  f) 

Tuviera  ó  no  esta  tentativa  el  alcance  que  se  le  asig- 


( ' )  Carta  al  general  Rozas,  de  lecha  1»  de  enero  de  1862.  (Manus- 
crito oriifinal  en  mi  archivo.) 


—  3  — 

naba  entonces  y  que  se  le  asignó  poco  después  con  mo- 
tivo del  regreso  de  Rivadavia,  como  se  verá  oportuna- 
mente, lo  cierto  es  que  los  dirigentes  del  partido  unitario 
suprimieron  de  hecho  las  instituciones  y  el  mecanismo 
que  funcionaba  más  ó  menos  regularmente  desde  íines 
de  1820.  Derrocada  la  cámara  legislativa,  suplantados 
los  miembros  del  poder  judicial  con  adictos  de  la  situa- 
ción y  dueños  de  todos  los  resortes  de  la  administración, 
esos  dirigentes  redujeron  el  gobierno  á  la  dictadura  mi- 
litar del  general  Lavalle,  á  quien  manejaban  desde  una 
junta  ó  consejo  en  que  los  principales  entraron.  El 
absolutismo  revolucionario  alcanzó  naturalmente  á  la 
prensa;  que  la  libertad  de  la  palabra  escrita  quedó  reser- 
vada para  El  Pampero,  El  Tiempo  y  otros  papeles  unita- 
rios, los  cuales  se  diría  que  predijeron  para  sus  partida- 
rios los  rigores  que  predicaban  con  el  objeto  de  destruir 
á  sus  enemigos.  En  este  camino  se  fué  lejos;  que  se 
forjaron  armas  de  dos  filos,  las  cuales  debían  usar  des- 
pués los  mismos  contra  quienes  entonces  se  esgrimieron. 
En  las  contiendas  del  Año  XX  se  persiguió  individual- 
mente al  ó  á  los  adversarios  peligrosos.  En  1828  se 
decretó  la  persecución  colectiva  y  general  al  partido  polí- 
tico desafecto  al  que  el  general  Lavalle  representaba. 
Á  principios  de  1829  el  consejo  de  ministros  del  general 
Lavalle  inventó  el  sistema  de  las  clasificaciones,  ó  sea 
las  listas  de  todos  los  adversarios  conocidos  de  esa  situa- 
ción, y  esto  con  el  objeto  de  asegurar  ó  desterrar  á  los 
federales  más  conspicuos,  como  lo  verificó  con  don  Tomás 
Manuel,  don  Nicolás  y  don  Juan  José  Anchorena,  con 
García  Zúñiga,  Arana,  Terrero,  Dolz,  Maza,  Rozas,  etcé- 
tera, etcétera.  (*) 

(^)  Véase  Memorias  postumas  del  general  Paz,  tomo  II,  pág. 
345.  El  general  Paz  era  ministro  de  la  guerra  bajo  ese  gobierno  del 
general  Lavalle. 


Entretanto  la  reacción  armada  estallaba  en  casi  toda 
la  República.  La  legislatnra  de  Córdoba  le  confirió  al 
gobernador  Bnstos  facultades  extraordinarias ,  y  éste  se 
aprestó  á  defenderse  del  ataque  que  se  le  anunciaba  y 
era  fácil  prever.  El  general  Quiroga  declaró  públicamente 
que  se  dirigía  á  restaurar  las  autoridades  de  Buenos 
Aires,  y  levantó  una  fuerte  división  en  Cuyo.  El  gober- 
nador Ibarra  se  dio  la  mano  con  el  de  Tucumán  y  for- 
maron otro  cuerpo  de  ejército  para  defenderse  ambos. 
El  general  López,  gobernador  de  Santa  Fe,  le  declaró  al 
general  Lavalle  que  no  le  reconocía  como  gobernador 
de  Buenos  Aires  y  que  cortaba  con  él  toda  relación  de 
provincia  á  provincia.  (\)  En  la  compaña  sur  de  Buenos 
Aires  fuertes  grupos  de  milicianos  armados,  buscaban  su 
incorporación  en  los  puntos  que  á  jefes  de  su  devoción 
indicaba  Rozas  desde  Santa  Fe. 

Lavalle  no  tenía,  como  Rivadavia,  ni  la  reputación 
de  un  político  que  sólo  sabía  actuar  dentro  del  derecbo 
y  de  la  ley,  ni  la  égida  de  un  congreso  como  el  de  182G 
que  hiciera  triunfar  en  principio  los  ideales  de  la  mino- 
ría, conteniendo,  —  en  brillante  tregua  para  la  libertad 
del  pensamiento,  —  el  empuje  incontrastable  de  los  pue- 
blos y  caudillos  semibárbaros.  No;  que  por  ser  exclusi- 
vamente un  soldado  cuadrado  habíanlo  reconocido  como 
jefe  visible  los  unitarios  que  circunscribían  su  política 
á  abrir  camino  con  el  sable  á  la  Constitución  de  182U. 
Con  él  conseguían  lo  que  no  consiguieron  con  Rivadavia; 
que  éste  era  la  primera  personalidad  entre  ellos;  la  que 
descolló  por  su  grande  iniciativa,  y  la  que  por  su  virtud 


(')  Las  notas  de  esta  referencia  se  jiublicaron  en  Córdol)a  y  pos- 
teriormente en  El  Archivo  Americano.  Véase  el  Buenos  Aires 
cautiva  y  La  Nación  Arge^ilina  decapitada  á  nombre  y  por  orden 
del  nuevo  Catilina  Juan  Lavalle  (1829),  que  redactaba  en  Santa 
Fe  el  padre  Castañeda.  y. 


á  todos  se  impuso  en  el  momento  solemne  de  su  caída. 
El  órgano  oficial  de  los  unitarios  de  1828  condensaba 
esa  política  escribiendo:  «  . .  .Al  argumento  de  que  si  son 
pocos  los  federales  es  falta  de  generosidad  perseguirlos, 
Y  si  son  muchos,  es  peligroso  irritarlos,  nosotros  deci- 
mos que,  sean  muchos  ó  pocos,  no  es  tiempo  de  emplear 
la  dulzura,  sino  el  palo . . .  sangre  y  fuego  en  el  campo 
de  l)atalla,  energía  y  firmeza  en  los  papeles  públicos... 
Palo,  porque  sólo  el  palo  reduce  á  los  que  hacen  causa 
común  con  los  salvajes.  Palo,  y  de  no  los  principios 
se  quedan  escritos  y  la  República  sin  Constitución.»  (') 
Nadie  en  la  Piepública  se  hacía  ilusiones  á  este  res- 
pecto ;  y  por  esto  la  reacción  contra  los  unitarios  de 
1828,  —  aun  prescindiendo  del  fusilamiento  del  goberna- 
dor Borrego, — se  manifestó  más  radical  y  más  violenta 
que  la  que  se  había  limitado  á  hacer  el  vacío  á  los 
poderes  nacionales  de  1826. 

La  lucha  sobrevino  desde  luego.  El  coronel  Juan 
Manuel  de  Rozas,  del  campo  de  Navarro  se  había  diri- 
gido á  Santa  Fe  ó  impuesto  al  gobernador  López  de  la 
situación  de  Buenos  Aires,  asegurándole  que  el  general 
Lavalle  estaba  reducido  en  la  ciudad,  y  que  toda  la 
campaña  le  era  hostil.  López  pensó,  y  con  razón,  que 
lo  primero  que  haría  Lavalle  sería  irse  sobre  Santa  Fe; 
y  calculando  que  Rozas  podría  ser  un  poderoso  ante- 
mural en  Buenos  Aires  por  su  influencia  decisiva  en  las 
campañas,  de  lo  cual  tenía  pruebas  recientes,  reunió  sus 
milicias,  nombró  á  Rozas  mayor  general  de  su  ejército 
y  abrió  su  campaña  contra  Lavalle  invadiendo  á  Buenos 
Aires  por  el  norte.  «...  Quedé  obligado  á  usar  de  la  auto- 
ridad de  que  estaba  investido. — escribía  Rozas,  desde  su 


(')   Véase  el  núm.  58  de  El  Pampero,  que  redactaban  don  Ju?.:i 
Cruz  y  don  Florencio  Várela.  ' 


retiro  de  Southampton,  recordando  esos  sucesos, — y  me 
puse  á  las  órdenes  del  señor  general  López,  general  en 
jefe  nombrado  por  la  Convención  Nacional,  para  operar 
contra  el  ejército  de  línea  amotinado.»  C) 

Lavalle  envió  al  general  José  María  Paz,  al  frente  de 
la  segunda  división  del  ejército  republicano,  para  que 
sofocase  en  las  provincias  del  interior  la  resistencia  de 
los  jefes  arriba  mencionados;  y  mientras  éste  iniciaba 
su  cruzada  en  Córdoba,  él  se  dirigía  con  15Ü0  veteranos 
al  encuentro  de  López  y  de  Rozas,  quienes  engrosaban 
su  ejército  con  grupos  numerosos  de  milicianos  armados. 

El  general  Estanislao  López,  con  ser  que  inició  su 
carrera  en  el  regimiento  de  Granaderos  á  caballo  y  se 
batió  heroicamente  en  San  Lorenzo  á  las  órdenes  de  San 
Martín,  no  era  un  militar  de  las  condiciones  del  general 
Lavalle;  pero  podía  competir  dignamente  con  éste,  y 
aun  superarlo  en  la  clase  de  guerra  que  se  propuso 
hacerle.  Era  la  guerra  del  viejo  y  astuto  caudillo,  que 
no  empeñaba  combates  serios,  pero  que  fatigaba  conti- 
nuamente á  su  adversario,  presentándole  por  todos  lados 
grupos  de  caballería  bien  montada,  mientras  él  se  apo- 
deraba de  los  recursos,  y  conseguía  llevarlo  más  ó  menos 
debilitado  hacia  un  punto  donde  le  caía  entonces  con 
todas  sus  fuerzas.  Los  veteranos  de  Lavalle  se  veían 
por  la  primera  vez  impotentes  ante  la  pericia  y  astucia 
de  esos  dos  jefes  de  milicias  que  obtenían  en  las  dila- 
tadas llanuras  la  ventaja  singular  de  destruir  un  ejér- 
cito regular,  sin  aceptar  combates,  sin  presentarlos  tam- 
poco y  dueños  de  los  recursos  y  de  los  arbitrios  de  que 
aquél  no  podía  echar  mano. 

Con  todo,  Lavalle  comprendió  la  táctica  especial  de 
sus  adversarios.  Ayudado  de  algunos  hacendados  adictos 

(')  Carta  de  22  de  septiembre  de  1869.  (Dup.  orig.  en  mi  archivo.) 


pudo  montar  sus  soldados  en  caballos  selectos  y  obli- 
oar  á  López  y  á  Rozas  á  los  combates  de  las  Palmitas 
y  de  las  Vizcacheras,  en  los  cuales  la  caballería  santafe- 
cina pretendió  vanamente  cerrar  en  círculo  de  hierro  á 
los  veteranos  de  Cutizaingó. 

Lavalle  creyó  haber  obtenido  sobre  López  y  Rozas 
Tentajas  mayores  que  las  que  alcanzó;  y  queriendo  apro- 
Techarse  de  ellas,  se  corrió  hasta  las  inmediaciones  del 
puente  de  Márquez,  y  despachó  á  la  ciudad  una  orden 
para  que,  á  la  brevedad  posible,  una  columna  de  infan- 
tería viniera  á  incorporársele.  Lavalle  quería  lanzar  esta 
•columna  sobre  Santa  Fe,  cubriéndola  él  por  el  flanco, 
entre  ella  y  el  ejército  de  López  á  cuyo  encuentro  se 
dirigiría.  Ocupada  Santa  Fe,  López  marcharía  precipi- 
tadamente á  su  provincia,  Lavalle  lo  seguiría  allí,  ence- 
rrándolo con  la  ayuda  de  Paz  que  vendría  del  lado  de 
Córdoba,  y  entonces  la  campaña  cambiaría  completamente 
de  aspecto.  Pero  López  no  le  dio  tiempo.  Sospechando, 
acaso,  los  movimientos  que  intentaba  su  contrario,  y 
suponiéndolo  con  escasos  medios  de  movilidad  después 
de  los  dos  últimos  combates,  reunió  todas  sus  fuerzas 
y  se  lanzó  sobre  el  puente  de  Márquez.  Lavalle  tuvo 
que  aceptar  el  combate.  Agobiado  por  el  número,  fué 
obligado  á  retirarse  después  de  una  lucha  encarnizada 
y  sangrienta. 

En  estas  circunstancias  el  general  Paz  obtenía  un 
triunfo  sobre  el  general  Quiroga  en  la  Tablada.  López, 
suponiendo  que  Paz  marcharía  sobre  Santa  Fe,  se  retiró 
precipitadamente  á  esta  provincia,  dejando  al  coronel 
Rozas  al  frente  del  ejército  que  éste  se  había  formado  á 
expensas  de  su  influencia.  De  acuerdo  con  Rozas  diri- 
gióle al  general  Lavalle  proposiciones  de  paz.  Pero  la 
política  no  tenía  más  rumbo  que  la  guerra  ó  el  com- 
pleto sometimiento,  y  aunque  quizá  el  general  Lavalle 


—  8  — 

se  inclinara  á  la  paz  y  una  parte  de  la  prensa  así  lo 
predicase,  los  consejeros  de  éste  la  cohonestaron  enérgi- 
camente, proclamando  en  sn  órgano  oficial — El  Pampero 
—  la  necesidad  de  emplear  el  palo  y  conducir  las  cosas 
á  sangre  y  fuego,  como  Cjueda  transcripto  más  arril)a. 
Si  López  era  capaz  de  debilitar  á  Lavalle  en  el  gé- 
nero de  guerra  que  emprendió  contra  éste,  mucho  más 
lo  era  Rozas,  que  conocía  palmo  á  palmo  la  campaña 
de  Buenos  Aires  y  que  contaha  con  la  adhesión  incon- 
trastable de  los  habitantes,  quienes  veían  en  él  su  jefe 
natural  desde  el  año  de  1820,  y  su  paño  de  lágrimas 
en  la  larga  noche  del  desamparo  que  habían  sobrellevado 
con  resignación  desde  el  día  en  que  la  revolución  de 
1810  prometió  iguales  beneficios  á  todos  los  argentinos. 
La  campaña  se  había  levantado  como  un  solo  hombre 
para  seguir  la  bandera  de  Rozas.  « Vamos  por  segunda 
vez  á  restablecer  con  nuestro  esfuerzo  las  autoridades, 
y  á  restaurar  las  leyes  de  la  Provincia.  —  les  decía  Ro- 
zas en  sus  proclamas;  —  abandonemos  nuevamente  las 
faenas  de  que  vivimos,  y  todos  los  goces  de  la  vida 
privada,  porque  así  lo  reclama  la  patria  en  peligro...» 

Y  estas  proclamas  retemplaban  los  sentimientos  enér- 
gicos de  esa  multitud  enorgullecida  del  rol  culminante 
que  debía  desempeñar  por  iniciativa  del  único  hombre 
que  había  sentido  y  se  había  connaturalizado  con  ella, 

Y  exaltaba  con  entusiasmo  ingenuo  á  esa  personalidad 
que  le  pertenecía;  á  ese  joven  aristocrático  que  había 
establecido  en  el  antes  desierto  sur  la  verdadera  escuela 
del  trabajo  moralizador  y  de  la  beneficencia  ilimitada, 
en  provecho  de  sus  compañeros  de  fatigas,  de  esos  gau- 
chos generosos  que  encontraban  en  él  un  apoyo  para 
su  vida  ó  un  porvenir  para  su  hogar. 

Lavalle  debía  luchar,    pues,    no   ya  contra   soldados 
más  ó  menos  disciplinados,  frente  á  frente  y  en  campo 


—  9  — 

abierto,  como  había  luchado  toda  su  vida  desde  1811 
hasta  después  de  la  campana  del  Brasil.  Tenía  que 
luchar  contra  sentimientos  y  tendencias  que  llegaban 
al  fanatismo.  Veíase  aislado  é  impotente,  con  ser  que 
tenía  á  sus  órdenes  las  mejores  tropas  de  la  República 
y  á  su  disposición  los  tesoros  de  la  Provincia.  Rozas 
no  tenía  más  cargo  que  el  que  le  diera  el  gobierno  derro- 
cado. Las  evoluciones  de  la  opinión  turbulenta  habíanlo 
traído  á  la  ciudad  á  restablecer  con  su  persona  y  con 
sus  bienes  las  autoridades  de  la  Provincia,  y  una  vez 
restablecido  el  orden  había  regresado  á  sus  estancias  y 
atacado  con  el  mismo  brío  de  siempre  los  trabajos  de 
la  industria  que  lo  enriqueció  dignamente.  Era  un  mi- 
litar ciudadano  que  podía  decir  que  había  incrustado  su 
voluntad  en  el  espíritu  del  noble  hijo  de  los  campos. 

Lavalle  vio  claramente  que  la  opinión  de  la  ciudad 
iniciadora  de  todos  los  movimientos  que  se  habían  su- 
cedido hasta  1820.  —  aunque  le  perteneciera  á  él  comple- 
tamente,—  no  podía  dirigir  ya  la  política  de  la  Provin- 
cia; porque  frente  á  ella  se  levantaba  otra  opinión  más 
robusta,  invocando  con  la  conciencia  de  su  propia  fuerza, 
el  derecho  de  contar  alguna  vez  en  la  comunidad  de  que 
formaba  la  mayor  parte,  después  de  haber  contribuido 
con  su  sangre  y  con  sus  sacrificios  á  cimentar  la  inde- 
pendencia del  país.  Midió  el  peso  de  la  iníluencia  de  Rozas 
en  la  campaña;  y  dedujo  sin  esfuerzo  que  la  lucha  sería 
tanto  más  larga  cuanto  que  Rozas  disponía  de  recursos 
inmensos  que  se  le  brindaban  en  el  teatro  mismo  de 
la  acción.  En  presencia  de  estos  hechos,  Lavalle  lijó  su 
resolución  y  se  anticipó  á  llevarla  á  efecto,  antes  que  el 
cónclave  de  sus  amigos  le  argumentara  inconvenientes 
á  los  cuales  no  quería  responder  esta  vez. 

Lavalle  se  hallaba  en  su  campamento  de  los  Tapiales, 
cerca  de  lo  que  es  hoy  Ramos  Mexía.  Una  noche. . .  noche 


—  10  — 

triste  para  el  orgulloso  vencedor  en  Río-Bamba,  Pasco  y 
Bacacay. . .  el  general  Lavalle  montó  á  caballo  y  ordenó  á 
un  oíicial  que  lo  siguiera  á  la  distancia.  ¿Adonde  iba? 
Sus  subalternos,  que  conocían  su  carácter,  imaginaron  que 
alguna  empresa  extraordinaria  iba  á  acometer.  ¿Quería 
dar  un  golpe  decisivo  en  la  mañana  siguiente?  ¿Era  que 
iba  á  empeñarse  en  combate  singular  con  Rozas,  como  hubo 
de  verificarlo  años  antes  con  algún  jefe  realista?  Nadie 
lo  sabía.  Nadie  osó  preguntárselo.  Lavalle  rumbeó 
hacia  el  sur.  Esto  era  imprudente  en  un  general,  al  frente 
de  un  enemigo  cuyas  partidas  lo  cercaban  por  todos 
lados.  Á  las  dos  leguas,  próximamente,  fué  envuelto  por 
un  grupo  de  soldados  de  Rozas.  «Soy  el  general  Lava- 
lle,—  gritóles  á  los  que  vinieron  á  reconocerle: — digan 
Vds.,  al  oficial  que  los  manda,  que  se  aproxime  sin 
temor,  pues  estoy  sólo... »  Los  buenos  gauchos  quedaron 
estupefactos.  Creían  que  las  hondas  del  aire  silbador 
de  esa  noche  de  invierno,  llevaban  ese  nombre  de  boca 
de  un  fantasma;  de  esos  que  tan  fáciles  se  crea  la  índole 
supersticiosa  de  cualquier  gaucho  que  no  haya  leído  á 
Hoffmann.  ¡El  general  Lavalle,  solo,  y  entre  ellos!!... 
¿Era  que  se  había  vuelto  loco  ese  veterano  cuyo  nom- 
bre respetaban?...  De  cualquier  modo,  soldados  y  oficial 
obedecieron,  como  si  se  tratara  de  las  órdenes  de  su 
jefe.  (\)  Lavalle  siguió  marchando  al  lado  del  oficial 
hasta  cierta  distancia,  en  que  este  último  le  presentó  á 
un  otro  jefe  de  destacamento,  retirándose  en  seguida  de 
hacerle  respetuosamente  el  saludo  militar.  Nueva  estu- 


( ' )  Tengo  en  mi  poder  una  especie  de  Memoria  militar,  escrita 
por  un  campesino  que  en  aquella  época  .-sirvió  con  Rozas,  quien  lo 
ascendió  hasta  teniente.  Esta  memoria,  aunque  bastante  incorrecta, 
es  exactísima  en  cuanto  á  los  hechos,  y  minuciosísima  en  cuanto  á 
fechas,  nombres,  lugares  y  detalles  ([ue  ajuicio  de  su  autor  sirven 
para  ilustrar  á  sus  hijos.  El  autor  de  esta  memoria  fué  uno  de  los 
(lue  reconoció  al  general  Lavalle  en  la  noche  ;i   que  me  refiero. 


—  11  — 

pefaccióii  de  los  soldados,  que  se  aproximaban  hasta 
donde  les  era  dado,  para  cerciorarse  de  que  aquel  hombre 
sereno  y  hermoso  era  el  general  Lavalle  de  carne  y 
hueso.  Lavalle  habló  con  el  oficial.  Éste  obedeció  al 
punto,  y  siguió  con  el  general  la  marcha  hacia  el  sur. 

Así  llegó  Lavalle...  al  mismo  campamento  del  co- 
ronel Rozas.  Un  oficial  superior  le  salió  al  encuentro. 
« Diga  V.  al  coronel  Rozas  que  el  general  Lavalle  de- 
sea verlo  al  instante... »  El  oficial  se  conmovió  de  pies 
á  cabeza,  pero  cuadrado  y  respetuoso  pudo  responderle 
que  el  coronel  no  se  encontraba  en  ese  momento  allí.  — 
« Entonces  lo  esperaré,  agregó  Lavalle :  indíqueme  V.  el 
alojamiento  del  coronel.  »  Y  al  penetrar  en  la  tienda 
de  Rozas  le  dijo  al  oficial:  «Bien,  puede  V.  retirarse; 
estoy  bastante  fatigado  y  tengo  el  sueño  ligero...»  y  se 
acostó  en  el  propio  lecho  de  Rozas,  concillando  á  poco 
un  sueño  tan  tranquilo  como  el  de  la  noche  siguiente 
de  la  victoria  de  Maipú.  Rozas  vigilaba  por  sí  mismo 
las  partidas  y  retenes  de  las  inmediaciones.  Cuando  re- 
gresó y  el  oficial  le  dio  cuenta  de  que  Lavalle  se  halla- 
ba sólo  y  dormido  en  su  lecho,  Rozas  que  sabía  domi- 
nar todas  sus  emociones,  no  pudo  reprimir  algo  como  la 
tentativa  de  un  sobresalto.  ¿Cómo?...  El  jefe  armado  de 
sus  enemigos  que  lo  habrían  sacrificado  como  á  Borre- 
go ;  el  mismo  que  por  su  orden  acababa  de  fusilar  al 
gobernador  de  la  Provincia  y  dirigídose  contra  Rozas 
para  concluirlo,  ¿por  qué  tan  imprudentemente  desafiaba 
el  encono  de  los  federales  librcíndose  á  la  caballerosidad 
del  jefe  visible  de  éstos,  del  que  en  realidad  era  el  ven- 
cedor?... Así  reflexionando  Rozas  se  dirigió  lentamente 
á  su  alojamiento  con  el  espíritu  vacilante  de  un  hom- 
bre que  no  está  preparado  para  la  escena  dramática  en 
que  se  le  obliga  á  tomar  parte. 

He   aquí  cómo,  cuarenta   y  un  años  después,  refiere 


—  12  — 

el  misino  liozas  desde  Soiithampton  esa  escena  á  un  ami- 
¡fo:  «Al  entrar  me  retiré  dejando  dos  jefes  de  mi  mayor 
confianza  encargados  de  que  no  hubiese  ruido  alguno 
mientras  durmiera  el  señor  general  Lavalle ;  y  de  que 
cuando  lo  sintiesen  levantado  me  avisasen  sin  demora- 
Guando  recibí  el  mensaje,  le  envié  un  mate  y  el  aviso  de 
(|ue  iba  á  verle  y  á  tener  el  gran  placer  de  abrazarlo. 
Cuando  el  general  Lavalle  me  vio,  se  dirigió  á  mí  con 
los  brazos  abiertos  y  lo  recibí  del  mismo  modo,  abra- 
zándonos enternecidos.»  (')  ¿Qué  se  dijeron  y  cómo  lle- 
garon á  entenderse  estos  dos  hombres  en  esa  noche  me- 
morable? Los  oficiales  de  servicio  que  se  hallaban  cer- 
ca de  la  habitación  en  que  tenía  lugar  esta  conferencia, 
no  podían  menos  de  oir  por  intervalos  la  voz  alterada 
de  ambos  jefes,  quienes  probablemente  desahogaban  sus 
querellas  antes  de  llegar  al  punto  que  llegaron.  Rozas 
dice  solamente  en  la  carta  que  he  mencionado:  «habla- 
mos con  franqueza  hasta  que  solos  los  dos  dejamos 
todo  arreglado,  escrito  por  nosotros  mismos  y  firmado. 
Después  de  esto  fueron  invitadas  varias  personas  de 
ambos  partidos,  las  que  asistieron  á  las  conferencias. » 
El  resultado  práctico  de  la  entrevista  del  jefe  délos 
unitarios  con  el  jefe  de  los  federales,  fué  el  convenio  de 
24  de  junio  de   1829  que  firmaron  el  general  Lavalle  á 


(^)  Carta  de  25  de  julio  de  1869.  Dup.  oriííinal  en  mi  archivo- 
Contestando  las  apreciaciones  contenidas  en  el  libro  que  sobre  esa 
época  comenzó  á  escribir  el  Dr.  Bilbao,  agrega  Rozas:  —  «Pudie- 
ra Lavalle,  después  de  haber  fusilado  al  ilustre  jefe  del  Estado, 
por  su  orden,  aun  cuando  llevase  consigo  las  cartas  de  los  auto- 
res de  la  revolución  que  se  lo  aconsejaban,  haber  dado  ese  paso  si 
no  hubiere  confiado  en  el  crédito  de  Rozas,  en  su  capacidad  y 
en  sus  ardientes  deseos  por  la  unión  y  por  la  paz?  Y  cuando  el 
general  Lavalle  fué  sólo,  acreditando  su  gran  valor  y  gran  con- 
fianza en  la  nobleza  del  general  contrario,  y  en  la  subordinación 
sin  ejemplo  de  las  milicias  de  su  mando,  no  hay  razón  en  qué 
fundar  la  desconfianza  que  acuerda  el  Sr.  Bilbao  á  Rozas.  Las  ten- 
tativas contra  la  vida  de  Rozas  y  otras  más,  fueron  puramente 
obi'a  de  los  autores  de  la  revolución,  no  del  señor  general  Lavalle.» 


—  18  — 

nombre  del  gobierno  de  la  ciudad  y  el  coronel  Rozas  á 
nombre  del  pueblo  armado  de  la  campaña.  Este  conve- 
nio tenía  por  objeto  hacer  cesar  las  hostilidades,  resta- 
blecer las  relaciones  entre  la  ciudad  y  la  campaña  y 
olvidar  lo  pasado.  Concurría  á  ello  estableciendo:  1°,  la 
elección  inmediata  de  representantes  de  la  Provincia; 
2°,  el  nombramiento  del  gobernador  que  harían  estos 
diputados,  y  al  cual  Lavalle  y  Rozas  entregarían  las 
fuerzas  á  sus  órdenes;  3°,  el  reconocimiento  que  haría 
la  Provincia  de  las  obligaciones  contraídas  por  Rozas 
durante  la  campaña,  y  de  los  grados  de  los  jefes  y  ofi- 
ciales del  ejército  de  este  último. 

Una  parte  de  la  prensa  se  echó  á  vuelo  para  felici- 
tar al  país  por  este  convenio,  «  digna  obra  del  patriotismo 
de  los  dos  primeros  hijos  de  Buenos  Aires».  La  otra 
parte  se  mantuvo  en  una  prudente  reserva  sobre  el  fon- 
do del  convenio  y  se  limitó  á  recoger  los  ecos  del  pue- 
blo que,  en  general,  aceptaba  la  idea  fundamental  de 
la  paz,  porque  ésta  partía  de  los  respectivos  jefes  de  par- 
tido, y  porque  creía  que  este  era  el  desenlace  del  dra- 
ma... que  recién  iba  á  comenzar.  Los  principales  ami- 
gos del  general  Lavalle  reprobaron  el  convenio.  Unos 
se  lo  reprocharon  amargamente,  otros  se  le  separaron 
de  sus  filas.  Algunos  de  esos  políticos  que  aceptan  cual- 
quier resultado  cuando  aperciben  una  probabilidad  favora- 
ble á  sus  intereses  propios;  muchos  de  esos /lábiles  que  le 
acuerdan  á  su  ambición  el  exceso  que  le  quitan  á  su  virtud 
cívica;  algunas  entidades  que  fundaban  en  la  imitación  del 
parecido  rivadaviano  el  título  para  conducir  el  país  por  la 
senda  que  marcasen;  estos  hombres  inteligentes,  auda- 
ces, envueltos  en  la  túnica  de  Catón,  revestidos  con  la 
apariencia  de  los  sabios  de  la  Grecia  y  movidos  por  una 
gravedad  de  escuela  á  la  cual  reverenciaban  como  un 
dios-ley   que   debía  facilitar  el  resultado,  pensaron   que 


—  14  — 

una  vez  que  el  general  Lavalle  había  solicitado  de  Rozas 
la  paz,  dejándolo  á  éste  más  poderoso  que  antes,  era 
necesario  para  no  perderlo  todo  explotar  el  mismo  conve- 
nio de  junio  en  provecho  de  sus  ambiciones;  conducién- 
dose de  manera  que  los  diputados  que  debían  elegirse 
por  las  parroquias  de  la  ciudad  y  pueblos  cercanos,  sirvie- 
sen á  esas  ambiciones,   costare  lo  que  costare. 

Pero  en  las  campañas  electorales  acontece  lo  que  en 
el  cuadro  de  Delaroche,  que  representa  varios  individuos 
sentados  alrededor  de  una  mesa  y  ávidos  del  manjar 
que  cada  uno  quiere  para  sí:  uno  apaga  la  vela  y  alarga 
la  mano  sobre  el  plato  apetecido,  pero  se  encuentra  con 
las  manos  de  sus  compañeros.  En  materia  electoral  todos 
meten  la  mano  cuando  la  conciencia  de  la  libertad  no 
obra  en  la  cabeza  de  cada  uno  de  los  llamados  á  cimen- 
tarla. El  que  creé  andar  ligero,  llega  después.  Lo  que 
querían  para  sí  los  personajes  á  que  me  he  referido,  lo 
querían  también  los  partidarios  que  fueron  de  Borrego 
y  que  por  la  fuerza  de  las  cosas,  lo  eran  de  Rozas  á 
la  sazón.  Y  lo  que  debía  suceder,  sucedió.  Los  amigos 
de  Lavalle,  más  hábiles,  vencieron  en  las  elecciones  de 
la  ciudad,  que  tuvieron  lugar  el  26  de  julio  con  derra- 
mamiento de  sangre  y  escándalos  de  toda  especie.  Los 
partidarios  de  Rozas,  mucho  más  numerosos,  protestaron 
de  estas  elecciones. 

Al  día  siguiente  grupos  numerosos  de  partidarios 
salieron  de  la  ciudad  en  dirección  al  campamento  de 
Rozas  situado  en  Cañuelas.  La  noticia  de  una  nueva 
ruptura  de  hostilidades  cundió  en  la  población,  y  entonces 
ya  no  fué  materia  sino  de  ver  cómo  se  evitaba  la  nueva 
efusión  de  sangre.  La  verdad  es  que  los  consejeros  del 
general  Lavalle  habían  burládose  de  una  de  las  cláusu- 
las secretas  del  convenio  de  junio,  la  cual  establecía 
que  se  votaría  una  lista  en  la  que  entrasen  por  número 


—  15  — 

igual  candidatos  unitarios  y  federales.  Esta  lista  había 
sido  confeccionada  por  miembros  conspicuos  de  uno 
y  otro  partido,  pero  modificada  por  aquéllos  á  tal  punto 
que  aparecían  electos  diputados  unitarios  solamente. 
Rozas  preveía  este  resultado,  pues  que  dos  días  antes 
de  las  elecciones  le  escribía  al  coronel  Ángel  Pacheco, 
que  era  uno  de  los  que  intervenía  en  esos  trabajos: 
«'Impuesto  de  cuanto  me  dice  de  su  conferencia  con  el 
general  Lavalle...  espero  que  trabajará  porque  triunfe 
la  lista  formada  en  el  ministerio.  Si  esta  lista  no  triun- 
fa, los  pactos  más  solemnes  del  tratado,  que  no  se  han 
publicado,  quedan  sin  efecto. »  É  indicando  á  los  fau- 
tores de  la  mistificación  que  prevé,  añade :  «  Cómo  me 
duele,  mi  querido  compatriota,  ver  al  general  Lavalle 
encerrado  en  ese  miserable  Fuerte,  en  ese  teatro  de  per- 
fidia. Él  ofrece  círculos  que  saben  halagar  jugando  con 
habilidad  los  dardos  de  la  traición,  que  son  capaces  de 
embriagar  el  mejor  entendimiento,  la  razón  más  bien 
formada. »  Y  sintiéndose  fuerte,  así  se  manifiesta  al  ami- 
go para  que  se  lo  trasmita  á  Lavalle :  «...si  el  general 
Lavalle  se  une  conmigo,  la  gran  familia  de  la  Repúbli- 
ca Argentina  verá  muy  pronto  el  día  suspirado  de  su 
consolidación.  Juan  Manuel  de  Rozas  es  un  hombre  de 
bien,  un  labrador  honrado,  amigo  de  las  leyes  y  de  la  felici- 
dad de  su  país. »  Y  cierra  su  carta  con  estas  palabras 
que  son  como  la  visión  profética  de  la  larga  noche  que 
se  siguió  entre  los  excesos  del  absolutismo  partidista: 
«¿Cuáles  serían,  pues,  sus  aspiraciones  después  de  las 
lecciones  que  presenta  la  historia  de  todas  las  revolu- 
ciones? Estoy  seguro  que  si  el  general  Lavalle  me  cono- 
ciera como  V.  conociera  también  á  las  personas  que  lo 
rodean,  se  penetraría  de  que...  de  la  sólida  unión  con 
Juan  Manuel  de  Rozas  debe  esperar  la  felicidad  de  la 
patria  y  sin  duda  la  suya  acompañada  de  inmensa  gloria. 


—  u;  — 

Por  el  contrario,  de  los  otros  la  muerte  del  país  y  la 
suya  i)articular. »  (') 

Consecuente  con  esto,  Rozas  apuntó  á  Pacheco,  para 
que  la  trasmitiese  á  Lavalle,  la  idea  de  postergar  por 
el  momento  la  elecci(jn  de  diputados,  y  de  nombrar  un 
gobierno  provisorio  con  un  consejo  consultivo  cuyo  per- 
sonal lo  designarían  Lavalle  y  él.  C)  Pacheco  y  el  co- 
ronel don  Manuel  Escalada,  amigo  íntimo  de  Lavalfe, 
enseñáronle  á  éste  las  cartas  y  proposiciones  mencio- 
nadas; y  Lavalle  íirmó  con  Rozas  el  convenio  de  24  de 
agosto,  adicional  del  anterior,  por  el  cual  se  acordó 
que  ambos  jefes  nombrarían  un  gobernador  provisorio, 
el  cual  actuaría  con  un  senado  consultivo ;  y  que  este 
senado  resolvería  lo  conveniente  para  la  composición  de 
la  próxima  legislatura.  Aquéllos  designaron  gobernador 
al  general  Viamonte,  personaje  honorable,  blando,  y  que 
no  ofrecía  resistencias,  y  el  general  Lavalle  le  entregó 
las  fuerzas  á  sus  órdenes,  retirándose  á  la  vida  privada 
en  fuerza  de  la  convicción  que  llegó  á  tener  de  que  no 
era  él  el  llamado  á  gobernar  la  provincia  de  su  naci- 
miento. 

El  general  Lavalle  no  se  engañaba  respecto  del  ver- 
dadero estado  de  la  opinión  en  Buenos  Aires.  El  coronel 
Rozas  era  indudablemente  el  hombre  de  la  situación.  Á 
expensas  de  su  trabajo  incesante  en  las  grandes  indus- 
trias rurales,  el  cual  le  permitió  ser  el  primer  hacen- 
dado de  la  República,  y  de  los  prestigios  que  le  creó  su 
participación  eficaz  y  decisiva  para  reprimir  la  tremenda 
anarquía  del  año  xx,  gozaba  de  una  influencia  incon- 
trastable en  las  campañas.  Para  consolidarla,  el  partido 
urbano   de    Dorrego,    que  carecía    de  un    hombre   como 


(' )  Manuscrito  testim.  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 
(-)  Manuscrito  testim.  en    mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  17  — 

para  imponerse  á  los  demás,  entregó  sn  representación 
política  á  Rozas;  y  desde  este  momento  quedó  confundido 
en  las  mismas  filas  que  este  último  engrosó  con  sus  ami- 
gos y  con  sus  soldados,  á  partir  del  1°  de  diciembre  de 
1828. 

Mas,  como  en  este  partido  federal  de  la  ciudad  de 
Buenos  Aires  hubiera  elementos  gastados  por  la  parti- 
cipación que  tomaron  en  los  trastornos  del  año  xx,  sus 
miembros  dirigentes  se  propusieron  atraerse  mejores 
adherentes  de  entre  las  familias  conocidas  y  pudientes, 
los  cuales  traerían  consigo  mayores  probabilidades  de 
éxito  en  el  camino  en  que  pensaban  entrar  desde  luego. 
Y  estos  hombres  nuevos  pensaban  que  Rozas  era  el 
único  que  por  el  rol  prominente  que  le  habían  asig- 
nado los  sucesos,  podía  « fundar  un  gobierno  estable 
y  enérgico  para  cimentar  el  orden  y  organizar  el  país ». 
según  lo  predicaban  los  diarios  de  esos   días. 

Tal  era  la  aspiración  unánime  de  esa  gran  masa  de 
opinión.  Rozas,  por  su  parte,  aspiraba  á  lo  mismo.  El 
momento  no  podía  serle  más  propicio;  y  él  no  podía  des- 
aprovecharlo sino  á  costa  de  comprometer  su  propia 
influencia,  burlando  las  esperanzas  de  la  gran  mayoría 
de  la  Provincia  que  lo  aclamaba.  El  general  Viamonte 
comprendió  que  su  gobierno  duraría  solamente  el  tiempo 
que  emplearan  en  armonizar  sus  miras  los  elementos 
triunfantes  después  de  la  retirada  de  Lavalle.  Cuando 
esto  se  verificó  en  la  forma  expresada,  el  general  Via- 
monte quiso  hacer  cesar  su  provisoriato  que  era  como 
una  sombra  de  autoridad. 

El  texto  del  convenio  de  agosto  facilitaba  el  camino 
al  general  Viamonte ;  y  á  éste  se  atuvo  firmando  un  de- 
creto por  el  cual  se  convocaba  al  pueblo  á  elecciones 
de  representantes  para  componer  los  poderes  de  la  Pro- 
vincia.    Pero  aquí  se  presentó  lo  grave  de  la  cuestión. 


—  18  — 

¿Cómo  se  practicaban  elecciones  generales  cuando  una 
parte  de  la  Provincia  estaba  revuelta  á  consecuencia  de 
los  últimos  sucesos,  y  cuando  el  partido  vencido,  aunque 
formase  minoría,  poca  ó  ninguna  participación  tendría 
en  ellas  después  de  la  retirada  y  declaraciones  de  su 
jefe?  ¿Es  que  el  sufragio  que  se  emitiera  tendría  la 
legalidad  del  que  se  emitió  para  elegir  los  representan- 
tes que  componían  la  legislatura  derrocada  á  ílnes  del 
año  anterior,  y  cuyo  período  no  había  terminado  to- 
davía ? 

En  presencia  de  estas  dificultades  que  le  presentaban, 
el  general  Viamonte  suspendió  el  decreto  mencionado  y 
resolvió  consultar  sobre  el  particular  al  comandante 
general  de  campaña,  dirigiéndole  al  efecto  una  nota  de 
fecha  16  de  octubre  de  1829.  Rozas  llamó  á  sus  prin- 
cipales amigos  para  consultarlos  á  su  vez.  Los  dorre- 
guistas  opinaron  que  el  convenio  de  junio  en  la  parte 
que  se  refería  á  la  nueva  elección  de  representantes,  ni 
pudo  ser  válido,  ni  tenía  fuerza  legal  en  presencia  del 
convenio  adicional  de  agosto,  el  cual  para  prevenir  nue- 
vos ataques  al  orden  público,  como  los  que  se  origina- 
ron con  motivo  de  aquellas  elecciones  anuladas,  estableció 
que  el  gobernador  provisorio  y  su  senado  consultivo  re- 
solverían lo  conveniente  para  componer  la  legislatura. 
Que  el  caso  era  claro  y  terminante  para  ellos.  Que  lo 
conveniente  y  sobre  todo  lo  legal,  era  que  el  gobernador 
provisorio  restituyese  á  la  Provincia  su  representación 
legítima,  la  que  había  sido  elegida  con  intervención  de 
todos  los  partidos,  la  que  había  sido  disuelta  violenta- 
mente el  1°  de  diciembre  del  año  anterior,  y  cuyos 
miembros  no  habían  terminado  todavía  su  período  legal. 
Que  á  esta  legislatura  correspondía,  por  consiguiente, 
decidir  acerca  de  la  suerte  de  la  Provincia,  y  que  aún 
sin  convocatoria  del  gobernador,  por   iniciativa  propia. 


—  19  — 

podía  y  debía  recobrar  la  soberanía  con  que  estaba  in- 
vestida por  el  pueblo. 

En  consonancia  con  estas  ideas  Rozas  respondió  la 
consulta  del  gobernador,  manifestándole  en  nota  de  16 
de  noviembre  que  era  tiempo  «de  restaurar  el  orden 
constitucional  y  de  que  la  Provincia  entre  en  el  régimen 
legal ;  y  por  lo  mismo  la  opinión  de  la  campaña  decidida- 
mente es  que  no  se  practiquen  nuevas  elecciones.»  «El 
comandante  general,  termina  Rozas,  penetrado  de  la  difi- 
cultad de  practicar  nuevas  elecciones,  convencido  de  que 
la  prolongación  de  un  gobierno  provisorio  no  puede  ins- 
pirar confianza  á  nadie  y  que  los  convenios  de  junio 
y  de  agosto  tendieron  precisamente  á  restablecer  el 
imperio  de  las  instituciones  de  la  Provincia,  concluye 
haciendo  presente  al  gobierno  la  conveniencia  de  convo- 
car la  junta  provincial  constituida  antes  de  los  sucesos 
del  1°  de  diciembre,  por  ser  esa  conveniencia  la  opinión 
de  la  mayoría  que  reglará  siempre  la  del  infrascripto 
en  actos  de  tal  naturaleza.» 

Rozas  decía  la  verdad.  Sus  declaraciones  eran  la 
expresión  de  la  gran  mayoría  de  la  Provincia.  Esto  para 
nadie  era  un  misterio  y  mucho  menos  para  el  gober- 
nador, quien  expidió  inmediatamente  el  decreto  convo- 
cando á  sesiones  á  la  legislatura  derrocada  en  el  año 
anterior.  Ésta  se  reunió  solemnemente  el  1°  de  diciem- 
bre de  1829,  recobrando  desde  luego  la  soberanía  de  la 
Provincia. 


CAPÍTULO  XV 


EL    EJECUTIVO     FUERTE 


(1829-1830) 


SuMVRio:  I.  Li  ley  de  O  de  diciembre  de  1829.  —II.  Las  facultades  extraordinarias 
y  sus  antecedentes. —  III.  Rozas  elegido  gobernador:  su  recepción. — IV. 
Prospecto  político:  la  proclama  á  las  campañas.  —  V.  Evolución  orgánica 
de  la  sociabilidad. — VI.  Teoría  de  las  evoluciones  descendentes. — 
VIL  Plan  de  la  de  1830:  la  idea  de  la  federación  vinculada  á  la  persona 
de  Rozas.  —  VIII.  El  sentimiento  ineducado  deprimiendo  la  libertad. — 
IX.  Las  medidas  represivas. — X.  La  legislatura  partidaria:  condecora- 
ciones y  honores  que  discierne  á  Rozas:  notables  declaraciones  de  éste  al 
rehusarlos. — XI.  Rozas  previene  contra  los  libertadores  de  sable. 
XII.  Traslación  de  los  restos  de  Dorrego.  — XIII.  Manifestación  popular 
á  que  esto  da  lugar.  —  XIV.  Alocución  de  Rozas  sobre  la  tumba  de  Dorre- 
go.—  XV.  La  administración  y  hacienda  de  la  Provincia.  —  XVI.  El  go- 
bierno de  Rozas  se  pone  á  la  defensiva.  —  XVII.  La  escursión  administra- 
tiva á  la  campaña.  — XVIII.  Curiosa  correspondencia  con  el  gobierno  civil 
y  eclesiástico. 


La  legislatura  de  Buenos  Aires,  repuesta  por  el  go- 
bierno provisorio  como  queda  explicado  en  el  capítulo 
anterior,  sancionó  en  uso  de  la  soberanía  que  investía, 
la  ley  de  6  de  diciembre  de  1829,  según  la  cual  debía 
procederse  al  nombramiento  de  gobernador  de  la  Provin- 
cia con  arreglo  á  la  ley  de  23  de  diciembre  de  1823.  El  artí- 
culo 2°  de  esa  ley  imponía  al  gobernador  electo  la  atribu- 
ción de  arreglar  la  administración  general,  conservar 
íntegra  la  libertad  é  independencia  de  la  Provincia,  proveer 
á  las  necesidades  de  ésta,  prevenir  los  ataques  que  contra 
ella  intentasen  los  anarquistas  y  afianzar  el  orden  y  la 
tranquilidad  pública.  Para  estos  objetos,  agregaba  la  ley, 
((se  le  reviste  al  gobernador  que  resulte  nombrado  de 
las  facultades  extraordinarias  que  juzgue  necesarias  basta 
la  reunión   de  la  próxima   legislatura,  á   la  que  deberá 


—  al- 
elar cuenta  del  uso  que  haya  hecho  de  esta  especial  au- 
torización.»  (') 

Esta  investidura  legal  de  un  poder  ejecutivo  con  fa- 
cultades extraordinarias,  sólo  se  ve  hoy  en  Paisia,  donde 
el  monarca  reasume  los  derechos  de  la  nación;  ó  en 
períodos  revolucionarios,  cuando  la  acción  del  que  los 
encamina  suspende  temporalmente  las  garantías  y  liber- 
tades establecidas.  En  1829  la  República  Argentina 
experimentaba  los  sacudimientos  de  una  época  revolucio- 
naria, cuyos  lincamientos  acentuaban  cada  vez  más 
fuertes  los  elementos  primitivos  que  participaban  de  la 
cosa  pública.  La  independencia  y  la  libertad  del  país 
amenazadas,  la  anarquía  que  siempre  asomaba  la  cabe- 
za, y  otros  intereses  tan  fundamentales  como  éstos,  ab- 
sorbían, por  decirlo  así,  los  desvelos  de  los  partidos  y 
de  los  hombres  del  gobierno.  Verdad  es  que  precisamente 
por  haberse  sucedido  una  en  pos  de  la  otra,  la  época 
revolucionaria  de  la  independencia  y  la  época  revolu- 
cionaria de  la  guerra  civil,  en  la  República  Argentina 
el  poder  ejecutivo  fué  la  parte  saliente  del  mecanismo 
gubernamental,  cualquiera  que  éste  fuere;  y  que  esta 
idea  prevalece  en  la  actual  constitución  federal  argentina, 
la  cual  convierte  al  presidente,  por  las  atribuciones  que 
le  confiere,  en  un  verdadero  monarca  que  gobierna.  Por 
esto  decía  Alberdi  en  1853,  que  el  poder  ejecutivo  es  la 
parte  culminante  de  la  Constitución  argentina.  No  es 
extraño,  pues,  que  en  1829  ■  se  prodigase  facultades  al 
ejecutivo,  creyendo  poner  cá  salvo  los  intereses  más  caros 
que  se  invocaban  con  ó  sin  motivo.  Por  lo  demás,  los 
poderes  ejecutivos  nacionales  que  surgieron  en  1811, 
1812,  1815  tuvieron  facultades  extraordinarias.  Facultades 
extraordinarias  se  otorgó    á    los   gobernadores  don  Ma- 

(i)  Registro  Oficial  núin.  1,  lib   ix,  1830. 


—  22  — 

miel  de  Sarratea  y  don  Juan  Ramón  Balcarce  en  1820; 
las  otorgó  también  la  legislatura  de  Córdoba  al  goberna- 
dor Bustos;  la  de  Santa  Fe  al  gobernador  López  y  pos- 
teriormente la  de  Corrientes  al  gobernador  Ferré,  y  con 
las  mismas  facultades  fué  investido  el  general  Paz  en 
1830  para  desempeñar  el  supremo  poder  militar  de  las 
nueve  provincias  del  interior. 

En  este  orden  de  ideas  la  legislatura  de  Buenos  Aires, 
inmediatamente  de  sancionar  la  ley  de  O  de  diciembre 
eligió  al  coronel  Juan  Manuel  de  Rozas  gobernador  y 
capitán  general  de  la  Provincia.  (/)  « Mi  inclinación, 
señores,  dijo  Rozas  al  recibirse  del  mando  ( el  día  8),  el 
conocimiento  de  mí  mismo,  lo  nuevo  del  snceso,  no  lian 
estado  de  acuerdo  con  un  nombramiento  que  enérgica- 
mente resistía.  Pero  las  circunstancias  han  podido  más 
que  todo,  y  por  su  inílujo  lo  he  aceptado.»  El  nuevo 
gobernador  se  dirigió  al  Fuerte  acompañado  de  una  gran 
masa  de  pueblo  y  allí  fué  personalmente  felicitado  por 
los  prohombres  de  la  revolución  de  1810  que  sobrevivían 
y  demás  notabilidades  del  país,  como  ser:  don  Juan  José 
Passo,  don  Domingo  Matheu  y  don  Miguel  de  Azcué- 
naga,  miembros  de  la  junta  de  1810;  los  generales  Al- 
vear,  Guido,  Balcarce,  Soler,  Vidal,  Álzaga,  Viamonte,  de 
los  ejércitos  de  la  Independencia;  don  Tomás  Manuel  de 
Anchorena,  el  amigo  de  Belgrano  y  miembro  de   los  ca- 


( ^)  Una  circunstancia  digna  de  notarse  es  que  los  miembros  de 
esta  legislatura  eran  en  su  totalidad  hombres  que  se  distinguían  en 
la  sociedad  por  su  posición,  por  su  fortuna  ó  por  el  rol  que  les  ha- 
bía tocado  desempeñar  en  la  cosa  pública  desde  años  atrás.  Ellos 
eran:  p]scalada,  García  Valdéz,  Peña,  Gamboa,  del  Pino,  Anchorena 
(Nicolás),  Aguirre,  Obligado,  Medrano,  Viola,  Isasi,  Seguróla,  Donado, 
Irigoyen,  P'acheco,  Vega,  Grela,  Silveira,  Díaz,  los  Vidal,  Zelaya, 
Aguiar,  del  Campo,  Rivero,  Perdriel,  García  Zúñiga,  Posadas,  Lozano, 
Anchorena  (Tomás  Manuel),  Martínez.  Todos  votaron  por  Rozas,  con 
ex:cei)ci()n  de  Terrero  ([ue  votó  por  Viamonte.  (V.  el  Registro  Oficial, 
año  l.S3().  El  Lucero  núm.  77,  correspondiente  al  7  de  diciembre 
de  1829.) 


—  23  — 

"bildos  y  congresos  de  la  revolución;  don  Manuel  José 
García,  el  antiguo  diplómala;  don  Gregorio  Tagle,  antiguo 
ministro  del  Directorio;  don  Valentín  Gómez,  el  grande 
orador  de  los  unitarios;  don  Diego  Estanislao  Zavaleta, 
uno  de  los  que  trabajó  la  reunión  del  Congreso  de  1826; 
don  Gregorio  Perdriel,   etcétera.  C) 

El  nuevo  gobernador  expidió  tres  proclamas:  una  al 
pueblo,  en  la  que  pedía  á  todos  el  concurso  para  gober- 
nar con  la  ley  á  fin  de  garantir  el  orden;  otra  al  ejército 
y  marina,  en  la  que  les  recordaba  los  juramentos  de  fide- 
lidad á  la  autoridad  legal.  La  otra  proclama  era  dedi- 
cada á  las  milicias  de  la  Provincia.  Esto  era  nuevo  y 
significativo.  Si  los  ciudadanos  quedaban  comprendidos 
en  el  pueblo  y  en  el  ejército,  ¿qué  venía  á  ser  esa  ter- 
cera entidad  á  que  Rozas  se  refería?...  La  grande  entidad 
que  se  impuso  á  fines  de  1820,  cuando  no  se  apoderó  del  go- 
bierno á  causa  de  no  ser  suficientemente  caracterizado  el 
jefe  que  ella  misma  se  dio.  La  entidad  de  las  campañas, 
que  aparecía  por  vez  primera  fuerte  en  Buenos  Aires, 
como  había  aparecido  en  las  demás  provincias,  á  mérito 
de  circunstancias  ajustadas  al  teatro  político  en  que  ac- 
tuaba. 

Era  el  jefe  prestigioso  de  las  campañas  el  que  se  ma- 
nifestaba en  esa  proclama  como  si  hubiese  querido  dejar 
constatado  oficialmente  que  á  ellas  debía  su  influencia; 
que  por  ellas  había  ganado  los  sufragios  del  elemento 
urbano  y  producido  los  hechos  de  que  hacían  mérito 
todos  para  elevarlo  á  la  primera  magistratura  del  Esta- 
do. Como  tal  jefe  les  decía:  «La  legítima  representación 
de  la  Provincia,  reunida  al  fin  por  vuestros  sublimes  es- 
fuerzos,  me    ha    elevado  al  gobierno.    Aquí   estoy   para 


1)    Véase  El  Lucero,  núm.  sig. 


—  21  — 

sostener  vuestros  deredios,  para  proveer  d  vuestras  nece- 
sidades^ ¡)ara  velar  }>oi'  vuestra  tranquilidad.  Una  au- 
toridad paternal,  que  erigida  jxtr  la  ley,  gobierne  de 
acuerdo  con  la  voluntad  del  pueblo,  este  ha  sido,  ciu- 
dadanos, el  objeto  de  vuestros  fervorosos  votos.  Ya  tenéis 
constituida  esa  autoridad,  y  lia  recaído  en  mí.  Ya  no 
seréis  objeto  de  crueles  vejaciones...  nadie  dictará  la  ley 
sino  los  representantes  del  pueblo:  yola  ejecutaré,  y  estoy 
cierto  que  vosotros  contendréis  al  temerario  que  intente 
trastornar  este  orden.  Reposad,  milicianos,  bajo  el  árbol 
de  la  paz...  con  vuestras  virtudes  curad  las  heridas'  de  la 
])atria,  y  apoyad  su  marcha  con  el  respeto  á  las  auto- 
ridades. Permitidme  recordaros  que  yo  ya  os  he  dado  el 
ejemplo.»  Rozas  tuvo  el  tino  de  componer  su  ministerio 
con  tres  hombres  reputados  por  sus  servicios  al  país  y 
por  sus  talentos  distinguidos,  á  saber:  el  general  Tomás 
Guido,  el  secretario  y  amigo  de  San  Martín;  'el  doctor 
Manuel  José  García,  antiguo  diplómata,  y  colaborador 
de  Rivadavia,  y  el  general  Juan  Ramón  Balcarce,  uno 
de  los  guerreros  más  brillantes  de  la  independencia  ar- 
gentina. 

La  tarea  era  ardua.  El  período  (|ue  se  siguió  á  la 
dislocación  nacional  de  1827  fué  de  transición  y  de 
revuelta.  En  dos  años  se  había  operado  un  cambio  pal- 
pable en  la  sociedad  y  en  el  gobierno.  Nuevas  aspira- 
ciones campeaban  absolutas  en  la  arena  de  la  nueva 
política.  Rencores  que  se  alimentaban  francamente,  como 
una  protesta  viva  contra  las  administraciones  anteriores, 
servían  generalmente  de  inspiración  y  de  bandera  á  esa 
política.  Y  no  era  Rozas,  como  no  era  Viamonte,  ni  el 
ministerio,  ni  los  exaltados,  los  sostenedores  de  esta  po- 
lítica. Era  el  sentimiento  general,  unísono  de  un  partido 
vencedor  cuyos  poderosos  elementos  de  acción  entraban 
de  lleno  y  por  la  primera  vez  en  la   causa  que  con  ra- 


—  25  — 

Z(3n  hacían  suya,  consagrándola  todo  lo  que  tenían:  un 
entusiasmo  ineducado,  una  ignorancia  deplorable  y  una 
inexperiencia  política  que  tenía  su  explicación  en  el  des- 
amparo en  que  siguieron  las  campañas  después  de  1810;, 
en  la  indolencia  con  que  se  miró  las  necesidades  de  sus 
habitantes,  y  en  la  ninguna  participación  que  se  les 
dio  á  éstas  en  las  evoluciones  que  se  sucedieron  hasta 
1820,  sino  era  para  formar  con  ellos  los  batallones  con 
que  se  engrosaba  los  ejércitos  que  guerrearon  por  la 
independencia.  La  clase  educada  y  dirigente  de  este  par- 
tido estaba  de  pie  merced  á  la  influencia  incontrastable 
de  las  campañas.  Sobre  la  tumba  de  Borrego  unifor- 
maron sus  miras  y  confundieron  sus  aspiraciones.  Sin 
el  más  fuerte,  el  centro  urbano  y  educado  quedaba  en 
peores  condiciones  que  el  partido  unitario  que  acababa 
de  abandonar  la  escena  política.  Y  no  se  puede  negar 
que  el  elemento  urbano,  sin  ser  absorbido,  se  hizo  el 
intérprete  de  las  aspiraciones  y  de  las  tendencias  del 
de  las  campañas;  imprimiendo  á  la  época  que  comienza 
en  1830  una  íisonomía  que  era  á  la  que  había  iniciado 
Rivadavia,  lo  que  la  de  1820  á  la  de  los  primeros  año& 
de  la  revolución  de  mayo,  cuando  fué  vencido,  perse- 
guido y  expatriado  el  elemento  aristocrático  y  civiliza- 
dor que  la  proclamó  y  la  hizo  triunfar. 

La  evolución  de  las  campañas  de  Buenos  Aires  en 
octubre  de  1820,  y  que  comienza  á  realizar  sus  fines  en 
1829,  puede  decirse  que  constituye  la  tercera  proporción 
de  la  sociabilidad  argentina  en  orden  descendente.  Ellas 
se  apoderan  de  la  escena  política,  la  imprimen  sus  in- 
clinaciones, sus  tendencias,  en  nombre  de  los  mismos 
principios  que  sirvieron  para  marcar  las  dos  épocas 
anteriores;  y  como  fuerzas  motrices  que  entraban  por  la 
vez  primera  en  el  desenvolvimiento  regular  de  una  or- 
ganización política  que  debía  pasar  por  una  serie  de  en- 


—  26  — 

sayos  y  de  calamidades  antes  de  asentarse  sobre  bases 
más  ó  menos  estables.  Insisto  sobre  esto  i)orque  es 
fundamental  para  la  explicación  de  evoluciones  subsi- 
guientes, cuyo  estudio  aislado  conduce  á  exagerar  ver- 
dades que  vienen  tá  ser  otros  tantos  errores.  La  primera 
de  esas  evoluciones  está  marcada  por  el  elemento  aris- 
tocrático y  docente  de  1810,  el  cual  arranca  de  los  an- 
tecedentes legales  y  del  propio  derecho  municipal  para 
operar  la  revolución  de  mayo,  darla  su  programa,  san- 
cionar la  independencia  del  país,  y  hacerla  triunfar  por 
el  genio  y  el  patriotismo  de  San  Martín,  de  Belgrano  y 
de  Güemes.  En  segundo  término,  la  crisis  orgánica  de 
182Ü:  la  reacción  tumultuaria  de  las  clases  medias  contra 
la  oligarquía  de  los  hombres  y  partidarios  de  los  triun- 
viratos y  de  los  directorios.  Los  caudillos  de  las  otras 
provincias  las  prestaron  mano  fuerte.  Ellas  quedaron 
imperando  en  Buenos  Aires  como  expresión  genuina  y 
palpitante  de  las  pasiones  arrebatadas,  en  el  momento 
en  que  se  inauguraba  la  crisis  estupenda  de  un  pueblo 
que  recién  iba  á  fijar  sus  miras  en  el  gran  problema 
de  su  organización.  Esta  reacción  fué  el  punto  medio 
entre  la  época  inaugurada  en  1810  y  la  época  que  se 
inauguró  en  1829.  Un  mismo  número  de  años  la  sepa- 
raba de  una  y  de  otra.  Diríase  que  hubo  hasta  propor- 
cionalidad en  la  serie  de  los  hechos  que  contribuyeron 
á  crearla,  y  de  los  que  ella  produjo  para  que  la  derrum- 
baran. Las  mismas  causas  que  alegó  la  reacción  de  las 
clases  medias  para  divorciarse  de  los  hombres  que  com- 
pusieron los  gobiernos  anteriores  á  quienes  procesó 
como  traidores,  fueron  alegadas  por  la  nueva  reacción 
cjue  apareció  triunfante  en  1829,  con  fines  más  radica- 
les y  que  tuvieron  la  virtud  de  imponerse  en  los 
tiempos. 

Por  los  auspicios  de  estas  tres  grandes  proporciones 


se  ha  desenvuelto,  pues,  la  sociabilidad  argentina  desde 
1810  hasta  1829,  y  como  he  dicho  en  otra  ocasión,  en 
virtud  de  algo  que  se  podría  llamar  la  ley  de  las  reno- 
vaciones políticas,  las  cuales  se  han  ajustado  á  principios 
cuya  originalidad  y  cuya  lógica  son  dignas  de  estudio  para 
meditar  con  fruto  sobre  la  filosofía  histórica  de  la  Re- 
pública Argentina. 

Á  diferencia  de  la  evolución  orgánica  de  1826  que 
atacó  desde  luego  la  organización  constitucional  de  la 
República,  la  de  1829  circunscribió  por  el  momento  sus 
propósitos  á  radicar  la  situación  de  Buenos  Aires  en 
beneficio  exclusivo  del  partido  vencedor;  para  prevenir- 
se de  los  peligros  con  que  la  amenazaba  el  general  Paz, 
quien  al  frente  de  las  fuerzas  de  línea  con  que  regresó 
del  Brasil,  disputaba  el  predominio  de  los  unitarios  en 
las  provincias  del  interior.  Esa  gran  masa  de  opinión 
proclamaba  la  federación  que  hasta  entonces  carecía  de 
antecedentes  legales  y  que  no  podría  llevar  á  la  prác:i- 
ca  sino  á  condición  de  desalojar  políticamente  á  los 
unitarios  de  las  otras  provincias.  Y  al  proclamarlas  así 
exaltaba  á  Rozas  que  era  el  principal  campeón  de  tal 
idea,  después  de  la  muerte  de  Borrego.  Y  vinculando  el 
triunfo  de  ésta  con  la  persona  de  aquél,  tributábale  al 
gobernante  los  homenajes  de  un  pueblo  que  sale  de  qui- 
cio, cuando  el  juego  regular  de  las  instituciones  no  for- 
ma escuela,  conteniendo  las  pasiones  desordenadas  que 
deprimen  la  libertad. 

Estos  homenajes  debían  llegar  hasta  el  fanatismo;  y 
la  decisión  y  el  entusiasmo  con  que  se  prodigaban  pa- 
recido no  encuentran  en  ninguno  de  los  períodos  re- 
volucionarios de  la  República  Argentina.  Hoy  se  niega 
tales  sentimientos  porque  á  todos  alcanzan  los  extravíos 
de  una  sociedad  conmovida  en  sus  cimientos.  Para  ne- 
garlos se  supone   que   la  voluntad  de   un  hombre  pudo 


—  28  — 

inás  que  la  voluntad  de  un  pueblo  que  dio  cuatro  re- 
públicas al  mundo  hudiando  contra  la  España.  Y  se  su- 
pone esto  porque  se  olvida  que  los  elementos  que  exal- 
taban en  1829  al  bombre  á  quien  llamaban  el  primer 
ciudadano  de  Buenos  Aires,  como  lo  babía  llamado  el 
mismo  general  Lavalle,  no  tenían  ni  la  educación  ni 
los  bábitos  democráticos  que  se  lian  adquirido  después? 
que  más  que  esta  educación  y  estos  hábitos  han  pedido 
los  sentimientos  ardorosos  que  sabe  alimentar  la  sangre 
española  que  llevaban,  los  cuales  engendraron  siempre 
ayer  y  hoy  mismo,  entusiasmos  tan  enérgicos  como  para 
producir  excesos   cuyas  causas  son  anónimas. 

Así,  la  prensa  y  los  círculos  gubernistas,  dando  riendas 
al  encono  que  les  inspiraban  sus  adversarios,  se  preva- 
lieron del  primer  aniversario  del  fusilamiento  del  go- 
bernador Borrego  para  demandar  medidas  rigoristas 
contra  aquéllos.  La  legislatura  de  Buenos  Aires,  por 
moción  de  algunos  prohombres  del  partido  federal  que 
fueron  desterrados  bajo  el  gobierno  de  Lavalle,  sancionó 
la  ley  de  24  de  diciembre  que  declaraba  «libelos  infa- 
matorios y  ofensivos  á  la  moral  todos  los  impresos  dados 
á  luz  poi.'  las  imprentas  de  esta  ciudad  desde  el  1°  de 
diciembre  de  1828  hasta  la  convención  de  4  de  junio 
último,  que  contengan  expresiones  en  algún  modo  inju- 
riosas á  las  personas  del  finado  coronel  Borrego,  del 
coronel  Juan  Manuel  de  Rozas,  los  gobernadores  de  pro- 
vincia, etcétera.»  (M  Y  fundándose  en  el  pronunciamiento 


(  ■  )  Con  arreglo  á  los  artículos  2  y  3  de  esta  ley  se  nombró  la 
comisión  encargada  de  clasificar  y  coleccionar  todos  lo,s  papeles  á 
que  aquélla  se  refería,  como  asimismo  de  designar  una  demostra- 
ción pública  contra  estos  últimos.  Dicha  comisión  quedó  compuesta 
del  camarista  doctor  Miguel  de  Villegas,  del  fiscal  de  Estado  doctor 
l'edro  J.  Agrelo,  de  los  generales  Miguel  de  Azcuénaga  y  Manuel 
Guillermo  Pinto  y  del  canónigo  doctor  Saturnino  Seguróla.  Ella  se 
expidió   el   9    de   marzo    de  Í830,    declarando   comprendidos    entre 


—  29  — 

enérgico  de  la  legislatura  contra  la  misma  revolución  del  1'' 
de  diciembre,  y  en  que  era  absolutamente  incompatible 
con  la  tranquilidad  y  el  orden  público  la  actitud  de  los 
que  habían  tomado  parte  en  ella,  el  poder  ejecutivo 
expidió  un  decreto  por  el  cual  declaraba  que  sería  con- 
siderado como  reo  de  rebelión  todo  el  que,  encontrán- 
dose en  esas  condiciones,  «no  diese  en  adelante  pruebas 
inequívocas  de  que  miraba  con  abominación  los  atenta- 
dos cometidos  por  dicha  revolución.  Como  se  ve.  los 
federales  tomaban  presto  represalias  de  la  medida  por 
la  cual  el  gobierno  del  general  Lavalle  clasificó  uno  á 
uno  álos  conocidos  como  tales  federales  para  asegurarlos  ó 
desterrarlos. 

Simultáneamente  la  legislatura  aprobó  la  conducta  polí- 
tica y  militar  de  Rozas  desde  el  día  Y  de  diciembre  hasta 
el  en  que  tomó  posesión  del  mando;  lo  declaró  Restaura- 
dor de  las  leyes  é  instituciones  de  la  Provincia;  le  confirió 
el  grado  de  brigadier  y  le  condecoró  con  un  sable  y  con 
una  medalla  conmemorativa.  Rozas  tuvo  el  buen  juicio 
de  no  aceptar  estas  demostraciones  análogas  á  las  que 
hacían  los  demás  congresos  americanos  á  sus  respectivos 
mandatarios,  abriendo  con  ellas  el  camino  á  cuanto  go- 
bierno fuerte  ha  imperado  en  el  continente  después  de 
la  revolución  contra  la  España.  «El  infrascripto, — decía 
Rozas  á  la  legislatura,  en  una  nota  cuyos  conceptos  lo 
levantaban  mucho  más   que   esos  honores. — no  pretende 


los  libelos  infamatorios  los  diarios  que  habían  sostenido  el  movi- 
miento de  Lavalle  y  atacado  la  administración  Viamonte,  como  ser: 
El  Pampero  (todos  los  números);  El  Tiempo  (del  núm.  175  al  315); 
La  Gaceta  Mercantil  (números  1538  al  1630.)  «Y  en  odio  de  seme- 
jantes piezas,  como  en  justo  desagravio  de  las  personas  en  ellas 
injuriadas»,  la  comisión  mandó  que  «todos  los  números  expresados 
se  quemen  por  mano  del  verdugo  bajo  los  portales  de  la  casa  de 
justicia»;  como  en  efecto  lo  fueron  el  día  que  designó  el  poder 
ejecutivo  (16  de  abril).»  (Véase  Registro  Oflcial  de  1830,  libro  IX,  nú- 
mero 1  y  El  Lucero  número  168.) 


—  ;¡i)  — 

hacer  alarde  de  una  modestia  falaz...  Basta,  señores,  la 
aprobación  unánime  de  los  representantes.  Basta  que  la 
sala  reconozca  que  al  infrascripto  le  ha  cabido  la  glo- 
ria de  contribuir  á  restaurar  las  leyes,  para  que  él  pueda 
legar  á  sus  hijos  una  lección  cívica  más  influyente  que 
todas  las  condecoraciones.  La  conversión  de  este  suceso 
es  un  título  de  honor  permanente:  si  bien  muestra  la  li- 
beralidad de  los  representantes^  es  un  paso  peligroso  para 
la  libertad  del  pueblo...  porque  no  es  la  primera  vez  que 
la  prodigalidad  de  los  honores  ha  empujado  á  los  hombres 
públicos  hasta  el  asiento  de  los  tiranos. )y 

Y  refiriéndose  al  grado  de  brigadier,  sienta  este  prin- 
cipio, nuevo  entonces,  y  que  Sarmiento  desenvolvió  en 
estos  últimos  años  previniendo  á  la  opinión  contra  los 
libertadores  de  sable:  «No  es  el  supremo  rango  de  la  mi- 
licia la  medida  que  ensalza  el  mérito,  ni  que  vigoriza 
la  autoridad  de  un  magistrado  republicano...  La  memoria 
de  los  peligros  que  han  corrido  los  derechos  de  la  Pro- 
vincia por  las  avanzadas  tentativas  de  jefes  aleccionados 
en  mandar  soldados,  ni  debe  perderse  de  vista  en  los 
consejos  de  la  sala,  ni  el  infrascripto  puede  excusarse 
de  recordarla.»  Y  como  si  estas  duras  consideraciones  no 
mostraran  claramente  á  la  legislatura  cuál  era  la  mente 
del  que  las  hacía.  Rozas  cerraba  su  nota  así:  «Conviene 
que  el  interés  público  prevalezca  al  sentimiento  indivi- 
dual de  los  representantes,  para  fortificar  la  moral  del 
gobierno,  haciendo  una  clásica  ostentación  de  la  inde- 
pendencia del  cuerpo  legislativo.» 

En  talas  circunstancias  el  pueblo  y  los  poderes  pú- 
blicos se  preparaban  á  recibir  los  restos  del  infortuna- 
do coronel  Dorrego  que  una  comisión  especial  había 
ido  á  buscar  á  Navarro  (').    Es  fácil  imaginarse  el  estado 


( ' )    Esta  comisión  la  componían  el  camarista   doctor  don  Miguel 
de  Villegas,  el  doctor  en  medicina  don  Cosme  Argerich,  don  Manuel 


—  31  — 

de  sobreexcitación  en  que  entró  el  pueblo  con  motivo 
de  esta  solemne  ceremonia.  El  patíbulo  de  Navarro  po- 
día ser  un  pretexto  para  muchos  que  lo  explotaran  en 
contra  de  los  unitarios.  Pero  para  el  pueblo,  la  muerte 
de  Borrego  era  el  abismo  que  los  separaba  de  sus  ad- 
versarios políticos.  El  común  de  las  gentes  quería  algo 
más  que  represiones,  cuyo  solo  efecto  era  el  de  hacer 
callar  á  sus  enemigos.  Quería  vidas  en  cambio  de  otras 
vidas;  y  ni  Carlos  IX,  ni  Felipe  II  contaron  para  sus 
degollaciones  con  pueblo  más  fanático  que  el  que  se  levan- 
taba terrible  en  Buenos  Aires,  dispuesto  á  precipitarse 
desde  luego  en  el  camino  de  las  represalias  tremendas, 
en  esa  lucha  espantosa  que  dividió  después  á  la  Repú- 
blica en  dos  campos  donde  no  se  dio  cuartel.  Cuando 
la  comisión  encargada  de  conducir  los  restos  del  coronel 
Dorrego  llegó  á  San  José  de  Flores,  grandes  grupos  de 
pueblo  se  reunieron  en  la  plaza  principal  de  este  pueblo. 
El  día  20  de  diciembre  de  1829,  la  comisión  siguió  para 
la  ciudad.  En  la  iglesia  de  la  Piedad  donde  se  detuvo, 
la  concurrencia  aumentó  considerablemente.  Por  la  tarde 
el  gobierno  trasladó  la  urna  á  la  Fortaleza.  Al  día  si- 
guiente tuvieron  lugar  en  la  Catedral  las  exequias  fú- 
nebres de  Dorrego,  con  asistencia  del  gobierno,  de  las 
corporaciones  civiles,  de  las  comunidades  religiosas  y  del 
pueblo  que  acudió  en  masa.  Todas  las  tropas  formaron 
en  la  plaza  de  la  Victoria  bajo  las  órdenes  del  general 
Balcarce:  y  después  de  pronunciado  por  el  canónigo  Fi- 
gueredo  el  elogio  fúnebre  de  Dorrego,  el  gobernador, 
todas  las  corporaciones,  el  ejército  y  una  masa  de  pueblo 
que  algunos  hacían  subir  á  cuarenta  mil  almas,  condu- 
jeron la  urna  al  cementerio. 


López,  don  Indalecio  Palma  y  el  cura  y  el  juez  de  Navarro.  El  infor- 
me de  esta  comisión  y  los  documentos  correlativos  se  publicaron  en 
El  Lucero  número  88. 


—  32  — 

Al  pie  del  mausoleo  erigido  al  efecto,  don  Juan  Ma 
miel  de  Rozas  pronunció  una  alocuci(3n  que  por  la  al- 
tura de  los  términos,  en  esas  circunstancias  excepcionales, 
y  en  boca  de  un  gobernante  dueño  de  la  opinión  que 
lo  rodeaba,  constituye  una  lección  digna  de  imitarse  en 
todo  tiempo.  «Borrego,  dijo  Rozas  en  medio  del  recogi- 
miento general,  víctima  ilustre  de  las  disenciones  civiles, 
descansa  en  paz !  La  patria,  el  honor  y  la  religión  han 
sido  satisfechos  hoy,  tributando  los  últimos  honores  al 
primer  magistrado  de  la  República.  La  mancha  más 
negra  en  la  historia  de  los  argentinos,  ha  sido  ya  lava- 
da con  las  lágrimas  de  un  pueblo  justo,  agradecido  y 
sensible.  Vuestra  tumba  rodeada  en  este  momento  de  los 
representantes  de  la  Provincia,  de  la  magistratura,  de 
los  venerables  sacerdotes,  de  los  guerreros  de  la  in- 
dependencia y  de  vuestros  compatriotas  ,  forma  el 
monumento  glorioso  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires  os 
ha  consagrado  ante  el  mundo  civilizado;  monumento 
que  advertirá  hasta  las  últimas  generaciones  que  el 
pueblo  porteño  no  ha  sido  cómplice  en  vuestro  in- 
fortunio. Allá  ante  el  Eterno  arbitro  del  mundo,  vues- 
tras acciones  han  sido  ya  juzgadas:  lo  serán  también  las 
de  vuestros  jueces,  y  la  inocencia  y  el  crimen  no  serán 
confundidos...» 

Rozas  se  dedicó  desde  luego  á  regularizar  la  admi- 
nistración y  la  hacienda  de  la  Provincia,  con  la  hábil 
cooperación  de  los  ministros  García  y  Guido.  El  estado 
de  la  hacienda  no  podía  ser  más  precario  para  una  pro- 
vincia que  contaba  con  entradas  abundantes.  Baste  sa- 
ber que  en  el  año  1829  sólo  se  recaudó  ocho  millones, 
y  que  las  salidas, — incluso  el  déficit  que  excedía  de  trece 
millones, — ascendieron  á  más  de  veintitrés  millones.  En 
€stas  salidas  figuraban  partidas  por  250.000  pesos  al 
comisario  de  artillería;  por  300.000  pesos  invertidos  en 


la  policía;  por  700.000  en  la  marina;  y  la  rej3ai'tición  de 
correos  nada  produjo  en  ese  año,  que  por  él  contrario 
insumió  más  de  15.000  pesos.  (') 

En  estas  circunstancias  el  general  Paz  se  aprestaba 
á  llevar  á  Cuyo  y  al  norte  las  armas  de  los  unitarios 
vencedoras  en  Córdoba;  y  los  gobiernos  del  litoral  se 
pusieron  á  la  defensiva.  Rozas  formó  un  campo  de  ins- 
trucción y  de  maniobras  en  Pavón,  cerca  de  la  línea  de 
Santa  Fe,  donde  empezó  cá  organizar  un  respetable  cuer- 
po de  ejército.  Á  fin  de  inspeccionar  estos  preparativos 
y  de  proveer  al  mismo  tiempo  á  las  necesidades  que 
demandaba  la  campaña.  Rozas  delegó  el  poder  ejecutivo 
en  sus  ministros,  reservándose  él  las  facultades  que 
tenía  conferidas,  y  se  dirigió  al  norte. 

Rozas  se  detuvo  en  todos  los  pueblos  del  norte  y 
quiso  darse  cuenta  exacta  de  las  cosas,  llamando  á  los 
funcionarios  y  vecinos  espectables,  atendiendo  las  de- 
mandas, oyendo  las  opiniones  y  proveyendo  á  aquellas 
necesidades  de  carácter  administrativo.  En  este  camino 
tropezó  con  algunas  dificultades  y  pudo  apreciar  la  ne- 
gligencia con  que  las  autoridades  locales  administraban 
los  intereses  de  esos  pobres  pueblos.  Es  por  demás  cu- 
riosa la  correspondencia  que  sustuvo  en  este  sentido 
con  sus  ministros,  á  quienes  apuntaba  las  razones  que 
lo  movían  á  pedirles  que  hicieran  cesar  tales  ó  cuales 
funcionarios  civiles  y  militares,  y  las  condiciones  de  los 
que  debían  reemplazar  á  éstos. 

En  cuanto  á  las  iglesias  y  á  los  curas,  Rozas  escri- 
bía desde  San  Nicolás  en  15  de  abril  de  1830  á  su  ami- 
go y  padrino  el  doctor  José   María  Terrero,  provisor  y 


( ' )  Véase  el  Estado  General  del  Erario  publicado  en  el  Registro 
Oficial  de  1830  y  también  en  El  Lucero  áe\  5  de  febrero  del  mismo 
año. 

TOMO    II.  3 


—  u  — 

goberiiador  del  obispado:  «  Ando  trabajando  cuanto  pue- 
«  do  por  mejorar  nuestras  iglesias  y  las  costumbres 
((  religiosas;  todo  ha  de  ir  bien  porque  el  ejemplo  puede 
«  mucho.  El  templo  de  San  Pedro  era  un  chiquero.  El 
«  cura  lo  había  dejado  cerrado,  y  le  pido  á  usted  que 
«  lo  destituya  en  vista  de  que  el  tal  cura  se  ha  dado 
((  tiempo  para  edificar  casas  propias,  y  no  para  asear 
«  siquiera  el  templo.  »  Por  razones  análogas  le  pide  la  se- 
paración de  los  curas  del  Baradero  y  del  Fortín  de  Areco, 
y  agrega:  «  Mándeme  usted  dos  curas  para  estos  desti- 
nos, pero  no  me  mande  curas  inmorales.  Estimule  usted 
por  Dios  á  esos  santos  padres  para  que  sirvan  á  su 
patria  ahora  que  deben  ser  venerados  como  ministros 
del  culto. »  (/) 

En  otra  carta  se  refiere  á  la  capilla  de  San  José,  y  le 
dice  que  ha  contribuido  para  ello  con  quinientos  pesos- 
de  sus  fondos  particulares  y  con  otros  quinientos  de 
su  sueldo;  y  en  cuanto  al  sacerdote  don  Feliciano  Mar- 
tínez que  el  provisor  le  propone  como  cura,  le  declara 
que  no  tiene  inconveniente  en  que  sea  nombrado,  «porque 
aunque  no  he  averiguado  sobre  sus  opiniones  políticas,, 
me  han  dicho  que  es  retirado,  moral  y  virtuoso  sin  hi- 
pocresía, y  esto  me  basta.»  O  En  carta  fechada  en  el 
Salto  á  19  de  mayo,  le  habla  de  lo  que  ganaría  el  país 
con  otra  misión  al  sur,  y  prosigue:  «  El  cura  de  Rojas 
«  no  rezaba  el  rosario  por  la  noche:  tampoco  echaba  sus 
«  pláticas.  Yo  le  hice  ver  que  no  era  indispensable  de- 
«  cirlas  de  memoria:  que  tanto  valía  escribirlas  y  leerlas 
«  en  el  pulpito.  Él  alegaba  falta  de  velas,  y  yo  lo  alla- 
«  né  todo.  »  Refiriéndose  al  templo  del  Pergamino  que 
estaba    en   el  suelo,  le    dice    este    párrafo    significativo: 


( • )    Manuscrito  de  Rozas  en  mi  archivo. 
(-)    Manuscrito  de  Rozas  en  mi  arcliivo. 


—  35  — 

«¡Cómo  se  ha  mirado  por  nuestros  gobiernos,  padrino, 
la  religión  santa  de  Jesucristo,  la  religión  de  nuestra 
tierra!  Creo  que  si  los  federales  logramos  seis  años  ha 
de  tomar  aspecto;  y  que  educando  ahora  en  la  verdadera 
religión  de  nuestros  padres  á  estos  niños  que  se  están 
criando,  ellos  la  han  de  defender  dando  en  tierra  con 
todos  los  incrédulos  y  con  todos  los  malvados.  Yo  hago 
que  las  tropas  entren  formadas  á  misa  y  que  en  ella 
se  rinda  rigorosamente  á  Dios  la  veneración  que  marca 
la  ordenanza.  Hago  que  las  retretas  al  romperse  pasen 
á  las  puertas  de  las  iglesias  y  toquen  á  Dios  un  toque 
en  demostración  de  respeto  y  alabanza.  Si  el  cura  ha 
cumplido  bien,  también  se  le  toca  un  toque  en  la  puer- 
ta de  su  cuarto,  para  darle  con  esta  y  otras  demostra- 
ciones la  importancia  que  yo  quiero  que  tengan  los  mi- 
nistros del  altar.»  (^) 


( '  )  Manuscrito  de  Rozas  en  mi  archivo.  El  doctor  don  José  Ma- 
na Terrero  nació  en  Buenos  Aires  el  29  de  mayo  de  1789  y  fueron 
sus  padres  don  Joaquín  Terrero  y  doña  María  Josefa  González  Vi- 
llarino.  Cursó  en  la  real  universidad  de  Córdoba  del  Tucumán  las 
aulas  de  filosofía  en  los  años  1800,  1801  y  1802,  tiémine  discrepante. 
En  1803  se  incorporó  á  los  Reales  estudios  de  Buenos  Aires  y  cursó 
tres  años  de  teología.  De  1806  á  1809  inclusive  cursó  teología  moral.  En 
todos  estos  exámenes  obtuvo  aprobación  plena,  fie'inine  discrepan- 
te, según  consta  del  certificado  que  á  virtud  de  orden  del  cance- 
lario de  los  Reales  estudios,  doctor  don  Luis  José  Chorroarin,  expide 
en  15  de  febrero  de  1806,  el  secretario  don  Manuel  José  de  Saravia. 

En  febrero  de  1809,  ordenado  ya  clérigo  diácono,  fué  nombrado  por 
el  obispo  Lué  (el  famoso  obispo  del  cabildo  abierto  del  22  de  mayo 
de  1810)  capellán  de  la  Catedral;  por  renuncia  que  hizo  el  doctor 
Manuel  V.  Erézcano  de  esa  capellanía,  no  beneficiada  ni  colativa. 
En  octubre,  siendo  familiar  del  mismo  obispo,  fué  nombrado  bene- 
ficiado excusador  del  evangelio  en  la  Catedral,  por  el  tiempo  que 
permaneciera  ausente  el  titular  que  lo  era  el  doctor  Bernardo  de  la 
Colina.  El  obispo  Lué  lo  autorizó  para  celebrar  la  misa  por  el  tér- 
mino de  un  año,  á  contar  del  19  de  junio  de  1811.  El  doctor  Zava- 
leta  prorrogó  esta  licencia  por  cuatro  años  más,  y  la  extendió  á  la 
facultad  de  predicar  y  confesar  hombres  y  mujeres,  y  á  la  de  absol- 
ver á  reservatis. 

En  vista  de  sus  estudios  y  de  haber  servido  el  empleo  de  pasan- 
te general  de  estudios  en  el  Seminario  Conciliar  de  Buenos  Aires, 
desde  abril  de  1814  hasta  julio   de  1816,   «promoviendo  en    cuanto 


—  8B  — 

Estos  detalles  á  primera  vista  frivolos  muestran  que 
Rozas,  sea  que  se  inspirara  en  los  intereses  generales 
de  la  Provincia,  ó  que  se  sintiera  predispuesto  á  ejercer 
su  acción  autoritaria  en  todas  las  relaciones  políticas, 
redoblaba  su  actividad  y  su  constancia  para  regularizar 
la  marcha  de  su   oobierno  en  razón  de  las  ideas  v  sen- 


ce  le  ha  sido  posible  el  adelantamiento  de  sus  alumnos,  presidiendo 
«  todos  los  ejercicios  literarios  de  las  materias  que  tratan  en  las 
«  aulas  públicas  con  pruebas  de  suficiencia»,  el  claustro  de  la  Uni- 
versidad de  Córdoba,  le  otorgó  en  21  de  septiembre  de  1816,  por 
medio  de  los  doctores  José  Mana  Bedoya,  José  Domingo  de  Allende, 
y  fray  Felipe  Serrano,  la  borla  de  doctor  en  teología  «con  la  calidad 
de  desempeñar  la  l'unción  pública  de   ignaciana.» 

En  17  de  junio  de  1818  el  director  supremo  de  las  Provincias 
Unidas,  general  Juan  M.  de  Pueyrredón,  lo  nombró  vicerrector  del 
Colegio  de  la  Unión  del  Sur,  teniendo  presente  que  «era  necesario 
proveer  ese  destino  en  persona  que  reúna  conocidos  talentos  y  vir- 
tudes, modales  atables  y  suficiencia  para  su  desempeño;  y  que  todas 
estas  cualidades  concurren  en  el  doctor  José  Mana  Terrero.» 

En  1820  renuncio  este  cargo.  El  gobernador  le  aceptó  su  renun- 
cia ordenando  que  «á  efecto  de  que  el  conocido  mérito  de  este 
«  eclesiástico,  sea  compensado  debidamente  y  de  un  modo  que 
«  satisfaga  la  justa  gratitud  en  que  le  está  el  público  y  este  gobier- 
«  no  por  su  singular  buen  comportamiento,  oficíese  ai  señor  provi- 
«  sor  gobernador  de  este  obispado,  recomendándole  su  colocación 
«  en  la  iDrimera  oportunidad  ventajosa  que  se  presente.» 

El  provisor  doctor  Benegas  lo  nombró  cura  de  la  Concepción 
en  21  de  agosto  de  1829;  y  el  14  de  enero  de  1830  fué  nombrado 
provisor  y  gobernador  del  arzobispado  por  el  senado  eclesiástico 
que  presidia  el  doctor  Diego  E.  Zavaleta  y  del  que  formaban  parte, 
don  Valentín  Gómez,  Pedro  Vidal,  Bernardo  de  la  Colina,  Santiago 
Figueredo,  Saturnino  Seguróla,  etc.,  etc.  Desempeñó  este  cargo  hasta 
el  30  de  marzo  de  1831  en  que  el  doctor  Tomás  M.  de  Anchorena  le 
comunicó  que  «sólo  el  deber  en  que  se  consideraba  el  gobernador 
de  reconocer  por  vicario  apostólico  de  esta  diócesis  al  señor  doctor 
don  Mariano  Medrano,  obispo  de  Aulón,  había  podido  impulsarle  á 
dictar  la  providencia  en  virtud  de  la  cual  cesaba  el  doctor  Terrero 
en  el  desempeño  del  provisoriato.» 

Á  fines  de  este  año  fué  nombrado  canónigo  subdiácono;  y  segun- 
do canónigo  diácono  el  13  de  septiembre  de  1832.  Electo  diputado  á 
la  legislatura  de  la  Provincia  en  1832,  reelecto  sucesivamente  en 
los  períodos  de  1833  y  1834,  el  doctor  Terrero,  así  en  este  cargo 
honorífico  como  en  muchas  otras  comisiones  que  se  le  confiaron, 
se  desempeñó  siempre  con  altura,  ilustración  y  hombría  de  bien, 
haciéndose  notar  siempre  por  la  extricta  rigidez  de  sus  principios 
y  por  la  firmeza  incontrastable  de  su  carácter. 

Por  decreto  de  15  de  diciembre  de  1832  el  gobernador,  en  la  so- 
licitud de  don  Braulio  Costa  sobre  el  despacho  de  un  baúl  de 
libros  existentes  en  la  aduana,  mandó    que    se   pidiera   al  colector 


—  o/   — 

timientos  de  la  época,  y  sin  descuidar  ninguno  de  los 
detalles  de  la  administración,  ni  aun  en  esos  momentos 
en  que  graves  peligros  amenazaban  al  litoral  si  triun- 
faba el  movimiento  revolucionario  que  debía  sostener  el 
general  Paz  en  el  interior  al  frente  de  mil  veteranos 
con  que  regresó   del  Brasil. 


tres  ejemplares  de  esos  libros  que  eran  El  Jesuíta  joven  para  que 
fueran  revisados  por  el  camarista  doctor  don  Miguel  Villegas,  ca- 
nónigo don  José  ISIaria  Terrero  y  doctor  don  José  C.  Lagos,  «quie- 
<(  nes  reconociendo  su  contenido,  informarán  si  conviene  á  la  reli- 
«  gión  y  buenas  costumbres  su  circulación  en  el  país.»  (¿Seria  Me- 
morias de  un  jesuíta  joven?) 

En  28  de  marzo  de  1834,  siendo  director  de  la  biblioteca  públi- 
ca, fué  nombrado  miembro  de  la  junta  de  juristas,  teólogos  y 
canonistas  que  debían  decidir  sobre  las  facultades  para  la  provisión 
de  los  obispos;  reunión  que  quedó  sin  efecto  por  superior  resolu- 
ción de  21  de  agosto  de  1834,  debiendo  los  nombrados  presentar 
sus  dictámenes  escritos  sobre  cada  una  de  las  14  proposiciones 
sometidas  á  su  consideración. 

Por  fin,  en  julio  3  de  1835  fué  nombrado  fiscal  eclesiástico.  He 
tenido  ocasión  de  leer  muchas  de  sus  vistas,  que  él  guardaba 
cuidadosamente,  y  puedo  decir  que  si  algunas  veces  se  echa  de 
menos  los  conocimientos  especiales  del  verdadero  jurista,  campea 
en  todas  ellos  un  excelente  criterio  en  la  apreciación  de  los  hechos, 
ilustrado  con  conocimientos  generales  que  le  permitían  emitir  opi- 
niones concienzudas  y  concluyentes  en  todas  las  cuestiones  someti- 
das á  su  consideración. 

El  doctor  Terrero  falleció  en  la  ciudad  de  Buenos  Aires  el  9  de 
enero  de  1837.  Su  cuerpo  fué  inhumado  en  el  panteón  de  la  Catedral. 
Sus  servicios  al  país,  su  inteligencia  y  sus  dotes  personales,  lo  hacen 
digno  de  este  recuerdo  biográfico  que  trazo  á  rasgos  tomados  de 
algunos  de  sus  papeles  privados. 


CAPÍTULO   XVI 


PAZ   Y    QUIROGA 


(1829  —  1830) 


Sumario.  I.  Entrada  del  general  Paz  en  Córdoba:  Bustos  se  retira  y  aquél  ocupa  la 
ciudad. —  II.  Bases  de  arreglo:  la  política  del  más  fuerte. —  III.  Paz  ataca 
y  derrota  á  Bustos.  —  IV.  Circular  de  Paz  á  los  gobernadores  y  al  general 
Quiroga:  respuesta  de  Quiroga. —  V.  Perfiles  del  general  Juan  Facundo 
Quiroga.  —  VI.  Las  huestes  de  Quiroga. — VII.  Las  acusaciones  de  los 
enemigos  y  las  manifestaciones  de  los  patricios. — VIII.  Boceto  del  general 
José  María  Paz. —  IX.  Los  veteranos  y  los  llanistas. — X.  Invasión  de 
Quiroga.  —  XI.  Paz  sale  á  batirlo  y  Quiroga  se  entra  en  la  ciudad  de  Cór- 
doba.—  XII.  Batalla  de  la  Tablada:  derrota  de  Quiroga. —  XIII.  Combate 
del  23  de  junio:  nueva  derrota  de  Quiroga.^ XIV.  Fusilamiento  de  los 
prisioneros  de  Quiroga. —  XV.  Comisiones  mediadoras:  fracaso  de  éstas. 
—  XVI.  Campaña  de  Paz  sobre  la  Sierra. —  XVII.  Nueva  campaña  de  Qui- 
roga sobre  Córdoba:  notable  comunicación  que  dirige  á  Paz. —  XVIII.  La 
política  de  guerra  de  Paz. —  XIX.  Nueva  mediación:  Paz  le  impide  confe- 
renciar con  Quiroga. —  XX.  Batalla  de  Oncativo  ó  Laguna  Larga  —  Quiroga 
se  retira  á  Buenos  Aires. 


El  general  Paz  cruzó  con  su  división  la  provincia  de 
Santa  Fe  y  se  plantó  en  Córdoba,  su  provincia  natal,  y 
la  llave  de  que  debía  apoderarse  para  dirigir  todos  los 
movimientos  contra  los  gobernadores  Bustos,  Aldao,  Gui- 
ñazú  y  el  general  Quiroga  que  dominaba  en  el  interior 
y  en  Cuyo.  Á  mediados  de  abril  Paz  llegó  al  Ojo  de 
Agua,  y  el  gobernador  de  Córdoba  se  situó  con  sus  fuer- 
zas en  el  Pilar,  sobre  el  río  Segundo.  Allí  se  dirigió 
Paz.  Pero  Bustos  levantó  su  campo  y  se  replegó  sobre  la 
ciudad  de  Córdoba.  Seguido  por  las  fuerzas  de  aquél. 
Bustos  se  retiró  en  dirección  á  la  capilla  de  Pedernera, 
dejando  descubierto  el  camino  de  la  ciudad,  de  lo  que 
aprovechó  Paz  para  ordenar  al  coronel  Dehesa  que  mar- 
chase á  ocuparla,  lo  que  verificó  éste  el  día  12  de  abril. 


—  39  — 

Paz  propuso  en  seguida  á  Bustos  una  transacción 
sobre  la  base  de  que  se  convocaría  al  pueblo  á  elec- 
ción de  representantes,  los  cuales  nombrarían  el  gober- 
nador. Aunque  Bustos  aceptó  la  proposición  ampliándola 
en  el  sentido  de  que  ni  él  ni  Paz  serían  nombrados,  el 
hecho  positivo  es  que  Paz  no  había  ocupado  militarmente 
la  ciudad  para  dejarle  el  terreno  libre  á  Bustos,  ni  éste 
lo  cedería  sino  á  la  fuerza.  Paz  dice  que  Bustos  quería 
ganar  tiempo;  lo  que  se  explica  perfectamente  si  se  atiende 
á  que  Bustos  pretendía  reanudar  la  situación  política 
provincial  que  acababa  de  derrocar  aquél  con  el  ejér- 
cito de  la  Nación  y  con  el  mismo  título  con  que  otro 
general  de  división  había  derrocado  la  de  Buenos  Aires 
en  1828. 

Lo  cierto  es  que  Bustos  apremiaba  á  Quiroga,  con 
quien  se  había  aliado  y  quien  hacía  sus  últimos  pre- 
parativos de  campaña  contra  Paz.  En  tal  espectativa 
Paz  se  aproximó  con  su  ejército  al  campamento  de  su 
adversario,  situado  en  San  Roque,  como  á  nueve  leguas 
de  la  ciudad.  Ciudadanos  bien  intencionados  que  que- 
rían evitar  la  efusión  de  sangre,  provocaron  una  entre- 
vista entre  ambos  generales.  De  ésta  resultó  que  Bustos 
delegó  en  Paz  el  gobierno  para  que  convocase  á  eleccio- 
nes; y  en  tal  carácter  fué  este  último  reconocido  oficial- 
mente. (') 

Una  vez  en  el  gobierno,  Paz  le  hizo  cargo  á  Bustos 
de  sus  relaciones  con  Quiroga  y  le  intimó  que  disolviese 
su  ejército,  porque  de  no  hacerlo  así  se  iría  contra  él. 
El  hecho  se  subsiguió  á  la  amenaza.  El  22  de  abril,  Paz 
llevó  un  ataque  general  sobre  Bustos  atrincherado  en 
San  Roque  y  lo  derrotó  completamente,  tomándole  dos- 


(^)  Memorias  postumas   del  general  Paz,    tomo   III    pág.    100. 
Véase  también  El  Argentino  de  Córdoba. 


—  40  — 

cientos  prisioneros,  8  cañones  y  todo  el  parque  que  era 
al)un(lantísimo.  Bustos  se  dirigió  á  Pocho  pretendiendo 
hacer  pie  en  la  Provincia;  pero  pocos  días  después  se 
dirigió  á  los  llanos  de  La  Rioja  á  incorporarse  al  gene- 
ral Quiroga,  quien  acababa  de  expedir  una  circular 
en  la  que  decía  que  « con  las  fuer/as  de  su  mando  y 
las  de  Catamarca  marchaba  en  auxilio  de  la  benemérita 
provincia  de  Córdoba». 

Paz  se  contrajo  á  organizar  la  Provincia  administra- 
tiva y  militarmente;  y  en  vista  de  la  nueva  situación 
política  de  Buenos  Aires,  de  la  cual  no  podía  esperar 
cooperación  para  sus  planes,  como  lo  dice  en  sus  me- 
morias, les  comunicó  á  los  gobiernos  de  Mendoza,  San 
Luis  y  al  general  Quiroga,  principalmente,  que  no  se 
entrometería  en  los  asuntos  internos  de  estas  provincias, 
y  que  por  el  contrario  deseaba  conservar  con  ellas  paz 
y  amistad.  Pero  Quiroga  contaba  también  con  esos  go- 
bernadores para  su  empresa.  Sólo  él  respondió  á  la  nota 
de  Paz.  Su  respuesta  fué  gráfica.  Cuando  se  le  presentó 
el  capitán  don  Nicolás  Arce  destacado  por  el  coronel 
Allende  con  la  comunicación  de  Paz,  le  intimó  que  re- 
gresara en  el  acto,  munido  de  un  pasaporte  que  el  mismo 
Quiroga  redactó  en  estos  términos:  «Regresa  el  bombero 
don  Nicolás  Arce  á  dar  cuenta  á  su  amo  don  Faustino 
Allende  que  se  halla  en  la  Zerrezuela  con  los  mocosos 
vencedores  en    San  Roque.  —  Juan  Facundo  Quiroga.  y> 

¿Qué  hombre  era  este,  que  sin  ser  gobernador,  sin 
estar  investido  de  autoridad  superior,  se  hallaba  al  frente 
del  ejército  de  tres  provincias,  y  despreciaba  con  arro- 
gancia tan  primitiva  á  uno  de  los  primeros  generales 
de  la  República?  La  personalidad  del  general  Juan  Facun- 
do Quiroga  dio  tema  á  Sarmiento  para  un  libro  que  consti- 
tuye bello  florón  de  la  literatura  argentina.  Bien  que  con 
el  espíritu  preconcebido  del  propagandista  que  sintetiza 


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—  41  — 

las  causas  complejas  en  los  hechos  que  favorecen  sus  idea- 
les, Sarmiento  ha  presentado  con  colorido  de  maestro 
ese  carácter  original  de  los  llanos  argentinos,  tomándolo 
desde  el  momento  en  que  se  inicia  en  las  correrías 
pintorescas  del  gaucho,  hasta  el  en  que  se  convierte  en 
personaje  político  al  favor  de  las  rivalidades  entre  los 
Dávila  y  los  Ocampo.  Desde  que  con  su  lanza  y  sus  lla- 
neros se  apoderó  de  la  situación  de  La  Rioja,  Quiroga 
campeó  formidable  donde  quiera  que  se  sintió  la  pu- 
janza de  su  brazo  y  las  manifestaciones  de  sus  pasio- 
nes arrebatadas.  Expresión  superior  de  la  naturaleza 
primitiva  en  que  se  había  desenvuelto,  conducía  sus 
propósitos  en  razón  de  los  medios  que  ésta  le  brindaba. 
Valeroso  hasta  la  temeridad;  sagaz  hasta  lo  increíble; 
fecundo  en  expedientes  singulares;  tremendo  en  las  vic- 
torias; más  tremendo  todavía  en  las  derrotas,  y  con  chis- 
pas de  genio  para  sacar  provecho  aún  de  las  dificultades 
que  le  suscitasen,  y  restablecer  la  partida  con  cuales- 
quiera que  se  le  opusieren,  el  general  Quiroga  era  un 
espíritu  sacudido  por  el  frenesí  de  las  luchas  estupen- 
das, en  las  cuales  se  agrandaba  como  se  agranda  un 
turbión  cuanto  más  recia  es  la  borrasca  que  lo  levanta. 
Obligaba  á  los  suyos  á  que  confiasen  en  la  victoria, 
como  si  ésta  dependiese  del  prodigio  de  su  voluntad; 
y  él  confiaba  también,  seducido  por  la  visión  fantástica 
de  un  campo  ensangrentado  de  vencidos  por  sus  ma- 
nos, y  él  esperando  á  los  vengadores  para  vencerlos 
otra  vez,  y  otra  vez  poder  gozar  de  las  fruiciones  de- 
liciosas del  combate.  El  pueblo,  los  soldados  habitua- 
dos á  batirse  como  leones  á  su  lado,  temblaban  ante 
la  mirada  penetrante  de  esos  ojos  renegridos  y  medio 
ocultos  bajo  las  guedejas  de  una  cabellera  abundante. 
Aquí  era  donde  Quiroga  descubrió  sus  dotes  de  caudi- 
llo de  multitudes  primitivas.  Véase  esta  anécdota.     Un 


—  4-2  — 

objeto  había  sido  robado.  Todas  las  averiguaciones  he- 
chas á  los  soldados  habían  sido  infructuosas.  Quiroga 
forma  su  tropa:  hace  cortar  tantas  varillas  de  igual  ta- 
maño cuantos  eran  los  soldados:  ordena  que  se  distri- 
buyan á  todos,  y  con  voz  segura  dice :  « Aquél  cuya 
varita  amanezca  mañana  más  grande  que  las  demás, 
ese  es  el  ladrón.  »  Al  día  siguiente  forma  la  tropa.  Un 
soldado  hay  cuya  varilla  aparece  más  corta  que  las 
otras: — «¡Miserable!  le  grita  Quiroga  con  voz  aterrante: 
tú  eres !...  »  Y  en  efecto  éste  era...  el  crédulo  gaucho, 
temiendo  que  la  varilla  creciese,  le  había  cortado  un 
pedazo.  En  otra  ocasión  habíase  robado  algunas  pren- 
das á  un  soldado.  Quiroga  dice  con  seguridad:  «yo  sé 
quien  es  »,  y  hace  deslilar  la  tropa  para  adivinarlo.  De 
repente  se  lanza  sobre  un  soldado,  lo  toma  por  el  brazo 
y  le  pregunta  secamente  :  «¿  dónde  está  el  apero  ? » — «  Allí, 
general»,  responde  el  gaucho,  señalando  un  bosque- 
cilio... 

Su  actitud  de  caudillo  de  multitudes  armadas  en  el 
escenario  político  que  le  disputaban  sus  enemigos,  sus- 
citóle resistencias  tremendas.  La  tradición  partidista 
abulta  los  hechos  de  Quiroga;  y  como  no  nos  explica 
su  razón  en  otros  hechos  correlativos,  lo  exhibe  como 
un  ser  abominable.  Cierto  es  que  incurrió  en  actos  de 
crueldad,  pero  éstos  fueron  por  vía  de  represalia,  en 
una  época  de  descomposición  y  de  atraso,  en  medio  en 
una  guerra  civil  desastrosa,  cuando  parecía  que  los 
unitarios  y  federales  adoptaban  por  principio  aquellas 
tremendas  palabras  que  pronunciaba  Cicerón  en  los  últi- 
mos días  de  la  República  Romana :  « César,  somos  los 
vencidos,  podéis  hacernos  morir! » 

Los  principales  hombres  del  país  mantuvieron  franca 
relación  con  Quiroga,  y  ninguno  de  ellos  llamó  en  vano 
al  sentimiento  patriótico  del  formidable  caudillo,  según 


—  43  — 

se  acredita  por  la  voluminosa  correspondencia  original 
que  he  tenido  á  la  vista.  En  noviembre  de  1820  el 
general  Güenies  le  encarecía  el  envío  de  armas  y  solda- 
dos declarándole  que  «  este  recomendable  servicio  pondrá 
el  sello  á  los  muchos  que  ha  prestado  al  país  y  que 
le  reconocerá  éste».  Quiroga  le  remitió  todo  el  mate- 
rial de  guerra  de  la  división  Aldao  y  alguna  tropa. 
En  1823  es  el  libertador  San  Martín  quien  le  llama  á 
la  concordia  con  el  gobernador  Dávila.  ( ' )  El  pedido 
llegó  cuando  las  fuerzas  de  Quiroga  se  batían  con  las 
de  éste.  Al  entrar  vencedor  en  La  Rio] a,  Quiroga  orde- 
na que  cesen  los  repiques,  envía  el  pésame  á  la  viuda 
del  gobernador  muerto  en  la  pelea  y  le  decreta  á  éste 
pomposas  exequias  fúnebres.  En  octubre  del  mismo 
año  el  libertador  San  Martín  vuelve  á  agradecerle  los 
auxilios  que  ha  prestado  á  la  división  del  general  Undi- 
ninea;  y  en  el  mismo  sentido  y  por  servicios  análogos 
le  escriben  los  generales  Balcarce,  el  coronel  Borrego, 
el  general  Alvear,  D.  Nicolás  Avellaneda,  gobernadores 
y  altos  funcionarios  de  la  República.  (^)  Tal  era  el 
hombre  que  se  venía  sobre  el  general  Paz  y  en  auxilio 
de  la  provincia  de  Córdoba,  como  lo  anunciaba. 

El  general  José  María  Paz  era  uno  de  esos  militares 
encuadrados  en  el  comando  de  los  ejércitos  á  los  cuales 
saben  organizar  y  dirigir  científicamente,  como  una  ma- 
quinaria cuyo  montaje,  que  es  la  disciplina,  hacen  funcionar 
metódicamente  á  impulsos  de  reglas  que  rigen  inílexi- 
bles.  Como  estratégico  pertenecía  á  esa  escuela  de  Tu- 
renne,  quien  hacía  depender  el  éxito  de  una  batalla 
del  modo  y  grado  cómo  se  cumplía  su  cálculo  de  pro- 


(^)  Véase  el  apéndice.  Todas  estas  cartas  están  originales  en 
poder  de  la  señora  hija  del  general  Quiroga,  doña  Jesús  Q.  de 
Oaffarot. 

(2)    Véase  el   apéndice. 


—  44  — 

habilidades,  al  cual  ajustaba  sus  operaciones  y  movi- 
mientos. Tuvo  la  rara  virtud  de  imponerse  á  todos  los 
ejércitos  que  mandó,  porque  sus  subalternos,  sin  excep- 
ción, vivían  persuadidos  de  la  victoria;  tan  grande  érala 
confianza  que  les  inspiraba  la  capacidad  de  ese  general 
rígido  y  grave  que,  por  la  propia  conciencia  de  su  valer, 
quizá,  ni  se  hombreaba  con  los  soldados,  ni  recurría 
jamás  á  esas  medidas  de  efecto  con  que,  desde  lo  alto 
de  su  posición,  suelen  brillar  un  instante  las  mediocri- 
dades audaces.  Verdad  es  que  el  general  Paz  carecía 
de  las  condiciones  y  exterioridades  hasta  cierto  punto 
requeridas  para  aspirar  á  ese  brillo.  Con  ser  cultísimo 
y  correcto  sin  afectación,  su  modestia  y  su  timidez  lle- 
gaban al  grado  de  que  se  ruborizaba  en  el  trato  con  las 
gentes,  á  las  cuales  no  frecuentó  ni  en  las  posiciones 
espectables  que  llegó  á  ocupar.  Era  parco  en  la  palabra, 
que  sólo  afluía  á  sus  labios  las  muy  raras  veces  que 
no  dominaba  su  cólera,  y  más  parco  en  sus  espansio- 
nes,  que  se  reconcentraban  en  su  espíritu  enérgico  y 
levantado.  Faltábale  un  brazo;  y  no  sabía  montar  á 
caballo,  lo  que  era  un  fenómeno  tratándose  de  un  gene- 
ral argentino.  El  aura  popular  no  llevó  lejos  sus  frases, 
ni  sus  proezas  personales;  pero  en  cambio  los  hombres 
de  guerra  de  su  tiempo  estaban  contestes  en  que  las 
batallas  que  él  dio  son,  del  punto  de  vista  de  la  ciencia 
militar,  tan  notables  como  las  de  San  Martín  y  Alvear. 
En  1830  Quiroga  le  llevaba  á  Paz  la  ventaja  de  su 
reputación  ya  hecha.  Los  oficiales  del  Ejército  Auxiliar 
del  Perú  habían  visto  á  Paz  asistir,  como  se  asiste  á 
un  aula  científica ,  á  las  batallas  y  combates  de  Tu- 
cumán,  Salta,  Pequereque,  Puente  de  Márquez,  Wil- 
houma,  Ayouma,  Valcapujio,  Venta  y  Media,  etcétera. 
Su  participación  en  Cutizaingó  había  sido  en  rigor, 
brillante;  pero  en  1830  Paz  actuaba  por  la  primera  vez 


' '  ¡4/ 


—  45  — 

como  general  en  jefe  de  un  ejército.  Y  Quiroga,  fiado 
en  sus  prestigios,  no  imaginaba  que  Paz  pudiera  con- 
trarrestarlos aunque  se  viniera  contra  él  con  todo  el 
ejército  veterano  que  lidió  en  el  Brasil.  ¿Qué  pre- 
sumían estos  soldados  formados  en  batalla  ó  escalo- 
nados como  máquinas  de  hacer  fuego?  La  victoria  para 
él,  que  no  dejaría  de  sonreirle  porque  se  la  disputase 
un  general  que  ni  sabía  esgrimir  un  arma  ni  tenerse 
siquiera  á  caballo.  ¿Estos  soldados  habían  vencido  á 
los  alemanes  y  á  los  brasileros  en  el  Ombíi,  Bacacay^ 
Cutizaingó  y  Camacuá?  Y  bien!  Sus  llaneros  los  enla- 
zarían después  de  lancearlos  por  la  espalda!... 

Con  tales  impresiones  Quiroga  entró  por  la  Zerrezue- 
la  en  Córdoba,  á  mediados  de  mayo  de  1829.  Paz  salió 
de  la  capital  á  batirlo;  pero  como  aquél  costease  la  falda 
de  la  Sierra  y  entrase  en  la  provincia  de  San  Luis,  para 
engrosarse  con  los  contingentes  de  Cuyo,  prefirió  por 
su  parte  esperar  los  que  había  pedido  á  Tucumán  y  á 
Salta,  las  únicas  provincias  que  hacían  causa  común 
con  él.  Cuando  se  le  incorporó  con  éstos  el  general  Ja- 
vier López,  Paz  marchó  al  frente  de  dos  mil  quinientos 
soldados,  campando  el  día  8  de  junio  en  la  margen 
izquierda  del  río  Anisacate.  Quiroga  acababa  de  entrar 
nuevamente  en  Córdoba  al  frente  de  5000  combatientes, 
y  se  dirigió  al  Salto,  en  el  río  Tercero.  Aquél  pasó  el  río, 
calculando  que  Quiroga  avanzaría  y  que  lo  batiría  en 
marcha;  pero  se  aproximó  hasta  cuatro  leguas  del  Salto 
y  Quiroga  no  aparecía.  Cuando  se  apercibió  de  su  error 
ya  era  tarde.  Provisto  de  excelentes  caballadas,  Quiroga 
montó  su  infantería;  el  día  19  de  junio  pasó  el  río 
Tercero  tres  leguas  abajo  de  su  campo  del  Salto,  y  veinte 
y  cuatro  horas  después,  embestía  con  sus  caballerías 
las  fortificaciones  del  circuito  principal  de  la  ciudad  de 
Córdoba.    La  noche  contuvo  las  desesperadas  cargas  de 


—  46  — 

los  asaltantes.  Al  día  siguiente  Quiroga  formo  su  ejér- 
cito á  lo  largo  de  una  de  las  calles  fuera  de  trincheras^ 
é  hizo  saher  á  los  de  la  plaza  que  si  no  se  rendían 
inmediatamente  llevaría  el  asalto  general  y  no  daría 
cuartel.  Los  sitiados  creían  que  se  las  habían  con  los 
montoneros  de  Córdoba,  que  encabezaba  Bustos,  así  fué 
que  cuando  recibieron  la  intimación  de  Quiroga,  le  die- 
ron franca  entrada  en  la  plaza.  Quiroga  la  hizo  ocu- 
par con  su  infantería,  y  él  fué  á  situarse  con  toda  su 
caballería  en  un  llano  como  á  una  legua  al  noroeste 
de  la  ciudad,  y  conocido  con  el  nombre  de  la  Tablada. 
Entre  atacar  á  su  vez  la  plaza,  ó  irse  sobre  las  fuer- 
zas que  Quiroga  situó  en  la  Tablada,  Paz  prefirió  lo  se- 
gundo. Lo  primero  tenía  aparejado  el  peligro  de  que 
Quiroga  lo  atacase  por  su  retaguardia  y  de  verse  obli- 
gado á  sostener  dos  combates.  En  consecuencia.  Paz 
que  había  venido  siguiendo  las  mismas  huellas  que 
Quiroga  hasta  situarse  en  los  altos  que  rodean  la  ciu- 
dad, continuó  su  marcha  por  estos  sitios,  aproximándo- 
se al  campo  de  la  Tablada  hasta  enfrentar  á  aquélla 
el  día  22.  Desde  aquí  comenzó  á  hacer  manifestaciones 
de  ataque,  mientras  hacía  cortar  los  cercos  de  un  gran 
potrero  que  lo  separaba  de  Quiroga.  Apenas  desem- 
bocaron en  el  llano  las  fuerzas  de  Paz,  se  empeñó  el  com- 
bate, chocándose  la  izquierda  de  Quiroga  con  la  división 
del  coronel  Lamadrid.  El  centro  de  Paz  al  mando  del  coro- 
nel Dehesa,  y  la  izquierda  al  mando  del  general  Javier 
López,  se  lanzaron  simultáneamente  sobre  los  llane- 
ros de  La  Rioja  y  el  resto  de  las  tropas  de  Quiroga. 
Pero  la  batalla  se  localizó  principalmente  hacia  la  de- 
recha de  Paz.  La  división  Lamadrid,  inferior  en  núme- 
ro, fué  al  fin  arrollada,  y  se  replegó  en  desorden  sobre 
la  infantería  del  centro.  Paz  la  hizo  proteger  oportuna- 
mente con  la  reserva,  consiguiendo  restablecer  el  com- 


—  47  — 

bate  en  su  favor.  Á  pesar  de  cargas  repetidas  y  deses- 
peradas, Quiroga  tuvo  que  ceder  el  terreno.  Pero  entonces, 
reuniendo  una  columna  como  de  mil  hombres  se  lanzó 
en  persona  sobre  las  infanterías  de  Paz,  con  un  ímpetu 
y  con  un  denuedo  tales  que  las  habría  hecho  vacilar  y 
habría  obtenido  una  ventaja,  si  Paz  no  hubiera  tomado 
á  tiempo  sus  disposiciones  haciendo  uso  de  toda  su  re- 
serva, y  ordenando  al  coronel  Pedernera  que  se  adelan- 
tase convenientemente  sobre  el  flanco  enemigo.  Quiroga 
fué  rechazado.  Cargó  varias  veces,  pero  todo  fué  inútil. 
En  estas  circunstancias  Paz  hizo  maniobrar  su  artille- 
ría, y  avanzó  de  frente  con  todas  sus  tropas.  Las  de 
Quiroga  se  desmoralizaron  completamente,  y  el  valiente 
caudillo  tuvo  que  internarse  en  un  bosque  al  norte  de 
la  Tablada,  y  como  á  legua  y  media  del  campo  de  ba- 
talla.    Aquí  empezó  á  reunir  sus  dispersos. 

Paz  había  derrotado  á  Quiroga,  pero  no  lo  había 
vencido  completamente.  Más  indomable  en  los  reveses, 
el  caudillo  riojano  se  preparaba  en  la  noche  del  22  á  la 
revancha;  llevando  á  cabo  una  de  las  operaciones  más 
atrevidas  que  puede  concebir  un  militar  de  escuela  para 
sacar  ventajas  del  que  lo  acaba  de  vencer.  Después  de 
un  breve  reposo  Paz  ocupó  nuevamente  con  su  ejército 
los  potreros  donde  comenzó  la  batalla  de  la  Tablada. 
Antes  de  amanecer  el  23  se  puso  en  marcha  en  direc- 
ción á  la  ciudad.  Apenas  la  cabeza  de  la  columna  había 
salvado  las  alturas  que  conducen  de  la  Tablada  á  la 
ribera  del  río,  cuando  se  oyó  el  cañón  á  retaguardia, 
produciendo  un  completo  desorden  en  el  cuerpo  tucu- 
mano  y  en  las  milicias  de  Córdoba  que  lo  formaban. 
Era  Quiroga,  que  reforzado  durante  la  noche  con  cuatro 
cañones  y  con  su  infantería,  coronaba  las  alturas  inme- 
diatas, retando  á  nuevo  combate  al  que  acababa  de  ven- 
cerlo.   Tan  sorprendente  era  esto  que  el  mismo  general 


—  48  — 

Paz  declara  que  «no  trepida  en  decir  que  esta  es  la 
operación  más  arrojada  en  que  ha  sido  testigo  ó  actor 
en  su  larga  carrera».  Inmediatamente  Paz  ordenó  á  los 
coroneles  Dehesa  y  Videla  Castillo  que  trepasen  nueva- 
mente con  sus  fuerzas  las  alturas,  lo  que  efectuaron 
estos  jefes  por  medio  de  una  marcha  sobre  la  iz- 
quierda de  Quiroga.  La  batalla  se  trabó  encarniza- 
damente. Los  soldados  de  Quiroga  disputaron  el  terre- 
no palmo  á  palmo,  pero  fueron  vencidos  nuevamente 
quedando  cerca  de  mil  fuera  de  combate  y  quinientos 
prisioneros.  ( ' ) 

El  triunfo  de  Paz  se  cerró  con  una  escena  bárbara. 
Veinte  y  tantos  oficiales  prisioneros  de  Quiroga  y  ciento 
y  tantos  soldados  quintados,  fueron  fusilados  sin  forma 
de  juicio  por  orden  del  coronel  Dehesa,  jefe  de  estado 
mayor  del  general  Paz.  Éste  dice  en  sus  memorias  que 
no  tuvo  de  ello  conocimiento  y  que  lo  reprobó  dura- 
mente. Pero  fuere  como  fuere,  es  lo  cierto  que  tal  acto 
de  crueldad  dio  origen  á  represalias  tremendas  durante 
la  guerra  civil  que  se  siguió;  y  que  Quiroga  recordó  ese 
antecedente  inicial  de  los  ejércitos  unitarios  para  ejerci- 
tarlos por  su  parte,  si  bien  que  con  nobleza  se  levantó 
en  más  de  una  ocasión  por  sobre  los  odios  intransigentes 
de  la  época. 

Sobre  la  marcha,  Paz  ocupó  la  ciudad  y  en  seguida 
de  delegar  el  mando  en  el  coronel  Faustino  Allende 
salió  con  su    ejército  á  situarse  en  el  Tío  con  el  objeto 


O  Para  narrar  esta  primera  parte  de  la  campaña  del  general 
Paz,  he  tenido  presente  las  Memorias  postumas  del  mismo  (tomo 
tercero);  los  papeles  del  archivo  del  general  Quiroga  que  me  faci- 
litó su  señora  hija;  las  memorias  del  después  general  César  Duiz, 
actor  en  la  batalla  de  la  Tablada;  algunos  papeles  del  general  Vi- 
dela Castillo;  los  partes  oficiales  publicados  en  hoja  suelta  y  en 
El  Argentino,  de  Córdoba,  y  los  datos  que  he  recogido  del  des- 
pués teniente  general  Pedernera,  jefe  del  núm.  2  de  caballería  en 
la   Tablada. 


—  49  — 

de  batir  las  montoneras  que  mantenían  los  jefes  adictos 
á  Bustos.  Aquí  le  alcanzó  una  diputación  del  gobierno 
de  Santa  Fe,  compuesta  de  don  Domingo  de  Oro  y  doc- 
tor José  Amenabar,  la  cual  traía  por  objeto  mediar  amis- 
tosamente en  la  guerra  civil  y  solicitar  que  la  provincia 
de  Córdoba  enviase  sus  diputados  á  la  Convención  Na- 
■cional.  (\)  Paz  aceptó  la  mediación  en  los  mismos  términos 
que  Quiroga;  pero  declaró  que  por  su  parte  no  recono- 
cería la  convención  de  Santa  Fe  hasta  que  no  se  pro- 
nunciase al  respecto  la  representación  de  Córdoba.  Al 
mismo  tiempo  diputó  á  don  José  María  Bedoya  y  á 
don  Juan  J.  de  la  Torre,  para  fijar  las  relaciones  inter- 
provinciales ccn  Santa  Fe  y  Buenos  Aires.  Pero  ni 
esta  comisión,  ni  las  que  de  una  y  de  la  otra  parte 
fueron  nombradas  en  seguida,  llegaron  á  entenderse. 
El  hecho  real  y  positivo  es  que  ni  Paz  quería  que 
Córdoba  y  las  provincias  del  interior  concurriesen  á  la 
convención  federal  promovida  por  los  gobiernos  del  li- 
toral; ni  éstos  querían  concurrir  á  la  organización  que 
proyectaba  aquél  sobre  la  base  del  régimen  unitario, 
como  se  verá  oportunamente. 

Elegido  (24  de  agosto  de  1829j  gobernador  y  capitán 
general  de  Córdoba,  Paz  se  dirigió  precipitadamente  á 
la  Sierra.  Los  montoneros  se  enseñoreaban  de  parte  del 
territorio,  y  dándose  la  mano  con  los  de  Santa  Fé,  aca- 
baban de  sublevar  la  división  del  coronel  Pedernera, 
auxiliando  poderosamente  los  planes  de  Quiroga.  Des- 
pués de  algunas  tentativas  sin  resultado,  Paz  reunió 
todo  su  ejército,  entró  en  la  Sierra  por  el  oeste,  y  lo 
distribuyó  en  divisiones  ligeras  cerca  de  los  valles.  El 
día  P  de  enero  de  1830,  lanzólas  simultáneamente  sobre 


(*)  Lo  referente    á  esta  mediación    está  inserto    en  El  Lucero 
del  24  y  del  28  de  diciembre  de  1829. 


—   Tj!)  — 

los  valles,  y  en  menos  de  veinte  días  de  continuos  com- 
bates, desbarató  las  montoneras  en  Córdoba  y  en  las 
fronteras  de  San  Luis  y  de  La   Rioja. 

Pero  Quiroga  no  le  dio  tiempo  para  hacer  más.  En 
seguida  de  haber  los  hermanos  Aldao  ahogado  la  reac- 
ción que  presidió  momentáneamente  el  general  Alvarado 
en  Mendoza  (' ),  Qniroga  se  incorporó  las  fuerzas  de 
esta  provincia  y  al  frente  de  4,000  hombres  se  vino  nue- 
vamente sobre  Córdoba.  En  su  marcha  adelantóle  al 
general  Paz  una  comunicación  en  la  que  resumía  los 
agravios  que,  en  su  sentir,  habían  recibido  los  pueblos^ 
y  las  causas  que  lo  impulsaban  á  tomar  las  armas  en 
nombre  de  éstos;  y  manifestaba  la  esperanza  de  arribar 
á  una  transacción  digna  del  país  y  de  los  contendientes. 


(')  El  presidente  de  Chile  don  Francisco  Antonio  Pinto,  envió 
un  comisionado  cerca  de  Quiroga  para  interceder  por  el  general 
Alvarado,  don  José  Marino  y  don  Francisco  Videla.  Quiroga,  que 
había  permitido  que  el  primero  de  los  prisioneros  escogiera  un 
pueblo  de  Mendoza  para  conservarse  allí,  sin  otra  seguridad  que  la 
promesa  por  el  honor  de  su  espada,  y  que  retenia  á  los  otros  dos 
con  consideraciones,  creyó  que  este  pedido  se  fundaba  en  las  voces 
que  propalaban  sus  enemigos  para  echar  sobre  él  toda  la  odiosidad 
(le  sus  represalias,  sin  contar  las  que  ellos  tomaban  por  su  parte: 
y  revelándose  soberbio  contestó  al  comisionado  que  habiendo  sabido 
que  el  ministro  de  relaciones  exteriores  de  Chile  debía  reclamar  en 
favor  de  sus  protegidos  oprimidos  de  impartido,  se  negaba  á  acordar 
la  generosa  deferencia  que  se  halua  propuesto  «para  que  ella  no  se 
interprete  como  consecuencia  de  temor  al  poder  que  la  postulaba». 
El  comisionado  satisfizo  plenamente  al  arrogante  Quiroga;  y  enton- 
ces éste  dirigió  al  comisionado  una  nota  digna  y  culta  en  la  que 
explicaba  su  conducta,  diciéndole:  —  «Yo  hubiera  vestido  de  luto  á 
cien  familias  si  hubiera  seguido  el  sistema  de  la  permitida  repre- 
salia. Á  nosotros  se  nos  ha  hecho  una  guerra  casi  sin  ejemplo.  Se 
me  han  asesinado  oficiales  del  modo  más  atroz  y  más  pérfido...  yo 
sólo  he  pensado  en  sacar  recursos  de  los  que  la  suerte  ha  puesto  en 
mis  manos,  dándoles  tina  vida  que  habían  renunciado  en  el  acto  de 
servir  ájeles  que  me  hacían  la  guerra  á  muerte;  dándoles  una  vida 
á  individuos  en  cuyas  manos  la  mía  no  habría  durado  un  solo  ins- 
tante.»  Estos  rasgos  pintan  acabadamente  á  Quiroga.  El  célebre 
caudillo  cerraba  su  nota  diciendo  ([ue  los  prisioneros  iban  libres  á 
Chile  y  que  en  cuanto  al  general  Alvarado  se  encontraba  en  San 
.Juan  en  comi)leta  lil)ertad.  Estos  documentos  se  publicaron  en  El 
Lucero  del  8  de  febrero  de  1830. 


—  T)!   — 

La  nota  de  Quiroga,  por  las  ideas  que  contiene  y  por 
las  circunstancias  en  que  fué  dirigida  á  Paz,  cuando 
ambos  dominaban  respectivamente  el  interior,  Cuyo  y 
el  norte,  es  un  documento  célebre  de  esa  época.  Des- 
pués de  referirse  á  los  planes  políticos  de  Paz,  dice  Qui- 
roga: «  Las  armas  que  hemos  tomado  en  esta  ocasión, 
«  no  serán  envainadas,  sino  cuando  haya  esperanza  siquie- 
((  ra  de  que  no  serán  los  pueblos  nuevamente  invadidos. 
((  Estamos  convenidos  en  pelear  una  sola  vez,  para  no 
«  pelear  toda  la  vida.  Es  indispensable  ya  que  transijan 
«  unos  lí  otros,  de  manera  que  el  partido  feliz  obligue 
«  al  desgraciado  d  enterrar  sus  armas  para  siempre.  Estas 
«  garantías  ó  probabilidades  de  una  segura  paz,  sólo 
«  pueden  ofrecerse  en  la  constitución  del  país.  Las  pre- 
«  tensiones  locales,  en  el  estado  de  avances  de  las  pro- 
«  vincias,  no  es  posible  satisfacerlas  sino  en  el  sistema  de 
«  la  federación.  Las  provincias  serán  despedazadas,  tal  vez; 
«  pero  jamás  domadas.  Al  cabo  de  estos  principios,  el 
«  general  que  íirma  y  sus  bravos,  han  jurado  no  largar 
«  sus  armas  hasta  que  el  país  se  constituya  según  la 
«  expresión  y  el  voto  libre  de  los  pueblos  de  la  República. 
«  El  infrascripto  se  mueve  á  este  objeto,  y  se  mueve 
«  invitando  al  general  Paz  para  que  emplee  su  coope- 
«  ración  al  preindicado  fin.  Si  el  general  Paz  indentifi- 
«  case  sus  miras  con  los  caros  intereses  de  la  Nación 
«  para  hacerla  aparecer  constituida,  no  faltarían  seguri- 
«  dades  y  garantías  que  tranquilizasen  hasta  cd  más 
<(  comprometido. »   ('j 

Quiroga  blasonaba,  come  se  ve,  de  propósitos  orgá- 
nicos. La  campaña  que  abriera  desde  el  año  anterior 
estaba  tan  justificada  como  la  invasión  del  general  Paz 


(  M  Se  publicó  en  El  Lucero  de  16  de  febrero  de  1830. 


—  52  — 

á  Córdoba  y  á  las  provincias  del  interior.  Éste,  como 
corifeo  y  jefe  conspicuo  del  partido  unitario.  Aquél,  como 
caudillo,  obraba  en  nombre  de  los  pueblos  que  habían 
proclamado  la  federación  en  1820,  y  frustado  la  organi- 
zación unitaria  de  1826.  Quiroga  proponía  una  transacción 
y  se  comprometía  á  dar  garantías  que  tranquilizasen  á 
los  más  comprometidos.  Pero  Paz  perseguía  en  nombre 
de  los  unitarios  esa  organización  fracasada  del  año  de 
1826.  Y  entre  los  dos  extremos  que  presentaba  Quiroga, 
el  de  la  federación,  proclamada  y  sostenida  con  ardor 
en  todo  el  país;  ó  de  que  las  provincias  fuesen  despe- 
dazadas, él  estaba  decidido  por  el  segundo;  que  tal  era 
el  único  medio  con  que  esperaba  realizar  sus  propósitos 
políticos,  una  vez  desalojados  los  federales. 

En  estas  circunstancias  interponía  sus  buenos  oficios 
cerca  de  Paz  una  otra  comisión  mediadora  enviada  por 
el  gobierno  de  Buenos  Aires  y  compuesta  de  los  señores 
Cavia  y  Cernadas.  Quiroga  la  esperó  en  vano,  y  recibió 
despechado  á  los  comisionados  de  Paz  en  su  campamen- 
to del  Salto  sobre  el  Río  3'^.  Allí  les  declaró  que  no  eran 
sinceros  los  deseos  de  Paz  de  poner  término  A  la  guerra 
y  organizar  la  Nación,  porque  á  serlo  los  habría  mani- 
festado francamente  y  no  impediría  que  la  comisión 
mediadora  de  Buenos  Aires  saliese  de  Córdoba  y  fuese 
á  conferenciar  con  él;  que  él  no  detenía  sus  marchas 
porque  su  contrario  quería  únicamente  ganarle  tiempo. 
Quiroga  decía  la  verdad.  La  transacción  no  entraba  en 
las  miras  del  general  Paz.  Quería  el  sometimiento  sin 
condiciones  de  los  federales,  por  mucho  que  éstos  con- 
tasen con  la  opinión  del  país.  Él  mismo  se  encarga  de 
demostrarlo  cuando  dice  que  después  de  las  repetidas 
conferencias  que  celebró  con  la  comisión  mediadora, 
«  vino  en  consecuencia  que  los  señores  Cavia  y  Cerna- 
das se  proponían  hacer  triunfar  los   intereses  políticos 


—  53  — 

contrarios  á  los  que  él  representaba  en  Córdoba  »,  y  que 
por  este  motivo  no  les  permitió  que  pasasen  al  campo 
de   Quiroga.  ( ' ) 

Á  consecuencia  de  esto,  Quiroga  levantó  su  campo 
del  Salto  y  se  corrió  diagonal  mente  á  la  derecha  hacia 
el  camino  que  conduce  á  Buenos  Aires,  con  el  objeto 
de  incorporarse  al  general  Villafañe  que  operaba  por  el 
norte  al  frente  de  1.500  hombres.  Paz  se  dirigió  á  pre- 
sentarle batalla  decisiva.  Encontrólo  en  la  mañana  del 
25  de  febrero  de  1830,  á  unas  veinte  leguas  de  Córdoba, 
en  la  llanura  de  Oncativo.  Quiroga  había  tomado  po- 
siciones colocando  su  infantería  y  cuatro  cañones  en 
un  bosquecillo  que  atrincheró  con  las  carretas  que  con- 
ducían sus  bagajes,  y  escalonando  por  escuadrones  su 
caballería  en  ambas  alas.  Paz  formó  tres  columnas  pa- 
ralelas y  una  de  reserva,  y  atacó  la  izquierda  de  Quiroga, 
que  era  el  punto  más  débil,  corriéndose  sobre  su  dere- 
cha. Quiroga  proloDgó  su  izquierda  con  toda  la  caballe- 
ría que  formaba  su  ala  derecha,  de  modo  que  lo  que 
fué  su  centro  fortificado  tras  el  bosquecillo  y  las  ca- 
rretas vino  á  ser  extrema  derecha,  la  cual  quedó  frente 
al  centro  y  á  la  izquierda  de  Paz.  Merced  á  esta  rápida 
operación,  Quiroga  pudo  rechazar  la  columna  del  coro- 
nel Lamadrid  y  la  del  coronel  Echeverría;  pero  protegi- 
dos éstos  por  la  división  de  reserva  al  mando  de  los 
coroneles  Pringles  y  Pedernera,  cayeron  juntos  sobre  la 
izquierda  federal  y  la  arrollaron.  Simultáneamente  el 
centro  y  la  izquierda  unitarios  penetraron  en  el  centro 
federal  y  lo  dispersaron.  La  infantería  y  artillería  de 
Quiroga  se  rindieron,  y  Paz  principió  una  bien  dirigida 
persecución  con  la   cual   destruyó  completamente  á  su 


(^)  Véase  Memorias  postumas,  tomo  II.  pág.  239. 


7)  i 


adversario.  (  ^ )  Qiiiroga  se  dirigió  á  Buenos  Aires  se- 
guido de  algunos  grupos.  Su  derrota  dejaba  en  manos 
de  Paz  la  suerte  de  las  provincias  del  interior. 


(  ' )  Parte  oficial  del  general  Paz  de  la  batalla  de  Laguna  Larga, 
dirigido  al  gobernador  delegado  de  Córdoba,  y  publicado  en  El 
Lucero  del  24  de  marzo  de    Í830. 


CAPÍTULO    XVII 


EL    INTERIOR   Y     EL    LITORAL 


( 1830  — 1831 ) 


■Sumario:  I.  Política  de  Paz  cuando  es  arbitro  del  interior. — II.  Su  titulo  y  motivos 
para  someter  las  provincias. —  III.  Modo  cómo  las  divisiones  de  Paz  re- 
suelven en  favor  de  éste  la  situación  de  las  provincias. —IV.  Lamadrid 
en  La  Rioja:  Vidala  Castillo  en  Mendoza:  los  Videla  en  San  Luis:  Alba- 
rracin  en  San  Juan:  López  y  Dehesa  en  Santiago  del  Estero. — V.  Trata- 
do de  alianza  entre  los  gobiernos  del  interior,  Cuyo  y  norte. — VI.  Al- 
cance de  este  tratado. — VII.  Ellos  invisten  al  general  Paz  con  el 
Supremo  poder  militar.  —VIII.  Invitación  del- general  Paz  á  los  gobier- 
nos del  litoral. — IX.  Éstos  lo  invitan  á  organizar  la  República  bajo  el 
régimen  federal. — X.  Porqué  Paz  hizo  imposible  por  entonces  la  organi- 
zación nacional :  el  plan  de  la  organización  unitaria.  —  XI.  Comienzo  de 
ejecución  de  este  plan:  revolución  unitaria  en  Entre  Rios. — XII.  Derro- 
camiento del  gobernador  Sola  :  anarquía  entre  los  partidarios  de  López 
Jordán  y  los  de  Barrenechea.  —  XIII.  Carril  y  demás  revolucionarios 
invitan  al  general-  Paz  á  que  se  ponga  en  acción  contra  el  litoral.— 
XIV.  Lucha  entre  López  Jordán  y  Barrenechea,  y  fracaso  de  la  revolu- 
ción.—XV.  Iniciativa  orgánica  del  litoral:  El  Pacto  federal  de  1831. — 
XVI.  Organismo  institucional  que  establece. — XVII.  Puntos  departida 
del  Pacto,  distintos  de  los  de  las  constituciones  anteriores  :  su  trascen- 
dencia en  el  futuro  de  la  República  Argentina.  —  XVIII.  El  Supremo 
poder  militar  como  principio  antagónico  al  Pacto  federal. — XIX.  Lu- 
chaba el  general  Paz  por  organizar  la  Nación,  según  la  voluntad  de  las 
provincias"? 


El  general  Paz  se  prevalió  de  la  victoria  de  Oncati- 
Yo  para  desenvolver  en  el  interior  el  plan  político  que 
comenzó  el  general  Lavalle  en  Buenos  Aires  en  1828. 
Al  efecto,  mandó  con  buen  número  de  fuerzas  al  gene- 
ral Lamadrid  á  que  se  apoderase  de  la  provincia  de  La 
Rioja;  al  coronel  Videla  Castillo,  de  la  de  Mendoza;  á 
los  Videla,  de  la  de  San  Luis;  al  comandante  Alba- 
rracín,  de  la  de  San  Juan ;  al  general  Javier  López, 
de  la  de  Santiago  del  Estero.  La  de  Catamarca  estaba 
ya  sometida.  Las  de  Tucumán.  Salta  y  Jujuy,  respon- 
díanle á  él    y    al  general    Javier    López;    por    manera 


—  56  — 

que  no  qutí'laban  fuera  de  esta  amenaza  más  que  las 
cuatro  provincias  del  litoral,  respecto  de  las  cuales  el 
general  Paz  nada  podía  hacer  por   el   momento. 

Á  título  de  gobernador  de  Córdoba,  cuya  situación 
había  derrocado  con  una  división  del  ejército  nacional, 
el  general  Paz  se  creaba,  pues,  el  derecho  de  someter 
por  las  armas  las  provincias  argentinas,  cuando  lo  na- 
tural era  que  entablase  relaciones  amistosas  con  ellas  si 
realmente  se  proponía  organizar  constitucionalmente  la 
Nación  de  acuerdo  con  la  opinión  de  las  mismas.  Paz 
motivó  estos  procederes  en  que  sus  adversarios  se  arma- 
ban en  esas  provincias,  y  en  que  no  debía  dejarles 
tiempo  de  rehacerse  para  que  volviesen  sobre  él.  ( V) 
Pero  la  verdad  ya  dicha,  es  que  Paz  quería  imponer- 
les por  las  armas,  —  que  de  otro  modo  era  infructuoso, — 
el  régimen  unitario  contra  el  cual  las  provincias  se 
habían  pronunciado  elocuentemente,  desbaratando  las 
evoluciones  orgánicas  que  sobre  tal  base  se  tentaron 
en  1819  y  en  182G.  Motivos  más  atendibles  invocaron 
el  año  siguiente  Quiroga  y  los  federales  para  derrocar 
esas  situaciones  creadas  á  mano  armada,  y  recobrar 
un  poder  que  conservaron  con  pequeñas  intermitencias 
hasta  el  año  de  1852.  En  la  misma  forma  que  el  ge- 
neral Paz,  López  y  Ramírez  imponían  la  federación  á 
Buenos  Aires  en  1820:  entonces  se  decía  que  la  obra 
de  éstos,  era  la  de  la  barbarie :  en  1830  y  después  se 
decía  que  la  del  general  Paz  era  la  de  la  civilización ; 
y   sobre  este  canavás  se  tejía  la  novela  histórica. 

Los  enviados  del  general  Paz  cumplieron  su  misión 
militarmente.  El  general  Lamadrid  se  apoderó  sin  re- 
sistencia de  La  Rioja.  No  obstante  esto,  y  como  si  qui- 
siera prevenirla   para  lo  sucesivo,   pagó  su  tributo  á  la 


( ' )    Memorias  postumas,  tomo   II,   pág.  251. 


Ül    — 


ley  del  tiempo,  ejerciendo  algunas  medidas  rigoristas 
sobre  los  partidarios  de  Quiroga;  y,  lo  que  era  vergon- 
zante para  nn  militar, — sobre  la  anciana  madre  de  éste, 
la  cual  fué  llevada  á  la  cárcel  con  una  pesada  cadena 
al  cuello.  En  seguida  ocupó  el  gobierno  de  la  Provincia  (*) 
y  expidió  un  decreto  por  el  que  obligaba  á  los  ciudada- 
nos al  servicio  militar.  Así  remontó  su  división  con  la 
que  á  poco  abrió  campaña  sobre  el  norte. 

El  coronel  Videla  Castillo  se  apoderó  de  Mendoza 
mientras  los  comisionados  de  este  gobierno,  que  se  habían 
partido  anticipadamente,  arreglaban  con  el  general  Paz 
un  tratado  honorable;  tomó  el  mando  de  la  Provincia  y 
salió  en  persecución  del  gobernador  Corvalán,  dejando 
de  delegado  á  don  Tomás  Godoy  Cruz.  El  general  Paz, 
dice  en  sus  memorias,  que  Videla  Castillo  « fué  nom- 
brado gobernador  con  general  aclamación».  Pero  éste 
declaró  así  en  su  proclama  de  9  de  abril  de  1830:  «  deseoso 


(M  «Avergonzaos,  decía  en  su  proclama  al  tomar  posesión  del 
mando:  avergonzaos,  compatriotas,  de  haberos  dejado  arañar  tan 
groseramente  por  ese  tigre  (Quiroga)  cuyas  uñas  vosotros  mismos 
afilasteis.  Qué  otro  interés  que  el  de  recompensaros  las  heridas 
que  me  hicisteis  en  el  Tala,  ha  podido  decidirme  á  aceptar  este 
sacrificio  ?  . . .  » 

El  día  en  que  se  recibió  del  gobierno  el  general  Lamadrid,  el  ciu- 
dadano don  Amaranto  Ocampo  pronunció  una  avejiga  cuyos  con- 
ceptos, que  podían  pasar  por  semioficiales,  no  hacían  esperar 
grandes  mejoras  del  cambio  de  situación  y  de  gobierno.  «¡Raro, 
obscuro  y  funesto  imperio  del  detestable  Quiroga! — decía  el  señor 
Ocampo. — En  este  día  te  sucede  el  apacible  régimen  de  las  luces!  . . . 
El  himeneo  del  noble  Marte,  y  de  la  luminosa  deidad,  es  la  cifra 
misteriosa  que  se  subroga  á  la  inscripción  sacrilega  de  tu  pen- 
dón !  . . .  Quién  pudo  resignarse  á  penetrar  las  malignas  sendas 
del  laboratorio  de  las  muertes,  posadero  espantoso  del  más  fe- 
roz de  los  tigres?  Quién,  sino  el  impertérrito  genio  de  las  bata- 
llas, el  que  no  sabe  temer  ni  morir,  general  don  Gregorio  Araoz  de 
Lamadrid  ?  Tú,  héroe  singular,  fuiste  precisamente  indicado  pai^a 
esta  empresa  difícil,  desde  que  abandonando  tu  cuerpo  exánime,  en 
los  campos  de  Tala,  al  furor  de  las  fieras  llanistas,  fuiste  traspor- 
tado para  acordar  con  los  inmortales  el  gran  misterio  de  la  des- 
trucción de  los  tiranos!  ¡Qué  metamorfosis!»  (Circuló  en  hoja 
suelta  en  Córdoba,  y  las  trascribió  El  Lucero  del  13  de  julio  de 
1830.) 


de  cortar  el  menor  suceso  que  pueda  conturbar  la  tran- 
quilidad pública,  he  creído  conveniente  que  se  erija  una 
autoridad  suficientemente  apoyada... »  Y  el  delegado  Go- 
doy  Cruz  le  comunicó  al  gobierno  de  Buenos  Aires  que 
tal  nombramiento  se  efectuó  « por  baber  caducado  la 
administración  de  la  Provincia,  por  el  voto  de  sus  habi- 
tantes y  el  apoyo  de  la  división  de  vanguardia  del  ejér- 
cito nacional».  (') 

Otro  tanto  hicieron  los  hermanos  Videla  en  San  Luis. 
Sin  perjuicio  de  los  tratados  que  se  iniciaron  con  el 
gobernador  de  la  Provincia,  este  funcionario  fué  hecho 
prisionero,  como  lo  decía  el  diario  oficial  de  Córdoba,  y 
la  situación  quedó  resuelta  en  favor  del  general  Paz.  (-) 
En  la  misma  forma  fué  derrocado  en  San  Juan  el  gober- 
nador Echegaray  y  reemplazado  por  don  Juan  Aguilar.  i^) 

El  gobernador  de  Santiago  del  Estero,  don  Felipe 
Ibarra,  se  vio  obligado  por  el  general  Javier  López  cá  fir- 
mar un  tratado  por  el  cual  cesaba  en  el  mando  de  esa 
provincia  y  quedaba  nombrado  en  su  lugar  don  Manuel 
Alcorta,  y  por  el  que,  además,  se  comprometía  «  á  afianzar 
por  sí  y  con  su  persona  y  bienes  de  su  hermano  don 
Francisco  Ibarra  el  cargo  de  un  presupuesto  que  pre- 
sentará el  general  López  para  una  gratificación  que  se 
dará  á  las  tropas  del  mando  de  éste».  López  comunic() 
al  gobernador  de  Córdoba  « haber  llenado  el  objeto  que 
lo  condujo  con  su  divisiini  á  Santiago  del  Estero  »,  y  le  re- 


(')  Véase  esta  nota  y  la  del  fiobienio  de  Buenos  Aires  en  El 
Lucero  del  12  de  mayo  de  1830. — Sobre  la  negociación  á  concluirse 
entre  el  gobierno  de  Mendoza  y  el  de  Córdoba,  véase  la  nota  del 
gobernador  Gorvalán,  las  instrucciones  de  éste  á  sus  comisionados, 
y  la  respuesta  satislactoria  del  gobernador  sustituto  de  Córdoba,  en 
^EL  Argentino,  diario  oficial  de  este  gobierno,  del  14,  16,  17  y  22  de 
abril  de  1830. 

(2)    El  Argenti?io  del  17  de  abril,  núm.  22. 

(^)    Ib.  del  22  de  abril  de  1830,  núm.  25. 


—  oí)  — 

mitió  este  tratado.  La  legislatura  que  se  eligió  confirió  al 
general  Paz  el  título  de  Protector  de  las  libertades  de  esa 
provincia,  y  el  Protector  envió  allí  al  general  Dehesa 
con  algunas  fuerzas.  (^) 

Los  gobiernos  de  las  provincias  del  interior,  de  Cuyo 
y  del  norte,  creados  por  el  poder  de  las  armas  del  ge- 
neral Paz,  celebraron  el  día  5  de  junio  de  1830  un  tratado 
de  alianza  ofensiva  y  defensiva  por  el  que  se  obligaban 
á  sostenerse  recíprocamente,  concurriendo  con  número 
proporcional  de  fuerzas  en  auxilio  de  la  provincia  que 
lo  demandase,  y  á  interponer  sus  buenos  oficios  en  el 
caso  en  que  se  encendiese  la  guerra  en  otras  provincias 
que  no  fuesen  de  las  contratantes.  El  artículo  7°  ampliaba 
esta  última  disposición  así:  «Si  estos  buenos  oficios 
no  bastasen,  las  partes  contratantes  se  instruirán  de  los 
motivos  de  la  guerra,  y  si  no  pudiesen  alejarlos  sino 
ayudando  á  alguno  de  los  beligerantes,  reunirán  sus 
fuerzas  y  recursos  en  auxilio  de  la  que  crean  que  tiene 
justicia. » 

Esto  último  era  como  una  puerta  abierta  contra  las 
provincias  del  litoral  que  se  habían  pronunciado  por  la 
federación,  y  á  las  cuales  debía  invitar  el  gobierno  de 
Córdoba  «  cuándo  y  en  la  forma  que  lo  tenga  por  con- 
veniente, incitando  previamente  á  los  gobiernos  de  Bue- 
nos Aires  y  de  Santa  Fe  á  llenar  los   compromisos  del 


( ' )  Tratado  celebrado  en  la  capital  de  Santiago  del  Estero  el  26 
de  mayo  de  1830,  entre  don  Casiano  Romero  y  don  Adeodato  de 
Gondra,  y  ratificado  por  López  é  Ibarra.  Comunicación  del  general 
López,  datada  en  su  cuartel  general  en  Guaycondo,  al  gobernador  de 
Córdoba.  Comunicación  del  gobernador  de  Córdoba  en  respuesta  á 
esta  última,  y  de  lecha  \»  de  junio.  Memorias  del  general  Paz, 
tomo  II,  pág.  257  y  258.  Véase  también  la  nota  de  Ibarra  á  la  Repre- 
sentación de  Santiago  del  Estero,  de  fecha  27  de  mayo.  La  comu- 
nicación del  Ministerio  de  Relaciones  Exteriores  de  Córdoba  á  Ibarra, 
de  29  de  mayo,  con  la  que  el  gobernador  don  José  Julián  Martínez 
pretende  sincerarse  de  la  no  participación  de  este  gobierno  en  la 
invasión  á  Santiago,  y  la  respuesta  de  Ibarra  de  5  de  junio. 


—  60  — 

tratado  ele  amistad  celebrado  con  el  de  Córdoba  el  año 
1829 » ;  según  rezaba  el  artículo  10*^  del  referido  tratado. 
Éste  contenía,  sin  embargo,  nna  disposición  lialagüeña 
en  la  forma  y  más  significativa  en  el  fondo.  Los  ar- 
tículos 9°  y  12<'  declaraban  «  ser  causa  común  la  Consti- 
tución del  Estado  y  organización  de  la  República ».  y 
obligaban  á  las  partes  á  «  no  ligarse  á  sistemas  políticos 
y  á  recibir  la  constitución  que  diese  el  Congreso  Nacio- 
nal, siguiendo  en  todo  la  voluntad  general  y  el  sisteniíi. 
que  prevalezca  en  el  Congreso  de  las  promncias  que  se 
reúnan  ...»  Ello  era  un  resorte  que  movía  el  general 
Paz  para  comprometer  á  sus  adversarios  del  litoral,  y 
hacerlos  aparecer,  en  todo  caso,  reacios  á  la  organiza- 
ción nacional,  que  él  quería  realizar  por  sus  auspicios 
y  sobre  la  base  del  régimen  unitario.  Para  obtener  este 
resultado  debía  destruir  completamente  la  influencia  de 
los  federales,  y  á  esto  concurría  el  tratado. 

En  prosecución  de  estos  objetos  los  nueve  gobiernos 
mencionados  celebraron  el  31  de  agosto  un  otro  acuerdo 
por  el  que  crearon  un  Supremo  poder  militar,  al  que 
quedaban  sujetas  todas  las  fuerzas  veteranas  y  milicia- 
nas de  las  provincias,  y  al  que  se  le  otorgaban  facultades 
amplias  para  distribuirlas  y  aumentarlas;  para  disponer 
de  todo  el  material  de  guerra;  conferir  empleos  y  grados 
militares ;  invertir  según  su  ciencia  y  conciencia  los  fon- 
dos de  la  caja  militar  formada  por  contribución  extraor- 
dinaria de  las  mismas  provincias;  sofocar  las  sediciones 
que  ocurrieran  en  éstas,  y  sostener  el  sistema  represen- 
tativo como  el  único  encargado  de  la  defensa  y  seguridad 
interior  y  exterior  de  todas.  ( ' )  Con  todo  el  lleno  de  estas 


(')  Los  agentes  diplomáticos,  como  se  Titulaban  los  que  firma- 
ron el  tratado  y  el  acuerdo,  fueron  don  Gregorio  Baigorri,  por 
Córdoba;  don  Ventura  Ocampo,  por  La  Rioja;  don  Francisco  Delgado, 


—  (31  — 

facultades  omnímodas  se  invistió  el  general  Paz. — Paz  en- 
tró á  ejercer  su  autoridad  dictatorial  expidiendo  una  pro- 
clama á  los  pueblos  del  interior,  en  la  que  los  exhortaba 
á  redoblar  sus  esfuerzos  hasta  obtener  la  organización 
nacional.  « Desde  este  día,  decíales,  vuestros  destinos 
son  otros:  ó  juntos  hemos  de  sepultarnos  bajo  este 
suelo,  ó  juntos  hemos  de  entablar  en  él  el  imperio  de 
las  leyes. » 

En  seguida  invitó  á  los  gobiernos  de  Buenos  Aires, 
de  Santa  Fe  y  demás  del  litoral  á  que  entrasen  en  la 
paz  y  enviasen  sus  representantes  á  la  ciudad  de  Cór- 
doba, donde  se  hallaban  los  de  las  demás  provincias. 
En  tales  circunstancias,  la  invitación  era  más  bien  una 
amenaza.  Las  provincias  del  litoral  no  estaban  en  guerra 
con  nadie.  No  habían  sido  tampoco  consultadas,  ni  ci- 
tadas oportunamente,  como  debieron  serlo  en  su  calidad 
de  argentinas,  y  principalmente  la  de  Buenos  Aires,  sin 
cuya  concurrencia  era  y  fué  siempre  absurda  la  idea 
de  la  organización  nacional. 

Rozas  y  López,  aunque  sabían  á  qué  atenerse  respecto 
de  Paz,  guardaban  hasta  entonces  las  formas  propias 
del  cargo  que  desempeñaban.  Se  ha  visto  cómo  ambos 
le  diputaron  comisiones  para  mediar  en  la  guerra  con 
Quiroga,  y  el  porqué  éstas  fracasaron.  Después  de  Onca- 
tivo  todavía  Fvozas  le  manifestaba  en  una  nota  que  una 
vez  que  Paz  disponía  de  la  suerte  de  Córdoba,  esperaba 
fundadamente  que  no  se  derramaría  nuevamente  sangre 
argentina.  C)  Á  la  invitación  de  Paz  los  gobernadores 
Rozas  y  López  respondieron  que  Buenos  Aires  y  Santa 


por  Mendoza;  don  José  María  Bedoya,  por  San  Luis;   don  José  R. 
Rojo,  por  San  Juan;  don  Manuel  Tezanos  Pinto,  por  Salta;  don  Ma- 
nuel Berdia,  por  Tucumán;  don  Miguel  C.  del  Corito,  por  Santiago 
del  Estero;  y  don  Enrique  Araujo,  por  Catamarca. 
( ^ )  Se  publicó  en  El  Lucero  de  18  de  mayo  de  1830. 


—  ()2  — 

Fe  estaban  en  paz  con  las  demás  provincias:  que  por 
el  contrario,  éstas  acababan  de  ser  ocupadas  por  divi- 
siones del  ejército  nacional  y  sus  gobiernos  depuestos 
por  el  de  Córdoba.  Que  observaban  que  «esos  mismos 
agentes  que  se  suponen  enviados  con  el  objeto  de  paci- 
ficar la  República,  ban  investido  al  gobernador  de  Cór- 
doba con  un  poder  militar  más  que  suíiciente  para  ejercer 
una  influencia  absoluta  en  las  provincias  del  interior  y 
amagar  con  él  á  las  litorales» ;  y  que  la  invitación  hecha 
á  éstas  se  dirigía  al  parecer  «más  bien  á  imponerles 
terror  que  no  á  inspirarles  confianza».  Que  no  obstante 
estaban  «resueltas  á  estrechar  con  todas  los  vínculos, 
de  amistad,  á  fin  de  que  cuanto  antes  llegue  el  momento 
deseado  de  la  organización  de  la  República  bajo  el  siste- 
ma federal».   (/) 

Esto  último  es  precisamente  lo  que  rechazaba  el  gener 
ral  Paz,  y  porque  tal  era  la  opinión  de  casi  todas  las 
provincias  es  que  sometió  por  la  fuerza  de  las  armas 
á  las  del  interior  y  las  de  Cuyo,  imposibilitando  por 
entonces  la  organización  nacional.  Y  el  general  Paz  no 
procedía  así  por  veleidades  de  mando  ni  por  capricho 
del  momento,  sino  en  un  todo  de  acuerdo  con  el  plan 
que  se  trazó  con  sus  amigos  políticos.  Hacer  pie  en  el 
interior  con  un  ejército  disciplinado  que  destruyese  por 
completo  la  infiuencia  del  general  Quiroga;  darse  la  mano 
con  los  partidarios  del  general  Lavalle;  reducir  de  acuer- 
do con  éstos  las  provincias  del  litoral,  abundantes  en 
recursos  y  decididas  por  la  federación,  y  una  vez  supri- 
mido este  obstáculo,  reunir  un  congreso  el  cual  daría 
fuerza  de  ley   á  la    constitución  unitaria   de    1826  y  al 


( ' )  Correspondencia  oficial  de  los  excelentísimos  gobernadores  de 
Buenos  Aires  y  Santa  Fe  con  el  de  Córdoba,  publicada  en  el  núm.  835 
de  El  Lucero  (G  de  noviembre  de  1830). 


—  63  — 

cual  sostendrían  él  con  un  ejército  en  Córdoba  y  Lava- 
lie  con  otro  en  Buenos  Aires.  En  este  orden  de  ideas 
se  movían  alrededor  de  ambos  generales,  miembros  cons- 
picuos del  partido  unitario,  como  Bedoya.  Allende,  Del- 
gado, Gorritti,  Zarácliaga,  Agüero  (Ensebio),  Tezanos  Pinto, 
y  Agüero  (Julián  S.),  Del  Carril,  los  Várela,  Alsina,  etc. 
La  ejecución  de  este  plan  no  se  hizo  esperar.  Los 
unitarios  que  hicieron  la  revolución  del  1°  de  diciembre 
de  1828  en  Buenos  Aires,  se  pusieron  al  habla  desde 
Montevideo,  Paysandü  y  Mercedes  con  el  general  Ri- 
cardo López  Jordán,  y  con  los  coroneles  don  Cipriano  y 
don  Justo  José  de  Urquiza,  Espino,  Rodríguez  y  Villagra 
para  derrocar  á  don  León  Sola,  gobernador  federal  de 
Entre  Ríos  y  sustituirlo  con  aquel  general;  imponer  sus 
influencias  militares  sobre  Corrientes  de  acuerdo  con  el 
general  Paz  y  llevar  juntos  sus  armas  sobre  Santa  Fe 
y  Entre  Ríos.  (')  El  coronel  Martiniano  Chilavert  fué 
el  encargado  de  dirigir  este  movimiento  y  quien  debía 
pasar  á  Entre  Ríos  con  los  coroneles  Olavarría,  Medina 
y  Maciel  y  unos  doscientos  hombres  que  se  les  reunie- 
ron en  Paysandü.  «Haga  V.  de  modo  que  nada  deje 
de  hacerse  por  falta  de  dinero  ni  de  gente »,  escribíale 
Del  Carril  á  Chilavert.  «  Salten  Vds.  en  tierra,  aví- 
sennos, y  volaremos  con  los  hombres  que  podamos  lle- 
var. Don  Ricardo  me  dice  que  vaya  á  situarme  á  Pay- 
sandü para  aconsejarle.  No  lo  veo  absolutamente  necesa- 
rio  por  ahora.     Ea,  pues,  deseo  que  mañana  se  grite  en 


(i)  El  fíobernador  de  Santa  Fe  (y  por  ende  el  de  Buenos  Aires), 
estaba  al  cal)0  de  este  moviniiento  por  haber  sido  apresado  en 
el  Rosario  el  sargento  mayor  don  José  Antuña  al  regresar  de  Mon- 
tevideo, sin  pasaporte,  para  dirigirse  á  Córdoba,  á  cuyo  ejército 
pertenecía;  y  tales  conocimientos  se  los  trasmitió  el  general  Paz 
cuando  éste  les  reclamó  el  prisionero.  (Véase  El  Líicero  del  8  de 
noviembre  de  1830.)    En  esta  época  Antuña  estaba  ya  en  libertad. 


Entre  Ríos  ¡viva  don  Ricardo  López  y  muera  Sola!  ¡viva 
la  causa  de  los  pueblos  y  muera  el  partido  federal!...  »  ('). 

La  revolución  estalló  el  1°  de  noviembre  de  1830. 
Los  mencionados  jefes  desconocieron  la  autoridad  del 
gobernador  Sola,  el  cual  pidió  auxilios  á  su  aliado  de 
Santa  Fe.  Pero  juntamente  con  ella  estalló  la  anarquía 
entre  los  jefes  revolucionarios;  que  mientras  los  unos 
querían  llevar  al  gobierno  á  López  Jordán,  los  otros 
levantaban  al  coronel  Barrenechea.  «  Le  acompaño  copia 
de  la  célebre  carta  que  dirige  Maciel  á  don  Juan  (el  ge- 
neral Lavalle),  escribíale  Del  Carril  á  Chilavert :  V.  cal- 
culará cuánto  van  á  obrar  sobre  la  moral  de  los  amigos 
y  subalternos  esas  especies  cuando  necesitamos  de  más 
orden  y  regularidad.  No  estaré  contento  mientras  01a- 
varría  y  V.  indagando  la  causa  del  desorden  que  asoma 
entre  nuestros  subalternos,  no  la  desarraiguen  á  cual- 
quiera costa...  Don  Frutos  (Rivera),  ha  dicho  que  si  don 
Ricardo  se  coloca  en  el  gobierno,  la  influencia  será  de 
García  (Zúñiga),  y  tras  de  éste  de  Echandía.  Hay  hom- 
bres que  no  ven  sino  lo  que  vieron...  el  hombre  ha 
insinuado  que  es  necesario  introducir  en  Entre  Ríos 
gente  nueva.  Un  cáncamo  para  él.  Esto  quiere  decir 
que  B...  (Barrenechea),  pero,  un  demonio!  don  Ricardo 
y  don  Ricardo...»  {'). 

Mientras  los  directores  del  movimiento  trabajaban 
por  conciliar  las  opiniones  alrededor  de  López  Jordán, 
y  atendían  las  exigencia  délos  jefes  en  armas,  arma- 
ban algunos  lanchones  para  que  el  comandante  Rosa- 
les operase  sobre  la  escuadrilla  de  Buenos  Aires,  é  ins- 
taban á  sus  amigos  del  interior  á  que   procediesen  en 


(^  )  Manuscrito  orij^inal  en  mi  arcliivo  (papeles  de  Chilavert). 
Véase  el  apéndice. 

(2)  Manuscrito  original  en  mi  archivo  (papeles  de  Chilavert), 
Véase  el  apéndice. 


—  65  — 

consecuencia.  «En  Buenos  Aires  amainan,  escribíale  Del 
Carril á  Cliilavert:  Quieren  paz:  mandan  unacomisión com- 
puesta de  Castro,  Guido  y  Larrea  á  Córdoba.  Quieren 
con  esto  ganar  tiempo :  no  sacarán  nada.  Se  ha  dado 
cuenta  del  movimiento  de  Entre  Ríos  al  general  Paz  y 
se  le  insta  á  ponerse  en  acción.»  (') 

Por  el  contrario  López  Jordán  permanecía  inactivo 
al  frente  de  una  columna  de  2.000  hombres.  El  coro- 
nel Barrenechea.  más  avisado,  se  impuso  con  su  fuerza 
á  la  legislatura  y  ésta  lo  eligió  gobernador  el  día  19 
de  noviembre.  Recién  entonces  se  movió  López  Jordán, 
obligó  á  Barrenechea  á  renunciar  el  cargo  y  la  legisla- 
tura lo  nombró  á  él.  De  seguida  comunicó  su  nombra- 
miento al  gobernador  de  Santa  Fe.  Éste  le  contestó  ca- 
lificando de  escandalosa  la  insurrección  de  Entre  Ríos 
y  declarando  que  los  términos  de  la  alianza  entre  ambas 
provincias  lo  habilitaban  para  intervenir  en  esas  cir- 
cunstancias; que  en  consecuencia  proponía  el  restableci- 
miento de  la  autoridad  legal.  López  Jordán  cometió 
todavía  el  error  de  salir  con  sus  fuerzas  del  Paraná 
para  resistirle  al  gobernador  López,  y  de  delegar  el 
mando  en  el  inspector  de  armas  don  PedroEspino,á  pe- 
sar de  la  opinión  de  Chilavert  y  de  sus  amigos.  Á 
los  pocos  días  ( 10  de  diciembre )  Espino  declaró  ante 
la  legislatura  que  al  coronel  Barrenechea  le  había 
sido  impuesta  por  la  fuerza  su  renuncia  del  cargo 
de  gobernador;  y  mientras  caía  sobre  López  Jordán 
y  lo  derrotaba,  obligándolo  á  refugiarse  en  Paysandú, 
aquél  recobraba  el  mando.  Dos  meses  después,  López 
Jordán  repasó  el  Uruguay:  el  24  de  febrero  ocupó  el 
gobierno  y  salió  á  batir  á  Barrenechea  que  se  lo  dispu- 


(*)  Manuscrito   original  en    mi   archivo   (papeles  de  Chilavert). 
Véase  el   apéndice. 


—  66  — 

taba;  pero  fué  nuevamente  derrotado  el  31  de  marzo  de 
1831  en  Nogoyá  y  se  retiró  al  Estado  Oriental  con  unos 
pocos  hombres.  C)  Así  acabó  esta  revolución,  entrando 
en  breve  la  provincia  de  Entre  Ríos  dentro  del  orden 
de  ideas  que  establecía  el   parto  federal  del  litoral. 

En  efecto,  las  cuatro  provincias  del  litoral  acababan 
de  ligarse  por  un  tratado  cuyos  efectos  desgraciadamente 
debían  recaer  por  el  momento  sobre  el  Supremo  poder 
militar  que  les  oponía  el  general  Paz.  Ya  en  23  de 
marzo  de  1830,  el  coronel  Pedro  Ferré,  á  nombre  de  la 
provincia  de  Corrientes,  y  el  doctor  Tomás  M.  de  An- 
chorena,  á  nombre  de  la  de  Buenos  Aires,  habían  fir- 
mado una  convención  preliminar  para  celebrar  un  tratado 
entre  las  mismas  y  las  de  Santa  Fe  y  Entre  Ríos,  que 
serían  invitadas  al  efecto,  y  el  cual  tendría  por  objeto 
primordial  formar  una  liga  federal.  (^)  Sobre  esta  base; 
la  del  tratado  de  23  de  febrero  entre  Santa  Fe  y  Corrien- 
tes ;  los  arreglos  de  24  de  febrero,  entre  Santa  Fe  y  Bue- 
nos Aires,  y  el  tratado  de  3  de  mayo  de  1830,  entre 
Corrientes  y  Entre  Ríos,  don  Domingo  Cullen  por  Santa 
Fe,  don  José  María  Roxas  y  Patrón  por  Buenos  Aires, 
y  don  Antonio  Crespo  por  Entre  Ríos,  concluyeron  en 
la  ciudad  de  Santa  Fe,  el  día  4  de  enero  de  1831,  el 
tratado  conocido  con  el  nombre  de  pacto  federal. 

Este  parto  fué  la  primera  base  orgánica  que  se  dio 
la  federación  en  la  República  Argentina,  y  tuvo  su 
trascendencia  en  la  organización  que  se  llevó  á  cabo 
después.  Según  él,  las  provincias  contratantes  adoptaban 


O  Me  he  detenido  en  estos  sucesos,  quizá  más  de  lo  conve- 
niente, porque  escritores  que  pasan  por  circunspectos,  como  el 
doctor  Lamas  (y  otros)  los  han  terjiversado  en  libros  de  propagan- 
da, á  los  cuales  con  énfasis  ingenuo,  libros  de  historia  el  vulgo 
llama.     Véase  Escritos  políticos  y  literarios,  pág.  97  y  siguientes. 

(-)  Xéíi^Q  Registro  Diplomático,  pág.  106. 


—  67  — 

la  forma  de  gobierno  republicano-federal,  reconociéndose 
mutuamente  su  libertad,  representación  y  derechos ;  y 
estipulaban  una  alianza  ofensiva  y  defensiva  contra 
toda  agresión.  Las  bases  3^  á  14'^  contenían  una  decla- 
ración de  garantías  y  derechos  recíprocos  en  favor  de 
los  habitantes  y  de  las  propiedades  é  industrias  de  los 
mismos.  Para  reglar  los  objetos  y  fines  del  pacto,  el 
artículo  15°  creaba  una  Comisión  representativa  de  los 
gobiernos  de  las  provincias  litorales,  la  cual  debía  com- 
ponerse de  un  diputado  por  cada  una  de  ellas,  y  resi- 
dir en  la  ciudad  de  Santa  Fe.  Las  atribuciones  de  esta 
comisión  eran:  celebrar  tratados;  hacer  declaraciones 
de  guerra,  siempre  que  las  cuatro  provincias  estuviesen 
de  acuerdo  en  ello;  nombrar  el  general  en  jefe  del 
ejército  del  litoral ;  determinar  el  contingente  de  tropas 
con  que  cada  una  debe  contribuir  á  formarlo;  «invitar 
á  todas  las  demás  provincias  de\  la  República,  cuando 
estén  en  plena  libertad  y  tranquilidad,  á  reunirse  en 
federación  con  las  litorales,  y  á  que  por  medio  de  un 
Congreso  general  federativo  se  arregle  la  administración 
general  del  país  bajo  el  sistema  federal,  su  comercio 
interior  y  exterior,  su  navegación,  el  cobro  y  distribu- 
ción de  las  rentas  generales,  y  el  pago  de  la  deuda  de 
la  República,  consultando  del  mejor  modo  posible  la 
seguridad  y  engrandecimiento  de  la  Nación,  su  crédito 
interior  y  exterior,  y  la  soberanía^  libertad  é  indepen- 
dencia de  cada  una  de  las  provincias.  » 

Más  que  un  tratado  de  unión  y  alianza  para  objetos 
inmediatos,  este  pacto  era,  como  se  ve,  una  verdadera 
constitución  bosquejada  á  grandes  rasgos.  Si  no  lle- 
naba las  exigencias  de  legisladores  retóricos  y  formu- 
listas, como  los  que  elaboraban  antes  y  después  del 
año  1831  las  constituciones  de  Francia,  las  cuales  se 
sucedían  como  hipérboles  más  ó  menos  brillantes,   tenía 


—  08  — 

cuando  menos  en  su  abono  el  ejemplo  de  Inglaterra, 
que  es  la  nación  más  libre,  con  ser  que  se  limitó  á 
conservar  las  declaraciones  de  la  magna  carta,  y  á  am- 
pliarlas en  razón  de  sus  necesidades  sucesivas.  Verdad 
es  que  el  ejercicio  del  gobierno  libre  en  la  República 
Argentina,  era  en  la  época  de  transformismo  y  de  guerra 
del  año  1831,  tan  sólo  un  ideal  de  los  mejor  prepara- 
dos; que  á  su  desenvolvimiento  obstaban  así  las  repre- 
siones de  gobiernos  revolucionarios  ó  de  transición,  como 
las  reacciones  de  pueblos  sin  conciencia  ilustrada  de 
la  libertad  orgánica.  Y  tan  poderosos  eran  estos  obstá- 
culos entonces  en  América  como  en  Europa,  que  hoy, 
después  de  sesenta  años,  todavía  fermentan  esas  reac- 
ciones y  represiones  en  la  misma  República  Argentina, 
bajo  el  imperio  de  una  constitución  hermosa,  pero  sus- 
ceptible,—  como  lo  son  todas, — de  ser  desnaturalizada 
cuando  la  virtud  cívica  y  la  educación  democrática  no 
vigorizan  el  mecanismo  gubernamental. 

Así  y  todo,  el  pacto  federal  de  1831  arrancaba  de  los 
antecedentes  políticos  que  los  sucesos,  las  aspiraciones 
y  las  necesidades  habían  creado  en  las  provincias  del 
litoral  argentino;  y  considerándolos  hechos  consumados 
y  fundamentales,  les  daba  sanción  legal  en  la  forma  y 
latitud  que  conceptuaba  más  conveniente  para  que  se 
conservasen  en  el  tiempo.  Lógicos  con  tales  anteceden- 
tes, los  gobiernos  del  litoral  procedieron  á  la  inversa 
de  como  procedieron  los  gobiernos  y  constituyentes  uni- 
tarios de  1819  y  de  1826.  Éstos  vieron  únicamente  un 
todo, — la  Nación, — al  cual  creyeron  armonizar  por  el  solo 
ministerio  de  la  ley  que  dictasen,  sin  tomar  en  cuenta 
la  opinión  de  las  partes  aisladas  en  la  vasta  extensión 
del  territorio.  Aquéllos  se  apoyaron  en  las  partes, — las 
provincias, — para  llegar  por  el  ministerio  de  éstas  á  armo- 
nizar el  conjunto.  La  idea  déla  nacionalidad  argentina 


—  69  — 

predomina  en  el  pacto,  por  más  que  las  circunstancias 
impidan  por  el  momento  la  unión  constitucional  de  todas 
las  provincias,  la  cual  se  realiza  recién  en  1835  y  1840. 
Pero  el  hecho  de  la  unión  federal  argentina  queda  ahí 
sentado  y  tan  eficazmente,  que  los  constituyentes  de  1853 
que  sancionaron  la  Constitución  actual  de  la  República, 
declararon  que  el  pacto  federal  de  1831  «era  lo  que  deter- 
minaba el  régimen  de  gobierno  que  debía  adoptar  la 
Nación». 

Frente  al  pacto  federal  del  litoral,  levantábase,  con 
el  objeto  de  destruirlo,  un  Supremo  poder  militar  cen- 
tralizado en  las  manos  del  general  Paz  y  sin  ningún 
principio  orgánico  que  sirviera  de  término  de  compara- 
ción á  los  pueblos,  los  cuales  iban  á  decidir  en  lucha 
á  muerte...  ¿qué  iban  á  decidir?  Nada  más  que  quien 
predominaría  con  los  suyos  en  la  República.  En  1826 
los  principios  de  unidad  y  de  federación  sirvieron  de 
bandera  á  dos  partidos  políticos.  La  unidad  quedó 
triunfante  en  el  terreno  de  las  ideas;  pero  la  fede- 
ración prevaleció  por  el  empuje  de  las  muchedumbres 
que  arrastraron  los  jefes  y  caudillos  de  provincia.  En 
1830  no  hubo  más  principio  orgánico  que  el  proclamado 
por  el  litoral.  Y  si  bien  Paz  se  decía  unitario  y  actuaba 
como  jefe  de  los  unitarios  en  el  interior,  las  provincias 
conservaban  legislaturas,  gobernadores  y  todas  las  apa- 
riencias de  un  mecanismo  federal,  subordinado  es  cierto 
á  los  jefes  del  ejército  de  Córdoba,  pero  reclamado  por 
los  mismos  amigos  y  adictos  de  Paz,  imbuidos  también 
en  la  idea  de  la  soberanía  de  sus  respectivas  provincias. 

Si  Paz  había  conflagrado  diez  provincias  argentinas 
para  organizar  la  Nación  bajo  el  régimen  unitario,  im- 
poniendo con  sus  armas  lo  que  ya  habían  rechazado, 
¿por  qué  dejaba  subsistentes  los  hechos  que  obstarían  á 
esa   organización,   aun    suponiendo   que   su   supremacía 


—  70  — 

militar  fuese  duradera?  Y  si  dejaba  subsistentes  estos 
hechos  que  aproximaban  el  interior  al  litoral  ¿por  qué  no 
enviaba  los  diputados  de  las  provincias  del  interior  á  la 
Comisión  representativa  de  Santa  Fe  donde  formarían 
grande  mayoría  sobre  los  de  las  cuatro  del  litoral,  conser- 
vándose en^su  posición,  apartando  así  el  motivo  del  rom- 
pimiento, y  comprometiendo  á  Rozas,  á  López  y  á  Ferré  á 
la  faz  de  la  Nación  y  cá  la  luz  de  los  principios?...  ¿Por  qué 
Rozas  y  López  destruirían  su  influencia?...  Pero  él  era 
el  más  fuerte,  el  general  más  hábil,  y  tenía  su  ejército 
y  sus  recursos  propios.  ¿  Por  qué  él  era  unitario  conven- 
cido, y  Rozas  y  López  especulaban,  según  la  voz  co- 
rriente, con  la  federación  sobre  los  sentimientos  de  las 
muchedumbres  semibárbaras,  imposibilitando  la  paz  y 
felicidad  de  la  República?  Pero  entonces,  ¿por  qué  se 
equiparaba  él  con  éstos,  y  concurría  por  otro  camino 
al  mismo  objeto,  imponiendo  con  sus  armas  un  régimen 
de  gobierno  que  en  fuerza  de  las  resistencias  que  su- 
blevaba había  comprometido  la  independencia  argentina, 
derrocado  dos  directorios,  dos  congresos,  y  una  presi- 
dencia, y  empujado  á  las  provincias  á  despedazarse  las 
unas  con  las  otras  ?...  Porque  más  que  la  organización 
nacional,  era  la  supremacía  personal  lo  que  buscaba  el 
general  Paz,  como  la  buscó  en  seguida  el  general  La- 
valle,  sin  que  ni  el  uno  ni  el  otro  levantara,  durante  la 
guerra  civil  á  que  se  lanzaron,  más  idea  orgánica  que 
la  que  las  provincias  habían  rechazado  y  contra  la  cual 
lucharon  por  los  auspicios  de  Rozas,  hasta  hacer  triun- 
far la  idea  federal  en  el  Congreso  de  1853.  Todavía 
en  1846  el  doctor  Florencio  Várela,  director  político  de 
los  unitarios,  inquirido  por  Sarmiento  sobre  sus  vistas 
respecto  de  la  organización  del  país,  respondió  sencilla- 
mente que  el  programa  estaba  ya  trazado  por  la  Cons- 
titución del  año  de  1826! 


CAPÍTULO  XVIII 


GUERRA   ENTRE    EL    INTERIOR    Y    EL    LITORAL 


(1831) 


Sumario:  I.  Circunstancias  en  que  el  general  Paz  se  propone  llevar  sus  armas  sobre 
el  litoral:  actitud  de  las  repúblicas  americanas  ante  la  anunciada  tentativa 
de  la  España.  —  II.  Mediación  de  Chile  entre  Rozas  y  Paz. — III.  Marcha 
del  general  Paz  sobre  Santa  Fe. — IV.  Operaciones  del  ejército  federal  en 
Córdoba:  combate  de  Fraile  Muerto.  — V.  Quiroga  toma  por  asalto  Rio 
Cuarto:  derrota  á  Pringles :  derrota  á  Videla  Castillo :  represalias  que 
toma  por  el  asesinato  del  general  Villafañe. — VI.  Paz  se  dirige  á  batir 
á  López:  modo  cómo  es  tomado  prisionero:  la  narración  de  un  testigo 
ocular.  — VII.  Reacción  de  Paz  en  favor  de  la  transacción  con  los  federales- 
—  VIII.  Lamadrid  toma  el  mando  del  ejército  unitario  y  se  retira  á  Tucu- 
mán.  —  IX.  Negociado  entre  el  general  federal  y  el  gobierno  provisorio  de 
Córdoba. — X.  Ocupación  de  Córdoba  por  la  vanguardia  federal. — XI. 
Regreso  del  ejército  auxiliar:  el  fusilamiento  de  prisioneros  en  Buenos 
Aires.  —  XII.  Resolución  de  las  situaciones  políticas  del  interior  y  de 
Cuyo.  —  XIII.  Quiroga  marcha  sobre  Tucumán  :  antecedentes  entre  él,  don 
Javier  López  y  Lamadrid.  —  XIV.  Las  cartas  de  Lamadrid  sobre  su  conducta 
en  La  Rioja,  y  secuestro  de  los  dineros  de  Quiroga.  —  XV.  Batalla  de  la 
Ciudadela. — XVI.  Quiroga  después  de  la  victoria. — XVII.  Lamadrid 
pide  clemencia  á  Quiroga. — XVIII.  Proceder  levantado  de  Quiroga. — 
XIX.  Intimación  de  Quiroga  á  Al  varado:  resolución  de  todas  las  provin- 
cias en  favor  de  la  federación. 


En  circunstancias  en  que  el  general  Paz  se  proponía 
llevar  sus  armas  sobre  el  litoral,  la  prensa  y  la  legislatura 
de  Buenos  Aires  denunciaban  el  liecbo  de  que  la  España 
aprestaba  una  expedición  al  río  de  la  Plata  con  el  objeto 
de  recuperar  éstas  y  otras  de  sus  antiguas  posesiones 
de  América.  En  vista  de  esto,  aquella  legislatura  á  la 
cual  el  gobernador  Rozas  había  devuelto  las  facultades 
extraordinarias  que  le  otorgó  la  ley  de  6  de  diciembre 
del  año  anterior,  le  autorizó  por  ley  de  6  de  agosto  de 
1830  con  las  mismas  facultades,  «para  que  haciendo  uso 
de  ellas,  tome  todas  las  medidas  que  considere  condu- 


—  72  — 

ceiites  á  salvar  la  Provincia  de  los  peligros  que  amagan 
su  existencia  política  y  libertad  civil».  —  Venezuela  y 
Ecuador,  envueltos  en  la  lucha  de  la  separación  de  Co- 
lombia, denunciaban  también  el  hecho  de  la  expedición 
española;  y  la  primera  investía  al  general  Paez  con  el 
poder  discrecional.  El  congreso  de  México  hacía  un 
llamamiento  á  los  partidos  en  armas  para  que  conju- 
rasen juntos  el  mismo  peligro.  El  gobierno  de  Nueva 
Granada  que  se  suponía  el  más  amagado,  se  aprestaba 
á  repeler  la  invasión;  y  para  que  el  peligro  fuera  más 
grave,  la  guerra  civil  no  permitió  que  las  repúblicas  se 
entendiesen  entre  sí;  San  Martín  estaba  en  Europa,  Sucre 
había  sido  asesinado  y  Bolívar  acababa  de  abandonar  su 
país. 

Únicamente  Chile  dirigió  una  circular  á  los  goberna- 
dores de  las  provincias  argentinas  en  la  que  les  ofrecía 
su  mediación  para  arreglar  un  tratado  de  paz  entre  ellas, 
y  en  seguida  una  alianza  entre  ambas  repúblicas  para 
defenderse  de  la  tentativa  enunciada.  «La  España  medita 
nuevos  proyectos  de  reconquista,  decía  la  circular,  y  se  pro- 
mete hallar  en  nuestras  disenciones  coyuntura  favorable: 
sus  miras  parecen  dirigirse  ahora  á  los  Estados  del  sur. »  (^) 
Los  gobiernos  del  litoral  respondieron  al  gobierno  de 
Chile  que  estaban  prontos  á  proceder  en  el  sentido  in- 
dicado, y  que  al  efecto  proponían  que  desde  luego  se 
incorporasen  los  diputados  del  interior  á  la  Comisión  Re- 
presentativa. El  general  Paz  aceptó  igualmente  la  media- 
ción y  le  manifestó  al  gobierno  de  Chile  que  podría 
interponerla  á  fin  de  (|ue  los  dii)uta(los  del  litoral  con- 
curriesen á  Córdoba  á  acordar  con  los  agentes  del  interior 
lo  conveniente  en  esas  circunstancias.   (^) 


(')  Circular  firmada  por  el  ministro  don  Diego  Portales  y  publi- 
cada en  El  Lucero  del  12  de  enero  de  1831. 
(2)  Véase  estas  notas  en  El  Lncero  del  17  de  septiembre  de  1831. 


—  73  — 

La  guerra  entre  el  litoral  y  el  interior  sobrevino  in- 
mediatamente. El  gobernador  de  Santa  Fe  don  Estanis- 
lao López  fué  nombrado  general  en  jefe  del  ejército 
confederado.  El  general  Quiroga  con  una  división  orga- 
nizada en  Buenos  Aires,  debía  operar  en  Cuyo;  y  otro 
ejército  de  reserva  al  mando  del  general  Juan  Ramón 
Balcarce  estaba  listo  para  entrar  en  campaña.  El  gene- 
ral Paz  que  había  tomado  la  ofensiva,  tentando  prime- 
ramente de  convulsionar  la  provincia  de  Santa  Fe,  é 
invadiéndola  en  seguida  con  todo  su  ejército,  encontróse 
rodeado  de  enemigos  que  estrechaban  el  círculo  de  sus 
operaciones.  A  principios  de  febrero  de  1831  el  general 
del  ejército  federal  hizo  invadir  Córdoba  por  los  coman- 
dantes Guillermo  y  Francisco  Reinafé.  Éstos  ]»enetraron 
por  Tío  y  después  de  algunos  combates  parciales  cam- 
biaron en  su  favor  la  situación  de  algunos  departamentos. 
El  5  de  febrero  otra  división  federal  al  mando  del  coronel 
Pacheco,  derrotó  la  división  unitaria  del  coronel  Peder- 
nera,  en  Fraile  Muerto.  Los  federales  ocuparon  el  Tío, 
India  Muerta  y  el  Totoral  Chico.  (') 

Poco  después  el  general  Quiroga  cayó  repentinamente 
sobre  la  Villa  de  Río  Cuarto  (5  de  marzo),  y  después  de 
tres  días  de  combate  la  tomó  por  asalto.  (^)  Los  corone- 
les Pringles  >  Echeverría  que  la  defendían  salieron  por 
el  sur  en  dirección  á  San  Luis.  Aquí  se  dirige  Quiroga 
reforzado.  En  el  Río  Quinto  encuentra  la  columna  uni- 
taria, la  bate  y  la  derrota.  En  la  persecución  sus  par- 
tidas apresan  á  Pringles  y  lo  sacrifican.  Cuando  Quiroga 


(*)  Boletín  núm.  1  del  ejército  auxiliar.— Parte  del  coronel  Pa- 
checo al  general  López.  Boletín  núm.  3  del  ejército  auxiliar.  — 
Parte  del  coronel  José  Narciso  de  Sosa.  Memorias  del  general  Paz, 
tomo  II,  pág.  274. 

(2)  Boletín  núm.  8.  Parte  del  general  Quiroga,  al  que  adjunta  la 
lista  de  jefes,  oficiales  y  soldados  prisioneros. 


—  74  — 

lo  sabe,  estalla  en  furor,  se  lamenta  sobre  el  cadáver 
del  héroe  infortunado,  le  hace  dar  sepultura,  y  cae  sobre 
la  ciudad  de  San  Luis  en  la  cual  entra  sin  resistencia. 
Quiroga  se  siente  fuerte  otra  vez.  El  vértigo  de  las  ba- 
tallas lo  empuja  en  seguida  á  Mendoza.  El  general  Vi- 
dela  Castillo  lo  espera  el  día  28  de  marzo  en  el  Potrero 
de  Chacón  al  frente  de  2.000  soldados.  Quiroga  atrepella 
al  general  unitario,  lo  acuchilla,  lo  dispersa  y  se  entra 
en  la  capital.  Aquí  sabe  que  su  teniente,  el  general  Vi- 
llafañe  que  venía  de  Chile  á  incorporársele,  ha  sido 
asesinado  por  el  mayor  Navarro  en  Chacón,  y  en  repre- 
salia manda  fusilar  los  prisioneros  capitulados.  (^) 

La  situación  de  Paz  se  hacía  cada  vez  más  crítica, 
con  Quiroga  á  su  espalda,  la  provincia  de  Córdoba  con- 
vulsionada contra  él  y  un  ejército  á  su  frente,  que  debía 
engrosarse  en  breve  con  buena  infantería  y  artillería 
que  iba  en  marcha  de  Buenos  Aires  á  las  órdenes  del 
general  Balcarce.  Paz  se  propuso  batir  en  detalle  al  ene- 
migo más  cercano  y  se  dirigió  sobre  López;  pero  éste 
evadió  el  encuentro  y  se  retiró  desde  los  Calchines  hasta 
dos  leguas  fuera  del  Tío.  Paz  lo  siguió,  ocultando  en  lo 
posible  sus  operaciones  y  ordenándole  al  general  Dehesa 
que  marchase  por  una  línea  convergente  que  debía  unirse 
á  cierta  distancia  con  la  que  él  llevaba,  y  que  atacase  á 
los  Reinafé  que  se  encontraban  en  esa  dirección.  (^) 

Ya  la  noche  se  acercaba  cuando  el  general  Paz,  en 
su  marcha,  oyó  un  tiroteo  que  supuso  fuera  sostenido 
entre  sus  guerrillas  y  alguna  partida  enemiga.  Con 
el  ñn  de  dispersar  á  ésta,  de  manera  que  López  no 
tuviera  noticia  del  movimiento  que  sobre  él  dirigía,  Paz 


(')  Comunicaciones  de  Quiroga  á  Rozas  de  22   de   marzo  y  5  de 
abril  de  1831. 

(-)  Memorias  del  general  Paz,  tomo  11,  pág.  298. 


—   /o  — 


se  adelantó  con  un  ayudante,  un  ordenanza  y  un  paisano, 
á  reconocer  la  posición  respectiva  de  las  fuerzas  que  se 
batían.  Así  avanzando,  se  aproximó  al  teatro  del  com- 
bate, y  mandó  al  ordenanza  en  busca  del  oficial  que 
mandaba  la  guerrilla.  Éste,  esperando  refuerzo,  había 
cambiado  el  frente  de  la  línea:  el  enemigo  había  hecho 
un  movimiento  análogo,  avanzando  su  derecha,  por  ma- 
nera que  ambas  fuerzas  daban  el  flanco  á  la  dirección 
que  llevaba  el  general  Paz  sin  saberlo.  Como  el  orde- 
nanza no  volviera.  Paz  despachó  al  ayudante  y  siguió 
con  el  baqueano,  yendo  á  dar  precisamente  sobre  el 
flanco  izquierdo  del  enemigo.  El  baqueano  le  advirtió 
que  estaba  sobre  los  soldados  de  López.  Paz  volvió 
grupas  para  incorporarse  c4  su  columna  que  venía  á  diez 
cuadras  de  distancia.  Pero  ya  era  tarde.  Los  federales 
lo  habían  conocido.  Uno  de  éstos,  de  apellido  Serrano, 
lo  siguió  bien  montado  y  le  boleó  el  caballo.  Paz  cayó 
en  tierra  y  quedó  prisionero.  Su  intrepidez  y  la 
ausencia  de  su  caballería  en  ese  momento  lo  perdieron. 
El  general  prisionero  fué  conducido  al  campamento  de 
López  y  en  seguida  á  Santa  Fe.  (') 


(')  Como  complemento  de  este  episodio  tan  curioso  como  raro 
en  la  historia  de  las  guerras,  van  á  continuación  los  datos  que  me 
ha  suministrado  un  testigo  ocular,  el  conocido  anciano  de  Santa  Fe, 
don  Saturnino  Gallegos,  primo  hermano  del  general  Estanislao  Ló- 
pez, y  quien  se  encontró  presente  en  la  tienda  de  éste,  cuando  entró 
en  ella  el  general  F*az  prisionero. 

Dice  asi  el  señor  Gallegos,  en  septiembre  de  1882:  — «En  la  ma- 
drugada del  II  de  mayo  de  1831  nos  encontrábamos  en  Calchines 
acampados,  esperando  las  fuerzas  de  Buenos  Aires  que  mandaba 
el  general  don  Juan  Ramón  Balcarce,  para  emprender  la  campaña 
contra  el  general  Paz.  El  general  López,  su  secretario  el  coronel 
Pascual  Echagüe  y  otros  jefes  lo  acompañaban  alrededor  del  fogón 
tomando  mate,  cuando  se  presentó  un  joven  cordobés  que  dijo  lla- 
marse Serrano,  anunciando  dejaba  á  corta  distancia  la  partida  que 
conducía  prisionero  al  general  Paz,  cuyo  caballo  había  boleado  él 
mismo. 

Si  grande  fué  la  sorpresa  que  produjo  esta  noticia,  no  lo  fué  menos 
la  duda  acerca  de  la  veracidad  del  informante;  aunque  entre  las 


—  76  — 


Desde  aquí  dirigió  á  Rozas  una  carta  en  la  que  le 
declaraba  que  había  sido  tratado  generosamente  por  Ló- 
pez y  que  esperaba  serlo   de   la   misma  manera   en  lo 


señas  que  daba,  la  de  «  manco  »  era  incontestable.  El  general  ordenó 
al  señor  Ecbagüe,  que  sin  demora  montase  una  mitad  de  lanceros 
de  25  boml)res  con  un  oficial  á  la  cabeza  y  acompañado  del  chasque 
Serrano  fuese  á  encontrar  la  partida  que  se  decía  conducía  al  prisio- 
nero. Verificado  esto,  y  antes  de  mucho  rato,  regresó  el  todo  de  la 
gente  y  á  la  inmediación  del  general  López  desmontaba  el  se- 
ñor Paz,  en  mangas  de  camisa;  y  quitándose  un  gorrete  de 
tropa,  que  se  le  había  dado  en  vez  de  la  gorra  que  le  quitó  uno 
de  los  soldados.  Don  Estanislao  López  y  demás  de  su  circulo  se 
pusieron  de  pie,  y  el  primero  se  adelantó  á  dar  la  mano  y  saludar  al 
prisionero,  ofreciéndole  con  grande  instancia  aceptase  la  única  silla, 
que  era  una  pequeña  con  asiento  de  paja,  para  sentarse,  la  que  aquéí 
rehuse)  con  toda  cortesía,  sentándose  en  una  cabeza  de  vaca  de  las 
que  rodeaban  el  fogón.  El  señor  López  le  ofreció  entonces  mate, 
café,  ó  té  (el  informante  no  recuerda  qué  aceptó);  y  al  mismo  tiempo 
ordenó  á  un  asistente  subiese  á  su  carretón  y  tragese  un  poncho  de 
abrigo  y  una  chaqueta  para  que  el  huésped  se  cubriese,  pues  el  frío 
era  fuerte,  diciendo  al  mismo  tiempo: 

—  General,  las  únicas  «capas»  que  podemos  ofrecerle  son  las  de 
«cuatro  puntas»  y  de  ponerse  por  la  boca;  á  lo  que  el  general  Paz 
contestó  que  eran  las  mejores,  y  cuando  vino  se  cubrió  arrebo- 
zándose. 

Á  poco  se  llamó  al  sargento  que  mandaba  la  partida  apresadora, 
quien  explicó  la  boleadura  del  caballo,  que  presentó  (era  un  malacara 
choquizuela  blanca),  animal  de  buena  apariencia  y  manso;  y  cum- 
pliendo la  orden  que  se  le  dio,  se  hizo  entrega  al  general  Paz  de  la 
casaca  de  que  se  le  había  despojado,  gorra  buena,  etcétera. 

Como  ni  el  general  López,  ni  otro  alguno  abría  conversación,  el 
general  Paz,  rompiendo  el  silencio,  dijo:  «Señor  López,  los  soldados 
de  usted  son  unos  valientes  y  los  míos  unos  cobardes,  que  me  han 
abandonado  á  doce  cuadras  de  mi  ejército.» 

El  general  López  asintió  con  un  movimiento  de  cabeza  y  el  general 
Paz  continuó: — «Dejo  un  ejército,  que  en  moral,  disciplina,  arma- 
mento, etcétera,  es  completo  y  capaz  de  batirse  con  el  que  usted 
presentase,  fuese  el  que  fuese;  pero  falto  yo,  todo  es  perdido;  pues 
^ladrid,  que  es  quien  queda  á  la  cabeza,  es  incapaz  de  sacar  ventaja 
alguna  de  su  posición,  careciendo  de  aptitudes  para  llevar  á  caí)o 
mis  planes. » 

Tampoco  consiguió  que  el  señor  López  dijese  más  que  palabras 
sueltas,  ni  cosa  que  pudiera  dar  ofensa,  ni  halago  al  prisionero,  y 
asi  continuó  hasta  que  las  tareas  del  día,  entre  las  que  tuvo  lugar 
la  de  encontrarse  con  el  ejército  que  llevaba  el  general  Balcarce  y 
otras,  dejaron  al  general  Paz  encargado  á  los  que  le  custodiaban. 

Se  ha  querido  decir  que  el  general  Paz  fué  insultado  y  amenazado 
á  su  llegada,  lo  que  no  es  cierto;  si  bien  causó  un  tumulto  natural 
conocer  su  arribo,  entre  lo  que  más  se  mostraba  la  algazara  y  retozo 
de  los  indios  guaycuruesde  la  división  que  llevaba  el  general  López, 
compuesta  de  un  mil  de  hombres  más  ó  menos.    Tampoco  se  puede 


—  77  — 

sucesivo.  (')  Y  reaccionando  en  la  hora  de  su  desgracia 
contra  las  ideas  exclusivistas  que  lo  habían  conducido, 
frustrando  la  mejor  oportunidad  para  contribuir  á  la 
organización  de  la  Nación  cuando  era  arbitro  de  diez 
provincias  argentinas,  el  general  Paz  escribió  al  general 
Lamadrid  (quien  acababa  de  ser  nombrado  en  junta  de 
oficiales,  jefe  supremo  militar),  que  el  general  López  le 
había  manifestado  estar  dispuesto  á  aceptar  comisio- 
nados para  poner  término  á  la  guerra  por  medio  de  un 
tratado  que  diese  garantías  á  todos;  y  que  le  pedía  que 
no  desatendiera  estos  patrióticos  sentimientos.  En  el 
mismo  sentido  les  escribió  á  Pedernera,  Dehesa,  Acha 
y  á  don  Pedro  Larraga,  pronunciándose  en  favor  de  la 
transacción  con  Rozas  y  con  López,  f) 

Mientras  que  el  ejército  federal  avanzaba  sobre  la 
ciudad  de  Córdoba,  Quiroga  se  aproximaba  á  este  mismo 
punto  por  el  lado  de  Ischilin,  Lamadrid  temeroso  de 
que  se  disolviese  su  ejército,  el  cual  había  quedado  re- 
ducido á  poco  más  de  L500  hombres;  ó  de  que  tuviera 
que  aceptar  un  combate  desigual,  si  fracasaban  las  nego- 
ciaciones entabladas  por  el  gobernador  provisorio  don 
Mariano  Fragueiro  con  el  general  del  ejército  federal, 
se  dirigió  á  Tucumán  el  día  26  de  mayo,  después  de 
exigir  una  contribución  á  la  ciudad  que  quedaba  á  mer- 
ced de  los  vencedores. 

Los    doctores    Dalmacio     Vélez-Sarsfield    y    Ensebio 


negar  que  entre  las  consideraciones  tenidas  con  el  general  Paz,  no 
fué  la  menor  su  envió  á  Santa  Fe  á  cargo  del  capitán  don  Pedro 
Rodríguez,  mozo  altamente  educado  y  elegido  por  el  general  López, 
como  la  persona  más  propia  para  el  desempeño  de  la  comisión  que 
se  le  confió. » 

(^)  Memorias  de  Paz,  tomo  II,  pág.  335.  La  carta  de  Paz  á  Rozas 
se  publicó  en  El  Lucero  del  3  de  junio  de  1831.  Paz  fué  conducido 
después  á  Buenos  Aires  y  se  le  guardaron  consideraciones  de  toda 
especie,  como  se  verá  más  adelante. 

(2)  Véase  El  Lucero  del  7  de  julio  de  1831. 


—  78  — 

Agüero,  comisionados  por  ei  gobierno  de  la  plaza  para 
negociar  la  paz  con  el  general  en  jefe  del  Ejército  Fede- 
ral, firmaron  con  éste  el  30  mayo  un  tratado  según  el 
cual  la  provincia  de  Córdoba  se  unía  á  las  litorales  en 
los  términos  y  de  acuerdo  con  los  propósitos  conteni- 
dos en  el  ]mcto  federal  de  4  de  enero  de  ese  año.  Esta- 
blecía además  el  tratado  que  nadie  sería  molestado  por 
sus  opiniones  políticas,  ni  sufriría  pena  de  ninguna 
especie,  lo  que  era  ya  mucho  en  esas  circunstancias. 

El  gobierno  provisorio  acordó  en  seguida  con  el  jefe  de 
la  vanguardia  federal  las  condiciones  de  la  ocupación 
militar  de  la  ciudad;  y  el  11  de  junio  entraron  en  ella 
los  generales  López  y  Balcarce  en  medio  de  esas  acla- 
maciones y  de  ese  regocijo  cuyo  tono  es  el  mismo  en 
todas  partes  donde  se  presenta  prepotente  un  vencedor. 
Una  vez  pacificada  la  Provincia  y  electo  gobernador  el 
coronel  José  Vicente  Reinafé,  el  ejército  auxiliar  al  mando 
de  Balcarce  regresó  á  Buenos  Aires,  llevando  en  calidad 
de  prisioneros  al  coronel  Videla,  el  mismo  que  había  lleva- 
do la  revolución  á  San  Luis  por  orden  de  Paz,  y  á  nueve 
jefes  y  oficiales  del  ejército  de  éste;  y  los  cuales  fueron  fu- 
silados en  San  Nicolás  de  los  Arroyos  de  orden  del  gober- 
nador de  Buenos  Aires.  La  prensa  de  entonces  como 
para  atenuar  estos  hechos  brutales  de  la  guerra  civil, 
decía  que  ello  venía  en  represalia  de  los  que  habían 
verificado  el  general  Lamadrid,  fusilando  á  ciudadanos 
distinguidos  de  La  Rioja;  el  general  Dehesa,  fusilando 
veintitrés  oficiales  de  Quiroga,  y  el  general  Javier  López 
fusilando  funcionarios  civiles  y  militares  de  Tucumán. 

La  nueva  situación  creada  en  Córdoba  y  la  que  afian- 
zó Quiroga  batiendo  á  Pringles  y  á  Videla  Castillo  y  reco- 
rriendo triunfante  en  una  campaña  de  poco  más  de 
tres  meses  las  provincias  de  San  Luis,  Catamarca,  Men- 
doza, San  Juan  y  La  Rioja,  aseguraba  el  predominio  de 


—  79  — 

los  federales  en  el  litoral,  en  Cuyo  y  en  el  interior.  La 
situación  que  creó  el  general  Paz  en  Santiago  del  Estero, 
había  caído  también.  El  general  Juan  Felipe  Ibarra,  au- 
xiliado por  el  general  Pablo  de  la  Torre,  jefe  del  partido 
federal  de  Salta,  acababa  de  ser  (19  de  Julio)  electo  go- 
bernador de  esa  provincia.  No  quedaban,  pues,  más  que 
las  provincias  de  Tucumán,  donde  se  hallaban  el  gene- 
ral Lamadrid  con  los  restos  del  ejército  de  Paz,  y  el 
general  Javier  López  con  la  división  tucumana;  y  Salta 
y  Jujuy  donde  se  hallaba  el  general  Alvarado  con  al- 
gunas fuerzas. 

Á  Tucumán  se  dirigió  Quiroga  después  de  terminar 
su  campaña  de  Cuyo.  Había  motivos  especiales  que  lo 
empujaban  á  dirimir  para  siempre  la  contienda  con  La- 
madrid y  con  López  que  eran  sus  implacables  enemigos. 
En  mayo  de  1830,  el  gobernador  don  Javier  López  pidió 
por  intermedio  de  su  delegado  al  de  Buenos  Aires  que 
le  entregase  al  «  famoso  criminal  Juan  Facundo  Quiroga 
para  ser  juzgado  por  un  tribunal  nacional  que  se  nom- 
braría al  efecto  ».  (')  Es  fácil  imaginarse  cómo  enardece- 
ría á  Quiroga  al  verse  así  tratado  por  un  enemigo  sobre 
quien  pesaban  acusaciones  como  las  que  constaban  del 
sumario  que  le  mandó  levantar  el  mismo  Lamadrid  en 
1826,  después  de  declarar  «  caduca  la  tiranía  sangrienta 
que  ejercía  en  Tucumán  el  general  Javier  López».  C) 

Por  lo  que  atañía  á  Lamadrid  no  era  menos  fundado 
el  encono  de  Quiroga.  Lamadrid  durante  su  comando 
militar  en  La  Riojay  en  San  Juan  el  año  anterior,  no 


(1)  Se  publicó  en  El  Lucero  del  25  de  junio  de  1830. 

(2)  En  la  página  15  de  este  sumario  se  léela  lista  de  los  fusilados 
y  degollados  por  orden  de  don  Javier  López,  sin  formación  de  cau- 
sa. Figuran  en  ella  el  general  Bernabé  Arauz,  y  don  Juan  Pedro 
Arauz,  el  general  Martín  Bustos,  los  comandantes  Carrasco  y  Gor- 
dillo,  capitán  Marciano  Vila  y  veinticinco  ciudadanos  y  soldados  cuyos 
nombres  se  da.  Véase  El  Lucero  del  \0  de  julio  de  1830. 


—  80  — 

sólo  liabía  dado  carta  blanca  á  sus  subordinados  para 
que  ejerciesen  actos  de  rigor,  que  ejercieron  en  efecto, 
provocando  otros  de  parte  de  los  adversarios,  sino  que 
se  había  apoderado  de  una  fuerte  cantidad  de  onzas  de 
oro  que  Quiroga  guardaba  en  su  casa  de  La  Rioja,  in- 
sultádole  la  esposa  de  éste,  y  héchole  arrastrar  un 
grillete  á  su  anciana  madre.  Esto  último  es  lo  que 
más  hería  al  formidable  caudillo,  y  de  todo  ello  tenía 
las  pruebas  evidentes  como  se  ve  por  las  siguientes 
cartas  que  he  encontrado  entre  sus  papeles. 

En  30  de  junio  de  1830,  Lamadrid  le  escribía  de 
San  Juan  á  don  Ignacio  Videla,  dándole  cuenta  de  la 
providencia  que  acababa  de  tomar  en  La  Rioja:  «....  es- 
pero que  dé  usted  orden  á  los  oficiales  que  mandan 
sus  fuerzas  en  persecución  de  esa  chusma,  que  quemen 
en  una  hoguera,  si  es  posible,  á  todo  montonero 
que  agarren.  Á  Quiroga  se  le  han  pedido  doce  mil  pe- 
sos y  seis  mil  á  Bustos,  con  plazo  de  tres  días  que  ven- 
cen mañana.  Á  mi  retiro  de  La  Rioja  deben  ir  los  presos 
conmigo :  yo  los  pondré  donde  no  puedan  dañar.  El 
pueblo  está  empeñado  en  que  reclame  la  persona  de 
Echegaray,  lo  cual  hago  de  oficio.  Á  estas  cabezas  es 
preciso  acabarlas,  si  queremos  que  haya  tranquilidad 
duradera.  Espero,  pues,  que  usted  lo  mandará  bien  ase- 
gurado al  cargo  de  un  oficial  y  cuatro  hombres  de  con- 
fianza, con  orden  de  que  en  cualquier  caso  de  peligro 
de  fugarse,  habrá  llenado  su  deber  dando  cuenta  de  su 
muerte  .»  ( '  j 

«  Acabo  de  saber  por  uno  de  los  prisioneros  de  Qui- 
«  roga,  —  escribía  el  mismo  Lamadrid  á  don  Juan  Pablo 
«  Carballo,  en  19  de  septiembre  de  1830.  —  que  en  la  casa 


(M  Manuscrito  original  en   poder  de  la  señora  hija  del  general 
Quiroga. 


—  81  — 

«  de  la  suegra  ó  en  la  de  la  madre  de  aquél  es  efectivo 
«  el  gran  tapado  de  onzas  que  hay  en  los  tirantes,  más 
«  no  está  como  dijeron  al  principio,  sino  metido  en  una 
«  caladura  que  tienen  los  tirantes  en  el  centro,  por  la 
«  parte  de  arriba  y  después  ensamblados  de  un  modo 
« que  no  se  conoce.  Es  preciso  que  en  el  momento 
«  haga  usted  en  persona  el  reconocimiento,  subiéndose 
«  usted  mismo,  y  con  una  hacha  los  cale  usted  en  toda 
«  su  extensión  de  arriba,  para  ver  si  da  con  la  huaca 
«esa  que  es  considerable.  Reservado:  —  Si  da  usted 
«  con  ello  es  preciso  que  no  diga  el  número  de  onzas 
((  que  son,  y  si  lo  dice  al  darme  parte,  que  sea  después 
((  de  haberme  separado  unas  trescientas  ó  más  onzas. 
•«  Después  de  tanto  fregarse  por  la  patria,  no  es  regular 
<(  ser  zonzo  cuando  se  encuentra  ocasión  de  tocar  una 
■«  parte  sin  perjuicio  de  tercero,  y  cuando  yo  soy  des- 
« cubridor  y  cuanto  tengo  es  para  servir  á  todo  el 
«  mundo...»  (^) 

Tales  eran  los  antecedentes  que  mediaban  entre  los 
dos  jefes  unitarios  del  norte  y  el  jefe  federal  de  La 
Rioja,  cuando  este  último  se  presentó  frente  á  Tucu- 
mán  con  sus  guerreros.  Lamadrid  y  López  esperaron 
á  Quiroga  en  el  campo  de  la  Cindadela,  en  las  orillas 
de  la  ciudad,  el  día  4  de  noviembre  de  183L  Todavía 
están  en  las  filas  unitarias  Pedernera,  Barcala,  el  ilustre 
negro,  Arengreen,  Videla  Castillo,  Balmaceda  y  otros 
de  los  vencedores  de  San  Roque,  La  Tablada  y  Oncativo. 
Las  fuerzas  contendientes  son  casi  iguales  en  número, 
tres  mil  hombres  de  parte  á  parte;  si  bien  los  unitarios 
forman  en  su  centro  un  castillo  de  fuego  con  la  arti- 
llería é  infantería.     Pero  Lamadrid  no  tiene  suficiente 


(')  Manuscrito  original  en  poder  de  la   señora  hija  del   general 
Quiroga. 

TOMO  II.  6 


—  82  — 

autoridad  sobre  sus  subordinados  para  imponer  la  uni- 
dad de  su  plan,  si  es  quede  veras  lo  tiene;  y  la  suerte 
de  la  batalla  queda  librada  á  los  jefes  de  división.  Y 
el  espíritu  indomable  de  Quiroga  está  incrustado  en 
sus  soldados,  los  cuales  se  lanzan  como  leones  hacia 
donde  los  empuja  el  grande  eco  de  su  jefe,  que  es 
el  eco  de  la  victoria  que  los  llama.  Quiroga  se  coloca 
convenientemente  para  neutralizar  el  efecto  de  la  arti- 
llería unitaria.  Cuando  una  de  sus  alas  es  amagada, 
él  lanza  al  coronel  Vargas  con  su  caballería  sobre  la 
infantería  de  Barcala;  y  cuando  ha  comprometido  todas 
las  fuerzas  de  Lamadrid,  se  lanza  él  en  persona  y 
ordena  á  Ibarra  y  á  Reinafé  que  lo  sigan  con  sus  di- 
visiones. Después  de  dos  horas  de  lucha  y  entrevero, 
queda  dueño  del  campo  de  batalla.  Su  triunfo  fué 
completo.  Los  coroneles  Barcala,  Larraya,  Ares  y 
Merlo,  gran  cantidad  de  oficiales  y  cuatrocientos  solda- 
dos quedaron  en  su  poder.  (') 

Cuando  se  encuentra  arbitro  de  Tucumán,  comisio- 
nes de  vecinos  notables  van  á  su  campo  á  implorarle 
clemencia.  Él  les  enseña  los  jefes  que  tanto  han  gue- 
rreado contra  él  y  todos  los  prisioneros  cuya  vida  ha 
respetado;  pero  en  represalia  del  asesinato  del  general 
Villafañe  y  de  los  tratamientos  de  que  fué  víctima  su 
anciana  madre,  manda  fusilar  á  algunos  de  sus  enemi- 
gos políticos.  La  esposa  de  Lamadrid  se  encuentra  en 
Tucumán.  Quiroga  la  manda  buscar  para  preguntarla 
sobre  el  paradero  de  los  noventa  y  tres  mil  pesos  fuertes 


(')  véase  El  Federal,  de  Córdoba,  núm.  23.  Parte  oficial  del 
íieiieral  Quiroga  al  general  en  jeí'e  del  ejército  confederado,  y  á 
los  gobernadores  de  Córdoba,  Santa  Fe  y  láñenos  Aires,  publicados 
en  Eí  Lucero  del  2'¿  de  noviembre  de  1831.  Véase  también  las  Me- 
morias del  general  Lamadrid  y  la  Ibja  de  servicios  del  general  Es- 
pejo. La  lista  de  todos  los  prisioneros  hechos  por  Quiroga  está 
publicada  en  El  Lucero  del  26  de  enero  de  1832. 


—  83  — 

que  de  su  casa  de  La  Rioja  le  secuestró  ese  general. 
Después  de  cerciorarse  de  que  la  dama  lo  ignora,  la 
da  libertad,  é  impone  una  contribución  pecuniaria  á  ia 
ciudad  de  la  misma  manera  que  lo  habían  hecho  Paz, 
Dehesa,  Lamadrid  y  Videla  Castillo,  en  Córdoba,  San- 
tiago del  Estero,  Mendoza,   San  Juan  y  La  Rioja. 

En  seguida  de  la  batalla,  Lamadrid  y  Quiroga  se  cam- 
biaron las  cartas  siguientes,  que  ponen  de  relieve  los 
hechos  por  propia  confesión  de  los.  interesados:  «  Gene- 
ral,— le  decía  Lamadrid  á  Quiroga, — no  habiendo  tenido 
«  en  mi  vida  otro  interés  que  el  de  servir  á  mi  patria, 
«  hice  por  ella  cuanto  juzgué  conveniente  á  su  salvación 
«  y  á  mi  honor,  hasta  la  una  de  la  tarde  del  día  4  en 
«  que  la  cobardía  de  mi  caballería  y  el  arrojo  de  V. 
«  destruyeron  la  brillante  infantería  que  estaba  á  mis 
«  órdenes.  Desde  ese  momento  en  que  V.  quedó  dueño 
«  del  campo  y  de  la  suerte  de  la  República,  como  de 
«  mi  familia,  envainó  mi  espada  para  no  sacarla  más  en 
«  esta  desastrosa  guerra  civil,  pues  todo  esfuerzo  en  ade- 
«  lante  sería  más  que  temerario,  criminal.  En  esta 
«  íirme  resolución  me  retiro  del  territorio  de  la  Repií- 
«  blica,  íntimamente  persuadido  de  que  la  generosidad 
«  de  un  guerrero  valiente  como  es  V.  sabrá  dispensar 
«  todas  las  consideraciones  que  se  merece  la  familia  de 
«  un  soldado  que  nada  ha  reservado  en  servicio  de  su 
«  patria  y  que  le  ha  dado  algunas  glorias.  He  sabido 
«  que  mi  señora  fué  conducida  al  Cabildo  en  la  mañana 
«  del  5  y  separada  de  mis  hijos,  pero  no  puedo  persua- 
«  dirme  de  que  su  magnanimidad  lo  consienta,  no  habién- 
«  dose  extendido  la  guerra  jamás  por  nuestra  parte  á 
«  las  familias.  Recuerde  V.,  general,  que  á  mi  entrada 
«  en  San  Juan,  yo  no  tomé  providencia  alguna  contra 
«  su  señora.  Ruego  á  V.,  general,  no  quiera  marchitar  las 
«  glorias   de  que  está  V.  cubierto  conservando  en  prisión 


—  84  — 

«  á  una  señora  digna  de  compasión,  y  que  se  servirá 
«  V.  concederle  el  pasaporte  para  que  marche  á  mi  alcan- 
«  ce,  etcétera.»  C) 

Quiroga  procedió  con  elevación.  «V.  dice,  general,  le 
respondió  á  Lamadrid,  que  han  respetado  las  familias 
sin  acordarse  de  la  cadena  que  hizo  arrastrar  á  mi  anciana 
madre,  y  de  que  mi  familia  por  mucha  gracia  fué  des- 
terrada á  Chile  como  único  medio  de  evitar  que  fuese  á 
La  Rioja,  donde  V.  la  reclamaba  para  mortificarla;  mas 
yo  me  desentiendo  de  esto  y  no  he  trepidado  en  acceder 
á  su  solicitud,  y  esto,  no  por  la  protesta  que  V.  me  hace, 
sino  porque  no  me  parece  justo  afligir  al  inocente.»  Y 
para  mostrarle  que  su  proceder  fué  espontáneo,  le  agrega 
rudamente:  «Es  cierto  que  cuando  tuve  aviso  que  su 
señora  se  hallaba  en  este  pueblo,  ordené  fuese  puesta 
en  seguridad,  y  tan  luego  como  mis  ocupaciones  me  lo 
permitieron,  le  averigüe  si  sabía  dónde  había  V.  dejado 
el  dinero  que  me  extrajo;  y  habiéndome  contestado  que 
nada  sabía,  fué  puesta  en  libertad,  sin  haber  sufrido 
más  tiempo  que  seis  días.»  Y  al  concederle  el  pasaporte 
cierra  su  carta  así:  «No  creo  que  su  señora  por  sí  sola 
sea  capaz  de  proporcionarse  la  seguridad  necesaria  en 
su  tránsito,  y  es  por  esto  que  yo  se  la  proporcionaré 
hasta  alguna  distancia;  y  si  no  lo  hago  hasta  el  punto 
en  que  V.  se  halla,  es  porque  temo  que  los  individuos 
que  le  dé  para  su  compañía  corran  la  misma  suerte  que 
Melián,  conductor  de  los  pliegos  que  dirigí  al  señor 
general  Alvar ado.»   (-) 


( ^ )  Carta  de  8  de  noviembre  de  1831,  original  en  poder  de  la  señora 
hija  del  general  Quiroga. 

(-)  Esta  carta  original  en  poder  de  la  señora  hija  de  Quiroga,  fué 
publicada  en  La  Crónica  del  24  de  junio  de  18.o4  con  otros  docu- 
mentos relativos  al  litigio  que  le  ganó  la  viuda  de  Quiroga  á  Lama- 
drid. 


—  85  — 

El  general  Rudecindo  Al  varado  era  el  único  que,  á 
título  de  gobernador  de  Salta  y  general  en  jefe  del 
ejército  nacional  cuyos  restos  acababan  de  ser  destrui- 
cos,  mantenía  todavía  las  influencias  que  hizo  prevalecer 
por  un  momento  la  revolución  armada  que  llevó  el  ge- 
neral Paz  á  las  provincias.  Inmediatamente  después  de 
la  batalla  de  la  Cindadela^  Quiroga  le  había  dirigido, 
en  efecto,  una  comunicación  en  la  que  le  intimaba  que 
pusiera  en  libertad  al  general  Félix  Aldao  ;  desarmase 
las  fuerzas  de  su  mando ;  hiciese  salir  del  territorio  los 
jefes  y  oficiales  que  lo  acompañaban,  quedando  á  su 
elección  el  salir  él  mismo  ó  permanecer  allí.  Sin  me- 
dios para  resistir,  Alvarado  diputó  cerca  de  Quiroga  á 
los  señores  Francisco  de  Gurruchaga  y  Nicolás  Laguna, 
con  los  cuales  este  último  firmó  el  2  de  diciembre  un 
arreglo  que  contenía  los  términos  de  la  intimación  y 
establecía,  además,  que  la  provincia  de  Salta  daría  un 
subsidio  en  metálico  y  en  ganados  á  las  de  La  Rioja  y 
Santiago  del  Estero.  (^)  Las  armas  de  Salta  quedaron 
al  mando  del  coronel  Pablo  de  la  Torre,  jefe  del  par- 
tido federal  de  esa  provincia,  y  con  esto  toda  la  Re- 
pública resuelta  en  favor  de  la  federación.  La  campaña 
de  Quiroga  había  sido,  pues,  una  serie  de  triunfos.  Si 
se  exceptúa  Córdoba,  él  era  el  arbitro  de  las  provincias 
del  interior,  de  Cuyo  y  del  norte.  La  fortuna  le  son- 
reía esta  vez,  y  su  nombre  volaba  en  alas  de  la  fama 
nacional.  Ella  no  debía  ser  duradera;  Barranca-Yaco 
comenzaba  á  contarle  los  días. 


(')  Nota  del  general  de  la  División  Auxiliar  de  los  Ancles  al 
general  Alvarado.  Convenio  entre  este  general  y  la  legislatura 
de  Salta,  publicados  en  El   Lucero  del  30  de  diciembre  de  1831. 


CAPITULO  XIX 


LAS    ISLAS    MALVINAS 


(1832) 


SuMAiiio:  I.  La  isla  de  la  Soledad:  la  concesión  á  Vernet.  —  II.  Colonia  que 
éste  forma. — III.  El  gobierno  argentino  nombra  á  Vernet  gobernador  de 
de  Malvinas:  Vernet  reitera  las  prohibiciones  sobre  pesca. — IV.  Apresa- 
miento de  barcos  norteamericanos. — V.  Insólita  reclamación  del  cónsul 
de  los  Estados  Unidos  :  digna  conducta  del  gobierno  de  Buenos  Aires. — 
VI.  Los  atropellos  de  la  corbeta  norteamericana  Lexington  en  la  isla 
de  la  Soledad. — VII.  Reclamación  del  encargado  de  negocios  de  los  Estados 
Unidos  :  el  gobierno  de  Rozas  le  exige  satisfacción  é  indemnizaciones  por 
el  atropello  de  la  Lexington. —^lll.  Aquél  pide  sus  pasaportes  y  aban- 
dona la  cuestión. — IX.  La  Gran  Bretaña  reclama  de  los  decretos  del  gO" 
bierno  argentino  sobre  Malvinas:  contesta  los  derechos  de  ésta  y  se  los 
arroga  él  mismo.— X.  Sinopsis  histórica:  descubrimiento  de  Malvinas: 
exploraciones  de  Magallanes,  Alcazaba,  Loiza  y  ViHí'Ifbos. — XI.  Los  ho- 
landeses disputan  ese  descubrimiento  á  los  británicos  de  1598  en  adelante. 
— XII.  El  mejor  derecho  de  la  España  en  el  supuesto  de  que  el  descubri- 
miento fuese  un  titulo.— XIII.  La  primitiva  ocupación  de  las  Malvinas: 
Bougainville  establece  una  colonia  á  nombre  del  rey  Luis  XV.—  XIV. 
España  reclama  las  Malvinas:  Francia  reconoi-,e  el  derecho,  y  España 
compra  á  Francia  la  colonia. — XV.  Expedición  del  capitán  Macbrige:  éste 
se  apodera  de  Malvinas  é  intima  el  des3,lqjo  de  la  isla  de  la  Soledad. — XVI. 
España  es  reintegrada  en  la  posesión  de  Malvinas. — XVII.  Los  ingleses 
intiman  á  los  españoles  el  desalojo  de  la  isla  de  la  Soledad  :  otro  ante- 
cedente del  derecho  de  España  reconocido  por  la  Gran  Bretaña. — XVIII. 
Expedición  de  1770  contra  los  ingleses  :  son  desalojados  por  los  españoles. — 
XIX.  Satisfacción  que  demanda  el  gobierno  británico. — XX.  Notable  de- 
claración del  embajadoi  de  España,  que  acepta  sin  reserva  el  gobierno 
británico. — XXI.  Éste  es  reinstalado  en  Puerto  Egmont,  á  condición  de 
abandonarlo. — XXII.  La  condición  de  abandonar  Puerto  Egmont  aparece 
en  la  correspondencia  del  gobierno  británico. —XXIII.  Ella  es  enunciada 
también  en  el  parlamento  británico. — XXIV.  La  misma  condición  se  ex- 
])lica  en  la  cláusula  por  la  cual  España  salvaba  sus  dereclios  anteriores 
á  Malvinas  en  el  convenio  de  1771. — XXV.  Otras  pruebas  que  de  la  condi- 
ción del  abandono  suministran  los  publicistas  y  estadistas  ingleses, — XXVI- 
Conflrman  lo  mismo  los  documentos  sobre  la  evacuación  de  Puerto  Egmont 
por  los  ingleses. — XXVII.  Calidad  de  los  titulos  de  España  á  las  Malvinas 
en  1774:  posesión  tranquila  que  ejerce  en  Malvinas  hasta  1810. — XXVIII. 
Ijas  Provincias  Unidas  suceden  á  España  en  los  derechos  de  ésta  sobre 
el  virreinato  del  Plata. — XXIX.  .\ct()s  de  soberanía  del  gobierno  argentino 
sobre  Malvinas. — XXX.  Singularidad  de  la  reclamación  del  agente  de  los 
Estados  Unidos. — XXXI.  Nuevo  atropello  del  almirante  Baker:  los  ingle- 
ses se  apoderan  á  mano  armada  de   Malvinas. — XXXII.  Respuesta  de  lord 


Palmerston  á  la  reclamación  del  gobierno  de  Buenos  Aires  —XXXIII.  Pro- 
testa y  mem07'ia  áe\  m'uú%Xvo  argentino  al  gobierno  británico:  reticencias 
de  lord  Palmerston. — XXXIV.  Resumen  de  los  títulos  legales  é  históricos 
de  la  República  Argentina. — XXXV.  La  prioridad  del  descubrimiento  in- 
vocado por  la  Gran  Bretaña. — XXXVI.  Las  declaraciones  oficiales  del 
gobierno  británico  que  robustecen  los  derechos  de  la  Repiiblica  Argentina. 
— XXXVII.  A  qué  titulo  la  Gran  Bretaña  retiene  las  Malvinas.— XXXVIII. 
Notable  declaración  de  sir  William  Molesworth. 


Mientras  que  los  triunfos  de  Quiroga  radicaban  la 
■situación  federal  en  las  provincias,  un  hecho  grave  se 
producía  en  las  posesiones  australes  de  la  República, 
el  cual  dio  lugar  á  la  cuestión  de  Maüñnas,  que  alarga- 
ron las  controversias  suscitadas  por  las  mismas  naciones 
que  reconocieron  los  derechos  argentinos  á  esas  islas  y 
sus  adyacencias.  El  gobierno  de  Buenos  Aires,  en  uso 
de  esos  derechos,  y  ampliando  concesiones  anteriores, 
concedió  en  el  año  de  1824  á  don  Luis  Vernet  la  isla 
de  la  Soledad  del  grupo  de  las  Malvinas,  con  el  objeto 
de  que  éste  formase  allí  una  colonia  sobre  la  base  de 
la  ya  establecida;  y  al  mismo  tiempo  le  otorgó  el  pri- 
vilegio de  la  pesca  de  anfibios  en  esas  playas  y  las 
adyacentes  hasta  el  Cabo  de  Hornos,  prohibiendo  expre- 
samente á  los  extranjeros  este  trauco.  Ya  en  1820,  el 
gobierno  de  Buenos  Aires,  por  intermedio  del  coronel 
de  marina  argentina  don  Jorge  Jewitt,  á  quien  nombró 
gobernador  de  Malvinas,  había  hecho  notificar  tal  pro- 
hibición á  todos  los  buques  extranjeros  surtos  en  esas 
playas;  y  en  igual  forma  había  procedido  el  gobernador 
Areguatí,  quien  sustituyó  á  Jewitt  en  1823. 

Vernet,  emprendedor  audaz  y  atrevido,  invirtió  una 
fortuna  en  trasportar  á  aquella  apartada  isla  colonos, 
gran  cantidad  de  caballos  para  hacer  corridas  de  ganado 
alzado  del  que  llevaron  allá  los  españoles;  yeguas  de 
cría;  instrumentos  de  labor;  útiles,  maquinarias  y  todo 
lo  necesario  para  desafiar  los  rigores  á  que  debía  expo- 


—  88  — 

ner  en  los  primeros  tiempos  una  empresa  de  esa  magni- 
tud y  en  aquella  comarca  donde  los  franceses  no  pu- 
dieron conservarse;  que  abandonaron  los  ingleseé  en 
virtud  de  los  dereclios  y  de  las  exigencias  de  España^ 
y  que  no  brindaba  al  trabajo  y  al  capital  mayores  estí- 
mulos que  los  que  se  crease  un  espíritu  fuerte  y  sin- 
gular. 

Cuando  la  colonia  estuvo  establecida  y  Vernet  quiso 
hacer  uso  del  derecho  exclusivo  de  pesca,  impidiéronselo 
los  buques  extranjeros  que  reincidían  en  ese  tráfico. 
Vernet  impuso  de  lo  que  sucedía  al  gobierno  de  Buenos 
Aires.  Éste  lo  nombró  comandante  militar  y  político  de 
todas  las  islas  y  costas  adyacentes  hasta  el  Cabo  de  Hor- 
nos para  que  hiciera  «observar  allí  las  leyes  de  la  Re- 
pública y  cuidara  en  esas  costas  de  la  ejecución  de  los 
reglamentos  sobre  pesca  de  anfibios ».  Á  estos  objetos 
le  entregó  algún  material  de  guerra  y  cuatro  cañones 
para  formar  una  batería  en  el  puerto  principal  de  la  co- 
lonia. O 

De  regreso  á  Malvinas,  Vernet  comunicó  nuevamen- 
te á  los  capitanes  de  buques  loberos  las  disposiciones 
de  su  gobierno  que  les  prohibían  la  pesca  de  anfibios 
en  esas  costas,  bajo  apercibimiento  de  que  serían  comi- 
sados los  buques  y  cargamentos  de  tal  tráfico.  Al  año 
siguiente  se  presentaron  allí  algunos  barcos  norte- 
americanos, y  aunque  Vernet  les  notificó  la  prohibición  en 
los  términos  enunciados,  siguieron  matando  lobos.  En 
vista  de  estos  avances  que  nada  bastaba  á  contener, 
Vernet  apresó  tres  goletas  norteamericanas:  la  Harriet, 
la  Breakwater  y  la  Superior^  por  infracción  reiterada  de 
los  reglamentos    sobre    pesca    de    anfibios,   después    de 


(M  Roíristro  Oficial,  mes  (le  julio,  lib.  VIll,pág.  2.  Véase  Exposición 
de  Luis  Vernet  de  21  de  abril  de  1832. 


—  89  — 

habérseles  notificado  estos  reglamentos  y  la  pena  de 
decomiso  que  sufrirían.  Mientras  se  instruía  el  suma- 
rio correspondiente  para  elevarlo  al  gobierno  de  Buenos 
Aires,  fugó  la  corbeta  Breakwater.  Los  comandantes 
Davison,  de  la  Harriet,  y  Congar  de  la  Superior^  se  con- 
formaron en  un  todo  á  lo  que  decidiese  este  gobierno 
respecto  de  los  buques  y  cargamentos.  Ambos  recono- 
cieron la  infracción  y  violación  que  habían  llevado  á 
cabo;  y  Davison  se  obligó  á  bajar  á  Buenos  Aires  á 
responder  por  sí  y  por  Congar  en  el  juicio  que  se  les 
seguiría;  todo  lo  cual  consta  del  arreglo  firmado  por  ellos 
y  por  Vernet  en  la  misma  isla  de  la  Soledad  á  8  de 
septiembre  de  1831. 

Cuando  arribó  la  Harriet  á  Buenos  Aires,  el  cónsul 
de  los  Estados  Unidos  en  esta  ciudad  don  Jorge  Slacum , 
inició  una  reclamación-protesta  sobre  dicho  apresamiento, 
avanzándose  hasta  negar  el  derecho  de  la  República  á 
las  islas.  El  ministro  Anchorena  se  negó  á  admitir  la 
protesta  como  del  gobierno  de  los  Estados  Unidos, 
porque  además  de  ser  intempestiva,  el  cónsul  no  estaba 
autorizado  especialmente  para  ese  acto.  De  irregulari- 
dad en  irregularidad,  el  cónsul  Slacum  trasmitió  al 
ministro  de  relaciones  exteriores  de  Buenos  Aires  la 
carta  del  señor  Duncan,  comandante  de  la  corbeta  de 
guerra  Lexington  de  los  Estados  Unidos,  en  la  que 
éste  anunciaba  que  se  dirigía  á  Malvinas  con  las  fuerzas 
de  su  mando  para  proteger  los  ciudadanos  y  comercio 
de  su  país  en  la  pesca  de  anfibios.  Como  el  gobierno 
de  Buenos  Aires  se  mantuviera  fuerte  en  su  derecho,  á 
pesar  de  esa  intimación  para  arrancar  en  favor  de  buques 
extranjeros  regalías  incompatibles  con  la  soberanía  argen- 
tina en  las  (costas  de  Malvinas  y  sus  adyacencias, — 
el  comandante  de  la  Lexington  llevó  á  su  bordo  al 
capitán  Davison,  sin  permitirle  que  dejara  un  apodera- 


—  90  — 

(lo  \)i\v;i  ([lie  lo  representara  en  el  juicio  á  que  éste 
mismo  se  había  acomodado,  y  se  hizo  á  la  vela  para 
Malvinas  en  los  primeros  días  de  diciembre  de    1831. 

El  día  28  fondeó  la  Lexington  á  cierta  distancia 
del  puerto  de  la  Soledad,  llevando  el  pabellón  francés, 
y  una  señal  al  tope  de  proa  como  para  pedir  práctico, 
El  31  se  aproximó  al  puerto  sin  que  se  le  hiciera  resis- 
tencia alguna.  Su  comandante  Duncan  desembarcó  con 
oficiales  y  marineros,  apresó  á  algunos  de  los  emplea- 
dos de  la  colonia,  ordenó  al  capitán  Davison  que  tomase 
todo  lo  que  creyera  suyo,  inutiliz()  la  artillería  de  la 
isla,  incendió  la  pólvora  y  algunas  casas,  se  apoderó  de 
una  gruesa  cantidad  de  cueros  de  lobo  y  muchos  otros  artí- 
culos de  propiedad  particular,  y  se  lievó  prisioneros  á  algu- 
nos ciudadanos  de  la  República,  haciendo  gala  en  todo  esto 
de  una  crueldad  verdaderamente  salvaje  ('),  tratándose 
de  unos  pobres  colonos  que  vieron  destruido  en  un  día 
su  trabajo  honrado  de  muchos  años,  y  de  una  nación 
amiga  cuyos  derechos  se  atropellaba  de  una  manera 
muy  semejante  á  la  que  empleaban  los  piratas. 

Á  este  proceder  incalificable,  se  siguió  el  descomedi- 
miento con  que  el  encargado  de  negocios  de  los  Estados 
Unidos  don  Francisco  Baylies,  contestó  la  nota  del  14  de 
agosto  (1832)  en  la  que  el  ministro  de  relaciones  ex- 
teriores de  Buenos  Aires  evacuaba  los  reclamos  que 
aquél  le  -hiciera   en    sus   notas    anteriores   (-)    sobre    el 


(')  Véa^e  las  declaraciones  de  los  testigos  oculares  Henry  Me- 
tealf,  Guillermo  Dickson,  Julio  Grossy,  Mateo  Brisbane,  Jacinto 
Correa,  Dionisio  Heredia,  etcétera,  etcétera,  publicadas  en  el  Apéndice 
a  los  documentos  sobre  Malvinas,  y  en  El  Lucero  del  15  de  lebrero 
de  18:tó.  Véase  también  la  nota  del  ministro  de  relaciones  exte- 
rioi-es  de  Buenos  Aires  al  de  los  Estados  Unidos  de  fecha  8  de 
agosto  de  1832. 

(-)  Las  notas  de  Baylies  son  las  de  20  y  26  de  junio,  10  y  11 
de  julio  y  6  de  agosto. 


—  91  — 

apresamiento  de  las  goletas  norteamericanas,  que  in- 
fringieron reiteradamente  los  reglamentos  y  decretos 
referentes  á  la  pesca  en  las  costas  argentinas,  y  burla- 
ron las  intimaciones  del  gobernador  de  Malvinas  de  no 
pescar  en  esas  costas  bajo  pena  de  ser  apresadas.  El 
ministro  de  relaciones  exteriores  de  Buenos  Aires, 
después  de  estudiar  en  su  nota  los  antecedentes  del 
asunto,  y  de  referirse  al  sumario  levantado  con  motivo 
de  los  justos  procedimientos  efectuados  por  el  gober- 
nador Vernet  en  los  barcos  Harriet,  Superior  y  Break- 
water,  alegaba  que  la  reclamación  del  señor  Baylies 
sobre  indemnización  por  toda  propiedad  tomada  á  ciu- 
dadanos de  los  Estados  Unidos  en  las  costas  de  Malvi- 
nas, debió  seguir  las  vías  marcadas  por  el  derecho  de 
gentes  y  aceptadas  en  muchos  casos  análogos.  Que  el 
caso  de  la  Harriet,  era  semejante  al  de  un  corsario, 
cuando,  por  un  error  de  hecho  ó  de  derecho,  apresa  á 
un  buque  pescador  ó  mercante  y  lo  conduce  con  su  ca- 
pitán ante  la  autoridad  del  país  bajo  cuya  bandera 
hace  el  corso.  Que  el  capitán  Davison  debió  entablar 
su  queja  contra  el  gobernador  Vernet,  ante  la  auto- 
ridad de  Buenos  Aires,  como  él  mismo  convino  en  ello, 
pero  como  se  lo  impidió  hacer  el  comandante  de  la  Le- 
xington\  y  que  en  este  caso,  ó  el  gobierno  de  Buenos 
Aires,  supuesta  la  justicia  del  reclamante,  le  habría 
acordado  la  indemnización  de  daños  y  perjuicios,  y  el 
asunto  quedaba  terminado;  ó  no  se  la  acordaba,  y  en- 
tonces sería  procedente  el  recurso  de  la  reclamación 
intentada.  Pero  que  no  sólo  no  se  había  procedido  en 
esta  forma  arreglada  y  admitida  por  todas  las  naciones, 
sino  que  el  comandante  de  la  goleta  Lexington  de  los 
Estados  Unidos,  se  había  arrojado  por  sorpresa  sobre 
una  población  indefensa,  cometiendo  allí  las  tropelías 
que  acostumbran   los   piratas.    Y  que  en  consecuencia, 


—  92  — 

y  en  vez  ele  acordar  las  indemnizaciones  y  satisfac- 
ciones pretendidas,  cumplía  al  ministro  de  relaciones 
exteriores  de  Buenos  Aires  exigir  del  encargado  de  ne- 
gocios de  los  Estados  Unidos  pronta  y  completa  satis- 
facción por  todas  las  tropelías  y  atentados  perpetrados 
por  el  comandante  Dnncan  en  las  islas  Malvinas,  y  re- 
paración de  los  daños  y  perjuicios  á  que  todo  ello 
daba  lugar. 

El  encargado  de  negocios  de  los  testados  Unidos  se 
limitó  á  declarar  qne  teniendo  órdenes  expresas  de  su 
gobierno  para  justificar  los  actos  á  que  hacía  referencia 
la  cancillería  de  Buenos  Aires,  y  encontrándose  obli- 
gado á  ceder  á  la  alternativa  que  ésta  le  presentaba 
de  un  modo  imperativo,  pedía  sus  pasaportes.  Des- 
pués de  semejante  conducta,  y  de  semejantes  declara- 
ciones que  tan  poco  honor  hacían  cá  los  Estados 
Unidos,  el  encargado  de  negocios  Baylies  dejó  á 
Buenos  Aires  abandonando  así  la  cuestión. 

Recién  entonce  el  ministro  Fox  de  S.  M.  B.,  se  dirigió  al 
ministro  de  relaciones  exteriores  de  Buenos  Aires  recla- 
mando del  decreto  que  acababa  de  expedir  este  gobier- 
no y  por  el  cual  nombraba  un  nuevo  comandante 
militar  y  político  de  las  islas  Malvinas.  Recordando 
la  protesta  que  con  fecha  19  de  noviembre  de  1829 
elevó  el  encargado  de  negocios  de  S.  M.  B.  ante  el 
mismo  gobierno  de  Buenos  Aires,  con  motivo  de  los 
actos  de  soberanía  que  éste  ejerció  sobre  Malvinas,; — 
como  si  por  este  medio  pudiera  robustecer  su  reclamo, 
acerca  del  cual  guardó  silencio  mientras  se  pudo  creer 
que  los  Estados  Unidos  se  creían  también  con  algún 
derecho  á  Malvinas.  —  el  ministro  Fox  agregaba  que 
en  la  época  en  que  tuvieron  lugar  los  sucesos  de  la 
Lexington  en  Malvinas,  él  « se  abstuvo  de  hacer  obser- 
« vación    alguna    sobre    ellos,   animado    del    deseo    sin- 


—  98  — 

« cero  de  zio  embarazar  en  manera  alguna  al  gobier- 
«  no  de  la  República  Argentina  en  las  disenciones  que 
« parecía  probable  sostendría  con  el  de  los  Estados 
<(  Unidos. »  Después  de  estas  palabras  significativas, 
que  si  algo  probaban  era  el  abandono  que  había  hecho 
la  Inglaterra  de  sus  derechos,  suponiendo  que  algún 
derecho  tuviera  sobre  Malvinas,  el  ministro  Fox  cerra- 
ba su  nota  declarando  que  « la  soberanía  de  las  islas 
«  Malvinas  está  invertida  en  la  corona  de  la  Gran  Bre- 
«  taña,  y  que  no  puede  ejercerse  por  cualquier  otra  po- 
«  tencia  acto  alguno  de  gobierno  ó  autoridad  sobre  aquellas 
«islas  sin  atacar  los  justos  derechos  de  S.  M.  B.wfM 
La  cuestión  cambiaba,  pues,  de  aspecto.  Ahora  era  el 
gobierno  de  la  Gran  Bretaña,  quien  una  vez  persuadido 
de  que  no  era  el  derecho  á  Malvinas  lo  que  pretendían 
ya  los  Estados  Unidos,  se  lo  arrogaba  á  sí  mismo, 
creyendo  imponerse  á  la  República  Argentina,  que 
aunque  débil,  relativamente,  en  recursos  militares,  debía 
vencerlo  por  la  fuerza  de  sus  títulos  incontrovertibles  á 
las  Malvinas  y  sus  adyacencias.  Y  pues  de  títulos  se 
trata,  es  este  el  lugar  de  reunirlos  aquí,  aunque  ello  me 
obligue  á  adelantarme  á  los  sucesos  de  1832,  sobre  los 
cuales  volveré  en  el  capítulo  siguiente. 

Aunque  no  sea  de  grande  importancia  para  la  exis- 
tencia del  derecho  la  cuestión  de  averiguar  cuál  fué  la 
primera  nación  que  descubrió  las  islas  Malvinas,  es  un 
hecho  innegable  que  Fernando  de  ^Magallanes  al  servicio 
de  la  España,  y  quien  dio  su  nombre  al  Estrecho  que  se 
encuentra  al  extremo  del  continente  suramericano,  fué 
el  primero  que  llegó  á  esas  regiones  á  mediados  de  1520; 


(M  Nota  de  29  de  septiembre  de  1832.  Tenemos  á  la  vista  la 
traducción  fiel  testimoniada  de  pufao  y  letra  de  don  Nicolás  Marino. 
(Ms. — papeles  de  Rozas.) 


—  yi  — 

y  el  que  sin  duela  visitó  las  Malvinas  y  practicó  allí 
las  ceremonias  que  se  usaban  en  homenaje  al  soberano 
cuyos  buí^ues  hacían  el  descubrimiento.  En  pos  de 
Magallanes,  penetró  en  el  Estrecho  ocho  años  después 
Loisa,  al  servicio  también  de  la  España;  y  en  el  mismo 
carácter  llegaron  allí  Alcazaba  en  1535,  Villalobos  en  1549, 
y  otros.  Navegantes  al  servicio  de  otras  naciones  llega- 
ron posteriormente  á  estas  regiones,  y  se  limitaron  á 
tomar  noticias  de  elias  sin  ejercer  actos  que  acreditasen 
la  posesión  ante  el  derecho  de  las  naciones;  con  tanto 
menos  motivo  cuanto  que  por  más  de  un  siglo  la  nave- 
gación del  Pacífico  se  hizo  por  los  estrechos;  y  esta 
navegación  estaba  en  poder  de  España  como  que  ésta 
era  la  dueña  exclusiva  de  Chile  y  del  Perú.  Entre  estos 
navegantes  se  cuentan  Drake,  Candish,  Hawkins  en  1577, 
1592  y  1593;  y  los  holandeses  Noort  en  1599,  Spilbert 
en  1015,  Moore  en  1G19.  Los  ingleses  atribuyeron  á 
Drake  el  descubrimiento  del  Cabo  de  Hornos  en  1578,  y 
los  holandeses  al  holandés  Le  Maire  en  1616.  Lo  pri- 
mero es  muy  aventurado  é  incierto,  si  se  tiene  en  cuenta 
que  196  años  después,  el  capitán  Cook  en  su  segundo 
viaje  de  exploración  por  el  año  de  1774,  no  tenía  idea 
exacta  acerca  de  la  configuración  del  cabo,  y  no  sa- 
bía si  éste  formaba  parte  de  la  Tierra  del  Fuego.  Lo 
segundo  está  generalmente  aceptado.  Los  holandeses 
fueron  los  que  descubrieron  el  cabo  bautizándolo  con  el 
nombre  de  Hoodu  pueblo  de  Holanda.  (')  Escritores 
ingleses  también  han  pretendido  que  Davis  descubrió 
las  Malvinas  en   1592,  y  agregan  que  dos  años  después 


( ^ )  <(  Historia  do  viajes  y  descubrimientos  en  el  mar  Pacifico  »  por 
Burney. — London  Anual  Register (1771).  «Colecciones  de  viajes  »  por 
Cliurciiill.  «  Memoria  histórica»  por  Roberto  Greenkow.  <i Viaje  al- 
rededor del  mundo»  por  Bryon  . —  Freicinet. 


—  95  — 

las  visitó  sir  Richard  Hawkins,  citado  más  arriba,  y  les 
dio  el  nombre  de  Maldenland  en  honor  de  su  soberana. 
Pero  aun  cuando  así  hubiera  sido,  ese  acto  fué  en  todo 
caso  tan  pasajero  que  seis  años  después,  ^en  1598,  los 
holandeses  creyeron  haberlas  descubierto,  por  su  parte, 
y  les  dieron  el  nombre  de  Sabal  de  West,  en  memoria 
del  almirante  que  dirigió  esa  expedición ;  y  que  otros 
escritores  ingleses  han  contestado  esa  aseveración  dicien- 
do que  « aunque  se  ha  atribuido  á  Davis  el  descubri- 
miento de  Malvinas,  es  muy  probable  que  fueran  vistas 
por  Magallanes  y  otros  que  les  siguieron».  (^)  Por 
fin,  la  Francia  ha  atribuido  á  sus  navegantes  el  descu- 
brimiento de  las  Malvinas,  hecho  por  varios  buques 
que  zarparon  en  los  primeros  años  del  siglo  XVII  del 
puerta  de  San  Malo,  de  donde  parece  que  les  vino  el 
nombre  de  Maloidnas  ó  Malvinas. 

Pero  por  mucho  que  se  quisiera  hacer  valer  estos  ante- 
cedentes en  favor  de  la  Inglaterra,  de  la  Holanda,  etcétera, 
ellos  no  comprobarían  más  que  el  hecho  del  primer  des- 
cubrimiento, sin  posesión  actual.  Y  si  no  se  pudiese  exhibir 
otros  títulos  que  éste,  la  España  sería,  durante  el  pe- 
riodo que  abrazan  esos  descubrimientos,  la  única  que 
pudo  alegar  acción  á  las  islas  Malvinas,  puesto  que  era 
más  lógico  y  más  razonable  adjudicarse  ella  los  puntos 
adyacentes  á  sus  costas  americanas  que  cualquier  otro 
gobierno  separado  por  tres  mil  leguas  de  mar.  Ó  las 
Malvinas  podían  ser  miradas  hasta  entonces  como  res 
nuílius,  ó  no  se  podía  fundar  títuh)  á  ellas  en  el  hecho 
del  primer  descubrimiento,  sin  otorgarlo  á  la  España ; 
puesto  que  Magallanes  fué  el  primero  que  las  descubrió 
en  1520,  como  lo  atestiguan  hasta  los  mismos  escrito- 


')  «Crónica  Naval  Británica  de  1809»,  escrita  por  varios  literatos. 


—  9li  — 

res   ingleses   que    al    principio    lo   habían    atribuido    á 
Davis. 

Averiguado  así  el  })unto  referente  al  primer  descu- 
brimiento, Vy  resuelto  á  la  luz  de  los  hechos  y  de  los 
testimonios,  que  este  título, — caso  que  se  pudiera  hacer 
valer,  —  no  favorece  en  modo  alguno  ala  Gran  Bretaña, 
queda  á  estudiarse  el  punto  fundamental  de  la  ocupa- 
ción formal  de  las  Malvinas  desde  el  año  de  17G4  ade- 
lante, y  la  disputa  entre  España  é  Inglaterra;  esto  es,  un 
título  real,  el  de  la  primera  posesión.  Y  esto  puede  com- 
probarse de  un  modo  auténtico.  La  ocupación  primitiva 
de  las  Malvinas  se  debe  á  los  franceses.  Mr.  Luis  An- 
tonio de  Bougainville,  capitán  de  navio  de  la  marina 
francesa,  fué  el  primer  fundador  de  una  colonia  en  las 
Malvinas.  El  rey  Luis  XV  le  confió  el  mando  y  dirección 
de  una  expedición  destinada  á  ese  objeto.  Bougainville 
partió  de  St.  Malo  el  15  de  septiembre  de  1763,  y  llegó 
á  Malvinas  el  4  de  febrero  de  1764,  hallando  las  islas 
completamente  inhabitadas  y  sin  vestigios  de  haber  sido 
cultivadas.  En  la  isla  más  oriental,  que  se  llamó  Isla 
de  la  Soledad  ó  Puerto  Luis,  hizo  construir  varias  casas 
para  los  colonos,  un  pequeño  fuerte  y  un  obelisco  bajo 
€l  cual  enterró  una  medalla  en  cuyo  anverso  llevaba  la 
efigie  del  rey  Luis  XV,  y  en  cuyo  reverso  estaba  ins- 
cripta la  fecha  que  recordaba  este  suceso.  (/)  Mr.  de  Bou- 


(M  La  inscripción  era  la  siguiente:  ((Etablissement  des  Ues  ]Ma- 
louines,  situeés  au  51  deg.  30  M.  de  lat.  aust.  et  60  deg.  50  m.  de 
long.  Occ.  Merid.  de  Paris,  —  par  la  Frégatt  Uaigle,  Capitaine  P. 
Duelos  Guyot,  Capitaine  de  Brulot:  et  la  Corvette  Le  Sphinx,  Cap. 
F.  Chénard  de  la  Girondais,  Lieut.  de  Frégate;  armées  par  Louis  Au- 
toine  de  Bougainville,  colonel  d'infanterie,  capitaine  de  Vaisseax, 
chef  de  lexpéditión,  G.  de  Nerville,  cap.  de  inl'anterie,  et  P.  D'Ar- 
boulin,  administrateur  general  de  Postes  de  France. 

Constructión  crun  obelisque  decoré  d"un  medaillón  de  sa  Majes- 
té  Luis  XV  sur  les  plans  d'ArHuiller,  Eng.  Geogr.  des  camps  et  Ar- 
mées, servant  dant  TExpedition;  sous  le  ministere  d"E.  de  Choiseui, 
Duc  de  Stainville,  en  Fevrier  1764.  Avec  ees  mot  pour  exergue  :  co- 
namur  tenues  gratidia.» 


—  97  — 

gainville  volvió  á  Francia  en  busca  de  recursos  para 
asegurar  la  prosperidad  del  nuevo  establecimiento.  En 
1765  efectuó  un  otro  viaje  á  Malvinas  y  encontró  la 
pequeña  colonia  en  estado  satisfactorio. 

Pero  cuando  España  tuvo  conocimiento  de  esto,  re- 
clamó las  islas  Malvinas  como  suyas.  El  rey  de  Francia 
tuvo  á  bien  reconocerle  sus  derechos,  y  en  consecuencia 
comisionó  al  mismo  Mr.  de  Bougainville  para  que  pro- 
cediera á  la  entrega  formal  de  las  islas,  lo  que  verificó 
éste  en  1767.  Empero  la  España  respetó  el  título  del 
primer  ocupante  que  tenía  el  gobierno  francés,  y  nego- 
ció la  entrega  á  la  colonia  que  fundara  Mr.  de  Bougainvi- 
lle, mediante  el  pago  de  una  fuerte  suma  que  entrega 
como  precio  de  dicho  establecimiento,  según  se  com- 
prueba por  el  recibo  en  forma  que  suscribió  Mr.  de  Bou- 
gainville en  4  de  octubre  de  1766.  (/) 

Pero  en  el  intervalo  que  medió  entre  las  reclamaciones 
de  la  España  y  el  reconocimiento  de  los  derechos  de 
esta  nación  de  parte  de  la  Francia,  la  Inglaterra  envió 
al  almirante  Byron  á  que  tomara  posesión  de  las  Mal- 
vinas á  nombre  de  S.  M.  B.  en  1765,  ó  sea  un  año  des- 
pués de  haber  establecido  los  franceses  el  Puerto  Luis. 
Byron  llegó  el  23  de  enero   al  punto  que  los  franceses 


(1)  El  recibo  de  ^Ir.  de  Bougainville  fué  por  la  cantidad  de  seis- 
cientas diez  y  ocho  mil  ciento  ocho  libras,  trece  sueldos  y  once 
dineros,  importe  de  los  gastos  de  las  expediciones  á  Malvinas.  En 
él  constaba  que  «  S.  M.  Cristianísima  por  la  voluntaria  entrega  que 
ha  hecho  declara  nula  todo  reclamación,  sin  que  jamás  la  compa- 
ñía ni  otra  persona  que  sea  interesada  tenga  que  repetir  contra 
el  Real  Erario  de  S.  M.  C.  ni  pedir  otra  recompensa. 

Todos  los  hechos  referentes  á  la  primera  ocupación  de  Malvinas 
por  los  franceses  constan  del  libro  de  Mr.  de  Bougainville,  Voyage 
autor  du  monde  de  1766  á  1769,  París  1771.  Puede  verse,  también 
entre  otros  documentos,  el  oficio  que  sobre  la  expedición  deMr.de 
Bougainville  dirigió  el  virrey  del  Perú  don  Manuel  de  Amat  al  mi- 
nistro universal  de  Indias,  publicado  en  el  libro  del  doctor  Quesada, 
Virreinato  del  Río  de  la  Plata,  pág.  lOG. 

TOMO   II.  7 


—  98  — 

nombraron  Puerto  de  la  Cruzada,  y  practicadas  las  ce- 
remonias de  toma  de  posesión  salió  de  allí  cuatro  días 
después  (el  27)  sin  dejar  ningún  habitante.  (')  En  1766 
la  Inglaterra  envió  una  expedición  á  las  órdenes  del  ca- 
pitán Macbride,  y  éste  se  estableció  en  aquel  mismo 
paraje  del  Puerto  de  la  Cruzada,  al  cual  bautizó  con  el 
de  Puerto  Egrnont.  El  capitán  Macbride,  dice  Mr.  de  Bou- 
gainville  en  su  obra  citada,  vino  á  mi  establecimiento 
;i  principios  de  diciembre  del  mismo  año  de  1766:  pre- 
tendió que  aquellas  tierras  pertenecían  á  S.  M.  B. ;  y 
amenazó  con  hacer  á  la  fuerza  el  desembarco  si  se  le 
negaba:  hizo  una  visita  al  comandante  y  dio  á  la  vela 
en  el  mismo  día.  Tal  era,  añade,  el  estado  de  las  islas 
Malvinas  cuando  las  entregamos  á  los  españoles,  cuyo 
derecho  primitivo  se  'encontraba  así  corroborado  por  el 
que  nos  daba  incontestablemente  la  primera  habitación. 
Don  Felipe  Paiíz  Puente,  comisionado  de  la  corte  de 
España,  recibió  las  Malvinas  de  manos  de  las  autorida- 
des francesas,  y  en  virtud  de  las  órdenes  expedidas  al 
efecto  por  S.  M.  Cristianísima,  el  día  27  de  marzo  de 
1767;  de  todo  lo  cual  dio  cuenta  al  gobernador  de  Bue- 
nos Aires  don  Francisco  de  Paula  Buccarelli  en  oficio 
de  25  de  abril  del  citado  año. 

Pero  he  ahí  que  después  de  instalados  los  españoles 
en  el  dominio  y  posesión  de  Malvinas,  mediante  el 
reconocimiento  más  esplícito  de  la  nación  que  acababa 
de  concluir  un  arreglo  perfecto,  recibieron  una  intima- 
ción del  comandante  de  un  buque  inglés  de  que  des- 
alojasen la  isla  por  pertenecer  ésta  á  la  Gran  Bretaña.  El 
gobernadíU'  Ruíz  Puente  dio  cuenta  al  virrey  y  éste  á  la 
corte,    del    establecimiento    de    los    ingleses   en    Puerto 


(h  Véase  Byron.  —  Viaje  alrededor  del  mundo,  y  Bou^ainville, 
obra  citada,  cap.  'A^. 


—  99  — 

Egmont;  y  en  cuanto  á  la  intimación  el  mismo  gober- 
nador dio  instrucciones  al  jefe  de  la  fragata  «Santa  Rosa» 
de  que  protestase  cá  los  ingleses  que  los  españoles  se 
encontraban  en  los  dominios  de  su  soberano;  y  que  era 
faltar  á  la  fe  de  los  tratados  el  andar  por  estos  dominios 
sin  expreso  permiso  de  S.  M.  C.  Al  citar  tratados  las  auto- 
ridades españolas  se  referían  á  no  dudarlo  á  hechos 
anteriores  que  acreditaban  el  reconocimiento  que  la  In- 
glaterra hiciera  de  los  derechos  de  España  sobre  esas 
islas.  En  efecto,  un  autor  inglés  dice  que  «en  1744  los 
«  ingleses  proyectaron  un  establecimiento  en  Malvinas, 
«  á  virtud  de  recomendaciones  que  de  ellos  hizo  lord 
«  Anson  [después  de  su  viaje  alrededor  del  globo.  Dos 
«  años  después  cuando  el  mismo  lord  Anson  estuvo  al 
«  frente  del  Almirantazgo,  se  hicieron  preparativos  para 
«  realizar  ese  plan;/?^ro  se  opuso  á  ello  el  rey  de  España  por 
« pertenecerle  las  islas.  El  ministro  español  representó 
«  que  si  el  objeto  del  viaje  era  formar  establecimiento 
«  en  las  islas,  esto  sería  una  hostilidad  contra  España 
«  dueña  de  ellas;  pero  que  si  era  mera  curiosidad,  él 
«  daría  cuantas  noticias  se  deseasen  sin  necesidad  de 
«  que  se  entrara  en  gastos  de  expediciones  para  satisfa- 
«  cer  esta  curiosidad.  Á  vista  de  esto,  los  ingleses  desis- 
«  tieron  de  la  empresa.)^   (') 

Á  consecuencia  de  esos  sucesos  el  gobernador  Bucca- 
relli  envió  de  Buenos  Aires  una  expedición  al  mando 
del  comandante  de  marina  don  Juan  Ignacio  Madariaga, 
para  desalojar  á  los  ingleses  del  puerto  de  la  Cruzada 
ó  Egmont.  El  10  de  junio  de  1770,  Madariaga  venció  á 
los  ingleses,  y  éstos  firmaron  una  capitulación  por  la 
cual,  soldados  y  subditos  británicos,  debían  retirarse  de 


(*)  Miller,  Historia  del  reinado  de  Jorge  III. 


—  100  — 

la  isla  dentro  de  un  término  convenido,  como  lo  hicie- 
ron en  efecto,  concediéndoles  que  entretanto  se  mantu- 
viese enarbolado  su  ¡labellón  en  su  cuartel  de  tierra, 
pero  dejando  su  artillería  y  demás  efectos  de  guerra.  (') 

T.a  noticia  de  la  expulsión  de  Puerto  Egmont  causó 
grande  agitación  en  Inglaterra,  y  esta  corte  hizo  aprestos 
de  guerra,  entretanto  que  reclamaba  á  la  de  España  una 
satisfacción.  En  el  curso  de  esta  negociación  intervino 
la  Francia  por  medio  de  su  embajador  en  Londres;  y 
es  muy  esencial  observar,  como  lo  decía  el  ministro 
argentino  cerca  de  S.  M.  B.  en  1833,  que  la  disputa  sos- 
tenida era  más  bien  por  la  ejecución  á  mano  armada 
y  con  violencia,  que  por  la  soberanía  de  las  islas,  como 
lo  prueba  el  tenor  mismo  de  la  convención  que  le  puso 
fin.  La  contienda  quedó  dirimida  por  la  declaración  que 
en  22  de  enero  de  1771  suscribió  el  Príncipe  de  Masse- 
rano.  embajador  de  la  corte  de  España  en  Londres.  Los 
términos  de  esta  declaración  no  sólo  comprueban  la  exac- 
titud de  la  observación  del  ministro  argentino  en  1833, 
sino  que  envuelven  el  reconocimiento  de  los  derechos  de 
España,  que  hiciera  una  vez  más  Inglaterra,  por  el  hecho 
de  haber  aceptado  sin  reserva  de  ninguna  especie  esa 
declaración,  como  se  va  á  ver. 

El  Príncipe  de  Masserano,  dice  en  el  documento  á 
que  me  refiero  que  «  habiendo  Su  Majestad  Británica  qiie- 
<(  Jádose  de  la  violencia  cometida  el  10  de  junio  de  1770^ 
«  él  ha  recibido  orden  de  declarar,  y  declara,  que  S.  M.  C. 
«  ha  visto  con  desagrado  tal  expedición,  y  en  el  deseo 


(*)  El  oficio  (le  Puente,  incluyendo  el  parte  detallado  de  Madaria- 
ga  sobre  la  rendición  de  Puerto  Egmont,  se  encuentra  en  el  archivo 
de  Buenos  Aires.  La  correspondencia  de  Madariaga,  y  todo  lo  releren- 
to  á  la  capitulación  concedida  á  las  fuerzas  británicas  para  la  salida 
de  Puerto  Egmont,  etcétera,  etcétera,  se  registran  en  los  papeles  de 
Estado  (State  Papers)  publicados  en  el  Registro  A?iual  de  1771 
(vol.  14,  7''  edición,  Londres  1817). 


—  101  — 

«  de  no  alterar  la  buena  inteligencia  entre  ambas  cortes, 
«  promete  dar  órdenes  inmediatas  para  que  se  restablez- 
«  can  las  cosas  en  la  Gran  Malvina  (3  Puerto  Egmont, 
«  en  el  estado  en  que  estaban  el  10  de  junio  de  1770, 
«  á  cuyo  efecto  S.  M.  C.  enviará  á  uno  de  sus  oficiales 
«  para  que  entregue  al  oficial  autorizado  por  S.  M.  B. 
«  e]  Fuerte  y  Puerto  de  Egmont  con  la  artillería,  muni- 
«  clones  y  efectos  de  S.  M.  B.  y  de  los  subditos  C[ue  allí 
«  se  encontraban  el  día  citado.  El  Príncipe  de  Masse- 
«  rano  declara  al  mismo  tiempo  (dice  el  texto  del  docu- 
«  mentó)  en  nombre  del  Rey  su  Señor,  que  la  promesa 
«  de  Su  Majestad  Católica  de  restituir  á  S.  M.  B.  la  po- 
«  sesión  del  Puerto  y  Fuerte  llamado  Egmont,  no  puede 
«  7ii  debe  en  modo  alguno  afectar  la  cuestión  de  derecho 
«  anterior  de  soberanía  de  las  islas  Malvinas,  por  otro 
«  nombre  Fcdkland.  »  En  esta  forma  fué  aceptada  la  decla- 
ración del  Príncipe  de  Masserano  por  el  gobierno  de 
S.  AI.  B.  y  bajo  la  firma  del  Conde  de  Piochford,  el  cual 
expresó  en  su  contradeclaración  del  mismo  22  de  enero 
de  1771,  que  «  la  consideraba  con  el  entero  cumplimien- 
to del  referido  compromiso  de  parte  de  S.  M.  C.  como 
una  satisfacción  de  la  injuria  lieclia  á  la  corona  de  la 
Gran  Bretaña  ».  (  ' ) 

En  consecuencia,  el  gobierno  de  S.  M.  C.  por  real 
cédula  de  7  de  febrero  de  1771.  ordenó  al  gobernador 
de  Malvinas,  don  Felipe  Ruíz  Puente,  que  dispusiera 
la  entrega  del  puerto  de  la  Cruzada  ó  Egmont,  á  la  per- 
sona comisionada  por  la  corte  de  Londres.  Su  entrega 
se  verificó  en  el  mismo  puerto.  Frente  á  la  España 
dueña    de  las  islas,   quedó  la  Inglaterra  reinstalada  en 


(  '  )  State  Papers.  En  el  Registro  Anual  de  1771.  Martens,  Recueil 
de  Traites,  tomo  2o.  (Declarations  reciproques  de  l'Espagne  et  de 
l'Angleterre  au  sujet  des  lies  de  Falkland)  1771  á  1774. 


—  102  — 

Puerto  Egmont  desde  1771  hasta  1774,  en  cuyo  año  la 
Inglaterra  hizo  completo  abandono  de  esa  isla,  sin  que 
mediara  coacción  ni  violencia,  en  virtud  de  arreglos  de 
carácter  privado,  que  por  entonces  pudieron  ponerse  en 
duda,  pero  que  poco  después  resultaron  evidentes. 

En  efecto,  la  declaración  del  22  de  enero  de  1771 
explica  la  razón  del  abandono  de  Puerto  Egmont  por  la 
Inglaterra.  El  gobierno  español  protesta  en  esa  declara- 
ci<3n  que  la  restitución  de  Puerto  Egmont  no  le  debe 
l)erjudicar,  y  se  reserva  sus  derechos  de  soberanía  sobre 
las  Malvinas.  La  Inglaterra  en  su  contradeclaración  de 
la  misma  fecha,  acepta  aquel  documento  y  guarda  si- 
lencio respecto  de  esta  reserva;  lo  que  implica  natural- 
mente una  aceptación  de  su  parte.  Esta  aceptación  aparece 
hasta  en  la  correspondencia  oficial  del  ministerio  de 
negocios  extranjeros  de  la  Gran  Bretaña.  Durante  el 
curso  de  esta  negociación,  el  ministro  de  negocios  ex- 
tranjeros de  S.  M.  B.  escribía  al  embajador  de  esta 
nación  en  Madrid,  para  que  diera  cuenta  del  despacho 
al  Marqués  de  Grimaldi :  «  El  Príncipe  de  Masserano  ha 
propuesta  una  convención  en  laque  él  tendrá  que  negar 
haberse  dado  órdenes  algunas  especiales  al  señor  Bucca- 
relli  con  esta  ocasión...  Tendríamos  que  estipular  la 
devolución  de  las  islas  Falkland,  sin  perjuicio  del  de- 
recho de  S.  M.   Católica  á  aquellas  islas.  »  ( ' ) 

En  el  silencio  de  la  Gran  Bretaña  había  algo  de 
misterioso  que  afectaba  el  fondo  del  convenio.  No  era 
creíble  que  por  un  convenio  se  estableciesen  de  un  modo 
permanente  dos  jurisdicciones  rivales  sobre  un  mismo 
l)unto ;  y  por  esto  era  que  en  la  sesión  de  la  cámara 
de  los  lores  del  5  de  febrero  de  ese  mismo  año  de  1771, 


( ' )  Citado  por  el  doctor  Vicente  G.  Qucsada,  en  su  obra  sobre 
el  Virreinato  del  Río  de  la  Plata,  pág.  33, 


—  103  — 

nii  hombre  eminente  hacía  moción  para  que  propusiese 
á  los  jueces  estas  dos  cuestiones:  1°.,  sien  punto  á  ley 
la  corona  de  la  Gran  Bretaña  puede  poseer  ningunos 
territorios  ó  dominios  que  le  pertenezcan,  de  otro  modo 
que  en  soberanía;  2'\,  si  la  declaración  para  la  restitu- 
ción de  Puerto  Egmont  hecha  por  S.  M.  C.  á  S.  M.  B. 
bajo  la  reserva  de  un  derecho  de  soberanía,  puede  lle- 
varse á  ejecución  sin  ofensa  de  la  máxima  legal  antes 
citada. 

La  Gran  Bretaña  no  podía  desconocer  el  derecho 
exclusivo  de  España  á  las  Malvinas,  como  no  lo  había 
desconocido  en  tiempo  de  lord  Anson.  Pero  en  seguida 
de  la  rendición  de  Puerto  Egmont,  tampoco  podía  ve- 
rificar la  devolución  de  esta  isla,  y  renunciar  para  siempre 
y  de  una  manera  pública  á  sus  pretensiones  sobre  ella, 
sin  aumentar  la  exaltación  de  los  espíritus  y  ofender 
el  amor  propio  de  la  Gran  Bretaña.  Pero  se  comprome- 
tió á  abandonar  Puerto  Egmont,  y  á  este  efecto  se  paso 
en  el  convenio  de  22  de  enero  de-  1771.  la  cláusula 
de  que  el  acto  de  la  España  no  afectaba  la  cuestión 
del  derecho  anterior  de  esta  nación  á  las  islas  Malvinas. 
Cuando  se  llenaron  recíprocamente  los  compromisos,  la 
Inglaterra  hizo  abandono  completo  de  Puerto  Egmont, 
y  reintegró  á  la  España  en  la  posesión  de  las  Malvinas.. 

Los  publicistas  y  estadistas  británicos  de  ese  tiempo 
están  acordes  en  el  alcance  del  convenio  de  22  de  enero 
de  1771  por  el  cual,  según  ellos  mismos,  la  Inglaterra 
cedió  las  islas  Malvinas  á  la  Espaíia.  Miller  en  su  His- 
toria del  reinado  de  Jorge  III,  refiriéndose  á  ese  arre- 
glo, dice:  «Los  ministros  se  habrían  hecho  responsables 
en  el  más  alto  grado,  si  hubiesen  envuelto  la  nación  en 
una  guerra  por  no  admitir  una  excepción  tan  insignifi- 
cante como  la  de  reserva  de  mejor  derecho  auno  ó  dos 
puntos  estériles,  bajo  un  cielo  ventoso  y  en  tan  distantes 


—  loi  — 

comarcas...  La  pí)sil)ilidad  de  igual  disputa  desapa- 
reció por  el  total  abandono  que  se  hizo  del  establecimiento 
tres  años  después. »  En  el  Diccionario  Geográfico  de 
Brooke,  editado  en  Londres,  se  lee  lo  siguiente:  «En 
1770  los  españoles  expulsaron  á  los  ingleses  de  Puerto 
Egmont;  éstos  recuperaron  el  establecimiento  por  el 
tratado ;  pero  en  1774  el  establecimiento  fué  abandona- 
nado  por  los  ingleses,  y  las  islas  fueron  cedidas  á  la 
España.  »  La  Enciclopedia  Británica^  dice  al  respecto : 
(( Puerto  Egmont  fué  restituido  á  los  ingleses ;  pero 
poco  después  fué  abandonado  por  éstos  en  virtud  de  un 
convenio  privado  entre  el  ministro  británico  y  la  corte 
de  España.»  El  abandono  de  Puerto  Egmont  por  parte 
de  la  Gran  Bretaña,  según  el  convenio  de  1771  y  á 
mérito  del  derecho  á  España,  está  corroborado  igual- 
mente por  el  testimonio  de  Gumes,  en  su  Memorial  contra 
Eort,  Pioger  y  Delpech;  por  la  Crónica  Naval  británica 
y  por  otras  autoridades  inglesas. 

Entre  éstas  no  se  puede  omitir  la  del  célebre  Gui- 
llermo Pitt,  que  se  registra  en  un  escrito  de  aquella 
época,  «Mientras  lord  Pvochford  negociaba  con  el  Prín- 
cipe Masserano,  se  lee  en  ese  escrito  (^), 'Mr.  Stuart 
Mackenzie  estaba  negociando  con  Mr.  Francois,  secreta- 
rio de  la  embajada  de  Francia  en  la  corte  de  L(3ndres. 
Al  fin  el  22  de  enero  de  1771,  como  una  hora  antes  de  jun- 
tarse el  parlamento,  el  enviado  español  firmó  una  decla- 
ración, bajo  órdenes  francesas,  restituyendo  á  S.  M.  B. 
las  islas  de  Falkland.  Pero  la  importante  condición, 
mediante  la  cual  se  consiguió  esta  declaración^  no  se  expre- 
só en  ella.  Esta  condición  era  que:  las  fuerzas  británicas 
habían  de  evacuar  las  islas  Malvinas  tan  pronto  como  fuese 


(  ')  Anecdotes  of  the  Riolit.  Hon.    W¡ll¡;im  Pitl,  Eiu'I  of  Cliattam. 
Volumen  '¿'\  capitulo  39. 


—  105  — 

conveniente,  después  que  se  les  hubiese  puesto  en  posesión 
de  Puerto  Egmont.  El  ministerio  británico,  por  vía  de 
garantía  de  la  sinceridad  en  el  cumplimiento  de  esta 
palabra,  se  obligó  á  ser  el  primero  en  cesar  en  los  apres- 
tos militares.  Durante  el  mes  de  febrero  de  1771,  el 
ministro  español  significó  en  Madrid  al  señor  Harris 
(enviado  de  Inglaterra)  la  intención  de  su  gobierno  de 
exigir  del  ministerio  británico  la  perfección  de  las  obli- 
gaciones del  modo  cómo  habían  sido  entendidas  mutua- 
mente. El  ministerio  británico  recibió  el  4  de  marzo  la 
nota  del  señor  Harris  en  que  daba  aquel  aviso.  Tres 
días  después  llegaron  órdenes  al  Príncipe  de  Masserano 
para  una  formal  petición  de  cesión  de  las  Malvinas  al  reí/ 
de  España.  El  príncipe  comunicó  primero  estas  órdenes 
al  enviado  francés  con  el  objeto  de  saber  si  coadyuva- 
ría al  reclamo;  y  ambos  tuvieron  el  día  14  una  confe- 
rencia con  lord  Rocbford.  La  contestación  de  éste  fué 
en  consonancia  con  el  espíritu  que  siempre  había  mani- 
festado; y  en  virtud  de  ella  se  enviaron  expresos  á  Ma- 
drid y  á  París.  Los  ministros  tuvieron  varias  conferencias 
con  el  señor  Stuart  Mackenzie;  y  el  resultado  de  éstos 
fué  que  los  ingleses  dieron  el  ejemplo  de  cesar  en  los 
aprestos  mili-fares,  y  las  islas  Malvinas  fueron  total- 
mente evacuadas  y  abandonadas  poco  tiempo  después. 
Desde  entonces  siempre  han  estado  en  poder  de  la  Espa- 
ña...)^ Y  en  las  famosas  cartas  de  Junius^  el  jefe  de  la 
oposición,  se  ve  cómo  éste  ataca  agriamente  al  minis- 
terio á  propósito  de  la  rendición  de  Puerto  Egmont,  y 
anuncia  á  la  Nación  la  cesión  á  la  España  de  los  dere- 
chos de  ocupación  de  Malvinas.  Por  su  parte,  el  editor 
inglés  de  estas  cartas  dice  que  « los  españoles  cumplie- 
ron con  devolver  el  establecimiento  á  los  ingleses,  y 
éstos  cumplieron  con  volver  á  abandonarlo.  » 

Confirman    estas    pruebas    los    despachos    que,    con 


—  106  — 

motivo  de  la  evacuación  que  verificaron  los  ingleses  de 
Puerto  Egmont,  dirigió  al  gobernador  de  Buenos  Aires 
«1  ministro  de  S.  M.  C.  don  Juan  de  Arriaga,  el  mismo 
que  firmó  la  orden  de  7  de  febrero  de  1771  para  la  res- 
titución de  esa  posesión.  En  O  de  abril  de  1774  dicho 
ministro  ordenó  á  don  Juan  José  de  Vertiz  dispusiera 
lo  conveniente  para  hacer  efectiva  la  oferta  de  la  corte 
de  Londres  de  abandonar  el  establecimiento  en  la  Gran 
Malvina.  Al  efecto,  le  adjuntaba  copia  de  su  oficio  al 
gobernador  de  Malvinas  en  que  le  decía  así:  ((Ofrecido 
<:omo  está  por  la  corte  de  Londres  el  abandonar  el  esta- 
blecimiento que  hizo  en  la  gran  Malvina.,  retirando  de 
allí  la  poca  gente  que  tenía:  quiere  el  rey...  que  V.  observe 
con  prudencia  si  abandonan  los  ingleses  ese  estable- 
€Ímiento,  sin  emprender  otro  nuevo  por  esas  inmedia- 
ciones...» (') 

Fué,  pues,  en  virtud  del  convenio  con  la  España,  y 
en  atención  á  derechos  anteriores  de  esta  nación  que  la 
•Gran  Bretaña  abandonó  completamente  el  establecimiento 
de  Puerto  Egmont.  Hay  que  observar  que  el  capitán 
Clayton,  comisionado  por  S.  M.  B.  para  efectuar  la  entrega 
formal  de  esa  posesión,  antes  de  ausentarse  fijó  una 
lámina  con  una  inscripción  que  decía  que  esa  isla  per- 
tenecía al  rey  Jorge  III.  Pero  tal  inscripción  ni  podía 
preservar  un  dominio,  ni  tenía  seriedad,  ni  siquiera  el 
valor  de  la  muy  anterior  inscripción  francesa  del  año 
1764.  La  misma  Crónica  Naval  británica,  refiriéndose 
á  la  evacuación  de  Puerto  Egmont  y  la  inscripción  del 
•capitán  Clayton,  termina  así:  «pero  estas  islas  pertinaz- 
mente pretendidas  por  los  ingleses,  fueron  cedidas  á 
España.))   Debe  observarse  también  que  la  disputa  de  la 


(')  Estos  (loeuinentos  se  encuentran  originales  en  el  arcliivo  d( 
Buenos  Aires. 


—  107  — 

Gran  Bretaña  versaba,  como  lo  demuestra  la  declaración 
oficial  de  22  de  enero  de  1771,  no  sobre  los  derechos 
de  esa  nación  á  las  islas  Malvinas,  pero  solamente  sobre 
la  posesión  de  la  isla  del  oeste,  ó  sea  Puerto  Egmont.  Ade- 
más del  derecho  que  le  reconoció  la  Gran  Bretaña,  la 
España  fundaba,  pues,  sus  títulos  á  las  islas  Malvinas 
en  su  ocupación  formal  verificada  con  prioridad,  y  en 
la  compra  lejíal  que  hizo  á  la  Francia  del  primer  esta- 
blecimiento que  hubo  en  ellas,  según  se  ha  visto  com- 
probado más  arriba. 

Á  partir  del  año  1774,  en  que  terminó  la  disputa  con 
la  Inglaterra  en  la  forma  enunciada^,  la  España  siguió 
en  tranquila  y  continua  posesión  de  las  islas  Malvinas, 
ejerciendo  sobre  ellas  todos  los  actos  inherentes  ala  sobe- 
ranía. En  el  mismo  año  el  gobierno  de  S.  M.  C.  nom- 
bró gobernador  de  Malvinas  á  don  Francisco  Gil,  y  éste, 
como  todos  los  demás  que  se  siguieron  durante  más  de 
treinta  años  sucesivos  residieron  en  Puerto  Luis  bajo  la 
dependencia  inmediata  y  á  expensas  del  gobierno  del 
virreinato  de  Buenos  Aires.  Y  es  muy  digno  de  notarse 
que  durante  todo  este  largo  interregno,  y  á  pesar  de  los 
tratados  que  ocurrieron  después  de  1774  entre  España 
é  Inglaterra,  jaiujis  esta  nación  hizo  alusión  ó  referencia 
á  las  islas  Malvinas,  lo  que  comprueba  que  consideraba 
esta  antigua  cuestión  como  definitivamente  transada. y 
terminada. 

Ahora  bien,  en  virtud  de  la  revolución  de  1810  y  de 
la  declaración  de  la  independencia  en  181G,  se  erigió 
sobre  el  Virreinato  de  Buenos  Aires  la  comunidad  poli- 
tica  de  las  Provincias  Unidas  del  Piío  de  la  Plata,  la 
cual  fué  reconocida  por  la  Inglaterra  y  por  las  principa- 
les potencias.  Las  Provincias  Unidas,  al  adquirir  ante 
las  naciones  los  derechos  inherentes  á  la  soberanía  sobre 
todos  los  territorios  que  componían  su  jurisdicción,  su- 


—  108  — 

cedían  consiguientemente  á  la  España  en  todos  los  de- 
rechos (^ue  ésta  tenía  sobre  la  gobernación  y  en  seguida 
virreinato  de  Buenos  Aires.  Las  islas  Malvinas  fueron 
siempre  parte  integrante  de  la  gobernación  y  en  seguida 
virreinato  de  Buenos  Aires:  y  todavía  por  real  orden  de 
IG  de  febrero  de  1767  se  dividía  la  jurisdicción  de  am- 
bos mares  asignando  al  gobierno  de  Buenos  Aires  las 
costas  del-  Atlántico,  y  Estrecho  de  Magallanes  hasta  el 
Cabo  de  Hornos.  (')  En  esta  calidad,  pues,  las  isbas  Mal- 
vinas compusieron  parte  del  nuevo  Estado  de  las  Pro- 
vincias Unidas,  como  que  fueron  habitadas  y  guarnecidas 
por  los  ciudadanos  y  soldados  de  este  Estado. 

Así.  en  los  años  que  se  siguieron  á  la  instalación 
del  nuevo  gobierno  de  las  Provincias  unidas,  éste  con- 
servó sus  establecimientos  de  Malvinas,  á  trueque  de 
grandes  sacrificios,  hasta  que  en  1820  en  vista  de  los 
abusos  que  cometían  en  esas  costas  multitud  de  capita- 
nes de  buques  extranjeros  ocupados  en  la  pesca  de  an- 
fibios, envió  allí  un  buque  de  su  marina,  con  orden  al 
gobernador  de  Malvinas  de  que  les  hiciera  saber  que 
semejante  pesca  era  un  derecho  exclusivo  de  diclio 
gobierno  de  las  Provincias  unidas.  Y  se  ha  visto 
cómo  en  los  años  sucesivos  se  esforzó  en  engrandecer  su 
establecimiento  de  Malvinas,  manteniendo  su  soberanía 
sobre  éstos  hasta  diciembre  de  1831  en  c[ue  un  buque  de 
guerra  de  los  Estados  Unidos  perpetró  allí  un  atropello 
injustificable,  el  cual  dio  lugar  á  enérgica  protesta  del 
primero  y  á  la  subsiguiente  reclamación  del  gobierno 
norteamericano. 

Lo  que  hubo  de  singular  en  esta  reclamación  fué  que  el 
encargado  de  negocios    de  los    Estados   Unidos,  en  vez 


(M  Véase  Vbn'eiiíato  del  Rio  de  la  Plata    por  Vicente  G.  Que- 
sada,  pág.  106. 


—  109  — 

de  circunscribirse  al  hecho  del  apresamiento  de  los  bar- 
cos norteamericanos  que  pescaban  anfibios  contra  las 
reiteradas  proliibiciones  del  gobierno  de  Buenos  Aires, 
se  esforzrj  después  del  escandaloso  acto  de  la  Lexington 
en  contestar  los  derechos  de  España,  ó  más  propiamente, 
de  las  Provincias  Unidas,  alas  islas  Malvinas,  apurando 
las  citaciones  y  documentos  para  pretender  demostrar 
que  ellos  pertenecían  á  la  Gran  Bretaña,  según  se  ve 
en  su  nota  del  10  de  julio  de  1832.  Esta  defensa  tan 
extemporánea  como  infundada  de  parte  del  agente  de  los 
Estados  Unidos  no  tard(3  en  producir  efectos  que,  de 
cierto,  en  nada  beneficiaron  á  esa  nación. 

Pendiente  todavía  la  cuestiíjn  entre  el  gobierno  de 
Buenos  Aires  y  el  agente  norteamericano,  el  almirante 
Baker,  comandante  de  la  estación  naval  inglesa  en  el 
Brasil,  mandó  la  corbeta  de  guerra  Clio  á  las  islas  Mal- 
vinas «para  ejercer  allí  los  antiguóse  incontestables  de- 
rechos que  corresponden  á  S.  M.,  y  obrar  en  aquel  paraje 
como  en  una  posesión  que  pertenece  á  la  Gran  Bretaña»; 
según  se  avanzaba  á  decir  lord  Palmerston,  en  su  nota 
de  abril  de  1833.  El  día  2  de  enero  de  este  año  se  pre- 
sentó en  Puerto  Luis  de  Soledad  de  Malvinas  dicha  cor- 
beta al  mando  (^  J.  J.  Onslow,  quien  declaró  en  esa 
misma  tarde  al  comandante  de  la  goleta  de  guerra  Saran- 
dt,  cjue  venía  á  tomar  posesión  de  las  Malvinas  como 
pertenecientes  á  la  corona  de  S.  M.  B. :  que  tenía  orden  de 
izar  en  esa  isla  la  bandera  inglesa  dentro  de  veinte  y  cua- 
tro horas,  y  que  en  consecuencia  le  intimaba  que  en  este 
término  se  abatiese  la  bandera  argentina  y  evacuasen 
dicha  isla  la  guarnición  y  los  subditos  de  la  República. 
El  comandante  de  la  Sarandí  rehusó  obedecer  tal  de- 
manda y  protestó  contra  la  flagrante  violación  de  los 
derechos  de  la  República,  prohibiendo  por  el  contrario 
á  los  habitantes    de   tierra  que  bajasen  la  bandera  ar- 


—  lio  — 

gentina.  Pero  en  la  mañana  siguiente  el  comandante 
de  la  Clio  efectuó  un  desembarco  en  la  isla,  y  la  débil 
guarnición  tuvo  que  ceder  á  la  fuerza.  Ésta  volvió  á 
Buenos  Aires,  y  los  ingleses  clavaron  un  palo  á  cierta 
distancia  de  la  casa  de  la  comandancia,  izaron  la  ban- 
dera inglesa,  y  se  retiraron  dejando  allí  un  hombre,  como 
si  esto  pudiera  constituir  un  acto  de  posesión,  en  seguida 
del  escandaloso  abuso  de  la  fuerza  perpetrado,  y  en  pre- 
sencia de  derechos  acabadamente  reconocidos  por  la 
misma  nación  que  los  usurpaba  á  mano  armada. 

Inmediatamente  de  tener  noticia  de  este  despojo  in- 
justificado, el  gobierno  de  Buenos  Aires  pidió  satisfac- 
ciones al  encargado  de  negocios  de  S.  M.  B.  Éste  con 
una  audacia  sólo  comparable  á  la  temeridad  del  aten- 
tado, respondió  «  (jue  no  había  recibido  instrucciones  de 
su  corte  para  hacer  comunicación  alguna  al  gobierno  de 
Buenos  Aires  sobre  aquel  asunto  »  ('),  mientras  que  el 
mismo  lord  Palmerston  declaraba  con  desenfado  aná- 
logo al  ministro  argentino  en  Londres  que  «  las  ins- 
trucciones (para  el  procedimiento  en  Malvinas)  habían 
sido  comunicadas  por  el  almirante  Baker  á  la  legación 
de  S.  M.  B.  en  Buenos  Aires  ».  ( - ) 

Con  tal  motivo,  don  Manuel  Moreno,  en  su  calidad 
de  ministro  plenipotenciario  de  las  Provincias  Unidas 
del  río  de  la  Plata,  dirigió  al  gobierno  de  S.  M.  B.  la 
famosa  Protesta  y  memoria,  sobre  el  procedimiento  de 
éste,  que  se  arrogaba  la  soberanía  y  posesión  de  Mal- 
vinas, despojando  por  la  fuerza  á  las  Provincias  Uni- 
das.   Esta    protesta    fué    contestada    por    lord    Palmers- 


(')  Véase  la  nota  del  ministro  de  relaciones  exteriores,  de  16 
de  enero  de  1833,  y  la  respuesta  del  encargado  de  negocios  de  S.  M.  B. 
de  17  del  mismo. 

'(-)  Véase  la  nota  del  ministro  Moreno  al  lord  Palmerston. 


—  111  — 

ton  con  inexactitudes  manifiestas  y  hasta  con  reticen- 
cias impropias,  como  quiera  que  resaltasen  á  la  simple 
vista  de  los  mismos  documentos  y  tratados  firmados 
por  los  ministros  de  S.  M.  B.  y  que  obligaban  á  éste- 
á  reconocer  y  á  respetar  los  derechos  de  la  República 
Argentina  á  las  Malvinas,  aún  suponiendo  que  ésta  na 
tuviera  derechos  originarios  y  anteriores  á  dichas  islas. 
El  ministro  argentino,  por  su  parte,  puso  de  relieve  las- 
dichas  inexactitudes  y  reticencias,  mostrando  cómo  la 
respuesta  de  lord  Palmerston  no  se  contraía  á  la  única, 
cuestión  de  derecho  en  el  asunto,  sobre  quien  haya 
sido  y  no  ha  podido  dejar  de  ser,  el  soberano  y  legí- 
timo poseedor  de  las  islas  Malvinas;  precisamente  por- 
que esta  cuestión  debía  definirse,  no  por  la  antigüedad 
de  las  pretensiones  á  esas  islas,  sino  por  la  estimación 
legal  de  los  justos  títulos  de  soberanía  de  las  Provin- 
cias Unidas  á  las  mismas  islas. 

El  ministro  argentino  examinaba  detenidamente  tales 
títulos  que  figuran  al  principio  de  este  capítulo;  y  ha- 
ciendo notar  que  no  habían  sido  contestados  por  el  go- 
bierno británico,  como  que  tratándose  de  títulos  de 
soberanía,  éstos  no  podían  existir  á  la  vez  en  dos  na- 
ciones respecto  desuna  misma  porción  de  territorio^ 
decíale  á  lord  Palmerston,  en  nota  de  29  de  diciembre 
de  1834:  «Las  Provincias  Unidas  han  probado  con  docu- 
mentos intachables  que  sus  títulos  á  las  Malvinas,  ó 
sea  á  la  Isla  de  la  Soledad  ó  Puerto  Luis  (separada  de 
Puerto  Egmont  por  un  canal  de  mar),  son:  compra 
legítima  á  la  Francia:  prioridad  de  ocupación:  cultivo  y 
habitación  formal;  en  fin,  posesión  notoria  y  tranquila 
de  más  de  medio  siglo,  hasta  el  momento  en  que  han 
sido  despojadas  por  la  fuerza  el  5  de  enero  de  1833. 
E]stos  títulos  están  fundados  especialmente  en  el  princi- 
pio de  que  la  prioridad  de  ocupación  confiere  un  dominio 


—  112  — 

real  y  exclusivo  al  bien  inapropiado ;  principio  que  se 
halla  consagrado  en  los  códigos  de  las  naciones,  como 
de  una  justicia  eterna,  que  es  la  base  en  que  estriba  la 
inviolabilidad  de  toda  propiedad  privada  y  pública,  y 
que  Blackstone  llama  la  verdadera  causa  y  fundamento... 
Occiipancy...  is  the  true  groiind  and  foundation  of  all 
pro])erty.  (La  ocupación  es  la  verdadera  base  en  que  se 
funda  toda  propiedad.)  Una  nación  no  puede  mostrar 
mejor  derecho  al  lugar  que  tiene  en  la  superficie  del 
globo  que  el  de  haberse  apoderado  de  ese  mismo  lugar 
la  primera,  haberlo  cultivado,  haber  creado  las  riquezas 
que  se  encuentran  repartidas  en  su  distrito,  haber  en- 
comendado á  él  por  su  trabajo  la  subsistencia  y  fortuna 
de  su  posteridad.  » 

Establecidos  así  los  títulos  y  derechos  de  las  Pro- 
vincias Unidas  á  Malvinas,  el  señor  Moreno  entraba  á 
hacerse  cargo  del  que  pretendía  la  Gran  Bretaña,  y  que 
lord  Palmerston  en  su  respuesta  hacía  consistir  única- 
mente en  la  prioridad  de\  descubrimiento  \  y  con  el  tes- 
timonio del  mismo  lord  Anson  y  las  relaciones  de  los 
viajes  del  capitán  Davis  y  de  sir  Richard  Hawkins  y 
otros  no  menos  respetables,  demostraba  evidentemente, 
(como  ya  se  ha  visto  en  líneas  anteriores),  que  la  In- 
glaterra no  solamente  no  podía  invocar  semejante  prio- 
ridad que  los  mismos  autores  ingleses  atribuían  á  na- 
vegantes al  servicio  del  rey  de  España,  como  Magallanes, 
sino  que  aun  suponiendo  que  tal  prioridad  existiese  á 
su  favor,  ésta  no  le  daba  ni  podía  darle  título  alguno, 
porque  no  fué  seguida  de  la  ocupación  de  las  Malvinas, 
habiendo  sido  la  Francia  la  primera  nación  que  las 
ocupó  y  colonizó  vendiéndolas  en   seguida  á  España. 

Y  para  mejor  hacer  resaltar  los  títulos  de  las  Pro- 
vincias Unidas  al  territorio  de  Malvinas,  el  ministro 
argentino    recordaba  muy  oportunamente    al    lord  Pal- 


—  113  — 

merston  que  la  declaración  oficial  ([q  22  de  enero  de  1771, 
á  que  se  ha  hecho  referencia,  verso  no  acerca  de  la  sobe- 
ranía de  todas  las  islas  Malvinas,  ni  á  la  soberanía  de 
la  isla  del  Este,  sino  sólo  acerca  de  la  posesión  de  la 
isla  del  Oeste,  ó  sea  Puerto  Eginont.  Que  esa  declara- 
ción del  Príncipe  de  Masserano,  al  pactar  bajo  la  condi- 
ción de  subsiguiente  abandono  la  entrega  de  Puerto 
Egmont  á  S.  M.  B.  decía  que  esto  «no  puede  ni  debe 
en  modo  alguno  afectar  la  cuestión  de  derecho  anterior 
de  soberanía  de  las  islas  Malvinas,  por  otro  nombre 
Falkland;  y  que  el  gobierno  de  S.  M.  B.,  al  aceptar  esa 
declaración  en  su  contradeclaración,  sin  contestar  la 
cláusula  citada,  admitió  naturalmente  la  reserva  de  sobe- 
ranía de  que  se  revistió  España.  Que  aun  en  la  hipó- 
tesis de  que  S.  M.  B.  pudiera  alegar  algún  derecho  para 
reinstalarse  en  el  statu  quo  que  dejó  la  convención  de 
22  de  enero  de  1771,  dicha  reinstalación  sólo  podría  efec- 
tuarse en  Puerto  Egmont.  Pero  que  la  expedición  de  la 
Clio  se  dirigió  á  la  isla  del  Este  (Puerto  de  la  Sole- 
dad), que  nunca  fué  ocupada  ni  poseída  por  los  ingleses, 
sino  ocupada  por  los  franceses,  comprada  á  esta  nación 
por  la  España  en  618.108  francos  que  fueron  pagados  á 
Mr.  de  Bougainville  por  la  tesorería  de  Buenos  Aires, 
y  de  propiedad  de  las  Provincias  Unidas  que  sucedieron 
á  España  en  los  derechos  territoriales  de  ésta.  El  minis- 
tro argentino  reiteraba  su  protesta  de  17  de  junio  de 
1833  contra  la  soberanía  asumida  en  las  islas  Malvi- 
nas por  la  Gran  Bretaña,  y  pedía  la  restitución  á  la 
República  Argentina  de  la  isla  del  Este  y  su  estable- 
cimiento en  Puerto  de  la  Soledad,  en  el  estado  en  que 
se  hallaban  antes  de  la  invasión  de  la  corbeta  Clio  de 
S.  M.  B.,  en  5  de  enero  de  1833. 

De  lo  dicho  é   historiado   resulta   claramente  que  la 
Oran  Bretaña  no  podía  de  buena  fe  prevalerse  de  lítulo 


—  114  — 

cilguiio  de  soberanía  sobre  las  Malvinas  cuando  se  apo- 
deró  de  ellas  por  un  abuso  de  la  fuerza.  La  Gran  Bretaña 
acreditó  esto  de  un  modo  inequívoco  durante  el  largo  in- 
terregno en  que  el  gobierno  argentino  ventiló  su  recla- 
mación ante  la  corte  de  Londres;  i)orque  á  falta  de 
dereclios  y  títulos  á  Malvinas,  llegó  hasta  i)retender  que 
le  fuesen  cedidas  estas  islas,  en  compensación  de  todo  ó 
parte  del  empréstito  que  en  1825  hizo  al  gobierno  argen- 
tino. Como  no  obtuviera  la  cesión,  la  Gran  Bretaña 
siguió  reteniendo  esas  islas  con  el  título  que  quiso 
crearse  del  abuso  de  la  fuerza.  Á  tal  título  las  retiene 
todavía;  que  ahora  como  entonces  ningún  estadista  ni 
})ublicista  británico  se  engaña  al  respecto. 

Quince  años  después  de  haber  la  Gran  Bretaña  atro- 
pellado en  la  forma  enunciada  los  derechos  incuestio- 
nables de  la  República  Argentina,  un  miembro  distin- 
guido del  parlamento  británico,  sir  William  Molesworth,. 
al  discutirse  el  presupuesto  de  gastos  de  las  colonias 
británicas,  dijo  en  la  sesión  del  25  de  julio  de  1848  de 
la  Cámara  de  los  Comunes:  «  Ocurren  aquí  las  miserables 
islas  Malvinas,  donde  no  se  da  trigo,  donde  no  crecen 
árboles :  islas  batidas  por  los  vientos,  que  desde  1841 
nos  han  costado  nada  menos  que  45.000  £,  sin  retorno 
de  ninguna  clase,  sin  beneficio  alguno.  (')  Decididamente 


(')  Del  Morning  Clironicle  y  del  Dayle  Neios,  de  Londres,  del 
27  de  julio  de  1848.  Los  datos  referentes  á  la  cuestión  Alai  vinas  los 
he  extraído  de  un  voluminoso  leoajo  asi  rotulado  de  puño  y  letra 
del  general  Rozas:  Jnqjortantes  sobre  Malvinas.  Este  legajo  con- 
tiene los  siguientes  documentos  originales  ú  oficialmente  testimo- 
niados: Protesta  del  encargado  de  negocio  y  de  S.  M.  B.;  Exposición 
sobre  la  agresión  en  Malvinas  perpetrada  "por  el  comandante  de  la. 
corbeta  Lexinglon:  Informe  del  comandante  militar  y  político  de 
Malvinas;  Correspondencia  del  ministro  de  relaciones  exteriores 
(le  Buenos  Aires  con  el  cónsul  de  los  Estados  Unidos,  y  con  el  co- 
mandante de  la  corbeta  Lexinglotí;  Colección  de  documentos  oficia- 
les sol)re  Malvinas  y  apéndice  (impreso);  Correspondencia  con  el 
ministro  de  relaciones  exteriores   de   los   Estallos    Unidos  y  con  el 


—  115  — 

soy  de  parecer  que  esta  inútil  posesión  se  devuelva  desde 
luego  al  gobierno  de  Buenos  Aires  que  justamente  la 
reclama.  » 


(le  S.  M.  B;  lieclatnación  del  gobierno  argentino  sobre  la  sobera- 
nía de  las  Malvinas;  Noticia  de  las  islas  Malvinas  y  derechos  del 
gobierno  argentino  sobre  ella  (memoria  presentada  al  gobierno 
de  Buenos  Aires  por  el  cónsul  general  de  Francia  en  esta  ciudad, 
Mr.  de  Vins  de  Pavsac). 


CAPÍTULO  XX 


LAS  FACULTADES    EXTRAORDIXAmAS 


(1832) 


SuMAino:  I.  El  prospecto  nacional:  la  federación  en  las  provincias.  —  II.  Los  cam- 
j)cones  de  la  federación:  origen  de  la  divisa  punzó.  —  III.  Decreto  sobre  el 
uso  de  la  divisa.  —  IV.  Antecedentes  de  estos  usos  en  la  República.  —  V. 
Decretos  contra  la  libertad  de  imprenta.  —  VI.  La  hacienda  pública :  hábil 
administración  delministro  Garcia.  —  VIL  La  suscripción  á  los  fondos  pú- 
blicos. —  VIII.  Modo  cómo  ésta  se  llevó  á  cabo :  éxito  que  se  obtuvo.  — 
IX.  Nueva  organización  del  ministerio.  —  X.  La  labor  administrativa  de 
Rozas:  los  progresos  urbanos  y  los  mejoramientos  rurales.  —  XI.  Rozas 
devuelve  á  la  legislatura  las  facultades  extraordinarias:  especialidad  del 
Mensaje  en  que  tal  devolución  verifica.  —  XII.  Circular  de  la  Comisión 
Representativa  de  Santa  Fe  para  que  las  provincias  envien  sus  diputados 
al  Congreso  federal.  —  XIIL  Trabajos  de  los  diputados  de  Córdoba  y  del 
gobernador  de  Corrientes  en  oposición  á  ese  propósito.  —  XIV.  Principios 
que  éstos  invocan  para  proceder  en  sentido  contrario  al  propuesto.  —  XV. 
Quiroga  los  denuncia  ante  la  opinión  pública.  —  XVI.  La  respuesta  de 
Quiroga  al  diputado  y  gobernador  de  Córdoba.  —  XVII.  El  gobierno  de 
Rozas  recurre  á  los  de  Córdoba  y  Corrientes  del  proceder  de  los  diputados 
y  los  invita  á  trabajar  la  Constitución.  —  XVIII.  Motivos  que  aduce  el  de 
Córdoba  para  diferir  la  obra  de  la  Constitución:  respuesta  del  de  Corrientes. 
—  XIX.  Tratado  particular  que  propone  el  de  Corrientes  al  de  |  Santa  Fe: 
López  lo  rehusa  después  de  consultarlo  á  Rozas.  —  XX.  La  Constitución 
obstaculizada  nuevamente.  —  XXI.  Elección  del  general  Balcarce. — XXII. 
Programa  de  gobierno  de  éste. — XXIII.  Motivos  de  las  renuncias  reite- 
radas de  Rozas.  —  XXIV.  Sintesis  del  período  gubernativo  de  1829-1832. 


Á  principios  del  año  de  1832  se  producía  por  primera 
vez  en  la  República  Argentina  el  hecho  de  que  todas  las 
provincias  entraban  en  las  vías  de  la  federación  cuyas 
bases  orgánicas  estableció  el  tratado  celebrado  por  las 
del  litoral  el  4  de  enero  de  1831.  Rozas,  López  y  Qui- 
roga aparecían  como  los  campeones  vencedores  de  esta 
idea,  por  cuyo  logro  ya  se  había  derrocado  tres  direc- 
torios y  disuelto  tres  congresos.  Á  pesar  de  los  talentos 
militares  y  de  los  primeros  triunfos  del  general  Paz.  el 
partido  unitario  acababa  de  ser  desalojado  de  las  posi- 


—  117  — 

cioiies  que  momentáneamente  tomó,  por  los  mismos 
medios  de  fuerza  que  inició  después  de  fusilar  al 
gobernador  de  Buenos  Aires.  Y  aunque  este  partido  no 
aceptaba  el  resultado,  que  por  el  contrario,  se  aprestaba 
á  la  luclia,  la  moral  del  éxito  obtenido  influía  en  el 
ánimo  de  los  hombres  y  de  los  pueblos,  para  acomo- 
darlos con  la  nueva  situación  y  esperar  la  organización 
federal  que  debía  continuar  la  Comisión  Representativa 
de  Santa  Fe,  tan  luego  como  se  integrase  con  los  dipu- 
tados de  las  demás  provincias. 

El  partido  federal  desahogaba  naturalmente  su  entu- 
siasmo por  los  que  tal  resultado  habían  trabajado.  Rozas, 
Quiroga  y  López  eran  levantados  á  la  cumbre  en  esos 
días,  por  la  clase  selecta  de  la  sociedad,  por  la  multi- 
tud y  por  todos  los  que  graduaban  la  virtud  de  una 
idea  en  razón  del  brillo  que  la  dieran  uno  ó  más  hom- 
bres á  quien  exaltaban,  olvidando  que  cuando  quisie- 
sen hacerla  suya  tendrían  que  derrumbar  al  ídolo  con 
el  cual  la  confundieron.  En  Buenos  Aires  y  en  Santa 
Fe  se  sucedieron  las  manifestaciones  de  júbilo.  Las  au- 
toridades decretaron  íiestas  y  ceremonias  para  solem- 
nizar la  terminación  de  la  guerra;  y  el  gobernador 
Rozas  aceptó  por  su  parte  el  grado  de  brigadier  que  le 
fué  concedido  por  ley  de  25  de  enero  de  1829.  Entre 
las  solemnidades  á  que  me  refiero  tuvo  lugar  en  Bue- 
nos Aires  un  tedeum  al  que  asistieron  los  poderes  pú- 
blicos, las  corporaciones  y  una  gran  cantidad  de  pueblo 
que  llenó  las  calles  y  plazas  que  rodean  la  Catedral. 
Sea  que  las  masas  hubiesen  sido  tocadas  por  alguien,  ó 
que  alguien  quisiese  imitar  procedimientos  anterio- 
res, el  hecho  es  que  la  concurrencia  que  salía  del 
tedeum  notó  que  muchas  personas  se  habían  colocado 
en  el  pecho,  y  hacia  el  lado  izquierdo,  una  cinta  ó  di- 
visa punzó.    Media  hora  después,  la  muchedumbre,  sin 


—  118  — 

excluir  algunas  mujeres,  hicieron  otro  tanto  á  los  gritos 
de  «¡viva  la  federación  !»  Esa  misma  noche  se  vio  á  los 
paseantes  con  la  cinta  colorada  al  i)echo. 

Esto  sucedía  el  27  de  enero  de  1832.  El  o  de  febrero 
apareció  un  decreto  firmado  por  Rozas  y  refrendado 
por  el  general  Juan  Ramón  Balcarce,  en  el  que  consi- 
derándose conveniente  «  consagrar  del  mismo  modo  que 
«  los  colores  nacionales  el  distintivo  federal  de  esta  pro- 
«  vincia  y  constituirlo,  no  en  una  señal  de  división  y  de 
«  odio,  sino  de  fidelidad  á  la  causa  del  orden  y  de  paz 
«  y  unión  entre  sus  hijos  bajo  el  sistema  federal,  para 
«  que  recordando  éstos  los  bienes  que  han  gozado  más 
«  de  una  vez  por  la  infiuencia  de  este  principio,  y  los 
«  desastres  que  fueron  siempre  el  resultado  de  haberlo 
«  abandonado,  se  afiancen  al  fin  en  él,  y  lo  sostengan 
«  en  adelante  con  tanto  empeño  como  la  misma  inde- 
«  pendencia  nacional,»  —  se  mandaba  que  —  «  todos  los 
«  empleados  civiles  y  militares,  incluso  los  jefes  y  ofi- 
«  cíales  de  milicia;  los  seculares  y  eclesiásticos  que  por 
«  cualquier  título  gocen  de  sueldo,  pensión  ó  asignación 
«  del  tesoro  público;  los  profesores  de  derecho  con  es- 
«  tudio  abierto,  los  de  medicina  y  los  practicantes  de 
'<  estas  dos  facultades,  procuradores,  corredores,  y  to- 
(cdos  los  que  recibiesen  nombramiento  del  gobierno. 
((  traerán  un  distintivo  de  color  punzó  colocado  visible- 
«  mente  en  el  lado  izquierdo  sobre  el  pecho  con  la  ins- 
«  cripción :  Federación.  »  Los  militares  debían  llevar  en 
la  divisa  la  inscripción  Federación  ó  muerte  ;  y  cual- 
quiera que  contraviniera  á  esta  disposición  sería  sus- 
pendido de  su  cargo   ó  en  su  empleo. 

No  se  puede  decir  que  esto  fuera  raro  entonces,  pues 
los>reformadores  ingleses  de  1831,  adoptaron  también  un 
distintivo  que  llevaban  sobre  el  pecho  y  cuyo  uso  reco- 
mendaba   el  Times    de  Londres ;   ni  mucho    menos  que 


—  119  — 

■fsto  fuera  nuevo  en  Buenos  Aires,  ni  que  sea  viejo 
en  la  época  en  que  escribo.  La  primera  vez  que  un 
partido  político  argentino  usó  divisa  para  distinguirse 
del  adversario,  fué  en  la  mañana  del  25  de  mayo  de  1810. 
Beruti  y  French,  los  dos  esforzados  caudillos  de  la  mu- 
chedumbre congregada  en  la  plaza  de  la  Victoria,  tremo- 
laron cintas  blancas  y  azules  como  signo  y  símbolo  de 
los  patriotas  que  las  adoptaron  inmediatamente.  En  1811 
el  doctor  Tomás  M.  de  Ancborena  les  propuso  á  los  patrio- 
tas el  usar  un  distintivo  para  saber  á  qué  atenerse  respec- 
to de  los  partidarios  ó  enemigos  de  la  revolución  de  1810. 
En  1815  los  santafecinos  que  en  uniíhi  de  fuerzas  de 
Artigas  derrocaron  al  general  Díaz  Vélez  que  gobernaba 
esa  provincia  por  nombramiento  del  Director  Posadas, 
llevaban  en  el  sombrero  una  cinta  punzó,  y  sobre  el 
azul  y  blanco  de  sus  banderas  una  faja  encarnada.  En 
1820  las  fuerzas  de  Ramírez  y  de  López  que  vinieron  á 
Buenos  Aires  á  derrocar  el  Congreso  y  el  Directorio  de 
las  Provincias  Unidas,  traían  anchas  divisas  encarnadas. 
En  octubre  del  mismo  año  y  durante  la  campaña  contra 
Lavalle,  las  fuerzas  restauradoras  al  mando  de  Rozas, 
usaron  también  la  misma  divisa.  Después  que  cayó  Rozas, 
el  general  Urquiza  impuso  el  uso  del  cintillo  punzó. 
Cintillo  punzó  usaron  las  fuerzas  que  sitiaron  á  Buenos 
Aires  en  1853;  y  las  que  al  mando  de  Urquiza,  se  vinieron 
hasta  San  José  de  Flores  el  año  de  1859.  En  la  campaña  de 
Pavón  en  1861,  muchos  jefes  y  oficiales  de  Urquiza,  y 
por  consiguiente  los  soldados,  usaron  el  mismo  cintillo; 
bien  que  este  uso  no  fuera  impuesto.  Y  durante  la  resis- 
tencia de  Buenos  Aires  en  1880,  se  ha  podido  ver  á  los 
defensores  de  esta  provincia  con  divisas  blancas,  ó  blancas 
y  azules,  y  á  los  soldados  del  presidente  Avellaneda, 
principalmente  los  de  Córdoba,  Santa  Fe  y  Entre  Ríos, 
€on  divisas  encarnadas. 


—  120  — 

Pero  más  trascendentales  que  el  referente  al  uso  de- 
la  cinta  punzó,  fueron  los  decretos  de  Rozas  referentes 
á  la  prensa  periódica.  Luego  que  terminó  la  guerra,  el 
Nuevo  Tribuno  y  El  Cometa  (*)  de  Buenos  xVires,  comen- 
zaron á  tratar  la  cuestión  de  las  facultades  extraordina- 
rias y  de  la  organización  nacional,  insistiendo  en  que 
habían  desaparecido  las  causas  en  virtud  de  las  cuales 
se  invistió  al  Poder  Ejecutivo  con  esas  facultades;  y 
en  que  dicha  organización  sería  retardada  por  los  go- 
biernos del  interior.  Rozas,  en  uso  de  las  facultades 
extraordinarias,  y  considerando  « lo  indispensable  que 
era  la  unión  entre  los  pueblos  de  la  República  »,  ordenó 
la  suspensión  del  Nuevo  Tribuno  y  de  El  Cometa;  y  que 
nadie  podía  «establecer  imprenta  ni  ser  administrador 
de  ella,  ni  publicarse  impreso  periódico  alguno,  sin  ex- 
preso previo  permiso  del  gobierno,  que  deberá  solicitarse 
y  expedirse  por  la  escribanía  mayor  de  gobierno ».  De 
esta  manera  la  prensa  quedó  encadenada;  y  el  pensa- 
miento no  pudo  manifestarse  libremente,  sino  seguir  las 
corrientes  de  una  opinión  pública  que  redoblaba  su  adhe- 
sión al  gobierno  al  verse  estimulada  de  esa  manera  en 
sus  enconos  contra  sus  adversarios  políticos. 

Si  bien  era  cierto  que  estas  medidas  de  orden  polí- 
tico halagaban  los  sentimientos  del  partido  dominante 
en  Buenos  Aires,  y  hasta  cierto  punto  se  consideraban 
como  premisas  de  la  obra  de  constituir  la  República,  que 
ese  mismo  partido  tomaba  sobre  sí,  después  de  haber 
pacificado  todo  el  país,  no  era  menos  cierto  que  el  go- 
bierno de  Buenos  Aires  se  encontraba  en  circunstancias 


(')  El  Nuevo  Triinino  trató  la  cuestión  de  las  facultades  extra- 
ordinarias en  los  números  182  al  194,  y  El  Cometo,  sostuvo  que  las 
l)rov¡nc¡as  no  estaban  aplas  para  ('orniai-  la  Confederación  Argen- 
tina. 


—  121  — 

bien  críticas  para  arrostrar  inmediatamente  mayores 
compromisos  que  aquellos  á  los  cuales  había  hecho 
frente  con  su  tesoro.  En  los  dos  primeros  años  de  la 
administración  de  Rozas,  se  había  hecho  frente  á  todas 
las  necesidades  de  la  Provincia  sin  usar  del  crédito  de 
ésta  á  pesar  del  déficit  de  quince  millones  que  dejó  el 
gobierno  á  mediados  de  1829;  se  había  hecho  además 
la  guerra  á  los  indios  hasta  contenerlos  y  avanzar  la 
línea  de  fronteras ;  se  había  equipado  y  armado  un  buen 
ejército  de  línea  para  sostener  la  guerra  con  el  general 
Paz,  y  gastado  gruesas  sumas  en  equipo,  armamento  y 
entretenimiento  de  los  ejércitos  que  comandaban  los  ge- 
nerales López  y  Quiroga  en  esa  misma  guerra  que  ter- 
minó con  la  pacificación  de  la  Ptepública.  Los  talentos 
y  la  rara  habilidad  del  doctor  Manuel  José  García,  minis- 
tro de  hacienda,  y  la  reconocida  severidad  administrativa 
de  Rozas,  habían  obtenido  un  resultado  sin  ejemplo  hasta 
entonces,  en  la  buena  administración  de  la  hacienda  de 
Buenos  Aires. 

Pero  los  cuantiosos  gastos  de  la  guerra  del  interior^ 
á  los  cuales  Buenos  Aires  debía  sufragar,  pusieron  al 
ministro  García  en  la  imprescindible  necesidad  de  apli- 
car al  pago  de  esa  deuda  los  fondos  públicos  creados 
por  ley  de  21  de  febrero  de  1831,  y  á  los  cuales  el  gobierno 
no  había  tocado  todavía.  En  virtud  de  la  autorización 
legislativa  de  12  de  diciembre  del  mismo  año,  el  minis- 
terio de  hacienda  comisionó  por  decreto  de  3  de  febrera 
de  1832  á  los  señores  prior  y  cónsules  (Tribunal  de  Co- 
mercio) para  la  venta  de  cuatro  millones  de  esos  fondos 
públicos  al  precio  de  50  por  ciento.  Merece  consignarse 
aquí  el  modo  cómo  se  llevó  á  cabo  esta  medida,  por  lo 
nuevo  del  procedimiento  y  por  el  resultado  feliz  que  con 
ello  se  obtuvo. 
El  ministerio,    «á  fin  de  regularizar  la  operación  de 


—  122  — 

facilitar  á  los  buenos  patriotas  el  cumplimiento  de  sus 
deseos,  y  alejar  todas  las  consecuencias  que  pudiera  traer 
tanto  á  los  tenedores  actuales  de  fondos  en  circulación, 
como  á  los  intereses  públicos,  la  venta  de  los  de  nueva 
creación  por  una  concurrencia  de  intereses  puramente 
mercantiles», — comisionaba  al  Consulado  para  que  «con- 
vocando una  junta  general  de  comerciantes,  hacendados 
y  propietarios,  les  proponga  la  compra  de  4  millones 
de  fondos  públicos  al  precio  de  50  por  ciento,  por  cuartas 
partes,  entregando  una  al  contado  y  la  restante  á  los  30, 
60  y  90  días;  teniendo  entendido  que  por  el  bien  y  segu- 
ridad de  los  mismos  compradores,  la  suscripción  debe 
llenarse  cuando  menos  hasta  la  suma  de  tres  millones 
de  fondos».  El  resultado  de  esta  medida  no  pudo  ser 
más  lisongero.  Los  hombres  más  acaudalados  y  prin- 
cipales de  Buenos  Aires,  que  habían  contribuido  con 
sus  personas,  sus  simpatías  y  sus  dineros  al  triunfo  de 
€sa  situación  política,  como  eran  los  Anchorena,  Álzaga, 
Azcuénaga,  Arroyo  y  Pinedo,  Aguiar,  Alvear,  Banegas, 
Brown  (el  almirante),  Belgrano,  Beláustegui,  Carranza,' 
Carreras,  Cueto,  Cascallares,  Cárdenas,  Castex,  Cazón, 
Borrego,  Díaz  Vélez,  Esnaola,  Escalada,  Elortondo,  Fra- 
gaeiro,  Fernández,  González,  Galíndez,  Gutiérrez,  García 
Zúñiga,  Gómez,  Güiraldes,  Garmendia,  Guerrico,  Huergo, 
Iturriaga,  Yániz,  Lezica,  Llavallol,  Lozano,  Lahitte,  López, 
Lastra,  Martínez  de  Hoz,  Meabe,  Miguens,  Pérez  Millán, 
Marín,  Miró,  Nevares  Tres  Palacios,  Obligado,  Ocampo, 
Ortíz  Basualdo,  Olaguer  Feliu,  Obarrio,  Pico,  Piñeyro, 
Peralta,  Peña,  Pereyra,  Pizarro,  Plomer,  Quirno,  Ortíz  de 
Rozas,  Realdeazúa,  Rozas  y  Terrero,  Ramos  Mexía,  Sa- 
rratea,  Sáenz  Valiente,  Del  Sar,  Trápani,  Vela,  Villarino, 
Vidal,  etcétera,  etcétera;  todos  estos  nombres  que  repre- 
sentaban cnanto  había  de  más  selecto  y  más  distinguido 
■en  Buenos  Aires,  snscribieron  grandes  cantidades  para 


—  123  — 

la  colocaci(3n  de  los  fondos  públicos;  y  como  era  natu- 
ral, atrajeron  un  buen  número  de  propietarios  y  hacen- 
dados, y  los  más  fuertes  comerciantes  extranjeros  de  la 
plaza,  como  los  Zimermann  Fair  y  C^,  Lisie  y  C^.,  Ap- 
pleyar,  Dickson  y  C'\,  Grogan  y  Morgan,  Lumb,  Miller, 
Mohr,    Nouguier,    Gowland   y  C='.,    Thompson,  etcétera. 

Doce  días  después  de  habérsele  conferido  su  comi- 
sión, el  Tribunal  del  Consulado,  representado  por  los 
señores  Realdeazúa  y  Lozano,  daba  cuenta  de  ella  al 
gobierno,  adjuntándole  tres  pliegos  con  los  nombres  de 
los  suscritores  para  la  compra  de  los  fondos  públicos 
por  una  suma  que  ascendía  á  tres  millones  novecientos 
cincuenta  pesos.  Lo  que  debía  enterarse  al  contado  en 
tesorería,  con  arreglo  á  esta  suscripción,  era  395.000  pesos, 
y  el  24  del  mismo  mes  de  febrero  ya  se  había  entregado 
677.500  pesos,  según  el  diario  oficial.  En  presencia  de 
€ste  resultado,  razón  tenía,  pues.  El  Lucero,  para  decir 
que  ello  probaba  dos  hechos  igualmente  satisfactorios: 
«  Que  las  personas  que  están  al  frente  de  los  negocios 
cuentan  con  amigos  é  inspiran  confianza ;  que  los  sen- 
timientos virtuosos  no  se  han  extinguido  en  el  corazón 
de  los  verdaderos  argentinos,  y  que  basta  acreditar  que 
no  se  abusa  del  poder,  y  que  sólo  se  piensa  en  el  bien 
público,  para  recibir  nuevas  y  relevantes  pruebas  de  su 
patriotismo. »  ('j 

Como  consecuencia  de  esto,  las  clases  dirigentes  del 
país  robustecieron  más  que  nunca  con  su  adhesión  3' 
sus  votos  el  gobierno  de  Rozas,  y  éste  pudo  fácilmente 
llevar  adelante  sus  tareas  administrativas  y  empezar  á 
preparar  al  mismo   tiempo  su  famosa  expedición  al  de- 


(')   Véase  El  Lucero  del  20  de  febrero  de  1832,  y  el  del  28  del 
mismo  donde  se  registra  integra  la  lista  de  los  suscritores. 


-    124  — 

sierto  que  realizó  en  el  año  siguiente.  Y  con  el  fin  «de 
dar  el  impulso  debido  á  los  negocios  públicos»  que 
estaban  encomendados  al  gobierno  de  la  Provincia,  según 
los  términos  del  decreto  de  O  de  marzo,  se  separó  del 
ministerio  de  gobierno  las  reparticiones  de  relaciones 
exteriores  y  de  justicia,  nombrándose  para  ocupar  el 
primero  al  doctor  Victorio  García  Zúñiga,  para  el  de  rela- 
ciones exteriores  al  doctor  Vicente  López,  para  el  de  gracia 
y  justicia  al  doctor  Manuel  Vicente  de  Maza,  y  para  el 
de  hacienda  al  doctor  José  María  Roxas  y  Patrón,  en 
reemplazo  del  doctor  García  que  renunció  después  de  calma- 
da la  crisis  política  y  financiera,  durante  la  cual  pres- 
taba servicios  distinguidos  que  se  añadían  á  los  que 
venía  prestando  á  su  país  con  talento  juicioso  y  previ- 
sor y  con  preparación  poco  común  desde  los  albores  de 
la  independencia  argentina. 

Y  desde  luego  Pvozas  aplicó  su  proverbial  actividad 
al  mejoramiento  de  los  intereses  de  la  Provincia  que 
tanto  sufrieron  en  las  contiendas  de  los  dos  años  ante- 
riores. En  este  orden,  se  dio  un  buen  impulso  á  los 
establecimientos  públicos,  aumentando  los  de  instrucción 
primaria  y  complementando  el  plan  de  estudios  univer- 
sitarios, como  asimismo  nombrando  personas  idóneas 
para  la  dirección  de  hospitales,  casa  de  vacuna,  de  expó- 
sitos y  demás  de  beneficencia  pública,  y  snministrando 
los  fondos  necesarios  para  esta  clase  de  establecimien- 
tos. Se  dictó  la  ley  general  de  aduana;  se  emprendió 
la  reforma  del  Código  de  Comercio,  y  se  proyectó  la  del 
de  Procedimientos,  subsistiendo  por  lo  demás  las  antiguas 
leyes  españolas  en  todo  lo  que  no  se  oponían  á  las  leyes 
de  orden  fundamental  ó  reglamentarias  que  se  dictaban 
continuamente  en  razón  de  las  nuevas  necesidades,  y 
principalmente  de  las  que  se  referían  á  la  tierra  pública. 

Con  todo,   la  administración  de    la  campaña   ocupó 


—  125  — 

preferentemente  la  atención  del  gobierno.  Como  con- 
secuencia del  viaje  de  inspección  que  verificó  Rozas  á 
los  pueblos  de  campaña,  y  del  cual  he  dado  cuenta,  se 
creó  una  buena  cantidad  de  escuelas;  se  edificó  algunos 
templos;  se  formuló  el  reglamento  para  los  jueces  de 
paz,  deslindando  las  atribuciones  de  éstos  y  de  los 
comandantes  militares;  se  prohibió  bajo  penas  severas, 
los  tratos  que  se  hacían  con  los  indios  trasportándolos 
á  Buenos  Aires  ó  á  las  inmediaciones  de  esta  ciudad  en 
cambio  de  cueros  y  de  otros  productos  que  estos  infelices 
abandonaban  en  gruesa  cantidad ;  se  practicó  la  obra  del 
canal  de  San  Fernando,  y  se  abrió  otro  canal  en  San 
Nicolás  de  los  Arroyos  para  dar  mayores  facilidades  á 
los  buques;  se  dio  un  fuerte  impulso  al  establecimiento 
de  Patagones,  y  se  fomentó  la  población  concediendo  la 
pesca  de  anfibios  reglamentada;  se  emprendió  también 
la  población  de  los  puntos  que  entonces  se  llamaban 
fuerte  Federación  y  Mayo  y  que  hoy  son  jiueblos  flore- 
cientes, y  se  inició  la  de  los  fuertes  Laguna  Blanca  y 
Arroyo  Azul,  concurriendo  á  estos  fines  parte  de  los  sol- 
dados que  guarnecían  la  frontera,  y  dictándose  con  este 
motivo  una  serie  de  disposiciones  cuyos  detalles  están 
demás  aquí,  como  quiera  que  muchas  de  ellas  estén 
todavía  en  vigencia. 

Una  vez  pacificada  la  Provincia  y  reorganizada  su 
administración.  Rozas  se  creyó  en  el  caso  de  devolver 
á  la  legislatura  las  facultades  extraordinarias  que  ésta 
le  confirió  nuevamente  por  ley  de  2  de  agosto  de  1830. 
Así  lo  declaró  en  el  mensaje  de  7  de  mayo  de  1832, 
en  que  con  sus  ministros  Balcarce.  Vicente  López,  Gar- 
cía Zúñiga,  Maza  y  Roxas,  daba  cuenta  de  su  labor 
política  y  administrativa.  Al  proceder  así,  Rozas  dirigió 
á  la  legislatura  una  nota  que  por  el  asunto  y  por  el 
modo  como  ésie  se  resuelve,  constituye    una  especiali- 


-  126  — 

dad  única  en  los  anales  gubernativos,  y  cuyos  concep- 
tos ponen  de  relieve  esa  personalidad  política  y  los 
princii)ios  que  la  caracterizaron  invariablemente  hasta 
la  muerte.  Rozas  manifiesta  en  sn  nota  que  en  vista 
de  la  divergencia  de  opiniones  que  se  ha  suscitado  so- 
bre si  el  Poder  Ejecutivo  debía  devolver  las  facultades 
extraordinarias,  ha  creído  necesario,  por  su  parte,  con- 
siderar detenidamente  este  negocio;  y  que  después  de 
serias  meditaciones  ha  llegado  á  convencerse,  «  de  que 
la  parte  que  obtiene  el  concepto  de  más  ilustrada,  y 
que  sin  embargo  de  ser  poco  numerosa  en  proporción 
á  las  demás  clases  de  la  población,  es  la  más  iníluyente 
en  la  marcha  de  los  negocios  públicos,  está  por  la  de- 
volución y  cuenta  con  el  voto  de  los  cinco  ministros 
que  integran  el  Poder  Ejecutivo  ».  Agrega  el  goberna- 
dor que  respeta  el  buen  juicio  de  tan  distinguidos  ciu- 
dadanos, pero  que  cree  tener  mejores  motivos  que  nin- 
gún otro  para  conocer  el  estado  del  país,  las  circunstancias, 
los  hombres  y  las  cosas,  y  que  teme  que  «  reducido  el 
Poder  Ejecutivo  á  los  estrechos  límites  que  le  estaban 
señalados  antes  del  motín  del  1°  de  diciembre,  se  des- 
aten rudamente  las  pasiones  y  preparen  nuevos  elementos 
de  combustión  que  hagan  repetir  aquella  terrible  es- 
cena )).  Rozas  cierra  en  los  siguientes  términos  esta 
comunicación,  única  en  su  género :  «  Después  de  dar  el 
gobernador  á  los  señores  representantes  una  prueba 
inequívoca  de  la  sinceridad  que  lo  caracteriza,  expresán- 
doles írancamente  sus  sentimientos,  y  poniéndose  con 
ellos  á  salvo  de  toda  responsabilidad  á  este  respecto 
en  el  corto  tiempo  que  le  resta  de  mando  (y  que  espera 
no  sea  prorrogado),  se  cree  en  el  deber  de  dar  otro  igual 
á  todos  sus  compatriotas  del  desprendimiento  y  fideli- 
dad con  que  se  ha  propuesto  corresponder  á  la  honrosa 
confianza    que    se   le  ha  hecho,    devolviendo,    como   en 


—  127  — 

efecto  devuelve,  á  la  Honorable  Sala,  las  expresadas 
facultades  extraordinarias;  y  sometiendo  á  la  sabiduría 
de  sus  consejos  el  modo  de  asegurar  al  país  el  fruto 
de  los  inmensos  sacrificios  que  ha  hecho  en  tres  años 
consecutivos  para  ponerlo  á  resguardo  de  los  ataques 
de  la  anarquía.  » 

Entretanto  las  provincias  de  Córdoba,  Mendoza,  San- 
tiago del  Estero  y  La  Rioja  habían  aceptado  el  tratado 
celebrado  en  1831  entre  las  cuatro  provincias  del  litoral 
y  enviado  sus  diputados  á  la  Comisión  Representativa 
de  Santa  Fe.  Según  el  artículo  15°  de  dicho  tratado,  esta 
Comisión  Representativa  existiría  « ínter  dure  el  pre- 
sente estado  de  cosas,  y  mientras  no  se  establezca  la 
paz  pública  en  todas  las  provincias  de  la  República  » ; 
Restablecida  la  paz,  dicho  cuerpo  debía  invitar  á  estas 
últimas  á  reunirse  á  las  litorales  en  un  congreso  gene- 
ral que  arreglase  la  administración  del  país  bajo  el 
sistema  federal,  su  comercio,  navegación,  cobro  y  dis- 
tribución de  las  rentas,  pago  de  la  deuda  de  la  Repú- 
blica, etcétera,  según  el  artículo  16°  del  mismo  tratado. 
Realizada  en  el  año  1832  la  oportunidad  prevista  por 
el  tratado  de  1831,  la  Comisión  Representativa,  dirigió  en 
9  de  marzo  una  circular  á  los  gobiernos  de  provincia 
por  la  cual  se  les  invitaba  á  adherir  á  aquél  y  á  enviar 
sus  diputados  al  congreso  federal,  á  fin  de  que  se  ins- 
talara á  la  brevedad  posible. 

Pero  de  ahí  que  el  doctor  Juan  Baustista  Marín, 
diputado  por  Córdoba  y  encargado  de  entregar  esas  cir- 
culares al  gobernador  de  esta  provincia  para  que  las 
dirigiera  á  su  destino,  y  el  general  Pedro  Ferré  y  el 
doctor  Manuel  Leiva,  gobernador  y  diputado  de  Corrien- 
tes, queriendo  prevalecer  en  los  trabajos  que  se  iniciarían, 
á  lo  que  probablemente  fueron  inducidos  por  influencias 
antagónicas  á  las   que   predominaban,   se    dirigieron  de 


—  1-28  — 

8U  cuenta  á  los  gobiernos  de  Cuyo  y  del  interior  para 
manifestarles  que  el  de  Buenos  Aires  se  negaba  á  in- 
corporarse al  congreso  proyectado,  y  que  en  esta  virtud 
ellos  debían  unirse  ofensiva  y  defensivamente  con  Co- 
rrientes y  Córdoba  é  imponerle  á  aquél,  etcétera. 

Los  motivos  que  apuntaban  para  lanzarse  á  frustrar 
la  organización  nacional,  ponían  de  relieve  el  absurdo 
con  las  sombras  acentuadas  de  un  localismo  desconso- 
lador. «  Buenos  Aires, — le  decía  el  diputado  Leiva  al  go- 
bernador de  Mendoza,  don  Tadeo  Acuña, — es  quien  úni- 
oamente  resistirá  á  la  formación  del  congreso  porque 
perderá  el  manejo  de  nuestro  tesoro,  y  se  cortará  el 
comercio  de  extranjería  que  es  el  que  más  le  produce... 
vea  usted  cómo  Corrientes  por  haber  adoptado  el  sistema 
de  leyes  restrictivo  al  comercio  extranjero^  es  una  de  las 
provincias  más  florecientes.  Nosotros  debemos  trabajar 
en  sentido  contrario  á  los  de  Buenos  Aires.  Interponga 
su  influencia  para  que  venga  el  diputado  por  esa  pro- 
vincia, y  cuya  misión  sea  contribuir  á  los  objetos  indi- 
cados. ))  En  nombre  de  consideraciones  análogas  le  hacía 
idéntico  pedido  el  doctor  Marín  al  mismo  don  Tadeo 
Acuña:  «Es  indispensable  que  todos  nosotros  nos  unifor- 
memos con  Santa  Fe,  Corrientes,  Entre  Ríos  y  Córdoba, 
y  así  los  porteños  tendrán  que  seguir  nuestra  opinión. 
Buenos  Aires  ha  adoptado  el  sistema  de  extranjería  para 
señorearse  sobre  las  cenizas  de  las  provitirias:  jamás  nos 
proporcionará  sino  grillos  y  cadenas  de  miseria  por 
felicidad. »  Otro  tanto  le  decía  á  don  Paulino  Orihuela, 
de  La  Rioja.  La  circular  del  gobernador  Ferré  á  los 
gobiernos  de  provincia  apuntaba  los  mismos  motivos 
que  las  cartas  de  Leiva  y  Marín,  si  bien  tenía  el  tono 
de  un  memorial  económico  de  la  escuela  ñsiocrática. 
cuya  nota  saliente  era  demostrar  que  el  objeto  principal 
del  Congreso   á  cuya    reunión   invitaba    por   su    cuenta. 


—  lig- 
era el  de  «alejar  cuanto  pueda  estorbar  ó  dañar  el  des- 
arrollo de  la  indmtria  territorial^  prohibiendo  absoluta- 
mente la  importación  de  los  artículos  que  el  país  produce; 
porque  de  no  hacerlo  así  sólo  puede  producir  ventajas  á 
la  Provincia  que  en  cierto  modo  se  ha  hecho  arbitro 
del  tesoro  nacional  contra  el  voto  de  los  pueblos».  (') 

Estas  desatinadas  inculpaciones  y  doctrinas  que  no 
merecerían  recordarse  si  no  hubieran  frustrado  la  reor- 
ganización nacional,  y  dado  armas  á  los  que  dentro  y 
fuera  de  Buenos  Aires  la  rehuían  alegando  motivos 
análogos  á  los  que  invocó  el  ministerio  de  Rivadavia 
de  1821  á  1824,  fueron  enérgicamente  contestadas  por 
Quiroga,  Rozas  y  la  prensa  sensata  de  la  República.  Fué 
Quiroga  quien,  interceptando  algunas  de  las  mencionadas 
circulares,  denunció  públicamente  el  plan  de  los  señores 
Ferré,  Leiva,  Marín  y  otros.  Quiroga  se  mostraba  par- 
tidario entusiasta  de  la  organización  nacional,  y  se  había 
adelantado  hasta  propiciarle  sufragios  en  las  provincias 
á  su  consejero  el  doctor  José  Santos  Ortíz  para  la  futu- 
ra presidencia  de  la  República.  Para  cohonestar  ese  plan, 
le  escribía  al  gobernador  de  Mendoza:  «  Tan  celoso  como 
interesado  en  que  la  Constitución  de  la  República  que 
tanto  anhelamos  los  argentinos,  sea  obra  de  la  más  libre 
y  espontánea  voluntad  de  los  pueblos,  me  he  decidido 
á  delatar  en  sus  desvíos  á  los  que  olvidando  los  deberes 
del  destino  en  que  están  colocados,  se  han  ocupado  de 
alarmar  las  provincias  contra  la  benemérita  Buenos 
Aires;  y...  no  dudo  que  V.  E.  habrá  desoído  la  seduc- 
ción de  esos  hombres  que  no  conocen  más  patria  que 
su  interés  particular.»  (^). 


(*)  Colección  de  documentos  relativos  á  las  especies  vertidas 
<íontra  la  benemérita  provincia  de  Buenos  Aires  por  los  señores 
Ferré,  Marín  y  Leiva,  pág.  52. 

(2)  El  oficio  de   Quiroga   y  las  cartas  á  que  se  refiere,  se  publi- 
caron en  El  Liberto  de  Mendoza,  número  2G ;   y    los  demás  ante- 

TOMO   II.  !) 


—  130  — 

Y  haciendo  gala  de  sus  sentimientos  de  argentino  y  de- 
su  arrogancia  genial,  le  escribe  al  diputado  Marín  para 
que  se  lo  trasmita  al  gobierno  de  Córdoba:  «  Yo  también 
soy  provinciano  é  interesado  como  el  que  más  en  la 
felicidad  de  todos  los  pueblos  que  componen  la  Repú- 
blica, en  cuya  línea  á  nadie  cedo,  porque  aunque  hay 
otros  que  han  trabajado  más  que  yo  por  el  bien  general,, 
ninguno  de  ellos  dejará  de  confesar  que  no  he  omitida 
ningún  género  de  sacriíicio;  y  si  fuera  efectiva  la  acri- 
minación que  usted  hace  á  la  provincia  de  Buenos  Aires, 
yo  sería  el  primero  en  oponerme  á  ella,  como  lo  hice 
el  año  26,  yo  solo,  contra  todo  el  poder  del  presidente 
de  la  República,  pues  que  viendo  yo  la  justicia  de  mi 
parte,  no  conozco  peligro  que  me  arredre  ni  que  me 
haga  desistir  de  buscarlo. »  En  seguida  de  esta  mani- 
festación que  tiene  el  atractivo  de  retratar  fielmente  al 
personaje  que  la  hace,  Quiroga  estalla  en  estos  ti'rminos: 
« Es  tan  errada,  señor  doctor,  su  cavilosidad  y  la  del 
señor  don  Calixto  María  González,  gobernador  sustitu- 
to, en  detenerme  al  correo  ftames  para  darse  tiempo  de 
manejar  la  intriga  en  que  se  hallan  complotados,  que 
puede  ser  que  no  recojan  otro  fruto  que  una  simple  esquela 
los  haga  amanecer  ahorcados^  pues  este  es  premio  de  los 
malvados  insensatos  que  pretenden  que  los  pueblos  sean 
el  juguete  de  sus  ridiculas  maquinaciones.  »  Esto  no 
impide  que  Quiroga  se  suscriba  del  doctor  Marín  «  obe- 
diente y  atento  servidor,  que  del  modo  más  vivo  le 
compadece  de  un  desvío  tan  abultado  como  ageno  de  los 
ministros  del  santuario  »:  cumplimiento  que  le  valió  el 
que  dicho  señor,  en  la  Exposición  que  dirigió  al  gober- 
nador Reinafé  sobre  ese  asunto,  le  pidiera  á  éste  que 


cedentes    de    este     ruidoso    asunto   se    hallan    en    un   folleto   que 
publicó  la  imprenta   de  »  La  Independencia  d.  Buenos  Aires   1832. 


—  131  — 

elevara  sus  descargos  al  señor  Quiroga  « de  quien  había 
sido  siempre  su  apasionado,  sin  conocerlo  más  que  por 
su  retrato  físico  y  moral ». 

El  gobierno  de  Rozas  se  dirigió  por  su  parte  á  los 
de  Córdoba  y  Corrientes,  recurriendo  de  las  ideas  anár- 
quicas propagadas  por  los  diputados  de  estas  provincias, 
en  el  seno  de  una  corporación  llamada  á  estrechar  la 
unión  nacional;  y  manifestando  que  si  bien  el  diputado 
de  Buenos  Aires  había  recibido  orden  de  retirarse  de 
la  comisión  representativa  de  Santa  Fe  por  haber  ésta 
declarado  que  su  mandato  había  terminado,  según  el 
tenor  del  tratado  de  1831,  Buenos  Aires  estaba  pronta 
á  concurrir  al  Congreso  para  la  organización  de  la  Repú- 
blica. 

El  gobernador  de  Córdoba  no  pudo  menos  que  vitu- 
perar la  conducta  de  su  diputado;  pero  defirió  en  el 
momento  para  trabajar  la  Constitución,  porque  en  su  sen- 
tir no  podía  «preferirse  para  tan  interesante  designio  la 
época  en  que  todavía  viven  en  todo  su  vigor  y  fuerza  la 
división,  las  pasiones  y  todos  los  estragos  que  ha  dejado 
en  pos  de  sí  una  guerra  civil  desastrosa.»  La  respuesta 
del  de  Corrientes  era  un  verdadero  memorial  político- 
económico  en  el  que  se  disertaba  largamente  sobre  el 
fomento  de  la  industria  territorial  y  del  sistema  prohi- 
bitivo. Corroboraba  las  afirmaciones  contenidas  en  la  nota 
de  Leiva  á  Acuña;  y  si  bien  acusaba  móviles  especula- 
tivos y  sentimientos  estrechos  de  localismo,  sostenía  la 
idea  de  la  inmediata  convocatoria  del  Congreso.  (\) 


( ' )  Véase  colee,  de  doc.  cit,  pág.  38  y  sig. 

La  prensa  de  Buenos  Aires  y  aun  la  de  Santa  Fe  y  de  Córdoba 
tomaron  la  revancha  sobre  el  señor  Ferré  con  motivo  de  las  injustas 
inculpaciones  que  hiciera  á  la  primera  de  esas  provincias.  Desde 
luego  le  pulsaban  la  cuerda  favorita  del  gobernador  de  Corrientes, 
presentándolo  como  jefe  de  la  escuela  fisiocrcUica,  y  fautor  del 
sistema  mercantil  que  quería  establecer  la  balanza  del  comercio 


—  132  — 

Es  de  advertir  que  al  mismo  tiempo  que  sublevaba 
desconfianzas  y  alarmas  contra  Buenos  Aires,  el  gober- 
nador Ferré  le  proponía  particularmente  al  gobernador 
de  Santa  Fe  celebrar  un  tratado  para  auxiliarse  recíproca- 
mente sin  omitir  sacrificio  alguno,  conservar  el  orden  en 
las  provincias  ligadas  por  el  de  1831  y  sostener  las 
autoridades  constituidas.  Pero  López  cousult(3  sobre  el 
particular  á  Rozas.  Éste  le  respondió  que  tal  compro- 
miso traería  dificultades  mayores  que  las  suscitadas;  y 
que  era  además  superfino,  puesto  que  el  tratado  de  1831 
establecía  convenientemente  los  medios  de  asegurar  el 
orden  y  las  autoridades  legales  en  cada  una  de  las  pro- 
vincias contratantes.  C) 

Así  fué  como  se  obstaculizó  en  1832  la  obra  de  la 
Constitución  argentina.  Los  gobernadores  y  personas 
infiuyentes  de  Córdoba  y  de  Corrientes,  sin  medir  la 
trascendencia    de    su    conducta,    sirvieron    los    propósi- 


en  su  provincia,  aunque  ésta  pereciera,  por  puro  amor  á  los  tér- 
minos nuevos  para  él.  Asi,  el  mismo  día  en  que  se  firmaba  en  Santa 
Fe  el  tratado  para  estrechar  los  vínculos  entre  las  provincias  del 
litoral  (4  de  enero  de  1831)  el  señor  Ferré  decretaba  un  reglamento 
para  Corrientes  cuyo  articulo  4°  establecía :  « todas  las  mercaderías 
y  frutos  de  legitima  producción  de  las  provincias  co?iocidas  por 
las  de  la  reu?iión  argentina  que  pagaban  el  derecho  de  alcabala  del 
cinco  por  ciento,  pagarán  el  ocho! . . .  Ello  era  más  humanitario  que 
lo  que  establecía  el  articulo  6o  de  la  ley  de  20  de  enero,  de  «comisar 
y  ser  públicamente  derramado  todo  aguardiente  y  licor  que  se  in- 
trodujera en  esa  provincia. »  Pero  ninguna  de  las  muchas  disposi- 
ciones que  en  este  sentido  dictó  el  señor  Ferré  llenaba  la  medida  de 
sus  deseos  como  la  de  3  de  diciembre  de  1829,  contra  la  extracción 
del  oro  y  de  la  plata.  Por  ella  se  declaraba  que  las  disposiciones 
anteriores  sobre  la  materia  eran  absolutas,  y  a  comprensivas  á  todas 
las  clases  de  personas  que  componen  la  variedad  de  las  provincias»; 
y  se  les  obligaba  «á  denunciar  ante  la  autoridad  los  sujetos  que  aí 
salir  del  país  traten  de  llevarse  oro  y  plata  ».  El  articulo  3°  decía 
asi:  «Los  contraventores  del  presente  decreto  sufrirán  por  pri- 
mera vez  la  pena  de  confiscación  de  todos  sus  bienes  y  fortuna 
habidos,  quedando  sujeta  su  vida  y  la  de  su  familia  á  la  disposición 
que  se  reserva  el  gobierno  »  . . .  I ! 

(')  :\Ianuscrlto  testlni.  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  133  — 

tos  de  sus  adversarios,  quienes  perseguían  su  programa 
del  año  de  1826,  cohonestando  toda  organización  que 
no  se  operase  por  estos  auspicios,  como  ya  se  ha  visto; 
medrando  hábilmente  para  empujar  los  unos  contra  los 
otros  á  los  que  por  su  posición  sostenían  con  ventaja 
el  orden  de  cosas  que  prevalecía;  y  abriendo  la  era  de 
la  guerra  civil,  la  cual  se  cerró  treinta  años  después, 
cuando  habló  por  fin  la  voz  de  la  razón  y  del  patriotis- 
mo, y  triunfó  definitivamente  el  régimen  federal  que 
Borrego  y  Rozas  proclamaron  y  que  éste  mantuvo  á 
pesar  de  sus  enemigos  aliados  con  los  extranjeros  para 
restaurarse  en  el  gobierno. 

Con  estos  trabajos  coincidió,  además,  el  nombramiento 
de  nuevas  autoridades  en  Buenos  Aires.  Vencido  el  tér- 
mino de  la  ley  de  8  de  diciembre  de  1829,  con  arreglo 
á  la  cual  Rozas  fué  elegido  gobernador,  reeligiólo  la 
legislatura  por  unanimidad  de  votos.  Rozas  renunció 
alegando  la  necesidad  de  dirigirse  al  campo.  La  legis- 
latura, fundada  «  en  el  grande  interés  de  la  sociedad, 
en  el  poder  irresistible  de  la  justicia  y  de  las  exigen- 
cias públicas  »,  insistió  en  su  sanción  anterior.  Rozas 
reiteró  su  renuncia,  manifestando  su  deseo  de  poder 
contraerse  al  arreglo  y  seguridad  de  las  fronteras.  La 
legislatura  insistió  una  otra  vez,  y  como  Rozas  no  de- 
clinase aquélla  «  haciendo  el  sacrificio  de  sus  votos  en 
obsequio  á  los  decididos  sentimientos  del  mismo  »,  nom- 
bró por  ley  de  12  de  diciembre  de  1832  al  general  Juan 
Ramón  Balcarce,  gobernador  y  capitán  general  de  Bue- 
nos Aires. 

El  general  Balcarce,  una  espada  de  las  más  brillantes  en 
la  guerra  de  la  independencia  argentina,  renunció  igual- 
mente el  gobierno  alegando  que  si  «el  digno  jefe  á  quien 
el  país  era  deudor  de  los  inmensos  bienes  que  le  había 
legado;  si  el  gran  ciudadano  que  tantas  pruebas  había 


—  lU  — 

dado  de  su  acendrado  patriotismo  é  interés  por  la  feli- 
cidad de  la  patria,  rehusaba  el  continuar  rindiendo  sus 
servicios  relevantes  como  primer  magistrado»,  él  se  sentía, 
por  su  parte,  más  arredrado  para  aceptar  este  cargo.  Pero 
la  legislatura  insistió  y  Balcarce  se  recibió  el  día  17  del 
bastón  de  mando  que  le  trasmitió  Rozas,  prometiéndole 
ayudarlo  como  era  el  deber  de  todo  ciudadano.  Balcarce 
prometió,  á  su  vez,  «no  olvidar  el  digno  modelo  que  le 
presentaba  su  antecesor  y  presentarlo  á  sus  compatrio- 
tas como  el  testimonio  de  los  sentimientos  de  un  verda- 
dero republicano  cuyos  hechos  gloriosos  y  servicios 
relevantes  serían  trasmitidos  ala  posteridad».  Consecuente 
con  esto,  el  nuevo  gobernador  comunicó  su  nombra- 
miento á  sus  colegas  de  las  provincias,  manifestándoles 
que  «los  principios  consignados  por  su  ilustre  antecesor 
el  señor  brigadier  don  Juan  Manuel  de  Rozas,  formarían 
inalterablemente  la  política  del  actual  gobierno  de  Buenos 
Aires.  Rozas  encareció  al  pueblo  su  cooperación  al  digno 
jefe  que  lo  sucedía  en  el  mando,  para  que  no  se  malo- 
grasen los  sacrificios  de  todos  y  se  borrasen  los  vestigios 
de  la  anarquía. 

Por  lo  demás.  Rozas  resistió  su  reelección  porque 
anhelaba  realizar  cuanto  antes  su  antigua  idea  de  expe- 
dicionar  á  los  desiertos,  con  la  amplitud  de  acción  que 
creía  le  concedería  el  gobierno. 'En  los  últimos  días  de 
su  gobierno  este  era  el  tema  de  sus  conversaciones  con 
sus  amigos  de  la  ciudad  y  campaña,  con  los  militares 
á  quienes  expresamente  llamaba  para  invitarlos  y  para 
quienes  esa  expedición  era  ya  cosa  resuelta,  como  que 
hasta  se  hablaba  de  la  cantidad  de  fuerzas  que  forma- 
rían la  columna  expedicionaria  y  de  las  que  concurri- 
rían al  mismo  objeto  de  otras  provincias.  Su  proclama 
al  bajar  del  mando  se  circunscribe  á  encarecer  la  nece- 
sidad de  robustecer  la  acción  del  nuevo  gobernante  y  la 


—  135  — 

de  llevar  adelante  la  expedición  á  los  desiertos.  «Hacen- 
dados, decía  Rozas,  sabéis  que  la  campaña  y  la  frontera 
se  encuentran  hoy  libres  de  los  indios  enemigos,  pues 
éstos  se  han  refugiado  del  otro  lado  del  río  Negro  de 
Patagones  y  en  las  faldas  de  las  cordilleras  de  los  Andes. 
Al  cielo  pongo  por  testigo  de  no  haber  ahorrado  desve- 
los para  llenar  esta  parte  de  mis  deberes  públicos.  Un 
esfuerzo  más  y  quedarán  libres  para  siempre  nuestras 
dilatadas  campañas...  Vosotros  prestaréis  con  el  patrio- 
tismo acostumbrado  cuanto  sea  indispensable  para  expe- 
dicionar  sobre  los  últimos  asilos  de  los  indios  enemigos 
y  para  perfeccionar  la  población  de  nuestras  fronteras. 
La  nueva  administración  tendrá  la  gloria  de  coronar  al 
íln  esta  grande  obra...» 

Sintetizando  ahora  el  período  gubernativo  de  1829- 
1832,  se  llega  sin  violencia  á  deducir  de  los  hechos, 
que  si  él  no  realizó  los  fines  de  un  gobierno  libre, — 
lo  cual  era  imposible  dadas  las  circunstancias  del  país 
y  de  toda  la  América  en  esa  época,  —  llenó  en  cambio 
los  objetos  inmediatos  de  su  institución.  Cimentó  la 
paz  y  el  orden,  después  de  una  lucha  sangrienta  que 
se  inició  con  el  fusilamiento  del  primer  magistrado  de 
Buenos  Aires.  Continuó  el  organismo  institucional, 
sobre  las  bases  que  echaron  Rivadavia  y  García  de  1821 
á  1824,  levantando  prudentemente  los  intereses  genera- 
les de  la  Provincia.  Estableció  una  administración  se- 
vera y  honorable,  controlando  escrupulosamente  la  in- 
versión y  distribución  de  los  dineros  públicos.  Prestó 
singular  protección  á  los  valiosos  intereses  de  las 
campañas;  siendo  de  notarse  que  todo  lo  hizo  con  los 
recursos  ordinarios  de  Buenos  Aires;  que  sólo  usó  de 
cuatro  millones  de  fondos  públicos  para  el  pago  de 
los  gastos  de  la  guerra  del  interior,  y  que  pesaba 
sobre    el  erario  un   déficit  de   quince    y  más    millones 


—  l:j(i  — 

proveniente  de  la  administraciíjn  del  general  Lavalle.  (') 
Fruto  de  una  época  de  revolución  y  de  transformismo^ 
cuyas  crisis  iban  levantando  los  elementos  varios  de 
una  sociedad  embrionaria;  expresión  acabada  del  triun- 
fo sobre  esta  crisis,  '^el  gobierno  que  comenzó  en  1829, 
ó  más  propiamente,  los  bombres,  llevaron  al  poder 
sus  ideales  calcados  en  el  absolutismo  de  sus  adver- 
sarios, y  sus  pasiones  reavivadas  por  la  rudimentaria 
educación   cívica  del   tiempo.  Así    fué    cómo    se    radica 


{})  He  aquí  un  estado  del  tesoro  público  de  1829  á  1832  que- 
extracto  de  los  diarios  en  que  se  publicaban  mensual,  quince- 
nal y  diariamente  las  cuentas  generales  de  la  administración. 
■<  El  coronel  Rozas  entró  á  ejercer  el  mando  de  Buenos  Aires, 
el  8  de  diciembre  de  1829,  encontrando  un  déficit  que  venia,, 
según  el  estado  del  erario,  desde  fin  del  tercer  trimestre  de  ese 
mismo  año  y  que  ascendía  á  §  15.381.597,4  reales  moneda  corriente 

1830 
Entradas  Déficit  Salidas 


S  12.055.249     h  S  13.542.688  4  h  rs-  S  10.270.340  1  |  rs. 

En  el  primer  mensaje  que  en  ausen- 
cia del  gobernador  presentaron  á  la 
legislatura  los  ministros  general  Juan 
Ramón  Balcaree  y  doctores  Manuel  Jo- 
sé García  y  Tomás  Manuel  de  An- 
chorena,  se  hace  mención  del  deplo- 
rable estado  de  la  hacienda  y  se  pide 
recursos  para  cubrir  el  déficit. 


1831 


S  12.1 04.208  4  I  14. 770. 1 28  5  J  13. 33 1  643  5  J 

Por  ley  de  21  de  febrero  se  crean 
seis  millones  en  fondos  públicos, de  los 
cuales  el  gobierno  usó  poco  después 
cuatro  millones  solamente. 


1832 


12.566.396  3  J  16.806.242  11  12.245.397  1  J 

Déficit  de  1829    15.381.597  4 


Aumento  del  déficit...  S;  1.424.644  5 


—  137  — 

en  la  Provincia,  y  así  lo  acompañó  la  opinión,  sin 
desmentir  su  decisión  un  instante.  El  éxito  hizo  la 
demás.  Y  no  sin  fundamento  se  decía,  en  elogio  del 
período  que  terminó  en  1832.  que  desde  1810  sólo  dos 
gobernadores  habían  terminado  el  suyo  y  trasmitídolo 
en  paz:  el  general  Rodríguez,  que  debió  su  elevación 
á  los  esfuerzos  de  Rozas,  y  el  mismo  general  Rozas,^ 
los  dos  que  habían  subido  al  gobierno  en  seguida  de 
cruento  sacudimiento  político. 


CAPITULO    XXI 


LA   CONQUISTA   DEL   DESIERTO 


(  1833-  1834 ) 


Sumario:  I.  Iniciativa  de  Rozas  para  conquistar  el  desierto  —  II.  Sus  trabajos  en 
este  sentido  desde  1820  hasta  que  subió  al  gobierno. — III.  Invitación 
que  al  respecto  dirige  al  gobierno  de  Chile  y  á  los  generales  Quiroga  y 
López. — IV.  Plan  que  combinan  entre  si. — V.  La  revolución  en  Chile 
y  la  paz  que  celebra  el  general  Bulnes  con  los  indios. --VI.  La  expedi- 
ción se  organiza  con  tres  divisiones  argentinas. — VII.  Preparativos 
científico-militares  parala  marcha  de  la  división  Izquierda. — VIII.  Ro- 
zas la  revista  en  el  Monte.  —IX.  El  gobierno  le  niega  á  Rozas  los  re- 
cursos votados:  Rozas  abre  sus  marchas  no  obstante. — X.  La  llegada 
á  Tapalqué:  Catriel  y  Cachul. — XI.  El  ejército  se  interna  en  el  desier- 
to.—  XII.  Pasaje  del  arroyo  Napostá. — XIII.  Rozas  adelanta  su 
vanguardia  al  mando  de  Pacheco :  sus  providencias  en  su  itinerario 
hasta  el  rio  Colorado.  —  XIV  El  cuartel  general  del  río  Colorado. — 
XV.  Rozas  manda  explorar  el  rio  Colorado. — XVI.  La  división  del 
Centro  contra  los  ranqueles :  avisos  de  Rozas  al  general  Huidobro.  — 
XVII.  Huidobro  se  dirige  en  consei'uencia  sobre  el  cacique  Yanquetrú. 
—  XVIII.  Batallas  délas  Acollaradas  y  derrota  de  Yanquetrú.  —  XIX. 
Huidobro  lo  persigue  y  se  retira  después  á  Córdoba. — XX.  División  de 
la    Derecha:   sus  marchas   hasta  Malalhué :   ocupa  el   rio  Chadileuvu. — 

XXI.  Sorprende  á  los  indios  en  Limey-Maguida  y  los  bate  en  les 
tolderías  de  Yanquetrú  :  fin  de   las  operaciones  de  la    división  Derecha. 

XXII.  Operaciones  de  la  división  Izquierda :  Pacheco  ocupa  el  rio 
Negro:  batida  en  las  márgenes  de  este  rio:  muerte  del  cacique  Paylla- 
ren.  —  XXIII.  Críticos  momentos  de  la  expedición.  — XXIV.  Sublevación 
que  se  fomenta  á  los  indios  reducidos  de  Tapalqué  y  Salinas.  —  XXV. 
El  ministerio  de  la  guerra  de  Buenos  Aires  fomenta  la  sublevación  de  la 
división  Izquierda. 


Ha  transcurrido  el  tiempo  hasta  los  días  en  que 
escribo  sin  que  nadie  haya  estudiado  la  campaña  que 
emprendió  el  general  Juan  Manuel  de  Rozas  en  el  año 
de  1833,  y  cuyo  resultado  fué  desalojar  á  los  indios  si- 
tuados en  toda  la  vasta  extensión  de  la  Pampa  de  Bue- 
nos Aires,  como  de  las  costas  que  se  extienden  hasta 
Magallanes,  y  fijar  los  límites  de  esta  provincia  de 
acuerdo  con  los  gobiernos  de  Santa  Fe,  Córdoba  y  Men- 


—  139  — 

doza;  sirviendo,  además,  de  base  y  pauta  obligada  á 
las  operaciones  que  se  emprendieron  últimamente  hasta 
terminar  esa  obra  trascendental,  por  medio  de  la  ocu- 
pación militar  de  esos  desiertos.  Rozas  acarició  y  trabajó 
desde  los  primeros  años  de  su  vida  pública,  la  idea  de 
la  conquista  del  desierto.  Tan  luego  como  su  posición 
se  lo  permitió,  puso  de  lleno  manos  á  la  obra.  Bajo 
el  gobierno  del  general  Rodríguez  ( 1821 )  él  presentó  un 
plan  de  defensa  de  las  fronteras,  y  en  su  Memoria  correla- 
tiva sostuvo  la  conveniencia  de  una  batida  general  en  el 
desierto  con  la  concurrencia  del  gobierno  de  Chile. 

En   su   carácter  de  comandante  general  de  campaña, 
consagró  á  esa  misma  obra  sus  mejores  esfuerzos,  atra- 
yéndose  dentro  y  fuera   de  la  línea  de  fronteras   unas 
cuantas  tribus  de  indios  que  le   sirvieron   con  eficacia 
en  1833.    Él  fué,  puede  decirse,   el  que  quebró   todo   el 
poder  de   Pincheira,   aquel    famoso  bandolero  que  apo- 
yado en  los  indios  Boroganos    asolaba   los    pueblos  de 
San  Luis  y  de  Mendoza,   después  de  haber  asolado  la 
parte    meridional   de   Chile,    hasta    que   atacado   en  las 
mismas  cordilleras  cayó   en    poder   de   fuerzas  de   esta 
República.  Entre  los  prisioneros  de  la  tribu  de  los  bo- 
roganos se  encontraba  en  la  estancia  de  «Los  Cerrillos» 
la  mujer  del  cacique  mayor  Caniucuiz  á  la  cual    se   le 
dispensaba  singular  protección  de  orden  de   Rozas.     El 
cacique  había  reclamado   con  insistencia  el   rescate  de 
su  mujer,  pero  Rozas  que  entretanto  trabajaba  el  ánimo 
de  ésta  para  que  lo  hiciera  entrar  en  relaciones   direc- 
tas con  los  boroganos,  la  puso   en  libertad   cuando   es- 
tuvo  seguro   que  favorecería  sus  planes.    El    resultado 
fué  que  Rozas  se  puso  al  habla  con  los  boroganos,  que 
los   reconcilió    con  los  pampas  y   con  los  chilenos    de 
Venancio,  y  que  después  de  las  entrevistas  que  tuvo  en 
su  estancia  de  «  San  Martín  »  con  los  principales  caciques. 


—    1  10  — 

consiguió  que  éstos  hiciesen  las  paces  y  se  abrazasen 
con  los  caciques  mayores  Cachul,  Catriel,  Venancio,  Llan- 
quelen,  etc.,  comprometiéndose  todos  á  ayudarlo  en  lo 
sucesivo.  ( ' ) 

Una  vez  en  el  gobierno.  Rozas  dio  á  este  asunto  el 
carácter  de  una  verdadera  negociación  política.  Desde 
luego  se  dirigió  al  gobierno  de  Chile,  pidiéndole  que 
aunara  sus  esfuerzos  á  los  del  de  Buenos  Aires.  Y  en 
otra  ocasión,  con  motivo  de  la  carnicería  de  Chancay^ 
perpetrada  en  Mendoza  por  Hermosilla,  teniente  de  Pin- 
cheira,  le  llamaba  la  atención  á  ese  mismo  gobierno  so- 
bre la  facilidad  que  encontrarían  en  las  tribus  belicosas 
los  que  con  ayuda  de  éstas  quisieran  asaltar  los  pue- 
blos fronterizos ;  é  insistió  sobre  la  conveniencia  que 
había  en  que  ambos  gobiernos  se  pusiesen  de  acuerdo 
para  impedirlo.  Al  mismo  tiempo  le  escribía  á  Quiroga 
informándolo  de  sus  proyectos,  y  declarándole  que  con- 
taba con  él  para  realizarlos.  En  una  de  estas  cartas  le 
decía  desde  su  campamento  de  Pavón  :  «  La  República 
reportaría  un  inmenso  bien  y  una  riqueza  positiva,  si 
en  el  acto  de  concluir  esta  campaña  nos  juntásemos  en 
un  punto  céntrico,  y  combinásemos  una  formal  expedi- 
ción que  tenga  por  resultado  la  conclusión  de  todos  los 
indios  que  hostilizan  nuestras  fronteras.»  (^)  En  14 
del  mismo  mes  y  año  escribía  desde  el  Saladillo  al  go- 
bernador de  Santa  Fe:  «Los  indios,  compañero,  que 
están  situados  entre  la  frontera  de  Chile,  Buenos  Aires, 
Mendoza,  Córdoba  y  San  Luis,  son  infinitos.  Y  como 
no  es  posible  mantener  á  todos,  nos  han  de  seguir  robando, 


(M  Existen  en  mi  archivo  las  cuentas  presentadas  por  el  ma- 
yordomo de  «  San  Martín  »  con  motivo  de  lo  gastado  en  ocasión  de 
la   paz  entre   los  caciques  nombrados. 

(2)  Carta  de  3  de  septiembre  de  1831:  copia  de  letra  de  Rozas 
en  mi  archivo. 


—  141  — 

y  se  han  de  entrar  por  la  parte  que  consideren  más 
débil.  Sobre  este  punto  he  escrito  ya  á  usted  extensa- 
mente. El  único  remedio  es  juntarnos  después  de  la 
guerra,  y  acordar  una  expedición  para  acabar  con  todos 
los  indios.  »  C) 

El  goliderno  de  Chile  y  el  general  Quiroga  entraron 
en  el  plan  del  gobernador  Rozas,  y  acordaron  entre  sí 
que  la  expedición  se  compondría  de  tres  divisiones :  la 
de  la  Derecha  compuesta  de  fuerzas  de  Chile,  al  mando 
del  general  Bulnes,  la  cual  debía  batir  á  los  indios  y 
arrojarlos  al  oriente  de  la  cordillera  de  los  Andes;  la 
del  Centro  con  fuerzas  de  las  provincias  de  Cuyo  y  del 
interior  al  mando  del  general  Quiroga,  quien  debía  ope- 
rar en  la  Pampa  Central;  y  la  de  la  Izquierda  que 
saldría  de  Buenos  Aires  al  mando  del  general  Rozas,  y 
batiría  á  los  indios  á  lo  largo  del  río  Colorado,  már- 
genes del  río  Negro,  ó  iría  á  encontrarse  con  aquéllos 
en  las  inmediaciones  de  Los  Manzanos^  nacientes  del  río 
Negro. 

Pero  cuando  estaba  convenido  este  plan,  sobrevino  en 
Chile  una  revolución  encabezada  por  el  comandante 
general  de  armas  don  José  Ignacio  Centeno,  por  Arteaga 
y  otros,  con  el  objeto  de  llevar  á  don  Bernardo  O'Hig- 
gins  al  gobierno.  Precisamente  entonces  los  indios  chi- 
lenos y  ranqueles  eran  batidos  (marzo  de  1833)  por  las 
divisiones  de  Aldao  y  Huidobro.  No  pudiendo  pasar 
las  cordilleras  porque  el  general  Bulnes  se  hallaba  situa- 
do del  lado  de  Chile,  los  indios  se  apresuraron  á  some- 
terse bajo  las  condiciones  que  este  último  les  impuso. 
Y  á  causa  de  aquel  movimiento  revolucionario,  Bulnes 
se   retiró  para  la  capital  de  Chile.    Recién  en  el  mes  de 


( ' )  Esta  carta  á  López  se  publicó  después  en   el  Archivo  Ame- 
ricano. 


—  142  — 

junio  este  gobierno  le  comunicó  al  general  Quiroga  que 
la  división  que  había  avanzado  hacia  la  Cordillera  no 
haliía  podido  pasar  ésta  «  á  causa  de  fuertes  embarazos 
que  no  le  fué  posible  vencer».   (') 

La  expedición  quedó,  pues,  organizada  en  tres  divi- 
siones argentinas :  Izquierda^  al  mando  de  Rozas,  la  cual 
debia  operar  en  la  pampa  del  sur  á  lo  largo  de  los 
ríos  Colorado  y  Negro  hasta  el  Neuquen,  para  asegurar 
la  línea  del  río  Negro;  Centro  al  mando  del  general 
Ruíz  Huidobro,  que  se  destinaba  á  desalojar  á  los  indios- 
de  la  Pampa  Central;  y  Derecha^  al  mando  del  general  Félix 
Aldao,  que  debía  operar  sobre  la  región  andina,  pasar 
por  el  Diamante  y  el  Atuel  y  seguir  hasta  el  Neuquen 
para  reunirse  con  Rozas.  El  general  Quiroga  era  el 
general  en  jefe  de  la  expedición;  bien  que  este  mando 
fué  nominal,  pues  que  á  poco  lo  renunció  alegando  que 
él  no  conocía  esa  guerra  contra  los  indios,  y  que  pen- 
saba que  si  ese  mando  no  recaía  en  el  general  Rozas 
la  expedición  tendría  mal  resultado. 

Así  que  descendió  del  gobierno.  Rozas  se  dirigió  al 
partido  del  Monte,  donde  tenía  establecida  la  comandan- 
cia general  de  campaña,  y  donde  se  reunían  milicias  y  algu- 
nos escuadrones  de  línea  con  destino  á  la  división  izquier- 
da, cuyo  mando  en  jefe  le  fué  conferido  por  decreto  de 
28  de  enero  de  1833.  Mientras  activaba  estos  preparati- 
vos, organizaba  su  cuerpo  de  ingenieros  y  de  oficiales 
técnicos;  mandaba  sacar  copias,  para  distribuirlas  entre 
los  comandantes  de  divisiones  ligeras,  de  la  Carta  gene- 
ral que  levantó  el  erudito  coronel  don  José  de  Arenales 
(hijo  del  mariscal)  y   que  debía  servir  de  base  para  las 


(1)  véase  en  el  apéndice  la  carta  de  Rozas  sobre  la  paz  de 
Ruines  con  los  indios.  La  nota  del  ministro  Tocornal  se  publicó  en 
FA  Restaurador  de  las  Leyes  del  9   de  octubre   de  1833. 


—  143  — 

operaciones  de  la  campaña  (*);  ordenaba  al  ingeniero 
don  Nicolás  Delcalzi  que  practicara  oportunamente  la 
exploración  del  río  Negro,  haciendo  los  estudios  necesa- 
rios, y  levantando  una  carta  general  con  los  detalles  topo- 
gráficos y  las  explicaciones  de  que  carecía  la  carta  que 
levantó  Villarino  con  motivo  de  su  expedición  al  río 
Negro  en  1783,  y  según  la  cual  aparecía  que  este  famo- 
so piloto  había  remontado  este  río  hasta  el  vértice  de 
la  Cordillera,  ó  sea  hasta  los  12°  de  longitud  de  Buenos 
Aires,  lo  que  inducía  á  creer  que  aquél  había  equivo- 
cado su  i)royección  ó  establecido  sus  distancias  en  la. 
carta   sin  la  corrección  necesaria. 

Cuando  se  proveyó  á  la  tropa  de  todo  lo  que  podía 
suministrar  la  comandancia  general  de  campaña,  el  ge- 


( * )  El  erudito  coronel  Arenales,  para  fijar  en  su  carta  los  gran- 
des detalles  que  determinan  el  ancho  del  continente  entre  los 
vértices  de  la  Cordillera  de  los  Andes  y  las  costas  del  Atlántica 
Austral,  considerado  aquél  cuando  menos  entre  las  latitudes  del  31» 
al  410,  se  sirvió  de  la  serie  de  observaciones  practicadas  por  orden 
del  rey  de  España  desde  Valparaíso  hasta  Buenos  Aires,  y  principal- 
mente de  la  carta  de  don  Felipe  Bauza,  que  fué  uno  de  los  que 
hizo  esas  observaciones,  y  que  el  mismo  Arenales  complementó 
con  sus  materiales  y  conocimientos  propios  por  lo  que  hacia  á 
las  latitudes  de  Mendoza,  San  Luis  y  Melincué.  Con  estos  anteceden- 
tes y  con  los  que  le  suministró  el  estudio  comparado  y  juicioso 
del  Diario  cielos  rumbos,  distancias,  etcétera,  etcétera,  hallados  en 
el  reconocimiento  de  las  sierras  del  sur  de  Buenos  Aires,  practicados 
de  orden  del  capitán  general  Vertiz  por  los  pilotos  don  Ramón  Euiay 
don  Pedro  Ruiz  en  1772  ;  del  Diario  de  viaje  de  exploración  \j 
descubrimiento  del  río  Negro,  que  llevó  á  cabo  don  Basilio  Villarino 
en  1782-1783;  del  Diario  en  la  exploración  de  Sisur  en.  1786;  del 
Diario  de  la  expedición  de  don  Luis  de  la  Cruz  desde  Concepción 
hasta  Melincué  por  las  Pampas,  en  1806,  que  original  puso  Rozas  en 
sus  manos  con  multitud  de  datos  y  noticias,  como  lo  dice  el  señor 
Arenales;  éste  pudo  concluir  el  laborioso  cuanto  delicado  trabajo  de 
la  carta  general  que  le  fué  encomendada  con  ocasión  de  la  campaña 
al  desierto  en  1833,  y  que  ha  servido  de  base  á  las  operaciones  de 
las  campañas  subsiguientes  hasta  el  día,  bien  que  sin  reconocerse 
el  mérito  de  su  autor,  por  haberse  fabricado  sobre  ella  otras  que  no 
ostentan  mayor  novedad  fundamental  que  la  que  ha  querido  adjudi- 
carles la  complacencia.  —  Véase  el  informe  que  el  señor  Arenales 
elevó  adjunto  á  su  carta  al  comandante  genei'al  de  campaña,  y  que 
se  publicó  en  El  Lucero  del  2  de  marzo  de  1833. 


—  144  — 

neral  Pacheco,  nombrado  jefe  de  estado  mayor,  pasó 
revista  á  la  división,  y  en  la  orden  del  día,  Rozas  dio 
cuenta  de  las  medidas  militares  tomadas  hasta  entonces 
para  facilitar  la  expedición,  y  anticipó  las  que  empren- 
derían las  divisiones  del  centro  y  derecha  en  combina- 
ción con  la  izquierda  para  llevar  aquélla  á  feliz  término. 
«No  encontraremos  enemigos  hasta  el  exterior  del  río 
Negro  de  Patagones.  Las  divisiones  de  Cuyo  y  Córdoba 
que  se  mueven  actualmente,  decía  Rozas,  tienen  más 
probabilidades  de  batir  sobre  su  marcha  al  feroz  Yan- 
quetrú,  que  habita  en  la  confluencia  del  Diamante  ó 
Chasi-leo  con  el  Tunuyan,  y  á  las  tribus  que  acampan 
como  setenta  leguas  al  sur  del  río  Quinto.  Pero  sea  que 
aquellas  divisiones  logren  encontrar  al  enemigo,  ó  que 
éste  lo  evite  y  pueda,  destruyendo  sus  recursos,  refu- 
giarse al  otro  lado  del  río  Negro,  allí  nos  reuniremos 
bien  pronto.  Un  esfuerzo  más  \  nuestros  hijos  podrán 
vivir  tranquilos  en  posesión  de  un  bienestar  no  imagi- 
nado (|ue  podrán  trasmitir  á  su  posteridad.»  f) 

En  estas  circunstancias,  y  á  pesar  de  la  ley  de  6  de 
febrero  que  autorizaba  al  Poder  Ejecutivo  para  negociar 
un  crédito  de  millón  y  medio  de  pesos  moneda  corriente 
á  objeto  de  costar  los  gastos  de  la  expedición,  afectando  á 
su  cargo  la  tierra  pública,  y  asignando  para  el  servicio  de 
los  intereses  un  impuesto  de  doce  reales  que  pagaría 
cada  cabeza  de  ganado  introducida  para  el  consumo  y 
saladeros;  el  comandante  en  jefe  de  la  división  iz- 
quierda recibió  una  nota  del  ministerio  de  la  guerra  en 
la  que  se  le  comunicaba  que  el  gobierno  no  podía  pro- 
veerla de  vestuario,  municiones,  pertrechos,  caballadas 
ni  ganado   para  el  consumo,    y  previniéndole    que  por 


(')  Papeles  de  Rozas.  —  Orden  del  día,  correspondiente  al  11  de 
marzo  de  1833,  original  en  mi  achivo. 


—  145  — 

€onsiguiente  no  podía  él  girar  sobre  el  ministerio  de 
hacienda,  para  lo  cual  se  le  había  autorizado  anterior- 
mente. 

Si  profundo  fué  el  despecho  de  Rozas,  más  inque- 
hrantable  fué  la  resolución  que  formó  de  hacer  la  cam- 
paña con  sus  recursos  propios  y  con  los  de  sus  amigos. 
Momentos  después  de  recibir  la  nota  poco  seria  y,  si 
se  quiere,  premeditada  del  ministerio,  á  las  4  y  media 
<ie  la  tarde  del  23  de  marzo  de  1833,  Rozas  dio  orden 
de  marcha  y  fué  á  campar  á  más  de  una  legua  al  sur- 
oeste de  la  laguna  de  las  Perdices,  «  donde  pasamos  toda 
la  noche  al  raso  y  bajo  una  lluvia  copiosa,  según  me 
lo  dice  un  testigo  ocular».  C)  Al  día  siguiente  Rozas  es- 
cribió al  Monte  y  á  poco  llegaron  algunos  ganados,  siendo 
■el  establecimiento  de  Rozas  y  Terrero  el  que  suministró 
el  mayor  número  para  las  primeras  carneadas.  En  se- 
guida les  dio  cuenta  de  su  situación  á  sus  principales  ami- 
gos de  la  ciudad  como  el  general  Guido,  los  Anchorena, 
García  Zúñiga,  Villegas,  etcétera,  como  de  que  los  recursos 
y  el  ganado  vacuno  y  caballadas  que  éstos  le  remitieran 
irían  por  las  postas  que  él  establecería  hasta  el  Colo- 
rado, de  cuya  remisión  quedaban  encargados  el  señor 
Manuel  José  Guerrico  y  el  coronel  Vicente  González. 

Después  de  asegurarse  de  que  no  le  faltarían  caba- 
lladas ni  ganado  para  el  consumo  del  ejército.  Rozas 
prosiguió  su  marcha,  indicando  él  mismo  el  derrotero, 
como  que  conocía  el  terreno  que  pisaba.  En  la  tarde  del 
31,  campó  el  ejército  en  la  margen  oriental  del  arroyo 


(')  El  señor  Antonino  Reyes,  que  formó  parte  de  la  expedición 
en  clase  de  oficial  de  la  secretaria  de  Rozas,  y  quien  me  dirigió  una 
extensa  carta  llena  de  interesantísimos  datos  sobre  esa  campaña, 
los  cuales  concuerdan  con  los  que  arrojan  las  carias  del  coronel 
Meneses,  del  mismo-Rozas,  que  obran  en  mi  poder,  como  también  los 
documentos  y  papeles  principales  que  se  refieren  á  esa  campaña. 

TOMO   II.  10 


—  un  — 

Tapalqiié.  Al  día  siguiente  se  incorporaron  los  caciques- 
mayores  Catriel  y  Cachul  con  cerca  de  seiscientos  indios 
de  lanza  y  en  clase  de  auxiliares  de  la  expedición.  El 
día  2  de  abril  lo  verificaron  las  fuerzas  que  se  hallaban 
en  el  cantón  de  Tapalqué,  y  que  se  componían  del  bata- 
llón de  Libertos  de  infantería,  escuadrones  de  línea  del 
núm.  2,  3  y  4  de  campaña  y  un  piquete  de  infantería 
Río  de  la  Plata,  con  2  piezas  volantes.  Es  de  advertir 
que  á  consecuencia  de  los  tratados  celebrados  por  Rozas 
con  los  indios,  el  grueso  de  las  tribus  de  Catriel  y  Cachul^ 
quedó  pacíficamente  en  sus  tolderías  de  Tapalqué  y  bajo 
las  mismas  seguridades  que  los  boroganos  cerca  de  Sa- 
linas; bien  que  éstos  tenían  como  retén  el  cuerpo  de 
línea  que  comandaba  el  coronel  Delgado. 

El  3  de  abril,  después  de  haber  Rozas  ordenado  á 
Catriel  que  enviase  comisiones  para  informar  de  las 
novedades  que  ocurriese  á  los  puntos  que  le  indicaría 
oportunamente,  el  ejército  se  internó  en  el  desierto  lenta- 
mente, mientras  las  comisiones  científicas  practicaban 
los  estudios  y  observaciones  de  su  competencia.  El  1^ 
campó  á  orillas  de  la  laguna  Lafquen  Monocó.  (')  y  el 


( ' )  Desde  de  un  morro  cercano  se  dirigieron  visuales  á  las  promi- 
nencias más  notables  de  la  sierra,  distinguidas  por  sus  nombres  in- 
dígenas, según  sus  lenguaraces  don  Manuel  Valdevenito  y  don  Eugenio 
Bustos,  y  se  observó:  Al  sur,  67o  o.  Hilqiie  Manida  (cerro  peñascoso). 

65o  (J.  Curn-Malal-Mauida  (cerro  del  corral  de  piedra). 

63°  O.  Pichi-cocher-nianida  (cerro  chico  de  las  tunas). 

61°  O.  Guaidup  Peyen  (abra  entre  dos  alturas). 

530  O.  Gueytiué  Leoíu  Manida  (cerro  que  va  al  arroyo  Sauce 
Grande). 

440  O.  Inculey  Manida  Leofú  (cerro  parado  con  arroyo). 

430  O.  Guetro  Gueyqué  Manida  Leolu  (cerro  del  arroyo  Sauce 
Mocho). 

160  o.  Pilli  Huincó  Manida  (achiras  ^^^^^^  ^j^  .ierras  bajas  in- 

1 10  C^Pnii'  Huincó  iac^hims  'chi'caV):  |      "^«^'^^^^  ^^  ^^'^i"°- 
{Diario  de  las  marchas  y  operaciones  de  la  división  expediciona- 
ria, etcétera.  Observaciones  de  don  Feliciano  Chiclana.  Véase  el  apén- 
dice.) 


—  147  — 

22  en  la  margen  derecha    del    arroyo    Gueylli-Gueycué- 
Leofü  (arroyo  del  Sauce  Grande  del  Sur). 

El  25  de  abril  llegó  el  ejército  al  arroyo  Napostá^  que 
entra  en  el  mar  y  forma  parte  del  canal  de  descarga  de 
Bahía  Blanca.  El  pasaje  del  arroyo  fué  prolijo.  El  ejér- 
cito permaneció  tres  días  en  la  margen  opuesta  esperando 
el  vestuario  que  debía  enviar  don  Juan  N.  Terrero  y 
demás  amigos  de  Rozas  interesados  en  el  buen  éxito 
de  la  expedición.  Rozas  celebró  un  largo  parlamento  con 
el  cacique  Caniucuiz,  jefe  de  los  boroganos,  quien  bajó 
al  efecto  de  la  sierra  Guaminí.  El  día  29  Rozas  pagó  su 
división  con  los  fondos  que  pudo  arbitrarse,  con  su  ga- 
rantía personal. 

El  1°  de  mayo  siguió  la  marcha  con  rumbo  al  sur  y 
dejando  Bahía  Blanca  á  la  izquierda.  Una  legua  afuera 
Rozas  desprendió  una  división  de  800  hombres  al  mando 
del  mayor  general  Pacheco,  para  que  remontase  el  río 
Negro,  y  él  con  el  grueso  de  las  fuerzas  siguió  por  la 
margen  interior  del  arroyo  Sauce  Chico,  hasta  unas  cinco 
leguas  afuera  donde  campó.  De  aquí  se  trasladó  con  una 
escolta  á  Bahía  Blanca,  con  el  objeto  de  inspeccionar 
el  estado  de  los  depósitos  militares  en  ese  punto,  hacer 
trasladar  á  su  campo,  en  las  carretas  que  envió  el  día 
anterior,  los  artículos  y  efectos  que  acababan  de  llegar 
de  Buenos  Aires,  y  de  dar  al  jefe  de  la  fortaleza  las 
órdenes  necesarias  para  los  envíos  que  debía  hacerle 
en  lo  sucesivo.  El  día  5  volvió  Rozas  á  su  campo  y  el 
ejército  prosiguió  su  marcha,  formándose  una  rastrilla- 
da con  las  caballadas,  hacienda  y  convoy,  para  facilitar 
el  pasaje  de  la  artillería  é  infantería  á  través  de  los 
pajonales  y  pantanos  inmediatos  al  arroyo  del  Sauce 
Chico.  La  marcha  se  hizo  pesada  á  consecuencia  del 
salitral  que  se  extiende  dos  leguas  próximamente  hasta 
cortarse  en  una  meseta  gradualmente  por  la  derecha  y  que 


—  148  — 

remata  en  la  Cabeza  del  Buey  donde  el  ejército  hizo  alto. 
Aquí  dejó  Rozas  establecida  una  comandancia  militar 
para  facilitar  los  avisos  y  comunicaciones.  Á  las  4  de 
la  tarde  ordenó  á  la  caballería  que  avanzara  hacia  el  río 
Colorado,  llegando  él  á  Los  Manantiales  en  la  media 
noche,  y  estableciendo  en  este  punto  una  otra  comandan- 
cia. El  9  llegó  á  Los  Pocitos,  y  entre  el  10  y  el  11  de  mayo 
campó  el  ejército  en  las  márgenes  del    río  Colorado.  (') 

Una  vez  aquí.  Rozas  salió  á  reconocer  personalmente 
los  campos  de  una  y  de  otra  banda  del  río,  y  cuando 
los  hubo  inspeccionado  á  su  satisfacción  estableció  su 
cuartel  general  en  la  margen  izquierda  del  Colorado,  (^) 
como  á  cuatro  leguas  de  la  posición  que  ocupara  en 
el  día  11,  é  hizo  avanzar  hasta  allí  su  caballería,  situán- 
dola en  los  parajes  más  propicios  para  los  caballos. 
Situó  el  convoy  en  forma  de  cuadro,  colocando  las  ca- 
rretas á  cierta  distancia  las  una  de  las  otras,  y  cerrando 
los  claros  entre  éstas  con  un  cordón  de  las  cuartas 
entrelazadas  en  buenos  estacones  que,  sin  tocar  en  tierra, 
reforzaban  eficazmente  este  atrincheramiento,  cuyos  flan- 
cos más  vulnerables  sostenían  la  artillería  é  infantería.  C) 

Ello  era  tan  singular  como  previsor,  si  se  tiene  en 
cuenta  que  Rozas  llegó  á  quedarse  ahí  con  sólo  tres- 
cientos hombres,  cuando  se  vio  obligado  á  repartir  sus 
fuerzas  en  divisiones  ligeras,  y  á  lanzarlas  en  todas 
direcciones  del  desierto.  Inmediatamente  de  terminados 
estos  trabajos.  Rozas  ordenó  al  capitán  de  marina  don 
Guillermo  Bathurst  que  hiciese  botar  al  agúala  mayor 
de  las  canoas  que  traía  la  expedición,  la  equipase  con- 


(* )  Diario,  ib. ,  ib. 

(2)  Se  observó   la  latitud  de  39°  29'  49"   sur  y    la  longitud  62o 
21'  36"  O.  del  meridiano  de  Greenwich. 

(3)  Véase  el  plano. 


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Carretas    del  Convoy  ->'  ^^Lr.  ^ 


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Lonvoy  ->*  -'=i^j^ 


—  149  — 

venientemeiite  y  acompañado  del  de  igual  clase  don  Juan  B. 
Thorne  practicase  un  reconocimiento  prolijo  del  río  Co- 
lorado, desde  el  punto  en  que  se  encontraban  liasta  la 
embocadora  de  éste  en  el  mar,  y  aun  más  adelante 
hasta  donde  pudiera.  (') 


(')  He  aquí  loque  con  este  motivo  escribió  Rozas  en  el  Diario  de 
operaciones  que  llevaba  por  entoncesel  coronel  Garreton,  mayo  17: 
(( Esta  medida  debe  dar  un  conocimiento  exacto  del  famoso  rio 
Colorado,  y  podía  producir  también  el  encuentro  de  un  punto  de 
escala  para  los  buques  que  arriben  á  estas  costas.  Ello  importa 
na  una  brillante  adquisición;  pues  que  la  campaña  del  Colorado 
ofrece  mil  ventajas  á  la  población  que  indudablemente  debía  esta- 
blecerse en  él.  El  rio  Colorado  corre  al  sureste  sobre  arena:  su 
anchura  es  de  ciento  á  doscientas  varas :  confluye  con  el  mar ; 
sólo  da  paso  en  el  invierno,  pues  en  el  verano  crece  y  es  muy 
profundo :  sus  costas  son  poco  barrancosas  y  pobladas  en  lo  gene- 
ral de  árboles  de  sauce  Colorado  y  blanco.  Los  pastos  de  los  llanos 
que  se  extienden  á  sus  márgenes  son  de  los  mejores  engordes, 
pues  se  componen  de  alfilerillo,  cebadilla,  cola  de  zorro  y  trébol  de 
olor,  siguiendo  después  en  los  altos  el  pasto  fuerte;  de  manera 
que  si  fuese  puerto  en  su  embocadura,  estando  tan  cerca  de  las 
Salinas,  y  siendo  tan  seco  el  temperamento,  los  ganados  que  se 
crien  en  estos  campos  podrían  con  el  tiempo  destinarse  ventajo- 
samente á  las  elaboraciones  de  carnes  saladas,  y  aun  venir  éstas 
por  el  río,  beneficiadas  desde  la  frontera  de  Mendoza  y  cordillera 
de  donde  baja.  Siendo  sus  costas  tan  buenas  y,  calculándose  en  150 
leguas  la  distancia  que  media  entre  las  nacientes  del  rio  y  su  em- 
bocadura en  el  mar,  cabrían  en  ambas  márgenes  100  estancias  de 
á  tres  legnas  cuadradas  y  capaces  para  sustentar  diez  mil  cabezas 
de  ganado  vacuno  cada  una  de  ellas:  esto  daría  una  exportación 
anual  de  trescientos  mil  cueros,  trescientos  sesenta  y  cinco  mil 
quintales  de  carne  salada  y  seiscientas  mil  arrobas  de  sebo,  pues 
el  engorde  debe  de  ser  de  dos  arrobas  cuado  menos.  El  ganado 
yeguarizo  podrá  también  criarse  aquí  con  ventajas;  pues  que  en- 
gorda en  los  campos  buenos  para  el  vacuno.  Para  el  lanar,  es 
mejor  el  temperamento  del  Colorado  que  el  del  interior  de  la  Pro- 
vincia, porque  es  más  frío  y  seco,  y  porque  los  pastos  son  tiernos. 
Los  carneros  merinos  se  criarían  muy  bien  sin  demejorar  en  nada, 
porque  el  lanar  quiere  en  verano  un  temperamento  no  muy  cálido 
y  en  invierno  poca  lluvia  aunque  haya  mucho  frío:  debido  á  la 
temperaturaqueaqui  domina,  es  que  las  ovejas  pampas  siempre  han 
sido  en  su  tamaño  y  engorde  superiores  á  las  del  interior  de  la 
Provincia.  Los  cerdos  se  criarían  muy  bien  y  engordarían  mucho, 
porque  sobre  los  médanos  y  en  la  márgenes  del  río  hay  en  gran 
abundancia  una  especie  de  papas  ó  nabos  muy  grandes  que  los 
indios   comen  cocidos  y  á  los  que  llaman  napur. » 

Bathurst  elevó  un  informe  general  de  este  reconocimiento  con 
planos  y  demás  conocimientos.  Según  él,  de  la  latitud  de  39o  55'  sur 
se  tiene  la  boca  del  río  al  sur  67°  30'  O.    En  dicha  latitud,  y  á  dis- 


—  m)  — 

Mientras  que  Rozas  iniciaba  sus  operaciones  ofensivas 
sobre  b)s  indios,  veamos  lo  que  era  de  las  divisiones 
Centro  y  Derecha,  las  cuales,  como  queda  dicho,  debían 
reunirse  con  la  Izquierda  á  inmediaciones  de  Los  Man- 
zanos, en  las  nacientes  del  río  Negro,  batiendo  respec- 
tivamente á  los  indios  en  todo  el  desierto  que  se  ex.- 
tiende  desde  la  Pampa  Central  hasta  las  faldas  andinas, 
fronteras  de  Buenos  Aires,  Córdoba,  San  Luis  y  Men- 
doza. 

La  división  del  centro,  compuesta  del  regimiento 
Auxiliares  de  los  Andes,  formado  y  costeado  por  el  go- 
bierno de  Buenos  Aires ;  del  batallón  Defensores  man- 
dado por  Barcala;  del  regimiento  Dragones  confederados 
de  Córdoba,  mandado  por  el  coronel  Reinafé  (Francisco), 
y  del  escuadrón  Dragones  de  la  Unión,  se  puso  en  mar- 
cha á  mediados  de  febrero  sobre  el  país  de  los  ran- 
queles.  En  los  primeros  días  de  marzo  sostuvo  con  ellos 
un  combate  del  cual  no  pudo  sacar  ventaja  á  conse- 
cuencia de  haberse  desbandado  una  parte  de  la  caballería. 
Hallándose  el  general  Ruíz  Huidobro  en  Saben  recibió 
el  día  27  de  febrero  una  de  las  comunicaciones  de  Ro- 
zas en  la  que  le  avisaba  de  un  modo  positivo  que  los 
caciques  Yanquetrú,  Pichun  y  otros  preparaban  una 
invasión  sobre  Córdoba,  y  le  hacía  presente  la  conve- 
niencia de  batirlos,  si  el  general  Quiroga  no  había  dis- 
puesto otra  cosa.   (/)  Huidobro  se  dispuso  á  ejecutar  las 


tancia  de  dos  á  tv¿s  millas  de  la  boca  se  encuentra  una  profundidad 
de  cuatro  brazas  y  se  observan  unos  médanos  de  arena  al  norte 
18°  45'  O.  El  canal  de  la  boca  se  distingue  por  la  corriente  colorada. 
Al  entrar  en  la  boca  tiene  una  y  media  brazas  sin  el  flujo  y  con 
éste,  dos  y  media.  Al  tomar  la  boca  es  necesario  prevenirse  para 
no  dejarse  abatir  por  la  corriente,  que  es  violenta  hacia  el  norte, 
etcétera,  etcétera. 

( ' )  Véase  el  parte  oficial  del  general  Ruíz  Huidobro,  datado  en 
Tertú   á  17  de  marzo  de  1833. 


—  151  — 

indicaciones  de  Rozas,  á  cu_yo  efecto  se  dirigió  á  Leplep, 
y  desde  aquí  al  Cuero,  donde  llegó  en  la  madrugada 
del  16.  Al  llegar  á  la  Laguna  del  corral  Garriu,  sor- 
prendió una  partida  de  indios,  y  avanzando  hasta  la 
parte  sur  de  las  Acollaradas  se  encontró  con  la  indiada 
de  Yanquetrú,  fuerte  de  mil  combatientes. 

Huidobro  colocó  al  frente  de  su  línea  el  batallón 
Defensores  formado  en  cuadro,  á  la  derecha  el  regimiento 
Auxiliares  y  á  la  izquierda  el  de  Dragones  confedera- 
dos, ambos  en  columna  cerrada  por  escuadrones  y  á 
distancia  conveniente  del  primero,  para  que  pudiesen  for- 
mar cuadro  en  caso  necesario  y  romper  el  fuego  por 
sus  cuatro  frentes,  como  tuvieron  que  hacerlo.  Los  in- 
dios ranqueles  y  chilenos  cargaron  con  la  impetuosidad 
-que  les  es  propia,  rompiendo  los  cuadros  en  los  flancos 
de  Huidobro,  y  desordenando  completamente  el  regi- 
miento de  Dragones  de  Córdoba.  En  esta  situación,  y 
aprovechando  del  efecto  que  hacían  la  infantería  y  ar- 
tillería de  Barcala,  el  general  Huidobro  cargó  á  los  indios 
con  la  reserva,  compuesta  de  su  escolta  y  del  escuadrón 
Dragones  de  la  Unión.  Simultáneamente  avanzó  el  cuadro 
de  infantería  y  cargaba  también  el  regimiento  de  Auxi- 
liares que  se  había  rehecho  á  las  órdenes  del  coronel 
Algañaraz.  Los  indios  fueron  arrollados  y  obligados  á 
retirarse  dejando  como  160  muertos,  entre  los  que  se 
contaban  tres  hijos  de  Yanquetrú,  y  los  caciques  Painé, 
Pichun  y  Carrague.  «  Para  demostrar  á  V.  S.  la  obsti- 
nación de  los  bárbaros  ('),  decía  el  general  Huidobro  en 
su  parte  oñcial  al  ministro  de  la  guerra  de  Buenos  Ai- 
res, bastará  hacerle  presente  que  seis  horas  han  trans- 
currido en  continuadas    cargas    sin   que   las   tropas    de 


( ' )  Parte  oficial  del  (íeneral  de  la  División  Centro,  publicado  en 
El  Lucero  del  1°  de  abril  de   1833. 


—  152  — 

mi  mando  hayan  podido    avanzar  una  legua   de   terre- 
no. » 

El  general  Huidobro  continn(')  la  i)ersecución  de  los 
indios  de  Yanquetrú  hasta  las  tolderías  de  Carifilum 
é  hizo  recorrer  por  sus  partidas  el  desierto  que  se  extiende 
entre  Leplep  y  Leuvucó,  pero  careciendo  de  los  recursos 
necesarios  que  debía  darle  el  gobierno  de  Córdoba,  ni 
pudo  batir  á  los  indios  entre  Leuvucó  y  el  Colorado,  ni 
practicar  en  lo  sucesivo  ninguna  oi)eración  en  combi- 
nación con  la  Izquierda;  y  se  estacionó  en  las  márgenes 
del  Salado,  hasta  que  á  poco  regresó  á  Córdoba.  Así 
se  lo  comunicó  oficialmente  á  Rozas  para  la  debida  in- 
teligencia de  éste,  y  para  no  entorpecer  los  movimientos 
de  la  división  izquierda.  ( ^ ) 


('  )  Papeles  de  üosas— (Expedición  al  desierto  leg.  número  3.) 
La  nota  de  Huidobro  y  la  de  Rozas  donde  manifiesta  el  sentimiento 
de  que  Huidobro  no  baya  podido  continuar  basta  el  Colorado,  se 
publicaron  en  El  Lucero  del  20  de  mayo  de  1833. 

Es  de  sentirse  que  en  el  libro  del  doctor  Estanislao  Zeballos, 
Conquista  de  quince  mil  leguas  se  liaya  pagado  tributo  á 
la  pasión,  y  adoptado  como  dalos  origmales  las  referencias 
sin  fundamento  con  que  se  ha  pretendido  desacreditar  ante  propios 
y  extraños  la  verdadera  conquista  del  desierto  que  realizó  el  ge- 
lieral  don  Juan  Manuel  de  Rozas  en  el  año  de  1833,  con  solo  2.000 
hombres,  ó  sea  la  División  Izquierda  de  Buenos  Aires. 

El  doctor  Zeballos  afirma  fue  Rozas  no  obedecía  al  general  en 
jefe  ni  á  nadie,  y  que  obraba  por  su  cuenta  sin  comunicarse  con  éste 
ni  con  los  jefes  de  división.  Pero  basta  leer  los  diarios  y  papeles 
de  la  época  para  rechazar  ese  error.  Rozas  dio  cuenta  de  sus  ope- 
raciones al  gobierno  do  Buenos  Aires  y  al  general  Quiroga  mientras 
éste  tuvo  el  mando  en  jefe  nominalmente.  Cuando  Quiroga  renunció 
el  mando  que  le  confirieron  las  provincias  de  Cuyo  y  del  interior,  se 
retiró  á  Mendoza,  mientras  que  las  divisiones  operaban  alas  órdenes 
de  sus  respectivos  generales.  Asi,  antes  aue  Huidobro  entrase  en 
operaciones  serias  con  los  indios.  Rozas  le  envió  una  carta  topográ- 
fica y  le  comunicó  sus  aprestos  y  su  plan  de  campaña.  Á  últimos  de 
febrero,  fué  Rozas  quien  le  avisó  de  la  invasión  que  preparaba  Yan- 
quetrú, y  quien  lo  invitaba  á  batirlo  si  el  general  en  jefe  no  había 
dispuesto  otra  cosa.  En  16  de  marzo  y  todavía  en  5  de  abril,  le 
hal)h»ha  de  la  conveniencia  de  que  continuara  su  marcha  en  dirección 
al  Colorado,  adonde  Rozas  ad('lantal)a  por  entonces  su  vanguardia. 
Esto  consta  de  ios  papeles  de  Rozas  (|iie  tengo  á  la  vista,  y  de  las 
mismas  notas  del  general  Huidobro  que  se  publicaron  en  El  Lucero 


—  153  — 

Inutilizado  la  División  del  Centro  para  concurrir  al  plan 
general  de  campaña  cuando  la  Izquierda  venía  recién  en 
marcha  hacia  el  río  Colorado,  veamos  lo  que  era  de  la  divi- 
sión Derecha  que  al  mando  del  general  Félix  Aldao  debía 
operar  en  la  región  de  la  Cordillera  andina,  batiendo  á 
los  indios  que  se  encontraban  en  el  territorio  compren- 
dido entre  los  ríos  Barrancos  y  Neuquen;  avanzar  hasta 
la  confluencia  de  éste  con  el  Liraay,  y  reunirse  opor- 
tunamente con  la  Izquierda  en  las  inmediaciones  de  Los 
Manzanos,  ó  nacientes  del  río  Negro.  El  general  Aldao, 
al  frente  de  dos  batallones  de  infantería  con  tres  piezas 
de  artillería,  y  de  dos  regimientos  de  caballería  de  las 
provincias  de  Mendoza  y  San  Juan,  emprendió  su  mar- 
cha siguiendo  por  río  Diamante  hasta  el  río  Atuel,  para 
dirigirse  al  sur  que  lo  conducía  al  río  Barrancos  y  de 
aquí  al  Neuquen.     Al   llegar  á   Malalhué,  supo  que  el 


(diario  oficial  del  o-obierno  de  Buenos  Aires)  del  1»  de  abril  y  del 
17  de  marzo  de  1833,  como  queda  dicho  más  arriba.  Si  el  doctor 
Zeballos,  tan  laborioso  investigador  como  escritor  ilustrado,  hubiera 
conocido  los  documentos  y  datos  á  que  me  refiero,  no  habría  incu- 
rrido en  errores  como  los  que  hago  notar  en  honor  de  la  verdad 
histórica,  y  que  lo  presentan  como  cediendo  á  las  ijreocupaciones 
que  ni  mejoran  ni  ilustran. 

Por  lo  demás,  esta  carencia  de  datos  respecto  de  la  co?iquista 
del  desierto  en  1833,  aparece  tanto  más  visible  en  el  libro  del  doctor 
Zeballos,  cuanto  que  según  su  propia  declaración,  rectificó  en  la 
segunda  edición  de  esta  obra  los  hechos  de  la  campaña  del  ejército 
del  centro,  fundándose  nada  más  que  en  una  referencia  verbal  de  su 
señor  padre  político  don  Andrés  Costa  de  Argivel.  Por  respetable 
que  sea  este  señor,  como  lo  es,  su  autoridad  al  respecto  no  es  bas- 
tante: lo.,  porque  en  la  época  en  que  el  doctor  Zeballos  lo  presenta 
como  amigo  íntimo  del  comandante  en  jefe  de  la  división  del  centro, 
el  señor  Costa  Argivel  era  un  tierno  niño  que  se  criaba  en  casa  de 
la  señora  María  Josefa  Ezcurra,  que  pasó  luego  á  la  ropería  de  don 
Simón  Pereyra  y  de  aqui  á  la  estancia  que  compró  aquella  señora  en 
Navarro,  y  que  no  tuvo  ocasión  ni  entonces  ni  después  de  ver  de 
cerca  los  sucesos;  2°.,  porque  la  narración  que  conforme  á  esa  refe- 
rencia hace  el  doctor  Zeballos,  de  las  operaciones  de  la  división  del 
centro,  está  desautorizada  por  los  mismos  partes  oficiales  del  general 
Ruiz  Huidobro,  en  los  cuales  el  doctor  Zeballos  no  se  ha  detenido 
como  se  ve. 


—  154  — 

general  Huidobro  se  dirigía  á  batir  á  los  indios  ran- 
queles  de  Yanquetrú.  Creyendo,  y  con  razón,  que  és- 
tos, una  vez  derrotados,  tratarían  de  dirigirse  á  la  Cor- 
dillera repasando  el  río  Chadileuvú^  que  atraviesa  esa 
parte  de  la  Pampa  Central  donde  estaban  situados,  el 
general  Aldao  convergió  al  este  con  el  ánimo  de  ir  á 
ocupar  los  pasos  de  ese  río,  y  concluir  con  esos  indios, 
haciendo  una  travesía  larga  y  penosa.  El  17  de  marzo 
continuó  su  marcha  de  lancael  en  dirección  á  Cochicó, 
adonde  llegó  el  25.  Aquí  le  fueron  ratificadas  sus  noti- 
cias anteriores  por  algunos  indios  que  tomó  prisioneros. 
El  29  se  dirigió  á  las  Salinitas,  como  á  cinco  leguas 
del  vado  del  río.  Como  éste  no  presentara  paso,  el  general 
Aldao  se  dirigió  en  la  noche  del  30  con  cuatrocientos 
hombres  por  la  parte  opuesta,  hasta  llegar  á  lo  de  Yan 
quetrú,  y  ordenó  al  coronel  Velazco  que  el  31  al  oscu- 
recer se  dirigiese  con  su  columna  al  paso  Limey  Maguida, 
colocase  la  balsa  y  cargase  á  los  indios  que  hubiese  en 
esa  isla.  Así  se  ejecutó  en  efecto;  pero  la  sorpresa  no 
se  realizó  como  se  esperaba  porque  los  indios  se  reple- 
gaban sobre  las  tolderías  de  Yanquetrú  sin  aceptar 
combate.  Perseguidos  hasta  aquí  fueron  dispersados  com- 
pletamente, dejando  doscientos  cincuenta  prisioneros  y 
como  setenta  cautivos,  cerca  de  setecientas  cabezas  de 
ganado  vacuno  y  caballar,  y  diez  mil  ovejas.  (')  En 
cambio  de  esto,  la  división  de  la  Derecha  agotó  sus 
medios  de  movilidad  y,  como  la  del  Centro,  quedó  im- 
posibilitada para  proseguir  la  campaña,  porque  también 
le  faltaron  los  recursos  precisamente  cuando  iban  á 
comenzar  las  operaciones  de  la  división  Izquierda. 


( ^ )  Parte  oficial  del  general  Aldao  datado  en  la  Redención  del 
Salado  en  la  isla  de  Limey  Maguida  á  11  de  abril,  y  publicado  en  El 
Lucero  del  23  de  marzo  de  1833.  Véase  el  Diario  de  operaciones  de 
la  Derecha  por  el  coronel  Velazco,  jefe  de  la  infantería  de  Aldao. 


—  155  — 

La  división  Izquierda  fuerte  de  don  mil  hombres  (') 
llegó  al  río  Negro  á  mediados  de  mayo  con  sus  caba- 
lladas de  refresco  en  muy  buen  estado,  merced  al  sis- 
tema rigoroso  en  las  marchas  y  al  infatigable  tesón  con 
que  Rozas  cuidaba  de  ese  elemento  precioso  para  el  éxito 


(M  He  aquí  el  estado  general  de  las  fuerzas  de  la  Dimsiów  I^Q'Míer- 
da  tomada  de  los  mismos  papeles  de  Rozas  (legajo  número  3,  Expe- 
dición al  desierto);  siendo  de  advertir  que  en  los  cuadros  se  incluyen 
los  indios  agregados  de  las  tribus  de  Catriel  y  de  Cacliul. 

General  en  jefe,  brigadier  Juan  Manuel  de  Rozas  ;  jefe  de  esta- 
do tnayor,  general  Ángel  Pacheco ;  coroneles,  Manuel  Corvalán, 
Pedro  Ramos,  Antonio  Ramírez,  Ramón,  Rodríguez,  Juan  A.  Carre- 
tón; tenientes  coroneles,  José  María  Flores,  F'rancisco  Sosa,  Hilario 
Lagos,  Narciso  del  Valle,  Miguel  Miranda,  Juan  Pedro  Luna,  Juan  I. 
Hernández,  Roque  Cepeda,  Faustino  Velasco,  Felipe  Julianes;  sar- 
gentos mayores,  Leandro  Ibáñez,  Ventura  Miñana,  Manuel  C.  Gar- 
cía, Gerónimo  Costa,  Félix  A.  Meneses,  Joaquín  Cazco,  Rafael  Fuentes, 
Bernardo  Echeverría ;  oficiales  110;  empleados  en  el  parque,  maes- 
tranza, etcétera,  etcétera,  oficiales  de  secretaría  del  general  en  jefe, 
ingenieros,  astrónomos,  médicos  etcétera. 

Infantería 

Batallón   N.o  1                Coronel  Ramírez 365  palzas 

Piquetes  de  línea                 »            Rodríguez 176  » 

Artillería                                »            Luna 52  » 

Piquete  de  marina  Capitanes  Bathurst  y  Thorne  .  25  » 

Caballería 

Escuadrón  de  línea  del  N.o  2  Comandante  Lagos 141    plazas 

»            ))      »  »   N.o  4               »             Flores 139  » 

»            »       »  »    N.o  3               »             Miranda...  187  » 

Piquete      del  N.o  5  Mayor  Miñana 51  » 

Escuadrón  del  N.o  6  Comandante  Cepeda 122  » 

Regimiento  N.o  9               »           del  Valle...  118  » 

»  N.o  10               »           Sosa 164  » 

Patricios  á  caballo  Mayor  García 70  » 

Escuadrón  Escolta  Comandante  Hernández..  189  » 

Restañen  S.  E.   U.  O. 

Jefes  y  oficiales 140 

Médicos,  ingenieros  y  astrónomos 16 

Ciudadanos  y  agregados 13 

Maestranza  y  cuartel  general 42 

Infantería 541 

Artillería  y  marina 77 

Caballería 1181 

Suma  total 2010 


—  156  — 

de  la  campaña.  El  general  Pacheco,  á  quien  Rozas  des- 
tacó con  la  vanguardia  como  queda  dicho,  ocupó  el  río 
Negro  el  10  de  mayo,  é  hizo  pasar  á  la  margen  opuesta 
dos  escuadrones  á  las  órdenes  de  los  comandantes  Hila- 
rio Lagos  y  Francisco  Sosa  para  que  operasen  río  arriba, 
mientras  él  seguía  la  misma  dirección  por  el  interior. 
Lagos  y  Sosa  se  arrojaron  sobre  la  primera  toldería  que 
encontraron;  pero  los  indios  huyeron  á  ocultarse  en  la 
espesura  délos  montes,  y  sólo  les  tomaron  alguna  chus- 
nia.  Pacheco  prosiguió  su  marcha  por  la  margen  izquierda 
del  río  Negro  hasta  cerca  de  Choele-Chuel ;  y  el  día  26 
lanzó  á  los  mismos  comandantes  Lagos  y  Sosa  sobre 
la  tribu  del  famoso  cacique  Payllaren,  á  la  que  éstos 
destruyeron  completamente  matando  en  la  refriega  al 
cacique,  á  casi  todos  los  indios  de  pelea,  y  tomando 
prisioneras  á  todas  las  familias.  Este  fué  el  primer 
gran  triunfo  militar  de  la  división  de  la  izquierda.  (*) 
Á  mediados  de  junio  Rozas  se  vio  obligado  á  exten- 
der sus  operaciones  sobre  el  ala  derecha  y  sobre  el  ceniro 
del  vasto  teatro  de  la  guerra,  y  con  las  solas  fuerzas 
de  la  división  Izquierda.  Estos  fueron  los  momentos  más 
críticos  de  la  expedición.  La  división  Izquierda,  con  jefes 
experimentados  y  valientes,  y  con  excelentes  medios  de 
movilidad  merced  á  los  recursos  de  Rozas  y  de  los 
amigos  de  éste,  se  bastaba  para  batir  y  destruir  á  todas 
las  indiadas  del  río  Colorado  y  del  río  Negro  hasta  el 
Neuquen.  Pero,  ¿y  los  indios  de  las  cordilleras  andinas? 
¿y  los  que  acosados  en  las  márgenes  de  esos  ríos  vol- 
vieran á  la  Pampa  Central  y  se  dieran  la  mano  con  aqué- 
llos?... A  unos  y  á  otros  debían  dedicarse  las  solas  fuerzas 
de    la    división    de    Rozas,    para  que    la   expedición  no 


(* )  Parte  oficial  del  general  Pacheco.  Parte  del  general  Rozas  al 
inspector  de  armas  de  Buenos  Aires. 


—  157  — 

fracasase  completamente;  pues  la  división  de  Aldao 
(derecha)  ya  se  había  retirado  á  Mendoza,  como  queda 
dicho;  la  de  Huidobro  (centro)  á  Córdoba;  y  Quiroga 
iba  en  marcha  para  Buenos  Aires  al  frente  del  regimiento 
Auxiliares  de  los  Andes. 

Para  que  la  situación  de  la  división  Izquierda  se  pre- 
sentase más  crítica  en  esas  circunstancias,  los  indios 
reducidos  en  Tapalqué  y  Salinas  habían  estado  á  punto 
de  sublevarse.  Lo  peor  era  que  los  capitanejos  que  die- 
ron cuenta  inmediatamente  de  esto  á  sus  caciques  Catriel 
y  Cachul,  declararon  que  el  gobierno  de  Buenos  Aires 
les  había  sugerido  tal  sublevación,  para  que  unidos  con 
los  borogas  se  lanzasen  sobre  el  cuartel  general  del 
Colorado.  Catriel  y  Cachul  que  servían  á  Rozas  con  deci- 
sión y  cariño,  ordenaron  á  los  comisionados  que  á  la 
llegada  á  Tapalqué  fuesen  fusilados  los  indios  que  habían 
escuchado  y  trasmitido  á  la  tribu  tales  proposiciones  de 
sublevación.  Otro  tanto  hizo  Caniucuiz,  cacique  de  los 
borogas.  Rozas  mandó  al  mayor  Echeverría  con  una 
escolta  para  que  presenciara  en  Tapalqué  la  ejecución 
de  esa  orden  que  cumplió  el  coronel  Delgado.  (*) 

Y  no  era  esto  todo.  El  ministerio  de  la  guerra  de 
Buenos  Aires,  movido  del  propósito  de  quebrar  la  in- 
fluencia de  Rozas,  escribió  al  mismo  tiempo  á  varios 
jefes  y  oficiales  de  la  división  Izquierda  que  le  eran 
adictos,  que  provocaran  la  deserción  de  las  milicias  y 
se  viniesen  ellos  con  la  fuerza  veterana  que  los  siguiera. 
Rozas  sintió  estos  trabajos  que  pudieron  haberlo  ani- 
quilado en  aquella  altura  del  desierto,  y  los  conjuró 
rápidamente.  He  aquí  cómo  procedió  Rozas,  según  un 
testigo   ocular  y    cuyo  dicho    está    corroborado  por  car- 


( *)  Papeles  de  Rozas  {Archivo  de  la  secretaria    de  S.  E.)  Oficio 
del  coronel  Ramón  Delgado. 


—  158  — 

tas  dirigidas  á  jefes  de  la  vanguardia  expediciona- 
ria: «ello  dio  origen  á  que  un  día,  creo  que  fué  en  el 
mes  de  julio,  citase  el  general  á  todos  los  jefes  y  ofi- 
ciales que  se  encontraban  en  el  cuartel  general  para 
que  lo  esperasen  en  el  Monte  en  la  margen  del  Colorado, 
al  pie  de  la  colina  Clemente  López.  Una  vez  allí  y  for- 
mados en  rueda,  se  colocó  el  general  en  el  centro  y  les 
habló  acerca  de  la  conducta  del  gobierno  con  el  ejército 
que  tenía  por  única  misión  batir  los  indios  y  ensan- 
char las  fronteras  de  la  Provincia.  Que  el  gobierno  no 
solamente  no  proveía  al  ejército  de  lo  que  carecía,  sino 
que  maquinaba  para  anarquizarlo,  para  destruirlo  y  quizá 
para  algo  más  que  no  quería  ni  pensarlo,  porque  no  creía 
tanta  maldad  de  parte  de  los  hombres  á  cuya  elevación 
él  había  contribuido.  Que  fuese  lo  que  fuese,  él  no 
quería  tener  en  el  ejército  hombres  que  no  cooperasen  de 
corazón  á  la  obra  gramie  que  él  se  proponía  llevar  á  tér- 
mino, costase  lo  que  costase^  ele  dejar  aseguradas  las  fron- 
teras de  la  Provincia.  Que,  por  consiguiente,  los  que  no 
estuviesen  de  corazón  con  estos  propósitos,  pidiesen  su 
pasaporte  para  presentarse  al  gobierno  de  quien  depen- 
dían:  que  él  no  quería  allí  jefes  ni  oíiciales  que  no 
cumpliesen  sus  órdenes  con  decisión  y  empeño,  porque 
estaba  dispuesto  á  usar  con  ellos  de  todo  rigor.  Que 
por  lo  tanto  no  tuviesen  inconveniente  en  pedir  su  pa- 
saporte, porque  como  él  los  conocía  se  los  daría  de  todos 
modos,  separándolos  entonces  con  ignominia  del  ejer- 
cito. Al  día  siguiente  pidieron  su  pasaporte  doce  jefes 
y  oficiales,  entre  ellos  el  jefe  de  la  artillería,  coronel 
Luna,  coronel  Planes,  mayor  Frías,  etcétera. . .  »  (') 


(')  Carta  que  me  dirifíic)  el  señor  An1(Miino  Reyes,  oficial  de  la 
secretaria  de  Rozas,  en  el  ciuirtel  general  del  Colorado.  (Véase  el 
apéndice.) 


—  159  — 

He  aquí  lo  que  el  general  Ángel  Pacheco  respondía 
al  señor  Juan  N.  Terrero  á  propósito  de  esos  singula- 
res manejos  del  gobierno  para  desbaratar  una  obra  de 
grande  trascendencia  para  el  país,  en  odio  al  que  la 
venía  trabajando  desde  años  atrás,  y  que  á  sus  expensas 
y  á  las  de  sus  amigos  la  realizaba  en  los  desiertos,  ade- 
lantándose en  cincuenta  años  á  las  medidas  que  tomó 
últimamente  el  gobierno  argentino  para  incorporar  á  la  ci- 
vilización tan  vastos  y  ricos  territorios :  «No  crea  usted^ 
amigo  mío.  que  á  este  ejército  pueda  desanimarlo  nada.  Un 
entusiasmo  honroso  anima  todas  las  clases,  y  á  él  y  á  las 
acertadas  disposiciones  del  señor  general  en  jefe  se  deben 
exclusivamente  los  importantes  resultados  que  han  te- 
nido hasta  la  fecha  los  movimientos  del  ejército,  la 
mayor  parte  de  éstos  obtenidos  entre  la  nieve  y  el  hielo. 
Por  lo  demás,  todos  los  jefes  tienen  honor  y  conocen 
sus  deberes;  y  como  profesan  una  adhesión  decidida  y 
sincera  al  general  en  jefe,  se  manifiestan  muy  agra- 
viados cuando  ven  por  los  papeles  públicos,  los  ataques 
atrevidos  y  licenciosos  que  le  dirigen. »  (') 


( ' )  Carta  de    Pacheco  datada   Choele-Choel   en   marcha  para  el 
Neuquen  á  2  de  agosto  de  1833.  (Manuscrito  en  mi  archivo.) 


CAPÍTULO   XXII 


LA  CONQUISTA    DEL   DESIERTO 


(Continuación) 


Sumario  :  I.  Rozas  manda  remontar  el  río  Colorado  y  extiende  sus  operaciones  so- 
bre el  centro,  la  derecha  y  limite  sur  del  teatro  de  la  guerra.— II.  Pacheco 
toma  á  viva  fuerza  la  isla  de  Choele-Choel :  Sosa  destruye  al  cacique 
Chocory  y  Lagos  al  Pitrioloncay.— III.  Delcalzi  explora  y  navega  el  rio 
Negro. — IV.  Pacheco  llega  á  la  confluencia  del  Limay  y  Neuquen,  y  bate 
los  indios  en  las  faldas  de  la  cordillera.— V.  Llegada  de  Darwin  y  de  Fitz- 
Roy  al  campamento  del  Colorado:  su  opinión  respecto  de  la  expedición 
de  Rozas. — VI.  Campaña  del  coronel  Ramos  por  el  Chari-leo:  batida  á  los 
indios  que  querían  refugiarse  en  la  cordillera. — VIL  Enarbola  por  la  primera 
vez  el  pabellón  nacional  en  el  Cerro  Payen. — VIII.  Campaña  de  Rodríguez 
y  de  Miranda  al  pais  de  los  ranqueles  y  sobre  Yanquiman.— IX.  Campaña 
de  Ibáñez  al  rio  Valchetas. — X.  Dificultades  con  que  luchaba  Rozas  en 
la  expedición. — XI,  Resultado  general  de  las  operaciones  de  la  división 
Izquierda. — XII.  Rozas  regresa  á  Napostá  y  desprende  una  división  que 
destruye  á  los  Borogas. — XIII.  Rozas  proclama  y  licencia  la  división  Iz- 
quierda en  Nápostá. — XIV.  Los  limites  de  Buenos  Aires  fijados  por  Rozas 
de  acuerdo  con  las  provincias  interesadas. — XV.  Los  limites  de  Buenos 
Aires  por  el  S.  y  S.  O.  y  los  actos  ejercidos  dentro  de  éstos. — XVI.  Los 
fijados  por  Rozas  son  los  mismos  que  fijan  las  cédulas  reales  desde  dos 
siglos  atrás. — XVII.  Los  títulos  legales  de  Buenos  Aires  á  esos  territorios. 
— XVIII.  Jurisdicción  que  ejerció  sobre  ellos  Buenos  Aires  hasta  1878.— 
XIX.  Una  cuestión  de  derecho  federal:  la  ley  de  octubre  de  1878,  que  violó 
esos  títulos. — XX.  La  conquista  del  desierto  de  1833  y  la  ocupación  mi- 
litar de  1879:  porqué  se  hizo  necesaria  esta  expedición. — XXI.  Opinión 
del  general  Roca  sobre  la  conquista  de  1833. — XXII.  Otra  opinión  del  ge- 
neral Sarmiento. 


Sobreponiéndose  á  las  dificultades,  Rozas  ordenó  al 
ingeniero  don  Feliciano  Chiclana  que  midiese  el  río  Co- 
lorado á  bordo  de  la  goleta  San  Martin  cjue  había  con- 
ducido desde  Bahía  Blanca  el  capitán  Juan  B.  Thorne  (') : 


(')  Diario  de  la  división  Izquierda.  Chiclana  midió  el  rio  Colo- 
rado arriba  hasta  aproximarse  al  punto  donde  llega  á  este  rio  el 
camino  que  baja  de  la  isla  de  Choele-Choel.     Véase  el  apéndice. 

He  aquí  lo  que  re.specto  de  la  goleta  San  Martin,  dice  el  diario 


—  161  — 

■destacó  al  coronel  Ramos  con  una  división  de  400  hom- 
bres para  que  batiese  los  indios  de  la  región  andina: 
organizó  con  indios  de  Catriel  y  de  Cachul,  con  cuatro 
compañías  de  infantería  de  línea  y  4  cañones  una  divi- 
sión que  á  las  órdenes  del  coronel  Rodríguez  se  dirigió 
al  país  de  los  ranqueles,  á  operar  en  combinación  con 
otra  al  mando  del  comandante  Miranda:  lanzó  otra  di- 
visión al  sur  del  río  Negro  al  mando  del  mayor  Leandro 
Ibáñez,  quien  se  hizo  famoso  en  esta  campaña;  y  él,  con 
una  pequeña  fuerza  de  300  hombres,  inclusive  los  in- 
dios, quedó  aguardando  en  su  campamento  del  Colorado 
^1  desenvolvimiento  de  este  plan,  cuyos  primeros  resul- 
tados debían  venir  de  la  batida  general  sobre  el  río  Negro 
arriba  y  Neuquen,  en  que  estaba  empeñado  á  la  sazón 
el  general  Pacheco. 

El  general  Pacheco  siguió  avanzando  con  sus  fuerzas 
por  ambas  márgenes  del  río  Negro  arriba,  batiendo  en 
lo  crudo  del  invierno  las  tolderías  que  constituían  el 
poder  del  temible  cacique  Chocory.  En  los  primeros  días 
de  julio  llegó  á  Chuele-Choel;  mandó  á  Sosa  con  dos 
escuadrones  en  busca  de  Chocory;  ordenó  á  Lagos  que 
cayera  con  su  fuerza  sobre  Pitrioloncoy,  el  cual  se  encon- 
traba con  una  fuerte  indiada  veinte  le^ruas  arriba  según 


•correspondiente  al  16  de  junio  de  1833.  La  goleta  San  Martin 
entró  muy  cargada  por  la  barra,  calando  nueve  cuartas.  El  puer- 
to del  Colorado,  sin  embargo  de  las  ventajas  que  ofrece,  es  suscep- 
tible de  mejoras,  pues  en  la  nueva  expedición  el  capitán  de  marina 
ha  adquirido  conocimientos  importantes.  El  señor  general  ha  orde- 
nado que  siga  la  navegación  hasta  el  campamento,  esto  es,  internarse 
como  20  leguas  Colorado  arriba,  donde  debe  descargarse  las  maderas 
para  construir  las  dos  balandras  que  van  á  servir  para  reconocer 
este  rio  arriba,  la  una  hasta  la  altura  de  la  frontera  de  Mendoza,  y 
la  otra  al  Negro  de  Patagones.  Se  ha  descubierto  también  en  estos 
campos  una  papila  del  tamaño  de  la  común  de  la  Provincia,  pero  de 
una  calidad  más  agradable.  Se  la  puede  comer  cruda  y  cocida. 
Los  inteligentes  dicen  que  es  mejor  que  la  mandioca.  Los  indios  la 
prefieren  entre  las  demás  frutas,  etcétera.» 

TOMO  II.  11 


—  l(i-2  — 

las  partidas  descubridoras,  y  en  la  madrugada  del  o 
pasó  su  tropa  en  changadas  y  su  caballería  á  nado, 
atacó  la  isla  de  Chuele-Choel,  y  acuchiUó  y  apresó  á  todos 
los  indios  que  se  habían  refugiaibi  allí  con  gran  cantidad 
de  familias. 

Después  de  hacer  recorrer  toda  la  isla  en  una  extensión 
de  doce  leguas  de  largo  por  seis  en  su  mayor  anchura,  sin 
haberse  encontrado  más  indios  en  ella,  ni  en  una  otra  isla 
que  se  sigue  á  la  de  Chuele-Choel.  y  á  la  cual  sus  partidas 
bautizaron  con  el  nombre  de  Isla  de  Pacheco,  este  general 
hizo  pasar  los  prisioneros  al  otro  lado  del  río,  dejó  una 
guarnición  en  la  isla  principal  y  fué  á  campar  en  la  rin- 
conada de  los  Malchaqidnes.  Entretanto,  Chocory  se  arro- 
jaba con  denuedo  sobre  los  veteranos  de  Sosa  y  era  muer- 
to en  reñido  combate,  quitándosele  una  finísima  cota 
de  malla  que  con  otros  trofeos  de  esta  acción  se  en- 
cuentra en  el  museo  de  Buenos  Aires.  (^)  Lagos  cargaba 
;i  Pitrioloncoy  y  lo  destruía  completamente,  en  lucha 
cuerpo  á  cuerpo,  tomábalo  prisionero  con  los  pocos  in- 
dios vivos  que  quedaban,  y  remitía  su  presa  al  campa- 
mento de  Pacheco  el  día  9  de  julio.  (^)  El  largo  y  penoso 
camino  de  la  vanguardia  era  coronado  por  una  serie  de 
triunfos  obtenidos  á  fuerza  de  pericia  y  de  valor. 

En  marcha  para  Los  Manzanos,  que  era,  como  se 
sabe,  el  punto  en  que  la  división  Izquierda  debió  encon- 
trarse con  las  del  Centro  y  Dereclia,  si  éstas  no  hubiesen 
fracasado,  Pacheco  recibió  comunicaciones  del  cuartel 
general  del  Colorado  en  las  que  se  le  avisaba  el  envío 
de  vestuarios,  ganado,  etcétera,  como  asimismo  la  próxima 
llegada   del   buque   que   montaba   el   ingeniero  Descalzi 


( ^ )  Parte  de  Sosa  á  Pacheco. 

(2)  Parte  de  Lagos.  Parte  de  Pacheco  á  Rozas.  El  parte  de 
Rozas  se  publicó  en  El  Restaurador  de  las  Leyes  de  24  de  agosto 
de  1833. 


—  163  — 

con  orden  de  reconocer  y  navegar  el  río  Negro.  Descalzi 
llegó  en  efecto,  resolviendo  desde  entonces  la  navegación 
de  esta  importante  arteria  de  tan  ricos  territorios;  y 
rectificando  los  errores  en  las  distancias  y  en  las  pro- 
yecciones que  contenía  el  plano  de  Villarino,  y  que  había 
previsto  el  coronel  Arenales.  Al  darle  cuenta  de  este 
suceso,  y  refiriéndose  á  los  estudios  de  Descalzi.  decíale 
Pacheco  á  Rozas  :  «  El  Limay  corre  apresuradamente  de 
O.  N.  O.  al  E.  S.  E.  y  el  Neuquen  de  S.  O.  al  N.  E.  co- 
rregido. Lo  que  ya  no  es  dudoso  es  que  el  río  Negro 
es  navegable  con  buques  de  calado  hasta  la  unión  del 
Limay  y  Neuquen,  y  ambos  hasta  mucho  más  arriba, 
porque  á  pesar  de  que  estaban  bajos  traían  mucho  cau- 
dal de  agua.  Poco  antes  de  llegar  á  esa  unión  no  se 
encuentra  menos  de  cuatro  brazas  de  agua,  y  más  arriba 
hasta  siete  brazas.  »    ( * ) 

Después  de  llegar  á  la  confluencia  de  los  ríos  Limay 
y  Neuquen.  en  la  conclusión  del  río  Negro,  y  á  cuarenta 
y  seis  leguas  aproximadamente  de  la  isla  de  Chuele- 
Choel,  Pacheco  coronó  con  sus  fuerzas  los  cerros  que 
se  elevaban  á  sus  flancos,  y  á  los  cuales  bautizó  con  el 
nombre  de  Cerros  de  Rozas.  Los  indios  que  habían  bus- 
cado este  último  refugio  se  precipitaron  en  los  bajíos; 
pero  los  escuadrones  de  Lagos,  Sosa,  Flores.  Hernán- 
dez los  destruyeron  completamente  apresando  á  la  chusma 
y  rescatando  muchísimos  cautivos.  «  Cuando  Pacheco 
observaba  desde  u'i  cerro  los  movimientos  de  sus  escua- 


( 1 )  Papeles  de  Rozas.  Véanse  los  partes  de  Pacheco  á  Rozas 
publicados  en  El  Restaurador  de  las  Leyes  del  mes  de  octubre, 
y  en  La  Gaceta  Mercantil  de  noviembre  y  diciembre  de  1833,  y 
sobre  todo  el  que  le  dirigió  de  vuelta  á  Choele-Choel  el  3i  de  oc- 
tubre, publicado  en  La  Gaceta  del  31  de  enero  de  1834.  Véanse 
también  los  planos  de  Descalzi  y  los  estudios  y  observaciones 
sobre  el  rio  Negro,  en  La  Gaceta  Mercantil  de  fines  de  noviembre 
de  1833. 


—  164  — 

drones  sobre  los  indios,  dice  el  coronel  Meneses  en  una 
carta  que  tengo  á  la  vista,  un  soldado  de  la  escolta  le 
presentó  dos  piedras  ovaladas  que  pesarían  una  libra. 
El  general  las  rayó  con  un  cortaplumas,  y  descubrió 
en  ellas  como  una  vena  amarilla.  Como  las  viera  un 
indio,  éste  le  dijo:  «Mi  general,  esto  llamamos  nos- 
otros las  alcahuetas  de  las  minas;  y  aquí  hay  grande 
mina » ;  de  todo  lo  cual  se  dio  cuenta  al  general  en 
jefe.» 

Por  estos  días  llegó  al  campamento  general  del  río 
Colorado  el  naturalista  Carlos  Darwin,  que  tan  ilustre 
reputación  se  creó  después  en  el  mundo  sabio,  por  sus 
investigaciones  científicas  y  por  su  célebre  teoría  del 
transformümo.  Darwin  llegó  á  Buenos  Aires  en  la  cor- 
beta de  S.  M.  B.  Beagle^  comandada  por  el  también  cé- 
lebre capitán  Fitz-Roy.  Atraídos  por  la  fama  de  la  expe- 
dición al  desierto,  y  por  las  exploraciones  científicas 
que  se  practicaban  sobre  el  río  Colorado,  el  río  Negro, 
etcétera,  bajo  las  órdenes  de  Rozas,  se  dirigieron  á  Pa- 
tagones con  el  objeto  de  internarse  en  el  desierto,  y 
observar  por  sí  mismos  los  cerros  del  río  Negro,  y  el 
sistema  geológico  en  general  de  los  territorios  que  do- 
minaba el  ejército  expedicionario.  Á  pesar  de  que  el 
gobierno  se  limitó  á  darles  una  nota  para  el  coman- 
dante de  Patagones,  en  vez  de  remitirlos  al  general  en 
jefe  del  ejército,  como  se  lo  insinuaron  esos  dos  hom- 
bres distinguidos  al  doctor  Anchorena,  Rozas  les  dio 
todos  los  auxilios  necesarios,  puso  á  sus  órdenes  una 
escolta  con  un  baqueano;  y  cuando  volvieron  de  su  es- 
cursión,  pasaron  algunos  días  en  el  campamento  general 
del  Colorado.  Darwin  quedó  encantado  de  la  riqueza  de 
esos  territorios.  Al  despedirse  de  Rozas  le  declaró,  se- 
gún un  testigo  ocular,  que  la  penosísima  campaña  en 
que  estaba  empeñado  era  una  de  las  empresas  más  tras- 


—  165  — 

cendentales  que  podía  acometer  un  gobierno  civilizado.  ( * ) 
No  fué  Darwin  solo  quien  lo  dijo;  que  á  pesar  de  lo 
escasas  y  difíciles  que  eran  entonces  las  comunicaciones 
con  el  viejo  mundo,  la  conquista  del  desierto  llamó  la 
atención  de  la  prensa  europea.  V Annuaire  Historique 
Universel  publicó  un  detenido  y  concienzudo  resumen  de 
esa  campaña,  é  hizo  notar  los  grandes  beneficios  que 
ella  realizaría  para  el  progreso  y  la  civilización.  Después 
de  referir  las  principales  operaciones  militares,  se  agrega: 
«  El  general  Rozas  quiso  que  su  expedición  fuese  útil  en 
todo  sentido,  dándole  el  carácter  de  una  exploración  cien- 
tífica. Llevaba  un  diario  no  sólo  de  las  circunstancias 
de  su  itinerario,  sino  de  las  observaciones  astronómicas 
que  se  hacía,  y  de  todas  las  que  pudiesen  interesar  á 
la  geografía  y  á  la  historia  natural.  Tenía  bajo  sus  órde- 
nes caballería  bien  montada,  infantería  que  marchaba  á 
caballo  y  que  combatía  á  pie  según  el  uso  de  ese  país, 
y  algunos  cañones  de  pequeño  calibre.  Disponía  tam- 
bién de  un  cuerpo  de  indios  auxiliares  de  donde  salían 
los  baqueanos  y  que  iban  armados  de  lanza,  lazo  y  bolea- 
doras ...»   O 

Según  las  órdenes  de  Rozas,  el  coronel  Ramos  marchó 
por  la  costa  exterior  del  Colorado  hasta  pasar  el  camino 
de  Chari-leo.  Como  á  ochenta  leguas  del  cuartel  general 
del  Colorado,  los  indios  lograron  sorprender  una  par- 
tida exploradora  de  Ramos,  matándole  un  sargento  y 
tres  soldados.  Ramos  los  hizo  cargar  el  10  de  septiem- 
bre con  un  escuadrón  á  las  órdenes  del  mayor  Manuel 
C.  García.  Los  indios  sostuvieron  un  desesperado  com- 
bate hiriendo  al  mismo  García  y  á  varios  oficiales;  pero 


( 1 )  Diario  de  la  expedición  al  desierto,  agosto  13.  Véase  La  Ga- 
ceta Mercantil  del  U  de  octubre  de  1833. 

(2)  Véase  Ayinuaire  Historique  Utiiversel.  por  Lesur,  año  1833. 
París  1834. 


—  ion  — 

fueron  sableados  en  todas  direcciones  y  exterminados. 
La  división  signi(3  su  marclia  río  arriba.  Al  llegar  al 
camino  grande  de  Chari-leo  las  partidas  de  Ramos  apre- 
saron algunos  indios,  chusma  y  ganado  en  el  antiguo 
campamento  de  Pinclieira;  siendo  éstos  los  únicos  que 
se  encontraron  hasta  llegar  al  principio  de  la  travesía, 
Paso  Grande  y  camino  para  Chuele-Choel.  Fiamos  sigui(3 
rumbo  al  norte,  oblicuando  á  la  izquierda,  y  destacando 
partidas  descubridoras  en  todas  direcciones,  las  cuales 
aj)resaron  todos  los  indios  dispersos  que  intentaban  pasar 
con  sus  familias. 

En  los  primeros  días  de  octubre  llegó  con  su  divisi(3n 
al  afamado  cerro  Payen,  y  enarboló  allí  el  pabellón  de 
la  patria.  Como  diez  leguas  más  arriba,  en  la  falda  de 
un  elevado  médano  que  desciende  hasta  cerca  del  río, 
campó  Ramos  cou  su  divisiíui  y  desde  aquí  dirigió  algu- 
nas fuertes  partidas  que  aproximándose  al  río  Atuel, 
llegaron  hasta  quince  ó  veinte  leguas  del  fuerte  San 
Rafael,  línea  de  Mendoza,  sin  encontrar  más  que  los  ras- 
tros de  los  indios.  Después  de  cincuenta  días  de  marcha. 
Ramos  había  llegado  á  las  cercanías  de  los  Andes,  al 
punto  de  intersección  de  los  36°  latitud  con  los  U>  de 
longitud,  meridiano  de  Buenos  Aires;  acuchillando  y 
apresando  á  los  indios  ranqueles  y  chilenos  que  preten- 
dían ganar  las  cordilleras.  Con  400  hombres  había  veri- 
Jicado  la  batida  que  debió  efectuar  la  división  Derecha  que 
mandó  Aldao.  «  Antes  de  regresar  la  división,  conforme  á 
las  órdenes  de  V.  S.,  le  decía  Ramos  á  Rozas,  se  fijaron 
inscripciones  con  los  nombres  délos  ilustres  patriotas  que 
firmaron  el  acta  de  nuestra  independencia,  y  se  enarboló 
el  pabellón  nacional,  llegando  hasta  este  punto  donde  es- 
pero las  órdenes  de  V.  S.  según  me  lo  tiene  prevenido.  »  (*) 


(')    Parle  del  coronel  jefe  de  la  1»  división  del  ejército   de   la 
izquierda,  datado  en  Paso  Cirande,  como  á  60  leguas  del  cuartel 


—  167  — 

La  división  al  mando  del  coronel  Rodrígnez,  que 
debía  operar  en  el  país  de  los  ranqneles,  batió  los  res- 
tos de  la  indiada  de  Yanquetrú,  y  consigni(')  que  algunos 
caciques  se  sometiesen  voluntariamente.  Rodríguez  acep- 
tó el  sometimiento  á  condición  de  que  entregasen  los 
cautivos  que  tenían,  y  de  que  se  trasladarían  ellos  mis- 
mos al  cuartel  general  del  Colorado.  Así  se  verificó, 
regresando  Rodríguez  á  este  punto  con  gran  cantidad  de 
cautivos,  y  sin  dejar  indios  enemigos  en  el  territorio 
que  recorrió.  (  V)  La  segunda  división  á  las  órdenes  del 
comandante  Miranda,  y  compuesta  de  250  hombres  entre 
veteranos  é  indios,  recorrió  más  de  cien  leguas  en  rumbo 
al  noreste,  los  campos  linderos  á  los  ranqneles.  Como 
á  dos  leguas  de  la  Laguna  Grande  de  Salinas,  alcanzi) 
á  los  indios  de  Yanquiman.  Éste  tendió  su  línea  de 
combate,  pero  fué  despedazado  y  hecho  prisionero  lo 
mismo  que  la  chusma  que  le  acompañaba,  rescatándosele 
los  cautivos  que  hicieron,  oriundos  casi  todos  de  la  pro- 
vincia de  San  Luis.  (-) 

Por  fin,  la  división  del  mayor  Leandro  Ibáñez  operó 
con  singular  éxito  en  los  territorios  al  sur  del  río  Negro. 
«Al  mayor  Ibáñez,  escribíale  Rozas  á  su  amigo  Terrero  (■'), 
lo  he  despachado  hoy  (12  de  septiembre)  con  cincuenta 
■cristianos  y  cien  pampas  con  la  orden  de  pasar  el  río 


general,  á  30  de  octubre  de  1833.  Este  parte  da  cuenta  detalla- 
da de  todas  las  operaciones,  y  describe  prolijamente  el  extenso  terri- 
torio recorrido.  Ramos  remitió  al  cuartel  general  una  relación  de 
los  productos  de  esos  riquísimos  médanos  donde  abunda  el  yeso,  y 
cuyos  variadísimos  colores  son  otros  tantos  tintes  que  constituyen 
un  caudal  inagotable  para  las  artes  aplicadas  á  la  industria.  —  Véase 
La  Gaceta  Mercantil  de  13  de  enero  de  1834. 

(')  El  número  de  cautivos  se  publicó  en   La  Gaceta  Mercantil. 

(-)  El  par+e  de  Miranda  se  publicó  en  El  Restaurador  de  las 
Leyes  del  15  de  octubre  de  1833. 

(3)  Borrador  de  letra  de  Rozas  en  mi  archivo.  Véase  esta  carta 
en  el  apéndice. 


—  KíS  — 

Negro  y  correr  el  campo  hasta  cien  leguas  al  sur.  No- 
hay  por  ahí  más  enemigos  que  el  cacique  Cayupan  con 
algunos  indios  y  muchas  familias.  Si  da  con  el  rastro 
los  seguirá  aunque  sea  hasta  Chile,  porque  lo  mando 
hien  montado.  Después  de  esto  ya  no  quedan  en  este- 
campamento  más  que  ciento  cincuenta  infantes,  los  arti- 
lleros y  la  gente  que  cuida  las  reses  y  caballos  flacos 
({ue  siempre  mantengo  invernando. »  Ibáñez  penetró  en 
la  larga  travesía  que  se  extiende  al  suroeste.  Des- 
pués de  algunos  días  de  penosísimas  marchas,  llegó  á 
las  ignotas  regiones  del  río  Valchetas,  el  cual  tiene  su 
origen  en  una  sierra  al  S.  O.  de  la  de  San  Antonio. 
El  5  de  octubre  sorprendió  la  tribu  del  cacique  Cayu- 
])an,  quien  jamás  imaginar  pudo  que  llegarían  allá  fuer- 
zas de  la  división  Izquierda.  Cayupan  opuso  tenaz  re- 
sistencia, pero  fué  destruido  y  hecho  prisionero  con  los 
guerreros  que  sobrevivieron  y  las  familias  que  los  acom- 
pañaban. Después  de  concluir  con  los  últimos  indios 
que  quedaban  al  sur  del  río  Negro,  y  de  dejar  una 
inscripción  con  fecha  5  de  octubre,  cerca  del  río  Val- 
chetas, Ibáñez  regresó  al  cuartel  general,  donde  fué  feli- 
citado por  el  acierto  con  que  llevó  á  cabo  su  atrevida 
expedición.   (') 

Para  apreciar  las  dificultades  que  Rozas  tuvo  que 
vencer  por  sí  mismo  á  fin  de  llevar  á  cabo,  con  el  éxito 
que  se  ha  visto,  esta  campaña  penosísima  y  sin  prece- 
dente en  la  Re])ública  Argentina,  se  debe  tener  ¡¡resente- 
que  él  y  el  ejército  á  sus  órdenes,  fueron  objeto  de 
hostilidades  maiiifiestas  del  gobierno  de  Buenos  Aires. 
Que   este  gobierno,   no    sólo   pretendió  sublevar   contra 


(')  Kl  parte  (le  la  expedición  sobre  el  río  Valchetas  se  pul)licó 
en  La  Gacelr  Mercantil  del  8  de  noviembre  de  1833.  Véase  también 
la  del  1°  de  noviembre. 


—  169  — 

ese  ejército  sus  principales  oficiales  y  los  indios  redu- 
cidos en  Tapalqué  y  en  Salinas  (')  sino  que  le  negó 
los  recursos  indispensables  para  su  subsistencia  y  en- 
tretenimiento, á  pesar  de  los  reiterados  encarecimientos 
del  general  Guido,  comisionado  al  efecto  del  general  de 
la  división  expedicionaria.  (')  Que  ésta  se  movió,  se  en- 
tretuvo y'  lo  hizo  todo  por  los  esfuerzos  particulares  de 
Rozas  y  de  sus  amigos;  y  que  cuando  los  vestuarios 
y  artículos  de  consumo,  etcétera,  se  agotaron,  Rozas  se 
vio  precisado  á  emitir  con  su  sola  garantía  vales  hasta 
por  valor  de  cien  mil  pesos,  para  pagar  á  los  comerciantes 
y  vivanderos  que  le  vendían  lo  necesario.  (^) 

Á  pesar  de  todo,  la  división  Izquierda,  aislada  en  el 
desierto  á  consecuencia  del  completo  fracaso  de  las  del 
Centro  y  de  la  Derecha,  conquistó  los  dilatados  territo- 
rios que  se  extienden  doscientas  leguas  por  el  oeste  y 
noroeste  hasta  las  inmediaciones  de  la  cordillera  de  los- 
Andes;  y  por  el  suroeste  como  ciento  ochenta  leguas 
hasta  más  allá  del  río  Valchetas,  tierra  de  los  tehuel- 
ches,  á  los  41°  lat.  y  9  long.  del  meridiano  de  Buenos 
Aires;  fraccionándose  en  columnas  expedicionarias  que 
campearon  victoriosas  por  el  país  de  los  ranqueles  y 
la  Pampa  Central;  por  toda  la  línea  de  los  ríos  Negro. 
Neuquen  y  Liniay;  por  la  región  Andina  hasta  la  fron- 
tera  de   Mendoza,   y  por   la  región   de  Valchetas   hasta 


(')  Véase  en  el  apéndice  las  cartas  que  lo  acreditan. 

(2)  Las  notas  del  general  Guido  se  publicaron  después;  y  los  du- 
plicados obran  en  poder  del  señor  Carlos  Guido.  Véase  la  nota  del 
ministro  doctor  Tagle  en  la  que  ordena  á  los  jueces  de  paz,  no 
permitan  que  se  envíe  vacas  á  la  división  Izquierda.  Se  publica 
en  El  Restaurador  de  las  Leyes  del  11  de  septiembre  de  1833. 

(^)  La  orden  del  día  que  se  refiere  á  esta  emisión  se  publicó 
en  La  Gaceta  Mercantil  del  26  de  diciembre  de  1833.  Esos  vales 
circularon  como  moneda  corriente  en  manos  de  comerciantes  res- 
petables del  Fuerte  Argentino  (Bahía  Blanca)  como  los  señores  Fe- 
lipe Vela,  José  María  Araujo,  Pablo  Acosta,  Francisco  Casal,  etcétera, 
etcétera. 


—  170  — 

enfrentar  el  cal)o  de  Hornos,  últimos  confines  de  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires.  En  esta  campaña  de  un  año, 
las  divisiones  de  Rozas  destruyeron  las  indiadas  de  los 
caciques  mayores  Chocory,  Pitrioloncoy,  Mittao,  Paynen, 
€ayupan,  Calquin,  Yanquiman.  Catrué.  Epuillan,  Milla- 
^an,  Califuquen,  Queñigual,  Tuquiñan;  poniendo  fuera 
de  combate  más  de  diez  mil  indios,  y  rescatando  cerca 
de  cuatro  mil  cautivos  cuyos  nombres  se  registran  en 
la  publicación  que  se  hizo  circular  oficialmente  para  co- 
nocimiento de  los  deudos. 

Á  principios  del  año  de  1834,  Rozas  regresó  con  su 
división  á  Napostá,  dejando  guarniciones  en  la  isla  de 
Chuele-Choel,  en  su  cuartel  general  del  río  Colorado,  en 
la  margen  del  río  Negro,  y  en  los  puntos  donde  antes 
estableció  fortines.  ( ^ )  Entonces  le  fué  dado  todavía  ope- 
rar con  éxito  sobre  los  indios  que  no  estaban  reducidos- 
Se  recordará  que  cuando  se  internó  en  el  desierto  ce- 
lebró tratados  de  paz  con  los  indios  borogas  que  que- 
daron en  Salinas.  Pero  éstos  habían  seguido  robando 
y  asolando  el  territorio  sin  que  nadie  pudiese  contener- 
los. Á  su  regreso  Rozas  les  intimó  la  entrega  de  los 
cautivos  y  de  las  haciendas  que  retenían.  No  sólo  se 
negaron  á  ello,  entregándole  al  coronel  Corvalán  un  nú- 
mero reducido  de  cautivos,  sino  que  asaltaron  y  exter- 
minaron una  partida  del  ejército.  Rozas  dirigió  sobre 
•ellos  algunos  escuadrones  veteranos  y  un  regimiento 
de  Blandengues  que  guarnecía  la  Fortaleza  Argentina 
(Bahía  Blanca)  y  éstos  destruyeron  á  los  borogas,  ma- 
tando cerca  de  mil  indios,  rescatando  todos  los  cautivos 
y  todo  el  ganado  robado.  Así  acabó  la  única  indiada 
que    quedaba    en    el    desierto;    pues    los  tehuelches    se 


(' )  Todas  estas  guarniciones  se  mantuvieron  hasta  el  año  de  1852. 


—  171  — 

habían  establecido  con  sns  familias  cerca  de  las  pobla- 
ciones de  reciente  creación,  y  los  pampas  de  Catriel  y 
de  Cachul  estaban  en  nn  todo  sometidos. 

En  seguida  Rozas  quiso  cumplir  lo  que  había  acor- 
dado con  el  gobierno  de  Buenos  Aires,  es  á  saber  que, 
una  vez  terminada  la  campaña  victoriosamente,  licen- 
ciaría el  ejército  y  firmaría  él  mismo  la  baja  á  todos 
los  milicianos,  dejando  solamente  en  pie  los  escuadro- 
nes y  cuadros  veteranos.  Para  despedirse  de  sus  sol- 
dados en  nombre  de  la  patria.  Rozas  los  formó  el  día 
25  de  mayo  de  1834  en  la  margen  del  arroyo  Napostá, 
y  les  dirigió  la  siguiente  proclama  que  transcribo  ín- 
tegra por  la  importancia  de  los  hechos  históricos  que 
enuncia: 

«Soldados  de  la  patria!  Hace  doce  meses  que  per- 
disteis de  vista  vuestros  hogares  para  internaros  en  las 
vastas  pampas  del  sur.  Habéis  operado  sin  cesar  todo 
el  invierno  y  terminado  los  trabajos  de  la  campaña  en 
doce  meses  como  os  lo  anuncié.  Vuestras  lanzas  han 
destruido  los  indios  del  desierto,  castigando  los  críme- 
nes y  vengando  los  agravios  de  dos   siglos. 

« Las  bellas  regiones  que  se  extienden-  hasta  la  cordi- 
llera de  los  Andes  y  las  costas  que  se  desenvuelven  hasta 
el  afamado  Magallanes,  quedan  abiertas  para  nuestros 
hijos.     Habéis  excedido  las  esperanzas  de  la  patria. 

«Entre  tanto,  ella  ha  estado  envuelta  en  desgracia 
por  la  furia  de  la  anarquía.  ¡Cuál  sería  hoy  vuestro 
dolor  si  al  divisar  en  el  horizonte  los  árboles  queridos 
que  marcan  el  asilo  doméstico,  alcanzarais  á  ver  la  fu- 
nesta humareda  de  la  guerra  fratricida ! 

«  Pero  la  divina  Providencia  nos  ha  librado  de  tama- 
ños desastres.    Su  mano  protectora  sacó  del  seno  mismo 


—  172  — 

de  la  discordia  un  gobierno  fraternal,  á  quien  habéis 
rendido  el  solemne  homenaje  de  vuestra  obediencia  y 
reconocimiento. 

«¡Compañeros!  Jurad  aquí  delante  del  Eterno  que 
grabaremos  siempre  en  nuestros  pechos  la  lección  que  se 
ha  dignado  darnos  tantas  veces,  de  que  sólo  la  sumisión 
perfecta  á  las  leyes,  la  subordinación  respetuosa  á  las 
autoridades  que  por  ellas  nos  gobiernan,  pueden  asegurar 
la  paz,  libertad  y  justicia  para  nuestra  tierra. 

« ¡  Compatriotas !  que  os  gloriáis  con  el  título  de  Res- 
tauradores de  las  Leyes,  aceptad  el  honroso  empeño  de 
ser  sus  firmes  columnas  y  defensores  constantes. » 

Rozas  había  realizado,  pues,  el  propósito  trascendental 
á  que  dedicó  sus  mejores  afanes;  y  para  asegurarlo  en 
los  tiempos  se  proponía  insistir  desde  luego  con  el 
gobierno  de  Chile  y  con  Quiroga  para  que  juntos  redu- 
jesen ó  destruyesen  los  indios  del  Oriente  y  Occidente 
de  la  Cordillera.  Entretanto  insistió  para  que  las  pro- 
vincias de  Santa  Fe,  San  Luis  y  Mendoza  consignasen 
oficialmente  lo  que  en  1831  había  arreglado  con  dichos 
gobiernos,  y  lo  que  como  general  de  la  división  Izquier- 
da había  declarado  en  documentos,  con  asentimiento 
de  los  mismos,  en  lo  que  se  refería  á  los  límites  de 
la  provincia  de  Buenos  Aires.  Así  fué  como  después 
de  terminada  la  campaña  se  ratificó  el  convenio  ante- 
rior, estableciéndose  en  virtud  de  la  soberanía  que  in- 
vestían los  gobiernos  respectivos,  que  los  límites  de  Bue- 
nos Aires,  por  la  parte  de  Santa  Fe,  corrían  por  la 
línea  de  Melincué,  dejando  ésta  á  la  derecha;  por  la  parte 
de  Mendoza  hasta  las  nacientes  del  río  Grande  y  línea 
de  San  Rafael,  y  por  el  sur  liasta  el  Estrecho  de  Ma- 
gallanes. Las  legislaturas  de  dichas  provincias  celebra- 
ron  el   ensanche    general    de   sus  fronteras    decretando 


—  173  — 

honores  singulares  á  Rozas  por  el  feliz  término  de  la 
expedición  al   desierto.  ( ' ) 

Respecto  de  los  límites  por  el  sur  y  el  suroeste, 
ellos  están  marcados  por  la  naturaleza;  y  los  territorios 
que  comprenden  sólo  á  Buenos  Aires  corresponden,  pues 
desde  ab  initio  fueron  ocupados  por  los  indios  hasta 
que  un  ejército  de  esta  provincia  los  desalojó  de  ellos, 
ejerciendo  desde  entonces  Buenos  Aires,  sin  oposición 
alguna  una  serie  de  actos  que  establecen  el  dominio 
legal,  á  saber:  ocupó  permanentemente  con  sus  armas 
esos  territorios;  consintió  que  bajo  su  autoridad  los  pobla- 
sen las  tribus  de  indios  reducidos ;  afirmó  el  hecho  de  la 
ocupación  y  de  la  posesión  así  en  el  cerro  Payen  como  en 
el  río  Yalchetas ;  y  los  pobló  por  medio  de  una  línea  de 
guarniciones  desde  Bahía  Blanca  hasta  Chuele-Choel  y 
desde  el  río  Colorado  hasta  la  falda  de  los  Andes;  las 
cuales  guarniciones  con  las  familias  de  los  soldados 
permanecieron  hasta  después  del  año  1852.  Con  sobra- 
da razón  decía,  pues.  Rozas  en  un  documento  oficial: 
(( Las  bellas  regiones  que  se  extienden  hasta  la  cordille- 
ra de  los  Andes,  y  las  costas  que  se  desenvuelven  hasta 
el  afamado  Magallanes,  quedan  abiertas  para  nuestros 
hijos.» 

Estos  límites  de  Buenos  Aires  hasta  el  Estrecho  de 
Magallanes,  por  una  parte,  y  hasta  la  cordillera  de  los 
Andes  por  la  otra,  son  los  mismos  que  fijan  á  dicha 
provincia  los  documentos  oficiales  y  cédulas  reales  des- 
de dos  siglos  atrás.  En  1683  una  cédula  real  ordenaba 
al  gobernador  de  Buenos  Aires  que  cuidara  del  someti- 
miento y  conversión  de  los  indios  de  las  Pampas.   En 


( ' )  Véase  estas  comunicaciones  en  La  Gaceta  Mercantil  de 
diciembre  de  1833  y  de  Enero  de  1834.  Véase  en  el  apéndice  la 
carta  de  Rozas  de   fecha  27  de  noviembre  de  1873. 


-  174  — 

1704  otro  oficio  liablaba  al  mismo  gobernador  de  la 
conveniencia  que  habría  en  montar  una  expedición  para 
reducir  á  los  infieles  de  los  desiertos  del  sur  de  Bue- 
nos Aires.  En  170(3  otra  real  cédula  ratificaba  las  ante- 
riores que  extendían  la  jurisdicción  del  gobernador  de 
Buenos  Aires  sobre  la  Patagonia,  Estrecho  de  Magalla- 
nes y  Tierra  del  Fuego.  Por  esto  fué  que  don  Juan  José 
de  Vertiz,  gobernador  entonces,  solamente,  legisló  repe- 
tidas veces  sobre  los  indios  de  los  desiertos  del  sur  de 
Buenos  Aires;  y  en  1772  envió  en  esa  dirección  una 
expedición  á  las  órdenes  de  los  oficiales  don  Ramón 
Euía  y  don  Pedro  Ruíz.  En  la  cédula  por  la  cual  Car- 
los III  creí)  el  virreinato  de  Buenos  Aires  se  establece 
que  la  jurisdicción  de  éste  se  extiende  hasta  la  cordi- 
llera de  los  Andes  por  la  parte  de  Buenos  Aires.  En  1782 
el  piloto  don  Basilio  Villarino  exploró  el  río  Negro  por 
cuenta  y  orden  del  gobierno  de  Buenos  Aires ;  y  en 
las  memorias  de  los  virreyes,  en  la  de  Vertiz  principal- 
mente, se  encuentran  otros  documentos  que  corroboran 
tales  antecedentes,  ('j  En  el  capítulo  sobre  Malvinas  se 
ha  visto  cómo  el  estado'  soberano  de  Buenos  Aires  ejerció 
desde  1823  hasta  1829,  una  serie  de  actos  de  posesión 
sobre  sus  territorios  por  el  lado  de  Magallanes;  y  en  el 
tomo  1°.  de  esta  obra  se  ha  dado  cuenta  de  las  expedi- 
ciones verificadas  por  el  gobierno  de  Buenos  Aires  sobre 
sus  desiertos  del  sur.  Éstas  se  repitieron  en  1858  por 
los  auspicios  del  mismo  gobierno  y  en  virtud  de  sus 
mismos  derechos  á  esos  territorios  que  nadie  le  disputó 
y  que  estaban  consignados  en  su  Constitución  de  1854. 
Hasta  esta  época,  pues,  los  territorios  que  se  ex- 
tienden  por    el  lado   de  Santa  Fe  hasta  Melincué;  por 


(')  Véase  la  Revista  del  Archivo  de  Buenos  Aires,  ^^ov  el  señor 
Manuel   R.  Trelles. 


—  175  — 

Mendoza  hasta  la  línea  de  San  Rafael;  por  el  oeste 
hasta  la  cordillera  de  los  Andes,  y  por  el  sur  hasta 
Magallanes,  pertenecían  de  hecho  y  de  derecho  á  la 
provincia  de  Buenos  Aires: — 1°.,  por  el  deslinde  y  repar- 
tición que  de  sus  provincias  ordenó  Cjue  se  hiciera  el 
rey  de  España,  según  cédulas  y  documentos  fehacientes^ 
y  consiguiente  jurisdicción  no  interrumpida  que  sobre- 
aquéllos  tuvieron  los  gobernadores  intendentes  de  Bue- 
nos Aires,  aun  después  de  creado  el  virreinato  de  este 
nombre;  2'\,  por  la  posesión  continuada  y  actos  de  do- 
minio que  ejercieron  los  gobiernos  provinciales  de  Bue- 
nos Aires  desde  1810  hasta  1832,  sin  que  ni  los  triun- 
viratos, ni  directorios  que  mediaron,  disputaran  jamás 
ese  derecho;  3°.,  por  la  ocupación  militar,  establecimientos 
y  poblaciones  que  realizó  en  esos  territorios  el  ejército 
de  Buenos  Aires,  en  nombre  de  esta  provincia,  y  de 
acuerdo  con  las  provincias  limítrofes  confederadas,  pero 
soberanas  é  independientes  según  el  pacto  de  enero  de 
1831,  y  según  sus  leyes  fundamentales;  —  4°.,  por  el 
asentimiento  con  que  todas  las  provincias  de  la  anti- 
gua unión  argentina  acogieron  las  declaraciones  oficia- 
les y  comunicaciones  en  las  cuales  el  gobierno  de 
Buenos  Aires  fijaba  aquellos   límites  á  esta  provincia. 

Cuando  se  operó  la  reorganización  argentina,  la  Cons- 
titución Nacional  dejó  á  salvo  aquel  pacto  y  los  corre- 
lativos, por  lo  que  hacía  á  la  provincia  de  Buenos  Aires; 
y  reconociendo,  por  consiguiente,  los  derechos  que  ésta 
se  había  creado  como  Estado  soberano,  por  sí,  y  con 
relación  á  las  demás  provincias,  soberanas  también  é 
independientes  en  la  época  de  la  separación  administra- 
tiva en  que  habían  estado.  Así,  ni  durante  la  presidencia 
del  general  Mitre,  ni  durante  la  del  general  Sarmiento,  el 
Congreso  argentino  dictó  disposición  alguna  que  desco- 
nociera el  derecho  de  la  provincia  de  Buenos  Aires   á 


—  176  — 

ios  territorios  que  poseía  desde  que  era  capitanía  gene- 
ral de  España  y  que  conservó  á  precio  de  grandes  sacri- 
íicios.  Ha  sido  bajo  la  presidencia  del  doctor  Avellaneda 
cuando  el  Congreso  dictó  una  ley  de  4  de  octubre  de 
1878,  por  la  que  se  declaran  territorios  nacionales  los 
que  pertenecen  á  las  provincias  contratantes  de  1833,  y 
se  arrebata  sólo  á  Buenos  Aires  más  de  ocho  mil  leguas 
de  territorio  que  siempre  le  perteneció;  limitando  éste 
€n  la  línea  del  río  Negro  hasta  encontrar  el  grado  5°  de 
longitud  occidental,  y  la  del  mismo  grado  S*'  en  su  pro- 
longación norte  hasta  su  intersección  con  el  grado  35 
de  longitud.  Esta  arbitrariedad  fué  contestada  por  el 
gobernador  de  Buenos  Aires  en  su  mensaje  del  año  1879; 
y  ello,  como  el  voto  de  la  opinión  pública,  es  la  única 
protesta  que  subsistirá  hasta  que  una  justicia  severa 
presida  la  resolución  que  debe  recaer  en  ese  punto  im- 
portantísimo del  derecho  federal  argentino,  en  el  que  va 
envuelto  un  ataque  sin  precedente  á  la  soberanía  de  las 
provincias  de  Santa  Fe,  Córdoba,  Mendoza,  San  Luis  y 
Buenos  Aires. 

La  facultad  del  Congreso  argentino  (art.  67,  inc.  14)  para 
demarcar  límites  nacionales  sólo  puede  ejercitarse  induda- 
blemente respecto  de  aquellos  límites  que  no  han  sido 
fijados  todavía,  ó  que  son  contestados;  pero  jamás  res- 
pecto de  los  que  se  apoyan  en  títulos  que  datan  de  dos 
siglos,  ni  de  los  que  han  sido  fijados  y  reconocidos 
hace  cincuenta  años  por  actos  públicos  de  las  provincias 
federales  limítrofes,  y  en  uso  perfecto  de  la  soberanía 
ordinaria  y  extraordinaria  que  investían,  separadas  ad- 
ministrativamente las  unas  de  las  otras  en  virtud  de 
pactos  que  la  misma  Constitución  Nacional  ha  dejado 
á  salvo.  El  Congreso  ha  violado,  pues,  los  derechos  im- 
prescriptibles de  cuatro  provincias  federales.  Y  es  de 
advertir,    además,    que   la   demarcación   de    límites  de 


—  177  — 

1878  fué  hecha  sin  consultar  previamente  á  las  provin- 
cias interesadas,  y  a  j)riori,  por  decirlo  así ;  pues  por  la 
misma  ley  á  que  me  refiero,  se  autorizaba  al  Poder  Eje- 
cutivo para  invertir  hasta  la  suma  de  un  millón  seis-- 
cientos  mil  pesos  fuertes  con  el  objeto  de  llevar  la  línea 
de  fronteras  sobre  la  margen  izquierda  del  río  Negro  y 
Neuquen. 

Los  contemporáneos  que  hasta  la  aparición  de  este 
libro  pocas  noticias  tenían  de  la  expedición  al  desierto 
en  1833.  y  que  han  visto  cómo  se  ejecutó  esa  ley  de 
1878,  se  preguntarán:  si  Rozas  desalojó  á  los  indios 
desde  Bahía  Blanca  hasta  las  cordilleras  y  desde  la 
frontera  de  Mendoza  hasta  Magallanes,  ¿cómo  es  que 
«n  1879  se  emplearon  dos  millones  de  duros  y  todo  el 
ejército  de  línea  argentino  para  batir  los  indios  en 
esos  mismos  desiertos?  Es  evidente  que  las  divisiones 
de  Rozas  concluyeron  las  indiadas  que  recorrían  toda 
aquella  vasta  extensión  de  territorio.  Los  únicos  indios 
á  los  cuales  no  pudo  reducir  fueron  los  indios  arauca- 
nos que.  unidos  á  los  ranqueles  se  habían  batido  con 
las  divisiones  de  Aldao  y  Huidobro,  y  que  al  saber  que 
venía  sobre  ellos  Rozas  por  un  lado,  y  el  general  Rui- 
nes por  el  lado  de  Chile,  se  sometieron  á  las  condicio- 
nes que  este  último  les  impuso.  Si  no  hubiesen  mediado 
en  Chile  las  circunstancias  que  obligaron  al  general 
Bulnes  á  faltar  al  plan  acordado  con  los  gobiernos  de 
Buenos  Aires,  Córdoba  y  Mendoza;  si  en  vez  de  hacer 
una  paz  poco  duradera  con  los  indios  chilenos  y  ran- 
queles, consintiéndoles  su  permanencia  en  los  valles  de 
las  cordilleras,  los  hubiera  atacado  hasta  arrojarlos  al 
oriente  de  las  mismas,  esos  indios  habrían  sido  con- 
cluidos por  las  divisiones  victoriosas  del  general  Pacheco 
y  del  coronel  Ramos.  Los  que  hubiesen  pretendido  es- 
capar por  el  exterior  del  río   Negro  habrían   sido   con- 

TOMO  II.  12 


—  17.S  — 

cluídos  igualmente  por  la  división  que  fué  á  Valchetas.. 
Y  si  algunos  lo  hubiesen  pretendido  por  el  interior  del 
río  Colorado,  habrían  sido  también  concluidos  por  las 
dos  divisiones  de  indios  pampas  que  con  cuatro  com- 
pañías de  línea  Rozas  había  enviado  al  país  de  los 
ranqueles.  ( ' )  Por  otra  parte  los  indios  pampas  y  te- 
huelches  de  Catriel,  Cachul  y  Chañil,  vivieron  tranqui- 
lamente hasta  1852  del  pastoreo  y  comercio  de  pieles. 
Ha  sido  después  del  año  de  1852,  cuando  esos  indios 
y  los  ranqueles,  invocando  los  rigores  de  los  gobiernos 
que  levantaban  las  luchas  civiles,  asolaron  las  provin- 
cias fronterizas,  viniéndose  por  el  sur  de  Buenos  Aires 
hasta  el  Tandil,  por  el  oeste  hasta  el  Saladillo,  y  por 
el  norte  hasta  el  Pergamino,  y  destruyendo  después 
las  varias  expediciones  que  organizaron  esos  gobiernos 
hasta  el  año  de  1870. 

La  conquista  del  desierto  que  llevó  á  cabo  Fiozas 
en  el  año  de  1833.  y  la  acción  lenta  del  tiempo,  ejer- 
cida á  través  de  las  continuas  correrías  del  salvaje, 
habían  acabado  con  casi  todos  los  indios,  cuando  nueve 
mil  veteranos  argentinos  (-)  á  las  órdenes  del  general 
Julio  Roca  penetraron  en  esos  desiertos  con  el  objeto 
de  fijar  la  línea  de  fronteras  sobre  el  río  Negro  y  Neu- 
quen.  El  general  Roca  le  asignó  á  la  obra  de  Rozas  la 
trascendencia  que  le  daba  la  fuerza  de  las  cosas,  cuando 
él  mismo  amplió  su  plan  en  razón  de  las  facilidades 
que  le  brindaban  las  operaciones  que  Rozas  llevó  á 
cabo  y  que  Roca  completó  ocupando  militarmente  esos 


(í)  Véase  en  el  apéndice  á  este  tomo  la  carta  de  Rozas  fechada 
en  Soutliampton  á  17  de  septiembre  de  1870,  la  cual  contiene  datos 
importantes  sobre  este  particular,  corroborados  por  los  documen- 
tos que    se   han  visto  en  este  capitulo. 

(2)  Cuando  se  cumplió  la  ley  que  confería  una  medalla  á  los 
que  hubiesen  pertenecido  al  ejército  expedicionario  del  rio  Ne^'i'o 
en  1879,  resultaron  premiados  101  jefes,  500  oficiales  y  9090  soldados. 


—  179  — 

desiertos  hasta  las  faldas  de  los  Andes,  donde  ya  hoy 
se  levantan  centros  de  trabajo  y  de  civilización.  «Ámi 
juicio,  escribía  el  general  Roca  al  ministro  de  la  guerra 
coronel  Adolfo  Alsina,  el  mejor  sistema  de  concluir  con 
los  indios,  ya  sea  extinguiéndolos  ó  arrollándolos  del 
otro  lado  del  río  Negro^  es  el  de  la  guerra  ofensiva  que 
es  el  mismo  seguido  por  Rozas,  quien  casi  concluyó  con 
ellos. »  Y  una  vez  que  desenvuelve  su  plan,  el  general 
Roca  agrega:  «doscientos  hombres  armados  bastarían 
para  hacer  la  policía  del  oasis  ranquelino,  evitando  que 
nuevas  inmigraciones  araucanas  vengan  á  hacer  su  nido 
en  él,  COMO  sucedió  después  que  Rozas  lo  dejó  limpio, 
por  el  abandono  que  nuestras  guerras  civiles  nos  han 
obligado  á  hacer  de  las  fronteras. »  ( M 

«Los  indios  no  se  multiplican  como  los  cristianos, 
decía  á  este  respecto  un  eminente  estadista  argentino. 
El  general  Roca  lo  ha  visto,  y  á  él  se  le  debe  en 
mucha  parte  el  descubrimiento  de  una  verdad  que 
ocultaban  los  mirages  de  la  Pampa:  no  había  ta- 
les indios!     No    son  ni  Roca,    ni  Alsina,  ni  Gainza,  los 


(M  Véase  esta  carta  datada  en  Rio  IV  á  19  de  octubre  de  1875,  y 
publicada  en  el  Esludio  topográfico  sobre  la  Pampa  y  el  rio  Negro 
por  el  teniente  coronel  Manuel  J.  Olascoaga,  páginas  XXII  y  XXIII. 
Fuera  de  estas  declaraciones  que  tanto  honran  al  general  koca,  el 
citado  libro  no  contiene  referencia  alguna  acerca  de  la  campaña  al 
desierto  en  1833-1834;  siendo  de  advertir  que  muchas  de  las  opera- 
""•iones  y  de  los  trabajos  realizados  por  el  ejército  expedicionario  en 
1879,  y  de  que  da  cuenta  el  mismo  libro,  son  idénticamente  los  mis- 
mos que  practicó  el  comandado  por  Rozas;  y  que  para  las  marchas, 
pasos,  travesías,  itinerario  y  estudio  de  los  nos,  etcétera,  etcétera, 
etcétera,  aquel  mismo  ejército  ha  usado  y  tenido  presente,  como  es 
notorio  y  como  se  ve  por  el  estudio  comparativo  de  ambas  expedi- 
ciones, el  útilísimo  Diario  de  operaciones,  etcétera,  de  la  División 
Izquierda  en  1833,  y  muy  principalmente  el  que  se  refiere  á  la  van- 
guardia; como  los  diarios,  planos  y  demás  estudios  practicados  en 
aquel  tiempo  sobre  los  ríos  Colorado,  Negro  y  Neuquen,  por  Chiclana 
y  por  Delcalzi.  Hasta  los  nombres  con  que  los  jefes  de  la  expedición 
de  1833  bautizaron  los  lugares,  islas,  montes,  cerros,  etcétera,  después 
de  descubrirlos  y  de  explorarlos,  han  sido  cambiados  en  el  libro  á 
que  me  refiero,  con  arreglo  á  la  fantasía  de  la  época. 


—  180  — 

que  los  han  destruido.  Es  la  acción  lenta  que  han  ve- 
nido ejerciendo  un  siglo  de  lucha,  la  propia  vida  salvaje 
y  la  falta  de  medios  de  suhsistir.  No  había  tales  in- 
dios; y  hoy,  meditándolo  bien,  da  vergüenza  pensar  en 
que  se  haya  necesitado  un  poderoso  establecimiento  mi- 
litar, y  á  veces  ocho  mil  hombres  para  acabar  con  dos 
mil  lanzas  que  nunca  reunirán  los  salvajes.  Calfucurá 
fué  destruido  por  el  general  Rivas...  Alsina  destruyó 
á  Catriel,  y  la  obra  íinal,  meritoria,  digna  de  un  general, 
es  la  que  ha  emprendido  el  general  Roca  con  todo  el 
poder  militar  de  la  nación. »  (') 

El  testimonio  de  los  más  valientes  adversarios  de 
Rozas;  el  no  menos  autorizado  del  general  en  jefe  del 
ejército  expedicionario  al  desierto  en  1879,  corroboran  lo 
que  dicen  los  documentos,  y  lo  que  atestiguan  también 
las  personas  que  formaron  parte  de  la  División  Izquierda 
en  1833,  es  á  saber:  que  con  las  solas  fuerzas  de  esta 
división.  Rozas  concluyó  con  los  indios  del  desierto;  y 
que  á  no  liaber  sobrevenido  la  guerra  civil  que  azotó  la 
República,  habría  concluido  con  los  ranqueles  y  tam- 
bién con  los  chilenos  combinando  sus  fuerzas  con  las 
de  Chile  como  estaba  proyectado. 


(')    El  Nacional  redactado  por  el  general  Sarmiento.     Véase  el 
editorial  del  17  de  julio  de  1879. 


CAPITULO    XXIII 


REVOLUCIÓN   DE   LOS   RESTAURADORES 


( 1833 ) 


Sumario  :  I.  Los  actos  de  partidario  del  general  Balcarce  y  sus  compromisos  con  el 
partido  federal. — II.  En  razón  de  éstos  los  federales  lo  llevan  al  gobierno: 
sus  declaraciones  como  gobernador. — III.  Balcarce  se  divorcia  del  partido 
federal  y  se  propone  abatir  la  influencia  de  Rozas. — IV.  Perfil  del  general 
Enrique  Martínez,  ministro  de  la  guerra. — V.  Medidas  de  éste  contra  el 
partido  federal  y  contra  Rozas. — VI.  La  mayoría  federal  y  la  minoría  de 
los  lomo-negros. — VII.  El  poder  ejecutivo  suspende  las  elecciones  cuando 
los  federales  triunfaban. — VIII.  Proyecto  de  los  diputados  Olazábal  élriarte 
sobre  libertad  de  imprenta. — IX.  Idea  general  de  la  prensa  de  1833  :  las 
hojas  federales  y  las  de  los  lomo-negros. — X.  Los  hombres  del  gobierno 
en  la  prensa.— XI.  El  Constitucional  y  El  Restaurador  de  las  Leyes.— 
XII.  La  virulencia  de  la  prensa  y  la  agitación  popular. — XIII.  Comisiones 
que  se  acercan  al  gobernador. — XIV.  Llamamiento  que  le  hace  la  prensa 
opositora. — XV.  El  poder  ejecutivo  acusadlos  diarios  de  oposición. — XVI. 
Juicio  de  El  Restaurador  de  las  Leyes— XVII.  Tumulto  en  la  plaza  de  la 
Victoria  :  los  descontentos  se  retiran  á  Barracas. — XVIII.  Los  revolucio- 
narios dominan  la  campaña :  el  general  Pinedo  nombrado  jefe  del  movi- 
miento.— XIX.  Conferencia  de  la  comisión  de  la  legislatura  con  el  general 
Pinedo. — XX.  Éste  se  limita  á  la  defensiva  y  pide  la  renuncia  de  Balcarce. 
XXI.  Balcarce  manda  batir  á  los  revolucionarios  y  queda  estrechado  en  la 
ciudad. — XXII.  Pinedo  declara  que  tomará  la  ofensiva.— XXIII.  Los  re- 
volucionarios avanzan  sobre  la  ciudad  :  Balcarce  somete  su  continuación 
en  el  mando  á  la  decisión  de  la  legislatura. — XXIV.  El  acuerdo  de  la 
legislatura  :  la  intimación  del  general  Pinedo  :  la  legislatura  exonera  á 
Balcarce  y  nombra  á  Viamonte.— XXV.  Respuesta  de  Rozas  á  la  orden 
del  ministro  de  la  guerra  de  que  dicte  medidas  para  restablecer  el  orden. 
— XXVI.  Lo  que  se  propondría  con  esto  el  ministro  de  la  guerra.— XXVII. 
Prescindencia  de  Rozas  en  la  revolución  de  octubre. — XXVIII.  Único  re- 
sultado  de  la  conspiración  oficial  de  1833. 


Mientras  Rozas  conquistaba  los  desiertos,  como  queda 
referido  en  los  dos  últimos  capítulos,  un  cúmulo  de 
circunstancias  preparaba  en  Buenos  Aires  los  sucesos 
que  terminaron  á  mediados  de  octubre  de  1833,  con  la 
revolución  llamada  de  los  restauradores.  Para  apreciar 
estos  sucesos  se  debe  tener  presente  lo  dicho  respecto 
de  la  composición  de  los  elementos  que  robustecieron 
la  influencia  política  de  Rozas  en  1829,  y  que  se  refun- 
dieron en  opinión  compacta  para  apoyar  á  éste  en  el 
gobierno.  El  general  Juan  Ramón  Balcarce  y  los  amigos 
que  le  atraían  su  renombre  histórico  y  sus  nobles  pren- 


—  IS'2  — 

(las,  aceptaron  sin  reserva  esa  política.  En  su  carácter 
de  ministro  de  la  guerra  bajo  el  gobierno  de  Rozas, 
Balcarce  prestó  su  concurso  á  la  reorganización  de  Bue- 
nos Aires  y  al  triunfo  del  partido  federal  que  la  llevaba 
á  cabo.  Nombrado  comandante  en  jefe  del  ejército  de 
reserva  contra  el  general  Paz,  contribuyó  á  afianzar  el 
partido  federal  en  Córdoba,  llegando  en  nombre  de  sus 
compromisos  y  de  su  fe  política  á  contestar  á  las  in- 
sidiosas declaraciones  del  gobernador  Ferré  que  «  el  único 
juez  para  juzgar  del  desempeño  de  sus  deberes  públi- 
cos era  el  brigadier  don  Juan  Manuel  de  Rozas».  (') 

Balcarce  era,  pues,  de  los  personajes  más  conspi- 
cuos del  partido  federal  en  Buenos  Aires  cuando  ter- 
minaba el  período  gubernativo  de  Rozas.  —  Anchorena, 
García,  Guido,  Roxas,  Viamonte,  Terrero  y  Pinto,  que 
eran  candidatos,  comprendían  que  Balcarce  reunía  las 
condiciones  que  las  circunstancias  imponían  al  que  su- 
cediese á  Rozas.  —  Alvear,  Sarratea  y  Soler  suscitaban 
algunas  resistencias.  Don  Manuel  Moreno  estaba  en 
Londres.  Balcarce  era  quien  satisfacía  las  exigencias 
generales;  y  así  lo  declaró  el  mismo  Rozas  á  una  de  las 
comisiones  de  la  legislatura  cuando  ésta  insistía  en 
reelegirlo.  Al  recibirse  del  gobierno  Balcarce  prometió 
«no  olvidar  el  digno  modelo  que  le  presentaba  su  an- 
tecesor»; y  en  la  circular  en  que  comunicaba  su  elección 
á  los  gobiernos  de  provincia  les  decía  que  « los  prin- 
cipios consignados  por  su  ilustre  antecesor  el  señor  bri- 
gadier Juan  Manuel  de  Rozas,  formarían  inalterablemente 
la  política  de  su  gobierno  en  Buenos  Aires ». 

Pero  el  general  Balcarce,  movido  por  la  influencia  absor- 


(')  Véase  Vindicación  de  los  generales  Balcarce  y  ]Martíuez,  in- 
serta en  la  colección  de  documentos  sobre  las  especies  vertidas  i)or 
el  gobernador  de  Corrientes  contra  la  provincia  de  Buenos  Aires, 
(1832). 


—  183  — 

beiite  de  su  ministro  de  la  guerra  el  general  Martínez, 
mostró  bien  pronto  su  tendencia  á  independizarse  del 
partido  que  lo  levantó  y  de  los  hombres  que  lo  rodea- 
ban; y,  más  que  todo,  á  abatir  los  prestigios  políticos  de 
Rozas,  que  era  el  jefe  aclamado  de  ese  partido.  Para  esto 
se  propuso  crear  un  partido  suyo  que  lo  sostuviera,  y 
■cohonestar  de  todos  modos  la  obra  de  la  conquista  del 
desierto.  Lo  primero  era,  al  sentir  del  general  Martínez, 
necesario  para  impedir  que  Rozas  volviera  al  gobierno; 
y  lo  segundo,  para  que  éste  no  se  entronizase  apoyado 
en  el  ejército  con  que  volvería  victorioso.  Con  pobres 
razones  explicarían  estos  procederes  los  que  entonces  se 
llamaban  enemigos  de  Rozas  por  aquello  de  que,  en  polí- 
tica, quien  produce  hechos  culminantes,  llama  á  sí  los 
dardos  de  quienes  viven  de  la  pretensión  de  producirlos. 
Y  por  benéfica  que  se  antojara  esta  tentativa  contra  un 
hombre  que,  á  expensas  de  su  influencia  personal,  compro- 
metía á  la  sazón  las  armas  de  su  patria  en  una  expedición 
de  singular  trascendencia,  el  hecho  es  que  no  acertó  ni  aún 
con  las  circunstancias  que  le  servían  de  fundamento.  Ro- 
zas, no  solamente  licenció  la  división  Izquierda  imediata- 
mente  que  ésta  hubo  terminado  la  batida  general  de  los 
desiertos,  sino  que  volvió  al  gobierno  y  se  mantuvo  en 
éste  por  el  voto  de  la  opinión  pública;  que  ha  sido  el 
suyo  el  único  gobierno  fuerte  que  jamás  se  apoyó  en 
el  ejército. 

El  general  Enrique  Martínez  había  sido  uno  de  los 
jefes  más  antiguos  del  ejército  de  los  Andes.  Su  auda- 
cia y  su  pericia  militar  valiéronle  justo  renombre  en 
■Chile,  Perú  y  en  todas  las  campañas  que  hicieron  las 
armas  argentinas  por  la  independencia  de  la  América 
del  Sur.  San  Martín  fué  su  amigo;  Bolívar  lo  distin- 
guía, y  Arenales,  Las  Herasy  Necochea  lo  elogiaban.  Era 
un  militar    de    escuela  que    había  acometido  empresas 


—  184  — 

bien  difíciles  para  sentirse  sin  fuerzas  cuando  quisiera 
acometer  cualquiera  de  las  que  les  sugiriesen  sus  bríos- 
geniales  y  su  marcada  predisposición  á  dominar  sóbrelos 
que  le  rodeaban.  Pero  carecía  de  las  condiciones  y  del  co- 
nocimiento de  los  hombres  y  las  cosas  que  debe  tener  ua 
político  para  no  fracasar  al  principio  del  camino.  Sin 
haber  rolado  en  la  política  militante,  no  pudo  persua- 
dirse de  que  los  jefes  de  partido  no  se  imponen  á  sí 
mismos;  sino  que  surgen  en  pos  de  los  hechos  que  pro- 
ducen y  del  modo  cómo  se  vinculan  al  sentimiento  y 
á  la  idea  de  la  colectividad  que  llegan  á  representar. 
Sin  otro  antecedente  político  que  el  de  su  cargo  de  mi- 
nistro de  la  guerra,  pretendió  crear  un  partido  como 
se  crea  un  batallón,  y  comenzó  desde  luego  á  dar  la 
franca  y  estentórea  voz  de  mando... 

una  de  sus  primeras  medidas  fué  repartir  ciertos 
cargos  de  importancia  entre  sus  parientes  y  amigos  los- 
generales  Olazábal,  Espinosa,  Iriarte  y  otros,  quienes,, 
á  estar  á  las  publicaciones  de  la  prensa  federal  de  esos 
días,  estaban  en  correspondencia  y  unidad  de  miras  con 
los  directores  del  partido  unitario,  residentes  en  el  Es- 
tado Oriental.  Esto  tenía  su  explicación.  Pero  lo  qu& 
no  se  explica  sino  como  alarde  de  crueldad,  es  la  reso- 
lución del  ministro  Martínez  de  negarle  á  la  división 
expedicionaria  al  desierto,  toda  clase  de  recursos  así  en 
armas,  caballos  y  ganados,  como  en  los  artículos  indis- 
pensables para  su  entretenimiento.  Es  de  advertir  que 
la  legislatura  había  votado  fondos  para  dicha  expedi- 
ción, y  que  el  motivo  de  la  escasez  del  erario,  que  adu- 
cía el  ministro  para  negarlos,  era  desvirtuado  por  la 
prensa  que  denunciaba  algunas  larguezas  de  mero  lujo 
personal  á  expensas  de  los  dineros  del  Estado.  Esta 
fué  quizá  la  única  comunicación  del  ministerio  al  ge- 
neral de  la    división  expedicionaria.    Á  los  partes    que- 


—  185  — 

dirigía  Rozas  acompañando  diarios  de  observaciones 
astronómicas,  de  navegación,  de  marchas  difíciles  y  sin 
precedente  en  el  país,  el  ministerio  respondía  con  sim- 
ples acuses  de  recibo,  y  la  prensa  ministerial  con  diatri- 
bas tendentes  á  demostrar  que  la  expedición  fracasaría 
porque  el  gobierno  le  negaba  su  apoyo  á  Rozas.  Y  como 
viese  que  á  pesar  de  todo,  y  sin  manifestar  en  modo 
alguno  su  resentimiento.  Rozas  continuaba  con  éxito 
singular  esa  campaña,  el  ministerio  se  propuso  entonces 
destruir  el  ejército  expedicionario  fomentando  la  suble- 
vación de  los  indios  reducidos  en  Tapalqué  y  Salinas, 
y  de  algunos  de  los  jefes  y  oficiales  de  su  devoción  que  á 
ese  ejército  pertenecían,  según  se  ha  visto  en  el  capítu- 
lo anterior. 

La  conducta  del  poder  ejecutivo  era  tanto  más  inhá- 
bil cuanto  que  la  serie  de  medidas  que  la  acentuaban, 
le  enagenaba  la  voluntad  del  partido  federal;  y  él  no  se 
creaba,  no  podía  crearse  elementos  propios  que  lo  sos- 
tuvieran en  el  momento  en  que  se  produjera  la  crisis 
que  él  mismo  provocaba  con  más  valentía  que  prudencia. 
Mucho  menos  que  un  plan  seriamente  meditado,  la  con- 
ducta del  gobierno  tenía  los  contornos  de  una  aventura 
política  cuyo  éxito  dependía  del  acaso.  No  obstante,  el 
ministerio  había  conseguido  formar  su  núcleo  en  la  le- 
gislatura y  atraerse  á  sí  algunos  hombres  de  relativa  im- 
portancia como  Ugarteche,  Cavia,  del  Campo,  Cernadas, 
Martínez,  Rubio,  Galván,  Zavaleta.  Navarro,  Valencia, 
Bustamante,  Barrenechea,  etcétera,  quienes  con  los  ge- 
nerales Olazábal,  Espinosa,  Iriarte  y  los  amigos  perso- 
nales de  Balcarce,  iniciaron  la  formación  del  partido  de 
los  lomo-negros;  así  llamados  por  el  color  de  las  listas 
de  candidatos  á  diputados  que  el  ministerio  se  propuso 
hacer  triunfar  en  las  elecciones  de  junio  de  ese  año. 

El  día  IG  fueron  á  las  urnas  los  federales,  fiados  en 


—  186  — 

SU  gran  mayoría,  y  los  lomo-negros  fiados  en  la  influen- 
cia oíicial  que  los  apoyó  desde  la  mañana.  El  elemento 
militante  de  estos  últimos,  dirigido  por  el  general  01a- 
zábal,  tomó  posesión  á  viva  fuerza  de  los  comicios  de 
la  Concepción,  San  Nicolás,  Piedad,  San  Telmo  y  Bal- 
vanera,  lo  que  ocasionó  desordenes  sangrientos.  Resta- 
blecido el  orden  en  virtud  de  concesiones  mutuas  de 
los  partidos,  y  cuando  los  federales  llevaban  el  triunfo, 
el  poder  ejecutivo  mandó  suspender  las  elecciones.   (') 

El  elemento  antifederal  de  la  legislatura  creía  servir 
los  propósitos  del  ministerio  derogando  el  decreto  de 
1°.  de  febrero  de  1833,  restrictivo  de  la  libertad  de  im- 
prenta, y  restableciendo  la  ley  de  8  de  mayo  de  1828, 
que  era  poco  menos  restrictiva.  «  La  patria,  dbCía  el  ge- 
neral Olazábal  (-)  al  fundar  ese  proyecto  en  la  cámara 
de  representantes,  exigió  grandes  sacrificios  para  recon- 
quistar sus  libertades  que  le  fueron  arrebatadas  igno- 
miniosamente, y  es  ella  misma,  libre  hoy  de  traición  y 
de  discordia,  la  que  reclama  de  los  depositarios  de  sus 
más  sagrados  derechos  la  remuneración  de  tantos  sa- 
crificios. Oigamos,  pues,  el  grito  de  la  razón  ilustrada, 
sentida  por  nuestra  propia  experiencia,  y  encargados 
como  estamos  del  depósito  sagrado  de  las  libertades 
públicas,  recordemos  á  fin  de  conservarlas,  que  hemos 
prestado  ante  el  Eterno  y  la  patria  el  juramento  de 
sostenerlas. »  Los  partidos  militantes  se  posesionaron 
de  la  hermosa  libertad  de  la  prensa,  que  tan  fácilmente 
se  desnaturaliza;  y  por  un  momento  se  inició  en  Bue- 
nos Aires  el  movimiento  de  ideas  progresistas  que  ras- 
tros tan  luminosos   dejó  la  prensa  de   1821  á  1827. 

Pero   El  Centinela,   La  Abeja  Argentina,  El  Ambigú, 


(M  Véase  El  Lucero  del  18  de  junio  de    1833. 

(2)  Véase  Diario  de  sesiones,  sesión  del  7  de  junio  de   1833. 


—  187  — 

El  Argos,  El  Tribuno,  El  Mensajero  Argentino,  y  demás  ho- 
jas que  propagaron  y  operáronla  revolución  social  trabaja- 
da por  Rivadavia,  habían  hecho  su  época.  La  prensa  del 
año  de  1833  perseguía  tan  sólo  los  propósitos  inmedia- 
tos de  la  opinión  que  la  empujaba.  Inspirábase  en  el' 
absolutismo  que  excluía  al  adversario  del  gobierno  y  de 
la  sociedad,  en  razón  del  derecho  bárbaro  que  había 
creado  cada  partido  político  cuando  estuvo  en  el  poder. 
Haciendo  de  lado  las  ideas  orgánicas,  la  prensa  discu- 
tía los  conatos  de  los  hombres  y  las  aspiraciones  de 
las  muchedumbres.  Y  estos  conatos  y  aspiraciones  se 
reducían  á  conservar  las  cosas  de  modo  á  presentar  ma- 
yores facilidades  á  los  personajes  ó  jefes  de  partido  á 
quien  respectivamente  exaltaban.  Sobre  esto  únicamente 
versaba  la  diferencia  que  mantenía  en  dos  campos  in- 
transigentes á  la  prensa  del  año  1833.  (^)  En  ello  iba  apare- 
jado su  propio  proceso;  pues  más  valía  no  hacer  alarde  de 
la  libertad  de  imprenta  que  hacer  uso  de  ésta  para 
fines  tan  limitados  como  serviles. 

De  un  lado  El  Defensor  de  los  derechos  del  pueblo,  El 
Amigo  del  País,  El  Patriota,  El  Constitucional,  El  Iris, 
portadas  con  lemas  hermosos,  pero  desmentidos  á  ren- 
glón seguido;  y  una  multitud  de  papeles  sueltos  que  se 
reproducían  como  las  moscas,  por  lo  mismo  que  surgían 
de  los  desechos  del  mal  gusto,  los  cuales  descargaban 
toda  su  bilis  contra  el  partido  federal  y  contra  Rozas 
en  lenguaje  licencioso.  De  otro  lado  El  Restaurador  de 
las  Leyes,  La  Gaceta  Mercantil,  El  Diario  de  la  Tarde,  El 
Rayo,  El  dime  con  quien  andas.  El  Federal  neto,  y  una 
barahunda  de  hojas  que  acusaban  el  mal  gusto  de  la 
época,  estrujado  por  la  noción  más  vulgar  de  la  decencia 
pública,  como  eran:  El  Cacique  Chanil,  El  loco  machuca- 

{^)    Véase  El  Lucero  de  3  de  julio  de  1833. 


—  188  — 

batatas,  El  toro  embretado,  La  Ticucha,  Crítica  de  unos 
tenderitos,  El  Gaucho  del  Colorado,  El  Compadre  Mateo, 
Los  cueritos  al  sol,  la  cual  fustigaba  á  Balcarce,  á  su 
ministro  de  la   guerra  y  á  los  lomo-negros. 

Lo  singular  es  que  los  hombres  del  gobierno  atizaban 
el  escándalo  descendiendo  á  esas  hojas  para  recoger  los 
insultos  de  sus  opositores.  El  general  Martínez,  ministro 
de  la  guerra  y  alma  del  gobierno,  como  queda  diclio^ 
lanzábales  públicamente  retos  como  éste:  «Mientras  que 
la  vida  pública  del  ministro  de  la  guerra  sea  la  de  un 
patriota,  enemigo  de  la  tiranía,  amigo  de  las  leyes  y  de 
todas  las  libertades  públicas,  la  privada  se  le  importa 
muy  poco  que  se  la  saquen,  porque  llegado  el  caso  -el 
telón  se  correrá  y  sin  tapujo  alguno  (porque  no  los  usa) 
publicará  la  de  todos  los  enemigos  de  la  libertad,  fir- 
mando como  lo  hace  ahora:  Martínez. »  Su  adlátere  el 
arrogante  general  Félix  de  Olazábal  escribía  también 
en  caracteres  notables  un  otro  reto  así  concebido:  «Que- 
dan autorizados  para  sacar  sin  reserva  todo  cuanto  quie- 
ran respecto  de  la  vida  pública  y  privada  del  que  firma. 
Entre  traidores  y  patriotas,  morales  é  inmorales,  se  hará 
la  clasificación. » 

El  Constitucional  que  redactaba  valientemente  el  doc- 
tor Miguel  Valencin,  y  El  Restaurador  de  las  Leyes  en- 
el  cual  ensayaba  don  Nicolás  Marino  sus  dotes  de  pe- 
riodista, revelaban  con  colores  cada  vez  más  sombríos 
el  cuadro  general  de  una  situación  violenta,  cuyo  des- 
enlace era  fácil  de  preverse.  «  El  gobierno,  escribía  El 
Constitucional,  se  halla  en  el  deber  de  rodearse  de  sus 
amigos,  estando  uniformado  el  ministerio.  Toda  consi- 
deración formal  con  los  que  hostilizan  á  la  sociedad  y  se 
preparan  públicamente  á  echar  mano  de  las  vías  de  he- 
cho, es  perjudicial  á  los  intereses  del  Estado.  Los  que 
hostilizan  el  gobierno  legal  se  han  puesto  en  entredicho 


—  189  — 

con  la  sociedad,  porque  lo  mismo  es  atacar  al  repre- 
sentante que  al  representado.  »  «  El  pueblo,  contestaba 
El  Restaurador  de  las  Leyes,  se  ha  convencido  de  que  son 
los  Decembristas  unidos  á  algunos  federales  traidores, 
los  que  suscitan  nuevos  trastornos;  los  que  se  han 
apoderado  de  los  caudales  públicos,  y  monopolizado  los 
empleos  en  ciertas  y  determinadas  familias...  despeda- 
zando todas  las  reputaciones  por  la  prensa,  penetrando 
hasta  la  vida  privada  y  llamándonos  infames  libelistas; 
amenazando  con  arrancar  de  su  asiento  á  los  represen- 
tantes del  pueblo,  fundando  una  cofradía  de  hermanos 
de  la  pura  y  limpia,  y  diciendo  que  defienden  el  régi- 
men constitucional,  y  que  nosotros  somos  partidarios 
del  arbitrario ;  celebrando  contratos  onerosos  y  prodi- 
gando á  los  suyos  los  dineros  públicos,  para  decir  que 
ellos  son  íntegros  y  que  nosotros  somos  ladrones;  pro- 
clamando la  omnipotencia  del  poder  ejecutivo  cuando 
su  ministerio  está  dividido  y  sin  poder  marchar;  por- 
que en  vez  de  porteños  son  orientales  los  que  gobiernan. 
Y  se  dicen  doctrinarios,  ilustrados  y  hombres  de  pro- 
greso, y  nos  llaman  malvados,  duros,  retrógrados  y 
anarquistas,  atrayendo  así  á  varios  de  los  criminales 
que  han  atentado  últimamente  contra  la  vida  de  ciuda- 
danos pacíficos  y  conocidos,  para  robustecer  con  ellos 
la  acción  de  un  gobierno  constitucional,  y  llamándonos 
defensores  de  la  tiranía.  »  ( * ) 

La  prensa  se  excedía  en  virulencia  á  medida  que 
crecía  la  agitación  contra  el  gobierno.  Pretextando  re- 
presalias, lapidaba  en  términos  soeces  á  Martínez,  01a- 
zábal,  Iriarte  y  demás  adictos  al  gobierno;  ó  á  Rozas,  los 


{^)  Véase  El  Restaurador  de  las  Leyes  del  25  de  septiembre  de 
1833,  donde  Marino  recapitula  y  comenta  los  principales  actos  guber- 
nativos que  daban  armas  á  la  oposición. 


—  rjo  — 

Aiu'horena,  Arana.  Roxas.  Maza.  García  Zúfiiga  y  demás 
prohombres  del  partido  federal.  Y  penetrando  en  el  hogar 
doméstico,  insultaba  ;i  las  damas  y  á  las  familias,  y 
muy  principalmente  á  una  matrona  de  distinción  como 
doña  Encarnación  Ezcurra  de  Rozas.  Ningún  hombre 
público,  ni  sus  esposas  y  familias  y  actos  privados,  se 
salvó  de  los  ataques  de  ese  monstruo  político  que  des- 
truye las  reputaciones,  la  libertad  y  el  orden,  y  que 
se  llama  prensa  licenciosa.  El  escándalo  llegó  á  su  col- 
mo cuando  al  anuncio  del  Defensor  de  los  derechos  del 
pueblo,  de  que  el  partido  gubernista  había  de  luchar 
brazo  á  brazo  el  día  de  las  elecciones  para  integrar  la 
legislatura,  respondía  franca  y  resueltamente  El  Restau- 
rador de  las  Leyes :  «  no  hay  transacción  :  el  pueblo  por- 
teño no  capitula.  La  opinión  pública  no  cede  á  los 
caprichos  de  un  oriental. » 

El  gobernador  Balcarce  liabía  sido  respetado  en  lo 
más  recio  del  combate,  por  las  simpatías  que  le  atraían 
sus  prolongados  servicios  á  la  patria  y  por  la  creencia 
general  de  que  todos  los  actos  que  sublevaban  la  oposi- 
ción eran  obra  del  ministro  de  la  guerra.  A  pesar  de  que 
cada  día  se  veía  más  aislado  y  más  comprometido,  no  se 
resolvía  á  tomar  medidas  que  desarmasen  la  oposición 
é  hiciesen  posible  su  gobierno.  Varias  comisiones  de 
notables  se  dirigieron  á  él  para  pedirle  que  diese  un 
corte  digno  á  la  situación,  de  acuerdo  con  sus  decla- 
raciones y  con  sus  compromisos.  Entrando  en  detalles  le 
insinuaron  integrar  la  legislatura  con  hombres  conocidos 
de  ambos  partidos,  separar  al  general  Martínez  del  minis- 
terio de  la  guerra  y  formar  su  ministerio  mixto.  Bal- 
carce, completamente  ganado  por  su  ministro,  respondió 
que  eso  sería  una  cobardía  de  su  parte,  que  estaba 
dispuesto  á  hacerse  respetar  ó  á  sucumbir  en  la  contienda. 
Por  su  parte  la  prensa  opositora  llamó  también  al 


—  191  — 

patriotismo  del  general  Balcarce.  Al  recordarle  lo  que 
debía  á  su  nombre  y  á  sus  glorias  de  Suipacha,  Tucumán, 
Montevideo,  etcétera,  decíale  El  Restaurador  de  las  Leyes: 
«Cuál  es,  señor,  el  muro  formidable  contra  el  cual  se 
estrellan  vuestros  nobles  sentimientos?  Es,  señor,  un 
favorito  funesto?  Volved  sobre  vos,  y  acordaos  de  vues- 
tro amigo  el  inmortal  Dorrego.  Cucántas  veces  oísteis 
de  su  boca  cuando  erais  su  ministro  las  quejas  que 
vertía  por  la  couducta  de  vuestro  primo?  ¿No  estáis 
evidentemente  persuadido  de  que  vuestro  primo  era  el 
que  debía  hacer  estallar  el  movimiento  del  1°.  de  diciem- 
bre de  1828,  y  que  el  general  Lavalle,  por  mayor  ascen- 
diente entre  los  jefes  y  oñciales,  previno  una  ejecución 
que  los  dos  apetecían?»  Y  después  de  apelar  á  la  recta 
conciencia  de  Balcarce,  le  recordaba  algunos  hechos 
recientes  y  notorios  de  su  ministro  de  la  guerra  y  de 
los  que  lo  rodeaban  íntimamente,  y  agregaba :  «  Acor- 
daos, señor,  cómo  os  incomodabais  cuando  erais  ministro 
del  general  Rozas,  con  persona  que  declamaba  por  el  poco 
uso  que  se  hacía  de  las  facultades  extraordinarias,  y 
que  decía  que  ellas  no  habían  sido  dadas  para  conser- 
varlas en  el  bolsillo;  acordaos  de  los  lazos  que  os  unen 
con  don  Juan  Manuel  de  Rozas;  que  este  ciudadano  nunca 
ha  figurado  en  la  escena  política  sin  unir  á  su  destino 
el  vuestro...  Volved,  señor,  sobre  vuestros  pasos...  apro- 
vechad del  aprecio  que  aun  se  os  conserva:  este  es  el 
único  camino  para  salvaros  y  para  salvar  á  la  Provincia: 

TODAVÍA   ES    TIEMPO.»    (') 

El  gobernador  Balcarce  no  quiso  ceder  á  estas  indi- 
caciones de  la  opinión,  las  cuales,  aunque  fuesen  inte- 
resadas,   se    fundaban    en    una  lógica  cuya    fuerza  no 


{ ' )  Véase  El  Restaurador  de  las  Leyes  del  30  de  septiembre  de  1833. 


—  199  — 

podía  aquél  desconocer.  Con  tal  negativa  recrudeció 
la  agitación  y  la  procacidad  de  la  prensa  oposi- 
cionista, lanzada  en  el  terreno  revolucionario  para  de- 
mostrar que  el  gobierno  no  llenaba  su  misión.  Por  su 
parte,  el  gobierno  acuarteló  sus  fuerzas,  aseguró  los 
cargos  militares  en  jefes  de  su  devoción,  y  ordenó  al 
fiscal  de  Estado  que  acusara  los  diarios  que  abusaban 
de  la  libertad  de  imprenta.  El  fiscal  doctor  Pedro  J. 
Agrelo  acusó  un  diario  ministerial:  El  Defensor  de  los 
derechos  del  pueblo,  y  cinco  oposicionistas:  El  Restau- 
rador de  las  Leyes,  La  Gaceta  Mercantil,  El  Relámpago,  El 
Rayo  y  el  Dime  con  quien  andas.  La  acusación  se  dirigía 
contra  El  Restaurador  y  no  se  extendía  como  se  ve,  á 
El  Constitucional,  El  Amigo  del  País  y  demás  hojas  guber- 
nistas  tan  procaces  como  aquéllas. 

La  acusación  á  El  Restaurador  de  las  Leyes  le  pre- 
sentó á  la  oposición  la  oportunidad  para  producir  el 
desenlace  que  venía  provocando  la  política  intransigente 
del  gobierno.  En  la  madrugada  del  11  de  octubre,  que  era 
el  día  designado  para  la  reunión  del  jury  que  debía  cono- 
cer de  aquella  acusación,  se  fijó  en  los  puntos  más  cén- 
tricos de  la  ciudad  y  suburbios,  carteles  donde  se  anun- 
ciaba que  á  las  diez  de  la  mañana  se  iba  á  juzgar  á 
El  Restaurador  de  las  Leyes;  « equívoco  malicioso  cuya  per- 
fidia se  deja  traslucir  de  suyo  y  no  necesita  comentario», 
según  decía  el  gobernador  Balcarce  al  dar  cuenta  de  estos 
sucesos  á  la  legislatura.  (')  Mucho  antes  de  la  liora 
fijada  para  el  juicio,  las  galerías  de  la  casa  de  justicia 
fueron  ocupadas  por  grupos  numerosos  á  los  cuales  repar- 
tían consignas  los  comandantes  Nicolás  Montes  de  Oca, 
Martín  Hidalgo,  José  María  Benavente,  don  Francisco  y 
don  Agustín  Wright  y  los  comisarios  Chanteiro,  Chavarría, 

(')    Véase  el  apéndice. 


—  193  — 

Robles,  Cuitiño,  Piedrabuena,  Alarcón,  Cabrera  y  Parra.  ( ') 
Cuando  se  abrió  la  sesión  del  jurado,  la  reunión  pasaba 
de  dos  mil  ciudadanos. 

El  gobernador  mandó  redoblar  la  guardia  de  la  cárcel 
y  formó  las  fuerzas  que  había  reconcentrado  en  el  Fuerte. 
Los  grupos  de  pueblo  aumentaban  cada  vez  más  frente 
á  la  casa  de  justicia.  La  guardia  veterana  quiso  desalo- 
jarlos de  las  galerías;  pero  los  que  llevábanla  dirección 
del  movimiento  popular  manifestaron  enérgicamente  su 
voluntad  de  permanecer  allí  en  nombre  de  un  derecho 
que  nadie  podía  coartarles.  El  oficial  mandó  cargar  las 
armas.  Alguien  anunció  que  el  juicio  no  podía  tener  lugar 
por  falta  de  jurados.  Entre  protestas  de  los  unos  y  ame- 
nazas de  los  otros,  los  grupos  populares  retrocedieron 
hasta  la  pirámide  de  mayo.  Un  mendigo  prorrumpió  en 
gritos  de  ¡Viva  el  Restaurador  de  las  Leyes!  La  guardia 
veterana  desplegó  en  batalla.  Dos  gendarmes  se  apode- 
raron del  mendigo.  Y  entre  el  choque  de  las  armas  y 
las  inauditas  vociferaciones  que  se  confundían  sucesi- 
vamente como  espumas  bramadoras  de  un  mar  embra- 
vecido, esa  masa  de  hombres  á  pie,  á  caballo,  se  precipitó 
fuera  de  la  plaza  en  dirección  á  Barracas,  donde  se  orga- 
nizó militarmente.  (") 

El  general  Balcarce  se  preparó  á  la  represión  confian- 
do el  mando  de  las  fuerzas  de  la  ciudad  á  los  generales 
Olazábal  é  Iriarte,  ordenando  al  general  Espinosa  que 
batiese  á  los  revolucionarios  y  al  general  Izquierdo  y 
al  coronel  Cortina  que  batiesen  las  fuerzas  que  reunía  en 
el  sur  el  general  Prudencio  Rozas.   Pero  estas  medidas 


(*)  Véase  el  apéndice. 

(2)  Véase  la  nota  del  fíeneral  Balcarce  á  la  legislatura,  de  fecha  12 
de  octubre.  Véase  Colección  de  documentos  conexos  con  los  sucesos 
de  octubre  de  1833,  por  Un  restaurador  (don  Agustín  Wriglit). 

TOMO   II.  13 


—  194  — 

lio  le  dieron  el  resultado  que  esperaba.  El  mismo  día 
12  se  trabó  un  combate  cerca  del  río  de  Barracas  y  las 
fuerzas  del  gobierno  se  vieron  obligadas  á  replegarse  á 
la  ciudad  dejando  que  los  revulucionarios  se  apoderasen 
de  las  armas  que  guardaba  el  comandante  militar  de 
Quilmes.  El  día  13  la  reunión  de  Barracas  se  aumentó 
considerablemente  con  grupos  de  ciudadanos  armados 
entre  los  que  llegaron  el  general  Rolón,  los  coroneles 
Ravelo  y  Quesada,  los  comandantes  Pueyrredón,  Maza, 
Wright,  Benavente,  Céspedes,  etcétera,  etcétera,  y  aclamó 
jefe  del  movimiento  al  general  Agustín  de  Pinedo.  Al 
oeste  y  norte  se  formaron  reuniones  análogas.  El  gene- 
ral Izquierdo  y  el  coronel  Cortina  negaron  su  obedien- 
cia al  ministro  de  la  guerra.  Todas  las  milicias  de  campaña 
se  pronunciaron  por  la  revolución. 

Dada  la  crítica  posición  del  poder  ejecutivo,  la  le- 
gislatura nombró  una  comisión  de  su  seno  compuesta  de 
los  señores  García  (Manuel  José),  Ancborena  (Nicolás), 
Guido  y  Cernadas,  para  que  se  entendiera  con  el  jefe  de 
las  fuerzas  disidentes,  á  fin  de  evitar  la  efusión  de  sangre 
y  restablecer  el  orden.  Después  de  acordar  una  sus- 
pensión de  hostilidades,  el  general  Pinedo  se  dirigió 
á  la  quinta  de  Downes  donde  estaba  alojada  la  comisión. 
Pinedo  recapituló  en  la  conferencia  todos  los  actos  del 
gobierno  de  Balcarce,  que  se  han  referido  ya;  los  ca- 
lificó de  hostiles  á  la  mayoría  de  los  habitantes  de  la 
Provincia,  ejercidos  tiránicamente  por  un  grupo  de  ex- 
tranjeros que  se  había  apoderado  del  gobierno:  fun- 
dó en  esos  actos  la  actitud  de  los  ciudadanos  armados; 
y  declaró  que  el  único  fin  de  éstos  era  elevar  á  la  legis- 
latura una  petición  para  que  el  general  Balcarce  bajara 
del  mando,  si  el  patriotismo  de  éste  no  le  aconsejaba 
presentar  su  renuncia  para  evitar  los  males  de  que  po- 
día  ser  teatro    la  Provincia.     La   comisión   abundó   en 


—  195  - 

consideraciones  tendentes  á  demostrar  lo  ilógico  y  anár- 
quico de  esa  petición  apoyada  en  las  armas,  y  que 
quitaba  á  los  representantes  del  pueblo  la  independen- 
cia y  libertad  necesarias  para  juzgar  y  resolver.  Que 
la  legislatura  concediendo  todo  cuanto  la  prudencia 
permitía,  abría  un  camino  digno  y  decoroso  sin  men- 
gua de  los  derechos  que  reclamaban  los  ciudadanos  ar- 
mados; puesto  que.  garantizando  sus  personas  por  lo 
hasta  entonces  sobrevenido,  y  restituyéndose  las  cosas 
al  orden  regular,  los  ponía  en  aptitud  de  ejercer  ese 
derecho  de  petición,  no  bajo  la  presión  de  la  fuerza, 
sino  bajo  la  salvaguardia  de  las  leyes. 

En  la  conferencia  del  día  siguiente,  el  general  Pi- 
nedo enseñóles  á  los  comisionados  las  comunicaciones 
de  todos  los  jefes  que  mandaban  fuerzas  en  la  campaña; 
y  les  hizo  notar  que  el  gobernador  Balcarce  no  tenía 
base  en  qué  apoyarse.  Al  marcharse  los  comisionados 
sin  haber  arribado  á  acuerdo  alguno,  Pinedo  les  mani- 
festó en  una  nota  que  los  ciudadanos  armados  oirían 
con  respeto  toda  resolución  de  la  legislatura  y  se  ceñi- 
rían por  su  parte  á  una  estricta  defensiva.  «Á  los  hono- 
rables representantes,  concluía  esta  nota,  es  dado  más 
que  á  nadie  poner  término  á  los  males  que  amenazan 
á  la  Provincia,  ün  pequeño  esfuerzo  de  patriotismo 
bastará  para  conjurarlos;  y  para  venir  á  este  término. 
resoluciones  espontáneas  serían  preferentes  á  las  que 
debiesen  su  origen  al  uso  del  derecho  de  petición  que  los 
ciudadanos  se  proponen  ejercitar.»  (i)  Lo  que  se  veía  á 
través  de  los   galimatías  legales    del  general  Pinedo, — 


( ' )  Nota  de  la  comisión  de  la  legislatura  al  general  Pinedo. — 
ídem  del  general  Pinedo  á  dicha  comisión,  ídem  de  la  misma  comi- 
sión, fechada  en  la  quinta  de  Downes  á  14  de  octubre.  Conferencia 
redactada  por  la  comisión,  fechada  en  la  misma  quinta  á  15  de 
octubre. 


—  ]9(;  — 

que  era  el  instniínento  que  ponían  delante  los  direc- 
tores del  movimiento.  Maza,  Anehorena,  Terrero,  Gar- 
cía Ziíñiga,  etcéter¿x, — es  que  la  petición  de  que  el  general 
Balcarce  cesase  en  el  mando,  se  hacía  por  intermedio 
de  la  comisiíjn  de  la  legislatura ;  que  tal  petición  se 
formalizaría  coercitivamente  si  Balcarce  se  resistía;  y 
({ue  no  recomenzarían  las  hostilidades  ínter  la  legis- 
latura no  resolviese. 

Pero  simultáneamente  el  ministro  de  la  guerra  le  or- 
denaba al  general  Espinosa  que,  aunque  la  comisión 
mediadora  le  hubiese  prevenido  la  suspensión  de  hosti- 
lidades sobre  los  insurgentes,  se  pusiera  inmediatamente 
en  marcha  sobre  el  Puente  de  Marques  venciendo  los 
obstáculos  que  encontrare.  El  gobernador  Balcarce  le 
respondió  por  su  parte  á  la  misma  comisión  que  «el 
gobierno  tenía  medios  suficientes  para  contener  á  los 
sublevados.  La  legislatura  dejó  á  la  responsabilidad 
del  poder  ejecutivo  la  elección  de  los  que  emplease  con 
tal  objeto,  y  se  sometió  de  buen  ó  de  mal  grado  al  rol 
que  le  asignaron  los  sucesos.  Pero  el  gobernador  Bal- 
carce no  contaba  con  esos  medios.  Su  acción  se  limitaba 
á  la  ciudad.  Todas  las  salidas  que  intentaron  por  el 
norte  las  fuerzas  del  gobierno,  al  mando  de  Olazábal, 
Fernández  y  otros,  fueron  sin  resultado.  La  que  in- 
tentó el  general  Olazábal  [por  la  calle  larga  de  Barracas, 
al  frente  de  una  columna  de  infantería,  se  vio  obligada 
á  regresar  sin  conseguir  tampoco  su  objeto. 

El  día  20  las  fuerzas  revolucionarias  estrecharon  el 
sitio  de  la  ciudad,  y  Pinedo  le  dirigió  una  nota  al  go- 
bernador Balcarce  en  laque  invocaba  el  patriotismo  de  éste 
para  que  renunciara  su  cargo.  Pero  el  ministro  Mar- 
tínez le  ordenó  por  sí  que  se  abstuviera  de  dirigir  comu- 
nicación alguna  al  gobierno  de  la  Provincia.  En  seguida 
diputó  á  don  José  Joaquín  Arana  con  el  mismo  objeto. 


—  197  — 

Éste  fué  recibido  por  el  general  Olazábal,  quien  le 
declaró  que  el  único  medio  de  conciliaci(3n  era  el  desarme 
de  los  sublevados  y  que  el  gobierno  estaba  dispuesto  á 
someterlos.  En  vista  de  esto,  el  general  Pinedo  elevó 
á  la  legislatura  una  exposición  de  los  liecbos  ocurridos 
desde  el  11  de  octubre,  en  la  que  declaraba  que  habiendo 
agotado  por  su  parte  todos  los  medios  de  conciliación, 
56  veía  obligado  á  tomar  la  ofensiva.  (^) 

No  obstante  sus  declaraciones,  Pinedo  no  inició  toda- 
vía hostilidades.  Una  otra  comisión  compuesta  del 
general  Díaz  Vélez  y  de  don  Gervasio  Rozas  se  enten- 
dió con  don  Braulio  Costa  y  don  Félix  de  Álzaga  para 
conferenciar  con  Balcarce  y  los  notables  que  éste  convocó. 
Balcarce  que  sólo  conservaba  su  cargo  cá  instigaciones 
de  su  ministro  Martínez,  ofreció  renunciarlo  al  día  si- 
guiente. Pero  al  día  siguiente  prevaleció  la  influencia 
de  Martínez.  (')  Al  amanecer  del  1°.  de  noviembre  los 
revolucionarios  avanzaron  sobre  la  ciudad  por  el  norte, 
oeste  y  sur  simultiineamente.  ocupando  algunas  plazas 
y  alturas  importantes.  El  cañón  del  Fuerte  anunció  al 
pueblo  el  peligro.  A  mediodía  el  gobernador  elevó  un 
mensaje  á  la  legislatura  en  el  que  daba  cuenta  de  lo 
ocurrido,  manifestaba  los  elementos  de  que  disponía 
para  sostener  su  autoridad  con  la  cooperación  del  co- 
mandante general  de  campaña  don  Juan  Manuel  de 
Rozas,  á  quien  había  informado  del  movimiento  sub- 
versivo ;  y  pidiéndole  que  resolviera  lo  que  su  sabiduría 
le  aconsejara.  (^) 

La  legislatura  no   debió  trabajar  mucho  para  resol- 


lé)  La  exposición  fué  retlactada  por  don  Gervasio  Rozas,  y  está 
fechada  en  la  chacra  de  Panelo  á  24  de  octubre. 

(-)  Véase  la  nota  de  31  de  octubre  dirigida  por  Díaz  Vélez  y 
<lon  Gervasio  Rozas  al  consejo  de  notal^les. 

(3)  Véase  colee,  cit. 


—  198  — 

ver  1111  punto  que  estaba  siiíicienteineiite  estudiado  y 
discutido.  Con  todo,  pidió  á  Pinedo  veinte  y  cuatro 
lloras  para  resolver.  Vencidas  éstas  le  comunicó  á  Pi- 
nedo que  «los  representantes  de  la  Provincia  han  acor- 
dado que  la  suspensión  de  liostilidades  continúe  hasta 
que  se  expidan  definitivamente  sobre  el  asunto  anun- 
ciado, bajo  el  concepto  de  que  se  ocupan  de  ello  en  se- 
sión permanente».  (')  El  general  Pinedo  no  sospechó 
que  el  acuerdo  singular  de  la  legislatura,  como  las  úl- 
timas providencias  del  poder  ejecutivo,  eran  pretextos 
para  demorar  los  sucesos  hasta  que  se  recibieren  comu- 
nicaciones de  Ptozas  que  influyesen  sobre  ios  revolu- 
cionarios para  traerlos  á  un  arreglo  sobre  bases  distintas 
de  las  que  perseguían.  No:  el  general  Pinedo  sospechó 
que  el  gobernador  Balcarce  demoraba  la  resolución  del 
asunto  para  armarse  y  hacerse  fuerte  en  la  ciudad.  Así, 
al  acuerdo  de  la  legislatura  respondió  con  una  nota 
en  la  que  preguntaba  con  la  misma  arrogancia  de  Na- 
poleón al  Directorio :  «¿Qué  espera  el  general  Balcarce? 
¿No  conoce  que  no  puede  mandar  ya?  Si  un  resto  de 
patriotismo  le  queda,  un  espacio  muy  breve  de  tiempo 
basta  para  convenir  en  un  asunto  que  está  ya  deci- 
dido.» (-)  En  efecto,  la  legislatura  sancionó  la  ley  de 
8  de  noviembre  por  la  que,  admitiendo  el  encargo  que 
se  hacía  el  gL>lernador  Balcarce  de  deliberar  sobre  la 
continuación  de  su  mando,  lo  exoneró  de  éste  y  nom- 
l)ró  en  su  reemplazo  al  general  Viamonte. 

Tres  días  después  el  poder  ejecutivo  recibió  una  nota 
de  Rozas  al  ministro  de  la  guerra  general  Martínez.  Con 
fecha  17  de  octubre,  éste  le  había  comunicado  á  Rozas 
todo  lo  ocurrido  y   ordenádole  que   dictara  las  medidas 


(M  ídem. 

(-)  Véase  esta  nota  de  fecha  2  de  noviembre. 


—  199  — 

de  su  resorte  á  objeto  de  restablecer  el  orden  público. 
Rozas  recibió  dicha  nota  el  27  en  el  río  Colorado  y  con 
esta  fecha  le  respondió  al  ministro  que  anteriormente 
había  manifestado  al  gobierno  el  peligro  que  corría  la 
tranquilidad  pública.  «Ninguna,  absolutamente  ninguna 
parte  tiene  el  infrascripto,  agregaba  Rozas,  en  lo  que  se 
ha  hecho;  pero  declara,  sin  embargo,  que  á  su  juicio 
tienen  sobrada  razón  los  ciudadanos.  ¿Por  qué  no  se  se- 
paraba del  gobierno  personas  que  no  merecían  la  con- 
fianza pública:  que  daban  pábulo  al  desenfreno  de  la 
prensa,  á  todo  género  de  inmoralidad :  que  entronizaban 
el  funesto  imperio  de  la  anarquía :  que  armaban  los 
amotinados  de  diciembre :  que  no  querían  integrar  la 
legislatura  cuando  sabían  que  la  opinión  pública  se 
oponía  á  estos  fines  extraviados?» 

Por  impuesto  que  Rozas  estuviera  del  modo  cómo  se 
habían  pasado  las  cosas,  y  por  ruda  que  fuese  su  fran- 
queza al  condenarlas,  no  hacía  al  gobierno  cargo  alguno 
por  lo  que  le  era  personal.  Y  era  su  personalidad  la 
que  había  dado  motivo  á  esa  especie  de  conspira- 
ción oficial,  que  venían  trabajando  los  hombres  del  go- 
bierno, con  los  propios  elementos  que  él  les  brindó.  El 
gobierno  había  tendido  principalmente  á  anular  á  Rozas 
como  influencia  política.  En  este  sentido  ni  desperdició 
hostilidades  contra  el  partido  federal ;  ni  repudió  medios 
como  el  de  desbaratar  la  expedición  al  desierto,  promo- 
viendo la  sublevación  del  ejército  expedicionario  y  ten- 
tando de  arrojar  sobre  éste  los  indios  sometidos.  Al 
ordenarle  á  Rozas  que  hiciera  uso  de  su  influencia  para 
restablecer  el  orden  público  y  vigorizar  la  autoridad 
cuyo  aislamiento  provenía  precisamente  de  la  política 
de  guerra  contra  el  partido  federal,  se  antoja  que,  ó  era  su 
intención  echarse  en  brazos  de  Rozas,  lo  cual  contradecía 
las  aspiraciones  de  que  había  hecho  alarde;  ó  se  prome- 


—  200  — 

tía  medrar  como  había  medrado,  lo  cual  era   imposible 
por  la  propia  fuerza   de  los  hechos. 

Si  el  ministro  del  general  Balcarce  se  proponía  sola- 
mente comprometer  á  Rozas  ante  el  país,  suponiendo  que 
él  había  hecho  la  revolución  de  octubre  con  el  objeto 
de  que  el  gobierno  cayese  en  sus  manos  y  que  no  pudiese 
existir  en  Buenos  Aires  ningún  gobierno  que  no  estu- 
viese sometido  á  su  voluntad,  se  antoja  que  dio  dema- 
siado valor  á  las  conjeturas  para  agrandar  la  })ersonalidad 
que  quiso  abatir.  Rozas  aseguraba  en  verdad  que  nin- 
guna participación  tenía  en  esa  revolución.  Habíase 
sustraído  á  las  sugestiones  de  sus  principales  amigos; 
y  desde  su  cuartel  general  del  Colorado  se  limitaba  á 
deplorar  que  el  general  Balcarce  desenvolviese  una  po- 
lítica tan  hostil  al  partido  que  lo  había  levantado.  «Puedo 
asegurar,  me  dice  refiriéndose  á  esto  mismo  el  secretario 
de  Rozas  durante  la  expedición  al  desierto,  que  las 
contestaciones  del  general  Rozas  á  las  cartas  de  sus 
amigos,  se  limitaban  á  manifestarle  el  sentimiento  que 
le  causaban  las  calamidades  que  amenazaban  al  país 
por  el  desborde  de  la  prensa,  las  persecuciones  y  tanto 
acto  hostil  y  desquiciador  de  que  se  hacía  solidario  el 
gobierno.  Naturalmente  que  preveía  los  males  y  la 
anarquía  en  que  se  vería  envuelto  el  país  á  consecuen- 
cia de  esta  política,  y  prejuzgaba  lo  que  sucedería.  Por 
otra  parte,  los  amigos  del  general  Rozas,  testigos  de 
toda  la  hostilidad  que  hacía  el  gobierno  á  la  expedición, 
á  su  jefe,  conatos  de  desquicio  en  el  ejército,  subleva- 
ción de  indios,  negativa  de  los  elementos  necesarios 
para  el  logro  de  su  empresa  ¿no  se  creían  hasta  obliga- 
dos á  proceder  como  lo  hacían?  ¿Necesitaban  buscar 
la  opinión  de  aquel  general  cuando  tenían  por  suyas  las 
masas,  la  opinión  del  país,  el  aliento  que  les  daba  la 
esposa   del    general  Rozas    y  los  consejos   de   hombres 


—  201  — 

ilustrados  que  unidos  con  los  hombres  de  accirjn  mo- 
vían esa  gran  máquina  popular?...»  C)  En  el  sentido 
indicado  son  los  borradores  de  carta  de  Rozas  á  Terrero, 
Maza,  García  Zúñiga,  etcétera.  Y  si  ello  basta  para  afirmar 
que  Rozas  fué  ei  autor  de  la  revolución  del  año  33, 
cuando  se  encontraba  á  más  de  cuatrocientas  leguas  de 
la  ciudad  de  Buenos  Aires,  y  cuando  más  activas  eran 
las  operaciones  del  ejército  de  su  mando  sobre  los  sal- 
vajes del  desierto,  habría  que  concederle  facultades 
sobrenaturales, — lo  maravilloso  fantástico  que  se  presta 
á  la  declamación  y  á  la  novela;  en  cambio  de  reducir 
al  pueblo  de  esa  ciudad  y  de  la  campaña  á  la  categoría 
de  una  masa  automática,  que  se  movió  á  impulsos  de 
hilos  invisibles,  como  los  que  suele  presentarnos  en 
sueños  la  imaginación  calenturienta,  ó  de  corrientes 
eléctricas  como  las  que  imprimen  el  sonido  á  los  instru- 
mentos musicales  del  «Ejiptian-Hall»  de  Londres. 

La  tentativa  del  partido  que  se  diseñó  en  1833  no 
obedeció,  pues,  á  un  plan  combinado  que  debiera  des- 
arrollarse en  razón  de  las  circunstancias  y  de  las  ven- 
tajas que  se  fueran  obteniendo;  y  no  tuvo  más  resultado 
que  el  poner  de  maniíiesto  toda  la  fuerza  de  que  disponía 
el  partido  organizado  en  Buenos  Aires  después  del 
1°.  de  diciembre  de  1828.  Si  la  correspondencia  que 
con  conocimiento  del  general  Balcarce  sostenía  el  ge- 
neral Enrique  Martínez  con  algunos  directores  del  par- 
tido unitario  residentes  en  el  Estado  Oriental;  el  envío 
del  coronel  Manuel  Olazábal,  simultáneamente  con  el 
armamento  y  dineros  que  condujo  la  goleta  de  guerra 
argentina  Sarandí  á  la  república  vecina ;  si  estas  y  otras 
medidas  análogas  y  bien  notorias  respondían  á  una 
combinación  con  Rivera  y^con   Lavalle,  Agüero,  Carril, 

( 1 )  Carta  del  señor  Antonino  Reyes.    Véase  el  apéndice. 


—  'J(l'2  — 

Chilavert  y  los  que  preparaban  en  Montevideo,  Merce- 
des y  Paysandú  los  sucesos  que  comenzaron  á  des- 
arrollarse en  el  año  siguiente,  es  un  hecho  que  por  en- 
tonces afirmaban  los  hombres  del  partido  federal  de 
Buenos  Aires,  y  sobre  el  cual  volveré  oportunamente. 
Pero  de  cualquier  modo,  si  el  plan  existió,  ó  se  faltó  á  él 
en  los  momentos  decisivos,  ó  se  anticipó  muy  prema- 
turamente una  reacción  política  que  resultó  no  tener 
otra  base  que  unos  pocos  hombres  resueltos,  pero  fal- 
tos de  previsión  y  de  cálculo  para  este  género  de  em- 
presas que  no  se  conducen  por  el  capricho  sin  que 
fracasen  desde  luego. 


CAPITULO  XXIV 

EL    PROVISORIATO   Y    SU    CRISIS 

( 1834 ) 

Sumario:  I.  Circunstancias  que  le  daban  carácter  de  transición  al  gobierno  de  Via- 
monte.  — II.  Tendencias  progresistas  y  liberales  de  este  gobierno. — III. 
Paralelo  político  entre  Rivadavia  y  Garcia. — IV.  Decretos  sobre  matrimo- 
nios de  disidentes  y  sobre  registro  civil. — V.  El  patronato  nacional  :  sus 
antecedentes  legales. — VI.  Dificultades  suscitadas  al  ejercicio  del  patronato. 
— VII.  Modo  como  las  resuelve  Garcia  :  junta  ó  concilio  de  teólogos  y 
jui'istas.  -  VIII.  Proposiciones  que  somete  el  gobierno  á  esta  junta. — IX. 
Las  doctrinas  de  García  se  formulan  en  la  Constitución  de  1853. — X.  Obs- 
táculos á  la  marcha  del  gobierno. — XI.  El  regreso  de  Rivadavia.— XII. 
La  carta  del  ministro  Moreno  y  los  planes  para  conflagrar  el  país. — XIII. 
Relación  entre  este  plan  y  el  de  monarquizar  las  secciones  americanas. — 
XIV.  El  poder  ejecutivo  decreta  el  reembarco  de  Rivadavia  y  demanda  á 
la  legislatura  una  ley  general  sobre  la  materia. — XV.  La  legislatura  deja 
pasar  el  decreto  :  noble  ofrecimiento  de  Quiroga  á  Rivadavia. — XVI.  Rudos 
ataques  al  ministro  García.  — XVII.  El  fiscal  acusa  los  libelos:  términos 
en  que  Gai'cia  solicita  su  juicio  de  residencia. — XVIII.  Rozas  renuncia  la 
donación  de  la  isla  de  Choele-Choel  que  le  hace  la  legislatura. — XIX.  Ésta 
nombra  á  Rozas  gobernador:  Rozas  renuncia. — XX.  La  prensa  de  oposi- 
ción corrobora  los  motivos  de  esta  renuncia. — XXI.  Los  ideales  de  la 
legislatura. — XXII.  Declaración  de  los  diputados  Wright  y  Medrano  :  la 
legislatura  envía  una  comisión  á  Rozas:  interpelación  á  esta  comisión. — 
XXIII.  Razones  que  da  Rozas  para  insistir  por  tercera  vez  en  su  renun- 
cia.— XXIV.  Rozas  insiste  por  cuarta  vez:  nuevas  declaraciones  de  la 
legislatura  al  admitirle  la  renuncia. — XXV.  Elección  y  renuncia  de  los 
Anchorena. — XXVI.  Viamonte  pide  ft  la  legislatura  le  indique  á  quien 
entregará  el  poder  ejecutivo. — XXVII.  Crisis  del  ejecutivo. — XXVIII.  La 
legislatura  restringe  la  prensa,  y  resuelve  que  su  presidente  ejerza  el  eje- 
cutivo á  falta  de  gobernador :  elección  y  renuncia  de  Terrero  y  de  Pa- 
checo: el   doctor  Maza  asume  el  poder  ejecutivo. 

La  elección  del  general  Viamonte  restableció  el  orden 
en  Buenos  Aires,  y  este  viejo  patriota  se  atrajo  la  opi- 
nión cuando  nombró  sus  ministros  al  general  Guido  y 
al  doctor  Manuel  José  García,  dos  notables  argentinos  y 
miembros  conspicuos  del  partido  federal.  Pero  Viamonte 
subía  al  gobierno  en  circunstancias  en  que  los  partidos 
desalojados  de  sus  posiciones,  trabajaban  en  Buenos 
Aires,  en  las  provincias  del  litoral  como  en  las  de  Cuyo 


_  204  — 

y  norte,  y  desde  el  Estado  Oriental,  la  reacción  que  debía 
i'stallar  en  breve.  Su  gobierno,  dada  las  tendencias  de  la 
época  y  las  ideas  que  estaba  llamado  á  representar,  debía 
prevenir  ante  todo  ese  peligro;  que  era  por  entonces 
irrealizable  otro  plan  tan  vasto  y  tan  liberal  como  el 
que  eran  capaces  de  idear  y  de  desenvolver  hombres  de 
la  talla  de  Guido  y  de  García,  contando  con  el  recto 
sentido  práctico  del  general  Viamonte.  Cuatro  años  hacía 
que  el  partido  federal  gobernaba  en  Buenos  Aires  y  en 
las  denitás  provincias;  y  otros  tantos  que  el  partido  uni- 
tario conspiraba  para  recobrar  las  posiciones  que  perdió 
después  de  haber  fusilado  á  Borrego  y  de  haber  fra- 
casado el  general  Paz.  Pero  la  supremacía  del  primero 
no  era  una  solución.  Era  la  evolucióu  gradual  de  ele- 
mentos que  no  habían  tenido  representación  en  las  evo- 
luciones anteriores,  y  que  se  imponían  por  su  esfuerzo, 
marcaban  su  época  y  le  imprimían  á  ésta  sus  tendencias 
y  sentimientos,  como  otros  tantos  antecedentes  que  con- 
tarían cuando  la  sociabilidad  argentina  operase  su  organi- 
zación definitiva.  Tal  supremacía  podía  ser  más  ó  menos 
duradera,  pero  traía  aparejada  la  crisis  política;  pues  que 
los  partidos  no  admitían  otra  solución  que  la  que  resol- 
vieran por  sus  auspicios  absolutos.  Así  lo  escribieron 
en  sus  banderas  ensangrentadas  durante  veinte  años  de 
lucha  armada,  de  extravíos  y  de  odios.  El  gobierno  del 
general  Viamonte  debía  ser,  pues,  de  transición,  por  deci- 
dido que  fuere  el  apoyo  que  le  prestaba  el  partido  federal, 
y  por  grandes  que  fueren  los  recursos  de  Rozas  para  sos- 
tenerlo. 

Con  todo,  Viamonte  imprimió  cierto  tono  serio  á  su 
gobierno  y  se  contrajo  con  acierto  á  la  administración 
general  de  la  Provincia  cuyo  erario  estaba  exhausto  des- 
pués de  las  cuantiosas  erogaciones  hechas  por  el  gobierno 
anterior.  Sobreponiéndose  por  un  momento  á  las  circuns- 
tancias, inició  una  política  liberal,  dando  franquicias  á 
la  prensa,  estableciendo  la  más  ami)lia  publicidad  de  los 
actos  gubernativos,  y  dictando  algunas  medidas  orgáni- 


cMS^    /  fo^""^ 


—  205  — 

cas  tan  progresistas  como  trascendentales.  Entre  estas 
últimas  es  digna  de  mencionarse  la  que  estableció,  por 
la  primera  vez  en  la  República  y  en  América,  que  los 
individuos  de  otra  creencia  que  la  católica  podían  con- 
traer matrimonio  ante  los  autoridades  civiles,  sin  per- 
juicio de  la  intervención  del  sacerdote  correspondiente. 
Todas  estas  medidas  acusaban  la  influencia  progre- 
sista y  liberal  del  ministro  García.  Don  Manuel  José 
García  había  sido  el  colaborador  de  Piivadavia  en  la 
reforma  social  y  política  de  1821  á  1824,  y  tanto  que 
fué  el  digno  complemento  de  este  último,  pues  si  bien 
Rivadavia  tenía  el  coraje  de  las  grandes  iniciativas, 
liado  en  el  esfuerzo  de  los  que  las  adelantarían.  García 
abarcaba  con  mirada  profunda  su  escenario,  y  actuaba 
con  la  madurez  del  político  experimentado  y  previsor. 
Había  esta  diferencia  entre  ambos:  Rivadavia,  con  el 
candor  de  Bruto  cuando  imaginaba  que.  muerto  César^ 
el  pueblo  recobraría  sus  derechos,  creía  en  la  propia 
virtud  de  la  libertad;  García,  con  el  afán  de  Pitt  cuando 
preparaba  á  la  Inglaterra  contra  Napoleón,  creía  mejor 
servir  la  libertad  neutralizando  ó  destruyendo  los  mo- 
tivos que  pudiesen  herirla.  Por  eso  Rivadavia  vivía  se- 
ducido de  la  idea  de  los  progresos,  en  tanto  que  á  García 
no  lo  seducía  sino  el  haber  encontrado  el  medio  de  rea- 
lizarlos. Así,  en  todas  las  leyes  orgánicas  de  1821  á 
1824  está  impreso  el  espíritu  adelantado  y  cultivadí- 
simo de  García :  todas  ellas  se  inspiran  en  una  alta 
necesidad  ó  en  una  idea  trascendental,  y  han  sobrevi- 
vido coñio  modelos  de  buen  gobierno.  El  espíritu  soñador 
y  grandioso  de  Rivadavia  titila  en  las  innumerables  dis- 
posiciones de  su  exclusiva  iniciativa  sobre  progresos 
intelectuales  y  morales,  para  crear  fuerzas  que  sirvieran 
al  gobierno  libre,  cuyo  desenvolvimiento  él  habría  que- 
rido apurar  infiltrando  sus  propias  impaciencias;  y  sobre 


-  206  — 

adelantamientos  materiales  para  brindarle  al  sentimiento 
popular  los  estímulos  seductores  del  ])ienestar  que  fe- 
cunda esa  misma  libertad. 

De  acuerdo  con  los  antecedentes  gubernativos  que 
contribuyó  á  fundar,  y  con  el  propósito  de  no  proscri- 
bir la  inmigración  de  culto  disidente  y  servir  los  gran- 
des intereses  de  la  población  y  del  trabajo,  el  ministro 
García  dejó  consagrado  el  derecho  de  formar  la  familia 
según  el  dictado  de  la  conciencia  y  con  arreglo  á  la 
ley ;  y  el  principio  de  la  ciudadanía  en  cabeza  de  los 
hijos  de  extranjeros  nacidos  en  Buenos  Aires.  La  pri- 
mera de  estas  disposiciones  establecía  que  todo  individuo 
de  creencia  religiosa  disidente  de  la  católica,  extranjero 
ó  ciudadano,  que  quisiese  contraer  matrimonio,  se  pre- 
sentaría al  tribunal  de  justicia  produciendo  información 
de  soltura.  Exhibidas  pruebas  bastantes  se  publicaría  el 
pretendido  matrimonio  en  los  diarios  por  seis  días  con- 
secutivos. Si  no  resultaba  impedimento,  el  juez  autori- 
zaría ese  acto  por  un  auto  del  que  daría  testimonio  á 
los  interesados  para  que  ocurriesen  al  eclesiástico  que 
bendiciría  dicho  matrimonio.  La  segunda  disposición 
imponía  á  los  padres  y  tutores  el  deber  de  dar  cuenta 
del  nacimiento  de  sus  hijos  ó  pupilos,  para  ser  éstos 
inscriptos  en  los  registros  públicos  que,  juntamente  con 
los  de  defunciones,  llevarían  los  funcionarios  correspon- 
dientes. 

No  menos  trascendental  fué  la  cuestión  relativa  al 
l)atronato  que  quedó  resuelta  según  las  declaraciones 
solemnes  de  la  asamblea  de  1813,  y  los  viejos  principios 
de  la  legislación  acordada  ante  el  papado  y  el  rey  de 
España  para  el  establecimiento  y  provisión  de  las  igle- 
sias en  Sur-América.  Es  sabido  que  con  motivo  del  des- 
cubrimiento de  América,  el  papa  Alejandro  VI  concedió  al 
rey    de   España   el    supremo   patronato    sobre  todas   las 


—  207  — 

tierras  que  éste  conquistase,  y  en  cambio  del  auxilio  que 
se  le  daba  para  sostener  la  religif3n  católica  en  el 
Nuevo  Mundo.  El  re}'  de  España  usó  de  ese  derecho 
exclusivo,  lo  usó  por  él  Pizarro  en  el  Perú,  y  se  lo 
confirió  expresamente  á  Hernán  Cortés  para  que  lo  ejer- 
citara en  México.  El  caso  era  nuevo  en  la  historia 
del  mundo  y  en  los  anales  de  la  iglesia;  y  la  legisla- 
ción que  creó  este  derecho  del  rey  de  España  fué  nueva 
también,  y  especialmente  para  la  América  durante  más 
de  tres  siglos  sin  interrupción.  Cuando  á  consecuen- 
cia de  los  sucesos  de  1804  á  1808,  fué  desconocida  la 
autoridad  del  rey  de  España  que  era  el  único  vínculo 
que  unía  á  las  provincias  del  río  de  la  Plata  con  la 
Metrópoli,  y  éstas  iniciaron  la  guerra  de  su  indepen- 
dencia, la  asamblea  argentina  de  1813  sancionó,  entre 
otras  declaraciones  fundamentales,  la  de  que  las  bulas, 
breves  y  cualesquiera  disposiciones  del  papado  no  ten- 
drían más  valor  ni  efecto  que  la  que  les  concedieran 
las  leyes  y  autoridades  argentinas ;  retrovertiendo  así 
de  hecho  y  de  derecho  á  la  Nación  todas  las  atribucio- 
nes que  correspondían  al  rey  de  España  en  lo  tocante 
al  establecimiento,  división  y  provisión  de  las  iglesias 
dentro  de  la  jurisdicción  de  las  Provincias  Unidas  del 
río  de  la  Plata. 

Á  partir  de  este  momento  el  patronato  nacional  fué 
ejercido  por  la  autoridad  de  las  Provincias  Unidas,  en 
virtud  de  derecho  propio  tal  como  lo  ejerciera  el  rey  de 
España;  y  cuando  las  provincias  de  la  unión  se  sepa- 
raron administrativamente,  los  gobernadores  de  éstas 
ejerciéronlo  en  sus  respectivas  jurisdicciones.  El  Sumo 
Pontífice  recurrió  de  ello  por  la  vía  diplomática.  Pero 
el  derecho  de  las  Provincias  Unidas  tenía  su  origen  en  la 
bula  del  papa  Alejandro  VI.  Y  como  el  papado  no  po- 
día   atribuir     al     rey     de    España    jurisdicción    sobre 


—  208  — 

aquéllas,  pues  eran  independientes  en  el  lieclio,  y  reco- 
nocidas como  tales  por  las  demás  naciones,  y  como, 
además,  la  cuestión  de  i)atronato  era  de  jurisdicción 
esencialmente,  el  Sumo  PontíJice  cedió  ante  la  lógica 
del  procedimiento  de  los  gobiernos  argentinos.  Em- 
pero, en  la  época  á  que  me  reñero,  el  Sumo  Pontífice 
proveyó  de  farto  la  vicaría  apostólica  y  obispado  de  la 
iglesia  de  Buenos  Aires;  y  delegó  en  éste  el  conoci- 
miento de  causas  que  eran  de  la  competencia  de  los 
tribunales  de  la  Provincia.  El  gobierno  de  Buenos 
Aires  protestó  de  estos  avances,  pero  como  su  protesta 
fundada  no  diera  resultado,  retuvo  el  breve  de  su  San- 
tidad, impidiendo  que  se  llevaran  adelante  las  medidas 
dictadas  por  éste  en  mengua  del  derecho  de  patronato. 
Y  reuniendo  todos  los  documentos  conexos  ('),  nombró 
una  junta  de  teólogos,  canonistas  y  juristas  para  que 
á  vista  de  aquéllos  y  de  las  proposiciones  que  le  serían 
presentadas,  se  pronunciara  expresamente  sobre  los 
puntos  que  abrazaba  la  controversia  suscitada.  Esta 
junta  ó  Concilio  Promncicil,  que  así  se  puede  llamar 
por  el  orden  de  las  materias  de  que  se  ocupó,  y  por  el 
carácter  de  las  personas  que  la  compusieron,  tuvo  en 
su  seno  á  los  hombres  más  notables  del  clero,  del  foro 
y  de  las  letras  de  la  República.  Allí  figuraron  el  doctor 
Diego  E.  Zavaleta,  como  presidente  del  senado  del 
clero;  el  doctor  Valentín  Gómez,  el  leader  del  congreso 
de  1826,  y  los  canónigos  don  Bernardo  de  la  Colina,  Sa- 
turnino Seguróla,  José  María  Terrero;  el  doctor  Mateo 
Vidal,  fiscal  eclesiástico,  y  los  teólogos  don  Mariano 
Zavaleta,  don  Domingo  Acliega,  José  L.  Banegas,  Ensebio 
Agüero,  Gregorio  Gómez,  Fray  Buenaventura  Hidalgo; 


( ' )  Véase  el  Meinorlal  Ajustado. 


—  209  — 

el  doctor  Gregorio  Tagle,  ex-ministro  del  Directorio  y 
presidente  de  la  cámara  de  justicia;  don  Pedro  José 
Agrelo,  fiscal  de  Estado,  y  los  canonistas  don  Vicente 
López,  Villegas,  Arana,  Cernadas,  Medrano;  y  como 
profesores  en  derecho  don  Tomás  Manuel  de  Anchorena, 
Maza,  Gamboa,  don  Baldomcro  García,  Dalmacio  Vélez 
Sarsfield  (*j,  Valentín  Alsina,  Gabriel  Ocampo,  Lo- 
renzo Torres,  etcétera. 

Las  proposiciones  que  sometió  el  gobierno  á  la  de- 
liberación de  esta  junta,  envolvían  en  sí  el  reconoci- 
miento del  derecho  del  patronato  nacional,  con- 
forme á  la  antigua  legislación  y  á  los  hechos  que 
creara  esta  legislación  desde  1810  hasta  esa  época.  Ra- 
tificando las  declaraciones  de  la  asamblea  de  1813,  el 
gobierno  reconocía  retrovertida  á  la  Nación  Argentina 
toda  la  soberanía  de  los  pueblos  que  la  integraban,  con 
todas  las  atribuciones,  derechos  y  regalías  que  esen- 
cialmente le  eran  anexas  y  con  los  que  ejercían  los 
reyes  católicos  de  España  hasta  la  revolución.  Igual- 
mente reconocía,  que  en  el  régimen  federal  que  habían 
adoptado  los  Estados  que  componían  la  República,  cada 
gobierno  había  reasumido  y  ejercía  plenamente  esa 
soberanía  en  su  jurisdicción  respectiva,  mientras  no  se 
acordara  otra  cosa  en  la  Constitución  general,  y  salvas 
las  delegaciones  que  ellos  mismos  habían  hecho 
en  el  de  Buenos  Aires  para  la  mejor  inteligencia  con 
las  demás  naciones.  Partiendo  de  aquí,  el  gobierno 
sostenía:  que  entre  los  derechos  que  emanaban  de  la 
soberanía    propia,    figuraba    en    primer    término  el    del 


( ' )  El  doctor  Vélez  Sarsfleld  presentó  un  trabajo  sobre  la  materia, 
que  publicó  mucho  después  con  el  título  de  Relaciones  del  derecho 
civil  con  el  eclesiástico;  obra  de  erudición  y  de  mérito  y  la  más 
•completa  que  hay  al  respecto. 

TOMO   II.  14 


—  210  — 

8111)1*61110  patronato  y  protección  de  las  iglesias  fundadas- 
y  ediíicadas  en  sus  territorios,  y  dotadas  y  mantenidas 
con  sus  rentas,  como  lo  estaban :  que  en  virtud   de  esta 
soberanía,   correspondía  á  la  nación  y  á  los  gobiernos 
examinar   y  conceder  el  pase  y  exequátur  ó  negarlo,  á 
las  disposiciones  de  los  concilios  y  á  las  bulas,  breves 
y  rescriptos  del  Sumo  Pontífice,  aunque  fueran  tan  es- 
pirituales como  las  mismas  indulgencias,  según  que  á 
su  juicio   no  perjudicasen   las  regalías  de  la  nación  y 
libertades    de  sus  iglesias :  que  por  los    mismos    prin- 
cipios, correspondía  al  gobierno  (provincial    hasta   que 
la  Constitución  no  reglase  el  patronato  nacional)  y  no 
á  otra  persona,  la  nominación    de  arzobispos,  obispos, 
curas,  canónigos    y   demás  prebendas   y    beneficios  ecle- 
siásticos de  sus  iglesias;  como  asimismo  la    división   de 
los    territorios    de    los    respectivos   arzobispados,   obis- 
pados y  curatos;  y   encomendar,  corregir,  añadir  ó  au- 
mentar de  nuevo  en  las  erecciones  de  las  iglesias,  como 
correspondía   al  rey.     Que  dados  estos  derechos  y  prin- 
cipios, el  Sumo  Pontífice  no  podía  reservarse,  como  lo 
había  hecho   y  declarado,  la  provisión  de  las  iglesias  va- 
cantes y  por  vacai%  ni    tampoco  reservarse  la  división 
de   la  diócesis ;  y  que  tales  recursos  debían   suplicarse 
oportunamente  reteniéndose  entretanto    toda    provisión 
en  ambas  formas:     que.  en  consecuencia,  ningún    ciu- 
dadano podría  prestar  llanamente  el  juramento   que  se 
exige  á  los  obispos,  sin  declarar    que  las  cláusulas  del 
mismo  no  tienen  más  valor  que  reconocerle  á  Su  San- 
tidad su  primado  en  cuanto  no    se   oponga   á   derechos 
preferentes  de  la  Nación  é  independencia   de    sus   igle- 
sias; y  que  sin  perjuicio  de  esto,  los  obispos  y  demás 
empleados    debían    prestar    juramento    de    fidelidad    y 
respeto  á  la  soberanía  del  país  y  á  su  gobierno,  y  re- 
conocerle el  derecho  de  patronato    de    sus  iglesias  con 


—  211  — 

toda  la  extensión  y  regalías  que  las  leyes  le  acordaban: 
que  el  gobierno  debía  responder  de  la  seguridad  inte- 
rior y  exterior  délos  derechos  primordiales  de  la  Nación 
respecto  de  la  jurisdicción,  disciplina  y  libertades  de 
sus  iglesias;  y  que  á  él  incumbía  privativamente  pro- 
tegerlos, sin  perjuicio  de  los  ajustes  que  celebrara  con 
los  enviados  de  Su  Santidad,  etcétera,  etcétera.  ( ' ) 

He  creído  conveniente  transcribir  estas  proposiciones 
poco  conocidas  hoy,  porque  ellas  revisten  verdadera 
importancia  histórica  y  porque  el  luminoso  desenvol- 
vimiento que  las  dieron  cada  uno  de  los  miembros  de 
la  junta  á  que  me  he  referido,  dejándolas  triunfantes 
á  la  luz  de  la  antigua  legislación  y  de  los  derechos 
creados  por  ésta  en  favor  de  la  República,  fué  lo  que 
determinó  á  los  constituyentes  de  1853  á  consignar  en 
la  Constitución  Nacional  vigente  las  atribuciones  19^ 
y  20"  del  Congreso  y  las  8"^  y  9=^  del  poder,  ejecutivo,  que 
son  las  que  rigen  el  derecho  de  patronato  nacional, 
conformes  en  el  fondo  y  en  la  forma  con  las  proposi- 
ciones sometidas  por  el  ministro  García  en  1834, 

Los  laudables  esfuerzos  del  gobierno  del  general 
Viamonte  se  esterilizaban  en  medio  de  una  situación 
vacilante,  de  cuya  gravedad  se  hacía  eco  la  prensa, 
abultando  los  peligros  que  veía  venir  del  Estado  Orien- 
tal y  del  litoral  argentino.  Y  aunque  el  ministro  Gar- 
cía resistía  la  aplicación  de  medidas  restrictivas  res- 
pecto de  la  prensa  independiente  y  de  los  hombres 
que  simpatizaban  con  ésta,  era  fácil  prever  que  el  go- 
bierno se  vería  obligado  bien  pronto,  ó  á  echar  mano 
de  ellas  para  satisfacer  las  aspiraciones  de  una  opinión 


( 1 )  Véase  el  Memorial  Ajustado  y  el  Apéndice  donde  se  en- 
cuentran reunidos  los  informes  expedidos  por  los  miembros  de  la 
junta  especial. 


212  

cada  vez  más  robusta  y  exaltada,  ó  á  dejar  el  gobierno 
en  otras  manos  más  aptas  para  constituir  el  poder  fuerte 
que  estaban  provocando  desde  entonces  los  partidos 
personales  y  absolutistas.  En  fuerza  de  sus  principios 
liberales  y  progresistas,  que  eran  los  que  dominaban 
en  el  gobierno,  el  ministro  García  se  hizo  sospechoso 
á  los  ojos  de  esa  opini()n  imbuida  en  las  tendencias 
represivas  de  la  época. 

Un  incidente  al  que  en  otra  época  se  le  habría  asig- 
nado poca  importancia,  vino  á  agravar  esas  sospechas 
contra  el  distinguido  hombre  de  Estado.  En  la  ma- 
ñana del  28  de  abril  (1834)  desembarcó  en  Buenos  Aires 
don  Bernardino  Rivadavia,  quien  volvía  á  su  patria 
después  de  haber  sobrellevado  con  dignidad  el  destierro 
que  se  impuso  al  descender  espontáneamente  de  la 
presidencia  en  1827,  Apenas  se  tuvo  noticia  de  su  lle- 
gada, varios  ciudadanos  bien  colocados  se  dirigieron 
al  gobernador  para  hacerle  presente  que  el  pueblo  es- 
taba alarmado  con  la  presencia  de  Rivadavia,  pues  creía 
que  tras  éste  llegarían  otros  miembros  conspicuos  del 
partido  unitario  con  el  designio  de  trastornar  el  orden 
establecido ;  y  que  en  esta  virtud  le  i)edían  que  orde- 
nara inmediatamente  el  reembarque  de  ese  ciudadano. 
El  general  Viamonte  hubo  de  rechazar  estas  indicacio- 
nes ;  pero  entonces  le  pusieron  de  manifiesto  antece- 
dentes que  fundaban  lo  que  decían,  entre  éstos  una 
carta  que  en  noviembre  del  año  anterior  le  había  diri- 
gido al  ex-ministro  Ugarteche,  don  Manuel  Moreno,  mi- 
nistro argentino  en  Londres.  En  esta  carta,  el  doctor 
Moreno  denunciaba  «por  conocimientos  muy  auténticos 
é  indudables»,  un  plan  convenido  entre  el  partido  que 
dominaba  en  Montevideo  y  los  unitarios  para  suscitar 
querella  á  Buenos  Aires,  apoderarse  de  Entre  Ríos  y 
ganarse  al  general  López  de  Santa  Fe.   «Es   parte   prin- 


—  213  — 

cipal,  decía  Moreno,  que  el  señor  López  rompa  con  el 
señor  Rozas  y  con  Quiroga,  halagándolo  con  pérfidas 
sugestiones,  pero  con  la  mira  de  sacrificarlo  luego  á  la 
vez.  Este  plan  de  sangre  y  de  escándalo  lo  han  ajus- 
tado don  Julián  Agüero  en  Montevideo,  con  Rivera, 
Obes  y  los  españoles  y  unitarios  de  uno  y  otro  lado. 
En  la  fe  de  sus  efectos  y  seguridad  va  Rivadavia  á  par- 
tir á  fin  de  este  mes.  Tengo  los  datos  más  seguros  de 
esta  horrible  conspiración.  Bástele  á  V.  saber  por 
ahora  que  indirectamente  la  diplomacia  inglesa  ha  tra- 
bajado en  descubrirla,  y  lo  ha  hecho  con  la  habilidad 
y  medios  que  tiene  siempre  para  ello.  » 

Por  entonces  no  se  alcanzaba  qué  interés  podía  tener 
la  diplomacia  inglesa  en  descubrir  los  planes  de  los  par- 
tidos políticos  argentinos ;  y  gentes  hubo  que  atribuyeron 
al  mero  absolutismo  partidario  las  medidas  que  se  siguie- 
ron. Pero  después  se  conoció  el  doble  alcance  local  y 
continental  de  esos  trabajos,  á  los  cuales  no  eran  ajenos 
los  personajes  que  se  mencionaban.  El  plan  de  España 
de  dirigir  expediciones  armadas  á  Sur-América,  y  que 
denunciaron  los  gobiernos  de  Chile  j  de  Venezuela  al  de 
Buenos  Aires  y  al  de  Córdoba,  según  se  ha  visto  en  un 
capítulo  anterior,  había  encontrado  ecos  interesados  en 
las  cancillerías  europeas  que  tenían  á  la  mano  príncipes 
desocupados;  y  en  la  corte  del  Brasil  que  miró  siempre 
con  alarma  el  crecimiento  de  las  repúblicas  sus  vecinas. 
Los  segundones  de  la  casa  de  Borbón  y  de  Orleans  intri- 
gaban para  que  Francia  apoyase  el  plan  de  España,  á 
condición  de  ser  ellos  favorecidos  en  la  repartición  que 
se  hiciera  de  las  secciones  suramericanas.  El  Imperio 
del  Brasil  había  despachado,  por  su  parte,  al  Marqués  de 
Santo  Amaro,  con  instrucciones  secretas  para  que  soli- 
citase de  las  grandes  potencias  europeas  la  monarqui- 
zación  de  los  Estados  americanos   desde  México  hasta 


—  214  — 

Buenos  Aires,  coronando  en  ellos  á  los  mencionados 
príncipes.  Salvábase  únicamente  el  nuevo  Estado  Orien- 
tal, y  esto  porque  el  Brasil  le  encargaba  á  su  comisio- 
nado que  probase  la  necesidad  de  incorporarlo  nueva- 
mente al  Imperio.  (')  El  Marqués  de  Santo  Amaro  tuvo 
varias  entrevistas  con  Rivadavia  en  París;  y  aunque  no 
se  sabe  lo  que  hablaron,  es  probable  que  Rivadavia  apro- 
bara el  plan  de  la  monarquía,  á  que  siempre  fué  incli- 
nado, y  aún  contribuyera  á  la  tal  tentativa  de  Santo 
Amaro,  en  la  creencia  de  que  la  monarquía  aseguraría 
la  paz  y  el  bienestar  de  su  país,  y  quizá  seducido  por  la 
idea  de  venir  á  ser  un  Godoy  ó  un  Choiseul  en  Buenos 
Aires.  Lo  que  se  sabe  es  que  Rivadavia  acompañó  á 
Madrid  al  Marqués  de  Santo  Amaro  y  que  poco  después 
fracasó  la  negociación  de  Inglaterra  para  que  España 
reconociese  la  independencia  de  las  repúblicas  ameri- 
canas. Por  esto  es  que  el  ministro  Moreno  agregaba 
en  su  carta  mencionada:  «La  última  negociación  de  sir 
Strandford-Canning  en  Madrid,  respecto  del  reconoci- 
miento de  nuestra  independencia  por  España,  y  las  res- 
puestas que  le  daba  el  ministerio  español,  le  hicieron 
conocer  á  este  gobierno  que  había  una  trama  que  se 
urdía  en  París  por  americanos,  y  se  aplicó  á  conocerla. 
Además,  yo  no  me  he  dormido.  Dios  quiera  que  este 
aviso  llegue  cuando  el  atentado  esté  todavía  en  pro- 
yecto.» (-) 

La  denuncia  de  un  hombre  tan  honorable  como  el 
doctor  Moreno  causó  cierto  efecto  en  los  círculos  guber- 
nativos.  Viamonte  se  vio  asediado  para  que  decretara  el 


(•)  El  ministro  Moreno  remitió  después  al  general  Rozas  las 
célebres  instrucciones  secretas  al  Marqués  de  Santo  Amaro,  firmadas 
por  el  que  después  fué  Vizconde  de  Abraules;  y  ellas  l'ueron  publi- 
cadas en  La  Gaceta  Mercantil  del  11  de. julio  (íe  1845. 

(-)    M;uiuscrito  testimonial  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice.) 


—  215  — 

reembarque  de  Rivadavia;  y  el  ministro  García  le  dirigió 
una  nota  al  ilustre  estadista  en  la  que  le  comunicaba 
que  el  gobierno  «  forzado  por  circunstancias  imperiosas 
que  afectan  la  paz  pública,  se  veía  en  la  necesidad  de 
impedirle  su  permanencia  en  el  seno  de  su  familia, 
mientras  obtenía  una  declaración  que  acababa  de  soli- 
citar de  la  legislatura,  y  que  pondría  al  gobierno  en 
aptitud  de  anunciarle  una  resolución]legal  y  definitiva.» 
Al  dar  cuenta  de  lo  ocurrido  á  la  legislatura,  el  gober- 
nador la  declaraba  que  el  poder  ejecutivo  sólo  proviso- 
riamente podía  tomar  esa  medida,  porque  no  le  era  dado 
prohibir  la  entrada  ni  impedir  la  permanencia  en  la 
patria  á  ningún  ciudadano  sino  en  virtud  de  sentencia 
legal  ó  en  virtud  de  una  ley,  y  que  como  en  las  cir- 
cunstancias del  señor  Rivadavia  se  encontraban  muchos 
otros  ciudadanos  ausentes,  quienes  intentarían  volver  á 
sus  hogares,  pensaba  que  debía  dictarse  una  ley  que 
sirviera  como  regla  de  conducta,  en  la  inteligencia  de 
que  no  quería  por  su  parte,  salir  por  ningún  motivo  de 
la  senda  constitucional,  ni  ejercer  autoridad  alguna  por 
su  solo  arbitrio  y  discreción. 

La  legislatura  no  se  pronunció  por  el  momento  ni 
encontró  mérito  tampoco  para  ello,  llenado  como  estaba 
el  objeto  principal  de  los  exaltados,  que  era  desahogar 
su  encono  sobre  el  partido  unitario  en  uno  de  sus  hom- 
bres eminentes.  Había  sin  embargo  una  circunstancia 
que  inducía  á  creer  que  las  denuncias  hechas  era  lo 
que  prevenía  contra  Rivadavia  más  que  las  opiniones 
políticas  de  éste  ó  la  mala  voluntad  que  personalmente 
inspirase.  Es  que  hombres  más  comprometidos  que  él, 
si  cabe,  en  la  diplomacia  tortuosa  de  los  gobiernos  an- 
teriores, vivían  en  Buenos  Aires  sin  modificar  sus  opi- 
niones contrarias  á  los  federales  y  sin  ser  molestados. 
Entre  ellos  se  contaba  el  general  Juan  Martín  de  Puey- 


—  216  — 

rredon,  ex-director  supremo  del  estado,  y  su  ex-minis- 
tro  don  Gregorio  Tagle,  que  era  una  cabeza  organizada 
para  la  revolución.  Sea  de  ello  lo  que  fuere,  el  hecho- 
es  que  cuando  así  se  atacaba  la  libertad  en  cabeza  de 
(luien  echó  en  su  país  las  bases  del  gobierno  libre,  un 
espíritu  fuerte  á  cuyo  empuje  se  debió  en  gran  parte 
el  fracaso  de  la  Constitución  del  año  1826,  el  general 
Juan  Facundo  Quiroga,  fué  el  único  que  rindió  home- 
naje cívico  al  estadista  que  marchaba  á  su  destierro 
perpetuo  entre  las  sombras  del  más  amargo  desencanto- 
(^)uiroga  quiso  ir  á  bordo  del  bergantín  Henninie  á  ten- 
derle su  mano  á  Rivadavia;  y  como  una  borrasca  se  lo 
impidiera,  al  día  siguiente  le  ofreció  su  fianza  y  sus 
servicios  sin  reserva.  Rivadavia  agradeció  el  noble  ofre- 
cimiento, pero  tuvo  que  seguir  viaje  por  orden  del  go- 
bierno. 

Lo  singular  es  que  la  prensa  empezó  á  atacar  ruda- 
mente al  ministro  García,  dando  á  entender  que  había 
querido  sacrificar  las  necesidades  de  orden  público  á 
escrúpulos  que  traerían  nuevos  trastornos,  si  la  opinión 
no  se  hubiera  manifestado  resuelta  á  prevenirlos,  remo- 
viendo las  causas  que  podían  producirlos.  Y  glosando 
los  conceptos  de  las  notas  pasadas  á  la  legislatura  con 
motivo  del  reembarque  de  Rivadavia,  los  clasificaba  de 
reticencias  del  poder  ejecutivo  para  eludir  compromisos 
que  no  sabría  mantener  en  otros  casos  análogos.  De 
aquí  se  pasó  á  los  pasquines  de  doble  alcance  contra  el  po- 
der ejecutivo.  Uno  de  éstos  qvaI-a,  Admonición 'Á\o$,?ím\go^ 
del  ministro  de  gobierno  don  Manuel  J.  García,  que  ten- 
gan pendiente  algún  asunto,  n  Supuesto  que  con  motivo  de 
la  próxima  renuncia  del  señor  gobernador  va  á  retirarse 
del  ministerio  el  señor  García,  decía  La  Gaceta  Mercantil { ' ) 

(')    Del  15  (k"  mayo  di^  1834. 


—  217  — 

sus  amigos  pueden  aprovechar  su  laudable  propensión  á 
servirlos  aunque  sea  faltando  á  la  justicia,  deshaciendo 
acuerdos  de  otros  gobiernos  y  comprometiendo  el  buen 
nombre  del  señor  gobernador.  Á  este  efecto  se  publica 
este  aviso  por  uno  que  vale  tanto  como  el  señor  García 
y  que  tendrá  singular  placer  en  dar  ciertos  detalles  si  el 
fiscal  y  amigo  del  señor  García  tiene  la  imprudencia  de 
acusarlo.»  El  ministro  García  invitó  por  la  prensa  al 
anónimo  á  que  precisase  sus  cargos,  y  el  fiscal  acusó 
por  su  parte  el  libelo  como  abusivo  de  la  libertad  de 
imprenta.  Con  este  motivo  se  supo  que  el  autor  de  la 
admonición  era  nada  menos  que  el  general  don  Félix  de 
Álzaga,  personaje  bien  reputado,  pero  partidario  exaltado 
entre  los  federales.  El  jury  condenó  á  Álzaga;  pero  en 
la  apelación  que  éste  entabló  patrocinado  por  el  doctor 
Valentín  Alsina,  fué  revocada  la  primera  sentencia,  y 
el  ministro  García  no  tuvo  más  vía  para  rehabilitarse 
de  una  acusación  calumniosa  que  la  de  solicitar  de  la 
legislatura  que  se  le  abriera  juicio  de  residencia,  como 
lo  hizo  en  efecto  al  mismo  tiempo  que  el  general  Via- 
monte  renunciaba  su  cargo  de  gobernador.  «  Cualquiera 
que  sea  el  resultado  de  este  juicio,  decía  el  ministro 
García  con  ese  motivo,  tendré  á  lo  menos  el  consuelo  de 
haber  aprovechado  una  desgracia  mía  para  hacer  á  mi 
patria  un  servicio  importante,  dejando  establecido  un 
antecedente  que  no  será  estéril  en  resultados.  Porque 
este  ejemplo,  quitando  á  los  funcionarios  públicos  toda 
excusa  para  no  justificarse  enfrenará  por  otra  parte  la 
audacia  de  los  detractores. »  La  legislatura  discutió  lar- 
gamente un  proyecto  para  obligar  al  general  Félix  de 
Álzaga  á  que  se  presentase  ante  la  barra  á  exhibir  la 
prueba  de  sus  asertos;  pero  este  proyecto  fué  rechazado. 
Como  si  hubiera  querido  hacer  contraste  á  las  exi- 
gencias de  la  masa  de  opinión  que  desconfiaba  de  aquel 


—  218  — 

que  no  seguía  las  corrientes  del  radicalismo  triunfante, 
Rozas  elevó  en  esas  circunstancias  al  poder  ejecutivo 
el  informe  general  de  la  expedición  al  desierto,  y  se 
hizo  cargo  de  la  comandancia  de  campaña  con  el  de- 
signio de  terminar  definitivamente  esa  expedición  tan 
luego  como  fuere  posible.  Con  tal  motivo  la  legislatura 
acordó  premios  en  tierras  á  los  jefes  y  oficiales  del 
ejército  expedicionario,  y  le  donó  en  propiedad  al  ge- 
neral en  jefe  la  isla  de  Choele-Choel.  Pero  Rozas  se 
negó  á  aceptarla,  alegando  que  esta  isla,  por  su  posi- 
ción y  su  importancia,  jamás  debía  salir  del  dominio 
de  la  Provincia;  en  vista  de  lo  cual  la  legislatura  le 
acordó  un  premio  en  tierras.  (*) 

Y  en  seguida  de  aceptada  la  renuncia  al  general  Via- 
monte,  la  legislatura  nombró  (30  de  junio)  gobernador 
al  general  Rozas  con  arreglo  á  la  ley  de  23  de  diciem- 
bre de  1823.  Rozas  se  negó  á  aceptar  el  cargo,  decla- 
rando que  las  mismas  circunstancias  críticas  á  que  se 
refería  la  legislatura,  le  imponían  sacrificios  que  no  era 
posible  soportar,  y  que  aunque  pudiera  sobreponerse  á 
ellos,  su  honor  lo  alejaba  imperiosamente  del  gobierno. 
<(  Están  muy  frescos  todavía  los  sucesos  ocurridos  en 
este  año  y  en  el  anterior,  y  las  injustas  acriminacio- 
nes que  han  inventado  contra  el  honor  del  infranscripto 
la  perfidia  de  hombres  funestos  al  orden  público  que 
infestan  esta  Provincia,  decía  Rozas;  y  si  internado  en 
el  desierto,  sometido  á  toda  clase  de  padecimientos  y 
peligros  i)or  el  bien  general  de  la  República,  han  osado 


(')  Véase  las  sesiones  del  19  de  mayo  y  2  de  junio  de  1834,  en 
que  los  diputados  Anchorena,  Lozano,  Senillosa,  etcétera,  abundaron 
en  consideraciones  sobre  tal  donación.  La  donación  de  tierras  ba  sido 
de  práctica  después  de  1852.  En  el  año  1879  la  misma  legislatura  de 
Buenos  Aires  donó  veinte  leguas  de  campo  á  don  Julio  A.  Roca,  ge- 
neral en  jele  del  ejército  que  ocupó  el  desierto. 


—  219  — 

sugerir  sospechas  contra  las  intenciones  del  infrans- 
cripto,  ¿á  qué  grado  de  desenfreno  llegarán  si  lo  ven 
en  el  gobierno?  Y  siendo  esta  una  consideración  que 
se  ofrece  á  los  ojos  del  menos  perspicaz,  desde  que  pres- 
cindiese de  ella  el  infranscripto  ¿no  se  pondría  en 
problema  su  patriotismo  aun  por  aquellos  hombres  que 
hasta  el  presente  han  hecho  justicia  á  sus  sentimien- 
tos ?  )) 

El  argumento  era  de  palpitante  actualidad.  La  prensa 
del  general  Balcarce  había  fustigado  é  insultado  á  Rozas 
en  todos  los  tonos;  y  bajo  el  gobierno  de  Viamonte,  y 
aún  en  esos  mismos  días  El  Constitucional^  El  Iris,  El 
Monitor,  La  Orquesta  de  los  Restauradores  y  otros  papeles 
que  le  oponían  sus  adversarios,  presentábanlo  á  la  exe- 
cración pública  declarando  que  era  él  quien  obstaculi- 
zaba la  acción  de  todo  gobierno  en  Buenos  Aires;  y  que 
así  procedía  porque  aspiraba  al  mando  sin  control.  Esto 
era  convenir  paladinamente  en  la  existencia  de  una  in- 
fluencia de  primer  orden,  la  cual  decidía  de  los  nego- 
cios de  la  Provincia.  Y  este  era  un  hecho  que  pregonaba 
el  partido  federal^  á  su  vez,  para  convenir  que  Rozas 
debía  ocupar  el  gobierno  en  tales  circunstancias. 

En  los  tres  meses  de  discusión  que  provocaron  las 
reiteradas  renuncias  del  gobernador  electo,  la  legislatura 
mostró  estar  más  fuertemente  poseída  que  el  pueblo  de  la 
creencia  de  que  si  Rozas  no  asumía  el  mando,  la  causa 
de  la  federación  quedaría  en  peligro,  el  partido  federal 
se  desquiciaría  y  la  Provincia  quedaría  á  merced  de  la 
anarquía  entre  los  enemigos  políticos  que  á  la  sazón 
medraban.  Todos  los  diputados  se  pronunciaron  por  la 
no  admisión  de  la  renuncia,  y  los  más  distinguidos  hicie- 
ron el  panegírico  de  Rozas,  en  términos  que  no  tenían 
precedente  en  los  anales  parlamentarios  de  Buenos  Aires. 
La  intransigencia   política  era   la  ley  de  la  época;  y  la 


—  220  — 

mayoría  triunfante  quería  que  su  jefe  caracterizado  repre- 
sentase el  radicalismo  gubernativo,  aunque  ella  perdiese 
sus  derechos  en  la  lucha  á  muerte  con  los  adversarios, 
lanzados  en  idénticas  corrientes. 

((  La  sociedad  no  se  ha  entregado,  no  se  ha  dado  al 
general  Rozas,  decía  el  diputado  Agustín  Wright:  la  so- 
ciedad es  la  que  se  lo  ha  tomado  á  él,  la  que  lo  llama 
para  que  la  dirija  en  el  sentido  que  ella  quiere,  y  esta 
clase  de  poder  no  se  trasmite  á  otra  persona. »  El  dipu- 
tado don  Pedro  Medrano,  puesto  de  pie  é  invocando  los 
manes  de  mayo  de  1810,  decía  con  voz  acompasada: 
« debemos  ponernos  en  el  mismo  caso  del  Senado  Ro- 
mano con  el  famoso  Cincinato,  á  quien  en  circunstancias 
análogas  llamó  al  gobierno  de  la  República.  Llega  el 
caso  de  que  Roma  cree  que  es  preciso  hacer  uso  de  las 
virtudes  y  méritos  de  Cincinato,  y  lo  llama;  éste  se  resiste 
si  no  me  equivoco,  en  nombre  de  las  mismas  razones, 
que  ha  invocado  don  Juan  Manuel  de  Rozas  en  su  re- 
nuncia. Roma  está  perdida,  Roma  está  abandonada  á 
los  partidos,  á  la  discordia,  á  la  maledicencia:  al  héroe 
mismo  lo  han  tratado  con  ingratitud.  Nada  dijo  aquel 
célebre  romano  que  no  diga  ahora  don  Juan  Manuel  de 
Rozas.  Pero  el  Senado  nombra  una  comisi(3n  de  su  seno, 
y  Cincinato  convencido  por  la  razón,  abandona  la  man- 
cera,  marcha  á  Roma,  empuña  el  cetro  y  salva  á  su 
patria.  Y  don  Juan  Manuel  de  Rozas  ¿podrá  negarse  á  sal- 
var la  patria  cuando  la  ve  amenazada  por  los  peligros 
que  él  mismo  reconoce,  cuando  es  la  patria  la  que  lo 
llama  y  le  dice  «hijo,  ven  á  salvarme  del  precipicio!»  (') 
Á  pesar  de  esto.  Rozas  insistió  en  su  renuncia,  ofre- 
ciendo  sin  embargo  su  concurso  como   ciudadano  para 


(')     Sesión  del  G  de  JLili(J  de  1834. 


ooi  

asegurar  el  bienestar  del  país.  La  legislatura  insistió 
á  su  vez  nombrando  una  comisión  de  su  seno  para  que 
le  manifestara  las  razones  de  ello.  Rozas  renunció  por 
tercera  vez,  agregando  que  no  vacilaría  en  aceptar  el  cargo 
si  pudiese  llenar  las  obligaciones  y  compromisos  que  se 
le  querían  exigir,  pero  que  el  poderoso  influjo  que  tenían 
los  enemigos  domésticos  con  el  cual  babían  debilitado 
el  vigor  de  las  leyes,  destruido  los  resortes  de  acción 
en  el  gobierno  y  minado  los  principios  que  sostenían  la 
causa  nacional  de  la  federación,  lo  pondrían  en  el  caso 
ó  de  atropellar  las  leyes  para  evitar  los  horrores  de  la 
anarquía,  lo  cual  le  repugnaba,  ó  de  arruinarse  en  su 
crédito  y  en  la  buena  opinión  que  de  él  tenían  sus  com- 
patriotas, á  lo  cual  tampoco  se  resignaba.  (')  El  dipu- 
tado Argericli  (Juan  Antonio),  haciéndose  cargo  de  estas 
razones,  pregunta  si  la  comisión  que  fué  á  conferenciar 
con  el  general  Rozas,  le  ha  hecho  presente  á  éste  la 
necesidad  de  que  una  mano  fuerte  y  vigorosa  venga  á 
regir  la  Provincia,  y  si  el  voto  público  señala  al  general  Ro- 
zas. «  Por  más  que  se  estén  demostrando  alarmas  por  las 
facultades  extraordinarias,  agrega,  por  más  que  se  indi- 
quen las  personas  que  quieren  pedirlas,  por  más  que 
se  quiera  minar  la  opinión  de  estos  sujetos,  ellos  son 
los  que  han  de  salvar  el  país.»  El  diputado  Aledrano, 
miembro  de  la  comisión  conferenciante,  declara  que  nada 
dista  más  de  la  opinión  del  señor  Rozas  que  esto  de 
ser  necesarias  en  el  día  las  facultades  extraordinarias. 
El  señor  Rozas  nos  ha  manifestado  que  lo  que  algún 
día  pudiera  haber  sido  conveniente,  en  los  momentos 
presentes  lo  considera  perjudicial  y  aún  funesto,  f) 
La  legislatura  se   pronunció  por  la  no  admisión   de 


(M    Sesione.-;  de  10  v  14  de  julio. 

(2)      Ib. 


ooo  


la  tercera  renuncia  de  Rozas;  y  en  la  discusión  de  la 
nota  en  que  así  se  le  debía  comunicar,  el  dijíutado 
Mansilla  pidió  que  se  leyera  unos  apuntes  que  había 
hecho  el  diputado  Arana  (don  Felipe)  de  las  razones 
que  emitió  el  general  Rozas  á  la  comisión.  Es  este  un 
papel  desconocido,  y  que  por  su  carácter  privado  y  la 
franqueza  de  sus  conceptos,  arroja  mucha  luz  sobre  el 
asunto  de  que  me  ocupo.  Resumíase  así :  al  devolver  las 
facultades  extraordinarias,  habíale  pedido  Rozas  á  la 
comisión  especial  anunciara  á  la  Sala  que  el  poder  del 
gobierno  debía  ser  robustecido,  porque  de  lo  contrario 
el  país  iba  á  caer  en  desórdenes  casi  irreparables.  La 
Sala  lo  reconoció  así,  pero  no  sólo  no  robusteció  al  go- 
bierno, sino  que  dejó  que  las  clases  influyentes  y  coo- 
perantes del  gobierno  fomentaran  contra  las  facultades 
extraordinarias  una  odiosidad  que  las  volvió  inútiles.  Y 
los  desórdenes  se  han  sucedido  después,  fraccionando 
las  opiniones  de  los  federales,  y  dando  un  ascendiente 
sobre  éstos  á  los  unitarios,  quienes  obran  ya  sin  temor 
en  relación  con  los  que  existen  en  las  demás  provincias 
y  estados  vecinos;  por  manera  que  los  medios  que  se 
comprometió  la  Sala  á  adoptar,  si  pudieron  bastar  para 
preservar  al  país  de  los  males  que  han  sobrevenido, 
hoy   son  insuíicientes. 

2°.  Aun  cuando  hubiese  medios  y  elementos  para  re- 
parar el  estado  de  disolución  en  que  se  halla  el  país, 
soldar  las  divisiones  de  los  federales  entre  sí,  cruzar 
las  empresas  de  los  unitarios  de  concierto  con  los  que 
habitan  las  provincias  interiores  y  repúblicas  vecinas; 
aún  en  este  caso  hipotético,  sería  necesario  correr  gran- 
des peligros,  que  yo  jamás  rehusaré  con  profundas  espe- 
ranzas de  éxito,  y  hacer  esfuerzos  extraordinarios  que  mi 
salud  quebrantada  no  me  permite  soportar. 

3'^.  Poniéndonos  en  el  caso  que  yo  me  pestase  á  co- 


—  223  — 

rrer  esos  riesgos  inminentes,  entregándome  de  lleno  á 
toda  la  ventnra  y  á  todo  sacrificio,  nada  podría  hacer 
por  mí  solo:  tendría  que  contar  precisamente  con  la 
cooperación  de  otros  hombres  que,  por  el  mismo  hecho 
se  hiciesen  partícipes  de  mi  suerte.  ¿Y  habrá  quienes 
quieran  prestarse  á  tamaño  sacrificio?  ¿Puedo  contar 
con  encontrarlos  entre  los  hombres  de  capacidad,  de  honor 
y  de  crédito  para  organizar  el  gobierno,  y  proveer  en 
sujetos  de  toda  confianza  del  partido  federal  los  empleos 
públicos  que  tenga  facultad  para  llenar?  ¿Podré  esperar 
esa  cooperación  de  la  multitud  de  empleados  que  se 
han  declarado  mis  enemigos  personales,  que  han  trai- 
cionado además  la  causa  de  la  federación,  y  á  quienes 
no  podré  deponer  sin  atropellar  las  leyes?  ¿Y  qué  ga- 
rantía puede  ofrecerse  d  los  hombres  que  formen  parte 
de  mi  administración,  de  que  cuando  ésta  termine  no  serán 
perseguidos  con  el  mismo  ó  con  mayor  furor  de  lo  que 
lo  han  sido  antes  ? 

4°.  Y  suponiendo  que  haya  federales  con  suficiente 
capacidad  que  quieran  acompañarme  en  el  gobierno,  ¿qué 
medios,  repito,  puede  éste  proporcionarse  para  reprimir 
la  anarquía  que  promueven  los  unitarios  por  la  prensa, 
como  sus  maniobras  secretas,  que  si  bien  se  sienten  no 
pueden  por  la  naturaleza  de  éstas  probarse  suficiente- 
mente? Tales  medios  no  son  los  ordinarios,  porque  éstos 
exigen  prueba  real  y  positiva  para  proceder  contra  cual- 
quiera persona.  Tampoco  los  extraordinarios,  porque 
han  sido  completamente  inutilizados;  por  consiguiente, 
las  personas  que  compusiesen  el  gobierno  tendrían  que 
abandonar  sus  puestos,  y  quedar  además  imposibilitados 
para  poder  hacer  frente  á  los  anarquistas  en  virtud  del 
propio  descrédito  en  que  cayeran  ante  la  opinión. 

5°.  Se  me  dirá  que  según  mi  modo  de  discurrir, 
nuestros  males  políticos  no  tienen  remedio.    Pero   esto 


90 1    — 

110  importan  mis  reflexiones,  sino  cuando  más  que  yo 
no  encuentro  ese  remedio,  lo  que  viene  á  comprobar 
que  en  estas  cincunstancias  no  me  basta,  para  llenar 
el  alto  puesto  á  que  soy  llamado,  ese  grado  de  opinión 
que  gozo  entre  mis  compatriotas  como  se  me  dice. 

6*'.  Podría  objetarse  tal  vez  que  no  encargándome  del 
gobierno  de  la  Provincia,  se  me  mirará,  en  razón  de  la 
buena  opinión  que  les  merezco  á  los  federales,  como  un 
estorbo  á  la  marcha  de  cualquier  gobierno  que  se  esta- 
blezca, desde  que  ella  no  sea  conforme  ú  mis  ideas;  y 
que  de  consiguiente  cualquiera  otra  persona  colocada  á 
la  cabeza  del  gobierno,  se  verá  mucho  más  embarazada 
que  yo  para  expedirse.  Pero,  señores,  yo  sé  opinar  y 
si  obedecer;  y  como  que  mis  opiniones  jamás  serán 
contrarias  á  la  causa  de  la  federación,  ni  á  la  libertad 
de  los  pueblos,  no  sé  en  qué  manera  puedan  obstar  á 
la  marcha  de  ningún  gobierno  que  sea  fiel  á  su  pensa- 
miento y  que  respete  el  voto  de  la  Nación  y  muy 
principalmente  el  de  la  Provincia.  Mas  si  á  pesar  de 
esto,  creyesen  aún  los  señores  representantes  que  mi 
presencia  en  el  país,  no  ocupando  la  silla  del  gobierno, 
causará  embarazo  al  que  la  ocupe,  yo  no  tendré  dificul- 
tad en  alejarme  de  la  Provincia  luego  que  por  esta  razón 
me  lo  ordenase  la  honorable  Junta  de  Representantes;  pero 
ha  de  ser  por  esta  sola  razón,  y  por  sólo  la  disposición 
de  la  Honorable  Sala ;  porque  sólo  en  este  caso  lo  haré 
con  gusto  desde  que  vea  los  prósperos  resultados  de 
tal  soberana  resolución. » 

Á  pesar  de  esta  exposición  tan  franca  como  singular 
en  su  género,  la  legislatura  aprobó  la  minuta  de  comu- 
nicación del  diputado  Ancliorena  por  la  que  no  se  hacía 
lugar  á  la  tercera  renuncia  de  Rozas.  Pero  como  éste 
insistiera  por  cuarta  vez,  la  legislatura  resolvió  al  fin 
aceptársela  por    medio  de  un    decreto  en   el  cual     esta- 


—  225  — 

blecía  además  que  el  j^eríodo  del  gobernador  que  debía 
elegirse  duraría  hasta  que  se  sancionase  la  Constitución 
del  Estado,  y  que  una  vez  recibido  éste  del  cargo,  la  Sala 
se  ocuparía  preferentemente  de  dictar  las  medidas  que 
tendieran  á  robustecer  la  acción  del  gobierno,  liasta  la 
sanción  de  la  misma  Constitución  que  tenía  á  su  estu- 
dio. (^)  En  la  nota  en  que  se  comunicó  á  Rozas  estas 
resoluciones,  la  Sala  reconocía  el  principio  de  la  debi- 
lidad de  acción  del  gobierno  y  que  ésta  debía  ser  un 
obstáculo  á  la  felicidad  general.  «Últimamente,  decía 
la  nota,  si  la  Sala  hace  este  paréntesis  al  7iomljr amiento 
de  V.  E.,  es  porque  reposa  en  la  esperanza  de  que  si 
por  ahora  no  puede  la  Provincia  tener  la  satisfacción 
de  ver  cumplidos  sus  ardientes  votos,  porque  el  ilustre 
Restaurador  de  las  leyes  dirija  los  negocios  públicos, 
vendrá  un  día  en  que  pueda  gozar  de  este  bien...»  Y 
entre  los  fundamentos  que  se  adujeron  en  favor  de  esa 
nota  proyectada  por  los  diputados  Garrigós,  Pórtela, 
Lagos,  general  Pinto  y  García  (Baldomero),  este  último 
dijo:  «Hay  quien  ha  llegado  á  persuadirse  de  que  el 
señor  Rozas  admitiría  el  mando  si  se  le  dieran  facul- 
tades extraordinarias,  pero  este  es  un  error,  hijo  del 
voto  general,  porque  ese  ciudadano  gobierne,  y  la  Sala 
debe  guardarse  de  hacer  una  injuria  tan  inmerecida  á 
su  héroe.  ¿Qué  importaría  no  admitir  La  cuarta  renun- 
cia y  darle  facultades  extraordinarias?  Esto  querría 
decir:  los  representantes  sabemos  que  V.  E.  ha  dicho 
que  de  ningún  modo  entrará  por  ahora  al  gobierno, 
pero  sospechamos  que  V.  E.  no  nos  habla  la  verdad, 
creemos  que  V.  E.  no  entra  porque  no  le  damos  fa- 
cultades extraordinarias,  pues   allá   van...    Ali!  señores, 


( ')  Véase  sesión  del  7  de  agosto  de  1834. 

TOMO   II.  15 


—  22Í)  — 

ííiiardémosnos  de.  hacer  una  ofensa  tan  grande  al  héroe- 
de  nuestra  patria...»  (')  «La  minuta  de  comunicación^ 
decía  el  diputado  Arana  (don  Felipe),  colma  los  deseos 
de  los  amigos  del  orden,  porque  deja  expedita  la  en- 
trada del  señor  Rozas  al  gobierno,  y  marca  el  camino 
que  debe  tomarse  en  tan  grave  negocio.  La  Sala  bien 
apercibida  de  la  debilidad  de  la  acción  del  gobierno,  se 
apresurará  á  darle  todo  el  nervio  que  él  necesite.»  (^) 
En  consecuencia,  la  legislatura  eligió  el  14  de  agosto 
gobernador  de  la  Provincia,  al  doctor  Tomás  Manuel  de 
Anchorena,  uno  de  los  patriotas  más  esclarecidos  de  la 
revolución  de  1810,  amigo  íntimo  de  Belgrano,  miembro 
del  Congreso  que  declaró  la  independencia  argentina 
en  181G,  y  unido  á  Rozas  por  vínculos  de  sangre  y  por 
una  sincera  amistad.  Pero  este  distinguido  ciudadano 
renunció  reiteradamente  el  cargo,  fundándose  en  que  ni 
su  salud  ni  sus  aptitudes  le  permitían  subir  al  gobierno 
en  tan  difíciles  circunstancias.  El  31  del  mismo  mes 
es  elegido  don  Nicolás  Anchorena;  pero  éste  renuncia 
también  en  nombre  de  razones  análogas.  El  2  de 
septiembre  el  poder  ejecutivo  que  desempeñaba  proviso- 
riamente el  general  Via  monte,  manifiesta  á  la  legisla- 
tura que  ve  alejarse  indefinidamente  el  momento  en  que 
debe  cesar  porque,  según  se  ve,  la  Provincia  siente  una 
dificultad  invencible  para  hallar  quien  se  preste  á  go- 
bernarla. Que  el  estupor  que  causa  tal  estado  afecta 
dolorosamente  todas  las  clases  de  la  sociedad,  y  que 
resuelto  á  salvar  su  responsabilidad  y  á  salir  de  &u 
posición  violenta,  sólo  espera  que  la  legislatura  le  in- 
dique el  modo   de  proceder  para  entregar  el  poder  eje- 


( ' )  Ib.  páíí.  8. 
(2)  Ib.  pág.  21. 


227  

ciitivo,  en  virtud  de    ser   el   caso   nuevo  en  los    anales 
políticos  del  país.» 

El  conflicto  toma  creces  en  la  legislatura,  porque  la 
acefalía  de  la  autoridad  es  inminente.  Se  discute  lar- 
gamente á  cuál  de  las  comisiones  corresponde  dar  so- 
lución al  asunto.  El  diputado  Medrano  clama  en  apos- 
trofes patrióticos  contra  la  demora;  y,  puesto  de  pie,  pide 
una  pronta  solución  diciendo:  «¿Pues  qué!  nuestra  des- 
gracia nos  puede  conducir  á  términos  de  no  hallar 
modo  de  salvar  el  conflicto?  No^  señores  representantes; 
no,  argentinos  heroicos!  El  genio  de  la  patria  influirá 
en  la  mente  de  los  representantes  para  salvaros!»  El 
diputado  Irigoyen  propone  que  una  comisión  de  tres 
diputados  se  haga  cargo  interinamente  del  gobierno; 
pero  esta  moción  es  rechazada.  Entretanto  la  prensa 
independiente  viene  á  aumentar  el  conflicto  ridiculizando 
á  los  diputados  en  términos  liirientes,  y  á  Rozas  con 
irónicas  alabanzas,  haciendo  ver  con  maliciosa  habili- 
dad la  anarquía  que  reinaba  entre  los  federales,  y  tra- 
zando el  cuadro  general  de  las  desgracias  que  amena- 
zan á  la  Provincia. 

La  legislatura  mal  parada  también  á  consecuencia  de 
esto,  interrumpe  por  un  momento  el  asunto  principal 
de  prevenir  la  acefalía  de  autoridades,  y  establece  que 
hasta  la  sanción  de  la  ley  permanente  de  la  libertad 
de  la  prensa  queda  restablecido  el  decreto  de  1°.  de  febrero 
de  1832  reglamentario  de  la  ley  de  8  de  mayo  de  1828 
y  la  prensa  queda  restringida.  En  seguida  la  comisión 
de  negocios  constitucionales  proyecta  confiar  proviso- 
riamente el  poder  ejecutivo  á  una  comisión  de  tres 
representantes,  la  cual  nombraría,  su  presidente;  y  esto 
es  rechazado  también.  El  diputado  Wright  cita  prácticas 
legislativas  de  otros  países  y  es  de  opinión  que  al 
presidente    de    la    legislatura     corresponde    ejercer    el 


—  2-¿H  — 

poder  ejecutivo  en  esas  circunstancias;  y  el  dipu- 
tado Anchorena,  ampliando  la  moción  de  este  úl- 
timo, propone  por  fin,  y  así  queda  sancionado,  que  si 
el  1".  de  octubre  no  toma  posesión  del  mando  el  go- 
bernador que  se  elija,  se  recibirá  del  poder  ejecutivo 
de  la  Provincia  el  presidente  de  la  legislatura  y  desem- 
peñará este  cargo  hasta  la  recepción  del  gobernador 
propietario.  El  22  de  septiembre  la  Sala  elige  goberna- 
dor al  señor  Juan  Nepomuceno  Terrero,  respetable  co- 
merciante y  antiguo  socio  de  Rozas  en  las  grandes 
estancias  de  que  eran  propietarios  á  la  sazón;  pero  el 
señor  Terrero  renunció  como  don  Tomás  Manuel  y  don 
Nicolás  Ancliorena;  y  de  la  misma  manera  procedió  el 
general  Pacheco  elegido  el  día  25.  No  encontrando 
quien  desempeñara  el  poder  ejecutivo,  entró  á  ejercerlo 
provisoriamente  el  presidente  de  la  legislatura,  que  lo 
era  el  doctor  Manuel  Vicente  de  Maza,  como  lo  preve- 
nía la  ley  de  17  de  septiembre  último ; — y  de  esta  ma- 
nera cesó  el  conflicto  que  debía  aumentarse  muy  en 
breve,  como  se  verá  en  el  capítulo  siguiente. 


CAPITULO  XXV 


BARRANCA-YACO 


( 1834—1835  ) 


Sumario:  I.  Retrospecto:  las  provincias  del  norte  después  del  año  1831. — II.  El  gene- 
ral Latorre:  reacción  que  encabeza  contra  el  plan  del  general  Paz  :  desaloja 
las  fuerzas  unitarias  de  Santiago  del  Estero  y  ocupa  el  gobierno  de  Salta. — 
III.  Revolución  de  los  unitarios  en  Salta:  combate  de  los  Pillares.  —  IV. 
Latorre  y  Heredia  :  anarquía  en  Catamarca:  Latorre  acusa  á  Heredia. —  V. 
Rompimiento  entre  arabos  gobernadores  :  Latorre  se  pone  en  campaña. — VI. 
Misión  de  Quiroga  :  la  vida  de  Quiroga  en  Buenos  Aires  :  cambio  que  se  opera 
en  su  persona.  —  VII.  Sus  vistas  respecto  de  la  política  general  del  país:  su 
conducta  con  los  adversarios.  —  VIII.  Quiroga  consulta  á  Rozas  sobre  su 
misión  al  norte  :  ambos  convienen  en  la  necesidad  de  arreglar  á  Heredia  con 
Latorre.  —  IX.  La  conferencia  en  San  José  de  Flores.  —  X.  Rozas  acompaña 
á  Quiroga  hasta  Areco  :  Quiroga  rehusa  la  escolta  que  aquél  le  presenta.  — 
XI.  Rozas  le  dirige  la  carta  convenida  sobre  la  obra  constitucional. —  XII. 
Detalles  de  esta  carta  :  las  provincias  y  la  Nación.  —  XIII.  El  precedente  del 
año  1826  :  carácter  del  Congreso  y  base  de  la  Constitución  á  dictarse.  —  XIV. 
Idea  de  la  confederación  de  las  provincias.  —  XV.  Idea  de  la  capital :  Ro- 
zas se  pronuncia  por  la  creación  de  una  capital  como  Washington  :  resume 
las  dificultades  para  dar  inmediatamente  la  Constitución.  —  XVI.  Marcha  de 
Quiroga  hasta  Pitambalá  :  aquí  sabe  la  muerte  de  Latorre  y  se  dirige  á  San- 
tiago.— XVII.  Vacilaciones  de  Quiroga  cuando  debe  regresar :  combate  intimo 
sobre  si  debe  esperar  en  Santiago  ó  en  Córdoba  á  sus  asesinos.  —  XVIII. 
Ibarra  se  sincera  á  sus  ojos  :  Quiroga  se  penetra  de  que  López  y  los  Reina- 
fé  quieren  asesinarle  y  marcha  hacia  ellos.  —  XIX.  Idénticos  avisos  y  deta- 
lles certeros  que  recoge  en  la  posta  del  Ojo  del  agua. — ^XX.  Búrranca- 
Yaro  :  asesinato  de  Quiroga  y  de  su  comitiva.  —  XXI.  Antecedentes  que 
desautorizan  la  sospecha  contra  Rozas :  opinión  de  Rivera  Indarte  y  de 
Sarmiento.  —  XXII.  Quiénes  fueron  los  asesinos.  —  XXIII.  Enemistad  entre 
López  y  Quiroga. — XXIV.  Revolución  que  fomenta  Quiroga  contra  Reinafé  : 
plan  siniestro  que  le  denuncia  Ruiz  Huidobro  y  que  concuerda  con  la 
denuncia  anterior  de  Moreno.  —  XXV.  Actitud  subsiguiente  de  López  :  con- 
fesión de  López  á  Rozas. — XXVI.  Opinión  del  general  Paz  que  concuerda  con 
esa  confesión  :  cuándo  y  cómo  arreglan  López,  Cúllen  y  los  Reinafé  el  mo- 
do de  sacrificar  á  Quiroga. — XXVII.  Las  últimas  instrucciones  del  gober- 
nador Reinafé  á  su  hermano. — XXVIII.  Cómo  los  glosa  Rozas  en  su  carta  á 
López.  —  XXIX.  Consecuencias  que  deduce  Rozas  del  estudio  de  los  hechos. — 
XXX.  Empeño  de  Rozas  de  descubrir  á  los  asesinos.  —  XXXI.  Juicio  y 
fusilamiento   de  los  asesinos. 


Cuando    el    doctor   Maza    se   recibió  del   gobierno    de 
Buenos  Aires,  el  litoral  argentino  era  una  fragua  de  cons- 


—  230  — 

piraciones,  y  las  jirovincias  del  norte  se  aprestaban  á 
dirimir  en  lucha  armada  la  contienda  que  se  había  susci- 
tado entre  el  general  Alejandro  Heredia,  gobernador  de 
Tucuinán  y  el  general  Pablo  de  la  Torre,  gobernador 
do  Salta.  Era  tan  vasto  el  escenario  de  esa  época  y  tan 
importante  el  papel  que  desempeñaban  los  actores  del 
drama  revolucionario  en  las  >iegregariones  federales,  á  las 
cuales  robustecían  respectivamente  entre  el  choque  de 
las  armas  y  á  pesar  de  la  anarquía,  que  se  hace  nece- 
sario ir  con  el  pensamiento  de  un  punto  al  otro  para 
reunir  los  hechos  complejos  que  se  producían,  y  presentar 
las  causas  que  los  explican  y  los  conservan  como  facto- 
res de  la  elaboración  orgánica  del  país.  Forzoso  es,  pues, 
retrotraerse  al  año  de  1831,  cuando  las  provincias  del 
norte  se  pronunciaron  por  la  federación  á  consecuencia 
de  las  victorias  de  Quiroga  sobre  Lamadrid  y  Alvarado. 
El  general  Pablo  de  la  Torre,  miembro  de  familia 
patricia,  militar  de  la  Independencia  y  dueño  de  presti- 
gios bien  cimentados,  era  el  campeón  de  la  federación  en 
la  provincia  de  Salta.  Al  frente  de  los  denodados  gauchos 
que  á  las  órdenes  de  Güemes  habían  destruido  á  los 
aguerridos  ejércitos  españoles,  reaccionó  en  1829  contra 
el  plan  del  general  Paz  de  implantar  el  régimen  unitario 
por  medio  de  sus  armas.  Así,  mientras  él  se  dirigía  á 
Santiago  del  Estero  contra  Dehesa,  sus  tenientes,  los  coro- 
neles Arias  y  Güemes  (José)  derrocaban  del  gobierno  de 
Salta  al  canijuigo  Gorritti,  á  quien  Paz  acababa  de  nom- 
brar general.  De  regreso  de  Santiago  del  Estero,  cuan- 
do Quiroga  acababa  de  vencer  á  los  unitarios  en  la 
batalla  de  la  Ciudadela,  Latorre  fué  llevado  al  gobierno 
de  Salta,  después  que  aquel  general  hubo  íirmado  con 
los  diputados  de  esta  provincia  el  convenio  de  que  se 
ha  dado  cuenta  al  fin  del  capítulo  XVIII.  La  partici- 
pación conjunta  en   estos    sucesos  unió  á    Latorre  con 


—  2ái  — 

■el  general  Heredia  que  acababa  de  ser  nombrado  (14  de 
enero  de  1832;  gobernador  de  Tucumán,  y  á  ambos  con 
el  general  Felipe  Ibarra,  que  lo  era  de  Santiago  del  Estero, 
afianzándose  así  la  federación  en  el  norte  de  la  República. 

Á  la  sombra  de  la  política  liberal  que  inició  Heredia 
y  que  le  atrajo  las  simpatías  de  sus  adversarios  y  los 
•elogios  del  elemento  joven  de  entonces  (^),  los  Gorritti 
y  los  Puch,  reclutaron  elementos  en  Tucumán  y  en  Jujuy 
con  el  objeto  de  derrocar  á  Latorre.  Descubiertos  á 
tiempo,  fueron  conducidos  al  campo  de  Latorre  situado 
en  Castañares.  Con  todo,  el  25  de  octubre  se  sublevó  la 
guardia  que  los  custodiaba,  se  lanzó  sobre  Latorre  que 
apenas  pudo  ponerse  á  salvo,  mató  al  coronel  Arias,  y 
los  revolucionarios  se  apoderaron  del  gobierno.  Latorre 
ganó  la  campaña,  reunió  unos  mil  gauchos  y  los  derrotó 
completamente  el  7  de  noviembre  en  la  quebrada  de 
los  Fulares.  Los  Puch  y  sus  amigos  huyeron  á  Bolivia 
y  el  poder  de  Latorre  quedó  más  afianzado  con  la  vic- 
toria. 

De  las  comunicaciones  subsiguientes  entre  Heredia 
y  Latorre,  se  desprende  que  éste  sospechaba  de  que  aquél 
favorecía  los  movimientos  revolucionarios  de  Salta,  con 
el  designio  de  colocar  en  el  gobierno  de  dicha  provin- 
cia á  su  hermano  el  coronel  don  Felipe.  Tales  sospe- 
chas se  reagravaron  con  motivo  de  los  trastornos  de 
Catamarca.  Latorre  le  escribía  á  Ibarra  que  esos  tras- 
tornos eran  promovidos  por  Heredia  á  objeto  de  colocar 
allí  al  coronel  Manuel  Navarro  y  dominar  militarmente 
en  todo  el  norte.    La  verdad  es  que  Heredia  se  había 


(^)  Véase  entre  otros  papeles  la  Corona  Lírica  (colección  de 
composiciones  poéticas  y  musicales)  dedicada  al  gobernador  Heredia 
por  los  ciudadanos  Juan  Bautista  Alberdi,  Marcos  Paz,  Misruel  Marm 
y  Agustín  Risso. 


—  ¿32  — 

negado  á  reconocer  al  gobernador  de  Catamarca  en  vir- 
tud de  haber  sido  éste  nombrado  en  pos  de  una  aso- 
nada militar;  y  que  en  seguida  se  dirigió  al  coronel 
Navarro  significándole  la  conveniencia  de  que  bonificara 
la  elección  de  gobernador  recaída  en  su  persona.  Por 
su  parte  Latorre  contestó  en  términos  violentos  las  co- 
municaciones del  gobernador  de  Catamarca  y  cortó  sus 
relaciones   con  éste.  ( ^ ) 

Simultáneamente  el  partido  urbano  de  Jujuy  traba- 
jaba por  separar  este  territorio  del  de  Salta  (-)  y  Latorre 
veía  en  esto  una  nueva  hostilidad  de  parte  de  Heredia. 
En  consecuencia  se  preparó  para  la  defensiva,  alegando 
que  Heredia  favorecía  á  los  unitarios  de  Salta  para 
lanzarlos  en  la  primera  oportunidad;  y  este  último  hizo 
otro  tanto,  declarando  que  Latorre  favorecía  á  don  Ja- 
vier López  y  á  los  unitarios  que  invadieron  Tucumán. 
Á  principios  de  noviembre  Latorre  se  puso  en  campaña 
expidiendo  una  proclama  en  la  que  anunciaba  que  el 
gobernador  Heredia  con  fuerzas  de  Tucumán,  Santiago 
y  Catamarca  se  dirigía  sobre  Salta,  y  que  él  se  veía 
obligado  á  defenderse  á  la  cabeza  de  sus  compatriotas. 
Heredia  le  comunicó  al  gobierno  de  Buenos  Aires  los 
motivos  por  los  cuales  trasponía  los  confines  de  su 
provincia  (^);  y  dirigiendo  una  proclama  á  sus  tropas 
en  la  que  les  decía  que  «  iban  á  acompañar  á  sus  ho- 
gares á  los  emigrados   de  Salta »,  fué    á  situarse   cerca 


(')  Véase  las  notas  del  gohiei-no  (lele<íado  don  Pedro  A.  Zeiiten, 
don  íylanuel  Navarro  y  don  Felipe  Figiieroa  al  «jobernador  de  Tucu- 
mán, y  la  del  de  Salta  á  este  último,  publicadas  en  La  Gaceta  Mer- 
cantil del  19  de  agosto  de  1834. 

(-)  Véase  el  acta  de  la  independencia  de  Jujuy,  y  documentos 
correlativos  en  la  Historia  Civil  de  Jujuy  por  el  tloctor  Joaquín 
Carrillo,  pág.  450  y  sig. 

(•^)  Nota  de  19  de  noviembre,  á  la  que  adjunta  los  antecedentes 
de  las  invasiones  promovidas   por  Latorre  sobre  Tucumán. 


—  233  — 

del  río  del  Valle,  mientras  su  hermano  don  Felipe  ocu- 
paba el  valle  de  Lerma  y  el  nuevo  gobernador  de  Jujny 
movía  sus  fuerzas  en  combinación  con  ellos. 

Fué  entonces  cuando  el  gobierno  de  Buenos  Aires 
nombró  su  representante  al  general  Quiroga  para  que 
fuese  á  mediar  amistosamente  en  la  contienda  armada 
que  sosteníanlos  gobernadores  de  Salta  y  de  Tucumán. 
El  general  Quiroga  había  venido  por  vez  primera  á  Buenos 
Aires,  á  principios  del  año  1834,  conduciendo  el  regi- 
miento Auxiliares  de  los  Andes,  perteneciente  á  esa  pro- 
vincia, y  que  formó  parte  de  la  división  del  Centro  en 
la  campaña  á  los  desiertos.  La  vida  de  la  capital  virrei- 
nal, que  lo  ponía  en  contacto  con  la  buena  sociedad  á 
que  se  incorporó  desde  luego;  un  fuerte  apego  á  ese 
medio  aml»iente  acariñador,  al  que  se  abandonaba  con 
cierto  candor  infantil,  como  para  resarcirse  de  todo  el 
tiempo  en  que  sugestiones  dañinas  lo  mantuvieron  ale- 
jado de  ese  centro  del  pensamiento  y  de  la  iniciativa 
argentinos;  y  la  satisfacción  íntima  que  encontraba,  al 
fin,  en  su  hogar  donde  sus  hijos  iluminaban  días  serenos 
para  él,  después  de  una  existencia  azarosa  que  arrostró^ 
siempre  con  la  lanza  y  á  caballo,  había  reformado  los 
hábjtos,  los  sentimientos  y  las  ideas  del  general  Juan 
Facundo  Quiroga.  Quien  recién  lo  hubiera  visto  á  últi- 
mos del  año  1834,  lo  habría  tomado  por  un  rico  hacen- 
dado de  Buenos  Aires  retirado  á  la  ciudad  para  cuidar 
de  la  educación  de  sus  hijos,  y  compartir  con  su  familia 
y  sus  viejos  amigos  las  horas  de  espansión  y  de  placer 
que  se  proporcionaba  con  sus  rentas.  Una  sola  pasión 
no  pudo  dominar:  fué  la  del  juego.  Pero  para  satis- 
facerla, asistía  á  las  tertulias  de  los  sibaritas  y  truhanes 
aristocráticos  de  la  época;  y  hacía  gala  allí  de  una  cul- 
tura en  el  porte  y  en  las  maneras  que  dejaba  estupe- 
factos á  los  de  gusto  más  refinado.    En  su  casa  las  tenía 


—  234  — 

taitibién,  y  entonces  redoblaba  el  asombro  de  los  que 
todavía  creían  que  el  formidable  caudillo  usaba  poncho 
y  cuchillo  al  cinto,  y  veían  en  el  traje  de  éste,  en  su 
trato  y  en  la  franca  complacencia  con  que  recibía  á  sus 
invitados,  las  señales  inequívocas  de  un  hombre  de  buena 
educación.  (') 

En  sus  conversaciones  con  los  hombres  principales 
cuyo  trato  frecuentaba,  Quiroga  confesaba  ingenuamente 
sus  errores,  y  decía  que  más  de  una  vez  le  había  pe- 
sado el  haber  rechazado  la  Constitución  de  1826;  que 
procedió  así  por  sugestiones  de  hombres  de  Buenos 
Aires,  y  porque  Costa  y  Haedo  le  escribieron  que  no 
podían  pensar  en  negocios  de  minas  con  semejante 
Constitución  y  con  un  gobierno  como  el  de  Rivadavia 
que  quería  abarcarlo  todo.  Lo  más  curioso  es  que  bus- 
caba conexiones  con  los  unitarios  que  se  hallaban  en 
Buenos  Aires  y  que  les  argumentaba  acerca  de  la  nece- 
sidad de  que  contribuyesen  á  la  organización  nacional 
bajo  el  régimen  federal,  porque  tal  era  la  voluntad  in- 
quebrantable de  los  pueblos.  Una  noche  declaró  en  casa 
de  don  Simón  Lavalle  que  Rozas  estaba  de  acuerdo  con 
él  á  este  respecto,  y  que  tan  luego  como  las  provincias 
estuviesen  en  paz,  darían  ambos  los  pasos  para  reunir 
un  congreso  en  Santa  Fe :  que  él  aseguraba  con  su  vi- 
da que  habría  constitución  federal.  Usando  de  sus  ofre- 
cimientos, obtuvieron  de  él  favores  varios  jefes  y  emi- 


(*)  Escritores  serios  que  bogaban  en  las  aguas  de  propagan- 
distas apasionados,  han  presentado  en  esta  época  á  Quiroga  con 
poncho,  cucliillo  y  demás  detalles  del  traje  del  llanero.  Pero  per- 
sonas (lue  lo  vieron  entonces  me  han  asegurado  que  llevaba  el  traje 
g(!neral  de  los  hoin])res  de  la  ciudad.  Y  el  antiguo  oficial  de  la  se- 
cretaria d(^  Rozas  en  la  expedición  al  desierto,  me  ha  referido  que  él 
mismo  acompañó  á  Quiroga  á  la  sastrería  de  Lacomba  y  Dugdignac, 
una  de  las  más  acreditadas,  donde  se  vestía  el  mismo  Rozas,  y  á  la 
<jual  siguió  ocupando  Quiroga. 


—  235  — 

grados  del  partido  unitario.  Á  su  interposición  se  debió 
que  el  coronel  Wenceslao  Paunero  pasara  de  Bolivia  á 
reunirse  con  su  familia  en  la  Colonia;  y  en  el  capítulo 
a,nterior  se  ha  visto  cómo  le  ofreció  á  Rivad^via  su 
fianza  y  sus  servicios  para  que  pudiese  permanecer  en 
Buenos  Aires. 

Antes  de  aceptar  la  misión  que  le  propuso  el  go- 
bierno del  doctor  Maza  cerca  de  los  gobiernos  de  Tucu- 
mán  y  de  Salta.  Quiroga  consultó  el  punto  con  Rozas, 
quien  se  encontraba  en  su  estancia  del  Pino.  Rozas  se 
pronunció  por  la  urgencia  que  había  en  apagar  la  anar- 
quía en  el  norte,  y  le  manifestó  que  Heredia  tenía  la 
mayor  responsabilidad  en  ella,  pues  se  había  rodeado 
de  los  elementos  que  la  fomentaban  en  ambas  provin- 
cias contendientes.  Que  aunque  Latorre  se  había  acre- 
ditado en  la  causa  que  defendían  las  provincias,  pensaba 
que  su  misión  debía  contraerse  á  remover  las  causas 
de  desinteligencia  entre  Heredia  y  Latorre,  haciéndoles 
ver  que  no  debían  sacrificar  á  sus  emulaciones  el  triunfo 
de  la  causa  federal  que  estaban  llamados  á  afianzar  desde 
sus  cargos  respectivos.  Quiroga  convino  en  lo  mismo 
y  se  prometió  arreglarlos  valido  de  la  consideración  que 
ambos  le  dispensaban.  Así  se  lo  manifestó  al  goberna- 
dor Maza,  y  como  indicase  al  mismo  tiempo  su  deseo 
de  conferenciar  con  Rozas  sobre  las  bases  de  arreglo, 
el  gobernador  los  invitó  á  ambos  y  á  don  Juan  N. 
Terrero  á  una  reunión  en  la  quinta  de  este  último  en 
San  José  de  Flores. 

Los  cuatro  personajes  mencionados  se  reunieron  á 
mediados  de  diciembre  en  la  quinta  de  Terrero.  El 
doctor    Maza    manifestó    (')    que  ejerciendo   el  gobierno 


(1 )  Debo  estos  detalles  al  señor  Máximo  Terrero,  nuien  se  encon- 
traba en  la  quinta  de  su  padre,  y  al  señor  Antonino  Reyes,  oficial  de 
la  secretaria  de  Rozas. 


—  Qm  — 

provisoriamente  sin  ministros  de  (jnien  aconsejarse,  les 
pedía  á  sus  ami,i»os  opini('»n  franca  acerca  de  las  ins- 
trncciones  que  había  redactado  para  el  general  Qiiiroga. 
Aceptadas  éstas  en  general,  se  discutió  la  conducta  que 
observaría  el  comisionado  en  el  caso  en  que  Latón e  ó 
Heredia  rehusasen  el  arreglo,  resolviéndose  que  el  comi- 
sionado exigiría  una  suspensión  de  hostilidades,  durante 
la  cnal  el  gobierno  de  Buenos  Aires  pediría  á  los  signa- 
tarios del  pacto  de  1831  se  pronunciasen  contra  la  guerra 
entre  Tui'umán  y  Salta:  y  que  así  lo  ratilicaría  el  comi- 
sionado á  los  contendientes.  El  oficial  de  secretaría  don 
Antonino  Reyes  copió  allí  mismo  las  instrucciones,  y  se 
acordó  que  el  gobernador  de  Buenos  Aires  comunicaría 
á  los  del  tránsito  del  general  Quiroga  los  objetos  de  la 
misión  que  le  confiaba,  pidiéndoles  que  le  facilitasen  los 
medios  de  locomoción. 

En  la  madrugada  del  17  de  diciembre  salió  Quiroga 
de  San  José  de  Flores,  acompañado  solamente  del  coronel 
José  Santos  Ortíz;  que  se  negó  obstinadamente  á  aceptar 
una  buena  escolta  que  Rozas  puso  á  sus  órdenes,  diciendo 
que  su  i)ersona  era  la  mejor  escolta  para  contener  á  cual- 
quier cobarde.  Rozas  lo  hizo  subir  en  su  galera  par- 
ticular preparada  como  para  viaje  y  con  algunos  buenos 
caballos,  subió  él  en  el  carruaje  de  Quiroga  y  se  pusie- 
ron en  camino.  «La  marcha  fué  sin  tropiezo  hasta  que 
llegamos  á  la  Villa  de  Lujan,  me  dice  el  señor  Antonino 
Reyes  ('j,  donde  fué  recibida  la  comitiva  con  muestras 
de  alegría;  y  al  obscurecer  nos  detuvimos  en  la  estancia 
de  Figueroa  á  inmediaciones  de  San  Antonio  de  Areco. 


(' )  Carta  (|ue  me  diri^nó  el  señor  Reyes  en  15  de  septiembre  de 
IHiSO  sobre  estos  sucesos,  y  de  la  que  extracto  los  detalles  que  él  pre- 
senció, y  que  están  corroborados  por  hechos  concordantes,  como  se 
verá  en  este  capitulo.  Véase  el  apéndice  de  este  tomo. 


—  237  — 

Aquí  tuvieron  ambos  generales  su  última  conferencia,  y 
convinieron  en  que  á  la  madrugada  siguiente  partiría  el 
general  Quiroga,  debiendo  seguirlo  un  chasque  con  una 
carta  del  general  Rozas  en  la  que  expresaría  su  parecer 
respecto  de  los  asuntos  que  se  ventilaban. » 

Mientras  que  Quiroga  se  ponía  en  marcha  el  día  18 
en  dirección  al  arroyo  de  Pavón,  Rozas  le  dictaba  tá  don 
Antonino  Reyes  en  la  misma  hacienda  de  Figueroa,  la 
carta  en  la  cual  resumía  sus  ideas  respecto  de  la  orga- 
nización política  del  país,  las  mismas  en  cuyo  nombre 
fué  elevado  al  rango  de  Encargado  de  las  relaciones 
exteriores  de  la  Confederación  Argentina.  En  esta  carta 
Rozas  se  refiere  al  estado  de  agitación  de  algunas  pro- 
vincias, á  los  planes  anárquicos  de  los  unitarios,  y  le 
dice  á  Quiroga  que  debe  hacer  presente  á  los  goberna- 
dores y  demás  personas  influyentes,  el  paso  retrógrado 
que  ha  dado  la  Nación,  alejando  tristemente  el  suspirado 
día  de  la  grande  obra  de  la  Constitución;  que  este  estado 
es  el  argumento  más  fuerte  que  se  puede  hacer;  que  los 
escándalos  c[ue  se  han  producido  desde  años  atrás  pro- 
vinieron de  que  se  dictaba  la  Constitución  Nacional  sin 
tener  en  cuenta  el  estado  ni  la  opini(3n  de  las  provincias 
que  la  rechazaban  inmediatamente;  que,  á  su  juicio, 
se  debió  y  se  debe  invertir  los  medios^  comenzando  por 
vigorizar  las  'provincias  para  labrar  sobre  esta  base  la 
Constitución  Nacional. 

Como  se  ve.  Rozas  hería  la  cuestión  por  el  lado 
práctico  de  los  hechos  con  una  exactitud  que  no  admi- 
tía réplica;  porque  ellos  se  habían  producido  desgracia- 
damente tal  como  él  los  enunciaba.  Con  tal  motivo 
recuerda  el  precedente  de  la  Constitución  de  1826,  y 
refiriéndose  á  los  distinguidos  hombres  de  ese  tiempo, 
dice  bruscamente  que  « esa  constelación  de  sabios  no 
encontró  más  hombre  para    el    gobierno  general   que  á 


—  238  — 

clon  Bernardino  Rivadavia,  y  que  éste  no  pudo  orga- 
nizar su  ministerio  sino  quitándole  el  cura  á  la  Cate- 
dral, y  haciendo  venir  de  San  Juan  al  doctor  Lingotes 
para  ministro  de  hacienda,  quien  entendía  de  este  ramo 
tanto  como  un  ciego  de  nacimiento  entiende  de  astro- 
nomía ». 

En  seguida  de  este  desahogo  injusto,  tratándose  de 
un  hombre  como  Rivadavia,  que  bien  pudo  equivocarse, 
])ero  que  sembró  en  su  país  la  semilla  fecunda  del  go- 
bierno libre.  Rozas  se  refiere  al  carácter  del  Congreso 
que  se  convoque,  y  á  las  materias  de  que  se  debe  ocu- 
par con  preferencia.  -<  El  Congreso  debe  ser  convencio- 
nal^ dice,  y  no  deliberante]  debe  ser  para  estipular  las  bases 
de  la  unión  federal,  y  no  para  resolverla  por  votación. 
Las  atribuciones  que  la  Constitución  asigne  al  gobierno 
general  deben  dejar  á  salvo  la  soberanía  é  independencia 
de  los  estados  federales.  El  tesoro  y  el  ejército  federa- 
les deben  formarse  según  los  convenios  que  hagan  los 
estados  por  el  órgano  de-  sus  representantes. »  El  go- 
bierno general  en  una  república  federativa  no  une  á  los 
pueblos  federados: /o.5-  representa  unidos,  ^o  es  para  unir- 
los, es  para  representarlos  unidos  ante  las  demás  nacio- 
nes. 

Rozas  se  pronuncia,  pues.' por  una  confederación  se- 
mejante á  la  de  1778  en  los  Estados  Unidos;  á  la  que 
proclamaban  Dorrego  y  Moreno  y  á  la  que  pactaban 
las  provincias  del  litoral  en  enero  de  183L  Los  esta- 
dos son  la  base  de  su  sistema.  Éstos  son  soberanos  é 
independientes,  y  delegan  en  un  gobierno  general  la 
atribución  de  representarlos  ante  el  extranjero,  así  en 
paz  como  en  guerra.  «Si  no  hay  estados  bien  organiza- 
dos, dice,  y  con  elementos  bastantes  para  gobernarse 
por  sí  mismos,  y  asegurar  el  orden  respectivo,  la  repú- 
blica federal  es  quimérica  y  desastrosa.»  «Obsérvese,  agre- 


—  '2m  — 

ga,  que  en  Norte  América  iio  se  ha  admitido  como  estados 
á  los  pueblos  y  provincias  que  se  formaron  después  de 
su  independencia,  sino  cuando  éstos  pudieron  regirse 
por  sí  solos.» 

La  residencia  del  gobierno  general  es  otra  cuestión 
grave  y  trascendental  para  Rozas,  por  la  complicación 
de  funciones  que  sobreviene  con  las  de  las  autoridades 
del  Estado  en  que  ella  está  radicada.  «  Estos  inconve- 
nientes, dice,  son  de  tanta  gravedad,  que  obligaron  á 
los  norteamericanos  á  fundar  la  ciudad  de  Washington, 
hoy  capital  de  aquella  república,  y  que  no  pertenece  á 
ninguno  de  los  estados  confederados. »  Y  después  de 
detenerse  en  los  grandes  detalles  que,  á  su  juicio,  debe 
contener  la  Constitución  federal  con  arreglo  á  las  ideas 
fundamentales  enunciadas.  Rozas  enumera  las  dificul- 
tades y  escollos  que  presenta  el  estado  general  del  país, 
para  entrar  inmediatamente  en  esa  organización,  que  no 
aceptarían  los  mismos  que  pregonaban  la  necesidad  de 
la  Constitución  Nacional;  y  cierra  su  carta  con  esta 
profecía  que  se  cumplió  diez  y  siete  años  después  en 
el  Acuerdo  de  San  Nicolás  complementado  por  el  pacto 
de  6  de  junio  de  1860.  «  No  hay  otro  arbitrio  que  el 
de  dar  tiempo  á  que  cada  gobierno  promueva  por  sí  el 
espíritu  de  paz  y  de  tranquilidad.  Cuando  esto  se  haga 
visible,  los  gobiernos  podrán  negociar  amigablemente  las 
bases  para  colocar  las  cosas  en  tal  estado  que  cuando  se 
forme  el  Congreso  no  tenga  más  que  marchar  llana 
mente  por  el  camino  que  ya  los  77iis?nos  pueblos  de  la 
República  le  hayan  designado.  »  (')  Rozas  hizo  suyas 
estas  ideas    desde   que    subió    al    gobierno   y    las  con- 


(')  La  carta  de  Rozas  se  publicó  en  el  Archivo  Americano  núm. 
26,  pág.  146  y  en  la  Gaceta  Mercantil  del  15  de  marzo  de  1851.  Lleva 
la  fecha  de  20  de  diciembre  de  1834. 


—  240  — 

servó  hasta  el  año  de  1852  contra  el  poder  de  sus 
adversarios  y  á  pesar  de  las  coaliciones  que  le  arma- 
ron la  Gran  Bretaña,  la  Francia  y  el  Brasil.  Así  fué 
como  dejó  establecidos  y  triunfantes  estos  dos  princi- 
j)ios:  el  derecho  de  los  pueblos  suramericanos  de  re- 
solver por  sí  mismos  sus  diferencias  sin  la  intervención 
de  las  grandes  potencias,  la  cual  pretendían  erigir  en 
jn-incipio  los  estadistas  y  publicistas  europeos ;  y  el 
de  la  Confederación  Argentina  al  que  dio  forma  consti- 
tucional el  Congreso  de  1853  por  los  auspicios  del  ge- 
neral Urquiza. 

Esa  carta  alcanzó  al  general  Quiroga  fuera  de  la 
jurisdicción  de  Córdoba.  Un  día  antes,  al  llegar  á  la 
capital  de  esta  provincia,  casi  se  vio  obligado  á  detener 
su  marcha  á  causa  de  la  falta  de  caballos.  Pero  él  los 
exigió  á  toda  costa  de  don  Guillermo  Reinafé,  que  se 
encontraba  allí  en  la  posta,  y  siguió  su  camino  con  la 
misma  rapidez  con  que  lo  había  comenzado.  Al  llegar 
á  Pitambalá,  jurisdicción  de  Santiago  del  Estero,  sabe 
el  desenlace  de  la  contienda  entre  Heredia  y  Latorre. 
El  comandante  Fació,  gobernador  de  Jujuy  y  jefe  de  las 
fuerzas  auxiliares  de  Salta,  ha  derrotado  á  Latorre  el  18  de 
diciembre  y  tomídolo  prisionero.  (')  El  29  de  diciembre  se 
ha  producido  un  movimiento  en  Salta  con  el  objeto,  según 
se  dijo,  de  librar  á  Latorre  de  su  prisión.  Los  soldados 
que  lo  custodiaban  han  hecho  fuego  sobre  él  y  sobre  el 
coronel  José  Manuel  Aguilar,  y  los  han  dejado  muertos 
allí  mismo.  Esto  no  obstante,  Quiroga  llega  á  Santiago 
del  Estero  y  llena  los  objetos  de  su  misión  con  Heredia, 
Ibarra,  Navarro  y  demás  gobernadores  á  quienes  escribe 


( ')    Véase  parte  de  Fació  á  Hererlia,  y  parte  de  Heredia  al  gober- 
nador delegado  de  Tucumári,  don  Juan  Bautista  Paz. 


—  241  — 

interponiendo  toda  su  influencia  para  llamarlos  á  la 
concordia. 

Cuando  se  prepara  á  regresar  á  Buenos  Aires,  Qui- 
roga  vacila  entre  si  lo  liarií  por  Cuyo  ó  por  el  camino 
de  Córdoba.  ¿Vacilar  Quiroga?  Sí;  algo  como  un  eco 
del  íin  de  su  destino  resuena  melancólico  en  el  fondo 
de  su  alma.  Él  sabe  que  lo  quieren  asesinar.  Pero, 
¿porqué  no  lo  han  buscado  sus  asesinos  cuando  cruzó 
sin  escolta  por  Santa  Fe  y  Córdoba?  ¿Se  hallan  en  San- 
tiago, estarán  en  Buenos  Aires?  ¿Esperarán  que  esté 
dormido,  inerme,  para  hundirle  el  puñal  alevoso?  ¿Lo 
envenenarán  acaso?  ¿Quiénes  son,  dónde  están  por  fin? 
El  recuerdo  de  los  hijos  pasa  como  una  sombra  cariñosa 
que  le  murmura  algo  como  un  reproche...  ¿porqué  no 
aceptó  la  escolta  que  le  ofreció  con  instancia  Rozas  al 
separarse  de  él  en  la  hacienda  de  Figueroa,  diciéndole 
que  muy  bien  pudiera  ser  que  sus  enemigos  le  jugasen 
una  mala  pasada?  Pero  él  puede  obtener  esta  escolta  en 
Santiago,  y  escoger  por  sí  mismo  sus  hombres...  Hay 
momentos  en  que  piensa  trasladarse  á  Mendoza  y  comu- 
nicar desde  allí  al  gobierno  de  Buenos  Aires  el  resultado 
de  su  misión  y  sus  vistas  sobre  ésta.  La  ocasión  lo 
favorece.  El  gobierno  de  Mendoza  ha  invitado  á  los  de 
San  Juan  y  San  Luis  á  darse  la  Constitución  que  debe 
regir  las  tres  provincias  bajo  la  denominación  de  Pro- 
vincia de  Cuyo,  para  entrar  así  en  la  Federación  Argen- 
tina, bajo  la  protección  del  general  Quiroga.  (')  Pero  si 
los  asesinos  están  en  Santiago,  como  se  lo  avisan,  huir 
es  indigno  de  él.  Que  vengan,  pero  que  vengan  pronto, 
porque  él  también  tiene  una  misión  que  desempeñar,  y 
no  quiere  ser  el  juguete  de  temores  pueriles. 

Sus  amigos  vienen  en  ayuda  de  esta  duda  que  lo  irrita 

(')  Ley  de  la  Sala  de  Mendoza  de  8  de  enero  de  1834. 

TOMO  II.  16 


242  

y  avt'r<4i"ienza  al  iiiisino  ticmpí/.  El  ,£;obernador  Ibarra  se 
sincera  á  sus  ojos:  en  Santiago  el  general  Quiroga  no 
tieiu'  sino  amigos:  ordene  lo  que  quiera  para  compro- 
barlo así:  no  es  de  aquí;  es  de  Córdoba  de  donde  viene 
el  i»eligro:  los  Reinafé  son  los  promotores  del  plan  para 
asesinarlo.  Quiroga  recapitula  con  desprecio  los  antece- 
dentes que  concuerdan  con  este  aviso  que  no  puede  serle 
sospeclioso:  recuerda  las  revelaciones  ({ue  le  luciera  su 
íntimo  amigo  el  general  Piuíz  Huidoliro.  de  las  cuales 
aparecía  que  los  Reinafé  tramaban  algo  contra  él  desde 
el  año  anterior.  Pero  en  ello  está  mezclado  el  nombre 
de  don  Estanislao  López.  ¿Será  López  también  de  la 
partida?  Luego  las  cartas  que  le  dirigieron  López  en 
26  Y  29  de  diciembre,  y  el  gobernador  Reinafé  en  22  del 
mismo,  son  urdidas  para  que  él  vaya  á  entregárseles? 
Así  lo  dicen  todas  sus  noticias,  y  la  carta  anónima  que 
le  dirigen  de  Córdoba  el  día  30,  avisándole  que  á  su 
regreso  será  asesinado  por  orden  de  los  Reinafé.  (')  Esto 
mismo  se  lo  corrobora  el  coronel  Manuel  Navarro  desde 
Catamarca,  en  carta  de  8  de  enero  de  1835.  Y  bien,  son 
ellos;  él  los  sorprenderá  con  su  regreso,  como  los  sor- 
prendió con   su  venida  precipitada. 

Quiroga  fija  al  fin  su  resolución.  La  energía  de  sus 
sentimientos  primitivos,  adormecida  por  el  amor  de  los 
suyos  á  quienes  recuerda  con  ternura  infinita^,  despierta 
en  presencia  del  peligro  más  soberbia  y  más  temeraria 
que  nunca.  Una  fuerza  irresistible  lo  empuja  á  su  fatal 
destino.  Éste  lo  llama,  lo  atrae:  él  lo  ve,  lo  palpa,  y 
sigue  á  su  encuentro,  camino  de  Córdoba.  El  15  de  fe- 
brero de  1835  llega  á  la  posta  del  Ojo  del  Agua,  dis- 
tante poco  más  de  veinte    leguas  de  la  ciudad  de  Cór- 


( ^ )  Véase  el  plano  especial  levantado  con  motivo  del  juicio  segui- 
do á  los  asesinos  de  Barranca-Yaco 


—  243  — 

doba.  Por  la  noche  un  vecino  le  comunica  al  coro- 
nel José  Santos  Ortíz  que  el  capitán  Santos  Pérez  se 
encuentra  en  el  lugar  ele  Barranca-Yaco  con  una  gruesa 
partida  para  asesinar  á  Quiroga  y  cá  toda  su  comitiva. 
El  maestro  de  posta  lo  sabe  también,  y  lo  repiten  todos 
los  que  están  allí,  y  dase  cuenta  de  cuantos  son  y  de 
las  armas  cj[ue  llevan.  Estos  detalles  horribles  acerca  de 
su  muerte  casi  segura  aterran  á  Ortíz,  y  quiere  sepa- 
rarse de  la  comitiva.  Pero  Quiroga  lo  contiene  dicién- 
dole  que  sea  cual  fuere  esa  partida  le  ha  de  servir  de 
escolta  hasta  Córdoba:  manda  preparar  algunas  armas 
con  su  asistente  y  se  duerme  como  si  esta  noticia  á 
fuer  de  muy  sabida,  no  mereciera  mayor  prevención.  Á 
la  mañana  siguiente  se  dirigen  Quiroga,  Ortíz,  un  negro 
asistente,  dos  correos,  un  postillón  y  un  niño  en  direc- 
ción á  Cinsacate.  Como  dos  leguas  antes  de  llegar  á  este 
punto,  á  tres  leguas  de  la  estancia  de  Cerrillos  ó  Totoral^ 
que  administraban  los  Reinafé,  y  hasta  donde  llegaban 
las  partidas  del  curato  de  Tulumba,  del  cual  era  coman- 
dante don  Guillermo  Reinafé,  en  el  lugar  indicado  de 
Barranca-Yaco,  la  galera  en  que  iba  Quiroga  es  rodeada 
por  una  partida  armada  al  mando  del  capitán  Santos 
Pérez.  Al  verla,  Quiroga  saca  la  cabeza  por  la  portezuela  y 
pregunta:  «  ¿Qué  significa  esto?  Acerqúese  el  jefe  de  esa 
partida.»  En  este  instante  recibe  un  balazo  en  un  ojo  que 
lo  deja  muerto;  y  Ortíz  y  todos  los  que  lo  acompañan,  in- 
cluso el  inocente  niño  del  maestro  de  posta,  son  bárbara- 
mente sacrificados  y  saqueados,  y  sus  cadáveres  arrojados 
en  el  bosque  próximo  donde  Santos  Pérez  había  expiado 
el  momento  de  cumplir  la  consigna  que  tenía  recibida.  (') 


( ' )  Estos  detalles  son  bien  conocidos  merced  á  la  publicidad  que 
dio  Rozas  á  estos  sucesos.  Véase  la  causa  criminal  seguida  á  los 
Reinaíe,  La  Gaceta  Mercantil  de  julio  de  1839,  y  el  apéndice  á  este 
tomo. 


—  244  — 

Así  acabó  Quiroga;  víctima  de  una  temeridad  sin 
ejemplo,  y  cuando  según  sus  propias  declaraciones  y 
los  hechos  que  quedan  apuntados,  se  preparaba  á  ejer- 
citar su  influencia  en  el  interior  para  trabajar  la  organi- 
zación constitucional  de  la  Repiiblica,  concillando  con 
Rozas  el  medio  de  llevarla  á  cabo  sobre  la  base  de  la 
federación  de  provincias  capaces  de  regirse  por  sí  mismas; 
formando  de  dos  ó  más  una  con  elementos  sobrados 
para  ese  objeto,  como  lo  acababan  de  proyectar  las  de 
Cuyo  según  la  ley  citada  de  Mendoza  de  8  de  enero 
de  1834,  y  en  cuyo  plan  entraban  Heredia  é  Ibarra  por 
lo  que  hacía  á  las  provincias  del  norte. 

Fundándose  en  estos  proyectos  trascendentales  y  en 
algunos  de  los  conceptos  de  la  carta  de  Rozas  á  Quiroga 
sobre  la  constitución  de  la  República,  algunas  personas 
le  atribuyeron  al  primero  participación  en  el  asesinato. 
Pero  los  mismos  antecedentes  de  este  asunto,  la  actitud 
que  asumió  Rozas  con  ocasión  del  asesinato,  la  publi- 
cidad que  se  empeñó  en  dar  á  todos  los  detalles  que 
á  ello  se  referían,  la  circunstancia  especialísima  de  haber 
solicitado  él  mismo  y  obtenido  de  los  gobiernos  confe- 
derados el  derecho  de  hacer  juzgar  á  los  Reinafé  por 
los  tribunales  ordinarios  de  Buenos  Aires,  y  de  no  haber 
éstos  imputado  á  Rozas  el  mínimo  cargo,  ni  la  mínima 
participaciím  en  dicho  asesinato,  durante  la  larga  y 
laboriosa  secuela  del  proceso,  en  el  cual  depusieron  todos 
cuantos  fueron  llamados  para  el  mayor  esclarecimiento 
del  crimen  :  todo  esto  reduce  esa  sospecha  leve  á  una 
afirmaciíHi  sin  fuiulamento  que  rechaza  la  crítica  tran- 
quihi  y  severa.  Ninguno  ha  ido  más  allá  contra  Rozas 
que  Rivera  Indarte,  después  de  haberlo  exaltado  á  la 
par  de  los  más  entusiastas;  y  que  Sarmiento,  que  fué 
durante  quince  años  el  batallador  brillante  é  infatigable 
contra  el  gobierno  fuerte.  El  primero  imputa  á  los  Rei- 


—  245  — 

nafé  el  asesinato  de  Qiiiroga;  y  el  segundo  dice  en  su 
Facundo  que  «la  historia  imparcial  esjDera  todavía  reve- 
laciones para  señalar  con  su  dedo  al  instigador  de  los 
asesinos». 

Y  la  luz  se  ha  heclio  al  respecto.  Los  Reinafé  procu- 
raron por  todos  los  medios  hacer  recaer  la  culpahilidad 
sobre  Ibarra,  al  mismo  tiempo  que  hacían  creer  á  San- 
tos Pérez  y  á  otros  que  el  asesinato  de  Quiroga  era 
una  cosa  convenida  entre  ellos,  López  y  Rozas.  (  ' ) 
Ibarra  se  justificó,  como  se  justiíicó  Rozas,  aún  al  sen- 
tir de  sus  enemigos  políticos;  pero  López  no  pudo  con- 
seguirlo, ni  mucho  menos  los  Reinafé.  Del  estudio 
detenido  que  he  hecho  de  todos  los  antecedentes  de  este 
asunto;  del  examen  de  todos  los  papeles  que  he  podido 
proporcionarme,  algunos  de  los  cuales  se  desglosaron 
del  voluminoso  expediente  seguido  á  los  Reinafé,  pienso 
que  puedo  afirmar  que  el  asesinato  de  Quiroga  fué  una 
obra  preparada  por  don  Estanislao  López  y  su  ministro 
don  Domingo  Cúllen,  de  acuerdo  con  los  cuatro  herma- 
nos don  José  Vicente,  José  Antonio,  Guillermo  y  Fran- 
cisco Reinafé, 

Desde  luego,  es  indudable  que  López  y  Quiroga  se 
miraban  con  ojeriza.  En  1831  se  produjo  entre  ambos 
una  grave  desavenencia  con  motivo  de  haber  el  primero 
hecho  nombrar  á  don  José  Vicente  Reinafé  gobernador 
de  Córdoba,  á  pesar  de  la  resistencia  del  segundo  quien 
alegaba  que  el  nombrado  era  un  nulo  que  entregaría  la 
provincia  á  los  mismos  á  quienes  él  acababa  de  ven- 
cer asegurando  el  triunfo  de  la  federación  en  Cuyo, 
el  interior  y  el  norte.  Reinafé  y  sus  hermanos,  que  no 
ionoraban    esta  circunstancia    v    las  consecuencias  que 


(M  Véase  el  extracto  de  la  causa  seguida  á  los  asesinos  de  Ba- 
rranca-Yaco,   f.  308. 


—  246  — 

podrían  sobrevenir,  como  quiera  que  Qiiiroga  se  expre- 
sara con  su  franqueza  genial,  compartieron  naturalmente 
de  esa  misma  ojeriza,  que  Rozas  se  la  recordaba  des- 
pués hábilmente  á  López  en  su  carta  sobre  el  suceso 
de  Barranca-Yaco.  (\)  El  resultado  fué  que  Quiroga  se 
retiró  entonces  manifestando  á  todos  los  que  querían 
oirle,  que  López  quería  colocar  instrumentos  peli- 
grosos en  el  interior;  pero  que  en  este  camino  de- 
bía cuidarse  de  que  no  se  los  colocara  él  (Quiroga)  en 
Santa  Fe;  y  que  López  dijo  á  sus  íntimos,  y  se  lo  hizo 
repetir  á  Rozas,  que  se  hacía  necesario  que  interpusie- 
ran juntamente  su  influencia  para  evitar  que  Quiroga 
trastornase    el  orden  en  la  República. 

La  influencia  de  López  pesaba  demasiado  sobre  el 
gobierno  de  Córdoba  para  que  pasara  desapercibida  á 
la  mirada  suspicaz  de  Quiroga.  Y  para  que  fuese  más 
mortificante,  los  Reinafé  se  empeñaban  en  asimilarse 
elementos  hostiles  á  Quiroga,  los  cuales  al  favor  de  la 
condescendencia  que,  de  acuerdo  con  López  se  les  dis- 
pensaba, podían  constituir  una  amenaza  seria  sobre 
La  Rioja,  Catamarca,  San  Luis  y  todo  Cuyo.  El  general 
Ruíz  Huidobro  que  se  encontraba  en  esa  provincia  con 
los  restos  de  la  división  con  la  que  había  expedicio- 
nado  el  desierto,  ponía  á  Quiroga  al  corriente  de  la 
conducta  de  los  Reinafé,  de  la  influencia  que  sobre 
ellos  ejercía  López,  y  hasta  creyó  haber  descubierto  un 
plan  tramado  entre  don  Domingo  CúUen,  los  Reinafé 
y  los  emigrados  unitarios  de  Montevideo,  para  convul- 
sionar el  litoral  por  los  auspicios  de  López,  y  para 
deshacerse  de  Rozas  y  de  Quiroga.  La  revolución  de 
junio   de    1833   contra   los    Reinafé    para   colocar   en   el 


(M  Véase  esta  carta  de  Rozas  á  López,  publicada  en  el  Archivo 
Americano,  2^  serie,  núm.  20,  pág.  40  y  sig. 


—  247  — 

gobierno  de  Córdoba  á  don  Claudio  Arredondo,  que 
había  sido  el  candidato  de  Quiroga,  fué  atribuida  á  los 
manejos  de  Ruíz  Huidobro  y  á  las  indicaciones  del  mis- 
mo Quiroga.  En  la  causa  que  con  este  motivo  se  le 
siguió  á  Ruíz  Huidobro,  el  gobierno  se  vio  obligado  á 
sobreseer  en  virtud  «  de  la  dificultad  de  esclarecer  cier- 
tos hechos  y  circunstancias  de  grave  trascendencia  para 
la  cosa  pública  que  no  se  debía  complicar  más  »,  Es  in- 
dudable que  estas  palabras  se  referían  no  solamente  á 
la  participación  indirecta  que  á  juicio  del  gobierno  de 
Buenos  Aires  tenía  Quiroga  en  ese  movimiento,  sino 
también  á  las  revelaciones  que  había  hecho  Ruíz  Hui- 
dobro al  mismo  doctor  Maza,  acerca  del  plan  combinado 
entre  Cúllen,  López,  los  Reinafé,  y  los  unitarios  de 
Montevideo,  en  descargo  de  la  ingerencia  que  se  le 
atribuía  en  el  movimiento  de  Córdoba.  Y  estas  revela- 
ciones (')  concordaban  en  un  todo  con  las  denuncias 
contenidas  en  la  carta  del  doctor  Moreno  al  ex-minis- 
tro  Ugarteche,  del  plan  entre  esas  mismas  personas  para 
convulsionar  el  litoral  y  deshacerse  de  Rozas  y  de  Qui- 
roga. 

Quiroga  desaprobó  la  conducta  de  Huidobro  en 
aquella  revolución,  pero  López  y  los  Reinafé  vieron  en 
él  al  instigador  principal  de  lo  sucedido;  y  á  partir  de 
■este  momento  no  se  creyeron  seguros  hasta  que  no 
desapareciera  esa  influencia  que  podría  abatirlos.  Cuan- 
do Quiroga  pasó  para  Buenos  Aires  con  el  regimiento 
Auxiliares  de  los  Andes.,  hubieron  de  realizar  un  plan 
para  deshacerse  de  él  en  la  misma  ciudad  de  Córdoba; 
y  si  ese  plan  fracasó,  no  fué  porque  el  temerario  caudillo 
no  les  diera  tiempo    suficiente    para    consumarlo,  sino 


( 1 )  Véase  La  Gaceta    Mercantil  de  noviembre  de  1833  y  la  eoc- 
jposiciún  del  general   Huidobro. 


—  248  — 

porque  no  encontraron  instrumentos  capaces  de  llevarlo 
ú  cabo  sin  que  resaltara  su  complicidad.  En  septiembre 
de  1834  el  coronel  Francisco  Reinafé  se  dirigió  á  con- 
ferenciar con  López,  sin  que  promediara  ningún  asunto 
ni  interés  interprovincial  que  así  lo  requiriese.  Según 
lo  dice  el  mismo  López  en  su  carta  á  Rozas,  Reinafé 
le  habló  de  la  prohabilidad  de  que  Quiroga  los  atacase  d 
ambos;  y  entabló  con  él  una  correspondencia  conti- 
nuada. (^)  Que  L(')pez  se  hizo  cargo  de  esta  probabi- 
lidad, se  comprueba  por  el  hecho  de  salir  en  esa  época 
á  recorrer  los  departamentos  y  las  milicias,  y  por  de- 
clararlo él  mismo  que  se  preparaba  á  sostener  una  lu- 
cha con  Quiroga.  La  prensa  de  Buenos  Aires  lo  con- 
signó así ;  y  cuando  López  regresó  á  la  capital  de  su 
provincia,  la  de  Montevideo  agregó  que  esto  destruía 
los  cálculos  de  los  que  creían  inminente  un  rompimiento 
entre  él  y  Quiroga.  (2) 

El  general  Paz  que  todavía  se  hallaba  preso  en  Santa 
Fe,  dice  en  sus  memorias  {^)  que  las  relaciones  de  L()pez 
con  los  Reinafé  eran  íntimas;  que  el  coronel  don  Fran- 
cisco Reinafé  estuvo  en  Santa  Fe  un  mes  antes  de  la 
muerte  de  Quiroga,  habitando  en  la  propia  casa  de  López 
y  empleando  muchos  días  en  conferencias  misteriosas 
con  éste.  «En  Santa  Fe,  agrega,  fué  universal  el  rego- 
cijo por  la  muerte  de  Quiroga:  poco  faltó  para  que  se 
celebrase  públicamente.  Quiroga  era  el  hombre  á  quien 
más  temía  López,  y  de  quien  sabía  que  era  enemigo 
declarado.  No  abrigo  ningún  género  de  duda  que  tuvo 
conocimiento  anticipado  y  acaso  participación  en  su 
muerte.»     En  una  de  estas  conferencias,   don  Domingo 


(*)  Véase  esta  carta  de  12  de  mayo  de  1835. 

(2)  Véase  El  Universal  de  Montevideo  del  27  de  enero  de  1.S34. 

(3)  Tomo  II,  pág.  :í7Q. 


—  249  _ 

Cúllen,  ministro  general  de  López,  arregló  con  Reinafé 
la  manera  de  sacrificar  á  Qniroga.  Cuando  el  gobierno 
de  Buenos  Aires  comunicó  á  los  del  interior  la  misión 
confiada  á  Quiroga,  á  fin  de  que  le  prestaran  los  auxilios 
necesarios  de  caballos  en  las  postas  del  tránsito,  López 
se  apresuró  á  dirigir  por  su  parte  al  gobernador  Reinafé 
una  carta  aparentemente  destinada  á  confirmar  los 
deseos  de  acjuel  gobierno,  pero  en  realidad  con  el  desig- 
nio de  señalarle  la  oportunidad  que  esperaban;  pues 
en  ella  le  indicaba  el  camino  que  recorrería  Quiroga, 
las  postas  en  que  debía  detenerse,  y  la  conveniencia 
de  hacerlo  custodiar  con  oficiales  de  confianza,  que  re- 
sultaron después  complicados  en  el  asesinato  de  ese 
general. 

Inmediatamente  el  gobernador  Reinafé  delega  el 
mando  á  pretexto  de  enfermedad  y  se  retira  á  su  estan- 
cia del  Totoral,  después  de  ordenar  que  una  partida  se 
aposte  en  el  monte  de  San  Pedro,  como  á  ocho  leguas 
del  partido  de  Tulumba  que  comanda  su  hermano  don 
Guillermo,  y  que  asesine  á  Quiroga  y  á  todos  los  que 
le  acompañen.  (')  Pero  Quiroga  ya  está  en  Córdoba, 
y  sigue  su  marcha  con  la  misma  precipitación  con  que 
cruzó  por  Buenos  Aires  y  Santa  Fe,  y  consigue  escapar 
todavía  á  la  celada  que  le  tienden.  Sin  embargo ,  el 
gobernador  Reinafé  sabe  por  dónde  regresa  Quiroga  y 
cuándo  llegará  á  tal  ó  cual  punto,  porque  con  fecha  13  de 
febrero  escribe  á  su  hermano  don  Guillermo  «  que  por 
el  bajo  de    Requa  andan  unos    siete    salteadores;  y  si 


(')  En  el  extracto  de  la.  causa  seguida  á  los  asesinos  de  Barran- 
ca-Yaco, el  reo  Cabanillas  declaró  conmovido  que  con  fecha  24 
de  diciembre  de  1834  había  escrito  á  un  amigo  de  Quiroga  que  le 
dijese  á  éste  que  no  pasase  por  el  monte  de  San  Pedro,  porque 
él  se  encontraba  allí  con  una  partida  de  25  hombres  para  ase- 
sinarlo por  orden  del  gobierno  de  Córdoba.  Véase  el  plano  especial 
del  camino  que  anduvo  Cabanillas  desde  la  ciudad  de  Córdoba. 


—  250  — 

puedes  custodiar  la  persona  del  general  Quiroga  á  su 
])asada,  debes  hacerlo  á  toda  costa;  no  sea  que  viniendo 
ron  poca  escolia  esos  picaros  intenten  algo  y  nos  com- 
l)rometan. »  (' ) 

«  Aqui  es  de  notar,  decia  Rozas  en  su  carta  á  López 
ya  citada,  que  la  orden  es  condicional ;  y  no  es  fácil 
comprender  lo  que  importaba  esta  condición  desde  que 
no  se  puede  concebir  qué  imposibilidad  tan  absoluta 
se  preveía  que  podría  tener  don  Guillermo  de  custodiar 
al  general  Quiroga,  supuesto  que  debía  hacerlo  á  toda 
costa.  También  es  de  notar  que  la  orden  no  dice  si 
debe  custodiarlo  á  su  pasada  por  su  provincia  ó  por 
donde  estaba  don  Guillermo.  Si  lo  primero,  debían  ser 
muy  públicas  las  providencias  de  este  señor  para  dar 
<'umpliniiento  á  la  orden,  ó  hacer  constar  no  haberlas 
tomado.  Si  lo  segundo,  era  igualmente  ridicula  la 
orden  de  precaución,  y  lo  es  mucho  más  el  decir  que  no 
surtió  efecto  por  haber  pasado  el  señor  Quiroga  sin  ser 
sentido;  pues  según  estoy  informado,  el  lugar  del  ase- 
sinato dista  como  tres  leguas  de  la  estancia  que  admi- 
nistran los  Reinafé  y  como  á  doce  de  Tulumba,  donde 
el  mismo  don  Guillermo  tiene  una  fuerza  como  de 
seiscientos  hombres. » 

En  esta  carta  importante  del  punto  de  vista  del 
examen  legal  de  los  hechos.  Rozas  analiza  minuciosa  y 
hábilmente  el  sumario  mandado  levantar  por  el  gobierno 
delegado  de  Córdoba;  apunta  las  contrariedades  que 
indican  visiblemente  que  han  participado  en  el  crimen 
personas  á  quienes  estudiadamente  se  les  presenta  como 
empeñadas  en  descubrirlo ;  señala  las  informalidades 
del  juez  Figueroa,  y  las  inexactitudes  que  á  sabiendas 


(M  Véase  éste  y    otros  documentos  correlativos  en  el  diario  de 
sesiones  de  Buenos  Aires,  1835,  núm.  503. — Véase  la  causa  citada. 


—  251  — 

establece  en  el  sumario  á  fin  de  ocultar  lo  que  todos 
los  antecedentes  están  confirmando;  se  detiene  en  el 
hecho  del  oficial  y  dos  soldados  de  don  Guillermo  Rei- 
nafé  que  aparecieron  y  desaparecieron  en  seguida  en 
la  posta  del  Ojo  del  Agua,  y  la  declaración  del  correo 
Marín  que  dice  que  viniendo  detrás  de  la  galera  oyó  que 
un  oficial  mandaba  hacer  alto  y  que  se  disparaban 
cinco  tiros  sobre  ella;  y  de  este  estudio  prolijo,  y  de 
los  detalles  que  reúne  y  comenta,  deduce  que  el  ase- 
sinato no  se  lia  perpetrado  por  una  partida  de  saltea- 
dores sino  por  una  partida  militar  de  Córdoba,  en  el 
distrito  comandado  por  doii  Guillermo  Reinafé :  que 
sobre  éste  y  el  gobernador  de  Córdoba  pesa  la  responsa- 
bilidad del  atentado,  por  más  que  se  esfuercen  en  atri- 
buirlo á  inñuencias  extrañas  para  eludirla  por  su  parte. 

Rozas  se  empeñó  en  darle  la  mayor  publicidad  po- 
sible á  todas  las  medidas  que  tomó  para  descubrir  á  los 
que  tenían  participación  en  la  muerte  de  Quiroga;  y 
López  se  manifestaba  por  el  contrario  interesado  en  que 
no  se  llevasen  adelante  esas  investigaciones.  (})  k  Rozas 
no  se  le  ocultaba  que  los  Reinafé  y  otros  personajes 
de  Córdoba  habían  llegado  á  decir  que  la  desaparición 
de  Quiroga  era  una  medida  concertada  entre  ellos, 
López  y  el  mismo  Rozas,  y  que  respondía  á  exigencias 
de  alta  política  (');  y  creyó  que  el  medio  mejor  de  le- 
vantar el  cargo  era  acusar  públicamente  á  los  que  apa- 
recían complicados  en  el  asesinato,  y  provocar  á  los 
Reinafé  á  que  hablaran. 

Al  efecto  acusó  á  los  Reinafé;  y  López  no  pudo  menos 
que  consentir  en  que  fueran  conducidos  á  Buenos  Aires 


(1)  Véase  Zr/  Gaceta  3/erca/?¿¿í  de  los  primeros  días  de  julio  de  1836. 
(  2)  Véase  entre  otras  declaraciones  del  proceso  las  de  Cabanillas, 
Santos  Pérez,  etcétera. 


—  l.J'j  — 

\ydVii  ser  juzgados  por  sospechas  de  asesinato  en  la 
l)ersona  de  un  enviado  de  esta  provincia.  Del  largo" 
proceso  que  se  les  siguió  resultó  la  culpabilidad  de 
los  cuatro  hermanos  Reinafé.  En  poder  de  don  Gui- 
llermo se  encontraron  los  papeles  de  Quiroga  y  de 
Ortíz ;  y  por  manos  de  los  jueces  de  la  causa  pasaron 
antecedentes  que  comprometían  á  López,  pero  que  no 
figuran  en  el  extracto  que  se  hizo  de  dicha  causa.  Don 
José  Vicente,  don  Guillermo  y  don  José  Antonio  Reinafé, 
don  Feliciano  Figueroa,  el  capitán  Santos  Pérez  y 
demás  ejecutores  y  cómplices  del  asesinato  de  Quiroga, 
con  excepción  de  don  Francisco  Reinafé  que  consiguió 
escaparse,  fueron  fusilados  en  Buenos  Aires  el  25  de 
octubre  de  1837.  López  perdió  desde  entonces  la  prepon- 
derancia que  había  adquirido  en  el  litoral  y  en  el  inte- 
rior. La  muerte  de  Quiroga  lo  desacreditó  entre  sus 
propios  amigos,  y  no  le  quedó  otro  apoyo  serio  que  el 
que   quisiera  prestarle  Rozas. 


CAPITULO  XXVI 


LA    SUMA    DEL    PODER   PUBLICO 


( 1835 ) 


Sumario:  I.  Cómo  se  desenvuelve  el  plan  revelado  por  el  ministro  Aloreno.  —  II.  El 
gobierno  de  Buenos  Aires  obliga  al  gobernador  López  á  que  defina  su 
posición.  —  III.  El  gobernador  provisorio  denuncia  la  crisis  y  amenaza  en 
que  se  halla  la  Provincia  y  dimite  su  cargo.  —  IV.  El  proyecto  para 
nombrar  á  Rozas  gobernador  con  la  simia  del  poder  público.  —  V.  El 
fervor  de  las  clases  distinguidas  y  docentes.  —  VI.  Rígida  observancia  de 
las  formas  parlamentarias.  —  VII.  Selecta  composición  de  la  legislatura. 
—  VIII.  Razones  que  aduce  Rozas  para  solicitar  reconsideración  de  esa  ley 
en  Sala  isleña,  y  que  la  misma  sea  sometida  al  plebiscito.  —  IX.  Singula- 
ridad de  esta  creación  de  gobierno  fuerte.  —  X.  El  plebiscito  ratifica  el 
voto  de  la  legislatura:  oj)inión  de  Sarmiento.  —  XI.  Reapertura  de  la 
discusión.  —  XII.  Recepción  de  Rozas:  su  programa  de  gobierno.  —  XIII. 
La  suma  del  poder  de  que  se  apodera  Augusto  y  la  que  la  ley  acuerda  á 
Rozas.  —  XIV.  La  sociedad  hace  el  apoteosis  del  gobierno  fuerte.  —  XV. 
Las  guardias  de  honor  y  las  suscripciones  de  los  hacendados  y  comer- 
ciantes.—  XVI.  El  carro  triunfal  y  las  solemnidades  teatrales.  —  XVII.  La 
consagración  religiosa  del  gobierno  fuerte :  los  tedeum  en  las  iglesias.  — 
XVIII.  Origen  de  la  mazorca:  las  manifestaciones  en  la  campaña.  —  XIX. 
Las  medidas  de  Rozas  para  afianzar  la  federación:  carácter  esencialmente 
nacional  que  la  asigna.  —  XX.  Abolición  de  la  pena  de  confiscación:  primer 
tratado  sobre  abolición  de  tráfico  de  esclavos  :  reformas  en  la  instrucción 
universitaria  y  educación  común.  —  XXI.  La  hacienda  pública:  responsa- 
bilidades :  control :  facilidades  al  comercio  interior  y  exterior.  —  XXII. 
Fundación  del  Banco  de  la  Provincia.  —  XXIII.  Error  en  atribuir  esta 
fundación  al  doctor  Vélez  Sarsfield.  —  XXIV.  Restablecimiento  de  la  Com- 
pañia  de  Jesús.  —  XXV.  Las  provincias  invisten  á  Rozas  con  el  poder 
ejecutivo  nacional:  el  heclio  orgánico  de  la  Confederación  Argentina.  — 
XXVI.  El  programa  de  la  reacción  unitaria  dado  por  el  general  Lavalle : 
motivos  para  convulsionar  Entre  Ríos:  instrucciones  sobre  la  vida  y  la 
propiedad  de  los  federales :  reglas  para  legalizar  el  movimiento.  —  XXVII. 
Carácter  de  la  luclia  que  se  inicia. 


El  asesinato  del  general  Quiroga  produjo  sensación 
estupenda  en  Buenos  Aires.  Quiroga  era  el  nervio  de 
la  federación  en  el  interior.  Muerios  él  y  Latorre,  el 
norte  quedaba  librado  á  las  vacilaciones   sospechosas  de 


—  254  — 

Heredia  ó  ala  indolencia  acomodaticia  de  Ibarra;  y  en 
Cuyo  y  el  interior  no  primaba  una  influencia  como  para 
sobreponerse  á  la  reacción  que  trabajaba  el  partido  uni- 
tario con  un  tesón  que  nunca  desmintió.  El  litoral  era, 
como  queda  dicho,  un  foco  de  conspiración.  Se  conspi- 
raba en  Buenos  Aires,  Entre  Ríos,  Santa  Fe  y  Corrientes 
de  acuerdo  con  los  unitarios  emigrados  en  el  Estado 
Oriental.  Cumplíanse,  pues,  al  pie  de  la  letra  las  reve- 
laciones que  hicieran  el  ministro  Moreno  y  el  general 
Ptuíz  Huidobro  acerca  del  plan  combinado  entre  el  go- 
bierno de  Montevideo,  los  unitarios  allí  residentes  y 
López,  Ciillen.  etcétera,  para  cambiar  la  situación  de 
Buenos  Aires,  quitando  del  medio  á  Rozas  y  á  los  hom- 
Itres  de  influencia  política  del  partido  federal. 

Los  hombres  del  gobierno  de  Buenos  Aires  estaban, 
pues,  amenazados  de  la  suerte  que  á  Quiroga  cupo;  y 
como  tenían  la  evidencia  de  que  López  no  era  ajeno  al 
tal  plan,  obligáronlo  á  que  definiese  su  posición  en  esa 
emergencia  peligrosa,  haciéndole  entender  que  de  no 
hacerlo  satisfactoriamente  le  demandarían  los  compro- 
misos del  pacto  de  1831  y  cortarían  sus  relaciones  con 
él.  López  cuyo  influjo  comenzaba  á  decaer  entre  los 
federales  de  su  provincia  y  de  la  de  Entre  Ríos,  y  que 
quizás  dudaba  de  que  quienes  querían  atraérselo  rom- 
perían lanzas  por  defenderlo  en  el  caso  de  ser  atacado 
por  Buenos  Aires,  se  resolvió  á  desatender  las  instiga- 
ciones de  su  ministro  Cúllen  y  á  volver  sobre  las  pro- 
mesas que  por  intermedio  de  éste  hiciera  á  los  promotores 
de  la  reacción,  de  encabezarla  él  en  Santa  Fe,  Entre  Ríos 
y  Córdoba.  Por  esto  es  que  el  general  Lavalle  prosi- 
guiendo estos  mismos  trabajos,  le  escribía  poco  después 
al  coronel  Chilavert,  al  darle  instrucciones  para  convul- 
sionar el  Entre  Ríos: « Estoy  impuesto  de  todo,  y  á  la 
verdad  que  si  se  ha  de  hacer  algo  no  queda  otro  camino 


—  255  — 

que  el  presente  después  de  haberse  frustrado  las  esperan- 
zas que  López  había  hecho   ronrebir.)'»  (M 

Y  aprovecliaiido  los  momentos,  los  federales  de  Bue- 
nos Aires  se  propusieron  defenderse  de  la  reacción 
sangrienta  encomendando  á  un  gobierno  fuerte  la  tarea 
de  conjurar  los  peligros  que  los  amenazaban  en  cabeza 
de  los  jefes  que  se  dieron  después  del  fusilamiento  de 
Borrego.  El  encargado  provisoriamente  del  poder  ejecu- 
tivo, al  comunicar  el  asesinato  de  Quiroga  y  la  reiterada 
renuncia  de  Rozas  de  la  comandancia  general  de  cam- 
paña, manifestó  á  la  legislatura  que  la  Provincia  pa- 
saba por  difícil  y  peligrosa  crisis,  y  la  encareció  los 
medios  conducentes  á  conjurar  la  borrasca  que  se 
dejaba  sentir  en  la  República  y  que  produciría  mayores 
estragos  en  Buenos  Aires.  «  Las  sangrientas  escenas  de 
Salta,  añadía,  y  la  que  acababa  de  suceder  en  los  cam- 
pos de  Córdoba  arrebatándole  cá  la  patria  una  de  las  me- 
jores columnas  de  la  federación,  tienen  un  carácter  de 
agresión  general  que  nadie  puede  desconocer.  Por  otra 
parte,  predicciones  muy  anticipadas  que  con  conocimiento 
del  estado  general  del paíSy  \iMi  hecho  ciudadanos  benemé- 
ritos de  la  mayor  respetabilidad^  sobre  los  grandes  p)eli- 
gros  que  nos  amenazaban^  y  que  han  procurado  poner 
en  conocimiento  de  los  señores  representantes  junta- 
mente con  la  serie  de  sucesos  posteriores  aciagos,  que 
tienden  por  su  naturaleza  á  desquiciar  los  funda- 
mentos del  orden  social,  prueban  de  un  modo  evidente 
que  esta  agresión  es  obra  de  las  intrigas  y  maniobras 
de  esa  facción  llamada  unitaria  que  todo  lo  trastorna, 
prevalida  de  la  lentitud  de  las  formas  y  de  las  garan- 
tías que  hacen  la  delicia  de  toda  sociedad  cuando  se  logra 


( 1)  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  (Papeles  del  Chilavert.) 


—  256  — 

establecer  iiii  orden  fijo,  pero  que  sólo  sirven  de  escudo 
á  toda  clase  de  crímenes  cuando  los  pueblos  se  bailan 
plagados  de  facciosos  y  conspiradores  que  hacen  alarde 
de  su  inmoralidad. »  El  gobernador  interino  concluía 
pidiendo  á  la  legislatura  que  dictara  sin  la  menor  de- 
mora el  remedio  eficaz  para  tan  críticas  y  apuradas  cir- 
cunstancias en  las  que  no  podía  continuar  al  frente  de 
los  negocios  públicos. 

Bajo  la  impresión  de  estas  mismas  ideas  la  legisla- 
tura se  declaró  en  sesión  permanente  el  6  de  marzo 
de  1835  para  discutir  dos  proyectos,  uno  por  el  cual 
se  admitía  la  devolución  que  del  poder  ejecutivo  hacía 
el  doctor  Maza,  y  se  nombraba  en  su  reemplazo  al  gene- 
ral Juan  Manuel  de  Rozas;  y  el  otro  por  el  cual  se 
depositaba  en  éste  la  suma  del  poder  público,  sin  más 
restricciones  que  las  de  conservar  y  proteger  la  religión 
católica  y  la  de  sostener  la  causa  nacional  de  la  fe 
de  ración  que  habían  proclamado  los  pueblos  de  la  Re- 
pública.  (') 

Debo  detenerme  un  instante  en  esa  discusión  memo- 
rable que  dio  por  resultado  la  erección  de  un  gobierno 
fuerte  por  el  ministerio  de  la  ley,  por  los  auspicios  de 
la  verdadera  opinión  pública,  y  en  nombre  del  derecho 
de  la  mayoría  clara  é  indubitablemente  manifestada: 
del  gobierno  que,  á  tales  títulos,  se  mantuvo  diez  y 
siete  años  á  pesar  de  la  propaganda  y  de  la  reacción 
armada  de  sus  enemigos  interiores;  y  que  al  mismo 
tiempo  que  luchaba  contra  éstos,  contuvo  á  Chile,  al 
Brasil,  Paraguay  y  Bolivia,  y  luchó  contra  el  poder 
combinado  de  la  Inglaterra  y  de  la  Francia  en  sostén 
de  los  derechos  y  de  la  integridad  de  hi  Confederación 


( '  )  Liarlo  de  sesiones  de  1835:  sesiones  del  G  y  7  de  marzo. 


—  o: 


Argentina,  fundando  con  este  nombre  la  comunidad  polí- 
tica que  se  sancionó  constitucionalmente  en  1853  y  1860. 

Lo  que  en  primer  término  llama  la  atención  y  da 
una  idea  del  espíritu  dominante  de  esa  época,  es  el 
fervor  y  la  decisión  con  que  los  hombres  distinguidos 
por  su  posición,  sus  familias,  sus  talentos  y  sus  ser- 
vicios prestados  al  país,  se  desprenden  en  1835  de  la 
autoridad  que  representan,  é  invisten  con  ésta  y  con 
la  suma  de  la  que  reside  originariamente  en  la  sociedad, 
al  jefe  del  partido  federal,  convirtiendo  el  gobierno  del 
Estado  en  un  monstruo  político  que  reasume  en  sí  los 
derechos  individuales  y  colectivos ;  sin  pensar  que  éste 
constituye  un  peligro  mucho  mayor  que  aquellos  de 
los  que  se  sienten  amenazados  de  parte  de  sus  enemi- 
gos políticos,  y  sin  reservarse  ni  siquiera  el  derecho  de 
demandar  esa  autoridad  que  así  la  consagran  solemne- 
mente, de  acuerdo  con  los  principios  legales  y  políticos 
que  rigen  la  sociedad. 

El  hecho  es  inaudito  y  monstruoso,  pero  va  revesti- 
do de  todas  las  exterioridades  de  la  ley  que  lo  cría. 
Legisladores,  magistrados,  corporaciones,  pueblo,  todos 
lo  discuten  libre  y  detenidamente;  lo  aceptan  en  nom- 
bre de  la  salud  del  Estado;  le  imprimen  con  su  voto 
el  sello  de  la  legalidad  inequívoca,  y  se  someten  á  él 
con  tal  que  él  someta  á  los  enemigos  que  golpean  á  la 
puerta  en  busca  de  lo  que  les  pertenece  también,  y  de 
lo  que  quieren  gozar  exclusivamente,  porque  tampoco 
admiten  transacción  en  la  contienda  en  la  que  unos  y 
otros  hacen  víctima  á  la  patria  común.  Todas  las 
formas  parlamentarias  y  políticas  se  observan :  todas 
las  opiniones  se  cuentan;  y  cuando  el  jefe  del  partido 
federal  se  determina  á  reasumir  en  sus  manos  el  ser 
político  y  el  ser  social  de  la  comunidad  á  que  pertene- 
ce, ésta  lo  rodea    como    un    solo  hombre,  le  otorga  la 


17 


ovación  y  el  apoteosis  y  renuncia  á  lodo  menos  á  des- 
truir sus  enemigos,  los  cuales  se  preparan  á  hacer 
otro  tanto.  ¡Qué  época!  1835  estrecha  su  mano  lívi- 
da y  convulsiva  á  1820.  Es  la  tremenda  crisis  que 
sigue  su  desarrollo  progresivo  al  impulso  de  las  fuer- 
zas que  se  chocan  en  el  camino  de  las  aspiraciones 
encontradas.  Ella  vuelve  á  acentuarse  tan  tremenda 
como  antes;  y  en  vez  de  la  esperanza  en  una  solución 
que  la  resuelva,  sólo  se  ve  una  línea  sangrienta,  sím- 
bolo del  duelo  á  muerte  á  que  se  retan  los  dos  par- 
tidos que  se  disputan   su  iníluencia  en  la  República. 

Y  no  se  crea  que  la  legislatura  que  consagró  legal- 
mente  la  aspiración  general  de  investir  al  general  Rozas 
con  la  suma  del  poder  público,  se  componía  de  hom- 
bres llevados  allí  con  ese  objeto,  y  que  carecían  de 
espectabilidad  y  de  méritos  en  la  sociedad.  No;  en  la 
legislatura  de  1835,  figuraban  Arana,  Escalada,  Lozano, 
Pereda,  Hernández.  Piñeyro,  Terrero,  Villegas,  Arriaga, 
Anchorena,  Trápani,  ligados  á  las  familias  más  antiguas 
y  mejor  colocadas  de  Buenos  Aires  y  que  representaban 
el  alto  comercio  y  la  alta  industria;  García  Valdez,  In- 
siarte.  Pórtela,  García,  Sáenz  Peña,  Fuentes,  Senillosa, 
Wright,  los  canónigos  Seguróla  y  Terrero,  que  se  dis- 
tinguían en  el  clero,  la  medicina,  la  ciencia  y  el  foro; 
Medrano  (don  Pedro),  Obligado  y  Vidal  que  habían 
formado  parte  de  los  congresos  y  asambleas  constitu- 
yentes anteriores;  Mansilla,  Pinto,  Pacheco,  Argerich, 
Rolón,  que  pertenecieron  á  los  ejércitos  de  la  Indepen- 
dencia. Todos,  con  muy  pocas  excepciones,  estaban  de 
acuerdo  en  la  necesidad  de  investir  á  Rozas  con  la  suma 
del  poder  público.  Una  comisión  compuesta  de  los  seño- 
res Terrero,,  Pacheco,  Lozano  y  Trápani  le  presentó  á  Rozas 
la  nota  en  que  se  le  comunicaba  su  nombramiento  en 
los    términos    enunciados.     Rozas  solicitó  de  la  legisla- 


—  259  — 

tura  algunos  días  para  contestar  sobre  su  aceptación  ó 
renuncia. 

Con  fecha  IG  de  marzo  Rozas  dirigió  á  la  legisla- 
tura una  nota  cuya  simple  lectura  indica,  ó  el  temor  real 
de  fracasar  en  la  obra  que  se  le  encomienda,  por  falta 
de  apoyo  suficiente,  y  á  pesar  de  las  facultades  omní- 
modas que  se  le  confieren  y  de  las  que  usó  anterior- 
mente; ó  el  deseo  de  legalizar  á  todas  luces  su  inves- 
tidura, y  de  mostrar  á  sus  adversarios  que  ella  era  obra 
del  sufragio  indubitable  de  la  gran  mayoría  de  sus  conciu- 
dadanos. Resumiendo  los  motivos  que  señalaba  la  repre- 
sentación de  la  Provincia  para  fundar  la  necesidad  de 
la  ley  de  7  de  marzo.  Rozas  decía  que  en  presencia  de 
ellos  parecía  que  estarían  de  acuerdo  con  los  medios 
adoptados  para  salvar  á  la  patria  de  los  peligros  que  la 
amenazaban;  pero  que  no  sucedía  así.  Que  en  el  seno 
de  la  legislatura  y  fuera  de  ella  existían  personas  de. 
influencia  por  sus  talentos  y  posición  social,  cuya  coope- 
ración era  sobremanera  importante  al  gobierno,  los  cuales 
consideraban  no  sólo  innecesario  sino  también  perjudi- 
cial el  investirlo  á  él  con  la  suma  del  poder  público.  Que 
en  esta  emergencia  el  poder  que  se  le  confiaba  quedaba 
debilitado  y  él  expuesto  á  fracasar  en  lo  más  crítico  de 
su  carrera;  y  que  para  que  la  ley  de  7  de  marzo  pudiera  apli- 
carse eficazmente  en  las  circunstancias  extraordinarias  en 
que  se  hallaba  el  país,  se  hacía  necesario  ensanchar  é 
ilustrar  la  opinión  en  favor  de  ella,  y  hacerla  aparecer 
con  tal  autenticidad,  que  jamás  pudiera  ponerse  en  duda. 
«En  esta  virtud,  concluía  Rozas,  el  infrascripto  ruega  á 
los  señores  representantes  que  para  poder  deliberar  sobre 
la  admisión  ó  renuncia  del  elevado  cargo  y  de  la  extraor- 
dinaria confianza  con  que  se  han  dignado  honrarlo,  ten- 
gan á  bien  reconsiderar  en  sala  plena  tan  delicado  negocio, 
y  acordar  el  medio  que  juzguen  más  adaptable  para  que 


—  260  — 

todos  y  cada  uno  de  los  ciudadanos  de  esta  ciudad,  de 
cualquiera  clase  y  condición  (¡ue  sean,  expresen  su  voto 
precisa  y  categóricamente  sobre  el  jmrticular,  quedando 
éste  consignado  de  modo  que  en  todos  tiempos  y  circuns- 
tancias se  pueda  hacer  constar  el  libre  pronunciamiento 
de  la  opinión  general. »  (\) 

Esta  reconsideración  en  sala  plena,  este  plebiscito 
requerido  á  un  pueblo  de  donde  habían  salido  las  ideas 
y  las  legiones  que  dieron  libertad  é  independencia  á 
la  mitad  de  Sur-América,  para  que  se  pronunciara  acerca 
de  si  debía  ó  no  librar  sus  derechos,  garantías  y  liber- 
tades á  manos  de  un  hombre  investido  con  toda  la 
suma  del  poder  público,  es  también  un  antecedente  sin- 
gularísimo en  la  historia  de  los  gobiernos  fuertes  del 
mundo.  Muchos  de  éstos  se  han  entronizado  al  favor 
del  despotismo ;  otros  deben  su  origen  al  triunfo  de  las 
armas;  y  no  pocos  á  la  elaboracicjn  lenta  de  elementos 
siniestros  que  conspiraban  contra  la  opinión  pública. 
Pero  no  sé  de  ninguno  de  ellos  que  se  haya  iniciado 
como  se  inició  el  de  1835  en  Buenos  Aires,  por  los 
auspicios  de  la  verdadera  opinión  pública;  del  elemento 
dirigente  y  acomodado,  como  de  la  masa  de  la  población 
entusiasta  y  decidida  por  Rozas;  de  los  poderes  públi- 
cos y  de  las  corporaciones  de  una  sociedad  que  por  su 
cultura,  por  sus  medios  para  radicar  las  instituciones 
libres  que  había  ensayado  bajo  felices  auspicios,  y  por 
sus  recursos  propios,  no  tenía  rival  en  ninguna  otra  de 
Sur-América. 

Y  el  plebiscito  ratificó  una  vez  más  el  pronuncia- 
miento casi  unánime  de  la  opinión  en  favor  de  Rozas. 
La  legislatura  señaló  los  días  2G,  27  y  28  de  marzo  para 


(')    Véase  Diario  de  sesiones,  núm.  506,  sesión  del  18  de  marzo. 


—  261  — 

que  los  ciudadanos  acudieran  á  los  comicios  parroquia- 
les y  se  pronunciasen  en  favor  ó  en  contra  de  la  ley 
de  7  del  mismo  mes;  hecho  lo  cual  se  verificaría  el 
escrutinio  general  con  las  mismas  formalidade_s  estable- 
cidas para  la  elección  de  representantes,  f  M  De  los 
registros  que  fueron  elevados  á  la  legislatura,  resultó 
que  sobre  9.320  ciudadanos  (que  componían  el  máxi- 
mum de  los  electores  en  Buenos  Aires)  que  sufragaron, 
sólo  los  ciudadanos  Jacinto  Rodríguez  Peña,  Juan  José 
Bosch,  Juan  B.  Escobar,  general  Gervasio  Espinosa,  co- 
ronel Antonio  Agnirre,  deán  Zavaleta,  Pedro  Castellote 
y  Ramón  Romero  se  pronunciaron  en  contra  de  la  pre- 
citada ley.  «¿Sería  acaso  que  los  disidentes  no  votaron?» 
se  pregunta  Sarmiento  cuyo  testimonio  no  puede  ser 
sospechoso.  Nada  de  eso.  No  se  tiene  aún  noticia  de 
ciudadano  alguno  que  no  fuese  á  votar.  Debo  decirlo 
en  obsequio  de  la  verdad  histórica:  nunca  hubo  go- 
bierno más  popular,  más  deseado,  ni  más  bien  soste- 
nido por  la  opinión...»   {- ) 

En  seguida  la  legislatura  reabrió  la  discusión  sobre 
la  ley  de  7  de  marzo.  El  diputado  Anchorena  se  opuso 
á  ella  valientemente,  bien  que  en  términos  favorables 
á  la  persona  del  general  Rozas;  y  el  diputado  Senillosa 
formuló  por  escrito  su  voto  en  contra  de  ella  por  lo 
que  se  refería  á  investir  á  Rozas  con  la  suma  del  po- 
der público.  (^)  Sobre  cuarenta  diputados  que  compo- 
nían la  legislatura,  treinta  y  seis  reprodujeron  su  voto 
en  favor  de  esa  ley.  La  legislatura,  al  comunicar  al 
general  Rozas  este  resultado  y  el  del  plebiscito,  agre- 
gando que  «  no   se  había  consultado  la  opinión  de  los 


(1)  Véase  Registro  Oficial   1835,  núm.  3,    pág.  46. 

(2)  Facundo,  pág.  171,  edic.  1874. 

(3)  Véase   Diario  de   sesiones,    1835.    núm.  509,  sesión  del  1°  de 
abril. 


—  262  — 

liabitaiites  de  la  campaña,  porque  actos  muy  repetidos 
y  testimonios  muy  inequívocos  han  puesto  de  mani- 
fiesto que  allí  es  universal  el  sentimiento  que  anima  á 
los  porteños  en  general »,  le  ordenó  que  se  presentara 
en  la  sala  de  sesiones  á  prestar  el  juramento  de  ley 
para  recibirse  de  gobernador  y  capitán  general  de  la 
Provincia. 

Rozas  se  recibió  del  mando  el  13  de  abril ;  y  con 
este  motivo  manifestó  en  una  proclama  cuáles  eran 
los  propósitos  de  su  gobierno.  Lógico  con  las  aspiracio- 
nes del  partido  que  lo  exaltaba.  Rozas  creyó  deber  ser- 
virlas con  todo  el  lleno  de  facultades  que  le  confería 
la  ley.  « Cuando  para  sacar  á  la  patria  del  profundo 
abismo  de  males  en  que  la  lloramos  sumergida,  decía 
Rozas  en  esa  ocasión,  he  admitido  la  investidura  de  un 
poder  sin  límites,  que  á  pesar  de  su  odiosidad  lo  he 
considerado  absolutamente  necesario  para  tamaña  em- 
presa, no  creáis  que  he  limitado  mis  esperanzas  á  mi 
escasa  capacidad,  ni  á  esa  extensión  de  poder  que  me 
da  la  ley  apoyada  en  vuestro  voto,  casi  unánime  en  la 
ciudad  y  campaña.  No;  mis  esperanzas  han  sido  libra- 
das á  una  especial  protección  del  cielo,  y  después  de 
ésta  á  vuestras  virtudes  y  patriotismo. » 

Reconocida  la  necesidad  del  poder  sin  límites,  he 
aquí  cómo  Rozas  interpreta  las  aspiraciones  de  su  par- 
tido, presentando  la  causa  del  mal  que  ese  partido  re- 
conoce y  el  remedio  para  combatirlo.  « Ninguno  de 
vosotros  ignora  que  una  facción  numerosa  de  hombres 
corrompidos,  haciendo  alarde  de  su  impiedad,  y  ponién- 
dose en  guerra  abierta  con  la  religión,  la  lionestidad  y  la 
buena  fe,  ha  introducido  por  todas  partes  el  desorden  y 
la  inmoralidad;  ha  desvirtuado  las  leyes,  hécholas  insufi- 
cientes para  nuestro  bienestar;  ha  generalizado  los 
crímenes  y  garantido  la  impunidad ;   ha  hecho  desapa- 


—  263  — 

recer  la  confianza  necesaria  en  las  relaciones  sociales 
y  obstruido  los  medios  honestos  de  adquisición;  en  una 
palabra,  lia  disuelto  la  sociedad  y  presentado  en  triunfo 
la  alevosía  y  la  perfidia.  La  experiencia  de  todos  los 
siglos  nos  enseña  que  el  remedio  de  estos  males  no 
puede  sugetarse  á  formas,  y  que  su  aplicación  debe  ser 
pro7ita  y  expedita.))  La  proclama  se  cierra  con  estas  pala- 
bras que  no  dejan  duda  acerca  de  los  medios  que  se 
propone  poner  en  práctica  el  gobierno  de  acuerdo  con 
la  opinión  que  lo  levanta.  «Habitantes  todos  de  la  ciu- 
dad Y  campaña:  la  Divina  Providencia  nos  ha  puesto 
en  esta  terrible  situación  para  probar  nuestra  virtud  y 
constancia:  resolvámosnos^  pues,  á  combatir  con  denuedo 
á  esos  malvados  que  han  puesto  en  confusión  nuestra 
tierra:  persigamos  de  muerte  al  impío,  al  sacrilego,  al 
ladrón,  al  homicida,  y  sobre  todo,  al  pérfido  y  traidor, 
que  tenga  la  osadía  de  burlarse  de  nuestra  buena  fe.  (') 
Á  partir  de  este  momento  todas  las  relaciones  polí- 
ticas se  resumen  en  la  persona  del  gobernador.  La  ley 
lo  ha  armado  de  un  poder  sin  límites  y  de  cuyo  ejer- 
cicio no  tiene  que  dar  cuenta,  para  que  el  gobierno  sea 
en  sus  manos  una  máquina  que  él  solo  pueda  mover 
en  razón  de  las  conveniencias  y  de  los  intereses  del 
partido  predominante.  Octavio  Augusto  concentró  en  su 
persona  todo  el  gobierno  de  la  República  Romana,  supri- 
miendo el  pueblo,  formando  un  senado  dócil,  siendo  á 
la  vez  cónsul  y  pontífice  para  reglar  las  acciones  y  las 
creencias;  revestido  del  poder  tribunicio  que  lo  consti- 
tuía inviolable  y  sagrado;  censor,  bajo  el  título  de  pre- 
fecto de  las  costumbres,  lo  que  le  permitía  controlar  la 
conducta  de  los  particulares  é  inmiscuirse  en  los  nego- 


( * )    Véase  La  Gaceta  Mei^cantil  del  14  de  abril  de  1835. 


—  204  — 

cios  de  la  vida  íntima  de  éstos.  Pero  él  negó  siempre 
liaberse  apoderado  de  la  suma  del  ])oder  público,  decla- 
rando en  la  famosa  inscripción  de  Ancyrus  que  ao  ha- 
bía querido  aceptar  el  poder  absoluto;  y  que  aunque 
la  dignidad  de  la  magistratura  que  investía  lo  colocaba 
encima  de  los  otros,  él  no  se  había  atribuido  un  poder 
mayor  que  el  que  había  dejado  á  sus  colegas.  Con  Rozas 
sucede  todo  lo  contrario.  Rozas  no  se  prevalece,  como 
Octavio,  de  la  lucha  que  mantienen  los  partidos,  para 
asaltar  el  gobierno  é  ir  acaparando  poco  á  poco  todas 
las  magistraturas.  Es  la  más  alta  autoridad  del  Estado 
la  que  lo  inviste  con  ese  poder  sin  límites,  que  ratifican 
de  un  modo  inequívoco  lo  opinión  ilustrada  y  conven- 
cida de  la  ciudad,  como  la  opinión  entusiasta  y  decidida 
de  las  campañas,  todas  las  autoridades,  la  iglesia,  los 
centros  sociales,  el  comercio  y  los  extranjeros.  Rozas  no 
puede  ocultar,  pues,  el  poder  absoluto  que  va  á  desem- 
peñar. Lo  acepta  con  todas  sus  consecuencias,  y  hasta 
proclama  francamente  la  necesidad  que  hay 'de  no  dete- 
nerse en  formas  para  vencer  á  los  enemigos  del  partido 
que  lo  levanta  como  á  su  representante  más  genuino. 
Lo  único  de  común  que  hay  entre  esos  dos  poderes  abso- 
lutos, es  que  Octavio  explota  en  su  provecho  las  viejas 
tradiciones  de  la  República,  levantando  sobre  ellas  la 
túnica  ensangrentada  de  César  para  llamar  el  senti- 
miento del  pueblo  y  de  los  legionarios;  y  que  Rozas 
presenta  el  sudario  de  Borrego  como  causa  justificativa 
de  la  política  de  represión  que  se  propone  adoptar  en 
razón  de  las  aspiraciones  de  su  partido. 

Conviene  tener  muy  presente  todos  estos  anteceden- 
tes para  explicarse  los  sucesos  que  se  siguen.  Desde 
luego,  la  sociedad  representada  en  todas  sus  clases, 
celebra  el  apoteosis  del  gobierno  fuerte  que  acaba  de 
crear.  Las  demostraciones   de  adhesión  á  la  persona  de 


—  265  — 

Rozas,  y  de  regocijo  por  el  triunfo  del  partido  federal, 
se  suceden  las  unas  á  las  otras.  Las  damas  y  el  ejér- 
cito, la  iglesia  y  el  comercio,  los  ciudadanos  más  espec- 
tables y  los  militares  de  la  Independencia,  como  el  pueblo 
de  la  ciudad  y  campaña,  hacen  acto  de  presencia  en 
esas  manifestaciones  estupendas,  únicas  en  la  historia 
argentina.  Éstas  comienzan  por  una  serie  de  guardias 
de  honor  que  no  tienen  otro  precedente  que  el  entusiasmo 
y  la  espontaneidad   que  las  inspira. 

El  general  Rolón  al  frente  de  doscientos  ciudadanos 
de  la  Sociedad  Popular  Restauradora.,  de  que  hablaré 
después,  y  de  muchos  oficiales  y  soldados,  monta  la 
primera  guardia  de  honor.  Al  día  siguiente  es  el  ge- 
neral Pacheco,  el  capitán  de  Maipú,  al  frente  de  todos  los 
jefes  y  oficiales  del  ejército  expedicionario  al  desierto  en 
1833.  En  seguida  es  el  general  Pinedo,  al  frente  de  los- 
jefes  de  milicias,  de  viejos  militares  y  de  ciudadanos 
conocidos.  En  pos  de  éstos  viene  la  del  comercio  al  mando 
del  prior  del  Consulado  don  Joaquín  de  Rezabal,  quien  á 
nombre  de  los  negociantes  nacionales  y  extranjeros,  entre- 
ga al  gobierno  una  fuerte  suma  para  que  sea  empleada  en 
socorrer  á  las  viudas  y  familias  de  los  que  habían  hecho 
la  expedición  al  desierto,  y  á  los  cautivos  rescatados,  como 
se  hizo  en  efecto.  Los  hacendados  y  labradores  de  la 
Provincia  presididos  por  ciudadanos  espectables  como 
don  Mariano  Fernández,  Isidoro  Peralta,  Pedro  José 
Vela,  Felipe  Senillosa,  Celestino  Vidal,  Juan  José  Obli- 
gado, Roque  Sáenz  Peña,  Simón  Pereira,  Julián  Salomón, 
Juan  Bautista  Peña,  Francisco  Sáenz  Valiente,  Manuel 
José  de  Guerrico  y  otros,  organizan  también  una  guardia 
de  honor,  la  cual  debía  vestir  «  chaqueta  y  pantalón  azul, 
corbata  negra,  chaleco  y  penacho  punzó,  sombrero  re- 
dondo y  la  divisa  de  la  federación  con  la  siguiente  ins- 
cripción :  «  Federación  ó  muerte.  Vivan  los  Federales!  Mué- 


—  266  — 

rail  los  Uniíaiños!)y  Y  después  de  recorrer  Ui  ciudad  entre 
vítores  á  Rozas,  llegaron  á  la  fortaleza,  como  lo  habían 
hecho  las  guardias  anteriores,  y  allí  depositaron  el  im- 
porte de  la  suscripción  levantada  entre  ese  gremio  para 
ayudar  á  las  necesidades  de  la  administración.  C) 

Y  para  que  la  ovación  á  Rozas  asuma  las  propor- 
ciones del  verdadero  apoteosis,  los  ciudadanos  acomo- 
dados y  mejor  colocados  en  la  sociedad,  y  sus  madres, 
esposas  é  hijos,  arrastran  por  las  calles  el  carro  triunfal 
con  el  gran  retrato  de  Rozas  al  frente,  dándole  á  esta 
odiosa  manifestación  de  servilismo  una  solemnidad  y 
un  aspecto  tales  que  dejan  ver  muy  á  las  claras  cuáles 
son  las  corrientes  en  que  entra  el  pueblo  que  acaba  de 
depositar  sus  derechos  en  las  manos  de  un  hombre,  en 
odio  á  un  partido  político.  De  las  calles  se  llevan  las 
solemnidades  al  teatro.  Los  viejos  militares,  los  altos 
funcionarios  públicos  suben  á  la  escena  para  represen- 
tar en  honor  de  Rozas  la  tragedia  Bruto  ó  Roma  libre; 
y  en  esta  función  resuena  entre  explosiones  de  entu- 
siasmo la  lira  de  Rivera  Indarte,  quien,  antes  de  caer 
«n  desgracia  y  volverse  enemigo  del  Dictador,  enar- 
dece las  pasiones  así: 

((Esa  liorda  de  infames  (^ )  ¿qué  quiere? 
sangre  y  luto  pretende,   ¡qué  liorror! 
empañar  nuestras  nobles  hazañas 
y  cubrirnos  de  eterno  baldón ! 

Ah!  cobardes,  temblad:  es  en  vano 
agotéis  vuestra  saña  y  rencor 
que  el  Gran  Rozas  preside  á  su  pueblo 
y  el  destino  obedece  á  su  voz.»  (^) 


(M  Véase  La  Gaceta  Merca?it¿l  del  18  de  julio  de  18o5,  en  la  que 
se  hace  notar  entre  otras  curiosidades  (|ue  itodos  los  miembros  de 
esa  guardia  de  honor  ((llevaban  bigotes  naturales  unos  y  postizos 
otros». 

(^)    Los  unitarios. 

(^)    Himno  de  los  restauradores:  circuló  en  hoja  suelta. 


—  267  — 

Á  estas  repetidas  manifestaciones  se  sigue  la  consa- 
gración religiosa  del  gobierno  fuerte.  Rozas  ha  prome- 
tido favorecer  la  iglesia  católica;  y  los  más  altos  dig- 
natarios de  esta  iglesia  se  apresuran  á  solemnizar  con 
pomposas  acciones  de  gracias  al  Altísimo  la  elevación  de 
Rozas.  El  obispo  diocesano  pontifica  en  esas  acciones 
de  gracia  que  arrastran  á  las  multitudes  creyentes  y  fa- 
náticas por  la  federación.  En  todas  las  iglesias  se  ostenta 
el  retrato  de  Rozas;  y  los  párrocos  se  disputan  el  mayor 
esplendor  de  las  funciones.  En  la  Piedad,  Balvanera  y 
Monserrat,  la  suma  del  poder  público  en  manos  de  Rozas 
se  solemniza  con  pompa  inusitada,  y  el  obispo  como  los 
ciudadanos  más  influyentes  y  conocidos,  exhortan  á  la 
grey  católica  y  federal  á  que  permanezca  ñel  y  decidida 
al  nuevo  gobernante.  (')  Otro  tanto  sucede  en  las  parro- 
quias de  San  Nicolás  y  San  Miguel.  El  obispo  pontifica 
allí:  el  retrato  de  Rozas  se  encuentra  en  los  templos  y 
al  frente  de  las  casas  de  los  ciudadanos  más  conocidos; 
y  el  pueblo  recorre  las  calles  por  bajo  de  arcos  triun- 
fales y  tapicerías  donde  se  destacan  los  colores  de 
la  federación.  (^)  La  función  de  la  iglesia  y  vecin- 
dario de  la  Concepción  en  nada  desmerece  de  las  ante- 
riores porque  es  organizada  por  el  cura  Farragut  y  los 
señores  Saturnino  Perdriel,  Luciano  Montes  de  Oca, 
Marcos  Acosta,  Pintos,  Herrera,  etcétera,  federales  de 
notoriedad.  El  obispo  pontifica  ahí  también;  el  retrato 
de  Rozas  hace  acto  de  presencia;  y  el  cura  Farragut  ter- 
mina su  arenga  á  Rozas  con  esta  décima: 

((El    cura  de  esta  parroquia 
con  toda  su  clerecía, 


(M  Véase  La  Gacela  Mercantil  del  5  de  mayo  y  del  1°  de  junio  de 
1835,  donde  se  encuentra  la  relación  detallada  de  esas  festividades. 
(^)    Véase  La  Gaceta  Mer'ca^itil  del  16  de  julio  de  1835. 


—  'J(iS  — 

en  ser  lederal  i)oi'l'ía 
y  en  esto  tiene  su  gloria. 
Hoy  renueva  su  memoria 
y  en  presencia  del  Señor 
da  un  testimonio  de  amor, 
pidiéndole  con  fe  viva 
le  conceda  larj^a  vida 
al  señor  goliernadnr.»  ( ' ) 

Pero  ninguna  manifestación  supera  á  la  del  vecin- 
dario é  iglesia  de  la  Merced.  Al  tedeum  asisten  Rozas, 
las  corporaciones  y  un  pueblo  inmenso.  Las  calles 
están  adornadas  con  arcos  triunfales,  banderas  colora- 
das^ pirámides  é  inscripciones  alusivas  al  acto  que  se 
solemniza.  Frente  al  templo  y  en  medio  de  columnas 
con  dísticos  federales,  se  levanta  la  estatua  del  Ilus- 
tre Restaurador  de  las  Leyes,  como  se  designa  á 
Rozas.  En  la  esquina  de  las  calles  hoy  de  Cuyo  y 
Reconquista  se  levanta  una  otra  pirámide  de  madera 
en  la  cual  se  lee: 

«  Al    héroe   Restaurador, 
al  vencedor  del  desierto, 
de  honor  y  gloria  cubierto 
Salud,  respeto  y  amor!...  )> 

El  frente  de  las  casas  de  los  vecinos  más  acaudala- 
dos y  conocidos  de  la  parroquia  está  vistosamente  de- 
corado con  tapicerías  y  banderas  punzóes ;  y  los  arcos 
triunfales  se  levantan  de  distancia  en  distancia,  dis- 
tinguiéndose entre  otros  los  costeados  por  las  familias 
de  Azcuénaga,  García  Ziíñiga,  Anchorena,  Martínez  (La- 
dislao), Escalada,  Cernadas,  general  Soler,  Elía.  Llavallol, 
Peralta,  Irigoyen  y  otras.  En  el  frente  de  la  casa  del 
doctor  Fernando    M.    Cordero,   calle   Corrientes,  se  ven 


(M  Véase  la  crónica   en   La  Gaceta  Mercantil  del    10   de  junio 
de  1835. 


—  269  — 

varias  inscripciones  y  adornos  federales.  Entre  esas 
inscripciones  hay  una  en  verso  que  da  origen  al  nom- 
bre de  mazorqueros,  que  dieron  los  unitarios  á  los  fede- 
rales. Al  pie  de  un  cuadro  que  representaba  una  ma- 
zorca, se  lee  la  siguiente  composición  de  don  José 
Rivera  Indarte,  escrita  expresamente  para  ese  acto : 

«/  Viva  la  Mazorca ! 
Al   unitario  que  se   detenga  á    mirarla. 
Aqueste  marlo  que   miras 
de  rubia  chala  vestido 
en  los  infiernos  ha  hundido 
á  la  unitaria  facción; 
y  así  con  gran  devoción 
dirás  para  tu  coleto  : 
sálvame  de  aqueste  aprieto 
oh  Santa  Federación! 
Y  tendrás  cuidado  ■ 
al  tiempo  de  andar 
de  ver  si  este  santo 
te  va  por  detrás...!!!  »  ( ') 

Al  mismo  tiempo  que  en  la  ciudad,  se  suceden 
idénticas  manifestaciones  en  la  campaña  (' );  y  para  que 
no  quede  una  sola  reunión  de  habitantes  que  no  tome 
parte  en  ellas,  las  tribus  amigas  de  Tapalqué  y  de 
Salinas  hacen  grandes  fiestas  en  honor  de  Rozas,  presi- 
didas por  sus  caciques  mayores  Cachul  y  Catriel.  El 
primero  les  habla  así  á  sus  indios  con  ese  motivo: 
«Juan  Manuel  es  mi  amigo.  Yo  y  todos  mis  indios 
moriremos  por  él.  Mientras  viva  Juan  Manuel  todos 
seremos    felices.     Las    palabras    de    Juan  Manuel    son 


(•j  véase  La  Gaceta  Mercantil  áQ\   30  de  jumo  de  1835. 

(^)  En  La  Gaceta  Mercantil  áo.  los  meses  de  enero,  febrero  y 
marzo  de  1836  se  registran  las  actas  de  adhesión  á  \?i.  suma  del  poder 
público,  levantadas  en  cada  uno  de  los  pueblos  y  partidos  de  campa- 
ña; las  cuales  van  encabezadas  por  los  curas  y  firmadas  por  todos 
los  ciudadanos  hábiles,  y  digo  por  todos,  porque  la  acta  que  menos 
firmas  contiene  lleva  más  de  doscientas. 


—  270  — 

como  las  palabras  de  Dios:  todos  los  que  están  aquí 
pueden  atestiguar  que  lo  que  Juan  Manuel  nos  lia  dicho  y 
aconsejado,  ha  salido  exacto. »  Los  demás  caciques  se 
manifiestan  en  sentido  análogo;  y  Catriel  concluye  su 
arenga  jurando  y  haciendo  jurar  á  los  suyos  por  sus 
hijos  y  sus  esposas,  que  siempre  serán  amigos  de  los 
cristianos  y  que  morirán  antes  de  ser  infieles  á  su 
padre  Rozas. 

Rozas  organizó  su  ministerio  con  el  doctor  Felipe 
Arana  en  el  departamento  de  gobierno  y  relaciones  ex- 
teriores; don  José  María  Roxas  y  Patrón  en  el  de  ha- 
cienda, y  el  general  Pinedo  en  el  de  guerra  y  marina; 
y  sirvió  desde  luego  los  propósitos  en  cuyo  nombre  era 
elevado  al  gobierno.  Los  decretos  para  conjurar  la  reac- 
ción unitaria  y  afianzar  las  ideas  dominantes,  se  suce- 
den diariamente.  Un  decreto  separa  de  sus  cargos  á 
varios  funcionarios  públicos,  y  borra  de  la  lista  militar 
á  varios  jefes  «  por  no  ser  fielmente  adictos  á  la  causa 
nacional  de  la  federación  ».  (')  Otro  decreto  ordena  que  las 
notas  oficiales,  solicitudes  é  instrumentos  públicos  sean 
precedidos  del  lema  ».  Viva  la  federación  !  año  tal  de  la 
libertad,  tantos  de  la  independencia  y  tantos  de  la  Con- 
federación Argentina».  El  color  simbólico  de  la  fede- 
ración se  impone  como  regla  de  conducta  en  la  vida 
diaria;  y  las  corporaciones  y  todas  las  clases  sociales 
hacen  de  ello  verdadera  gala,  como  que  tal  signo  los 
distingue  de  sus  enemigos.  Así,  otro  decreto  resuelve 
una  consulta  de  la  Sociedad  de  damas  de  betiefirencia, 
mandando  que  las  niñas  huérfanas  vistan  esclavina 
punzó  y  lleven  un  moño  ídem  en  la  cabeza.  (-)  Á  la 
propuesta   que  hace  el  obispo    Medrano  del   presbítero 


(M  Véase  Registro  Oficial,  mes  de  abril  de  1835. 
(2)  Registro  Oficial,  1835. 


—  271  — 

don  Justo  Muñoz  para  cura  del  Socorro,  en  atención  á 
ser  éste  federal,  otro  decreto  provee  de  conformidad 
porque  el  nombrado  «  hará  valer  la  influencia  de  su  alto 
ministerio  en  sostén  de  la  causa  de  la  federación  ».  Y 
para  dar  mayor  trascendencia  á  la  idea  que  sirve  de 
base  al  gobierno,  otro  decreto  manda  que  los  precepto- 
res, empleados  y  niños  de  las  escuelas  usen  la  divisa 
federal  «  por  ser  ésta  una  señal  de  fidelidad  á  la  causa 
del  orden  y  del  bienestar  de  la  patria  bajo  el  sistema 
'político  que  constituye  un  vínculo  de  confraternidad  en- 
tre todos  los  argentinos;  y  por  estar  persuadido  el  go- 
bierno de  que  cuando  los  niños  desde  la  infancia  se 
acostumbran  á  la  observancia  de  las  leyes  de  su  país, 
éste  puede  contar  con  celosos  defensores  de  sus  dere- 
chos ;  como  de  que  deben  ser  educados  según  las  miras 
políticas  que  el  gobierno  se  proponga  en  beneficio  del 
Estado  ». 

Y  simultáneamente  con  esta  política  represiva  que 
encuadra  el  gobierno  en  el  límite  de  las  aspiraciones 
exclusivas  del  partido  vencedor.  Rozas  viene  en  ayuda 
de  grandes  intereses  de  la  sociedad,  extirpando  ciertos 
usos  y  leyes  de  épocas  de  atraso  y  de  barbarie ;  y 
marca  los  rumbos  que  caracterizarán  más  tarde  su  go- 
bierno. Considerando  que  « un  sentimiento  de  justicia 
induce  á  reprobar  la  pena  de  confiscación,  y  que  no  ha- 
biendo derogación  expresa  de  las  leyes  que  la  estable- 
cen, los  ciudadanos  están  expuestos  á  que  se  haga  valer 
la  existencia  de  éstas  para  satisfacer  odios  y  pretensio- 
nes innobles  »,  declara  abolida  la  confiscación  de  bienes 
sin  excepción  alguna.  Otro  decreto  encarga  al  ministro 
de  relaciones  exteriores  que  ajuste  con  el  de  S.  M.  B. 
una  convención  sobre  la  abolición  del  tráfico  de  escla- 
vos, y  poco  después  la  República  Argentina  es  la  pri- 
mera nación   que,  con   la   Gran   Bretaña,  incorpora    ese 


—  272  - 

tratado  entre  los  principios  más  hunianitarios  del  dere- 
cho internacional.  Por  otro  decreto  declara  que  no  ad- 
mitirá cónsul  de  nación  que  no  haya,  reconocido  la 
independencia  argentina.  Y  por  una  serie  de  disposiciones 
sucesivas  reorganiza  la  universidad,  reformando  el  plan 
de  estudios  facultativos ;  la  escuela  normal  y  las  de 
ciudad  y  campaña,  encomendándolas  á  la  vigilancia  de 
juntas  inspectoras,  compuestas  del  juez  de  paz,  del  cura 
y  de  tres  vecinos  honrados  del  distrito  con  arreglo  á 
las  instrucciones  generales. 

La  hacienda  pública  ocupa  preferentemente  la  atención 
del  gobierno.  Es  sabido  que  Rozas  declaró  ante  la  le- 
gislatura que  la  suma  del  poder  no  se  extendía  en  su 
sentir  á  las  responsabilidades  que  incumbían  por  la 
administración  de  los  dineros  públicos;  y  que  su  go- 
bierno es  de  los  más  rectos,  escrupulosos  y  honrados 
que  ha  tenido  la  República  Argentina.  En  tal  sentido 
Rozas  restableció  multitud  de  disposiciones  del  tiempo 
de  Rivadavia  y  de  García,  y  dictó  otras  tendentes  á  fa- 
cilitar los  propósitos  de  prudente  economía  que  lo  ani- 
maban. La  reorganización  de  la  contaduría  y  de  la 
tesorería  general,  y  las  responsabilidades  directas  de 
los  funcionarios  que  intervienen  en  esas  oficinas,  esta- 
blecen un  control  severo  en  la  administración.  Todos 
los  recaudadores  deben  remitir  semanalmente  los  dine- 
ros que  perciban  á  la  tesorería  general,  y  el  gobierno 
conoce  así  el  movimiento  diario  de  la  renta  general 
que  se  publica  por  lo  demás  en  todos  los  diarios.  La 
nueva  ley  de  aduana  estimula  el  comercio  marítimo  y 
el  de  las  provincias  del  interior,  porque  disminuye  el 
derecho  de  buques  de  cabotaje;  abóle  el  cuatro  por 
mil  que  pagaban  los  frutos  del  país  que  entraban  en 
Buenos  Aires  por  agua  ó  por  tierra;  reduce  el  valor  del 
papel  de  guías    de  quince    pesos  á  un  peso;  y  concede 


—  273  — 

el  trasbordo  á  algunos  frutos  del  país  que  no  tenían 
esta  ventaja.  Estas  y  otras  disposiciones  van  secundadas 
de  la  ilustrada  contracción  cine  dedica  el  ministro  Ro- 
xas  á  las  finanzas  de  la  Provincia,  en  cuyA  ayuda  viene 
el  empréstito  de  un  millón  y  cuatrocientos  mil  pesos 
que  voluntariamente  ofrecen  los  principales  capitalistas 
de  Buenos  Aires. 

Entre  las  más  importantes  y  trascendentales  figura 
el  decreto  que  funda  sobre  el  extinguido  Banco  Nacio- 
nal, la  casa  de  moneda  de  Buenos  Aires.  En  atención  á 
que  la  carta  del  Banco  Nacional  ha  terminado:  que  la 
moneda  corriente  está  exclusivamente  garantida  por  el 
gobierno,  quien  es  deudor  de  ella  al  público:  que  el  Banco 
sólo  ha  prestado  al  tesoro  del  Estado  la  estampa  de 
sus  billetes,  y  que  el  gobierno  es  accionista  del  estable- 
cimiento por  casi  tres  quintas  partes  de  su  capital,  el 
decreto  á  que  me  refiero  declara  disuelto  el  Banco  Nacio- 
nal, y  nombra  una  junta  para  la  administración  del 
papel  moneda,  la  cual  junta  asociada  á  seis  directores 
del  extinguido  banco  debe  proceder,  además,  á  la  liqui- 
dación de  éste  «  con  la  debida  prudencia  y  sin  violentar 
la  operación ».  En  los  subsiguientes  artículos  de  tal 
decreto,  que  es  más  bien  una  carta  orgánica  del  nuevo 
establecimiento,  se  confiere  á  éste  el  privilegio  fiscal 
para  el  cobro  de  los  créditos  á  su  favor,  y  se  indica 
las  operaciones  que  efectuará  bajo  la  dirección  de  la 
junta  nombrada  por  el  gobierno  y  compuesta  de  don 
Bernabé  de  Escalada  como  presidente,  y  de  don  Joaquín 
de  Rezabal,  Juan  Alsina,  Manuel  Blanco  González, 
Miguel  de  Riglos,  David  Weller  y  Laureano  Rufino, 
personas  todas  ventajosamente  conocidas.  Así  nació  el 
Banco  de  la  Provincia  de  Buenos  Aires,  este  coloso  que 
ha  llamado  después  la  atención  de  los  gobiernos:  que 
ha  contribuido  con  sus  fuerzas  á  consolidar  las  institu- 

TOMO   II.  18 


—  274  — 

(•iones  libres  de  la  República,  viiiciilándose  estrec-liauíeu- 
te  á  la  grande  obra  de  la  nacionalidad  argentina,  como 
asimismo  al  desenvolvimiento  del  ])rogreso  y  adelanto 
material  del  país. 

Este  memorable  decreto  afirmó  la  bien  sentada  re- 
pntación  del  señor  Roxas,  á  quien  en  vano  se  le  ha 
querido  despojar  de  esa  iniciativa  que  le  pertenece  á 
él  antes  que  á  ningún  otro.  Los  que  hemos  venido  des- 
pués de  1852,  hemos  estado  en  la  creencia  de  que  la 
fundación  del  Banco  de  la  Provincia  se  debía  al  doctor 
Dalmacio  Vélez  Sarsfield;  y  así  se  han  esforzado  en 
creerlo  las  autoridades  que  le  han  discernido  á  este 
distinguido  hombre  público  los  honores  de  la  iniciativa. 
La  verdad  es  que  el  doctor  Vélez  no  hizo  más  que  comple- 
mentar la  carta  orgánica  del  banco  y  casa  de  moneda  de 
la  Provincia  que  existía  desde  el  30  de  mayo  de  1836,  se- 
gún el  decreto  que  acabo  de  citar.  Refiriéndose  á  esto  mis- 
mo escribía  Rozas  desde  Southampton  en  1872:  «En  el 
despacho  del  señor  presidente  de  la  casa  de  moneda  se  ha 
colocado  un  gran  retrato  del  doctor  don  Dalmacio  Vélez 
Sarsfield,  al  pie  del  cual  se  dice:  «Fundador  del  Banco 
de  la  Provincia».  Esto  no  es  exacto.  El  verdadero  fundador 
fué  el  gobierno  de  Buenos  Aires  presidido  por  el  general 
Rozas,  siendo  ministro  de  hacienda  el  ilustrado  y  sabio 
estadista  señor  don  José  María  Roxas  quien,  como  tal  mi- 
nistro, redactó  el  decreto  que  firmó  en  seguida  el  general 
Rozas,  disolviendo  el  Banco  Nacional,  comprando  las  accio- 
nes de  éste  á  los  que  las  tenían,  estableciendo  la  casa  de 
moneda,  y  nombrando  para  componer  al  primer  Direc;- 
torio  á  los  señores...    etcétera.»  (') 

Mientras    todas    esas    disposiciones    de    orden    eco- 


(M    Manuscrito  en  mi  archivo. 


—  275  — 

nóinico  imprimen  una  marcha  regular  y  próspera  á  la 
administración  general  del  Estado,  la  iglesia,  cuyos 
miembros  son  todos  federales  y  que  han  entrado  de  lleno 
en  la  prosecución  de  los  fines  del  gobierno,  obtiene  de 
manos  de  éste  franquicias  que  llegan  hasta  derogar  dis- 
posiciones de  orden  fundamental.  Entre  éstas  merece 
especial  mención  la  que  se  refiere  á  los  padres  jesuítas, 
quienes  desde  la  real  orden  de  Carlos  III  ejecutada  por 
Bucarelli,  estaban  proscritos  del  país,  como  corporación. 
El  gobierno  fundándose  «en  los  imponderables  servicios 
que  hizo  la  Compañía  en  otro  tiempo  á  la  religión  y  al 
Estado  »,  les  entrega  la  iglesia  y  dependencias  del  colegio 
para  que  con  los  demás  individuos  que  vengan  de  Europa, 
vivan  allí  « en  comunidad,  conforme  á  la  regla  de  su 
instituto )).  Y  por  otro  decreto  los  faculta  para  que  abran 
aulas  universitarias  y  enseñen  los  estudios  superiores. 
Por  este  tiempo  los  gobiernos  de  las  provincias  de 
Salta,  Tucumán,  Jujuy,  Sau  Juan,  San  Luis,  Mendoza, 
La  Rioja,  Catamarca  y  en  seguida  Entre  Ríos,  Santa 
Fe  y  Córdoba  lo  reconocen  á  Rozas  en  su  grado  de 
brigadier  general,  «  en  atención  á  los  méritos  y  servicios 
que  ha  contraído  en  favor  de  la  causa  nacional  de  la 
federación;  á  su  heroica  expedición  contra  los  salvajes 
que  ha  dado  un  inmenso  territorio  á  la  República;  á 
que  la  ley  de  aduana  expedida  por  él  en  Buenos  Aires 
consulta  el  fomento  de  la  industria  del  interior  de  la 
República,  y  á  que  ningún  gobierno  ha  contraído  su 
atención  á  consideraciones  tan  benéficas ».  En  seguida 
las  mismas  provincias  (ó  sea  todas  las  de  la  antigua 
unión,  con  excepción  de  Corrientes)  le  confieren  las  atri- 
buciones inherentes  al  poder  ejecutivo  nacional,  por  lo 
que  respecta  á  las  relaciones  exteriores  y  á  las  de  paz 
y  guerra;  las  cuales  se  extienden  poco  después  hasta 
erigirlo  en  jefe  supremo  de  la  Nación.  Esta  investidura 


—  276  — 

delegada  por  las  soberanías  provliiciales  establece  el 
hecho  orgánico  de  la  Confederación  Argentina  que  debía 
sancionar  el  tiempo  y  consagrarse  en  la  Constitucirjn 
deíinitiva;  á  pesar  de  que  en  esas  mismas  circunstan- 
cias se  prepara  la  reacción  unitaria  que  traza  líneas  de 
fuego  en  el  territorio    conmovido. 

Esta  reacción,  ó  sea  el  plan  á  que  se  ha  hecho  refe- 
rencia al  principio  de  este  capítulo,  continúa  cuando  el 
general  Juan  Lavalle,  el  mismo  que  figura  en  el  tomo 
primero  fusilando  por  su  orden  al  gobernador  Dorrego, 
se  resuelve  á  convulsionar  Entre  Ríos  hábilmente  ayu- 
dado desde  el  Estado  Oriental  por  los  emigrados  unita- 
rios. Mientras  éstos  preparan  los  elementos  para  entrar 
en  acción,  Lavalle  le  da  las  instrucciones  conducentes 
al  coronel  Chilavert,  que  es  el  jefe  más  capaz  que  le 
acompaña.  Lo  que  hay  de  notable  en  la  carta  que  las 
contiene,  son  los  medios  reprobados  y  los  manejos  inno- 
bles que  proclama  é  impone  el  general  Lavalle  para 
conducir  su  empresa.  La  simple  lectura  de  ellos  muestra 
que  la  reacción  unitaria  no  estaba  mejor  dispuesta  en 
favor  de  los  principios  de  buen  gobierno  que  lo  que  lo 
estaba  la  represión  federal;  y  que  el  pensamiento  supre- 
mo de  dicha  reacción,  quizá  el  único,  como  lo  repitió 
después  el  general  Paz,  era  adquirir  la  preponderancia 
política  á  condición  de  destruir  á  los  que  se  le  oponían, 
alardeando  sin  embargo  de  continuar  á  Rivadavia.  quien 
ninguna  afinidad  tuvo  con  ella,  y  á  los  principales  hom- 
bres que  acompañaron  á  éste  y  que  vivían  á  la  sazón  en 
Buenos  Aires  en  la  tranquilidad  de  la  vida  privada. 

Lavalle  comienza  su  carta  ratificándole  á  Chilavert 
el  fracaso  de  las  negociaciones  para  que  López  entrara 
en  la  reacción,  y  le  dice:  «Estoy  impuesto  de  todo  y  á 
la  verdad,  que  si  se  ha  de  hacer  algo,  no  queda  otro 
camino  (^ue  el  presente,  después  de  haberse  frustrado  las 


—  o: 


esperanzas  que  López  había  hecho  concebir.  Lleva  Susviela 
una  carta  para  C.  V.  (Calixto  Vera)  que  ojalá  lo  haga 
decidir;  á  pesar  que  usted  no  necesita  advertencias,  no 
puedo  dejar  de  hacerle  algunas,  que  no  son  mías,  sino 
(le  amigos  cuyas  opiniones  debemos  respetar^  tanto  por  su 
capacidad,  cuanto  por  la  posición  cpie  ocupan  en  el  día. 
Es  necesario  que  usted  persuada  á  nuestro  C.  V.  (Calixto 
Vera)  (ó  más  bien  que  lo  persuada  Susviela  que  ha  de 
hablar  con  él)  que  terminada  la  elección  legal  si  fuese 
favorable,  ó  el  movimiento  que  ha  de  efectuar  el  cambio, 
si  no  lo  fuese,  será  ayudado  eficazmente  por  toda  la  emi- 
gración que  al  efecto  se  irá  reuniendo  gradualmente  en 
Entre  Ríos  y  poniéndose  á  disposición  del  nuevo  go- 
bierno. » 

Y  como  no  hay  motivo  para  turbar  el  orden  público 
establecido  en  Entre  Ríos,  cuyas  autoridades  funcionan 
regularmente,  el  general  Lavalle  que  lo  comprende  así, 
les  ordena  á  sus  amigos  que  inventen  esos  motivos,  y 
que  se  lancen  al  movimiento,  en  los  términos  siguientes: 

«  Es  imposible  que  la  elección,  si  fuese  adversa,  no  dé 
(i  V.  [Vera]  motivos  ó  pretextos  para  el  movimiento;  ó  sino, 
que  los  invente.  No  hay  que  pararse  en  pelillos,  como 
jamás  se  pararon  nuestros  enemigos.  Que  alegue  coac- 
eichi,  temor  ó  intrigas  en  las  elecciones;  ó  sino,  defectos  ó 
crímenes  personales  de  Echagiie  ó  de  su  sucesor,  haciendo 
siempre  resaltar  la  poderosa  tecla  de  que  hace  años  que 
E.  R.  (Entre  Ríos)  es  siervo  de  Santa  Fe.  Interesa  llamar 
la  atención  de  V.  (Vera)  á  la  necesidad  de  convenirse 
sobre  un  plan  antes  de  emprender  el  movimiento;  por- 
que de  lo  contrario  no  se  sabe  después  por  dónde  ir  ni 
lo  que  se  ha  de  hacer,  y  de  aquí  la  división  de  opi- 
niones y  los  disgustos  entre  los  amigos,  capaces  de  inu- 
tilizar los  mejores  elementos.  Que  se  ponga  de  pleno 
acuerdo  con  Ereñú  sobre  quién  será  gobernabor,  quiénes 


—  '278  — 

los  coinandaiites,  á  qué  empleados  civiles  ó  militares  se 
ha  (le  destituir  y  quiénes  los  subrogarán,  qué  se  hará 
ron  E.  (Echagüe)  6  amigos  de  éste  que  caigan  en  sus  ma- 
nos, qué  principios  de  política  interior  y  exterior  adop- 
tarán. » 

Preparado  el  movimiento.  Lavalle  habla  de  exten- 
derlo á  Santa  Fe,  contando  con  que  encontrará  apoyo 
en  Córdoba  y  Corrientes.  Y  así  como  les  ha  insinuado 
á  sus  amigos  lo  que  harán  con  la  persona  del  goberna- 
dor de  Entre  Ríos  y  partidarios  de  éste  que  caigan  en 
sus  manos^  para  que  se  creen  recursos  les  presenta 
medios  que  contrastan  con  el  decreto  por  el  cual  el 
gobierno  federal  de  Buenos  Aires  acababa  de  abolir  la 
pena  de  confiscación.  «  Convenidos  en  todo  esto,  dice, 
instar  á  los  de  Santa  Fe  á  que  ])rocedan  como  ellos. 
En  Santa  Fe  hay  la  circunstancia  de  que  al  momento 
deben  poner  la  provincia  sobre  las  armas,  pues  deben 
temer  muy  pronto  á  la  indiada  de  R.  (Rozas).  Si  se  ven 
apurados  que  no  se  paren  en  medios,  y  que  se  sosten- 
gan de  las  fortunas  de  López,   Cuiten  y  C'-'.  » 

Y  véase  en  qué  términos  el  general  Lavalle  preco- 
niza el  empleo  de  la  fuerza  como  medio  de  desnatura- 
lizar las  instituciones  de  Entre  Ríos  y  Santa  Fe,  y  sin 
})er juicio  de  declararse  campeón  de  la  Constitución,  del 
derecho  y  de  la  ley  en  su  cruzada  contra  el  partido 
federal.  «  En  cuanto  á  la  política  interior,  que  procla- 
men la  ley,  la  seguridad,  la  libertad.  Á  este  respecto 
debe  convenirse  con  Ereñú  acerca  de  un  punto  impor- 
tante: ¿qué  hacer  ;Con  la  legislatura?  La  opinión  de 
aquellos  amigos  es  que  si  creen  no  contar  con  sus  miem- 
bros no  se  acuerden  de  ella  para  nada,  pero  sin  decir 
que  la  disuelven.  Pero  si  cuentan  con  una  mayoría  se- 
gura, agarrarse  de  ella  al  instante;  convocarla  con  pompa 
y  urgencia:  instruirla   de  lo  hecho  y   de  los  motivos,  y 


—  279  — 

■depositar  en  ella  el  gobierno,  poniendo  á  su  disposición 
las  fuerzas,  seguro  de  que  será  elegido  el  que  ellos 
quieran.  Así  se  da  á  la  cosa  un  aire  de  dignidad  y  le- 
galidad y  se  compromete  á  todos.  »  Y  para  mantener  este 
aire  de  dignidad  y  legalidad,  Lavalle  aconseja  á  los  re- 
volucionarios que  una  vez  que  organicen  el  nuevo  go- 
bierno en  Entre  Ríos,  comuniquen  el  cambio  á  las  demás 
provincias,  «  proclamando  la  decisi(jn  de  sostener  la  in- 
dependencia de  su  provincia,  y  la  necesidad  de  constituir 
la  Nación,  Este  último  tema  le  conquistará  la  voluntad 
■de  la  casi  totalidad  de  los  gobiernos,  y  popularizará  su 
causa !... »  (') 

Con  tal  programa  el  general  Lavalle,  Carril,  Agüero, 
Várela,  Alsina  y  demás  unitarios  inician  la  cruzada  con- 
tra Rozas  y  el  partido  federal  de  la  República.  Los 
medios  que  ponen  en  práctica  son  los  mismos  que 
á  poco  atribuyen  á  sus  enemigos  políticos :  las  violen- 
cias, la  desnaturalización  de  las  instituciones,  los  ata- 
ques á  las  personas,  á  las  propiedades,  á  las  familias, 
que  ellos  aparentan  condenar  en  proclamas  declamato- 
rias y  en  su  prensa  de  propaganda.  Es  el  mismo  gene- 
ral Lavalle  quien  impone  á  la  par  de  los  directores  de 
su  partido  esos  medios  reprobados  que  provocan  cruen- 
tas represalias  y  que  los  desligan  virtualmente  de  la 
tradición  del  partido  unitario  que  encabezó  Rivadavia 
y  el  cual  brillará  siempre  por  sus  propósitos  orgánicos 
y  por  sus  tendencias  elevadas  al  orden  y  ala  legalidad. 
Los  pueblos  argentinos,  imbuidos  en  la  federación,  re- 
sisten fieramente  la  cruzada  de  los  unitarios.  La  lucha 
se  enciende.     Las    represalias  se    suceden;  y   federales 


( ' )  Manuscrito  original  en  mi  archivo  {Papeles  de  Chilavert). 
Véase  el  apéndice.  Esta  carta  la  publiqué  por  primera  vez  en  el 
íliario  La  Libertad  del  21  de  febrero  de  1883. 


—  2S()  — 

y  unitarios  se  disputan  los  pedazos  de  territorio  que 
van  regando  con  su  sangre.  Vamos  á  orientarnos  en 
esa  lucha  tremenda  que  desnaturalizó  en  los  espíritus 
mejor  templados  la  conciencia  razonada  del  patriotismo, 
que  es  lo  que  distingue  al  repúblico  virtuoso  del  bár- 
baro que  pelea  y  muere  como  muere  la  fiera  junto  á 
la  guarida  en  que  nació. 


CAPÍTULO  XXVII 


LUCHA    CIVIL    EN   EL  ESTADO   ORIENTAL 


(1830  —  1836) 


Sumario  ;  I.  Influencias  que  se  disputan  el  predominii)  en  el  listado  Oriental  después 
de  1828.— II.  Lavalleja  y  la  segregación  de  laProvincia  Oriental.— III.  Acti- 
tud de  Rivera  en  la  lucha  por  la  independencia  oriental.— IV.  Su  partici- 
pación en  la  guerra  con  el  Brasil. — V.  Rivera  varía  su  plan  y  trabaja  por 
ocupar  el  gobierno  del  nuevo  Estado  Oriental. — VI.  La  asamblea  nombra 
á  Lavalleja  y  Rivera  se  alza  contra  el  nuevo  gobierno. — VII.  Medidas  repre- 
sivas del  gobierno:  especulativo  acomodamiento  de  Rivera. — VIII.  Medios 
de  que  se  vale  Rivera  para  ser  elegido  presidente.— IX.  Actitud  prescindente 
del  gobierno  de  Buenos  Aires:  cordialidad  que  le  manifiesta  el  gobierno  de 
Lavalleja.  X.  Contraste  del  gobierno  de  Rivera:  Rivera  ayuda  la  revolu- 
ción de  Entre  Rios.— XI.  Alzamiento  de  Lavalleja:  auxilios  que  le  da  el 
ministro  de  guerra  del  gobierno  de  Buenos  Aires:  división  que  éste  organiza 
al  mando  de  Olazábal.— XII.  Notoriedad  de  la  participación  de  Martínez. — 
XIII.  Nueva  expedición  de  Lavalleja  con  ayuda  del  gobernador  de  Misiones: 
Rivera  lo  derrota  y  fusila  al  gobernador  Aguirre. — XIV.  Lo  que  se  veía  al 
través  de  estas  aventuras  guerreras. — XV.  El  general  Oribe  es  elegido  presi- 
dente: por  qué  fué  bien  recibida  esta  elección. — XVI.  La  ecuación  política  de 
Rivera:  sus  trabajos  revolucionarios  en  unión  con  los  emigrados  unitarios. 
— XVII.  El  gobierno  de  Rozas  reclama  de  estos  movimientos  por  lo  que  hacía 
al  litoral  argentino.— XVIII.  El  de  Oribe  impide  que  se  lleve  la  revolución 
al  Entre  Rios. — XIX.  Rivera  en  unión  de  Lavalle  se  alza  contra  el  gobierno 
constitucional. — XX.  Los  gobiernos  del  litoral  argentino  se  previenen 
contra  la  sublevación  de  Rivera.— XXI.  Acción  de  Carpintería  y  derrota  de 
Rivera. 


El  movimiento  á  que  se  hace  referencia  al  fin  del 
capítulo  anterior,  debió  subordinarse  por  entonces  á  las 
exigencias  de  la  lucha  armada  en  el  Estado  Oriental,  á 
virtud  de  las  afinidades  y  aun  de  los  compromisos  que 
los  amigos  del  general  Lavalle  se  habían  allí  creado. 
Para  explicarse  esto,  fuerza  es  reseñar  la  actitud  de  los 
partidos  que  se  desenvuelven  en  Montevideo  hasta  el 
momento  en  que  la  fuerza  de  las  cosas  los  aproxima 
respectivamente  á  los  que  luchan  en   la   República  Ar- 


—  282  — 

^entina.  Después  de  ajustacbi  (Icliiiitivaiiieiite  la  conven- 
ción (le  paz  qne  bajo  la  mediación  de  la  Gran  Bretaña, 
lirinaron  los  plenipotenciarios  de  la  República  Argentina 
y  del  Brasil  en  Río  Janeiro  el  27  de  agosto  de  1828,  y 
en  la  cual  se  estableció,  bajo  la  garantía  de  estas  dos 
i'iltinias  potencias,  la  independencia  de  la  Provincia  Orien- 
tal, dos  hombres  se  disputaron  el  predomonio  en  el  nuevo 
Estado:  el  general  Juan  Antonio  Lavalleja  y  el  general 
Fructuoso  Rivera. 

En  los  capítulos  VIII  y  IX  se  ha  visto  cómo  Lava- 
lleja, cediendo  más  hien  á  sugestiones  dañinas  que  á  sus 
sentimientos  argentinos  y  caballerescos  persiguió  siem- 
pre la  segregación  de  la  Provincia  Oriental  á  costa  de 
su  propio  país,  desde  que  arrastró  á  las  provincias  del 
litoral  á  la  guerra  con  el  Brasil,  que  se  había  apoderado 
de  esa  provincia,  y  obtuvo  los  recursos  con  los  cuales 
inició  su  campaña;  hasta  que  con  una  especulativa  de- 
claración de  reincorporación  de  la  misma  provincia  á  la 
República  Argentina  puso  á  ésta  en  el  caso  de  empe- 
ñarse  en   la  guerra  á  que  la  provocó  el  Brasil. 

Rivera  no  participó  de  las  ideas  de  Lavalleja  sino 
cuando  la  corriente  de  los  sucesos  favorables  lo  empujó 
á  ellas;  y  esto  no  por  apego  á  la  nacionalidad  argen- 
tina, sino  porque  prefirió  las  situaciones  acomodaticias 
que  le  brindaron  las  distintas  influencias  que  dominaron 
la  Provincia  Oriental  desde  1811  hasta  1824.  Mientras 
los  separatistas  orientales  luchaban  valientemente  por 
su  causa.  Rivera  aceptaba  el  nombramiento  de  jefe  de 
policía  de  campaña  que  le  confirió  el  Barón  de  la  La- 
guna en  pago  de  los  servicios  con  que  había  contribuido 
al  frente  de  las  fuerzas  que  mandaba,  á  la  ocupación 
de  la  Provincia  Oriental  que  efectuaron  los  portugueses 
en  1817.  Y  cuando  poco  después  la  constitución  del  Im- 
perio fué  jurada  por  los  cabildos  de  la  nueva  provincia 


—  283  — 

Cisplatina,  Rivera  prefirió  la  investidura  de  nobleza  de 
Barón  de  Taenarimbó  con  lo  que  lo  remuneró  el  em- 
perador del  Brasil  íí  la  de  soldado  de  la  integridad  de 
su  patria. 

Cuando  los  vecindarios  orientales  se  pronunciaron 
por  la  causa  de  Lavalleja,  Rivera,  desavenido  con  los 
brasileros  que  desconfiaban  de  él,  y  considerando  que 
la  cuestión  cambiaría  de  aspecto  con  la  intervención  de 
la  República  Argentina,  no  encontró  otro  medio  para 
salir  de  su  posición  violenta  que  el  de  plegarse  á  aquél 
con  su  regimiento.  Sus  votos  en  favor  de  la  integridad 
argentina  fueron  entonces  tan  espontáneos  como  lo  fue- 
ron en  favor  de  la  anexión  al  Imperio,  y  en  fuerza  de 
esto  trocó  su  título  de  barón  por  el  grado  de  brigadier 
general  de  la  República  Argentina  que  le  confirió  el 
Congreso  Constituyente.  Á  pesar  de  esto,  su  participa- 
ción en  la  campaña  contra  el  Brasil,  fué  la  de  un  cau- 
dillo audaz,  cuyos  triunfos  ninguna  influencia  tuvieron 
en  el  éxito  general  de  las  operaciones  militares.  Mien- 
tras que  Lavalleja  peleaba  en  el  ejército  republicano  á 
las  órdenes  del  general  Alvear,  Rivera  merodeaba  por 
su  cuenta  en  las  Misiones,  ocupando  pueblos  para  des- 
alojarlos en  seguida,  y  medrando  para  expedicionar 
sobre  el  Paraguay  en  prosecución  de  planes  que  mal 
cuadraban  en  circunstancias  en  que  la  patria  común 
necesitaba  del  esfuerzo   de  todos  sus  hijos. 

El  subsiguiente  ajuste  de  la  convención  de  paz  en- 
tre la  República  Argentina  y  el  Imperio  del  Brasil,  que 
abrió  una  nueva  era  para  el  Estado  Oriental,  disuadió 
á  Rivera  del  proyecto  de  expedicionar  al  Paraguay.  Él 
esperó  compensar  las  ventajas  personales  que  con  la 
realización  del  tal  proyecto  se  prometía,  ocupando  la 
primera  magistratura  del  nuevo  Estado;  y  á  este  objeto 
dedicó  entonces  sus  trabajos.  Se  antoja  que  quien  me- 


-  í284  — 

nos  títulos  tenía  para  ello  era  rl  qne  había  sido  nno 
(le  los  corifeos  de  la  ocupación  de  la  Provincia  Oriental 
l)or  las  armas  del  Portugal  y  de  la  anexión  de  la  mis- 
ma á  este  reino.  Pero  la  ambición  inmoderada  se  crea 
un  título  en  la  misma  impudencia  con  que  se  cree  lla- 
mada á  los  honores;  á  semejanza  de  esos  desheredados 
de  la  moral,  cuya  loca  vanidad  les  hace  creer  que  ocul- 
tarán tras  los  oropeles  anexos  á  un  pergamino  de  no- 
bleza vendible,  la  bastardía  de  su  sangre  y  de  sus 
sentimientos. 

Dicho  se  está  que  el  candidato  para  ocupar  el  gobier- 
no del  nuevo  Estado  Oriental,  á  quien  imponía  la  fuerza 
de  los  hechos  y  quien  reunía  la  mayoría  de  sufragios^ 
era  el  jefe  de  los  33,  el  primer  campeón  de  la  indepen- 
dencia oriental,  el  general  en  jefe  del  ejército  contra 
el  Brasil.  Esto  no  fué  obstáculo  para  Piivera.  Apenas 
reorganizado  ese  Estado  y  cuando  la  asamblea  legisla- 
tiva acababa  de  sancionar  la  constitución.  Rivera  levantó 
el  estandarte  de  la  revuelta  haciendo  renunciar  al  gene- 
ral Rondeau  que  ocupaba  provisoriamente  el  gobierno, 
con  la  mira  de  ocuparlo  él  en  seguida.  Pero  la  asamblea 
se  sobrepuso  á  las  circunstancias  y  nombró  gobernador 
á  Lavalleja,  quien  se  recibió  del  mando  el  17  de  abril 
de  1830.  Rivera  desconoció  este  nombramiento,  y  des- 
preciando los  medios  que  se  interpusieron  para  traerlo 
al  camino  del  orden,  se  erigió  en  intérprete  de  la  opi- 
nión al  frente  de  fuerzas  de  su  mando ;  cambió  las 
autoridades  de  campaña  para  que  no  prevaliese  más 
autoridad  que  la  suya;  se  apoderó  délos  caudales  públi- 
cos que  había  en  las  receptorías  departamentales;  impuso 
contribuciones;  hizo  levas  y  comprometió  por  una  serie 
de  actos  anárquicos  la  organización  del  Estado  Oriental 
á  la  que  acababan  de  prestar  su  garantía  la  República 
Argentina  y  el  Brasil. 


—  285  — 

El  gobierno  ordeno  á  las  autoridades  que  le  per- 
manecieron fieles  « que  no  debían  obedecer  disposi- 
ción alguna  fuere  del  carácter  que  fuere,  impartida  por 
el  general  Fructuoso  Rivera»:  y  con  fecha  2  de  janio, 
expidió  un  manifiesto  al  país  en  el  que  resumía  la  con- 
ducta de  este  jefe  y  declaraba  que  «habiendo  sido  in- 
fructuosos los  medios  empleados  para  reducirlo  al  orden; 
y  no  quedándole  ya  al  gobierno  ninguna  duda  de  que 
las  aspiraciones  del  mismo  se  dirigen  á  desquiciar  todas 
las  instituciones  del  país  por  medio  de  l-i  anarquía  que 
ha  promovido  »  lo  separaba  de  todo  mando  ó  comisión 
de  carácter  público.  ( /)  Coartado  por  la  acción  repre- 
siva del  gobierno.  Rivera  entró  al  tiii  por  el  acomoda- 
miento que  éste  le  había  propuesto  y  que  obtuvieron 
personas  respetables.  Era  precisamente  cuando  habién- 
dose aprobado  oficialmente  la  nueva  constitución  del 
Estado  Oriental  por  los  comisionados  ad  hor  de  la  Repú- 
blica Argentina  y  del  Brasil,  debía  ella  ser  jurada  y  elegi- 
do el  primer  presidente  constitucional  del  nuevo  Estado. 

Pero  el  acomodamiento  de  Rivera  era  un  paso  es- 
peculativo hacia  la  presidencia  que  él  quería  ocupar, 
costase  lo  que  costase.  Y  ese  paso  le  valió  el  éxito  por 
el  momento.  Estaba  fijado  el  día  18  de  julio  de  1830 
para  la  jura  de  la  constitución;  y  con  arreglo  á  la  ley 
debía  practicarse  en  los  departamentos  la  elección  de 
diputados  para  la  nueva  asamblea  legislativa  (y  electora 
de  presidente)  el  segundo  domingo  después  de  verifi- 
cado aquel  acto,  esto  es,  el  1".  de  agosto.  (")  Como  es 
de  presumirse,  la  opinión  general  del  país  prestigiaba  la 


(1)  Oficio  del  ministro  Giró.  Exposició?i  del  Gobierno  Provi- 
sorio. Se  publicó  en  hoja  suelta  por  la  Imprenta  Republicana  (eii 
mi  colección  de  hojas  sueltas). 

(-)    Oficios  del  ministro  Giró  (en  mi  archivo). 


—  286  — 

candidatura  del  general  Lavalleja,  Rivera,  ayudado  por 
manos  hábiles,  pudo  contrarrestar  esa  influencia  legítima, 
haciendo  elegir  en  algunos  departamentos  y  por  medios 
análogos  á  los  que  había  usado  para  mantener  la  anar- 
quía, una  mayoría  de  representantes  de  su  devoción. 
Éstos  lo  eligieron  presidente  de  la  República  el  24  de 
octubre  de  1830,  entre  protestas  vivísimas  que  dieron 
origen  á  la  reacción  que  encabezó  á  poco  el  general 
Lavalleja. 

Por  su  parte  el  gobierno  de  Buenos  Aires  había  perma- 
necido prescindenteen  la  lucha  entre  Lavalleja  y  Rivera; 
así  porque  su  carácter  de  garante  de  la  independencia 
del  Estado  Oriental  no  le  permitía  intervenir  sino  en  el 
caso  de  que  dicha  independencia  estuviese  amenazada, 
cuanto  porque  demasiado  tenía  que  hacer  en  el  orden 
interno  de  la  Provincia  después  del  sacudimiento  polí- 
tico que  inició  el  general  Lavalle  fusilando  al  gober- 
nador Borrego.  Cuando  el  10  de  septiembre  de  1830 
se  sublevó  en  el  puerto  de  Buenos  Aires  el  coronel  Ro- 
sales con  la  goleta  de  guerra  Sarandí  y  entró  con  ella 
en  el  Uruguay,  el  gobierno  de  Lavalleja  atendió  la  recla- 
mación del  de  Rozas,  declarando  en  la  nota  en  que  así 
se  lo  prometía  que  «por  identidad  de  principios  y  de 
intereses  con  el  de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  su 
gobierno  adoptaría  cuantas  medidas  hallase  justas  para 
que  su  dignidad  no  se  mancillara  por  los  facciosos »; 
y  consecuente  con  esto  hizo  entrega  de  todo  lo  que  al 
mencionado  buíjue  pertenecía  al  coronel  Correa  Morales, 
comisionado  ad  lioc. 

Pero  las  cosas  cambiaron  con  las  simpatías  políticas 
que  llevó  el  general  Rivera  al  gobierno.  Apenas  fué  éste 
elegido  i)residente,  se  puso  de  acuerdo  con  los  unitarios 
emigrados  en  el  Estado  Oriental  y  con  el  general  López 
Jordán   para  hacer  estallar  una  revolución  en  Entre  Ríos. 


—  287  — 

En  el  capítulo  XVII  se  ha  visto  cómo  esta  revolución 
se  hizo  al  grito  de  «¡muera  el  partido  federal!»;  cómo 
tomaron  parte  en  ella  jefes  de  las  fuerzas  de  Rivera; 
y  cómo  su  fracaso  se  debió  á  que  Rivera  quiso  colocar  en 
el  gobierno  de  Entre  Ríos  al  coronel  Barrenechea,  hechu- 
ra suya  y  hasta  socio  en  negocios  de  vacas,  y  en  opo- 
sición á  López  Jordán  que  era  el  candidato  de  los  uni- 
tarios. Rozas,  López  y  Sola  reclamaron  de  esta  conducta^ 
pero  ni  obtuvieron  satisfacción  alguna,  ni  pudieron 
impedir  que  se  repitiera  en  lo  sucesivo;  que  los  emigrados- 
siguieron  trabajando  en  Montevideo,  Paysandú  y  Merce- 
des para  cambiar  en  su  favor  la  situación  del  litoral^ 
á  la  sombra  del  apoyo  y  aun  de  la  ayuda  que  les  prestaba 
Rivera  en  razón  de  sus  conveniencias.  (') 

'  En  estas  circunstancias  el  partido  de  Lavalleja  que 
luchaba  en  la  prensa  inútilmente  para  que  las  opinio- 
nes tuviesen  representación  en  el  gobierno,  se  puso  en 
armas  contra  Rivera  el  29  de  junio  de  1832.  El  gobierno 
oriental  comunicó  inmediatamente  tal  acontecimiento  al 
de  Buenos  Aires;  y  sin  embargo  de  que  éste  le  mani- 
festó en  su  nota  de  31  de  agosto  su  satisfacción  por  el 
restablecimiento  del  orden  público,  Rivera  redujo  á  pri- 
sión al  coronel  Correa  Morales,  comisionado  de  ese 
gobierno  amigo,  por  suponerlo  comprometido  en  una 
conspiración  que  hubo  de  estallar  en  Montevideo  en 
combinación  con  Lavalleja. 

Sin  que  lo  abatieran  los  reveses,  Lavalleja  bajó  á 
Buenos  Aires  y  obtuvo  del  ministro  de  la  guerra  del 
gobierno  de  Balcarce  los  recursos  con  los  cuales  fué 
á  encontrar  á  sus  parciales  en  las  márgenes  del  Uru- 
guay, cuando  el  coronel  argentino,  don  Manuel  de  01a- 

(  M  El  señor  Lamas,  por  no  conocer  los  documentos  á  que  me  he 
referido  en  el  capitulo  XVII,  se  deja  llevar  de  sus  simpatias  alterando 
la  verdad  de  los  hechos  en  sus  Escritos  políticos,  pág.  100  y  sig. 


—  ^388  — 

zábal,  se  posesionaba  de  la  villa  de  Cerro  Largo,  y  pro- 
clamaba al  frente  de  sus  fuerzas  la  autoridad  de  Lavalleja, 
Esta  vez  Rivera  era  cogido  en  las  mismas  redes  que  él 
tejió,  y  quien  lo  cogía  era  un  oriental,  el  general  Enri- 
que Martínez,  alma  del  gobierno  de  Balcarce  y  subsi- 
guientemente ministro  del  gobierno  oriental.  Iniciador 
del  partido  de  los  lomo-nefjros,  en  oposicifjn  al  partido 
federal  de  Buenos  Aires,  el  general  Martínez  pretendió 
cambiar  la  situación  política  del  litoral  y  tener  un  apoyo 
en  el  general  Lavalleja  desde  el  gobierno  del  Estado 
Oriental.  Con  esta  mira  le  facilitó  recursos  á  Lavalleja, 
y  armó  y  equipó  la  división  con  la  cual  Olazcábal  inva- 
dió aquel  estado  por  la  frontera  del  Brasil. 

Esta  participación  del  general  Martínez  fué  tan  noto- 
ria, que  constituía  uno  de  los  cargos  hechos  al  gobierno 
de  Balcarce  en  la  petición  que  se  elevó  á  la  legislatura 
de  Buenos  Aires  para  justificar  el  movimiento  que  llevó 
á  cabo  el  partido  federal  contra  ese  gobierno  el  11  de 
octubre  de  1833:  «Esos  jefes  decembristas  manifestaban 
por  su  conducta  que  habían  sido  enviados  á  sembrar 
la  discordia,  acaso  con  el  designio  de  que  debilitada  la 
Provincia  pudiese  sujetársela  á  una  política  dependiente 
del  Estado  extranjero  á  que  pertenecía  el  círculo  minis- 
terial, decía  el  documento  á  que  me  refiero.  Por  efecto 
también  de  esa  influencia  extraña  se  habían  comprome- 
tido notablemente  nuestras  relaciones  exteriores.  La 
conducta  del  gobierno  á  este  respecto  fué  tan  inmoral 
y  despreciable,  que  se  sustrajo  un  gran  armamento,  en 
cuyo  robo  no  sólo  fueron  cómplices  el  gobernador,  mi- 
nistro de  la  guerra  y  comandante  del  puerto,  con  el  fin 
de  remitir  esos  artículos  de  guerra  á  los  que  en  el  Esta- 
do vecino  hostilizaban  al  gobierno,  sino  que  hicieron 
servir  para  ocultar  ese  comprobante  de  su  oprobio  á  la 
goleta   nacional    Sarandí.    El  armamento    fué    remitido 


—  289  — 

á  Santa  Fe  con  una  correspondencia  que  cayó  en  manos 
del  jefe  del  Estado  Oriental,  en  la  que  retendrá  docu- 
mentos vergonzosos  para  nuestro  país.  De  esa  corres- 
pondencia aparecía  la  parte  que  los  individuos  del 
Ejecutivo  habían  tenido  en  ese  suceso  infame;  y  con- 
taba la  existencia  de  planes  criminales.  Así  es  que  el 
comandante  de  este  puerto  amenazó  á  una  persona  influ- 
yente del  estado  vecino,  que  si  aquel  gobierno  publicaba 
esa  correspondencia,  también  se  daría  á  luz  aquí  otra 
en  que  ese  personaje  se  hallaba  complicado  y  que  ver- 
saba sobre  transporte  clandestino  de  armas.»  (*)  Y  si 
alguna  duda  quedara  de  que  el  general  Martínez,  adver- 
sario del  partido  federal  y  de  Rozas,  estaba  en  un  todo 
de  acuerdo  con  Lavalleja  en  la  empresa  de  derrocar  á 
Rivera,  \  que  éste  tenía  de  ello  conocimiento,  esa  duda 
desaparece  ante  la  palabra  oficial  del  agente  diplomático 
orient  ;1,  acreditado  en  Buenos  Aires :  «  Acabo  de  saber 
que  ha  llegado  un  teniente  coronel  entrerriano  con  un 
pliego  para  Lavalleja,  en  que  le  comunica  que  hay  cinco 
escuadrones  prontos  para  pasar  á  este  lado,  escribía  el 
general  Rondeau  á  su  gobierno  en  marzo  de  1833.  El 
tal  teniente  coronel  se  apellida  Roo  ó  U-aw,  y  no  habien- 
do encontrado  á  Lavalleja.  porque  se  asegura  que  ha  salido 
anoche,  se  ha  dirigido  ai  fuerte  en  solicitud  del  ministro 
de  la  guerra  que  ha  quedado  de  apoderado  del  primero. ^^  (^ ) 


(M  El  señor  Andrés  Lamas  afirma  que  las  expediciones  de  Lava- 
lleja obedecieron  a  sugestiones  de  Rozas,  quien  en  esa  época  se  en- 
contraba en  el  no  Colorado  comprometido  más  que  nunca  en  la 
campaña  de  la  conquista  del  desierto.  Á  falta  de  pruebas  para 
constatar  tal  hecho,  altera  á  su  sabor  el  texto  que  he  transcrito  de 
le  petición  que  elevaron  á  la  legislatura  de  Buenos  Aires  los  adver- 
sarios de  Balcarce  y  de  Martínez,  los  federales  del  partido  de 
Rozas,  como  puede  verificarlo  el  lector  compulsando  este  documento 
que  circuló  en  hoja  suelta  y  las  páginas  437  y  438  de  los  Escritos 
jpotíticos  del  doctor  Lamas. 

(-)  Manuscrito  original  en  mi  archivo.  Véase  el  apéndice. 

TOMO  II.  19 


—  290  — 

Lavalleja  se  mantuvo  en  la  campaña  oriental  sin  ini- 
ciar operaciones  serias  contra  Rivera,  hasta  que  desbara- 
tada la  división  de  Olazábal  y  amenazado  por  fuerzas 
superiores,  se  retiró  del  territorio  para  organizar  una 
nueva  expedición  con  la  ayuda  del  gobernador  de  Mi- 
siones don  Félix  de  Aguirre.  El  12  de  marzo  de  1834 
pisó  las  Hí gue ritas  y  exitiáió  una  proclama  en  la  que  invi- 
taba á  sus  compatriotas  á  perseverar  en  los  principios 
republicanos  comprometidos  por  el  gobierno  de  Rivera 
y  á  agruparse  en  torno  de  su  bandera.  Rivera  se  dirigió 
al  punto  á  batirlo,  y  desprendió  su  vanguardia  á  las 
órdenes  del  coronel  Anacleto  Medina.  Éste  alcanzó  á 
Lavalleja  el  día  IG  en  la  costa  del  río  Negro.  Con  sus 
fuerzas  desorganizadas  todavía,  Lavalleja  tuvo  que  aceptar 
un  combate  desigual  cuya  suerte  le  fué  adversa,  y  se 
retiró  hasta  la  margen  del  Arapej',  dejando  muchos  pri- 
sioneros y  entre  éstos  al  gobernador  Aguirre  á  quien 
Rivera  hizo   fusilar  al  frente  de  su  ejército.  (') 

Lo  que  se  veía  al  través  de  estas  aventuras  guerreras 
era  el  choque  de  aspiraciones  vulgares;  los  ecos  de  la 
inconsecuencia  que  se  resolvía  en  indignaciones  conven- 
cionales; y  el  rigorismo  sangriento  erigido  en  sistema, 
como  si  efectivamente  las  comunidades  políticas  bañadas 
por  el  Plata  hubieren  sancionado  como  ley  de  su  exis- 
tencia la  tremenda  teoría  que  desenvolvió  Hobbes  para 
solaz  del  desencanto  y  estímulo  de  los  míseros.  Nin- 
guna idea,  ningún  interés  general  separaba  á  Lavalleja 
de  Rivera;  que  tan  sólo  el  personalismo  y  la  bandería 
incolora  los  lanzaba  el  uno  contra  el  otro.  Cuando  fra- 
casaba la  nueva  intentona  del  primero,  Rivera  declaraba 


( ' )  Parte  oficial  de  Rivera  datado  en  su  cuartel  general  de  San 
Francisco,  á  25  de  marzo  de  1834.  Boletín  nú  ni.  7,  que  da  cuenta  del 
fusilamiento   de  Aguirre. 


—  291  — 

pomposamente,  sin  embargo,  que  su  victoria  había  sal- 
vado el  principio  de  la  constitución  y  de  la  ley;  y  así 
quería  entenderlo  el  doctor  del  Carril,  uno  de  los  direc- 
tores del  centro   revolucionario  unitario,  el  mismo  que 
con  soldados  y  armas  orientales  había  hecho  invadir  la 
provincia   de  Entre  Ríos;  el  mismo  que  cooperaba  poco 
después  á  encender  la  guerra  civil  en  su  país  con  los 
dineros  y  los  recursos  de  la  Francia,  escribiéndole  á  Ri- 
vera en  15  de  junio  de  1833.  «V.  E.  ha  quebrantado  en 
manos  de  los  rebeldes  el  instrumento  más  ominoso  de 
que  puede  servirse  la  anarquía  para  desorganizar  un  Esta- 
do:  el    extranjero.»    Y  fueron   proverbiales   los    excesos 
contra  las  personas  y  las  propiedades  á  que  se  entregó 
Rivera  en  estas  campañas,  y  que  provocaron  represalias 
de  parte  de  sus  adversarios.  El  general  Paz,  uno  de  los 
jefes  militares  del  partido  unitario,  describe  en  sus  Me- 
??iori'as  la  desmoralización   de   los   ejércitos  que  mandó 
Rivera  y  cita    multitud  de  hechos  que  demuestran  que  sus 
campañas   se  resolvían    siempre  en   devastadora  guerra 
á   las    propiedades.    Los    arreos    de    vacas    ajenas   eran 
para    él  asunto    importante;  y   todas    las  cartas   que  le 
dirigían  por  esos  años  sus  amigos  ó  socios,  como  eran 
Cüllen,  Berrenechea,  Crespo,  Carriego,  etcétera,  y  que  poseo 
originales,  se  refieren  casi  exclusivamente  á  esos  nego- 
cios que  él  facilitaba  con  sus  operaciones  militares.  (') 


(*)  Menos  extraño  era,  pues,  que  Rivera  hiciera  suyas  las  pro- 
piedades de  sus  adversarios  políticos,  provocando  asi  las  represalias 
que  se  ejercieron  después.  Baste  para  comprobarlo  este  hecho. 
En  la  representación  que  elevó  á  la  asamblea  general  legislativa  del 
Estado  Oriental  la  esposa  del  general  Lavalleja,  pidiendo  la  devolu- 
ción de  sus  bienes  confiscados  por  Rivera  conjuntamente  con  los 
de  su  esposo,  citaba  los  artículos  constitucionales  que  se  oponían  á 
esta  medida,  y  decía:...  «  el  gobierno  no  puede  hacer  la  confisca- 
ción de  estos  bienes  ni  distribuirlos  entre  quien  se  le  ha  antojado, 
y  aplicándose  i3rt7'a  s¿  una  parte  de  ellos  S.  E.  el  señor  presidente 
de  la  República,  brigadier  general  do7i   Fructuoso  Rivera,  como 


292  

Á  pesar  de  sus  derrotas  el  general  Lavalleja  se 
mantuvo  con  algunos  parciales  en  las  fronteras  de  su 
país,  hasta  que  expiró  el  período  constitucional  del  ge- 
neral Rivera  (24  de  octubre  de  1834)  y  entró  á  sucederle 
en  la  presidencia  de  la  república  el  general  Manuel 
Oribe.  «La  candidatura  de  este  hombre  funesto,  dice  el 
biógrafo  de  Lavalle  y  adversario  de  Oribe,  fué  recibida 
en  el  Estado  vecino  con  general  aplauso.  Soldado  de  la 
Independencia  y  contra  el  Brasil,  y  sostenedor  ardiente 
de  la  autoridad  legal  que  acababa  de  terminar  su  pe- 
ríodo constitucional,  todos  vieron  en  él  la  garantía  más 
conspicua  del  orden  y  de  la  prosperidad  del  Estado.  » 
Y  en  efecto  fué  la  gran  mayoría  de  la  nación  la  que 
llevó  á  Oribe  al  gobierno  el  1°.  de  marzo  de  1835.  Oribe 
había  cimentado  sus  prestigios  guerreando  durante  quince 
años  por  la  independencia  de  su  patria,  hasta  que  for- 
mó el  segundo  entre  los  33  campeones  que  se  lanzaron 
á  librarla  del  Imperio  del  Brasil.  Si  bien  su  severidad 
genial  lo  distanciaba  del  común  de  las  gentes,  su  noble 
alcurnia  y  sus  brillantes  antecedentes  como  militar  de 
escuela  y  de  orden,  le  habían  creado  vinculaciones  so- 
ciales y  políticas  de  esas  que  consolidan  una  reputación 
y  proporcionan  á  ciertos  hombres  facilidades  para  actuar 
ventajosamente  sobre  los  demás. 

El  mismo  general  Rivera  no  pudo  sustraerse  á  este 


lo  demuestra  la  copia  de  la  adjunta  carta  que  solemnemente  acom- 
paño, en  la  que  ordena  dicho  Excnio.  se  ~)or  al  capitán  don  Francisco 
García  que  de  la  estancia  que  tenia  mi  esposo  en  la  Cruz,  le  man- 
dara quinientos  novillos  al  menos  para  su  estancia  de  los  Lau- 
reles. Kste  documento  cuyo  orijíinal  conservo  para  tiempo  oportuno 
(con  otras  pruebas  que  demuesti'an  haber  hecho  llevar  á  sus  estan- 
cias el  señor  Presidente  varios  miles  de  fi;anado  y  otros  bienes  de  mi 
propie(iad)  patentizan  cuáles  han  sido  las  nobles  miras  del  primer 
magistrado,  etcétera...  »  Véase  esta  representación  que  se  publicó  en 
Montevideo,  y  á  solicitud  de  doña  Ana  Monterroso  de  Lavalleja 
en  La  Gaceta  Mercantil  del  5  de  abril  de  1834. 


—  293  — 

movimiento  de  opinión,  cuando  su  ambición  le  sugería 
proyectos  irrealizables  para  continuar  en  el  mando.  Pero 
para  Rivera  no  existían  más  que  estos  dos  términos  de 
la  ecuación  política  cuya  solución  persiguió  sin  cesar 
desde  1828  hasta  el  fin  de  su  carrera  política:  ú  ocupar 
el  gobierno,  ó  fomentar  la  anarquía  para  apoderarse  del 
gobierno.  Y  esto  último  fué  lo  que  hizo  pocos  meses 
después  de  ser  elegido  Oribe,  cuyos  primeros  pasos  en 
el  gobierno  iniciaron  una  política  reparadora,  á  la  som- 
bra de  la  cual  se  agrupaban  los  partidos  que  acababan 
de  deponer  las  armas,  y  se  aproximaban  entre  sí  los 
hombres  hasta  poco  antes  distanciados  por  el  encono 
que  estimulaba  el  personalismo  estrecho. 

Era  precisamente  en  los  días  en  que  el  general  Lava- 
lie  y  sus  parciales  trabajaban  por  cambiar  la  situación 
política  de  Entre  Ríos  según  los  términos  de  la  carta 
de  dicho  general  al  coronel  Chilavert,  y  que  he  trascrito 
en  el  capítulo  anterior.  El  gobierno  de  Rozas  reclamó 
de  estos  movimientos  cuyo  centro  directivo  estaba  en 
Montevideo;  como  asimismo  de  la  actitud  de  la  prensa 
de  los  unitarios  emigrados  que  unida  á  la  riverista, 
fustigaba  al  gobierno  de  Buenos  Aires  y  llamaba  abier- 
tamente á  la  revolución.  Por  justa  que  fuere  esta 
revolución,  era  indudable  que  el  gobierno  de  Buenos 
Aires,  que  representaba  intereses  políticos  antagóni- 
cos á  los  del  partido  unitario,  tenía  perfecto  dere- 
cho á  defenderse  de  eila,  y  exigir  de  un  gobierno 
amigo  y  vecino  que  no  consintiera  semejantes  movimien- 
tos, so  pena  de  aparecer  como    cómplice  de  ellos. 

Así  lo  entendió  el  gobierno  de  Oribe  adoptando  algu- 
nas medidas  de  orden,  que  si  bien  impidieron  que  se 
llevase  de  Paysandú  y  Mercedes  la  revolución  á  Entre 
Ríos,  aproximaron  más  á  los  emigrados  unitarios  con 
el  partido  de  Rivera.     La  prensa  del  uno  y  de  los  otros 


—  294  — 

acentuó  sii  oposición  al  gobierno  de  Oribe  con  motivo 
(le  aquellas  medidas,  y  con  el  de  haber  este  gobierno 
aceptado  al  coronel  Juan  Correa  Morales  como  agente 
del  de  Buenos  Aires.  Prevalido  del  cargo  de  comandan- 
te general  de  campaña  que  desempeñaba.  Rivera  se  ponía 
al  habla  con  los  principales  jefes  unitarios,  y  esperaba 
la  oportunidad  para  volver  contra  el  gobierno  las  pro- 
pias fuerzas  que  éste  le  conñara.  Esta  oportunidad  le 
fué  presentada  por  enérgicas  medidas  de  Oribe  sobre 
uno  ó  dos  diarios  que  comprometían  las  buenas  rela- 
ciones entre  su  gobierno  y  el  de  Buenos  Aires,  y  por 
la  de  haber  dado  participación  en  la  administración  del 
Estado  á  varios  ciudadanos  espectables  que  no  eran  del 
agrado  de  Rivera.  La  prensa  opositora  gritó  á  la  revo- 
lución y  el  general  Rivera  se  sublevó  contra  el  gobierno 
constitucional  el  16  de  julio  de  1836,  de  acuerdo  con  el 
general  Lavalle  y  cantidad  de  jefes  y  emigrados  argen- 
tinos que  engrosaron  sus  filas.  Así  fué  cómo  el  partido 
de  Rivera  se  vinculó  con  el  partido  unitario,  en  oposi- 
sión  á  Oribe  y  al  partido  federal;  lo  cual  trajo  análoga 
vinculación  entre  ese  general  y  Rozas. 

El  gobierno  oriental  puso  estos  hechos  en  conoci- 
miento del  de  Buenos  Aires  y  le  anticipó  que  en  su 
concepto  tal  movimiento  tenía  miras  ulteriores  que  afec- 
tarían la  paz  y  la  tranquilidad  de  ese  Estado.  Rozas 
expidió  los  decretos  de  V\  de  agosto  que  prohibían  dar 
pasaporte  á  persona  alguna  con  destino  al  Estado  Orien- 
tal sin  permiso  superior  expreso,  y  castigaba  con  seve- 
rísimas  penas  al  que  alguna  participación  tomase  en  la 
sublevación  de  Rivera.  Al  mismo  tiempo  comunicó  lo 
ocurrido  á  los  gobiernos  de  las  provincias  argentinas, 
pidiéndoles  á  los  del  litoral,  que  cooperasen  con  los 
medios  á  su  alcance  para  que  ese  movimiento  no  tuviese 
n;iayores    consecuencias    en    los    pueblos    confederados. 


—  295  — 

IhOS  gobernadores  aludidos  tomaron  medidas  análogas  á 
las  del  de  Buenos  Aires;  por  manera  que  la  sublevación 
se  circunscribió  por  entonces  al  Estado   Oriental. 

Rivera  se  apresuró  á  manifestar  á  la  nación  que 
sus  conciudadanos  le  ponían  en  la  necesidad  de  deman- 
dar con  las  armas  en  la  mano  las  libertades  constitu- 
cionales y  el  imperio  de  la  ley;  siendo  así  que  jamás 
hubo  para  él  más  ley  que  su  capricho  y  que  el  gobier- 
no de  Oribe  era  el  primero  que  había  comenzado  á  con- 
ciliar las  opiniones  contemporizando  aún  á  costa  de  su 
propia  seguridad ;  llamando  á  las  funciones  públicas 
á  los  hombres  capaces  y  honorables,  y  fundando  una 
administración  recta,  controlada  y  escrupulosa  que  ha 
servido  de  ejemplo  en  ese  país,  como  que  formó  con- 
traste con  las  que  se  sucedieron.  Lo  primero  que  hizo 
Rivera  fué  apoderarse  de  cuanto  encontró  en  los  de- 
partamentos que  asolaba  al  pasar;  y  si  no  hizo  más, 
fué  porque  el  general  Lavalleja,  del  lado  del  gobierno 
legal,  fué  en  su  busca  con  una  buena  división,  al  mismo 
tiempo  que  Oribe  salía  á  batirlo  con  un  cuerpo  de  ejército. 
Después  de  algunos  combates  parciales,  el  ejército  consti- 
tucional al  mando  de  Oribe  derrotó  las  fuerzas  de  Rivera 
en  la  acción  de  Carpintería  el  19  de  septiembre  de  1836.  (V) 
Este  contraste  y  el  haber  el  coronel  Raña  acatado  la 
autoridad  legal  con  la  división  más  fuerte  del  ejército 
de  Rivera,  obligaron  á  éste  á  abandonar  el  país  y  diri- 
girse al  Brasil,  en  cuyas  fronteras  empezó  á  reunir 
nuevamente  á  sus  parciales  para  recomenzar  sus  corre- 
rías revolucionarias. 


(')  En  esta  campaña  las  fuerzas  de  Rivera  llevaban  como  dis- 
tintivo una  divisa  punzó,  y  las  del  gobierno  divisa  blanca:  colo- 
res que  dieron  origen  á  la  denominación  de  blancos  y  colorados, 
que  han  llevado  hasta  nuestros  días  los  dos  partidos  políticos  mi- 
litantes de  la  República  Oriental. 


CAPÍTULO  XXVII 

LA    INICIATIVA    ORGÁNICA    DE    1837 


SiMARio  :  I.  I.a  iniciativa  trascendental  del  año  de  1837.— II.  Esteban  Eclieveri'ia  . 
el  pensador  y  el  poeta. — III.  Carácter  de  la  poética  de  Echeverría  :  opi_ 
nión  de  Gutiérrez. — IV.  Evolución  orgánica  que  inicia  :  cómo  la  aprecia 
él  mismo.— V.  La  Asociación  Mayo :  el  Dogma  socialista.— \'l.  Las  pa- 
labras simbúlb'as  del  dogma. — VIL  Desenvolvimiento  de  éstas:  asociación, 
leyes  y  principios  para  su  desarrollo  progresivo.— VIII.  Progreso:  sus 
peculiaridades  y  puntos  de  partida.— IX.  El  principio  de  la  igualdad  y  de 
la  libertad. — X.  Emancipación  del  espíritu  americano:  la  reforma  de  las 
costumbres  y  de  la  legislación. — XI.  El  principio  religioso  :  libertad  de 
conciencia :  separación  de  la  iglesia  y  del  Estado. — XII.  La  democracia 
como  principio  :  la  razón  pública  y  el  sufragio  calificado. — XIII.  Fusión 
doctrinaria  de  las  ideas  en  lucha. — XIV.  Inventario  histórico  :  anteceden- 
tes unitarios  :  antecedentes  federales. — XV.  El  Dogma  proclama  el  régi- 
men federo-nacional  de  gobierno. — XVI.  Esperanzas  de  que  Rozas  proteja 
la  Asociación  Mayo:  ésta  queda  reducida  á  sí  misma.  —  XVII.  Rozas 
alienta  á  Echeverría,  pero  los  hechos  invierten  el  plan  de  la  asociación. — 
XVIII.  Correspondientes  de  la  asociación  en  las  provincias,  Montevideo  y 
Chile.— XIX.  Resistencia  de  los  centros  dirigentes  del  partido  unitario. — 
XX.  Motivos  de  estas  resistencias. — XXI.  Echeverría  analiza  estos  moti- 
vos y  los  condena  en  nombre  de  la  patria  :  la  patria  y  la  libertad :  las 
ideas  de  la  nueva  generación:  las  ideas  del  personalismo  absolutista. — 
XXII.  Cómo  interpreta  Echeverría  la  resistencia  al  Dogma.  —  XXIII. 
Triunfo  moral  del  Dogma  socialista. — XXIV.  El  Dogma  triunfa  material- 
mente en  la  Constitución  de  1853.— XXV.  Testimonio  de  Alberdi.— XXVI. 
Testimonio  de  Gutiérrez.— XXVII.  Á  cada  capacidad  según  sus  obras. 


Antes  de  penetrar  en  el  sendero  lúgubre  que  van 
trazando  los  partidos  en  lucha  sin  cuartel,  detengámos- 
nos un  instante  todavía  en  Buenos  Aires,  donde  brilla 
algo  como  el  relámpago  de  la  esperanza,  en  la  for- 
ma del  pensamiento  regenerador  que  surge  de  la  gene- 
ración doctrinaria  del  año  de  1837,  cuyo  espíritu  se 
confunde  con  el  de  esos  propagandistas  y  tribunos  que 
operaron  la  revolución  de  1810  y  la  reforma  en  1821. 
Levantándose  en  alas  de  la  convicción  más  pura,  la 
juventud  de  1837  fundió, en  el  crisol  de  la  virtud  cívica 
las  ideas  que  exaltaba  el  furor  de  los  partidos;  y  cuando 


—  297  — 

la  vorágine  sangrienta  amenazaba  devorarlo  todo,  se  liiza 
el  eco  de  las  aspiraciones  supremas  de  la  patria,  pro- 
clamando los  principios  orgánicos  que  fueron  consig- 
nados veinte  y  seis  años  después  en  la  Constitución 
para  asegurar  la  libertad,  el  progreso  y  el  bienestar  de 
los  pueblos  argentinos.  De  aquí  el  mérito  de  ese  grande 
esfuerzo  que  se  hubo  de  librar  á  la  acción  del  tiempo, 
como  quiera  que  fuese  imposible  dilatarlo  en  circuns- 
tancias en  que  los  partidos  reaccionaban  contra  todo 
orden  que  no  se  fundara  en  sus  auspicios  exclu- 
sivos. 

La  gloria  de  esta  iniciativa  pertenece  á  don  Esteban 
Echeverría,  quien  del  embrión  de  ciencia  política  qufr 
tenía  delante,  extrajo  los  principios  fecundos  del  gobierno 
libre  y  los  presentó  á  la  juventud  su  contemporánea  para 
labrar  con  ellos  la  futura  felicidad  de  la  República.  De 
este  punto  de  vista,  Echeverría  aparece  como  un  genio 
virtuoso  que  penetra  en  el  porvenir  con  clara  intuición 
y  fe  profunda.  Su  espíritu,  siempre  levantado,  vivió  de 
la  comunión  de  las  ideas  nobles,  y  en  consorcio  íntima 
con  la  patria.  Sus  raros  talentos  y  sus  constantes  afa- 
nes se  consagraron  exclusivamente  al  mejoramiento  social 
y  político  de  su  país,  con  cuyas  necesidades  él  se  había 
identificado  por  los  sentimientos  más  enérgicos  de  su 
corazón.  Era  un  pensador  que  quería  descubrirlos  secretos 
del  progreso  en  acción:  un  filósofo  que  reunía  las  fór- 
mulas más  adaptables  para  implantarlo:  un  sociólogo 
que  presentaba  los  medios  para  desenvolverlo;  y,  lo  que 
no  deja  de  ser  raro,  era  también  poeta.  Era  poeta;  pero 
el  teatro  y  la  época  en  que  actuaba  subordinaron  los 
vuelos  de  su  rica  fantasía  al  plan  de  la  obra  que  se 
propuso  llevar  á  cabo,  y  en  la  cual  prosiguió  sin  des- 
mayar un  instante  hasta  el  en  que  fué  arrancado  á  la 
vida  en  edad  temprana,  pues  como  él  dijo: 


—  298  — 

«El  sol  fulgente  de  mis  l)el!os  días 
se  ha  oscurecido  en  su  primera  aurora, 
y  el  cáliz  de  oro  de  mi  frágil  vida 
se  ha  roto  lleno.» 

Antes  de  que  las  circunstancias  decidiesen  del  género 
de  trabajos  á  que  debía  consagrarse,  Echeverría  había 
publicado  los  Consuelos  y  la  Cautiva,  dos  bellos  floro- 
nes de  las  letras  argentinas,  que  lo  hacen  figurar  con 
ventaja  entre  los  poetas  americanos.  Después,  cuando 
•arrastró  la  vida  azarosa  del  proscripto,  Echeverría  aso- 
ció también  la  poesía  al  punto  á  que  concurrían  todos 
sus  trabajos;  al  desenvolvimiento  intelectual  y  político 
de  las  ideas  proclamadas  en  mayo  de  1810,  en  la  esca- 
la progresista  de  la  sociabilidad  argentina.  En  este 
sentido  supo  armonizar  en  beneficio  de  la  patria  el 
arte  con  Iñ  idea  —  la  belleza  con  la  verdad  —  y  cantó  en 
estrofas  inmortales,  y  dejó  consignadas  en  páginas  que 
transpiran  todavía  el  perfume  de  la  novedad,  los  pro- 
gresos sociales  y  políticos,  las  libertades  y  los  prin- 
cipios de  gobierno  que  constituyen  hoy  el  desiderátum 
de  la  comunidad  argentina.  Á  semejanza  de  Várela,  que 
pretendía  hacer  concurrir  las  fuerzas  de  la  sociedad 
al  triunfo  de  la  reforma  social  y  política,  empleando 
todas  las  formas  de  la  propaganda :  el  libro,  el  diario,  el 
folleto,  la  oda,  el  canto,  el  verso  fácil,  la  letrilla,  el 
epigrama,  Echeverría  condensó  primeramente  el  cuerpo 
de  su  doctrina,  y  lo  vistió  en  seguida  con  las  galas  de 
su  poderosa  inteligencia,  para  hacerlo  llegar  á  todas  partes 
en  alas  del  Pampero  revolucionario,  al  cual  el  gobierno 
fuerte  no  podía  contener.  í  'j  Y  como  Várela,  que  llegaba 


(')  Véase  el  prefacio  á  la  traducción  (|ue  de  Virgilio  hizo 
Várela,  en  La  Eneida  en  la  República  Argeyítina,  que  puljliqué  en 
unión  de  Sarmiento. 


—  299  — 

á  darle  por  sí  solo  á  su  propaganda  una  dirección  seme- 
jante á  la  que  los  enciclopedistas  del  siglo  XVIII  le 
dieron  á  la  suya,  Echeverría  trabajó  con  un  tesón  ina- 
preciable su  idea  de  una  Enciclopedia  popular  en  la 
cual  se  fundieran,  vinculándose  entre  sí,  los  órdenes 
de  ideas  que  debían  asegurar,  en  su  sentir,  la  marcha 
progresiva  y  liberal  de  la  sociabilidad  argentina. 

Don  Juan  María  Gutiérrez  ha  trazado  el  carácter  y 
las  tendencias  de  la  poesía  de  Echeverría  en  los  siguien- 
tes términos  llenos  de  colorido  y  de  verdad:  «Echeverría 
señala  una  nueva  época  en  el  gusto  poético  del  río  de  la 
Plata.  Él  mató  la  tradición  clasico-latina;  confundió  los 
géneros,  mezcló  los  ritmos,  exageró  y  afeminó  un  tanto 
la  armonía  del  período.  Rasgó  el  velo  que  ocultaba  al 
público  las  pasiones  y  los  dolores  individuales  del  poeta, 
salpicando  con  la  atrevida  palabra  yo,  casi  todas  sus 
producciones.  Le  oímos  con  extrañeza  hablar  de  él,  de 
su  corazón,  de  sus  hastíos  y  desencantos,  y  nos  trajo 
ese  raudal  de  lágrimas  que  muchos  han  derramado  des- 
pués, brotadas  únicamente  de  sus  plumas  de  acero.  En 
una  palabra,  él  levantó  un  altar  á  Lamartine,  y  depri- 
mió los  ídolos  de  aquella  noble  escuela  que,  teniendo 
por  maestros  á  Horacio  y  á  Virgilio,  había  llegado  has- 
ta nosotros  en  las  páginas  de  Racine,  de  Meléndez 
y  de  Quintana.» — Ya  se  deja  que  el  espíritu  neolite- 
rario  no  cuadraba-  á  don  Juan  María,  pues  refiriéndose 
á  los  jóvenes  que  cedieron  á  aquel  despotismo  de  la  victoria 
alcanzada  por  la  moda  é  impuesta  por  la  opinión,  había 
dicho:  «Creyéndose  poseedores  del  secreto  para  com- 
prender mejor  que  nadie  la  naturaleza,  iban  á  buscar 
exclusivamente  el  calor  y  la  luz  de  sns  cuadros  á  las 
latitudes  del  Mediodía;  y  proclamándose  únicos .  en  la 
ciencia  del  corazón  y  de  las  pasiones,  suscitaban  á  un 
Ruíz  Díaz  por  rival  del  Cid  de  Corneille,  y  á  una  Lu- 


—  300  — 

crecia  de  la  familia  de  los  Borgia  para  derribar  de  su 
pedestal  de  mármol  á  la  Fedra  del  segundo  Eurí pedes.»  (') 
«  Sin  embargo,  continúa,  Echeverría  localizó  la  poesía, 
jior  decirlo  así,  y  la  qniti)  el  cosmopolitismo  descolorido 
que  tenía  antes  de  él.  Ir  á  buscarla  en  la  Pampa,  en 
los  campamentos  militares  de  la  frontera,  en  los  aduares 
de  los  bárbaros  y  en  los  enmarañados  pajonales  de  la 
llanura,  es  una  feliz  audacia  cuya  gloria  le  pertenece 
entera.  Es  tan  verdadera  su  inimitable  pintura  del  de- 
sierto en  el  primer  canto  de  La  Cautiva,  que  un  natu- 
ralista europeo  la  ha  traducido  literalmente  en  una  obra 
que  nada  tiene  de  poética,  con  el  objeto  de  dar  idea  exacta 
de  esa  planicie  maravillosa  que  se  extiende  desde  el  Plata 
hasta  el  pie  de  los  Andes.  Él  fué  entre  nosotros  quien 
primero  se  atrevió  á  dar  movimiento  dramático  á  las 
composiciones  líricas,  convirtiendo  en  poemas  más  ó 
menos  extensos  aquellos  asuntos  que  no  habrían  inspi- 
rado á  sus  antecesores  más  que  una  oda  ó  una  elegía. 
Él  creyó  que  la  poesía  y  la  íllosofía  no  sólo  eran  con- 
sonantes sino  hermanas,  y  trató  de  hacerlas  andar  á  la 
par,  poniendo  en  metro  pensamientos  é  ideas  que  no 
habían  salido  antes  de  él  de  la  sobria  mesura  de  la 
prosa  didáctica. »  f ) 

La  época  de  reacción  y  de  represión  que  comenzó  en 
el  año  de  1828  y  cuya  fisonomía  siniestra  se  acentuó 
en  toda  la  República  á  fines  de  1835,  sugerió  á  Eche- 
verría, quien  como  la  nueva  generación  de  Buenos  Ai- 
res no  había  tomado  parte  en  tales  sucesos,  el  propósito 
de  presentar  á  la  faz   de  los    partidos    que  conmovían 


O  Fragmentos  de  un  estudio  sobre  don  Esteban  Echeverría  por 
•luán  Alaria  Ciutierrez,  publicado  en  la  Revista  de  Buenos  Aires, 
tomo  XVIl,  pág.  598. 

(-)  Obras  completas  de  Echeverría,  con  notas  y  explicaciones, 
por  Juan  M.  Gutiérrez,  tomo  Y. 


—  301  — 

la  sociedad  argentina,  ciertos  principios  orgánicos  que 
comprendieran  en  lo  posible  las  aspiraciones  coetáneas 
y  las  vinculara  á  la  tradición  progresiva  de  la  revo- 
lución de  1810,  por  medio  de  un  mecanismo  institucio- 
nal que  así  en  lo  político  como  en  lo  social  y  económico, 
tendía  al  ñn  supremo  de  consolidar  la  nacionalidad  y 
el  gobierno  libre.  Sólo  un  hombre  del  temple  moral  de 
Echeverría  podía  acometer  esta  obra  en  esos  días  de 
borrasca  sangrienta.  Quien  se  retrotrae  á  ellos  encuen- 
tra cierta  temeridad  sublime  en  su  iniciativa  fecunda. 
Y  sin  embargo,  él  no  se  atribuyó  méritos  que  por  otra 
parte  rehusaron  discernirle  unitarios  y  federales,  im- 
buidos en  el  egoísmo  crudo  que  es  el  conductor  de 
todos  los  débiles.  No:  sencillamente  creía  hacer  su  deber; 
interpretar  el  voto  de  la  razón  pública;  satisfacer  una 
exigencia  que  abonarían  los  tiempos.  Tuvo  la  conciencia 
de  la  virtud  perdurable  de  su  obra,  y  si  bien  prevale- 
cieron sobre  él  los  doctrinarios  atrasados  que  atizaban 
odios  y  no  acertaban  con  la  solución  del  progreso  polí- 
tico, de  su  país,  su  figura  austera  y  abnegada  se  levantó 
en  primer  término  cuando  se  afianzaron  las  ideas  que 
él  acariñó  como  la  esperanza  más  risueña  de  su  vida. 

Así,  sin  preocuparse  de  la  situación  de  fuerza  que 
creaban  los  partidos  y  que  se  antojaba  calculada  para  ma- 
tar al  nacer  toda  iniciativa  que  no  entrara  en  los  rumbos 
de  la  política  represiva  del  gobierno,  Echeverría  promovió 
la  formación  de  una  sociedad  de  jóvenes  que  quisieran 
consagrarse  á  trabajar  por  la  patria,  como  él  mismo  lo 
dice,  con  arreglo  al  plan  general  de  la  obra  que  tenía 
ya  elaborada  y  meditada.  Este  pensamiento  lo  comuni- 
có á  sus  amigos  don  Juan  María  Gutiérrez  y  don  Juan 
Bautista  Alberdi,  quienes  lo  apoyaron  con  júbilo  y  queda- 
ron encargados  de  invitar  á  lo  más  notable  y  mejor  dis- 
puesto de  entre   la  juventud  su   contemporánea.    En  la 


—  302  — 

noche  del  23  de  junio  de  1837  se  reunieron  unos  cua- 
renta jóvenes  entre  los  que  figuraban  los  ya  nombrados, 
y  don  Félix  Frías,  Carlos  Tejedor,  Jacinto  Rodríguez 
Peña,  Vicente  Fidel  López,  Benito  Carrasco,  Carlos 
Eguía,  Barros  Pazos,  Irigoyen.  Echeverría  explicó  cuál 
era  la  situación  de  la  juventud  argentina,  igualmente 
equidistante  por  el  pensamiento  y  por  las  aspiraciones 
de  los  dos  partidos  políticos  que  en  nombre  de  la  per- 
sonalidad exclusiva  se  disputaban  el  predominio  en  la 
República:  el  federal  y  el  unitario;  y  diseñó  la  misión 
que  encarnaban  esas  aspiraciones  en  el  orden  trascen- 
dental de  los  principios.  Su  palabra  vinculó  á  esa 
noble  juventud,  guiada  por  el  hilo  de  una  misma  idea. 
En  seguida  Echeverría  leyó  las  palabras  simbólicas^  ó 
puntos  cardinales  de  la  obra  propuesta  á  los  esfuerzos 
de  la  nueva  asociación,  los  cuales  con  la  ampliación 
razonada  de  los  principios  que  de  ellos  fluían,  que  pre- 
sentó el  mismo  Echeverría  y  que  se  discutió  en  sesio- 
nes sucesivas,  constituyen  el  Dogma  socialista  de  la 
Asociación  Mayo.  Aquí  se  encuentra  la  base  y  el  punto 
de  partida  de  la  reorganización  política  llevada  á  cabo 
después  de  Caseros,  como  lo  voy  á  demostrar,  rindien- 
do por  la  primera  vez  en  la  historia  argentina  un  justo 
homenaje  á  la  memoria  de  un  precursor  que  fué  com- 
pletamente olvidado  en  los  momentos  en  que  otros  pre- 
sentaban como  propia  la  obra  que  sólo  cá  aquél  per- 
tenece. 

El  dogma  socialista,  tal  cual  lo  concibió  y  elaboró 
Echeverría,  abárcalos  fundamentos  ó  principios  de  todo 
un  sistema  social  y  político.  Era  en  sentir  de  su  autor 
un  credo^  una  bandera^  un  programa  para  la  nueva  aso- 
ciación, la  cual  debía  ser  doctrinaria  en  sus  manifes- 
taciones externas  y  propagandista  en  la  práctica  de  los 
hechos.     Para  entrar  desde  luego  en  este  camino.  Eche- 


—  803  — 

verría  labró  un  programa  general  de  las  cuestiones  que- 
surgían  del  mecanismo  ideado  para   la  futura  organiza- 
ción de  la  República  y  á  las   cuales  debía  aplicarse  los^ 
principios  fundamentales    del    Dogma.    Eran   parte    del 
programa    la   cuestión   de   la   soberanía    del   pueblo ;  el 
sufragio  y  la  democracia;   la  prensa;    el   asiento  y  dis- 
tribución del  impuesto;  el  Banco    y    el  papel   moneda;, 
el  crédito    público;   la    industria  pastoril  y  agrícola;  la 
inmigración;  las  municipalidades;  la  policía;  el  ejércitO' 
de  línea  y  milicia  nacional.     Todo  ello  va  comprendido 
en  las  palabras    simbólicas   del   Dogma  ^  que  son  las  si- 
guientes en  el  orden  de  colocación  que  les  dio  Echeve- 
rría en  agosto  de  1837:  —  Asociación,  —  Progreso,  —  Fra- 
ternidad,—  Igualdad,  —  Libertad.    Adopción  de  todas  las- 
glorias   legítimas  tanto  individuales  como  colectivas  de 
la    revolución;    emancipación    del    espíritu    americano. 
Dios  centro  y  periferia  de  la  creencia   religiosa.     Orga- 
nización de  la  patria  sobre   la  base   democrática.     Con- 
fraternidad de  principios.     Fusión  de  todas  las  doctrinas, 
progresivas  en  un  centro   unitario.    Abnegación   de    las 
simpatías  que  puedan  ligar  con  las  dos  grandes  faccio- 
nes que  se  disputaron  el  poderío  durante  la  revolución. 
Veamos  cómo  amplía  Echeverría  cada   uno  de   estos 
puntos.    La  asociación   es,    según   él,   la    condición  del 
progreso.    Trabajar  por  difundir    el  espíritu    de  asocia- 
ción, es  poner  las  manas  en  la  obra  del  progreso  y  ci- 
vilización de  la  patria.     La  verdadera    asociación  existe- 
entre  iguales.    La  desigualdad   enjendra   odios  y  rebaja 
los  vínculos  sociales.     Para  que  la  asociación  correspon- 
da á  sus  fines  es  necesario  constituirla  de  modo  que  ncv 
se  choquen  los  intereses  sociales  y  los   individuales ;  ó> 
combinar  entre    sí    estos    dos    elementos :    el    elemento^ 
social   y    el   individual;   la    patria    y    la    independen- 
cia  del    ciudadano.     En   la    alianza  y  armonía    de   es- 


—  ;',oi  — 

tos  (los  principios  estriba  el  problema  de  la  ciencia  so- 
cial. La  política  debe  encaminar  sus  esfuerzos  á  asegurar 
por  medio  de  la  asociación  á  cada  ciudadano  su  liberrtad 
y  su  indi\ádualidad.  La  sociedad  debe  poner  á  cubierto 
la  independencia  individual  de  todos  sus  miembros ; 
como  todos  los  individuos  están  obligados  á  concurrir 
con  sus  fuerzas  al  bien  de  la  patria.  La  sociedad  no 
■debe  absorber  al  ciudadano,  ni  el  interés  social  permite 
el  predominio  exclusivo  de  los  intereses  individuales. 
La  voluntad  de  un  pueblo  ó  de  una  mayoría  no  puede 
establecer  un  derecho  atentatorio  del  derecho  individual. 
Ninguna  autoridad  legítima  impera  sino  á  nombre  del 
derecho  y  de  la  justicia.  Ninguna  mayoría,  ningún  par- 
tido ó  asamblea  tiene  derecho  para  establecer  una  ley 
que  ataque  las  leyes  naturales  y  los  principios  conser- 
vadores de  la  sociedad,  y  que  ponga  cá  merced  del  ca- 
pricho de  un  hombre  la  seguridad,  la  libertad  y  la  vida 
de  todos.  Los  que  cometen  este  atentado  usan  de  un 
derecho  que  no  les  pertenece,  enajenan  lo  que  no  es 
suyo:  la  libertad  de  los  demás.  La  salud  del  pueblo  no 
estriba  sino  en  el  inviolable  respeto  de  los  derechos  de 
todos  y  cada  uno  de  los  individuos  que  lo  componen. 
Para  ejercer  derechos  sobre  sus  miembros,  la  sociedad 
debe  á  todos  justicia,  protección  y  leyes  que  aseguren 
su  persona,  sus  bienes,  su  libertad,  su  trabajo  y  su  in- 
dustria La  institución  del  gobierno  no  es  útil,  moral  y 
necesaria  sino  en  cuanto  propende  á  asegurar  á  cada 
ciudadano  sus  imprescriptibles  derechos,  y  principal- 
mente su  libertad.  Asociación,  progreso,  democracia  son 
los  términos  correlativos  de  la  tesis  social  humanitaria 
que  se  propone  la  asociación  de  la  joven  generación  ar- 
gentina. 

El    progreso,    según   Echeverría,    es    la    ley   de   des- 
arrollo de  toda  sociedad  libre;  y  la  revolución  de  mayo 


—  305  — 

fué  la  primera  y  grandiosa  manifestación  de  que  la 
sociedad  argentina  quería  entrar  en  las  vías  del  pro- 
greso. Pero  cada  pueblo,  cada  sociedad  tiene  sus  leyes 
ó  condiciones  peculiares  de  existencia,  que  resultan  de 
las  costumbres,  de  su  historia,  de  su  condición,  nece- 
■cidades  físicas,  intelectuales  y  morales.  En  desarrollar 
su  actividad,  con  arreglo  á  esas  condiciones  peculiares 
de  su  existencia,  consiste  el  progreso  normal,  el  verda- 
dero progreso  de  un  pueblo.  Lo  contrario  es  desgastar 
estérilmente  las  fuerzas.  Y  en  conocer  esas  condiciones 
y  utilizarlas  consiste  la  ciencia  y  el  tino  práctico  del 
verdadero  estadista.  Unitarios  y  federales,  desconociendo 
ó  violando  las  'condiciones  peculiares  de  ser  del  pue- 
blo argentino,  han  llegado  con  diversos  procederes  al 
mismo  fin,  al  aniquilamiento  de  la  actividad  nacional; 
los  unitarios  sacándola  de  quicio  y  malgastando  su  ener- 
gía en  el  vacío:  los  federales  sofocándola  bajo  un  des- 
potismo brutal;  y  unos  y  otros  apelando  á  la  guerra. 
De  aquí  parte  la  nueva  generación  para  creer  que  es 
necesario  trabajar  á  fin  de  poner  esa  actividad  en  la 
senda  del  verdadero  progreso,  mediante  una  organi- 
zación que  resulte  de  la  condición  peculiar  de  ser  im- 
puesta al  pueblo  argentino  por  la  revolución  de  mayo. 
Quiere  la  democracia  como  tradición,  como  principio  y 
como  institución.  Para  ella,  la  democracia  como  tradi- 
ción, es  mayo,  progreso  continuo :  la  democracia  como 
principio,  es  la  fraternidad,  la  igualdad,  la  libertad :  la 
democracia  como  institución  conservatriz  del  principio, 
eL  sufragio  y  la  representación  en  el  distrito  municipal, 
en  el  departamento,  en  la  provincia,  en  la  república. 

La  fraternidad  es,  según  Echeverría,  la  divisa  de  la 
nueva  generación.  El  egoísmo  encarnado  son  todos  los 
tiranos,  y  es  deber  de  todo  hombre  luchar  contra  él, 
^omo  lo  es  echar  un  velo  sobre  los  errores  de  los  que 

TOMO   II.  20 


—  800  — 

pasaron.  Todos  los  hombres  son  iguales  ante  la  ley 
natural.  Todo  privilegio  establecido  en  la  ley  positiva 
es  un  ultraje  á  la  igualdad.  Para  que  la  igualdad  se 
realice  es  necesario  que  los  hombres  se  penetren  de  sus 
derechos  y  obligaciones  mutuas;  y  la  potestad  social 
debe  concurrir  á  este  objeto  fomentando  la  propagación 
de  la  educación,  que  es  una  institución  emergente  de 
la  democracia.  Todos  los  hombres  son  igualmente  libres. 
De  las  acciones  privadas  sólo  á  Dios  deben  cuenta.  El 
ejercicio  público  de  sus  facultades  no  tiene  más  limi- 
tación que  el  ataque  que  pueda  llevar  á  tercero.  Los 
derechos  individuales  nacen  de  la  soberanía  no  delegada 
del  hombre  en  sociedad;  y  se  ataca  esta  soberanía  cuando 
sin  causa  fundada  en  ley  anterior  al  hecho  que  motive 
lo  excepción,  se  prohibe  al  ciudadano  disponer  á  su  al- 
bedrío  de  su  persona  y  bienes  y  aplicar  sus  ideas,  su 
industria  y  su  trabajo  á  los  objetos  que  estime  útiles 
y  provechosos  para  sí. 

Así,  el  Dogma  partiendo  de  que  el  honor  y  el  sacri- 
ficio deben  ser  el  móvil  y  la  norma  de  la  conducta  del 
ciudadano,  proclama  la  adopción  de  todas  las  glorias  legí  - 
timas  tanto  individuales  como  colectivas  de  la  revolución 
de  mayo,  y  la  necesidad  de  continuar  las  tradiciones 
progresivas  de  esta  revolución.  Pero  en  esto  mismo  va- 
envuelta  la  necesidad  de  independizarse  de  las  tradi- 
ciones retrógradas  que  subordinan  al  país  al  antiguo 
régimen.  El  triunfo  de  la  revolución  es  el  triunfo  de  la 
idea  nueva  en  toda  su  plenitud,  y  sin  embargo,  si  el 
cuerpo  de  los  americanos  se  ha  emancipado  no  ha  suce- 
dido otro  tanto  con  su  espíritu.  «La  América  indepen- 
diente, dice  el  Dogma^  sostiene  en  signo  de  vasallaje  los 
cabos  del  ropaje  imperial  de  la  que  fué  su  señora,  y 
se  adorna  con  sus  apolilladas  libreas:  la  democracií? 
engalanada  con  los  blasones  de  la  monarquía  absoluta; 


—  307  — 

un  siglo  nuevo  embutido  en  otro  viejo;  la  América  re- 
volucionaria envuelta  todavía  en  los  pañales  de  la  que 
fué  su  madrasta.»  Dos  son  los  legados  funestos  de  la 
España  que  traban  principalmente  el  movimiento  pro- 
gresivo de  la  revolución  americana:  sus  costumbres  y 
su  legislación. 

La  España  dejó  por  herencia  la  desigualdad  de  clases 
y  la  rutina:  lo  primero  es  la  negación  de  la  igualdad 
democrática,  y  lo  segundo  es  la  negación  del  examen  en 
el  orden  moral,  y  la  estagnación,  la  quietud  adormece- 
dora en  el  orden  físico.  La  España  imbuía  el  dogma 
del  respeto  ciego  á  la  tradición,  á  la  autoridad  infalible 
de  ciertas  doctrinas;  y  la  filosofía  moderna  proclama  el 
dogma  de  la  independencia  de  la  razón.  Á  las  reglas 
invariables  de  conducta  que  imponía  el  obscurantismo 
del  pasado,  se  oponen  pues  las  ideas  en  que  se  funda  el 
progreso  del  presente.  Una  legislación  dictada  en 
tiempos  tenebrosos  por  el  capricho  ó  la  voluntad  de  un 
hombre  para  afianzar  el  predominio  de  ciertas  clases; 
una  legislación  para  robustecer  la  tiranía  de  la  metró- 
poli y  no  para  satisfacer  las  necesidades  de  nueva  so- 
ciedad; destinada  para  vasallos  y  colonos,  no  para  ciu- 
dadanos; que  no  tiene  raíz  en  la  inteligencia  de  la  nación 
y  que  violenta  el  principio  de  la  igualdad  y  la  libertad 
democrática,  jamás  podrá  convenir  á  la  América  inde- 
pendiente. Toca,  pues,  á  la  nueva  generación  iniciar 
una  reforma  radical  en  las  costumbres  por  medio  de  la 
educación  y  de  las  leyes,  pues  que  éstas  influyen  pode- 
rosamente en  el  mejoramiento  de  aquélla.  La  reforma 
de  la  legislación  debe  estar  por  consiguiente  en  armonía 
con  los  principios  democráticos  proclamados:  la  ley 
debe  ser  una  para  todos;  ninguna  clase  civil,  militar  ó 
religiosa  tendrá  fueros  especiales. 

En  el  orden  religioso,  el   dogma  parte  de  que  no  le  ha 


—  ;¡()S  — 

bastado  al  hombre  la  religión  natural,  y  que  ha  sido 
necesario  que  las  religiones  positivas  que  apoyan  su 
autoridad  sobre  hechos  históricos,  vengan  á  proclamar 
las  leyes  que  rigen  las  relaciones  íntimas  entre  el  hom- 
bre y  su  Criador.  Toda  religión  presupone  un  culto. 
El  hombre  debe  encaminar  su  pensamiento  á  Dios  del 
modo  que  lo  juzgue  más  conveniente.  Dios  es  el  único 
juez  de  la  conciencia  de  cada  hombre;  ninguna  auto- 
ridad humana  puede  serlo.  Si  la  libertad  de  conciencia 
es  un  derecho  privativo  del  individuo,  la  libertad  de 
cultos  es  un  derecho  de  las  comunidades  religiosas. 
No  se  puede  dejar  de  reconocer  esta  última  sin  atentar 
al  derecho  de  cada  uno.  La  libertad  de  conciencia  y  de 
cultos  será  un  hecho  consagrado  en  la  ley  y  en  la  prác- 
tica cuando  no  se  ponga  obstáculo  á  la  predicación  de 
cualquiera  doctrina  ó  al  ejercicio  de  cualquier  culto;  y 
cuando  los  individuos  de  cualquiera  comunidad  reli- 
giosa sean  iguales  en  derechos  civiles  y  políticos  á  todos 
los  demás  ciudadanos. 

La  sociedad  religiosa  es  independiente  de  la  sociedad 
civil.  «Los  tiranos  han  fraguado  de  la  religión  cadenas 
para  el  hombre,  y  de  aquí  ha  surgido  la  impura  liga 
del  poder  y  del  altar.»  No  incumbe  al  gobierno  regla- 
mentar las  creencias,  sino  escudar  solamente  los  prin- 
cipios conservadores  de  la  sociedad,  y  salvaguardar 
la  moral.  El  Estado  como  cuerpo  político  no  puede 
tener  religión,  porque  carece  de  conciencia  propia,  desde 
que  sólo  por  una  ficción  legal  es  una  persona  jurídica. 
El  principio  de  la  libertad  de  conciencia  jamás  podrá 
concillarse  con  el  dogma  de  la  religión  de  Estado. 
Todos  los  cultos  deben  ser  protegidos  y  respetados, 
mientras  no  atenten  á  la  moral  ó  al  orden  público.  La 
palabra  tolerancia  en  materia  de  religión,  acusa  la 
ausencia  de  libertad.  Se  tolera  lo  prohibido,  lo  malo; 
un  derecho  se  reconoce  y  se  proclama. 


—  309  — 

El  Dogma  libra  á  la  nueva  generación,  la  obra  de  la 
organización  de  la  patria  sobre  la  base  democrática. 
Esta  obra  sólo  puede  trabajarse  con  éxito  concretando 
toda  la  acción  eficiente  al  desenvolvimiento  de  los  ele- 
mentos que  constituyen  la  sociabilidad  en  lo  político, 
lo  filosófico,  lo  religioso,  lo  científico,  lo  artístico,  lo  in- 
dustrial, y  de  modo  que  todo  ello  encamine  armónica- 
mente á  la  democracia.  La  democracia  como  principio ; 
la  base  sobre  que  gira  es  la  soberanía  del  pueblo ;  y  los 
medios  de  desenvolverse,  el  sufragio  y  la  representa- 
ción. Como  principio,  la  democracia  no  es  el  gobierno 
absoluto  de  las  mayorías;  es  el  régimen  de  la  razón  del 
pueblo.  Las  masas  inconscientes,  caprichosas  é  igno- 
rantes pueden  aparecer  tal  cual  vez  como  expresión  de 
la  opinión  pública,  pero  no  como  expresión  de  la  razón 
pública,  que  es  á  lo  que  tiende  el  principio  en  su  apli- 
cación práctica.  De  aquí  las  limitaciones  impuestas 
al  ejercicio  de  la  soberanía  individual,  cuya  manifes- 
tación externa  es  el  sufragio  al  cual  deben  ser  llamados 
sólo  los  que  tengan  la  capacidad  suficiente  para  poder 
obrar  por  sí.  (Stuart  Mili  dijo  mucho  después:  sólo 
deben  votar  los  que  tienen  interés  en  ser  bien  represen- 
tados.) Extender  en  lo  posible  esta  esfera  de  acción 
en  favor  de  los  ciudadanos,  es  precisamente  el  propó- 
sito fundamental  que  debe  fijarse  el  legislador,  concu- 
rriendo por  todos  los  medios  á  su  alcance  á  levantar  á 
las  masas  al  nivel  de  los  demás  ciudadanos.  Así  el  su- 
fragio calificado  puede  llegar  á  unlversalizarse  y  ejer- 
cerse sin  los  inconvenientes  que  trae  en  sí  el  sufragio 
universal,  que  es  el  origen  de  la  desnaturalización  de 
la  democracia. 

Por  fin  el  Dogma  traza  el  cuadro  general  de  las  ins- 
tituciones del  gobierno  sobre  la  base  democrática;  las 
estudia  en  su  aplicación    práctica,    y  combinando  todas 


—  810  — 

las  doctrinas  progresivas  en  que  se  funda  el  régimen 
político  ideado,  proclama  solemnemente  la  necesidad 
suprema  de  subordinar  á  esta  fusión  doctrinaria  las 
simpatías  que  puedan  ligar  á  los  pueblos  argentinos  con 
las  dos  grandes  facciones  que  se  han  disputado  el  pre- 
dominio durante  la  revolución.  En  este  parágrafo  se  en- 
cuentra el  pensamiento  funáamentíd  áe\  Dogma  socialista. 
En  él  está  expuesta  por  Echeverría,  antes  que  por  nin- 
gún otro  argentino,  la  solución  política  del  problema 
que  se  quiso  resolver  inútilmente  cuarenta  años  con- 
secutivos con  las  armas  en  la  mano,  y  que  se  adoptó 
recién  después  de  1852,  tomando  uno  á  uno  los  principios 
del  dogma.  La  anarquía  del  presente,  dice,  es  hija  de 
la  anarquía  del  pasado.  Los  odios  y  las  simpatías  no 
son  de  la  nueva  generación,  los  ha  heredado;  y  es  indis- 
pensable romper  esta  sucesión  funesta  que  eternizará 
esa  anarquía.  Facción  morenista.  facción  saavedrista 
facción  rivadavista,  facción  rozista,  son  para  Echeverría- 
voces  sin  inteligencia.  Todos  los  argentinos  son  unos. 
Desde  este  punto  la  Asociación  Mayo  no  hace  distinción 
entre  unitarios  y  federales,  colorados  y  celestes,  plebeyos 
y  decentes,  porteños  y  provincianos.  Ha  visto  luchar 
dos  principios  en  toda  la  época  de  la  revolución  y 
permanecer  hasta  entonces  indecisa  la  victoria.  Esto  le 
ha  hecho  creer  que  las  fuerzas  son  iguales  y  que  la  con- 
currencia de  ambos  principios  en  la  organización  argen- 
tina es  de  una  necesidad  inevitable,  de  una  lógica  in- 
flexible. 

Para  demostrarlo  así  á  la  luz  de  los  hechos,  he  aquí 
cómo  el  Dogma  inventaría  el  caudal  respectivo  de 
ambos  principios  unitario  y  federativo:  Antecedentes 
MW2Y<a!/705  del  tiempo  de  la  colonia:  la  unidad  de  origen; 
la  unidad  de  costumbres  y  de  idioma;  la  unidad  reli- 
giosa; la   unidad    política    y   de    gobierno    (virreinato); 


—  311  — 

la  unidad  de  legislación,  la  unidad  judiciaria,  unidad 
territorial,  unidad  financiera,  unidad  administrativa  — 
(el  virrey).  Antecedentes  unitarios  del  tiempo  de  la  revo- 
lución: unidad  de  creencias  y  de  principios  republi- 
canos; unidad  de  sacrificios  en  la  guerra  de  la  Indepen- 
dencia; unidad  de  conducta  y  de  acción  en  dicha  guerra; 
los  distintos  pactos  de  unidad  interrumpidos:  congre- 
sos, presidencias,  directorios  generales,  que  con  intermi- 
tencias más  ó  menos  largas  han  existido  durante  la 
revolución;  la  unidad  diplomática  externa  ó  interna- 
cional; la  unidad  de  glorias;  la  unidad  de  bandera,  de 
armas;  la  unidad  tácita,  instintiva  que  se  revela  cada 
vez  que  se  dice:  República  Argentina,  territorio  argen- 
tino, nación  argentina,  patria  argentina,  pueblo  argenti- 
no, y  no  república  santiagueña  ó  cordobesa  ó  porteña. 
La  misma  palabra  argentino  es  un  antecedente  unitario. 
Antecedentes  federativos:  las  diversidades,  las  rivalida- 
des provinciales  sembradas  sistemáticamente  por  la 
tiranía  colonial,  y  renovadas  por  la  demogogia  republi- 
cana: los  largos  interregnos  de  aislamiento  y  de  absoluta 
independencia  provincial  durante  la  revolución;  las  espe- 
cialidades provinciales  provenientes  del  suelo  y  del  clima, 
de  las  que  se  siguen  otras  en  el  carácter,  en  los  hábi- 
tos, en  el  acento,  en  los  productos  de  la  industria,  y 
del  suelo;  las  distancias  enormes  y  costosas  que  las 
separan  unas  de  otras;  la  falta  de  caminos,  de  canales, 
de  medios  de  organizar  un  sistema  regular  de  comuni- 
caciones y  transportes;  las  largas  tradiciones  municipa- 
les, y  las  habitudes  ya  adquiridas  de  legislaciones  y 
gobiernos  provinciales:  la  posesión  actual  de  los  gobiernos 
locales  en  las  memos  de  las  provincias ;  la  soberanía  par- 
cial que  la  revolución  de  mayo  atribuyó  á  cada  una 
de  las  provincias,  y  que  no  les  ha  sido  contestada;  la 
imposibilidad  de  reducir  las  provincias  y  sus  gobiernos 


—  ai2  — 

al  despojo  de  un  depósito  que  conservado  un  día  no 
se  abandona  nunca  espontáneamente;  el  poder  de  la  pro- 
pia dirección,  la  libertad,  las  susceptibilidades,  el  amor 
propio  provincial,  los  celos  de  provincia  á  provincia. 

Estos  antecedentes  liistin-icos  de  gobierno,  de  admi- 
nistración y  de  vida  militante,  legitiman  la  necesidad 
suprema  que  proclama  el  dogma  socialista  de  subordinar 
toda  simpatía  respecto  de  las  tendencias  exclusivas  de 
los  dos  principios  en  lucba,  en  favor  de  una  fusión 
armónica  sobre  la  cual  descansen  inalterables  ¿as  liber- 
tades de  rada  pror'uicia  y  las  prerrogativas  de  la  Nación. 
«Esta  solución,  inevitable  y  única,  dice  el  dogma,  resulta 
de  la  aplicación  de  los  dos  grandes  términos  del  pro- 
blema argentino,  la  Naci(')n  y  la  Provincia;  y  de  ningún 
otro  modo  que  en  la  armonía  de  los  dos  principios  riva- 
les, pueden  encontrar  una  paz  legítima  y  gloriosa  los 
hombres  que  han  estado  divididos  en  los  dos  partidos 
unitarios  y  federal.»  Y  para  que  la  juventud  pensadora 
y  patriota  haga  suya  esta  idea  que  era  entonces  una 
grande  novedad  y  que  debía  constituir  una  solución 
definitiva,  Echeverría  la  dice  <á  la  faz  del  gobierno  fuerte, 
cuando  los  partidos  no  encuentran  más  solución  que 
la  de  destruirse  mutuamente  para  dominar  absoluto  el 
vencedor.  «Es  un  error  grave  y  funesto  imaginarse  que  el 
partido  unitario  y  el  federal  no  existen,  porque  el  pri- 
mero perdió  el  poder  y  el  segundo  quedó  absorbido  en 
la  personalidad  de  Rozas.  Estos  partidos  no  morirán 
jamás;  porque  representan  dos  tendencias  legítimas,  dos 
manifestaciones  necesarias  de  la  vida  de  nuestro  país: 
el  partido  federal,  el  espíritu  de  localidad  preocupado  y 
ciego  todavía:  el  partido  unitario,  el  centralismo,  la  uni- 
dad nacional.  Dado  caso  que  desapareciesen  los  hom- 
bres influyentes  de  esos  partidos,  vendrán  otros  repre- 
sentando las  mismas  tendencias,   los  cuales  trabajarán 


—  813  — 

por  hacerlas  dominar,  y  convulsionarán  al  país  para 
llegar  uno  y  otro  al  resaltado  que  han  obtenido.  La  lógico 
de  nuestra  historia  está  pidiendo  la  existencia  de  un  partido 
nuevo,  cuya  misión  es  adoptar  lo  que  haya  de  legítimo 
en  uno  y  otro  partido,  y  consagrarse  á  encontrar  la  solu- 
ción pacífica  de  todos  nuestros  problemas  sociales,  con  la 
clave  de  una  síntesis  más  alta,  más  nacional  y  más  com- 
pleta que  la  suya,  que  satisfaciendo  todas  las  necesidades 
legítimas,  los  abrcu^e  y  los  funda,  en  su  unidad. »  ( ') 

Tal  fué  ki  obra  trascendental  que  ideó  y  desarrolló 
don  Esteban  Echeverría  en  su  Dognm  socialista,  fuente  pura 
y  origen  verdadero  de  la  reorganización  constitucional  ar- 
gentina. Echeverría  concibió  la  esperanza  de  que  Rozas  fue- 
se el  brazo  armado  y  militante  de  esta  obra,  llamando  á  sí 
á  la  nueva  generación.  «Hombre  afortunado  como  nin- 
guno, dice  (^),  todo  se  le  brindaba  para  acometer  con  éxito 
esa  empresa.  Su  ¡lopularidad  era  indisputable:  la  juven- 
tud, la  clase  pudiente  y  hasta  sus  enemigos  más  acérrimos 
lo  deseaban,  lo  esperaban ...»  Pero  contra  la  realización 
de  tal  obra  se  levantaban  en  1837  las  resistencias  de  una 
época  de  represión  y  de  reacción  que  marcaban  respec- 
tivamente, el  partido  federal  desde  el  gobierno,  y  el  par- 
tido unitario  que  quería  restaurarse  en  él.  La  Asociación 
Mayo  se  encontró  reducida  á  sí  misma  y  sin  poder  hacer 
uso  de  los  medios  prácticos  para  llevar  adelante  sus  pro- 
pósitos, porque  la  libertad  de  la  prensa  y  la  de  la  tri- 
buna quedaron  subordinadas  á  las  exigencias  mons- 
truosas de  un  orden  político  que  habían  contribuido  á 
crear  hasta  los  mismos  que  clamaban  contra  el  gobierno 
fuerte. 


(M    Véase  Logrna  socialista,  edición  de  1846,  pág.  LXXI. 
(2)    Movimiento  intelectual  en  el  Plata   desde^  1837,   (pref.    al 
Dogma),  edición   1846,  pág.  XXVI. 


—  314  — 

Echeverría  di()  sin  embar<^o  algunas  conferencias  en 
el  salón  literario  de  Buenos  Aires;  y  lo  que  da  una  idea 
de  la  virtud  de  este  esfuerzo  y  ofrece  singular  contras- 
te con  la  oposici()n  que  le  hicieron  los  unitarios,  os  que 
Rozas  quiso  alentar  á  Echeverría  trasmitiéndole  sus 
felicitaciones  por  intermedio  del  joven  militar  don  Ra- 
món Maza.  Pero  como  los  jóvenes  de  la  Asociación  Mayo 
no  se  mezclaban  en  el  movimiento  de  los  federales 
éstos  comenzaron  á  unitarizarla.  Lo  más  raro  no  era 
esto,  sino  que  los  unitarios  la  federalizaban,  suponién- 
dola adherida  al  partido  de  Rozas.  La  verdad  es  que  la 
Asociación  Mayo  no  pertenecía  ni  al  uno  ni  al  otro  par- 
tido. Era  un  término  medio  que  pretendía  fundir  las 
aspiraciones  de  ambos  partidos  en  beneficio  de  la  patria 
común,  como  lo  expresa  el  dogma.  «La  fuerza  de  las 
€osas,  dice  Echeverría,  invirtió  el  plan  de  la  asociación. 
La  revolución  material  contra  Rozas  estaba  en  pie, 
aliada  á  un  poder  extraño.  Nuestro  pensamiento  fué 
llegar  á  ella  después  de  una  lenta  predicación  moral 
que  produjese  la  unión  de  las  voluntades  y  las  fuerzas 
por  medio  del  vínculo  de  un  dogma  socialista.  Era  pre- 
ciso modificar  el  propósito  y  marchar  á  la  par  de  los 
sucesos  supervinientes.»  (')  Echeverría  tuvo,  pues,  que 
someterse  á  las  exigencias  de  esa  época  aciaga;  pero 
sin  abandonar  su  propósito  fundamental  á  pesar  de  los 
propósitos  en  que  estaba  empeñado  el  partido  unitario 
y  los  cuales  poca  fe  le  inspiraban,  porque  como  él  mismo 
lo  dice:  «Es  necesario  desengañarse:  no  hay  que  contar 
con  elemento  alguno  extranjero  para  derribar  á  Rozas. 
La  revolución  debe  salir  del  país  mismo;  deben  encabe- 
zarla los  caudillos  que  se  han  levantado  á  su  sombra. 
De  otro  modo   no  tendremos  patria.»  (-) 

(*  )  Ib.  ib.  pág.  XLiii. 

( -)  Véase  obi-jis  de  Eclieverria,  tnmo  V,  pág.  437. 


~  315  — 

Echeverría  se  retiró  á  la  campaña  de  Buenos  Aires 
y  muchos  de  sus  compañeros  se  dirigieron  á  las  pro- 
vincias argentinas,  á  Chile  y  á  la  Banda  Oriental.  Alberdi 
promovió  en  Montevideo  una  asociación  igual  á  la  de 
Buenos  Aires,  é  ingresaron  en  ella  Mitre,  Somellera, 
Bermudez  y  otros.  Quiroga-Rozas  promovió  en  San  Juan 
otra  ramificación  de  la  Asociación  Mayo,  y  á  ella  ad- 
hirieron. Sarmiento  quien  «consagraba  á  la  enseñanza 
de  la  niñez  facultades  destinadas  á  lucir  en  esfera  más 
alta»  (según  la  expresión  de  Echeverría)  y  Villafañe,  Ro- 
dríguez, Aberastain,  Cortínez...  El  mismo  Villafañe  (don 
Benjamín)  hizo  otro  tanto  en  Tucumán,  y  allí  formaron 
grupo.  Avellaneda,  García,  Silva.  López  (don  Vicente  Fidel) 
estableció  otra  ramificación  en  Córdoba,  de  la  que  for- 
maron parte  Rodríguez  (don  Enrique),  Paz  (Paulino),  los 
Ferreyra(Avelinoy  Ramón),  Álvarez  (Francisco).  El  dogma 
socialista  encontró  ecos  simpáticos  y  asentimiento  espon- 
táneo en  la  nueva  generación  de  la  República  que  no 
se  encontraba  comprometida  en  la  lucha  á  muerte  que 
sostenían  los  dos  partidos  en  que  ella  se  encontraba 
dividida.  Pero  lo  contrario  sucedió  en  Montevideo  donde 
estaba  concentrada  la  resistencia  á  Rozas,  personificada 
en  los  prohombres  del  partido  unitario  y  en  los  alia- 
dos que  éstos  se  creaban.  El  Iniciador  que  redactaban 
en  Montevideo  los  señores  Cañé  y  Lamas  publicó  el 
Dogma  de  la  nueva  generación;  y  ello  fué  una  voz  de 
alarma  para  los  unitarios  quienes  lo  calificaron  de  cisma. 
La  voz  cundió  en  las  reuniones  políticas  y  sociales,  y 
los  defensores  del  Dogma  eran  considerados  «como  unos 
locos,  como  unos  románticos...  estaban  desheredados  del 
sentido  común  porque  se  segregaban  de  la  comunión 
de  los  creyentes^  porque  tenían  más  fe  en  su  fuerza  y  en 
su  porvenir  que  en  la  restauración  de  cosas  pasadas.  En 


—  :!1í;  — 

cuaiitd   ;i  l;i  (liscusiíHi  |)i'il)lic;i  la  evudieron:  no  creyeron 
sin  (Inda  competentes  para  ella  á  los  innovadores.»  ('j 

Este  rechazo  inconcebible  del  pensamiento  orgánico 
desarrollado  con  admirable  previsión  por  Echeverría  para 
organizar  la  República,  era  tanto  más  sorprendente  cnanto 
que  partía  de  los  hombres  que  jiretendían  fundar  la 
libertad,  el  orden  y  la  civilizaciíhi  en  el  río  de  la  Plata 
mediante  la  destrucción  de  Rozas,  en  quien  veían  el 
único  obstáculo  que  á  ello  se  oponía  y  quien,  como  para 
desautorizarlos,  no  sólo  había  dejado  que  Echeverría 
desenvolviese  libremente  su  pensamiento  á  la  faz  del 
gobierno  fuerte,  sino  que  lo  había  alentado  con  sus  votos. 
La  triste  experiencia  de  los  hechos  acreditaba  sin  embargo 
que  ellos  eran  un  obstáculo  tan  fuerte  como  el  que 
apuntaban.  Acreditaba  más  todavía.  Combatían  año  tras 
año,  se  aliaban  á  los  extranjeros  enemigos  de  su  patria, 
contribuían  á  desangrar  la  República,  más  bien  en  nom- 
bre de  las  ideas  con  las  cuales  habían  caído  del  gobierno 
y  de  sus  posiciones  políticas  en  1828,  que  en  prose- 
cución de  un  propósito  orgánico,  de  un  plan  de  re- 
construcción nacional  cuyos  principios  concillaran  las 
aspiraciones  de  los  pueblos  argentinos  convulsionados 
contra  ellos.  Vivían  en  pleno  año  de  1826.  La  tra- 
dición unitaria  estaba  incrustada  en  su  espíritu;  y 
no  querían  darse  cuenta  de  que  los  pueblos  habían 
vivido  veinte  años  más,  luchando  consecutivamente  por 
el  ideal  político  que  les  revelaron  sus  instintos  allá  en 
los  albores  de  su  emancipación,  y  en  cuyo  camino  mar- 
chaban,— por  los  auspicios  de  Rozas, — resueltos  á  vencer 
las  resistencias  que  esos  mismos  hombres  les  oponían. 
Imaginaban  que  la  persona  de  Rozas  absorbía  los  ideales 


(')  Iv'hevcrria.  Movimiento    intelectual    del  Plata,  xxix.  edic. 

184G. ■ 


—  317  — 

y  las  esperanzas  de  los  pueblos,  y  pensaban  que  derribado 
Rozas  la  restauración  unitaria  era  un  hecho  que  se  im- 
ponía. Era  simplemente  una  restauración  lo  que  busca- 
ban; y  por  esto  es  que  ni  emitían  ni  prohijaban  principio 
alguno  sobre  la  organización  del  país,  la  cual  estaba  en 
su  sentir  ya  trazada  y  elaborada  en  la  Constitución  de 
1826.  Imbuidos  en  un  absolutismo  político  al  que  no 
aprovechaban  las  duras  lecciones  de  la  experiencia;  é 
impulsados  por  una  vanidad  de  escuela  que  no  abonaban 
ideas  ó  hechos  de  esos  que  levantan  las  personalidades 
políticas,  repugnaban  todo  lo  que  no  tendiese  á  hacer 
prevalecer  por  sí  mismos  sus  principios  atrasados;  como 
si  cada  uno  se  atribuyese  la  autoridad  de  un  Rivadavia  y 
todos  no  cupiesen  dentro  los  ámbitos  de  la  fama  que  se 
reservaban. 

En  este  orden  de  ideas  y  tendencias  se  comprende 
que  los  centros  dirigentes  del  partido  unitario  concep- 
tuasen el  plan  y  la  doctrina  de  Echeverría  como  fruto 
absurdo  de  un  romanticismo  de  mal  género,  y  clasifica- 
sen á  él  y  á  la  generación  que  le  seguía  de  cismáticos 
de  la  causa  política  que  ellos  pretendían  representar  con 
mejor  derecho  que  nadie.  Pero  Echeverría  no  desmayó; 
que  lo  que  resistía  el  absolutismo  obcecado  de  los  hom- 
bres, íbanlo  justificando  el  tiempo  y  los  acontecimientos. 
Sólo  contra  la  oligarquía  que  suspendía  en  lo  alto,  como 
el  pretendido  cadáver  de  Mahoma,  el  depósito  de  sus 
medios  para  afianzar  el  porvenir  de  la  patria;  y  fuerte 
con  la  virtud  de  sus  ideas,  descendió  al  terreno  práctico 
para  apuntar  los  motivos  de  esas  resistencias  y  conde- 
narlas en  nombre  de  las  supremas  necesidades  de  la 
República.  «Yo  me  encargo  de  hacerles  el  proceso  defi- 
nitivo, decía  Echeverría  cuando  con  ese  objeto  publicó 
su  Dogma  socialista  en  Montevideo.  Uno  de  nuestros 
grandes    errores   políticos   y   también   de  todos  los  pa- 


—  318  — 

triotas,  ha  sido  aceptar  la  responsabilidad  de  los  actos 
del  partido  unitario  y  hacer  solidaria  su  causa  con  la 
nuestra.  Ellos  no  han  pensado  nunca  sino  en  una  restau- 
ración: nosotros  rjueremos  una  regenener ación.  Ellos  no 
tienen  doctrina  alguna:  nosotros  pretendemos  tener  una: 
un  abismo  nos  separa.»  (') 

Explicando  lo  que  significa  la  patria  y  los  medios 
para  asegurar  la  libertad,  decíales  á  sus  compatriotas: 
«  Cómo  podéis  encontrar  esa  patria  por  que  peleáis ;  vivir 
en  ella  pacíficamente,  unidos  con  esos  hombres  que 
ahora  os  persiguen,  y  gozando  todos  ampliamente  del 
derecho  de  libertad?  Sólo  de  un  modo,  fraternizando 
vosotros  con  ellos  y  ellos  con  vosotros:  de  lo  contrario, 
la  guerra  no  acabará  sino  por  el  exterminio  de  unos  ú 
otros...  eso  que  no  os  lian  dicho  unitarios  ni  federales, 
os  lo  decimos  nosotros ;  ese  dogma  que  no  os  han  en- 
señado desde  el  año  de  1837  es  lo  que  predicamos  nos- 
otros. Esos  son  los  deseos  de  una  generación  que  os 
llama  á  la  concordia  bajo  la  bandera  del  dogma  de  mayo. 
Esa  generación  que  sufre  como  vosotros,  que  pelea  á 
vuestro  lado,  tiene  derecho  á  ser  oída,  porque  busca 
como  vosotros  la  patria  grande,  nacional,  que  ampare  á 
todos  sus  hijos...  Ya  es  tiempo  de  que  cese  la  influen- 
cia y  predominio  de  las  individualidades  y  de  las  fac- 
ciones descreídas  y  puramente  egoístas;  de  que  el  pue- 
blo exija  á  los  aspirantes  al  poder  cuáles  son  los 
principios  de  su  doctrina;  porque  sólo  las  buenas  doc- 
trinas y  no  los  hombres  pueden  dar  al  país  garantías 
de  orden  y  de  paz.  Los  hombres  que  no  representan 
un    sistema  socialista,  aunque  tengan  ideas  parásitas  ó 


(')   Carta  á   Gutiérrez   y  Albertli.    Véase   sus  Obras  completas, 
tomo  V,  pág.  456. 


—  319  — 

fragmentarias  y  habilidad  para  el  expediente  de  los 
negocios  comunes,  viven  como  los  calaveras  del  día.» 

Y  encarándose  con  los  que  mayores  resistencias 
suscitan  á  su  doctrina,  dice  valientemente :  « Los  hom- 
bres no  tienen  valor  real  en  política  sino  como  artífices 
para  producir  ó  realizar  ideas  sociales  ;  y  no  concebimos 
progreso  alguno  para  el  país  sino  á  condición  de  qu& 
ejerzan  hi  iniciativa  del  pensamiento  y  la  acción  social 
los  mejores  y  más  capaces,  los  hombres  que  sean  ex- 
presión de  la  más  acrisolada  virtud  y  de  la  más  alta 
inteligencia.  Estamos  por  saber  todavía  cuáles  son  las 
doctrinas  sociales  de  muchos  antagonistas  de  Rozas  que 
han  figurado  en  primera  linea;  y  bueno  seria  que  para, 
legitimar  sus  pretensiones  á  la  iniciativa  política,  nos 
dijesen  adonde  quieren  llevarnos^  ó  cuál  es  el  pensa- 
miento socialista  que  intentan  sustituir  á  la  tiranía  de 
su  patria.  »  Y  al  detenerse  en  los  artículos  que  Rivera 
Indarte  publicaba  en  El  Nacional^  para  demostrar  que 
una  vez  derrocado  Rozas,  no  había  más  que  volver  al 
programa  de  1826,  agregaba:  «Nos  aconsejaba  el  re- 
troceso. Ese  sistema  devoró  á  sus  padres  y  á  sus 
hijos.  Hace  once  años  que  Rozas,  en  castigo,  lo  puso 
á  la  vergüenza  pública,  y  ahí  se  está  sirviendo  de  escar- 
nio á  todo  el  mundo.  El  partido  unitario  no  tenía  re- 
glas legales  de  criterio  socialista,  desconoció  el  elemen- 
to democrático,  no  tuvo  fe  en  el  pueblo,  y  creyó  poder 
gobernar  sin  éste.  Rozas  tuvo  más  tino.  Echó  mancK 
del  elemento  democrático,  lo  explotó  con  destreza  y  se 
apoyó  en  su  poder  para  cimentar  la  tiranía.  Los  uni- 
tarios pudieron  hacer  otro  tanto  para  fundar  el  imperio 
de  las  leyes. » 

É  interpretando  del  modo  más  generoso  el  sentimiento- 
hostil  de  que  había  sido  objeto  de  parte  de  los  prohom- 
bres  del   partido   unitario,   Echeverría  les  dice   por  fin  : 


—  320  — 

«Cuando  en  1837  la  juventud  publicó  su  dogma  social 
en  momentos  en  que  nadie  chistaba  contra  Rozas  ni 
en  Buenos  Aires  ni  en  Montevideo,  gritasteis:  «  al  cis- 
ma, á  la  rebelión!»  porque  creísteis  que  ella  quería  tra- 
bajar para  sí  sola,  no  para  la  patria,  y  tendía  á  despojaros 
lie  la  influencia  de  que  sois  acreedores.  Creísteis  que 
al  emanciparnos  de  los  partidos  de  nuestro  país,  que- 
ríamos i)onernos  en  lucha  con  ellos  y  disputarles  la 
supremacía:  os  engañasteis.  Queríamos  traer  las  cues- 
tiones políticas  al  terreno  de  la  discusión  levantando 
una  bandera  doctrinaria.  Queríamos  echar  en  nuestra 
sociedad  dilacerada  y  fraccionada  en  bandos  enemigos, 
un  principio  nuevo  de  concordia,  de  unidad,  de  rege- 
neración. Queríamos  en  suma  levantar  la  tradición  de 
mayo  á  la  altura  de  una  tradición  viva.  Eso  mismo 
queremos  hoy,  y  por  ese  interés  más  grande  que  cual- 
quier otro  volvemos  á  mortificar  vuestras  nimias  sus- 
ceptibilidades. »  (') 

La  obra  de  Echeverría  tuvo  la  rara  virtud  de  impo- 
nerse á  unitarios  y  federales,  como  si  unos  y  otros 
tuviesen  desde  1838  el  secreto  presentimiento  de  que 
ella  se  realizaría  en  los  tiempos.  Unos  y  otros  fustiga- 
ron al  autor,  pero  nadie  se  atrevió  á  debatir  la  doctrina 
del  Dogma.  Verdad  es  que  ninguno  de  los  publicistas 
unitarios  estaba  tan  preparado  como  lo  estaba  Echeve- 
rría para  ventilar  cuestiones  como  las  que  contenía  el 
dogma;  y  que  habría  sido  el  colmo  de  la  petulancia  el 
que  hombres  que  vivían  apegados  á  su  pasado  político, 
sin  haber  adelantado  un  paso,  ni  proclamado  una  sola 
idea  nueva,  tomaran  sobre  sí  la  tarea  de  combatir  pú- 
blicamente el  único  cuerpo  de  doctrina  que  desde  1821 
se  había  proclamado    en    Buenos   Aires  en  favor  de  la 

( ')  Movimiento  intelectual  en  el  Plata,  pág.  lxxx  y  sig. 


—  321  — 

•organización  del  país.  Esa  obra  hizo  camino  y  trajo  á 
los  partidos  al  rumbo  que  marcó  en  el  año   de  1837. 

Quince  años  después  de  haber  Echeverría  emitido  las 
ideas  del  Dogma  socialista,  el  doctor  Alberdi,  á  quien 
aquél  asoció  á  ese  pensamiento,  publicó  en  Valparaíso 
(1852)  la  primera  edición  de  sus  Bases  y  puntos  de  ¡par- 
tida para  la  organización  política  de  la  República  Ar- 
gentina, las  cuales  son  en  la  parte  fundamental,  un  fiel 
trasunto  de  aquel  notable  trabajo,  y  cuya  doctrina  for- 
muló el  Congreso  de  1853  en  la  Constitución  federo- 
nacional  que  rige  actualmente  á  la  República.  Aunque 
en  las  Bases  no  se  menciona  el  Dogma  socialista  ni  á 
Echeverría,  el  doctor  Alberdi  no  pudo  menos  que  defe- 
rirle á  éste  la  gloria  de  la  iniciativa  en  la  organización 
argentina,  escribiendo  el  año  antes  lo  siguiente,  con 
motivo  de  la   muerte  de  tan  ilustre  publicista: 

« Todas  las  novedades  inteligentes  ocurridas  en  el 
Plata  y  en  más  de  un  país  vecino,  desde  1830,  tienen 
por  principal  agente  y  motor  á  Echeverría...  Él  promo- 
vió la  asociación  de  la  juventud  más  ilustrada  en  Bue- 
nos Aires;  difundió  en  ella  la  nueva  doctrina;  la  exaltó 
y  la  dispuso  á  la  propaganda  sistemada  que  más  tarde 
trajo  é  impulsó  enérgicamente  la  agitación  política  que 
ha  ocupado  por  diez  años  la  vida  de  la  República  Ar- 
gentina. Es  raro  el  joven  escritor  de  aquel  país,  de  los 
que  han  llamado  la  atención  en  la  última  época,  que  no 
le  sea  deudor  de  sus  tendencias  é  ideas.  Á  ese  espí- 
Titu  de  asociación  y  á  las  ideas  adoptadas  como  palabras 
ó  principios  de  orden,  ha  dado  Echeverría  el  título  de 
Dogma  socialista,  en  la  última  edición  del  código  ó  digesto 
de  principios  que  la  juventud  argentina  discutió  y  adoptó 
en  1837.  Ese  trabajo  de  que  que  fué  redactor  Echeverría 
muestra  lo  adelantado  de  la  juventud  de  Buenos  Ai- 
res en    ese    tiempo,    gracias    á    sus    esfuerzos    propios, 

TOMO    II.  21 


—  322  — 

])iies  la  i'ovolnción  francesa  de  febrero  no  lia  dado  á 
luz  una  sola  idea  liberal  que  no  estuviese  propagada 
en  la  juventud  de  Buenos  Aires  desde  diez  años 
atrás...  El  libro  de  Echeverría,  ó  más  bien  de  la  ju- 
ventud que  le  adoptó  por  órgano,  es  el  punto  de  partida 
de  toda  propaganda  sana  y  fecunda  para  estos  países. 
Contiene  el  credo  político  con  que  la  juventud  de  Bue- 
nos Aires  se  preparó  á  la  vida  pública  en  1837,  cuando 
j)arecía  llegada  la  hora  de  sus  destinos.  Las  cosas  han 
vuelto  al  punto  de  arranque.  Mañana,  cuando  la  juven- 
tud se  apronte  de  nuevo,  debe  acudir  á  esa  fuente  por- 
que  no    hay  otra.» 

«  Echeverría,  dice  don  Juan  María  Gutiérrez  (á  quien 
él  asoció  á  sus  trabajos  por  la  regeneración  argentina), 
es  el  argentino  que  primero  derramó  la  doctrina  nueva 
constitucional  en  la  conciencia  dormida  de  los  que  lle- 
garon á  recordarse  un  día  esclavos  maniatados  por  la 
tiranía,  porque  el  empirismo  había  extraviado  á  la  so- 
ciedad, á  pesar  de  la  sana  voluntad  de  algunos  de 
sus  mandatarios.  Es,  pues,  el  señor  Echeverría  el 
vínculo  natural  que  liga  las  generaciones  que  hoy  en- 
tran (1873)  á  la  vida  ciudadana,  con  las  que  inmediata- 
mente las  precedieron.  Su  íigura  se  levantó  sin  rival 
entre  los  iniciadores  en  nuestro  país  de  la  verdadera 
ciencia  que  se  ocupa  de  resolver  por  medios  experimen- 
tales el  gran  problema  de  la  organización  de  la  libertad 
l)ara  los  pueblos  que,  más  que  capacidad,  tienen  el  ins- 
tinto que  despierta  en  ellos  la  aspiración  á  gobernarse 
por  sí  mismos. »  ( ') 

Demos,  pues,  á  cada  uno  lo  que  le  corresponde;  á 
cada  capacidad  según  sus  obras,  como  se  lee  en  el  Dog- 
ma socialista^  y  levantemos  la  figura  austera  de  Eche- 

^ )  Ksludiu  sol)re  Echeverría  en  las  obras    completas  de  éste. 


—  323  — 

verría  como  la  del  iDublicista  que  tuvo  la  clara  visión 
de  los  destinos  de  su  patria,  y  proclamó  la  idea  nueva, 
en  torno  de  la  cual  se  agruparon  por  fin  los  pueblos 
argentinos,  y  que  vive  y  vivirá  en  la  Constitución  ar- 
gentina como  fuente  de  felicidad  para  las  generaciones 
venideras,  y  luz  radiante  del  sistema  republicano  que 
la  América  está  llamada  á  llevar  á  todos  los  ámbitos 
del  mundo. 


CAPÍTULO  XXIX 


LA   GUERRA  CON    BOLIYIA   Y    LA   REVOLUCIÓN    ORIENTAL 


(1837—1838) 


Sumario:  I.  Complicaciones  con  Bolivia :  diferencias  que  promediaban  entre  este 
gobierno  y  el  de  Buenos  Aires. — II.  Invasiones  al  territorio  argentino 
que  ayuda  el  general  Santa  Cruz. — III.  Relaciones  de  éste  con  el  general 
Lavalle  y  los  emigrados  unitarios  en  Montevideo. — IV.  Reclamaciones  del 
gobierno  argentino:  Santa  Cruz  se  niega  á  satisfacerlas  desconociendo  el 
carácter  de,aquél. — V.  Rozas  cierra  toda  comunicación  con  Bolivia. — VI. 
La  confederación  perú-boliviana. — VII.  Chile  y  la  Confederación  Argentina 
le  declaran  la  guerra  á  Santa  Cruz  :  la  prensa  de  Chile. — VIII.  Rozas  da 
á  Heredia  el  mando  de  las  fuerzas  argentinas  :  ejército  de  reserva  en  Tu- 
cumán. — IX.  Primeras  operaciones  de  Heredia:  victoria  de  Santa  Bár- 
bara.—X.  Sorpresa  del  Rincón  de  las  Casillas. — XI.  Marcha  del  general 
Alemán  por  Humahuaca  :  el  general  Brün  se  retira  con  su  ejército. —XII. 
Marcha  del  general  Gregorio  Paz  :  los  pueblos  de  Tarija  se  pronuncian 
por  los  argentinos. — XIII.  Retrospecto  :  segunda  campaña  de  Rivera  con- 
tra el  gobierno  de  Oribe:  combate  de  Yucutuya:  combate  del  Yi. — XIV. 
Rivera  sigue  la  guerra  de  recursos:  su  marcha  hasta  Montevideo.— XV. 
Rivera  pone  sitio  á  Paysandú  :  las  fuerzas  argentinas  de  observación. — 
XVI.  Lavalle  se  incorpora  al  ejército  de  Rivera:  correspondencia  inédita 
entre  ambos. — XVII.  Misión  que  envia  Rivera  á  Rio  Grande  :  instruccio- 
nes al  comisionado.— XVilI.  Batalla  del  Palmar  y  derrota  de  OrilV^g- 
nacio).— XIX.  Alianza  de  hecho  entre  Rivera  y  los  agentes  de  Francia  en 
Montevideo. — XX.  Situación  insostenible  del  i^residente  Oribe. — XXI.  Éste 
resigna  su  autoridad. — XXII.  Rivera  queda  arbitro  del  Estado  Oriental  y 
aliado  á  la  Francia  contra  el   gobierno   argentino. 


Mientras  Rivera  se  aprestaba  nuevamente  para  la  lu- 
cha en  el  Estado  Oriental,  graves  complicaciones  surgían 
del  lado  de  Bolivia.  y  á  ellas  debo  referirme  en  este  lu- 
gar para  no  romper  el  hilo  de  los  sucesos  que  vengo 
historiando,  después  de  compulsar  el  cúmulo  de  docu- 
mentos oficiales,  de  papeles  de  carácter  privado  y  de 
correspondencia  particular  que  existe  de  esta  época,  en 
abundancia  tanta,  que  se  antoja  que  todos  se  afanaron 
en  consignar  sus  pensamientos,   sus   vistas  y   sus   des- 


—  Ao: 


cargos  respecto  de  los  acontecimientos  coetáneos,  como 
si  previesen  que  éstos  suscitarían  graves  dudas  y  hon- 
das vacilaciones  al  que  quisiere  narrarlos  sine  ira  et 
stiidio  según  se  lee  en  los  Anales  de  Tácito. 

Estas  complicaciones  venían  diseñándose  desde  antes 
que  subiera  Rozas  al  gobierno  de  Buenos  Aires,  y  debían 
llegar  al  punto  que  llegaron  á  impulsos  de  intereses 
que  se  coaligaron  con  la  mira  de  sacar  cada  cual  la  ven- 
taja que  se  había  prometido  abatiendo  al  enemigo  que 
le  creaban  los  sucesos.  Promediaban  graves  diferencias 
entre  el  gobierno  de  Buenos  Aires  y  el  presidente  de 
Bolivia,  general  Andrés  Santa  Cruz,  por  haberse  éste 
negado  á  recibir  sin  causa  justificada  á  la  legación  argen- 
tina acreditada  ante  ese  gobierno  en  el  año  de  1833 
para  estrechar  vínculos  de  amistad,  reclamar  la  resti- 
tución de  la  provincia  de  Tarija  y  arreglar  un  tratado 
de  límites  v  de  comercio.  Esto  no  obstante,  el  general 
Santa  Cruz  recibió  pocos  meses  después  un  enviado  del 
nuevo  Estado  Oriental,  que  pretextó  la  urgencia  de 
un  tratado  de  límites  entre  el  Brasil  y  los  países  circun- 
vecinos, prescindiendo  completamente  de  la  Confedera- 
ción Argentina,  la  cual  tenía  primacía  en  este  asunto 
por  haber  garantizado  con  el  Brasil  la  soberanía  terri- 
torial y  la  independencia  del  Estado  del  Uruguay,  según 
los  términos  de  la  convención  de   1828. 

Cuando  con  su  aquiescencia  apoyaba  abiertamente 
la  violación  de  derechos  de  la  Confederación  Argentina, 
consignados  en  un  tratado  del  cual  ninguna  nación  podía 
aprovechar  en  perjuicio  de  tercero,  según  los  principios 
universalmente  reconocidos,  el  general  Santa  Cruz  aca- 
baba de  favorecer  la  revolución  que  llevaron  los  unita- 
rios contra  el  gobierno  de  Salta.  Para  esto  envió  á  Mojo 
al  comandante  Campero  con  armas,  municiones  y  una 
gruesa  partida   destinada  á   organizar  una   división  en 


—  ^52(í  — 

Jujuy,  la  que  se  organizó,  en  efecto,  retirándose  á  Bolivia 
cuando  fué  derrotado  y  preso  el  general  Latorre.  En 
prosecución  de  la  misma  conducta,  el  general  Santa  Cruz 
protegió  las  expediciones  armadas  con  que  salió  de  Boli- 
via el  general  Javier  López,  jefe  de  los  unitarios  de 
Tucumán.  Esto  fué  de  pública  notoriedad  cuando  los 
coroneles  Roca  y  Balmaceda,  que  acompañaron  á  López 
y  cayeron  prisioneros  en  la  acción  del  Monte  Grande, 
declararon  en  8  de  febrero  de  1836  que  la  división  de 
aquél  había  sido  armada  y  equipada  por  orden  del  pre- 
fecto de  Potosí. 

Estas  hostilidades  tan  gratuitas  como  injustificables 
ante  el  derecho  de  gentes,  diéronle  á  sospechar  al  go- 
bierno argentino,  y  así  lo  denunció  la  prensa  de  Buenos 
Aires,  de  que  promediaba  un  acuerdo  para  cambiar  la 
situación  política  de  la  Confederación  en  favor  de  los 
unitarios,  cuyos  principales  agentes  tenían  afinidades  cono- 
cidas con  Santa  Cruz  y  con  Pavera.  Hechos  notorios 
así  lo  corroboraban  por  lo  que  á  Rivera  se  refería.  Y 
Santa  Cruz  se  encargó  de  abonar  e^s  sospechas  ponién- 
dose al  habla  con  esos  agentes  y  prestándoles  un  apoyo 
incompatible  con  las  relaciones  de  un  gobierno  amigo 
del  de  la  Confederación  Argentina.  «Un  acontecimiento 
feliz  proporcionó  al  gobierno  encargado  de  las  relaciones 
exteriores  el  documento  que  derramó  inmensa  luz  sobre 
esos  manejos,  decía  el  gobierno  argentino  en  el  mani- 
fiesto explicativo  de  su  conducta  ulterior.  La  carta  escrita 
al  general  Santa  Cruz  desde  República  Oriental  por  un 
caudillo  unitario,  acusándole  recibo  de  sus  comunica- 
ciones incendiarias,  revelaba  no  solamente  una  conju- 
ración iniciada  con  conocimiento  del  jefe  supremo  de 
Bolivia,  sino  los  medios  empleados  para  su  progreso  y 
ejecución.  El  extracto  de  dicha  carta  fué  publicado  en 
los  diarios  de  esta  capital.»  (') 

(M  Véase  Registe  Oficial  de  Buenos  Aires,  pág.  225,  año  1837,  edic. 
Augelis. 


—  327  — 

El  gobierno  de  Buenos  Aires  reclamó  de  estas  hos- 
tilidades, como  asimismo  de  las  violaciones  de  territo- 
rios y  atropellos  que  llevaron  á  cabo  fuerzas  bolivianas 
al  mando  del  comandante  de  Tarija  y  del  general 
O'Connor  en  el  Marquesado  de  Javí  y  en  el  norte  de 
Oran.  Pero  el  general  Santa  Cruz  se  negfj  á  darle  satis- 
facción alguna,  pretextando  que  no  existía  autoridad 
nacional  en  la  República  Argentina.  Esto,  además  de 
ser  irritante,  por  cuanto  no  autorizaba  los  atropellos 
de  que  habían  reclamado  también  los  gobernadores  de 
Salta  y  de  Tucumán  antes  del  año  de  1835,  era  de  todo 
punto  falso  por  cuanto  las  catorce  provincias  que  for- 
maban la  Confederación  Argentina  (faltaba  Tarija),  por  el 
órgano  de  sus  respectivas  legislaturas,  habían  investido 
al  general  Juan  Manuel  de  Rozas,  gobernador  de  Bue- 
nos Aires,  con  las  funciones  inherentes  al  poder  ejecutivo 
nacional  en  lo  que  se  referían  al  entretenimiento  de 
las  relaciones  exteriores  de  la  Confederación  y  á  las  de 
paz  y  guerra. 

En  virtud  de  la  insidia  con  que  el  general  Santa 
Cruz  se  erigía  en  juez  de  las  atribuciones  de  un  gobier- 
no vecino  para  hostilizarlo  gratuitamente;  y  fundándose 
en  que  dicho  jefe  acababa  de  abrogar  las  constituciones 
del  Perú  y  de  Bolivia  «reuniendo  ambas  repúblicas  en 
lina  sola  y  arrogándose  en  ellas  un  poder  absoluto  para 
extenderlo  después  sobre  los  demás  Estados  vecinos, 
como  lo  manifiestan  las  agresiones  que  ha  hecho  desde 
el  Perú  á  Chile  y  desde  Bolivia  á  la  República  Argen- 
tina»; el  gobierno  de  Rozas,  por  decreto  de  13  de  fe- 
brero-de  1837,  declaró  cerrada  toda  comunicación  co- 
mercial, epistolar  y  de  cualquier  género  entre  los 
habitantes  de  la  República  Argentina,  y  los  de  Perú  y 
Bolivia,  y  que  en  consecuencia  nadie  podría  pasar  del 
territorio  de  la  primera  al  de  las  segundas  bajo  pena 
-de  ser  considerado  como  traidor  á  la  patria. 


—  328  — 

Los  avances  del  general  Santa  Cruz  en  la  Repúlilica 
Argentina,  como  los  que  había  ejercido  en  Chile,  respon- 
dían efectivamente  al  plan  que  á  la  sazón  adelantaba  de 
reconstruir  políticamente  las  secciones  snramericanas 
sobre  la  base  de  Bolivia  y  del  Perú,  ensanchando  su 
ideada  hegemonía  en  cnanto  se  lo  jiermitieran  sus  medios 
de  acción  sobre  los  vecinos.  Arbitro  de  Bolivia  por  la 
influencia  de  sus  armas,  y  al  favor  de  las  encarnizadas 
luchas  civiles  que  él  mismo  fomentó  en  el  Perú,  consi- 
guió hacer  entrar  en  sus  planes  al  general  Orbegoso, 
presidente  de  esta  República,  é  intervenir  en  ella  con 
sus  fuerzas.  Las  batallas  de  Yanacochea  y  de  Sacabaya 
en  la  cual  fué  bárbaramente  sacrificado  el  general  Sala- 
verry  y  casi  todo  su  estado  mayor,  fueron  desfavorables 
á  la  causa  de  la  soberanía  del  Perú;  y  proporcionaron 
al  general  Santa  Cruz  el  medio  de  realizar  en  parte  su 
plan  ('),  como  lo  realizó,  dividiendo  la  República  del 
Perú  en  dos  Estados,  norte  y  sur  peruano,  y  formando 
con  éstos  y  con  Bolivia  la  Confederación  Perú-boliviana 
de  la  que  él  se  declaró  protector  supremo  con  facultades 
imperiales  (^;,  á  todo  lo  cual  dio  fuerza  de  ley  el  1°  de 
mayo  de  1837  el  congreso  de  Tacna,  convocado  y  ele- 
gido bajo  la  [iresión  de  las  armas  vencedoras. 

La  República  de  Chile  que  había  sido  invadida  por 
una  expedición    del   Perú  sojuzgado  por    Santa  Cruz  y 
que  tampoco  consiguió  que  éste  explicara  su  inmotiva- 
da agresión,  no  pudo  menos   que  declarar  el  24  de  di- 


(V)  Véase  el  manifiesto  del  <renei'al  Ramón  Castilla  ii  sus  conciu- 
dadanos, datado  en  Qiiillota  ;l  10  de  octubre  de  183G,  en  el  cual  se 
encuentran  detallados  y  documentados  todos  esos  sucesos. 

(-)  El  protector  ejercía  sus  funciones  ad  vitam  y  tenia  el  de- 
recho de  nombrar  sucesor,  nombraba  los  senadores,  los  presidentes 
de  las  tres  repiiblicas  confederadas,  los  miembros  del  poder  judicial, 
disolvía  el  congreso  siempre  (jue  lo  creyese  conveniente,  etcétera, 
etcétera. 


—  829  — 

ciembre  de  1836,  que  «  el  general  Santa  Cruz,  detentador 
injusto  de  la  soberanía  del  Perú,  amenazaba  la  inde- 
pendencia de  las  otras  repúblicas  americanas »,  y  el  Con- 
greso Nacional  le  declaró  la  guerra.  ( ' )  Por  su  parte 
el  gobierno  argentino  resumió  en  un  manifiesto  los  he- 
chos que  le  atañían,  y  fundándose  en  que  «  el  fracciona- 
miento del  Perú,  consumado  por  el  general  Santa  Cruz 
para  crearse  un  poder  absoluto,  era  un  ataque  á  la 
independencia  de  los  Estados  americanos,  y  una  amenaza 
á  las  repúblicas  limítrofes,  á  causa  del  acantonamiento 
de  fuerzas  en  las  fronteras  »,  le  declaró  la  guerra  á  di- 
cho gobierno  con  fecha  19  de  mayo  de  1837.  «El  ge- 
neral Rozas  realizó  al  fin  las  esperanzas  de  todos  Ios- 
amantes  de  la  justicia  y  de  la  libertad  americana», 
decía  la  prensa  de  Chile  con  este  motivo.  En  Buenos 
Aires  da  un  formidable  estallido  la  mina  que  fueron 
cargando  las  adquisiciones  territoriales  del  usurpador 
Santa  Cruz,  las  incursiones  en  las  Provincias  Unidas, 
y  el  ejercicio  de  un  absolutismo  que  es  la  vergüenza  de 
la  América.  ¿  Quién  podrá  dudar  de  que  todo  esto  había 
de  producir  una  explosión  de  ira  en  el  pueblo  argentino, 
clásico  en  el  amor  á  las  libertades  americanas ;  y  ha- 
bían de  poner  á  su  gobierno  en  el  distinguido  lugar  á 
que  es  llamado  entre  los  defensores  de  ellas  ?  El  Perú, 
Bolivia  y  Chile  deben  ver  en  este  importante  aconteci- 
miento que  desenvuelve  la  noble  política  del  señor  Rozas, 
un  motivo  de  gratitud  al  pueblo  argentino...»  etcétera.  (^) 
Todas  las  provincias  argentinas  desde  la  de  Buenos 
Aires  hasta  la  de  Jujuy,  y  aun  vecinos  de  la  de  Tarija 


(1)  Véase  las  notas  cambiadas  entre  el  ministro  Portales,  de 
Chile,  y  Olañeta,  del  Perú,  en  diciembre  de  1836.  Véase  Historia  de 
la  campafia  del  Perú  en  1838  por  tionzalo  Bulnes. 

(2)  Véase  estas  transcripciones  en  La  Gaceta  Mercantil  del  17 
de  abril  de  1837. 


—  330  — 

que  estaba  bajo  el  poder  del  «general  Santa  Cruz,  res- 
pondieron dignamente  al  deber  que  les  imponía  la  de- 
claración hecba  por  el  encargado  de  las  relaciones  ex- 
teriores de  la  Re])ública ;  y  las  del  norte  sobre  todo  se 
prepararon  á  la  defensiva  cuando  Rozas  nombró  al 
brigadier  Alejandro  Heredia  general  en  jefe  del  ejército 
argentino  confederado  de  operaciones,  y  al  general 
Mansilla  comandante  en  jefe  del  ejército  de  reserva  en 
Tucumán.  Á  fines  de  junio  el  general  Heredia  se 
movió  de  Tucumán  al  frente  de  algunas  fuerzas  y  en 
dirección  á  Salta,  expidiendo  una  proclama  patriótica 
■en  la  que  les  invocaba  á  los  argentinos  los  gloriosos 
recuerdos  de  la  guerra  de  la  Independencia  en  la  cual 
él  liabía  militado,  y  otra  á  los  liabitantes  de  Bolivia 
•destinada  á  inspirarles  confianza  respecto  de  los  móvi- 
les y  objetos  de  su  campaña.  En  Salta  y  Jujuy  engrosó 
sus  fuerzas  con  las  milicias  departamentales  y  con  al- 
gunos escuadrones  de  caballería  de  línea  que  mandaba 
el  general  don  Felipe  Heredia.  y  fué  á  situarse  en  la 
frontera  argentina   pronto  para  entrar  en  operaciones. 

Éstas  fueron  de  escasa  importancia  al  principio,  sea 
porque  Heredia  no  quisiese  aventurar  un  combate  serio 
con  fuerzas  enemigas  infinitamente  superiores  como  las 
que  se  acantonaron  en  la  frontera  boliviana,  sea  porque 
el  general  Brün,  c^ue  comandaba  estas  últimas,  no  tu- 
viera instrucciones  para  internarse  en  territorio  argen- 
tino, y  exponerse  á  su  vez  á  perderlo  todo  en  un  con- 
traste. Á  principios  de  agosto  Heredia  mand(')  un 
escuadrón  á  que  se  posesionara  del  puerto  de  Cobija  y 
se  pusiera  en  comunicación  con  las  fuerzas  de  Cliile 
para  operar  él  simultáneamente  con  éstas.  Con  el  fin 
de  atraer  al  enemigo  mandó  al  general  Felipe  Heredia 
con  400  hombres  de  caballería  á  que  ocupase  el  pueblo 
<le  Humahuaca.    El  general  Brün  destacó  tres  compañías 


—  331  — 

de  infantería  de  línea  y  un  escuadrrjn  de  guías  del 
general,  á  las  órdenes  del  comandante  Campero  y  mayor 
Valle.  Heredia  colocó  convenientemente  dos  escuadro- 
nes en  las  inmediaciones  del  pueblo  y  en  la  tarde  del 
12  de  agosto  derrotó  y  dispersó  completamente  la  ca- 
ballería enemiga  tomándole  algunos  prisioneros.  C)  En 
la  mañana  siguiente,  Heredia  reunió  sus  tres  escua- 
drones y  llevó  una  carga  audaz  sobre  la  infantería  de 
Campero  arrollándola  hasta  obligarla  á  parapetarse  en  la 
posición  de  Santa  Bárbara.  Tres  veces  cargaron  los 
gauchos  sáltenos  acreditando  que  llevaban  en  sus  venas 
la  sangre  generosa  de  los  soldados  de  Güemes:  en  la 
última  rompieron  el  centro  enemigo,  y  lo  habrían  des- 
truido completamente  si  la  aproximación  de  refuerzos 
enviados  por  Brün  no  le  hubiera  aconsejado  á  Heredia 
replegarse  con  sus  prisioneros,  armas  y  bagajes  tomados 
á  fin  de  no  comprometer  sus  ventajas.  (-) 

Este  hecho  de  armas  retempló  el  espíritu  del  ejército 
de  operaciones,  compuesto  en  su  casi  totalidad  de  mi- 
licianos, y  contribuy<3  á  activar  las  operaciones  sobre  el 
enemigo,  las  cuales  si  bien  se  encomendaban  á  partidas 
ligeras,  porque  este  último  esquivaba  un  combate  ge- 
neral, lo  mantenían  en  perpetuo  movimiento  obteniendo 
sobre  él  ventajas  de  importancia  y  privándolo  de  los 
recursos  del  territorio.  Así  el  2  de  enero  de  1838  el 
general  de  vanguardia  don  Gregorio  Paz  comunicó 
•  desde  Humahuaca  al  general  en  jefe  otro  hecho  de  armas 


(')  En  el  parte  del  general  Brün  al  ministro  de  la  guerra  de 
Bolivia,  le  dice  que  el  mayor  Valle  no  pudo  conseguir  ninguna 
ventaja  y  que  tuvo  que  regresar;  y  más  adelante  conflesa  que  este 
jefe   fué  cortado  y  dispersado. 

(2)  El  mismo  parte  oficial  del  general  Brün  dice  que  las  fuerzas 
de  Heredia  tomaron  á  las  bolivianas  en  el  centro  y  repitieron 
nuevas  cargas.  Este  parte  y  sus  antecedentes  se  trascribió  en  La 
Gaceta  Mercantil  del  30  de  noviembre  de  1837. 


.  ^  ^m  — 

al  cnal  las  circunstancias  dieron  mayor  importancia- 
de  la  que  en  sí  tenía.  El  capitán  Gutiérrez  sorprendió 
la  noche  anterior  un  destacamento  boliviano  en  el 
R/nrón  de  las  Casillas,  tomándole  algunos  prisioneros. 
Como  estuviesen  situados  en  las  inmediaciones  otros 
destacamentos  bolivianos  y  el  capitán  Gutiérrez  les  hi- 
ciese algunos  tiros  al  retirarse  con  su  presa,  estas  fuer- 
zas que  ignoraban  su  posición  respectiva  y  que  no  se 
reconocieron  en  la  obscuridad,  se  precipitaron  unas  contra 
otras  haciéndose  muchos  muertos  y  heridos.  (') 

El  general  Brün,  por  su  parte,  se  limitó  á  la  defensiva 
rehuyendo  á  fuerza  de  marchas  y  contramarchas  los 
combates  á  que  Heredia  lo  provocó.  Orientándose  hábil- 
mente pudo  ocupar  los  departamentos  de  la  Puna,  Iruya 
y  Santa  Victoria;  obligó  violentamente  á  los  habitantes  á 
firmar  actas  de  adhesión  á  Bolivia  y  nombró  autoridades 
civiles  y  eclesiásticas.  Heredia  dirigió  una  buena  divi- 
sión al  mando  del  general  Alemán,  quien  marchó  por 
la  falda  oriental  de  las  montañas  de  Humahuaca,  con 
el  designio  de  cortarle  la  retirada  á  Brün,  por  la  abra  de 
Zenta.  Otra  división  se  situó  en  las  montañas  de 
Iruya  con  el  objeto  de  tomar  por  retaguardia  al  enemigo, 
y  obligarlo  entonces  á  un  combate  decisivo.  Pero  Brün 
se  retiró  á  marchas  forzadas  cuando  supo  que  Alemán 
iba  en  marcha. 

Simultáneamente  Heredia  mand(')  al  general  Gregorio 
Paz  con  una  división  de  1000  hombres  á  que  ocupase 
la  frontera  de  Tarija,  se  corriese  hacia  el  noroeste  en 
dirección  al  Pilcomayo  y  amenazase  la  frontera  de 
Chuquisaca,  sin  temor  de  ser  cortada,  pues  podía  reti- 
rarse por  los  llanos  y  bosques,  favorecida  por  los  indí- 


(')  Parte    oficial  del  mavor  Echazú.  Véase  La  Gaceta  Mercatitil 
del  20  de  lebrero  de  1838.  " 


—  333  — 

genas  de  los  siete  pueblos  de  Itiyuro,  que  eran  conoci- 
damente adictos  á  los  argentinos.  ( '■)    El   general    Gre- 
gorio Paz  llegó  á  Caraparí  á    fines  de  mayo  de    183S,  y 
según  sus    instrucciones  invitó    al    comandante    militar 
de  ese  punto  á  someterse    con    todas  sus  fuerzas,  pues 
el  objeto  de  los  argentinos  no  era  pelear  con    los  tari- 
jeños  sino  libertarlos  del  poder  de  Santa  Cruz  para  que 
volviesen  á  la  Confederación    de    que   habían    formado 
})arte.     El  comandante  Cuellar  y  casi  toda  la  población 
se  decidió  con  júbilo  por  la  causa  de  la    República  Ar- 
gentina, pero  no  así  los  comandantes    Aguirre  y    Ruíz, 
los    cuales    fueron    batidos  y  dispersados.    Después  de 
establecer  las  autoridades  nacionales,  el  jefe   argentino 
subió  la  cuesta  de  Sapatera   y  al  día  siguiente  marchó 
sobre    el   Pajonal,    donde    se     encontraba    el    enemigo. 
Cuando  el  mayor  Marcos  Paz  entraba  con  la   vanguardia 
en  el  pueblo  de  San  Diego,  el  gobernador  Dorado  huía 
precipitadamente  con  sus  fuerzas.    El   general  Gregorio 
Paz  organizó  las  fuerzas   de    esa   frontera    poniéndolas 
á  las  órdenes  del  coronel  Cuellar  y  se  preparó  á  marchar 
sobre  Tarija.  (2 ) 

En  estas  mismas  circunstancias  en  que  la  República 
Argentina  luchaba  contra  el  poder  de    un  ambicioso  (3), 


(1)  Parte  de  Heredia  á  Rozas  desde  su  cuartel  general  en  Zenta 
á  20  de  julio  de  1838. 

(^)  Parte  oficial  del  general  de  la  división  del  norte,  publicado 
en  La  Gaceta  Mercantil  del  21  de  julio  de  1838. 

(3)  El  general  Andrés  de  Santa  Cruz  era  boliviano  de  nacimiento, 
pero  cuando  se  inició  la  guerra  de  la  independencia  de  la  Metró- 
poli, abrazó  con  ardor  las  banderas  realistas.  El  ejército  argentino 
lo  tomó  prisionero  en  Tarija,  y  á  pesar  de  las  consideraciones  que  le 
hicieron  los  patriotas  para  que  abrazase  la  causa  americana,  prefirió 
seguir  con  los  prisioneros  realistas  hasta  las  Bruscas,  donde  fueron 
destinados.  Al  pasar  por  Tucumán,  el  provisor  Iriarte  y  el  general 
Belgrano,  invocáronle  todavía  el  amor  á  la  tierra;  pero  todo  lué 
en  vano.  Reincorporado  al  ejército  realista,  fué  nuevamente  to- 
mado prisionero  en  el  combate  de  Pasco  que  dio  el  entonces  capitán 
Juan  Lavalle  de  la  división  del  general  Arenales.  Fué  el  general 
San  Martín  principalmente  quien  lo  decidió  á  formar  en  las  filas  de 


—   .jo-l   — 

que  la  liabía  ultrajado  y  que  quería  cercenarla,  el  general 
Juan  Lavalle. — cediendo  á  sugestiones  de  los  emigrados 
unitarios  que  dirigían  desde  Montevideo  la  revolución 
contra  el  gobierno  de  Rozas, — se  incorporaba  al  ejército  de 
Rivera  quien  se  alzaba  nuevamente  para  derrocar  á 
Oribe  de  la  presidencia  del  Estado  Oriental.  Después 
de  su  contraste  de  Carpintería^  Rivera  se.  había  reti- 
rado á  la  frontera  del  Brasil,  como  se  ha  visto  al  fin 
del  capítulo  xxri  y  allí  se  había  preparado  para  la  lucha 
contando  con  la  ayuda  del  general  Lavalle  y  con  auxilios 


los  que  luchaban  por  la  independencia  americana,  enviándolo  ai 
mando  de  una  columna  de  tropas  argentinas  y  peruanas  en  la  que 
iban  Lavalle,  01az;ibal  (Félix)  y  con  la  que  concurrió  á  las  batallas  de 
Pichincha  y  Rio  Bamba.  De  vuelta  á  Bolivia  se  afilió  entre  los  ad- 
versarios del  general  Sucre.  Los  disturbios  que  se  siguieron  al 
asesinato  de  este  hombre  ilustre  le  abrieron  campo  á  su  ambición. 
Un  congreso  que  no  tenia  otra  misión  que  la  de  dictar  la  nueva  Cons- 
titución, nombró  presidente  de  la  República  á  Santa  Cruz,  bajo  la 
])resión  del  ejército  del  general  Gamarra  que  ocupaba  á  Bolivia. 
Apenas  Gamarra  repasó  el  Desaguadero,  una  conmoción  popular  dejó 
sin  efecto  esa  elección  y  convocado  y  reunido  un  congreso  ordinario 
legislativo,  éste  nombró  presidente  al  general  Blanco.  Blanco  murió 
asesinado  á  manos  de  amigos  políticos  de  Santa  Cruz,  y  éste  volvió  al 
poder  por  la  fuerza  de  las  armas.  Desde  este  momento  empezó  á 
fomentar  abiertamente  la  guerra  civil  en  el  Perú  ayudando  á  los 
generales  Ciamarra  y  Lafuente  contra  el  gobierno  del  general  Lámar. 
La  derrota  de  Terqui  y  la  paz  subsiguiente  entre  el  Perú  y  Colombia, 
hizo  fracasar  sus  proyectos  en  Lima,  Arequipa,  Cuzco  y  Puna.  De- 
nunciado por  el  general  Lafuente  ante  el  congreso  peruano,  se  atrajo 
al  partido  de  Lámar  y  lanzó  á  éste  contra  la  administración  de  ese 
general  y  de  Gamarra,  hasta  que  convencidos  unos  y  otros  de  los 
proyectos  de  Santa  Cruz  se  volvieron  contra  él,  y  en  Í831  un  ejército 
peruano  de  diez  mil  hombres  amenazó  á  Bolivia.  Viéndose  compro- 
metido, Santa  Cruz  solicitó  la  mediación  de  Chile.  El  gobierno  de 
esta  república  intervino  por  medio  de  su  ministro  Zañartu  en  el 
tratado  de  paz  que  se  celebró  en  Arequipa,  y  Santa  Cruz  debió  á  esto 
su  permanencia  en  el  mando.  Apenas  tranquilo  el  país,  recomenzó 
su  proyecto  favorito,  creyéndose  el  llamado  á  realizar  el  ideal  que 
no  pudo  prestigiar  Bolívar  con  su  nombre  y  con  su  gloria:  la 
reconstrucción  política  de  las  secciones  suramericanas,  sobre  la 
l)ase  de  un  poder  grandioso  ejercido  por  él  ó  por  su  sucesor,  poder 
(|ue  empezó  á  ejercer,  en  efecto,  dividiendo  al  Perú  en  dos  Estados 
confederados  con  Bolivia,  y  que  se  propuso  ensanchar  por  medio 
de  las  agresiones  que  llevó  sobre  Chile,  la  Argentina,  Ecuador, 
etcétera,  etcétera. 


~  335  — 

que  le  dieron  los  republicanos  de  Río  Grande.  Á  media- 
dos de  mayo  de  1837  atravesó  el  Cuareim  por  el  paso- 
de  Bautista,  al  frente  de  1000  hombres.  Con  tal  motiva 
el  presidente  Oribe  dejó  su  cuartel  general,  se  incor- 
poró las  fuerzas  de  su  hermano  el  general  don  Ignacia 
y  marchó  sobre  el  Arapey.  Rivera  hizo  al  principio- 
guerra  de  recursos  para  fatigar  las  caballerías  de  su  ene- 
migo y  engrosar  él  sus  fuerzas.  Oribe  lo  alcanzó  el  22 
de  agosto  en  Yurutuya.  Este  combate  fué  reñido  y  de 
dudoso  éxito,  pues  si  no  proporcionó  mayores  ventajas 
á  Rivera,  obligó  al  presidente  á  replegarse  sobre  ias 
fuerzas  del  general  Ignacio  Oribe  que  no  entró  en  acción. 
Rivera  se  replegó  á  la  frontera  brasilera,  pero  bien  pronto 
reaparecieron  sus  partidas  simultáneamente  en  varias 
direcciones  como  para  que  Oribe  fraccionase  sus  fuerzas 
y  poder  él  batirlo  con  una  columna  de  1000  hombres 
que  tenía  á  sus  inmediatas  órdenes.  Pero  Oribe  lo 
siguió  en  su  marcha  hasta  alcanzarlo  el  21  de  noviembre 
en  el  Yí,  á  la  vista  del  Durazno,  y  consiguió  derrotarlo.  (  V^ 
En  seguida  lo  persiguió  en  los  departamentos  de 
Paysandú,  Soriano,  Colonia  y  San  José;  pero  como  frac- 
cionara para  esto  sus  fuerzas,  no  pudo  hacerlo  con 
ventaja. 

Rivera  prosiguió  entonces  la  guerra  de  recursos^ 
librándose  á  los  excesos  habituales  en  él,  y  pretendiendo 
justificarlos  con  el  hecho  de  que  Oribe  había  embargado 
las  estancias  de  individuos  que  formaban  en  las  filase 
riveristas.  (2)    La     propiedad  y  la  vida  de  los  que  no 


(^)  Oficio  del   presidente  Oribe.  Original  en  mi  archivo. 

(-)  Oribe  ordenó  en  electo  al  jefe  político  de  Soriano,  con  fecha 
7  de  diciembre  de  1837,  que  embargase  las  estancias  de  los  vecinos 
de  ese  departamento  que  se  habían  agregado  á  las  filas  de  Rivera  y 
que  dejase  como  administradores  de  ellas  á  los  mayordomos  res- 
pectivos. 


—  336  — 

estaban  con  él,  no  le  inspiraban  mayor  consideración 
qne  las  instituciones  contra  las  cuales  se  rebeló  siempre. 
Así,  burlando  la  persecución  de  las  fuerzas  de  Oribe, 
iba  saqueando  los  pueblos  en  su  tránsito.  En  Mercedes* 
por  ejemplo,  impuso  una  contribuciíin  de  cuatro  mil 
pesos  y  fusiló  al  preceptor  de  la  escuela  pública  don 
Mateo  Gurruchaga,  porque  éste  era  partidario  del  go- 
bierno. Orientándose  con  habilidad  por  entre  las  fuer- 
zas de  Oribe,  cruzó  todos  los  departamentos  desde 
el  río  Negro  y  engrosó  considerablemente  su  ejército. 
Á  fines  de  enero  se  presentó  frente  á  Montevideo  y  tentó 
apoderarse  de  esta  ciudad.  Como  no  lo  consiguiera, 
propuso  al  cuerpo  legislativo  un  arreglo  sobre  la  base  de 
que  el  presidente  Oribe  sería  separado  de  su  cargo.  En 
estas  circunstancias  Oribe  venía  sobre  Montevideo  y 
él  se  retiró  sin  que  aquél  pudiera  obligarlo  á  un  combate. 
Con  una  audacia  que  constituía  su  principal  fuerza? 
y  mientras  entretenía  el  ejército  que  el  presidente  dejó 
á  las  órdenes  del  general  Ignacio  Oribe  al  reasumir  el 
gobierno  en  Montevideo,  Rivera  puso  sitio  á  Paysandú, 
esperando  hacer  pie  en  esta  plaza  y  recibir  algunos  re- 
cursos de  Entre  Ríos.  Su  situación  no  era,  de  cierto, 
halagüeña.  El  gobierno  de  Buenos  Aires  había  enviado 
una  escuadrilla  al  Uruguay  al  mando  del  coronel  ToU, 
para  impedir  que  los  emigrados  unitarios  que  habían 
hecho  causa  común  pasasen  á  Entre  Ríos.  El  general 
ürquiza  estaba  con  un  cuerpo  de  observación  en  la 
costa  argentina.  Además,  el  general  Lavalle  no  pudo 
ponerse  en  campaña  hasta  febrero  de  1838,  porque  se 
encontraba  enfermo  en  la  estancia  de  Young  desde  donde 
le  escribía  á  Rivera  con  fecha  26  de  enero  de  1838:  «Ya 
me  había  puesto  en  camino  en  un  carro,  pero  regresé 
porque  Britos  vino  á  Tacuarembó  y  V.  andaba  por 
dentro. . .  juzgué  que  sólo  iba  á  darle  á  V.  trabajo.  Bento 


—  ;«7  — 

Manuel  ancla  persiguiendo  á  Laurero  en  Misiones,  y 
Sequeira,  aprovechándose  de  esto,  ha  vuelto  á  pasar  el 
Cuareim  con  cien  hombres,  y  ha  marchado  para  Alégrete. 
Una  de  las  mil  razones  porque  deseo  el  triunfo  de 
nuestra  causa  es  porque  V.  ponga  término  á  tan  exe- 
crables desórdenes  y  asegurar  el  dominio  oriental  entre 
Cuareim  y  Arapey,  que  los  brasileros  de  todos  los 
partidos  quieren  sacudir.»  (') 

k  últimos  de  febrero,  precisamente  cuando  las  divi- 
siones del  ejército  argentino  se  encontraban  en  Chuqui- 
saca  y  sobre  Tarija,  después  de  haber  obligado  al  general 
Brün  á  replegarse  sobre  Bolivia,  el  general  Lavalle  se 
ponía  en  campaña  á  las  órdenes  del  general  Rivera. 
Desde  su  campamento  en  el  Queguay  comunicaba  al 
cuartel  general  de  este  último  las  novedades  de  su  divi- 
sión y  los  movimientos  del  ejército  de  Oribe.  (")  Con 
fecha  16  de  abril  le  escribía  á  Rivera:  «No  dudo  que 
Oribe  hará  todo  empeño  en  llamar  la  atención  de  nuestro 
ejercito  en  este  departamento ;  pero  me  parece  fabuloso 
que  pasen  400  hombres  de  Entre  Ríos.»  Y  al  día  si- 
guiente: «Me  avisa  V.  la  desaparición  del  ejército  ene- 
migo de  la  picada  de  Carnaval.  No  dudo  que  este  movi- 
miento es  retrógrado,  porque  no  puede  permanecer  en 
ningún  punto  donde  nuestros  escuadrones  lo  hostilicen 
de  cerca  y  amenacen  cortar  su  comunicación  con  la 
capital.»  (■^)  Con  fecha  23  del  mismo.  Rivera  le  ordenaba 
á  Lavalle  que  estuviese  listo  para  marchar  en  combi- 
nación con  él;  pues  Oribe  maniobraba  sobre  el  Yí  para 
batir  en  detalle  las  fuerzas  de  su  enemigo,  arrojarlo 
del  otro  lado  v   conservar  el  territorio  entre  el   Yí  y   el 


(^)  Manuscrito  original  en  mi  archivo. 

(2)  Manuscritos  originales  en  mi  archivo.  (Véase  el  apéndice. 

(3)  Manusc.  orig.  en  mi  archivo  (ib.) 


—  338  — 

río  Negro.  En  nota  que  lleva  al  margen  Ejército  Cons- 
titucional, Lavalle  le  respondió  al  día  siguiente  que 
«niarcharía  pocas  horas  después  de  recibida  la  orden  que 
le  comunique  Rivera».  (') 

Rivera  prosiguió  su  campaña  con  habilidad,  fati- 
gando el  ejército  de  Oribe,  y  esperando  la  oportunidad 
favorable  para  medir  ventajosamente  sus  armas  con  las 
de  aquél.  Como  por  entonces  no  pudiese  sacar  recursos 
de  Entre  Ríos,  envió  al  coronel  Martiniano  Chilavert 
ante  el  gobierno  de  la  República  de  Río  Grande.  Si 
extraño  era  este  nombramiento  emanado  de  un  general 
sublevado  contra  el  gobierno  constitucional  de  su  país, 
cuyas  fuerzas  lo  perseguían  en  el  territorio,  no  lo  eran 
menos  los  considerandos  correlativos  y  las  instrucciones 
dadas  al  comisionado:  «Marchando  en  consonancia  con 
los  principios  que  ha  proclamado  la  República  de  Río 
Grande,  y  penetrado  por  otra  parte  de  que  es  preciso 
precaverse  por  todos  los  medios  que  sean  dables  de 
las  asechanzas  de  la  corte  del  Río  Janeiro,  como  tam- 
bién de  la  connivencia  en  que  está  con  ella  don  Ma- 
nuel Oribe,  he  creído,  dice  Rivera  en  el  pliego  de  ins- 
trucciones que  tengo  original,  arreglar  con  dicha  re- 
pública u?i  tratado  que  asegure  mutuamente  la  segu- 
ridad de  ambos  Estados  y  la  destrucción  de  las  preten- 
siones de  la  corte  sobre  San  Pedro  del  sur,  como 
también  la  del  tirano  Oribe  que  rige  hoy  los  destinos 
de  la  República  Oriental.»  Que  valor  tendría  este  tratado, 
lo  sabría  Rivera  que  se  erigía  en  gobierno  con  autori- 
zación para  celebrarlo ;  á  bien  que  él  mismo  descubre 
cuál  era  el  objeto  que  perseguía  al  proponerlo.  En  la 
cláusula  r^  de  las  instrucciones  recomienda  al  comi- 
sionado ({ue  trabaje  el  ánimo  del  gobierno  de  Río  Grande 

(' )  Manuso.  orijí.  en  rai  archivo. 


—  339  — 

y  de  los  individuos  influyentes  para  penetrarlos  de  la 
necesidad  de  olvidarse  de  intereses  i)ersonales;  y  en  la 
2'\  le  encarga  que  previamente  se  vea  con  el  general 
Bentos  Manuel  «para  que  éste  haga  valer  su  influjo 
al  objeto  d  que  se  desea  llegar)).  Este  objeto  no  era 
otro  por  el  momento  que  el  que  expresa  la  cláusula  4*. 
«Establecido  ya  el  buen  estado  de  relaciones  pedirá  el 
auxilio  de  cuatro  piezas  de  artillería  y  sus  dotaciones 
correspondientes,  ofreciendo  por  su  parte  y  de  pronto 
mil  y  quinientos  caballos,  etcétera.»    ( ^ ) 

Pero  las  operaciones  del  general  Ignacio  Oribe  no 
le  dieron  tiempo  á  esperar  estos  recursos  que  condujo 
Chilavert  después  de  la  batalla  del  Palmar,  y  que,  por 
otra  parte,  no  le  eran  indispensables  en  el  momento, 
dados  los  refuerzos  ({ue  le  llevó  la  división  del  ge- 
neral Lavalle.  Á  últimos  de  mayo  Rivera  situó  una  di- 
visión en  la  Orqueta  de  Salsipuedes,  otra  en  las  Averías, 
y  en  seguida  levantó  su  campo  del  Queguay  con  el 
resto  de  su  ejército,  marchando  en  direcci()n  del  Santa 
Ana.  El  ejército  de  Oribe  se  situó  en  estas  inmedia- 
ciones, y  el  15  de  junio  de  1838  se  puso  en  movimiento 
tomando  la  costa  del  arroyo  arriba  cerca  del  Palmar, 
donde  tuvo  lugar  el  encuentro  de  su  vanguardia  con  la 
de  Rivera.  Cuando  todo  el  ejército  de  Oribe  hubo  pa- 
sado el  arroyo,  el  combate  se  hizo  general.  Pero  el 
choque  de  la  vanguardia  había  sido  tan  violento  que 
Rivera  se  vio  envuelto  por  una  parte  de  su  caballería 
en  dispersi<Jn.  Fuera  por  esta  circunstancia,  ó  por 
efecto    de    indicación   ü   orden  de    Rivera,    el  hecho  es 


(')  Papeles  de  Chilavert,  en  nú  archivo.  Rivera  había  nombrado 
ya  al  mismo  coronel  Chilavert  y  á  don  Andrés  Lamas,  auditor  de 
su  ejército,  comisionados  para  entenderse  con  el  coronel  Mattos 
enviado  de  Rio  Grande,  como  lo  acredita  el  pliego  de  instrucciones 
firmado  por  Rivera  que  original  tengo  á  la  vista.  (Véase  el  apéndice.) 


—  IMO  — 

que  Lavallc,  (iiio  ('omaiidaba  la  l-'^.  divisi(')ii  del  ejército 
de  éste,  se  encargó  del  mando  en  jefe  (^ue  tuvo  du- 
rante toda  la  batalla,  la  cual  fué  encarnizada  y  san- 
grienta*. Á  las  3  de  la  tarde  se  pronunciij  la  derrota 
del  ejército  de  Oribe,  el  cual  dejó  en  poder  de  Lavalle 
toda  su  infantería  prisionera,  sus  caballadas,  parqne, 
comisaría  y  e(|uipajes.  Las  divisiones  de  Lavalle,  Nuñez 
y  Medina  persiguieron  á  Oribe  en  completa  dispersión,. 
y  esta  victoria  le  dejó  expedito  á  Rivera  el  camino  para 
ocupar  los  departamentos,  mientras  que  la  Colonia  se 
le  rendía  á  discreción  el  día  13  de  julio.  Bajo  la  obe- 
diencia del  presidente  Oribe  no  quedaba  más  que  la 
ciudad  de  Montevideo,  donde  éste  se  encerró  con  al- 
gunas tropas,  y  la  de  Paysandú  defendida  por  el  general 
Lavalleja,  el  antiguo  rival  de  Rivera,  y  cuyas  buenas 
disposiciones  para  defender  esa  plaza  no  podía  éste 
menos  que  reconocer,  bien  que  escribía  que  «al  hombre 
lo  han  mandado  á  Paysandú  para  que  presencie  la  última 
escena  que  debe  representarse  enél».  (') 

La  revolución  contra  el  gobierno  constitucional  del 
Estado  Oriental  estaba  triunfante  en  ese  momento  en 
la  persona  del  general  Rivera.  Para  asegurar  su  triunfo 
Rivera  había  hecho  causa  común  con  el  agente  francés 
en  Montevideo,  Mr.  Baradére,  y  con  el  contraalmirante 
que  bloqueaba  á  la  sazón  el  litoral  argentino.  Esto 
consta  de  los  hechos  y  de  la  propia  declaración  de  Ba- 
radére, quien  reconvenido  varias  veces  por  las  hostili- 
dades de  las  fuerzas  francesas  en  el  puerto  de  Monte- 
video, contestó  al  ministro  de  relaciones  exteriores  del 
Estado  Oriental  que  «una  desgraciada  necesidad  arras- 
traba  al  jefe   francés   á  tomar    las  medidas  de   que   se 


(i)  Carta  de  Rivera  á  Ctiilavert,    original   en    mi  archivo.   (Véase 
el  apéndice.) 


—  341  — 

recuiTÍa,  desde  que  el  gobierno  oriental  era  natural- 
mente aliado  del  argentino,  y  los  ponía  á  ellos  (los 
franceses)  por  lo  mismo  en  el  caso  de  serlo  también  de 
Rivera».  (') 

La  alianza  entre  Rivera  y  los  agentes  franceses  asu- 
mió el  carácter  de  uii  pacto,  con  arreglo  al  cual  se  ini- 
ciaron siinultáneamente  las  hostilidades  contra  los  go- 
biernos argentino  y  oriental.  Mientras  los  franceses 
bloqueaban  á  Buenos  Aires  y  hostilizaban  por  mar  á 
Oribe,  Rivera  estrechaba  con  su  ejército  á  este  último 
en  Montevideo.  Cuando  el  presidente  Oribe  quiso  ar- 
mar algunos  buques  para  perseguir  á  los  de  Rivera,  el 
contraalmirante  francés  declar(3  que  si  esos  buques  sa- 
lían de  Montevideo  lo  harían  á  riesgo  suyo,  y  que  él 
bloquearía  esta  ciudad.  (-)  La  posición  del  presidente 
Oribe  se  hizo  insostenible  en  Montevideo. 

Bajo  la  presión  de  estas  circunstancias.  Oribe  no 
})udo  menos  que  ceder  á  la  intimación  de  Rivera  de  que 
descendiese  del  mando.  Comisionados  de  una  y  otra 
parte  suscribieron  este  descenso  en  un  documento  al 
que  se  le  llamó  pomposamente  Convención  de  paz.  En 
su  nota  al  poder  ejecutivo.  Oribe  declaró  que  «no  era 
ese  el  momento  decoroso  de  entrar  en  la  explicación  de 
las  causas  que  lo  obligaban  á  dar  ese  paso».  Y  al  re- 
signar la  presidencia  el  24  de  octubre,  dirigió  al  poder 
legislativo  una  protesta  de  la  violencia  de  que  había 
sido  objeto,  y  la  cual  merece  consignarse  en  este  lugar. 
«El  presidente    constitucional  de    la    República,  al  des- 


(i)  Véase  los  documentos  oficiales  al  fin  del  Mnni/ieslo  del 
presidente  Oribe  sobre  la  infamia.,  alevosía  y  perfidia  con  que  el 
contraalmirante  francés  Leblanc  y  ar/entes  de  la  Francia  en 
Montevideo,  han  hostilizado  al  gobierno  de  la  República  Oriental 
del   Uruguay. 

(2)  Ib.  ib. 


—  ^u-^  — 

cciidt'r  del  ])ii('sto  ,i  qne  lo  elevó  el  voto  de  sus  conciu- 
dadanos, decía  Oi'ibe  en  ese  documento  solemne,  declara 
ante  los  representantes  del  pueblo,  y  para  conocimiento 
de  todas  las  naciones,  íjue,  en  este  acto,  s()lo  cede  á 
la  violencia  de  una  facciíni  armada,  cuyos  esfuerzos  liu- 
bieríín  sido  im})otentes  si  no  hubiera  encontrado  su 
princijnil  apoyo  y  la  nuh  derldida  cooperación  en  la  ma- 
rina militar  francesa,  que  no  ha  clesdeíiado  aliarse  d  la 
<inar(/}iía,  para  destruir  el  orden  legal  de  esta  república 
</ue  ninguna  ofensa  ha  inferido  d  la  Francia;  y  mientras 
l)repara  un  maniíiesto  que  ponga  en  claro  los  sucesos 
que  han  producido  este  desenlace,  protesta  desde  ahora 
del  modo  que  i)uede  hacerlo  ante  la  representación  na- 
cional, contra  la  violencia  de  su  renuncia,  y  hace  res- 
ponsable á  los  señores  representantes  del  uso  que  hagan 
de  su  autoridad  para  sancionar  ó  favorecer  las  miras  de 
la  nsurpaci(')n.  Protesta  también  en  la  misma  forma 
ante  el  gobierno  francés  contra  la  conducta  del  almi- 
rante de  la  fuerza  naval  francesa  de  esta  estación,  y  la 
de  los  agentes  consulares  de  Francia  actualmente  en 
Montevideo,  los  cuales  han  abusado  indigna  y  vergon- 
zosamente de  su  fuerza  y  de  su  posición  para  hostilizar 
y  derrocar  el  gobierno  legal  de  un  pueblo  amigo  é  inde- 
jtendiente.»  (') 

Cinco  días  después,  el  29  de  octubre,  el  nuevo  mi- 
nisterio ordenaba  al  general  Lavalleja  que  en  virtud  de 
la  convención  de  paz,  pusiese  á  disposición  del  general 
Uivera  el  armamento,  municiones,  artillería  y  todas 
las  fuerzas  que  tenía  á  sus  órdenes  en  Paysandú.  Ve- 
ri licada  esta  entrega,  Rivera  quedó  arbitro  del  Estado 
Oriental,  y  con  las  obligaciones  que  le    imponía  su  ca- 


(')  Si'  ir;isei'ilii()   cii  La  Gaceta  Mercantil    del    10  de   noviembre 
tl.>    1838. 


—  843  — 

lidad  de  aliado  de  los  franceses  contra  el  gobierno  ar- 
gentino, como  se  va  á  ver.  Era  reüriéndose  á  esto 
indudablemente  que  el  general  Lavalle  le  escribía  á 
Cliilavert  en  esos  días:  «Cuántos  sucesos  desde  que  V. 
se  separó,  algunos  de  ellos  inesperados!  Yo  creo  que 
nozas  no  podrá  afrontar  todos  tos  obstácutos  que  se  le 
oponen.))  (')  Estos  obstáculos  provenían  de  la  fuerza 
y  de  los  recursos  militares  que  la  Francia  le  opondría 
al  gobierno  argentino,  aliándose  con  los  enemigos  in- 
ternos de  éste. 

Por  su  parte  Oribe  dirigió  copia  de  su  protesta  al 
gobierno  encargado  de  las  relaciones  exteriores  de  la 
Confederación  Argentina  y  á  los  agentes  diplomáticos 
acreditados  en  Buenos  Aires ;  y  se  retiró  á  esta  ciudad 
hasta  que  los  sucesos  lo  llevaron  á  desempeñar  el  rol 
de  que  se  dará  cuenta  oportunamente. 


(')  Manusc.  orig.  en  mi  archivo. 


APÉNDICE 


COMPLEMENTO  AL   CAPITULO    XIV 


Señor  don  Ángel    Pacheco. 

Cañuelas;,  julio  24  de  1829. 

Mi  querido  amigo: 

Veo  en  su  estimable  carta  de  hoy  la  expresión  de  sus 
sanos  sentimientos.  Voy  á  contraerme  á  su  contestación 
tan  interesante   á  la  causa  pública. 

Impuesto  de  cuanto  me  dice  sobre  su  conferencia  con 
el  general  Lavalle,  de  la  lista  formada  en  el  ministerio 
y  demás  ocurrido  hasta  la  hora  en  que  escribió,  creo 
conveniente  que  no  venga  ahora.  Su  persona  en  esa  es 
muy  necesaria,  y  es  preciso  que  continúe  trabajando 
cuanto  pueda  para  que  tenga  efecto  lo  pactado  y  triunfe 
la  lista  convenida.  Yo  espero  que  trabajará  con  decidido 
empeño  por  que  triunfe  la  indicada  lista,  interesando  por 
lo  mismo  á  todos  sus  amigos,  y  haciendo  á  este  íin  cuan- 
tos esfuerzos  pueda. 

Si  la  lista  acordada  no  triunfa,  los  pactos  más  solem- 
nes del  tratado,  que  no  se  han  publicado,  quedan  sin 
efecto,  y  se  habrá  perdido  la  mejor  ocasión  de  salvar  la 
patria.  La  sangre  de  nuestros  compatriotas  se  derramará 
á  torrentes  sin  duda.  Esto  será  triste,  pero  será  más  triste 
todavía  la  necesidad  de  conformarse,  porque  no  hay  otro 
remedio. 

Cómo  me  duele,  mi   querido  compatriota,  ver  al  gene- 


—  :U(i  — 

ral  Lavalle  encerrado  en  ese  miserable  Fuerte,  en  ese 
teatro  de  perfidia!  Él  ofrece  círculos  que  saben  lialaíj;ar 
jugando  (;on  habilidad  los  dardos  de  la  traición,  riiie  son 
capaces  de  embriagar  el  mejor  entendimiento,  la  razón 
más  bien  formada.  El  hombre  de  (jorazón  más  sano,  de 
alma  mejor  colocada  y  de  ánimo  más  elevado  está  ex- 
puesto á  marchar  sin  tino,  sin  plan  y  sin  comljinación 
á  las  veces.  Mañana  los  mismos  que  hoy  lo  cercan  y  hala- 
gan al  general  Lavalle  serán  capaces  de  mandarlo  degollar. 

Yo  me  atrevo  á  pronosticar,  sin  temor  de  equivocarme, 
que  si  el  general  Lavalle  se  une  conmigo  de  íirme,  el 
país  se  salva.  Diré  mejor:  la  gran  familia  de  la  líepública 
Argentina  verá  muy  pronto  el  día  suspirado  de  la  grande 
obra  de  su  consolidación.  Juan  Manuel  de  Rozas  es  un  hom- 
bre de  bien,  un  labrador  honrado,  amigo  de  las  leyes  y 
de  la  felicidad  de  su  país.  Tiene  en  él  una  fortuna  arrai- 
gada, esposa,  hijos,  padres,  hermanos.  Treinta  y  cinco 
años  de  edad  que  los  más  los  ha  pasado  en  el  retiro  de 
una  vida  obscura  que  es  lo  más  acomodal)le  á  su  tempe- 
ramento. En  una  vida  privada  donde  ha  debido  me- 
ditar en  medio  de  una  calma  libre  de  pasiones.  ¿  Cuáles 
serían,  pues,  sus  aspiraciones  después  de  las  lecciones 
que  presenta  la  historia  de  todas  las  revoluciones  del 
mundo?  Estoy  seguro  de  que  si  el  general  Lavalle  me 
conociera  como  conociera  usted  taml)ién  á  las  personas  que 
lo  rodean,  y  melitase  lejos  del  bullicio,  se  penetraría  co- 
mo usted  del  fuerte  poder  de  razones  que  hay  para  creer 
que  de  la  fuerte  y  sólida  unión  con  ,luan  Manuel  deKozas. 
debe  esperar  la  felicidad  de  la  patria,  y  sin  duda  la  suya 
acompañada  de  una  inmensa  gloria.  Por  el  contrario,  de 
los  otros  la  muerte  del   país  y   la  suya  particular. 

Agradezco  los  recuerdos  de  nuestro  amigo  el  señor  don 
Manuel  Escalada,  y  los  retorno  muy  agradecido  por  el 
interés  que  toma  en  esta  importante  obra.  Con  conoci- 
miento de  estos  conceptos  y  de  lo  que  ya  hemos  hablado, 
dígale  que  no  se  canse  de  trabajar  por  la  salvación  del 
país,  porque  si  se  abandona  esta  oportunidad  se  pierde 
y  nos  perdemos. 


—  347  — 

Las  noticias  de  Córdoba  las  tengo  de  distinto  modo, 
según  el  parte  de  Bnstos  á  López.  Resulta  por  dicho  parte, 
según  yo  lo  entiendo,  la  acción  ganada  por  Quiroga,  porque 
el  general  Paz  se  había  retirado  á  la  ciudad  con  la  in- 
fantería, y  Quiroga  con  Bustos  quedaban  fuera,  cerca  de 
la  ciudad  con  sus  tropas  después  de  la  acción.  Este  parte 
hacen  días  que  lo  tengo,  y  no  lo  quise  hacer  correr  por 
delicadeza. 

Si  algo  necesita  para  el  trabajo  de  las  elecciones  entién- 
dete con  Arana,  quien  le  facilitará  todo,  pues  en  la  fecha 
le  escribo  sobre  esto. 

La  orden  que  me  pide  para  la  señora  doña  Ana  Ota- 
rola  ya  la  mandé.  Puede  verla  y  si  no  está  buena  man- 
daré otra  del  modo  que  quiera.  Cualquier  cosa  que  se 
le  ofrezca  de  estas  ú  otras  en  que  yo  pueda  ser  útil,  no 
ande  con  reparo  jiara  decírmelo,  que  sólo  no  haré  lo 
que  absolutamente  no  pueda.  Lo  mismo  dígale  al  amigo 
Escalada. 

Siento  un  placer  grande  al  decirme  su  lino  amigo  y 
conijíatriota. 

Juan  Manuel  de  Rozas. 


APUNTES      DE    ROZAS    ADJUNTOS    A   LA    CARTA 

A  más  de  las  razones  indicadas  en  la  carta,  puede  decirse, 
que  el  estado  actual  de  la  campaña  impide  la  elección 
de  representantes  con  la  libertad  y  calma  que  debe  pre- 
sidir á  este  acto.  Que  además  hay  tal  y  tal  motivo  para 
no  practicarlo,  etcétera. 

Que  se  hará  una  representación  firmada  por  los  princi- 
pales vecinos,  y  aun  por  algunos  de  los  electos  de  repre- 
sentantes el  domingo,  pidiendo  la  suspensión  de  la  reunión 
de  la  sala,  y  afirinando  estos  mismos  que  no  tomarán 
asiento  en  la  legislatura.  Los  que  hasta  aquí  se  sabe  que 
están  en  este  caso  son:  don  Mariano  Sarratea,  don  N.  Fra- 


—  848  — 

^ueiro,  don   Faustino   Ijezica,  don    Francisco   de    la  C'ruz, 
don  Ramón  Larrea. 

Que  considerándose  evidente  que  después  de  lo  dicho, 
nna  reunión  de  generales  y  corporaciones  j)ara  tratar  de 
la  situación  del  país,  no  opinará  absolutamente  por  la 
guerra  interior,  el  general  Lavalle  se  propone  reuniría  y 
proceder  en  consecuencia  de  ella  á  una  variación  en  la 
administración.  Que  el  modo  en  que  esto  se  haya  de  hacer 
y  las  personas  que  hayan  de  componerla,  se  acordará  por 
el  general  Lavalle  con  el  señor  Hozas. 

Que  no  se  puede  hacer  uso  del  convenio  secreto  con 
■e\  general  Lavalle   acerca  de  los  representantes. 

Julio  23. 

Mi  querido   Manuel  (Escalada). 
He  sido  siempre  y  soy  amigo  de   Pacheco;  por  consi- 
guiente su  visita  me  será  muy  agradable..  Ven   pues  con 
él  á  la  hora  que  gustes.  Tu. 

Juan  (Lavalle). 

El  gobernador  jyrovisorio,  etcétera. 

Pasa  el  señor  coronel  don  Ángel  Pacheco  al  campa- 
mento del  señor  comandante  general  de  campaña  don 
Juan  Manuel  de  Rozas. 

Buenos  Aires,  '^  de  agosto  de  ¡829. 

Juan  Lavalle. 

El  señor  coronel  Pacheco  pasa  á  Buenos  Aires  con 
comunicaciones  de  importancia.  En  su  virtud  no  se  impida 
^1  tránsito  y  auxilíesele  con  cucinto  necesitase. 

Cañuelas,  agosto  7  de  1829. 

Juan  Manuel  de  Rozas. 


349  — 


COMPLEMENTO  AL  CAPÍTULO  XV 


Señor  general  Juan  Facundo  Quiroga. 

Paisano  y  amigo: 
Sé  que  es  usiei  un  buen  patriota  y  un  hombre  de 
coraje:  estas  dos  circunstancias  me  han  decidido  á  es- 
cribirle lleno  de  toda  confianza  y  sin  más  objeto  que 
el  del  bien  general.  Sé  que  está  usted  próximo  á  ba- 
tirse con  el  gobernador  de  La  Rioja:  yo  ignoro  los  mo- 
tivos de  este  rompimiento,  lo  mismo  que  cuál  de  los 
partidos  es  el  que  tiene  la  justicia:  sólo  me  ciño  á  lo 
principal,  á  la  sangre  americana  que  se  va  á  verter, 
al  crédito  de  nuestra  revolución  santa,  y  á  las  conse- 
cuencias fatales  que  la  libertad  de  nuestro  país  va  á 
experimentar,  ahora  más  que  nunca,  cuando  los  con- 
trastes de  nuestros  ejércitos  exigen  imperiosamente  una 
unión  intima,  si  es  que  queremos  ser  verdaderamente 
libres.  Esta  verídica  exposición  lo  moverá  á  usted  á 
una  transacción  con  el  gobernador  de  La  Rioja,  cuyos 
lazos  serán  el  amor  y  la  amistad :  sí,  mi  paisano,  yo  lo 
exijo  de  usted,  y  no  me  negará  una  gracia  que  le  reco- 
nocerá siempre  su  amigo  y  paisano 

José  de  San  Martín. 
3  de  mayo  de  1823. 


Buenos  Aires,  á  26  de  diciembre  de  1823. 

Paisano  y  amigo  apreciable : 
Dos    ó  tres   días  antes   de   mi  salida  de  Mendoza  me 
manifestó   don  Manuel   Corvalán  una   carta  de  usted   en 
la  que   le    dejía    que   le   habían     escrito  que    yo   era  su 


—  350  — 

más  mortal  enemigo,  etcétera,  etcétera,  pero  que  usted 
no  Iiabía  querido  dar  crédito  á  tal  imputación:  efecti- 
vamente es  una  verdadera  y  negra  imputación  de  al- 
guna Vil  y  despreciable  alma,  de  las  que  por  desgracia 
abundan  en  nuestra  revolución.  He  apreciado  y  aprecio  á 
usted  por  su  patriotismo  y  buen  modo  de  conducirse,  y  jjorque 
usted  me  ha  manifestado  tena  completa  deferencia  á  la  parte  que 
como  simple  particular  tomé  eii  las  desavenencias  de  La  Rioja,  sin 
otro  objeto  que  el  de  evitar  se  derramase  la  sangre 
americana.  Yo  marcho  á  Inglaterra  con  el  objeto  de 
llevar  mi  hija  y  ponerla  en  un  colegio;  mi  regreso  será 
pronto,  pero  si  en  el  Ínterin  se  le  ofrece  algo  en  aquel 
destino,  tendrá  una  satisfacción  en  servirlo  su  amigo  y 
paisano 

José  de  San  MartÍxX. 


Catamarca,  enero  21  de  1823. 

Encargado  por  el  primer  jefe  de  la  división  del  sur, 
de  recibir  la  fuerza  y  auxilios  que  remitan  estos  pueblos 
para  su  formación,  me  dirijo  á  V.  S.  seguro  de  su  coo- 
peración á  este  objeto.  Va  la  partida  de  veinte  y  cinco 
hombres,  que  dirijo  al  mismo  fin,  la  que  se  habrá  reu- 
nido á  la  que  vino  de  San  Juan;  y  V.  S.  habrá  dado  á 
todas  las  provincias  esta  nueva  prueba  de  su  patriotismo. 
Sólo  resta  que  se  complete  el  todo  de  los  auxilios  ofre- 
cidos por  ese  gobierno,  y  yo  me  lisonjeo  que  V.  S.  contri- 
buirá eficazmente  como  también  lo  espera  el  primer  jefe 
ele  la  expedición,  comandante  don  José  María  Pérez  de 
Urdininea. 

Al  efecto  de  recibirla  he  dis[)uesto  marche  el  capitán 
don  José  María  Abilés,  que  es  de  toda  mi  confianza  y  á 
quien  deseo   le   haga  su   entrega. 

La  remesa  de  dichos  auxilios  es  tan  urgente,  cuanto 
es  ya  necesario  internarnos  en  la  provincia  de  Tucumán, 
que  hallándose   enteramente  devastada  por  la  guerra  de 


—  851  — 

más  de  un  año,  es  imposible  que  pueda  proporcionárnos- 
los, sin  embargo  que  está  dispuesta  á  concurrir  con  tropa 
y  artillería. 

No  dudo  un  momento  que  V.  S.  dará  este  nuevo  tes- 
timonio de  su  decisión  á  la  causa  de  América,  y  que  creerá 
sinceras  las  protestas  de  mi  consideración  y  particular 
aprecio. 

José  María  Paz. 

Señor  don  Facundo   Qiiiroga. 

Buenos  Aires,  agosto  10  de  1826. 

Muy  señor  mío  de  mi  mayor  aprecio:  Aunque  no  tengo 
el  gusto  de  conocer  á  Vd.  personalmente,  me  tomo  la 
libertad  de  escribir  á  Vd.  porque  he  tenido  cierta  simpa- 
tía á  favor  de  Vd.,  enterado  de  toda  la  energía  y  habili- 
dad que  ha  tenido  que  emplear  para  mantener  en  orden 
esa  respetable  provincia.  En  esta  virtud,  yo  desearía  mucho 
que  entre  nosotros  hubiese  una  comunicación  franca,  y 
empezando  yo  á  dar  á  Vd.  una  prueba  de  ello,  me  tomo 
la  libertad  de  comunicar  á  Vd.  que  el  señor  presidente 
ha  tenido  á  bien  nombrarme  general  del  ejército  nacio- 
nal que  va  á  hacer  la  guerra  al  territorio  del  Brasil,  pues 
su  Emperador,  habiéndose  negado  á  oír  ninguna  propo- 
sición de  paz,  que  le  fué  hecha  por  el  gobierno  inglés, 
está  resuelto  á  hacer  la  más  tenaz  y  decidida  guerra  á 
la  República:  así  es  que  para  resistirla  y  que  nuestro 
país  salga  con  todo  el  honor  {\\ie  debe,  es  preciso  una 
cooperación  muy  decidida  de  parte  de  todas  las  provin- 
cias. En  este  concepto  es  que  me  dirijo  á  Vd.  en  nombre 
del  gobierno  y  mío,  para  que  Vd.  por  su  parte  haga  cuanto 
pueda  á  efecto  de  mandar  algunos  hombres  que  vengan 
á  servir  en  este  Exto.;  yo  tendré  un  particular  gusto  en 
atender  especialmente  á  los  que  Vd.  me  recomiende,  así 
como  espero  que  Vd.  hará  un  esfuerzo  para  remitir  los 
reclutas  que  pueda,  pues  como  Vd.  sabe,  sin  hombres  no 


se  hace  nada.  El  señor  Lavalle  podrá  instruir  á  Vd.  más 
detenidamente  sobre  esto,  aunque  él  no  sabe,  por  ser  aquí 
aun  un  secreto  que  yo  debo  pasar  al  otro  lado  á  tomar  el 
mando  del  ejército. 

Vd.  tendrá  la  bondad  de  contestarme  bajo  cubierta  de 
doña  María  del  Carmen  de  Alvear,  que  es  mi  esposa  y 
servidora  de  Vd. 

Con  este  motivo  tengo  el  gusto  de  saludar  á  Vd.  con 
todo  el  aprecio  y  consideración  de  que  tan  justamente  es 
acreedor,  quedan<io  su  atento  servidor  y  apasionado. 

Carlos  de  Alvear. 

Señor  coronel  clon  Facundo   Quiroga. 

Córdoba,  enero  4  de  1823. 

Mi  dulce  dueño:  Por  inás  que  he  deseado  tener  el  gusto 
de  conocer  á  V.  S.  y  ofrecerle  mi  amistad,  no  pudo  rea- 
lizarse mi  deseo,  que  he  citado,  en  San  Antonio,  porque 
ni  V.  S.  vino  á  su  casa,  ni  á  mí  me  fué  posible  detenerme 
por  la  urgencia  que  tenía  de  llegar  á  mi  destino.  Sin 
embargo  tuve  el  honor  de  visitar  á  su  señora  esposa  y 
ponerme  á  sus  pies,  hasta  que  tuviese  la  satisfacción  de 
hacerlo  con  V.   S. 

Soy  un  apasionado  de  V.  S.:  conózcame  por  tal.  y  dígne- 
se hacerme  la  gracia  de  hacer  experiencia  de  mi  l)uena 
fe  imponiéndome  cuantos  preceptos  guste  en  cualquier 
punto  donde  me  halle.  Ratifico  á  V.  S.  mi  particular  deseo 
de  emplearme  en  su  servicio  y  el  particular  afecto  con 
que  soy  más  apasionado. 

S.  S.  Q.  B.   S.   M. 

Nicolás  de  Avellaneda  y  Tula. 


353 


COMPLEMENTO  AL  CAPITULO  XVII 


30  de  octubre  de  1830. 

Amigo  Chilavert:  hemos  mandado  á  Medina  treinta 
onzas  de  oro  sellado.  Don  Ricardo  me  pide  dinero  y  usted 
verá  las  instrucciones  que  doy  á  Medina  para  que  le 
mande  de  lo  que  le  he  remitido.  Haga  usted  de  mudo 
que  nada  deje  de  hacerse  por  falta  de  dinero  ni  de  gente. 
Salten  ustedes  en  tierra,  den  el  grito  y  avísennos;  vola- 
remos con  los  hombres  que  podamos  llevar ;  ahora  usted 
considerará  que  no  es  posible  pensar  en  esto,  porque 
usted  sabe  que  con  la  gente  que  tenemos,  eso  y  hacer 
ruido  sería  lo  mismo ;  lo  que  nos  descubriría  y  perdería 
sin  remedio. 

En  los  primeros  momentos  use  usted  del  crédito  de 
los  amigos,  que  nosotros  los  cubriremos  tan  pronto  como 
tengamos  los  fondos  que  usted  sabe. 

Don  Ricardo  me  dice  que  vaya  á  situarme  á  Paysandú 
ó  Chain  para  aconsejarle.  No  lo  veo  absolutamente  ne- 
cesario por  ahora,  mucho  más  cuando  usted  sabe  que 
todo  lo  he  de  hacer  acá. 

Estando  allá  usted  es  bastante.  Hoy  lo  que  conviene 
es  obrar  mucho  y  consultar  poco;  obrar  con  actividad  y 
ganar  en  tiempo  lo  que  jDuedan  tener  de  menos  ma- 
duras las  resoluciones:  como  todo  es  de  ejecución,  unos 
sucesos  echan  tierra  á  otros  y  los  buenos  tapan  los  malos. 
Salten  ustedes  car...  (hay  un  voto  enérgico)  y  no  me 
digan  que  plata,  y  que  gente  ;  porque  el  suceso  nos  abrirá 
las  bolsas  y  nos  conquistará  los  ánimos.  Adelante,  pues.— 
Basta  de  chasques,  que  con  pocos  más  sabrá  todo  el 
mundo  lo  que  está  oculto. 

Escriba  usted  al  amigo  don  Ricardo  cuando  crea  con- 
veniente, en  el  sentido  de  mis  cartas  á  usted  y  á  Medina. 

TOMO  II.  23 


—  854  — 

Ea  pues !  deseo  que  mañana  se  grite  en  Entre  Ríos: 
«¡Viva  don  Ricardo  López  y  muera  Sola!  ¡viva  la  causa  de 
los  pueblos  y  muera  el  partido  federal!» 

Saia'aj)0u  M.  del  Cakpjl. 

Remitimos  á  Medina  501)  pesos  papel  para  que  pueda 
disponer  con  más  facilidad  del  oro  en  favor  del  amigo 
López,  es  decir,  don  Ricardo. 


Mercedes,  iiovieinl)re  18  de  1830. 
Señor  don  Martíniatuj   CJiilaccii. 

Querido  amigo :  «acompaño  (bajo  la  mayor  reserva  para 
usted  y  Olavarría)  copia  de  la  carta  célebre  que  dirigió 
Maciel  á  don  Juan:  usted  que  está  instruido  de  las  cosas, 
sabrá  si  ella  me  ha  dado  un  rato  de  mal  humor.  Pero 
son  muy  graves  las  consecuencias  que  yo  deduzco  de 
esta  carta.  Vd.  percibirá  que  este  hombre  funesto  ha 
propagado  todas  esas  picardías  con  los  S.  S.  del  Entre  Ríos 
que  no  tienen  motivo  de  conocernos ;  usted  calculará  cuán- 
to van  á  decir  y  á  obrar  sobre  la  moral  de  los  amigos 
y  subalternos  esas  esi^ecies,  en  medio  de  que  en  ningu- 
nas circunstancias  necesitamos  de  más  orden  y  regulari- 
dad. En  fin,  no  estaré  contento  mientras  que  usted  no 
desvanezca  las  impresiones  que  Maciel  haya  hecho  en 
nuestros  amigos,  y  mientras  que  Olavarría  y  usted,  in- 
dagando la  causa  del  desorden  que  asoma  entre  nues- 
tros subalternos,  no  las  desarraiguen  á  cualquiera  costa: 
mándennos  al  díscolo,  cualquiera  que  sea,  con  el  primer 
pretexto  que   les  parezca. 

Los  amigos  del  Entre  Ríos  no  tienen  ninguna  razón 
para  quejarse  de  nosotros;  es  menester  hacerles  entender 
que  los  hemos  servido  aun  más  allá  de  lo  q'  nos  han  pedido, 
y  que  los  sacrificios  que  hacemos  realmente  nos  cuestan 


todos  los  esfuerzos  de  que  somos  capaces ;  no  podemos 
más;  pero  esto  no  debe  perjudicar  á  nuestra  buena  fe 
y  sería  una  ingratitud  cjue  ellos  nos  negasen  los  servi- 
cios que  tan  justamente  esperamos.  No  están  en  aptitud 
dé  contestarlos  con  nuestras  ric[uezas  ahora. 

Mandamos  ahora  una  buena  cantidad  de  dinero  al 
señor  don  Ricardo :  no  sé  si  lo  llevará  el  coronel  Medina 
porque  en  el  momento  en  que  escribo  ésta  tengo  una 
promesa  de  que  él  llegaría  aquí  mañana  con  15  hombres: 
pasarán  de  20  ó  25.  Medina  })idió  licencia  á  don  Frutos 
y  la  obtuvo. 

Á  propósito  de  don  Frutos:  ha  dicho  que  si  don  Ri- 
cardo se  coloca  en  el  gobierno  la  influencia  será  de  García 
y  tras  de  éste  de  ICchandía,  á  quien  dice  que  escucha 
como  á  un  oráculo.  Por  esta  parte  han  concebido  nues- 
tros amigos  de  Montevideo  recelillos.  Será  bueno  que 
usted  sepa  manejarse  convenientemente  para  desmentir 
y  desvanecer  estas  impresiones  viejas  que  conservan 
los  historiadores  del  Entre  Ríos.  Hay  hombres  que 
nunca  ven  sino  lo  que  vieron;  sin  advertir  que  los  su- 
cesos siguen  su  carrerra  invariable,  sin  acordarse  de 
que  las  personas  quedan  atrás,  si  no  vuelan  con  la 
misma  rapidez  que  ellos. 

En  Buenos  Aires  amainan.  Quieren  paz :  mandan  una 
comisión  compuesta  de  ('astro,  Guido  y  Larrea  á  Córdoba. 
Quieren  con  esto  ganar  tiempo:  no  sacarán  nada.  Se 
ha  dado  cuenta  del  movimiento  del  Entre  Ríos  al  general 
Paz,  y  se  le  insta  á  ponerse  en    acción. 

Don  Mateo  García  ha  ido  diciendo  á  Buenos  Aires  que 
la  mitad  de  la  provincia  está  con  Sola,  y  que  él  se  iba 
allá  porque  no  lo  crean  comprometido :  manda  á  Sola 
de  Buenos  Aires  un  buque  con  armamento,  y  preparan 
una  escuadrilla  para  el  Paraná  al  mando  ele  Menon. 
Rosales  vendrá  de  acá  á  dos  días  y  lo  despacharemos 
contra  ella. 

Espero  cartas  de  usted  larguísimas  y  detalladas:  dígame 
cómo  han  recibido  á  Olavarría,  y  cómo  va  la  guardia  de 
honor  de  Ramírez. 


—  ;^5(i  — 

Mañana  marolio  á  Soriaiio  en  busca  de  dinero,  y 
espero  sus  avisos  y  recojer  mis  hombres  y  mis  recursos 
l^ara  marchar  si  soy  necesario,  si  me  quieren  entender, 
y  si  usted  calcula  que  nos  podremos  entender  con  los 
nuestros  y  con  los  extraños. 

No  han  venido  los  tres  mil  de  Montevideo,  i)ero  nos 
han  mandado  esperanzas...  ¡Que  se  queja  Maciel!  haga 
usted  entender  á  ése  y  á  todos  los  emigrados  que  su 
deber  es  sufrir  con  resignación  y  trabajar  con  constancia: 
llenar  cada  uno  las  obligaciones  de  su  puesto  y  no  mez- 
clarse con  atrevimiento  y  audacia  en  las  cosas  que  no 
les  corresponden  ni  pueden  tocarles.  El  que  asi  no  lo 
hiciere,  que   se  mude. 

Hable  usted  á  don  Ricardo,  Espino,  Felipillo,  Urquiza. 
etcétera,  etcétera,  en  mi  nombre,  y  hábleme  de  ellos 
extensamente ;  llévese  bien  con  Olavarría  y  dígole  á 
usted  lo  que  á  él  le  digo,  querido  mío,  que  se  pongan 
ustedes  de  acuerdo  en  todo  y  para  todo :  llenen  ustedes 
mis  instrucciones  y  háganse  cargo  de  los  objetos:  que 
sean  100,  50,  cualquiera  número:  pero  que  sean  en 
este  caos  como  la  lumbrera  de  la  esperanza,  por  el  orden, 
regularidad,  subordinación,  etcétera,  etcétera...  que  se 
despliegue,  dando  el  ejemplo  los  jefes;  avíseme  á  este 
respecto  las  menores  cosas;  mire  usted,  amigo,  que  en 
las  milicias  sucede  como  en  las  religiones :  con  tal 
que  haya  entusiasmo  y  se  sepa  mantener,  la  más  austera 
hace  más  prosélitos. 

Adiós  amigo :  su  affmo. 

S.  M.  DEL  Carril. 

P.  S.  Añada  usted  al  párrafo  d  propósito,  que  el  hom- 
bre ha  insinuado  que  es  necesario  introducir  en  el  Entre 
Ríos  gente  nueva.     Un    cáncamo    para    él :    esto     quiere 

decir  que  B (Barrenechea),  pero    un    demonio,    don 

Ricardo  y  don  Ricardo,  (reservadísimo). 


357  — 


Señor  don  Martiniano  Chüavert. 

Uruguay,  noviembre  30  de  1830. 

Mi  estimado  amigo:  Son  ya  repetidas  las  cartas  que 
se  han  dirigido  y  todas  ellas  llevaban  por  principal  objeto 
la  remisión  de  dinero. 

Aqui  ya  no  tenemos  un  medio  para  mandar  á  la  di- 
visión, pues  cuanto  había  entre  los  amigos  ya  se  ha 
iTiandado  antes.  Acaba  de  llegar  un  oficial  que  envía 
desde  su  campo  don  Ricardo,  para  que  le  conduzca  algún 
dinero,  y  no  ha  sido  posible  proporcionarle  en  ninguna 
cantidad. 

Diariamente  se  reúnen  fuerzas,  y  soljre  novecientos 
hombres  que  tienen  han  sido  gratificados,  pero  no  podrá 
suceder  con  los  demás  que  se  le  reúnen,  y  lo  que  es 
más,  no  hay  un  medio  para  gratificarlos  luego  que  estén 
sobre  el  Paraná,  y  que  es  adonde  muy  particularmente 
se  necesita. 

Don  Ricardo  debe  emprender  su  marcha  dentro  de 
hoy  á  mañana,  y  por  ello  es  que  se  hace  urgente  el  dinero, 
y  no  sea  que  por  falta  de  él,  haya  algún  disgusto  en  una 
fuerza  que  marcha  tan   contenta. 

El  dador  va  con  el  objeto  de  conducir  á  usted  y  el 
dinero;  y  si  usted  no  pudiese  venir  es  de  confianza  y 
puede  traerlo  él  mismo.  No  demore  usted  un  instante 
porque  se  pierde  mucho. 

No  hay  que  demorar  en  reunir  gente.  Anacleto 
aunque  venga  sólo. 

La  adjunta  de  Justo  la  abrí  yo  equivocadamente. 

Por  último,  amigo,  el  dinero :  no  sea  que  se  malogre 
lo  que  con  tanta  felicidad  se  ha  conseguido. 

Sola  tiene  diariamente  desertores  que  se  presentan  á 
don  Ricardo,  y  la  fuerza  que  tiene  aseguran  es  de  tres- 
cientos á  cuatrocientos :  es  verdad  que  entre  ella  hay 
mucha  que  debe  abandonarlo. 


—  ans  — 

En  fin.  ya  digo  á  usted  1(j   bastante   sobre  la  necesidad 
del  dinero   como   principal   elemento. 

Queda  de  usted  amigo  alTmo.   y  servidor. 

('ll'IUAXO   TTrí^uiza. 


COMPLEMENTO  AL  ('AlMTOLd  W 


Buonos  Alros.  iiüno   \2  de  183"¿. 

Ál  Exemo.  señor   gobernador   //  capitán  general    de   la    provincia   de 
Santa  Fe^  brigadier  don  Estanislao  López. 

El  infrascripto  ha  tenido  la  honra  de  recibir  la  nota 
del  excelentísimo  gobernador  de  la  provincia  de  Santa  Fe 
adjuntándole  en  copia  autorizada  un  oíicio  de  S.  E.  el  señor 
gobernador  de  Corrientes  datado  el  31  de  marzo  del  año 
actual,  sobre  cuyo  tenor  se  desea  conocer  la  opinión  del 
infrascripto  para  tenerla  presente  en  la  opinión  que  ten- 
ga á  bien  adoptar  el  gobernador  de  Santa  Fe  sobre  el 
asunto  indicado  por  el  de  Corrientes;  y  después  de  haberla 
meditado  el  infrascripto  con  la  más  seria  detención,  cree 
de  su  deber  manifestar,  no  haber  podido  convencerse 
de  la  necesidad  y  conveniencia  del  artículo  adicional 
que  se  propone  por  S.  E.  el  señoi*  gobernador  de  Corrien- 
tes, para  que  se  estipule  un  compromiso  nmtuo  de  auxi- 
liarse sin  omitir  sacrificio  alguno,  á  fin  de  restituir  en 
cualquiera  de  las  provincias  ligadas  por  el  tratado  de 
4  de  enero  de  1831,  y  conservar  el  buen  orden  alterado 
y  perturbado,  y  para  sostener  las  atribuciones  y  autori- 
dades legalmente   constituidas. 

Por  más  que  el  infrascripto  se  ha  empeñado  en  des- 
cubrir el  beneficio  que  pudiese  producir  la  indicada  esti- 
pulación, tanto  á  cada  provincia  en  particular,  como  á  la 


—  859  — 

República  en  general,  no  solamente  no  lo  encuentra,  sino 
que  le  parece  impracticable  y  funesto  al  bienestar  de  la 
Nación.  Sabido  es  que,  si  por  el  derecho  de  gentes  las 
naciones  están  obligadas  mutuamente  para  conservar  la 
sociedad  humana,  á  llenar  entre  sí  todos  los  deberes  que 
la  seguridad  y  ventaja  de  la  sociedad  requiere,  esas  obli- 
gaciones son  mucho  más  estrechas  eyitre  pueblos  que  consti- 
tuyen un  solo  Estado;  de  consiguiente  no  deben  excusar  todos 
aquellos  socorros  y  mutua  asistencia  que  puede  ser  nece- 
saria para  su  preservación,  para  su  felicidad  y  para  el 
mantenimiento  de  sus  ieyes.  Pero  desde  que  estos  soco- 
rros degenerasen  en  un  derecho  establecido  para  inter- 
venir en  la  economía  social  de  cada  nación,  de  cada 
provincia,  resultarían  todas  esas  inconveniencias  de  una 
tal  intervención  mutua  entre  las  familias  de  un  mismo 
pueblo. 

En  medio  de  la  inmensa  dificultad  de  discernir  el  ca- 
so en  que  debiera  intervenir  la  fuerza  y  autoridad  ajena 
para  conservar  el  orden  alterado  ó  perturbado,  y  para 
sostener  las  autoridades  legalmente  constituidas  y  sus 
atribuciones,  ocurre  naturalmente  que  sin  abierta  injus- 
ticia no  pueda  sancionarse  esta  ventaja  para  los  gobiernos 
existentes,  sin  tenerla  que  acordar  á  los  pueblos  colecti- 
vamente y  representados  en  sus  legislaturas.  Porque  si 
es  perjudicial  á  los  intereses  de  la  República  el  menor 
atentado  contra  el  orden  y  autoridades  legales  de  cada 
provincia,  no  es  menos  escandaloso  y  funesto  el  abuso  de 
la  autoridad,  por  legal  que  ella  sea,  si  llega  por  este  me- 
dio á  sistemarse  la  opresión  de  un  pueblo,  defraudándo- 
sele de  los  derechos  constitucionales  que  le  corresponden. 
Y  no  podía  ser  de  otro  modo  para  no  correr  el  riesgo, 
mediante  el  tenor  y  espíritu  del  artículo  propuesto,  de 
hacerse  cómplice  de  la  pretensión  desmedida  de  un  go- 
bernante, ayudándole  á  sostenerse  contra  una  reclama- 
ción justa  de  sus  compatriotas,  que  podría  la  autoridad 
caracterizar  de  anarquía,  por  error  ó  malicia.  Y  si  tal 
concesión  se   acordase  á  los   gobiernos  y  á  los  pueblos, 


—  m)  — 

¿cuál  vendría  á  ser  en  poco  tiempo  el  estado  de  nuestra 
república?  Ningún  otro  que  el  de  una  confusión  general. 
El  asunto  es,  por  su  naturaleza,  tan  claro  en  el  seutir 
del  infrascripto,  que  omite  otras  razones  que  se  le  agru- 
pan para  desechar  el  artículo,  por  estar  persuadido  que 
estará  al  alcance  del  Excmo.  gobernador,  á  quien  se  di- 
rige, y  del  gobierno  de  Corrientes  cuando  la  materia  se 
reconsidere. 

El  tratado  de  4  de  enero,  tal  como  está  redactado, 
deja  un  vasto  campo  para  que  los  gobiernos  de  la  liga 
pongan  en  acción  los  medios  oportunos  de  conservar  ó 
restablecer  las  autoridades  legales,  toda  vez  que  conven- 
gan á  los  intereses  de  la  liga,  y  sea  conforme  con  los 
deberes  mutuos  estipulados  en  el  tratado.  Con  sujeción 
á  ellos,  y  en  uso  de  un  derecho  que  no  está  prohibido  á 
los  gobiernos  aliados,  intervino  Santa  Fe  en  el  restable- 
cimimiento  del  orden  de  la  provincia  de  Entre  Ríos,  y  se 
restableció.  Sin  necesidad,  pues,  de  otra  cosa  que  de  ha- 
cer un  uso  prudente  de  la  intervención  admitida  j^or  el 
tratado,  existen  á  juicio  del  infrascripto  las  garantías 
que  necesitamos  para  que  las  provincias  se  respeten  en- 
tre  sí,  y  conserven  su   unión  y  buena  inteligencia. 

Dios  guarde  á  Y.  E.  muchos  años. 

Juan   Manuel  de  Rozas, 


COMnEMEMí)    AL    CAPITL'LO    XXI 


El  general  en  jefe  de  la   División  Izquierda. 

San  Miguel  del  Monte,  marzo  11  de  1833.  Año  24  de  la 
Libertad  y  18  de  la  Independencia. 

ORDEN    DEL    DÍA 

i  Soldados  de  la  División  del  Sur !  La  campaña  que  abri- 
mos debe  cerrar  la  historia  de  nuestras  empresas  contra 


—  361  — 

los  indígenas,  y  poner  término  á  una  guerra  de  dos  siglos, 
cuya  duración  es  el  baldón  de  nuestra  patria.  La  vigilante 
actividad  del  gobierno  ha  minado  en  secreto  el  poder  de 
los  enemigos  que  se  creían  favorecidos  de  nuestras  fata- 
les discordias.  Por  ello  es  que  Pincheira,  separado  de  sus 
principales  auxiliares,  fué  forzado  á  refugiarse  á  la  cor- 
dillera, donde  sus  oficiales  más  notables,  cumpliendo  con 
los  compromisos  contraídos  aquí,  contribuyeron  á  la  ruina 
y  destrucción  total  de  aquel  famoso  caudillo,  que  tan 
gloriosa  fué  á  los  bravos  soldados   chilenos. 

Nuestras  divisiones  tijeras,  acompañadas  por  los  fieles 
caciques  amigos,  han  dado  después  sucesivos  golpes  de 
muerte  á  los  indios  enemigos.  El  afamado  Toriane  y  sus 
mejores  amigos  han  sido  vencidos;  y  aterrados  los  que 
pudieron  sobrevivir,  han  descampado  de  la  vecindad  de 
nuestras  fronteras.  Para  completar  la  obra,  deberíamos 
haber  marchado  y  abierto  esta  campaña  en  los  primeros 
días  de  la  pasada  priixiavera.  Obstáculos  invencibles,  pro- 
ducidos por  la  guerra  pasada  y  por  la  seca  sin  ejemplo 
que  afligió  á  nuestra  provincia,  la  han  retardado  hasta 
hoy.  Esta  demora  nos  privará  de  las  ventajas  incalcula- 
bles de  la  celeridad  y  del  secreto  de  esta  grande  opera- 
ción ;  y  tendremos  la  desgracia  de  no  encontrar  un  enemigo 
hasta  el  río  Negro  de  Patagones.  Las  divisiones  de  Cuvo 
y  Córdoba  que  se  mueven  actualmente,  dirigidas  por  el 
Excmo.  señor  general  don  Juan  Facundo  Quiroga,  general 
en  jefe  de  las  fuerzas  confederadas,  tienen  más  probabi- 
lidades de  batir  sobre  su  marcha  al  feroz  Yanquetru 
que  habita  en  la  confluencia  del  Diamante  ó  Chasi-leo 
con  el  Tunuyan,  y  á  las  tribus  que  acampan  setenta  le- 
guas al  sur  del  río  Quinto.  Pero  sea  que  aquellas  divi- 
siones logren  encontrar  al  enemigo,  ó  que  éste  lo  evite 
y  pueda,  destruyendo  sus  recursos,  refugiarse  al  otro  lado 
del  río  Negro,  allí  nos  reuniremos  bien'  pronto,  pasare- 
mos en  sus  márgenes  lo  más  crudo  del  invierno,  y  en 
la  próxima  primavera  volveremos  á  emprender  nuestras 
operaciones  hasta  dar  cabo  á  esta  obra  inmortal. 


—  :W>2  — 

Compañeros  de  armas!  Llegó  el  deseado  día  en  que 
reunido  el  poder  de  los  cristianos  de  una  y  otra  banda 
de  la  gran  cordillera,  dome  por  fin  los  bárbaros  vaga- 
mundos ó  los  confine  á  las  ingratas  regiones  del  Polo. 
Desde  entonces  quedarán  abiertas  nuevas  vías  de  comer- 
cio, y  á  la  actividad  inteligente  riquezas  no  conocidas, 
bienes  no  sospechados  que  la  naturaleza  guarda  en  los 
ríos  y  en  las  montañas  colosales  de  nuestra  tierra  afortu- 
nada. Un  esñierzo  más,  y  nuestros  hijos,  nuestras  madres, 
nuestras  esposas  volveráti  á  abrazarnos  alborozados  con 
la  idea  de  vivir  tranquilos  con  nosotros  en  nuestros  ho- 
gares; y  con  la  posesión  de  un  bienestar  no  imaginado, 
que  podrán  trasinitir  seguros  á  su  posteridad. 

Dos  ó  tres  meses  de  invierno  á  las  orillas  del  río 
Negro,  y  al  abrigo  de  los  bosques,  es  lo  más  arduo  que 
nos  resta  para  conseguir  tantos  bienes  para  nuestros  her- 
manos y  amigos.  ¿Y  las  incomodidades  de  un  invierno 
merecen  recordarse  siquiera  á  los  veteranos  argentinos 
ni  á  los  infatigables  milicianos  de  los  campos  de  Buenos 
Aires?  Compañeros!  marchemos:  Dios  y  el  sol  de  la  pa- 
tria nos  acompañan,  y  las  bendiciones  del  cielo  nos  esperan. 

Santo :   Federación — Gloria — Argentina. 

Juan  Manuel  de  Rozas. 


El  inpeniero  de  la  División  Izquierda. 

Rio  Colorado,  Julio  15  de  1833.  Año  24  de  la  Libertad 
y  18  de  la  Independencia 

Al  Excmo.  señor  brigadier  general  y  en  jefe  de  dicha  división. 

Habiendo  partido  de  este  cuartel  general  el  1°  del  pre- 
sente con  la  orden  de  medir  río  arriba  hasta  encontrar 
la  división  de  caballería  que  comanda  el  coronel  don  Pe- 
dro Ramos,  á  mi  regreso  tengo  la  honra  de  adjuntar  el 


—  363  — 

diario  de  mis  operaciones  hasta  el  punto  en  que  la  sus- 
pendí por  hallarme  con  la  expresada  división  que  retro- 
cedía. 

Tan  luego  como  me  sea  posible  daré  cuenta  á  V.  E. 
de  un  modo  graneo  de  esta  comisión,  pues  actualmente 
irie  ocupo  de  este   objeto. 

Dios  guarde   á   V.   E.   muchos   años. 

Feliciano  Chiclana. 


Diario  de  las  marchas  hechas  jDor  el  ingeniero  que 
suscribe  en  la  comisión  que  se  le  confirió  por  el  señor 
general  en  jefe  de  la  División  Izquierda  para  medir  río 
Colorado  arriba  hasta  encontrar  la  división  que  comanda 
el  señor  coronel  don  Pedro  Ramos. 


JULIO  1° 

Partifuilo  del  cuartel  genural  por  la 
margren    izquierda 


RTMBOS 


DISTANCIAS 


Xorto  14  ■  o  1000  varas 

,)  18"  O  loso       .) 

I)  11"  ti  835       » 

«  47"  O  1400       n 

))  40^  O 040       » 

Pasando  el  río  y  siguiendo  por 
la  margen  derecha  exterior 


5245 


Sur    74"  O  1155  varas 

Norte  59"  II   1980       » 

.)      15"  O   2145       »  5280 


10525 


•lULIO 


Por  la  margen  exterior  y  lo  mismo 
los  sucesivos 


Norte    85"  O   900  varas 

»       14"  I)   2310 


78^  0  

2802   » 

()3o  0  

0600   .. 

8t¡o  0 

0000   1) 

77o  0 

7590   » 

14o  0  

1980   ,) 

28875 
39400 

JULIO  3 


RUMBOS 


DISTANCIAS 


34425 


Sur  06o  O  8910  varas 

»  80o  O  9450   » 

Norte  S2o  O  4860       » 

»  79o  O  4455       „ 

»  OOo  O  6700      )) 

JULIO   4 

Norte   78o  O  4185  varas 

Sur    87o  O   3375       » 

Norte   80o  O  8100      » 

»      74o  O  7290      » 

»      88o  O  9585      » 

»      8l)o  O  3105      » 

JULIO    5 

Sur    72o  O  2025  varas 

Norte  68o  O  9720  „ 

»      58o  O  3510  » 

»      70o  O  3780  » 

»      63o  O  7155  „ 

»      65o  O  4320  » 

»      45o  O  .., 0075  » 

»      83o  O  6750  » 

43335 
JULIO    6 

Norte   53o  0 0210  varas 

»      50o  0 3240      »  9450 

162250 


35640 


—  864  — 

En  este  día  el  agrimensor  encontró  á  la  división  del 
coronel  Ramos  y  susjjendió  sus  operaciones.  La  isla  donde 
estaban  los  indios  enemigos  que  fué  á  atacar  á  fines  de 
mayo,  dista  aún  como  cuatro  leguas ;  y  el  camino  que  de 
la  isla  de  Cliuele-Choel  en  el  rio  Negro  baja  al  Colorado 
dista  como  catorce  leguas,  según  la  exposición  de  los 
baqueanos  y  prácticos;  de  lo  que  resulta,  que  de  este 
cuartel  general  á  dicho  camino  hay  cuarenta  y  una  leguas 
río  arriba,  muy  poco  más  ó  menos. — Río  Colorado,  julio 
15  de  1838. 

Feliciano   Chiclaxa. 


Señor  don  Federico   Terrero. 

Mercedes,  julid  9  de  1870. 

Muy  señor  mío: 

El  que  firma,  como  primer  ayudante  del  mayor  general 
del  ejército,  general  don  Ángel  Pacheco  y  mayor  del  detall 
de  la  vanguardia  y  que  formó  en  esa  época  el  diario  geográ- 
fico, político  y  militar,  de  la  Guardia  del  Monte,  en  que  di 
principio,  hasta  cuarenta  leguas  más  allá  de  la  isla  de 
Cfmele-Choel  hasta  la  circunferencia  del  río  Negro,  puedo 
asegurar  á  usted  que  todo  lo  que  usted  menciona  es  cierto, 
que  se  formaron  tres  divisiones:  Una  mandada  por  Rozas, 
otra  por  Ruíz  Huidobro  y  otra  por  el  general  Aldao.  El 
general  en  jefe  del   ejército  era  el  general  Quiroga. 

La  combinación  se  había  hecho  con  Chile :  era  de  mar- 
char por  diferentes  puntos;  atacando  las  indiadas  para 
acorralarlas  en  la  grande  rinconada  que  hace  el  río  Negro 
en  su  conclusión. 

Este  plan  era  muy  bueno;  si  no  hubieran  fracasado  las 
indicadas  divisiones  al  mando  de  Ruíz  y  Aldao  por  haber 
sido  sorprendidas  por  los  indios,  perdiendo  todas  sus  caba- 


—  365  — 

liadas,   en  donde  no  tuvieron  otro  recurso  que  hacer  su 
retirada,  como  Dios  los  ha  ayudado. 

Con  respecto  á  Buenos  Aires  el  ejército  al  mando  del 
general  Rozas,  se  reunió  en  la  Guardia  del  Monte  y  dimos 
principio  á  nuestra  marcha. 

El  general  Pacheco  marchaba  con  todos  aquellos  y  for- 
maba la  vanguardia. 

Los  jefes  nombrados  han  sido:  el  coronel  Ramírez,  jefe 
de  la  división  de  infantería  compuesta  de  dos  batallones, 
de  los  mayores  Costa  y  Susviela ;  y  de  caballería  el  coro- 
nel Julianes  compuesta  de  los  escuadrones  mandados  por 
los  comandantes  Sosa,  Flores,  Hernández  y  Lagos. 

El  ejército  llegó  á  Bahía  Blanca,  y  la  vanguardia  siguió 
su  marcha.  Pasamos  la  primera  travesía  de  dos  leguas 
al  río  Colorado  y  pasamos  parte  de  él  á  nado,  y  entramos 
en  la  segunda  travesía  hasta  el  carbón,  distante  cinco 
leguas  de  Patagones  sobre  el  río  Negro,  habiendo  mar- 
chado veinte  leguas. 

Seguimos  la  marcha  por  la  margen  izquierda  del  río, 
y  llegamos  al  arroyo  de  los  Bagnales,  donde  los  coman- 
dantes Sosa  y  Lagos  cargaron  á  la  toldería  del  cacique 
Payllaren,  que  fué  muerto  con  todos  sus  indios,  y  pri- 
sionera toda  la  familia,  y  algunos  cautivos  rescatados. 
Este  ha  sido  el  primer  hecho  militar. 

Encontramos  en  las  riberas  del  río  Negro  varios  edi- 
ficios viejos;  los  comandantes  Sosa  y  Lagos  pasaron  á  la 
margen  opuesta  del  río  para  perseguir  á  los  indios;  mas 
éstos  dispararon  y  no  se  encontró  más  que  las  tolderías 
deshabitadas. 

El  general  Pacheco  no  descansaba  ni  de  día  ni  de  noche, 
á  ver  el  modo  de  ser  de  las  tolderías  en  todas  las  direc- 
ciones, y  evitar  que  el  cacique  Yocorí  pudiera  reunir  sus 
indios:  esto  era  en  la  fuerza  del  invierno.  Los  coman- 
dantes Lagos  y  Sosa  volvieron  á  repasar  el  río,  á  reunirse 
con  el  mayor  general.  Marchamos  con  falta  de  víveres  y 
llegamos  á  Chuele-Choel  en  junio  del  año  1833. 

La  vanguardia  era  compuesta  de  poco  más  de  ocho- 


—  36G  — 

cieiilos  hombres;  fué  aquí  adonde  se  nombró  al  coront^l 
Kamírez  jefe  del  estado  mayor.  Habíamos  comido  cuatro 
cientos  y  pico  de  caballos;  uno  de  los  más  flacos  era  des- 
tinado para  cincuenta  soldados.  El  mayor  general  da  orden 
para  la  retirada  sobre  Patagones,  y  al  segundo  día  se  nos 
presenta  un  oficial  venido  del  cuartel  general  del  Colorado 
con  notas  para  el  mayor  general,  avisándole  que  el 
ganado  venía  á  corta  distancia  de  nosotros,  y  que  pronto 
vendría  un  buque  mandado  por  el  señor  Descalzi,  donde 
vendrían  los  víveres  y  todo  lo  necesario;  en  esta  ocasión 
acababa  yo  de  mandar  matar  mi  caballo.  Llegó  el  ganado, 
se  carneó  y  volvimos  á  marchar  sobre  Chuele-Choel  y 
acampamos  en  la  rinconada  de  los  Malchaquines  el  11  de 
julio. 

El  invierno  era  fuerte  bastante :  los  soldados  para  sacar 
el  agua  de  la  laguna  tenían  que  romper  la  escarcha,  in- 
troducir el  chifle  y  de  allí  al  fogón;  el  agua  que  llevaban 
ya  la  encontraban  helada  y  era  menester  calentar  el  chifle 
para  poderla  tomar. 


TOMA    DE    LA    ISLA    CHUELE-CHOEL 

Esta  isla  fué  atacada  el  día  lü  de  junio  del  año  88: 
la  tropa  pasó  sobre  changadas  y  la  caballería  á  nado. 

En  este  mismo  día  y  el  diez  y  seis  se  atacaron  las  tol- 
derías unas  atrás  de  otras,  en  que  muchos  indios  dejaron 
de  existir,  tomando  las  familias  prisioneras  y  muchos 
cautivos  en  su  perfecta  libertad.  Se  dejó  una  guarnición 
en  la  isla,  se  hizo  pasar  el  ganado  vacuno,  principalmente 
el  chico,  y  el  día  diez  y  siete  pasamos  el  río  para  la  rin- 
conada de  Malchaquines,  en  donde  se  ordenó  á  la  tropa 
formase  cuarteles  de  invierno,  haciendo  sus  ranchos. 

Con  respecto  al  general  Rozas,  c^ue  formó  su  cuartel 
general  sobre  el  Colorado,  y  desde  allí  mandaba  á  varios 
jefes  á  recorrer  ciertos  puntos,  y  al  coronel  Ramos  la 
margen  del  río  Colorado,  el  resultado  ha  sido  que  los  in- 


—  367  — 

dios  se  veían  perseguidos  por  todas  direcciones.  El  gene- 
ral Pacheco  mandaba  á  los  comandantes  Sosa  y  Her- 
nández á  hacer  la  travesía  del  río  Colorado,  diez  y  seis  ó 
diez  y  ocho  leguas,  para  atacar  las  tolderías  que  encon- 
trasen, repasando  el  río  por  la  margen  izquierda.  Encon- 
traron tolderías  que  fueron  atacadas  y  deshechas,  trayendo 
toda  la  chusma  prisionera,  y  otras  á  que  prendieron  fuego, 
de  modo  que  nada  se  escapó. 

En  esta  época  fué  que  llegó  Descalzi  con  su  buque  á 
Chuele-Choel,  habiendo  tardado  cerca  de  un  mes  desde 
Patagones  hasta  el  indicado  punto,  teniendo  que  traerlo 
tirado  por  cuerdas  por  la  fuerza  de  la  corriente. 

El  comandante  Descalzi  hizo  el  reconocimiento  del  río, 
de  su  profundidad,  dando  cuenta  al  general  que  podían 
navegar  buques  de  mayor  quilla.  La  isla  de  Chuele-Choel 
tiene  como  doce  leguas  de  largo  y  seis  en  su  mayor  an- 
chura, campos  altos,  monte  de  diferentes  clases  de  made- 
ras, principalmente  sauce;  lagunas,  arroyos,  campos  ane- 
gadizos que  tuvimos  que  pasarlos  á  pie,  tirando  nuestros 
caballos  por  más  de  legua  y  media,  desde  el  general  hasta 
el  último  soldado.  En  partes  era  menester  tener  cuidado 
para  que  los  caballos  no  cayesen  en  ciertos  pozos,  de  donde 
costaría  mucho  para  sacarlos. 

De  ésta  se  sigue  otra  isla  nuevamente  formada  por  las 
aguas  del  río,  que  tiene  como  doce  leguas  de  largo  y  cuatro 
ó  cinco  de  ancho. 

Á  ésta  se  le  ha  puesto  el  nombre  de   General  Pacheco. 

Dice  el  editor  de  La  Eepública  que  el  general  Rozas  se 
quedó  inmóvil  en  el  desierto;  faltó  al  ¡úan:  es  una  gran  equivo- 
cación. El  general  plantó  su  cuartel  general  en  el  centro, 
donde  tenía  que  obrar  como  general  en  jefe  del  ejército 
de  Buenos  Aires  contra  los  enemigos  en  todas  direcciones, 
y  no  había  otro  mejor  que  el  que  tomó  en  el  río  Colorado. 
De  allí  proveía  á  todos  los  puntos  mandando  á  varios  indi- 
viduos con  fuerza  á  combatir  los  indios;  y  á  los  mismos 
indios  amigos  que  lo  respetaban  los  hacía  combatn^  contra 
los  indios  enemigos,  y  de  este  modo  se  deshacía  de  los 
amigos  y  de  los  enemigos. 


—  :]m  — 

El  mayor  general  del  ejército  se  preparó  para  avanzar 
hasta  la  circunferencia  del  río  Negro,  dejando  enfrente 
de  las  islas  doscientos  hombres  al  mando  del  coronel  jefe 
del  estado  mayor,  y  con  quinientos  hombres  dimos  prin- 
cipio á  marchar  al  lugar  mencionado:  pasamos  la  isla  de 
Pacheco,  entramos  en  montes  de  manzanos  como  seis  leguas, 
seguimos  nuestras  marchas  hasta  que  entramos  en  un  ca- 
mino ancho  y  llano,  en  donde  podrían  correr  tres  coches 
de  frente,  y  por  fm  llegamos  á  los  cerros  en  la  conclusión 
del  río  Negro:  —  vista  hermosa  presentan  estos  cerros  por 
los  diferentes  colores  de  pintura  que  revisten  en  su  punta: 
del  río  Negro  salen  dos  brazos,  á  uno  de  los  cuales  lo& 
indios  dan  el  nombre  de  Limay;  éste  corre  al  sur,  y  dicen 
ellos  que  pasa  por  las  cordilleras  de  Chile:  el  otro  es  el 
Meocay  que  toma  un  poco  al  norte  y  tocará  también  con 
los  Andes. 

De  la  confluencia  del  río  Negro  hay  de  distancia  como 
día  y  medio  de  camino,  que  son  como  catorce  ó  quince 
leguas.  Excelente  situación  para  formar  una  gran  pobla- 
ción: los  cerros  que  están  situados  á  la  derecha  é  izquierda 
nuestra,  presentan  toda  clase  de  colores  que  dan  una  vista 
muy  agradable :  los  cerros  que  están  entre  el  Meocay  Limay 
presentan  puntas  todas  punzóes,  por  lo  qne  recibí  orden 
de  poner  en  mi  diario,  Los  cerros  del  general  Rozas:  es  muy 
singular  que  compremos  la  tinta  y  la  sal  al  extranjero,  cuan- 
do allí  la  tenemos  para  llenar  el  mundo  entero! 

En  toda  esta  marcha  desde  Chuele-Choel  hasta  la  con- 
clusión del  río  Negro,  encontramos  lugares  en  donde  los 
indios  habían  hecho  fuego  con  tres,  cuatro  ó  más  cadá- 
veres chicos  y  grandes,  inertes  por  el  hambre  y  el  frío- 
Habían  sido  atacados  los  indios  todos  en  el  bajo  de  los 
cerros,  sin  que  ninguno  se  pudiera  escapar,  porque  los 
que  querían  salvarse  de  nuestros  soldados  se  preciiñtaban 
al  agua  en  donde  concluían.  En  este  mismo  sitio,  cuando 
el  general  Pacheco  se  hallaba  encima  de  un  cerro  obser- 
vando el  movimiento  de  los  escuadrones  en  contra  de  los 
ndios,  un  soldado  de  la  escolta  de  gobierno,  se  presentó 


—  869  — 

al  general  con  dos  piedras  ovaladas  en  la  mano:  una  ten- 
dría una  libra,  y  la  otra  poco  menos.  Tomándolas  el  general 
las  rasgó  con  un  cortaplumas,  y  descubrió  como  una  vena 
amarilla,  é  inmediatamente  mandó  llamar  al  indio  ba- 
queano llamado  Zapatero  de  Patagonia,  y  le  presentó  las  indi- 
cadas piedras:  luego  que  las  vio  contestó:  «mi  general, 
esto  llamamos  nosotros  las  alcahuetas  de  las  minas,  y  aquí 
hay  grande  mina.)^  El  soldado  guardó  sus  piedras  y  las 
vendió  en  Chuele-Ghoel  á  los  comerciantes  de  Patagonia 
en  once  onzas  de  oro. 

Este  era  el  lugar  de  la  combinación  entre  Rozas  y  Qui- 
roga,  como  también  Ruíz  y  Aldao,  para  atacar  á  los  indios 
en  el  punto  indicado.  ¿Qué  culpa  tiene  el  general  Rozas 
cuando  no  era  más  que  general  en  jefe  del  ejército  de 
Buenos  Aires  para  que  Aldao  y  Ruíz  se  dejasen  sorprender 
de  los  indios,  y  perecieran  todas  sus  caballadas  y  se  expu- 
sieran á  una  precipitada  retirada?  El  general  Quiroga, 
como  general  en  jefe  no  lo  ha  podido  evitar!...  ¿y  cómo 
es  que  al  general  Pacheco,  el  cacique  Chocorí  no  lo  ha 
podido  sorprender?  Porque  el  general  Pacheco  no  dor- 
mía: que  las  tolderías  eran  sorprendidas  al  venir  el  día,  en 
todo  lo  que  pisaba  el  soldado  no  era  más  que  hielo. 
Chocorí  fué  batido,  y  por  fin,  concluyó. 

El  plan  de  Rozas  era  dividir  los  límites  entre  Chile  y 
Buenos  Aires,  por  medio  de  los  Andes;  por  otra  parte, 
el  general  Pacheco,  por  informes  tomados  á  los  indios, 
tenía  la  noticia  de  que  á  sesenta  leguas  al  sur  del  río 
Negro  había  una  población  grande,  compuesta  de  hom- 
bres altos  y  blancos,  dando  la  dirección  de  las  fortifica- 
ciones que  tienen,  con  sus  casas  y  su  idioma  diferente 
del  de  los  indios.  Se  ha  sabido  también  que  hace  mu- 
chos años  se  había  perdido  en  el  estrecho  de  Magallanes 
un  buque  inglés  con  bastantes  familias  y  que  éstas  ha- 
bían sido  tomadas  por  los  indios,  según  ellos  lo  declara- 
ron. El  general  quiso  descubrir  lo  que  no  se  ha  podido 
efectuar  por  los  motivos  que  luego  diré. 

Con  respecto  á  la  navegación  del   río  Negro,   no   sólo 

TOMO  II.  24 


~  r,70  — 

es  practicable  hasta  Chuele-Clioel,  sino  liasta  su  fin,  }ȟr- 
que  tiene  bastante  profundiílad.  Ha  sido  en  este  lugar 
donde  el  mayor  general  recibió  la  orden  de  dar  principio 
á  la  retirada  por  la  revolución  en  Buenos  Aires,  hallán- 
dose de  gobernador  el  general  Balcarce  y  de  ministro  de 
guerra  el  brigadier  general  don  Enrique  Martínez.  Dimos 
principio  á  ella,  y  regresamos  á  Chuele-Choel,  y  prepa- 
rándonos para  seguir  la  marcha  á  las  puntas  del  río 
Colorado,  diez  y  seis  leguas  de  travesía  que,  dando  prin- 
cipio á  las  cuatro  de  la  tarde,  y  marchando  toda  la  no- 
che, al  amanecer  llegamos  al  punto  indicado  en  donde 
acampamos.  Las  partidas  descubridoras  se  encontraron 
con  el  cacique  Yanquetru,  que  fué  batido,  quedando  las 
fainilias  prisioneras. 

El  general  Pacheco  recibió  orden  para  repasar  el  Co- 
lorado por  la  margen  opuesta  del  río  })ara  batir  á  los 
indios  ranqueles  y  borogas  si  no  entregaban  los  cautivos 
c^ue  tuviesen  en  su  poder.  Se  efectuó  la  pasada,  y  cuando 
íbamos  á  pelear  con  ellos  se  recibió  contraorden  porque 
habían  entregado  los  cristianos  que  tenían.  Seguimos 
nuestra  marcha,  encontrando  un  arroyo  de  agua  salada 
como  si  fuese  en  alta  mar.  Se  mandó  descubrir  su  naci- 
miento, y  como  á  dos  leguas  se  vio  que  salían  las  ver- 
tientes de  entre  dos  grandes  piedras  jjróximas  á  la  tierra. 

Llegamos  á  las  Salinas  Saladas,  porque  estas  salinas 
tienen  como  dos  leguas  de  largo,  la  sal  es  muy  blanca 
y  fina  al  mismo  tiempo,  atravesándola  por  el  medio  de 
punta  á  punta,  una  lista  Imstante  larga  punzó  que  forma 
una  vista  muy  hermosa,  y  por  esto  se  ha  puesto  en  el  diario 
Salinas  Federales.  Queda  distante  de  Bahía  Blanca  como  dos 
leguas:  hay  que  atravesar  los  arenales:  llegamos  á  Ba- 
hía Blanca,  y  nos  fuimos  á  campar  sobre  el  arroyo  Xa- 
postá,  y  pasados  como  quince  días  regresamos  á  Buenos 
Aires. 

El  resultado  de  esta  expedición  por  parte  de  Buenos 
Aires  ha  sido  que  se  han  rescatado  más  de  tres  mil  cau- 
tivos'y  que  han  sido  puestos  fuera  de  acción  más  de  siete 


—  371  — 

mil  indios.  La  política  del  general  Rozas  era  hacer  pe- 
lear las  tribus  unas  contra  otras;  así  es  que  los  indios 
iban  siempre  siendo  cada  vez  menos,  como  sucedió  en 
el  fuerte  Federación,  hoy  Junín,  donde  el  cacique  Clian- 
calín  que  tenía  ocliocientos  ó  más  indios  fué  acometido 
por  los  otros  indios  que  concluyeron  con  él  y  con  todos 
los  suyos. 

Antonio  Félix  de  Meneses. 


Señor  don  Juan  Facundo  Quiroga. 

Rio  Colorado,  julio  20  de  1833. 

Mi  amigo  querido: 

Llegaron  á  mis  manos  sus  apreciables  cartas  datadas 
á  9,  10,  20  y  22  de  mayo  á  un  tiempo,  esperando  la  última 
sea  principal,  cuyo  duplicado  aun  no  he  recibido.  Si  está 
en  su  poder  la  mía  21  del  pasado,  ya  se  hará  cargo  cuál 
sería  mi  alegría  al  ver  sus  letras.  Le  devuelvo  las  cartas 
que  se  ha  servido  mandarme,  quedándome  con  copias 
de  ellas  para  tener  el  placer  de  que  obren  en  mi  archivo 
particular.  Veo  la  continuación  de  sus  inmensos  sacriíi- 
cios,  lo  que  usted  trabaja,  y  los  no  interrumpidos  servi- 
cios esclarecidos  conque  de  día  en  día  aumenta  la  deuda 
de  mi  reconocimiento  y  del  de  todos  los  buenos  hijos  de 
la  República.  Por  mi  parte  le  repito  que  no  he  de  omi- 
tir sacrificio  por  ayudarle  y  corresponderle.  Me  atormenta 
el  desconsuelo  de  la  distancia  que  nos  separa  y  no  tener 
esperanzas  de  verle  y  hablarle.  ¡  Cuánto  daría  por  tan 
dichosos  momentos!    Pero  Dios  es  justo! 

Quedo  enterado  de  todo  cuanto  me  dice  respecto  á  las 
divisiones  del  centro  y  derecha,  reses,  caballos  y  demás 
pormenores  indicados  en  sus  citadas.  Después  de  meditar 
con  detención  me  parece  que  sería  conveniente  lo  si- 
guiente: • 


—  :172  — 

C^Lie  la  derecha  pasase  á  este  río  (si  es  que  aun  no 
está  en  él)  y  que  el  centro  ocupase  Charileo  ó  río  Salado 
en  el  punto  donde  me  dice  usted  que  estaba  aquélla,  y 
que  es  donde  vivía  con  sus  tolderías  Yanquetru :  en  la 
carta  punto  22.  Digo  esto  porque  ya  me  parece  que  no 
ha  de  poder  usted  proporcionar  recursos  á  las  dos  di- 
visiones operando  ambas  más  adelante  de  este  rio;  y 
porque  según  lo  que  escribo  respecto  al  resultado  de  los 
ranqueles,  no  me  parece  tan  necesario  que  el  centro 
venga  por  ahí  expuesto  á  que  tarde  mucho  y  que  fal- 
tándole los  recursos  tenga  que  regresar  otra  vez,  y  con 
más  trabajo,  pues  á  mi  ver,  esas  travesías  son  peores  en 
verano  que  en  invierno. 

Puesto  el  centro  en  Charileo,  serviría  de  escala  para 
remitir  á  la  derecha  los  recursos  con  seguridad,  y  con 
parte  de  la  misma  fuerza  y  caballos  podrían  ponerse  pos- 
tas desde  Mendoza  hasta  este  río.  Los  recursos  así  no  fal- 
tarían á  la  derecha  y  nuestra  correspondencia  andaría  muy 
pronto  y  segura. 

El  centro  colocado  en  Charileo  estará  además  en  acti- 
vidad de  mover  sobre  su  flanco  izquierdo  cualquiera  divi- 
sión ligera  de  doscientos  á  trescientos  hombres  en  el  caso 
que  algunos  indios  hubiesen  quedado  de  los  ranqueles, 
ó  que  aún  ande  por  ahí  el  mismo  Yanquetru,  ó  que  fal- 
tase lo  que  digo  respecto  de  los  mismos  ranqueles.  Y''  por 
último,  si  se  considerara  necesario  mover  el  todo  de  la 
división,  bien  sobre  los  expresados  ranqueles,  bien  al  Co- 
lorado desde  otro  punto,  estaba  en  buena  posición  para 
hacerlo.  Mis  comunicaciones  á  usted  irían  entonces  bien 
desde  este  punto  costeando  el  Colorado  para  tomar  luego 
las  postas  indicadas,  bien  por  el  conducto  de  los  boroganos 
que  están  cerca  de  Salinas  donde  ya  usted  sabe. 

Estando  ala  derecha  de  este  río,  no  dude  usted  que  les 
daré  órdenes  usando  de  las  facultades  que  usted  me  tiene 
conferidas  y  sabiendo  que  el  centro  está  en  Charileo  tam- 
bién se  las  daré  si  fuere  necesario;  pero  siempre  hacién- 
dolo de  modo  que  no  perjudiquen  las  que  usted  les  haya 
dado,  les  diere,  ó  me  diere. 


—  373  — 

Creo  también  que  entonces  operásemos  con  provecho 
sobre  los  ríos  Neuquen  y  Negro.  En  tal  caso  probable- 
mente tendré  que  ocupar  el  centro  de  este  río,  porque 
tengo  que  atender  á  los  recursos  de  reses  para  la  fuerza 
de  mi  mando  y  no  cortar  la  correspondencia  con  el  general 
Pacheco,  boroganos  y  tehuelches  que  estando  amigos;  éstos 
mucho  más  al  sur  del  río  Negro  por  las  costas  patagónicas 
hacia  la  península  de  San  José,  pues  como  verá  usted  por 
mi  oficio,  estoy  trabajando  con  provecho  por  el  conducto 
de  otros  tehuelches:  y  creo  que  si  los  chilenos  que  han 
fugado  de  las  costas  del  Negro  se  dirigen  allí,  los  han  de 
atacar  y  me  han  de  entregar  las  familias  y  cautivos  cris- 
tianos que  tomasen. 

Las  caballadas  que  traje,  como  usted  verá  por  los  par- 
tes, no  han  parado  desde  que  vine  sino  muy  poco  tiempo. 

Lo  mismo  ha  sucedido  á  las  de  la  vanguardia;  pero  ya 
se  van  reponiendo,  y  para  el  15  del  que  viene  me  parece 
que  estarán  en  estado  de  marchar  para  donde  se  quiera. 
Y  para  esa  fecha  ó  cuando  mucho  á  fines  del  otro  agosto, 
haré  marchar  Colorado  arriba  una  división  de  trescientos 
hombres  con  la  orden  de  seguir  hasta  donde  encuentre 
indios  ó  la  división  derecha,  ó  según  entonces  estime  con- 
veniente, con  vista  de  lo  que  me  enseñen  las  noticias  que 
para  esa  fecha  ya  habré  tenido  por  las  comunicaciones 
que  espero  recibir  de  usted. 

Quizás  si  para  entonces  sé  que  la  derecha  ya  está  en 
este  río,  prevenga  al  general  Aldao,  que  dejando  en  el 
punto  trescientos  hombres  para  que  le  pasen  las  reses  que 
le  vayan  por  el  conducto  del  centro,  marche  con  la  demás 
fuerza  sobre  el  Neuquen,  y  que  los  trescientos  hombres 
que  yo  mande  atraviesen  hasta  Chile  con  el  cacique  don 
Venancio,  acuchillando  en  su  tránsito  todas  las  tribus  que 
encuentre;  ó  que  llevándose  consigo  el  indicado  general 
los  trescientos  hombres  míos,  mande  con  don  Venancio 
trescientos  de  la  división  de  mi  mando.  Don  Venancio 
es  un  cacique  chileno  que  está  conmigo  desde  antes  do  la 
revolución  de  diciembre.     Vino  persiguiendo  á  Pincheira 


—  874  — 

y  no  ha  podido  regresar  por  los  enemigos  que  tiene  en 
el  camino,  y  ahora  aprovecha  la  ocasión  para  irse  á  su 
tierra.  Tiene  como  trescientos  indios,  pero  creo  que  todos 
no  han  de  querer  irse.  Sin  embargo  no  bajarán  de  dos- 
cientos los  que  lo  acompañen.  Ya  ha  llegado  á  Bahía 
Blanca  y  pronto  ocupará  este  río. 

Cuando  digo  á  usted  lo  que  me  parece  que  puede  ha- 
cerse, por  lo  difícil  que  creo  le  será  ¡Doder  facilitar  los 
recursos  á  las  dos  divisiones,  si  operasen  las  dos  á  tan 
larga  distancia,  es  porque  veo  lo  que  á  mí  me  cuesta,  y 
le  aseguro  que  quizás  el  hombre  más  fuerte  ya  se  hubiera 
acobardado.  Baste  decir  á  usted  que  las  tropas  que  salen 
de  este  punto  para  donde  está  el  general  Pacheco  tardan 
cerca  de  un  mes  en  llegar,  y  otro  tanto  las  que  me  vienen 
de  la  Provincia.  Esto  no  extraño  porque  de  este  punto  á 
Buenos  Aires  hay  ciento  cincuenta  leguas  y  más  de  ciento 
desde  aquí  adonde  está  Pacheco.  Agregaré  á  esto  que  en 
esta  distancia  de  doscientas  cincuenta  leguas  hay  dos  tra- 
vesías que  pasar,  y  que  son  la  una  desde  Bahía  Blanca 
hasta  este  río,  y  la  otra  desde  aquí  al  Negro. 

No  crea  usted  que  los  caballos  con  que  cuento  son  los 
que  me  han  mandado  de  Buenos  Aires:  son  solamente 
los  que  trage  conmigo.  Los  que  se  han  comprado  después 
en  la  Provincia  escasamente  han  servido  para  los  aca- 
rreos de  las  reses,  pero  no  se  han  perdido  caballos  nin- 
gunos, ni  de  los  que  trage,  ni  de  los  indicados  empleados 
en  acarreos,  pues  todos  los  primeros  están  en  regular  esta- 
do, y  los  segundos,  en  invernada,  sobre  la  boca  de  este  río  y 
otros  puntos.  Resultando  de  todo  que  las  caballadas  que 
trage  están  más  bien  aumentadas  con  las  que  se  han 
tomado  al  enemigo,  aunque  de  éstas  ya  se  había  comido 
la  vanguardia  ciento  en  las  escaseces  que  ha  sufrido. 

Lo  que  usted  ordena  al  general  Ruíz,  con  fecha  22  de 
mayo,  me  ha  parecido  muy  bien,  pues  era  lo  que  corres- 
pondía desde  que  había  esperanzas  que  los  boroganos 
cargasen  á  los  ranqueles  según  lo  que  entonces  indiqué 
á   usted  y   una  noticia  le   servirá   para  arreglar   esa  dis- 


—  375  — 

|)0sición.  Mas  según  veo,  el  expresado  general  no  pudo 
hacer  el  movimiento.  Si  hubiera  podido  llenarse  la  orden 
de  usted  los  resultados  hubieran  sido  mejores;  y  si  des- 
pués hubiera  seguido  para  Salinas  como  con  el  mejor 
acierto  le  i)revino  usted,  y  con  la  noticia  de  un  arribo 
lo  hubiera  hecho  seguii'  hasta  este  punto,  pues  el  camino 
desde  Salinas  hasta  la  Ventana  es  todo  bueno  y  de  exce- 
lentes aguadas  y  pastos,  los  caballos  en  toda  esa  jornada 
se  hubieran  venido  reponiendo. 

Es  indudable  que  la  derecha  ha  hecho,  como  usted 
dice,  demasiado.  Mas  el  centro  también  ha  hecho  cuanto 
ha  podido.  La  derrota  que  sufrió  Yanquetra  por  el  cen- 
tro fué  completa,  y  el  número  de  muertos  muy  conside- 
rable. 

Son  muy  recomendables  los  esfuerzos  de  esos  gobiernos, 
pues  veo  que  ni  las  viñas  perdonaba  el  de  Mendoza  para 
arbitrar  j)astos  de  engordes. 

Espero  que  en  adelante  no  me  comunicará  nada  por 
conducto  del  señor  gobernador  Balcarce.  Su  carta  á  que 
usted  se  refiere  sirvió  al  ministro  de  la  guerra  para  jun- 
tarla con  una  de  un  vecino  de  San  Juan,  y  hacer  creer 
con  esos  dos  documentos  que  usted  estaba  mal  conmigo. 
Con  esto  no  dejaron  de  ganar  mis  enemigos,  de  alucinar 
algunos  y  enemistar  á  otros.  El  bribón  facineroso  canó- 
nigo don  Pedro  Pablo  Vidal,  fué  uno  de  los  que  sacaron 
copia  de  la  carta  de  usted,  acaso  sin  que  lo  supiera  el 
señor  Balcarce.  La  carta  del  vecino  de  San  Juan,  es  una 
que  se  publicó  en  la  Gaceta  Mercantil  en  marzo,  si  mal  no 
recuerdo,  reducida  á  decir  el  entusiasmo  con  que  todo  se 
aprontaba  para  la  expedición,  y  lo  que  de  la  empresa  se 
esperaba,  aunque  quizás  ya  las  ventajas  no  serían  tan 
seguras  desde  que  un  personaje  había  dado  aviso  á  los  indios.^ 
con  lo  que  usted  estaba  suinamente  desagradado.  Esto  ó 
cosa  parecida  decía  la  carta.  De  aquí,  mi  querido  amigo, 
data  la  fecha  en  que  mis  enemigos  empezaron  á  descu- 
brirse. Creyeron  sin  duda  que  el  personaje  era  yo,  y  que 
ya   estábamos  divididos.    Si  usted  no  ha  visto  la   Gaceta,  y 


—  87(3  — 

no  la  tiene  y  gusta,  yo  la  buscaré  y  se  la  mandaré.  Eí 
que  redacta  este  periódico  es  amigo;  pero  no  hizo  alto, 
y  creyó  que  no  hacía  un  mal.  Entonces  callé  en  todo  y 
por  todo,  porque  no  había  para  qué  molestar  la  atención 
de  usted  con  lo  que  en  esa  época  me  pareció  pequeño, 
pues  que  respecto  de  mí,  nada  debía  de  aflijirme,  desde 
que  sabía  á  ese  respecto  quizás  más  que  usted,  ó  quizás 
lo  que  usted  hasta  hoy  ignora.  Tral)ajal)a  solamente  por 
descuidar  á  los  ranqueles  y  á  Yanquetru,  y  algún  día 
acreditaré  á  usted  con  documentos  la  habilidad  y  acierto 
con  que  tral)ajé  á  este  respecto.  Por  último,  amigo,  ya 
no  puedo  seguir  más  porque  me  falta  el  tiempo;  espero 
tener  un  rato  sosegado  para  escribirle  despacio  según  ya 
le  he  dicho,  sobre  alta  política:  mas  aunque  lo  tenga,  no 
podré  decirle  todo  cuanto  sería  necesario.  Asi  es  que  re- 
pito siempre  mis  súplicas  á  Dios  porque  se  acerque  el 
momento  feliz  en  que  nos  veamos  y  conferenciemos. 

Son  estos  hoy   mis  más  ardientes  deseos. 

Usted  ha  hecho  con  su  caballo  obscuro  lo  que  hice  con 
mi  colorado  pampa  después  de  la  guerra  de  la  restaura- 
ción. Mas  como  las  acciones  generosas  ennoblecen  el  alma, 
y  la  correspondencia  es  de  Dios  de  quien  debe  esperarse, 
quizás  en  poder  de  alguna  de  las  divisiones  caiga  el  me- 
jor caballo  de  algún  cacique  afamado,  y  podamos  man- 
dárselo junto  con  el  mismo  obscuro  victorioso,  pues  no 
porque  esté  patrio  dejará  de  ser  el  mismo,  como  le  su- 
cede  al  mío. 

Se  me  había  olvidado  decirle  que  las  tropas,  luego 
que  salen  á  estos  campos,  prefieren  en  lo  general  la  carne 
de  potro  ó  yegua  para  la  manutención.  Hay  muchos  que 
no  les  gusta,  pero  sin  duda  las  dos  terceras  partes  la 
comen  con  gusto.  Los  demás  también  aprenden  al  mo- 
mento que  falta  la  de  vaca  ó  que  se  enflaquece  mucho. 
Y  como  por  Córdoba  creo  que  serán  más  abundantes  las 
yeguas  y  potros  que  las  vacas,  se  lo  indico  por  lo  que 
pueda  servirle  este  aviso. 

Mis  votos  constantes   son  por  la  salud  de  usted.    Dios 


—  377  — 

permita  que    se  haya  mejorado,   pues   me  ha   puesto   en 
cuidado  lo  que  usted  me  dice  respecto  de  su  enfermedad- 
Reciba  usted   un   abrazo  de   confraternidad,   y  el  sin- 
cero adiós  de  su   amigo. 

JuAX  M.  DE  Rozas. 


COMPLEMENTO    AL    CAPITULO    XXII 


Río  Colorado,  septiembre  12  de  1833. 

Mi  querido  amigo  y  compañero  Juan : 

En  mi  vida  he  escrito  más  que  en  esta  campaña.  ¿  Lo 
creerás?  Pero  cómo  no.  teniendo  ella  tan  poderosos  ene- 
migos ? 

Aun  no  ha  llegado  la  derecha,  y  sigo  con  un  puñado 
de  soldados  haciendo  la  fatiga  en  toda  la  extensión  de 
tan  dilatado  como  escabroso  desierto.  En  Chuele-Choel  está 
la  principal  fuerza  y  los  mejores  jefes  con  Pacheco.  Tiene 
novecientos  hombres  sin  indios  entre  caballería  é  infan- 
tería. Ramos  anda  hoy  cerca  de  cien  leguas  de  la  cor- 
dillera, á  cien  leguas  de  este  punto,  con  trescientos  soldados 
de  caballería  y  cien  indios.  Por  allí  los  campos  son  pura 
piedra  y  montes. 

Por  supuesto  que  esto  es  mucho  más  arriba  que  el 
punto  que  debía  ocupar  la  derecha,  que  aun  no  ha  podido 
llegar  ni  salir  de  sus  primeras  posiciones  cerca  de  San 
Rafael,  adonde  retrogradó  por  la  flacura  de  los  caballos. 
El  centro  ya  sabrás  que  no  existe.  La  orden  del  general 
Quiroga  es  propia  de  la  fortaleza  y  grandeza  de  su  alma. 
Los  esfuerzos  y  sacrificios  que  este  hombre  singular  ha 
hecho,  son  de  gran  valor  y  dignos  del  mayor  reconoci- 
miento. 

Miranda  anda  con  ciento  veinte  soldados  v  sesenta  in- 


—  :^,78  — 

dios  á  más  de   cien  leguas  de  distanciaren  rumbo  al  nor- 
oeste, por  los  campos  linderos  á  los  ranqueles. 

Al  mayor  Ibañez  lo  he  despachado  hoy  con  cincuenta 
cristianos  y  cien  pampas,  con  la  orden  de  pasar  el  rio 
Negro,  y  correr  el  campo  hasta  cien  leguas  al  sur.  No 
hay  por  ahí  más  enemigo  que  el  cacique  Cayupan,  con 
algunos  indios  y  muchas  familias  de  las  que  se  han  es- 
capado escondidas.  Si  da  con  el  rastro  los  seguirá  aunque 
sea  hasta  Chile,  porque  lo  mando  bien  montado.  Después 
de  esto  ya  no  quedan  en  este  campamento  más  que  ciento 
cincuenta  infantes,  los  artilleros  y  la  gente  que  cuida  las 
reses  y  caballos  flacos  que  siempre  mantengo  invernando. 

Ningunos  caballos  se  han  perdido  hasta  la  fecha.  Por 
el  contrario  se  han  aumentado  con  los  que  se  lian  to- 
mado al  enemigo.  La  gente  come  carne  de  yegua,  y  si 
tuviera  yeguas  en  abundancia  no  necesitaría  vacas. 

Ya  vés  que  á  toda  vela  arriesgo  con  la  poca  fuerza 
que  tengo:  pero  no  hay  más  remedio.  Digo  arriesgo,  porque 
á  tan  largas  distancias  no  parece  prudente  mandar  tan 
pequeñas  divisiones,  que  hablando  propiamente  no  son 
otra  cosa  que  partidas  fuertes  con  la  imposibilidad  de  po- 
derse proteger. 

Ya  estaría  acabada  la  campaña  si  no  hubiesen  fallado 
el  centro  y  derecha,  ó  si  yo  hubiese  traído  mil  hombres  más. 

En  todo  el  entrante  despacharé  al  cacique  don  Venan- 
cio que  ya  ha  llegado  á  la  Bahía  Blanca  con  los  tres- 
cientos indios  que  tiene  y  la  hacienda  que  lleva.  Lo 
acompañará  un  escuadrón,  é  irá  arrollando  cuanto  en- 
cuentre, etcétera.  Con  esta  operación  creo  acabará  la  cam- 
paña, porque  los  indios  que  quedan,  creo  se  someterán 
á    una  paz  bien  duradera. 

Los  tegüelches  que  son  pocos  están  ya  de  acuerdo  y 
de  amigos.  Son  buenos:  no  necesitan  robar  para  vivir,  y 
si  sigo  con  el  negocio  pacífico  será  muy  imiDortantísimo 
á  la  República.  Acompañados  de  cien  soldados  defende- 
rán Patagones,  y  los  extranjeros  no  serán  señores  de  esas 
costas  y  de  esa  tan  valiosa  riqueza. 


—  379  — 

Los  peones  no  pude  mandarlos  del  camino  como  te  lo 
ofrecí :  la  fuerza  era  poca  respecto  de  la  empresa,  y  era 
necesario  proceder  con  esa  tirantez.  ¿  Quieres  creer  que 
desde  que  arranqué  del  Monte  no  he  tenido  más  desertor 
que  un  trompa,  que  ni  aun  debía  considerarse  tal,  por- 
que fué  hallado  en  un  uncal  á  pie?  Desnudos  todo  el 
invierno:  siempre  en  fatiga:  todos  cumplidos  los  vete- 
ranos. ¡Pero  Dios  es  justo! 

Con  mis  votos  por  tu  completa  salud  y  la  de  toda  tu 
familia,  recibe  un  abrazo  de  confraternidad,  y  el  cariñoso 
adiós  de  tu  compañero. 

Juan  M.  de  Rozas. 


Montevideo,  septiembre  de  1870. 
Señor  don  Federico  Terrero. 

Querido  amigo : 
Xo  puedo  ser  indiferente  al  esclarecimiento  de  hechos 
que  conozco  porque  los  he  presenciado,  y  lo  que  es  más, 
á  que  se  defraude  de  la  gloria  que  adquirieron  aquellos 
que  tuvieron  el  honor  de  pertenecer  á  esa  heroica  y  atre- 
vida expedición,  dirigida  con  tanto  acierto,  con  tanta  abne- 
gación, con  tanto  patriotismo,  y  en  la  cual  estaba  compro- 
metido el  honor  de  los  hijos  de  Buenos  Aires,  y  de  cuyos 
resultados  dependía  el  engrandecimiento  ó  la  ruina  de  la 
campaña  de  esta  provincia  y  quizás  de  toda  la  República. 
Conocedor  de  todos  esos  antecedentes,  creo  que  no  se  puede 
ni  si  debe  dejar  que  se  falsifiquen  hechos  tan  claros,  tan 
evidentes  y  que  se  forme  una  opinión  errónea  que  sola- 
mente cuando  hay  presión  sobre  el  pensamiento  y  la  pala- 
bra puede  dejarse  correr;  pero  que  pienso  debe  rectificarse 
hoy  que  está  regido  nuestro  país  por  un  gobierno  liberal 
y  justo,  rodeado  de  hombres  ilustrados  y  competentes  para 


—  380  — 

tomar  los  conocimientos  necesarios,  confrontarlos  con  los 
antecedentes  que  han  preparado  los  hombres  y  cuya  ver- 
dad ha  de  servir  para  bosquejar  la  historia.  Si  hemos  de 
estar  persuadidos  de  esta  verdad  no  puedo  creer  que  se 
consienta  en  desvirtuar  los  hechos,  ni  que  se  culpe  á  una 
generación  envolviendo  los  actos  en  el  misterio  y  la  duda, 
quedando  ocultas  tantas  acciones  nobles  y  benéficas  ten- 
dentes al  engrandecimiento  de  nuestra  patria,  olvidados 
sus  sacrificios,  cuando  no  solamente  existen  hombres,  sino 
documentos,  publicaciones  y  todo  cuanto  se  puede  desear 
para  el  esclarecimiento  de  la  verdad  de  esos  acontecimien- 
tos de  tanta  importancia.  Tú,  como  yo,  conoces  que  sería 
injusto  privar  á  aquellos  hijos  de  la  patria  de  la  gloria 
que  merecieron  al  contribuir  á  una  idea  santa  y  grandiosa, 
en  que  iba  envuelta  la  conquista  de  un  inmenso  territorio, 
la  seguridad  de  la  pingüe  riqueza  pastoril  que  encierra  su 
campaña  y  la  adquisición  de  derechos  incuestionables  en 
el  futuro  sobre  el  desierto,  donde  iban  también  á  prac- 
ticar el  exterminio  de  las  hordas  salvajes  que  lo  poblaban, 
las  que  hacían  sus  tributarios  á  los  pacíficos  moradores 
de  nuestra  campaña  en  sus  vidas,  en  su  libertad  y  en  sus 
haciendas.  ¿Quién  se  creía  entonces  seguro  en  toda  ella? 
^:  Había  algo  que  contuviese  la  audacia  de  los  indios?  La 
campaña  de  la  provincia  de  Buenos  Aires  estaba  entonces 
muy  reducida  y  sin  ninguna  seguridad  para  atacar  las 
incursiones  de  los  salvajes  de  la  pampa:  las  fuerzas  que 
la  guarnecían  estaban  desmoralizadas,  y  eran  por  lo  tanto 
incapaces  de  contener  el  arrojo  con  que  se  presentaban 
los  invasores,  casi  siempre  felices  en  sus  malones  ó  incur- 
siones. 

En  aquella  época,  el  general  Rozas,  después  de  su  des- 
censo del  mando,  comprendiendo  la  importancia  del  i)lan 
que  habían  meditado,  prosiguió  en  correspondencia  con 
los  gobiernos  de  las  provincias  y  con  el  de  Chile,  que 
había  iniciado  desde  el  año  31  para  llevar  á  cabo  la  em- 
presa que  debía  asegurar  para  el  porvenir  la  extensión 
de  la  vasta  campaña  conquistada  después  por  la  expedí- 


—  381  — 

ción  favorecida,  más  por  los  esfuerzos  y  sacrificios  de  los 
habitantes  de  la  ciudad  y  campaña,  que  por  la  cooperación 
de  las  personas  que  componían  el  gobierno,  sin  embargo 
de  haberse  mostrado  éstos  dispuestos  á  aceptar  el  plan 
y  favorecer  el  pensamiento  hasta  ver  internado  el  ejército 
en  el  desierto.  Era  evidente  que  el  nombre  de  aquel  general 
estaba  comprometido,  no  solamente  con  los  habitantes  de 
la  provincia  de  Buenos  Aires,  sino  con  el  gobierno  de 
Chile,  y  esto  parece  que  fué  el  móvil  que  indujo  á  los 
miembros  del  gobierno  de  Balcarce  á  poner  en  juego  los 
medios  que  le  sugería  la  situación  y  ver  de  quebrar  el 
prestigio  del  general  en  jefe  nombrado  en  enero  28  del 
año  treinta  y  tres  por  el  mismo  gobierno  de  Buenos  Aires. 
Desconocían  así  que  iban  á  ser  envueltos  y  sepultados  en 
el  desierto  ó  presa  de  los  indios  enemigos,  en  su  retirada, 
muchos  cientos  de  hijos  que  componían  el  brillante  ejér- 
cito donde  no  había  otra  idea  que  el  engrandecimiento  de 
esta  tierra  y  la  seguridad  de  la  riqueza  que  ella  encierra, 
ni  otro  móvil  que  la  desaparición  de  ese  cáncer  que  tiene 
siempre  en  peligro  la  vida  y  los  intereses  de  los  hacen- 
dados pacíficos  de   nuestra  campaña. 

De  seguro  que  no  es  mi  ánimo,  al  entrar  en  estos  de- 
talles, hacer  recriminaciones;  pero  si  se  ha  de  hallar  la 
verdad  libre  de  pasión,  no  es  posible,  al  tocar  estos  ante- 
cedentes, dejar  de  hacer  referencias  de  las  causas  que 
obstaron  á  la  realización  de  esta  grande  empresa  que 
habría  sido  de  mejores  resultados  si  se  hubiera  contado 
con  la  completa  cooperación  del  gobierno.  Es  indudable 
que  todas  esas  contrariedades  sirvieran  para  realzar  más 
el  mérito  de  la  organización  de  ese  ejército,  y  de  su  marcha 
sin  interrupción  hasta  penetrar  en  el  corazón  del  desierto, 
operando  con  tan  buen  éxito  las  distintas  divisiones  que 
desprendió  de  su  cuartel  general  en  el  río  Colorado  en 
lo  más  crudo  del  invierno,  sin  más  recursos  que  los  que 
podían  proporcionar  los  amigos  de  la  expedición,  y  los 
que  conociendo  la  pericia  de  quien  la  mandaba  no  duda- 
ban de  las  ventajas  que  obtendrían  los  mismos  que  tantas 


—  -m  — 

veces  habían  sido  despojados  de  sus  haciendas,  cautiviidos 
sus  deudos  y  puestas  sus  vidas  en  inminente  peligro. 

Los  vecinos  de  la  Guardia  del  Monte,  Lobos,  Navarro, 
etcétera,  se  hicieron  entonces  rec(jmen(lal)les  por  su  des- 
prendimiento y  empeño  en  poner  á  disposición  del  general 
en  jefe  carretas,  haciendas  y  cuanto  tenían.  Las  primeras 
caballadas  y  carretas  que  vinieron  á  servir  para  la  marcha 
del  ejército  á  la  Laguna  de  las  Perdices,  en  donde  se  hallaba 
acampado,  fueron  las  de  las  haciendas  de  Rozas  y  Terrero. 
Después  siguieron  mandando  los  demás  que  con  la  mejor 
voluntad  habían  ofrecido  sin  limitación  todo  cuanto  tenían. 
La  fortuna  particular  del  general  Rozas  estaba  compro- 
metida en  esta  empresa  por  servir  en  el  ejército  sus  caba- 
lladas, haber  dispuesto  de  sus  haciendas  y  crecidas  sumas 
de  dinero,  que  sirvieren  para  pagar  el  ejército  todo  el  tiempo 
de  la  campaña,  cujeas  remesas  eran  mandadas  por  tu  finado 
padre  el  señor  Terrero,  en  cuyo  archivo  han  de  existir  las 
cartas  que  comprueban  esta  verdad  y  justificar  otros  ser- 
vicios de  importancia  que  hizo  entonces  á  la  expedición, 
como  que  era  el  principal  agente  en  la  ciudad,  que  se  con- 
traía con  desinterés  á  este  loable  é  importante  objeto,  en 
que  me  consta  no  esquivaba  ningún  sacrificio  que  pudiera 
servir  al  mejor  logro  de  la  expedición.  Hay  muchas  per- 
sonas en  esa  conocidamente  actores  y  algo  interiorizadas 
en  muchos  de  estos  detalles,  que  no  sé  porqué  callan  y 
sancionan  con  su  silencio  tanta  inexactitud  como  estamos 
viendo,  tratándose  de  esa  magna  empresa  tan  estrechamente 
ligada  con  la  felicidad  de  la  nación  entera.  Entonces,  lo 
recuerdo  bien,  no  había  otra  idea  entre  nosotros  más  que 
avanzar  en  el  desierto,  conquistarlo,  destruir  ó  someter  las 
hordas  salvajes  que  lo  poblaban,  los  obstáculos  que  se  opo- 
nían, sufrir  la  desnudez,  el  hambre  y  mil  otras  necesidades 
que  abundaban  á  consecuencia,  como  he  dicho  antes,  de  que 
las  ]3ersorias  que  estaban  en  el  gobierno  no  tenían  volun- 
tad de  auxiliar  la  expedición  y  la  abandonaban  á  su  propia 
suerte.  No  atino  con  el  objeto  que  se  proponían  en  ello, 
á  no    ser    el  que    dejo   expuesto,  cuando  del  éxito  de   la 


—  883  — 

expedición  iban  á  resultar  grandes  ventajas,  ó  la  ruina 
más  completa  para  los  hacendados,  por  la  pi  eponderan- 
cia  que  tomarían  los  salvajes  al  ver  rea'oceder  ó  frustrarse 
la  expedición  de  cjue  ya  tenían  conocimiento ;  en  una 
palabra,  era  cuestión  de  vida  ó  muerte.  Tero  las  malas 
pasiones  debían  tener  su  parte  en  e^ta  empresa,  y  ha- 
bían de  intervenir  en  ella  con  sus  desastrosos  efectos. 
para  cruzarlo  todo.  Las  personas,  pues,  que  componían  el 
gobierno,  faltando  á  todos  los  compromisos  y  deberes  para 
con  ese  ejército  entusiasta  y  lleno  de  aonegación  que 
habían  empujado  al  desierto,  creyeron  que  era  llegado  el 
moinento  de  anular  al  general  que  lo  m  mdaba,  desde 
que  él  era  el  promotor  y  director  de  una  empresa  en  que 
estaba  comprometido  su  nombre  y  su  fortuna  particular. 
En  su  consecuencia  fué  que  dicho  gobierno  le  comunicó 
en  nota  oficial  la  imposioilidal  en  que  se  hallaba  de 
continuar  suministrándole  auxilios  de  ninguna  clase,  hasta 
el  extremo  de  negarle  el  pago  de  reses  precisas  para  la 
manutención  del  ejército.  Estábamos  en  el  desierto;  ¿qué 
se  hacía?  ¿retroceder  ó  seguir  sin  recursos,  sin  tener  que 
esperar  caballos,  ganados  ni  artículos  de  primera  necesi- 
dad, ni  contar  más  que  con  lo  poco  que  había  llevado 
consigo  el  ejército,  que  no  alcanzaba  para  nada?  El  ge- 
neral Rozas  escribió  á  sus  amigos  y,  precaviéndose  como 
le  sugerió  su  práctica  en  \i  dirección  de  esta  guerra, 
dejó  asegurado  el  tránsito  p.ira  las  remesas  de  hacien- 
das vacunas  y  yeguarizas  que  debían  servir  al  manteni- 
miento del  ejército,  y  se  internó  en  el  desierto,  couíiado 
en  que  sus  amigos  no  lo  hibian  de  dejar  abandonado 
con  el  ejército,  que  no  lleva oa  otra  misión  que  repre- 
sentar el  poder  déla  Provincia  y  su  capicidal  para  cas- 
tigar á  los  indios.  Debido  al  riguroso  y  particular  sistema 
en  las  marchas,  llegó  el  ejérdto  al  Colorado  con  las  ca- 
balladas de  reserva  en  buen  estalo;  allí  estableció  su 
cuartel  general,  despachando  al  señor  general  Ángel  Pa- 
checo con  una  fuerte  división  á  recorrer  el  no  Negro 
por  ambas  márgenes  hasta  Las  Manzanas,  que  está  cerca 


—  384  — 

de  sus  nacientes;  marchando  de  triunfo  en  triunfo,  des- 
poblando ese  inmenso  territorio  de  las  imiiadas  que  se 
abrigaban  en  él,  sorprendiendo  y  arrollando  todo  lo  que 
encontraban,  pasando  por  sobre  el  hielo  á  la  isla  de  Chue- 
le-Choel,  apoyados  en  los  regatones  de  las  lanzas,  y  ven- 
ciendo con  heroico  valor  las  contrariedades  y  rigores  de 
la  estación,  desprovistos  de  vestuario  y  con  el  hierro  de 
la  coraza  sobre  la  débil  tela  que  cubría  sus  carnes,  asi 
pasaron  todo  ese  riguroso  y  crudo  invierno  con  resigna- 
ción, teniendo  que  recurrir  para  comer  á  los  caballos  más 
inútiles  que  llevaban,  mientras  que  en  el  cuartel  general 
se  carneaba  cada  ocho  días.  Recorrieron  toda  la  isla 
acuchillando  todos  los  indios  que  había  allí  refugiados 
con  inmensidad  de  familias  de  otras  tribus  que  había 
dejado  el  afamado  Chocorí,  por  creer  la  isla  inexpugna- 
ble, mientras  él  con  sus  indios  permanecían  en  acecho 
para  caer  sobre  los  cristianos;  lo  que  no  pudo  ser  porque 
fué  derrotado,  acuchillado  y  perseguido  hasta  que  sucum- 
bieron todos,  incluso  el  renombrado  cacique,  á  quien  se 
le  encontró  una  rica  cota  de  malla  que  fué  mandada  al 
museo  con  otras  curiosidades  tomadas  y  adquiridas  en 
esa  célebre  campaña. 

No  fué  esto  sólo;  otra  división  al  mando  del  coronel 
don  Pedro  Ramos  fué  mandada  Colorado  arriba,  con  ór- 
denes de  llegar  hasta  la  cordillera,  clavar  el  estandarte 
de  Buenos  Aires  en  el  ponderado  Cerro  Payen,  que  se 
halla  en  los  desiertos  de  las  cordilleras  de  Mendoza;  en 
una  palabra,  pasear  ese  desierto,  perseguir  á  los  indios 
que  se  encontrasen  en  él,  y  operar  según  debió  haberlo 
hecho  el  ejército  de  Mendoza,  de  que  te  hablaré  después. 
Todo  fué  así  cumplido,  como  que  era  el  único  pensamiento 
que  nos  ocupaba;  y  esa  división  de  quinieutos  hombres 
de  tropas  escogidas,  fué  guiada  con  acierto,  rindiendo  con 
recomendable  celo  servicios  de  alta  importancia.  Otra  di- 
visión lijera  debía  marchar  al  sur  del  río  Negro  eu  per- 
secución de  las  tribus  que  habían  huido  hacia  el  Cabo 
de   Hornos,  y  ésta  fué  compuesta  de   dos  terceras  partes 


—  385  — 

de  cristianos  y  una  de  indios,  bajo  el  mando  del  coman- 
dante don  Leandro  Ibáñez. 

Esta  división  penetró  y  llegó  hasta  enfrentar  á  Maga- 
llanes, sorprendiendo  á  los  indios  del  cacique  Cayupán 
en  sus  guaridas,  donde  fueron  acuchillados,  tomándoles 
todas  las  familias  y  cuanto  tenían,  logrando  con  esto  que 
viniesen  los  que  se  habían  librado  vivos,  á  presentarse  al 
general  Rozas  en  el  Colorado  implorando  perdón,  los  que 
fueron  el  cacique  Quentrel,  muchos  capitanejos  y  como 
doscientos  cincuenta  mocetones.  Estos  fueron  los  frutos 
de  esta  bien  combinada  operación,  que  dio  por  resultado 
la  desaparición  de  los  indios  por  esa  parte,  y  limpieza 
de  ese  inmenso  territorio  que  pasearon  las  fuerzas  del 
ejército  de  Buenos  Aires,  para  engrandecimiento  de  la 
provincia  á  que  pertenecieron  las  tres  divisiones  que  he 
mencionado.  Todo  quedó,  pues,  libre  de  indios  enemigos; 
las  poblaciones  de  Patagones  y  Bahía  Blanca  disfrutando 
del  beneficio  consiguiente,  y  guardadas  por  fuerzas  sufi- 
cientes á  contener  y  castigar  cualquiera  invasión,  particu- 
larmente sobre  esta  última  fortaleza,  donde  quedó  una 
guarnición  compuesta  de  las  tres  armas  al  mando  del 
coronel  don  Martiniano  Rodríguez,  que  prestó  después  re- 
comendables servicios,  y  castigó  más  tarde  á  muerte  las 
afamadas  tribus  borogas,  sometidas  por  la  expedición,  mi- 
norando el  poder  con  que  se  creían  estos  indios  soberbios 
y  aguerridos,  que  habían  sido  el  azote  de  la  República 
de  Chile,  y  también  de  la  República  Argentina,  bajo  la 
dirección  del  afamado  Pincheira. 

En  tanto  la  exi^edición  penetraba  en  el  desierto,  que- 
daron estas  tribus  en  Salinas;  contaban  más  de  tres  mil 
indios  de  lanza  dirigidos  por  sus  caciques  mayores  Caniu- 
quiz,  Rondeau  y  Melinquez,  estacionados  á  retaguardia 
del  ejército;  y  para  alejarles  desconfianzas  y  recelos,  se 
les  dejó  entre  ellos  en  rehenes  un  escuadrón  de  doscien- 
tos dragones  al  mando  del  coronel  don  Manuel  Delgado, 
quien  rendía  el  servicio  de  dar  aviso  de  la  más  mínima 
ocurrencia   que    mereciese   conocimiento.    Así    lo    hacían 

TOMO   II.  25 


—  386  — 

también  otros  indios  de  importancia  que  había  entre  éstos, 
de  acuerdo  con  los  cristianos,  por  cuya  razón  se  conocían 
las  intenciones  más  secretas  de  los  caciques.  Debido  al 
particular  manejo  que  se  usó  con  ellos,  se  debió  que  no 
se  moviesen  á  hostilizar  el  ejército,  llevándose  á  cabo  el 
plan  que  se  les  sugirió  para  que,  mientras  se  internaba 
en  el  desierto  y  se  fraccionaba  en  distintos  rumbos,  ca- 
yesen sobre  él  con  los  pampas  que  estaban  en  Tapalqué 
y  en  cuyo  sentido  se  les  había  trabajado  á  unos  y  otros  ; 
pero  la  Providencia  velaba  por  la  suerte  de  aquel  ejér- 
cito y  todo  fracasó,  como  lo  manifestaré  más  adelante. 
Vergüenza,  baldón  para  los  hombres  que  tramaban  tan 
horrenda  y  bárbara  recompensa  á  los  que  con  tanta  abne- 
gación no  omitían  sacrificio  para  el  ensanche  de  las  fron- 
teras y  seguridad  de  las  vidas  y  propiedades  de  sus  com- 
provincianos !  Dudoso,  increíble  parece  que  ese  plan  inicuo 
se  tramase,  pero  él  se  comprobó  hasta  la  última  evidencia. 
Costó  mucho  desbaratarlo,  y  largo  sería  hacer  la  historia 
de  tan  vergonzoso  hecho ;  pero  ello  se  consiguió,  y  fueron 
fusilados  los  indios  que  se  encargaron  de  llevar  á  Tapalqué 
el  parlamento  mandado  á  los  caciques  que  allí  habían 
quedado  en  lugar  de  los  caciques  mayores  Catriel  y  Cachul, 
que  iban  en  el  ejército  con  más  de  seiscientos  indios,  con 
los  que  sirvieron  con  decisión  y  con  la  misma  constancia 
que  nuestros  soldados.  El  comisionado  que  salió  del  ejér- 
cito desde  las  márgenes  del  Colorado  llevando  órdenes  del 
general  Rozas  y  de  sus  caciques  mayores  á  los  indios  de 
Tapalqué,  para  que  fueran  fusilados  los  indios  que  habían 
llevado  aquella  misión  desde  Buenos  Aires,  fué  el  mayor 
don  Bernardo  Echeverría  con  cuatro  soldados  y  dos  indios, 
castigándose  por  su  intervención  á  los  indios  misioneros. 
En  resumen,  el  ejército  recorrió  el  desierto  que  se  ex- 
tendía á  su  derecha  hasta,  las  faldas  de  las  cordilleras, 
á  su  frente  al  sur  hasta  Malvinas.  Inmenso  fué  el  número 
de  indios  que  murieron  en  la  persecución  que  se  les  hizo 
y  grande  también  el  de  los  que  se  sometieron.  Se  libei*- 
taron  del  cautiverio  más  de   tres  mil  cristianos,  como  lo 


—  387  — 

.-atestiguaron  las  publicaciones  de  los  mismos  contrarios  de 
la  expedición,  pero  fué  mucho  mayor  su  número  j)uesto 
que  siguieron  después  entregando  los  indios  todos  cuantos 
tenían  y  otros  que  libertaban  las  divisiones  que  quedaron 
encargadas  de  la  persecución  de  los  indios  que  no  se 
habían  sometido.  Se  publicó  un  libro  con  t<Ddos  los  nom- 
bres, íiliación,  procedencia  y  demás  pormenores  de  las 
personas  que  se  habían  libertado.  Notorio  era  entonces 
el  abrigo  que  prestaban  estos  indios  á  todos  los  dispersos 
enemigos   que  libraban  del  castigo  de  la  expedición  con 

■•el  objeto  bien  manifestado  de  engrosar  sus  hordas:  pero 
una  vez  sabida  por  estos  indios  la  actitud  de  los  de  Ta- 
palqué  y  que  los  reclamos  é  imposiciones  del  general  Rozas 
eran  cada  vez    más    fuertes  é  imponentes,   no    pudieron 

■  continuar  concediendo  esta  impunidad,  y  variaron  nota- 
blemente en  su  conducta. 


AxTONiNO  Reyes. 


Soutliampton,  septiembre  17  de  1870. 
.Señor  don  Federico  Terrero. 

Mi  querido  Federico : 
Recibí  tu  muy  estimable  de  marzo  14  y  las  tiras  del 
•  diario  La  República  en  las  que  se  me  hacen  cargos  injustos 
y  apasionados  con  motivo  de  la  conquista  del  desierto  en 
18o8  y  se  cometen  errores  de  los  que  paso  á  ocuparme. 


«En  1833,  dice  La  República  (julio  1870;,  el  gobierno  de 
•Chile  propuso  como  medida  radical  expedicionar  en  com- 
binación con  el  gobierno  argentino  al  corazón  de  los  indios. 
De  Chile  partiría  un  ejército  que  impulsaría  á  las  hordas 
^Ivajes  á  la  cordillera,  y  de  la  República    Argentina  par- 


—  888  — 

tiría  otro  ejército  á  recibir  esas  liordas  y  arrojarlas  junto- 
con  las  de  los  pampas  adonde  no  pudiesen  volver  á  mo- 
lestar, obligándolas  á  una  reducción.» 

Para  hablar  con  propiedad,  Lo  República  debía  de  haber 
insertado  algunos  documentos  que  se  refieren  á  lo  que 
propuso  el  gobierno  de  Buenos  Aires  al  de  Chile.  No  lo 
ha  hecho,  porque  en  las  circunstancias  presentes  contra- 
rias al  general  Rozas,  ha  creído  que  bastaba  una  pueril 
confesión  de  parte  para  acreditar  las  palabras  desnudas 
de  fundamento. 

Así  no  se  entiende  si  «el  corazón  de  los  indios»  (como* 
dice  La  Rejmhlica)  es  el  centro  del  desierto  argentino  al 
sur  y  el  centro  del  desierto  de  Chile,  ó  el  centro  de  Ios- 
campos  que  ocupaban  separadamente  y  á  muy  largas  dis- 
tancias en  la  República  Argentina  los  pampas,  ranqueles- 
y  tehuelches,  y  el  que  ocupaban  los  indios  chilenos  en 
territorio  chileno  al  occidente  de  la  cordillera. 

Si   el  ejército  chileno  debía  solamente   impulsar  á  los 
indios  chilenos   á   las    cordilleras,   sin  obligarlos    á  pasar 
el  territorio    argentino,    ¿cómo  pudiera   el  argentino  reci- 
birlos y  arrojarlos  junto  con  los  pampas,  donde  no  pudie- 
sen volver  á  molestar,   obligándolos   á  una  reducción? 

Los  indios  chilenos,  en  tal  caso,  permanecerían  al  oc- 
cidente de  la  cordillera,  como  lo  hicieron,  pues  que  el  ejér- 
cito chileno,  al  mando  del  señor  general  Bulnes,  no  siguió 
hasta  obligarlos  á  pasar  el  oriente  de  la  cordillera,  terri- 
torio argentino. 

Pero  los  indios  conociendo  el  gran  peligro  en  que  se 
encontraban,  si  los  obligaba  el  ejército  chileno  á  pasar  al 
oriente  de  la  cordillera,  se  ajjresuraron  á  someterse  al 
señor  general  Bulnes,  pasando  por  la  paz  y  condiciones 
que  les  impuso. 

Sabían  ya  ellos  que  varias  divisiones  de  Buenos  Aires 
compuestas  de  cristianos  é  indios  ocupaban  victoriosas 
todos  los  campos,  y  que  los  pampas,  ranqueles  y  tehuel- 
ches que  no   habían  muerto,    se   habían   sometido  entre- 


—  389  — 

•gando  también  todos  los  cautivos  que  tenían,  y  todos  los 
caballos  y  ganados  marcados. 

Con  tanta  más  humildad  los  referidos  indios  chilenos 
rse  apresuraron  á  someterse  á  las  condiciones  de  la  paz 
que  les  dictó  el  señor  general  Bulnes,  cuando  llegaron 
desmoralizadas  las  divisiones  de  indios  chilenos,  cada  una 
-de  mil  hombres,  que  habían  penetrado  hasta  cerca  de  las 
fronteras  argentinas,  siendo  una  de  ellas  la  que  sorpren- 
dió á  la  división  de  Córdoba  mandada  por  el  general 
Ruíz,  la  otra  la  que  sorprendió  á  la  que  mandaba  el  señor 
general  Aldao;  y  la  otra  la  que  regresó  también  cerca 
de  las  fronteras  de  Buenos  Aires,  por  las  noticias  que 
tuvo  de  que  una  división  grande  de  Buenos  Aires  compuesta 
de  indios  y  cristianos  quedaba  ya  á  su  retaguardia,  y 
de  la  que   no   escaparían    si  no   regresaban   sin  demora. 

Así,  pues,  el  señor  general  Bulnes  concedió  la  paz  á 
todos  los  indios  en  esa  parte  del  territorio  chileno,  inclu- 
so los  que  regresaron  huyendo  de  las  fuerzas  de  Buenos 
Aires. 

El  gobierno  de  Buenos  Aires  ordenó  al  general  Rozas 
la  marcha  en  el  mes  de  marzo  con  los  soldados  sin  ves- 
tuarios, mal  armados,  y  con  los  caballos  flacos,  de  mala 
calidad,  maltratados,  como  que  eran  de  marcas  extrañas, 
recolectados  por  los  jueces  de  paz  de  orden  del  gobierno; 
y  el  general  Rozas  hubiera  renunciado  su  comando  si 
sus  amigos  no  le  hubieran  prometido  auxiliarlo  con  los 
recursos  necesarios  para   su   campaña. 

Una  de  las  condiciones  que  exigió  el  general  Rozas, 
fué  la  de  dos  buques,  el  uno  en  el  río  Negro,  el  otro  en 
el  Colorado. 

Otra,  permiso  para  que  se  casaran  los  individuos  de 
la  división  de  su  mando,  que  así  lo  solicitaran,  con  las 
cautivas  que  fueron  libertadas,  y  cuyos  contratos  matri- 
moniales, serían  conñrmados  por  algún  sacerdote,  cuando 
el  gobierno  pudiera   enviarlo. 

Otra  fué,  la  facultad  para  licenciar  la  división  de  su 


—  390  — 

mando,  concluida  la  campaña,  si  era  feliz,  victoriosamente 
ú  satisfacción  del  gobierno;  dando  á  cada  uno  la  baja 
firmada  por  el  mismo  general  Kozas. 

El  general  Rozas  marchó  directamente  á  tomar,  sin 
demora  alguna,  posesión  de  Chuele-Choel,  en  el  río  Negro, 
y  de  las  rinconadas  del  Colorado,  sobre  el  mar,  como  pun- 
tos los  más  aparentes  para  el  más  rápido  engorde  de  las 
caballadas,  boyadas  y  ganados  en  comjjleta  seguridad. 

Eran  además,  los  dos  puntos  más  necesarios  y  propios 
para  poder  el  general  Rozas,  fijando  el  cuartel  general 
en  el  Colorado,  en  las  referidas  rinconadas  con  pastos 
de  mejor  engorde  y  seguridades,  atender  con  buenos  re- 
sultados á   todas  partes. 

Así  lo  demandaban,  también,  las  grandes  distancias 
que  había  hasta  las  fronteras  de  Buenos  Aires,  desde 
donde  debían  marchar,  con  seguridad,  los  ganados  y  demás 
necesario  para  la  manutención. 

Cierto  es  que  un  ejército  de  Chile,  comandado  por  el 
señor  general  Bulnes,  llegó,  ó  pasó  de  sus  fronteras:  pero 
no  hay  un  documento  que  pruebe  haber  continuado  hasta 
arrojar  los  indios  chilenos  al  occidente  de  la  cordillera, 
territorio   argentino. 

Si  así  los  hubiera  perseguido,  esos  indios  habrían  sido 
concluidos  por  las  divisiones  victoriosas,  con  las  caballa- 
das en  el  mejor  estado,  al  mando  del  señor  general  Pa- 
checo la  una  y  del  señor  coronel  Ramos  la  otra;  y  si 
algunos  escapaban  por  el  interior  del  río  Negro  habrían 
sido  acabados  por  la  división  que  fué  de  Balchetas,  tam- 
bién victoriosa,  y  con  las  caballadas  en  el  mejor  estado, 
por  lo  que  siguió  más  adelante,  y  por  los  tehuelches 
que  ya  estaban  en  paz  y  comijrometidos  según  los  acuer- 
dos que  los  caciques  Chañil  y  demás  ajustaron  en  el 
Tandil  con  el  general  Rozas  mucho  antes  de  haberse  rea- 
lizado la  expedición 

Y  los  que  pretendieran  escapar  por  el  interior  del  Co- 
lorado hacia  los  ranqueles  habrían  sido  concluidos  i)or 
éstos,  que  acababan  de   someterse  subordinados  á  la  vista 


—  891  — 

de  las  dos  divisiones  de  los  indios  amigos  pampas,  que 
con  dos  compañías  de  cristianos,  cada  una  de  ellas,  el 
general  Rozas  había  enviado  al  territorio  ocupado  por 
los  ranqueles. 

Y  en  prueba  de  que  así  lo  liarían  y  de  que  su  some- 
timiento al  gobierno  era  de  buena  fe,  lo  acreditaban  con 
la  persecución  que  ya  hacían  (en  unión  á  las  dos  fuer- 
zas compuestas  de  pampas  y  cristianos)  á  la  división  de 
mil  indios  chilenos  que  sorprendió  á  la  de  Córdoba  man- 
dada por  el  señor  general  Ruíz,  y  á  la  de  otros  mil  indios 
chilenos  también  que  sorprendió  á  la  mandada  por  el 
señor  general   Aldao. 

Fué  por  esto,  y  por  el  temor  que,  además,  les  causó 
la  fuerza  mandada  por  el  señor  coronel  Ramos,  que  sin- 
tieron á  su  retaguardia,  que  esas  dos  divisiones  de  indios 
chilenos,  considerándose  en  el  mayor  peligro,  cercadas  de 
enemigos,  desistieron  de  la  empresa  de  entrar  á  robar  y 
cautivar,  la  una  dividida  en  tres  grupos  que  debió  hacerlo 
por  la  frontera  de  Mendoza  el  uno,  por  la  de  San  Luis 
el  otro,  y  por  la  de   Córdoba  el   otro. 

La  que  sorprendió  á  la  división  mandada  por  el  señor 
general  Ruíz,  y  que  dividida  también  en  tres  cuerpos  de- 
bía hacer  su  entrada  por  las  fronteras  de  Santa  Fe  y  norte 
de  Buenos  Aires,  regresó  igualmente  por  los  mismos  te- 
mores de  la  anterior  de  la  izquierda,  contentándose  con 
los  caballos  y  ganados  que  quitó  á  la  división  de  Córdoba. 

La  otra  división  de  mil  indios  chilenos  que  debía  hacer 
su  entrada  por  tres  puntos,  en  el  centro  y  sur  de  la  fron- 
tera de  Buenos  Aires,  regresó  sin  demora  así  que  sintió 
la  división  de  Buenos  Aires;  y  si  no  hubiera  andado  tan 
pronta  en  su  retirada  habría  sido  perseguida  por  la  di- 
visión al  mando  del  señor  general  Paclieco,  que  marchó 
directamente  desde  Napostá  á  tomar  posesión  de  Chue- 
le-Choel,  y  allí  reconocer  y  perseguir  en  dos  cuerpos  á 
los  indios  que  regresaran  á  Cliile  y  á  los  que  hubieren 
por  el  río  Negro   arriba,  Neuquen  y  la  cordillera. 

Juan  Manuel  de   Rozas. 


—  392  - 

Kl  Comandante  General 
de  campaña 

San    José  de   Flores,   marzo  21  de  183").  Año  26  de    la  Libertad 
y  20  de  la  Independencia. 

Por  el  ministerio  de  Hacienda  manifiesta  á  la  superio- 
ridad, que  habiendo  concluido  de  visar  las  cuentas  del 
Ejército  Expedicionario  al  desierto  que  tuvo  el  honor  de 
mandar,  ha  ordenado  ■d  Comisario  su  presentación  en 
el  orden  que  corresponde. 

Al  señor  Oficial  Mayor  en  el  Ministerio  de  Relaciones  Exteriores,  en- 
cargado de  autorizar  las  resoluciones  de  S.  E.,  doctor  don  Manuel 
de  Ir ig oyen. 

Luego  que  por  abril  del  año  pasado  regresó  el  infras- 
cripto de  la  expedición  contra  los  indios  enemigos,  y  quedó 
licenciado  el  ejército,  ordenó  á  don  Pedro  Rodríguez  le 
presentase  sin  demora  las  cuentas  de  las  dos  comisarias 
de  su  cargo  para  visarlas  antes  que  fuesen  pasadas  á  la 
Comisaría  general. 

El  comisario  se  hallaba  sumamente  agravado  de  sus 
males,  á  término  que  le  fué  absolutamente  imposible  lle- 
nar la  orden  del  infrascripto  hasta  íin  de  septiembre,  en 
que  tuvo  entero  cumplimiento. 

Desde  entonces,  á  ratos,  según  se  lo  han  permitido  las 
ocupaciones  públicas  de  más  preferente  atención,  se  ha 
dedicado  el  infrascripto  á  su  examen. 

La  diferencia  que  advertirá  la  contaduría  en  contra 
de  la  caja  procede,  á  juicio  del  infrascripto,  de  algunos 
efectos,  que  habiendo  sido  comprados  y  recibidos  por  la 
comisaría  con  suficiente  autorización,  fué  adeudada  equi- 
vocadamente dicha  caja  por  su  importe,  que  no  pudo  tener 
entrada  en  ella  aún  cuando  se  girase  contra  el  ministerio 
por  el  general  del  ejército  la  correspondiente  letra  á  fa- 
vor del  interesado,  según  todo  fácilmente  podrá  conocerse 
por  los  contadores.  Mas,  aun  cuando  esto  así  no  fuese, 
siendo  la  expresada  diferencia  tan  pequeña,  comparada 
con  el  caudal  manejado  y  la  clase  de  campaña,  el  comi- 
sario por  ello  no  puede  ser  responsable  de  esta  falla,  por- 
que además  de  su  grave  enfermedad,  jamás  jDudo  tener 


—  393  — 

durante  aquélla  los  días  de  sosiego  necesarios,  puesto 
que  siempre  se  ocupaba  de  andar  pagando  en  tabla  y 
mano  propia,  en  diversos  puntos,  los  diferentes  cuerpos  y 
porción  de  piquetes  de  que  se  componía  el  ejército,  en  tér- 
minos que  siéndole  ya  insoportable  este  trabajo,  por  su 
escasa  salud,  reiteró  por  tercera  vez  la  súplica  de  que  se 
le  exonerase  del  cargo,  porque  ni  se  hallaba  con  fuerzas 
para  desempeñarlo,  ni  por  lo  mismo  podía  sobrellevar 
toda  su  responsabilidad  en  razón  también  del  modo  pe- 
noso como  tenía  que  conservar  las  cuentas  y  documentos: 
súplica  á  que  no  pudo  hacer  lugar  el  infrascripto  á  pesar 
de  las  razones  en  que  se  fundaba,  por  la  confianza  que 
le  merecía  el  enunciado  comisario,  y  por  el  cambio  de 
personas  en  este  ramo  tan  laborioso  y  delicado  de  admi- 
nistración, podría  en  aquellas  circunstancias  causar  un 
trastorno  de  difícil  reparación. 

El  infrascripto,  jjues,  habiendo  examinado  personal- 
mente las  referidas  cuentas,  las  encuentra,  por  lo  que  á 
él  toca,  arregladas  y  conformes.  Pero  como  ellas,  según 
corresponde,  deben  ser  sometidas  al  riguroso  examen  de 
la  contaduría,  el  resultado  de  ésta  será  la  mejor  luz  para 
la  superioridad. 

Después  de  esto,  se  permite  hacer  presente  el  in- 
frascripto al  Excelentísimo  gobierno,  que  según  resulta  de 
aquel  referido  examen,  los  gastos  del  ejército  izquierdo 
que  marchó  á  los  desiertos  del  sur  contra  los  indios  ene- 
migos, no  pasan  de  un  millón  y  seiscientos  mil  pesos, 
porque  no  son  á  cargo  de  la  expedición  las  sumas  entradas 
en  la  caja  de  guerra,  ni  en  la  del  Negocio  Pacifico,  impor- 
tantes las  primeras  un  millón  ciento  tres  mil  setecientos 
tres  pesos  seis  reales,  y  las  segundas  trescientos  mil  nove- 
cientos cuarenta  pesos  dos  y  medio  reales,  puesto  que  estas 
mismas  cantidades  se  habrían  abonado  al  ejército  por  sus 
haberes  vencidos  y  corrientes,  y  se  habrían  también  gas- 
tado en  el  Negocio  Pacífico,  aun  cuando  la  expedición  no 
hubiera  tenido  efecto;  porque  tamjDoco  lo  son,  la  mitad 
de  las  reses  vacunas  y  yeguarizas  consumidas;  y  también 


—  :W1  — 

porque  no  habiendo  tenido  pérdidas  y  habiendo  regre- 
sado con  todos  los  útiles  y  elementos  de  guerra  que  llevó' 
son  de  abono  á  ella  el  exceso  de  caballadas  con  que  volvió, 
las  que  quedaron  en  las  guardias.  Constitución,  en  el  río 
Negro,  Patagones,  fortín  Colorado,  en  el  rio  de  este  nom- 
bre, fuerte  Argentino;  más  las  reses  vacunas  y  yeguarizas 
para  la  manutención  necesaria  de  las  tropas  que  guarnecen 
estos  puntos,  durante  cuatro  meses  después  del  regreso  de 
la  expedición. 

Igualmente,  teniendo  presente  el  infrascripto,  de  que  el 
superior  ha  pagado  directamente  la  mayor  parte  de  los 
artículos  que  han  consumido  los  indios  desde  que  licenció 
el  ejército  en  Bahía  Blanca,  hace  un  año,  debe  manifestar 
que  no  ha  recibido  en  todo  este  tiempo  ninguna  cantidad 
para  gastos  del  Negocio  Pacífico,  ni  para  ningún  otro  objeto^ 
y  que  todos  los  desembolsos  que  por  su  conducto  han  te- 
nido lugar  desde  entonces  han  sido  hechos  hasta  la  fecha 
puramente  de  sus  fondos  particulares,  cuya  cuenta  no  ha 
presentado,  en  consideración  á  los  apuros  del  tesoro  pú- 
blico. 

Dios  guarde  á  Y.  S.  muchos  años. 


Juan  Manuel  de  Rozas. 


Ministerio  de  Gobierno. 


Buenos  Aires,  octubre   12  de  1833.   Año 
24  de  la  Libertad  y  18  de  la  Independencia. 

A  la  H.  S.  de  R.  R.  de  la  Provincia. 

Es  solamente  para  cumplir  con  uno  de  sus  primeros 
deberes  que  pone  al  gobierno  de  la  Provincia  en  la 
sensible  pero  forzosa  necesidad  de  trasmitir  al  conoci- 
miento de  V.  H.  unos  acontecimientos  desagradables  en 
sumo  grado  por  sus  consecuencias. 

En  los  días  precedentes  el  gobierno  recibía  avisos 
repetidos  de  que  existía  en  proyecto  un  movimiento  de 
insurrección  contra  la  autoridad  legítimamente  constituí- 


—  895  — 

(la,  y  que  aquél  debía  tener  principio  con  motivo  de 
la  reunión  que  tuvo  lugar  ayer  en  la  casa  de  justicia 
para  el  juicio  sobre  abuso  de  libertad  de  imprenta  por 
el  periódico  titulado  Restaurador  de  las  Leyes.  Las  probabi- 
lidades de  tal  plan  se  vieron  rebustecidas,  en  efecto, 
con  los  hechos  siguientes : 

En  la  mañana  de  ayer  aparecieron  fijados,  hasta  en 
los  suburbios,  grandes  carteles  con  letras  coloradas  y 
muy  gruesas,  anunciándose  por  ellos  que  á  las  10  de 
la  mañana  del  mismo  día  se  reuniría  el  Jury  para 
j  uzgar   al  Restaurador  de  las  Leyes. 

La  perfidia  de  este  equívoco  malicioso  se  deja  traslu- 
cir de  suyo.  No  se  necesita  ningún  comentario.  Reunidas 
efectivamente  en  la  mañana  de  ayer  varias  gentes  en 
las  galerías  de  la  casa  de  justicia,  se  notaron  gritos  y 
voces  en  tono  de  provocación,  que  repetían  como  cabezas 
los  individuos  que  comprende  la  lista  adjunta.  Con 
este  motivo  el  gobierno  dictó  las  providencias  preventi- 
vas para  evitar  cualquier  desorden  que  pudiera  pertur- 
bar la  tranquilidad  pública;  una  entre  otras  fué  que  la 
poUcia  cuidase  de  excusar  la  reunión  de  ciudadanos  de 
partidos  opuestos,  á  fin  de  alejar  todo  motivo  de  choque, 
lo  que  así  se  verificó.  Los  comprendidos  en  la  lista  que 
se  acompaña  repitieron  vivas  y  mueras  en  la  misma  casa 
de  justicia.  Mas,  como  no  se  realizó  el  juicio,  algunos  de 
los  expresados  individuos,  al  retirarse,  continuaron  dando 
la  misma  grita  por  las  calles. 

Kstos  procedimientos  alarmantes  han  sido  consumados 
con  el  atentado  anárquico  de  haber,  anoche  á  deshoras 
de  ella,  sorprendido  con  fuerza  armada  al  comandante 
militar  de  Quilmes,  y  apoderádose  de  las  armas  que .  allí 
existían;  se  han  colocado  al  otro  lado  del  Puente  de 
Gal  vez.  en  número  de  cien  hombres,  capitaneados  por 
José  María  Benavente,  Bernardino  Cabrera,  Bernardino 
Parra  y  el  comandante  don  N.   Montesdeoca. 

El  gobierno  ha  tomado  ya  las  medidas  que  correspon- 
de, en   asonadas  como  la  presente.   Puede   asegurar    que 


—  896  — 

y^rá  cruzcido  completamente  el  plan  de  li-astoi-iií)  que 
puedan  haberse  propuesto  algunos  [jerturhadores  díscolos 
y  enemigos  del  presente  orden  de  cosas.  Este  aconteci- 
miento ha  presentado  una  nueva  prueba  tan  clásica  como 
pública  de  que  los  autores  principales  y  demás  colabo- 
radores de  los  periódicos  GacpAa  Mercantil  y  el  titulado 
Restaurador  de  las  Leyes,  han  sido  y  continúan  siendo  el 
funesto  órgano  para  semejantes  ensayos  anárquicos 
á  que  descaradamente  inducen  sus  producciones  sedi- 
ciosas y  sugestivas  de  trastornos  públicos.  Al  dirigirse  á 
V.  H.  sobre  el  presente  suceso,  el  gobierno  está  satisfe- 
cho de  que  los  H.  H.  señores  R.  R.,  tan  luego  se  hayan 
penetrado  de  la  fatalidad  y  doloresas  consecuencias  que 
presentan  estos  primeros  amagos  de  anarquía  contra  las 
autoridades  legales  de  la  provincia,  desplegarán  todo 
el  patriotismo  y  celo  que  los  anima  por  la  permanencia 
del  orden  público,  sancionando  algunas  otras  medidas 
que  en  la  sabiduría  del  su  consejo  considere  más  eficaces 
á  complementar  este  objeto,  el  más  interesante,  á  exter- 
minar el  germen  funesto  de  oposición  ilegal  y  arbitraria, 
que  empieza  á  desarrollarse  por  las  vías  del  hecho. — 
Dios  guarde  á  V.  H.  muchos  años. 

Juan   Ram(')X    }l\r,('AR(;E. 
José   de  Ugah  teche. 


MOTORES     DEL    DESORDEN 

Militares. — Comandante  don  Martin  Hidalgo,  José  Montes- 
■deoca ;  mayor  don  José  María  Benavente ;  capitán  don 
Manuel  Alarcón  Castillo;  teniente  don  fíernardino  Cabrera; 
mayor  don  Ciríaco  Cuitiño;  comisarios  don  Pedro  Chan- 
teiro.  Pablo  Castro  Chavarría,  Matías  Robles,  Carmelo 
Piedrabuena ;  ciudadanos  don  José  María  Wright.  Fran- 
cisco   Wright,   N.   Parra. 

Está  conforme. 

Pedro   Sa ia'adores. 


897  — 


COMPLEMENTO   AL    CAI'lTl'LO  XXIV 


Londres,  6   de  noviembre  de  1833. 
Señor   don   José  de   Ugarteche 

Mi  querido  compadre   y  señor: 

Tengo  que  añadir  á  la  mía  del  24  de  octubre,  igual- 
mente por  conocimientos  muy  auténticos  é  indudables^ 
que  el  plan  de  los  unitarios  de  Montevideo,  en  que  esté 
empeñada  ya  la  fracción  traidora  que  manda  allí,  e& 
declarar  la  guerra  con  cualquier  pretexto  á  Buenos 
Aires,  suscitando  querella  por  Martín  García,  ó  por  la 
conducta  del  general  Lavalleja,  etc.,  ó  con  cualquier 
otro  motivo  frivolo,  lo  que  lleva  la  mira  por  parte  del 
gobierno  de  Montevideo  de  apoderarse  del  Entre  Ríos  y 
de  la  navegación  del  Uruguay;  y  por  parte  de  los  uni- 
tarios el  que,  armándose  un  ejército  por  Buenos  Aires 
para  resistir    esta   hostilidad,    se    le  dé   el   mando    de  él 

á  don  Estanislao  López,  quien  se  levantará  con  él 

y  se  declarará  por  la  revolución.  Es  parte  principal  y 
preparatoria  de  este  plan  que  el  señor  López  de  Santa 
Fe  rompa  con  los  señores  Rozas  y  Quiroga,  halagándolos 
con  pérfidas  sugestiones,  pero  con  la  mira  de  sacrificarlos 
luego  á  su  vez;  y  se  jactan  de  que  tienen  ya  much 
adelantado.  Este  plan  todo  de  sangre  y  escándalo,  lo  ha 
ejecutado  y  convenido  don  Julián  Agüero  en  Montevideo, 
con  Rivera,  Obes  y  los  españoles  y  unitarios  de  uno  y 
otro  lado.  En  la  fe  de  sus  efectos  y  seguridad  va  Riva- 
davia  á  partir  á   fin  de  este  mes. 

Tengo  los  datos  más  seguros  de  esta  horrible  conspira- 
ción. Bástele  á  V.  saber  por  ahora  que  indirectamente 
la  diplomacia  inglesa  ha  trabajado  en  descubrirla,  y  lo 
ha  hecho  con  la  habilidad  y  medios  que  tiene  siempre 
para  ello.  La  última  negociación  de  Sir  Strandford-Can- 
ning  en  Madrid,   respecto  del  reconocimiento  de  nuestro 


—  398  — 

independencia  por  España,  y  las  respuestas  que  le 
daba  el  ministerio  español  le  hicieron  conocer  á  este 
gobierno  que  había  una  trama  que  se  urdía  en  París 
por  americanos,  y  se  aplicó  á  conocerla.  Además,  yo  no 
me  he  dormido.  Dios  quiera  que  este  aviso  llegue  cuan- 
do el  atentado  esté  todavía  en  proyecto. 

Las  gacetas  aquí  y  noticias  particulares  dan  á  Y.  i)or 
ministro  de  relaciones  exteriores;  yo  nada  sé  de  ello,  y 
sólo  me  dirijo  al  hombre  de  bien  y  patriota.  Si  está  V. 
en  el  ministerio  verá  por  mi  correspondencia  oficial  de 
esta  fecha  un  proyectito  de  Montevideo  en  España  en 
consonancia  con   el   que   aquí    refiero. 

Nunca  mejor  deseo  rogar  á  Dios  que  lo  guíe  y  proteja 
como  lo  desea, 

Su  afectísimo  compadre 

Manuel  Moreno. 

COMPLEMENTO    AL    CAPÍTULO    XXV 


Montevideo,  septiembre  15  de  1881. 

Señor  doctor  Adolfo   Saldtas. 

Mi  estimado  amigo  y  señor: 
Voy  á  contraerme  á  contestar  á  usted  su  carta  fecha 
4,  por  si  de  algo  pueden  servirle  mis  conocimientos  y 
mis  observaciones  al  objeto  que  usted  se  propone;  bien 
entendido  que  ellos  son  dictados  con  la  sinceridad  verda- 
dera con  que  en  tales  casos  debe  hablarse  lejos  de  aque- 
llos días  borrascosos  en  que  todo  era  confusión.  Si  es 
indispensable  que  explique  ciertos  hechos  que  conozco, 
es  preciso  que  lo  haga  con  la  verdad  pura  y  neta  con 
que  deben  ponerse  en  claro  hechos  glosados  por  pasio- 
nistas  opositores,  que  han  despertado  dudas  en  los  que 
no  estudian  ni  comparan  las  épocas,  ni  los  hombres;  pero 
no  hay  que  olvidar  que  si  por  una  parte  estaba  la  se- 
guridad que  da  la  fuerza  de  la  opinión,  por  la  otra  estaba 


—  m)  — 

la  deficiencia  en  todo,  y  que  por  esta  razón  no  se  es- 
quivaba por  ella,  nada  que  pudiera  servirle  á  su  prin- 
cipal sistema  de  oposición,  que  consistía  en  cargar  sobre 
aquélla  todo  lo  odioso  que  dañase  y  menoscabase  su 
crédito. 

Necesario  me  es  empezar  por  informar  ú  usted  de  lo 
que  pasó  al  despachar  al  general  Quiroga  á  las  provin- 
cias en  la  comisión  con  que  fué  investido  por  el  go- 
bernador de  Buenos  Aires,  presidido  entonces  por  el 
■doctor  don  Manuel  V.  de  Maza.  El  general  Rozas  venía 
de  regreso  de  la  expedición  al  desierto  y  al  manifes- 
tarle el  gobierno  su  deseo  al  general  Quiroga,  pidió  éste 
verse  con  el  general  Rozas  antes  de  aceptar,  lo  que 
hizo  así  que  llegó  Rozas  á  la  estancia  del  Pino:  allí 
convinieron  en  que  á  su  salida  se  verían  en  Flores  en  la 
quinta  del  señor  Terrero,  para  cambiar  ideas  sobre  las 
instrucciones  que  recibiera  del  gobernador:  así  lo  hicieron 
á  mediados  de  diciembre  del  34,  siendo  yo  el  que  estaba 
inmediato  al  general  Rozas,  para  apuntes  sobre  la  confe- 
rencia y  otras  órdenes  que  se  impartían.  Después  de 
estar  dos  días  allí,  se  retiraron  los  conferenciantes  pasada 
media  noche  á  descansar,  porque  el  trabajo  había  sido 
sin  intervalo  alguno.  Al  venir  el  día  siguiente  salió  Qui- 
roga en  su  carruaje,  y  desperté  al  general,  quien  lo  al- 
canzó por  la  plaza  de  Flores:  á  poco  andar  lo  hizo  tras- 
ladar el  general  Rozas  á  su  galera  particular  que  al 
efecto  ya  traía  prevenida  como  para  viaje,  siguiendo  mar- 
cha en  ella.  El  general  Quiroga  pidió  á  Rozas  subiese 
en  su  carruaje,  lo  que  consiguió  no  sin  bastante  instan-- 
cia.  La  marcha  fué  sin  tropiezo  hasta  que  llegamos  á  la 
villa  de  Lujan,  donde  fué  recibida  la  comitiva  con  mues- 
tras de  alegría,  y  á  la  oración  de  ese  día  llegamos  á  la 
estancia  de  Figueroa  á  inmediaciones  de  San  Antonio 
de  Areco,  donde  tuvieron  los  dos  generales  la  última 
conferencia,  quedando  convenidos  en  que  á  la  madrugada 
siguiente  partiría  el  general  Quiroga,  debiendo  en  se- 
guida marchar  un    chasque  con    la   carta  convenida    del 


—  400  — 

general  Rozas  expresando'  su  |)arecer  en  los  graves 
asuntos  que  se  ventilaban  y  para  dar  más  fuerza  á  la 
misión  que  se  le  había  encomendado  ante  los  gobernadores 
disidentes.  Esa  fué  pues  la  carta  que  usted  debe  cono- 
cer, como  todos,  pues  se  ha  publicado  varias  veces  y  que 
está  escrita  de  mi  letra,  siendo  dictada  por  el  general 
Rozas  ó  hecho  por  él  el  bijrrador,  allí  en  la  misma  es- 
tancia citada,  y  que  llevó  la  fecha  20  de  diciembre  de 
1884.  Excusado  es  decir  que  lo  i)recedía  al  general  un 
chasque  que  debía  ir  hasta  Tucumán  avisando  en  las 
Ijostas  tuviesen  caballos  prontos,  como  ha  sido  siempre 
de  costumbre  en  tales  casos,  como  se  escribió  también 
por  el  señor  gobernador  á  todos  los  gobernadores  del 
tránsito  comunicándoles  la  misión  que  llevaba  el  general 
Quiroga,  y  creo  no  engañarme  al  decir  se  les  comuni- 
caba que  iba  de  acuerdo  con  los  generales  Rozas  y 
López:  creo  también  que  estoy  en  el  caso  de  poder  ase- 
gurar que  esas  cartas  no  eran  insidiosas  ni  respondían 
á  ningún  plan  siniestro  fraguado  antes  de  esa  época. 
El  general  Rozas  durante  la  expedición  no  se  había 
ocupado  en  planes  tenebrosos,  puedo  y  debo  decirlo, 
sino  de  lo  referente  al  ejército  que  mandaba,  á  propor- 
cionarle á  éste  los  recursos  que  necesitaba,  á  sus  ope- 
raciones en  la  persecución  de  los  indios,  todo  lo  que  lo 
ocupaba  sin  descanso,  pues  del  gobierno  del  general  Bal- 
carce  nada  esperaba  ni  nada  se  le  mandaba;  era  conse- 
cuente con  la  prevención  que  se  le  hizo  al  romper  sus 
marchas  de  la  Guardia  del  Monte.  Vino  el  gobierno  del 
general  Yiamonte  dispuesto  á  auxiliar  la  expedición,  pero 
era  cuando  el  ejército  ya  regresaba. 

El  general  Rozas  escribió  al  general  López  sobre  la 
misión  del  general  Quiroga,  como  era  natural,  para  estar 
de  acuerdo  en  todo  y  como  era  de  práctica  en  estos 
asuntos  de  interés  general;  esto  se  hizo  de  allí  mismo, 
de  San  Antonio  de  Areco,  estancia  de  Figueroa,  y  creo 
(]ue  el  mismo  general  Quiroga  era  el  conductor  de  la 
carta,  por  si  á  su  paso  por  la  provincia  de    Santa  Fe   no 


—  40i  — 

hablaba  con  el  general  López  que  debía  esperarlo  en  un 
punto  dado  con  poco  desvío  del  camino.  Al  marchar  el 
general  Quiroga  de  la  estancia  citada,  se  despidió  con 
muestras  de  la  mayor  cordialidad,  afecto  y  amistad,  y 
-encareciendo  la  remisión  de  la  carta,  conrio  una  necesi- 
dad para  probar  su  acuerdo. 

Creo  haber  dicho  ya  lo  que  debía  respecto  á  la  mar- 
cha, entrevista,  conferencia,  etcétera,  con  el  general  Qui- 
roga, y  todo  lo  cual  se  ha  glosado  tan  pérfidamente. 
Ahora  me  permitirá  usted  hacer  algunas  observaciones 
sobre  los  puntos  que  usted  cita  y  publicaciones  hechas 
por  periodistas  y  otras  personas  con  el  ánimo  de  car- 
gar culpabilidades  contra  el  general  López  y  aun  contra 
el  general  Rozas.  De  todo  esto  han  surgido  dudas  que 
no  hay  razón  para  abrigarlas,  siendo  este  hecho  tan  pro- 
bado por  la  voluminosa  causa  que  lo  comprobó  y  los  no 
menos  importantes  documentos  c|ue  la  prensa  de  la  época 
reprodujo  hasta  el  fastidio:  es  allí  donde  debe  estudiar  el 
investigador  y  sobre  ello  formar  su  juicio,  sea  dando  cré- 
dito á  esos  originales,  sea  lo  contrario  en  vista  de  otros 
documentos  de  fe;  separando  entonces  si  lo  merece,  todo 
ese  fárrago  de  invenciones  y  cavilaciones  de  enemigos 
de  mala  ley,  como  es  esa  falange  de  opositores  calum- 
niantes.  Pero  sigamos. 

Dice  usted :  «Escritores  y  periódicos  unitarios,  y  últi- 
mamente el  señor  Zinny  en  su  historia  de  los  gobernadores, 
presentan  el  hecho  del  asesinato  del  general  Quiroga 
como  el  resultado  de  una  combinación  tramada  entre  el 
general  Rozas,  general  López  y  gobernador  de  Córdoba. » 
En  primer  lugar  que  en  caso  de  convenir  algo  estos 
señores,  todos  á  largas  distancias  uno  de  otro,  debían  es- 
cribirse para  convenirse,  ó  cuando  menos  tener  un  con- 
ducto seguro  para  comunicarse.  ¿No  hay  ninguna  corres- 
pondencia que  delate  el  hecho?  ¿No  hay  ningún  confi- 
dente que  diga:  yo  he  sido  el  intermediario?  Y  entonces 
en  qué  pruebas  se  basa  esa  afirmación?  ¡Oh,  señor,  es 
preciso  ser  ciego  ó  no  querer  ver! 

TOMO  II.  26 


—  402  — 

Pero  vamos  allá:  el  señor  Zinny  va  á  sacarnos  de  la 
duda,  y  para  ello  toma  una  carta  que  ha  publicado 
Díaz,  quien  dice  que  es  una  copia  que  le  dieron,  y  copia 
firmada  por  Francisco  Reinafé  y  era  recién  publicada  en 
el  año  77,  dirigida  según  está  escrito,  por  el  general  López  á 
Reinafé;  pero  á  mi  juicio,  mal  urdida,  mal  imitada 
y  peor  redactada.  Y  qué  casualidad!  el  que  ha  publicado 
esa  carta,  que  es  Díaz,  era  entonces  un  joven  que  no  es- 
taba en  Montevideo.  Precisamente  en  esa  época  estaba 
('•  tenía  López  su  prevención  con  los  Reinafé  ó  con  el  go- 
l)erna(lor  de  Córdoba,  porque  estaban,  según  él,  «influen- 
ciados por  los  unitarios  más  empecinados  enemigos  del 
bienestar  de  los  pueblos».  En  las  carpetas  de  la  corres- 
pondencia entre  Rozas  y  López  están  las  cartas  que  lo 
acreditan. 

Rozas,  ¿qué  ventaja  podría  reportar  con  la  muerte  de 
Quiroga?  ¿  No  está  de  manifiesto  que  trataba  de  conservar 
su  importancia  cuando  al  descender  del  gobierno  influyó 
para  que  se  le  nombrase  director  de  la  guerra  contra 
los  indios  y  se  puso  él  naismo  bajo  sus  órdenes  como  ge- 
neral de  la  división  de  la  izquierda?  El  general  Quiroga 
renunció  y  Rozas  no  quiso  se  le  aceptase  su  renuncia 
que  la  basaba  en  que  no  conocí-a  esa  clase  de  guerra  y 
que  además  no  siendo  Rozas  el  general  en  jefe  de  las 
tres  divisiones  tendría  mal  éxito  la  expedición.  Durante 
la  campaña,  Rozas  le  pasaba  con  exactitud  los  partes, 
acompañándole  diarios  de  marchas  y  operaciones  del 
ejército.  Por  más  que  se  pretenda  hacer  aparecer  discor- 
dancias de  ideas  ó  enemistad  entre  estos  personajes,  no 
habrá  un  solo  hecho  ni  comunicación  que  lo  pruebe: 
y  es  j)reciso  convenir  que  fuese  por  cálculo,  deber  ó 
conveniencia,  había  entre  estos  hombres  un  perfecto 
acuerdo  y  más,  había  dignidad,  altura  en  sus  procederes 
recíprocos:  su  correspondencia  era  franca  y  se  explica- 
ba con  claridad  sobre  asuntos  tendentes  al  bien  general  de 
los  pueblos.  El  general  Quiroga  era  el  hombre  necesario 
en  las  provincias,   como  López  en  Santa  Fe;    esta  era  la 


—  403  — 

convicción  del  general  Rozas.  Véase,  repito,  la  corres- 
pondencia de  estas  personas  y  se  encontrará  la  verdad 
de  lo  que  digo  aquí.  Las  relaciones  eran  cordiales,  y  de 
algunas  emergencias  que  surgían  se  le  culpaba  á  Cúllen, 
que  siempre  dejaba  entrever  tendencias  anárquicas  en 
la  redacción  de  las  cartas  firmadas  por  López.  Estaban 
prevenidos  por  los  trabajos  que  ponían  en  juego  sus  ene- 
migos para  dividirlos,  y  se  encarecían  siempre  la  nece- 
sidad de  no  ocultarse  la  menor  sospecha  ó  motivo  que 
pusiera  en  peligro  sus  relaciones,  en  todo  lo  cual  eran 
consecuentes  y  por  eso  no  daban  fruto  las  mil  inven- 
ciones que  ponían  en  juego  sus  enemigos. 

Volviendo  á  la  carta  de  López  á  Reinafé,  que  publica 
Zinny,  note  usted  que  cuando  se  escribió  esta  carta 
estaba  ordenado  que  el  asesinato  tuviese  lugar  eu 
el  monte  de  San  Pedro  y  siendo  esto  cierto,  como  lo  es, 
es  mal  forjado  el  concepto  que  aparece  en  dicha  carta 
de  López  citando  á  Barranca- Yaco  como  punto  desierto 
y  como  indicado  para  desarrollar  el  plan.  ¿No  está  claro 
pues  que  esta  carta  es  aj)ócrifa?  El  asesinato  del  gene- 
ral Quiroga  dejaba  con  importancia  á  los  Reinafé  contra 
quien,  nótese  bien,  estaban  prevenidos  López  y  Rozas 
porque  estaban  sobreaviso,  que  estaban  rodeados  de 
unitarios  y  entregados  á  sus  consejos,  como  resulta  de 
la  misma   causa.— Último  párrafo  de  fojas  4. 

Por  otra  parte,  si  López  hubiera  querido  la  muerte  de 
Quiroga,  ¿no  preferiría  hacerlo  por  sí,  con  sus  hombres, 
con  su  iníluencia,  y  disponiendo  de  sus  medios  de  acción 
sin  confiar  el  secreto  á  otros?  No  lo  he  creído  ni  tan 
falto  de  medios,  ni  tan  imbécil.  Cree  usted  que  si  hu- 
biera estado  este  personaje  comprometido,  hubiera  de- 
jado pasar  los  ejecutores  por  su  provincia,  sin  dar  un 
malón  y  acabar  con  sus  cómplices,  dando  por  motivo  un 
extremado  celo  por  vengar  la  vindicta  pública  ultrajada, 
ó  de  cualquiera  otro  modo,  y  no  dejar  que  fuesen  á 
imponer  á  Rozas  de  su  complicidad?  Rozas  á  su  vez 
hubiese  permitido    que    los    Reinafé   fuesen    presos,    liu- 


—  404  — 

bicse  desplegado  tanto  celo  en  averiguaciones,  consin- 
tiendo se  les  formase  sumarios  en  Córdoba,  se  les  tomase 
sus  papeles,  se  impusiesen  de  ellos,  se  les  persiguiese 
de  todos  modos,  fulminando  cargos  y  tomando  abierta- 
mente la  iniciativa  en  este  asunto?  Qué  resultaría 
además  dejar  las  provincias  en  manos  de  gobernadores 
á  (]uienes  no  les  ligaban  compromisos  como  al  general 
Quiroga,  y  que  además  le  constaba  su  debilidad  para 
dejarse  influenciar  por  los  llamados  unitarios  que  á  la 
verdad  trabajaban  sin  descanso  en  el  sentido  de  sus 
conveniencias,  logrando  ya  convulsionar  las  provincias 
de  Tucumán,  Salta  y  Jujuy?  Véase  la  carta  del  general 
Rozas  á  Ibarra,  marzo  28  de  1835;  aunque  no  toda 
verdad. 

Después  de  estos  hechos  que  resaltan  sobre  toda  in- 
vención, y  observaciones  fundadas,  ¿es  creíble  que  Rozas 
entregase  á  los  tribunales  los  ejecutores  del  crimen 
l^ara  que  se  descubriese  su  ingerencia  y  la  de  López? 
Se  dice  que  en  esta  causa  Rozas  fué  acusador,  fiscal, 
juez,  carcelero  y  verdugo  de  esos  desgraciados,  pero  no 
podrán  i)robarlo,  porque  todo  ha  pasado  en  nuestros  días, 
siendo  alcaide  de  la  cárcel  el  señor  Tejedor,  que  debía 
ser  unitario  ó  poco  afecto  á  Rozas,  y  han  entendido  en 
ella  diversos  jueces  y  defensores  en  Córdoba  para  le- 
vantar sumarios  y  en  Buenos  Aires  jDara  continuar  la 
causa.  No  habrían  dicho  los  Reinafé  si  tenían  instiga- 
dores poderosos  á  sus  familias,  á  sus  amigos,  á  sus  defensores 
y  aun  á  sus  mismos  jueces,  exhibiendo  algunos  documentos 
ó  pruebas  de  que  habían  obedecido  á  tal  ó  cual  exigencia 
impuesta  con  invocación  del  mejor  servicio?  Sería  por 
temor  que  callaban?  Pero  temor  de  qué?  ¿no  sabían 
cpie  iban  á  morir?  Pero  dónde  voy!...  llenaría  pliegos 
y  pliegos  con  observaciones  que  hasta  me  parece  que 
ofendo  el  buen  sentido  y  un  criterio  justo  y  observador. 
Son  recriminaciones  tan  absurdas  que  por  cierto  es 
IDreciso  tener  agallas  para  lanzarlas  al  público  y  encon- 
trar tragaderas  que  puedan  tragarlas.     El  Francisco  que 


—  405  — 

estuvo   aquí,   ¿por  qué   no   habló  y  i)resent(')    documeotos 
que  debía  tener,  puesto  que    había   ese    acuerdo ;    y    por 
qué  ellos  se  prestaron  tan  dóciles  nada  más  que  porque 
Rozas  y  López  los  indujeron,  cargando  con  una  tremenda 
responsabilidad   ante  la  Nación,  que  á  ellos  no  ha  debido 
ocultárseles?    Es  verdad  que   Rivera  Indarte    dice    en   su 
Rozas    y    sus    opositores,      que     Francisco      Reinafé      quiso 
hacer  un  manifiesto  y    que    al    efecto    lo    mandó   llamar 
de   Entre    Ríos,    pero    probablemente     sería     cuando     se 
estaba  ahogando.    ¿Y    estas    son    las    pruebas?    Véase   lo 
que  dice  el   mismo  Indarte,  véase    lo  que  dice    el    señor 
Sarmiento  en  su    Facundo   y    dígaseme    qué    prueba    adu- 
cen.   Pienso  que  los  hechos    históricos    deben    escribirse, 
cuando  menos,  con  probabilidades  ciertas,   por    dichos  de 
personas  de  fe,  que  tengan  motivo  para  decir:  lo  he  visto, 
lo  he  oído  ó   lo    sé    por    esta    causa;   pero    nunca    puede 
darse  como  cierto    el  dicho  de  un  hombre  por  sólo  saber 
narrar  y  coordinar    ideas.    Los   hechos    históricos    tienen 
sus  exigencias  indispensables,   que    cuando    no  son  debi- 
damente cumplidas,  no    pueden  ser  admitidas  como    ver- 
dades.   No  sé  cómo  no  obtuvo    ó    cómo    se    le    escapó    á 
Rivera  Indarte  hacerse  dar  copia  de  la  carta    de  López  á 
Francisco  Reinafé  que  publica  recién  hoy  Díaz   y    Zinny. 
¿Se  le  habría  extraviado  el  original? 

Voy  á  volver  sobre  la  carta  del  general  Rozas  á  Qui- 
roga,  20  de  diciembre  del  34,  escrita  de  la  hacienda  de 
Figueroa.  Se  ha  dicho  muchas  veces  que  fué  escrita 
después  de  la  muerte  de  Quiroga  para  extraviar  la  opi- 
nión y  hacer  creer  que  había  interés  en  la  misión  del 
general  Quiroga  y  que  no  se  pensaba  en  tal  asesinato. 
Díaz,  á,  quien  se  la  facilité  por  pedido  que  me  hizo  para 
publicarla  en  su  libro  Historia  jiolUica  y  militar  de  las 
repúblicas  del  Plata,  no  asegura  sea  verdad  su  oportima 
dirección  y  se  explica  en  términos  dudosos  por  no  con- 
trariar sin  duda  el  dicho  de  otros  escritores,  y  todo  esto 
á  pesar  de  haberle  referido  el  modo  cómo  fué  escrila  y 
dirigida  y  que  estaba  en  poder  de  Rozas    manchada    con 


—  406  — 

la  «tingre  de  la  víctima.  Vea  usted,  pues,  cómo  se  es- 
cribe la  historia  y  la  tendencia  á  desvirtuar  los  hechos: 
todo  es  muy  reciente. 

Aunque  no  lo  considero  preciso,  le  coijiaré  á  usted  un 
párrafo  de  carta  que  me  dirige  el  general  Rozas  desde 
Southampton  en  julio  8  del  68.  Habla  de  un  encargo  que 
me  hizo  y  dice: 

«Dígale  también  que  el  original  de  esa  carta  de  letra 
de  usted  á  S.  E.  el  señor  general  Quiroga,  señalada  con 
la  sangre  preciosa  de  la  ilustre  víctima,  está  en  mi  ar- 
chivo en  esta  pobre  chacra,  rubricada  en  las  márgenes 
de  cada  uno  de  sus  cinco  medios  pliegos  por  el  escri- 
bano mayor  de  gobierno  don  José  R.  Basavilbaso  en  fe 
de  la  verdad.  Acto  que  tuvo  lugar  ante  el  gobernador 
y  capitán  general  de  la  Provincia  encargado  de  las  re- 
laciones exteriores  de  la  Confederación  Argentina  y  en 
presencia  también  de  los  ministros  de  la  Provincia  y  de 
todo   el    cuerpo  diplomático. 

«Está  también  acompañada  de  una  carta  autógrafa 
de  S.  E.  el  señor  Mendeville.  ministro  del  gobierno  de 
S.  M.  B.,  al  general  Rozas,  elogiándolo  altamente  al  de- 
volverle esa  misma  carta  que  fué  por  él  enviada  á  su 
gobierno,  en  cuyo  archivo  se  dejó  copia  que  en  él 
existe.w 

En  todo  este  relato,  señor  y  amigo,  no  hay  más  que 
la  verdad  pura  y  neta,  lo  mismo  que  lo  diría  de  otras 
culjjabilidades  brutales,  por  esa  tendencia  en  los  escri- 
tores de  aquella  época  y  los  opositores  de  aquella  admi- 
nistración, en  querer  á  toda  fuerza  que  los  hechos  que 
se  producían  durante  ese  período  apareciesen  bajo  un 
prisma  horrible  de  maquinaciones  infernales  fraguadas 
por  los  hombres  que  estaban  al  frente  de  los  destinos 
públicos  y  muy  particularmente  por  el  general  Rozas. 

Yo  no  he  estado  cerca  del  general  López,  ni  conozco 
h)  interior  de  su  gabinete,  ni  manejos;  pero  conozco  la 
correspondencia  de  este  señor  con  el  gobierno  de  Bue- 
nos  Aires    ó  con    el    general   Rozas,    y   sobre    todo,   que 


—  407  — 

nada  resulta  contra  este  señor  en  la  causa  que  se  les 
formó  á  los  verdaderos  asesinos  de  Quiroga.  Si  en  ella 
hubiese  resultado  algún  cargo  contra  el  general  López, 
no  crea  usted  que  hubiese  quedado  en  silencio.  Las 
reflexiones,  pues,  que  hago  en  esta  carta,  respecto  de 
la  parte  que  se  le  atribuye,  son  las  que  saltan  á  la 
vista  del  más  profano  que  viese  las  cosas  libre  de  una 
exagerada  prevención,  buscando  siempro  maldades  en 
todos  los  actos  de  ciertos  hombres. 

La  prevención,  que  según  nuestro  amigo  Terrero,  le 
hizo  el  general  Rozas  á  Quiroga  en  la  conferencia  en 
Flores,  no  la  pongo  en  duda,  puesto  que  iba  en  una  co- 
misión delicada  al  centro  de  las  provincias  donde  impe- 
raban ideas  sugeridas  por  enemigos  que  á  toda  luz  tra- 
bajaban de  todos  modos,  y  que  ya  habían  logrado  tras- 
tornar el  orden  establecido  en  ellas  y  cuyos  trabajos  iban 
dando  sus  frutos  como  había  •í'ucedido  en  el  mismo  Bue- 
nos Aires  después  de  salir  el  "íeneral  Rozas  al  desierto. 
Qué  extraño  es,  pues,  que  le  dijese :  Tenga  cuidado  7io  vaya 
usted  á  ser  envuelto  en  esas  cosas  y  le  jueguen  nuestros  enemigos 
una  Tnala  pasada.  El  mismo  general  Rozas  acababa  de  es- 
cajjar  de  una  celada  preparada  desde  Buenos  Aires  á  su 
regreso  del  desierto.  Premio  digno  después  de  los  sacri- 
ficios que  acababa  de  hacer  por  su  patria,  y  sólo  propio 
de  hombres  conocidos  en  ese  camino. 

Hay  más  que  me  olvidaba.  Los  Reina fé  decían  á  San- 
tos Pérez  «que  no  tuviese  cuidado  y  estuviese  seguro 
porque  reunidos  los  señores  Rozas  v  López  en  la  resolu- 
ción, plan  ó  convenio  de  matar  al  general  Quiroga,  era 
que  el  primero  lo  mandaba  con  pretexto  de  enviado»; 
fojas  808  del  extracto  de  la  causa.  Esto,  pues,  consta  en 
la  misma  y  es  muy  repetido  en  muchas  declaraciones  y 
no  ha  habido  porqué  dejarlo  de  poner  y  hacer  constar, 
porque  es  sabido  que  es  un  arbitrio  que  toma  todo  ase- 
sino ó  ladrón  para  aumentar  sus  cómplices  y  asegurar  su 
designio.  Estas  son  las  pruebas  concluyentes:  todo  lo 
que  dicen  lo  sacan  de   la    misma   causa   publicada,    glo- 


—    IOS  — 

stmdo  las  declaraciones,  cambiando  conceptos,  tomando 
esta  frase  y  la  otra,  haciendo  íigurar  á  éste  como  espía, 
al  otro  vendido  á  Rozas  sirviendo  de  instrumento,  enga- 
ñando y  desviando  la  verdad  para  introducir  en  los 
ánimos  la  desconfianza,  inclinando  la  opinión  á  su  ob- 
jeto. ¿Y  si  estaba  tan  seguro,  como  ellos  le  decían  á 
Santos  Pérez,  por  qué  lo  envenenaron?  No  ha  de  haber 
sido  por  ellos,  por  cierto :  ha  de  haber  sido  por  salvar 
del  compromiso  á  Rozas  y  López;  pero  quedaban  ellos 
que  era  en  quien  residía  el   secreto. 

Me  he  extendido  demasiado  sobre  un  punto  acerca 
del  cual  no  debe  existir  ni  la  más  leve  duda  ni  culi>a- 
bilidad  de  otros  que  no  sean  los  juzgados;  pero  esta  se- 
guridad está  en  la  conciencia  de  cada  uno  y  sólo  podría 
variar  en  mí,  con  vista  de  documentos  irrecusables  y  no 
por  copias  hechas  por  los  mismos  criminales. 

Me  felicitaré  si  he  podido  llenar  sus  deseos  para  po- 
der juzgar  en  este  asunto  que  tanto  le  hace  vacilar. 

Quedo  entretanto  como  siempre  suyo  atento  servidor 
y  amigo 

Antonino  Reyes. 


Excelentísimo  señor  don  Juan  Facundo  Quiroga. 

.\(--ollara(las,    abril    4    de   1833. 

Mi  general:  Llovido  del  cielo  en  este  país  nunca 
debí  aparecer  en  él  sino  bajo  el  aspecto  de  un  desco- 
nocido, y  aun  cuando  en  mi  carrera  militar  hubiera 
sido  sin  segundo,  debería  haber  trabajado  por  otro  y 
jamás  por  mí.  Estas  ideas  fueron  las  que  en  el  año 
22,  me  hicieron  envainar  mi  espada,  que  sólo  la  fuerza 
de  las  circunstancias  me  obligaron  á  empuñar  después, 
y  es  muy  cierto  que  si  usted  no  hubiese  tomado  á  su 
cargo  mi  prosperidad,  mi  cálculo  no  sería  falso. 


—  409  — 

r)eV)o  á  usted  el  adelíUito  de  mi  carrera,  la  subsisten- 
cia futura  de  mi  familia,  y  el  Ijuen  renombre  que  de 
mi  existe  en  toda  la  República.  Sin  más  méritos  que 
su  generosidad,  la  elección  que  de  mí  usted  hizo,  para 
el  mando  de  las  tropas  del  centro  de  esta  ardua  em- 
presa me  hubiese  inmortalizado,  y  aseguro  á  usted  con 
ingenuidad,  que  no  ha  sido  ni  la  recompensa,  ni  el 
deseo  de  la  inmortalidad  la  que  me  arrastró  gustoso  á 
ello;  lo  fué  sí  la  fuerza  de  gratitud  y  el  deseo  de  sa- 
criíicarme  para  dejar  á  ustefl  airoso  en  una  empresa  en 
(]ue  tenía  tanta  j)arte. 

Yo  desafío  á  todo  aquel  c|ue  me  ataque  de  haber  de- 
mostrado la  menor  debilidad,  de  haber  economizado  mi 
existencia.  Ella  no  me  pertenece,  desde  que  tiene  un 
conservador,  y  sacrificándola  á  usted  lleno  mi  deber  en 
alguna  parte,  pero  no  tengo  malicia  para  conocer  á  los 
liombres,  ó  mi  talento  es  muy  inferior  para  precaverme 
de  los  tiros  de  la  envidia  y  de  las  maquinaciones  de 
l(is  perversos  egoístas.  De  cualquier  modo  soy  vencedor 
del  enemigo  común,  y  la  perfidia  más  atroz  no  tan 
sólo  me  vence,  sino  que  lleva  tras  sí  una  opinión  con- 
soladora para  usted.  Sí,  mi  general,  los  cordobeses  me 
han  vencido  haciéndome  la  guerra  de  recursos,  me 
han  engañado  y  si  no  ando  pronto  quizás  también  me 
hubieran  sacrificado.  Mi  pluma  no  es  suficiente  á  deta- 
llar los  pormenores,  y  tomo  la  resolución  de  mandar  al 
coronel  Seguí,  testigo  de  todo,  para  que  informe  á  usted. 
Me  han  informado  de  la  abundancia  de  aguas  y  de  la 
fertilidad  de  los  campos.,  el  mismo  que  hacía  dos  meses 
que  había  mandado  sus  emisarios  al  Salado;  me  han 
quitado  los  ganados  y  caballadas  que  dejé  á  mi  reta- 
guardia custodiados  por  hombres  de  su  confianza,  y  al 
verme  resuelto  á  continuar  mis  marchas,  tengo  sobradas 
sospechas  para  creer  minado  el  batallón  de  infantería  á 
la  insubordinación,  pues  el  coronel  Reinafé  se  empeñó 
en  que  lo  hablase  para  que  se  convenciese  de  la  nece- 
sidad de  hacer  su  marcha  á    pie;    lo    cité    para    que    me 


—  410  — 

acompañase,  y  se  me  fué.  Cuando  hablé  á  la  tropa  me 
contestaron  que  irían  con  ííusIo.  excepto  uno  que  con 
descaro  gritó  que  ninguno  me  acompañaría:  éste  fué 
fusilado  en  el  acto.  Cuando  emprendí  mi  retirada  á  la 
orilla  para  tomar  desde  allí  mi  rumbo  al  Salado,  entre 
otras  cosas  ordené  al  señor  Keinafé  vieniese  á  aquel 
punto  á.  tomar  órdenes,  lo  (pie  no  fué  posible  conseguir. 
y  escribí  directamente  al  coronel  Barcala  para  que  le 
informe  del  estado  del  batallón.  Estos  antecedentes 
unidos  á  otros,  me  afirman  en  que  se  había  trabajado  para 
insubordinar  y  no  tiene  nada  de  particular:  sospecho 
de  este  modo  puesto  que  mis  antecedentes  son  el 
origen.  Yo  le  supliqué  me  diese  á  don  Pedro  Bengolea 
que  se  brindaba  á  ello  para  el  cuidado  del  ganado  y  se 
resistió  porque  siendo  comandante  general  de  la  villa  se 
necesitaba  en  él,  y  que  para  el  efecto  traía  oíiciales  de 
confianza  y  siendo  el  mejor  el  que  quedó  con  las  1840 
cabezas,  resulta  ser  éste  según  se  me  ha  informado  un 
hombre  perseguido  por  él.  No  es  esto  sólo,  sino  que 
habiendo  yo  convenido  con  los  jefes  en  que  después  de 
alejarnos  haríamos  entender  que  los  enemigos  nos  ro- 
deaban á  fin  de  evitar  la  deserción  en  el  día,  discul])a 
sus  patrañas  con  esta  idea,  saliéndose  de  las  mismas 
ejecuciones  que  yo  propuse.  En  fin,  señor,  no  soy  sufi- 
ciente para  repetir  todos  los  sucesos.  Sí  seré  para  co- 
nocer lo  que  le  debo,  y  para  asegurarle  me  sacrificaré 
en  cumplir  cuanto  me  ordene  como  que  soy  impelido 
por    deber    y    gratitud. 

B.   S.  M. 
José  Rríz  HriDoimo. 

Excelentísimo  señor  don  Juan    Facundo    Quiroga. 

Triipaln,    julio  -¿O  de  \KA:\. 

Mi  general:  Un  poco  masen  calma  de  la  terrible 
tormenta  que  me  ha  tenido  abismado,  voy  á  hacerle  á 
V.  una  pequeña  narración  de  mis   acontecimientos:  ellos 


—  411  — 

no  serán  tan  exactamente  explicados  como  yo  quisiera, 
pero  al  menos  darán  á  V.  una  idea  para  poder  inferir 
la  situación  á  que  me  he  visto  reducido.  La  revolución 
de  Córdoba  originó  á  la  división  una  desmoralización 
espantosa,  la  deserción  ha  sido  extremada  y  el  disgusto 
general  en  todos  los  que  la  componen.  Los  díscolos 
lograron  infundir  que  la  revolución  era  á  favor  de  los 
quiroganos  en  los  unos,  y  en  los  otros  en  contra,  resul- 
tando de  aquí  que  hasta  los  más  indiferentes  se  encon- 
traban exaltados,  y  sólo  esperaban  el  más  jDequeño  com- 
probante para  obrar  decididamente.  La  agitación  de  la 
salida  de  la  villa  se  recibió  en  un  principio  como  un 
movimiento  en  contra  del  gobierno  de  Córdoba  y  su 
realización,  como  una  fuga  mía  para  evitar  el  enojo  de 
y.  y  apoyarme  de   don  Juan  M.  de   Rozas. 

El  coronel  Torres,  no  sé  si  de  cobardía,  ó  de  compli- 
cidad, fué  un  predicador  continuo  de  nuestra  situación; 
me  acusaba  ante  la  tropa  de  temerario,  por  la  calidad  y 
cantidad  de  caballadas  }■  ganados,  como  también  por  la 
poca  fuerza  con  que  se  abría  la  campaña,  lo  rígido  de 
la  estación,  escasez  de  recursos  y  lo  dilatado  de  la  mar- 
cha que  debíamos  hacer. 

El  disgusto  de  todos  con  el  coronel  Seguí  me  hizo 
aparecer  como  un  ente  imaginario.  La  división  se  ardía 
y  yo  ignoraba  cuanto  en  ella  pasaba;  sentía  la  deser- 
ción continua,  ponía  los  medios  que  me  parecían  para 
contenerla,  surtían  poco  efecto,  los  perseguían  y  esta 
comisión  cometida  á  varios  oficiales  nunca  tuvo  más 
resultado  que  la  soba  de  los  caballos;  de  modo  que 
antes  de  salir  á  campaña  no  podía  ser  útil  al  gobierno, 
ni  en  cam^^aña  á  la  República  en  general :  ¡Dará  mi  ver 
en  una  batalla  que  se  nos  hubiese  presentado,  me  hu- 
biese quedado  sólo  con  algunos  auxiliares  hasta  el  día 
de   la  escandalosa  deserción  de  Torres  y  Espinosa. 

En  estas  circunstancias,  me  i^arecia  no  debía  adoptar 
ninguna  medida  violenta  y  sí,  sin  demostrar  debilidad, 
cortar  el  mal  inspirando   confianza   á  mis   subordinados. 


—  412  — 

El  suceso  del  28,  me  obstruía  el  plan  de  sorprender 
los  primeros  toldos;  por  consiguiente,  el  estado  de  gana- 
dos y  caballadas  estaban  á  la  vista;  podía  internarme 
treinta  ó  cuarenta  leguas  más,  pero  quedaba  á  pie  de 
un  lado  y  por  otro,  el  recibo  de  auxilios  era  bastante 
difícil  por  la  circunvalación  en  que  quedaba  por  los  ene- 
migos, así  es  que  determiné  continuar  mi  marcha  de 
frente,  y  cruzando  el  campo  llegar  á  este  punto,  como 
lo  hice,  sin  que  ni  oficiales  ni  tropas  supiesen  donde  se 
encontraban.  Despaché  al  coronel  Seguí  en  solicitud  de 
ganados,  me  fortifiqué  teniendo  por  este  medio  la  tropa 
entretenida,  reuní  diariamente  los  más  de  los  jefes,  con- 
ferenciaba sobre  lo  que  cada  uno  de  ellos  es,  el  lugar 
que  ocupa,  y  del  honor  que  deben  conservar  como  mili- 
tar. De  modo  que  poco  á  poco  le  han  ido  sintiendo 
ventajas  y  parece  haberse  cortado  la   deserción. 

Me  faltaba  inspirar  confianza  al  soldado  de  que  su 
poco  número  era  superior  para  resistir  á  un  enemigo  ya 
aterrorizado  y  disperso  por  ellos  mismos ;  mi  voz  no 
era  suficiente :  necesitaba  de  algún  comprobante,  j  di 
orden  á  las  partidas  corredoras  de  campo,  que  cuanto 
indio  pudiesen  me  lo  trajesen  vivo.  En  efecto,  el  primero 
después  de  examinado  por  mí,  fué  interrogado  por  cuan- 
to oficial  y  soldado  quiso,  y  diciéndoles  que  escasamen- 
te se  podrían  reunir  de  400  á  500  porque  todos  andan 
dispersos  por  los  campos  llenos  de  espanto  y  de  necesi- 
dad, le  han  dado  crédito  porque  los  cautivos  y  emisa- 
rios venidos  no  discrepan  de    esto   mismo. 

Abiertas  las  trincheras  y  hechos  los  corrales  para  el 
resguardo  de  gentes  y  haciendas  me  pareció  debía  sacar 
algún  partido  de  los  enemigos,  para  que  sin  abandonar 
la  vigilancia  que  con  ellos  es  tan  esencial,  la  tropa 
disfrutara  de  más  seguridad  evitando  un  golpe  de  mano 
y  á  un  mismo  tiempo  entretener  para  recibir  los  auxi- 
lios que  se  me  suministren,  persuadido  también  en  que 
si  ellos  admiten  mi  oferta,  además  de  disminuir  el  núme- 
ro   de   enemigos  puedo  hacerme    de    baqueanos     exactos» 


—  418  — 

y  quizás  de  hombres  que  me  ayuden  considerablemente, 
y  remití  al  prisionero  con  el  mensaje  que  indica  mi 
nota  oficial  de  esta  feclia. 

El  contento  en  la  división  ha  empezado  á  sentirse 
desde  la  venida  de  los  enviados,  y  parece  que  ya  se 
han  borrado  las  ideas  que  infundieron  los  díscolos.  Una 
de  las  cosas  en  que  me  he  afirmado  es,  en  que  no  he 
de  recibir  indio  alguno  que  no  venga  con  su  familia_^ 
porque  en  mi  concepto  es  el  único  modo  de  asegurarlos. 
De  modo  que  sólo  me  falta  el  recibo  de  caballos  y  gana- 
dos para  completar  la  obra  y  contar  con  mía  fuerza 
que  aunque  corta  en  su  número  se  va  moralizando  por 
convencimiento. 

Este  es  el  verdadero  compendio  del  estado  c'i  que  me 
he  visto  reducido;  ahora  voy  á  imponer  á  V.  de  las  noti- 
cias que  he  adquirido  de  los  mismos  enemigos,  con 
respecto  al  terreno  que  ocupan  y  única  dirección  que 
han  tomado. 

Los  enemigos  que  anteriormente  se  hallaban  esta- 
cionados al  sur  y  suroeste  del  fuerte  de  San  Lorenzo  se 
van  corriendo  poco  á  poco  al  sureste,  sobre  las  pampas 
próximas  á  las  Tunas  y  Melincué,  de  modo  que  estacio- 
nados en  aquellos  puntos  que  distan  de  nosotros  como 
70  á  80  leguas,  el  tránsito  á  mi  ver  es  peligroso  para 
el  comercio,  y  los  gobiernos  deberían  prevenir  á  los 
transeúntes.  Doce  leguas  á  las  Tunas  y  18  ó  20  á  Melin- 
cué, no  es  distancia  para  que  ellos  aunque  estén  mal 
montados  no  den  algunos  golpes. 

El  cacique  Yanquetruz,  que  poco  más  ó  menos  estaba 
situado  en  el  número  2  de  la  carta,  se  halla  en  el  día 
al  sur  recto  de  San  Lorenzo,  frente  á  las  últimas  lagu- 
nas de  Salinas,  de  esta  parte  de  la  travesía  en  un  lugar 
que  llaman  los  indios  Trecancó,  que  son  los  antiguos  tol- 
dos de  Pallastrus. 

Este  movimiento  sobre  el  sureste  de  algunas  indiadas 
hace  que  á  no  mucha  distancia,  estén  á  mi  retaguardia 
los  indios,  pero  en  la  última  partida  que   vino  á  hostili- 


—  414  — 

Zíirnos  uno  que  se  tomó  á  los  50  azotes  confesó  que  era 
de  la  indiada  de  Coronado,  establecida  en  Quelecurá, 
como  de  38  a  40  leguas  al  noreste  de  este  jDunto ;  por 
consiguiente  estoy  en  el  caso  de  necesitar  mucha  más 
precaución  para  recibir  los  anuncios  que  se  me  remitan. 
Necesito  hacer  escrupulosos  reconocimientos  antes  de 
encontrarlos  en  los  campos  y  escoltarlos  con  gruesas 
partidas. 

Es  de  V.    reconocido  y  obediente  servidor. 

Q.  B.  S.  M. 
José    Ruiz  Huidobro. 


COMPLEMENTO     AL    CAPÍTULO     XXVI 


Sefior  don  Martiniano  Ghilavert. 

Punta  de  las  Vacas,  4  de  diciembre  de  1835. 

Querido  amigo :  Nosotros  nos  dejaremos  de  exordios 
y  de  preámbulos  y  nos  iremos  al  grano.  Estoy  impuesto 
de  todo  y  á  la  verdad,  que  si  se  ha  de  hacer  algo,  no 
queda  otro  camino  que  el  presente,  después  de  haberse 
ft^ustado  las  esperanzas  que  López  había  hecho  con- 
cebir. 

Lleva  Susviela  una  carta  para  C.  V.  (Calixto  Vera) 
(ILie  ojalá  lo  haga  decidir.  Á  pesar  que  usted  no  nece- 
sita advertencias,  no  puedo  dejar  de  hacerle  algunas, 
que  no  son  mías,  sino  de  amigos  cuyas  opiniones  debe- 
mos respetar,  tanto  por  su  capacidad,  cuanto  por  la  po- 
sición que  ocupan  en  el  día. 

Es  necesario  que  usted  persuada  á  nuestro  C.  V.  (Ca- 
lixto Vera)  (ó  más  bien  que  lo  persuada  Susviela  que 
lia  de  hablar  con  él),  que  terminada  la  elección  legal  si 
fuese   favorable,  ó   el  movimiento    que  ha  de    efectuar    el 


—  41.1  — 

cambio  si  no  lo  fuese,  será  ayudado  eficazmente  por 
toda  la  emigración  que  al  efecto  se  irá  reuniendo  gra- 
dualmente en  Entre  Ríos  y  poniéndose  á  disposición  del 
nuevo  gobierno.  Es  imposible  que  la  elección  si  fuese 
adversa  no  dé  á  V.  (Vera)  motivos  ó  pretextos  para  el 
movimiento,  ó  sino  que  los  invente.  No  hay  que  pararse 
en  pelillos,  como  jamás  se  pararon  nuestros  enemigos. 
Que  alegue  coacción,  temor  ó  intrigas  en  las  elecciones; 
ó  sino,  defectos  ó  crímenes  personales  de  Echagüe  ó  de 
su  sucesor,  haciendo  siempre  resaltar  la  poderosa  tecla 
de  que  hace  años  que  E.  R.  (Entre  Ríos)  es  siervo  de 
Santa  Fe. 

Interesa  llamar  la  atención  de  V,  (Vera)  á  la  necesi- 
dad de  convenirse  sobre  un  plan  antes  de  emprender  el 
movimiento;  porque  de  lo  contrario  no  se  sabe  des- 
pués por  dónde  ir  ni  lo  que  se  ha  de  hacer,  y  de  aquí 
la  división  de  opiniones  y  los  disgustos  entre  los  ami- 
gos, capaces  de  inutilizar  los  mejores  elementos.  Que 
se  ponga  de  pleno  acuerdo  con  Ereñú  sobre  quién  será 
gobernador,  quiénes  los  comandantes,  á  qué  empleados 
civiles  ó  militares  se  ha  de  destituir  y  quiénes  lo  subro- 
garán, qué  se  hará  con  E.  (Echagüe)  ó  amigos  de  éste 
que  caigan  en  sus  manos,  qué  principios  de  política  in- 
terior y  exterior  adoptarán.  Convenido  en  todo  esto, 
manifestar  el  plan  á  los  de  Santa  Fe,  y  señalar,  no  día, 
pues  esto  es  aventurado,  sino  época,  es  decir,  de  tal  día 
á  tal  otro;  é  instar  á  los  de  Santa  Fe  á  que  procedan 
coiuo  ellos,  es  decir,  sobre  un  plan  y  con  previo  acuerdo 
sobre  aquellos  puntos.  En  Santa  Fe  hay  la  circunstan- 
cia de  que  al  momento  deben  poner  las  provincias 
sobre  las  armas,  pues  deben  temer  muy  pronto  á  la 
indiada  de  R.  (Rozas).  Si  se  ven  apurados  que  no  se 
paren  en  medios  y  que  se  sostengan  de  las  fortunas  de 
López,   Cúllen  y   C^. 

Que  cuente  V.  (Vera)  con  una  fuerte  simpatía  (cuando 
menos)  por  parte  de  Corrientes ;  y  con  que,  efectuada 
la   revolución  en  Santa  Fe,  cae   en  Córdoba  don   Manuel 


—    IKi  — 

López  colocado  violentamente  por  Estanislao  y  K.  (lio/as) 
y  se  restablecen  los  enemigos  ele  éstos. 

En  cuanto  á  política  interior  que  proclame  la  ley.  la 
seguridad,  la  libertad,  Á  este  respecto  debe  convenirse 
con  Ereñú  acerca  de  un  punto  importante.  ¿Qué  hacen 
cen  la  legislatura?  La  opinión  de  aquellos  amigos  es  que 
si  creen  no  contar  con  sus  mieml)ros,  no  se  acuerden 
de  ella  para  nada,  pero  sin  decir  que  la  disuelven. 
Pero  si  cuentan  con  una  mayoría  segura,  agarrarse  de 
ella  al  instante;  convocarla  con  pompa  y  urgencia;  ins- 
truirla de  lo  heclio  y  de  los  motivos,  y  depositar  en 
ella  el  gobierno  poniendo  á  su  disposición  las  fuerzas: 
seguros  de  que  será  elegido  el  que  ellos  quieran.  íVsí  se 
da  á  la  cosa  un  aire  de  dignidad  y  legalidad  y  se  com- 
promete á  todos. 

En  cuanto  á  política  exterior,  es  más  delicado  pero 
también  más  imi)ortante.  Debe  anunciar  su  gobierno  á 
todas  las  provincias,  proclamando  la  paz,  la  decisión  de 
sostener  la  independencia  de  su  provincia  y  la  necesidad 
de  constituir  la  Nación.  Este  último  tema  le  conquis- 
tará la  voluntad  de  la  casi  totalidad  de  los  gobiernos 
y  pojDularizará  su  causa.  Debe  en  su  virtud  negociar 
con  Corrientes  el  facultar  al  gobierno  de  Santa  Fe  para 
invitar  á  todas  las  provincias  á  congreso,  enviando  sus 
diputados  á  Santa  Fe  para  día  determinado.  Repito 
que  todo,  todo  esto,  deben  comunicarlo  á  los  de  Santa 
Fe,  y  no  emprender  hasta  que  no  estén  conformes. 
Adviértale  usted  que  sobre  lo  de  más  que  deba  hacerse 
y  que  lo  dirán  los  sucesos,  se  le  comunicarán  las  ideas 
que  se  crean  mejores;  pero  por  ahora  basta  ésta  para 
empezar,  y  empezar  sobre  un  plan  determinado. 

Hasta  aquí  las  advertencias  de  aquellos  amigos  (\u.e 
he  copiado  literalmente.  Concluyen  con  un  artículo  que 
tiene  el  objeto  exclusivo  de  encargar  el  secreto,  como 
base  principal  de  los  trabajos  actuales.  Por  nuestra  parte 
nosotros  sabemos  bien  que  sin  el  mayor  secreto  todo  fa- 
llará y  no  tenemos  que  hablar  de  esto. 


--  417  — 

Síl'vase  usted  dar  á  Sasviela  un  apunte  sobre  todos 
estos  puntos,  agregando  lo  que  á  usted  le  parezca  con- 
veniente, pues  ya  usted  verá  que  en  mi  carta  á  V.  (Vera) 
me  refiero  á  pormenores  que  él  le  dirá  verbalmente. 

Por  mi  parte  poco  ó  nada  tengo  (|ue  agregar,  sino 
sobre  una  cuestión  importante  de  la  que  bablará  á  usted 
Susviela  en  mi  nombre.  Me  [)arece  que  pensará  usted  lo 
mismo  que  yo. 

Concluyo  advirtiendo  á  usted  que  el  centro  de  dirección 
está  en  Montevideo,  que  yo  no  tengo  parte  alguna  direc- 
tiva, y  que  es  allá  donde  se  debe  ocurrir  en  todos 
los  casos  en  que  se  necesiten  luces.  Yo  me  reservo  i);iia 
mi  rol  natural  que  es  ejecutar. 

Ánimo,  amigo,  y  adelante.  Hay  intinitos  elementos 
contra  Rozas,  pero  cuesta  trabajo  reunirlos. 

Soy  su  siempre  amigo  y  servidor. 

Juan  Lavalle. 


r.n)ll'LEME\T(l     AL     rAriTCLll     W 


^Señor  don  Santiago   Vasquez. 

Uucixos  Aires,   12  de  iiiiU'zo  ile  1S:>;]. 

Esiiinado  amigo:  Es  la  ima  del  día  y  acabo  de  sa- 
ber que  lia  llegadíj  en  el  mismo  día  un  teniente  coronel 
(  ntrerriano  con  un  pliego  para  Lavalleja,  en  que  le  co- 
munican que  hay  cinco  escuadrones  prontos  para  pasar 
á  ése:  el  tal  teniente  coronel  se  apellida  Roo  ó  Ran  y  no 
habiendo  encontrado  á  Lavtilleja  porque  se  asegura  (|U(^ 
ha  salido  anoche  ú  hoy  muy  temiDrano,  se  ha  dirigido 
aquí  al  r\ierte  en  solicitud  del  ministro  de  la  guerra  (pie 
ha  quedado  de  apoderado  del  primero. 


—  418  — 

Se  me  asegura  también  que  á  Vera,  por  encargo  del 
señor  Rivera  y  por  temor  de  que  no  le  comuniquen  estas 
y  otras  noticias  de  lo  que  allí  se  fragua,  lo  han  mandado 
como  80  (')  100  leguas  distantes  de  aquel  tei-ritorio,  y  se 
supone  que  con  alguna  comisií^n.  Yo  he  dado  aviso  en 
esto  acto  al  sefior  Espiuíjsa  para  que  como  más  inme- 
diato al  Fuerte  averigüe  si  está  todavía  ó  ha  estado 
antes  en  el  ministerio  el  citado  teniente  coronel.  Por 
iiltimo,  también  se  me  ha  dicho  que  Echagüe  dice  á 
Lavalleja  que  no  lleve  armamento  porque  allí  tienen  de- 
masiado. Si  algo  más  se  adquiere  antes  que  dé  la  vela 
el  paquete,  lo  comunicará  á  V.V.  de  palabra  el  sefior  Es- 
])inosa,  porque  nos  hemos  de  ver  antes  que  se  em- 
l)arque. 
Su  siemj^re  affmo.  amigo 

José    Rondeau. 


COMPLEMENTO    AL    CAPÍTULO    XXIX 


El  presidente  de  la   República  y  general  en  jefe  del   ejército. 

Cuartel    {j^eneral,    noviembre   8    de   1837. 

El  ejército  de  la  República  con  más  de  dos  mil 
oi'ientales  marcha  á  buscar  el  caudillo  anarquista  para 
batirlo  en  donde  quiera  que  lo  encuentre.  Haga  V.  S. 
entender  por  edictos  al  vecindario  de  ese  departamento 
que  el  que  de  palabra  ú  obra  se  comprometiese  á  favor 
del  bando  anárquico,  será  tratado  sin  ninguna  consi- 
deración; pues  las  autoridades  del  Estado  no  dispensarán 
en  lo  sucesivo  favor  á  los  ingratos  que  intenten  tras- 
tornar   el    orden  de  la  República. 

Dios    guarde   á  V.   S.   muchos   años. 

Mantel  Oribe. 
Al  sefior  jefe    poético  en  el  departamento   de   Sori/ino. 


—  419  — 


Montevideo,   (licioin])ve    14    de    1837. 


El  presidente  interino  de  la  República  ha  sido  impues- 
to por  la  nota  oficial  del  señor  alcalde  ordinario  del 
pueblo  de  Mercedes,  fecha  2  del  corriente,  y  separada- 
mente por  conducto  del  señor  presidente  propietario, 
general  en  jefe  del  ejército  nacional,  de  los  aconteci- 
mientos que  tuvieron  lugar  en  dicha  población  de  resultas 
de  haber  aparecido  allí  una  fuerza  armada,  caudillada 
por  don  Fructuoso  Rivera,  arrancando  recursos  metálicos 
y  otros  efectos  para  sostener  la  anarquía  que  asesta 
cruelmente  las  instituciones  de  la  patria  y  á  que  el 
señor  alcalde  se  vio  precisado  á  hacer  proi)orcionar  á  un 
vecindario  inerme  por  evitar  otros  funestos  desastres,  que 
estaba  sujeto  á  la  menor  resistencia.  Conumicando  igual- 
mente que  por  iguales  violencias  quedaba  depuesta  la 
autoridad  civil  sin  otro  derecho  que  la  fuerza  de  un 
bando  rejorobado;  arrancando  de  su  poder  las  comunica- 
ciones con  que  habían  violentado  al  señor  alcalde  tales 
procederes,  y  consumando  el  crimen  con  el  asesinato  cruel 
del  benemérito  ciudadano  don  Mateo  Gurruchaga,  precep- 
tor de   la  escuela  de  ese  pueblo. 

El  gobierno  no  ha  podido  menos  que  lamentar  la 
consternación  de  un  pueblo  violentado  por  el  más  atroz 
caudillo;  y  sensible  á  las  calamidades  públicas,  no 
perdonará  medio  que  no  cansagre  para  robustecer  la 
acción  del  ejército  legal  que  le  persigue  y  perseguirá 
hasta  concluirlo  totalmente ;  pues  los  agravios  inferidos 
á  un  pueblo  fiel  como  Mercedes  los  toma  sobre  sí  como 
propios  de  su  paternal  consideración;  siente,  sí,  que  ni 
aun  hubiese  sido  dado  al  señor  alcalde  sacar  una  copia 
autorizada  de  las  comuniciones  con  que  el  caudillo  violó 
las  propiedades  de  aquel  vecindario  sin  más  responsabi- 
lidad que  la  insolencia  con  que  lo  ejecutó:  no  por  lo 
que  importan  para  acreditar  sus  crímenes,  tan  notorios, 
sino  para  agregar    este  documento  más    al    proceso  que 


—  42U  — 

debe  levantarle  la  Naci(3n  ante  el  mundo  entero  para 
ser  más  transparente  la  perfidia  con  que  aparece  despe- 
dazando los  principios  de  una  sociedad  que  prodigó 
inmerecidas  distinciones  á  un  perjuro  cual  se  presenta 
el  caudillo  Rivera  á  la  faz    del  orlie. 

Con  tales  sentimientos,  al  ministro  infrascrito  le  es 
mn\-  honroso  contestar  á  la  citada  nota  del  señor  alcalde 
ordinario,  cumpliendo  los  deseos  de  S.  E.  el  señor  pre- 
sidente interino  de  la  República,  y  saludándole  con  las 
consideraciones  de  su  distinguidcj   aprecio. 

^l)ks    Rexíto  Blwoo. 

Al  abalde   ordinario  de  la    Villa    de   Mercedes. 


Señor  general  don  Fructuoso    Rivera. 

gueguny,  lO  de  al)i'il   de   1838. 
Querido   amigo : 

En  el  campo  no  hay  novedad  alguna.  Núñez  me  ha 
escrito  sobre  una  carta  que  le  han  dirigido  de  Sandú 
cuyo  contenido  me  dice  que  le  ha  trasmitido  á  V.  No 
dudo  que  Oribe  hará  todo  empeño  en  llamar  la  atención 
de  imestro  ejército  en  este  departamento  para  asegurar 
el  sosiego  del  suyo  del  otro  lado  del  río  Negro,  pero  me 
pareíe  fabuloso  que  pasen  400  hombres  de  Entre  Ríos. 
Núñez  me  manda  pedir  lanzas,  pero  no  había  ninguna 
en  nuestro  taller,  y  hoy  se  ha  empezado  á  trabajar  y 
se  harán  todas  las  que  sea  posible.  Le  he  mandado  dos 
cajones  de  munición  que  pidió,  y  sobre  los  ~)i)  nifantes 
que  solicita    espero  que  determine  V. 

El  general  Pérez  me  ha  dicho  que  Venancio  está 
])i'oiito  para  desempeñar  fielmente  cualquier  comisión  que 
\'.  < pilera  darle.  Vea  V.  si  quiere  que  se  lo  mande.  Aqui 
está  Antonio  Méndez  que  vino  de  Maldonado  con  seis 
hombres.  Dicen  que  es  calavera,  pero  tal  vez  fuera  útil 
al  lado  do  í^'ortiuiato  ó  de  algi'm  otro  jefe  al  sur  (l(d 
rio    Neiíro. 


—  421  — 

No   lie   saljido  de  don  Elias  desde   ayer,  pero  no  dudo 
que    irá  mejor. 

Estoy  escribiendo  sobre  la  rodilla  y  ya  no  puedo  nu'is. 
8u  siempre  amigo 

Juan  La  valle. 


Señor  general  don  Fructuoso   Rivera. 

Qaeguay,    17   de   abril    de    18: !S. 

Querido    amigo : 

Remito  á  V.  al  oficial  Brito  como  me  previene  en  su 
apreciable  del  15,  acompañado  por  el  conductor  de  la 
del  16,  en  que  me  avisa  V.  la  desaparición  del  ejército 
enemigo  de  la  picada  de  Carnabal.  No  dudo  que  este 
movimiento  del  enemigo  es  retrógrado,  porque  no  puede 
permanecer  en  ningún  punto  donde  nuestros  escuadro- 
nes lo  hostilicen  de  cerca  y  amenacen  cortar  su  comu- 
nicación con  la  capital.  Si  el  coronel  Luna  consigue 
andar  regularmente  montado  y  se  dirige  siempre  hacia 
la  retaguardia  del  ejército  enemigo,  éste  no  pasará  hasta 
el  otro  lado  de  San  José  y  tal  vez  de  Santa  Lucía,  en 
cuyo  caso  el  enemigo  se  encontrará  en  una  situación 
muy  crítica,  porque  habrá  perdido  los  departamentos  del 
Durazno,   Soriano,  Colonia  y  Maldonado. 

El  tal  Venancio  de  quien  hablé  á  V.  ayer,  no  se 
llama  así,  sino  Valencia.  El  general  Pérez  me  asegura 
(pie    se  portará  bien  si    V.    lo   emplea. 

En  el  campo  no  hay  novedad.  Nada  he  sabido  del 
sitio  de  Sandú,  pero  tengo  confianza  en  la  prudencia 
y  el  valor  del  coronel  Núñez.  El  pobre  capitán  Melitón 
Leyes  me  aseguran  que  ha  muerto,  y  perdemos  en  él 
un  oficial  valiente    y  honrado. 

Soy  su  amigo  y  afectísimo  servidor 

Juan  Lavalle. 
Expresiones  al  general  Martínez. 


—  423  

Señor  general  don  Fructuoso  Rivera. 

Campo  del  gueííuay,   27  d*;  abril  de    1838. 
Querido  amigo: 

Contesto  su  apreciable  del  25  que  recibí  ayer  cuando 
los  Méndez  ya  habían  salido,  en  la  suposición  de  que  se 
hallaba    V.  del   otro  lado    de  rio  Negro. 

Yo  no  sé  cómo  habrá  Y.  considerado  el  movimiento 
del  enemigo  á  este  lado  del  Yí,  pero  á  mí  me  parece 
que  nos  es  ventajoso.  El  objeto  puede  haber  sido  sor- 
prender alguna  fuerza  nuestra  ó  á  Y.  mismo,  guardar  el 
territorio  entre  río  Negro  y  Yí.  y  sobre  todo  manifestar 
energía  arrojando  nuestros  escuadrones  á  este  lado,  para 
salir  de  una  situación  desesperada.  Pero  en  cambio  han 
deteriorado  mucho  más  su  caballada  sin  haber  conse- 
guido sorprender  á  nadie,  y  si  se  obstinan  en  sostener 
el  Cerro-Largo  nos  abandonan  los  departamentos  de  la 
costa,  principalmente  después  que  crezca  el  Yí.  Por  más 
que  discurro  no  puedo  encontrar  qué  ventaja  puede  sacar 
el  enemigo  de  este  movimiento,  sino  una  ventaja  moral 
momentánea.  Á  mí  me  parece  que  la  tal  maniobra  nos 
revela  un  secreto  de  grande  importancia,  y  es,  que  el 
enemigo  cree  que  no  se  puede  sostener  contra  la  clase 
de  guerra  que  V.  había  empezado  á  hacerle,  puesto  que 
ha  querido  salir  de  esa  situación,  á  costa  del  sacrificio 
de  sus  caballadas,  sacrificio  que  él  está  en  la  imposibi" 
lidad  de  reparar,  y  á  costa  de  verse  tal  vez  en  la  nece- 
sidad de  retroceder  de  nuevo,  cosa  que  le  podría  ser 
fatal. 

Ayer  tuve  un  pensamiento,  pero  fué  pasajero.  Creí  un 
momento  que  el  enemigo  pudiese  pasar  el  río  Negro, 
venir  á  Sandú  á  tomar  su  guarnición,  con  cuyo  apoyo 
vendría  después  al  Queguay  á  pasar  el  invierno  en  los 
hermosos  pastos  que  nosotros  poseemos;  pero  esta  ma- 
niobra sería  descabellada,  porque  en  las  30  leguas  que 
ellos   tendrían    que    andar    del    río     Negro    á  Sandú,    se 


—  42S  — 

expondrían  á  recibir  una  batalla  con  fuerzas  inferiores  y 
en  caballos  medio  muertos,  y  por  muchas  otras  razo- 
nes que  es  inútil  nianiíestar.  Por  último,  ¿no  sería  posi- 
ble que  estos  hombres  hubiesen  ttraído  el  doble  objeto 
de  sacar  caballadas  del  Cerro-Largo?  Y.  debe  juzgar  sobre 
esto  con  más   exactitud  que  yo. 

He  hablado  con  el  coronel  Jerónimo  Jacinto,  y  le  he 
hecho  ver  amistosamente  la  irregularidad  de  la  conducta 
del  presidente  en  escribirle  oficialícente  sobre  tal  objeto. 
Me  ha  dicho  que  no  le  es  posible  contestar  por  ahora^ 
dejándolo    para    más  tarde. 

Hoy  he  despachado  á  Baltar,  y  tanto  por  su  empeño 
como  por  el  de  los  jefes,  he  consentido  en  que  vaya  con 
él  el  vecino  Orrego,  con  tal  que  se  presente  en  el  cuar- 
tel general.  Este  hombre  fué  preso  en  la  estancia  de 
Valdez,  adonde  dicen  que  se  hallaba  por  accidente,  y 
muchos  me  aseguran  que  es  muy  amigo  de  V.  Aquí  que- 
dan presos  sus  dos  hijos,  pero  muy  bien  tratados,  lo 
mismo  que  todos  los  demás. 

So}^  su  amigo   y   servidor 

Juan   L.vvalle. 


Abril  4  (le  1838. 

Marchando  siempre  en  consonancia  con  los  principios 
que  ha  proclamado  la  República  riograndense,  y  pene- 
trado por  otra  parte  de  que  es  preciso  precaverse  por 
todos  los  medios  que  sean  dables  de  las  asechanzas  de 
la  corte  de  Río  Janeiro,  como  también  de  la  connivencia 
^n  que  está  con  ella  don  Manuel  Oribe;  he  creído  con- 
veniente que  el  señor  teniente  coronel  don  Martiniano 
Chilavert  siga  viaje  cerca  del  gobierno  de  la  República  rio- 
grandense, para  entrar  con  ella  en  un  tratado  que  ase- 
gure mutuamente  la  seguridad  de  ambos  Estados  y  la 
destrucción  de  las  pretensiones  de  la  corte  sobre  San 
Pedro  del  Sur;  como  también  la  del  tirano  Oribe  que 
rige   hoy  los  destinos  de  la  República  Oriental ;  mas  como 


—  431  — 

|)ai;i  olio  os  proclfto  lijar  algunas  bases,  el  señor  Ohila- 
vort,  comisionado  al  efecto,  olirai'á  con  arroLílo  ;'i  las 
instrucciones  siouientes : 

Ai't.  1".  VA  comisionado  empezaní  sus  trabajos  por  ha- 
cer penetrar  al  njobierno  ó  individuos  iuthn'entes.  de  que 
es  de  absoluta  necesidad  olvidarse  do  intereses  perso- 
nales, y  sólo  fijarse  en  el  bien  de  ambos  países,  hacién- 
dolo éste,  tanto  ])or  una  y  otra  parte,  con  la  mejor 
buena  fe. 

'2".  Si  le  fuese  })osil)le  al  comisionado  se  verá,  antes 
do  hacerlo  con  el  gobierno,  con  ÍS.  E.  el  señor  general 
Bentos  Manuel,  para  que  éste  haga  valer  su  influjo  al 
objeto  á  que  se  desea  llegar. 

8".  Dados  estos  primeros  pasos  y  persuadido  el  comi- 
sionado de  que  están  disipadas  todas  las  i)revenciones 
que  sabe  había,  propondrá  que  se  establezcan  relaciones 
de  amistad  que  el  tiempo   pueda  consolidar. 

4".  Establecido  ya  el  buen  estado  de  relaciones,  pe- 
dirá el  auxilio  de  cuatro  piezas  de  artillería  y  sus  do- 
taciones correspondientes,  ofreciendo  por  su  parte  y  de 
])ronto  mil  y  quinientos  caballos,  obligándose  á  mandar 
después  algunos  más  y  con  concepto  de  que  el  ejército 
no   carezca  de   ese   recurso. 

5".  Sin  embargo  de  lo  que  se  previene  en  las  ante- 
cedentes instrucciones,  queda  facultado  el  señor  comi- 
sionado para  obrar  en  algo  que  ellas  no  comprendan  y 
cuyo  caso  pueda  presentarse :  pero  debe  tener  presente 
(pie.  de  ningún  modo,  han  de  perjudicarse  los  inte- 
reses   de   la   República   ni  del  ejército. 

Cuartel  general  en  el  Uruguay,  4  de  abril  de  1838. 

P^RFCTUOSO    Rl  VER.\ . 


—  425  — 

Señor  coronel  don  Martiniano   Chilavert. 

Queguay,  20  del  mes  de  América  de  1838. 

Mi  apreciado  amigo :  Por  su  estimable  de  usted  del 
18  he  salido  de  la  ansiedad  en  que  estaba,  pues  que 
nada  hasta  ese  momento  había  podido  saber  de  usted; 
mas  la  lectura  de  su  precitada  carta  me  hace  concebir 
que  su    comisión  tendrá  resultados    felices. 

Las  alarmas  de  que  usted  me  habla  respecto  de  la 
existencia  de  José  Rodríguez  y  su  fuerza  en  el  territo- 
rio, no  se  pueden  considerar  justas.  Usted  sabe  que  á 
nuestro  arribo  á  esta  Repúlilica  existía  esa  fuerza  en 
combinación  con  Oribe  y  que  su  movimiento  al  otro 
lado  de  la  línea  lo  ejecutó  después  de  nuestro  suceso 
del  Yí:  que  hoy  se  conservan  en  el  territorio  algunos 
restos  de  ella,  pero  con  órdenes  de  no  poderse  mover, 
y  ya  habría  tomado  otras  medidas,  si  mi  joosición  no 
me  llamase  á  objetos  de  mayor  interés;  tal  vez  muy 
pronto  esté  desocupado  de  ellos  y  entonces  haré  que 
unos  y  otros  no  penetren  impunemente  en  el  territorio 
como  lo    están  haciendo. 

FA  coronel  José  Rodríguez,  como  usted  sabe,  fué  con- 
ducido preso  al  cuartel  general,  y  esta  medida  ha 
traído  el  resultado  de  hacer  desligar  aquella  fuerza  de 
la  unión  que  tenían  con  Oribe,  y  estaría  ya  muy  dis- 
tante de  la  frontera  si  en  los  momentos  mismos  en 
que  se  iba  á  disponer  lo  conveniente  al  efecto,  no  hu- 
biera recibido  un  parte  de  la  del  Yaguarón,  por  la  cual 
se  me  avisaba  no  sólo  el  ataque  á  la  fuerzas  de  Pedras, 
á  quien  mataron,  sino  que  también  el  jefe  político 
de  aquel  departamento  había  pasado  la  línea  para  tener 
una  entrevista  con  un  jefe  republicano,  en  consecuencia 
de  las  instrucciones  que  al  efecto  había  recibido  de 
Orille.  Ahora  bien,  mi  amigo:  si  los  hombres  desean  que 
nosotros  hagamos  en  su  favor  todo  cuanto  ellos  entienden 
que  les  conviene,  es  preciso  que  por    su  parte,   den    tam- 


—  426  — 

l)ién  pi'iiobas  de  que  desean  nuestra  amistad:  porque 
no  obráníiose  así,  no  encontraremos  sino  motivos  de 
tropiezo  ú  cada  paso. 

Preciso  es  que  confesemos,  mi  amigo,  que  todos  á  la 
vez  habremos  cometido  nuestras  faltas,  mas  también 
estoy  satisfecho  que  no  soy  yo  el  que  haya  podido 
tener  la  culpa  de  ellas,  pues  que  con  mucha  antici- 
pación escribí  al  ministerio,  y  á  diferentes  otras  per- 
sonas, para  (pie  nombrando  nuestros  respectivos  comi- 
sionados, pudiéramos  entendernos  y  establecer  en  con- 
secuencia relaciones  de  estrecha  amistad. 

Desde  que  entré  al  territorio  de  la  República  estoy 
completamente  penetrado  que  dañaba  mucho  á  los  in- 
tereses de  ella  el  permitir  que  tanto  los  legales  como 
los  republicanos  pasasen  la  línea  impunemente:  pero 
he  dicho  antes  y  repito  ahora,  que  las  atenciones  que 
me  han  rodeado  es  el  motivo  por  que  no  he  puesto 
remedio  á  esos  avances,  agreganao  á  más  que  no  ha- 
biendo recibido  ninguna  atención  de  los  republicanos,  y 
sí  muchos  ataques  directos,  no  era  pues  ni  razonable 
que  me  formasen  compromisos  con  quienes  nada  me 
habían  hecho.  Usted  conoce  que  este  modo  de  condu- 
cirse es  el  que  aconseja  la  justicia;  mas  siempre 
que  nuestras  relaciones  se  establezcan  tales  cuales  de- 
ben ser,  mi  política  será  enteramente  otra.  Pasemos 
ahora    á  otra  cosa. 

El  estado  de  nuestros  enemigos  es  cada  día  más 
afligente.  Oribe  en  el  ejército  no  ha  podido  hacer  nin- 
gunos adelantos,  sufriendo  pérdidas  diariamente,  y  su 
hermano  Manuel,  son  tan  fuertes  los  apuros  en  que 
está,  que  ha  anunciado  la  publicación  de  un  proyecto 
para  emitir  ciento  cincuenta  mil  pesos  papel  moneda. 
Se  dice  que  este  anuncio  ha  encontrado  su  resistencia; 
pero  Manuelito,  que  tiene  poca  consideración  con  el 
país,    lo    hará    pasar. 

Yo  deseo  que  el  precijjitado  proyecto  se  realice,  por- 
que es  el  último  escalón  para  su  ruina. 


—  427  — 

Los  hombres  de  Paysandú  continúan  su  resistencia; 
pero  según  los  últimos  partes  de  Núñez  se  encuentran 
bien  apurados:  sin  embargo,  después  de  que  Juan  Anto- 
nio Lavalleja  ha  venido  á  tomar  el  mando  de  aquel  pue- 
blo, quizá  haga  mejorar  el  estado  de  los  defensores  por 
sus  sabias  y  acertadas  medidas  que  tome  al  efecto ;  aun- 
que á  mí  me  parece  que  al  hombre  lo  han  mandado  á 
aquel  lugar  para  que  presencie  la  última  escena  que 
debe  representarse  con  él. 

El  capitán  graduado  de  teniente  coronel  Almada  que 
destiné  á  operar  sobre  el  Cerro  Largo,  da  parte  de  que 
la  única  fuerza  que  allí  existía  mandada  por  Calengo, 
la  había  hecho  pasar  al  otro  lado  de  Olimar,  quitán- 
doles doce  tercerolas,  igual  número  de  sables  y  cananas, 
más  trescientos  y  pico  de  caballos,  aumentando  su  nú- 
mero hasta  sesenta  y  ocho  hombres.  Dice  también  que 
iba  á  marchar  sobre  el  Cerro-Largo,  y  que  creía  que 
en  ^poco  tiempo  hadría  aumentado  el  número  de  los 
hombres    que    tenía. 

Nuestro  ejército  ha  empezado  á  moverse :  una  divi- 
sión se  haya  hoy  en  la  Orquesta  de  Salsipuedes  y  otra 
en  las  Averías,  y  el  resto  de  la  fuerza  estará  en  marcha 
conmigo    dentro  de    tres  ó   cuatro    días. 

Mi  señora  escapó  al  fin  de  las  garras  de  Manuel  y 
creo  que  después  de  ocho  días  estará  ya  con  nosotros. 

Que  sea  usted  feliz  y  goce  de  salud  le  desea  su 
affmo.  amigo   Q.  B.  S.  M. 

Fructuoso  Rivera. 
P.  D. — Al  señor  Funes  mis  respetos. 


índice  del  tomo  segundo 


CAPÍTULO  \l\.~Lavalle  y  Hozas.  (18-¿9). 

Pás 


I.  Miras  (le  los  revoliu-ioiiarios  dol  1"  ile  itioiembrí'. — II.  Lo  qin'  Vfiiiii  lus  ad- 
versarios.—  III.  El  rigorismo  revolucionario :  la  prensa  y  las  clasifica- 
ciones de  los  federales. —IV.  La  reacción  de  las  provincias.  — V.  Porqui' 
esta  reacción  aparecía  más  radical  que  la  anterior.  — VI.  López  y  Rozas 
on  la  campaña  do  Buenos  .\ires.  — VII.  Lavalle  envía,  á  Paz  al  interior  y 
sale  á  contener  á  aquéllos.  —  VIII.  La  táctica  de  López  y  de  Rozas.  — IX. 
Combates  de  las  Palmitas,  Vizcacheras  y  Puente  ilc  Márquez.  —  X.  López  se 
retira  á  Santa  Fe  y  propone  á  Lavalle  la  paz.  —  XI.  —  Los  prestigios  de 
Rozas.  —  XII.  Lavalle  contra  los  sentimientos  y  la  tendencia  de  la  campaña. 

—  XIII.  Su  resolución  en  presencia  de  eslos  lieclios. — XIV.  Su  escursión 
nocturna  al  campo  enemigo.  — XV.  Lavalle  vi\  v\  alojamiento  de  Rozas.  — 
XVI.  Conferencia  entre  Lavalle  y  Rozas,  —  XVII.  Convenio  de  2-i  de  junio 
<lc  1829.  —  XVIII.  Impresión  que  produjo  el  convenio.  —  XIX.  Fraude  en  las 
elecciones:  lo  que  pensaba  Rozas  de  esta  situación.  —  XX.  Convenio  adi- 
cional de  21  de  agosto  :  nombramiento  del  general  Viaiuonte.  —  XXI.  Fusión 
del  partido  urbano  de  Borrego  con  el  partido  de  las  campañas.  —  XXII.  Nuo-* 
vas  adhesiones  á  este  partido:  rumbos  i'ii  (]ne  entra  desde  luego.  —  XXIII. 
Aspiraciones  de  Rozas  al  gobierno.  —  XXIV.  Vacilaciones  del  general  Via- 
nionte  para   convocar  á  elecciones.  —  XXV.  Consulta  que    le    hace  á   Rozas 

—  XXVI.  Opinión  de    los    dorreguistas. — XXVII.    Informe   de    Rozas    en  la 
consulta  del   gobernador.  — XXVIII.   Este  convoca   la  legislatura  derrocaila  .  1 

CAPÍTlLr)  XV.— £7  Ejeculivo  fuerte.  (18-¿9- 1830). 

I.  La  ley  de  (i  de  dii-iciabre  dr  1S2!).  —  II .  Las  facuUades  exlraordiiiavias 
y  sus  antecedeutes.  ^  III.  Rozas  eI<'.Lrido  gülieriiador:  su  recepción.  —  IV. 
Prospecto  político:  la  proclama  á  las  campañas.  —  V.  Evolución  orgánica 
de  la  sociabilidad.  —  VI.  Teoría  de  las  evoluciones  <leseendentes.  — 
VII.  Plan  de  la  do  1830:  la  idea  de  la  fedm-acióu  vinculada  á  la  persona 
de  Rozas.  —  VIII.  El  sentimiento  ineducado  depriniicndo  la  libertad. — 
IX.  Las  medidas  rLqiresivas. — X.  La  legislatura  partidaria:  condecora- 
ciones y  honores  ([uc  discierne  á  Rozas:  notables  declaraciones  de  éste  al 
rehusarlos.  —  XI.  Rozas  previene  contra  los  libertadores  de  sable.  — 
XII.  Traslación  de  los  restos  de  Dorrego.  —  XIII.  Manifestación  popular 
ú.que  esto  da  lugar.  —  XIV.  Alocución  de  Rozas  sobre  la  tumba  de  Dorre- 
go.—  XV.  La  administración  y  hacienda  de  la  Provincia. — XVI.  El  go- 
bierno de  Rozas  se  pone  á  la  defensiva.  —  XVII.  La  escursión  admini.stra- 
tiva  á  la  campaña. — XVIII.  Curiosa  correspondencia  con  el  gobierno  i-ivil 
y  eclesiástico oq 


—  4:^0  — 

Pág. 

CAPÍTTLC)  XVI.— Pai  y  Quirogn.   (1829-1830). 

I.  Entrada  del  general  Paz  en  Córdoba:  Bustos  se  retira  y  aquél  ocupa  la 
ciudad. — II.  Bases  de  arreglo:  la  política  del  más  fuerte. — III.  Paz  ataca 
y  derrota  á  Bustos.  — IV.  Circular  de  Paz  á  los  gobernadores  y  al  general 
Quiroga:  respuesta  de  Quiroga. — V.  Perfiles  del  general  Juan  Facundo  Quiro- 
ga. — VI.  Las  huestes  de  Quiroga. — VII.  Las  acusaciones  dolos  enemigos  y 
las  manifestaciones  de  los  patricios. — VIH.  Boceto  del  general  José  María 
Paz. — Los  veteranos  y  los  llanistas — X.  Invasión  de  Quiroga. — XI.  Paz  sale 
á  batirlo  y  Quiroga  se  entra  en  la  ciudad  de  Córdoba. — XII.  Batalla  de  la 
Tablada:  derrota  de  Quiroga. — XIII.  Combate  del  23  de  junio:  nueva  derrota 
de  Quiroga. — XIV.  Fusilamiento  de  los  prisioneros  de  Quiroga.  — XV.  Comisio- 
nes mediadoras:  fracaso  de  éstas. — XVI.  Campaña  de  Paz  sobre  la  Sierra. — 
XVII.  Nueva  campaña  de  Quiroga  sobre  Córdoba:  notable  comunicación  que 
dirige  á  Paz. — XVII.  Xueva  mediación:  Paz  le  impide  conferenciar  con  Quiro- 
roga. — XIX.  Batalla  de  Oncativo  ó  Laguna  Larga:  Quiroga  se  retira  á  Bue- 
nos  .4.ires :i8 

('APÍTl  LO  WW.—El  iníerior  y  el  litoral.  (1^30-1831). 

1.  Política  de  Paz  cuando  es  arbitro  del  interior.  —  II.  Su  título  y  motivos 
para  someter  las  provincias.  —  III.  Modo  cómo  las  divisiones  de  Paz  re- 
suelven en  favor  de  éste  la  situación  de  las  provincias. — IV.  Lamadrid 
en  La  Rioja:  Videla  Castillo  en  Mendoza:  los  Videla  en  San  Luis:  Alba- 
rracin  en  San  Juan:  López  y  Dehesa  en  Santiago  del  Estero — V.  Trata- 
do de  alianza  entre  los  gobiernos  del  interior,  Cuyo  y  norte.  —  VI.  Al- 
cance de  este  tratado.  —  VII.  Ellos  invisten  al  general  Paz  con  el 
Supremo  poder  militar.  —  VIII.  Invitación  del  general  Paz  á  los  gobier- 
nos del  litoral. — IX.  Éstos  lo  invitan  á  organizar  la  República  bajo  el 
régimen  federal.  —  X.  Porqué  Paz  hizo  imposible  TpoT  entonces  la  organi- 
zación nacional :  el  plan  de  la  organización  unitaria.  —  XI.  Comienzo  do 
ejecución  de  este  plan:  revolución  unitaria  en  Entre  Ríos. — XII.  Derro- 
camiento del  gobernador  Sola :  anarquía  entre  los  partidarios  de  López 
Jordán  y  los  de  Barrenechea.  —  XIII.  Carril  y  demás  revolucionarios 
invitan  al  general  Paz  á  que  se  ponga  en  acción  contra  el  litoral. — 
XIV.  Lucha  entre  López  Jordán  y  Barrenechea,  y  fracaso  de  la  revolu- 
ción.—XV.  Iniciativa  orgánica  del  litoral:  El  Pacto  federal  de  1831.— 
XVI.  Organismo  institucional  que  establece. — XVI.  Puntos  de  ¡lartida 
del  Pacto,  distintos  de  los  de  las  constituciones  anteriores :  su  trascen- 
dencia en  el  futuro  de  la  República  Argentina.  — XVIII.  El  Supremo 
poder  militar  como  principio  antagónico  al  Pacto  federal. — XIX.  Lu- 
chaba el  general  Paz  por  organizar  la  Nación,  según  la  voluntad  de  las 
provincias  ? 55 

CAPÍTULO  WIU.— Guerra  entre  el  interior  y  el  liLural.  (1831). 

I.  Circunstancias  en  que  el  general  Paz    se  propone  llevar    sus   armas    sobre 
wl  litoral:  actitud  de  las  repúblicas  americanas  ante  la  anunciada  tentativa 


—  431 


de  la  España.  — II.  Mediación  de  Cliile  entre  Rozas  y  Paz.  — III.  Marcha 
del  general  Paz  sobre  Santa  Fe. — IV.  Operaciones  del  ejército  federal  en 
Córdoba:  combate  de  Fraile  Muerto. — V.  Quirogatoma  por  asalto  Río 
Cuarto:  derrota  á  Pringles :  derrota  á  Videla  Castillo:  represalias  que 
toma  por  el  asesinato  del  general  Villafañe. — VI.  Paz  se  dirige  á  batir 
á  López :  modo  cómo  es  tomado  prisionero :  la  narración  de  un  testigo 
ocular.  — VII.  Reacción  de  Paz  en  favor  de  la  transacción  con  los  federales. 
—  VIII.  Lamadrid  toma  el  mando  del  ejército  unitai'io  y  se  retira  á  Tucu- 
mán.  —  IX.  Negociado  entre  el  general  federal  y  el  gobierno  provisorio  de 
Córdoba. — X.  Ocupación  de  Córdoba  por  la  vanguardia  federal. — XI. 
Regreso  del  ejército  auxiliar:  el  fusilamiento  de  prisioneros  en  Buenos 
Aires.  —  XII.  Resolución  de  las  situaciones  políticas  del  interior  y  de 
Cuyo. — XIII.  Quiroga  marcha  sobre  Tucumán :  antecedentes  entre  él,  don 
Javier  López  y  Lamadrid.  —  XIV.  Las  cartas  de  Lamadrid  sobre  su  conducta 
en  La  Rioja,  y  secuestro  de  los  dineros  de  Quiroga.  —  XV.  Batalla  de  la 
Cindadela. — XVI.  Quiroga  después  de  la  victoria. — XVII.  Lamadrid 
pide  clemencia  á  Quiroga. — XVIII.  Proceder  levantado  de  Quiroga. — 
XIX.  Intimación  de  Quiro.ga  á  Alvarado:  resolución  de  todas  las  provin- 
cias en  favor  de  la   federación 

CAPÍTULO  XIX.— Zí/^  Islas  Malvinas.  (1832). 

La  isla  de  la  Soledad:  la  concesión  á  Vernet.  —  II.  Colonia  que 
éste  forma. — III.  El  gobierno  argentino  nombra  á  Vernet  gobernador  de 
de  Malvinas :  Vernet  reitera  las  prohibiciones  sobre  pesca. — IV.  Apresa- 
miento de  barcos  norteamericanos. — V.  Insólita  reclamación  del  cónsul 
de  los  Estados  Unidos  :  digna  conducta  del  gobierno  de  Buenos  Aires. — 
VI.  Los  atropellos  de  la  corbeta  norteamericana  Lexington  en  la  isla 
de  la  Soledad. — VIL  Reclamación  del  encargado  de  negocios  de  los  Estados 
Unidos  :  el  gobierno  de  Rozas  le  exige  satisfacción  é  indemnizaciones  por 
el  atropello  de  la  Lexington.— \lll.  Aquél  pide  sus  pasaportes  y  aban- 
dona la  cuestión. — IX.  La  Gran  Bretaña  reclama  de  los  decretos  del  go- 
bierno argentino  sobre  Malvinas  :  contesta  los  derechos  de  ésta  y  se  los 
arroga  él  mismo. — X.  Sinopsis  histórica:  descubrimiento  de  Malvinas: 
exploraciones  de  Magallanes,  Alcazaba,  Loiza  y  Villalobos. — XI.  Los  ho- 
landeses disputan  ese  descubrimiento  á  los  británicos  de  1598  en  adelante. 
— XII.  El  mejor  derecho  de  la  España  en  el  supuesto  de  que  el  descubri- 
miento fuese  un  titulo. — XIII.  La  primitiva  ocupación  de  las  Malvinas: 
Bougainville  establece  una  colonia  á  nombre  del  rey  Luis  XV.—  XIV. 
España  reclama  las  Malvinas:  Francia  reconoi^e  el  derecho,  y  España 
compra  á  Francia  la  colonia.— XV.  Expedición  del  capitán  Machrige:  éste 
se  apodera  de  Malvinas  é  intima  el  desalojo  de  la  isla  de  la  Soledad. — XVI. 
España  es  reintegrada  en  la  posesión  de  Malvinas. — XVII.  Los  ingleses 
intiman  á  los  españoles  el  desalojo  de  la  isla  de  la  Soledad  :  otro  ante- 
cedente del  derecho  de  España  reconocido  por  la  Gran  Bretaña. — XVIII. 
Expedición  de  1770  contra  los  ingleses  :  son  desalojados  por  los  españoles. — 
XIX.  Satisfacción  que  demanda  el  gobierno  británico. — XX.  Notable  de- 
claración del  embajador  de  España,    que    acepta  sin  reserva   el  gobierno 


PáE 


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británico. — XXI.  Estu  i'.s  roiiistulado  en  Puurto  Egiuunt,  á  coiuliciún  do 
íibandonarlo. — XXII.  La  condición  de  abandonar  Puerto  Egmont  aparece 
en  la  correspondencia  del  gobierno  británico.— XXIII.  Ella  es  enunciada 
también  en  el  parlamento  británico. — XXIV.  L:i  misma  condición  se  ex- 
plica en  la  cláusula  por  la  cual  España  salvaba  sus  derechos  anteriores 
á  Malvinas  en  el  convenio  do  1771. — XXV.  Otras  pruebas  que  de  la  condi- 
ción del  abandono  suministran  los  publicistas  y  estadistas  ingleses. — XXVI. 
Conürnian  lo  mismo  los  documentos  sobre  la  evacuación  de  Puerto  Egmont 
por  los  ingleses.— XXVII.  Calidad  de  los  títulos  de  España  á  las  Malvinas 
<;n  177-i:  posesión  tranquila  que  ejerce  en  Malvinas  hasta  1810.— XXVIII. 
Las  Provincias  Unidas  suceden  á  España  en  los  derechos  de  ésta  sobre 
■el  virreinato  del  Plata. — XXIX.  Actos  de  soberanía  del  gobierno  argentino 
sobre  Malvinas. — XXX.  Singularidad  de  la  reclamación  del  agente  de  los 
Estados  Unidos. — XXXI.  Nuevo  atropello  del  almirante  Baker:  los  ingle- 
ses se  apoderan  á  mano  armada  de  Malvinas. — XXXII.  Respuesta  de  lord 
Palmerston  á  la  reclamación  del  gobierno  de  Buenos  Aires  —XXXIII.  Pro- 
testa >j  memoria  del  ministro  argentino  al  gobierno  británico:  reticencias 
de  lord  Palmerston. — XXXIV.  Piesumen  de  los  títulos  legales  é  históricos 
de  la  República  Argentina. — XXXV.  La  jirioridad  del  descubrimiento  in- 
vocado por  la  Gran  Bretaña.— XXXVI.  Las  declaraciones  oficiales  del 
gobierno  británico  que  robustecen  los  derechos  de  la  República  Argentina. 
— XXXVII.  A  qué  titulo  la  Gran  Bretaña  retiene  las  Malvinas.— XXXVIII. 
Notable  declaración  de  sir  Willíam  Molesworth 86 

CAPÍTULO  XX.— Xas  facultades  eoHraordinarias.  (1832). 

El  prospecto  nacional:  la  fctleración  en  las  provincias.  —  II.  Los  cam- 
peones de  la  federación :  origen  de  la  divisa  punzó.  —  III.  Decreto  sobre  el 
uso  de  la  divisa.  —  IV.  Antecedentes  de  estos  usos  en  la  República.  —  V. 
Decretos  contra  la  libertad  de  imprenta.  —  VI.  La  hacienda  pública:  hábil 
administración  del_ministro  García.  —  VIL  La  suscripción  á  los  fondos  pú- 
blicos.—  VIII.  Modo  cómo  ésta  se  llevó  á  cabo:  éxito  que  se  obtuvo. — 
IX.  Nueva  organización  del  ministerio.  —  X.  La  labor  administrativa  de 
Rozas:  los  progresos  urbanos  y  los  mejoramientos  rurales.  —  XI.  Rozas 
devuelve  á  la  legislatura  las  facultades  extraordinarias :  esj)ecialidad  del 
Mensaje  en  que  tal  devolución  verifica.  —  XII.  Circular  de  la  Comisión 
Representativa  de  Santa  Fe  para  que  las  provincias  enAÚen  sus  diputados 
al  Congreso  federal.  —  XIII.  Trabajos  de  los  diputados  de  Córdoba  y  del 
gobernador  de  Corrientes  en  oposición  á  ese  propósito.  —  XIV.  Principios 
que  éstos  invocan  para  proceder  en  sentido  contrario  al  propuesto.  —  XV. 
Quiroga  los  denuncia  ante  la  opinión  pública.  —  XVI.  La  respuesta  de 
<3uiroga  al  diputado  y  gobernador  de  Córdoba.  —  XVII.  El  gobierno  de 
Rozas  recurre  á  los  de  Córdoba  y  Corrientes  del  jirocedcr  de  los  diputados 
y  los  invita  á  trabajar  la  Constitución.  —  XVIII.  Motivos  que  aduce  el  de 
■  Córdoba  para  diferir  la  obra  de  la  Constitución:  respuesta  del  de  Corrientes. 
—  XIX.  Tratado  particular  que  jiropone  el  de  Corrientes  al  de  Santa  Fe: 
López  lo  rehusa  después  de  consultarlo  :í  Rozas.  —  XX.  La  Constitución 
obstaculizada  nuevamente.  —  XXI.  Elección  del  general  Balcarce. — XXII. 


48R  — 


Programa  de  gobierno  de   éste. — XXIII.  Motivos  de  las   renuncias  reite- 
radas de  Rozas.  — XXIV.  Síntesis  del  periodo  gubernativo  de  1829-1832 lUt 

CAPÍTULO  XXL— ia  conquista  del  desierto. 
(1833-1834). 

'.  Iniciativa  de  "Rozas  para  conquistar  el  desierto  —  II.  Sus  trabajos  en 
este  sentido  desde  1820  hasta  que  subió  al  gobierno. — III.  Invitación 
que  al  respecto  dirige  al  gobierno  de  Chile  y  á  los  generales  Quiroga  y 
López. — IV.  Plan  que  combinan  entre  si. — V.  La  revolución  en  Chile 
y  la  paz  que  celebra  el  general  Bulnes  con  los  indios.  —VI.  La  expedi- 
ción se  organiza  con  tres  divisiones  argentinas. — VII.  Preparativos 
cientifico-militares  para  la  marcha  de  la  división  Izquierda.  — VIII.  Ro- 
zas la  revista  en  el  Monte.  — IX.  El  gobierno  le  niega  á  Rozas  los  re- 
cursos votados:  Rozas  abre  sus  marchas  no  obstante. — X.  La  llegada 
á  Tapalqué :  Catriel  y  Cachul. — XI.  El  ejército  se  interna  en  el  desier- 
to.—  XII.  Pasije  del  arroyo  yaposíá. — XIII.  Rozas  adelanta  su 
vanguardia  al  mando  de  Pacheco :  sus  providencias  en  su  itinerario 
hasta  el  río  Colorado. — XIV  El  cuartel  general  del  rio  Colorado. — 
XV.  Rozas  manda  explorar  el  rio  Colorado. — XVI.  La  división  del 
Centro  contra  los  ranqueles :  avisos  de  Rozas  al  general  Huidobro.  — 
XVII.  Huidobro  se  dirige  en  consecuencia  sobre  el  cacique  Yanquetrú. 
—  XVIII.  Batallas  de  las  Acollaradas  y  derrota  de  Yanquetrú.  —  XIX. 
Huidobro  lo  persigue  y  se  retira  después  á  Córdoba.  — XX.  División  da 
la    Derecha:   sus  marchas  hasta  Malalhué:   ocupa  el   rio  Chadileuvu. — 

XXI.  Sorprende  á  los  indios  en  Limey-Maguida  y  los  bate  en  los 
tolderías  de  Yanquetrú:  fin  de   las  operaciones  de  la    división  Derecha. 

XXII.  Operaciones  de  la  división  Izquierda:  Pacheco  ocupa  el  rio 
Negro:  batida  en  las  márgenes  de  este  rio:  muerte  del  cacique  Paylla- 
ren. — XXIII.  Críticos  momentos  de  la  expedición.  — XXIV.  Sublevación 
que  se  fomenta  á  los  indios  reducidos  de  Tapalqué  y  Salinas.  —  XXV. 
El  ministerio  de  la  guerra  do  Buenos  Aires  fomenta  la  sublevación  de  la 
división  Izquierda.  1S8 

CAPÍTULO  XXII.— iíz  conquista  del  desierto. 
(Continuación). 

I.  Uüzas  manda  remontar  el  río  Colorado  y  extiende  sus  operaciones  so- 
bre el  centro,  la  derecha  y  límite  sur  del  teatro  de  la  guerra.— II.  Pacheco 
toma  á  viva  fuerza  la  isla  de  Chuele-Choel :  Sosa  destruye  al  cacique 
Chocory  y  Lagos  al  Pitrioloncay.— III.  Delcalzí  explora  y  navega  el  rio 
Negro.— IV.  Pacheco  llega  á  la  confluencia  del  Límay  y  Neuquen,  y  bate 
los  indios  en  las  faldas  de  la  cordillera.— V.  Llegada  de  Darwín  y  de  Fitz- 
Roy  al  campamento  del  Colorado:  su  opinión  respecto  de  la  expedición 
de  Rozas.— VI.  Campaña  del  coronel  Ramos  por  el  Chari-leo:  batida  á  los 
indios  que  querían  refugiarse  en  la  cordillera. — VII.  Enarbola  por  la  primera 
vez  el  pabellón  nacional  en  el  Cerro  Payen. — VIII.  Campaña  de  Rodríguez 
y  de  Miranda  al  país  de  los  ranqueles  y  sobre  Yanquiman.— IX.  Campaña 
de  Ibáñez  al  rio  Valchetas. — X.  Dificultades  con  que  luchaba  Rozas  en 
la  expedición.— XI,  Resultado  general  de  las  operaciones  de  la  división 
TOMO  II.  ~8 


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Izquierda. — XII.  Rozas  regresa  ;i,  Xapostá  y  desprende  una  división  que 
destruye  ú  los  Borogas.—\Ul.  Hozas  proclama  y  licencia  la  división  Iz- 
quierda en  Napostá.— XIV.  Los  limites  de  Buenos  Aires  lijados  por  Hozíis 
de  acuerdo  con  las  provincias  interesadas. — XV.  Los  limites  de  Buenos 
Aires  por  el  S.  y  S.  O.  y  los  actos  ejercidos  dentro  de  éstos.— XVI.  Los 
lijados  por  Rozas  son  los  mismos  que  fijan  las  cédulas  reales  desde  dos 
siglos  atrás. — XVII.  Los  títulos  legales  de  Buenos  .\ires  á  esos  territorios. 
— XVIII.  Jurisdicción  que  ejerció  so'ore  tallos  Buenos  Aires  hasta  1878.— 
XIX.  Una  cuestión  de  derecho  federal:  la  ley  de  octubre  de  1878,  que  viuln 
esos  títulos. — XX.  La  conquistn  ili'l  desierto  de  18-33  y  la  ocupación  mi- 
litar de  1879:  porqué  se  hizo  ncfnsm'ia  est;i  exiiedicióii . — XXI.  Opinión 
del  general  Roca  sobre  la  eonqnistíi  di'  1833.— XXII.  Otríi  c)))inión  del  íjp- 
neral  Sarmiento 


CAPITULO  W]\].—lievolución  df  los  reslauríidores. 
(183.3). 

I.  Los  actos  de  partidario  del  general  Balearte  y  sus  compromisos  con  el 
partido  federal. — II.  En  razón  de  éstos  los  federales  lo  llevan  al  gobierno: 
sus  declaraciones  como  gobernador. — III.  Balcarce  se  divorcia  del  partido 
federal  y  se  propone  abatir  la  influencia  de  Rozas. — IV.  Perfil  del  general 
Enrique  Martínez,  ministro  de  la  guerra.— V.  Medidas  de  éste  contra  el 
partido  federal  y  contra  Rozas.— VI.  La  mayoría  federal  y  la  minoría  de 
los  lomo-negros. — VIL  El  poder  ejecutivo  suspende  las  elecciones  cuando 
los  federales  triunfaban.— VIII.  Proyecto  de  los  diputados  Olazábal  é  Iriarte 
sobre  libertad  de  imprenta.— IX.  Idea  general  de  la  prensa  de  1833:  las 
hojas  federales  y  las  de  los  lomo-negros . — X.  Los  hombres  del  gobierno 
en  la  prensa,— XI.  El  Constitw/ional  y  El  Restaurador  de  las  Leyes.— 
XII.  La  virulencia  de  la  prensa  y  la  agitación  popular.— XIII.  Comisiones 
que  se  acercan  al  gobernador. — XIV.  Llamamiento  que  le  hace  la  prensa 
opositora. — XV.  El  poder  ejecutivo  acusa  á  los  diarios  do  oposición. — XVI. 
Juicio  de  El  Restaurador  de  las  Leges—XYll.  Tumulto  en  la  plaza  de  la 
Victoria :  los  descontentos  se  retiran  á  Barracas. — XVIII.  Los  revolucio- 
narios dominan  la  campaña:  el  general  Pinedo  nombrado  jefe  del  movi- 
miento.— XIX.  Conferencia  de  la  comisión  de  la  legislatura  con  el  general 
Pinedo. — XX.  Éste  se  limita  á  la  defensiva  y  pide  la  renuncia  de  Balcarce. 
XXI.  Balcarce  manda  batir  á  los  revolucionarios  y  queda  rstreehado  en  la 
ciudad. — XXII.  Pinedo  declara  que  tomará  la  ofensiva.  — XXIll.  Los  re- 
volucionarios avanzan  sobre  la  ciudad :  Balcarce  somete  su  continuación 
en  el  mando  á  la  decisión  de  la  legislatura.— XXIV.  El  acuerdo  de  la 
legislatura  :  la  intimación  del  general  Pinedo  :  la  legislatura  exonera  á 
Balcarce  y  nombra  á  Viamonte.— XXV.  Respuesta  de  Rozas  :í  la  orden 
del  ministro  de  la  guerra  de  que  dicte  medidas  para  restablecer  el  orden. 
— XXVI.  Lo  que  se  propondría  con  esto  el  ministro  de  la  guerra.— XXVII. 
Prescindencia  de  Rozas  en  la  revolución  de  octubre. — XXV f II.  l'nico  re- 
sultado   de  la  conspiración  oficial   de  1833 ISI 


435  — 


CAPÍTULO  \yjy.~El  2}rovisori(üo  y  su  crisis. 

(1834). 


Pág. 


í.  Circunstancias  qur  le  ilíiban  i-ai'cicti'i-  de  traiisit-ión  al  gobierno  de  Via- 
monte.  — II.  Tendencias  progresistas  y  liberíilis  de  este  gobierno. — III. 
Paralelo  político  entre  Rivadavia  y  Giirrin  . — IV.  Decretos  sobre  matrimo- 
nios de  disidentes  y  sobre  registro  civil. — ^'.  El  patronato  nacional:  sus 
antecedentes  legales. — VI.  Dificultades  suscitadas  al  ejercicio  del  patronato. 
— Vil.  ¡Modo  como  las  resuelve  García  :  junta  ó  concilio  de  teólogos  y 
juristas. -VIII.  Proposiciones  que  somete  el  gobierno  á  esta  junta. — IX. 
Las  doctrinas  de  García  se  formulan  en  la  Constitución  de  1853. — X.  Obs- 
táculos á  la  niarclia  del  gobierno. — XI.  El  regreso  de  Rivadavia.  — XII. 
La  carta  del  ministro  Moreno  y  los  planes  para  conflagrar  el  país. — XIII. 
Relación  entre  este  plan  y  el  de  monarquizar  las  secciones  americanas. — 
XIV.  El  poder  ejecutivo  decreta  el  reembarco  de  Rivadavia  y  demanda  á 
la  legislatura  una  ley  general  sobre  la  materia. — XV.  La  legislatura,  deja 
pasar  el  decreto  :  noble  ofrecimiento  de  Quiroga  á  Rivadavia. — XVI.  Rudos 
ataques  al  ministro  García.— XVII.  El  fiscal  acusa  los  libelos:  términos 
en  que  García  solicita  su  juicio  de  residencia.— XVIII.  Rozas  renuncia  la 
donación  de  la  isla  de  Chuele-Choel  que  le  hace  la  legislatura. — XIX.  Ésta 
nombra  á  Rozas  gobernador:  Rozas  renuncia. — XX.  La  prensa  de  oposi- 
ción corrobora  los  motivos  de  esta  renuncia. — XXI.  Los  ideales  de  la 
legislatura. — XXII.  Declaración  de  los  diputados  Wright  y  Medrano  :  la 
legislatura  envía  una  comisión  á  Rozas:  interpelación  á  esta  comisión. — 
XXIII.  Razones  que  da  Rozas  para  insistir  por  tercera  vez  en  su  renun- 
ci;i.  — XXIV.  Rozas  insiste  por  cuarta  vez:  nuevas  declaraciones  de  la 
legislatura  al  admitirle  la  renuncia. — XXV.  Elección  y  renuncia  de  los 
Anchorena. — XXVI.  Viamonte  pide  á  la  legislatura  le  indique  á  quien 
entregará  el  poder  ejecutivo. — XXVII.  Crisis  del  ejecutivo. — XXVIII.  La 
legislatura  restringe  la  prens:i,  y  resuelve  que  su  presidente  ejerza  el  eje- 
cutivo á  falta  de  gobernador :  elección  y  renuncia,  de  Terrero  y  de  Pa- 
checo :  el   doctor  Maza  asume  el  poder  ejecutivo ;20S 

CAPÍTULO  X^Y.— Barranca-Yaco.  (1834-1835.) 

Het respecto:  las  provincias  del  norte  después  del  año  1831.  —  II.  El  gene- 
ral Latorre:  reacción  que  encabeza  contra  el  plan  del  general  Paz :  desaloja 
las  fuerzas  unitarias  de  Santiago  del  Estero  y  ocupa  el  gobierno  de  Salta. — 
III.  Revolución  de  los  unitarios  en  Salta  :  combate  de  los  I'ulares.  —  IV. 
Latorre  y  Heredia :  anarquía  en  Catamarca:  Latorre  acusa  á  Heredia.  —  V. 
Rompimiento  entre  ambos  gobernadores  :  Latorre  se  pone  en  campaña.  —  VI. 
Misión  de  Quiroga  :  la  vida  de  Quiroga  en  Buenos  Aires  :  cambio  que  se  opera 
en  su  persona.  —  VII.  Sus  vistas  respecto  de  la  política  general  del  país  :  su 
conducta  con  los  adversarios.  —  VIII.  Quiroga  consulta  á  Rozas  sobre  su 
misión  al  norte  :  ambos  convienen  en  la  necesidad  de  arreglar  á  Heredia  con 
Latorre.  —  IX.  La  conferencia  en  San  .losé  de  Flores. —X.  Rozas  acompaña 
á  Quiroga  hasta  Areco  :  Quiroga  rehusa  la  escolta  que  aquél  le  presenta.  — 
XI.  Rozas  le  dirige  la  carta  convenida  sobre   la  obra   constitucional.  —  XII. 


—  48(;  — 

Dftíillí»  lie  esta  carta  :  las  provincias  y  la  Nación.  —  XIII.  El  precedente  del 
año  1820  :  carácter  del  Congreso  y  base  de  la  Constitución  á  dictarse.  —  XIV. 
Idea  de  la  confederación  de  las  provincias. — XV.  Idea  de  la  capital:  Ro- 
zas se  pronuncia  por  la  creación  de  una  capital  como  Washington  :  resume 
las  dificultades  para  dar  inmediatamente  la  Constitución.  —  XYI.  Marcha  de 
Quiroga  hasta  Pitambalá :  aquí  sabe  la  muerte  de  Latorre  y  se  dirige  á  San- 
tiago.— XVII.  Vacilaciones  de  Quiroga  cuando  debe  regresar  :  combate  intimo 
sobre  si  debe  esperar  en  Santiago  ó  en  Córdoba  á  sus  asesinos.  —  XVIII. 
Ibarra  se  sincera  á  sus  ojos  :  Quiroga  se  penetra  de  que  López  y  los  Reina- 
fé  quieren  asesinarle  y  marcha  hacia  ellos.  —  XIX.  Idénticos  avisos  y  deta- 
lles certeros  que  recoge  en  la  posta  del  Ojo  del  agua.  —  XX.  Barranca- 
Yaco  :  asesinato  de  Quiroga  y  de  su  comitiva.  —  XXI.  Antecedentes  que 
desautorizan  la  sospecha  contra  Rozas :  opinión  de  Rivera  Indarte  y  de 
Sarmiento.  —  XXII.  Quiénes  fueron  los  asesinos.  —  XXIII.  Enemistad  entre 
López  y  Quiroga. — XXIV.  Revolución  que  fomenta  Quiroga  contra  Reinafé  : 
plan  siniestro  que  le  denuncia  Ruiz  Huidobro  y  que  concuerda  con  la 
denuncia  anterior  de  Moreno.  —  XXV.  Actitud  subsiguiente  de  López  :  con- 
fesión de  López  á  Rozas. — XXVI.  Opinión  del  general  Paz  que  concuerda  con 
esa  confesión  :  cuándo  y  cómo  arreglan  López,  Cúllen  y  los  Reinafé  el  mo- 
do de  sacrificar  á  Quiroga. — XXVII.  Las  últimas  instrucciones  del  gober- 
nador Reinafé  á  su  hermano. — XXVIII.  Cómo  las  glosa  Rozas  en  su  carta  á 
López.  —  XXIX.  Consecuencias  que  deduce  Rozas  del  estudio  de  los  hechos. — 
XXX.  Empeño  de  Rozas  de  descubrir  á  los  asesinos,  —  XXXI.  Juicio  y 
fusilamiento   de  los  asesinos ii 

CAPÍTULO  XXVI. — La  suma  del   poder  público. 
(1835). 

Cómo  se  desenvuelve  el  plan  revelado  por  el  ministro  Moreno.  —  II.  El 
gobierno]  de  Buenos  Aires  obliga  al  gobernador  López  á  que  defina  su 
posición.  —  III.  El  gobernador  provisorio  denuncia  la  crisis  y  amenaza  en 
que  í  se  halla  la  Provincia  y  dimite  su  cargo.  —  IV.  El  proyecto  para 
nombrar  á  Rozas  gobernador  con  la  suma  del  poder  público. — V.  El 
fervor  de  las  clases  distinguidas  y  docentes.  —  VI.  Rigida  observancia  de 
las  formas  parlamentarias.  —  VII.  Selecta  composición  de  la  legislatura. 
—  VIII.  Razones  que  aduce  Rozas  para  solicitar  reconsideración  de  esa  ley 
en  Sala  plena,  y  que  la  misma  sea  sometida  al  plebiscito.  —  IX.  Singula- 
ridad de  esta  ^creación  de  gobierno  fuerte.  —  X.  El  plebiscito  ratifica  el 
voto  de  la  "legislatura:  opinión  de  SarmÍL-nto.  —  XI.  Reapertura  de  la 
discusión.  —  XII.  Recepción  de  Rozas:  su  programa  de  gobierno.  —  XIII. 
La  suma'del  poder  de  que  se  apodera  Augusto  y  la  que  la  ley  acuerda  á 
Rozas. — XIV.  La  sociedad  hace  el  apoteosis  del  gobierno  fuerte.  —  XV. 
Las  guardias  de  honor  y  las  suscripciones  de  los  hacendados  y  comer- 
ciantes.—XVI.  El  carro  triunfal  y  las  solemnidades  teatrales.  —  XVII.  La 
consagración  religiosa  del  gobierno  fuerte :  los  tedeum  en  las  iglesias.  — 
XVIII.  Origen  de  la  mazorca:  las  manifestaciones  en  la  campaña. —  XIX. 
Las  medidas  de  Rozas  para  aüanz:ir  la  federación:  carácter  esencialmente 
nacional  que  la  asigna.  —  XX.  Abolición  de  la  pena  de  confiscación:  primer 


—  437  - 

tratado  sobre  abolición  de  trauco  di.'  esclavos:  reforniHS  en  la,  instrucción 
universitaria  y  educación  común.  —  XXI.  La  hacienda  pública:  responsa- 
bilidades: control:  facilidades  al  comercio  interior  y  exterior.  —  XXII. 
Fundación  del  Banco  de  la  Provincia.  —  XXIII.  Error  en  atribuir  esta 
fundación  al  doctor  Vélez  Sarsfield.  —  XXIV.  Restablecimiento  de  la  Com- 
pañía de  Jesús.  —  XXV.  Las  provincias  invisten  á  Rozas  con  el  poder 
ejecutivo  nacional :  el  hecho  orgánico  de  la  Confederación  Argentina.  — 
XXVI.  El  programa  de  la  reacción  unitaria  dado  por  el  general  Lavalle : 
motivos  para  convulsionar  Entre  Rios:  instrucciones  sobre  la  vida  y  la 
propiedad  de  los  federales:  reglas, para  legalizar  el  movimiento.  —  XXVII. 
Carácter  de  la  lucha  que  se  inicia á.5.3 

CAPÍTULO  ^WU.— Lucha  civil  en  el  Estado  OrientaL 
(183.5-1336). 

Influencias  que  se  disputan  el  predominio  en  el  Estado  Oriental  después 
de  1828.— II.  Lavalleja  y  la  segregación  de  la  Provincia  Oriental.— III.  Acti- 
tud de  Rivera  en  la  lucha  por  la  independencia  oriental.— IV.  Su  partici- 
pación en  la  guerra  con  el  Brasil. — V.  Rivera  varía  su  plan  y  trabaja  por 
ocupar  el  gobierno  del  nuevo  Estado  Oriental. — VI.  La  asamblea  nombra 
á  Lavalleja  y  Rivera  se  alza  contra  el  nuevo  gobierno. — VIL  Medidas  repre- 
sivas del  gobierno:  especulativo  acomodamiento  de  Rivera. — VIII.  Medio.? 
de  que  se  vale  Rivera  para  ser  elegido  xiresidente. — IX.  Actitud  prescindente 
del  gobierno  de  Buenos  .\ires:  cordialidad  que  le  manifiesta  el  gobierno  de 
Lavalleja.  -  X.  Contraste  del  gobierno  de  Rivera:  Rivera  ayuda  la  revolu- 
ción de  Entre  Rios. — XI.  Alzamiento  de  Lavalleja:  auxilios  que  le  da  el 
ministro  de  guerra  del  gobierno  de  Buenos  Aires:  división  que  éste  organiza 
al  mando  de  Olazábal.— XII.  Notoriedad  de  la  participación  de  Martínez. — 
XIII.  Nueva  expedición  de  Lavalleja  con  ayuda  del  gobernador  de  Misiones: 
Rivera  lo  derrota  y  fusila  al  gobernador  Aguirre. — XIV.  Lo  que  se  veía  al 
través  de  estas  aventuras  guerreras. — XV.  El  general  Oribe  es  elegido  presi- 
dente: porqué  fué  bien  recibida  esta  elección. — XVI.  La  ecuación  política  de 
Rivera:  sus  trabajos  revolucionarios  en  unión  con  los  emigrados  unitarios. 
— XVII.  El  gobierno  de  Rozas  reclama  de  estos  movimientos  por  lo  que  hacia 
al  litoral  argentino.— XVIII.  El  de  Oribe  imj)ide  que  se  lleve  la  revolución 
al  Entre  Rios. — XIX.  Rivera  en  unión  de  Lavalle  se  alza  contra  el  gobierno 
constitucional. — XX.  Los  gobiernos  del  litoral  argentino  se  previenen 
contra  la  sublevación  de  Rivera. — XXI.  .A.cción  de  Carpintería  y  derrota  de 
Rivera '. . . .        ¿81 

rAPÍTULO  XXVIII. — La  iniciativa  orgánica  de  1837. 

í/i  iniciativa  trascendental  del  año  de  1837.— II.  Esteban  Echeverría: 
el  pensador  y  el  poeta. — III.  Carácter  de  la  poética  de  Echeverría  :  opi- 
nión de  Gutiérrez. — IV.  Evolución  orgánica  que  inicia  :  cómo  la  aprecia 
él  mismo.— V.  La  Asociación  Mayo  :  el  Dogma  socialista.— \l.  Las  pa- 
labras simbólicas  del  dogma.. — VIL  Desenvolvimiento  de  éstas:  asociación, 
leyes   y   principios  para   su    desarrollo    progresivo. — VIII.  Progreso:  sus 


—  438  — 

peculiaridades  y  puntos  do  partida.— IX.  El  principio  dp  la  igualdad  y  d<» 
la  libertad. — X.  Emancipación  del  espiritu  americano;  la  reforma  de  las 
costumbres  y  dt>  la  legislación. — XI.  El  principio  religioso  libertad  de 
conciencia  :  separación  de  la  iglesia  y  del  Estado. — XII.  La  democracia 
como  principio  :  la  razón  pública  y  el  sufragio  calilicado. — XIII.  Fusión 
doctrinaria  de  las  ideas  en  lucha. — XIV.  Inventario  histórico  :  anteceden- 
tes unitarios :  antecedentes  federales. — XV.  El  Dor/ma  proclama  el  régi- 
men federo-nacional  de  gobierno. — XVI.  Esperanzas  de  que  Rozas  proteja 
la  Asociación  Mayo:  ésta  queda  reducida  á  sí  misma.  —  XVII.  Rozas 
alienta  á  Echeverría,  pero  los  hechos  invierten  el  j)lan  de  la  asociación. — 
XVIII.  Correspondientes  de  la  asociación  en  las  provincias,  Montevideo  y 
Chile. — XIX.  Resistencia  de  los  centros  dirigentes  del  partido  unitario. — 
XX.  Motivos  de  estas  resistencias. — XXI.  Echeverría  analizü  estos  moti- 
vos y  los  condena  en  nombre  de  la  patria  :  la  patria  y  la  libertad :  las 
ideas  de  la  nueva  generación:  las  ideas  del  personalismo  absolutista. — 
XXII.  Cómo  interpreta  Echeverría  la  resistencia  al  Dogma.  —  XXIII. 
Triunfo  moral  del  Doipna  socialisla. — XXIV.  El  Dogma  triunfa  material- 
mente en  la  Constitución  de  1853. — XXV.  Testimonio  de  .\lberdi. — XXVI. 
Testimonio  de  Gutiérrez.— XXVII.  .4  caihi  i-apacidad  según  sus  obras- :.". 

C.\P1TLL.U  XXlX.^i/a  guerra  con  Bolivia  y  La  revulución 
oriental.  (1837-  1838). 

I.  Complicaciones  con  Bolivia:  diferencias  que  in-nniediabaii  i'iitre  este 
gobierno  y  el  de  Buenos  Aires. — II.  Invasiones  al  territorio  argentino 
que  ayuda  el  general  Santa  Cruz. — III.  Relaciones  de  éste  con  el  general 
Lavalle  y  los  emigrados  unitarios  en  Montevideo. — IV.  Reclamaciones  del 
gobierno  argentino:  Santa  Cruz  se  niega  á  satisfacerlas  desconociendo  el 
carácter  de  aquél. — V.  Rozas  cierra  toda  comunicación  con  Bolivia. — VI. 
La  confederación  perú-boliviana. —VIL  Chile  y  la  CJonfederación  .A.rgentin8 
le  declaran  la  guerra  á  Santa  Crn/  :  la  ])rensa  de  Chile.  — VIII.  Rozas  dii 
<á  Heredia  el  mando  de  las  fuerzas  argentinas  :  ejército  de  reserva  en  Tu- 
cumán. — IX.  Primeras  operaciones  de  Heredia:  victoria  de  Santa  Bár- 
bara.— X.  Sorpresa  del  Rincón  de  las  Casillas. — XI.  Marcha  del  general 
.alemán  por  Humahuaca  :  el  general  Brün  se  retira  con  su  ejército. —XII. 
Marcha  del  general  Gregorio  Paz :  los  pueblos  de  Tarija  se  pronuncian 
por  los  argentinos. — XIII.  Retrospecto  :  segunda  campaña  de  Rivera  con- 
tra el  gobierno  de  Oribe:  combate  de  Yuciituya:  combate  del  Yí. — XIV. 
Rivera  sigue  la  guerra  de  recursos:  su  marcha  hasta  Montevideo.-  XV. 
Rivera  pone  sitio  á  Paysandú  :  las  fuerzas  argentinas  de  observación. — 
XVI.  Lavalle  se  incorpora  al  ejército  de  Rivera  :  correspondencia  inédita 
entre  ambos. — XVII.  Misión  que  envia  Rivera  á  Río  Grande  :  instruccio- 
nes al  comisionado. — XVlll.  Batalla  del  Palmai'  y  derrota  de  Oribe  ' Ig- 
nacio).—XIX.  -alianza  de  hecho  entre  Rivera  y  los  agentes  de  Francia  en 
Montevideo. — XX.  Situación  insostenible  del  presidente  Oribe. — XXI.  Éste 
resigna  su  autoridad. — XXII.  Rivera  queda  arbitro  del  Estado  Oriental  y 
aliado  á  la  Francia  contra  el   gobierno  argentino ■ii 


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APKN'DifF.:     ComplfiU'Mito  :<]  capitulo     XIV 34;") 

XVI 349 

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