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Full text of "Historia de la esclavitud de la raza africana en el nuevo mundo y en ..."

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HISTORIA 



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ESCLAVITUD 



DE U RIZA AFKIOANÁ EN EL NÜETO MUNDO 



Y EN ESPECIAL EN LOS PAÍSES AMERICO-HISPANOS 



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HISTORIA 



DE LA 



ESCLAVITUD 



DE U RAZA AFRICANA EN EL lEYO MUNDO 



1 

Y BN ESPECIAL < 



EN LOS países AMERICO-HISPANOS 



POR 



D. JOSÉ ANTONIO SACO 

I 

Autor de la 
Historia de la Esclapitud desde los tiempos más remotos 

lasta nuestros días 



f 




TOMO I 



BARCELONA 

IMPRENTA DE JAIME JEPÚS 

Pasaje Fortuny (antigua Universidad) 

1879 



TO rZvV YOIíK \ 

PUBLIC LIBRARY 

ASTOR, LTNOX AND 

TILDEN FCUNDATIÜNS 

~[ 1924 .£. 



ADVERTENCIA IMPORTANTE. 



En la pág. 403, tomo III, de la Historia de la esclavitud desde 
los tiempos más remotos hasta nuestros dias, que ya he publicado^ 
puse la advertencia siguiente: 

cAl concluir la Introducción que estampé al principio del pri- 
mer tomo de esta Historia, dije : «Gompónese esta obra, según el 
splan que he trazado, de tres partes principales, constitutivas de 
»un gran todo ; pero este todo lo he arreglado de manera que 
Dbien puede romperse su trabazón, formando tres historias sepa- 
aradas y completas en su género cada una, ó volverlas á juntar en 
Dun solo cuerpo, dándoles su primer enlace.» 

Por motivos que no interesan al lector, sino tan sólo á mí, 
he preferido publicar en adelante^ como historia separada y com* 
pleta, la Historia de la esclavitud de la rrzan^ra en el Nueve 
Mundo, cuyo primer tomo puede considerarse sin ningún incon- 
veníentexomo el cuarto de los tres anteriores. 



El autor de esta obra perseguirá judicialmente á todo el que la reim- 
prlmlere ó tradujere en cualquier lengua que sea. 



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HISTORIA 



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LA ESCLAVITUD 

DE U mk AFItlCANi 

EN EL, Nuevo Mundo. 



LIBRO PRIMERO. 



Conocimiento que de África tuvieron la Antigüedad y la Edad Media. — 
Herodoto, Polibio y otros autores. — Hebreos y fenicios. — Carta go y Ro- 
ma.— Circunnavegación del África por los fenicios . —Viaje de Hannon. 
— Modo raro de comerciar.— Viaje de Scylax.— Viajes de Polibio y de Eu- 
doxo. — Árabes. — ^Venecianos. — Genoveses. — El catalán Ferrer.— Preten - 

^ siones de algunos franceses. — Robbe, Villot de Belfonde, Labat, Anque- 
til. — DiscopdanHito entre estos autores franceses. — Reflexiones. — Des- 
cubrimientos de los portugueses en la costa occidental de África durante 
el siglo XV. — El infante D. Enrique de Portugal.— Toma de Ceuta por los 
portugueses.— Descubrimiento de la isla de Madera. — Dóblase efcabo Bo- 
jador á pesar de sus terrores. — Mala conducta del infante con España. — 
Moros salteados por los portugueses, y moros rescatados por negros. — 
Error de algunos historiadores sobre el renacimiento del tranco de escla- 
vos. — Compañías de Lagos y dé Argüim.— Muerte de Gonzalo de Sintra. — 
Numero de carabelas y costas descubiertas hasta 1446.— Muerte de Ñuño 
Tristan. — Piráticas expediciones.— Factorías en África.— Interrupción de 
los descubrimientos.— Los papas sancionan los descubrimientos portugue- 
ses. — Muerte del Infante D. Enrique. — Arrendamiento del comercio de 
África.— Descubrimiento de la Mina del Oro, y controversia sobre ella.— • 
Fortaleza en la Mina del Oro.— Pió II condena el^tráfico de esclavos que 
hacian los portugueses.— Diego Can. — Fei*nado Pó.— Benéfica disposición 
de Juan III.— El Preste Juan.— Mapa-mundi de Fra Mauro.— Viaje de Vas- 
co de Gama. 



Dos continentes separados por el Atlántico^ el uno poco cono- 
cido de la Antigüedad y el otro del todo ignorado^ existieron 
desde la creación. En el asunto de que vamos á ocuparnos^ tan 
estrecho es el enlace entre los dos, que es imposible tratar de 






- 6- 

América prescindiendo de África. Sin ésta jamás hubiera el Nuevo 
Mundo recibido tantos millones de negros esclavizados en el es- 
pacio de tres centurias y media, y sin el Nuefo Mundo nunca se 
hubiera arrancado del suelo africano tan inmensa muchedumbre de 
victimas humanas. Al comenzar, pues, la tarea que acometemos, 
parécenos oportuno dar breve idea del conocimiento que de África 
tuvieron algunos pueblos de la Antigüedad y otros de la Edad Me- 
día; pasando después, como cosa necesaria^ á narrar los descubri- 
mientos que en la costa occidental de África hicieron los portugue- 
ses en el siglo decimoquinto. 

No hay quizá región del mundo que tanto haya excitado 
en todos tiempos la curiosidad de los hombres como el África; 
pero ninguna en donde los resultados hayan correspondido me- 
nos á los esfuerzos que se han hecho^ ^ pues todavía en este siglo 
no se ha alcanzado completo conocimiento de ella. Sus inmensos 
desiertos y la naturaleza ardiente de su clima han presentado 
siempre obstáculos formidables á las investigaciones del viajero; 
pero naciendo de las mismas dificultades el estímulo devencerlas, 
hase por largos.siglos trabajado en levantar el velo que aun cubre 
algunas regiones de aquella tierra misteriosa. 

Herodoto creyó acertadamente que África está rodeada de agua 
por todas partes, menos por la del istmo de Suez que la une con 
el Asia '; pero no tuvo idea ni de su extensión ni de su figura. ^ 

En tiempo de Polibio^ que nació dos siglos éfiífés de Cristo, ig- 
norábase si África estaba circundada por el mar^ ó si era un con- 
tinento que se prolongaba hacia el Sur '. Plinio afirma que no 
podia haber comunicación entre la zona templada del hemisferio 
Norte y la del Sur, por el inmenso calor que lanzan los astros so- 
bre la tórrida '. Lo mismo pensaba Strabon con otros hombres 
célebres, y aquel geógrafo, aunque uno de los más instruidos de 
la Antigüedad, ignoraba enteramente la configuración y exten- 
sión del África, pues creía que terminaba á los cinco grados lati- 
tud Norte. Hasta fiítes del primer siglo de la era cristiana, todos 
los geógrafos pensaron que África no llegaba al Ecuador. Vino 
después Ptolomeo, y apartándose de aquella opinión^ creyó que 
el mar no rodeaba al África, que sus partes meridionales se ex- 



(1) Herodoto, lib. 4, J 42. 

(2) Polibio, Historia, lib. 3. 

(S) Plinio, HUtoria Natural, lib. 2, cap. 68. 



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• 



tendiao hacia el polo antartico, y que mientras máa so a/^juneAlmn 
á él, más y más se ensanchaban \ 

Pero en medio de tantos errores, si comparamos las noticias 
que acerca del África nos dejaron los antiguos con los viajes qu.Q 
se han hecho en nuestros días» np podrá negarse que sus eono-rr 
cimientos fueron más extensos de lo que generalmente se cree^; y 
que respecto de ciertas regiones del interior, excedieron á los que 
tuyo la Europa moderna hasta principios del siglo xix, en que 
f omenzó una nueva era para los descubrimientos en el interior de 
África. 

Desde muy antiguo fueron conocidas algunas de sus partes 
orientales. Los hebreos tuvieron desde el tiempo de sus patriarcas 
relaciones mercantiles con Egipto '; pero este comercio sólo se 
hizo por tierra. También los fenicios, atravesando los desiertos 
del Arabia en las carabanas de los madianitas, y salvando los es^ 
eolios del golfo Arábigo, fueron á la Etiopía en busca de oro, in-^ 
cienso y otros aromas. Ni fué la vía terrestre la única que ellos 
tomaron para hacer este tráfico, porque el Yemen, que es la partís 
meridional de la Arabia Feliz, sirvióles de escala para dirigir sus 
naves á varios puntos del África oriental. 

La región septentrional fué siempre la mejor conocida. Egipto> 
Oyrene y Gartago son célebres en la historia, cuyas conquistas y 
^comercio dilataron el horizonte del interior del África. El rei-^ 
nado de los PtdlBlneos en Egipto influyó en disipar algunas ti -^ 
nieblas. Los elefantes eran medios eficaces en las guerras de 
aquellos tiempos; y como no se encontraban sino en el interior, 
necesario fué recorrer para obtenerlos ciertas partes de aquel con^ 
tinento. De aquí nació el deseo de dominarlas, y bajo el reinado 
de Ebergete I parece que las conquistas habíanse dilatado hasta 
e\ centro de la Etiopía, país ya bien conocido de los antiguos 
egipcios. No debemos^ pues, asombrarnos de encontrar en \(x$ 
fragmentos que nos quedan de los geógrafos de Alejandría, y 
principalmente de los escritos de Agatharchííe,. una descripción 
tan exacta de los remotos países de que Bruce nos ha dado una 
relación contemporánea '. 



(1) Ptolomeo, Geografía^ lib. 4, cap. 9. 

(2) Génesis, cap. 42. 

(3) Heeren, Ideas sobre la política y comercio de los principales pitólos 
de la ÁrUigOedadf (.2. 



-8- 

Cartago^ traficando con los pueblos del interior^ contribuyó tam*' 
bien á derramar mucha luz; y aunque dominada después por su an-> 
tigua rival^ por allí penetraron las legiones romanas y conquistaron 
hasta la tierra de los Garamantes ^ Alcanzó estos triunfos en la 
primera mitad del primer siglo cristiano Gornelio Balbo^ á quien 
Roma agradecida concedió los honores del carro triunfal y el de- 
recho de ciudadano romano, á pesar de haber nacido en Cádiz *. 
Las armas de Roma dominaron también todas lasMauritanias has- 
ta las aguas del Atlántico, y la vez primera que allí penetraron 
fué en tiempo del emperador Claudio. 

Ni fué solamente la ambición de Roma la que hizo dilatar el 
horizonte de los conocimientos geográficos. Los sangrientos com- 
bates de las fieras que se despedazaban á la vista de un inmenso 
pueblo en aquella capital, sosteníanse con los anímales de los de- 
siertos del África '; y no es posible que la caza continua de tantos 
elefantes^ tigres^ leones, y otras fieras que perecían en el circo^ 
dejasen de contribuir á rasgar el velo que ocultaba ciertas regio -^ 
nes africanas. 

¿Pero conocieron también los antiguos todas las costas de Afri* 
ca, ó solamente parte de ellas? Strabon dice: «Los fenicios, poco 
después de la guerra de Troya, penetraron más allá de las Colum- 
nas (estrecho de Gibraltar), y fundaron diferentes ciudades, nosó« 
lo cerca del estrecho, sino casi hasta la mitad de las costas de la^ 
Libia» *. * •^ 

Paréceme que Strabon comete aquí un error, pues para que los 
fenicios hubiesen emprendido tal viaje poco después de la guerra 
de Troya^ seria menester subir á más de doce siglos antes de la 
era cristiana, porque Troya no cayó en poder de los griegos sino 
en el año 1270 antes de ella; y por cierto que la Antigüedad no 
hace la más remota mención de semejante viaje en aquellos tiem* 
pos. Gossellin, geógrafo francés, anotando el pasaje de Strabon, 
cree que éste alude al viaje de los cartagineses al mando del ge- 
geral Hannon, para«descubrir y fundar colonias fuera del estre^ 
cho de Gibraltar en las costas del occidente africano, y que tal viaje 



(!) Stral^oD, lib. 17, cap. 2, g 16. 

(2) Plinio, Historia Natural, lib. 5, cap. 5. 

(3) Strabon, lib. 2, cap. 2, g 10. 

(4) StraboD, lib. i, cap. 3, i 3. 



— 9 — 

se efectuó casi mil años antes de Jesu-Cristo ^ Gossellín se nos pre- 
senta aquí mejor geógrafo que cronologista, porque en la época en 
que él supone se verificó el viaje de Hannon^aun no se habia fun* 
dado Gartago. 

Apoyándose algunos en un pasaje de Herodoto, piensan que los 
fenicios enviados porNécos, rey de Egipto^ salieron del golfo 
Arábigo, é hicieron la circunnavegación del África, entrando por 
las Columnas de Hércules y terminando su viaje en la parte sep- 
tentrional del Egipto. Hé aquí el pasaje de Herodoto: 

«Sabemos que cuando Nécos, rey de Egipto, abandonó el pro- 
yecto de abrir un canalentre el Nilo y el golfo de Arabia, envió 
buques tripulados por los fenicios con orden de entrar en el mar 
del Norte por las Columnas de Hércules^ y de volver al Egipto. 
Los fenicios^ que salieron del golfo Arábigo, navegaron por el mar 
del Mediodía. Cuando el otoño llegaba, cualquiera que fuese el 
lugar de la costa de la Libia en donde ellos se hallasen, desem- 
barcaban en él, y sembraban las tierras. Esperaban después la 
época de la cosecha, y cuando habían recogido el grano, hacíanse 
al mar de nuevo. Su viaje, hecho de esta manera, duró dos años. 
En el tercero, luego que llegaron á la altura de las Columnas de 
Hércules, mudaron de rumbo para pasarías, y volvieron á Egipto. 
Ellos refirieron un hecho que yo no creo; pero que quizá no pa- 
recerá indigno de fé á otro cualquiera, esto es, que haciendo el 
liro de la Líbia/ilHbáín tenido el sol á su derecha. Así es como 
la figura de la Libia fué conocida por la vez primera '. » 

Cartago, colonia fenicia, siguió las huellas de su metrópoli, 
y la historia nos conserva el célebre viaje que el general Hannon 
hizo á las costas occidentales de África por orden de aquella re- 
pública. Muy discordes están los autores sobre su época; quién 
asegura que se efectuó 406 años antes de la era cristiana; quién 
440 y quién 370 antes de ella; pero en medio de esta divergencia, 
la realidad del viaje se confirma, no sólo con la relación ó periplo 
que el mismo Hannon escribió en lengua púj^ca, y que depositó 
en Cartago en el templo de Saturno, sino con el testimonio de los 
escritores griegos y latinos. Plinio el naturalista afirma equivoca- 
damente que Hannon salió de Cádiz y que fué hasta los confines de 



(1) GossellÍD, nota á Strabon en el lib. 1, cap. 3, § 3. 

(2) Herodoto, lib. 4, § 42. — Acerca de este viaje véase el apéndice 1. 



— 10 — 

}a Arabía ^; pero esta aserción es contraria al mismo periplo^ en el 
cual sedice que la república de Cartago mandó á Hannon que na- 
vegase fuera de las Columnas: lo que supone que él no estaba en 
Cádiz, sino dentro del Mediterráneo, ó sea en Cartago. Nadie sabe 
exactamente hasta qué punto de la costa occidental de África llegó 
Hannon; pero lejos de haberla bojeado, él conñésa que no pasó dé 
una isla en que habia muchos gorillas; y que de allí retrocedió 
á Cartago por falta de víveres. 

El viaje de Hannon escrito en lengua púnica, fué traducido en 
griego desde la Antigüedad, aunque con poca exactitud. Sin em- 
bargo, es de agradecer que así se haya conservado, porque ha 
servido de texto para hacer otras traducciones en diferentes len- 
guas modernas; y teniendo yo algunas á la vista^ inserto por apén • 
dice en castellano la que hizo Campománes, añadiéndole algunas 
notas *. 

Muy diversas son las opiniones de los geógrafos modernos 
acerca del punto adonde llegó Hannon. Gossellin cree que pasó 
más allá del rio Non, cuarenta kilómetros al sur del cabo de ese 
nombre^ y que la pequeña isla Fedal, sobre las costas del rio 
de Fez, es la antigua Cerne % y no la isla que los moros llaman 
Ghir y los europeos Argüím, situada á los veinte grados, veinte y 
cinco minutos de latitud Norte. Por el contrario Campománes, 
Bochart y Bougainville piensan que los descubrimientos de Hannon. 
no solamente se extendieron hasta la Sentgataéia^ sino hasta el 
golfo de Benin en la Guinea. Estos autores alegan varios argu- 
mentos para sostener su opinión; pero yo no entraré en su examen, 
porque no es mi objeto escribir un tratado de geografía antigua 
sobre el África. 

Si algunos no han dado crédito al viaje de los fenicios en tiem* 
po de Nécos, porque éstos ño establecieron relaciones mercantiles 
con los paises africanos, cuyas costas occidentales recorrieron, 
no podrá hacerse el mismo reparo á la expedición del general 
cartaginés; porque^los negociantes de Cartago mantuvieron un 
tráfico lucrativo en la costa occidental de los países que hoy se 
llaman Marruecos y Fez, y quiza más abajo. 



(1) Plinio, Historia Natural, lib. 2, cap 67. 

(2) Véase el apéndice 2. 

(3) Recherches sur le Périple (V Hannon cí sur le sifstéme géogrophique de 
Polyhe, 



— 11 — 

• 

Era la isla de Cerne el mercado general en donde descargaban 
las naves cartaginesas. Allí trocaban con los negros sus -efecto^ 
por pieles de animales feroces y dientes de elefantes ^ Parece 
que también hacían pesca muy lucrativa del pez llamado 
ihynnus ', (scomber thynnus). Igualmente exportaron oro de 
la costa de África y; un pasaje de Herodoto, confirmado por la 
relaciqn de los viajeros modernos^ lo prueba claramente. Dice 
así: 

c Los cartagineses dicen que más allá de las Columnas de Hér* 
eulQS hay un país habitado, adonde ellos van á comerciar. Cuan-, 
do llegan á él, sacan sus mercancías de sus naves, colócanlas lo 
largo de la ribera y vuélfense después á sus buques, en los que 
hacen grandes ahumadas. Los naturales del país, luego que las 
ven^ vienen á la playa, y después de haber puesto junto á las 
mercancías cierta cantitad de oro como precio de ellas, retíranse. 
Los cartagineses salen entonces de sus buques, examinan la can- 
tidad de oro que se ha traído, y si les parece suficiente, lo cogen 
y se van. Pero si creen que no corresponde al valor de sus mer- 
cancías, tórnanse á sus naves, en las que permanecen tranquilos. 
Los otros vuelven después, y agregan alguna cosa hasta que los 
cartagineses estén contentos. Jamás se hacen daño los unos á los 
otros. Los cartagineses no tocan nada del oro, á menos que este 
represente el valor de sus mercancías, y los naturales del país no 
se llevan níngurflNe estas mientras que los cartagineses no han 
cogido el oro •.» 

Este pasaje de Herodoto desmiente la mala fé que generalmen- 
te se atribuía á los cartagineses. Las obras que ellos escribieron 
han perecido en la revolución de los siglos; y las pocas noticias 
que de Cartago nos quedan, débense casi todas á los romanos, sus 
implacables enemigos. No es, pues, extraño que éstos hubiesen 
desfigurado el carácter de aquel pueblo, presentándolo con los 
colores más sombríos á los ojos de la posteridad. 

Menciona también la historia el viaje de Sqylax de Caryande á 
la costa occidental de África, el cual visitó todos los estableci- 
mientos fundados por Hannon^ y confirmó lo que éste dice en su 



(1) Scylax, p. 54. 

(2) Aristóteles, de Ifirabil,, cap. 148. 
^3) Herodoto, lib. 4, ¡196. 



— 12 — 
Periplo. Publicóse de aquel viaje una relación, que la citan Aris- 
tóteles y Philostrato ^ 

La fama del viaje de Hannon estimuló á los marselleses á en- 
viar sobre sus huellas á Euthymenes. Perdióse la relación de este 
viaje, y cuanto se sabe es que aquel llegó á la embocadura de un 
gran río, que parece ser el Gambia ó el Senegal *. 

Aun se conserva la idea confusa de otro viaje emprendido á las 
costas occidentales de África inmediatamente después de la des- 
trucción de Gartago por Publio Scipion Emiliano. Acompañóle á 
éste el célebre historiador Polibio, quien^ habiendo tenido allí no* 
ticia del viaje de Hannon, y deseoso de imitarle, logró que Sci- 
pion le equipase en Gartago algunas naves con las cuales pasó el 
estrecho de Gibraltar, navegando hacia el Sur de la costa de Áfri- 
ca, hasta un punto que no se puede determinar con rigurosa exac- 
titud '. Algunos creen que Polibio escribió su viaje, pero que se 
perdió como otras muchas de sus obras. 

Possidonio, en su Tratado sobre el Océano, reñere largamente 
el viaje que un Eudoxo, natural de Cyzigne ^ hizo en torno del 
África. Fíjase su época en el reinado de Ptolomeo YII, llamado 
Evergetell, que ocupó el trono de Egipto en el segundo siglo an- 
tes de la era cristiana. Possidonio supone que Eudoxo zarpó de 
Gádiz; más Pomponio Mela " y Gornelio Nepos * hácenle salir del 
golfo Arábigo, terminando su nevegacion en aquel puerto. Strabojf 
inserta toda la relación de Possidonio ', perq^e'Mispara objecio- 
nes tan fuertes, que después de leerlas, no es fácil dar crédito al 
viaje de Eudoxo ^. Gampománes en sus Antigüedades maritimas 
de Cartago, ya citadas, cree que aquel viaje se efectuó desde Gá- 
diz hasta el mar Rojo en buques construidos allí; y de extrañar es 
que se funde en Strabon, quien dice precisamente todo lo con- 
trario. 



(i) Sobre este viaje véase la Memoria del hacoa de Sainte>Groix en las 
Mémoires de l'ÁcacUmte des Inscriptions, tom. 42. 

(2) Séneca, Nat. Qucest. 4, 2. — Geogr. Minor, edic. Hudron, pág 63. 

(3) Plin. Historia Natural^ lib. 5, cap. 1, § 8 ¿ 10. 

(4) Las ruinas de esta ciudad se hallan en la península de Arlaki, en las 
costas meridionales del mar de Mármora, la antigua Propóntide. 

(5) Descripción de la tierra, lib. 3 cap. 9. 

(6) Véase Plinio, lib. 2, cap. 67. 

(7) Sirabon, lib. 2, cap. 2, § 5. 

(8) Strabon, lib, 2, cap. 2, § 6. Veáse también Gossellin Recherches sur 
le tour de I* A frique. 



— 13 — . 

Los viajes dignos de crédito son los que se hicieron de Cádiz á 
la costa occidental de África^ rumbo que los gaditanos aprendió- 
ron de los erythreos^ antiguos conquistadores ó pobladores de 
aquella ciudad. Pero estas navegaciones estaban limitadas á un 
corto espacio de las costas de aquel continente, pues adonde iban 
con frecuencia era á la Mauritania occidental (hoy reino de Fez) 
extendiéndose hasta el rio Lixio, á treinta leguas de Cádiz ^ Su 
objeto era la pesca *; y como las naves que se empleaban tenian 
un caballo en la proa, dieseles el nombre de este animal. Parece 
que la pesca era de atunes^ y á ello aluden las medallas fenicias 
de Cádiz, en las cuales estaban representados estos peces '. 

La destrucción del imperio romano en Occidente envolvió 
mucha parte de la Europa civilizada en las tinieblas de una larga 
noche, perdiéndose para ella en aquel triste período muchos de 
los conocimientos que sobre África se tenian. Permaneció, pues, 
por algunas centurias en profunda ignorancia, y las nuevas luces 
que adquirió aporca de la geografía de aquella región, recibiólas 
de los árabes. Atravesando éstos desde muy temprano el estrecho 
de Bab-el-Mandeb, fundaron en el oriente de África las ciudades 
de Macdachon, Melinda, Keloua, Mozambique y Sofala; y pudiera 
creerse que hicieron el giro de toda el África, porque en el Medi- 
terráneo se encontraron los restos de un buque arábigo de 
construcción persa ^; hecho del todo insuficiente para probar 
Semejante circuflnvá^acion, porque los árabes nunca tuvieron 
exacto conocimiento de la ñgura de toda el África. 

Apoderados los árabes desde el siglo vii de todo el septentrión 
africano, forzosamente ensancharon el campo de la geografía, no 
sólo con los conocimientos que adquirieron en los países que 
habían subyugado, sino con las noticias que de muchas partes del 
interior recibían por medio de las caravanas. Con sus armas 
llevaron también luces á España; la guerra y el comercio pusié- 
ronlos en contacto con algunos pueblos europeos que lindan con 
el Mediterráneo, y desde entonces empeza|pn á disiparse en 
Europa los errores y preocupaciones que pesaban sobre la geo- 
grafía de África. 



(1) Strabon, !ib. 2. cap. 2, § 5. 

(2) Strabon, lib. 2. cap. 2, § 5. 

(3) Gampománes, Antigüedades marítimas de Cartago. 

(4) Notices des Mamtscrits du Aot, tome i, pág.161 . 



, - 14 - 

Al mistho intento coadyuvaron después los venecianos Marco 
Polo y Marino Sanuto. El primero nació en Yenecia en 1251, y 
el segundo fué su contemporáneo; ambos viajaron por el Oriente^ 
y allí recogieron de los árabes preciosas noticias sobre la geogra- 
fía de África* Sanuto trabajó un planisferio titulado de Mari et 
térra. Movido de ideas religiosas, cometió el grave error de poner 
á Jerusalen como centro del mundo entonces conocido. Representó 
al África de una figura inexacta, pues conociéndola solamente 
hasta la altura del Sahara, díóle una extensión muy despropor- 
cíoaada, y no remató en punta ó cabo su parte austral. Supuso, 
según la opinión de aquellos tiempos, que las regiones meridio- 
nales no estaban habitadas á causa del calor. Pero á vuelta de 
estos errores, representóla rodeada de mar por todas partes,, 
menos por el istmo de Suez, y con franca comunicación entre el 
£rythreo y el Atlántico. Sanuto regaló al papa Clemente Y este 
planisferio en 1321, y su conservación, así como la de los libros 
que escribió, débese á Paolo Petavio ^ 

Rectificáronse mucbo los contornos de África en el siglo xiv^ 
según aparece del Portolano Mediceo terminado en 1351, y, por 
consiguiente, antes que las célebres tablas geográficas de los dos 
hermanos Pízzagani y las del Blanco, pues las de aquellos se 
hicieron en i 367, y consérvanse en la biblioteca parmesena con 
otras del Bedrasio. De las ocho que contiene aquel Portolano, la 
YII es del África. En ella está señalado el^ahMiíVoTí, y al sur fe 
él los lugares siguientes: Mejust, Imfin, Ansulifriy y después un 
rio con el nombre Albet-Nuty y junto á él escritas las palabras 
latina^ ^hic colUgitur aurus^ (aquí se coge oro). Esta carta 
Mmina en el cabo Bojador. 

Altanos italianos pretenden que los genoveses hicieron grandes 
descubríoitentos en la costa occidental de África desde fines del 
siglo xm *. Citan al intento dos viajes: el primero en 1281, en 
cuyo año se dice que salieron de Genova dos galeras capitaneadas 



(1) Gesta Dei per Francos, vol. 2. Ea esta obra se publicó el planisferio 
de Sanato, que respecto á la Edad Media es el más antiguo que posee Italia. 

(2) Tiraboschi, Storia della Letteratura italiana, ^ol. 4, lib. 1, cap. 5, 
g 15.— Pietro Abano, Consiliator, Dissert, 67.— Poglietla, Historia Genuen- 
sis, lib. 5.— il Milione di Marco Polo, publicato ed illiMtrato dal conté Gto. 
Batt. BalddliBoni, edición de Florencia en 1827.— Graberg, Ánnali di Geo- 
grafía e Statistici, Genova 1803.— Giustiniani, Storia di Genova, 



— 15 — 

por los hermanos Vadíno y Guido Yivaldi para ir á las Indias 
orientales por el Atlántico; y que» después de haber navegado 
mucho, perdióse una de las galeras en la costa de Guinea^ pero 
que la otra continuó hasta llegar á una ciudad de Etiopía, llama- 
da Menam, en donde fueron cautivados los que en ella iban. 

£1 otro viaje que se menciona, supónese hecho en el año de 
1291 por los genoveses Teodosio Doria y Ugolino Vivaldí, quie« 
nes salieron con dos triremes por el estrecho de Gíbraltar con el 
objeto también de llegar ¿ las Indias orientales navegando por 
las costas del Occidente Africano; pero esas naves no tornaron á 
Europa, ni de ellas se tuvo más noticia. 

En cuanto al viaje de los hermanos Yivaldi, aun admitiendo su 
certeza, y que una da sus galeras se perdió en las costas de Gui- 
nea, no por eso debe dársele la importancia de que carece, aluci- 
nándonos con la palabra Guinea^ que no es por cierto la verdadera, 
descubierta por los portugueses en tiempos posteriores ^ 

Consérvase también la memoria de otro viaje que emprendió 
en 1346 un catalán llamado Jaime Ferrer, el cual salió de Mallorca 
el 10 de Agosto de aquel año para ir á Rujauro ó rio del oro, 
más allá del cabo Bojador y cerca del trópico de Cáncer. Consig- 
nóse esta noticia en el archivo secreto de Genova, y fué publicada 
por Graberg *. De este viaje hácese también mención en una nota 
del Atlas catalán de 1375 que se conserva en la biblioteca prin- 
cf^al de París; pHp %omo nunca se volvió á tener noticias del 
navegante Ferrer, nada adelantaron entonces los conocimientos 
geográficos. Por otra parte las razones de Walckenaer y del 
vizconde de Santarem manifiestan que el objeto de Ferrer no fué 
ir al rio del oro descubierto por los portugueses en el siglo xv, 
sino á otro del mismo nombre situado en la costa de Marruecos 
y mucho más al norte del cabo Bojador '. 

Algunos autores franceses, inflados de necia vanidad, suponen 
también que comerciantes de Normandía, no sólo frecuentaron 
desde el siglo xiv las costas de la Nigricia y dg Guinea^ sino que 



(1) La existencia de los viajes de estos genoveses en torno del África, es 
paramente imaginaria. Véase sobre este punto la obra del portugués Viz- 
conde de Santarem, Recherches sur la prior ilé de la découverte des pays «t- 
ttiés sur la cote occiientak d* A frique^ au delá du cap Bojador, § 22, 
pág. 24 1 

(2) Ánnali di Geografía e Statislici, Genova, 1803. 

(3) Santarem, Recherches sur lapriorilé, etc. { 2i; pág. 227. 



— 16 — 

^ fundaron colonias mucho antes que los portugueses. Recorramos 
brevemente sus falsas pretensiones para mejor impugnarlas. 

El geógrafo Robbe dice^ que en 1364 algunos negociantes de 
Dieppe ya tuvieron tratos con los habitantes de Cabo Verde; que 
extendieron sus relaciones por la costa de Maiagueta hasta Sestro 
Páris; que de tres buques enviados en i 382 por una compaHía de 
comerciantes de Dieppe y de Rúan, uno llegó hasta la Mina del 
Oro, en donde se construyó un pueblo y un fuerte, y que el 
comercio con aquellos países floreció hasta 1413 en que las 
guerras civiles de Francia en tiempo de Carlos VI obligaron á los 
normandos á abandonar la Mina^ Ses(tro Páris^ Cabo del Monte, 
Sierra Leona, Cabo Verde y todos los demás puntos que en África 
poseían. ¿Pero dónde están los documentos ó pruebas de los 
hechos que se reñeren? ¿Por qué no volvieron los normandos á 
sus establecimientos africanos después de la muerte de Carlos VI^ 
acaecida el aiio 1422? Con la muerte de aquel monarca cerróse el 
largo período de desventuras que habían afligido á la Francia, y 
empezó para ella una era menos tormentosa. ¿Habíales acaso 
alguna potencia ocupado aquellas colonias? Ninguna por cierto^ 
pues los descubrimientos portugueses aun no hablan comenzado. 
Villaut de Belfonde hizo en 1666 y J667 un viaje á la costa de 
Guinea, y en su relación dedicada al célebre ministro Colbert, 
dice que algunos aventureros de Dieppe, acostumbrados á correr 

'^~I^ mares, navegaban en 1346 hasta li^ «Mas de la NígriSia 
y Guinea, estableciendo varias colonias, y particularmente en 
Cabo Verde, en la bahía de Rio Fresco, y en la costa de Maiague- 
ta; que al espacio de mar, que se dilata, desde Cabo Verde hasta 
Cabo Mosto, llamáronle Bahia de Francia; que dieron el nombre 
de Pequeño Dieppe á un pueblo situado entre los ríos Junco y 
Séstos y el de Sestro Páris, ó Gran Sestro, á otro que no está le- 
jos de Cabo de Palmas; que de todos estos parajes se llevó á Fran- 
cia mucho oro en polvo, dientes de elefantes y otras mercancías; 
que en 1383 los gormandos echaron los cimientos del fuerte de la 
Mina que ocuparon hasta 1414; y que^ por último, sus estableci- 
mientos vinieron á caer en manos de Portugal, Holanda y otras 
naciones *. 
El padre Labat, que escribió en 1728, afírma que ya en 1364 



(1) El texto de la narración de Hobbe y Villaut se puede ver en la Hi8' 
torta Universal, en la parte que trata de ios descubrimientos de África. 



— 17 — 

los negociantes de Díeppe habían establecido su comercio en el 
SenegSil y Rufísque , rio Gambia y otros parajes mucho más allá 
de Sierra Leona; que en 1365^ aquellos negociantes formaron una 
compañía con los de Ruan^ cuya escritura se quemó en parte en 
el incendio de Dieppe en 1694; que aquella misma compañía en- 
vió en 1366 una expedición que construyó dos fortalezas en la 
costa de Malagueta, y fundó además dos pueblos, uno de los cua- 
les se llamó Peiit Dieppe, y otro Peiii Paris; que en 1382 se 
levantaron los fuertes de la Mina del oro^ de Acara ^ Gormentin y 
otros; que el rico comercio que se haci^ con estos países empezó 
á decaer, ya por las guerras civiles que perturbaron el reinado de 
Garlos VI, ya por, el orgullo de los normandos que desdeñaron 
continuar la carrera del comercio que los habla enriquecido ^ 

Anquetil dice *: «Parece que las dos naciones (Francia y Por- 
tugal) se dirigieron á la costa de África á épocas poco diferentes 
hacia la mitad del siglo xv.» Describiendo el mismo autor en su 
Historia de Francia el reinado de Luis XIII y refiriéndose al 
año de 1635, se expresa así: «Aun es de notar que los franceses 
adelantaron á las demás naciones europeas en la carrera de los 
descubrimientos. Desde 1477 y bajo el reinado de Garlos VI ', 
Juan de Bethencourt^ gentil hombre normando^ habia formado 
diversos establecimientos en las costas de África, más allá de las 
Ganarlas. La demencia del monarca, las guerras de Garlos YII con 
4os ingleses, la!^§ Liis XI con sus vasallos .y sus vecinos, las in- 
vasiones de Garlos VIII y de Luis XII en Italia, las desgracias de 
Francisco I, los furores de la liga, todos los azotes, en fin, que 
afligieron la Francia sin interrupción durante dos siglos, impidie- 
ron al gobierno que coadyuvase á los esfuerzos de los partícula— 
res. Olvidáronse los descubrimientos, destruyéronse los estable- 
cimientos; y cuando Richelieu tomó el cetro de los mares como 
superintendente del comercio y navegación, ya de ellos no que- 
daban sino débiles vestigios.» 

Los autores de la Enciclopedia francesa ^ en el pasado siglo 
aseguran, que los navegantes de Dieppe comerciaron en las cos- 
tas occidentales de África desde 1364; pero que las guerras de 



(1) Labat, Nouvelk rekUion de VAfrique occidentale, 1. 1, chap 2. 

(2) Compendio de la Historia Universal, abreviada de la universal de 
los ingleses, tomo 6. 

(3i Reinó de 1380 á 1422. 

(4) Arlicalo Commerce^ tom. 3, edición de Paris de 1753. 

2 



— 18 — 
los ingleses hicíeron^perder á la Francia el fruto de estos descu— 
brimieotos. 

Aun pudieran aumentarse las citas, pero siendo todas repetición 
de las anteriores, inútil e& mencionarlas. La discordancia que hay 
entre los mismos autores franceses que sostienen la existencia de 
tales descubrimientos y colonias, destruye todo el valor que á su 
testimonio pudiera darse. Yillaut fija la época de las primeras 
expediciones oa 1346; Robbe en 1364; Labat antes de este últi- 
mo año, pues que ya en él supone establecido el comercio francés 
aun más allá del rio de Sierra Leona; y Anquetíl á principios del 
siglo XY, que fué cuando Bethencourt navegó por aquellos ma- 
res. Robbe dice, que los normandos llegaron ep 1364 hasta Ses- 
tro Páris, situado á menos de 5<> latitud norte; mas Yillaut dá 
á entender que esto acaeció en 1346. Robbe computa el principio 
de la decadencia de tan floreciente comercio desde 1413; Labat 
desde 1392; Anquetíl lo refiere á tiempos muy posteriores, y tan 
lejos está de convenir con Robbe y Labat, cuanto que él supone 
la fundación de los establecimientos normandos en una época en 
que ya estos mismos autores los dan por destruidos. Robbe afirma 
que los normandos perdieron todas sus posesiones africanas. La- 
bat, que conservaron el Senegal. Aquel señala como única cauda 
de esta pérdida las guerras civiles de Francia; Anquetíl, además 
de estas, añade otras que no pudieron influir, por haber sido muy 
posteriores. • ^¡^ * 

Si examinamos aisladamente el testimonio de Anquetil, hallaré- 
mosle equivocado. Asegura que Bethencourt formó varios esta- 
blecimientos en las costas de África; mas todo lo que este hizo, 
fué recorrer el espacio comprendido entre el cabo Cautín y el rio 
del Oro á la latitud septentrional de 23^41\ Aun cuando Bethen- 
court hubiese fundado colonias^ no se infiere por eso que estas 
hubiesen pertenecido á Francia, pues si bien aquel navegante 
fué normando de nacimiento, juró homenaje á la Corona de Cas- 
tilla desde 1402; y en nombre de ella y como subdito de ella fué 
como hizo sus corretias en aquellas costas. Genovés fué Colon, y 
veneciano Cabot;¿ mas por eso se dirs^que á Genova ó á Yenecia 
perteneciéronlos descubrimientos de aquellos dos nstvegantest 
Aun admitiendo que los franceses hubiesen colonizado desde el 
siglo XV algunos puntos del Occidente africano, no se sigue de 
aquí que hubiesen precedido á otras naciones en la carrera de 
los descubrimientos africanos. 
Pero prescindamos de los errores de Anquetil, y concedamos 



— 19 — 

que los escritores franceses guarden entre sí la más perfecta 
armonia; ¿aumentáronse por éso las probabilidades en su favor? 
Eq materias de esta naturaleza no basta narrar hechos; menester 
es probar su existen cia;¿ mas cuáles son las fuentes en que esos 
autores han bebido? ¿cuáles los documentos en que se fundan 
para hablar de tales colonias? Pues qué,¿ porque Labat diga que 
en el incendio ^e Dieppe en 1694 se quemó parte de la escritura 
de compañía que algunos negociantes de aquella ciudad y de la 
4e Rúan hicieron en 1365, creeremos ciegamente su relato? 
¿Cuáles son los medios de que él se valió para conseguir seme- 
jante noticia? ¿Por qué no publicó el fragmento no quemado de 
aquella escritura, ó, al menos, indicó siquiera el archivo endeu- 
de se conserva? 

Historiadores franceses, como Serres que escribió en el siglo 
XVI, y Mezeray en el xvii, nada dicen acerca de los descubri- 
mientos normandos, á pesar de hallarse menos distantes de la 
época en que se supone se hicieron. ¿Seria porque ignorasen los 
viajes de aquel los navegantes ala costa occidental de África, ó 
porq ue teniendo noticia de ellos, los juzgasen indignos de ocu- 
par jas páginas de la historia? Todo esto podrá ser; pero mientras 
a£(í no se pruebe, existen motivos muy poderosos para no creer 
en descubrimientos que debiendo haberse referido, dejáronse se- 
pultados en el más profundo silencio. 

* No es fácil coMBbiif cómo en un siglo en que la navegación es- 
taba tan atrasada, en que los conocimientos geográficos eran tan 
imperfectos, y en que los largos viajes marítimos se consideraban 
como empresas prodigiosas, cómo es que tantas expediciones, 
tantos descubrimientos, tantas colonias y tanto comercio con ellas 
no hubiesen llamado entonces la atención de las naciones euro-' 
peas. ¿Por qué fenómeno inexplicable guardan todas tan universal 
silencio sobre tan importantes acontecimientos, cuando algunos 
años después resuena por toda Europa el ruido de la expediciones 
portuguesas á las mismas costas africanas? ¿Cóiao es que ocupan- 
do los franceses tantos puntos, teniendo tantas fortificaciones, y 
prosperando su comercio según unos hasta 1392, y según otros 
hasta 1413, en que dicen que aparecieron los primeros síntomas 
de su decadencia, cómo es que al emprender los portugueses sus 
primeros viajes á principios del siglo xv, ya Francia no sólo habia 
perdido sus posesiones africanas, sino que hasta su existencia se 
habia borrado de la memoria de los hombres? Pues qué, cuando 
un pueblo asienta en otros países su dominación ¿pierde de un gol- 



— 20 — 
pe y como por encanto^ no sólo su comercio y sus colonias, sino 
hasta su más remota influencia? ¿Hubo acaso alguna nación que 
despojase repentinamente á la Francia de lo que en África poseia? 
Ninguna. ¿Lanzaron por ventura á los franceses de aquellas costas 
las tribus africanas? Tampoco. Pues entonces ¿cómo es que ni aun 
los primeros navegantes portugueses encontraron un solo estable- 
cimiento francés, un solo individuo francés, ni ningún vestigio 
que atestígunse la dominación francesa? ¿Seria que los portugue- 
ses ocultasen todo lo que tenia relación con Francia para privarla 
de la gloria de aquellos descubrimientos? Pero si tal era el inte- 
rés de los portugueses ¿por qué los franceses callaron, cuando su 
interés era hablar? Por qué no denunciaron al mundo la perñdía 
portuguesa? ¿Por qué no opusieron á sus usurpaciones una vigo- 
rosa resistencia? ¿Acaso carecían de luerzas para luchar con tales 
adversarios? Y si carecían de ellas ¿por qué al menos no reclama- 
ron con la pluma exponiendo sus derechos? Nada hizo la Francia, 
y sobre asunto tan importante guardó el más profundo silencio. A 
estas reflexiones deben agregarse los incontranstables argumentos 
del vizconde de Santarem en su obra ya citada, demostrando hasta 
la evidencia la prioridad de los descubrimientos portugueses en la 
costa occidental de África, y la falsedad de los que pretenden ha- 
ber hecho en ella los franceses desde el siglo xiv. 

Entre las causas que coadyuvaron á vivificar en Europa duran- 
te la edad media el tráfico de esclavos, étíumt^é los descubrí^ 
míentos portugueses en la costa occidental de África. Allí expuse 
algunos hechos indispensables para probar mi aseveración ^; más 
ahora con otro objeto es necesario que desenvolvamos extensa- 
mente la historia de aquellos descubrimientos, y el tráfico de es- 
clavos que se hizo desde entonces; origen fatal del que en siglos 
posteriores se continuó en el Nuevo Mundo. 

El hombre á quien se deben los importantes descubrimientos 
que ensancharon los límites de la tierra, fué el Infante D. Enri- 
que de Portugal,^ijo tercero de D. Juan I de ésta nación y de 
Philippa, hija de Juan de Gaunt, Duque de Lancáster. Nació en 
1394 y adquirió vastos conocimientos en geografía, matemáticas 
y otros ramos. Créese generalmente que el primer impulso dado 
por él á los descubrimientos en la costa occidental de África, á 



(l) Véase mi Hist de la Etclavüud desde los tiempos más remotos hasta 
nuestros dias, tomo 3) lib. 14, pág. 2'77 y 278. 



— 21 — 

principios del siglo xv^ nació del deseo de abrir nuevo camino á 
las opulentas regiones de la India Oriental^ doblando el cabo de 
Buena Esperanza. Pero esta creencia es infundada, pues aunque 
exento aquel príncipe de muchos de los errores que se habían 
propagado sobre la geografía de aquellos tiempos, fueron otros los 
motivos que le indujeron ¿ empresa tan gloriosa. 

Las largas guerras de los portugueses con los moros dieron á 
los primeros gran energía, y aumentóse su ardor belicoso con 
la guerra civil encendida en Portugal por la sucesión 6 la corona 
en el último tercio del siglo xiv. Ajustó paces Portugal con Casti- 
lla en 1411; y buscando un desahogo al espíritu marcial y turbu- 
lento de los portugueses, Juan I proyectó la conquista de Berbería. 
£1 infante D. Enrique marchó bajo las banderas de su padre con- 
tra los moros de aquella tierra, y distinguióse por su valor qi la 
toma de Ceuta, (la antigua Septem), en 21 de Agosto de 1415 ^ 

Tan entusiasta de la gloria como celoso defensor de la religión 
católica, concibió desde entonces el proyecto de hacer la guerra 
á los países infieles, y de introducir en ellos el cristianismo. La 
toma de Ceuta, emporio entonces délas producciones del Oriente *> 
ofrecíalo favorable ocasión pira continuar desde allí la conquista 
de Fez y de Marruecos; pero como ya D. Juan había tomado el 
título de Señor de Ceuta, y la corona de Portugal aspiraba á la 
dqminacion del marrueco, el infante conoció que para realizar sus 
planes debia bus^l^tfo camino. Apañóse, pues, de aquel teatro; 
y, adquiriendo noticias de los moros de Berbería acerca de algu- 
nos países interiores de África y de Guinea, fijó los ojos en regio- 
nes donde pudiera obrar con absoluta independencia, y donde 
ningún príncipe cristiano tuviese derechos que reclamar. Fovore- 
eióle la circunstancia de ser Gran Maestre de la orden de Cristo, 
de la que fué fundador su tercer abuelo D. Dionisio; y bajo de 
este carácter podia disponer de los fondos de ella para empresas 
religiosas. Conociendo también que ningún mareante ni mercader 
acometería la grande empresa que él proyectajia, por no encon- 
trar en ella ganancia segura, resolvió tomarla sobre sí como el 
único capaz de llevarla á efecto en aquellas circunstancias *. 



(i) Walslnghaní; History of England. Este autor fué contemporáneo de 
aquellos sucesos 

(2) Vida do Infante. Lisboa 1758. pág. 26. ^ 

(3) Chronica do detcobrimento e conquista de Guiñé, escrita por man^ 



— 22 — 

ÁDÍmábale al mismo tiempo el más ardiente deseo de promover 
el adelantamiento de la navegación, de conocer los países situa- 
dos más allá del cabo Bojador, y de abrir con ellos lucrativo co- 
mercio. Consagrado al estudio de tan importantes objetos, y 
movido de sentimientos religiosos, fijó su residencia desde I&IS 
en el promontorio de Sagres, al S. de Portugal, y resolvió que les 
portugueses navegasen por las aguas del Atlántico hasta enarbo- 
lar el pendón de la Cruz en las costas de Guinea \ 

Salió de Portugal la primera expedición en 1418, compuesta de 
dos naves al mando de Juan Gonzalvez Zarco y Tristan Yaz, dos 
caballeros de la casa del Infante D. Enrique, á quienes mandó éste 
que empezasen su navegación antes del cabo Boj ador, y que des- 
pués que lo doblasen, siguiesen sus descubrimientos costa abajo. 
Lans^áronse al mar estos capitanes en 14i8, y asaltándoles una 
borrasca á la altura del cabo Gantin, fueron arrojados hacia el 
Oeste, descubriendo una isla á la que, por las tristes circunstan- 
cias en que se hallaban, llamáronla Porto-Santo '. Encontráronla 
poblada de «gente nada política, más no del todo bárbara é selva- 
je, y poseedora de un benévolo y fértilísimo terreno *.» Tornaron 
á Portugal con estas nuevas, y como también anunciasen que al 
S. de Porto-Santo hablan visto una sombra que debia ser otra isla 
más grande que esta, alegráronse los portugueses, pues ya se 
empezaban á coger los primeros frutos de los proyectos del In- 
fanta. ^ ^ 

En el mismo año salen para Porto -Santo por orden de D. En- 
rique tres buques, regidos los dos primeros por los referidos Juan 
Zarco y Tristan Vaz, y el tercero por Bartolomé Perestrelo, sue- 
gro del inmortal Colon. Fundan allí una colonia, van en busca de 
la sombra que habian divisado en su primer viaje, reconocen que 



dado de el Rey D. Mfonso T, pe lo Chronisla Gómez Eanes de Azurara, 
cap. 75, escrita en 1458. Esta obra permaneció inédita por mucho tiempo, 
basta que fué descubierta en la biblioteca principal de París por Fernando 
Denis en 1837. El Vizconde Dacarreira, embajador portugués, sacó una co- 
pia con su propia mano, y anotada por el Vizconde de Santarem, publicÓ8& 
en París en 1841. 

(1] Gómez Eanes de Azurara, en la obra citada. —Barros d^ Asia, déc. !• 
lib. 1, cap. 2. 

(2) Barros, déc. 1, lib. 1, cap. 20." 

(3) ¥&ii& Iñouaa, lisia portuguesa, tom. 1, part. 1, cap. 1, Lisboa 1666. 



— 23 — 

es una isla, y, por los grandes árboles que tenia, apellidáronla 
Madera \ 

Empeñado el Infante D. Enrique en que se doblase el cabo Bo- 
jador, enviaba anualmente expedición tras expedición; pero aun- 
que se habían escogido para esta empresa los pilotos más exper- 
tos, la náutica de aquellos tiempos suministrábales poca luz; y con- 
trastado su ánimo más por las preocupaciones vulgares que por 
los verdaderos obstáculos de la naturaleza, todos los navegantes 
empleados durante catorce años tornaron á Portugal sin haber 
podido doblar el cabo Bojador, tan formidable para ellos. «Es 
claro, decían^ que más allá de ese cabo no hay gente alguna; la 
tierra es tan árida como la Libia; ni agua, ni árboles, ni yerba 
en ella; el mar es tan bajo que á una legua de la tierra solamen- 
te tiene una braza de profundidad, y las corrientes son tan bra- 
vas, que el buque que pase ese cabo nunca más volverá *» . 

Ya q1 Infante apenas encontraba pilotos que le quisieran servir. 
Al ver el pueblo portugués los inútiles resultados de tantas expe- 
diciones, desacreditaba los proyectos del Infante; pero este, inal- 
terable en su resolución, seguíalos con más constancia. En 1432 
según Barros, y en 1433 según Azurara ', expidió á Gil Eanes, 
su escudero y vecino de Lagos; pero azotado este por los tempo- 
rales, limitóse á llevar consigo á Portugal los hombres que habia 
salteado en las islas Canarias ^. 

No fué esta ItPnez^rimera que los portugueses cometieron ta- 
les violencias. Conociendo ef infante Don Enrique la importancia 
de las islas Canarias para los descubrimientos de la costa occi- 
dental de África, solicitó varias veces del monarca de Castilla que 
se las cediese todas, ó á lo menos algunas, so color de incorpo- 
rarlas en la orden de Cristo y bautizar á los indígenas de ellas. 
Pero no habiendo alcanzado sus pretensiones, armó á sus expen- 
sas en 1424 una expedición de dos mil quinientos hombres de á 
pié y ciento veinte de á caballo, al mando del general Don Her- 
nando de Castro. Mucho sufrieron de los ¡^rtugueses las islas 
invadidas; pero no pudiendo sostenerse en ellas, ya por la repul- 



(1) Barros, dec. 1, lib. 1, cap. 3.— Sobre el descubrimiento de Madera 
por los cartagineses, véase ¿ Heeren, tomo 4, págs. 113 y 114. 

(2) Azur., Chronica^ cap. 8. 

(3) Azur. cap. 9. 
[i) ^Azur. ibid. 



— 24 — 

sa de los habitantes, ya por los gastos que semejante empresa 
ocasionaba, hubieron de abandonarla^ tornando á Portugal. Esta 
conducta culpable continuó por algunos años, y contra ella recla- 
mó seriamente D. Juan II de Castilla, escribiendo al Rey Alonso 
y de Portugal varias cartas que íntegras insertó Fray Bartolomé 
de las Casas en el cap. XYIII, lib. 1 de su Historia de las Indias. 

Volviendo á Gil Eanes, aliéntale el Infante á que renueve su 
frustrada empresa, y resuelto á ejecutarla á todo trance, lánzase 
de nuevo al mar, y en i 433 torna triunfante á Portugal después 
de haber doblado el tan temido cabo Bajador. Esta empresa tú- 
vose por los contemporáneos como superior á los trabajos de 
Hércules. 

Salvada ya esta barrera, abrióse un vasto campo á las espe- 
ranzas de D. Enrique. En Í4r34 Alfonso Gonzalo Báldala, acompa- 
ñado de Gil Eanes, llega cincuenta leguas más al S. del cabo Bo- 
jador, habiendo desembarcado en un punto donde pescaron muchos 
rubios, por lo que le llamaron Ensenada de los Rubios. En i 435 
hacen su segundo viaje; y como para reconocer el país echasen 
á tierra dos hombres á caballo, he aqui el lugar que se denominó 
Angra ó Ensenada de los Caballos ^ Más adelante matan en la 
boca de un rio muchos lobos marinos, y en 1436 llegan hasta una 
punta, que por la figura que de lejos presentaba llámesela de los 
Gallos \ 

Las turbulencias de Portugal, ocasionada^ p«P>la minoridad de 
Don Alonso, á quien pasó la corona por muerte de su padre el rey 
Don Odoardo acaecida en 1437, interrumpieron los descubrimientos 
hasta el año de 1440en que Don Enrique expidió dos carabelas que 
nada adelantaron. En 1441 envió otra nave al mando de Antonio 
Gonzalvez ó González, que de ambos modos se le decía, no para 
descubrir, sino con el único objeto de que fuese á buscar un car- 
gamento de cueros y de aceite de lobos marinos al paraje de la 
costa africana en donde abundaban y en donde habíanse antes 
matado muchos. P^ro cifrando Gonzalvez su mayor gloria en ser 
él quien presentase al Infante los primeros esclavos de África, 
púsose en acecho con una parte de la tripulación que desembarcó 
para coger algunos moros, y, en efecto, prendió dos, un varón 
y una hembra, después de haber herido al primero '. Antes de 



(1) Azur. cap. 9 y 10.— Barr. déc. 1, lib. 1, cap. h. 

(2) Azur. cap. 10. 

(3) Azur. cap. 11. 



- 25 — 

hacerse á la vela para Portugal, juntóse con otra nave portuguesa 
que acababa de llegar al mando del caballero Nuno Tristan, á 
quien habia el Infante recomendado que prosiguiese los descubri- 
mientos y que cautivase toda la gente que pudiese. De acuerdo 
Tristan con Gonzalvez, salen una noche á saltear moros, encuen- 
tran algunos, matan tres en la pelea, y cogen diez entre hombres 
y mujeres. Estos moros eran habitantes de los pueblos Azenegues^ 
que lindan con los negros Jolofes, cuyo país se extiende hasta el 
rio Senegal, que sirve de frontera á los moros que ocupan su ribera 
septentrional ^ La acción criminal de Antonio Gonzalvez fué pre* 
miada haciéndosele caballero en el mismo sitio en que la cometió, 
y al que desde entonces se apellidó Puerto del Caballero. Repar- 
tidos los esclavos e,ntre Gonzalvez y Tristan, aquel tornó á Por- 
tugal en Í441 ó 1442, y este continuó sus exploraciones hasta el 
paraje que por su color se llamó Cabo Blanco *; 

No sería este el primer asalto que los portugueses dieron á los 
'moros. Ya las naves descubridoras que aun antes de haber do- 
blado el cabo Bojador tornaban á Portugal, hicieron incursiones 
en las costas de Berbería ^; y si bien la historia no dice que desde 
aquella época hubiesen empezado los portugueses á coger allí 
esclavos, probable es que algunos moros hubiesen sido víctimas 
de sus asaltos. Como quiera que sea, lo cierto es, que Antonio 
Gonzalvez exportó de África esclavos para Portugal desde i44i 
ó A42, y que entéMKsflié cuando se abríosla fuente fatal que 
desde el principio del siglo xvi comenzó á inundar de negros 
esclavos las regiones del Nuevo Mundo por mas de tres centurias 
y medía. 

Entre los esclavos hechos por Gonzalvez, hallábase jun moro de 
distinción, que deseando rescatarse, obligóse á dar por él en su 
país cinco ó seis negros; y dos jóvenes cautivos compañeros su- 
yos, comprometiéronse también á dar por su libertad diez negros 
á lo menos. Considerando el Infante ventajosas estas ofertas, ya 
por el rescate que se prometía, ya por las notí(^as que aquellos 
pudieran comunicarle acerca de su país, mandó que Gonzalvez los 



(1) Alvarez D* Almada, Tratado breoe dos rio^ de Guiñé do Cabo Verde. 
Este autor portugués nació al promedio del siglo xvii en una de las islas de 
Cabo Verde llamada Santiago, y en donde pasó la mayor parte de su vida. 

(2) Azur. cap. 13 y 14.— Barr. déc. 1, lib. 1, cap. 6. 
(3j Barr. dée. I. lib. i. cap i.* 



— 26 — 

restituyese á él; quien partiendo de nuevo con los cautivos, arri- 
bó á un canal ó estero que corre como seis leguas tierní adentro^ 
y que por haberse rescatado allí oro en polvo llámesele Rio del 
Oro. Desembarcado que fué el moro, desapareció al instante, sin 
que jamás se supiese de él. Pero retenidos los dos jóvenes sus 
compañeros, estos se libertaron por cierta cantidad de oro en 
polvo y por los diez negros de ambos sexos que habían ofreci- 
do ^ Con ellos volvió Gonzalvez á Portugal.en 1443; pero guar- 
démonos de creer, como erróneamente piensan aun ilustres 
historiadores, que entonces fué cuando renació en Europa la ex- 
tinguida esclavitud, pues de refutación completa á semejante 
idea sirve cuanto he dicho en el tomo m de la Historia de la Es- 
clavitud desde los tiempos más remotos hasta, nuestros días. Allí 
probé, que esta institución continuó en la ^edad media y tiempos 
posteriores en algunas naciones de Europa, y que la dominación 
sarracénica en la península ibérica acompañada de las relaciones 
mercantiles que se establecieron entre ella y el África, llevaron en 
abundancia negros esclavos á España y á Portugal muchos siglos 
antes de los descubrimientos de los portugueses en la costa occi- 
dental de África. Lo que estos hicieron entonces fué dar gran 
impulso al comercio de esclavos negros en aquellas dos naciones, 
y abrir tráfico directo con los países africanos recien descubiertos, 
sin necesidad de las caravanas que antes los llevaban á Berbería. 

La introducción dp negros esclavos e^PiMigal en 1443, acá— 
lió enteramente las murmuraciones que hasta entonces se hqbian 
oido contra el infante D. Enrique, trocándose en alabanzas *. De 
todas las conquistas que se hacian tocaba la quinta parte al mo- 
narca portugués; la que el infante D. Pedro, regente del reino por 
la minoridad del rey su sobrino, cedió al infante D. Enrique como 
recompensa de sus gastos y fatigas en los descubrimientos' de 
África \ 

Ñuño Tristan en su segundo viaje, en 1443, llegó sesenta 
millas más al Sur que todos los que le habían precedido en su 
carrera, y torno á Portugal con varios negros que esclavizó al 
pasar por una de las islas de Argüím llamada GAir por los natu— 



(t) Azur. cap. 16. — Barr., déc. 1, lib. 1, cap. 7. 

(2) Barr. déc. 1, lib. 1, cap. 8. 

(3) Barr. déc. 1, lib. 1, cap. 7. 



— 27 — 

TaleSy Gete por Azurara ', y Adeget por Barros *. Mucho contri- 
buyó el (descubrimiento de esta isla á las comunicaciones que los 
portugueses abrieron con los paises negros de las márgenes del 
Senegal y del Gambía^ encendiéndose la codicia de los primeros 
con los negros esclavizados y el oro en polvo que Antonio Gon- 
zalvez les llevó. 

Como Don Enrique habia fijado su residencia en tierra de Fer- 
zanabale ó Sagres muy cerca del cabo de San Vicente y de la 
ciudad de Lagos, á ella arribaban todas las naves procedentes de 
la costa Occidental de África. En 1443 algunos habitantes de 
aquella ciudad ofrecieron al Infante armar á sus expensas buques 
que hiciesen el comercio de Guinea, pagándole un tanto de lo 
que importasen. Formóse pue^^ en 1444, .la compañía llamada de 
Lagos para continuar los descubrimientos y comercio con África, 
bajo la dirección del infante Don Enrique y con las condiciones 
que él propuso; siendo sus miembros Esteban Alfonso, Rodrigo 
Alvarez, Juan Díaz, un Lanzarote, camarero que habia sido del 
infante, y Gil Eanes, el primero que dobló el cabo Boj ador *. Muy 
poco después de la compañía de Lagos fundóse la de Argüim, 
y desde 1448 estas dos compañías portuguesas comerciaron exclu- 
sivamente con todos los puntos de la costa de África entonces 
descubiertos hasta mas allá de Cabo Verde, pues ajustaron trata- 
dos y convenios con las tribus africanas. *. 

•En el mencionado #ño expidió la Compañía de Lagos seis 
carabelas al mando de Lanzarote; pero estas naves no fueron á 
descubrir, sino sólo á robar esclavos. Tocaron en una isla ya 
conocida, y denominada de las Garzas por las muchas aves de 
este nombre que allí, se habían cogido, y asaltaron á la vecina 
isla de Nar, en donde tuvieron una refriega con los naturales, 
matando algunos y esclavizando á ciento cincuenta. Acometieron 
también otras islas y varios puntos del continente, en cuyas cor- 
rerías esclavizaron muchos infelices; y después de haber dado 
gracias á la bondad inefable del Dios Todopoderoso por las atro- 
cidades que cometieron, regresaron ufanos á Pfrtugal, en donde 
hízoles el infante graciosa recepción, pues tanto él como ellos 



(1) Azur., cap. 17. 

(2) Barr., dóc. 1, lib. 1, cap. 7. 

(3) Azur. cap. 18. — Barr. dec. I, iib. I, cap. 8. 

(4) Barr. dec. 1, lib. 1, cap. 15. 



— 28 — 

alegráronse de la llegada de aquellos negros para tener el gusto 
de bautizarlos ^ Eran en numero de doscientos cincuenta; y de- 
sembarcados el siguiente dia, híciéronse de ellos cinco lotes,- 
tocando uno al Infante. Las escenas que al repartirlos ocurrieron 
descríbelas Azurara, y aunque ya las expuse en el tomo 3.^^ im- 
porta repetirlas aquí. 

«Un dia que era el 8 de Agosto (1444)^ desde muy temprano 
por la mañana á causa del calor, empezaron los mareantes á 
reunir sus bateles y desembarcar los cautivos^ según se les habia 
mandado; los cuales reunidos en un campo, y era cosa maravi- 
llosa de ver, porque entre ellos habia algunos de rosada blancura, 
hermosos y apuestos; otros menos blancos que tiraban á pardos; 
otros tan negros como topos, tan variados así en los rostros como 
en los cuecpos, que casi parecía, á Jos que los miraban, que veían 
las imágenes del hemisferio inferior. Pero cual seria el corazoa 
por duro que fuese que no se hubiera movido á tierna compasión, 
viendo así aquella muchedumbre, porque unos tenían la cabeza 
baja y el rostro bañado en lágrimas, cuando se miraban entre sí, 
otros gemían muy dolorosamente, y elevando los ojos al cielo, 
clavándolos en él, dando grandes voces, como sí demandasen 
amparo al padre de la naturaleza; otros se golpeaban los rostros 
con sus manos y se tendían en medio de la playa; otros hacían 
sus lamentaciones á manera de canto, según el estilo de su tier- 
ra, y aunque sus palabras no eran entend¿das_por los nuestroc, 
bien expresaban el tamaño de su tristeza. Mas como su dolor fuese 
siempre aumentando, llegaron los encargados de hacer el reparti- 
miento, y empezaron á separar los unos de los otros, á ñn de ha- 
cer cinco partes iguales. Y para esto fué necesario separar los hijos 
de los padres, las mujeres de los maridos y los hermanos de los 
hermanos. Ninguna ley se guardaba con respecto á los amigos y 
parientes, y cada uno caía donde lo destinaba la suerte. |0h po- 
derosa fortuna, tú que subes y bajas con tus ruedas^ mudando á¡tu 
antojo las cosas del mundo, pon ante los ojos de esta gente mise- 
rable algún conocimiento de las cosas postrimeras para que puedan 
recibir algún consuelol Y vosotros los que entendéis en este repar- 
timiento, doleos de tanta miseria, y reparad como se abrazan unos 
con otros, que con harto trabajo podéis separarlos. Quien pudiera 
acabar aquel reparto sin muy grande trabajo, porque mientras los 



(1) Azur. cap. 21 á 25.— Barr. dec. 1, lib. 1, cap. 8. 



— 29 — ^ 

ponían en una porción, los hijos que á sus padres veian en otra, 
sé lanzalhn desabito hacia ellos; las madres apretaban entre sus 
brazos á sus hijos, y corrían con ellos recibiendo heridas en sus car- 
nes sin lástima ninguna, para que no se los arrancasen. De este 
modo trabajoso se acabó de hacer el repartimiento, porque además 
del trabajo que tenían con los esclavos, el campo estaba todo lle- 
no de gente, así del lugar, como de las aldeas y comarcas á la 
redonda, los cuales dejaban aquel día holgar sus manos, que los 
alimentaban, solamente por ver aquella novedad. Y con estas co- 
sas que veían^ unos llorando, otros platicando, hacían tal alboroto^ 
que perturbaban la atención de los capataces de la repartición. El 
infante montaba un poderoso caballo, acompañado de su gente, ■ 
repartiendo sus mercedes, á fuer de hombre que estimaba en po- 
co la parte que le tocara, pues de cuarenta y seis almas que le 
cayeron en suerte, muy en breve las repartió, pues que su prin- 
cipal riqueza consistía en su voluntad, considerando con gran 
placer la salvación de aquellas almas que antes estaban perdidas. 
Y por ciertp que no era vano su pensamiento, porque como arriba 
dijimos, luego que aprendían la lengua, con poco esfuerzo se tor- 
naban cristianos, y yo el que esta historia escribo, vi en la villa 
de Lagos, mozos y mozas, hijos y nietos de estos, nacidos en esta 
tierra, tan buenos y verdaderos cristianos, como sí descendieran 
desde el principio de la Ley de Cristo, por generación de aquellos 
que primero fuercflPfcautizados. » *. 

Funesto resultado tuvo la nave que en 1445 expidió el Infante 
al mando de Gonzalo de Sintra, gentil hombre de su cámara; pero 
habiendo llegado á una ensenada que está catorce leguas al sur del 
rio del Oro y que se llamó golfo de Gonzalo de Sintra, desem- 
barcó con doce hombres para saltear africanos, quienes le mata- 
ron con siete de sus compañeros. Estos fueron los primeros por- 
tugueses que en su criminal empeño de hacer esclavos perecieron 
en la costa de África. La nave, empero, tornó á Portugal con dos 
moras solamente *. # 

Más pacíficas fueron las tres carabelas enviadas de Portugal en 
i445 al mando de Antonio Gonzalvez, Diego Alfonso y Gómez 
Pérez. Era su objeto entrar en el rio del Oro, hacer tratados de 



(I) Azur. Crón. de Guinea ^ cap. 25. 

^2) Azur., cap. 27.— Barr, déc. 1, lib. i, cap. 9. 



ií 



— 30 — 
comercio con los naturales^ y persuadirlos á que abrazasen la re- 
ligión cristiana. Pero la misión de estos falsos apóstoles fué inútil, 
y volvieron á Portugal con un negro esclavo solamente ^ 

Nuno Tristan salió para el rio del Oro, pasado el cual cautivó 
veinte y una personas que llevó á Portugal *. Dionisio Díaz, á 
quien Barros llama Dionisio Fernandez^ gentil hombre de cáma- 
ra, partió también en una nave, pero más bien con el objeto de 
descubrir que de hacer esclavos. Habiendo pasado el rio Sanaga 
que divide la tierra de los moros Azenegues de los primeros ne- 
gros de Guinea llamados Gelofes, encontró algunos de estos en 
canoas pescadoras, de las cuales cogió una con cuatro negros. Si- 
guiendo su carrera, descubrió un cabo que .por el color que pre- 
sentaba le denominó Cabo-Verde; y no pudiendo pasar más ade- 
lante, tornó á Portugal '. Los negros que cogió, fueron según 
Barros '' los primeros que llegaron á Portugal no comprados á los 
moros,* como los otros antes introducidos, sino capturados por 
mano portuguesa en su propia tierra. 

En i446 volvió á partir de Portugal Antonio Gonzalvez con tres 
carabelas, y en una de las islas de Argüim cogió dos moros, y 
veinte y cinco más en la costa fronteriza del continente *. Este 
asalto, lo mismo que los anteriores, hacíanse de noche ó al rom- 
per del alba, para caer fon más seguridad sobre los pobres afri- 
canos. Más adelante recogió Gonzalvez á Juan Fernandez, aue 
como hablaba la lengua de la gente del ^o 4f^ Oro, habla sido 
enviado allí por el Infante en uno de los viajes anteriores, para 
que se informase de las cosas de aquel país. Por su mediación 
compró Gonzalvez nueve negros y un poco de oro en polvo á uü 
comerciante moro que traía esclavos de Guinea. Al sitio donde se 
hicieron estos tratos, díjosele por eso Cabo del Rescate, A su re- 
torno á Portugal atacó una aldea en Cabo Blanco, y matando al- 
gunos moros, y cogiendo cincuenta y cinco, entró en Lisboa con 
sus carabelas, en donde fueron vendidos los esclavos, después de 
deducida la part^que al infante tocaba ^. 



M) Azur., cap. 29.— Barr. déc. 1, lib. 1, cap. 9. 

(2) Azur., cap. .30.— Barr. dóc. 1, lib. 3. 

(3) Azur., cap. 31. 

(4) Barr., déc. 1, lib. 1, cap. 9. 

(5) Azur., cap. 33. 

(6) Azur., cap. 35 y 36.— Barr., déc. 1, lib. l,cap. 1. 



— 31 - 

Eo 1446 salió Gómez Pérez por orden del Infante con dos cara- 
belas para comerciar con los moros del rio del Oro; pero no ha- 
biendo podido conseguirlo, empezó á saltear en aquella comarca 
haciendo setenta y nueve cautivos ^ 

Eq 1446 ó principios del 47^ y con licencia del infante Don En- 
rique, armó Gonzalo Pacheco en Lisboa un buque, cuyo mando 
conñó á Gil Eanes, escudero del infante Don Pedro. Acompañado 
de dos carabelas, emprendieron las tres naves sus correrías por 
las costas africanas y por las islas de Argüím y de las Garzas, y 
después de haber matado en sus encuentros algunos moros, escla- 
vizaron ciento veinte y uno de ambos sexos '. 

A las naves de Gil Eanes juntáronse en las Garzas algunas de 
las de la expedición que sé preparó en 1447 al mando de Lanza- 
rote. Componíase de catorce carabelas armadas en Lagos con el 
objeto de castigar los habitantes de la isla de Tider, vecina á la 
de Argüim, por la muerte que hablan dado á Gonzalo de Sintra '. 
Asaltada que fué, huyeron sus moradores al continente, y de los 
doce que sólo encontraron en ella los portugeses, mataron ocho y 
cogieron cuatro. 

Descontentas algunas naves de tan mezquino resultado, sepa- 
ráronse para volver á Portugal; pero Lanzarote con las restantes 
asaltó la isla segunda vez, y ya entonces fueron capturados 
cincuenta y siete, después de haber matado diez y seis. Reparti- 
dos^os esclavos entre Iq^ capitanes de las carabelas, estas divi- 
diéronse tomando unas el rumbo de Portugal; mas prosiguiendo 
otras sus descubrimientos y correrías ^, cuál cogió un muchacho 
y una muchacha negra en la boca del rio Senegal *, cuál compró 
un negro en el Río del Oro ^ una apresó seis moros en la punta 
de Santa Ana ^^ y otra se apoderó en la punta de Tira de doce 
moros con muerte de algunos ^. Lanzarote y Alvaro Fleites reu- 
nidos con Vicente Diaz tratan de volver á Portugal; pero antes 
de realizar su proyecto, hicieron una excursión cogiendo cincuen- 



(1) Azur., desde el cap. 89 al 92. 

(2) Azur., cap. 37 al 48. 

(3) Azur. cap. bO. 

Í4) Azur., cap. 56, 57 y 58. 

(5) Azur. cap. 60. 

(6) Azur. cap. 63. 

(7) Azur. cap. 71. 
(S) Azur, cap, 64. 



— 32 — 
ta y siete moros S no obstante haberse alejado estos délas costas, 
huyendo del continao salteo de otras naves que por allí andaban. 

De las descontentas que después del primer saqueo de la isla 
de Tider hicieron rumbo para Portugal , unas asaltaron á Cabo 
Blanco, en donde cogieron ocho moros ', y otras^ al pasar por 
Canarias, tocaron en la isla de Gomera^ donde fueron bien reci- 
bidos; y con ayuda de los naturales, que eran enemigos de los de 
la Palma, atacaron esta isla y esclavizaron diez y siete palmarías 
de ambos sexos ^. Vuelven á la de Gomera; pero mostrándose 
infames y traidores, hacen rumbo para otro puerto de la misma 
isla, en la que roban veinte y una personas. Conociendo el infante 
D. Enrique que esta conducta comprometía las paciñcas relacio— 
nes entre España y Portugal, reprobóla abiertamente, y haciendo 
vestir á los cautivos, restituyólos á su palria ^. 

Desde que los portugueses comenzaron sus descubrimientos 
hasta el año de 1446, salieron de Portugal para la costa occiden- 
tal de África cincuenta y una carabelas, de las que algunas habian 
llegado á cuatrocientas cincuenta leguas más allá del cabo Boja- 
dor **. En sólo el año de 1447 armáronse en Portugal veinte y 
cinco naves para el mismo destino; y de lo narrado hasta aquí se 
conocerá, que si hubo algunas que sólo fueron á descubrir, otras 
fueron sólo á saltear hombres para esclavizarlos, y otras para 
ambas cosas. 

De todas las naves que salieron de Pc^tugal en 1447, la úfíica 
que adelantó los descubrimientos fué la carabela de Juan González 
Zaceo, quien confió su mando á su sobrino Alvaro Fernandez. 
Este llegó hasta el cabo de los Mástiles, nombre que se le dio, 
porque las palmas secas que había en él, representaban los palos 
ó mástiles de un buque ^. 

Á continuar los descubrimientos de Alvaro Fernandez más allá 
de aquel cabo, salió Ñuño Tristan en 1447. Sesenta leguas más 
abajo de cabo Verde encontró un rio: entró en él con dos botes 
tripulados por veinte y dos hombres; pero acometido por muchas 



(1) Azur. cap. 65. 

(2) Azur*oap^67. 
(3j Azur. cap. 63. 
(4) Azur. cap. 68. 



(5) 
(6) 



Azur. cap. 78. 

Azur. cap. 75.— Barr., dóc. 1, lib. 1, cap. il y 13. 



— 33 — 

canoas de negros, murió con diez y nueve de sus compaSeros á 
los tiros de flechas envenenadas. Al rio donde acaeció esta catás- 
trofe Uanciósele Nuno. Tal es la relación de Azurara, según se lee 
en el cap. 86; pero Barros en la década 1, lib. i, cap. 14, dice 
que esta desgracia acaeció en Rio Grande, distante sesenta leguas 
de cabo Verde, pues el rio que se llama Ñuño está del Grande 
veinte leguas al Sur. 

Los negros Joiofes, los del Senegal, Gambia y de otras partes, 
defendíanse y atacaban con flechas envenenadas: las heridas eran 
casi siempre mortales para los europeos, mas no para los negros, 
que tenian un contraveneno. Guando los portugueses eran heridos, 
el único remedio que empleaban, era chupar la herida para ex- 
traer el veneno. Alvarez de Almada refiere en su Descripción d^ 
Guinea que hallándose él en 1566 en Borsalo, cuyo rey estaba en 
guerra con los Joiofes sus vecinos, hubo un encuentro en que '^ 
tuvieron muchos caballos heridos con flechas envenenadas. Alma- 
da los salvó lodos, haciendo frotar las heridas con lardo, y azo- 
tándolas después con una cuerda de pelo de licornio, remojada en 
agua. 

Aun eran más venenosas las flechas de los negros del Gambia. 
El mismo autor menciona que habiendo él y .otros portugueses 
tenido uña refriega con ellos cerca de Cassao, no pudieron llevar- 
se por la noche los cadáveres de los muertos, porque el veneno 
los habia descompuesto de tal manera que se calan á pedazos, y 
que fué precis^i^tefrarlos en el mismo sillo. Este y otros venenos 
se preparaban con el jugo de varias plantas que juntas sé hervian, 
á diferencia del sutil veneno extraído del jugo lechoso á» un ár- 
bol, probablemente el manzanillo, del que se servian los Sumbas 
ó Manes, pueblos feroces y caníbales que procedentes según la 
opinión general de los estados de Mandimansa, invadieron la pro 
vincia de Sierra Leona en la primera mitad del siglo xvi \ 

Alvaro Fernandez volvió á continuar los descubrimientos, y á 
coger esclavos. Pero habiéndose encaminado á los países de ne- 
gros y defendiéndose estos con mucho más valor que los moros, 
fué herido en una pierna, y apenas pudo co^r cuatro de aquellos 
en sus diversos asalto». Llegó hasta ciento diez leguas al sur de 
Cabo Verde; y en su retorno á Portugal compró en Cabo Res^ 
cate por un pedazo de paño una negra á un moro negociante *. 



(1) Álvarez Almada, Dtscripcjíon de Guinea. 

(2) Aiur. cap. 87. 



-34- 

La alarma que causó la muerte de Nuiío Tristan hizo armar en 
Lagos en 1447 ó 1448, nueve carabelas que, reunidas en Madera 
con dos más, continuaron su viaje, no para descubrir, sino para 
esclavizar negros. Desembarcan los portugueses en la isla de Pal- 
ma; pero huyendo sus habitantes, aquellos quedaron burlados. 
Vuelven á Madera las dos .naves que de allí salieron; mas las otras 
atacan á los negros de Rio Grande^ sesenta leguas más allá de 
Cabo Verde, y en el combate pierden cinco hombres heridos con 
flechas envenenadas, sin poder hacer ningún cautivo. Sabiendo 
que los moros les oponían menos resistencia, retrocedieron para 
asaltarlos, y en una población del Cabo Rescate esclavizaron cua- 
renta y ocho personas. Tomando el rumbo de Portugal, volvieron 
á pasar por la Palma, y en esta vez, una de las carabelas pudo 
sorprender dos mujeres *. 

Gomo la tentativa de abrir tratos con los moros del Rio del Oro 
se habia frustrado en 1446, y sabiendo el Infante que los de Mes- 
sa, ciudad situada en la provincia de Sus, imperio do Marruecos, 
deseaban vivir en paz y ofrecían proporcionar muchos negros en 
aquella comarca, envió á Diego Gil con una carabela en 1447^ 
quien efectivamente tornó á Portugal con cincuenta y un negros 
que habia trocado por diez y ocho iQoros *. 

Habiendo salido de su minoridad D. Alonso^ empuñó las rien- 
das del gobierno en 1448, y, sin privarse del derecho de hacer 
por su parte descubrimientos en la costa de África, confirmó á Don 
£nrique la gracia que el regente D . Pedro l# h^jij^ hecho del dé-* 
cimo de tas importaciones de Guinea, y del que gozó durante su 
vida. 

En aquel mismo año envió el Infante á Diego Gil á fundar en 
Messa una factoría, y otra en el Rio del Oro á Antonio González '. 
Más adelante arrendó aquel príncipe por diez aíios el comercio de 
Argüim, en cuya isla fundóse también una factoría. 

Las desavenencias que nacieron entre D. Alonso y su tio D. Pe- 
dro, y las empresas temerarias de Portugal contra Castilla y Ber- 
bería, interrumpieron con frecuencia los descubrimientos, y de los 
que se hicieron de i448 á 1460, pocas son y confusas las noticias 
que se conservan; porque según Barros, los acontecimientos del 



(i) Azur. cap. 88.— Barr., dóc. 1. lib. 1, cap. 14. 

(2) Azur. cap. 93. — Barr., déc. i; lib. i, cap. 15. 

(3) Barr., déc. 1, lib. 15. 



— 35 — 

reinado de D. Alonso, ó no se escribieron, ó, si escritos, se per- 
dieron ^ Goes habla igualmente de los descubrimientos portugue- 
ses en África, desde 1418 á 1460; pero en su obra no sólo se en- 
cuentra también la misma confusión que en Barros durante aquel 
período, sino que aun comete errores acerca de las costas ya des- 
cubiertas *; siendo aquí de sentir que Azurara, que escribió su 
importante crónica hasta 1448, no la hubiese continuado. 

No se atuvo el lofante D. Enrique para sus descubrimientos á 
la pericia de los mareantes portugueses, que también acogió á los 
extranjeros capaces de coadyuvar á sus intentos. El primero de 
estos fué el ilustrado joven veneciano Alvise de Ca da Mosto^ 
quien, entrando al servicio de aquel príncipe en 1454, emprendió 
un viaje llegando hasta los ríos Sanaga ó Senegal y Gambra ó 
Gambia. Púsose en contacto con los jelofes, habitantes negros de 
aquellos países; y después de haber recogido importantes noticias 
acerca de su comercio, usos, costumbres y carácter, tornó á Por- 
tugal. Cuando Ca da Mosto hizo este viaje, ya habían cesado las 
piráticas expediciones de los portugueses para coger esclavos en 
la costa de África, pues establecida que fué la factoría de la isla 
de Argüim, regularizóse este comercio. Acudían á ella mu- 
chos buques portugueses cargados de paños, telas^ plata^ trigo 
en abundancia, y otros efectos que permutaban por oro y ne- 
gros. Estos, según la relación que de su viaje nos ha dejado Ca 
4a Mosto^ eran importados en Argüim por los árabes ó moros, 
quienes los compraban por caballos de Berbería que llevaban á la 
tierra de los negros. Tan aficionados eran los principales de estos 
á aquellos animales, que por uno hermoso y enjaezado daban de 
diez á diez y ocho esclavos '. Hoden, lugar que dista de Cabo 
Blanco como seis jornadas de camello, ern la escala principal 
adonde llegaban con esclavos las carabanas de Tomboctú y de 
otras tierras de negros. Dividíanse allí en tres trozos, de los cuales 
uno se encaminaba con esclavos á los montes de Barka, para pa- 
sar á Sicilia, otro á Túnezy á toda la costa de Berbería, y otro se 
dirigía á la isla de Argüim con los negros qü8 allí compraban los 
portugueses para su comercio *. 



(1) Barí., déc. l,lib. 2, cap. 1. 

(2) Goes, CrÓDica del prÍDcipe D. Juan, cap. 8. 

(3) Relación de Ca da Mosto en Ramusio. Golee, de Viajes, tomo 1. 

(4) Relación de Ga da Mosto oa la Golee, de Ramusio, tomo 1. 



— 36 — 

Emprendió Ca da Mosto su segundo viaje á la costa de África 
saliendo del puerto de Lagos en Mayo de 1456. Asaltado en su 
navegación por un temporal, descubrió entonces cuatro de las is- 
las que forman el grupo de las llamadas de Cabo Verde. Barros 
dice que el genovés Antonio Nolle fué el desciibridor de aquellas 
islas en 1461 '; pero equivócase, y no es extraño que así fuese, 
cuando él mismo conñesa que las ocurrencias de este periodo na 
se anotaron con puntualidad. 

De aquellas islas volvió Ga da Mosto al rio Gambia^ y navegan- 
do por él mayor distancia que eo su viaje anterior, traficó con los 
negros de sus márgenes. Dejaivlo después aquel rio, corrió costa 
abajo, descubrió el Cabo Rojo^ y entró en el Rio Grande; pero 
conociendo que no podia proseguir, volvióse á Portugal '. 

Llevado el Infante D. Enrique de las ideas dominantes de su si- 
glo, acudió al Sumo Pontífice para que sancionase con su auto- 
ridad todos los descubrimientos hechos y por hacer; y en 8 de 
Enero de 1454 alcanzó de Nicolás Y una bula, por la que se con- 
cedieron á la corona de Portugal todos los países descubiertos y 
por descubrir, desde el Cabo Bojador hacia el sur hasta la parte 
Oriental de la India inclusive; prohibiéndose bajo de graves penas 
que ningún otro rey, príncipe, potentado ó comunidad, entrase ó 
pudiese entrar en dichos países y mares adyacentes. Confirmada 
fué esta donación por la bula de Calixto III en i 3 de Marzo de 
1455 % y también por la de Sixto IV en ^1 de Julio de 1481, igí- 
titulada De la adjudicación de las conquistas y de la confirma^ 
don de la bula de Nicolás Y *. 

A 927 ascendió el número de esclavos introducidos en Portu- 
gal desde el principio de los descubrimientos en la costa occi- 
dental de África hasta el año de 1447; número que aumentó des- 
pués de la fundación de la Compañía de Lagos, pues antes de 
haber llegado el año de 1460, ya ella importaba anualmente en 
aquella nación de setecientos á ochocientos esclavos ^. Iba pues 



(1) Barp., dóc. 1, lib. 2, cap. 1. 

(2) Relación de Ga da Mosto en la Golee, de Ramusio, tomo 1.— Astley*s 
Voyages, vol, 1.* 

(3) Archivos Reales de la Torre do Tombo, gabela 7, legajo 13, n. 7; y 
11b. des Maitrises, fol. 159 y 165.— Barr. dec. 1, lib. 1, cap. 7. 

(4) Archivos Reales de la Torre do Tombo, legajo 9 de bulas, núm 1 y 
legajo 12 núm 23.— Barr., dóc I, lib. 1, cap. 7. 

(5) Ramusio, Golee, tomo 1. 



— 37 — 

creciendo este comercio, y, para favorecerlo, construyóse ea 
i 46 i en la isla de Argüim un fuerte llamado como ella. 

Pedro de Sintra, uno de los caballeros de la corte de Portugal^ 
y Soeiro Dacosta, descubrieron á Sierra-Leona, nombre que á 
este punto se dio por el rugido atronador de aquellas fieras, y 
llegaron en aquel viaje poco más abajo del cabo Mesurado. Los 
historiadores portugueses no señalan la época en que se hizo este 
viaje, pero fué entre los años de 1460 y 1464, después de la 
muerte del infante Don Enrique, acaecida según Barros el 13 de 
Noviembre de 1463. No concuerdan con esta fecha otros autores 
portugueses, pues el padre Fleire *. y Antonio de Sousa *, fijan 
su muerte, el primero en 23 de Noviembre de 1460, y el segundo 
en 13 de dicho mes y año. En él también conviene, sin señalar 
mes alguno, otro historiador portugués *; y no deja de ser bien 
extraña tanta divergencia en autores nacionales cuando se trata 
de fijar con precisión el año en que murió un personaje tan ilus- 
tre como el infante Don Enrique. Terminó este sus días en Sa- 
gres, llamada después Villa del Infante, porque allí fue en donde 
apartado del bullicio é intrigas de la corte, se retiró á vivir para 
consagrarse al estudio y promover por más de cuarenta y cinco 
años los descubrimientos que le han inmortalizado, los cuales se 
extendieron durante su vida, según Barros *, desde el Cabo Bo- 
jedor hasta Sierra Le^a; bien que para que asi hubiese sido, 
seria menesteroso que el príncipe hubiese muerto en 1463, ó que 
Sierra Leona hubiese sido descubierta, no en 1460, como afirma 
€a da Mosto^ sino después. Lo cierto es, que si los descubrimientos 
portugueses no hablan llegado ya, á la muerte de aquel príncipe^ 
al mismo punto de Sierra Leona, muy cerca estuvieron de aquel 
paraje. 

Lucrativo era el comercio de negros, marfil y otros artículos 
establecido entre Portugal y Guinea ; pero como el gobierno no 
podia aprovecharse de todas las ventajas que ofrecía, arrendólo 
Alonso Y en 1469 por cinco años á Fernande#6omez, negociante 
de Lisboa, bajo las siguientes condiciones: i.^ pagar anualmente 
al gobierno la cantidad de mil ducados; 2.^ descubrir desde Sier- 
ra-Leona quinientas leguas de costa en los óinco años; 3.** 



(1) Vida del infante Don Enrique. 

(2; Historia geneológica do casa Real Portuguesa. 

(3) Faría y Sousa, tom. 1, part. 1, cap. i . 

(4) Barr. dec. 1, lib. 1, cap. 16. 



— 38 — 

poder rescatar en cada uno de ellos un gato de Zibetto, animal 
entonces muy estimado; i.^ no poder comerciar en la parte del 
continente situada en frente de las islas de Cabo-Verde ^ 

Este arrendamiento de los productos de la costa de África re- 
novóse, en años posteriores^ pues en 1473 pidióse en las Cortes de 
Coimbra que el comercio de Guinea se rematase en el mejor pos- 
tor, fífzose así, y parece que continuó por largo tiempo, porque 
con referencia al viaje de un piloto portugués á la isla africana de 
Santo-Tomas en 1553, se dice:' «Toda esta costa (la de Guinea), 
hasta el reino de Manicongo está dividida en dos partes que se 
arriendan cada cuatro ó cinco años al mejor postor para comerciar 
libremente en estas tierras y puertos. Aquellos á quienes se adju- 
dica este arrendamiento se llaman contratadores, y sólo ellos y 
sus delegados son los que pueden acercarse á estas costas, desem- 
barcar en ellas, y por consiguiente vender y comprar '.» 

A los esfuerzos de Gómez por cumplir con su contrata, debióse 
el hallazgo de la Mina del Oro, en tierras de Guinea, cuyo metal 
se cogió primero en Sama. Juan Santarem y Pedro Escobar, en- 
viados por él, la descubrieron en Enero de 1471 bajo la dirección 
de los pilotos Martin Fernandez, vecino de Lisboa, y Alvaro Es- 
tevez, vecino de Lagos, al servicio de Portugal. Este era español 
de nacimiento y mareante muy entendido. 

Los descubrimientos hechos por orden de^omez llegaron hasta 
el cabo de Santa Catalina *; y en premio del (l?la Mina del Oro 
permitióle el Rey en Agosto de 1474 que usase un escudo de ar- 
mas con tres cabezas de negros en campo de plata, llevando cada 
uno tres anillos ó aretes en las orejas y la nariz, y un collar de 
oro al cuello con la inscripción Mina, 

Aquí es preciso que suspendamos por un rato la narración de 
estos descubrimientos, para dilucidar un punto histórico en que> 
no osbtante pretensiones contrarías, toda la razón está de parte de 
Portugal. 

Algunos autores españoles, ó por ignorancia de los hechos ó 
por vanidad nacional, disputaron á Portugal el descubrimiento de 
la Mina del Oro en tierras de Guinea. La confusión de este nom- 
bre con otro de la Guinea, que en la primera mitad del siglo xv 



(1) Barr. dec. 1, lib. 2, cap. 2. 
(2j Ramussio. Golee, de Viajes. 
(3) Barr. dóc. 1, lib. 2, cap. 2. 



— 39 — 

se dio equivocadamente á un pais de ia costa de Berbería, situado 
al N. del cabo Bojador, ocasionó serios altercados entre España y 
Portugal; según expuse en la Historia de la Esclavitud desde los 
tiempos más remotos hasta nuestros dias \ 

El cronista español Hernán Pérez del Pulgar pretende que la 
Mina del Oro fué descubierta en 1477 por una nave española. Di- 
ce así: 

«En aquellos tiempos (año de 1477), en las partes de poniente, 
muy lejanas de la tierra de España podría ser en número de mil 
leguas por mar, se fallaron unas tierras de gente bárbara, homes 
negros, que vivían desnudos y en chozas: los cuales poseían mi- 
neros grandes de oro muy ñno, e fallóse de esta manera. Una 
' nao de un puerto de los de España con fortuna que ovo tiró por la 
mar adelante contra aquellas partes de poniente, donde el viento 
forzoso la llevó, e paró en aquella tierra »*. 

Equivócase mucho Pulgar, porque en el año 1477 á que él se 
reñere, ya la Mina del Oro había sido descubierta seis años antes 
por los portugueses Juan Santarem y Pedro Escobar, capitanes 
enviados á la costa de Guinea por Fernando Gómez. De notar es 
que Pulgar no apoya su aserción en ningún documento contempo- 
ráneo ni posterior; y en tales casos no puede darse crédito al sim- 
ple dicho de un escritor. 
* Igual pretei^n fuiere sustentar otro español, Ortiz de Zúñiga, 
quien asegura en sus Anales de Sevilla que desde los puertos de 
Andalucía se frecuentaba navegación a las costas de África y Gui- 
nea, y que de allí se exportaban esclavos negros para Sevilla, en 
donde ya los había en abundancia; <3cpero que desde los últimos 
(años) del rey D. Enrique, el rey D. Alonso de Portugal se había 
entrometido en esta navegación, y cuanto en ella se contrataba 
era por portugueses.... ]i> ^ La aseveración de Zúñiga adolece del 
mismo defecto que la de Hernán Pérez del Pulgar, pues tampoco 
se funda en documento alguno, y contradícela toda la historia de 



(1) HUtoria de la Esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros 
diaSf tomo 3, lib. 24, pág. 286 y siguientes. 

(2) Hernán Pérez del Pulgar, Crónica de \oó Reyes Católicos, parte 2 . cap. 62, 

(3) £1 Enrique á que Zúñiga se reñere es el IV que reinó en Castilia de 
1454 á i 474, y no el III como equivocadamiente se dijo en mi Hist. de la 
Esclavitud, tomo 3, pág. 291, nota 1. — Cometióse allí otra equivocación, 
pues se supone que los anales de Zúñiga se publicaron en 1474, cuando fué 
en 1677. 



- 40- 

los descubrimientos portugueses y el testimonio de otros escrito- 
res españoles. 

Autor que ha publicado en el presente siglo una obra muy im- 
portante por las noticias y documentos históricos que contiene, 
cae en el mismo error de los dos escritores ya citados. Martin Fer- 
nandez de Navarrete, á quien aludo, confunde el pais llamado im- 
propiamente Guinea, más al N. del GaboBojador en Berbería, con 
la verdadera Guinea descubierta en años posteriores por los por- 
tugueses; y lo que dice acerca del primer pais perteneciente á la 
falsa Guinea, no es aplicable á la verdadera Guinea portuguesa. 
De que esta nunca fué de España él mismo sin percibirlo nps da 
la prueba más patente, porque refiriéndose al tratado de paz ajus- 
tado en Trujillo entre España y Portugal el 27 de Setiembre de 
i 479,. dice: «se concertó que el trato y navegación de la Guinea 
y de la Mina del Oro, y la conquista da Fez, quedase exclusiva- 
mente para Portugal; y todas las islas Ganarías conquistadas y por 
conquistar, para la corona real de Castilla ^>. 

4Y piensa Navarrete que los Reyes Católicos, tan celosos defen. 
sores de 1a^ prerogativas de su corona, y de la integridad de la 
monarquía española, hubieran firmado semejante tratado, si no 
hubiesen estado íntimamente convencidos deque no tenían el me- 
nor derecho á la posesión y dominio de Guinea y de la Mina del 
Oro? Esta simple reflexión basta para destruid layg^iimérícaspre- * 
tensiones de algunos españoles. Pero hay otros que más impar- 
ciales y mejor informados acerca de los descubrimientos portu- 
gueses, hicieron á estos la justicia más completa. 

Oigamos á Zurita, analista aragonés nacido en 1512, y que tuvo 
á la vista los documentos que le sirvieron para componer su obra. 

cConcertóse, que el trato, y navegación de la Guinea, y de la 
mina del oro, quedasse con Portugal: y que el Rey, y la Reina, no 
embiassen allá sus navios, ni consintiessen, que de sus puertos 
fuessen sin licencia del Rey de Portugal, y del Príncipe su hijo: 
porque se avia ballaoo por bulas Apostólicas, y por derecho, que 
les pertenecía: y assi quedó á los Reyes de Portugal la conquista 
del regno de Fez: y todas las Islas de la Canaria conquistadas, y 
por conquistar, quedavan á la Corona real de Castilla *.» 



(1) Martin Fernandez de Navarrete, Colección de los Vii^es y Descubri- 
mientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo xv, t. 1, 
Introd. pág. 31. 

(2) Zurita. Anales de Aragón, parte 2. lib. 20, cap. 34. 



- 41 ^ . 

El Bachiller Andrés Bernaldez, cura que fué de la villa de los 
Palacios y contemporáneo de los Reyes Católicos, escribió la 
historia de estos monarcas; y hablando del descubrimiento de la 
Mina del Oro, confiesa que este se hizo por los portugueses. Así 
se expresa: 

«En el dicho ano de 1471- años descubrieron la flota del dicho 
Rey D. Alonso la mina de oro que hoy los Reyes de Portugal 
poseen, que es en la costa del mar océano, hacia la parte de 
nuestro mediodía, pasadas las costas de los negros xelofes, é sus 
confines, é mucho mas adelante tanto al norte, poco menos se les 
esconde con la redondez de la tierra; donde ai tiempo que la ha* 
liaron y en los primeros viages, la mayor parte de los navegantes 
adolecían, y se morian sin remedio; y después^ prosiguiendo sus 
viages, se deseneonó el camino y se sanaron é cesaron de mo- 
rirse. De la cual mina de oro muy gran riqueza y honra ha pro- 
cedido á los reyes de Portugal é cada dia procede mucho prove- 
cho á todo su reino ^9 

De varios pasajes de la Historia de las Indias escrita por el 
célebre Bartolomé de las Gasas, se infiere claramente que los 
descubrimientos de las costas de Guinea y de la Mina del Oro 
fueron hechos por los portugueses; y como hombre de recta con- 
ciencia, él no vacila en atribuir el dominio de ellas á la corona 
deP&rtugal '. '^m ^ 

De que á esta pertenecieron, pruebas irrefragables nos ofrecen 
las decisiones de la corte de Roma. La bula de Sixto IV, de 1481, 
confirmatoria de la de Nicolás Y, expedida en 1454, digna es de 
transcribirse en su mayor parte: ^ 

c El dicho Infante (D. Enrique), siempre asistido de 

la autoridad del Rey, no cesó d^sde la edad de veinte y cinco 
anos de enviar anualmente de los dichos reinos, con muchas pe- 
nas, peligros y gastos, hombres de guerra en buques muy ligeros 
llamados carabelas, para explorar los mares y eL litoral de las 
tierras situadas al S. y bajo el polo antartico. Hecho esto, ha- 
biendo las dichas carabelas tocado y abordado en diferentes puer- 
tos é islas, y explorado muchos mares, llegaron en fin á la pro- 
vincia de Guinea; y habiéndose apoderado de algunas islas, puer- 



il} Andrés Bernaldez, Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y 
Doña Isabel, tomo i« cap. 6. 
(2) Gasas, Hist.^ de las Indias, lib. 1, cap. 4 y 18. 



— 42 — 

tos y mare« adyacentes, se hallaron en la embocadura de un gran 
rio, que se cree generalmente ser el Nilo (Senegal), y habiendo 
hecho la guerra á los habitantes de estos países durante muchos 
aSós, en nombre del dicho rey D. Alonso y del infante D. Enri- 
que, muchas islas vecinas fueron sometidas y 'poseídas pacifícete 
mente y lo son todavia, lo mismo qup la tierra adyacente, en 
donde se cogió gran número de negros. .-....» 

«Y nuestro predecesor (sigue la bula) estando informado de que 
el dicho rey é infante, que con tantas penas y gastos, y con la 
pérdida de muchos hombres, ayudados solamente de los natura- 
les de Portugal, hicieron el descubrimiento de estas provincias, 
las conquistaron y poseyeron como verdaderos amos, así como 
ya se ha referido, los dichos puertos, islas y mares etc. . ...» 
Para conservar su posesión, ellos prohibieron que nadie nave- 
gase hacia las dichas provincias, ni comerciase en sus puertos, 
ni pescase en sus mares sin el permiso de los referidos rey é in- 
fante, y esto solamente yendo en naves portuguesas con equi- 
paje de la misma nación^ y baj5 la condición de pagarlas previa- 
mente cierto tributo » 

Y en aquella bula se insertan también las siguientes palabras: 
«El dicho rey D. Alonso y dicho infante poseían legítimamente 
las referidas islas, tierras, puertos y mares que pertenecian de 
derecho al mencionado rey D. Alonso y% sunrsucesores. ...•*». 
Este documento prueba indudablemente que los portugueses 
fueron los descubridores de la Mina del Oro y Costa de Guinea, 
pues es imposible que el Papa hubiese expedido semejante bula 
en perjuicio de los derechos que tuvieran los Reyes de EspaQa. 

Pero la prioridad de los portugueses en aquellos descubri- 
mientos, no sólo fué reconocida gor la corte de Roma y por las 
paces que los Reyes Católicos ajustaron con Portugal en 1479, 
sino por otros gobiernos. 

Habiendo D. Juan II de Portugal sabido que algunos subditos 
ingleses armaban una expedición para las costas de Guinea, en- 
vió en 1481 una embajada á Eduardo IV, rey de Inglaterra, para 
que la prohibiese; y convencido este de la justicia de los títulos 
en que fundaba sus reclamaciones la corona de Portugal, Eduar- 
do impidió tal expedición, prohibiendo que ninguna se armase 



(1) Esta bula se halla en los archivos reales de Portugal de la torre do 
tombo, gav. 18,. mac. 6, n.* 17. Cita del Vizconde de Santarem en su obra 
Recherches sur la priorité etc. ya mencionada. 



— 43 — 

en adelante '. Los mismos derechos reconoció después Enrique 
VIH en carta que escribió al monarca portugués en 14 de Setiem- 
bre de i516 recomendándole á Juan Walopp, caballero inglés, 
que deseaba servir bajo la bandera portuguesa •; y derechos 
iguales fueron también reconocidos por Luis XÍ y Francisco I, 
reyes de Francia. *. 

Refutadaá las quiméricas pretensiones de algunos castellanos 
al dominio de la Mina del Oro y costa de Guinea, reanudemos 
la interrumpid^ narración de los descubrimientos. 

El de la Mina del Oro y el advenimiento al trono de Juan II en el 
año de 1481, reanimaron las esperenzas de llegar por aquel rum- 
bo á las Indias Orientales. Con este fin y con el de asegurar el co- 
mercio de Guinea, mandó el rey D. Juan construir una fortaleza 
en las tierras de la Mina del Oro. Aprestóse en Lisboa una ex- 
pedición de doce carabelas y dos urcas regidas por Diego de 
Azambuja con quinientos soldados, cien artesanos, y materiales 
suñcientes para la construcción del fuerte. Desembarcaron pacíñ- 
camente en Enero de 1482 en las tierras del rey negro Caramanza ; 
y enarbolando la bandera de Portugal, los sacerdotes que acom- 
pañaban la expedición celebraron al pié de un árbol frondoso la 
primera misa que se dijo en las playas del Occidente africano ^. 
Llamóse la fortaleza San Jorge de la Mina, y desde 1484 comen- 
zó (A Rey de Portugil á denominarse, en sus cartas y donaciones. 
Señor de Guinea, pues ya por entonces se le hablan sometido va- 
rios príncipes de África. De advertir es aquí, que la corte de Roma 
no miró con indiferencia el tráfico de esclavos que hacían los por- 
tugueses en aquellas tierras, pues el pontífice Fio II lo reprpbó 
por bula de 7 de Octubre de 1482. 

De 1484 á 1486 hizo Diego Can dos viajes, habiendo sido el 
primer portugués que vio y navegó por el rio Zaire, llamado 
después Gongo, porque desemboca en el reino de esta nombre; y 
desde el cabo de Santa Catalina hacia abajo, exaudiéronse sus 
descubrimientos á la larga distancia de mil ciento veinte y cinco 



(i) García de Hosende, Ghron. d* el Rey Don Joao II, cap. 33. — Hakluyt, 
The EDglisli Voyages, etc. tom. 2, part. 2, p. 2. 

(2) Docum. originales de los archivos reales de la Torre do Tombo, ci- 
tados por Santarem en su referida obra. 

(3) Sobre este punto, véase á Santarem, Recherches, etc, {. 18. 

(4) Barr., déc. 1, lib. 3, cap. 1. 



— 44 - 
millas de costa. Can no fué cruel como otros descubridores; y los 
pocos negros que llevó á Portugal, no fueron como esclavos, sino 
en calidad de intérpretes ó viajeros que deseaban hacerse cristia- 
nos, los cuales, luego que aprendieron la lengua portuguesa y 
recibido el bautismo, fueron restituidos á su patria ^ Con su con- 
ducta pacífica echó los cimientos de la dominación portuguesa 
que después se dilató por aquellas regiones, haciendo alianzas 
con los negros congos. 

En 1485 descubrió Fernando Pó una isla que él Jlamó Formó- 
se, y á la que después se dio el nombre de su descubridor ^ Al- 
terando esta palabra, escríbenla todos los españoles, autores y 
periodistas, Fernando Póo; pero yo no admito semejante altera- 
ción, no sólo porque ni los ingleses, ni los franceses ni ningún 
otro pueblo la escriben con dos o, sino (Jorque su descubridor, de 
quien se deriva tal nombre, llamóse Fernando Pó y no Fernando 
Póo. 

Por los aüos de 1486 andaba también Alfonso Daveiro descu- 
briendo las costas deBenin; y en el puerto llamado Gato mandóse 
establecer una factoría, en la que durante los reinados de D. Juan 
yD. Manuel se compraron muchos esclavos. Mudóse con el tiempo 
la corriente de eiste tráfico, fijándose en la isla de Santo -Tomas, 
ya descubierta en 1471 por Yasconcellos, adonde eran llevados 
los esclavos del Gongo y de Benin, y adfnd^ipr lo mismo toC;a- 
ban todos los buques que de Portugal se expedían para Guinea. 
Deplorando D. Juan III que los naturales de Benin recien conver* 
tidos al cristianismo hubiesen vuelto á caer en la idolatría, y 
atribuyendo esta desgracia al comercio de esclavos que hacían los 
portugueses, mandó que este cesase allí, á pesar de que anual- 
mente se sacaban de aquellas costas más de mil negros '. 

Vuelto Alonso Daveiro á Portugal con los embajadores negros 
que le acompañaban, supo por ellos D. Juan, según erróneamente 
se decía, que al oriente del reino de Benin y como á la distancia 
de setecientas cmcuenta millas existia un rey, el más poderoso de 
aquella comarca, llamado Ogane^ y á quien veneraban los prín- 
cipes de los contornos de Benin. Creencia general era entonces 
que en la India había un rey cristiano de gran poder que se de— 



(1) Barr., dóc. 1, lib. 8, cap. 3 y 4^ 

(2) Barr., déc.l, lib. 3, cap. 3. 
(4) Barr. déc. 1, lib. 3, cap. 3. 



— 45 - 

nominaba el Preste Juan: Estas noticias hicieron concebir á 
D. Juan de Portugal la esperanza de que por aquel rumbo se po- 
dría entrar en la India. Por otra parte, habia él oido de los mon- 
ges abísinios que de España iban á Portugal, y de otros religio- 
sos que de Portugal fueron á Jerusálen, que los Estados del Preste 
Juan se hallaban cerca del Egipto, extendiéndose hasta el mar 
del Sur. Consultó además D. Juan á los cosmógrafos de su reino, 
registró la tabla general de Tolomeo en que so describe toda el 
África^, y también las cartas de los últimos descrubridores portu- 
gueses, concluyendo de todo esto, que por la costa se habia de 
encontrar el promontorio Praso, término de África *. 

Resolvió pues I). Juan, en i 486, enviar dos expediciones, una 
por mar y otra por tierra. A fines de Agosto de aquel ano salie- 
ron dos buques de cincuenta toneladas cada uno, al mando de 
Bartolomé Diaz y Juan lofanle, y otro más pequeño con víveres. 
Diaz llevó consigo dos negras y cuatro negros que antes hablan 
sido importados en Portugal para que aprendiendo la lengua sir- 
viesen de intérpretes. Dejólos en varios puntos: iban bien vestidos 
y con instrucciones de que habla;5en bien de Portugal, pero esto 
no era para atraer á los negros, sino para ver si al Preste Juan 
llegaba noticia de que las naves del Rey de Portugal recorrían 
aquella costa, y él se animaba á enviar por el interior del país 
una embajada que se pusiese en comunicación con aquellas naves. 
Bartolomé Diaz en sus descubrimientos llegó hasta un islote 
que llamó de la CÍ%z, a poco más de dos millas del continente y 
á 33"* 7* latitud Sur. Aquí la gente cansada y atemorizada por 
los contratiempos que habia sufrido, deseaba volver á Portugal; 
pero Diaz les suplicó que continuasen corriendo la costa por dos 
ó tres dias más, y, aunque lo consiguió, no pudo llegar sino á 
setenta y cinco millas más allá de aquel islote, habiendo encon- 
trado un rio que se denominó del Infante, por haber sido Juan 
Infante el primero que allí saltó en tierra. Lograron estos ma- 
reantes avistar el cabo de Buena Esperanza, al que entonces dio 
Diaz el nombre de Tormentoso, por las tempestades que le impi- 
dieron doblarlo. Tornó y entró en Portugal con esta noticia en 
Diciembre de 1487 después de un viaje de diez y seis meses y 
diez y siete dias, dejando descubiertas mil cincuenta millas de 



(1) Barr.. dóc 1, lib. 3, cap. 4. 



— 46 — 

costas, distancia mayor que la que habían corrido todos sus pre- 
decesores, á excepción de Diego Can. Con este descubrimiento 
terminaron todos los que se hicieron en tiempo de D. Juan III. 

El historiador Barros diée, como acabo de exponer, que el rey 
D. Juan ni, después de haber consultado á los cosmógrafos de su 
reino, registrado la tabla general deTolomeo que describe toda el 
África, y examinado las cartas de los últimos descubridores por- 
tugueses, concluyó en que por la costa se habla de encontrar el 
promontorio Praso, término del África. 

De extrañar es que Barros no haga aquí mención alguna del Ma- 
pa- Mundi del veneciano Fra Mauro, monje camandulense, formado 
en Venecia por los años de 1460. En este mapa se ve represen- 
tada, aunque de un modo imperfecto, toda^l África, pues remata 
en una gran isla llamada Diab, separada del continente por un 
estrecho canal. Esto prueba cuan imperfectos eran todavía los co- 
nocimientos que se tenian acerca del interior de África y de las 
últimas costas meridionales de esta región. 

El Mapa-Mundi de Fra Mauro fué descrito é ilustrado en Vene- 
cia en 1806 por Plácido Zurla,. monje también camandulense; y 
que de él tuvieron exacto conocimiento los portugueses, aparece 
de las noticias consignadas por Zurla en la obra que entonces pu- 
blicó. 

El patricio veneciano Maffeo Gerhardo, abad del monasterio de 
San Miguel de Murano en 1449, sexto patriarca de Venecia en 
1466, y Cardenal en 1489, dejó en el RegisfPS de los gastos ne- 
chos durante su gobierno en aquel monasterio, noticias interesan- 
tes acerca de este asunto, las cuales inserta Zurla en su obra ci- 
tada. En ella consta que Alfonso V Rey de Portugal, mandó sacar 
á sus expensas una copia del Mapa-Mundi de Fra Mauro, existente 
en Venecia; que Fra Mauro recibió para este trabajo diversas can- 
tidades de aquel monarca, de los años 1457 á 1459; y que en 
este último fué enviada á dicho rey una copia del Mapa Mundí 
por el patricio veneciano Esteban Trevisani. 

No es fácil señalar con precisión matemática el año en que 
Fra Mauro terminó su Mapa mundí; pero comeen él se hace men- 
ción de varios puntos de la costa occidental de África, ya descu- 
biertos por los portugueses en 1455 y 1456, se puede asegurar 
que lo más temprano que lo acabó fué en 1457. No es, pues, in- 
fundada la conjetura de Zurla, cuando piensa que su conclusión 
seria contemporánea á la carta que hizo para el Rey de Portugal, 
de 1457 á 1459; porque el mismo Mauro confiesa que tenia en su 



\ 

V 

V 



- 47 — 

poder copia de las cartas náuticas levantadas por los portugueses 
en sus recientes descubrimientos. 

Algunos escritores ignorantes ó envidiosos de la gloria de los 
portugueses, pretenden que éstos se guiaron en sus últimos des- 
cubrimientos por las noticias que recibieron del Mapa mundi de 
Fra Mauro; pero aun cuando así hubiese sido, lo que yo no creo, 
no por eso pueden caerse de su frente los laureles con que fueron 
coronados sus trabajos en el siglo décimo quinto. 

El 20 de Octubre de i 495 subió al trono D. Manuel, y el año 
siguiente tratóse de llegar á las Indias Orientales por el cabo de 
Buena Esperanza. No faltaron opiniones contrarias, pues se pen- 
saba que la conquista de un país tan lejano no sólo debilitaría las 
fuerzas de la nación, sino que le concitaría nuevos rivales; pero 
estimulado el monarca por el gran descubrimiento que el inmor- 
tal Colon acababa de hacer^ resolvióse á una de las empresas más 
gloríosas que celebra la historia. 

Vasco de Gama salió de Lisboa el 9 de Julio de 1497 con cuatro 
buques, cuyos nombres son dignos de conservarse. El primero, 
San Gabriel, en que iba el mismi» Vasco; el segundo, San Ra^ 
fael, su capitán Pablo de Gama, hermano de aquel; el tercero, 
Berrio, mandado por Nicolás Coniglio, y el cuarto, el más pe- 
queño de todos, con víveres, iba á las órdenes de Gonzalo Mugnes. 
Los tres primeros eran de ciento á ciento veinte toneladas, as- 
cendiendo á ciento setenta el número de todos los expedicionarios* 
entr^ marineros y gMLe dll guerra '. El cielo favoreció esta expe- 
dición, y el 20 de Noviembre del mismo año doblóse con tiempo 
sereno el cabo que Vasco de Gama llamó Cabo de las Fortunas, 
pero al que D. Manuel, por las ventajas que se prometía, dióle el 
nombre de Cabo de Buena Esperanza. 

Así terminaron los grandes descubrimientos que tan provecho- 
sos fueron á la geografía y al comercio del nrundo, y que tanta 
gloria dieron á Portugal en el siglo xv. Pero esta gloria hubiera 
sido más pura, si desgraciadamente no la hubiese manchado el 
vergonzoso tranco de negros que en los siglos posteriores inundó 
de esclavos las regiones del Nuevo Mundo. 



(i) Barr. dóc. 1. lib 4, cap. 3 y 4. 



} 



LIBRO n. 



RESÜBSEN. 



Colon en la corte de Castilla y su descubrimiento del Nuevo Mundo. — Bu- 
las de concesión de las Indias á los Reyes Católicos. — Tratado de Tordesi- 
llas.— Repartimiento del Nuevo Mundo entre varias naciones. — Isla Espa- 
ñola y sus diversos nombres. — Primera población de los europeos en el 
Nuevo Mundo. — Prohibición de pasar al Nuevo Mundo y modificación pos- 
terior de ella. — Blancos fueron los primeros colonos. -^Exención de todo 
derecho al comercio. — Pobladores delincuentes para la Española.— -Colon 
no pidió negros sino labradores y artesanos blancos. — Asientos para lle- 
varlos á la Española. — Primeros negros esclavos en el Nuevo Mundo. — 
Oposición de Ovando á nuevas entradas de negros esclavos. — Suspéndese 
su importación, pero después se renueva. — El gobierno envia negros á la 
Española, y expulsión de ella de ciertos esclavos.— Casa de Contratación de 
Sevilla.— Consejo de Indias.— Diego Colon« gobernador déla Española.— 
Envia el gobierno nuevos negros á la Espanola^Rn olvidar por eso el fo- 
mento de la población blanca.— Tráfico directo de esclavos entre África y 
el Nuevo Meando. — Error de autores franceses. — Imparcialidad con el go- 
bierno español.— Extensión de la colonización.— La Española madre de 
otras colonias. — Puerto-Rico y primera introducción de negros allí. — Ja- 
maica é introducción de los primeros negros en ella. — Cuba y primeros es- 
clavos negros en ella. — Error de escritores cubanos sobre este punto.— 
Primera colonia asentada en el continente, y primeros negros introducidos 
en él.— Pueblo de negros en el Darien.— Islas de Barlovento y Sotavento 
sin colonizar. — Necesidad de esclavos en las cuatro grandes antillas. — Te- 
mores que infundían los negros en la Española. — Almojarifazgo. — Portu- 
gueses contrabandistas.— Solo los castellanos pueden comerciar con Amé- 
rica.— Clamor contra el monopolio de Sevilla.— Peticiones de los Procura- 
dores de la ftpañolay de los PP. Gerónimos. — Intolerancia colonial.— 
Muerte del rey Don Fernando.— Suspensión del tráfico de esclavos por Ji- 
ménez de Cisneros y falsos motivos que se le atribuyen. — Restablecimiento 
del tráfico de negros. — Negros piden las colonias, varias órdenes religiosas 
de la Española, la Audiencia de ella y diversos empleados. — Los andaluces 
importan negros africanos en la Española y concédense á otros varias li- 
cencias. — Opiniones acerca de si Casas pidió, ó no, negros esclavos para 
América. — Origen de Casas, su educación y su primer viegeal Nuevo Mun- 
do. — Casas tuvo indios repartidos; su ceguedad; su conversión, y renuncia 
de su repartimiento.— Conságrase Cagas á la defensa de la libertad de ios 






— 49 — 

indios. — Sus luchas, sus gestiones en España y calumnias contra él. — 
Primeros memoriales de Gasas pidiendo negros y labradores libres para 
las Antillas.— Injusta censura de Robertson. — Infundada apología de Casas 
por el obispo Grégoire y su impugnación por el canónigo Funes.— Casas 
pidió varias veces esclavos negros para Indias, y excusas de este ¡error. — 
Condenación del tráfico por Casas y juicio severo que él forma contra sí 
mismo arrepintiéndose de su pecado. — ^Apasionada injusticia de Amador 
de los Ríos contra Casas. 



Error miíy grave seria pensar que la esclavitud de los negros 
africanos empezó con el descubrimiento del Nuevo Mundo. Mu - 
chos siglos antes del nacimiento de Cristóbal CiOlon, ya hubo ne- 
gros africanos esclavizados en la vieja Europa, y así lo hemos 
claramente demostrado en el tomo I de la Historia de la Es— 
clavUud desde los tiempos mas remotos hasta nuestros dias. 

Pasando á épocas posteriores, ya hemos .visto en el tomo III de 
la mencionada Historia, que familiarizados los españoles con la 
esclavitud de los negros y con la de otras razas, aprovecháronse 
de los descubrimientos de Portugal en las costas occidentales de 
África, y que siguieron introduciendo negros en España durante 
el siglo XV, ya armando expediciones para las costas africanas^ 
ya recibiéndolos de sus vecinos los portugueses. Pero el número 
de tales esclavos^ así en la antigüedad como en la edad media , 
.fué insignificante en comparación de los que cruzaron el Atlán- 
tico en los siglos modernos. 

Después de habeírtícuaido en vano á diversos gobiernos, pre- 
sentóse en la corte de Castilla uno de los hombres más extraordi- 
narios que ha producido la tierra. Mirado al principio por casi todos 
como visionario aventurero, sus grandes y opados proyectos fue- 
ron, al cabo de siete años de incertidumbres y esperanzas frus- 
tradas, benévolamente acogidos por la Reina Doña Isabel I, bajo 
cuyos auspicios concertóse el viaje más atrevido y más impor- 
tante que registra la historia en sus anales. 

Dia por siempre memorable será el viernes 3 de Agosto de 
4492, en que el inmortal genovés Cristóbal Colon salió del puerto 
de Palos por el rió Tinto al Atlántico en demanda de las Canarias, 
para lanzarse desde allí vuelta de Poniente á mares que hasta 
entonces ningún mortal habia surcado. Componíase la armada 
descubridora de tres carabelas; Santa María. Pinta, y Niña. 
Montaba Colon la primera como comandante en jefe; regia la 
sfgunda Martin Alonso Pinzón, vecino de Palos, y la tercera su 
hermano Vicente Yañez Pinzón. El resultado de tan asombrosa 

4 



— 50 — 
empresa fué el descubrimiento de un nuevo mundo, malamente 
llamado América por la injusta é ingrata posteridad. La prime- 
ra tierra a que arribó Colon el 12 de Octubre de 1492 , fué 
una isla del grupo de los Lucayos, denominada Guanahani por 
sus naturales, San Salvador por Colon, y después por otros isla 
del Gato *. 

Reconocido que hubo otras islas de aquel grupo y las de Cuba 
y Haití, tornó el 15 de Marzo de 1493 al mismo puerto de España 
de donde habia salido el ano anterior, con las prodigiosas nuevas 
de su gran descubrimiento. Si dste produjo inmensos beneficios 
á la humanidad en general, doloroso es reconocer que para el 
África fué la más terrible calamidad, porque muchos millones de 
sus hijos han sido arrancados de su seno durante tres centurias 
y media, para arrastrar en el Nuevo Mundo las cadenas de la 
esclavitud. 

Sin ese nuevo mundo jamás hubiera el tráfico de esclavos to - 
mado vuelo tan asombroso, pues aunque España, Portugal y algu- 
nos pueblostde Italia los empleaban todavía en su servicio, y otras 
naciones hubieran quizá imitado su ejemplo, nunca habría podido 
tal comercio propagarse, tanto en Europa como en América. £o 
aquella, la esclavitud había ya enteramente desaparecido de algu- 
nas partes y menguado notablemente en otras, siendo la tendencia 
general de las ideas convertir al esclavo en hbre ó en siervo, y á 
este en semi-siervo ó en hombre complejamente libre. Por itna 
lenta transformación de la sociedad, muchos de los que antes ha- 
bían trabajado para sus amos ya trabajaban para sí; y la agricul- 
tura, las artes y demás industrias habían pasado en gran parte 
de manos esclavas á manos libres ó semi-libres. No era, pues, 
posible que estas clases cediesen el puesto que ocupaban á los nue- 
vos esclavos, .bárbaros que de África vinieran, ni que la organi- 
zación social europea ya establecida retrocediese sufriendo un 
trastorno tan profundo y general. América, al contrarío, hallába- 
se en estado muy diferente: allí todo era nuevo, todo estaba por 
crear: no habíePraás que una inmensa región, un vasto mundo 
dispuesto á recibir la forma que se le quisiera dar. A satisfacer sus 
principales necesidades, hubiera bastado la población indígena 
bien dirigida y auxiliada de los esfuerzos inteligentes de la in- 
dustria europea; pero los conquistadores, deseando enriquecerse. 



(l) Véase el apéndice n.o 3 sobre la isla de Guanahani. 



— si- 
no coD SU propio trabajo^ sino con el sudor de los indios^ abru- 
máronlos de tareas muy superiores á sus fuerzas. La muerte em~ 
pezó muy pronto sus estragos en aquella raza infeliz: las minas y 
la naciente agricultura se iban quedando sin brazos, y, para lle- 
nar este vacío, llamóse en su auxilio á la raza africana como más 
fuerte y resistente. ¿Cuál, pues, hubiera sido la suerte del Nuevo 
Mundo, sí África no hubiese existido ó si no se hubieran trans- 
portado á él sus hijos esclavizados? Nada cierto puede responderse 
á sem^ante pregunta. Sin negros, ¿qué hubieran hecho los euro- 
peos conquistadores? ¿Habrían echado todos los trabajos sobre la 
raza indígena? Muy probable es que esta hubiese toda perecido^ 
como pereció en las islas, y menguó mucho en el continente, aun 
auxiliada de los negros. ¿Hubieran dejado vivir á los indios por 
su cuenta y en completa independencia? Suponiendo que así fue- 
se, ¿habríanse entonces los castellanos entregado al trabajo para 
labrar su fortuQa con el sudor de su frente? En los hábitos belico- 
sos y espíritu de aventuras que en aquellos tiempos animaban á 
los españoles^ no es posible que tal hicieran. En semejante estado 
la emigración de los españoles al Nuevo Mundo no hubiera sido 
muy numerosa, y caso de haberlo sido, desengañados de la ilu- 
sión de coger oro fácilmente, muchos hubieran abandonado aquel 
suelo tornando á la madre patria. En tales circunstancias, las in- 
mensas regiones de América que fueron ocupadas por España ha- 
blan quedado despobladas, y andando el tiempo hubieran caido 
en poder de otraáífa cienes. 

Obedeciendo España á las ideas de aquella edad, é imitando la 
conducta de Portugal en sus descubrimientos de las costas occi- 
dentales de África, acudió al Sumo Pontífíce para que sancionase 
también con su soberana autoridad los que ella acababa de hacer 
en el Nuevo Mundo; y el 3 de Mayo de 1493 el papa Alejandro VI 
expidió una bula concediendo á los Reyes Católicos las Indias 
descubiertas y que por su mandado se descubriesen, en la misma 
forma y con las mismas gracias dispensadas á los reyes de Portu- 
gal en los descubrimientos que habían hechoten las partes de 
África, Guinea y Mina del Oro '. 

Al siguiente día, 4 de Ma^^o del referido año de 1493, el mis- 
mo Pontífice expidió nueva bula, concediendo á los Reyes Católi- 



(1) Esta bula existe en latía eo el archivo de Simancas, y en la misma 
lengua la imprimió Navarrete en su Colee, tomo 2, Docum, Diplom , n. 17. 



— 52 — 

eos y á sus sucesores todas las islas y tierras ñrmes descubierta» 
y por descubrir^ según una línea trazada de polo á polo, á cjen 
leguas hacia el Occidente de las islas Azores y las de Cabo Verde; 
de manera que todo lo descubierto ó que se descubriese" desde 
dicha línea hacia el Poniente, perteneciese á la corona de Castilla 
no estando ocupado por algún príncipe cristiano antes del dia de 
Navidad de aquel año *. 

Debe llamar la atención que en el espacio de veinte y cuatro 
horas se hubiesen expedido dos bulas diferentes sobre un mismo 
objeto. Yo infiero que esto provino de que siendo muy vagos los 
términos de la concesión de la primera bula, y habiendo ya hecha 
el gobierno portugués los descubrimientos de las costas occiden- 
tales de África, la corte de Roma, para evitar reclamaciones y 
conflictos entre España y Portugal, expidió nueva bula^ fijando una 
línea de demarcación que sirviese de límites á las dos naciones. 

Al publicarse la bula de 4 de Mayo, disponiendo que todas las 
tierras descubiertas ó por descubrir cien leguas al O. de las islas 
Azores y Cabo Verde perteneciesen á la Corona de Castilla, no se 
advirtió que navegando por aquel rumbo, los españoles podían 
llegar con el tiempo á las partes orientales. Para suplir esta falta, 
expidióse otrn billa en 25 de Setiembre del dicho año 1493,con- 
ñrmando todas las donaciones anteriores, ]jr declarando ademas 
que todas las islas y tierras firmes descubiertas ó por descubrir 
en dichas partes orientales y en la India^cayesen bajo el pjego 
dominio de los monarcas españoles, «no obstaffe las coostítucio- 
nes.y ordenaciones apostólicas y cualesquier donaciones, con-» 
cesiones, facultades y asignaciones por Nos ó nuestros predeceso- 
res hechas á cualesquier Reyes, Príncipes, Infantes ó cualesquier 
otras personas ó Ordenes y Milicias '.» 

Miraba Portugal con dolor que el Nuevo Mundo cayese en ma- 
nos de España, y aun tuvo la pretensión de apoderarse de los 



(1) £1 original de esta bula se halla en el archivo de ladlas en Sevilla. 
Publicóla en castellano 0. Juan de Solórzano en su Politica Indiana^ lib. 1, 
cap. 10, § 22; en cuya lengua y también en-Ialin, dióla á luz Navarrete en el 
tomo 2 de su Colección, docum» Diplomat. núm. 18. — Á.1 hablar Herrera en 
la Década 1^ lib. 2, cap. 4, de esta bula y de la anterior, equivoca las fechas, 
pues supone que fueron expedidas el 2 y 3 de Mayo, y no el 3 y 4 de dicho 
mes, según indican las palabras quinto nonas Maii de la primera bula, y 
quatttor nonas Maii de la segunda. 

(2) Navarrete, Golee, tomo 2, Apéndice á la Colee. Diplom.y núm. 11. 



— 53 — 
descubrimientos de Colon; pero la firme y prudente conducta de 
los Reyes Católicos frustró tan injusto y aventurado proyecto. 
Para ajustarías controversias que entre ambas naciones mediaban, 
juntáronse en Tordesillas comisionados portugueses y españoles^ 
y, en 7 de Junio de 1494, firmaron el memorable tratado sobre 
la partición del Occéano entre ambas potencias. La linea divisoria 
tiróse trescientas setenta leguas al 0. de las islas de Cabo Verde; 
bien que si los mareantes españoles hubiesen descubierto hasta el 
20 del corriente mes tierras menos occidentales^ entonces la di- 
visión deberla hacerse á las doscientas cincuenta leguas al O. de 
dichas islas. Estas y otras condiciones pactáronse entonces, y el 
tratado de Tordesillas fué confirmado por los Reyes Católicos en 
Arévalo, á dos de Julio de aquel año, y por D. Juan II en Setu- 
bal á 5 de Setiembre. Ni la demarcación, ni las medidas que se 
dictaron para determinar el mejor modo de hacerla, nunca tuvie- 
ron efecto; pero el tratado quedó vigente, y «compuesta,» como 
dice Muñoz, «una disensión que á los principios estuvo á pique de 
abortar una sangrienta guerra ^> Sin embargo, la mala redacción 
de la- bula divisoria y del tratado de Tordesillas fueron causa du- 
rante tres siglos de controversias y conflictos entre España y Por- 
tugal. 

No obstante la sanción de los Pontífices y los derechos que co- 
nib nación desculaÁdorl había España adquirido sobre las inmen- 
sas regiones del Nuevo Mundo, era imposible que ella las conser- 
vase todas bajo su dominio, porque despobladas en gran parte y 
sin fuerzas para abarcarlas y defenderlas, estaban á merced de la 
envidia, la codicia y la ambición de otras naciones europeas. 
Aconteció, pues, que estas fueron sucesivamente tomando porcio- 
nes más ó menos grandes del Nuevo Mundo, no sólo de las no 
descubiertas todavía por España, sino de las que ya lo hablan sido 
y aun colonizado. 

En el repartimiento del Nuevo Mundo, es In¿;laterra la primera 
nación que se presenta. Si su rey Enrique Vil hubiera aceptado en 
tiempo oportuno las propuestas que le hizo Colon, habríale cabido 
la gloria de que se hubiese hecho bajo su reinado aquel descu- 
brimiento; mas luego que vio el engrandecimiento de España con 
las inmensas regiones que acababa de adquirir, apresuróse á re- 
parar la falta que habia cometido. 



(1) Muñoz, Hist. del Ntievo Mundo j tomo 1, lib. 4, § 29. 



— 54 — . 

Hallábase establecido en Inglaterra un veneciano llamado Juan 
€aboto, y dícese que armando una expedición á su costa ó á la del 
monarca inglés, lanzóse al mar desde el puerto de Bristol coa 
rumbo al Poniente; y llegando muy al septentrión de la América^ 
'descubrió el 24 de Junio^ día de San Juan Bautista^ una isla á la 
que puso este nombre. No es punto muy claro en la historia si este 
descubrimiento se efectuó en 1494 ó 1495; pero, sea como fuere, 
lo cierto es que en este último año Enrique Yü dio carta pa- 
tente á Juan Caboto y á sus tres hijos Luís, Sebastian y Sancio^ 
para que pudiesen descubrir en todos los mares y en todas direc- 
ciones *. 

En virtud de esta autorización, Sebastian Caboto salió de Bris- 
tol en la nave Matthew, y, en el verano de 1497, descubrió para 
Inglaterra la América septentrional^ desde la bahía de Hudsoa 
hasta el S. del país que se llama Virginia ; pero no dando Enri- 
que YII ni sus sucesores á estos descubrimientos la importancia 
que merecían aquellas regiones^ permanecieron sin colonizar por 
casi un siglo. La primera patente para continuarlos y fundar po- 
blaciones concedióse en 1578^ y la segunda en 1584; pero la pri- 
mera nada hizo, y las pocas colonias que asentó en Virginia la 
segunda á fines del siglo xvi, todas perecieron. En tiempo de 
Jaime I formóse la tercera compañía en 1606, y desde entonces 
empezaron á consolidarse los establecinflenMi británicos en el 
Nuevo Mundo. 

La segunda nación que se nos presenta es Portugal, adquiriendo 
al terminar del siglo xv uno de los países más ricos de la tierra. 
A la casualidad, madre de tantos descubrimientos, debióse tam-^ 
bien el del Brasil. Cuando el famoso navegante Vasco de Gama 
tornó á Portugal en 1499, después de haber hecho la suspirada 
navegación desde Europa á las Indias orientales, el rey D. Ma- 
nuel despachó el 9 de Marzo del ano siguiente varios buques al 
mando de Pedro ^Ivarez Cabral, para que hiciese un tratado de 
comercio con el rey de Calicut (Calcuta). La flota, por huir de las 
calmas del golfo de Guinea y de los vientos del S. O. que reinan 
entre el cabo Palma y el de López ', hizo rumbo hacia el Poniente; 



(1) «The letters patents of kÍDg Henry the seventh granted unto John 
Gabot and bis three sods, Lewis, Sebastian, and Sancius, for tbe descoverie 
of new and unkno'wne lands». Este documento se halla en latín é inglés 
en HackluiVs Voyages and TraveU, part. 3, p. bOO. 

(2) fiarr., déc. 1, lib. 5, cap. 1. 



( 



- 55 - 

y hallándose el 24 de abril á la latitud austral de 10°, su coman- 
dante se asombró de ver ciertas plantas flotantes que eran en su 
concepto señales de tierra. Al anochecer del siguiente dia descu- 
brió en el horizonte una montana elevada; y sí el genio y la in- 
trepidez de Colon no hubieran surcado el Atlántico ocho años 
antes que el navegante portugués, Pedro Alvarez Cabral, guiado 
por la estrella de la fortuna^ habría descubierto el Nuevo Mundo 
y privado de su gloria á uno de los hombres más grandes que 
honran la especie humana. 

El 3 de Mayo de 1500, dia de la Santa Cruz, desembarcó Ca- 
bral en Puerto Seguro, y levantando en la playa el signo de nues- 
tra redención, hizo celebrar una misa al pié de él. Hé aquí la ra- 
zón porqué se llamó aquel país Terra Nova da Vera Cruz (Tierra 
Nueva de la Vera Cruz). Encontróse en aquellos bosques un árbol 
muy abundante que por asemejarse al fuego en su color, se le 
llamó Palo de Brasas, y con el tiempo vino á dar su nombre al 
país que lo producía, perdiéndose poco á poco el dictado de Santa 
Cruz en el de Braftas ó Brasil, 

Antes que Pedro Alvarez Cabral hubiese arribado á las costas 
del Brasil, parte de ellas hablan sido ya descubiertas por los ma- 
reantes españoles Vicente Yañez Pinzón, capitán de la Niña, que 
acompañó en su primer viaje á Colon, y Diego Lepe. Partió el 
pr^píiero de Palos al prij^cipio de Diciembre de 1499, y el 20 de 
Enero * de 1500 dítcubríó á los 8* 19* de latiíud austral un cabo 
que llamó Santa María de la Concepción, conocido después con 
el nombre de cabo de San Agustín *. Casi un mes después de 
haber Pinzón emprendido su viaje^ salió también de Palos Die- 
go de Lepe, y siguiendo el derrotero de Pinzón, dobló el cabo 
de San Agustín, al que llamó Rostro Hermoso^ navegando to- 
davía un poco más hacia el Sur *. 



(1) Pedro Mártir de Angleria dice que fué el 26, cuyas palabras son 
séptimo kalendas februarii, que es el 26 de £nero. 

(2) Probanzas hecbas por el Fiscal del Rey en el pleito que siguió con- 
tra el Almirante r)e Indias D. Diego Colon, bijo del primer Almirante D. Cris- 
tóbal, sóbrelos descubrimientos que éste bizo en el Nuevo Mundo, etc. Pre- 
gunta T.^del Fiscal en la Colee, de Navarrete, tom. 3, supl. 1 á la Golee. 
Biplora n. 69, pág. 547 á 552. 

(3) Probanzas becbas por el Fiscal del Rey, etc. arriba citadas, 8.^ pre- 
gunta, en Navarrete, tomo 3, Suplemento á la Colee. Diplom , n. 69, pág. 
553 á 555. 



— 56 — 

Una nación como Francia no pudo menos de tomar parte en el 
repartimiento del Nuevo Mundo. Veinte y siete aílos después de 
haber Sebastian Caboto reconocido las costas septentrionales de 
América, envió Francisco I de Francia con el mismo objeto á 
Juan de Yerazzani, navegante florentino, quien puso en 1524 á 
disposición de aquel monarca los paises que habia recorrido. Pa- 
saron algunos a nos sin que se hubiese hecho tentativa alguna 
para colonizarlos; pero en 1534 salió con dos pequeñas naves 
del puerto de Saint-Malo el nombrado Jacobo Cartier, reconoció 
el cabo llamado después Atteras, y corriendo hacia el N., echó 
anclas en el puerto donde está hoy Quebec, á más de 49® de lati- 
tud. Tornó de allí al mismo Saint Malo, y al año siguiente volvió 
con tres buques al Canadá con ánimo de fundar allí alguna colo- 
nia, cuyos intentos se frustraron por su inexperiencia y los rigo- 
res del clima. Esto, sin embargo, no desalentQ á los franceses, 
pues muy poco después comenzaron á poblar el país denominado 
Canadá bajo el nombre de Nueva Francia. En el siglo xvii ex- 
tendieron sus colonjas á la vasta región que se llamó Luisiana^ y, 
pasando más abajo, ocuparon parte de la Guayana y varias de las 
antillas descubiertas ya por España. 

No permaneció Holanda en completa inacción, pues sus intré- 
pidos hijos plantaron una colonia en la isla donde está hoy asen- 
tada la gran ciudad de Nueva-York, bien gue su dominio en aq|iel 
punto fué de corta' duración. Pasando á reglRies meridionales^ 
trataron de fundar desde 1580 algunos establecimientos en los 
tíos Orinoco, Amazonas y Pomeron, y ya los tuvieron desde fines 
de aquel siglo. En 1613 poseían una colonia muy floreciente en 
las márgenes del rio Esequibo, y en años posteriores ocuparon 
también las islas de Curazao, Aruba, Aves, Bonayre (Buen Aire), 
San Eustaquio, Saba, y parte de San Martin. 

Las últimas naciones que figuran en el repartimento del Nuevo 
Mundo, son Dinamarca y Suecia; pero tan mínima fué la parte 
que les tocó^ sobte todo á la última, que apenas son dignas de 
mencionarse. 

Todas estes naciones siguieron en el Nuevo Mundo la misma 
política que España: todas establecieron un riguroso monopolio 
alejando de sus playas á los que no eran subditos suyos^ y todas 
también acudieron á brazos africanos para fomentar sus colonias, 
siendo España la primera que como descubridora les dio tan per- 
nicioso ejemplo en la isla Española y en las otras que colonizó 
desde principios del siglo xvi. 



I 



— 57 — 

A la isla denominada Quisqueia por los indígenas, en cuya len- 
gua significaba tierra grande^ ó Haití, tierra montañosa, por la 
alta cordillera que la corta S dio Colon el nombre de Española, 
y los castellanos el de Santo Domingo, después que fundaron la 
ciudad de este nombre. La vez primera que así se la llamó, fuá 
en la Real Cédula de Valladolíd de i;"" de Diciembre de 1509; 
denominación que con el tiempo fué prevaleciendo, hasta que en 
1575 ó antes, ya la Española no se llamaba sino isla de Santo Do- 
mingo. 

Cuando Colon la descubrió en 1492, dejó en ella una pequeña 
colonia compuesta de varias personas, cuyo número era de trein- 
ta y siete ó cuarenta y tres, pues varían las listas que de ellas se 
conservan *; pero en su segundo viaje, al siguiente año, diósc 
con la triste novedad de que ya habían todos perecido. 

Con los abundantes recursos que entonces llevó, empezó á fun- 
dar en Diciembre de 1 493 una ciudad que llamó la Isabel^, en 
honor de la Reina Católica, y que fué la primera población asen-- 
tada por los europeos en el Nuevo Mundo. Sintióse desde el prin- 
cipio la gran necesidad de brazos para fomentar la naciente colo- 
nia; y una política liberal hubiera debido permitir la libre entrada 
en ella, ya que no á los extranjeros, á lo menos á todos los es- 
pañoles de las dos coronas de Castilla y Aragón. Pero los recelos 
d9 una parte, y ocíese» de otra de monopolizar todas las ventajas 
del descubrimiento que se acababa de hacer, prohibieron, bajo de 
bárbaras penas, que nadie pasase al Nuevo Mundo sin expresa 
licencia del gobierno. 

La Provisión que los Reyes Católicos espidieron en Barcelona 
el 30 de Marzo de 1493, dice: iNuevamente habemos fecho des- 
cubrir algunas islas é tierra ñrme en la parte del mar Occéano á 

la parte de las Indias Defendemos que nadie pueda ir á ellas 

ni tratar con ellas sin nuestra licencia y especial mandado, pena 
de muerte é de perder cualesquiera fustas é mercaderías que lleva- 
se y todos sus bienes». 

Renovada fué esta prohibición por la Carta Patente expedida en 
la misma ciudad de Barcelona el 23 de Mayo de aquel año *; pero 
las terribles penas impuestas por los Reyes Católicos nunca se 



1;!) Las Gasas, Hist. de Uú Indias, lib. 3, cap. 6. 

(2) Martin Fernandez de Nayarrete, Colee. Docum. Diplom,, n. 13. 

(3) Fernandez de Navarrete, Golee, tomo 2, Docum, DipUm,, n. 35. 



— 58 — 

ejecutaron á lo menos que yo sepa, en nin^n español ni extran- 
jero. 

Ya por la expedida en Granada á 3 de Setiembre de 1501, fué 
modificada la de 3o dd Marzo de 1493, pues se dice: «Por la pre- 
sente mandamos y ordenamos, é prohibimos é defendemos, que 
ningunas ni algunas personas, nuestros subditos é naturales de 
nuestros Reinos c Señoríos, ni extraíios de fuera de ellos, sean 
osados de ir ni vayan sin nuestra licencia é mandado á descobrir 
al dicho Mar Océano, ni á las Islas é tierra-ñrme que en él hasta 
agora son descubiertas é se descubrieren de aquí adelante; so 
pena que el que lo contrarío hiciere é contra el dicho nuestro 
mandado é defendimiento fuere ó pasare en cualquier manera, 
por el mesfiío fecho, sin otra sentencia ni declaración alguna, 
haya perdido é pierda el navio ó navios é mercaderías, manteni- 
mientos é armas é pertrechos é otras cualesquier cosas que lle- 
varen, lo cual todo desde agora lo aplicamos é habemos por apli- 
cado á la nuestra Cámara é fisco, é el cuerpo sea á la nuestra 
merced *.» 

Aquí ya no se habla de confiscación de todos los bienes, ni de 
pena de muerte, sino de pérdida de naves y mercaderías, y de 
estar el culpable á merced de sus Reyes; lo que si por una parte 
supone que podían hasta matarle, por otra dá á entender que se 
le remitía esta pena condenándole á otras, «om<y^ri3ion, destierm, 
ó castigo menos grave. 

Los primeros pasos que dio el gobierno español, encaminá- 
ronse á introducir en la Española hombres blancos libres, y no 
negros esclavos. 

En la expedición que por orden de los Reyes católicos se armó 
en Sevilla para el segundo viaje de Colon en 1493, envióse á 
aquella isla competente número de mineros, labradores, alba- 
ñiles, carpinteros y otros menestrales de diversas artes y oficios, 
con todas sus herramientas y utensilios *. 

La Real Cédula de 9 de Abril de 1495, mandó que en cuatro 

' carabelas destinadas para la Española se llevasen, entre otras 

cosas, diez ó doce labradores de Castilla y algunos hortelanos *. 

Para estimular la emigración de los castellanos, la Real Provi* 



(1) Navarrete, Colección, tomo 2, Docum, Diplom* n. 139. 

(2) Muñoz, Hi9L del Nueoo Mundo, lib. 4, ¡ 24. 

(3) Navarrete, CoUc^ tomo 2, Docum Diplom» n. 85. 



— se- 
sión de Burgos de 6 de Mayo de 1497 ordenó que, de todas las 
cosas que á Indias se enviasen para el mantenimiento de sus ha- 
bitantes, de sus casas y labranzas, lo mismo que de cuanto de 
ellas se trajese á España, no se pagase derecho alguno, pues to- 
do debía importarse y exportarse libremente por el tiempo de la 
voluntad de los Reyes Católicos S 

Dictóse entonces una disposición funesta para la Española. El 
descubrimiento de Colon había llenado de júbilo y entusiasmo á 
toda la nación: las muestras de oro que trajo de aquella isla 
inflamaron los ánimos de todos los españoles, y apresuráronse . 
hombres de todas clases á embarcarse con él en su segundo viaje 
creyendo que encontrarían á granel el oro de aquel país. Pronto 
desaparecieron tan risueñas ilusiones, y desde entonces empeza- 
ron á desacreditar á Colon y su descubrimiento. Produjese por 
tanto una reacción en España, y, todos desalentados, ya no 
querían ir á la tierra en donde habían pensado enriquecerse. 

£n tales circunstancias, cediendo los Reyes Católicos á las pe- 
-ticiones de Colon y á la urgente necesidad de poblar la Española, 
expidieron el 22 de Junio de i497 Carta patente á las Justicias 
para que deportasen á aquella isla y pusiesen á Ls órdenes del 
Almirante, 1.*^ todos los delincuentesque se condenasen á destier- 
ro en alguna isla, ó á trabajar en las minas; 2.^ los que no mere- 
ciendo pena de m^rte,* podían ser condenados legalmente á de- 
portación; 3.^ los que hubieran de ser desterrados fuera de España 
perpetuamente ó por cierto tiempo '. Con la misma fecha publi- 
cóse indulto para que, salvo los traidores, herejes, monederos 
falsos y algunos otros delincuentes, todos los demás quedasen 
exentos de toda pena, si querían pasar á la Española y servir allí 
á sus expensas, por un año ó dos, en lo que Colon les mandase. 

Muy sensible es que se hubiese tratado de fomentar con delin- 
cuentes la población blanca de aquella isla, porque si bien podía 
sacarse algún provecho material de su trabajo ^ las minas ó en 
la agricultura, no era de esperar que se corrigiesen moralmente, 
puesto que no se dictaba ninguna medida efícaz'para conseguirlo, 
y que la presencia de tales hombres en aquella naciente sociedad 
debía ser perniciosa, no sólo á los castellanos, sino á la raza indí- 



(Ij Navarrete Colee, tomo 2, Docum. DipUm., n. 110. 
(2) Navarrete Colee, tomo 2, Doeum, Diplom., n. 116. 



— 60 — 
gena que estaba en contacto con ellos y á la que se tenia tanto 
empeño en mejorar \ Pero estas mismas disposiciones y las an- 
teriores que acabo de mencionar , prueban que basta entonces no 
babia pensado el gobierno español en enviar esclavos negros al 
Nuevo Mundo. 

Muchas cosas pidió Colon á los Reyes Católicos en el memorial 
que desde la Española les envió en 30 de Enero de 1494, por con- 
ducto de Antonio Torres; pero no le ocurrió pedir negros para el 
laboreo de las minas ni para los indispensables trabajos de la 
^ agricultura, no obstai^e haberlos visto esclavizados en Portugal 
y en España *. 

A petición suya, expidióse la Real Cédula de Burgos en 23 de 
Abril de 1497, autorizándole para que tomase á sueldo y emplease 
en la Española hasta el número de trescientas treinta personas li- 
bres, á saber: cuarenta escuderos^ cien peones de guerra y de 
trabajo, treinta marineros, treinta jinetes, veinte lavadores de oro, 
cincuenta labradores, diez hortelanos, veinte artesanos de todos 
oficios, y treinta mujeres *. Por otra Real Cédula expedida en 
aquella misma ciudad y con igual fecha facultóse á Colon para 
aumentar, si le convenía^ el número de las tiescientas treinta 
personas hasta el de quinientas ^. 

Dos años corrieron; y aunque en un despacho que envió á los 
mismos reyes desde aquella isla en 149f soitc la rebelión de 
Francisco Roldan, se quejaba de la conducta de muchos poblado- 
res castellanos, y les decia que la Española' era la tierra de los 
mayores haraganes del mundo, todavía no pidió negros á pesar 
del empeño que tenia en hacer productivo su descubrimiento y en 
acallar las calumnias que la envidia vomitaba contra él. Lo único 
que entonces propuso fué, que en cada nave que saliese de Espa- 
ña se le remitiesen cincuenta ó sesenta hombres, y que en cambio, 
él devolvería á Castilla igual número áá los holgazanes y deso- 
bedientes ". 

Cerró el siglo xv, y aun no se habia cambiado do ideas, pues 



(1) Véase el apéndice 4. 

(2} Este memorial se halla en la Colee, de viajes por Navarrete, pág. 

225 á 241. 

(S) Navarrete, Colee, t. 2, Docum. Dip, núm. 103. 
(4^ Navarrete, Colee, lomo 2, Docum, Dipl. núm. 106. 
(5) Herr. déc. 1, lib. 3, cap. 14. 



— 61 — 
en 15 de Febrero de 1501, los Reyes Católicos hicieron asiento 
con Alonso Velez de Mendoza para llevar cincuenta vecinos ca- 
sados á la Española en lá flota del Comendador NicolásdeOvando; 
y en 5 de Setiembre del mismo ano ajustóse otro con Luis de 
Arriaga, establecido en Sevilla, para llevar también á dicha isla 
doscientos vecinos y fundar cuatro poblaciones de cincuenta cada 
una, concediéndoseles pasaje franco de sus personas, ganados, 
semillas y otras cosas. Daríanseles también tierras para labrar en 
aquellas cuatro poblaciones, las cuales gozarían de las preemi- 
nencias que en cualquier tiempo se dispensasen á otras de las In- 
dias^ bien que pagarían al gobierno los derechos del oro^ plata 
y cosas que cogiesen ó rescatasen ^ Este asiento no surtió los 
efectos que se esperaban, porque Arriaga solamente pudo juntar 
cuarenta vecinos *. 

Pero ya en el mismo año. de 1501 empezó á tratarse de la im- 
portación de negros en el Nuevo Mundo. Si antes de terminar el 
siglo XV se llevaron algunos á la Española, cosa es que no men- 
ciona la historia ni los documentos de aquella, época. No es sin 
embargo imposible que antes de cerrar aquella centuria hubiesen 
entrado negros en la Española, porque abundando entonces en 
Portugal y Andalucía y zarpando de Sevilla todas las naves des- 
tinadas: al Nuevo Mundo, bien pudieron haberse llevado algunos 
para'^el servicio de los mismos castellanos que á la Española pa-- 
sal]jan. Más sea lo que fuere de esta conjetura^ lo cierto es, que 
el principio del sigfft xvi abrió la era funesta del tranco de escla- 
vos negros entre el viejo y el nuevo continente. 

En 3 de Setiembre de 1501 nombraron los Reyes Católicos en 
Granada de Gobernador de la Española, Indias y Tierra Firme^ á 
Nicolás de Ovando, Caballero de la orden de Alcántara y Comen- 
dador de Lares. En las instrucciones que se le dieron, mándesele 
que no consintiese ir ni estar en las Indias judíos ni moros, ni 
' nuevos convertidos; pero que dejase introducir en ellas negros 
esclavos, con tal que fuesen nacidos en poder de cristianos '. Esta 
condición suponía que ellos ya también lo eran^porque en aquel 
tiempo de profundas creencias religiosas, el hecho solo de haber 



(1) Cédulas de aqaeUa fecha y Herrera, déc. 1 , lib. 4, cap 12. 

(2) Herü. déc. 1, lib. 5. cap. 3. 

(3) Herr., déc. 1, lib. 4, cap. 12. 



— 62 — 

nacido el esclavo en poder de cristiano indicaba que habia reci- 
bido el bautismo, y por lo mismo pertenecer al gremio católico. 
Ovando no partió de Sanlúcar para la Española sino el i 3 de Fe- 
brero de 1502 *, y por consiguiente la introducción de esclavos 
negros que él debía permitir en aquella isla no pudo efectuarse 
antes de dicho año. Ora en éste^ como es casi cierto, ora muy al 
principio del siguiente no cabe duda en que ya pasaron algunos á 
la Española, pues el mismo Ovando pidió al gobierno en 1503 
que no se enviasen á ella esclavos negros^ porque se huian, juntá- 
banse con los indios^ enseñábanles malas costumbres, y nunca po- 
dían ser cogidos '. Si los negros introducidos en virtud de las ins- 
trucciones de Ovando necesitaron de licencias particulares por las 
cuales debió pagarse algún tributo, punto es que no puedo afir- 
mar, porque nunca he encontrado documento ni noticia que de tal 
duda me saque. 

El mayor empeño de la Reina Isabel desde que so hizo el des- 
cubrimiento, fué la conversión de los indios á la fé católica; y 
convencida de que la introducción de negros esclavos era contra- 
ria al fin que se proponía, acogió favorablemente la petición de 
Ovando, á pesar de la necesidad de trabajadores que habia en la 
Española. Mandóse, pues, suspender la importación de negros es- 
clavos; y por eso la licencia que desde Medina del Campo se habia 
concedido á Ojeda en 5 de Octubre de 1504, limitóse á que lleva- 
se solamente cinco esclavos, no negros^ sino blancos '. P^ro 
aquella suspensión duró muy poco, porque m1l5rta la reina Isabel 
en 26 de Noviembre de 1504, y habiendo nombrado de Goberna- 
dor del Reino á su esposo D. Fernando, por el estado mental de 
su hija y sucesora D.* Juana, renovóse la importación de negros. 
Sin serle indiferente á D. Fernando la conversión de los indios, 
no tuvo por ella el ardiente celo de su esposa; y como esta le hu- 
biese dejado en su testamento la mitad del producto de las Rentas 
Reales del Nuevo Mundo, su interés era aumentarlas con el traba- 
jo de los negros, inñnitamente más provechoso que el de los dé- 
biles indios. Asíifué, que en Enero de 1505 envió á Ovando una 
carabela con mercaderías, herramientas y diez y siete esclavos 



(1) Herr., déc. 1, Jib. 5, cap. f . 

(2) Herr., déc. i, lib. 5, cap. 12. 

(3) Muñoz, Colee, de Docum. inéditos tomo 90. Existe esta Colección en la 
biblioteca de ]a Academia de la Historia en Madrid. 



TI 



-. 63 — 

negros para el laboreo de las minas de cobre de !a Española ^ 
Conociendo Ovando la nueva situación, y queriendo agradar á 
su monarca, lejos de oponerse como antes á la entrada de negros 
en la Española, apresuróse á pedirlos al mismo D. Fernando, 
quien contestándole en carta fecha en Sevilla á 15 de Setiembre 
de i505, le dice: «Enviaré mas esclavos negros como pedis, 
pienso que sean ciento. En cada vez irá una persona fiable que 
tenga alguna parte en el oro que cogieren y les prometa alivio si 
trabajan bien '>. 

No se guardaron por cierto las instrucciones que se dieron á 
Ovando cuando fué nombrado Gobernador de la Española; y el 
gobierno^ para corregir los abusos que se habían cometido, man- 
dó por Real Orden de 1506, que se expulsase de la Española á 
todos los esclavos berberiscos, otras personas libres y nuevos 
convertidos, y que no se consintiese pasar á ella ningún esclavo 
negro, levantisco, ni criado con moriscos *. Las palabras esclavo 
negro no se refieren á todos indistintamente, sirio tan sólo á los 
que no hubieran nacido en poder de cristianos, según estaba 
mandado. Para más esforzar aquella prohibición, los esclavos ex- 
pulsados debían entregarse á la Casa de Contratación de Sevilla 
como esclavos del Rey, pagar el introductor de ellos en la Espa- 
ñola mil pesos de multa divisibles por tercias partes entre juez, 
cámara y denunciador, y que si aquel era persona vil y no tenia 
CQp que pagar, se le (^esen cien azotes *. Todo esto prueba cuan 
temprano erapezó^n el Nuevo Mundo el contrabando de los es- 
clavos prohibidos. Mas ¿de dónde se llevárpn? Lleváronse de Es- 
paña en donde abundaban esclavos dj3 varías razas y creencias y 
en donde se importaban de África, ya directamente, ya por la via 
de Portugal. Lleváronse de algunas islas del Mediterráneo, como 
Mallorca, Menorca y Cerdeña; y quizás lleváronse también de las 
Ganarías, porque desde que los españoles las conquistaron en el 
siglo XV, fueron el punto de donde se lanzaron sobre las vecinas 
costas africanas, y á sus invasiones aun no habían renunciado al 
principio del siglo xvi. No ns, pues, aventurado^reer, que hacien- 



(t) Muñoz, Colee, de Docum. inéditos. 

(2) Muñoz, Ídem, tomo 90. 

(3) Herr. déc. 1, lib. 6, cap. 20. 

(4) Ordenanzas Reales para la Gasa de Contratación de Sevilla y para otras 
cosas de las Indias y de la navegación, y contratación dellas. 



— 64 — 
do escala en las Canarias las naves que de Sevilla y Cádiz salía 
para el Nuevo Mundo, tomasen en ellas algunos esclavos. 

He dicho poco ha, que los expulsados de la Española debian 
ser entregados á la Casa de Contratación de Sevilla. La impor< 
tancia de esta Casa en los negocios del Nuevo Mundo, y aun en 
la introducción de negros en él, exige que expongamos breve- 
mente su origen y principales aíribuciones. 

Luego qUe tornó Colon á España en 1493 con las noticias de 
su gran descubrimiento, mandó el gobierno fundar en Cádiz una 
aduana para los objetos de la nueva navegación. Oñcina senae- 
jante mandóse establecer también en la Española bajo la direc- 
ción del gran descubridor; y ambas hablan de estar en mutua 
correspondencia, remitiéndose los registros de cargamentos, per- 
sonas y pertrechos de las naves de ida y vuelta. 

Los descubrimientos hechos por Colon en las costas del nuevo 
continente en 1498, y continuados por otros navegantes espa- 
ñoles, extendiéronse ya en 1502 desde el cabo de San Agustín á 
8^ latitud S. en tierra del Brasil, hasta el golfo de Honduras ^ 
Habíanse acrecentado tanto los negocios entre América y España, 
que para darles buena dirección, mandaron los Reyes Católicos 
en 20 de Enero de 1503, que se estableciese en Sevilla una casa 
para la contratación de Indias, de las costas de Berbería y de las 
islas Canarias *. Aquella casa debia situarse en las Atarazanas '. 
Pero en 5 de Junio del mismo año se disouso por otra Provisiojj, 
que se estableciese en el alcázar viejo, que anfl^uamente se lla- 
maba Cuartel de los Almirantes, Compúsose de tres Oficiales 
Roales, que eran un Factor, un Tesorero y un Escribano ó Con- 
tador, asi llamado, porque á un tiempo ejercía estas dobles fun- 
ciones. Dichos empleados debian residir en Sevilla y juntarse 
diariamente algunas horas para tratar de los asuntos de la Casa, 
por la cual habían de pasar cuantas mercaderías se enviasen á 
los países mecionados, y recibir todo lo que de ellos viniese á 
Castilla, interviniendo en la venta de lo que era de venderse. Cor- 
respondíale tamb#en el despacho de las naves para traficar ó 



(1) Ultimo viaje de Colon, impreso en Navarrete, tom. 1, Viajes menores, 
sección 1, tom. 3. 

(2) Primeras Ordenanzas para el establecimiento y gobierno de la Casa 
de Contratación de las Indias. Navarretei tom. 2, Docum. Diplom. n. 148. 

(3) Provisión de Alcalá de Henares del 14 de Febrero de 1503. 



. — 65 — 

descubrir, y el conocimiento de los pasajeros y descubridores. 
Deber suyo era informarse del estado de las colonias para dar 
cuenta al gobierno, con su dictamen, de todo lo que pudiera in- 
fluir en la prosperidad comercial de ellas. Gozaba de jurisdicción 
privativa en todos los asuntos que le pertenecían; y más adelante 
se formó en su seno un tribunal con muchas atribuciones en lo 
civil y en lo criminal *. 

En virtud de tantas facultades, bien puede perdonarse al Li- 
cenciado Francisco de Mosquera la hipérbole que cometió, 
cuando dijo, que aquella Gasa era la más importante que tenia 
el mundo; y al tratar de las riquezas que de América recibió, 
también debe perdonarse al Licenciado Antonio Alonso Mor- 
gado la exageración de las siguientes palabras:» Con los tesoros 
que han entrado en ella, pudieran empedrarse de ladrillos de 
plata y oro las calles de Sevilla.» 

Otra institución de más inñuencia para el gobierno del Nuevo 
Mundo que la Gasa de Gontratacion de Sevilla fundóse en aQos 
posteriores. El embrión de aquel Gonsejo ya aparece desde 1493, 
«pues para que entendiese en las armadas de Indias y otros nego- 
cios que acerca de la navegación y contratación de ellas ocurrie- 
sen en Sevilla y Gádiz, nombraron los Reyes Gatólicos en aquel 
año á Juan de Fonseca, Arcediano entonces de Sevilla, hombre 
qué subió después .¿oleados puestos y ejerció perniciosa influen- 
cia en los asuntos del Nuevo Mundo. Diéronsele por auxiliares el 
Jurado de Sevilla, Francisco Pinelo en calidad de tesorero, y en 
la dé contador Juan Soria. Esta oficina compuesta de tres indivi- 
duos, debia residir en Sevilla, sin desatender á lo que se ofreciese 
en Gádiz '. 

Tanta confianza tenia el rey Don Fernando en su secretario Lo- 
pe de Gon chillos y en Juan Rodríguez de Fonseca, que entregó 
en sus manos el gobierno de las Indias; y por eso expidió en 
Burgos á 25 de Enero de 1508 la Real Gédula dirigida á Nicolás 
de Ovando, Gobernador de las Indias y Tierra-firme, mandán- 
dole que todos sus despachos los dirigiese, en adelante á los re- 
feridos Gonchillos y Fonseca, para que entendiesen en todo lo 



(1) Yeitia y Linage. Norte de la Contratación de lat Indias Occidentales, 
lib. 1, cap. 7.— Solórzano, Política Indiana ^\ib. 6, cap. 17.— Herrera, dec. 1, 
lib. 5, cap. 12. 

(2) Muñoz, Hi$l, del Nuevo Mundo, tom. I, lib. 4, { 21. 

5 



- 66 — 

concerniente á las Indias *. Muerto el rey Don Fernando, y ha- 
ciéndose nuevos descubrimientos y conquistas, aumentáronse las 
necesidades del Nuevo Mundo; siendo preciso formar una junta 
compuesta de ministros de otros consejos, nombrados particular- 
mente por el monarca, los cuales resolvían todos los negocios. 
Por último, habiendo las Indias adquirido ya grande importancia, 
juzgóse necesario instituir un .consejo especial para ellas, y tal 
fué el que Carlos I fundó en 1524, bajo el nombre de Consejo 
Supremo de las Indias, 

Su organización consistió en un Presidente, ocho ó más conse- 
jeros, según las necesidades, un Fiscal^ Secretarios, Escribanos 
de Cámara, Relatores, otros oficiales y una contaduría en que se 
toipaba razón de la Real Hacienda de aquellas tierras *. Los pri- 
meros ministros de que se compuso fueron nombrados por Car- 
los V, á saber: Presidente Fray García de Loisa, General de la 
orden de Santo Domingo y Confesor del Monarca; el Obispo de 
Osma; el Obispo de Canaria; el Doctor Gonzalo Maldonado; el Pro- 
tonotario Pedro Mártir de Angleria, Abad de Jamaica; el Licen- 
ciado Galindez de Carvajal, y Fiscal el Licenciado Prado *. Este^ 
Consejo debia juntarse tres veces por semana en los dias no fe- 
riados, y en cada uno de ellos tres horas por la mañana y dos 
por la tarde. Tuvo potestad legislativa, pudiendo con intervención 
del Rey hacer leyes y pragmáticas que d|bian ser obedecidas^en 
todas las Indias. Gozó también de suprema juJfSdiccion y de otras 
importantes atribuciones para el gobierno de aquellos países '', 

Volviendo á la Real orden de que en el Nuevo Mundo solamente 
entrasen negros esclavos nacidos en poder*de cristianos, no debe 
omitirse que ella se repitió con adiciones cuando fué nombrado 
gobernador de la Española D. Diego Colon, hijo del descubridor. 
En la instrucción que el Rey D. Fernando le dio en Valladolid el 
3 de Mayo de 1509^ mandóle: «Por cuanto Nos con mucho cuida- 
do deseamos la conversión de los indios á nuestra Santa Fé Cató- 
lica^ como arribs^digo, y si allá fuesen personas sospechosas en 
la Fé, podrían impedir algo á la dicha conversión, no consintáis 



(1) Real Cédula de Burgos de 25 de Enero de 1508, dirigida á Nicolás 
de Ovando, Gobernador de las Indias y Tierra-firme. 

(2j Herr. Descrip. de las Indias Occid, cap. 30, y déc. 7, lib 6. cap. 5. 

(3) Herr. dóc. 3, lib, 6, cap. 14. 

(4J Herr. Descrip. de las Indias Decid, cap. 30. 



i 

\ 



— 67 — 

ni deis lugar á que allá pueblen ni vayan moros^ ni herejes, ni 
ludios, ni reconciliados, ni personas nuevamente convertidas á 
nuestra Santa Fé, salvo si fuesen esclavos negros ú otros esclavos 
que hayan nascido en poder de cristianos nuestro^ subditos é na- 
turales é con nuestra expresa licencia» ^ Estas últimas palabras 
€ nuestros subditos é naturales^» cerraron enteramente las puertas 
de América á todos los esclavos nacidos en poder de extranjeros, 
aunque éstos fuesen cristianos. 

Atendiendo el Rey D. Fernando á la flaqueza de los indios para 
el trabajo de las minas de la Española, mandó en Valladolid 3I 22 
de Enero y 14 de Febrero de i5i0, qnase empleasen en ellas ne- 
gros esclavos, y al efecto encargó á los Oficiales Reales de la Casa 
de la Contratación de Sevilla que enviasen inmediatamente cin- 
cuenta esclavos ^, y más adelante otros hasta el número dePdos- 
cientos, para que poco á poco se vendiesen en su real nombre á 
los vecinos de aquella isla '. En cumplimiento de su palabra, el 
Rey Fernando mandó que treinta y seis fuesen llevados á la Es- 
pañola por Diego Nicueza en su nave Trinidad *; y en Abril del 
mismo ano se enviaron á dicha isla á la consignación del Almi- 
rante gobernador D. Diego Colon y de los Oficiales Reales, más 
de cien negros comprados en Lisboa ". 

Con los ojos clavados en las minas de oro, recomendó el go- 
bierno su laboreo al referido Almirante; y de los negros introdu- 
cidos para esteaibjeíb pronto perecieron muchos, pues en una 
carta del Rey á un Sampier empleado en la Española, escrita en 
Sevilla á 21 de Junio de 1511, se leen estas palabras: «No en- 
tiendo cómo se han puerto tantos negros: cuidadlos mucho"». 

Con la mortandad de los indios aumentaba cada dia la escasez 
de brazos en la Española, y para suplirlos tratóse de fomentar la 



(1) Instrucción del Rey Católico D. Fernando V al Almirante D. Diego 
GoIoQ, para ir de Gobernador á la Isla Española. (N^arrete, tom. 2, Colee. 
Docum. Diplom. n. 169). 

(2) índice general de loi Registros del Consejo de Indias desde 1 509 á 
1608, tom. en folio manuscrito, existente en la biblioteca de la Academia 
de la Historia de Madrid. 

(3) Muñoz, Colee, tomo 90. 

(4) Extracto del índice general de los Registros del Consejo de Indias 
desde 1&09 hasta 1608. 

(5) Muñoz, Colección. 

(6) Muñoz, id., tomo 90. 



— 68 — 
población blanca. Gomo la minuciosa y molesta investigación que: 
hacían los oficiales de la Gasa de Gontratacion impedía á mucho» 
que pasasen á Indias, la Real Gédula de Burgos de 9 de Setiembre- 
de 151 i mandó C[ue todos los naturales, vecinos y moradores de 
los reinos de Gastilla*y León, pudiesen ir libremente á las Indias 
inscribiendo solamente sus nombres y naturaleza. Pero esta con-' 
cesión no bastaba ¿ remediar los males, porque ni fué extensiva 
á los extranjeros^ ni la generalidad de los españoles que á Indias 
pasaban querían labrar la tierra con sus propias manos. Forzoso 
fué, por ta'nto^ buscar el remedio en los negros, aumentando su 
introducción en el Nuevo Mundo. 

Los primeros religiosos de la Orden de Predicadores que á la 
Española pasaron en 1510, abrazando l^ defensa de los indios con 
un fervor digno de los primitivos tiempos de la Iglesia, expusie- 
ron al Rey la necesidad de aliviar la suerte de aquellos infelices. 
Dictáronse al intento varias providencias en 151 i, y una de ellas 
fué, que como el trabajo de un negro era más útil que el de cua^ 
tro indios, se tratase de llevar á la Española muchos negros de 
Guinea *. ♦ 

Hasta entonces no fué permitido el tráfico directo de esclavos 
de África con América. Esto prueba el gran error de Bergier y de 
otros autores franceses que le siguen, cuando dice en su Diccio- 
nario Teológio en la palabra Negro, que la conversión de estos 
al cristianismo fué el móvil que tuvieron losl^eyift Gatólicos para 
permitir su introducción en las colonias españolas. Si esto fué 
así ¿por qué no mandaron aquellos monarcas desde un principjp* 
que sé introdujesen negros de África en la Española? ¿Por qué se 
prohibió la entrada en ella á todo esclavo de cualquiera proceden- 
cia que fuese, si no era nacido en poder de cristianos, subditos y 
naturales de los dominios españoles? Y exigir estfi requisito como 
condición esencial ¿no indica claramente que no se querían negros 
gentiles por convertir, sino tan sólo los ya convertidos, pues, 
como ya he dicho, tdes debían de ser en aquellos tiempos de fer* 
vor religioso los esclavos nacidos en España y bajo el poder de 
cristianos españoles? 

El error de Bergier y de sus secuaces proviene de haber atri- 
buido en este punto á los Reyes Gatólicos los mismos móviles que 
á Luis Xni de Francia, quien mirando con suma repugnancia, 



(1) Herr. déc. i, lib. 9, cap. 5. 



— 69 - 

según dice el jesuíta Labat y repite Montesquieu^ la esclavitud de 
los negros introducidos en las colonias francesas^ no consintió en 
ella sino cuando se le convenció de que su introducción era el 
medio más seguro de convertirlos al cristianismo \ Hacer pro- 
ductivas las colonias con el trabajo de negros esclavos^ suplir con 
ellos la falta de brazos que la rápida mortandad de los indios oca- 
sionaba y aliviar á estos de la carga inmensa que los oprimía , hé 
aquí los únicos móviles que tuvo el gobierno español para conce- 
der la introducción directa de negros de África en sus posesisnes 
del Nuevo Mundo. 

¿Pero cómo se permitió en ellas la introducción de aquellos ne- 
garos que eran gentiles, mientras se mantúvola prohibición contra 
los esclavos judíos^ moros y otros semejantes? 

Si buscamos el fin que se propuso el gobierno con tales prohi- 
bicioneSy se conocerá que le guiaron dos móviles ó principios: 
uno religioso y y otro de utilidad, ó sea el deseo de enviar escla- 
vos á sus colonias para fomentarlas. En los primeros años de la 
conquista vése aparecer exclusivamente por todas partes el prin- 
cipio religioso, pues no se permitía llevar^tros esclavos que los 
nacidos en poder de cristianos. 

Pocos años después empieza á traslucirse el principio de utili- 
dad> y en 1510 ya triunfa del reUgioso, permitiéndose la entra- 
da de negros de Guinea, esto es, de esclavos no nacidos en poder 
de cristianos. Deüiie elltonces los dos principios marcharon, pre- 
dominando á veces uno, á veces otro. Guando se trata de judíos ó 
de esclavos que profesan el mahometismo, como los moros y los 
turcos, el principio r.eligioso se presenta, intolerante, inflexible y 
siempre superior al principio de utilidad; pero cuando se trata de 
gente que aunque inñel no sigue la ley de Moisés ni el Coran de 
Mahoma, entonces el principio religioso aparece tolerante y aun 
subordinado al de utilidad. 

Mas, ¿cómo explicar tanta tolerancia por una parte y tanta into- 
lerancia por otra? España fué dominada por lyi pueblo que pro- 
fesaba la religión de Mahoma. El yugo que aquél le impuso pesó 
sobre ella por muchos siglos; y si al fin lo sacudió, no fué sino 
después de largos y sangrientos combates* Estaba, pues, arrai- 
gado en el corazón del pueblo español un odio profundo á esa 



(i) Labat, Nouveau voyage aux lies d$ VÁmériqney tom 4, pág. 114, ed 
de 1722. 



— 70 — 

raza, á su religión y á todo cuanto le perteoecia. Al descubrí-»' 
miento del Nuevo Mundo, aun luchaba con los últimos restos del 
poder agareno; y era imposible que cuando por tantos siglos ha-» 
bian estado en conflicto los elementos políticos y religiosos de la 
nación espaSola, cuando los estragos de la guerra estaban todavía 
delante de sus ojos, cuando se consideraba á los moros como auto- 
res de las desgracias de España, y cuando la intolerancia de aquella 
edad hizo sublevará los moriscos del reino de Granada, imposible 
era, repito, que se hubiesen calmado las pasiones, y que el go- 
bierno franquease las regiones del Nuevo Mundo á ios descen- 
dientes de una raza proscrita ó á los sectarios de sus dogmas. 
Respecto de los judíos, el temor y el odio político no eran tan 
grandes, pero sí lo eran los sentimientos religiosos que agitaban 
al pueblo español. Decretos de prosci:Jpcion habíanse lanzado con- 
tra ellos, encendídose contra los mismos las hogueras de la in- 
quisición, y sus llamas se alimentaban todavía en el siglo xvi con 
las víctimas del judaismo. ¿Cómo, pues^ esperar que la legislación 
castellana abriese las playas del Nuevo Mundo á los hombres que 
en el viejo tan encarnizadamente perseguía? Pero el odio que 
aquella mostraba contra la raza morisca era más profundo que 
contra la judaica, pues aunque los esclavos de una y otra intro- 
ducidos en América debían ser expulsados de ella y conñscados, 
al que llevaba un esclavo morisco se le imponía además la pena 
de mil pesos de oro *. • • * 

Muy distintas eran las circunstancias en que se hallaban los 
negros de Guinea y de otros puntos africanos. Gomo no habían 
causado ningún mal á la España, ninguna prevención política 
existia contra ellos. En cuanto á creencias, considerábaseles des- 
tituidos de toda religión; y si algo parecido á ella profesaban 
algunos^ tan sólo eran ridiculas supersticiones que no practicaban 
luego que eran transportados á la América. El gobierno espa- 
ñol, que en aquellos tiempos se preciaba de eminentemente 
católico, no mirab^en estos negros unos enemigos de sus dog- 
mas: por el contrario, viéndolos dispuestqjf á abrazar la religión 
de Jesús, pues que ninguna resistencia oponían á recibir el bau- 
tismo, encontraba en ellos un objeto en que ejercitar su celo, y 
permitiéndoles la entrada en sus dominios, creía también abrirles 
la puerta de los cielos. 



(1) Recopilación de Leyes de Indias, lib. 9, fit. 2S, ley 17. 



) 



— 71 — 

. Seamos justos y no tachemos de intolerante al gobierno español 
en un tiempo en que todo el mundo lo era. A principios del siglo 
XVI no era posible legislar en materias religiosas con las ideas del 
siglo xix; y la entrada en América de judíos y mahometanos hu- 
biera ocasionado disensiones Religiosas funestas á las colonia:». 
Así aconteció en el Brasil con los protestantes* holandeses y los 
católicos portugueses, así con los hugonotes establecidos en la 
isla de San Cristóbal, y así también en la colonización de la nueva 
Inglaterra^ pues los Puritanos que de la metrópoli pasaron á ella 
persiguieron á los católicos y á los quákeros, cuando muy tole- 
rantes debieron de ser, porque cabalmente se refugiaron al Nue- 
vo Mundo huyendo de la persecución que sufrían en el viejo. Y 
si esto aconteció entre hombres que todos profesaban una misma 
religión, cual era la cristiana, ¿qué no habría sucedido entre reli- 
giones tan opuestas al cristianismo, que en España jamás se pu- 
dieron sobrellevar, y que siempre estuvieron en guerra? 

De notar es que, descubierto el Nuevo Mundo desde 1492, asen- 
tado pié fírme los castellanos en la Española desde 1493, recono- 
cidas ya muchas de las antillas y exploradas vastas costas del 
continente desde i498 á 1502, todavía en años posteriores es - 
tuviese circunscrita toda la colonización á la sola isla Española. 
Tiempo era ya que los españoles empezasen á desparramarse y 
establecerse en otras regiones del Nuevo Mundo. 

•Para comprender la^xtensíon que tomó el tráfico de esclavos 
africanos en las colonias españolas^ preciso es indicar en orden 
cronológico la época en que los castellanos empezaron sus con- 
quistas en el Nuevo Mundo, y e' año en que introdujeron los pri- 
meros negros ^n los establecimientos que hicieron en la primera 
mitad del siglo xvi. Ese año no es dado fijarlo con precisión en 
cada una de sus colonias. Hay hechos que por ser realmente 
insignificantes, ó por considerarse tales al tiempo en que acaecen, 
no llaman la atención de los contemporáneos; pero ocurre muchas 
veces que estos hechos adquieren después grande importancia, ya 
por conocerse que desde el principio la tuviere», ya por habér- 
sela dado acontecimientos posteriores. Los españoles que escri- 
bieron los sucesos del primer siglo de la conquista del Nuevo 
Mundo, no pudieron imaginarse que los infelices africanos que 
entonces se llevaban á la América, ocupasen algún dia lugar tan 
interesante en las páginas de la historia. No es pues extraño que 
se hubiese mirado con indiferencia el origen del tráfico en aque- 
llos países, y que de él no nos queden más recuerdos, sino los 



— 72 — 

que casualmente se han conservado al referir otros acontecimien- 
tos. Estos recuerdos nos revelan muchas veces el ano ñjo en que 
se hicieron las primeras entradas, pero otras no bastan para se-- 
Salarlo. 

Si en la antigüedad fué Synope la madre de las colonias grie- 
gas en el Asia Menor, con igual razón puede decirse en la edad 
moderna que la isla Española lo fué de las colonias hispano-ame- 
ricanas. Antes de la conquista de Cuba, todas las expediciones 
para descubrir ó colonizar, ó salieron directamente de sus puertos 
ó siempre tocaron en ellos las que de España partían. Aun des- 
pués de la conquista de Cuba, nuevas expediciones dieron la 
vela de la Española, ya para descubrir, ya para saltear yidios y 
para colonizar. 

Emprendió Colon su segundo viaje en 1493, y descubiertas 
en Noviembre de aquel año muchas de las islas que «e llamaron 
después de Barlovento S reconoció la de Puerto-Rico, á la que 
dio el nombre de San Juan Bautista, y que los indios decían Bo- 
riquen. Descuidada estuvo hasta que el 24 de Abril de 1505 el 
Rey Don Fernando ajustó asiento en la ciudad de Toro con Vi- 
.cente Yañez Pinzón para que la poblase *. Pero no habiendo este 
cumplido nada de su contrata, Ovando, Gobernador de la Espa- 
ñola, concedió en 1508 á Juan Ponce de León el permiso de ex- 
plorar el interior de aquella isla, quien sin pérdida de tiempo se 
trasladó á ella *. Aunque la historia no menciona el año en (^ue 
pisaron su suelo los primeros negros escTavoff bien puede ase- 
gurarse que fué desde muy temprano, porque al mando de Juan 
Cerón fué enviado de la Española en 1509 buen golpe de gente 
para poblarla^, siendo muy probable que algunas de las familias 
colonizadoras llevasen consigo los esclavos que poseyeran. 



(1) Los buques que iban de España á Tierra-firme tocaban en la Domi- 
nica para surtirse de agua y leña. Desde entonces, los navegantes llamaron 
de Barlovento las isflis que les quedaban á la derecha, y de Sotavento á las 
de la izquierda. 

(2) Este asiento se kalla en la Biblioteca histórica de PiAerto-Rico^ pág. 
142. Insertóse integro en la nota 2 al cap. II de la Historia geográfica, civil 
y natural de dicha isla escrita por Fray Iñigo Abbad y Lasierra, cuya se- 
cunda edición fué enriquecida con notas interesantes en 1866 por el Ilus- 
trado puertoriqueño D. José Julián de Acesia y Calvo. 

(3) Herr. dec. I, lib. 7, Cap. 4. 
. (4; Htí. r. dec I, lib. 7 Gap. 10. 



\ 



\ 

I 

V i 73 — 

Ya en 2 de Julio de 1512 habia ei Rey concedido desde Bur- 
gos licencia á Hernando Peralta para introducir en San Juan de 
Puerto-Rico dos esclavas blancas cristianas ^ ¿Cómo, pues, no 
se hablan importado antes esclavos negros, cuando tanto abun- 
daban en España, y ya los habia en la Española? 

Descubierta Jamaica por Colon el 3 de Mayo de i 494^ estuvo 
abandonada por más de quince años; y aunque él la llamó San- 
tiago, el primer nombre prevaleció. El segundo Almirante, su 
hijo Don Diego, comenzó á gobernar la Española en 1509, y en 
Noviembre del mismo año envió una colonia de setenta hombres 
al mando de Juan de Esquivel para que principiase la población 
de Jamaica *. Ignórase si con él pasaron algunos negros, ó si po- 
ca después se iocrodujeron. La primera mención que de ellos se 
hace, no sube del año de 1517. ¿Pero no es más que probable que 
se hubiesen llevado antes, cuando la colonización de aquella isla 
empezó desde 1509, y cuando los trabajos de su agricultura los 
reclamaban con urgencia? 

. A fines de Noviembre de 1511 salieron de Salvatierra de la 
Sabana en la Española, por orden de su Gobernador Dou Diego 
€olon, unos trescientos hombres al mando de Diego Yelazquez, 
para la conquista de Cuba * . Cuando el Gran Almirante la descu- 
brió en 1492, llamóla Juana en memoria del priocipe Don Juan, 
nombre que se (5ambió después en el de Fernandina en honra del 
rey Don Fernand^ peui ambas denominaciones pronto desapa- 
recieron, conservándose solamente la primitiva de Cuba que le 
dieron los indios. A la manepa de otras expediciones que en aque- 
llos tiempos hicieron ios españoles, compúsose esta de aventu- 
reros y gentes de otras clases que se lanzaban á regiones deseo-- 
nocidas en pos de fortuna. 

Muy fundado es pensar, que si con la expedición de Yelazquez 
no marcharon algunos amos seguidos de sus negros, estos á lo 
menos llegaríanse á ella poco después. Equivocadamente creen 
algunos escritores cubanos, que los primeros que entraron fué 
después de la muerte de Diego Velazquez acaecida en 1524. Pa- 
ra mí es casi cierto^ aunque no puedo probarlo históricamente, 
que de 1512 á 1514 ya se hablan introducido: l.o porque la Espa« 



(1) Muñoz, Colee. 

(2) Herr. doc. I, lib. 7^ cap 11. 
(3j Herr. dec. I, Ub. 9, cap. 3 y 8. 






-74i- 
ñola era entonces la colonia que en mayor número los tenia, y 
su cortísima distancia á la costa oriental de Cuba, que fué pabal- 
mente por donde empezó esta á poblarse, facilitaba su trasporte; 
2.* porque habiendo comenzado á fundarse cinco pueblos en 1514^ 
sin contar á Baracoa que ya lo estaba, es muy improbable que 
todavía no hubiesen entrado negros^ cuando tan cerca los había 
y tanto se necesitaban. 

En 1515 pidiéronse algunos á la Española para la fortifícacioii 
del puerto de Santiago. En 1518 concediéronse licencias para lle- 
varlos, y los- documentos oficiales y la historia no dejan duda eo 
que ya entóocus los babia. 

No era posible que el comercio de esclavos negros quedase en- 
cerrado dentro de las Antillas ya pobladas; y dilatándose el campo 
de las conquistas, lleváronse también negros á las inmensas re- 
giones del continente ya descubierto. 

La primera colonia del continente, asentóse en 1511 sobre la 
margen occidental del golfo de Urabá en tierra del Darien, á la 
que entonces llamaron los castellanos Nueva Andalucía, después 
Castilla del Oro, y últimamente provincia de Panamá. Nació el 
nombre de Castilla del Oro de la abundancia de este metal que 
encontraron los españoles en aquella tierra; y Don Manuel José 
Quintana, uno de los poquísimos españoles que han tenido el raro 
mérito de hablar imparcíalmente acerca del descubrimiento y con- 
quista del Nuevo Mundo, dice: c Y con^o l%s a\|£>ntureros queibaa 
á la América no soñaban sino oro, y era oro lo que buscaban allí, 
oro lo que quitaban á los indios, oro lo que éstos les daban para 
contentarlos, oro lo que sonaba en sus cartas para hacerse valer 
en la Corte, y oro lo que en la Corte se hablaba y codiciaba, el 
Darien, que tan rico parecía de aquel ansiado metal, perdió su 
primer nombre de Nueva Andalucía, y se le dio en la conversación 
y hasta en los despachos el de Castilla del Oro S. 

Aquel pais fué el primero del continente adonde se llevaron ne- 
gros; y aunque se ignora si entraron en 1511 ó 1512, ya los ha- 
bía en 1513, pues cuando Vasco Nuñez de Balboa salió del Darien 
en este año para descubrir el Mar Pacífico, acompañóle en aquella 
famosa expedición un. negro llamado Nuflo de Olano *. El malva- 



(1) Vida de Vas^.o Nuñez de Balboa, en las VidcLS de Españoles Célebres^ por 
B. Manuel José Quintana. 

(2) Testimonio sobre el descubrimiento y toma de posesión del Mar del 




— 75 — 
do Pedro Arias Dávíla, llamado Pedrarias, fué en i5i4 de Gober- 
nador árCastilla del Oro: dlósele iicencia para pasar esclavos \ y 
por lo menos llevó consigo uno negro lo mismo que Gonzalo Fer- 
nandez de Oviedo, que iba en su compañía en calidad de veedor 
de las fundiéiones de oro \ Aumentóse pronto su número, porque 
ya desde 1515 tuvieron esclavos negros asi los particulares como * 
el gobierno; y con los de este abriéronse caminos por los cerros 
para facilitar el trabajo de las* minas K 

Para continuar Nuñez de Balboa sus descubrimientos en las co^* 
tas del Mar Pacíñco^ construyó con admirables trabajos cüatra 
bergantines en 1516 y 1517; y en ellos y en el transporte de sus 
piezas, d^sde el puerto dé Acia en la costa del Norte liasta el rio 
de las Balsas, nd sólo se emplearon indios y castellanos, sino 
hasta treinta negros ^. 

De un pasaje de Pedro Mártir de Anghiera ó Angleria ", pudíe* 
ra inferirse que en aquel continente existieron negros antes que 
los hubiesen introducido los españoles y aun quizás que Colon lo 
hubiese descubierto. Asegura aquel autor, que cuando Nuñez de 
Balboa hizo su famosa expedición en 1513 para descubrir el Mar 
del Sur, ya encontró negros. Dice así: «allí encontraron negros 
esclavos en una región distante de Quarequa dos días de camino, 
los cuales sólo engendran negros feroces y muy crueles. Júzgase 
que por robar pasaron en otro tiempo de la Etiopía, y que habien- 
do naufragado, se jgaroA en aquellos montes. Odios intestinos 
existen entre los quarequanos y estos negros, y alternativamente 
se esclavizan ó matan S. 

Ningún historiador de América ha dado al pasaje de Pedro Mar- ' 



Sur otorgado por el escribaoo Andrés de Valderrábano, que en calidad de tal 
formó parte de la expedición. (Gonzalo Fernandez de Oviedo, Hist. general y 
Nat. de Utó Indias, tumo 3, lib. '?9, cap. 3. Edición de la Real Academia de 16 
Historia de Madrid). 

(1) Herr., dóo. 1, lib. 10, cap. 11. * 

(2) Memorial manuscrito del mismo Oviedo en la Golee, de Muñoz. 

(3) Despacho de los Oficiales Reales de Gastilla del Oro, dirigido al Go- 
bierno en 27 de Enero de lbl6. 

(4) Bartolomé de las Gasas. Hist. de las Indias^ lib. 3, cap. 74.— Herr.* 
déc. 2, lib. 2, cap. 11. 

(5) Pedro Mártir nació en Angbiera, ciudad del territorio de Milán; y lali- 
nizando él aquel nombre en Angleria, llámesele así en España. 

(6) Pedro Mártir de Angleria, De Orbe Novo, déc. 3, cap. 1, edición de Pa- 
rís^ 1587. 






— 76 — 
tir la Importancia que merece. Tres cosas deben notarse en él: 
i.*, si existió tal pueblo de negros; d.% si Nuñez de Balboa en- 
eontró algunos de ellos esclavizados cuando en 1513 fué á descu- 
brir el Mar del Sur; 3.*, cuál era su procedencia. 

En cuanto á lo primero^ además de Pedro Mártir, hablan tam - 
* bien López Gomara en el cap. 62 de su Historia General de las 
Indias, Juan Ochoa de Salde en la primera parte de sd Carolea 
á la pág. 74^ y Juan Rotero en el tomo t.^ iib. 4.** de sus Rela- 
ciones universales del Mundo. Pero yo creo que estos tres auto— 
.res no han hecho sino repetir la noticia de Pedro Mártir, y que 
su testimonio no tiene más fuerza que la que este les dá. No deja 
de ser nnicha, por cierto^ porque en los* asuntos de América rela- 
tivos á los primeros tiempos^ es uno de ios autores más dignos 
de fé. Aunque italiano, pasó en España la mayor parte de su vi- 
da, adonde llegó en 1487 con el Conde de Tendílla, y en donde 
murió en 1526 á los sesenta y nueve de su edad. Tuvo á la ma- 
no^ como dice Juan Bautista Muñoz, las cartas, relaciones, derro- 
teros y demás papeles tocante á los hechos de los españoles,, tra- 
tó á las personas más principales que entendieron en los descu- 
brimientos, conquistas y gobierno de aquellas tierras, tuvo entra- 
da en la corte de los Reyes Católicos y de su nieto Carlos V, y, 
por último, fué nombrado miembro del Consejo de Indias cuando 
este se formó. Su aseveración, pues, de que por aquel rumbo exis- 
tia un pueblo de negros, puede aceptarse coq^ hecho verdadero, 
pues no es creíble que autor tan verídico y tan bien informado 
inventase falsedad de tal naturaleza. 

Bartolomé de las Casas no habla en su Historia de las Indias 
de pueblo alguno de negros en aquella región; pero al narrar los 
descubrimientos de Vasco Nuñez refíere una circunstancia que 
coadyuva^ en cierta manera, á la aseveración de Pedro Mártir. 
Dice: «Comienzan su camino por las montañas altas, entrando en 
el señorío y distrito de un gran señor llamado Quarequa, el cual 
hallaron aparejado para resistilles Este Quarequa les ocur- 
rió con muy mucha gente de guerra». Trabado el combate, los 
pobres indios fueron completamente destrozados, y las Casas pro- 
sigue: «Quedó muerto allí el negro Rey y Señor con sus princi- 
pales.»^ La muerte de este rey y señor negro, si bien no es prueba 
convincente de que allí hubiese un pueblo de tal color, demues- 
tra que á lo menos habia un hombre teñido de ella, y no deja de 



(1) Gasas, Hüt, de la» Indias, Iib. 3, cap. 17. 



— 77 — 

ser muy extraño que á la cabeza de un pueblo de indios gober- 
nase un rey negro. ¿Diré yo por esto que aquella fué invención 
de Pedro Mártir? No por cierto Paréceme que aquí se debe distin- 
guir el hecho en sí del tiempo y lugar en que acaeció, porque bien 
pudo suceder que Pedro Mártir refiriese al año de i5i3 lo que 
aconteció después y en otra parte. Esta conjetura no es infundada^ 
porque aquel autor escribía á veces con tanta precipitación y te- 
nia la memoria tan flaca en los últimos años de su vida, que no 
sólo erraba y cbnfundia las fechas, sino que aun incurría en otros 
defectos *. 

Oviedo en el lib. 29 de su Hist, Gen, de las Indias describe 
también á la larga el viaje de Vasco Nuñez para descubrir la Mar 
del Sur y su vuelta al Darien. En el cap. 5.o dá el nombre de Ga- 
reca á la tierra que otros llaman Quarequa, y el de Torecha al ca- 
cique de ella. Pero nada dice de negros ni de pueblo de negros 
encontrados allí ni en otras partes de las correrías que hizo Vasco 
Nuñez. Sin embargo, al tratar en el cap. 10 del referido, lib. 29 
de las exploraciones hechas en aquellos países por el Capitán 
Francisco Becerra, uno de los tenientes de ladrarías Dávila, dice: / 
«Llegado este capitán é su gente al golpho de Sanct Miguel, si- 
guió la costa arriba al Oriente, y fué al cacique Jumeto, que es- 
tá en la ribera de un hermoso río, que entra en aquel golpho: é 
de allí passó al rio del cacique Chiribuca, é subió por él arriba 
hasta otro cacique qM se aecia Topagre, é á otro que está más 
arriba en la sierra, que se dice el cacique Chucara. É desde allí 
fué al cacique Canachine,. donde se hace una punta ó promontorio 
en aquel golpho, ques cosa muy señalada; y desdo allí se vía 
adelante una tierra alta, donde el cacique Jumeto dixo que vivía 
cierta gente que eran negros (pero la verdad desto no se supo, 
ni este capitán passó á la punta de Canachine)». 

El cronista Herrera menciona igualmente un pueblo de negros 
que se halló en la playa septentrional del Pacíñco. Al descubrir 
la Costa de la Gobernación de la Audiencia de Quilo, dice: «Hay 
en la Costa de esta Governacion los Puertos, Islas, y Puntas si- 
guientes: El Ancón de Sardinas, antes de la Baía de Santiago, 
que está quince leguas de la Punta de Manglares al Sur; i luego 
la de San Mateo; i después el Cabo de San Francisco; i pasado él. 



(1) Muñoz, Hist. del Nuevo MundOy tomo I;^ pág. H y 12 del prólogo, edi- 
ción de Madrid, 1793. 






— 78 — 
los ^uiximiés, quatro Ríos ántés del Portóte, adonde los negros 
que se salvaron de un ñamo, que dio al través, se juntaron con 
los indios, y han hecho un Pueblo ^» 

Herrera determina aquí con mucha más exactitud que Pedro 
Mártir el punto en donde estaba aquel pueblo de negros, pues el 
Pórtete, así llamado porque es un puerto pequeño, se halla á 
treinta y cuatro minutos de latitud Norte; pero es de sentir que no 
hubiese mencionado la procedencia del buque que llevó dichos 
negros ni tampoco el ailo en que naufragó.. 

Respecto al segundo punto, que consiste en saber si Nuñez 
de Balboa encontró negros en Quarequa cuando iba al descubri- 
miento del Mar del Sur en 1513, confieso que tengo mis dudas á 
pesar de la respetable aserción de Pedro Mártir. Oviedo, que es- 
tuvo en aquel país un pno después de aquel descubrimiento, que 
permaneció en él algún tiempo, que conoció y trató al mismo 
Balboa y á muchos de sus compañeros de la referida expedición, 
que la describe minuciosamente desde el principio hasta el fin, y 
que examinó todos los papeles y manuscritos de Balboa después 
de su muerte, no dice una sola palabra acerca del hallazgo de 
tales negros en las tierras de Quarequa, ni en otras partes del Da- 
rien. Igual silencio guarda el adelantado Pascual de Andagoya, 
en la prolija Relación que elevó al Rey sobre los sucesos de Pe- 
drarías Dávila en Castilla del Oro y lo^ocurrido en el descubri- 
miento del Mar del Sur. • 

Por úlLimo el cronista Herrera, tan puntual y exacto crsi siem- 
pre, describe minuciosamente en los primeros capítulos del libro 
10, década 1.% el viaje de Vasco Nuñez para descubrir el Mar del 
Sur y su retorno á la villa del Darien de donde partió; y aunque 
habla del cacique Quarequa y de la refriega que tuvo Balboa con 
su gente, no hace la más remota mención de haber encontrado 
éste allí negro alguno ni menos pueblo de negros. 

Yo conozco el valor de los argumentos negativos; pero al mis- 
mo tiempo áelÑi observar que es muy extraño que Oviedo, Pascual 
de Andagoya y el cronista Herrera, guarden todos el más pro- 
fundo silencio sobre el hallazgo de negros entre los indios de 
Quarequa en lo i 3- 

El tercer punto es averiguar la procedencia de aquellos negros. 
Según las noticias de Pedro Mártir, eran originarios de Atrica, 



(1) Herr. Defcripcion de las Indias Occidentales, Cap. 17. 



J 



- 79 — 

pues en aquel tiempo se pensaba que solamente en ella los había. 
¿Pero cómo pasaron al Nuevo Mundo? ¿Acaso tuvieron conoci- 
miento de él aquellos bárbaros africanos á fines del siglo xv ó á 
principios del xviT Y aun admitiendo que lo hubiesen tenido, ¿sa- 
lieron de la costa oriental de África ó de la occidental? Si de la 
primera, tenian que atravesar el mar de la India y toda la inmen- 
sidad del Gran Océano para arribar á las costas occidentales de 
América, desconocidas todavía aun de los mismos euiopeos. Ni la 
ignorancia dé los negros , ni su inteligencia náutica, ni sus me- 
dios de transporte permiten la suposición de semejante aventura. 

¿Salieron de la costa occidental del África? Las dificultades son 
quizás mayores, porque sin el auxilio de islas intermedias hubiera 
sido forzoso cruzar todo el Atlántico, doblar el Cabo de Hornos, ó 
pasar el estrecho de Magallanes mucho ^ntes que el famoso na-* 
vagante que le dio su nombre, y recorrer después toda la costa 
meridional del continente americano hasta llegar á las playas del 
hemisferio del Norte, Pensar que tal navegación pudiera hacerse 
por negros salvajes en aquellos tiempos, es el más completo de- 
lirio. ^ 

La llegada al Nuevo Mundo de huéspedes tan extraños sólo 
puede explicarse de dos ínodos. O es cierto lo que dice Pedro 
Mártir, esto es, que Balboa encontró aquellos negros en su viaje 
al Mar del Sur en 1513. ó no lo es. En el primer caso, esos negros 
solamente pudierdtt arribar de alguna de las islas de la Occeanía, 
pobladas de ellos, cuya distancia á la costa occidental de América 
es mucho menor que la que los separa de África. La mayor parte 
de los habitantes de la Polynesia fueron y son intrépidos nave- 
gantes, en sus piraguas recorren grandes distancias, y bien pudo 
acontecer que arrebatados por los vientos en alguno de sus via- 
jes, fuesen arrojados hasta las playas de América. 

En eV segundo caso, si dichos negros fueron hallados por los 
españolea en anos posteriores al de 1513, entonces no sólo pu- 
dieron llegar de tas mencionados islas, sino dé alguno de los 
puntos que ya ocupaban los castellanos en las costas de Panamá, 
^Nicaragua ó el Perú. 

Extraño parecerá que la colonización no se hubiese extendido 
entonces á muchas de las islas de Barlovento y Sotavento descu- 
biertas por Colon en su segundo y tercer viaje. Pero esto aconte- 
ció porque eran muchas más pequeñas que las cuatro antillas ya 
pobladas, porque carecían de los preciosos metales que buscaban 
los castellanos, porque sus indígenas eran belicosos y tiraban con 



-80- 

flechas envenenadas, y porque ya brillaban á los ojos de los con- 
quistadores el oro, la plata, las perlas y domas riquezas que les 
ofrecía el vecino continente. No faltaron sin embargo conatos de 
poblar algunas de aquellas islas, pues el rey mandó en Í5i5, que 
por la comodidad que presentaba la Dominica para las flotas y 
otras naves que pasaban á ciertos puntos del continente, se fun- 
dase en ella una población donde se proveyesen de agua, leña y 
víveres, como antes lo habia hecho de los dos primeros artículos 
Pedrarias Dávila *. 

Más estos deseos nunca se realizaron. El licenciado Antonio 
Serrano, vecino de Santo Domingo, fué autorizado en 1520 por el 
gobierno para poblar la isla de Guadalupe con ventajosas condi- 
ciones, y gobernar las de Monserrate, Deseada, Barbada^ Antigua, 
Dominica y Martinino ójiartinica; más á pesar de todos los auxi- 
lios que le dio el gobierno, aquellas islas, llamadas en aquel 
tiempo Caribes por la clase de habitantes que las poblaban, que - 
dáronse en el mismo estado que tenían '. 

Perecian rápidamente los indios que poblaban las cuatro gran- 
des antiilaSy y aumentaba la necesidad de introducir esclavos en 
ellas; pero estos, como ya se ha visto« no siempre fueron de raza 
negra. 

El 23 do Febrero de 1512 mandó el Rey desde Burgos á los 
oficiales de la Gasa de Contratación de Sevilla, que enviasen á las 
Indias esclavas blancas cristianas, porque habiindo allí gran ne- 
cesidad de mujeres, ellas no sólo servirian mejor que las indias 
sino que los españoles las tomarían por esposas y no se enlaza - 
rian con las indígenas, como ya lo Rabian hecho algunos. Agre- 
góse á esto el provecho de la Real Hacienda, pues entonces se 
cobraban más de dos ducados * por cada licencia para introducir 
esclavos. Al mismo tiempo preguntó el gobierno á la referida 
Casa de Contratación si convendría que por cuenta del' Rey se 
enviasen inmediatamente algunas esclavas, en especial á la isl^ 
de Puerto Rico d(fnde habia mayor necesidad de mujeres y tra- 
bajadores ^. Contra la introducción de esclavas blancas en la Es- 



(1) Gasas, Hist. de las Indias, lib. 3, cap. 59.--Herr. déc. 2, lib 1 cap. 3* 
^) Herr., déc. 2, lib. 9, cap 7. 

\3) £) ducado equivalía á 37.5 maravedís ó sean once reales de vellón y 
un maravedí, pues cada real de vellón es de 34 maravedís. 
(4) Muñoz, Golee. 



— 81 — 
paQola, el Almirante Don Diego su gobernador y los Oficiales 
Rpales expusieron al Rey en 2 de Julio de 1512, que como allí 
había muchas doncellas de Gaslllla conversas, los castellanos las 
desdeñariaUy preñriendo casarse con las esclavas blancas que se 
importasen S lo que infiero provendría de ser estas de su misma 
religión y no recién convertidas como aquellas; mas insistiendo 
el rpy en su primera determinación, mandó en Logroño á 10 de 
Diciembre del mismo ano, que la Casa de Contratación de Sevilla 
DO dejase de enviar á la Española las metícionadas esclavas blan- 
cas ". 

El negocio de los esclavos ofrecía ganancias al gobierno, y 
este para asegurarlas continuó la venta de las licencias á razón 
de dos ducados por cabeza, mandando el 22 de Julio de 1513 que 
su producto se cargase al Tesoro. Esto no obstante, una de las 
gracias que se otorgaron á la Española en 26 de Setiembre de 
dicho año, fué que cadd vecino de ella pudiese sacar libremente 
de España una esclava para el servicio de su casa, con tal que 
fuese cristiana y hubiese residido en Castilla más de tres años *. ' 

Ya el número de negros en la Bnpañola era tan considerable 
respecto al de los blancos, que empezaron á infundir temores. El 
Rey en carta de Madrid de 4 de Abril de 1514 escrita á Miguel 
Pasamente, Tesorero de aqueUa isla, le dice: «Proveránso esclavas 
que casnniosecon los esclavos que hay, den éstos menos sospechas 
de alzamiento: y CijglavcA irán los menos que pudieren, según de- 
cís. ^» El 27 de Setiembre del mismo año escribió el Rey en el 
mismo sentido á Don Pedro Suarez de Deza, Obispo de la Concep- 
ción en la Española: ^Para más pronto acabar la Iglesia podréis 
pasar diez esclavos : decís que ai aprueban los esclavos negros y 
que convendría fuesen más por ahoi^ : siendo varones no, pues 
parece que hay muchos y podrá traer inconveniente» '. 

Esta restricción era el único remedio á los males que ya ame- 
nazaban, y no el matrimonio de los esclavos que el Rey habla 
recomendado á Pasamente. Si este vínculo entre gente libre y de 



(f) Muñoz, Golee. 
(2) Muñe z, Golee. 
(^) Navarrete, Golee, tomo 2, Document. IHplomeU,, núm. 175. 

(4) Cartas del ReyGatólicoD Fernando al Tesorero Pasamonle. de la Es- 
pañola, fechas en 28 de Octubre, 25 de Noviembre y 5 de Oiciesibrede 1513, 
y 15 de Eoero y 4 de Abril de 1514.— Muñoz, Culec, tomo 75. 

(5) Muñoz, Golee, tom. 90. 

6 



— 82 — 

buenas costumbres se puede tomar en general como prenda de 
orden público, no inspira la misma confianza respecto de esclavos 
á quienes se condenaba á sufrir en tierras extrañas un penoso 
caulfMerio. Privados por la ley de toda propiedad, sin autoridad 
co&yugat sobre la mujer ni paternal sobre los hijos, y expuestos 
á cada momento á verse separados, y acaso para siempre, de es- 
tos y de aquella, imposible era que en tal estado se engendrasen 
y fortaleciesen los sentimientos que pueden servir de garantía á 
la pública tranquilidad. Y tanta esperanza de orden se cifró en 
aquellos matrimonios, que en años posteriores se volvió á encar- 
gar, y particularmente á las autoridades de Cuba, que casasen á 
los negros esclavos. Es, sin embargo, laudable que se hubiesen 
recomendado tales enlaces, pues aunque de poco valor para im- 
pedir el alzamiento de los negros cuando éstos no están bien tra- 
tados, no dejaban de ser favorables á la: moralidad del esclavo y 
á los intereses del amo: á la modalidad de aquel, porque se le 
daba una compañera á nombre* de la ley y de la religión: á los 
intereses del amo, porque obligándosele indirectamente á com- 
prar negras, podia aumentar sus esclavos por medio de la legíti- 
ma reproducción. 

Ademasdelprecio.de las licencias para introducir esclavos, 
pagábase el almojarifazgo. Bajo <le este nombre exigieron los 
moros en los puertos de Andalucía un derecho igual al que con 
el de puertos cobraban en Castilla los reyíss emanóles. La domi- 
nación de los moros desapareció de España , pero la contri- 
bución quedó con el mismo nombre. Desde i 509 empezó á pa- 
garse de todas las mercaderías e\ siete por ciento de almojari- 
fazgo; mas éste tuvo con el tiempo muchas variaciones, de las 
que no es del caso tratar. Para eludir este impuesto y los dere-v 
chos de las licencias, los españoles hacían el contrabando de na- \ 
gros, y á veces los robaban en África. Habíase en Í5i4 formado 
causa en la Española á unos portugueses que arribaron á sus cos- 
tas, y quejándose á su gobierno de la prisión y maltrato que se 
les daba, decía nfb que las deposiciones que mas les perjudicaban 
eran las de unos vecinos de Palos de Moguer, á quienes les hablan 
quitado algunos negros que llevaban hurtados de la costa de Gui- 



nea V 



Ni fueron españoles los únicos que se mezclaron en introduc- 



(1} Muñoz, Golee. 



— 83 — 

dones clandestinas; que los portugueses también fueron reos del 
mismo pecado Dominando éstos desde el siglo xv casi todas las 
costas del Occidente africano, dados desde entonces á esclavizar 
y comerciar én negros, y conservando todavía su preponderancia 
marítima, no era posible que hubiesen permanecido pasivos es- 
pectadores, cuando en la Española había necesidad de negros 
cuando por lo mismo se vendían allí con estimación, y cuando los 
espaiioles no podían llevarlos con la misma facilidad ni tan barato 
venderlos. 

Sentíase también en Cuba la falta de negros. Conociendo su 
gobernador Diego Velazquez y los Oficiales reales la importancia 
que podría tener la naciente villa de Santiago, pidieron al Go- 
bierno en Agosto de 1515 que se fortifícase su puerto, y que al 
intento se enviasen de la Española artesanos, dos carretas con 
sus bueyes, y doce negros \ Esto prueba que ellos entraron en 
Cuba muchos afíos antes de lo que dicen algunos escritores cuba- 
nos. De advertir es que dichos negros no eran para repartirlos 
entre los vecinos^ sino para emplearse en aquella obra como escla- 
vos del Rey, quien los tenia en la Española para diferentes ser- 
vicios. 

Todavía el Gobierno no había concedido á particulares ni á 
compañías el privilegio exclusivo de hacer el comercio de negros. 
Permitida era á los castellanos su introducción en América, pre- 
via licencia rea^Py castellanos digo, porque comerciar con aquella 
región ó visitarla, no sólo se prohibió á los extranjeros, sino aun 
álos mismos españoles que no eran subditos de Castilla. Casada 
la Reina Isabel con el Rey D. Fernando de Aragón, no por eso 
se confundieron las dos corones. Cada uno de los dos monarcas 
era soberano exclusivo en sus estados respectivos, y hecho el des- 
cubrimiento del Nuevo Mundo con el Tesoro de Castilla, sólo los 
castella[\os tuvieron derecho á traficar con él. Cierto, que cuando 
el Rey D. Fernando y la Reina D.» Isabel legislaban de consuno 
ó concedían algunas gracias, empleaban un^lenguaje en que al 
parecer estaban ya confundidas las dos coronas, y que D. Fer- 
nando era rey de Castilla y León, así como D.'^ Isabel reina de 
todos los estados de Aragón; pero cuando se trataba de la natu- 
raleza de sus respectivos subditos, entonces se marcaba bien la 



(t) Garla á S. A. dsl Gobernador y Oficiales de la Fernandina, á 1.* de 
Agosto de 1515. M S. Archivo de Indias de Sevilla. 



— 84 — 
diferencia entre las dos coronas. Equivócanse los autores españo- 
les que han intentado probar que los aragoneses nunca se consi- 
deraron como extrangeros para las cosas de Indias, pues aunque 
hubo algunos que alcanzaron empleos en aquellas tierras, fué so- 
lamente por tolerancia ó por favor especial. Nada mas claro sobro 
este punto que la Real Carta concedida al aragonés Juan Sán- 
chez en 1504 para que pudiese llevar mercaderías á la Española, 
aunque no era natural de los reinos de Castilla: 

cPor hacer bien é merced á vos Juan Sánchez, de la Tesorería, 
estante en la Ciudad de Sevilla, natural de la Ciudad de Zaragoza, 
natural del reino de Aragón, acatando algunos buenos servicios 
que me habéis Jecho, é espero que me fareis de aquí adelante; por 
la presente vos doy licencia para que podáis llevar á la Isla Es- 
pañola, ques en el mar Océano, las mercaderías é otras cosas que 
puedan llevar los vecinos é moradores naturales de estos nuestros 
reinos, según las provisiones que para ello mandamos dar, ^o 
embargante que no seáis natural dellos ; de lo cual vos man- 
damos dar la presente ñrmada de mi nombre. Fecha en la villa 
de Medina del Campo, á 17 del mes de Noviembre de mil qui- 
nientos cuatro anos V> 

En la petición veinte ^cuatro de las Cortes de Segovia en i532, 
fueron los aragoneses expresamente declarados extranjeros; y por 
eso se quitó á un catalán natural de Tarragona la canongía que 
por oposición habia obtenido en la catedral ^de ft^mora *. Otros 
aragoneses fueron más afortunados. Hablando el cronista Herrera 
de los acontecimientos de Paria en. 1533, dice que el Rey d¡6 
aquella gobernación á Gerónimo de Ortal, natural de Zaragoza, 
mediante el favor del Comendador Mayor de León, no obstante 
estar prohibido por la Ordenanza, que pasasen á las Indias los 
que no eran naturales de las coronas de Castilla y León ', 

Estas prohibiciones empezaron á modificarse desde i5j39, pues 
la Real I^rovisíon de Don Carlos y D.^ Juana su madre en 28 de 
Julio de aquel año g^rmitieron á todos sus subditos del imperio 
español, además de los castellanos, el pasar á las Indias, pu* 



(1) Navarrete, GoleccioD, lom. 3, Suplemento 1, á la Colee, Diplom, 
n. 54. * 

(2) Solórzano, Política Indiarui, lib. 4, cap. 19, §. 31 y 32. 

(3) Herr. dec. 5, lib. 5, cap. 6. 



^ 



— 85 - 

diendo permanecer y comerciar en ellas. Este notable documento 
dice así: 

c'üasta ahora ha estado prohibido que nadie, no siendo natural 
destos reinos, vaya á las Indias á mercadear, contratar ni estar 
en ellas: agora es razón que, pues a Nuestro Señor plugo de nos 

descubrir tantas y tales tierras sin conocimiento de Dios 

y su fee; que por todas partes se dé orden como se pueblen de 
cristianos, con cuya comunicación vengan en conocimiento de la 
fee católica. También deseamos, que todos nuesims subditos natu- 
rales gozen del fiuto de dichas Indias y su fertilidad y abundancra, 
pues se ha descubierto tanto, que hay para lodos. Así platicado en 
el Consejo, y comigo consultado, damos licencia á todos nuestros 
subditos de todos nuestros reinos, y señoríos, así del Imperio y 
Oinoveses y todos los demás, que puedan pasar, contratar y estar, 
según lo pueden hacer los naturales destos reinos y señoríos de 
Castilla y León '.9 

Si la Real Provisión anterior facultó indistintamente á todos 
los subditos del imperio español para que comerciasen en las In- 
dias y permaneciesen en ellas, todavía no aparece borrada la dife- 
rencia que habla entre castellanos y aragoneses, para que estos 
pudiesen ejercer empleos en los países améríco- hispanos. Ál de- 
cir de un analista aragonés, semejante diferencia no se borró 
enteramente hasta que en las Cortes de Monzón de 1585 se esta- 
bleció el fueroade qñe los subditos de la corona de Aragón goza- 
sen en las Indias de los beneficios, oficios, prelacias y dignidades 
eclesiásticas y seculares, lo mismo que los de Castilla *. 

Más amplia y decisiva que las Cortes aragonesas es en este pun- 
to la ley de Felipe II hecha en 1595, la cual dice: «Declaramos 
por extranjeros de los Keinos de las Indias y de sus costas, puertos 
é islas adyacentes para no poder estar ni residir en ellas, á los 
que no.fueren naturales de estos nuestros Reinos de Castilla, León, 
Aragón, Valencia, Cataluña y Navarra, y los de las islas de Ma- 
llorca, y Menorca, por ser de la corona de ^agon '». 

Y cuaado tales prohibiciones existieron durante algún tiempo 



(1) M S inserto eh la Relación de la gente que pa^a en la armada del et- 
trecho de MagallaneSf de 28 de Julio de 1539 Arch. de 6im. y Muñoz, Golee, 
tomo. 81. 

{2) Fray Miguel Ramón Zapater, Anales de Aragón, parte 2, lib. 2, cap. 34. 

(3) Recopil. de leyes de Indias^ lib. 9, titulo 27, ley 28. 



— 86 — 

I 

coQtra una parte de los mismos hijos de España, ¿cómo podrían 
abrirse las puertas de las ludias para los extranjeros? No faltaron, 
empero^ hombres entendidos que con más sanas y elevadas ideas 
clamasen contra política tan errónea, y que pidiesen también fran- 
quezas mercantiles. Cierto, que su intención no fué poner un con* 
trapeso á los negros, sino tan sólo fomentar y engrandecer las 
colonias; mas por sus peticiones se verá que en la Española se 
entendían en aquel tiempo los intereses coloniales mejor que en 
la Metrópoli, y que algunas de las ideas que en materias mercan- 
tiles se tienen hoy por modernas, fueron bien conocidas de nues- 
tros antepasados desde el principio del siglo xvi. 

El Licenciado Alonso Zuazo, que se-hallaba en la Española de 
Juez de Residencia, cuyo cargo se extendía también á las otras is- 
las y Tierra-ñrme, escribió al Gobierno el 22 de Enero de 1518 
una carta muy interesante, en la cual clamó contra el monopolio 
de Sevilla, exponiendo los males que de él sufrían las Indias, y 
anadia estas palabras: «Hay necesidad que puedan venir á poblar 
esta tierra libremente de todas las partes del mundo é que se dé 
licencia general para esto, sacando solamente moros é judíos, é 
reaonciüados, hijos é nietos de ellos, como está. prohibido en la 
Ordenanza, por que es siempre una mala gente, é revolvedora, é 
cizañadora de pueblos é comunidades». 

Con permiso de la autoridad competente jantáronse en 1518 los 
Procuradores nombrados por todas las ciudadbs y«rillas de la Es- 
pañola, para tratar de los negocios que la interesaban ^. Abrié- 
ronse sus sesiones en Abril de aquel año, y en ellas acordaron 
pedir al Rey, entre otras cosas, libertad general de comercio con 
todos los puertos de España é Indias concediéndola aun á los ex- 
tranjeros, con tal que pagasen sus derechos; franqueza de estos 
para los frutos de la Española, así al salir de ella como al entrar 
en España; franquezas y mercedes á los qiie fuesen á poblar; pre- 
mios á quien introdujese nuevas grangerias, como pan^ vino, se- 
da; exención de todo derecho en el comercio que hiciesen las 
islas entre sí; franqueza á cualquiera que fuese á poblar, de cuanto 
llevase para su casa; prohibición de arrendar el ahnojarifazgo por** 
las vejaciones que causaban los almojarifes con sus avalúos; li- 



(1) Sobre la índole legista'iva de la reunioa de los Procuradores de la 
Española y Cuba ea la primera milad del siglo xvi, publlquó en Madrid en 
1869 UQ papel ioteresaDte cuyo contenido no me es dado reproducir aquí. 



. - 87 — 
bertad de salir de la Española para las otras islas ó para España, 
y permiso á todo extranjero para avecindarse, excepto genovés y 
francés. Aquella isla volvió a pedir en i520 que se dejase pasar 
á ella gente de cualquier nación ^ 

Ilabíanse su<«citado en América encarnizadas controversias acer- 
ca de la libertad y repartimientos de los indios. Para remediar tan 
graves males el cadernal Ximenez de Gisneros, Regente entóuces 
del Reino, fíjó los ojos en tres Frailes Gerónimos para que fuesen 
á la Española en calidad de gobernadores de las Indias, y aque- 
llos religiosos, guiados de ideas liberales, dijeron al gobierno en 
1518: cEl fundamento para poblar es que vayan muchos labrado- 
dores y trabajadores: trigo, viñas, algodones, etc., darán con el 
tiempo más provecho que el oro.- Convendrá pregonar libertad 
para ir á aposentar allá á todos los de E;3paña, Portugal y Cana- 
rias. Que de todos los puertos de Castilla puedan llevar mer- 
caderías y mantenimientos sin ir á Sevilla. Mande su Alteza que 
vayan á poblar las gentes demasiadas que hay en estos reinos 
etc. •» 

He citado con gusto este pasaje, porque en las ideas que hoy se 
tienen sobre frailes, pudiera tacharse ai Cardenal Ximenez de 
Gisneros de haber escogido para el gobierno de las Indias á unos 
monjes de corta capacidad, de estrechas miras y más propíos pa- 
ra rezar y decir misa que para la ardua comisión que se les con- 
fió. Pero nada jusiiñca f^nto la acertada elección de Cisneros co- 
mo el tino, imparcialidad y templíinza de las providencias que ellos 
dictaron para la recta administración de las colonias españolas. 
La correspondencia que tuvieron con el gobierno en el corto tiem- 
po que duró su comisión, revela la gran verdad, de que el Nuevo 
Mundo nunca se vio regido con más inteligencia y justicia ni en- 
tregado á manos más ñrmes y más puras. 

Persistiendo el gobierno metropolitano en su política exclusiva, 
no acogió la« indicaciones que se le hacian en provecho de las 
colonias. Justo, empero, es confesar que semejante política fué la 
que entonces siguieron todas las metrópolis respecto de sus colo- 
nias, y qu€ España, imbuida en las mismas ideas, no hizo más 



(1) Herr. déc. 2, lib. 9, cap. 7. 

(2) Memorial manuscrito de Fray Bernardioo de MaDzanedo, entregado 
6Q Febrero de 1518. 



— se- 
que obedecer al erróneo principio que en aquellos tiempos se lla- 
maba el interés metropolitano. 

Murió el rey D. Fernando en 23 de Enero de 1516, y en su 
testamento nombró de Regente del Reino, por ausencia di su 
nieto y sucesor Carlos I de Esparla y V Emperador de Alemania, 
al referido Cardenal Ximenez de Cisneros. Empuñadas por éste 
las riendas del gobierno, mandó suspender en el mismo año la 
introducción de esclavos negros en América. Si la ignoraucia de 
los hechos es causa fecunda de errores en la historia, eslo mucho 
más la de las causas que motivaron esos mismos hechos. Autores 
nacionales y extranjeros han elogiado por aquella medida al Car- 
denal Cisneros, suponiéndole enemigo del tráfico de esclavos, y 
atribuyéndole miras que no tuvo. Alvaro Gómez de Castro cree, 
que^a prohibición nació de haber temido el Cardenal un levanta- 
miento de negros contra los españoles \ Fléchier, obispo de Ni- 
mes, y uno de sus muchos biógrafos ', el iluv^tre historiador Ro> 
bertson ' y otros, suponen que aquella prohibición nació, ya del 
odio del Cardenal á la esclavitud, ya del temer de que se aumen- 
tasen los negros, y que corrompiendo á los indios con su mal 
ejemplo, se coligasen con ellos para romper sus cadenas. Falsos 
motivos. El hombre que trabajó en los últimos años del reinado 
de D. Fernando el Católico para esclavizar á los moros refracta- 
rios de Granada; el hombre que autorizó las expediciones para 
reducir á esclavitud á los indios caribes; %1 hoiibre que no dictó 
providencia alguna contra el comercio de esclavos que entonces 
se hacia dentí'o de la misma España, cuando era aun menos dis- 
culpable que en América; el hombre, en fín, que después de la 
conquista de Oran tornó á España conduciendo en su propia nave 
como esclavos algunos prisioneros, ese hombre, á pesar de su 
vasta capacidad, de la grandeza de su alma, de sus eminentes 
virtudes y de la merecida santidad de sus títulos, no puede figu- 
rar en la historia como enemigo del comercio de los negros afri- 
canos. Siélhubí^a conservado la Regencia, habríalo restablecido, 
porque la orden que dio de suspenderlo, provino de que esperaba 



(1) «Qul adversus Hispanorum imperium servile bellum aliquando con- 
citarent » Alvar Gómez. De Rehus gestis^ pág 165 

(2) Flóctiier, Vida del Cardenal Jiménez de Citneroi tomo 2. lib. 4 pág. 
34, edición de Amsterdam. 

(3) History of America, book. 3. 



• » 



— 89 — 
sacar provecho para la Real Hacienda, echando un tributo sobre 
aquel trafico. 

El Gronistg Herrera, cuyo testimonio es preferible al de cuantos 
extranjeros han escrito sobre esta materia, por su imparcialidad y 
el profundo conocimiento que de las cosas de Indias tenia, dice; 
aComo iban faltando los indios i se conocía que un negro traba- 
jaba más que quHtro por lo qual havia gran demanda de ellos; 
p'^recía que se podia poner algún tríbulo en la saca, de que re- 
sultarla provecho á la Real Hacienda; i de donde parecía que más 
se pedían, era de la Española i de Cuba ^» Con el testimonio 
de Herrera concuerda el mal estado en que se hallaban las rentas 
pública^ en los últimos días del gobierno del Rey D. Fernando; y 
muerto éste, el Cardenal procuró mejorar la Real Hacienda, sien- 
do el tributo sobre los negros uno de los arbitrios en que pensó. 

Mas poco duró la suspensión de aquel trauco, porque fué de he- 
cho revocada aun antes de la muerte del Cardenal, acaecida el 8 
de Noviembre de 1517. Luego que murió el Rey Católico, acu- 
dieron a F (andes muchos Castellanos para acompañar y servir al 
nuevo monarca en su viaje á España, quienes abusando de su 
inexperiencia, pues que sólo tenia diez y siete años de edad, le 
arrancaron muchas mercedes para Indias y diversas licencias para 
introducir esclavos en ellas, sin emtiargo, como dice Herrera, de 
la. prohibición que sobre ello estaba hecha *. 

De todas las col9hi8s ya establecidas pedíanse negros. De Cas- 
tilla del Oro pidió á Carlos I el regidor Rodrigo de Colmenares en 
15 1 7, que á cada castellano que á ella pasase de España se le 
permitiese introducir para su servicio esclavos sin pagar dere- 
chos •. 

En un parecer que los religiosos dominicanos de la Española 
dieron en i5i7 á los tres Padres Gerónimos enviados á ella por 
el Cardenal Ximenez, pidiéronles que se concediese licencia ge- 
neral para llevar negros á la Española, y que como los vecinos 
pagaban el quinto del oro que cogían, se les rebWjase este dere- 
cho ^. Los mismos padres Gerónimos escribieron desde la Espa- 



(1) Herr., déc. 2, lib. 2, cap. 8. 

(2| Herr., dóc. V, lib. 2, cap. 16. 

(3) Muñoz, Colee, tom. 76. .. 

(4) Muñoz, Colee. 



é. — 90 — 

ñola al referido Cardenal ea carta de 22 de Junio de 1517^ lo 
que ahora transcribo: 

«Hay, lo tercero, necesidad como ya bien á la larga tenemos 
escrito, que y. S. mande dar licencia general á estas islas, ea 
especial á esta (la Española.) y San Juan, para que puedan traer 
á ellas negros bozales, porque por experiencia se vé el gran pro- 
vecho de ellos, así para ayudar á estos indios, sí han de quedar 
encomendados, ó para ayudar á los castellanos, no habiendo de 
quedar, como para el gran provecho que á S. A. de ellos vendrá. 
Y esto suplicamos á Y. S. tenga por bien conceder, y luego, 
porque esta gente nos mata sobré ello y vemos que tienen razón.» 

Negros volvieron á pedir los Gerónimos en la carta de 18 de 
Enero de 1518, al recomendar las mercedes que antes habían 
pedido para las islas. Decían : 

«En especial que á ellas se puedan traer negros bozales, y para 
los traer de la calidad que sabemos que para acá combiene, que 
y. A. nos mande embiar facultad para que desde esta isla se ar* 
me para ir por ellos á las Islas de Gabo-yerde y tierra de Gui- 
nea, ó que esto se pueda hazer por otra cualquiera persona desde 
esos Rey nos para los traer acá. Y crea Y. Alteza que si esto se 
conzede, demás de ser muchoprovechopara los pobladores destas 
Islas y rentas de Yuestra Alteza, serlo ha para que estos indios 
sus vasallos sean cuidados y relebados en el trabajo, y puedan 
mas aprovechar á sus ánimas y á su multipliAcion.» 

Después de haber tornado de la Española á Castilla Fray Ber- 
nardiiio de Manzanedo, uno de los citados Gerónimos, entregó al 
gobierno en Febrero de 15 i 8 un memorial sobre las cosas del 
Nuevo Mundo, y volvió á insistir en la necesidad de introducir 
negros. q^Los de la Española todos piden licencia para llevar ne- 
gros, pues no bastan los indios. Esto á todos allá nos pareció bien, 
siendo tantas ó más hembras que varones ^» Todavía en carta al 
Emperador de 10 de Enero de 1519, insistieron en que mandase 
pasar á las antiias esclavos negros y negras, sin imposición de 
derechos, haciendo al mismo tiempo otras muchas mercedes á los 
vecinos de ellas *. 



(1) Memorial que dio al gobierno en Valladolid Fray Bernaldino de Man- 
zanedo en Febrero de 15 1 8. Muñoz, Golee, tom 76. 

(2) Carta al Emperador ie los PP. Gerónimos Gobernadores de las Indias, 
fecha en Sto. Domin«;ro de la Bspáñola á IQ de Enero de t519. M S. Simancas, 
Descubrimientos y Poblaciones, leg. 7. 



*Qk«* 



— 91 — V 

Al son de otros, el referido Licenciado Alonso Zuazo también 
pidió negros esclavos en su carta ya mencionada de 22 de Enero 
dei5l8. 

«Hay, dice, necesidad ansimismo, que vengan negros esclavos 
como escribo á S. A. y porque V. Señoría verá aquel capítulo de 
la carta de S. A. no lo quiero repetir aquí, mas de hacerle saber 
que es cosa muy necesaria mandarlos traer, que dende esta isla 
partan los navios para Sevilla donde se compre lo que fuese nece* 
sario, ansi como paños de diversas colores, con otras cosas de 
rescate que se use en Cabo Verde, donde se han de traer con li- 
cencia del rey de Portugal, é que por el dicho rescate vayan al lí 
los navios, é traigan todos los negros y negras que pudieren ha~ 
her bozales de ed^d de quince á diez y ocho ó veinte años, é ha- 
cerse han en esta isla á nuestras costumbres é ponerse han en 
pueblos donde estaran casados con sus mujeres, sobrellevarse 
ha el trabajo de los indios, sacarse ha inñuiío oro. Es tierra esta 
la mejor que hay en el. mundo para los negros, para las mujeres-, 
para los hombres viejos, que por grande maravilla se vé cuando 
uno de este género muere *». 

Al pedir Zuazo que se introdujesen muchos negros en la Espa- 
ñola, añadió : «Es vano el temor de que negros puedan alzarse: 
viudas hay en las islas de Portugal muy sosegadas con ochocientos 
esclavos: todo está en como son gobernados. Yo hallé al venir 
algunos negros ladino^ otros huidos á monte: azoté á unos, cor- 
té las orejas á otros; y ya no ha venido mas queja » 

Esta última pena era muy arbitraria, y suaplicacíon prueba que 
Zuazo miraba á los negros con poca humanidad. Vivía además 
muy engañado acerca de los peligros que ocasionaban los negros, 
pues los alzamientos de estos en la Española bien pronto demos* 
traron la falsa confianza de aquel empleado. 

Las indicaciones de los PP. Gerónimos y de Zuazo acerca del 
modo de importar negros no fueron perdidas, porque negociantes 
de Andalucía, naturales o naturalizados en ella, empeiaron á salir 
de EspaU a para África : en esta tomaban negros, llevábanlos al 
Nuevo Mundo, y después volvían á España donde recibían nuevos 
efectos, y tornaban á tomar otros negros en África *. 



(1) Muñoz, Colección etc. ■ 

(2) Bernardo de Ulloa, Restablecimie^o de las fábricas, tráfico y comercio 
marítimo de España, parte 2 cap. 5. £dicion de Madrid 1740. 



— 92 — 

Los Procuradores de la Española reunidos en i 51 8 en la Junta 
que ya he mencionado, acordaron pedir al Rey entre otras cosas, 
que diese licencia general para introducir en aquella isla negros 
bozales francos de todos derechos, y que socorriese á sus vecinos 
con mil al fíndo. No fué sordo el gobierno a la petición de negros 
qtie todos le hacían, pues en aquel mismo año y en el siguiente 
de 1519, concediéronse muchas licencias para introducirlos en la 
Española. El Tesorero Pasamonte, aunque opuesto á las medidas 
que dictaron los PP. Gerónimos en favor de los indios, convino 
sin embargo con ellos en proponer al gobierno en 1519 que per- 
mitiese con larga mano la ititroduccion de negros en aquella isla, 
no sólo para las minas y particularmente para el azúcar, que ya 
empezaba á florecer, sino para el cultivo de la seda que se pen- 
saba introducir ^ 

En el mismo ñño la Real Audiencia de la Española manifesté 
también ai Gobierno la necesidad de que se importase en ella el 
número posible de negros, y que para conseguirlo con brevedad 
se ajustase asiento con el Rey de Portugal, porque sin ellos ya no 
era posible conservar las islas'. 

Negros pidió también desde Santo Domingo el Licenciado Fi- 
gueroa. Presidente de la Audiencia de la Española, pues en su 
despacho átl 6 de Julio de 1520 decia á Garlos I que los negros 
eran allí muy deseados, porque hacia casi un año que ninguno 
entraba, y que sin ellos no podía darse ettlera libertad á los in- 
dios, ni reducirlos á pueblos '. Y negros, en fín, pidieron otros 
muchos, así empleados como particulares. 

Pero entre tantos como pidieron negros, ^pidiólos también Bar- 
tolomé de las Gasas? 

Sobre este punto hánse suscitado largas controversias, conde- 
nándoleunos como culpable, y absolviéndole otros como inocente. 
Preséntanse aquí dbs cuestiones muy diversas: una, si él fué el 
primero que promovió la introducción de esclavos negros en Amé- 
rica: otra, ti aun cuando él no hubiese sido su primer promove- 
dor, coadyuvó á fomentar aquel comercio después de establecido. 

En cuanto a la primera cuestión, todo lo que se diga contra 
Gasas es enteramente falso, porque de todo lo hasta aquí narrado 



(1) Herr., déc. 2, lib. 5, cap. 2. 

(2) Herr., déc. 2, lib 5, cap. 3. 

(3) Documento existente en el Archivo de Indias de Sevilla. 



— 93 — 

6T)este libro aparece claramente que el tráfico de negros empezó 
con el siglo xvi, y que continuó por algunos años sin la más leve 
intervención directa ó indirecta de Casas. 

Los traductores franceses de la Colección de los viajes y des- 
cubrimientos de los españoles hasta fines del siglo xv, por Martin 
Fernandez de Navsrrete, consultaron á este autor sobre el punto 
en cuestión, y él les contestó que : «Antes de la petición de Las 
Casas, ya se habian transportado negros á la \méricH, pero esto 
fué contrabando. Las Casas es el primero que obtuvo una orden ó 
permiso real autorizando este transporte'». 

Esta respuesta prueba, que Mavarrete no conocía la historia pri- 
mitiva del tranco de escinvos negros en el Nu^vo Mundo. 

La segunda cuestión consiste en saber si Casas pidió negros 
para América. Sobre este asunto hay hechos cuya verdad no es 
posible destruir; mas antes de exponerlos, preciso es decir quien 
fuéaquol venerable sacerdote que tan eminente lugar ocupa en la 
historia del Nuevo Mundo, y cuáles fueron los pasos que dio hasta 
llegar al punto que ha sido origen de esta controversia. 

De una familia francesa establecida en Sevilla desde el tiempo 
de su conquista en 121k8 por D. Fernando III de Castilla, llamado 
después el Santo^ nació en aquella ciudad Bartolomé de las Casas 
en 1474 Tal es la op'niqn común, porque habiendo muerto en 
1566 y dándosele entonces generalmente noventa y dos de edad^ 
debió de haber nacidc'#en ifquel año'. Su apellido era Casaus ó 
Casas, y él usaba indistintamente de los dos en sus escritos, pero al 
fín prevaleció el último, bajo del cual es como le conoce la historia. 

Estudió en la Universidad de Salamanca, y siendo cursante de 
Derecho, sirvióle de paje, aunque por corto tiempo, un esclavillo 
indio que de la Española le trajo su padre Francisco Casaus, pues 
acompañó a Colon cuando éste hizo su segundo viaje en 1493. 
jCapricho raro del destino, que empezase por tener un esclavo 
indio el mismo hombre que consagró después toda su vida á la 
defensa de la libertad de esa raza! ' ,j 



(1) Véase también la Historia de América por Bobertsoa, traducida en 
francés por J. B. Suard y Moreliet, con notas de varios autores recogidas 
por M. de la RoqU' Ue, 5* edición, lom. 1, ñola 3t .' 

(t) Lafuente, en su Historia general de España, tomo 9, pág 486, im- 
preso en 18ü'2, dice que Las Ca>»a8 murió en Ma<lrid en el convento de 
Atocba; pero equivócase, porque no fué sino en Valiadolid. 



— 94 — 

Graduóse de Licenciado en Derecho, sígnió la carrera eclesiás- 
tica, pasó con el Gobernador Ovando á la Española en 1502, y 
ea 1510 celebró su misa nueva, siéndola primera que se cantó en 
oi Nuevo Mundo. 

Pasó en 1512 á la isla de Cuba por llamamiento de Diego Ve- 
lazquez, pues ya gozaba de mucho crédito entre indios y espaQo- 
ies. Grandes fueron los servicios que entonces prestó; y como era 
costumbre repartir entre los castellanos las tierras y los indios 
conquistados, Yelazquez, para recompensarle, dióle uno de ios 
mejores rapartímjenios en un pueblo llamado Canarreo^ cerca de 
la bahía de Xagua ^ Contiguo al de Casas estaba el que se dio á 
su amigo Pedro de la Remeria, hombre muy virtuoso y honrado, 
por lo cual hicieron sociedad. Aunque Gasas trataba á sus indios 
con humanidad y dulzura, empezó á aprovecharse de ellos en los 
trabajos del campo y de las minas, pues él mismo reconoce, con 
una franqueza que le honra, que: «En aquella materia tan ciego 
estaba por aquel tiempo el buen padre, como las seglares todos 
que tenia por hijos '». Mas poco le duró esta ceguedad. Acercá- 
base la pascua de Pentecostés, y teniendo que decir misa y pre- 
dicar á los españoles que habia entonces en la isla, empezó á 

preparar su sermón, y recorriendo algunos textos de la Sagrada 
Escritura, dio casualmente con el capítulo 34 del Eclesiástico, 
donde leyó: «que es manchada la ofrenda del que hace sacriñcíos 
de lo injusto: que no recibe el Altísiftio lo» dones de los impíos, 
ni mira á los sacrificios de ios malos: que el que ofrece sacrificios 
de la hacienda de los pobres, es como el que degüella á un hijo 
delante de su padre: que la vida de los pobres es el pan que ne- 
cesitan; aquel que lo defrauda es hombre sanguinario: quien quita 
el pan del sudor, es como el que mata á su prójimo: quien derra- 
ma sangre y quien defrauda al jornalero, hermanos son.» 

Estas santas verdades conmoviéronle tan profundamente, que 
ocasionaron una revolución en sus ideas^ y convencido desde lue- 
go de la injy^ticia de los repartimientos, trató de renunciar al 
instante la tierra y los indios que Yelazquez le habia dado. Bien 
sabia Casas que dejando á aquellos infelices, caerían en poder de 
otro que los oprimiría. — «Pero aunque, según él decía, yo les hi- 
ciera todo el buen tratamiento que padre pudiera hacer á hijos. 



(1) Gasas, Hist. de las Indias, lib. 3, cap. 3í. 

(2) Casas, Hist. de las Indias, lib. 3, cap. 32 y 79. 



— 95 — 

como él predicaba no poderse tener con buena conciencia, nunca 
le faltaran calumnias diciendo: al fin tiene indios; ¿por qué no los 
deja, pues afírma ser tiranía? Acordó totalmente dejallos '». 

Sin pérdida de momento manifestó sus nuevas ideas al Gober- 
nador Yelazquez. Sorprendido este de tan extraña resolución, tan- 
to más, cuanto ya empezaba á mirarse á Casas como codicioso 
por su industria en adquirir, y deseándole su bien porque le ama- 
ba, le dijo: «Mirad, Padre, lo que baceis, no os arrepintáis, por- 
que por Dios que os querría ver rico y prosperado, y por tanto no 
admito la dejación que hacéis de los indios,, y porque mejor lo 
consideréis, yo os doy quince dias para bien pensarlo, después de 
los cuales me podéis tornar á hablar lo que determináredes». Res- 
pondióle Gasas: «Señor, yo recibo gran merced en desear mi 
prosperidad con todos los demás comedimientos que Y. Merced 
me hace; pero haced, Señor, cuenta que los quince dias son pa- 
sados, y plegué á Dios que sí yo me arrepintiere de este propósito 
que os he manifestado, y quisiere tener los indios, y por el amor 
que me tenéis quisiéredes dejármelos, ó de nuevo dármelos, y me 
oyéredes, aunque llore lágrimas de sangre, Dioa sea el que rigo- 
rosamente os castigue y no os perdone este pecado. Sólo suplico 
á y. Merced que todo esto sea secreto, y los indios no los deis á 
ninguno hasta que Rentaría venga, porque su hacienda no reciba 
daño S. 

Con tan firme res^luci^n, nada tenia Yelazquez que esperar; y 
como Rentería estaba á la sazón en Jamaica, Casas le escribió 
anunciándole su determinación; pero Rentería era hombre tan* 
justo y tan humano, que abrazando completamente las ideas de 
Casas, renunció también gustoso ál repartimiento que tenia. íAc- 
cion digna de eterna memoria y que debe inmortalizar al hombre 
que supo sobreponerse á las sedientas pasiones de oro que en 
aquella época devoraban á sus compatricios! 

Libre Casas desde entonces del peso que le abrumaba, empezó 
á predicar contra los repartimientos de indios. Oíiyile atónitos los 
españoles, y si bien admiraban el desprendimiento y virtud de 
aquel sacerdote, ninguno de sus oyentes sintióse con fuerzas para 
imitarle. Desde entonces abrazó Casas la defensa de los indios, y 
con el santo propósito de alcanzar su libertad, partió inmediata- 



{V Casas, Hist. de las Indias j lib. 3, cap. 79 
(2) Casas, ibidem. 



— ge- 
mente de* Cuba para la Española, asiento principal entonces del 
gobierno de las Indias. 

A su llegada enconiróla en peor estado que cuando la dejó en la 
primera mitad de 151*!. Los diferentes gobernadores que habían 
en ella mandado, fueron sembrando divisiones y discordias entre 
sus pobladores, porque llevando cada uno un séquito más ó menos 
numeroso con quien repartir sus favores, los demás castellanos 
que no los alcanzaban declarábanse enemigos de la autoridad que 
los dispensaba y de los agra'^íados. El repartimiento de los indios 
fué la causa principal de tan graves males, porque cada goberna- 
dor, para contentar á sus protegidos, dábales los iudíos que qui- 
taba á sus antiguos poseedores. 

Guando Gasas llegó á la Española, gobernábala el segun^lo al- 
mirante Don Diego Golon, y despedazábanla dos bandos bajo los 
nombres de sei vidores y deser oidores del Rey ^, á los cuales tam- 
bién se llamaba bando del Rey.y bando del Almirante *, pues uno 
era capitaneado por éste, en cuyo numero habia algunos de los 
antiguos pobladores partidarios de su padre Don Grístóbal, otro 
acaudillado por el Tesorero Miguel de Pasamente, bajo cuya ban- 
dera marchaban los demás Oficíales Reales y los Oidores de la 
Audiencia. Estos bandos odiábanse mutuamente: ningún senti- 
miento elevado ni nobles ideas los movían; y arrastrados de bajas 
pasiones y viles intereses, sólo aspiraban á medrar y enriquecer- 
se con el sudor de los indios*. ^ % 

En medio de tan lamentable situación. Gasas acometió con el 
celo más ardiente la ardua empresa de libertar á los indios. Diri- 
gióse al Gobernador, á los Oidores de la Audiencia y demás auto- 
ridades: á todos hablaba en público y en privado: en conversa- 
ciones y en el pulpito combatía la iniquidad de los repartimientos; 
pero aquellos hombres endurecidos ninguna atención prestaban á 
las razones y ruegos del defensor de los indios, quien desengaña- 
do que nada conseguirla en aquella isla, resolvió marcharse á 
España para vtr si encontraba algún apoyo en la Górte. 

Guando Gasas desembarcó en Sevilla á Ques de 1515, habíanlo 



(t) Carta citada del Licenciado Zuazo en 22 de Enero de 1518. — Gonzalo 
Fernandez de Oviedo, Hist. Gral. y NaA. de las Indias^ lib. 4, cap, 1. 

(2) Carta al Rey del Licenciado Villalobos, Pasamoote y Alfonso Dávila, 
fecha en Santo Domiugo en 16 de Junio de 1518. Arch. Simancas. 



- 07 — 

ya precedido los calumniosos informes del malvado Pasamente y 
de otros enemigos; pero él, con su incansable actividad y energía, 
púsose en marcha para hablar al monarca, llevando cartas de re« 
comendacion del Arzobispo de aquella ciudad, D. Fray Diego De- 
za, de la orden de Santo Domingo. Encontró al Rey en Plásencia, 
de camino para Sevilla, y allí logró de él corta audiencia, en la 
que reverente le expuso el estado de las Indias y la triste sitúa - 
cion de sus hijos. Oyóle Fernando con aquella benevolencia que 
Casas sabia captarse cuando se le escuchaba con imparcialidad , 
prometiéndole más larga audiencia luego que llegase á Sevilla . 
Antes de volver Casas á esta ciudad, visitó al religioso dominica- 
no Fray Tomás de Matienzo, confesor del Rey, quien le aconsejó 
que viese al obispo Fonseca y al secretario Gonchíllos, pues no 
habiendo todavía Consejo de Indias, pasaban por sus manos todos 
los negocios de ellas. Presentóse á aquellos dos personajes: el 
primero, que nunca le quiso bien, recibióle desabridamente y con 
aspereza, mas el segundo con afabilidad, cual diestro cortesano. 
Apenas llegó Casas á Sevilla, cuando supo que el Rey había muerto 
ea Madrigalejos el 23 de Enero de 1516. 

Casas pensó entonces partir para Flandes en donde estaba el 
nuevo monarca, para informarle del objeto de su misión; mas ha- 
biéndose avistado en Madrid con el Regente Cardenal Xímenez de 
Cisoeros, y comprendiendo éste^ como hombre de ideas elevadas, 
toda la importaoc^ y ^andeza del proyecto de Casas, disuadióle 
del viaje que intentaba hacer, prometiéndole que él pondría pronto 
remedio á los males de las Indias. Oyóle al efecto varias veces en 
presencia del Licenciado Zapata, de los Doctores Palacios Rubios 
y Carbajal^ miembros del Consejo Real, y del Obispo de Avila, 
religioso franciscano como Ximenez. De aquí resultó que éste 
mandase á Casas y al Doctor Palacios Rubios que conferenciasen 
entre sí acerca del modo de gobernar bien á los indios, conser- 
vándoles su libertad sin arruinará los castellanos S 

Pero Casas no se atuvo á estas explicaciones verbales, que para 
mejor lograr su objeto presentó dos importan&s memoriales en 
el mismo año de 1516; uno en que exponía los padecimientos de 
los indios, y otro en que proponía algunos remedios á los males 
de América. En el último ya se encuentra la primera indicación 
de Casas relativa á negros, porque al proponer que los indios se 



(1) Herr., déc. 2, lib. 2, cap. 3. 



— 98 — 

juntasen para formar con ellos una comunidad en cada pueblo de 
españoles, propuso también que el Rey no tuviese indios señala- 
dos ni por señalar, pues lo más que se debia permitir era que 
cada comunidad le mantuviese algunos negros. Pero aquí se ha 
de notar que Gasas no pidió entonces que éstos se introdujesen en 
las Indias, sino que de los ya existentes en ellas cada comunidad 
mantuviese cierto número para el Rey. 

Luego que los interesados en los repartimientos de los indios 
tuvieron noticia de las gestiones de Gasas, empezáronla contra- 
riar sus proyectos, tratándole de imprudente y exaltado, y repi- 
tiendo contra los indios todas sus antiguas calumnias y sofismas. 
Pero Gasas con su habilidad é infatigable constancia logró que 
sus ideas fuesen benévolamente acogidas del Gardenal Ximenez, 
quien nombró una comisión compuesta de los tres Religiosos Ge- 
rónimos ya mencionados. Esta comisión partió de Gastilla para la 
Española á fines de 1516, y Gasas marchó también para ella en 
nave separada, siendo ya nombrado Protector universal de los 
indios por el Gardenal Ximenez; nombramiento debido al concepto 
elevado que éste tetíia de las virtudes de Gasas. Viendo él, á los 
pocos meses de su llegada, que las cosas no iban tan pronto ni 
del modo que deseaba, embarcóse de nuevo para España en Mayo 
de 1517 para informar al Gobierno y obtener justicia en favor de 
los indios. 

Guando puso el pié en Gastilla, ya estahg gravemente enfermo 
en Aranda del Duero el Regente Gardenal, y, aunque logró verle, 
no pudo informarle plenamente de lo que pasaba, porque arre- 
ciando el mal que le aquejaba, murió en breves dias \ 

Antes de este acontecimiento, y conociendo que ya no podía 
sacar ningún fruto del Gardenal, encaminóse á Yalladolid para 
esperar allí la próxima entrada del nuevo monarca en Gastilla. 
Luego que Garlos I llegó, preséntesele, lo mismo que á sus mi- 
nistros flamencos: oyéronle éstos atentamente, y en especial el 
Gran Ganciller Selvagio, á quien hizo exacta relación del estado 
en que se hallaba^l Nuevo Mundo; pero sus enemigos, que no le 
perdían pié ni pisada, saliéronle al paso, representando contra éi, 
contra sus proyectos, y contra la capacidad de los indios para re- 
girse sin la tutela de los conquistadores. En medio del conflicto 
de tan contrarías opiniones, viéronse perplejos los nuevos mínis- 



(1) Gasas, BUL de lat Indias, lib. 3, cap, 9&. 



- 99 — 

tros, pues extranjeros y recien llegados, nada entendían de los 
negocios del Nuevo Mundo; pero convencido el Gran Canciller 
Selvagío de las rectas intenciones de Casas, entendióse con él por 
orden del monarca, para que entre los dos (palabras son del mis- 
mo Casas) «reformasen y pusiesen remedio á los males y daños 
desias Indias. Por lo cual un dia que se debia de haber tractado 
ante el Rey de la mis jia información, y cometido el Rey al Gran 
Chanciller lo susodicho, yéndose á comer y el Clérigo con los 
demás acompañándole, mandó á un lacayo que fuese adelante y 
dijese al Clérigo que se detuviese, que le quería hablar; detúvose 
luego el Clérigo, y díjole en latin : Rex dominus nóster jubet 
quod vos et ego apponamus remedia Indiis, faciatis vestra me' 
morialia, £1 Rey nuestro Señor manda que vos y yo pongamos 
remedio á los indios, haced vuestros memoriales. Respondió el 
Clérigo : Paratissimus sum et libentissime faciam quce Rex et 
vestra dominatio jubet. Aparejado estoy e de muy buena volun- 
tad haré lo que el Rey y vuestra señoría me mandan.» 

Gasas entonces presentó al Gran Canciller un memorial en que 
propuso dos medios para impedir la total destrucción de los in- 
dios y aliviar su condición. Fué el primero, que se enviase á las 
Islas, y principalmente á la Española, labradores que las pobla- 
sen, cpues ya estaban de sus infmitos vecinos asoladas S. De- 
bían otorgárseles ciertas franquezas y libertades, como antes lo 
había pedido durante la^Regencia del Cardenal Ximenez, y desea- 
ba al mismo tiiempo que de las estancias del Rey en la Española, 
en las que tenia para sus labranzas indios y algunos negros, ese 
les diesen á los labradores donde se fuesen á aposentar, con todo 
lo que en ellas de valor había, salvo los indios que se habían de 
poner en libertad*». 

Ya Casas asoma aqui claramente la idea de que se diesen es- 
clavos negros^ aunque en n*uy corto número, á los labrado- 
res que fuesen á poblar la Española. Pero esta indicación se 
reñere exclusivamente á lo» negros que el Rey^oseia en aquella 
isla, sin que fuese su intención que dé otra pártese introdujesen. 
Este proyecto de colonización blanca abortó por la oposición , ya 
maniñesta , ya oculta, que el Obispo Fonseca, personaje muy ín- 



(1^ Gasas Hüt, de la* Indioif lib. S, cap. 100. 
(2) Gasas, idem. lib.. 3, cap. 102. 



^ f[,^ r'oA A 



— 100 — 

fluyente en los negocios de América^ hacia siempre á todo lo qae^ 
Gasas intentaba ^ Verdad es, según dice Herrera, que de Ante- 
cpiera se enviaron á la Española doscientos labradores*, pero esr 
tos seguramente no fueron por cuenta de Gasas. 

El segundo medio propuesto por Gasas y complemento del pri- 
mero, fué que á los espaQoles residentes en las Islas se les per- 
mitiese la introducción de cierto número de negros de Gadtilla, 
para que se empleasen en lugar de los indios en el Jaboreo de 
las minas y en los trabajos de la agricultura. Esta fué*ia primera 
vez que Gasas pidió la introducción de esclavos negros en Ame- 
rica, y muy importante es transcribir aquí las mismas palabras, 
que él emplea al hablar de aquel medio: 

«Y porque algunos de los españoles desta Isla dijeron al Glé- 
rigo Gasas, viendo lo que pretendía y que los religiosos de Sáne- 
te Domingo no querían absolver á los que tenian indios^ si no 
los dejaban, que si les traia licencia del Rey para que pudiesen 
tjraer de Gastilla una docena de negros esclavos , que abririaa 
mano de los indios, acordándose desto el Glérigo dijo en sus me- 
moriales, que le hiciese merced á los españoles vecinos dellas 
de darles licencia para traer de España una docena, inas ó menos, 
de esclavos negros, porque con ellos se sustentarían en la tierra 
y dejarían libres los indios *». 

Teniendo á la vista el cronista Antonio de Herrera el memo- 
rial en que Casas pidió algunos negros palia la española, exacta 
fué en la aseveración que estampó en la década % , libro 2 , 
cap. 20. Este pasaje y no los opúsculos de Gasas impresos en 
Sevilla en 1552, ni sus obras todavía inéditas que no conocieron 
sus detractores, es la única autoridad que estos han invocado pa- 
ra las apasionadas acusaciones que se han hecho contra él. Entre* 
sus censores el mas notable de todos es el ilustre historiador 
Robertson, quien dice: 

«Las Gasas propuso comprar en los establecimientos de los por- 
tugueses en la costa de África, un número suñciente de negros y 
transportarlos á América, en donde se les emplearla como escla* 
vos en el trabajo de las minas y en el cultivo de la tierra... Muchas 
circunstancias concurrían á hacer revivir este odioso comercio. 



(1) Gasas, Bist. de las Indias, lib. 3, cap. 130. 

(2) Herr., déc. 2, lib. 2, cap. 21. 

(3) Gasas, llisl, de las Indias lib. 3, cap. 102. 



- 101 - 

¿balido desde mucho tiempo en Europa. Se reconoció que el tra*^ 
i)ajo de un negro equivalía al de cuatro indios. Habíase pedido al 
Cardenal Ximenez que permitiese y fomentase este comercio; pe<" 
To él había rechazado el proyecto con ñrmeza^ porque había co«^ 
nocido cuan injusto era reducir á esclavitud una raza de hombres, 
-cuando se trataba de los medios de dar á otra la libertad. Pero 
3as Gasas, inconsecuente como lo son todos los hombres que se 
arrojan cop obstinada impetuosidad hacia una opinión favorita, 
era incapaz de hacer esta reflexión. Mientras él combatía con tan- 
to calor por la libertad de 1os]habitantes del Nuevo Mundo, tra-* 
bajaba en hacer esclavos á los de otra parte; y en el calor de su 
celo por salvar del yugo á los americanos, declaraba sin escrúpu- 
lo, que era justo y útil imponer uno aun más pesado á los áfrica « 
nos. Desgraciadamente para estos últimos, el plan de las Gasas 
fué adoptado *.» 

Si bien es cierto que Gasas pidió negros esclavos en 1517, no 
por eso deja de ser la censura de Rohertson muy severa^ injusta 
á veces y aun mezclada de errores. 

Pedir la esclavitud de un hombre ó de una raza, cualquiera que 
sea, es un pecado que si se considera en abstracto, no admite 
diferencia ante la naturaleza, la cual no formó esclavos; pero ese 
mismo pecado no lleva siempre consigo en la práctica el mismo 
grado de culpabilidad^ porque hay casos en que la esclavitud oca- 
siona al que la silTre males mucho más graves que en otroe. Los 
indios que poblaban las cuatro grandes antíllas eran una raza dé- 
bil, mas los negros pertenecían á una raza fuerte, y, por lo mismo^ 
mucho más aptos para resistir las tareas de aquellas colonias, sien* 
do cierto que el trabajo de un negro equivalía al de cuatro indios. 
En tales circunstancias, si pedir la esclavitud de los negros era 
un pecado, pedirla de aquellos indios era un crimen, porque dón- 
de el negro vivía trabajando, el indio moría, no ya llevando la 
misma carga que aquel, sino otra aun mucho menos pesada. iT 
sin embargo, dijo Robertson que Casas luchó ^or imponer á los 
negros un yugo más pesado que el de los indíosl ¿Ignoró acaso 
las atrocidades de que fueron victimas estos infelices? ¿Ignoró la 
condición de I03 esclavos negros en las colonias espaOolas, que no 
era por cierto muy dura cuando Casas pidió que se importasen en 
ellas? Y por más dura que la quiera suponer ¿cabe comparación 



(1) RoborlsoD, HUtory of America, book 3. 



— 102 — 

entre el estado de estos y el de aquellos indios desventurados^ 
¿So dice también Robertson en su Historia de América que los in- 
dios «fueron reducidos en el corto espacio de quince años de un 
millón á lo menos á sesenta milt* ¿Y habria acaecido tan espan* 
tosa mortandad con los negros africanos? 

Robertson supone que Hasas pidió negros de los establecimientos^ 
fortuguezes en África, Equivócase completamonte. pues Herre- 
ra, que fué el autor que le sirvió de guia, nada dice sobre este 
punto; y Casas, según el pasaje que acabo de citar, limitóse sola- 
mente á negros esclavos de EspaOa. 

La exportación de estos que Casas pidió para las islas, demues- 
tra que su intención no fué esclavizar á los negros que eran li- 
bres en África, sino que de los ya esclavizados en España^ donde 
desde muy antiguo existia la esclavitud de la raza africana, pasa- 
sen á continuarla en América sin empeorar su condición y en 
beneficio de los indios, que hablan nacido Ubres, de antepasados 
siempre libres, y que libres habían sido declarados por la reina 
Isabel desde el principio del descubrimiento. Casas ignoraba to- 
davía las maldades que acompañaban el comercio de esclavos ea 
la costa de África, no advirtiendo, como generalmente no se ad- 
vertía, la injusticia de tal comercio, pensando, como todos pensa- 
ban, que los negros mejoraban en Indias su condición física y 
moral; y siendo mucho más fuertes para el trabajo que el débil 
indio de las grandes antíllas, ¿no era conf(f^me/iléjos de ser con- 
trario á la humanidad bien entendida, que aun en el caso de ser 
esclavos los indios y los negros, el peso de los trabajos recayese 
más bien sobre estos, por ser más fuertes para resistirlos, y que 
aquellos se librasen de la muerte inevitable á que su nueva situa- 
ción los condenaba? 

Entreoí Cardenal Ximenez y Casas form*a Robertson un contraste 
de fantasía, deprimiendo al último* y elogiando al primero por 
ideas que no tuvo; más habiendo ya impugnado este error, no 
caeré en repetícioiies. 

Da Robertson á entender que Casas pidió á Ximenez permitiese 
la introducción de negros en América, pero que éste rechazó con 
firmeza semejante proyecto. Casas jamás lo presentó á Ximenez: 
no en 1516, porque sus dos memoriales de aquel año, según he 
dicho antes, tuvieron objeto muy diferente: no en 1517, porque 
cuando Casas llegó á España de la Española, ya apenas pudo ha- 
blarje, á causa de la grave enfermedad de que murió. 

Afirma Robertson que muchas circunstancias favorables hablan 



— 103 — 

hecho revivir el tranco de esclavos^ abolido desde largo tiempo 
en Europa. Esta aseveración es enteramente falsa^ y Robertson 
áneurre aquí en el error general de los historiadores, del que ya 
he hablado al principio de este libro, pues aquel comercio existió 
sin interrupción desde la antigüedad hasta la edad moderna 
en algunas naciones de la Europa cristiana, en cuyo número se 
cuenta España ^ Los descubrimientos portugueses en la costa 
occidental de África durante el siglo xv, y los de los españoles 
en el Nuevo Mundo^ no hicieron revivir el comercio de esclavos, 
que nunca habia muerto, sino continuarlo con una actividad que 
ya no tenia, recayendo casi exclusivamente sobre la raza africana, 
cuyos hijos eran transportados al nuevo continente. 

Casas, dice también Robertson, por la inconsecuencia natural á 
los hombres que se lanzan con impetuosidad desenfrenada en pos 
de un objeto favorito, era incapaz de advertir la contradicción en 
que caia, tratando por una parte de libertar á los indios y de im- 
poner por otra á los africanos un yugo má0 pesado que el de 
aquellos. 

Si Robertson hubiera conocido la historia inédita de las Indias 
escrita por Gasas, seguro es que no le habria declarado con tanta 
ligereza incapaz de advertir la contradicción en que caia. Capaz 
y muy capaz fué de conocerla; y tanto la conoció, que en lin pa- 
saje de aquella historia, que más adelante citaré, él mismo se 
confiesa culpado^ pife perdón de su error. 

Pero si Gasas encontró en Robertson un censor injusto, alzóse 
en su favor una voz amiga al principio de este siglo. Grégoire, 
obispo de Bloís, leyó el 13 de Mayo de 1801 una Apología de Ca- 
sas en la Academia de Giencias políticas y morales del Jnstítuto 
de Francia. Publicóse esta Apología en Octubre de 1803, y en ella 
se pretende probar que tlasas jamás pidió la introducción de es* 
clavos negros en América. Tan errónea aseveración manifiesta 
que Grégoire no conocía la materia de que trataba, fundándose 
para sostener su tesis, en que Herrera, único autor de quien se de- 
rivan todas las acusaciones, estaba muy preocupado contra Gasas, 
y también en que varios historiadores españoles guardan profundo 
silencio sobre el punto en controversia. 

En cuanto á lo primero, basta ¡decir que lejos de estar Herrera 



(t) Véase el tom. 3 de mi Historia de la Esclavitud desde los tiempos 
más remotos hasta nuestros dias. 



— 104 — 

preocupado contra Gasas, le llama en diversas partes de su obra 
persona ele doctrina y experiencia^; autor de mucha fé V le de- 
fiende de las calumnias de Oviedo y López Gomara *, y aun le 
sigue frecuentemente, sin mentarlo^ transcribiendo párrafos en - 
teros de su Historia de las Indias. 

£n cuanto á lo segundo, no era dable salir triunfante valién- 
dose de argumentos negativos, sobre un hecho que afirma positi- 
vamente autor de tanta veracidad como Herrera, y que en cali- 
dad de Cronista Mayor tuvo á su disposición todas las obras iné- 
ditas de Casas y todos los papeles y documentos relativos á los 
negocios del Nuevo Mundo. Puras y laudables fueron las inten- 
ciones del Obispo Grégoire, pero su Apología, considerada á la 
luz de la critica, no es más que el esfuerzo de una imaginación 
brillante contra una verdad histórica. 

Al cabo de algunos años del Doctor D. Gregorio Funes, Dean 
de la catedral de Córdoba de Tucuman, dirigió al obispo Grégoire 
desde Buenos-Aires en i.^ de Abril de 1819 una carta, en'^que se 
empeñó en probar la exactitud del testimonio de Herrera. Aunque 
no trae al debate ninguna prueba directa que pueda dirimir la 
cuestión, pues no conoció los documentos que de ella tratan, ni 
tampoco los opúsculos impresos y obras inéditas de Casas, justo 
es reconocer que Funes logró completamente su objeto, valién- 
dose de una crítica tan juiciosa y delicada hacia el obispo Gré- 
goire^ como honrosa á la memoria de Casal ^. % 

De un pasaje enteramente inexacto que se halla en la Apología 
de Grégoire, creo que Danxion Lavaysse tomó la noticia inserta 
en una Biografía universal, artículo Las Casas, en que dice: 

c Existen tres volúmenes manuscritos, en folio, de las* Casas, 
en la Biblioteca de Méjico^ y en la de la Academia Española 
una copia de dichos volúmenes, que c&ntienen las memorias, 
las cartas oficiales y familiares y las otras obras políticas y teo- 



(1) Herr., déc. 5, ffb. 5, cap. 5. 

(2) Herr., dóc. 2. lib. 3, cap. 1. 

(3) Herr. déc. 3, lib. 2, cap. 5. 

l4) Esta carta se imprimió en francés por el español F. A. Llórente en 
el tomo 2 de la obra que dio á Inz en París en 1822 bajo el titulo de OEworet 
de Don Barthélemi de las Casas, Evéque de Chiapa, Défenseur de la liberté des 
naíurelsde VAmériqíte. 

Debo advertir que la publicación hecba por Llórente no comprende todas 
las obras de Gasas, sino tan sólo sus Opúsculos ya impresos casi todos en 
Sevilla en 1552. 



— 105 — 
lógicas del Obispo de Chiapa; y lejos de hallar en estos diversos 
escritos una sola palabra de la que pueda deducirse que hubiese 
él aconsejado sustituir la esclavitud de los negros á la de los in- 
dios, vese al contrario en tres ó cuatro parajes en que habla so- 
bre los esclavos negros, que compadece mucho los males de estos. 

Así se escriben biografías: amontónanse en ellas los errores 
mas groseros, y el público, por desgracia, los acoge como pre- 
ciosas verdades. 

Ni el testimonio de Herrera, ni el memorial presentado por 
Casas en 1517, ni el pasaje de su Historia de las Indias ya por 
mí citado, son las únicas pruebas de que él pidió negros para 
América, pues hay otras y muy convincentes, sacadas de sus 
propios manuscritos. 

Cuando el Gobierno le mandó que propusiese los medios que 
convendría adoptar en Tierra Firme para su población, dijo entre 
otras cosas, que á cada vecino se le permitiese llevar francameU' 
te dos negros y dos negras,^ 

Deseoso de poblar en el continente desde la provincia de Paria 
hasta )a de Sta. Marta, presentó al Gobierno en 1519 una serie 
de proposiciones, de las que resultó la contrata que con él hizo 
en la Goruña á 19 de Mayo de 1520. Uno de aquellos artículos 
dice «Otro si: que después que en la dicha Tierra-firme estovie- 
ren hechos é ediñcados algunos de los pueblos que conforme á 
este asiento habéis (% hacer, que vos el dicho Bartolomé de las 
Casas é los dichos cincuenta hombres podáis llevar é llevéis des- 
los nuestros reinos cada uno de vos otros tres esclavos negros^ 
para vuestro servicio, la mitad dellos hombres, la mitad muje- 
res, é que después que estén hechos todos los tres pueblos é haya 
cantidad de gente de cristiagos en la dicha Tierra-firme, é pare- 
ciendo á vos el dicho Bartolomé de lasjCasas, que conviene así, que 
podáis llevar vos é cada uno de los dichos cincuenta hombres, 
otros cada siete esclavos negros, para vuestro servicio, la mitad 
hombres é la mitad mujeres,;é para ello se vos den IJbdas las cédu- 
las de licencia que sean menester, con tanto que esto se entienda 
sin perjuicio de la merced é licencia que tenemos dada al Gober- 
nador de Bresa para pasar cuatro mil esclavos á las Indias é 
Tierra-firme'». 



(1) Muñoz. Colee, de Docum, Inéditos. 

(2) Copia del libro de Provisiones y Cédulas de Paria desde 1520 hasta 
1554. exitentesen el Arcü. de Contratación de Cádiz. — Gasas, HUt, de In- 
dias, lib. 3 cap. 122. 



— 106 — 

Todavía en afios posteriores no había Casas conocido su error^ 
pues en una representación que elevó al Consejo de Indias en 20 
de Enero de 153 i, habla así: 

»E1 remedio de \oí cristianos es este muy cierto: que S. M. ten- 
ga por bien prestar á cada una de estas islas (las cuatro grandes 
Antillas) quinientos ó seiscientos negros, ó los que pareciere que 
al presente bastnren, para qup se distribuyan por los vecinos, que 

hoy no tienen otra cosa sino indios é se los ñen por tres años, 

hipotecados los negros á la mesma deuda : que al cabo de dicho 
tiempo será S. M. pagado, é terna poblada su tierra, é habrán 
crecido mucho sus rentas...» 

Y en una postdata a dicha representación, añade: «una^ seño- 
res, de las causas grandes que han ayudado á perder esta tierra, 
é no poblar mas de lo que se ha poblado, á lo menos de diez á 
once años acá, es no conceder libremente á todos cuantos quie- 
ran traer las licencias de los negros; lo cual yo pedí é alcancé de 
S. M.' 

A vista de estos documentos es innegable que Casas pidió, no 
una sino varias veces, la introducción de negros esclavos en In- 
dias. ¿Mas merece por eso las acerbas acusaciones que se le han 
hecho? Hay errores que más bien son de la época en que se es- 
cribe que no de los hombres que los adoptan, y de esta especie es 
el que Casas cometió. ^ 

Ya hemos visto que los pobladores de Aftérica . los empleados 
civiles y militares, *los obispos, clérigos y frailes^ todos clamaron 
á una por la introducción de negros. ¿Por qué, pu( s, tanta indig- 
nación contra varón tan respetable y tan virtuoso? 

En esta materia nunca debe olvidarse que el primer proyecto 
de Casas en 1517, para introducir algunos negros de España en 
las grandes antillas, fué acompañado de otro que era el principal, 
y consistía en llevar á ellas muchos labradores blancos. Sí este 
proyecto no se hubiese frustrado contra la voluntad de Casas, se- 
guro es que ift sólo hubiera habido menos necesidad de negros, 
sino que probablemente se hubieran salvado las vidas de muchos 
indios, y conservádose esta raza en donde por desgracia pere- 
ció toda. 

Pero Casas no necesita de mis razonamientos y escusas; que su 
mejor defensa está en su candor y recta conciencia. Luego que él 



(1) Muñoz, Colee, tomo .79. 




— 107 — 

conoció las maldades con que se esclavizaba á los negros en África» 
ninguno ha condenado aquel comercio con más severidad. Oigá- 
mosle: «Gomo los portugueses de muchos años atrás han tenido 
cargo de robar á Guinea y hacer esclavos á los negros, harto in- 
justamente^ viendo que nosotros mostrábamos tanta necesidad, y 
que se los comprábamos bien, diéronse é danse cada dia prisa á 
robar é captivar dellos, por cuantas vias malas é inicuas capti- 
varios pueden. ítem, como los mismo:^ ven que con tanta ansia 
los buscan é quieren, unos á otros se hacen injustas guerras y 
por otras vias ilícitas se hurtan y venden á los portugueses, por 
manera que nosotros somos causa de todos los pecados que las 
unos y los otros cometen, sin los nuestros que en comprallos 
cometemos *.» 

Y viniendo á juzgar la petición que hizo en 1517 para que de 
Castilla se enviasen algunos negros á la Española, él mismo se 
confiesa pecador con una franqueza que le honrará eternamente. 
«Este aviso de que se diese licencia para traer esclavos negros á 
estas tierras, dio primero * el clérigo Gasas, no advirtiendo la in- 
justicia con que los portugueses los toman y hacen esclavos, el 
cual, después de que cayó en ello, no lo diera por cuanto hab ia en 
el mundo, porque siempre los tuvo por injusta y tiránicamente he- 
chos esclavos, porque la misma razón es dellos que de loé indio s * . » 

Y en otra parte se leen estas nobles palabras : 

«Deste aviso que dio el^Glérigo, no poco después se halló ar — 
repiso, juzgándose culpado ñor inadvertencia, porque como de «- 
pues vida y averiguó según parecerá, ser tan injusto el captioerio 
de los negros como el de los indios, no fué discreto remedio el que 
aconsejó qu^se trajesen negros para que se libertasen los indios, 
aunque él suponía que eran justamente captivos, aunque no estubo 
cierto que la ignorancia que en esto tubo y buena volunta d lo ex- 



cusase delante el Juicio divino ^.» 



k 



Después de haber escrito el Padre las Gasas palabras tan can- 
dorosas, no puede leerse sin dolor la injusticia coniique ofende su 
memoria un ilustrado español. La Real Academia de la Historia 



(1) Gasas, Bist. de las Indias^ lib. 3, cap. 129. 

(2) La palabra primero se refiere al año de 1517, pero no al principio, 
del tráfico de negros que comenzó muchos anos antes sin la más leve ínter* 
vención de Casas. 

(3) Casas, Hist. de las Indias^ lib. 3, cap. 102. 

(4) Gasas, Hist. de las Indias^ lib. 3, cap. 129. 



— 108 — 

de Madrid publicó de 18S1 á 1855 la Historia General y Natural 
de las Indias de Gonzalo Fernandez de Oviedo, primer Cronista 
del Nuevo Mundo, y la enriqueció el Sr. D. José Amador de los 
Ríos con la Vida y el juicio de las obras de aquel autor. Al ha- 
blar en esa Vida del. célebre Gasas, estampó en las páginas 102 y 
103 las siguientes palabras: 

«El Alcaide de Santo Domingo (Gonzalo Fernandez de Oviedo), 
que escribía á la sazón la segunda parte de su Historia, fué inví^ 
tado por el obispo D. Rodrigo de Rastidas, á solicitud del ya electo 
de Chiapa, para que modifícase la relación que había hecho de lo 
ocurrido á éste en Cumaná, con sus pardos milites; pero desde- 
fiando Oviedo dar satisfacción semejante, manifestó al obispo 
Rastidas t[ue debía don fray Rartolomé sacar á luz su historia, 
pues que estaban en parte donde se podría fácilmente probar la 
verdad de todo. El obispo las Casas no solamente esquivó el salir 
á la liza que Oviedo [le ofrecía, sino que habiendo fallecido nueve 
años después que el Alcaide, en cuyo tiempo hubo de escribir el 
libro 3.^ de su Historia, dispuso que no se diese ésta á la estampa 
sino mucho tiempo después de su muerte». 

Si Casas mandó que su obra no se imprimiese sino mucho tiemr 
po después de su muerte, no fué por temor á lo que Oviedo es- 
cribió, sino por otríis consideraciones que quiso guardar á mu- 
chas personas vivas. En prueba de que asi fué, todo el que lea la 
Historia de las Indias, verá en el libro 3.^esde el cap. 142 al 
146, que Casas impugnó detenidamente los errores y aun menti- 
ras que Oviedo estampó en sus escritos. Continuemos con Ama- 
dor de los Ríos: 

«No era por tanto, dice éste, el único motivo que agitaba con- 
tra Oviedo la pluma de las Casas el celo evangélico que le impul- 
saba á solicitar la libertad de los indios, aun á costa de lanzar la 
esclavitud contra los negros del África, tan dignos por cierto de 
escitar la caridad cristiana cómelos moradores de América». Y en 
una nota al pié de estas palabras prosigue; «Hé aquí el lamenta- 
ble fruto de la exageración de un sentimiento altamente noble y 
generoso. Las Casas, para quien la servidumbre de los indios era 
un crimen^ no reparaba en que los negros de África eran tan 
hombres como los americanos, y pedia para ellos la esclavitud, 
como único medio de salvar á susJprotegidos.Tan familiar llegó 
á ser en él esta idea, que la hizo triunfar al cabo, no contentán- 
dose con admitir la esclavitud de los negros, sino reconociendo 
también la de los sarracenos aprisionados en las guerras Por 



— 109 — 
manera que el obispo de Ghiapa, que se apoyaba en el Evangelio 
para impetrar y defender la libertad de los indios, daba por bien 
empleada la esclavitud en otros hombres, como si el Salvador del 
Mundo no hubiese espirado en la cruz por todas sus criaturas». 

Que^estas palabras las hubiese eslampado un extranjero en ei 
pasado siglo ó en el presente, alguna disculpa merecerla^ porque 
en su abono puede alegarse la ignorancia de las cosas espaQolas; 
pero que un castellano que escribe en la segunda mitad del si- 
glo XIX, que figura ventajosamente en la república de las letras, que 
ha sido miembro notable de la Academia de la Historia de Madrid^ 
en cuya biblioteca se conserva manuscrita la Historia de las In^ 
dios del Padre Gasas, que ese castellano repita hoy tan añejas 
acusaciones, callando, cuando no debió callar, que el mismo 
Gasas conoció y se arrepintió de su error, prueba que el Sr. Ama- 
dor de los Ríos ó no leyó, como debió leer, la Historia de las 
Indias de Casas, ó que, si la leyó, incurrió en la odiosa nota de. 
parcial y aun de injusto enemigo de la memoria de un hombre 
que siempre ñgurará en la historia del mundo como el más vir- 
tuoso y heroico defensor de los indios ^ 



(1) Sobre la publicación de la Historia délas Indias y por Fray Bartolo- 
mé de las Gasas, Obispo de Glüapa, véase el apéndice 5 de este tomo. 



LIBRO ni. 



RESUMEN. 



Privilegio concedi do á Garrebod para introducir negros en Indias, y asiento 
con genoveses. — Reclamaciones contra este asiento. — Primera entrada de 
negros esclavos en Nueva- España. — Primera introducción de viruelas en 
Nueva-España.— Estado de las cuatro grandes Antillas y sus poblaciones. 
—Error del historiador Prescott.— Plantas que influyeron. en el aumento de 
negros. Gaña de azúcar, y elaboración de su jugo.— Error de Gapmany y 
otros autores sobre la cana y el azúcar. — Variedades de caña, primer azú- 
car que se hizo en el Nuevo Mundo, y su exportación para España.— Diez- 
mo.— Primeros ingenios en Jamaica y en Cuba. — Mortandad de negros en 
los ingenios. — Primera insurrección de esclavos negros en el Nuevo Mundo. 
— Desastres de Santo Domingo.— Continuación del tráfico de negros, y revo- 
cación del privilegio de Garrebod. — Primeros ingenios en Nueva-España. 
— Proyecto de emancipación de los negros daMéxico. — ^Nueva política mer 
cantil de Carlos I en Indias. — Primeros negros e* Guatemala y en otros 
paises del continente américo-hispano.— Asiento de Pizarro con el gobier- 
no.— Despoblación de las Antillas, y proyecto de repoblar la Española.— 
Desgracias de la isla de Cuba.— íKuevos permisos para introducir negros en 
Indias. — ^Medidas contra negros esclavos en .Cuba. — Modo de escribir la 
historia de la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo. — Asiento 
de negros con alemanes, y reclamaciones contra él. — Modificación del mo- 
nopolio de Sevilla.— Alzamiento de negros en Santa Marta.— Extraña pre- 
tensión del clero de la Española. — Providencias para introducir en Indias 
labradores blancos.— Medidas para mejorarla Española. — Ocurrencias en 
las Antillas.— Calamitoso estado de Cuba. — Expulsión de portugeses de la 
Española.— Pedro de Al varado. —Primer virey de Nueva España.— Prime- 
ra entrada de negros en el Rio de la Plata y en Chile, y propagación de la 
esclavitud negA en toda la América Española. • 



De la propuesta de Casas en 1517 para introducir negros en 
las cuatro grandes Antillas, nació, aunque contra su voluntad, el 
primer asiento de esclavos negros, pues aprobado que fué su pro- 
yecto por el Gobierno, este le preguntó cuál seria el númerd^oij^ 
convendría enviar; y como respondiese que lo ignoraba, cónsul -^ 
tose á la Casa de Contratación de Sevilla^ la cual lo fijó en puatrj 



— 111 — . 

mil para las cuatro grandes Antillas, Española, San Juan, Cuba y 
Jamaica ^ 

Luego que esto llegó á noticia del Barón de Montinay, Lorenzo 
de Gomenot, llamado en España Garrebod, Mayordomo Mayor del 
Rey y Gobernador de Bresa *, solicitó- y obtuvo en 1517 el privi- 
legio de Introducirlos por espacio dé ocho anos; pero como sólo 
aspiraba á sacar pronta ganancia, vendiólo inmediatamente á unos 
genoveses en veinte y cinco mil ducados, bajo la condición de 
que el gobierno no daría otras licencias durante aquel término '. 
Sin embargo, los cortesanos que rodeaban á Carlos I, le arranca- 
ron nuevos permisos. 

Por Real Cédula expedida en Zaragoza el 10 de Agosto de 1518, 
la merced que antes se había hecho á D. Jorge de Portugal para 
introducir en Indias cuatrocientos esclavos libres de todos dere- 
chos, limitóse á doscientos por considerarse peligroso llevar á 
ellas aquel número. Al marqués de Astorga dióse también en 27 
de Setiembre de aquel ano permiso para importar cuatrocientos 
esclavos negros: ciento mientras duraba el asiento ajustado con 
los genoveses, y los trescientos restantes después que aquel hu- 
biese fenecido '^. Igualmente se concedió á Francisco Cobos^ al 
secretario Villegas y á Guillermo Bandanes licencia de introducir 
cada uno cincuenta negros; veinte al sumiller del Oratorio, y 
diez al capellán Jácome le Boy ". Aumentado de este modo el irá- 
fíco de negros, los derechoe que tocaban al Rey por cada uno de 
los introducidos aplicáronse desde 1518 á las fábricas del Alcázar 
de Toledo y de Madrid ®. Otros permisos para exportar negros de 
África francos de todos derechos concediéronse también en 1519; 
y por cédulas expedidas en dicho año y el anterior^ diéronse 
igualmente licencias para importar esclavos negros en Cuba á 
Panfilo de Narvaez, Bernardino Velazquez, Bernardino Quesada y 
Gonzalo de Guzman, vecinos de ella ^. 



(1) Gasas, Hist. de las Iridias, lib. 3, cap. 102. ^ 

(2) Teniasele generalmente por flamenco, mas según el embajador vene- 
ciano Gontarini, era saboyano. (Relazioni, tom. 2, pág. 56). 

(3) Casas, HisL de las Indias, lib. 3, cap. 102 y 129.— Herr. déc. 2, lib. 2, 
cap. 20. 

(4) Gédula fecha en Zaragoza en 27 de Setiembre de 1518. MS. Archivo 
de Simancas.. 

(5) Herr. déc. 2, lib. 3, cap. 7. 

(6) Ci^as, Hist. de las Indias, lib. 3, cap. 178.— Herr. déc. 2, lib. 3, cap. 14. 
I' (7j Libro de Licencias de esclavos, de 1518 á 1519. 

'i * 

f 



— 112 — 

Contra el asiento que vendió Garrebod á los g^enoveses, alzaron 
la voz, no sólo Casas *■ sino los empleados Pasamente y Alonso 
Dávila Ampies, quienes en 14 de Setiembre de 1519 escribieron 
al Rey desde la Española diciéndole, que en la merced de los 
cuatro mil negros hecha al' gobernador de Bresa se le dispensa- 
ron los dos ducados que se pagaban en Sevilla por cada uno, y 
los dos de almojarifazgo que se percibían en aquella isla; que si 
este privilegio era muy perjudicial al Real Erario, éralo también 
á las colonias; que se anulase inmediatamente dando á Garrebod 
los veinte y cinco mil ducados, para que con ellos indemnizase á 
los geno veses que lo hablan comprado; que si esto no se podía ha- 
cer^ se restringiese á cuatro el privilegio concedido por ocho años, 
y que, vencido aquel plazo, se diese licencia general p^ara la in- 
troducción de negros *. 

Fundadas eran estas quejas, porque el asiento no produjo los 
efectos que se esperaban; pero ansiosos los genoveses de sacar 
grandes provechos, empezaron á vender cada licencia á ocho du- 
cados 8 lo menos ' y hasta doce y medio por cada negro^ según 
dice el Licenciado Figueroa, quien también se queja del asiento 
con los genoveses^. De la carestía de estas licencias resultó que 
hubiese pocos compradores, y que solamente se hubiese introdu- 
cido en la isla parte de los cuatro mil. 

Exhausto el Real Erario, no pudo el Gobierno revocar el privi- 
legio devolviendo á los genoveses los*vein|p y cinco mil ducados 
que habían pagado, y por consiguiente fué forzoso renunciar á 
una operación que se consideraba como muy provechosa al Es- 
tado. 

Sin haber transcurrido todavía los ocho años del asiento, logró 
Garrebod que se le renovase por otros ocho; pero como sus con- 
secuencias se juzgaron funestas á las colonias y á los indios, pues 
apenas se hablan introducido negros y la falta de éstos aumen- 
taba el trabajo y muerte de aquellos, los colonos reclamaron con- 
tra la renovaron del asieiito^ y Carlos I la revocó^ como adelante 
se verá. 



(1) Gasas, Hist. de íat Indias, lib. 3, cap. 107 y 128. 

(2) Archivo d) Simancas, arca 7.^, y Muñoz, Golee., tomo 76. 

(3) Gadas, HUt. de las Indias^ lib. 3, cap. 129. 

(4) Garta al Emperador del Lie. Figueroa, hecha en Santo-Domlago, 
M, S. Arch. de Sim., y Muñoz, Golee, tomo 76. 



— 113 — 

Mala inspiración tuvo Garrebod en vender su privilegio á geno- 
veses. Si los compradores hubieran sido portugueses, aquella 
contrata no se habria frustrado, porque de sus establecimientos 
en la costa de África, de los cuales carecían los genoveses, hu- 
bieran llevado cuantos negroa se hubiese querido. Prefirióse, sin 
embargo, entenderse con ellos, ya porque eran menos temidos 
que los portugueses, rivales entonces de España por el descubri- 
miento del Nuevo Mundo, ya quizás también por estar más acos- 
tumbrados al trato con los genoveses, pues desde el 2á de Mayo 
de .1251, el Re> San Fernando otorgó privilegio al Consejo y Co- 
mún de la ciudad de Genova, y en especial á los mercaderes sub- 
ditos de aquella señoría, para que tratasen y comerciasen en Es- 
paña \ 

Hubo pues en Espaíia genoveses comerciantes desde la edad 
media. La Crónica de D. Juan II habla en la pág. 341 de una 
conspiración tramada por D. Fadrique de Aragón, nieto del rey 
D. Martin, y unos caballeros de Sevilla, para que le entregasen 
el castillo de Triana y las Atarazanas. El objeto de la conspira- 
ción era robar y matar á los mercaderes genoveses y á los ricos 
ciudadanos de aquella ciudad; pero, descubierta aquella, D. Fa- 
drique^ como de sangre real, fué encerrado en una fortaleza don- 
de acabó miserablemente su vida, y los dos cómplices principales 
de Sevilla fueron arrasirsdos y descuartizados en 1434. 

Esto, sin embargo, jíio impidió que andando el tiempo fuesen 
los genoveses mandados expulsar de las Indias por Real Cédula 
de la Coruña en 17 de Mayo de 1520 *. 

México, llamado Nueva- España por los españoles, fué el se- 
gundo punto del continente adonde se llevaron negros esclavos. 
be Cuba sacó algunos Hernán Cortés en la expedición que le armó 
Diego Velazquez en 1518, y empleáronse con los indios de aquella 
isla en arrastrar la artillería que habia de servir para la conquista 
de Mélico ®. 

En la lista de los que salieron de Cuba para ella, figuran do» 



(1) Navarrele, tomo 2, apéndice á la Golee. Diplom. n. 1. 

(2) Muñoz, Colee, tomo 75. 

(3) Memorial presentado en España á Carlos I por Hernán Cortés, pidién- 
dole mercedes por los dilatados servicios que hizo en la conquista de Nueva 
España, publicado en la Colección de documentos inéditos para ln Hist. de 
España^ tomo 4,núm. 3, Junio de 1844, Madrid. 

8 



— 114 — 
negros, uno llamado Juan Cortés y otro Juan Garrido, africano, 
que fué cabalmente el primero que sembró y cogió trigo en Mé- 
xico. Formó esta lista el mexicano Bartolomé de Góngoraea 1632, 
copióla Muñoz en su Colección de Documentos inéditos, tomo 33, 
y publicóla el Sr. Pezuela en su Historia de la Isla de Cuba, 
tomo 1, cap. 3, apéndice 1. 

Juan SedeHo, vecino de la entóuces villa de la Habana, llevó 
también consigo en aquella expedición un negro, los cuales y los 
caballos eran entonces muy caros en aquella comarca**. Guando 
por orden de Diego Velazquez salió Panfilo de Narvaez de Cuba 
en 1520 con una armada contra Cortés, llevó para su servicio dos 
esclavos negros á lo menos. Uno que era bufón, divirtió mucho á 
Cortés con sus chistes; mas el otro desembarcó con viruelas * y 
las introdujo por primera vez en Nueva-España, causando en los 
indios horrorosa mortandad ^. 

Indudable es que el tráfico de esclavos comenzó en Nueva-Es* 
paña desde la conquista, porque ya en 1513 se fugaron muchos 
á los Zapotecas; mas al fin, cansados de la mala vida que pasa- 
ban, presentáronse casi todos á sus amos ^. 

Antes de continuar con la historia de los negros en el conti- 
nente, importa echar una ojeada sobre el estado de las cuatro 
grandes antillas en el primer tercio del siglo xvi, y las tareas en 
que se empleaban sus brazos africanos. 

Aun no era llegadq el año de 1518, y y^ había en la Española 
dos ciudades y diez y seis villas. Aquellas eran^Santo Domingo, 
no la primera fundada en 1494 por D. Bartolomé Colon^ hermano 
del Almirante, sino la que á otro punto trasladó Nicolás de Ovan- 
do en 1502; y Concepción de la Vega, construida por el referido 
Almirante. Las villas eran: Bonao, Puerto-Plata, Buenaventura, 
Santa-María del Puerto de la Yaguana, Monte-Cristo, Vera-Paz, 
Salvatierra de la Sabana, San Juan de la Maguana, Viilanueva de 
Yaquimo, Azua, Santiago de los Caballeros, Cotuy, Lares de Gua- 
ba, Puerto-Real, Ceibo y Salvaleon de Higuey ". 



(1) Bernal Diaz dal Castillo, Conquista de la Nueva-España, cap. 23. 

(2) Véase el apead, n. 6, sobre las viruelas. 

(3) Bernal Diaz del Castillo, Conquista de Nueva- España, cap. 124. — 
Herr. déc. 2, lib. 10, cap. 4. 

(4) Herr., déc. 3, lib, 5, cap. 8. 

(5) Herr., Descripción de las Indias Occidentales, cap. 6, y déc. 1, lib. 6, 
cap. 4.— Oviedo, Historia Gen. y Nal. de las Indias, lib. 3, cap. 4 y 12. — 
Gasas, Historia de las Indizs, 



— 115 — 

Antes de las emigraciones al continente, contaba la Española 
catorce mil castellanos, y si en el servicio doméstico de ellos 
hubo indios, no faltaron tampoco negros esclavos. 

Si las minas fueron la grangería principal que siempre llamó 
la atención del Gobierno, np por eso se olvidó de dar algún aliento 
á la agricultura de las colonias, introduciendo desde el principio 
plantas, semillas y animales. Estos y aquellas multiplicaron pronto 
y en abundancia, y juntándose sus productos á los de las plantas 
indígenas, como la yuca, de la que hacian los indios su pan lla- 
mado cazabi, maíz, algodón y otros vegetales, mejoraron el es- 
tado de la Española. Los negros de los particulares, más que en 
coger oro, cuya ganancia menguaba, empleáronse con más pro- 
vecho en el cultivo de los campos y en apacentar ganados que ya 
abundaban. Exportábase de aquella isla para las otras colonias ya 
fundadas, cueros, cañafístola, azúcar, sebo, caballos, puercos y 
otras mercaderías; y pBra España, azúcar, de preferencia en las 
naves que de Castilla acudían á Puerto-Plata ^ 

Los cañafistolos importados en la Española desde el segundo 
viaje de Colon, empezaron á fomentarse por orden de los Padres 
Oerónimos. Estos árboles producían cañas gruesas de casi cuatro 
palmos de largo; mas ellos y otras plantas sufrieron mucho con 
una plaga de hormigas que en 1518 cayó sobre la Española, de- 
vorando su vegetación ". 

La isla de San JuBjp de Puerto-Rico tenia en el periodo que me 
ocupa dos puebfos solamente, Caparra, fundado en 1510, trasla- 
dado desde temprano al punto en que hoy se halla, y San Ger- 
mán en el puerto de Guánica, comenzado á poblar en el mismo 
ano^ pero también fué trasladado más al interior en el sitio que 
hoy ocupa. Era por consiguiente muy escasa la población de cas- 
tellanos, y doloroso es recordar que su tercer pueblo llamado 
€oamo no se fundó hasta 1646. 

Había en ella mucho orcr, pero no tan fíno como el de la Es- 
pañola. Estaba poco adelantada, lo que pro venia de la matanza 
de muchos castellanos por el alzamiento geheral de los indios, 
de la disminución de éstos por la dureza de los conquistadores, 
de las frecuentes invasiones de los caribes sus vecinos, de la an- 



(1) Herr., déc. 2, lib. 5, cap. 3. 

(2) Casas, Hist. de las IndicUy lib. 3, cap. 128.— Herr., déc« 2, lib. 3^ 
cap. 14. — Véase el apéndice 7 sobre bormigas. 



— 116— ' 

siedad en que vivían los castellanos por ia incertidumbre de 
conservarlos reparUmientos délos indios, de la plaga terrible ' 
de hormigas de que ya hemos hablado, las cuales no sólo ator- 
mentaban dia y noche á los colonos, sino que devoraban los 
campos^ y, finalmente, de las pestes de viruelas y de bubas, 
nombre que entonces se daba al mal venéreo por los granos que. 
salían en el rostro y en otras partes del cuerpo. En tal estado hu- 
bo pocos negros, y aunque casi todos se ocuparon en coger oro^ 
hubo algunos empleados en el servicio doméstico y en las la- 
branzas. 

Jamayca sólo contaba entonces dos pueblos, Sevilla á la banda 
del Norte y Oristan á la del Sur. No carecía de oro, pero éste na 
se descubrió hasta 4518 *. Por eso empleáronse los indios en la& 
labranzas y en el cultivo del algodón, del que se hacían camise- 
tas, telas y hamacas *, que así se llamaban las camas colgantes, 
en forma de red en que dormían los indios/ Cultiváronse también 
las viñas, de las que se sacaron algunas pipas de buen vino cla- 
rete ^. Criábanse muchos ganados, cuyas carnes, lo mismo que el 
cazabi y las telas de algodón, exportábanse para algunas de las 
nacientes colonias. 

A fines de 151 i comenzó Diego Velazquezla conquista de Cu-» 
ba. En 1512 fundó en la provincia de Baroacoa sobre la costa del 
Norte, hacia la parte oriental y á corta distancia de la occidental 
de la isla Española, el primer pueblo, que ll^ó Nuestra Señora 
de la Asunción. * 

En los últimos meses de 1513, asentóse sobre la margen dere- 
cha del rio Bayamo la segunda población bajo el nombre de San 
Salvador del Bayamo. Un autor que ha publicado con preciosa 
copia de noticias interesantes una historia de la isla de Cuba, dice 
«que la población dé Bayamo se asentó en las riberas de un ría 
caudaloso que llamaban Yara y hoy se llama Cauto '.»Paréceme 
que en este pasaje hay tres equivoca cibnes: 1.* que el río Yara 
jamás se llamó Cauto; ^,^ que Cauto y Yara siempre se han teni- 
do por dos ríos difeAntes, y 3."" que Bayamo no se fundó en las 



(1) Véase también el apéndice 8 sobre las hormigas en Puerto-Kico. . 

(2) Oviedo, Hiii. Gen. y Nat. de las Indias, lib. 18, cap. 1. 

(3) Oviedo, Hist. de las Iridias, lib. 18, cap. 1.— Herr., déc. I, lib. O, cap. 6* 

(4) Herr., déc. 2, lib. 5, cap. 3. 

(5) ?ezué[ay Historiadelaisla de Cuba^ i, i .c&T^.2. > 



— 117 — 

márgenes de ninguno de esos dos ríos, sino en las del que lleva 
el nombre de Bayamo. 

De i514 ¿ 15i5 plantó Velazquez cinco poblaciones más, San- 
tiago, Puerto-Príncipe, Sancti-Spiritus, Trinidad y la Habana, 
que fué la última, situada entonces en la costa del Sur cerca de 
^onde está boy el pueblo de Batabanó ^ De notar es que de eisas 
fiiete poblaciones una sola se fundó en la costa del Norte hacia el 
<)riente^ lo que se hizo por su inmediación á la isla Española, de 
donde se podia recibir toda clase de recursos, y tres en la banda 
vdel Sur. Esto provino de que casi todas las relaciones de los cas- 
tellanos eran entonces con Jamaycu y con las colonias que se em- 
pezaban á establecer en el continente, en frente de las costas 
meridionales de Cuba. 

El historiador norte americano Préscott, exacto generalmente 
en sus noticias, comete aquí un grave error, suponiendo que la 
población de Matanzas existió desde los primeros años de la co~ 
^Ionización de Guba^ pues dice: aEntre los más antiguos de estos 
establecimientos hallamos la Habana, Puerto del Príncipe, Trini'* 
dad^ San Salvador y Matanzas, así llamado por la matanza de los 
españoles allí cometida por los indios '.» Fúndase en Bernal Diaz 
del Castillo; pero este autor no dicequeen 1518 ya hubiese allí un 
pueblo de españoles, sino un puerto llamado Matanzas, en el cual 
ó en sus inmej^iacijnes, muchos vecinos de la Habana tenían sus 
estancias de cazabe y crias de puercos ^ 

De ventajosa situación Matanzas para el comercio, y azotada 
frecuentemente su comarca por las irrupciones de los piratas que 
entonces infestaban los cayos de su inmediación, tnandó el go- 
bierno por Real Cédula de 25 de Setiembre de 1690, comunicada 
á D. Severino de Manzaneda, Gobernador y Capitán general de la 
isla de Cuba, que allí se fundase una población; pero esta no se 
hizo hasta el ano de 1693, con treinta ó treinta y cinco familias 
procedentes de Canarias, segud los documentos oñciales que deben 
existir en el archivo del ayuntamiento de aijuella ciudad ^. 



(1) Casas, Húí.,de las ¡ndicLSt lib 3, cap. 32. 

(2) Prescolt, Hislory of íhe Conqtiest o f México, book 2, chap. 1, nota. 
(3, Bernal Diaz, Conquista de Nueva-España, cap. 8. 

(4) En cumplimiento do la mencionada Real Cédula, pasaron á Matanzas 
eu Octubre de 1693, los Señores Capitán General D. Severino Manzaneda y 
el obispo Doctor D. Diego Evelino de Gomposlela, quien bendijo el 12 de) 
mismo mes y año el sitio donde se construyó después la iglesia y se puso 



— 118 — 

El número de poblaciones que ya tenia Cuba, las expedicio- 
nes que de ella habian salido para reconocer las costas de Méjico, 
y la que se armó en 1518 para la conquista de aquel país, indican 
que en Cuba habla entonces más gente castellana que en Puerto- 
Rico y Jamayca. 

En las sierras á tres leguas de Santiago descubriéronse minas 
de excelente cobre, de donde vino el nombre del pueblo allí fun- 
dado después; pero apenas trabajadas entonces, han rendido en 
nuestros dias grandes provechos. Cuba abundaba también de oro» 
y excepto la Habana, las otras seis poblaciones vivian del producto 
de aquel metal ^ Entregados á él con furor^ los castellanos ha- 
bian abandonado los preciosos cultivos que podían enriquecerlos. 
Aun la indígena yuca de que hacian los indios el cazabe y del 
que ya se alimentaban los castellanos á falta de pan de trigo, no 
se sembraba en cantidad suficiente para las necesidades del con- 
sumo interior^ salvo en la provincia de la Haband^ pues de ella se 
llevaba por mar así como de Jamayca, y también el tocino para 
algunos pueblos mineros de la misma isla. Según Herrera, la Ha- 
bana era tan sólo donde había ganados en Cuba *. 

El no especíñca cuáles eran estos, pero si ademas de los puer- 
eos pretende que había otros, equivocóse. Bernal Díaz del Castillo 
fué uno de los primeros pobladores de Cuba, y al hablar de los 



la primera piedra, celebrando sobre ella la primera misa y administrándose 
también los sacramentos. En este mismo mes dióse también principio al re- 
partimiento de solares y tierras, señalándose uno de ellos á cada familia,, 
una caballería de tierra con el regalo de cincuenta pesos, y exención al 
mismo tiempo por espacio de veinte años de todos tributos y cargas. A. re- 
serva de consultar á S. M., determinó el Capitán General que cada una de 
las familias pobladoras pagase, después de pasados los veinte años de exen- 
ción, el rédito de cinco pesos porcada solar y otro tanto por cada caballería, 
cuyas cantidades debian aplicarse á la ciudad como productos del fondo de 
propios. Diéronse á estados nombres de San Garlos y San Severino.el prime- 
ro porque la Real Gédula de erección se expidió en tiempo de Garlos II, y el 
segundo en memoria del Capitán General de aquella época. 

Matanzas estuvo unida á la Habana basta 1816, en cuyo año obtuvo un 
gobierno separado, dándosele de jurisdicción un radio de seis leguas en 
contorno, inclusa la bahía. Fué D. Juau Tirry el primer Gobernador nombra- 
do entonces por el Rey; tomó posesión del mando en dicho año de ISIG, y 
se distinguió por su persecución al juego, vicio que escandalosamente exis- 
tia entonces en aquella ciudad. 

(1) Herr.\ déc. 2, lib. 5, cap. 3. 

(2) Herr., déc. 2, lib. 5, cap. 3. 



— 119 — 

bastimentos que llevaba en i 5 18 la expedición de Hernán Cortés 
á !Nueva £spaña, se expresa así: «Los hizo (á los buques) proveer 
de vastimento que era pan, cazabe y tocino, porque en aquella 
sazón no había en la isla de Cuba ganado vacuno ni cameros. j>^ 
Este pasaje revela la culpable negligencia de los primitivos po- 
bladores, porque habiendo podido introducir fácilmente aquellos 
ganados de las vecinas islas de Jamayca y Española, en donde 
ya tanto abundaban^ veíanse reducidos á comer la no muy sana 
carne del cochino. 

Pocos negros había entonces en Cuba; y aunque es verdad que 
los indios se empleaban en el duro trabajo de coger oro, es de in- 
ferir que algunos de aquellos se ocuparían también en iguales ta- 
reas, así como en las de los campos y en el servicio doméstico. 

Hasta aquí he guardado silencio acerca de tres plantas muy 
cultivadas en América, y que tuvieron muy poderosa influencia en 
fomentar la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo; 
pero como ni la extensión de su cultivo fué igual ni tampoco si- 
multánea su acción, mencionarélas en el orden cronológico en 
que fueron apareciendo. 

La caSa dulce ó de azúcar, que fué la primera, bien merece 
que tracemos aquí su historia, consagrándole algunas páginas; 
ya por la inmensa importancia que su producto tiene en el mun- 
do, ya por haber jido la causa más principal del tráfico de 
negros esclavos en América. 

Conocida^fué la caña de azúcar desde la antigüedad en la India 
Oriental. El código de Manu escrito mucho más de mil años antes 
de la era cristiana, habla de la caña y del azúcar que de ella se 
extrae. La ley ó versículo 341 del libro 8^ dice así: «El Duidja 
que viaja y cuyas provisiones son muy mezquinas^ si coge dos ca- 
ñas de azúcar ó dos pequeñas raíces en el campo de otro, no debe 
pagar ninguna multa.» Menciónase el jugo de aquellas cañasen 
el libro 11, versículo 143: cPor haber muerto cualquier clase de 
insectos que nacen en el arroz y en otros grrfhos, en los líquidos^ 
como el jugo de la caña de azúcan^. De esta se habla en el libro 
8, versículo 326, en el libro 10, versículo 88, en el 1 i, versícu- 
los 94 y 166/y en el 12, versículo 64. 

La caña produjo azúcar en la India no solo para su consumo 
interior, sino para su exportación; pues en tiempos posteriores 



(1) Bdrnal Diaz, ConquUta de Nueva España^ cap. 19. 



— 120 — . 

todavia se sacaba de Barigaza, ciudad de aquella región^ para 
Tabe y Opone, situadas en la costa oriental de África *. 

Caña dulce tuvieron también los hebreos, pues de ella habla 
el Viejo Testamento *. 

De tiempo inmemorial hubo azúcar de cana en Arabia, la que, 
como la de India, conocieron los ropnanos. Plinio dice: «Arabia 
produce azúcar, lo mismo que la India ; pero el de ésta es mu- 
cho mejor »^ Dioscórides, escritor del primer siglo de la era 
cristiana^ se expresa así: «liay una especie de miel que se llama 
azúcar, la cual se halla en las cañas de la India y de la Arabia 
Feliz: tiene la consistencia de la sal, y se rompe entre los dien- 
tes del mismo modo que la sal coníiun ^.» Pero ni estos ni otros 
autores tuvieron noticia exacta del modo de extraer el azúcar, ni 
tampioco de la cana verdadera ¿e que se sacaba. 

Séneca el filósofo escribió á Lucillo en su epístola 84: 
• oSe dice que en las Indias se halla. miel en las hojas de las 
canas, sea que proceda del rocío ó de un humor dulce y espeso 
que cria dicba planta.» En el primer caso el azúcar se considera- 
ba como un producto extraño á la cana, como una especie de 
, maná, y por consiguiente muy diverso del azúcar conocido enton- 
ces eii la India. A esta opinión parece que Plinio se inclinaba^ 
pues creia que el azúcar era una miel recogida sobre las canias, 
blanca como la goma, y quebradiza entre 1^ dientes. * 

Más atinado anduvo Varron al decir que el jugo se extraía por 
presión^ aunque se equivocó suponiendo que se sacaba de las rai- 
ces de la cana.^ 

r 

Plinio fué el primero que dio al azúcar el nombre de saccJia- 
runiy del que se sirvieron después Galieno, Dioscórides y otros 
autores; pero andando el tiempo se cambió en el de zuccarum, 
zachara, zuccara^ y zucra. Llámesela también sal de India^ para 
distinguirla de la sal común tan diferente en el sabor. 

Desde la primera cruzada á ñnes del siglo xi , encontraron los 



(1) Arrianus, Peri plus Maris, Erythrei. 

(2) Isaías, cap. 43, vers. 24. — Jeremías, cap. 6, vers. 20. 

(3) Plin. Hist. Nat..y lib. 12, cap. 17. 
(4; Diseórid., lib. 2. cap. 101. 

(5> Plin., lib. 12, cap. Í7. 

(6) Varr., en apénd. — Isid., lib. 17, cap. 7. 



— 121 — 
cristiano» en Trípoli y eñ otras partes de Syria la caña y el azú- 
car. Alberto, canónigo de Aquisgran y contemporáneo de aquella 
cruzada refiere, que el jugo de la cafía Hié de gran socorro á los 
critianos en l3s hambres que padecieron durante ios sitios de Al- 
haria, Marrah y Archas.* El mismo autor habla del. modo traba- 
joso con que se extraía el azúcar, mas á pesar de esto, es de 
creer que se hacia en cantidad considerable, porque en la narra- 
ción de los sucesos del reinado deBalduinodice, que los cruzados 
cogieron once camellos cargados de azúcar. 

Conocida era en Egipto, pues el árabe Edrisi, que concluyó su 
• -Geografia en 1154 de la era cristiana dice, que la caña de azúcar 
no sólo se cultivaba en lodo el Egipto, sino en otras partes de 
África, y que en aquel se hacia melaza y azúcar en pan, expor- 
tándose la mayor parte para el Cairo. ^ 

En el país de Sus, perteneciente hoy al Imperio de Marruecos, 
la caña aventajaba á la de los demás paises, así en su altura y 
Vueso como en la abundancia y dulzura de su jugo. Hablando 
de ella, dice Edrisi: «So fabrica en el país de Sus azúcar que es 
conocida en* todo el universo: iguala en calidad á los azúcares 
llamados sulci-mani y teberzid, y excede en sabor y pureza á to- 
das las demás especies.»* 

Los árabes introdujeron en Italia la caña de azúcar. Rafael Bo- 
disco trató de aclimaíjrla dh Genova á fines del siglo xiii. El Co- 
mún de Díano, de donde era natural, le concedió un privilegio 
que aun se conserva en hermosos pergaminos; pero Gallesio, 
que descubrió este documento, no ha podido encontrar vestigio 
del éxito de aquel ensayo.* Es casi cierto que se frusta ría á causa 
del clima ó del terreno; y si la planta llególa prosperar, perdióse 
su cultivo con el transcurso del tiempo. 

Los venecianos sembraron caña é hicieron azúcar en la isla de 
Condia. Marini menciona la ley que promulgó Venecia en i3 de 
Agosto de 13Í34, imponiendo un derecho de cinco pcí* ciento á los 
buques que importaban en Vénecta el azúcar fabricado en aquella 
isla." 



(1) Albertus Aquensis, Hist. Hierosol. lib. 5, cap. 3*7. 

(2) Edrisi, Clima 2, secc. 4, y Clima 3, secc. 4. 

(3) Edrisi, Clima 3, secc. 1. 

-(4) Sena, Storia di Genova^ tom. 4, discorso primo. 

(5) Marini, Storia civile del commercio ele. 



— .122 — 

Del azúcar en Candía habló también Marino Sanuto, y exageró 
lantola cantidad que producía^ que en su conceptopodia abaste^r 
toda la cristiandad.^ El mismo autor dice que se daba muy bien en 
las islas de Rodas y de Malta, en la Morea y en Sicilia, donde 
mucho prosperaría si en cultivarla se empleasen sus habitantes. 
Para hacer en ella el azúcar usáronse los molinos que los sarra- 
cenos llamaban mcuaray según consta de la escritura de donación 
que Guillermo U, Rey de Sicilia, hizo en 1166 de un ingenio de 
azúcar á un monasterio de la orden de San Benito, situado en et 
Arzobispado de Montreal en el territorio de Salerno.* 

Entre los articules de comercio que los marselleses sacaban de 
Alejandría en la Edad Media, cuéntase el azúcar. Ya desde el 
siglo XY se hicieron ensayos para cultivar la caña en Provenza.^ 
Pedro de Quinqueran, Obispo de Senéz^ que compuso su tratado 
de Laudibus Provincm al promedio del siglo xvi, dice que en 
Hyéres habia cañas de azúcar, y que se aguardaba el tercer ano 
para cortarlas y molerlas; lo que prueba que aquel clima no es 
muy favorable á esa planta. 

Los árabes introdujeron también la caña en Valencia y en 
Granada, de donde pasó á Canarias.^ 

La isla de Santo Tomás, situada en el Golfo de Guinea, faé 
descubierta en 1471 por el portugués Vasconcelos. Cultivóse en 
ella la caña, y á principios del siglo fVi ya producía mucho azú- 
car. El europeo que quería hacer alli un ingenio compraba tierras 
y negros de Guinea, Benin y Manicongo. Habia algunos de ciento 
cincuenta, doscientos y hasta trescientos negros de nmbos sexos. 
Los esclavos trabajaban para el amo, menos el sábado; pero con 
este día que se les daba, el amo se eximia de la obligación de 
mantenerlos.'^ 

Cultivóse también en las Islas de Cabo Verde, en las Canarias y 
en la de Madera. Cuando Colon pasó por ésta en 1498, en sa 



(1) Marinas SanntusTorcelluS) Secretor. Fidel, crucis lib. 1, parte 1, cap. 2. 

(2) Ex Diplómate Gugüelmi ÍI Regia Sicilise, ApadRocchum Pirrfaum noti- 
tia 3 Eüclesise Monteregalensis. 

(3) Mémoire sur V état du commerce en Provenee dans le Moyen-áge, par 
Fauris de Saint- Viocent, publicada eo los Ánnales Enofclopédiqueti tomo 6^ 
año 1818, desde la pag. -?35 á la 288. 

(4) Herrera, dóc. 2, lib. 3, cap. 14. 

^5) Viaje de un piloto portugués en 1520, al servicio de Venecia, é im- 
preso en la colección de Ramusio Delle Navigazioni e Viaggi, 



/ 



, -- 123 - 

^^rntcer viaje al Nuevo Mundo, habia tanto azúcar y miel, que una 
%rpa de esta solía venderse en dos ducados ^ 

r¿Pero rué entonces cuando se introdujo la caña de azúcar en 
el Nuevo Mundo? Algunos autores sostienen que ella es indígena 
de éste; mas sin profundizar yo aquí esta cuestión, porque me 
alejarla demasiado del objeto que me propongo, lo cierto es que 
los españoles, al tiempo del descubrimiento, no la hallaron en 
las Antillas, ni en el Darien, ni en Nueva España, ni ^n otras 
partes de América. Acerca del año en que á ella se llevó, hay 
diversas opiniones, y algunas muy erróneas. 

Capmady dice en las Memorias nistóricas sobre la Marina, 
Comercio y Artes de Barcelona, tom, !.<> parte 2.» lib. l.**cap.2 .•: 
tEste último género (el azúcar) que es una producción original 
del Asia, apenas tenia más uso que en la medicina hasta la época 
de su introducción y cultivo en América adonde la llevaron desde 
las islas de la Madera en 1549 unos judíos proscritos de Portu- 
gal.» ¡Grave error de Capmany! 

El historiador Prescott afirma que la caña de azúcar fué intro- 
ducida de Canarias en el Nuevo Mundo;' y el Báron de Humboldt 
asegura en su Ensayo poliiico sobre la isla de Cuba, tomo 1.^ 
articulo Agricultura, que Pedro de Atienza plantó en Santo Do- 
mingo las primeras cañas de azúcar por los años de 1520. Am- 
bos autores están equivicadc%, como pronto se verá. 

Oviedo, siguiendo la opinión de algunos hombres fidedignos 
y viejos que aun vivían en su tiempo en la Española, dice: que 
el primero que plantó cañas de azúcar en ella fué Pedro de Atien- 
za, en la Ciudad de la Concepción de la Vega *. Del mismo pare-» 
cer es López Gomara ^. Apártase de ellos el cronista Herrera, pues 
afirma que un vecino de la Vega, llamado Aguilon, fué el intro- 
ductor de la caña en la Española, habiéndola llevado de Cana- 
rias en 1506.'^ 

Erróneas son las opiniones de todos los autores qui acabo de 
citar, porque la caña entró en* aquella isla al siguiente año de 
su descubrimiento, siendo Cristóbal Colon su primer introductor 



(1) Muñoz, HUt. del Ntuvo Mundo lib. 6, § 2 1 . 

(2) Prescott, History o f México ^ book 2, chap. 1, 

(3) Oviedo Hist, NaL^ lib. 4, cap. 8. 

(4) Gomara Hi$t, de las Indias, cap. 35. 
/5) Herr., déc. 2, lib. 8, cap. 14. 



• — 124 ^ 
desde el segundo viaje que hizo á ella en i&93. OígráoQOsl 
t Somos bien ciertos como la obra lo muestra, que en esiriVÉ 
esí el trigo como el vino, nacerá muy bien; pero háse de espe- 
rar el fruto, el cual si tal será como muestra la presteza del na- 
cer del trigo y de algunos poquitos de sarmientos que se pusie* 
ron, es cierto que non fará mengua el Andalucía ni Cecilia aquí, 
ni en las cañas de azúcar, según unas poquitas que se pusieron 
han prendido, ^^ 

Este pasaje es decisivo y demuestra que en 1493 ya existió*la 
«^aila de azúcar en la Española. Colon no dice de donde se llevó 
á ella, pero es un hecho histórico que fué de España y no de 
Canarias.* 

Si Colon introdujo la caña en 1493, no por eso me atreveré á 
negar que Aguilon ó Atienza, ó los dos, la hubiesen llevado des- 
pués de Canarias; porque pudo suceder, lo que no es probable, 
que no habiéndose propagado las sembradas por Colon, hubiese 
sido necesario importarlas der nuevo; ó que, existiendo, aquellos 
ignorasen que las hubiese, ó que aun cuando lo supiesen, desea- 
ran aumentar su cantidad. 

Esa cana fué la que después de aclimatada en la Española y en 
otras partes se llamó criolla ó de la tierra, Y no debe confundirse 
con la de Otahiti que se introdujo en América en la segunda mi- 
tad del siglo xvHi. En el viaje qul; en corno del mundo hizo de 
1766 á 1769 el célebre navegante francés Bougaiiivüle, llevó 
aquella caña á la isla de Francia ó Mauricio. Martin, botánico frao-! 
cés, exportóla de allí en 1788 á Cayena y Martinica, de donde se 
esparció por otras islas; y de la de Santa Cruz se introdujo en la 
Habana en 1798 '. Desde entonces dióse á esta caña la prefereo- 
eia en todos los ingenios, por ser mucho más alta, más gruesa, 
más jugosa y de más combustible que la criolla para los ingenios. 
Otra especie de caña, llamada de cinta ó listada por las vetas que 
tiene, llevase de Nueva Orleans á la Ha'bana en 1826, pero yo re- 
i^uerdo haber visto trece ó catorce años antes algunas cepas de 
ella en Bayamo ó en Santiago de Cuba. También recuerdo que 



(i) Memorial de Crislóbal Colon á los Beyes Galólicos en 30 de Enero de 
1494, publicado en la Colección de Navarrete, lomo 1, pag. 229. 

(2) Muñoz., Hül. del Nuevo MuTido, lib 4, g 24. 

(3j Saco, Colee, de papeles históricos etc. sobre la isla de Cuba, tom. 1, 
pag. 370, edición de Paris 1858. 



— 125 — 

jtes de 1826 se había introducido de Java otra especie de color 
. ¿rado; mas .ni esta ni la de cinta se han propagado en Cuba. 
^iGeneralizada la caña en la Española, muchos hacían mieles de 
■ jugo *; ¿pero cuándo se fabricó el primer azúcar en el Nuevo 
Hundo? 

' Oviedo menciona que el bachiller Gonzalo de Velosa fué el pri- 
mero que hizo azúcar en la Española fabricando con muchos gas- 
tos un trapiche de caballos é introduciendo los maestros de azúcar. 
No falta quienes den la prioridad á un Miguel Ballesteros, del que 
h^ta también Oviedo. «Pero, así dice, la verdad desto inquirien- 
do, he hallado que dicen algunos hombres de crédito é viejos, 
que hoy viven en esta Cibdad, otra cosa é afirman que el que pri- 
mero puso cañas de azúcar en esta isla, fué un Pedro de AtienzDy 
en la Cibdad de la Concepción de la Vega, y que el Alcayde de la 
Vega, Miguel Ballesier, natural de Cataluña, fué el primero que 
hizo azúcar. E afirman que lo hizo más de dos años antes que lo 
hiciese el bachiller Velosa, pero junto con esto dicen que lo que 
hizo este Alcayde fué muy poco '». 

Hablando Herrera de este asunto, se expresa así: «Y como e\ 
año de 1506 un vecino de la Vega llamado Aguilon, llevó de 
Canaria cañas de azúcar, y las plantó, fueron poco á poco dando 
tan bien, que con más diligencia se puso á criarlas el Bachiller 
Vellosa, vecino de Santo Domingo, Cirujano, Natural de Verlan- 
ga, y con algunos instrumentaos sacó azúcar, y al cabo hizo un 
trapiche *»* * 

Tratando el padre Casas de esta materia habla así: «Entraron 
los vecinos desta isla (la Española) en otra grangería, y esta fué 
buscar manera de hacer azúcar, viendo que en grande abundancia 
se daban en esta tierra las cañas dulces. Ya se dijo en el libro 2.*^ 
como un vecino de la Vega, llamado Aguilon, fué el que prime- 
ramente hizo azúcar en esta Isla^ y aun en estas Indias, con cier- 
tos instrumentos de madera con que exprimía el azúcar de las 
cañas, y aunque no bien hecha por no tener buen aparejo, pero 
todavía verdadera y cuasi buen azúcar. Seria esto por el año de 
1305 ó 1506; después dióse á entender en hacerla un vecino de 
la ciudad de Sancto Domingo, llamado el bachiller Vellosa, porque 



(1) Oviedo, Hist. Gen. lib. 4, cap. 8. 
(2} Oviedo. Hitt, Gen. lib. 4, .cap. 8. 
(3) Herr. déc. 2, lib. 3, cap. 14. 



— 126 — 

era cirujano, natural de la villa de Berianga, cerca del año de 
1516> el cual hizo el primero en aquella ciudad azúcar, hechos 
algunos instruoientos^más convenientes, y así mejor y más blan- 
ca que la primera de la Vega, y el primero fué que della hizo al- 
feñique y yo lo vi; este dióse muy de propósito á esta grangería, 
y alcanzó á hacer uno que llaman trapiche quQ es molino ó inge- 
nio que se trae con caballos, donde las^cañas se estrujan ó expri- 
men, y se les saca el zumo melifluo de que se hace el azúcar *>. 
De esto aparece que Gasas da la prioridad á Aguilon; más Oviedo 
y Herrera á Vellosa ó Velosa, pues de ambos modos se le decia. 

Tales son las opiniones de los autores mencionados acerca del 
primer español que extrajo azúcar de la caña en la isla Española. 

En los primeros años todo el azúcar producido en la Española, 
consumíase en ella. Su primera exportación para España fueron 
seis panes que el Tesorero Miguel de Pasamente envió al Rey de 
regalo en 1515, y que llevó Gonzalo Fernandez de Oviedo '. La 
elaboración del azúcar continuó en la Española, y viendo los 
PP. Gerónimos su buena calidad, y quesería muy provechosa gran- 
gería, ordenaion, de acuerdo con aquella Audiencia y los Oficia- 
les del Rey. que.de la Real Hacienda se prestase quinientos pesos 
á todo el que quisiera dedicarse á ella '. Este auxilio, aunque 
corto, contribuyó á fomentarla. 

Entre la producción del azúcar y el comercio de esclavos negros 
hubo desde el principio tan estrecha enlace, que todo lo que in- 
fluía en aumentar ó disminuir aquella, da^a en este un resultado 
equivalente. Ni pudo ser de otra manera; porque los negros fue- 
ron el brazo poderoso, la palanca principal de los ingenios. Sin las 
restricciones que impedían el rápido desarrollo de aquella indus- 
tria, y sin el riguroso* monopolio de la metrópoli que todo lo 
encadenaba, bien puede asegurarse que la población negra escla- 
va de las colonias américo-bispanas ya hubiera sido en 1520 
treinta ó cuarenta veces más de lo que fué: pero si de una parte 
es verdad que se bizo menos azúcar, de otra es consolarlo pensar 
que tambieff hubo menos africanos esclavizados. 

Los Reyes Católicos hicieron en Granada á 5 de Octubre de 
1501 una ley, que es la segunda del título diez y seis libro i.** de 



(1) Gasas, Hist. de las Indias^ lib. 3, cap. 129. 

(2) Oviedo, Hist. Gen. lib. 29, cap 11. 

(3) Gasas, Hitt. de las /ndiof, lib. 3, cap. 129. 



— 127 — 

la Recopilación de Leyes de Indias, imponiendo en América 
bajo el nombre de diezmo una contribución del diez por ciento 
sobre todos los productos vegetales de la tierra, aves y cuadrú- 
pedos que se criasen, leche^ manteca, queso, miel de abejas, em- 
jambres y cera. Este diezmo debia pagarse en frutos, y emplearse 
en la erección de iglesias, en la predicación evangélica y en otros 
gastos necesarios al cuite religioso; mas á pesar de tan santa inver- 
sión era tributo muy gravoso, no sólo por su cantidad en sí, sino 
porque debia pagarse del producto bruto y llevarse en muchos ca- 
sos por el productor al lugar señalado para recibirlo, aunque fuese 
á larga distancia. Cuando el diezmo se estableció en América, aun 
DO habia azúcar en ella^ mas luego que empezó á fabricarse, some- 
tióseie también á tan pesado tributo. Reclamó contra él la Espa- 
fióla, y en i4 de Setiembre de 1518 pidió, que soiamante se pa- 
gase el trigésimo ó sea uno de treinta ^ No accedió el Gobierno 
á tan justa petición, y así continuaron las cosas hasta el 8 de Fe- 
brero de i539 en que se mandó pagar el cinco por ciento por el 
primer azúcar en blanco cuajado y purifícado, y el cuatro por 
ciento del refinado, espumas, caras, mascabados, coguchos, cla- 
rificado, mieles y remieles, y todos los demás, salvo si en algún 
lugar habia costumbre en contrario *. No obstante el primitivo 
gravamen y el monopolio mercantil que pesaba sobre las colonias, 
ya comenzaba á lucir la grangería del azúcar en la Española; y 
para fomentarla, mandóse §\ gobernador de Canarias en 1519 que 
enviase personas entendidas en su elaboración. 

Ya desde 15i8 habia en la Española cuarenta ingenios, movi- 
dos unos por agua y otros por caballos *. Habíalos también en la 
isla de Puerto-Rico y en otras partes; siendo de notar que al paso 
que iba creciendo el producto del azúcar aumentaba su valor, 
pues la arroba que antes se vendía á un ducado ó poco más, aho- 
ra subia á dos ducados ^. El licenciado Rodrigo de Figueroa, que 
se hallaba de Juez de Residencia en la Española, dijo al Empera- 
dor en carta fechada en Santo Domingo á 6 de Julio de 1520, que 
«están puestos por obra de se hacer cuarenta ingenios y más; y 



(i) iDdiee general de los Registros del Consejo de Indias, desde 1509 á 
1608. 

(2) Recopilación de Leyes de Indias, lib. 1, tit. 16, ley 3. 

(3) Herr., déc. 2, lib. 3 cap. 14. 

(4) Gasas, Bist. de Ind.j lib. 3, cap. 129. 



— 128 ^ 

los más por obligaciones, porque se les han dado indios, y á otros^ 
emprestado dinero de Y. M. por dos anos. Mándese á Pasamonte 
que sea liberal en estos empréstitos, que esto es lo que ha de re- 
sucitar la isla, y esta isla sostiene todo lo demás destas partes..» 
Negros son muy deseados: ningunos han venido ha cerca de un 
año *.» 

Para que los ingenios se considerasea como buenos, debían 
tener constantemente ochenta ó cien negros á Ib menos; algunos 
ciento veinte y aun más '. Esto se confirma con el respetabletes- 
, timonio de Casas, quien dice, que cada trapiche necesitaba do 
treinta á cuarenta negros, y cada ingenio de agua de ochenta á 
lo menos *. No se crea empero que todos los brazos de los inge- 
nios fueron negros en los primeros tiempos, pues á veces húbolos 
también indios, como se acaba de ver en la carta de Figueroa> 
aunque en número muy iriferior. 

Exportábase el azúcar para España; y los parajes de la Espa- 
ñola en donde entonces se producía, eran las villas de Puerta 
Plata, Salvaleon del Higuey, Azua y San Juan de la Maguana, 
que era el más blanco y de mejor calidad ^. Los Oficiales Reales 
de aquella isla pidieron á Garlos I en carta de 20 de Agosto de 
1520, que los azúcares de la Española se pudiesen llevar á todas 
las partes de sus dominios, sin obligación de ir á Sevilla: «sino, 
decían, en fletes se irá todo, y se animarán pocos á seguir esta 
grangería, porque en Sevilla hay poco^espacho.» Nada más jus- 
to ni fundado que esta solicitud; pero Sevillf tenia poderosas in- 
fluencias que abogaban por su monopolio, y éste continuó. 

No fué esta la vez primera que se clamó contra él. Hablan los 
Reyes Católicos mandado desde muy temprano, como antes se ha 
Micho, que ningún buque pudiese ir á las Indias sin registrarse 
primero ante los Oficiales Reales de la Casa de Contratación de 
Sevilla; pero muy pronto los merciideres que traficaban con ellas 
expusieron los graves daños que sufrian con el registro en aque- 
lla ciudad, por estar muy trasmano, y tener la entrada trabajosa. 
Tomando en consideración estos motivos la Reina Doña Juana or- 



(1) Carta al Emperador del Licenciado Figueroa fecha en Santo Dominga 
á 6 de Julio de 1520, y Muñoz, Colee, tomo 76 

(2) Oviedo, Hist. general de las Indias^ 11b. 4, cap. 8. 

(3) Casas, Hist de las Indias^ lib. 3, cap 129. 

(4) Herr., déc. 2, lib. 5, cap. 3. 



.— 129 — 

denó por la Provisión de 15 de Mayo de 1509, que en adelante 
todos los buques que se cargasen fuera de Sevilla para las Indias 
y no quisiesen ir á registrarse en ella, pudiesen hacerlo en Cádiz 
ante un visitador á'oste fín nombrado, quedando siempre subor* 
dinado á bs Jueces unciales de Sevilla. Y para que este asunto no 
corriese por diversas manos, sino bajo de una sola, ordenóse por 
otra Cédula de Barcelona á 14 de Setiembre de 1519, que los men- 
cionados Jueces nombrasen una persona que residiese en Cádiz con 
su poder, y visitasen las naves que fuesen á las Indias. Hubo pues, 
entonces, dos puertos de donde salían las expediciones; pero en el 
despacho no hubo en realidad sino uno solo, pues todo dependía 
de Sevilla. 

Por ese mismo tiempo la ciudad de Santo Domingo confirió su 
poder al Licenciado Antonio Serrano para que expusi^^se al go- 
bierno, que una de las causas que iencarecian los efectos que á 
ellos se llevaban de Castilla, era la obligación en que los buques 
estaban de registrarse ante los Oficiales Reales de Sevilla; y que 
seria muy ventajoso permitir á todos los castellanos que saliesen 
úe cualquier puerto de España que fuesen directamente á Santo 
Domingo, sin necesidad de registrar sus buques y mercaderías en 
aquella ciudad; mas tan fundada petición quedó enteramente des- 
atendida \ 

Tornando á la cana, importa saber que de la Española exten- 
dióse su cultivo á sus tres islas hermanas. La abundancia de oro 
que hallaron los«aste?lanos en Puerto-Rico, y las calamidades 
que sobre ella pesaron en los primeros anos de su colonización, 
como ya se ha dicho, retardaron la grangeria del azúcar, sin que 
yo pueda fijar con certeza el año en que empezó ni en el que se 
hizo el primer trapiche ó ingenio. , 

No se sabe tampoco, á lo menos yo lo ignoro, cuándo entró la 
cana en Jamaica; pero en 1519 ya habia ingenios de azúcar, * y 
uno de los mejores, si no el mejor, fué el de Francisco Garay, 
cuarto gobernador de ella '. * Un inglés, historiador de las colo- 
nias británicas, dice que Jamaica tenia en 15i3 treinta ingenios 
de azúcar *, pero esta noticia es muy incierta, porque no indicó 
la fuente de donde la tomó. 



(1) Real Cédula fecha en Barcelona ¿ 14 de Setiembre de 1519. 

(2) Herrera, déc. 2, lib. 5, cap. 3. 

(3) Oviedo, Hi9t. Gen. lib. 18, cap. 1. 

(4; H. Montgomery Martin, Hisiory oflhe British ColonieSf vot. 2ehap. 2. 

9 



— 130 — 

Mayor incertidumbre hay acerca del año en que se llevó á Cu- 
ba la caña. Sin embargo, antes de 1523 y de haberse fabricada 
algún ingenio forma), ya se hizo allí azúcar, según aparece de 
las siguientes palabras de Herrera: «y porqu*e habiéndose visto 
por experiencia^ que después que se comenzó la grangería del 
azúcar en la Isla Fernandina (Cuba), iba en acrecentamiento, de 
que se esperaba que habia de resultar mucho provecho á los po- 
bladores; por lo cual se entendía, que muchos vecinos querían 
hacer ingenios.» Pero como los edíñcíos y aparatos de estos eran 
muy costosos, y los vecinos tenían pocos medios, pidióse al Em • 
perador que los socorriese prestándoles algún dinero. El manda 
entonces, que á las personas más honradas que quisiesen hacer 
ingenios, se les prestase cuatro mil pesos de la Real Hacienda, 
dando fianzas de que no los emplearían en otra cosa, y que los 
pagarían dentro de dos años ^. Pero aquel dinero, ó no se prestó, 
ó si se prestó no se fabricó ningún ingenio con él, porque mu- 
. chos años pasaron sin que hubiese alguno en Cuba. 

Si el azúcar fué la causa principal que fomentó la introducción 
de negros en las Antillas, fuélo también déla mortandad que ellos 
experimentaron desde entonces. Asentábales muy bien aquel cli- 
ma, y dignas son de trascribirse aquí las palabras de Casas res- 
pecto de la Española: «Antiguamente, antes que bebiese ingenios, 
teníamos por opinión en esta isla, que sí al negro no acaecía 
ahorcalle, nunca moría, porque nunca habimos visto negro de su 
enfermedad muerto, porque cierto, hallaron losfliegros, como los 
naranjos, su tierra, la cual les es más natural que su Guinea, pe- 
ro después que los metieron en los ingenios, por los grandes tra- 
bajos que padecían y por los brebajes que de las mieles de cañas 
hacen y beben, hallaron su muerte y pestilencia, y así muchos 
dellos cada día mueren; por ésto se huyen cuando pueden á cua- 
drillas, y se levantan y hacen muertes y crueldades en los espa- 
ñoles, por salir de su captiverio cuantas la oportunidad poder les 
ofrece, y así no viven muy seguros los chicos pueblos desta isla, 
que es otra plaga ^ue vino sobre ella.» *. 

El 26 de Diciembre de 1522 estalló allí la primera insurrección 
de esclavos negros. Del ingenio del Almirante Gobernador Don 



(1) Herr. déc. 3, lib. 4, cap. 21. 

(2) Gasas, Hist. de las IruLiaSt lib. 3, cap. 129.— Herrera, déc. 2, lib. 3» 
•cap. 14. 



— 131 — 

Diego Colon huyéronse veinte, los más de lengua jelofe; juntá- 
ronse con igual número que los aguardaban en cierta parte, y ma- 
tando algunos españoles que estaban descuidados en el campo, 
fuéronse vuelta de la villa de Azua. Sabido el caso en Santo Do- 
mingo por aviso del Licenciado Cristóbal Lebrón que en su inge- 
nio estaba, el Almirante salió luego en busca de ellos con muy 
poca gente de á caballo y de á pié: detúvose el siguiente dia para 
que esta decansase, en la ribera de Nizao, y para dar tiempo á 
que llegasen los refuerzos que esperaba, no de tropas veteranas 
ni de milicias, como supone Charlevoíx, pues aun no las había 
en aquella isla, sino de los vecinos principales de Santo Domingo, 
y de cuantos más se pudieron juntar á caballo en aquella ciudad 
y en su comarca. Mientras el Almirante aguardaba, supo que los 
negros habían llegado á nueve leguas de la capital á un hato de 
vacas de Melchor de Castro, Escribano Mayor de Minas, en donde 
hablan matado un castellano albañil, saqueando la casa, lleván- 
dose un negro con otros doce esclavos indios, y asesinando en 
otra parte nueve españoles más. Acampaban por la noche á una 
legua de. Ocoa, con intento de dar al siguiente dia, al romper del 
alba, sobre el ingenio del Licenciado Zuazo, ipatar los ocho ó 
diez españoles que en él había, levantar los negros que eran más 
deciento veinte, y juntándose con ellos y con todos los demás de 
aquella comarca, caer sobre la villa de Azua, pasar á cuchillo los 
blancos y apoderarse dfe ella. 

Melchor de Castro, sin pedir licencia al Almirante con quien 
estaba en la ribera de Nizao, porque temía que se la negara, mar- 
chóse secretamente á su hacienda con dos de a caballo. Luego que 
llegó á ella, dio sepultura á su albañil asesinado, juntóse con otro 
español dea caballo, avisó al Almirante, que pues ya eran tres los 
ginetes, iba siguiendo el rastro de los negros, y le suplicaba que le 
enviase alguna ayuda, porque su objeto era entretenerlos hasta 
que él llegase con el grueso de las fuerzas. Envióle ocho de á ca- 
ballo y seis infantes, según Herrera; pero segu# Oviedo, aquellos 
fueron nueve y estos siete. Reunidos con Castro persiguieron á los 
negros y los alcanzaron por la madrugada, á una legua de Ocoa, 
en el sitio donde habían pernoctado. No se intimidaron estos al ver 
los caballos enemigos, y poniéndose en ordenanza, aguardaron con 
gran vocería á los españoles. Estos, para impedir que se juntasen 
con otros negros y que el peligro fuese mayor, resolvieron atacar, 
los inmediatamente; y embrazando las adargas los once ó doce de 
á caballo, bien cerrados con sus lanzas, apretaron á rienda suelta 



— 132 — 

y les embistieron. Los negros valerosamente los esperaron ^ pero los 
caballos, rompiendo por medio, pasaron de la otra parte, derribando 
algunos. No por esto se acobardaron, pues con grandes gritos arro- 
jaban piedras y varas gruesas de madera fuerte y de agudas pun- 
tas tostadas. Los caballos formáronse de nuevo, y volviendo á 
cargar sobre los negros^ los desbarataron^ sin que pudieran reha- 
cerse. Pusiéronse entonces en fuga por unos peñascos de aquel 
lugar, dejando seis muertos y mucbos heridos. Melchor de Castro, 
aunque con el brazo izquierdo atravesado de una vara, envió á su 
vaquero que llamase á su negro y á sus doce indios esclavos, los 
cuales escondidos cerca de allí, y conociendo la voz, presentá- 
ronse á su amo. Llegó el Almirante después de medio dia, y per- 
siguiendo á los prófugos con diligencia, fueron presos y ahorca- 
dos la mayor parte al cabo de cinco ó seis dias ^ 

No es posible ni tampoco necesario indicar todos los errores 
que se han amontonado en punto á la esclavitud de la raza afri- 
cana en el Nuevo Mundo; pero hay algunos de tanto bulto, que no 
se pueden dejar correr en completo silencio. 

El Sr. Cantillo publicó en la primera mitad de este s^glo, una 
Colección dé Tratados Españoles; y al hablar de la insurrección 
de negros de Santo Domingo en 1522, inserta un párrafo que el 
Sr. D. Carlos Calvo, encargado de negocios del Paraguay cerca 
de los gobiernos de Francia é Inglaterra, reproduce íntegro en 
el tomo II, pág. 53 de su obra müiulQádí, Colección de Tratados, 
Convenciones etc, de todos los estados de la^América Latina, 
publicada en Madrid en 1864. Como Calvo no pone ningún cor- 
rectivo á los errores de Cantillo, se hace cómplice de ellos, y no 
está demás enderezarlos aquí. 

Estámpanse en la referida página 53 las palabras siguientes: 
<!:Los asientos, tratados ó contratas del gobierno español con va- 
rios particulares y compañías extranjeras^ para surtir de esclavos 
negros las posesiones de Ultramar, fueron muy frecuentes desde 
principios del siglo xvi.» 

Cométese aquí %ra ve error, porque á principios del siglo xvi 
no fueron frecuentes los asientos ó tratados á que se alude, pues 
desde el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta el año 1527, so- 
lamente se ajustó en 1517 uno conocido con el nombre de Asien- 



(l) Oviedo, Hüt. gen. de las Indias^ lib. 4, cap. 4.— EÍerrera, dóc. 3, lib* 
4, cap. 9. 



— 133 — 
to de los Genoveses. El sistema generalmente seguido en todo 
aquel período fué el de licencias concedidas á varios particulares, 
y el de las introducciones que hacia el gobierno por su cuenta en 
América. 

Continuando el mismo asunto, supone el autor que rindiendo 
grandes beneficios el asiento de 1517, multiplicáronse los negros 
«hasta tal punto, que habiendo llegado á sobrepujar al número de 
españoles, vinieron á las manos en la isla de Santo Domingo, ma- 
taron al gobernador de ella en 1522, y llegaron á atacar el 
fuerte.» 

Cométense aquí nuevos errores. El asiento de 1517 no fué tan 
productivo como se pretende, ni menos se introdujeron en Amé- 
rica en virtud de él las cantidades de negros que se supone, pues 
dicho asiento se limitó á las cuatro antillas, no habiéndose lleva- 
do á alguna de ellas sino cierto número de los que se habia con- 
venido. 

En el levantamiento de 1522 en la isla Española, los negros 
alzados no atacaron fuerte alguno ni menos mataron .al goberna- 
dor de la isla. Éste era entonces el Almirante D. Diego Colon, 
hijo del' descubridor; y muy sabido es que aquel no murió en re- 
friega alguna, sino años después en España, en la puebla de Mon- 
talban, á fines de 1525, según Herrera *; pero según Oviedo, me- 
jor informado en ^ste ^unto, esta muerte acaeció en el lugar 
indicado el 23 de Febrero de 1526 \ 

La insurrección de 1522, aunque vencida, era un presagio fu- 
nesto de los males futuros que amenazaban á la isla de Santo 
Domingo. Y cosa providencial parece, que habiendo sido ella el 
primer punto del Nuevo Mundo en donde entraron los primeros 
negros esclavos y donde estos hicieron su primer alzamiento, esa 
misma isla hubiese sido también la primera región de América 
en donde los amos perecieron con espantosa crueldad á manos de 
sus esclavos. ^ 

Yo no puedo anticipar los acontecimientos que expondré en el 
curso de esta historia; pero debo decir desde ahora, que dividida 
la isla de Santo Domingo entre España y Francia desde el siglo 
XVII, ia catástrofe que sufrió la parte que cupo á ésta, provino de 
los desaciertos y locuras de la Revolución francesa á fines de la 



(1) Herr. dec 3, lib. 8, cap. 15. 

(2) Oviedo, HUt. Nat. y Gex. de las Indias, lib. 4, cap. 6. 



- 134 — 

última centuria. Ensangrentada ya la isla por la guerra civil en- 
tre los blancos y la gente de color, la Convención Nacional votó 
por aclamación y por sorpresa la repentina y absoluta libertad de 
los esclavos en todo el territorio de la república. En son de filan- 
tropía, los principales autores de aquel decreto abrigaban en su 
corazón sentimientos de odio y venganza contra otras naciones, 
pues creyeron q¡^e al grito de libertad, lod esclavos de España y 
de Inglaterra se alzarían contra sus amos. El diputado Lacroix 
prorrumpió: <icPro clamemos la libertad de los hombres de color. 
Demos este grande ejemplo al universo: que este principio consa- 
grado solemnemente, resuene en el corazón de los africanos eS' 
clavizados bajo la dominación inglesa y española: que ellos com- 
prendan toda la dignidad de su ser, que se armen y vengan á 
aumentar el número de nuestros hermanos y de los amantes de la 
libertad universal.» El sanguinario Danton exclamó en d seno de 
la Convención: <í^Hoy ha muerto el inglés. y> Pero el inglés no mu- 
rió, Danton espiró en la guillotina, y Francia perdió su colonia 
más preciosa. 

Si después- de la insurrección de los negros de la Española en 
1S22, se hubiera abolido el comercio de esclavos africanos^ ¡cuan 
diversa no seria hoy la suerte del Nuevo mundol Pero con las ideas 
é intereses que reinaban entonces en España y en' las demás na- 
ciones de Europa, imposible era que se hubiese tomado medida tan 
saludable. Los indios de la Española hablan ya Auerto casi todos 
por la fatiga, el suicidio y las viruelas: los castellanos no querían 
dedicarse á los trabajos de las minas ni de la agricultura: el go- 
bierno prohibía la entrada de extranjeros por temor de que se 
alzasen con aquellas tierras, ó que á»lo menos se aprovechasen 
de sus riquezas con perjuicio de los españoles. En tal estado na 
había más alternativa que, ó continuar el tráfico de esclavos ne- 
gros, ó renunciar enteramente á las utilidades que ya se sacaban 
del Nuevo Mundo. Pero no siendo dable que el gobierno adoptase 
este último partidip^ forzosamente hubo de continuarse el comer- 
cio de negros: y tanto más cuanto éste era ya uno de los ramos 
lucratíyos con que el rey contaba en sus apuros pecuniarios, pues 
además del precio en que se vendían las licencias, cobrábase en 
España y en América un tributo por cada esclavo introducido. 

Dirígense los hombres generalmente en sus acciones más por 
su inmediata utilidad que por los peligros remotos que los ame-, 
nazan. Asi fué, que olvidándose los castellanos de la reciente in— 
surrección, siguieron pidiendo negros con tanto ó más empeña 



— 135 — 
que antes. Fray Luís de Figueroa, uno de los Padres Gerónimos 
que en tiempo del Cardenal Ximenez de Cisneros fueron á gober- 
nar las Indias, nombrado Presidente de la Audiencia de la Espa- 
ñola en 1523, hizo en aquel ano una representación al Rey 
D. Carlos, pidiéndole que se enviasen negros libremente, hembras 
la mayor parte y varones sólo de quince anos abajo. Esto, ajuicio 
de aquel religioso, ofrecía menos peligros que siendo todos ó casi 
todos varones y de mayor edad. «Sin estos servidores^ anadia 
Figueroa, no puede darse entera libertad á los indios y reducilles 
á* pueblos. Si ha inconvenientes en lo de los negros ahora por el 
privilegio concedido al Mayordomo Mayor (Lorenzo Garrebod), 
mándese para quando esté cumplido.» Pidió también que se hicie- 
sen á costa de la Real Hacienda algunos ingenios de azúcar en 
aquella isla y en las de Cuba, Jamayca y San Juan de Puerto Rico^ 
do acudirían á moler sus cañas los» vecinos que no tenia n faculta- 
des para fabricar ingenios, pagando por moledura lo que justo 
fuese. A esta última petición accedió el gobierno, mandando que 
en cada una de las cuatro islas se hiciese un ingenio á costa de la 
Real Hacienda. Esto prueba cuan temprano se comprendió, y ca- 
balmente por un fraile, la utilidad de separar en los ingenios la 
parte puramente agrícola de la fabril. Igualmente pidió Figueroa 
que los moradores de las mencionadas islas pudiesen vender su 
sízúcar, cañatístola, alj^odon, cueros y otros productos en donde 
quisiesen, aun fii^ra de los reinos del Emperador; mas esta súpli- 
ca quedó sin respuesta. 

Mandó el Rey en i523 que se revocase el privilegio concedido 
por ocho anos á Lorenzo Garrebod en 1517; que se anulase el 
nuevo que se le había dispensado por otros ocho años, y que se 
llevasen á Indias cuatro mil negros repartidos del modo siguiente: 
mil quinientos á la Española, mitad varones y mitad hembras: 
trescientos á Jamaica: igual número 'á Cuba ó Fernandina: qui- 
nientos á San Juan de Puerto Rico, y quinientos á Castilla del Oro. 
Tal es la distribución que hace Herrera en IcPdécada 3, libro 5, 
capítulo 8; pero como todas esas partidas solamente forman la 
cantidad de tres mil ciento, él hubo de equivocarse, ó en el re- 
partimiento que hizo ó en elevar á cuatro mil el total de negros 
mandados introducir. Pudo ser también que una parte de ellos se 
enviasen ¿ otros parajes que Herrera no menciona. Para indem- 
nizar á Garrebod de la mei^ced que se le habia quitado, diéronsele 
los derechos del almojarifazgo de los mil y quinientos negros que 
debían importarse en la Española. 



— 136 — 

De notar son tres cosas en la remisión á lodias de los referidos 
cuatro mil negros: i.* que solamente se fija número de vaxonesy 
de hembras para aquella isla; lo que indica que el gobierno temía 
entrasen en ella muchos hombres. Confirma estos temores un 
despacho del Rey en Pamplona á 27 «de Diciembre de Í5á3, di- 
rigido á los Oidores y Oficíales Reales, n^andándoles que se cas* 
tigase con rigor á los alzodos , y que sobre hüber en dicha isla 
muchos más negros que españoles, y estar osados aquellos, seria 
buen medio para evitar alzamientos, que de los hombres que ca/ 
da español tuviese en su servicio, solamente fuese de negros la 
tercera parte, y las otras dos de españoles aptos para tomar las 
armas, y que efectivamente las tuviesen*. 2.* Que en aquel repar- 
timiento dábase á Puerto Rico más importancia que á Jamaica y 
Cuba, pues á la primera tocaron quinientos negros, y á cada una 
de las dos últimas trescientos bolamente. 3.® Que el único país 
del continente adonde entonces se enviaron, fué á Castilla del 
Oro, llamada después Provincia de Tierra -Firme, cuyos poblado- 
res ya los empleaban principalmente en aquel metal, cortar palo 
de tinte, y en la producción del azúcar. Comenzaba esta á fabri- 
carse también en Nueva España, y ya la hubo en 1524, pues la 
planta de que se extrae importada fué en ella de Cuba contempo- 
ráneamente á su conquista. 

No le vino mal á la Española el auxilióle l^s mil quinientos 
negros referidos, porque un espantoso huracán, azote común en 
las Antillas, acaecido en Octubre de aquel ano, ocasionó en ella 
inmensos daños á los ingenios y demás haciendas. 

Habíase ordenado especialmente para la Española, que hubiese 
menor número de esclavos negros varones que de hembras; mas 
respecto de los otros países de América, mandóse lo contrario en 
1524, pues se previno que en adelante no se llevasen á ellos ne- 
gros y negras por mitad, sino solamente la tercera parte de 
éstas.* 

Para estimular la producción del azúcar y cañafístola decretó- 
se en 11 de Enero de 1525, que de su primera venta en Sevilla 
no se pagase almojarifazgo ni otro derecho.* Tímido y mezquino 



(1) Carta del Rey á los Oidores de la Española y á PaBamonle, M S. 
Archivo de Simancas, arca 7. — Muñoz, Golee, tomo 76» —Herrera, dóc. 3, 
lib. 5, cap. 8. • 

(2) Herrera déc, 3, lib. 6, cap. 1. 
[Z) Muñoz, Golee, tomo 57. 



— 137 — 

se mostró el gobierno, porque esta gracia se limitó á la primera 
venta de aquellos dos productos y no á otros. Tai era la suerte de 
las colonias, que el bien iba casi siempre acompañado del mal. 
Fomentar en ellas la agricultura, la industria y el comercio, era 
un bien: fomentarlos con blancos libres hubiera sido mejor; pero 
fomentarlos con esclavos negros era un grave mal. No se sabia ó 
no se quería hacer de otra manera; así fué que al Bachiller Alonso 
de Castro que pasó de Tesorero á la Española en donde tenia 
muchas grangerías en términos de la Concepción, se le permitió 
por Real Cédula expedida en Toledo el 8 de Julio de 1525, *que 
introdujese en aquella isla doscientos negros para foo^ientar la 
crianza de ganados, la caña de azúcar, cañafístola y otros cul- 
tivos. 

El comercio de negros solía turbar la armonía entre España y 
Portugal. Salieron de Sevilla algunos castellanos en una nave 
para ir á las Islas de Cabo Verde á comprar negros, y en una de 
ellas los portugueses los mataron y tomaron el dinero que lleva- 
ban. Con este motivo el gobierno español pidió al Rey de Portu- 
gal en 1526, que mandase castigar á los delincuentes, y restituir 
el dinero á los interesados. ^ Si así se hizo no puedo asegura rio, 
pero no cabe duda en que el asunto se arregló pacíficamente. 

Púsose en aquel año alguna restricción á la entrada de ciertos 
negros en las Indias.^<No puedan, dice una ley*, pasar á ningu-, 
na parte de las Indias ningunos negros que en estos nuestros 
reinos ó en el de Portugal hayan estado dos años, salvo los hozar- 
les nuevamente traídos de sus tierras^ y los que en otra forma se 
llevaren sean perdidos, y los aplicamos á nuestra cámara y fisco, 
sino fuere cuando Nos diéremos licencia á los dueños para servi- 
cio de sus personas y cosas, y que los tengan y hayan criado, ó 
en otra forma lo hayamos permitido, con que sí los dichos negros 
fuesen perjudiciales á la república, nuestras justicias los destier- 
ren y echen de ella.» ^ 

Fundóse esta prohibición en que los negros que moraban dos 



(i) Herrera, déc 3, Jib, 10, cap. 9. 

(2; Real Cédula de íl de Mayo de 1526, que es la ley 18. tit. 26, llb. 9 
de la Recopil<icion de Leyes de Indias — Mucho se equivoca Veytia Linage, 
cuando en ^u Norte de la Contratación de las Indias Occidentales, lib. 1, cap. 
35, añrma que por negros ladinos se entendian los que hablan residido un 
solo año en España ó en Portugal. La ley que acabo de citar exige expre- 
samente dos años de residencia. 



— 138 — 

años en España ó en Portugal , se corrompían y contagia— 
ban á los indios con su mal ejemplo. Esta ley recuerda lo que 
aconteció en la antigua Roma, pues el esclavo veterator se con- 
sideraba mucho más pernicios(^ que el novitius. Si la mansión de 
dos años en España y Portugal del esclavo africano bastaba para 
corromperle^ ¿no estarla mucho más corrompido el esclavo naci- 
do y educado en aquellas dos naciones? Y entonces, ¿por qué 
prohibir la introducción de los primeros y permitir la de los se- 
gundos? De advertir es que aquella ley habla solamente de ne- 
gros, y no de esclavos de otro color/ 

Era el año de 1526^ cuando para impedir la fuga y alzamiento 
de los negros, y que trabajasen con buena voluntad, concibióse 
para Nueva España el proyecto de casarlos y libeirtarlos con sus 
mujeres é hijos si los tenian, después que hubiesen servido cierto 
tiempo y dado además á sus amos veinte marcos de oro *, ó una 
cantidad mayor ó menor á juicio de los Oficíalos Reales, según la 
edad y condición de cada negro '. 

Sometióse este proyecto al examen de las personas interesadas 
con encargo de que diesen cuenta de sus resultas; mas sin duda 
no tuvo efecto, porque la esclavitud de los negros continuó en 
Nueva España. Si este proyecto se hubiera realizado, no habria 
dejado de influir en la índole de la esclavitud y en el número de 
esclavos de algunas colonias españolas^ poraue no habrían faltado 
países que imitaran este ejemplo. 

Habíase sentado Garlos I en el trono de España desde 1517, 
cuyo poder alcanzaba al reino de Ñápeles y á las inmensas regio- 
nes del Nuevo Mundo. En 1520 ciñó sus sienes con la corona del 
imperio de Alemania, y desde entonces fué el monarca más pode- 



(1) Para formar idea del estado de las cosíumbres en algunas de las an- 
tillas, desde 1 os ikempos primitivos de su colonización, es muy curioso sa- 
ber que en 4 de Agosto de 1526 se dio licencia por el Gobierno á fiartoiomé 
Conejo para establecer en Puerto Rico una casa de mujeres públicas, y que 
la misma se concedió en 31 del misaao mes y año á Juan ¿>ancbez Sarmiento 
para hacer otra casa igual en la Española. (Extracto del índice general de 
los Registros del Consejo de Indias, desde 1509 á 1608, tomo en f. MS. exis- 
tente en la Biblioteca de la Academia de la Historia), 

(2) Sábese que el marco de cincuenta pesos castellanos es igual á 65 du- 
cados de oro, igual á 68 coronas. Por consiguiente el peso contenía 487 Vi 
maravedís. 

{3) Real Cédula de 22 de Abril de 1526.— Herr. déc. 3, lib. 10, cap. 8. 



— 139 — 
roso de la cristiandad, pues se hallaban bajo su cetro grandes y 
opulentos estados. A pesar de esta reunión, del origen extraño 
de Carlos, y de las influencias extranjeras que sobre él pesaban, 
mantúvose vigente la ordenanza ée la reina Isabel, por la cual 
solaaiente se permitía ir y contratar en las Indias á los naturales 
de Castilla y de León. Este riguroso monopolio era contrario al 
incremento de la población blanca tan íntimamente enlazada con 
la prosperidad de las colonias españolas; pero llegó la hora en 
que, si no del todo, á lo menos en gran parte fué aquel abolido. 
Revocó Carlos en 1526 la prohibición de su abuela Isabel, dando 
licencia general para que todos los subditos de los reinos y seño- 
ríos de sus coronas pudiesen pasar á las Indias, y estar y comer- 
ciar en ellas, según y como lo hacían los naturales de la corona 
de Castilla y de León V Esto, empero, no implicaba que aquellos 
estuviesen ya identificados con estos, porque la gracia que se les 
concedía era para* residir y comerciar en América, mas no para 
ejercer en ella empleos en la Administración, en la Magistratura, 
on el Obispado y en otras dignidades y honores. 

Habíase ya dilatado y continuaba dilatándose la esfera de los 
descubrimientos, y con ellos la colonización y entrada de negros 
en nuevos puntos del continente. 

Pedro de Alvarado, uno de los capitanes más valientes y bizar- 
ros de Cortés, march^ por borden suya de Méjico á Guatemala en 
Diciembre de 1323. Adelantado y Gobernador de aquella tierra/ 
consumó su conquista, y no tardó mucho en que entrasen los 
primeros negros. 

A la colonización de Honduras dióse principio en 1324, pero 
no sabemos si desde entonces hubo allí negros. La provincia de 
Santa Marta comenzó á poblarse en 1525; y aunque no puedo 
firmar que á ella pasaron negros con los primeros colonos, muy 
pronto entraron más de lo que convenia. En 1527 empezaron los 
castellanos á poblar la provincia de Venezuela, fundando la ciudad 
de Coro; y si desde entonces no entraron negros, es cierto, como 
más adelante se verá, que ya los hubo en 1528^ ó en el año si- 
guiente. 

En el mismo año de 1527 desembarcó Francisco deMontejo en 
la provincia de Yucatán, para conquistarla y poblarla, con más de 
quinientos castellanos que le acompañaban. Por uno de los arti- 



(1) Herr. déc. 3, lib. 10, cap. It. 



— 140 — 

culos de su capitulación con el Gobierno, permitiósele sacar de 
las Antillas algunos españoles, y esto hace probable que cod 
ellos irian negros esclavos. Mas caso que asi no hubiese sido, no 
queda duda en que desde que los castellanos saltaron en tierra ya 
entró con ellos en Yucatán un negro esclavo á lo menos. Este 
pertenecía á Montejo, y aconteció que estando descuidados los 
castellanos, un indio valiente se tiró sobre el negro y quitóle el 
sable que tenia para matar á su amo; mas á los gritos, y ponién- 
dose Moutejo en defensa, acudió gente y matóse al indio ^ 

Pasando de las colonias del Atlántico al Gran Océano, hallamos 
que de Panamá, fundada en 1519 por Pedrarias Dávila, salieron 
las primeras expediciones hacia el Poniente y el Sur para descu- 
brir los hermosos paises que bañan las aguas del Pacífico . 

Por orden de Pedrarias, descubrió el Licenciado Espinosa en 
1519 hasta Cabo Blanco situado en la tierra que después se llamó 
Costa Rica. Toda la costa de Nicaragua y parte del interior fueron 
descubiertas en 1522 por el piloto Andrés Niño y Gil González 
Dávila. Empezó allí la colonización en 1524; y como entonces se 
fundaron tres ciudades, es muy probable que ya hubiese algunos 
esclavos negros. 

En busca de su compañero Francisco Pizarro, recorría Diego 
de Almagro en 1525 las costas de Quito, y haciendo una entrada 
por el puerto Quemado, tuvo un recio encuefjtro con los indios» 
en que perdió un ojo de un flechazo, que le hubiera costado la vi- 
da si un negro esclavo suyo no le hubiese defendido *. 

En tierras del Perú, y antes de haber asentado a!lí los caste- 
llanos población alguna, desembarcó en Tumbes por orden de 
Francisco Pizarro Alonso de Molina ^ con un negro que iba en 
aquella expedición en 1526. Si maravilla causó á los indios el co- 
lor blanco de Molina, todavia fué mayor su asombro al aspecto del 
negro, á quien varias veces lavaron con agua, para quitarle la 
tinta con que lé suponían ennegrecido '. Asombro muy natural 
en aquellos sencillos habitantes, y que en sentido inverso se ha 
repetido en nuestros dias, pues cuando el inglés Clapperton via- 
jaba por el interior de África^ los negros pensaron que su color 
blanco provenia de haberse lavado con leche. 



(1) Herr. déc. 4, lib. 3, cap. 3. 

(2) Herrera, déc. 3, lib. 8, cap. 12. 
(3} Herrera, déc. 3, lib. 10, cap. 5. 



— 141 — 

Paralizados los descubrimientos del Perú y presentándose en 
Panamá y en el Darien diñcultades para proseguirlos y conquistar 
aquel país, embarcóse Pizarro para Espaíla. En ella obtuvo la au- 
torización que deseaba, y por el art. 19 del asiento que ajustó con 
el Gobierno en 26 de Julio de 4 529, permitiósele llevar de Espa- 
ña, Portugal é islas de Cabo Verde, cincuenta esclavos negros 
exentos de todos derechos, bajo la condición de que una tercera 
parte á lo menos habia de ser hembras^ y que si algunos ó todos 
los dejase en la Española, Cuba, Puerto- Rico, Jamaica, en Castilla 
■del Oro ó en otra parte cualquiera, fuesen confiscados ^ 

Los escasos recursos de Pizarro y el corto plazo que se le diera 
para salir de Sevilla con su expedición, forzáronle á dar la vela 
casi como prófugo, y aun sin tener aparejadas las naves según los 
términos de su contrata. Es pues probable que no hubiese podido 
levar entonces todos los cincuenta negros, pero también lo es que 
le hubiesen acompañado algunos, ya de España, ya de los puntos 
Ide América en donde estuvo antes de emprender la conquista del 
Perú. Efectivamente consta que Hernando Pizarro su hermano ha- 
lló en el pueblo Bombón un negro que habia salido en compañía 
de los españoles que iban al Cuzco. 

La colonización de los países del Nuevo Continente dio rudo 
golpe á la prosperidad de las cuatro grandes antillas. Exaltada la 
imaginación de sus habitantes con el descubrimiento de las ricas 
minas que aquel encerraba, corrían en pos de ellas, abandonando 
sus hogares. Los cegtros principales adonde acudían eran Nueva 
España y el Perú. Empezó á menguar tanto la población blanca 
ele la Española, que el Rey, para fomentarla, mandó desde 1525, 
que á todas las familias de Castilla que quisiesen ir á vivir en la 
ciudad de la Concepción de la Vega, además del pasaje franco, 
se les diese licencia para llevar seis esclavos negros *. 

Como la Española seguia despoblándose, no sólo por la. muer- 
te de los indios, sino porque los castellanos se iban al continente, 
algunos vecinos principales de ella presentaron al Rey en 1527 
un proyecto de población; y una de las medidas que propusieron» 



(1} Arliculo 19 de la Capitulación hecha pot Francisco Pizarro con la 
Reina en Toledo á 26 de Julio de 1529.-— Herr. déc. 4, lib. 6, cap. 5. 
^2) Herrera, déc. 3, lib. 8, cap. 10. 



— 142 — I 

fué que á cada uno de aquellos se les dejase íatroducir \cien ne- 
gros y cien negras *. * ( 

Las desgracias de la isla de Cuba, que ya tenia dos mil vecibos^ 
comenzaron en 1526 con el incendio de la ciudad de Santiago. 
Juzgándose necesaria su reedificación, el Rey ayudó con diversos 
medios á las iglesias y á los vecinos; porque como de aquella isla 
y de la Española habían salido todas las expediciones para los 
descubrimientos de Nueva España y de las demás provincias, y 
desde ellas se hablan de conservar y acabar los otros que se em- 
prendieran^ mandóse que en esa restauración y conservación se 
pusiese mucho cuidado *. 

Continuando la emigración de las islas á Nueva España y á otras 
regiones del continente, expidióse en Granada á J 7 de Noviembre 
de 1526 la órden^ só pena de muerte y confiscación de bienes, 
que ningún vecino, de cualquiera condición que fuese, abando- 
nase á CubOy la Española, Jamaica ó San Juan de Puerto-Rico^ 
para ir a otras islas ó al continente. Permitióse sin embargo, en 
favor de las nuevas poblaciones, que los que fuesen á fundarlas 
pudieran sacar algunos vecinos de las mencionadas islas, bajo la 
obligación de dejar en ellas número igual de castellanos *. Bár- 
bara é ineficaz era la pena de muerte que se imponía, sirviendo 
para eludirla su misma severidad, porque las autoridades, no pu- 
diendo ni queriendo ejecutarla, ó cerraban los ojos ó se dejaban 
sobornar. 

Con la emigración de sus vecinos, hallábale en decadencia el 
estado de las minas, agricultura y demás grangerías de la isla de 
Puerto Rico '', Al ver los negros y los indios cuan pocos eran los 
españoles que en ella quedaban, pusiéronse en abierta rebelión 
en 1527, y ocasionaron mucho daño á los castellanos que allí 
moraban \ 

No temia el gobierno que estos acontecimientos se verificasen 
en Cuba, por hallarse en diversa situación; y deseando aliviar el 
trabajo de los indios, ordenó en el mismo año que á ella se lleva- 
sen mil esclavas negros, dos tercios varones y un tercio hembras®, 



(«) 


Muñoz, Colee, toui. 78. 


(2) 


Herr. dóc 3, lib. 10, cap. 9. 


(3) 


Herr. dóc. S, lib. 10, cap. H. 


14) 


Herr., dóc. 3, lib. 10, cap. 11. 


(5) 


Herr., dóc. 4, lib. 11, cap. ó. 


(6) 


Herr., dóc. 4, lib. 2, cap. 5. 



— 143 — 

y otros mil a Castilla del Dro ^ Ordenó también, que cuantos 
esclavos pasasen á las Indias sin licencia del Rey, fuesen confis- 
cados *. Esta confiscación ahora renovada, eludíase por la conni- 
vencia ó venalidad de las autoridades coloniales; y la Real Cédula 
que entonces se expidió, tuvo su origen en un sentimiento de 
venganza y no de justicia y moralidad. Cobraba la Real Hacienda 
por los negros que á Cuba llegaban, el siete por ciento de su va- 
or. «Havrá, dijeron los oficiales Reales de ella, havráquatro anos 
un Carroño y Esteban BasiHana Gínoves trujeron de Cabo Verde 
cuarenta negros con licencia, luego setenta y cinco con licencia 
para solos cuarenta: ofrecieron pagar derechos por los sobrantes. 
Recibimoslos por la gran necesidad combiniendo Gonzalo de Guz- 
man. Pero este tubo cierta diferencia con Basiñana e por su causa 
sucedió lo del Cabildo, quando quebró la vara al Alcalde y pren- 
dió los Regidores y los sacó de la Iglesia. Deste enojo procedió 
pedir la Cédula de confiscar los negros traídos sin licencia '. » 

£1 Alcalde de Santiago de Cuba Bernardino de Quesada y el 
Regidor Andrés Duero, en carta de 31 de Mayo de 1527, quejá- 
ronse á la Audiencia de la Española del escándalo que ocasionó 
Gonzalo de Guzman, por haber sacado á rastro de la iglesia al 
genovés que se habia refugiado á ella, el cual había llevado en 
un l)uque algunos negros esclavos sin licencia. El mencionado 
Alcalde y Regidor dicen, y en mi concepto con razón, que esta 
violencia fué porque no quiso fiar á Guzman algunos de ellos, 
pues por lo demás sota consr^ntir tales delitos *. 

Por Real Cédula de Valladolld de 1.** de marzo de 1527, permi- 
tióse á Pedro Velazco que llevase á Indias treinta y cinco esclavos 
sin pagar derechos. Expidióse en el mismo año otra Cédula para 
que el Licenciado Juan Ortiz de Matienzos, Oidor de la Audiencia 
de Nueva España, introdujese en esta algunos esclavos. A princi- 
pios del año siguiente llevó también á aquel país Alonso de Pe- 
ralta, Oidor de dicha Audiencia, cinco esclavos de los doce para 



(1) Htírr., déc. 4, lib. 1, cap. 9. 

(2) Herr., déc. 4, lib. 2, cap b. 

(3) Carta al Emperador de los Oficiales Reales Lope Hurtado, Paz, y Gas- 
tro, fecha ea Sáatiago de Cuba á 15 de Setiembre de 1530 Archivo de In- 
dias en Sevilla. 

(4) Muñoz, Golee, tomo 78. 



— 144 — 
que había obtenido licencia en Burgos á 29 de Noviembre de 
1527 ^ 

£1 Gobernador y Oficiales Reales de Cuba pidieron en i 7 de 
Marzo de 1528 que se enviasen negras, y que se pagasen á cua- 
renta pesos si eran buenas piezas *. Precio en verdad muy bajo y 
que continuó bajando en anos posteriores para los esclavos de 
ambos sexos; pues según carta al Emperador del Tesorero Lope 
' Hurtado, fecha en Santiago á 27 de Febrero de 1535, los que an- 
tes se avaluaban en cincuenta y cinco y sesenta pesos, ahora se 
vendían á cuarenta y siete '. iQué diferencia tan grande entre el 
precio de aquellos tiempos y el del promedio del siglo xix ! Pero 
si en Cuba habia entonces bajado, en Nueva España habia subido. 
En la Relación del gasto que hizo Hernán Cortés para la arma- 
da que aprestó á sus expensas para las islas Molucas, llamadas 
también de la Especería, y de la que fué Capitán Alvaro de Saa- 
vedra Cerón, hay una partida bajo el capítulo de los dineros dados 
á la gente que iba en la expedición, que dice que ^ un tal Canjar- 
di se dieron ciento cincuenta pesos por un esclavo. 

Ya desde antes deseábase la conquista de la Florida, y en la 
expedición que Panfilo de Narvaez hizo en 1528 para descubrir y 
poblar en ella, llevó á lo menos un negro *; pero como entonces 
nada se conquistó ni pobló allí, es menester bajar á tiempos pos- 
teriores. 

En 5 de Mayo de 1528 solicitó Cuba que los negros se casasen 
para fomentar su reproducción, y que^om%habia escasez de hem- 
bras, se enviasen setecientos de ambos sexos, o licencia para in- 
troducirlos de Cabo -Verde ". Ordenóse igualmente, que no se lle- 
vasen á Cuba negros esclavos de la Española porque se huían de 
ella, y que quinientos negros holgazanes y de malas costumbres 
que andaban esparcidos por las islas, fuesen herrados y echados 
de ellas, porque incitaban los escfavos domésticos á que se al- 



zasen *. 



(1) Muñoz, §olec., tomo 7S. 

(2) MuDoz, Golee, tomo. 78. 

(3) M. S., Arcb. Sim., Garl&s, y Muñoz, Colee, tomo 80. 

(4) Herr , déc. 4, lih. 4, cap. 6. 

(5) Capítulos que los procuradores de la ciudad de Santiago y villas de 
San Salvador, Santa María del Puerto-Príncipe, San Cristóbal de la Habana 
y Asunción, acordaron para suplicar-.á S. M. en Santiago, á 5 de Mayo de 
1528. 

^6) Herrera, dóc. 4, lib. 4, cap. 11. 



— 145 — 

No se escribe la historia de la esclavitud de la raza africana en 
el Nuevo Mundo con vagas generalidades, con razotíamienlos fi- 
losófícos ni con sentimentales declamaciones. Preciso es subir al 
origen de los hechos, buscarlos por todas partes, descubrirlos, 
seguirlos paso á paso, enlazarlos entre sí y exponerlos en el orden 
cronológico en que se van presentando. Así y solamente así, ^s 
como puede formarse exacta y completa idea de la propagación é 
incremento de la esclavitud de la raza africana en las diversas 
regiones de América. 

En 1528, el Ayuntamento'de la villa de Puerto Plata pidió al 
Rey, que por ser acabados casi todos los indios, se diese licencia 
para llevar negros francos de derechos, siendo un tercio hem- 
bras ^ 

En 30 de Marzo de este mismo año los Licenciados Espinosa y 
Zuazo elevaron al Rey una exposiciqn desde la^ ciudad de Santo 
Domingo, sobre la población de la Española, y le pidieron que 
á cada poblador se le permitiera llevar cien negros con sus mu-* 
jeres, sin pagar contribución alguna ni en España ni en la is- 
la; que los vecinos de ella pudiesen sacar oro de las minas, á cu- 
yo efecto les enviaría el Rey mil negros bozales vendidos al fiado, 
quedando hipotecados y vinculados á la tierra, sin poderlos ena- 
jenar de modo alguno, mientras no se los pagasen; y que en caso 
de no enviarse los referidos negros por cuenta del Rey, se auto- 
rizase á los vecinos de la isla para que discurriesen el medio de 
introducirlos. Pft" último, de la representación de aquellos Licen- 
ciados aparece que por la falta de negros había decaído en la Es- 
pañola la' fabricación, del azúcar, pues sólo existían en aquel año 
<Joce ingenios que molían y otros doce ya muy adelantados para 
moler *. 

Si la producción del azúcar menguaba en la Española, en Puer- 
to Rico crecía, no sólo por el refuerzo de negros que habia reci- 
bido, sino porque sus habitantes luchaban esforzadamente con los 
males físicos y políticos que sobre ellos habían caido. Así fué 
<iue en 1528 contaba diez ingenios, que hacia^i quince mil arro- 
bas de azúcar. En esta, en gengibre-y cueros consistía entonces 
la principal riqueza de aquella isla \ Pero semejante estado no 



(1) Muñoz, Golee, lomo 78. 

(2) ídem ibidem. 
{3) Muñoz, Golee. 

10 



— 146 — 

pudo continuar porque lloviendo sobre ella nuevas desgracias, 
quedaron reducidos sus moradores á la última miseria ^ 

Para surtir de negros las colonias, ajustó asiento el Gobierno á 
i2 de Febrero, confirmado á 22 de Abril de 1528, con los alema- 
nes Enrique Einger ó Gíquer, que de ambos modos le llaman los 
autores españoles, y con Gerónimo Sayller, los cuales se obliga- 
ron á introducir en Indias cuatro mil negros dentro de cuatro 
años, pagando al Rey veinte mil ducados, y sin poder venderlos 
en América á más de 45. Gomo después de desembarcarlos po-- 
día retardarse su venta y carecerse de mantenimientos para ellos^ 
la Real Cédula de Toledo de 12 de Diciembre de 1528 mandó que 
á los alemanes se les señalasen tierras á propósito para comes- 
tibles en los lugares que fuese menester *. 

Luego que se tuvo en América noticia de este asiento, empe- 
zaron las reclamaciones contra él. Esteban de Pasamente, sobri- 
no del perverso Tesorero Miguel, ya difunto, escribió al Empe- 
rador desde Santo Domingo á 3 de rfoviembre de 1528, dicién- 
dolé que el Erario perdía mucbo con aquel asiento, pues sólo el 
almojarifazgo rendía los veinte mil ducados que le daban por los 
cuatro mil esclavos, sin contar los ocho mil ducados de los dos 
que en Sevilla se pagaban por cada negro, ni la ganancia que re- 
sultaría al Rey desde treinta y dos hasta cuarenta castellanos, si 
él fuese el introductor de los negros en la Española *. Quejáronse 
también los vecinos de ella; y al año siguiente en 8 de Marzo, el 
mismo Pasamente y Fernando Caballero Ajerofí al Emperador: 
«Con el estanco de negros por lo capitulado con alemanes no po- 
demos haber uno por el ojo de la cara: por no darlos al precio 
prometido no traen uno, é luego con la necesidad los venderán 



carísimos *.» 



Los alemanes, para cumplir sus compromisos, hicieron unt 
contrata con los portogueses, y estos enviaron á la América un 
factor para que allí entregase por cuenta de los alemanes los ne- 
gros que recibiera de Portugal y de las islas portuguesas. Aquel 
factor entregó hasle dos mil quinientos; pero los introducidos des- 



.t) Herr. déc. 5, lib. 2, cap. 1.— Juan de Castellanos, fol. 133. 

(2) Índice general de los Begislros del Cornejo de Indias, desde 1509 á 
1608. —Muñoz, Colee, lomo 78.— Herr. déc. 4, lib. 4, cap. 11. 

(3) Muñoz, Golee, tomo 78. 

(4) ídem ibidem. 



— 147 -T- 

de el princípro en las Antillas fueron de tan ruin calidad, que se 
elevaron amargas quejas al gobierno. Los Licenciados Espinosa, 
Zuazo y Serrano dijeron al Rey desde Santo Domingo en 19 de 
Julio de 1530 que los negros que llevaban los alemanes en virtud 
del asiento, eran malisimo», y que á pesar de la necesidad que 
de ellos había, nadie los compraba. Quejáronse del privilegio co- 
mo ya lo habían hecho otros empleados, por ser contrario á los 
intereses de la Real Hacienda, y pidieron que los vecinos pudie- 
sen por sí proporcionarse negros. Quejóse también al gobierno el 
Ayuntamiento de Santo. Domingo en carta de Julio del mismo 
añOy y suplicaba además que no se hiciesen nuevos asientos, ni se 
prorogasen los ya hechos, por lo perjudiciales que eran, tanto el de 
los alemanes como el que se había celebrado con Garrebod. £1 
Consejo de Indias consultó en i 5 de Noviembre de 1530: que lue* 
go que hubiese fenecido en 1531 el asiento de los alemanes, no 
se hiciesen otros nuevos ni se prorogase el que existia \ 

Mientras el gobierno procuraba abastecer de negros sus pose- 
siones ultramarinas, no perdía enteramente de vista la colonización 
blanca en la Española; y para fomentarla expidió el Emperador 
Garlos y en' Toledo á 15 de Enero de 1529 Ja Real Cédula que 
por su importancia juzgo digna de insertar á continuación: 

«El Rey.-i»Reverendo Licenciado Sebastian Ramírez^ Obispo de 
Santo Domingo y de la Concepción de la Vega, i nuestro Presi- 
dente del Audiencia de la Española. Fray Tomás de Yerlanga, Vi- 
co- Provincial die \9s Dominicos en esas partes en nombre de 
Oidores, Oficiales y vecinos de la Española, cuyos poderes trajo, 
movido de celo del bien della, nos suplicó varias cosas, y entrellas 
una, de que resultaría grande aumento en la población, rentas 
etc. Y oído varias vecéis, asi por mi Real Persona, como por los de 
mi Consejo, he venido en otorgar el asiento y capitulación siguian- 
te á los vecinos y moradores de dicha isla. 

«1.^ Cualquiera dellos que se obligue y dé fianza bastante de 
hacer una nueva población en dicha isla con gente que no sea 
della, ni de otra parte de Indias, en cuya población haya al menos 
cincuenta casados, veinte y cinco libres y veinte y cinco negros, 
iglesia y una casa fuerte de piedra, y clérigo á su costa, obligán- 
dose á dar flete y matalotaje á todos, y hacerles casas, dará cada 
uno dos vacas ó bueyes, cincuenta ovejas, una yegua, die? puer- 



(i) Muñoz, Golee, tomo 78. 



-- 148 — 

eos, é dos novillos é seis gallinas, y hacer la población dentro un 
año desque les fuere señalado el territorio, y tenerla acabada 
dentro de otros dos, y á tener hechas veinte y cinco casas de 
piedra dentro cinco años y todas cincuenta dentro diez, se le se- 
ñalará sitio y términos por el Presidente del Audiencia hasta dos 
leguas en cuadro, y hasta tres si fuese á distancia de más de diez 
leguas de la ciudad de Santo Domingo, sin perjuicio de las villas 
y pueblos antes fundados. 

«2.° No se dará sitio en puerto de mar ni otra parte que á 
juicio del Presidente pueda en adelante redundar perjuicio á la Co- 
rona. 

«3.0 Reservamos los montes y árboles de Brasil, bálsamo y 
droguerías que hubiese en dichos términos, por estar hecho asien- 
to desto con otras personas.» 

«4.** Exceptado lo dicho, y demás cosas que no pueden ena- 
genarse de la Corona, á los que hicieren población, como dicho 
es, les concedemos el Señorío della, perjuro de heredad, con ju- 
risdicción civil y criminal, sin perjuicio de los derechos de nues- 
tra soberanía y. los del Almirante de las Indias. 

«5.** Podrán hacer dello mayorazgo enagenable é ímt)erdible 
é imprestable, si no fuese por crimen loesce majesiatis ó pecado 
contra natura. 

«6.^ Les concedemos las minas é pesquerías de perlas que 
hubiere en sus distritos con tal que nos paguen el quinto ó lo que 
pagaren los demás de la isla. « 

«7.^ Concedemos á dichos fundadores y sus sucesores en di- 
cho mayorazgo la vigésima de todos nuestros provechos en dicho 
distrito. 

fS.** Cuanto pasaren para sí los primeros cincuenta poblado- 
res, será franco de todos derechos, por la primera vez. 

«9.® Al fundador concedemos poder para nombrar escribano 
en su pueblo y el patronazgo del beneficio ó beneficios del, y 
diezmos que en todas las Indias pertenecen á Nos, por donación 
apostólica, los cede«os en cada pueblo para la fábrica y clérigos. 

iO.<> En el título del Señorío, ó á parte, como más quisieren, 
crearemos á dichos fundadores, fijosdalgo y caballeros é les da- 
remos armas é blasón á su voluntad para que ellos.y sus descen- 
dientes y sucesores perpetuamente sean hijosdalgo, caballeros y 
nobles, y usen armas, puedan retar y desafiar, y acetar retos y 
desafios, en todas las Indias. 

cComete la dirección de todo, el asiento con los fundadores, el 



— 149 — 
tomar las fianzas, etc. y dar la provisión firmada de su nombre, 
al Presidente del Audiencia de la Española ^> 

No obstante las franquezas y prerogativas concedidas en la Real 
Cédula anterior á los fundadores de nuevas poblaciones blancas^ 
los resultados no correspondieron á las intenciones del monarca. 

Cuba, sin esperanza de recibir negros del asiento ajustado con 
los alemanes en 1528, siguió pidiendo los que el gobierno le ha- 
bla prometido según aparece de las cartas de Gonzalo de Guzman, 
escritas en Santiago á 8 de Marzo * y 8 de Mayo de 1529 ', y- de 
otra de la Justicia y Ayuntamiento de aquella ciudad en 22 de 
Setiembre de dicho año^ en la cual se dice que en los últimos 
cuatro meses se habia declarado tal peste entre los indios, que 
había perecido más de la tercera parte. Y después de esta noticia 
prosiguen: «Útilísimos serán los negros que Y. M. dice manda pa- 
sar: sea presto; y suplicamos dé facultad, que desde aquí se pueda 
fletar para Guinea, y volver acá en derechura: que los Oficiales 
de V. M. podrán tener cuenta del número, hasta que se cumpla, 
conforme á la merced de Y. M. á esta isla ^.» A tales súplicas no 
accedió el gobierno. 

Los empleados de San Juan de Puerto-Rico pidieron al Empe- 

« 

rador en 1529, que permitiese á sus vecinos la introducción para 
sus labores de negros libres de todos derechos. Petición igual 
hizo el Ayuntamientíf de la capital de aquélla isla en 8 de Setiem- 
bre de 1530, y dice entre otras cosas: cque no habiendo indios^ 
se sustenta la tierra con negros, los que con estar estancados y 
no poderlos traer los vecinos, se venden á sesenta y setenta cas- 
tellanos '^.» Todo esto manifestaba el descontento de las colonias 
con el asiento de los alemanes. 

Aun antes de haber este cesado, concediéronse algunas licen- 
cias, pues Francisco de los Cobos obtuvo en 1529 la de introdu- 
cir en Tierra-Firme doscientos esclavos libres de todos dere- 
chos ^. Cuandotales licencias se otorgaban, aí^díase comunmente 
que eran para después que concluyese el asiento con los alema- 
nes. 



(1) MS. A.rch. Simancas, Cartas de 1529, y Muñoz, Golee, tomo 78. 

(2) MS. Arch. Simancas, Cartas 4, y Muñoz, Colección, tomo 78. 

(3) Docum. en el Archivo de Indias de Sevilla. 

(4) Muñoz, Golee, tomo 78. 

(5) Muñoz, Colee, tomo 78. 

(6) Herr , déc, 4, lib. 5, cap. 4. 



— 150 — 

Todas las providencias que daban algún impulso al comercio 
general de las Indias, dábanlo también más ó menos directamente 
al particular de los negros; porque los recursos que aquel pro- 
porcionaba, servían para comprar éstos. Constantemente habían 
las colonias reclamado contra el monopolio merc.anjü!.,íte-.Stó^ 
y la primera vez que se atendió á sus quejas, fué cuando Carlos I 
y su madre D.^ Juana expidieron una Real Cédula en Toledo á 15 
de Enero de 1529. Mandóse por ella, que desde los puertos de la 
Coruña y Bayona en Galicia^ de Aviles en Asturias, de Laredo en 
las Montanas y sus Encartaciones, de Bilbao en Vizcaya, de 
San Sebastian en Guipúzcoa, de Cartagena en el Reino de Murcia, 
de Málaga en el de Granada, y de Cádiz en el de Sevilla, pudie- 
sen los españoles comerciar con todas las Indias, en los mismos 
términos que entonces lo hacían desde Sevilla, sin obligación de 
ir ni registrarse en ella; pero los capitanes y maestres de los bu* 
ques empleados en ese comercio, debían á su retorno venir dere - 
chámente á la jeferida ciudad de Sevilla y presentarse con todo lo 
que trajesen ante los Jueces oficiales de la Casa de Contratación, 
como antes se había hecho, so pena de muerte y de perdimiento 
de todos sus bienes para la cámara y fisco. 

Mejor hubiera sido que tal concesi^n se hubiese alargado á 
todos los puertos de España, eximiendo á los negociantes de la 
obligación de volver á Sevilla con sus cargcAbenM^s; pero así mez- 
quina, era un progreso respecto de lo que antes existía. Desgra- 
ciadamente aquella Real Cédula, ó nunca se puso en práctica, ó 
su ejercicio fué de muy corta duración, siendo más probable lo 
primero; y en ello influirían el apocado espíritu mercantil que 
entonces animaba á los españoles, la pobreza y atraso de sus fá- 
bricas^ por más que la vanidad nacional de algunos escritores nos 
pondere su abundancia y adelantamiento en aquel tiempo; el poco 
conocimiento que en casi todos los puertos habilitados se tenia de 
los géneros que debían enviarse para el consumo de las nacientes 
poblaciones de América, y el temor de los corsarios franceses é 
ingleses que inquietaban aquellas costas y las de España. Pero 
hubo todavía otra causa más poderosa que las anteriores. Compa- 
ñías de genoveses y otros extranjeros domiciliados en Sevilla te- 
nían grande interés en que se mantuviese el monopolio mercantil 
de las Indias; y como tales casas anticipaban dinero á Carlos I 
para las costosas guerras que sustentaba, vióse obligado á suspen- 
der la Real Cédula que acababa de expedir. Vueltas las cosas á su 
primer estado, la innovación que se intentó ningún influjo tuvo en 
el aumento del comercio de negros. 



— 151 — 

Uno de los puntos adonde los alemanes debían llevarlos fué la 
provincia de. Santa Marta; pero ya antes habían entrado en ella. 
En 1529 algunos negros alzados salieron una noche de la Rama- 
da en donde estaban^ pegaron fuego á la naciente ciudad de 
Santa Marta, y como el viento soplaba con fuerza y las casas eran 
todas de paja, salvo la del Gobernador García de Lerma, convir- 
tióle pronto en cenizas, quedando reducidos sus habitantes al más 
deplorable estado *. 

A pesar de este alzamiento y de otros que ya habían precedido, 
la ciudad de TruxíHo en Honduras suplicó al Monarca en 1530 
que con el nuevo Gobernador se enviasen doscientos negros, la 
mitad hombres, los cuales se emplearían en las minas y pagarían 
del primer oro que se cogiera '. Con más empeño los pedia la isla 
de Puerto-Rico, porque sufrió mucho de tres tormentas, una en 
Agosto y dos en Setiembre de 1530 *. 

Por aquellos tiempos los clérigos de la Española tenían en ge- 
neral más negros ^clavos que los seglares; y no contentos con 
poseerlos, aspiraban á la extraña pretensión de que el fuero ecle- 
siástico de que ellos gozaban, se extendiese á sus esclavos. Hállase 
consignado este hecho en la comunicación que los Licenciados 
Espinosa y Zuazo hicieroA al Gobierno desde Santo Domingo en 
Abril de 1530. Digoas son sus palabras de transcribirse: «Porque 
el Alcalde may^ po^su sentencia confirmada por esta Audiencia 
hizo quemar á una negra de un clérigo que dio solimán á su ama, 
no obstante haberle querido inhibir, se ha procedido á él por la 
igl^ía, le han descomulgado solemnemente hasta ir á su casa con 
el salmo y echalle muchas piedras; nueva manera de proceder 
contra la justicia y de mucho escándalo. O no tengan negros los 
clérigos, pues los hai de ciento, de treinta, de veinte negros, i 
todos comunmente tienen mas negros i grangerias que seglares; 
ó si los tienen, conozca de los delitos la justicia seglar *». 

Este documento revela tres verdades imperantes, 1/ que algu- 
nos clérigos poseian ya muchos negros esclavos, 2^ que estos á 
veces eran castigados con penas crueles^ pues hasta se les que- 



(1) Herr. déc. 4, lib. 5, cap. 11. 

(2) Muñoz, Golee, tomo 78.— Herr. déc. 4, lib. 7, cap. 3. 

(3) Mañoz, Coloc., tomo 78. 

(4) Documento inserto en la Colección de Muñoz, tomo 78. 



— 152 — 

maba, y 3.* que los eclesiásticos aspiraron en América desde muy 
temprano á sobreponerse y avasallar el poder civil. 

Justa era la petición de Espinosa y Zuazo, y accediendo á ella 
el Gobierno, mandó que quedasen sometidos á la jurisdicción ci- 
vil los esclavos, no sólo de los clérigos, sino de los monasterios, 
pues ya estos también los poseían. Tanto abusaban los eclesiás- 
ticos de su poder, que viendo la audiencia de la Española, que 
los negros delincuentes acostumbraban refugiarse ♦a los monas- 
terios y que los frailes los amparaban con escándalo de la Justi- 
cia, dispuso que los entregasen; y para dar más fuerza á esta de- 
terminación, aquel tribunal y otros empleados de la isla^ pidieron 
en 20 de Febrero de 1532 que el Gobierno la sellase con su apro- 
bación. 

Considerábanse los negros como elemento necesario para la 
colonización. Así fué que cuando Wiego de Ordaz ajustó asiento 
con el Rey en 1530 para descubrir y poblar desde el rio Mara- 
iion hasta los límites del golfo de Venezuela, cuya gobernación 
pertenecía á los alemanes, obtuvo licencia para llevar cincuenta 
esclavos negros ^ 

La Real Provisión librada en 25 de Febrero de 1530, que es la 
ley 17, título 26 líb. 9 de la Recopilacim de Leyes de Indias, al 
repetir la prohibición de llevar á ellas esclavos de ninguna espe* 
cíe sin expresa licencia del Rey, mandó taAbie% especialmente 
que no se introdujesen mulatos, niloros, nombre que se aplicaba 
á los de color moreno que tira á negro. 

«Ordenamos, dice^ que no se puedan pasar á las Indias esclavos^ 
ni esclavas, blancos, negros, loros, ni mulatos, sin nuestra expre- 
sa licencia, presentada en la Casa de Contratación, pena de que 
el esclavo, que de otra forma se llevare, ó pasare, sea perdido 
por el mismo hecho, y aplicado á nuestra cámara y ftsco, y los 
jueces de la Casa, oficiales reales, y justicias de las Indias, los 
aprehendan para No^ y no los depositen, ni den en fiado; y si el 
esclavo que así se pasare sin licencia, fuese berberisco, de casta 
de moros, ó judíos, ó mulato, el general ó cabo de la armada 
ó flota le vuelva á costa de quien le hubiere pasado á la Casa de 
Contratación, y le enlregue por nuestro á los jueces de ella; y la 
persona que esclavo morisco pasare, incurra en pena de mil pesos 
de oro, tercia parle para nuestra cámara y fisco, y tercia para el 



(1) Herrera, déc. 4, lib. 10, cap. 9. 



— 153 — 
acusador, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare; 
y sí fuere persona vil, y no tuviere de que pagar, le condene el 
juez en la pena á su arbitrio.» 

Esta ley, sin decir si el mulato pertenecía á secta alguna reli- 
giosa, lo equipara al judío en todas las penas que impone; y si en 
algo lo diferencia del mori«!co, es en que al introductor de este se 
le condena además en mil pesos de oro. La Real Cédula de 19 de 
Diciembre de 1531 volvió á prohibir la importación de esclavos 
berberiscos en América; y esta prohibición prueba á un tiempo 
el empeño del gobierno español en alejar de sus colonias seme- 
jantes esclavos, y la ineficacia de las leyes que se promulgaban 
para conseguirlo. 

Ya por aquel tiempo, casi todo el oro que se cogia en la Espa- 
ñola era producto de negros. Las autoridades de aquella isla dije- 
ron al Emperador en 7 de Julio de 1531, que de la fundación con- 
cluida en primero de dicho mes, el oro cogido por los esclavos 
negros ascendió á trece mil novecientos noventa y cinco pesos; 
mas el de los indios $i diez y nueve pesos solamente \ ;Diferenc¡a 
notabilísima que provenia de la extraordinaria disminución de 
ellos! 

Habíase ordenado desde un principio que del oro que S3 cogiese 
se pagase al Rey la quinta parte. Diego Velazquez, Manuel de 
Rojas y Gonzalo de Q^zmsft, autoridades de Cuba, suplicaron al 
Gobierno que este tributo se redujese al décimo; pero desestima- 
das estas pretensiones, mandóse por Real orden de 15 de Enero 
de 1529, que el oro cogido por los indios continuase pagando el 
Quinto Real, más tan sólo el décimo el que sacasen los españoles 
y los negros. 

Con la importancia de estos en la Española, descubriéronse 
nuevas minas en 1531 *; y en 11 de Agosto del mismo año el 
Obispo y Presidente de aquella Audiencia escribieron á ia Empe- 
ratriz^ que la perpetuidad de la Española, Cuba y San Juan de 
Puerto-Rico consistía en los negros^ y que asi debía permitirse á 
todos, que los llevasen libremente *. Petición igual hicieron el 
Ayuntamiento de la ciudad de Santo Domingo en l.o de Diciem- 



(1) Muñoz, Golee, tomo 79. 

(2) Comunicación de la Audiencia de la Española al Gobierno en 5 de 
•lulio de 1531, inserta en la Colección de Muñoz tom. 78. 

(3) Muñoz, Golee, tomo 79. 



— 154 — 
bre de aquel año, y también el Licenciado Zuazo y el Doctor In - 
fante en 20 de Febrero de 1532 \ sin que se cobrase á los intro* 
ductores más derechos que los de almojarifazgo. . 

Mientras la Española deseaba que se rompiesen todas las trabas 
7 que se diese licencia general para introducir negros, Puerto 
Rico con otras miras, suplicaba que no se le enviasen esclavos 
negros jelofes ni berberiscos^ porque eran la causa del levanta- 
miento de los caribes en las islas vecinas. Esta petición^ bajo las 
apariencias de orden público, encerraba un plan infame. Por or- 
den del gobierno ya se habia dado libertad á los indios inicua- 
mente esclavizados; más como los colonos deseaban que se les 
restituyesen, calcularon que prohibiendo la entrada de negros en 
la isl^ se sentirla la necesidad de brazos, y forzarían de este mo- 
do al Gobierno á que revocase sus órdenes sobre la libertad de 
los indios. Él por fortuna conoció la maligna intención de Puer- 
to Rico, y no cayó en el lazo que se le tendia.* No habiendo en- 
tonces esta isla logrado su intento, volvió á pedir negros, que 
eran el ansia general de toda lá América. 

Más en coger oro que en labores y grangerías empleaban los 
españoles á los indios y á sus negros. Pero conociendo el gobier- 
no que la agricultura era más provechosa que las minas, nunca 
olvidó fomentarla con brazos libres, enviando de EspaiSa á la 
América labradores blancos casados; )^casa¿os digo, porque ha- 
bia en ella mucha escasez de mujeres. Con este motivo, y dos 
años después de haberse expedido la Real Cédula de i 5 de Enero 
de 1529 para reanimar la colonización blanca en la Española^ 
díóse al efecto en 24 de Julio de 1531 comisión real á Francisco 
de Rojas, que á la sazón estaba en Ávila ^ para que los buscase en 
aquel obispado y en el de Salamanca. Orden igual comunicóse á 
Fray Francisco de Talavera, obispo electo de Honduras, para que 
los sacase del obispado de Piasencia. Escribiéronse cartas sobre lo 
mismo á los Corregidores de Toledo y Segovia y á los Justicias de 
Galicia, Poncerrada, Vizcaya, Rárgos, Salamanca, Yalladolid, So- 
ria, Logroño, Madrid, Sto. Domingo de la Calzada, Agreda, An- 
dújar, Córdoba, Ecija y Sevilla *. 

Para coronar estos esfuerzos^ expidió la Reina en Ávila á 9 de 



(1) Muñüz, Golee, tomos 72 y 79. 

(2) Herrera, déc 5, lib. 2, cap. 1 y 5. 

(3) Herr., déc. 4, lib. 10, cap. 5. 



— 155 — 

Setiembre de aquel aSo, una Provisión Real, concediendo fran- 
quezas y privilegios á todos los vecinos y .moradores de sus rei- 
nos y señoríos que quisiesen pasar á Indias. Ofrecióseles libre 
pasaje y los mantenimientos que hubiesen menester, desde el dia 
que llegasen á Sevilla para embarcarse hasta su arribo á las In- 
dias; buen tratamiento y cuidado durante el viaje: desembarcados 
que fuesen en cualquier punto de América, daríaseles de báldelos 
productos de la tierra que necesitasen para sustentarse un año 
desde el dia de su llegada: donación perpetua de tierras, instru* 
montos, utensilios, plantas, simientes y. todo lo demás necesario 
para sus labranzas: indios que les ayudasen á fabricar las prime- 
ras casas en que hablan de vivir en los pueblos que fundasen; pe- 
ro alimentándolos y dándoles un trato moderado mientras los 
tuviesen á su servicio: regalar á cada uno de los que fuesen á la 
Española dos vacas y dos novillos, y á los que fuesen á otra parte 
una vaca y una puerca para que comenzasen á criar: exención por 
el término de veinte años contados desde el dia de su desembar- 
que, de pagar ellos, sus hijos y desendientes, derechos, alcabalas 
y otros impuestos de cualquier género que fuesen, salvo el diez- 
mo, por ser de Dios: ciertas prerogativas. para obtener empleos 
ellos y sus hijos en los pueblos que fundasen: al primer hijo que 
dichos labradores casasen en la tierra, dariansele terrenos, so- 
laros, una vaca y um^puei^a del ganado que allí tenia el monarca; 
poF último, los benefícíos de los pueblos que nuevamente pobla- 
sen serian patrimoniales para sus hijos ^ Mas de todas estas dis- 
posiciones tan benéñcas y tan bien concertadas, poco fruto se 
cogió, porque no fueron muchos los labradores que á Indias pasa- 
ron, ni los pocos que lo hicieron correspondieron á las esperan- 
zas del gobierno. A este propósito cumple citar aquí las palabras 
del integérrimo Obispo de Santo Domingo, el Sr. Ramírez Fuen- 
leal, nombrado presidente de la Audiencia de Méjico, en carta á 
la Emperatriz, fecha en aquella ciudad á 30 de Abril de 1532. 
«Alvarado hace armada para descubrir hacia el Perú. Destas po-| 
blaciones y descubrimientos viene muy gran danno á todo lo des- 
cubierto, porque las gentes que á estas partes vienen es soltera 
y no busca sino á do haya que robar, y luego que oyen descubri- 



(1) Provisión de la Reina, fecha en Áyila á 9 de Abril de 1531, sobre au- 
mentar la población blanca en las Indias. MS. Arch. de Simancas, y Muñoz, 
Colee, lomo 79. 



— 156 — 

miento nuevo^ dejan el propósito que tenían de poblar y asentar; 
y vanse creyendo que lo que está por descubrir es otra Nueva 
España, y con la novedad de la tierra mueren ^..» 

No pudíendo, pues, la agricultura fomentarse con brazos blan- 
cos^ fué cayendo más y más cada día en manos de negros escla- 
vos, sobre todo en las Antillas, por la muerte de los indios. 

En i53i temióse en Panamá un levantamiento de negros escla- 
vos, que se frustró por las oportunas medidas que se tomaron *; pe- 
ro esos temores no impidieron que el Ayuntamiento de aquella 
ciudad pidiese al Emperador en 4 de Setiembre de 1531, que se 
obligase á los asentistas alemanes á vender los negros á precios 
moderados^ y que no obstante este asiento se diese, licencia á otros 
para llevarlos á Panamá. 

Las primeras noticias estadísticas sobre la población de Cuba, 
aunque muy imperfectas, suben aleño de 1532; pues el Licencia- 
do Yadillo, Juez de Residencia en ella, dijo á la Emperatriz en 
carta desde Santiago á 1.^ de Mayo de aquel ano, que podía ha- 
ber entonces de cuatro mil quinientos á cinco mil indios y casi 
quinientos negros/de los cuales habían entrado ciento veinte du- 
rante el tiempo de su permanencia en Cuba; pero que ignoraba el 
número de blancos que había*. Ignorancia muy sensible, porque 
sería importante saber la disminución de estos con su emigración 
al continente. ^ ^ 

Los Oficiales Reales de Cuba en carta al Emperador fechada en 
Santiago á 6 de Mayo del mismo año, le dieron aviso de haber 
llegado la Real Cédula en que se mandaba prestar á la isla el im- 
porte de un año de sus rentas reales para comprar negros, las 
cuales habían ascendido á siete mil pesos de oro. «Tanto oro, aña- 
den ellos, ha procedido de haberse descubierto minas ricas de 
que en cinco meses se cogieron cincuenta mil pesos, y se espera 
auniento este ano. Esperamos el maestro con fuelles y herramien- 
tas para beneficiar la Sierra del Cobre. Todos los vecinos desean 
trabajar en ella.» 

Con aquellos siete mil pesos prestados, habíanse de comprar 
cien negros; y Manuel de Rojas, entonces Gobernador de Cuba, 



(1) De este documento manuscrito que existia en el Arch. de Simaocas, 
hace mención Muñoz en su Golee, de documentos, tomo 79. 
- (2) Herr., dóc. 4, lib. 10, cap. 7. 
(3) Documento en el Archivo de Indias de Sevilla. 



— 157 — 

escribió al Monarca que los vecinos de ella pedian que estos se 
repartiesen á precios y plazos cómodos entre los habitantes que 
pudiesen pagarlos. iVanas ilusiones, como luego veremos ! Poco 
después, ó sea en 18 de Julio del mismo año, los Oficiales Reales 
suplicaron al Emperador que enviase á aquella isla siete mil ne- 
gros. Asi lo dice el documento que he consultado; pero me pa- 
rece que está equivocado, habiendo de ser seiscientos , porque 
en el estado en que Cuba se hallaba, ni necesitaba de tantos ne- 
gros, ni tenia con que pagarlos. 

Los Oñciales Reales de San Juan de Puerto Rico expusieron 
al Gobierno en 2 de Junio de 1532: 

i.^ Que aunque por disposiciones anteriores se habia mandado 
que todos los amos de negros tuviesen un blanco por cada tres 
esclavos, ellos hablan convenido con el teniente de gobernador 
que fuese uifi español por cada cinco negros, pues no bajando el 
salario de aquellos de setenta ú ochenta pesos al ano, era ^muy 
grave el perjuicio que sufrían los dueños de los esclavos. 

2.^ Que la merced de licencia de dos negros á quien quisiera 
establecerse en Puerto Rico, era casi inútil, porque muchos délos 
que la sacaban^ vendíanla en Sevilla^ y no iban á la isla. 

3.<> Que para, coger mucho oro se diese licencia general de in- 
troducir negros, sin necesidad de comprarlos á los asentistas ale- 
manes, pues estos los vendían muy caros. 

4.'' Que los mercaderes gue tenian licencias para llevar ne- 
gros, pometian fraudesf pues con una de ciento introducian 
trescientos.* 

La Real Cédula de ii de H^yo de 1526 fué modificada por la 
Provisión de 28 de Setiembre de 1532. Aquella prohibió indistin- 
tamente la introducción de todo negro bozal', mas esta la restrin- 
gió á solos los jelofes y otros. Hé aquí sus palabras: «Téngase 
mucho cuidado en la Casa de Contratación de que no pasen á las 
Indias ningunos esclavos negros llamados ye¿o/i?.$, ni los que fue- 
ren de Levante, ni los que se hayan traído de allá ni otros nin- 
gunos criados con moros aunque sean de casta de ne^os de Gui- 
nea, sin particular y especial licencia nuestra y expresión de ca- 
da una de las cualidades aquí referidas.»' Esta ley no expresa 
los motivos de la prohibición; pero la indicada Provisión del Em- 



(1) Muñoz, Golee, tomo 79. 

(2) Recop. de leyes de Indias^ lib. 9, tit. 26, ley 19. 



— 158 — 

perador, refiriéndose á los jelofes, dice que eran soberbios^ ino- 
bedientes, reoolvedores, incorregibles y autores de los alzamien- 
tos de negros y de las muertes de algunos cristianos, acaecidas 
en Puerto Rico y en otras islas. 

Para levantar á la Española del abatimiento en que yacía, su 
Real Audiencia pidió al Gobierno en 1532 que se concediese li- 
cencia general para introducir negros pagando solamente los de- 
rechos de almojarifazgo; que se enviasen labradores blancos de 
España; que se permitiese la entrada á los portugueses^ pues con 
sti población pagarían el gasto que en ellos se hiciese; que se re- 
galase á la isla quinientos novillos de los Hatos Reales y diese al- 
guna ayuda para hacer experiencia del trigo y vino que esperaban 
se daría abundantemente; que se les concediese licencia general 
para llevar azúcares, cañafístola, corambres y otras grangerías 
de aquella tierra, no sólo á Flandes sino á otros puertos, sin la 
sujeción de entrar y salir todo por el río de Sevilla, que era lo 
que más destruía las islas; y que los vecinos no pagasen almojari- 
fazgo de los mantenimientos que importaban para sus casas, ha- 
ciendas é ingenios de azúpar, pues no se hacia en todos los otros 
reinos, ni tampoco de las armas ofensivas y defensivas. Muchas 
de estas cosas se proveyeron, pero muchas también se dejaron, 
aguardando la vuelta del Rey D. Garlos que estaba en Flandes, y 
después cuando se proveyeron, las cosas hablan llegado á tal ex- 
tremo, que fueron de poco fruto. 

En 1532, ó muy al principio del siguiente año, el Veedor 
Francisco Rarrientos introdujo en Panamá cincuenta negros y 
treinta negras, según lo escribió él mismo al Emperador eil9 de 

Enero de 1533 '. 

« 

En dicho año el adelantado Francisco Montejo, encargado de 
la coQquista y Gobernación de Yucatán y de la isla de Gozumel, 
alcanzó licencia para introducir cien negros de ambos sexos li- 
bres de derechos, y descubrir con ellos minas en aquellas tierras. 

A Gerónimo Ortal, con quien se asentó para poblar en el golfo 
de Paria, ptrmitiósele también que llevase cien negros de ambos 
sexos, para levantar las dos fortalezas á que se obligó y buscar 
minas. Igual concesión se hizo á otros dos españoles llamados 
Sedeño y Heredia *. 



(1) Muñoz, Golee, tomo 79. 

(2) Muñoz, Golee, tomo 79. 



— 159 — 

En carta á la Emperatriz de 3 de Febrero de 1533, el Ayunta- 
miento de Puerto Rico le decia que los negros importados por 
mercaderes, se vendían á sesenta y setenta pesos ^ En otras car- 
tas de 9 y 18 de Abril del referido año, aquella corporación pi- 
dió á la misma Señora, que para retener á los vecinos en la isla 
y lograr que otros fuesen á ella, se permitiese á cada uno intro- 
ducir diez ó doce esclavos negros; que se prohibiese su impor- 
tación á los mercaderes durante año y medio, y se facultase á sus 
vecinos para introducirlos libremente por diez años. 

La importación licita é ilícita de negros continuó en Puerto 
Rico. Por eso fué que Manuel Lando, uno de los Oñciales Reales, 
expuso al Gobierno en 27 de Febrero de 1534 , que en toda la 
costa de aquella isla solamente existían dos poblaciones, las cua- 
les sobre distar una de otra cuarenta leguas, tenían pocos espa- 
ñoles, pues habla por cada uno de estos seis negros '; propor- 
ción mayor que la de cinco á uno, que era la que la misma isla 
había pedido muy poco antes. 

Manifestóse también entonces que todos aquellos habitantes 
estaban adeudados, unos por no haber querido comprar negros 
para ayudarse, y otros por haberlos tomado al nado muy caros, 
con la esperanza de sacar oro: pero como no lo habían encon- 
trado^ y al mismo tiempo las tormentas habían causado grande 
daño, muchos de ellos estaban ó en la cárcel, ó huyendo por los 
montes, ó en completa ruirya •. 

Además de estas catsas. Puerto Rico estaba bajo la influencia 
del mal que entonces aquejaba á las antillas, pues todas iban des- 
poblándose con el descubrimiento de los tesoros del continente. 

El Gobierno habia mandado prestar á la ciudad de Puerto Rico 
cuatro mil pesos por dos años, para hacer dos ingenios de azúcar; 
mas los Oñciales Reales de ella le suplicaron que aquel plazo se 
prorogase á cuatro, y que el dinero se emplease en comprar ne- 
gros, no para los ingenios, cuya construcción necesitaba de siete 
años, sino para' repartirlos entré los vecinos. La misma súplica 
reiteraron á la Emperatriz aquellos oñciales en 16 Ve Marzo de 
1536, repitiendo que seria más útil repartir los negros entre los 
vecinos que dedicarlos á los ingenios. 



(1) Docum. en el Arch. de Ind. de Sevilla. 

(2) Docum. en el archivo de Indias de Sevilla. 

(3) Documento en el Arch. de Indias en Sevilla, y Carta de los Oficiales 
Reale« de 26 de Febrero de 1534. 



— 160 — 

Los Oñciales Reales de Cuba en carta al Emperador de 11 de 
Julio de 1534, le pidieron con urgencia que enviase los setecien- 
tos negros prometidos para que se familiarizasen con el trabajo 
de las minas, antes que pereciesen los indios; porque de olra 
suerte no podrían sustentarse Jos vecinos, que con las nuevas del 
Perú todos querían marcharse. 

Tomó segunda vez el mando de Cuba Gonzalo de Guzmaa y en 
carta al monarca fecha en Santiago á 31 de Octubre del referido 
año, dice: aLlegué á esta en 19 de Agosto-. Hallé conmovidos los 
vecinos con las nuevas del Perú. Ya se han ido hartos, i quedan 
tan pocos que será menester dar algún corte para que no se des- 
pueble la isla. La Cédula que aquí hay para que puedan ir á tratar 
en tierras nuevas^ dando fianzas de bolver, debiera enmendarse, 
depositando cierta cantidad. De otra suerte la fianza es burla, y el 
que marcha, lleba lo suyo delante. También abusan de la Cédula 
de poder ir á Castilla, para salir de la Isla, y desde la primera 
tierra dó aportan, marchan donde quieren S>. Lo mismo repite en 
carta al Emperador Manuel de Rojas, desde Santiago á 10 de No- 
viembre de 1534, quien para impedir la despoblación de la isla 
propone que se envíen muchos negros, repartiéndolos á precios y 
plazos convenientes entre los que pudiesen pagarlos, y, á los que 
no, se diesen é medias para coger oro. 

Si el número de blancos habla con la emigración menguado en 
Cuba, el de negros habia crecido, y p^r lo mismo inspiraban te- 
mores. «La otra vez, dice Guzman, que fui^Gobernador, y antes, 
con no haber aquí tantos negros como ahora, se hizo una her- 
mandad, en que los que los tenían echaban por cada uno un du- 
cado ó medio peso. Yadíllo mandó que nadie lo pagase; y ahora es 
tan necesario, como que^ sí diez negros se alzan, no podré hallar 
un hombre que los persiga, si no hay de que pagarle *». 

Guzman no determina aquí el número de esclavos negros que 
entonces habia; pero sí el Cabildo de la ciudad de Santiago^ el cual 
dice: «Hay hoy en esta Isla casi* mil negros y negras, con los 
cuales, y con^ indios, los que los tienen cogen oro. Como de lo 
destos se paga un quinto y de negros un décimo, ordenó Yadillo, 
cuando aquí estaba, que pues se regula trabajar un negro doble 



(1) MS. Arch. de Simancas, y Muñoz, Golee, tomo 80. 

(2) Carta al Emperador de Gonzalo de Guzman, fecha en Santiago á 15 de 
Diciembre de 1534. 



— 161 — 

qoe un indio, con esta proporción se pagase, según se hacia en la 
Española. Así se ha hecho de dos á tres años acá. Ahora se opone 
«1 Tesorero Lope Hurtado. Suplicamos ^». 

Pero es curioso saber, que á pesar de aquelloslmil negros, Cuba 
no tenia todavía un solo ingenio. Habíase obligado Gonzalo de 
Guzman dos años antes á hacer uno, si se le permitia la intro- 
ducción de treinta negros de ambos sexos libres de los dos pesos 
de cada licencia que S3 pagaban en Sevilla y del almojarifazgo en 
Cuba. El Consejo de. Indias consultó al Emperador en Madrid el 
21 de Octubre de 1533, que se accediese á la petición de Guz- 
man, con tal que empezase el ingenio dentro de dos años y lo 
acabase en cuatro, dando ñanzas de pagar todos los derechos de 
los negros si no cumplía su compromiso '. Pero Guzman confesó 
después francamente en 15 de Diciembre de 1534 que, <(ni podía 
hacerlo, ni en la Isla había disposición para ello,» por lo cual 
pedia que se le eximiese de tal obligación, mas el Gobierno le 
contestó: «no puede ser ^». Denegación injusta, porque era com- 
prometer á Guzman y obligarle indirectamente á que robase para 
cumplir con su compromiso. 

Por aquel mismo tiempo Fernando de Castro, Factor de Santia. 
^o de Cuba, manifestó al Emperador el 10 de Noviembre de 1534, 
<iue todo lo tenia listo para hacer un ingenio de azúcar á legua y 
media de aquella ciudad, el cual seria el primero de la Isla. Al 
intento pidió merced d| cincuenta indios, licencia para introducir 
cincuenta negros^ibres de todos derechos, y las demás prerogati- 
vas de los ingenios de la Española ^. 

Deplorable era la situación de Cuba. El 4 de Octubre de 1534, 
quemóse en dos horas un tercio de la ciudad de Santiago ". El 
cabildo de aquella ciudad expuso al monarca que habiendo ét man- 
dado desde 1533 se le enviasen los siete mil pesos que estaban 
depositados para negros, los vecinos creyeron que se les presta- 
rían algunos dineros ó concederían otras mercedes; pero como 
nada habían alcanzado, todos querían marcharse al Perú ^ 



(t) Carta al Emperador del Cabildo de la ciudad de Santiago, fecha allí 
éZS de Febrero de 1535. 

(2) MS. Arcb. de Simaocas, y Muñoz, Colee, tomo 79. 

(3) MS. Arch. de Simancas, Cartas 2, y Muñoz, Colee, tomo 80. 

(4) Muñoz. Golee, tomo 80. 

(5) Carta de Gonzalo de Guzman al Emperador en 1 5 de Diciembre de 1 534. 

(6) Carta al Emperador del Cabildo de Santiago de Cuba, en 28 de Febre- 
ro de 1535.— Muñoz, Colee, tomo 8G. 

11 



— 162 — 

Los Oficíales Reales de )a Española^ Pasamente y Caballero, co. 
muDÍcaron á la Emperatriz desde Santo Domingo en 14 de Marzo 
de 1533, que la fundición del oro de aquel año llegaría á sesenta 
mil pesos, pues había empleados en aquella grangería más de 
quinientos negros *. 

Huyendo el Cacique Don Enrique de la opresión que sufría ^ 
sublevóse en aquella isla arrastrando á muchos indígenas y algu- 
nos negros. Trece años duró la guerra con él, y como el Gobierno 
no podia someterle con las armas, pues estaba en las montañas 
del Baoruco, vióse forzado á hacer una transacción, asentando 
paces con él en 1533. Por el artículo segundo comprometióse En- 
rique á que dos de sus capitanes prendiesen á los negros prófugos, 
que cometían graves daños, recibiendo una gratificación por cada 
uno que capturase. Cumplió el indio esta promesa, pues á pocos 
días ya habían sido cogidos algunos de ellos *. 

Insistiendo el Gobierno en la idea de enviar colonos blancos á 
la Española, ajustó en 1533 asiento con un Bolaños, vecino de 
la ciudad de Santo Domingo, concediendo ciertas libertades á loa 
que llevase; y efectivamente, llegaron á la Española en 1533 se- 
senta labradores con sus mujeres, para que poblasen á Monte 
Cristo y Puerto -Real, tierras muy feraces*. 

Habían perecido ya tantos indios en la Española, que la ciudad 
de Santo Domingo dijo al Emperador en 28 de Setiembre 
de 1535: «iHa mas de seis años que no se c^ge oro con indios de 
encomienda, porque no los hay, sino con negros¿*'comprados á se- 
senta y ochenta pesos.» 

En el mencionado año de 1533, el Gobernador Manuel de Ro- 
jas pasó de Santiago de Cuba á Bayamo, y de allí envió dos cua- 
drillas á las minas de Jobabo, en la provincia de Cueyba, para 
someter cuatro negros que se habían alzado, los que pelearon 
hasta morir; y llevados sus cadáveres á la villa del Bayamo, fue- 
ron descuartizados y puestas sus cabezas en «sendos palos,» se- 
gún comunicación del mismo Rojaá al Emperador en 10 de No-- 
viembre de 1534.* * 



(1} Muñoz, Golee., tomo 80. 

(2) Casas, HUt. de las Indias, lih. 3, cap. 125 y 126.— Herr., dóc. 5» 
lib. 5, cap. 4. — De los demás artículos contenidos en aquella capitulación^ 
asi eomo de los acontecimientos de dicha gaerra, trataré cuando escriba 1& 
Historia de la Esclavitud y Encomiendas de los Indios en el Nuevo Mando. 

(3) Herrera, dóc. 5, lib. 5, cap. 5 . 



— 163 — 

Este Rojas participó á Carlos I ea carta de Santiago á 27 de 
Febrero de 1535, que había cinco ó seis años que la mayor par- 
te de los habitantes se servían de negros para las minas. Y en 
verdad^ que si en la Española se acudia enteramente á estos bra- 
zos por la falta casi total de indios, en Cuba no era enteramente 
por la misma causa, sino porque aquellos aun no se hablan em- 
pleado en ella en los ingenios. 

Como en general reinaba la mala fé en los empleados y las ór- 
denes no se cumplían, el Gobierno encargó á los Oñciales Reales 
de Santo üomfngo que averiguasen sí era cierto que los Oidores 
de aquella Audiencia les habían dicho disimulasen y tolerasen que 
las naves portuguesas conductoras de negros á la Española vol- 
viesen directamente á Lisboa, sin dirigirse á Sevilla como estaba 
mandado. En 17 de Junio de 1535, contestaron tos oficíales, que 
ellos no habían podido descubrir la verdad de lo que se \eS pre- 
guntaba. Continuó, pues, el desorden lo mismo que antes. 

Persistiendo el Gobierno en su intolerancia contra los extran- 
jeros, trató de expulsar á los portugueses de la Española. Con 
este motivo, las autoridades de ella hicieron al Consejo de Indias 
en 24 de Julio de 1535 la comunicación siguiente: 

«De V. S. Cardenal de Sigüeuza y VV. Mercedes Beltran Sua* 
rez de Carbajal, hemos recibido carta fecha Madrid 12 de Noviem- 
bre de 1534, por la cual parece nos culpan de negligencia e» 
consentir aquí unj^'acttlr del Rey de Portugal, mandándonos en- 
viarle preso. El hecho es. Había mas de seis años que este Fac- 
tor Andrea Ferrer vino por escribano de una Nao donde traían 
los negros: y ha residido en esta teniendo cuenta y razón de los 
que el Rey de Portugal entregaba á la Compañía de los Alema- 
nes por la licencia que S. M. les dio de poder pasar cuatro mil 
esclavos traídos de las islas é otras partes de Portugal. Así estu- 
bo hasta entregar dos mil quinientos, y quedando por meter el 
resto mil quinientos, parece se desconcertó la contratación de los 
Alemanes con los factores de Portugal, que^an^ las licencias en 
el Reino de Portugal quel los pudiese pasar. Asi prosiguió en me- 
ter esclavos al precio de cincuenta y cinco ducados según mandó 
S. M. Ferrer ha tratado bien sin fatigar á nadie por la paga co- 
mo los Alemanes, ni creíamos podérsele impedir su estada. Mas 
agora por obedecer se le ha prendido^ y embarcará en el Galeón 
de D. González que se queda cargando. Irá el oro de seis bienes, 
y se le dá mucho en esta isla. Quanto á si hay en la isla otros 
Portugueses^ los hay algunos casados y avecindados y mas de dos- 



— 164 — 

cientos solteros Oficiales de azúcares en los ingenios. Labrado- 
res, Carpinteros^ Albañiles, Herreros y de todos los oñcios en to- 
das las poblaciones, é son muy útiles. Sí S. M. otra cosa manda 
se cumplirá, aunque echarlos seria gran daño para la tierra, se- 
gún está falta de gente, á cabsa de los nuevos descubrimientos y 
de no haber indios: no solamente Portugueses, pero de barro 
quisiéramos pobradores. » --^ w 

Y el ayuntamiento de Santo Domingo habló también con fran- 
queza á Carlos I, diciéndole en carta de 18 de Junio del mismo 
año: «La Providencia de V. M. contra el Fator Portugués que 
vino aquí por ios alemanes, la hemos sentido, porque era útil á 
la tierra. Suplicamos lo mande V. M. rever sin dar crédito á per- 
sonas apasionadas.» 

La emigración de las islas no se atajaba. Francisco Barnuevo 
escriUó desde Panamá á Carlos I en 8 de Abril de 1535, que en 
cinco meses haoian llegado á aquel puerto para marcharse al Pe- 
rú seiscientos hombres blancos y cuatrocientos negros esclavos^ 
procedentes ya de Castilla, ya de las islas españolas ^: no fiján- 
dose estos allí, su exportación debia encarecerlos, y así sucedió. 
Poco antes, ó sea en 14 de Febrero del propio año, Martin Pare- 
des escribió también de Panamá al Teniente Gonzalo Martel de la 
Puente, que en aquella ciudad se vendían los negros muy buenos 
al elevado precio de ciento á ciento treinta pesos *. 

Pedro de Heredia comunicó al Emperador desde Cartagena en 
25 de Noviembre de 1535, qne por los males ocasionados por los 
españoles en aquella ciudad, un caballo que antes valia ochenta 
pesos, á la sazón se vendía hasta en quinientos, y que este era 
también el precio de un negro '. 

Habíanse de vez en cuando importado esclavos blancos en Amé- 
rica, y todavía se llevaban á eila. La Real Cédula de 19 de Julio 
de 1534 facultó á Rodrigo Contreras, Gobernador de Nicaragua, 
para que introdujese dos en ella; y en 22 de Diciembre del año 
siguiente, concediéronse á otros españoles veinte licencias más 
para que importasen en Indias esclavos de aquel color ^. 

De Nueva España y de otras partes habían entrado negros es- 



(1) Muñoz, Golee, tomo 80. 

(2) Muñoz, ibidem. 

(3) ídem ibidem. 

(4) ladice general de los Registros del Consejo de Indias desde 1509 i 
1608 



— 165 — 
clavos en Guatemala. Ambicioso Pedro de Alvarado y amigo de 
dinero, no estaba satisfecho con la Gobernación del país que ha- 
bla conquistado. Buscaba nuevas aventuras en tierras lejanas; y 
pa-ra ir á Quito armó una expedición de españoles, indios, y dos- 
cientos negros que acompañaban á sus amos. Salió de Nicaragua 
el 18 de Enero de 1534; y entre la gente que murió de frió al pa- 
sar las siervas nevadas, contáronse muchos negros *. 

Si Alvarado» sacó negros de su Gobernación para las conquistas 
que proyectaba, otros pobladores los importaron para dejarlos en 
los paises donde residían. 

En el mismo ano de 1S35 ajustóse asiento con Don Pedro Fer- 
nandez de Lugo, Adelantado de Canarias, para que fuese á acabar 
de descubrir y conquistar las tierras de la Provincia de Santa Mar - 
ta, y diósele también licencia para llevar á ella cien esclavos ne- 
gros, libres de derechos, debiendo ser hembras una tercera parte 
á lo menos *. Careciendo de ellos en número suficiente, los ha- 
bitantes de Honduras pidieron al Gobierno en 1533 que les envia- 
se ciento para sacar oro *. 

El primer virey de Nueva España fué D. Antonio de Mendoza, 
varón prudente y de tanta probidad, que mereció los elogios del 
virtuoso Bartolomé de las Casas. En las instrucciones que se le 
dieron para su gobernación en 1535, encargósele que no permi- 
tiese vender armis á tos indios, que no las dejase llevar á los 
negros, y que los blancos estuviesen bien provistos de ellas en sus 
casas *. Poco después concediósele licencia para introducir veinte 
esclavos; y por Real Cédula de Madrid en primero de marzo de 
aquel aíio, permitióse á Rodrigo de Albornoz, secretario y conta- 
dor de Nueva Espaiía, importar cien negros esclavos, siendo hem- 
bras un tercio, para un ingenio de azúcar y otras grangerías que 
allí tenía '. 

Habíanse ya traspasado por este tiempo los límites del hemis- 
ferio septentrional, y remontado su vuelo la eiclavitud africana 
hasta lejanas tierras de la América Meridional. 

Debióse el descubrimiento del Rio de la Plata en 1512 á Juan 
Díaz de Solis, quien tornando á España con tales nuevas, salió de 



(i) Muñoz, Colee, romo 80.— Herr. dóc. 5, lib. 6, cap. 7 y 8, 

Í2) Herrera, dóc. 5, lib. 9, cap. 3. 

(3) Herrera, déc. 5, lib. 9. cap. 9. 

(4) Herr., déc. 5, lib. 9, cap. 2. 
t5; MuDoz, Colee, tomo 80. 



— 166 — 

Lepe en 8 de Octubre de 1515 con tres naves tripuladas á sus ex- 
pensas; y volviendo á entrar en aquel rio^ pereció á manos délos 
indios charrúas que habitaban en las márgenes de la banda orien- 
tal. Pasaron algunos años sin que entrasen negros esclavos en 
aquella región; y la primera noticia de ellos no la encuentro sino 
en la Real Cédula de.li de Diciembre de 1534, en la cual se da 
licencia á Domingo de Irala para llevar doscientos negros, mitad 
varones y mitad hembras ^ Si Irala efectivamente ios introdujo^ 
no lo puedo asegurar; pero si no lo hizo, recibiólos poco después 
aquel país, aunque en más corta cantidad que otras colonias, por 
razones que más adelante expondré. . 

La conquista del Perú abrió la puerta á la de Chile^ en donde 
entraron los primeros negros en 1536^ cuando Diego de Almagro 
marchó del Cuzco á explorar aquel país del todo desconocido. En 
su expedición iba el bagaje al cuidado de los indios Yanaconas y 
de algunos negros. Siguióle en el mismo año Rodrigo Orgoñez con 
otra que se formó en el Cuzco, á cuyo servicio iban también ne- 
gros, y de los que murieron muchos de frió en ambas expedicio- 
nes al pasar las sierras nevadas '. Más adelante los soldados de 
Pedro Valdivia cayeron en una emboscada de los indios. «Salie- 
ron, dice Góngora, de sobresalto contra todos ellos... los pobres 
españoles viéndose en tanta necesidad, pelearon desesperadamen- 
te sin que quedase ninguno dellos á vioa, si^o fué el capitán 
Gonzalo de los Riosyun negro, que acertaron á tenerlos caballos 
ensillados cuando oyeron salir los indios de la emboscada '. » 

Apenas habían corrido cuarenta y cuatro años desde el descu- 
brimiento del Nuevo Mundo, y treinta y seis de la entrada de los 
primeros negros en él, ya estos se hallaban esparcidos por las in- 
mensas regiones de América desde las grandes antillas y Nueva 
Espbña hasta la provincia de Buenos Aires en el Atlántico y ia de 
Chile en el Pacífico. Bajo el sistema general de licencias conce- 
didas y de poco9 asientos ajustados para importar negros/ siguió 
la esclavitud de la raza africana echando nuevas y profundas rai- 
ces en el imperio hispano-ultramarino. 



(1) Muñoz, Colee, tomo 80. 

(2) Herr., déc. 5, lib. 10, cap. I, 2 y 3.— Inca Garcilaso de la Vega, Co- 
mentarios RecUes, parte 2, lib. 2, cap. 20. 

(3) Historia de Chile , de su descubrimiento hasta el año de 1575, com- 
puesta por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo; impresa en el Memorial 
Histórico Españolf Colección de documentos, opúsculos y antigüedades que 
publicó la Real Academia de la Historia, tomo 4, Madrid 1852. 



LIBRO IV. 



RESUMEN. 



Proyecto de asiento de negros con alemanes.— Asiento de negros con Cristó- 
bal Francisquini. — La Española pide negros. — Corsarios franceses. — Vadilio 
y sus correrías. — Conspiración de negros en Nueva-España.— Quejas de la 
Contratación de Sevilla. — Corsarios en la Española. — Alzamiento de negros 
en Cuba.— Negros del Brasil en Puerto-Rico.— Instrucción religiosa y m'\- 
trimonios de algunos negros esclavos. — Increm'ento de negros en el Perú. 
— Inútil restricción para la entrada de negros en Indias.— Portugueses im- 
portadores de esclavos. — Protección al esclavo. — Peticiones de la Española 
para importar negros.— Nuevas reclamaciones contra el monopolio de Sa- 
N'ilia. — Asiento con los Torres. — Corrupción de los negros en el Perú y la 
Española. — Muchedumbre de vacas en la Española.— Población de Cuba 
cuando la visitó el obijpo Sarmiento.— Nuevos alzamientos de negros en la 
Española, y temores del gobierno. — Carestía de comestibles en la Española. 
— Nuevos alzamientos de negros en el Continente.— Peste en Nneva-Espa- 
üa.— Embriaguez de indios y negros.— Primer ingenio en Cuba.— Repftense 
los alzamientos de negros.— Renuévase la expulsión de ciertos esclavos. 
— Negociaciones sobre negros entre España y Portugal.— Reclamación 
de la Española contra la venta de negros sin tarifa. — Petición de Ángulo, 
gobernador de Cubar — Extranjeros.— Consultas del Consejo de Indias. -« 
Ordenanzas para los negros en el Perú y en otras partes.— Vestidos y ar- 
mas.— Negros armados en las guerras civiles.— Introducción anual de ne- 
gros en la Española. — Huracán y carestía en ella. — Alzamientos de negros 
«n Venezuela y en Panamá.— Capitulación con los alzados.— Temores en 
Nueva-España. — Rebelión da Hernández Girón.— Apuros de Carlos I y li- 
cencias de negros.— Capitulación con Fernando d^Ochoa, y oposición á 
ella.- Deplorable estado de la Española y de Culia.— Memorial del Perú.— 
Tarifa general para los negros.— Medidas contra su contrabando.— El pira- 
ta Hawkins en la Española.— Hijos de españoles habidos en sus esclavas. 
—Capitulación sobre las Floridas, y labradores portugueses para la Espa- 
ñola. —Revocación tácita de la Cédula de 11 de Mayo de 1526.— Matrimonio 
de españoles con negras y mulatas.— Aumento del almojarifazgo. — Tributo 
general sobre la raza africana.— No siempre fué cruel la esclavitud de los 
negros en la América española. —El corsario Drake.— Providencias gene- 
rales contra negros prófugos.— Ocultación de negros y soldados.— Diferen- 
tes razas y castas en América.— Albinos.— Caso raro citado por Gumilla.— 
•Concilio mejicano.— Españoles que condenaron el tráfico de negros y aun 
la esclavitud en el siglo xvi.— Casas, Mercado y Albornoz* 



— 168 - 

Ya hemos dado cuenta en el libro anterior del asiento ajustado 
en 1528 con los alemanes Enrique Einger ó Alfinger, y Gerónimo 
Sayller, para introducir en Indias cuatro mil negros, y ahora tro- 
pezamos con un proyecto de asiento hecho en Válladolid en 1536, 
con los ya referidos alemanes y Rodrigo de Dueñas. La minuta de 
este asiento hállase en un manuscrito del archivo de Indias en 
Sevilla *, y es como sigue: 

«Dáseles facultad de llevar á Indias cuatro mil esclavos en cua- 
tro años y venderlos al precio que puedan, siendo la tercera par- 
te hembras. En esos cuatro años á ninguno se dará licencia de 
pasar esclavos, salvo si se hace merced á alguno para descubri- 
miento ó conquista nueva, de cien esclavos, y á algún conquis- 
tador ó poblador de llevar cada uno dos esclavos. Por ello paga- 
rán en los fines de Octubre inmediato veinte y seis mil ducados. » 

Este asiento no tuvo efecto, porque Alonso Caballero y Gaspar 
de Torres, vecinos de Sevilla, propusieron las mismas condiciones, 
ofreciendo además de los veinte y seis mil ducados, prestar al Go- 
bierno catorce mil más; pero esto se quedó en proyecto, pues en 
23 de Junio de 1537 el Gobierno recibió nueve mil setecientos 
cincuenta ducados por el nuevo asiento que ajustó con Cristóbal 
Francísquini y Domingo Martínez, vecinos de Sevilla, para que 
llevasen á Indias mil quinientos esclavos libres de todos derechos. 

Yo no sé si este asiento corrió la misma %uert^ que los dos pro- 
yectados anteriores; lo cierto, es que el tráfico no sólo cobró fuer- 
zas en el nuevo continente, sino que prosiguió en las cuatro gran- 
des antillas, á pesar del estado decadente en que se hallaban y de 
la muchedumbre de negros que ya habla, sobre todo en la Espa- 
ñola. Al hablar Oviedo de esta en aquel tiempo, dice: «De los cua- 
les (negros) ya hay tantos en esta Isla, á causa destos ingetiíos^ 
de azúcar, que paresce esta tierra una efigie ó imagen de las mis- 
ma Elhiopia *.» 

No obstante esta jauchedumbre, queríanse todavía más esclavos, 
y la Audiencia de la Española quejóse á la Emperatriz en 12 de 
Julio de 1536 de la falta que de ellos había, expresándose en los^ 
términos siguientes: 

«Todo lo de estas partes ya se sostiene con Negros, y los Mer- 



(1) Expediente Eíicomendados, g. 4.—Muñoz registró esta minuta en su 
Colección, tomo 80. 

(2) Oviedo, Hist. Gen. de las Indias^ lib. 5, cap. 4. 



_ 169 — 

caderes viendo la necesidad suben los precios^ que los venden á 
ochenta y aun cien (pesos). Pídennos los vecinos que pongamos 
tasa. Lo mejor seria que se tragesen por V. M. á cargo de los 
Oficiales de Sevilla; ó por la forma que estuvo asentada con Fray 
Luis de Figueroa, Prior de la Mejorada que V. M. tenia mandado 
viniese por Presidente á esta Audiencia, que V. M. tomase asienta 
con el Rey de Portugal. » 

Lo mismo pidieron á la Emperatriz los Oficiales Reales de aque- 
lla isla en 12 de Setiembre del referido año« fundándose en que 
los negros que antes se compraban en Cabo-Verde en veinte du- 
cados, ya valían allí cuarenta y cincuenta, vendiéndose en la Es- 
pañola á setenta y ochenta pesos. Era, pues, todo el provecho 
para los mercaderes que los llevaban, quedando los vecinos po- 
bres y adeudados. 

La ambición del Emperador Carlos V y su rivalidad con Fracis- 
col de Francia, hablan ensangrentado con sus guerras la parte 
más hermosa de Europa; y si bien aquel era por tierra más fuer- 
te que su enemigo en los campos de batalla, este buscaba alguna 
compensación en los mares. Para hostilizar el comercio español, 
lanzaba corsarios, los que de preferencia se dirigían al Nuevo Mun- 
do, porque sus nacientes poblaciones escasas de habitantes y casi 
indefensas, ofrecían más fácil y rica presa. 

Ya desde 1529 losg^orssí^íos franceses ocasionaban inquietudes 
y graves daños á algunas posesiones españolas'; pero las guerras 
posteriores fuéronles todavía más funestas. Mencionaré, pues, en 
el curso de esta historia^ aquellos asaltos é invasiones en que los 
negros esclavos fueron, ó defensores de la bandera de Castilla, 6 
víctimas de la rapacidad de los corsarios. 

Uno dé estos entró en el puerto de la Habana en Febrero de 
1537, tomó los buques que en él habia, quedóse allí para apresar 
los que de Nueva España y Tierra-firme debían llegar, y saqueó 
aquella \illa; mas sospechando que le echasen á pif[ue los indios 
y negros zabullidores qne habia en la Habana, dio la vela sin que 
se supiese más de él*. 

De grande ayuda fueron los negros esclavos á los españoles en 
sus expediciones y entradas para descubrir; pero en la que em- 
prendió en Febrero de 1537 el Licenciado Vadillo, que habia ido 



(t) Herrera, déc. 4, lib. 6, cap. 12. 

(2) MS. Arch. de Simancas, A. 5, y Muñoz, Golee, tom. 81. 



— 170 — 
á Cartagena á residenciará Pedro de Heredia, Gobernador de aque- 
lla provincia, nótase la circunstancia de que no sólo llevaba 
muchos negros varones, sino muchas hembras. Esto corrobora la 
opinión de los que pensaban con algún fundamento, que la intención 
deVadilloera menos descubrir que marcharse en pos de las rique- 
zas del Perú/ Pero no llegó á él, y en vez del oro que buscaba en 
sus correrías, que duraron más de un ano, no encontró sino in- 
mensos trabajos, hambres y lástimas de que nmrteron muchos es- 
pañoles, indios y negros, sin contar, el número considerable de 
^stos que se huyó en cuadrillas^. 

La des[$oblacion de las Antillas obligábalas á pedir negros co- 
mo remedio á los males que sufrían; y no solo sus vecinos sino 
otros español3S procuraban obtener licencias para importarlos. 
Uno de ellos fué el valiente y desventurado Hernando de Soto, 
pues al capitular con el Gobierno en Valladolid á 20 de Abril de 
i537 sobre la conquista y población de Florida, alcanzó permiso 
para llevar á Cuba cincuenta esclavos negros, libres de todo de- 
recho.' Mas yo creo que tales negros no se importaron, porque 
no se hace mención alguna de ellos en la expedidon con que 
Soto aportó á dicha antilla para continuar su viaje á la Florida. 

Concedíanse á veces licencias para importar negros en Indias 
sin designar el país adonde debían llevarse; y una de este géne- 
ro obtuvo Juan Galvano en Íü37^ para^ntro¿ucir en donde más le 
conviniese cuarenta y nueve negros, sin pagar ningún derecho. 

£n 17 de Julio de aquel aílo, los unciales Reales de Santo Do- 
mingo pidieron al Emperador que los portugueses que en sus via- 
jes á la EspaEiola pasaban por las islas de Cabo Verde, pudiesen 
tomar en ellas algunos negros y dejarlos en Santo Domingo, en 
cuyo caso se cobrarían, además del almojarifazgo, dos pesos en 
vez de los dos ducados que se pagaban en Sevilla para elConsejo \ 

El Cabildo de Santo Domingo escribió al Emperador en 23 de 
Noviembre d% 1537 lo siguiente: «Lo principal de todo ^s en esta 
ciudad que convendría cercar, y para ello efectuar lo que ya V. M. 



{!) Herr., dóc. 6, lib. 6, cap. 4. . ^ 

(2) Relación del Licenciado Vadillo á su amigo Francisco Dávila, vecino 
de la ciudad de Santo Domingo en la Española. De esta relación tomó Ovie- 
do todo lo que dice sobre aquella expedición en su Hist. Gen, de de las ¡ü" 
dicLS, lib. 27, cap. 10, 11 y 12. 
. (3) Herrera, déc. 4, lib. 4, cap. 6. 

(4) Oocum. en el Arcb. de ludias en Sevilla. 



— 171 — 

concedió en tiempo de menos necesidad, se trajesen doscientos 
negros por V. M., ó se nos den las vacas que aquí V. M. tiene 
aunque no valen tanto como doscientos negros, pues con lo ha- 
bido de ellas se traerian los que se puedan *.» 

Con el fin de abastecerse de negros, la ciudad de Santiago de 
Guba escribió á Garlos I en 10 de Abril de 1537 dieiéndole: 
«...Ya sabrá V. M. que los indios naturales vienen en mucha dis- 
minución, y como el traer negros es lo que más ha de durar, su- 
plicamos que los vecinos puedan traer doscientos ó trescientos sin 
pagar licencia sino sólo el derecho de siete y medio por ciento *.» 

En 27 de Agosto de 1536 y 25 de Enero de 1537, Alonso de 
Lapuente, uno de los Oficiales Reales de Puerto -Rico, participó 
al gobierno que en aquella isla se hablan introducido doscientos 
negros, ciento con licencia, y los demás por contrabando. En 
otra comunicación que el dicho Lapuente hizo también al gobier- 
no desde Puerto-Rico en 4 de Setiembre de 1337, le expuso que 
mientras todos los negros eran* introducidois en la Española, Cuba 
y Tierra-Firme, á Puerto-Rico, lejos de llevarse algunos, habíanse 
sacado de ella para las nuevas poblaciones. 

«Por lo que (son palabras de Lapuente) Juan de Castellanos, 
Procurador della, agora dos años suplicó á V. M. concediese á los 
vecinos y á los que nuevamente viniesen casados, que pudiesen 
traer negros paragsus itaciendasy grangerías cada diez, y los 
Justicias Regidores cada veinte, pagando acá derechos de licen- 
cia y almojarifazgo. Y porque V. M. mandó que los derechos de 
licencia se pagasen allá, no sacó la Provisión. Suplicamos el goce 
de la merced como se pidió. » 

El gobierno hizo al Oficial Real Castellanos la gracia de que 
llevase consigo á Puerto -Rico treinta casados y cincuenta solteros 
blancos, con facultad de introducir cada uno de ellos dos negros 
en la isla, y dándose además á cada casado diez ducados para 
ayuda de flete y matalotaje. Los cincuenta salteros fueron á 
Puerto-Rico con Castellanos; pero no ninguno de los casados. 

En Setiembre de 1537 descubrióse en Nueva España una cons- 
piración de negros esclavos, y á describirla yo, prefiero insertar 
íntegra la comunicación que el Virey D. Antonio de Mendoza en- 



(1) Manuscrito del Arcbivo de Simancas, Cartas 24, citado por Muñoz en 
su Colee, tomo 81. 

(2) Muñoz, Colee, tomo 81. 



— 172 — 

Tió al Emperador, porque contiene algunas noticias importantes 
sobre el estado que entonces tenia aquel país. Dice: 

A 24 del mes de Setiembre pasado tuve aviso de que como los 
Negros tenían elegido un Rey y concertado entre ellos de matará 
todos los Españoles y alzarse con la tierra, y que los indios eran 
también en ello, y por ser el que me lo havia venido á decir un 
•Negro dellos, no le di mucho crédito, mas de procurar secreta- 
mente de saber si era verdad, y mientras esto se hacía mandé á al- 
gunos de mi casa que se fuesen de noche y estuviesen entre los In- 
dios escondidos sin que dellos fuesen sentidos, y mirasen si havia 
alguna novedad, y haviéndola viniesen á dar mandado dello porque 
como yo lo sabia aunque no lo havia creido, no quise estar de- 
sapercibido para si por ventura fuese verdad y sintiesen ellos que 
lo sabia y quisiesen venir sobre nosotros, y estando la cosa así con 
las diligencias que hice vine á hallar algún rastro, y luego á la ho- 
ra hice prender al questaba elegido por Rey y á los más principales 
que se pudieron havér, y di mandado dello á las minas y á los 
pueblos que aquí hay de Españoles, para questuviesen sobre aviso 
y tuviesen á buen recabdo los negros que .en cada parle destas 
hubiese, y así se hizo; Ios-negros que se prendieron confesaron 
ser verdad de estar entrellos hecho este concierto de alzarse con 
la tierra y se hicieron quartos en esta Cibdad y en las minas de 
Amatepeque donde embié á ello á Frarftisco^azquez de Coronado 
hasta dos docenas dellos con quatro negros y una negra que los 
indios mataron y me trujeron salados de los que se havian ausen- 
tado porque yo les mandé que los prendiesen ó los matasen, y con 
esto se atajó, procuróse de saber todo loque fué posible la culpa 
que en esto tenia n los naturales, y hasta agora no se ha podido 
aberiguar quellos fuesen en ello más de creer que lo sabían, y que 
sí los Negros lo comenzaran y nos fuera mal quellos acabaran la 
cosa.» 

«Tiénese p(y cierto que dio atrevimiento á lestes negros para 
querer hacer este levantamiento, lo uno las guerras y necesidades 
que V. M. tiene porque de allá todo se escribe más particular- 
mente de lo que seria necesario y viene á noticia de los negros 
y de Indios sin que se les encubra nada, y lo otro el tardar en es- 
ta coyuntura tanto los navios como agora que no deja de ser har- 
ta parte para ello á causa que un Fraile dijo que en diez ailos no 
havia de venir navio de España, aunque él dice que se lo leban- 
taron, y no me maravillo de lo que querían hacer los Negros, por- 
que aun los Españoles quieren mostrar y dar á entender la nece- 



— 178 - 

sidad que dellos se tiene aunque todo está muy saneado; Y. M. 
deve mandar que ordinariamente vengan navios por manera que 
amenudo se sepa de allá, porque será mucha parte para que to- 
dos estén alegres y la tierra en más concertamiento y sosiego.» 
«Visto esto y que con no haber muchos negros en esta tierra 
querían intentar tan gran libiandad, me páreselo de escribir á Y. 
M. que por agora cesase de mandar embiar acá la cantidad de ne- 
gros que tengo escritos que se embieu^ porque habiendo muchos- 
y subcediendo otra cosa como esta, podríamos poner en mucho 
trabajo y la tierra en términos de perderse. » 

«Deste lebantamiento de los negros resultó que hice hacer 
alarde para mas despertar la gente y saber el aderezo de armas y 
caballos que cada uno tenia, y halláronse hasta seiscientos, y 
veinte de caballo, destos serian útiles para poder servir los cua- 
trocientos cincuenta dellos bien en orden y otros tantos de pié 
bien aderezados, sin otros muchos que por indisposición y otros 
impedim lentos justos dejaron de salir.» .... 

Esta conspiración infundió tantos recelos en el ánimo del Yí- 
rey Mendoza, que pidió al monarca suspendiese la remisión á Nue- 
va España de los negros que antes habla pedido. De advertirse 
es que entonces y aun algunos años después, la población negra 
esclava estuvo reconcentrada casi toda en la ciudad de México y 
en sus comarcas vecinas; mas luego que los españoles comenzaron 
á multiplicar los ing^ios ie azúcar y á cultivar las plantas de los 
climas tropicales, la raza negra se fué condensando, y acabó por 
predominar en las costas del Atlántico y del Pacífíco y en las de- 
más tierras calientes. 

. Entre las obras públicas que emprendió aquel Yirey, una fué 
la construcción del muelle y fortaleza en el Puerto de San Juan de 
Ulúa, empleando más de cien negros que compró á precios dife- 
rentes, y veinte de ellos en dos mil pesos. Su valor, así como los 
demás gastos que se hicieron en aquellas obras, sacólos del im- 
puesto de un peso de oro de minas, equivalente á^ cuatrocientos 
cincuenta maravedis, que echó sobre cada tonelada de todas las 
mercancías que llegaban á dicho puerto, y también de otro peso 
de oro por cada negro esclavo que habia en Méxíco\ 

Sometido el Nuevo Mundo desde su descubrimiento al más rigu- 
roso monopolio mercantil^ la Gasa de Contratación de Sevilla, lé- 



(1) Relación de Bartolomé Zarate. Regidor de México, de 1526 á 1D43. 



_ 174 - 
jos de propender a destruirlo, empeñábase en mantenerlo. Quejóse 
por eso á Carlos I en 4 de Diciembre de 1537 de que las naves 
portuguesas que tenian licencia de llevar negros á Indias, bajo la 
obligación de tornar directamente a Sevilla, ninguna lo había 
hecho, á pesar de la pena que debían sufrir, pues todas tocaban 
primero en Lisboa, dejando allí los metales preciosos y otras 
mercaderías. 

El 1.0 de Febrero de 1538, un corsario francés de ciento cin- 
cuenta toneladas y un patache tripulados con cien hombres, sur- 
gieron en Puerto-Hermoso, de la Española, quince leguas de la 
ciudad de Santo Domingo, y tomaron tres bergantines y doce ma- 
rineros que iban á la villa de Azua. Al punto que la Audiencia lo 
3upo, envió setenta hombres de á caballo y cincuenta peones; mas 
cuando llegaron, ya los franceses hablan robado el ingenio de 
Ocoa, otro de Azua, y pedido considerable cantidad de dinero á los 
vecinos, con amenazas de quemarlo todo. No pudiendo consumar 
su proyecto devastador por la llegada de los castellanos , mata- 
ron cruelmente á4os maestres de los bergantines que cogieron, 
y lleváronse quince negros de los ingenios, tres mil arrobas de 
azúcar y otras cosas'. 

En 1538 llegó á Santiago de Cuba de Alcalde Mayor el Licen 
ciado Bartolomé Ortíz, y halló alzados algunos negros, que matan- 
do á españoles y á indios aterraron tanto la población, que nadie 
osaba andar por la tierra. Para remediad tai^>triste estado, enviá- 
ronse cuadrillas contra los negros; y como los corsarios franceses 
hablan saqueado y quemado la Habana, é intentado hacer lo mismo 
con la ciudad de Santiago dos meses antes de la llegada de Ortíz, 
el Gobernador comenzó á construir un baluarte, para el que dio un 
tiro suyo de artillería, y se compraron otros de mayor tamaño '. 
La tranquilidad de Cuba alterada por los indios y los negros 
habia mejorado mucho en 1539, pues el referido Licenciado Bar- 
tolomé Ortíz, en carta al Emperador y al Consejo de Indias des- 
de Santiago djjCubaá 8 de Noviembre de aquel'año, dice: «Con 
acuerdo del Obispo y principalmente de esta ciudad, envié cua- 
drillas, se han prendido muchos, asi de los indios rebelados como 
de los cimarrones; se ha hecho justicia, y ya está la Isla segura.» 



(1) Despacho de la Audiencia de Santo Domingo al Emperador, en 10 da 
Abril de 1538. 

(2) Carta *al Consejo de Indias de Bartolomé Ortiz, Alcalde Mayor de Gu« 
ba, fecha en Santiago á 30 de Marzo de 1539. Muñoz, Colee, tomo 81. 



— 175 — 
Pero sí segura, añado yo^ no gozaba por cierto de completa tran- 
quilidad^ pues casi nunca faltaban negros alzados que inquietasen 
á sus vecinos. 

No de África ni de pueblo alguno español sino del Brasil reci- 
bió Puerto-Rico en 1538 algunos negros y cuarenta y cinco blan- 
cos, de los que muchos iban acompañados de sus mujeres. Vivían 
en el Brasil, dó era Gobernador Juan Alonso de Sosa, en un pue- 
blo fundado más de quince años antes. Alzáronse los indios, 
cortáronles el agua, quemaron las labranzas, mataron algunos 
portugueses, y huyendo los que escaparon hicieron su navegación 
costa á costa, por falta de gmndes naves que los llevasen á Por- 
tugal. Uno de los tres carabelones que los conducían se fué á 
Santo Domingo, mas los otros dos se quedaron en Puerto-Rico 
con ciento cuarenta negros esclavos que habían sacado sus amos \ 

Cediendo Garlos I á sus propios sentimientos, é imitando el 
ejemplo de los Reyes Gatólícos sus abuelos, ordenó en i538 que 
todos los que tuviesen esclavos negros en la ciudad de Santo Do- 
mingo, los enviasen á lasiglesias ahora fija para qye les enseñasen 
la doctrina cristiana sin impedir'el oficio divino, y recomendán- 
dose al mismo tiempo á aquella Real Audiencia, que los clérigos y 
frailes nombrasen personas idóneas para desempeñar este encar- 
go*. Si semejante disposición en vez de limitarse á Santo Domingo 
hubiera sido general y ejecutádose con puntualidad , sazonados 
frutos habría producido en ¡ps esclavos de aquella raza, porque el 
cristianismo, moralizaffdo al hombre, es el freno más fuerte que 
le contiene en sus desmanes y pasiones. Pero los benéficos deseos 
de aquel moaarca eran irrealizables, porque el clero que desgra- 
ciadamente existia entonces en las Indias, si bien contaba en su 
número algunos varones de doctrina y virtud, componíase en ge- 
neral de personas indignas de pertenecer á corporación tan respe- 
table. Y esto no provenía de negligencia del gobierno, porque 
empeñado desde el principio de la conquista en la conversión de 
los indios, mandó desde 1506 y 1511 que los Oficiales de la Gasa 
de Contratación de Sevilla examinasen á los clérigos que deseaban 
pasar á Indias, y que si no los hallaban aptos para desempeñar su 
ministerio, se quedasen en España *. Ordenóse además que nin- 



(1) Carta al Emperador de los Oficiales Reales do San Juan de Pío. -Rico, 
en 29 de Noviembre de 1538. 

(2) Herr., dóc. 6, lib. 5, cap. 4. 

(3] Herr., déc. 1, lib. 6, cap. 20, y lib. 9, cap. 5. 



— 176 — 

gUD clérigo pudiese ir á aquellas tierras sin previa licencia de su 
Prelado y del Rey; y que si alguno se encontrase sin ella, fuese 
devuelto á Castilla \ Acertadas eran estas disposiciones; pero oo 
cumplidas por los encargados de ejecutarlas^ el clero de las Indias 
hallábase gravemente enfermo. Nada demuestra tanto esta verdad 
•como la Real Cédula fecha en Toledo á 23 de Mayo de i539^ co- 
municada á los Oñciales Reales de la Casa de Contratación de Se- 
villa: 

c Sabiendo que pasan á Indias clérigos y frailes sin licencia, unos 
buidos por delitos, otros por no dejarles servir beneficios, de que 
son inhábiles; que muchos se fíngen» legos, soldados y en otras 
formas, ó se van á Canarias y de allí pasan etc. : en adelante, en 
. la información para pasar, pregúntese si son clérigos ó legos ó 
frailes; téngase diligencia, y al que se halle fraile ó clérigo dis- 
frazado, se le embie preso á sus prelados: que los Maestres no to- 
men en Canarias clérigo ni fraile, ni aquí, sin vuestra licencia '.» 

Y si damos crédito al Tesorero de Cuba Lope Hurtado, los de- 
sórdenes de tan lamentable situación alcanzaban á veces hasta los 
mismos obispos, pues quejándose del que entonces cenia la mitra 
de aquella isla, estampa en su carta á á Carlos I de 20 de Enero 
de 1539 estas dolorosas palabras: 

«El Obispo tomó del Fator por orden de V. M. veinte y nueve 
mil setecientos maravedís de limosna, para las iglesias, y los ha 
malgastado. Como fué provisto de Inquisidor, se hace dueño de 
todo, hasta de las mujeres que son de bueflf parecer; por manera 
que á esta causa se han ido de la ciudad dos casados»... «Al 
Obispo manda Y. M. se den mil ducados de sus rentas si no su- 
fragan los diezmos. Entre tanto él hurta á Y. M. los derechos en 
mercaderías que introduce, y vende como tratante ^.» Esto último 
confirman los Oficíales Reales Hernando de Castro y Juan de 
Agrámente, en su carta al Emperador, fecha en Santiago de Cuba 
á 8 de Abril de 1540 \ 

Conociendo el Consejo de Indias mejor que Carlos I la índole 
de los ObispSs que iban al Nu%vo Mundo, inclinábase á que estos 



(1) Hürr., Descrip. de las Indias^ cap. 28. 

(2) MS. Gasa de GontratacioD de Cádiz, y Muñoz, Golee, tomo 81. 

(3) Manuscrito del Arch. de Simancas, Cartas legajo 22, registrado por 
Ikluñoz en su Golee, tomo 81. 

(4) ídem ibidem. 



— 177 — 

fuesen frailes y no clérigos; pero aquel monarca que al princi- # 
pío parece estaba de acuerdo con su dictamen, cambió después 
de opinión al ver que ya se hablan nombrado muchos clérigo» 
para los obispados de Indias ^ 

Para moralizar los negros esclavos^ habla encargado el gobierno 
tiesde el principio de la conquista que se procurase cacarlos entre 
si; orden que repitió en 1527, 1538 y aun después. 

Suscitáronse altercados peligrosos en Nueva España entre los 
amos y sus negros esclavos, pretendiendo estos ser libres en vir- 
tud del matrimonio. Hubo, pues, el Rey de declarar en 1538, que 
tales negros no podían reclamar su libertad, aunque se hubiesen 
casado con expreso consentimiento de aqiiellos; porque siendo, 
según las palabras del monarca^ da mayor parte de los negros, 
viciosos, se amancebaban, y sus dueilos, para sacarlos de pecado, 
ios casaban, y luego pretendían íser libres *.)> Ni se circunscribió 
«sta resolución á sola* Nueva España, pues también se extendió 
{K)r repetidos mandatos a todos los paises del Nuevo Mundo '. 

Ya hemos visto que los conquistadores ^ pobladores que pasa- 
i)an al Perú, llevaban negros cuyo numeró creció desde que el 
Crohletno, para favorecer á los indios, dispuso eh 1538^ que estos 
no sé echasen á minas, y que para beneficiarlas se introdujesen 
negros esclavos *. De los que antes habia, perecieron muchos de 
frió en aquel año en los descubrimientos que Pedro Anzuares hí- 
20 en tierras det»Perú *. 

Habíase prohibido por la Real Cédula de Burgos en 6 de Se- 
tiembre de 1521, ^ue los esclavos negros acompañasen á los cris- 
tianos en sus descubrimientos y viajes para conquistar, porque 
solian fugarse, y eran perjudiciales á los indios; pero esia orden, 
lejos de cumplirse, fué derogada por la práctica contraria, y aun 
por el tácito consentimiento del Monarca, porque los españoles 
acostumbraban llevar negros esclavos á sus descubrimientos y 
entradas; y así también lo hizo en su expedición al Nuevo Rei- 
no de Granada el Licenciado Gonzalo Xímene#de Quesada, quien 
^l dar cuenta de ella al Visitador Miguel Díaz Armendariz, le di- 



(1) Véase el apéndice DÚmero 9. 

(2) Herrera, déc. 7, lib. 5, cap. 9. 

(3j Reeop. de Leyes de Indias, lib. 7, til. 5, ley 5. 

(4) Herrera, déc. 6. lib. 5, cap. 4. 

^5) Herrera, déc. 6, lib 5, cap. 2. 

12 



— 178 — 
^ ce haber fundado en i538 la población de Santa-Fé de Bogotá, 
y dejado en ella las personas que tenían cuadrillas de negros^ 
para que hiciesen sementeras, y empezasen á sacar oro de las ri- 
cas minas que allí habia ^ 

Conducta semejante siguió el capitán Jorge Robledo, cuando 
^or orden del Gobernador Lorenzo de Aldana fué á poblar er> 
1539 la provincia de Anserma, perteneciente á la de Popayan, 
pues entonces no sólo llevó blancos sino también negros esclavos *. 
Este es uno de los muchos casos en que la introducción de aque- 
llos fué contemporánea al establecimiento de los españoles en 
diversos países del continente. 

Por Real Cédula de Toledo en 24 de Enero de 1539 dióse licen- 
cia al Adelantado Pascual de Andagoya, Gobernador de la Pro- 
vincia de San Juan en tierras del Darien, para importar en ella 
cincuenta esclavos negros, libres de todos derechos; con cuyo ser- 
vicio ya cesarla de cargarse á los indios como bestiaá y de darles 
ningún trabajo recio. En 28 de Marzo del mismo año obligóse 
aquel Adelantado en Sevilla á no vender ninguno de dichos ne- 
gros como hacían muchos de los que obtenían licencia. Y poco 
después alcanzó también permiso de llevar otros cincuenta para 
hacer un camino desde el rio de Chagre hasta el río Grande, vuel- 
ta de Nata. 

Como habían los negros encarecido en la Española, el Ayun- 
. tamíento de Santo Domingo expuso al Emp^radoür en 14 de dicho 
mes y año, que cuando á los alemanes se dio licencia. para im- 
portar cuatro mil negros, oblígóseles á que no los vendiesen á 
más de cuarenta y cinco castellanos '; que después en licencias 
concedidas á otros, no se habia puesto limitación, y que los ven- 
dedores en vista de la necesidad, los habían ido sirviendo hasta 
á ochenta y noventa castellanos siendo bozales, y no coslándole* 
treinta pesos. Por los clamores de los vecinos mandó aquella Au- 
diencia que no se vendiesen á más de sesenta y cinco castellanos^ 
mientras el Rey proveyese Ib que juzgase más conveniente. 

Obligado el Emperador á salir de España para sosegar las tur- 



(1) Relación de Gonzalo Ximenez de Quesada dirigida en 1546 al Lie. 
Miguel Diaz Armendariz. 

(2) Relación del Viaje que hizo el capitán Jorge Robledo á la provincia, 
de Anserma, fecha el 12 de Octubre de 1541.— Herr, déc. 6, lib. 6, cap. 6. 

(3) El castellano equivalía á catorce reales vellón V catorce maravedis. 



— 179 — 

bulencías de los Países-Bajos, dispuso por la Cédula de Madrid de 
iO de Noviembre de 1539 el modo de gobernación de las Indias 
durante su ausencia, y una de las cosas que ordenó fué que ios 
nuevos pobladores no pudiesen llevar á ellas más de cuatro escla- 
vos ^; pero esta disposición se quebrantó, como era de costumbre 
con casi todas las que se dictaban. 

Los Oficiales Reates de Puerto-Rico suplicaron al Emperador 
en 29 de Marzo de aquel año, que permitiese á sus vecinos llevar 
negros, pagando allí dos ducados y los derecbos de almojarifaz- 
go; que el empréstito de los cuatro mil pesos por dos años, de que 
ya he hablado, se alargase á más cantidad y tiempo, y que todo 
el dinero se emplease en ingenios de azúcar, pues nada convenía 
tanto. Esto era cabalmente lo contrario de lo que habían dicho en 
1336. Que el plazo fuese de cuatro años y la cantidad de seis mil 
pesos, pidiólo la ciudad de San Juan el 5 de Junio de 1540, y el 
gobierno accedió á^llo. Pidió también que se diese licencia para 
introducir muchos negros pagando seis ducados de derechos por 
cada uno; mas el Consejo de Indias consultó al Gobierno en Ma- 
drid el 20 de Setiembre de aquel año, que' el permiso no pasase 
de trescientos. * 

En virtud de órdenes del Gobierno, era costumbre que los Pro- 
curadores nombrados por la ciudad de Santiago y villas de la is- 
la de Cuba, se juntasen anualmente para tratar de los asuntos 
que á ella im^rtaban. Con este motivo, aquellos Procuradores 
expusieron al Rey en 17 de Marzo de 1540, que creciendo la 
malicia de los indios, era de temer que este mal se comunicase á 
los esclavos negros; y que para evitarlo, seria gran remedio que 
se introdujesen negras esclavas, con las cuales ellos se asegurarían 
mucho, y servirían mejor; proveyendo el Rey de manera que al- 
gunos se animasen á contratarlas para aquella isla, pues decían^ 
«nuestra posibilidad ya no llega á poder enviar persona ni dinero 
para que se entienda en ello^ especialmente después que no podi- 
mos, ó no supimos aprovecharnos de los sitte mil pesos de .oro 
que Y. M. nos mandó prestar para esta contratación.» 

Efectivamente, hallábase Cuba entonces muy postrada con la 
emigración de sus vecinos al continente'; y así lo confirma el tes- 



(1) Muiüoz, Golee, tomo 81. 

(2) Carta de los Procuradores de la isla de Cuba al Emperador fecha ea 
Santiago á 17 de Marzo de 1540. 



— 180 — 
timonio de un empleado de ella que escribió al Emperador desde 
SantiagoellOde Abril de 1540 loque sigue: «Los vecinos que 
hay en la isla son muy pocos, y los más procuran de se ir á tier- 
ras nuevas, y porque los que gobiernan no les dan licencia , acu- 
den por ella al Audiencia de la, Española, y luego les viene provir 
síon para salir ellos y sus esclavos así indios como negros, y á 
huella de los esclavos llevaban indios mansos.» 

No estaba Puerto-Rico en menos deplorable estado, .y su capi-. 
tal dijo al Emperador en 5 de Julio de aquel año: «Desta se han 
ido muchos vecinos con sus esclavos á Perú y Nueva España;^ pop 
eso hay gran falta de negros. Suplicamos que oara sacarse oro y 
plata de minas^ se dé licencia general á los vecinos que los pue- 
dan traer con sólo pagar al Tesorero por cada pieza al descargar- 
la seis ducados. » Eí Gobierno, accedió á esta petición. 

Por Real Cédula de Madrid de i4 de Agosto de 1540, dióse li- 
cencia á Hernán Gorjon para enviar áln Española ciento. .cincuenta, 
esclavos de Portugal, Guinea ó Cabo-Verde, libres de to^o? dere- 
chos, los cuales debian trabajar en la fabricación de un colegio y 
hospital, que conforme á la capitulación hecha con él hablan de 
fundarse en aquella isla. Con igual fecha permitióse á Pedro de 
Heredia, Gobernador de Cartagena, que llevase cien esclavos ne- 
gros para sus haciendas, y hacer la fortaleza según la capitulación 
que con él se hizo desde 1532 *. 

Aun hallándose fuera de España, concedía barloe I estas licenr 
cias, siendo una de ellas la de Bruselas á 16 de Setiembre de 
1540, para introducir en Indias cien esclavos francos de dere-: 
chos *. 

Mezcláronse los portugueses desde el principio del descubri- 
miento del Nuevo Mundo en llevar negros á las posesiones amé-- 
rico-hispanas. La licencia que el gobierno de Castilla les concedió 
para importarlos en la Española fué, como ya se ha dicho, bajo 
la condición de que volviesen directamente á Sevilla, sin dejar 
oro, plata ni otra cosé en parte alguna. Pero ellos en sus carabe- 
las* procedentes así de las islas de Tenerife y la Palma coopto de 
Portugal y Cabo Verde, no sólo introducían esclavos y manteni- 
mientos en las antillas españolas ya pobladas, sino que, cargados 
de cañafístola, cueros, azúcar y otros efectos, recibían algunos 



Í1) Muñoz, Golee, tomo 79. 

^'¿l Minutas de Cartas del. Emperador al Consejo de Indias. 



-- 181 — 
pasajeros con metales preciosos, desembarcándolos en las Azores 
ó en Portugal. De veinticinco á treinta naves que en i540 tenían 
empleadas en el comercio con aquellas antillas, sólo una ó dos 
habían descargado en Sevilla. Así lo expuso al Emperador la Casa 
de Contratación de aquella ciudad en 28 de Julio de 1540; y para 
remediar los quebrantos que de esto sufría la Real Hacienda, 
mandóse en el mismo año que cuando algunos buques portugue- 
ses llegasen á aquellas islas á cargar, diesen antes de salir de 
ellas ñanzas de presentarse con la carga en la Casa de Contrata « 
cion de Sevilla, y venir derechamente á ella con todo lo que tra- 
jesen, bajo las penas en las pragmáticas contenidas \ 

Protectoras de la libertad del esclavo las leyes españolas^ orde- 
naron en 1540 que sí algún negro ó negra ú otros cualesquiera 
tenidos por esclavos, dijesen que eran libres, se les oyese y ad- 
ministrase justicia, tomándose precauciones para que no fuesen 
por esto maltratados de sus amos '. 

Llevada de sentimientos de humanidad y queriendo reprimir las 
demasías á que parece se entregaban algunos amos hacia sus es- 
clavos negros, prohibióse en aquel mismo año que se cortasen los 
genitales á los cimarrones, pues debían quedar sujetos á pena 
menos cruel '. 

El obispo de Santo Domingo y el Oidor de aquella Audiencia 
Cervantes de Loaísa, pidieron al Emperador desde aquella ciudad 
en 22 de Ma}» de 1540 que se díeselicencia general á sus vecinos 
para importar los negros esclavos que necesitaran, ó á lo menos 
dos mil, por los cuales se pagariaa los derechos de ocho mil du-' 
cados á los plazos que se señalasen: que el precio de los bozales 
no pasase de cuarenta y cinco pesos: que se realízase la merced 
de doscientosr esclavos negros hecha á la ciudad de Santo Do- 
mingo con la obligación de cercarla, lo mismo que al puerto, y 
abastecerla de agua del rio de Ayena; que se impetrase licencia 
para que los negros é indios de Cuba comieran carne en ruares 
mas y sábados; que se prohibiese la entrad» de azúcares de otros 
reinos en España, y que se diese licencia para llevarlos, lo mis- 
mo que los cueros y cañafístola, á todos los puertos de los domi- 
nios de S. M. ó por lo menos á Flandes, sin que esta gracia se 
extendiese al oro, plata ni perlas. 



(1) Herr. déc. 6, lib. 9, cap. 7. 

(2J Recop. de Leyes de Indias, lib. 7, lit. 5, ley 8. 

(3) Recop. de Leyes de Indias, lib. 7, tít. 5,. ley 23. 



— 182 — 

Esta petición pasó al Consejo de Indias^ el cual consultó favo- 
rablemente en Madrid el 12 de Diciembre de aquel año; mas el 
Rey en 5 de Febrero de 1541, dijo al Consejo: «Sobre la necesi- 
dad de esclavos en aquella isla que decis devemos darla á sus ve- 
cinos para pasar dos mil. Está bien pero paguen cinco ó seis duca- 
dos por cada uno. Sobre faborecer la grangeria del azúcar de 
que hay en dicha isla muchos ingenios, pero va en diminución 
por la mucha que de Portugal se mete en España, no habiendo 
necesidad, pues de allá, y de Cecilia, Valencia y Granada etc. la 
hay en abundancia; y así que debe prohibirse la introducción de 
fuera del Reyno: consultad con el cardenal de Toledo nuestro Go- 
bernador y algunos" del Consejo Real, y decidme la resolución.» 

Contra el monopolio de Sevilla clamaron también el referido 
Obispo de Santo Domingo y la Audiencia de la Española en car- 
ta al Emperador desde aquella ciudad el 24 de Diciembre de 
1540. Fundáronse en que á veces las naves no podian salir de la 
barra de San Lúcar por mal tiempo, mientras que en todos lo ha- 
cían de Canarias con beneficio de las Indias. Añadían que como 
la Española, San Juan, Cuba y Jamaica se mantenían principal- 
mente de las grangerías de azúcar, cueros y cañafístola, se las 
perjudicaba en que no hubiese para conducirlos á España sino 
los buques de Sevilla, que no siendo bastantes, llevaban desme- 
didos precios, por lo que menguaban notablemente aqueUos pro- 
ductos. Y puesto'que había licencia para cargír áemáe las Cana- 
rias, islas que en su mayor parte estaban pobladas de portugueses, 
de los cuales el mayor número se componía de maestres y mari- 
neros que por estar casados allí teníanse por naturales y subditos 
del Rey, bien podía quitarse el monopolio á Sevilla, con provecho 
de las Indias. « 

Los vecinos de la ciudad de 'Truxillo en Honduras suplicaron 
al Emperador en 12 de Marzo de 1540, que se les enviase ciento 
ó ciento cincuenta negros fiados por uno ó dos años, porque sien- 
do, como decían, po«DS los españoles, y estando enfermos, no 
podian perseguir á los indios alzados. Con este motivo mandóse 
á los Oficiales Reales de la Casa de Contratación de Sevilla, en 20 
de Setiembre de 1540, que buscasen persona que se obligase á 
llevar á la provincia de Honduras trescientos esclavos, mejoran- 
do el concierto hecho con los hermanos Alonso y Diego deTorres; 
mas no habiéndose hallado mejor postor, el Consejo de Indias 
comisionó al Licenciado Cristóbal de Pedraza, obispo electo de 
Honduras, para que buscase mercader que llevase á aquella pro- 



— 183 — 

vincia los referidos trescientos negros. Trasladóse al intento Pe— 
draza á Lisboa^ y allí en nombre de los vecinos de Honduras y 
por comisión real, ajustó asiento en 9 de Junio de i54i con los 
mencionados Alonso y Diego de Torres, obligándose éstos á intro- 
ducir en Honduras en doá ó tres naves portuguesas trescientos 
esclavos, hembras la tercera parte, todos sanos, y de quince á trein- 
ta años de edad; y llegados que fuesen, los Oficiales Reales de- 
i)ian repartirlos entre los vecinos, con intervención del dicho 
Pedraza, al precio de cincuenta y cinco pesos de buen oro, paga- 
deros dentro de quince dias después de su entrega. Vuelto Pedra- 
za* de Lisboa, escribió desde Badajoz en aquel año al Emperador, 
felicitándose del buen éxito de la empresa, y dioiéndole: «Merced 
útilísima para excusar tantas barcadas de indios libres que se han 
\endido por esclavos á causa de malos gobernadores.» En es- 
te sentido razón tenia en felicitarse, pero hoy seria escandaloso 
que un Obispo desempeñase la comisión de Pedraza. 

Ya en Febrero de 1542 un factor de las Torres habia llevado 
é Honduras ciento ochenta negros en virtud del asiento; pero de 
«se número, quince solamente fueron excluidos por no tener las 
tundiciones estipuladas. Repartiéronse los demás por mandado 
del Justicia Mayor y de los Oficiales Reales, entre Gracias-á-Dios, 
Gomayagua y San Pedro, tocando á la primera población cin- 
cuenta y cuatro, igual número á la segunda, y cincuenta y siete á 
la tercera. De li^s qui# después se introdujesen, reservóse darlos á 
Truxillo. 

Para importar negros esclavos en otras partes, habíanse con- 
cedido cuantiosas licencias en 1541, particularmente una de dos 
mil que debían pasar á la Española ciertos mercaderes de Sevilla, 
pagando diez mil ducados á plazos determinados. 

Como muestra de la conducta de los portugueses y de la conni- 
vencia del poder judicial con ellos, léase lo que en 12 de Marzo de 
1541 escribieron al Emperador los Oñciales Reales de San Juan de ' 
Puerto-Rico: «Vinieron aquí dos navios de Portugueses cargados 
de negros, sin licencia de Y. Magestad, ni registro de Sevilla. 
Los tomamos por perdidos y aplicamos á la cámara y físco: El un 
navio con todos los negros vendimos en pública Almoneda . Y la 
Audiencia de la Española nos mandó provisión para dar dicho 
navíoynegros áunMelchior deTorrescuyosdizeran: Pusieron nos 
•pena á cada uno mil pesos. Cumplimos^ pero suplicamos y se si- 
gue la causa en la Audiencia dicha. Pasado esto vino otro navio 
€on iguales circunstancias y también se nos mandó restituir por 



— 184 — 

la Audiencia constando ser Maestre, piloto, dueSos de navio y ne* 
groSy todos Portugueses. Y. M. mande lo que en esto hagamos^ 
que el Audiencia nos pone én culpa que estamos aquí como saltea- 
dores. Sucede que Mercaderes obtienen licencias para negros, se 
las tienen eo la Española, y luego lo& buscan y comercian sin 
cuenta.» 

Los Procuradores de los pueblos de la isla de Cuba, reunidos 
en Santiago, volvieron á pedir al Emperador en 1542 licencia 
para que cada vecino pudiese introducir en ella cuatro negros y 
negras, exentos de todos derechos .* Y digno de notarse esqufeya 
de3de el año anterior, un" fraile llamado Antón Palomino habia 
alcanzado permiso para llevar á Cuba ó á otra parte de las Indiag 
cuütro esclavos negros *. 

Alvaro Caballero, uno de los OQciaies Reales de Santo Domin- 
go, participó al Emperador en 20 de Marzo de 1542, que el Ador 
lantado de Canarias habia llevado allí cíen negros, los cuales por 
su capitulación con el Gobierno debía de introducirlos en Santa 
Marta; que la Audiencia había mandado no se le impidiese su im- 
portación, obligándose él á presentar la licencia respectiva dentro 
de diez y seis meses, ó pagar quinientos ducados; y que el Ade- 
lantado en vez de llevarlos á su Gobernación los habia trocado 
por caballos. . . 

En gran desorden vivían en la primera mitad del siglo xvi los 
negros del Pqrú, pues algunos tenían en^conc^binato diversas 
mujeres indias. Contra estos y otros abusos pidió reforma el Pro- 
visor Luís de Morales, en la Relación que envió al Gobierno en 
1544 sobre las cosas que debían proveerse en el Perú, ya respec- 
to de los españoles, ya de los indios, y ya particularmente de la 
conducta de aquellos con éstos; pero las turbulencias que agitaban 
aquel país aumentaron el desorden, y ninguna medida eficaz pudo 
dictarse para reprimirlo. 

Más deplorable era todavía el estado de los negros en la Espa- 
ñola. Su número'era ya excesivo respecto de la población blanca, 
pues según el padre las Casas, habían entrado en ella treinta mil, 
y en todas las Indias más de cien mil *. El Arcediano de Santo 



(1) MS. Arcfa. de Sim. Gart. leg. 31, y Muñoz, Golee, tomo 83. 

(2) Gorrespond. inédita del Obispo de Guba Fray Diego Sarmiento eoB 
sus amigos de aquella isla. 

(3) Gasas, Hist. dellas Indias ^ lib. 3, cap. 128. 



— 185 — 
Domingo, Alvaro de Castro, que había andado una vez toda aque- 
lla isla, y cuatro ó cinco muchas partes de ella, visitando igle- 
sias, indios y españoles, fué preguntado sobre este particular por 
el Consejo de Indias, y contestó en 26 de Marzo de 1542 que él 
creía que pasaban de veinte y cinco ó treinta mil, mientras no 
había mil doscientos vecinos que tuviesen haciendas en el campo 
y sacasen oro; que en su opinión los negros alzados refugiados en 
el cabo de San Nicolás, en los Giguayos^ en la punta de Samaná y 
en el cabo de Igüey, eran más de dos ó tres mil. Y prosigue: 
«anda ya entre ellos una contratación y mercadería tan grande y 
de tanto valor yastucia para lo cual se hacen tantos y tan famosos 
robos en todas las grangerías del campo, que no hay negro en 
esta isla por bozal que sea que no tiene ya por cierto que cada dia 
ha de robar poco ó mucho, unos para pagar el jornal que dan un 
tomín cada dia á sus amos por avenencia, otros para lo dar a Ne- 
gras, otros para vestir y calzar, hurtando y robando de ttoche y 
de dia todo quanto hay en el campo, y entre ello oro por fundir. 
Estos hurtos^encubren por medio de doscientas ó trescientas ne- 
gras que llaman ganadoras que andan en esta ciudad á ganar co- 
mo he dicho y á pagar su jornal cada día, o cada mes o por 

ano, que salen y corren toda la isla, y lleban robos a hender, y 
traen y encubren todos quantos se hacen por la tierra adentro. 
Y andan los Negros á lo menos de esta ciudad tan ricos de oro y 
vestidos, y tan sobreilevaJbs, que á mi parecer ellos son más li- 
bres que nosotros.» 

«Muchas veces lo he dicho al Audiencia para el remedio, porque 
si los negros se quieren alzar ala clara, ciento bastan para sujetar 
la isla, y para ellos no bastan veinte mil Españoles según es de 
grande y abundosa la isla, y ellos belicosos y diestros para colar 
por montes,» 

Para impedir en lo posible tan graves males, mandóse por dis- 
posición general de 4 de Abril de 1542, que los negros no andu- 
viesen en las ciudades, villas y lugares de noche fq^ra de las casas 
de sus amos, y que cada una de ellas en su jurisdicción hiciese 
ordenanzas sobre esto, con las penas que fuesen convenientes y 
necesarias *. 

Había en la Española menguado la fundición del oro, no sólo 
por la exportación para Honduras de muchos negros empleados en 



(1) Recop. de Leyes de Indias, lib. 7, líl. 5, ley 12. 



— 186 — 
aquella grangería, sino por eí temor que infundíau los cimarro- 
nes, impidiendo que se buscasen nuevas minas. «De ahí es^ dice 
Melchor de Castro, trabajarse en lo viejo con poco fruto. Aun los 
más vecinos por su seguridad procuran recogerse á esta ciudad 
despoblando la tierra adentro, especial el obispado de la Concep- 
ción donde son las minas de Cibao. La isla es grande y llena de 
vacas, puercos monteses y otros mantenimientos, y así los negros 
alzados tienen seguridad y comida. En mucho trabajo está la 
tierra, y si Dios no lo remedia... El año pasado de 1542 se saca- 
ron desta Isla para Castilla ciento diez mil arrobas de azúcar y 
cincuenta mil cueros vacunos S). 

Para exportar de estos tan considerable número en sólo un año, 
menester es que el ganado vacuno hubiese aumentado extraordi- 
nariamente, como efectivamente aumentó, pues habia más de 
quinientos vecinos que tenian diez, veinte, treinta, cincuenta 
y hasta sesenta mil vacas, tan grandes, que eran mayores que 
búfalos *. El historiador Gonzalo Fernandez de Oviedo asegura 
que este ganado se mataba, no para aprovechar las carnes, 
porque no habia quien las consumiera, sino solamente para los 
cueros *. ' 

Ni era solamente de la Española de donde se exportaba azúcar 
para la metrópoli, qu^ lo mismo se hacia de Nueva España en 
donde abundaban ios ingenios. Ya desde 1531 habia tres en las 
tierras pertenecientes .al famoso Hernaft Cortes, cuyo azúcar muy 
blanco y muy sólido era el mejor de Nueva España *". Aumentóse 
en años posteriores, y no sólo servia para el consumo interior de 
aquel país, sino que al promedio del siglo xvi se exportaba por 
el puerto de Acapulco para el Perú, y por el de Veracruz para 
España en grandísima cantidad, según dice López Gomara ". 

También desde el promedio del siglo xvi parece que hubo in- 
genios de azúcar en el Perú, pues el Inca Garcilaso de la Vega, 
que partió de este país para España en 1560, dice que conoció al 
primero que Uzo allí un ingenio. Tales son sus palabras: < Tam- 



il) Al Emperador, Melchor de Castro, Escribano de Minas. Santo Domin- 
go 25 de Julio de 1543. 

(2; Casas, Apologética Hist. cap. 7 y 20. 

(3) Oviedo, Hist. General y Natural de las Indias^ tomo 1, lib. 12, cap. 9. 

(4) Herr. déc. 4, lib. 9, cap. 5. 

(5) López de Gomara, Crónica de la Nueoc^ España, cap. 235. 



— 187 — 

poco habia cañas de azúcar en el Perú. El primer ingenio de azú- 
car que en el Perú se hizo fué en tierras de Huanacu^ fué de un 
caballero que yo conocí. Un criado suyo, hombre prudente y as- 
tuto, viendo que llevaban al Perú mucho azúcar dQl reino de 
México, y que el de su amo, por la multitud de lo que llevaban no 
subía de precio, le aconsejó que cargase un navio de azúcar, y lo 
enviase á la Nueva España, para que viendo allá que lo enviaba 
del Perú, entendiesen que habia sobra del y no lo llevasen más: 
así se hizo, y el concierto salió cierto y provechoso; de cuya 
causa se han hecho después acá los ingenios que hay, que son 
muchos '.» Esta relación de Garcilaso tiene más visos de novela 
que de verdad. 

£1 Licenciado Alonso Maldonado escribió al Emperador desde 
la villa de San Pedro en la provincia de Honduras á 15 de No- 
viembre de 1543^ que el producto, de las minas había disminuido 
un poco, pero que cada esclavo sacaba todavía medio peso ó un 
ducado diario. El número de negros empleados en ellas era de 
mil quinientos; mas los unciales Reales de aquella villa habíanlo 
elevado á dos mil en la comunicación que hicieron al Gobierno el 
20 de Febrero de aquel año. 

Ya hemos dicho en otro lugar que estaba prohibida la introduc- 
ción de mulatos; pero la Real Cédula de 31* de Mayo de 1543 
no sólo confirmó esta prohibición, sino que la extendió á todo 
esclavo que no fuese n^ro, 9 menos que se hubiese obtenido un 
permiso especial '. No obstante estas prohibiciones, abundaban 
las Indias de esclavos de ambos sexos convertidos de moros ó hijos 
suyos; y deseando Carlos 1 que no se alterase en aquellos domi- 
nios la pureza del Catolicismo, mandó por la Cédula de Vallado - 
lid de 14 de Agosto de 1543, que fuesen echados de ellos y en- 
viados á España con las primeras naves que saliesen. Revocada 
fué esta Cédula por otra de 13 de Noviembre de 1550 *. 

Suplicó la Española que no se extendiese á ella la mencionada 
Real Cédula, porque el número de moriscos libres ^ esclavos, 
introducidos algunos con licencia y otros sin ella, era poco con- 
siderable en la isla, pues en la capital apenas llegaban á ciento, 
y además eran muy útiles porque ejercían diversos oficios. El 



fl) In«;a Garcilaso, Comentarios Reales^ primera parte, lib. 9, cap. 28. 

(2) Recop. de Leyes de Indias, lib. 9, lít. 26, ley 21. 

(3) Veylia Linage, Norte de la Conlrataciony lib. 1, cap. 35. 



— 188 — 
Monarca accedió á esta solicitud, ordenando que se tooiasen to- 
das las seguridades dé que no saldrían de la isla; lo que ya indi- 
ca alguna tolerancia, á lo menos en cuanto á la Española. 

Si esta isla exportó para su metrópoli ciento diez mil arrobas 
de azúcar en 1542, entrado era el año d3 1544 y Cuba aun note 
nia un solo ingenio; signo cierto de que no contaba mucbos 
negros esclavos. Por eso el nuevo Gobernador Licenciado Juanas 
Dávila que acababa de llegar, dijo al Emperador en carta de 2i 
de Febrero de 1544 que debian hacerse allí dos, prestando el 
Gobierno tres mil pesos á los vecinos por dos años, con lo cual 
se aumentarla la población de la ciudad de Santiago. Gomóla 
principal grangería de aquella isla era la saca de yeguas^ caba- 
llos y muías para los descubrimientos del continente, y ya no se 
descubrían minas de oro en ella, indicó también la utilidad de 
beneficiar las de cobre que habia en las sierras de aquel nombro, 
pues eran tan ricas^ que según él decia, «de un quintal de tierra 
se sacaba medio quintal de cobre *. b 

En esta grangería tenia entonces empleados treinta negros el 
Factor Hernando de Castro, quien habia sacado doscientos cin- 
cuenta quintales de cobre de aquellas minas; bien ((ue en carta 
dirigida al monarca en 7 de Abril de 1544, le anunciaba que se 
podría continuar en su laboreo '. 

Cuando el gobernador Juanes Dávila pasó á la Habana, viendo 
que esta carecía de agua suficiente ^araios vecinos y las flotas 
que allí tocaban, y que perecían muchos de los que por mar la 
llevaban desde el rio Chorrera, propuso en Marzo de 1545, que 
cada nave que entrase en el puerto pagase un tanto por tonelada 
y por cada negro que introdujese, como se hacia en Nueva Espa- 
ña para la construcción del muelle y surtimiento del agua *. 

De Marzo á Julio de 1544 visitó su diócesis el Obispo de Cuba 
Fray Diego Sarmiento; y si bien no recorrió lodos sus pueblos, 
dejónos acerca de algunos importantes aunque muy incompletas 
noticias, d%las que tomo las que á mi asunto conciernen. 

Habia entonces en Bayamo treinta vecinos españoles casados y 
por casar, cuatrocientos indios en calidad de criados, y Joscien- 



(1) MuñoZ) Golee, tomo 83. 

(2) ídem ibidem. 

(3.1 Carta del referido Gobernador al Emperador, fecba en la Habana i 
fines de Marzo de 1545. 



— 189 — 
tos negros. Tenía Puerto Príncipe catorce vecinos, doscientos 
treinta y cinco indios encomendados á ellos, y ciento sesenta 
esclavos, negros unos y otros indios de Yucatán^ siendo de sen- 
tir que no se hubiese expresado el número particular de los pri- 
meros y de los segundos. 

El Cayo ó San Juan de los Remedios, llamado Zavana en aquel 
tiempo, contaba diez españoles solamente y otros diez que servían 
de pajes á Vasco Porc&Uo, ochenta indios naborías ó criados y 
naturales de la isla, y ciento veinte esclavos negros. 

Había en Sancti-Spiritús diez y ocho vecinos todos casados, 
cincuenta indios esclavos, cincuenta y ocho naborías encomen- 
dados, y catorce negros también esclavos. 

Por último^ llegó el Obispo á la Habana y encontró en aquella 
villa cuarenta vecinos casados y por casar; indios naborías natu-* 
rales de la isla ciento veinte, y esclavos de esta raza y negros dos- 
cientos Gomoel mencionado Obispo no visitó, según he insinuado 
ya, todos los pueblos de un diócesis, y además no separa en al- 
gunos los indios esclavos de los negros de la misma condición, 
es imposible determinar el número preciso de estos que tenia Cu- 
ba en el mencionado año ^ No obstante la carencia de noticias > 
exactas, bien podemos asegurar que su población era entónceá 
muy mezquina, y que esto provenia no sólo de la extraordindHa 
mortandad de los indios y de la emigración de los castellanos al 
continente, sino de las e#:pedAiones armadas en Cuba para Méxi« 
co, Yucatán y Florida. 

En aquel tiempo, como ya se ha visto, y aun en siglos posté-^ 
rieres, seglares y eclesiásticos acostuihbraron tener esclavos^ y 
túvolos también el referido Obispo Sarmiento, el cual en el testa- 
mento que otorgó en la Habana el 22 de Agosto de aquel año, 
declaró poseer tres esclavos, uno negro, otro mulato, y otro indio. 

Abusando de su poder el Gobernador de la isla de Cuba Juanes 
Dávila, solía aprovecharse de los negros esclavos, pues los que se 
llevaban á la Habana para vender, él, á titulo de cédulas del Rey, 
los depositaba en casa de Doña Giomar su mujer^ y después se 
quedaba con ellos. Tal es la acusaeion que hace el Obispó Sar- 
miento al mencionado Gobernador *. Pero éste á su vez acusa a 



^1) Carta al Emperador del Obispo de Cuba Don Diego Sarmiento dando 
cuenta de su visita. MS. en la Golee, de Muñoz, tomo 93. 

(2) Correspondencia inédita del Obispo de Cuba Fray Diego Sarmienta 
con un amigo de aquella isla. 



— 190 — 

aquel en su carta al Emperador de fiues de Marzo de i 545, d( 
«haberse llevado lo de la fábrica d^ la Iglesia, lo del hospital 
del monasterio de San Francisco, y aun de lo tocante á Dean 
canónigos y bienes de difuntos y Cruzada '.» 

Continuaba el mal estado de la Española, y la Justicia y Ayun^ 
tamíento de Santo Domingo escribieron al Emperador en despa 
cho de 10 de Febrero de 1545, que apenas se cogia oro, porqui 
se hablan exportado para Honduras casi todos los negros, y qui 
últimamente acababan de llevarse á Nueva España y Perú los qui 
quedaban. «De aquí es, decian, despoblárselas villas, desyergoD< 
zarse los negros alzados hasta salir á saltear caminos matando 
robando españoles hasta tres leguas desta Ciudad. » 

Ya hemos expuesto en otra parte los graves daños que en sui 
correrías ocasionaban los negros prófugos de la Española. Estoj 
parece que ascendían á siete mil, en tanto que el número de hom-^ 
bres blancos no llegaba á mil ciento ^. Como las autoridades de 
aquella isla no tenían medios de subyugarlos, ofreciéronles en 1545 
dejarlos vivir en paz y aun enviarles clérigos ó frailes que les 
enseñasen la religión cristiana, con tal que no incomodasen á los 
blancos. Respondieron que tales eran sus deseos, pero que no se 
fíaban de la palabra de los españoles '. 

Los negros cimarrones de la Española preocupaban con razón 
al gobierno, y la Audiencia de ella dijo al Emperador en 23 de 
Julio de 1546: «que por la costumtfbe desalzarse negros^ no osa- 
ban ios vecinos mandar á sus esclavos sino muy blandamente: 
que ya se remedió mucho. Que en la tierra se ha sentido mucho 
la libertad de los indios que se tenían por esclavos, por lo que, y 
otras cosas, van Procuradores. Para la guerra con negros y la 
cerca se echó cisa y averia, en lo que siempre han contribuida 
los clérigos, y ahora ponen pleito para eximirse.» 

No necesitaba el gobierno de la comunicación que le hacia la 
Audiencia de aquella isla, pues ya desde 17 de Junio de aquel año 
mandó ab|ir una información en Sevilla sobre asunto tan impor- 
tante. De ella y de otros documentos del referido año aparece que 
en el Baoruco^ donde estuvo refugiado el indio Enrique^ había 



(1) Muñoz, Golee, lomo 84. 

(2; 'BeazoQi, Storia del Mondo Nuovo, lib. 2. Este italiano fue á la Es- 
pañola eo la primera mitad del siglo xvi, y vivió en ella largo tiempo. 
(3) ídem ibidem. 



— 191 — 

una cuadrilla de doscientos á trescientos negros entre hombres y 
mujeres, y otra en la Vega de cuarenta á cincuenta; que tenían 
lanzas hechas por ellos^ algunas armas de los cristianos que ha- 
bían matado, y cubiertos sus cuerpos con cueros de toro; que ha- 
cían tanto daño, que nadie osaba andar por la tierra sino juntos 
en partidas de quince á veinte; y que habiendo en la isla doce mil 
negros que pudieran alzarse, era preciso atajar el mal que ame- 
nazaba. Agravóse esta situación con la fuga de muchos negros de 
San Juan de la Maguana, losque juntándose con un capitán negro 
Diego de Guzman, también alzado, asaltaron aquel punto, quema- 
ron la casa de purga de un ingenio, y pelearon con los españoles, 
resultando muertos de la refriega uno de estos y dos capitanes de 
aquellos. En tal estado, envióse un caudillo con treinta hombres, 
que encontrándolos en el Baoruco, dieron muerte al capitán Guz- 
man y á otro peor que él, ¿on diez y siete negros más. De los es- 
panoles fué muerto uno y diez y seis heridos, entre ellos el jefe; 
por lo cual enviáronse otros dos capitanes con gente de á pié y 
de á caballo, encargándoles no volver sin exterminarlos en toda 
la isla. 

Hacia diez años que el negro Diego de Campo habíase hecho 
capitán de alzados. Lanzóse contra él una cuadrilla á la Vega en 
donde estaba, y de donde ahuyentado marchóse á San Juan de la 
Maguana, causando daño en dos ingenios y llevándose de allí y 
de Azua como cien negros ?Fuéronse al Baoruco, de donde torna- 
ron á San Juan, quemaron las casas de purga de los ingenios, y 
ocasionaron otros perjuicios. El Almirante Gobernador salió con 
ciento ci[\cuenta hombres de á pié y de á caballo para batirlos; 
mas concertó paces con ellos y volvió á la ciudad. 

No cumplieron condición alguna, revolvieron sobre San Juan y 
Azua, quemaron ingenios, robaron negros y negras y mataron 
tres mestizos. Enviáronse nuevamente cuadrillas que mataron á 
muchos y prendieron á otros, quienes fueron ya desterrados, ya 
ahorcados, quemados, asaeteados, ó se les cortaroi» los pies. El 
rigor de algunas de estas penas revela los duros sentimientos de 
aquella época contr.a los esclavos que se alzaban. Siguióse enton- 
ces su persecución con setenta y cinco de a caballo y cuarenta ó 
cincuenta de á pié, ballesteros los más: El Diego de Campo era 
temido en toda la tierra. Acosado, refugióse á la casa de un caba- 
llero que vivia en Puerto de Plata: pidió se le perdonase, y que 
sería capitán contra los alzados, lo que se le otorgó por su gran 
fama de valiente, pues teniéndole de su parte los españoles^ 



— 192 - 

todos se consideraban seguros; y á poco tiempo entregó á sus 
amos muchos de los negros que habían huido ^ A consecuencia 
de tan activa persecución^ el mencionado Cerrato en despacho al 
gobierno del 15 de Julio del referido año, escribió estas palabras: 
cLo de los negros cimarrones está mejor que ha estado de veinte 
años á esta parte. » 

Pero estos buenos resultados no se alcanzaron sino después de 
haberse gastado en los primeros seis meses de 1546 de siete á 
ocho mil castellanos, y por lo tanto fué preciso aumentar la sisa 
en uno por ciento, y gravar la sal en dos tomines por hanega, el 
azúcar en cuatro maravedís por arroba, en igual cantidad cada 
cuero, y el vino y harina en seis tomines por pipa. Estas gravosas 
contribuciones encarecieron de tal manera los comestibles, que 
una pipa de harina se vendía en setenta castellanos; la de vino en 
cuarenta; una carga de cazabí que era de dos arrobas en dos cas- 
tellanos; una hanega de maíz en dos, si es que se hallaba. Las de- 
más mercancías vallan el doble y el triple que en España, los fle- 
tes cuatro y cinco veces más caros que solían, y no se hallaban 
buques para exportar los cueros y el azúcar. «Y sobre esto, decía 
Oerrato, el almojarifazgo y alcabala de Sevilla. Provea Dios, que 
ello está en extremo de perdición *.r> 

Ni fueron estos todos los males que pesabdn sobre la Española, 
pues la naturaleza desencadenó también contra ella tres furiosos 
huracanes en el año anterior de 1549^, sinjejar árbol, ni caña, ni 
eazabí^ ni maíz, ni bohío que no destruyese '. 

Daba aliento para huirse á los negros de la Española, no sólo 
el deseo de libertad, sino la facilidad de adquirir víyeres para 
mantenerse, por la abundancia de ganados que en ella habia^ lo 
fragoso de sus montañas para guarecerse, y el criai^se entre hatos 
de vacas, dó siempre andaban á caballo y se hacían diestros en 
silla y lanza. En medio de los temores que debían infundir los al- 
zamientos de negros, la ciudad de Santo Domingo tuvo la impru- 
dencia de pe^ir en 15 de Octubre de 1546 licencia general para 



(i) Cartas, del Liceticiaclo Cerrato al Emperador en el Consejo, á ¿ de Fe- 
brero, 15 de Junio y 11 de Julio de 1546. — Información hecha en Sevilla en 
17 de Junio de 1546 sobre la Española. — k.i Emperador el Licenciado Gra- 
¿eda en Santo Domingo á 28 de Julio de 1546. 

(2) Al Emperador en el Consejo el Licenciado Cerrato desde Sto. Domingo 
¿ 15 de Junio de 1546. 

(3) Cerrato, ibid. 



— 193 — 
que se introdujesen en aquella isla; mas el Emperador negó expre- 
samente tal permiso. ¿Seria para que no creciese más el número 
de negros? ¿Sería porque creyese tenerle más cuenta conservar el 
monopolio que romper todas sus trabas? Esto es lo que yo creo. 

Quejábanse algunos vecinos de la Española de que se sacasen 
negros para Tierra-Firme; pero en concepto del Licenciado Cer- 
rato no tenian razón, porque muchos vivian de comprar bozales, 
ensenarles alguna industria, y venderlos después con provecho. 

La ciudad de Nombre- de-Dios manifestó al Emperador en 1.° 
de Junio de 1546, que desde diez arios antes se habia impuesto 
allí el derecho de sisa para perseguir los negros cimarrones, y 
suplicaba se confírmase por Real Cédula, pidiendo, al mismo tiem- 
po merced de quinientas licencias para introducir esclavos. 

La importación de negros era negocio que daba margen á gran- 
des abusos. No es pues extraño que el mencionado Obispo de la 
provincia de Honduras, D. Cristóbal de Pedraza, escribiese al Em- 
perador desde Truxillo á l.**de Mayo de 1547, acusando á los 
Oidores de aquella Audiencia de consentir á los Oficiales Reales 
que se aprovechasen de las rentas de la Real Hacienda com- 
prando con ellas negros y haciendo heredades para si i. 

Repetíanse los alzamientos de negros, no sólo en la Española, 
sino en otros países. El Licenciado Miguel Diez Armendariz que- 
jóse al gobierno desde Cartagena, de que en aquella gobernación 
hacia más de nueve años andaban alzados algunos negros, obli- 
gando á los indios á q|¿e les sriviesen, y tomándoles haciendas y 
mujeres; que acaSaban de asaltar el pueblo de Tafeme donde ma- 
taron más de veinte personas^ robaron oro y otras cosas, quema • 
ron los maizales, y lleváronse de doscientos cincuenta á tres- 
cientos indios entre hombres y mujeres. « Tienen, dice el Licen- 
ciado Diez, su asiento á cuarenta leguas de la villa de Santiago 
de Tolú. Por esa causa aquella provincia está alborotada y se han 
despoblado algunos pueblos de indios. Vergüenza es ver gente 
tan vil tanto tiempo sin castigo. Embió al Capitán Alonso López 
de Ayala, el mismo que fué á las minas con veinte y cinco hom- 
bres. Hoy ha partido para la villa de Tolú con orden de no bolver 
sin apoderarse de los negros ó destruirlos. He prometido ventajas 
á los que los mataren, y mayores á quien me los traiga vivos.'» 



(1) Muñoz, Colee ^ tomo S4. 

(2) Al Emperador ea el Consejo, LiceDciado Miguel Diez Armendariz. 
Cartagena 24 de Julio de 1545. 

13 



— 194 — 

En i2 de Octubre de 1545, seis corsarios franceses llegaron á 
la ciudad de Santa María de los Remedios, donde estaba el asien- 
to y pesquería de las perlas en Costa-Firme, y tomaron cinco naves 
que de Castilla habían llegado. Por falta de artillería y municiones, 
y temiendo que incendiasen el pueblo, cuyas mercancías y manteni- 
mientos importaban cuarenta mil pesos, los vecinos capitularon 
con ellos, comprándoles más de setenta negros que llevaban *. 
Esos corsarios molestaban también á los portugueses , y en 
dicho año Íes apresaron un buque cargado de azúcar, y otro de 
esclavos negros, que vendieron en Canarias por vino y bastimen- 
tos*. 

Nuevas calamidades azotaban á las coloni¿)s españolas. El ya 
citado Virey de México, D. Antonio de Mendoza, dio parte al 
Gobierno en 10 de Setiembre de 1545 de haber estallado una 
peste entre los indios, y que en tólo diez leguas en torno de la 
ciudad de México habían muerto más de cuatrocientos mil. Délos 
españoles habían perecido ciento, y de los negros esclavos casi to- 
dos. Cuál fuese la índole de tan grave enfermedad, ni el Virey ni 
los historiadores la mencionan: duraba comunmente tres ó cuatro 
días, extendiéndose á veces hasta el onceno. «Esta plaga, decía 
él, pasa por Mechoacan é Tlascala, é por las demás partes de 
Tierra fría, que en la caliente no ha tocado, haciendo grande es- 
trago.» Dos meses después, ó sea el il de Noviembre de aquel 
año, participaron al Monarca las autoritiades de México haber 
vendido los ganados y negros que le pertei-ecian en Nueva Espa- 
ña, pues eran de poquísimo provecho, en especial con la peste y 
mortandad de estos. 

Para importar negros con ventaja suya, los españoles no des- 
perdiciaban ningún acontecimiento físico ó de otra naturaleza que 
pudiera favorecer sus intereses. Por eso fué que valiéndose de la 
peste asoladora que hubo en Nueva España, Gerónimo López pi- 
dió licencia el 15 de Noviembre de 1547 para introducir en ella 
cincuenta negros sin pagar derechos y reponer diez y siete que 
se le habían muq[to en aquella peste. 

Abundaba el vicio de la bebida entre los indios y los negros 
esclavos de Nueva España, y para contenerlo, ordenóse en aquel 



(1) Al Emperador en el Consejo, Ciudad de Santa M^Ia de los Remedios. 
Oeste pueblo de la Laguna.de San Juan, á 5 de Enero de 1546/ 

(2) Herrera, déc. 7, lib. 10, cap. 18. 



— 195 — 
año al Virey que prohibiese íiacer vino de raíces, y que joo con • 
sintiese vender el de Castilla á los negros esclavos '. 

Continuaba el, mal estado de Cuba^ y el Cabildo de Bayamo en 
carta al Emperador de 31 de Enero de 1547, le dice que la Isla 
estaba perdida por falta de indios y de negros esclavos^ y así pe> 
dia que estos se enviasen. Efectivamente tratábase de fomentaren 
aquella isla la grangería del azúcar, pues el Licenciado Chavez, 
Gobernador dé la misma, comunicó al Gobierno en 27 de Setiem- 
bre de 1547 la noticia de que al fondo de la bahía de Santiago 
un vecino de ella hacia á toda prisa un trapiche de azúcar, y que 
esperaba le siguieran otros *. Pero estas esperanzas no se reali- 
zaron inmediatamente^ como veremos después. 

A la ciudad de Nuestra Señora de los Remedios hizo el Gobier- 
no,, en 10 de Mayo de 1548 merced de cien licencias de negros, 
exentos de todos derechos, para labranzas y grangerías, con tal que 
no pudiesen llevarlos á otras partes. No agradó esta condición á 
aquellos moradores, porque su intención era vender los cien ne- 
bros: así fué que antes de someterse á ella, expusieron al gobierno 
que preferían pagar ocho pesos de . derechos por cada uno de 
* ellos; mas esta súplica fué completamente desatendida '. 

En Mayo de aquel ano el Licencia(k> Grageda, Oidor de la Au- 
iliencia de la Española, hizo al Emperador la siguiente consulta: 
«Ofrécense muchos casos donde no se puede haver información 
sino de negros esclavos; y como de derecho no se les da fee sin 
tormento, úsase ay.... do tienen por cosa muy agrá por parecer- 
Íes que.sin culpa suya son castigados. Y do aquí han tomado al- 
gunas veces ocasión para se alzar, y otras veces callan la verdad 
aunque la sepan, por temor de tormento Y. M. lo mande pro- 
veer.» A esto respondió el Monarca; «El derecho provee en esto, y 
conforme á la ocurrencia de los casos lo provean, teniendo aten- 
ción que, quanto sea posible, no se haga agravio.» Respuesta 
vaga y no muy clara, puesto que dejaba vasto campo á la arbitra- 
riedad de los Jueces. 

Cuando el digno y honrado Cerrato salió de ^nto. Domingo pa- 
ra el Continente, pudo decir con razón al Emperador, en carta de 



(1) Herr. dóc 7, lib. 10, cap. 18. 

(2) Muñoz, Colee, tomo 84. 

(3) Carta al Priacipe de Francisco de Castellanos, en la ciudad de Nues- 
tra Señora de los Remedios, á 10 de Mayo de 1548. 



--. 196 - 

7 de Marzo de i 548, que á su llegada halló muy alterada aquella 
isla con menos de diez ingenios de azúcar que moliesen y gran 
número de negros alzados; pero que la dejaba tranquila, con trein- 
ta ingenios molientes, las Rentas Reales en buen cobro y la Au- 
diencia reformada. Mas apenas hubo Cerrato salido de la Española, 
cuando los negros alzaron de nuevo la cabeza. Aparecieron dos 
cuadrillas, la del famoso Capitán Lemba con ciento cuarenta ne- 
gros, y otra que se descubrió á principios de Mayo en la provincia 
de Higüey, y que hacia más de quince años estaba refugiada en 
unas sierras y montañas junto al mar. Envióse gente contra la 
primera. Casi todos los prófugos fueron presos, muertos ó ajusti- 
ciados, quedando á Lemba menos de veinte; pero con esos pocos, 
andando á caballo hízose salteador de caminos. Matósele al ñn en 
Setiembre, y de su cuadrilla sólo seis ó siete escaparon, que pro- 
bablemente se unieron con otros quince negros que acababan de 
alzarse en la Vega '. 

En la villa de San Pedro, provincia de Honduras, hubo en 1548 
un levantamiento de negros tan peligroso, que si no se hubiera 
enviado prontamente contra ellos gente que los desbaratase, muy 
fatales consecuencias hubiera podido tener *. 

Tan considerable era el número de los que había ya en las go- 
bernaciones de Santa Marta y Venezuela, y tanta la indiferencia 
con que se les dejaba usar de armas, que los más despiertos de 
entre ellos trataron en 1550 de apoderarse del país dando muer- 
te á los blancos. Conjurados en número he dotcientos cincuenta, 
retiráronse al asiento de la Nueva Segovia en donde nombraron 
un caudillo ó rey, organizáronse en compañías, y cada uno seña- 
ló la mujer blanca con quien se habia de casar después de la vic- 
toria. En sabiendo que los inmediatos vecinos de Tucuyo enviaban 
socorro á Segovia, dieron sobre los españoles, y aunque no pu- 
dieron triunfar, mataron seis ó siete, y entre ellos un clérigo. Al 
siguiente dia llegó el capitán Diego Lozada con- cuarenta soldados 
de Venezuela, y atacando vigorosamente á los negros, mató á to- 
dos los varoiies/^perdonando á las hembras *. 



(Ij Cartas al Emperador del Licenciado Grajeda en Santo Domingo á 27 
de Mayo de 1548 y 23 de Junio de 1549; y de la Audiencia de la Española á 
16 de Oclubre de 1548 y 23 de Enero de 1549. 

(2) 'Herrera, déc. 8; cap. 5. 
(3) Herrera, déc. 8, lib. 6. cap. 12. 



— 197 — 

La Real Cédula de 14 de Agosto de 1543 mandando expulsar 
de las Indias á los esclavos ó esclavas convertidos de moros y á 
sus hijos, fué sobrecartada por otra de 13 de Noviembre de 1550, 
reiterando aquella expulsión. Interesante es el prólogo é intro- 
ducción de esta última, porque en ellos se indican los puntos adon- 
de se iban á buscar tales esclavos para llevarlos al Nuevo Mundo. 
«Al Rey se ha informado, que á causa de se haber encarecido el 
precio de los esclavos negros en Portugal y en las Islas de Guinea 
y Cabo -Verde, algunos mercaderes y otras personas que entien- 
den en pasar de ellos á las Indias, han ido y enviado á comprar 
negros á las Islas de Cerdena, Mallorca y Menorca y otras partes 
de Levante, para los pasar á las dichas Indias, porque diz que 
allí valen más baratos, y porque los negros que hay en aquellas 
partes de Levante, diz que son de casta de moros, y otros tra- 
tan con ellos, y en una tierra nueva donde se planta agora nues- 
tra Santa Fé Católica, no conviene gente.de esta calidad etc.» 

En 3 de Noviembre de 1548, el referido Licenciado Cerrato es- 
cribió al gobierno desde Guatemala, que en la provincia de San 
Salvador habia mucho oro y plata; que convendría introducir 
cantidad de negros, y que de ello reportarían grandes ventajas la 
población y las rentas del Monarca. Pidiólos de nuevo para las 
minas de aquellas j^rovitcias, en despacho dirigido al Emperador 
desde Santiago de Guatemala el 8 de Abril de 1549. 

Tenían todos gran empeño en el descubrimiento y laboreo de 
las minas. Por eso el Obispo de Venezuela pidió al Gobierno desde 
Coro en 1550, que en las islas de San Diego y San Juan se com- 
prasen treinta negros mineros para que descubriesen las minas de 
Venezuela, y para más estíjiuliarlos, se les ofreciese la libertad si 
las descubrían ^ 

Por ausencia del Emperador, desempeñaba entonces la Regen- 
cia del Reino su hijo el Príncipe Don Felipe, que^lamado por su 
padre á Bruselas para ser allí reconocido por los Estados generales 
como heredero de los Países Bajos, dejó, al partir en 1548, el 
gobierno de España á Maximiliano, hijo primogénito de Fernan- 
do, casado con la Princesa María, hija de Carlos I. Ocurrió á la 
sazón un incidente sobre el comercio de negros. La mayor parte 
de los que á Indias se llevaban, comprábanse en las Islas de Ca- 



(1) Carta del Obispo de Venezuela al gobierno, escrita en la ciudad de 
Coro á 10 de Octubre de í550.>-Muqoz, Golee, tomo 85. 



— 198 — 

bo- Verde; mas habiéndose entendido que el Rey de Portugal que- 
ría trasladar este negocio á Lisboa, que, de veriñcarse, hubiera si- 
do muy perjudicial á los españoles, Maximiliano no sólo escribió 
al dicho rey en 1549, llamándole hermano y exponiéndole los 
quebrantos que de ello resultarían á los españoles, sino también 
al Comendador Lope Hurtado de Mendoza, Embajador de España 
cerca de aquella Corte. Estas negociaciones surtieron buen efecto, 
p'ies que el tráfico de negros siguió corriendo por sus antiguos 
canales ^ 

Sintióse en Papamá la necesidad de caminos, y para construir- 
los, su gobierno echó en 1549 el tributo de un peso sobre cada ne- 
gro que se importase; tributo que fué aprobado por la Metrópoli. 
Por una Ordenanza de la Audiencia de la Española confirmada por 
el Consejo de Indias^ habíase dispuesto que los negros bozales no 
se vendiesen allí á más de sesenta y cinco pesos. Pero como lodo 
habia encarecido en España y en América, principalmente los ne- 
gros por su grande exportación á Nueva España y al Perú en los 
cuatro procedentes años, nadie los introducía por la tasa que se 
les habia impuesto. En consecuencia, la ciudad de Santo Domin- 
go pidió en 15 de Enero de 1549, que á cada introductor se le 
permitiese venderlos al precio que pudiese. Pero esta libertad de 
precio concedida á los importadores de llegrí^s, motivó la carta 
que el Licenciado Hurtado escribió al Emperador desde Santo Do- 
mingo en 7 de Abril de 1550, diciéndole: 

«Diegp Caballero en 10 de Marzo dice que los Portugueses 
enriquecían con su comercio de negros vendiéndolos con exceso, 
que al Gobernador de Bresa y á los Belzares en las licencias para 
cuatro mil piezas se les puso tasa de cincuenta y cinco ducados. 
Es verdad que ha crecido el precio más de al doble. En Indias 
son de toda necesidad los negros porque los Españoles no traba- 
jan en Indias^ qme todos los que á ellas pasan son luego caballe- 
ros, y como por su pobreza no pueden comprar negros, que balen 
á ciento cincuenta pesos, todo se despuebla. Pide tasa de cíen 
pesos.» *. 

Ingenios de azúcar y negros esclavos podían tomarse por sinó- 



{{) Docum. origin. hechos en Gigales á 23 de Octubre do 1549 —Muñoz, 
Golee, tomo 75. 

(2) Al Emperador Ldo. Hurtado dv sdo Santo Domingo en 7 de Abril de 
1550. 



- 199 — 

nimos en las antillas desde el siglo xvi; y pedir la fabricación de 
aquellos era pedir indirectamente la introducción de éstos. Tal fué 
la tendencia de la súplica que por encargo del Contaaor Agra- 
monte hizo al Emperador el Licenciado .Gonzalo Pérez de Ángulo, 
Gobernador de la isla de Cuba, desde Santiago á 1.^ de Julio de 
1550, para que prestase. ¿vecinos diez ó doce mil pesos, y hacer 
cinco ó seis ingenios, «con cuya contratación habría diezmos y 
salarios para el Gobernador y Oficiales *.» 

Esta súplica fué apoyada por el Provincial de los frailes Domi- 
nicanos del Perú, quien vuelto á España después de haber visita- 
do á Cuba, dirigió al Gobierno desde Sevilla una representación 
en que decia: «Que aquella isla estaba despoblada, y totalmente se 
perderla, si no iban á ella de España labradores con mujeres é hi- 
jos, y con licencia para introducir quinientos negros, y si no se 
permitía además á sus pobladores que introdujeran otros mil libres 
de derechos, puesto que ya no se podía emplear á los iridios en 
las minas ')>. 

El rigor de las leyes prohibiendo que á indias pasasen extran- 
jeros, templóse á veces respecto de algunos. Habíase hecho en 
anos anteriores una excepción en favor de los portugueses y ge- 
noveses, quienes importaban en ellas cuantos negros podían. Re- 
vocado fué este permi,|o en 1549, mandándose que así ellos como 
los demás extranjeros fuesen excluidos de todo trato con Améri- 
ca. Pero entonces aconteció lo mismo que antes, porque muy 
pronto se mezclaron en la navegación y trato de las Indias mari- 
neros levantinos, genoveses, portugueses, flamencos y alemanes. 
La Casa de Contratación de Sevilla manifestó al Rey que debía 
prohibírseles enteramente toda comunicación con América; mas 
temiendo él que si esto se ejecutaba, aquellos marineros descon- 
tentos se irían á otros reinos á perjudicar á España con las noti- 
cias que tenían, ordenó en Valladolid por Real Cédula de 1.® de 
Mayo de 1551, que se les permitiese á ellos solos, y no á otros, 
seguir en el trato y navegación de las Indias, dando fianzas los 
maestres de las Haves de que los volverían á España *. 

El motivo en que se fundó dicha Real Cédula, indica claramen 
te que no nació de generosa tolerancia hacia los extranjeros, 



(1) Muñoz, Golee, lomo 85. 

(2) Golee, de Muñoz, tomo 86. 

(3) Muñoz, Golee, tomo 86. 



— 200 — 
sino del interesado deseo de mantener á los demás países en la 
ignorancia^de las cosas de América para mejor conservar el mo- 
nopolio que España tenia en aquellas regiones; monopolio que 
también plantearon otras naciones en sus colonias luego que las 
adquirieron. 

En el mismo año de 155i, la Real Hadenda de Puerto-Rfto 
prestó por cuatroaños en nombre del Monarca seis mil pesos para 
dos ingenios; pero en su opinión, más que estos préstamos conve- 
nia se enviasen quinientos ó seiscientos negros para repartirlos 
entre unos ochenta vecinos que habiaen los dos solos pueblos de 
la isla, y sacar oro con ellos. 

El Consejo de Indias consultó al Emperador en Valladolid el 23 
de Junio del referido año, que habiendo Alonso Rerea Martel pe- 
dido en nombre de la isla de Puerto-RicQ que fuesen á costa del 
Monarca cincuenta casados, llevando cada uno dos esclavos, li- 
bres de derechos, porque estaba muy necesitada de pobladores, 
juzgaba que á Martel se diese licencia para llevar ciento cincuenta 
esclavos francos, y que con el precio de las licencias condujese 
los cincuenta casados. Conformóse el Emperador con esta consul- 
ta, mandando que se ejecutase. Consultó también el mismo Con- 
sejo desde aquella ciudad en 3 de Agosto del referido año, que á 
un García que pedia licencia para llevar m la ¿nencionada isla 
cuatrocientos esclavos, se le concediese sólo para ciento. 

Lamentábase Cuba de hallarse despoblada y de estar próxima 
á su ruina: pidió por tanto al Emperador que pasasen de España 
labradores con sus mujeres é hijos, ayudándoles S. M., lo quepo- 
dría hacerse dando quinientas licencias de esclavos; que se pres- 
tasen á cinco vecinos diez mil pesos de la Real Hacienda de Tier- 
ra-Firme, para hacer cinco ingenios: y pues que la isla se hallaba 
en tanta pobreza por haber mandado no se echasen indios á mi- 
nas, se les diese licencia para pasar mil negros exentos de dere- 
chos. A estas peticiones el Consejo consultó , que se concediese 
el préstamo tomando seguridades de que se harían los inge- 
nios, y que se concediese licencia para introducir trescientos 
negros *. 

Andaban en la Habana ganando jornal los negros esclavos de 



- (1) Extracto de Consultas al Emperador, del Consejo de Indias, MS. Arch. de 
Simancas, Cartas, legajo 22, y Muñoz, Golec.^ tomo 86. 



— 201 — 

ambos sexos, y ocupábanse en vender cangrejos y frutas. Te- 
miendo el ayuntamiento de aquella villa que tales negros se en- 
tregasen á la holganza, é imbuido en el antiguo error de que no 
debían permitirse revendedores por ser funestos á los pueblos, 
prohibió, en acuerdo celebrado el 19 de Junio de 1551, que nin- 
gún n«gro vendiese aquellos artículos só pena de trescientos azo- 
tes que les serian dados por las calles de la Habana, y diez días 
de cárcel en cepo y cadena. Tengo entendido que si los trescien- 
tos azotes se dieron en algún caso, seria en las espaldas con una 
correa ancha de cuero curtido; y aun así harto severa fué esta 
pena, cuyo rigor sólo puede en parte disculparse con la rudeza 
de las costumbres del siglo xvi. 

Siguió el ayuntamiento de la Habana castigando con mano 
fuerte las demasías de los negros esclavos y también las de los 
indios libres, que no por la ley sino por la voluntad de los hom- 
bres fueron peor tratados que aquellos. Mandó por tanto aquel 
ayuntamiento en acuerdo celebrado el 29 de Enero de 1552, que 
el indio ó negro esclavo que hurtase ó tomase caballo ó canoa 
del paraje en donde los tenían sus dueños, ademas de pagar á 
estos los danos que les ocasionaran, sufriesen por la primera vez 
doscientos azotes, y por la segunda igual pena y una oreja corta- 
da; pena que si entónces«no repugnaba á los sentimientos de 
nuestros progenitores^, hoy la rechazan nuestras costumbres. 

Para impedir los robos y otros excesos que cometían los negros 
esclavos y libertos del Perú, aquella Audiencia hizo en 8 de Se- 
tiembre de 1550 y 5 de Agosto de 1551 varias ordenanzas, man- 
dando que ninguno de ellos llevase armas ni saliese de casa de 
su amo de noche de diez á cuatro, sino en compañía suya, ni hu- 
biese ninguno sin ofício ó amo á quien servir. 

Abusos de otro linaje cometiéronse no solo en el Perú sino en 
otras partes, cuyos negros y negras, así libres como esclavos, se 
servían de indios é indias, teniéndolas muchos p(^ mancebas, ó 
maltratándolas y oprimiéndolas. Mandó portante Garlos 1 en Ma- 
drid á 14 de Noviembre de 1551, que en adelante ningún negro 
ni negra se sirviese de indio ni india, so pena que al negro ó ne- 
gra esclavos se le diesen por la primera vez cien azotes pública- 
mente, y por la segunda se le cortasen las orejas: si fuese libre, 
sufriese cien azotes por la primera vez, y por la segunda se le 
desterrase perpetuamente de aquellos dominios. A los dueños de 
esclavos ó esclavas que diesen lugar ó consintiesen que tuvieran 
indios ó indias ó se sirvieran ^de ellos, impúsoseles la pena de 



— 202 - 

cíen pesos, sin que pudiesen alegar ignorancia ni falta de 
noticia ^ 

Prohibióse también en dicho año que los negros y mulatos, 
libres ó esclavos, llevasen oro, seda ni manto con perlas, y que 
ningún negro, ni loro, libre ni esclavo, usase armas, por los in- 
convenientes que de habérselas consentido se habían ocafiona- 
do '. En cuanto á sedas, oro y perlas, no pudo la ley tener otro 
objeto que marcar la diferencia que debía de haber entre el ves- 
tido de la raza blanca y el de la negra, é impedir, ó al menos 
disminuir, ios vicios de que pudieran valerse para adquirir aque 
líos adornos. Respecto á la prohibición de las armas, nada podía 
ser más conforme á la seguridad de los españoles. Reiteróse esta 
prohibición en la ciudad de Toro á 1& de Febrero y en Monzón de 
Aragón álí de Agosto de Í552, mandándose que los negros y 
loros, libres ó esclavos, no pudiesen llevar ningún género de ar- 
mas pública ni secretamente, de día ni de noche, salvo los de las 
justicias cuando fuesen con sus amos, pena de perderlas por pri- 
mera vez, por la segunda, ademas de perderlas, diez días de cár- 
cel, y por la tercera se le diesen cien azotes si fuese esclavo, y 
si libre, desterrado perpetuamente de la provincia. Si se probaba 
que algún negro ó loro echaba mano á las armas contra español, 
aunque no lo hiriese^ por la primera v^ se le dieran cien azotes 
y clavara la mano, y por la segunda se le cortasen á no ser que 
fuese defendiéndose y habiendo usado primero de la espada el es- 
pañol *. Pero estas prohibiciones no fueron observadas, y los re- 
petidos alzamientos de los negros que hubieran debido dar salu- 
dable enseñanza á los españoles, nada les aprovecharon, pues 
tuvieron éstos muchas veces la imprudencia de ponerles las ar- 
mas en la mano, obligándolos á tomar parte en las guerras civiles 
que encendieron en algunos países del continente al promedio 
del siglo XVI. 

Guando Vact de Castro, Virey del Perú, venció en 1542 en el 
Valle de Chupas á Diego Almagro y sus partidarios, los negros 
que marcharon en el ejército de aquel cometieron crueldades con 
los vencidos *. Cuando Gonzalo Pizarro derrotó en 1646 al Virey 



(1) Recop de Indias^ lib. 7, tit. 5, ley 7. 

(2) Id., lib. 7, tu. 5, ley 15. 

(3) ídem ibidem. 

(4) Herr., déc 7, lib. 3. cap. 11. 



— 203 — 
del Perú Blasco Nuñez Vela en la batalla de Añaquito, los seis- 
cientos negros arcabuceros que tenia no sólo pelearon valerosa- 
mente contra los castellanos, que también tenían en su campo 
esclavos de la misma raza, sino que cometieron atrocidades, acu- 
chillando y matando á ios soldados ya vencidos; y uno de éstos 
cortó4a cabeza por orden de su amo al mismo Virey, bien que 
aquel no lo mandó por crueldad, sino para librarle de los ultrajes 
que contra él empezaban á cometer algunos de los conjurados ^« 
Cuando en 1550 los dos hermanos («entreras se alzaron contra la 
autoridad real en Nicaragua, asesinaron al obispo y marcharon 
sobre Panamá: los españoles leales de esta ciudad armaron dos- 
cientos cincuenta negros esclavos, y con su ayuda desbarataron 
á Juan Bermejo, alma de la rebelión y capitán valiente de los 
conjurados *. 

Si la necesidad justificaba que en momentos de gran conflicto 
se armase á los negros esclavos, la buena política lo condenaba, 
porque así se les iba acostumbrando á las prácticas de la guerra, 
inspirábaseles el sentimiento de sus propias fuerzas^ y enseñán- 
dolos á volver sus armas contra los blancos, se socavaban los 
fundamentos de la esclavitud, que no puede existir sin lamáscie- 
ga obediencia. 

Más pacífica quejes mencionados países estaba la Nueva- Gra- 
nada, en donde aumentaban los negros, á lo menos en Santa- Fé 
de Bogotá, porque como no se consentía echar indios á minas, 
fueron introduciéndose aquellos y empleándose en el laboreo de 
les de plata '. Mientras abundaban en la nueva Granada, en Mé- 
jico escaseaban^ pues en 1552 y aun quizás antes, vendíanse a 
elevado precio de ciento ochenta á doscientos pesos. 

Si apartándonos por ahora del continente volvemos á las anti- 
llas para seguir la marcha de otros sucesos en algunas de ellas ^ 
veremos que los Oíiciales Reales de Santo Domingo escribieron 
al Emperador Carlos V en 30 de Marzo de 1550:^<Los negros han 
subido á muy crecido precio, pues ellos solos trabajan, español 
ninguno. Suplicamos remedio general para todas las Indias en 



(1) Herr., dóc. 8, lib. 1, cap. 2.— Inca Garcilaso, Comentarios Reales^ par- 
te 2, lib. 7, cap. i 3. 

(2) Herr., dóc. 8, lib. 6, cap. 3 á 7. 

(3) íi\ Emperador en el Consejo, del Licdo. Galarza Góagora, desde San- 
ta-Fé, á 12 de Abril de 1552. 



~ 204 - 

r 

dicho precio, y que los indios del Brasil de Portugal puedan en- 
trar en esta isla.» 

La Española pidió al Emperador en i552 tres mil licencias para 
repartir entre sus vecinos todos los negros que se introdujesen. 
Curioso es saber que por entonces ya entraban anualmente en 
aquella isla dos mil, gran parte de los cuales era de contrabando, 
según costumbre allí y en otras partes. «Sí los registros (asi es- 
cribía de Santo Domingo el Licenciado Esleve al Emperador), si 
los registros dicen ciento, entran doscientos ocultamente, y, si se 
les cojen, dicen que son por la licencia de otro, y que mientras 
estén en las naos, vengan cuantos quieran, no se les pueden to- 
mar por perdidos. También en el visitarlos hay fraudes. Debiera 
entender el fiscal.» El gobierno* mandó entonces que éste y los 
Oficiales Reales hiciesen en persona la visita de los buques. 

La necesidad que de ellos habia aumentó tanto su precio, que 
los portugueses se enriquecían con perjuicio de los vecinos de 
aquella isla, vendiéndolos á más de doscientos pesos; por lo cual 
propuso el indicado Esteve que el gobierno les pusiese tasa que 
no excediese en todas las Indias de veinte y cinco á treinta mil 
maravedís. Para remediar el triste estado de la Español?^, propuso 
también Esteve una medida opresora, y fué que á ninguno que 
tuviese hacienda y grangerías se le pernytiera abandonar la isla. 
Mejor inspirado estuvo cuando deseaba que ella se poblase de bue- 
na gente. «No sirven», decia, «pobladores como los que Alonso 
Pérez Procurador desta isla trajo á título de labradores, que eran 
barberos, sastres y gente inútil, que muy presto vendieron las do- 
ce vacas y el toro que Y. M. les dio para comer, no sabían traba- 
jar y no poblaron sino los hospitales y las sepulturas. Destos 
pobladores vienen de sobra sin que V. M. pague Matalotages.» 

Habíase agravado la situación de la Española con un espan- 
toso huracán, acaecido el 29 de Agosto de 1552. En el puerto de 
la ciudad de Saifio Domingo perdiéronse trece ó catorce buques 
cargados de azúcar, cueros y otras mercaderías, cuyo valor as- 
cendía casi á ciento cincuenta mil pesos, y á mayor cantidad el 
daño ocasionado en los campos. Sobrevino entonces que una ha- 
nega de maíz valia dos pesos, igual precio y más la carga de 
cazabi, una libra de pan diez y seis maravedís^ un cuartillo de 
vino veinte y cuatro maravedís, un huevo seis y ocho maravedís, 
y así lo demás. Pero tan altos precios eran menos efecto del hura- 
can que del monopolio mercantil que oprimía á las colonias. 

El iO de Diciembre de aquel año escribió el referido Esteve al 



— 205 — 

Emperador desde Santo Domingo, que «las principales haciendas 
de la isla Española son los ingenios, que suele uno dar de prove- 
cho diez mil ducados. Deviérase mandar á cuantos los tienen de 
agua ó caballo, que los hicieran de piedra con casa fuerte contra 
las guerras é invasiones de tantos negros y otros enemigos. Y 
convendría señalar á cada uno una legua de término, como dehe- 
sa adehesada para pastos y leña.» 

La Habana habia escrito el 25 de Agosto de 1552 al Consejo de 
Indias, pidiendo que se enviasen á ella treinta negros, no para 
minas ni agricultura, sino para hacer la fortaleza que allí se ne- 
cesitaba ^ 

Predominaba en Puerto-Rico la grangería del azúcar, pues ya 
se cogia tan poco oro, que no alcanzaba á pagar las libranzas de 
las hijas de la Vireina de las Indias, Doña María de Toledo, viuda 
del Almirante Don Diego Colon y madre de Don Luís, nieto del 
Gran Descubridor; pero algún tiempo antes hubo dinero para pre s- 
tar dos mil pesos al Contador Pérez de Lugo, con los que empren- 
dió un ingenio que estaba acabando en Febrero de 1562 *. Otros 
parece que se debían emprender, pues les Oficiales Reales de 
Puerto-Rico dieron en 1553 gracias al Emperador, por la merced 
á aquella isla de cuatrocientas licencias para introducir negros. 

Tornando otra vez al continente, observaremos con dolor las 
inquietudes que daban los negros á los habitantes de Nombre-de- 
Dios en la provincia de Panamá: su Gobernador Santiago Clavíjo 
escribió al Emperador e#7 de Junio de 1552, que en la pobla- 
ción de Acia ya no quedaban sino tres ó cuatro vecinos casados 
pobres, y por temor de los negros alzados le pedían licencia 
para desamparar la tierra. 

Sintiéronse también conmociones en Venezuela. Por librarse 
del castigo huyóse en el mismo año un negro de las minas que se 
beneficiaban en la provincia de Barquicimeío. Llegó á juntar en- 
tre sus compañeros é iadios más de ciento ochenta, y habiéndose 
proclamado rey, mató á varios blancos, y aun tuvo la osadía de 
asaltar el pueblo mismo de Barquicimeto. Pero jechazado y per- 
seguido por el capitán Lozada, fué desbaratado completamente '. 



(l) Muñoz, Golee, tomo 86. 

(2j Carta al Emperador, de Luis Pérez de Lugo, desde Puerto-Rico á 5 
de Febrero de 1552. 

(3) SimoD, Noticias historiales de la Conquista de Tierra- Firme, nota 5, 
cap. 20 y 21. 



— 20») — 

No tuvieron éxito tan feliz los alzamientos de Panamá. En los 
bosques de la banda del Oriente, no muy lejos de Nombreirde-Dios, 
existían en el año de 1553 algunos pueblos de negros cimarrones 
que mataban á los blancos que los perseguían. En número de 
ochocientos, reuniéronse en aquellos bosques con algunos indios: 
tenían flechas envenenadas, salían con frecuencia al camino que 
va de Nombre-de-Dios á Panamá, asesinaban á los españoles que 
cogían, robaban las mercancías, y á los negros que guiaban las 
muías dejábanlos ir en paz ^ 

Deplorable era semejaiTte estado; y como empeoraba cada dir, 
Alvaro de Sosa escribió al Emperador el 4 de Abril de 1555, 
díciéndole que había hecho tres entradas contra los negros cimar- 
rones, pero con algunas desgracias, pues hablan matado al ca- 
pitán de la primera, y padecido su gente por falta de comida. 
Pensaba poblar cerca de ellos poniendo cincuenta ó sesenta hom- 
bres, la mitad negros de conñanza, á quienes se daría la libertad 
según sirviesen, y así se les podría hacer continua guerra hasta 
su exterminio. No faltó quien motejase las medidas de Sosa con- 
tra los negros alzados^ fundándose en que eran tan atrevidos que 
salían al camino de la ciudad de Nombre-de-Dios á Panamá, ro- 
baban las barcas del rio Ghagre, y durante la gobernación de 
Sosa habían matado más de sesenta españoles. Lamentaba tam- 
bién el impugnador que la primera ciudad estuviese muy desierta 
por las pocas flotas, y porque el gobernador estaba en Panainá 
con la mayor parte de la gente, lo qi^ alentaba á los negros á 
entrar de noche en Nombre-de- Dios, no quedando más remedia 
para destruirlos que llamar á los pobladores de Urabá y Cartage- 
na *. Si insuflcíentes las medidas de Sosa para reprimir los negros 
alzados, no lo eran menos las de Padranos su motejador, porque 
no era dable que los vecinos pacíñcos de Urabá y Cartagena deja- 
sen sus hogares y familias para perseguir á largas distancias, por 
bosques y montanas, á esos negros fugitivos. 

Entrado era el ano de 1556, y tan grave era la situación de 
aquella tierra, oue no se podía andar por ella sino en partidas de 



(1) Carla al Emperador, de Alvaro de Sosa, desde Nombre-de-Dios á 15 
de Mayo de 1553. — Muñoz, Golee, tomo 86.— BeDZoni, Storia del Mondo Nuo- 
vo, lib. 2. 

(1) Al Emperador en el Consejo de Indias, Francisco de Padranos en 
Nombre-de-Dios á 22 de Diciembre de 1555. 



— 207 — 

más de veinte hombres armados. Llegó por fortuna á Nombre- 
de- Dios, el' Doctor Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Ca- 
ñete, que iba de virey al Perú; y penetrado de la necesidad de 
acabar con los alzados, dio comisión á Pedro de Orsua, gran sol- 
dado y capitán que habia hecho en el Nuevo Reino de Granada 
muchas conquistas y poblado una ciudad llamada Pamplona. Reu- 
nió gente el Orsua, en cuyo número habia muchos soldados aguer- 
ridos y acostumbrados á la fatiga. Gomo algunos se hallaban allí 
desterrados y otros huidos, el virey perdonó á todos los que to- 
maran parte en aquella jornada. Viéndose los negros estrecha- 
mente apretados, diéronse á partido; y en bien de la paz, conc3- 
dióseles que lodos los qué desde cierto tiempo se habían huido 
de sus amos fuesen libres, pues que ya los tenian perdidos: que 
los que en adelante se huyesen, fuesen restituidos por los cimar- 
rones á sus amos ó les pagasen lo que por ellos pidiesen: que 
todo negro ó negra maltratado por su duerío adquiriese libertad 
pagándole lo que le habia costado: que los negros vivirían recogi- 
dos en poblaciones que hicieran, como libres y naturales de la 
tierra, y no derramados por los montes; y que ajustasen con los 
españoles todo lo que les conviniese, dando rehenes suficientes 
que asegurasen todo lo capitulado. El rey de los negros, que se 
decia Ballano, salió con los rehenes para entregarlos en persona; 
mas el virey usando de una perfidia abominable en hombres inves- 
tidos de su carácter, tomó también al jefe por uno de los rehenes 
y envióle á España, en dciide el negro acabó sus dias ^ 

Las insurrecciones del continente inspiraron serios temores á 
Luís Velasco, segundo virey de Nueva España; y en 4 de Mayo 
de 1553 suplicó al Emperador, que no se diesen tantas licencias 
para llevar negros, pues ya habia más de veinte mil en ella, los 
que reunidos á los mestizos formaban un número muy superior 
al de los españoles, y todos deseaban, según la frase de Velasco, 
comprar su libertad con las vidas de sus amos. Por eso propuso 
que parte de ellos, y también los mestizos y los malos españoles, 
se sacasen del país enviándolos á alguna conquista. 

En el Perú, tierra acostumbrada á conjuraciones y guerras ci- 
viles entre los mismos españoles, estalló una en 1553 que duró 
casi todo el año siguiente. Púsose á la cabeza de la rebelión con- 
tra el estandarte real Francisco Hernández Girón, hombre in- 



(1) laca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, segunda parte, lib. 8 
cap. 3. 



— 208 — 
quieto y altivo. A manera de las discordias anteriores, llamáron- 
se en auKilio de ambos beligerante^ negros esclavos, de los que 
doscientos cincuenta se juntaron á Hernández en la Nazca, número 
que después pasó de trescientos, armándolos de picas y arcabu- 
ces. En la batalla de Pucará aquellos negros saquearon el aloja- 
miento de las tropas reales, do babia á la sazón pocos soldados, y 
no bailando resistencia, los mataron, como también á los enfer- 
mos; pero derrotado Hernández Girón, diéronse todos á la fuga. 
De los que tenia el campamento real empleáronse algunos por 
disposición de la Audiencia del Perú, que allí gobernaba entonces 
por muerte del virey, en llevar perdones á diversos conjurados, 
fingiendo que se pasaban á ellos; pero fueron cogidos^ y Francis- 
co Hernández, cortándoles las manos, colgóselas del cuello con 
los perdones, y volviólos á enviar al campo real V 

Mientras ardia en el Perú en 1554 la rebelión de Francisco 
Hernández, bubo otra, bien que de menos importancia, en las 
provincias de Honduras y Guatemala. Algunos hombres perdidos, 
que esperaban medrar en medio de las turbulencias, tomaron por 
cabeza á Juan Gaitan; y siendo ya cuarenta castellanos con algu- 
nos negros, todos bien armados, tomaron la vuelta de Nicaragua, 
en donde era gobernador el Licenciado Juan de Caballón. Mas 
habiendo éste tenido aviso de loque intentaban, dictó las medidas 
jnás oportunas para desbaratar aquella rebelión, sin dar tiempo á 
que se propagase *. 

Si cuando no abundaban los negros ^scla vos en el continente 
era costumbre que los descubridores de nueras tierras los lleva- 
sen en sus expediciones, ¿con cuánto más motivo no se servirían 
de ellos para sus entradas después que en gran número los hubo? 
Así fué, que el capitán Francisco de Ibarra, hombre de valor y 
autoridad enviado eñ 1554 por el Virey de Nueva España Don 
Luís Velasco á descubrir nuevas minas en aquellas tierras, llevó 
en su expedición no sólo españoles é indios, sino también ne- 
gros *. 

Las costosas guerras en que andaba envuelto Carlos I, tenían- 
le siempre an^stiado por dinero; y en sus apuros volvió los ojos 
á la venta de licencias para llevar negros al Nuevo Mundo, nego- 



(1) Herr., déc. 8, lib. 9, cap. 19, ylib. 10, cap. 12 y 13.— Inca Garcilaso, 
Coment, Reales^ segunda parte, lib. 7, cap. 13, pág. 190. 

(2) Herr., déc. 8, lib. 10, cap. 20. 

(3) Herr., dóc. 8, lib. 10, cap. 23. 



— 209 — 

CIO ya muy lucrativo. Mandó por tanto vender diez y siete mil 
por una parte, y seis mil por otra. Fijóse el precio de éstas «n 
ocho ducados cada una^ y por aquellas hubo en la Corte quieft 
ofreciese dar inmediatamente ciento dos mil ducados. Con el fia 
de obtener condiciones más ventajosas, encargóse á los Oficia les 
Reales de la Casa de Contratación de Sevilla que buscasen com-* 
pradores; mas ellos manifestaron en 30 de Mayo de 1551, que 
ninguno quería tomar las diez y siete mil licencias pagándolas 
al contado^ ni las se^s mil al plazo de 8 de Junio. 

Como el Emperador necesitaba dinero, su hijo el príncipe D. Fe- 
lipe expidió en Madrid por ausencia de su padre la cédula de 23 
de Mayo de 1552, mandando á los Oficiales Reales de la Casa de 
Contratación de Sevilla, que á los que comprasen licencias de las 
seis miiá ocho ducados cada una, se les permitiese sacar de Por- 
tugal, Cabo-Verde, Guinea y otros puntos, los esclavos que á la 
América llevasen. 

Urgente era la necesidad de dinero, y de una consulta del 
Consejo de Indias^ dada en Madrid á 19 de Junio de 1552 , apa • 
rece que por cien mil ducados que ciertas personas hablan ade- 
lantado al monarca, se trató de darles en pago el número corres- 
pondiente de licencias á seis ducados cada una; que mientras no 
se hubiesen introducido en América todos los esclavos á que se 
referían dichas licencias, nadie pudic^ra importarlos, ni dar el 
Emperador permiso pajp ello; y que los prestamistas pudiesen 
hacer compañía cíSn extranjeros, y llevar los negros en los bu- 
ques que quisiesen sin sujetarse á las Ordenanzas de la Casa de 
Contratación de Sevilla. Estas y otras condiciones que el Consjo 
calificó de muy gravosas, le obligaron á concluir que de ese mo- 
nopolio resultarla venderse los esclavos á precios exorbitantes, y 
por consiguiente, «ó sacar poco oro y plata en daño de los veci- 
nos de Indias y de los quintos reales, ó echar indios á minas; 
atarse Y. A. las manos para hacer mercedes á los pueblos de In- 
dias é otros particulares que les es gran socorro; quebranlarse 
las le^es destos reynos é ordenanzas de navegación; ganar las 
tales personas por cien mil ducados tres millones; perder S. M. 
quizá cien mil ducados anualmente y destruirse las Indias. Véase 
si en conciencia puede consentirse esto por cien mil ducados que 
se ofrecen de presente *.» 



(1) Consulta al Principe Felipe II del Consejo de Indias, fecha en Madrid 
á 19 de Junio de 1552. Muñoz, Golee, tomo 86. 

U 



— 210 — , 

A pesar del dictamen del Consejo 4e Indias, el príncipe Don 
Felipe asentó en la villa de Monzón de Aragón el 14 de Agosto 
de 1552 una capitulación con Fernando de Ochoa de Ochandiano, 
por la que, en nombre del Emperador, le dio veinte y tres mil li- 
cencias á ocho ducados cada una para introducir negros en In- 
dias, obligándose á no conceder dentro de siete años otra licencia 
alguna. El importe de estas ascendió á ciento ochenta y cuatro 
mil ducados, de los cuales se comprometió Ochoa á pagar cien 
mil en la feria de Mayo de María del Campo, y los ochenta y 
cuatro mil restantes dentro de los siete años, á razón de doce mil 
ducados en cada uno, empezando á contarse desde el 1.^ de 
Enero de 1553. 

Contra esta capitulación representaron el Prior y Cónsules de 
Sevilla y particulares tratantes con Indias , quienes enviaron 
desde aquella ciudad de Procurador en Corte con poder, á Fer- 
nando de la Puente, cuyos podei^antes se obligaban á acudir 
inmediatamente para la presente necesidad con los cien mil duca- 
dos, y hacerse cargo del asiento por el precio y condiciones 
menos perjudiciales ^ 

Hernando de Ochoa requirió al Prior y Cónsules de Sevilla con 
la capitulación de las veinte y tres mil licencias, y con Cédula 
para que la cumpliesen; mas aquellos empleados le presentaron 
otro requerimiento para que se suspendiese su cumplimiento^ y 
en tal estado acudieron al principe D. F^ipe para que resolviese 
lo que debian hacer. * 

Yo creo que dicha capitulación al fin se anuló, porque no sólo 
se concedieron otras licencias dentro del término que ella debia 
durar, sino que en los numerosos documentos originales que he 
examinado, jamás he podido encontrar noticia alguna de intro- 
ducciones de negros en América por el asentista Hernando de 
Ochoa. 

Continuaba el deplorable estado de la Española; y por eso el * 
Dean y Cabildo de Santo Domingo escribieron al Emperador en 
27 de Mayo de 1^55, que aquella isla estaba muy próxima á des— 
poblarse, .y concluian con estas palabras: «Morimos de hambre 
por falta de negros y quien labre la tierra. Con no venir navios 
sino en nota se pasan años sin que vengan provisiones de Espa- 
ña, y carecemos de pan, vino, jabón, aceite, paños, lienzos. 



(1) Docum. MS. Arch. de Indias en Sevilla . Expedientes y Eocomendados. 



— 211 — 

Quando vienen son exorbitantes los precios, y si queremos poner 
tasa, se esconden las mercaderías.» Hé aquí las fatales consecuen- 
cias del monopolio y de la holganza de aquellos pobladores. 

Azote de las colonias espaíHolas eran los corsarios franceses. 
Algunos de ellos entraron en la Habana en Julio de 1555. Juan 
Lobera, Regidor y Alcalde ordinario, defendió con mucho valor 
la pequeña fortaleza que entonces hdbia, auxiliado de cortísimo 
número de blancos^ indios y mestizos. Pero el gobernador Gonza- 
lo Pérez Ángulo abandonó cobardemente la plaza, llevándose 
consigo su mujer, hijos y hacienda; y cuando entró en ella atur- 
didamente al cabo de ocho días con doscientos ochenta entre 
españoles, negros y mestizos, no fué para salvarla del incendio de 
los enemigos, sino para ser causa de que éstos asesinasen treinta 
y tres personas, y que muriesen por su brutal conducta algunos 
blancos, indios y negros, libres y esclavos. Robada é incendiada 
la Habana, salieron de su puerto los franceses el 5 de Agosto; 
pero otros nuevos entraron á principios de Octubre, y viendo de- 
solada la tierra, contentáronse con apoderarse de dos naves, robar 
tres mil quinientos cueros, y vender á los vecinos aceite, otras 
cosas y algunos negros robados en la' misma isla ó en otra 
parte ^ 

Estas desgracias, agravadas por el funesto monopolio, tenían á 
Cuba en lamentable estado; y con razón pudo su Obispo Dr. Fray 
Diego Sarmiento decir: «Tantas son las calamidades y miserias 
que han sobrevenido á esta isla los tiempos pasados, que parece 
que por sus pasos contados se va acabando. Ha faltado el sacrifi- 
cio de la Misa algunas veces por falta de vino, y con estar en 
extremo pobre de dineros venida la flota el día de hoy, vale una 
vara de cañamazo un castellano, y un pliego de papel un real, y 
todo lo de España y aun lo que la tierra produce es muy caro. 
Todos están alterados para dejar la tierra, y los pocos Españoles 
' que hay en ella, si no la dejan es porque no hay despacho en ella 
aunque uno quisiese vender lo que vale diez en tres *>. 



(1) Relación de lo subcedido en la Habana cerca de la entrada de los fran- 
ceses en ella; hecha á S. M. por el Gobernador y Cabildo de la dicha ciudad 
en Noviembre de 1555, y pubicada en las Memorias de la Sociedad Econó- 
mica de la Habana, año de ISdS, tomo 7. 

(2) Capítulos de Carta del Dr. Fray Diego Sarmiento Obispo de Cuba, fe- 
cha en la villa del Bayamo á 20 de Abril de 1556. — MS. Arch. de Indias de 
Sevilla. Garlas de Varios, de 1551 á 1556; y Muñoz Golee., tomo 88. 



— 212 — 

Después que los franceses incendiaron la Habana en 135S, Joa» 
Lobera, el valiente defensor de ella, pasó á la Corte, y á conse- 
cuencia de los memoriales que presentó, dispuso el Rey que se 
levantase una fortaleza en aquel importante punto, dando las ór- 
denes convenientes para que de Nueva -España se enviasen los 
recursos necesarios, y veinte negros^esclavos de los que estaba» 
empleados en la obra del muelle de Vera- Cruz *. 

El Perú que habia pedido negros varias veces y recibídolos, 
presentó en 1S55 un memorial al Gobierno^ proponiendo como 
cosa útil que se comprasen esclavos en Cabo- Verde para vender- 
los en el Perú y emplear algunos en las minas. Pero ya hubo 
desde años anteriores personas que manifestasen al gobierno me- 
tropolitano la poca utilidad de ellos en aquel país, principalmente 
en las montañas, donde muchos morian con la frialdad del cli- 



ma *. 



Habia Garlos I dispuesto por una provisión dada en Madrid el 
25 de Febrero de 1530, que los comerciantes que pasasen á Indias 
coa sus mercaderías, las vendiesen al precio que pudieran; mas 
este permiso no se extendió á los negros que introducían, porque 
muchas veces se les obligaba á- venderlos á precio fijo. Esta le- 
gislación cambióse enteramente por la Real Cédula de 6 de Junio 
de 1S56, la que estableció una tarifa general para todos los negros 
que se llevasen al Nuevo Mundo, y fué en los términos siguientes: 

. ^ Ducados. 



¡En Cuba, Santo Domingo y demás Islas no podían ven- ^ ^qq 

derse en más de ) 

En las provincias de Cartagena, Tierra-Firme, Santa \ 

Fé, Santa Marta, Venezuela, Cabo déla Vela, Hondu- S 110 

ras y Guatemala en más de ) 

En Nueva España y Nicaragua en más de 120 

En el Nuevo Reino de Granada y Popayan en más de. . 140 

En el Perú y Rio de la Plata en más de 150 

Y en Chile en mas de i80 

Debe notarse que muy buenos debían ser los negros de Cabo 



(l) Memoriales de Juaa de Lobera, Alcalde de la fortaleza de la Habana 
yá la sazón en Corle, sobre labrar una buena fortaleza. MS. sin fecha, que 
estaba en el Arcb. de Simancas. 
\2) Muñoz, Golee, tomo 85. 



— 213 — 
\ erde cuando se permitió venderlos á 20 ducados más sobre el 
precio de la tarifa establecida. 

Esta como es fácil de conocer, estaba sujeta á graves inconve- 
nientes, porque en tan diferentes países babian de variar las cir- 
jcunstancias, que son las verdaderas reguladores de todo precio^ 
y más adelante se verá que la dicba tarifa no pudo sostenerse. 

Ella fué causa en Nueva España de pleitos judiciales. La Real 
Cédula que la fijaba para los negros, pregonóse en Sevilla el 13 
lie Julio de 1556, y en México el 17 de Mayo del año siguiente; 
mas en este intermedio lleváronse á Nueva España y vendiéronse 
^n ella más de seiscientos negros y negras á ciento setenta y cin- 
co, ciento ochenta y doscientos pesos de minas, unos al contado 
y otros fiados. Luego que se recibió en México aquella Beal Cé- 
dula, los compradores entablaron demanda contra los vendedores, 
, ya para que les devolviesen el exceso del precio sobre la tarifa 
qué hablan pagado al contado, ya para que la paga se hiciese al 
precio de ella en los que hablan comprado al fíado^ y ya en ñn 
para que se les impusiesen las penas determinadas en la Real Cé- 
dula contra sus infractores. 

Tales pleitos pasaron en apelación á la Real Audiencia de Nue- 
va España, la que embarazada en la sentencia que debia dar, con- 
sultó al Rey en 30 de Junio de 1557, quien después de haber 
oido al Consejo dt^ndiáft, resolvió: que, atendiendo más á la equi- 
dad que al riguroso derecho, los negros comprados en España 
ó registrados antes de la publicación de la dicha Real Cédula, aun 
cuando los compradores hubiesen tenido conocimiento de ella an- 
tes de partir, no debían entenderse comprendidos en los términos 
de la tarifa, y que en los demás casos se procediese conforme á 
justicia. En otra Cédula de 3 de Octubre de 1558, declaróse que 
• la pena impuesta á los que no observasen aquella tasa, se enten- 
diese sólo con el vendedor; pero después fueron inútiles todas esas 
disposiciones, porque la citada Cédula de 1556^ fué revocaba en 
15 de Setiembre de 1561, mandando que todos tuviesen libertad 
de vender los negros en las Indias como pudieran. 

Más alerta el interés que la ley, continuaba el contrabando d6 
negros con infracción de todas las disposiciones que lo prohibían. 
Ordenóse por tanto en Valladolid á 17 de Marzo de 1557, que no 
se desembarcasen negros ó negras en ninguna tierra de las Indias, 
sin licencia del gobernador ó alcalde mayor y de los Oficiales Rea- 
les que en ella residiesen, los cuales debian contar el número de 
aquellos que saliesen en cada barca, para ver si iban algunos sin 



— 214 — 

licencia ó registro, so pena que el barquero que echase en tierra 
negro ó negra sin licencia de los referidos empleados, perdiese la 
barca y fuese preso por término de 30 días *. Precauciones inúti- 
les^ porque aquellos empleados generalmente eran cómplices del 
contrabando que se hacia, poniéndose de acuerdo con los intro- 
ductores de negros. 

La Cédula dé i 7 de Mayo de 1557, dispuso que ningún extran- 
jero, aunque pasase á Indias con licencia real en buques espa- 
ñoles ó extranjeros, pudiese subir con sus negros^ géneros ú otras 
mercaderías del puerto adonde llegase, pues habia de venderlos 
allí precisamente^ y tornar después con el producto de todo á la 
Gasa de Contratación de Sevilla para que se regístrase conforme 
á las Ordenanzas *. 

Tan solícito se mostraba el Gobierno en que no se importasen 
negros en Indias sin su expresa licencia, que Felipe II ordenó por 
Real Cédula de Aranjuez en 30 de Mayo de 1563, que nunca á los 
dueños de naves se les permitiese llevarlos, á título de marineros 
ni con otro pretexto. Esta prohibición sin embargo levantóse al- 
gunos años después, porque las Reales Cédulas de 25 de Mayo de 
1572 y 21 de Mayo de 1576, facultaron á cada maestre de nave 
mercante para que llevase dos ó tres esclavos negros de Guinea 
6 hijos de ellos, con obligación de -volverlos á España, pena de 
cincuenta mil maravedís por cada uno *. * *- 

Siempre interesado el Gobierno de la metrópoli, aunque nunca 
pudo lograrlo, en impedir el contrabando de negros por la pérdida 
que sufría el Real Tesoro, habia dispuesto que los esclavos que de 
África se sacaban para las Indias en más cantidad ó número del 
contenido en los registros de la Casa de Cotratacion de Sevilla^ 
fuesen confiscados en la misma cantidad y número de los que 
quedaban vivos; pero después se ordenó, usando de equidad, que 
no se atendiese á los embarcados en África, sino solamente á los 
desembarcados e% las Indias^ á no ser que se averiguase haber 
sido llevados ó vendidos en otra parte de aquellas regiones ^. 

Fuentes nuevas de esclavitud^ y á la verdad muy impuras^ co- 
menzaban á brotar para las colonias españolas. Un pirata inglés 



(1) Recop. de Leyes de Indias, lib. 8, tit. 1^8, ley 2. 

(2) Recop, de Leyes de Ind. lib. 9, tit. 27, ley 4. 

(3) Veytia Linage, lib. i, cap. 25. 

(4) Reeop. de Leyes de Ind. lib. 8, tit. i8, ley 1 1 . 



— 215 — 

llamado Juan Hawkins, y que después fué honrado con el título 
de caballero por la Reina Isabel de Inglaterra, robó trescientos 
negros en la costa de África; y como la Gran Bretaña aun no ha- 
bía fundado colonia alguna en el Nuevo-Mundo, llevólos el pirata 
á la isla Española en 1563^ donde los vendió por cueros, jengi- 
bre, azúcar y perlas *. 

Uno de los graves males que ha producido en todos tiempos la 
esclavitud es la relajación de costumbres, porque á fomentarla 
propende la autoridad absoluta del amo sobre la esclava. Este fu- 
nesto poder no pudo librarse en América de sus dolorosas conse- 
cuencias; y d*iseando la ley disminuirlas en lo posible, mandó en 
1563 que cuando se vendieran los hijos de españoles habidos en 
esclavas, se diese la preferencia á sus padres, si los querían com* 
prar para libertarlos*. Ley digna de aplauso, porque se encami- 
naba á favorecer la libertad de algunos seres esclavizados; pero 
mejor hubiera sido que á cada padre se hubiese impuesto la pre- 
cisa obligación de libertar á cuantos hijos tuviesen en esclavas, 
ya con venta, ya sin ella. 

Todas las tentativas anteriormerUe hechas para conquistar y 
poblar la Florida hablan abortado tristemente; y deseando Feli* 
pe II que aquel objeto se lograse, capituló en 20 de Marzo de 1565 
con Pedro Menendez de Aviles, permitiéndole entre otras cosas 
introducir quinientos negros libres de derechos, siendo hembras 
la tercera parte, y debiendo emplearse todos en el servicio do- 
méstico, en ediñcar, cultivar con mas facilidad aquella tierra, 
plantar cañas y hacer ingenios de azúcar '. 

Si para las Floridas decretó Felipe II la importación de negros 
en 1565, permitió en el mismo dia, mes y año que pasasen á la 
Española ciento cincuenta portugueses labradores, cuya tercera 
parte á lo menos debían ser casados, y que llevasen sus mujeres 
é.hijos, no obstante ser extranjeros *. Esto prueba claramente, 
que el gobierno no habia renunciado todavía al deseo de introdu- 
cir en las colonias brazos blancos para cultifar los campos. 

Entre los negros que de España pasaban á Indias, habia algu- 



(1) Hackluyt's Voyages and Travels. 

(9) Recop. de Leyes de Ind., lib. 7, tit. 5, ley 6. 

(3) Ensayo cronológico pat^a la Historia de la Florida^ por D. Gabriel d« 
GárdeDas Z. Gano, déc. 6. 

(4) Veytia Linage, lib. 2, cap. 13, pág. 161. 



— 216 — 

DOS casados á quienes se separaba para siempre de sus mujeres é 
hijos. Respetando los vínculos del matrimonio y de. la familia, 
según se habia hecho ya en España desde el siglo xiii ^/mandó- 
se por la Real Cédula publicada en I.» de Febrero de 1570, que 
ninguna persona pudiera llevar ni enviar á la América esclavos 
negros casados en España, sin llevar también á sus mujeres é hi- 
jos; y para que conste, así concluye la ley: «Si son casados, al 
tiempo que hubiei'en de pasar y hacerse el registro de ellos, se 
, tome juramento á las personas que los llevaren, y si pareciere 
que son casados en estos reinos, no los dejen pasar sin las muje- 
res é hijos» *. Esta ley levantó tácitamente una de las prohibicio- 
nes establecidas cuarenta y cuatro años antes. La 6édula de li 
de Mayo de 152&, habia mandado que no se introdujesen en Amé- 
rica negros ladinos, y tales eran los que habían permanecido dos 
años en España ó Portugal. Pero si ahora se permitía que los 
casados en alguna de estas dos naciones pudiesen pasar á Indias 
llevando sus mujeres é hijos, ¿no es claro que aun cuando fuesen 
naturales de África, ya habrían residido mucho más de dos años 
en España, y por consiguiente serían ladinos y más que ladinos^ 
Habíase prohibido en 14 de Noviembre de 1551 que ninguna 
negra ni mulata, libre 6 esclava, vistiese sedas ni llevase oro, ni 
manto con perlas. Esta misma prohibición reiteróse el 1! de Fe- 
brero de 1571; pero ad\irtiendo que si la ne§ra ó mulata libre era 
casada con español, podía traer unos zarcillos de oro con perlas y 
una gargantilla, y en la saya un ribete de terciopelo, sin poder usar 
mantos de burato ni de otra tela, salvo mantellinas que llegasen 
poco más abajo de la cintura, so pena de perder las joyas de oro, 
vestidos de seda y mantos \ Estas prohibiciones sólo se pueden jus- 
tificar con las ideas de aquel siglo, porque hoy se mirarían como 
ridiculas; pero notable es semejante ley, porque ella muestra que 
en aquellos tiempos era permitido á los españoles contraer matri- 
monio con mulatas y negras libres, práctica que continuó mucho 
tiempo después en sR^unos países, como paso á manifestar. 

Fray José Gumilla, religioso de las misiones del Orinoco, Meta 
y Gasanare en la primera mitad del siglo xvui, dice: «Los hom- 
bres blancos han dado mayores muestras de dicha inclinación y 



(1) Parüda 4. tít. 5, leyes 1 y 2. 

(2) Recop, de Leyes de Ind., líb 9, tit. 26, ley 22 

(3) Recop. (le Leyes de /nd., 11b. 7, tit. 5, ley 28. 



— 217 — 
amor al color negro; y hoy en dia> en Cartagena de Indias, en 
Mompox y en otras partes se hallan españoles honrados casados 
(por su elección libre) con negras, muy contentos y concordes con 
sus mujeres. Y al contrario^ vi en la Guayana una mulata blanca 
casada con un negro atezado, y en los Llanos de Santiago de las 
Atalayas una mestiza blanca casada con otro negro. Este la dese- 
chó mucháá veces, diciéndola que reparase bien en su denegrido 
rostro, que tal vez seria después origen de sus disgustos: la res- 
puesta de la mestiza fué irse á su casa y untarse con el zumo de 
jaguG;, tinta tan tenaz qual ninguna otra; y puesta á vista del ne- 
gro, le dijo: Ya estamos iguales, ni tienes escusa para no querer- 
me. Casáronse^ y Dios les ha dado muy larga descendencia ^» 

No aconteció lo mismo en todos los demás países de América, 
porque en algunos prohibióse que los blancos se casasen con ne- 
gras y mulatas; prohibición que no hizo más que sustituir á la 
moralidad del matrimonio la inmoralidad del concubinato, pues 
continuaron los ilícitos enlaces entre la raza blanca y la negra: 
bien que es justicia reconocer, en honra de la moralidad del sexo 
femenino de la raza américo-hispana^ que el tránsito de la afri- 
cana á la blanca no se ha hecho , ni se hace , por el enlace del 
sexo femenino blanco con el masculino negro^ sino exclusiva- 
mente al contrario, siendo fenómeno extraordinario que una 
mujer blanca concedi^e sift favores á negro ó mulato. 

Las fugas de los negros preocupaban á Felipe 11^ y por eso 
mandó en 1571 que se persiguiese con actividad á los negros ci- 
marrones; que de los aprehendidos si fuesen cabecillas, se hicie- 
se justicia ejemplar lo mismo que de los libres; que aquellos fue* 
sen restituidos á sus dueños, pagando éstos la parte que sojuzgase 
conveniente para su captura y gastos del procedimiento; que los 
esclavos mostrencos ó sin dueños se aplicasen á la Real Hacien- 
da, la cual pagarla la misma parte que tocaría á los amos; y que 
donde no hubiese fondos para la persecución de cilharrones^ la 
Real Hacienda contribuyese con la quinta parte, y con las otras 
cuatro los mercaderes^ vecinos y otros que pudTieran contribuir, ¿ 
juicio de los vireyes y demás autoridades *. 

Estos temores de fugas y alzamientos no bastaban para atajarla 



(1) Gfumilla, Hi$t. Ntít-^ Civil y Geográfica de Uu ilaciones Hluadas en las 
riberas del rio Orinoco, tomo 1, cap. 5, 2 3. Edición de Barcelona, 179 (■ 

(2) Recop. de Leyes de Indias, lib. 7, tit. 5, ley 20. 



I 



— 218 — 

muchedumbre de negros que á la América se enviaban. Contrató- 
se pues con Juan Hernández de Espinosa en 20 de Noviembre del 
referido año, que llevase á la Habana trescientos negros escla- 
vos ^ Para ios demás puntos de América ajustóse asiento con el 
Consulado y Comercio de Sevilla^ el cual corria en los aSos de 
1572 y i573 y creo que aun después. 

Siempre solícito de sus rentas Felipe II, acrecentó en 24 de Ju- 
nio de i 566 el derecho de almojarifazgo de las Indias sobre las 
mercaderías que se introducian en los puertos de ellas, y á los 
dos y medio por ciento que antes se pagaban, ailadiéronse otros 
dos y medio ó sea el cinco por ciento: ordenó también que en los 
puertos y lugares de América en donde se cobraba el derecho de 
almojarifazgo á razón de cinco por ciento, se cobrasen otros cin- 
co por ciento, lo que era el diez por ciento, que junto coa los 
que en España conforme á lo referido se habían de pagar, ascen- 
día al quince por ciento *. 

Renovada fué esta tarifa en 28 de Diciembre de 1568; y como 
no se hablaba en ella expresamente de los negros importados en 
América, sus introductores rehusaban pagar el aumento de dere- 
chos nuevamente establecido. Para dirimir toda controversia, 
publicó el mismo monarca en 17 de Julio de 1572 y 26 de Mayo 
del año siguiente, la ley que transcribo: 

«Mandamos á todos nuestros Oñcialls decios Puertos de Indias, 
que de todos los esclavos que á ellas se llevaren por mercaderías 
y contratación, cobren los derechos de almojarifazgo que se nos 
debieren, y á Nos pertenecieren, conforme á las avaluaciones ge 
nerales y particulares según y en la forma que se cobra de las- 
demás mercaderías, y se hagan cargo de lo que montaren, como 
de la demás hacienda nuestra , no obstante que por los asientos 
ó Cédulas de licencia se declarase que los contratadores no pa- 
guen el almojarifazgo de Indias^ porque esto se entiende y ha de 
entender dekelmojarifazgo del primer puerto donde entran , y no 
del que se causa por el mayor valor que los esclavos tuvieren , y 
se ha de cobrar en todos los puertos después del primero, sin di- 
ferencia de las demás mercaderías, lo cual se ha de entender sin 
perjuicio del asiento que hoy corre con el Consulado y Comercio 
de Sevilla •». 



(1) Extracto del índice General de los Registros de Indias. 

(2) Reeop. de Leyes de Indiau, lib. 8, tit. ib, ley 1. 

(3) Recop. de Leyes de Indias, lib, 8, tit. 15, ley 18. 



— 219 — 

Solia el monarca hacer merced de los derechos de esclavos á 
ministros ó personas que iban con empleos á las Indias y que los 
llevaban para su servicio. Para evitar dudas y equivocaciones, 
mandóse: que la exención de derechos se entendiese solamente de 
los de licencia de cada esclavo y de los que se debian pagar ea 
las Indias, mas no de los de la ciudad de Sevilla ^ 

No se contentó Felipe 11 con aumentar el almojarifazgo de los 
negros esclavos introducidos en América, que también impuso un 
tributo á todos los de raza africana que habían pasado ó nacido en 
ella. Mandó por tanto en 17 de Abril de i574 que los esclavos y 
esclavas, negros y negras^ mulatos y mulatas que se hablan lle- 
vado á las Indias, y otros naturales y habitantes en ellas que ha- 
bian adquirido su libertad y tenian grangerias y hacienda, pagasen 
al Gobierno un marco de plata * en cada año, más ó menos con- 
forme á las tierras donde vivían '. Esta misma cantidad debian 
pagar también los hijos de negros libres ó esclavos habidos en 
matrimonio con indios ^. Para exigir tal tributo, fundóse aquel 
monarca en que vivían en sus dominios, eran mantenidos en paz 
y justicia, habían pasado ya de la esclavitud á la libertad, y te- 
nian costumbre los negros de pagar en sus ' naturalezas tributos 
muy pesados. 

Irregularidades y fraudjs hubo de haber en la percepción de 
a^uel impuesto. Manfíóse pues en 1577, que los mulatos y negros 
libres fuesen empadronados y viviesen con amos conocidos, para 
que éstos pagasen el tributo á cuenta del salario que les daban 
por su servicio; y por lo mismo no podían dejarlos sin licencia de 
la justicia ordinaria '. 

Al decir del brigadier Azara, los negros y mulatos libres de la 
gobernación de Buenos- Aires no pagaban tributo al Erario^ pues 
entre ellos y los españoles no había más diferencia sino la de es- 
tar privados de ejercer autoridad pública. De otra manera pasaron 
las cosas en la gobernación del Paraguay^ donde el Visitador Don 
Francisco de Alfaro dispuso en ^tiempos posteriores, según la 



(1) Recop. de Leyes de Indias^ lib. 8, tit. 18, ley 8. 

(2) El marco de plata se dividía eo 8 onzas, y el de oro de 21 quilates eo 
50 casteUanos ó 1280 rs. vn. de plata. 

(3) Reeop. de Leyes de Indias, lib. 7, tit. 5, ley 1. 

(4) Recop. de Leyes de Indias, lib. 7, tit. 5, ley 2. 

(5) Recop, de Leyes de IndicLS, lib. 7, tit. 5, ley 3. 



— 220 — 
relación de Azara, «que desde la edad de diez y ocíjO á cincuenta 
años pagase cada varón tres pesos de tributo anual; pero como 
entónees no se conocía allí la moneda ni había comercio , no po- 
dían muchos negros y mulatos pagar tal tributo. Por esto se dis- 
currió lo que llaman amparo, que es entregarlos á los eclesiásti- 
cos y españoles pudientes, para que á su arbitrio y como si fuesen 
sus esclavos, los hiciesen trabajar pagando el tributo por ellos. No 
tardaron mucho aquellos gobernadores en entregar dichos pardos 
libres á sus favoritos, importándoles poco que pagasen ó no el 
tributo, haciendo lo mismo cop las mujeres y con todas las eda- 
des. Aun hoy sucede casi lo mismo, bien que los más viven libre- 
mente sin pagar nada, por iguorarge su paradero en las campa- 
iias, y si les hostigan se pasan á otro gobierno. Los pocos que lo 
pagan no es al erario, sino á lo que llaman ramo de guerra, que 
es un fondo de que disponen los gobernadores *». 

No fué la crueldad el distintivo general de la esclavitud de los 
neg'ros en Jas posesiones españolas, sobre todo en ciertos países 
del continente; y pinta muy bien su condición para Nueva Espaua 
una carta que el padre Juan de Torquemada inserta en su obra, 
y que la tomó de los manuscritos de Fray Tóribio de Motolinia. 
Dicha carta es de nn negro de aquella tierra, que envió á otro 
amigo suyo esclavo, también negro, establecido en la isla Espa- 
ñola. «Amigo, le dice, esta es buena tier^ para los esclavo|: 
aquí negro tiene buena comida, aquí negro tiene esclavo que sir- 
ve á negro, y el esclavo del negro tiene naborio, que quiere decir 
negro ó criado: por eso trabaja, que tu amo te venda, para que 
vengas á esta tierra, que es la mejor del mundo 'para negros *.» 

Dando por cierta esta carta, y no hay motivo para dudar de 
ella, no diré que fuese aplicable en aquellos tiempos á todas las 
provincias américo-hispanas; pero es justo reconocer, como en 
otro lugar demostraré, que la legislación española fué mucho 
más templada y benéfica para con los negros esclavos que la de 
otras naciones europeas que tuvierop colonias en el Nuevo Mun- 
do. De aquí provino la abundancia de libertos que desde los pri- 
meros tiempos de la conquista hubo en los dominios españoles; 



(i) Descrip, é Htsí. del Paraguay y del Rio de la Plata, obra postuma 
del Brigadier de la Real Armada D. Félix de Azara , tomo 1, oap<, H, publi- 
cada ea Madrid, 1847. 

(2) Torquemada, Mo7iarqu%a Indiana, lib. 14, cap. 17, tokno 2. 



— 221 — 
y contrayéndome á la isla de Cub?), las actas del Ayuntamiento 
de la Habana manifiestan que antes de 4560 ya habia en ella 
muchos negros libertos de ambos sexos, y que para estimularlos 
al trabajo repartíanseles tierras y solares lo mismo que á los 
blancos, teniendo para su buen gobierno su alguacil negro, que 
entonces lo era un Julián de la Torre. No obstante el buen trata* 
miento que los esclavos de Cuba recibían en general de sus 
amos, recomendáronlo también expresamente las Ordenanzas 
Municipales que se hicieron para la Habana y otros pueblos de 
aquella isla en 1574. Encargóse en ellas especialmente que se 
les alimentase y vistiese bien, y que los Alcaldes recorriesen dos 
veces al año las fincas de campo para vigilar el manejo de los 
amos con sus negros esclavos. A pesar de estas disposiciones, 
no las tendré yo por el mejor exponente de la buena conducta de 
aquellos con estos, porque el blando* tratamiento del esclavo más 
proviene de la índole é ideas del señor que de los preceptos de 
la ley, los cuales pueden infringirse á cada paso impunemente, 
porque no hay vigilancia que baste á impedir los desmanes que 
en el hogar doméstico puedn un amo cometer contra su esclavo. 

Pero si en general no fué dura la esclavitud de los negros en 
los dominios españoles, ¿cómo es que hubo tantos alzamientos y 
fugas en las antillas y otras partes del continente? Perniciosa ins- 
titución es la esclavitud: el hombre desea naturalmente su liber- 
tad: repúgnale trabajar jpara otro sin retribución: los despobla- 
dos, los inmensos bftsques y las ásperas montañas ofrecíanle asilo 
y fáciles medios de subsistencia: las perversas inclinaciones 
de algunos seducían á los buenos, pues con la fuga lograban 
vivir en gran soltura, y entregarse á vicios y delitos. 

En las piráticas correrías que hizo Francis Drake contra las 
posesiones américo-hispanas, tomó y saqueó á Nombre-de-Dios; 
y en 4573 hizo una expedición por tierra juntándose con los ne- 
gros cimarrones que allí habia y con una banda de aventureros 
franceses, é interceptó un convoy de muías cargadas de oro y 
plata, con cuyos tesoros tornó á Inglaterra. 

Huíanse pues, no sólo los esclavos, sino á veces los negros 
libres; y para atajar tan graves males, dictáronse de 1571 á 1578 
diversas providencias contra los prófugos. Recomendóse á todas 
las autoridades que pusiesen la diligencia posible en perseguir 
los negros cimarrones, nombrando para ello capitanes de 
experiencia, y que en donde no hubiese fondos destinados al in- 
tento, se tomase la quinta parte de la Real Hacienda y las otras 



— 222 — 

cuatro de entre los mercaderes, vecíaos y demás personas que 
recibieran beneficio, cuyo repartimiento se encargaba al Yirey, 
Presidente ó Audiencia del distrito. Si los negros aprehendidos, 
así esclavos como libres, eran jefes, debian ser castigados ejem- 
ptarmenre y los demás vueltos á sus dueños, pagando estos una 
parte de los gastos de la captura. Si no tenian dueño conocido, 
entonces pasaban á la Real Audiencia \ 

Fué la provincia de Tierra-Firme en donde los negros cimarro- 
nes hablan cometido más muertes y robos; y para impedir la 
repetición de tantos daños, mandóse que al negro ó negra ausen- 
te del servicio de su amo cuatro días, se le diesen en el rollo 
cincuenta azotes, y que estuviese allí atado desde el momento de 
la ejecución hasta que se pusiese el sol. Si la ausencia duraba 
más de ocho dias una legua fuera de la ciudad, dábansele cien 
azotes, poníasele una calza de hierro al pié, con un ramal, que 
todo pesaba doce libras, y que descubiertamente la llevase por 
dos meses. Si se la quitaba, sufría doscientos azotes por la pri- 
mera vez: por la segunda otros doscientos, llevando la calza 
cuatro meses; y si su amo se la quitaba incucría en pena de cin- 
cuenta pesos, repartidos por tercias partes iguales entre el juez, 
denunciador y obras públicas de la ciudad, y el negro obligado á 
llevar la calza hasta cumplir el tiempo de su condenación. 

El negro ó qegra huido que no se había juntado con otros ci- 
marrones, y estado ausente del servicio de su amo menos de 
cuatro meses, sufría doscientos azotes por lat' primera vez, por la 
segunda era desterrado del reino, y si había andado con cimar- 
rones dábansele cien azotes más. Cuando su ausencia del servi- 
cio del amo era de más de seis meses y se juntaba con negros 
alzados ó cometía otros delitos graves, entonces era ahorcado. 
Todo vecino ó morador de la provincia de Tierra-Firme ó que 
tenia en administración su hacienda, si se le iba ó ausentaba ne- 
gro ó negra del servicio, debía declararlo dentro de tres días 
ante el escribano de Cabildo de la ciudad. Si no lo_ hacia, incur- 
ría en pena d^veinte pesos de oro aplicados por tercias partes al 
juez, denunciador y obras públicas. El escribano de Cabildo debía 
tener un libro aparte para asentar las manifestaciones de los 
amos, no llevar por ellas ningún derecho, y si no hacia el 
asiento multábasele en dos pesos para los presos de la cárcel '. 



(1) Recop, de Leyes delTidiagj lib. 7, tit. 5, ley 2o. 

(2) Recop. de Leyes de Indias j lib. 7, lit. 5, ley 21. 






— 223 — 

Las disposiciones anteriores eran peculiares á la provincia de 
Tierra-Firme , mas las que siguen no sólo se referían á ella sino 
que tenian un carácter general para los demás países. Toda per- 
sona libre, blanco, mulato ó negro que prendía negro ó negra 
cimarrón huido ó ausente cuatro meses del servicio de su amo, 
no averiguándose haber sido llevado por fuerza, pasaba al domi- 
nio del aprehensor si su amo no habla manifestado su fuga del 
modo dicho. Lo mismo acontecía con los negros ó negras cimar- 
rones libres, bien que en este caso el aprehensor estaba obligado 
a llevarlos á la ciudad cabecera del distrito y presentarlos á la 
justicia , para averiguar el tiempo que hablan andado ausentes y 
ser castigados conforme á la ley. Dejábase al aprehensor la elec- 
ción , ó de hacer suyo el negro ó negra aprehendido, ó recibir 
en preftiio cincuenta pesos en plata, que se le pagaban de los 
Propios y Rentas de la ciudad. 

Si después de haberlos castigado según los delitos que hablan 
cometido, la pena no era de muerte, dábanse por esclavos de la 
ciudad. Cuando el aprehensor ^ra esclavo, entonces el amo de 
éste adquiría el dominio del negro ó negra cogidos. Si los ci- 
marrones presos hablan andado prófugos cuatro meses, y la ciu- 
dad juzgaba que podían servir para guias y rastros contra los 
demás negros cimarrones, podía tomarlos para sí pagando al 
aprehensor lo que tasasen la justicia de aquella ciudad y las per- 
sonas al efecto nombradas j conforme al valor de dichos negros. 

Si los cimarrones ¿abian cometido delito por el cual merecie- 
ran pena de muerte, y esta se ejecutaba, la ciudad estaba'obligada 
á dar de sus Propios y Rentas al aprehensor los cincuenta pesos 
referidos; y lo mismo se debía guardar, sí aun no siendo de muerte 
la pena impuesta al negro, esta era causa de que muriese, porque 
la intención de la ley era que el aprehensor no quedase sin 
premio. 

Guando los negros cimarrones no habían andado huidos cuatro 
meses, dábase al aprehensor lo que por ordenanzas de las' ciuda- 
des ó por moderada tasación merecía, cuya cantidad pagaban sus 
amos; pero si estos probaban que los negros no se habían huido 
de su voluntad, sino llevados á la fuerza por cimarrones, enton- 
ces se daba al aprehensor cincuenta pesos de plata si aquellos es- 
taban huidos más de cuatro meses, y si menos, el amo del esclavo 
le pagaba lo establecido por las Ordenanzas ó conforme á justa 
tasación. Si no quería pagar esta cantidad, adjudicábase el negro 
al aprehensor, quien en todos casos debía llevarlo á la cárcel y 



— 224 -. 

presentarlo á la justicia , pues de no hacerlo así no podía tener 
premio por la prisión, debiendo restituir lo que había recibido con 
otro tanto más, aplicado para gastos contra cimarrones, é incurrir 
en las penas de derecho. 

El negro ó negra que arrastrado á la fuga contra su voluntad, 
expontáneamente volvía del monte á la ciudad llevando consigo, 
otro negro ó negra, alcanzaba su libertad; y estos pasaban por 
mitad al amo de aquel y á la ciudad, dándoselo además al que los 
presentaba veinte pesos por cada negro: lo cual se entendía de 
los que habían andado prófugos cuatro meses; pero si menos, el 
premio que recibía era conforme á ordenanzas y tasación, y el 
cogido ó cogidos no eran en este caso de la ciudad sino del amo 
del negro que lo presentaba, quedando aquella exenta de pagar 
premio alguno. 

Si algún mulato ó mulata, negro ó negra, persuadía y aconse- 
jaba á esclavo ó esclava que se escondiese, y lo ocultaba cuatro 
meses con la mira de presentarlo después de haberlo por suyo, 
entonces unos y otros incurrían «en pena de muerte, pena por 
cierto demasiado severa; y si los ocultadores eran españoles, 
desterrábaseles de todas las Indids, además de las otras penas que 
por derecho merecían. Guando la ocultación duraba menos de 
cuatro meses, imponíaseles una pena conforme á la calidad del 
delito. 

Todo el que trataba ó comunicaba^on negro cimarrón, ó le 
daba de comer» ó algún aviso, o le acogía en su casa y no lo ma- 
nifestaba luego, si era mulato ó mulata, negro ó negra, libre ó 
cautivo, incurría en la misma pena que merecía el negro ó negra 
cimarrón, y en perdimiento de la mitad de sus bienes, si era li- 
bre, aplicados á gastos de la guerra contra cimarrones. Siendo 
español el delincuente, era desterrado perpetuamente de todas las 
Indias, además de las penas que por derecho merecía. 

Para quitar á los negros esclavos la ocasión de ausentarse del 
servicio de sus amos, so pretexto de ir en busca de negros cimar- 
rones para prenderlos, mandóse que ninguno fuese sin licencia de 
su amo y de la justicia; y si lo hacia sin ella, no alcanzaba premio 
alguno por los que hubiera cogido, á no ser que fuese yendo 
por agua, yerba ó leña ó á otra parte por mandado de su amo. 

El negro ó negra que voluntariamente se huía, aunque des- 
pués volviese de su voluntad con otros negros cimarrones que hu- 
biese aprehendido, no conseguía su libertad ni otro premio, y era 
castigado conforme á las Ordenanzas; mas los presos que había 



— 225 — 

llevado eran para la ciudad, siendo cimarrones de cuatro meses. 

£n consideración al gravamen [impuesto al escribano de cabíl* 
do, de que tuviese libro aparte para manifestaciones de negros 
huidos, y que los habia de anotar sin llevar derechos, dispúsose 
que los negocios y causas tocantes á los negros cimarrones de- 
nunciados á las justicias ordinarias de la ciudad pasasen ante el 
escribano que lo fuese de cabildo y no ante otro alguno, habiendo 
por esta razón los derechos que debiera percibir; y si ante otro 
escribano se comenzase, éste fuese obligado á entregarlo al de 
cabildo, con los derechos que hubiese cobrado *. 

Facultóse á los Presidentes y oidores de las Audiencias, para 
que perdonasen por una vez á los negros cimarrones que dentro 
del término que se les asignaba tornaban á obediencia \ 

Acontecía con frecuencia, principalmente en Tierra-Firme, que 
los vecinos encubrían y ocultaban á ios soldados que andaban en 
la guerra contra cimarrones. Prohibióse pues en 1578, que na- 
die lo hiciese ni los tuviese escondidos en su casa ni en el campo, 
y que si algún soldado llegaba é estancia ó hato, fuese echado de 
allí sí no estaba enfermo, debiendo darse noticia al Presidente de 
la Audiencia ó Justicia Mayor, ó al cabo* ó capitanes á cuyo cargo 
estuviese aquella persecución, para que los prendiesen y fuesen 
castigados. Mandóse también que ningún español, ni mulato, mes- 
tizo, negro ni zambaigo, estuviese sin amo á quien servir en la 
provincia de Tierra-Firme; y los que vivieran sin ocupación, sir- 
viesen en la guerra jontra los cimarrones ó fuesen castigados. 
Ordenóse igualmente que ningún español, negro liberto ni otra 
persona de cualquier calidad, encubriese negro ó negra que hu- 
biese estado en el monte y se presentase por temor de la perse- 
cución, pena de cien pesos por la primera vez, divisible por tercias 
partes entre la Real Cámara, juez que lo sentenciase y denuncia- 
dor, por la segunda doscientos pesos, y por la tercera destierro 
de las Indias *. 

Las leyes de Indias marcan la diferencia entre negros, mulatos, 
mestizos y zambaigos. Esto nos conduce á tr^ar de las diversas 
razas y castas que hay en el Nuevo Mundo. 

Desde los primeros años de su conquista por los españoles exis- 



(1) Recop. de Leyes de Ind,f lib. 7, lit. 5, ley 22. 

(2) Recop. de Leyes de Ind.^ lib. 7, til. 5, ley 24. 

(3) Recop. de Leyes de Ind.^ lib. 7, líl.. 5, ley 25. 

15 



— 226 — 

tieron allí tres razas; la blanca ó conquistadora, la india ó con- 
quistada» y la negra introducida por la primera. Estas tres razas 
enlazáronse unas con otras, y de aquí nacieron nuevos seres de 
diferentes colores^ según la mezcla de que procedían, cuya nomen« 
datura no fué idéntica en todos los paises. 

En Buenos-Aires y Paraguay halláronse las tres razas ya men- 
cionadas, y mezclándose entre sí^ dieron origen á los individuos 
que llevan el nombre general de pardos. Cuando alguno de estos 
provenía de indio y blanco, llámesele mestizo^ lo mismo que á 
toda su descendencia, con tal que esta nunca se mezclase con 
sangre negra. Si el blanco ó indio se enlajaba con africano, deno- 
minóse mulato el producto, nombre que también se aplicó á sus 
descendientes aunque procediesen de blancos y llegasen á adqui- 
rir este oolor con pelo rubio, lacio y largo. 

Como los conquistadores españoles llevaron pocas ó ninguna 
mujer al Paraguay, forzoso les fué unirse con la raza india y ne- 
gra, resultando de aquí que el número de pardos ó mestizos fuese 
mucho mayor que en Buenos-Aires y otros paises adonde apor- 
taron personas del sexo femenino ^ 

Las tres razas india, blanca y negra, existieron también en el 
Brasil; pero á ciertos productos de sus mezclas no se dieron los 
mismos nombres que á los del continente améríco-hispano. Así 
fué que al hijo de negro y de indio llámesele ariboco, y al de 
blanco y de indio mamaluco, A los indios civilizados apeliidóseles 
cahoclos, y á los que vivían en estado salvaje^ el áe gentíos, tapu- 
yes y bagres *. 

El peruano Dr. Don Hipólito Unanue, catedrático de la Univer- 
sidad de Lima, en una obra intitulada Observaciones sobre el di- 
ma de Lima y sus influencias en los seres organizados, impre- 
sa en aquella ciudad en 1806, y reimpresa en Madrid en 1813, 
forma para las castas del Perú la siguiente tabla: 



(1) Deserip. é Hist. tel Paraguay y del Rio de la Plata, por Don Félix de 
Azara, lomo 1, cap. 14. 

(2) Voyagea du Prince Maximüien^ chap. 2. 



i 





— 227 


— . 


ENLACES. 






Varón. Mujer. 


Hijos. 


Color. 


Europeo-Europea. . 


Criollo. . 


Blanco. 


Criollo-Criolla.. . 


Criollo. . 


Blanco. 


Blanco-India. . . 


Mestizo. . 


Blanco. 


Blanco-Mestiza. . 


Criollo. . 


Blanco. 


Blanco-Negra. . . 


Mulato. . 


• . . 


Blanco-Mulata.. . 


Cuarterón. 


• . • 


Blanco*Cuarterona. 


Quinterón. 


• * • 


Blanco-Quinterona. 


Blanco. 




Negro-India. . . 


Chino. 





Mezcla. 



Vt neg. y V, blan. 
V* neg. y V^ blan. 
U neg. y 7, blan. 



El Dr. Unanue llama cuarterón al hijo de blanco y mulata, 
porque tiene 7^ negro y '/^ blanco, pero llama quinterón al hijo 
de blanco y cuarterona^ el cual, según el mismo Unanue, tiene 
7, negro y 78 blanco. Esta misma denominación aceptan otros 
autores en iguales casos. Paréceme que no es exacta la de quin- 
terón que se emplea; porque si al cuarterón sa le dá este nombre 
por tener 7* de negro, no ha de ser quinterón el que tiene 7g de 
dicha sangre, debiendo por esto denominarse octaven ú ochavón. 
Y si se atiende á la cantidad de sangre blanca que tiene, según 
el mismo Unanue^ tampoco debe llamarse quinterón, sino sep- 
teron. 

Si la quinterona, que yo tengo por ochavona, se enlaza, no con 
hombre blanco ^ino Üón mulato ó negro, claro es que empieza á 
retroceder; y si su prole sigue mezclándose con gente de raza 
africana, irá perdiendo por grados su primitivo color, pudiendo 
llegar á confundirse con el mulato y hasta con el negro. 

Unanue publica otra tabla que es la siguiente: 



SALTA ATBAS Ó DEGRADACIONES DEL COLOR PRIMITIVO. 



Enlaces. 



Hgos. 



Mezclas. 



Negro -Negra. . . 
Negró-Mulata. 
Negro- Zamba. 
Negro-Zamba-prieta. 



Negro-China, 



Negro. 

Zambo. . . 7* ^^S- Y V* ^^^^* 

Zambo-prieto. 78 °®&- y Vg blan. 

Negro. . . *V,g neg. y V^^ blan. 

Zambo. 



— 228 — 

Unanue hace algunas observaciones acerca de las propiedades 
que caracterizan á muchas de estas castas; pero nos parece que 
dá al clima más influjo dei que realmente ti^ne, sin tomar en cuen-^ 
ta las causas políticas y morales 'qué tanto han predominado en 
aquellos habitantes. En la parte alta del Perú fiíerón los zambos 
menos abundantes que en la baja, porque aquelclima, por su frial- 
dad^ no es favorable á los negros, lo que no acontece con el de 
las partes bajas \ 

Coexistieron igualmente ert Chile las tres razas mencionadas, 
sin que yo crea que todosf los negros introducidos allí hubiesen 
entrado por contrabando como asevera un historiador chileno *. 
Hubo por tanto en aquel reino l^s mismas castas que en el Perú; 
pero esto debe entenderse solamente del continente y no de las 
ochenta y dos islas que componen el archipiélago de Chiloe, en 
las cuales á fines del pasado siglo aun no habia entrado negro 
alguno^ limitándose todas las castas al producto de la raza euro- 
pea con la india. 

La nomenclatura dada por Unanue para el Perú, algo difiere 
de la de Gumilla, quien vivió muchos anos como misionero entre 
los indios de las márgenes del rio Orinoco, y el cual forma la si- 
guiente tabla: 



De europeo é india^ sale mestizo. . . 
De europeo y mestiza, sale cuarterón. . 
De europeo y cuarterona, sale ochavón. 
De europeo y ochavona, sale puchuelo. 



7^ de cada parte. 
7^parte de indio. 

V4 psirt© ^® indio, 
enteramente blanco \ 



« 



Comparando esta tabla con la de Unanue, vemos que la mezcla 
de blanco con mestizo no produce enteramente blanco sino al 
cabo de cuatro generaciones. 

Cuando un mestizo se enlaza con mestiza, la prole también lo 
es, y comunmente se llama tente en el aire^ porque ni avanza ni 
retrocede. Si la mestiza se casa con indio, el hijo se llama salta 



(1) Antonio de ülloa, Noticias americanas, edicibn de Madrid, 1772, 
pág. 347. 

{%) Compendio de la Hist. civil del Reino de Chile^ por el Abad Don Juan 
Ignacio Molina, parte segunda, libro 4, cap. li. . 

(3) Gumilla, Hist. Nat. Civil y Geográfica de las naciones situadas en las 
riberas del rio OrinocOy tomo i, cap. 5. §. 2. 



— 229 — 

atrás^ porque en vez de adelantar en su color atrasa; y. el mismo 
9aIto atrás acontece cuando se mezclan las razas india y negra. 

En Nueva España adoptóse desde muy antiguo la misma nomen- 
clatura que en el Perú. Dislínguense en ella los mestizos por su co- 
lor enteramente blanco, cierta oblicuidad de los ojos, manos y pies 
pequeños, poca barba, y atribuyeseles carácter más suave que á 
los mulatos. Como la importación de negros fué muy corta en 
aquel país^ los mestizos formaron poco más ó menos los siete oc- 
tavos de la totalidad de la poblacfon. 

La transpiración cutánea de la raza india y negra tiene un olor 
particular. Del de la primera no puedo hablar por experiencia pro- 
pia, porque nunca me he hallado en contacto con ella, pero sí de 
la segunda porque soy cubano. Asegúrase que entre los indios 
del Perú hay algunos que en las tinieblas de la noche distinguen 
por su delicado olfato las diversas razas; habiéndose inventado tres 
palabras para significar el olor del negro^ del i^uropeo y del indí- 
gena americano: llamándose grajo el primero, pexuña el segundo^ 
y el tercero poseo, palabra antigua de la lengua qquichua *. 

Las tres razas indicadas también existieron en las Antillas^ 
pero sus mezclas no fueron tan variadas ni tan duraderas como 
en el continente américo-hispano; porque habiendo en aquellas 
desaparecido Its indios desde temprano, solamente quedaron las 
razas blanca y negra. Hubo en ellas sin embargo al principio de 
la conquista mestizos, producto de europeo é indía^ no conti- 
t)uattdo después sino los enlaces de blancos con raza negra, que 
aun existe en nuestros dias. 

De mestizos de Cuba habíanos un documento importante del 
promedio del siglo xvi. Este documento es una carta del gober- 
nador Juanes Dávila al Emperador en Marzo de 1545^ en que 
'denunciándole la mala conducta que tuvo en la visita de su dió- 
cesis el Obispo Dr. Fr. Diego Sarmiento, I# dice que «no dejó 
mestizo, hijo de india, sin ser legítimo, que no lo hiciese de 
corona, y muchos hijos de negros, por interés de tres y cuatro 
pesos que por cada uno llevó *.» 

Pero los mestizos de que aquí se habla, desaparecieron en 
tiempos posteriores con la extinción de la raza india en las An- 
tillas. 



(1) Humboldl, Ensayo Político de Nue*:a Egpaña^ tomo t, lib. 2, cap. 7 

(2) MS. Arch. Sim , Carlas, legajo 22. 



— 230 — 

Aunque en las colonias del Septentrión de la América funda* 
das por los ingleses coexistieron igualmente las razas india , 
blanca y negra» el producto de sus mezclas entre sí no produjo 
castas tan variadas como en el continente hispano-ultramarino. 
En aquellas colonias limitáronse los enlaces á la raza blanca coa 
la negra, sin extenderse á los de esta y aquella con la india» co- 
mo aconteció en la América española» en donde todas las treS 
razas indistintamente se mezclaron. Provino esla diferencia de 
que Inglaterra nunca pretendió Sojuzgar ni civilizar la raza indi- 
gena» pues dejándola en su primitiva independencia» la fué arro- 
jando ^e su territoi^io y empujándola fuera do sus límites á dis- 
tancias más ó menos largas. Con semejante política» no era dable 
que la raza blanca ni tampoco la africana sometida á esta se mez- 
clasen con la india. 

En ningún tiempo ni país se ha visto que el hijo de blanco y 

blanca sea negro; Qiiéntras en ciertos casos, el enlace de negro 

y negra ha producido blanco, el cual se conoce bajo el nombre 
de albino. 

El Padre Jesuíta Alonso de Sandoval, natural de Lima» escribió 
en Cartagena de Indias una obra intitulada De instauranda cetio- 
pumsalute, con el objeto de mejorar por medio de la instrucción 
religiosa la suerte de los esclavos africanos intíóducidos en América. 
Publicóla en Sevilla en i 627» y reimprimióse también en la misma 
ciudad corregida por el autor en 1644. En la parte I, lib. I, 
cap. II de ella dice» que los portugueses que visitaron la tierra 
adentro del reino del Gran Tulo» hallaron entre sus habitantes 
muchos hombres y mujeres más blancos y rubios que alemanes» 
y aquellas con los cabellos largos, lisos y dorados como las euro- 
peas. 

Sandoval conoció en Cartagena de Indias un niño llamado 
Francisco» de siete «ños de edad» de nación Angola, natural del 
pueblo de Quilombo» cuyos padres eran negros atezados» pero él 
blanquísimo, rubio^ de ojos pardos y de vista corta. Sus cabellos, 
aunque dorados» eran retortijados y sus facciones españoladas» 
bien que 4enia» como los negros, la nariz roma. Con ánimo de 
regalarlo al rey de España» llevólo á aquella ciudad Juan Correa 
de Sosa» gobernador de Angola. 

En 1621 vio también en la villa de Mompox» distrito de la ciu- 
dad de Cartagena» tres niñas» hijas lejítimas de Martin y de María^ 
ambos negros de Angola » esclavos de Martin Asteyza y. de Ana 
Gómez su mujer^ vecinos de aquella villa. La primera llamada 



— 231 — 
Juana, de edad de nueve años, bonita y negra como sus padres. 
La segunda como de seis años, de nombre Ventura, era fea» 
pero más blanca, rubia y zarca que una alemana , con los cabe- 
llos retortijados de un color entre plateado y dorado. La tercera 
llamada Teodora, cerno de dos años, bien fea^ de vista corta, 
blanca y rubia. 

De albinos habla también el mencionado padre Gumilla, de 
quien tomo el párrafo que transcribo: 

cEn Cartagena de Indias, en la Hacienda de Majaies^ una 
Negra casada con un Negro, ambos esclavos de dicha Hacienda 
hasta el año de 1738 llevaba ya de siete á ocho partos, pariendo 
interpoladamente, ya negros, ya blancos, de una blancifra algo 
fastidiosa por ser excesiva, de pelo asortijado y tan amarillo co- 
mo el mismo azafrán: cuatro son los que ha parido de este color, 
y los otros son tan negros como sus padres: no quise preguntar 
á la Negra por no ser aquí necesaria su declaración. El hecho es 
notorio á toda la Ciudad de Cartagena, y á' toda la comarca, y 
mas adelante; porque el Señor Marqués de Viliahermosa^ al vol- 
ver de su gobierno de Cartagena, traxo al mayor de los dichos Ne- 
gros blancos á esta Corte: y el Señor Presidente de Quito y ahora 
de Panamá, D. Dionysio de Alcedo y Herrera, traxo la hermana 
para criada de la Señora Presidenta Doña María Bejarano; y así 
estos, como los dos hermanos, son conocidos en dicha ciudad y 
su contorno, sin que cause ya armoúia; porque de tiempo anti- 
guo consta de semejantes partos, y actualmente, fuera de esos 
quatro hermanos, hay en aquel país otros Negros albinos^ que 
este es el nombre que les han impuesto. Fuera de esto, Negros 
de Angola que yo examiné sobre ello en Cartagena me asegura- 
ron, que allá en su patria nacen también algunos de dichos albi- 
nos, sin que cause novedad á los Negros i» \ 

Yo recuerdo haber conocido en mi niñez un albino, natural del 
Bayamo é hijo de padres negro»: era de buena estatura, robusto, 
de vista corta, cabello corto, ensortijado y que tiraba al color de 
azafrán. Diráse por algunos que los albinos son hijos de negra y 
blanco ó al contrario; pero tal fenómeno nunca se ha visto, por- 
que la experiencia constante de todos los siglos y países ha pro- 
bado, que de tales enlaces jamás han resultado albinos, sino 
mulatos más ó menos claros. Por otra parte, tales hombres hánse 



(i) Gumilla, Hüt. Nat.y Civil y Geográficaj etc. tomo 1, cap, 5, § \. 



— 232 - 

enconti'ado en regiones africanas, donde nunca habia penetrado 
pingun europeo ni blanco de otra parte. Lo que sí es de desear 
para la historia física del hombre, es que los albinos de ambos 
sexos se enlazasen entre sí, y ver si los hijos que nazcan sacan 
el mismo color de sus padres ó vuelven al estado negro de sus • 
abuelos. 

Y ya que estoy hablando de estas anomalías de la naturaleza 
humana, no quiero omitir aquí c^ caso raro que el padre Gumilla 
consigna en su ya citada obra. Dice así: 

«Año 1738, estando á mi cargo el Colegio de la Compañía de 
Jesús, que la Provincia del nuevo Reyno de Granada tiene en Car- 
tagena de Indias, salí á una Enfermería, solo pared de por medio 
separada de dicho Colegio, á visitar los sirvientes enfermos, que 
se traen de la Hacienda para recobrar la salud: hallé entre otros 
una Negra casada, y al contexto de su enfermedad añadió, que' 
, no consiguió la mejoría que le habia pronosticado el Médico en la 
resulta de su parto. Con esta noticia quise ver la criatura, per si 
acaso estaba enferma: levantó la negra la mantilla, y vi (mas no 
sé si vi, hasta que salí de la suspensión con que me embargó la 
novedad) vi en Qn una criatura, quai creo que jamás han visto los 
siglos: doy las señas de ella, para no incurrir en 1;) nota de pon- 
derativo; mas temo que no consiga la pluma,^lo que no pudieron 
con cabal perfección los mejores pinceles, emp.eñaftbs á instancias 
de muchos curiosos, que solicitaron la copia de original tan pere- 
grino y singularísimo juguete de la naturaleza. 

«Toda la niña (que tendría como unos seis meses, y hoy ha en- 
trado ya en los cinco años de su ^,edad) desde la coronilla de U 
cabeza hasta los pies está tan jaspeada de blanco y negro, con 
tan arreglada proporción en la varia mixtura de entrambos colo- 
res, como si el arte hubiera gobernado el compás para la sime- 
tría, y el pincel para el dibuxo y colorido. 

«La mayor parte d§ la cabeza , poblada de pelo negro y asorti- 
jado, se ve adornada^con una pirámide de pelo crespo, tan blanco 
como la misma nieve; la cúspide piramidal remata en la misma 
coronilla, de donde baxa ensanchando sus dos líneas colaterales 
hasta la mitad de una y otra ceja; con tanta puntualidad en la di- 
visión de los colores, que las dos medias cejas que sirven de basas 
á los dos ángulos de la pirámide, son de pelo blanco y asortijado; 
y las otras dos partes que miran acia las orejas, son de pelo ne- 
gro y crespo; y para mayor realce de aquel canapo blanco que la 
pirámide forma en medio de la frente, le puso naturaleza un lu- 



— 233 — 
nar negro y proporcionado que sobresale notablemente, y le dá 
mucha hermosura. 

aLo restante del rostro es de un negro claro, salpicado con al- 
gunos lunares mas atezados; pero lo que sobre lo apacible, rjsue- 
no y bien proporcionado del rostro y vivacidad de sus ojos da el 
mayor ayre á su hermosura, es otra pirámide blanca, que estri- 
bando en la parte inferior del cuello, sube con proporción; y des- 
pués de ocupar la medianía de la barba, remata su cúspide al pié 
del labio inferior, entre una sombra muy sutil. 

cLas manos hasta mas arriba de las muñecas, y desde los pies 
hasta la mitad de las piernas, (como si naturaleza la hubiera pues- 
to guantes y calzado botines de color entre negro, claro y ceni- 
ciento) arrebatan la admiración de todos, y en especial, por estar 
aquellas extremidades tachonadas con grande número de lunares, 
de un Ando tan negro como el azavache. 

«Desde el circuito del arranque de la garganta se estien-le una 
como esclavina totalmente negra sobre pecho y hombros, que re- 
mata formando tres puntas, dos en los lagartos de los brazos, y 
la otra mayor sobre la tabla del pecho: la espalda es de aquel 
negro claro y manchado, uniforme con el que tiene en los pies y 
las manos. 

«Y en fin, lo mas singulai es lo restante del cuerpo, varía y pe- 
regrinamente jaspeado de blanco y negro, con notable correspon- 
dencia en la misma variedad, en la qual sobresalen dos manchas 
negras, que ocupan entrambas rodillas de la criatura. Encargué 
mucho á la Negra, que recatase la criatura de la curiosidad, y la 
resguardase; porque hay ojos tan malignos (le dixe) que la pue- 
den cBusar algún daño notable, como á la verdad sucedió algunos 
días después. 

«Volví repelidas veces con otros Padres de aquel Colegio á con- 
templar y admirar esta maravilla: á pocos días empezó el concur- 
so de la principal Nobleza de la Ciudad y de los Galeonistas recien 
llegados al Puerto: todos se volvían atónitos, y alabando al Cria- 
dor, que siendo siempre admirable en sus obras, suele también 
jugar en la tierra con las hechuras de sus poderosas manos. 

«Impacientes las Señoras mas principales, no vehian la hora de 
que convaleciese la Negra, para que llevase á sus estrados aquel 
peregrino fruto de su vientre: llegó en ñn el tiempo deseado, en 
que quedaron bien satisfechas, hallando que admirar mucho mas 
de lo que habían pensado, explicando su gusto con largas dádi- 
vas, así para la madre, como para la hija: no sabían dexar á ésta 



— 234 — 

de entre sus brazos sia adornarla de zarcillos, sartas de perlas, 
manillas preciosas y otras alhajas» propias de su aprecio y de su 
gusto. Los que con ansia y con sobradas instancias querían com- 
prarla, sin reparar en costo» fueron muchos: y pasando los deseos 
á ser ya empeños, á nadie se dio gusto, por no desayrar á los 
otros, y por no ocasionar pena á los pobres padres de la nina; la 
que» como apunté, fué herida de no sé qué malos ojos» y amane- 
ció triste» desmejorada y con asomos de calentura ; por lo qual, 
logrando el silencio de la noche, la remití con su madre á la Ha- 
cienda donde habla nacido: si bien su copia corrió por todo el 
nuevo Rey no y Provincia de Caracas; y aun me aseguraron» que 
los Cónsules de la Fatoria Inglesa habían enviado á Londres una 
copia muy individual de ella. » 

No fueron por desgracia blancos seglares los únicos que fomen- 
taron las clases mixtas en América. Si bien pasaron á ella en el 
siglo XVI eclesiásticos de mucha virtud y doctrina como ya he di- 
cho en esta obra» hubo otros de costumbres extragadas que vivían 
sin ningún recato. Sabido es que en los vireinatos de México y 
del Perú se congregaron diversos concilios provinciales para tra- 
tar de asuntos eclesiásticos y de otros concernientes á la morali- 
dad de aquellos pueblos. El tercero de México celebrado en i585 
fulminó ciertas penas contra los clérigos amancebados con sus 
esclavas. Dice así: «Sí algún clérigo (lo que Dios no permita) 
viviere deshonestamente con su esclava» declara el Concilio que 
por el mismo hecho ha perdido el dominio de ella, y do su precio 
dispondrá el Obispo á favor de las obras pías. T fuera «ie esto se 
manda castigar al clérigo según el rigor de la ley: y si tuviere 
hijos de ella quedarán ipso facto libres de toda servidumbre \> 

Muy benéñca fué la tendencia de este concilio, porque no sólo 
procuraba reprimir la inmoralidad del clero sino fomentar la li- 
bertad de ciertos esclavos. Aun extendióse á más aquel concilio, 
pues en el artículo siguiente del mismo libro y título dictó penas 
contra los clérigos que vivían en concubinato con sus criadas 
aunque no fuesen esclavas. 

Conociendo el tercer concilio de Lima reunido en 1582 y que 
algunos cuentan como el primero» la influencia del matrimonio 
en reformar las costumbres, mandó que los amos no prohibiesen 
á sus esclavos contraer matrimonio, ni el uso de los ya contra í- 



(1) GoQcilio III Mex , lih. 5, tit. 10, art. 8. 



— 235 — 
dos, ni separar á los cónyuges uaos de otros por siempre ó por 
mucho tiempo S Fundóse para esto aquel concilio en que la ley 
natural del matrimonio no debe ser derogada por la ley humana 
de la esclavitud. Notables son estas palabras, porque ellas revelan 
claramente que los obispos y demás miembros que formaron di- 
cho coDcilíd miraron la esclavitud como institución puramente 
civil , sin tener fundamento alguno en la ley natural. 

Aumentaba cada día la necesidad de negros en América. Muer- 
tos los indios de las antillas^ menguados los del continente, libres 
ya y exentos del servicio personal los que restaban, ricas minas 
por beneñciar de los más preciosos metales, en crecimiento la 
agricultura y fomentándose por dó quiera los ingenios de azúcar, 
todos los pobladores atentos á su provecho volvian los ojos á los 
míseros africanos. Y no era el Gobierno el menos interesado en 
este tranco, porque de él sacaba pingües sumas para su erario. 
No faltaron, empero, para honra de España, hijos de su suelo 
que, apartándose del común sentir, denunciasen las maldades que 
se cometían en comercio tan inhumano. Fué Bartolomé de las 
Casas quien primero lo hizo; y extraño parecerá que yo le cuente 
en tal número, cuando en. el libro segundo de este tomo he pro- 
bado que no una sino muchas veces pidió que se llevasen negros 
á Indias: pero si se rgcuerta que Casas al ñn reconoció su error 
y declaró injusto aquel comercio, preciso será darle un lugar dis- 
tinguido en el brillante catálago de los defensores de la humani- 
dad ultrajada. 

Fuélo también el Padre Fray Tomás Mercado, y en la obra que 
publicó en Sevilla en 1587, dice: 

ccEs pública voz y fama, que en rescatar, sacar y traer los ne* 
gres de su tierra para Indias, ó para acá (España) ay dos mil en- 
gaños, y se hazen mil robos, y se cometen mil fuerzas... Al pri- 
mer título de guerra justa, se mezcla ser muchas ó casi todas 
injustas, que como son bárbaros (los negros) no se mueven jamás 
por razón, sino por passion, ni examinan, ni ponen en consulta 
el derecho que tienen. Demás de esto, como los Portugueses y 
Castellanos dan tanto par un negro, sin que aya guerra , andan á 
caza unos de otros, como si fuesen venados, movidos los mesmos 
etiopes particulares del interés, y se hazen guerra, y tienen por 
grangería el captivarse, y se cazan en el monte dó van á monte- 



(1) Concilio III de Lima, sesión 2, cap 36. 



— 236 - 
ría, que es un exercicío comunissímo entre ellos, ó á cortar 
lefia para sus chozas, desta manera vienen inñnitos captivos 
contra toda justicia... Y no se espante nadie, que esta gente se 
trate tan mal, y se vendan unos á otros, porque es gente bár- 
bara y salvage... Al otro título de vender los padres á los hijos, 
en extrema necesidad, se junta por su bestialidad, venderlos 
sin ninguna, y muchas veces por enojo y coraje, por algún 
sinsabor, ó desacato que les hazen... Y los toman á los miseros 
muchachos, y los llevan á vender á la plaza, y como el trato es 
ya tan grande, en cualquier parte ay aparejados Portugueses, 
ó los mesmos negros, para^mercallos. Que también ay entre ellos 
ya tratantes en este negocio bestial y brutal, que marcan la 
tierra adentro á sus mesmos naturales , y los traen á vender más 
caro á las costas ó á las islas. E yo he visto venir muchos desta 
manera. Demás destas injusticias y robos, que se hazen entre 
si unos á otros, passan otros mil engaños en aquellas partes , que 
hazen españoles engañándolos , y trayéndolos en fm como á 
bozales, que son, á los puertos con unos bonetillos, cascave- 
les, cuentas y escrivanias que les dan, y metiéndolos dissmu- 
ladamcnte en los navios^ alzan ánchopas, y echando velas, se 
hazen afuera con la presa á la mar alta... Y conozco hombre quf 
los dias pasados navegó á una de aqUisllas Jslas y con menos de 
cuatro mil ducados de rescate, sacó cuatrocientos negros sin li- 
cencia ninguna ni registro... Engolosinado de la caza^ ha vuelto 
agora actualmente, y está allá haciendo si puede el mismo tiro. 
De los cuales casos ha havido no pocos. Ytem, aquellos títulos y 
colores injustos que relaté primero, crecen y van en aumento al 
presente i más que nunca por el gran interés y dineros que les 
dan á los mesmos negros. Por lo qual es^ y ha siempre pública 
voz y fama, que de dos partes que salen, la una es engañada, ó 
tiránicament^captiva, ó forzada. De más (aunque esto es acci- 
dental) que los tratan cruelissimamente en el camino cuanto al 
vestido, comida y bevida. Piensan que ahorran trayéndolos desu- 
nidos^ matándolos de sed y hambre, y cierto se engañan, que 
antes pierden. Embarcan en una nao que á las veces no es carra- 
ca, cuatrocientos y quinientos de ellos, do el mesmo olor basta á 
matar los más« como en efecto muchos mueren: que maravilla es 
no mermar á veinte por ciento; y porque nadie]]piense digo eiLa- 
geraciones, no ha cuatro meses que los mercaderes de gradas sa- 
caron para Nueva España de Cabo Verde en una nao quinientos, 
y en una sola noche amanecieron muertos ciento veinte, porque 



— 237 — 

los metieron como á lechónos, y aun peor debajo de cubierta á 
todos, do su mesmo huelgo y ediondez (que bastaban á corrrom- 
per ciento aires y sacarlos á todos de la vida) los mató, y fuera 
justo castigo de Dios murieran juntamente aquellos hombres 
bestiales que los llevan á cargo; y no paró en esto el negocio, 
que antes de llegar á México murieron cuasi trescientos. Contarlo 
que pasa en el tratamiento de los que viven, seria un nunca aca- 
bar V.» 

Catorce años antes que el Padre Mercado, habló también el es- 
panol Bartolomé de Albornoz, y en un lenguaje más desembozado 
y filosófico condena, no ya el tráfico de esclavos, sino aun la 
misma esclavitud. Sus palabras, ignoradas hoy de casi todos sus 
comptricios, dignas son de insertarse. Helas aquí: 

«Cuando la guerra se hace entre enemigos públicos, dá lugar 
de hacerse esclavos. en la ley del demonio, mas donde no hay 
tal guerra... qué sé yo si el esclavo que compro fué justamente 
captivado; porque la presunción siempre está por su libertad. 
En cuanto á ley natural, obligado estoy á favorecer al que injus- 
tamente padece, y no hacerme cómplice del delincuente, que 
pues él no tiene derecho sobre el que me vende, menos le puedo 
yo tener por la compra que de él hago. Pues ¿qué diremos de los 
niños y mujeres, que no pudieron tener culpa, y de los vendidos . 
por hambre? No hallo razón que me convenza á dudar en ello, 
cuanto mas á aprobarlo. Otros dicen que mejor les está á los 
negros ser traídos á esttis fíirtes donde se les da conocimiento 
de la ley de Dios, y viven en razón, aunque sean esclavos, que 
no dejarlos en su tierra, donde estando en libertad viven bestial- 
mente. Yo confieso lo primero, y á cualquiera negro que me pi- 
diera para ello parecer, le aconsejara que antes viniera entre 
nosotros á ser esclavo, que quedar por Rey en su tierra. Mas 
este bien suyo no justifica, antes agrava masía causa del que 
le tiene en servidumbre... Solo se justificara en caso que no 
pudiera aquel negro ser cristiano, sin ser esclavo. Mas no creo 
que me darán en la ley de Jesu-Christo que la libert(¡d del ánima 
se haya de pagar con la servidumbre del cuerpo. Nuestro Sal- 
vador á todos los que sanó de las enfermedades corporales, curó 
primero de las del ánima. Sant Pabló á Filemon (aunque era 



(1) Suma de Tratos y contratos, por el Padre Fr. Tomás de Mercado, lib. 
2, cap. 20 del Trato de los negros de Cabo Verde, Sevilla, 1587. 



— 238 — 

cristiano) -no quiso privar del servicio de su esclavo Onésimo; 
y ahora al que hacen cristiano quieren que pierda la libertad que 
naturalmente Dios di6 al hombre. Cada uno hace su hacienda^ 
mas muy pocos la de Jesu-Christo. ¡Cuan copiosa seria en el cie- 
lo la paga del que se metiese entre aquellos] bárbaros á enseñar- 
les la ley natural y disponerlos para la de Jesu*Ghristo que 
sobre ella se ñindal Ya estas partes están ganadas para Dios: 
aquellas estánT hambrientas de la doctrina. Grandísima es la mies 
y los obreros ningunos. Porque la tierra es caliente y no tan 
apacible como Talavera ó Madrid, nadie quiere encargarse de 
ser Simón Cyrineo para ayudar á llevar la Cruz, si primero no 
)e pagan el alquiler adelantado. Si así lo hicieran los apóstoles, y 
cada uno tomara su hermita en Jerusalem, tan por predicar estu- 
viera hoy la ley de Jesu-Ghristo como diez años antes que él 
encarnase. Suya es la causa: él la defienda» ^ 

La obra de Albornoz hundióse en el olvido, no sólo porque 
el Santo Oficio prohibió su lectura y reimpresión, sino porque 
las nobles ideas que contiene no predominaban en aquellos tiem- 
pos, ni menos eran la pauta de pueblos ni gobiernos. Prosiguió 
pues el tráfico africano, no bajo el sistema de licencias vendidas 
á particulares como hasta entonces se habia hecho casi siempre, 
sino en la forma mas general de asientos y contratas: asunto que 
formará el siguiente libro. 



(1^ Arte de los Contractos, compuesto por Bartolomé de Albornoz, estu- 
dianfe de Talavera. Ed Valencia eo casa de Pedro de Huete, año de 1573. 



LIBRO V. 



Portugal bajo el cetro de Felipa II.-~Asiento con Gaspar Peralta. — Contí> 
nuacion de licencias.— Aumento de negros en el Perú. — Asiento con Gomftz 
Reynel. — ^Archipiélago de Filipinas.— Comercio áe esclavos entre Filipinas 
y Nueva España.— Cesación del asiento de Gómez Reynel.— Asiento con 
Rodríguez Cutiño. — ^Asiento con Vaez Cutiño. — Prohibición del comercio 
de esclavas entre Filipinas >y Nueva España. — ^Nueva expulsión de ios ex- 
tranjeros en Indias.— Provisión de negros por la Casa de Contratación de 
Sevilla.— Juros sobre la renta de negros. — Conspiraciones de negros en 
Nueva España.— Negros cimarrones en Cuba y sus penas.— El P. Sandoval 
y otros jesuítas reprueban el tráfico de negros. — Dudas sobre la legitimidad 
de la esclavitud.— Caso raro de libertad en México.— Prohibición de tratar 
con esclavos en Panamá.— Asiento con Rodríguez Deivas.— Comienzan á 
ílorecer los ingenios en Cuba.— Prosperidad del Gobierno de Santiago de 
Cuba.— El rio Cauto y su barra.— Honor.á los Rectores de México y Lima.— 
Castigos sumarios á ciertos esclavos.— Modificación al comercio de escla- 
vos con Filipinas.— Med^a ex'A'aña respecto de Cartagena. — Innovación 
transitoria sobre el comercio de negros. — Escasez de negros en el Perú. — 
La provisión de negros encárgase á la Casa de Contratación.— Asiento con 
Rodríguez Lamego.— Holganza de la gente libre de color y abusos de los 
rancheadores.— Prohibición de llevar esclavos del Rio de la Plata al Perú 
y sus motivos. — Contrabando de negros entre Filipinas y Nueva España.— 
Prohibición de armas á los esclavos. — Ideas liberales del Padre Sandoval.— 
Variedad de esclavos. — Asiento con Gómez y Méndez.— Insurrección de 
Portugal. — Buja contra el tráfico de esclavos. — Tentativas de asientos con 
holandeses é ingleses.— Nueva provisión de negros por la Casa de Con- 
tratación. — Jamayca pasa á Inglaterra.- Ocupación extranjera de antillas 
descubiertas por España.— Bucaneros y filibusteros.— Isla de Tortuga.— 
Asiento con Grillo y Lomelin y su prorogacion.— Nomenclatura.— Nuevo 
asiento con portugueses. — Asiento con el Comercio y Consul9do de Sevilla. 
—Asiento con Porcio. — Propuesta de Villalobos. — Asiento con Coymans. 
—Asiento con Marín de Guzman.— Asiento con la Compañía portuguesa 
de Guinea. 



Muerto el 3i de Enero de 1580 el Cardenal Don Enrique, Rey 
de Portugal^ seis pretendientes disputáronse aquella «corona; y 



— 240 - 

Felipe II de España, con buen derecho y el más poderoso de todos, 
asentóla sobre sus sienes. Este acontecimiento á primera vista 
parece que debió inclinar la balanza hacia los españoles, dándoles 
la preponderancia en el tráfico de negros; mas las cosas suce- 
dieron de otra manera. 

Deseando Felipe captarse el afecto de los portugueses^ juró en 
las Cortes de Thomar, en 16 de Abril de 1581, guardar todas las 
leyes, fueros y costumbres de Portugal. En consecuencia, aunque 
esta nación y la española estaban sometidas á un mismo cetro, no 
por eso se identificaron, pues ambas quedaron separadas entre sí. 
Esto aparece de la ley que el mismo Felipe promulgó en 1596, 
declarando quiénes debían tenerse por naturales de sus reinos 6 por 
extranjeros. Declaratoria semejante y aun mucho más explícita 
hizo Felipe III en* el Pardo á 14 de Diciembre de 1614, pues cuen- 
ta á los portugueses como extranjeros respecto de España *. ^Re- 
sultó de aquí que el comercio exclusivo de las posesiones que te- 
nia Portugal en África y en las Indias Orientales, reservóse á los 
portugueses; y los españoles en vez de ganar respecto del tráfico 
de esclavos, puede decirse que perdieron, porque siendo ya los 
portugueses subditos del mismo rey que ellos, se aprovecharon 
de su nueva posición, entraron con menos desventajas que antes 
en aquel comercio con la América española, y durante los sesen- 
ta años que sobre Portugal pesó la dominación de Castilla todos 
los asientos, excepto el puimero, fueron ajustados con portugueses. 
Mas no por eso fueron estos los únicas proveedores, porque de la 
cesación de un asiento á la formación de otro nuevo, quedó con 
frecuencia un intervalo masó menos largo que llenaron, ya nego- 
ciantes españoles, ya la Casa de Contratación de Sevilla. Tampoco 
comenzaron* dichos asientos á celebrarse con portugueses desde 
el dia en que Portugal cayó bajo el cetro de Felipe II, pues desde 
entonces al asiento hecho por el Gobierno con Gaspar Peralta cor- 
rieron seis años. 

Ajustóse este en 2 de Enero de 1586 bajo las siguientes con- 
diciones: 

1.* Sacar Peralta de los Reinos de Castilla y Portugal, islas 
deCabo Verdey Guinea, doscientos ocho esclavos negros, hem- 
bras la tercera parte, libres de todos derechos, así de los dos 
ducados de la licencia de cada uno de ellos, como del almojari- 



(i) Recop. de Leyes de Indias^ Ub. 9, tit. 27, ley 38, 



— 241 — 

fazgo y de otros cualesquiera que se debiesen en los puertos de 
su introducción, debiendo pagar al rey por esta merced treinta 
ducados por cada negro. 

2.» Importarlos y venderlos al precio que pudiese en toda la 
América, excepto en la provincia de Tierra-Firme, y si á esta los 
llevaba de tránsito para el Perú, Chile y otras partes^ prestarla 
fianzas de que ninguno quedaría en Tierra-Firme, so pena de 
confiscación, y de pagar además por cada esclavo doscientos 
ducados de multa, aplicados por tercias partes á cámara, juez y 
denunciador. 

3.* Todos los negros habían de ser previamente registrados 
por la Gasa de Contratación de Sevilla, y los que sin este requisito 
se embarcaran, serian confiscados si llegaban vivos, ó su valor si 
muertos. 

4.* De los negros registrados que perecieran en el viaje, el 
Gobierno no estaba obligado á dar al asentista nueva licencia 
para introducir otros en su lugar, á no ser que pagase de nuevo 
los derechos que de ellos se debieran. 

5.^ Los buques que trasportasen los negros saldrían en con* 
serva de alguna de las flotas que pasaban á la América, y los 
administradores que tenia el Rey en los puertos donde se hubie- 
ran comprado los dichos negros, certiñcarian á espaldas del 
registro los que se fuesen embarcando á cuenta del asiento ^ 

Este, pues, que tan rjiezquino era, no podia abastecer las nece- 
sidades de las innílinsas regiones de América. Continuó por tan- 
to el sistema de dar licencias particulares para introducir negros 
en ellas^ y una aparece concedida por Real Cédula de Madrid á 
28 de Agosto de 1591. 

Las guerras civiles que por largos años despedazaron el Pqtú, 
impidieron que se surtiese tanto de negros esclavos como otros 
paises que se mantuvieron pacíficos; mas luego que pasaron las 
tempestades que lo habían agitado, empezó á recibirlos en tan 
grande número, que la sola ciudad de los Reyes, llamada des- 
pués Lima, por ser este el nombre del valle en donde la asentó 



(1) Provisiones, capítulos de Ordenanzas y cartas libradas y despacha- 
das en diferentes tiempos. Madrid 1596, 4 vol. en folio. Esta colección se 
hizo por Diego de Encina, Oficial de la Secretaría del Consejo de Indias, y 
hoy es obra tan rara, que diücilnienle se encontrará. 

16 



— 242 — 

Francisco Pizarro en 1533, ya contaba á fines del siglo xvi unos 
veinte mil negros *. 

Equivócase el autor del Norte de la Contratación de las In- 
dias Occidentales^ asegurando que el prinier asiento para llevar 
negros á ellas fué el que se hizo con Gómez Reynel el 30 de 
Enero de 4595, pues ya hemos visto en libros anteriores de esta 
obra que hubo otros, aunque pocos, en el curso del siglo xvi. 
Importante fué este asiento, cuyas principales condiciones fueron: 

Que sólo él pudiese introducir en Indias durante nueve años, 
desde el primero de Mayo de 1595, el número de treinta y ocho 
mil doscientos cincuenta negros esclavos, á razón de cuatro mi) 
doscientos cincuenta en cada uno, con facultad de venderlos al 
precio que pudiese. 

Que los sacase de Sevilla, Lisboa, Islas Canarias, Cabo-Verde, 
Santo- Tomé, Angola, Mina y de otras cualesquiera partes, ya 
por su cuenta, ya por la de sus agentes ó apoderados, con tai 
que ninguno de los dichos esclavos fuese mulato, mestizo, turco, 
morisco ni de otra nación, sino negros atezados de las referidas 
islas y provincias de la corona de Portugal. 

Que pudiese tener factores en los mencionados puntos y otros 
de África, para que tomasen nota de los negros embarcados y 
confrontasen los registros. 

Que por el privilegio exclusivo que se le concedía pagase al 
Rey la cantidad de novecientos mil ducados, con obligación de 
entregar anualmente cien mil, dando fíhnzas ^e ciento cincuenta 
mil para el cumplimiento de esas cantidades. 

Si no importaba en Indias anualmente el número de cuatro 
mil doscientos cincuenta esclavos, pagaría por cada pieza que 
dejase de introducir, además de los derechos^ diez ducados, 
obligándose igualmente bajo la misma pena á meter vivos cada 
año en América tres mil quinientos de loscuatro mil doscientos cin- 
cuenta del asiento, y que los que faltasen de este número por 
muerte ú otro accidente los introdujese el siguiente, á fin de que, 
al cumplimiento de los nueve años, entrasen completos en Indias 
los treinta y ocho mil doscientos cincuenta vivos. De lo^ cuatro 
mil doscientos cincuenta, los dos mil hablan de ser para donde 
el gobierno los mandase, dándose aviso al asentista quince meses 
antes, quien debia esperar veinte días después de pregonada su 



(1) Herrera, Descripción de las Indias OccidenlaleSy cap. 19. 



— 243 — 
llegada en los puertos que se le señalasen ; y sí pasado este tér- 
núno no se presentaba comprador, podia^ llevando cert!ñcacion 
de esto, venderlos en otros lugares de las lodias. 

Que de los negros decomisados por ir fuera de registro^ se 
sacasen los treinta ducados y los veinte reales dei derecho que 
llamaban de aduanilla , repartiéndose lo demás por tercias 
partes entre el juez, asentista y denunciador. 

Que se le obligaba á vender licencias fiadas á los plazos que 
señalase el Consejo de Indias, no excediendo de treinta ducados 
cada una, y teniendo al intento casas abiertas en Sevilla y 
Lisboa. 

Que pudiese arrendar los tratos de Cabo Verde, Santo -Tomé, 
Angola, Mina y otros puntos de Guinea para llevar negros á la 
América, bajo la condición de que los contratantes de Santo-Tomé, 
Mina y Angola le sirviesen con la tercera parte del precio en que 
se vendiesen^ y los de Cabo Verde con la cuarta. 

Que la importación de esclavos por el Rio de la Plata se limí- 
tase á seiscientos negros, en tanto que el gobierno no dispusiese 
otra cosa; y respecto de Tierra-Firme prohibióse que ninguno 
quedase en ella. 

Que podía el asentista llevar todos los negros en buques suel- 
tos del porte que quisiese, menos en urcas esterlinas y holande- 
sas. Esta condición derogó la Ordenanza por la cual se mandaba 
que las naves despachadas á Guinea, Cabo Verde, Santo-Tomé y 
otras partes de A^ica Ai busca de negros, siguiesen su viaje en 
conserva de las flotas con que salían hasta las Islas Canarias, 
apartándose de allí con licencia de sus generales \ Toda la gen- 
te que en aquellos buques navegase, debía ser española ó portu- 
guesa. 

Facultóse al asentista para enviar á la América hasta dos fac- 
tores, también españoles ó portugueses y no de otras naciones, 
precediendo la aprobación del Consejo de Indias, á los cuales se 
les permitía tener armas para el servicio y defensa de su^ personas ' 
y casas, pero de ninguna manera comerciar enfilas ni llevar más 
que los bastimentos necesarios para el sustento de los negros y 
ropa para vestirlos; y sí de aquellos ó de esta sobraba algo, no lo 
podían vender, pena de perdimiento de bienes y otros castigos 
establecidos por ordenanza. Todo el producto del asiento debía 



(1) Recop, de Leyos de JndiaSj lib. 9, tít. 42, ley 8. 



— 244 — 

venir registrado á la Casa de Contratación de Sevilla, pagando los 
derechos adeudados. En caso de levantamiento ú otro motivo que 
impidiese la navegación, ))odia suspenderse el asiento. 

Deber era del asentista presentar de dos en dos años^ durante 
los nueve, relación cierta y verdadera, jurada y firmada por él, 
de todos tos esclavos que en cada uno hubiese navegado é intro- 
ducido en América. Aunque las naves llegasen á Indias fuera del 
tiempo del asiento, debiaii ser admitidas si hablan salido antes de 
haber cesado aquel. 

Los Vireyes y las Audiencias habían de proveerle de jueces de 
comisión todas las veces que los pidiese el asentista, á su conten- 
to y satisfacción; y que aunque hubiesen pasado los nueve años 
del asiento, conociesen los jueces de ló tocante á él; que los jue- 
ces de bienes de difuntos no se entrometiesen con los de sus fac- 
tores que muriesen en América. 

Por último, prometió el rey guardar el asiento, declarando que 
por él no se habían de perjudicar los derechos pertenecientes á la 
corona de Portugal *. 

En favor de este asiento hizo Felipe II tres leyes, la primera y 
tercera en 1595 y la segunda en 1598, por las cuales mandó: 
l.<» Que si alguna persona llevaba á cualquier puerto de América 
uno ó más esclavos negros sin permiso ni licencia real ó del asen- 
tista, conforme á lo pactado en el asiento, incurriese en las penas 
de él, sin arbitrio ni moderación; y el juez que contraviniese 6 
tuviese omisión ó negligencia^ fuese castl^ado^ satisfaciendo al 
asentista los daños é intereses que le hubiese ocasionado *: 2.° Que 
á los buques del asiento de esclavos, se les diese breve y buen 
despacho en los puertos de las Indias donde llegasen *; y 3.® Que 
los asentistas de esclavosípudiesen contratar^ con sus Factores, 
siendo firmes y valederos sus pactos, como no fuesen contra lo 
capitulado en sus asientos ^. 

Proveyéronse de negros con este asiento algunas colonias es- 
pañolas; pero á ninguna fué tan provechoso como á la isla de 



(1) Colección de tratados de paz^ alianza, neutralidad^ garantía^ pro- 
tección, tregua, mediación, accesión , reglamento de límites, comercio, nave- 
gación, etc, hechos entre España y las niiciones extranjeras hasta el reinada 
de Felipe V, por D. José Antonio de Abreu y Berlodano. Edición de Madrid. 

(2) Recop. de Leyes de Indias, lib. 8, tít. 18, ley í . 

(3) Recop. de Leyes de Indias, lib. 8, lít. 18, ley 5. 

(4) Recop. de Leyes de Indias, lib. 8, tít. 18, ley tO. 



— 245 — 
Cuba, pues entonces fué cuando empezó á fomentarse la granje- 
ria del azúcar, principalmente en la Habana. 

Arrastrábase penosamente la construccíon.^de ingenios en Cuba, 
y aquí no debe omitirse que Hernán Manrique alcanzó licencia en 
1576 para hacer uno en los terrenos de la Ciénaga próximos á la 
Habana, shi que yo pueda afirmar si Manrique usó de la gracia 
que se le había dispensado. Más afortunados fueron después Vi- 
cente Santa María y los regidores Alonso de Rojas y Antón Rezio, 
pues el primero fundó un ingenio en el lugar que hoy se dice 
Puente de Chavez, otro el segundo en las tierras á que hoy se da 
el nombre de barrio de Buenos-Aires, y otro el tercero en las r¡ - 
beras de la bahía de la Habana. Todos estos ingenios y los demás 
de la isla^ que en realidad sólo merecían el nombre de trapiches, 
limitaron sus productos á mieles y azúcar de inferior calidad para, 
el consumo de sus habitantes. 

Comenzaron á lucir los ingenios al terminar del siglo xvi, sien- 
do el asiento de Gómez Reynel una de las causas de tan saludable 
mudanza. Fué la otra la llegada á Cuba del nuevo gobernador 
Juan Maldonado Barnuevo en Julio de 1594, quien, lo mismo que 
el Ayuntamiento de la Habana, pidieron desde entonces al rey que 
se extendiesen á aquella isla los privilegios de que las ñncas de 
igual clase gozaban ew la Española. Éxito feliz tuvieron estas 
peticiones, pocque á ellas accedió el Gobierno en 30 de Diciembre 
de 1595. El más importante de aquellos privilegios fué que las 
•tierras de los ingenios,, sus esclavos, animales, máquinas y uten- 
silios no pudieran ejecutarse por deudas, ni en conjunto ni sepa- 
rados, y que los dueños de tales ñncas no pudiesen renunciar á 
este privilegio, que, sí entonces se consideró como favorable al 
fomento de la industria azucarera, después ocasionó litigios y da* 
nos de perniciosa trascendencia. 

Colonias hubo que no sólo recibieron esclavo^ del asiento de 
Reynel, sino también de otras partes, pues antes de haber cesado 
aquel, ya se introducían anualmente del Brasil en el Perú, para 
las minas del Potosí, cuatrocientos cincuenta negros y negras, 
que al precio de doscientos cincuenta pesos ensayados ascendían 
á ciento doce mil quinientos pesos *. 

Ya por este tiempo habia brotado una nueva fuente de esclavi* 



(1) Museo Británico, MS. vol. rotulado Minas de Españci y América, 
núm. 20999, pág. 287. 



— 246 — 

tud, que no sólo pesaba sobre los negros, sino sobre hijos de 
otras razas. 

La vasta región de la Oceanía, cuya longitud es de tres mil dos- 
cientas sesenta leguas marinas ó astronómicas y su anchura de 
mil ochocientas^ está poblada por dos razas bien distintas, una la 
malaya ó de color aceitunado, y otra negra. Sabido es (¡ue uno de 
los archipiélagos de aquel inmenso océano es el de Filipinas, des- 
cubierto para £spaña en i 52 i por el célebre Magallanes, pero que 
no empezó á poblarse de españoles hasta 1568 en tiempo de Fe- 
lipe II, de quien tomaron ellas aquel nombre. Luzon es la princi- 
pal de todas, cuya capital Manila está habitada por tribus de di- 
versos orígenes, bien que el mayor número es de malayos. Una 
de dichas tribus es de negros de la raza de los Papús^ que se lla- 
man Igorotes. Créese que esta raza se habia apoderado antigua— 
mente de aquella isla, pero que fué arrojada á las montanas por 
las invasiones malayas. Compútase, aunque sin exactitud, en 
cuatro millones la población de Luzon, siendo doscientos cincuen- 
ta mil de sus habitantes igorotes ó negros. 

A Manila iban de la India, Malaca y las Molucas, esclavos ne- 
gros industriosos y también de otro color. El padre Pedro Quirínos 
piensa que los antiguos pobladores de las Filipinas fueron negros; 
pero que después húbolos de otras razai^ habitando éstos unas 
islas y aquellos otras, los cuales no son tan feos ni atezados como 
los de Guinea, pero más flacos, pequeños y con pasas \ Que to- 
das aquellas islas fuesen pobladas por negros en otro tiempo, es 
aseveración muy aventurada; y sin entrar aquí en tan oscura dis- 
cusión, lo cierto es que una de ellas se llama de los Negros, por- 
que hay algunos en sus montañas, cuyo número se ignora por no 
haber estado sometidos al gobierno español *. 

Hubo, pues, en Filipinas esclavos de distintas razas, y su tra- 
nco con Nueva £spaña empezó mucho antes de cerrar el siglo xvi. 
No por odio á la esclavitud sino por otras consideraciones, quiso 
cortarlo el gobierno español desde su principio, y Felipe II hizo 
una ley en Madrid á 10 de Abril de 1597, mandando que los go- 



(1) Pedro Qiiirinos, Relación de las Filipincuy caps. 6, 8, 11, 15, 20 y 31. 

(2) Manuel Laorca, Relación de las Islas Filipinas: obra siu fecha, m|us 
de bu' contexto se infiere que pudo haberse escrito bajo el gobierno de Ron- 
quillo, esto es, ¿ntes de 1&83.— Véanse Les Archives des Voya^es, por Tor- 
naux Gompans, 1840, París. 



— 247 — 

bernadores de Filipinas no permitiesen que se embarcasen para 
Nueva España esclavos por granjeria ni para otros efectos^ á no 
ser que el gobernador saliente diese á su sucesor licencia para 
traer hasta seis esclavos; á-cada uno de los Oidores que viniesen, 
cuatro; y á otras personas honradas, mercaderes ricos y oficiales 
de la Real Hacienda que se retirasen de una vez de Filipinas, dos; 
dándose en Acapulco por confiscados los que excediesen del nú- 
mero referido *. * 

El asiento con Pedro Gómez Reynel, del que hemos largamente 
hablado, debia durar hasta Abril de 1604; mas cesó en Mayo de 
1600 por haber muerto, según dice Veytia Linage *, aunque yo 
creo que fué por renuncia que hizo en favor del Rey, pues asi lo 
expresa el nuevo asiento que se ajustó en Madrid á 13 de Mayo 
de 1601 con Juan Rodríguez Gutiño, portugués y contratador en 
África. 

El número de negros esclavos , los lugares de su exportación, 
la duración y otras condiciones que se pactaron, fueron semejan- 
tes en casi todo á las del asiento anterior. Hubo sin embargo al- 
gunas diferencias, siendo una de ellas que los negros españoles 
casados no pudieran sacarse de España sino en compañía de sus 
mujeres é hijos. Obligóse el asentista á pagar anualmente al Rey 
ciento setenta mil ducados dando buenas fianzas de doscientos 
cincuenta mil, y ¿ intriSducir, de los negros que á Indias debia 
llevar en cada año, seiscientos en la Isla Española, Guba y Puer- 
to-Rico, doscientos en Honduras , setecientos en Nueva España, 
y quinientos en Santa Marta, Río de la Hacha, Margarita, Gumaná 
y Venezuela. 

Gomo el asentista gozaba de privilegio exclusivo, cualquier per- 
sona que introdujese en América negros esclavos y allí los ven- 
diese ó de otra manera enagenase, además de perderlos^ incurri- 
ría por primera vez en la pena de cien mil maravedís, y por la 
segunda endeble cantidad y destierro de las In^as por dos años. 
La multa pecuniaria debia repartirse dando las dos terceras par- 
tes al asentista, y la otra al juez y denunciador por mitad. 

En este asiento ya se prohibió la entrada de negros por el Rio 



(1) Recopilación de Leyes de Indias^ lib. 9, tit. 45, ley 54. 
(¿) Veytia, Norte déla Contratación délas Indias^ lib. 1, cap. 35, nú- 
mero 14. 



-- 248 — - 
de la Plata y puerto de Buenos Aires; veda que se repitió ea 
asientos posteriores^ por causas que más adelante expondré \ 

Solia ajustarse en algunos asientos que el contratista entregase 
á las autoridades de ciertos lugares de las Indias determinado nú- 
mero de negros para que se empleasen en los trabajos de obras 
públicas. Construíanse á la sazón en la Habana las fortalezas del 
Morro y de la Punta , y con este motivo el Gobernador de Cuba 
D. Pedro de Valdés anunció al Rey en la carta interesante que le 
escribió desde la Habana á tres de Enero de i 604^ que el contra- 
tista de los negros en Cartagena le había enviado mes y medio 
antes ciento cuarenta y cuatro esclavos de los que estaba obligado 
á remitir para las obras públicas, siendo varones las dos terceras 
partes y la otra hembras; prometiéndole también que dentro de 
ocho meses le enviarla otra partida ó dos para el cumplimiento 
de los que faltaban. Acerca de este particular, el mencionado Val- 
dés dijo al Rey: «A los oflaziales reales i á mi nos á parescido que 
será cossa inútil retener tantos negros por el gasto que aran sin 
ser de servizio para cossa ninguna; i ansi estamos determinados 
de que se vendan hasta veinte de ellos; i en su lugar se compren 
otros veinte esclabos con el dinero que por ellos se diere: lo cual 
avemos escripto ya á Cartajena por los que hay allí buenos i en 
precios cómodos, i las demás hembras quedarán para el servizio 
dellos, i ansi suplico á V. M. lo tenga por^ien.^ 

«Los negros viejos gue aqui ay passan de setenta, están ya tan 
inútiles i acabados que no son de probecho para cossa ninguna, 
salidos de diez ó doce, sino para malear los que an heñido y bi- 
nieren; i ansi los ize apartar porque no se comuniquen, i boy 
dando órden^ con parescer de los dichos officiales reales, de com- 
prar un sitio que nos dan muy barato y es apropósíto donde azer 
una estancia i cultiven maís i plátanos, casave i otras legumbres 
conque se puedan sustentar los unos i los otros, en que se ahor- 
rará mucho diner^).» 

El asiento ajustado con Cutiño debía durar hasta 1609; pero 
habiendo fallecido en Julio de 1603, hízose otro en 8 de Mayo de 
1605 con su hermano Gonzalo Vaez Cutiño, por el tiempo que al 
difunto le faltaba y bajo de iguales condiciones y obligaciones, 
bien que solamente debía pagar al gobierno ciento setenta mil 
ducados; y respecto á los seiscientos negros que se debían intro-^ 



(1) Colee, de Tratados de paz, amistad etc., por Abreu. 



— 249 — 

ducir cada afío en las tres islas de Cuba, Española y Puerto -Rico, 
dispúsose que los que antes se llevaban á la Habana ahora se im- 
portasen en Santiago de Cuba \ 

En tanto que corría este asiento, no perdia el gobierno de vista 
lo que pasaba en las remotas islas de Filipinas. Habiendo sabido 
que los pasajeros y marineros de las naves de aquella contrata- 
ción y Nueva España llevaban y traian esclavas^ que según dice 
Ig ley, «son causa de muy grandes ofensas de Dios y otros incon- 
venientes que se deben prohibir y remediar, y con más razón en 
navegación tan larga y peligrosa,» mandó Felipe III en San 
Lorenzo del Escorial á 22 de Abril de 160B que se prohibiese la 
importación y exportación de tales esclavas, dictando al mismo 
tiempo providencias oportunas para que se cumpliese lo que orde- 
naba \ 

Inflexible el Gobierno en su política exclusiva contra los ex- 
tranjeros, no sólo mandó expulsar desde el siglo xvi á los que 
residían en la isla de Santo Domingo, como ya hemos visto, sino 
que en i.^ de Noviembre de 1607 prohibió á los Generales y 
Almirantes que los consintiesen, bajo la pena de perder sus em- 
pleos, y hasta la de muerte á los capitanes, pilotos, maestres y 
contramaestres de las naves que los llevasen sin licencia. 

El cumplimiento de esta orden que también debia ejecutarse 
en Cuba, encargóse ^specfal mente á D. Gaspar Ruiz de Pereda^ 
Gobernador que llegó á ella en 1608; pero vióse tan perplejo, 
que en 23 de Noviembre de 1609 escribió al Rey lo que sigue: 

aHe ido enviando á España á cuantos é podido aver; pero no 
por esto se remedia, porque cada dia cargan más^ y se ofreszen 
nuevos inconvenientes. El primero es si bastará para dejallos 
estar que haya diez años que vivan en la isla, aun cuando no 
haya mas que uno que estén cassados. Acá los letrados interpre- 
tan que esto es bastante, con lo cual casi ninguno viene á ser 
comprendido. Lo segundo: si también lo an de ^er los del Al- 
garbe que pretenden ser excemptos por cierto empeño ó derecho 
antiguo. Y es el principal que no se les admiten las provanzas 
de testigos sino las Tees de rexistro de los navios, ó de vecindad 
ó del tiempo en que se cassaron.» 



(1) Colee, de Tratados de paz ^ amistad ele, por Abreu. 

(2) Recop. de Leyes de Indias, lU). 9, tit. 5, ley 26. 



— 250 — 

«Las provanzas son como ellos las quieren; el ñscal les crehe 
i yo no puedo atender á sustanciar la caussa. Con todo esso e echa- 
do á dos portugueses después de averíos absuelto el teniente^ por 
haber sabido que sus provanzas eran falsas. Fuera de esto, en la 
audiencia son muy amparadas las caussas de los portugueses, etc.» 

Tales eran las consecuencias de la torpe política que había 
adoptado el Gobierno en sus colonias, pues sus mismos emplea- 
dos buscaban pretextos para eludir sus mandatos. « 

Fenecido que hubo el asiento con Gonzalo Yaez CutiSoen 
1609, uno de los Jueces Oficiales de la Casa de Contratación de 
Sevilla continuó la provisión de negros para América, por cuenta 
y encargo del Rey ^ La renta que el comercio de aquellos pro- 
ducía era ya tan considerable y segura, que sobre ella se situa- 
ron juros, según aparece de los documentos que existen en la 
contaduría de dicha Gasa *. Y juros hubo no sólo en España sino 
también en América. Pagóse en el Perú desde el tiempo del li- 
cenciado Pedro de la Gasea, Presidente y Gobernador de aquel 
país al promedio del siglo xvi, un derecho de dos pesos por ca- 
beza, en cuya renta se situó el salario del Alcalde de la Herman- 
dad, sargento, cuadrilleros y escribanos. Percibía aquellos de- 
rechos el Receptor de la averia '; pero habiendo el Rey sabido 
que se cometían fraudes en la administración de dichas rentas, 
mandó que entrasen en las cajas gend^ales^del Perú, y que alií 
se librasen y pagasen en consignaciones que tuviesen. 

Hablando el Padre Torquemada de los acontecimientos de 
México en 1609, dice: «Este mismo año de 1609 hubo ea esta 
Ciudad (México) un alboroto, y rumor de alzamiento de negros, 
diciendo, que la noche dé los Reyes se hablan juntado en cierta 
parte muchos de ellos y elegido Rey, y otros con títulos de Du- 
ques y Condes, y otros Principales, que hay en las Repúblicas; 
y aunque salió esta voz por la Ciudad, y de prima instancia albo- 
rotó los ánimoi del Virey, y los demás SS. de la Audiencia, ave- 
riguada la verdad, se halló ser todo cosa de Negros; pero por sí, 
ó por no, azotaron y castigaron algunos, y luego se le dio á todo 
perpetuo silencio; y pues en ello no hubo nada, no quiero referir 



(i) Veytia, Norte de la Contratacionde la$ Indias^ lib. 1 , cap. 35^núm. U, 
;2) ídem ibidem. 

(3) Real Cédula al Virey conde de Cbinchon, fecha en Madrid á 30 de Mar- 
zo de 1635. 



— 251 — 

aquí muchas boberías que diceo pasaron entre ellos aquella 
noche» ^ 

De índole mucho más grave fué á los ojos del mismo Torque- 
mada la conspiración de algunos negros en 16i2. Infundió tanto 
terror esta conspiración en Nueva España^ que se organizaron 
compañías de soldados para guardar la ciudad de México; y por 
orden de la Audiencia no hubo procesiones en la semana santa, 
•errándose el jueves santo las puertas de las iglesias. Lo mismo 
aconteció en la Puebla de los Angeles y toda la tierra comarcana 
á esa ciudad y á la de México; y á pesar de haberse puesto en 
armas^ nadie pensaba estar seguro en su casa. No fueron vanos 
estos temores, porque después déla Pascua de Resurrección, dice 
Torquemada, tse ahorcaron treinta y seis de los dichos negros, 
veinte y nueve varones y las demás mujeres, todos juntos en una 
horca quadrada, que se hizo para este efecto en medio de la Pla- 
za Mayorde la Ciudad, y los desquartizaron, y pusieron sus quar- 
tos por los caminos, y sus cabezas quedaron clavadas en la horca; 
pero como eran tantos, comenzaron á causar mal olor^ y temien- 
do alguna corrupción del aire, y que de ella resultarla alguaá 
pestilencia, se mandaron quitar de aquel lugar. Fué este día de 
gran concurso de gente, y los justiciados salieron al acto de la 
justicia, con soldados y guardia.» *. 

De este género dt castfgos no puede sacarse argumento contra 
la índole suave de la esclavitud de los. negros en Nueva España, 
porque el descuartizar los miembros, repartirlos por los caminos 
y clavar las cabezas en la horca, penas eran que también se im- 
ponían á los mismos blancos. 

Por aquel tiempo los negros cimarrones de Cuba seguían per- 
turbando su tranquilidad. Con este motivo, el Alférez Pedro de 
Oñate, Procurador General del Ayuntamiento de la Habana, pro- 
puso en el cabildo celebrado el 15 de Enero de i6iO que siendo 
muy grandes el número de negros cimarrones df ambos sexos y 
la negligencia con que se les perseguía, se mandase cortar una 
oreja ó la nariz á todos los aprehendidos, pues de este modo, si 
Yolvian á huirse , serian reconocidos y echados de la ciudad. 
El Ayuntamiento acordó se pregonase públicamente en la Haba- 
na, que todos los cimarrones que se presentaran dentro de los 



(1) Torquemada, Monarquía Indiana^ tomo 1, lib. 5, cap. 70. 

(2) Torquemada, Monarquía Indiana^ tomo 1, lib. 5, cap. 74. 



— 252 - 
quince días del pregón quedasen libres de toda pena; pero en 
caso contrario se cortase la nariz así á los varones como á las 
hembras: pena bárbara y que revela la rudeza de las costumbres 
en aquellos tiempos. Facultóse á los aprehensores para quema- 
tasen á los cimarrones que hiciesen resistencia; y mandóse tam- 
bién por pregón, que todos los vecinos y moradores de la Haba- 
na manifestasen dentro de tres días, ante el escribano de aquel 
Ayuntamiento, los esclavos que tuviesen á su servicio ó chnarro- 
nes, so pena que dichos esclavos servirían sin ningún salario 
durante tres años en la construcción del Castillo del Morro K 

Los temores que infundían aquellos cimarrones continuaron en 
el año siguiente de 1611, pues muchos negros esclavos de ambos 
sexos habíanse huido de la Habana á los montes vecinos de ella. 
Así aparece del acta del Cabildo de dicha ciudad reunido en 30 
de Setiembre de aquel año publicada en las Memorias de la So- 
ciedad Económica de la Habana pertenecieíites á Marzo de 1844. 

Si desde la segunda mitad del siglo xvi hubo españoles distin- 
guidos que condenaron el tráfico de esclavos negros y aun su 
esclavitud, no faltaron otros desde el primer tercio del siglo xvii 
que tuviesen las mismas ideas. 

El Jesuíta americano Fray Alonso de Sandoval, si bien admi- 
ie casos y razones por los cuales un hombre puede ser esclavi- 
zado, reconoce al mismo tiempo, que \ esGW justos títulos «se 
mezclan infinitos fingidos é injustt)s, por -los cuales vienen 
engañados, violentados, forzados y hurtados muchos de los que 
se venden por esclavos». 

Después de hablar de las guerras que los negros se hacen 
entre sí para mutuamente esclavizarse^ se contrae á la conducta 
de los españoles, y dice: 

«Demás de estas injusticias y robos que se hacen entre si unos 
á otros, pasan otras mil traiciones en aquellas partes , que hacen 
españoles, engajándolos y trayéndolos en fin, como á bozales y 
chontales á nuestros puertos. Lo cual manifiesta ver cuan inquieta 
traen la conciencia muchos de estos armadores, mas no por eso 
se remedian. Uno me dijo en toda puridad que no sabia como so- 
segar, porque tenia la conciencia inquieta cerca del modo como 
traia aquellos negros, por parecerle la había en Guinea encargado 



(1) Memorias de la Sociedad Patriótica de la Habana, tomo 14, págs. 
445*7 446, Octubre de 1842. 



— 253 — 

en la manera que habia tenido en adquirirlos. Otro que trajo al 
pié de trescientas piezas, me dijo otra vez casi lo mismo, y añadió 
que tenia por cierto, no habria entre los negros la mitad de las 
guerras que habia, si supiesen no hablan de ir los españoles á res- 
catarles negros. . . . Otra vez me envió á llamar otro des- 
tos armadores, que traia algunos negros, estando enfermo, para 
que le resolviese cierto caso de conciencia, y ya resuelto, le pre- 
gunté, qué sentía del modo del cautiverio de los negros que venían 
de Guinea. Respondióme, dando juntamente gracias á Dios, por- 
que él no traia sino pocos, y á su entender con buena conciencia. 
Pero que no podía dejar de sentir mal de lo que habia visto pasa- 
ba en algunos navios, y era el ver que sallan algunas vecea de 
las naos por cautivos aquellos que entraban libres; y otras veces 
vela que aguardaba el capitán á entregarse de algunos negros que 
compraba á menos precio de otros negros á media noche, y á 
escondidas ^» 

Consolatorio es recordar que las ideas de Fray Alonso de San- 
doval no fueron tan peregrinas en el primer tercio del siglo xvii^ 
que dejasen de encontrar apoyo en varones doctos y esclarecidos 
del Nuevo Mundo. Sometida la obra de Sandoval á la censura de 
Fray Luís Ronquillo y Fray Cristóbal de Larrazábal, Obispos ambos 
de Cartagena de Indias, de Fray Pedro de Oviedo, Arzobispo de 
Quito,, Fray Francisco de La Serna Obispo de Popayan, Fray Gas- 
par Sobrino, Provincial de la Compañía de Jesús en las provin- 
cias del Nuevo Reino^de Granada, Tierra- Firme y Quito, y final- 
mente del Padre Provincial Fray Sebastian Hazareño por comisión 
especial del Padre General de la Compañía Fray Mutio Vittelles- 
chí, fué no sólo aprobada sino aplaudida por todos ellos. Y esta 
aprobación y este aplauso muestran claramente que» participaron 
de los mismos sentimientos de iiquel autor, pues permitieron que 
corriesen impresas tales ideas bajo su nombre y responsabilidad. 
' Inquietaban algunas dudas al Padre Sandoval, quien para disi- 
parlas consultó en i% de Marzo de 1610 á Fray Luis Brandaon, 
Rector del Colegio de la Compañía de Jesús de San gablo de Loan- 
da, en Angola. Ved aquí la respuesta que recibió: 

«Escríbeme Vuesa Reverencia se holgaría saber, si son bien 
cautivos los negros que allá van. A Jo que respondo, que me pa- 
rece no debía tener V. R. escrúpulo en esto. Porque esto es cosa 



(1} Sandoval, De Instauranda ^Ihiopum salute, pars 1, lib. i, cap. 22. 



— 254 — 
que la Mesa de la conciencia en Lisboa nunca reprendió^ siendo 
hombres doctos y de buenas conciencias. Demás que los Obispos 
que estuvieron en San Tomé, Cabo Verde, y en esta Loanda, sien- 
do hombres doctos y virtuosos nunca lo reprehendieron. Y noso- 
tros estamos aquí ha cuarenta años, y estuvieron aqui padres muy 
doctos, y en la provincia del Brasil, donde siempre hubo Padres 
de nuestra religión eminentes en letras, nunca tuvieron este trato 
por ilícito; y asi nosotros, y los Padres del Brasil compramos es- 
tos esclavos para nuestro servicio, sin escrúpulo ninguno. Y digo 
más^ que cuando alguien podia escusar de tener escrúpulos son 
los moradores de esas partes, porque como los mercaderes que lle- 
van- estos negros, los llevan con buena fee, muy bien pueden com- 
prar á tales mercaderes sin escrúpulo ninguno, y ellos los pueden 
vender; porque es común opinión, que el poseedor de la cosa con 
bujena fee la puede vender, y se le puede comprar; y el Padre 
Sánchez así lo trae en su tomo de matrimonio, resolviendo así esta 
duda de V. B. Por lo cual más escrúpulo podemos tener los que 
acá estamos, que compramos estos negros á otros negros, y á 
personas que por ventura los hurtaron. Mas los mercaderes que 
los lletan fuera de aquí, no saben desto, y assí con buena con- 
ciencia los compran, y allá con buena conciencia los venden. Ver- 
dad es que tengo hallado por cierto, que ningún negro dice ser 
bien cautivo; y así V. B. no les pregunte si son bien cautivos, ó 
no, porque siempre han de decir, que fueron hurtados, y cautivos 
con mal titulo, entendiendo que desta%ane<^ les darán libertad. 
También digo, que en las ferias donde se compran estos negros, 
algunos vienen mal cautivos, porque fueron hurtados, ó los man- 
dan vender los sefíores de las tierras por cosas tan leves, que no 
merecen cautiverio; mas estos no son muchos , y buscar entre 
diez ó doce mil negros, que cada tño salen deste puerto, algunos 
mal cautivos, es cosa imposible por más diligencias que se hagan. 
Y perderse tantas almas que de aquí salen, de las cuales muchas 
se salvan, por ir algunos mal cautivos, sin saber cuales son, pa- 
rece no ser ta«to servicio de Dios por ser pocas, y las que se sal- 
van ser muchas y bien cautivas *.» 

A pesar de esta respuesta, no quedó satisfecha la conciencia de 
Sandoval. En medio de los esfuerzos que hacia por conformarse 
con la opinión de su cofrade, se ve asomar la desconfianza, y per- 



(1) Sandoval, De lattauranda, ^thiopum SalutCj pars 1, lib. 1, cap. 22* 



— 255 — 

piejo é indeciso, ora sigue la doctrina del Padre. Brandaon, ora 
se aparta de ella, fundándose en «que según sentencia de graves 
DMDCtor^s ^ por el mismo caso que se duda si algunos vienen jus- 
tamente cautivos, se han de dar todos por libres *.» 

Una cosa sí está fuera de toda duda, y es que á pesar de la in- 
certidumbre de las ideas antes expuestas, el jesuíta americano se 
nos presenta con una razón más recta y un corazón más puro 
que el jesuíta portugués. 

Aun se propasa á cosas mayores. Sin atreverse á condenar la 
esclavitud como una injusticia^ la deplora como una desgracia; y 
por abolicionistas se tienen hoy muchos que no han empleado un 
lenguaje tan severo-, c Entre las cosas humanas, dice, ninguna 
posesión es más rica y hermosa que la libertad.. . Todo el oro del 
mundo y todos los haberes de la tierra no son suficiente precio de 
la humana libertad... Crió Dios libre al hombre, no sólo en respeto 
de los demás hombres, sino aun en respeto del mismo Dios: pues 
nos dejó en mano de nuestro libre alvedrío, para que hiciésemos 
lo que se nos antojase, siguiendo el bien ó el mal, el vicio ó la 
virtud... Y en conclusión, el bien de la libertad en ninguna cosa 
se echa más de ver que en los males y trabajos de la servitud, 
porque como dijo el divino Platón, la cautividad y esclavonia es 
una continua muerte, y que por eso se ha de huir y evitar con 
mayor cuidado y diligencia que la muerte, pues con esta se acaba 
el cautiverio y miseria, y se dá fíniquito á todos ios males. Y al 
contrario, en la escl^vitucf se comienzan todos los daños y traba- 
jos, y una como continua muerte, porque viven muriendo, y mue- 
ren viviendo. Esto mismo tiene Filón Judío y Eurípides. Porque 
si las leyes civiles cuentan al destierro por un linage dé onuerte 
civil ¿qué mucho que á la triste esclavitud llamemo&muerte? Pues 
no sólo es destierro sino también sujeción, y hambre^ tristeza, 
desnudez, afrenta, cárcel, persecución perpetua, y en fin es una 
junta de todos los males '.» 

Yióse allí en aquellos tiempos lo que en ningún otro país del 
Nuevo Mundo. El ya citado Sandoval refiere en s%obra, que un 
negro africano vendido en México reclamó su libertad después de 



(1) SoIórzaDO, De Indiarum jure, tomo 1, lib. 7, cap. 3, fol. 733, núm, 
62, 63 y 64.— Hebello, De ohligat. imt.^ lib. 1, quest. ,10, sect. 1, núm. 4. 

(2) Sandoval, parte primera, lib. 1, cap. 22. 

(3) Sandoval, parte primera, lib. 1, cap. 27. 



— 256 — 

haberse hecho ladino; y como probase que se le había embarcado 
á la fuerza no obstante sus gritos y esfuerzos por salvarse, la Real 
Audiencia de aquella capital le declaró libre, mandando que <al 
comprador se le restituyesen los ciento cincuenta ducados que le 
habla costado *; sentencia noble y generosa que honra la memo- 
ría de aquel tribunaL 

Babia en las inmediaciones de Panamá muchos esclavos em> 
picados en aserrar madera para tablazón^ fábrica de buques y en 
sembrar maíz, arroz y otros vegetales. Los vecinos de aquella co- 
marca, así mercaderes españoles mestizos é indios como mulatos 
y negros libres, que no tenían aquellas granjerias, compraban á 
dichos esclavos tablazón y los frutos de las cosechas, de lo que 
resultaban hurtos, robos manifíestos y otros delitos. Para reme- 
diarlos, prohibió Felipe III en 1614 que ninguno pudiese contra- 
tar con los mencionados esclavos, bajo la pena de ser condenado 
por primera vez en cincuenta pesos, repartidos por tercias partes 
á la Real Cámara, denunciador, y reparo de. los puentes y carni- 
cerías de la ciudad de Panamá; y por la segunda fuese doble la 
pena y desterrado *. 

En 27 de Setiembre de 1615 ajustóse asiento con el portugués 
Antonio Rodríguez Deivas por ciento quince mil ducados al año 
de los ocho que había de durar hasta 1623. Obligóse á introducir 
en c|ida uno hasta cinco mil negros como máxima cantidad, pero 
nunca menos de tres mil quinientos vivos; y por los que de este 
número pasasen debía pagar sobre los^ient^ quince mil ducados 
lo que correspondiese á la demasía. Cartagena y Veracruz fueron 
en este asiento los únicos puntos habilitados para su introducción, 
debiendo los esclavos que en los demás países de América se ne- 
cesitasen ser enviados de allí en los términos que prescribiese el 
Consejo de Indias '. Luego que desembarcaban los negros en 
Cartagena y Veracruz, permanecían depositados hasta que baja- 
ban los compradores de las provincias internas. La limitación del 
tráfico de negros á sólo los dos puertos mencionados, manifiesta 
la desconfianza con que el gobierno miraba aun á los extranjeros 
que C9n licencia suya pasaban á la América. Cerrados para la 
importación los demás puntos del continente, los esclavos quede 



(1) Sandoval, De Instauranda ^thiopum Salute^ pars., 1, lib. 1. cap. 23^. 

(2) Recap. de Leyes de Ind.y lib. 7, tít. 5, ley 9. 

(3) Colee, de Tratados de Paz etc. por Abreu. 



— 257 — 
allí se trasladabaa á otras partes ocasíonabaD grandes gastos, y 
por lo mismo vendíanse á precios muy subidos. Resultaba de aquí 
ó que América no se proveía de todos los brazos que habia me- 
nester, ó que para llenar sus necesidades tenia que acudir al con< 
trabando^ que era lo que casi siempre se practicaba. 

No en balde se habían importado negros en Cuba, porque ya 
comenzaban los ingenios á lucir. De una Relación enviada á la 
Corte por el gobernador de Santiago de Cuba Juan García de Na- 
via Cstetrillon en 18 de Junio de 1617, af^arece que en la juris- 
dicción de Bayamo habia once trapiches movidos por caballos , y 
dos de los vecinos tenían dos cada uno, pudiendo hacer algunos 
de tos trapiches hasta ochocientas arrobas de azúcar. Santiago 
de Cuba contaba entonces veinte y seis, perteneciendo cinco de 
ellos al capitán Francisco de Moya, y habia cinco vecinos más que 
tenían dos trapiches cada uno. Estos con los once de Bayamo 
producían más. de veinte y ocho mil arrobas de azúcar y mucha 
miel, que se exportaba para Tierra-Firme y Espaíia. 

Conociendo el mencionado Gobernador que se carecía del 
número suficiente de negros para dar impulso á' los ingenios^ 
pidió que los armadores de ellos que iban á Cartagena y á Nueva 
España, en vez de tocar en Jamayca para refrescar víveres, lo 
hiciesen en Santiago de Cuba, donde podian con^)rarlos más 
baratos y en mayor número que en aquella isla, dejando en cam- 
bio de lo que^astalén algunos negros, con los cuales no sólo se 
fomentarían ios ingenios sino también el comercio. Pidió también 
que se cumpliese el ofrecimiento hecho por el Rey de que para 
la construcción de una fortaleza á la entrada del puerto se em- 
pleasen veinte de sus negros esclavos que tenia en la Habana, 
cuyo gobernador los habia enviado á Cartagena para la cons- 
trucción de sus murallas. 

De sentir es, que Navia Castrillon hubiese omitido en su Re- 
lación el número de esclavos negros que habia entonces en los 
treinta y siete ingenios de Bayamo y Santiago de Cuba, cuando 
tan fácil le hubiera sido llenar semejante vacio. 

Ampliando Navia Castrillon sus noticias acerca del estado de 
aquella isla, dice que en el territorio del Gobierno de Santiago de 
Cuba habia personas que poseían desde dos mil hasta mas de seis mil 
cabezas de ganado vacuno herrado, sin contar el cimarrón; que 
de ese ganado se sacaban anualmente más de veinte mil cueros, 
que secos y bien acondicionados se vendían en el embarcadero 
del río Cauto á seis reales fuertes los de vaca y á trece reales los 

17 



— 258 — 
de toro. La carne de aquellos animales, por su bajo precio y la 
dificultad de conducirla al mercado, casi toda se perdia en el 
campo, particularmente en Bayamo y Puerto-Principe. Del ga- 
nado muerto exportábanse anualmente para la Habana y Cartage- 
na más de seis mil arrobas de sebo que se empleaban en la ca- 
rena de buques, consumiéndose otro tanto dentro del mismo Go- 
bierno de Cuba para jabón y otros usos. Habia en Bayamo y su 
comarca tanta abundancia de caballos, que un arriero sólo valia 
tres ó cuatro pesos, unode cargado ocho á diez pesos, uño muy 
bueno de silla de doscientos á cuatrocientos reales^ y por esto 
hasta los esclavos tenian caballos y yeguas en que montar. Abun- 
daban también las muías y exportábanse para la Habana en don> 
de se empleaban en tirar los trapiches que molian la cána. Hdbia 
tantos cerdos , que un buen tocino sólo valia cuatro reales y lo 
mismo una arroba de tasajo, exportándose ambos artículos y la 
manteca para Cartagena, Portobelo y Florida. Hablase igual- 
mente en la mencionada Relación de minas de oro en Bayamo, 
y de cobre y de hierro en varias partes del Gobierno de Santiago 
de Cuba, y pedíanse negros esclavos para su laboreo \ 

Fué Bayamo uno de los pueblos de Cuba que más progresaron 
á fines del siglo xvi y principios del xvii, pues ademas de los 
negros que recibió con los asientos ajustados en aquella época^ 
obtúvolos también del lucrativo contrabando que hacia con los 
corsarios franceses, ingleses y holandeses con (fuienes muchos 
de los habitantes de aquella villa y otros puntos de la isla esta- 
ban en culpable y vergonzosa correspondencia. 

Bajaban por el rio Cauto, carabelas y fragatas cargadas de azú- 
car, cacao, añil, jengibre y corambres que conduelan á la Penín- 
sula. Pero este comercio desapareció repentinamente cerrándose 
la única importante via de comunicación que constituía su pros- 
peridad. Una espantosa avenida de aquel rio acaecida en 1616 
formó en su boca una barra de fango que desde entonces hasta 
hoy embaraza su n#egacion. Esta catástrofe que tan perniciosa 
influencia tuvo en la suerte de aquel pueblo, merece que aquí se 
describa. 



(1) Relación original de las coseos mas neceiarias é importantes que hay 
en el Gobierno de Santiago de Cuba de que dá n>oticiael capitán Juan Garda 
de Navia y Castrillon, Gobernador que fué del dicho Gobierno^ etc. MS. de 
cuatro fojas ea folio firmadas por el autor. Museo Británico, papeles tocan- 
tes á las Indias Occidentales y Filipinas, flotas y galeones^ etc. número 
13992, página 529. 



— 259 — 

«Esa barra, dice el distinguido Doctor bayamés D. Manuel José 
^6 Estrada, se formó el año Í6i6, y seg^un lo reñere un acuerdo 
del ayuntamiento de aquel año, tuvo su origen de esta manera. 
Habla establecidos dos astilleros en el hato del Cauto Abajo: el 
uno se llamaba del Rey, el otro del capitán Alvaro Pérez de Na- 
va, dueño de la hacienda. Goncurrian á los trabajos de ambos un 
número crecido de operarios; y estos , para proporcionarse con 
más facilidad y presteza las vituallas necesarias á su subsistencia, 
desmontaron de una y otra banda del rio frondosos y corpulentos 
árboles que también labraban para su objeto. Aconteció una 
asombrosa avenida de aquel caudaloso rio, y como faltase la 
trabazón de las raices de los palos tumbados, arrancó las tierras 
de su antiguo lecho y en inmensas porciones corrieron á la boca, 
donde encontrando la resistencia de las olas del mar formaron 
el bajo que no permite la entrada á embarcaciones mayores, y 
que negó la salida á treinta y tres que estaban á la carga en 
aquel embarcadero. 

«En dicho cabildo se acordó suplicar á S. M. se sirviese doler- 
se de los dueños de las expresadas embarcaciones y de sus car- 
gadores, extendiendo su brazo poderoso en remedio de tanta 
ruina. No sabemos que por la Corte se hubiese tomado providen- 
cia alguna^ ni tampoco por nuestros vecinos, sólo si que el año 
siguiente de 1617 se otorgaran treinta y tres poderes de fami- 
lias que pasaron á^Ia Habana donde florecía mucho más el co- 
mercio. 

«La emigración continuó en los años subsecuentes. En el archi- 
vo del cabildo existen innumerables credenciales de los registros 
que se despachaban, y aun cuando saqué el extracto de todos, se 
conservaban inventarios de ingenios de azúcar con crecido 
número de negros é indios asalariados, lo mismo de haciendas 
de cacao y demás ramos. De la parte allá del rio de esta villa 
aun se conservan las alboreas y menesteres para sacar añil que 
mantenía Doña María Agrámente con ocheríla negros^ según sus 
inventarios. Después de aquella época desgraciada decayó tan^to 
el comercio, que los ramos de él llegaron á extinguirse; y aunque 
la habilitación del puerto de Manzanillo les dio esperanzas vítales^ 
sólo ha logrado conseguirse una sombra de lo que fué en otro 
tiempo.» ^ 



(Ij Extracto de la Memoria escrita por el Dr, D. Manuel José de Estrada 



— 260 — 

A consecuencia de la formación de la barra quedó tan baja la 
boca dé Cauto por algunas partes, que en 1517 sólo medía cinco 
palmos de agua^ y los buques de cierto porte tenian que alijar 
casi toda la carga para poder entrar. 

No experimentaron la Habana y otros pueblos de Cuba la des- 
gracia que afligió á Bayamo. Siguiéronse pues fomentando los 
ingenios de la jurisdicción de aquella ciudad, y su ayuntamiento 
con madura previsión trató de impedir bajo de ciertas penas la 
tala de los montes de aquella comarca, pues deseaba la conser- 
vación de maderas, no sólo para las necesidades de aquella ciu- 
dad sino para la. fabricación de los ingenios ^ Pero estos, con 
infracción de tan saludable medida y devoraron al fín todos los 
bosques de la parte occidental de Cuba. 

Si la antigua Roma honró la dignidad consular permitiendo 
al primer Cónsul que llevase un esclavo de lictor cuando á las 
calles salia^ el gobierno español, deseando dar lustre á las Uni- 
versidades que habia fundado en México y en Lima, ordenó en 
24 de Abril de 1618 que facultaba á los Rectores de aquellas 
Universidades para que por el tiempo que lo fuesen pudiera cada 
uno llevar dos negros lacayos con espadas '. 

Si con una mano protegía el Gobierno la entrada de negros 
esclavos en América, con otra procuraba reprimir y castigar 
sumariamente las demasías que cometieran. Llevado de este de- 
seo ordenó Felipe III en Lisboa á 14 de Setiftnbretde 1619^ que 
en casos de •motines^ sediciones y rebeldías^ con actos de sal- 
teamientos y de famosos ladrones que sucedían en las Indias con 
negros cimarrones, no se hiciese proceso ordinario criminal y se 
castigase á los jefes ejemplarmente, reduciendo los demás á es- 
clavitud, piies esclavos eran los fugitivos de sus amos ^. 

Volviendo la vista á Cuba, observamos con dolor que su po- 
blación por ese tiempo era todavía sumamente escasa; y para 
comprobar esta verdad, nos serviremos de las noticias que Fray 
Alonso Enriquez de ülmendares, Obispo de Cuba , nos dejó en su 



de orden del Excmo. Señor D. francüeo Dionisio Vives, Memorias de la So- 
ciedad BcoDÓmica de la Habana, tomo 10, pág. 343. 

(1) Acuerdo del Cabildo de laHabana de 11 de Marzo de 1616 publicado 
en las Memorias de la Real Sociedad Económica de aquella ciudad, tom. 19, 
año de 1844. 

(2) Recop, de Leyes de Indias, lib. 1, tit. 22, ley 8. 

(3) Recop, de Leyes de Indias, lib. 7, tit. 5, ley 26. 



— 261 — 

Relación espiritual y temporal de aquel Obispado, escrita en i620. 

Santiago de Cuba tenía entonces unas doscientas cincuenta al- 
mas entre españoles, negros é indios^ de los cuales habia doce 
mezclados y connaturalizados con los primeros. 

Contaba el Cobre como doscientas cincuenta personas, siendo 
libres unas ciento, y quince ó diez y seis soldados para la custo- 
dia de los esclavos negros del Rey que trabajaban en las minas 
de aquel metal, cuyo número ascendía á unos ciento treinta y 
seis. Entre españoles, indios, negros y mulatos, todos mezclados, 
existían en Bayamo mil quinientas almas, debiendo advertirse 
que en este número no entraba la gente del campo. 

Á sólo trescientos llegaban los españoles, negros y mulatos 
de Puerto Príncipe, en donde no había sino media docena de 
indios. 

El Cayo apenas contaba cincuenta, siendo casi todos mulatos, 
mestizos y portugueses. 

En Sancti Spiritus había doscientas personas de todas, clases; 
en Trinidad ciento cincuenta; en Guanabacoa ciento sesenta; en 
la Habana cuatro mil ochenta y dos, y en Baracoa treinta. 

Él total de población que aquí aparece, es seis mil novecien- 
tas setenta y dos almas; pero la Relación del Obispo Almendares 
adolece de los mismos defectos que la de su antecesor Fray Die- 
go Sarmiento en el^íglo XVI, pues ni contiene todo el número 
de habitaiUestle la Isla, ni especiflca siempre él número de indi- 
viduos que contiene cada tina de las clases mencionaSias. A pesar 
de estas imperfecciones, dícese en aquella Relación que los in- 
dios, ya mezclados con los españoles, no eran tan maltratados 
como antes; lo que no acontecía con «los de Guanabacoa, qué era 
donde mas habia, pues padecían muchísimo, porque los vecinos 
de la Habana les quitaron sus tierras, sin dejarles donde sem- 
brar *.» 

La prohibición de traficar en esclavos entre Filipinas y Nueva 
España, habíase moderado en gran manera; y como de aquellas 
islas solían llevarse muchos al puerto de Acapulco, que consu- 
míanlos bastimentos de las naves, mandó Felipe HI en 1620, 



(t) Relación de lo espiritual y temporal del Obispado de Cuba, vida y cos- 
tumbres de todos sus eclesiásticos, escrita de orden del Rey D. Felipe III por 
Fray Alonso Enriquez de Almendares, Obispo de Cuba, en la Habana, á doce 
de Agosto de 1620. 



— 262 - 

que ningún pasajeiro ni marinero pudiese traer más de un escla* 
YO, y las personas de calidad un número limitado. Ordenó tam- 
bien» que los derechos que se cobraban en Acapulco de los allí 
vendidos por la incomodidad de pagarlos en Manila, continuasen 
percibiéndose como antes en aquel puerto \ 

Hemos visto que según el asiento ajustado con Antonio Rodri* 
guez Deivas, los negros que se llevaban á América solamente po- 
dían intcoducirse por los puertos de Yeracruz y Cartagena. Cosa 
á la verdad extraña, porque aquella misma Cartagena era cabal- 
mente uno de los paises del Nuevo Mundo en donde los negros 
inspiraban más graves temores al gobierno español. Testimonio 
irrefragable es la ley hecha por Felipe IV en Madrid á 8 de Agos- 
to de 1621, y que integra transcribo: 

«En la Ciudad de Cartagena hay muchos Negros y Mulatos^ 
por cuyas inquietudes han sucedido muertes, robos, delitos y 
daños, causados de haberles consentido las Justicias traer armas 
y cuchillos, por favorecidos, ó esclavos de Ministros de la Inqui- 
sición, Gobernadores, Justicias, Estado Eclesiástico y profesión 
militar, con cuyo amparo hacen muchas libertades en perjuicio 
de la paz pública: Mandamos que ningún esclavo traiga armas, 
ni cuchillo, aunque sea acompañando á su amo, sin particular 
licencia nuestra, y que por ningún caso se tolere ni disimule^ 
estando advertidos los Gobernadores, que selles hará cargo en 
sus residencias^ y castigará severamente cualquier descuido ñ 
omisión: y en cuanto á los Negros de Inquisidores se guarde la 
Concordia.»* 

Bajo el reinado de Felipe III hízose una innovación, que si 
hubiera continuado, habria entorpecido el tráfico de negros, y ele- 
vado por consiguiente el precio de ellos con grave perjuicio de 
sus compradores en América. Después de varias juntas y consul- 
tas ordenóse que los buques negreros, en vez de salir como an- 
tes directamente de África para las Indias con sus cargamentos, 
tornasen á Sevilla para ser allí registrados y partir después para 
ellas. Contra esta innovación representaron los portugueses Men- 
do de Mota y el Conde de Yillanova, tratantes de negros en Áfri- 
ca; y si bien la representación que á mis manos Jiá llegado no 
tiene fecha, seguramente no fué anterior al 1615, porque en ella 



(1) Reeop. de Leyes de Indiaty lib. 9, tit. 45, ley 55. 

(2) ilccop. de Leyes de Indias^ lib. 8, tit. 5, ley 17. 



— 263 — 

se hace mención del aisíento que en este año se ajustó con Anto- 
nio Rodríguez Deivas, ni posterior al 1621, porgúeoste fué el 
ano en que murió Felipe III á quien ella fué dirigida. 

En tres motivos fundóse aquella nueva orden que Mendo de Mo - 
ta y Villanova se empeñaron en impugnar. El primero es haber- 
se dicho que en las naves que conduelan los esclavos iban portu- 
gueses cristianos nuevos, los cualesse quedaban en América con 
riesgo de la religión y de pervertir á los indios; pero este motivo, 
en concepto de los exponentos, parece que se tomó más con la idea 
de alarmar el catolicismo del monarca, que por haber algún fun- 
damento en lo que se alegaba. Dicen, que aunque los mercaderes 
que intervenían en el tráfico solian ser cristianos nuevos, así 
ellos como los pilotos y marineros que de ordinario eran cristia- 
nos viejos, todos daban fianzas de no quedarse en las Indias, y 
de presentarse en España dentro de cierto tiempo; y que si aigu-* 
nos se quedaban allá seria por malicia, ó por descuido de los 
míoistrosá cuyo cargo estaba ejecutar las fianzas y hacer guar- 
dar las órdenes del Rey. Anadian, que toda la gente empleada 
en el tráfico iba á tratar de sus ganancias temporales y no de co* 
municacíon espiritual: que la Inquisición no permitirla la menor 
novedad ni atrevimiento alguno en lo tocante á la religión; y 
que si los ministros del monarca eran tan descuidados que \e$ 
permitían quedarse en América no obstante las fianzas que ha- 
blan dado, ^ómo'^e podría entonces remediar que no fuesen 
cuantos quisieran, por otras vías, á provincias tan anchas y 
abiertas por todas partes? Y agregaban: «Prohibir la entrada en 
las Indias á personas particulares de cualquiera nación, es impo- 
sible: la expulsión es muy fácil habiendo la debida fidelidad en 
los ministros; y que vayan los navios de los esclavos en derechu- 
ra, ó vengan por Sevilla, los mismos mercaderes son los que por 
una y otra parte han de tratar en ellos, y no hay otra suerte de 
gente que se ocupe de ordinario en este trato, y así por ninguna 
via puede ser de consideración alguna el di^ho motivo. » 

El segundo fué decir que habla muchos esclavos en las Indias, 
y que convenia no fuesen tantos á ellas. A esto contestaron los 
exponentes, que menguada considerablemente la población indi- 
gena y no queriendo trabajar los españoles^ era indispensable la 
introducción de negros en América para todos los servicios, que 
su numero no comprometía la suerte del Estado, porque los al* 
zamientos que hablan acaecido eran ocasionados por el mal trato 
que se les daba; y que si se juzgaba indispensable restringir su 



— 264 — 
número^ esto se podria hacer conáultando al Consejo de ludias^ 
sin imposibilitar su comercio con tantos daños. 

El tercer motivó consistía en creer que las naves que condu- 
elan los esclavos llevaban mercancías que perjudicaban al des- 
pacho de las que se embarcaban en las flotas. Los exponente^ 
contestaron: que en los artículos que se llevaban á Angola para 
el rescate de los esclavos se ganaba un ciento por ciento y aun 
más, mientras que la utilidad que de ellos se sacaba en América 
no excedía de treinta y cuarenta por ciento. ¿Cuál pues seria el 
mercader que preñríese la segunda ganancia á la primera? Ade- 
mas, los buques que ordinariamente llevaban doscientos ó tres- 
cientos esclavos no tenían capacidad para recibir tales mercan- 
cías, las que en caso de embarcarse se corromperían con el ri- 
gor del clima, pues que habrían de permanecer á bordo ano y 
medio y aun dos años. Y dado caso que fuesen algunas, seria 
por culpa de los ministros encargados de impedirlo; y si ellos 
eran tan negligentes ó tan malos que lo disimulaban, del mismo 
modo dejarían entrar los esclavos sin registro, y á vuelta de ellos 
todas las mercancías coqio se estaba haciendo. 

«La verdad es, según dicen los exponentes, que las que tenían 
hecho daño en las Indias^ son las que van en los navios de las 
Ganarías y en los mismos galeones de Sevilla, y las que llevan 
los naturales de Buenos Ayres con la permisión que se les dio 
como V. M. lo tiene declarado en sus Reales CRídulafi; y el mismo 
Francisco Duarte en la última carta que ha escrito sobre esta 
materia y se vio en la Junta , dice que el hábito de las Indias 
procede de las muchas mercaderías que con la paz universal acu- 
dieron á Sevilla, y bien se puede dar lugar á la presunción que 
hay de algunas personas poderosas de aquella Ciudad que acos- 
tumbraban á enviarlas escondidas en los galeones, procuraron 
dar á entender por medios suppuestos que nascia el daño de las 
muchas mercaderías que hay en las Indias de los navios en que 
van los esclavos, par%que no se echasen de ver que nascian de 
los galeones que iban cargados dellas.» 

<¡(Y como quiera que ello fuese, pues el tiempo ha mostrado 
que se siguió el efecto contrario á lo que se pretendía por la 
dicha orden, y que yendo los navios sin registro se siguen los 
mismos daños y otros maiores: y si se fuere envejeciendo el abu- 
so de llevarlos sin pagar, se yran acostumbrando y facilitando á 
ello los hombres de modo que venga á ser después más difícul* 
toso el remedio: combíene acudir con brevedad ordenando Y. M. 



— 265 — 
que se concedan los registros en la forma que se daban antes de 
dicha nueva órden^ y que se guarde lo que siempre se ha usado 
en tiempo del Rey que está en el cielo, y en el de V. M. con pa - 
recer y aprobación de tantos ministros y consejeros pasados y 
presentes.» 

Ni se limitaron Mendo de Mota y Yillanova á impugnar los mo- 
tivos en que se fundó la nueva orden; que también expusieron los 
enormes daños que esta habia de ocasionar á la Real Hacienda de 
las Coronas de Castilla y Portugal, de las que Felipe III era Rey. 
Decían que tales danos serian tanto mayores cuanto más se dila- 
tase el remedio: que los tratos de Angola, Cabo Verde y San - 
thomé de la Corona de Portugal, que principalmente consistían en 
las licencias para sacar negros, producían anualmente^ antes de 
la nueva orden, más de cíen mil cruzados, mientras que las li- 
cencias de la Corona de Castilla estaban contratadas en ciento 
veinte mil ducados al ano. Es decír^ que en los referidos tres 
ailos, esta Corona habia perdido trescientos sesenta mil ducados, 
y la de Portugal mas de trescientos mil cruzados, ó sea un total 
de seiscientos noventa y seis mil cruzados: que negándose á los 
mercaderes las licencias de Castilla para que llevasen los escla- 
vos en derechura á las Indias, como antes se hacía, y sabiendo 
que de navegarlos á Sevilla les resultaba una pérdida irreme- 
diable, habíanse dado al contrabando, é introducido clandestína- 
meDte en los mencionaos l^es años muchos negros en diversas 
partes de América y principalmente en el Rio de la Plata y Rue- 
ños Aires, como era notorio al mismo Consejo de Indias, según 
los avisos que de aquellos países habia recibido: que en este con- 
trabando habían de continuar los mercaderes portugueses por 
sus ganancias, arrostrando todo riesgo los subditos de las Indias 
por la necesidad en que estaban de negros para sus trabajos, y 
los empleados del gobierno por el provecho que sacaban deján- 
dose sobornar: de modo que el único que venia á quedar perjudi- 
cado era el monarca^ careciendo de los derechos qug antes perci- 
bía con la introducción de los negros; y en prueba de que así 
pasaban las cosas en Indias^ habia quien ofreciese dar más de 
cien mil ducados por los derechos de los esclavos que habían 
entrado en ellas con perjuicio de la Real Hacienda: que habiendo 
faltado la renta de las licencias en Congo, Angola^ Santhomé y 
Cabo Verde , ya no había con qué pagar los gastos de los 
Gobernadores, Ministros y Presidios que el Rey allí tenia para 
defensa de aquellas tierras; ni tampoco de los Obispos y clero, ni 



-- 266 - 

en Sevilla los juros que estaban situados en aquella renta, de los 
cuales habia muchos de gran cargo de conciencia: que era impo» 
sible continuar el tranco en la forma que se habia mandado, por- 
que se empleaban año y medio y dos años en hacer una armazón 
de esclavos, y se metian doscientos y trescientos en un buque, 
desnudos, presos y encadenados^ con la comida y bebida tan ta- 
sada, que moria gran parte dé ellos, y los más llegaban flacos, 
debilitados y enfermos; de manera que si llegando á Sevilla des- 
pDies de una larga navegación tenían que emprender otra todavía 
más larga, morirían todos ó la mayor parte, ademas de los gastos 
necesarios para comprar nuevos víveres para su alimento; todo lo 
cual haría tan excesivo el costo de los que arribasen vivos á la Amé- 
rica^ que se perderían los armadores, como ya habia sucedido 
con dos ó tres que en los últimos tres años lo habían intentado. 
Este precio de los esclavos, intolerable para los moradores de 
Indias, abriría anchísima puerta al contrabando. Si llegaban á 
Sevilla después de haber partido la flota en que habían de ser 
conducidos, seria menester que esperasen otra; y desembarca,dos 
en San Lúcar den otro puerto de Andalucía, no sólo ocosioaa* 
rían mayor gasto con la demoVa, sino que puestos en comunica* 
cion por algún tiempo con la gente de tierra, se harían ladinos, 
quebrantándose así la prohibición de que tales esclavos se ijpfi- 
portasen en Améríca. Por último decían que tal novedad nunca 
habia existido para las armazones d% negaos sacados de Afríca 
bajo los reinados anteriores; que si esto aconteció .cuando Portu- 
gal era nación independiente ¿por qué^ ahora que ella y España 
estaban sometidas á un mismo cetro se quería establecer una me- 
dida tan perjudicial á los intereses del gobierno como á sus pose- 
siones de América ? * 

Esta representación ó informe y otras consideraciones hijas á% 
la experiencia, modificaron la nueva orden, y el tráfico de escla- 
vos siguió su curso anterior acompañado de los abusos que le 
eran insepambles. 

Los asentistas, luego que desembarcaban las armazones de 
esclavos negros en los puertos^de las Indias, no querían venderlos 



(1) Informe <d rey Felipe 111 por Mendo de Mota y el Conde de Viüano^a 
sobre el modo de navegar ios esclavos negros por Seoülaf ó si es mas conve- 
niente llevarlos en derechura del África á las Indias. MS. original de la 
época, sin firmas ni fecha, de 7 fojas en folio, en Muñoz, Gotee, tomo 34. 



— 267 — 

para enlrar con ellos tierra adentro, defraudando los derechos de 
alcabala que debían pagar. Para enfrenar estas demasías , mandó 
Felipe IV ei 8 de Agosto de 1621, que el Gobernador de Cartage- 
na y de los demás puertos de América no dejasen pasar de ellos á 
los portugueses y otros extranjeros, por ningún caso ni motivo ^ 

No obstante que los asentistas importaban negros en el Perú^ 
este carecfa del número suñciente para sus trabajos. Fué de aquí, 
que la ciudad y provincia de Charcas pidieron al Rey desde Í6i0 
que se dejasen introducir en cantidad más considerable. En con- 
secuencia mandó el monarca que el Virey y la Audiencia de Char- 
cas informasen, si serian útiles para los ingenios, labranzas y 
minas; si conyendria introducirlos por Buenos Aires ó por otra 
parte, y á qué precio debían venderse. Pocos años después, el Li- 
ceaciado Juan de Ibarra pidió también negros al Rey, encare* 
ciendo la necesidad que de ellos había en el Perú para todos los 
trabajos; bien que en su opinión los indios eran los más á propó* 
sito para el laboreo de las minas del Potosí. 

£1 asiento de Rodríguez Deivas que debía prolongarse hasta 
1623^ cesó por su muerte acaecida en 1622 ; y cátodo el tiempo 
de su duración introdujéronse en América veinte y nueve mil 
quinientos setenta y cuatro negros según consta de ios libros de 
la Casa de Contratación de Sevilla *. 

Esta^ fenecido que hubo aquel, volvió á encargarse de la pro- 
visión de negros, y los^^contratos que hizo con algunos negocian- 
tes para que Ic^ llevasen á Indias llamáronse avenzas, abreviación 
de la palabra avenencias. Cuando ei precio de los permisos con- 
cedidos se había de pagar en Sevilla, fijóse en treinta ducados por 
cabeza, y en veinte reales del derecho que se llamaba de aduani- 
lia; pero si el pago se había de hacer en Indias, entonces los du- 
cados eran cuarenta, y la aduanilla treinta reales. Además debía 
pagarse por separado un derecho en América y otro para Portu- 
gal en el caso que los esclavos se sacasen de los dominios de esta 
nación ^ ^ 

Por Real Cédula de 13 de Octubre de 1622, permitióse que de 
Lisboa pudieran exportarse negros para Indias^ con tal que fuesen 
registrados en Sevilla; pero esto hubo de ser de corta duración^ 



(1) Recop. de Leye» de Ind., lib. 9, tit. 27, ley 5. 

(2) Veytia, Norte de la Contratación, lib. 1, cap. 35, núm. 14. 

(3) Veytia, Norte de la Contratación, lib. 1, cap. 35, pág. 8. 



— 268 — 

porque en Agosto de 1623 celebróse nuevo asiento por ciento 
veinte mil ducados al año con el portugués Manuel Rodríguez 
Laraego. 

Las condiciones pactadas fueron semejantes á las de los otros, 
.excepto que habia de durar ocho años, cuyo plazo, poruña retro- 
tracción de tiempo que también se hizo en otros casos, empezarla 
á contarse desde I.® de Mayo de 1622, terminando el ÍD de Abril 
de 1630. Convínose también en que si las licencias que podía ven- 
der el asentista, no las pagaba en España sino en Indias, su pre- 
cio, en vez de treinta ducados, fuesen cuarenta, y los veinte rea- 
les de aduanilla treinta. Pero como la Casa de Contratación, antes 
de haberse ajustado asiento con Lamego en 1623, habia vendido 
algunas licencias, púsose cláusula expresa para que estas fuesen 
recibidas si se habian despachado hasta el 19 de Julio de 1622. 

La muchedumbre de negros esclavos introducidos en América 
y la facilidad con que se libertaban, ya por la generosidad de sus 
amos, ya por la protección de las leyes, fueron causa de que hu- 
biese muchos libres de color que vivían sin oñcios y en completa 
ociosidad. Para evitar tan^graves males, habia Felipe HE manda- 
do desde 1602, que los holgazanes trabajasen en las minas por un 
salario, en las que también se emplearían los condenados por de- 
litos á prestar algún servicio; y fuera de la comida y vestido, lo 
que diesen los mineros por el trabajo de los así condenados se 
aplicase á la Real Hacienda ^ Pero si la lé|^ no dejó impunes á los 
malos negros y mulatos libres, justa y benévola fué con los bue- 
nos, pues recomendó á los gobernadores en 1623, que mirasen 
por su buen tratamiento, y que á los empleados en la milicia les 
hiciesen guardar sus preeminencias *. 

Movido Felipe IV de iguales deseos, ordenó el 21 de Julio del 
mismo año que se reprimiesen las demasías é insolencias de los 
rancheadores y que se cumpliese la ley que transcribo: 

«Los rancheadores nombrados por las Justicias para ranchear 
Negros Címeirrones, entran con este título en las casas de losMo- 
renos horros de la Isla de Cuba y otras partes, así en Ciudades 
como en estancias, donde hacen sus labranzas quietos y pacíficos, 
y sin poderlos resistir les hacen muchas extorsiones, y molestias, 
con grande libertad, de día y noche, llevándose los caballos, 



(1) Recop. de Leyes de Ind., lib. 7, tít. 5, ley 4. 

(2) Id., lib. 7, tít. 5, leyes 10 y 11. 



— 269 — 

bestias de servicio^ y otras cosas necesarias á sus labranzas: Man* 
damos á los Gobernadores, que provean de remedio conveniente 
á los daños referidos, y hagan justicia á los Morenos, para queho 
reciban ninguna molestia ni vexacion de los rancheadores S>. 

Siendo Cartagena uno de los dos puertos en donde desembar- 
caban los negros para su venta, establecióse en 1624^ que por 
cada uno que allí desembarcase se pagase un nuevo derecho de 
seis reales de á ocho destinados á costear cuadrillas de gente ar- 
mada que perseguían á los negros cimarrones *. 

En el mismo año prohibióse que de las provincias del Rio de la 
Plata, Paraguay y Puerto de Buenos Aires se llevasen esclavos ó 
esclavas al Perú, pena de comiso y las demás establecidas; lo 
cual debia entenderse aunque los dichos esclavos negros ó negras 
pasasen con sus amos ó fuesen para su servicio, ó añanzasen de 
volverlos á la provincia de donde salieron; pero al mismo tiempo 
permitióse que los vecinos de la referida provincia del Rio de la 
Plata y no otra persona alguna, pudiesen llevar para su servicio, 
cuando fuesen al Perú, un esclavo y una esclava cada uno, y no 
más, obligándose, y asegurando en bastante forma ante los Oficia- 
les de la Aduana, que los volverían á la mencionada provincia, 
bajo las penas contenidas en la ley que asi lo dispone ^ 

Para bien comprender tan rigurosa prohibición, conveniente 
&érá tomar el asunto desde más atrás. 

Los primeros europeQp que?» comerciaron en el Nuevo Hundo 
dieron la preferencia á los paises que tenían minas de oro y pla- 
ta, dejando postergados los demás. Contáronse en este número las 
provincias del Rio de la Plata, que no por llevar tal nombre pro- 
ducían este metal. Pero no fué esta la causa del sistema restric- 
tivo que sobre ellas pesó con más fuerza que sobre todas las otras 
que formaban el imperio hispano-ultramarino. Temióse desde un 
principio que dichas provincias perjudicasen el rico comercio que 
hacia la Metrópoli en las flotas y galeones, no sólo con Tierra- 
Firme, sino con el Perú, pues introducirían por la v\j de tierra 
mucha parte de lo ^ue este Vireinalb pudiera consumir. Absurdo 
en extremo perjudicial á los verdaderos intereses de España y á 
los de aquellas provincias. Sintiendo las del Rio de la Plata las 



(1} Recop. de Leyes de Jndias, lib. 7, tit. 5, ley 19. 

(2) Recop. de Leyes de Indias, liL. 8, tit. 18, ley 7. 

(3) Recop. de Leyes de Indias, lib. 8, tit. 18, ley 3. 



— 270 — 

fatales consecuencias de tan dura prohibición, reclamaron contra 
ella, y por Real Cédula de 20 de Agosto de 1602 alcanzdron que 
sus vecinos y moradores pudiesen exportar por el tiempo de seis 
años, en buques propios y por su cuenta, hasta dos mil hanegas de 
harina, quinientos quintales de cecina y quinientas arrobas de sebo. 
Pero estas exportaciones solamente se podian hacer para el Bra- 
sil, Guinea y otras partes de África pertenecientes á la corona de 
Portugal, y que entonces estaban bajo el cetro de los Rey^s de 
España, de las cuales volvían con los efectos que necesitaban^ sin 
que pudiesen exportarlos, ni otros algunos, por mar ni por tierra, 
á otra parte de la América. Si las provincias del Rio de la Plata 
pudieron en virtud de ese permiso llevar algunos artículos á la 
Costa de África, y tornar de allí con las cosas que necesitahan, 
para mí es cierto que entre ellas hubo negros esclavos. 

Cumplidos en 1608 los seis años del permiso dispensado por la 
Real Cédula de 1602, quedó restablecida de hecho la antigua pro- 
hibición. La ciudad de Buenos Aires solicitó entonces que se le 
prorogase el permiso sin limitación de tiempo ni calidad de gé- 
ñeros, para que las ocho ciudades situadas en la jurisdicción de 
aquel Gobierno pudiesen sacar sus frutos y llevar á España los que 
en ella se consumian, tomando en retorno los artículos que nece- 
sitasen, y pudiendo emplear buques propios ó fletados. Opusiéron- 
se á esta solicitud los Consulados de Lima y de Sevilla. Peroiítióse 
sin embargo á la ciudad de Buenos^Aire%por Real Cedola de 8 de 
Setiembre de 1618^ que pudiese por el término de tres años des- 
pachar anualmente dos buques que no pasasen cada uno del porte 
dé cien toneladas^ con varias condiciones y libertades; siendo 
una de ellas que se pudiese enviar al Perú por tierra algunas de 
las mercancías registradas y de antemano manifestadas ante ios 
Oficíales Reales, para obtener de ellos los correspondientes despa- 
chos. Entonces fué cuando se mandó fundar por la dicha Real 
€edula una aduana en Córdoba de Tucuman para que las mencio- 
nadas presencias del Rio de la Plata y Paraguay pudiesen comer' 
ciar con el Perú, pagando eif ella cincuenta por ciento de dere- 
chos, además de lo que se hubiese cobrado asi en Sevilla como 
en el puerto de Buenos Aires^ de las mercaderías que de él se 
llevasen al Perú; y sí algo de lo que se enviaba no había pagado 
tales derechos ni los de almojarifazgo y demás impuestos que se 
cobraban en Sevilla y en el puerto de Buenos Aires, todo cayese 
en comiso^ incurriendo el carretero ó arriero que llevase las ñaer- 
cancías en pena de vergüenza pública por la primera vez, y por 



— 271 — 
la segunda en azotes y diez años de galeras al reino y sin sueldo/ 
Elstas mismas disposiciones fueron renovadas por Felipe IV en 
Madrid á 7 de Febrero de 1622 ^ 

* 

En todos los permisos hasta aquí mencionados no se facul|ó á 
ias provincias del Rio de la Plata para que introdujesen negros en 
ú Perú. Ni era posible que así fuese, porque desde el asiento 
ajustado con Juan Rodríguez Cutiño en 160i quedó enteramente 
cerrada la puerta para que entrasen por las aguas de aquel rio. 
Esta prohibición continuada en años posteriores era insoportable 
á las provincias del Rio de la Plata y Paraguay, y el Capitán Ma- 
nuel de Frías elevó al Rey en nombre de ellas como su Procura- 
dor General una representación, cuya fecha no puedo precisar con 
fijeza» en la que le pidió que permitiese introducir allí negros de 
Angola ó del Brasil en cambio de harinas, sebo, cecina y otros 
productos de aquellas tierras. 

Fundóse esta petición: i. o En que la mayor parte de los indios 
empleados en el servicio habían perecido con las pestes sufridas 
en aquellas provincias en los años de 1605 y 1606: 2.<> En que 
el país carecía de oro y plata con que comprar negros, y los fru- 
tos de Buenos Aires sólo tenían consumo en Angola, Brasil y 
parte de ellos en España: 3.^ En que ni en Buenos Aires ni en los 
países vecinos habla españoles, negros ni indios para alquilar. 
Además, los negros que los Oficiales Reales sacaban á remate, no 
querían venderlos sino^or ^o y plata, que no había: 4.° En que 
como por los negros introducidos se pagaba un derecho, la Real 
Hacienda aumentaría sus rentas: 5.^ En que dichos negros servi- 
rían para defensa de los habitantes contra los indios de guerra ó 
cimarrones, y contra los corsarios '. Esta representación no sur- 
tió el efecto que se deseaba, y el Rio de la Plata quedó cerrado 
para las armazones de negros esclavos. 

Habían éstos aumentado tanto en Panamá, que en 1625 ya pa- 
saban de doce mil, y los más ocupábanse desde años anteriores 
en cortar maderas, aserrarlas en tablas y en otras foimas, que se 
llevaban á Lima y á otras partes del Perú, y también en la fabrí* 



{{) Recop de Leyes de Indicu, lib. 8, tlt. 14, ley 1. 

(2) ídem ibidem. 

(3) Biblioteca del Museo Brit.^ MS. vol. titulado Papeles tocantes á las Is- 
la$ Occidentales etc. núm. 13992, p¿g. 48i. Plut. GXGI D. 



— 272 — 
ca de buques que se hacían en el Vallano, Pueblo Nueva y todi 
la Costa de Veragua ^ 

Fuerza había cobrado el comercio de esclavos de Filipinas cor 
Nuttva España; y como estaba ordenado que por cada uno s<s| 
pagasen cuatrocientos reales en el puerto de Acapulco, intro-«l 
ducíaqse muchos de contrabando] para eludir los derechos. Por 
este motivo Felipe IV mandó en i62^, que ningún escribanul 
hiciese escritura de venta de esclavos en Nueva España, si no 1 
constaba por certiñcacion de los OfícilEiles Reales de Acapulco i 
de la ciudad de Méjico haberse pagado los mencionados de-« 
rechos, pena de perdimiento de bienes: que cuando se examina- 
sen los escríbanos, se anotase en los títulos, para que supíeseoí 
lo que en este asunto habían de guardar,* autorizándolos para 
que pudiesen denunciar los esclavos importados sin registro; j 
en cuanto á los maestres de las naves, mandó también que die- 
sen Oanzas de que no traerían esclavos sin manifestarlos , pena 
de precederse contra ellos *. 

La prohibición de portar armas los negros esclavos eludíase 
con frecuencia, así por el valimiento de sus amos, como por la 
negligencia de las autoridades. Interesado el Gobierno en que sus 
órdenes se cumpliesen, mandó en i628 que los Vireyes, Presi- 
dentes, Audiencias, Gobernadores, Corregidores y Alcaldes Ma- 
yores, no diesen licencias á ningunas personas de cualquier es- 
tado y calidad para traer negros coif espadas ni otras armas ofen- 
sivas ni defensivas; y si á ello contravenían se les hiciese cargo 
en sus residencias é impusiesen las penas en que hubiesen incui*- 
rido por esta causa *. 

Esta severa prohibición manifiesta el temor que á los negros 
se tenia; pero el interés , más poderoso que el miedo, triunfó de 
los consejos de la prudencia, y millares y más millares de ne- 
gros siguieron importándose en el suelo de América. 

De la celda de un convento salió entonces una voz anunciando 
los peligrosi que amenazaban; y á este propósito cumple citar 
aquí las palabras del Jesuíta Fray Alonso de Sandoval en su ya 



(Ij Representación á Felipe IV desde Panamá en 1625 por el Maestro Fray 
Antonio Vázquez de Espinosa, Comisario y Calificador del Santo Oficio y Vica- 
rio Provincial del Orden de Nuestra Señora del Carmen. 

(2) Recopilación de Leyes de Indias ^ libro S^tiinloiSf ley i, 

(3) Recop. de Leyes de Ind,, lib. 7, tit. 5, ley 18. 



— 273 — 

referida obra publicada por primera vez en Sevilla en i 627. Dice 
así: ' 

cPor floridos que sean ios reinos, no se deben tener por segu- 
ros de guerras serviles mientras no procuraren sujetar los escla* 
vos y no estar á su cortesía. Por lo cual deberían poner tasa los 
Magistrados á quien toca á la codicia de los mercaderes, que ha 
introducido en Europa, y no menos en estas Indias, caudalosísimos 
empleos de esclavos^ en tanto grado que se sustentan y enriquecen 
de irlos á traer de sus tierras^ ya por engaño, ya por fuerza como 
quien va á caza de conejos^ ó perdices, y los traginan de unos puertos 
á otros como olandas ó cariocas. De aquí se siguen dos daHos muy 
considerables. El primero, que habiéndose hecho la libertad de 
los hombres mercancía, no pueden dejar de ser achacosos muchos 
de los títulos con que algunos se cautivan y venden. Y el otro, 
que se hinchen las repúblicas de esta provisión, con peligro de 
alborotos y rebeliones. Y así como la cautividad moderada se 
puede iratar sin estos escrúpulos, y con notables utilidades co- 
munes á esclavos y señores^ el esceso es muy ocasionado á cual- 
quier desconcierto; no porque se deba temer^ que los esclavos se 
alcen con la república, que en corazones serviles raras veces cu- 
pieron pensamientos altos, sino porque el amor de la libertad es 
natural y á trueque de conseguirla se podrían juntar á procurar- 
la y á dar la vida por ella.»* 

No obstante est js aviles dictados por la prudencia, el comercio 
lícito é ilicito.de negros continuaba en todas partes; y sin que yo 
pueda decir á cuál délos dos pertenecía, damos en Cuba durante 
el gobierno de D. Lorenzo de Cabrera que cesó en el año de 
1630, con un cargamento de ellos, que perseguido por Jos cor- 
sarios baró en el puerto de Batabanó. Al mando de Miguel Casa- 
res Chacón iba la nave qne conducía quinientos negros con des- 
tino á Veri Cruz, los cuales en vez de continuar su viaje quedá- 
ronse en la isla donde fueron vendidos á los hacendados de ella, 
y los enemigos de Cabrera aseguran que él fu^, sobornado para 
tomar aquella providencia *. • 

Llegado el añQ de 1630 cesó el asiento de Manuel Rodríguez 
Lamego, y ya por ese tiempo, y aun mucho antes, había buques 



ft} Sandoval, De Instauranda ^thiopum aUute, pars 1, lib. 1, cap. 27. 
(2) Carta al Rey del Gobernador de Cuba D. Juan Bilrian de Víftmonte, en 
ao de Enbro de 1 66 i. Arch. de Tnd. de Sevilla. 

18 



— 274 ~ 

negreros de taato porte, que uno procedente de Angola naufraga 
en el bajio de los Negrillos á vista de Cartagena llevando nove^ 
cientos negros, de loi$ cuales solamente treinta se salvaron ^ 

Hase dicho en el curso de esta Historia, que las Islas Canarias, 
Cabo Verde, Guinea con otros lugares de África, Portugal, Espa* 
na y aun á veces las islas de Mallorca, Uenorca^ CerdeSa y otrosí 
puntos de Levante, fueron los mercados de donde se exportaron 
esclavos para las colonias españolas en todo el siglo xvi y parte 
del xvu. La sola enumeración de estos paises basta para inferir 
cuan varios debieron de ser el color, la religión y la índole de lo» 
esclavos. El gobierno creyó desde el principio que la entrada dé 
algunos de ellos en sus nuevos dominios causaría graves males á 
la población. indígena; y para evitarlos, dictó según hemos visto 
muchas providencias qué constituyen una parte interesante de la 
primitiva legislación indiana. 

Después de bien entrado el siglo xvii ya se observa que aquer 
llaa prohibiciones no fueron tan frecuentes] pero todavía en va - 
ríos asientos celebrados durante él, insertóse la cláusula que no 
se introdujesen en América esclavos mulatos, mestizos^ turcos 
ni moriscos, sino solamente negros atezados. Andando el tiempo, 
cesó el afán de dichas prohibiciones^ y si bien no se revocaron, por 
lo menos no se repitieron: ni repetirse debían, porque ya habían 
dejado de ser necesarias. El tranco, aunque mucho más activo 
quei antes, habíase reducido á una esfera dlás eslrecha, pues todas 
las expediciones solamente se dirigían á cierto espacio de las cos- 
tas pobladas de negros en el occidente africano. En tales circuns- 
tancias^ inútil era ya la repetición de tantas leyes proíbitivas: leyes 
que nunca se cumplieron ni aun en los días de su mayor rigor, 
porque empeñados estaban en quebrantarlas los intereses de los 
contrabandistas, el provecho de los colonos y la corrupción de los 
empleados españoles en América . 

Ajustóse en 25 de Setiembre de i631 asiento con Melchor 6o* 
. mez y Cristóbal Méndez de Sosa, para que durante ocho años 
contados desde el 1.» de Marzo de dicho año hasta el último de 
Febrero de 1639 introdujesen anualmente en América dos mil 
quinientos negros. Las condiciones de eite asiento fueron seme 
jantes á las de otros anteriores. 

Fué el Perú uno de los paises del Nuevo Mundo en donde más 



(1) Sandoval; parte primera^ lib. 1, cap. 22 i 



-- 275 — 

negros afríoanoa habían entrado ya. Para evitar las pestes que 
habían eHos ocasionado en Lima, el Yirey conde de Chinchón 
mandó fabricar del otro lado del rio qne pasa por aquella ciudad 
y á sotavento, unas casas ó barracones^ como dicen en Cuba , en 
que se depositasen los negros, con separación de varones y hem- 
bras, hasta que su venta se efectuase. La construcción de tales 
ediñcios ñié aprobada por el Monarca en carta del 28 de Diciem- 
bre de 1(^34, dirigida al Mencionado Virey *. 

Feneció en 1639 el asiento de Melchor Gómez y Cristóbal Mén- 
dez de Sosa, y todos los hasta aquí celebrados desde 1595 ha- 
bíanlo sido con portugueses. Según se fué prolongando la domi - 
nación de Castilla sobre Portugal^ fuéronse también restringiendo 
á los naturales de esta nación los fueros y derechos que Felipe II 
les habia prometido guardar. Crecía de ambas partes la des- 
confianza; y agriadas las voluntades, estalló en 1640 la revolu^ 
cion de Portugal contra España. Declarados rebeldes los subditos 
de aquella nación, quedaron excluidos de todo comercio con 
las posesiones hispano>americanas. Bien pudieran entonces los 
españoles haber sustituido á los portugueses en las expediciones 
de negros ; pero sin factorías propias en las costas del occidente 
africano, y hostiles las de Portugal, que eran el vasto mercado de 
donde se proveía el Nuevo Mundo, no se alentaron á formar nin- 
gún asiento. 

Antes de proseg*jir, íAporta aquí recordar que el cristianismo 
ha sido el principio más constante, más general y poderoso que 
ha combatido la esclavitud; pero olvidándose de su doctrina, no 
sólo España y Portugal, sino Francia, Inglaterra y otras nacio- 
nes cristianas disputábanse á porfía los mercados africanos. 

Al ver lucha tan contraria y tan desastrosa á la humanidad, al- 
zó la Iglesia su enérgia voz para defenderla. El Sumo Pontífice 
Urbano Ym expidió en 22 de Abril de 1639 una bula famosa, 
reprobando el tráfico de negros que se hacia y prohibiendo al 
mundo católico que los privase de la libertad. Peto esta condena- 
ción nada influyó en la conducta de los hombres, porque arrastra- 
dos de su interés, siguieron enriqueciéndose á costa de tanto» 
infelices. Por el órgano del Cardenal Cibo, la Congregación de la 
Propaganda mandó en 1689 á los misioneros de África que pre« 



(1) Escalona, Gazophilacio Regio Peruano, Ub. 2, parte 2, cap. 24. 



— 276 — 
dicasen contra el uso de vender hombres ^ En 1741 repitió 
Benito XIV las mismas prohibiciones que Urbano VIII, encarg^an- 
do su cumplimiento á los obispos del Brasil. 

Para continuar comercio tan vergonzoso, no faltaron extranje - 
ros que quisiesen ajustar asientos con España. Los holandeses y 
los ingleses, que ya tenian factorías en la costa de África y que 
traficaban mucho en esclavos, hicieron algunas tentativas; mas 
no considerando el gobierno español admisibles sus propuestas, 
rechazólas todas. Así aparece de los informes presentados por el 
Consulado de Sevilla y por el tribunal de la Casa de Contratación 
enl642y en 3 de Mayo, 31 de Agosto y 7 de Setiembre de 1655, y 
en 1656 '. Volvió por tanto á confiarse á dicha Casa la provisión 
de negros para América, desde 1639 hasta 5 de Julio de 1662. 
Fácil es de inferir que en este período se haría mucho contraban- 
do, y que de él participarían no sólo los extranjeros, sino los 
mismos españoles que obtenían permisos de aquella Casa. 

Ninguna infracción de las ordenanzas que en la materia regían 
fué tan escandalosa como la que en Cuba se cometió durante el 
gobierno de Don Francisco Xelder, caballero de Calatrava. 
Deseando este granjearse el afecto de los Oficiales Reales 
Arechaga y Arias Maldonado, interesábalos en fraudulentas expe- 
diciones *. El capitán de un cargamento negrero sobornó á los 
mencionados oficiales y al factor de registros; y para mejor faci- 
litar la entrada del contrabando, Xeldei^ mag^dó retirar de las 
fortalezas todos los centinelas. A las diez de la noche del 25 de 
Junio de 1653 y con antorchas encendidas metióse en el puerto 
de la Habana un buque que conducía quinientos negros, de los 
cuales solamente se registraron cincuenta de los peores, ocul * 
tándose y vendiéndose á buen precio todos los demás á los ha- 
cendados de aquella ciudad. Ejemplo de inmoralidad de funesta 
trascendencia, no sólo para los empleados públicos sino para el 
pueblo que lo presenciaba. 

El levantamíOBto de Portugal entorpeció por algún tiempo el 
tráfico de negros con el Nuevo Mundo, y parece que se interrum- 
pieron los juros impuestos sobre la renta que aquellos producían. 



(t) Colee, de viajes por Ghurchill Prevost, Viaje del P&dre Merollá al 
Gongo. 
(2) Veylia, Norte de la Contratación, lib. 1, cap. 35, núm. 17 
\3) Papeles de la antigua Secretaría de la Habana. 



— 277 — . 

De las licencias que la Gasa de Contratación concedía á nego- 
ciantes particulares, reservó el Rey mil para sí con el objeto de 
darlas á quien tuviese por conveniente, pero siempre se prohibió 
concederlas para Buenos Aires. 

Si el comercio de negros era muy lucrativo al Gobierno, no 
dejaba por eso de infundirle serios temores la abundancia de 
ellos en el Nuevo Mundo. Asi fué que Felipe IV en i645 encar- 
gó á los Vireyes, Gobernadores, Capitanes Generales, Presiden- 
tes y Oidores, Jueces y Justicias^ que observasen siempre con la 
mayor vigilancia la conducta de los esclavos negros y otras per- 
sonas que pudieran ocasionar cuidado y recelo, perturbando la 
traaquilídad pública \ 

La abundancia de negros que habia en el Perú dio margen en 
años posteriores á una extraña pretensión. Desde el principio de 
la conquista, el poder eclesiástico abusó de sus facultades en 
América; y el Comisario de la Cruzada en el Perú pretendió en 
1657 obligar con censuras á los amos, que comprasen bulas para 
sus esclavos; pero el Virey Conde de Alva se lo prohibió con 
consulta del Real Acuerdo y de los mejores teólogos de Lima^ 
así por no ser de precepto^ como por las inquietudes que se 



causarían '. 



Invadida Jamayca y saqueada su capital en i 596 por Sir An- 
thony Shirley, y de ni|pvo asaltada en i 638 por el Coronel Gui- 
llermo Jackson cBn fuerzas que sacó de las islas de Barlovento, 
cayó al fm en poder de Inglaterra en Mayo de 1665 bajo el pro- 
tectorado de Cromwell. 

Acerca de la población de aquella isla al tiempo de su con - 
quista, no hay noticias exactas^ pues los historiadores ingleses se 
limitan á decir ^ que los blancos de todas clases eran entonces 
más de mil quinientos entre españoles y portugueses, habiéndose 
muchos de éstos establecido allí durante la dominación de Casti- 
lla en Portugal. £1 número de los esclavos africanos hacíase su- 
bir casi al mismo de los blancos, y la mayor [ftrte de ellos reti- 
róse á las montañas^ causando gravísimos daños á los ingleses 
coa los asaltos y correrlas que hicieron por muchos años '. 



(1) Recop. de Leyes de Ind.y lib. 7, tit. 5, ley 13. 

(2) Museo Biit. MS. Cartas del Conde de Alva, núm. 13996. Plut. GXGI D. 
pág. 436. 

(3) Bryan Edwards, HUUrry of Ihe Britüh Colonies in the West IndteSy 



— 278 — 

No entnaré en la discusión del oúmefo de Mancos y negros 
que había entonces en lamayca; pero sí advertiré» que habiendo 
ella salido ya de la dominación e^añola^ reservaré para la histo- 
ria de la esclavitud africana en las colonias inglesas todo lo que 
á dicha isla concierna. 

Hasta la primera mitad del siglo xvu no había España etperi- 
mentado pérdida sensible en los paises que había descubierto. 
Fundándose ella en la prioridad de sus descubrimientos en el 
Nuevo Mundo y en las bulas de Alejandro VI de 1493» que le da- 
ban el dominio de todos los paises que habla descubierto y de los 
demás que descubriese» empeñóse en alejar á todos los extran- 
jeros de los mares que bañaban sus posesiones, considerando como 
corsarios ó piratas á los que en ellos navegasen sin su permiso. 
Justas 6 injustas estas pretensiones» pues no es del caso discu- 
tirlas*, ella no podía hacerlas respetar sin el apoyo de una fuerte 
escuadra; mas careciendo de auxilio tan poderoso» los ingleses» 
franceses y otros europeos arrastrados de la sed de riquezas» 
lanzábanse á aquellos mares en busca de fortuna. Abríales un 
vasto campo la conducta de los eápañoles» pues corriendo en pos 
de los metales de México y dd Perú» dejaron sin poblar la mayor 
parte de las antillas que hablan descubierto» exponiéndolas á caer 
presa de cualquiera que las invadiese. Comenzaron pues á des- 
gajarse algunas ramas del frondoso ^ol que España habia 
plantado en el Nuevo Mundo» y la j^imera qu?cayo en i 623 fué 
l^n Cristóbal» que ocuparon simultáneamente ingleses y france- 
ses» corriendo después igual suerte otras islas de Barlovento. 

No podía España mirar con indiferencia semejantes usurpa- 
ciones» y haciendo Felipe IV un esfuerzo supremo» dio en mil 
seiscientos treinta el mando dé una escuadra poderosa á D. Fa- 
driqüe de Toledo» Marqués de Villanuevá» para que destruyese 
los establecimientos que los ingleses y franceses habian formado 
en las islas Nieves y San Cristóbal. Tomadas que fueron» cayó 
en poder de los ^stellanos un rico botín» en el que encontraron 
cantidad considerable de tabaco. ' Cultivábase ya esta planta en 
varios paises de América; y como ella coadyuvó» aunque no tan 



tom. 1» lib. 2, cap. 1.— Montgomery MartiD, HUtory of the BrUish CeUmies, 
iQTsXé 2, cap. 2. 4 

(1) Manuscritos del Depósito Hidrográñco y de la Biblioteca Nacional de 
Madrid. 



»- 279 — 
temprano ni de un modo tan general como la caña de azúesr á 
fomentar la introducción de negros esclavos , importa dar por 
spéndice alguna idea de ella y de las vicisitudes que tuvo en 
Cuba*. 

El golpe que sobre aquellos aventureros descargó Don Fadri- 
que de Toledo no fué bastante para intimidarlos; y continuando 
sus correrías é incursiones, no se escapó de ellas ni aun la gran- 
de antilla de Santo Domingo, primera que poblaron los españo- 
les. Viendo pues que estaba desierta la mayor parte de su costa 
septentrional, dirigiéronse á ella; y como la isla abundaba de 
cerdos y ganado vacuno, empezaron ¿ establecerse en ella por 
las ventajas que les ofrecía tan importante situación. Los holan- 
deses en cambio de cueros dábanles lo necesario para mante- 
nerse. Después que mataban en los bosques el ganado, acecinaban 
l88'<3arnes á la manera de los salvajes. Esta operación se llamó 
en francés boucaner^ y de aquí -se dio á los que se dedicaban á 
ella el nombre de boucaniers, ó bucaneros^ españolizando esta 
palabra. Cansados de esta vida terrestre^ algunos de aqudlos 
aventureros volviéronse corsaristas^ robando indistintamente á 
cuantos encontraban. Dióse á estos ladrones el nombre de flibus- 
tiers 6 fñbcmtiers, palabra derivada del inglés Free-Booter, que 
pronunciándose Jrii'buter, produjo el vocablo corrompido de 
fribiitiers ó flibustiers *. 

Para libertarse»de idí ataques de los españoles de Santo Domin- 
go^ trataron de ocupar la vecina isla de Tortuga. Guarnecíanla 
veinte y cinco soldados solamente, quienes mirando aquella man- 
sión como un destierro, rindiéronse sin defensa á la primera inti- 
mación que se les hizo. Ocupáronla pues los filibusteros en 1632. 
Esta tsla, cuya longitud es de diez leguas del E. al 0. y dos de 
latitud de N. á S., hállase á igual distancia de la costa septentrio- 
nal de Santo Domingo. Por su ventajosa situación para la defen- 
sa reuniéronseles allí otros aventureros procedentes de la isla de 
San Cristóbal y de otras partes, componiéndwe toda su pobla- 
ción de cuatro clases: bucaneros que se ocupaban en la caza de 
ganados, filibusteros que recorrían los mares, labradores^ y blan- 
cos europeos contratados por tres años para trabajar eii las colo- 
nias francesas. A éstos dióse el nombre de engagéSj cuya mayor 



{i) Véase sobre el tabaco el apéndice núm. 10. 

(2) Cbarlevoix, Histoire de Saint^Dominguef tome 2, liv. 7. 



^ 280 ^ 
parte se quedaba en la Tortuga, ya con los bucaneros, ya con 
los labradores ^ 

A la sazón en que los bucaneros y filibusteros andaban en sus 
correrías en Santo Domingo y en el mar, asaltada í¡xé Tortuga 
por los españoles de la vecina isla. De los piratas, unos fue^^n 
pasados á cuchillo^ otros ahorcados, y los restantes refugiáronse 
á los montes; pero los invasores cometieron la falta de no haber 
dejado guarnición alguna en Tortuga '. Así fué, que al cabo de 
algún tiempo juntáronse con los prófugos en los montes nuevos 
aventureros ingleses y franceses, y la isla convirtióse como antes 
en guarida de piratas. El jefe de estos era entonces el inglés 
Willis, quien llamando en su auxilio á sus compatricios, la colo- 
nia estuvo á pique de ser enteramente inglesa. Pero reforzados 
los franceses con cuarenta ó cincuenta hugonotes de la isla de 
San C/istóbal, echaron de Tortuga á los ingleses en 164i. 
Aumentándose en ella los franceses, el Comendador de Poinci, Go- 
bernador general de las islas de Barlovento, dio en 1653 á nom- 
bre del Rey al caballero de Fontenay el gobierno de Tortuga y 
de la costa de Santo Domingo. La^poblacion de Tortuga compo- 
níase en aquel año de seiscientos franceses de ambos sexos, 4e 
doscientos negros esclavos de varias clases que ellos hablan ro- 
bado en la Habana, Cartagena y otros puntos de Tierra- Firme, y 
de doscientos cincuenta indios que hablan apresado en la provin- 
cia de Yucatán. . • • 

Por aquel tiempo las fuerzas de la ciudad de Santo Domingo 
ascecdían á dos mil doscientos hombres armados, habiendo entre 
ellos una compañía de cuarenta soldados buscadores de negros 
cimarrones. Existían además otras dos de negros libres, bozales 
y criollos, como de ciento sesenta, y otra de ciento cincuenta 
esclavos negros y mulatos. Desde muy antiguo huyéronse á los 
montes los esclavos de aquella isla, llegando á formar pueblos en 
ella; y en el tiempo en que ahora nos ocupamos descubriér<9ise 
dos, uno de cien «negros y otro de- trescientos compuestos de 
hombres, mujeres y niños. Estas últimas noticias las he tomado 
de la Relación Sumaria del estado que entonces tenia la isla 
Española y ciudad de Santo Domingo, hecha por Andrés Nunez 



(i) Gharlevolz, tome 2, liv. 7. 
(2) ídem, ibidem. 



— 281 — 

de ToFf a^ vecino de dicha ciudad, en la que había residido desde 
el año de 1650^ 

Entonces fué cuando de la isla Tortuga pasó á la parte occiden- 
tal de la de Santo Domingo la primera colonia de franceses; y pros- 
perando este establecimiento , fundáronse otros en aquella región 
durante 3l transcurso del siglo xvii. Continua fué la lucha de los 
españoles por arrojar á los franceses del occidente de Santo Do- 
mingo, y las hostilidades no cesaron hasta la paz de Riswick en 
1697, año en que España hizo formal cesión á la Francia de toda 
la parte occidental que ocupaba en aquella isla. Que los franceses 
hubiesen afirmado su imperio en las islas de América aun no ocu- 
padas por ninguna potencia europea, nada de extraño tiene; pero 
que hubiesen arrancado á España una parte considerable de la pri- 
mera antilla, de la primera colonia que fundó en el Nuevo Mundo 
cuando tremolaba en sus torres y fortalezas el pabellón de Casti- 
lla, cosa es que no sólo prueba la audacia de aquellos aventure- 
ros, sino la impotencia de España para triunfar de los ene- 
migos que en América la adaltaban. 

Volviendo á los asientos ajustados en el siglo xvn para proveer 
de negros á la América española, damos con el de Domingo Gri- 
llo y Ambrosio Lomelin. Ajustóse este en 5 Julio de 1662 por la 
mediación de Fray Juan de Castro, del orden de Predicadores; y 
so color de fabricar algunas naves para el gobierno español, obli- 
gáronse los asentías á fntroducir en Cartagena, Portobelo y Ve* 
raeraz , veinte y cuatro mil quinientos negros piezas de Indias ^ 
esto es^ negros de siete cuartas de alto cada uno, ó más, así va- 
rones como hembra^, declarándose que no serian tales piezas los 
que, aunque tuviesen siete cuartas de altura, eran ciegos ó tuer- 
tos, ó con otros defectos corporales que disminuyeran su valor. 
Respecto de los negros ó negras que no llegasen á la mencionada 
altura, se medirían y reducirían á ella, para que conforme á la 
medida de siete cuartas se computase cada pieza de Indias; de 
modo que tantas piezas de estas harían, cuantaá Hete cuartas for- 
masen su altura. 

Los veinte y. cuatro mil quinientos negros debían introducirse 
en el espacio de siete años á razón de tres mil quinientos en cada 
uno. Si en los asientos anteriores se computó por ducados la con- 



(1) Esta Relación existe en el Mus. Brit. MS. vol. Papeles tocantes á las 
Indias Occidentales, etc., n • 13992, pág. 499. Plut. CXGI D. 



— 282 — 

1 

tribucíon pagada al Gobierno, en el presente fué de cien g^aos 
fuertes por cada uno de los importados, con excepción de aquellos 
que al Rey se vendieran. De los tres mil quinientos desenibarca- 
dos en América cada año, quinientos quedaban exentos del refe- 
rido derecho de cien pesos fuerte^ pues debian venderse al Rey 
solamente por su costo, entregándolos en la Habana en los tres 
primeros años para los astilleros y fábrica de buques; y en los 
cuatro restantes en los lugares adonde señalase el gobierno, bien 
que este debia avisarlo á los asentistas un año ántes.^— En caso 
que las importaciones excediesen de los veinte y cuatro mil qui- 
nientos negros, de cada mil de exceso habíanse de destinar ciento 
para los arsenales en los términos ya expresados, quedando los 
novecientos restantes á favor de los asentiátas^ bajo la obligación 
de pagar también por cada uno de ellos los cien pesos de contit- 
bucion, bien que este exceso no se les podia cobrar hasta la con- 
clusión del asiento. Y si no entraban los tres mil en cada año, 
debian pagar el derecho á que estaban sometidos los que fal- 
taran. 

Si el puerto cerrado de Buends Aires se abria para el eomer- 
do, como lo estaban otros de América, entonces seria permitido 
á los asentistas introducir negros por él. 

Restringióse el número de buques empleados en el trasporte de 
negros á Indias, pues sólo debian ser cinco, de quinientas tone- 
ladas cada uno poco más ó menos; bien que jodian ser de fábfiea 
extranjera, pero tripulados por españoles, aunque cada nave po- 
dia llevar dos ó tres extranjeros para intérpretes, con exclusión 
absoluta de los portugueses. : 

Facultóse á los asentistas para que comprasen los negros en 
cualquiera nación que al presente estuviese en paz con Espeña, y 
que los sacasen de las factorías francesas, holandesas ó inglesas 
en África. 

Permitióseles también enviar hasta tres factores de su confias- 
za á cqda uno fe los puertos en donde se vendieran los negros; 
pero esos factores debian ser españoles, genoveses, italianos ó 
flamencos, si estos últimos eran vasallos del Rey de España, con 
exclusión de los portugueses y también militares é ingenieros. 
Obligáronse asimismo á dar al Consejo de Indias los nombres y 
nacionalidad de dichos factores, sin que para el ejercicio de sus 
funciones fuese necesaria la aprobación de aquel Consejo. 

Por cada tonelada de buques que fabricasen, se les había de 
descontar cincuenta y un ducados de plata. Obligáronse igaal- 



— 283 — 
taeote ¿ fabricar diez galeones en Vizcaya á treinta y cuatro du* 
cades por tonelada para la carrera de América, y á treinta y uno 
papa la armada del Odéano. En una de las condiciones del asiento 
se explica la forma en que se les habla de pagar cada galeón de 
mil toneladas fabricado en Campeche. Podian elegir Jueces Con- 
servadores en las Indias y en España. Probibíóseles llevar ningún 
género de ropa y declaráronse de contrabando los negros que se 
ioiportasen sin su licencia. Que de los que se les perdiesen ó apre- 
sasen no se pagara derecho alguno. Sus buques empleados en el 
tráfico podian apresar á otros que llevasen negros y traer á Espa- 
ña en ellos la plata, oro y el producto de su asiento, y en caso de 
tío haber flota ó galeones, dichos buques podian venir sueltos pa- 
^ndo de todo un derecho, pues obligados estaban á volver áCá- 
■^ ó San Lúcar á cumplir sus registros. 

Las guerras extranjeras, las correrias de corsarios enemigos y 
las invasiones en algunos de sus dominios de América, hablan 
hecho al gobierno español muy cauteloso y aun suspicaz. De aquí 
nació j que en el asiento de que se trata se hubiese inserto la si- 
miente condición : 

aEn cuanto á las entradas de los dichos cinco navios con ne- 
bros en los puertos de las Indias, se declara, que en el de Porto- 
•bolo sólo hemos de poder entrar en virtud de esta permisión, dos 
navios de ios dichos ciíjfso cada año, con declaración, que no es- 
tando en el dicho puerto galeones, haya de ir un navio sólo con 
los negros, y salido aquel de dicho Portobelo, pueda ir otro del 
mismo modo; de forma que en este caso no puedan hallarse los 
4os navios juntos eh aquel Puerto: y también se declara, que no 
irá con los dichos navios ninguno de los cuatro ^restantes de con- 
voy desde Cartagena á dejarle en el dicho Puerto, ni á convoyar- 
le á la vuelta á Cartagena; pero en caso de estar galeones en 
Portobelo, se nos ha de conceder el que puedan estar en él á un 
mismo tiempo entrambos bajeles H. 

&te asiento, no obstante la continua oposicioS que le hizo la 
€asa de Contrnacion de Sevilla, empezó á correr desde el l.^' de 
Marzo de 1663. Al Presidente y jueces de ella preguntó en 22 de 
Diciembre de 1664 el conde de Peñaranda, Presidente del Consejo 
de Indias, lo que sentían acerca de las condiciones y continuación 



(1) Colee, de li'cUadOB de Paz^ etc., por Ahreu. 



— 284 — 

de aquel asiento; y ellos en informe del 3 de Enero de 1661^^ 
acompañado del parecer del Consulado, dijeron que eran peiju- 
diciales á los intereses de la Real Hacienda y peligrosas á la reli- 
gión, pues se admitía el Comercio libre con extranjeros tan con- 
taminados. Siguieron los Jueces de aquella Casa y el Consulado 
mostrándose hostiles al asiento, como aparece de sus informes en 
29 de Julio y 2 de Agosto de 1667, 20 de Octubre de 1668, 22 de 
Febrero y 5 y 24 de Marzo de 1669. Por otra parte, los asentistas 
ni cumplían con sus condiciones ni pagaban á la Real Hacienda 
lo que hablan convenido. Libróse, pues, ejecución contra ellos. 
Más en cinco de Setiembre de 1668, ajustóse en Madrid una 
transacción de los pleitos pendientes y prorogóse el asiento hasta 
el i.* de Marzo de 1674. Si pasado este término no habían los 
asentistas introducido los negros que debían, no podrían impor* 
tartos sin licencia del Consejo de Indias, quien les tsoncedeiia ó 
negaría la prorogacion que le pidieran después de examinar el 
mérito de las causas en que se fundaban. 

Hablase en este asiento de esclavos piezcu de Indias; pero en 
el lenguaje de los traficantes había otros negros importados de 
África que se llamaban muUquea ó mulecot y mulecones. Muleco 
era el negro de seis á ocho años hasta los doce ó catorce: desde 
esta edad hasta la de diez y seis ó diez y ocho decíase mulecon^ y 
de aquí en adelante hasta los treinta ó t%)inta y cinco eran piezas 
de Indias, si tenían las condiciones ya expresadas. En cuanto á la 
designación de edades, no había más regla que la apariencia, 
porque ignorándose las de los negros africanos, forzoso era juz- 
gar por su aspecto físico^ muchas veces muy falible. El examen 
que de los negros se hacia al tíempo de venderlos era tan escni-' 
puloso, que hasta la boca se les registraba para ver si les faltaban 
ó tenían los dientes dañados. 

Por entonces ya estaba afianzada en el solio portugués la estiiy 
pe de Braganza. España había reconocido la independencia de 
Portugal, y los nijos de esta nación pudieron volver á importar 
negros en la América española, sin necesidad de empeños ni fa- 
vores. Ajustóse pues asiento en 25 de Diciembre de 1674 con An- 
tonio García y Sebastian Silíceo, debiendo durar cinco años con- 
tados desde el 4 de Agosto de 1675. Obligáronse á importar 
anualmente cuatro mil negros pagando ciento doce pesos y medio 
de derecho por cabeza, ó sean cuatrocientos cincuenta mil pesos 
ál año. La distribución de los gue habían de introducirse en 
América fué en el orden siguiente: 



— 285 — 

En Portobelo dos mil, con facultad de llevarlos al Perú en caso 
de no venderse allí ó en Panamá. 

En Cartagena setecientas piezas de Indias para repartirlas en 
aquella provincia y en las que confinan con el Rio Grande de la 
Magdalena. 

En la Habana, Veracruz, Campeche y Honduras, setecientos. 

En otros puntos del continente y en varias islas seiscientos, Á 
saber : 

En Puerto -Rico, cuarenta. 

En Santo Domingo, ochenta. 

En Trinidad^ Margarita y Gumamá, ciento veinte. 

En la Guayra y Garacas, doscientos cincuenta. 

En Maracaybo, sesenta. 

En el rio de la Hacha y en Santa Marta, cincuenta. 

La cuota señalada á las islas se podia alterar según sus respec- 
tivas necesidades ^ Pero los contratistas quebraron antes de ha- 
ber empezado á correr el asiento, y en Febrero de 1676 hizose 
otro con el Gomercio y Consulado de Sevilla, también por cinco 
años contados desde Agosto de 1677. Permitióse la introducción 
en América, menos en Buenos Aires, hasta la cantidad de diez mil 
toneladas^ á razón de dos mil al año, pagando por cada una el 
derecho de ciento doce y medio pesos. . Esta fué la vez primera 
que se usó de tal medida para el tráfico de esclavos en las colo- 
nias españolas, puqg ántéfe siempre se habia contado por cabezas. 
Para evitar engaños y desavenencias, fijóse en tres negros la ca- 
pacidad de cada tonelada: por consiguiente la importación anual 
habia de ascender á ^eis mil negros. Estipulóse también que si 
transcurridos los cinco años resultaban introducidas más de las 
diez mil toneladas, habia de pagarse por cada una de exceso los 
ciento doce y medio pesos de contribución '. Obsérvese que si en 
el asiento anterior se hablan de pagar ciento doce y medio pesos 
por cabeza, aquí la misma contribución se imponía por cada to- 
nelada ó sea por cada tres negros, diferencia pervierto muy con- 
siderable. 

Como la América se iba llenando de negros infieles, el gobier- 
no siempre solícito de convertirlos al catolicismo procuraba que 
fuesen bautizados. Sus preceptos no se cumplían con puntualidad, 



(f) Cotec, de Tratados, por Abreu. 
(2) Colee, de Traiadot, por Abreu. 



— 286 — 

y parece que en Cuba habia mucho abandono en su ejecución. Pbr 
este motivo, en la Sínodo diocesana que allí se celebró en Janio^ 
de 1680, y que fué aprobada por Real Cédula de 9 de Agosto de 
1682, mandóse en la constitución lY lo que literalmente trans^ 
cribo: 

cQue los que tienen esclavos sin bautizar, los lleven á las par- 
roquias á que reciban el santo bautismo, y é los que se com- 
praren de nuevo les enseñen sus amos la doctrina cristiana. 

«Habiendo Dios nuestro SeQor dado tanta felicidad á los ne- 
gros bozales, que vienen á esta isla entré^ cristianos, es una de 
las mayores dichas el gozar el santo bautismo; y porque estamos 
informados que muchos dueños de esclavos los tienen en su ser- 
vicio más ha de dos ó tres años, y no los han bautizado: Manda- 
mos á todas las personas que tuvieren esclavos, sin que hayan- 
recibido el agua del santo bautismo, los envíen 6 bautizar den- 
tro de dos meses, instruidos en la doctrina cristiana; y á los que 
en lo adelante compraren esclavos en los armazones que vi- 
nieren, dentro de seis meses que los hubieren comprado^ les 
enseñen la doctrina cristiana con todo el cuidado y vigilancia 
que necesitan estos pobres uegros, y los envíen á bautizar alas 
parroquias, pena de excomunión mayor, de diez ducados apli* 
cados conforme á la Real Cédula de S. M.; y so la dicha pena, 
luego que los compren den noticia á los curas beneficiados de 
las parroquiales, para que los empadronen, y^ngan cuidado de 
que pasados los dichos seis meses obliguen á sus amos á que los 
lleven á bautizar; y si no estuviesen instruidos en la doctrina 
cristiana: Mandamos á los curas^ que ellos por sus personas, ó 
por otros sacerdotes se la enseñen, y los dueños de los escla- 
vos paguen á los dichos clérigos, para su congrua sustentación, 
por la enseñanza, en pena de su omisión y negligencia; y para 
que esto tenga efecto: Mandamos á los jueces eclesiásticos com^ 
pelan á los dichos amos á que paguen el estipendio que merecie- 
ren dichos clérigos, con penas y censuras, que para ello les da^ 
mos facultad en forma. Y porque es de nuestro oficio, y del délos 
dichos curas enseñar la doctrina cristiana, é inquirir si la saben 
dichos negros: Mandamos á los dichos curas, que como les está or- 
denado en una de las constituciones de esta santa sínodo, todos 
los domingos del año toquen la campana por las tardes para qu& 
dichos esclavos vayan á que se les enseñe y pregunte la doctrina 
cristiana^ y como vigilantes pastores iiviuieran y sepan los qu& 
faltan y envien por ellos. Y mandamos á los amos de dicho3 es- 



— 287 — 

clavos tengan especial cuidado de eaviarlos dichos domíhgos, 
sin aguardar á que los dichos curas envieír por eilos^ pues es de 
su obligación, como ñeles y católicos cristianos, solicitar por to* 
dos los medios el que sus esclavos sepan la doctrina cristiana^ é 
instruidos en ella sean bautizados, y siéndolo, no se les olvide; 
sobre que á unos y á otros encargamos la conciencia grave- 
mente.» 

Continuaban los asientos, y en veinte y siete de Enero de 
i682 ajustóse otro con Nicolás Porcio, en calidad de apoderado 
de Juaa Barroso del Pozo. Los puertos habilitados para la intro-^ 
duccion de negros fueron Cartagena^ Portobelo, Gumaná, Caracas, 
Honduras, Yeracruz y la Habana. En cuanto á su duración y de* 
más condiciones, tomóse por norma el asiento anterior ^ 

Mirábase de mal ojo la entrada de los extranjeros en América 
que llevaban armazones de negros. Para alejar de ella á los pri» 
meros y no privarse de los segundos que tan necesarios eran pa- 
ra todos los trabajos, D. Juan Villalobos, vecino de Yeracruz, 
dirigió en Febrero de 1682 un manifiesto al Rey y al Coasejo de 
Indias, proponiendo que se ajustasen asientos con extranjeros, 
dando la preferencia á los holandeses y en su defecto á los ingle- 
ses y portugueses; que los españoles hiciesen cinco contratas con 
dichos extranjeros, para que estos les entregasen durante siete 
años dos mil negros piezas de Indias ' en cada uno, á un precio 
que no excediese de^cienft cinco pesos fuertes por cabeza, y que 
los españoles los introdujesen por la ciudad de Cumaná, desde 
donde se distribuirían en las diversas regiones de América* Para 
evitar fraudes, cada asentista español al recibir los esclavos de 
los holandeses ú otros extranjeros, debia herrarlos con su carini' 
bo, que era.un instrumento de plata que hcrbia de ponerse según 
la calidad de los negros, ya en el antebrazo derecho ó izquierdo^ 
ya en el hombro, ya en la espalda *. El proyecto de Yillalobos no 
fué aceptado por el Gobierno , pues continuó el antiguo orden 
establecido. ^ 

Muerto Juan Barroso del Pozo, el holandés Baltasar Goymans 



(1) CoJeccúm de 7rato(ío« por Abreu. 

(2) Manifiesto de D. Juan Villalobos, vecino db Vera-Cruz, becbo á S. M. y 
al Consejo de Indias, sobre la introducción de esclavos negros en las Indias 
Occidentales, extendido en Febrero de 1682 é impreso en Sevilla en el mis- 
mo año. 



— 288 — 

constituyóse responsable de las obligaciones de aquel^ ajustando 
nuevo asiento en veinte y dos de Febrero de i 685 ^ 

Concediéronse á Coymans dos años más que á Porcio, apode- 
rado de Barroso, en los cuales, empezados á contar desde treinta 
de Setiembre de 1689 hasta igual fecha en 1691, habia de intro- 
ducir tres mil toneladas ó sean nueve mil negros. Es de creer 
que hubo nueva próroga, porque solamente así se puede explicar 
un pasaje del asiento que se ajustó por cinco años con Bernardo 
Marín de Guzman en 9 de Setiembre de 1692. Dice así: «que los 
cinco años han de empezar á correr desde el dia que feneciere el 
asiento de esta negociación que tiene hecho con Nicolás Porcio, 
que es á nueve de Enero de 1694.» 

Algunos autores extranjeros * hablan de un asiento que los in- 
gleses hicieron con el gobierno español en 1689: mas yo no he 
podido encontrar rastro alguno de su existencia, ni en los escrito- 
res españoles ni en las colecciones de cédulas y tratados que he 
tenido ocasión de consultar. Paréceme incompatible aquel asien- 
to con el de Porcio, pues hecho este en 1682 , renovádose en 
1685 y durado hasta 1694, ¿cómo pudo el inglés ajustarse en 
1689? Si el asiento celebrado con Bernardo Marín de Guzman en 
Setiembre de 1692 no pudo empezar hasta 1694, porque hasta 
entonces habia de existir el de Porcio su sucesor ¿cómo se puede 
concebir la formación del de los ingleses en 1689? Mientras su 
existencia no se pruebe de un modo incfíntestable, yo no le daré 
entrada en el catálogo de los asientos que voy enumerando. 

Permítaseme interrumpir aquí la narración de los asientos para 
mencionar la benéñca Real Cédula del 14 de Noviembre de 1693 
en que se recomienda al Capitán General de la isla de Cuba el 
buen trata miento de los negros esclavos. Dice asi: 

«Habiéndose visto en mi Consejo de Indias varios papeles, por 
donde ha constado la cantidad de jornal que los negros y negras 
esclavos de esa isla dan á sus amos al dia^ no se ha tenido por 
conveniente ha«er ninguna novedad en esto, sino es que se prac- 
tique lo mismo que hasta aquí; de que ha parecido preveniros, para 
que lo tengáis entendido, ordenándoos (como lo hago), que reser- 
vadamente llaméis á los amos de dichos esclavos, y les digáis en 



(1) Colección de Tratados, por Abreu. 

(2) Tales son eutre otros los ingleses Bryatf Edwards, Bistory of the West 
J7idie$, vol. 2, y Macpherson, ÁnnaU of Commerce. 



— 289 — 
tííi nombre qtie por ningún motivo los estrechen con rigor á la 
paga de este jornal, pues por haber usado de él en algunas par- 
tes han resultado varios inconvenientes con daño de lastimas de 
esta gente, caso de grave escrúpulo, y que por sus mismas con- 
ciencias deben los amos evitarlo. Y asimismo os mando, que 
si estos hicieren en cualquier tiempo malos tratamientos, apli- 
quéis el remedio conveniente, no siendo justo se consienta ni 
permita exceso alguno en esta materia, pues es bastante dolor el 
de su cautividad, sin que también experimenten el destemplado 
rigor de sus amos, y de lo que obráredes me daréis cuenta en la 
primera ocasión». 

He dicho que el asiento deMarin de Guzman se pactó en 1692 
por el espacio de cinco anos, debiendo introducirse por los puer- 
tos determinados en los asientos de Barroso y Coymans diez mil 
toneladas, á razón de un derecho de ciento doce y medio pesos 
por cada una *. Mas apenas nació este asiento, ya se le vio morir, 
y no es extraño que así fuese, porque desde 1669 ardia la san- 
grienta guerra de diversas potencias de Europa contra el poderoso 
Luis XIV rey de Francia, lucha terrible en que tomó parte Es- 
paña y que duró hasta la paz de* Ryswick, firmada el il de Se- 
tiembre de 1697. En este año cayó Barcelona en poder délos 
franceses, y Cartagena de Indias fué saqueada y destruidas sus 
fortalezas por una escuadra que salió de Brest al mando de 
Pointis. I 

Frustrado el asento ée Marin de Guzman, ajustóse otro en 12 
de Julio de 1696 con la Real Compañía de Guinea establecida en 
Portugal, y representada en Madrid por su socio Manuel Ferreira 
de Caraballo, quien obtuvo por seis años y ocho meses el privi- 
legio de introducir en dicho término diez mil toneladas pagando 
por cada una ciento doce y medio pesos, y computándolas á razón 
de tres piezas de Indias de la medida regular de siete cuartas, no 
siendo viejas ni con defecto alguno *. Pero las dificultades que 
se presentaron en América,,pues duraba todavía la guerra contra 
Luis XIY, suspendieron el cumplimiento de %^ta contrata. De 
.aquí nacieron quejas y reclamaciones que no cesaron sino con el 
tratado.de transacción sobre el asiento de la Compañía de Guinea, 



(1) Colección cU Tratados, por Abreu. 
^2) Colección de Traíadoí^por Abreu. 

i9 



/ - 290 — 

concluido entre España y Portugal á 18 de Junio de i701 y rati- 
ficado en Madrid á 1.^ de Julio del mismo año« Desde entonces 
quedaron extinguidos para siempre nodos los derechos y accio- 
nes de aquella Compañía, no habiendo vuelto los portugueses á 
celebrar jamás ningún asiento con España. 






LIBRO VI. 



RESUMEN. 



Guerra de sucesión.— Asiento con la Compañía Francesa de Guinea.— Alza- 
miento de un mulato en Venezuela. — Paz de Utrecht. — Origen de la Com- 
pañía Inglesa del Mar del Sur. — Asiento de negros con la Compañía del Mar 
del Sur, y sus principales condiciones. — Este asiento difiere de los anterio- 
res.— Guerra entre Inglaterra y España y sus motivos.— Continuación del 
asiento.- Nueva interrupción del asiento y su ulterior continuación.— Buque 
inglés con mercancías para la feria de Portobelo.— Consecuencias de este 
asiento para el comercio español. — Guardacostas. — Convención del Pardo. 
— Alzamiento de negros en las dos Carolinas.— Paz de Aquisgran.-.-Propues- 
tas de D. Guillermo Eon.— Debates en el Parlamento sobre la Compañía del 
Mardel Sur.— Convenio de Madrid.- Continuación del contrabando de ne- 
gros.— Compañía Real de la Habana.— Contrata de Ulibarri.— Proyecto de 
"Viilanueva para introducir negros en la Habana, y oposición á él. — Contrata 
de Uriarte.- Pídese pa^ Cuba entrada libre de negros. — Estado de los in- 
genios en Cuba.-^omade la Habana por los ingleses. — Pacto de familia.— 
Origen de la colonia de la Luisiana y su cesión á España. — Contrabando en 
el Perú. — Nuevo asiento con Uriarte. — Nuevos negros introducidos por la 
-Compañía de la Habana.— Extinciop de algunos impuestos en Cuba. — Im- 
posición de nuevos tributos y sus malos efectos.— Población de Puerto Ri- 
co.— Café.— Alteración del sistema mercantil entre España y sus posesiones 
de América. — Compañías de Guipúzcoa y de Galicia.— Compañía de Bar- 
celona en 1755. — Disposiciones mercantiles de Carlos III.— Estado compa- 
rativo de Cuba.— Proyecto de población para Santo Domingo.— Convenio 
de extradición de esclavos entre España y Dinamarca.— Id. entre España y 
Holanda.— Contrata con el Marqués de Casa Enrilé.— Real Cédula de 1774. 
— Proyecto de población para el puerto de Ñipe en Cuba.— Partición defini- 
tiva de la isla Española y suerte de sus esclavos. — A#nobon y Fernando Po. 
—Reales decretos de 1778.— Error de Bryan Edwards.— Permisos para in- 
troducir negros en la Habana .—Guerra entr» España é Inglaterra.— Célebre 
informe del Conde de Arenda.— Pide negros el Perú.— Contrata de Backer 
y Dawson.— Reglamento para la población de la isla de Trinidad.— Repre- 
sentación del ayuntamiento de Santo Domingo.— El Tesorero de Cuba D. An- 
tonio Paz. — Corta población negra en México.— Nueva contrata con Backer 
y Dffwson. — Proyecto de una tercera contrata con los mismos, y reflexio- 
nes del comercio de la Habana contra ella. — Incidente honroso al gobierno 
español.— Nuevo caso honorífico al mismo.— Preludios de la libertad del 
comercio de negros y cesasion de su monopolio. 



• — 292 - 

Garlos II de EspaQa que murió sin sucesión en el año de 1700^ 
nombró en su testamento por heredero de los Estados en que 
habia gobernado, á Felipe de Anjou, nieto de Luis XIY. Este 
nombramiento fué causa de la guerra llamada de sucesión de Es- 
paña; guerra mucho más sangrienta, más larga y general que la 
que terminó con la paz de Ryswick, porque se ligaron contra 
Francia y España la casa de Austria^ Inglaterra, Holanda^ Prusia, 
Saboya y Portugal. 

No bien se hubo Felipe V sentado en el trono de España, qne 
ya empezó á sentirse la influencia francesa en los asuntos espa- 
ñoles, extendiéndose hasta al comercio de negros africanos. 

Habíanse formado en Francia en el siglo xvii diversas compa- 
ñías para trancar con África; y una-de ellas fué la llamada Eeal 
de Cruinea, establecida en Enero de 1685, cuyos límites comer- 
ciales fueron desde el rio de Sierra Leona inclusive hasta el Cabo 
de Buena Esperanza. Esta compañía alcanzó del gobierno español 
en Madrid el 27 de Agosto de 1701 el privilegio de proveer de 
negros las colonias américo-hispanas, bajo las siguientes condí - 
cienes: 

Durar diez años contados desde el 1.^ de Mayo de 1702; intro- 
ducir en ese tiempo cuarenta y ocho mil negros á razón de cuatro 
mil ochocientos cada año^ y ser piezas de Indias de ambos sexos 
y de todas edades; bien entendido que no fuesen de Cabo Verde 
ni de la Mina, como poco á propósito para, los países de América. 

Yo no creo que este fuese el motivo, porque en tiempos anterio- 
res los negros de Cabo Verde eran preferidos á ld9 de otras par- 
tes, pues se pagaban mucho más caros. Llevaríase quizás el ñn 
de excluir de este tráfico á las posesiones del África pertenecien* 
tes á los portugueses, y de limitar la exportación de negros á los 
puntos ya adquiridos por los franceses en aquella costa. A la in- 
troducción de cada negro debían pagarse por todos derechos 
treinta y tres y un tercio pesos-escudos. La Compañía anlicipa- 
ria para las urgencias de la guerra, á cuenta de aquellos derechos^ 
la suma de cien milnesos dentro de dos meses contados desde el 
dia de la aprobación y firma del asiento por el Rey de España, y 
otros cien mil á los dos meses siguientes, debiendo pagar sola- 
mente derechos por los cuatro mil negros, pero nada por los ocho- 
cientos restantes de las introducciones anuales. Concedióse está 
gracia como indemnización de las cantidades anticipadas por la 
Compañía durante la guerra. Por los riesgos de corsarios, ella no 
quedó obligada sino á introducir tres mil negros, bien que se le 



_ 293 — 

reservó el derecho de llevar después los restantes. Igual facultad 
se le concedió respecto de los cuatro mil ochocientos aun después 
^de la guerra. Las importaciones debían hacerse en buques espa- 
iioles ó franceses, y en caso de necesidad, en los de otra nación, 
con tal que fuese amiga de España, y que tanto el comandante 
como la tripulación fuesen católicos romianos. 

En los asientos anteriores habíase siempre señalado número 
determinado de puertos para el desembarco de negros; mas como 
esto privaba á muchos españoles, de la facilidad de comprarlos, 
permitióse ahora hacerlo por todos los del Norte, con tal que en 
ellos hubiese Oficiales Reales para que visitasen los buques y die- 
sen certificación de los negros importados. En Maracaybo, Santa 
Marta, Cumaná y las Islas de Barlovento no podiah venderse los 
negros á más de trescientos pesos. En los demás puntos, dejóse 
su precio al arbitrio de la Compañía. El máximo de los que anual- 
mente se debian introducir en Buenos-Ayres, no podia pasar de 
setecientos á ochocientos, y aquí es de notar, que ya se permitió 
su entrada mucho tiempo antes prohibida en el Río de la Plata. 

Como los negros importados en el Perú se embarcaban en Pa- 
namá, permitióse á la Compañía construir en este ú otro puerto 
del mar del Sud dos buques del porte de cuatrocientas toneladas 
poco más ó mén#s, y Jue todo el oro y plata que en reales, barras 
<> tejos percibiesen por los negros, quedase exento de todos dere- 
chos. 

Para el manejo de los intereses de la Compañía, facultóse á 
esta para que se sirviese de españoles ó franceses, así en los puer- 
tos de América como en los países de tierra adentro, bien que el 
número de franceses no podia pasar de cuatro á seis en ningún 
punto de las Indias. Debían además ser tratados como subditos es- 
pañoles durante el asiento en los negocios á él concernientes. 

La Compañía podía nombrar en los puertos d^lugares principa- 
les de América, Jueces conservadores, con tal que fuesen espa- 
ñoles, los cuales conocerían exclusivamente de todas las causas y. 
negocios de este asiento, con Inhibición absoluta de todos los tri« 
•bunales y autoridades de América, y las apelaciones debian ha- 
cerse para ante el Supremo Consejo de Indias. 

Bajo ningún motivo ni pretexto podia alguna autoridad espa- 
ñola embargar, detener, armar en guerra ni impedir el viaje de 
los buques de la Compañía, antes bien debia darles socorro y asis- 
tencia. Tampoco podia ninguna autoridad sacar, tomar, prender 
ni embargar bajo ningún motivo nada de lo perteneciente á la 



— 294 — 
Compañía, so pena de ser castigados los contraventores y de pa- 
garle los perjuicios causados, lo mismo que en el caso de los 
buques. 

Gomo gozaba la Compañía de privilegio exclusivo, nadie podía 
introdut^ir negros durante el asiento, y en caso de hacerse> serian 
confiscados á favor de la Compañía. Érale permitido también dea- 
embarcar juntamente con los negros en los puertos de América, 
los bastimentos que llevaban para el sustento de aquellos, sin pa- 
gar derechos de entrada ni salida, con conocimiento de los Ofi- 
cíales Reales para impedir fraudes. Pero no podían desembarcar 
ropas, ni géneros, ni comerciar en ninguna otra cosa sino en ne- 
gros, pena de la vida al que lo ejecutase y al empleado que lo 
permitiese. Igual pena se impuso al capitán y mfaestre del buque, 
y á todos los demás cómplices principales en el delito. Este caá- 
tigo no era aplicable sino cuando el valor de los efectos vendidos 
llegaba á cien pesos. Aquellos debían ser tasados, y después que- 
mados en paraje público, y su importe pagado por el capitán y 
maestre del buque; pena á que se les sometía cuando no eran 
cómplices principales del delito, sino que sólo habían sido remisos 
en impedir que se cometiese. 

Los géneros que la Compañía (menos el oro y plata) exportaba 
de los puertos de América, debían pagar l^s mismos derechos que 
los subditos españoles. Los negros que morían (fespues de desem- 
barcados, «estaban sujetos al derecho de treinta y tres pesos y un 
tercio, aunque todavía no los hubiese vendido la Compañía. 

Los buques de ésta empleados en el tráfico de negros, podían 
salir de España ó de Francia para América, dando parte al go- 
bierno español. También podían volver de América para Francia ó 
España; pero en esta no podían introducir más efectos que los ad- 
quiridos con el producto de la venta de los negros, so pena de 
confiscación y otros castigos á los contraveiUores. 

Los buques del asiento armados en guerra, que hiciesen algu- 
nas presas, podían introducirlas en los puertos de América y ven- 
der los negros si los había, y aun los bastimentos para éstos. Pero 
las ropas y demás efectos debían llevarse á Cartagena. ó Porto- 
belo, almacenarse allí por los Oficiales Reales, y cuando se abriese 
la íeria en aquellos puertos, venderlos con intervención de los di- 
putados del comercio y del apresador ó su apoderado. La cuarta 
parte del valor de la venta se adjudicaba al gobierno y las tres 
restantes al apresador, de las que se debían deducir los gastos de 
almacenaje, etc. 



— 295 — 

Tales fueron las condiciones del asiento anterior; pero tos nu- 
merosos corsarios y las turi)ulencias ocasionadas por aquella 
guerra^ privaron á la Compañía francesa de las ventajas que se 
había imaginado sacar con el monopolio á que aspiraba. 

Entre tanto, graves acontecimientos ocurrieron en la pro- 
vincia de Venezuela. Un mulato llamado Andresote concibió el 
absurdo y sanguinario proyecto de hacerse Rey de aquella tierra. 
Dio el grito de rebelión en 1711 ; pero reprimido el movimiento 
con prontitud y energía, Andresote fué severamente castigado. 

La tremenda guerra de sucesión que comenzó en 1701, pro- 
longóse hasta 1713, en cuyo auo se hizo el famoso tratado de la 
paz de UtrechtT^Fatigado^ Luis XIV y su nieto Felipe V de tan 
larga lucha, deseaban terminarla. Iguales deseos animaban 
también á la reina Ana de Inglaterra. A estas consideraciones 
generales juntaba Felipe V el empeño particular de mantenerse 
en el trono de España; y como poderoso incentivo para llegar á 
la paz, propuso á Inglaterra, alma de la coalición formada contra 
él, darle el privilegio exclusivo del tranco de negros en toda la 
América española^ el cual obtuvo la Compañía inglesa del Mar 
del Sur. • 

Esta Compañía nació en medio de aquella guerra, pues los 
marineros ingleses que servían en las escuadras no recibían su 
pré en dinero siíA en f apel , el cual daban para salir de sus apu- 
ros, con un descuento de cuarenta y aun cincuenta por ciento. 
De este modo Ja deuda del gobierno, representada por este papel 
y que ascendía á nueve millones cuatrocientas setenta y un mil 
trescientas veinte y una libras esterlinas, se encontró esparcida 
en diferentes acreedores. Mr. Harley, ministro entonces de Ha- 
cienc^a y conocido después bajo el título de Conde de Oxford, 
propuso darles un interés de seis por ciento al año, y erigirlos 
en Compañía que gozase del privilegio de comerciar, en los mares 
del Sur y de otAs partes de América. Esta Compañía se formó en 
1711, y sustituyéndose á la francesa en todos sus derechos después 
de hecha la paz en 1713, alcanzó otros nuevos por el asiento que 
ajustó el gobierno inglés con el español en Madrid el 26 de Marzo 
de 1713, que empieza así: 

aEl Rey. — Por cuanto habiendo terminado el asiento ajustado 

con la Compañía Real de Guinea establecida en Francia de la 

introducción de esclavos negros en las Indias, y deseando entrar 

en esta ¿pendencia laMeina de la Gran Bretaña, y en su nom- 
bre la Compañía de Inglaterra, y en esta inteligencia estípula- 



- 296 - 
dose así en el preliminar de la paz para correr con este asiento 
por tiempo y espacio de treinta años, puso en su virtud en mis 
manos D. Manuel Manases Gillígan, diputado de S. M. Británica, 
un pliego dado para este efecto de las 4^ condiciones con que se 
había de arreglar este tratado, el cual mandé reconocer por una 
junta de tres ministros de mí Consejo de las Indias para que 
visto por ella me dijesen lo que en razón de cada capítulo ó 
condición se le ofreciese; y habiéndolo ejecutado así, y quedando 
de esta especulación pendientes y controvertibles nmchos puntos, 
lo volví á remitir á otra junta; y enterado ya de todo, y sin em- 
bargo de los reparos que por ambas juntas se expusieron, siendo 
mi ánimo concluir y perfeccionar este asiento, condescendiendo y 
complaciendo en él en todo lo posible á la Reina Británica, he 
venido por mi Real decreto de 12 de este presen^ mes en admitir 
y aprobar las expresadas 42 condiciones, etc.» 

Al hablar el historiador español Lafuente de este asiento^ y 
después de in.dícar que el primero que se hizo para llevar negros 
á las posesiones españolas de Ultramar fué con los flamencos en 
15i7, dice: 

cDe resultas de atentados que más adelante cometieron contra 
los españoles, entre ellos el de asesinar al gobernador de Santo 
Domingo^ se prohibió completamente la tr^a en 1580. Pero luego 
se volvió á conceder á los genoveses para que c^n su producto se 
fuesen rintegrando de las sumas anticipadas, á Felipe 11 para los 
gastos xle la Armada Invencible^ que los apuros del erario no 
permitían satisfacer. » *■ 

Equivócase Lafuente, y paréceme que sus errores provlenende 
lo que leyó en Cantillo y Calvo, autores de dos colecciones de 
tratados españoles, á quienes ya he refutado en el libro m de 
este tomo. 

No expondré aquí todas las condiciones del asiento con la 
Compañía del Marllel Sur, pero sí las más principales: 

1.^ Durar treinta años empezados á contar desde el primero 
de Mayo de 1713. 

2.* Introducir en este tiempo ciento cuarenta y cuatro mil 
negros piezas de Indias de ambos sexos y de todas edades, á ra* 
zon de cuatro mil ochocientos cada año. 



fl) Lafuenle, Hist. General de España y iom, 18, pág. 311, nota í, edi- 
ción de Madrid de 1857. 






— 297 — 

3/ Por cada un^ de las cuatro mil piezas de Indias debia pa- 
garse un derecho de treinta y tres y un tercio pesos, quedando 
los ochocieittos restantes exentos de toda contribución. 

' 4.* Debian los asentistas anticipar al Rey Católico para ocur- 
rir á las necesidades de su corona doscientos mil pesos escudos 
en dos pagas iguales á razón de cien mil cada una; la primera 
dos meses después de aprobado y firmado el asiento, y la segunda 
cumplidos otros dos mefes después de la primera. De estas canti- 
dades^serian indemnizados los asentistas en los términos que se- 
ñala el artículo tercero del asiento. 

5.^ Gomo á la Compañía se dejó la facultad de introducir en 
ios veinte y cinco primeros años mayor número de negros que el 
señalado en las condiciones anteriores, el derecho por cada uno 
de exceso limitóse á diez y seis dos tercios pesos. Por el art. 28 
de este asiento estipulóse que los monarcas español é inglés pu- 
diesen entrar cada uno como socios con la cuarta parte del capital, 
el cual debia ser de cuatro millones; y que si el rey de España no 
podía dar el millón que le tocaba^, la Compañía le anticiparía esta 
cantidad pagando por ella el interés anual de ocho por ciento. 
Hoy seguramente los reyes de Inglaterra y de España se avergon- 
zarían de estampar semejante cláusula en cualquier tratado que 
hiciesen. ^ 

6.* Para los nebros que se importasen en la costa de Barlo- 
vento, Santa Marta, Cumahá y Maracaybo, fijóse una tarifa cuyo 
máximo era de trescientos pesos y el mínimo de ciento cincuenta. 
Mandóse asi para estimular á los habitantes de aquellos países á 
que comprasen negros. En cuanto á los demás puntos de América, 
no se fijó precio alguno, y los asentistas quedaron en libertad de 
venderlos como quisiesen. Permitióse á la Compañía introducir 
anualmente en el Rio de la Plata ó Buenos Aires hasta mil dos- 
cientas piezas de Indias, repartidas en cuatro naves capaces de 
conducirlas: las ochocientas de ellas para ser vendidas en Buenos 
Aires y las cuatrocientas restantes para que se pudiesen internar 
y vender en las provincias de arriba y reino de Chile. Añadióse 
que el Gobierno británico y los asentistas en su nombre pudiesen 
tener en el mencionado Rio de la Plata algunas porciones de tier- 
ra que el rey de España señalaría (conforme á lo estipulado en los 
preliminares de paz), desde que el asiento empezase á correr, para 
plantar, cultivar, criar ganados con que sustentar á sus depen- 
dientes y á sus negros, y labricar casas de madera y no de otra 
materia; pero al mismo tiempo les fué vedado levantar fortifica- 
ción alguna. 



— 298 — 

I 

Tomando la Compañía del Mar del Sur por pretexto la ruina 
de las compañías portuguesa y francesa/^que habían ajustado 
asientos con el gobierno español^ obtuvo de éste, paca compensar 
las presuntas pérdidas que pudiera tener, el permiso de fletar 
anualmente para la feria de Portobelo un buque de quinientas 
toneladas con mercancías europeas. De este cargamento debia 
darse íntegra la cuarta parte al Rey de España, y además el cinco 
por ciento del producto neto de las otras tres. 

Este asiento difiere mucho de todos los anteriores: i. o ^a su 
larga duración, pues era de treinta anos. 2.^ En la enorme canti- 
dad de negros que se habiande introducir, porque ascendían á lo 
menos á ciento cuarenta y cuatro mil. 3.^ £n que jxo se señalaban 
puertos particulares para su introducción, pues se dejaban abier- 
tas todas las colonias españolas. 4.*' En tener factorías en los 
puntos donde desembarcasen los negros, y*en la adquisición de 
tierra^ en Buenos Aires, no sólo para plantar, sino para criar ga- 
nados y fabricar. 5.® En enviar anualmente para la feria de Por- 
tobelo un buque cargado de mercancías europeas. 

Comenzó )a Compañía á inundar las colonias españolas de ne- 
gros africanos; mas la guerra que estalló entre Inglaterra y Es- 
paña interrumpió las operaciones de la Compañía. 

Hubiérase esta guerra evitado sin la ambición de Felipe Y. y 
de su intrigante ministro el cardenal Alberéni. Querían ambos 
recobrar algunos estados de Italia que España había perdido en 
virtud del tratado de Utrecht; y una escuadra •española al mando 
del marqués de Leyde invadió la Cerdeña en Agosto de 1717, 
arrancándola del poder del emperador de Austria. Ál año siguien- 
te emprendió aquel mismo jefe la conquista de Sicilia, isla que 
se había dado al duque de Saboya. Alarmada Inglaterra con estos 
sucesos que alteraban el equilibrio europeo establecido por aquel 
tratado, extendió, de acuerdo con Francia, un proyecto de acomo- 
damiento que sfi había de presentar al emperador de Austria, á 
España y al duque de Saboya^ para que lo aceptasen de grado ó 
por fuerza, firmando á este ñn las dos primeras potencias und 
convención en París el 18 de Julio de 1718. El emperador de 
Austria acogió este proyecto, pero Felipe V y el duque de Sa- 
boya lo rechazaron; y para compelerlos, la Gran Bretaña y la 
Francia hicieron con el emperador de Austria el 2 de Agosto de 
1718 un tratado célebre firmado en Londres y que se conoce bajo 
el nombre de la Cuádruple Alianza, porque se estipuló también 
que Holanda formase parte de ella, bien que no accedió hasta el 



N' 



_ 289 — 
16 de Febrero de 1719. No es de mi objeto enumerar aquí los 
artículos de dicho tratado, porque debo tan sólo considerarlo en 
sus relaciones con el asiento de negros que se habia concedido á 
la Compañía inglesa del Mar del Sur. El duque de Saboya, aun- 
que 6 su pesar^ suscribió el tratado de la Cuádruple Alianza; pero 
firme España en su resistencia, rompiéronse las hostilidades en* 
tre ella y la Gran Bretaña en Agosto de i718^ declarando esta 
formalmente la guerra el 26 de Diciembre de aquel año^ y tam- 
bién Francia el 10 de Enero de 1719. Asaltada España por tan 
poderosos enemigos, vióse forzada á sucumbir, después de haber 
sufrido grandes desastres. El intrigante All)eroni cayó para siení- 
pre, y el rey de España firmó la Cuádruple Alianza el 26 de 
Enero de 1720; y uno de los tratados que se hicieron á conse- 
cuencia de ella^ fué el de Madrid á 13 de Junio de 1721 entre la 
España y la Gran Bretaña. Estipulóse por él, entre otras cosas, 
que el asiento de negros continuarla como antes, y que serian 
restituidos los bienes de los subditos ingleses y españoles cogidos 
por ambos gobiernos. ' 

Vueltas las cosas á su anterior estado, la Compañía continuó la 
introducción de negros en las posesiones américo-hispanas. Todo 
concurría á favorecer sus empresas, y tanto llegó á florecer su 
comercio, que en el trasporte de esclavos tenia más de treinta 
buques empleados f nualmente. 

Cinco años después de hecha la paz, volvieron á turbarse las 
buenas relaciones entre Inglaterra y España; y sin declarar toda- 
vía la guerra, el gobierno inglés envió en Abril de 1726 siete 
buques de guerra al mando del Vicé- Almirante Hossier^ con ins- 
trucciones de bloquear los puertos de América en donde estaban 
los galeones españoles, ó que si intentaban salir de ellos, los cap- 
turase y llevase á Inglaterra. Esta acción que muchos calificaron 
de piratería, pues aun estaban en paz las dos naciones^ no pudo 
verificarse^ porque advertidas á tiempo las autorfdades españolas 
del intento de los ingleses, hicieron desembarcar en Portobelo y 
llevar á Panamá más de treinta millones de pesos que debían 
salir para España. Entre tanto embargáronse á la Compañía del 
Mar del Sur las naves y demás bienes que tenia en Yeracruz: 
reclamólos el Vice-Almirante Hossier, y como no se los restitu- 
yeron, apresó algunos buques españoles. Al fin la Gran Bretaña 
declaró la guerra en 1727; pero en aquel mismo año se ajustaron 
los preliminares de paz, la que se hizo por el tratado de Sevilla 
el 9 de Noviembre de 1729, obligándose el gobierno español á 



— 300 - 

pagar á ia Compañía todos los perjuicios que hubiera recibido 
durante dicha guerra . 

Mientras cruzaba el inglés Hossier con su escuadra por las aguas 
de la Babana, estalló en algunos ingenios al sudoeste de ella un 
levantamiento de negros deseosos de adquirir su libertad, pues 
parece que no recibían buen tratamiento de sus dueños y mayo- 
rales. Luego que se tuvo noticia de sublevación tan peligrosa por 
las circunstancias en que se efectuaba, acudieron á reprimirla al- 
gunos hacendados, muchos campesinos y dos compañías de mili- 
cíanos montados; pero sin oponer los sediciosos resistencia á sus 
perseguidores, algunos fueron ejecutados, muchos tornaron á los 
ingenios, y pocos se fugaron á las montañas. 

Para cumplir en adelante con más desahogo sus compromisos 
la Compañía del Mar del Sur, obtuvo de la de las Indias Orientales 
el permiso de sacar negros de la isla de Madagascar para introdu- 
cirlos en Buenos-Aires; y el Parlamento británico la autorizó 
en 1727 para que durante siete años consecutivos pudiese destinar 
á ese tráfico seis buques al año *. Justas fueron las previsiones de 
la Compañía del Mar del Sur, porque restablecida la paz, ella con- 
tinuó su interrumpido comercio. 

Cabalmente por ese tiempo turbóse la tranquilidad de que go- 
zaba la parte oriental de Cuba. En las iflmedi¿)ciones de la ciudad 
de Santiago habíanse descubierto desde el principio del siglo xvi 
por Hernández Nuñez Lobo minas de cobre, á tres leguas de 
aquella ciudad. Beneficiadas fueron desde su origen por negros 
esclavos que se compraban de cuenta del Rey, formándose en 
aquella comarca un pueblo denominado Santiago del Prado del 
Cobre. Pasaron ellas por varias vicisitudes en los siglos xvi y si- 
guientes, pues ya se administraban por agentes del gobierno, ya 
por empresarios que las arrendaban. Fué uno de estos en 1616 el 
Contador D. Ju%p Eguiluz *, quien no habiendo podido cumplir las 



(1) AndersoD, tomo 2. 

(2) Por mis estrechas relaciones con el ilustre personaje que al fin de 
esta nota menciono, puedo asegurar que el apellido Eguiluz fué oriundo de 
Francia, y que andando el tiempo se le suprimieron las cuatro primeras le- 
tras, transformándose en Luz: nombre que llevó después una de las familias 
más distinguidas de la Habana, y á la que pertenece mi inolvidable amigo el 
señor 0. José de la Luz y Caballero, honra y gloria de la patria cubana por 
sus eminentes virtudes, alta capacidad y vastos y profundos conocimientos. 



— 301 - 
condiciones de su contrata, apoderóse el Rey de los bienes que 
había dado como garantía^ contándose entre ellos doscientos ser 
tenta y cinco esclavos de ambos sexos entre negros y mulatos. No 
bien tratados estos y casi abandonadas las minas por la mala ad- 
ministración de los gobernadores de Santiago de Cuba encargados 
de ellas, todos los esclavos pusiéronse en armas declarándose li- 
bres en 1731. Acerca de este levantamiento hizo al Rey una co* 
muQícacion en 26 de Agosto de cquel año D. Pedro Morell de San- *> 
ta Cruz, Canónigo déla Catedral de Santiago de Cuba. Dice así: 

(En cumplimiento de mi obligación paso á noticia de Y. M. 
como los vecinos de Santiago del Prado, negros y mulatos escla- 
vos de y. M., se sublevaron el 24 de Julio retirándose al monte 
con sus armas. Divulgóse esta novedad; y cuando esperaba yo que 
el gobernador ganase tiempo para el reparo de la materia, se le 
dio tan poco cuidado, que la dejó correr sin hacerse cargo de su 
gravedad^ hasta que reconociéndola, puso algunos remedios para 
suavizarla. Pero viendo que no surtía efecto, consultó al ayunta- 
miento, y so acordó llevar los autos á los abogados que hay en 
esta ciudad para que se expusiesen sus dictámenes. Redujese el 
mió á que se atendiera con brevedad á extinguir la sublevación, 
poniendo á aquellos vecinos en el corriente que en los demás go- 
biernos habían tenido, y cesando en las providencias que en este 
se habían dado.i> 

«Agradó á todos su contexto y comenzóse á practicar su dispo- 
sición, nombrando por mediadores de la paz á los regidores Don 
José de Losada y D*José de Hechavarría. Partiéronse á dicho 
pueblo; y después de varias conferencias que tuvieron con algunos 
de sus vecinos, que estando en los montes vinieron á su mandado^ 
no pudieron conseguir su reducción ni más esperanza que la que 
pudo darles la insinuación que ellos mismos hicieron de que pa- 
sara yo á explicarles algunas^udas que padecían. Sin embargD 
de que contemplaba que en condescender á esta súplica baria un 
servicio especial á ambas Magestades, no quise moverme sin en- 
terar primero al gobernador del fin de mi marcha. Jióme las gra- 
cias y estimulóme á la ejecución con sus expresiones. Pasé á di- 
cho pueblo y volví sin haber surtido efecto mis buenos deseos, 
i porque encontré en dichos esclavos un delirio en que con la 

dilación y la ociosidad habían dado, que se reducía á decir que . 
[ eran libres; que la real céduía en que constaba serlo, la habían 
ocultado los regidores de Cuba. Esto decían unos; pero otros, 
aunque no se apartaban de esta proposición, fundaban su libertad 



3 
« 

] 



— 302 — 

en la mala iateligencia de una real cédula que se expidió en tiem- 
po del arrendamiento que de dichas minas hizo D. Francisco Del- 
gado. Aunque se la expliqué repetidas veces, no pude sacarles de 
su error^ porque á lo corto de su entendimiento se añadía el ansia 
de su libertad; y así todo lo que no era hablar á favor de ella, les 
causaba risa. Retíreme á mi casa con bastante desconsuelo, ha- 
ciéndome cargo de los perjuicios que amenazaban á esta repúbli- 
"^ca y á toda la isla si permanecían en su obstinación; di cuenta al 
gobernador del ningún fruto de mis trabajos^ y aunque se incli- 
naba á valerse de las armas, quiso Dios que consultara de nuevo 
al ayuntamiento. Respondióle éste que continuara en los medios 
suaves, volviendo los comisionados en mi compaHía á instar y 
persuadir con el arbitrio y jurisdicción que se necesitara. Abrazó 
el gobernador este dictamen y se logró la pacificación de aquel 
pueblo el 18 del corriente.» 

«No dudo que el gobernador procurará indemnizarse reducien- 
do á una completa sujeción á esos esclavos; pero debo representar 
á Y. M. que el origen de esta novedad proviene del rigor con que 
los ha tratado, pues siendo costumbre que entrasen al trabajo por 
escuadras de á diez y seis hombres cada quince días, varió esta 
orden trayendo en un continuo trabajo á cuantos quería, aunque, 
fuesen libres, con tal tesón que ni exceptuaba dias de fiesta, y así 
tenían abandonadas sus familias sin poderlas atender con el corto 
estipendio de un real, por cuyo motivo se había practicado que 
asistiesen por escuadras para que tuviefan ti#mpo de asistir á sus 
mujeres é hijos, siendo lo más sensible que á los imposibilitados 
que no podían acudir, les sacaran tres pesos. Gravóles también 
en que contribuyesen á V. M. el quinto del cobre que lavan de las 
escorias que arroja el rio, y en cuya labor se entretienen regular- 
mente las mujeres para alivio de sus necesidades; y por este mo- 
tivo se puso un alférez del presidio con trece fusileros, rigidísimo 
de cuantas órdenes había dado contra aquellos miserables. A unos 
les ponía grilletes, y á otros en el cepo; privóles de unas monte- 
rías realengas €e donde se mantenían vendiéndolas en pública al- 
moneda; y (lo que parece íncreib.le á la caridad cristiana) privóles 
también con graves.penas comprar de las cargas de carne que 
pasaban por el pueblo, que es por donde transitan los que vienen 
de tierra adentro; y á los que salían á buscarla, como no fuera á 
ésta ciudad, los traían amarrados, que fué lo mismo que haberlos 
puesto en el término déla desesperación.» 

«Aunque por la vulgaridad con que en este país corrían estas 



— 303 — 
operaciones me contristaban lo bastante, fué mayor mi sentimien- 
to cuando las oí de boca de los mismos pacientes, cuando pasé á 
solicitar su reducción; y como lo ejecutado por este gobernador 
era muy opuesto al modo con que sus antecesores han tratado á 
dichos esclavos, hubieron de cometer el desacierto de sublevarse 
hasta que se les puso en el corriente que tenian antes. Y así en man- 
teniéndolos en él, no hay que sospechar lo más mínimo; pu.es son 
tan miserables y cuitados, que sólo á influjo de una insufrible 
opresión hubieran tenido valor para negarse al trabajo retirándose 
á los montes. Importa muchísimo la conservación de dicho pue- 
blo, porque esta ciudad es frontera de una colonia enemiga, que 
es la isla de Jamaica, y mientras más pueblos comarcanos tuviere, 
se afianzará más su defensa; siendo también digno de considera- 
ción que los esclavos del Cobre en tiempo de rebato pasan á guar- 
necer un fuerte nombrado Guayjabon á cinco leguas á sotavento 
de este puerto.» 

«El servicio que he hecho á Y. M. en la reduci^íon de dicho 
pueblo, ha sido tan apreciable que, sin discurrir melancólicamente, 
podia perderse toda la isla manteniéndose en su obstinación dichos 
esclavos, pues siendo crecido el número de los que hay en cada 
lugar y tan común la aversión que tienen á sus amos, á muy 
poca diligencia se sublevaran todos y se harían señores de las po- 
blaciones. Para confirmación de esto, después que los del Cobre se 
redujeron á la obediencia oí decir que cincuenta negros fugitivos 
habian pasado á su «eal áPofrecérseles con sus lanzas, prometién- 
doles que dentro de dos horas pondrían á su disposición hasta 
trescientos, y que procurarían atraer á todos los de esta ciudad 
para hostilizar á sus vecinos. A esto se allega que los atrepella - 
mientes y malos modos del gobernador con estos moradores, sin 
excepción de personas, los tiene á todos tan displicentes que, á no 
ser tanta su lealtad á su señor, habría mucho que temer si ofre- 
cida esta coyuntura procuraran vengarse del que reputan por ene- 
migo común ^» 

Cuando acaeció este levantamiento, gobernabaten Santiago de 
Cuba el Coronel D. Pedro Giménez; y aunque fueron por enton- 
ces sometidos á obediencia los esclavos sublevados, estos jamás 
renunciaron á sus deseos^ pues continuaron turbando por largos 



(1) DocunvBDto origiDal en el Archivo de iDdias en SeviUa. 



— 304 — 
años la tranquilidad de aquella comarca, hasta que al fin alcan- 
zaron su completa libertad como en su oportuno lugar expon- 
dremos. 

Dos anos después de la rebelión de los esclavos de Santiago del 
Prado, damos con un documento relativo á países muy lejanos de 
Cuba y en el que no se olvidó hablar del tranco de negros escla - 
vos, pues tan grande era la obcecación de los hombres en aquellos 
siglos^ que ni las conspiraciones ni los alzamientos podían apar- 
tarlos de negocio tan peligroso. 

Fundóse en Cádiz por Cédula de Sevilla á 29 de Marzo de 1733, 
la Real Compañía de Filipinas, cuya duración ilebia de ser de 
veinte años; y en su artículo primero leemos lo que isigue: «Que 
esta Compañía tendrá la facultad y privilegio de navegar á mis 
Islas Philipinas^ y negociar en ellas, en las Indias Orientales, y 
en las Costas de África, tanto en la parte de acá como del lado de 
allá del Cabo de Buena Esperanza, y en todos los Puertos, Bahías, 
Lugares y Riveras donde las demás Naciones trafican libremente, 
gozando del derecho de la hospitalidad, como es uso y costumbre, 
por el tiempo de veinte años, que se contarán desde el dia de la 
fecha de esta mi Real Resolución.» 

Esta .falcultad de comerciar amplióse por el artículo 22 que di- 
ce: «Si á la ida ó vuelta de sus viajes los Navios de esta conapa- 
ñía, tubieren oportunidad, ó precisión de hacer escala en Puertos 
del África, y les conviniese comprar á dinero, ó permutar á 
efectos, algunos Negros naturales de aq\tellos climas, para llevar 
á vender á Philipinas, y, parles Orientales, o traerlos á España; 
les concedo permisso para que lo puedan practicar sin impedí « 
miento, ni embarazo alguno, con la expressa circunstancia de 
que no los han de poder llebar, ni introducir en la América.» 

Tornando á la Compañía del Mar del Sur, veremos que sus 
provechos no se limitaron á sólo el tráfico de esclavos. Hábiles 
negociantes los ingleses, supieron introducir en el asiento el per- 
miso de llevar anualmente á la feria de Portobelo un buque de 
quinientas toneladas cargado de artefactos europeos. 

Por una enmienda que se hizo á este asiento, según el tratado 
concluido en Madrid el 26 de M^yo de 1716 y ratificado en el 
Buen Retiro en 12 de Junio de aquel año, obtuvo la Compañía que 
desde,1717 á J727 el buque fuese de seiscientas cincuenta tone- 
ladas y que el término de treinta años que habia de durar el asien- 
to se computase como si hubiese empezado á correr desde el i.^ 
de Mayo de 1714. Hablando de este buque dos célebres marosin 



"^ 



— 305 — 

españoles dignos de toda fé^ dicen: cSu carga equivalía á más de 
la naitad de la que llevaban los galeones: porque fuera de ser su 
porte excesivamente mayor que de quinientas toneladas españolas» 
y pasar de novecientas, "no llevaba víveres, aguada ni otras co- 
sas que ocupan gran parte de la bodega; porque aunque los saca- 
ba de Jamayca, le acompañaban en la travesía cuatro ó seis 
paquebotes cargados de géneros, los cuales, ya que estaban cerca 
de Portobelo, trasbordaban sus mercancías^ y ponían en él cuan- 
tas podía sufrir todo su buque, y así encerraba más que la que 
llevaban cinco ó seis de nuestros mayores navios; y siendo la 
venta de esta nación libre y más barata, era de sumo perjuicio á 
nuestro comercio ^» 

En tan ilícitos manejos, menos culpable era la Compañía que 
los empleados españoles de Portobelo, porque dejándose esta so- 
bornar por aguellos^ faltaban á la confianza de su gobierno y ro- 
baban á Ja Keal Hacienda. 

Fué Portobelo la factoría más importante de todas. De allí se 
surtía Panamá, en donde había otra factoría dependiente de aque- 
lla, y de donde se llevaban muchos negros á Tierra-Firme y al 
Perú.^La mayor parte de los introducidos en Chile eran proce- 
dentes de Buenos Aires, porque los que el Perú recibía de Pana- 
má, además de que se empleaban en sus haciendas, minas y otros 
servicios, vendíanse muy caros, ya por los grandes gastos del 
transporte, ya porqúe#norian algunos en el camino con la varie- 
dad de temperamentos. 

De notar es que no obstante el vasto tranco de esclavos que 
hicieron los ingleses con las colonias españolas, todas sus expe- 
diciones se dirigieron á los puertos del Atlántico, sin que jamás \ 
hubiesen penetrado directamente desde África en ningún puerto 
del Pacífico. La trabajosa y larga navegación que era preciso ha • 
cer, y el frío que habían de sufrir los negros al doblar el Cabo de 
Hornos^ presentaron dificultades que el interés de los especulado- 
res no se atrevió á arrostrar. ^ 

Si las operaciones fraudulentas que se practicaban fueron pro- 
vechosas á la Compañía, mayores utilidades sacaron los comer- 
ciantes ingleses que no formaban parte de ella. Aunque en los 
anteriores asientos se había permitido que los asentistas tuviesen 



(1 ) ' Jorge Juan y Antonio Ulloa, Relación Bütórica de m viaje á la Amé- 
rica met'idionalf tom. i, lib. 2, cap. 6. 

20 



) 



— 306 — 

factores ea los puertos donde desembarcaban los negros^ jamás 
se babia concedido el establecimiento de factorías como abora. 
En los ajustados con los portugueses, sus agentes en América 
eran^ ó compatricios suyos, ó españoles. Estos no ^podían ins- 
pirar á España ni el más leve recelo, y aquellos muy poco temor, 
porque no siendo Portugal nación manufacturera, sus hijos se con- 
tentaban con el comercio de negros, sin aspirar á introducir licita 
ó ilícitamente otro género de mercancías. No aconteció lo misma 
con los ingleses. Adelantadas ya las manufacturas en Inglaterra, 
y desarrollándose su comercio con mucha fuerza y actividad, los 
factores empleados en América por la Compañía del Mar del Sur 
diéronse á conocer todas las necesidades mercatiles de los pue- 
blos américo- hispanos; y rasgado entonces el velo misterioso que 
desde el principio de la conquista habla tendido España sobre 
aquellas inmensas regiones^ empezaron los ingleses á ser los 
principales proveedores de ellas. Desde Jamaica y otras colonias 
británicas, hacíase continuo contrabando con Yeracruz, Cuba y 
otros puntos de las posesiones américo-hispanas; y al decir de 
varios autores nacionales y extranjeros, los galeones españoles^ 
que antes importaban en el imperio hispano-ultramarino quince 
mil toneladas al año, ya en 1737 quedaron reducidas á sólo 
dos mil. 

Paréceme algo exagerada esta aserción, porque en los años 
anteriores á 1737, y aun en alguno de loS|posteriores, el numera 
de toneladas que de Cádiz sallan ó se embarcaban sólo para Nue- 
va-España, excedia de dos mil. 

En 2 de Agosto de 1732, salió de aquel puerto para Nueva-Es- 
paña una flota á cargo del Jefe de Escuadra D. Rodrigo de Tor- 
res, con cuatro mil cuatrocientas cincuenta y ocho toneladas. 

En 22 de Noviembre de 1735 despachóse otra á cargo del Te- 
niente General D. Manuel López Pintado, con tres mil ciento cua<^' 
renta y una tonelada^. 

En 1739 se habilitó otra al cargo del Conde de Clavijo, com— 
puesta de cuatro mil setecientas sesenta y cinco toneladas; pera 
se descargaron á causa de la guerra que acababa de estallar^ y na 
por motivo del contrabando que hacían los ingleses ^ 



(1) Belacion de las flotas despachadas del puerto de Cádiz al Beioo de- 
Nueva España, desde el año 1700 al de 1740, la cual se halla en el apén- 
dice n.o 7 de las Memorias históricas sobre la legislación y gobierno del co^ 



— 307 — 

Aun hay más; porque esas toneladas que representan los años 
de 1735 y 1739 fueron destinadas, no para toda la América es- 
pañola, sino sólo para el Reino de Nueva España. Y cabalmente 
en el dicho año de 1737, los galeones despachados de Cádiz pa- 
ra Tierra-Firme al mando del Teniente General Don Blas de 
Leso^ llevaron mil ochocientas noventa y una toneladas ó sean 
casi dos mil para sólo ese punto ^ Todos esos datos prueban que 
el consumo de las mercancías enviadas por España al Nuevo 
Mundo, era mucho más del doble del numero de dos mil á que 
se dice que estaban ya reducidas desde- 17 37. 

De cualquier modo que sea, el contrabando inglés estaba tan 
generalizado, que hizo inmenso daño al comercio de España con 
sus colonias, pues no había puerto, ciudad ó población que de 
él no adoleciese en mayor ó menor exceso, siendo los empleados 
d^el Gobierno sus cómplices y aun promovedores *. 

Gontrayéndome al que de los negros se hacia por tierra de 
Buenos Aires al Perú, eran tantos los interesados en quebrantar 
las repetidas prohibiciones de introducirlos por aquella vía, que 
fué forzoso reducir el negocio á composición, admitiendo por 
cada cabeza setenta reales de á ocho '. Respecto del tranco de 
negros en el Mar del Sur, dicen los ilustres marinos ya citados: 

ftDpl mismo modo que se comercia con géneros ilícitos en 
Panamá, se ejecuta con los negros, cuando hay asientos; y al 
abrigo de una^ pequeña partida comprada en las factorías, se 
introducen otras de fraude. mucho más considerables: pero tanto 
para aquel género de comercio como para este, es necesario que 
haya un ajuste detayto por cabeza ó fardo, con cuya circunstan- 
cia no hay ninguna dificultad para introducir todo lo que se 
quisiere con el mismo desahogo que si fuera comercio lícito '^.» 

Para cortar tan grandes abusos, habia el gobierno español 



mercio de los españoles con sus colonias en las Indias Occidentales, recopila- 
das por D. Rafael Antunez y Acebedo, ministro togado del Supremo Consejo 
de Indias, Madrid 1797. 

(1) Antunez, obra citada, apéndice, n.o 8. 

(2) Noticias secretas de América presentadas al Gobierno de Fernando VJ 
por D. Jorge Juan y D. Antonio ülloa, parte primera, cap. 9, impresas en 
Londres en 1826 por David Barry. 

(3; Escalona, Gazofilacio Real del Perú, lib. 2, parte 2, cap. 11,2 3. 
(4) Noticias secretas, por D. Jorge Juan y D. Antonio Ulloa, parte pri- 
mara, cap. 9. 



i 



— 308 — 
establecido desde años anteriores ios guardacostas, que eran 
buques armados en guerra para perseguir el contrabando inglés 
en las aguas de América. Estos guardacostas no solo visitaban 
los buques británicos, sino que á veces los apresaban, maltratan- 
do sus tripulaciones, y aun se dice que á uno de sus capitanes 
se le cortó una oreja. Los comerciantes interesados en el contra- 
bando elevaron sus reclamaciones al Parlamento británico, y to- 
mándoljas este en sería consideración, ocasionaron acalorados 
debates. 

Con el objeto de venir á un pacifico acomodamiento, firmóse 
en 44 de Enero de 1738 la Convención del Pardo, y por sus artí- 
culos se pactó que los plenipotenciarios de ambas naciones se 
reunirían en Madrid en breve plazo para arreglar todos los pun- 
tos relativos á la navegación y comercio de América y Europa, 
á las cuestiones pendientes sobre los límites de la Carolina yFlo- 
rida, y á otras mencionadas en los tratados anteriores; que se 
devolvería á los comerciantes ingleses los buques injustamente 
apresados por los cruceros españoles; que el Gobierno español 
pagaría á Inglaterra noventa mil libras esterlinas para liquidar 
los créditos de los traficantes ingleses contra España, después de 
deducidas las cantidades que esta reclamaba, y que estas mutuas 
compensaciones eran sin perjuicio de las cuentas y desacuerdos 
entre España y la Compañía del Mar del Sur, cuyos puntos se 
arreglarían por un tratado particular. •" « 

Esta Convención, aunque aprobada por el Parlamento por una 
corta mayoría, fué violentamente combatida. El comercio inglés 
reclamaba trescientas cuarenta mil libras esterlinas por los per- 
juicios que le babian causado, y la Compañía del asiento más de 
un millón de libras por sus quebrantos anteriores, mientras el go- 
bierno español apremiaba á esta para que le pagase inmediatamente 
setenta y ocbo mil libras esterlinas que le adelantaba á cuenta del 
derecho de los negros y del cargamento de la Real Carolina^ buque 
enviado á la feria ^de Portobelo. Estas mutuas reclamaciones 
irritaron los ánimos á tal punto, que las dos potencias vinieroQ 
á las armas, declarando la guerra la Gran Bretaña en 23 de Octu- 
bre de 1739. Interrumpido el asiento por ella, hallábanse en taa 
mal estado los negocios de la Compañía^ que sus factorías ce* 
saron en la Habana desde 1740. 

En el curso de las hostilidades entre Inglaterra y España, ésta, 
señora entonces de las Floridas, trató desde ellas de sublevar 
los esclavos negros de las dos Carolinas, colonias que perte— 



— 309' — 

Decían á los ingleses. Al intento envió agentes que prometiesen 
la libertad á todos )os que se refugiasen á San Agustín de la Flo- 
rida; y de los que allí se acogieron, formóse un regimiento. 
Además, juntáronse otros muchos en Stono, apoderándose de un 
almacén de armas, mataron veinte blancos en sus correrías, y 
engrosaron su número, llevándose á la fuerza los escls^vos que 
voluntariamente no se les reunían. Pero ebrios y entregfidos á la 
danza fueron sorprendidos y destrozados desde el primer dia de 
su levantamiento por los colonos blancos ingleses. Esta insurrec- 
ción causó grande alarma en las Carolinas, y sus consecuencias 
hubieran podido ser muy funestas, porque aquellas dos colonias 
ya contaban casi cuarenta mil negros esclavos, habiendo apenas 
un tercio de blancos*. 

Continuó la guerra por algunos años, y en 1748 ajustáronse los 
preliminares de paz en la ciudad de Aquisgrao, 

Haciéndose cargo D. Guillermo Eon del segundo y tercer artí- 
culo de aquellos preliminares, por lo concerniente al tratado del 
asiento de negros, le pareció que, sin apartarse de su observan- 
cia, con venia á los intereses de España, valerse de algunos me- 
dios para inducir á la Compañía de Inglaterra á que desistiese de 
dicho asiento. Con este objeto propuso: 

«l.o Para estimularla á que ceda la introducción de negros á 
los vasallos de S. M., se podrá ofrecer la de recibir y pagar en 
contado todo lo^ue ?e hallare en sus factorías para el uso de los 
negros, según el avaluó que se hiciere entre sus factores y los 
apoderados de la nueva Compañía que se hubiese de formar en 
Cádiz para este negociado. » 

«2.0 Que esta se obligará á preferir á la dé Inglaterra para 
la compra de los negros que hubiese de menester, y á satisfa- 
cer el importe de cada armazón según se estipulare por ambas 
partes.» 

c3.o En cuanto á la merced del navio anual^ dos alternativas 
hay que proponer para que se desista de env^irle en derechura, 
ofreciéndola por la una de admitir en cada flota y galeones la 
misma cantidad de toneladas de ropa que S. M. la ha concedido 
enviar anualmente libre de todos derechos, habiendo sólo de pa- 
gar en este caso los fletes, que no le serian tan costosos como el 
armamento destinado para trasportar su cargazón; y si no quísie- 



(1) Marshal, Washington 'g Life. 



• — 310 — 

re valerse de los comenderos espafk)les para que se beneficie, que 
S. M. la conceda facultad de enviar los suyos, pagando su pasaje: 
la segunda alternativa se reduce á que el cuerpo del comercio de 
Andalucía ofrezca á la susodicha Compañía de Inglaterra un do- 
nativo á la vuelta de cada flota y galeones según se estipulare de 
parte y otra por escritura de obligación.» 

a 4.® De estas proposiciones, si parecen del agrado de S. M.^ 
convendrá informar de antemano á las cortes de Yiena, Francia 
y Holanda, para que encarguen á sus plenipotenpíaríos en el Con- 
greso venidero las fomenten y procuren inducir se admitan por 
los ingleses, á fin de evitar en adelante nuevas discordias y junta- 
mente el sumo perjuicio que de este asiento y de los antecedentes 
ha resultado contra los Reales haberes de S. M. y de sus vasallos, 
y aun contra los intereses de las demás potencias, etc.» 

Todas las tentativas para que la Compañía cediese á España su 
privilegio fueron inútiles. Ajustóse al fin la paz general por el 
tratado de Aquisgran en Octubre de 1748, y por el art. 16 reno- 
vóse por cuatro años más el asiento interrumpido durante la guer- 
ra. Respecto á las dificultades pendieíites por mutuas reclamacio- 
nes entre ingleses y españoles, reservóse su resolución para un 
convenio particular entre las dos potencias. 

Entre tanto debatíase en Inglaterra la cuestión de vida ó muer- 
te de la Compañía del Mar del Sur. Los aaij^os de su existencia 
decían, que el buque enviado anualmente á la fefia de Portobelo 
llevaba el valor de setenta y cinco mil libras esterlinas en manu- 
facturas inglesas; que la utilidad era casi de ciento por ciento; 
que la nación ganaba más de este modo que con el comercio que 
hacia con América por la vía de Cádiz; que aun cuando la Com- 
pañía no ganase todo esto, se aprovechaban sus factores y demás 
empleados, quienes volvían ricos á Inglaterra y muchas veces en 
corto tiempo; y que por último abasteciendo aquel buque á la 
América de los artículos que necesitaba, impedia la concurrencia 
de los demás extrail]eros. 

Los contrarios alegaban que el buque de la Compañía habia he- 
cho disminuir considerablemente las exportaciones anuales á Es- 
paña, mientras que las de esta á Inglaterra habían aumentado; 
que habiéndose arrancado á España el tratado del asiento por la 
fuerza de las armas, el Gobierno y los comerciantes no protegían 
las manufacturas inglesas, sino las francesas, holandesas y fla- 
mencas, pues de ellas se componía gran parte del cargamento del 
buque á fin de acomodarse al gusto de los americanos; que el 



— 311 — 
«siento había encarecido el precfo de los negros en las antillas 
inglesas^ y que con tantas introducciones en las españolas se ha- 
bía fomentado la producción de azúcar y tabaco en perjuicio de 
las colonias británicas; que teniendo el gobierno español en sus 
puertos de América propiedades de la Compañía, podía secuestrar- 
las, como ya lo había hecho, para sostener sus injustas preten- 
siones; y que como ya sólo faltaban cuatro años para espirar el 
asiento y España no estaba dispuesta á renovarlo de un modo 
ventajoso á Inglaterra, lo mejor era disolver la Compañía, obte- 
niendo una compensación por el poco tiempo que faltaba. 

Estos debates apasionados en el Parlamento; las desavenencias 
que se suscitaban entre los ingleses y las autoridades de América; 
los fraudes notorios de los agentes de la Compañía á pesar de to- 
dos los reglamentos y restricciones; las reclamaciones de los in- 
gleses que comerciaban con Cádiz; acaso la critica situación del 
gobierno británico respecto de sus relaciones políticas con Fran- 
<^ia y Alemania, y el temor de que surgiesen nuevos conflictos con 
España, convencieron á los reyes de esta y de la Gran Bretaña 
que era conforme á los intereses de ambas naciones poner térmi- 
no á sus controversias. Entabláronse, pues, serias negociaciones 
^ntre los dos gobiernos, y de ellas resultó el convenio ajustado en 
Madrid el 5 de Octubre de Í7S0. 

« 

Por el articulo primero el monarca británico cedió al español 
e\ derecho al gA^e del asiento de negros y del navio anual que 
enviaba á la feria de Portobelo. Esta cesión daba por concluido el 
asiento ajustado con la Compañía del Mar del Sur. Por el artículo 
segundo obligóse el rey de España á pagar á la dicha Compañía 
la cantidad de cien mil libras esterlinas dentro de tres meses. Los 
demás artículos se referían al buen tratamiento que debía darse á 
los subditos ingleses en los dominios españoles, y á otros puntos 
que no conciernen á mi objeto. 

Error seria pensar que mientras existió la Compañía del Mar del 
Sur no entrarían en las colonias españolas mé!b negros que los en- 
viados por ella. No es creíble que cuando las guerras de la Gran 
Bretaña con España la forzaban á suspender sus introducciones, el 
Nuevo Mundo estuviese sin recibir esclavos negros por años en- 
teros. Sus hábitos y sus necesidades eran poderoso estímulo para 
el contrabando; y los franceses, holandeses y tantos otros que tra- 
-fícaban en negros, no dejarían escapar la coyuntura que se les 
presentaba. Los mismos ingleses, más ejercitados que los demás 
extranjeros en estas especulaciones, serian los principales contra- 



. _ 312 — 

l)andistas en perjuicio de la Compañía: y Jamaica» que fué el pun- 
to de donde ella exportó muchos negros para cumplir sus com- 
promisos con el gobierno español, fué también el seno fecundo 
que alimentó el contrabando con la isla de Cuba y con las veci- 
nas costas del contiaente. 

Si la guerra quitó á veces esclavos negros á' algunas posesio- 
nes de América, otras se los dio. En la que España tuvo con In- 
glaterra desde 1739 entraron en la Habana, apresados por corsa- 
rios españoles, varios buques ingleses llevando entre otras cosas 
negros esclavos; y casos hubo en que el cargamento se componía 
todo de ellos^ como aconteció con un paquebot que contenia cien- 
to ochenta y cinco de ambos sexos *. 

Habíase ya fundado desde años anteriores una Compañía en la 
Habana^ debiéndose su creación á la Re^l Cédula expedida en el 
Buen Retiro á 18 de Diciembre de 1740, para que se encargase 
de la conducción de tabacos, azúcar, corambres y otros frutos de 
la isla de Cuba; y aunque sus bases no se apoyaron en el tráfico 
de negros, autorizósela sin embargo para introducir algunos en 
aquella ciudad: número que ascendió á cuatro mil novecientos 
ochenta y seis^ y cuyo valor subió á setecientos diez y siete mil 
quinientos sesenta y un pesos siete reales ', ó sean por término 
medio casi ciento cuarenta y cuatro cada uno. 

De estos negros vendiéronse en la Habana más de cuatro mil 
fiados y pagaderos en tabaco, que era entónl^es eWamo más im- 
portante y productivo de Cuba, según dice la mencionada Real 
Cédula, «á causa de haber abandonado sus vecinos casi entera- 
mente la fabricación de los azúcares, por no alcanzar su valor á 
cubrir los gastos de su cultivo, manufactura y máquinas de que se 
compone. > Los derechos que pagó la Compañía por los negros 
introducidos en la Habana ascendieron desde sus primeras impor- 
taciones hasta el año de 1755 á dos millones seiscientos cin- 
cuenta y dos mil ochocientos cinco reales vellón, ó sean ciento 



(i) Carta al Brigadier D. Alonso de Arcos Moreno, Gobernador de Cuba, 
dirigida al Gobierno de Madrid en 18 de Marzo de 1748. Véase la Gaceta de 
Madrid del martes 13 de Agosto del mismo año. 

(1) Llave del Nuevo Mundo antemural de las Indias Occidentales. La Ha- 
bana descripta: noticias de su fundación^ aumentos y estados, compuesto por 
D. José Martin Félix de Arrale, natural y Regidor perpetuo de dicha ciu- 
dad, cap. 6. 



— 313 — 

treinta y dos mil seiscientos cuarenta duros cinco reales vellón ^ 

Gomo el objeto principal de la Compañía de la Habana no fué 
la introducción de negros, D. Martin Ullbarri y Gamboa, vecino 
de aquella ciudad, celebró en 4 de Abril de 1741 contrata por 
dos anos para importar en ella mil cíen negros, con la obligación 
de venderlos á doscientos pesos, y de pagar por cada uno el dere- 
cko de treinta y tres y medio pesos. 

Veinte años de existencia contaba la Compañía de la Habana, 
cuando una sociedad, á cuya cabeza estaba D. José Yillanueva 
Pico, presentó al Rey un proyecto para introducir en aquella ciu- 
dad^ entre otras cosas, algunos negros bajo de ciertas condiciones. 

La sociedad de Yillanueva obligábase á conducir gratuitamente 
y sin costo alguno de la Real Hacienda, todos los tabacos que el 
Rey quisiera trasportar desde la Habana tanto á España como á 
Veracruz y Cartagena de índi^, obligándose también á llevar de 
España á la Habana sin flete alguno, todos los cañones, balas y 
demás municiones y pertrechos necesarios para las fortalezas de 
Cuba. En recompensa de esta obligación, que habia de ser de diez 
años, pidió por igual tiempo el permiso de introducir en cada uno, 
ya en la Habana, ya en otros puntos de aquella isla, mil piezas de 
negros ó más si fuese necesario, con derecho exclusivo para que 
ningún otro pudiera introducirlos. Pidió también facultad de llevar 
de España á la Habana, l^a, frutos y enjunques^ y la de traer de 
la Habana á España azúcares,' corambres y añiles; como asimismo 
la de llevar de Veracruz y Cartagena á la Habana en las embarca- 
ciones que de esta condujesen á la península^ los tabacos y los 
efectos de aquellos países que se acostumbraban en tal comercio. 

Con el fin de asegurar Villanueva el derecho exclusivo á que 
aspiraba sobre provisión de negros en Cuba, pidió igualmente 
facultad para establecer guardacostas que impidiesen la introduc- 
ción clandestina de negros, y que el valor de los que cayesen en 
comiso se repartiera por mitad entre el Rey y la sociedad que 
representaba. Y concluía con que si alguno mejorana su proyecto, 
se le diese la preferencia por el tanto si le convenia, y que el Rey 
le concediese por Juez al Gobernador de la Habana, y el goce de 
fueros y privilegios á favor de los interesados y empleados en la 
sociedad, como si lo estuvieran en el Real Servicio. 



(1) Memorial presentado al Rey por D. Martin Aróstegul á nombre de la 
Compañía Mercantil de la Habana en 21 de Enero de 1756. 



— 314 — 

La Junta General de interesados de la Real Comp'añía de la Ha- 
bana^ reunida en Madrid en Diciembre de i 760, se opuso al pro- 
yecto de Yillanueva, fundándose en las ventajas que la Compañía 
dejaba á la Real Hacienda y á la isla de Cuba. 

En cuanto á los derechos reales, aseguraba que todo lo produ- 
cido en los veinte años de 1714 á 1734, anteriores á la erección 
de la Compañía, importó por los pocos registros que fueron á 
la Habana, doscientos veinte y un mil novecientos diez pesos, y 
lo rendido en otros veinte años contados desde que se fundó la 
Compañía hasta el de 1760^ subió á setecientos sesenta y cuatro 
mil doscientos cincuenta y siete pesos, cuya suma confrontada 
con la primera, dá en favor de la Real Hacienda un beneñcio de 
quinientos cuarenta y dos mil trescientos cuarenta y siete pesos. 
Si á esta cantidad se agregan noventa y un mil ochocientos vein- 
te y ocho pesos por derechos de buques de la Compañía que du- 
rante la guerra regresaron á Galicia y Cantabria, y también ciento 
cincuenta mil pesos de derechos por introducción de negros en 
la Habana, resulta que las tres partidas dan el aumento total de 
setecientos ochenta y cuatro mil ciento setenta y cinco pesos, 
aumento que seria mayor si se tomase en cuenta el derecho de 
alcabala por la compra y venta en la Habana de los cargamentos 
de ida y vuelta. Alegaba también la Junta que la población se 
había aumentado, lo mismo que las colochas, especialmente de 
azúcar, con ochenta ingenios más entre nuevos y renovados, é 
igualmente los ganados, causas todas de que provenia el prodi- 
gioso incremento de los diezmos. Tan floreciente estado de la isla 
de Cuba debíase, en concepto de la Junta, al comercio de la Real 
Compañía. 

La referida Junta de interesados consideró también como peli- 
grosa y ruinosa la petición de introducir en Cuba mil negros cada 
año, ó más si fuese necesario. «Poco sabe, decia la Junta, poco 
sabe de la Hal^na y de la Isla de Cuba quien ignore que allí no 
pueden tener entrada útil ni conveniente diez mil piezas de negros 
en el corto término de diez años, por lo que aun ciñéndose á este 
número la facultad y quitando el aditamento de aquel más si fue- 
se necesario^ se considera un número sumamente excesivo para la 
provisión de aquella Isla en el preñnido término de diez años so- 
lamente.» 

«Si tanto se puede pecar por carta de más como por carta de 
menos, esta es una materia en que tiene más peligrosas conse- 
cuencias el exceso que la falta. Por esta pueden atrasarse algo las 



— 315 — 
labores de la tierra; pero por el exceso puede tocarse en el extre- 
mo de aventurarse la seguridad de toda la Isla, cuyo peligro, aun- 
que común en lodos tiempos, llama más la atención para el de 
guerra, por tantos ejemplares de levantamientos de negros Como 
ha habidor en la América, y por los que pudiera haber en tal co- 
yuntura en aquella Isla.» 

«Agrégase á esto que los de la Sociedad es muy natural no 
quieran vender cada pieza menos de trescientos pesos, y por aquí 
resulta en mil piezas por año el valor anual de trescientos mil 
pesos, y en los diez años enteros el importe total de tres millones 
de pesos. ¡Prodigiosa saca de dinero por cierto para sólo el valor 
de los negrea! ¿Y qué subsistencia reservaremos en aquella Isla 
para la paga de las. demás provisiones de ella, si sólo para pagar 
los negros necesita trescientos mil pesos anuales en cada uno de 
los diez años?» 

Estas razones más ó menos sólidas de la Junta de interesados 
de la Compañía destruyeron el proyecto dé Villanueva Pico; y en 
verdad que de adoptarlo, la Isla de Cuba más bien hubiera per- 
dido que ganado, porque monopolio por monopolio, menos gra- 
voso era el de la Compañía de la Habana que el de la sociedad de 
Villanueva. 

Celebró contrata ü. Miguel Uriarte en 1760 para introducir en 
América quince mil negr^ en diez años, ó sean mil quinientos 
en cada uno^ debiendo vender las piezas de Indias á doscientos 
noventa pesos, los mulecones á doscientos sesenta, y los muleques 
á doscientos treinta. Debia también pagar por los primeros un de- 
recho de cuarenta pesos fuertes^ veinte y seis pesos dos tercios 
por los segundos, y veinte por los terceros. Estos fueron los dere- 
chos que se llamaron de marca. 

La contrata de Uriarte comnnícóse á la Habana el 26 de Octu- 
bre de 1760. En este mismo año no faltó quien expusiera cuan 
conveniente seria para el fomento de la agricultuí^ de la Isla de 
Cuba el remover los obstáculos que entonces tenia en ella el co- 
mercio é importación de negros esclavos de África^ pues el hacen- 
do cubano tenia que comprarlos en aquella época de segunda 
mano con todos los recargos de precio que eran consiguientes. 
Propúsose por tanto que se permitiese la importación de dichos 
esclavos á los buques extranjeros de todas banderas, sin que sir- 
viesen de remora para ello el temor del contrabando de otras mer. 
caderías que podría hacerse en los buques negreros, ni el peligro 
que podría despertar la introducción de un número excesivo de 



— 316 — 
negros que comprometiese la seguridad de la isla; porque para lo 
primero ahí estaban los Gobernadores y Oficiales Reales que vigi- 
larían las aduanas de la Habana y Santiago de Guba^ únicos puer- 
tos que deberían habilitarse para el comercio de negros; y para 
lo segundo, la experiencia habla probado que aun habiendo en- 
tonces mayor número de negros que de blancos en Cuba, nunca 
hubo en ella temores fundados de sublevaciones de esta cla^e, 
como tampoco en Jamayca con ciento veinte mil negros y un nú- 
mero pequeñísimo de ingleses, liin que estos hubiesen jamás te- 
mido perderla por semejante causa. Gorroborábase esta idea de 
falsa seguridad con la consideración de que los negros pertenecían 
á diferentes naciones con idiomas distintos^ y que ganaban en el 
cambio de la vida salvaje de su tierra por la de esclavo agricultor 
en las colonias españolas. 

El autor anónimo de estas ideas escribió en 1760, es decir, más 
de treinta años antes de la revolución de Santo Domingo, y ade- 
más ignoraba que en las colonias inglesas, principalmente en Ja- 
mayca, y en la misma isla de Cuba, siempre hubo alzamientos y 
amagos de revoluciones serviles, desde que se introdujo la escla- 
vitud en dichas islas. Seguía diciendo el mismo autor, que los ne- 
gros eran necesarios para hacer la monarquía más grande y más 
gloriosa. Y después anadia: «Habrá como cinco mil negros em- 
pleados en la labor del azúcar en las cercanías de la Habana; con- 
sidérese cuál seria su producto si se añadíeseit veinticinco ó trein- 
ta mil más. En Santiago de Guba habrá cincuenta y dos ingenios 
ó molinos de azúcar en territorios fértilísimos; pero muchos son 
de tres ó cuatro negros, y son raros los que llegan á tener veinti- 
cinco ó treinta. En el Puerto del Príncipe hay pocos menos en 
igual situación. Y lo mismo sucede en Trinidad y Sancti Spíritus, 
proviniendo la cortedad de esclavos en estos distritos de la ningu- 
na ó muy difícil calidad que tienen sus frutos.» 

La contrata de Uriarte, de que hemos hablado, fué de corta du- 
ración á causa de la guerra entre Inglaterra y España. En el cur- 
so de ella alcanzaron los ingleses grandes ventajas. La fragata 
Hermione que salió de Lima para Gádiz el 6 de Enero de 1762 car- 
gada de oro, plata y otras mercancías, fué apresada á vista del 
cabo de San Vicente por los buques ingleses Active y Favourite. 
Este rico cargamento ascendió á quinientas cuarenta y cuatro mil 
novecientas ochenta y cuatro libras esterlinas, y deducidas vein- 
ticuatro mil novecientas cuarenta y dos que importaron los dere- 
chos de aduana, corretaje^ comisión y otros gastos, quedaron de 



^_ 317 — 

producto neto quiDÍeDtas diez y nueve mil setecientas cinco libras 
esterlinas. Tan extraordinario fué el júbilo que esta presa causó, 
que en Londres se hizo una procesión llevando en triunfo veinte 
carros con el dinero; y el rey y su corte se asomaron á las venta- 
nas del palacio de San Jaime para verla desñlar y mezclar sus 
aplausos con los de la multitud ^ 

Mayor fué todavía el regocijo de los ingleses con la toma de la 
Habana el 14 de Agosto del ano de 1762. Esto no obstante, el 
tráfico de negros continuó en Cuba, pues los mismos invasores, 
en los diez meses que ocuparon aquella ciudad, introdujeron más 
de tres mil que se emplearon en la agricultura y en otros servi- 
cios de tan feraz antilla. 

En esta guerra distinguiéronse no sólo blancos milicianos, sino 
negros esclavos que cedidos 9I gobierno por sus amos trabajaron 
con empeño y pelearon con denuedo en defensa de la Habana. En 
esa lucha perdió también España alguna de sus antiguas colonias, 
pero adquirió otras nuevas; proviniendo de aquí que en años pos- 
teriores se abriesen nuevas fuentes de esclavitud al comercio es- 
pañol. 

Para bien comprender esto^ preciso es recordar que en el año 
de 1761 ajustóse entre los Borbones de Francia y España una con- 
vención funestísima para ésta y conocida en la historia con el 
nombre de Pacto de familia. Por el artículo 18 convínose en que 
una de las dos naciones dclbía, con las conquistas que pudiera ha- 
cer á consecuencia de una guerra, indemnizar á la otra de las 
pérdidas que hubiera podido tener durante ella. La Habana, según 
hemos dicho, había caido en poder de los ingleses en 1762, y 
esta conquista hubiérales asegurado la dominación de loda la isla 
de Cuba. Pérdida grande hubiera sido esta para España; y así fué 
que deseando ella recobrarla integramente, ofreció á Inglaterra 
por el art. 19 de los preliminares de paz ajustados en Fontaine- 
bleau el 3 de Noviembre de 1762, darle en cambiólos países que 
poseía al oriente del Misisipí. Comprendíanse las Ftoridas en esta 
cesión, y los ingleses la aceptaron, pues tenia para ellos, además 
de los Estados-Unidos que aun poseían, la ventaja de ext€fDder 
sus colonias hasta las aguas del golfo mejicano, y continuar su 
contrabando en Méjico y en otros países. España reclamó entón- 



(1) The Gentkmen^s Magazine, vol. 32,año 1762. 



— 318 — 

ees de Francia, que habiendo perdido las Floridas, ella debía in- 
demnizarla en virtud del ari. 18 del Pacto de familia; y deseando 
el gobierno francés conservar la alianza de España, accedió á la 
pretensión del gabinete de Madrid, traspasándole la Luisiana por 
un tratado particular. 

Esta colonia fué la última región de América colonizada por los 
flranceses. Así ella como el majestuoso río que la baña descubier- 
tos fueron y recorridos en parte por los españoles desde i541, ai 
mando de Hernando de Soto; pero ignorados permanecieron d& 
los franceses. Algunos de éstos establecidos ya en el Canadá ha - 
bian oído hablar á los indios de un gran rio, cuyos orígenes se 
hallan en la inmediación de los grandes lagos del N. O. Las pri- 
meras tentativas para descubrirlo hiciéronlas en la segunda mitad 
del siglo XVII, y un Mr. La Salle^ bajando del Canadá con sesenta 
compañeros ea 1682, tuvo la fortuna de salir al golfo mejicano 
navegando por las aguas del Misisipí. Coronada su empresa, for- 
mó el proyecto de unir al Canadá el vasto y opulento territorio que 
acababa de atravesar; y conociendo Luis XIV toda su importancia, 
acogiólo favorablemente, dándose desde entonces á ese país el 
nombre de Luisiana. Al favor de la tregua que Francia celebró 
con España, fundóse la primera colonia en 1685, y sus primeros 
pobladores fueron europeos procedentes de Francia; pero encen- 
dida de nuevo la guerra en 1689, el nuevo establecimiento quedó 
estacionario hasta 1698 en c[ue se hizd la p^z. La primera colonia 
estable no se asentó hasta 1699, y su fundador Herville pidió al 
Gobierno francés en 1701^ que enviase labradores blancos á la 
Luisiana. 

Cedida á España, como hemos dicho, el Gobierno francés ex- 
pidió en 1764 órdenes para su entrega. Opusiéronse los colonos 
franceses á esta nueva dominación, y aprestáronse á resistirla 
hasta con la fuerza, cuando vieron desembarcar en Setiembre 
de 1766 mil hombres de tropas españolas al mando del Brigadier 
de Marina D. «Antonio Ulloa. Para sosegarlos, empleó éste cuantos 
medios le sugerió su prudencia; pero todos fueron inútiles, y de- 
jando sus tropas acantonadas algunas leguas fuera de la ciudad, 
tornó á la Habana en 1.^ de Diciembre de 1768, cuyas tropas lle- 
garon á ella algunos días después. Los colonos por su parte per- 
sistían enardecidos en rechazar la dominación de España, y el 
gobierno español por la suya trataba de hacerles doblar la cerviz. 
Envió al efecto al Teniente General D. Alejandro O'Reilly, quiea 
llegó á la Habana el 24 de Junio de 1769, y'en el próximo Julio sa- 






— 319 — 
Hó de esta ciudad con buen golpe de gente para la Luisíana. Ante 
la fuerza rindióse sin combate su capital Nueva Orleans, y entran- 
do O'Reilly en ella, mostróse con sus habitantes más duro mili- 
tar que político entendido. De este modo adquirió España una 
magniñca colonia que en años posteriores le abrió algunos puertos 
franceses para el comercio de esclavos. 

Plaga antigua y constante de la monarquía española aquende y 
allende los mares fué el contrabando. Para impedirlo en el Perú, 
mandóse en 16 de Junio de 1764 que todo maestre, contramaes- 
tre ú oficial á cuyo cargo estuviese el gobierno de cualquiera em- 
barcación que introdujese negros, tabaco en polvo ó rama en poca 
ó mucha cantidad, ú otros géneros do ilícito comercio, ó de los 
permitidos por registro, además de perder los artículos importa- 
dos, incurriese en la pena de cuatro años de destierro y servir al 
Rey sin sueldo en uno de los presidios del Reino. Si del embar- 
que de las especies referidas era autor el dueño del buque, bien 
porque fuese á su bordo, bien porque lo hubiese mandado, per- 
mitido ó disimulado, incurría también, además de la pena expre« 
sada, en perdimiento jde la nave^ aperos, lanchas, esclavos y de< 
más efectos del dueño ó maestre. 

El Conde de Riela que gobernaba entonces en Cuba, envió á 
la Corte el proyecto de contrata que habia hecho con el irlandés 
Coppinger para surtir de negros á la América; pero desechado^ 
por el gobierno, es^ dióda preferencia á D. Miguel Uriarte, [no 
sólo por su calidad de español, sino porque antes habia ya cele- 
brado otro asiento con él, que fué interrumpido por la guerra que 
estalló entre Inglaterra y España. La nueva contrata con Uriarte 
ajustóse en Setiembre de 1764, obligándose este á introducir por 
diez años en Cartagena y Portobelo^ mil quinientos negros con 
derecho de internarlos: en Honduras y Campeche cuatro mil; en 
la isla.de Cuba mil; en Cumaná, Santo Domingo^ Trinidad, Mar^ 
garita y demás puertos menores, de quinientos á seiscientos, ó los 
más ó menos que necesitasen. Pactóse también %ue el asentista 
pagarla al Rey el derecho establecido; que venderla los negros á 
trescientos pesos, conduciéndolos bajo bandera inglesa por ser 
menos costosa que la española; que á los quince dias de entre- 
gados los negros pagaría los derechos de los recibidos, aunque 
luego muriesen; que para el cumplimiento de su contrata despa- 
charla los navios de Cádiz con todos los frutos y caldos del Reino^ 
como Málaga, Navarra y Cataluña, y de esto^ puertos los trasbor 
dase en Cádiz á sus naves y los mandase á la costa de África, ei^ 



— 320 — 

< 

donde con los factores allí establecidos los cambiaría por negros 
pasándolos á Puerto- Rico, en cuyo punto se distribuirían en bu- 
ques menores españoles para enviarlos á sus respectivos destinos; 
que si no podía usar de bandera inglesa^ se le permitiera servirse 
de otra cualquiera extranjera para conducirlos ¿ dicha isla; que 
sus buques no se sujetarían á las formalidades acostumbradas en 
los demás registros de Indias, pues no teniendo responsabilidad, 
podría poner las tripulaciones á su gusto para ahorrar gastos; que 
el asentista podría con acuerdo del gobierno español señalar para 
sí las tierras que le conviniesen, como otro cualquier particuUr, 
para cultivarlas, con sólo la expresión de gozar de sus frutos pro- 
ducidos y los trocados por los negros, según el capítulo sexto de 
la Compañía de Cataluña; que para evitar fraude ó recelo, el pago 
do los negros que se condujesen á Puerto-Rico en embarcaciones 
extranjeras no se haría en esta isla sino en España; que no po- 
dría sacar oro, plata ni frutos de Indias; que si los Vireyes ó 
Gobernadores hubiesen hecho alguna contrata, cesaría y seria de 
ningún valor para que ésta siguiese; que á los negros inválidos 
con asistencia del Oñcial Real nombrado se les rebajaría el dere- 
cho según el valor que tuviesen; y que llevaría á Veracruz lo que 
S. M. le mandase ó tuviese por conveniente, dando la fíanza de 
cuatro casas españolas que eran sus compañeros. — Estas y otras 
condiciones fueron las que Uriarte y compañía se obligaron á 
cumplir. * « 4: 

Aun no extinguida la Compañía de la Habana, siguió gozando 
de sus privilegios, y en virtud de ellos importó en Cuba cuatro mil 
novecientos cincuenta y siete negros esclavos en los tres años 
posteriores á la paz con los ingleses en i763. 

Habían las exigencias de la última guerra con la Gran Bretaña 
echado pesados tributos sobre los habitantes de Cuba; y para ali- 
viar su dura condición, expidióse en 8 de Noviembre de Í76S la 
Real Cédula que íntegra inserto á continuación: 

«Habiendo entendido que de los nuevos tributos que mandé 
establecer en la Isla de Cuba para la subsistencia del Gobierno 



(1) La noticia de este asiento la he tomado de un extracto del pliego de las 
condiciones, que de orden del Bey se publicó en la Gasa de Contratación de 
Cádiz, en el mes de Setiembre de 1764, y que se conserva en la Biblioteca del 
Museo Británico de Londres, MSS. de Indias, tomo I, Plat. GXG D, número 
13974, pág. 425. 



— 321 — 

político de ella y tropa que se la aumentó, para ponerla á cubierta 
de cualquiera iuvasíon enemiga, pueden ser contrarios al fomento 
de la agricultura y molestos á aquellos vasallos los derechos del 
tres por ciento que mandé cobrar de las Rentas líquidas de casas, 
censos y posesiones: He resuelto abolir, quitar y extinguir ente- 
ramente esta contribución como contraria á los adelantamientos 
que deseo tenga la agricultura en aquella Isla, y que los tributos 
mandados establecer para atender á aquellas precisas obligacio- 
nes se reduzcan á la alcabala que se ha de cobrar sobre el pié de 
un seis por ciento en lugar del cuatro que entonces se impuso, 
bajo de las mismas reglas y precauciones que se prescribieron 
para la exacción del cuatro por ciento; y al impuesto de dos pesos 
en barril de aguardiente de caña y un real de plata en el de 
zambumbia que también se ha de cobrar por las reglas que á este - 
ñn están dadas. Y queriendo manifestar á aquellos mis fíeles vasa- . 
líos y común de labradores cuánto se interesa mi amor en sus 
alivios y en el fomento de su precioso fruto de azúcares, cultivo 
y aumento de los demás de la citada Isla, vengo en declarar que 
es mi voluntad que de los azúcares no se cobren los derechos 
antiguos que se exigían, y que se reduzcan todos los que paguen 
á un seis por ciento de alcabala al tiempo de la venta ó de su 
extracción, de la Isla, de modo que si se pagan al tiempo de la 
venta, no se le^^uelvff á cobrar al de su extracción; y que para fa- 
cuitar á todos la introducción de los negros que necesiten para la 
fatiga de sus labranzas y cultivos de sus tierras, se les liberte del 
Real derecho de la marca que ascendía á cuarenta pesos por cada 
pieza de negro ó negra; veirjte y seis pesos y dos tercios por cada 
mulecon, y veinte pesos por cada muleque; pero para indemnizar 
en parte mi Real Erario de su importe, mando que en su lugar se 
establezca para todos los negros que en adelante se introduzcan 
libres del derecho de la marca, una capitación anual que se ha 
de cobrar de seis en seis meses por el Administrador general de 
la Aduana ú Oficiales Reales con la correspondiente intervención 
de la Contaduría General, reducida á tres pesos por cada varón 
que sea pieza ó mulecon, peso y medio por cada mujer que sea 
pieza ó mulecona, y un peso por cada muleque sea varón ó hem- 
bra^ cuyo derecho ha de continuar hasta que por su edad pasen 
á la clase de mulecones ó muleconas, y entonces han de pagar 
el aumento de capitación ya expuesto^ pues es cuando rinden á 
sus amos mayores utilidades.» 
La supresión del derecho de marca délos esclavos fué sustituí - 

21 



— 322 — 

da, según la Real Cédula anterior, por una capitación; pero en— 
contrando esta muchas dificultades en su aplicación^ restablecióse^ 
el derecho de marca por Real Orden de 17 de Febrero de 1768. 

Pocos meses después de la Real Cédula de 1765 aboliendo tri- 
butos en Cuba^ impusiéronse otros nuevos á varios ramos de con* 
sumo, no sólo en ella sino en las demás colonias españolas. 
Ocasionaron estas medidas algunas turbulencias que se extendie- 
ron también á Cuba, pues algunos de sus vegueros, como allí se 
llaman los plantadores de tabaco, destruyeron muchas de sus 
vegas ó plantíos con grave perjuicio suyo y del Rey que los opri- 
mía. Si damos crédito á los despachos que Lord Rochford, emba-^ 
jador entonces de Inglaterra cerca de Madrid, envió á su gobierno 
en 12 de Marzo de 1766, la imposición de semejantes tributos fué 
aconsejada al gabinete español por el Duque de Choiseul, ministro 
de Estado en Francia. Qué haya de verdad en esta acusación, na 
puedo decirlo, porque no he leido los despachos del mencionada 
embajador. 

Más tranquila entonces la isla de Puerto Ric^ que la de Cuba, 
íbase reponiendo lentamente de sus antiguos quebrantos. Su po- 
blación sin embargo era tan escasa, que en 1765^ aQo en que se 
hizo el primer censo, solamente contaba cuarenta y cuatro mil 
ochocientas ochenta y tres personas, siendo de este número trein- 
ta y nueve mil ochocientos cuarenta y seü libr^,s> asi blancos 
como de color, y esclavos cinco mil treinta y siete, de los cuales 
eran hombres y mujeres tres mil cuatrocientos treinta y nueve, y 
niños de ambos sexos mil quinientos noventa y ocho ^ Como la 
agricultura y otros trabajos estaban casi enteramente entregados 
á brazos serviles, el corto número de estos es la demostración 
más clara del atraso doloroso en que se hallaba aquella isla. 

No se desconocía por los hombres enteradidos la necesidad de 
fomentar la agricultura y el comercio de Cuba; mas para conse-r 
guirlo y dar vigoroKo impulso á la producción del azúcar, pedíase 
la introducción de negros. El que entonces se mostró más solícita 
sobre este punto fué el Ingeniero en Jefe D. Agustín Crame, pre- 
sentando al gobierno en 1768 un discurso político sobre la nece- 
sidad de fomentar aquella isla '. 



(1) Memoria sobre la isla de Puerto Rico, por el general D. Alejandra 
O'Reilly. 

(2) Discurso político sobre la necesidad de fomentar la isla de Cuba, acorné 



— 323 — 

Abrióse entonces .para ella y otras colonias nueva fuente de 
esclavitud. El café, planta originaria del Asia, ya cultivada en el 
Jardin Botánico de París, fué llevada á la Martinica por el francés 
Declieux en 1720. Comenzando á esparcirse, importóse en Puerto 
Rico, sin que podamos fijar el año en que esto aconteció, y de allí 
fué introducida en Cuba en 1768. La importancia que fué toman- 
do en ella su cultivo y la influencia que ejerció en aumentar el 
tráfico de negros, pues que estos fueron los únicos brazos que se 
emplearon en sus opulentos cafetales, merecen que nos detenga- 
mos algunos momentos en trazar sus orígenes en aquella antilla. 
Su introductor fué el Contador mayor de cuentas Don José An- 
tonio Gelabert^ quien la cultivó en su sitio el Ubajay, de donde se 
fué extendiendo por todo el partido, y después por el de Santiago^ 
Bejucal, y otros de la isla. Esta, empero, aun no producía á fines 
del pasado siglo la cantidad suficiente para su consumo, pues se 
Importaba de Puerto Rico; y en una lista que conservo de precios 
corrientes en la Habana, en 1790, veo que el café de aquella isla^ 
donde entonces se preparaba mejor que en Cuba^ se vendía á cin- 
co pesos la arroba; precio que bajó en 1793, variando según su 
calidad de doce á diez y seis pesos el quintal. 

Ya en 1795 hubo un cafetal nuevo situado en Arcos de Canasí 
que produjo sesenta quintales, los cuales se vendieron en la Ha- 
bana, adelantando al fomprador parte del precio, en catorce pe* 
sos cada uno. 

Con el laudable objeto de fomentar el café, el Consulado de la 
Habana ofreció prestar á cierto número de hacendados que á su 
cultivo se dedicasen, el valor de diez negros pagadero en varios 
plazos sin interés alguno. Con este auxilio se hicieron varios ca- 
fetales en la jurisdicción de la Habana, y el Consulado nombró en 
1797 á D. Pablo Boloix para que los reconociese, quien presentó á 
aquella corporación, en 22 de Marzo del mismo año, un informe 
del que aparece el estado en que se hallábanlos cafetales reco- 
nocidos. 

La Uoháy á diez y seis leguas barlovento de la Habana, situa- 
do en Canasí, en tierra negra, con diez y nueve esclavos y veinte 
mil plantas. 



panado de una breve descripción de sus principales pueblos, y plano de toda 
la isla. MS. de 64 fojas en folio inserto en el tomo 13, pág. 236 de la MÜée- 
tónca,^Colec. de Ayala, Biblioteca particular de la Reina Doña Isabel IK- ■■^'^ 



— 324 — 

Bella Vista, situado también en Ganasí, en tierra negra^ á diez 
y seis leguas barlovento de la Habana, con veinte] y ocho negros 
y treinta y seis mil matas. 

Los PlacereSy en el Ubajay, en tierra colorada, á cinco leguas 
al S. O. de la Habana, tenia doce esclavos y once mil ciento vein- 
te y cinco matas. 

Limones, situado en Guanajay, en tierra colorada, á doce le- 
guas al S. O. de la Habana, con treinta y nn negros y cincuenta 
mil matas. 

Las Virtudes, situado en Guanajay, eil tierra colorada, á trece 
leguas al S. O. de la Habana, con doce negros y diez y siete mil 
ochocientas veinte matas. 

4 Tales son los orígenes del café en la isla de Cuba, y de enton- 
ces acá, como todos saben, ha pasado por grandes vicisitudes ^. 

Había sido el más duro monopolio la política constantemente 
seguida por el gobierno espaQol desde el descubrimiento del Nuevo 
Mundo; pero á poco de haber subido al trono de España al prin- 
cipio del siglo xvni la estirpe de Borbon, empezó á conmoverse 
aunque inperceptiblemente el edificio levantado por sus predece- 
sores. Dióse el primer paso publicando el Real decreto de 1717, 
por el cual se declaró que Cádiz fuese el ubico puerto para el 
despacho de los buques mercantes que se enviasen á las Indias. 
Dejó pues Sevilla de ser desde entonces el^ cent|o universal del 
comercio entre ellas y España, porque la traslación á Cádiz de 
todos los negocios se verificó en el año de 1718. 

Hubo después otras innovaciones, siendo una de ellas el Real 
decreto de 20 de Octubre de 1720, el que no surtió efecto alguno 
por las restricciones de que fué recargado. 

Fundóse más adelante la Compañía áe Guipúzcoa por Real 
Cédula de 1728, á la que se permitió pudiese despachar registros 
á la provincia de Caracas desde el puerto de San Sebastian. Eri- 
gióse también la Compañía de Galicia en 1734, con facultad de 
enviar desde aquella provincia á Campeche dos registros anuales 
con objeto de importar palo de tinte, y permiso de vender en 
Veracruz el resto del cargamento que enviase* 

Por Real Cédula de Aranjuez, expedida por Fernando VI en 4 
de Mayo de .1755, fué aprobada la Compañía de Barcelona para 



(1) Saco, Colee, de papeles hisióricos ele. sobre la isla de Cuba, tom. I» 
págs. 368 y 369, edición de París 1858. 



— 325 — 

restablecer el comercio entre las islas de Santo Domingo^ Puerta 
Rico y la Margarita. Ella pretendió que se le diese en particular 
el asiento de negros; pero negósele esta solicitud, y en el artícu- 
lo í i de la mencionada Cédula se dijo: «Si pareciere enviar á las 
referidas islas, negros 6 algunas familias para el fomento y 
cultivo de las labranzas, tomaré resolución en las ocasiones que 
lo solicite la propia Compañía.» 

Suelen las desgracias dar provechosa enseñanza á quienes las 
sufren, y Esparía con la ocupación de la Habana por los ingleses 
recibió la más saludable lección , para el gobierno futuro de sus 
colonias. Luego que ellos se apoderaron de plaza tan importante, 
franqueáronla á todo el comercio británico; y los periódicos 
coetáneos de aquella nación refieren que en menos de un año 
que la dominaron, entraron por aquel puerto setecientos veinte y 
siete buques mercantes, importando mercancías inglesas y ex- 
portando productos indígenas. Este feliz ejemplo abrió los ojos 
de nuestros obcecados gobernantes, y por la ley arancelaria del --. 
2^ de Agosto de 1764, empezó Carlos III á romper las trabas 
que encadenaban el comercio de la metrópoli con sus colonias: 
y año memorable será en la historia mercantil del imperio 
américo-hispano el de 1765, pues por el Real decreto de 16 de 
Octubre, no sólo cesó el monopolio de la Real Compañía de la 
Habana, sino que además del puerto de Cádiz abriéronse otros 
nuevos. Para comerciar con las islas de Santo Domingo, Cuba, 
Puerto-Rico, Margarita y Trinidad, habilitáronse los puertos de 
Sevilla, Málaga, Cartagena, Alicante, Barcelgna, Santander, Gi~ 
joiKy la Coruña, aboliéndoso los derechos de palmeo establecidos 
en 1720, los de tonelada, de imposición que se pagaban al se- 
minario de San Telmo en Sevilla, los de extranjería, de visitas y 
reconocimientos de carenas, habitaciones y licencias para na- 
vegar, y demás gastos que les causaban las formalidades que 
tanto entorpecían el comercio. Estas acertadas providencias, 
aunque parciales, comenzaron á dar nueva vida á los negocios 
mercantiles, pues redundaban no sólo en beneficio de España 
sino de América, siendo Cuba uno de los paises que más ven- 
tajas sacaron. 

Antes de tomar ifS^ ingleses á la Habana en 1762, hallábase 
todavía la isla de Cuba en muy deplorable estado. La exportación 
anual de sus producto3 era entonces algunos millares de cueros 
al pelo, veintiún mil arrobas de azúcar, y unas treinta mil de ta- 
bacOj que aun era el fruto predominante de ella; consistiendo sus 



~ 326 — 

importacioDes en tres buques ó cargamentos qae iban anualmente 
de España con efectos europeos á la Habana ^. 

A la sombra de las providencias ya mencionadas y de otras pos- 
teriores hizo Cuba tan rápidos progresos, que en 1780 exportó 
mucho mayor número de cueros, poco más ó menos la misma 
cantidad de tabaco^ pues su cultivo ya habia empezado á menguar 
por el de la cana, bastante aguardiente^ melaza y cera, algún 
café, y casi un millón de arrobas de azúcar; producto de cuatro— 
cientos ochenta ingenios y trapiches. Habia además novecientos 
ochenta y dos hatos de ganado mayor, seiscientos diez y siete 
corrales para criar cerdos, trescientos cincuenta potreros para 
ceba de animales, mil ochocientos ochenta y un sitios de labraa- 
zas^ y cinco mil novecientas treinta y tres estancias de labor. De 
todas estas fincas pertenecían a la sola, jurisdicción de la Habana 
ciento sesenta y nueve ingenios, ciento noventa y dos hatos con 
más 4^ doscientas mil cabezas de ganado vacuno, tres mil ocho- 
cientas treinta y seis estancias; doscientos veinte y cuatro corra- 
les, ochenta potreros y cuatrocientos noventa y un sitios. Para 
la exportación de sus frutos necesitaba la isla de ciento veinte mil 
toneladas que España no le pedia proporcionar; y el movimiento 
comercial de la Habana en el referido año de 1780 ascendió á 
noventa y un buques procedentes de España^ y á ciento setenta 
y cinco de varios paises de América, ó sea un total de doscientos 
sesenta y seis, sin contar tres buques con negros esclavos *. 

Su población habia crecido también, pues según el primer cen - 
so que se hizo en elja en 1774 y 75 bajo el gobierno del Marqués 
de la Torre, ascendieron todos sus habitantes á ciento setenta yun 
mil seiscientos veinte. De este número fueron blancos de ambos 
sexos noventa y seis mil cuatrocientos cuarenta; libres de color, 
varones y hembras, treinta mil ochocientos cuarenta y siete; y ne 
gros y mulatos esclavos de ambos sexos cuarenta y cuatro mil tres- 
cientos treinta y tres. En mi concepto, el total de estos era ma- 
yor, porque necesariamente hubieron de cometerse muchas omi- 
siones por la inexperiencia y descuido de los empleados en la 
formación de aquel censo. 



(t) Antiguos Begistros de la Real Compañía de la Habana. 

(2) Noticias de la primera Guia de forasteros publicada en la Habana en 
1781 é impresa en la oficina de la Capitanía General á cargo de D Francisco 
Seguí. — Véanse las Memorias de la Sociedad Patriótica de la Habana, número 
79 perteneciente á Sílayo de 1842, tomo 14. 



— 327 — 

Natural era que España y las otras naciones que tenían negros 
esclavos en sus colonias americanas, procurasen retenerlos bajo 
su dominación. Así como desertaban con frecuencia soldados 
de la isla de Puerto-Rico á las dinamarquesas de Santa Cruz, 
Santo Tomás y San Juan, y los soldados de estas á aquella, lo 
mismo bacian los esclavos pertenecientes á los subditos espano- 
Jes y dinamarqueses. 

Para remediar semejante estado, ajustóse en 21 de Julio de 1767 
una convención entre las coronas de España y Dinamarca, para la 
mutua restitución de esclavos y desertores en las referidas islas. 
Y omitiendo lo relativo á estos últimos porque no es del caso, li- 
mitaréme á mencionar los artículos concernientes á los primeros. 

Todos los esclavos negros y mulatos que se fugasen de las islas 
mencionadas y se acogiesen á ellas, podian ser reclamados por 
sus amos ante el Gobernador de la isla adonde se hubiesen 
acogido, en el término de un ano contado desde el dia de su fuga; 
pero pasado éste, el amo perdia el derecho de reclamar el esclavo 
ó esclavos, bien que éstos no quedadan libres, sino que pertenece- 
rían al soberano de la isla adonde se hubiesen refugiado. 

Hecha la reclamación en tiempo oportuno ante el Gober- 
nador de la isla, éste debía dar las órdenes más eficaces para 
prender al prófugo y entregarlo á su dueño, con tal que éste pa- 
gase á razón de un real de plata diario por el tiempo que se hu- 
biese dado de comer á su esclavo desde el dia que se le cogió, y 
y veinticinco pesos fuertes por cada uno para gastos de su prisión 
y remunerar á los que hubiesen tenido parte en ella. 

Ninguno de los esclavos restituidos había* de ser castigado des- 
pués de su entrega con pena de muerte, mutilación de miembro, 
prisión perpetua ni otro de los castigos semimortales por el delito 
de fuga, ni por otro alguno, á menos de ser de los mayores, en 
cuyo caso se debía especiñcar al reclamarle. 

Si el esclavo delinquía, no podía ser entregado al amo sino 
después de haber satisfecho la justicia local; y si el delito era de 
robo ó deudas, el amo, antes de recibir el esclavo, debía pagar 
su importe: y para impedir responsabilidades de esta naturaleza^ 
.mandóse que se. publicase un edicto en una y otra parte, prohi- 
biendo qne los esclavos tuviesen facultad de contraer deudas en el 
tiempo de su fuga ni en el de su detención. 

Los esclavos que pasasen de las islas dinamarquesas á las espa- 
ñolas y antes de ser restituidos hubiesen mudado de religión ha- 
stiándose católicos, podían con toda seguridad profesar su culto. 



— 328 — 
Aquí es de observar qne la conveDcion nada dice acerca del caso 
en que ^1 esclavo católico abrazase la religión que se profesaba 
en las islas dinamarquesas; lo que indica la intolerancia del go- 
bierno español en aquellos tiempos. 

Interrumpiendo por un momento el orden cronológico en gra- 
cia del enlace de la materia, mencionar debemos ahora otra con- 
vención semejante entre España y Holanda. Movidos estos dos 
gobiernos de la3 reiteradas quejas do sus respectivas colonias en 
América, y deseosos de cortarlas de raíz, firmaron á 23 de Junio 
de 1791, una convención para restituirse mutuamente los deser- 
tores y esclavos fugitivos de sus colonias americanas. El artículo 
primero dice: «Se establece la restitución recíproca de los fugiti- 
vos blancos ó negros entre todas las posesiones españolas en Amé- 
rica y las colonias holandesas^ particularmente entre aquellas en 
que las quejas de deserción han sido más frecuentes, á saber, en- 
tre Puerto -Rico y San Eustaquio^ Coro y Curazao, los estableci- 
mientos españoles en el Orinoco y Esequibo, Demerary, Berbices 
y Surinam.» 

Debían los amos hacer la reclamación de sus esclavos ante el 
jefe gobernador de la colonia dentro de un año contado desde el 
día de su fuga, pues pasado este tiempo no habia ya lugar á recla- 
mar los negros ó negras, los cuales pertenecerían desde entonces 
al soberano de la colonia á que se habían refugiado. 

Hecha la reclamación^ el jefe gobernador i^i^bia tomar las me- 
didas más eñcaces para el arresto de los esclavos y para entre- 
garlos después de presos á sus dueños, los cuales pagarían á ra- 
zón de un real de plata al día por la manutención de cada uno 
desde aquel en que se les prendió, y además una gratiñcacion de 
veinticinco pesos fuertes por cada esclavo para atender á los gas- 
tos de su prisión y recompensar á los que hubiesen contribuido á 
ella. 

Estipulóse también que los negros ó negras fugitivos no pudie- 
sen ser castigados á su vuelta por causa de su fuga con pena ca- 
pital, mutilación, prisión perpetua ni otras penas, á menos que 
además de la fuga fuesen reos de otros delitos que por su natura- 
leza y calidad mereciesen pena de muerte, en cuyo caso deberían 
hacerlo presente al tiempo de reclamarlos. 

Si en los parajes donde se hubiesen refugiado los negros ó ne- 
gras prófugos, hubiesen cometido algún delito digno de castigo, 
los jueces de aquellos lugares entenderían en la causa^ y no res- 
tituirían los esclavos sino después de dejar la justicia satisfecha. 



— 329 — 

Si hubiesen cometido algún robo^ no se entregarism hasta que sus 
amos hubiesen pagado el valor de él; y para que no se tratase 'de 
las deudas que los fugitivos hubiesen podido contraer, estipulóse 
que ambas potencias publicasen un edicto declarándolos incapaces 
de contraerlas durante su fuga ó su prisión. 

A fin de que la religión no sirviese de pretexto ni motivo para 
rehusar la restitución^ los esclavos fugitivos holandeses que du-> 
rante su residencia en las colonias españolas hubiesen abrazado la 
religión católica, convínose que pudieran perseverar en ella á su 
vuelta á las colonias holandesas en donde gozarían, sin ser moles* 
tados, de la libertad de culto establecida por el gobierno holandéé 
en todos sus dominios. 

El francés Don Francisco Le Negre de Mondragon presentó 
al Rey de España en 1769 un proyecto de población para la 
isla de Santo Domingo, obligándose á introducir en ella en doce 
años doce mil colonos blancos católicos^ que serian alemanes^ 
flamencos, suizos é italianos, y doce mil negros exentos de todo 
derecho á su importación. En cuanto á estos, propuso que todo 
el que fuese condenado á galeras se destinara á las obras del 
Rey^ pagando este al amo Ib mitad de lo que le habia costado^ y 
sí condenado á muerte, el mismo precio. Para su examen pasó 
este proyecto al Consejo de Indias por Real Orden de 21 de Agos* 
to de 1769; y en virtud de sus acuerdos en 23 de Agosto y 12 
de Setiembre del mencior\§do año, la Contaduría General informó 
en Madrid á 22 de Diciembre del dicho año, que el proyecto de 
Le Negre no debía admitirse, como efectivamente no se admitió, 
pues el gobierno español no estaba dispuesto á permitir la intro- 
ducción de extranjeros en sus dominios de América. 

El Marqués de Gasa Enrile, vecino de Cádiz, celebró contrata 
con el gobierno en 1773 para introducir negros en la Habana, y 
cuando cesó en 1779, había ya importado en aquella ciudad ca* 
torce mil ciento treinta y dos esclavos. 

Deseando Carlos III romper algunos eslabones de la cadena 
que arrastraba el comercio de las Indias, expidió en el Pardo la 
Real Cédula de 16 de Enero de 1774, alzando en los cuatro reinos 
del Perú, Nueva España, Guatemala y Nueva Granada, la prohi- 
bición de comerciar entre sí por la mar del Sur. Esta Cédula no 
sólo favoreció el comercio general entre aquellos cuatro reinos, 
sino también el de los negros africanos sin necesidad de acudir 
al contrabando. 

En 1776 una compañía española presentó al gobierno un pro- 



— 330 — 
yecto para colonizar terrenos incultos y realengos en las inme- 
diiBiciones de la habia de Ñipe, una délas mejores situadas en la 
costa septentrional de Cuba. 

Pedia la compañía que se le diesen gratuitamente tierras rea* 
lengas con perpetuidad para ella y todos sus herederos; que para 
los trabajos agrícolas se le permitiese por diez ó más años intro- 
ducir de África libres de derechos todos los negros necesarios 
para el rompimiento y labor de las tierras; que para no perju- 
dicar al actual asentista, la licencia y franquicia concedida á la 
compañía fuese sola y únicamente para el uso y servicio de los 
ptropios pobladores, sin poderlos vender ni enagenar por pretexto 
alguno á otro individuo que no fuese actualmente socio ó depen- 
diente de la misma compañía, so pena de que cayesen en comiso; 
que mientras los terrenos concedidos á la compañía no diesen 
cosechas suñcientes para mantener á sus dependientes y negros 
de los pobladores, se le permitiese importar libres de derechos 
por cierto número de años, el arroz y harinas indispensables 
para su manutención; que igual exención de tributos se le conce- 
diese respecto de todas las herramientas y utensilios que de 
España se introdujesen para el desmonte de los bosques y otros 
trabajos de la agricultura; que las poblaciones que se hicieran se 
compondrían de españoles, criollos, canarios, indios y negros, 
conformándose á lo dispuesto por las leyes de Indias; que se exi- 
miese á los pobladores de pagar diezm^^s ú otros derechos ó tri- 
butos durante el tiempo de diez años por el producto de los ter- 
renos nuevos que desmontasen ó beneficiasen de cualquier es- 
pecie que fuesen; y que á los pobladores se les permitiese por 
diez años la exportación á España, sin pagar derecho alguno, de 
las maderas de sus tierras y de todos los demás productos de 
ellas. 

Estas y otras cosas pidió la compañía S pero todo se quedó ea 
proyecto; y doloroso es contemplar que habiendo corrido de 
entonces acá más de un siglo, el puerto de Ñipe, uno de los me- 
jores del mundo, se halle todavía abandonado. 

Un año después nos encontramos con el tratado definitivo de 
partición de la isla de Santo Domingo entre España y Francia, 
celebrado en Aranjuez el 3 de Junio de 1777. Ya antes se hablan 
hecho otros entre las dos naciones, y por falta de claridad y pre- 



(1) Véase el apéndice numere 11 



; — 331 — 

i 

cisión en las l.jonteras señaladas, hubo controversias y frecuentes 
hostilidades. A ponerles término vino el tratado que pasamos á 
describir. 

La linea de demarcación de los limites empezó en la costa del 
Norte de esta isla, en la embocadura del rio Daxabon ó Massacre 
(Matanza)^ y terminó en la costa del Sur^ en la embocadura del 
rio Pedernales de los Anses-á-Pitre, habiéndose levantado en las 
riberas de ambos rios diversas pirámides para mejor determinar 
las fronteras. 

Con igual fecha se hizo otro tratado de policía entre las cortes 
de Francia y España concerniente á sus subditos respectivos en 
la isla de Santo Domingo; y en cuanto á los esclavos de las dos 
naciones, estipulóse que serían restituidos luego que fuesen re~ 
clamados por el empleado encargado de esta comisión. En caso 
de dudarse si el negro era francés ó español, permanecería preso 
hasta que se probase la propiedad^ pero á expensas de la nación 
que lo hiciera prender, la cual pagaría para su alimento un es- 
calino ^ por día hasta su entrega. A la nación que hiciese la cap- 
tura debia pagarse además doce piastras gordas por cada esclavo, 
sin contarlos gastos de . conducción que se regularían por los 
que pagaban los soldados ó marineros desertores. 

Respetando los vínculos del matrimonio, pactóse que los escla- 
vos casados permanecerían en la nación donde hubiesen contraído 
el matrimonio, bajo la condición que se pagaría su valor según 
el precio que se fíjise por el empleado encargado de retirarlos y 
por otro empleado destinado al efecto por la nación á que debe- 
rían pertenecer los esclavos. Los hijos nacidos de estos matrimo- 
nios seguirían la suerte de su madre y serían igualmente tasados 
por arbitros, cuyo precio sería pagado al propietario de la madre. 

Como de la celebración de tales matrimonios podían nacer algu- 
nos abusos, mandóse, para evitarlos en lo posible, que el arzobis- 
po de la dicha isla, lo mismo que los jueces eclesiásticos, curas 
y otros á quienes correspondiese, pusiesen toda la atención nece- 
saria antes de celebrar semejantes matrimonios, ^ara que no hu- 
biese fraude de parte de los contrayentes. 

Otra de las disposiciones fué la que transcribo literalmente: 

«Respecto de los esclavos que alegaren por pretexto de su fuga 
la persecución de la justicia por algún crimen que hubiesen come- 



(1) El escalino valia la octava parte de una piastra gorda. 



— 332 — y 

tiáo, y que pretendiesen en consecuencia no deber Mr entregados^ 
seránio sin embargo; pero el Gobernador genersl de la nación 
que los reclamare dará au caución juratoria de recono^^er, relativa- 
mente al delito, el asilo de la corona bajo cuya protección ellos 
se hubiesen acogido, y se comprometerá á que no sean castigados 
par este delito, á menos que no sea un crimen atroz ó de los 
que estén exceptuados por los tratados y por el consentimiento 
general de las naciones: aquellos que no se hallaren en el caso de 
la excepción, podran solamente, si la seguridad pública lo exige, 
ser entregados fuera del pais en provecho de sus amos, ó ser 
destinados á las obras públicas, y pagándose por su captura y 
conducción el mismo precio y los mismos gastos ya fijados.» 

Gomo los franceses hablan siempre acostumbrado vender legal- 
mente los negros de los habitantes españoles que pasaban á su 
territorio después de tres meses de detención, si no eran recla- 
mados dentro de este tiempo, y que pasado el año de la venta ya 
no podian ser reclamados, pactóse por el articulo segundo del 
tratado que esta costumbre seria enteramente abolida; que se 
darla aviso al empleado español más cerenno para que retirase 
los dichos negros tránsfugas, y que entre tanto fuesen alimenta- 
dos en la prisión, cuyos gastos deberían ser pagados por la na- 
ción propietaria. 

Obligáronse los dos gobiernos á proteger los empleados encar- 
gados de recoger los esclavos fugitivos, c^mo si fuesen nacionales; 
y para el buen cumplimiento de sus íunciorfes permitióseles la 
entrada en las prisiones cada vez que lo pidiesen^ pudiendo depo- 
sitar en ellas para más seguridad á los esclavos prófugos. 

Declaráronse nulas en adelante todas las ventas de esclavos si 
los compradores no estaban provistos de un certificado que pro- 
base la propiedad del vendedor; y el esclavo vendido', en caso de 
reclamación, sería restituido á expensas del mal adquiridor, ó de 
aquel en cuyas manos se encontrase. En caso de muerte del refe- 
rido esclavo, se pagarla su valor según el precio que costó. Los 
ladrones de esciavos deberían ser respectivamente entregados á 
los comandantes que los reclamasen, dando estos la prueba del 
hurto cometido y también caución juratoria de que no sufrirían ni 
pena de muerte ni mutilación. 

Para impedir en lo posible la fuga de los negros á las montañas 
escarpadas, ^n donde se propagaban por la libertad que en ellas 
tenían, perjudicando no sólo á los amos de ambas naciones sino 
comprometiendo la pública tranquilidad, convínose para privarlos 



\ 
\ 



— 333 — 

de aquel asilo que ambos gobiernos contiauaran persiguiéndolos 
por las montañas fronterizas, poniéndose de acuerdo^ cuando el 
caso lo exigiese, para hacer esta especie de batida ó pequeña 
guerra con mejor resultado; que los negros cimarrones que fuesen 
cogidos por alguna de las dos partes serian entregados indistinta- 
mente á la justicia de la nación que hubiese hecho la captura, y 
se destinaran á los trabajos públicos, Ínterin llegaba la reclama- 
ción de sus dueños, la cual deberla hacerse- en el transcurso de 
un año contado desde el dia de la captura del esclavo, en euyo 
término deberla su presunto amo justificar su propiedad, y cum* 
plido este requisito le seria entregado; bien entendido que el 
dicho amo deberla pagar por los gastos de la captura y manteni- 
miento del esclavo en la nación vecina la suma que se determi- 
nara, y en que convendrían desde luego los dos comandantes 
francés y español por un instrumento que se considerarla como 
parte de este tratado, para que sirviera de regla general impi- 
diendo dudas ó recursos arbitrarios: pero si después de haber 
transcurrido dicho año no hubiera ninguna reclamación ni justiñ- 
cacion de propiedad en buena forma, entonces el esclavo pertene- 
cería de derecho á la nación que lo hubiese capturado, la cual 
dispondría de él soguu sus leyes particulares, asi en la parte 
penal con respecto á la expiación de sus crímenes como en la 
parte que pudiera (|vore«er relativamente su libertad. 

Conociendo el gobierno español la necesidad de esclavos en que 
estaban sus colonias, pues depaudia absolutamente del extranjero 
para abastecerlas, trató de adquirir posesiones en el occidente afri- 
cano; y por el articulo trece del tratado que celebró con Portugal 
en 24 de Marzo de 1778, aquella nación le cedió las islas de An- 
nobon y Fernando Po. España tomó posesión solemne de ellas; 
pero como dice el Consulado de la Habana, «fueron infructuosos 
los deseos de nuestro soberano y los gastos que entonces se hi- 
cieron para establecer factorías españolas en q|¡uelios parajes. 
Nuestros comerciantes no entendían aun sus intereses, y dejaban 
la trata de negros en manos de los mismos extranjeros^ que no 
eran entonces menos fílantrópicos que ahora, pero que obraban 
por otros cálculos ^» 



(1) Representación del Consulado de la Habana en 21 de Octubre de 1818, 
dirigida al Gobierno de España, pidiendo la revocación del tratado para abo- 
lir el tráfico de esclavos celebrado con Inglaterra en Setiembre de 1817. 



— 334 — 

No faltaron advertencias y consejos para que las cosas pasasen 
de distinta manera; y registrando yo algunos manuscritos relati- 
vos á Indias que existen en la Biblioteca del Museo Británico de 
Londres, he encontrado algunas observaciones dignas de la aten- 
ción del lector. 

Allí se dice, que de todos los establecimientos de la costa de 
África (exceptuando los grandes en que se trabaja de tres siglos á 
esta parte, y en que ^e han consumido Inñnilo número de hom- 
bres), ninguno puede ser tan útil como el que el Rey de España 
piensa formar en las islas de Annobon y Fernando Po. Estas nun- 
ca deben considerarse como capaces de gran población, ni menos 
como factorías sujetas al comercio de compradores que. se perjudi- 
can unos á otros, y que sólo en los navios pueden guardar los ne- 
gros que compran, de donde se origina la muerte de éstos y la 
ruina de los caudales que se emplean en aquel tráfico. 

Será dicho establecimiento un depósito y una escala segura que 
facilitará tres beneficios: 1.** Tener con segundada los negros ya 
coiftpradosy conservando y restaurando la salud de ellos hasta que 
se hallen en estado de embarcarse: 2.® Comprarlos de primera 
mano á los traficantes á menos precio, porque éstos pueden darlos 
más baratos vendiéndolos sin tanto riesgo y gastos de conducción 
y mantenimiento: 3.<* Dirigirlos á América en buques españoles, 
sin peligro de que se haga - contrabando, y conseguirse con el 
tiempo que sea preferida la misma nación española, para la venta 
de negros, á las otras naciones que comercian sólo en factorías. 

Para lograr estos fines es preciso construir en las mismas islas 
de Annobon y Fernando Po las casas necesarias para los depen- 
dientes y demás habitantes europeos, esto es, casas más á propó- 
sito para precaverse de las injurias del clima. Respecto de los ne- 
gros^ bastan aquellas que se usan en el África misma, y vienen á 
ser una especie de tabiques formados de las maderas del país y 
cubiertos de barco, lo cual es de cortísimo dispendio. 

En cuanto á los negros de armazón, esto es, los que se com- 
pran para embarcar, es necesario casa más segura y libre del pe- 
ligro de incendiarse, porque como están muy juntos, son muy tor- 
pes y fuman continuamente, deben tener casa fuerte y preservada 
de este peligro, siendo conveniente que dicha casa esté en el cen* 
tro de un gran cercado de altas paredes en que puedan trabajar 
suavemente lo necesario para conservar las fuerzas, cultivando 
las hortalizas ó plantas á que estén habituados y que les sean úti- 
les. Estas plantas de las islas deben reducirse á lo que simple- 



— 335 — 
mente sea necesario para el sustento de los mismos negros, que 
consiste en el millo ó maíz y harina vulgarmente llamada de pao 
en portugués, cuyas plantas primeras se pueden traer de la isla y 
continente inmediatos. Asimismo es necesario tener pesca'dores y 
también negros prácticos en el método de curar y medicinar al 
modo del país. Para lo cual si se exceptúan algunos purgantes, de 
nada sirven los remedios de botica de Europa, y sólo sí los que 
ellos conocen y son propios del país y adecuados á las enfermeda- 
des más comunes en él. 

Los negros de todas las regiones situadas al norte del ecuador 
son más bravos que los otros que están al sur; y por esta causasen 
más á propósito los primeros para minas y los segundos para agri- 
cultura. Estos requieren menos cuidado en su conducción; aque- 
líos por lo común van siempre afianzados y en la bodega del na* 
vio. Con todo, á excepción de algunos, si se embarcan juntos de 
diferentes naciones y lenguas, se consigue preservarlos del peli- 
gro de que se subleven, aunque la mayor parte de ellos vaya 
suelta. 

El mejor medio para lograrlo es comprar libremente todos los 
que las naciones europeas vayan á ofrecer; bien que hay también 
el de construir embarcaciones á propósito para hacer aquel co- 
mercio en toda la costa del norte y del sur de las islas. Pero ni 
esta operación se pjjede l^cer de repente, ni pensar en ella mien- 
tras no haya los establecimientos competentes, porque seria ar- 
riesgarse á perder lodos los negros si no se tuviese preparado de 
antenfano lo necesario para curarlos y conservarlos á causa de los 
climas, lo que requiere tiempo, pues conviene no emprender todo 
de una vez. 

El primero y mayor cuidado ha de ser el de tener un goberna- 
dor menos soldado que político, esto es, que esté dotado de un es- 
píritu creador, que no se acongoje por el clima, y que trabaje 
siempre de dia y de noche para llegar al ñn. La ^rta guarnición 
que habrá de tener después de hecho el establecimiento, ha de 
constar de gente de las provincias más ardientes y secas de Es- 
paña. 

En Portugal se ha experimentado que los extremeños y los na- 
. turales que habitan hacia el Algarbe- son los que resisten más. 
Estos soldados no deben estar precisados á un servicio riguroso 
como en Europa, pues sólo sirven en primer lugar para la policía 
del país, y en segundo para que ellos' mismos sean colonos^ pue- 
dan casarse y trabajar en los diferentes oñcios en que tuvieren aU 



— 336 — 
guDa inteligencia^ porque esta es la gente útil. Los «atúrales son 
flojos y no sirven de nada. 

En orden á fortificar basta un fuertecillo que contenga á los ha- 
bitantes negros/ hecho de fagina y tierra, con algunas piezas de 
nrtillería inútiles en Europa; sin que se requiera mayor defensa 
contra los negros^ porque una vez que se les ha sujetado, están 
siempre seguros y sirven fielmente en los mismos hierros que les 
privaron de la libertad. En concepto del autor anónimo dé quien 
he tomado estas noticias, el punto principal es hacer con brevedad 
los dos fuertes en las dos islas, lo cual es obra de muy poco gas- 
to, luego las casas de primer establecimiento, y sucesivamente las 
embarcaciones pequeñas para el comercio de la costa y para la 
pesca de las armazones. Gomo la corte de Portugal ha ofrecido que 
los espaíloles tendi'án en las islas de Santo Tomé y del Príncipe 
cuanto necesiten á moderados precios, siempre que seenvieo allí 
sujetos hábiles y que no se arredren por el clima, se arreglará 
todo felizmente en breve tiempo. 

No sera difícil á España alcanzar la preferencia en los puntos 
del comercio de negros sobre todas las naciones, porque pudíendo 
lener el tabaco del Brasil de primera mano, y fabricar en Catalu- 
ña los efectos de algodón groseros y más ordinarios que alli sir- 
ven, ya se vé que saldrán más baratos que los que los holandeses, 
ingleses y franceses sacan de la India [^ra el mismo comercio, 
y por consecuencia sin que los españoles paguen los negros á ma- 
yor precio que el común, vendrán á dar por ellos más que aquellas 
naciones. Además de que, si los españoles los pagasen en lar costa 
de Guinea ahora en los principios al mismo precio que los paga- 
ban tomándolos de segunda mano á los europeos, seguramente 
harian quebrar á todos éstos, porque no podrían sacar el lucro que 
necesitan de un tráfico tan arriesgado y difícil. 
' Para que se conserven los blancos, es preciso que estén bien 
alimentados y vivan con comodidad, porque la experiencia acre- 
dita que los mejor tratados resisten más, y por eso debe procu- 
rarse que los soldados coman siempre cosa caliente de cocina tres 
veces al dia. 

Un siglo há que España adquirió las islas de Annobon y Fer- 
nando Po, y aunque la última por su inmediación á las bocas del 
Níger está ventajosamenle situada para comerciar con el interior 
de África, todavía no ha sacado de ellas más provecho que la sa- 
tisfacción de decir que están bajo su dominio *. 

li) Véase el apéndice DÚmero 12. 



— 337 — 

Más eficaces y de mayor trascendencia fueron para fomentar la 
prosperidad de las colonias del Nuevo|Mundo y el comercio de es- 
clavos en ellas, los Reales decretos expedidos el 2 de Febrero y 
el 12 de Octubre de 1778. 

Por el primero amplióse á* la provincia de Buenos-Aires, Perú 
y Chile la permisión concedida á algunos puertos de España ya 
mencionados en el Real decreto de 1766 para que comerciasen 
con las Islas de Barlovento. Por el segundo, se dijo en el artículo 
cuarto; «Tengo habilitados en la Península para este libre comer- 
cio á Indias los puertos de Sevilla, Cádiz, Málaga, Almería, Carta- 
gena, Alicante, Alfaques de Tortosa, Barcelona, Santander, Gijon 
y Coruña, y los de Palma y Santa Cruz de Tenerife en las islas de 
MalForca y Canarias, con arreglo á sus particulares concesiones, en 
las que únicamente se permite á los naturales de ellas embarcar 
«a sus registros las producciones y manufacturas propias de las 
mismas islas, con absoluta prohibición de conducir géneros ex<- 
tranjeros, á menos que vengan sus embarcaciones á tomarlos en 
algunos de los puertos babilitados de Espafia. 

Respecto de los dominios de América, señaláronse en el mismo 
decreto de 12 de Octubre de 1778 como puertos de destino para 
las embarcaciones de este comercio San Juan en Puerto-Rico; la 
ciudad de Santo Domingo; Santiago de Cuba; Trinidad, Batabanó y 
la Habana en la isla de Cuba; las dos de Margarita y Trinidad; 
Campeche en laf rovincía de Yucatán; el golfo de Santo Tomás de 
Castilla y el puerto de Omoa en el reino de Guatemala; Cartagena, 
Santa Marta, Rio de la Hacha, Portobelo y Chagre en el de San- 
ta Fé y Tierrra- Firme, (exceptuando por entonces los de Vene- 
zuela, Cumaná, Guayana y Maracaybo concedidos á la Compañía 
de Caracas sin privilegio exclusivo); Montevideo y Buenos-Aires 
eael rio de la Plata; Valparaíso y la Concepción en el reino de 
Chile; y los de Arica, Callao y Guayaquil en el reino del Perú y 
costas de la Mar del Sur. 

Bryan Edwards, en su Historia de las Antñlas S dice que el 
contrabando habia decaído mucho á causa del Real decreto ó 
Reglamento del 12 de Octubre de 1778. Esta aserción tomada en 
sentido general, es inexacta, porque no permitiendo aquel regla- 
mento ningún comercio á los extranjeros con los países hispano- 
americanos, y no pudiendo las manufacturas ni la navegación de 
los españoles entrar en competencia con las de los ingleses, bien 
pudieron estos haber continuado »su antiguo contrabando con 
Nueva España y Cuba. En tres millones de pesos calculábase el 

22 



— 338 — 
que con esta isla hacia la inglesa de Providencia; y el célebre ha- 
banero Don Francisco Arango y Parreño, de quien tendré muchas 
veces que hablar, asegura que en los primeros veintidós dias del 
año de 1795 en que por comisión régfa visitó á Jamayca, vio 
entrar en la ciudad de Kingston^ sólo de la Habana^ tres buques, 
de los cuales, el que menos, llevaba veinte msrcaderes y cuarenta 
mil pesos. Edwards escribió su historia antes de la revolución 
francesa á ñnes del pasado siglo; y como el Guarico en la isla de 
Santo Domingo había prosperado tanto^ los contrabandistas de 
Cuba que eran españoles europeos, preferían entonces aquel 
mercado, porque en é| hallaban con más baratura y más al gusto 
de sus consumidores los principales artículos de su consumo, que 
consistían en lienzos, sedas, alhajas y modas francesas. «Por esa 
rivalidad, dice, juiciosamente Arango, y no por nuestro Regla- 
mento, había decaído el contrabando inglés; pero en la actualidad 
que no tiene competidor, hace lo que nunca pensó.» - 

Fenecida que hubo en 1779 la contrata del Marqués de GasaEn- 
rile, el gobierno concedió á varios españoles y extranjeros algu- 
nos permisos para introducir negros en la Habana en 1780; pero 
los progresos de este tráfico fueron atajados por la nueva guerra 
que estalló entre Francia y la Gran Bretaña, y á la que contra sus 
intereses fué también arrastrada España, favoreciendo la indepen- 
dencia de las provincias británicas llamadas después Estados Uni- 
dos del Norte-América. Que Francia huoiese protegido aquella 
independencia con sus ejércitos y escuadras, Francia^ sobre no 
tener ya mucho que perder en América, deseaba vengarse de 
Inglaterra por la pérdida del Canadá en 1760; pero que España 
cuando era señora de la mayor parte del Nuevo Mundo favoreciese 
aquella insurrección y diese ella misma á sus inmensas colonias 
ejemplo tan peligroso, fué un error de tanta gravedad, que el 
Conde de Aranda vaticinó desde entonces con espíritu profético 
las fatales consecuencias que contra España habían de resultar. * 

Novedad impoifante acaeció entonces en el comercio de las 
posesiones américo-híspanas. El Gobierno manifestó al Consejo 
de Indias en 13 de Febrero de 1783, que había concedido á sus 



(t) Expediente instruido por el Consulado de la Habana en 1808 para 
fomentar la agricultura y comereio. 
Observaciones á la nota núm. T. 
(2) Véase el informe del Conde de Aranda en el apéndice numero 13. 



— 339 — 

subditos de América, con excepción de las provincias del Rio de 
la Plata, Chile y el Perú, la facultad de proveerse de negros de 
las colonias francesas mientras durase la guerra que ardía entre 
Inglaterra y España. Todas fas importaciones debian hacerse por 
el puerto de la Habana en buques españoles ó neutrales, pagando 
por el dinero que se exportase para las expediciones un derecho 
de nueve por ciento, y por cada negro introducido una capitación 
que variaba de veinte y seis á cuarenta pesos, según la calidad 
de los esclavos. 

Señora España de la Luisiana y en estrecha alianza con Fran- 
cia, la Real Cédula de 22 de Enero de 1782 permitió que por 
diez años contados desde Ip paz que se hiciese entre estas dos 
potencias y la Gran Bretaña, las naves de los subditos españoles 
ó de la colonia de Nueva Orleans, empleadas len expediciones 
mercantiles para ella y Panzacola, pudiesen salir directamente 
con sus cargamentos desde los puertos de Francia en donde hu- 
biese cónsules españoles, y regresar en derechura á los mismos 
con los frutos y peleterías de la Luisiana y Florida occidental. 
Permitióse también por la dicha Real Cédula que aquella colonia 
pudiese comerciar directamente en ciertos casos con otras fran- 
cesas^ para introducir negros en ella. 

A pesar de esto, los ingleses hablan obstruido el comercio de 
negros en los paises^ispano-americanos. Para remediar este 
mal, el gobierno de Carlos III concedió á varías casas españolas 
y francesas licencias para introducir negros durante los años de 
1783 y 1784, habiendo pasado de quince mil los entrados en 
Cuba. 

Hecha al fin la paz entre las potencias beligerantes, cesó el 
permiso concedido á los buques neutrales ; y á los españoles 
que hubieran de continuar en el tranco, rebajáronse los derechos 
por cada negro introducido á nueve pesos, y al seis por ciento 
por el dinero exportado. ^ 

Prosiguiendo en esta historia el curso de las contratas para la 
provisión de negros^ la pluma tropieza aquí con un embarazo 
que no la deja correr libremente. Por un lado aparece la contrata 
que Aguirre Arístegui y Compañía renovaron con el Gobierno 
en 1773 para que continuase con nuevas concesiones hasta 
1779.. Por otro, se presenta la contrata del marqués de Casa 
Enrile, en virtud de la cual importáronse en la Habana catorce 
mil ciento treinta y dos negros en los seis años corridos desde 



/ 



— 340 — 

1773 á 1779*. Y por último, un autor inglés * dice que csbal- 
mente en ese periodo los ingleses hicieron un asiento con una 
compañía de negociantes españoles para surtir de negros á las 
colonias. Todas estas contratas eiistieron simultáneamente; y 
según las noticias que he podido recoger^ la compañía española 
que trató con los ingleses fué la misma de Aguirre Aristegui, 
quien se dirigió á ellos para que le suministrasen los negros que 
necesitaba. En cuanto á la contrata de Gasa Enrile, sábese que 
fué un privilegio especial para introducir negros, no en toda la 
América, sino tan sólo en Cuba por el puerto de la Habana. 

Los ingleses que trataron con la compañía española, tuvieron 
en esta ciudad un agente general que fletaba buques españoles 
para sacar negros de las antillas extranjeras,' y principalmente de 
Jamaica, de la que se exportaban á lo meaos las tres cuartas 
partes de los cargamentos. De dos mil quinientos á tres mil 
esclavos debiaa' llevarse anualmente á la Habana, y de este dú - 
mero la mitad habia de enviarse á Cartagena y Portobelo. La 
compañía gozó del privilegio de introducir tres barriles de hari- 
na por cada negro, quedando unos y otros exentos de todo de- 
recho •. 

Por Real Orden de 23 de Diciembre de 1783, en virtud de 
consulta del Consejo de Indias en 17 de Noviembre del mismo 
año, concedióse á D. Juan Bautista Oya|zaba], hacendado de la 
parte española de la isla de Santo Domingo^ facultad de intro- 
ducir, libros de todos derechos, el número de cuatrocientos ne- 
gros para ios trabajos de su ingenio. Con esta y otras mezquinas 
concesiones pretendíase sacar de su abatimiento la porción de 
Santo Domingo que á España pertenecía. Lamentable era el 
contraste que ella presentaba con la parte francesa, pues pobre y 
casi inculta la primera, hallábase la segunda floreciente y rica; 
pero esta grandeza iba pronto á desaparecer en medio de la ca- 
tástrofe más espantosa. 

Tendiendo la vista sobre el continente américo-hispano, era el 
Perú la región que entonces pedia más esclavos^ gorque juzgaba 
que sin ellos no podían fomentarse los ingenios de azúcar y la 



(1) RepreseütacioD de las corporaciones déla Habana hecha á las Cortes 
C!onstituyentes de Cádiz en 1811, sobre el tráfico y esclavitud de los negros. 

(2) Macphersoa, Annals of Commerce. 

(3) Macpherson, Annals of Commerce. 



— 341 — 

exportacioo de cacao. Muchos habia recibido ya desde tiempos 
anteriores, y en un censo manuscrito del siglo xviii, cuyo año no 
puedo precisar porque de fecha carece, leo que habia entonces en 
aquel vireinato diez y seis mil trescientos treinta y siete esclavos 
varones y trece mil cuatrocientas veinte y seis hembras, ó sea un 
total de veinte y nueve mil setecientos sesenta y tres *. De 1765 
á 1778 habíanse introducido anualmente de mil quinientos á dos 
mil negros, número que por ser muy corto para la población y 
necesidades de aquel país, vendíanse al subido precio de quinien- 
tos pesos sin diferencia de castas ni sexos. 

Ya hemos dicho en otro lugar que su importación se hacia por 
Portobelo vía de Panamá, de donde se enviaban á Payta, y de aquí 
seguían por tierra hasta Lima, vendiéndose mucha parte de ellos 
en los parajes ó haciendas del tránsito. Corría esta negociación á 
cargo de la casa de Aguirre en Cádiz y de la del conde de Izaguir* 
re eñ Panamá, quienes habían hecho compañía y sacaban grandes 
provechos, sobre todo el conde, pues tenia dos buques empleados 
en el Mar del Sur para conducir los negros á Lima. A consecuen- 
cia de la paz entre Inglaterra y España en 1783 y de la muerte de 
Izaguirre, feneció esta compañía, y deseábase formar otra bajo de 
nuevas condiciones, para que en vez de venderse los negros en 
quinientos pesos como antes, se redujese su valor á cuatro- 
cientos. 

Mientras ardíala guA-ra entre aquellas dos naciones, habían los 
portugueses internado por Bueuos Aires más de tres mil negros 
en virtud de franqueza provisional concedida por aquel Virey, á 
causa de la necesidad que de ellos habia en ambos países; pero 
entonces aconteció lo mismo que con el comercio de Portobelo^ 
pues los portugueses importaron muchos de contrabando por la 
colonia del Sacramento que tenían en el Brasil. 

Hallábase á la sazón en lamentable estado la provincia de Gua- 
yaquil por falta de esclavos negros, sin los cuales no podían sa- 
carse sus maderas ni cacao, fruto precioso de qfe la habi«i dotado 
la naturaleza en grande at^undancia. Para remediar estos males, 
representó al'Rey aquella provincia que por cuenta de S. M. se 
introdujesen en ella cuatro mil negros; que también se permitiese 



(1) Véase el estado que sobre la población del Perú ioserto en el apéndi* 
ce número 14. 



— 342 — 

importarlos por Buenos Aires ó Portobelo en buques extranjeros, 
pues la marina española, por falta de recursos, no podia sacar de 
África los esclavos que se necesitaban; que se vigilase cuidadosa- 
mente el contrabando que pudiera hacerse, y por ultimóse rogaba 
ál Rey y á los Cinco Gremios de Madrid que fomentasen este, co- 
mercio, pues de él resultarían grandes utilidades al Perú y al pú- 
blico tesoro *. 

Én 1784 no sólo se vendieron por Real Orden de 4 de Noviem- 
bre algunos permisos particulares, sino que se hizo contrata con 
los ingleses Backer y Dawson de Liverpool para introducir en la 
isla de Trinidad, que aun pertenecía á España, y en la provincia 
de Caracas, cuatro mil negros escogidos, libres de todo derecho y 
vendibles á ciento cincuenta pesos. Macpherson dice, que el 
gobierno español prohibió que se importasen esclavas hembras, 
pero que los empresarios lograron la revocación de tal orden. 

Por los años de 1784 á 1785 hízose un reglamento para la po- 
blación y comercio de la isla de Trinidad. Compúsose de muchos 
artículos, mas sólo haré mención de los concernientes á mi objeto. 
Por el tercero dábase á cada persona Manca de ambos sexos 
cuatro fanegas y dos séptimos dé tierra, y la mitad por cada es- 
clavo negro ó mulato que llevasen consigo los colonos, haciéndose 
el repartimiento de los terrenos de modo que todos participasen 
del bueno, mediano y malo. 

Por el artículo 4.p los negros y pardos lfí)res,^ue en calidad de 
colonos y cabezas de familias pasasen á establecerse en la isla, 
tendrían la mitad del repartimiento señalado á los blancos, y si 
llevasen esclavos propios, se les aumentarla á proporción de ellos 
y con igualdad á los amos, dando á éstos documento justiñcativo 
como á los demás. 

Por el sexto se ordenaba que en ningún tiempo se impondría la 
menor capitación ó tributo personal sobre los colonos blancos, y 
sólo los satisfarían por sus esclavos negros y pardos, á razón de 
un peso anual poicada uno, después de diez años de hallarse esta- 
blecidos en la isla, sin que jamás se aumentase la cuota de este 

impuesto. 

Por el 13 se disponía que, como todos los colonos debían estar 



(1) Noticias del Comercio iel Perú, dirigidas á los Cinco Gremios de Ma- 
drid por un buen patriota. Fecha ea Madrid á 22 de Junio de 1784. Museo 
Brit. MS. pap. locantes al Perú y Brasil núm. 13981.* Plat. CXLVI. H pág. 28. 



— 343 — 

armados, aun en tiempo de paz, para contener á sus esclavos y 
resistir cualquiera invasión ó correría de piratas, se declaraba que 
esta obligación no los debía constituir en la clase de milicia re- 
glada, y que la cumplirían con presentar sus armas cada dos me- 
ses en la revista que habia de pasar el Gobernador, ó. el oficial 
que á este efecto nombrase; pero en tiempo de guerra^ ó de su- 
blevación de esclavos,, deberían acudir á la defensa de la isla, se- 
gún las disposiciones que tomase el jefe de ella. 

Por él 15^ el comercio é introducción de negros en la isla seria 
totalmente libre de derechos por tiempo de diez años contados 
desde principio de i785, y después de este término, sólo paga- 
rían los colonos y tratantes de aquellos á su entrada el cinco por 
ciento de su valor corriente, no pudiendo sacarlos de dicha isla 
para otros puntos de las Indias sin real permiso y el pago de un 
seis por ciento á la introducción en ellos. 

Por el 16, podian los mismos colonos ir con licencia del go- 
bierno, y sus embarcaciones propias ó fletadas, siendo españolas, 
á las islas amigas ó neutralq^ en busca de negros^ y llevar regis- 
trados para satisfacer el precio de ellos, los frutos, efectos y cau- 
dales necesarios, contribuyendo con el cinco por ciento de extrac- 
ción, cuyo derecho hablan de pagar también los tratantes que con 
Beal permiso llevasen esclavos á la isla, además del que satisfa- 
rían á su entrada en ella, y del que se libertaba á los colonos^ con 
el objeto de fomg|itar m agricultura y comercio. 

Por el 25, permitióse á los antiguos y nuevos colonos^ que por 
medio del gobernador de la isla propusiesen al Rey la ordenanza 
que juzgasen más conveniente y oportuna para el tratamiento de 
sus esclavos y evitar su fuga, prescribiéndose al mismo gober- 
nador las reglas que debia observar sobre este punto, y el de la 
restitución recíproca de negros fugitivos de las otras islas extran- 
jeras. 

Por el 26, se advertía también á dicho gobernador^ que cuida- 
se con la mayor vigilancia no se introdujese ei^ la isla la plaga de 
las hormigas, que tanto l^bia perjudicado en algunas de las an- 
tillas^ haciendo queá este fin se reconociesen individualmente los 
equipajes y efectos de los colonos que de ellas pasasen á la de 
Trinidad; y pues que sus habitantes debían ser los más interesa- 
dos en esta providencia, propusiesen al gobierno dos sujetos de 
la mayor actividad y satisfacción, para que hiciesen los recono- 
cimientos de las naves y celasen la observancia de este punto. 

Habia el Gobernador y Capitán General de la isla de Santo Do- 



— 344 — 
mingo enviado al Gobierno en carta de 18 de Enero de Í767, 
una representación del Ayuntamiento de aquella ciudad^ en la 
que se pedia que para fomentar los ingenios de azúcar, el cultivo 
del cacao^ añil, café, algodón y otros frutos, se permitiese la in- 
troducción de mil quinientos negros de cuenta déla Real Hacien- 
da en tres aQos seguidos, para que se vendiesen á los' hacendad- 
dos de arraigo, fiados por un año, y que 4^umplido sin haberlos 
pagado deberían contribuir con el dos y medio por ciento hasta 
su efectivo pago. 

Acogiendo el Rey la solicitud de aquel Ayuntamiento, mandó 
en 29 de Octubre de 1769 se formase una Junta en la ciudad de 
Santo Domingo compuesta de dos ó tres Oidores, Fiscal de la 
Audiencia, Teniente de Rey, Oficiales Reales, dos Capitulares 
del Ayuntamiento y algunos labradores, para que formasen un 
plan sobre el auxilio y fomento que fuese preciso para facilitar 
las cosechas de los mencionados frutos. El Gobernador de aquella 
isla Don José Solano comunicó al Rey en carta de 24 de Octubre 
de 1772^ que con asistencia suya |e habia celebrado aquella 
Junta en 11 del mismo mes y año, y acordádose por todos sus vo- 
cales implorar del Rey las ocho gracias contenidas en el plan 
que acompañaba, adoptado por la Junta; y sin mencionarlas 
aquí todas, contraeréme solamente á las que cumplen á mi pro- 
pósito. 

La primera fué^ que el Rey se dignase^ de (prestar cien mil 
pesos á los particulares que ofrecieran más conveniencia al públi- 
co^ en los términos que proponían los Oficiales Reales para com- 
prar los mil y quinientos negros que pedia la ciudad para repartir 
á los cosecheros de frutos, y que pudiesen beneficiarlos: que 
también se concediese exención de derechos á la introducción en 
la isla de cuatro mil negros más que debían importarse por par- 
ticulares. 

La segunda, que los frutos y otros productos que salieran de 
la isla para Españ%) quedasen libres de todo derecho á su expor- 
tacion de dicha isla durante diez años, axcepto el oro y plata, que 
debían pagar lo establecido. 

Quinta: que las herramientas para labor de tierras y útiles para 
la fabricación de azúcar y añil se eximiesen de derechos, pu- 
diendo llevarse de cualquiera colonia extranjera. 

Octava: que en las Ordenanzas de la' ciudad que se debian 
hacer, se tuviese presente todo lo demás que por la Junta se ha- 
bia tratado, como conducente alfindeella;se diesen en todo y por 



— 345 — 

todo las debidas preferencias á la agricultura, la primacia y pre- 
rogativa que pertenece á los agricultores, se protegiese la crian- 
za de ganados, y se diesen al comercio las más libertades que 
Sé pudiese. 

El Rey pasó á la consulta del Consejo de Indias el proyecto 
presentado por la Junta de Santo Domingo, y tomándose también 
en consideración otras peticiones antoriores de aquella isla para 
el fomento de su agricultura y de otros ramos, el Monarca, des- 
pués de haber oido al dicho Consejo en pleno, resolvió conceder 
á la isla de Santo Domingo las gracias contenidas en la Real Cé- 
dula de Madrid á 12 de Abril de 1786, y las que transcribo casi 
todas literalmente por la importancia que merecen. 

«Primera: Libertad absoluta de introducir negros en ella, sin 
limitación de número, ni permitir se exija el más mínimo derecho 
á su entrada ni después con motivo de las ventas y reventas que 
se hagan de ellos; ni por otra causa, siempre que se destinen á 
las labores del campo; y antes bien concederé gratifícaciones á 
las personas que de cierta porción arriba los introduzcan para 
aquel objeto, declarando será lícito extraer en plata, oro ó frutos, 
el producto de los negros que se introduzcan: en la inteligencia 
de que haré proveer á sus hacendados ios mil quinientos negros 
que han pedido, esperándoles dos años por el precio bien cómodo. d. 

«Segunda: Que sobre cada esclavo que sus amos empleen en 
servicios domésticos, sS imponga, para moderar el exceso en esta 
parte, una' capitación ó tributo anual, cuyo producto se invierta 
en gratiñcaciones á favor de los traficantes ó hacendados que ha- 
gan mayores Introducciones de negros.» 

«Tercera: Que para el gobierno económico, político y moral 
de los esclavos, buen trato y protección de éstos, como para con- 
servación de la propiedad, dominio y uso que compete á sus due- 
flios^ se formase un código de leyes ú ordenanzas que afianzase 
ambos extremos, sobre cuy© particular fué servido dar comisión 
al Presidente y Audiencia, oidos el Cabildo seccüar. Oficiales Rea- 
les, y Diputados de los laM^adores y hacendados, y que al tiempo 
del examen de dichas ordenanzas, se tuviesen presentes las que 
recientemente se han formado en Francia y dado á luz con fecha 
de 3 de Diciembre de 1784, no sólo para el más acertado gobier- 
no y conservación de los negros, sino para otros objetos esenciales 
de la prosperidad de sus colonias: hallándose ya formado el refe- 
rido Código, y examinándose en mi Consejo de las Indias, reservo 
remitirle con mi real aprobación para su observancia»» 



— 346 — 

«Cuarta: Que se os encargue á Vos los mismos comisionados, 
propongáis el mejor modo de recoger y reducir á poblaciones adon- 
de vivan con sujeción á vida racional y aplicación al trabajo^ los 
monteros y hombres vagos que andan dispersos entregados al ocio, 
á la caza de reses silvestres y á desórdenes y violencias, comu- 
ideando la Junta á mi Consejo de las Indias el expediente y 
arreglo que juzgue más acertado, consultándome éste su dicta- 
men.» 

«Quinta: Que así como protejo, franqueo y promuevo la libre 
introducción de negros, facilito en iguales términos la de herra- 
mientas y utensilios, de cualquiera parte que se conduzcan, sio 
exclusión de colonias extranjeras, para la agricultura, ingenios de 
azúcar y otras industrias, eximidos de todos derechos.» 

«Sexta: Que sobre las franquicias y libertades de que ya goza 
el comercio de los puertos menores, en los cuales se halla compre- 
hendida esa isla, la dispenso asimismo todas las demás que sean 
conducentes á promover la agricultura, riqueza y población de 
que es capaz.» 

«Séptima: Que permaneciendo al cinco por ciento los censos 
de las cantidades y efectos ya impuestos, corran los que se iinpu* 
siesen en lo sucesivg al tres.» 

«Octava: Que esa ciudad forme sus ordenanzas sin perder de 
vista la agricultura, y la protección de los agricultores, como la 
cria de ganados, presentándolas á la Audlenciapara su examen, 
y haciéndolas poner en práctica interinamente, hasta que se reco- 
nozca por mi Consejo.» 

«Novena: Que sean eximidos de pagar diezmos por diez afios 
todos los hacendados que roturen y labren tierras eriales, que 
hagan plantíos de canas de azúcar, de cacao, café, *añil, tabaco, 
algodón y otros frutos, y que establezcan nuevos ingenios, sin 
que se comprenda en esta gracia los productos que hasta el pre- 
sente hayan dado las tierras que ya «estén en cultivo, regulados 
por un quinquenifí, pero sí el mayor rendimiento que se experi- 
mente en los diez años sucesivos^ continuándose en administrar 
aquel ramo de cuenta de mi Real Hacienda.» 

«Décima: Que además de los propuestos medios, se exima 
enteramente de derechos el ag^iardiente de caña, que tiene tan 
gran despacho en las colonias extranjeras, cuyo producto indem- 
niza al cosechero de azúcar de mucha parte de los gastos que le 
ocasionan sus ingenios, por redundar esta utilidad en aumento 
del cultivo y equidad de precio del género, permitiendo su extrac- 



— 347 — 

cion para dichas colonias y cualquiera otro destiuo, con la misma 
exención absoluta de derechos.» 

«Duodécima: Que para facilitar el comercio menudo de lo inte- 
rior do la isla, enviaré de estos Beynos el valor de cuarenta mil 
pesos en moneda de cordoncillo, corriendo el real de plata con 
el de veinte y un cuartos, para impedir se extraiga como anterior- 
mente se ha verificado; y por lo respectivo á otros medios que me 
propuso el Consejo, dirigidos á facilitar la pronta ejecución de las 
gnracias que quedan expuestas para la prosperidad de esa isla, he 
tenido á bien reservarme el establecímíenta de un Consulado de 
agricultura y comercio, como también dar reglas para la pobla- 
ción^ sin trascendencia á la franquicia arriesgada de puertos que 
me insinuaba el mismo.» ^ 

Seguía el comercio de negros en Cuba con algunas alternativas, 
las cuales aparecen de las alcabalas y derechos de marca, cobra- 
dos por la venta de aquellos durante los anos de i 774 á 1786. Así 
k) prueba el estado siguiente: 



Años. 




Alcabalas. 


Derechos de marca. 


1774 




184.265 pesos. 


1.460 pesos. 


1775 




166.032 


917 V, 


1776 




147.871 


600 


1777 




150.357 V, 


320 


1778 


• 


ft3.193 V, 


25.173 V, 


1779 




193.070 


153.400 


1780 




252.902 


3.460 


1781 




296.317 V, 


40.331 


1782 


, 


312.274 


162.322 


1783 




255. 115 


677.057 


1784 




221.650 V, 


377.513 V. 


1785 




187.258 V, 


169.716 


1786 


• 


138.829 V, 


151.156 

9 


Pesos 


2.646436 




Esta tabla demuestra que los años más 


productivos fueron 



(1) Real Cédula de S. M., por la cual se couceden varias gracias y prero- 
gativas en beneficio de todos los vecinos de la Isla Española de Santo Domin- 
gOy para él fomento de su Agricultura, Industria y Comercio, expedida en 
Madrid á 12 de Abril de 1786. 



— 348 — 
de 1780 á i784, no obstante la guerra con la Gran Bretaña; y 
los menos, los de 1778 á 1786. 

El Tesorero de la Administración General de Rentas de la Ha- 
bana D. Antonio de la Paz, de quien he tomado la tabla anterior, 
manifiéstase entendido en las doctrinas económicas más sanas y 
ya en su época conocidas en España . merced á los escritos de üs- 
tariz, Ward y Gampománes. Señala como principio y cauí^ascle la 
ph)speridad cubana la supresión de ia Gomi^añia de la Habana^ las 
franquicias parciales que obtuvo su comercio después de la resti- 
tución de aquella plaza por los ingleses en 1763, y durante la 
guerra de la independencia de los Estados-Unidos. Indica como 
causas de la decadencia el sistema restrictivo, vuelto á su fuerza 
y vigor después de la paz, la pérdida de dos tercios del valor de 
la moneda cuando se recogió la macuquina el año de 1781, la 
baja de los derechos en la introducción del dinero en España y au- 
mento del valor del oro por Reales Cédulas de I.» de Marzo de 177 7 
y 17 de Julio de 1779, y la subida á los del azúcar de cuatro rea- 
les vellón por arroba, correspondientes á doblón por caja, y dos 
reales en la Habana á su salida por el vestuario de milicias. Como 
remedios al mal propone: que las mercedes ulteriores de terrenos 
realengos se hagan en cortas porciones, libertándolas de diezmos 
por algunos años y del derecho de alcabala, lo mismo que toda 
imposición sobre tierras montuosas ó ventas atributo; que se emi- 
tan por el Tesoro billetes de cincuenta á cfén pasos hasta un mi- 
llón á los hacendados, hipotecando éstos sus fundos 6 dando fian- 
za competente, pagando un cuarto por ciento de interés, que era 
uno menos del precio corriente del dinero entonces en la Habana. 
Estos billetes se revalidarían y renovarían anualmente, supri- 
miéndose por sorteo cuatrocientos de á cien pesos ú ochenta de a 
cincuenta en cada año, entregándose su valor en efectivo por la 
Tesorería, y extinguiéndose así todos por sí mismos á los veinti- 
cinco años. Entre tanto correrían en toda la isla cambiándose en 
las tesorerías poí^moneda corriente cada vez que los presentasen 
en ellas. Pide también que se dé liberVad de exportar los produc- 
tos de la isla á los Estados-Unidos en cambio de sus harinas, ma- 
deras y comestibles, porque «nada se hubiera hecho si después de 
puestas espuelas á un caballo se sujetara el freno, ó no se abrie- 
sen los diques á un torrente facilitado y acelerado su curso.» Pro- 
pone por último, para dar dirección ilustrada ala industria y agri- 
cultura del país, el establecimiento de una Sociedad Económica 
como la vascongada y otras de España. 



— 349 — 

Y volviendo Paz á tratar de los negros^ dice: que las colonias 
extranjeras no sólo daban sus frutos en cambio de negros^ sino 
que aun los recibían fiados por seis^ ocbo meses y un año; que así 
proveyeron de millares á la Habana los ingleses durante su domi- 
nación en 1762 y 1763, lo que fué un principio de felicidad para 
el aumento de sus ingenios y cosechas, hasta llegar á hacer algu- 
nos de ellos veinte y veinticuatro mil panes de azúcar, cuando 
antes era admirable que excediese alguno de cinco mil; que el va- 
lor de los cinco mil negros contratados entonces éti cada año, aun 
al cómodo precio de ciento cincuenta y cinco pesos^ ascendía á la 
asombrosa suma de setecientos setenta y cinco mil pesos que salían 
de aquetla plaza sin regreso, extrayéndose así la mayor parte de 
ios situados que entraban en ella; y que sería igualmente de desear 
se estipulase en las contratas futuras la admisión de frutos de una 
mitad ó tercio, ya al contado^ ya á plazo, cuyas ventajas, en con- 
cepto del mencionado Tesorero^ se dejaban fácilmente inferir con 
lo sucedido hasta entonces con los negros introducidos por la con- 
trata existente. «¿Quién creería, pregunta Paz, que cuando antes 
había empeños para anteponerse á la compra de los que traía el 
asiento á trescientos pesos^ y que aun en tiempo de la guerra no 
se despreciaron á quinientos, se quedasen rezagados ahora algu- 
nos de las primeras armazones de tan cómodos precios, hasta el 
caso de obligar^ fíairios y condescender á su pago en libranzas, 
haciéndose una formal junta y acuerdo de los jefes de la Plaza, 
porque el Rey no perdiera en sus muertes, cura y manutención 
interina?» * 

Clamaba Cuba por negros, y este clamor nacia del arranque 
que tomaba la agricultura con la fundación de nuevos ingenios y 
cafetales. Llevaban á ella brazos africanos no sólo comerciantes 
asentistas, sino hasta hombres de categoría que alcanzaban per- 
misos para importarlos. Así aconteció en 1787 con dos que se 
concedieron de trescientos negros cada uno a¿ entonces coronel 
Don Gonzalo O' Farrill y^l Conde de Ríela, ex-gobernador de 



(1) Discurso sobre el principio, progresos y decadencia del comercio y 
fomento de la Habana, sus causas y reme^dios, porD. Antonio de la Paz, Te- 
sorero de la Administración general de Rentas de la misma ciudad, dirigido 
al lUmo. Sf. Conde de Gampománes, Habana 24 de Mayo de 1787: impreso 
en las Memorias de la Sociedad Económica de dicha ciudad, tomo 7 pertene- 
ciente al año de 1849. 



— 350 — 

Cuba, Capitán General de los ejércitos españoles y Grande de Es- 
paña de primera clase. Nada extraño es que en el extravío ge- 
neral de las ideas que reinaban acerca de tranco tan vergozoso 
y criminal se hubiesen dispensado tales privilegios, pues hemos 
visto hasta personajes reales formar parte de compañías africa- 
nas para comerciar en negros: triste ejemplo de ello nos ofrece 
el duque de York, hermano del Rey de Inglaterra, que fué pre- 
sidente de la que se formó en esta nación en 1662, y socios 
fueron tambieír de la Compañía del Mar del Sur la Reina Ana de 
Inglaterra y Felipe V de España. 

Con los mencionados ingleses Backer y Dawson hízose en 
1786 otra contrata más considerable que la primera, para llevar 
anualmente á la Habana y Caracas de cinco á seis mil esclavos. 
Obligóse la Real Hacienda á comprarlos todos al precio de ciento 
cincuenta pesos para venderlos después al público por el mismo 
valor, mas aunque ella los compró en la referida cantidad, ven- 
dió las piezas de Indias á ciento ochenta y cinco pesos y los 
mulecopes á ciento setenta y cinco. En cambio de los negros, 
los contratistas sacaron anualmente de la Habana casi medio 
millón de pesos en metálico, corta porción de cueros y otros pro- 
ductos en bruto ^ 

Las dos anteriores contratas de Backer y Dawson no fueron 
tan exclusivas como los asientos de los si§ilos ^u y xvm: así fué 
que por los mismos años en que ellas existieron, concedióse á la 
Compañía de Filipinas el privilegio de llevar esclavos á la Amé- 
rica del Sur. Con este motivo ella envió á Inglaterra un agente, 
que fletando e» Londres, Liverpool y Brístol seis buques del porte 
como de trescientas toneladas, expidiólos á la costa de África 
bajo pabellón inglés, y los cargamentos de negros que allí se 
tomaron vendiéronse después en Buenos Aires. * 

En 15 de Marzo de 1788, los mismos ingleses Backer y Daw- 
son pretendieron ¿lacer tercera contrata por medio de su apode- 
rado en Madrid D. Felipe Albood par^ introducir por espacio de 
seis ú ocho años negros bozales en la isla de Cuba y en la pro- 
vincia de Caracas. Las condiciones de Backer y Dawson fueron 
las siguientes: 



( t ) MacphersoD , AnnáU of Commerce. 
(2) MucphersoD, Ánnah of Commerc$, 



— 351 — 

1.* Que cada uno de dichos anos ¡ntroducirian tres mil ca- 
bezas, varones y hembras, ó más, si las circunstancias se lo 
permitían. 

.2.* Que los habían de vender al público, escogidos al gusto 
de cada comprador, sin que el precio del mejor y de mayor marca 
excediese de doscientos pesos fuertes, y en proporción los que 
no llegasen á la medida de piezas, según se conviniera con los 
compradores. 

3.*^ Que admitirían en pago, no sólo la plata fuerte, sino 
también los frutos y producciones de la Isla que quisiesen darles 
y fuesen de libre introducción en las colonias inglesas, ó en 
cualquiera puerto de Europa de la Gran Bretaña, pagándolos á 
los precios que en sus respectivos tiempos fuesen corx lentes. 

4.^ Que se obligaban á trasportar los negros á la Habana en 
buques ingleses, desde la costa de Guinea en derechura, sin es- 
cala en ningún puerto de las Islas de Barlovento, para de este 
modo evitar toda sospecha. 

5.^* Que las embarcaciones en que llevasen los negros se 
pusiesen bajo la dependencia del Resguardo; que se hiciesen por 
los ministros de Real Hacienda las visitas de costumbre en los 
buques españoles, y que las repitiesen siempre que las tuvieran 
por conveniente, pues estas precauciones, lejos de ser gravosas, 
acrisolarían más la bu^a fé con que procedían los interesados^ 
cuyo fin no era otro que la venta de sus esclavos. 

6.^ Que esta contrata había de ser privativa á dichos Se- 
ñores Backer y Dawson, con exclusión de todo extranjero que 
quisiera introducir negros, sin que por esto fuese el ánimo de los 
contratistas privar á los vecinos del derecho de enviar ellos 
mismos á las colonias extrañas á comprar esclavos y trans- 
portarlos en buques españoles, pues si les convenia hacerlo asi 
y el gobierno tuviese á bien concederles esta facultad, la casa de 
Backer y Dawson quedaría muy satisfecha lie «jue escogiesen el 
partido que les fuese más nrovechoso, pues ella sólo aspiraba á 
ser uno de los introductores en concurrencia de los españoles, á 
quienes estaba persuadida había de beneficiar de todos modos. 

1^ Que la introducción de negros y la extracción de plata y 
frutos había de ser libre de derechos para la casa contratante, 
excepto el tabaco; y para que no quedase sospecha de monopolio 
en la extracción del valor de ellos, quedaría desde luego arre- 
glado en ciento ochenta pesos cada negro que introdujesen, 
mediante á que, si los unos se vendían á doscientos pesos, los 
otros se venderían á menos en proporción. 



— 352 — 

Esta representación fué dirigida por Real Orden de i.® de Mayo 
de i78d ai Gobernador de la Habana, que era entonces el Mariscal 
de Campo D. José de Ezpeleta, para que en su presencia y con 
asistencia del Intendente general de Ejército y Real Hacienda^ y 
Ayuntamiento, hacendados y comerciantes, se examinasen en 
una Junta las proposiciones de la contrata, para ver si se juz- 
gaban admisibles, con lo demás que se les ofreciese para mayor 
bien, fomento y prosperidad de la Isla de Cuba. Convocóse la 
junta; pero parcial el Gobernador de la Habana, no procedió con 
la justicia que reclamaban los intereses de Cuba. Los hacendados 
y el comercio alzaron su voz contra la conducta de aquel jefe, y 
nombrando apoderados en la corte para que se presentasen al 
Gobierno, éstos entre otras cosas le expusieron lo que transcribo, 
por considerarlo importante para la historia de aquella antilla: 

c Efectivamente, convocóse la Junta^ eligiendo el Gobernador 
para ella, á excepción del Intendente y Ayuntamiento que venian 
señalados en la Real orden, los hacendados y comerciantes con 
quienes tenia mayor familiaridad y conñanza para poder de esta 
suerte lograr mayoría de votos, á fin de conseguir la aprobación 
de la referida contrata. Pero desconñando de su logro a pesar de 
esta elección, en vez de entregar á los vocales copia de dicha 
contrata y sus condiciones, para que meditasen el asunto con la 
madurez que correspondía, hizo que el escribano leyese delante 
de todos la real orden con la represenilicíont á ñn de que sor- 
prendidos votasen á ciegas y sin conocimiento; mas viendo que 
no obstante los medios empleados, hubo varios vocales que con- 
vencidos de lo perjudicial que seria al comercio y á la felicidad 
de la Isla la admisión de la enunciada propuesta, y que harían 
varias reflecsiones sobre ella, entre >os cuales sobresalió el Inten- 
dente, exponiendo algunas de bastante peso, disolvió la Junta, 
disponiendo se nombrasen tres individuos, que conferenciando 
entre si, acordasen fo que les pareciese, y propusiesen su deter- 
minación en otra Junta. En consecuencia, nombró á su discreción 
al Marqués Justiz de Santana, á D. Picolas Calvo y á D. Manuel 
de Quintanilla, sujetos de su parcialidad, los que lo ejecutaron 
con intervención del Intendente. » 

«Convocóse la segunda Junta, á la cual no asistieron muchos 
de los vocales, porque consideraron inútil su presencia donde no 
se oia sino lo que adulaba los intentos del jefe. En ella se pre- 
sentaron varios papeles, en que cada cual llevaba su dictamen, 
pero fueron despreciados, y aun así, no pudo concillarse la uni- 



^ 353 — 

formidad de los votos, hasta que últimamente se levantó un co— 
merciante llamado D. Bernabé Martínez de Pinillos, que ex- 
poniendo su dictamen conforme al espíritu de la contrata é 
intenciones del Gobernador^ aunque con algunas modiñcacíones 
insustanciales, quedó aprobado todo^ y concluida la segunda Jun- 
ta, haciéndose cargo el Intendente de extender el correspondiente 
•acuerdo. Quedó suspendido el asunto por más de quince días, 
hasta que convocaron la tercera para firmar el referido acuerdo, 
y lo hicieron entonces aun aquellos que en la primera y segunda 
habían sido de dictamen contrario, temerosos de incurrir en el 
desagrado del Gobernador.» * . 

Contra las condiciones de la contrata de Backer y Dawson hizo 
, e\ comercio de la Habana varías reflexiones^ diciendo que el nú- 
mero de tres mil negros era muy corto para cubrir las necesida- 
des de la Isla de Cuba y de la provincia de Caracas; que no deter- 
minaba la proporción en que los negros varones debían de estar 
respecto de las hembras; que nada especificaba acerca del estado 
de salud en que debían hallarse los negros introducidos, pues la 
elperiencia había demostrado que esa misma casa de comercio 
había importado en otras ocasiones negros de mala calidad y muy 
enfermizos; y que no ofrecía fianza alguna para satisfacer los 
quebrantos que causasen en caso de no cumplir los términos de 
su contrato. # • 

Contra la segunda condición se expuso^ que no se determina- 
ban las clases be pieza, mulecon y muleque; y que, aunque se 
indicaba el precio de la primera, ninguna mención se hacia del 
de la'segunda y tercera , dejando expuestos de esta manera á los 
compradores al arbitrio de los contratistas. Objecíonóse también 
el silencio que se guardaba en el precio á que debían vendérselas 
esclavas, pues con esto se abría campo para que los empresarios 
. sacasen ventajas con perjuicio délos compradores. 

En cuanto á la tercera condición, maní festós» que la casa ingle- 
sa no determinaba la cantidad de frutos ó de plata que recibiría 
por la venta de cada negro; que no especificaba cuáles eran los 
frutos de libre introducción en las colonias extranjeras ni en 



(1) Exposición de los Directores de la Compañía de Lonjistas en Madrid, 
por representación de su Gasa Factoría de la ciudad de la Habana, y en 
virtud de poder de todo el comercio de ella. Fecha en Madrid á 8 de Octubre 
ele 1788. 

23 



— 354 — 

los puertos ingleses de América ó de Europa; que consistieado los 
frutos de Cuba en tabaco^ azúcar \ café, algodón y cueros al pe- 
lo, y no pudiendo darse en pago de negros, el primer artículo 
por pertenecer sü compra exclusivamente al gobierna español, y 
ios dos segundos por estar prohibida su importación en los paUes 
ingleses y colonias extranjeras, resultaba que los únicos produc- 
tos que podian dai* los hacendados eran el algodón y los cueros 
al pelo; pero como las cantidades de aquel y de estos eran suma- 
mente cortas^ pues respecto del tabaco y del azúcar estaban en 
razón de uno á ciento, ya se* infería que las intenciones de la casa 
inglesa no eran otras sino vender por plata, y no por frutos^ todo 
ó casi todo el importe de los negros. Agregábase además, que 
con la entrega de cueros al pelo y de algodón á la casa inglesa, 
se privaba á la navegación y á las fábricas de España de esas 
materias, que tan indispensables les eran para su fomento. 

A la cuf^rta condición se opuso, que la introducción de negros 
no convenia se hiciese en buques ingleses sino españoles; que la 
obligación que la casa contratante se imponía de hacer el viaje 
directamente á la Habana sin escala en ningún puerto de las lálas 
de Barlovento, era indiferente, ya porque realmente podía hacerse 
sin llegar al conocimiento de los vecinos de la Habana, ya porque 
sin tocar en punto alguno podian recibir á la vela todos los artí- 
culos de contrabando que desearan introdlicirs%en el puerto de la 
Habana. Por otra parte observóse también que habría casos^ co- 
mo, por ejemplo, para refrescar víveres, en que pudiera ser con- 
veniente tocar en alguna de dichas islas. 

Consideróse la sexta condición como inadmisible, no sólo por- 
((ue la casa inglesa pretendía excluir toda especie de contrata con 
cualquiera extranjero, sino porque, á excepción de los vecinos de 
la Habana, cerraba la puerta á todos los demás españoles, aquen- 
de ó allende el mar, para que pudiesen ir á buscar negros á países 
extranjeros. « 

Juzgóse todavía la séptima condicici aun más inadmisible que 
las otras, asi por los perjuicios que ocasionaría á la Real Hacien- 
da como á la Isla de Cuba. 

Respecto de la primera dijese lo que transcribo aunque parezca 
minucioso, porque contiene algunas noticias importantes acerca 
del comercio de la Habana en aquella época: 



(1) El valor del tabaco y di azúcar que anualmente se exportaba en aque- 
llos tiempos, ascendía á poco más de dos miUones de pesos. 



— 355 — 

«La regulación de ciento ochenta pesos fuertes que por cada 
cabeza se hace para la extracción del valor de los negros, importa 
anualmente- fú cantidad de quinientos cuarenta mil pesos, con 
respecto á las tres mil que según el tenor de la primera condición 
han de introducirse precisamente. Los reales derechos que corres- 
ponderían á S. M. se graduarían con arreglo á la práctica. Las 
tres mil cabezas apreciadas á ciento cincuenta pesos cada una, 
según la novísima observada en esta Aduana para la deducción 
de los correspondientes á la introducción, importan cuatrocientos 
cincuenta mil pesos, y el real derecho de alcabala á seis por ciento 
sobre esta misma, asciende á veinte y siete mil pesos: esta es la 
que pretenden que no se les exija en la expresada introducción.» 

«Las mismas tres mil cabezas reguladas á ciento ochenta pesos, 
como se propone, valen quinientos cuarenta mil pesos. Esta can- 
tidad, si fuese registrada para España, habria de satisfacer veinti- 
nueve mil setecientos, á razón de cinco y medio por ciento, según 
el reglamento de libre comercio, y por consiguiente, unida esta 
que corresponde á la extracción de la Habana aunque se exija en 
la introducción de España, componen la de cincuenta y seis mil 
setecientos pesos fuertes.» 

«Y como en el caso presente es menester que nos hagaiüos 
también cargo de que siendo extranjeros, los proponentes habrían 
de procurar llejjar egtos fondos á su casa, es menester que se 
deduzca igualmente el derecho que correspondería á su extracción 
de España; porque si la pretensión es sacar la plata con toda 
libertad para las colonias ó para los puertos déla Gran Bretaña en 
retorno de los negros, no hay duda que para el presente cálculo 
es indispensable incluir en él todas las erogaciones que habrían 
de causarse, si fuese la plata por la vía regular de los registros, > 
en cuya inteligencia se continuará la demo'^tracion.^ 

«Los quinientos cuarenta mil pesos (Importe de las tres mil 
cabezas á ciento ochenta pesos) conducidos enftartida de registro 
y con la deducción de un (]jez por ciento por todos gastos, á saber, 
cinco y medio por ciento por derechos reales como se ha dicho, 
medio por ciento para el Consulado^ igual porción para el pago 
de fletes, otra tanta para el contado de maestre, dos por ciento 
para el seguro y uno por ciento para la comisión, que todos impor- 
tarían cincuenta y cuatro mil pesos, vendrían á producir líquidos 
cuatrocientos ochenta y seis mil pesos; do manera, que esta seria 
la suma que les resultaría á los pretendientes^ puesta en España. 
Para su extracción á su casa ú otra cualquiera de las extranjeras, 



— 356 - 
habrían de contribuir con otros cuatro por ciento^ precedido el 
permiso real según el citado reglamento del comercio libre^ y por 
consiguiente deberian satisfacer diez > nueve mM cuatrocientos 
cuarenta pesos, que incorporados á los cincuenta y seis mil sete- 
cientos pesos antecedentes de la introducción y extracción^ suma- 
rian setenta y seis mil ciento cuarenta pesos, que son los mismos 
que Backer y Dawson pretenden se les indulte con perjuicio de la 
Real Hacienda.» 

«El cálculo precedente corre sobre el supuesto de que la extrac- 
ción se verificase en plata fuerte, y es de advertir que seria mayor 
el gravamen contra el Real Erario si la verificasen en frutos. Para 
regular este juicio, suponemos por factible la de azúcares, porque 
para una suma tan crecida, no podria hacerse en los demás del 
café, algodón y cueros, y así procedemos con independencia de 
estos (que siempre causarían respectivamente iguales erogaciones) 
formándolos sobre aquellos con sólo el ñn de dar una idea puntual 
y exacta de lo que pierde la Real Hacienda anualmente por si sola 
en semejante libre extracción de frutos. » 

a:Los cincuenta y cuatro mil pesos arriba dichos invertidos en 
azúcar, equivaldrían al número de diez y ocho mil cajas á razón 
de treinta pesos cada una, que es la regulación común y corriente 
en la Habana cuando se habla de cantidades con relación á cajas 
de azúcar, porque regularmente se dice ^e cj^n cajas valen tres 
mil, sin atender á la nimia escrupulosidad de la corta diferencia 
que suele haber de más ó de menos valor. También es corriente 
estimar el peso de cada una por quince arrobas netas, tenga poco 
más ó menos, aunque suele haber alguna variedad, y es de ad- 
vertir asimismo, que las cajas de azúcar contribuyen doce reales 
cada una al tiempo del embarque, para el vestuario y armameoto 
de las milicias y el* real derecho de alcabala al respecto de seis 
por ciento sobre los valores equitativos que se asignan en la Adu- 
ana, los cuales^n los últimos anos han sido de doce reales la 
arroba del blanco y de ocho la del qiigbrado. » 

«En inteligencia de lo expuesto decimos, que las diez y ocho 
mil cajas de azúcar producirían cuatro mil quinientos pesos para 
los fines de las milicias, y que el expresado número de cajas, 
graduándose benignamente con igualdad de surtimiento, esto es, 
nueve mil arrobas de blanco y otras tantas de quebrado, pesarían 
veinte y siete mil arrobas, porque las nueve mil cajas de cada 
clase contendrían, á razón de quince arrobas cada una, la suma 
de cíente treinta y cinco mil. Estas, siendo de la clase de blanco, 



— 357 — 

importan al precio de doce reales, doscientos dos mil quinientos 
pesos, y las otras tantas de quebrado á ocho reales, la de ciento 
treinta y cinco mil pesos, y ambas cantidades la de trescientos . 
treinta y siete mil quinientos pesos, de que corresponden al seis 
por ciento de la alcabala veinte mil doscientos cincuenta pesos, 
y unidos á la del ramo de las milicias, componen la de veinticua- 
tro mil setecientos cincuenta pesos, que son los correspondientes 
á la extracción de la Habana.» 

«Sigúese ahora cíilcular los derechos de la introducción de las 
diez y ocho mil cajas en España. Las arrobas de ambas clases, 
de blanco y quebrado (que con igualdad adeudan sus derechos), 
hacen el sobredicho número de doscientas setenta mil, las cuales 
á rdzon de cuatro reales de vellón que se pagan por cada una, 
producen un millón ochenta mil reales, que equivalen á cincuenta 
y cuatro mil pesos fuertes, y estos, con los de la extracción cons- 
tantes arriba, componen setenta y ocho mil setecientos cincuenta 
pesos. De lo dicho se infiere, cuan ventajosa seria la condición de 
extraer frutos en cambio de negros, pues de la precedente demos* 
tracion aparece la notable diferencia que resultarla á la Real Ha- 
cienda, porque sin incluir los derechos de la introducción de los 
negros rinde solamente la extracción de los frutos equivalentes á 
su valor, la cantidad de 78,750 pesos, cuando la de la plata (aun 
incluyendo los derechos de la expresada introducción de negros) 
no asciende á más de ^,140 pesos. Con lo expuesto hasta aquí, 
queda suficientemente manifestado el perjuicio que anunciamos 
resultarla á la Real Hacienda con la admisión de la séptima condi- 
ción de que tratamos.» ^ 

No sólo perjudicial á la Real Hacienda consideraron la séptima 
condición los Apoderados Generales del Comercio de la Habana, 
sino también á los intereses de la Isla de Cuba, pues escaseando 
entonces en ella la* moneda, la exportación en plata del valor de 
los negros introducidos por la casa de Backer y Dawson produ- 
cirla una iilterrupcion en los giros que seria jnuy funesta á la 



(1) ReflexloDes que los Apoderados Generales del Comercio de la Habana 
consideran dignas de hacerse, sobre las siete condiciones de la contrata pro- 
puesta por la casa titulada Backer y Dawson de Liverpool. Estas reflexioáes 
86 hicieron 7 fueron firmadas en la Habana el 12 de Agosto de 1788, por 
D. Gabriel Raymundo de Azcárate, D. Andrés de Loizaga y O. José Antonio 
de Arregui. 



— 358 — 
agricultura, comercio y navegación de la Isla. Pidióse, por tanto, 
al gobierno de Madrid que rechazase la contrata propuesta por ia 
mencionada casa inglesa, y en la representación que se le hizo en 
8 de Octubre de 1788, se concluyó suplicándole «se dignase des- 
preciar la referida contrata y el acuerdo celebrado en su virtud, 
declarando se hiciese este comercio por nacionales y en naves 
españolas; y si esto no pudiera conseguirse, permitir la libertad 
de hacerlo á todas las naciones que quisieran, como se verifica 
en las demás colonias extranjeras^ á fin de que, con la concur- 
rencia, se introduzca la abundancia y por consiguiente las ventajas 
del precio y de la elección, por ser este el único medio de evitar 
todos los inconvenientes del monopolio y dar fomento á la agri- 
cultura, comercio y prosperidad de aquella isla.» Accedió el go- 
bierno á esta solicitud, claro indicio de que el comercio de escla- 
vos iba á entrar en la era de libertad. 

En páginas anteriores de este libro base leído que en 1767 se 
ajustó entre España y Dinamarca un tratado para la mutua extra- 
dición de sus esclavos; mas ahora vemos con gusto que aquella 
potencia abjuró completamente de su primera política, sin que 
ninguna otra la hubiese imitado. Un incidente de la mayor impor- 
tancia y sumamente honroso al gobierno español ocurrió en 1773. 

Habia el Gobernador de la isla de Trinidad, perteneciente entóo- 
ces á España, participado á su gobierno en cartas de 18 de Junio 
de 1771 y 15 de Mayo de i 772, que recla|[iados por sus dueños 
siete negros que fugitivos habian llegado en una canoa de ia isla 
inglesa de Tabaco ^ y que habiendo pasado después en un bote 
otros seis procedentes de Essequibo, colonia entonces holandesa, 
tenia repartidos unos y otros entre los vecinos para que les diesen 
de comer y vestir, ocupándolos en su servicio: con cuyo moti?o 
suplicaba al Rey le ordenase lo que debia hacer en semejante caso, 
porque no encontraba en el archivo de aquella- colonia preceden- 
te algUQO que de guia le sirviese. El monarca resolvió lo que á la 
letra transcribo, j^orque es uno de los documentos más notables 
de la historia de la esclavitud africana^en el siglo xviii: 

« Y habiéndose visto en mi Consejo de las Indias/ con lo que dijo 
mi Fiscal, y consultádome sobre ello; he resuelto no erUregueis 
los referidos negros á los que los reclaman como sus Señores y 
Dueños, pues no lo son según el derecho de las Gentes, desde que 



(l; Dabe ser la isla de^Tabago. 



_ 359 — 
üegaron á territorio mió, y que hagáis entender á todos los negros 
fugitivos, no sólo la libertad que gozan con el hecho de su llegada 
á mis Dominios, sino también la suma clemencia con que me digno 
admitirlos bajo mi Real 'protección y amparo, exhortándolos á que 
en recompensa de tan inestimable beneficio y favor procuren por- 
tarse como fieles y agradecidos vasallos, y se ocupen como cor- 
responde en los obrages y tierras de esa Ciudad, colocándolos vos 
á este fin separados y divididos^ para quo puedan mantenerse en 
las casas de los Hacendados, á quienes prevendréis cuiden de su 
buena educación, y vos estaréis á la mira de que no los maltra- 
ten ni molesten, pues los han de servir como Mercenarios^ y no 
como. Esclavos, y me daréis cuenta con testimonio de haberlo eje- 
cutado. Hecha en el Pardo á veinte de Febrero de mil setecientos 
setenta y tres.» 

Que el Rey recomendase al iGobernador de Trinidad el buen 
trato que debia darse á los esclavos refugiados en ella, cosa fué 
muy común á los monarcas españoles; pero lo que debe llamar mu- 
cho la atención, es que un rey en cuyos dominios existia la escla- 
vitud, la condenase al mismo tiempo como contraria al derecho 
de gentes, y que declarase libres á los esclavos que se acogieran 
á su territorio por sólo el hecho de entrar en él, cuando cabaU- 
mente se hallaba inundado de otros esclavos que vivían bajo el 
cetro y domininacion de ese mismo rey. 

Era Carlos UI quien entonces ocupaba el trono de España, y de 
notar es que despaes d#tan liberal resolución hubiese aquel mis- 
mo monarca sancionado la extradición mutua de esclavos, cuando 
hizo con la Francia en 1777 el tratado definitivo para la partición 
de la isla de Santo Domingo. Pero esta conducta contradictoria 
debe explicarse por la diversidad de circunstancias. No se trataba 
ahora de esclavos que habitaban islas diferentes, sino de los que 
residían en una misma, sin limites ni fronteras naturales que es- 
torbasen su fuga. Nada más fácil qué el tránsito de los negros de 
la parte francesa á la Eí>panola y de ésta á aquella. El interés de 
los colonos de ambas naciones era la conserva céon de sus escla- 
vos, y rehusar la mutua exéradicion hubiera sido autorizar su fuga 
para lograr con ella su libertad. Amargas quejas y continuas re- 
clamaciones hubieran de aquí nacido, y seguramente habrían ter- 
minado en rompimiento y hostilidad de los dos pueblo vecinos y 
aun de las dos naciones. 

. Caso igual al arríba mencionado volvió á acontecer en la misma 
isla de Trinidad. Regíala entonces D. José María Chacón, quien 



— 360 — 

informó al Rey en carta de 22 de Noviembre de 1784^ liaberse 
refugiado á eila en 1778^ procedente de la de Granada sujeU ya 
á la dominación británica, una negra llamada Teresa con sus hi- 
jos Rafael, León, Garlos, Reny, Yany y Carlota, esclavos todos 
del inglés Yozly. Sabedores ellos, según su declaración, de la 
mencionada Real Cédula^ habíanse mantenido allí sin interrupción 
a1g:una todo este tiempo; pero como en el artículo trece de la Real 
instrucción reservada que se dio al gobierno en 8 de Diciembre 
de 1783, se le prevenía que los esclavos fugitivos de la referida 
isla de Granada y otras extranjeras que se refugiasen á aquella^ 
los devolviese á sus dueños ó magistrados siempre que los recla- 
masen con justiñcacion, dispuso aquel gobernador se notifícase á 
la enunciada Teresa que día debia ser entregada con los expre— 
sados sus hijos al apoderado del mencionado amo. Noticiosa de 
esto otra hija suya llamada Margarita Marizo, mulata libre y nue- 
va colona de aquella isla^ le representó en 18 del citado mes de 
Noviembre de 1784 los inhumanos y duros castigos con que en 
estos casos trataban los ingleses á sus esclavos, pidiéndole que ea 
esta inteligencia, y en la de que su madre y hermanos sólo se fu- 
garon con el único objeto de conseguir su natural libertad, y con- 
tando con el buen acogimiento que á consecuencia de la mencio- 
nada Real Cédula hablan tenido otros esclavos fugitivos llegados 
allí, se sirviese suspender su entrega, y admitir la oferta de pagar 
ella en el término de tres años la cantidad en que se justiprecia- 
sen todos siete, para lo cual otorgarla la flbrre&í^endiente escritu- 
ra de fianza á su satisfacción y del dicho apoderado. En esta yir- 
tud^ por auto que proveyó con dictamen de su asesor en 19 del 
propio mes, condescendió á esta instancia, mandándose procedie- 
se al justiprecio, y que por ser este asunto de la mayor gravedad 
y examen, se pusiese en conocimiento del Rey, como lo hacia, 
para que enterado de ello se sirviese dar la regla fija que se debia 
observar en este caso y en los demás de igual n^ituraleza que 
ocurriesen en lo sucesivo, depositándose en el ínterin en la arcas 
reales las cantidaies que fuese pagando la enunciada Margarita 
Marizo. En vista de estos antecedente^ expidió el Rey en Madrid 
la Real Cédula de 14 de Abril de 1789, mandando que se guardase 
por punto general en todos sus dominios de Ultramar. Hé aquí 
sus solemnes palabras: 

«Visto lo referido en mi Consejo de las Indias, con lo que en su 
inteligencia y de lo informado por la Contaduría General expuso 
mi Fiscal^ y consultado sobre ello^ he resuelto ordenar al mencio- 



— 361 — 

nado Gobernador (como se hace por Cédula de la fecha de esta)^ 
que á los insinuados esclavos les mantengáis en la libertad que 
cofi forme á Derecho de Gentes , y alo dispuesto en la preinserta 
adquirieron acogiéndose á mis Dominios, por no deberse entregar, 
en consecuencia de ello, sus personas ni el precio de su rescate á 
su antiguo amo; aprobarle su providencia^ en cuanto á la libertad 
que por ella les concedió, y no el que dispusiese se justipreciasen, 
ni admitiese el generoso ofrecimiento de la enunciada Margarita 
Marizo de pagar lo que se regulase por cada uno, mandándole que 
en esta inteligencia la dé por exentado la obligación que al efec- 
to hizo, y devuelva las cantidades que en su virtud haya deposita- 
do en aquellas mis Reales Cajas, y declarar, (como declaro por 
punto general), no se restituyan los negros fugitivos que por estos 
legítimos medios adquiriesen su libertad; y en su consecuencia o» 
ordeno y mando cumpláis, y executeis, y hagáis cumplir y exe- 
cutar en los casos que se ofrezcan, esta mí Real Resolución, según 
y en la forma que va expresada; por ser así mi voluntad ^» 

£stas magníficas palabras honrarán eternamente la memoda de 
de Carlos IV, pues recorriendo la historia de la esclavitud de la 
raza africana en el Nuevo Mundo, no se encuentra en todo el si- 
glo xvui una resolución tan liberal y tan humanitaria. 

En tanto que esto acontecía, ya se observaba en los espafioles 
de ambos mundos una tendencia general á romper la cadenas del 
monopolio africano. Negociantes de Cádiz pensaron servirse para 
la carrera de Mrica 9e capitanes y cirujanos ingleses. Agentes de 
la Habana visitaron en Marzo de 1788 á Manchester y Liverpool, 
informáronse del precio y calidad do los géneros empleados en el 
tráfíco, examinaron buques negreros, y aun trataron de ajustar co« 
mandantes y cirujanos ingleses para las expediciones que proyec- 
taban armar en Cádiz *. Todo anunciaba la impaciencia con que- 
se sufriaq las restricciones impuestas, hasta que al fín en 1789 el 
tranco de negros empezó á gozar de alguna libertad; libertad que 
8i entonces se consideró como bendición del cielo, convirtióse 
después en maldición del infierno. • 



(1) Real Cédula de Madrid, á 14 de Abril de 1789, comunicada á loa Vi- 
reyes, Presidentes, Regentes, Audiencias, Gobernadores, Intendentes y dd> 
más ministros de los reinos de las Indias, Islas Filipinas y de Barlovento, y 
otros cualesquiera. 

(2) Macpherson *s ÁnnaU of Commerce. 



APÉNDICES. 



. I. 

Viaje de los fenicios en tomo del África. 

(Pág. 9.) 

Algunos autores modernos, como Gosselin *, Murr *, Mannert *, 
Malte^Brun *, Waickenaer ' y Pardessus *, niegan la posibilidad 
de semejante viaje; pero otros en mayor número lo admiten, como 
son Huet ^, Frangois-Páris *, Montesquieu ®, Michaélis ", Pluche, 
Knoefs, Rennel **, Gessner **, Heeren **, Forster ^*, Niebuhr *•, 
Larcher *® y otros. ^ 



(1) Recherches sur letour de V Afrique, tome 1, p. 199 el 216. 

(2j Journal pour V hütoire dea ÁrU, tome, 6, pág. 112. 

(3) (féographie des Grecs et des Rotnains. 

(4) Précis de Géograph. Univ. Editioa de 1831, tome 1. 

(5) Vies de plusieurs personnáges célebres^ tome 1 . 

(6) Introduction au Tablean du commercej etc., p. 42 á 52. * 

(7) De navigationibus Salomonis. 

(S) Ánalyse de la Bissa'tation pour prouver que les anciens ont faü le tour 
de V Á frique et connu sebeóles meridionales. (Mémoires de V Academia dea Ina- 
criptioDs. Histoire, tome 7, p. 79.) 

(9) Esprit des Lois, liv. 21. 

(10) Spicilegium, Géograph. Hebroeorum, parp. 1, pág. 82 et 108. 

.^1 1) Systeme de la Géographie d' Hérodote. 

(12) Prel. de Phoenicum extra columnas Herculis navigationibus. 

(13) Déla politique et du commerce, etc , t. 1. 

(14) Découvertes et voyages dans le Nord, tome 1. 
{ib) Voyageen Arabie, p. 265. 

^16; Bistoire Genérale du commerce et déla navigation des anciens. 



— 363 — 

I 

Yo también me siento inclinado á darle crédito, porque no me 
parecen del todo concluyentes las razones que se exponen contra 
éL Pasemos á examinarlas. 

i.* Un rey de Egipto no pudo haber concebido el proyecto d« 
hacerla navegación de toda el África. 

La historia nos presenta reyes de Egipto capaces de acometer 
osadas empresas. ¿A quién se deben las grandes pirámides^ asom- 
bro del universo? ¿A quién las obras estupendas del gran lago de 
lüloeris y del Laberinto? Cabalmente Ñecos ó Nekos, pues de am- 
bos modos se escribe, fué uno de aquellos reyes, porque no sólo 
proyectó abrir un canal para convertir el África en isla, juntando 
las aguas del Mediterráneo con las del Mar Rojo, sino que lo co- 
menzó, y sin haberlo concluido equipó flotas en aquellos dos ma- 
res, extendiendo sus conquistas hasta las márgenes del Eufrates, 
en donde fué derrotado K Si egipcios hubieran sido los tripulantes 
de aquella expedición, ya podrían nacer dudas racionales, porque 
no eran buenos navegantes; pero como se confió á los fenicios, 
que eran los primeros mareantes de la antigüedad, no es infun- 
dado darle crédito. 

2.» Herodoto solamente se apoyó en una simple tradición 
popular. 

Verdad que este historiador no señala las fuentes de donde to- 
mó las noticias de este viaje; pero lo afirma de un modo tan posi- 
tivo y dá tales pormenores, que es preciso creer que adquirió la 
más íntima coüi^icciAi acerca de las cosas que refiere. Debióse 
pues probar^ y no suponer, que él se fundó en una mera tradición 
popular. Y aun cuando así hubiese sido, no por eso queddria inva- 
lidado el testimonio de historiador tan respetable. La tradición 
popular, origen á veces de cuentos y errores, otras lo es de gran- 
des verdades; y cuando la acompañan como en el presente caso 
circunstancias que vienen en su abono, entonces merece toda 
confianza. 

3/ Ese viaje al rededor de las costas ofrecía diñcultades insu- 
perables en aquellos tiempos. # 

Pa réceme que aquí Wb cometen dos errores. Uno, exagerando 
los peligros de aquella navegación; otro disminuyendo los recur- 
sos y conocimientos náuticos de los fenicios. En cuanto á loa 



{\) Jeremías, cap. 46 , v . 2 



— 364 — 
peligros, la experiencia ha demostrado en los tiempos modernos 
que el viaje en torno del África saliendo del golfo Arábigo, es 
menos diñcil que el que se hace desdq el estrecho de Gibraltar. 
Los vientos periódicos que reinan en aquellos mares servirian 
para sacar á los fenicios del golfo Arábigo; y las corrientes favo - 
rabies de las que pende principalmente la navegación de las cos^ 
tas^ los arrastrarían hasta Guinea, que probablemente seria la 
parte más trabajosa de su viaje. 

En cuanto á la capacidad de los fenicios ¿habrá quien pueda 
añrmar que ellos no eran hombres para arrostrar y vencer aque— 
lias y aun otras más graves dificultades? ¿Habrá quien pueda pre- 
cisar con exactitud el grado de adelantamiento á que llegó la 
náutica entre ellos? ¿Habrá quien se atreva á poner límites fijos á 
los conocimieritos que tendrían de las costas africanas antes de 
haber emprendido tan larga navegación? Si abrimos la historia, 
sus páginas nos dicen que desde el reino de Salomón ya ellos 
frecuentaron las costas de la India, de la Arabia y del África 
Oriental; ¿quién, pues, sabe hasta qué punto de esta última corre- 
rían, y si aun llegarían hasta las inmediaciones del cabo mismo 
que llamamos de Buena Esperanza, ó más allá? 

Apoderados en España de una parte de Andalucía, tenían á sus 
puertas, por decirlo así, las costas del occidente africano; y las 
frecuentes navegaciones de Cádiz á ellas en tan remotos siglos son 
prueba irrefragable del conocimiento que tuvieron de una parte 
de aquellas regiones. Este conocimiento, qul no tobemos hasta 
qué grado de latitud Sur se extendería, acompañado del que tenían 
de todas las costas septentrionales bañadas por el Mediterráneo, 
y del de las orientales de África , debió facilitar sobremanera la 
empresa de los fenicios , pues de toda la navegación que tenían 
que hacer, lo que probablemente les fué desconocido seria una 
parte del Sur y otra muy considerable del occidente africano. 

Ningunos navegantes pudieron ser más á propósito que los feni* 
cios para este género de viajes. Su vasto comercio los llevaba á 
los países más remofbs del mundo antiguo, y siempre por las cos- 
tas. Por ellas iban desde Tiro hasta Espaíle, y de España hasta la 
Gran Bretaña, y quizá hasta bien adentro del Báltico. Por ellas 
tornaban desde allí haciendo las mismas escalas: por ellas en fin 
corrían desde el oriente del África hasta las playas de Ceylan. Un 
pueblo, pues, que siguiendo el rumbo de las costas se trasportaba 
á tan opuestos y distantes puntos del globo, menester era que htr- 
biese hecho grandes progresos en la náutica, y que el viaje en 



- 365 - 
torno del continente africano no era empresa que podía conside- 
rarse como superior á sus fuerzas. 

4.<^ Para negar la existencia de tal viaje dicen algunos mo- 
dernos, que si Martín Beheim, por los años de i48l, empleó diez 
y nueve meses para llegar de Lisboa á las inmediaciones del cabo 
de Buena Esperanza^ no obstante que los navegantes portugueses 
frecuentaban esos mares y la náutica estaba mucho más adelan- 
tada, los fenicios no pudieron hacer en tres anos y con bajeles 
tan imperfectos el giro de toda el África. 

Débil argumento. Si Martín Beheim echó diez y nueve meses 
de Lisboa á las cercanías del cabo de Buena Esperanza, atribuirse 
debe^ ó á vientos contrarios, ó á otros motivos que retardaron su 
navegación. Cabalmente por esos mismos anos hubo navegantes 
portugueses que hicieron aquel viaje en mucho menos tiempo. Á 
fines de Agosto de 1486 salieron de Portugal dos buques al man- 
do de Bartolomé Díaz y Juan Infante; avistaron, sin poder doblar- 
lo, el cabo de Buena Esperanza, y tornaron de allí á Portugal, en 
donde entraron en Diciembre de 1487, después de un viaje de 
exploración de diez y seis meses, diez y siete días; debiendo notarse 
que este tiempo se empleó, no sólo en ir de Lisboa á las cerca- 
nías del cabo de Buena Esperanza, sino en volver de ellas á Por- 
tugal, dejando descubiertas mil cincuenta millas de costas no co- 
nocidas por ot^s portugueses. Vasco de Gama salió de Lisboa el 
9 de Julio de 1497, y el 20 de Noviembre del mismo año tuvo la 
gloría de ser el primer navegante europeo que doblase el cabo 
de Buena Esperanza; es decir, que hizo tan célebre viaje en cua- 
tro meses. y once días. ¿Qué importa, pues, que Martín Beheim, 
en aquel mismo siglo y por aquellos mismos años, hubiese echa- 
do diez y nueve meses de Lisboa á las inmediaciones de aquel 
cabo, y que de aquí se quiera sacar argumento para negar el via- 
je de los fenicios efectuado en el espacio de tres años? 

5.^ Los descubri/nientos de aquel viajaidebíeron de haber 
producido á los fenicíos^esultados muy importantes. 

Esta objeción queda destruida con sólo recordar, que poca des- 
pués fué invadida la Fenicia por los babilonios, y sitiada Tiro por 
Nabucodonosor. Desde entonces aquella nación perdió sulibertad, 
, y con ella se apagó el espíritu de las grandes empresas que la ha- 
bían animado en los dias felices de su independencia. 

Muy pocos son los pormenores que de tan famoso viaje se con- 
servan; pero cada uno de ellos suministra prueba de su vera- 
cidad. 



- 366 - 

Que algunas veces saltaron en tierra, nada más natural en na- 
vegaciones de ese género, pues así lo exigían ei reposo de la tri- 
pulación de los buques y las reparaciones que estos pudieran 
necesitar. 

Que sembraron algunas semillas y re.^ogieron la cosecha: esto 
supone que se quisieron proporcionar algunos víveres frescos, sin 
que la demora hubiese sido de más de tres meses, porque en los 
climas ardientes de África los progresos de la vegetación son muy 
rápidos. Esta misma circunstancia, lejos de servir de argumento 
contra la existencia del viaje , hace presumir que los fenicios 
tenian alguna idea de aquellos países, para aprovecharse de la 
fertilidad del terreno; de manera que la misma objeción que se 
forma viene á confirmar la aseveración de Herodolo. 

No creyendo este autor una parte de la relación de los fenicios, 
cual fué la de haber tenido el sol á su derecha, esta misma incre- 
dulidad confirma la realidad de la navegación. Cierto que en toda 
ella no podían tener aquel astro en aquella dirección; pero desde 
que pasaron el trópico de Capricornio, y continuaron su derrota 
por el mediodía del África, hasta que volvieron á cortar aquel 
mismo trópico, necesariamente hubieron de tener el sol á su de- 
recha. Semejante fenómeno debió llamarles mucho la atención, 
porque acostumbrados en el Mediterráneo, cuando navegaban de 
Oriente á Occidente, á ver el sol á su izquierda, 4ebia sorprender- 
les verlo á su derecha cuando en el hemisferio opuesto navega- 
ban en la misma dirección fuera del trópico de Capricornio. Viaje 
tan atrevido cuenta ya .veinte y cinco siglos, pues Nécos, en cuyo 
tiempo se hizo, reinó muy á fines del siglo vii ó muy al principio 
del VI antes de Jesu-Cristo. 

Herodoto habla también de otro viaje que se emprendió para 
hacer el giro del África, casi dos siglos después del anterior, pero 
tal viaje puede tenerse por fabuloso. Cuéntase que Sataspes, hijo 
de Teaspis de la tvbu persa de los Acacmenidas y sobrino de Da- 
río, violó á la hija de Zopyro, hijo de Oiegabyse, y que por este 
delito fué condenado á muerte en el reinado de Xerx^s. La madre 
del criminal logró que se le conmutase esta pena, bajo la condi- 
ción de que él haría por mar el giro del África hasta llegar al 
golfo Arábigo. Xerxes consintió: Sataspes fué á Egipto; allí equipó 
naves; pasó la columna de Hércules; dobló el cabo de la Líbya, 
llamado Soleéis (cabo Cautín); hizo rumbo al mediodía; navegó 
muchos meses, teniendo siempre delante de sí un mar sin límites; 
llenóse de terror, y volvió á Egipto. Presentóse á Xerxes; pero 



— 367 — 

se dice que éste , no satisfecho de sus excusas , le mandó 
matar. *. 



II. 



Viaje de Haxmon á la costa occidental de Atrica. 

(Pág. 10.) 

«Antigüedades marítimas de la república de Cartago con el Pe- 
riplo de su general Hannon, traducido del griego é ilustrado por 
D. Pedro Rodríguez Campománes. Madrid 1756.» Dice así: 

«Resolvieron los cartagineses que Hannon navegase fuera de 
las Columnas de Hércules, y que fundase colonias libio-fenicias. 
Navegó llevando sesenta pentecontoros ó naves de cincuenta re- 
mos, y hombres y mujeres en número de treinta mil, con víveres 
y demás pertrechos. Habiéndonos hecho á la mar, emparejamos 
con las Columnas, y navegamos fuera de ellas dos dias *; planti- 
ficamos en una gran campiña la primera población, á la que lla- 
mamos Tkt/miñterion, Doblando de allí al occidente, llegamos al 
Soloente, cabo de la Libia poblado de árboles espesos, en donde 
habiendo levantado un templo á Neptuno, subimos otra vez hacia 
el sol poniente, navegando medio dia^ hasta que llegamos á un 
estanque ó laguna situada no lejos del mar^ llena de muchas y 
grandes cañas. Allí pastaban á sus orillas multitud de elefantes y 
otros animales. 

Después de un dia de navegación más allá de ese estanque, 
fundamos en la costa los pueblos llamados Caricon-Teichos, 
Gytte, Acra, MeUtta, y Arambys; y partienao de allí, llegamos 



(1) Herodoto lib. 4, § 43. 

(2) Los autores antiguos fijaron el dia de navegación en 12, 16 ó 17 mi- 
llas geográficas. Scylax la valúa en 500 estadios, y Herodoto en 700. Plinio 
(Hist. Nat. lib. 2, cap. 23), dice que estadio era de 125 pasos: según esto, S 
estadios formarían una milla ó 1000 pasos. Estas indicaciones son necesarias 
para conocer la extensión de la isla de Cerne de que habla Hannon, la cual 
en concepto de muchos es una de las de Madera. 



- 368 — 

al gran ríQ Lixus, que corre desde la Libia. A su orilla apacien- 
tan ganados los lixitas nómades: detuvímonos con ellos algún 
tiempo., y nos hicimos amigos. Más arriba de éstos moran etíopes, 
gente inhospitalaria, en un país Heno de fieras, dividido por garan- 
des montanas, de las cuales <^icen que nace el Lixus, y donde ha- 
bitan los trogloditas, hombres de una configuración extraordina- 
ria, que al decir de los Jixítas, son más veloces que los caballos 
en la carrera. 

Tomando algunos lixitas por intérpretes, navegamos, á la vista 
de un desierto, con rumbo al Sur durante dos dias; y de allí con* 
tinuamos^ por otro día hacia el Oeste. Aquí encontramos^ en lo 
interior de una ensenada, una isleta que tiene de circuito cinco 
estadios, la cual poblamos, llamándola Cerne. ^ Por su bojeo tu- 
vimos señales ciertas de que estaba situada en derechura de Car- 
tago, pues la navegación desde esta á las Columnas de Hércules 
habia durado tanto como la de ellas á Cerne. Después encontramos 
otra laguna y navegamos algún tiempo por el gran rio Chretes ó 
Chres, Tie^eesa laguna ó ensenada tres islas mayores que Cerne, 
desde las cuales empleando la navegación de un dia, llegamos á 
lo interior de ella. Allí se ven altas montanas, en cuyas faldas 
habitan hombres salvajes vestidos de pieles de animales, que ar- 
rojándonos piedras, nos obligaron á retirarnos, impidiéndonos 
desembarcar. Navegando desde allí, llegan^ps á otro rio grande y 
anchuroso, lleno de cocodrilos é hipopótamos, desde donde vol- 
viéndonos, arribamos otra vez á Cerne. 

Desde aquí navegamos hacia el Sur por espacio de doce dias, 
costeando la tierra habitada por etíopes que huian de nosotros, y 
cuya lengua ya no entendían los lixitas nuestros intérpretes. En 
el último dia fuimos arrojados por un temporal cerca de grandes 
montanas cubiertas de árboles odoríferos de diferentes especies. 

Navegando dos dias más adelante, dimos en un golfo inmenso, 
rodeado de una lisura. De allí vimos durante la noche fuegos que 
nos rodeaban por todas partes, ya má^^ grandes, ya más peque- 
ños. Habiendo hecho aquí aguada, seguimos navegando cinco dias 
tierra á tierra, hasta que llegamos á otro gran golfo ó ensenada 



(I) En el viaje de Hannon es meneeter distinguir dos periodos de nitvega- 
clon. Uso en que iba con un gran conroy: otro, en que ya iba libre. El pri- 
mero se extiende basta la isla de Cerne, y el segundo haata la bahía llaonda 
CorneduMidi, 



— 369 — 
que dijeron nuestros intérpretes llamarse la Punta ó Cabo Hes- 
perio. En ese golfo hay una grande isla, y en la misma una lagu- 
na de agua salada que contiene otra isla. Habiendo desembarcado 
de dia en la grande isla, no descubrimos nada, ni aun leña; mas 
por la noche se vieron muchos fuegos encendidos, y olmos un so- 
nido de flautas, y ruido de címbalos y atabales con infinita voce- 
ría. Sorprendiónos, pues, el miedo, y nuestros adivinos mandaron 
que dejásemos prontamente la isla.* Al punto partimos, y nos 
acercamos á una región fogosísima por sus vapores. Arroyos de 
fuego corrían desde ella al mar. El suelo era tan ardiente, que los 
pies no podían soportar el calor, y en seguida nos retiramos de 
allí. Habiendo navegado cuatro días, avistamos de noche la tierra 
llena de fuegos, y del medio de ellos elevarse uno mucho mayor 
que los otros, que nos parecía llegar hasta el cielo. 

Por el dia se dejó ver un encumbradísimo monte, llamado 
Theon OcA^ma (Carro délos Dioses). Habiendo soplado los vientos 
tres días, navegamos, dejando atrás los arroyos de fuego, y lle- 
gamos á una ensenada ó recodo nombrado Cabo del Noto, ó del 
Sur (en francés Come du midí). En él hay una isla que, como la 
primera, tiene también un lago^ en el cual hay otra isla poblada 
de salvajes. El mayor número es de mujeres: son de cuerpo Ve- 
lludo, j nuestros intérpretes los llamaban gorillas. Aunque salta- 
mos en tierra, no pudimos atraer á nosotros los hombres; antes 
huyeron todo» por ^tar acostumbrados á trepar por riscos y á de- 
fenderse con piedras. Pero de las mujeres cogimos tres, que mor- 
dían y arañaban á los que las traían, porque no querían seguirnos. 
Habiéndolas muerto^ las desollamos y llevamos sus pellejos á Gar- 
tago. Ya no navegamos más adelante por faltarnos los víveres.» 

Aquí termina la traducción de Campománes, y debemos adver- 
tir que la carencia de conocimientos zoológicos hicieron. creer al 
general Hannon y á sus compañeros, que eran seres humanos los 
animales á quienes sus intérpretes llamaban gorillas. En este mis- 
mo error parece que incurrió Campománes,*pues guarda silencio 
sin indicar siquiera qu# los gorillas pertenecen á los cuadruma- 
nos. 

Este animal ha sido imperfectamente conocido hasta los tiempos 
modernos, en que los naturalistas europeos han podido examinar 
algunos de ellos. Su fuerza es superior á la de todos los cuadru- 
manos; y si no temiera traspasar los límites de mi asunto, con 
gusto me detendría haciendo algunas observaciones sobre animal 
tan importante. 

U 



9 



— 370 -■ 



III. 



Sobre la isla de Guanahani. 



(Pág. 50.) 



Martín Hernández de Navarrete, en la introducción ¿ su obra 
intitulada Colección de Viajes y Descubrimientos que hicieron por 
mar los españoles desde fines del siglo xv, y empezada á publi- 
car en Madrid en 1825, se aparta de la creencia general, soste- 
niendo que no fué la isla de Guanahani, llamada San Salvador^ 
la primera descubierta por Colon, sino la del Turco. Esta isla es 
una de las del grupo que lleva tal nombre, situada casi cien leguas 
(de veinte al grado)^ al S. E. de San Salvador ó Guanahani. 

La opinión de Navarrete fué victoriosamente refutada por un 
marino norte-americano muy conocedor de aquellas islas, quien, 
escribió imparcialmente su impugnación teniendo á la vi^ta el 
Diario del primer viaje de Colon, publicado en el tomo primero 
de la mencionada obra de Navarrete. Esta impu§aiaci<^ imprimióse 
en el s^péndice núm. 17 ¿ la Vida de Colon, escrita por Washing- 
ton Irving. Cediendo éste á la modestia del autor, ocultó su nom- 
bre en la primera edición de su obra; pero en la revisada en 1848, 
Irving dice que el mencionado trabajo le fué entregado en Madrid 
por el ya difunto Comandante Alejandro Slidell Mackenzie, de lá 
marina de los Estados Unidos. 

La Revista de Cuba, interesante periódico de la Habana que 
dirige el ilustrado joven Doctor D. José Antonio Cortina, publicó 
en el número de Noviembre de 1877 una biografía de D. José 
María de la Torre y la Torre, en la que leo^l párrafo que á con- 
tinuación transcribo: 

«Siendo Comandante General del Apostadero de esta ciudad el 
Excmo. Sr. D. Francisco Javier de Ulloa y Ramírez de Laredó, y 
deseando resolver las dudas que á algunos célebres historiadores 
de América hablan ocurrido acerca de la primera isla á que recaló , 
Colon, cuando su descubrimiento del Nuevo Mundo, como punto 
perteneciente á una de las más gloriosas páginas de la historia . 



— 371 — 

nacional^ y teniendo noticia de los especiales conocimientos del 
Sr. la Torre, lo escogió para veriñcar una exploración marítima 
con aquel objeto, proporcionándole una goleta de S. M. al mando 
del teniente de navio D. Antonio Montóte, cuya comisión, según 
palabras textuales del Sr. UUoa, «la desempeñó satisfactoriamente^ 
atrayendo objetos, diseños y descripciones geográfícasde los pún- 
ceos que reconoció, escribiendo después una notable disertación 
«sobre dicho viaje^i» que no nos ha sido posible hallar.» 

Yo tampoco he visto la disertación que sobre dicho viaje escri- 
bió el Sr. la Torre; pero me parece que su trabajo no será de 
mucha importancia, ni para corroborar la opinión de Navarrete, 
ni para debilitar los sólidos argumentos y reflexiones del Coman- 
dante Alejandro Slideli Mackenzie. El Barón Alejandro de Hum- 
boidt que estudió con sumo cuidado esta materia, no sólo se con- 
forma enteramente con las ideas del Comandante de la Marina 
americana, sino que las confirma con nuevos argumentos sacados 
de cartas y pasajes del mismo Colon, de otras fuentes puras en 
que bebió, y del mapa mundi del célebre piloto vizcaíno Juan de 
la Cosa, formado en el año de 1500, y descubierto por él y Val- 
ckenaer en 1832. Humboldt con su acostumbrada erudición^ dilá- 
tase sobre este punto, consagrándole muchas páginas en el tomo 
tercero, segunda sección, de su obra intitulada: «Examen critique 
de r histoire de la Géographie du Nouveau Continente et des pro- 
gres de r AstronoiAe nautique aux quinziéme et seiziéme siécles, 
Paris 1837.» 



IV. 



delincuentes que pasaron al Nuevo Mundo. 

# (Pág. 60.) 
• 
, No fué en 1497 cuando por primera vez pasaron de España 
delincuentes al Nuevo Mundo. Considerado Colon como visionario 
y atrevido aventurero^ no encontraba gente con que tripular las 
tres carabelas que habia el gobierno puesto á su disposición para 
su inmortal descubrimiento. En esta circunstancia, suplicó á los 
Reyes Católicos que remediasen este mal; y entonces se expidió 



— 372 — 

en Madrid la Provisión de 30 de Abril de 1492 «dando seguro á 
las personas que con él fuesen, porque de otra manera no querrían 
ir con él al dicho viaje; é por su parte nos fué suplicado que ge 
lo mandásemos dar, ó como la nuestra merced fuese: é Nos t0¥Í* 
moslo por bien. E por la presente damos seguro á todas é cuales* 
quier personas que fueren en las dichas carabelas con el dicha 
Cristóbal Colom, en el dicho viaje que hace por nuestro mandado 
á la parte del dicho mar Océano, como dicho es, para que no les 
sea fecho mal ni daño, ni desaguisado alguno en sus personas ni 
bienes, ni en cosa alguna de lo suyo por razón de ningund detíta 
que hayan fecho ni cometido fasta el dia de la fecha desta nuestra 
Carta, é durante el tiempo que fueren é estovieren allá con la 
venida á sus casas, é dos meses después.» ^ 

Entre los delincuentes que acompañaron á Colon en su primer 
viaje y los condenados en virtud de la Carta patente y Real Cé— 
dula de 22 de Junio de 1497, hubo notable diferencia. Contra los 
primeros no se habia pronunciado sentencia judicial por ningún 
tribunal, pues lo único que se mandó fué suspender el procedí* 
miento que había contra ellos, mientras tornasen á España. Los 
segundos fueron delincuentes condenados por sentencia judicial, 
y á permanecer en la Española por tiempo indefinido, para que allí 
fuesen empleados en lo que tuviesen las autoridades por conve- 
niente. 

No faltaron metrópolis que para poblar en Jknériea imitasen el 
ejemplo de España. Después de las desgracias acaecidas en la 
Luisiana por los errores del tristemente célebre Juan Low, el go- 
bierno francés envió delincuentes á aquella colonia en 1723; y el 
jesuíta Charlevoix, que recorrió aquel país en los tres años ante- 
riores^ dijo: «Las gentes que aquí se envian, son desgraciados 
arrojados de Francia por sus crímenes ó su mala conducta, ver- 
dadera ó supuesta, ó que para evitar la persecución de sus acree- 
dores se alistan en las tropas.» ' Y conducta tan errónea siguióse 
en años posteriores, enviando á la Luisiana vagamundos y prosti- 
tutas, sin formar un reglamento dísciplinasio que impidiese los 
males que habían de ocasionar semejantes pobladores. 

Luego que Inglaterra adquirió posesiones en América^ adoptó 



(1) Documento inserto en la Golee, de Navarrete, tomo Z, núm 19. 

(2) Cartas del jesuíta Gfaarlevoix dirigidas á la duquesa Lesdigniéres, 
mencionadas en la Hütoire de la Louisiane. Par Mr. Barbó-Marbeis. 



— 373 — 

él siátema establecido por otras metrópolis; y en 1619^ bajo el 
reinado de Jaime I, comenzó la práctica de enviar criminales á 
algunas de sus colonias del Norte América. Por varios actos del 
parlamento fué arreglado después el modo de trasportarlos; pero 
muy pronto íntrodujéronse grandes abusos, pues por medio de 
contratos qiie se hacian, los delincuentes pasaban á verdadera 
esclavitud, vendiéndose por término medio á veinte libras ester- 
linas por cabeza, y él número de los trasportados ascendía casi 
á dos mil por año. 

A negocios tan criminales puso término la independencia de 
los Estados Unidos, pues no pudiendo ya Inglaterra enviar sus 
delincuentes á los paises que acostumbraba, hubo de' encerrarlos 
en sus propias cárceles; mas no pudiendo estas contenerlos todos, 
formáronse varios proyectos^ siendo entre ellos el de enviarlos á 
la costa occidental de África y el de construir grandes penitencia- 
rias: pero fueron abandonados, el primero por la insalubridad del 
clima y el segundo por los gastos que ocasionaba^ sin que se lo- 
grase reforma alguna moral en los delincuentes. En tales circuns- 
tancias, volvió Inglaterra los ojos hacia las tierras australes, y 
fundando en ellas establecimientos penales, ha tenido la gloria de 
transformarlos en libres y opulentas colonias. 



• • V. 



Historia de las Indias por el P. Gasas. 

(Pág. 109). 

La Historia de las Indias por Fray Bartolomé de las Gasas, 
Obispo de Chiapa, permaneció inédita por más de tres siglos; y 
lamentando yo este abandono, publiqué el ll de Febrero de 1865 
en la Revista Hispano-^mericana de Madrid un artículo intitula- 
do: «La Historia de las Indias por Fray Bartolomé de ias'Gasas, 
y la Real Academia do la Historia de Madrid.» Este artículo es el 
que ahora forma el apéndice que he citado, y dice así: 

«La obra inédita que encabeza el título de este artículo, con- 
sérvase manuscrita en tres grandes volúmenes en la Biblioteca 
Nacional de Madrid y en la de la Academia de la Historia de la 
misma corte. Ella abr&za el período de veinte y ocho años corrí- 



— 374 — 

dos desde 1492, en que se descubrió el Nuevo Mundo, á 1520. 
Empezóla su autor en 1527 ^; pero su vida tan borrascosa^ sus 
frecuentes viajes á España para defender á los indios, y la multi- 
tud de negocios que siempre recargaron su atención, no le per- 
mitieron concluirla hasta el año 1561. Dejó el manuscrito al con- 
vento de San Gregorio de Yalladolid, adonde se había retirado á 
vivir^ encargando expresamente al rector y consiliarios de él, que 
no se publicase nada de lo contenido en su historia sino cuarenta 
años después de su muerte» . 

«El célebre D. Manuel José Quintana, imparcial biógrafo de 
Casas, se inclina á creer que la Historia de las Indias se publicó 
quizás á ñnes del siglo xvi, y fúndase en que «el cronista Antonio 
de Herrera, que tanto se aprovechó de sus noticias y aun del tex- 
to literal en sus Décadas, no empezó á publicarlas hasta el año 
de 1600». 

«Esta razón no prueba que la obra de Casas se hubiese dado á 
luz entonces; y lo único que se debe inferir, es que siendo Herre- 
ra cronista mayor de las Indias^ tuvo á su disposición aquel ma- 
nuscrito, lo mismo que otros muchos de que se sirvió para com- 
poner sus Décadas. Noticia exacta tenemos de todas las obras 
impresas de Casas, cuya primera edición, ya bien rara por cierto, 
se hizo en Sevilla en 1552. Esas mismas obras traducidas en fran- 
cés, con dos opúsculos más, inéditos hasta entonces, fueron pu- 
blicadas en París en 1822 por D. Juan AntSnio tilorente; pero 
lejos de aparecer en esas ediciones la historia á que aludo, esta 
se ha contado siempre entré las obras inéditas de Casas por cuan- 
tos de ellas han hablado, incluso el mismo Quintana en los apén- 
dices á su ya citada biografía. Si la Historia de las Indias se 
hubiese dado á luz, es inconcebible que no se haya encontrado ja- 
más ningún ejemplar de ella en ningún archivo ni biblioteca pú- 
blica ó privada de España ó de otra nación, y que desde !a muer- 
te de Casas á nuestros días ningún erudito propio ó extraño haya 
tampoco hecho mencAn de la existencia de tal obra impresa.» 

cEl primer cronista del Nuevo Mundo Kié Gonzalo Fernandez 
de Oviedo. Obtuvo del Gobierno su nombramiento en 1532; y 
pasando este cargo por una serie de individuos, recayó al fín^ en 



(1) Los recientes editores de esta obra piensan que Gasas no la empezó 
en 1527, sino en 1552, según manifiestan en su advertencia 'preliminar al 
primer tomo de eUa. 



— 375 — 

i8 de Octubre de i755, en la Real Academia de la Historia de 
Madrid. Concibió esta desde entonces el proyecto de publicar una 
Colección de historiadores de Indias, y las obras que con prefe- 
rencia llamaron su atención^ fueron la Historia general y natu- 
ral de las Indias por el cronista Oviedo, en cincuenta libros^ de 
los que en vida del autor sólo . se imprimieron diez y nueve, y la 
Historia de las Indias j por fray Bartolomé de las Casas. De estas 
dos obras^ la de Oviedo, completa en cuatro tomos, dióse á luz 
de 1831 á 1855^, siendo esta^ á lo menos que yo sepa, la 
primera y la única que la Academia ha podido publicar desde 
que recibió el cargo de cronista de las Indias en 1755. No atri- 
buiré yo tan mezquino resultado á la incuria de sus miembros, 
sino á la pobreza de la corporación, á la calamidad de los pasados 
tiempos^ y á la dolorosa indiferencia con que todavía se miran en 
España las empresas literarias. Si estas fuesen las causas que hu- 
bieran impedido la publicación de la Historia de Casas, yo me 
abstendría, de escribir este articulo; pero ellas son de tal natura- 
leza^ que no las puede admitir ningún amante de las glorias de 
España^ ni menos yo en calidad de americano, v 

«Cuarenta y siete años há * que la Academia, mejor inspira- 
da que después^ pensó publicar la obra de Casas; y en la relación 
de sus trabajos durante el año de 1817^ leida en la junta de 23 de 
Enero de 1818^ é impresa en el tomo 6.*^ de sus Memorias, se 
dice lo siguiente^ «La Academia había determinado empezar la 
colección de historiadores de las Indias por la Crónica inédita^ del 
célebre obispo de Chiapa, D. Bartolomé de las Casas, que por las 
circunstancias personales de su autor ^ y por la clase de reputa» 
cion que le ha granjeado su relación de la destrucción de las In- 
dias, debe excitar y excitará sin duda la atención de nacionales 
y extranjeros, "n 



(1) ün cubano entusiasta de las cosas americanas ofreció, algunos años 
há, hacer á sus expensas y ceder á la Academia de la Historia la edición de 
la obra completa de Oviedo, precedida de la vida de éste; mas como para 
escribirla necesitaba consultar el archivo de Indias en Sevilla, ocurrió ai 
Gobierno para obtener el permiso, el cual se le negó á pesar del apoyo de la 
Academia, por la influencia de un bombre entonces poderoso y enemigo de 
aquel cubano. Este fué mi ya difunto amigo y excelente patricio D. Domin- 
go del Monte. 

(2) Téngase presente que yo publiqué estáis palabras en Febrero de 1865. 

(3) Esta es la Historia de las Indias. 



— 376 — 

cEq i819, dando cuenta la Academia de los trabijoa del s^o 
anterior, insiste todavía en la idea de publicar la obra de Gasas» 
y vuelve ¿ recomendar su importancia. Pero en la noticia históri* 
ca de aquellos trabajos que abraza el período de i82i a i83i, y 
que se leyó en una de sus sesiones en Marzo de 1832, ya cambia 
de opinión y.dice lo contrario de lo que había dicho en sus ante- 
riores acuerdos. Hé aquí sus palabras: 

«Ha tenido motivos la Academia para mudar de dictamen en 
orden á la publicación de la Historia de las Indias por el obispo 
de Ghiapa, D. Bartolomé de las Gasas, que tenia anunciada ante- 
riormente. Estos motivos han sido lo pesado de su estilo, lo ino- 
portuno de sus digresiones, la extravagancia é incoherencia de 
sus ideas, y la puntualidad con que el diligente cronista Antonio 
de Herrera vertió, y muchas veces á la letra, cuanto hay de im- 
portante en la Historia de Gasas, con otras consideraciones que 
persuaden que esta obra es una de aquellas que no tienen ya más 
valor que el de su rareza y pierden todo el que tienen desde el 
momento en que se imprimen.» 

•Tal es el lenguaje de la Academia^ y al juicio injusto que ella 
forma de la obra de Gasas, yo quiero contraponerle el de un acá* 
démico ilustre por muchos títulos, y que con diligente estudio 
examinó las producciones literarias del obispo de Chispa. Oiga- 
mos la autorizada voz del Sr. Quintana: 

«Pero de todas las obras inéditas de Gasas^ las ttiás célebres, 
como igualmente las de mayor importancia , son sus dos Histo- 
rias, la una intitulada: 

iíApologéílca Historia sumaria (manto á las calidadeSy dispo- 
sición, descripción, cielo y suelo de estas tierras; y eondicianes 
naturales, políticas, repúblicas, maneras de vivir y costumbres 
de estas gentes de las islas occidentales y meridionales, cuyo im- 
perio soberano pertenece á los reyes de Castilla. 

cLa otra se intitula Historia general de las Indias...» 

cAl formar Quíntaoa su juicio sobre las obras de Gasas, no 
oculta los defectos que tienen en su compoócion y estilo; pero al 
mismo tiempo reconoce, á fuer de crítico imparcial^ el mérito 
intrínseco de ellas.» 

c Puede decirse, prosigue Quintana, que sus obras son la con- 
versación desaliñada de un hombre que poseído fuertemente de 
un objeto solo que ha estudiado toda su vida, y á que se ha dedi- 
cado exclusivamente, se entrega á rienda suelta ¿ las impresiones 
que este objeto produce en él, ya de confusión y de lástima, ya 



— 377 — 

de enojo y de indigoacion, ya de invectiva y de escarnio, sin cui- 
dar nada de las formas^ que son de ordinario pesadas, escolásticas 
y aun triviales. De aquí la dificultad de leerse^ por cualquiera que 
no tenga un interés grande en instruirse de los puntos de contro- 
versia y de los hechos en que su pluma se ejercitaba. De aquella 
confusión, sin embargo, desaliñada y verbosa salen á veces lla- 
maradas elocuentes y sublimes, y raciocinios que por su fuerza y 
resolución aploman y destruyen cuanto encuentran por delante. 
El principio que sostuvo y que se propuso probar con todas las 
fuerzas de su espíritu, toca á las verdades más altas de la política 
y de la moral, natural y religiosa: él está en Gasas demostrado 
hasta la evidencia, y los efectos á que aspira se consiguieron en 
lo posible. Ningún autor en esta parte ha obtenido un triunfo más 
completo.» 

«Su obra más fuerte por el raciocinio, es su controversia con 
Sepúlveda, en que pulveriza todos los sofismas atroces y especio- 
sos con que aquel doctor quería dar un fundamento á la usurpa- 
ción, y un velo de oro á la injusticia. Su obra más útil sin duda 
es su HisToaiA general. Ya se ha indicado arriba de cuánto pro- 
vecho ha sido a Herrera j que generalmente no hace más que co- 
piarle á la letra; y el solo testimonio de este historiador, el más 
exacto, abundante y candoroso de cuantos hasta ahora han escri- 
to sobre. América, basta á acreditar la veracidad é instrucción del 
obispo de Ghiapa cm lo£(*acontecimientos que refiere. Autor de 
mucha fe le llama en una parte, doctísimo obispo en otra, Sanio 
obispo de Chiapa en otra; y siempre que le cita como escritor es 
para escudarse con su autoridad, ó para manifestar el crédito y 
reverencia que se le deben.» *■ 

«Y sin embargo, esta es la obra que en sentir de la Academia 
f no tie^ie ya más valor que el de su rareza y y pierde todo el que 
tiene desde el momento en que se imprima. » Ojalad que para ma- 
yor gloria de Gasas, ella estuviese escrita con la elegante conci- 
sión de Tácito, ó con la pluma sombría de Tucídües; pero ya que 
no es asi, tiene en compensación la calidad fundamental de la his^ 
toria, cual es, la verdad, la candorosa y sentida verdad délos he- 
chos que refiere. » 

cNo deja de ser bien extraño /¡ue la Gorporacíon que en i818 
y 18i9 juzgó la obra de Gasas digna de llamar la atención de 



fl) Quintana, Vida de Fray Bartolomé de Iw Casas, 



— 378 — 

nadonales y extranjeros, esa misma la considerase en 1832 pla- 
gada de tan grandes defectos, que ya no merece publicarse. Hon- 
roso es á individuos y corporaciones cambiar de opinión cuando 
medían justos motivos; ¿pero húbolos en el presente caso? Las 
imperfecciones que se atribuyen á la Historia de Gasas en 1832 
¿no las tenia también en 1818 y 1819? ¿Estuvieron acaso tan 
ocultas, que á pesar del prolijo examen que entonces se hizo de 
ella, toda la penetración de la Academia no bastase á descubrir- 
las? Y aun suponiendo que no las hubiese descubierto hasta 1832 
¿son por ventura tan graves é imperdonables, que por ellas solas 
deba quedar sepultada en eterno olvido la obra más importante 
de Gasas, la que encierra los hechos más preciosos sobre la pri- 
mitiva historia del Nuevo Mundo, y la que siempre tendrán que 
consultar los que quieran saber la verdad de los extraordinarios 
acontecimientos de aquella conquista y de la conducta de los 
hombres que en ella figuraron?» 

cPero la Academia dice también que la publicación es ya inú- 
til, porque en las Décadas de Antonio Herrera se encuentra cou 
puntualidad cuanto hay de importante en la obra de Gasas.» 

cMuy cierto es que Herrera al escribir sus Décadas tuvo á la 
vista el manuscrito de Gasas, y que de él sacó un tesoro de noti- 
cias. ¿Pero esto mismo no prueba la importancia de la Historia 
de las Indiasf ¿No es por tanto necesario que ella se publique 
para cotejarla con la obra de Herrera, ^ vei^si este fué siempre 
exacto en sus relatos, si debilitó ó exageró las ideas, si amplificó 
ó mutiló la narración de los hechos? ¿Por qué quiere obligarnos 
la Academia á que recibamos la mejor obra de Gasas , no de la 
pluma de su propio autor , sino de la voz de un intérprete que 
por fiel que sea, jamás puede representarle tal cual él aparece 
en sus escritos? Si aun las traducciones más exactas y correctas 
que en varias lenguas se hacen de manuscritos antiguos y mo- 
dernos nunca satisfacen completamente las exigencias del mun- 
do literario, y f^te clama por la publicación de los originales, 
¿cómo podrá conformarse con que Kerrera, tomando acá y allá 
trozos del manuscrito de Gasas, los haya inserto en sus Décadas J 
La Academia debe darnos á Gasas, no en Herrera sino en el mis- 
mo Gasas.» 

«Ni tiene razón la Academia en afirmar que las Décadas con- 
tienen iodo lo importante de la Historia de las Indias, Yo pu- 
diera escribir muchas páginas para demostrar lo contrario; pero 
no emprenderé esta tarea, ya porque no es mi objeto analizar la 



<w 



— 379 -^ 
obra de Herrera, ya porque no estando publicada la de Gasas, 
el lector no puede hacer un cotejo entre las dos.» 

«No me abstendré, sin embargo, de citar un ejemplo que ha 
sido siempre el tema de las acusaciones más graves contra Gasas^ 
Los escritores que han querido manchar su memoria, impútanle 
haber sido el primer promovedor del tranco de esclavos negros 
en el Nuevo Mundo, y fúndanse precisamente en el testimonio 
de Herrera. De este, pues, se deriva la acusación; ¿pero dónde 
se encuentra la defensa, la disculpa y aun la honrosa absolución 
de Casas? ¿Es por ventura ea las Décadas de aquel autor? Ne por 
cierto, que bien es menester ir á buscar los medios de justifica-^ 
cion en la Historia de las Indias ; y si esta por fortuna no se 
conservase manuscrita, la memoria de Gasas pasaria á la posteri- 
dad cargada con los anatemas que sus envidiosos enemigos le 
han fulminado. > 

«Aun concediendo que Herrera hubiese trasladado á su obra 
todas las ideas, y, si se quiere, hasta el espiritu mismo de Gasas, 
todavía la Academia no adelanta nada en su favor; porque Herre- 
ra, al redactar sus Décadas, no sólo se sirvió de las noticias 
inéditas de Gasas, sino de muchas obras impresas, y de la gran 
copia de manuscritos que el Gobierno puso á su disposición. Ver- 
dad, que Herrera hace mención de ellos en la Década 5.^ libro 3í.^ 
capítulo 4.*, y más cumplidamente en la Década 6.* libro 3.P 
capítulo 19; pero ^sta nl^ncion es tan vaga y en términos tan ge- 
nerales , que poniendo Herrera al pié de lo que dice el nombre 
de la obra ó del documento de donde la ha tomado, nunca se 
sabe si tal ó cual cosa es de Gasas ó de otro autor.» 

a Yo sospecho que el principal, si no el únioo motivo de haber 
mudado de dictamen la Academia, fué un sentimiento político. 
En el intervalo en que ella emitió en sus dos opiniones contrarias, 
habíase ya consumado la independencia de tojlas las colonias del 
continente; mas no pudiendo el Gobierno de entonces, ni muchos 
de sus subditos, resignarse á perderlas^ aun cooeervaban la qui- 
mérica esperanza de recobgfir algunas de ellas. Gasas en su Histo- 
ria trazó con encendidos colores las* escenas sangrientas de los 
primeros tiempos de la conquista; y tal vez se pensó que la publi- 
cación de aquella obra, haciendo más odiosa la dominación espa- 
ñola, inflamaría los corazones americanos, y no sólo impediría la 
imaginaria reconquista, sino que podría incitar á la insurrección 
á los que hasta entonces se hablan mantenido ñeles. 

•Si la Academia creyó que la publicación de la Historia de las 



— 380 — 
Indias perjudicaba los intereses de Espafia, no debió alegar vanas 
excusas, sino callar los verdaderos motivos, ó exponerlos con 
franqueza. Mas ya que han cambiado enteramente las circunstan- 
cias políticas del continente americano; ya que España no piensa, 
ni puede ni debe pensar jamás en la total ó parcial reconquista de 
sus antiguas colonias, y ya en fin, que ella ha establecido un go« 
bierno fundado en la libertad^ tiempo es que la Academia, mar- 
chando por la misma senda, pague á las letras la deuda que le 
reclaman. Y al pagarla, ellas le agradecerían, que junto con la 
Historia de las Indias^ diese también á luz las demás obras iné* 
ditas é impresas de Gasas.:» 

«Si la Historia de las Indias contiene algunos errores, ahí está 
la Academia para corregirlos, pues en su seno tiene gran copia 
de datos de aquella época y miembros muy distinguidos que po- 
drían emplearse en tan honrosa tarea. Si se advierten exageracio- 
nes, muy fácil es moderarlas, reduciendo los hechos á su verdadero 
valor. Si las ideas son incoherentes y el estilo es pesado, el trabajo 
será para el curioso y aplicado que emprenda su lectura; pero nín* 
guno de estos motivos, ni otros más que puedan alegarse, son 
bastantes para que se dejen sepultados en el polvo de una bíMio- 
teca los extraordinarios acontecimientos y las grandes verdades 
históricas y morales que refiere la pluma de uno de los hombres 
que más honran á España y á la humanidad.:» 

Esto publiqué en la Revista Hispano-kmerieana de Madrid del 
12 de Febrero de 1865; y hoy tengo la satisfacción de decir, que 
no sólo la Historia de las Indias por Casas, sino gran parte de su 
Apologética Historia, han sido al fin publicadas en aquella corte 
de 1875 á 1876, por el Sr. Marqués de la Fuensanta del Valle y 
D. José Sancho Rayón. Con esta edición se ha hecho un servicio 
á las letras y á la historia del Nuevo Mundo. 



VI. 



Sobre las viruelas. 

(Pág. 114.) 



El cronista Herrera se inclina á creer que las viruelas fueron 
conocidas de los indios antes del descubrimiento de América; pero 



-. 381 — 

no da prueba alguna de su aserto, pues solo se funda en la vaga 
opinión de los que así pensaban. Aseguran lo contrario Bernal 
Díaz del Castillo, uno de los soldados de Cortés ^, López Gomara, 
capellán de este jefe en años posteriores ', Fray Toribio de Be- 
naveote, por sobrenombre Motolinia, uno de los doce frailes fran- 
ciscanos misioneros que á pedimento de Cortés llegaron á Méjico 
en 1523 % y Fray Juan de Torquemada, que pasó también á 
México al promedio del siglo xvi ^. Estos dos últimos religiosos 
tuvieron largo é íntimo trato con aquellos indios, poseyeron la 
lengua azteca, y en virtud del conocimiento que adquirieron de 
las antigüedades mexicanas, afirman que la peste de viruelas 
nunca habia existido en Nueva España basta la entrada del negro 
de Narvaez. Ni tampoco en el Nuevo Mundo, agregó yo, porque 
según el respetable testimonio de Bartolomé de las Gasas, tal 
pestileDcia fué introducida de Castilla en la Española. «Acaeció 
(dice) más en esta isla por este tiempo del año 18 y 19, y fué 
que por la voluntad ó permisión de Dios, para sacar de tanto tor- 
mento y angustiosa vida que los pocos indios que restaban pade- 
cían en toda especie de trabajos, mayormente en las minas^ y 
juntamente para castigo de los que los oprimían, porque sintiesen 
la falta que les hacían los indios, vino una plaga terrible que 
cuasi todos del todo perecieron, sin quedar sino muy poquitos con 
vida: ésta fué las viruelas, que dieron en los tristes indios, que 
alguna persona trajiD de Castilla, las cuales, como les nacían, con 
el calor de la tierra y ellas que son como niego, y á cada paso 
ellos tenían de costumbre, si podían, lavarse en los ríos, lanza* 
banse á lavar con el angustia que sentían, por lo cual se les 
encerraban dentro del cuerpo, y así, como pestilencia vastativa, 
en breve todos morían.» *. 

Este fatal remedio que buscaban los indios como consuelo, 
prueba claramente que ellos no habían hasta entonces conocido 
aquella enfermedad, porque la experiencia les hubiera enseñado 
que su inmersión en los ríos ó.en agua fresca lesera funestísima. 



(1) Bernal Diaz, cap. 124. 

(2) López Gomara, Crónica de Nueva España, cap. 102. 

(3) Fray Toribio de Motolinia , Historia de los indios, MS. parte 1.^, 

cap. !.• 

(4) Torquemada, Monarquía indiana, lib. 4. o, cap. 80. 

(5) Gasas, Historia de las Indias, lib. 3, cap. 128. 



— 382 — 



VIL 



Plaga de hormigas en Santo Domingo. 

(Pág. 115.) 

La horrenda plaga de hormigas de que fué víctima la Isla 
Española, apareció según Oviedo en 1519, ^ y según Herrera ea 
1518, * continuando por dos ó más años. Además de estos autores, 
habla Gasas también de ella, cuya descripción repite Herrera casi 
literalmente. Casas fué testigo presencial de aquella plaga; y así 
por esta Tazón como por su veracidad, insertaré lo que dice en 
su Historia de las Indias lib. 3, cap 128. 

«No poco estaban ya ufanos los vecinos desta ísla^ españoles, 
porque de los indios no hay ya que hablar, prometiéndose muchas 
riquezas, poniendo en la cañañstola toda su esperanza, y de creer 
es que desta esperanza darian á Dios alguna parte, pero cuando 
ya comenzaban á gozar del fructo de sus trabajos, y á cumplirse 
su esperanza, envia Dios sobre toda esta isla, y sobre la isla de 
Sant Juan principalmente, una plaga que^sepüHo temer, si mucho 
creciera, que totalmente se despoblaran. Esta fué la infinidad de 
hormigas que por esta isla y aquella hobo^ que por ninguna vía 
ni modo humano de muchos que se tuvieron se pudieron atajar; 
hicieron ventaja las hormigas que en esta isla se criaron á las de 
la isla de Sant Juan, en el daño que hicieron en los árboles que 
destruyeron, y aquellas á éstas en ser rabiosas, qae mordían y 
causaban mayor dolor que si avispas al hombre mordieran y lasti- 
maran, y dellas no se podian defender de noche en las camas, ni 
se podia vivir si%s camas no se pusieran sobre cuatro dornajos 
llenos de agua. Las de esta isla comenzaron á comer por la raíz 
los árboles, y como si fuego cayera del cielo y los abrasaran, de 
la misma manera los paraban negros y se secaban; dieron tras 
los naranjos y granados, de que habia muchas huertas y muy 



(1) Oviedo, Hiutoria Natural y General de las IndiaSj lib. 15, cap. 1 

(2) Herrera, década 2, lib.. 8, cap. 14. 



— 383 — 
graciosas llenas en esta isla, y no dejaron huerta que del todo no. 
quemasen, que vello era una gran lástima, y así se destruyeron 
muchas huertas de la ciudad de Sancto Domingo, y, entre ellas, 
una del monasterio délos Dominicos, muy principal, de granados 
y naranjos dulces, y secos, y agrios, y en la Vega otra del délos 
Franciscos , mu^ señalada ; dan tras los cañafístolos, y, como 
más á dulzura llegados, más presto los destruyeron y quemaron, 
yo creo que sobre cien cuentos que hobiera de renta deilos asola- 
ron. Era, cierto, gran lástima ver tantas heredades, tan ricas, de 
tal plaga sin remedio aniquiladas. La huerta que dije de Sant 
Francisco, que en la Vega estaba, yo la vide llena de los naranjos 
que daban el fructo de dulces, secas y agrias, y granados hermo- 
sísimos, y cañafístolos, grandes árboles de cañas de cañafístola 
de cerca de cuatro palmos en largo, y desde á poco la vide toda 
quemada; lo mismo vide en mucl)as otras heredades de cañafís- 
tolos que por aquella Vega estaban: solas las heredades que había 
de cañafístolos en la Vega y las que se pudieran en ella plantar, 
pudieran, sin duda, bastar para proveer á toda Europa y Asia, 
aunque la comieran como se come el pan, por la gran fertilidad 
de aquella Vega y grandeza, como dure por 80 leguas de mar á 
mar, llena de ríos y felicidad y tan llana como la palma de la 
mano; della hemos hablado en nuestra Apologética Historia, ea 
romance, bien á la larga. Tomaron remedio algunos para estirpar 
esta plaga de horneas, «avar al rededor de los árboles, cuan 
hondo podían, y matarlas ahogándalas en agua; otras veces que> 
mandolas con fuego. Hallaban dentro, en la tierra, tres, y cuatro, 
y más palmos^ la sioiiente y overas dellas, blancas como la nieve, 
y acaecía quemar cada día un celemín, y dos, y cuando otro día 
amanecía hallaban de hormigas vivas mayor cantidad. Pusieron 
los religiosos de Sant Francisco de la Vega una piedra de soli- 
mán, que debía tener tres ó cuatro libras, sobre un pretil de una 
azotea; acudieron todas las hormigas de la casa, y en llegando á 
comer del luego caían muertas, y como si enviara* mensajeros á 
las que estaban dentro de me^ legua y una, al rededor, convidan • 
dolas al banquete del solimán, no quedó, creo, una que no vinie- 
se, y víanse los caminos llenos dellasque venían hacia el monas- 
terio, y, fínalmente, subían á la azotea y llegaban á comer del 
solimán, y luego caían en el suelo muertas; de manera que el 
suelo de la azotea estaba tan negro como si lo hobieran rociado 
con polvo de carbón^ y ésto duró tanto cuanto el pedazo de soli- 
mán, que era como dos grandes puños y. como una boia, duró; 



— 384 — 
yo lo vide tan grande comb dije cuando lo pusieron^ y desde á 
pocos dias lo torné á ver como un huevo de gallina ó poco mayor. 
Desque vieron los religiosos que no aprovechaba nada el solimán, 
sino para traer basura á casa^ acordaron de lo quitar. De dos co- 
sas se maravillaban^ y eran dignas de admiración; la una> el ins- 
tinto de naturaleza y la fuerza que aun á las'criaturas sensiblesy 
no sensibles dá, como parece en estas hormigas^ que de tanta 
distancia sintiesen, si asi se puede decir, ó el mismo instinto las 
guiase y trújese al solimán; la otra, que como el solimán en pie- 
dra, antes que lo muelan, es tan duro como una piedra de alum- 
bre, si quizá no es más, y cuasi como un guijarro, que un anima- 
Uto tan menudo y chiquito (como estas hormigas, que eran muy 
menudas], tuviese tanta Tuerza para morder del solimán, y, final- 
mente, para disminuilloy acaballo. Viéndose, pues, los españoles 
vecinos desta isla en aflicción de yer crecer esta plaga, que tanto 
daño les hacia, sin poderla obviar por vía alguna humana, los de 
la ciudad de Sancto Domingo acordaron de pedir el remedio al 
más alto Tribunal: hicieron grandes procesiones rogando á nues- 
tro Señor que los librase por su misericordia de aquella tan no- 
civa plaga para sus bienes temporales, y para más presto resdbir 
el divino beneplácito, pensaron tomar un Sancto por abogado, el 
que por suerte nuestro Señor declarase, y así, hecha un dia su 
procesión, el Obispo y clerecía y toda la ciudad echaron suertes 
sobre cuál de los Sanctos de la letanía Cernia^por bien la Divina 
providencia darlos por abogado; cayó la suerte sobre Saat Satur-^ 
niño, y recibiéndolo con alegría y regocijo por su Patrón, cele- 
bráronle la fiesta con mucha solemnidad, y así lo hacen desde 
entonces cada año, por voto, según creo, y no sé si ayunan el 
dia antes. Vídose por experiencia irse disminuyendo desde aquel 
dia ó tiempo aquella plaga, y si totalmente no se quitó ha sido 
por los pecados; agora creo que no la hay^ porque se han torna- 
do á restaurar algunos cañoñstolos y naranjos y granados: digo 
restaurar, no l#s que las hormigas quemaron, sino los que de 
nuevo se han plantado. La causa depende se originó este hormi- 
guero^ creyeron y dijeron algunos, que fué de la traída y postura 
de los plátanos. Cuenta el Petrarca en sus Triunfos, que en la 
señoría de Pisa se despobló una cierta ciuds^d por esta plaga que 
vino sobre ella de hormigas; Nicolao Leonico, libro n, cap. 7i 
de Varia Historia, refiere dos ciudades, la una llamada Miunte y 
la otra Atarnense, solemnísimas, haber sido despobladas por la 
muchedumbre de mosquitos que por cierta ocasión sobrevinie- 



— 385 — 
ron en ellas; y así, cuando Dios quiere añígir las tierras ó los 
hombres en ellas, no le falta con qué por los pecados las aflija, y 
con chiquitas criaturítas: parece bien por tas plagas de Egipto.» 



VIII. 



Sobre las hormigas en Puerto-Rico. 

(Pág. 116.) 

Además de lo que se ha dicho en el apéndice anterior sobre las 
hormigas de Puerto-Rico, importa insertar aquí un pasaje del 
Padre Iñigo sobre el mismo asunto, en su Historia de aquella isla, 
cap. 12, pág. 90: 

«Sobrevino una plaga de hormigas que destruyeron todos los 
árboles útiles por muy robustos que fuesen, dejándolos tan infec- 
tos que los pájaros huian de descansar en los que hablan tocado 
ellas; roian las raices y luego quedaban secos y negros; eran in* 
dispensables muchas precauciones para defender la vida á los niños. 
Los hombres sentían acerbos dolores con las mordeduras, sin po- 
der libertarse de ellas de noche ni de dia; los campos y los montes 
quedaron secos f estériles como si hubiera caido fuego del cielo 
sobre ellos. En fin, creyóse que esta plaga devorante los precisa- 
ría á abandonar la isla. La aflicción fué general; pero Dios oyó sus 
votos, y alivió las angustias de los habitantes con la extinción de 
las hormigas.» 

Estas han sido en varios tiempos azote de algunas antillas, y 
de ellas fué invadida la isla de Granada por los años de 1770. 

Fué su primera aparición en un ingenio de azúcar del Petit 
Havre, bahía distante cinco ó seis millas de la ciudad de San Jorge, 
su capital. Situada convenientemente para*# contrabando con 
Martinica, créese que deísta fueron introducidas en dicha bahía 
por algún buque contrabandista, y que de allí se propagaron des- 
truyendo por algunos años todos los ingenios que en el espacio de 
casi doce millas se hallaban entre San Jorge y San Juan. Observóse 
al mismo tiempo que colonias de este insecto aparecieron en di- 
ferentes localidades de la isla ^ particularmente en Duquesne sobre 
la costa del norte, y en Calavinl sobre la del sur. 

25 



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• — 386 — 
Para destruirlas, apelóse al fuego y al veneno, pero todo fué 
inútil, y la legislatura de Granada ofreció al que descubriese el 
medio de estirparlas un premio de veinte mil libras esterlinas, ó 
casi cien mil pesos pagaderos del tesoro público de la colonia. 
Grande era este estímulo, mas nada se consiguió, basta que al fin 
una calamidad que afligió á otras antillas, salvó á Granada. Esta 
calamidad fué el huracán de 1780. Muchos de los hacendados no 
sabian cómo explicar semejante fenómeno, pero no faltó quien 
observase, que teniendo las hormigas sus madrigueras debajo de 
las raices de la caña, que arrancadas muchas de estas y conmovi- 
das todas ellas por la fuerza del huracán, el agua pudo penetrar 
en abundancia matándolas á todas. ^ 



IX. 



Clérigos nombrados para los obispados de Indias. 

(Pág.177.) 

Consulta al Emperador del Consejo de Indias, firmada por 
Marques, López, Sandoval, Rebadeneira, Virviesca, fecha en 
Madrid á 25 de Noviembre de 1551. MS. Arck Sin» Cart. leg. 32. 

«... V. M. mandó escribirnos en 13 de Junio, que no nombrá- 
ramos ningún clérigo para Obispo de Indias. En los frailes se han 
observado mejores condiciones para aquella tierra: aprenden las 
lenguas y las costun!ibres de Indias; no entienden en granjerias 
ni intereses, no poseen bienes; son mas libres de codicia, ques la 
principal causa de los ecesos y desórdenes que en Indias ha habido; 
han dado mejor ejemplo; los religiosos conforman mejor con los 
Obispos que lo son; son mas humildes y humanos; tienen menos 
fausto; son mas zelo^s del buen tratamiento de los indios, y así 
son mas estimados dellos. Con todo, muquías veces se han nom- 
brado clérigos, y agora va á Cuba el Maestro Uranga, Colegial de 



(t) Véase el apéndice curioso al cap. 2.o del iib. Zfi de la obra inglesa 
intitulada The History Civil and Commercial of the Brüisk Colonies in the 
West-Indiesj by Bryan Edwards. 



— 387 — ^ 

San Bartolomé de Salamanca, y los Obispos de Guatímala, Mechua- 
can. Antequera , Quito, Nueva Galicia , San Juan, Arzobispo de 
Santo Domingo, Obispo de Venezuela, son todos clérigos. Guando 
los bay tales, se tiene consideración.» (Respuesta del Emperador: 
Que nombren clérigos,) 



X. 

Sobre el tabaco. 

(Pág. 279.) 

En grave error cayeron el francés de Rochefort y otros autores 
pensando que la planta del tabaco se llamó así por la isla de Ta-~ 
bago, en donde supusieron haberla encontrado primero los espa- 
fióles.* No fué Tabago, isla descubierta por Colon y ocupada por 
los holandeses en 1632, sino Cuba, el primer punto en donde la 
vieron arder por primera vez los españoles en la boca de los in- 
dios. Cuando arribó á sus costas Cristóbal Colon en su primer 
viaje en 149?, y creyendo que aquella isla era tierra firme y 
reinos del gran Khan ó confínes de ellos, acordó enviar el 2 de 
Noviembre doi^espagoles, el uno llamado Rodrigo de Jerez^ ve- 
cino de Ayamonte, y el otro Luis de Torres, judío converso, 
acompañados de dos indios, para que internándose adquiriesen 
algunas noticias sobre el país. Parece que partieron de las playas 
de Nuevitas, y después de haber andado doce leguas, llegaron á 
una población que era probablemente el Ca maguey. Bien recibidos 
y agasajados por los indígenas, tornaron á sus naves antes de 
cumplirse el plazo de seis dias que les habia Colon señalado para 
su expedición. Narrando Fray Bartolomé de las Casas lo que 
aquellos dos españoles vieron entonces, dice¿ 

«Hallaron por el cagiino mucha gente que atravesaban á sus 
pueblos, mujeres y hombres, siempre los hombres con un tezon 
en las manos y ciertas yerbas para tomar sus sahumerios, que con 



(1) De Bochefort, Hütoíre Naturelle et Múrale de$ iles Ántille$ de V Amé- 
riqtte, cbap.lO, article 2. Rotterdam 1681. 



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- 388 — 

unas yerbas secas metidas en una cierta hoja seqa también á 
manera de mosquete, hecho de papel de los que hacen los mu- 
chachos la Pascua del Espíritu Santo, y encendido por una. parte 
de él, por la otra chupan ó sorben ó reciben con el resuello para 
dentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi 
emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mos- 
quetes ó como les llamaremos, llaman ellos tabacos. Españoles 
cognoscí yo en esta isla Española que lo acostumbraron á tomar, 
que siendo reprendidos por ello diciéndoseles que aqu'ello era vi- 
cio, respondían que no era en su mano dejarlos de tomar. No sé 
qué sabor ó provecho hallaban en ellos. >^ 

Aquí se descubre el origen de los cigarros tan usados hoy en 
el mundo, y tíénese la prueba más Convincente de que los pueblos 
civilizados se deleitan con un vido que imitaron de los bárbaros. 

Fué la Española el segundo punto del Nuevo Mundo en doade 
vieron los españoles el tabaco; pero los indios de esta isla no lo 
usaron del mismo modo que los de Cuba, porque si estos lo 
tomaban inspirando su humo por la boca, aquellos lo empleaban 
por la nariz en sus ceremonias religiosas. Oigamos lo que acerca 
de ellas dice el ya citado Fray Bartolomé de las Casas: 

«Ya dijimos arriba como en esta Isla tenían ciertas estatuas 
aunque raras, en éstas se cree que á los sacerdotes que llamaban 
behiques hablaba el diablo, y también los señores y reyes cuando 
para ello se disponían, de manera que aquellas eran sus oráculos; 
de aquí procedía otro sacrificio y ceremonias que ejercitaban 
para agradallo, que él debía habellos mostrado. Este se hacia por 
esta manera: Tenían hechos ciertos polvos de ciertas yerbas muy 
secas y bien molidas, de color de canela ó de alheña molida, en 
fin, eran de color leonada; éstos ponían en un plato redondo no 
llano^ sino un poco algo combado ó hondo, hecho de madera tan 
hermoso, liso y lindo, que no fuera muy más hermoso de oro ó 
de plata; era cuasi negro y lucio como de azabache. Tenían un ins- 
trumento de la misma madera y materia, y con la misma polide- 
za y hermosura; la hichura de aquel instrumento era del tamaSo 
de una pequeña flauta, todo hueco coiílb lo es la flauta, de los 
dos tercios de la cual en adelante se abría por dos cañutos hue- 
cos, de la manera que abrimos los dos dedos del medio, sacado 
el pulgar, cuando extendemos la mano. Aquellos dos cañutos 



(1) Gasas, Historia de las Indias^ lib. 1, cap. 46. 



— 389 — 

puestos en ambas á dos ventanas de las narices^ y el principio de 
la flauta, digamos, en los polvos que estaban en el plato, sorbian 
con el hueligo hacia dentro, y sorbiendo recibían por las narices 
la cantidad de los polvos que tomar determinaban, los cuales re- 
cibidos salían luego de seso cuasi como si bebieran vino fuerte, 
de donde quedaban borrachos ó cuasi borrachos. Estos polvos y 
estas ceremonias ó actos se llamaban cohoba, la media silaba 
luenga, en su lenguaje; allí hablaban como en algarabía, ó como 
alemanes confusamente, no sé qué cosas y palabras. Con esto 
eran dignos del coloquio de las estatuas y oráculos, ó por mejor 
decir del enemigo de la naturaleza humana; por esta manera se 
les descubrían los secretos, y ellQ^ profetaban ó ddívinaban\de allí 
oian y sabían sí les estaba por venir algún bien, adversidad ó 
daño. Esto era cuando el sacerdote solo se disponía para hablar 
y que le hablase la estatua, pero cuando todos los principal^ del 
pueblo para hacer aquel sacrificio, ó que era (que llamaron cC(ho- 
ba) por permisión de los behiques ó sacerdotes^ ó de los señoi 
se juntaban, entonces verlos era el gasajo. Tenían de costumbí^^ 
para hacer sus cabildos y para determinar cosas arduas, como 
debían de mover cosa alguna de sus guerrillas^ ó hacer otras co- 
sas que les pareciesen de importancia, hacer su cohoba, y de 
aquella manera embriagarse ó cuasi... 

«Yo los vi ^gunp veces celebrar su cohoba^ y era cosa de ver 
cómo la tomaban y lo que parlaban. El primero que la comenza- 
ba era el seSor^ y en tanto que él la hacia todos callaban; tomada 
su cohoba (que es sorber por las narices aquellos polvos, como 
está dicho, y tomábase asentados en unos banquetes bajos, pero 
muy bien labrados, que llamaban duhos^ la primera sílaba luen- 
ga), estaba un rato la cabeza á un lado vuelta y los brazos pues- 
tos encima de las rodillas, y después alzaba la cara hacia el cielo 
hablando sus ciertas palabras, que debían ser su oración á Dios 
verdadero, ó al que tenían por dios; respondían todos entonces 
cuasi como cuando n^otros respondemos Amen, y esto hacían 
con grande apellido de voces ó sonido, y luego dábanle gracias, y 
debían decille algunas lisonjas, captándole la benevolencia y ro- 
gándole que dijese lo que había visto. El les daba cuenta de su 
visión, diciendo que el Gemí le había hablado y certificado de 
buenos tiempos ó adversos, ó que habían de haber hijos, ó que se 
les habían de morir, ó que habían de tener alguna contención ó 
guerra con sus vecinos, y otros disparates que á la imaginación 
estando turbada de aquella borrachera le venían, ó por ventura, 



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— 390 — 
y sin ella, el demonio para los engañar é introducir en ellos su 
culto les había traido.»^ 

Oviedo habla también del uso del tabaco que los indios de la 
Española hacían en sus ceremonias religiosas^ * pero dice que 
encendían aquella planta é inspiraban el humo por la nariz. Gasas, 
que vivió largos años en la Española cuando había en ella 
muchos millares de indios, y que vio algunas veces las fiestas en 
que ellos tomaban el tabaco, solamente hace mención de ios pol- 
vos que de él sorbían por la nariz, sin decir que los encendiesen. 
, Con el progreso de la conquista fueron descubriendo los euro- 
peos en otras partes de América la planta del tabaco , y observaron 
que no solamente se usaba en Jas ceremonias religiosas , sino 
que algunas naciones la aplicaban á otros usos, como pronto 
veremos. 

En la Nueva Francia, nombre que primitivamente se dio ál 
Canadá, empleóse en los sacriñcíos de los indios outaouacs, ha- 
ciendo las funciones de sacerdote uno de los ancianos más res- 
petables de la tribu *. Usáronlo también los salvajes de Virginia, 
y en tan alta estima lo tuvieron, que pensaron que sus dioses 
recibían placer cuando se les ofrecía. Así fué que lo esparcían 
á puñados en el aire para libertarse de algún peligro; y en otros 
casos lo arrojaban de tiempo en tiempo en fuegos sagrados, ya 
majado, ya convertido en polvo.* t ^ 

A usos profanos aplicóse el tabaco entre los aztecas, pues en 
los banquetes de México ofrecíase á los hombres convidados en 
forma de cigarros introducidos en tubos de plata ó de carey, ó 
en cañutos, mezclado con sustancias aromáticas. Para inspirar 
el humo, comprimíanse con los dedos las ventanas de la nariz, 
y frecuentemente se tragaba. Digno es de mencionarse que los 
aztecas sorbían también por la nariz el polvo que se hacia de las 
hojas secas del tabaco ", y este uso tan generalizado hoy, tuvo 
igualmente su oríger^en costumbres de pueblos indios. 



(i) C&sñB, Apologética Historia, cap. iññ, 

(2) Oviedo, Historia Natural y General de las Indias^ lib. 5, cap. 2. 

(3) Garla del Padre Allouex, jesuíta misionero entre los oiitaouacs. 

(4) Thomas Hariot, Decommodis incol, Virginice, p. 16. 

(5) Glavigero, Síoria cíel Jfeííico, tom. 2.— Torquemada, Monarquía tn^ 
dioina, lib. 13, cap. 23. — Sahagun, Historia de Ntieva España, lib. 4. 
cap. 37. 



— 391 — 

Entre los peruanos aplicóse el tabaco á usos medicínales. Él 
Inca Garcilaso de la Vega se expresa asi: «De la yerba ó planta 
que los españoles llaman tabaco y los indios sayri, usaron mucho 
para muchas cosas: tomaban los polvos por la nariz para descar- 
gar la cabeza. De las virtudes de esta planta han experimentado 
muchas en España^ y asi le llaman por nombre la yerba santa.» * 

Parece cierto que el caballero Juan Nicot fué quien primero 
introdujo en Francia la planta del tabaco. Noto mucha divergen- 
cia entre los autores acerca del año de esta importación; mas no 
cabe duda que fué en la segunda mitad del siglo xvi. Del nombre 
Nicot vino que al tabaco se le diese el de nicotiana ó nicociana. 

La costumbre de fumar tabaco se introdujo en Inglaterra cuan- 
do á ñnes de 1585 Francis Drake con una escuadra de veintiún 
buques quemó la ciudad de Santiago de Cuba , saqueó las de San- 
to Domingo y Cartagena, y destruyó dos fuertes españoles en la 
costa de Florida. En esta expedición las enfermedades le mataron 
setecientos hombres, y llevó á Inglaterra el resto de los colonos 
que el caballero Walter Raleigh había enviado á Virginia. Estos 
fueron los que introdujeron en Inglaterra el uso de fumar tabaco. • 

Suscitáronse acaloradas controversias acerca de las propiedades 
del tabaco , pues mientras unos ponderaban sus virtudes medici- 
nales, otros exageraban los daños que á ia salud producían. Estas 
disputas apasíonadtg detuvieron el impulso que había tomado el 
cultivo de aquella planta; pero triunfando ai ñn el vicio de cuantos 
obstáculos se le oponían , el tabaco volvió á tomar su curso, au- 
mentándose más y más , sobre todo en Cuba , donde fué su ramo 
más productivo en los siglos xvi, xvii y parte del xvni. Sin embar- 
go, no por esto diré yo, que el cultivo del tabaco hubiese fomen- 
tado el comercio de negros en aquella isla como el ramo del azú- 
car, porque labradores blancos se dedicaban al cultivo de aquiella 
planta, y como eran pobres, no tenían medios para compr&r negros. 

Libre era el cultivo del tabaco ; pero la ley publicada por Feli- 
pe III el 20 de Octubre de 1614 le impuso una restricción que 
debe calificarse de crufl. Hé aquí la ley : 

«Sin embargo de la aatigua prohibición, ocasionada del comer- 
cio con extranjeros enemigos de nuestra Real Corona: Es nuestra 



(1) Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, primera parte, lib. 
2, cap. 25. 

(2) Camden, 449.— Harris, I, 815. 



» — 392 — 

voluntad que los vecinos de las Islas de Barlovento, Tierra-ñrme, 
y otras partes donde se siembra y coge tabaco, no pierdan el 
aprovechamiento que en él tienen, y nuestra Real Hacienda goce 
el beneficio que resulta de su comercio. Y tenemos por bien y 
permitimos, que lo puedan sembrar libremente, con que todo el 
tabaco que no se consumiere y hubiere de sacarse de cada Isla ó 
Provincia donde se cogiere, venga registrado derechamente á la 
ciudad de Sevilla, y los que contrataren en él por otras partes, 
incurran en pena de la vida y perdimiento de sus bienes, como 
los que rescatan con enemigos, en que desde luego los damos por 
condenados, y aplicamos los dichos bienes mitad á nuestra Cá- 
mara, y la otra mitad al Juez y Denunciador, por iguales partes. 
Y mandamos á los Gobernadores, que lo executen inviolablemen- 
te, advirtiendo,' que se les pondrá por capítulo de residencia, con 
pena de privación perpetua de oficio si hicieren lo contrarío, y 
perdimiento de la mitad de sus bienes, aplicados en la forma refe- 
rida.» * 

No obstante los rigores de esta ley, el cultivo del tabaco no 
menguó; y como fué gravado con una contribución, esta llegó á 
ser de tanta importancia^ que en las Cortes de Burgos de 1636 el 
Rey la solicitó para sí, y la alcanzó. Arrendóse^ como dice un ilus- 
tre cubano, á varios particulares, y después á las mismas provin- 
cias. En i 701 fué D. Agustín Palomino el {rímelo que tuvo co- 
misión del Rey para comprar en la Habana y remitir á España ta- 
bacos para la Real Haoienda. Conocida la importancia de este en- 
cargo, creóse en 1711 para ejercerlo una factoría formal, qut 
fué abolida en 1734, celebrándose en este año un asiento con don 
José Tallapiedra, para que remitiese á España ciertas cantidad^ 
de tabaco. Nuevo asiento y con nuevas modificaciones ajustóse en 
1736 con el Marqués de la Madrid; pero los males que así este 
como el anterior ocasionaron á los habitantes de Cuba, dieron 
origen á la formado^ en 1740 de la Real Compañía mercantil que 
obtuvo el privilegio de surtir á España de iabacos. Mas no corres- 
pondiendo ella á los intereses del Rey ni del público, perdió el 
privilegio que se le había concedido, fundándose entonces nueva 
factoría *, que fué la que existió hasta que el benéfico Real Decreto 



(1) Recopilación de Leyes de Indias^ lib. 4. tit. 18, loy 4. 

(2) Informe de D. Francisco de Arango al Sr. D. Rafael Gómez Roubaud, 
Superintendente Director general de tabacos en la Isla de Coba, sobre los 
males y remedios que en ella tiene éste ramo. Escrito en 1805. 



— 393 -r- 

de 23 de Junio de 1817 destruyó el terrible monopolio de una insti- 
tución que tantas lágrimas hizo derramar á muchos labradores de 
Cuba. Libres desde entonces el cultivo y exportación del tabaco, 
fomentóse el comercio de negros^ porque muchos, así vegueros 
como fabricantes^ sirviéronse de tales brazos para su cultivo y 
elaboración. 

Yo no escribo la historia de Guba^ ni tampoco la del tabaco en 
ella; pero no puedo omitir que cuando se estableció el monopolio 
de este ramo fundándose la primera factoría, hubo alteraciones y 
violencias que turbaron la pública tranquilidad y aun costaron la 
vida á algunos campesinos^ que á pesar de la justicia de su cau- 
sa, cometieron la torpeza de empuñar las armas^ poniéndose en 
abierta rebelión contra la autoridad. Sobre los dolorosos aconte- 
cimientos de aquella época publicaré, por término de este apéndi- 
ce, un documento que nunca he visto impreso, y cuyo original 
existia en el archivo de la extinguida Factoría de tabacos en la 
Habana: 

tEl Rey. — Mi Gobernador y Capitán General de la Isla de Cuba 
y ciudad de San Cristóbal de la Habana D. Gregorio Guazo Calde- 
rón vuestro antecesor en ese gobierno, con carta de 15 de Mayo 
de 1723, acompaña los autos executados sobre el levantamiento 
de diferentes labradores de algunos pueblos de esa jurisdicción y 
castigo executa(]p en ^s que se aprisionaron, expresando difusa- 
mente que el motivo que para ello hubo^ fué haber salido de ese 
puerto para estos reinos los galeones del cargo de D. Baltazar de 
Guevara, y embarcándose en ellos porción de tabaco de cuenta 
de mi Real Hacienda y de particulares, el que quisieron comprar 
los dueños de los navios^ y remitir otros por la suya á Cádiz (con 
consideración de no causar perjuicio al comercio en la parte de 
los buques que se destinaron para el de la Hacienda); por lo que 
se difundieron voces entre los labradores de esa jurisdicción, de 
quererse estancar este género, y que á este fí% se embarazaba el 
embarcar tabaco que fuese mió; de que resultó confabularse unos 
con otros con cisma de algunos vecinos de esa ciudad y personas 
que viven de ilícitos comercios (de los que conduzcan sus tabacos 
de ese puerto á las colonias extranjeras con pretexto de cargar los 
registrados para mis dominios); y pasaron á solicitar con el Con- 
tador D. Juan Francisco Zequeira entrar en parte del cambio que 
este hizo de los efectos pertenecientes al negociado de D. Manuel 
de León, que habia en ser, quien no los quiso admitir por fallidos, 
de que quedaron desazonados, y consiguientemente se divulgó 



— 394 — 
que se juntaban los labradores para arrancar los tabacos sembra* 
dos^ por decir habían contravenido sus dueQos á cierto acuerdo 
secreto para que no se sembrase alguno en aquel año ni los futu- 
ros, hasta que la falta del género le diese el valor que ellos qui- 
siesen, esparciendo voces de quemar todos los tabacos molidos y 
en hoja de las cosecnas pasadas y los que había en esa ciudad, 
por haberlos vendido á menos precio, amenazando á los Reales 
almacenes. Que por estas voces y noticias generales temeroso di- 
cho Gobernador de la mala consecuencia de ellas, si no experi- 
mentaban algún castigo^ hizo diferentes diligencias^ y halló qoe 
muchos abominaban la resolución y especialmente los más prin- 
cipales de los Partidos de San Miguel, Jesús del Monte, y Guana- 
bacoa^ Santiago de las Vegas y San Felipe y Santiago^ siendo 
estos dos últimos de contrario parecer, y 'de ánimo de defender 
sus tabacos; por cuya razón solicitó con el Gura de Guanabacoa y 
otras personas procurasen la conservación de aquel pueblo y los 
demás sin novedad, pero que sin embargo de estas precauciones, 
se principió el tumulto en número de trescientos hombras con 
armas, empezando á arrancar los tabacos por el partido de San 
Miguel^ de que no tuvo noticia hasta que pasados algunos días 
(no obstante que hablan hecho la misma extorsión en los partidos 
de Guanabacoa y Jesús del Monte), compareció ante jél un estan- 
quero nombrado Nicolás Rodríguez, á quJBU le hablan hecho el 
mismo daño, y le reñríó lo expresado, y que el tumulto se habia 
aumentado en número considerable con agregación de muchos 
voluntarios, obligando á otros á que les acompañasen forzados: 
Que corriendo el estrago con voces de quemar los tabacos veinte 
leguas en contorno, los vecinos de Santiago y San Felipe pidieron 
socorro á dicho Gobernador prometiendo ellos contribuir por su 
parte para evitar este perjuicio, á los cuales les ofreció socorrer 
en cualquier accidente que se les ofreciese para que no quedasen 
destruidos, diciéndoles le avisasen de cualquier movimiento. In- 
continenti proveyó auto, imponiendo pena de la vida y perdimien- 
to de bienes á cualquiera que arrancase xabaco del sembrado, ha- 
ciendo mención del auxilio pedido por los partidos de Santiago y 
San Felipe, pareciéndole serla este el medio para su quietud, y 
participó al mismo tiempo contribuyese con alguna providencia á 
este ñn el Obispo^ quien despachó censuras á que no atendieron 
los tumultuados, repitiendo sus convocatorias, publicando acome- 
terían á esa ciudad al amanecer del dia siguiente, que se contaba 
20 de Febrero, desde el puente de Calabazal, distante una legua 



~ 395 — . 
de Santiago donde determinaron juntarse, como lo hicieron hasta 
ochocientos á novecientos hombres armados, según por noticias 
pudo adquirir: Que entendido de ello formó junta de guerra con 
los principales oficiales de esa guarnición, y conferida la materia^ 
considerando las malas consecuencias que resultarían de consentir 
los amotinados, y ser preciso el escarmiento y desunir aquella 
gente, se acordó dar luego auxilio de doscientos hombres escogi- 
dos inclusa en ellos .la Compañía de caballos y noventa granade- 
ros con sus oficiales que los gobernasen, dejando suficiente guar- 
nición para los castillos y puestos principales de la plaza; y en su 
consecuencia salió á las nueve de la noche del mismo día un des*- 
tacamento á cargo del Capitán de caballos D. Ignacio Francisco 
Barrutia con instrucción de lo que había de ejecutar y con orden 
de llegar al pueblo de Santiago antes de amanecer^ como lo hizo, 
donde halló algunos vecinos temerosos de los tumultuados y em- 
boscados en el monte con armas, y sus mujeres y familias refu- 
giados en la Iglesia con sus bienes por las amenazas de los amo- 
tinados, de los cuales tenían uno preso, por haber llevado una 
carta al Cura para que los redujese á que dejasen arrancar sus 
tabacos por convenir así á todos. Que dicho Comandante dio las 
providencias necesarias, y reconociendo marchaban los tumultua- 
dos, y que se encaminaban á aquel sitio, y presumiendo iban á 
atacarle, les puso á la vista una pequeña partida de caballos, dán- 
dose á conocer observando el número que traían^ que fué el de 
quinientos á seiscientos hombres, y al mismo tiempo procuró se 
incorporase toda la gente con los paisanos que se habían juntado, 
y al teniente y alférez les díó orden estando el destacamento en 
dos partidas encubiertas, para que al igualar con ellos los tumul- 
tuados les hablasen, y dijesen se sosegasen hasta que se viesen 
con el Comandante que tenia que decirles, y que si menosprecia- 
sen el aviso y respondiesen con fuego, les acometiesen por ambos 
costados espada en mano^ procurando dividirlos ñor el centro Ín- 
terin que llegaban con la infantería en tres trozos y otro que forma- 
ban los labradores, se poffdrian en batalla á un tiro de fusil. Que 
executada esta acción, la respuesta que dieron los amotinados fué 
una carga cerrada con bocas de fuego, malhiriendo á un soldado, 
matando un caballo, y rompiendo á otro las riendas con una bala,, 
por lo cual se vieron precisados á cumplir la orden, y acometiendo 
espada en mano les pusieron en fuga, antes que la infantería se 
proporcionase para dispararle, yendo muchos heridos y dejándose 
uno muerto en el campo y doce prisioneros, sin haberse adelanta- 



— 396 — 
do á su seguimieüto por observar la instruccíou que les dio dicho 
Gobernador para ello si sucediese la fuga. Que sabedor de dicho 
suceso^ mandó el dia siguiente retirar la gente á paraje inmediato, 
y en el centro del distrito que ocupaban los tumultuados^ para 
ocurrir en cualquier novedad que hubiese^ respecto de que noÍ^- 
tante su escarmiento andaban en los lugares precisando á la gente 
á que los acompañasen á su insolencia; por cuyo motivo, recono- 
ciendo dicho Gobernador se necesitaba de remedio pronto antes 
que se tocasen mayores inconvenientes, por ser el fin de los tu- 
multuados la libertad de los presos (la que no podía concederse 
por ser culpable é indecorosa á mis armas y Real jurisdicción) 
proveyó un auto el dia siguiente 2 i de Febrero, declarando por 
incursos á los presos en la pena de muerte impuesta en el bando 
publicado, y por haber provocado las Reales armas, haciendo fue- 
go sobre sus tropas; y para el efecto y execucion de la justicia^ 
dio providencia de ministros y religiosos que los exhortasen, y 
mandó que sus cadáveres al amanecer del dia siguiente quedasen 
pendientes de distintos árboles en los caminos reales de ese dis- 
trito, para escarmiento público de esos pueblos, concediendo por 
el mencionado auto y en mi nombre perdón general á todos los 
que hablan concurrido en el tumulto^ para que pudiesen vivir se- 
guros en sus casas cuidando de sus haciendas, imponiendo pena 
de la vida y perdimiento de bienes á cualquiera ^ue no executase, 
y se volViese á juntar é inquietar á los vecinos de los mismos 
partidos y villa de Guanabacoa, que hablan estado y estaban 
quietos y sosegados cumpliendo con su obligación, ofreciendo al 
mismo tiempo doscientos pesos á cualquiera que delatase de al- 
guno que contraviniese á ello, cuya orden y auto remitió al 
comandante la noche del dia 21, para que á las cuatro de la ma- 
ñana estuviesen executadas las muertes y lo demás expresado. 
Que dicho cabo le avisó el recibo de la expresada orden por carta 
del dia 23 del re^rido mes, dándole cuenta de que á la una de la 
mañana habia llegado á sus manos, ^que á las seis del referido 
dia quedaban executadas las justicias, habiendo arcabuceado á 
los presos y puéstolos en los caminos, y quedaba publicado el 
bando que incluía el auto de la condenación, y remitido los des- 
pachos de él á los pueblos; de que quedaban tan atemorizados los 
tumultuados con las muertes de sus compañeros, que á no llegarles 
la noticia del perdón se hubieran huido todos la tierra adentro, 
como lo executaron algunos de los más culpados, y que inclusos 
ocho que se dijo haber muerto de los heridos y los doce ajusti- 



— 397 — 

ciados^ pasaban de. cincuenta los que el dia siguiente faltaban de 
los tres partidos, y que todos quedaban arrepentidos y con sosie- 
go, escarmentados para no volver á incurrir en semejante cul- 
pa, expresando haber sido este escarmiento muy importante. 
Que con esta noticia , habiendo estado pendientes los cadáveres 
cuarenta horas, se les dio sepultura á instancia del Obispo, y á 
vista del destacamento que se mantuvo en aquel sitio hasta la 
tarde del dia siguiente que le mandó retirar á la plaza; y supone 
dicho Gobernador que los referidos ajusticiados eran de los tres 
partidos de Jesús del iifonte, San Miguel y Guanabacoa, y de los 
vagos que habitan en los montes sin domicilio y de los más cul- 
pados; y concluyó diciendo quedaba quieta y segura esa isla, pi- 
diendo se le aprobase el zelo con que habia procurado el desem- 
pefio de 3u obligación, dispensándole cualquiera hierro que 
pudiese haber cometido en no haber podido solicitar el acierto 
por medio de consultar sus dictámenes con hombres doctos que 
se los pudiesen dar en puntos de justicia, y haberle sido preciso 
proceder militarmente con su corta capacidad y experiencias. Y 
habiéndose visto en mi Consejo de las Indias^ con la representa- 
ción que en el asunto hicieron los labradores residentes en los 
partidos de esa jurisdicción refiriendo el suceso con variedad, y 
oído á mi fiscal, y cónsul tádoseipe; como quiera que sólo han 
sido ¿e mi aprobación las primeras providencias que el referido 
Gobernador dio para disipar é impedir el tumulto , así en lo que 
mira al bando q#3 maftdó publicar para que se aquietasen impo- 
niendo pena de la vida á quien contraviniese á él, como en la 
de haberles puesto á la vista tropa que los contuviese, y de mi 
desagrado la execucíon del castigo en los aprisionados , por la 
suma celeridad con qu6 obró^ sin haber señalado otro, aunque 
fuese breve, para oirlos en justicia, y poder averiguar por sus 
declaraciones quienes hubiesen sido los primeros motores del 
tumulto para que en ellos se executase el castigo correspon- 
diente al delito que hubiesen cometido. He resuelto participaros 
reservadamente de esta mi deliberación , á fin ft que la tengáis 
presente para en adelante^por si se ofreciese caso semejante, 
previniéndoos que por la via reservada he mandado se repitan 
las órdenes dadas por despacho de 25 de Octubre y 17 de 
Noviembre de 1720 para que se permita á mis vasallos el libre , 
uso de los tabacos de esa Isla, cesándose en comprarlos de cuen- 
ta de mi Real Hacienda, y que los que ya estuviesen comprados 
se remitan á Cádiz. Fecha en Madrid á 17 de Junio de 1724-^Yo . 



-. 398 - 

el Rey — Por mandado del Rey nuestro Señor — Don Andrés de 
Elcorobarrutía y Zupide — El despacho arriba escrito hice sacar 
de mis libros Reales por duplicado en Madrid á 17 de Diciembre 
dei724— YoelRey.i 



XI. 

Sobre la bahía de Ñipe. 

(Pág.330.) 

^Petición hecha al Rey en 1776 por Don Diego Noble^ Don 
Antonio de Silvei y Ramírez y Don Francisco López Gamarza 
y Compañía, sobre qwe se les concedan terrenos realengos é incul- 
tos al Norte de las cercanias de la Bahia de Ñipe y Bay amito al 
Sudy eic,^,T> 

los terrenos que se piden están al norte en las cercanías de 
la Bahía de Ñipe y Bayamito al Sud y aun adentró de su circun* 
ferencia, y entre otros los nombrados Caguamis, Casimaya, Gi- 
nimif Tacujo, Punta de Ñipe, Sexon y Bahia de Naranjo, 
estando el mismo de Ñipe situado hacia el extremo nordeste» de 
la isla, uno de los más cercanos á España, de los mejores y más 
importantes de la Isla, y el más cómodo y bre^ que se puede 
establecer por la comunicación entre ella y España, pues además 
de evitar el riesgo que se tiene en la ida á la Habana, ya sea 
dando vuelta á la isla de la banda del sud, 6 bien yéndose por la 
canal vieja abajo, es constante que desde €ícha Babia de Ñipe se 
tiene la comodidad de embocarse en derechura por entre los Cai- 
ques etc. y ahorrar de este modo centenares de leguas en el viaje 
á la Europa, y hallándose los insinuados de la Bahía de Ñipe y 
Bayamito no sólo incultos sino desiertos^ y actualmente llenos de 
bosques que sirveff para proveer los contrabandistas de la Provi- 
dencia y colonias inglesas, americanas,^ aun al mismo Londres, 
y Amsterdam etc. con sus ricas maderas de varias calidades es- 
peciales y otros frutos que se crian á lo silvestre, todos los cuales 
los dichos contrabandistas disfrutan como suyo, por lo que dig- 



* 

{!) Mus. Brit. MSS. de Indias, tom. 2, Plut. GXG. D, 13,975, pá¿. 120. 



— 399 — 

nándose V. M. de conceder á los suplicantes su propiedad, ofre- 
cen á su costo y sin ei menor desembolso del Real Tesoro ex- 
terminar este manantial de contrabando é ingreso de los extran- 
jeros, reduciendo dichas tierras á cultura y población en los tér- 
minos siguientes: 

i.'' Se ha de dignar Y. M. despachar su cédula Real conce- 
diendo á los suplicantes que actualmente firman á estas proposi- 
ciones mancomunados con sus demás socios, sus herederos y 
descendientes, y en defecto de estos á quienes por testamento ó 
de otro modo les toque, la propiedad perpetua de dichas tierras. 

2.0 Para que esta tenga efecto se dará facultad plena al Juez 
más inmediato para que mida los terrenos y ponga mojoneras y 
lindes que prescriban las extensiones de las posesiones y propie- 
dades que se concedan á los suplicantes y socios, y se extenderán 
á continuación de la Cédula Real con individualidad todas las 
diligencias de las medidas que se hiciesen, psra evitar en lo 
sucesivo toda cuestión de disputa ó duda de derecho de propiedad, 
y cantidad de los terrenos ó sus límites. 

3.** Para romper y cultivar estos terrenos se les concederá á 
los socios de la Compañía la facultad de introducir de donde 
convenga traerlos por el término de diez aQos ó ei que fuere del 
agrado de V. M. los negros esclavos de la costa de Guinea etc. 
necesarios^ libres do toda gavela; cuyo número se podrá fíjar^ 
porque en el primer año tal vez se necesite de quinientos, más ó 
menos, pero es ri^ulai* que se requiera mucho mayor número 
según vayan las poblaciones en aumento y las tierras cultivándose. 

4.0 A Qn de evitar cualquier fraude uí causar el menor per- 
juicio á los interesados á cuyo cargo se halla actualmente el 
asiento de introduccion^de negros al puerto de la Habana, se 
ceñirá esta nueva facultad á que la licencia y^franquicia concedida 
á los suplicantes de introducir negros, sea sólo y únicamente 
para el uso y destino de los propios pobladores^ sin facultad de 
vender, ni enagenarlos por pretexto alguno, á otro individuo que 
no sea actualmente socio, ó dependiente de su flisma compañía^ 
y consienten á que se deoppor decomisados todos ó cualquiera 
negros que se introdujesen ó negociasen, que no sean para estos 
destinos. Y resulta que esta franquicia no causará perjuicio al ' 
Real Horario; porque en el dia están aquellas tierras en que se 
intenta emplearlos, totalmente inútiles, y aun más bien perjudi- 
ciales y de menoscabo al Estado en general por servir para refugio 
y surtir las necesidades del enemigo de la corona en tiempo' de 



— 400 — 

paz y guerra, y ademas al mismo tiempo que ayudan los negros 
asi introducidos á facilitar el cultivo de los terrenos, no dejarán 
de ser en algún modo de aumento ¿ las poblaciones nuevas, sin 
embarazar que los demás habitantes de la Isla de Cuba, tengan 
la precisión de surtirse de negros como lo hacen en el día. Y 
finalmente después de los dichos diez años es constante que ven- 
drán los derechos Reales atento á los negros á aumentarse en los 
suplementos anuales que se requerirán para estas mismas pobla- 
ciones nuevas; de modo que en lo sucesivo quedará el Real Herario 
más que plenanente recompensado, y el Estado en general im- 
ponderablemente beneficiado. 

5.<^ Para poder sostener los individuos dependientes de estas 
poblaciones nuevas, y negros esclavos de su uso, con los necesa- 
rios suplementos de la vida en el Ínterin y tanto que tengan cose- 
chas propias del producto de los terrenos que cultivan, se le con- 
cederá á la Compañía la facultad de introducir también libre de 
derechos, la harina y arroz que sean necesarios á su manutención, 
limitándose con las propias restricciones é igual término de 
tiempo que se tenga por conveniente conceder para la introduc- 
ción de los negros; y es constante que se dijo en el antecedente 
artículo que tampoco perjudica esta franquicia al Herario, y que 
beneficiando á los intereses de las poblaciones es consecuente- 
mente útil á tpda la monarquía. 

6.^ Asimismo han de poder introducir franca pero limitada- 
mente desde España, las herramientas f uteffsilíos de todas 
especies que sean necesarios, para el desmonte de los bosques, 
limpiar y labrar los terrenos^ y beneficiar sus frutos y productos, 
con la precisa obligación que se han de remitir estos utensilios 
de cualquier clase al puerto de Ñipe y Bayamito, y porque van 
con franquicias de derechos se arreglará de modo que no puede 
excederse á la concesión, ni recelarse del menor fraude, acom- 
pañándolos con las guias y despachos necesarios que se deberán 
dar con la debida claridad, sin causar á la Compañía dilación de 
gasto alguno coif este motivo, y para que esto se verifique 
se han de comunicar las corresp ondiéutes órdenes á los ad- 
ministradores é interventores de rentas etc. en los adecuados 
puertos. 

7.^ La Compañía hará las poblaciones referidas con Españo- 
les, Canarios, Criollos, Indios^ Negros y otros calificados (además 
de los notados esclavos) según previenen las leyes /le Indias; y 
todas las familias que se embarcaren desde cualquiera parte de 



— 401 — 

afuera de la Isla de Cuba, con destino preciso á poblar los terre- 
nos de esta concesión, seles concederán facultades de llevar con- 
sigo todos los muebles de su casa, ropa y demás utensilios do- 
mésticos que tengan de su uso libres de toda especie de derechos^ 
arreglándose del mismo modo, como se dijo en el artículo ante- 
cedente, para evitar el menor fraude. ♦ ' 

8.* Se eximirán los pobladores de pagar diezmos ú otros de- 
rechos ó tributos durante el tiempo de diez anos, por el producto 
de los terrenos nuevos que desmonten ó beneficien de cualquiera 
especie. ^ 

9.^ Tendrá la Compañía ó quien la represente bajo del Real 
patrocinio de Y. M. la facultad que les toca de nombrar sacer- 
dote ó sacerdotes necesarios para el pasto espiritual de los 
pobladores. 

10.° Para el establecimiento del pueblo ó pueblos, se harán 
en las partes de las tierras que sean mas cómodas para el bene- 
ficio común y Real servicio, dignándose V. M. dar facultad al 
Juez comisionado á medir y mojonar las tierras para que también 
seiíale en concierto con la Compañía los sitios más pro[)ios 
donde se han de establecer dichos pueblos cuando llegue el caso. 
11.0 Pero por ser la bahía de Ñipe uno de los puertos mejores 
del mundo, y más importantes de la isla de Cuba por su situación 
á Barlovento de toda la Isla, que le hace la llave desde donde 
puede' dominarse la importante Canal Vieja y el nombrado pasaje 
de Barlovento, parece que el primer objeto que inste y desee 
tenerse presente es el comenzar á poblar en el recinto de la mis- 
ma Bahía, por esto deben hacerse todas las entradas y salidas de 
los negocios marítimos que resulten de las referidas concesiones 
por dicha bahía, produciendo beneñcios tan grandes y notorios á 
los armas de V. M. que seria injuria á la evidencia repetirlos y 
las demás utilidades que podrán sobrevenir de atender á estas 
ofertas de la Compañía de Leales vasallos de V. M. 

1^.* Finalmente por el tiempo de diez añdl comenzando á un 
ano después de la fecha «ie la Real Cédula de concesión, con el 
fin de dar lugar que los interesados de la Compañía puedan pro- 
porcionar la introducción de pobladores para comenzar el des- 
monte en aquellos terrenos y bosques, se les concederá también 
la facultad de remitir á España en derechura desde dicha bahia 
de Ñipe y Bayamito, con igual franquicia de derechos, todos los 
productos de sus terrenos, ya sean los maderos que corten de los 
J:>osques cuando van limpiando las tierras^ como los demás frutos 

26 



— 402 — 

que después produzcan estos, sean beneñcíádos ó sin beneficiar» 
durante el término de los referidos diez años, ó mientras fuese el 
agrado de V. M., para fomentar una empresa de tanta importan- 
cia á la seguridad de la Isla de Cuba y comercio de España en 
general. 

Señor:«en ningún tiempo se podrá lograr ei feliz éxito de po- 
ner estas y otras poblaciones en pié mejor que en la actual co- 
yuntura en que reinan tantas divisiones en el ministerio de la 
Inglaterra, y desunión entre las colonias septentrionales y la tierra 
matriz ; por tanto — A Y. M. suplican quQ continuando á sus lea- 
les vasallos su clemencia y en especial su protección á los su- 
plícanteSy se digne concederles la propiedad de los terrenos rea- 
lengos de la Isla de Cuba en las cercanías de la bahia de Ñipe y 
Bayamito en la forma y bajo las condiciones que van expresadas, 
ó como seaa del Real agrado de Y. M. 



. XIL 



Sobre las islas de Fernando Po y Annobon. 



(Pág. 336.) 



En su oportuno lugar dijimos que España habla adquirido en 
d archipiélago de Guinea las dos islas mencionadas, á conse- 
cuencia de un tratariq firmado en 1.® de Octubre de 1777 entre 
le rey Carlos III y José II de Portugal. ^ 

Para tomar posesión de elfas comisionó el gobierno Español al 
Conde de Argelejos, quien saliendo de Montevideo en la fragata 
Catalina acompañada de dos buques menores, condujo en- esas 
naves ciento cincuenta hombres de tropa y operarios; y llegando 
á la isla de Fernando Po, enarboló en ella la bandera española 
el 24 de Octubre de 1778. 

Hállase Fernando Po entre los 3» 11' latitud Norte y 15» longi- 



— 403 — 

fttd Este del meridiano de Cádiz. Mide aproximadamente quince 
iéguas de largo ^ diez de ancho, y cuarenta y cinco de circunfe- 
rencia. Insalubre en sus costas 9 no lo es en el interior, cuyas 
partes son montañosas , elevándose á veces hasta la altura de do- 
ce mil ptés sobre el nivel del mar. Su vegetación es muy frondosa, 
como la de otros países tropicales; tiene buenas aguas potables, 
y carece de pantanos. Ni la fiebre amarilla ni el cólera , tifus, vi- 
ruela y disentería , no existen todavía en ella , bien que reinan 
ciertas fiebres propias de la localidad, que no es difícil combatir 
con la higiene, quinina*y otros medicamentos. Produce cañas de 
azúcar^ algodón , café, cacao, añil, tabaco y preciosas maderas 
de construcción. Aunque hay poco ganado, abunda mucho la 
pesca. Mosquitos y algunas culebras son los animales dañinos que 
se conocen. Su temperatura en las costas llega á 45^ del centí- 
grado , mientras la ordinaria en la inmediata costa del continente 
es de 52. Fama tiene de malsana, mas no la consideran así los 
ingleses, quienes trasladan á ella sus enfermos del continente; y 
uno de sus médicos se explica así: «Si las personas que hasta 
aquí parecen haberse complacido en desacreditar las condiciones 
sanitarias de esta isla, hubiesen vivido ponmigo años enteros en- 
tre los pestilentes pantanos del África ecuatorial , hubieran podi- 
do apreciar sin duda alguna el valor de esta joya al alcance de. 
la mayor parle de los viajeros de África , joya de inmenso valor 
para los convalecientes, porque no tan sólo los rescata de una 
muerte prematura, sino que los restablece muy en breve en dis- 
posición de poder volver á las ocupaciones de la vida ordinaria.» * 

Es opinión comunmente recibida que las mujeres europeas que 
habitan en las islas del golfo de Guinea , contraen enfermedades 
que acaban por hacerlas estériles. Qué haya de verdad en esto, 
no puedo asegurarlo; pero si tal acontece, forzoso es renunciar á 
toda colonización blanca en la isla de Fernando Po. 

Calcúlase su población indígena casi en doce mil habitantes^ 
pero compuestos de diversas razas. La más numerosa de estas es 
la de los boobe ó bubis, ^nte en extremo perezosa según dicen 
los viajeros, pues no hay estímulo que los mueva al trahajo. Pa- 
san su vida desnudos tendidos á la larga, en chozas cubiertas de 



(1) Dr. Daaiell, Topografía Médica. 



— 404 — 

ramaje, alimentándose de los pocos ¡lames que siembran^ y en- 
tregados al baile, su diversión favorita. Viven sometidos al go- 
bernador español de la colonia. Créese que admiten la unidad de 
Dios, mas ignórase cuál sea su religión /pues los ritos y supers- 
ticiones que profesan, ejércenlos en lo más espeso de los bosques. 

Hay otra raza llamada de los krumanes, cuyo origen es del 
continente, en especial de Sierra Leona y Libería. Es muv con- 
traria á la anterior, pues sus individuos son laboriosos y aptos 
para recibir los progresos de la civilización. Educados por losin* 
gloses, hablan la lengua de estos^ siendo generalmente anabaptis- 
tas ó metodistas, cuya religión los ha puesto á veces en conflicto 
con los misioneros españoles, que impidiéndoles el ejercicio de su 
culto han querido hacerlos católicos á la fuerza. De aquí ha pro- 
venido que rehusan contratarse con los españoles sino bajo ciertas 
condiciones que no exigen de los demás europeos. 

Como la cesión que hizo Portugal á España de la isla de Fer- 
nando Po fué acompañada de la de Annobon, diremos brevemente 
alguna cosa de ella. 

Ya hemos indicado que el Conde de Argelejos tomó posesión 
de Fernando Po el 24 de Octubre de 1778. El 25 del mismo roes 
salió para Annobon; mas muerto en la travesía^ recayó el mando 
de la expedición en el coronel de artillería Primo de Rivera. Los 
negros de esta isla resistiéronse á la dominación española; y á la 
hora en que dicto estas lineas , España noia ocifpado todavía de 
hecho á Annobon , sí bien legalmente le pertenece. Fué esta isla 
descubierta en 1.^ de Enero dcT 1498 por el famoso mareante 
Juan Santarem. Hállase á I"» 25' latitud Sud, y IP 51' longitud 
oriental del meridiano de Cádiz. De naturaleza volcánica, es más 
salubre que Fernando Po, pero su vegetación no es tan frondosa. 
Habítanla unos dos mil negros, aunque indolentes como los de su 
raza. 

Tornando á Fernando Po, no se escondió su importancia á los 
ingleses, así para A comercio con Sierra Leona, cuyos buques 
hacían aguada en ella, como por las vtotajas que presenta su 
proximidad á las bocas del Níger, magnífico rio de mil quinientas 
varas de ancho, y navegable corriente arriba por más de mil 
quinientas millas. Sin atender pues á los derechos de España, 
trató el gobierno inglés de* hacer allí un establecimiento nava), 
comisionando al capitán Owen para que escogiese el punto con- 
veniente. Comenzáronse los trabajos necesarios en el sitio que se 
llamó Glarence y que hoy lleva el nombre de Santa Isabel. Exa- 



— 405 — ■ 

gerada la perniciosa influencia del clima, vendieron los ingleses 
todas las obras que hablan hecho á la sociedad Dillon, Tenaud y 
Compañía; pero no tardó mucho tiempo sin que, volviendo de su 
erfor, acudiesen á medios más legítimos. Trataron entonces de 
comprar á Fernando Po y Annobon por el precio de sesenta mil 
libras esterlinas, cuya oferta aceptó el gobierno de la regencia 
del general Espartero. Su ministro Don Antonio González presen- 
tó é las Cortes en 1841 un proyecto de ley para la venta; pero 
habiendo encontrado en ellas y en la opinión pública muy fuerte 
resistencia, abandonóse aquella negociación. Lejos de perder 
entonces España ninguna de las dos islas, adquirió en 1843 la de 
Coriseo situada en la embocadura de los dos grandes, rios, Moou- 
dah y el Gabon, pues los mil habitantes de que se compone? 
partidarios de la nacionalidad española, sometiéronse á ella vo- 
luntariamente. *■ 

Por varias vicisitudes b^ pasado la colonización de Fernando 
Po, y no han faltado españoles que hubiesen proyectado convertir 
las islas del golfo de Guinea en establecimientos penales. Sobre 
este asunto abrióse en 1875 un concurso aprobado por la Real 
Academia de la Historia, á la que fueron presentadas luminosas 
memorias en 1877; pero todo se quedó'en palabras, como por des- 
gracia acontece comunmente en España. *. 

Bastante dinero ha costado, no á esta, sino á las provincias de 
Ultramar, la c^onizíl^ion de Fernando Po, y en la exposición del 
Real Decreto expedido en Madrid á 6 de Diciembre de 1878, re- 
formando la administración de aquella colonia africana y sus de- 
pendencias, leo estas palabras: «Efectivamente, la colonia ha 
costado desde su instalación hasta la fecha del último presupuesto 
aprobado de 1874-75, más de cuatro millones de pesos, sin con- 



(1) Dominando las bocas de los dos rios mencionados y cerca de Coris- 
eo, hállanse los dos isiotes*e Elobey, denominados el grande y el pequeño. 
Este tenia pocos años ha una factoría inglesa y utra portuguesa, con un 
movimiento anual de 15 ó 20 buques. 

(2) Las noticias contenidas en este apéndice las he tomado de las fuentes 
siguientes: D. Miguel Rios, Memoria sobre las Islas de femando Po y Anno- 
bon, Madrid 1844. — Navarro, Apuntes sóbrelas posesiones españolas en el gol" 
fo de Guinea, Madrid 1859.— Vizconde de San Javier, Islas de Fernando POy 
Coriseo y Annobon, Madrid 1871. — La colonización penitenciaria de las Ma- 
rianas y Fernanio Po, por D. Francisco Lastres y Juiz, Madrid 1878. 



— 406 -. 

tar los gastos ocasionados por Marina en el armamento de buques; 
y añadiendo á esta suma la de trescientos veinte y cinco mil peso» 
correspondientes á los cuatro ejercicios posteriores^ la cifra se 
eleva á cerca de cinco millones de pesos. Las cajas de Cuba, Fili* 
pinas y Puerto-Rico sobrellevan las cargas de nuestra colonia 
africana, consumidora é improductiva, contribuyendo la de la 
gran Antilla con el cincuenta por ciento, con el treinta y cuatro 
por ciento la de Filipinas, y con el diez y seis por ciento restante 
la pequeña Antilla; y como nuestras provincias ultramarinas no 
pueden, á causa de sus dificultades económicas, aprontar con ré« 
gularidad sus respectivas cuotas, de aquí el imprescindible deber 
de que se reduzcan extraordinariamente los gastos de Fernando 
Po si no han de repetirse los dias de angustia que atravesaron sus 
funcionarios y su estación naval en los pasados años de 1869 
á 1874.>> 

Razón tenia el Señor Elduayen , ministro de Ultramar , en dis- 
minuir los gastos de una colonia tan improductiva, á lo menos 
hasta ahora. Cosa muy injusta es que todos los gastos de Fer- 
nando Po graviten exclusivamente sobre las provincias de Ultra- 
mar, y que en nada contribuyan las demás que componen la na- 
ción española. Cuba paga la mitad de aquellos gastos, y forzoso 
es que se la alivie de semejante carga, cuando tan abrumada está 
de enormes contribuciones, y sufriendo las terribles consecuencias 
de la guerra civil de diez años que acaba detpasaii- 



XIII. 



Dictamen reservado que el conde de Arandá dio al Rey 
sobre la indeptndencia de las colonias inglesas, des- 
pués de haber hecho el tratado ^e paz ajustado en 
Paris el año de 1783. 

(Pág. 338.) 



«Señor.— El amor que profeso á V. M., el justo reconocimiento 
á las honras con que me ha distinguido^ y el amor que tengo á mi 



— 407 — 
patria, me mueven á manisfestar á la soberana atención de Y. M. 
un pensamiento que juzgo del mayor interesen las circunstancias 
presentes. 

Acabo de hacer y concluir de orden de Y. M. eltratado de paz 
con la Inglaterra; pero esta negociación, que parece he desempe- 
ñado á entera satisfacción de Y. M., según se ha dignado mani- 
festármelo de palabra, y antes por escrito, me ha dejado un cierto 
sentimiento, que no debo ocultar á Y. M. 

Las colonias americanas han quedado independientes: este es 
tni dolor y recelo. La Francia, como que nada tiene que perder 
en América, no se ha detenido en sus proyectos con la considera- 
ción de que la España, su íntima aliada y poderosa en el Nuevo 
Mundo, queda expuesta á golpes terribles. Desde el principio se 
ha equivocado en sus cálculos, favoreciendo y auxiliando esta in- 
dependencia, según manifesté algunas veces á aquellos ministros. 
¿Qué mas podía desear la Francia que ver destruirse mutuamente 
los ingleses y colonos en una guerra de partidos, la cual debia 
ceder siempre en aumento de su poder é intereses? La antipatía 
de la Francia y de la Inglaterra cegó al gabinete francés, para no 
conocer que lo que le convenia era estarse quieto, mirando esta 
lucha destructora de los dos partidos; pero por nuestra desgracia 
no fue así, sino que con motivo del pacto de familia nos envolvió 
á nosotros también en una guerra, en que hemos peleado contra 
nuestra propiaicausaf según voy a exponer. 

Dejo aparte el dictamen de algunos políticos, tanto nacionales 
como extranjeros, en que han dicho, que el dominio español en 
las Américas no puede ser duradero, fundados en que las posesio- 
nes tan distantes de su metrópoli, jamás se han conservado largo 
tiempo. En el de aquellas colonias ocurren aun mayores inotivos, 
á saber: la diñcultad de socorrerlas desde Europa cuando la ne- 
cesidad lo exige; el gobierno temporal de vireyes y gobernado- 
res, que la mayor parte van con el único objeto de enriquecerse; 
las injusticias que algunos hacen á aquellos^iln felices habitantes; 
la distancia de la sobeqinía y del tribunal supremo donde han de 
acudir á exponer sus quejas; ios años que se pasan sin obtener 
resolución; las vejaciones y venganzas que mientras tanto experi- 
mentan de aquellos jefes; la diñcultad de descubrirla verdad á tan 
larga distancia, y el influjo que dichos jefes tienen, no solamente 
en el país^ con motivo de su mabdo, sino también en España, de 
donde son naturales : todas estas circunstancias , si bien se mira^ 
contribuyen ¿ que aquellos naturales no estén contentos, y que 



— 408 — 
aspiren á la independencia^ siempre que se les presente ocasión 
favorable. 

Dejando esto aparte como hedicho^ me ceñiré al punto del dia, 
que es el recelo de que la nueva potencia, formada en un país 
donde no hay otra que pueda contener sus progresos, nos ha de 
incomodar cuando se halle en disposición de hacerlo. Esta repú- 
blica federativa ha nacido, digámoslo así, pigmeo, porque la han 
formado y dado el ser dos potencias poderosas, como son España 
y Francia, auxiliándola con sus fuerzas para hacerse independien- 
te: mañana será gigante, conforme vaya consolidando su consti- 
tución, y después un coloso irresistible en aquellas regiones. En 
este estado se olvidará de los beneficios que ha recibido de ambas 
potencias, y no pensará más que en su engrandecimiento. La li- 
bertad de religión, la facilidad de establecer las gentes en terre- 
nos inmensos, y las ventajas que ofrece aquel nuevo gobierno, 
llamarán á labradores y artesanos de todas naciones, porque el 
hombre va donde piensa mejorar de fortuna, y dentro de pocos 
años veremos con el mayor sentimiento levantado el coloso que 
he indicado. 

Engrandecida dicha potencia anglo-americana, debemos creer 
que sus primeras miras se dirigirán a la posesión entera de las 
Floridas para dominar el seno Mejicano. Dado este paso, no solo 
nos interrumpirá el comercio con el reino de Méjico siempre que 
quiera, sino que aspirará á la conquista de4rquel<^vasto imperio, 
el cual no podremos defender desde Europa contra una potencia 
grande, formidable, establecida en aquel continente, y confinante 
con dicho país. 

Estos, Señor, no son temores vanos, sino un pronóstico verda- 
dero de lo que ha dé suceder infaliblemente dentro de algunos 
años, si antes no hay un trastorno mayor en las Américas. Este 
modo de pensar está fundado en lo que ha sucedido en todos tiem- 
pos en las naciones que empiezan á engrandecerse. La condición 
humana es la mistea en todas partes y en todos climas: el que 
tiene poder y facilidad de adquirir, noio desprecia. Y supuesta 
esta verdad ¿cómo es posible que las colonias americanas, cuando 
se vean en estado de poder conquistar el reino de Méjico, se con- 
tengan y nos dejen en pacífica posesión de aquel rico paíst No es 
esto creíble: y así, la sana política dicta que con tiempo se preca- 
van los males que puedan sobrevenir. Este asunto ha llamado mi 
atención desde que firmé la paz en París, como plenipotenciario 
de V. M. y con arreglo á su Real voluntad é instrucciones. Des* 



— 409 — 
pues de las mas prolijas reflexiones que me han dictado mis cono- 
cimientos políticos y militares, y del más detenido examen sobre 
una materia tan importante, juzgo que el único medio de evitar 
tau grave pérdida^ y tal vez otras mayores, es el que contiene el 
plan siguiente. 

Que V. M. se desprenda de todas las posesiones del continente 
de ambas Américas, quedándose únicamente con las islas de Cuba 
y Puerto-Rico en la parte septentrional, y alguna que más con- 
tenga en la meriodional, con el fm de que nos sirvan de escata ó 
depósito para el comercio español. 

Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente 
B la España, se deben colocar tres infantes en América, el uno de 
rey de Méjico, el otro del Perú, y el otro en lo restante de Tierra- 
firme, tomando V. M. el título de Emperador. 

Las condiciones de esta grande cesión pueden consistir en que 
los tres soberanos y sus sucesores reconozcan á V. M. y á los 
príncipes que en adelante ocupen el trono español, por suprema 
cabeza de la familia. 

Que el rey de Nueva-España le pague anualmente por la cesión 
de aquel reino una contribución de los marcos de plata que se es- 
tipule, en pasta ó barras, para acuñarla en las casas de moneda 
de Madrid y Sevilla. 

Que el del Perú haga lo mismo con el oro de sus dominios. 

Y que el ée Ti«pra-fírme envié cada año su contribución en 
efectos coloniales, especialmente tabaco para surtir los estancos 
Reales de estos reinos. 

Que dichos Soberanos y sus hijos casen siempre con Infantas 
de España ó de su familia, y los de aqui con Príncipes ó Infantas 
de allá, para que de este modo subsista áiempre una unión indi- 
soluble entre las cuatro coronas, debiendo todos jurar estas con- 
diciones á su advenimiento al trono. 

Que las cuatro naciones se consideren como una en cuanto á 
comercio recíproco, subsistiendo perpetuamnte entre ellas la mas 
estrecha alianza ofens^a y defensiva para su conservación y fo- 

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mentó. 

Que no pudíendo nosotros surtir aquellas colonias de los arte- 
factos que necesitan para su uso, sea la Francia^ nuestra aliada, 
la que las provea de cuantos artículos no podamos nosotros sumi- 
nistrarlas, con exclusión absoluta de la Inglaterra: á cuyo fin, 
apenas los tres Soberanos tomen posesión de sus reinos, harán 
tratados formales de comercio con la España y Francia^ excluyen- 



— 410 — 
cío á los ingleses; y como serán potencias nuevas, pueden hacer 
libremente en esta parte lo que las acomode. 

Las ventajas de este plan, son: que la Espafia con la contribu- 
ción de los tres reyes del lluevo Mundo, sacará mucho más pro» 
ducto líquido que ahora de aquellas posesiones; que la población 
del reino se aumentará, sin la emigración continua de gente que 
pasa á aquellos dominios: que establecidos y unidos estrechamén- 
* te estos reinos bajo las bases que he indicado, no habrá fuerzas 
que puedan contrarestar su poder en aquellas regiones, ni tampo- 
co el de España y Francia en este continente: que además se ha- 
llarán en disposición de contener el engrandecimiento de las co- 
lonias americanas, 6 de cualquiera nueva potencia que quiera 
erigirse en aquella parte del mundo: que España por medio de 
este tráfico despachará bien sus efectos sobrantes, y adquirirá los 
coloniales que necesite para su consumo: que con este tráfico po- 
drá aumentar considerablemente su marina mercante, y por con- 
siguiente la de guerra para hacerse respetar en todos los mares: 
que con las islas que he dicho no necesitamos mas posesiones, 
fomentándolas y poniéndolas en el mejor estado de defensa; y so- 
bre todo disfrutaremos de todos los beneficios que producen las 
Américas, sin los gravámenes de su posesión. 

Esta es la idea por mayor que he formado de este delicado ne- 
gocio. Si mereciese la soberana aprobación de Y. M., la extende- 
ré, explicando el modo de verificarla con el^ecrelp y precaucio- 
nes debidas, para que no lo trasluzca la Inglaterra, ha>ia que los 
tres Infantes estén en camino mas cerca de América quu de Euro- 
pa, para que no pueda impedirlo. {Qué golpe tan terrible para el 
orgullo inglésl Pero esto no importa, porque se pueden tomar 
providencias anticipadas que precavan los efectos de su resenti- 
miento. 

Para esto es necesario contar con nuestra íntima aliada la Fran- 
cia, la cual es regular entre con el mayor gusto en ello, por las 
ventajas que la resultan de ver extendida su familia en el Nuevo 
Mundo, abierto y favorecido su comercio ¿n todo aquel hemisfe- 
rio, y excluida de él á su ipuplacable rival la Inglaterra. Aunque 
hace poco que he venido de París con permiso de Y. M. para el 
arreglo de los negocios de mí casa, me volveré inmediatamente á 
la embajada, pretextando aquí haberlos concluido ya. Allí tengo 
buen partido, no solamente con los Reyes, que me honran y dis- 
tinguen particularmente, sino con los ministros, y espero hacerles 
aprobar y celebrar el pensamiento, manejándolo con el sigilío y 



— 411 — 

prudencia que conviene. También me ofrezco á dirigir después la 
ejecución de este vasto proyecto, en ia forma que fuese mas del 
agrado de V. M., haciéndome cargo de que nadie puede ejecutar 
mejor cualquier plan que el que lo ha formado. Y. M. tiene prue^ 
has de mi lealtad^ y de que ningún negocio de los que se ha dig- 
nado poner á mi cuidado se ha desgraciado en mi mano. Gonña 
que á este le sucederá lo mismo, medíante mis constantes deseos 
de sacriñcar mi reposo, mis intereses y mi vida en su Real servia 
cío etc.» 



Tal es el célebre dictamen del Conde de Aranda, del que 
muchos han hablado y pocos han leido, habiendo escritores es- 
pañoles que hayan negado su existencia. Inédito y reservado 
permaneció cincuenta y dos años, hasta que en Mayo de 1835 lo 
publicó en Madrid el americano Don Pedro de ürquinaona y Par- 
do, y desde entonces he conservado la copia impresa que hoy se 
dá á luz por segunda vez, pues á mi noticia no ha llegado que 
antes se haya reimpreso. La simple lectura de este documento 
manifiesta toda su importancia^ y bien merece que hagamos 
acerca de él breves reflexiones. 

Con harta rézon q^prueba Aranda la torpe conducta que siguió 
el gabinete francés en la guerra de la independencia de los Esta^ . 
dos Unidos, y todo lo que dice sobre la política futura de estos 
con las colonias américo-hispanas es una profecía que el tiem- 
po ha realizado. 

Bien conocía Aranda el estado de las Américas, y que descon- 
tentas por el mal gobierno que sobre ellas pesaba, aprovecharían 
la primera ocasión favorable que se les presentase para sacudir 
la dominación española. Convencido de esta verdad propuso á 
Carlos III que se desprendiese de todas sus posesiones ultramari- 
nas continentales, qu^ándose tan sólo con las islas de Cuba y 
Puerto-Rico. Atrevido era este pensamiento, y era imposible que 
en la corte de España hubiese hombres que lo adoptasen, pues 
sobre ser inmenso el sacríñcio que se exigía, no veían en el por- 
venir lo que se presentaba claramente á los ojos penetrantes de 
Aranda. 

Si el plan de este hubiera sido adoptado y puesto en ejecución 
]cuán diferente no seria hoy la suerte de la América española! 



— 412 — 

Habríase entonces evitado una guerra funesta á la metrópoli y á 
las colonias^ pues los lazos políticos sé hubieran cortado pacíft- 
camente, sin derramamiento de sangre ni perturbaciones políticas 
^ue tanto daño han causado. 

Aprobando yo en general el dictamen del Conde de Aranda, 
apartóme de él en dos puntos que considero como dos graves 
errores. £1 primero consiste, en que no pudiendo España surtir 
aquellas colonias de los artefactos que necesitaban, concediese á 
Francia el monopolio mercantil de tan inmensas regiones, conde- 
nándolas á los sufrimientos que semejante sistema produce. En 
esto muéstrase el Conde de Aranda tan rutinario como sus* pre- 
decesores, y aun más que algunos de sus contemporáneos. 

£1 segundo error, de mucha más trascendencia que el primero, 
es el haberse imaginado que los príncipes de la casa de Borbon 
que hubiesen ido á reinar en América se hubieran conformado 
siempre con las condiciones que se les imponían, las cuales así 
ellos como sus pueblos las hubieran rechazado dentro de poco 
tiempo. 

Pensar que el rey de México, el del Perú y el de lo restante de 
Tierra-Firme reconociesen siempre al monarca de España por su 
emperador y suprema cabeza de familia: pensar que se hubiesen 
humildemente sometido al monopolio francés á que se les con- 
denaba: pensar que el tratado de alianza ofensiva y defensiva que 
con España hicieran, seria vínculo poderos% para» arrastrarlos á 
las guerras que esta tuviera con otras potencias europeas: pensar 
«n fín que anualmente pagasen al monarca español una contri- 
bución como si fuesen sus vasallos ó feudatarios, son ideas que 
en verdad no sé cómo pudieron entrar en el claro entendi- 
miento del Conde de Aranda. 

« 

Monarquías levantadas del otro lado de los mares, tan distantes 
todas de su metrópoli, mucho más extensas cada una de ellas y 
más ricas que España, sin fuerzas ésta para dominarlas, y ellas 
con un ejército indígena y un grandioso porvenir delante de sí, 
imposible era que permaneciesen largo ¿iempo sometidas á las 
onerosas y humillantes condiciones que seles imponian. Los reyes 
que ocuparan aquellos tronos habrían aspirado pronto á su com- 
pleta independencia, y al mismo fin habrían coadyuvado los pue- 
blos que gobernaran, pues mutuas eran sus aspiraciones á en- 
grandecerse. De que así hubiera acontecido, ofrécenos claro 
ejemplo la historia contemporánea en el mismo nuevo continente. 

Cuando el príncipe regente (por demencia de su madre) Don 



- 413 — 
Juan VI de Portugal, huyendo del hombre formidable que domi- 
naba entonces la Europa, fué á buscar asilo al Brasil en 1808, 
permaneció allí algunos años^ y en 5 de Febrero de 1818 fué 
aclamado primer Rey del Brasil. Tornó á Portugal en 1821, 
dejando á su hijo Don Pedro de príncipe regente con un consejo 
de tres ministros, y á la princesa Leopoldina de sucesora para el 
caso en que aquel muriese. Pocos días después de su partida, co - 
menzóse á debatir la cuestión de cortar de una \ez los lazos polí- 
ticos que unían al Brasil con Portugal, y al príncipe Don Pedro 
dióle el pueblo el honroso título de Principe Regente constiti^ional 
y Defensor perpetuo del Brasil, Indignadas las Cortes de Portugal 
renovaron su anterior decreto, mandando que don Pedro volviese 
á Europa perentoriamente dentro de cuatro meses, y declarando 
traidores á todos los comandantes militares que obedeciesen sus 
órdenes. Cuaiido recibió estos documentos, permaneció por algún 
tiempo absorvido en la mas profunda meditación, y volviendo 
después en sí prorumpió en estas palabras : ; Separación eterna ó 
muerte! cuya exclamación fué repetida por todos los que le rodea- 
ban.. Arrojada ya la máscara que le cubría, no le quedaba más 
partido que obrar abiertamente. Así fué que al punto convocó, á 
propuesta del Consejo que había reunido, una asamblea general 
constituyente; y proclamado por el pueblo emperador constitu- 
cional el 12 de Octubre de 1822, quedó desde aquel dia levanta- 
da también pot la política la barrera eterna con que la naturaleza 
separó al Brasil de Portugal. \ 



(l) Papel sobre el Brasil impreso por Saco en la Reoista Bimestre Cubana, 
núm. 7, art. 2.0, 1832. 



— 414 — 



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ÍNDICE DEL TOMO PRIMERO. 



Advertencia importante. . . . . 4 

Libro i. Este libro se refiere al conocimiento que la 
antigüedad y la edad media tuvieron del África, 
y á los descubrimientos que en las costas occi- 
dentales de ella hicieron los portugueses en el 

siglo XV. 

Estrecho enlace entre África y América acer- 
ba de la esclavitud 6 

Ideas de Herodoto, Polibio, Plinio, ^trabón 
y otros autores sobre África ._ ... 6 

Loft bébdeos y los fenicios conocieron desde 
muy temprano algunas partes orientales del 
jc\,irica.. «...•.• / 

La región septentrional del continente africa- 
no fué siempre la mejor conocida. Causas de 
este conocimiento 7 

Error de Strabon y Gossellin sobre la época 
de un viaje de los fenicios á las costas del occi- 
dente africano 8 

Circunnavegación del África pollos fenicios 
según Herodgfo 9 

Viaje del general Hannon á las costas occi- 
dentales de África por orden de Cartago, y tra- 
ducción de este viaje en varias lenguas. . . 9 

Opiniones de algunos geógrafos sobre el tér- 
mino de este viaje 10 

Los cartagineses comerciaron con los negros 
de la costa occidental de África. . . . ÍO 



— 416 



Págs. 



Modo raro de hacer este comercio, y que 
prueba que los cartagineses no tuvieron la mala 
fé que les atribuyen los romanos. . . . 11 

Viaje de Scylax de Garyande á la costa occi- 
dental de África il 

Viaje de Euthymenes enviado por los marse- 
lleses á las costas occidentales de África . . it 

Viaje de Polibio á las mismas costas. . . 13 

Dudas racionales para dar crédito al viaje que 
hizo en torno del África Eudoxo, de Gyzigne. . 12 

Viajes que de Cádiz se hicieron á la Maurita- 
nia occidental., cuyo objeto era la pesca. . . 1^ 

La destrucción del imperio romano en Occi- 
dente ocasionó en gran parte de Europa la per- . 
dida de los conocimientos geográficos que so- 
bre África se tenían; y las nuevas luces que 
sobre este punto se derramaron al cabo de al- 
gunos siglos, vinieron de los árabes. . 1^ 

Al mismo fin coadyuvaron en la edad media 
los venecianos Marco Polo y Marino Sanuto: 
planisferio de éste, intitulado De mari et térra. i 4 

Rectificación en el siglo xiv de> los contornos 
de África según aparece del Portolmo M%iiceo 
en ocho tablas^ una de las cuales contiene el 
África. ii 

Exagerada importancia que algunos italianos 
han pretendido dar á los viajes de ciertos ge- 
noveses 14 

Un catalán llamado Jaime Ferrer salló de 
Mallorca en i 346 para la costa occidental de 
África; pero con su viaje nada adelantaron los 
conocimientos geográficos^ porque nunca se 
volvió á tener noticia de aquel n|yegante. . i^ 

Falsas pretensiones de algunos franceses so- 
bre descubrimientos y fundación de colonias que 
hicieron los normandos desde el siglo xiv en 
las costas de Nigricia y de Guinea.. . . 15 

Falsedades del geógrafo Robbe y de Villaut 
de Belfonde . 16 

Discordancias de Labat, Anquetily otros au- 



i 



- 417 — 



Págs. 



tores franceses respecto de los descubrimientos 
de los normandos en las costas occidentales de 
África antes que los portugueses 16 

Reflexiones sobre este punto. . . . 18 

Breve noticia del infante Don Enrique de Por- 
tugal, gran promovedor de los descubrimientos 
portugueses en la costa occidental de África en 
el siglo XV 20 

Móviles que le impulsaron á tan gloriosa em- 
presa •• • • • • • • • ^i 

Primera expedición que salió de Portugal en 
1418 por orden de aquel infante. Dispérsala 
una tempestad, descúbrese]]^^la isla de Porto 
Santo y fúndase en] ella una colonia. . « 22 

Descúbrese también la isla que se llamó Ma' 
dera. . . . ' . . . . . 22 

Envíanse anualmente por el infante nuevas 
navesy pero estas no pueden doblar el cabo Bo- 
jador.. .••.... 23 

Violenta invasión de las Canarias por las tro- 
pas del infante Don Enrique, y reclamaciones 
del rey de España al de Portugal sobre este 
atentsilo. ^ ..... . 23 

Alentado por el infante Don Enrique, torna 
Gil Eanes al África, y dobla al ñn el cabo Bo- 
jador Vh 

Salvada esta barrera, envía Don Enrique 
nueva expedición que desembarca en la ensena- 
da de los Rubios, y llega hasta una punta que 
se llamó de los 6a¿{o5 2^ii 

La minoridad de Don Alonso turba la paz de 
Portugal é interrúmpense los desciArimientos 
hasta el año 1¿A0 21 

Antonio Gonzalvez ó González fué quien pre- 
sentó al infante Don Enrique los primeros es- 
clavos de África 21 

Moros rescatados por negros. Ñuño Tris- 
tan continúa sus exploraciones hasta Cabo 
Blanco. ....... 25 

Error de algunos historiadores pensando que 

27 



- 418 — 

Págs. 

entonces fué cuando renació en Europa la es- 
clavitud que ellos suponían extinguida. . . 26 

Recompensa que se. da, al infante Don Enrique 
por sus gastos y fatigas. .... S6 

Nuno Tristan en su segundo viaje en 1443 
llegó 60 millas más al Sur que todos sus prede- 
cesores, y tornó á Portugal con varios negros 
esclavizados en una de las islas de Argüím. . 26 

Importancia de esta isla para el comercio de 

África 27 

Fundación de las compafíías de Lagos y de 

Argüim , * . . 27 

Expedición de la Gompaiiía de Lagos al man« 

do de un Lanzarote 27 

Negros robados y repartidos en Portugal. . 28 

Muerte de Gonzalo de Sintra» gentil hombre 
de cámara del infante Don Enrique. Aquel y sus 
compañeros fueron los primeros portugueses 
que en su criminal empeño de hacer esclavos 
perecieron en la costa de África. . . . *^ 29 

Expedición pacífica enviada de Portugal en 
1445. ........ 29 

Nuevas expediciones y descubiimíeiHo de 

Cabo-Verde 30 

Número de carabelas enviadas al África y cos- 
tas descubiertas hasta 1446.'. ... 32 

Muerte de Ñuño Tristan 33 

Los negros Jolofes y los de otras partes pe- 
leaban con ñechas envenenadas causando estra- 
gos en los europeos 33 

Alvaro Fernandez en sus descubrimientos lle- 
gó hasta itO leguas al sur de Cabo Verde. . 33 

Armase en Lagos una expedicípn después de 
la muerte de Tristan, no para descubrir sino 

para robar esclavos 34 

El infante Don Enrique manda fundar facto- 
rías ^n Messa, Rio del Oro y Argüim. . . 34 

Confusión de noticias acerca de los descu- 
brimientos hechos.de 1448 á 1460. . . 34 
El infante Don Enrique emplea en au serví- 



— 419 — 

Pág3. 

CÍO á los extranjeros capaces de coadyuvar á sus 

empresas^ 35 

A petición del infante Don Enrique, la auto- 
ridad pontiflcía sanciona todos los descubrimien- 
tos hechos y por hacer desde elj cabo Bojador 
hacia el Sur hasta la parte oriental de la India 
inclusive. ....... 36 

Número de negros importados en Portugal 

por la Compañía de Lagos 36 

Descubrimiento de Sierra Leona y muerte del 

infante Don Enrique 37 

Arrendamiento del comercio de África por el 

rey de Portugal. 37 

Descubrimiento de la Mina del Oro en tierra 

de Guinea .38 

Controversia entre españoles y portugueses 
acerca del hallazgo de la Mina del Oro. . . 38 

Construcción de una fortaleza en la Mina del 
Oro y primera misa en el Occidente Africano. . 43 

Pío II condena el tráfico de esclavos de los 

portugueses en África 43 

^ Viajes de Diego Can. No fué cruel con los 
negrof, y stfb descubrimientos se extendieron á 

1125 millas de costas 43 

Descubrimiento de Fernando Po, cuyo nom- 
bre alteran todos los españoles. ... 44 

Descubrimientos de las costas de Benín: fun- 
dóse en ellas una factoría de donde se exporta- 
ron muchos esclavos, pero después se torció la 
corriente de este tráfico fijándose en la isla de 
Santo Tomás. . . . ^ ^ - • ^^ 

. El Rey Don Juan de Portugal dirige una em- 
bajada al famoib Preste Juan, ... 45 

Bartolomé Díaz avista el cabo de Buena Es- 
peranza, pero no' pudiendo doblarlo por las 
tempestades^ llamólo Cabo Tormentoso, y tornó 

á Portugal * . 45 

Los portugueses conocieron el mapa-mundí 
del veneciano Fra Mauro, monje camandulense. 46 

Gloriosa expedición de Vasco de ilrama en 



— 420 



Págs. 



1497. Dóblase el cabo que él llamó délas For- 
tunas y el rey Don Manuel Cabo de ^uena Es- 
peranza 47 

Libro u. Este libro trata del origen de los esclavos 
negros en el Nuevo Mundo, de las tentativas 
que se hicieron para colonizar la Española con 
blancos, de investigar si Bartolomé de las Casas 
fué ó no el primer promovedor del comercio de 
esclavos negros en América y de la parte que 
él tuvo en este tráfico. 

La esclavitud de los negros africanos en Eu- 
ropa fué muy anterior al descubrimiento del 
Nuevo Mundo 49 

Colon en la corte de Castilla y su descubri- 
miento de un nuevo mundo 49 

Guanahaní, denominada San 5a{t7a(íor por él, 
es la primera isla que descubre. ... oO 

Influencia poderosa del Nuevo Mundo en el 
tráfico de esclavoi) africanos.. ... 50 

Bulas de concesión á los Reyes Católicos de 
los descubrimientos que hiciesen en las Indias. 51 

Pretensiones injustas de Portugal sobre los 
descubrimientos de Colon. . ? f . . 52 

Las controversias entre España y Portugal 
arréglanse por el tratado de Tordesillas 
en 1494 53 

No obstante las bulas de concesión á los re- 
yes de Castilla, diversas naciones apodéranse de 
varias partes del Nuevo Mundo. ... 53 

Las naciones que se las repartieron son In* 
glaterra/Portugal, Francia, Holanda, Dinamar- 
ca y SuecÜi 53 

Isla Española y sus diversos] ftombres. . 57 

Primera población de los europeos en el Nue- 
vo Mundo . 57 

Prohibición bajo de penas severas de que na- 
die pasase al Nuevo Mundo sin expresa licencia 
del Gobierno 57 

Modificanse las penas de esta prohibición. . 58 

Los primeros pasos del Gobierno encamina- 



' — 421 — 

Págs. 

ronseá introducir en la Española blancos libres 

y no negros esclavos S8 

Funesta política la de enviar delincuentes de 
España para la colonización de la Española. . 59 

Colon no pidió negros sino colonos blancos 
libres 60 

Asientos para llevar vecinos blancos á la Es- 
pañola 61 

Trátase en 1501 de llevar negros esclavos al 
Nuevo Mundo. Es aventurado añrmar que antes 
no hubiese entrado alguno en la Española. . 61 

Ordénase á Nicolás de Ovando, Gobernador 
de la Española, que deje introducir negros es- 
clavos con tal que sean nacidos en poder de 
cristianos 61 

Oposición de Ovando en 1503 á que entrasen 
en la Española nuevos esclavos negros. . . 62 

Suspéndese la importación de negros escla- 
vos en la Española, pero renuévase poco des- 
pués. ........ 62 

El Gobierno, ó sea el rey Don Fernando, en- 
via negroa á Ovando 63 

Ef|[)ulsi#a de algunos esclavos de la Espa- 
ñola. 63 

Origen de la Gasa de Contratación en Sevilla 
y su importancia en el comercio de esclavos ne- 
gros y en otros negocios del Nuevo Mundo. \ 64 

Fundación del Consejo de las Indias, su or- 
ganización y atribuciones 65 

Para aliviar á los indios envió el rey Don 
Fernando negros esclavos que se empleasen en 
las minas de la E3pañola. . f . . 67 

Muerte denegres y extrañeza del rey sobre 
este punto 67 

Trátase de fomentar la población blanca por 

la muerte de los indios 67 

V Los primeros religiosos de la orden de predi- 
cadores pasaron á la Española en 1510, y para 
aliviar el trabajo de los indios pidieron negros 
de Guinea 68 



— 422 — 



P.égs. 



Error de varios autores franceses sobre el orí- 
gen del tráfico directo de esclavos deÁírica con 
las colonias españolas. . . . . . 68 

Aparente contradicción entre permitir la in- 
troducción de negros esclavos de África y man- 
tener la prohibición contra los esclavos judíos, 
moros y otros semejantes 69 

Imparcialidad con el gobierno español.. . 7i 

Estrechez primitiva de la colonización espa- 
ñola y su dilatación posterior en el Nuevo Mundo . 7 i 

Diñcultad de fijar con precisión el año en 
que entraron los primeros negros en cada una 
de las posesiones hispano*-ultramarinas. . . 71 

La isla Española fué la madre de las colonias 
américo-hispanas. . . v • • 72 

Colonización de San Juan de Puerto-Rico y^ 
sus primeros negros esclavos. . . ._ 72 

Colonización de Jamaica y primera entrada 
de negros en ella 73 

Colonización de la isla de Cuba: primeros ne- 
gros en ella, y error de escritores cubanos so- 
bre este punto. 73 

Primera colonia asentada en el otntinélite en 
1511, á la que muy pronto lleváronse negros 
esclavos "... 74 

Pueblos de negros en el Darien y examen de 
este particular tan extraño. . . . ; 75 

Causas de haberse dejado sin colonizar mu- 
chas de las islas de Barlovento y Sotavento des- 
cubiertas por Colon en su segundo y tercer viaje. 79 

Necesidad de esclavos en las cuatro grandes 
antillas, ptro los introducidos fueron á veces 
blancos. . . . . ^ . • • 80 

Continúase la venta de las licencias de escla- 
vos á razón de dos ducados por cabeza. . . 81_ 

Temores que infunden los negros en la Espa- 
ñola. ••.•.... 81 

Insuficiencia del matrimonio para impedir el 
alzamiento de los esclavos 81 

Almojarifazgo 82 



— 423 — 

Págs. 

Portugueses contrabandistas de esclavos. . 83 

Escasez de negros en Cuba. ... 83 

Sólo los castellanos y los subditos de otros 
reinos de España pueden comerciar con Amé- 
rica. . . . . . . . . 83 

El licenciado Alonso Zuazo, Juez de residen- 
cia, pide entrada de extranjeros y franquezas 
mercantiles. 86 

Lo mismo pidieron los procuradores de las 
ciudades y villas de In Española. ... 86 

Igual petición hicieron los frailes Jerónimos 
enviados á la Española 87 

Muerte del rey Don F^rnandoen 1516, y nom- 
bramiento de regente del reino al cardenal Ji- 
ménez da Cisneros 88 

Suspensión del tráfico de esclavos negros en 
América, y sus motivos mal interpretados por 
algunos autores 88 

Pronto restablecimiento do aquel tráfico: 
pídese licencia general para llevar negros á 
la isla Española 89 

Negociantes andaluces armaron expediciones 
des^ Es^ña para África llevando negros al 
Nuevo Mundo . 91 

Los procuradores de la Española reunidos en 
1518, pidieron negros para la Española.. . 92 

Lo mismo hicieron la Real Audiencia de aque- 
lla isla y otros empleados en ella. ... 92 

Bartolomé de las Casas no fué el primer pro- 
movedor del comercio de esclavos negros en 
Indias 92 

Pero si Casas no fué su primer promovedor, 
es innegabl#que después pidió negros. . . 93 

Origen de Casas y sus primeros estudios. . 93 

Pasó con el gobernador Ovando á la Españo- 
la en 1502, y en 1512 á la isla de Cuba por 
llamamiento de Diego Yelazquez. ... 94 

Este le da buen^ repartimiento de indios en un 
pueblo llamado Canarreo cerca de la bahia de 
Xagua 94 



b. 



— 424 — 



Págs. 



Convencido Casas de la injusticia de los re- 
partimientos, renuncia el que tenia: sorpresa de 
Diego Yelazquez por esta determinación. 94 

Casas desde entonces conságrase á la defensa 
de la libertad de los indios 95 

Estado lamentable en que Casas encontró la 
Española cuando de Cuba pasó á ella. . . 96 

Casas va á España para remediar los males de 
los indios • . 96 

Calumnia contra Casas: sus gestiones en 
España 97 

Muerte del rey Don Fernando y entrevista 
de Casas con el cardenal Jiménez de Cís- 
neros 97 

Dos memoriales importantes de Casas presen- 
tados en Í5i6 97 

Sus enemigos redoblan sus calumnias. . 98 

Tres religiosos Jerónimos parten para el 
Nuevo Mundo por comisión del cardenal Jimé- 
nez de Císneros. Casas parte también siendo ya 
nombrado Protector universal de los indios por 
aquel cardenal * . 98 

Pronto tornó Casas á Castilla, pe» ya encon- 
tró moribundo al cardenal: dirigióse entonces 
al nuevo monarca Carlos I, en quién bailó fa- 
vorable acogida 98 

Nuevo memorial de Casas en 15i7 propo- 
niendo medidas salvadoras de los indios, y una 
de ellas fué que se permitiese en las islas cierto 
número de negros de Castilla. . . . 100 

Injusta censura de Robertson contra Casas, 
y su refutación 100 

Error del obispo francés GrégQJfe en su Apo- 
logía de Cobos 103 

Impugnación á Grégoire por el Doctor Funes. 104 

Nuevas pruebas de que Casas pidió varias ve- 
ces negros esclavos para Indias. . . . ' 105 

Excusas de la conducta de Casas. . . 106 

Condenación del tráfico de esclavos por el 
mismo Casas 106 



— 425 — 

Págs. 

Casas se condena á sí mismo, y se arrepien- 
te de su pecado 107 

Injusticia de Amador de los Rios contra Ga- 
sas* •••••••• 'Uo 

Libro iii. En este libro se trata de los primeros asien- 
tos de negros en el siglo xvi, y de la propaga- 
ción de la raza africana á todas las colonias 
españolas. 

Privilegio concedido á Lorenzo Garrebod 
para introducir negros en Indias^ y asiento con 
genoveses 110 

No obstante el privilegio|anterior, otórganse 
diversas licencias para introducir negros en In- 
dias. ........ 111 

Reclamaciones contra el asiento de los geno- 
veses. Garrebod logra que se le renueve su pri- 
vilegio. . . . . . ., . 112 

Mala inspiración de G;arrebod en vender su 
privilegio á genoveses 113 

Nueva España fué el segundo punto del con- 
tinente en donde entraron negros esclavos. . 113 

Primera introducción de viruelas en Nueva 
Espina. • 114 

Estado de las cuatro grandes antillas en el 
primer tercio del siglo xvi y tareas en que se 
empleaban sus brazos africanos. . . . 114 

Estado de la Española y plaga horrible de 
hormigas que la asaltó 115 

Estado calamitoso de la isla de San Juan de 
Puerto-Rico. ... ... 115 

La plaga de hormigas azotó también á esta 
isla m, 116 

Gonquist%ie Cuba por Diego Yelazquez y pri- 
meros pueblos fundados en ella. . . . 116 

Error del historiador norte -americano Pres- 
cott sobre la época de la fundación de Matan- 
zas. . • . . . • , • 11/ 

Descubrimientos de minas de excelente cobre 
en las sierras á tres leguas de Santiago.. . 11& 

Entre las plantas que influyeron en fomentar 



— 426 — 

Págs. 

el comercio de negros en América ocupa el pri- 
mer lugar la caQa de azúcar 119 

Esta planta fué conocida desde la antigüedad: 
breve historia de ella. . . . . . 119 

Primera importación de la caña de azúcar en 
el Nuevo Mundo. Errores sobre este punto. . 123 

La Española fué el primer país que la cultivó 
y que hizo azúcar de ella 124 

Diferentes especies de caña, siendo la de 
Otahiti la más ventajosa de todas. .. . . 124 

Primera exportación para España del azúcar 
de la Española 126 

Establecimiento de la contribución del diez- 
mo, Contrdi él reclama la Española. . . 127 

Foméntanse en la Española los ingenios de 
azúcar, habiendo algunos que desde entonces 
tuvieron más, de cien negros 12S 

Pídese que el azúcar de la Española pudiera 
llevarse sin ir á Sevilla, no sólo á España sino 
también á todos los países que componían la 
vasta monarquía de Garlos I.. . . ' . 128 

En 1519 habilitóse el puerto de Cádiz para 
que en él se registrasen los buque^que <j^ Es- 
paña partían para las Indias 129 

La Española pide que todas las naves proce- 
dentes de España pudiesen ir directamente á 
Santo Domingo sin necesidad de registrar sus 
cargamentos en Sevilla. . . . . 129 

El cultivo de la caña extiéndese á Puerto- 
Rico y Jamaica, sin que yo pueda fijar el año 
en que esto aconteció 129 

Mayor ii^ertidumbre hay acerca del año en 
que se llevó á Cuba y de la func|acion del pri- 
mer ingenio en ella . 130 

Mortandad de negros en los ingenios desde 
los primeros tiempos. . . . . . 130 

La primera insurrección de negros esclavos 
en el Nuevo Mundo acaeció en la Española. . 130 

Lucha entre amos y esclavos^ y derrota com* 
pleta de estos. . . . . . • 131 



— 427 — 

Págs. 

Rectíñcacíon de algunos errores sobre esta 
insurrección 132 

Ella fué presagio funesto de males futuros 
para aquella desventurada isla. . . . i33 

No obstante aquella insurrección^ siguió la 
Española pidiendo negros 134 

Revocación en 1523 del segunda privilegio 
concedido á Garrebod. Ordenóse entonces la re- 
misión de cuatro mil negros á diversas partes 
de las Indias 135 

Proporción que debia haber entre los escla- 
vos varones y las hembras. . . - . . 136 

Mezquina reducción de derechos sobre el azú- 
car y cañafístola. . . , . . . 136 

El comercio de negros solia turbar la arme- 
nia entre España y Portugal 137 

Prohíbese la entrada de ciertos esclavos ne- 
gros en Indias 137 

Proyecto de emancipación de negros para 
Nueva España. . . . . . . 138 

Nueva política mercantil de Carlos 1 en In- 
dias. ........ 138 

din los» descubrimientos ensanchóse la esfe- . 
ra del comercio de negros. Primera entrada de 
ellos en Guatemala^ Honduras y otros países. . 139 

Primer negro que entró en el Perú: poco 
después sígnenle otros 140 

Empiezan á despoblarse las antillas con la 
colonización del continente 141 

Vecinos principales de la Española presentan 
un proyecto de población y de importación de 
negros para ella. ....#... 14J 

Principióle las desgracias de la isla de Cuba. 142 

A pesar de la pena de muerte que se impuso, 
no pudo atajarse la emigración de los vecinos 
de las antillas hacia el continente. . . 142 

Rebelión de los negros de Puerto - Rico 
en 1527 142 

Ordenóse en aquel año que se enviasen á Cu- 
ba mil negros^ y otros tantos á Castilla del Oro. 142 



— 428 — 



Págs 



Renuévase la conñscacion de los negros que 
pasasen á Indias sin licencia del Rey: origen 
vergonzoso de esta disposición. . . . i 43 

Escándalo de Gonzalo de Guzman^ goberna- 
dor de Cuba 143 

Nuevos permisos para introducir negros en 
Indias i 43 

Precio de los negros en Cuba. . . 144 

Cuba pide que no se llevasen á ella negros 
esclavos de la Española por los daSos que cau- 
saban 144 

Representación al Rey de los licenciados Es- 
pinosa y Zuazo sobre importación de negros en 
la Española libres de derechos. . . 145 

Mientras el azúcar menguaba en la Española 
crecia en Puerto-Rico 145 

Asiento de negros ajustado por el Gobierno 
con alemanes en 1528, y reclamaciones con- 
tra él 146 

Los alemanes para cumplir con sus compro- 
misos hicieron una contrata con los portu- 
gueses, pero estos negros fueron, de muy ruin 
calidad. . • . .' m .• . 146 

Para fomentarla población blanca en la Es- 
pañola expidió el Gobierno una Real Cédula 
muy importante en 15 de Enero de 1529; pero 
los resultados no correspondieron á las inten- 
ciones 147 

Cuba reclama los negros prometidos. Pídelos 
también Puerto-Rico 149 

Antes de haber cesado él asiento con los 
alemanes), «otorgáronse licencias para intro- 
ducir negros en Tierra-Firme. ^. , . 149 

Nuevos puertos habilitados en 1529 para co- 
merciar con Indias; pero la Real Cédula que 
así lo mandó, ó nunca se ejecutó, ó si en prác- 
tica se puso fué por muy poco tiempo. . 150 

Alzamiento de negros en Santa Marta é in- 
cendio de esta ciudad 151 

Con mucho empeño pidió negros Puerto-Rico 



— 429 — 



Páffs. 



o* 



para aliviar los males que ocasionaron tres tor- 
mentas 151 

Extraña pretcnsión del clero de la Española 
queriendo que sus negros esclavos gozasen de 
fuero eclesiástico. . . : . . 151 

Asiento con Diego de Ordaz para poblar des- 
de el rio Marañen hasta el golfo de Venezuela. 152 

Prohibición de introducir en Indias mulatos 
ni loros 152 

Pídense negros libres de derechos para la Es- 
pañola, Puerto-Rico y Huba. . . , 153 

Contraste entre las miras de la Española y 
Puerto -Rico 154r 

Providencias para introducir en Indias labra* 
dores blancos. . . . . . . 15^ 

Panamá pide negros no obstante haberse 
frustrado un levantamieRto de ellos. . 156 

Número de negros en Cuba en 1532, y prés- 
tamo de siete mil pesos para comprar ciento. 156 

Peticiones de Puerto-Rico. . . . 157 

Modificación de la Real Cédula de 11 de Mayo 
de 1526, y peticiones en 1532 para levantar la 
Esptñola €el abatimiento "en que yacia. . 158 

Introducción de negros en varios puntos del 
continente 158 

Desproporción entre los blancos y los negros 
esclavos de Puerto-Rico 159 

Gonzalo de Guzman toma segunda vez el 
mando de Cuba: número de negros en ella. . 160 

Cuba aun no tenia un solo ingenio en 1534. 161 

Deplorable situación de Cuba é incendio de 
una parte de la ciudad de Santiago. . . 161 

Los negroü inspiran temores en Cuba. . 16^ 

Expulsión de portugueses de la Española. 163 

Sigue la emigración de las Antillas al Perú. 164 

Carestía de negros en Cartagena. . . 164 

Expedición de Alvarado á Quito compuesta 
de españoles, indios y esclavos negros. . 165 

Permiso particular para introducir negros en 
Santa Marta libres de derechos. • • • 165 



— 430 — 



PágR. 



Primer Yirey de Nueva EspaQa é íDstruccio- 
Des que se le dieron 166 

Primeros negros importados en el Río de la 
Plata . 166 

Primeros negros en Chile. . . . 166 
Libro iv. Este libro se refiere á las nuevas y profundas 
raices que la esclavitud de la raza africana si- 
guió echando en el imperio hispano-uUra- 
marino. 

Proyecto de asiento de negros con alemanes. 168 

Asiento de negros con Francisquini y Martí- 
nez: ignoro si se ejecutó 168 

Sigue la Española pidiendp negros. . . 168 

Corsarios franceses en algunas posesiones es- 
pañolas. 169 

Negros esclavos acompañan á los españoles 
en sus entradas para descubrir. . . . 169 

Ansia de negros de las antillas. . . . 170 

Conspiración de negros en Nueva España. . 171 

Para la construcción de obras públicas en 
ciertos puntos de ella, empléanse negros escla- 
vos 173 

Quejas á Carlos I de la Gasa de Contratación 
de Sevilla 173 

Corsarios franceses en la isla Española. . 174 • 

Alzamientos de negros en Cuba y restableci- 
miento de su tranquilidad 174 

Negros del Brasil importados en Puerto-Rico. 1 75 

Instrucción religiosa para los negros de la Es- 
pañola 175 

Prohíbese que pasen á Indias clérigos y frai- 
les sin licen«éa 176 

Para moralizar los esclavos negj^s mándase 
casarlos entre sí. Esto produce en México alter- 
cados peligrosos 177 * 

Incremento de negros en el Perú. . . 177 

Fundación de Santa Fé de Bogotá y cuadrillas 
de negros que se dejan en ella. Adóptase igual 
conducta en la provincia de Anserma . . 178 

Licepcia para importar negros en el Darien. 178 



4^, 



— 431 — 

La Real Audiencia de la Española reduce el 
precio de la venta de los negros esclavos en 

Clld •• • • • • • • • 

Prohíbese que los nuevos pobladores puedan 
llevar á Indias más de cuatro esclavos cada uno, 
pero esta prohibición se quebrantó. 

Puerto-Rico pide negros. Lo mismo hicieron 
en 1540 respecto de hembras los procuradores 
de Cuba. Continuaba la emigración de los veci- 
nos de esta al continente. 

Lo mismo acontecía en Puerto-Rico. . 

Licencia de negros para la Española. . 

Portugueses importadores de esclavos. 

Protección á la libertad y cuerpo del esclavo 

La Española pide para sus vecinos licencia 
general de importar esclavos con limitación de 
su precio 

Nuevas reclamaciones contra el monopolio de 
Sevilla 

Asiento con Alonso y Diego de Torres. 

Goncédense numerosas licencias de esclavos 
en 1541. ...... 

Aiusos #n la Española. 

Los procuradores de Cuba vuelven á pedir 
negros para ella en 1542. 

Corrupción de los negros en el Perú y la Es 
pañola. ...... 

Lamentos de Melchor de Castro. 

Muchedumbre de ganado^ vacuno en la Es- 
pañola. ....... 

Exportación de azúcar para España no sólo 
de la Española sino de México. Fotiléntanse in- 
genios de a^car en el Perú 

Medidas dictadas acerca de ciertos esclavos 
que existían en Indias ' . 

Proyecto de hacer dos [ingenios en Cuba en 
1544, y noticias curiosas acerca de ella en el 
mismo año.. .;.•.. 

Hurto de negros en Cuba por su gobernador. 

Nuevos alzamientos de negros en la Española, 



Paga. 



178 



179 



179 
180 
180 
180 
181 



181 

182 

182 

183 

183 

'184 

184 
185 

186 



186 

187 



188 
189 



— 432 — 

Pégs. 

é información que sobre este punto mandó abrir 

el Gobierno 190 

Contribuciones, carestía de comestibles y hu- 
racanes en la Española 192 

Algunos vecinos de ella quéjanse de que se 
sacasen negros para Tierra-Firme. . . 193 

Nuevos alzamientos de negros en la Española 
y en otros paises.. 193 

Corsarios franceses en Costa-Firme venden 
setenta negros. . . . * . . 194 

Peste en Nueva España que causa estragos 
en indios y negros 194 

Prohibición de vender vino á los negros es- 
clavos 194 

Mal estado de Cuba. Consulta del Licenciado 
Grageda como Oidor de la Española. . . 195 

Alzamiento de negros en la Española y al- 
gunas partes del continente 196 

Renuévase la expulsión de Indias de los es- 
clavos convertidos en moros y sus hijos.. • 197 

El Obispo de Venezuela pidió al Gobierno ne- 
gros mineros. 197 

Incidente con Portugal sobre ciinercío de 
negros 197 

La ciudad de Santo Domingo pidió en 1549 
que á los importadores de negros se les permi- 
tiese venderlos al precio que pudiesen. . . 198 

El gobernador de la isla de Cuba pide en 
1550 que se preste á vecinos diez ó doce mil 
pesos para hacer cinco ó seis ingenios. . . 199 

Extranjeros mezclados en la navegación y 
trato de las indias 199 

Negros en 1551 para ingenios en Puerto- 
Rico 200 

Cuba pide que pasen á ella de España labra- 
dores con sus mujeres é hijos. . • • 200 

Negros jornaleros en la Habana y medidas 
sobre ellos y otros 200 

Ordenanzas para los negros en el Perú y otras 
partes • 201 



— 433 



Págs. 



lotroduccion anual de negros en la Españo- 
la^ y carestía de su precio y de ios comestibles. 204 

Predominaba en Puerto-Rico la granjeria del 
azúcar sobre la del oro. . . . . 205 

Inquietudes que ocasionan los negros en la 
provincia de Panamá y Venezuela. . . 205 

Capitulación con los negros alzados. . . 206 

Temores de negros en Nueva España.. . 207 

Blancos conjurados y negros armados por ' 
ellos en el Perú, Honduras y Guatemala. . 207 

Millares de licencias de negros mandó ven- 
der Carlos I en sus apuros por dinero. , . 209 

Capitulación con Fernando|de Ochoa y recla- 
maciones contra ella del Prior y Cónsules de 
Sevilla 210 

Deplorable estado de la Española en 1555. . 2i0 

Los corsarios franceses incendian la Habana: 
calamitoso estado de Cuba 211 

Memorial del Perú en 1555 proponiendo que 
se comprasen esclavos en Cabo-Verde para em- 
plear algunos en las minas 212 

Tarifa general para los negros que se lleva- 
sen af Nuefo Mundo 212 

Esta tarifa suscita pleitos judiciales en Nue- 
va España ^ . • 213 

Mediüas contra el contrabando de negros en 

Nuevas penas contra el contrabando de ne- 
gros. ........ 214 

El pirata inglés Juan Hawkins vende esclavos 
africanos en la Española. . . . . 214 

Venta de los hijos de españoles nabidos en 
sus esclavas, a 215 

Capitulación con Pedro Melendez en 1565 
para poblar la Florida. En esté mismo año per- 
mitióse que pasasen á la Española labradores 
portugueses 215 

Revocación tácita de la Cédula de 11 de Mayo 

de 1526 .215 

28 



-^ 434 - 



Págs. 



Matrimonios de españoles con negras y mula- 
tas libres. . . ..... 216 

Encárgase la persecución de los negros ci- 
marrones 217 

Asiento con el Consulado y comercio de Se- 
villa 2i8 

Aumento de almojarifazgo. . . * . 218 

Tributo, general sobre la raza africana. . 219 

Suavidad de la esclavitud africana en algu- 
nas posesiones españolas. . ' . . . 220 

Explícase una contradicción aparente sobre 
este punto 221 ^ 

Providencias contra negros prófugos en al- 
gunos paises del continente. . . . . 222 

Ocultación de negros y soldados en Tierra- 
Firme. ....:.. 225 

Diferentes razas y castas en la América Es- 
pañola. ... . • . • • 225 

Albinos en África y en América. . . 230 

Casos raros citados por Gumilla.. . . 231' 

No fueroa por desgracia blancos seglares los 
únicos que fomentaron las clases mixtas en 

^América ? * . * 234 

Penas impuestas por el tercer concilio de 
México. ^ « . . . . . 234 
Disposiciones del tercer concilio de lÜma. . 234 
' Españoles enemigos del tranco de esclavos y 

aun de la esclavitud en el siglo xvi. . . 235 
Libro v. Este libro contiene los numerosos asientos 
que se ajustaron de fines del siglo xvi á fines 
del xvn. • 

PortugaTbajo el cetro de Felipe 11. . . 240 
Asiento con Gaspar Peralta. « . . . 240 
Continuación del sistema de licencias parti- 
culares é incremento de negros en el Perú. . 241 
Asiento con Gómez Reynel y error de Veitia 

Linage 242 

Leyes de Felipe II en favor de este asiento. 244 
Consecuencias de este asiento. . . . 244 



^ 435 ~ 

Archipiélago de Filipinas y comercio de es- 
clavos entre ellas y Nueva España. 

Cesación del asiento de Gómez Reynel. 

Asiento con Rodríguez Gutíno. 

Asiento con su hermano Vaez Gutiíio. 

Prohibición del comercio de esclavas entre 
Filipinas y Nueva España. .... 

Nueva expulsión de extranjeros en Inijias. « 

Fenecido el asiento con Vaez Gutiño, encár- 
gase la provisión de negros para América á la 
GÍQsa de Gontratacion de Sevilla. . 

Juros sobre la renta de negros. 

Gonspiraciones de negros en Nueva España 

Negros cimarrones en Guba y sus penas. 

El Padre Sandoval y otros jesuítas reprueban 
el tráfico de negros ec el siglo xvii. 

Dudas sobre la legitimidad de la esclavitud 

Gaso raro de libertad en México. 

Prohibición de tratar con esclavos en rPa- 
namá.. . . . . 

Asiento con Rodríguez Deivas. 

Relación del gobernador de Santiago de 
Guba Juan*García de Navia Gastrillon sobre el 
estado azucarero de aquella provincia. 

Males ocasionados á Bayamo por la barra 
que se formó en la boca del rio Gauto. 

Honor á los rectores de México y Lima. 

Escasez de la población de Guba. 

Modificación al|comercio de esclavos con Fi 
lípinas. ...... 

Medida extraña respecto de Gart^ena. 

Innovación transitoria sobre el coniercio de 
negros. ? . . , 

Escasez de esclavos negros en el Perú. 

Las avenzas, abreviación de la palabra ave 
nencias. ...... 

Asiento con Rodríguez Lamego. 

Protección de las leyes á la gente buena de 
color.. «....•• 



Pégs. 

246 
247 
247 
248 

249 
249 



250 
250 
550 
251 

253 
254 
255 

256 
256 



257 

258 
260 
260 

261 
262 

262 
267 

267 
267 

268 



— 436 - 

Págs. 

Prohibición de llevar esclavos del Rio de la 
Plata al Perú y sus motivos. . . . 269 
Contrabando de negros entre Filipinas y 

Nueva España 272 

Prohibición de portar arúias á los negros 

esclavos 272 

Ideas liberales del Padre Sandoval y peligro 

del comercio de esclavos 272 

Variedad de esclavos según sus procedencias. 274 
Asiento con Gómez y Méndez de Sosa. . 274 
Pestes ocasionadas en Lima por la importa*- 

cion de negros 274 

Insurrección de Portugal en 1640. . . 275 
La autoridad pontiñcia condena el tranco de 

esclavos negros ^ . 275 

Tentativas de asiento con holandeses! é in- 
gleses 276 

Escandalosa importación de negros en la Ha- 
bana». ........ 276 

Concédese de nuevo á la Casa de Contratación 
la provisión de negros para América. . • 277 

Providencia extraña del Comisari(^de la^ru- 
zada en el Perú sobre negros esclavos. . 277 
Conquista de Jamaica por Inglaterra. . 277 
Ocupación extranjera de antillas descubiertas 

por España. ' 278 

Bucaneros y filibusteros 279 

Asiento con Grillo y Lomelin en 1662. . 281 
Oposición á este asiento por la Casa de Con- 
tratación. 283 

Prorogac\§n de este asiento. . . . 284 
Nomenclatura de los negros importados de 
África. . . i . . . . 284 
Nuevo asiento con Antonio García y Sebas- 

tian Sí liceo 284 

Medidas religiosas sobre negros africanos. 285 
Propuestas de Villalobos para i^iportar ne- 
gros y su repulsa * 287 

Asiento con Nicolás Porcio. * . . 287 
Asiento con el holandés Baltasar Coymans. 287 



— 437 — 

Paga. 

Benéfica Real Cédula sobre los negros jorna- 
leros de Cuba 288 

Asiento con la Real Compañía portuguesa de 

Guinea en 1696 289 

Libro yi. Este libro contiene todo el espacio compren- 
dido desde el advenimiento de Felipe Y al tro- 
no de España hasta la cesación del monopolio 
del comercio de negrosí esclavos. 
Guerra llamada de sucesión. . . . 292 
Asiento con la Compañía francesa de Guinea. 292 
Alzamiento de un mulato en Venezuela. . 295 

Paz de ütrecht 295 

Origen de la Compañía inglesa del Mar del 

Sur 295 

Importante asiento con la Compañía del Mar — 

del Sur y sus privilegios 295 

Condiciones principales de este asiento. . 296 
Buque con mercancías extranjeras para la fe- 
ria de Portobelo %3!^ 

Este asiento diñere de los anteriores. . . ^98 
La guerra que estalló entre Inglaterra y Es- 
paña interrumpió el comercio de negros de la 

Com^ñía. ^. 298 

Restablecida la paz/la Compañía continúa su 

comercio 299 

Nueva interrupción del asiento y su ulterior 

continuación 299 

El buque inglés con mercancías para la feria 

de Portobelo . 299 

Consecuencias de este asiento para el comer- 
cio español 299 

Expedición del general inglés Hossier. . 299 
Paz con In^aterra por el tratado de Sevilla. 299 
Levantamiento de negros al Sudoeste de la 

Habana 300 

La Compañía del Mar del Sur obtiene de la 
de las Indias Orientales el permiso de sacar 
negros de la isla deMadagascar para introducir- 
los en Buenos-Aires. . • • • • 300 



-- 438 — 

Pág8. 

£1 coQtador Don Juan Eguiluz fué uno de los 
arrendatarios de las minas del Cobre. . . 300 

Rebelión armada en 1731 de los esclavos de 
las minas del Cobre 301 

Fundación en Cádiz de la Real Compañía de 
Filipinas en 1733. . . . . . 304 

Por una enmienda cpie se hizo al asiento de 
la Compañía del Mar del Sur^ esta pudo importar 
en el buque para la feria de Portobelo seiscien- 
tas cincuenta toneladas. Opinión de dos marinos 
célebres sobre este buque. ..... 304 

Fué Portobelo la factoría más importante de 
todas para el comercio de negros. . . . 305 

Del contrabando de negros, más provecho 
que la Compañía sacaron los comerciantes in- 
gleses. . 305 

De notar es que los ingleses en sus expedi- 
ciones de África dirigiéronlas todas al Atlánti- 
co^ sin penetrar jamás en el Pacífico. . . 305 

Los ingleses desde sus factorías diéronse á 
conocer las necesidades de los pueblos améri- 
co-hispanos 306 

Perjuicio que el. contrabando ingRs ocsfiionó 
á los galeones españoles. . . . . 306 

Comercio de negros que por tierra se hacia 
de Buenos- Aires al Perú 307 

Guardacostas españoles. Conflictos con los 
contrabandistas ingleses, y convención del 
Pardo 308 

Guerra entre España y la Gran Bretaña en 
1739 308 

En el ciffso de esta guerra España sublevó 
algunos negros esclavos de las Ctrolinas, per- 
tenecientes entonces á Inglaterra. . . . 308 

Ajustáronse en la ciudad de Aquisgran los 
preliminares de paz entre Inglaterra y España. 309 

Reparos hechos á algunos de estos prelimi- 
nares 309 

Paz genercil de Aquisgran 310 



— 439 — 



Págs. 



Debates en Inglaterra sobre la Compañía del 

Mar del Sur .• 310 

Convención de Madrid de 17S0. . . . 311 
Real Compañía de la flabana en 1740 auto- 
rizada para introducir esclavos en la Habana. . 312 

Contrata con D. Martín Uiibarrí y Gamboa, 
vecino de la Habana, para importar en ella al- 
gunos negros 313 

Proyecto de Villanueva para introducir ne- 
gros en la Haba na, y oposición á él. . . 313 
Contrata de D. Miguel Uriarte para importar 

negros en América 315 

Trátase de remover los obstáculos que se 
oponían al desarrollo de la agricultura cu- 
bana. . . . . ' . . . . 315 

Pídese para Cuba entrada libre de negros: 
estado de los ingenios en ella. . . . 316 

Guerra entre España é Inglaterra: presa rica 
hecha por los ingleses, y toma de la Habana. 316 

Pacto de familia 317 

Hacha la paz, España para recobrar á Cuba 
cede las Floridas á Inglaterra, pero en compen- 
sación oRiene de Francia la Luisiana. . 317 
Breve idea de esta colonia. . . . 318 
Resistencia de los colonos franceses á some- 
terse ala dominación española. . . . 318 

Medidas para reprimir el contrabando en el 
Jreru. • • . • . • • « ojLtj 
Segunda contrata con D. Miguel Uriarte. . 319 
. Varios negros introducidos por la Compañía 

de la Habana 320 

Real Cédula expedida en 8 dt^ Noviembre 
de 1765 paa aliviar á Cuba de algunos tributos. 320 
Derechos de marca sobre los esclavos. . 321 
Población de Puerto-Rico. . . . 322 
Importación en Cuba de la planta del café. . 323 
Alteración del sistema mercantil entre España 
y sus posesiones de América. . . . 234 
Compañías de Guipúzcoa y de Galicia. • 324 
Compañía de Barcelona 324 



o 



— 440 — 

Págs. 

Disposiciones mercantiles de Garlos III. . 325 

Estado comparativo de Cuba. . . . 325 

Proyecto de población para la isla de Santo 
Domingo 329 

Convenio de extradición de esclavos entre 
España y Dinamarca 327 

Convención semejante entre España y Ho- 
landa 328 

Contrata con el Marqués de Casa Enrile. . 329' 

Real Cédula de 1774 alzando en los cuatro 
reinos del Perú, Nueva España^ Guatemala y 
Nueva Granada, la prohibición de comerciar 
entre sí por la mar del Sur 329 

Proyecto de población presentado por una 
compañía española para colonizar el puerto de 
Ñipe 330 

Tratado de partición definitiva de la isla Es- 
pañola entre Francia y España celebrado 'en 
Aranjuez el 3 de Junio de 1777. . • • 330 

Adquisición por España en 1778 de las islas 
deAnnobony Fernando Pp. .. . , . 333 

Reales decretos de 1778 dando nuevo impul- 
so al comercio de negros entre Espaffa y sus co- 
lonias 337 

Error de Bryan Edwards 337 

Permisos para introducir negros en la Ha- 
bana 338 

Guerra entre España é Inglaterra. . . 338 

Célebre dictamen del Conde de Aranda pre- 
sentado á su Gobierno cuando se ajustó la paz 
entre los beligerantes. .... 338 

Novedad Ibportante que durante esta guerra 
ocurrió en el comercio de negroii . . 338 

Facultad concedida á un vecino de Sto. Do- 
mingo para introducir en aquella isla cuatro- 
cientos negros libres de derechos. . . 340 

El Perú pide esclavos para los ingenios de 
azúcar y el cultivo del cacao. . . . 340 
Durante la guerra entre España é Inglaterra 



6 



— 441 — 

Págs. 

los portugueses internaron por Buenos Aires 

más de tres mil negros 34i 

Guayaquil en aquellas circunstancias pidió la 
importación de cuatro mil negros. . . 341 

Contrata con los ingleses Backer y Dawson 
en 1784 para introducir cuatro mil negros en 
la isla de Trinidad. ..... 342 

Reglamento para el fouieiRli::ll^la''pa^a ciob 
de aquella isla 

Representación del ayuntamiento 
dad de Sto. Domingo para que se importaseí 
en aquella isla mil quinientos negros qua^g^ 
plearian en su agricultura. . 

Alternativas del comercio de negros en 
El tesorero de la Habana D. Antonio de la Paz, 347 

Nueva contrata en 1786 con los ingleses Bac- 
ker y Dawson 350 

Privilegio concedido á la Compañía de Filipi- 
nas para llevar esclavos á la América del Sur.. 350 

Proyecto de nueva contrata por los comer- 
ciantes Backer y Dawson para continuar el co- 
mercio de negros* en las posesiones españolas. 350 

Re^exiores del comercio de la Habana con- 
tra este proyecto 353 

Incidente honroso al gobierno español en 
punto de esclavitud 358 

Nuevo caso honorífico al mismo sobre igual 
asunto. . • . • . . . • 359 

Preludios de la libertad del comercio de ne- 
gros y cesación de su monopolio. . . . 361 




u 



t^á^PÉNDICES. 



1.° Viaje de los fenicios en torno del 
África 362 

2.* Viaje del general Hannon á la costa oc- 
cidental de África por orden de Cartago.. . 367 

28» 



o 



— 442 — 

Paga. 

3.* Sobre la isla de Guanahaní. . . 370 
4.^ Primeros delincuentes que pasaron al 

Nuevo Mundo 37i 

5.® Historia de las Indias por el Padre Ga- 
sas 373 

6.® Sobre las viruelas 380 

7.*^ Plaga de hormigas en Santo Domingo.. 382 
8.^ Sobre las hormigas en Puerto-Rico. . 385 
9.* Clérigos nombrados para los obispados 

de Indias 386 

10.<^ Sobre el tabaco: Real Orden sobre el 
levantamiento de los vegueros en las inmedia - 

clones de la Habana 387 

il.^' Sobre población de la bahia de Ñipe.. 398 
l^."" Sobre las islas de Annobon y Fernan- 
do Po 402 

i 3 .^ Dictamen del Conde de Aranda después 
del reconocimiento de la independencia de los 
Estados Unidos del Norte-América. Rreves ob- 
servaciones del autor de esta historia acerca de 

este dictamen 406 

14.<» Población del Perú. . 



'J 



ERRATAS. 



Págs. 



Líneas. 



Dice 



Léase 



11 


6 


África y 


África; y 


16 


27 


se dilata, 


se dilata 


20 


18 


incontranstables 


incontrastables 


24 


]0 


Bajador 


Bojador 


47 


última 


r iones 


regiones 


64 


1 


salia 


salian 


65 


36 


Veitia y Linage 


Veitia Linage 


86 


22 


jantáronse 


juntáronse 


104 


35 


F. A. Llórente 


J. A. Llórente 


116 


22 


Baroacoa 


Baracoa 


120 


33 


Maris, 


Maris 


133 


última 


Gex 


Gen. 


158 


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cosas 


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El depósito de esta obra se halla únicamente en la Habana. 



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