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Full text of "Historia de la guerra europea de 1914 : ilustrada con millares de fotografías, dibujos y láminas"

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HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


VICENTE  BLASCO   IBAÑEZ 


HISTORIA 


DE  LA 


GUERRA  EUROPEA 


DE  1914 


ILUSTRADA  CON  MILLARES  DE  FOTOGRAFÍAS,  DIBUJOS  Y  LÁMINAS 


TOMO  PRIMERO 


PROMETEO 

SOCIEDAD  EDITORIAL 

Qermanías,  F  S.— VALENCIA 


ll^ól^v 


BLASCO    IBANEZ    EN    LA    PLAZA    DE    UNA    ALDEA    DEL    ARGONA    BOMBARDEADA    POR    LOS    ALEMANES 

*  I  Fot.  ,7.  Francli) 


ÍNDICE 


Págs. 

Introducción 9 

EL  PRÓLOGO  DEL  DRAMA 

I. — El  atentado  de  Serajevo 13 

II. — Las  reclamaciones  de  Austria.   ...       19 

III. — La  alarma  en  Europa 25 

IV. — Negativa  de  Austria  á  una  petición  de 
Rusia.  —  Alarma  en  París. — La  con- 
testación iiumilde  de  Servia.  —  Aus- 
tria declara  la  guerra 27 

V.  — La  hora  grave. — Optimismos  y  pesimis- 
mos.—Las  primeras  manifestaciones.       54 
Vl-VII. — Los  trabajos  de  la  diplomacia.  ...       58 
Vil!. — El   presidente   Poincarc   interrumpe   su 
viaje.     Alarma  general. — Los  antimi- 
litaristas de  París 44 

IX. — Austria  declara  la  guerra  á  Servia.  .  47 
X. — Actitud  de  Rusia.  —  Su  movilización 
parcial. — Inutilidad  de  las  gestiones 
pacificadoras. — Las  naciones  empie- 
zan á  arruinarse. — Llegada  de  Poin- 
caré  á  París 51 


Pásrs. 


XI. — Declaraciones  de  Inglaterra  sobre  la  paz. 
—  La  situación  en  Londres  y  París. 
— Movilización  rusa. — Reclamación  de 
Alemania. — Vanas  esperanzas  de  con- 
ciliación.—  Las  naciones  se  preparan 
para  la  guerra 57 

XII. — Los  bastidores  del  drama.  Despachos 
de  Guillermo  II  y  el  zar. — La  conducta 
del  kaiser. — Unanimidad  francesa. — El 
ciudadano  Hervé  y  la  huelga  general. 
— El  caricaturista  Hansi 65 

XIII. — Alemania  declara  el  «estado  de  amena- 
za» en  todo  el  Imperio.  Un  discurso 
del  emperador. — «Ultimátum»  alemán 
á  Rusia  y  á  Francia.  ¡Es  la  guerra! — 
Entusiasmo  en  Rusia.  Serenidad  de 
París 70 

XIV. — Asesinato  de  Jaurés 75 

XV. — Los  bancos  de  París.  La  moratoria. — 
Orden  de  movilización  general. — El 
gobierno  habla  á  la  nación.— La  acti- 
tud del  gobierno  ingles.-  Estado  de  la 
opinión  en  Inglaterra. — La  prensa  fran- 


Págs. 


P4?s. 


II. 

III. 
IV. 

V. 
Vi. 

vil. 


VIII. 


IX. 
X. 


XI. 
XII. 


cesa  y  la  prensa  alemana. — La  movi- 
lización rusa. — La  última  esperanza  de 
paz  desvanecida 82 

EL  ROMPIMIENTO 

El  2  de  Agosto 92 

Primeras  hostilidades.     Los  grandes  su- 
cesos del  día 99 

-La  violación  del  Luxemburgo 103 

-La  unanimidad  de  Francia IIÜ 

El  entusiasmo  de  París. — Los  extranje- 
ros  116 

La  muchedumbre  y  la  Estación  del  Este.     127 
Continúan   las  hostilidades.      Manifiesto 
del  zar  al  pueblo  ruso.  —  La   retirada 
del   embajador   Schoen.      Un   artículo 

de  Clemenceau 154 

Los  trabajos  pacificadores  de  Jorge  V. 
Actitud  de  Inglaterra.— Maquiavelismos 
de  la  diplomacia  alemana.     Sus  inten- 
tos para  «comprar»  la  neutralidad   in- 
glesa  142 

-El  3  de  Agosto  en   la  Cámara  de  los 

Comunes 147 

-Sucesos  del  4  de  Agosto.  —  La  firmeza 
de  Bélgica.  Declaraciones  de  Sazo- 
nof  en  la  Duma.  Atropello  de  embaja- 
dores en  Berlín.  Entusiasmo  en  Bru- 
selas y  en  París 156 

-Memorable  sesión  del  Parlamento  fran- 
cés  166 

-Rompimiento  de  Inglaterra    y  Alemania.     182 
-El  pueblo  inglés  y  la  guerra 188 


XIII. — La  defensa  de  Bélgica. — Alocución  del 
rey. — Palabras  de  Guillermo  II  y  de 
su  canciller.  Falsas  noticias  acerca 
de  la  situación  de  Francia. 

XIV. — Los  belgas  y  su  rey 

XV.— El  general  Joffre 

XVI. — Los  responsables  de  la  guerra.  . 
XVII. — Los  apologistas  de  la  fuerza.     . 

PUEBLOS  Y  MONARCAS 


194 
201 
218 
256 
252 


I.   -La  raza  prusiana 258 

II. — Los  Hohenzollern 262 

III.  -  Bismarck  y  la  grandeza  de  Prusia.  274 
IV. — La  guerra  de  1870  y  el  Imperio  de  Ale- 
mania   290 

V. — La  política  interior  de  Bismarck. — Or- 
ganización del  Imperio 515 

VI.     La  política  exterior  de  Bismarck.    .     .  524 

Vil. — La  marina  alemana 333 

VIII. — El  ejército  alemán 545 

IX. — El  espionaje  alemán 374 

X.  -  La  juventud  de  Guillermo  II 595 

XI.— Él 408 

•  XII. — La  historia  de  Calígula  en  Alemania. .  440 
XIII. — La  Alemania  que  se  ve  y   la  que  no 

se  ve 452 

XIV. — El  pangermanismo 465 

XV. — El  «brillante  segundo» 491 

XVI. — La  Medicina  y  los  dos  emperadores.  .  515 

XVII.     Francia 518 

XVIII. — Rusia  y  el  paneslavismo 548 

XIX. — Servia  y  Montenegro 564 

XX.— La  guerra 578 


ARTILLERÍA   GRUESA  ALEMANA.    EL   GIGANTESCO   MORTERO   UOWITZER,   DE   21    CENTÍMETROS 


INTRODUCCIÓN 


No  hay  en  la  historia  de  la  humanidad  guerra 
alguna  que  pueda  compararse  con  la  presente. 
Las  grandes  invasiones  de  los  bárbaros  que 
dieron  ñn  á  la  llamada  Edad  Antigua;  las  avalanchas 
galopantes  de  los  hunos  y  de  las  hordas  mongólicas; 
los  choques  europeos  que  por  su  duración  recibieron 
los  títulos  de  Guerra  de  Cien  Años  y  Guerra  de  Trein- 
ta Años;  los  avances  arrolladores  del  turco  hasta  los 
muros  de  Viena;  las  campañas  de  los  reyes  españoles 
contra  medio  mundo;  las  conquistas  napoleónicas  que 
durante  quince  años  trajeron  trastornado  al  conti- 
nente; todos  los  hechos  de  la  historia  belicosa  de  los 
hombres,  palidecen  y  se  achican  frente  á  la  guerra 
de  1914. 

Un  día  de  esta  guerra  equivale,  por  sus  pérdidas 
en  hombres  y  dinero,  á  un  mes  ó  un  año  de  las  guerras 
famosas  de  otros  tiempos.  Las  grandes  cabalgadas  de 
jinetes  vándalos  y  hunos,  exageradas  por  el  terror  de 
los  cronistas  y  los  medios  de  subsistencia  de  aquellas 
épocas,  tal  vez  fueron  menos  importantes  numérica- 
mente que  las  cortinas  de  caballería  que  esparcen 
como  simples  avanzadas  los  ejércitos  del  presente 
para  ocultar  sus  movimientos. 

Esta  es  la  primera  guerra  que  hacen  los  pueblos 
con  ejércitos  formados  por  el  servicio  obligatorio;  el 
primer  choque  de  naciones  enteras  puestas  sobre  las 


armas.  Hasta  hace  pocos  años  los  ejércitos  se  contaban 
por  miles  de  hombres;  hoy  se  calculan  por  millones. 
Antes  podían  desarrollarse  las  guerras  y  durar  años  y 
años  sin  que  por  esto  se  paralizase  la  vida  productora 
de  los  países  beligerantes.  Mientras  en  un  lado  de  la 
nación  peleaban  los  militares  de  oficio  y  una  minoría 
de  ciudadanos  reclutada  por  la  suerte,  el  resto  del 
país  proseguía  sus  trabajos  ordinarios,  sin  otra  altera- 
ción que  la  de  una  lógica  inquietud  por  el  resultado 
de  la  lucha.  Muchas  veces  acababan  las  gentes  por 
familiarizarse  con  esta  situación  anormal.  Ahora  la 
guerra  paraliza  por  completo  la  vida  económica,  siendo 
esta  catalepsia  tanto  más  profunda  cuanto  más  rica  y 
vigorosa  es  la  nación.  Fábricas  y  talleres  se  cierran 
por  falta  de  brazos;  todos  los  hombres,  desde  los  diez 
y  ocho  años  á  los  cincuenta,  van  al  combate;  los  fe- 
rrocarriles no  existen  para  el  tráfico  mercantil,  pues 
emplean  todo  su  material  en  el  transporte  de  comba- 
tientes, armas  y  bestias;  los  puertos  se  convierten  en 
lagunas  muertas,  con  archipiélagos  de  navios  inmó- 
viles y  silenciosos  y  rosarios  de  minas  sumergidas  que 
obstruyen  sus  bocas  de  acceso. 

Las  batallas  duran  meses  y  se  extienden  en  un 
frente  de  centenares  de  kilómetros,  abarcando  los  lí- 
mites de  varios  Estados.  Las  vías  férreas  funcionan 
incesantemente  á  espaldas  de  los  ejércitos  en  lucha, 


10 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


CALLE   DE   AMBBRBS    BOMBARDEADA    I'OR    LOS    ALEMANES 


(Fot.  liül) 


transportando  á  enormes  distancias  los  combatientes, 
según  las  imperiosas  necesidades  de  la  oportunidad 
táctica.  El  mismo  soldado  que  dispara  su  fusil  entre 
las  fronteras  de  Alemania,  Francia  y  Suiza,  monta 
rápidamente  en  un  vagón  y  va  á  disparar  de  nuevo  á 
orillas  del  mar  del  Norte.  El  alemán  que  pelea  en  las 
trincheras  de  la  Champaña,  se  ve  tres  días  después 
luchando  en  Polonia  á  orillas  del  Vístula. 

Nunca  se  han  visto  chocar  y  morir  tantos  hombres 
juntos  en  un  terreno  de  operaciones  tan  vasto. 


La  mitad  aproximadamente  del  género  humano 
está  en  guerra  en  estos  momentos  directa  ó  indirec- 
tamente. De  los  1.700  millones  de  seres  que  consti- 
tuyen la  población  del  globo,  8ri4  millones  (entre  me- 
trópolis y  colonias)  se  odian  y  gastan  su  dinero  para 
exterminarse. 

¿Cuándo  se  conoció  esto  en  la  Historia?... 

Quince  millones  de  hombres  están  hoy  sobre  las 
armas,  y  antes  de  pocos  meses  tal  vez  serán  veinte. 
Con  sólo  que  la  guerra  se  prolongue  un  año,  llegarán 
á  ser  25  ó  30  millones  los  combatientes:  cifra  mons- 
truosa con  la  que  jamás  soñaron  Aníbal,  Alejandro  y 
Bonaparte. 

La  guerra  de  1911  es  la  más  estupenda  y  loca  ma- 
tanza que  pudo  imaginar  el  espíritu  de  destrucción 
que  de  vez  en  cuando  desorienta  y  enloquece  á  la 
humanidad. 


No  menos  espan- 
to infunde  el  pen- 
sar lo  que  esta  gue- 
rra significa  para 
la  vida  económica 
de  los  pueblos. 

Antes  de  que  se 
declarase,  y  antes 
también  de  que  na- 
die pudiese  sospe- 
char su  repentino 
y  absurdo  estalli- 
do, la  situación 
financiera  del  mun- 
do civilizado  no  era 
próspera.  La  gue- 
rra balkánica  ha- 
bía trastornado  el 
organismo  finan- 
ciero internacio- 
nal, que  es  de  gran 
delicadeza,  como 
toda  máquina  gran- 
de y  complicada. 
La  circulación  de 
valores  entre  las 
naciones  sufría 
cierta  parálisis.  A 
esta  situación  esta- 
cionaria había  que  añadir  el  trastorno  en  los  negocios 
de  América,  producido  por  las  revoluciones  mejica- 
nas y  la  crisis  económica  del  Brasil  y  la  l\(])ública 
Argentina. 

Los  poderes  financieros  estaban  buscando  un  re- 
medio para  res-  

tablecer  la  cir- 
culación de  va- 
lores, cuando  la 
gran  guerra  ha 
venido  á  hacer 
más  penosa  la 
situación. 

Todos  los  cam- 
bios internacio- 
nales aparecen 
dislocados;  las 
grandes  Bolsas 
están  cerradas; 
los  pagos  entre 
lasnaciones(aun 
aquellas  que  se 
mantienen  en  la 
neutralidad)  re- 
sultan difíciles, 
si  es  que  no  es- 
tán suspendidos; 
el  dinero  se  ha      uno  de  los  pórticos  de  la  catedral 

ocultado*  el  oré-  de  rbims  despi-és  del  bombardeo 

(De  L'lUiistiation) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


11 


dito  no  existe.  ¿Caánto  va  á  costar 
esta  guerra  monstruosa,  desencade- 
nada por  el  imperialismo?... 

Paul  Leroy-Beaulieu,  el  sabio  eco- 
nomista, en  un  discurso  ante  la  Aca- 
demia de  Ciencias  Morales  y  Políti- 
cas de  París,  ha  hecho  el  presupues- 
to del  actual  conñicto. 

«Basándonos  —  dice  Leroy-Beau- 
lieu— en  que  el  sostenimiento  por 
término  medio  de  un  soldado  moder- 
no, con  sus  armas  y  demás  efectos, 
representa  un  gasto  diario  de  12  fran- 
cos á  1'2"50  por  hombre,  para  las 
cinco  naciones  participantes  de  la 
guerra  actual  (Alemania,  Austria, 
Inglaterra,  Rusia  y  Francia),  y  eva- 
luando la  duración  de  esta  guerra 
sólo  en  siete  meses  (que  es  lo  que 
duró  la  guerra  de  1870-71),  se  llega  á 
un  total  aproximadamente  de  3.5.000 
millones. 

»Pero  hay  que  añadir  á  esta  cifra 
los  gastos  de  otros  pueblos  compro- 
metidos en  la  lucha  (Bélgica,  Ser- 
via, Montenegro,  Japóo)  y  de  los  Es- 
tados neutros  que  han  tenido  que 
movilizar  sus  tropas,  gastos  que  re- 
presentan en  bloque  de  3.000  á  4.000 
millones;  se  llega  de  este  modo  á  un 
total  de  38.000  ó  39.000  millones, 
sólo  para  los  gastos  inmediatos  de  la 
guerra.  Pero  una  vez  terminada  ésta 
sobrevendrá  un  período  de  transi- 
ción, que  puede  durar  cuando  menos 
dos  meses,  y  que  añadirá  todavía 
4.000  ó  5.000  millones  á  los  gastos 
efectivos  del  conflicto.» 

Del  mesurado  cálculo  de  Leroy- 
Beaulieur  esulta  que  el  sostenimiento 


CASA   DE   AMBERES   DESTROZADA    POR    TN   0BÚ3   ALEMÁN 

En  el  último  piso  un  dormitorio  en  desorden  con  una  cuna  próxima  á  caer.  En  el  primer  piso 
un  salón.  En  el  piso  bajo  un  café 


DESPUÉS  DE  LA  BATALLA  DEL  MARNE.  UN  CAMPO  SEMBRADO  DE  CADÁVERES 

(Fots.  Rol) 


de  la  guerra  actual  costará  de  45.000 
á  50.000  millones,  si  es  que  sólo  dura 
siete  meses. 

Pero  por  desgracia,  todo  hace  pre- 
ver que  durará  algo  más,  ¿y  quién 
sabe  hasta  dónde  puede  aumentarse 
esta  cifra  enorme  de  millones?... 

La  tenaz  Inglaterra,  que  llega 
siempre  al  último  límite  cuando  su 
cólera  fría  le  hace  adoptar  una  reso- 
lución extrema,  ha  declarado  que  la 
victoria  será  del  pueblo  que  en  medio 
de  la  ruina  universal  pueda  disponer 
del  último  millón. 

«El  dinero— come  dice  el  citado 
economista — es  sobre  todo  necesario 
al  iniciarse  la  guerra  para  su  pre- 


12 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


paración,  y  al  final  para  su  liquidación.  En  principio, 
resulta  menos  necesario  durante  el  curso  de  ella  para 
su  sostenimiento.» 

Y  como  único  consuelo  en  medio  de  este  cuadro  de 
horrores  económicos,  Leroy-Beaulieu,  al  ocuparse  del 
triste  porvenir  que  nos  aguarda,  termina  así:  «Las 
sociedades  modernas  tienen  tal  fuerza  de  renovación 
y  de  progreso,  que  cada  pueblo,  haciendo  un  llama- 
miento al  conjunto  de  sus  fuerzas  nacionales,  puede 
soportar  el  fardo  de  los  gastos,  con  grandes  sufrimien- 
tos ciertamente,  pero  sin  llegar  á  verse  aplastado  por 
completo.» 

Esta  guerra  europea  es  ya  una  guerra  mundial.  La 
gran  batalla  de  razas  que  se  desarrolla  en  el  centro 
del  viejo  mundo  se  ha  esparcido  fragmentaria  por  todo 
el  planeta.  Los  japoneses  baten  á  los  alemanes  en  las 
costas  de  la  China;  las  tropas  sud-africanas  de  los  alia- 
dos invaden  las  colonias  germánicas;  hombres  de  di- 
versas razas  y  colores,  venidos  de  los  lugares  más 
remotos  de  la  tierra,  dan  su  sangre  en  los  campos  de 
Europa  á  la  gran  cruzada  contra  el  imperialismo;  los 
navios  armados  se  persiguen  por  todos  los  mares  del 
globo;  se  agitan  las  aguas  con  las  explosiones  ocultas 
de  los  torpedos;  suena  el  cañón  á  lo  largo  de  las  cos- 
tas de  América,  en  las  soledades  del  Pacífico  y  entre 
los  paradisíacos  archipiélagos  del  mar  de  las  Indias. 
Las  naciones  tituladas  neutrales  pueden  á  duras 
penas  mantenerse  al  margen  del  conflicto.  En  unas,  la 
tradición  política  y  el  entusiasmo  del  pueblo  pugnan 
por  vencer  la  prudencia  de  los  gobiernos,  queriendo 
pasar  de  la  inercia  actual  á  una  actividad  belicosa. 
Otras,  por  su  posición  geográfica,  atraerán  segura- 
mente la  invasión  y  el  atropello  de  un  imperialismo 
que  no  reconoce  derecho  ni  respeta  compromisos,  y 
para  defender  su 
existencia  ten- 
drán  que  salir 
forzosamente  de 
la  neutralidad. 

Nuevos  com- 
batientes entra- 
rán en  la  lucha. 
Son  muy  conta- 
dos los  pueblos 
de  Europa  que 
lograrán  vivir 
aparte  de  esta 
conflagración 
mundial. 


Vamos  á  rela- 
tar el  desarrollo 
y  los  horrores  de 
unaguerramons 
truosa  entre  to- 
das las  guerras, 


que  empieza  en  1914  y  nadie  sabe  cuándo  terminará. 
«La  Historia  es  una  resurrección»,  decía  Micholet. 
En  la  presente  Historia  no  hay  que  resucitar  nada. 
Los  hombres  y  los  hechos  están  aún  con  vida  ante 
nosotros.  No  hemos  de  interrogar  á  muertos,  forjando 
hipótesis  sobre  su  inmovilidad  silenciosa  y  el  brillo 
enigmático  de  sus  ojos  empaüados.  Los  que  nos  rodean 
están  vivos  ó  son  moribundos  que  aún  pueden  hablar 
y  dicen  la  verdad  de  los  últimos  momentos. 

Las  ciudades  incendiadas;  las  muchedumbres  pa- 
cíficas en  pavorosa  fuga,  dejando  á  sus  espaldas  la 
casa  en  escombros  y  los  parientes  fusilados;  los  mo- 
numentos arquitectónicos  que  respetaron  los  siglos 
bárbaros  y  acaban  de  ser  suprimidos  para  siempre 
por  el  ojo  y  la  mano  de  un  artillero  que  se  cree  civili- 
zado; todos  los  horrores  de  una  guerra  que  puede  lla- 
marse única,  están  ahí,  á  corta  distancia  de  nosotros, 
como  testimonios  de  deshonra,  justificando  el  anate- 
ma, el  grito  generoso  de  la  indignación. 

Procuraremos  ser  imparciales  en  nuestro  relato, 
aunque  jamás  historia  alguna,  en  sus  deseos  de  im- 
parcialidad, ha  llegado  á  librarse  de  las  influencias 
de  la  pasión.  Somos  hombres  de  nuestra  época;  vemos 
dolorosamente  cómo  en  unas  cuantas  semanas  se  han 
suprimido  varios  siglos  de  trabajo  y  de  progreso,  y  no 
podemos  permanecer  fríos  é  impasibles  ante  estas 
maldades  irreparables  de  la  más  desatentada  de  las 
ambiciones.  La  humanidad  parece  retroceder  á  la 
época  de  las  cavernas.  La  ciencia,  raptada  y  violada 
por  el  antiguo  bárbaro,  le  sigue  y  le  ayuda  como  una 
esclava  triste.  ¿Van  á  morir  también — como  mueren 
los  monumentos  y  los  hombres — las  más  nobles  aspi- 
raciones de  la  humanidad?... 

¡Una  guerra  mundial,  una  guerra  cuyo  término 
nadie  conoce,  cuando  los  hombres  creían  en  la  paz 

más  que  nunca, 
y  guiados  por  la 
ciencia  y  el  arte, 
que,  según  Goe- 
the, no  tienen 
patria,  avanza- 
ban hacia  la  ma- 
yor perfección 
posible,  hacia  la 
ciudad  futura 
soñada  por  este 
poeta  generoso 
y  humano,  del 
que  son  nietos 
espurios  los  in- 
telectuales ale- 
manes que  ahora 
glorifican  lasha- 
zañas  bárbaras 
del  militarismo 
de  su  país  como 
algo  divino! 


FAMILIAS    DE    CAMPESINOS    BELGAS    QUK    HUYEN    ABANDONANDO    SUS    CASAS    ANTE   LA 
APROXIMACIÓN    DE    LOS    ALE.MANKS  i,l'"ul.  Rol) 


VISTA    GENERAL    DE    SElíAJEVO.    CAPITAL    DE    LA    BOSNIA 


El  prólogo  del  drama 


El  atentado  de  Serajevo 

EL  28  de  Junio  de  1914  la  ciudad  de  Serajevo  (1) 
fué  testigo  de  un  suceso  que  en  el  primer  mo- 
mento no  tuvo  mayor  importancia  que  cual- 
quiera de  los  numerosos  atentados  personales  del  fa- 
natismo patriótico,  pero  que  veinte  días  después  sirvió 
de  pretexto  para  iniciar  la  guerra  europea. 

Serajevo  es  la  capital  de  la  Bosnia,  vasto  territorio 
que,  en  unión  con  la  Herzegovina,  quedó  anexionado 
al  Imperio  de  Austria  cuando  ambos  dejaron  de  perte- 
necer definitivamente  á  los  turcos. 

Bosnia  y  Herzegovina  viven  hace  tiempo  en  una 


(1)  Esta  ciudad,  que  goza  ahora  de  una  celebridad  mundial 
&  causa  del  atentado  que  dio  pretexto  á  la  guerra  europea,  es 
conocida  con  diversos  nombres:  Bosna  Serai.  Seraio,  Seraievo. 
Sarajevo  y  Serajevo,  procedentes  todos  del  primitivo  titulo  de 
Sera'í  que  le  dieron  los  turcos  á  causa  del  gran  Serrallo  ó  pala- 
cio que  hizo  construir  Mahomed  11,  y  en  torno  del  cual  se  ele- 
varon ochenta  mezquitas  y  numerosos  bazares. 


situación  semejante  á  la  de  Alsacia  y  Lorena.  La  ma- 
yoría de  sus  habitantes  son  de  raza  eslava,  servios 
por  su  origen  y  sus  afectos,  y  su  deseo  vehemente  es 
unirse  á  la  Servia  libre,  vivir  bajo  el  gobierno  de  Bel- 
grado. Cuando  estos  dos  territorios  fueron  emanci- 
pados por  Europa  de  la  dominación  turca,  lo  lógico 
hubiese  sido  permitir  que  se  incorporasen  espontá- 
neamente á  la  nación  constituida  por  sus  hermanos 
de  raza  y  creencias  religiosas. 

Pero  el  Imperio  austriaco  ha  sido  insaciable  en  sus 
apetitos  de  anexión.  Constantemente  derrotado  ea  los 
campos  de  batalla  desde  hace  más  de  un  siglo,  busca 
en  las  intrigas  diplomáticas  y  los  compromisos  se- 
cretos un  medio  de  adquirir  nuevos  territorios,  con- 
solándose así  de  las  victorias  que  nunca  obtuvo.  Su 
fidelidad  á  la  Triple  Alianza  la  ha  cobrado  con  cre- 
ces, haciendo  que  Alemania  le  apoyase  con  su  enorme 
poder  y  sus  amenazas  cada  vez  que  solicitaba  una 
anexión.  Nunca  ha  combatido  en  las  guerras  moder- 
nas contra  Turquía,  y  siempre  á  la  hora  del  reparto 
se  ha  llevado  la  mejor  presa. 

Contra  toda  razón  histórica  y  étnica  se  anexionó 
á  Bosnia  y  Herzegovina,  pretendiendo  hacerlas  aus- 


14 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


UNA    VISTA    DE    BBI.CUADO 
En  el  fondo  el  puente  del  ferrocarril  que  ponía  en  comunicación  con  Austria  y  que  ahora  está  roto 


triacas.  Contra  toda  lógica  quiso  fundar  recientemente 
el  pequeño  reino  de  Albania,  dando  su  corona  á  un 
principillo  alemán,  empresa  que  ha  costado  mucha 
sangre  y  dinero  para  venir  a  terminar  de  un  modo 
grotesco. 

Bosnia  y  Herzegovina  sobrellevan  con  impaciencia 
la  dominación  austriaca,  aprovechando  todas  las  oca- 
siones para  protestar  contra  ella.  Su  rebeldía  sorda  es 
semejante  á  la  de  los  alsacianos  y 
loreneses,  pero  más  violenta  y  ra- 
dical en  sus  procedimientos  de  ac- 
ción, por  la  diferencia  de  sangre  y 
de  costumbres.  Una  sociedad  cons- 
piradora, la  Narodna  Obrana,  pare- 
cida en  sus  fines  á  la  Liga  de  Pa- 
triotas de  Francia,  une  á  los  servios 
de  las  provincias  anexas  con  sus 
hermanos  de  Belgrado,  militares, 
profesores,  estudiantes,  patriotas 
entusiastas  que  sueñan  con  recons- 
tituir la  «Gran  Servia»  de  otros  si- 
glos, dominadora  de  toda  la  Europa 
oriental,  y  que  casi  se  apoderó  del 
Imperio  de  Bizancio. 

Estos  servios  anexionados  al  Im- 
perio austriaco  tienen  otros  moti- 
vos, además  de  los  de  su  origen, 
para  mostrarse  hostiles  al  domina- 
dor. Austria  imita  los  procedimien- 
tos alemanes  en  Alsacia,  fomen- 
tando una  emigración  de  austriacos 
á  Bosnia  y  Herzegovina.  Gentes  de 
los  diversos  Estados  de  su  vasto 
y  descosido  Imperio  se  trasladan 
á  estos  territorios,  ocupando  los 


mejores  puestos  bajo  la  protección  del  gobierno  y 
haciendo  una  guerra  sorda  á  los  antiguos  pobladores 
de  sangre  eslava.  Los  croatas,  gente  violenta  que 
siempre  dio  el  contingente  más  bravo  á  los  ejércitos 
austriacos,  habitan  también  la  Bosnia,  pretendiendo 
oprimir  á  los  de  origen  servio  con  un  mal  disimu- 
lado apoyo  de  las  autoridades.  Austria,  en  vez  de 
unificar  á  sus  pueblos  bajo  la  igualdad  de  la  paz, 


TIPOS   DE  ALDEANOS  SERVIOS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


15 


PLAZA   TERRASSIE,    LA   PRINCIPAL   DB  BELGRADO 


procura  separarlos  fomentando  los  odios  de  raza,  para 
sostener  de  este  modo  su  autoridad  central,  caduca  y 
vacilante. 

Los  austríacos  trasplantados  en  Bosnia  son  se- 
mejantes á  los  alemanes  establecidos  en  Alsacia  y 
Lorena.  Bullen  ruidosos  y  entusiastas  al  amparo  del 


EL    EMPBltADOl:    DE    AfSTHlA    Y   MC    l'AMll.IA 


Á  SU  izquierda  Is  duquesa  de  Hohenberg  y  su  marido  el  archiduque  Francisco  Fernando,  asesina- 
dos en  Serajevo.  Á  su  derecha  el  archiduque  Carlos  Francisco  y  su  esposa  Zita  de  Korbón  y  Parma, 

actuales  herederos  de  la  corona  (Kots.  Külj 


dominador,  organizando  manifestaciones  de  lealtad  y 
adhesión  al  gobierno,  pretendiendo  hacer  creer  que 
no  existe  antagonismo  entre  el  país  y  las  autoridades, 
que  todo  el  pasado  está  en  el  olvido,  que  sólo  unos 
cuantos  locos  sin  importancia  persisten  en  los  anti- 
guos odios...  hasta  que  un  hecho  ruidoso  se  encarga 
de  revelar  el  fuego  oculto  tras  de 
esta  fachada  alegre,  las  fuerzas  hos- 
tiles é  irreductibles  que  siguen  agi- 
tándose en  el  misterio. 

Otro  núcleo  de  poblacióu  impor- 
tante existe  en  Bosnia  y  Herzegovi- 
na como  una  raza  aparte,  pero  pací- 
fico, conciliador,  poco  afecto  á  las 
aventuras  y  los  peligros,  deseoso 
de  reposarse,  en  una  tranquilidad 
propicia  á  los  negocios,  de  las  perse- 
cuciones sufridas  en  otros  tiempos. 
Son  los  judíos  de  origen  hispánico; 
los  «españoles»,  como  los  llaman  en 
todo  el  Oriente  de  Europa;  hebreos 
expulsados  de  la  península  ibérica 
que  aún  guardan  en  la  sinagoga  y 
en  la  intimidad  de  sus  viviendas, 
como  idioma  del  hogar,  un  caste- 
llano anticuado. 

En  Serajevo  son  muchos  miles. 
Representan  lo  mejor  del  comercio, 
exhibiendo  en  los  rótulos  de  sus  tien- 
das apellidos  españoles  de  rancio  sa- 
bor. Su  cultura  ha  creado  bibliote- 
cas, en  las  que  figuran  los  mejores 
libros  escritos  en  castellano.  Ade- 
más, han  fundado  varios  periódicos, 
que  aparecen  impresos  en  caracteres 


16 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


hebreos,  pero  que  están  redactados  en  nuestra  lengua. 

El  «español»  de  Bosnia  y  Herzegovina,  cuyos  ma- 
yores recibieron  asilo  del  turco  en  estas  tierras  cuando 
fueron  expulsados  de  la  Península,  permanece  al  mar- 
gen de  toda  agitación  política.  Bastante  quehacer 
tiene  con  defenderse  de  los  ataques  del  antisemitismo, 
difundido  en  toda  Austria  por  el  apasionamiento  reli- 
gioso. 

Su  placidez  de  buen  comerciante  sólo  se  altera  con 
una  melancolía  soñadora  cuando  habla  de  los  <<anti- 
guos  que  vinieron  de  allá»,  de  la  tierra  que  durante 
siglos  fué  una  buena  madre  y  luego  los  expulsó  como 
bestias  malignas.  Y  esta  melancolía  hace  subir  lágri- 
mas á  sus  ojos  en  la  sinagoga  cuando  el  rabino  canta 
con  voz  trémula,  al  recordar  las  glorias  muertas  de  la 
raza,  las  felicidades  que  no  pueden  volver: 

Perdimos  la  bella  Sión; 
l)erdimos  también  España, 
nido  de  consolación. 


A  fines  del  mes  de  .Junio  el  archiduque  Francisco 
Fernando,  heredero  del  Imperio  de  Austria,  fué  á  la 
región  de  Ilidze  para  presenciar  las  maniobras  de 
montaña  del  ejército.  Luego  se  reunió  con  su  esposa, 
la  duquesa  de  Hohenberg,  y  juntos  entraron  en  Se- 
raje vo. 

Francisco  Fernando  era  el  segundo  heredero  del 
Imperio.  El  ambiente  trágico  que  parece  rodear  al 
viejo  Francisco  José,  soberano  de  Austria,  como  una 
atmósfera  mortal,  hizo  de  él  un  futuro  emperador. 
Educado  en  (iratz  por  los  jesuítas,  y  sin  más  aspira- 
ciones que  las  de  un  archiduque  preparado  para  un 
mando  en  los  ejércitos,  la  muerte  novelesca  y  miste- 
riosa del  príncipe  Rodolfo,  hijo  único  del  emperador, 
le  sacó  de  la  obscuridad,  convirtiéndolo  en  heredero 
de  la  corona. 

Todos  los  archiduques  reunidos  en  torno  del  an- 
ciano Francisco  .losé  tienen  en  su  historia  algo  de 
desequilibrio  romántico,  de  complicación  novelesca. 
Son  una  mezcla  rara  de  fanáticos  meticulosos  y  de 
héroes  byronianos. 


LLEGADA   A   ILIDZB   DEL   AUCHIDUQUE   FRANCISCO   FERNANDO 


Rodolfo,  el  hijo  del  emperador,  devoto  y  libertino 
al  mismo  tiempo,  apareció  muerto  una  mañana:  unos 
dicen  que  á  manos  de  una  amante  celosa;  otros  afir- 
man que  en  el  desorden  de  una  orgía  con  ciertos  ami- 
gos. Un  archiduque  primo  suyo  se  despojó  de  la  dig- 
nidad principesca  para  tomar  el  nombre  de  .luán  Orth 
y  lanzarse  á  vagar,  como  el  «holandés  errante»  de  la 
leyenda,  por  todos  los  mares  del  globo,  hasta  perecer 
en  una  tormenta  frente  al  cabo  de  Hornos.  La  curiosi- 
dad pública  no  ha  querido  creer  en  la  muerte  de  este 
personaje  novelesco,  y  todos  los  años  hay  alguien  que 
cree  reconocer  á  Juan  Orth  entre  los  aventureros  que 
vagan  por  las  tierras  de  la  América  del  Sur.  Otro 
archiduque  que  pudo  ser  heredero  de  la  corona  renun- 
ció á  sus  derechos  para  convertirse  en  el  burgués  Leo- 
poldo Woelfling  y  casarse  con  una  mujer  de  origen 
obscuro,  llevando  en  Suiza  una  existencia  modesta. 
Varios  príncipes  de  la  familia  imperial  austríaca  viven 
esparcidos  por  Europa,  en  islas  apartadas  ó  en  conti- 
nuos viajes  sobre  un  yate,  olvidándose  de  su  nombre, 
como  si  las  glorias  y  honores  de  su  nacimiento  equi- 
valiesen á  una  maldición. 

Francisco  Fernando,  el  menos  complicado  de  toda 
la  familia,  también  tuvo  en  su  vida  una  página  nove- 
lesca: la  de  su  matrimonio. 

Al  ser  declarado  heredero  de  la  corona,  las  viejas 
archiduquesas  de  V^iena  vieron  para  sus  hijas  una 
posibilidad  de  subir  al  trono,  y  todas  lo  asediaron  que- 
riendo hacer  de  él  su  yerno.  La  archiduquesa  Isabel 
supo  atraerlo  á  su  residencia  de  Presburgo,  esforzán- 
dose durante  meses  y  meses-  por  llamar  su  atención 
sobre  los  encantos  y  méritos  de  sus  seis  hijas.  I'q  día 
la  vieja  archiduquesa  tembló  de  emoción  y  esperanza 
al  ver  que  el  heredero  del  Imperio  contemplaba  amo- 
rosamente un  pequeño  retrato  de  mujer  oculto  en  la 
tapa  del  reloj.  ¿Cuál  de  sus  retoños  sería  el  preferi- 
do?... Y  cuando  su  curiosidad  femenil  pudo  aprove- 
char un  descuido  para  ver  el  retrato,  encontró  con 
horror  los  rasgos  fisonómicos  de  la  condesa  Sofía  de 
Choteck,  una  señorita  pobre,  mezcla  de  institutriz  y 
dama  de  compañía  de  una  de  sus  hijas. 

La  archiduquesa,  indignada,  echó  á  la  calle  á  la 
ambiciosa  Choteck;  Francisco  Fernando  protestó  de 
este  atropello,  abandonando  igualmente  la  residencia 
de  su  tía;  la  señorita  pobre  mantuvo  á  distancia  á  su 
pretendiente  ocultándose  de  él,  pidiéndole  en  sus  car- 
tas que  la  olvidase,  ya  que  por  la  diferencia  de  naci- 
mientos era  imposible  un  matrimonio  entre  ellos,  y 
estas  resistencias  sirvieron  para  excitar  más  aún  la 
pasión  amorosa  del  archiduque,  taciturno  y  escaso  en 
palabras.  Los  jesuítas,  sus  antiguos  maestros,  prote- 
gían á  la  condesa  Choteck,  gran  devota  de  ellos.  En 
vano  el  emperador,  para  vencer  estos  amores,  envió 
á  su  sobrino  á  viajar  por  una  gran  parte  de  la  tierra. 
La  fidelidad  del  príncipe  lo  hacía  volver  siempre  en 
busca  de  esta  mujer,  la  única  de  su  vida,  hasta  que 
al  fin  secretas  y  poderosas  intercesiones  vencieron  al 
emperador,  haciéndole  autorizar  el  casamiento  cuando 


EL  4  DE  AGOSTO  EN  l^ 
UNA    SESIÓII 


DIbuio  de  ).  Simonl,  de  «Lllluslralion»  de  Parfs 

El  4  de  Agosto  se  reunió  la  Camdrd  francesa,  al  mismo  tiempo  que  el  Senado,  para  conocer  el  mensaje  del  presidente  de  la  Repú- 
blica y  la  comunicación  del  iefc  del  gobierno,  M.  Viviani,  en  que  se  exponían  los  motivos  que  arrastraban  á  Francia,  llevándola  á  la 
guerra.  Fué  un  espectáculo  inolvidable.  El  amor  á  la  patria  y  la  confianza  en  sus  destinos  hacían  latir  los  corazones.  Una  inmensa  acia- 


.   CÁMARA  FRANCESA 
HISTÓRICA 


lación  acogió  el  discurso  de  M.  Viviani.  Todos  los  brazos  se  levantaron  para  ¡urar  que  defenderían  hasta  el  líltimo  extremo  y  por  iodos 
)s  medios  legítimos  la  causa  de  la  patria,  del  progreso  y  de  la  civilización...  «Hemos  procedido  sin  lacha  y  procederemos  sin  miedo», 
roclamó  M.  Viviani.  Y  toda  la  Cámara,  unánimemente,  se  asoció  á  estas  palabras. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


17 


ella  tenía  ya  treinta  y  tres  años.  Este  matrimonio  sólo 
fué  morganático,  según  la  declaración  del  gobierno 
austríaco.  ^vLa  condesa  Choteck— declararon  los  mi- 
nistros— no  será  considerada  como  archiduquesa,  ni 
sus  hijos  podrán  ser  archiduques.» 

Una  vez  en  la  corte,  la  condesa  supo  avanzar 
lenta  y  seguramente,  con  la  ayuda  de  misteriosas  in- 
dicaciones, hacia  la  realización  de  sus  ensueños.  Sus 
asiduidades  cariñosas  conquistaron  el  afecto  del  viejo 
emperador.  Una  modestia  risueña  de  pariente  pobre 
desarmó  á  las  princesas  hostiles.  Poco  á  poco  fué  con- 
siguiendo que  la  nombrasen  princesa  de  Hohenberg; 
luego  duquesa  del  mismo  título.  Tomó  lugar  en  los 
desfiles  de  corte  á  continuación  de  las  archiduquesas, 
en  algunas  ceremonias  pasó  delante  de  ellas,  y  Gui- 
llermo II,  durante  una  visita  á  Berlín,  la  recibió  con 
todos  los  honores  de  una  heredera  del  trono.  Iba  á  rea- 
lizar los  ensueños  de  grandeza  que  habían  alegrado 
su  ambiciosa  juventud,  cuando  la  muerte  la  sorpren- 
dió á  los  cuarenta  y  seis  años. 

Su  influencia  había  operado  una  gran  transforma- 
ción en  el  modo  de  ser  de  su  marido.  El  silencioso  ar- 
chiduque, que  de  joven  mostraba  cierto  desvío  por  sus 
funciones  de  príncipe  heredero,  limitándose  á  repre- 
sentar al  emperador  en  los  viajes  y  las  ceremonias 
penosas,  comenzó  á  intervenir  activamente  en  la  polí- 
tica del  Imperio.  Su  carácter  se  mostró  de  pronto  im- 
pulsivo y  un  tanto  brutal.  Sintió  vehementes  ambicio- 
nes de  agrandar  el  territorio  con  ruidosas  conquistas. 
En  sus  actos  y  palabras  revelaba  un  instintivo  deseo 
de  imitar  á  Guillermo  II.  Él  fué  el  principal  autor  de 
la  anexión  de  Bosnia  y  Herzegovina  y  el  sostenedor 
del  ridículo  reino  de  Albania.  Su  esperanza,  franca- 
mente manifestada  en  muchas  ocasiones,  era  hacer  la 
guerra  á  Rusia,  aunque  la  conflagración  se  extendiese 
por  toda  Europa.  Esto  le  hizo  dedicarse  al  perfeccio- 
namiento del  ejército  austríaco,  nombrando  y  desti- 
tuyendo á  su  voluntad  los  ministros  de  la  Guerra. 

Un  extremado  fanatismo  religioso  le  hizo  chocar 
con  todos  los  que  no  participaban  de  sus  creencias. 
Sus  mejores  amigos  eran  los  jesuítas.  Todo  el  que  no 
era  católico  no  existía  para  él  en  una  nación  como  la 
austriaca,  donde  son  varias  las  razas  y  las  religiones. 
Se  negó  á  tratar  personalmente  con  algunos  ministros 
de  Hungría  porque  eran  protestantes  é  incrédulos.  A 
pesar  de  los  compromisos  de  la  Triple  Alianza,  odiaba 
á  Italia  y  algunas  veces  inició  actos  ostensibles  contra 
ella.  Era  en  la  vida  privada  un  hombre  sobrio  y  vir- 
tuoso, buen  padre  de  sus  tres  hijos  y  algo  sometido  á 
la  influencia  de  la  esposa.  Su  tardío  y  desordenado 
amor  á  la  gloria,  su  exagerado  sectarismo  y  el  espí- 
ritu de  loca  aventura  que  inspiraba  muchos  de  sus 
actos,  le  hicieron  temible  para  unos  y  antipático  para 
otros.  Sólo  los  militares  favorecidos  por  él  mostraban 
cierto  entusiasmo.  Ni  la  corte  ni  el  pueblo  le  amaron 
nunca. 

Por  su  voluntad  hace  tiempo  que  hubiera  estallado 
la  guerra  europea.  En  1909,  Francisco  Fernando  quiso 


I^^^^H 

B^^B^^^^^^I 

^^^^^^l^^^^^^^^^flF  /  li^^^Vv^^^l 

EL  ARCHIDUQUE  FRANCISCO  FBRNANDU  Y  SU  ESPOSA  LA  DUQUESA 
DE  HOHBNBBRG  {De  L'/lh'Stnilinil) 

invadir  la  Servia,  aun  sabiendo  que  esto  podría  traer 
como  consecuencia  la  guerra  con  Rusia. 

El  odio  á  Servia  era  su  sentimiento  dominante.  La 
detestaba  por  su  espíritu  revolucionario,  su  sangre  es- 
lava y  su  religión  cismática. 

Este  fanatismo  devoto  le  hizo  enemistarse  con  mu- 
chos generales  de  su  país.  En  el  último  otoño,  durante 
las  maniobras,  hizo  llamar  un  día  al  barón  Hotzen- 
dorf,  jefe  del  Estado  Mayor  austriaco. 

— He  estado  hoy  en  la  misa — dijo  el  archiduque — 
y  no  os  he  visto,  general.  ¿Por  qué  no  habéis  ido  á 
oírla? 

El  jefe  de  Estado  Mayor  se  limitó  á  responder: 
— Yo  creo  que  el  ir  ó  no  ir  á  misa  es  un  asunto  par- 
ticular que  nada  tiene  que  ver  con  el  servicio. 

El  archiduque  no  volvió  á  hablarle. 


Francisco  Fernando  y  su  esposa  entraron  en  Sera- 
jevo  ocupando  un  automóvil  descubierto.  La  muche- 
dumbre llenaba  las  aceras,  contenida  por  soldados  y 
agentes  de  policía.  Poco  entusiasmo;  aclamaciones 
únicamente  de  los  austríacos  y  los  croatas.  Los  habi- 
tantes de  raza  eslava  veían  pasar  silenciosos  á  este 
enemigo  constante  de  Servia. 

Cerca  de  la  casa  de  Correos  un  individuo  que  es- 
taba en  primera  fila  entre  la  muchedumbre,  en  un 
lugar  desprovisto  de  policía,  arrojó  una  bomba  sobre 


18 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


I,(IS    AUOIllDCQUHS    DlRltlIUNllDNH    Al.    I'AI.ACIO    DEL    .Mi:M('ll'IO 
DKSPUÉS    DEL   PRIMER    ATENTADO 


el  carruaje  del  archiduque.  La  bomba  pasó  rozando  al 
heredero  del  trono,  que  instintivamente  la  repelió  con 
un  brazo.  El  proyectil  fué  á  estallar  detrás  del  vehí- 
culo, hiriendo  ligeramente  á  los  edecanes  que  iban  en 
otro  automóvil  y  á  seis  personas  inmediatas. 

El  hombre  que  había  lanzado  la  bomba  era  un 
tipógrafo  llamado  Cabrinovitch,  servio  de  sangre, 
pero  nacido  en  Bosnia.  Con  un  impulso  violento  se 
abrió  paso  entre  la  muchedumbre  y  saltó  al  río,  que 
estaba  inmediato.  Varios  policías  se  arrojaron  en  el 
agua  tras  de  él,  consiguiendo  sujetarlo  después  de 
una  corta  lucha.  Una  parte  del  público,  indignada 
por  el  atentado,  quiso  matarle,  y  la  policía  tuvo  que 
protegerlo. 

El  archiduque  y  su  esposa  continuaron  la  marcha 
hasta  el  palacio  del  Municipio,  donde  se  había  orga- 
nizado una  recepción  en  su  honor.  Cuando  el  alcalde 
comenzó  á  pronunciar  el  discurso  de  saludo,  Fran- 
cisco Fernando  le  interrumpió  con  voz  temblorosa  por 
la  cólera. 

—  ¿Para  qué  ese  discurso?...  Yo 
he  venido  aquí  únicamente  á  ver  el 
país,  y  me  reciben  con  bombas.  ¡Esto 
es  indigno! 

Pero  arrepentido  de  esta  impulsiva 
interrupción  y  del  silencio  embara- 
zoso que  produjo  en  torno  de  él,  aña- 
dió á  los  pocos  momentos,  dirigién- 
dose al  alcalde: 

— Está  bien;  podéis  continuar  vues- 
tro discurso. 

El  pobre  discurso  llegó  á  su  fin,  y 
cuando  el  archiduque  iba  á  reanu- 
dar la  marcha  triunfal  por  las  calles 
de  Serajevo,  el  alcalde  le  suplicó  que 
modificase  su  itinerario,  yendo  por 
distinto  camino  que  el  fijado  en  el 
programa  hasta  el  Konak  ó  palacio 
del  Gobierno.  Todos  temían  que  se 
repitiese  el  atentado.  Es  más;  el  go- 
bierno de  Servia  había  hecho  saber 


días  antes  al  gabinete  austríaco  sus  sospechas  de  que 
en  Bosnia  se  tramaba  algo  contra  la  vida  del  archi- 
duque, dando  este  aviso  leal  para  que  el  interesado 
adoptase  las  precauciones  consiguientes. 

Pero  el  archiduque,  arrogante  y  duro,  despreció 
todas  las  indicaciones,  diciendo  que  tenía  sus  motivos 
especiales  y  secretos  para  no  cambiar  de  itinerario, 
motivos  que  sus  allegados  conocían  igualmente,  pero 
que  él  no  quería  divulgar. 

Cuando  el  automóvil  pasaba  ante  la  esquina  de  la 
calle  de  Francisco  José  y  la  calle  Rodolfo,  un  joven 
de  diez  y  ocho  años,  alumno  de  octavo  curso  en  el 
Instituto  de  Serajevo,  llamado  Gavrilo  Prinzip,  servio 
de  sangre,  pero  nacido  en  (írohoro  (Bosnia),  avanzó 
al  medio  de  la  calle.  Tampoco  en  este  lugar  había 
cordón  de  policías  ni  de  soldados,  no  obstante  las 
grandes  fuerzas  desplegadas  en  todo  el  curso  del  iti- 
nerario. 

Gavrilo  Prinzip,  á  pesar  de  sus  pocos  años,  era 
muy  conocido  por  la  exaltación  de  sus  ideas  patrió- 
ticas. Además  estaba  expulsado  de  Bosnia  desde  tres 
años  antes.  En  191:5  la  policía  había  hecho  salir  del 
país  á  este  alumno  de  retórica,  por  la  propaganda 
política  que  hacía  en  las  escuelas.  Prinzip  llegó  sin 
ningún  obstáculo  hasta  el  automóvil,  y  sacando  del 
bolsillo  una  pistola  browing,  hizo  dos  disparos  contra 
el  archiduque,  hiriéndole  en  las  piernas  y  en  el  cuello. 
Francisco  Fernando  intentó  incorporarse,  pero  rodó 
al  fondo  del  carruaje  expeliendo  por  el  cuello  y  la  boca 
borbollones  de  sangre.  Su  esposa  se  precipitó  sobre  él 
con  un  movimiento  instintivo  para  cubrirlo  con  su 
cuerpo,  y  fué  en  tal  momento  cuando  Prinzip  disparó 
por  tercera  vez,  hiriendo  á  la  duquesa  en  el  bajo  vien- 
tre. Esta  cayó  desvanecida  en  las  rodillas  de  su  ma- 
rido, que  estaba  igualmente  sin  conocimiento. 

El  automóvil  se  abrió  paso  entre  la  confusa  mu- 
chedumbre, alborotada  por  el  atentado,  para  llevar  al 


DETENCIÓN  DEL  ESTUDIANTB  PRINZIP   DESPUÉS  DEL  ATENTADO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


19 


Konak  los  dos  heridos.  Pero  cuando  los  médicos  lle- 
garon al  palacio  del  Gobierno,  el  archiduque  y  su  es- 
posa ya  habían  muerto. 

La  población  de  Serajevo  quedó  aterrada  por  ol 
suceso  en  los  primeros  instantes.  Luego,  el  odio  que 
inspira  todo  atentado  personal  y  las  pasiones  políti- 
cas y  de  raza  que  dividen  á  sus  habitantes  hicieron 
explosión,  buscando  el  medio  de  derramar  nueva 
sangre. 

Los  croatas  intentaron  el  saqueo  de  las  casas  y 
los  establecimientos  de  los  servios.  Algunos  grupos 
pasearon  el  retrato  del  emperador  como  un  desagra 
vio  por  el  reciente  crimen.  Los  servios  se  encerraron 
en  sus  viviendas  dispuestos  á  defenderse  de  los  asal- 
tantes. Las  tropas  tuvieron  que  patrullar  por  las  calles 
y  colocar  ametralladoras  en  varios  puntos  para  impo- 
ner el  orden,  evitando  de  este  modo  la  matanza  y  el 
incendio. 

Y  en  Viena,  el  viejo  emperador,  que  ve  caer  de  un 
modo  trágico  á  todos  cuantos  le  rodean — su  hermano 
Maximiliano  fusilado  en  Méjico;  su  hijo  Rodolfo  muerto 


LOS    CROATAS    RECORRIENDO    LAS    CALLES    DE    SERAJEVO 
PARA    ASALTAR    LAS    TIENDAS    SERVIAS 

en  el  misterio;  su  esposa  la  emperatriz  Elisabeth  ase- 
sinada en  Ginebra;  su  sobrino  y  heredero  Francisco 
Fernando  rematado  á  pistoletazos  con  su  mujer  en 
una  encrucijada  de  calles — ,  dijo  con  una  expresión 
de  espanto  al  conocer  lo  ocurrido  en  Serajevo: 

— ¡Éste  también!...  ¡Todavía!...  ¡Todavía!...  ¡Eh  mi' 
existencia  me  toca  verlo  todo! 


II 


Las  reclamaciones  de  Austria 

Después  de  lo  ocurrido  en  Serajevo,  el  Imperio 
austro-húngaro  tomó  una  actitud  amenazadora  ante 
Servia. 

El  crimen  de  un  escolar  proporcionó  al  gobierno 
de  Viena  la  ocasión  ansiada  desde  años  antes  para 
infligir  un  rudo  castigo  al  pequeño  reino. 


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SAQUEO    DE   UNA    TIENDA    SERVIA    EN    SERAJEVO 

Una  de  las  preocupaciones  de  la  diplomacia  aus- 
tríaca ha  sido  evitar  el  crecimiento  del  pueblo  servio, 
por  la  influencia  que  éste  puede  ejercer  en  los  esla- 
vos dependientes  del  Imperio.  Mientras  Servia  fué 
gobernada  por  los  monarcas  vividores  y  apáticos  de 
la  dinastía  Obrenowitch,  el  gabinete  vienes  la  tuvo 
olvidada;  pero  al  subir  al  trono  la  actual  dinastía  de 
Karageorgewitch — después  de  la  trágica  conspira- 
ción en  la  que  perecieron  el  inútil  Alejandro  y  la 
reina  Draga — ■,  vio  un  peligro  en  estos  nuevos  gober- 
nantes, aleccionados  por  el  destierro  y  ansiosos  de 
realizar  grandes  cosas  para  captarse  la  simpatía  de 
su  pueblo. 

Austria  ha  envuelto  durante  años  en  una  red  de 
intrigas  al  viejo  Pedro  I  y  á  sus  animosos  hijos,  que 
le  ayudan  valerosamente  en  la  reconstitución  de  Ser- 
via. Con  hábiles  emboscadas  diplomáticas  los  ha 
puesto  varias  veces  al  borde  de  una  caída  mortal,  y 
ha  cortado  su  camino  como  un  obstáculo  insuperable 
cada  vez  que  intentaron  un  ensanchamiento  de  su 
patria. 

Cuando  los  servios  marcharon  contra  los  turcos  en 
la  última  guerra  balkánica,  Austria  creyó  que  iban  á 
ser  derrotados,  regocijándose  anticipadamente,  y  su 
desilusión  fué  enorme  al  verles  vencedores.  Luego  in- 
trigó para  lanzar  á  Bulgaria  contra  Servia,  creyendo 


MANIFESTACIÓN    DE    CROATAS    EX    SEHA.IEVO    PASEANDO 
U.\   RETRATO   DEL   EMPERADOR   FRANCISCO  JOSÉ 


20 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    PÚBLICO    ESPERANDO    EN    I-A    CALLE    PARA    DESFILAR    ANTE    EL   CATAFALCO    BRIC.IDO    EN    LA    CAPILLA 

DEL    PALACIO    IMPERIAL    DE    VIBNA 


por  segunda  vez  en  una  derrota  aplastante  de  esta 
última,  y  sufrió  una  segunda  decepción,  intimamente 
sus  diplomáticos  empujaron  ocultamente  á  los  alba- 
neses  para  la  invasión  del  país  servio,  creyendo  que, 
extenuado  por  dos  guerras,  no  podría  resistir.  Pero 
Servia  repelió  á  los  albaneses  con  una  rapidez  y  una 
energía  que  jamás  tuvieron  los  turcos  al  domeíiar  a 
este  belicoso  país. 

Una  nueva  desilusión  para  Austria;  un  motivo  de 
cólera  contra  los  actuales  gobernantes  de  Servia,  que, 
aleccionados  por  su  vida  en  las  grandes  capitales  de 
Europa — cuando  aún  no  habían  recuperado  el  tro- 
no—, supieron  organizar  militarmente  su  pequeño 
país. 

La  constante  animosidad  de  Austria  contra  Servia 
ha  llegado  al  extremo  de  una  injusticia  irritante.  El 
Estado  servio  es,  después  de  Suiza,  el  único  de  Europa 
que  no  da  al  mar  ni  dispone  de  un-puerto.  Todo  su 
comercio  y  lo  que  necesita  para  su  vida  pasa  forzosa- 
mente por  Austria,  que  de  este  modo  impide  su  cre- 
cimiento y  lo  mantiene  en  humillante  servidumbre. 
Suiza  no  tiene  acceso  al  mar,  pero  es  por  su  situación 
geográfica,  lejana  de  toda  ruta  marítima.  Además, 
cuenta  con  los  medios  do  comunicación  que  le  pro- 
porcionan los  lagos  de  todas  sus  fronteras.  Servia  está 
á  corta  distancia  del  Adriático,  y  sin  embargo,  por  la 
voluntad  de  Austria  debe  continuar  siendo  la  única 
nación  de  Europa  sin  salida  libre.  Todas  sus  agitacio- 
nes y  sus  cóleras  son  por  libertarse  de  este  encierro 
y  llegar  hasta  la  costa.  Varias  veces  ha  pedido  á  las 
potencias  que  la  saquen  de  la  prisión  en  que  la  man- 
tiene Austria.  Se  contentaría  con  un  solo  puerto  en 
el  mar  que  tiene  cercano;  con  una  faja  de  diez  kilóme- 
tros de  frente  sobre  el  Adriático:  la  extensión  de  una 
simple  propiedad  particular.  Derramando  en  recientes 
guerras  la  sangre  de  sus  guerreros  ha  llegado  hasta 
aquél,  apoderándose  de  un  pedazo  de  costa  del  Adriá- 
tico; pero  intervino  el  gobierno  austríaco  con  sus  in- 
ííuencias  europeas,  y  otra  vez  los  servios  tuvieron 
que  retirarse  á  su  cárcel  del  interior,  abandonando. 


lo  mismo  que  los  montenegrinos,  lo  que  habían  ga- 
nado á  punta  de  bayoneta. 

Ante  esta  presión  irritante  y  continua  de  la  gran 
potencia  hostil,  so  comprende  la  cólera  de  los  servios, 
el  estado  de  exaltación  patriótica  en  que  viven  en 
Belgrado,  no  sólo  el  pueblo  y  los  estudiantes,  sino 
personas  de  una  clase  superior,  como  jefes  del  ejér- 
cito, magistrados,  etc.  Se  comprende  también  el  odio 
contra  Austria  que  han  manifestado  siempre  los  pe- 


:#« 


-ij^V 


EL  ARcninrQrE  caulo.s  francisco.  nEREDERO  de  la  corona 

DE   AtSTRIA.   su   MUJER,   ZITA    DE   BORBÓN,   Y  SUS    DOS  HIJOS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


21 


riódicos  servios,  y  la  existencia  de 
sociedades  secretas  con  sus  procedi- 
mientos violentos,  último  refugio  de 
los  impacientes,  que  ven  atropellado 
su  país  contra  toda  equidad,  porque 
es  pequeño  y  más  débil  que  el  opre- 
sor. Hay  en  la  Historia  explosiones 
de  cólera  que  llegan  hasta  el  crimen, 
y  por  esto  no  se  pueden  justificar; 
pero  que  se  comprenden  perfecta- 
mente. 


El  gobierno  austríaco  hizo  abrir 
una  información  sobre  el  atentado  de 
Seraje  vo. 

Esta  información  la  llevó  á  su  vo- 
luntad, y  bien  sabido  es  lo  que  puede 
hacer  una  policía  guiada  por  un  go- 
bierno que  tiene  interés  en  encadenar 
y  dirigir  hechos  é  inducciones  hacia 
un  fin  determinado. 

Es  indiscutible  que  el  tipógrafo  Ca- 
brinovitch  y  el  estudiante  Prinzip  per- 
tenecían á  una  sociedad  secreta  y  te- 
nían por  tanto  cómplices  en  Servia. 
Es  indudable  también  que  entre  estos 
cómplices  figuran  varios  oficiales  del 
ejército  servio  pertenecientes  á  la 
misma  asociación.  Pero  esto  es  muy 
distinto  á  suponer  como  la  policía  de 
Viena,  que  fué  el  mismo  gobierno  de 
Servia  el  que  preparó  el  asesinato  del  el  \ 

archiduque  y  su  esposa. 

Inútil  alegar  que  las  autoridades  de 
Belgrado  habían  dado  con  anticipación  la  alarma  de 
lo  que  se  tramaba  en  Serajevo;  inútil  también  querer 
demostrar  que  un  gobierno  no  puede  ser  acusado  de 
un  delito  sólo  porque  los  autores  de  éste  sean  de  su 
país.  El  gobierno  austríaco  quiso  sacar  partido  del 


LOS  TRES  niTKRPANOS  DEL   ARCniDÜQUR  FRANCISCO  FERNANDO 


lEJO   EMPERADOR    DE   AUSTRIA   Y    SU   JOVEN    HEREDERO 

(Dibujo  (le  J.  Simont,  de  L'Illiistratioii  de  Paris) 

suceso,  llevando  adelante  una  averiguación  secreta, 
forjando  una  verdadera  novela  folletinesca  á  capricho 
de  detectives  y  agentes  políticos,  sin  oir  para  nada 
al  gobierno  de  Servia  ni  permitirle  intervenir  en  las 
informaciones. 

El  23  de  Julio,  casi  un  mes  después  del  atentado 
de  Serajevo,  cuando  nuevos  accidentes  de  la  política 
europea  habían  hecho  olvidar  en  parte  este  suceso,  el 
gobierno  austro-húngaro,  bajo  la  forma  de  Nota  «ver- 
bal» leída  por  su  representante  diplomático  en  Bel- 
grado, dirigió  al  gobierno  de  Servia  una  intimación 

Este  documento  empieza  con  una  historia  del  con- 
ilicto  entre  ambas  naciones.  Recuerda  que  la  anexión 
de  Bosnia  y  Herzegovina  fué  reconocida  por  Servia 
en  31  de  Marzo  de  1909.  Relata  el  atentado  de  Sera- 
jevo, hace  constar  que  éste  aparece  en  las  informa- 
ciones de  sus  agentes  como  preparado  en  Belgrado,  y 
reclama  de  Servia  la  seguridad  formal  de  que  conde- 
nará la  propaganda  peligrosa  que  se  le  señala,  supri- 
miéndola por  todos  los  medios. 

Luego  la  Nota  continúa  así,  marcando  los  términos 
de  la  respuesta  que  Austria  exige  de  Servia,  ó  sea  lo 


22 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


que  debe  hacer  el  gobierno  servio  para  dar  satisfac- 
ción completa  al  gabinete  de  Viena: 

Para  dar  á  su  compromiso  un  carácter  solomnc.  el  riobiorno 
real  (ile  Servia)  mandará  publicar  en  la  primera  i)áfíiiia  del 
Diario  0/icial  cíe  2ü  de  .lulio  las  declaraciones  siguientes: 

«Kl  Gobierno  real  servio  condena  la  ])ro|>afíanda  dirifíida 
contra  Austria-Hung-ria.  es  decir,  los  trabajos  realizados  para 
separar  de  la  monarciuia  austro-liúngara  territorios  (jnc  le  per- 
tenecen, y  lamenta  además,  muy  sinceramente,  las  cojisecuen- 
cias  funestas  de  esta  labor  criminal. 

»E1  liobicrno  real  servio  lamenta  (|ue  oficiales  3'  funciona- 
rios servios  hayan  colaborado  en  esta  propaganda,  poniendo  en 
peligro  las  buenas  relaciones  de  amistad  y  de  vecindad  á  las 
que  se  había  comprometido  solemnemente  el  Gobierno  real  ser- 
vio en  sus  declaraciones  de  31  de  Marzo  de  1909. 

»E1  (iobieruo  servio,  que  des- 
aprueba y  rechaza  toda  tentati- 
va de  ingerencia  en  el  destino 
de  los  pueblos  de  cualquit!ra 
parte  de  Austria-Hungría,  con- 
sidera como  un  deber  advertir 
del  modo  más  categórico,  á  los 
oficiales  y  funcionarios  y  á  toda 
la  población  del  reino,  que  en 
adelante  procederá  con  la  ma- 
yor severidad  contra  las  perso- 
nas que  se  hicieran  culpables  de 
semejantes  trabajos,  y  que  em- 
pleará todas  sus  fuerzas  en  pre- 
verlos y  reprimirlos.» 

Esta  declaración  será  puesta 
en  conocimiento  del  ejército 
real  i)i>r  medio  de  una  orden  del 
día  de  Su  Majestad  el  rey  de  Ser- 
via y  pulilieada  en  el  órgano  oli- 
cial  del  ejército. 

Además  de  estas  exigen- 
cias, el  gobierno  austro- 
húngaro  formuló  otras,  aiin 
más  severas.  Según  ellas, 
el  reino  de  Servia  debía 
comprometerse  á  lo  si- 
guiente: 

1."  A  suprimir  cualquiera 
publicación  que  excite  el  odio  y 
el  desprecio  hacia  la  monarquia 
austro-húngara,  y  cuya  tenden- 
cia geni^ral  se  dirija  contra  la  in- 
tegridad territorial  de  aquélla. 

2.°    A  proceder  inmediata- 
mente á  la  disolución  de  la  aso- 
ciación denominada  Narodna  Obrana,  confiscando  todos  sus 
medios  de  propaganda,  y  procediendo  de  la  misma  suerte  con- 
tra las  demás  sociedades  y  asociaciones  servias  que  se  dedican 
á  combatir  á  Austria-Hungría, 

El  Gobierno  real  servio  adoptará  las  medidas  necesarias 
para  que  las  sociedades  disueltas  no  ])uedan  continuar  su  fun- 
cionamiento con  distinto  nombre  y  forma. 

3."  A  eliminar  iiunediatamente  de  la  instrucción  pública  de 
Servia,  tanto  en  lo  que  se  refiere  al  cuerpo  de  profesores  como 
á  los  medios  de  instrucción,  todo  lo  que  sirva  y  pueda  servir 
para  fomtiiitar  la  propaganda  contra  Austria- Hungría. 

4."  A  alejar  del  sím-vícío  militar  y  la  administración  en  ge- 
neral á  todos  los  oficiales  y  funcionarios  culpables  de  propa- 
ganda contra  la  monarquia  austro-húngara,  cuyos  nombres  y 
hechos  se  reserva  el  Gobierno  austro-húngaro  por  ahora  para 
comunicarlos  oportunamente  al  Gobierno  real  de  Servia. 

5.°  A  aceptar  la  colaboración  en  Servia  de  los  órganos  del 
Gobierno  austro-húngaro  para  la  supresión  del  movimiento 
subversivo  dirigido  contra  la  integridad  de  la  monarquía. 


ALEJANDRO,    PRÍNCIPE   tlEREDBRO    DE   SERVIA 


G.°  A  abrir  una  investigación  judicial  contra  los  cómplices 
del  com[)lot  de  28  de  Junio  que  se  encuentren  en  territorio  ser- 
vio. Tomarán  parte  en  esta  investigación  funcionarios  delega- 
dos del  Gobierno  austro-húngaro. 

~.°  A  proceder  urgentemente  á  la  detención  del  comandante 
Voislav  Zankositcli  y  del  llamado  Milán  /igaiiovitch,  empleado 
del  Estado  servio.  eoiiipi-Diiietidos  ambos  en  el  proceso  de  Se- 
ra j  evo. 

8."  A  imiiedir  con  mediilas  eficaces  el  concurso  de  las  auto- 
ridades servias  en  el  contrabando  de  armas  y  explosivos  á  tra- 
vés de  la  frontera,  y  á  licenciar  y  castigar  severamente  á  los 
funcionarios  de  servicio  en  la  frontera,  en  .Scbabetz  y  Loznica, 
culpables  de  haber  a\  udado  á  los  autores  del  crimen  de  Sera- 
jevo  facilitándoles  el  paso  de  la  frontera. 

9,"  A  dar  explicaciones  al  Gobierno  austro-húngaro  sobre 
los  conceptos  injustos  vertidos  por  altos  funcionarios  servios 
tanto  en  Servia  como  en  el  extranjero,  los  cuales  se  han  ex- 
presado, no  obstante  su  carác- 
ter oficial,  después  del  atentado 
de  28  de  .lunio.  en  términos  hos- 
tiles hacia  la  monar(|nía  austro- 
liúngara. 

10.  A  advertir  inmediata- 
mente al  GobieriKi  austro  hún- 
garo la  ejecuciíhi  de  todas  las 
medidas  coni|)reiididas  en  los 
artículos  precedentes. 

Aquí  termina  lo  más  in- 
teresante de  las  exigencias 
contenidas  en  la  Nota,  pero 
todavía  el  gabinete  de  Vie- 
na colocó  al  iinal  un  llama- 
miento importante,  pues 
tiene  un  verdadero  carác- 
ter de  iilUnuitiiDi: 

Kl  (iobieruo  austro- húngaro 
espera  la  respuesta  del  Gobier- 
no real  servio,  lo  más  tarde  has- 
ta el  sábado  2.")  de  este  mes.  á 
las  seis  de  la  tarde. 


Un  plazo  de  48  horas  fué 
todo  lo  que  pudo  conceder 
Austria  para  contestar  á  su 
petición  repleta  de  amena- 
zas. Dos  días  nada  más  para 
decidirse  entre  la  paz  y  la 
guerra,  para  salvarse  del 
peligro  de  una  invasión, 
publicando  inmediatamen- 
te en  el  D'mriu  Oficial  la  más  humillante  de  las  cons- 
tricciones que  se  ha  impuesto  jamás  á  gobierno  al- 
guno. 

Hay  que  fijarse  en  el  alcance  de  las  imposiciones 
austríacas.  Todo  lo  referente  al  esclarecimiento  del 
crimen  de  Serajevo,  aunque  formulado  en  un  tono 
irritante  de  amenaza,  podía  aceptarlo  el  gobierno  de 
Servia,  deseoso  del  esclarecimiento  de  los  hechos, 
para  demostrar  la  inexactitud  de  las  encubiertas  acu- 
saciones dirigidas  contra  él.  Pero  ¿y  la  exigencia  de 
separar  del  servicio  á  todos  los  oficiales  y  funciona- 
rios civiles  que  se  hubiesen  expresado  alguna  vez  en 
contra  de  los  gobernantes  austro-húngaros,  enemigos 
constantes  de  la  raza  servia?...  ¿Y  la  pretensión  inau- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


23 


dita  de  intervenir  los  delegados  austriacos  en  la  vida 
interior  de  Servia,  constituyendo  una  especie  de  Inqui- 
sición para  perseguir  á  todos  los  que  no  se  mostrasen 
afectos  al  Imperio? 

Con  la  aceptación  de  las  peticiones  austríacas,  todo 
lo  mejor  del  pueblo  servio  quedaba  á  disposición  de  la 
venganza  del  Imperio.  Jefes  del  ejército,  magistrados, 
profesores,  periodistas,  iban  á  ser  perseguidos  en  su 
propia  casa,  no  por  el  atentado  de  Serajevo— pues  esto 
es  de  lo  que  menos  se  acordaba  ya  el  gabinete  de 
Viena— ,  sino  por  lo  que  habían  escrito  ó  habían  ha- 
blado durante  diez  años  en  defensa  de  la  raza  eslava 
y  en  pro  del  engrandeci- 
mieoto  de  su  patria. 

A  pesar  de  lo  desmesu- 
radas que  resultaban  estas 
exigencias,  equivalentes 
casi  á  un  suicidio  nacional, 
el  gobierno  de  Belgrado  las 
aceptó  casi  por  completo, 
como  se  verá  más  adelante. 

Servia  deseaba  la  paz, 
aun  á  costa  de  su  dignidad. 
Quiso  sacrificarse  antes  de 
que  sus  intereses  de  peque- 
ña nación  produjesen  un 
conflicto  europeo. 

Quien  no  quiso  la  paz  y 
deseó  el  rompimiento  y  la 
guerra  desde  la  presenta- 
ción de  su  Nota  fué  Aus- 
tria-Hungría. 

Los  hechos  que  relatamos 
á  continuación  lo  demues- 
tran claramente. 

El  Imperio  austríaco, 
eterno  derrotado  en  todos 
los  campos  de  batalla,  se 
mostró  desde  el  primer  mo- 
mento altivo,  atropellador, 
irreductible.  Tenía  enfrente 
á  un  pueblo  valeroso,  pero 
pequeño.  Además,  el  Im- 
perio aliado,  la  fuerte  Alemania,  estaba  á  sus  espaldas 
para  protegerle  y  aconsejarle. 


III 


La  alarma  en  Europa 

Fué  el  jueves  23  de  Julio  cuando  el  gobierno  aus- 
tro-húngaro presentó  á  Servia  una  Nota  amenazante. 
Al  día  siguiente  (viernes  24  de  Julio)  el  ministro 
de  Negocios  Extranjeros  de  Austria- Hungría,  conde 
Berchtold,  por  medio  de  los  embajadores  de  su  país 


PEDRO    I,    REY   DE   SERVIA 


ante  las  potencias  europeas,  puso  en  conocimiento  de 
éstas  la  Nota  «verbal»  dirigida  al  gobierno  de  Bel- 
grado, acompañándola  de  otro  documento  en  el  que 
intentaba  explicar  la  actitud  adoptada  por  el  gabinete 
de  Viena. 

Estos  documentos  fueron  dirigidos  á  los  gobiernos 
de  Alemania,  Francia,  Gran  Bretaña,  Italia,  Rusia  y 
Turquía.  Un  detalle  digno  de  tenerse  en  cuenta:  Fran- 
cia fué  la  primera  potencia  que  recibió  las  Notas  de 
Viena,  y  las  recibió  con  una  gran  anticipación  sobre 
las  otras  naciones.  Los  diplomáticos  de  la  Triple 
Alianza  tenían  prisa  indudablemente  en  enterarla  del 

conflicto,  para  saber  cuál 
sería  su  actitud.  Detrás  de 
Austria  estaba  Alemania, 
todavía  oculta,  pero  dis- 
puesta á  mostrarse  con  ges- 
tos de  amenaza  tan  pronto 
como  cualquiera  potencia 
intentase  amparar  á  la  pe- 
queña Servia. 

El  documento  austríaco 
adjunto  á  la  copia  de  la 
Nota  dirigida  á  Servia  co- 
menzaba recordando  á  las 
potencias  que  el  gobierno 
servio  en  1909  había  reco- 
nocido la  anexión  al  Impe- 
rio de  Bosnia  y  Herzego- 
vina, y  luego  decía  así: 

Al  día  siguiente  de  este  reco- 
nocimiento. Servia  ha  empren- 
dido una  política  encaminada  á 
inspirar  ideas  subversivas  á  los 
servios  de  la  monarquía  austro- 
húngara,  preparando  de  e.ste 
modo  la  separación  de  los  terri- 
torios austro-húngaros  limítro- 
fes de  Servia.  Servia  ha  sido  el 
hogar  de  una  agitación  crimi- 
Tial.  No  tardaron  á  formarse  so- 
ciedades y  agrupaciones  que  de 
una  manera  franca  ó  clandesti- 
na se  han  dedicado  á  promover 
desórdenes  en  el  territorio  aus- 
tro húngaro.  Estas  sociedades  y  agrupaciones  cuentan  con  ge- 
nerales y  diplomáticos  entre  sus  miembros  y  hasta  funciona- 
rios del  Estado  y  jueces;  lo  más  saliente  del  mundo  oficial  y  no 
oficial  de  Servia. 

El  periodismo  servio  está  por  completo  al  servicio  de  esta 
propaganda  dirigida  contra  Austria-Hungría,  y  no  pasa  un  día 
sin  que  los  órganos  de  la  prensa  servia  exciten  á  sus  lectores  al 
odio  y  al  desprecio  contra  la  monarquía  vecina,  y  á  atentados 
dirigidos  más  ó  menos  abiertamente  contra  su  seguridad  y  su 
integridad.  Un  gran  número  de  agentes  sostienen  por  todos  los 
medios  la  agitación  contra  Austria-Hungría,  corrompiendo  á 
la  juventud  en  las  provincias  limítrofes. 

En  la  mañana  del  mismo  viernes  24  de  Julio,  el 
embajador  de  Austria- Hungría  en  París,  conde  Szec- 
sen  de  Temerin,  se  apresuró  á  presentarse  en  el  Mi- 
nisterio de  Negocios  Extranjeros,  dejando  una  co- 


'i4 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


pia  de  ambas  Notas  á 
M.  Bienvenu-Martin, 
ministro  accidental, 
pues  el  ministro  titular 
y  presidente  del  Conse- 
jo de  ministros,  M.  Re- 
ne Viviani,  estaba  fue- 
rSi  de  Francia  desde  el 
1(5  del  citado  mes, 
acompañando  al  presi- 
dente de  la  Hepública 
en  su  viaje  de  visita 
á  los  soberanos  de  Ru- 
sia, Noruega  y  Dina- 
marca. 

Inesperadamente  se 
presentó  por  la  tarde 
en  el  mismo  Ministerio 
el  embajador  de  Ale- 
mania, M.  de  Schoen. 

Tambic^n  éste  tenía  que  hacer  una  comunicación  po- 
cas horas  después  que  el  representante  austriaco. 

M.  Bienvenu-Martin  lo  recibió  en  presencia  de 
M.  Felipe  Berthelot,  director  adjunto  de  negocios  po- 
líticos y  subsecretario  accidental.  Los  dos  diplomáti- 
cos franceses  presintieron  que  algo  de  grave  impor- 
tancia estaba  próximo  á  salir  de  labios  de  su  colega 
alemán.  La  Triple  Alianza  iba  á  manifestar  su  verda- 
dero pensamiento.  Y  el  embajador  Schoen,  lentamen- 
te, con  cierta  tristeza,  comprendiendo  la  importancia 


Kl.    (IKMCUAI 


l'ITMlv.    .IKl' 
DEL   BJÉUClTi 


de  cada  palabra  caída 
en  el  silencio  del  des- 
pacho ministerial,  el 
valor  representativo  de 
cada  línea  para  la  tran- 
quilidad de  Europa, 
leyó  su  breve  Nota.  En 
ella  el  gobierno  de  Ber- 
lín declara: 

1."  Que  !i|)rii('l);i  cu  .su 
l'diuloy  en  su  l'orm;i  la  Nota 
(liriffida  por  Austria  á  .Ser- 
via. 

2.°  Que  espera  que  la 
discusión  quedará  locali- 
zada simplemente  entre 
Viena  y  Helj^rado. 

3."  Que  si  una  tercera 
¡yoteiicia  intentase  interre- 
nir  en  la  discusión,  podría 
resultar  de  esto  una  tensión 
ffrare  entre  los  dos  grupos  de  potencias  que  existen  en  Europa, 

Terminada  la  lectura  se  hizo  un  silencio  penoso. 
Luego  el  embajador  y  los  dos  franceses  se  saludaron 
fría  y  cortésmente  al  separarse.  Sabían  lo  que  repre- 
sentaba esta  Nota.  Podían  considerarse  ya  como  ene- 
migos. El  papel  que  Schoen  guardaba  en  un  bolsillo 
al  retirarse  equivalía  á  un  deseo  manifiesto  de  rompi- 
miento. O  una  inmovilidad  deshonrosa,  ó  la  guerra. 

Iba  á  llegar  para  Europa  el  momento  temido  por 


13    DM1,    ESTA  1)1 
O  SEKVIO 


ARTILLERÍA   SERVL\ 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


25 


UN    ESCUADRÓN    DE   CABALLERÍA   SERVIA 


(Kut.  Kol) 


unos  y  ansiado  por  otros  durante  cuarenta  y  cuatro 
años. 

a 

Este  acto  diplomático  produjo  estupefacción  al  ser 
conocido  en  París  y  luego  en  muchas  capitales  de 
Europa. 

El  imperíalismo  germánico  hablaba  de  pronto  con 
una  clarídad  brutal.  O  Rusia  abandonaba  á  los  ser- 
vios, que  son  de  su  raza,  dejando  que  Austría  los 
aplastase  con  su  superíorídad,  ó  Alemania,  caso  de  no 
ser  así,  avanzaría  en  apoyo  del  Imperío  aliado,  pro- 
duciéndose como  con- 
secuencia la  guerra  eu- 
ropea. 

Y  lo  que  hacía  aún 
más  trascendental  di- 
cha actitud  era  que 
Alemania  se  apresura- 
ba á  notificar  esto  á  la 
República  francesa  an- 
tes que  á  ningún  otro 
país,  con  la  clara  in- 
tención de  prevenirla 
del  peligro  que  corría 
manteniéndose  aliada 
de  Rusia  y  dejando  que 
ésta  interviniese  en  de- 
fensa de  los  servios. 

Resultaba  visible  que 
todo  el  asunto  austro- 
servio,  la  presentación 


EL   GENERAL   HOTZENDORF,    JEFE    DEL   ESTADO    MAYOR 
DEL  EJÉRCITO   AUSTRÍACO 


de  la  Nota  amenazante  á  Belgrado,  el  plazo  inaudito 
de  48  horas  para  contestarla,  la  rapidez  en  comunicar 
á  Francia  lo  ocurrido  con  una  amenaza  de  parte  de 
Alemania,  era  un  plan  concertado  de  antemano  por 
los  dos  Imperios  para  intimidar  á  la  alianza  franco- 
rusa  ó  infligirle  la  humillación  de  una  huida,  abando- 
nando ambas  naciones  á  Servia  en  manos  de  Austria, 
ó  separándose  Francia  de  Rusia,  en  cuyo  caso  ésta 
tendría  que  batirse  sola  con  la  Triple  Alianza. 

El  texto  de  todas  las  Notas  de  Austria  estaba  re- 
dactado por  el  conde  Esteban  Tisza,  el  primer  minis- 
tro de  Hungría,  diplo- 
mático agresivo  y  rudo, 
en  estrecha  relación 
con  el  gabinete  de  Ber- 
lín y  ganoso  de  imitar 
las  glorias  de  su  com- 
patriota Andrassy,  co- 
laborador de  Bismarck 
y  uno  de  los  fundadores 
de  la  Triple  Alianza. 

Los  gobiernos  de  Aus- 
tria y  Alemania  apare- 
cían francamente  uni- 
dos, pero  no  para  una 
solución  conciliadora. 
Deseaban  valerse  de 
esta  circunstancia,  que 
les  parecía  favorable, 
para  imponer  á  las  po- 
tencias  adversarias 


26 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


i—Él 


LA   CUESTIÓN   DEL   ITLSTBR 
Bendiciendo  las  banderas  de  losfregimicntos  de  voluntarios 

una  humillación''mortal.  Austria  quería  aprovechar  el 
momento  para  librarse  por  siempre  de  la  vecindad 
molesta  de  Servia,  suprimiéndola...  Alemania  acep- 
taba igualmente  la  buena  oportunidad,  para  que  Rusia 
se  cubriese  de  vergüenza  abandonan- 
do á  un  pueblo  eslavo  ó  fuese  á  una 
lucha  armada,  para  la  cual — según 
su  creencia— ni  ella  ni  su  aliada  Fran- 
cia estaban  en  condiciones' de  prepa- 
ración. 

o 

A  pesar  de  los  deseos  de  rompi- 
miento que  animaban  manifiestamen- 
te á  los  gabinetes  de  Viena  y  Berlín, 
muchos  creyeron  que  durante  las  48 
horas  concedidas  por  Austria  ú  Servia 
las  potencias  de  Europa  conseguirían 
resolver  el  conflicto  pacíficamente. 

Sir  Edward  Grey,  con  toda  la  au- 
toridad que  proporciona  la  represen- 
tación diplomática  del  pueblo  britá- 
nico, estaba  trabajando  por  alcanzar 
una  solución  favorable,  no  sólo  cerca 
del  gabinete  de  Viena,  sino  con  el  Im- 
perio alemán,  que  había  adoptado  esta 
cuestión  como  si  fuese  suya. 

Nadie  podía  creer  que  Alemania 
aceptase  abiertamente  la  triste  misión 
de  guardar  arma  en  mano  todas  las 
avenidas  para  impedir  la  intervenciún 


de  la  justicia,  mientras  Austria  es- 
trangulaba á  la  pequeña  Servia. 

Se  dijo  además  que  Guillermo  II, 
aunque  aprobaba  el  ulriniatum  aus- 
tríaco, no  había  conocido  su  texto  en 
el  primer  momento  y  que  al  leerlo  lo 
juzgaba  severo  en  demasía.  Algunos 
hasta  esperaban  que  influyese  bonda- 
dosamente en  el  ánimo  del  emperador 
de  Austria,  haciéndole  aceptar  una  so- 
lución pacífica. 

¡Vanas  ilusiones!  El  momento  es- 
cogido para  el  vltimatii m  daba  á  sos- 
pechar las  verdaderas  intenciones  de 
los  dos  Imperios.  Todo  se  mostraba 
favorable  para  ellos.  Las  potencias 
adversas  á  su  política  dominadora  se 
veían  en  una  situación  difícil.  En  In- 
glaterra la  cuestión  del  Ulster  amena- 
zaba con  una  guerra  civil  casi  inme- 
diata. Un  verdadero  ejército  de  irlan- 
deses protestantes,  enemigos  de  sus 
compatriotas  católicos  y  autonomis- 
tas, esperaba  armado  y  disciplinado 
el  momento  de  sublevarse  contra  el 
gobierno.  En  Rusia  acababan  de  es- 
tallar huelgas  imponentes  y  la  crisis 
obrera  iba  tomando  el  carácter  de  una 
rebelión.  El  presidente  de  la  República  francesa  y  el 
jefe  del  gobierno,  ministro  de  Relaciones  Exteriores, 
estaban  navegando  en  el  mar  Báltico  de  vuelta  de 
Rusia,  lejos  de  su  país  y  privados  de  iutervenir  eficaz- 


LOS  VOLUNTARIOS  DEL  ULSTER 


HISTORIA  DB  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


2? 


mente  en  su  dirección.  Estas  venta- 
jas eran  en  gran  parte  previstas  y 
en  otra  parte  fortuitas,  debidas  á  la 
casualidad;  pero  todas  por  igual  ser- 
vían á  los  intereses  y  las  arrogan- 
cias austro-germánicas. 

Un  deseo  más  vasto  y  no  menos 
generoso  que  el  de  vengar  el  asesi- 
nato de  Francisco  Fernando  impul- 
saba á  los  dos  Imperios.  El  inespe- 
rado suceso  de  Serajevo  les  había 
servido  de  pretexto  inicial. 

Unas  semanas  después  la  casuali- 
dad volvía  á  trabajar  en  favor  de  la 
Triple  Alianza,  poniendo  á  su  alcance 
las  potencias  del  Triple  Acuerdo  en 
una  situación  embarazosa,  preocu- 
padas de  su  vida  interior  y  sin  poder 
atender  libremente  á  los  asuntos  ex- 
teriores: Inglaterra  en  los  comienzos 
de  una  guerra  civil;  Rusia  con  ame- 
nazas de  revolución;  Francia  casi 
sin  gobierno. 

Llegaba  para  Alemania — cuando 
menos  podía  sospecharlo — la  ansia- 
da ocasión  de  abatir  de  un  golpe  (el 
golpe  rápido  y  fulminante  de  su  tác- 
tica militar)  á  las  potencias  adver- 
sas, eterno  obstáculo  de  sus  ensue- 
ños de  dominio  universal. 

La  reclamación  de  Viena  á  Bel- 
grado no  era  mas  que  el  primer  epi- 
sodio de  algo  más  grande  concebido 
bajo  la  inspiración  de  las  circunstancias  y  pronta- 
mente ejecutado. 

Raramente  volvería  á  presentarse  una  ocasión  tan 
favorable  para  obligar  á  las  naciones  hostiles  á  humi- 
llarse ante  la  Triple  Alianza  y  reconocer  su  superio- 
ridad. 

Y  si  intentaban  resistirse  á  la  humillación...  ¡la 
guerra!...  una  guerra  iniciada  con  rapidez,  de  seguro 
é  inmediato  triunfo  sobre  unos  enemigos  que,  por  el 
momento,  estaban  dispersos,  sin  preparación,  ocupa- 
dos en  sus  cuestiones  internas. 

Por  esto  la  diplomacia  de  Viena  á  cara  descubierta 
y  la  de  Berlín  con  sus  ocultas  inspiraciones  sólo  qui- 
sieron conceder  plazos  de  breves  horas  para  respues- 
tas que  exigen  maduro  examen. 

Por  esto  trataron  la  suerte  de  los  pueblos  con  la 
rapidez  de  una  operación  de  Bolsa,  disponiéndose 
para  la  guerra  antes  de  conocer  la  suerte  de  las  peti- 
ciones austríacas,  con  el  deliberado  propósito  de  tener 
por  inaceptable  y  ofensivo  lo  que  pudiese  contestar 
Servia. 

¡O  la  sumisión  ó  la  guerra!...  Pero  á  toda  prisa;  en 
el  curso  de  unas  cuantas  horas;  antes  de  que  las  po- 
tencias contrarias  hubiesen  podido  agruparse  y  po- 
nerse de  acuerdo. 


EL  PRESIDENTE  DE  LA  REPÚBLICA  FRANCESA,  M.  POINCARE,  CON  EL  ZAR 
DE  RUSIA,  AL  DESEMBARCAR  EN  PBTERHOF 


IV 


Negativa  de  Austria  á  una  petición  de  Rusia. — Alar- 
ma en  París. — La  contestación  humilde  de  Servia. 
— Austria  declara  la  guerra. 

Llegó  el  sábado  2.5  de  Julio.  A  las  seis  de  la  tarde 
expiraba  el  plazo  de  48  horas  exigido  por  Austria  para 
recibir  la  contestación  del  gobierno  servio. 

El  telégrafo  había  hecho  conocer  en  la  noche  ante- 
rior un  intento  de  intervención  de  Rusia.  El  gobierno 
ruso,  por  medio  de  su  embajador  en  Viena  y  del  em- 
bajador de  Austria  en  San  Petersburgo,  rogó  al  gabi- 
nete austríaco  que  prolongase  por  unos  días  el  plazo 
concedido  á  Servia,  alegando  la  escasez  de  tiempo 
que  representaban  48  horas  para  el  estudio  y  res- 
puesta de  las  numerosas  reclamaciones  contenidas 
en  el  ultiinatmii . 

Los  periódicos  de  Viena,  al  comentar  la  petición 
de  Rusia,  dijeron  así,  reflejando  la  voluntad  de  su 
gobierno: 

El  gobierno  austro-liúnt^aro  ha  rehusado  acceder  á  la  peti- 
ción (le  Rusia  de  un  nioiio  tirme,  pero  cortés. 

Kl  gobierno  austro-húngaro  se  mantiene  y  se  mantendrá  en 
el  punto  de  vista  siguiente:  que  el  arreglo  de  sus  cuestiones 


28 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL   DEFENSOR   DE   SEUVTA.    El,   ZAR   DE   UÜSIA,    NICOLÁS   II 


con  Servia  constituye  un  asunto  que  no  interesa  á  nadie  mas 
que  6.  Austria-Hungría  y  á  Servia.  La  monarquía  austro-liún- 
gara  está  decidida  desde  el  principio  de  la  cuestión  á  mante- 
nerse en  este  punto  de  vista,  xean  cuales  sean  las  circunslan- 
cias.  y  (í  rechazar  loda  lentalira  de  intervención. 

La  actitud  de  Austria  era  clara  y  firme.  Conceder 
un  plazo  más  largo  equivalía  á  dar  tiempo  á  la  diplo- 
macia europea  para  mezclarse  en  el  asunto.  Y  de  per- 
mitir una  intervención  extranjera,  tendría  que  mode- 
rar sus  propósitos,  aceptando  las  explicaciones  de 
Servia  y  una  solución  pacífica.  No;  el  asunto  intere- 
saba á  los  dos  gobiernos  únicamente.  Debían  dejar 
solos  al  Imperio  enorme,  de  peso  abrumador,  y  á  la 
pequeña  nación  predestinada  á  la  muerte. 

Rusia,  protectora  natural  de  los  pueblos  eslavos, 
no  tenía  por  qué  intervenir — según  el  gobierno  aus- 
tríaco— en  este  conflicto,  originado  realmente  por  un 


antagonismo  de  razas.  Debía  presen- 
ciar con  indiferencia  cómo  sacrifica- 
ban á  uno  de  su  sangre. 


París  empezó  á  alarmarse  con  es- 
tas noticias. 

Presintieron  muchos  que  algo  muy 
grave  iba  á  ocurrir  para  la  paz  de 
Europa.  El  gobierno  ruso  no  podía 
tolerar  fríamente  que  Servía  fuese 
atropellada  y  sacrificada,  y  una  in- 
tervención suya  contra  el  Imperio 
austríaco  arrastraría  á  Francia  como 
aliada,  y  haría  avanzar  igualmente 
^^^       por  el  lado  opuesto  al  Imperio  ale- 

S^W  man,  surgiendo  la  guerra  inevita- 
IjliS  blemente. 
'  Muchos,  con  ün  optimismo  senti- 
mental, se  oponían  á  esta  idea,  como 
si  la  guerra  fuese  algo  monstruoso, 
impropio  de  nuestros  tiempos.  Espe- 
raban una  mediación,  á  última  hora, 
de  las  potencias.  Confiaban  en  los 
consejos  de  Alemania  á  su  aliada... 
¡Todo  menos  la  guerra! 

En  unas  cuantas  horas  la  amenaza 
del  conflicto  europeo  ganó  la  aten- 
ción de  París,  haciendo  pasar  á  se- 
gundo término  otro  asunto  que  traía 
preocupados  ú  los  parisienses,  y  por 
acción  refleja  á  una  gran  parte  del 
mundo,  pues  sabido  es  la  resonancia 
mundial  que  adquieren  todas  las 
ideas  y  sentimientos  de  la  metrópoli 
francesa. 

Se  estaba  desarrollando  on  aque- 
llos días  la  vista  del  proceso  de  ma- 
dame  Caillaux,  autora  de  un  aten- 
tado mortal  contra  el  periodista  Cal- 
mette,  director  de  Le  Finara,  á  raíz 
de  la  campaña  hecha  por  éste  contra  su  esposo,  el 
ministro  Caillaux.  El  proceso  había  caldeado  los  áni- 
mos. Desde  meses  antes,  la  opinión  aparecía  dividida 
en  Francia,  según  las  opiniones  políticas  de  unos  y 
otros.  La  discusión  de  un  simple  delito  tomó,  por  la 
categoría  de  las  personas  que  figuraban  en  él,  la  im- 
portancia de  una  lucha  de  partidos.  Las  sesiones  de  la 
vista  del  proceso  terminaban  tumultuosamente  fuera 
del  Palacio  de  Justicia,  cou  luchas  entre  los  opuestos 
bandos,  heridos  y  cargas  de  la  policía. 

Esta  efervescencia,  que  empezaba  á  recordar  la 
época  tumultuosa  del  proceso  Dreyfus  é  iba  marcando 
una  separación  entre  avanzados  y  conservadores,  fué 
tal  vez  apreciada  en  Viena  y  Berlín  como  una  demos- 
tración más  del  desconcierto  en  que  vivía  Francia  y 
su  imposibilidad  de  defenderse  por  medio  de  una  acción 
unánime. 


(I'ol.  Meurisse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


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30 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


ANTES    DE    r,A   GUERRA 

GiiMlt'imo  II  y  el  rey  de  Inginlerrn  en  una  calle  de  Londres.  El  kaiser  lleva  en 

de  feldmariscal 


Pero  contra  tales  cálculos,  el  proceso  Caillaux  per- 
dió instantáneamente  todo  interés  á  las  veinticuatro 
horas  de  haberse  planteado  la  cuestión  austro-servia. 
En  los  bulevares  se  formaron  grupos  ansiosos  de  noti- 
cias, í'rente  á  las  redacciones  de  los  grandes  periódi- 
cos se  apiñaba  el  gentío  esperando  la  aparición  de  los 
telegramas  en  pizarras  y  transparentes.  La  inquietud 
empezó  á  dominar  á  París.  Todos  los  que  se  preocupan 
del  equilibrio  internacional  pusieron  su  pensamiento 
desde  mediodía  en  lo  que  estaba  ocurriendo  en  Viena 
y  Belgrado. 

Esta  zozobra  se  reñejó  en  la  Bolsa,  donde  se  pro- 
dujo un  verdadero  pánico  al  lanzarse  á  la  venta  enor- 
mes cantidades  de  valores  sin  encontrar  comprador. 
Todos  los  títulos  sufrieron  las  consecuencias  de  la 
baja  general,. y  hubo  que  pensar  en  la  adopción  de  me- 
didas enérgicas  para  que  no  ocurriese  una  catástrofe. 
En  este  día  se  empezó  á  hablar  de  la  necesidad  de 
suspender  la  liquidación  de  valores  de  fin  de  mes,  pro- 


longándola hasta  fines  de  Agosto. 

La  impaciencia  y  la  curiosidad 
ansiaron  durante  toda  la  tarde  que 
sonasen  las  seis,  hora  en  que  termi- 
naba el  plazo  marcado  para  la  res- 
puesta diplomática. 

¿Qué  diría  Servia? 

¿Qué  haría  Austria? 

¿Era  posible  en  estos  tiempos  una 
guerra  europea?... 


Antes  de  las  seis  de  la  tarde  el  go- 
bierno servio  entregó  su  respuesta  á 
la  Nota  austríaca. 

Es  un  documento  digno  de  ser  leí- 
do y  recordado — á  pesar  de  su  ex- 
tensión— ,  pues  demuestra  el  espí- 
ritu conciliador  del  gobierno  servio 
y  su  deseo  de  no  servir  de  motivo  á 
una  confiagración  europea.  Casi  pue- 
de decirse  que  es  un  documento  hu- 
milde. Servia  admite  las  exigencias 
del  enemigo,  se  muestra  dispuesta 
á  aceptar  todas  sus  reclamaciones, 
pasa  por  alto  las  amenazas,  explica 
su  conducta. 

Dice  así  la  respuesta  servia: 

Kl  Gobierno  real  servio  lia  recibido  la 
Nota  del  Gobierno  real  é  imperial,  fechada 
en  10-23  del  corriente  (1),  y  tiene  el  con- 
vencimiento de  que  su  respuesta  disipará 
todos  los  equívocos  que  amenazasen  rom- 
per las  buenas  relaciones  existentes  entre 
Austria-Huugria  y  el  reino  de  Servia. 

El  Gobierno  real  servio  no  ignora  las  pro- 
testas que  se  han  producido  en  la  tribuna 
de  la  Asamblea  nacional,  asi  como  también 
las  declaraciones  y  los  actos  de  los  repre- 
sentantes responsables  del  Estado,  protes- 
tas todas  que  fueron  interrumpidas  por  la  declaracitin  del  Cío- 
bierno  servio  de  18  de  Marzo  de  1909  y  que  en  ninguna  otra 
ocasión  se  han  renovado. 

Desde  entonces  el  Gobierno  real  ha  de  hacer  constar  (lue, 
ni  por  parte  de  los  Ciobiernos  que  se  han  sucedido  en  el  Poder 
ni  por  la  de  sus  periódicos,  no  ha  habido  ninguna  tentativa 
para  producir  un  cambio  en  el  estado  politice  de  la  Bosnia  y  de 
la  Herzegovina. 

Una  sola  reclamación  formuló  el  Gobierno  imperial  en  todo 
este  tiempo  respecto  á  un  libro  escolar,  é  inmediatamente  tuvo 
como  respuesta  una  entera  satisfacción. 

En  numerosas  ocasiones  ha  dado  Servia  la  prueba  de  su  po- 
lítica pacífica  y  moderada  durante  toda  la  crisis  balkánica. 
Gracias  á  Servia  y  á  los  sacriflcios  ([ue  hizo  en  pro  de  la  paz  eu- 
ropea, esta  paz  ha  i)odido  mantenerse.  El  Gobierno  real  servio 
no  puede  hacerse  responsable  de  manifestaciones  de  carácter 
privado,  como  son  artículos  de  periódicos,  propaganda  de  cier- 
tas sociedades,  en  íin,  manifestaciones  que  se  producen  en  to- 
dos los  países  del  mundo  y  que  generalmente  burlan  siempre 
la  vigilancia  olicial. 


(Ful.  lioli 
la  diestra  el  bastón 


(I)    Esl;i  doble  fecli.i  representa  la  diferencia  entre  el  calendario  niso, 
aduptadu  en  Si-rvia.  y  el  i|no  está  en  uso  en  la  Europa  occidental. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


*^  f 

oí 


Hay  que  recordar  que  el  Gobierno  real 
servio,  al  discutir  todas  las  cuestiones  pen- 
dientes entre  Servia  y  Austria-Hungría,  se 
prestó  siempre  á  complacerla  en  sus  de- 
seos. De  este  modo  ha  ayudado  á  resolver- 
los siempre,  con  el  propósito  de  contribuir 
al  mayor  progreso  de  los  pueblos  vecinos. 

Por  todas  estas  razones,  el  Gobierno  real 
ha  sido  dolorosamente  sorprendido  por 
ciertas  afirmaciones,  según  las  cuales  va- 
rias personas  dependientes  del  reino' de 
Servia  han  tomado  parte  en  la  preparación 
del  atentado  de  Serajevo. 

El  (iobieruo  real  esperaba  que  le  invita- 
sen á  cooperar  en  las  investigaciones  con- 
cernientes á  todos  los  detalles  que  se  refie- 
ren á  aquel  crimen.  El  Gobierno  probará 
con  actos  que  está  dispuesto  á  proceder 
contra  las  personas  de  que  se  ha  hablado. 

Deseoso  de  acceder  al  deseo  del  Gobierno 
imperial  y  real,  el  Gobierno  real  servio  está 
dispuesto  á  llevar  ante  los  tribunales  de 
justicia  á  cualquier  subdito  servio,  sea  cual 
fuere  su  situación  y  su  rango,  cuya  com- 
plicidad en  el  crimen  de  Serajevo  esté  com- 
probada. 

El  Gobierno  servio  se  compromete,  par- 
ticularmente, á  publicar  en  la  primera  pá- 
gina del  Diario  ({ficial,  con  fecha  de  13-26 
de  Julio,  la  siguiente  declaración: 

«El  Gobierno  real  de  Servia  condena  toda 
propaganda  dirigida  contra  Austria-Hun- 
gría, es  decir,  el  conjunto  de  tendencias  que  pudieran  tender 
á  la  desmembración  de  los  territorios  que  forman  parte  de  Aus- 
tria-Hungría. 


ANTES    DB    LA    (lUERRA  >■•"<"■   ^'e""=*«c) 

El  kaiser  dando  la  mano  al  general  francés  Pau  en  las  üllimas  maniobras  militares 
celebradas  en  Suiza 


»E1  Gobierno  real  deplora  sinceramente  las  consecuencias 
terribles  de  esta  actividad  criminal. 

»E1  Gobierno  real  lamenta  que  ciertos  oficiales  y  funciona- 
rios servios,  según  se  desprende  de  lo  que  comunica  el  Gobier- 
no imperial  y  real,  hayan  participado  en  dicha  propaganda, 
comprometiendo  las  relaciones  que  se  había  obligado  á  guardar 
el  Gobierno  real  en  su  declaración  de  31  de  Marzo  de  1909. 

»E1  Gobierno  servio,  que  desaprueba  y  repudia  toda  idea  de 
intrusión  en  el  destino  de  los  habitantes  de  todas  las  regiones 
de  Austria-Hungría,  considera  como  su  deber  advertir  oficial- 
mente á  los  oficiales  y  funcionarios  y  á  toda  la  población  del 
reino,  que  en  adelante  procederá  con  todo  rigor  contra  las  per- 
sonas que  resulten  culpables  de  semejantes  actos  y  los  repri- 
mirá enérgicamente. 

»Esta  comunicación  será  puesta  en  conocimiento  del  ejér- 
cito real  por  medio  de  una  orden  del  día,  publicada  á  nombre 
de  Su  Majestad  por  el  principe  heredero  Alejandro.  Dicha  co- 
municación será  impresa  en  el  próximo  número  del  Boletín 
O/ciul  del  Ejército.» 

Además,  el  Gobierno  real  servio  ofrece  someter  en  la  pri- 
mera sesión  de  la  Shoupchtina  (1)  una  enmienda  á  las  leyes  de 
prensa,  castigando  los  artículos  que  sean  susceptibles  de  pro- 
ducir sentimientos  de  odio  contra  la  monarquía  de  Austria- 
Hungría.  Del  mismo  modo  perseguirá  todo  lo  que  tienda  contra 
su  integridad  territorial: 

1."  El  Gobierno  real  se  compromete,  con  motivo  de  la  revi- 
sión de  la  Constitución  que  ha  de  efectuarse  en  breve,  á  intro- 
ducir en  el  artículo  22  una  enmienda  que  permita  secuestrar 
dichas  pul)l¡cacioncs.  lo  que  no  es  posible  aliora,  según  los  tér- 
minos cat(;góricos  del  citado  artículo,  todavía  en  vigencia. 

2.°  El  Gobierno  imperial  y  real  no  ha  ofrecido  todavía  al  Go- 
bierno real  servio  la  prueba  de  que  la  sociedad  Narodna  Obrana 
y  las  otras  sociedades  similares  han  cometido  hasta  el  presente 
actos  criminales  por  medio  do  sus  miembros.  Á  pesar  de  esto, 
ol  Gobierno  real  aceptará  la  petición  del  (iobieruo  imperial  j- 


A>iTE.S    DB    I,A    GTIKKUA 
|EI  kaiser  saludando  al  zar  de  Kusia 


(I)    Shoupchtina  es  el  uombre  del  I'.-irl,imento  servio. 


32 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL   PRESIDENTE    DE    LA    UEI'ÚULICA    FRANCESA,    51.    I'OINCAUÉ,    CON    EL    I'IU^CU'E    DE    CALES,    AL    DESEMBARCAR    EN    INGLATERRA 

(Fot.  Rol) 


real  y  disolverá  la  sociedad  Narodna  Ohrana  y  cualquiera  otra 
que  pueda  promover  aifitacióii  contra  Austria. 

',i.°  El  Gobierno  real  servio  se  obliga  á  eliminar  iiniKMliata- 
meiite  de  la  instrucción  pública  de  Servia  todo  lo  iiue  pue<la 
servir  para  fomentar  la  propaganda  contra  Austria-Hungría, 
cuando  el  Gobierno  imperial  y  real  le  ofrezca  los  iiechos  y  las 
pruebas  de  esta  propaganda. 

4.°  El  Gobierno  real  acepta  también  el  alejar  del  servicio  mi- 
litar á  todos  aquellos  que  la  investigación  judicial  pruebe  que 
son  culpables  de  actos  dirigidos  contra  la  integridad  del  terri- 
torio de  la  monaniuía  austro-húngara,  y  confia  en  que  el  Go- 
bierno imperial  y  real  le  comunicará  ulteriormente  los  nom- 
])res  y  los  hechos  de  estos  olieiales  y  funcionarios,  á  los  fines 
del  procedimiento  que  del)e  incoarse. 

5.°  El  Gobierno  real  declara  que  no  se  da  una  cuenta  clara 
del  sentido  y  el  alcance  de  la  demanda  que  hace  el  Gobierno 
imperial  y  real  para  que  Servia  se  obligue  á  aceptar  en  su  te. 
rritorio  la  colaboración  de  órganos  del  Gobierno  imperial  y  real. 
Pero  declara  igualmente  que  admitirá  cualquiera  colaboración 
que  responda  á  los  principios  del  derecho  internacional,  al  pro- 
cedimiento criminal  y  á  las  buenas  relaciones  de  vecindad. 

C.°  El  Gobierno  real,  como  es  lógico,  cree  de  su  deber  abrir 
una  investigación  contra  todos  aquellos  que  puedan  hallarse 
mezclados  en  el  complot  del  28  de  .Tunio  y  que  se  encuentren  en 
el  territorio  del  reino,  lín  cuanto  ala  participación  en  este  proce- 
dimiento de  los  delegados  de  las  autoridades  austro-húngaras,  el 
Gobierno  real  no  pueiie. aceptarla,  porque  esto  significaría  una 
violación  de  la  Constitución  y  de  la  ley  de  procedimientos  crimi- 
nales. Sin  embargo,  eu  casos  concretos,  podria  darse  comunica- 
ción de  los  resultados  del  proceso  á  los  órganos  austro-húngaros. 


1.°  El  Gobierno  real  servio  ha  procedido,  la  noche  misma  de 
la  entrega  de  la  Nota,  á  la  prisión  del  comandante  Voislav  /,an- 
kositch.  En  cuanto  á  Milán  Ziganovitcb,  subdito  de  la  monar- 
((uia  austro-húngara  y  (jue  hasta  el  2S  de  .lunio  estaba  emplea- 
do como  aspirante  en  la  dirección  de  ferrocarriles,  no  ha  podido 
ser  habido.  Se  ruega  al  Gobierno  imperial  y  real  que  dé  á  cono- 
cer en  la  forma  acostumbrada,  lo  más  pronto  posible,  las  pre- 
sunciones de  culpabilidad,  así  como  las  pruebas  eventuales  ile 
culpabilidad  recogidas  hasta  hoy  en  la  investigación  de  Sera- 
ievo.  para  los  fines  de  los  procedimientos  ulteriores. 

8.°  El  Gobierno  servio  reforzará  y  extenderá  las  medidas  to- 
madas para  impedir  el  contrabando  de  armas  y  de  explosivos  á 
través  de  la  frontera.  Asimismo  ordenará  en  seguida  una  inves- 
tigación y  castigará  severamente  á  los  funcionarios  de  la  fron- 
tera, en  la  línea  Sehabae-Loznica.  que  faltaron  á  su  deber  de- 
jando pasar  á  los  autores  del  crimen  de  Serajevo. 

9.'  El  Gobierno  real  dará  con  gusto  toda  clase  de  explicacio- 
nes sobre  los  conceptos  que  sus  funcionarios,  tanto  en  Servia 
como  en  el  extranjero,  hayan  vertido  en  interviús  después  del 
atentado  de  .Serajevo.  y  que.  según  la  afirmación  del  (iobierno 
imperial  y  real,  fueron  hostiles  para  la  monarquía  de  .Austria- 
Hungría.  Tan  pronto  como  el  Gobierno  imperial  y  real  le  haya 
comunicado  los  textos  en  cuestión,  y  tan  pronto  como  haya 
demostrado  que  las  frases  molestas  fueron  i)roferi(las  realmente 
por  dichos  funcionarios,  el  Gobierno  de  Servia  procederá  contra 
ellos  luego  de  recoger  por  su  parte  pruebas  y  convicciones. 

10.  El  Gobierno  real  servio  comunicará  al  Gobierno  imperial 
y  real  la  ejecución  de  las  medidas  comprendidas  en  los  extremos 
precedentes,  en  lo  que  no  haya  sido  hecho  por  la  presente  Nota. 
Á  medida  que  se  vayan  ejecutando  las  órdenes,  si  al  Gobierno 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


33 


imperial  y  real  no  satisface  la  presente 
respuesta,  el  Gobierno  real  servio,  consi- 
derando que  no  es  conveniente  para  el 
interés  común  precipitar  la  solución  de 
este  conflicto,  está  dispuesto  como  siem- 
pre á  aceptar  un  acuerdo  pacifico,  some- 
tiendo la  cuestión  al  tril)unal  internacio- 
nal de  La  Haya  ó  á  las  grandes  potencias 
que  tomaron  parte  en  la  elaboración  de 
la  declaración  que  el  Gobierno  servio  hizo 
en  18  31  de  Marzo  do  100!). 

D 

Como  se  ve,  el  gobierno  servio 
estaba  dispuesto  á  aceptar  todas  las 
reclamaciones  de  Austria,  pasando 
por  la  prueba  durísima  de  desauto- 
rizar y  perseguir  á  los  militares, 
profesores  y  periodistas  que  se  ha- 
bían expresado  en  ciertas  circuns- 
tancias contra  el  Imperio  opresor  de 
su  país.  Sólo  á  una  petición  opuso 
una  negativa  firme:  la  de  permitir 
que  jueces  y  policías  austríacos  en- 
trasen en  Servia  á  procesar  y  juz- 
gar á  los  naturales  del  país.  ¿Qué 
nación  no  se  hubiese  negado  igualmente?  Consentir 
esto  significa  tanto  como  abdicar  de  la  independencia 
y  someterse  á  una  verdadera  conquista.  Un  Estado  que 
tiene  tribunales,  antes  perecerá  por  la  guerra  que  per- 
mitirá que  otro  Estado  le  envíe  jueces  para  que  juz- 
guen á  sus  subditos. 

El  gobierno  de  Servia,  después  de  conceder  todo  lo 
posible,  hasta  tocar  en  los  límites  de  la  humillación 
por  no  ser  causa  de  un  conflicto  europeo,  termina  su 
documento  sometiéndose  al  arbitraje  de  las  potencias 

ó  del  tribunal  de  La  Haya, 
á  la  sentencia  de  un  tercero 
que  estudie  el  asunto  y  dé 
con  toda  calma  una  solu- 
ción pacífica. 

Pero  el  Imperio  austríaco 
no  tenía  interés  alguno  en 
resolver  la  cuestión  bonda- 
dosamente. Deseaba  un  pre- 
texto para  invadir  á  Servia. 
Y  el  Imperio  alemán,  oculto 
á  sus  espaldas,  tampoco 
tenía  interés  en  mantener 
la  paz  europea,  viendo  en 
las  circunstancias  presen- 
tes un  momento  propicio 
para  la  satisfacción  de  sus 
ambiciones. 

El  ministro  de  Austria- 
Hungría  en  Belgrado,  al  re- 
cibir el  documento  de  res- 
puesta del  gobierno  servio, 
declaró  que  debía  compa- 
rarlo con  las  instrucciones 
SOLDADO  SERVIO  Quc  había  recibido  de  Vie- 


RESBUVISTA    SERVIO    GUARDANDO    UNA    VIA    FÉRREA 


(Fot.  Rol) 


na,  y  que  así  que  lo  hiciese  daría  una  respuesta  defi- 
nitiva sobre  la  cuestión. 

Poco  después,  el  ministro  austríaco  se  presentó  en 
el  Ministerio  de  Negocios  Extranjeros,  para  declarar 
que  no  encontrando  satisfactoria  la  respuesta  del  go- 
bierno servio,  se  ausentaría  en  la  misma  noche  de 
Belgrado  con  todo  el  personal  de  su  legación.  De  los 
archivos  de  ésta,  así  como  de  la  protección  de  los 
subditos  austro- húngaros  en  Servia,  se  encargaría  el 
ministro  de  Alemania  en  dicho  país.  Fué  inútil  todo 
intento  de  explicaciones.  El  representante  austríaco 
terminó  diciendo  que  las  relaciones  diplomáticas  de- 
bían considerarse  enteramente  rotas  desde  aquel  mo- 
mento entre  Servia  y  Austria-Hungría. 

A  nadie  extrañó  en  Belgrado  esta  conducta.  Todos 
estaban  convencidos  de  que,  fuese  cual  fuese  la  res- 
puesta de  Servia,  el  Imperio  austríaco  deseaba  llegar 
al  estado  de  guerra  como  única  solución. 

El  gobierno  servio  estaba  tan  convencido  de  que 
todo  cuanto  hiciese  sería  inútil,  que  antes  del  rompi- 
miento diplomático  empezó  á  tomar  sus  precauciones 
de  defensa.  El  rompimiento  fué  á  las  seis  de  la  tarde. 
A  las  tres,  había  ordenado  la  movilización  del  ejército. 

La  corte  y  los  ministros  se  apresuraron  á  abando- 
nar inmediatamente  la  capital,  trasladándose  á  Kra- 
guyevatz. 

Belgrado  está  enclavado  en  la  misma  frontera  de 
Hungría,  á  orillas  del  río  Save,  en  su  confluencia 
con  el  Danubio.  Las  orillas  fronterizas  por  los  dos 
lados  de  la  ciudad  pertenecen  á  Austria.  Basta  pasar 
el  puente  del  ferrocarril  para  entrar  en  Servia;  y  la 
primera  tierra  servia  que  se  pisa  es  la  de  los  arra- 
bales de  Belgrado.  La  nación  empieza  en  las  prime- 
ras bocacalles  de  su  capital.  De  aquí  la  rapidez  con 
que  se  retiraron  los  poderes  directores  de  Servia 


34 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL   CONDE    BEIirMITOI.U 
Mlnlslro  austríaco  de  Negocios  Exiranicros 


con  todos  BUS  archi- 
vos y  tesorerías,  para 
no  ser  objeto  de  uu 
golpe  de  mano  del 
enemigo. 

La  guarnición  de 
Belgrado  buscó  posi- 
ciones para  defender 
los  pasos  del  Save. 

I, a  guerra  entre 
Servia  y  Austria  iba 
á  empezar,  como  un 
breve  prólogo  de  la 
gran  guerra  europea. 


La  hora  grave.     Oplimismos  y  pesimismos. 
Las  primeras  manifestaciones 

Se  desarrollaron  los  sucesos  con  tanta  rapidez, 
pasó  Europa  tan  violentamente  de  la  calma  á  la  in- 
quietud, que  muchos,  en  su  estupefacción,  no  quisie- 
ron aceptar  la  realidad,  aferrándose  á  la  esperanza  de 
un  posible  arreglo  surgido  á  última  hora. 

Era  indiscutible  que  Austria  amenazaba  á  Servia 
con  una  guerra;  pero  una  guerra  no  se  declara  con 
sólo  desearla.  Existen  los  compromisos  de  las  alian- 
zas, y  Alemania  aún  no  había  hablado.  Antes  bien,  su 
silencio  lo  interpretaban  muchos  como  una  muestra 
de  reprobación.  La  posibilidad  de  una  guerra  europea 
no  podía  ser  aceptada  por  los  demás.  La  consideraban 
algo  inverosímil,  que  todas  las  potencias  tendrían 
buen  cuidado  de  evitar.  Seguramente  que  antes  de 
dispararse  el  primer  tiro  los  diplomáticos  encontrarían 
un  arreglo. 

Algunos,  más  serenos  y  por  lo  mismo  más  pesimis- 
tas, veían  claro  en  la  situación.  El  hecho  de  avisar  Ale- 
mania al  gobierno  francés,  antes  que  á  ningiio  otro 
gobierno,  que  toda  intervención  en  el  asunto  austro- 
servio  produciría,  según  las  palabras  de  su  emba- 
jador, «consecuencias  incalculables»,  constituía  una 
amenaza. 

Clemenceau,  en  su  diario  El  Hombre  Libre,  dijo  así: 

«Se  puede  discutir,  ergotizar,  construir  castillos  de 
hipótesis,  buscar  medios  para  enternecer  á  los  enemi- 
gos, acusar  á  unos  y  absolver  á  otros,  censurar  á  Gui- 
llermo II,  al  conde  Borchtold,  á  los  diablos  del  infier- 
no, á  todos  los  que  quieran,  pero  por  encima  de  todo 
ello  existen  dos  hechos  sin  discusión  posible:  1.°  Eu- 
ropa se  ha  dejado  sorprender  en  pleno  descuido. 
2.°  Austria,  dando  sólo  cuarenta  y  ocho  horas  á  Servia 
para  aplastarse  ante  ella  con  ó  sin  resistencia  militar, 
ha  hecho  ver  de  un  modo  claro  á  todos  los  hombres 
que  aún  queden  de  buen  sentido,  que  estaba  decidida 
á  agrandar  y  exagerar  este  incidente  á  toda  costa  y 


á  arrostraren  compañía  de  Alemania  las  consecuen- 
cias de  su  resolución.  Es  sobre  esto  en  lo  que  hay  que 
ba.'^aree,  y  no  sobre  quiméricas  esperanzas,  que  sólo 
sirven  para  que  tuda  clase  de  debilidades  disimulen  el 
mayor  tiempo  posible  el  resultado  de  sus  fracasos. 

»E1  hecho  de  que  el  Triple  Acuerdo,  sin  una  diplo- 
macia firme,  sin  otras  vistas  comunes  que  las  desús 
miedos  á  plazo  más  ó  menos  corto,  y  sin  otra  política 
que  la  de  la  parquedad  y  una  exagerada  prudencia, 
así  en  la  preparación  de  los  armamentos  como  en  las 
operaciones  de  las  cancillerías,  se  ha  dejado  sorpren- 
der, permitiendo  al  enemigo  buscar  á  su  gusto  el  día 
y  la  hora  de  la  agresión,  es  un  hecho  indiscutible  ya 
para  la  Historia.» 

Frente  á  este  pesimismo  de  Clemenceau  y  de  otros 
políticos  que  consideraban  inevitable  la  guerra,  la  opi- 
nión generiil  siguió  mostrándose  optimista  durante  el 
domingo  2()  de  Jdlio. 

Los  que  hasta  el  día  anterior  se  habían  mirado 
hostilmente  por  las  agitaciones  del  proceso  Caillaux  ó 
las  divergencias  de  opinión  política,  empezaron  á  tra- 
tarse con  benevolencia  á  impulsos  de  un  sentimiento 
superior,  olvidando  los  ultrajes  recientes.  «Vamos  á 
tener  guerra.»  «La  guerra  va  á  venir...»  Pero  todos, 
al  mencionar  este  peligro,  lo  liaeían  con  cierta  duda. 
Hablaban  de  la  guerra  como  se  habla  de  la  muerte, 
con  la  sfguridad  de  que  es  algo  inevitable,  pero  que 
llegará  no  se  sabe  cuándo.  La  paz  de  Europa  no  es- 
taba comprometida  aún  irreparablemente.  Tal  vez  la 
diplomacia,  que  en  tantas  ocasiones  había  salvado  la 
tranquilidad  continental,  conseguiría  elevar  una  vez 
más  barreras  insalva- 
bles entre  los  dos  ene- 
migos. 

Durante  el  domin- 
go, el  gobierno  tran- 
ces adoptó  varias  me- 
didas de  simple  pre- 
(•aución.  Los  minif- 
tros,  faltos  de  la  pre- 
sencia del  presidente 
de  la  República  y  del 
jefe  del  gobierno,  no 
se  reunieron  por  la 
mañana  en  el  Minis- 
terio de  Negocios  Ex- 
tranjeros. Messimy, 
ministro  de  la  Guerra, 
conferenció  cou  el  ge- 
neral Joffre,  generalí- 
simo de  los  ejércitos, 
y  el  general  Michel, 
gobernador  militar  de 
París.  Todos  los  jefes 
de  cuerpo  fueron  lla- 
mados á  ocupar  sus 
puestos.   El  ministro         ^.j^  conde  szkcsbn  dk  tembrin 

de    Marina,    M.    GaU-  Embajador  de  Austria  en  París 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


S5 


thier,  dictó  órdeaes  análogas.  El  de 
Hacieuda,  M.  Noulens,  trabajó  todo 
el  día  en  sus  oficiaas  para  poner  en 
movimiento  extraordinario  los  or- 
ganismos administrativos. 

El  prefecto  de  policía,  M.  Hen- 
nion,  reforzó  los  puestos  de  seguri- 
dad y  ordenó  el  servicio  permanen- 
te en  todas  las  comisarías  de  París, 
temiendo  una  manifestación  de  los 
antimilitaristas  y  de  los  enemigos 
de  la  guerra,  desorientados  aún  so- 
bre el  verdadero  alcance  de  los  su- 
ceso?, creyendo  de  buena  fe  que  el 
conflicto  próximo  era  obra  exclu- 
siva de  los  gobiernos  y  que  podría 
evitarse  haciendo  un  llamamiento 
a  las  masas  obreras  internaciona- 
les amigas  de  la  paz. 


La  actitud  de  Alemania  era  equí- 
voca y  obscura.  Su  embajador  en 
París  se  avistó  varias  veces  con  los 
ministros  franceses,  manifestando 
de  viva  voz  que  su  gobierno  desea- 
ba la  paz  y  que  todos  debían  traba- 
jar unidos  para  mantenerla. 

¡Y  á  la  misma  hora  que  intentaba 
adormecer  al  gobierno  francés  con 
estos  buenos  propósitos,  se  estaba 
efectuando  en  Alemania  una  movi- 
lización oculta  del  ejército!... 

Todos  sus  deseos  de  paz  se  limi- 
taban á  palabras,  sin  querer  pasar 
á  los  hechos.  Cuando  las  potencias 


MOMENTO   DECISIVO.    LA    NOTA    DE    ALEMANIA 


,  .  .  El  barón  de  Schcen ,  embajador  de  Alemania  en  París,  leyendo  á  M.  Bienvenu-Marlin,  ministro  de 

pedían  a  Alemania  que  innuyese  en        lusücia,  encargado  de  la  carlera   de   «elaciones   Exteriores   en   ausencia   de   M.  Viviani.  una   Nota   del 
,,      .    ,                    .             gobierno  alemán  declarando  que  toda  intervención  en  el  asunto  austro-servio  producirla  ■consecuencias 

SU  aliado  de  Viena  dándole  conseíos     incalculables..  ,  „ 

.                                                      •'  (De  ¿7í/iif/rrt/i(//i  de  París) 

de  moderación  con  la  certeza  de  que 

serían  escuchados,  el  gabinete  de  Berlín  salía  del  paso  el  principio  del  conflicto.  Un  viaje  en  yate  por  las  cos- 
añrmando  que  el  asunto  era  únicamente  de  Austria  y  tas  de  Suecia  había  escamoteado  su  persona  á  todas 
Servia,  y  él  no  tenía  por  qué  mezclarse.  En  cambio  las  gestiones  pacíficas.  Tal  vez  fué  una  casualidad 
indicaba  que  para  mantener  la  paz  lo  que  debían  ha-  fatal.  Pero  más  verosímil  parece  que  este  viaje  opor- 
cer  las  potencias  era  influir  cerca  del  gabinete  de  San  tuno  fué  emprendido  al  prepararse  el  conflicto  austro- 
Petersburgo,  aconsejándole  que  permaneciese  quieto  servio  con  la  Nota  impulsiva  de  Austria,  conocida  y 
é  indiferente  ante  el  cocflicto.  aprobada  de  antemano  por  el  gobierno  de  Berlín.  Al 
Si  le  proponían  una  acción  doble  y  común  sobre  estar  ausente  Guillermo  II,  se  evitaba  una  interven- 
Rusia  y  sobre  Austria  al  mismo  tiempo  para  hacerlas  ción  directa  en  el  asunto.  De  alcanzar  éste  una  so- 
llegar  aun  acuerdo,  el  gobierno  alemán  volvía  á  excu-  lución  á  gusto  de  los  dos  Imperios,  podría  aparecer 
sarse  manifestando  que  nada  tenía  que  decir  á  su  alia-  oportunamente  para  gozarse  en  la  humillación  de  las 
da.  Y  después  de  negarse  de  este  modo  á  toda  gestión  potencias  adversas  y  ofrecerse  una  vez  más  á  la  pú- 
amistosa,  seguía  hablando  de  sus  buenos  deseos  en  blica  admiracióa  como  el  gran  mediador  de  las  solu- 
pro  de  la  concordia  europea.  clones  pacificas.  En  el  caso  de  sobrevenir  el  rompí- 
La  posibilidad  de  la  guerra  ó  de  la  paz  dependía  miento,  le  sería  fácil  mostrarse  limpio  de  toda  culpa 
de  Guillermo  II.  Si  éste  aconsejaba  á  Austria  que  no  en  este  gran  conflicto,  diciendo  que  la  guerra  había 
se  mostrase  tan  arrogante,  valida  del  apoyo  alemán,  surgido  inevitablemente  durante  su  ausencia, 
el  gabinete  de  Viena  se  tornaría  conciliador.  Pero  el  La  prueba  de  que,  aun  permaneciendo  invisible, 
kaiser  nada  podía  decir,  porque  estaba  invisible  desde  influyó  como  siempre  en  la  dirección  de  su  país,  la  da 


36 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


r.OS    nos    ALIADOS 
BL   KAISER,    GUILLERMO    II 

el  hecho  de  que  desde  el  20  de  Julio  comenzaron  á  la 
sordina  en  todo  el  Imperio  alemán  los  preparativos  de 
guerra.  o 

Otra  demostración  de  que  los  dos  aliados  deseaban 
esta  guerra  y  la  tenían  preparada  desde  mucho  antes, 
esperando  una  ocasión  propicia,  la  proporcionaron  los 
mismos  pueblos  sometidos  á  ellos. 

¡Mentirosas  é  inútiles  todas  las  afirmaciones  de 
Guillermo  II  y  Francisco  José  para  presentarse  como 
amigos  de  la  paz,  que  se  han  visto  impulsados  á  la 
guerra  por  las  malas  artes  de  sus  enemigos! 

Durante  luengos  aüos  de  militarismo  dominador, 
ambos  soberanos  —  especialmente  el  de  Alemania — 
han  educado  á  sus  subditos  en  la  esperanza  de  la  gue- 
rra, como  único  medio  de  conseguir  la  grandeza  na- 
cional. El  alma  de  sus  pueblos  ha  sido  semejante  á 
esos  almacenes  de  materias  explosivas  en  los  que  basta 
el  roce  de  un  insecto,  un  simple  cambio  de  tempera- 
tura, el  choque  más  insignificante,  para  que  se  pro- 
duzca el  cataclismo. 

El  Imperio  alemán,  educado  para  la  guerra  y  vien- 
do en  ella  la  concreción  de  sus  proyectos  mundiales, 
ha  estado  sufriendo  años  y  aüos,  porque  cierto  pudor 
á  que  se  ven  obligados  muchas  veces  los  gobiernos, 
por  soberbios  que  sean,  no  le  permitía  marchar  bru- 
talmente al  planteamiento  de  sus  proyectos  belicosos. 

Había  que  preparar  una  oportunidad  para  fingirse 


agredidos,  y  el  atentado  de  Serajevo  proporcionó  la 
ocasión  ansiada.  Después,  los  dos  gobiernos  compli- 
caron sus  consecuencias  diplomáticas,  evitando  toda 
intervención  para  que  no  fuese  solucionado  pacífica- 
mente. 

Alemania,  país  autoritario  que  ha  declinado  todo 
pensamiento  en  su  emperador,  quería  la  guerra  y  la 
esperaba  impaciente,  porque  tales  eran  las  miras  de 
su  soberano  (1).  1)3  haber  deseado  éste  la  paz,  Alema- 
nia habría  sido  pacifista.  ¿A  qué,  pues,  la  hipocresía 
de  presentarse  ante  el  mundo  como  un  buen  apóstol 
que  se  ve  incitado,  contra  su  voluntad,  á  hacer  la 
guerra?  ¿Por  qué  no  confesar  brutalmente  el  deseo  de 
que  se  cumpla  la  orguliosa  profecía  del  himno  amado 
de  los  alemanes,  Dculsehland  ¡Ihcr  alies  (Alemania 
sobre  todos;  Alemania  sohre  el  mundo)?  ¿Por  qué  no 
formular  claramente  la  monstruosa  aspiración  que  late 
en  el  alma  germánica  de  dominar  Europa  entera  y  que 
todos  los  pueblos  sean  feudatarios  de  Berlín?... 

Apenas  en  la  noche  del  25  de  Julio  circuló  por 
Viena  la  noticia  de  que  el  gobierno  no  aceptaba  las 
excusas  de  Servia  y  había  declarado  rotas  las  rela- 
ciones diplomáticas,  la  muchedumbre  prorrumpió  en 


(1  I  MiK'lios  extranjeros  residentes  en  Alcm.inia  antes  do  la  opuerra 
lian  deilaradn  cómo  el  pueblo  alemán  la  deseó  apenas  se  hubo  iniciado 
el  eonflieto  austro-servio,  y  cómo  fueron  movilizadas  sordamente  las 
tropas  con  diversos  pretextos,  mientras  sus  diplomáticos  sefjruian  h.a- 
blando  de  paz. 

Vo  puedo  servir  i<rualmcnte  de  testiíjo  contra  las  liipócritas  afir- 
maciones de  los  alemanes,  que  adoptan  el  papel  simpático  do  agredi- 
dos, fingiendo  que  han  declarado  la  guerra  contra  su  voluntad,  por 
defender  únicamente  su  territorio  de  peligros  imaginarios. 

El  29  de  Julio,  tres  dí.as  antes  de  declararse  esta  guerra,  desembar- 
qué en  Francia.  Venía  de  Buenos  Aires  en  un  trasatlántico  alemán. 
La  mayor  parte  de  los  pasajeros  pertenecían  á  dicha  nacionalidad.  Al 
transmitir  el  telégrafo  sin  hilos  las  noticias  del  iilliiiuitm»  de  Austria 
y  el  rompimiento  con  Servia,  hubo  á  bordo  grandes  explosiones  do 
entusiasmo.  «¡La  guerra!...  ¡.-\1  fin  llega  la  guerra!-',  clam.aban  alboro- 
zados los  alemanes,  celebr.indo  este  suceso  con  brindis  y  champaña. 

No  vcnian-cn  el  buque'  grandes  personajes  que  pudiesen  revelar 
secretos  diplomáticos,  pero  sí  ricos  comerci.antes  do  Hamburgo,  abo- 
gados, rentistas,  gentes  pertenecientes  á  una  clase  acomodada  y  culta, 
que  puede  reflejar  el  sentimiento  dominante  do  su  nación.  .Muchos  eran 
militaros  do  los  cuerpos  de  reserva  del  ejército  alemán,  y  mostraban 
gran  entusiasmo  al  pensar  que  iban  á  hacer  la  guerra.  Los  españoles 
— no  sé  por  qué— inspiramos  cierto  interés  y  confianza  á  los  alemanes. 
\'en  en  nosotros  algo  así  como  unos  aliados.  Y  yo,  al  distinguirme  mu- 
chos de  ellos  con  sus  confidencias  belicosas,  mostré  cierta  estrañeza. 
— ¿Qué  va  á  ganar  Alemania  con  esta  guerra? — les  decía — .  Mejor  es 
que  viva  en  paz.  Gracias  á  ella  extiende  su  navegación,  se  va  apode- 
rando del  comercio  del  mundo,  es  respetada  en  las  ciencias  y  en  las 
artes.  Con  una  guerra  se  expone  á  perderlo  lodo. 

Pero  los  belicosos  germanos,  salidos  de  su  placidez,  ropolian  estas 
razones. 

— No;  la  guerra...  ¡la  guerra  á  todo  trancol  lin  .Memania  todos  pen- 
samos lo  mismo.  Xocositamos  una  «iicrra  pra  ciitiva  ,  como  dicen 
nuestros  periódicos.  Francia  crece  demasiado;  Rusia  agranda  su  po- 
derlo militar;  Inglaterra  nos  irrita  con  su  superioridad.  .Si  continuamos 
viviendo  cuatro  ó  cinco  años  pacificamente,  nuestros  enemigos  resul- 
tarán temibles  y  Alemania  no  podrá  serla  primera  nación  del  mundo. 
.\hora  es  tiempo  aiin  para  aplastarlos  á  todos.  Hay  que  aprovechar 
eso  de  .Servia,  que  forzosamente  hará  saltar  á  Rusia...  ¡Que  no  se  arre- 
gle el  conflicto!...  ¡Que  venga  la  guerra!...  ¡.Acabemos  de  una  vez! 

Este  fué  el  verdadero  pensamiento  de  los  alemanes,  el  que  pudi- 
mos conocer  en  momentos  de  espontaneidad  brutal  y  franca  todos  los 
que  los  tratamos  antes  do  que  estallase  la  guerra,  antes  de  que  su  em- 
perador, para  impresionar  á  los  Estados  Unidos,  adoptase  la  actitud 
de  víctima  forzada  á  defenderse. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


37 


aclamaciones  á  su  emperador  Francisco  José  y  á  Gui- 
llermo II.  Se  organizaron  numerosas  manifestaciones 
patrióticas,  con  fogosos  discursos  en  pro  de  la  guerra. 

Esto  nada  tiene  de  extraordinario  en  la  capital  de 
uno  de  los  dos  países  mezclados  en  el  conflicto.  Es  una 
consecuencia  inevitable  de  la  exaltación  patriótica. 

Pero  horas  después,  en  la  tarde  del  domingo,  el 
pueblo  de  Bsrlín,  de  la  capital  de  una  nación  que  no 
tiene  por  qué  intervenir  en  el  conflicto  y  que  desea  la 
paz,  según  declaraciones  de  sus  diplomáticos,  repro- 
duce las  manifestaciones  de  Viena,  y  sus  procesiones 
patrióticas  por  las  calles  no  son  un  alarde  de  simpatía 
hacia  un  Estado  aliado  y  de  execración  para  Servia, 
de  la  que  apenas  si  hacen  memoria,  sino  un  franco 
deseo  de  hostilidad  contra  Rusia,  á  la  que  llaman  los 
germanos  «nuestro  enemigo  hereditario». 

El  pueblo  alemán,  metódico  y  disciplinado,  que  se 
mueve  siempre  dentro  de  los  límites  marcados  por  la 
policía,  recorre  las  calles  de  Berlín  dando  vivas  á  la 
guerra.  Una  manifestación  de  100.000  personas,  lle- 
vando á  su  frente  los  retratos  de  Gaillermo  II  y  Fran- 
cisco José,  aclama  á  los  dos  emperadores  y  desfila 
ante  las  embajadas.  Al  frente  de  la  de  Rusia  dan  gri- 
tos hostiles.  El  entusiasmo  popular  se  desborda  ante 
el  palacio  de  la  Cancillería  alemana  y  la  embajada 
de  Austria.  Frente  á  la  embajada  de  Inglaterra  no  se 
muestran  menos  expansivos:  «¡Viva  la  Gran  Bi-etaña!» 
Los  ingleses  no  van  á  oponerse  á  las  conquistas  de  la 
Alemania  guerrera.  Además  — esto  lo  piensan  todos 
con  silencioso  orgullo—,  aunque  quisiera,  como  otras 
veces,  no  podría  hacerlo.  Bastante  tiene  con  evitar  el 
peligro  de  sus  desgarramientos  interiores. 

Ante  la  embajada  de  Francia,  el  patriótico  cortejo 
guarda  silencio.  Pero  á  continuación,  la  columna  de 
manifestantes  entona  como  una  amenaza  su  himno 
Die  Wacht  am  Rhein  (La  guardia  del  Rhia): 

Un  llamamiento  resuena  como  el  eco  de  un  trueno, 
como  un  retintín  de  armas,  como  el  ruido  de  las  olas: 
«Hacia  el  Rhin,  hacia  el  Rhin,  hacia  el  Rhin  alemán. 
¿Quién  quiere  ser  el  centinela  del  río?» 


LOS  DOS  ALIADOS 
EL   EMPERADOR   DE   AUSTRIA,    FRANCISCO   JOSÉ 

Patria  amada,  no  tengas  miedo; 
la  guardia  es  Hel  y  segura, 
la  guardia  á  1(j  largo  del  Rhin. 

¿Qué  importa  que  mi  corazón  se  desgarre  con  la  muerte? 
¡Oh  Rhin!  tú  no  serás  nunca  francés. 
La  Alemania  es  rica  en  sangre  de  héroes, 
como  tu  curso  es  rico  en  aguas. 

Patria  amada,  no  tengas  miedo; 
la  guardia  es  flel  y  segura, 
la  guardia  á  lo  largo  del  Rhin. 


MANIFESTACIÓN   BN    BERLÍN 

Los  manifestantes  llevando  al  frente  los  retratos  de  los  emperadores 
Guillermo  II  y  Francisco  José 


Los  viejos  recuerdan  la  guerra  franco- prusiana 
de  1870  con  sus  rápidos  triunfos.  ¡Otra  vez  la  victo- 
ria aguardará  á  Alemania  para  el  aplastamiento  defi- 
nitivo de  los  velchcs  del  Sena! 

La  muchedumbre  habla  de  la  movilización:  una 
movilización  que  aún  no  ha  sido  declarada  oficial- 
mente, pero  que  reúne  á  los  hombres  por  medio  del 
llamamiento  individual. 

Y  el  Lokal  Anzcigcr,  diario  berlinés,  órgano  oficio- 
so del  gobierno,  dice  al  comentar  los  acontecimien- 
tos: «No  se  sabe  aún  si  Austria  invadirá  inmediata- 
mente el  territorio  servio.  Es  posible  que  adopte  otras 
medidas;  pero  aunque  las  hostilidades  no  han  sido 
entabladas  todavía,  hay  que  preguntarse  si  su  bri- 
llo trágico  no  va  á  iluminar  á  toda  Europa.  Nosotros 
pensamos  qae  es  mejor  un  jin  terrihie  que  un  terror 
sin  fin.» 


38 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Este  terror,  hábilmente  explotado  por  el  gobier- 
no y  sugerido  al  pueblo  alemán,  era  el  terror  á  Uu- 
íia,  la  amenaza  que  representa  el  Imperio  moscovita 
para  los  planes  de  grandeza  mundial  del  Imperio  ger- 
mánico. 

Y  los  alemanes  desearon  aprovechar  desde  el  pri- 
mer momento  esta  ocasión  para  hacer  la  guerra  á  la 
odiada  Rusia. 

En  París  también  hubo  manifestaciones.  Hasta  una 
hora  avanzada  de  la  noche,  los  bulevares  estuvieron 
animados.  Varias  columnas  de  manifestantes  cortaron 
el  gentío,  revelando  con  su  actitud  contradictoria  la 
persistencia  de  las  divisiones  nacionales.  Unos  canta- 
ban la  Marsclleftu,  otros  la  laternacional.  De  un  lado 
salían  aclamaciones:  «¡Viva  el  ejército!»  De  otro,  gri- 
tos de  protesta:  «¡Abajo  la  guerra!»  La  policía  resta- 
bleció el  orden  dando  varias  cargas  y  arrestando  á  los 
manifestantes  más  ruidosos.  Algunos  de  éstos  resul- 
taron ser  de  nacionalidad  alemana. 

Frente  á  la  embajada  do  Austria-Hungría,  varios 
manifestantes  quemaron  una  pequeña  bandera  con  los 
colores  austriacos.  Todos  eran  de  raza  eslava,  servios 
y  tcheques  residentes  en  París.  La  policía  no  encontró 
ningún  francés  entre  ellos. 

El  gobierno  hizo  saber  al  embajador  austríaco  en 
Francia,  y  al  gabinete  de  Austria  por  medio  de  su 
embajador  en  Viena,  el  vivo  disgusto  que  le  había 
causado  este  incidente  de  escasa  importancia. 


VI 

Los  trabajos  de  la  diplomacia 

El  lunes  27  de  Julio  fué  el  día  de  las  gestiones 
diplomáticas.  Todas  las  potencias  trabajaron  activa- 
mente cerca  do  Alemania  y  Austria  por  evitar  la 
guerra. 

Inglaterra  é  Italia,  obrando  en  común,  buscaron 
una  conciliación  que  modifícaselos  propósitos  belico- 
sos del  Imperio  austríaco.  El  gobierno  inglés  propuso 
á  Alemania,  Francia  é  Italia  entablar  una  gestión  me- 
diadora entre  Austria  y  Rusia,  gestión  que  tomaría  la 
forma  de  una  conferencia  diplomática. 

Sir  Edward  Grey,  ministro  de  Relaciones  Exterio- 
res de  la  Gran  Bretaña  (Secretario  de  Estado  del  Fo- 
relgn  Office),  contestando  á  varias  preguntas  en  la 
Cámara  de  los  Comunes,  hizo  en  l;i  tarde  del  lunes  la 
declaración  siguiente,  resumen  de  sus  trabajos  hasta 
entonces: 

lie  recibido  el  último  viornes.  del  enilinjailor  de  Aiistria- 
Hiingria,  la  Nota  que  esta  potencia  comiiiiieaá  todas  las  poten- 
cias, y  que  después  ha  sido  publicada  por  los  periódicos.  Esta 
Nota  contiene  el  texto  do  las  reclamaciones  austriacas  dirigi- 
das á  Servia.  Luego  vi,  en  la  larde  del  mismo  dia.  á  los  emba- 
jadores de  las  diversas  potencias  y  les  dije  que  en  tanto  que  el 
contlicto  concerniese  solamente  á  Austria  y  Servia  no  se  per- 


LA  EMBAJADA   DB  AUoTRIA   BN   PARlS  GUARDADA  POR  LA   POLICÍA 


(Fot.  Meurisse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


39^ 


PABlS.    LOS   TCHEQUES,    ENEMIGOS   DB   AUSTRIA,    HACIBKDO   UNA    MANIFESTACIÓN  ANTE   EL   MONUMENTO   DE   LA   REPÚBLICA 

(Kot.  Meurisse) 


mitiría  Inglaterra,  bajo  ningún  pretexto,  intervenir  en  aquél; 
pero  que  si  las  relaciones  entre  Austria  y  Rusia  adquirían  ma- 
yor tirantez,  la  paz  de  Europa  se  vería  en  peligro,  lo  que  nos 
interesaría  entonces  á  todos. 

Yo  ignoraba  en  aquel  momento  la  posición  que  iba  á  tomar 
Rusia  en  este  conflicto,  pero  me  pareció— y  sigo  pensando  asi  — 
que  si  Rusia  tomaba  una  parte  activa,  el  sólo  medio  para  salvar 
la  paz  de  Europa  era  que  las  cuatro  potencias  que  no  están  di- 
rectamente interesadas  en  la  cuestión  servia,  á  saber:  Alema- 
nia, Francia,  Italia  y  Gran  Bretaña,  hiciesen  esfuerzos  simul- 
táneos cerca  de  los  gobiernos  austríaco  .y  ruso  para  encaminar- 
los á  suspender  por  el  momento  toda  acción  militar,  mientras 
que  las  potencias  mencionadas  buscan  una  solución  que  los 
ponga  de  acuerdo. 

Cuando  yo  proponía  esto,  supe  de  pronto  la  ruptura  de  re- 
laciones diplomáticas  entre  Austria  y  Servia.  En  vista  de  esto, 
pregunté  inmediatamente  á  los  gobiernos  francés,  alemán  é 
italiano  sí  accederían  áque  sus  embajadores  se  reuniesen  aquí 
en  conferencia.  Por  otra  parte,  ordené  á  nuestros  embajadores 
cerca  de  esas  mismas  potencias  que  los  representantes  france- 
ses, alemanes  é  italianos  en  Víena,  San  Petersburgo  y  Belgrado 
informasen  á  estos  gobiernos  de  la  conferencia  propuesta,  in- 
vitándoles á  cesar  en  toda  acción  ulterior  á  la  espera  del  resul- 
tado de  dicha  conferencia. 

Las  respuestas  á  estas  proposiciones  no  me  han  llegado  aún 
completamente. 

En  una  crisis  tan  grave  como  la  que  estamos  atravesando, 
los  esfuerzos  de  una  sola  potencia  en  favor  de  la  paz  resultarían 
vanos.  El  tiempo  de  que  yo  podía  disponer  era  tan  corto,  (|ue 
tuve  que  asumir  la  responsabilidad  de  formular  una  proposi- 
ción sin  presentir  si  seria  acogida  favorablemente. 

Yo  creo  que  mí  proposición  puede  proporcionar  una  baso, 
sobre  la  cual  el  grupo  de  las  potencias  mencionadas  podrá  en- 


contrar un  acuerdo  razonable.  No  hay  que  olvidarse  de  que  sí 
la  cuestión  deja  de  estar  limitada  entre  Austriay  Servia,  aqué- 
lla englobará  entonces  á  todas  las  potencias  y  no  dejará  de 
terminarse  con  la  más  grande  de  las  catástrofes  que  Europa 
habrá  visto  nunca.  Nadie  podrá  prever  entonces  hasta  dónde 
llegarán  los  límites  de  este  conflicto,  cuyas  consecuencias  di- 
rectas é  indirectas  serían  incalculables. 

Algunos  diputados  preguntaron  á  Sir  Edward  Grey 
sobre  la  actitud  de  Alemania.  Todos  deseaban  cono- 
cerla. El  Imperio  alemán  era  el  único  que  podía  ami- 
norar rápidamente  el  conflicto,  de  ser  ciertos  bus  de- 
seos de  paz.  Y  el  ministro  contestó: 

Tengo  mis  razones  para  pensar  que  el  gobierno  alemán  es 
favorable  en  principio  á  la  idea  de  una  mediación  entre  Aus- 
tria-Hungría y  Rusia.  En  cuanto  á  ajusfar  este  principio  al  me- 
dio que  yo  he  propuesto,  o  sea  á  la  conferencia,  no  he  recibido 
hasta  ahora  una  contestación  del  gobierno  alemán. 

Italia  y  Francia  se  adhirieron  inmediatamente  á  la 
proposición  de  Inglaterra  en  favor  de  una  conferencia 
diplomática  que  solucionara  el  conflicto. 

Alemania  siguió  demorando  su  respuesta. 

Los  periódicos  franceses,  que  empezaban  á  ver 
claro  en  esta  conducta  equívoca  del  gobierno  alemán, 
juzgaron  inciertas  las  probabilidades  de  éxito  de  dicba 
conferencia. 

M.  Pichón,  el  ilustre  diplomático  francés,  resumía 
de  este  modo  la  situación  en  un  artículo  de  Le  Petit 
Journal: 


40 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


El  gobierno  ruso  había  hecho  todo  lo  posible  por 
aminorar  el  oocflicto,  prestándcse  á  todas  las  solacio- 
Des  que  no  fuesen  vejatorias  para  su  dignidad  de  pro- 
tector natural  de  las  pequeñas  naciones  eslavas. 

Desde  el  primer  momento,  una  opinión  firme  de 
resistencia  á  las  pretensiones  de  Austria  se  había  ma- 
nifestado en  San  l'etersburgo.  El  v.ltimali'iu  amena- 
zador de  Viena  á  los  servios  indignó  á  los  grandes 
diarios  rusos.  La  Novoié  Vréima,  decía  así: 

Servia  podría  enviará  Austria  un  ultimátum  idéntico  al  que 
ella  ha  rciñbido.  ((ucjániiose  ilc  amenazas  contra  la  intepridad  de 
su  territorio.  Austria  ha  liahlado  siempre  claramente  de  aplas- 
tar á  Servia.  Exifíir  á  los  servios  que  renuncien  á  su  ensueño 
de  unidad  de  la  raza  servia  equivale  á  exigirles  que  renuncien 
á  ellos  mismos.  El  ultimátum  austro-húngaro  es  inaceptable, 
lo  mismo  en  un  plazo  de  cuarenta  y  ocho  horas  que  do  cuarenta 
y  ocho  dias  ó  cnarenta  y  ocho  meses.  El  gobierno  que  lo  acejv 
tase  no  seria  gobierno  cuarenta  y  ocho  horas  después. 

En  cuanto  á  Rusia,  no  se  ha  \  isto  sorprendida  por  esta  con- 
ducta de  Austria,  y  contesta  á  ella,  no  solo  con  palabras,  sino 
con  actos.  Servia  no  quedará  abandonada.  Los  promotores  de 
esa  guerra  tendrán  que  vérselas,  «no  solamente  con  Servia, 
sino  con  liusia  también».  Nuestro  país  desea  la  paz;  pero  si  la 
guerra  debe  estallar,  esa  guerra  no  encontrará  una  Rusia  divi- 
dida como  en  los  tiempos  de  la  guerra  japonesa.  Toda  la  nación 
rusa,  desde  las  esferas  oficiales  hasta  lo  último  del  pueblo,  se 
lanzará  al  combate. 

Si  Austria  quiere  jugar  este  juego  formidable,  ¡que  intente 
el  ensayo!  La  actitud  del  gobierno  ruso  es  digna  de  la  nación. 
Todos  sabemos  que  Rusia  no  faltará  á  sus  tradiciones  históri- 
cas, aunque  intenten  intimidarla  con  grandes  amenazas. 


SIR    EDWAKD    GREY 
Ministro  de  delaciones  Exteriores  de  la  Gran  Bretaña 

Si  se  interroga  álos  representantes  de  .Memania,  no  vacilan 
en  afirmar  que  todo  propósito  de  guerra  está  alejado  de  su  pen- 
samiento. Y  para  afirmar  esto,  ofrecen  como  testimonio  su  pre- 
ocupación de  &  local  iza  ría»,  de  dejarla  subsistir  nada  más  entre 
Austria  y  Servia.  Pero  «localizada»  ó  no,  siempre  es  una  gue- 
rra, y  ¿quién  se  puede  creer  bastante  poderoso  para  limitarla, 
en  una  Europa  donde  todas  las  potencias  están  ligadas  entre  sí, 
encadenatlas  por  tratados,  convenciones  y  compromisos  que 
excluyen  la  hipótesis  de  un  aislamiento? 

Para  evitar  una  guerra  yeneral,  hay  ante  todo  que  evitar 
una  guerra  localizada.  Esto  es  lo  que  no  quieren  reconocer  en 
Berlín.  A  la  hora  en  que  hablaba  ayer  Sir  Edward  Grey  propo- 
niendo un  arreglo  diplomático  por  las  potencias,  la  respuesta 
de  Alemania  no  había  llegado  aún  á  Londres...  Y  el  tiempo  mar- 
cha... el  tiempo  nos  apremia...  y  cada  hora  que  transcurre 
aumenta  la  turbación  y  la  inquietud,  creando  nuevas  dificul- 
tades. 

Yo  comprendo  que  el  gobierno  alemán  proponga  interven- 
ciones cerca  de  Rusia  jiara  calmar  las  justas  inquietudes  y  des- 
confianzas de  los  eslavos.  Pero  al  propio  tiempo— y  esto  es  lo 
incomprensible— se  niega  á  las  mismas  intervenciones  en  Aus- 
tria, que  es  de  donde  ha  partido  el  golpe  que  provoca  las  m-^i 
quietudes  rusas.  ¿Cómo  seguir  á  Alemania  en  tal  conducta?,? 
¿Cómo  ver  el  peligro  nada  más  que  cu  San  Petersburgo,  donde 
todo  se  muestra  resueltamente,  dignamente  y  meritoriamente 
pacifico,  y  no  suponerlo  siquiera  en  Viena,  que  es  de  donde 
puede  venirnos  la  guerra  en  estas  circunstancias? 

Que  se  realice  cuanto  antes  la  intervención  pacificadora, 
pero  que  sea  en  los  lugares  donde  esta  intervención  resulta  ne- 
cesaria y  puede  ser  decisiva.  Que  se  busquen  todos  los  medios 
de  acuerdo  y  de  transacción.  ¿Quién  puede  desearlos  más  que 
nosotros?  Pero  que  se  hagan  estas  gestiones  como  las  propone 
Inglaterra  y  con  el  concurso  de  todos.  En  esto  sólo  está  la  salud. 


JOROS   CLBMBNCBAU,    DIRECTOR   DE   *EL   HOMBRE  LIBRE:» 


Dibuio  de  A.  C.  Michael.  de  -The  lllustraled  l.ondon  NewS' 


Acometiendo  en  mass 


i 


i  ALEMANA 


acueste  lo  que  cueste 


P^'n-^, 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


41 


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AUSTRIA    Y    SERVIA.    SEIS    CONTRA    UNO 

Gráfico  comparativo  de  ia  desproporción  de  fuerzas  entre  Austria  y  el  pequeño  reino  de  Servia.  Siendo  el  eiército  austríaco  de  2.000.000  de  hombres 

y  el  de  Servia  de  ;H7.00(I,  vienen  aproximadamente  á  representar  seis  contra  uno 


Bl  Correo  de  San  Petcrsburgo  decía  así,  el  24  de 
Julio: 

El  iiUimaium  austro-ln;iiigaro  atrepellando  á  Servia  prueba 
que  Austria  quiere  la  guerra  con  Rusia  ó  que  ya  no  considera  á 
Rusia  como  una  gran  potencia.  Francia  y  Rusia  han  hecho  de- 
masiados sacriticios  para  el  sostenimiento  de  la  paz,  y  lea  es  im- 
posible continuar  haciéndolos  con  detrimento  de  su  dignidad. 
Hay  que  tener  en  cuenta  que  por  estos  sacrificios  Rusia  no  hizo 
todo  su  deber  en  favor  de  Servia  cuando  la  guerra  balkánica, 
pues  en  cierto  modo  la  dejó  abandonada  ante  Austria.  Si  Rusia 
persistiese  en  esta  conducta,  llegaría  para  ella  igualmente  el 
turno  de  la  humillación. 

La  sola  respuesta  al  ultimátum  digna  de  Rusia  sería  orde- 
nar la  movilización  sobre  la  frontera  austríaca. 

La  Gaceta  de  la  Bolsa,  de  San  Petersburgo,  24  de 
Julio: 

Austria  se  engalla  si  cree  que  su  vlttmatum  de  ahora  va  á 
alcanzar  el  mismo  resultado  que  el  de  1009,  cuando  Rusia,  ago- 
tada momentáneamente,  no  pudo  sostener  á  Servía  ante  el 
atropello  austríaco  de  entonces. 

La  Rusia  de  ahora  no  podrá  tolerar  un  atentado  contra  Ser- 
via y  su  independencia. 

El  periodismo  de  San  Petersburgo  reflejaba  los  ver- 
daderos sentimientos  de  la  nación  rusa.  Era  general 
el  deseo,  desde  el  primer  instante  del  conflicto,  de 
sostener  á  los  servios,  tanto  más  cuanto  que  en  años 
anteriores  había  tenido  que  acatar  Servia  las  imposi- 


ciones de  Austria,  sin  que  Rusia  pudiera  ayudarla  por 
el  estado  de  debilidad  y  desconcierto  que  siguió  á  los 
fracasos  de  la  guerra  con  el  Japón. 

Pero  á  pesar  de  estas  manifestaciones  de  la  opinión 
pública,  que  llegaban  á  aconsejar  una  movilización 
inmediata  sobre  la  frontera  austríaca  como  respuesta 
al  ultimátum,  el  gobierno  ruso  se  sostuvo  varios  días 
en  una  conducta  prudente. 

Por  su  consejo,  el  gobierno  servio  hizo  todas  las 
concesiones  posibles  á  la  Nota  austríaca  y  aceptó  casi 
todas  sus  exigencias.  Rusia  buscaba  que  el  conflicto 
se  limitase — como  se  hace  siempre  en  tiempos  ordina- 
rios— á  una  discusión  jurídica  y  administrativa  entre 
dos  Estados  independientes. 

Pero  estas  disposiciones  conciliadoras  tuvieron  que 
desvanecerse  desde  el  momento  en  que  el  más  fuerte 
de  los  dos  litigantes,  ó  sea  Austria,  no  quería  discutir, 
sino  dominar.  Era  visible  que  el  gabinete  de  Viena  no 
buscaba  una  solución,  sino  un  pretexto  para  herir  la 
independencia  de  Servia;  un  conflicto  político  ante  el 
cual  ninguna  potencia  de  Europa  podía  permanecer 
indiferente,  y  menos  Rusia,  unida  á  la  víctima  por  el 
parentesco  de  la  sangre  y  de  la  historia. 


El  gobierno  ruso  hizo  todo  lo  que  supo  y  pudo 
hasta  el  último  momento  para  sostener  la  paz  europea. 


42 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Su  conducta  contrasta  con  la  agresividad  austria- 
ca,  y  más  aún  con  la  acción  tortuosa  y  enigmática  de 
Alemania  en  los  primeros  días  del  conñicto. 

Austria  no  se  hubiera  atrevido  á  atrepellar  á  Ser- 
via, sabiondo  como  sabía  que  Rusia  estaba  detrás  de 
este  pequeño  pueblo,  ni  menos  hubiese  osado  expo- 
nerse á  las  represalias  rusas,  de  no  tener  desde  el  pri- 
mer momento  la  certeza  de  que  su  aliada  Alemania 
aprobaba  su  conducta,  viendo  en  ésta  una  ocasión 
para  la  guerra  deseada. 

Los  provocadores  do  las  hostilidades  no  eran  los 
exaltados  que  en  las  calles  de  Viena  daban  vivas  á  su 


MANIFESTACIÓN    EN    BERLÍN    ANTB    LA    ESTATUA    DB   UISMAKCK 

emperador,  pidiendo  la  inmediata  invasión  de  Servia. 
El  verdadero  autor  era  el  gobierno  alemán,  que  habla- 
ba de  paz  y  se  negaba  á  dar  consejos  á  Austria  para  el 
mantenimiento  de  esa  misma  paz,  dejando  en  un  si- 
lencio fatal  que  se  complicasen  los  sucesos. 

Y  mientras  tanto,  la  muchedumbre  de  Berlín,  ávida 
de  grandeza  militar,  pero  que  ningún  interés  directo 
tenía  en  lo  de  Servia,  iba  á  hacer  manifestaciones  ante 
la  estatua  de  Bismarck,  con  el  sombrero  en  la  mano, 
cantando  el  Vacht  am  Rhcin. 

Clemenceau,  con  su  vigoroso  y  franco  estilo,  re- 
sumía la  situación  el  21  de  Julio: 

En  las  gestiones  conciliatorias,  la  diplomacia  del  Triple 
Acuerdo  no  ahorrará  esfuerzo  alguno.  Cuando  más  firme  se 
tiene  el  corazón  para  aceptar  todas  las  resoluciones  enérgicas 


que  pueda  imponernos  el  porvenir,  más  se  tiene  el  deber  de 
esforzarse  por  encontrar  acomodos,  siempre  que  la  dignidad 
quedo  en  ellos  á  salvo. 

Sir  Edward  Grey  ha  lanzado  la  idea  de  una  conferencia.  Se 
liaMa  taml)¡(''ii  de  una  mediación  directa  do  Inglaterra.  Todas 
his  formas  de  intervención  serán  buenas,  siempre  que  se  juz- 
guen aceptables  por  todos.  Pero,  francamente,  no  es  para  insiú- 
rar  mucho  entusiasmo  esa  indicación  que  nos  llega  de  Viena 
como  una  muestra  de  sus  buenos  sentimientos,  y  según  la  cual 
Austria  se  dará  por  satisfecha  si  Servia  se  decide  á  aceptar  todo 
su  ultimátum— a\n  reservas  de  ninguna  clase—,  y  si  además 
paga  una  indemnización  de  2II0  millones,  á  titulo  compensati- 
vo, por  los  gastos  de  la  movilizaeiiin  austríaca.  ¿Puede  desarro- 
llarse una  conversación  que  se  inicia  con  tales  exigencias?... 

Si  me  preguntáis  qué  pienso  del  éxito  de  las  gestiones  di- 
plomáticas entabladas,  os  diré  que,  para  contestar,  habría  que 
tener  la  cabeza  l)ajo  el  casco  de  Guillermo  II.  Cuando  su  emba- 
jador M.  de  Sclioen  ofrece  su  apoj'O  á  nuestro  ministro  M.  Bien- 
venn-Martin  para  buscar  una  transacción,  tengo  miedo  de  que 
el  diplomático  alemán  se  esté  burlando  de  nosotros  algo  pesa- 
damente. La  idea  de  que  nosotros  invitemos  á  Kusia  á  tener 
calma  es  de  lo  más  divertida.  M.  liienvenu-Martin  ha  eoiitestado 
oportunamente  que  mejor  seria  (|ue  Alemania  dirigiese  á  Viena 
estos  consejos  de  prudencia  que  desea  para  los  demás. 

Si  Guillermo  II— por  propia  inspiración  y  sin  necesidad  de 
seguir  las  indicaciones  de  nuestro  excelente  ministro  de  Justi- 
cia, encargado  momentáneamente  de  los  Negocios  Extranje- 
ros—quiere decir  á  Viena  la  [¡ahibra  necesaria,  tengo  la  certeza 
deque  los  tragaservios  que  tanto  alborotan  en  Budapest  se  cal- 
marán inmediatamente. 

Pero  Guillermo  II  no  hizo  nunca  públicamente  la 
más  leve  indicación  para  calmar  á  Austria. 

Eq  Berlín,  el  gobierno  seguía  manifestando  que  iba 
á  adaptar  su  conducta  á  la  de  Viena  únicamente.  En 
cuanto  á  una  intervención  amistosa  de  las  potencias, 
Alemania  estaba  dispuesta  á  aceptarla,  .sie/t/jirc  que 
lieiia  la  aceptase  aiUes  en  iodos  sks  punios.  A  esto 
añadía  Alemania  que  iodo  ensai/o  de  pesar  sobre  Vie- 
na ó  de  hacer  pesar  indirectamenie  por  otra  potencia 
■sobre  ella  seria  considerado  por  el  gobierno  alemán 
como  una  intervenciún  tpte  no  podría  tolerar. 

No  era  posible  manifestar  con  más  claridad  su 
deseo  de  impedir  toda  solución  pacífica.  Alemania  se 
negaba  á  moverse  por  iniciativa  propia  en  favor  del 
arreglo  amistoso.  Haría  lo  que  hiciese  Austria.  Y  al 
mismo  tiempo  amenazaba  con  su  cólera  á  la  potencia 
que  intentase  pesar  sobre  las  decisiones  del  Imperio 
austríaco.  Luicamente  lo  parecían  aceptables  y  pru- 
dentes las  gestiones  para  que  Rusia  permaneciese 
quieta  y  en  silencio,  abandonando  á  la  pequeña  Ser- 
via á  su  triste  destino.  Aparte  de  esto,  prohibición  á 
las  potencias  de  emprender  otras  gestiones,  so  pena 
de  incurrir  en  su  cólera. 

La  Gaceta  de  Colonia,  órgano  oficioso  del  ministe- 
rio alemán,  resumía  así  la  conducta  de  éste: 

La  actitud  de  Alemania  depende  del  modo  como  serán  aco- 
gidas en  Viena  las  proposiciones  (jue  se  le  hagan  para  llegar  á 
un  arreglo. 

De  esta  actitud,  adoptada  desde  el  principio  por  Alemania, 
se  desprende  necesariamente  una  conclusión,  y  ésta  es  que  en 
Berlín  se  acogerá  con  gusto  toda  mediación  que  fiaya  sido  acep- 
tada antes  por  Anslria-Hmi¡/ria. 

Equivaldría  á  uo  conocer  el  verdadero  carácter  de  tal  actitud 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


43 


EL    KAISER    BN    BEKLIN 
El  emperador  Guillermo  II,  á  las  puertas  de  su  palacio,  rodeado  de  generales  é  individuos  de  su  familia 


Fnt.   Kul, 


pensar  que  el  gobierno  alemán  puede  prestarse  eventualmente 
á  imponerá  Austria  una  mediación  que  ésta  puede  no  desear,  ó 
actuar  de  acuerdo  con  una  tercera  potencia  para  imponérsela. 

En  Rusia  veían  claramente,  lo  mismo  que  en  Fran- 
cia é  Inglaterra,  el  poder  maléfico  de  Alemania  oculto 
detrás  de  Austria,  inspirando  sus  actos  y  oponiéndose 
abiertamente  á  que  nadie  influyese  sobre  ella  para  ha- 
cerla cambiar  de  actitud. 

La  Noüoié  Vrémia,  de  San  Petersburgo,  decía  el 
mismo  27  de  Julio: 

Dos  palabras  del  emperador  de  Alemania  serían  suficientes 
para  llamar  á  Austria  al  orden.  Alemania  no  ignora  que  el  ata- 
que austríaco  contra  Servía  forzosamente  ha  de  traer  como  con- 
secuencia una  guerra  con  Rusia,  y  á  continuación  una  guerra 
europea.  Un  océano  de  sangre  y  de  fuego  puede  invadir  á  Euro- 
pa á  causa  de  las  exigencias  absurdas  de  esos  falsarios  (1)  aus- 
tríacos. 

La  responsabilidad  moral  de  esta  catástrofe  recaería  por  en- 
tero sobre  Alemania  y  su  jefe.  Si  el  Destino  lo  exige,  Rusia  re- 
cogerá el  guante  y  sabrá  defender  el  honor  y  el  derecho. 

Rusia  no  busca  nada;  Austria  y  sus  inspiradores  tienen  aún 
tiempo  para  reflexionar  y  renunciar  al  temerario  desafío  que 
dirigen  á  la  muerte.  Apoyada  en  sus  l'uerz.as  personales,  segura 
de  su  alianza  con  Francia  y  de  sus  amistades  internacionales, 
Rusia  aguarda  con  calma. 

El  emperador  Guillermo,  hacia  el  cual  se  volvían 
los  ojos  de  toda  Europa  como  úoica  esperanza,  des- 
embarcó el  mismo  día  27  en  Kiel,  interrumpiendo  su 
viaje  por  Suecia. 


Su  canciller,  Bethmann-Hollweg,  que  estaba  ve- 
raneando en  Hoheofinov,  había  corrido  á  Berlín  tres 


(1)  Alude  á  las  invenciones  y  falsificaciones  de  papeles  de  la  poli- 
cía austríaca  intentando  probar  que  el  gobierno  de  Servia  había  pre- 
parado el  atentado  de  Serajevo. 


Bl.  VIAJO  DB  M.   POINCARÉ  A   RUSIA 
Yate  «Alexandrla»,  en  que  navegaron  el  zar  y  el  presidente  de  Francia 


44 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


M.    P0IN3AKE    Y    EL    Z\R    DESEMBARCANDO    BN    RUSIA 

(lías  antes,  al  iniciarse  el  conflicto,  para  ponerse  en 
comunicación  con  M.  Jagow,  ministro  de  Relaciones 
Exteriores,  y  M.  Zimmerman,  el  secretario  y  princi- 
pal consejero  de  dicho  ministerio. 

A  las  tres  de  la  tarde,  Guillermo  II  llegó  á  su  pala- 
cio de  Potsdam. 

El  príncipe  imperial,  partidario  de  la  guerra  é  ídolo 
de  los  pangermanistas  más  fanáticos,  así  como  de  to- 
dos los  militares,  hasta  el  punto  de  inspirar  inquietu- 
des á  su  padre,  iba  á  llegar  por  la  noche  de  Zoppot  á 
Berlín. 

El  kaiser  tuvo  una  conferencia  con  el  canciller, 
que  le  dio  cuenta  de  los  trabajos  diplomáticos. 

Luego  conversó  largamente  con  el  jefe  del  Estado 
Mayor  general  de  los  ejércitos  de  tierra  y  el  jefe  del 
Estado  Mayor  de  la  marina. 

Así  terminó  el  27  de  Julio,  «el  día  de  la  diplo- 
macia». 


VIH 


El  presidente  Poincarc  interrumpe  su  viaic— Alarma 
generaL — Los  antimilifaristas  de  París 

Otros  sucesos  importantes  ocurrieron  el  mismo 
día  27. 

El  presidente  Poincaré,  que  navegaba  en  el  Bálti- 
co, de  vuelta  de  Rusia,  para  visitar  á  los  reyes  de  Di- 
namarca y  Suecia,  tuvo  que  interrumpir  el  viaje  en 
vista  de  los  acontecimientos. 

Djsde  el  acorazado  Francia  envió,  por  telégrafo 
sin  hilos,  los  dos  despachos  siguientes:  * 

A  Sil  Majestad  el  rey  de  Dinamarca,  en  Copenhague: 

La  gravedad  de  los  acontecimientos  me  impone  el  ineludi- 
ble deber  de  regresar  directamente  á  Francia,  donde  reclama 
mi  presencia  el  Consejo  de  ministros,  intérprete  de  la  opinión 
públicp. 

Siento  mucho  verme  obligado  á  dejar  para  miSs  adelante  la 
visita  que  había  prometido  hacer  hoy  mismo  á  Su  Majestad,  y 
que  hasta  última  hora  habla  creído  posible.  Siento  tambiéa  pro- 


fundamente no  poder  llevar  personalmente  el  saludo  de  Fran- 
cia á  la  valerosa  nación  dinamarquesa. 

Ruego  á  Su  Majestad  y  á  Su  Majestad  la  reina  que  admitan 
mis  excusas  sinceras  y  tristes,  y  crean  que  tendré  un  gran 
placer  en  venir  á  Copenhague  tan  pronto  como  las  circunstan- 
cias lo  permitan. 

Raimundo  Poincaré 

A  Su  Majestad  el  rey  de  Xnruega,  en  Cristian  ¡a: 

Llamado  á  Francia  i)rec¡pitadamente  por  la  gravedad  de  los 
acontecimientos,  no  pueiio,  con  gran  pesar  mío,  detenerme  en 
Cristiania  para  saludar  á  Su  Majestad  y  á  Su  Majestad  la  reina, 
y  para  ofrecer  al  pueblo  de  Noruega  los  saludos  de  mi  país. 

Ruego  á  Sus  Majestades  que  acepten  mis  excusas,  y  crean 
que  será  pira  mi  una  felicidad  el  realizar  esta  visita  tan  pronto 
como  lo  permitan  los  acontecimientos. 

Raimundo  Poincabb 

Cuarenta  y  ocho  horas  después  llegó  el  presidente 
á  Francia,  desembarcando  en  Dunkerque. 

Su  viaje  á  Rusia  había  alarmado  á  la  prensa  ale- 
mana, por  las  grandes  revistas  militares  á  que  dio 
pretexto.  El  Imperio  moscovita  quiso  exhibir  ante  el 
jefe  de  la  nación  aliada  sus  medios  de  guerra,  consi- 
derablemente aumentados  y  modernizados  desde  poco 
tiempo  antes.  La  Rusia  militar,  aleccionada  por  los 
fracasos  de  la  guerra  japonesa,  había  dedicado  los 
últimos  años  á  la  reforma  y  engrandecimiento  de  su 
ejército. 

Pero  junto  coa  estos  alardes  de  fuerza,  acababan 
de  desarrollarse  otros  sucesos  que  habían  perturbado 
el  viaje  de  Poincaré,  dando  á  los  enemigos  de  la  alian- 
za franco-rusa  uua  gran  satisfacción. 

Grandes  huelgas  obreras  estallaron  en  las  princi- 
pales ciudades  del  Imperio  al  llegar  el  presidente  de 
la  República  francesa.  Los  cosacos  de  la  escolta  pre- 
sidencial habían  tenido  que  abrir  paso  al  carruaje  de 
Poincaré  entre  enormes  masas  de  obreros  revoluciona- 
rios que,  con  pretexto  de  saludar  al  ilustre  huésped, 
daban  gritos  de  protesta  contra  el  gobierno  ruso.  La 
multitud  tremolaba  la  bandera  francesa,  pero  recogi- 


RL  MINISTRO  F.IANCÉ'i  DB  RGLVCIONaS  BXTBRIORUS,  M.  VIVtAKI, 
Y  BL  DB  RUSIA,   M.   SA80N0F 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


45 


poincaré  e»  rusia 

La  revista  mililar  de  Krasnoie-Selo  en  honor  del  presidente  de  la  República  francesa 


da  de  modo  que  sólo  quedaba  visible  el  color  rojo,  em- 
blema de  revolución. 

Estas  manifestaciones  fueron  tal  vez  una  de  las 
causas  que  impulsaron  á  Alemania  á  creer  en  la  opor- 
tunidad de  una  guerra. 

La  temida  Rusia  aparecía  dividida  por  lá  revolu- 
ción. En  el  caso  de  entablarse  las  hostilidades,  no  po- 
dría acudir  á  la  defensa  de  sus  fronteras,  ocupada  ante 
todo  en  sofocar  sus  divisiones  intestinas. 

Alemania  se  engañó  en  esto,  lo  mismo  que  al  apre- 
ciar el  estado  de  ánimo  de  los  franceses  y  luego  el  de 
Inglaterra. 


Desde  que  Austria  presentó  su  ultimátum  á  los 
servios,  la  posibilidad  de  una  guerra  fué  esparciendo 
la  alarma  en  todo  el  mundo  financiero. 

Los  diversos  mercados  de  valores  empezaron  á  con- 
moverse desde  el  día  24. 

En  Viena,  un  falso  rumor  de  la  sumisión  completa 
de  los  servios  provocó  en  la  Bolsa  un  alza  considera- 
ble; pero  en  Berlín— como  si  los  financieros  alemanes 
estuviesen  más  enterados  de  lo  que  iba  á  ocurrir — todo 
se  mantuvo  en  una  profunda  frialdad. 

Es  más;  según  declaraciones  de  los  periódicos,  un 
alto  personaje  financiero  de  Berlín  se  expresó  en  esta 
forma: 

— ¡Qué  lástima  si  los  servios  se  someten  y  se  pierde 
la  ocasión  de  una  guerra!  Hay  que  acabar  de  una  vez 
con  esta  situación  insegura.  Nosotros  deseamos  una 
acción  inmediata  y  decisiva,  sean  cuales  sean  las  con- 
secuencias. 

En  los  períodos  difíciles  son  siempre  los  altos  finan- 
cieros los  que  lanzan  afirmaciones  optimistas,  espe- 
ranzas de  paz,  para  que  la  normalidad  se  restablezca 
y  no  sufran  los  intereses  de  su  país.  En  Berlín,  por  el 
contrario,  fueron  desde  el  primer  momento  los  hom- 


bres importantes  de  negocios  los  que  se  lamentaron 
de  que  el  conflicto  pudiera  solucionarse,  evitándose 
la  guerra. 

En  Inglaterra  hubo  una  alarma  bursátil,  que  no 
llegó  al  pánico,  pero  causó  apreciables  daños. 

La  gravedad  de  los  acontecimientos  en  Irlanda 
traía  preocupados  y  divididos  los  ánimos  en  toda  la 


M.   POINCARÉ  BM   LA  TIENDA   IMPERIAL  DG   KRASNOIG  SBLO 
SALUDANDO   A    LA   ZARINA 


46 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Gran  Bretaña  desde  mucho  antes,  y  por  esto  las  cues- 
tiones internacionales  habían  quedado  relegadas  ase- 
gundo término.  El  'ultimátum  austríaco,  surgiendo  de 
pronto  como  una  amenaza  contra  la  paz  do  Europa, 
produjo  ua  efecto  de  sorpresa,  que  se  tradujo  el  'JO  en 
una  baja  general  de  valores  en  la  Bolsa  de  Londres. 
Hasta  los  consolidados  y  las  acciones  de  ferrocarriles, 
que  son  valores  de  reposo,  sufrieron  una  depreciación 
notable. 

Ya  hablamos  de  la  efervescencia  que  se  produjo  en 
la  Bolsa  de  París  desde  las  primeras  noticias  del  con- 
flicto, efervescencia  que  llegó  á  un  período  inquietante 
en  el  último  sábado.  Al  re- 
anudarse el  lunes  á  medio- 
día las  operaciones,  surgió 
un  incidente  violento. 

Un  especulador  extran- 
jero, llamado  Rosenberg, 
de  nacionalidad  austría- 
ca, se  había  distinguido 
en  los  últimos  días  por 
su  rabioso  juego  á  la  baja 
y  otras  maniobras  condu- 
centes á  la  desvaloriza 
ción  de  la  renta  francesa. 
Al  abrirse  la  Bolsa,  algu- 
nos que  estaban  ya  algo 
irritados  por  las  risas  sar- 
dónicas del  austriaco,  le 
oyeron  ciertas  palabras 
despectivas  para  los  fran- 
ceses. 

Se  elevó  entonces  un 
tumulto  enorme.  Miles  de 
voces  pidieron  que  Rosen- 
berg fuera  expulsado  in- 
mediatamente del  edificio. 
Algunos  extranjeros  in- 
tentaron defenderle.  Hubo 
empujones  y  algunas  bo- 
fetadas. El  austriaco  arro- 
gante fué  acorralado  en 
la  casilla  donde  hacía  sus 


Eu  la  noche  del  27,  numerosos  grupos  sindicalis- 
tas, antimilitaristas,  revolucionarios  y  anarquistas, 
obedeciendo  una  orden,  bajaron  al  centro  de  París 
desde  Montmartre,  Belleville  y  los  arrabales  del  Norte 
y  el  Oeste.  Su  propósito  era  protestar  contra  la  gue- 
rra, como  si  estuviese  en  las  facultades  del  gobierno 
de  la  República  el  evitarla. 

Frente  á  ellos,  otros  grupos  de  patriotas  organiza- 
ron contramanifestaciones.  En  el  Bulevar,  unos  grita- 
ban: («"¡Abajo  la  guerra!^>  Otros:  «¡Viva  el  ejército!» 
Algunos  unían  las  dos  aclamaciones,  vitoreando  al 
ejército  francés,  pero  dando  mueras  á  la  guerra. 

Hubo  golpes  y  choques 
entre  unos  manifestantes 
y  otros,  hasta  que  intervi- 
no el  prefecto  Hennioncon 
numerosas  fuerzas  de  po- 
licía, repeliendo  á  los  gru- 
pos hostiles,  recogiendo 
los  heridos  y  verificando 
numerosas  detenciones. 

Los  adversarios  de  la 
guerra  se  retiraron  hacia 
los  bulevares  exteriores 
cantando  la  Internacio- 
nal, y  allí  sostuvieron  nue- 
vos choques  con  la  poli- 
cía. Varios  agentes  resul- 
taron heridos,  así  como 
muchos  manifestantes. 

'  ¡Abajo  la  guerra!^^  El 
grito  no  podía  ser  más  jus- 
to y  generoso.  Pero  no  ha- 
bía por  qué  gritar  esto  á 
Francia.  La  República  no 
quería  la  guerra.  Tuvo 
que  aceptarla,  pero  no  la 
deseó  ni  por  un  momento. 
Cuando  se  puso  en  guar- 
dia por  medio  de  la  movi- 
lización, aún  dudaba  que 
las  amenazas  de  guerra  se 
convirtiesen  en  realida. 


EN   LA   noLSA    DE    PAP.lS 
El  público  pidiendo  la  expulsión  del  bolsista  austríaco  M.  Rosenberg 

(Dibujo  do  León  F¡uirot,  ile  /.'/llustnilionj 


negocios.  El  comisario  de  policía  de  la  Bolsa  tuvo  que     des.  Creyó  en  una  paz  posible,  hasta  mucho  después 


intervenir  para  proteger  su  vida.  Dos  mil  bolsistas 
siguieron  reclamando  á  gritos  su  expulsión,  y  tal  ca- 
rácter tomó  su  protesta,  que  al  fin  llegó  el  prefecto  de 
policía  con  numerosos  agentes.  Cuando,  al  fin,  el  ba- 
jista austriaco  salió  de  la  Bolsa  para  siempre,  la  mu- 
chedumbre financiera,  contenida  por  la  policía,  acom- 
pañó su  expulsión  entonando  la  Áíarsellesa. 

La  inquietud  causada  por  el  estado  financiero  y 
las  malas  noticias  se  propagó  á  toda  Francia.  El  pú- 


que  los  destacamentos  de  huíanos  habían  violado  sus 
fronteras. 

«¡Abajo  la  guerra!»  Este  noble  grito  del  socia- 
lismo sólo  podía  ser  oportuno  y  eficaz  lanzado  en 
Berlín. 

Y  los  socialistas  alemanes,  corrompidos  por  el  mi- 
litarismo prusiano,  como  todas  las  clases  del  Imperio, 
no  abrieron  la  boca  para  protestar. 

Todavía  á  estas  horas  no  han  hecho  un  gesto  que 


blico  fué  afluyendo  á  los  Bancos  y  las  Cajas  de  Aho-  los  separe  del  inmenso  rebaño  germánico,  belicoso, 

rros  para  retirar  sus  fondos.  En  Berlín,  Viena,  Buda-  entusiasta  del  emperador  y  su  autocracia  militar,  dis- 

pest,  Bruselas  y  Barcelona  se  decidió  cerrar  la  Bolsa,  puesto  á  oprimir  los  pueblos  de  Europa  como  lo  desean 

para  evitar  de  este  modo,  momentáneamente,  el  apuro  los  pangermanistas,  para  mayor  gloria  de  «la  más 

de  las  liquidaciones  de  fia  de  mes.  grande  Alemania». 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


47 


XI 


Austria  declara  la  guerra  á  Servia 

Al  día  siguiente,  martes  28  de  Julio,  á  mediodía, 
el  gobierno  austro-húngaro  envió  á  Servia  la  notifica- 
ción oficial  de  la  guerra  en  la  siguiente  forma: 

No  habiendo  respondido  el  Gobierno  real  de  Servia  de  un 
modo  satisfactorio  &  la  Nota  r4ue  le  fué  entreg-ada  por  el  minis- 
tro de  Austria-Hungría  en  Belgrado  con  fecha  de  '¿S  de  Julio 
de  1914,  el  Gobierno  Imperial  y  real  se  ve  en  la  necesidad  de 
buscar  por  sí  mismo  la  salvaguardia  de  sus  derechos  é  intereses 
y  de  recurrir  para  este  efecto 
á  la  fuerza  de  las  armas.  Aus- 
tria-Hungría se  considera  des- 
de este  momento  en  estado  de 
guerra  con  Servia. 

m  ministro  de  Negocios  Extran- 
ieros  de  Austria- fivngríaj 

Conde  Bbrchtold 

Al  mismo  tiempo  el  em- 
perador Francisco  José  di- 
rigió á  los  diversos  pue- 
blos de  su  Imperio  el  si- 
guiente Manifiesto,  redac- 
tado por  el  conde  Sturgkh, 
presidente  de  su  Consejo 
de  ministros: 

Ischl,  28  de  Julio 
A  mis  pueblos: 

Fué  mi  más  grande  deseo 
consag'rar  los  años  que  me 
sean  concedidos  todavía  por  la 
gracia  de  Dios  á  la  obra  de  la 
paz  y  á  preservar  á  mis  pue- 
blos de  los  graves  sacrificios  y 
las  cargas  de  la  guerra. 

La  Providencia  lo  ha  dis- 
puesto de  otro  modo. 

Los  manejos  de  un  adversa- 
rio lleno  de  odio  me  obligan, 
para  defender  el  honor  de  mi 
monarquía,  para  proteger  su 
autoridad  y  su  poderío,  para 

garantizar  su  posición  actual,  á  empuñar  la  espada,  luego  de 
largos  años  de  paz. 

El  reino  de  Servia,  con  una  ingratitud  llena  de  olvido,  ese 
reino  que  desde  el  principio  de  su  independencia  hasta  los  úl- 
timos tiempos  fué  favorecido  y  protegido  por  mis  antecesores 
y  por  mí,  se  ha  comprometido  desde  hace  años  en  una  serie  do 
hostilidades  contra  Austria-Hungría. 

Cuando,  después  de  treinta  años  de  trabajos  en  favor  de  una 
paz  bendita,  extendí  yo  mis  poderes  soberanos  sobre  la  Bosnia 
y  la  Herzegovina,  esta  decisión  de  mi  parte  provocó  en  el  reino 
de  Servia — cuyos  derechos  no  quedaban  violados  por  esto  de 
ninguna  manera  — una  explosión  inmensa  de  pasiones  y  un 
odio  de  los  más  prol'undos. 

En  esta  época,  mi  Gobierno  hizo  uso  del  hermoso  privilegio 
del  más  fuerte,  y,  en  su  indulgencia  y  dulzura  extremadas,  no 
exigió  de  Servia  mas  que  la  disminución  del  efectivo  de  su 
ejército  en  pie  de  guerra  y  la  promesa  de  que  en  lo  porvenir 
seguiría  siempre  una  orientación  de  paz  y  de  amistad. 


M.    ROSBNBBRG    SALIENDO    DB    LA   BOLSA    DE    PARÍS 


Animado  mi  Gobierno  del  mismo  espíritu  de  moderación, 
cuando  hace  dos  años  estaba  Servia  en  lucha  con  el  Imperio 
turco,  se  limitó  á  garantizar  las  condiciones  vitales,  las  más 
importantes  de  mi  monarquía. 

Gracias  á  esta  actitud.  Servía  pudo  llegar  á  la  realización 
del  fin  que  se  perseguía  con  dicha  guerra. 

La  esperanza  de  que  el  reino  de  Servia  sabría  agradecer  la 
longanimidad  y  el  amor  á  la  paz  de  mí  Gobierno  manteniendo 
sus  promesas,  no  se  ha  realizado. 

El  odio  contra  mí  y  mi  familia  es  cada  vez  más  violento  y 
más  fuerte.  La  tendencia  de  Servia  á  desprender  por  medio  de 
la  violencia  territorios  que  no  quieren  separarse  de  Austria- 
Hungría  se  acusa  cada  vez  más  visible. 

Mi  Gobierno  ha  emprendido  inútilmente  una  última  tentati- 
va para  conseguir  que  Servia  cambie  de  política,  pero  este  reino 
ha  desechado  las  reivindicaciones  moderadas  de  mi  Gobierno 

rehusando  cumplir  su  deber. 
Después  de  esto  me  veo  obli- 
gado á  crearme  por  la  fuerza 
de  las  armas  las  garantías  in- 
dispensables que  deben  ase- 
gurar á  mí  Estado  la  calma  en 
el  interior  y  la  paz  permanen- 
te en  el  exterior. 

Yo  tomo  sobro  mí,  en  esta 
hora  grave,  todo  el  peso  do  mi 
decisión  y  la  responsabilidad 
en  que  incurro  ante  el  Todo- 
poderoso. Lo  he  excusado  todo 
y  estudiado  todo.  Con  toda 
conciencia  me  lanzo  en  la  vía 
que  me  señala  mi  deber. 

Tengo  confianza  en  mis  poc- 
ilios, que  en  el  curso  de  tantas 
tempestades  se  han  agrujiado 
siempre  alrededor  de  mi  tro- 
no. Tengo  confianza  en  el  ejér- 
cito de  Austria-Hungría,  que 
está  animado  por  sentimien- 
tos de  bravura  y  abnegación, 
y  tengo  confianza  también  en 
el  Todopoderoso,  que  dará  la 
victoria  á  mis  armas. 

Francisco  José 
Stürgkh 

Este  documento  sirvió 
para  demostrar  franca- 
mente qué  era  lo  que  ha- 
bían deseado  desde  el  pri- 
mer momento  los  dos  Imperios  aliados.  La  guerra  era 
la  finalidad  de  toda  la  acción  iniciada  por  Austria  con 
motivo  de  lo  de  Sarajevo. 

Alemania  venía  hablando  desde  mucho  antes,  por 
medio  de  sus  periódicos,  de  la  conveniencia  de  «una 
guerra  preventiva»,  para  quebrantar  á  las  demás  po- 
tencias de  Europa,  que  se  desarrollaban  de  un  modo 
alarmante.  Austria,  con  su  ultimátum,  proporcionaba 
inesperadamente  el  motivo  para  provocar  á  Rusia,  la 
cual,  en  virtud  de  su  alianza,  arrastraría  tras  de  ella 
á  la  República  francesa. 

El  Imperio  alemán,  que  podía  haber  retenido  opor- 
tunamente á  su  aliado  con  sólo  una  palabra,  no  la  dijo 
nunca.  Su  inercia  y  su  silencio  dieron  á  entender  cuál 
era  su  voluntad.  Deseaba  aprovechar  esta  ocasión 


48 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


MANIFESTACIÓN    BN    PAUtS    CONTRA    LA    GUERRA  ll*'"»-  K"' 

El  prefecto  de  policía  de  París,  M.  Hciinion,  vigilando  en  el  Bulevar  durante  la  manifestación  de  los  antimilitaristas  contra  la'guerra 


para  la  deseada  «guerra  preventiva».  Todas  sus  afir- 
maciones, jamás  seguidas  de  un  acto  en  favor  de  la 
paz,  fueron  irritantes  falsedades. 

Mentira  también  el  apartamiento  del  kaiser  de  los 
negocios  políticos  y  su  viaje  á  Suecia  antes  de  que  el 
ultimátum  austriaco  produjese  la  alarma  general.  Co- 
media torpe  y  grosera  la  ignorancia  fingida  por  Gui- 
llermo II  y  su  gobierno  acerca  de  las  intenciones  de 
Austria.  La  conducta  del  emperador  germánico  y  sus 
ministros  parecía  obscura  á  todos  á  fines  de  Julio,  en 
los  días  anteriores  á  la  guerra.  Su  incoherencia  des- 
orientaba á  los  hombres  de  carácter  recto  y  buena 
voluntad,  que  no  sabían  qué  pensar  ante  tantas  con- 
tradicciones. 

Alemania  hablaba  de  paz,  y  todos  sus  actos  eran 
contrarios  á  ella.  Rehuía  las  proposiciones  diplomáti- 
cas conducentes  á  un  arreglo,  calificándolas  de  peli- 
grosas. Se  negaba  á  una  mediación  cerca  de  Austria, 
que  era  la  que  había  declarado  la  guerra,  y  proponía 
una  actuación  en  Rusia,  que  deseaba  la  paz.  La  di- 
plomacia de  Berlín  y  Viena  hablaba  de  una  cuestión 
servia,  pero  su  deseo  era  agrandarla,  convirtiéndola 
en  cuestión  eslava. 

Al  ocurrir,  días  después,  el  rompimiento  entre  In- 
glaterra y  Alemania,  quedaron  al  descubierto  muchos 
secretos  diplomáticos,  revelados  francamente  por  el 
gobierno  británico  para  que  el  mundo  pudiese  apre- 
ciar la  falsía  de  los  gobernantes  alemanes. 


Entonces  se  vio  que  Austria  no  había  hecho  nada 
sin  consultar  antes  á  su  poderoso  aliado.  Así  era  de 
presumir,  teniendo  en  cuenta  el  carácter  dominador 
de  Guillermo  II.  Todo  cuanto  el  gabinete  de  Viena 
había  realizado  contra  Servia,  desde  el  ultiniaium  á 
la  ruptura  de  hostilidades,  era  con  previo  conoci- 
miento y  aceptación  del  gobierno  de  Berlín. 


PARlS.    ARRESTO   DE    VN    MANIFESTANTE   CONTRA   LA    GUERRA 

(Fot.  Rol) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


40 


MANIFBSTACIÓN   BN   PARlS   CONTRA   LA   GUHRRA 
La  policía  cerrando  el  paso  en  el  Bulevar  á  los  manifeslantes  contra  la  guerra 


(Fot.  Rol) 


El  embajador  de  la  Gran  Bretaña  en  Viena,  Sir 
Mauricio  Bunsen,  pudo  averiguar  el  3U  de  Julio  que 
Alemania  y  Austria  habían  marchado  de  acuerdo  des- 
de el  primer  momento  para  provocar  á  Rusia,  atacan- 
do á  Servia. 

Guillermo  II  y  sus  ministros  fingieron  siempre  no 
haber  conocido  el  ultimátum  de  Austria  hasta  el  mo- 
mento en  que  ésta  lo  comunicó  á  las  potencias.  Es 
más:  se  afirmó  por  algunos  diplomáticos  alemanes  que 
al  kaiser  le  parecía  extremado  este  documento,  que 
de  conocerlo  antes  de  su  publicación  habría  pedido 
algunas  modificaciones. 

Todo  mentira.  El  kaiser — según  los  informes  del 
embajador  inglés  en  Viena,  Sir  Bunsen — conoció  el 
texto  del  ultimátum  mucho  antes  de  que  el  gobierno 
de  Austria-Hungría  lo  enviase  á  Servia.  El  embajador 
de  Alemania  en  Viena  telegrafió  el  texto  por  entero  á 
su  emperador  Gíñllermo  II.  Éste  lo  aprobó,  y  sólo 
entonces  el  Imperio  austríaco,  seguro  del  apoyo  de  su 
aliado,  se  decidió  á  iniciar  sus  provocaciones  contra 
Servia,  que  en  realidad  eran  contra  Rusia. 

El  mismo  embajador  de  Alemania  en  Viena  comu- 
nicó todo  esto  á  Sir  Bunsen  confidencialmente,  cuando 
aún  creían  en  Berlín  que  Inglaterra  iba  á  mantenerse 
al  margen  del  conflicto. 

Otra  demostración  de  que  el  atentado  de  Serajevo 
no  fué  mas  que  un  pretexto  para  turbar  el  equilibrio 
y  la  paz  de  Europa,  la  proporcionó  el|[mismo  Imperio 


austriaco  con  su  conducta  ante  las  víctimas.  Los  ofi- 
ciales del  ejército  austriaco,  protegidos  del  archidu- 
que Francisco  Fernando,  tal  vez  lloraron  por  agradeci- 
miento el  triste  fin  de  su  generalísimo.  La  muchedum- 
bre, que  abomina  instintivamente  de  todo  asesinato  y 
además  odiaba  á  Servia  con  una  aversión  tradicional 
de  raza,  manifestó  ruidosamente  su  protesta  contra  el 
ateütado,  más  por  cólera  patriótica  que  por  verdadero 
sentimiento.  El  gobierno  austriaco,  que  había  de  to- 
mar pretexto  de  este  asesinato  para  turbar  la  paz  del 
mundo,  se  mostró  mezquino  y  frío  al  i^endir  los  últi- 
mos honores  á  las  dos  víctimas  de  Serajevo,  alegando 
ridiculas  etiquetas  de  la  corte  que  debían  olvidarse 
en  un  caso  de  sincero  dolor. 

El  4  de  Julio,  los  cadáveres  del  archiduque  Fran- 
cisco Fernando  y  su  esposa  la  duquesa  de  Ilohenberg 
fueron  enterrados  en  el  panteón  de  Arbstetten,  des- 
pués de  una  corta  ceremonia,  bajo  una  lluvia  to- 
rrencial. 

Ni  los  archiduques  de  la  familia  reinante  ni  los 
dignatarios  de  la  corte  y  altos  mandos  del  ejército 
asistieron  á  la  ceremonia.  El  no  ser  de  raza  real  la 
duquesa  de  Hohenberg  sirvió  de  pretexto  para  justifi- 
car esta  frialdad. 

Ya  hemos  visto  el  Manifiesto  del  viejo  emperador 
Francisco  José.  No  hay  en  él  mas  que  alusiones  á  la 
ingratitud  de  Servia,  que  correspondió  siempre  con 
un  odio  explícito  á  las  bondades  del  Imperio  austriaco. 


50 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Estas  bondades  consistieron  en  obstáculos  más  ó  me- 
nos encubiertos  para  impedir  su  desarrollo  y  en  una 
oposición  descarada  á  todos  sus  intentos  de  extenderse 
hasta  el  mar. 

La  lista  de  las  íiir/ ¡-ataúdes  servias  no  puede  ser 
más  grotesca  á  injusta.  Servia  fué  ingrata  porque  osó 


servios  de  Bosnia.  Únicamente  el  joven  Princip  se  la- 
mentó de  haber  dado  muerte  á  la  duquesa,  por  ser  una 
mujer,  asegurando  que  había  hecho  esto  contra  su 
voluntad. 

Y  sin  embargo,  los  jueces  austríacos  sólo  senten- 
ciaron á  veinte  años  de  reclusión  á  estos  delincuen- 


protestar  en  nombre  de  sus  intereses  nacionales  al  ver     tes  confesos.  En  cambio  condenaron  á  muerte  á  unos 


que  Austria,  rasgando  el  tratado  de  Berlín,  se  apro 
piaba  de  Bosnia  tranquilamente. 

Otra  de  sus  ingratitudes  consistió  en  tener  que 
abandonar,  cuando  estaba  victoriosa,  la  salida  al 
Adriático  que  se  había  conquistado,  humillándose  una 
vez  más  ante  la  arbitrarie- 
dad de  Austria. 

La  tercera  ingratitud  fué 
no  agradecer  al  Imperio 
austríaco  su  magnánima 
generosidad  al  no  clavarle 
un  puñal  en  la  espalda 
mientras  estaba  en  guerra, 
contentándose  con  azuzar 
á  los  búlgaros  para  que  in- 
vadiesen su  territorio. 

Aparte  de  estas  falsas 
lamentaciones,  el  anciano 
emperador  apenas  habla  en 
su  Manifiesto  de  la  catás- 
trofe de  Serajevo,  motivo 
inicial  del  conñicto.  La 
muerte  del  sobrino  sólo  la 
recuerda  fríamente,  como 
un  argumento  político,  sin 
nada  que  suponga  emoción 
y  tristeza. 

Otras  preocupaciones 
más  positivas  dominaban  el 
ánimo  de  Francisco  José; 
en  primer  término,  la  de 
aplastar  á  la  pequeña  Ser 
vía,  haciéndola  responsable 
de  su  propia  ruina. 

En  todo  lo  concerniente 
al  crimen  de  Serajevo,  el 
gobierno  austríaco  proce- 
dió con  un  marcado  interés  político,  sin  acordarse 
para  nada  de  la  estricta  justicia. 

Cuando  tres  meses  después  del  crimen,  á  mediados 
de  Octubre,  se  verificó  la  vista  del  proceso,  la  con- 
ducta de  los  jueces  austríacos,  obedientes  al  gobier- 
no, fué  un  motivo  de  estupefacción  para  el  mundo 
entero. 

El  tipógrafo  Cabrínovitch,  que  arrojó  la  bomba,  y 
el  estudiante  Gavrilo  Princip,  autor  de  las  dos  muer- 
tes, no  negaron  sus  actos.  Antes  bien,  con  la  arrogan- 
cia de  los  delincuentes  políticos  que  desean  morir  por 
su  causa,  afirmaron  una  vez  más  su  satisfacción  por 
haber  suprimido  al  archiduque  Francisco  Fernando, 
considerado  por  ellos  como  el  mayor  enemigo  de  los 


JORGB    V 
Rey  de  Inglaterra 


cuantos  desconocidos  residentes  en  Servia  que  no  po- 
dían sufrir  el  castigo. 

Hasta  en  la  sentencia  de  este  delito,  causa  inicial 
del  conflicto  europeo,  se  buscó  hacer  creer  que  el 
único  asesino  del  archiduque  fué  el  gobierno  de  Ser- 
via, y  para  ello  nada  encon- 
traron mejor  que  mostrar 
con  los  autores  materiales 
del  hecho  una  clemencia 
pocas  veces  vista  en  los 
dominios  austríacos. 


La  declaración  de  guerra 
de  Austria  á  Servía  produjo 
en  Europa  una  alarma  jus- 
tificada, ])ero  sin  destruir 
completamente  la  confian- 
za de  los  optimistas. 

Parecía  tan  absurda  é 
inverosímil  una  guerra  eu- 
ropea, que  aun  después  de 
haberse  iniciado  con  el  ata- 
que austríaco  dudaban  los 
más  de  su  continuación, 
esperando  en  el  último  ins- 
tante una  mediación  prodi- 
giosa. 

La  guerra  se  había  de- 
clarado; iban  á  hablar  las 
armas  de  un  momento  á 
otro. 

No  obstante,  Inglaterra 
seguía  trabajando  para  con- 
seguir una  mediación,  y 
Francia  é  Italia  estaban  al 
lado  de  ella. 

Aunque  comenzasen  las  hostilidades,  no  había  por 
qué  desesperar  de  un  arreglo.  Rusia,  contemporiza- 
dora y  amiga  de  la  paz,  declaraba  no  considerar  como 
casux  hcIH  la  entrada  de  los  austríacos  en  Servia,  y 
se  mantenía  tranquila,  confiando  en  los  esfuerzos  de 
la  diplomacia. 

Bélgica,  como  si  conociera  secretamente  el  pen- 
samiento de  los  vecinos  y  adivinase  el  porvenir,  se 
apresuró  á  tomar  precauciones  para  el  mantenimiento 
de  su  neutralidad.  Su  gobierno  procedió  á  la  movili- 
zación de  una  parte  del  ejército  el  28  de  .lulio,  po- 
niendo en  píe  de  guerra  100.000  hombres  y  preparán- 
dolo todo  para  una  movilización  general  si  los  sucesos 
se  agravaban. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


51 


El  reino  de  Montenegro  también  había  ordenado     mujeres  y  obreros  se  mantuvo  en  completa  calma, 
la  movilización.  La  muchedumbre  hizo  manifesta-     aguardando  tranquilamente  que  les  llegase  su  vez; 


clones  en  Cetina  en  favor  de  una  acción  común  con 
Servia. 


pero  como  eran  tantos,  sólo  una  minoría  consiguió 
retirar  sus  depósitos. 

Los  demás  pasaron  el  día  entero,  de  la  madrugada 
á  la  noche,  esperando  el  turno  de  entrada,  sin  conse- 
guir al  fin  sus  propósitos. 

En  todas  las  calles  se  formaron  grupos  que  habla- 
zar  el  desarrollo  de  los  acontecimientos  cometiendo  ban  de  la  posibilidad  de  la  guerra,  pero  sin  que  nadie 
una  imprudencia.  mostrase  alarma  ni  inquietud. 

La  amenaza  de  una  guerra  europea  ocupaba  todos  Todos  creían  próxima  la  orden  de  movilización, 

los  ánimos.  Sólo  se  hablaba  de  esto.  Los  demás  suce-     Uq  fatalismo  heroico  comenzaba  á  enardecerles. 


En  París  no  se  alteró  la  calma  de  las  gentes;  una 
calma  que  obedecía  principalmente  al  deseo  de  no  for- 


sos,  aun  los  más  recientes, 
habían  pasado  de  pronto  á 
último  término. 

El  proceso  contra  mada- 
ma Caillaux,  que  una  se- 
mana antes  traía  dividido 
á  París,  provocando  casi 
una  revolución  con  mani- 
festaciones y  contramani- 
festaciones en  las  calles, 
apenas  si  se  recordaba 
ahora  como  un  asunto  re- 
moto. 

El  mismo  día  28  absolvió 
el  jurado  á  Mad.  Caillaux, 
sin  que  los  partidarios  de 
ésta  mostrasen  satisfac- 
ción ni  los  enemigos  re- 
anudasen sus  protestas.  La 
absolución  se  acogió  con 
una  completa  indiferencia. 
Los  franceses  tenían  asun- 
tos más  importantes  de  qué 
ocuparse  y  que  llenaban 
su  pensamiento  completa- 
mente. 

En  los  establecimientos 
de  crédito  fué  engrosando 
la  muchedumbre  que  acu- 
día para  retirar  sus  depó- 
sitos. 

Ante  la  casa  central  del 
Banco  de  Francia  se  aglomeraron  también  los  que  de-  X 

seaban  cambiar  moneda.  El  miedo  álos  acontecimien- 
tos hizo  que  todos  pensasen  en  procurarse  oro  dando     Actitud  de  Rusia.  — Su  movilización  parcial.— Inutili- 


— Si  la  guerra  es  inevi- 
table—  decían  — ,  iremos  á 
la  guerra. 

Desde  este  día  se  notó 
una  gran  actividad  en  los 
almacenes  de  artículos  mi- 
litares, en  los  de  calzado 
y  en  las  sastrerías  de  uni- 
formes. 

Los  oficiales  de  la  reser- 
va y  del  ejército  territorial 
hicieron  sus  últimos  prepa- 
rativos para  estar  prontos 
á  un  llamamiento. 

Pero  aún  no  se  conside- 
raba la  guerra  como  inevi- 
table. 

Se  hablaba  de  ella  ale- 
gremente. ¡Tantas  veces 
se  había  anunciado  como 
próxima,  sin  que  al  fin  lle- 
gase!... 

Y  mientras  tanto,  M.  de 
Sch(Bn,  el  embajador  de 
Alemania,  seguía  visitan- 
do á  M.  Bienvenu-Martin 
en  el  Ministerio  de  Nego- 
cios Extranjeros  para  ha- 
blar de  una  paz  posible. 


M.    RAIMUNDO   POI.XCARB 
Presidente  de  la  República  francesa 


billetes. 

Algunas  tiendas  importantes  de  alimentos  se  ne- 
garon á  cambiar  billetes,  exigiendo  los  pagos  en  mo- 
neda, y  esto  produjo  en  el  público  la  consiguiente 
alarma.  Para  que  en  aquellos  comercios  admitieran 
un  billete  era  preciso  comprar  géneros  por  un  valor 
equivalente  al  20  por  lOU. 

Desde  las  siete  de  la  mañana  se  apiñó  la  muche- 


dad  de  las  gestiones  pacificadoras.— Las  naciones 
empiezan  á  arruinarse.  —  Llegada  de  Poincarc  á 
París. 

El  miércoles  29  de  Julio,  á  la  una  y  media  de  la 
madrugada,  se  inició  la  guerra  en  Servia. 

La  guarnición  de  Belgrado  hizo  saltar  el  gran 
puente  que  une  á  esta  capital  con  Semlin,  la  inmediata 


dumbre  en  la  Caja  de  Ahorros  de  París  para  reclamar  ciudad  austríaca.  La  explosión  no  llegó  á  destruir  el 
sus  depósitos,  formando  una  fila  enorme  ante  las  ver-  puente  por  completo,  pero  cortó  la  vía  férrea,  imposi- 
jas,  bajo  la  vigilancia  de  la  policía.  Esta  masa  de     bilitando  el  paso  de  los  trenes  enemigos. 


EN  PREVISIÓN  DE  LA  GUERRA. -LA  MUCHEDUMBRE  ANTE  EL  BANCO  DE  FRANCIA 


FRENTE   A    LA   CASA    CENTRAL   DEL   BANCO   DE  FRANCIA 


AQUARDAI^DO  PARA  BMTRAR  BN  SL  BANCO 


Y  LA  CAJA  DE  AHORROS  DE  PARÍS  AGUARDANDO  TURNO  PARA  RETIRAR  SUS  FONDOS 


<s;^j:^;Ms:fWjmt::. 


-Vii-m'  'liH2Lr'"Mfc 


ESPERANDO   QUE   SB   ABRA    LA   PUERTA   DE   LA   CAJA    DB   AHORROS 


FORMANDO  FILA  EN  LA  CAJA  DB  AHORROS 


(Fots.  Meurisse) 


54 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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IB     ! 

EL    PUENTE   QUE    UNÍA    A    HELtlRADO    CON    SBMLIN 
DESTRUIDO    POR    LOS    SERVIOS 

Cuatro  monitores  austriacos  empezaron  á  bombar- 
dear á  Belgrado,  y  las  tropas  servias  contestaron  con 
UQ  vivo  fuego.  El  combate  se  extendió  desde  la  ma- 
drugada por  las  riberas  del  Save  y  el  Danubio.  Los 
buques  austriacos,  ayudados  por  los  rellectores,  diri- 
gieron sus  tiros  especialmente  sobre  la  cindadela  de 
la  capital,  pero  la  artillería  servia  los  mantuvo  á  dis 
tancia. 

Rusia  no  podía  permanecer  indiferente  ante  el 
atentado  que  empezaba  á  realizarse. 

Los  periódicos  de  San  Petersburgo  reclamaban 
desde  algunos  días  antes  la  inmediata  movilización. 
El  mismo  día  2i)  se  supo  en  toda  Europa  que  esta  movi- 
lización era  un  hecho,  pero  parcialmente,  limitada  á 
los  distritos  del  Sur  y  el  Sudoeste  limítrofes  con  Aus- 
tria. Las  tropas  concentradas  en  estos  puntos  proce- 
dían de  los  cuerpos  de  ejército  de  Kieff,  Odessa,  Kazan 
y  Moscou. 

A  las  tropas  que  guarnecían  la  frontera  alemana 
no  se  les  dio  orden  alguna  de  movilización.  El  gobier- 
no ruso  tuvo  buen  cuidado  de  hacer  constar  que  úni- 
camente se  ponía  en  guardia  del  lado  austríaco,  en 
vista  de  su  iniciativa  guerrera  contra  Servia,  sin  mos- 
trar inquietud  ni  recelo  por  el  lada  de  Alemania. 

Todos  los  oficiales  rusos  residentes  en  ios  balnea- 
rios y  ciudades  veraniegas  do  Europa  fueron  llamados 
á  su  país  telegráficamente. 

El  gabinete  de  San  Petersburgo  hizo  saber  á  todas 
las  potencias  que  había  ordenado  la  movilización  de 
catorce  cuerpos  de  ejército,  en  vista  de  las  circunstan- 
cias. El  zar  tomaba  el  mando  en  jefe  de  estas  fuerzas,  y 
el  mando  efectivo  lo  ejercería  el  gran  duque  Nicolás 
Nicolaievitch,  secundado  por  el  ministro  de  la  Guerra. 

Los  catorce  cuerpos  movilizados  representaban 
700.000  hombres. 

A  pesar  de  esta  actitud,  Rusia  no  abandonó  sus 
gestiones  diplomáticas  para  conseguir  el  manteni- 
miento de  la  paz. 

A  mediodía,  el  embajador  ruso  en  Viena,  M.  de 
Chebeko,  visitó  al  conde  Berchtold  en  el  Ministerio 
de  Relaciones  Exteriores  para  pedirle  que  los  austría- 
cos suspendiesen  las  hostilidades  iniciadas,  dando 


tiempo  á  que  las  potencias  buscasen  un  arreglo.  Esta 
suspensión  de  la  guerra  la  solicitaba  Rusia  sólo  por 
unos  días,  los  suficientes  para  que  Inglaterra  llegase 
al  término  de  sus  gestiones.  Además,  el  gobierno  ruso 
no  daba  importancia  á  lo  ocurrido  durante  la  ma- 
drugada. 

Como  era  de  esperar,  el  resultado  de  esta  proposi- 
ción fué  negativo.  Austria  deseaba  la  guerra  y  no  le 
convenía  dar  tiempo,  con  una  suspensión  de  hostili- 
dades, á  la  intervención  razonada  é  imparcial  de  las 
otras  potencias.  Su  propósito,  desde  el  principio — así 
como  el  de  Alemania — ,  fué  violentar  y  acelerar  la 
marcha  de  los  sucesos. 

En  Viena,  toda  la  diplomacia  europea  hacía  esfuer- 
zos desesperados  queriendo  impedir  que  las  hostilida- 
des pasasen  adelante. 

Los  embajadores  de  Francia,  Rusia,  Inglaterra  é 
Italia  se  reunieron  con  el  de  Alemania  para  cambiar 
impresiones.  Los  cuatro  primeros  se  daban  cuenta  de 
la  inutilidad  de  sus  esfuerzos  para  convencer  al  go- 
bierno austríaco.  Apenas  conoció  el  conde  Berchtold 
la  proposición  mediadora  de  Sir  Edward  Grey,  tuvo 
prisa  en  declarar  la  guerra  á  Servia,  para  levantar  el 
obstáculo  de  un  hecho  consumado  é  irreparable  entre 
Austria  y  la  diplomacia  conciliadora. 

En  vista  de  esto,  los  representantes  de  las  poten- 
cias intentaron  preparar  una  negociación  directa  en- 


EL  PRiNClPB  JOROE  DE  SBRVIA,  QUE  AL  DECLARARSE  LA  GDBRRA 
TOMÓ  EL  MANDO   DEL  EJÉRCITO  DB  SU  PAÍS  l-'ul    ''"I' 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


55 


tre  San  Petersburgo  y  Viena  á  pro- 
pósito del  conflicto  austro-servio. 

Rusia  no  se  opuso  á  esta  solución. 
Estaba  dispuesta  á  entenderse  di- 
rectamente con  Austria.  El  gabi- 
nete de  Viena  se  negó  de  nuevo, 
repitiendo  que  el  asunto  era  úni- 
camente entre  Austria-Hungría  y 
Servia. 

Entonces  los  embajadores  en  Vie- 
na decidieron  pedir  insistentemente 
al  gobierno  de  Alemania  que  usase 
de  toda  su  influencia  para  que  Aus- 
tria-Hungría admitiese  un  cambio 
de  ideas  con  el  gabinete  de  San  Pe- 
tersburgo. Esto  no  obligaría  al  go- 
bierno austríaco  á  nada,  ni  era  con- 
trario á  su  dignidad.  Tal  vez  al 
hablar  directamente  las  dos  poten- 
cias acabarían  por  entenderse. 

Pero  el  gabiuete  de  Berlín  mostró 
ante  estas  proposiciones  una  acti- 
tud reservada. 

El  embajador  de  Alemania  en 
Viena  asistía  á  todas  las  reuniones  de  sus  compañeros 
los  embajadores  de  Inglaterra,  Francia,  Rusia  é  Italia. 
Aprobaba  sus  opiniones  y  prometía  ayudarles  en  favor 
de  la  paz,  una  paz  que  era  el  más  ferviente  deseo  de 
su  emperador  y  su  gobierno. 

Y  tal  vez  reiría  en  su  interior,  sabiendo  de  ante- 
mano que  ni  el  emperador  ni  sus  ministros  habían  de 
hacer  nada  por  esta  paz;  antes  bien,  la  impedirían, 
oponiendo  su  inercia  y  su  silencio  como  obstáculos 
insuperables  á  las  iniciativas  conciliadoras. 

La  certeza  de  que  el  soberano  de  Alemania  podía 
solucionarlo  todo  con  sólo  una  palabra  no  era  una  opi- 
nión de  las  grandes  potencias  úoicamente.  Los  países 
neutrales  como  Suiza  creían  lo  mismo.  Le  Jot'riial  de 
Geni-ve  (Ginebra)  resumía  de  este  modo  la  situación 
en  la  mañana  del  29  de  Julio: 

Un  gesto  del  emperador  Guillermo  II  calmaría  á  su  aliada. 
Este  gesto  lo  espera  con  angustia  toda  Europa.  Alemania  está 
en  plena  prosperidad,  en  pleno  crecimiento.  Desborda  de  la 
fuerza  que  le  dan  dentro  de  ella  un  gobierno  formidablemente 
armado  y  fuera  de  ella  un  prestigio  intacto.  Su  monarca,  inter- 
viniendo bondadosamente  cerca  de  su  aliado,  merecerla,  ade- 
más del  gran  imperio  que  posee,  la  gratitud  de  todos  los  pue- 
blos. Esta  gratitud  aumentarla  su  poder,  dándole  un  nuevo  bri- 
llo. En  esta  mediación  no  habría  que  hacer  ningún  sacriticio 
doloroso,  y  tal  vez  desarmaría  las  animosidades  nacionales,  que 
obligan  á  toda  Europa  á  vivir  en  una  perpetua  alarma. 

Alemania  se  ha  extrañado  muchas  veces  de  inspirar  menos 
afecto  y  confianza  que  respeto  y  temor.  Ha  sonado  para  ella  la 
hora  de  adquirir  ese  afecto  y  confianza,  sin  que  por  ello  pierda 
el  respeto  y  el  temor  que  inspira. 

El  Imperio  alemán  prefirió  seguir  infundiendo  te- 
mor por  medio  de  una  «guerra  preventiva»  á  conquis- 
tar pacíficamente  el  afecto  y  la  confianza  que  jamás 
supo  inspirar  al  mundo. 


ASPECTO    DE    UNA    CALLE    DE    BELGRADO    AL    PROCLAMARSE    LA   MOVILIZACIÓN 

(Kot.  Rui) 


Inglaterra,  que  ya  dudaba  del  éxito  de  sus  gestio- 
nes para  mantener  la  paz,  puso  en  movimiento  sus 
flotas,  como  medida  previsora. 

La  escuadra  del  Mediterráneo  recibió  la  orden  de 
concentrarse  en  Malta.  La  primera  escuadra  del  Océa- 
no, compuesta  de  dreadnougMs,  á  las  órdenes  del  al- 
mirante Galleghan,  salió  de  Portland  durante  la  ma- 
drugada con  rumbo  desconocido. 

En  Alemania  continuaron  los  preparativos  de  mo- 
vilización, hechos  sordamente. 

Francia,  en  vista  de  los  sucesos,  empezó  á  con- 
centraren las  guarniciones  las  tropas  destacadas,  lla- 
mando además  á  los  oficiales  y  soldados  del  ejército 
activo  que  estaban  gozando  de  licencia. 

Bélgica  cenvocó  á  las  tres  clases  militares  de  1912, 
1911  y  1910,  desistiendo  definitivamente  de  las  ma- 
niobras que  tenía  proyectadas.  Además,  las  fortifica- 
ciones de  Lieja  y  de  Namur  fueron  puestas  en  pie  de 
guerra. 

El  rey  de  Bélgica  y  sus  ministros  empezaron  á  pre- 
parar una  nueva  concentración  para  añadir  100.000 
hombres  más  al  ejército  nacional,  compuesto  ya  de 
otros  tantos. 

En  Alemania  hubo  el  29  de  Julio  un  pánico  gene- 
ral frente  á  las  Cajas  de  Ahorros.  La  muchedumbre  de 
Berlín  y  de  las  principales  ciudades,  alarmada  por  los 
preparativos  belicosos  que  venían  haciéndose  desde 
una  semana  antes,  creyó  en  la  proximidad  de  la  gue- 
rra, que  hasta  entonces  había  sido  considerada  como 
algo  problemático,  y  sintió  miedo  por  la  suerte  de  sus 
depósitos. 

Desde  las  cinco  de  la  mañana,  el  público  fué  aglo- 
merándose ante  las  puertas  de  aquellos  establecimien- 
tos, á  pesar  de  que  las  oficinas  se  abrían  á  las  nueve. 


56 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


HABITANTES   DB   BELGRADO    ACAMPADOS   AL   AIRE   LIBRE  AL   SER   BOMBARDEADA    LA   CIUDAD   POR  LOS  AUSTRÍACOS 

(Fot   Rol) 


La  tan  deseada  «guerra  preventiva»  produjo  una  na- 
tural inquietud  en  el  pueblo  alemán  al  verla  tan  pró- 
xima. 

Algunos  grupos  socialistas  intentaron  protestar 
contra  la  guerra,  como  sus  compañeros  de  otros  países, 
pero  estas  demostraciones  no  tuvieron  importancia. 
La  gran  masa  socialista  alemana — de  la  que  hablare- 
mos más  adelante — vive  ahora  sometida  al  Imperio  y 
al  militarismo,  como  todas  las  clases  de  la  nación. 

La  Gaceta  de  la  Cric,  órgano  de  los  conservadores 
alemanes,  dijo  con  tono  despectivo  al  comentar  tales 
intentos: 

Hoy,  más  aún  que  ayer,  creemos  que  l;is  demostraciones  so- 
cialistas carecen  de  valor  y  de  resiiltiido  iiráctico.  Pero  pueden 
inducirá  los  extranjeros  á  un  grave  error,  poríiue  no  saben  la 
escasa  influencia  que  tienen  entre  nosotros  las  vociferaciones 
socialistas. 

n 

Poco  después  de  mediodía  llegaron  á  París  el  pre- 
sidente Poincaré  y  ol  jefe  del  gobierno,  Viviani,  que 
habían  desembarcado  por  la  mañana  en  Dunkerque. 

Al  bajar  del  tren  en  la  estación  del  Norte,  la  mu- 
chedumbre prorrumpió  en  aclamaciones  á  Francia,  á 
la  República  y  á  Poincaré.  El  presidente  acogió  con 
graves  saludos  esta  manifestación  patriótica. 

Empezaba  á  diseñarse  desde  este  momento  la  una- 
nimidad de  opinión  que  el  peligro  nacional  iba  á  crear 


en  Francia.  Los  grupos  reaccionarios  y  los  de  ideas 
avanzadas  se  unieron  instintivamente  para  tributar 
este  homenaje  al  más  alto  representante  de  la  Repií- 
blica  francesa. 

Desde  la  estación  al  palacio  del  Elíseo  el  entu- 
siasmo popular  siguió  al  presidente,  como  si  en  esta 
hora  grave  quisiera  infundirle  con  sus  aplausos  y  ví- 
tores nuevas  fuerzas  para  el  cumplimiento  de  sus  de- 
beres supremos. 

En  las  primeras  horas  de  la  tarde,  el  jefe  del  go- 
bierno, M.  Viviani,  tuvo  una  conferencia  con  el  em- 
bajador alemán,  M.  de  Schoen,  en  el  Ministerio  de 
Negocios  Extranjeros.  Después  llegó  el  embajador  de 
Rusia,  M.  Isvolsky,  y  los  dos  diplomáticos,  alemán  y 
ruso,  mantuvieron  una  larga  conversación  en  presen- 
cia del  ministro  francés. 

Por  la  noche,  París  se  mantuvo  en  calma.  La  mu- 
chedumbre discurrió  por  los  bulevares,  ansiosa  de  no- 
ticias, pero  sin  hacer  manifestaciones. 

La  preocupación  más  inmediata  la  ocasionaba  el 
dinero.  Las  dificultades  para  el  cambio  de  moneda 
molestaban  al  público. 

El  oro  había  desaparecido  por  completo  desde  al- 
gunos días  antes,  recogido  y  guardado  previsoramen- 
te  por  los  establecimientos  de  crédito  y  los  particula- 
res ricos.  La  plata  empezaba  á  escasear  igualmen- 
te. Todos  sentían  la  necesidad  de  que  el  Banco  de 


HISTORIA  DR  LA  GUERRA  PLIROPEA  DE  1914 


57 


LA    MULTITUD    EN    HEKLLN   ACLIÜIENDO   Á    LA    t'AJA   DE   AH0RR08    PARA    RETIRAR   SU    DINERO 


(Fot.  Meui  isse) 


Francia  pusiese  en  circulación  billetes  de  cinco  y  de 
veinte  francos. 

El  estado  de  espíritu  de  los  franceses  era  excelente. 
Nadie  deseaba  la  guerra;  todos  querían  evitarla,  pero 
nadie  la  temía,  aceptándola  de  antemano,  si  es  que  se 
presentaba,  como  algo  fatal  é  inevitable. 

«Las  manifestaciones  del  pueblo  de  Berlín — decía 
Clemenceau — contra  Rusia  y  contra  Francia,  que  no 
han  hecho  un  solo  gesto  de  amenaza  hasta  ahora,  de- 
muestran cuál  es  el  estado  de  espíritu  del  kaiser  y  de 
todo  su  pueblo.  ¡Cuan  distinto  el  estado  de  espíritu 
de  nuestros  conciudadanos!  Yo  solo  veo  en  torno  mío 
hombres  tranquilos  y  resueltos.  No  oigo  mas  que  deseos 


I'AUIS.    EL    l'KEyíUKNTE    l'UI.NC'ARÉ    SALl  DANDO   Á    LA    .MUC  1  lEDI  .M IIUH    EN    LA    ESTACHkN    DEL    NURTE 


de  paz,  acompañados  de  una  sonrisa  de  seguridad 
viril  y  de  un  relampagueo  de  ojos  que  dan  á  entender 
que  el  alma  francesa  no  ha  degenerado.» 


XI 


Declaraciones  de  Inglaterra  sobre  la  paz. — La  situa- 
ción en  Londres  y  París. — Movilización  rusa. — Re- 
clamación de  Alemania. — Vanas  esperanzas  de  con- 
ciliación.— Las  naciones  se  preparan  para  la  guerra. 

El  jueves  3U  de  Julio,  al  abrirse  la  sesión  de  la 
Cámara  de  los  Comunes,  el  gobierno  inglés  creyó  ne- 
cesario hacer  algunas  de- 
claraciones en  vista  de  la 
situación  europea. 

Mr.  Asquitli,  presidente 
del  Consejo  de  Ministros, 
liabló  de  este  modo: 


Nos  reunimos  lio.v  en  una.'^ 
eoniliciüncs  de  gravedad  ([ue 
lio  pueden  encontrarse  otras 
análogas  en  toda  nuestra  exis- 
tencia política. 

l.a  paz  y  la  guerra  de  Euro- 
pa parecen  como  equilibradas 
eu  una  balanza,  y  esto  signi- 
flca  para  nosotros  los  riesgos 
de  una  eatá.-itrofe  cuyas  pro- 
porciones y  consecuencias  es 
iniii()sil)le  (|ue  calculciniis. 

7 


£8 


VICENTE  ISLASCO  IBANh:Z 


m 


3  7  7  14  209 

BANOUE  <le  FRANGE 

CINQ 

FRANCS 


•  úiwiíi  Criiittfíl. 


/ 


C.6r«13.C. 

>0 


HL   M'liVO    llll.I.V.rií    I)K   CINCO    laiA.NC'OS 


En  hisciiTiinstiUicias  prcscnlcsixlc  iiii.-i  iin|Mii-l,iiiri,i  iMpitMl 
li;ini  lo.s  i  iit('n'sos(  lelilí  mulo  entero  (jiu'  iiuestrnii;iis.(|ueii(i  tiene 
iin.'i  rehieic'm  direeta  en  este  eoiillieto,  |)iieila  liablar  con  el  jires- 
tiyiu  (le  lina  uacithi  en  que  es  absoluta  la  nnaniíiiiilail  de  tíidos. 

Luego,  sil"  Edwanl  (¡rey  tomó  la  ]ialiilira  juira  decir 
ron  fiicrta  tristeza: 


1 
ciún 
pea. 
]iro(l 

!• 
este 


Sirnlu  inurlii)  im  pcpiliT  aniuiciará 
la  Cámara  (|ue  la  siliiaeión  de  liov  no 
lia  disininuiclo  en  gravedad  al  eoni- 
pai-arla  con  la  de  ayer.  Contiiiiianios 
mii'.stra  olira  á  lin  de  lograr  lo  íinicu 
i|iu'  nos  interesa,  el  sosteniniicntn  de 
la  paz  en  Europa,  y  para  e.sto  se^^ui- 
iiios  en  e.slreelio  contaeto  con  todas  las 
linteneias.  No  hemos  tropezado  liasta 
ahora  con  ning-iina  dificultad  cerca 
de  dichas  potencias,  pero  nos  ha  sido 
imposible  establecer  una  acciim  diplo- 
mática conciliadora,  tal  como  la  lia- 
liiamiis  propuesto  el  luiii'S. 

La  iiriiuera  |)ro|io.siciiui  i\r\ 
ministro  Grey  en  favor  ilc  nna 
conferencia  diplomática  no  ha- 
bía obtenido  éxito.  Ahora  sus 
esperanzas  so  basaban  en  los 
trabajos  para  conseguir  una  c(ui- 
versación  directa  entre  Anslria 
y  Hnsia. 
■ondrcs  miraba  con  cierta  indiferencia  esta  sitaa- 
,  lio  creyendo  cu  el  absurdo  de  una  guerra  enro- 
Lo  único  que  le  preocupaba  un  poco  era  el  reilejo 
ucido  en  los  uegocios  ¡lor  la  alarma  general. 
•]n  París  el  malestar  ecouómico  fué  también  en 
día  la,  preocupación  dominanto.  La  Caja  de  .Mió- 


la. Mi'cimni  Mimn  aniií  va.  hanco  oií  iuamia  i:si'huam>o  ti  uno  cara  i-a.\iiuak  iui-Lkiiís     ni'ots.  Mcurisse) 


Historia  de  la  guerra  europea  de  i914 


69 


ri'os,  para,  ronjurar  una 
quiebra  jior  la  g-ran 
anuencia  de  depositan- 
tes que  acudían  á  recla- 
mar sus  economías,  tuvo 
que  suprimir  los  reem- 
bolsos. Sus  restituciones 
fueron  limitadas  á  r)ü 
francos  por  quincena. 

La  crisis  monetaria 
resultaba  insufrible.  La 
moneda  metálica  liabía 
desaparecido  de  la  cir- 
culación instantánea- 
mente. Más  de  aU.OÜd 
personas  se  ag-lomeraron 
por  la  mañana  en  el  Ban- 
co de  Francia  ]iara  cam- 
biar billetes  por  metáli- 
co. El  gran  cstaldcci- 
miento  tuvo  que  nu>vi- 
lizar  para  este  servicio 
gran  parte  de  sus  em- 
pleados, improvisaudo  despachos  de  cambio  en  los  pa- 
tios y  corredores  de  su  ediñcio  central,  pero  aun  con 
esto  resultó  imposil)le  atender  al  público,  cada  vez 
uiás  numeroso.  Para  remedinr  la  escasez  de  moneda,     tados  cu  los  grandes  Bancos.  La  Cámara  de  Agentes 


Kr.    NIKMJ    im.I.lMK    1)H    VHlM'lí    l<RA.N('US 


el  Banco,  de  acuerdo  con  el  gobierno,  decidió  poner  en 

circulación  los  billetes  de  cinco  y  de  veinte  francos. 

Todos  los  intereses  de  descuento  l'uerou  aumeu- 


U.N   DETALLE  DE  LA  MUCHEDUMBaE  DESEOSA  DE  ADQUIKItt  lULLETES  DE  CI.NCü  Y  DE  VELNTE   1•■RA^•C0S        ('''o'*-  Mcurise») 


60 


Vicente  bLasco  íbañez 


UN    PATIO    UKL    H,VNCO    DK    FUANCIA    (.'UN    DUSl'ACUUS    IMI'MUVISAUOS    l'AKA    KL    UAMIÜU    UE    lULLKTES 


(le  liolsa  declaró  la  necesidad  de  establecei'  una  mora- 
toria general  para  las  operaciones  bursátiles,  prorro- 
g'ando  hasta  tiues  del  próximo  Agosto  la  liijuidación 
de  Julio. 

El  gobierno  francés  tomó  precauciones  militares 
á  fin  de  asegurar  las  vías  do  comunicación.  Las  esta- 
ciones de  ferrocarril  de  toda  Francia,  así  como  los 
puentes,  túneles  y  encrucijadas,  (juedaron  ocupados 
]iiir  las  tropas. 

Hn  periódico  de  París  fué  secuestrado  por  la  pidi- 
ria  ])ür  haber  dicho  que  los  ministros  habían  estado 
reunidos  gran  parte  de  la  noche  en  el  palacio  del 
Klíseo,  bajo  la  presidencia  de  Poincaré.  En  esta  re- 
unión se  había  acordado  llamar  á  las  armas  á  cuatro 
resei,"vas.  El  ministerio  del  Interior  desmintió  la  no- 
ticia. 

A  pesar  de  esta  tendencia  del  gobierno  encaminada 
ú  disminuir  la  importancia  de  la  situación,  todos  se 
daban  cuenta  de  su  gravedad.  Los  ministros,  desde 
la  llegada  de  Poincaré,  se  reunían  diariamente  varias 
veces. 

o 

Rusia  decretó  en  este  (ha  su  movilización  á  liu  de 
completar  las  medidas  previsoras  que  había  toma(h>. 
cubriendo  la  frontera  de  Austria. 

El  ukase  del  zar  llamaba  á  banderas: 
1."    Los  reservistas  de  '2'A  gobiernos  y  de  71  distri- 
tos pertenecientes  á  otros  14  gobiernos. 

5Í."    Otro  número  de  reservistas  procedentes  de  nue- 
ve distritos  de  cuatro  gobiernos. 

;i°     Los  reservistas  de  la  Armada  de  04  distritos 


(le 


í'2  gobiernos  rusos  y  de  un  gobierno  liu 


4."  Los  cosacos  libres  de  los  territorios  di 
de  Kouban,  de  Terek,  de  Astrakán,  de  Oren 
del  Ural. 


laudes. 
■1  Don, 
lurg  y 


UNA  Ol'ICINA  DE  CAMinO  INSTALADA  POR  El.  DANCO  DK  l'KA.NCIA 
EN  VISTA  DK  I. A  ORAN  AFLUENCIA  DK  PÚBLICO       (FoU.  MeurUs*) 


Historia  de  la  üljerra  europea  de  1914 


EL   CA.MHIO    DE    Bll.LKTEtí    E.\    EL   ÜANCU   DE    FUA.N(1A 


5."     Uii  núcleo  de  oficiales  de  reserva,  médicos, 
veterinarios,  etc. 

Además,  por  el  nkase  imperial  se  requisaron  en 
los  gobiernos  de  la  movilización  los  caballos,  vehi- 


AUyUníIK.NUO   lill.I.ETliS   XUKViiS   DE   CINCO    Y    DE   VKINTli 

FRANCOS  l*"o'8-  Meurisat.) 


culos  y  correajes  necesarios  ]iara  las  citadas  fuerzas. 

Los  cadetes  de  la  Armada  fueron  promovidos  cu 
masa  al  grado  de  oficiales. 

En  Sau  Pctersburgo  y  otras  capitales  rusas  las 
manifestaciones  patrióticas  eran  continuas  é  ini])o- 
nentes  por  su  número. 

El  pueblo  ruso,  dividido  hasta  poco  antes  por  las 
divergencias  políticas  y  los  antiguos  odios  de  raza, 
mostraba  su  entusiasmo  con  uua  absoluta  unanimi- 
dad. Los  revolucionarios,  enemigos  del  Imperio,  toma- 
ban parte  en  estos  actos  patrióticos.  La  consideración 
de  que  Rusia  defendía  á  un  pueblo  débil  y  pequeño 
como  Servia,  hizo  que  hasta  los  enemigos  más  irre- 
ductibles se  uniesen  al  goljieriio  ajirobando  su  con- 
ducta. Los  días  tristes  de  la  guerra  ruso-japonesa, 
alterados  por  la  discordia,  estaban  muy  lejos  para 
todos. 

El  embajador  de  Alemania  en  San  Pctersburgo  so 
presentó  á  M.  Sauzanof,  ministro  de  Kelaciones  Ex- 
teriores, ])ara  preguntar  si  eran  ciertas  las  medidas 
de  movilizaci('>n,  dando  á  entender  que  en  caso  alir- 
mativo  el  Imperio  alem;in  pnicedería  ;i  una  muviliza- 
cióo  análoga. 

Alemania  (jucría  sal)er: 

]."     Cuál  era  el  objeto  de  la  movilización  en  Husia. 
■J."     Si  esta  movilización  era  dirigida  contra  Aus- 
tria. 

•i."    Si  Rusia  estal)a  dispuesta  á  ordenar  ijue  cesase 
(^sta  movili/.acii'in. 

El  gobierno  alema u  pidió  á  Rusia  que  contestase 
lo  antes  posible  á  estas  preguntas,  que  tenían  el  carác- 


62 


VICENTE  BLASCO  IBAÑE2 


tcr  de  un  nUimatum.  El  niinisti'o  Sauzanot'  i'o.sj)nnili(i      todavía  las  tropas  sobre  las  armas,  si  es  que  Alemania 
que  esta  movilización  no  iba  dirigida  en  modo  alyuno      realizaba  su  movilización. 

contra  Alemania,  pues  no  se  desarrollaba  en  sus  fron-  Inglaterra,  tenaz  en  sus  gestiones,  era  la  última 

toras  y  sólo  era  parcial.  En  cuanto  á  dar  órdenes  para     esperanza  de  los  que  ai'in  conñal)an  en  un  arreglo  que 
suspenderla,  ya  no  era  posible.  conjurase  la  guerra.  El  ex  ministro  Piclion,  ilustre 

La  gestión  amenazante  de  Alemania  (lal)a  á  enten-     diplomático,  resumía  de  este  modo  los  sucesos  en  Le 
der  su  propósito  inmediato  de  recurrir  á  la  guerra.  No     PcUl  Journal: 
había  querido  intervenir  hasta  entonces  entre  Rusia  y 
Austria  á  (in  de  llegar  á  un  acuerdo,  l'ero  ahora  daba 
señales  de  vida  ])ara  amenazar  al  lunterio  ruso  si  con- 
tinuaba su  movilización  contra  los  austríacos. 

Persistiendo  Inglaterra  en  sus  propósitos  concilia- 
dores, aún  gestionó  en  este 
día  cerca  del  gabinete  de 
Berlín  para  sostener  la  paz. 
Sir  Edwui'd  (¡rey  renuncia- 
ba á  sus  iniciativas  anterio- 
res y  pedía  á  Alemania  (|U(' 
manifestase  bajo  qué  forma 
juzgaba  preferible  una  in- 
tervención amistosa  en  el 
conñicto.  El  gobierno  de 
Herlín  no  contestó.  El  mi- 
nistr<i  inglés,  eonvenculo 
al  lin  de  (jue  no  consegui- 
ría en  su  obra  pacífica  el 
a])oyo  de  laM'il/iclut.sfiy/isS/' 
— como  llaman  en  lenguaje 
diplomático  al  gabinete  de 
Berlín — ,  concentró  sus  es- 
fuerz(js  para  convencer  al 
BalJiíhii:,  ó  sea  el  gabinete 
de  Viena. 


El  gobierno  francés  no 
se  hizo  ilusiones  sobre  la 
posibilidad  de  una  paz  al 
enterarse  del  nlfimatu/n 
dirigido  á  Rusia  por  el  go- 
bierno de  Alemania. 

La  guerra  era  inevitable 
y  había  que  tomar  precau-   * 

(dones.  Se  abstuvo  hasta  el  liltimo  momento  de  dar 
la  orden  de  movilización,  poro  adoptó  todas  las  me- 
didas compatibles  con  un  estado  normal.  Las  tropas 
llamadas  de  «cobertura»  fueron  concentradas  en 
diversos  puntos  de  la  frontera.  •^50.000  hombres 
del  ejército  activo  formaron  una  muralla  para  im- 
pedir una  invasión  repentina.  Mientras  tanto,  á  sus 
espaldas  podían  realizarse  tranquilamente  los  prepa- 
rativos de  defensa.  Los  depósitos  de  municiones  y  ví- 


Ni)  es  posible  (l(>cir— como  nñniian  on  la  capital  de  Alema- 
nia~(|MO  el  liiaiitciiiliiicnto  de  la  Jiaz  ji'eiicral  depemle  de  Hnsia. 
Esta.  atirniaciíHi  es  nii  soIíshki.  liiieamenti'  sena  verdail  si  la 
jiruvocación  linliiesi'  partido  de  San  l'e1crslinri;-o.  Tern  esta 
[iruvocación  ha   iiai-tidíj  ile  otro  I  ni;;  ir.  \'  preeisaimade  en  ese 

liiii'ar  es  donde  la  inter\eiie¡(iii 
a  leí  na  lia  puede  ser  (Jiimipotenle. 
l,a  \ci'dad  es  (pie  el  ^idliiiTUo 
aleiiKiii  resulta  eii  estos  iiioiiii'U- 
tos  id  II 11  ico  seüor  de  l;i  p:i/.  o  de 
la  jiaierra. 

Aun  adliiitieudo  ipir  no  acep- 
te el  eneari^arse  de  rontiaier  íi 
su  aliado  el  Imperio  de  Austria 
\  ijiie  uo  ipiiera  ejel-eer  liili- 
^ama  iircsióa  sobre  él.  siempre 
((uedará  el  recurso  de  una  in- 
tervención de  tres  1)  ciiatñ)  po- 
tencias cerca  de  los  i^obienios 
más  interesados  en  la  crisis. 

Ksta  iuterveiudiiii  es  la  ipie 
Iiii^'laterra  ha  iiroiiiiesto.  la  ipie 
nosotros  hemos  apox'ado.  la.  ipie 
Italia  aceptó  inmediatamente  \- 
la  i|ue  Alemania  ha  rehusado. 
Hay  que  insistir  una  ve/,  ni;is. 
Esta  solución  se  impone.  (,>ue 
miiditii|iieiisu  forma  sise  ((iiiere 
jiara  dar  toda  hi  satisfacciíju  po- 
sible á  las  objeciones  alemanas. 
Pero  ((ue  se  insista  en  ella;  (pie 
\  iielvaii  á  reaniidarsíí  las  neg-o- 
ciaidoues. 


EL    REY    DK   liliLGIUA,    ALHEKTO   I 


Clcmenceau,  en  su  pe- 
riódico El  Iloiiúiff  L\hi-<\ 
se  mostraba  menos  con- 
iiado,  dudando  (jue  se  acej)- 
tase  la  solución  projíuesta: 


Todos  los  países  (dvilizados  saben  de  di'iude  viene  la  ag're- 
sióii. 

Todos  los  países  civilizados  saben  de  qué  parte  proceden  las 
intervenciones  diidomátieas  en  favor  de  la  yx/.  y  de  qué  parte 
las  resistencias. 

Todo  el  niuudo  ha  visto  ipii'  el  emperador  alemán  se  inter- 
imso  desde  el  primer  dia  para  imi^cdir  (pie  Kiisia.  protectora 
natm-al  de  los  pueblos  eslavos,  interviniesr'  en  fa\iir  de  Serxia. 
amenazada  de  un  aplastamiento. 

En  cnanto  líiisia  ha  resuelto  movilizar  una  parte  \\\\\\  ]>e- 

queña  de  sus  tropas  jiara  tomar  Icti'itimas  ¡ireca liciones  i i 

veres  se  completaron  con  vertiginosa  rapidez.  Las  respuesta  á  la  movilización  austríaca,  (iuillermo  II  se  ha  apre- 
surado á  deidarar  al  zar  (pie  si  tiene  Itl,  aiiihuda  de  prexeuirse 
será  preciso  (pie  jior  ello  arda  Europa  entera. 


vías  férreas  quedaron  expeditas  para   una   próxima 
movilización. 

El  níy  de  Bélgica  tuvo  frecuentes  entrevistas  con 
sus  ministros  y  el  jefe  del  Estado  Mayor  general  del 
ejército.  Sus  acuerdos  se  encaminaron  á  reforzar  más 


lllbTOK'lA  Dü  LA  GUERRA  EUROPEA  DE   1911 


65 


XII 


Los  bastidores  del  dram^.  —  Despachos  de  Guiller- 
mo i!  y  el  zar. — La  conducta  del  kaiser. — Llnanimi- 
dad  francesa. — El  ciudadano  Hervé  y  iu  huelga  ge- 
nera!.— El  caricaturista  Hansi. 

j\lii'iitra.s  se  agitaba  la  diplomacia  buscando  una 
suluciúu  al  conflicto,  dos  altos  personajes,  en  cuyas 
manos  estaba  depositada  la  suerte  de  Europa,  so  po- 
nían en  couiuuicacióu  á  impulsos  del  peligro. 

El  emperador  de  Alema- 
nia y  el  tic  líusia  cruzaron  | 
varios  telegramas  intere- 
santes. El  parentesco  y  la 
amistad  les  hicieron  tratar 
este  asunto  con  cierta  con- 
fianza, como  un  pleito  de 
familia.  Fue  un  aparte  en- 
tre bastidores,  mientras  so- 
bre el  escenario  europeo  se- 
guían actuando  las  canci- 
llerías á  la  vi.sta  de  todos. 

El  'JS  de  Julio  por  la  no- 
che, Guillermo  II,  que  aca- 
baba de  regresar  á  su  Im- 
perio, dirigió  el  siguiente 
despacho  á  su  primo  el  em- 


ii;u'i(in  en  Kusia  es  i'iioriiii';  yii  i)articipn  de  ella.  I'ru.sii-iito  ((iio 
iiMiy  pronto  no  poilró  ri'sistir  á  las  presione.'?  (jiic  la  opiíium 
ejerce  sobre  mí.  y  me  veré  obligado  á  tomar  medidas  que  |)ro- 
vocarán  la  g-uerra. 

Para  evitar  la  desg-racia  que  representaría  una  guerra  euro- 
pea, te  ruego,  en  nombre  de  nuestra  antigua  amistail.  que  ba- 
gas todo  lo  posible  para  impedir  (pie  tu  aliado  vaya  demasiado 
lejos. 

Ni'oi.Ás 

El  mismo  día,  ú  las  seis  y  media  de  la  tardi',  tele- 
grafió (iuillernii)  II: 


Ilc  reeibid' 


perador  de  Kusia: 


I  (111  una  gran  inquietud  me 
entero  de  la  ini]iresi(Jn  que  el 
nllimattuii  austro-búngaro  ba 
prodneido  en  tu  Imperio.  La 
agitación  sin  escrúpulos  que 
desde  liace  años  se  desarrolla 
en  Servia,  ha  determinado  el 
asesinato  de  Francisco  Fernan- 
do. Los  servios  están  dominados 
aún  por  el  espíritu  ()ue  los  im- 
I)ulsó  al  asesinato  de  s>i  lícy  y 
de  su  Keina.  Indudablemente 
con  vendrás  coinnigo  en  que  nos- 
otros dos,  asi  como  los  demás 

soberanos,  tenemos  interés  en  ipie  todos  los  (pie  resulten  res- 
ponsables de  este  crimen  horrible  no  queden  en  la  impunidail. 
I'orotr.i  parte  comprendo  (;uán  dificil  es  para  ti  \-  tu  (iobier- 
110  ir  contra  la  opinión  pública  de  tu  jiais.  (iracias  á  la  ainislad 
que  desde  hace  mucho  tiempo  me  une  estrechamente  con  Immu 
cisco  .losé.  des|iliegip  sol)re  .\ustria-Hungría  toda  mi  inlluencía 
l>ara  empujarla  á  (pie  se  entienda  franca  y  pa  -ilicamentí^  con 
Kusia.  líspcro  ardientemente  que  tú  ayudarás  mis  esfuerzos, 
para  alej.ir  las  dilicnltades  qiu;  existen  en  la  actualidad. 
Tu  afectuoso  primo. 

(ii  n.i.iíUMo 

El  '>')  (le  .lulio.  á  las  diez  de  la  mañana,  rcspiuulio 
Nicolás  II  al  cmperailor  alrni;in: 


I  tu  telegrama.  Comparto  tu  deseo  de  mantener 
la  paz.  Sin  embargo,  yo  no  piie- 
ilo  considerar  la  guerra  austro- 
húngara  como  una  guerra  ver- 
gonzosa, porque  Austria-Hun- 
gria  sabe  por  experiencia  (pie 
las  promesas  de  Servia,  cuando 
no  están  consignadas  sobre  el 
papel,  nada  valen.  Según  mi  en- 
tender, la  acción  austro-húnga- 
ra debe  ser  considerada  como 
una  tentativa  para  lograr  que 
esta  vez  las  promesas  servias  se 
cumplan.  Me  sostengo  lirme- 
mente  en  esta  opinión  al  ver 
(jue  el  Gabinete  austro-húngaro 
se  ha  comprometido  á  no  buscar 
ninguna  conquista  territorial. 

Creo  qu(í  un  acuerdo  directo 
entre  tu  Gobierno  y  Viena  es 
posible  y  deseable;  un  acuerdo 
(¡ne,  como  ya  te  he  dicho,  aj»)- 
yaria  mi  Gobierno  con  todas  sus 
fuerzas.  Naturalmente,  las  me- 
didas militares  podrían  ser  con- 
;    /■  sideradas  como  una  amenaza 

y  /  por  Austria-Hungría,  y  podrían 

í  Mt  .•'        prüV(jcar  la  desgracia  que  nos- 

"  "    '  otros  tenemos  interés  en  impe- 

dir, haciendo  imposible  la  mi- 
sión mediadora  (pie  yo  me  he 
apresurado  á  asumir  en  vista  do 
tu  llamamiento  á  mi  amistad  y 
mi  a\'ii(la. 

Geil.LKli.MO 


LA    UKINA    HE    UELGICA. 


(Fot.  Kol)  Horas  después,  á  la  una 

de  la  madrugaila,  nuevo 
despacho  del  (Muperador  de  Alemania,  siu  aguardar 
la  respuesta  de  Rusia: 

Mí  embajador  ba  recibido  el  encargo  de  señalará  tu  fiobier- 
no  los  peligros  \-  las  graves  consecuencias  de  una  movilización. 
Como  le  decía  ayer  en  mi  último  telegrama,  Austria  Huiigria 
no  moviliza  contra  Servia  mas  que  una  parte  de  su  ejército.  Si 
ahora,  como  (!S  cierto,  tú  movilizas  contra  Au.stria-Hungria.  la 
misión  (pie  me  conflaste  resulta  difícil,  si  es  que  no  imiiosible. 
1.a  dílieultad  de  la  deci3i(jn  que  hay  ipie  tomar  reposa  ahora 
sobre  tus  hombres.  A  tí  te  corresponde  la  respoiLsabilidad  de 
la  guerra  o  de  la  paz. 

GtlLLEIlMO 


Me  alegro  de  saber  que  has  regresado  á  Aleni.-inía  en  estos 
momentos  graves.  Te  suplico  viv.um-nle  (pie  me  a\iides.  fna 


Este  telegrama  .se  cruzó  con  el  siguiente  del  em- 


guerra  vergonz(jsa  ha  sido  declarada  á  un  país  débil.  La  indig-      perador  de   Rusia,  ijue  era  en  respuesta  del  anterior. 


64 


VICENTE  BI  ASCO  IBAÑEZ 


THOl'AS    yiiRVIAS    SALIENDO    I'AKA    LA    (itíKURA 


(Fot.  Rol) 


NicnJás  11  íi  (liiilli'niti)  11 
80  (lo  .lulin.  1  de  l:i  tanlc. 

Ag'iMdrzco  ('onlhilinontc  tu  pronta  rcv-ipucstn.  Est:i  noclio 
enviare''  á  Tatisclicfcon  instrucciones.  Las  uicdiilas  militares 
actuales  cstal)an  acordadas  desde  hace  cinco  dias  aproxiniada- 
nicntc.  para  defendernos  de  los  austríacos.  Espero  de  todo  co- 
razón que  estas  medidas  no  van  á  impedir  tus  funciones  de  me- 
diador, de  las  cuales  espero  muclio.  Tenemos  necesidad  do  tu 
presión  sobre  Austria-Hungría,  para  que  ésta  ipiiera  entenderse 
con  nosotros. 

Nicolás 

Cuando  el  zar  recibió  el  último  dcspaclio  de  Gui- 
lloi'ino  II,  (juc  so  habia  cruzado  (!un  el  sujo,  le  con- 
testo: 

Te  do\'  las  gracias  cordialniente  piir  tu  nii'diaci('in.  que  lince 
esperar  una  solución  iiaciñca.  Es  verdaderamente  imposil>lo 
suspender  nuestros  preparativos  militares,  que  resultan  nece- 
sarios después  de  la  movilización  austríaca.  Nosotros  no  desea- 
mos una  guerra,  y  mientras  duren  las  negociaciones  con  Aus- 
tria para  llegar  á  un  acuerdo,  mis  trojias  no  tomarán  ning'uua 
actitud  hostil.  Yo  te  doy  solemnemente  mi  palabi-a. 

Teng'o  conrtanz;!  eu  Dios  y  espero  mucho  dr  tu  uicíliacinn 
en  Viena  para  el  bien  dt;  nuestro  pais  .y  de  la  pax.  de  Europa. 
Cordialinente  tu  agradecido 

Nicolás 

El  mismo  día  á  media  noche  (¡uillernio  II  ti'le;4'i'ati'i 
lo  sio'uieute,  con  gran  asombro  del  zar  y  su  o-obierno: 

Mientras  mi  mediacicbi,  asumida  según  tu  deseo  entre  tu 
Gobierno  y  el  (¡obierno  vienes,  estaba  en  plena  actividad,  tus 
tropas  han  sido  movilizadas  contra  mi  aliado  Austria-Hungría, 
lo  (pie  ha  liedlo  mi  acción  casi  ilusoria.  Sin  embargo,  la  he  eoii- 


tiiuiado.  l'erii  ahora  recibo  noticias  ciertas  sobre  tus  prcparali- 
vos  belicosos  en  mis  fronteras.  La  responsabilidad  de  la  seguri- 
dad de  mi  Imperio  me  obliga  á tomar  contra-medidas  defensivas. 

He  hecho  todos  los  esfuerzos  en  favor  del  mantenimiento  de 
la  paz.  No  caerá  sobre  mí  la  responsabilidad  de  la  desgracia  que 
amenaza  al  mundo  civilizado.  En  este  momento  tú  dispones 
aún  de  la  posibilidad  de  ciinjurarla.  Nadie  amenaza  el  honor  y 
la  fuerza  de  líusia.  que  podría  haber  esperado  el  resultado  de 
mis  esfuerzos. 

La  amistad  por  ti  y  por -tu  jiais  (iiie  juré  ante  el  lecho  lU^ 
muerte  de  mi  abuelo  la  he  considerado  siempre  como  algo  sa- 
grado, y  he  sido  flel  á  Rusia  en  sus  momentos  más  difíciles,  es- 
pecialmente cuando  la  guerra  ultima.  Hoy  la  paz  europea  sólo 
puede  ser  salvada  por  ti,  suspendiendo  Rusia  los  preparativos 
militares  que  amenazan  á  Alemania  y  Austria-Hungria. 

tillLLEU.MO 

La  conducta  del  emperador  alemán  se  revida  cla- 
ramente en  estos  telegramas. 

Promete  iníUiir  con  el  emperador  de  Austria,  pero 
á  condiciiin  de  (jue  Rusia  detenga  su  movilización, 
niicütras  el  Imperio  austríaco,  movilizado  ya,  ataca 
á  la  débil  Servia,  que  es  justamente  lo  que  Nicolás  II 
quería  impedir.  ¿Cómo  creer  además  en  la  sinceridad 
de  tales  mediaciones  cuando  todo  lo  hecho  por  Austria 
era  con  previo  aviso  y  consulta  al  gobierno  alemán, 
no  atreviéndose  á  avanzar  un  paso  sin  su  aprobación 
y  la  seguridad  de  su  apoyo? 

Cuando  Nicolás  II  insiste  en  la  necesidad  indiscu- 
tible de  que  Rusia  tome  medidas  militares  para  preca- 
verse de  los  austríacos,  pero  empeña  solemnemente 
su  palabra  de  que  las  tropas  rusas  no  se  moverán 


Dibulo  de  M.  Colon  Woodvlllc,  de  «The  lllustraled  Loiidon  News» 

Los   huíanos   batidos   por   la    caballería   y   las    ametrall4r 


RA    ALEMANES 


i|»ras   inglesas    en   un   pueblo    de   la   frontera   de   Francia 


HISTORIA  DI-:  I.\  GUERRA  ELIROPEN  DE  l^ll 


65 


mientras  duren  las  nofj:;üciacio- 
nes  con  Austria,  Guillermo  II 
no  sabe  qué  decir  pava  sostener 
su  equívoco,  y  sale  del  paso 
atropcllaudo  sus  anteriores 
promesas,  con  pretexto  de  que 
la  movilización  rusa,  segi'in  si'H 
noticias,  va  dirigida  ahora  con- 
tra las  fronteras  de  Alemania. 

Esto  era  completamente 
falso. 

En  la  presente  guerra  lo  más 
asombroso  no  son  los  cañones 
enormes  ni  las  masas  de  com- 
batientes, monstruosas  por  su 
número  y  su  mortaldad:  lo 
inaudito,  lo  que  jamás  se  vio 
en  la  Historia — ni  aun  en  los 
tiom])os  de  mayores  felonías — , 
es  el  continuo  atentado  contra 
la  verdad,  una  prontitud  para 
mentir  que  desconcierta  por  lo 
audaz  y  revela  el  desarreglo  de 
un  pensamiento  trastornado. 

Para  romper  con  Rusia  hubo 
que  inventar  que  ésta  hacia 
preparativos  militares  contra 

Alemania,  preparativos  que  nadie  pudo  ver.  texto  fué  que  unos  aviadores  franceses  habían  volado 
Luego,  para  justificar  la  inmediata  invasión  de  sobre  ciertas  ciudades  alemanas,  arrojando  bombas. 
Bélgica,  Guillermo  II  aseguró  que  Francia  é  Inglate-  Y  los  vecinos  de  dichas  ciudades  debieron  pregun- 
rra  querían  invadirla  igualmente,  y  por  eso  Alema-  tarse  cómo  su  emperador  insigne  tenía  noticia  de  ta- 
ñía se  adelantaba  á  estas  dos  naciones.  Fué  en  vano      les  atentados,  cuando  ellos  nada  habían  vistii. 


IN    VOLr.NTAUIO    SKKVIO    Ulí    DOCE    ANOS 


(Fot.  Kol) 


que  Alberto  I,  el  principal  interesado,  afirmase  que 
Francia  é  Inglaterra  le  habían  ofrecido  garantías 
para  el  respeto  de  su  neutralidad.  Una  vez  notificado 
el  absurdo  embuste,  Alemania  realizó  la  invasión, 
sin  sentir  la  necesidad  de  más  sólidos  argumentos. 
Al  declarar  la  guerra  á  Francia,  su  principal  pre- 


En  estií  gráfico  puede  verse  por  qué  mollvo  Uusla.  protectora  natural  de  los  pueblos 
eslavos,  salió  en  defensa  de  Servia,  hermana  &uya  de  raza 


Algo  más  que  una  mórbida  tendencia  á  la  iucxac- 
titud  y  la  falsedad  revela  esta  conducta. 

Guillermo  11,  en  su  último  telegrama  al  zar,  hace 
responsable  á  éste  de  la  gran  desgracia  qiie  amenaza 
al  mundo  civilizado:  <,<Tú  eres  el  único  que  puede 
salvar  la  paz  de  Europa. >> 

V\\  día  después,  las  continuas  gestiones 
del  gobierno  británico  cerca  de  la  corte  de 
Viena  consiguen  ablandar  al  gobierno  de 
Austria,  que  se  aparta  un  poco  de  las  suges- 
tiones de  su  poderoso  aliado,  y  accede  al  fin 
á  tratar  directamente  con  Rusia,  sin  duda 
por  una  incjuietud  de  liltima  Iiora  aute  las 
consecuencias  de  la  coufiagracióu  eur(»pea. 
Austria  y  Rusia  van  á  entablar  una  ne- 
gociación. Las  potencias  amigas  de  la  paz 
asistirán  como  buenas  consejeras.  Segura- 
mente van  á  entenderse  los  dos  adversarios, 
terminando  con  un  mutuo  acuerdo  las  hos- 
tilidades cu  Servia. 

La  ]>az  será  un  hecho  en  breves  días.  Se 
restablecerá  la  normalidad  europea,  no 
siendo  ya  posible  la  «guerra  preventiva» 
para  cortar  el  desarrollo  de  las  naciones 
odiadas. 

El  soberano  de  Berlín,  ^<el  amigo  de  la 

8 


<_ 


66 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


KL   URAN   DUQUE  NICOLÁS 
Generalísimo  de  los  ciérdtos  rusos 


(l'ot.  Rol) 


paz»,  ve  un  esto  una  aniouaza,  c  inesperadamente, 
cuando  todas  las  potencias  sienten  después  do  una 
semaiKi  de  angustia  la  casi  seguridad  do  una  buena 
solución...  ¡declara  la  guerra  á  Kusia! 

V  en  el  curso  de  esta  guerra,  Guillermo  II  aíirnia 
siempre  une  su  país  ha  sido  atacado  y  (|ue  todn  cuanto 
hace  es  \)ov  la  necesidad  de  derendcrse. 

El  juicio  más  sólido  y  tranquilo  se  altera  y  con- 
funde ante  tantos  absurdos  ó  incoherencias. 


Francia  dudn  dr  la  posibilidad  de  la  paz  á  partir 
del  no  de  Julio.  Kl  gol)ierno  recibía  noticias  de  los 
preparativos  belicosos  de  Alemania. 

Desde  el  día  25  habían  sido  arniaihis  las  ])Iazas 
fuertes  de  la  frontera  alemana  limítrofe  con  Francia, 
concentrándose  varios  cuerpos  de  ejíu-cito  al  Este  dt; 
Metz  y  de  Thiouville.  Del  lado  francés  las  tropas  de 
cobertura  habían  ocupado  las  avanzadas. 

La  proximidad  de  ambos  ejércitos  dio  lugar  á  al- 
gunas violaciones  de  frontera  por  parte  de  los  alema- 
nes. Varias  patrullas  se  internaron  por  error  en  terri- 
torio francés. 

El  día  :3ü  por  la  tarde  ocurrió  el  primer  incidente 
cerca  de  Luneville.  Dos  suboüciales  alemanes  de  ca- 
ballería, al  hacer  un  reconocimiento,  llegaron  hasta 


las  iiimi'diaciniics  dr  la  aldea  francesa  di'  Xurcs,  ií  mi 
cuarto  de  kilómetro  de  la  frontera,  lu  aduanero  les 
hizo  saber  ijue  estaban  en  territorio  de  Francia,  y  los 
dos  alemanes  le  contestaron  groseramente;  pero  hu- 
bieron de  retroceder  en  vista  de  la  actitud  de  los  ha- 
bitantes. La  gendarmería  y  un  pelotón  de  cazadores 
á  caballo  ocuparon  la  aldea  para  impedir  una  nueva 
violación  de  territorio. 

Fl  pidigro  nacional  alinuó  detinitivaiiiente  en 
Francia  la  unanimidad  de  opiniones  que  se  había 
esbozado  al  iniciarse  el  conñicto.  Los  diversos  jjarti- 
dos  olvidaron  sus  querellas,  para  no  pensar  mas  que 
en  la  salvación  de  Francia.  «¡La  patria  está  en  peli- 
gro!» Esta  frase,  que  evocaba  el  recuerdo  glorioso  de 
la  primera  Revolución,  sirvió  para  el  agriipamiento 
de  los  franceses.  Todos  quisieron  imitar  el  ejcnijilo  de 
los  patriotas  de  17'>"J. 

Un  motivo  de  inijuietud  i)ara  las  clases  conserva- 
doras y  para  los  indiferentes,  era  la  conducta  que 
podrían  adoptar  los  socialistas,  sindicalistas  y  demás 
revolucionarios. 

En  todos  los  congresos  internacionales,  los  socia- 
listas habían  hablado  de  ])rovocar  una  huelga  gene- 
ral en  Europa  si  se  iniciaba  la  guerra,  diticultando 
de  este  modo  la  acción  belicosa  de  los  gobiernos.  La 
señal  do  esta  huelga  debía  partir  necesariamente  de 
Francia,  por  ser  la  nación  que  marcha  al  frente  de 
las  aspiraciones  revolucionarias.  Los  representantes 
del  socialismo  alemán  habían  mostrado  en  todos  los 


LAS   l-UONTERAS  RUSO-GERMAHICAS 


HlStORlA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1^11 


67 


Coagi'eSoá  una  visible  ambigüedad  al  tratar  este  pun- 
to. Era  indudable  que  en  el  caso  de  surgir  la  gue- 
rra sus  esfuerzos  para  impedirla  no  representarían 
gran  cosa.  Desde  que  se  inició  el  conflicto  austro- 
servio,  los  socialistas  alemanes  no  hicieron  ninguna 
manifestación  enérgica  para  combatir  las  amenazas 
do  guerra.  Su  diario  el  Vorwavrts,  de  Berlín,  protesto 
contra  el  carácter  amenazador  y  ofensivo  de  la  Nota 
de  Austria  contra  Servia...  pero  nada  más.  La  oposi- 
ción de  los  socialistas  germánicos  no  iba  á  ir  más 
allá  de  una  campaña  de  artículos  de  periódico.  Inútil 
esperar  que  las  masas  obreras  circulasen  por  las  calles 
■  de  Berlín  protestando  contra  una  política  belicosa.  No 
era  un  secreto  ]íara  los  socialistas  de  otras  naciones 
que  gran  parte  de  los  directores  del  socialismo  ale- 
mán, en  fuerza  de  rozarse  en  el  Parlamento  con  los 
conservadores  y  militaristas,  se  habían  aficionado  á 
la  influencia  política  y  estaban  á  las  órdenes  del  go- 
bierno, disimulando  sus  abdicaciones  con  una  oposi- 
ción fingida  é  ineficaz. 

Jaurés,  espíritu  generoso  enemigo  de  la  guerra, 
creyó  hasta  el  último  momento  en  las  virtudes  de  sus 
correligionarios  del  otro  lado  del  Khin,  esperando  que 
el  proletariado  europeo  lograría  evitar  el  conflicto. 

¥a\  su  diario  LHumanitd  del  31  de  Julio  decía  así 
el  gran  apóstol  del  socialismo,  cuando  sólo  le  queda- 
ban unas  horas  de  vida: 

Todo  lo  que  veo  á  la  lioni  presente  en  esta  obscuridíid  g-ene- 
ral,  (ís  que  nuestros  e;uiun';id;is  los  soeüdistns  de  Aleniaui.-i  li;iu 
l)rotestado  vig-oros.imeiite  en  uu  artículo  del  Vorn-aerls  contni 
el  carácter  amenazador  y  ofeusivo  de  la  Nota  austríaca. 

Que  los  socialistas  de  todos  los  países  redoblen  sus  esfuer- 
zos para  aclarar  la  opinión  y  oponer  su  solidaridad  á  la  (^spau- 
to.sa  catástrofe  (pie  ameuaza  al  mundo. 

Generoso  consejo  el  del  gran  orador,  propio  de  su 
alma  buena;  pero  los  cama.i'adas  alemanes,  empon- 
zoñados por  el  espíritu  ambicioso  de  su  país,  pensa- 
ban en  la  grandeza  alemana,  con  su  Imperio  triun- 
fante, antes  que  en  la  libertad  y  los  intereses  del 
proletariado  universal. 

Otro  personaje  del  socialismo  francés,  viendo  cla- 
ramente los  peligros  que  Alemania  hacía  correr  á  su 
país,  se  apresuró  á  tranquilizar  la  opinión,  temerosa 
de  la  actitud  de  los  revolucionarios.  Fué  Gustavo 
Hervé,  el  famoso  profesor  antimilitarista,  odiado  por 
los  patriotas  á  causa  de  sus  atrevimientos  de  lenguaje 
contra  las  glorias  militares  de  Francia. 

Hervé  es  un  universitario  amigo  de  la  paradoja, 
que  dedicó  su  pluma,  ágil  y  desenfrenada.  \\  condja- 
tir  el  militarismo.  Sus  campañas  le  llevaron  á  la  cár- 
cel varias  veces,  sobrellevando  con  arrogancia  todas 
las  persecuciones.  El  entusiasmo  de  las  masas  obre- 
ras le  acompañó  por  las  calles  en  manifestaciones  y 
huelgas. 

Las  gentes  tranquilas  temían  lo  que  pudiesen  in- 
tentar los  jefes  revolucionarios,  y  especialmente  Her- 
vé, por  su  acometividad  entusiástica.  El  cumplimiento 


EL    GUNEllAL    SulKUlILINOF 
Ministro  de  la  Guerra  ruso 

de  las  amenazas  de  una  huelga  general,  que  segura- 
mente  se  desarrollaría  sólo  en  Francia,  significaba 
entregar  la  nacióu  á  merced  del  enemigo.  Pero  Her- 
vé, que  es  en  realidad  un  buen  francés,  con  todas  las 
virtudes  y  ligerezas  de  carácter  de  su  pueblo,  y 
cuyas  afirmaciones  contra  la  patria,  el  ejército  y  la 
bandera  no  fueron  en  el  fondo  mas  que  exabruptos 
literarios,  prestó  á  la  nación  el  30  de  .lulio  el  pri- 
mero de  sus  servicios,  publicando  en  La  Gi'i'rra  Social 
un  manifiesto  que  se  titulaba  ^^El  patriotismo  revolu' 
c  ion  ario». 

El  ciudadano  Hervé  terminaba  así,  (huido  por  con- 
jurado el  peligro  de  la  huelga  general: 

Ni  un  solo  socialista,  ni  un  solo  sindicalista  reiunicia  á  rea- 
lizar uu  día— cuando  todos  los  puel>los  cstt'ii  ¡¡routos  para  uua 
acciíju  CDUcertada  y  simultánea  — su  amenaza  de  sublevar  al 
iinsmo  tiempo  en  toda  Europa  el  proletariado  contra  el  linrnir 
de  las  carnicíirías  internacionales. 

Ni  uno  solo  de  ellos  reniega  del  pensamiento  gcncniso  de 
salvar  á  líuropa  del  deshonor  y  la  ruina,  levantando  un  día 
—cuando  en  t(jdos  los  países  est('  jireparado  el  i)ueblo— contra 
la,  guerra  amenazante  el  conjunto  de  las  fuerzas  ¡¡roletarias  de 
todo  el  mundo  civilizado. 

jl'cro  el  día  de  esa  acci(5n  concei-tada  \  shnidtánea  no  lia 
llegado  ano  desgraciadamente! 

l'or  esto,  \iendo  con  claridad  (pie  en  los  momentos  actuales 
una  Inielga  general,  que  resultaría  indudablemente  unilateral. 
Iiecba  S()lo  por  Francia,  entregaría,  nuestra  frontera  y  el  país 
entero  al  Estado  Mayor  alemán,  el  partido  socialista  renuncia. 


68 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


con  el  corazón  lleno  de  amargura,  á  hacer  uso  de  un  arma  for- 
jada para  defender  la  paz  en  peligro,  i)or  miedo  á  herir  con  ella 
al  mismo  tiempo  á  la  patria  en  peligro. 


La  actitud  de  Alemania  hizo  recordar  duraüte  estos 
días  varios  iucideutes  ocuiTidos  en  el  país  enemigo, 
(jiie  mosti'al);ui  el  espíritu  hostil  de  los  germanos  con- 
tra Francia. 

Los  periódicos  de  París  hicieron  memoria  de  los 
incideutes  de  Saverue,  población  de  Alsacia,  acaeci- 
dos un  año  antes  con  motivo  de  las  arrogancias  del 
joven  teniente  Von  Forstner.  Kste  oficial,  al  instruir 


país,  había  enviado  al  coronel  del  regimiento  de  Sa- 
verne  el  siguiente  telegrama  de  felicitación,  lacónico 
y  brutal:  «Muy  bien.  (íolpee  duro.» 

Kl  incidente  de  Savcrne  demostró  la  irritante  do- 
minación que  ejerce  en  Alemania  el  militar  sobre  el 
paisano,  la  servidumbre  vergonzosa  que  sufren  los 
verdaderos  naturales  de  las  provincias  anexionadas,  ó 
si'an  los  alsacianos  do  origen  fVanc('S.  y  el  ndin  inex- 
tinguible de  todo  alemán  contra  Francia. 

También  se  recordaban  en  París  las  campañas  con- 
tra la  legión  extranjera  de  ÚVica,  campañas  realiza- 
das en  Berlín  ])or  medio  de  la  prensa,  el  libro  y  iiasta 
el  teatro,  describiendo  este  cuerpo  militar  como  una 


DIllIJOS    IIK    UANSI 
Un  lenlentc.  Varios  tipos  de  píingcrrnonthlas  en  Alsacia 


unos  reclutas  alsacianos,  los  había  insultado  por  su 
origen  francés.  El  vecindario  se  alborotó  contra  tales 
injurias,  y  entonces  los  militares  alemanes,  hacien- 
do causa  común  con  su  insolente  compañero,  maltra- 
taron á  la  población  civil  de  Savcrne.  El  suceso  iia- 
bía  tenido  uua  resonancia  mundial.  El  gobierno  de 
Berlín,  para  poder  afirmar  á  las  naciones  que  Alsa- 
cia no  vivía  bajo  un  régimen  aplastante,  hizo  com- 
parecer ante  un  consejo  de  guerra  á  Von  Forstner  y 
sus  compañeros,  acusados  de  atrepellar,  no  sólo  á 
simples  particulares,  sino  á  las  autoridades  civiles  de 
Saverne. 

El  consejo  de  guerra  los  absolvió,  dejando  impunes 
sus  atrevimientos.  Hay  que  tener  en  cuenta  que  al 
ocurrir  los  sucesos  el  heredero  do  la  corona  de  Alema- 
nia, el  kronpriutz  adorado  por  los  militaristas  de  su 


institución  infernal  en  la  que  sufrcMi  los  inilividuos 
tormentos  inauditos. 

La  campaña  obedecía  á  un  sentimiento  de  liostiÜ- 
dad  contra  todo  lo  francés;  pero  al  mismo  tiempo  se 
buscó  con  ella  conjurar  un  peligro  nacional. 

Gran  i)arte  d(í  los  soldados  de  la  legión  extranjera 
de  Francia  son  alemanes.  Este  cuerpo  valeroso,  que 
tantas  proezas  ha  realizado  en  las  campañas  de  Áfri- 
ca, se  nutre  con  desertores  de  todos  los  países.  Y  como 
Alemania  trata  duramente  á  sus  soldados,  hasta  el 
punto  de  que  el  suicidio  por  desesperación  representa 
una  verdadera  epidemia  para  su  ejército,  son  miles 
los  alemanes  que  han  abandonado  las  filas  pasando 
la  frontera  francesa  para  engancharse  en  una  Icgióu 
donde  los  oficiales  no  golpean  á  los  hombres  y  éstos 
no  desfallecen  de  hambre.  Algunas  veces  las  desercio- 


HISTORIA  De  la  guerra  europea  de  1914 


69 


nes  hau  sido  en  masa,  presentándose  por 
grupos  los  soldados  alemanes  para  soli- 
citar en  la  frontera  su  envío  á  las  tropas 
de  ÁíViea. 

Fué  inútil  que  los  mismos  germanos 
que  sirven  en  la  legión  extranjera  es- 
cribiesen á  los  periódicos  atestiguando 
el  buen  trato  v  las  consideraciones  mi- 
litares que  gozan  los  individuos  de  dicho 
cuerpo,  iguales  en  todo  á  los  demás  sol- 
dados franceses.  Las  buenas  gentes  de 
ultra -Rliin  siguieron  creyendo  en  los 
tormentos  inquisitoriales  de  Francia.  Lo 
habían  afirmado  los  periódicos  alema- 
nes, y  Alemania  es  el  único  pueblo  del 
mundo  que  dice  la  verdad. 

Otro  suceso  más  reciente,  ocurrido 
el  9  de  Julio,  era  evocado  en  París:  la 
condena  de  Hausi,  el  caricaturista  alsa- 
ciauo. 

Hansi  es  nú  maestro  de  escuela  de 
Alsacia,  notable  como  dibujante  y  como 
escritor  satírico. 

Entusiasta  de  las  tradiciones  france- 
sas de  su  país,  é  irritado  como  la  mayo- 
ría de  sus  compatriotas  por  la  invasión 
de  alemanes  establecida  en  la  tierra  al- 
saciana,  ha  empleado  su  lápiz  y  su  plu- 
ma en  trazar  los  rasgos  más  grotescos 
de  la  impertinencia  y  la  pedantería  con 
que  estos  intrusos  pretenden  germanizar 
á  las  provincias  anexionadas,  sin  con- 
seguir grandes  resultados  después  de 
cuarenta  y  cuatro  años. 

Los  tipos  caricaturescos  creados  por 
Hansi  representando  al  profesor  alemán 
y  su  compañera,  al  educador,  al  gen- 
darme y  otras  especies  invasoras  que  Berlín  envió  á 
Alsacia,  son  ya  populares  en  el  mundo. 

El  maestro-artista,  arrostrando  persecuciones,  vi- 
vió en  su  país,  cerca  de  su  padre,  educando  niños  y 
publicando  libros,  hasta  que  en  1914  su  propaganda 
le  hizo  ser  acusado  por  la  policía 
alemana  como  reo  de  alta  trai- 
ción.  . 

Su  libro  Mita  VlUagr,  relato 
literario  y  gráfico  de  la  vida  de 
una  aldea  alsaciana,  fué  el  ob- 
jeto de  la  denuncia.  Le  persi- 
guieron en  realidad  por  sus  elo- 
gios á  Francia,  por  sus  afirma- 
ciones de  que  el  alma  alsaciana, 
á  pesar  de  los  trabajos  alemanes, 
continúa  siendo  francesa.  Pero 
como  era  impivudente  hacer  pú- 
blico el  verdadero  fundamento 
de  la  acusación,  ésta  se  limitó 
á  pedir  el  castigo  de  Hansi  por 


LA   CONDENA    DE   IlANSI 
El  tribunal  de  Leipzig  juzgando  el  proceso  conira  Hansi  por  su  libro  «Mon  Villagc» 

(Dil)ujo  de  M.  Bomiiard,  CLviado  especiai  ile  la  lllustriüion,  de  Paria) 


ofensas  á  los  gendarmes  y  á  los  pedagogos  de  Alsacia- 
Lorena. 

El  9  de  .Julio  compareció  el  artista  ante  el  Tribu- 
nal del  Imperio  en  Leipzig,  y  fué  condenado  á  un  año 
de  prisión.  Al  terminar  la  audiencia,  Hausi,  ayudado 
por  algunos  compatriotas,  pudo 
escaparse,  refugiándose  en  Fran- 
cia. Con  esto  salvó  su  vida.  El 
año  de  prisión  representaba  para 
(•1  la  muerte.  Al  estallar  la  gue- 
rra un  mes  después,  quedando 
suprimidas  las  garantías  ordina- 
rias, los  alemanes  lo  hubiesen 
fusilado,  como  fusilaron  á  otros 
alsacianos  poco  afectos  al  Im- 
perio. 

Cuando  se  rompieron  las  hos- 
tilidades, Hansi  vistió  el  capote 
del  soldado  francés,  incorporán- 
dose á  las  primeras  tropas  que 
entraron  en  Alsacia,  y  tuvo  la 


HANSI  EN  EL  DANI'O  UE  LOS  ACUSADOS 

(Dibujo  (le  M.  Bompaid) 


70 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


satisfacción  de  ct)iitoiii])lar  sobre  la  alilt-a  descrita  cu 
su  libro  la  baudera  tricolor  tantas  veces  evocada 
por  él. 

XIII 

Alemania  declara  el  «estado  de  amenaza»  en  iodo  el 
Imperio.— Un  discurso  del  emperador.  — «Ullima- 
tum»  alemán  á  Rusia  y  á  Francia.— ¡Es  la  guerra!  — 
Entusiasmo  en  Rusia.— Serenidad  de  París. 

El  vicriKiS  :!1   dr  .Iiilio   aiiiiH'iitai'on  los  síiilunias 
anunciadores  ilo  la  guerra  europea. 

Austríacos  y  ser- 
vios siguieron  com- 
batiendo en  las  orillas 
del  Save  y  el  Danu- 
bio. La  prensa  vienosa 
hizo  circular,  desde  el 
primer  uiouieuto  de 
las  iiostilidades,  que 
el  ejército  austríaco, 
después  do  un  terriide 
bombardeo,  se  liabía 
iiecho  dueño  de  Bel- 
grado. La  noticia  era 
falsa.  Los  servios  con- 
tinuaron defendiendo 
su  capital  y  rechazan- 
do todos  los  ataques 
de  los  invasores.  Estos 
bombardeaban  Bel- 
grado incesantemen- 
te, pero  desde  la  ribe- 
ra opuesta  que  sirve 
(1(!  limite  al  territo- 
rio liúngaro,  valién- 
dose de  los  monitores 
y  de  las  baterías  de 
tierra,  pero  sin  atre- 
verse á  asaltar  la  ori- 
lla enemiga. 

El  Imperio  austría- 
co ordenó  la  movilización  general  de  sus  ejércitos. 
Bélgica  continuaba  sus  preparativos  nulitares,  co- 
uocíendo  ya  las  intenciones  del  Imperio  alemán.  Sii 
rey,  Alberto  I,  decretó  la  uiovilización  de  todo  el  país, 
enviando  además  columnas  importantes  de  tropas  para 
guardar  los  ríos  Mosa  y  Sambre. 

Hulanda,  aunque  no  sentía  los  mismos  temores 
del  Estado  vecino,  procedió  también  á  movilizar  su 
ejército. 

Los  alemanes  en  la  mañana  de  este  día  ocuparon 
el  puente  sobre  el  Mosela,  que  sirve  de  límite  entre  el 
ducado  independiente  de  Luxemburgo  y  el  Imperio 
germánico.  El  puente  fué  obstruido  con  alambrados, 
detrás  do  los  cuales  se  levantaron  algunas  barricadas 
de  carretas. 


IIaNSI.  SOl.l),\l>()    KlíANCHS 

Esto  fotografía,  remitida  por  Mansl  é  uno 
de  sus  omiffos  de  París,  ilcva  un  aulónrafo 
del  artista  alsaclano  que  dice:  «Le  plou-piou 
mai  flceié»,  ei  soldadilio  mal  liilvanado. 


La  primera  Iluta  inglesa  seguía  cruzando  el  uuir 
del  Norte  en  espera  de  órdenes. 

La  mala  situación  económica  hizo  que  Londres  y 
Nueva  York  cerrasen  sus  Bolsas  á  imitación  ile  París 
y  otras  capitales,  quedando  suspendida  la  vida  ñnan- 
(Mcra  internacional. 

En  París  el  gobierno  pasó  el  día  en  sesíi'ni  perma- 
nente, ocujiándosc  de  la  segiu'idad  de  las  fronteras.  A 
petición  del  ministro  de  Hacienda  se  acordn  una  ])i'ó- 
rroga  de  los  documentos  comerciales  vcnci(hjs  liasta 
el  :{I  do  Agosto. 

Llegaban  continuas  iiutieías  de  las  autoridades  de 
la  frontiíra  anuiiciaiidi)  ios  movimientos  del  ijército 
alemán  y  sus  (h'smaniís,  á  pesar  de  (¡ne  no  se  había 
declarado  aiin  la  guerra  y  el  gobierin)  imperial  se 
abstenía  de  toda  declaración  hostil. 

Las  avanzadas  alemanas,  compuestas  de  tropas 
numerosas,  marchaban  por  el  mismo  límite  fronterizo, 
y  muchos  jinetes  se  introdujeron  como  por  equivoca- 
ción en  territorio  francés.  Las  comunicaciones  tele- 
grálicius  y  telefónicas  entre  los  dos  países  habían  sido 
cortadas.  Los  caminos  estaban  obstruíilos  en  la  misma 
tVontcra  con  barricadas  hechas  por  los  soldados  ale- 
ntanes,  y  éstos  impedían  vi  paso  á  los  vianchintes. 
Numerosos  automóviles,  pertenecientes  á  particulares 
que  aprovechaban  el  verano  para  viajar,  fueron  con- 
fiscados, sin  que  los  oficiales  germánicos  prestasen 
atención  á  la  cualidad  do  extranjeros  que  alegaban 
sus  dueños. 

Igualmente  estaban  cortadas  las  vías  tV'rreas  ale- 
manas en  las  cercanías  de  la  frontera,  y  sus  troclias 
defendidas  con  artillería. 

Cuatro  locomotoras  pertenecientes  á  la  compañía 
francesa  do  Ferrocarriles  del  Este  fueron  detenidas 
])or  los  alemanes  en  la  primera  estaciiui,  im])osibili- 
tando  su  regreso  á  Francia. 

Por  la  tarde  un  automóvil  procedente  de  Alemania 
con  varios  individuos  sin  uniforme,  se  aproximó  al 
túnel  de  Clialifert,  cerca  del  límite  franco-alemán.  El 
automóvil  contenia  varias  cajas  de  dinamita.  El  cen- 
tinela IVaucés,  al  ver  que  estos  desconocidos  intenta- 
l)an  descargar  sus  cajas  junto  al  túnel,  hizo  fuego  y 
el  aiitoniiivil  huyó. 

VA  trán.<ito  euti'c  Francia  y  Alemania  había  sido 
cortado  completamente,  á  pesar  do  que  ambas  nacio- 
nes estaban  en  una  situación  normal. 

El  embajador  Schoen  seguía  en  París  haltlando  de 
los  buenos  deseos  de  Alemania  en  favor  de  la  paz. 

Auncjue  uadie  podía  creer  en  tales  palabras,  un 
relampagueo  de  esperanza  iluminó  á  últiiua  hora  la 
in(|uebrantable  tenacidad  de  los  optimistas  y  las  som- 
brías dudas  de  los  incrédulos.  Esta  esperanza  podía 
aceptarse  porque  no  venía  de  Berlín.  Las  agencias 
telegráficas  dieron  la  noticia  de  que,  por  obra  de  las 
gestiones  de  Sir  Edward  Grey,  los  gobiernos  de  Aus- 
tria y  Rusia  iban  á  entablar  una  conversación  diplo- 
mática. Era  el  primer  paso,  ansiado  desde  una  semana 
antes,  para  llegar  á  un  aiuienlo. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


71 


¡Aún  podía  salvarse  la 
paz!... 

Pero  Guillenno  II  vo- 
laba para  cortar  con  un 
gesto  brutal  este  inten- 
to do  transacción  de  su 
aliado. 

D 

El  emperador  de  Ale- 
mania, en  virtud  del  ar- 
tículo ñS  de  la  Constitu- 
ción del  Imperio,  decretó 
el  estado  de  guerra,  lla- 
mado «estado  de  ame- 
naza» (Á'/'ict/sffeff  hr:  i's- 
t((ii(¡).  Este  decreto  era 
aplicable  á  todos  los  Es- 
tados alemanes,  menos 
á  Baviera.  una  ordenan- 
za particular,  semejante 
en  todo  al  decreto,  inclu- 
yó igualmente  al  reino 
bávaro  en  el  «estado  de 
amenaza»,  que  equivale 
al  estado  de  sitio. 

Todos  los  ferrocarriles 
y  demás  medios  de  co- 
municación quedaron 
sometidos  á  la  autoridad 
militar,  así  como  los  pe- 
riódicos y  las  vías  infor- 
mativas. 

El  «estado  de  amena- 
za» aislaba  al  Imperio 
del  resto  del  mundo,  y  á  su  amparo  podían  tomarse     dad  se  hallaba  muy  concurrida.  La  gente  se  apiñaba 


Jrf,ri,f  FWAWCI  A         I  j.i,  d.i     ALgMAHI» 

CuBf«»dC              Slvl>(onrl  I  twcrp»  d«  ~ 

lj"<ilo  •     "  !   I¡>""'-        UI»HIÍ»tS 

'  ^LS  pTD    pnn   EOD  '  f^      '^ 
i  ssn'B'-^  Infanlerra      j  oaa  gíE  |„f¡|„(f,(3 
!  aaa  U  Csballfrla        ,  iaa  f^  Caballina 
j  as    e.'^  ingenieros '  >■    g^ü  Ingenieros 
las    B^ArliWiapif!  -i.    e'-í'Arnlkrá w 
9      C«C"Nsa,      I     .C2SAmclrallsd.ras 
=■    C- Acreslaiion      — >-f  liAfrosfacion 
..—    S!5í^viacion    ;  ~-  S^Aviacion 
«tf     Baterías       tasü  Baterías 


I.AS    TRIII'AS    nE    COHERTIRA    EN'    FRANCIA    Y    ALEMANIA 
Emplazamiento  de  los  distintos  cuerpos,  balerías,  servicio  de  aviación,  etc.,  hasta  la  víspera  de  la  ruptura  de  hostilidades 


todas  las  medidas  militares  en  el  secreto  más  absoluto. 
Equivalía  á  ordenar  la  movilización  general  sin  ne- 
cesidad de  decretarla,  ganando  un  tiempo  precioso 
sobre  los  enemigos,  que  no  so  decidían  á  hacer  lo 
mismo  por  el  escrúpulo  de  ser  los  primeros  en  decla- 
rarse contra  la  paz. 

Francia,  que  no  sentía  deseo  alguno  de  hacer  la 


comentando  la  noticia  de  la  reciente  «declaración  de 
amenaza». 

El  emperador  iba  en  un  automóvil  con  el  uniforme 
de  los  guardias  de  corps,  seguido  de  su  hermano  el 
principe  Enrique,  almirante  de  la  Armada,  del  kron- 
printz  y  otros  individuos  de  la  familia  imperial. 

La  muchedumbre,  al  reconocer  al  kaiser,  rompió  el 


guerra  y  aguardó  hasta  el  último  momento  las  solu-  cordón  de  policías  y  rodeó  el  automóvil  que  ocupaba 

clones  pacíficas,  no  había  ordenado  aún  la  movili-  con  la  emperatriz,  tributando  á  ambos  grandes  ova- 

zación.  ciónos.  Guillermo  II  agradeció  estos  vítores  con  gra- 

Alemania,  por  medio  de  su  decreto  constitucio-  ves  saludos  que  demostraban  su  preocupación, 
nal,  podía  prepararse  secretamente  para  la  guerra.  El  automóvil  del  kronprintz  despertó  un  cntusias- 
ganaado  sobro  la  República  una  ventaja  de  un  día  ó  mo  aún  mayor,  marcándose  con  esto  las  diversas  pe- 
dos. Esto  era  solamente  para  la  movilización  de  las  pularidades  del  padre  y  del  hijo, 
reservas,  pues  sus  fuerzas  activas  las  había  preparado  Cuando  todo  el  cortejo  imperial  hul)0  pasado  por 
desde  el  principio  del  conHicto  austro-servio,  mien-  el  centro  de  Berlín,  excitando  el  entusiasmo  público. 


tras  alardeaba  de  sus  intenciones  pacíficas. 


Á  las  tres  do  la  tarde  Guillermo  II,  acompañado 
de  su  esposa,  so  trasladó  de  Postdam  al  palacio  real 
de  Berlín.  Al  atravesar  el  célebre  Uiifcr  dni  L'nulcii 
(la  Avenida  de  los  Tilos),  esta  vía  principal  de  la  ciu- 


y  los  automóviles  desaparecieron  tras  las  verjas  del 
palacio,  una  mucliedumbro  se  aglomeró  en  las  inme- 
diaciones. 

Todos  podían  ver  al  kaiser  y  oír  su  palabra.  Gui- 
llermo II  tiene  acostumbrado  ú  su  pueblo  á  los  rega- 
los do  su  oratnria.  Kii  tnda  circunstancia  interesante 
sale  al  balcón  para  dirigirlo  un  discurso. 


VICENTE  BLASCO  IRANEZ 


K[.    KALSUIt.  JOVHN 


(Fot.  llcucisse) 


A  las  seis  se  mostró  el  oinpcrudoi',  y  iil  verle  la  luu- 
cliccluiul)i'e  arrojii  eii  alto  sus  gorras  y  pañuelos. 

El  süborano.  con  una  voz  fuerte  que  pudo  oírse  cla- 
ramente en  toda  la  plaza,  dijo  lo  siguiente: 

«Es  esto  un  día  sombrío  para  Alemania,  (^(iiieren 
obligarnos  ú  tomar  la  espada.  Sí  á  última  hora  mis 
esfuerzos  no  consiguen  atraer  ;i  nuestros  adversarios 
á  cnteuderse  con  nosotros  para  el  mantenimiento  de 
la  paz,  yo  espero,  cou  la  ayuda  d(!  Dios,  que  maneja- 
remos la  espada  de  tal  modo,  que  cuando  la  lucha  ter- 
mine podremos  volver  á  enfundarla  con  honor. 

>íUna  guerra  exigirá  de  nosotros  enormes  sacrificios 
de  bienes  y  cxístcucias;  pero  nosotros  enseñaremos  á 
nuestros  enemigos  lo  que  cuesta  provocar  á  Alemania. 

«Mientras  tanto,  yo  os  entrego  en  las  nuinos  de 
Dios.  Id  á  las  iglesias,  arrodillaos  auto  Dios  y  pedidle 
que  ayude  á  nuestro  valiente  ejército.» 

Guillermo  II,  como  de  costumbre  en  sus  discursos 
y  escritos,  metía  al  «buen  Dios»  de  consocio  en  sus 
empresas. 


Di'spui's  de  tales  palabras  no  caljía  ya  duda 
alguna  sobre  la  próxima  guerra. 

En  vano  la  (irán  Bretaña  había  ablandado  la 
resistencia  del  Imperio  austríaco  y  éste  y  Rusia 
se  disponían  á  tratar  un  posible  acuerdo.  El  kai- 
ser lo  atrepellaba  todo  para  que  no  so  le  esca- 
])ase  la  ocasión  de  la  deseada  «guerra  preven- 
tiva». Los  acontecimientos  iban  á  sucedersc  con 
una  raj)idi'Z  vertiginosa. 

Los  embajadores  de  Alemania  en  San  Peters- 
burgo  y  en  I'arís  presentaron  al  mismo  tiempo 
al  gobierno  ruso  y  al  gobierno  francés  dos  vlfi- 
jiKtl niiis  de  (iuíllernm  11. 

En  el  dirigido  á  Rusia  pedía  á  ésta  que  cesase 
su  nmvilizacií'm,  por  ir  dirigida  contra  la  segu- 
ridad de  Alemania — lo  que  era  falso — ,  dándole 
para  ello  un  ti-rmino  de  doce  horas. 

En  el  i'ltiíjiah'iii  á  Francia  exigía  le  dijese 
(jue  si  en  el  caso  de  uua  guerra  de  Alemania 
con  Rusia  la  República  francesa  permanecería 
neutral,  y  daba  un  pl-.izo  de  diez  y  c^cho  horas 
para  contestar. 

La  respuesta  á  esta  inesperada  y  brutal  inti- 
mación la  sabia  de  antemano  el  emjx'rador.  .Solo 
era  posible  una:  la  guerra. 

M.  Stephen  Pichón,  ex  ministro  de  Negocios 
Extranjeros,  llamado  muchas  veces  por  el  go- 
bierno francés  particularmente  á  sus  consejos, 
resumió  la  situación  en  este  artículo,  aparecido 
en  la  uuiñana  sio-uiente: 


L:i  sucrtí!  está  cc'liadii.  Vivimos  i'ii  l;i  vis|)('r;i  de  l;i 
iiucrr;!.  Todas  las  potcueia.s  si'  hallan  sobre  las  anna.s. 
Austria  ha  movilizado:  Hiisia,  rcsiiondicndo  á  esta  ini- 
ciativa, ha  movilizado  á  su  ve/:  Alemania  moviliza:  Fran- 
cia lio  puede  mcno.s  que  hacer  lo  mismo. 

Hasta  última  hora  hemos  ((uerido  esperar,  contra  toda 
es])eran/,a.  Hemos  (juerido  creer  (pie  encontrariamos  en 
los  alemanes  un  deseo  de  paz.  respondiendo  al  nuestro. 
Hemos  buscado  todos  los  procediunentos  d<'  i'onciliaci('in. 

Nos  líenlos  asociado  á  tfldos  los  ¡¡roycctos  i|ue  i)odiau  impe- 
dir á  las  fjraiides  naciones  llamadas  civilizadas  el  arrojarse  niias 
contra  otras.  Dechiramos  nuestro  fracaso. 

Las  comunicaciones  sucesivas  liechas  á  nuestro  (íobieruo 
¡iiir  el  embajador  de  Alemania  en  Francia  no  pernütian  duda 
alguna  sobre  los  iiensannentos  ocultos  de  su  ]iais.  Personal- 
mente. ^L  de  Schoen  es  un  hombre  de  carácter  conciliador. 
Pero  las  instrucciones  que  estaba  oncarg-ado  de  cumplir  no  per- 
mitían intervención  al^inuia  á  sus  sinitimientos  personales. 

Obedeciendo  las  (¡rdenes  (|ue  le  daban  desde  Herlin.  no  ha 
cesado  de  imiiedir.  activa  ó  i)asiv;unente.  ])or  el  aplazamiento, 
la  tortuosidad  ó  la  inercia,  todas  las  proposiciones  mediadoras 
cu  favor  de  la  paz.  La  dechiraciou  que  hizo  ayer  á  nuestro  (io- 
hierno  no  permite  ya  ninfri'ui  equivoco.  Es  la  j;-uerra  y  no  otra 
cosa  lo  (|ue  (luiere  el  (¡obierno  alemán. 

Alemania  demanda  á  Husia  que  desmovilice  en  el  plazo  de 
doce  horas,  y  anuncia  que  en  caso  contrario  efectuará  su  pro- 
¡lia  movilización. 

Alemania  pide  á  Francia  (|ne  le  comuniípie  qué  es  lo  (pie 
hará  en  presencia  de  la  movilización  rusa. 

É  insiste  por  saberlo  hoy  mismo,  y  en  términos  tales,  que 
debemos  esperar  de  un  momento  á  otro  que  retire  su  emba- 
jador. 


HISTORIA  PE  lA  QUERRÁ  F;U!?OPEA  DE  1914 


7d 


KI.    KAISlili    l)lHI(ilKM>il    I.\    l'Al.AlilíA    AI.    IMKIII.D 


74 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


No  queda  otra  cosa  (jue  haft-r  sino  prepararse  al  gran  en- 
cuentro que  después  de  tantos  años  se  esfuerzan  por  evitar  los 
representantes  de  Francia  en  el  extranjero  y  el  (iobieruü  du  la 
República. 

Francia  será  digna  de  su  pas:idoydesu  historia.  Derrotada 
en  1811  á  consecuencia  de  lalt;is  que  es  inútil  reconlar.  resultará 
victoriosa  en  1!I14.  M.  de  Moltke  había  señalado  un  ¡¡lazo  de  cin- 
cuenta años  para  la  g-ernianización  de  Alsacia.  Van  tnuiscurri- 
dos  cuarenta  y  tres,  y  la  gennauización  no  ha  avanzado  nada. 

La  profecía  del  grande  hombre  de  guerra  no  se  ha  realizado. 
\  nosotros  nos  corresponde  ahora,  ya  que  nos  fuerzan,  el  tomar 
el  desíiuite  qw  debemos  á  nuestros  infortunados  compatriotas 
de  las  riberas  del  Rhin. 

Nadie  dirá  que  lo  hemos  buscado.  Sabcums  lo  i|ne  esto  cos- 
tará á  Europa.  Si.  como  todo  lo  hace  prever,  la  guerra  estalla, 
no  seremos  nosotros  los  (|ue  habremos  incurrido  en  la  terril)le 
responsabilidad  de  sumir  á  l-luropii  en  el  fuego  y  la  s-,iiign\ 


En  líusia  la  orden  de  movilización  g-encral  y  las 
amenazas  de  Alemania  provocaron  grandes  manifes- 
taciones de  entusiasmo  patriótico. 

El  vecindario  de  San  Petersburgo  discurrió  por 
las  calles  con  banderas  y  músicas  hasta  las  tres  de  la 
madrugada.  Ante  las  embajadas  de  Francia  é  Inglate- 
rra y  la  legación  de  Servia  so  sucedieron  las  manifes- 
taciones,'cantando  el  himno  ruso  y  los  liimnos  de  los 
indicados  países. 

Los  veteranos  condecorados  con  la  cruz  de  San 
Jorge  marchaban  al  frente  de  los  manifestantes.  Mu- 
chos oficiales  servios,  al  partir  para  su  país  á  fin  de 
incorporarse  al  ejército,  fueron  objeto  de  inmensas 
ovaciones. 

«El  Imperio  ruso — decía  la  G'H'etd  de  San  Pcteis- 
Ivrgo — siente  el  empuje  de  un  irresistible  entusiasmo, 
como  nunca  se  ha  visto,  y  el  deseo  unánime  de  repe- 
ler el  espectro  de  la  invasión  alemana. 

»Todas  las  huelgas  han  cesado  como  por  encanto. 


INSTKVCCIÓN   DE   VOLUNTAEIOS  ALEMANES  EN   IIEKLÍN 


'l'oda  la  nación,  .sin  diierencia  de  regiones,  se  levanta 
para  defender  la  tierra  natal. 

»En  las  calles  se  presencian  escenas  conmovedo- 
ras. Los  desconocidos  se  saludan,  se  abrazan,  se  es- 
trechan las  manos...  El  espectáculo  resulta  indescrip- 
tible. >,» 

En  l'arís  el  ])atriotismo  se  mantuvo  en  una  calma 
digna,  resuelta,  pero  silenciosa. 

La  multitud  recordaba  las  explosiones  de  entu- 
siasmo de  1S7U  que  iiabian  precedido  á  la  derrota. 
El  grito  ^'¡Á  Berlín!/^  lanzado  por  los  policías  secre- 
tos de  Napoleón  111,  era  recordado  por  los  viejos  con 
amargura. 

Nada  de  vociferaciones  y  de  entusiasmo  cstí-rü. 
La  ruidosa  y  expansiva  Francia,  aleccionada  por  la 
desgracia,  permanecía  en  una  actitud  grave. 

Además,  la  República  estaba  dispuesta  á  aceptar 
valerosamente  la  guerra,  pero  no  la  deseaba.  Hasta 
el  último  momento  esperó  una  oportunidad,  una  cir- 
cunstancia favorable,  por  insignificante  que  fuese, 
para  torcer  el  curso  de  los  sucesos  hacia  el  manteni- 
miento de  la  paz. 

Todos  los  franceses,  hasta  los  menos  rcfiexivos,  se 
daban  cuenta  de  lo  que  significaba  una  guerra  euro- 
pea. ¡Qué  de  sacrificios  irreparables,  aunque  se  consi- 
guiera la  victoria!... 

Á  las  diez  de  la  noche  del  31  los  bulevares  esta- 
ban repletos  de  muchedumbre.  Frente  á  las  redaccio- 
nes de  los  grandes  periódicos  se  aglomeraban  los 
grupos  ansiosos  de  noticias,  comentando  los  diversos 
y  vagos  despachos  que  aparecían  en  transparentes  y 
pizarras. 

«¿Será  la  paz?...  ¿Será  la  guerra?...» 
De  pronto  numerosos  pelotones  de  Guardia  Repu- 
blicana, armados  de  fusiles,  cortaron  el  gentío,  yendo 

á  colocarse  estratégicamente 
en  diversos  puntos  de  los  bule- 
vares. Patrullas  de  jinetes  re- 
corrieron lentamente  el  espa- 
cio entre  la  Magdalena  y  la 
Bastilla  ])ara  impedir  un  largo 
estacionamiento  de  los  grupos. 
i;>.euadras  de  agentes  de  poli- 
cía cm])ujaron  suavemente  al 
])úblico  para  alejarlo  de  las 
inmediaciones  de  Le  Matin  y 
otros  periódicos,  y  que  no  ])u- 
dicse  leer  las  noticias  (¡ue  apa- 
recían en  sus  fachadas. 

La  muchedumbre  luibía  aco- 
gido la  aparición  de  los  prime- 
ros soldados  gritando:  « \\\\s.  el 
ejército.'»,  pero  luego  guardó 
un  silencio  que  revelaba  in- 
quietud. Algo  grave  ocurría. 
Una  noticia  importante  cuya 
publicación  deseaba  retardar 
el  gobierno.  Las  precauciones 


\Vvl.  Hol) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


75 


LA    JJK.'HKliL.MHKlí    AME      LE   llATIN» 


(Fot.  Rol) 


lie  la  aiituriJad  al  sacar  tanta  fiierza  armada  á  la  vía 
pública,  eran  las  mismas  que  en  días  de  agitación 
popnlar,  cuando  se  teme  un  motín. 

De  pronto  circuló  de  grupo  en  grnpo  la  esperada 
noticia: 
— ¡Han  matado  á  Jaurés!  ¡Acaban  do  asesinarlo! 

Y  el  sordo  murmullo  que  se  elevó  de  esta  masa 
negra  de  cien  mil  personas,  aglomerada  bajo  los  faros 
eléctricos  del  bulevar,  reflejaba  la  extrañeza  de  todos. 

¡Asesinado  Jaurés!...  ¿Por  qué?...  ¡Matar  al  primer 
orador  de  Francia,  al  tribuno  do  las  clases  trabajado- 
ras, en  momentos  de  angustia  para  la  nación,  cuando 
más  necesaria  podía  ser  su  palabra  para  infundir  en- 
tusiasmo!... 

La  inoportunidad  y  la  incolierencia  de  este  criiuen, 
realizado  por  un  francés  imi)écil  que  al  convertirse  en 
asesino  creía  salvar  á  su  patria,  sumió  á  todos  en  un 
silencio  de  estupefacción  j  de  angustia. 

XIV 
Asesinato  de  Jaurés 

Sus  amigos  le  llamaban  <a'.l  buen  gigante».  No  era 
de  alta  estatura,  pero  sus  hombros  robustos,  su  rostro 
espacioso,  su  amplia  barba,  su  sonrisa  plácida  y  se- 


rena, hacían  recordar  á  los  colosos  de  las  leyendas, 
que  dedican  su  vigor  á  la  defensa  de  las  causas  justas 
y  en  los  cuales  la  fuerza  va  unida  á  la  bondaii. 

Jaurés  era  un  profesor  de  filosofía  que  por  sus  es- 
tudios y  su  amor  ú  los  humildes  acabó  abandonando 
la  cátedra  y  sus  trabajos  literarios  para  lanzarse  á  la 
defensa  del  socialismo.  Pertenecía  á  una  familia  ilus- 
tre de  soldados  del  mar.  Su  tío,  el  glorioso  almirante 
Jaurés,  fué  el  defensor  de  París  en  el  sitio  de  1870.  Su 
hermano,  el  contraalmirante  Jaurés,  es  hoy  en  la  ma- 
rina francesa  un  jefe  muy  acreditado  por  sus  estudios. 

Jaurés  nació  en  Tolosa;  su  alma  de  meridional  es- 
taba preparada  á  todas  las  sensaciones  de  la  bondad  y 
del  arte.  Pudo  ser  un  gran  poeta,  pero  sus  entusiasmos 
humanitarios  le  impulsaron  al  estudio  de  la  filosofía 
y  la  sociología.  En  realidad  lo  fué.  Muchos  de  sus  di.s- 
cursos  resultan  verdaderas  odas,  sobrias  de  forma, 
pero  de  una  poesía  viril.  Temía  los  galopes  de  su  ima- 
ginación, procuraba  contener  las  exuberancias  de  su 
palabra  maravillosa,  quería  sor  conciso  y  hasta  aus- 
tero, no  dando  entrada  en  sus  peroraciones  mas  que 
á  contadísimas  inuigenes  para  no  incurrir  en  la  ba- 
rroca abundancia  .de  los  oradores  meridionales.  Pero 
aun  así,  ¡qué  de  frases  poéticas  en  sus  discursos,  su- 
periores ú  la  gran  mayoría  de  las  que  circulan  envuel- 
tas en  rimas!... 


76 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


JUAN   JAniKS 

Este  revolucionario  y  este  socialista,  acusado  mu- 
chas veces  por  los  conservadores  franceses  de  enemigo 
de  la  patria,  supo  esculpir  en  unas  cuantas  frases  la 
síntesis  del  amor  á  la  patria  como  no  lo  lia  hecho  nin- 
guno de  nuestros  contemporáneos,  como  sólo  hubiera 
podido  hacerlo  Víctor  Hugo. 

Hablando  á  los  socialistas  de  sus  deberes  naciona- 
les, dijo  asi: 

«Vosotros  estáis  unidos  á  esta  tierra  por  vuestro 
pasado  y  vuestro  porvenir;  por  vuestros  recuerdos  y 
vuestras  esperanzas;  por  la  inmovilidad  délas  tumbas 
y  por  el  temblor  de  las  cunas.» 


.laurés  era  la  primera  jiersonalidad  de  la  política 
francesa.  En  la  Cámara  de  diputados  ninguna  pala- 
bra tuvo  más  autoridad  que  la  su^'a.  Este  prestigio 
no  lo  debió  solamente  á  su  elocuencia.  La  rectitud  de 
nna  vida  pura  le  hizo  ser  respetado,  aun  por  los  reac- 
cionarios más  intransigentes.  Además,  su  carácter 
generoso  esparcía  en  torno  de  él  un  ambiente  de  sim- 
patía irresistible. 

La  pureza  de  su  conducta  no  iba  acompañada  de 
repelentes  austeridades.  Jauréá  era  de  carácter  alegre; 
un  buen  meridional  amigo  de  la  risay  que  gustaba  del 
trato  franco  y  familiar. 

Jefe  de  un  grupo  parlamentario  compuesto  de  más 
de  ciento  cincuenta  diputados,  podía  decidir  la  vida  ó 


la  muerte  de  los  gobiernos  de  la  República,  con  su 
apoyo  ó  su  oposición.  Muchos  de  los  que  se  formaron 
á  su  lado  fueron  ministros  y  lo  son  ahora.  Jaurés  reía 
cuando  le  hablaba  alguien  de  la  posibilidad  de  que  él 
lo  fuese  también.  Nunca  pensó  que  pudiera  ser  go- 
bernante en  tiempos  de  tranquilidad.  Era  el  tribuno, 
el  apóstol  de  una  doctrina  generosa,  que  amaba  la  pro- 
paganda y  el  combate  de  ideas  más  que  las  dulzuras 
del  poder,  l'nicamente,  de  no  morir  asesinado,  habría 
sido  ministro  del  Gobierno  do  Defensa  Nacional,  que 
reunió  todas  las  opiniones  republicanas  de  Francia, 
como  lo  fueron  sus  compañeros,  los  socialistas  Julio 
Guesde  y  Marcelo  Sembat. 

Esto  hombre,  que  pudo  inñuir  más  que  nadie  en  los 
destinos  do  una  nación  poderosa  y  rica  como  Fran- 
cia, vivía  sin  embargo  con  una  modesta  sencillez,  tra- 
bajando incesantemente.  La  mañana  la  dedicaba  á  los 
correligionarios,  recibiendo  las  visitas  de  comisiones 
y  de  simples  particulares  que  buscaban  el  apoyo  de 
la  palabra  del  tribuno;  la  tarde  la  pasaba  en  la  Cámara 
de  diputados;  la  noche  en  la  redacción  de  L Huma' 
iiifé,  SU  diario  amado,  que  apenas  si  podía  sostenerse 
administrativamente  por  no  admitir  los  anuncios  y 
las  subvenciones  con  que  las  grandes  empresas  finan- 
cieras intentaban  ganarse  iudirectameute  la  gratitud 
de  su  director. 

El  único  momento  del  día  en  que  Jaurés  gozaba  de 
libertad  y  descanso  era  entre  la  sesión  de  la  Cámara  y 
los  trabajos  de  redacción. 

Las  divergencias  de  opinión  aflojaban  un  poco  sus 
relaciones  con  la  familia.  Jauré'S  había  contraído  ma- 
trimonio y  constituido  un  hogar  cuando  era  un  pro- 
fesor del  porvenir,  un  «burgués»,  destinado  por  su 
talento  y  sus  amistades  á  las  más  altas  posiciones. 
Luego,  al  lanzarse  en  la  política  revolucionaria,  se 
produjo  cierto  enfriamiento  entre  el  socialista  y  los 
suyos.  Además,  la  familia  era  fervorosa  creyente,  y 
veía  con  disgusto  su  propaganda  librepensadora. 

Las  más  de  las  noches  comía  Jaurés  en  el  café  del 
Croissant,  situado  en  la  esquina  formada  por  las  calles 
de  Montniartre  y  del  Croissant;  un  establecimiento 
modesto,  pero  que  era  preferido  por  estar  inmediato  á 
la  redacción  de  LHiouanité. 

La  calle  del  Croissant  es  la  calle  de  los  periódicos. 
Á  excepción  de  los  grandes  diarios  de  París,  que  tie- 
nen ediñcio  propio,  todas  las  publicaciones  de  segundo 
orden,  especialmente  los  periódicos  políticos,  vienen 
instalando  por  tradición  sus  redacciones  en  la  calle 
del  Croissant,  ó  sea  de  la  Media  Luna.  Varias  casas 
editoriales  se  hallan  establecidas  en  este  barrio.  Sobre 
el  mismo  cah'  del  Croissant  están  las  oficinas  del  edi- 
tor de  Le  Joiuuuil  des  Voi/aí/rs  y  otras  publicaciones 
de  aventuras. 

Este  barrio,  (jue  parece  oler  á  tinta  de  imprenta  y 
á  papel  mojado,  tiene  su  vecindario  t'spccial.  La  estre- 
cha calle  del  Croissant  se  halla  casi  siempre  obstruida 
por  grupos  de  vendedores  de  periódicos  que  esperan, 
gritando  impacientes,  la  salida  de  una  hoja  nueva. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  191. 1 


11 


Por  las  acoras  transoaiTca  los  ti|)ógTatos  coa  largas 
blusas  y  una  luontora  de  papel  en  la  eal)eza.  Pasan 
can-etones  cargados  de  resmas  de  periódicos  rcciéti 
impresos.  Llegan  á  pie  ó  eu  vehículo  de  alquiler,  apre- 
surados y  con  aire  misterioso,  los  noticieros  que  aca- 
ban de  cazar  algo  sensacional.  Mujeres  mal  pergeña- 
das y  con  un  bonete  de  papel  impreso  sobre  la  cabo- 
llera  miran  á  lo  alto,  como  si  con  la  vista  pretendiesen 
acelerar  la  salida  de  los  periódicos.  Algunas  redac- 
ciones están  en  un  quinto  piso. 

'Lodo  este  mundo  estaba  acostumbrado  á  ver  dia- 


Kl  piiijre  cate  era  su  salón,  su  casino;  represen- 
taba hora  y  nunlia  de  intimidad  y  plácidij  descanso, 
rodeado  de  amigos  de  varias  nacionalidades.  Todos  los 
que  deseábamos  iuiblar  á  Jaurés  sabíamos  que  el  lugar 
mejor  para  abordarlo  era  el  cale  del  Croissant,  á  la 
hora  de  la  comida. 

Se  i)resentaba  á  las  ocho  de  la  noche  de  vuelta  de 
la  Cámara,  sudoroso  aún  por  sus  agitaciones  orato- 
rias, vibrando  cu  su  i)alabra  las  emociones  recien- 
tes de  la  tribuna,  repartiendo  apretones  de  uiano  y 
palabras  cariñosas,  entusiasta,  satisfecho,  couñado, 


LA   CALl.K    UKL    IROISSANT 
Vendedores  de  periódicos  esperando  la  salida  de  una  hoja  extraordinaria  anie  la  imprenta  de  un  diario 


(fot.  Muuri.ssu) 


riaraente  á  Monsieur  Jaavés,  cuando  llegal)a  al  café 
del  Croissant,  con  la  levita  suelta,  el  pantalón  con 
arrugas,  el  sombrero  de  copa  alta  opaco  y  mal  pei- 
nado: el  tipo  (lid  personaje  parlamentario  ijue  diísea 
guardar  un  aspecto  decoroso,  annqn(%  ¡ireocupado  y 
distraído,  no  cuida  de  la  ropa. 

Para  los  de  la  calle  del  Croissant,  el  gran  orador 
de  Francia,  el  arbitro  de  la  vida  política,  era  uno  d,' 
la  casa,  uno  del  oficio. 

— Ahí  va  el  director  de  L'IJiniiaailé — decían  impre- 
sores y  vendedores,  como  si  esto  valiese  más  que  el 
ser  diputado  poderoso  y  gran  orador. 

Otros  le  llamaban  simplemente  -el  (nudadaiin  Ti 
«el  compañero  Jaurés». 


como  un  escolar  que  acaba  de  salir  victorioso  de  un 
examen. 

¡Simpático  grande  hombre!  ¡Gigante  incansable  y 
bueno!...  La  gran  aventura  de  su  vida  laboriosa,  de- 
dicada por  entero  á  la  defensa  cíe  una  idea,  había  sido 
un  viaje,  dos  años  ante?,  á  la  América  del  Sur.  Lla- 
mailo  por  los  socialistas  de  Buenos  Aires,  atravesó  el 
Atlántico  jiara  esparcir  la  buena  nueva  en  una  serie 
de  conferencias.  Los  capitalistas  argentinos  admira- 
ron la  dulzura  couvinconte  con  que  sabía  expouer 
unas  doctrinas  opuestas  á  sus  intereses.  La  masa  cu- 
riosa se  asombró  de  que  el  famoso  tribuno  Juan  Jau- 
ri's  fuese  uu  señor  de  aspecto  fi-anco  y  alegre,  capaz 
lie  conversar  eu  medio  de  la  callo  con  cualquiera,  y 


IB 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


que  cu  pleno  verano  il)a  con  larga  levita  parlamen- 
taria y  sombrero  do  paja. 

El  «burguesismo»  bondadoso  y  modesto  de  esto 
grau  artista  revolucionario,  incapaz  de  petulancias  y 
orgullo,  había  llamado  siempre  la  atención  de  sus  de- 
tractores. 

Cuando  obtuvo  los  primeros  triunfos  oratorios  y 
la  opinión  empezó  á  fijarse  en  el  diputado  Jaurés,  los 
periodistas  do  París  lo  describieron  con  cierto  rego- 
cijo como  un  universitario  de  gustos  domésticos  que 
iba  por  las  mañanas  al  mercado  con  un  bolso  ile  red, 
lo  mismo  que  los  burgueses  amigos  de  la  tradición,  á 
comprar  las  provisiones  para  la  familia. 

o 

La  posibilidail  de  una  guerra  europea  indignó  á 


jAuuis  li.N  i:n  iulevau  de  pakís 


■Jauri's  desde  el  primer  momento  del  conllicto.  Era  un 
decidido  ¡¡artidario  de  la  paz;  había  trabajado  siem- 
pre [)or  disuadir  á  Francia  de  las  aventuras  militares, 
y  únicamente,  en  liltimo  extremo,  podía  aceptar  la 
guerra  lielensiva  para  la  salvación  de  la  patria. 

Por  algún  tiempo  creyó  que  el  socialismo  interna- 
cional podría  resolver  el  conflicto.  Poseía  el  idioma 
germi'inico.  y  en  1905  lo  invitaron  los  socialistas  ale- 
manes á  dar  varias  conferencias  de  propaganda  en 
Berlín  y  otras  capitales  alemanas,  pei'O  el  gobierno 
se  opuso,  prohibiendo  á  Jaurés  el  paso  por  la  frontera, 
(iuülermo  II  y  el  canciller  Von  Hülnw  juzgaban  más 
temible  el  socialismo  de  los  franceses  que  el  socialis- 
mo alemán,  obediente  siempre  al  Imperio,  después  de 
un  simulacro  de  oposición.  Jaurés  mostraba  gran  con- 
fianza en  las  promesas  de  sus  co- 
rreligionarios de  ultra-Rhin.  Él 
ini])ediría  que  Francia  adoptase 
una  política  belicosa,  dejándose 
arrastrar  por  sus  compromisos  de 
alianza.  Que  los  compañeros  de 
Alemania  hiciesen  lo  mismo,  opo- 
niéndose a  la  guerra,  y  Europa 
se  salvaría.  Pero  transcurrió  el 
tiempo  sin  que  los  socialistas  nle- 
manes  hiciesen  nada  digno  de 
uiención  en  tal  sentido. 

En  la  noche  del  ;U  de  Julio  lle- 
gó Jaurés  al  cafe  del  Croissant 
más  tarde  que  de  costumbre.  Eran 
las  nueve.  Había  estado  mucho 
tiempo  eu  el  ministerio  de  Nego- 
cios Extranjeros,  ansioso  por  co- 
nocer las  últimas  noticias  de  los 
gabinetes  de  Europa  j  deseando 
hablar  con  los  individuos  del  go- 
bierno para  recomendarles  la  paz, 
!a  paz  á  todo  trance.  El  ministro 
estaba  en  el  Elíseo,  y  cu  vista  de 
la  hora  avanzada,  Jaur('s  se  retin') 
luego  de  hablar  largamente  cou 
M.  Abel  Ferry,  el  subsecretario 
del  ministerio. 

Al  llegar  al  café  iban  con  él  su 
compañero  de  redacción  Renau- 
del  y  el  diputado  socialista  Re- 
noult,  liennano  d(d  ministro  de 
Traljajos  Públicos.  Los  tres  se 
sentaron  juntos  á  coiuer. 

Jaurés  estaba  fatigado  por  la 
larga  espera  en  el  ministerio  y 
sudoi'oso  á  causa  del  calor  propio 
de  una  noche  de  Julio.  Por  esto 
ocupó  cu  el  diván  un  lugar  junto 
á  la  ventana,  de  espaldas  á  ella, 
buscando  el  esca.so  fresco  de  la 
calle.  Una  simple  cortina  casi 
(Fot.  Rol)  transparente  cubría  la  ventana 


HISTORIA  DE  LA  Glll;IJL>A  ELli:OPI2A  D\í  19H 


79 


Jaurés  á  Guillermo 
me  baslfl  con 


para  evitar  l;i  ouriusiihul   de  los 
trauseuntes. 

Mientras  coiuia  con  ajiresura- 
niicuto  iba  cxpouicüdo  á  sus  coui- 
])añeros  lo  que  pensaba  dceir  al 
día  siguiente  qv\L' IlumanHí'-.  Tenía 
prisa  cu  subir  á  la  redacción  para 
consignar  sus  Ojjiniones  sobre  el 
conflicto  y  el  resultado  de  su  visita 
al  niiuisterio. 

Nuevos  amigos  fueron  acudien- 
do ansiosos  de  noticias,  tomando 
asiento  como  de  costumbre  en  tor- 
no de  la  mesa;  entre  ellos  el  ad- 
ministrador de  UHiniíonilé  y  un 
correligionario  familiar  de  Jaurés, 
M.  Poissou,  acompañado  de  su  es- 
posa. 

Eran  las  nueve  y  uiedia.  Jaurés, 
que  iba  ya  á  retirarse  para  subir  á 
su  despacho,  felicitó  á  la  señora  de 
Poussou  por  su  buen  aspecto,  y  ésta 
le  mostró  un  retrato  que  le  habían 
hecho  días  autes.  Tendía  la  mano  el  orador  para  to- 
marlo, cuaudo  eu  el  mismo  instante  se  levantó  uu 
extremo  de  la  cortina  que  estaba  detrás  de  él.  Apare- 
ció una  mano  empuñando  un  revólver.  La  boca  del 
cañón  se  apoyó  eu  la  nuca  de  Jaurés.  Fué  esto  tan 
rápido,  que  no  dio  tiempo  para  lanzar  un  grito  de 
alarma  á  los  que  estaban  enfrente  de  él,  avisándole 
el  peligro.  Mientras  tanto,  el  orador,  ignorando  lo  que 
pasaba  á  su  espalda,  sonreía  cortésmente  mirando 
el  retrato.  Sonaron  dos  estampidos  y  Jaurés  se  des- 
plomó pesadamente,  sin  un  grito,  de  bruces  sobre  la 
mesa.  Tenía  abierta  una  herida  enorme  eu  la  base  del 
cráneo.  El  hueso  había  estallado  dejando  el  cerebelo 
al  descubierto. 

Mientras  unos  contertulios,  aturdidos  por  el  suceso, 
se  agrupaban  junto  al  cuerpo,  sacudido  por  los  ester- 
tores de  la  agonía,  otros  se  lanzaron  fuera  del  café, 
deteniendo  á  los  pocos  pasos  al  asesiuo,  (juc  aún  tenía 
el  arma  en  la  mano. 

Era  uu  joven  llamado  Raúl  Villin,  estudiante  de 
prehistoria  en  la  Escuela  del  Louvre.  Eu  los  bolsillos 
le  encontraron  uu  segundo  revólver  cargado.  Los 
transeúntes,  al  enterarse  de  su  crimen,  quisieron  lin- 
charlo, y  los  esfuerzos  de  la  policía  no  pudieron  evitar 
varios  golpes  que  ensangrentaron  su  rostro.  Los  mis- 
mos amigos  de  Jaurés  defendieron  su  vida,  metiéndolo 
en  un  automóvil  para  arrel)atarlo  de  las  mauos  de  la 
muchedumbre  indignada. 

El  primer  interrogatorio  en  la  comisaría  de  policía 
dio  á  entender  inmediatamente  que  el  asesino  era  de 
una  mentalidad  anormal.  Al  principio  se  negó  á  iden- 
tificar su  persona,  manteuií'udose  en  un  silencio  ac- 
tivo. Luego,  para  justificar  su  crimen,  dijo  con  petu- 
lancia, como  si  acabase  de  salvar  á  su  país: 

— Jaurés  lia  traicionado  á  Francia  cou  su  campaña 


LA    l'líUl'Ai;.\M)A    SOCIALISTA   EN    ALli.MANIA 

U  y  á  Bülow,  que  le  cierran  la  frontera:  «No  es  necesario  que  yo  va\a; 
el  reclamo  y  la  propaganda  que  me  hacéis  con  vuestra  conducta.* 

(Caricatura  ilil  Weekhlani,  voor  Nederland,  de  Amsterdain,  1905) 

contra  la  ley  de  tres  años.  Yo  he  hecho  una  gran  ac- 
ción desembarazando  á  la  patria  de  un  traidor. 

Sus  palabras,  su  gesto,  su  mirada,  todo  revelo 
desde  el  primer  momento  al  demente  ansioso  de  noto- 
riedad. Además,  las  averiguaciones  judiciales  hicieron 
saber  que  su  madre  había  muerto  en  un  manicomio, 
víctima  de  monomanía  religiosa. 

Los  excesos  de  una  prensa-  extremada  en  sus  afir- 
maciones habían  empujado  al  asesinato  á  este  hombre 
de  cerebro  débil.  Para  ciertos  periódicos  franceses  de 
ideas  conservadoras,  que  creen  tener  el  monopolio  del 
amor  á  la  nación,  todos  los  que  piensan  de  uu  modo 
distinto  al  de  ellos  son  traidores  á  la  patria. 

Jaurés,  como  los  demás  socialistas  y  muchos  re- 
publicanos, se  había  mostrado  enemigo  de  la  ley  que 
aumentaba  la  duración  del  servicio  militar,  pasando 
éste  de  dos  años  á  tres.  Para  sostener  sus  ideas  sobre 
el  problema  militar,  había  publicado  un  libro.  El  ejer- 
cito del  socialismo,  con  la  colaboración  anónima  del 
capitán  (ierard,  un  oficial  socialista  que  luego  se  dis- 
tinguió mucho  en  el  curso  de  la  guerra.  Jaurés  propo- 
nía en  su  libro  que  en  vez  de  aumentar  las  tropas  per- 
manentes se  creasen  mayores  reservas,  más  cuadros 
de  oficiales,  para  movilizar  con  éxito  y  rapidez  la  na- 
ción entera  en  caso  de  peligro. 

Como  ocurre  en  muchas  discusiones  tempestuosas 
que  conmueven  á  todo  uu  pueblo,  !a  experiencia  se 
encargó  de  demostrar  que  ambos  bandos  tenían  razón 
en  sus  proposiciones,  encaminadas  igualmente  á  la 
defensa  de  la  patria.  La  ley  de  tres  años,  aprobada  al 
fin,  sirvió  para  (¡ue  Francia,  en  los  primeros  momen- 
tos, tuviese  en  las  fronteras  un  ejército  mayor,  á  cuyo 
amparo  pudo  movilizarse  el  país  tranquilamente.  El 
])]an  lie  Jaurt-s.  de  sor  ])uesto  en  práctica,  hubiese 
permitido  á  los  treinta  dias  tener  sobre  las  armas 


80 


VICRNTE  B'.ASCO  IBAÑEZ 


KL    CAMC    IIIIMIH    VVK    ASKSINAUO    .IAi;i!KS  (Fot.  liolt 

La  cruz  blanca  tndtca  la  ventana  junto  á  la  cual  estaba  sentado  cuando  desde  la  acera  el  asesino  le  disparó  en  la  nuca 


cuatro  millüüos  de  hombres  bien  preparados  en  vez 
de  dos  y  medio. 

¡Y  el  pobre  ilnniinado,  niczela  di;  loco  y  de  imbé- 
cil, con  la  sugestión  de  lecturas  calumniosas,  creyó 
salvar  á  su  patria  matando  al  «traidor»,  al  homlire 
ilustre  y  bueno! 

Su  acto  t"iu'  tan  absurdo,  (pie  en  el  primer  momento 
nadie  pudo  imaginar  (¡ue  lo  hubiese  realizado  un  fran- 
cés. La  muchedumbre  creyó  de  buena  le  que  el  ase- 
sino era  alemán,  considerando  este  crimen  como  una 
maniobra  luibil  para  provocar  una  revolución,  intro- 
duciendo la  discordia  entre  los  franceses. 

Kn  realidad  un  enemig'o  de  Francia  no  podía  dis- 
currir contra  ella  nada  mejor  que  el  atentado  de  este 
denKinte. 

Pero  un  patriotismo  sincero  supo  conjurar  el  peli- 
gro con  actos  de  abnegación.  Los  principales  socia- 
listas franceses,  al  descubrirse  ante  el  cadáver  de  la 
victima,  pensaron  en  la  concordia  nacional  y  no  en 
la  venganza. 


Una  muchedumbre  amenazante  invadió  la  calle 
del  Croissant  y  las  inmediatas:  «¡Viva  Jaurés!  ¡Abajo 
la  guerra!  ¡A  muerte  el  asesino!»  Los  cafés  y  otros  es- 
tablecimientos cerraron  sus  jiuertas.  Las  gentes  tran- 
quilas se  escondieron.  Muclios  grupos  empezaron  á 
hablar  de  una  venganza  inmediata  asaltando  las  re- 


dacciones de  determinados  periódicos.  Todos  jiensa- 
ban  en  lo  que  ocurriría  á  la  mañana  siguiente,  cuando 
la  noticia  del  asesinato  fuese  conocida  en  los  barrios 
obreros.  Iba  á  sobrevenir  la  revolucii'm,  la  guerra  civil 
ansiosa  de  venganza,  precisamente  en  el  momento  que 
la  patria  los  necesitaba  á  todos  y  el  enemigo  anuMia- 
zaba  la  frontera. 

Un  redactor  de  L' IIi'uKinilé  se  asonni  á  una  ven- 
tana de  la  redacción  para  hablar  al  pueblo  recomen- 
dándole la  calma.  Lits  diputados  socialistas  fueron 
acudiendo  al  enterarse  del  suceso.  !•'!  cuerpo  de  .lau- 
ros estaba  aún  tendido  en  el  diván  del  cafi",  agitado 
por  los  liltimos  estremecimientos.  Sus  amigos,  con  la 
cabeza  descubierta,  lloralian. 

Cuando  el  cadáver,  oculto  en  un  furgón  y  escol- 
tado por  jinetes  de  la  Guardia  Ke|)ublicana,  fui'  tras- 
ladado á  la  casa  de  Passy,  donde  Jaurés  había  tenido 
su  domicilio,  los  socialistas  más  jiopularcs  arengaron 
á  las  nuisas,  recordando  la  gravedad  de  la  hora,  la 
amenaza  de  la  guerra  que  pesaba  sobre  todos,  la 
necesidad  de  mantenerse  unidos  ¡¡ara  hacer  frente  al 
peligro. 

Gustavo  llervé  dio  la  consigna  á  los  revolucio- 
narios. 

— Yo  conocía  bien  á  .Taurés — dijo — .  Si  su  cadá- 
ver pudiese  hablar  on  estos  momentos,  sé  lo  que 
diría:  «Amigos  míos:  no  penséis  en  mí;  pTjnsad  en  la 
patria.» 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


61 


En  la  niisnia  iiofhe  el  gobierno  hizo  lijar  profusa-     marcha  se  pronuneiaroa  muchos  discursos  sobre  una 

tribuna,  cerca  de  la  casa  mortuoria,  en  la  esquina  for- 
mada por  la  calle  de  la  Pompe  y  la  avenida  Henri 
Martin.  Hablaron  el  jefe  del  gobierno,  Viviani,  los  di- 
putados socialistas  Sembat,  Vaillant  y  Bracke,  el  di- 
putado belga  Camilo  Huysmans  y  Jonhaux,  secretario 
de  las  asociaciones  revolucionarias  de  trabajadores.  El 
discurso  de  este  obrero  fué  el  más  emocionante.  Jon- 
haux explicó  por  qué  los  trabajadores  amaban  y  ad- 
miraban á  Jaurés: 


PATIENCE 
CONFIANCE 


mente  en  todo  París  la  siguiente  alocución: 

Ciudaihiiios: 

Til  Mboiniuablc  atinitado  acaba  de  conirtcrsc.  M.  Jaurés.  el 
^■raii  orador,  fíloria  de  la  tribuna  fiinu-csa.  ha  sido  cobardc- 
nicnti'  asesinado. 

Vil  me  descubro  personalmente  ^•  en  nombre  de  mi.s  cole^-as 
ante  esa  tumba,  tan  inesperadamente  abierta,  del  repul)lieano 
socialista  (jue  luchó  por  tantas  nol)les  cansas  y  qui'  en  i'stns 
(lias  difíciles  ha  sostenido  por  el  interés  de  la  paz,  con  la  auto- 
ridad de  su  prestigia,  la  acción  patriótica  del  Gol)ierno. 

Va\  las  yraves  circunstancias  (¡ue  la  jiatria,  está  .-itravesaiido. 
el  (iol)ierno  cuenta  con  el  pa- 
triotismo de  la  clase  obrera 
para  <iuc  conserve  la  calma  y 
no  aumente  las  emociones  pú- 
lilicas  con  una  ag-itación  ((ue 
sumiría  la  capital  en  el  des- 
orden. 

El  asesino  está  detenido  y 
será  castigado.  Que  todos  ten- 
gan confianza  en  la  ley,  y  de- 
mos todos,  en  estos  graves  pe- 
ligros, un  ejemplo  de  sangre 
fria  y  de  unión. 
Por  el  Consejo  de  Ministros. 
M  ¡>irsiden(c  del  Consejo: 
Rene  Yiviam 

Cuatro  días  después 
fueron  las  exequias  pú- 
blicas del  tribuno.  Fran- 
cia estaba  ya  en  plena 
guerra.  Miles  y  miles  de 
amigos  de  .Jaurés  se  halla- 
ban fuera  de  París,  vis- 
tiendo el  uniforme  mili- 
tar, defendiendo  á  la  pa- 
tria en  la  frontera.  Toda 
la  juventud  socialista  ha- 
bía pasado  del  taller  al 
campamento,  lo  mismo 
que  los  demás  franceses. 
El  obrero  partidario  de  la 
paz  y  de  la  humanidad  se 
convertía  en  soldado  con 
el  mayor  entusiasmo. 

Á  pesar  de  estas  ausencias,  el  entierro  de  Jaurés 
fué  una  manifestación  imponente.  La  Francia  repu- 
blicana, no  obstante  las  graves  preocupaciones  del 
momento,  acudió  á  escoltar  su  féretro. 

Fué  el  4  de  Agosto  p5r  la  mañana  cuando  una 
enorme  muchedumbre  con  banderas  y  grandes  coro- 
nas acompañó  el  cadáver  del  gran  orador  desde  las 
alturas  de  Passy  al  ferrocarril  que  lo  había  de  llevar 
al  Sur  de  Francia,  á  la  amada  tierra  natal. 

Por  la  tarde  se  desarrolló  en  la  Cámara  de  dipu- 
tados la  memorable  sesión  del  4  de  Agosto,  que  rela- 
taremos oportunamente,  y  en  la  cual  sólo  faltó  la  pa- 
labra de  Jaurés. 

Antes  de  que  el  cortejo  fúnebre  emprendiese  la 


¿Qué  decir  cuando  se  abra  e 


1  Humanité 


JOURNÜL     SOCtñLISTE 


Accalmie  dans  le  Aíorc?  i '^'SSOCWUSTtS      ¡  ¿q  Bataille  en  Pologne 

'         SUR  LE  fBDNT 


VACSIMIL   DE    «L  IIIMANrrE» 
El  periódico  fundado  por  el  gran  orador  socialista 


>ta  tumlni  entre  millares  de  tum- 
bas i)róximas  á  abrirse?  ¿Qué 
decir  en  nuestro  inmenso  do- 
lor?... Jaurés  era  nuestro  pen- 
samiento, nuestra  doctrina  \i- 
viente.  En  su  imag-en.  en  su 
recuento.  Ijuscaremos  nues- 
tras fuerzas  para  el  porvenir. 
Algunos  han  creído  ((iie  nos- 
otros éramos  adversarios  de 
Jaurés.  ¡Cómo  se  eriuivocan!... 
Es  verdad  que  entre  nosotros 
y  él  han  existido  alguna  diver- 
gencias de  táctica.  Pero  estas 
divergencias  eran  como  sí  di- 
jéramos á  flor  de  alma.  Su  ac- 
ción y  la  nuestra  se  completa- 
l),-in.  Su  acción  intelectual  iMi- 
gendraba  nuestra  acción  viril. 
( 'on  él  es  con  (|uien  hemos  co- 
mulgado siempre. 

Jaurés  ha  sido  el  reconlor- 
tante  de  nuestra  apasionada 
acción  por  la  \y,\/..  No  es  falta 
su\a  ni  nuestra  que  la  paz  no 
haya  triunfado.  La  esperába- 
mos, y  es  la  guerra  hi  qvie  sur- 
ge. Antes  de  marchar  hacia  la 
gran  carnicería,  en  uoml)red(í 
los  trabajadores  (jue  h;ni  ]iarti- 
do  y  en  nombre  de  los  ([ue  van 
á  partir,  de  los  cuales  yo  soy 
l/lio.  grito  delante  de  este  fére- 
tro todo  nuestro  odio  contra  el 
imperialismo  salvaje  i|ue  h.i 
provocado  el  horrible  crimen. 
Jaurés:  tu  recuerdo  impi're- 
eedero  nos  guiará  en  la  lucha 
terrible  que  vamos  á  atrave. 
sar.  Ese  recuerdo  liríUará  ante  nosotros  como  una  antorcha  (pie 
ninguna  tormenta  podrá  extinguir.  Y  yo  proclamo  altamente, 
antes  de  ni:n'char  al  combate,  nuestra  fe  en  la  Internacional, 
nuestra  resolución  de  conquistar  en  franca  lucha  todas  las 
liljertades  ])ara  dárselas  á  los  otros. 

Gustavo  Hervé,  al  despedir  al  maestro  en  un  sen- 
tido artículo  de  La.  Guerra  Social  titulado  «Adiós, 
Jaurés»,  decía  así: 

.laurés;  ha  sillo  jiara  vos  una  felicidad  no  asi.stir  al  derrum- 
liamiento  momentáneo  de  nuestro  hermoso  ensueño  de  paz 
uni\ersaL  ( )s  h.ibéís  ichj  antes  de  verá  Europa  sumida  hasta  el 
cuello  rii  un  mar  de  sangre  y  zambulléndose  en  la  barbarie. 

I'rní  lanii'utii  qur  haxáís  jiartido  sin  poder  contemplar  cómo 
nuestra  raza,  nerviosa,  entusiasta  é  idealista,  lia  acejitado  el 
cumplimiento  de  su  doloroso  deber. 

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82 


VlCüNTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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H.NTllilUlO    DK    JACHES.    KL    COUTEJÜ 


iKot.  Rc.l) 


I  >s  1kiI)1m:iís  sriitiilii  iir;:-\illiisn  dr  nuestros  nlircros  siici;ilist;is. 
;il  ver  cdii  (luó  sencillez  ;il):ui(liin;il):in  sus  1;illen's,  á  uieili(l;i 
que  les  il);i  toeiindo  l;i  (irden  de  niiiviliy,;ici()n,  \-  l:i  serenid:id 
(|ne  sienten  en  sn  .-din:!  ilesde  (|ne  est;in  ei)n\  eneldos  de  (pie 
l''r,niei:i  lo  hizo  todo  para  e\itar  la  f;-nerra  y  es  \  ietiina  ile  la 
niiis  brntal  de  las  ajiTcsioncs. 

Sen-nrainente  (|ne  habríais  llorailo  de  eniociiin  al  ver  con  que 
{gravedad,  exenta  de  la  nía  minería,  ofrece  cada  uno  su  jiccho 
jiara  cerrar  el  camino  á  los  Yon  Forstiicr  alemanes  y  austríacos. 

K  ifiMialmentc  os  liahria  enternecido  \'er  con  i|ué  rcsig'nación 
nuestras  madres,  nuestras  esposas,  hijas  ,\  hennanas,  soportan 
el  amariío  sacrilieio. 


XV 


Los  Bancos  de  París. — La  moratoria. — Orden  de  mo- 
vilización general. — El  gobierno  habla  á  la  nación. 
^La  actitud  del  gobierno  inglés.  —  Estado  de  la  opi- 
nión en  Inglaterra.— La  prensa  francesa  y  la  prensa 
alemana. — La  movilización  rusa. — La  última  espe- 
ranza de  paz  desvanecida. 

El  sábado  1."  de  Agosto  fiu'  un  día  decisivo  para 
la  guerra. 

Á  primera  liora  llegaron  á  Parí.s  noticias  de  la  froQ- 
tera  IVanco-alemana,  anunciando  que  las  líneas  fé- 
rreas estaban  cortadas  en  los  conlines  de  Alsaciay  de 


Lorena  y  los  puentes  obstruidos  por  las  barricadas  y 
alambradas  de  los  alemanes. 

Para  conjurar  la  crisis  monetaria,  el  Banco  de 
Fraucja  puso  en  circulación  desde  primera  hora  los 
billetes  de  cinco  y  de  veinte  francos. 

El  ministerio  de  Hacienda  dio  un  decreto  tijaiulo 
uua  prórroga  de  un  mes  para  los  vencimientos  así 
como  para  los  depósitos  de  cantidades  existentes  en 
los  Bancos. 

Este  decreto,  (jue  no  sólo  era  impurtaiite  ])ara  l'ran- 
cia,  sino  ¡¡ara  Europa  entera,  paralizó  momentánea- 
mente el  comercio  y  los  giros  internacionales.  I)e- 
(M'a  así: 

.articulo  1."  La  prorro^-acii'm  did  plazo  dictado  jiara  los  valo- 
res nepicialiles  ])or  el  decreto  de  :{1  de  .lulio  de  l'.n4  se  aiilicará 
iLi'ualnií'ute  á  la  extraceioii  de  los  depúsitosy  cuentas  (|iie  exis- 
tan en  los  ¡{ancos  \'  estahlecinnentos  de  crédito,  hajo  las  reser- 
\as  sig-uientes: 

Todo  depositario  ó  acreedor  cn\'o  depiisito  se.-i  interior  ii 
ij^Mial  á  2011  francos,  tendrá  el  derecho  de  retirar  inteirr.iniente 
esta  cantidad. 

Más  arrili;i  di'  la  mencionada  cifra  de  2.")0  francos.  losde|iosi- 
taiites  .\-  acreedores  solo  podrán  exifrir  el  pafío  de  un  5  jior  ion 
de  las  cantidades  de  su  propieda(L 

Los  dei)ositarios  (')  acreedores  (¡ne  oeiipi'u  ini  personal  de 
obreros  ó  de  empleados  en  el  ejercicio  de  una  iirofesión  indus- 
trial ó  comercial,  tendrán  ilereclio,  sobre  las  sumas  que  les  per- 
tenecen, á  la  totaliilad  de  lo  que  monten  los  salarios  de  dicho 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  ELIROREA  DE  1914 


83 


ENTIEURO    DE   JALEES.    LA.S   COKONAS 


personal  cad 
i>sto.  prt'seut: 

llll'cililit'Uto.S. 


;i  día  (le  paya,  siendo  oblig-acióu  suya  justificar 
nido  las  uiíminas  de  los  empleados  en  sus  esta- 


LAS   BANDERAS   DE   LOS  (ÍUCLLOá  SOCIALLSTaS   KN    EL   ENTIERRO   DE   JAÜHÉS 

(Futs.  Rol) 


Art.  2."  I.a  prolong-aeión  del  plazo  antes  marcado  se  apli- 
cará ig'iialmente  al  reembolso  de  bonos  y  contratos  de  seguros, 
de  capitalización  y  de  ahorro  á  término  fijo,  ó  estipidados  como 

reemboisables  á  vuluntad  del  titular 
o  del  portador. 

Art.  3.°"  l,as  dis])osiciones  del  pre- 
sente decreto  son  aplicaljles  á  Arge- 
lia ^■  Túnez. 

El  decreto  de  moratoria  pro- 
dujo hondo  efecto  eu  el  país.  Mu- 
chas personas  de  buena  po-sicióa 
social  quedaron  momentánea- 
mente coa  escasos  medios  de 
existencia  al  retener  los  Bancos 
su  dinero.  Fué  una  medida  arbi- 
traria y  violenta,  pero  al  mismo 
tiempo  prudente  y  oportuna. 

La  alarma  general  había  he- 
dió anuir  las  gentes  á  los  es- 
tablecimientos de  crédito.  To- 
dos querían  retirar  sus  depó- 
sitos. De  no  cortar  el  gobierno 
la  avalancha  de  acreedores,  mu- 
chos Bancos  respetables  hubie- 
sen quebrado,  no  pudiendo  lia- 
cer  frente  de  un  golpe  á  todas 
sus  obligaciones. 


81 


VICENTE  [ÍLA5CO  lliAÑE¿ 


\l.     Ul.W:     \  IVIANI 


\V''l.  Mrurissc) 


Presidente  del  Conscio  y  ministro  de  Negocios  Exlranleros 
de  Francia 

El  público  acabr»  por  conforiiKirsi'  ron  esta  (I¡s])o- 
sición,  recouücieado  su  (i])ortuiiiiIail  cu  vista  de  las 
circunstancias. 


La  murlu'dunibn! 


París  so  mostró  serena  ant( 


el  peligro.  Nadie  temía  la  guerra.  Mnipezalian  las  ma- 
sas á  sentir  el  ostrerniK-imiento  de  entusiasmo  que 
])reccde  á  las  grandes  explosiones  belicosas. 

— Puesto  que  el  enemigo  la  quiere,  sea — decían 
todos. 

Pero  se  abstenían  de  hacer  manifestaciones,  te- 
miendo que  éstas  pudiesen  turbar  un  posible  arreglo. 
Esperaban  las  palabras  de  los  gobernantes.  Sabían  que 
éstos  se  hallat)an  reunidos  á  todas  horas  liaeiendo  los 
últimos  esfuerzos  en  favor  de  la  paz. 

Eq  la  mañana  del  1."  de  Agosto  todavía  M.  de 
Schoen,  el  embajador  de  Alemania,  fué  al  ministerio 
de  Negocios  Extranjeros  para  liablar  con  M.  Mviaiii 
de  un  acuerdo  posible. 

— Se  entrevé  un  pequeño  resplandor  de  esperanza 
— dijo  el  diplomático  alemán  al  salir  del  ministerio—. 
Hay  que  trabajar  para  que  esta  esperanza  se  agramh'. 

Los  que  estaban  enterados  de  la  conducta  tortuosa 
observada  por  el  gobierno  alemán  en  los  días  anterio- 
res, sonreían  tristemente. 

Por  la  tarde  volvió  M.  de  Schoen  al  mi.iisterio  para 
tener  una  segunda  conferencia  con  el  jefe  del  gobierno. 


M.  \  iviaiii  anunció  al  embajador  de  Alemania  que, 
de  acuerdo  con  el  Presidente  de  la  República  y  todos 
los  ministros,  acababa  de  deeidir  la  movilización  ge- 
neral de  Francia. 

Era  una  respuesta  al  iin])erii)  alemán,  ijue  el  día 
anterior  había  decidido  su  movilización. 

— La  actitud  de  vuestro  gobierno — dijo  Viviani  al 
enibaja(h)r — ha  dictado  la  nuestra.  Estamos  obligados 
á  tomar  precauciones  igu:iles  á  las  ijue  vosotros  to- 
máis. Nuestras  disposiciones  paeílicas  son  las  mismas. 
Queremos  la  paz,  y  la  mejor  prueba  que  podemos  ofre- 
cer en  apoyo  de  nuestro  pacitismo  es  que  á  la  hora 
presente  el  Parlamento  francés  no  ha  sido  convocado 
aún,  y  constitucionalmonte  estamos  obligados  á  re- 
unirlo  cuando  nuestras  inteneioiu's  sean  hostiles. 

\'i\¡aiii.  insistiendo  en  la  demustraeiíin  di'  (jue 
Francia  no  hacía  mas  tjue  ponerse  en  guardia  para  su 
defensa,  y  que  hasta  el  último  momento  allanaba  el 
camino  para  la  paz,  añadió: 

— Otra  prueba  es  que,  para  evitar  incidentes  (|ue 
podían  ocurrir  en  la  frontera  al  estar  muy  próximos 
iVanceses  y  alemanes,  hemos  dach)  órdenes  á  nuestras 
tnipas  pava  ijue  s(>  niautengun  á  ocho  kiliunetros  de 
la  fronter.i,  dejándola  al  descul)¡erto.  Por  esta  precau- 
ción prudente  estamos  expuestos  á  una  violación  del 
territorio,  y  no  creo  que  haya  potencia  alguna  capaz 
de  proceder  de  este  modo.  En  cambio,  las  tropas  ale- 
manas están  amasadas  al  pie  mismo  de  los  postes 
fronterizos  que  marcan  los  límites  franco-alemanes. 
De  este  modo,  si  un  incidente  se  produce,  será  obra 
indiscutible  de  las  fuerzas  alemanas. 

El  embajador  Sciioen  se  retiró  para  dar  cuenta  á 
su  gobierno  de  la  movilización  francesa,  y  todavía  al 
despedirse  mostraba  cierta  confianza,  como  si  espe- 
rase ser  portador  en  breve  de  una  buena  solución. 

— Hasta  luego — dijo  estrechando  la  mano  del  jefe 
del  gobierno. 

El  Consejo  de  ministros  tomó  el  acuerdo  de  la  mo- 
vilización á  las  cuatro  de  la  tarde,  en  vista  de  las  no- 
ticias que  recibía  de  la  frontera,  donde  aumentaban 
por  momentos  las  tropas  alemanas. 

Como  era  imprudente  perder  tiempo,  mientras  im- 
primían el  decreto  do  movilización  se  dio  la  noticia  á 
París  fijando  un  ]}íi\)c\  manuscrito  en  todas  las  otici- 
iias  tic  correos  de  la  capital. 

L'na  simple  cuartilla  de  papel  pegada  con  obleas  y 
con  unas  cuantas  líneas  escritas  á  toda  prisa,  puso  en 
conmoción  á  París  y  una  hora  después  á  toda  Francia. 


MINISTERIO 

DE    LA    GUKHiíA 

ORDEN   DE 

MOVILIZACIÓN 

EXTREMA  URGENCIA 

P 

rimer  día  de  la 

movilización: 

domin 

go 

2 

de 

Agosto. 

lllStORlA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


85 


rie  agolpó  la  goute  ante  estos  aiumcios,  iiisigiiili- 
cantes  por  su  forma.  Muchos,  al  leer  las  breves  líneas, 
lanzaban  un  suspiro  de  satisfacción,  como  el  cjue  sale 
para  siempre  de  uu  estado  angustioso. 

—¡Al  tiü!— decían — .  Ya  sabemos  á  qué  atenernos. 
Es  la  guerra. 

Los  hombres  se  mostraban  sus  libretas  de  reser- 
vistas, señalando  los  diversos  puntos  de  Francia  á 
que  debían  acudir  para  incorporarse  á  sus  regimien- 
tos. Las  mujeres  ponían  el  gesto  gravo,  arrostrando  la 
noticia  con  una  resignación  heroica.  Nadie  quería  la 
guerra:  ¡pero  qué  hacer  si  los  enemigos  se  empeña- 
ban en  provocarla!... 

Por  la  noche  el  verdadero  anuncio  de  la  moviliza- 
ción fué  ñjado  en  las  esquinas  de  París  y  enviado  a 
to  la  Francia.  Decía  así: 

EJERCITO  ÜE  TIERRA  V  EJÉRCITO  DE  MAR 
ORDEN 

DE   .MOVII.r/AClÓN    GENERA!, 

Por  (locrctú  del  Presiilciite  de  hi  Rcpúblie.i.  l:i  moviliziieión 
de  los  ejércitos  de  tierra  y  de  m;ir  {(ued:!  urdeniuhi.  asi  cüino 
la  re(|uis;i  de  animales,  veliieuliis  \-  ariieses  iieeesariüs  para  el 
cmiipleinellto  de  diclios  ejéreitos. 

Kl    l'RIMKR    DÍA    DE   LA    ,M0  VILIZAI'KKN    ES    EL    DOMINGO  2   DE 

Agosto  de  1914. 

Tildo  francés  sometido  á  las  oblifí-aeioiies  militares  debe  obe- 
dcci'i-.  bajo  pena  de  ser  castigado  con  el  rig-or  de  las  leyes,  á  las 
prescripciones  del  rncuhrno  de  uiovil'unciihi  (páginas  de  color 
de  su  libreta). 

Son  llamados  por  la  presente  orden  todos  los  bomlires  (|iie 
no  estén  bajo  lianderas  y  que  pertenezcan: 

1."  Al  ejército  de  tierra,  comprendiendo  á  las  trojias  colonia- 
les y  ó  los  bombres  de  servicios  auxiliares: 

2.°  Al  ejército  de  mar,  comprendiendo  á  los  inscriiitos  ma- 
rítimos y  á  los  armeros  de  la  Marina. 

Las  autoridades  civiles  y  militares  son  responsables  de  la 
ejecnci(Hi  del  presente  decreto. 

El  jiiinistrn  de  ía  Querrá  El  uriiiislrd  de  Marina 

a 

En  la  misma  noche,  el  Presidente  de  la  República 
y  sus  ministros  acordaron  dirigirse  á  la  nación  ha- 
ciendo el  siguiente  llamamiento: 

A  LA  NAC1(')N  FRANCESA 

Desde  hace  pocos  días  el  estado  de  Europa  se  ha 
agravado  considerablemente,  ú  pesar  de  los  esfuerzos 
de  la  diplomacia. 

El  horizonte  se  ha  ennegrecido. 

En  la  hora  presente  la  mayor  parte  de  las  nacio- 
nes han  movilizado  sus  fuerzas.  Hasta  los  países  pro- 
tegidos por  la  neutralidad  han  creído  necesario  tomar 
esta  medida  á  título  de  protec;ñ(ni. 

Potencias  cuyas  leyes  militares  y  constitucionales 
no  se  asemejan  á  las  nuestras,  han  comenzado  y  pro- 
seguido, sin  necesitar  de  un  decreto  de  movilización, 
unos  preparativos  que  en  realidad  equivalen  á  la 
misma  movilización  y  que  representan  su  ejecución 
antiripaila. 


Í[RI  n  ARiE  OE  iti 


f  /\  M 


%mmmmk 


\a'  pri*mi*'r  j"iir  <i*'  !•»  omliilis.ilioM  vi"*  le 


íiranntke  í      Aoúi      ISI-t 


T...1I    |-VniK«l.    í.mtui.    Bill    ..lilia.HÍ-ll*    l<ill«iiir.^    *t...l      -•.,.    ).  i».     ,í.t|.      yu,<     .-,... U 

■  ;!£..riir  .I.S  ImU.  ..l>nr  m\  |.r.-i.,ji..,..  .1.1  rASCicou:  DE  MOILUUnaV    ,™:,.r..r....... 

>,„M    ....   i'nt  I.    |...-. .1..    TOV«   LE»   BOMBES  ..■■..  |.r.,  ...-  -.,-.  1.-  I>.  .,.    ..■   ■■ 

\  i,  (jkRMfl  DE  TC9SI  j  u^f^„  u,Tac3í=í  coi.o»i«i.»s  .. 

SESVICU  AUXIUAIACS. 

2*  i  i"»R»££  K  MtB  j  cu..,,..,  i.,  rascarr»  sutammi»  ..t  u.  *».ic»x^5 

i.  li.  tSAZIKE. 


# 


LA    OHllEN    DE    MOVILIZACIÓN    FIJADA    ÜN    LAS    KSí^l   INAS 
DE    PARÍS 

Francia,  que  siempre  demostró  su  voluntad  pacífi- 
ca, que  en  días  trágicos  dio  á  Europa  consejos  de  uio- 
deración  y  un  vivo  ejemplo  de  cordura  multiplicando 
sus  esfuerzos  por  mantener  la  paz  del  mundo,  se  ha 
preparado  sin  embargo  á  todas  las  eventualitlades,  y 
empieza  á  tomar  las  precauciones  indispensables  para 
la  guarda  de  su  territorio. 

Pero  nuestras  leyes  no  permiten  realizar  comple- 
tamente estos  preparativos  sin  un  decreto  de  movili- 
zación. 

Cuidadoso  de  su  responsabilidad,  y  comprendiendo 
que  faltaría  á  un  deber  sagrado  si  dejase  las  cosas  sin 
resolver,  el  Cobieruo  acaba  de  lanzar  el  decreto  que 
imponen  las  circunstancias. 

La  movilización  no  es  la  guerra.  Al  contrario,  en 
los  momentos  presentes  aparece  como  el  mejor  medio 
de  asegurar  una  paz  con  honor. 

Tenaz  en  su  ardiente  deseo  de  encontrar  una  solu- 
ciiui  pacífica  á  la  crisis,  el  Gobierno,  al  abrigo  de 
estas  precauciones  necesarias,  continuará  sus  esfuer- 
zos diplomáticos  y  todavía  espera  conseguir  un  (\vito. 

El  Gobierno  cuenta  con  la  sangre  fría  de  esta  noble 
nación,  para  que  no  se  deje  arrastrar  por  emociones 
injustificadas.  Cuenta  también  con  el  patriotismo  de 
todos  los  franceses,  y  sabe  que  no  hay  uno  solo  que  no 
esté  pronto  á  cumplir  su  deber. 

En  esta  hora  ya  no  hay  partidos.  No  hay  mas  que 
la  Francia  eterna,  la  Francia  pacífica  y  resuelta,  la 


H6 


VICENTE  BLASCO  IRAÑEZ 


patria  del  derecho  y  de  la  justicia,  uuiíla  ])ür  cutero 
cu  la  calma,  la  vigilancia  y  la  dignidad. 

El  Preside  ¡lie  de  la  Reju'thlkn. 

lÍAIMIJiNDO    l'OINCAnÉ 

Por  i'l  PrcsidcutL'  do  l;i  llopúljlicu: 

Renk  \i\i\Ni,  presidente  del  Consejo  y  ministñi  de  Xei/orios 
Extranjeros:  Bienviínu-Mauti.v,,  ministro  de  Justicia:  Mal\  v. 
m iiiistro  del /nterior;yovL'ESS,  ministro  de Hacien.da:}<l\¡Sí^iM\ , 
ministro  de  la  Guerra:  Gauthier,  ministro  de  Marina:  Ar(TA- 
(íNEua.  ministro  de  Tnstrncciún  Púhlica:  Rene  Renoult,  minis- 
tro de  Trabajos  PúhUr.os:  Thomson,  ministro  de  Comercio  y  de 
Correos ij  Teléíjra fos:VB.\isMiXio\)s\\i'>,ministrnde Af/ricidliira : 
Haynauu,  ministro  de  Colonias:  Couyha.  ministro  del  Trabajo. 

AiiEL  Fkuuy,  subsecretario  de  Estado  en  los  Negocios  Ex- 
tranjeros: Laura  1NE.  subsecretario  de  Eslado  en   la   Gncrra: 
.IaCu^iieh.  subsecretario  de  Estado  en   el  Interior:  Dai.imieií. 
subsecretario  de  Estado  en  las  Bellas  Artes: 
A.TAM,  subsecretario  de  Estado  en  la  Marina 
mercante. 

El  tuno  del  manifiesto  era  firme  y 
conciliador  á  la  vez.  Francia  tomaba 
las  armas  en  vista  del  peligro  para  no 
ser  sorprendida,  y  al  mismo  tiempo 
continuaba  sus  gestiones  en  iavor  de 
la  paz. 

Hasta  el  último  momento  buscó  un 
arreglo.  Sonaban  ya  los  primeros  tiros 
en  la  frontera,  y  todavía  el  gobierno 
de  París  acariciaba  la  esperanza  de 
que  sus  enemigos,  en  un  tardío  reliim- 
pago  de  cordura,  mantuviesen  la  paz 
del  mundo. 

El  presideute  Poiucaré,  hábil  diplo- 
mático tjue  tanto  se  distinguió  en  sus 
tiempos  de  ministro  desempeñando  la 
cartera  de  Negocios  Extranjeros,  hizo 


A  la   Nation  Francjaise 


EL    LLAMAMIENTO   Á   LA   NACIÓN 


Así  hubiese  sido.  De  manifestar  Inglaterra  en  esta 
Jiora  grave  su  firme  voluntad  de  ponerse  al  lado  de 
Francia,  seguramente  que  el  Imperio  alemán  liubiese 
rectificado  sus  pro¡)ósitos  belicosos.  Se  mostró  arro- 
gante y  atropellador  porque  hasta  el  último  momento 
creyó  que  sólo  tendría  enfrente  á  Kusia  y  Francia.  El, 
con  su  aliada  Austria,  se  bastaba  para  combatir  á  los 
dos  enemigos.  Su  diplomacia  estaba  segura  de  que  la 
(irán  Bretaña,  ocurriese  lo  que  ocurriese,  se  manten- 
dría apartada  de  la  lucha. 

Al  hablar  ú  tiempo  el  gobierno  de  Londres,  como 
lo  solicitaba  Poincan'',  no  hubiese  surgido  la  gm'rra, 
al  menos  en  l'JI  L  Fué  un  silencio  lamentable. 

Pero  desde  el  punto  de  vista  inglo's  hay  que  reco- 
nocer que  el  ministerio  británico  no  ](udo  obrar  de 
otro  modo.  La  Gran  Bretaña  es  un 
]iaís  de  libertad,  donde  la  opinión  ])n- 
blica  tiene  una  fuerza  su])erior  á  la 
did  gobierno.  Los  ministros  no  forman 
ni  dirigen  la  0])inión;  es  ('sta  la  ijue 
dieta  su  conducta. 

Y  el  pueblo  ingh's  no  quería  la 
guerra.  Fué  necesario  que  ocurriese 
el  inaudito  atropello  de  Bélgica,  para 
que  la  tiran  Bretaña  reconociera  la 
necesidad  de  una  ])ronta  y  enérgica 
defensa.  En  los  días  anteriores  á  este 
atentado,  gran  ])arte  del  pueblo  bri- 
tánico fué  enenn'go  de  una  interven- 
ción armada  en  Europa.  Los  conser- 
vadores proclamaban  la  paz  á  todo 
trance;  los  irlandeses  atendían  á  sus 
luchas  interiores  más  que  á  la  polí- 
tica exterior;  gran  parte  de  la  opinión 
miraba  á  Francia  con  interés,  pero 
su  simpatía  no  llegaba  hasta  la  aeej)- 


rCALITí   ^rUATil^iTS 


gestiones  particulares  eu  esta  hora  suprema  para  con-  tacióu  de  una  guerra  por"sostenerla.  Un  sentimiento 

seguir  la  paz.  En  su  palacio  del  Elíseo  tuvo  varias  de  egoísmo  inspiraba  la  política  general.  Además,  cmi- 

eutrevistas  con  el  embajador  de  Inglaterra,  comuni-  nentes  personalidades  de  las  ciencias  y  la  literatura 

candóle  manifestaciones  de  carácter  confidencial  para  liabían  publicado  en  Londres  un  manifiesto  contra  la 

qne  las  transmitiese  á  su  gobierno.  guerra,  como  si  bastase  un  documento  para  evitarla. 

Inglaterra  era  amiga  de  Francia  y  marchaba  de  Las  asociaciones   de  trabajo  también  se  mostraban 

acuerdo  con  ella:  pero  esta  amistad  no  tenía  el  carác-  enemigas  de  una  intervención  en  el  continente.  El 

ter  de  alianza  defensiva  para  uu  caso  de  guerra.  instinto  de  conservación  y  una  cortedad  de  vista  para 

Poiucaré  invitó  al  gobierno  británico,  por  medio  apreciar  los  sucesos  inspiraban  al  pueblo  inglés  su 

de  su  embajador,  á  que  hiciese  una  manifestación  ter-  erróneo  retraimiento. 

minante  en  bien,  no  sólo  de  Francia,  sino  de  la  trau-  De  uo  efectuar  los  alemanes  la  invasión  de  Bél- 

quilidad  del  mundo.  gica,  la  Gran  Bretaña  se  habría  mantenido  inmóvil. 

— Si  la  Gran  Bretaña  afirma  que  está  con  nosotros  dejando  á  Francia  sin  ayuda.  Pero  esta  inmovilidad 

—dijo  el  Presidente  de  la  República  al  diplomático  á  todo  trance  engañó  al  golúerno  alemán,  interpre- 

inglés— ,  si  da  á  entender  á  Alemania  que  en  caso  de  tándola  como  una  muestra  de  indiferencia  ó  de  miedo. 

guerra  contaremos  con  su  apoyo  franco  y  decidido,  el  Podía  atreverse  á  todo  sin  temer  su  intervención.  Y 

gobierno  de  Berlín  modificará  indudablemente  su  con-  se  lanzó  locamente  á  invadir  el  territorio  belga,  acto 

ductay  el  peligro  quedará  conjurado.  El  Imperio  ale-  que  representaba  un  atropello  á  los  tratados  garan- 

mán  quiere  la  guerra  porque  está  convencido  de  que  tizados  por  la  (irán  Bretaña  j  una  amenaza  futura 

la  (irán  Bretaña  se  mantendrá  al  margen  del  con-  para  la  integridad  de  ('sta. 

flicto.  Que  diga  una  palabra  de  amenaza  el  gabinete  Los  ministros  do  Inglaterra  tenían  indudablemen- 

de  Londres,  y  triunfará  la  paz.  te  una  visión  más  exacta  de  los  heclios.  Adivinaban 


IIISTOlíIA  DE  LA  GUIík^lJA  líUk'OPEA  DE   1914 


87 


lo  (|ue  iba  á  ocurrii-,  considerando  la  guerra  como 
inevitable.  Pero  no  podían  acelerar  el  curso  de  los 
aeonteciuiientos.  Tenían  que  vivir  á  la  espera  de  un 
atentado  que  cambiase  la  opinión  de  su  país,  demos- 
trándole la  necesidad  de  defenderse  junto  con  las  po- 
tencias amigas. 

Fué  lamentable  que  Inglaterra  no  pudiese  hablar 
á  tiempo.  La  amenaza  de  sus  gobernantes  hubiese 
evitado  los  horrores  y  saerilicios  de  una  guerra  inme- 
diata. Pero  sólo  habría  signiíicado  un  aplazamiento 
de  unos  pocos  años,  y  ¡quién  sabe  si  de  unos  pocos 
meses!  Alemania,  más  ó  menos  pronto,  hubiera  insis- 
tido en  sus  belicosos  propósitos  para  realizar  su  en- 
sueño de  dominación  mundial.  Una  fatalidad  se  opuso 
á  esta  manifestación  diplomática,  que  habría  salvado 
al  mundo  por  algún  tiempo.  Un  conglomerado  de  fuer- 
zas ocultas  y 
malencas  hicie- 
ron inevitable  el 
choque  desde  el 
primer  día  del 
conflicto. 

D 

En  Fraucia  la 
unanimidad  de 
la  opinión  cal- 
deó el  entusias- 
mo popular. 

Los  partidos 
revolucionarios, 
(|uc  muchos  ha- 
bían mirado  co- 
mo un  peligro, 
fueron  los  que 
más  ruidosa- 
mente afirma- 
ron su  adliesión 
á  la  patria. 

Creían  los  timoratos  en  una  protesta  ruidosa  de  los  so- 
cialistas y  antimilitaristas  contra  la  guerra.  El  mismo 
gobierno  alemán  conñaba  en  las  perturbaciones  revolu- 
cionarias, viendo  en  ellas  una  de  sus  garantías  de  éxito. 

—Va  á  reproducirse  el  movimiento  de  la  Commiinc 
— decían  los  miedosos  y  los  pesimistas — .  El  pueblo 
de  París  se  sublevará,  colocando  á  los  tkífensores  do 
la  frontera  entre  dos  enemigos:  enfrente  el  invasor;  á 
sus  espaldas  la  guerra  civil. 

Pero  los  revolucionarios  fueron  los  primeros  en 
esparcir  la  tranquilidad  con  generosas  afirmaciones. 
Gustavo  Hervé,  en  su  periódico  Lk  Guerra  Social, 
habló  así  á  la  nación  y  á  sus  defensores: 

«Diremos  una  vez  más,  para  que  lo  repitan  á  los 
soldados  y  á  los  oficiales  que  allá  lejos,  descansando 
sobre  las  armas,  forman  nuestras  tropas  de  cobertura, 
que  pueden  velar  en  la  frontera  sin  ninguna  preocu- 
pación de  lo  que  pueda  ocurrir  detrás  de  ellos.  Nadie 
los  disparará  por  la  espalda  mientras  hacen  frente  á 
la  casta  militar  prusiana:  ¡nadie! 


•  '5  ■    ■     -                           :X "  SE    . 

\ 1 

M.                                                                                                                            ■■■    ■ 

^ 

^^ 

CLE.MENCEAU    EN    SU    DESl'ArHO 


»Todos  los  revolucionarios  hemos  borrado  de  nues- 
tro himno  la  /ufernar'ional  la  estrofa  que  se  refería  á 
los  generales.  Y  nuestra  íiilmuicional,  expurgada 
de  estos  versos,  no  dice  otra  cosa  que  lo  que  dice  la 
Marscllcm,  que  nuestros  padres  cantaron  por  primera 
vez  hace  ciento  veinte  años.>> 

Por  parte  de  los  republicanos  conservadores,  uu 
jieriódico  mesurado  y  prudente  como  Le  Temáis  acon- 
sejaba del  mismo  modo  la  unión  general  al  comentar 
el  asesinato  de  Jaurés,  ocurrido  el  día  antes: 

«En  medio  de  las  circunstancias  trágicas  que  atra- 
vesamos, cuando  todos  los  franceses  sienten  la  ne- 
cesidad de  unirse  para  la  defensa  de  la  patria,  un 
loco  ó  un  miserable  ha  asesinado  ayer  noche  á  Juan 
Jaurés. 

»Sca  cual  sea  la  opinión  que  cada  uno  tenga  sobre 

la  actuación  j)o- 
lítica  del  gran 
orador  socialis- 
ta,un  sentimien- 
to de  indigna- 
ción ha  suble- 
vado la  concien- 
cia de  todas  las 
gentes  honradas 
al  recibir  la  no- 
ticia de  este 
atentado  odioso. 
Esta  reproba- 
ción es  tanto 
más  vehemente 
si  se  tiene  en 
cuenta  que  des- 
de hace  ocho 
días  Juan  Jau- 
rés se  esforzaba 
en  sus  artículos 
cotidianos  —  á 
pesar  de  las  teorías  del  partido  internacionalista — en 
hacer  comprender  á  los  suyos  la  gravedad  de  la  hora 
presente,  impulsando  á  cada  uno  á  ocupar  el  puesto 
que  le  señalaba  el  deber  nacional. 

»Es  preciso  que,  dejando  á  un  lado  su  dolor,  todos 
los  amigos  de  Juan  Jaurés  escuchen  su  consejo  que 
fue  su  palabra  suprema:  el  consejo  de  cesar  toda  dis- 
cusión política  ó  social  para  cumplir  línicamente  su 
deber  de  franceses.  Tenemos  la  confianza  de  que  así 
será,  y  que  esta  muerte  horrible,  en  vez  de  turbar  un 
acuerdo  general,  bello  y  emocionante,  servirá  para 
hacerlo  más  fuerte  todavía.» 

Clemenceau,  en  Fl  ILnnhre  Lihrc,  proclamó  esta 
tregua  general  de  los  partidos  con  un  estilo  claro  y 
enérgico.  Su  artículo  merece  ser  conocido  por  entero, 
pues  resumió  la  situación  y  los  ideales  de  Francia: 

KN   I.A  Visl'KlíA    DK  I.A   ACCKiN 

ll;i  lli'ü-Milii  l;i  li(ii',-i  (le  Lis  n'soluciüucs  gnives.  Sc  trata  para 
nuestro  pais  de  la  vkla  ó  la  muerte. 


(Fot.  Mciirisse)' 


£8 


VlCtiNTE  BLASCO  lliANEZ 


L\   CAUICATIUA  Y   LA   ULERRA 


El  zarpazo  de  la  guerra 


l'uiíiKis  xi'iii'idos,  (lcsiii('iiil)r;ul()s  y  iipln.stmlns  cu  1H~(I.  \'ic- 
timiisdc  un;i  s:iiij|iTÍ;i  h;ist;i  1,-is  últiiii;is  ilotas,  hciiKis  ]ini(MinHlii 
resucitar  liicfi'o,  y  desde  haee  eiiareuta  años,  unas  veces  liieii. 
otras  \i'ces  nial,  veiiiniiis  \i\ieiidi).   Pero  esta   liiisin;i   \  ida   e.S 


El  kaisbr.— ¡Ku«ra  obstáculosl 

(Del  Star,  de  Montreal,  CanadA) 

nuestro  criiiK-u  á  los  ojo.s  de  los  aiitigruos  vencedores,  ((ue  se 
iina-i-inaban  liaber  acabado  con  nosotros  para  siempre. 

Menos  de  cuatro  años  desi)uós  de  la  paz  de  l'raiietort.  el 
lionibre  ([iie  se  coiisideralia  el  amo  de  Europa  inteuti)  rematar- 
nos. I,o  hubiese  hecho  con  la  inaA'or  saufiTc  Irla— como  su  su- 
cesor lo  realiza  con  los  servios—,  si  Uusia  é  Iul;1,i térra  no  hu- 
biesen intervenido. 

El  mundo  civilizado  debe  reconocer  \  confesar  ((ue  durante 
estos  cuarenta  años  hemos  sido  en  el  continente  europeo  un 
instrumento  de  paz.  En  medio  de  los  errores  y  las  faltas  qw  son 


proiiias  del  hombre  en  to- 
dos los  paises.  hemos  tr.i- 
liajado.  con  una  voluntad 
inca  usa  lile,  por  orji'an izar 
e  implantar  .siilidameute 
entre  nosotros  un  réjiá- 
liiiMi  de  democniei.'i  i|iie 
jiiiede  establecer  el  orden 
i'ii  l;i  iiaei(jn  por  nieilio  de 
la  libertad,  'reiiianios  la 
esiieranza  de  i|iie  esta  la- 
bor tenaz  nos  conserva ri;i. 
entre  los  demás  pueblos, 
el  sitio  al  (|Ue  tenemos 
(lereebii.  se;.;ain  demues- 
tra nnestni  historia. 

He  esta  obra  ha\"  que 
apartaren  el  presente  mo- 
mento las  dixcrsas  ajire- 
eiaciones  de  los  parliilos. 
.Sean  cuales  sean  l<is  ver- 
yronzosos  desfrarroues  de 
nuestro  pasado,  el  pelij;-ro 
es  iiiuN'  yrave  en  esta  hora 
decisiva.  \'  eon  un  misino  imimlso  todos  los  franceses,  venpin 
de  donde  venyan  \  \a\  ,111  adonde  vayan,  (b'ben  preseiitarsi^  en 
las  fronteras,  unidos  de  corazón  y  de  alma,  fundidos  en  una  sola 
voluntad  de  suprema  euerfi-ia.  En  esto,  en  esto  solamente  re- 
side la  fuerza  moral  cine  puede  hacernos  superiores  á  todo. 

Cuando  el  pais.p-raciasá  nuestros  esfuerzos,  liabrá  reeolirado 
la  librc!  i)osesióii  de  su  personalidad,  entonces  reanudaremos 
nuestras  luchas,  ((iie  honran  ai  pensamiento  francés,  pues  re- 
\clan  nuestra  l)usca  apasionada  de  un  ide.il  ennoblecedor  de  la 
hiimanid.ad.  V  esto  lo  haremos  en  distintas  eondieiones  ijue  an- 
tes, pues  el  saeritieio  de  nosotros  \'  de  los  nuestros  lial)rá  iiiar- 
tilleadoy  reforjado  de  tal  modo  el  alma  francesa,  (pie  >a  no  (Hié- 
rrenlos dividimos  mas  (pie  en  distintos  grupos  de  amigos.  Esto 
podrá  ser  mañana,  .\hora  ha\-  (jue  afrontar  el  peligro  de  hin-. 
Ho\'  no  ])iieden  existir  dos  franceses  (pie  se  odien.  Ya  es 


(Dd  Dailf/  Exprets,  ile  Londres) 


'  »ti' 


J 


AusTKiA-  Cuando  loma  esa  actilud,  alguien  le  ayuda 

(Del  Punch,  de  Loudres) 


LA    NOCHE    EN    L 


Dibulo  de  A   horcallcr,  de  •Th<  lllusiralcd  London  NtHs> 


Después  de  la  batalla,  los  reflectores  alemanes  ex 


TRINCHERAS 


lan  el  campo  para  cañonear  las  líneas  inglesas 


HISTORIA  DE  LA  GLlí'RRA  PLIROPEA  DE   1914 


50 


ticiiipri  fie  que  conozcn- 
iiKis  1,1  ;il('íí-rí;i  de  amar- 
nos. Di'  aiiianios,  iiorqiic 
lo  más  ji-raiulc  é  imperioso 
para  nosotros,  en  el  pre- 
sente momento,  es  el  de- 
lirr  de  alestig'iuir  ante  los 
hond)res  qne  no  hemos 
defi'enerado.  qne  somos 
iji'\iales  á  nnestros  pa- 
dres. A-  ((ne  nuestros  hijos 
no  tendrán  que  bajarlos 
t)jos  cuando  se  les  hablí' 
de  nosotros. 

Nuesiras  faltas,  en^'ll 
inútil  re|)arto  i)erteueee 
á  la  Historia,  no  pueden 
prodneir  en  niu'stro  co- 
razón nnts  qne  un  fer- 
vii'iiti'  deseo  de  coronar- 
las eou  tales  virtudes  cí- 
vicas y    militares,   que 

acabe  por  descubrirse  en  ellas  un  elemento  de  f^-randeza.  M 
recriminaciones,  ni  frases  g-randilocuenti^s.  ni  [iromesas  de 
morir.  Basta  de  palabras.  Veng-an  actos;  actos  reflexivos,  de 
prudencia  ordenada  y  de  acción  sin  retroceso. 

En  cinco  ocasiones  diferentes,  desde  que  vimos  los  soldados 
alemanes  en  Paris.  el  orden  de  Europa  ha  sido  turl)ado  delibe- 
radamente por  la  amenaza  de  la  espnda  germánica,  sin  que  la 
más  ligera  amenaza  de  nuestra  ¡larte  justiflcase  esta  conducta. 
V.n  todas  ellas  hemos  sido  dueños  de  nuestros  nervios,  y  cuando 
el  honor  nos  ha  aconsejado  la  resistencia,  hemos  cumplido  este 
ileber  con  la  sencillez  de  hombres  cuyo  corazón  late  animado 
por  la  sangre  de  una  gran  raza.  Hoy,  ¿(|ué  quieren  de  nos- 
otros?... Vivíamos  en  paz.  Atentos  únicamente  á  la  organi- 
zación de  n\iestra  defensa,  nada  hemos  hecho  (|ue  pueda  re- 
velar el  más  leve  propósito  de  tomar  la  ofeiisi\a.  ¡Y  cuántas 
veces,  sin  embarg-o.  inmovilizados  por  la  imposibilidad  de 
avanzar,  hemos  tenido  que  permanecer  asi.  sin  una  palabra. 


La  mano  del  kaiser  prendiendo  fuego  á  la  mecha 


(Del  Pittsburgh  rost) 


sin  un  gesto,  ox'cndo  por  encima  de  los  Vosgos  la  voz  de  la 
patria  torturada! 

Del  otro  lado  del  Khin.una  naciíjn  g-randey  fuerte,  que  tiene 
derecho  á  vivir,  pero  que  no  tiene  derecho  á  destruir  en  Europa 
toda  vida  independiente,  lleva  su  delirio  de  grandezas  hasta  no 
querer  tolerar  ((ue  Francia  levante  la  cabeza  cuando  habla.  En- 
loquecido jior  el  deseo  de  hegemonía,  el  emperador  alemán,  que 


La  Mubbtb— ¡Hlios  míos,  yo  os  bendigo! 

(Del  Posl-Uispach) 


La  Guerra.  — Ya  que  nada  lengo  que  hacer  en  Mélico, 
vamos  á  barrer  Europa 

iDol  Pliilailelphia  Kccoril) 

arrastra  sus  pueblos  coi\  los  ojos  cerrados  á  unas  aventuras  de 
las  cuales  nadie  ¡¡nede  calcular  la  extensión,  asesta  un  golpe 
niortal,  eonm  rn  tiemi)o  de  las  invasiones  bárliaras.  á  todo  lo 
que  coiistitu.se  el  orgullo  de  los  pueblos  civilizados. 

Ese  emperador  (imvrcar(i//ar  con  Francia,  \ahnismo  tiempo 
con  Inglaterra  y  Kusia.  ignorando  que  no  se  araba  fácilmente 
con  la  vida  de  los  puelilos  que  nose  pueden  suprimir  ni  asimilar. 

Apo\ado  en  un  incoherente  amontonanúento  de  razas  ene- 
migas, ([ue  el  cetro  de  Vieua  apenas  si  consigue  mantener  en 
obediencia,  el  kaiser  pretende  hacer  chocar  las  dos  nntades  do 
Europa,  para  erig-ir  sii  trono  ensangrentado  sobre  las  ruinas 
más  altas  (|ue  el  mundo  hal)rá  contemplado  nunca. 

Jorge  CLEMKNCKAr 


90 


VICENTE  BLASCO  IBANCZ 


Otro  pcviúdicu  francés,  nacionalista  y  catúlieo,  El 
Eco  de  París,  decía  lo  siguiente  al  apreciar  las  ma- 
niobras diplomáticas  de  Berlín: 

l{i'sillt;i  ili'  tiidi]  lii  ((lie  Iii'iiiiis  iirrscnciiiilii  i|iir  .\lriiiMiii:i 
pniviicn  rri;iiiit'nti'  la  iná.-*  jí'IMihIc  catástroír  que  si.'  ha  visto  cu 
la  liistoria  del  iiiunili).  Esta  frialdad  bastaría  para  di'iiKistrar 
que  la  ha  prciiarado  en  todos  sus  detalles,  si  nosotros  los  fran- 
ceses no  tuviéranid-i  adenrás  otras  pruebas.  \-¡endo  c('iuio  se 
obstina  desde  hace  diiv.  días  en  pro\ocariios  al  eond)ate.  con 
jiretexto  de  la  dil'erencia  austro-servia,  de  la  cual  no  liay  (|uien 
jiueda  definir  (daraniente  los  niiseral)les  motivos. 

Pronto  sabremos  lo  i|Me  ese  crimen  delie  costar  á  la  ra/.i 
g-ermániea.  Pero  desde  este  momento  liaremos  (|ue  con.ste  una 
afirmaciiin.  La  Deiitsclii'  Kiilliir.  esa  «civilización  alemana»  d(í 


fácil  que  iba  á  realizarse  en  breve  plazo.  La  entrada 
de  las  tropas  alemanas  en  París  era  asunto  para  ellos 
de  quince  ó  veinte  días. 

El  Nutional  Zñlxuig,  diario  nacionalista  de  Berlín, 
decía  en  un  artículo  violento: 

«No  sabemos  hasta  dónde  llegará  la  suerte  (jue  la 
Providencia  reserva  á  Alemania,  |)ero  es  seguro  que 
Francia  tendrá  que  sangrar  su  bolsillo  para  recobrar 
su  libertad  algo  más  que  lo  sangró  hace  cuarenta  y 
cuatro  ailos.  No  serán  5.000  millones  lo  que  deberá 
pagar  por  su  rescate.  Ahora  tendrá  (]iic  darnos  30.000 
millones.» 

V   más  adelante  añadía  el  articulista  del   diario 


.INFANXEKl.'L   KUSA 


(rot.;Meuri.ssc) 


la  cual  los  discipulos  de  liismarck  \'  di'  Multke  se  mui'str.in  tan 
orgadlosos.  acaba  di' juzg-arsi'  á  sí  misma. 

La  liefi'cmouí-i  española,  la  hegemonía  franeesi.  la  lii'a-emo- 
nia  ing-lesa  han  dejado  como  recuerdos  de  su  inUneneia  euro- 
pea monumt>ntos  imperecederos  i'u  las  Mrt  's.  i'u  las  li'tras,  en 
las  instituciones  públicas,  en  el  deseu\ol\  imii'ntn  d  •  l;is  nacio- 
nalidades. La  hegemonía  alemana  nu  se  ha  caracterizado,  esi)e- 
cialmeut;'  desde  hace  cuarenta  y  cuatro  años,  mas  qui'  por  el 
monstruoso  sistema  de  arniam  'utos  á  todo  trance.  Después  de 
nueve  años  de  inci'santes  alarmas  y  augaistias  crecientes,  toda 
su  cultura  da  por  resultado  una  inmi'usa matanza. 

Que  \a\an  los  alemanes  á  l:i  l),-italla  con  esti  maldiciiiu 
sobre  su  frente. 

En  Berlín,  el  tono  de  los  periódicos  fué  soez  é  inso- 
lente. Su  gobierno  no  había  declarado  aún  la  guerra 
á  Francia,  y  sin  embargo  todos  ellos  bablaron  de  la 
conquista  del  territorio  francés  como  de  una  empresa 


gubernamental,  permitiéndose  una  impiedad  que  con- 
trasta con  el  entusiasmo  que  han  mostrado  por  Alema- 
nia muchos  católicos  de  los  países  neutrales: 

■La  Santa  Madre  de  Dios,  qvc  está  ex  Loin-des, 
tendrá  nincho  tpie  hacer  si  es  qee  pretende — ella  qne 
es  tan  milagrosa — cnrar  todos  los  huesos  qnc  nues- 
tros soldados  ran  á  romperles  á  las  ¡lolres  f/entes 
del  ot ro  lado  de  los   J'o.si/os-. 

»¡Pobre  Francia!  Aún  es  tiempo  para  ella  de  cam- 
l)iarde  conducta.  Dentro  de  algunas  horas  será  tarde. 
Y  entonces  va  á  sentir  durante  muchas  generaciones 
los  golpes  que  recibirá.» 


En  Rusia,  el  ukasc  del  zar  ordenando  la  moviliza- 
ción general  puso  en  pie  á  todo  el  Imperio. 


HlStOtílA  DÉ  LA  GLlERlíA  EUROPEA  DE  19M 


01 


E].    ZAU    Y    LOS    SOLDAUUS 
Soldados  rusos  á  la  hora  de  la  plegarla  rodeando  al  zar,  que  llene  en  la  mano  una  Imagen  santa 


(Fol.  Rol) 


üesde  las  seis  de  la  uiaüaiia  del  1."  de  Agosto,  las 
oficinas  de  movilización  empezaron  su  trabajo.  Mu- 
chedumbres considerables  do  reservistas  llegaban  á 
ellas  en  compañía  de  sus  mujeres  ó  sus  padres.  Se 
mostraban  alegres,  sin  que  alterase  su  entusiasmo 
una  sola  nota  discordante. 

La  protesta  revolucionaria  de  otros  tiempos  había 
enmudecido.  Todos  los  rusos  aparecieron  agrupados 
por  el  fervor  patriótico. 

El  vecindario  de  San  Petersburgo  y  de  las  princi- 
pales capitales  aclamó  á  los  reservistas,  saludándolos 
desde  los  balcones  y  ventanas.  En  las  calles  los  tran- 
seúntes les  estrechaban  la  mano;  las  mujeres  los  be- 
saban. 

La  opinión  de  las  masas  ubreras  se  mostró  con 
iguales  entusiasmos.  Todos  habían  olvidado  las  huel- 
gas de  quince  días  antes.  Los  que  quedaban  en  las 
fábricas  para  seguir  el  trabajo  acompañaron  por  las 
calles  á  sus  camaradas  llamados  al  servi- 
cio militar. 

Las  manifestaciones  patrióticas  fueron 
continuas,  aclamando  al  emperador  y  á 
Kusia.  Estas  manifestaciones  no  cometie- 
ron ningún  acto  de  hostilidad  contra  las 
personas  de  los  alemanes  residentes  en  Ku- 
sia. Se  limitaron  á  destruir  las  estatuas  y 
emblrnias  (jue  simbolizaban  al  liii[)rrii)  ciic- 


Todavía  el  1."  de  Agosto,  cuando  se  es- 
taban armando  los  ejércitos  de  casi  toda 
Europa,  hizo  la  diplomacia  el  último  es- 
fuerzo ])or  conseguir  la  paz. 

Los  gobiernos  de  Dinamarca,  Suecia 
v  Norue"-;!  declararon  en  d  ritailo  día  su 


l!\   UHSKUVISTA   lU  So 


propósito  de  guardar  la  neutralidad  duiMute  las  hos- 
tilidades, armándose  para  hacerla  respetar.  El  Con- 
sejo Federal  de  Suiza  hizo  lo  mismo,  convocando 
las  Cámaras  para  el  día  '.i  con  objeto  de  nombrar 
un  comandante  en  jefe  del  ejército.  Otras  naciones  de 
Europa  se  prepararon  para  deciarar  igualmente  su 
neutralidad  ;inte  una  guerra  que  consideraban  inevi- 
table. 

Una  noticia  circuló  como  último  rcdampagueo  de 
esperanza  en  las  primeras  horas  de  la  tarde.  Rusia 
hacía  una  concesión  importante  para  el  mantenimien- 
to de  la  paz,  á  ruegos  de  la  Gran  Bretaña.  El  zar 
había  aceptado  una  redacción  propuesta  ¡lor  (d  go- 
bierno inglés,  y  Austria,  por  su  parte,  se  mostraba 
dispuesta  á  admitir  igualmente  la  fórmula  del  minis- 
tro británico. 

Pero  antes  de  que  circulase  esta  noticia  ya  había 
intervenido  Alemania,  presentando  á  Rusia  y  á  Fran- 
cia el  uUiínattijii  de  que  hablamos. 

Á  las  siete  y  media  de  la  tarde  del  1."  de 
Agosto,  el  endjajador  de  Alemania  en  San 
Petersburgo,  en  nombre  de  su  gobierno,  en- 
tregó al  ministro  do  Negocios  E.Ktranjeros 
la  declaración  de  guerra. 

Italia,  que  formaba  parte  de  la  Triple 
Alianza,  permaneció  á  la  expectativa  des- 
]m('s  (U"  haber  intervenido  en  todas  las  ges- 
tiones de  paz. 

Oticiüsamente  decdaro  el  gobierno  de 
Ualia  que  ni  por  el  espíritu  ni  por  la  letra 
del  tratado  fundamental  de  la  Triple  Alian- 
za estaba  obligado  á  prestar  ayuda  á  los 
Imperios  de  Alemania  y  Austria. 

La  alianza  era  sólo  defensiva,  y  en 
este  conflicto  alemanes  y  austríacos  apa- 
recían  indiscutiblemi^nte  como  a^jresores. 


I  N    líKtilMlKNTU    Dli    1.N1''ANTKK1A    KUANCE8A    A    l'UNrü    HE    MAUCHAK 


EL  ROMPIMIENTO 


El  2  de  Agosto 


mobiijsation 
gí;ní;rai.e 


Li-  M'ur.  lili  ^t  \ii  |»Ml.-  .1  In 
rtiiftiilo^Miiii  itf  SI  •»  JnliiiliiUIri-o 
t|n.     I,.     \|..l.i|tv.ltMM     l..'ii.'>iilt      4-I 

I  •     |)i.  .>■•>■■     |»(ir     <(•      r.i    u>..l>l- 

IKllh -I      IIX.'         ;IM         IMlMIII.  !•.' 

'J    \«)*iMi|)Wi<hi<iil  A    nilMitM». 


Kn  este  día  terniiaó  matc- 
i'iíilincüto  la  paz  de  Europa. 
Un  minuto  desput'S  do 
las  dore  de  la  noclie,  ó  sea 
al  iniciarse  el  día  '2,  empe- 
zaron en  toda  Francia  los 
trabajos  de  la  movilización 
general. 

Los  liombrcs  acudieron 
en  masa  al  llamamiento.  Se 
liabía  calen  lado  al  empe- 
zar la  movilización  una 
merma  en  los  ciHitin<;'iMites 
tie  un  diez  por  ciento,  por 
enfermos,  ausentes  y  deser- 
tores. 
La  movilización  duró  veinte  días.  Cuando  hnl)o 
terminado,  so  vio  que  no  Hoyaba  á  uno  por  ciento  el 
número  de  los  que  faltaban  á  la.  patriótica  llamada. 
Jamás  pueblo  alguno  dio  un  ejemplo  tan  rápido  y 
unánime  en  el  cumplimiento  del  deber. 

El  2  de  Agosto  se  sucedieron  los  acouteciuiieutos 


LA    .MOVILIZACI(')N 

Bando  de  unn  de  las  alcaldías  de 

París  anunciando  la  movilización 


con  una  celeridad  vertiginosa.  Cada  liora  ti'ajo  cou 
ella  un  suceso  de  resonancia. 

Comenzó  el  día  con  un  gran  movimiento  en  las 
vías  f(''rreas  y  demás  medios  de  comunicación.  La  au- 
toridad militarse  posesionó  de  las  estaciones  de  ferro- 
carril de  toda  Francia.  Los  trenes  fueron  dedicados  al 
transporte  de  las  tropas,  cesando  por  la  noche  el  mo- 
vimiento de  viajeros  particulares,  así  como  el  tráfico 
de  mercancías. 

Durante  la  tarde  anterior  una  inmensa  muclieiiain- 
bre  asaltó  las  estaciones  para  salir  de  París,  aprove- 
chando los  últimos  trenes.  En  la  del  muelle  de  Ursa}' 
los  carruajes,  llenos  do  viajeros  y  maletas,  se  aglome- 
raron por  ambos  lados  del  Sena  hasta  la  plaza  de  la 
Concordia.  Sólo  en  dicha  estación  se  recaudó  durante 
el  día  medio  millón  de  francos,  como  importe  de  bille- 
tes y  equipajes  facturados. 

Los  numerosos  extranjeros  que  viven  liabitnal- 
mente  en  París  huyeron  ante  la  proximidad  de  las 
hostilidades.  Los  alemanes  y  austríacos  residentes  en 
la  capital  francesa,  que  erau  centenares  de  miles, 
procuraron  ausentarse  antes  de  la  declaración  de 
guerra. 

A  pesar  de  esta  huida  general  quedaron  muchos 
en  París,  por  no  Iialicr  encontrado  lugar  cu  los  trenes 
ó  no  considerar  inmediato  el  ])eligro. 

El  gobierno  tuvo  (jue  preocuparse  de  la  situación 


HISTOIÍIA  DK  I.A  GUERRA  fiÜROPGA  DIÍ   I9l4 


03 


interior  á  causa  de  la  presencia  de 
esta  masa  de  extranjeros,  entre  los 
cuales  se  ocultaban  muchos  espías. 
Una  serie  de  decretos  dictados  el 
día  1. " ordenaron  que  nadie  sacase 
de  París  objetos  que  pudieran  ser- 
vir para  la  defensa  de  la  capital  j 
su  aprovisionamiento.  Quedó  pro- 
liibida  la  exportación  de  leche,  pa- 
tatas y  otros  comestibles;  se  avisó 
al  comercio  que  suspendiese  todo 
transporte  de  mercancías  durante 
las  primeras  jornadas  de  la  movili- 
zación, y  se  publicaron  las  siguien- 
tes disposiciones,  relativas  ú  los  ex- 
tranjeros: 


Tdilijs  los  extranjeros,  sin  (listiiicióii  de 
iKii'ioiuLlidad.  puedeuabaiuloiüU'elcaiuiio 
atrincherado  de  París  antes  de  que  ternii 
ne  el  primer  día  de  la  movilización  (2  <li' 
Ag'osto),  ó  sea  antes  de  las  12  de  la  noche. 

Dentro  del  limite  de  asientos  disiioiii- 
bles  .V  pag-ando  su  billete,  podrán  hacer 
uso  de  un  cierto  número  de  trenes  comer- 
ciales que  circularán  hasta  el  ñn  del  pri- 
mer dia  (lela  movilización  (media  noche). 

A  su  salida  deberán  justificar  sn  iden- 
tidad ante  el  comisario  especial  de  la  es- 
tación. 

Niiig-uno  podrá  servir.se  de  antomóvrles 
para  emprender  el  viaje. 

Los  extranjeros  (¡ne  quieran  ([nedarso 
en  Francia  podrán  hacerlo  y  escoger  la 
residencia  que  les  couveug-a.  pero  con  las 
restricciones  siguientes: 

1."  Los  alemanes  y  austríacos  no  ¡lo- 
drán  residir  en  ningnna  plaza  fuerte  ni  en 
los  departamentos  (¿ue  se  expresan  á  con- 


appeí      i 
DD  mmi  IHFÍL 

A  LA  POPULATIOM 

'  Parisirns 


£L  AMANECER   DEL   PKI.MKK  DlA.   DE   LA   MOVILIZACIÓN    EN    LA   CAMPIÑA   FRANCESA 
El  gallo,  emblema  de  Francia,  saludando  á  los  reservistas 


.  t. . 


■  ••   >«.   t™.   V.    IVaur^.  itaj.ral   nalitlrr  ■   ... 
I   Irmn    rp^rrttr^    fmur    «-    smaprr    aulnnr    da 

•l.l  M..il..r  I*  Irilituu-  lMll[iulaa  ir  1^  Ir. 


rhcf. 


Ir  hffA^xnds  i  Mt.'ll  »H'>.r«|..d.  .nr  d  i  ..v  i  afmdd.  faU 
'p,H  I  ^J>  ..«](  IriHd  d.'    InBI'-  1.  p..]HlliMHM>. 

II  lni|M.n>    qi*-  I.    ..ilut'-  trwtr%f,'  ,\iat*  le  njirll.  n  ^^ 

II  n.«,...iU><   I»,  iw  I  ..n-ll   ll.wl.lp»l  dr  .r  .«Wltarr 

I  Kllrn.m  dr  l'^rn   11  írt*  I«i<  IVffWf  «rrc^itr  |i.h.  ,nr 

d..  -■«•r.  uilli  .di.  «!.«»   uu,.»  r.mill.-.  -^r^my^i  . 

I  .  del  |r«l.i  irn|i  |irr.ua..T  dr  !■  ibIIImt.-  pjirl.lrd«r 
qu.    di   luí  d.  BL-Hd.*  d.-  ynfifitrtrt   IVyf.d,t  ,.rd.f«n  «.rr 


I  Jtr. 


.  r<m< 


•DniEM  niTKouanD 


LA    .MOVILIZACIÓN 

Llamamiento  del  Conselo  municipal 

de  Parts 


timiacirní:  Norte.  Aisne. 
Ardenas.  Mame.  Mosa  . 
Menrthe  y  Mosela.  .\ub(\ 
.\lto-Marne.  Vosg-os.  Alto- 
Saona.  l)oul)s.  .Inra.  Ain. 
Alta-Sal)oya.Sal)o\-a.Altos- 
.\lpes,  Bajos-Alpes.  Alpes- 
Maritimos.  Var.  Bocas  del 
Hódaiio.  Pirineos  Orienta- 
les. .Vrieg-e.  ,\ltos-Pirineos. 
Bajos-Pirineos. 

2."  Los  (|ne  perti'iH'Zcan 
á  otras  potencias  ipn'  no 
sean  Alem.-inia  y  .Austria- 
Hungría,  deberán  íljar  su 
residencia  detrásde  la  linea 
((lleva  (le  l)unken(iieáL¡la. 
\'aleiicieiines .  Aiilnoye, 
Hirson,  Liart.  ( 'liarlex  illr. 
\'erilini.  Toul,  Mpinal.  liel 
t'ort.  Montbeliard.  I'onlar 
lier.  IJoii  rg-.  .\  m  berieii. 


(Dibujo  de  L.  Sabattici',  de  la  lUusiration,  de  París) 

f'haml)er^■.  (¡renoble.  (iap,  T)ig'ne  y  Niza.  Tampoco  iiodrán 
establecerse  en  las  i)laza,s  ruert.es  de  Laon.  La  Fi^re.  Ueims, 
Langres,  Besanzón.  Dijoii.  L\ón.  Tolón.  Marsella.  Brest.  Cher- 
bnrgo,  el  Havre.  Bolonia.  Calais  y  l)iinker(|iie. 

Al  llegar  á  las  localidades  donde  ((iiieran  residir,  todos  los 
extranjeros,  sin  r/i»/ i  lición  de  nacional  it/ad,  deberán  presentarse! 
al  comisario  de  policía,  ó  en  ausencia  de  éste  al  alcalde,  con  sus 
documentos  de  identidad  para  hacer  una  declaración  de  residen- 
cía.  Todos  ellos  se  ajustarán  estrictamente  á  las  disiiosiciones 
relativas  á  los  extranjeros  (jui'  residen  en  el  interior  de  Francia. 
Estas  disposiciones  se  ('(tmimicarán  por  mi^dio  de  anuncios. 

DespiK's  del  primer  dia  de  la  movilización  ningún  extranjero 
podrá  salir  (le  iMMiicia  por  las  fronteras  de  tierra  ó  marítimas 
sin  lle\ar  un  pasaporle  liruiado  por  un  (¡refeeto. 

DlSlHJSIClONES  .SOlUfE   LOS    EXTUANJEltOS  (^lE  NO  HAYAN   SALIDO 

DK  París  el  primer  día  de  la  movilizackln 

1.'  Todos  los  extranjeros,  sin  distinci(in  de  edad  ni  de  sexo. 
licrtenecieuteS  á  las  i)otencias  .Memania  \'  .Austria-Hungría. 
tehili-:iii  (|ui' salir  de  la  zona  comprendida  en  el  perímetro  del 
(•ampo  atrincherado  de  París. 

El  segundo  día  de  la  movilización  deberán  presentarse  al 


^4 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


iitpveLifue  ra«Nc«i» 


PREFECTURE-   DE    PÓLICE 


AVIS  A  LA  POPULATION 


F.li  l'iilíloii  ili'  11. lili  •lrsli''¡(i-.lr  l'lVtrl 
(If  l*i>llo(*  )•  <ti-<liililli<  l|il'l)  ruvflllr  !<'s 
llPIlllt  i\r  liitlHKiiiiN  <lr  l*ili*í-.  4'(  <■•-  lii 
l^iliU<'i:>'  *i  riiivlil  IrrliH'S  rt  H  lu'ilivs 
lili  -.••li'. 

I  .r>^  -tliilioiiv  ilit  ^li''ro|t«t1lliilll  si'i-oiil 
(friiift-s  II   1.1  inr-im-   lii-ilrr. 


PKEfECTUKC     nt     rOLICE 


Aux  Parisiens,' 


<   i    I.  uf.,  ,<.■ 
fr,    4t^  g*»>.  +-f    '.  .  w  '^•_<  anuí    •H^Lunf*   uh/a*IA\   4    <>,Wir>'«.  -    ,/. 


nrPuitLt«t/c  riij(NCAisr 


Prítetlure  i^  Dtperíeíneni  de  la  Seifie 


1^  /'#»/**  -í'  *n  Vi».- 

l.'«V|lfl|¿       .IMt.l*Í1«l|.-      «"^    UfiuJ..     1*'— 

«■*..  t».k  lir»  tJt«  ^  t>  ittf<n**i^n  th*  ^U  •  CrV 
I**» ii.Jir  In'i^li-- «■•"•"  ■!'»  '  ^.(.1  ....-(.  .>>.« 

.1.  t.Mt- iiiniunri'Mi  1    < 

.1.      I)    ttlIxJ-h^lK. 


lüMiij  ^mmmt  n»  ^. 


^  nfMAtl*  Mi\  ii«»*m|K  4'    fii.    .«i  .1-. 
m     DELANNEY. 


LA    MOVILI/ACION 
O(ro3  diversos  decretos  y  bandos  que  se  lÜaron  en  las  esquinas  de  París  durante  los  primeros  días  de  la  iiiovlll/aclón 


flCPUBLIOUt.       fRANC<iS£ 

1:    Mía 


\r    M  4  1  i)M 


HIIMMF.S  de  IAIUIFÍ  ÍÜItlilTORUli: 

iiK.sKiivi:  iit  ikMm  u;itiiii(iiiiAi.i; 

MISE  EN  SURSIS  O'APPEL 

PAífiONS  í]  OUVÍrS  BOULñNG[RS 


coiiiisMriii  ilr  piilifi;!  ilrl  distrito  ciiii  sus  dinMinirntdS  ilc  iili'ii- 
tiihiil  \ydn  h.-K'cr  cdiist;!!'  su  si1u;ici(')u. 

Kutrc  l(is  (lilis  .")."  y  l(i.°  ilc  l;i  niii\  il¡/..-iri(')n  scrsui  tiMiispiirt;!- 
diis  iH)r  vi;i  l'érre.-i  ii  lus  puiit(is  de  rcl'ui;-i(i  provisdi'io  situiulos  cu 
el  Oeste  dt;  Frnuci;i.  donde  se  ])  re  pan  irá  todoloiieeesiirio  p;ir;i  su 
¡ilojamieiito  y  aliinentiieióu  y  se  les  dará  tral)!ijo  si  es  neecsario. 
Niiiji-uiio  de  i'llos  podrá  lle\:ir  un  ei|ui|i,-ije  de  más  de  30  kilos. 

.Más;idelaute  ])i>(lráu 
solicitar  su  traslado  á 
iiua  frontera  neutra 
para  salir  ile  I''rancia. 
'■i. '  I, os  lon.'ueses  y 
aisaeiaiios  no  naturali- 
zados como  fraucesi^s 
tendrán'  (|iie  ])resen- 
tarse  iiiMialnií'nti'  ante 
el  comisario  durante 
el  se;;-nudn  ilia  de  la 
ino\  ili/.aciiHi. 

Serán  ciiusiderad.-is 
comn  lilires  sin  eonili- 
cioiii's: 

II I     l.ns  familias  es 
talilecidas  desde  hace 
tiempo  en  el  ¡¡ais  \  di' 
las  cuales  se  conozcan 
perfectamente  lus  ori- 
;^-eues  y  sentimientos 
franceses. 
l/J     Las  familias  en  (pie  un  indi\  iduo  al  menos  se  aliste  en  la 
leji'iiMi  extranjera  antesde(|ue  terniineel2."diade  movilización. 
Será  considerada  como  alemana  toda  familia  de  .alsacianosy 
loreiieses  en  que  algniio  do  sus  individuos  aliandone  l''raneia 
para  nliedecer  la  orden  de  movilizaciíjn  alemana. 

:i.'  Los  extranjeros  (|ne  pertenezcan  á  otras  ¡xitencias  ipie  no 
sean  .\leniania.-\-  ,-Vnstria-Hniijrria  deberán  presentarse  durante 
el:}.  "0  4.  "diadela  movilización  en  la  comisaria  de  policía  del  dis- 
trito con  sus  documentos  de  identidad  para  probar  su  situación. 
Todos  ello?,  después  de  este  acto,  ((uedarán  autorizados  para 
couservar  su  domicilio,  entrefíándoseles  un  iiermiso  de  resi- 
dencia. Ning-uno  podrá  salir  del  recinto  del  campo  atrinche- 
rado sin  un  pasaporte  i|ii(>  irá  lirmado  por  el  comisario  de  poli- 
eia  de  su  distrito. 


'rmlii  el  (|iie  coiit i'a\ cn^^'a  las  disposiciones  anteriores  será 
arrestad(j.  l..-is  .-lutoi-idades  cixiles  y  militai-es  Nclaniíi  por  su 
cumplimiento. 

Se  adoptaron  e.stas  (lisposicioiics  jntva  cvikir  el  os- 
pioiiaje,  (jno  era  luio  de  los  graiuli'S  peligros  ilel  iim- 
luento. 

KI  carácter  liberal  y  confiado  de  las  aiit()rida<les 
francesas  había  dejado  establecerse  en  el  ¡¡ais  á  nu- 
nierosüs  ag'entes  del  eneniio-o.  (jue  desile  años  antes 
estudiaban  los  medios  de  defensa  para  comunicarlos 
al  Estado  Mayor  de  Berlín. 

Los  mismos  diarios  alemanes  lian  confesado  cjue 
su  país  tuvo  más  de  100. OOU  espías  en  Francia,  espías 
de  ambos  sexos,  pertenecientes  á  todas  las  clases  so- 
ciales. 

o 

otro  decreto  dio  el  gobierini  tVane('s  para  a.^cizurar 
la  tranijuilidad  interior.  En  tmla  f'raiieia  t'u(''  ¡¡rocla- 
mado  el  estado  de  sitio  en  la  siguiente  forma: 

.\rticulo  1."  KI  estado  de  sitio  ([ueda  proidamado  en  los 
S()  departamentos  franceses,  el  territorio  de  Helforl  \"  los  tres 
(lei)artameiitos  de  Arg'elia. 

Art.  2."  KI  estado  de  sitio  se  mantendni  durante  toihi  l;i 
^■tierra. 

Art.  :{."     Los  ministros  del  Interior,  de  .lusticia.  de  (inerra  ^■ 


VIULE      OE     parís 


Mairie  dü  VIIP  Arrond 
DÉUVRANCE  DE  BONS  OE  LAIT 


1  1    lAii%mun*-A-  •*■   h*!' 
••I — ni  «^  ^i>  il  •>■('.  |.».^  -, 


•    HMIi^ 


'.    1^   «.«t^ir^   «,     u. 


1    OLROSTL   !  > 


r         H,  MARECHAL  , 


HISTORIA  DE  LA  GUERIM  ELIROI  E\  DE   1914 


95 


ÁFFÍCHES^^-MIT^-^^ 


KmKi:j,m      CLASSEítl! 

ur.s  (;!iEv.vi;\    '         -^B  "•*"'>'- 


PCU. 


LA   JILfHEDUMBKE    LEYENDO    LOS   BANDOS   T    DECRETOS   REFERENTES   Á   LA   MOVILIZACIÓN 


(Fot.  Kol) 


de  Mariiin,  qnecbíu  cnc.-ir^-ndos.  cada  uno  i'ii  ln  que  le  concier- 
ne., de  la  ejecupión  del  presente  decreto. 


El  Consejo  de  ministros  decidió  reunir  las  Cáma- 
ras el  martes  4  de  Agosto  para  (jue  so  enterasen  de 
las  comunicaciones  del  gobierno  sobre  los  sucesos 
actuales. 

Casi  todos  los  parlamentos  de  Europa,  que  esta- 
ban en  vacaciones  por  ser  verano,  iban  á  reunirse 
también.  El  gobierno  alemán  convocaba  al  Reichstag 
para  el  mismo  día  4.  Como  este  cuerpo  legislativo  no 
tiene  voz  en  las  decisiones  de  la  guerra  y  la  paz,  su 
reunión  era  únicamente  para  recibir  la  noticia  de  la 
guerra,  acordada  por  el  emperador  y  el  Consejo  Fede- 
ral do  Alemania,  y  para  votar  los  créditos  militares. 

En  Rusia  iba  á  reunirse  la  Duma.  En  Bélgica  es- 
taban convocadas  las  Cámaras  para  el  día  siguiente 
3  de  Agosto. 


Era  bien  sabido  por  el  gobierno  belga  que  el  Esta- 
do Mayor  alemán  preparaba  algo  contra  la  integridad 
de  su  territorio.  En  la  frontera  limítrofe  de  Bélgica  y 
Alemania  se  amasaban  las  tropas  imperiales  en  mayor 
número  tal  vez  que  en  la  frontera  de  Francia. 

El  barón  de  Bracqueville,  presidente  del  Consejo 
de  ministros,  declaró  en  Bruselas  su  convicción  de 
que  el  territorio  belga  no  sería  violado.  Resultaba 


inadmisible  la  hipótesis  de  que  el  gobierno  de  Pru- 
sia,  que  había  reconocido  con  su  firma  la  neutralidad 
é  independencia  de  Bélgica,  respetándola  escrupulo- 
samente durante  la  guerra  franco-alemana  de  1S70, 
se  atreviese  ahora  á  faltar  cínicamente  á  sus  com- 
promisos. 

—Sin  embargo — declaró  el  jefe  del  gobierno  bel- 
ga— ,  nosotros  queremos  estar  á  la  altura  de  nuestras 
obligaciones.  El  rey  tomará  el  mando  superior  de  las 
tropas,  secundado  por  el  general  Sellier  de  Moran- 
ville,  jefe  del  Estado  Mayor.  Las  Cámaras  van  á  reunir- 
se. Bélgica  se  halla  en  estado  de  guerra.  La  guardia 
cívica  será  convocada,  para  que  preste  el  servicio  de 
guarnición  en  las  poblaciones  cuyas  tropas  hayan 
marchado  á  incorporarse  al  ejército. 

Inglaterra,  protectora  de  Bélgica,  hizo  una  ])re- 
gunta  á  los  gobiernos  alenuin  y  francés  para  saber  si 
ambos  países  respetarían  en  sus  operaciones  de  gue- 
rra la  neutralidad  del  territorio  belga. 

El  gabinete  de  Berlín  no  dio  contestación. 

Francia  se  apresuró  á  declarar  que  respetaría  es- 
crupulosamente la  neutralidad  del  país  vecino  con 
arreglo  á  sus  deberes  de  potencia  civilizada,  cumpli- 
dora de  sus  compromisos. 

M.  Klobukowsky,  ministro  de  Francia  en  Bruse- 
las, visitó  á  M.  Davignon,  ministro  de  Negocios  Ex- 
tranjeros, para  hacer  constar  que  el  gobierno  de  la 


96 


VlCftNTE  13LASCO  l!;ANI-"7 


.MAMl-Kf^TACllIN    LlE    KNTLSIAS.MU    lí.N    SAN    l'lí  lURSUUKÍiO    CON    MOTIVO    DK    LA    liriílUiA 


(Küt.  Ron 


líopública  iVunocsa,  rcpiticiuli»  una  voz  más  sus  an- 
teriores (leolaraf'iones,  respetaría  la  neutralidad  del 
territorio  I)elfj;'a  en  el  easo  de  un  cunflicto  internaeio- 
nal.  Solamente  en  la  hipótesis  de  qu(!  esta  neutralidad 
no  fuese  respetada  por  otra  nacióu,  el  gol)ierno  fran- 
cés examinaría  (jué  medidas  debía  adoptar  en  interés 
de  su  propia  defensa. 

D 

VA  entusiasmo  aumentó  en  San  I'etersburgo  el  2  de 
Aj;'osto,  al  conocer  la  muchedumliro  la  declaración  de 
guerra  lanzada  por  Alemania. 

El  zar,  en  su  calidad  de  generalísimo  y  de  jefe  su- 
premo de  la  religión  ortodoxa,  lanzó  en  las  primeras 
horas  la  siguiente  proclama  á  los  ejércitos  rusos  de 
mar  y  tierra: 

«Con  calma  y  dignidad,  Rusia,  nuestra  gran  pa- 
tria, ha  acogido  la  noticia  de  la  declaración  de  guerra. 

»Que  ella  se  muestre  serena  y  digna  hasta  el  tinal. 

»Yo  declaro  solemnemente  que  no  liar('  la  ])az 
hasta  que  el  último  soldado  enemigo  haya  salido  de 
nuestro  territorio.  Me  dirijo  á  todos  vosotros,  repre- 
sentantes de  mis  queridas  tropas  de  la  Guardia  y  de 
la  circunscripción  de  San  Petersburgo,  y  en  vuestras 
personas  á  todo  mi  ejército  reunido,  unánime  y  fuerte 
como  un  muro,  para  daros  mi  bendición  cu  esta  obra 
de  la  guerra. >> 

Por  la  tarde  a])arecieron  en  el  gran  balc(in  de 
palacio  el  zar  y  la  zarina,  mientras  los  grandes  du- 
ques y  los  dignatarios  de  la  corte  ocupaban  las  ven- 
tanas. 

La  muche<lumbre  hizo  á  los  soberanos  una  ovación 
delirante.  Los  retratos  de  Nicolás,  rodeados  de  ban- 


deras, se  destacaban  sobre  esta  ma.sa  enorme  de  ca- 
bezas. 

Los  diarios  rusos  mostraron  A  mismo  entusiasmo 
en  sus  artículos. 

La  Xoroic  ]'rriii¡(i  de  San  Petensburgo: 

Va  ;i  rcalizarsi'  el  ataí|Ui'  ilr  las  f  riliiis  iz-cnnáiiii-as  cnutra  las 
triliiiH  i'.sla\as.  AliMiiaiiia  acaba  ilc  doularar  la  j;aii'rra  ;i  U'iisia. 
V\\  ji'i^aiitc  iiiarcha  contra  otro  ^•ifi-anto. 

Detrás  (le  nosotros  <'stá  todo  el  mundo  eslavo.  (|ne  defende- 
remos eon  nuestro  cuerpo  ante  el  avance  ile  la  l'rusia  armada. 

Todos  los  alemanes  desean  la  ruina  de  K'usia  \'  de  los  pue- 
lilos  eslavos. 

Ksta  jiMierra  no  es  una  fruerra  santa  ni  una  i;-uerra  ¡lolitiea. 
Es  la  lucha  de.  dos  razas. 

¡Valor,  ])ueblo  ruso,  en  esta  hora  LiTaiKlel  \as  á  delender 
á  toda  la  le-jión  de  n:ieion;didades  eslavas,  aplastadas  bajo  la 
presión  t;-ermánica  hace  sig-lo.s. 

La  PdJühra  Confc/iiporduco,  periódico  radical,  re- 
conoció los  esfuerzos  heclios  por  el  zar  para  mantener 
la  paz: 

Ante  el  munilo  entero  y  ante  nuestra  ¡iropii  conciencia  de- 
claramos ([ue  los  rusos  no  son  los  aiiTcsores. 

Nosotros  nos  delendemos.  Defendemos  el  honor  de  nuestro 
país,  la  vida  y  los  l)ienes  de  h)s  rusos. 

Todos  los  ciudadanos,  luiidos  jior  un  mismo  seutiunento. 
llenos  de  fe  en  la  victoria  \'  la  leiritimidad  de  una  caiisa  justa, 
cnm|ilinin  su  del)er  en  el  punto  (|Ue  se  les  desit;-ne, 

Kl  Kopo'ika  de  San  Petersburgo: 

Nuestro  corazón  no  ha  de  traicionarnos  al  vernos  enfrente 
de  las  l)ayonetas  alemanas.  Con  toda  nuestra  fuerza  nacional 
las  repeleremos. 

El  pueblo  ruso,  convencido  de  la  justicia  de  la  obra  que 
emprende,  y  conscientemente  orgulloso  de  la  grandeza  de  esta 


HISTORIA  DE  I. A  GLIERR\  EUROPEA  DE  1914 


97 


El.    ZAR    ÜEVISTANDO    A    LAS    TROPAS 


(Fot.  Meurisse) 


ludia.  lli'VMi-á  i'n  alto  su  liauílrní  hasta  clavarla  sobre  las  ruinas 
del  ^■(■niiauisnio  niilitarist;i. 

D 

Lo.s  pi'iucipalos  diarios  do  Inglaterra  caldearon  su 
tono  en  vista  de  los  sucesos.  La  carhiia  egoísta  obser- 
vada en  los  primeros  días  del  conflicto  fué  desapare- 
ciendo á  impulsos  de  una  inquietud  creciente,  moti- 
vada por  los  atrevimientos  de  Alemania. 

Empezó  á  comprender  la  opinión  inglesa  que  todo 
cuanto  luciese  el  Imperio  alemán  contra  Francia  sig- 
nificada desprestigio  y  debilitamiento  para  Inglaterra. 
Un  trastorno  en  el  equilibrio  europeo  redundaría  cu 
daño  del  poder  británico. 

Sir  Edward  Grey  había  sintetizado  esto  eii  breves 
palabras. 

— El  gran  error  de  Inglaterra — dijo — ,  cuyas  conse- 
cuencias tocamos  ahora,  luó  permanecer  indiferente 
en  1S70. 

Muchos  conservadores  persistían  en  sus  propósitos 
de  no  intervenir,  dejando  correr  los  sucesos  del  con- 
tinente. Su  conducta  era  semejante  á  la  de  ciertas  aves 
que,  al  a[)r(j\imarse  id  peligro,  ocultan  la  cabeza  bají) 
el  ala,  creyendo  que  se  libran  de  él  no  viéndolo. 

Sin  embargo,  el  Times,  órganij  mesurado  y  ]irii- 
dente  de  la  burguesía  inglesa,  al  ver  próximo  el  rom- 
]>imiento  de  las  hostilidades,  dijo  así: 

En  esta  hora  tarilia  aún  no  (IcscspcranidS  complotainfiitr 
de  poder  evitar  la  suprema  catástrofe.  Pero  si  ésta  lleya.  la 
política  que  en  último  caso  d(íbe  adoptar  la  Gran  Bretaña  es 
clara  y  evidente. 

Nuestro  país  tirará  de  la  es]Kida  eou  la  repuirnaneia  más  ex- 
trema y  sin  animosidad  algaina,  solamenti'  [lor  el  cunipliinieuti) 


de  un  deber  eou  los  amig-os  \-  üanado  también  por  el  instinto 
de  la  defensa  personal.  No  jiueile  jiermanecer  en  actitud  pa- 
siva, contemplando  con  los  lira/.os  cruzados  á  sus  amigos,  (|ue 
se  hallan  en  peligro  de  destrucciini.  porque  si  la  fortuna  de  las 
armas  fuese  desfavorable  á  éstos,  cuyos  intereses  marchan  d(^ 
acuerdo  con  los  nuestros,  entonces  todo  el  mundo  sabe  que  Ir 
Inraria  el  Inrno  (Ir  si'r  ilrslri'irld  á  hi  (fran  BretaJia  en  una 
scgudda  ijiivri-u.  y  nadie  ¡erunldria  el  hricn  para  salvarla. 

En  este  momento  lo  que  interesa  más  á  los  ingleses  no  es 
la  paz— por  mucho  que  la  amemos—,  sino  la  ley  de  la  conser- 
vaciiMi  personal,  que  es  común  á  toda  la  humanidad,  fna 
guerra  contra  nuestros  anúgos  poiulrá  realmente  nuestra  se- 
guridad en  tanto  peligro  como  la  suya. 

Sobriamente,  pero  con  resolución,  desempeñaremos  nui'stro 
papel,  si  es  preciso,  en  ese  encuentro  sin  ¡¡n^cedentes.  Y  si  nos 
vemos  obligados  á-  intervenir,  el  país  entero.  6  sea  todo  el  Im- 
perio británico,  no  economizará  sacrificio  alguno  par-iV-.salir 
victorioso  de  una  lucha  que  poilria  amenazar  nuestra  existen- 
cia na<'ioual. 

El  Shíinhiril  apreciaba  :*un  una  clarividencia  aná- 
loga l;i  necesidad  de  (h'leiidcrse  en  (]Ue  se  hallalja  In- 
glaterra: 

Hoy  esperan  con  angustiosa  in((uietud  la  señal  de  la  guerra 
d(pscientos  inillonesde  per.-'onas,  y  se  pregunt.au  si  en  el  último 
niinutii  no  [mdrá  triunfar  l.a  raziin.  l)esgraeiailaniente  \\'\  ha\- 
ninguna  espenuiza  de  que  asi  sea. 

Tna  pronta  decisión  del  (iobierno  de  Su  Majest.ad  podri.a  t.al 
vez  con.servar  l;i  paz.  Si  esto  no  es  posible,  no  hay  entonces  otro 
recurso  (jue  esperar  los  primeros  n'sultados  de  la  guerra. 

Los  ingleses  opinan  ((ue  la  (¡rau  Urctaña  debe  mantenerse 
al  lado  de  Francia,  lo  quií  signllica  imi  las  circunstancias  actua- 
les estar  al  lado  de  Rusia,  l.a  decisi()n  que  más  arriba  reclama- 
mos del  (iol)ierno  es  que  anuiu'ie  en  téruúnos  precisos  que  está 
al  lado  de  Francia,  y  que  respondiendo  á  la  movilización  de 
Alemania  \a  á  orilenar  la  movilización  de  l;i   marina  ing'lesa, 

\i 


9S 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


l;i  movilización  del  ejército  territorinl  y  el  oiivio  ;il  cnntiiH'utc 
(le  un  cuerpo  expedicioiKirio.  lis  el  luiieo  medio  de  d;ir  un 
ii poyo  efectivo  á  Fnincin,  pues  el  cuerpo  expedieiounrio  del)e 
encontrarse  cu  linea  con  el  ejército  francés  <lescle  que  se  ini- 
cien las  operaciones,  so  pena  de  llejrar  demasiado  tarde. 

La  petición  del  ■Stinuhird  era  la  iiiisnia  cjue  el  pre- 
sidente Poiacaré  había  hecho  al  gobierno  inglés  por 
medio  del  embajador  en  París. 

Pero  el  gabinete  británico  no  se  atrevía  aiin  á 
mostrarse  resueltamente  apoyando  á  Krancia. 

Los  periódicos  tenían  una  opinión.  La  gran  masa 
no  tenía  ninguna  ni  nmstraha  interí's  ])iir  el  conllictu. 


Algunos  diarios,  al  mismo  ticuipo  ijuc  declaraban 
su  fe  eu  el  porvenir,  hicieron  el  resumen  de  todas  las 
falsedades  empleadas  ]ior  los  enemigos  para  llegar  á 
la  guerra. 

VA  iluslre  dipldmáticn  M.  l'irhi'm  fué  r\  (jue  sinte- 
tizó de  un  modo  más  ciin¡¡)leto  y  convincente  las  ma- 
las artes  y  tortuo.sos  proc-edimientos  de  la  diplomacia 
alemana: 

I  'niindo.  más  tarde,  se  purdan  cciutar  Ins  orígenes  de  la  irní'- 
rra  (pie  Alemaina  aeal)a  de  desencadenaren  iMU'oiia.  lialir;i(ine 

hacer  un  esl'uery.o  para  ci r  en  tanta  duplicidad  \'  tantos  ma- 

(piia\  eiisnios.  lla.v  (|ue  lialier  sido  tcstijíos  de  todas  estas  falsc- 


m,    m  HLICO    DE    I.llNnUKS    CLI.MENTANDO    LAS    l'UIMKKAS    NOTICIAS    liKI.ACIUN ADAS    CON    LA    (_U  LlíliA 


Alia  no  veía  lo  peligroso  que  era  para  la  integridad 
de  su  patria. 

D 

El  2  de  Agosto  la  ])rensa  de  París  salud()  la  movi- 
lización y  el  peligro  nacioual  con  palabras  de  ferv(}- 
roso  entusiasmo. 

Este  entusiasmo  vibrante  no  fuó  mas  (jue  un  reñejo 
del  que  se  había  desbordado  durante  la  noche  anterior 
por  las  calles  de  la  capital  y  que  se  prolongó  en  la 
mañana  del  domingo. 

La  muchedumbre,  reservada  y  prudente  hasta  poco 
antes  por  miedo  á  estorbar  las  negociaciones  del  go- 
bierno, se  lanzó  á  las  manifestaciones  patrióticas  con 
verdadero  frenesí. 


dndi's  para  poder  aei'iitar  (lue  son  [«isililes  en  nuestra  éjjoca  y 
en  nuestro  estado  de  civilización. 

l'iir  una  serie  de  rinliii.sniílds  trnliltirus.  el  g-oliierno  del  em- 
perador Guillermo  ha  em|)ujado  á  los  i)uehlos  á  de;i-üllarse, 
cuando  no  deseaban  mas  (lue  vivir  en  pa/.  y  trabajar  iior  el 
bien  de  la  humanidad. 

lüiibnsrnda.  el  ulliiiiatniíi  hecho  por  la  complicidad  alemana 
y  austríaca,  y  enviado  á  Servia  en  una  forma  ]iremeditada- 
niente  inaceptable,  por  su  carácter  injurioso. 

Eínhimnula.  las  protestas  dul/.onas  del  g-obierno  alemán,  cu- 
yos representantes  juraron  siempre  ([ue  no  haljia  en  el  mundo 
potencia  más  interesada  (|iie  la  suya  eiifruardarla  paz  de  Kuropa. 

Einhosradtt,  la  invitaciiín  que  Alemania  nos  dirigi(j  para 
(|ue  nos  uniésemos  á  ella  y  juntos  interviniésemos  cerca  del 
{robierno  de  San  Petersburfi-o.  mientras  ¡(ue  por  otra  parte  se 
ncii-aba  á  inttuir  con  su  aliado  de  Viena.  Los  hilos  de  esta  co- 
media eran  demasiado  visibles,  ."^u  linalid.ad  era  comi)rometer- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  ELlROPEA'DE  1914 


99 


llii.'í  en  lilla  actitud  l'alsa  auti'  líiisia.  iiiirslra  ainin-a  \'  aliada. 
i'ii  di'ti'iiiii'iitii  iiiu'stni  y  sin  más  ntilidad  (|iii'  lialicr  sci-n  ¡dn  a 
nncsti'iis  ad\i'i'sariiis. 

lúiihiisriiilii,  las  espei'as  iiiteniiiiialilcs  del  g-iil>iei'no  lU^  lier- 
liii  para  hacer  fracasar  los  pnn'cctns  de  iiiediaeiiin  di^  IiiLila- 
terra  y  ¡lara  impedir  ((iie  se  realizasiMi  -tiim;iiidii  el  aspecto  de 
protegerlas  — las  ciin\ crsacienes  directas  iMitre  Austria  \  líiisia. 
Se  sabe  yn.  de  un  iiKiihi  iiuludalile.  (pie  Alemania  es  la  i(ne  á 
última  hora,  ha  obliii'ado  al  (ioliieriio  de  Vieiia  á  ri'idiazar  la  for- 
mula de  ccuiciliaciiin,  que  ^'a  Contaba  coa  el  asentimiento  de 
líiisia  y  de  franida. 

Iü/ihiisciiil(i ,  la  nota  conminatoria  transmitiiia  por  M.  de 
Si-hoen,  con  la  cual  se  nos  ]ioiiia  en  el  caso  de  renunidar  á  nues- 
tra amistad  con  Kusia  deminciando  el  tratado  franco-ruso,  (i  de 
deidararuos  prontos  á  entraren  campaña  al  lado  did  emperador 
Nicolás.  Esto  último  con  (d  Illali^;alo  proposito  lie  liaca'rnos  apa- 
recer á  los  ojos  de  Iiifi'laterra  como  los  \crdadi'ros  autores  ibd 
eonllieto  eiiro]ieo. 

lüiihiisrudu,  la  declaraci(Ju  de  g'iierra  á  Kusia  en  el  mismo 
momento  i[ue  se  continuaban  las  iiegoídaídones  con  iiii.n  es|ie- 
raiiza  de  soliudón  pacilica. 

Eiiihiisniíld .  la  .apertura  de  las  liostilidailes  coiitiM  nosotros, 
en  nuestra  fronti'ra.  antes  de  i|Ue  ha,\M  ocurrido  el  rompimiento 
diplomático  con  el  cual  se  nos  amenaza  desde  hace  tres  dias. 
sin  Ueii'ar  á  formularlo  y  sin  dejar  \wy  esto  de  violar  en  muchas 
¡lartes  nuestro  territorio. 

Kiiihnxcddd .  id  p  ISO  de  las  tropas  alemanas  \  miiuieioues  de 
liueriM  por  el  tei'ritorio  de  iin  pais— (d  l.ii\embiir_;o  — iMiX'a  neii- 
tralidail  ha  ji'arantizado  l'rusia  lo  mismo  (pie  nosotros. 

Puede  decirse  ipie  ho_\  el  la'didjre  o-dp,.  ili>,  l;i  falsitieaidon 
ilid  li'lriiraina  de  En/.s,  hecha,  por  Bismarck.  ha  siilo  sobrepa- 
sailo.  l'rusia  esperi'i  para  atacarnos  cu  bSln  «(iie  la  gaierra.  hii- 
bii'se  sido  declarada.  Se  limitii.  ]i:ira  haciada  ine\  italilc.  á  ein- 
ple.ir  proia'dimientos  di-  falsitie.aeioii  ipie  l.a  Historia  \  la  con- 
cienid.a  humana  han  ealilicailo  liaia'  tiempo. 

.Ahora  la  ma(|uin.ación  alemana  resulta  m.-is  (idiosa.  Kntre 
las  m.anioliras  eriuiinales  de  1S~()  _\-  l,is  de  lid  I  existe  toda  la 
dil'eriMKda  (pie  separa  (d  genio  de  liisnnind^  de  la  medioeridad 
raliiosi  y  saUaje  de  sus  sucesores. 


Primeras  hostilidades. — Los  grandes  sucesos 

del  día 

La  gU(M'ra  ilc  l'Jil  omjjozú  uo  una  lornia  iiuiioa 
vista. 

Tiidus  lo.s  pueblos,  i:'u  la.s  diversas  edades  de  la  His- 
toria, hau  considerado  (|uc  la  guerra  tiene  sus  prác- 
ticas, su  cortesía,  como  las  flemas  relaciones  luuua- 
nas,  y  faltar  á  ellas  es  un  motivo  de  deshonra.  Jamás 
entraron  cu  lucha  dos  naciones  sin  avisarse  previa- 
mente las  próximas  hostilidades  con  una  dechiracii'm 
formal  ó  con  la  retirada  de  sus  representantes.  Hasta 
his  tribus  salvajes,  cuando  desean  combatirse,  !o  anun- 
cian antes  por  medio  de  emisarios. 

Alemania  im¡)lanti)  un  procediinií'utii  niie\'o  en 
1911.  Sus  tropas  invadieron  r\  territorio  de  Francia 
cuando  aún  no  había  hecho  ningnuia  (hiclaración  de 
o'uerra  al  gobierno  francés  y  su  embajador  estaba  to- 
davía en  París. 

Nunca  se  había  visto  iniciarse  una  campafia  de 
tal  mudo.  Hien  es  verdad  i|ni'  en  id  ciu'so  de  esta  o'ue- 


Hl.    I.IMIN    INail.lóS.    ;.llUU.Mnill    (i    DHSPIERTO? 

(Del  The  Iluslamler) 

rra  se  vieron  otros  actos  contra  el  derecho  de  gentes 
y  las  prácticas  militan-es  todavía  más  inauditos. 

En  las  primeras  horas  de  la  mañana  del  '2  de  Agosto 
llegaron  á  París  noticias  de  la  frontera  anunciando  el 
avance  de  los  alemanes. 

Penetraron  por  varios  puntos,  sin  encontrar  nin- 
gún obstáculo  inmediato,  pues,  como  ya  se  dijo,  el 
gobierno  franci'S,  para  evitar  incidentes,  había  hecho 
retroceder  sus  tropas  de  cobertura  á  ocho  kihjmetros 
de  la  frontera. 

Las  patrullas  de  caballeí  ía  alciuana  avanzaron  unos 
cinco  kilómetros  nuis  allá  de  la  línea  divisoria. 

Un  grupo  de  huíanos  intentíJ  apoderarse  de  la 
aduana  de  Petit-Croix,  en  el  territorio  de  Belfort.  (|uc 
estaba  guardada  por  un  destacamento  de  infantería. 
Al  hacer  fuego  los  alemanes,  los  franceses  contesta- 
ron, entablándose  un  combate  (jue  (lió  por  resultado 
la  retirada  de  los  invasores,  dejando  sobre  el  campo 
varios  muertos  y  ])risiiuieros. 

Cerca  de  .louclieray,  una  patrulla  de  caballería  in- 
vasora  tro|)ezó  con  un  grupo  de  soldados  franceses. 
El  oficial  alem;in  mati)  (h;  un  tiro  de  revólver  ;i  uno 
de  éstos,  y  á  su  vez  un  compañero  del  caído  lo  nuito 
á  él,  huyendo  á  todo  galope  el  resto  de  los  jinetes. 

Otro  grupo  de  franceses,  registrando  los  bosques 
en  los  alrededores  de  Belfort.  hizo  prisioneros  á  dos 
huíanos  (jue  habían  pasado  la  frontera  como  explora- 
dores. 


100 


VICENTR  IM.ASCO  IBAÑE2 


M.    DV.    SCIIUKN 
Embajador  de  Alemania  en  Purls 

l'ii  ])elüt('Hi  ;ilem;íii  del  ó."  re¿^imi('iito  cío  cazadoros 
(lo  caballería  llegó  ca  su  avance  hasta  el  ]nicblo  do 
Siiarce,  cerca  de  Bclíürt.  El  alcalde  estaba  hacierulü 
cu  a(]uel  inoiucnto  la  rcijuisa  de  los  caballos  destina- 
dos al  ejercito  IVaucós.  Los  invasores  se  apoderaron  de 
ellos,  y  haciendo  prisioneros  á  varios  hombres  de  la 
localidad,  los  obligaron  ú  condui'ir  los  caballos  hasta 
el  otro  lado  de  la  frontera. 

Por  la  tarde  llegó  á  París  la  noticia  de  qao  lus 
alrnianos  habían  violado  la  nontrulidail  del  Gran  Du- 
cado do  Luxoniiiurgii.  ]io(di(i  (juo  roiatarenios  más  ade- 
lanto. 

o 

En  este  mismo  día,  «d  end)ajad(ir  M.  de  Schoen  vol- 
vió á  visitar  á  M.  Viviani  en  el  ministerio  de  Nego- 
cios E.vtranjoros.  Todos  creían  que  esta  visita  ora 
])ara  roclauíar  sus  pasaportes  y  salir  do  Francia.  l)os- 
))U(''S  de  lo  ocurrido  oii  la  frontera  no  ora  jiosible  oti'a 
conducta. 

Sin  embargo,  el  dijdonuitico  ali-iu;ín  habló  vaga- 
mente de  !a  situación,  repitiendo  una  vez  más  que  su 
gobierno  no  quería  la  guerra,  y  se  retiró  sin  decir 
nada  sobre  su  próxima  marcha. 

El  gobierno  frano('s  había  ordenado  á  M.  .IuIíd 
Camliou,  su  embajador  en  IJerlín,  (juo  pidiese  sus  pa- 
saportes al  gobierno  alemán  y  saliese  de  Alemania 
coa  todo  el  personal  de  la  embajada,  en  vista  de  que 
las  hostilidades  empezaban  en  la  frontera.  Los  archi- 
vos de  la  embajada  debían  ser  conliados  al  embajador 
do  los  Estados  Unidos,  que  se  encargaría  igualmente 
de  la  protección  de  los  franceses. 

En  cambio,  M.  de  Schoen  no  manifestaba  ninguna 
intención  de  retirarse  á  su  país.  Se  iiabíau  cruzado  ya 


las  balas  alemanas  y  francesas,  soldados  de  ambas  na- 
cionalidades estaban  muertos  á  aíjuellas  horas  en  la 
frontera,  y  el  embajador  germánico  [)('rmane(na  tran- 
quilamente en  París,  como  si  los  tiempos  fuesen  de 
paz  y  ambas  ])(itoncias  viviesen  en  las  mojoros  rela- 
ciones. 

Su  situacii'in  era  violenta.  Todos  se  pregiiutaban 
el  significado  de  esta  conducta  inexplicable. 

^I.  de  Schoen  obedeció  indudablemente  .-'i  las  mali- 
cias del  gabinete  de  Borlin  al  retrasar  su  salida  de 
l'.-ii'ís.  l'T  gobiernii  alenifiii  necesitaba  una  justilieaeiou 
do  su  guerra  contra  Francia.  Los  múltiplos  y  repro- 
Ijables  medios  que  empleó  para  ello  demuestran  la 
intran(|uilidad  de  su  conciencia,  la  escasa  convicción 
(lo  ser  creíilo  por  el  mundo  cuando  alirnuise  ijuc  había 
emprendido  la  guerra  contra  su  voluntad,  el  deseo  do 
|ir(iv(icar  un  incidente  diplonnitico  para  poder  decir 
qu(!  Aloniaiiiu  era  la  agredida  y  im  la  agrosiu'a. 

El  embajador  permaneció  en  París  todo  el  tiempo 
que  le  fué  posible  después  de  iniciadas  las  hostilida- 
des. Modificando  sus  costumbres,  procuró  exhibirse 
en  busca  de  un  atropello,  aunque  escogiendo  los  sitios 
de  exhibición  para  que  el  atentado  contra  su  pm-sona 
no  resultase  demasiado  grave. 

Va\  plouo  conflicto  fué  á  comer  en  uno  di'  los  círcu- 
los más  aristocráticos  de  París,  esperando  sin  duda  un 
insulto  de  los  socios.  Éstos,  con  un  tacto  y  una  digni- 
dad unánimes,  se  limitaron  á  retirarse,  dejándolo  solo 
en  (d  comedor. 

l'',l  palacio  do  la  oml)ajada.  en  la  rué  do  Lulo,  tiene 
un  ani]ilio  jardín.  El  end)ajador,  contra  su  costumbre, 
en  vez  do  pasear  por  id.  paseó  solo  por  la  oalle.  á  la 
hora  en  que  el  ontnsiasnio  patriótico  se  desbordaba 
por  todo  París  dando  mueras  á  Alemania  y  á  Guiller- 
niu  II.  Poro  nadie  se  fijó  en  este  señor,  que  paseaba 
su  calle  de  un  extremo  á  otro,  como  un  vecino  impa- 
ciente que  aguarda  algo.  Los  únicos  que  le  conocían 
eran  los  ])olicías  secretos,  encargados  ])or  el  ministro 
del  lutoriur  do  velar  jior  su  seguridad  y  (juo  no  le  per- 
dieron de  vista,  siguióndido  en  todas  sus  evoluciones. 

La  provisión  y  la  habilidad  del  gobierno  francés 
supieron  desbaratar  esta  mai|uinacióu  alemana  y  otras 
muchas  encaminadas  al  hallazgo  dé  un  pretexto  que 
modificase  su  actitud  agresora.  Schoen,  quedándose 
en  París,  no  sabía  cómo  justificar  su  salida,  ni  su  go- 
bierno encontraba  un  medio  digno  para  lu  doídaraoiun 
de  guíM-ra. 

La  Cdhduefa  ilipliuiüitioa  do  Austria  fué'  tan  ab- 
surda comn  la  d'd  luipeiáo  aliado.  VA  onil)ajad(>r  aus- 
tríaco permaneció  en  París  hasta  que  el  gobierno  fran- 
cés tu\  o  que  uuinifestarle  que  se  marchase,  con  ruda 
franqueza. 

Con  Rusia  aiin  fué  más  escandaloso  el  proceder 
diplomático  del  Imperio  austríaco.  El  era  el  verdadero 
culpable  de  la  guerra,  al  menos  aparentemente.  Su 
negativa  á  entenderse  con  Husia  había  agravado  el 
conllicto;  y  sin  emliargo,  despuí's  (juo  su  aliado  (d  Im- 
perio germánico  iiubo  doclara<lo  la  guerra  al  Imperio 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


101 


ruso,  toilavía  el  cmbajailoi'  austriacij  siguió  en  San 
Pctersburg-o,  sostoiiiemlii  las  ivlacionos  diplomáticas 
entre  ambos  países. 

ílsta  pondiicta  extraña  obedecía,  como  hemos  di- 
cho, al  deseo  de  pudiT  hiigirse  agredidos  ante  la  o])i- 
nión  del  mund(.i,  manteniendo  sus  representaciones 
diplomáticas  en  liis  países  atacados,  á  la  espera  de  un 
incidente  personal,  l'ei'o  tambií'n  obeilccía  i'i.  una  astu- 
cia diplonuUica,  ó  más  exactamente,  á  una  artinuiña 
do  leguleyo. 

El  tratado  de  la  Triple  Alianza  obligaba  á  Italia  á 
marchar  uni(hi  cnn  Alemania  y  Ansti'ia,  pero  sola- 
mente en  caso  de  agresiiín  manifiesta  de  otra  ])oten- 
cia,  y  para  una  guerra  defensiva. 

Nadie  hai>ía  agredido  :i  los  dos  Inii)erios;  ellos  eran 
los  (jue  provocaban  la  coulhigrución  eurojiea.  Pero  los 
verdaderos  representantes  de  la  Triple  se  desesperaban 
de  ser  dos  nada  más,  á  pesar  de  su  título. 

(iuilb'rmo  11  había  contado  siempre  con  el  apoyo 
de  Italia  para  la  dominación  del  iSIeditcrráneo  y  para 
distraer  una  gran  parte  del  ejército  francés,  obligán- 
dob.)  á  defemler  la  iVontcra  de  los  Alpes.  La  Triiile 
Alianza  necesitaba  aparecer  como  agredida  para  obli- 
gar á  Italia  al  cumplimiento  de  sus  compromisos.  Su 
deseo  era  que  Francia  fuese  la  primera  en  declarar  la 
guerra.  ¡Conu)  si  esto  bastase  para  convencer  á  la 
opinión  italiana,  que  sabía  de  qué  parte  provenía  la 
agresión,  y  á  su  gobierno,  que  había  intervenido  sin 
éxito  en  las  gestiones  de  paz!... 

Italia  cortó  resueltamente  estos  manejos,  encami- 
nados á  arrastrarla  adonde  no  quería  ir. 

El  marqués  de  San  (líuliano,  ministro  de  Nego- 
cios Extranjeros,  hizo  saber  el  mismo  día  '2  al  emba- 
jador de  Alemania  en  Roma  que  Italia  permanecería 
conu)  país  neutral,  jtaes  sus  compromisos  con  la  Tri])le 


'/-• 


,«¿^55^ 


El  kmseh.-  ¡Socorre!  ¡Socorro! 
Italia. -No  enllcndo  el  alemán. 


(Del  (¡azetU-Timee,  Pittsbiirgh) 


.■\1.   JCl.KJ  ca.misdn 
Embalador  de  Francia  en  Berlín 

Alianza  línií-amentc  la  obligaban  á  tomar  las  armas 
en  el  caso  de  una  gue'rra  dií  defcnisa.  Italia  tenía  la 
convicción  de  que  la  guerra  iniciada  por  Austria  en 
Servia,  y  apoyada  por  Alemania  en  Rusia,  era  una 
guerra  ofensiva  y  so  consideraba  por  lo  mismo  desli- 
gada do  sus  promesas. 

El  mismo  día  el  marqués  Aq  l^nspoli,  encargado  de 
negocios  del  gobierno  italiano  en  París,  visitó  á  nnju- 
sieur  \'iv!ani  para  notiticarlc  la  ncutralilad  de  su 
naci(íii. 


A  las  siete  de  la  tarde,  el  mini.stro  de  Alemania  cu 
Bruselas  entregó  al  gobierno  belga  un  ultlii/aftini  de 
su  [¡ais.  En  él  decía  el  gobierno  alemán  '^itc  se  hidiia 
enterado — así,  sin  más  detalles  ni  ¡¡ruebas — de  que  im- 
portantes masas  francesas  se  estaban  reuniendo  en  la 
frontera  de  Bélgica  con  el  propósito  de  invadirla  por 
Givet  y  Namur  ])ara  marchar  luego  sobre  Alemania, 
y  que  él  se  consideraba  en  la  obligación  de  tomar  sus 
medidas  defensivas,  para  lo  cual  rogaba  al  gobierno 
belga  que  le  hiciese  saber,  trufes  de  his  siefe  (Je  la 
maJiana — ó  sea  en  un  plazo  do  doce  horas — ,  si  estaba 
dispuesto  ú  facilitarle  sus  operaciones  dejamk)  atrave- 
sar las  tropas  alemanas  por  el  territorio  belga. 

El  gobierno  de  Bruselas  contestó  mostrando  su  ex- 
trañeza  ante  la  afirmación,  sin  prueba  alguna,  de  que 
Francia  intentaba  invadir  su  territorio.  El  gobierno 
francés  le  había  dado  toda  clase  de  seguridadtís  de 
que  respetaría  su  neutralidad.  En  cambio,  Alemania 
aún  no  había  contestado  á  la  pregunta  del  gobierno 
inglés,  que  deseaba  saber  si  estaba  dispuesta  á  dar 
iguales  garantías  que  la  República  ¡lara  el  respeto  de 
la  integridad  territorial  de  Bélgica. 

Contestaba  además  el  gobierno  de  Bruselas  que 
Béla'ií'a  conocía  demasiado  v\  sentimiento  de  su  digni- 
dad  y  de  sus  intereses  ])ara  ])oder  acceder  asemejante 


102 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


iiitiiiiacióu,  y  nJiusuba  dccididaiuoiitij  el  iaciütar  las  K"  t:il  caso,  las  relaciones  de  amistad  i|uc  imhmi  á  los  dos 

operaciones  alemanas,  proti'stando  do  toda  viulacidii  '''^^'"1"^  rrsultaráu  más  estivehas  y  ,lura1)les. 
do  su  territorio. 

La  nación  belga  estaba  resuelta,  por  todos  los  nio-  Iniitil  comentar  (d  tono  y  los  fines  de  este  docu- 

dios  que  tuviese  á  su  alcance,  ú  defender  su  nentrali-  monto  inaudito.  Nunca  si'  ha  visto  tanto  cinismo  y 

dad,  garantizada  por  tratajios  que  llevai)an  la  firma  tanta  soberbia  en  el  atropello  de  un  ])ueblo. 

de  Prusia.  El  motivo  ("undumental  dtd  atontado  no  podía  ser 

Para  una  apreciación  exacta  de  esto  atropidlo.  he  nuis   falso.  Ali'uiania.   para   justifirar  la  invasimí  (!e 

aquí  los  textos  oficiales  del  docununito  ali'ncin  y  la  Bélgica,  Indjla  en  el  docnmento  deque  le  consta  p(U- 


rcsi)ucsta  belga  en  toda  su  integridad: 

El  froliicnu)  alemán  ha  r.'cibido  noticias  Sí'fi'uras  según  las 
cuales  las  fuerzas  francesas  tienen  la  intencii'in  de  ni  ireliru'  solire 
el  Mosa  por  (iivet  y  Naniur.  listas  noticias  no  ilej.in  iluila  alizuna 
sobrí'  las  intenciones  ile  Francia  de  nnirchar  contr.i  Alemania 
[lor  el  territorio  ))elg-a.  líl  Gobierno  imperial  alemán  nii  puede 
menos  de  creer  ([Ue  Bélgica,  á  pesar  de  su  buena  voluntad,  no 
está  en  situación  de  repider  i)or  si  misma  un  avaiu-e  francés 
de  esta   importa  nida. 

Esto  repres.'ut.i.  con 
certeza  suliidcnte.  tuia. 
annmaza  dirigida  con- 
tra Alemani.a.  y  es  un 
(hdier  imperiosn  de 
conservaidon  para  Ale- 
mania pre\ cnir  (d  ata- 
que did  enenngo. 

101  (ioljieruii  alemán 
lament;n-ia  nniy  \  i\a- 
mentequi'  Hélgica  un- 
rase  como  un  acto  de 
hostilidad  eonti-a  ella 
el  hecho  ilc  (|  ue  las 
nu'didas  de  los  enemi- 
gos de  Alemania  obli- 
guen á  ésta  á  violar. 
l)or  su  parte,  el  terri- 
torio l)elga.  A  lili  dr 
disipartoda  coufiisiou. 
el  (iobierno  alemán 
decda|-a  lo  siguiente: 

1."     Alemania  uo  se 


-MAUINOS    INGLESES    DISPARANDO    INA    AMliTHAI.l.ADOIt A 


<■  noticias  silgaras»  (puí  los  tVanceses  están  reuidondo 
fnerzas  importantes  cu  la  frontera  belga  para  inva- 
dirla. 

Francia  no  tenía  en  esta  frontera  mas  ijue  lasguar- 
inciones  ordinarias,  y  aun  éstas  disminuidas  consi- 
dcraldemente,  ])uos  todas  sus  tropas  disponibles  his 
amasó  en  el  Este,  ó  sea  en  la  tVontí.'ra  de  Alemania. 
Precisamente  el  empeño  de  los  alemanes  de  inva- 
dir á  Fraiiída  ])or 
la  frontera  belga  se 
basaba  en  la  falla 
de  precauciones  de 
la  defensa  francesa 
])or  esto  lado  de  su 
territorio.  Címfian- 
do  en  el  respeto  de 
la  neutralidail  bel- 
ga, garantizada  por 
todas  las  potencias, 
Francia  no  poseía 
en  esta  frontera 
una  fortificación 
mod.ernaninn  cam- 
[lamcnto  de  media- 
nil inqiortancia. 

Por  oso  cuando 
hubo  de  defenderse 
de  la  invasión  "or- 


pnipone  ningún  acto  de  hostilidail  contra  Bélgica,  si  Bélgica  nnínica  |)or  este  lado.  SUS  tro])as.  reunidas  con  re- 
traso, tuvieron  qrio  batirse  en  retirada  hasta  el  cora- 
zón del  país,  no  pudiendo  rehacerse  y  tomar  la  ofen- 
siva mas  que  al  tocar  en  su  retroceso  las  orillas  del 
Marne. 

¿Dónde  estaban  los  cuerpos  franceses  de  invasión 
de  que  hablaba  el  i'Itimaf  ¡ini  alemán?...  Es  iniítil  in- 
sistir contra  las  falsedades  de  dicho  documento,  obi'a 
maestra  de  la  mentii-a  insolente  ijue  inspiro  todos  los 
actos  de  la  diplomacia  alemaiui. 

El  gobierno  do  Bélgica  dio  su  resimesta  á  Alema- 


consiente,  durante  la  guerra  que  \n  á  iniciarsi',  en  tomar  una 
actitud  de  ui'utralidad  benevolente  respecto  á  Alemania.  El 
(iobierno  alemán,  por  su  jiarte,  s"  comprometí',  en  id  momento 
de  la  paz.  á  garantizar  cmi  su  ajun  o  el  reino  belga  ^'  sus  jiose- 
sioiies  en  toda  su  extensiiin. 

'¿."  Alemania  se  compromete,  liajo  la  condiciiin  enunciada. 
á  evacuar  el  territorio  lielga  asi  que  la  \y,v/.  h:i\a  sido  lieclia. 

:i."  Si  Bélgica  observa  una  actitud  amistusa.  Alemania  está 
pronta,  de  acuerdo  con  Itis  autoridade-;  del  (Iobierno  belga,  á 
comprar  con  dniero  contante  todn  lo  que  será  necesario  para 
sus  tropas  y  á  indenini/arla   ]ior  todos  los  pierjnicios  que  pro- 


duzcan en  Bélgdca. 

4.°    Si  Bélgica  se  conduer  de  un  nioilo  lio.stil  con  las  tropas  nia  en  la  mañana  did  :}  en  la  siguiente  forma: 
alemanas  y  opone  parlicularmeute  diflcultades  á  su  avance. 

¡lor  una  oiiosiídiiu  de  las  fortificaciones  did  Mosa  ó  por  la  des-  Por  su  Nota  de  2  de  Agosto  de  l'.ll-l.  el  ( Inbieruo  alem;in  nos 

trucciüu  de  caminos,  ferrocarriles,  túneles  ú  otras  obras  péi-  buce  saber  que,  según  noticias  si'guras  que  ha  recibido,  las 

blicas,  .•Memauia  se  verá  obligada  á  considerar  á  Bélgica  como  fuerzas  francesas  tienen  la  iiitemáou  de  nnindiar  sobre  el  Mosa 

enemiga.  pm-  (;i\ct  \'  Naninr.  \  que  Bélgaca,  á  pesar  de  su  liiieua  miIiiii- 

Rn  tal  caso,  Alemania  no  se  coni|iriimi'terá  á  i'cspetar  el  reino  lad.  no  se  ludia  en  el  caso  de  repeler  sin   recibir  socorro  el 

belga,  dejaudii  la  reglaineutiición  ulterior  de  las  relaciones  en-  avance  de  las  tropas  francesas. 

tre  ambos  Estados  á  la  suerte  de  las  armas.  El  (iobierno  alemán  se  considera  per  esto  en  la  obligaeii'm 

El  (Tobierno  alemán  tiene  la  justificada  esperanza  de  que  mi  de  iirexenir  este  ataque  \'  violar  el  territorio  belga.  Sobre  estas 

será  asi.  y  que  id  (iolderno  belg\i  sabrá  tomar  Indas  las  medidas  condiciones   pnqioue  .\lemania  al  (iobierno  del   Bey  adoptar 

necesarhis  jiara  evitar  (pie  ocurra  este  choi|ue.  con  ella  una  actitud  amistosa.  \-  se  eomjiromete  en  el  momento 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


103 


lie  l;i  [i.iz  ;i  Ll.ilMntiz.ir   l.i  ¡iitcLíl'iil.ni   ilrl   rciii(i,\  ilr  sus  pi 
lii'S  i'ii  tmhi  sil  cxtriisiciu. 

1.1  Not:i   iiñiuli'  i(iii'  si   Üil^ii-.i  npdiH' dilii-iiltudt's  al  avniícr 


iliii  |nilil¡caiiiciito  la  oi'ilrii  i\r  inovili/.ariúii  gfíioral, 
cuaiili)  va  sil  habían  disparado  sus  Cusilrs  cii  la  íVon- 

^ ,         .  "I"'""'  ".l■';•"»^'";'^^'l  ^'vniiiv      ^^,j,,^      1,;^  luilaaos  asaltaban  las  aldeas  IVanecsas. 
do  las  tropas  alriiianas.  Ali'iiKiiua   se  vera  obligada  a  considi'-  •'    ,        ,,      , 

rarla  ron luMi.i-a.  dojando  la  nrl^mictari.m  ulterior  do  las  .     l'n'tou.ha  lloniostl'ar  COll  ostü,  una  VOZ  lUas,  SU  C(3I1- 

ivlarionos  oiitro  los  dos  listados  ¡I  la  siierto  do  las  armas.  diciull  de  agTe'didí).  Doscaba  liaoor  vci'  quc  cl  Impcvio 

Ksta  Nota  lia  iH-ovooado  011  ol  (¡oliiorno  del  li'i'.v  iin.i  iirol'iinil.i      ali'iuáu  i'ra  el  últiaio  en  prepararse  para  la  guerra, 
y  (lolorosa  ostiipi'í'aooión.  l.as  iutonoionos  qiio  oll.i  atriliii\o;i      despiu's  de  K'usia,  después  (l.'í  Kraueia. 
I-ranoia   i'slaii  oii  oontradiorioi,  ooi,  las  dooiaraoioiios  lorniali^s  .y    ^y   movilización    Había    eilipeza-lo    neultailicntc 

1(110  nos  lian  sido  lii'ohas  ol    I ."  do  Au'osln  ou  iioinliro  do!  ( ¡o- 
bioruo  do  la  líopublioa. 

Aparto  do  oslo,  si  oo:itr,i  loilas  l.is  soguridados  qiio  nos  ha 
dado  l''raiioia.  ost  I  .atontase  oontr.i  niiostra  ¡iitou-ridad  \iolanilo 
nnostro  territorio.  lii'lLi'iea  sahria  oinnplir  sos  deberos  ioteíaia 
oitnialos  y  su  ejército  oiioiiib-i;i  ;il  invasor  la  ni;is  viyoro.sa  ro- 
sistonoia.  Los  tratados  di'  ls:!í),  ooiiliiau.ados  ¡mr  los  tratados 
de  1810.  consagran  la  indepemleocia  y  la  nentr.ilidad  de  1!  1- 
gica.  b.ijo  la  g.ir.intia  de  to  I  is  l.is  potouoias.  \  esii,_'oialmoiito 
del  Gobierno  de  S.  M.  cd  ro.v  do  l'rusia. 

Hélgdca  so  lia   uiostiMdo  siempre  liid  á  sus  ol)lig;ic¡oiios  in- 
teriiaeiouales.    en  ni- 


|1  ®  ^.WM  Ék 


pilo  n  do  sus  il  elii'res 
con  un  espíritu  de  leal 
iiiip.a  l'o  ia  1  ida  d  y  iio 
ahorrando  estuor/.o  al- 
guno pan  inantoiier  \' 
hacer  respetar  su  neu- 
tralidad. 

El  atontado  contra 
su  ¡ndopendeiiei.i.  euii 
ol  cpio  li'  ,imeiia/.a  e| 
(i  o  lii  oi'iio  a  I  !•  111  a  n  . 
constituiría  iin.i  il.i 
grante  violación  del 
doroclio  di'  giaiti's. 

Ningún  inti'ri's  es- 
tratégico puedo  Justi- 
ficar la  violación  del 
ilei'ocdio. 

Si  el  (iubioriio  bolg.i 
aceptase  las  jiroposi- 
eioiio.s  ((lie  lo  han  sido 
notiHc.adas  jior  Aloiiia- 
nia.  sacritic.aria  id  ho- 
nor de  sil  iiaidon.  faltindoal  mismo  tioiniio  á  sus  deberes  con 
toda  Knroii:i. 

é'onsciente  del  ¡i.-iiiel  quo  desdo  hace  ochenta  años  dosom- 
peña  Bélgica  en  la  ci\-ilizaciiiu  del  mundo,  esto  (ioliiorno  se 
resiste  á  creer  que  la  indiqieiid-iioia  belga  sido  pueda  ser  ooii- 
servada  á  cambio  do  la  \  lolaidon  de  su  neutr.didad. 

Si  este  atroiiello  se  eonsuniaso.  el  ( iobiíaaio  belg'a  está  lirme- 
mente  decifjlidü  á  roindor  jior  los  medios  (| no  estén  ;i  su  .i  lea  neo 
todo  atontado  contra  su  derecho. 


MAIUNOS   IN-lil.ESlíS    COX   LOS   r.WONHS    DV.    DliSlí.MUAKC'O 


el  '2'>  do  .Iiilid.  cuando  to  la  la  Miirupa  vivía  en  ])az!... 
Y  antes  del  '27),  antes  de  ijiu'  Austria  presentase  á 
Servia  su  nota  amenazadora,  en  ios  altos  círculos  ale- 
manes l;i  g'uerra  era  va  cosa  decidida.  Todos  los  linan- 
cieros  (■'  industriales  ijue  torman  la  aristocracia  del 
negocio  en  Alemania  y  rodean  al  kaiser  como  con- 
sejeros y  colaboradores,  conocían  la  proximidad  del 
conriicto. 

Desde  mediailos  de  Julio,  las  eumpafiías  alemanas 

de  seguros  maríti- 
mos, esparcidas  en 
todo  ol  mundo,  se 
negaron  á  admitir 
nuevas  opcracio- 
ui's.sabiendoloijuc 
iba  á  ocurrir  en  los 
mai'os.  Los  Bancos 
del  país  se  mostra- 
iMii  parcos  y  reser- 
vados en  su  tra- 
bajo. 

Estallan  en  el  se- 
creto de  lo  que  pen- 
sabii  su  monarca, 
llamado  durante 
muchos  años  Gui- 
llermo «cl  Paciñ- 
cador». 


111 


La  violación  de  Liixemburíío 


Kl  ducado  de  i.uxeníburgo  es  un  Estado  iiidcpon- 
dioute  desde  IHliT. 

Durante  la.  Eilad  Media  perteneció  á  los  cundes  de 

Couu)  consecuencia  did  iill ¡ukiI n m  alemán,  liigla-  Namur,  ijue  guerrearon  incesantemente  con  los  du- 
terra  salió  de  su  actitud  expectante.  iju  's  de  Hravante  por  su  engrandecimiento,  hasta  con- 

A  las  siete  de  la  noche  había  sido  entrega  lo  id  vertirlo  en  ducado.  Después  pasó  á  poder  de  la  casa 
referido  documento  al  gobierno  belga.  A  las  ocho  y  de  Hnrgoi'in  y  de  ésta  á  la  casa  de  Austria.  Al  ser  de 
media  id  Almirantazgo  inglés  lanzó  la  orden  de  mo-  la  dinastía  austríaca  fué  de  España,  (]ne  tuvo  allí 
vilizacióu  de  todos  los  hondjres  de  reserva  de  la  Ar-  por  largos  años  una  guariiicii'ui  y  realizó  importantes 
mada  menores  de  ó.")  años.  Los  reservistas  marítimos      eunstracciones. 

debían  acudir  ininodialamente  á  sus  puertos  de  con-  Una  parte  del  ducado  se  anexionó  á  la  mouanjuía 

centración.  francesa  ])or  cesión  de  España,  consignada  en  el  tra- 

A  media  noche  la  Ilota  inglesa  so  reunió  en  la  en-  tado  de  los  Pirineos,  y  es  la  (jue  ahora  se  llama  Ln- 
trada  del  mar  del  Norte.  .rciuburf/o  francra.  Por  la  paz  de  Utrecht  el  Luxem- 

Un  detalle  de  la  hi|)ocresía  alemana,  que  casi  re-  burgo  volvió  á  los  Austrias  de  la  ca.sa  de  Habsburgo, 
sulta  grotesco.  En  este  día  2,  el  gobierno  de  Alemania     y  con   los   Países  Bajos  austríacos  formó  parte  del 


1C4 


VICENTE  BLASCO  IB\ÑEZ 


.MüVIl.I/Allll.N    lili    l.A    AH.MAUA    INGLliSA 
Marineros  despidiéndose  de  sus  familias 


liii|ii'r¡ii  ^•(■riiiáiiicu  ilo  ciituiu'c.s.  Las  tropaíá  IVaucesas 
do  hi  lícvuluciüii  lo  concjuisturon  on  17Ü5,  y  desde 
este  año  hasta  la  primera  caída  de  Napoleón,  en  IHl  1, 
fig'iiró  como  provincia  de  Francia.  El  Congreso  de 
Viena,  al  hacer  el  nuevo  reparto  de  Europa,  lo  adju- 
dicó á  Holanda,  siguiendo  en  esto  la  misma  suerte  de 
Bélgica.  En  \h:]{),  al  sublevarse  los  belgas  contra  la 
dominación  holandesa  y  conseguir  su  independencia, 
los  habitantes  de  Luxeniburgo  so  unieron  con  entu- 
siasmo á  este  movimiento.  Sólo  la  ciudad  de  Luxem- 
burgo,  cajiital  del  ducado,  con  su  temible  castillo  y 
i'uortcuiente  g-uarnecida,  se  mantuvo  fiel  á  la  domina- 
ción holandesa.  Todo  el  resto  del  país  se  incorporó  al 
nuevo  reino  belga,  nacido  del  movimiento  revolucio- 
nario do  IHSO. 

Esta  situación  fué  prolongándose  durante  nueve 
años,  hasta  que  en  1S89  pudo  realizarse  por  mutuo 
acuerdo,  entre  Bélgica  y  Holanda,  reconciliadas,  un 


nuevo  iTpai'fii  did  país.  Tmla  la  jiartc  occi- 
dental del  Luxemburgo,  habitada  por  walo- 
ncs,  formó  una  provincia,  incor]iorándosc 
á  Bé'lgica.  El  rosto,  con  la  capital,  volvió  á 
piidi'r  di'  llnlaiida,  prru  cntraiidn  en  la  Con- 
fi'dci'acii'in  germánica  Uanuida  del  Sur. 
(^•nrdaron  así  tros  !,uxoniburgos:  el  franci's, 
ijiii'  (hitaba  del  siglo  WIl.  r\  belga,  y  el 
¡icijuoño  ducado  de  Luxeniljurgo,  con  vitla 
imlepondionto,  ])cro  sometido  á  la  Confede- 
ración germánica  é  indirectamente  á  Pru- 
sia,  i|Uo  toiiíu  011  su  iVirlalr/.a  mi  iiiíoli'o  (U; 
tropas  coiisidorablr. 

Al  disidvorsc  on  J.SIW)  la  ('niifodoraciún 
g"rni;iiiica  del  Sur  pnr  la  drn'ota  do  Aus- 
tria en  Sadowa.  ol  ducado  (juotló  en  una 
piisición  anormal.  No  formaba  ¡larto  de  la 
iiuíiva  (Junfoderacii'm  ali'iiiaiia  dol  Norte, 
dirigiila  por  la  l'nisia  triiuifanto,  y  sin  em- 
bargo las  tropas  prusianas  continuaban 
ocupando  su  fortaleza. 

El  gobioriiii  francés  se  inquietó  por  esto, 
coniii  si  ])rosiiitiose  la  guerra  qui>  ii)a  á  es- 
tallar cuatro  años  dospUí'S.  El  Luxoniburgo 
representaba  una  valiosa  posición  estraté- 
gica, por  los  caminos  (juo  alluyou  á  id  y 
por  sus  obras  de  fortiiicaciih). 

El  gran  Carnot  había  diclio  (juo  la  ciuilail 
de  l.ii.vemburgo  era  la  plaza  más  fuerte  de 
toda  Europa  después  de  (übraltar.  El  an- 
tiguo castillo  de  los  primitivos  duques  ha- 
bía sido  li'vantado  en  una  meseta  rocosa 
al  pie  dé  la  cual  se  extendió  la  ciudad.  Los 
duminadores  sucesivos  fueron  agrandando 
esta  fortaleza  con  nuevas  construcciones, 
ó  tallando  y  ahuecando  las  rocas.  Los  es- 
pañoles hicieron  importantes  obras  de  for- 
tificación, de  las  que  aiin  quedan  restos; 
luego  los  austriacos.  y  rmalmenti^  los  iVau- 
coses  y  los  prusianos.  El  sistema  do  N'aulian 
convirtió  el  castillo  de  Luxemburgo  en  la  plaza  más 
fuerte  del  corazón  de  Europa. 

Las  gestiones  dr  Francia  para  recobrar  ol  ilucado 
comprando  sus  derechos  al  rey  do  Holanda  ]U'ovoca- 
ron  una  conferencia  diplmnática  reunida  en  Londres. 
En  ella  si'  lirmó  el  tratado  de  1'2  do  Mayo  d(!  IS(i7,  por 
el  cual  quedaba  reconocida  la  indo|)oniioiicia  jiolítica 
de  Luxemburgo,  con  el  título  do  (¡ran  Ducado.  El  rey 
de  Prusia  figuró  entre  los  Hrmantes  del  tratada,  cdiii- 
])romotiéndose  á  retirar  inmediatamente  sus  tro])as  do 
la  fortaleza  do  Luxemburgo. 

Como  la  existencia  de  esta  fortaleza  era  el  principal 
motivo  de  los  deseos  de  anexión  de  las  naciones  vecinas, 
el  tratado  de  Londres  consignó  que  debía  precederse  á 
su  desmautelamionto.  Así  se  hizo.  Hoy  los  antiguos  ba- 
luartes están  convertidos  en  paseos  floridos.  La  hiedra 
y  otras  ])lantas  trejiadoras  cubren  con  Tin  grueso  manto 
do  hojas  los  arruinados  murallones  (juo  aiin  conservan 


(Fot.  Mcurisíicl 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


105 


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106 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


vestigios  de  los  escudos  de  armas  de  Espaüa  y  do 
Austria. 

Un  puente  moderno,  de  atrevida  y  graciosa  cons- 
trucción, el  puente  Adolfo,  une  la  meseta  en  la  que 
estuvo  la  antigua  fortaleza  y  está  actualmente  el  pa- 
lacio ducal  con  la  estación  de  ferrocarril,  que  es  el 
edificio  más  importante  de  la  ciudad. 

Si  Luxemburgo  tuvo  valor  en  otros  tiempos  como 
plaza  fuerte,  lo  tiene  ahora  como  lugar  estratégico. 
Cuatro  vías  férreas  de  gran  movimiento  afluyen  á  la 
ciudad,  haciéndola  servir  de  intermediaria  entre  Fran- 
cia, Bélgica  y  el  Imperio  alemán. 


Los  prusianos  abandonaron  el  Luxemburgo  contra 
su  voluntad  y  con  visible  despecho,  por  cumplir  el 


VISTA   GBNBRAL  DB  LUXBMBURGO 

tratado  de  Londres.  Pero  al  retirar  su  último  soldado 
comenzaron  una  segunda  invasión,  la  económica,  abu- 
sando de  la  modestia  de  recursos  en  que  viven  los 
hijos  del  país. 

Los  luxemburgueses  sólo  son  agricultores.  Ade- 
más, la  propiedad  del  suelo  se  halla  muy  repartida, 
lo  que  asegura  un  mediano  bienestar  á  todos  y  hace 
que  no  conozcan  la  verdadera  pobreza,  pero  al  mismo 
tiempo  impide  la  formación  de  grandes  capitales  que 
son  necesarios  para  las  explotaciones  modernas. 

Alemania  procedió  malignamente,  como  es  cos- 
tumbre en  su  diplomacia,  al  incluir  al  Luxemburgo 
en  el  Zollvercin  ó  unión  aduanera  germánica,  con 
pretexto  de  proteger  su  vida  económica. 

El  Gran  Ducado  es  libre  políticamente,  pero  sólo 
de  nombre.  Unido  por  los  lazos  económicos  á  este  ve- 
cino poderoso,  sufre  su  influencia  á  todas  horas,  se 
siente  ahogado,  absorbido,  vaciado,  como  un  molusco 
entre  las  garras  de  un  pulpo  enorme.  El  comercio  ale- 


mán, la  industria  alemana,  las  compañías  de  ferroca- 
rriles con  residencia  en  Berlín,  han  invadido  el  país, 
no  dejando  espacio  para  los  naturales  de  él  ni  para  las 
empresas  de  las  otras  naciones  limítrofes. 

— ¡Qué  calamidad  los  alemanes! — dicen  los  pacíficos 
habitantes  de  antiguo  origen  luxemburgués — .  Viven 
aquí  como  si  estuviesen  en  su  casa.  Lo  poseen  todo:  el 
gran  comercio,  las  fábricas,  los  bancos,  los  ferroca- 
rriles. Nosotros  intentamos  defendernos  con  nuestro 
trabajo,  ¡pero  qué  podemos  hacer  contra  esta  corrien- 
te!... Somos  un  país  de  agricultores  y  de  pequeños 
propietarios.  Los  capitales  alemanes  afluyen  aquí  y 
nos  sumergen.  Compran  todo  lo  que  está  en  venta; 
subvencionan  toda  clase  de  empresas,  siempre  que 
tengan  alemanes  al  frente;  se  apoderan  de  nuestras 
minas  para  explotarlas  con  las  ventajas  que  propor- 
cionan los  capitales  enor- 
mes. 

Los  habitantes  del  Lu- 
xemburgo liablan  dos  idio- 
mas: el  alemán  y  el  fran- 
cés. Los  alemanes  preten- 
den que  son  de  su  raza,  que 
forman  parte  de  su  pueblo, 
y  por  lo  mismo  sólo  deben 
usar  el  idioma  germánico. 
Por  una  protesta  instin- 
tiva, los  luxemburgueses 
emplean  con  preferencia  el 
francés,  se  valen  en  sus 
transacciones  comerciales 
(le  la  moneda  de  Francia, 
y  en  los  escaparates  de  sus 
librerías  figuran  los  libros 
y  revistas  de  París  en  ma- 
yor cantidad  que  las  publi- 
caciones de  Berlín. 

El  idioma  francés  no 
les  recuerda  únicamente  á 
Francia.  Es  la  lengua  de  otros  vecinos  con  los  que 
vivieron  hace  ochenta  y  cuatro  años,  luchando  jun- 
tos por  la  libertad:  la  lengua  de  los  belgas,  que  han 
formado  una  patria  mucho  más  extensa  que  la  suya, 
pero  igualmente  amenazada  en  su  independencia  por 
la  soberbia  de  los  alemanes. 


El  sábado  1.°  de  Agosto,  á  las  siete  de  la  tarde, 
tres  automóviles  llenos  de  soldados  germánicos,  pro- 
cedentes de  Wemperhardt,  se  detuvieron  ante  la  esta- 
ción luxemburguesa  de  Tres  Vírgenes,  en  la  línea  del 
ferrocarril  de  Lieja  á  Luxemburgo. 

Un  oficial,  revólver  en  mano,  entró  en  la  oficina 
telegráfica,  manifestando  al  jefe  que  iba  á  ocupar  mi- 
litarmente la  estación.  Hubo  un  violento  altercado 
entre  el  oficial  y  el  empleado  del  ferrocarril.  Este  úl- 
timo, en  el  curso  de  la  disputa,  se  apoderó  del  apa- 
rato telegráfico  y  lo  inutilizó  arrojándolo  al  suelo 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


107 


para  que  no  pudiesen  servirse  de  él  los  inva- 
sores. El  destacamento  se  apoderó  de  la  esta- 
ción, expulsando  al  jefe. 

Por  la  noche,  el  gobierno  de  Luxemburgo, 
enterado  del  suceso,  dirigió  al  ministro  de  Ne- 
gocios Extranjeros  de  Alemania  una.  enérgica 
protesta  por  esta  violación  de  territorio. 

En  las  primeras  horas  de  la  mañana  del  2  de 
Agosto  recibió  aviso  el  gobierno  de  que  otra 
invasión  se  estaba  realizando  por  el  ferrocarril 
que  va  de  Luxemburgo  a  Tréveris.  Cuarenta  y 
un  automóviles  llenos  de  oficiales  alemanes  y 
escoltados  por  un  escuadrón  de  huíanos  pasaron 
la  frontera,  entrando  en  el  territorio  luxembur- 
gués, al  mismo  tiempo  que  avanzaban  por  la 
línea  férrea  tres  trenes  blindados  con  dos  regi- 
mientos de  infantería. 

El  comandante  Van  Dyck,  jefe  del  cuerpo 
de  voluntarios  de  Luxemburgo,  salió  al  encuentro  de 
los  invasores  llevando  por  escrito  una  protesta  del 
gobierno.  El  jefe  de  las  fuerzas  alemanas,  coronel 
Von  Baerensprung,  leyó  la  protesta  y  dio  recibo  de 
ella,  declarando  que  sus  órdenes  eran  de  seguir  ade- 
lante, aunque  tuviese  que  emplear  ¡a  fuerza. 

Antes  de  las  nueve,  los  cuarenta  y  un  automóviles 
de  oficiales  penetraron  en  la  ciudad  de  Luxemburgo 
por  el  arrabal  de  Clausen,  al  mismo  tiempo  que  echa- 
ban pie  á  tierra  en  la  estación  los  soldados  del  primer 
tren  blindado. 

La  gran  duquesa  de  Luxemburgo,  María  Adelaida, 
joven  soberana  de  veinte  años,  se  indignó  ante  el 
atropello,  intentando  una  protesta  de  femenil  heroís- 
mo. Al  ver  la  capital  invadida  por  los  prusianos,  salió 
del  palacio  en  su  automóvil  é  hizo  que  éste  se  atrave- 
sase en  el  puente  Adolfo,  creyendo  que  su  presencia 
contendría  el  avance  de  los  enemigos. 

Al  llegar  el  primer  grupo  de  alemanes  el  oficial 
trató  á  la  soberana  como  á  una  simple  particular,  or- 
denando imperiosamente  que  dejase  libre  el  paso.  Ma- 
ría Adelaida  quiso  protestar  alegando  sus  derechos,  y 
el  oficial  por  toda  respuesta  la  apuntó  con  su  revólver. 


_  -  tX 


■•-.-.i^íflft 


RUINAS   DE   LAS  ANTIGUAS  FORTIFICACIONES 

La  joven  duquesa,  llorando  de  cólera,  tuvo  que  retro- 
ceder obedeciendo  los  ruegos  de  sus  allegados. 

Poco  después  de  las  nueve  se  presentó  en  el  pala- 
cio el  coronel  Von  Baerensprung,  siendo  recibido  por 
M.  Paul  Eyschen,  ministro  de  Estado  y  presidente  del 
gobierno  de  Luxemburgo. 

El  jefe  alemán  manifestó  que  sus  órdenes  eran  de 
ocupar  la  ciudad,  apoderándose  de  las  líneas  férreas, 
así  como  del  servicio  de  correos  y  telégrafos. 

Fué  inútil  que  el  ministro  alegase  la  neutralidad 
del  Luxemburgo  establecida  en  el  tratado  de  Londres 
de  1867,  y  que  estaba  garantizada  por  el  reino  de  Pru- 
sia,  así  como  por  Francia,  Austria,  Inglaterra,  Italia, 
Rusia,  Bélgica  y  Holanda.  Este  tratado  dice  así: 

Art.  2."    El  Gran  Ducado  de  Luxemburgo  formará  en  ade- 
lante un  Estado  perpetuamente  neutral  bajo  la  garantía  de  los 
gobiernos  de  Francia,  Austria,  Gran  Bretaña,  Prusia  y  Rusia. 
Tendrá  la  obligación  de  observar  igualmente  esta  neutralidad  ■ 
con  todos  los  demás  Estados. 

Las  altas  potencias  contratantes  se  comprometen  á  respetar 
el  principio  de  neutralidad  estipulado  en  el  presente  artículo. 


El  coronel  alemán,  después  de  oir  la  protesta  del 
gobierno,  se  limitó  á  responder  que  él  cumplía 
las  órdenes  de  su  soberano. 

M.  Eyschen  envió  entonces  la  siguiente  co- 
municación á  M.  Viviani  como  ministro  de  Ne- 
gocios Extranjeros  de  Francia: 


KL   l'UKNTE  ADOLFO 


Tengo  el  honor  de  poner  en  conocimiento  de  Vues- 
tra Excelencia  los  hechos  siguientes: 

El  domingo  2  de  Agosto,  en  las  primeras  horas  de  la 
mañana,  las  tropas  alemanas  han  penetrado  en  el  terri- 
torio luxemburgués  por  los  puentes  do  Wasserbillig  y 
de  Kcmich,  dirigiéndose  especialmente  hacia  el  Sur 
del  país  yhacia  la  ciudad  de  Luxemburgo,  capital  del 
Gran  Ducado. 

Cierto  número  de  treues  blindados,  con  tropas  y 
municiones,  han  avanzado  por  la  vía  del  ferrocarril  de 
Wasserbillig  á  Luxemburgo,  y  se  anuncia  la  próxima 
llegada  de  muchos  más.  !  '•    ;.'  ■  :.:  *"    •; 

Estos  hechos  son  maniflestamentecótítcarios  4  lit 


108 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL  PALAOIO  DUCAL  DB  LUX8MBUBG0 

neutralidad  del  Gran  Ducado,  garantizada  por  el  tratado  de 
Londres  de  1867. 

El  Gobierno  luxemburgu('>s  no  ha  dejado  de  protestar  enér- 
gicamente contra  esta  agresión  ante  los  representantes  de 
S.  M.  el  emperador  de  Alemania  en  el  Luxemburgo. 

Una  protesta  igual  va  á  ser  transmitida  al  secretario  de  Es- 
tado de  los  Negocios  Extranjeros  en  Berlín. 

Luxemburgo  2  de  Agosto. 

Eyschen 

MiHi»tTO  de  Estado 
y  presidente  del  Gobierno 

La  gran  duquesa  dirigió  este  telegrama  al  empe- 
rador de  Alemania: 


ban  explotadas  por  empresas  alemanas,  dando  á  en- 
tender con  esto  que  eran  de  pertenencia  del  Imperio 
alemán,  el  cual  podía  disponer  libremente  de  lo  suyo. 

La  contestación  de  Von  Jagow  á  la  protesta  del 
gobierno  luxemburgués  fué  más  digna  aún  de  la  diplo- 
macia alemana. 

Días  antes,  los  espías  prusianos,  que  abundaban  en 
el  Luxemburgo,  habían  lanzado  en  los  diarios  de  Berlíu 
la  noticia  de  que  050  ciclistas  militares  franceses  ibau 
á  invadir  el  territorio  del  Oran  Ducado.  AL  Eyschen 
hizo  desmentir  esta  noticia  en  el  mismo  Herlín.  Nadie 
había  visto  en  la  frontera  del  Luxemburgo  tales  ciclis- 
tas. A  los  dos  días  nueva  invención  de  los  espías  del 
gobierno  alemán,  publicada  igualmente  por  los  perió- 
dicos berlineses.  Varios  cuerpos  de  ejército  franceses 
habían  invadido  el  ducado  del  Luxemburgo,  incen- 
diando la  capital  por  los  cuatro  costados,  devastando 
los  campos,  destruyendo  las  vías  férreas. 

Y  antes  de  que  el  jefe  del  gobierno  luxemburgués 
pudiese  rectificar  tales  mentiras,  que  impresionaban 
la  credulidad  alemana,  haciéndola  indignarse  contra 
la  maldad  francesa,  las  tropas  del  emperador  invadie- 
ron el  Gran  Ducado. 

El  telegrama  de  Von  Jagow,  ministro  de  Negocios 
Extranjeros,  decía  así: 

Con  gran  pesar  nuestro,  las  medidas  militares  que  hemos 

tomado  resultaban  indispensables,  por  lial)er  recibido  noticias 
seguras  según  las  cuales  numerosas  tropas  francesas  están  en 
marcha  para  invadir  el  Luxemburgo.  Era  forzoso  que  adoptá- 
semos esas  medidas  para  la  protección  de  nuestro  ejército  y  la 
seguridad  de  las  lineas  de  ferrocarril.  Un  acto  de  hostilidad 
contra  el  Luxemburgo  amigo  no  entra  en  nuestra  intenciones. 
Desgraciadamente,  en  vista  de  lo  inminente  del  peligro, 
nos  ha  sido  imposible,  por  falta  de  tiempo,  el  entablar  las  ne- 
gociaciones necesarias  con  el  Gobierno  luxemburgués  antes 
del  envió  de  las  tropas. 

Inútil  es  decir  que  no  era  cierto  tal  avance  de  fuer- 
zas francesas  sobre  el  Luxemburgo,  y  que  el  gobier- 
no de  Francia,  atento  únicamente  á  defender  su  fron- 
tera, y  manteniendo  las  tropas  á  ocho  kilómetros  de 
ésta  para  evitar  incidentes,  lo  que  menos  pensaba  era 
en  la  invasión  del  Gran  Ducado.  Precisamente  el 


Mi  país  está  ocupado  en  estos  momentos  por  las  tropas  ale- 
manas. Mi  Gobierno  ha  protestado  acto  seguido  ante  las  auto- 
ridades competentes,  pidiendo  explicaciones  sobre  esta  ocu- 
pación. Buego  á  V.  M.  que  acelere  estas  explicaciones  de  su 
Gobierno  y  defienda  loa  derechos  del  Gran  Ducado. 

Marí^  Adelaida 

El  emperador  no  contestó,  pero  á  las  tres  de  li 
tarde,  Von  Buch,  ministro  de  Alemania  en  el  Luxem- 
burgo, presentó  al  jefe  del  gobierno  un  telegrama  de 
Bethmann-Hollweg,  canciller  del  Imperio.  En  él 
pretendía  justificar  lo  ocurrido,  diciendo  que  no 
amenazaba  peligro  alguno  á  la  integridad  del  Lu- 
xemburgo, pues  la  operación  se  había  limitado  á  ocu- 
par las  vías  férreas  para  defenderlas  de  una  invasión 
francesa.  El  canciller  añadía  que  dichas  lineas  esta- 


BL   PFAFFBNTUAL,   BAREIÜ  EXTEBIOE  DE   LUXKilBUEQO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


109 


deseo  de  los  gobernantes  franceses  era  soste- 
nerse á  la  defensiva,  para  que  se  viese  clara- 
mente quién  era  el  agresor. 

Pero  la  diplomacia  alemana  había  encon- 
trado un  argumento  para  justificar  sus  atrope- 
llos, lo  mismo  en  el  Luxemburgo  que  en  Bél- 
gica. «Sabemos  por  noticias  ciertas...  que  el 
ejército  francés  avanza.»  Y  basándose  en  estas 
noticias,  de  origen  desconocido,  cuya  certeza 
no  se  tomaba  el  trabajo  de  demostrar,  atentó 
contra  los  derechos  de  ambos  pueblos,  porque 
así  le  convenía. 

Los  cuerpos  8.°  y  9."  del  ejército  prusiano 
invadieron  en  pocas  horas  el  Luxemburgo  como 
una  avalancha. 

El  comandante  en  jefe  del  9.°  cuerpo,  ge- 
neral Von  Tschepe,  lanzó  una  proclama  á  los 
luxemburgueses,  tan  llena  de  falsedades  como 
las  comunicaciones  de  la  diplomacia  de  Berlín, 
hablando  de  la  invasión  del  Ducado  por  los 
franceses  como  de  un  suceso  indiscutible.  Y  esto 
lo  decía  con  asombrosa  serenidad  á  los  habitan- 
tes de  un  pequeño  Estado  que  sólo  tiene  2.500 
kilómetros  cuadrados  de  extensión,  donde  todo 
se  sabe  á  las  pocas  horas  y  donde  nadie  había 
visto  ni  la  sombra  de  un  soldado  francés.  He 
aquí  este  documento  extraordinario: 


Todos  los  esfuerzos  enormes  hechos  por  S.  M.  el  em- 
perador de  Alemania  para  conservar  la  paz  han  fraca- 
sado. El  enemigo  obliga  á  Alemania  á  tirar  de  la  espa- 
da. Habiendo  violado  Francia  la  neutralidad  del  Lu- 
xemburgo—hecho  sobre  el  cual  nadie  puede  tener  la 
menor  duda—,  ha  comenzado  sus  hostilidades  en  el 
suelo  luxemburgués  contra  las  tropas  alemanas.  En 
vista  de  esta  necesidad  urgente.  Su  Majestad  ha  orde- 
nado á  las  tropas  alemanas,  y  en  primera  linea  al 
8.°  cuerpo  de  ejército,  la  entrada  en  el  Luxemburgo. 

La  ocupación  del  Luxemburgo  no  tiene  más  objeto 
que  abrir  el  camino  á  las  operaciones  futuras.  Esta  ocupación 
se  realiza  con  la  promesa  formal: 
1."    Que  sólo  será  pasajera. 

2.'    Que  la  libertad  personal  y  los  bienes  de  los  luxembur- 
gueses serán  respetados. 


LA 


LA  NUBVA  ESTACIÓN   DE   FERROCARRIL 


GRAN    DUQUESA  MARÍA,   SOBERANA    DEL    DUCADO  DE  LUXBMBUROO 

(Fot.  Rol) 

3.'    Que  las  tropas  alemanas  están  acostumbradas  á  una  dis- 
ciplina severa. 
4.*    Que  todo  lo  que  tomen  será  pagado  con  dinero  contante. 
Confio  en  el  sentimiento  de  justicia  del  pueblo  luxembur- 
gués, que  seguramente  estará  convencido  de  que  el  emperador 
sólo  ha  ordenado  la  entrada  de  las  tropas  en  el  Luxemburgo 
cediendo  á  la  última  necesidad  y  forzado  á  ello  por  la  violación 
de  la  neutralidad  luxemburguesa  llevada  á  cabo  por  Francia. 
Repitiendo  las  mencionadas  garantías,  espero  que  el  pue- 
blo luxemburgués  y  su  Gobierno  evitarán  el  agravar  la  mi- 
sión de  las  tropas  alemanas. 

Firmado:  Tulf  Von  Tscheps  Und  "Wbidenbach,  ^««íraZ 
comandante  en  Jefe  del  9.'  cuerpo  de  ejército  prusiano. 

En  este  documento  no  había  otra  verdad  para  el 
pueblo  luxemburgués  que  la  sombría  y  breve  ame- 
naza contenida  en  el  último  párrafo.  Todo  lo  anterior 
era  digno  por  su  falsedad  de  provocar  la  indigna- 
ción ó  el  asombro.  El  general  hablaba  de  «las  viola- 
ciones del  territorio  por  los  franceses»,  de  las  «hos- 
tilidades iniciadas  por  Francia  en  el  Luxemburgo», 
á  un  pueblo  que  hasta  horas  antes  había  vivido  en 


m 


VIGENTE  BLASCO  [BAÑEZ 


LUXEMBUnOO.   AVENIDA    DK   LA  ESTACIÓN 

absoluta  tranquilidad,  sin  ver  más  invasión  que  la  de 
los  soldados  alemanes  ni  otras  violaciones  de  territo- 
rio que  las  efectuadas  por  tastos. 

Una  avalancha  de  tropas  cayó  sobre  el  pequeño 
Estado  en  menos  de  veinticuatro  horas.  El  país  tuvo 
que  mantener  60.000  hombres  con  sus  escasos  recur- 
sos, y  bien  pronto  los  habitantes  sufrieron  los  tormen- 
tos de  la  escasez. 

,  El  primer  diario  del  país,  La  Independencia  Lu- 
xemlurgiiesa,  describió  el  aspecto  de  esta  ocupación: 

Cuando  Luxemburgo  despertó  el  domingo  por  la  mañana, 
la  ciudad  estaba  llena  de  uniformes  alemanes.  Durante  todo  el 
día,  oficiales  y  soldados  han  circulado  incesantemente  á  pie,  á 
caballo,  en  bicicletas,  en  motocicletas,  en  automóvil.  En  las 
encrucijadas  de  las  calles  no  se  ve  desde  entonces  mas  que  el 
brillo  de  las  bayonetas.  En  la  ciudad  baja  han  instalado  un 
cuerpo  de  guardia.  Fuera  de  ella  no  hay  camino  ni  sendero 
que  no  esté  guardado.  Los  ferrocarriles  se  hallan  ocupados  mi- 
litarmente y  en  las  estaciones  hay  guarnición.  La  autoridad 
militar  es  la  que  dirige  el  movimiento  de  trenes.  Todas  las 
«ficinas  de  correos  aparecen  ocupadas  por  el  ejército  alemán. 

La  noche  del  domingo  fué  lúgubre.  Después  de  la  infante- 
ría, que  había  llegado  por  la  mañana  y. por  la  tarde,  y  después 
de  la  caballería,  que  permaneció  en  las  afueras,  acantonachi  en 
Mersch,  y  de  la  que  sólo  vimos  estafetas  en  las  calles  de  la  ciu- 
dad, llegó  la  artillería  y  con  ella  las  cocinas  ambulantes  y  los 
furgones.  En  plena  obscuridad,  los'  gritos  de  mando,  las  ruedas 
de  hierro  volteando  sobre  el  adoquinado,  las  patadas  de  los 
caballos,  tenían  rirucho  de  siniestro.  Y  por  largo  tiempo,  du- 
rante la  noche,  continuaron  las  idas  y  venidas  de  las  tropas, 
íniscandü  espacios  lil)res  para  acampíir. 

Por  la  mañana  se  supo  (luc  la  artillería  gruesa  habla  pasado 
en  número  considerable,  y  que  las  tropas,  conforme  iban  lle- 
gando, tomaban  el  camino  de  Arlon. 

Lo  que  buscó  el  Estado  Mayor  alemán  en  Luxem- 
burgo y  en  Bélgica  al  invadir  estos  territorios,  fué 
atacar  á  los  franceses  alevosamente.- 

Francia  tenía  bien  fortificada  y  guardada  su  froji- 
tera  del  Este,  ó  sea  la  de  Alemania,  esperando  el 
ataque  franco  de  una  nación  que  militarmente  se  con- 
sidérala más  fuerte  entre  todas.  Etí  sus  fronteras  del 
Luxemburgo  y  de  Bélgica  no  tomó  nunca  precaucio- 
nes defensivas.  Hubiesen  significado  éstas  un  aten- 
tado á  la  neutralidad  de  los  dos  países,  y  Francia 


respetaba  los  tratados  garantizados  por  su  firma. 
La  estrategia  alemana,  con  toda  su  soberbia, 
no  quiso  intentar  la  invasión  por  el  único  punto 
legítimo,  ó  sea  por  su  frontera.  En  ella  hubiese 
tenido  que  chocar  con  toda  la  Francia  armada  que 
la  esperaba  de  frente,  en  leal  combate.  Prefirió 
deslizarse  por  los  pasadizos  de  dos  pueblos  débiles 
para  tomar  al  enemigo  por  la  espalda,  teniendo  que 
atrepellar  para  esto  el  derecho  de  gentes,  la  inde- 
pendencia do  las  naciones  y  desconocer  la  propia 
firma  estampada  al  pie  de  los  documentos  diplo- 
máticos. 

El  Luxemburgo  siguió  ocupado  por  los  alema- 
nes. Una  modesta  indemnización,  dada  después  de 
algún  tiempo  por  el  gobierno  de  Berlín  como  una 
limosna,  pretendió  resarcir  al  país  de  este  atropello 
y  de  las  largas  molestias  sufridas  por  los  habitantes 
con  el  continuo  paso  de  tropas. 

El  pequeño  Estado  no  por  esto  se  sometió  al  inva- 
sor. La  duquesa  mantuvo  su  protesta.  Tres  meses  des- 
pués de  la  invasión,  al  inaugurar  en  Noviembre  las 
sesiones  del  Parlamento,  la  valerosa  María  Adelaida, 
completamente  á  merced  de  la  ocupación  de  los  pru- 
sianos, y  sin  más  apoyo  que  el  cariño  de  un  pueblo 
que  la  admira,  leyó  su  discurso  del  trono  en  francés; 
repitió  la  protesta  contra  el  atropello,  hizo  una  lla- 
mada á  las  potencias  signatarias  de  Londres  para  el 
sostenimiento  de  sus  derechos,  y  saludó  el  heroísmo 
de  sus.vecinos,  Bélgica  y  Francia. 


IV 


La  unanimidad  de  Francia 

Por  primera  vez  en  su  historia  ofreció  la  nación 
francesa  un  espectáculo  de  completa  unanimidad. 
Toda  ella  foruió  un  cuerpo  inmenso  con  una  sola  alma; 
y  esta  alma  fué  la  iuijuebrantablo  voluntad  do  cum- 
pli^  su  deber,  la  fría  resolucióu  de  morir  antes  que  ser 
derrotada  en  una  guerra  que  no  liabía  provocado. 


LOS   VIADUCTOS  DE   LUXEMBURGO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


111 


Jamás  ea  sus  luchas 
de  los  tiempos  modernos 
entró  en  línea  la  nación 
en  masa.  Siempre  hubo 
en  Francia  minorías  con- 
trarias á  la  guerra,  esta- 
dos de  opinión  hostiles  á 
los  gobiernos,  que  en- 
torpecieron sus  opera- 
ciones militares  y  hasta 
algunas  veces  los  empu- 
jaron al  desastre. 

Durante  las  épicas 
campañas  de  la  primera 
República,  mientras  los 
ejércitos  harapientos  y 
gloriosos  vencían  á  me- 
dia Europa  cantando  la 
Marsellesa,  otros  france- 
ses, á  espaldas  de  ellos, 
peleaban  contra  su  pro- 
pio país,  en  la  Veudée  y 
los  departamentos  del 
Sur.  Napoleón,  vencedor 
de  las  naciones,  se  veía 
amenazado  dentro  de 
Francia  por  las  conspi- 
raciones monárquicas  y 
republicanas.  En  la  gue- 
rra franco-germánica  de 

1870,  las  divergencias  políticas  aceleraron  la  caída  de 
Napoleón  III  y  el  triunfo  fulminante  del  enemigo.  Re- 
tirándose sobre  París  con  su  ejército  batido,  pero 
todavía  fuerte,  el  emperador  hubiera  prolongado  la 
resistencia  nacional.  Pero  la  nación  era  hostil  al  Im- 
perio, y  aguardaba  una  derrota  para  caer  sobre  él. 
«Una  retirada  sobre  París  será  la  revolución»,  tele- 
grafiaba la  emperatriz  Eugenia  á  su  esposo.  Y  éste, 
para  salvar  el  trono  de  su  hijo,  erró  con  su  ejército 
por  el  Norte  de  Francia,  sin  saber  adonde  ir  ai  qué 
hacer,  hasta  meterse  en  la  ratonera  de  Sedán. 

Nada  de  esto  ocurrió  en  1914.  Por  acuerdo  ins- 
tintivo, y  sin  que  mediasen  preparaciones  ni  dis- 
cursos, todos  los  franceses  se  agruparon  en  torno 
del  gobierno.  «La  República  es  Francia.  ¡Viva  la 
República!»  Los  reaccionarios,  que  soñaban  con  la 
imposible  restauración  de  una  monarquía  ó  la  crea- 
ción de  una  dictadura,  ofrecieron  sus  servicios  al 
gobierno  republicano,  y  lo  mismo  hicieron  todos  los 
católicos,  que  se  mostraban  agraviados  por  las  leyes 
de  separación.  Hasta  los  religiosos  expulsados  de 
Francia  volvieron  á  ella  para  tomar  las  armas,  dán- 
dose por  comprendidos  en  los  llamamientos  de  mo- 
vilización. 

El  presidente  Poincaré  y  sus  ministros  fueron 
obedecidos  tan  ciegamente  como  el  kaiser  y  sus 
consejeros.  Pero  con  la  diferencia  de  que  el  fran- 
cés es  libre,  y  abdicó  su  libertad  espontáneamente,  , 


LA    VIOLACIÓN   DBL   LUXIiMBUUGO   Y   DE   HELGICA 
Plano  de  la  Invasión  alemana,  con  las  lineas  de  ferrocarriles  construidas  anles  y  después  de  1909 


por  entusiasmo,  en  bien  de  la  patria,  mientras  en  los 
Imperios  se  obedece  por  servilismo  ó  por  la  presión 
de  una  férrea  disciplina;  muchas  v<3ces  sin  saber  por 
qué  se  obedece:  por  falta  de  voluntad,  por  miedo  al 
castigo. 

En  el  último  tercio  de  Julio,  diez  días  antes  del 
2  de  Agosto — verdadera  fecha  inicial  de  la  confiagra- 
ción  europea — ,  nadie  hubiese  adivinado  la  proximi- 
dad del  movimiento  unánime  que  había  de  agrupar  á 
todos  los  franceses  en  un  solo  bloque.  Bullían  los  an- 
tagonismos y  odios  de  opinión  provocados  por  el  pro- 
ceso Caillaux.  Empezaba  á  iniciarse  una  divergencia 


UNA   PLAZA  DE  LUXEMBURaO 


113 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


nacioD&I  semejante  á  la  del  asunto  Dre^^fus.  Los  ca- 
melots  du  roi,  vanguardia  belicosa  de  los  partidos 
reaccionarios,  y  los  grupos  socialistas  se  daban  de 
palos  en  el  bulevar.  Las  masas  obreras,  á  impulsos  de 
un  idealismo  generoso  é  infructífero,  creían  evitar  la 
monstruosidad  de  un  choque  europeo  celebrando  mí- 
tines y  organizando  manifestaciones  contra  la  guerra. 
Los  partidarios  del  pasado  tradicional  cantaban  la 
Marsellesa — un  absurdo — ,  y  los  revolucionarios  con- 
testaban entonando  la  Internacional  y  pidiendo  que 
se  abrazasen  todos  los  hombres  de  la  tierra — otro  ab- 
surdo mientras  existan  emperadores  guerreros  y  na- 
ciones armadas  que  les  obedezcan,  dispuestas  á  agre- 
dir sin  importarles 
el  motivo. 

De  pronto  la  or- 
den de  moviliza- 
ción, la  amenaza 
ineludible  de  la 
guerra.  Un  momen- 
to de  estupor  y  de 
silencio,  un  mo- 
mento nada  más;  y 
acto  seguido  todos 
los  franceses  pare- 
cieron abrazarse 
mentalmente,  di- 
ciendo lo  mismo, 
olvidando  lo  pasa- 
do de  un  modo  tan 
absoluto,  que  las 
palabras  lanzadas 
el  día  anterior  se- 
mejaron que  se  ha- 
bían proferido  á 
una  distancia  de 
cincuenta  años.  Es- 
ta unanimidad  ins- 
tantánea, milagro- 
sa, no  fué  obra  de 
los  conductores  de 
masas  ni  de  los  fa- 
bricantes de  opinión.  Los  hombres  de  prestigio  no  tu- 
vieron tiempo  para  hablar.  Fué  el  pueblo  francés,  la 
democracia  inteligente,  que,  siguiendo  los  impulsos  de 
BU  corazón,  impuso  la  fraternidad  á  los  de  arriba. 

Las  masas  revolucionarias,  que  eran  temidas  por 
el  recuerdo  de  la  Commune,  dieron  el  buen  ejemplo. 
Ya  hemos  dicho  cuál  fué  su  conducta  al  ocurrir  el  ase- 
sinato de  Jaurés.  La  «Francia  roja»,  la  de  los  ideales 
cosmopolitas  y  antimilitaristas,  se  mostró  tan  resuelta 
y  belicosa  como  los  adoradores  del  ejército,  que  soña- 
ban largos  años  con  la  «revancha». 

Esta  guerra  no  había  sido  provocada,  como  otras, 
por  la  ambición  militar  ó  la  vanidad  del  país.  Era 
una  guerra  forzosa,  de  defensa  y  conservación,  como 
las  que  habían  sostenido  los  voluntarios  republicanos 
en  1792. 


GUSTAVO   HKEVE 


La  prueba  de  esto  fué  que  casi  nadie  se  acordó  en 
Francia  de  Napoleón  y  de  sus  guerras  invasoras,  vien- 
do en  ellas  algo  semejante  á  la  obra  de  Alemania, 
pero  con  la  aureola  del  genio  militar  que  ésta  no  tuvo 
nunca  en  su  organización  metódica  y  brutal.  Todos 
evocaron  las  guerras  defensivas  de  la  primera  Repú- 
blica, las  victorias  de  Valmy  y  Jemmapes,  los  genera- 
les de  modestia  republicana  Hoche,  Marceau,  Bruñe, 
Desaix. 

La  guerra  de  1914  fué  considerada  como  una  cala- 
midad inevitable,  á  la  que  había  que  hacer  frente  para 
defender  la  libertad  y  por  instinto  de  conservación. 
El  viejo  revolucionario  Vaillant,  diputado  socialis- 
ta y  antiguo  com- 
batiente de  la  Com- 
mune, gritó  en  un 
mitin  de  la  sala 
Wagram: 

— Somos  parti- 
darios de  la  paz, 
pero  ante  la  agre- 
sión del  imperialis- 
mo todos  los  socia- 
listas cumpliremos 
nuestro  deber. 

Un  periódico  re- 
volucionario. La 
Batalla  Sindica- 
lista, decía  así: 

Alemania  quiere  la 
guerra.  Que  las  olas  de 
sangre  que  van  á  co- 
rrer sobre  los  campos 
de  Europa  caigan  so- 
bre la  cabeza  de  Gui- 
llermo II  y  del  pan- 
germanismo. 

Los  antimilita- 
ristas más  feroces, 
anarquistas,  socia- 
listas y  otros  ene- 
migos del  patriotis- 
mo estrecho  de  miras,  se  ofrecieron  como  soldados  ó 
corrieron  para  obedecer  al  llamamiento  de  moviliza- 
ción. Ni  uno  de  ellos,  al  vestir  el  capote  de  soldado, 
creyó  abdicar  de  sus  ideas. 

— Hemos  pasado  el  tiempo  proclamando  la  verdad 
—  dijeron  algunos  tristemente — ;  pero  los  hombres 
quieren  vivir  apartados  de  ella  y  debemos  amoldarnos 
á  las  exigencias  del  momento.  Pelearemos  y  matare- 
mos, ya  que  después  de  tanta  civilización  hay  que  re- 
ñir y  matar,  como  las  fieras,  para  mantener  una  fami- 
lia libre  y  un  hogar  tranquilo...  Buscábamos  la  ver- 
dad creyendo  estar  entre  hombres,  y  de  pronto  un 
mazazo  en  la  espalda  nos  avisa  que  aún  vivimos  entre 
bestias  prehistóricas. 

¡La  verdad!...  Nada  tan  hermoso,  pero  tiene  alas 
y  va  siempre  por  las  alturas.  En  cambio  su  enemiga 


(Fot.  de  H.  Tonrto,  París) 


ENCÜENTH< 


Dibulo  de  Georges  Scoll,  de  la  «Illuslrotlon-  de  Pnrls 


Dos  soldados  franceses  guiando  un  automóvil,  baten  á  una  patrulla  de  h 


NOCTURNO 


mos  que  intentaron  sorprenderles  en  medio  de  las  sombras  de  la  noche 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


113 


la  realidad  se  arrastra 
por  el  suelo.  Nada  im- 
porta que  la  verdad  sea 
lo  justo  y  lo  indiscuti- 
ble. La  realidad,  ilógica, 
absurda  y  criminal  casi 
siempre,  vive  entre  los 
hombres  y  es  lo  único 
que  éstos  vea  de  cerca. 

o 

Gustavo  Hervé,  el  te- 
rrible profesor  que  había 
pasado  varios  años  de  su 
vida  en  distintas  cárce- 
les por  la  violencia  de 
sus  campañas  contra  el 
militarismo  y  los  gobier- 
nos conservadores,  se 
vio  de  pronto  rodeado  de 
la  estimación  unánime. 

Su  nombre  producía 
días  antes  un  escalofrío 
de  horror  en  las  gentes 
de  buena  posición  social 
y  un  movimiento  de  có- 
lera en  los  círculos  mi- 
litares y  patrióticos.  Había  pedido  la  destrucción  de 
todos  los  monumentos  que  recuerdan  la  epopeya  napo- 
leónica; había  aconsejado  que  enterrasen  en  el  estiér- 
col la  bandera  tricolor,  por  haber  servido  de  signo  de 
guerra  contra  muchos  pueblos.  Estas  exageraciones 


Del  periódico  de  Hervé 


KL   SOMBRERO   DE  NAPOLEÓN  Y  KL  KAISER 
-iBres  muy  pequeño  para  él,  amigo  mlol... 

(La  Guerra  Social,  París  8  d«  Agosto  de  1914) 


¡ALEUANIA   imperial! 

(La  Guerra  Social,  París  12  de  Agosto  de  1914) 

ruidosas  tenían  más  de  literarias  que  de  sinceras.  Eran 
apostrofes  retóricos  de  un  profesor  de  Historia  metido 
á  revolucionario,  pero  habían  servido  para  dar  al  nom- 
bre de  Hervé  una  celebridad  de  horror  en  los  salones 
y  en  los  cuartos  de  banderas  de  los  regimientos. 

De  pronto,  al  ver  la  patria  en  peligro,  el  escritor 
socialista  fué  el  primero  en  lanzar  el  grito  «¡Á  las 
armas!»  Había  que  defender,  no  sólo  la  patria,  sino  la 
libertad  del  mundo;  vencer  á  la  Alemania  imperialista 
para  instalar  la  República  en  la  tierra  alemana;  rea- 
lizar una  serie  de  generosos  ensueños  humanitarios; 
pero  á  sangre  y  fuego,  como  los  soldados  republicanos 
de  1793,  que  fueron  difundiendo  la  revolución  por  toda 
Europa  con  las  puntas  de  sus  bayonetas.  Esta  propa- 
ganda dantoniana  caldeó  el  entusiasmo  de  las  masas 
obreras.  Pero  Hervé  quiso  predicar  con  el  ejemplo,  y 
el  2  de  Agosto,  estando  París  en  plena  agitación  pa- 
triótica, se  presentó  en  el  Ministerio  de  la  Guerra  para 
entregar  personalmente  la  siguiente  carta: 

Señor  muiistro: 

Cuando  yo  tenía  veinte  años  me  libré  del  servicio  militar, 
porque  era  el  único  sostén  de  mi  familia,  alegando  además  mi 
extremada  miopía. 

Á  pesar  de  esta  miopía  y  de  mis  cuarenta  y  tres  años,  me 
siento  perfectamente  cai)az  de  hacer  una  campaña. 

Como  Francia  en  la  guerra  que  va  á  estallar  ha  hecho,  según 
mi  parecer,  todo  lo  posible  y  lo  imposible  por  impedir  la  catás- 
trofe, yo  os  ruego  que  me  incorporéis,  como  favor  especial,  al 
primer  regimiento  de  infantería  que  parta  para  la  frontera. 

Después  de  haberme  expulsado  de  la  Universidad,  de  ha- 
berme excluido  del  Colegio  de  Abogados  y  de  haberme  conde- 
nado á  más  de  once  años  de  presidio  con  el  pretexto  de  que  era 
enemigo  del  patriotismo— cuando  todo  mi  crimen  y  el  de  mi 


114 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


partido  consistió  en  prevenir  de  lejos  y  querer  evitar  la  catás- 
trofe de  hoy—,  estimaréis,  como  estoy  seguro  de  ello,  que  la 
República  me  debe  esta  brillante  reparación. 

¡Viva  Francia;...  simplemente. 

Os  ruegxj  que  recibáis,  señor  ministro,  la  seguridad  de  mi 
absoluta  adhesión  á  la  Bepública. 

Gcstavo  Hbrvk 

El  gobierno  aceptó  los  servicios  del  revolucionario, 
ordenándole  que  permaneciese  en  París.  Debía  servir 
á  su  patria  con  la  pluma,  difundiendo  el  entusiasmo 
en  las  masas  populares.  Su  periódico  La  Guerra  Social 
era  un  semanario  de  vida  precaria.  Hizo  un  llama- 
miento al  público  para  convertirlo  en  diario,  iniciando 
una  suscripción  con  el  objeto  de  atender  á  los  prime- 
ros gastos,  y  en  unas  cuantas  horas  recaudó  miles  de 
francos.  Esta  suscripción  pudo  llamarse  prodigiosa, 
no  sólo  por  sus  resultados  pecuniarios,  sino  por  los 
nombres  que  figuraron  en  sus  listas.  Devotas  señoras 
de  conciencia  asustadiza,  oficialidades  enteras  de  re- 
gimientos antes  de  salir  para  el  campo  de  operacio- 
nes, hombres  del  gran  mundo,  esgrimidores  célebres 
que  despreciaban  poco  antes  al  escritor  enemigo  de 
las  armas,  enviaron  públicamente  sus  cotizaciones  á 
La  Guerra  Social,  para  que  continuara  publicándose 
todas  las  mañanas. 

Ganoso  de  no  herir  susceptibilidades  de  su  nuevo 
público,  Hervé  pensó  en  modificar  el  título  del  perió- 
dico, bautizándolo  simplemente  La  Guerra.  Pero  al 
ñn  no  realizó  el  cambio.  <.<Bien  está  así — dijo  á  los 
lectores — .  Nuestra  guerra  es  una  guerra  sociaí.  ya 
que  vamos  á  destruir  la  casta  militar  prusiana,  liber- 
tando al  pueblo  germánico  contra  su  voluntad. -> 

Esta  misión  patriótica  de  los  conservadores  y  los 
revolucionarios  la  agradecieron  los  últimos  usando  de 
un  lenguaje  mesurado  con  sus  antiguos  enemigos. 
Unos  y  otros  reconocieron  los  méritos  de  los  hombres 
célebres  que  habían  luchado  en  el  campo  de  enfrente. 
— ¡Qué  desgracia  la  pérdida  de  Jaurés! — decían  los 
mismos  que  quince  días  antes  abominaban  de  su  nom- 


LA  MCLTITUU  ACLAICAMX)  A  LOS  SOLDADOS  QCZ  VAX  Á  EaTISSB 


USA^  ESTACIÓN  DE  FEaKOCAK&IL   GL'AaDADA  UILXTAEMS>TB 

bre — .  En  estos  momentos  habría  dicho  palabras  muy 
hermosas  para  aumentar  el  entusiasmo  de  la  nación. 
Hemos  perdido  el  Gambetta  de  esta  guerra. 

Los  revolucionarios  evocaban  el  recuerdo  de  Paul 
Dérouléde,  el  bardo  de  la  revancha  .  el  antiguo  com- 
batiente de  1870,  que  durante  cuarenta  y  cuatro  años 
había  recordado  con  sus  cálidas  frases  de  agitador  y 
de  poeta  el  peligro  de  la  invasión  y  la  necesidad  de 
prepararse  para  rechazarla. 

Dérouléie  había  muerto  meses  antes  de  que  esta- 
llase esta  guerra  que  tanto  deseaba  para  que  su  país 
recobrase  las  provincias  cautivas  Alsacia  y  Lorena. 
Casi  moribundo  asistió  á  la  conmemoración  de  los 
muertos  de  1870,  dirigiendo  la  palabra  por  última  vez 
á  sus  entusiastas  amigos  de  la  <<Liga  de  Patriotas». 

En  Agosto  de  1914  todos  recordaban  al  poeta  de  la 
«revancha»,  y  hasta  lo.s  revolucionarios  que  le  habían 
combatido  jwr  su  política  militar  y  dictatorial  evoca- 
ron sus  versos  vibrantes  y  ruidosos  como  un  toque  de 
clarín: 

En  atañí.'  Taní pit pour  gui  iombe/ 
La  morí  u'etí  rien:  virt  la  íomie 
qvatíd  le  pagt  e%  sorí  ritaní. 
B*  atañí! 

Gustavo  Hervé,  al  comentar  esta  una- 
nimidad absoluta  de  los  que  poco  antes 
se  combatían  encarnizadamente,  dijo  así 
en  una  síntesis  elevada  y  generosa: 


El  Buen  Dios,  la  Bepública,  la  Francmasone- 
ría, el  Socialismo,  todo  es  en  el  fondo  la  misma 
cosa.  Son  ptalabras  distintas,  mediante  las  cua- 
les unos  y  otros,  los  hombres  buenos  de  todas 
las  clases  sociales  y  de  todos  los  partidos,  es- 
presamos nuestra  sed  de  justicia,  de  verdad,  de 
belleza  y  de  amor. 

Esta  es  la  gran  lección  que  nos  proporciona 
.  alentador  espectáculo  de  iin«nimiH«H  que 
Francia  se  ofrece  á  sí  misma  desde  el  principio 
de  la  horrible  guerra. 

Nos  batíamos  por  ¡palabras.  Todas  las  almas 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


115 


escogidas  que  comulgan  en  el  amor  á  Francia  y  la  adoración 
de  sus  hijos  que  están  sobre  las  armas,  sienten  en  el  fondo  el 
mismo  idealismo  de  justicia  social  y  paz  internacional. 

Es  preciso  que  cuando  la  guerra  se  termine  continúen  del 
mismo  modo,  comprendiéndose  y  amándose. 


La  Francia  conservadora  y  religiosa  fué  igual- 
mente digna  de  admiración  por  su  patriotismo  y  su 
desinterés. 

No  dudó  un  momento  en  obedecer  á  los  gobernan- 
tes republicanos,  que  consideraba  antes  como  enemi- 
gos. Aclamó  al  generalísimo  .loffre,  sabiendo  que  era 
un  hombre  de  ideas  radicales  completamente  opuesto 
á  sus  doctrinas.  Marchó  á  los  campos  de  batalla  unida 
á  la  masa  popular,  que  le 
había  inspirado  siempre  mie- 
do ó  repulsión. 

Ni  una  sola  resistencia  se 
notó  en  esta  Francia  hostil 
á  la  República  y  que  tanto 
había  hecho  inútilmente  por 
entorpecer  su  vida. 

Al  circular  la  orden  de  mo- 
vilización, curas  y  semina- 
ristas la  obedecieron,  aban- 
donando la  sotana  por  el  ca- 
pote y  cubriéndose  la  tonsura 
con  el  kepis.  Todos  los  reli- 
giosos expulsados  de  Fran- 
cia que  estaban  en  edad  para 
tomar  las  armas  llegaron 
puntualmente  del  extranjero 
días  después,  para  incorpo- 
rarse á  sus  regimientos.  Ca- 
puchinos, franciscanos  y 
hasta  jesuítas  fueron  á  las 
fronteras  de  Francia  con  el 
fusil  en  la  mano  para  luchar 
y  vivir  en  amigable  compa- 
ñerismo con  los  «enmaradas» 

que  poco  antes  cantaban  la  Internacional  y  daban 
el  grito  de  «¡Abajo  el  solideo!» 

— La  República  nos  expulsó  —  dijeron  muchos  de 
ellos — ,  pero  la  República  es  Francia,  y  volvemos  al 
verla  en  peligro. 

La  Oroix,  diario  católico  que  se  había  distinguido 
por  su  ferocidad  contra  los  gobiernos  republicanos, 
rivalizó  en  entusiasmo  patriótico  con  La  Guerra  So- 
cial. Ella  relató  cómo  los  frailes  franceses  residentes 
en  Jerusalén,  al  enterarse  de  que  había  estallado  la 
guerra,  emprendieron  la  marcha  á  pie  desde  la  ciudad 
santa  al  puerto  de  Jaffa,  por  miedo  á  que  el  ferrocarril, 
propiedad  de  los  alemanes,  no  los  llevase  á  tiempo  al 
lugar  del  embarque. 

En  los  primeros  días  de  la  movilización,  los  que 
circulaban  por  los  ferrocarriles  de  Francia  contem- 
plaron un  espectáculo  extraordinario. 

Las  vías  férreas  estaban  guardadas  por  los  «terri- 


toriales», soldados  movilizados  de  edad  madura  que 
por  sus  años  fueron  dedicados  á  este  servicio,  mien- 
tras los  jóvenes  del  ejército  activo  partían  en  los  tre- 
nes para  la  guerra.  Á  estos  soldados,  que  en  los  pri- 
meros días  fueron  sedentarios,  pero  que  después  se 
batieron  como  los  demás,  sólo  les  entregó  el  gobierno 
su  armamento  al  iniciarse  la  movilización.  Los  uni- 
formes los  recibieron  después.  Y  los  territoriales  guar- 
daron las  estaciones  y  vías  férreas,  unos  con  blusa, 
otros  con  traje  de  caza  y  algunos  vistiendo  chaqué  ó 
levita.  Un  kepis  rojo,  algo  usado,  fué  su  único  distin- 
tivo militar. 

Muchas  veces,  entre  esta  tropa  multicolor  y  abiga- 
rrada se  vio  un  soldado  negro.  Junto  á  la  vía,  guar- 
dando su  integridad,  pasea- 
ba haciendo  centinela  el  cura 
del  inmediato  pueblo.  Su  so- 
tana estaba  cruzada  por  el 
cinturón  cargado  de  cartu- 
chos; sus  manos  blancas  se 
apoyaban  en  la  boca  del  fu- 
sil; la  fina  bayoneta  del  Lebel 
cortaba  con  una  línea  pun- 
tiaguda y  firme  el  borde  de 
su  sombrero  de  teja.  Había 
acudido,  como  sus  conveci- 
nos, al  llamamiento  nacio- 
nal, y  en  la  espera  del  uni- 
forme azul  y  rojo  conservaba 
las  vestiduras  de  su  minis- 
terio. Montaba  la  guardia 
como  todos,  y  al  terminar 
ésta  iba  á  descansar  en  la  es- 
tación leyendo  el  breviario, 
mientras  los  «camaradas» 
entonaban  cantos  patrióticos. 


PAUL  DEROULEDE 


El  catolicismo  francés  in- 
tervino desde  el  primer  mo- 
mento en  el  entusiasmo  popular.  Las  iglesias  de  París 
perdieron  su  ambiente  de  recogimiento.  En  el  mundo 
religioso  se  comentó  la  actitud  de  Pío  X,  firme  y 
resuelta  en  favor  de  la  paz.  Según  se  dijo,  el  viejo 
emperador  de  Austria,  valiéndose  de  su  inñujo  como 
soberano  de  una  gran  potencia  católica,  intentó  deci- 
dir al  Papa  á  que  suscribiera  un  documento  en  el  que 
reconociese  indirectamente  que  el  Imperio  austríaco 
no  era  culpable  de  la  guerra  y  sólo  la  había  aceptado 
por  razones  de  dignidad. 

— Yo  únicamente  firmo  para  la  paz — dijo  el  pontí- 
fice, negándose  á  esta  pretensión. 

El  choque  europeo  preocupó  de  tal  modo  á  Pío  X 
desde  el  primer  instante,  que  su  débil  salud  de  anciano 
apareció  visiblemente  quebrantada. 

— ¡Ay,  esta  guerra! — exclamaba — .  Esta  guerra  aca- 
bará por  matarme. 

El  2  de  Agosto  publicó  una  exhortación  á  todo  el 


116 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


REVISTA.  0K    VESTUARIO  ANTES   DE   PARTIR 

mundo  católico,  manifestando  su  dolor  y  su  miedo  al 
ver  á  Europa  arrastrada  por  la  tempestad  de  la  guerra 
y  amenazada  de  inmensas  matanzas. 

«Nuestro  corazón  se  desgarra  con  el  más  vivo  do- 
lor al  considerar  en  peligro  la  salud  y  la  vida  de  tan- 
tos hombres  y  tantos  pueblos  que  Nos  amamos  extre- 
madamente.» 

El  Papa  pidió  á  los  católicos  que  elevasen  sus  almas 
hacia  Cristo,  «el  único  que  puede  ayudarnos;  Cristo, 
príncipe  de  la  paz  y  mediador  todopoderoso  de  los 
hombres  ante  Dios».  Al  final  invitó  al  clero  de  todo  el 
mundo  católico  á  hacer  en  las  parroquias  rogativas 
públicas  para  obtener  que  Dios  alejase  la  guerra,  ins- 
pirando en  la  hora  suprema  á  los  directores  de  las 
naciones  pensamientos  de  paz  y  no  de  aflicción  ge- 
neral. 

En  las  parroquias  de  Francia  los  sacerdotes  ex- 
hortaron á  los  hombres  ú  que  cumpliesen  sus  de- 
beres con  la  patria,  y  aconsejaron  á  las  mujeres  fe 
en  el  porvenir  y  resig- 
nación ante  el  presente. 
Monseñor  Amette,  el 
cardenal-arzobispo  de 
París,  pareció  multipli- 
carse en  los  primeros 
días  de  la  movilización, 
como  uno  de  aquellos 
monjes  entusiastas  que 
predicaban  las  Cruza- 
das. Su  elocuencia  tri- 
bunicia resonó  bajo  las 
bóvedas  de  la  Magdale- 
na, de  Notre  Dame  des 
Victoires,  del  Sacre  Coeur 
de  Montmartre.  Fué  de 
un  templo  á  otro,  como 
un  Dantón  católico,  po- 
niendo en  pie  el  entu- 
siasmo del  pueblo  cre- 
yente. Algunos  de  sus 
sermones  fueron  inte- 


rrumpidos por  la  muchedumbre,  que  rompió  á  aplau- 
dir en  plena  iglesia,  sin  hacer  caso  de  los  llamamien- 
tos al  orden. 

Rugían  los  órganos  bajo  las  bóvedas  sagradas,  y 
guiados  por  su  ritmo  cantaban  los  creyentes  sus  cóle- 
ras ante  la  injustificada  agresión,  sus  esperanzas  ea 
el  triunfo. 

Las  voces  trémulas  y  lacrimosas  de  la  madre,  la 
hija  y  la  hermana,  se  armonizaban  con  los  acentos 
graves  del  joven  que  iba  á  partir  á  la  mañana  siguien- 
te, del  viejo  que  revolvía  en  su  pensamiento  resolu- 
ciones heroicas,  no  sabiendo  si  le  traicionarían  sus 
fuerzas,  del  hombre  tranquilo  y  pacífico  hasta  en- 
tonces, que  sentía  despertar  y  revolverse  en  su  inte- 
rior, con  el  sedimento  de  pasadas  edades,  un  deseo  de 
exterminio. 

El  catolicismo  francés  cantaba  ante  los  altares: 

Rends  la  Alsace  á  sa  gloire, 
cambie  ses  voetix  nouveawx, 
/ais  qiCun  renl  de  vicluire 
sou/Je  dans  nos  drapeaux. 

Y  en  los  templos  del  culto  calvinista,  en  las  sina- 
gogas, en  las  logias,  en  todos  los  lugares  dedicados 
á  una  creencia,  todos  los  franceses  expresaban  los 
mismos  anhelos. 


El  entusiasmo  de  París. — Los  exíranjeros 

La  fisonomía  de  París  se  transformó  completamen- 
te el  "2  de  Agosto.  Casi  todos  los  medios  de  comunica- 
ción quedaron  suprimidos.  Las  líneas  de  tranvías,  de 


KL    ARZOBISPO    DB    PARÍS 
Monseñor  Amette  exhortando  A  los  ñeles  desde  una  de  las  puertas  del  templo  de  Nuestra  Señora 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


117 


autobús  y  de  muchos  ramales  del  ferrocarril  subterrá- 
neo dejaron  de  funcionar  por  haber  sido  comprendido 
su  personal  en  la  movilización.  Sólo  circularon  ca- 


Esta  falta  de  vehículos  estaba  compensaba  por  la 
extraordinaria  animación  en  las  calles,  llenas  de  mu- 
chedumbre. En  las  cercanías  de  las  estaciones  de  fe- 


TOnO   FRANCÉS   EN  SU   PUE-ÍTO 
Las  vías  farreas  guardadas  por  los  veteranos 

(Dibujo  do  Georgea  Scott,  de  la  Illustration,  de  París) 


rruajes  de  alquiler  cuyos  caballos  estaban  extenua- 
dos. Los  automóviles  de  punto  corrían  á  toda  veloci- 
dad llenos  de  oficiales  ó  reservistas  que  se  dirigían  á 
las  estaciones  para  tomar  el  tren  é  incorporarse  á  sus 
regimientos. 


rrocarril,  especialmente  la  del  Este,  por  donde  salían 
las  tropas  hacia  la  frontera,  era  imposible  avanzar. 
Una  masa  compacta  de  miles  y  miles  de  cabezas  se 
aglomeraba  contra  las  verjas,  extendiéndose  por  las 
calles  inmediatas. 


118 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


MANIFESTACIÓN   DB   LA   LIC¡.\   DE   PATRIOTAS   Y   SOCIKDADES  ALSACIANAS  ANIB  LA   ESTATUA  UB   BSTaASBUBQO 

EN  LA   PLAZA   DK   LA   CONCOEDIA  (Fot.  Rol) 


Numerosas  manifestaciones  cantando  Z^/  Marftellr- 
sa  recorrieron  incesantemente  los  bulevares  hasta  la 
plaza  de  la  República,  saludando  con  sus  banderas  y 
sus  vítores  el  monumento  á  la  República  que  se  le- 
vanta en  el  centro.  Otras  manifestaciones  se  encami- 
naron á  la  plaza  de  la  Concordia  para  saludar  la  esta- 
tua de  Estrasburgo,  símbolo  de  las  dos  provincias 
cautivas  del  enemigo. 

Una  procesión  cívica,  formada  por  asociaciones  de 
alsacianos  y  loreneses,  visitó  esta  estatua  para  des- 
pojarla de  los  crespones  fúnebres  y  otros  signos  de 
duelo  que  la  habían  cubierto  durante  cuarenta  años 
como  señal  de  protesta.  La  muchedumbre  patriótica, 
en  la  que  figuraron  muchas  mujeres  y  niñas  con  el 
vestido  tradicional  de  Alsacia,  aclamó  la  desaparición 
de  los  tristes  adornos.  Coronas  de  flores  y  grandes  ra- 
mos cubrieron  la  arrogante  íigura  de  Estrasburgo.  So- 
bre sus  hombros  de  piedra  quedó  depositada  una  ban- 
dera tricolor  suelta  al  viento.  Llegaba  para  los  alsacia- 
nos y  loreneses  la  hora  ansiada  durante  tantos  años. 

En  los  cafés  y  los  restaurants  el  público  aplaudió 
á  los  oñciales  y  soldados  que  abandonaban  apresura- 
damente sus  mesas  para  dirigirse  á  las  estaciones.  La 
mayor  parte  de  los  establecimientos  estaban  cerrados, 
con  carteles  manuscritos  en  sus  puertas  indicando 
que  el  dueño  ó  los  dependientes  habían  marchado  á  la 
guerra. 

Por  la  noche  el  entusiasmo  fué  tomando  una  forma 
agresiva. 

Ciertos  grupos,  cansados  de  gritar  contra  Alema- 


nia y  Guillermo  II.  quisieron  dar  á  su  indignación  una 
forma  más  contundente,  asaltando  las  tiendas  y  los 
restaurants  cuyos  dueños  eran  alemanes  y  austríacos. 
En  algunos  casos  bastó  la  vaga  creencia  de  que  po- 
dían pertenecer  á  dichas  nacionalidades.  Así  fueron 
asaltados  y  saqueados  los  laboratorios  y  depósitos  de 
la  Sociedad  de  Lecherías  Maggi,  la  gran  pastelería 
Appenrodt,  el  café  Vienes  y  otras  cervecerías  y  al- 
macenes del  bulevar. 

Estos  desmanes,  producto  de  un  entusiasmo  exce- 
sivo, sólo  ocurrieron  en  la  uoclie  del  2  de  Agosto.  La 
policía  intervino  desde  la  mañana  siguiente  para  evi- 
tar nuevos  atropellos,  y  muchos  de  los  asaltantes  fue- 


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rCa  Jarra  íte  it  fe 


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LOS   ANUNUIOS  DE   LAS  TIENDAS   FRANCESAS 

Cartel  patriótico  avisando  la  reapertura  de  una  tienda 

después  de  la  victoria 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


119 


ron  conducidos  ante  los  tribu- 
nales, que  los  castigaron  con 
dureza. 

En  la  explosión  del  entu- 
siasmo patriótico  de  París  se 
demostró  una  vez  más  el  afec- 
to que  casi  todos  los  pueblos 
civilizados  sienten  por  la  na- 
ción francesa.  Un  poeta  ha 
dicho  en  un  exceso  de  lirismo 
patriótico:  «Todo  hombre  tie- 
ne dos  patrias:  la  suya  y  des- 
pués Francia.»  Esto  no  será 
exacto — como  ocurre  con  casi 
todas  las  afirmaciones  de  los 
poetas — ,  pero  no  por  esto  deja 
de  ser  verdad. 

Hay  muchos  que  no  se 
acuerdan  en  tiempos  norma- 
les de  que  Francia  existe;  hay 
otros  que  la  detestan  viendo 
en  ella  la  patria  de  la  más 
temible  de  las  revoluciones; 
pero  una  gran  parte  de  la 
humanidad  justifica  las  pala- 
bras del  poeta  interesándose  por  todo  lo  que  ocurre  á 
orillas  del  Sena. 

Desde  hace  dos  siglos  los  hombres  de  pensamiento 


IB 


Una  tienda  lujosa  de  los  grandes  bulevares  cerrada  por  haberse  marchado  á  la  guerra 
el  dueño  y  los  dependientes 


ven  algo  semejante  á  una  segunda  patria  en  la  nación 
francesa,  que  engendra  todas  las  nuevas  aspiraciones 
de  la  humanidad  ó  las  estampilla  y  propaga  por  el 
mundo  aunque  no  hayan  surgido  de  su  seno.  Una 
idea,  nazca  donde  nazca,  no  adquiere  valor  mundial 
hasta  que  pasa  por  París  y  éste  se  encarga  de  difun- 
dirla. Un  libro  sólo  puede  saltar  de  nación  en  nación 
cuando  lo  vierten  al  francés,  lengua  á  la  que  acuden 
todas  las  lenguas,  idioma  de  innumerables  avenidas, 
en  el  que  se  encuentran  los  diversos  traductores  como 
en  una  encrucijada. 

La  moda  intelectual  varía  con  iguales  caprichos, 
inexplicables  y  nerviosos,  que  las  modas  femeninas. 
Hay  que  cambiar  de  hechuras  para  que  los  modistos 
del  pensamiento  no  permanezcan  inactivos  sobre  los 
patrones  triunfantes. 

El  mundo  se  fatiga  de  creer  mucho  tiempo  lo  mis- 
mo, y  la  supremacía  de  Francia  sufre  por  esto  oscila- 
ciones y  eclipses.  Una  temporada,  el  modo  de  pensar 
dominante  es  inglés,  otra  es  alemán,  luego  es  ruso, 
y  á  todas  las  naciones  les  llega  su  cuarto  de  hora 
de  universalidad.  Pero  el  péndulo  incansable  con- 
tinúa su  vaivén  de  izquierda  á  derecha,  pasando 
siempre  por  el  punto  medio,  y  si  alguna  vez  queda 
inmóvil  es  sobre  él.  Digamos  que  este  punto  medio  es 
Francia. 

Lo  mismo  para  los  entusiasmos  que  para  los  odios, 
París  resulta  el  centro  de  la  atención  universal.  Desde 
principios  del  siglo  XVIII  todos  hablan  de  él  para 
admirarlo  ó  maldecirlo. 


Cartel  con  dos  banderltas  pintadas,  anunciando  que  el  dueño 
es  francés  y  que  está  en  el  ejército 

(Fota.  Meorisse) 


120 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


oeSPUÉS  DB  LA  MANIFESTACIÓN  CONTRA  LAS  TIENDAS  ALEMANAS  V  AUSTRÍACAS  DE  LOS  BULEVARES 

UNA  TIKNDA   ALEMANA   SAQUEADA  CBRTKCBBÍA   Al  FMANA   PHÓXIMA   Á   LA   KSTaCIÓ.N   DEL  NORTB 


LA  CELEBRE   PASTBLBELA  APPENBODT,    APEDREADA   POB  LOS  MANIFESTANTES 


UNA   PUBKTA  DBL  CAFE   VTBNES 


JOYERÍA   ALEMANA,   EN  CUTO    RÓTULO    APaRBCB    ABBANCADA 
LA  INDICACIÓN  DB  SER  PROTEBDORA  DB  LA  CORTE  DB  AUSTRIA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


121 


TIBNDAS  ALBMANáS_DBL  BULBTAB,  ASALTADAS 


HEIDT 


UNA  CBBVBCHEÍA   ALEMANA 


BL   LABOEA.TORIO  CBNTBAL   DE   LA3   LECHBhlAS   MAíjGI 


UNA  SXJCCBSAL  DB    LAS  LBCHBRIaS  UAQOI 

(Fots.  MeorUse) 
IS 


122 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL  ENTUSIASMO  POH  FHANOIA 
Desflle  de  una  manifestación  con  banderas  por  las  calles  de  París 


(Fut.  MouriBse) 


El  entusiasmo  internacional  que  inspira  París  se 
reveló  en  las  primeras  noches  de  Agosto,  cuando  los 
bulevares  estaban  repletos  de  rumoroso  gentío  en  es- 
pera do  noticias.  Las  tintas  de  la  bandera  tricolor 
aleteaban  bajo  los  faros  eléctricos.  Los  cafés,  desbor- 
dantes do  muchedumbre,  lanzaban  por  las  bocas  in- 
flamadas de  sus  puertas  y  ventanales  el  rugido  armó- 
nico de  las  canciones  patrióticas...  De  pronto  abríase 
la  muchedumbre  en  el  centro  del  bulevar,  entre  aplau- 
sos y  vivas. 

— Es  Europa  que  pasa — decían  muchos,  quitándose 
los  sombreros. 

Toda  Europa — menos  Alemania  y  Austria — se  mos- 
tró en  aquellas  noches  representada  por  una  juven- 
tud generosa,  que  saludó  con  gritos  de  adhesión  á  la 
Francia  en  peligro.  Los  estudiantes  extranjeros  que 
viven  en  el  Barrio  Latino,  los  trabajadores  de  diversas 
nacionalidades  que  perfeccionan  sus  conocimientos  en 
los  talleres  franceses,  los  ancianos  que  se  refugiaron 
en  la  playa  hospitalaria  de  París  como  náufragos  de 
guerras  y  revoluciones,  las  mujeres  que  estudian  para 
volver  luego  á  su  tierra,  todos  los  huéspedes  de  la 
ciudad  mundial  desfilaron  por  sus  principales  arterias 
en  patriótica  y  fraccionada  procesión. 

Ondean  las  banderas  blancas  y  amarillas,  con 
águilas  negras  en  el  centro,  sobre  un  grupo  de  bone- 
tes de  astrakán  y  largas  levitas  que  tienen  cartuche- 
ras en  los  pechos.  Tras  de  estos  uniformes  de  cosaco 
avanza  una  multitud  compuesta  de  hombres  y  mu- 
jeres del  Norte,  rojizos,  de  nariz  achatada,  ellas  con 


el  pelo  cortado,  ellos  con  luengas  melenas.  En  sus 
ojos  hay  una  expresión  de  iluminamiento,  de  ensueño 
humanitario;  en  sus  puños,  contracciones  enérgicas 
que  hacen  recordar  á  los  apóstoles  del  nihilismo  arro- 
jando la  bomba. 

— Nuestros  amigos  los  rusos — dicen  los  franceses. 

A  éstos  los  miran  como  gentes  de  casa.  Son  los 
aliados.  Todos  cantan  la  Marsellesa,  y  algunos  dan 
vivas  á  Nicolás  II,  al  que  odiaban  hace  poco. 

Una  nueva  bandera  pasa  bajo  los  focos  de  luz  como 
una  mancha  de  sangre.  Un  grupo  juvenil  marcha  á 
continuación;  un  grupo  que  no  lanza  aclamaciones, 
que  camina  silencioso,  con  la  cabeza  descubierta. 
«¡Los  ingleses!»  Son  muchachos  altos,  desgarbados. 
Algunos  se  elevan  sobre  los  compañeros,  gracias  á 
su  cuello  semejante  al  de  la  jirafa.  No  se  fijan  en  la 
muchedumbre  que  les  abre  paso,  alineándose  en  las 
aceras.  Miran  á  lo  alto  ó  clavan  sus  ojos  en  el  pabe- 
llón nacional,  como  si  en  su  fondo  escarlata  colum- 
brasen algo  que  sólo  es  visible  para  ellos.  Su  mutismo 
impresiona  á  los  curiosos.  Las  muchachas  revoltosas 
del  bulevar  que  aclaman  á  los  otros  manifestantes  y 
les  envían  besos  parecen  intimidadas  en  presencia 
do  estos  jóvenes,  graves  é  infantiles,  dependientes  de 
tienda,  mecánicos,  comisionistas,  á  los  que  da  el  en- 
tusiasmo un  aire  de  pastores  evangélicos.  Su  silencio 
se  rompe  y  entonan  un  canto  austero  y  pausado,  un 
canto  de  iglesia  que  días  antes  habría  hecho  reir  en 
pleno  bulevar,  pero  que  ahora  esparce  un  escalofrío 
de  emoción. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


128 


Es  la  fuerza  que  pasa;  la  fuerza  reflexiva  y  tenaz 
de  un  gran  pueblo.  laglaterra  aúu  no  había  abierto  la 
boca.  No  se  sabía  en  las  primeras  noches  de  Agosto 
cuál  podía  ser  su  actitud  con  Francia.  Muchos  temían 
que  no  fuese  más  allá  de  una  neutralidad  amable... 
Pero  los  muchachos  cantan  con  los  místicos  ojos  per- 
didos en  lejanas  visiones,  mientras  sus  pies,  unos  pies 
británicos,  enérgicos,  dominadores,  incapaces  de  re- 
troceder cuando  se  afirman  con  resolución,  golpean 
marcialmente  el  asfalto.  Entre  estos  dependientes  que 
ganan  unas  docenas  de  francos  por  semana,  marchan 
varios  gentlcmen  con  el  macferland  sobre  el  traje  de 
ceremonia  y  el  clac  de  seda  mate  en  la  cabeza. 

Acaban  de  salir  de  un  restaurant  de  lujo;  se  alojan 
en  hoteles  de  los  Campos  Elíseos,  donde  pagan  tres  ó 
cuatro  libras  por  día.  Encontraron  la  manifestación 
de  sus  modestos  compatriotas,  y  se  unieron  á  ella,  ira- 
pasibles,  correctos,  con  la  serenidad  del  inglés,  que 
en  los  momentos  supremos  olvida  toda  diferencia  y  no 
conoce  el  gran  tormento  que  martiriza  á  los  latinos: 
el  ridículo. 

Luego  avanza  un  porta-estandarte,  con  gorro  rojo 
y  almidonado  faldellín  de  bailarina,  seguido  de  mu- 
chos hombres  que  tienen  ojos  de  brasa  y  la  tez  aceitu- 
nada. «¡Viva  Grecia!»  Corre  la  gente  para  contem- 
plar de  cerca  unas  banderas  francesas,  bajo  las  cuales 
tiemblan  como  negras  mariposas  los  grandes  lazos  de 
seda  del  peinado  alsaciano.  Todos  saludan  á  los  com- 
patriotas de  las  provincias  esclavizadas.  Suena  un 
redoble  incesante  de  tambores.  Viejos  que  ostentan  en 
el  pecho  la  medalla  de  1870  golpean  con  los  palillos 
el  antiguo  parche  de  los  combates  heroicos  é  inútiles. 


el  bélico  instrumento  que  durante  cuarenta  y  cuatro 
años  ha  permanecido  mudo.  Junto  á  ellos  redoblan  en 
sus  cajas  nuevas  algunos  muchachos,  pequeños  y  ani- 
mosos, como  los  tamborcillos  de  la  Revolución.  ¡Fuer- 
za, pequeños!  ¡Dichosos  los  que  no  perezcan  en  la 
próxima  batalla  y  puedan  ver  el  gran  día  de  la  liber- 
tad!... Los  viejos  redoblaron  á  muerte;  sus  nietos  redo- 
blarán á  gloria. 

Y  detrás  de  este  grupo  de  extranjeros,  que  es  un 
pedazo  de  Francia,  van  pasando  otros  y  otros.  Brilla 
la  constelación  de  la  bandera  norteamericana  sobre 
su  septagrama  rojo  y  blanco.  Desfilan  numerosos  gru- 
pos semejantes  á  los  de  los  ingleses  en  su  aspecto  ex- 
terior, pero  más  ruidosos,  más  vivaces,  interrumpien- 
do sus  cánticos  con  estruendosos  ¡burras!,  llevando  del 
brazo  mujeres  altas,  de  gimnástica  esbeltez,  con  gran- 
des sombreros  y  vistosos  trajes,  rubias  fuertes  que 
lucen  la  sana  dentadura  en  incansable  sonrisa  y  ele- 
van sobre  su  cabeza  la  diestra  ensortijada  con  dos 
banderitas:  la  de  su  país  y  la  de  Francia. 

Pasan  los  manifestantes  de  diversos  Estados  bal- 
kánicos, hombres  de  nariz  aquilina  y  ojos  inquietos 
de  ave  de  rapiña;  los  escandinavos,  blancos  y  rojos, 
de  una  carnosa  limpieza  que  parece  oler  á  agua  co- 
rriente; los  suizos,  que  son  pocos  y  revelan  en  su  re- 
servado aspecto  la  prudencia  helvética,  ganosa  á  la 
vez  de  hacer  constar  una  demostración  simpática  y 
de  mantenerse  en  cuerda  neutralidad. 

Un  grupo  numeroso  avanza  sin  bandera.  Dos  bas- 
tones sostienen  un  lienzo  escrito,  que  suple  la  falta  de 
pabellón:  «Los  hebreos  amigos  de  Francia.»  Y  desfilan 
patriarcas  de  barba  canosa  y  largo  gabán  negro,  que 


LOS  VOLUNTABIOS  NOBTBAMBaiCANOS 


(Fot.  Meurisso) 


124 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS  MANlFaSTAINTlSS  UON   LAS   BANDKKAS   EN   LA  PLAZA   DK   LA   Ól'BRA 

(Apunte  del  natural,  publicado  por  la  Illuttration,  de  l'aris) 


tienen  en  su  entrecejo  algo  de  los  antiguos  profetas; 
obesos  tenderos  cuyo  pacífico  exterior  parece  sacudido 
por  una  ráfaga  belicosa;  jóvenes  de  pelo  rizado  en 
apretados  bucles,  nariz  pesada  y  color  enfermizo,  que 
gritan  y  manotean  con  el  entusiasmo  de  un  pueblo 
eternamente  perseguido  ante  una  tierra  de  libertad. 
Para  llevar  al  frente  una  enseña  nacional  tendrían 
que  reunir  los  colores  de  todos  los  pueblos  de  Europa 
y  América.  Su  bandera  es  la  tradición  religiosa  y  ét- 
nica, que  los  mantiene  agrupados  á  través  do  la  His- 
toria. Es  también  para  muchos  de  ellos  la  lengua  y 
los  apellidos  de  una  patria  de  persecuciones  que  aban- 
donaron hace  centenares  do  años  y  perdura  en  su  me- 
moria como  un  cuento  maravilloso  escuchado  en  la 
niñez.  Álvarez,  nacido  en  Constantinopla,  da  el  brazo 
á  Flores,  natural  de  Amsterdam;  Pinto,  de  Salónica, 
fraterniza  con  Carrión,  de  Serajevo.  Y  todos,  impul- 
sados por  el  soplo  de  la  guerra  á  escoger  un  país  de 
simpatía,  una  patria  de  amor,  aclaman  á  Francia, 
cuna  de  las  revoluciones  igualitarias,  legisladora  de 
la  dignidad  humana.  Un  furor  impulsivo  semejante  al 
de  los  antiguos  Macabeos  galvaniza  á  esta  raza,  en- 
corvada luengos  siglos  por  la  timidez. 


El  verde  acuático  de  la  bandera  italiana  se  riza  á 
impulsos  de  la  brisa  nocturna,  bajo  las  lunas  eléctri- 
cas del  bulevar.  ¡Cantos...  gritos!  Una  alegría  musi- 


L03  VOLUNTA  EI03  RUSOS 


Fot  Uol) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


125 


DESFILE   DE   VOLUNTARIOS  EXTRANJEROS  ANTE   EL   MONUMENTO  DE  LA  REPÚBLICA 


(Fot.  Rol) 


cal  y  heroica  que  recuerda  los 
concertantes  finales  de  las 
óperas,  llena  la  ancha  calle. 
Hermosos  ancianos  de  barba 
fluvial,  que  tal  vez  son  mo- 
delos de  pintor,  avanzan  con 
orgullo  de  triunfadores,  lu- 
ciendo sus  blusas  rojas  deste- 
ñidas por  los  años,  sus  kepis 
mugrientos  del  mismo  color, 
restos  haraposos  de  la  postre- 
ra y  generosa  aventura  gari- 
l)aldina  de  1870.  «¡Giuseppe!.. . 
¡Glnseppr !...)■>  La  imagen  del 
más  portentoso  de  los  guerre- 
ros modernos,  cuyas  hazañas, 
casi  inverosímiles  por  lo  au- 
daces, recuerdan  las  del  Cid, 
pasa  por  las  memorias.  Todos 
ven  la  barba  blanca  y  el  pecho 
purpúreo  del  «gran  patriarca 
armado  del  latinismo»,  su 
acartonada  y  sonriente  an- 
cianidad dejándose  izar  á  lo 


LAS  BANDBttAS  NORTBAMBaiCANAS 


(Fot    Mcuri.'-.sel 


126 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


alto  de  un  caballo  para  inlligir  á  los  prusianos  la 
única  derrota  que  sufrieron. 

Se  aleja  el  ordenado  coro  de  tenores  heroicos,  y  un 
formidable  empujón  conmueve  al  público  del  bulevar, 
como  si  avanzase  en  la  sombra  una  carga  de  jinetes 
barriéndolo  todo...  Alegría  arrolladora;  vítores  acom- 
pañados de  codazos  y  pisotones;  palabras  gruesas  que 
infunden  entusiasmo  y  provocan  el  rubor;  desorden 
exuberante  y  fraternal.  Una  bandera  roja  y  amarilla 
ondea  sobre  esta  avalancha,  que  hace  retroceder  á  los 
curiosos  hasta  las  paredes.  Son  los  españoles  y  los 
hispanoamericanos.  La  manifestación  se  ha  formado 
en  los  establecimientos  alegres  de  Moutmartre.  Bohe- 
mios franceses  y  de  diversas  nacionalidades,  melenu- 
dos que  hacen  versos  ó  proyectan  eternamente  cua- 
dros y  esta- 
tuas en  los  ca- 
fés nocturnos, 
se  incorporan 
por  instintiva 
comunidad  de 
gustos  á  esta 
muchedum- 
bre, en  la  que 
figuran  tantas 
mujeres  como 
hombres.  Las 
paseantes  del 
bulevar,  que 
han  presen- 
ciado inmóvi- 
les el  desfile 
do  las  otras 
manifestacio- 
nes, se  intro- 
ducen en  las 
filas  de  ésta, 
buscando  un 
brazo  en  que 
apoyarse. 

Y  la  desor- 
denada procesión  se  aleja,  conmoviéndolo  todo  con 
su  ruidoso  entusiasmo.  De  su  seno  surgen  voces  caste- 
llanas de  un  léxico  incopiable,  abominando  del  kaiser, 
reclamando  sus  cosas  más  íntimas. 


La  simpatía  internacional  por  Francia  no  se  limitó 
á  estas  manifestaciones.  Veinte  días  después,  cuando 
el  gobierno  de  la  República  quiso  admitir  voluntarios 
extranjeros  para  su  ejército,  unos  cien  mil  hombres 
de  esta  clase  se  presentaron  en  toda  Francia  ante  los 
consejos  llamados  de  revisión.  Éstos  se  mostraron 
muy  escrupulosos  en  el  examen  y  admisión  de  los  vo- 
luntarios. La  Hepública  tenía  combatientes  de  sobra 
para  su  defensa,  y  sólo  aceptó  los  jóvenes  y  de  buena 
salud. 

En  París  desfilaron  durante  un  mes  por  la  Expla- 


nada do  los  Inválidos  miles  y  miles  de  extranjeros  de- 
seosos de  dar  su  sangre  á  Francia.  Los  de  alguna 
edad  y  los  enfermizos  protestaban  con  los  ojos  húme- 
dos de  cólera  al  verse  rechazados.  Unos  cuarenta  mil 
de  Europa  y  América  fueron  admitidos. 

Los  ingleses  y  norte  americanos  llamaron  la  aten- 
ción por  su  aspecto  físico  y  su  disciplina  en  el  acto 
del  alistamiento.  La  larga  espera  impuesta  por  el  go- 
bierno la  aprovecharon  aprendiendo  los  ejercicios  mi- 
litares bajo  la  dirección  de  antiguos  combatientes  de 
mar  y  tierra  retirados  en  París  ó  de  los  oficiales  adictos 
á  sus  Embajadas.  Se  presentaron  á  inscribirse  en  co- 
rrecta formación.  No  hubo  mas  que  darles  el  fusil  y 
cambiar  por  un  uniforme  sus  trajes  de  corte  elegante. 
Los  italianos  triunfaron  por  el  número.  Unos  vein- 
te mil  66  ofre- 
cieron en  toda 
Francia,  y  ú 
pesar  de  las 
muchas  ex- 
clusiones, for- 
maron varios 
cuerpos  en  Di- 
jón  y  otros  de- 
pósitos. 

Como  perso- 
najes sensa- 
cionales que 
se  presentan 
en  el  momen- 
to más  culmi- 
nante de  un 
drama,  apa- 
recieron de 
pronto  en  Pa- 
rís los  nietos 
de  Garibaldi. 
Estos  descen- 
dientes del 
héroe  han  pe- 
leado por  la 
libertad  de  varios  pueblos  cu  Europa  y  América.  El 
mayor,  José  Garibaldi,  es  general  de  brigada  del  ejér- 
cito griego.  Los  hermanos  menores  ganaron  también 
sus  grados  de  capitán  en  la  guerra  de  los  helenos  con- 
tra los  turcos. 

Su  aparición  ante  los  voluntarios  y  sus  familias 
fué  euiocionaiito.  Algunas  italianas  arrugadas  y  octo- 
genarias se  arrodillaron  besándoles  las  manos  con  un 
fervor  religioso.  ¡Los  nietos  de  Garibaldi!  ¡Los  descen- 
dientes del  Mesías  libertador  que  atravesó  su  aldea 
cuando  ellas  eran  niñas,  y  al  (jue  designaba  la  devo- 
ción patriótica  de  las  gentes  sencillas  con  el  nombre 
dCíSfeíi  Giuseppe!...  Los  viejos  garibaldinos  emigrados 
en  París  hicieron  esfuerzos  para  contener  su  emoción 
al  ver  convertidos  en  soldados  vigorosos  á  los  chiqui- 
tines que  en  otro  tiempo  rodeaban  á  su  general. 

El  mayor  de  los  nietos,  arrancándose  del  uniforme 


BXTEANJEROa   DOMICILIADOS   BN    UN    BARRIO    POPULAR   DE    PARÍS    ESPERANDO   TURNO 
PARA   INSCRIBIESB   COMO   VOLUNTARIOS  EN  LA   COMISARÍA    DK    POLICÍA 

(Fot.  Rol) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


127 


la  insignia  de  la  Legión  de  Honor,  la  agitó  como  una 
enseña  de  gloria. 

— Italianos:  que  cada  uno  de  vosotros  llegue  á  mere- 
cer esta  recompensa.  Acordaos  de  vuestros  padres,  que 
vencieron  en  Dijón  siguiendo  la  blusa  roja  de  mi  abuelo. 

El  joven  Garibaldi  fué  nombrado  coronel  por  el 
gobierno  de  la  República,  tomando  el  mando  de  dos 
batallones  de  compatriotas. 

Los  voluntarios  españoles  é  hispano-americanos 
formaron  un  regimiento  numeroso,  que  se  organizó  y 
ejercitó  en  Bayona,  saliendo  después  para  la  línea  de 
fuego.  Muchos,  con  el  individualismo  propio  de  la 
raza,  se  incorporaron  aisladamente  á  los  regimientos 
franceses.  En  las  tropas  procedentes  de  Afíioa  figura- 
ron en  gran  número  nuestros  compatriotas.  La  emi- 
gración espa- 
ñola que  vive 
en  los  tres  de- 
partamentos 
de  Argelia 
proporcionó 
una  cantidad 
considerable 
de  volunta- 
riosa los  bata- 
llones de  tira- 
dores argeli- 
nos. Durante 
la  guerra  fué 
cosa  corrien- 
te oir  expre- 
sarse en  espa- 
ñol á  muchos 
soldados  de 
fez  rojo  y  am- 
plios calzo- 
nes. Estos 
cuerpos  lla- 
mados de  tur- 
cos fueron  en 

todos  los  combates  las  tropas  más  temidas  del  enemi- 
go, por  sus  ataques  impetuosos. 

Francia  tuvo  voluntarios  en  sus  filas  de  la  mayo- 
ría de  las  nacionalidades  desde  el  primer  momento 
de  la  guerra.  Pudo  constituir  regimientos  enteros  de 
hombres  que  no  eran  franceses  y  sin  embargo  querían 
morir  por  Francia. 

De  Alemania  y  de  Austria  nadie  supo  que  pudieran 
constituir  una  sola  compañía  compuesta  de  extran- 
jeros. Sólo  el  entusiasmo  de  una  causa  justa  puede 
arrastrar  á  los  hombres  á  ofrecer  su  existencia  por  uu 
país  en  el  que  no  nacieron. 

El  ejército  austríaco,  por  el  contrario,  tuvo  que 
ordenar  al  principio  de  la  guerra  numerosos  fusila- 
mientos y  otros  castigos  duros,  para  impedir  la  insu- 
bordinación de  muchos  batallones  procedentes  de  los 
diversos  é  inarmónicos  Estados  que  constituyen  su 
Imperio  enfermizo  y  próximo  á  disgregarse. 


LOS  ITALIANOS   ACUDIENDO  Á  INSCRIBIESE  COMO   VOLUNTARIOS 


VI 


La  muchedumbre  y  la  estación  del  Este 

Lo  que  mayor  inquietud  produjo  en  los  habitantes 
de  París  al  iniciarse  la  guerra,  no  fué  el  miedo  á 
los  peligros  y  horrores  que  ésta  trae  consigo,  sino 
la  escasez  de  moneda  y  la  desaparición  total  del  cré- 
dito. 

Ya  dijimos  que  los  Bancos,  en  virtud  de  la  morato- 
ria, se  negaron  á  devolver  los  depósitos  y  no  quisieron 
pagar  las  cartas  de  crédito,  letras,  etc.  Una  ruina  ins- 
tantánea, fulminante,  inesperada,  para  las  gentes  de 

todas  las  na- 
ciones que  vi- 
ven en  París 
gastando  los 
productos  de 
sus  tierras  y 
de  sus  capita- 
les, que  fruc- 
tifican en  los 
pueblos  más 
apartados  del 
globo. 

¡Qué  de  no- 
velas desarro- 
lladas en  las 
piezas  de  esos 
hoteles  pala- 
ees,  cuarteles 
lujosos  en  los 
que  se  amal- 
gaman los  ri- 
cos de  toda  la 
tierra!  ¡Qué 
de  lágrimas  é 
inquietudes 
en  los  imponentes  caserones  inmediatos  al  Arco  de  la 
Estrella,  donde  establecen  sus  errabundos  lares  las 
familias  acomodadas  en  cosmopolita  mezcolanza,  tro- 
pezándose como  vecinos  en  la  misma  escalera  un  ga- 
nadero argentino,  un  azucarero  de  Cuba,  un  salitrero 
de  Chile,  un  minero  de  Siberia  y  un  antiguo  coloni- 
zador de  Australia  ó  Nueva  Zelandia!... 

La  pobreza  repentina,  casi  la  miseria;  como  si  en 
unas  cuantas  horas  se  hubiese  cambiado  el  régimen 
social,  triunfando  la  más  absoluta  de  las  revolucio- 
nes y  desapareciendo  para  siempre  los  privilegios  del 
dinero.  Hubo  millonarios  que  fueron  al  Banco,  en  su 
automóvil,  con  diez  ó  quince  francos  por  todo  capital. 
Iban  á  sacar  dinero  de  sus  cuentas  corrientes,  y  al 
encontrarse  con  la  negativa  del  empleado,  quedaron 
estupefactos  por  la  sorpresa,  como  si  presenciasen  un 
fenómeno  absurdo  que  desorganizaba  todo  el  ritmo  de 
la  vida.  ¡Tener  dinero  en  grandes  cantidades,  cente-» 


128 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA.  MUCHEDUMBRE  EN   LA  ESTACIÓN   DEL  ESTE 


nares  de  miles  de  francos,  y  no  contar  con  otra  reali- 
dad que  las  monedas  que  por  olvido  permanecen  en  el 
fondo  de  los  bolsillos! 
— ¿Qué  hacer? — se  preguntaban  unos  á  otros. 

El  mundo  se  presentaba  de  pronto  envuelto  en  bru- 
mas, como  si  algo  fúnebre  pasase  ante  el  sol.  ¿Cómo  pa- 
gar á  los  criados,  al  chuuffcnr,  á  la  cocinera?  Y  por  en- 
cima de  estas  obligaciones,  la  necesidad  más  inmedia- 
ta y  dolorosa:  «¿Cómo  podrían  comer  al  día  siguiente?» 

Por  fortuna,  todo  se  arregla  en  este  mundo,  unas 
veces  bien,  las  más  de  ellas 
mal,  pero  nada  queda  sin  su 
correspondiente  solución.  Los 
ricos  faltos  de  dinero  apelaron 
al  procedimiento  de  los  po- 
bres: el  préstamo,  la  petición 
al  amigo,  el  ruego  fervoroso 
para  conseguir  unos  cuantos 
francos.  Luego  los  Bancos  en- 
tregaron hasta  el  veinte  por 
ciento  de  los  depósitos,  y  mu- 
chos gobiernos  hicieron  ade- 
lantos á  sus  subditos  para  que 
pudieran  realizar  el  viaje  de 
regreso. 

¡Adiós,  París!  Los  ricos  son- 
rieron después  recordando  sus 
apuros;  ocharon  á  broma  sus 
inquietudes,  como  algo  gra- 
ciosoé  interesante, perojquién 
sabe  si  presenciaron  por  algu- 
nos días  un  anticipo  del  más 
.  grande  de  los  conflictos  en  un 


porvenir  todavía  remoto,  cuando  el  dinero  desaparezca 
ó  pierda  todo  su  valor  y  los  poderosos  del  mundo  se 
encuentren  de  pronto  con  que  no  tienen  otro  capital 
que  sus  brazos  y  su  cerebro! 


Otro  apuro  del  vecindario  parisién  fué  la  falta  re- 
pentina de  moneda,  de  que  hablamos  en  capítulos 
anteriores.  El  oro  había  desaparecido  en  veinticua- 
tro horas.  Lo  guardaban  los  Bancos,  lo  guardaban  las 


ALRBOKDOBES  DE  LA  ESTACIÓN  DEL  ESTE 


(Fots.  Meurisse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  PE  1914 


129 


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13J 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA  BSTACIÓN  DEL  KSTB  EN  El.  MOMENTO  EN  QUE  SÓLO  PODÍAN  ENTRAR  LOS  KESBRVISTAS 


(Fot.  Meiii'isse) 


grandes  casas  de  comercio  enterrado  en  sus  cuevas,  y 
su  ocultamiento  produjo  un  trastorno  enorme. 

Imposible  vivir  sin  las  facilidades  del  cambio. 
Hubo  gentes  en  París  que  casi  murieron  de  hambre 
con  un  billete  de  cien  francos  en  el  bolsillo.  La  des- 
aparición de  la  pieza  de  oro  de  veinte  francos  y  de  la 
pieza  de  plata  de  cinco  hizo  que  todos  los  estableci- 
mientos se  negasen  á  aceptar  los  billetes,  prefiriendo 
no  hacer  ventas  á  tener  que  realizar  un  cambio.  Im- 
posible comer,  comprar  un  cigarro,  entrar  en  un  café, 


LA   ESTACIÓN   DBL  ESTB   BN   LOS   PRIMEROS   DÍAS   DE   LA    MOVILIZACIÓN 


tomar  un  carruaje  para  el  que  no  se  había  proveído 
de  moneda  menuda.  Los  más  vivieron  á  crédito  en  su 
barrio,  donde  eran  conocidos,  enseñando  un  billete 
que  nadie  quería  poseer.  La  dueña  del  resfavrant,  al 
verlo,  prefería  dar  su  comida  á  crédito,  y  así  en  los 
demás  establecimientos.  Ya  cobrarían  cuando  el  bi- 
llete pudiera  ser  cambiado. 

Y  fué  un  verdadero  acontecimiento  que  desconges- 
tionó muchos  pechos  el  anuncio  del  Banco  de  Francia 
poniendo  en  circulación  los  nuevos  billetes  de  veinte 

y  de  cinco  francos,  pedazos 
de  papel  que  restablecieron 
en  París  el  cambio  corriente 
y  la  normalidad  de  la  vida. 

Durante  una  semana  la  mu- 
chedumbre se  agolpó  ante  las 
puertas  de  las  sucursales  del 
Banco,  como  un  pueblo  fa- 
mélico que  pretende  asaltar 
los  almacenes  de  víveres.  La 
Guardia  Republicana,  fusil  en 
mano,  tuvo  que  mantener  el 
orden.  Y  estas  masas  que  un 
recién  llegado  hubiese  creído 
ansiosas  de  saqueo,  llevaban 
en  los  bolsillos  buena  canti- 
dad de  billetes  de  Banco.  Las 
economías  del  pueblo  de  París, 
el  más  ahorrativo  y  acumula- 
dor de  la  tierra,  se  aglomera- 
ron al  asalto  del  gran  estable- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


131 


PARTIDA    DE   LOS    VOLUNTARIOS   INGLESES    Y    NORTEAMERICANOS 


cimiento  de  crédito,  para  desmenuzarse  y  multipli- 
carse al  cambiar  de  forma,  convirtiendo  en  cinco 
fracciones  el  billete  de  cien  francos  cuidadosamente 
guardado  en  el  fondo  de  una  caja  de  jabones  ó  disi- 
mulado entre  los  cepillos  y  trapos  para  limpiar  las 
botas. 

o 

otras  muchedumbres  se  amontonaron  diariamente 
en  diversos  puntos  de  París.  La  más  grande  fué  la  que 
extendió  su  masa  de  cabezas  en  torno  de  la  Estación 
del  Este,  desbordando  sus  ten- 
táculos por  las  calles  inme- 
diatas. 

Durante  un  mes  su  nombre 
estuvo  en  todas  las  bocas:  ¡La 
«Gare  de  TEst»!  ¡La  «estación 
histórica»,  como  la  llamaron 
muchos!...  Fué  semejante  á 
un  estrecho  túnel  por  el  cual 
intentase  pasar  todo  un  río, 
con  grandes  choques  y  rebu- 
llimientos  contra  sus  paredes. 
La  Francia  armada,  la  Fran- 
cia viril,  se  lanzó  por  esta  sa- 
lida de  París  hacia  los  campos 
de  batalla  de  la  frontera. 

La  Estación  del  Este  era  en 
tiempos  normales  una  de  las 
menos  concurridas  de  París. 
Como  lugar  de  partida  para 
Alemania,  bien  se  comprende 
que  no  atrajese  muchos  viaje- 
ros. Ahora  afluyeron  á  sus  al- 
rededores las  muchedumbres 
inquietas  y  abigarradas  para 


ver  cómo  desaparecían  en  su  interior  otras  muche- 
dumbres de  contornos  geométricos,  uniformemente 
vestidas,  con  relampagueos  de  acero  y  acompaña- 
miento cadencioso  de  choques  metálicos. 

Los  frontones  del  edificio  parecían  las  múltiples 
testas  de  una  bestia  angulosa  y  cornuda;  sus  medios 
puntos  de  cristal,  que  brillaban  al  sol  como  bocas 
ígneas,  tragaron  y  tragaron  la  gente  lo  mismo  que  los 
monstruos  del  culto  molokeo.  ¡Lo  que  devoró  en  un 
mes  esta  construcción,  rodeada  de  muchedumbres 


UN   ORUPO   DE   VOLUNTARIOS   NORTEAMERICANOS   PASANDO    ANTE  LA    OPBRA 

CAMINO    DE   LA    ESTACIÓN  (l'"ot3.  Mcurisse) 


132 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS   BELGAS   RBSIDBNTBS   BN    PARÍS   PARTIENDO   COMO   VOLUNTARIOS   PARA   DEFENDER   SÜ    NACIÓN.    UN    VOLUNTARIO 

LOS    ARENGA    FRENTE   A    LA   ESTACIÓN    DH   SAINT-LAZARE 


día  j  noche  como  un  templo  de  ritos 'permanentes,  y 
en  cuyo  interior  humeaba  la  hulla  formando  lácteas 
vedijas,  se  alineaban  con  sonoro  estrépito  centenares 
de  cajones  montados  sobre  ruedas,  y  bramaban  las 
locomotoras  con  el  curvo  vientre  henchido  de  vapor! 
A  través  de  sus  verjas  pasaron  miles  y  miles  de  caba- 


ÜN  CARRO  MILITAR  DESCARGANDO  OBJETOS  PARA 
BN    LA   ESTACIÓN    DEL   BSTB 


líos;  hombres  con  el  pecho  forrado  de  acero  y  cabe- 
lleras de  crines  pendientes  del  casco,  como  paladines 
de  remotas  edades;  cajas  enormes  que  servían  de 
jaulas  á  los  cóndores  de  la  moderna  aeronáutica;  pro- 
cesiones interminables  de  cañones  estrechos  y  lar- 
gos, pintados  de  gris,  protegidos  por  mamparas  metá- 
licas, más  semejantes  á  ins- 
trumentos astronómicos  que 
á  bocas  de  muerte;  masas  y 
masas  de  kepis  rojos,  enfun- 
dados de  azul,  moviéndose 
con  el  ritmo  de  la  marcha, 
dejando  adivinar  debajo  de 
ellos  los  capotes  con  las  hal- 
das abrochadas  atrás,  el  pan- 
talón escarlata,  los  zapatos 
claveteados.  Erizadas  en  su 
parte  superior  filas  de  fusiles: 
unos  negros  y  escuetos  for- 
mando lúgubres  cañaverales; 
otros  rematados  por  las  bayo- 
netas, que  parecían  espigas 
luminosas;  y  sobre  estos  cam- 
pos movibles  de  mieses  de 
acero,  las  banderas  que  on- 
deaban como  pájaros  de  co- 
lores, el  cuerpo  blanco,  una 
ala  azul,  la  otra  roja,  una  cor- 
bata deslumbrante  en  el  cue- 
llo y  en  lo  alto  el  pico  de  oro, 
el  hierro  de  la  lanza  que  apun- 
ta á  las  nubes. 


EL  EJÉRCITO 

iFots.  Meurisse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


133 


Cuando  el  grueso  de  las  tro- 
pas estaba  ya  en  los  campos 
de  batalla,  no  por  esto  cesó  la 
animación  en  torno  de  ella. 
Día  y  noche  los  hombres  de 
combate  entraron  y  entraron 
en  la  «estación  histórica»  suel- 
tos ó  por  grupos.  Eran  reser- 
vistas sin  uniforme  que  mar- 
chaban á  incorporarse  á  sus 
regimientos,  oficiales  rezaga- 
dos que  habían  estado  traba- 
jando en  la  movilización,  pe- 
lotones en  armas  que  iban  á 
llenar  los  grandes  claros  que 
abre  la  muerte  en  las  guerras 
modernas. 

La  muchedumbre,  aglome- 
rada contra  las  verjas  y  en 
perpetua  disputa  afectuosa 
con  los  policías  encargados  de 
mantener  libre  el  paso,  salu- 
daba á  los  que  se  iban  y  los 
acompañaba  con  los  ojos  al 
atravesar  el  gran  patio  de  la  estación,  hasta  que  se 
perdían  tras  de  las  mamparas  de  cristales.  Voceaban 
los  vendedores  las  últimas  ediciones  de  los  periódicos, 
y  la  masa  obscura  iba  moteándose  de  puntos  blancos, 
hojas  de  papel  impreso  leídas  ávidamente.  Una  buena 
noticia:  «¡Viva  Francia!...»  Un  despacho  confuso  que 
hacía  presentir  un  descalabro  y  una  retirada.  ¡No  im- 
porta! Había  que  sostenerse  de  todos  modos.  Los  rusos 
se  encargarían  de  avanzar  á  espaldas  del  enemigo... 
Y  mientras  disputaban  los  grupos  y  ciertas  muchachas 


RESBRVISTAS  QUE  VAN  A  LA  ESTACIÓN  DEL  ESTE 


UN  GRUPO  DE  RESERVISTAS  QUE  MARCHA  A  LA  ESTACIÓN  DEL  ESTE 
CANTANDO  «LA  MARSELLESA» 


vestidas  con  elegancia  pregonaban  la  venta  de  esca- 
rapelas tricolores  y  otros  adornos  patrióticos,  seguían 
pasando  por  el  patio  solitario,  para  ser  tragadas  por 
las  puertas  de  la  estación,  gentes  y  más  gentes  que 
iban  á  la  guerra. 

Un  joven  subteniente  de  la  reserva,  con  el  saco  á 
la  espalda,  avanza  acompañado  por  su  padre  hasta 
donde  le  permite  la  policía.  El  viejo,  enjuto  de  cuerpo, 
con  una  cinta  militar  en  la  solapa,  se  yergue  ponien- 
do un  gesto  fosco.  Quiere  mostrarse  fiero,  inhumano, 

para  ocultar  su  emoción. 

— ¡Adiós,  muchacho!  Pór- 
tate bien. 
— Adiós,  padre. 
No  se  dan  la  mano:  no  se 
miran.  El  oficial  sonríe  auto- 
máticamente. 

Unos  reservistas  avanzan 
cantando,  bromeando,  con 
una  alegría  de  buenos  cama- 
radas  que  han  bebido  un  trago 
en  el  cercano  café;  pero  mien- 
tras ríen  y  gritan,  uno  de  ellos 
oprime  con  la  diestra  la  mano 
arrugada  de  una  mujercita 
que  marcha  á  su  lado,  ergui- 
da y  con  los  ojos  secos:  la  ma- 
dre, que  ha  querido  acompa- 
ñar á  su  mocetón  hasta  el  úl- 
timo momento. 

Otros  llegan  sueltos,  despe- 
gados de  sus  camaradas,  pero 
no  por  esto  van  solos.  El  fusil 
cuelga  de  uno  de  sus  hombros. 


(Fot.  Meurisse) 


134 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


UN   OFICIAL   DE   I-A    RESERVA    DESPIDIÉNDOSE   DB   SU    PADRE 
EN    LA   ESTACIÓN 

la  espalda  sufre  la  pesada  joroba  de  la  mochila,  las 
piernas  rojas  salen  y  se  ocultan  entre  las  alas  recogi- 
das del  capote,  la  pipa  humea  bajo  la  visera  del  kepis. 
Y  delante  de  él  caminan  unos  cuantos  pequeüuelos, 
alineados  por  orden  de  estatura,  que  vuelven  la  cabeza 
para  mirar  al  padre,  súbitamente  engrandecido  á  sus 
ojos  por  estos  arreos  militares.  A  su  lado  marcha  la 
compañera,  afable  y  sumisa  lo  mismo  que  en  las  pri- 
meras semanas  de  sus  relaciones,  sintiendo  confusa 
mente  en  su  alma  simple  una  Üorescencia  renovada 
de  amor,  una  primavera  extemporánea,  nacida  al 
contacto  del  peligro.  Este  obrero  de  París,  que  hace 
un  mes  cantaba  La  Internacional  pidiendo  la  desapari- 
ción de  los  ejércitos  y  la  fraternidad  de  todos  los  seres 
humanos,  va  ahora  en  busca  de  la  muerte  por  defen- 
der á  8u  país;  y  la  mujer  Hora,  pero  lo  admira. 

El  amor  y  la  conmiseración  por  su  hombre  la 
hacen  insistir  hasta  el  último  momento  en  sus  cui- 
dados y  recomendaciones.  Ha  puesto  en  la  mochila 
sus  mejores  pañuelos,  los  pocos  víveres  que  tenía 
en  casa,  todo  el  dinero.  No  debe  inquietarse  por  ella 
y  los  hijos:  ya  saldrán  del  paso  como  puedan.  El 


gobierno  y  las  buenas  almas  cuidarán  de  su  suerte. 

Y  el  hombre  bromea  mirando  á  su  mujer  en  las 
inmediaciones  del  talle  algo  deforme:  saluda  al  ciuda- 
dano próximo  á  venir,  y  que  seguramente  nacerá  en 
plena  victoria. 

Un  beso  á  la  compañera,  un  cariñoso  repelón  á  la 
prole,  y  se  une  con  los  camaradas...  Nada  de  lágrimas. 
¡Coraje!  ¡\'iva  Francia! 

S;is  recomendaciones  son  oídas.  Nadie  llora.  Pero 
cuando  el  último  pantalón  rojo  desaparece,  muchas 
manos  se  agarran  convulsas  á  los  hierros  de  la  verja, 
muchas  cabezas  se  ocultan  bajo  el  brazo  con  un  ester- 
tor angustioso.  El  padre  se  mete  en  un  café  y  busca 
la  banqueta  más  honda,  el  rincón  más  obscuro,  para 
ocultar  su  emoción. 

Una  vieja  mira  hacia  donde  ella  cree  que  está  el 
Este,  y  agita  los  brazos  enjutos  con  una  furia  homi- 
cida: 
— ¡Ah,  bandido!...  ¡Bandido! 

Y  con  la  imaginación  vuelve  á  ver  lo  que  tantas 
veces  ha  contemplado  en  las  páginas  ilustradas  de  los 
periódicos:  unos  bigotes  de  insolente  y  marcial  albo- 
rotamiento, una  boca  de  dientes  de  lobo  que  ríe...  ríe, 
como  debieron  reír  los  hombres  de  la  época  de  las 
cavernas. 


Vil 


Continúan  las  hosUlidadcs.— Manifiesto  del  zar  al  pue- 
blo ruso.— La  retirada  del  embajador  Schoen.  — Un 
artículo  de  Clcmcnceau. 

Los  actos  de  hostilidad  en  la  frontera  continuaron 
el  día  3  por  parte  de  los  alemanes,  á  pesar  de  que  el 
embajador  Schoen  seguía  en  París,  sin  declarar  rotas 
las  relaciones. 

Varios  destacamentos  de  huíanos  merodearon  en 


RESERVISTAS   DIRIOIÉNDOSB   A    LA   ESTACIÓN    DEL    ESTE 

(Fots.  Meurisse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


135 


UNA    MADRE    ACOMPAÑABA    SU    HIJO    CAMINO    DB    LA    ESTACIÓN    AGARRÁNDOLE   LA    MANO 


[Fot.  Meiirisse) 


el  territorio  francés,  siendo  perseguidos  por  algunos 
pelotones  de  caballería.  Los  prisioneros  alemanes  he- 
chos en  Joncheray  el  día  anterior  fueron  conducidos 
á  Belfort,  siendo  enterrado  el  teniente  que  los  man- 
daba, muerto  por  un  soldado  francés.  Un  escuadrón 
de  dragones  hizo  los  honores  fúnebres  á  este  enemigo, 
el  primero  que  caía  en  la  guerra. 

A  mediodía  un  destacamento  de  ciclistas  del  17.° 
de  infantería  alemán  pasó  la  frontera,  penetrando  en 
el  pueblo  de  Moncel.  <,<Pust!  Postf»,  gritaban  los  ci- 
clistas. Y  al  llegar  á  la  casa  de  Correos  se  apoderaron 
de  la  recaudación,  robaron  un  saco  de  corresponden- 
cia y  rompieron  los  aparatos  telegráficos.  Después 
asaltaron  la  estación  del  ferrocarril,  pero  como  no 
encontraron  nada  que  llevarse  y  temían  avanzar  más 
por  estar  acampadas  las  tropas  francesas  cerca  de 
allí,  volvieron  á  repasar  la  frontera. 

Por  la  tarde  un  pelotón  de  caballería  alemana 
llegó  al  pueblo  de  Remareville,  á  ocho  kilómetros  del 
límite  fronterizo,  cerca  de  los  destacamentos  france- 
ses. Unos  cuantos  dragones  mandados  por  un  teniente 
salieron  al  encuentro  de  los  invasores,  entablándose 
un  combate.  El  oficial  francés  mató  de  un  sablazo  al 
jefe  de  los  huíanos,  el  cual  quedó  abandonado  en  el  sue- 


lo. Sus  soldados  huyeron,  dejando  otro  muerto  sobre 
el  campo.  El  cuerpo  del  oficial  alemán  fué  recogido 
por  los  suyos  durante  la  noche,  sin  que  los  franceses 
se  opusieran  al  cumplimiento  de  esta  función  piadosa. 

El  teniente  de  dragones  que  inauguraba  la  guerra 
con  una  victoria  fué  condecorado. 

Una  columna  alemana  procedente  del  Luxemburgo 
intentó  penetrar  en  Francia  á  cuatro  kilómetros  de 
Longwy.  Los  fuertes  de  la  plaza  la  cañonearon,  cor- 
tándola el  paso.  Un  regimiento  de  caballería  enemiga 
entró  por  Cirey,  á  39  kilómetros  de  Luneville,  ocu- 
pando por  unos  instantes  el  pueblo  de  Bertrambois,  á 
dos  kilómetros  de  la  frontera,  pero  volvió  riendas  al 
avanzar  un  regimiento  francés. 

En  Montreux-Vieux  una  compañía  de  ciclistas  ale- 
manes atacó  el  puesto  fronterizo,  ocupado  por  veinte 
aduaneros  franceses.  listos  se  defendieron,  resultando 
del  combate  varios  heridos  de  ambas  partes. 

Cerca  de  Belfort,  en  Saint-ÍTaye,  algunos  destaca- 
mentos de  huíanos  se  presentaron  en  las  granjas,  exi- 
giendo que  les  entregasen  caballos  y  ganados. 

Un  aeroplano  alemán  voló  sobre  Luneville,  dejan- 
do caer  tres  bombas,  que  sólo  causaron  desperfectos 
en  los  edificios. 


1  :;c> 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Y  el  embajador  de  Alemania  todavía  estaba  en 
París  á  las  horas  en  que  ocurrían  tales  sucesos. 


De  Alsacia  llegaron  noticias  revelando  otros  atro- 
pellos. Los  alsacianos  que  más  se  habían  significado 
por  su  amor  á  Francia  tuvieron  que  huir  para  no  ser 
víctimas  del  estado  de  guerra  declarado  en  su  paíg. 
El  abate  Wetterlé,  diputado  del  Reichstag,  debió  su 
salvación  á  la  fuga,  pues,  indudablemente,  de  caer  en 
poder  de  los  alemanes,  hubiese  sido  fusilado,  ú  pesar 
de  su  investidura  parla- 
mentaria. 

Tin  patriota  de  Lorena, 
el  joven  Alejandro  Samain, 
tuvo  menos  suerte.  Llegó 
la  noticia  de  que  los  alema- 
nes lo  habían  prendido  en 
Metz,  fusilándolo  tras  de 
un  consejo  de  guerra  su- 
marísimo. 

Alejandro  Samain  era  un 
patriota  ardiente  que  man- 
tenía en  la  tierra  lorenesa 
el  culto  de  Francia.  Con 
otros  camaradas  había  fun- 
dado en  Metz,  su  ciudad 
natal,  una  sociedad  gim- 
nástica titulada  la  «Lorena 
Esportiva».  El  uniforme  de 
estos  jóvenes  tenía  cierta 
semejanza  con  el  del  ejér- 
cito francés.  Las  autorida- 
des alemanas  persiguieron 
en  varias  ocasiones  á  la  so- 
ciedad y  á  Samain,  que  era 
su  presidente. 

En  8  de  Enero  de  1911 
la  «Lorena  Esportiva»  dio 
un  concierto,  al  que  sólo 
asistieron  los  socios  con  sus 
familias.  En  mitad   de  la 

fiesta  entró  el  comisario  de  policía  alemán,  exigiendo 
que  cesara  la  música,  porque  tocaba  piezas  france- 
sas. El  presidente  hizo  salir  al  comisario  por  tratarse 
do  una  fiesta  en  privado,  y  esta  salida  la  saludó  la 
música  con  los  acordes  de  la  marcha  francesa  Sfím- 
Irc-et-Meune.  Alejandro  Samain  fué  encarcelado  á 
consecuencia  del  incidente,  pero  los  tribunales  ale- 
manes sobreseyeron  la  causa  para  evitar  un  escán- 
dalo internacional,  sin  perder  por  esto  de  vista  al 
joven  patriota.  Algún  tiempo  después  lo  condenaron 
á  seis  semanas  de  prisión  por  el  delito  de  propaganda 
antigermanista. 

Los  militares  de  la  guarnición  le  tenían  odio  por 
la  franqueza  con  que  expresaba  sus  simpatías  á  Fran- 
cia. En  Diciembre  del  mismo  año,  un  sargento  ale- 
mán insultó  en  plena  calle,  con  las  más  soeces  pala- 


KL    ABATE   WBTTBRLE 


bras,  á  un  hermano  de  Alejandro  Samain.  Este  quiso 
interponerse,  y  el  sargento  le  dio  un  puñetazo  en  el 
rostro,  esgrimiendo  luego  su  sable.  Entonces  un  ami- 
go perteneciente  á  la  sociedad  gimnástica  disparó  su 
revólver,  matando  al  sargento.  Fué  tan  público  el  he- 
cho y  tan  convincentes  resultaron  las  declaraciones 
de  los  testigos,  que  los  jueces  germánicos  hubieron  de 
absolver  á  los  tres  patriotas,  por  haber  obrado  en  de- 
fensa propia. 

La  autoridad  militar  de  Metz  tuvo  desde  entonces 
á  Alejandro  Samain  inscrito  á  la  cabeza  de  su  lista 

de  peligrosos.  Apenas  la 
guerra  se  inició,  su  primer 
acto  de  defensa  fué  supri- 
mir al  joven  y  entusiasta 
patriota. 

a 

Una  reconstitución  del 
gabinete  se  verificó  en 
Francia  el  día  3.  El  minis- 
tro de  Marina,  M.  Gauthier, 
que  estaba  enfermo,  pidió 
ser  relevado,  no  sintiéndo- 
se con  fuerzas  bastantes 
para  afrontar  la  situación. 
M.  Augagneur,  hombre  de 
reconocida  energía,  pasó  á 
este  ministerio,  cediendo  la 
cartera  de  Instrucción  pú- 
blica á  M.  Alberto  Sarraut, 
gobernador  de  las  posesio- 
nes francesas  de  Indo-Chi- 
na, que  estaba  con  licencia 
en  París. 

El  presidente  del  gobier- 
no, M.  Viviani,  para  man- 
tenerse con  más  desemba- 
razo en  el  cumplimiento  de 
sus  funciones,  pasó  á  la 
cartera  de  Negocios  Ex- 
tranjeros, que  venía  des- 
empeñando M.  Doumergue. 
Los  subsecretarios  de  Estado,  Jacquier  y  Abel  Fe- 
rry,  presentaron  sus  dimisiones  alegando  que  por  su 
edad  debían  partir  como  soldados  á  los  puestos  que 
les  señalaba  la  orden  de  movilización.  El  gobierno  se 
negó  á  admitir  sus  renuncias,  conservándolos  en  sus 
cargos,  pero  les  dio  licencia  para  que  se  incorpora- 
sen á  sus  regimientos. 

En  Rusia  el  gobierno  hizo  saber  que  el  gran  duque 
Nicolás  Nicolaievitch  había  sido  nombrado  generalí- 
simo de  todas  las  fuerzas  armadas  del  Imperio. 

En  el  mismo  día  3  el  zar  dirigió  el  siguiente  ma- 
nifiesto al  pueblo  ruso: 

Por  la  gracia  de  Dios,  Nos,  Nicolás  II,  Emperador  y  autócrata 
de  todas  las  Rusias,  rey  de  Polonia,  Gran  Duque  de  Finlandia, 
etcétera,  etc.,  á  todos  nuestros  fieles  subditos  hacemos  saber: 

La  Rusia,  pariente  de  fe  y  de  sangre  de  todos  los  pueblos 


[Vo\..  Meurisse) 


^^í:-  •-., 


Dibuio  de  Ceorges  Scoll,  de  •L'lllusirolion-  de  Parfs 


LOS  PRM 


LA  BATALLA 


ONEROS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


137 


eslavos  y  flel  á  sus  tradiciones  históricas,  no  lia  mirado  jamás 
su  suerte  con  ojos  de  indiferencia. 

Pero  especialmente  en  los  últimos  dias,  los  sentimientos  fra- 
ternales del  pueblo  ruso  por  los  eslavos  se  han  despertado  con 
una  perfecta  unanimidad  y  una  fuerza  extraordinaria  al  ver 
cómo  Austria  ha  dirigido  á  Servia  reclamaciones  que  resulta- 
ban inaceptables  para  un  Estado  independiente. 

Habiendo  despreciado  la  respuesta  pacifica  y  condescen- 
diente del  Gobierno  servio,  y  rechazado  la  intervención  bené- 
vola de  Rusia,  el  Gobierno  austrohúngaro  ha  precedido  á  una 
agresión  armada  bombardeando  á  Belgrado,  ciudad  abierta. 

Obligados  á  tomar  las  necesarias  precauciones  por  la  situa- 
ción creada  por  este  hecho.  Nos  hemos  ordenado  poner  nuestro 
ejército  y  nuestra  armada  en  pie  de  guerra,  sin  dejar  por  ello 
de  realizar  toda  clase  de  esfuerzos  para 
obtener  una  solución  pacífica  en  las 
negociaciones  entabladas,  pues  la  san- 
gre y  los  bienes  de  nuestros  subditos 
nos  son  muy  preciosos. 

Cuando  ya  estábamos  con  Austria 
en  amigables  tratos,  Alemania,  aliada 
de  Austria,  contrariamente  á  las  espe- 
ranzas que  nos  inspiraba  nuestra  bue- 
na vecindad  secular,  y  sin  tener  en 
cuenta  nuestra  palabra  y  las  seguri- 
dades de  que  nuestros  preparativos  no 
tendían  á  ningún  fin  que  le  fuese  hos- 
til, ha  comenzado  por  reclamar  la  su- 
presión inmediata  de  dichas  medidas 
de  precaución. 

Habiendo  recibido  de  parte  nuestra 
una  digna  negativa,  Alemania  ha  de- 
clarado súbitamente  la  guerra  á  Rusia. 

Hoy  no  es  sólo  la  protección  del  pa- 
riente injustamente  ofendido  lo  que 
hay  que  asegurar;  es  también  el  ho- 
nor, la  dignidad,  la  integridad  de  Ru- 
sia y  su  puesto  entre  las  grandes  po- 
tencias lo  que  debemos  defender. 

Creemos  firmemente  que  nuestros 
fieles  subditos  acudirán  con  devoción 
y  unanimidad  á  la  defensa  de  la  tie- 
rra rusa. 

Que  la  discordia  interior  sea  olvida- 
da en  esta  hora  amenazante  y  de  rudas 
pruebas.  Que  la  unidad  del  Zar  con  su 

pueblo  resulte  más  estrecha  aún,  y  que  Rusia,  levantándose 
como  un  solo  hombre,  rechace  el  insolente  ataque  del  enemigo 
con  una  fe  profunda  en  la  justicia  de  nuestra  obra  y  una  abierta 
esperanza  en  la  Providencia  todopoderosa. 

Llamamos  con  nuestras  plegarias  la  bendición  de  Dios  sobre 
la  santa  Rusia  y  sus  tropas  valerosas. 

Este  llamamiento  del  zar  al  pueblo  ruso,  en  su 
doble  carácter  de  soberano  temporal  y  pontífice  de  la 
religión,  fué  acogido  con  gran  entusiasmo  en  todo  el 
Imperio. 

o 

Al  enterarse  el  gobierno  francés  de  los  incidentes 
ocurridos  en  la  frontera,  envió  una  Nota  al  embajador 
de  Alemania,  M.  de  Schoen,  cuya  conducta  resultaba 
cada  vez  más  inexplicable  al  permanecer  en  París 
después  de  estos  atentados.  En  dicho  documento  el 
gobierno  señalaba  los  hechos  ocurridos  y  la  respon- 
sabilidad de  Alemania  al  tolerarlos,  pidiendo  una  ex- 
plicación inmediata  al  embajador. 


ALEJANDRO    SAMAIN 


Después  de  esta  Nota  la  situación  de  Schoen  era 
ya  insostenible.  A  las  cinco  y  tres  cuartos  de  la  tarde 
se  presentó  en  el  Ministerio  de  Negocios  Extranjeros, 
siendo  recibido  por  M.  Viviani  en  presencia  de  M.  de 
Margerie,  director  político  de  dicho  ministerio. 

El  diplomático  alemán  mostró  una  marcada  emo- 
ción, en  la  que  entraban  por  mucho  el  embarazo  por 
su  conducta  equívoca  y  la  vergüenza  por  lo  que  le  ha- 
bían encargado  manifestar  al  gobierno  francés.  Con 
una  voz  algo  temblona,  M.  de  Schoen,  en  vez  de  dar 
explicaciones  por  los  atentados  de  los  alemanes  en  la 
frontera,  dijo  que  su  gobierno  le  ordenaba  que  protes- 
tase del  hecho  de  que  algunos 
aviadores  franceses  habían  vo- 
lado sobre  Bélgica.  Añadió  que 
otros  aviadores,  también  de 
Francia,  habían  volado  sobre  el 
territorio  alemán  arrojando  bom- 
bas en  las  inmediaciones  de  Nu- 
remberg,  hechos  que  constituían 
una  agresión  contra  Alemania  y 
una  violación  del  territorio  del 
Imperio. 

Luego,  turbado  aún  más  por 
el  profundo  silencio  con  que 
eran  escuchadas  sus  palabras, 
leyó  una  Nota  que  era  la  decla- 
ración de  guerra  á  Francia  en 
nombre  de  Alemania. 

El  texto  de  esta  declaración 
dice  así: 

«Señor  Presidente  de  la 
República: 

»Las  autoridades  administra- 
tivas y  militares  alemanas  han 
hecho  constar  cierto  número  de 
actos  característicos  de  hostili- 
dad cometidos  sobre  el  territorio 
alemán  por  aviadores  militares  franceses.  Varios  de 
estos  últimos  han  violado  manifiestamente  la  neutra- 
lidad de  Bélgica,  volando  sobre  el  territorio  de  di- 
cho país.  Uno  de  ellos  ha  intentado  destruir  varias 
construcciones  cerca  de  Wesel;  otros  han  sido  vis- 
tos sobre  la  región  de  Eiffel;  otro  ha  arrojado  bom- 
bas sobre  la  vía  de  ferrocarril  cerca  de  Carlsruhe  y 
Nuremberg. 

»Tengo  el  encargo 'y  el  honor  de  hacer  saber  á 
Vuestra  Excelencia  que  en  vista  de  estas  agresiones 
el  Imperio  alemán  se  considera  en  estado  de  guerra 
con  Francia  por  la  agresión  de  esta  última  potencia. 
»Tengo  al  mismo  tiempo  el  honor  de  hacer  saber  á 
Vuestra  Excelencia  que  las  autoridades  alemanas  re- 
tendrán los  buques  mercantes  franceses  en  los  puer- 
tos alemanes,  pero  los  dejarán  en  libertad  si  dentro 
de  cuarenta  y  ocho  horas  queda  asegurada  la  recipro- 
cidad completa. 

»Habiendo  terminado  mi  misión  diplomática,  sólo 


138 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS   NUEVOS  MINISTROS   FRANCESES 

M.    AÜGAÜNHUR,    MINISTRO    DE   MARINA         (Fot.  Rui) 

me  resta  pedir  á  Vuestra  Excelencia  que  quiera  dar- 
me mis  pasaportes  y  adoptar  las  medidas  que  juz- 
gue útiles  para  asegurar  mi  regreso  á  Alemania  con 
todo  el  personal  de  la  Embajada,  así  como  el  per- 
sonal de  la  Legación  de  Baviera  y  del  Consulado  ge- 
neral de  Alemania  en  París. 

«Recibid,  señor  Presidente,  el  testimonio  de 
mi  más  alta  consideración. 

»Firmado,  Schoen» 

El  silencio  con  que  fué  acogida  esta  increí- 
ble declaración  era  de  asombro,  en  vista  de  la 
cínica  tranquilidad  con  que  el  gobierno  alemán 
hablaba  de  imaginarios  atentados  para  ungirse 
agredido,  cuando  desde  cuarenta  y  ocho  horas 
antes  había  violado  por  diversos  puntos  el  terri- 
torio francés.  * 

M.  Viviani  protestó  con  gravedad  y  fírmeza, 
declarando  que  todos  los  hechos  alegados  por  el 
embajador  eran  enteramente  falsos  y  sin  prueba 
alguna.  Jamás  ningún  aviador  francés  había  vo- 
lado sobre  Bélgica  y  Alemania  ui  arrojado  bom- 
bas. En  cambio,  el  gobierno  de  la  República  pro- 
testaba con  pruebas  claras  é  indiscutibles  de 
la  violación  del  territorio  francés  por  destaca- 
mentos alemanes  y  de  la  muerte  de  un  cabo  de 
su  ejército. 


El  presidente  del  Consejo,  hablando  cada  vez  con 
más  energía,  recordó  al  embajador  alemán  que  el  go- 
bierno de  la  República  había  dado  orden  á  sus  tropas 
de  mantenerse  á  diez  kilómetros  de  la  frontera  para 
evitar  incidentes,  y  que  los  destacamentos  alemanes 
habían  franqueado  esta  zona  penetrando  hasta  once 
kilómetros  en  territorio  francés,  hechos  que  probaban 
con  exceso  que  la  agresión  liabía  partido  de  Alemania 
y  no  de  Francia. 

Schoen,  no  sabiendo  qué  contestar,  habló  para  jus- 
tificarse de  un  hecho  de  orden  personal.  Dijo  que  al 
dirigirse  al  ministerio  acababa  de  ser  injuriado  por 
dos  individuos  que  habían  subido  al  estribo  de  su  au- 
tomóvil. En  esto  falseaba  también  los  hechos  este  di- 
plomático. El  incidente  se  reducía  en  verdad  á  que  un 
chófer  del  servicio  público,  al  cruzarse  con  el  auto- 
móvil del  embajador,  había  gritado:  «Todos  los  ale- 
manes son  unos  c...»  Al  ser  conducido  por  la  policía 
á  la  comisaría  del  barrio,  declaró  que  tres  días  antes, 
regresando  de  Alemania,  le  habían  embargado  los  ale- 
manes su  automóvil  en  Metz,  teniendo  que  hacer  á  pie 
una  marcha  de  2.")  kilómetros  para  llegar  á  una  esta- 
ción, donde  habían  vuelto  á  detenerle  como  espía  por 
ser  francés,  despojándolo  de  su  dinero  y  teniéndolo 
en  un  calabozo  durante  veinticuatro  horas  sin  ali- 
mento alguno.  Después  de  estos  hechos  su  exaspera- 
ción era  comprensible. 

El  jefe  del  gobierno  concedió  el  valor  que  merecía 
lá  esta  queja  de  Schoen,  recordándole  discretamente 
jsus  continuos  paseos  por  la  rué  de  Lille  el  domingo 
(anterior,  «como  si  buscase  un  incidente». 

Al  fin  el  embajador  de  Alemania,  extremadamente 
turbado,  terminó  la  entrevista  lamentándose  de  no 
haber  podido  conseguir  el  mantenimiento  de  las  rela- 
ciones pacíficas  entre  su  país  y  Francia.  Él  mismo 
declaró,  con  una  franqueza  que  en  aquellos  momentos 


COCHE-SALÓN    DEL   TREN    ESKT.CIAL    BN    QUE    REGRESÓ    A    SU    l'AlS 
EL    EMBAJADOR    ALEMÁN    M.    DE   SCHOEN 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


139 


resultaba  trágica,  la  imposibilidad  de  continuar  en  su 
puesto  después  de  todo  lo  que  había  dicho  y  hecho, 
pues  su  situación  en  París  resultaba  personalmente 
insostenible. 

M.  Viviani  y  M.  de  Margerie  acompañaron  al  em- 
bajador hasta  la  entrada  del  ministerio.  M.  de  Schoen 
los  saludó  varias  veces,  sin  poder  disimular  una  in- 
tensa emoción,  y  se  marchó  á  la  Embajada  para  hacer 
los  preparativos  de  viaje  y  salir  aquella  misma  noche. 
A  las  nueve  y  media  un  auto  de  color  sombrío, 
conducido  por  un  chófer  sin  escarapela,  entró  en  el 
patio  del  Ministerio  de  Negocios  Extranjeros,  dete- 
niéndose ante  la  escalinata  de  honor.  Los  empleados 
ministeriales  creyeron  que  el  vehículo  conducía  un 
prisionero  de  importancia.  Descendió  de  él  un  agente 
de  policía  vestido  de  uniforme,  y  á  continuación  un 
«paisano»  coa  chaqué  negro  y  sombrero  blando  de 
fieltro.  En  el  momento  de  echar  pie  á  tierra,  M.  de 
Shoen — pues  era  éste  á  quien  acompañaba  el  policía — 
lanzó  á  través  de  sus  anteojos  montados  en  oro  una 
mirada  circular  reveladora  de  inquietud.  Llegaba  para 
recoger  sus  pasaportes  con  un  agente  de  policía  en- 
cargado de  su  seguridad.  Un  cuarto  de  hora  después 
salió  del  ministerio  con  los  citados  documentos,  y  al 
dirigirse  á  su  automóvil  se  tropezó  con  M.  Viviani, 
que  salía  también.  El  alemán  se  descubrió,  iniciando 
con  la  cabeza  y  las  manos  un  gesto  de  desaliento  y 
de  pena.  Viviani  contestó  á  su  saludo  fríamente  y  si- 
guió adelante,  rehuyendo  este  intento  de  inútil  y  en- 
gañadora conversación. 

Las  relaciones  diplomáticas  entre  Alemania  y  Fran- 
cia quedaban  rotas  definitivamente. 

El  embajador  Schoen  salió  de  Francia  con  todas 
las  atenciones  debidas  á  su  alto  rango,  sin  que  nada 
faltase  á  su  comodidad  y  seguridad  personales.  En  la 
estación  del  Bosque  de  Boulogne  le  esperaba  un  tren 
especial  para  él  y  las  ochenta  personas  de  su  sé- 
quito diplomá- 
tico. Un  coche- 
salón,  que  el  go- 
bierno alemán 
tardó  un  mes  en 
devolver,  lo  con- 
dujo á  la  fronte- 
ra. En  la  esta- 
ción le  espera- 
ba M.  William 
Martin,  director 
del  protocolo,  el 
cual  atendió  á 
todos  los  deta- 
lles para  que  el 
viaje  resultase 
cómodo  y  segu- 
ro. Schoen  es- 
trechó la  mano 

LA  CAMA  DBL  COCHB-S ALÓN  T?N  Qri?  VIAJÓ  ^    ®^*'®    '"^^ÍO- 

M.  DB  SCHOEN  u&tío  miuistc- 


M.    ALBERTO    SAURADT 
Ministro  de  Instrucción  pública 


(Fot.  Meurisse) 


rial  expresivamente,  pero  sin  decir  una  palabra  en 
vista  de  su  frialdad.  Se  mostraba  triste  y  como  ano- 
nadado por  el  giro  que  tomaban  los  sucesos. 

Pronto  veremos  de  qué  manera  el  gobierno  ale- 
mán hizo  salir  de  Berlín  á  M.  Julio  Cambon,  emba- 
jador de  la  Repiiblica  Francesa. 


Clemenceau  en  Fl  Homlve  Libre  hizo  un  resumen 
brillante  de  la  situación,  demostrando  la  doblez  del 
gobierno  germánico  y  excitando  al  pueblo  francés  á 
una  resistencia  heroica. 

He  aquí  el  artículo: 

ANTES  DE  LA  SEÑAL 

Lo  que  se  ve  hoy  no  se  vio  nunca.  Por  varias  partes  los  ejér- 
citos alemanes  están  en  marcha  sobre  nuestras  fronteras.  Las 
tropas  enemigas  se  han  alineado  junto  á  los  mismos  postes 
fronterizos,  mientras  las  nuestras  están  retenidas  prudente- 
mente á  diez  kilómetros  para  que  no  se  comprometan  en  una 
acción  hasta  que  las  agresiones  alemanas  sean  bien  palpables. 
Para  provocarnos  y  hacernos  abandonar  esta  cuerda  actitud, 
pequeiTos  destacamentos  enemigos  penetran  en  nuestro  terri- 
torio, abaten  los  postes  telegráficos,  arrancan  los  rieles,  se 
apoderan  del  material  de  ferrocarril  y  de  los  caballos  de  la  re- 
quisa, aprisionan  los  conscriptos,  matan  soldados,  avanzan  á 
más  de  diez  kilómetros  en  el  interior  del  país,  atrepellan  á  los 
habitantes  y  cometen,  en  una  palabra,  todos  los  actos  ordina- 


140 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


nos  de  los  bandidos  de  carretera,  con  la  esperanza  de  que  nos- 
otros responderemos  emprendiendo  una  acción  militar,  que  les 
permitirá  atribuirnos  mentirosamente  el  papel  de  agresores. 

No  puede  saberse  basta  dónde  llega  la  mezcla  de  vil  liipo- 
cresía  y  brutalidad  salvaje  de  estas  bestias  de  presa.  El  mani- 
fiesto de  Guillermo  II  es  la  vergüenza  de  las  vergüenzas.  Por 
todos  sus  órganos,  por  todos  sus  agentes,  hasta  por  periodistas 
de  Francia,  nos  ha  gritado  muchas  veces  que  no  quiere  la  gue- 
rra, sin  que  jamás  se  le  haya  podido  arrancar  una  palabra  ó  un 
acto  en  favor  de  la  paz.  Ayer  todavía,  su  embajador  en  París, 
que  no  podía  explicar  por  qué  guardaba  su  puesto  permane- 
ciendo entre  nosotros  mientras  que  los  ejércitos  de  su  amo  nos 


—  IBDBNOS  DtAS,   SEÑOR  CUKa! 

Los  soldados  que  van  á  la  guerra  saludan  al  cura  del  Inmediato  pueblo  que  guarda 
la  vía  como  territorial  movilizado 

(Hii  i:i  revistn  católica  he  Pclerxn,  de  París) 


hacen  la  guerra,  decía  así  á  uno  de  mis  amigos:  «Repetid  á  todo 
el  mundo  que  nosotros  no  queremos  la  guerra.  Nuestra  desgra- 
cia consiste  eu  no  saber  qué  es  lo  que  quiere  Austria,  á  la  que 
estamos  unidos  indisolublemente,  como  vosotros  á  Husia.  Pero 
nosotros  no  queremos  la  guerra,  y  haremos  todo  lo  que  sea  po- 
sible por  impedirla.» 

¿A  estas  palabras  qué  actos  han  respondido?...  La  declara- 
ción de  guerra  á  Rusia  porque  so  ha  tomado  la  libertad  de  con- 
testar con  una  movilización  sobre  las  fronteras  austríacas  á  la 
movilización  del  otro  lado  de  la  frontera.  La  declaración  de  gue- 
rra á  Rusia  en  el  mismo  momento  que  Austria  aceptaba  la  pro- 
posición mediadora  de  sir  Edward  Grej',  ó  sea  en  el  momento 
preciso  en  que  iba  á  desaparecer  el  conflicto  que  nos  habían 
presentado  como  única  causa  de  los  preparativos  de  guerra. 
¿Dónde  está  el  provocador?  ¿Dónde  está  el  agresor?  ¿Quién  osará 


discutirla  cuestión  seriamente  después  de  esto?  El  kaiser  de- 
clara la  guerra  á  Rusia  y  viola  la  neutralidad  de  Luxemburgo 
y  de  Bélgica  para  marchar  contra  nosotros. 

A  pesar  de  ello,  sus  embajadores,  así  en  San  Petersburgo 
como  en  París,  permanecen  en  sus  puestos  para  desorientar  de 
este  modo  á  las  potencias  y  hacerlas  creer  que  la  suprema  rup- 
tura aím  no  es  un  hecho  consumado.  Las  más  simples  leyes 
del  honor  condenan  tales  astucias  de  mala  ley.  Estas  criaturas 
infelices  sólo  conocen  las  frases  groseras  para  manifestar  su 
pesada  alegría  ó  las  invocaciones  á  un  Dios  de  bandolerismo 
cuando  se  reúnen  en  tropas  armadas. 

Por  esto  Guillermo  II  se  dirige  á  su  pueblo  desde  el  balcón 
de  su  palacio  para  decirle  que  «¡/entes  envidio- 
íflí»  le  obligan  <•«  una  justa  defensa»,  y  que  él 
va  á  demostrar  á  sus  enemigos  lo  que  cuesta 
«provocar  á  Alemania».  De  ser  otro  el  que  tu- 
viese este  lenguaje  imprudente,  lo  creeríamos 
un  loco,  porque  es  imposible  citar  ni  un  acto 
i\e  provocacim  ni  una  palabra  que  pueda  ins- 
pirar á  cualquiera  la  necesidad  de  la  defensa. 
Pero  tratándose  de  un  jefe  de  piratería  que 
quiere  arrojar  sus  hordas  sobre  Erancia,  como 
sus  remotos  abuelos  se  precipitaron  sobre 
Roma  para  la  realización  de  grandes  empre- 
sas do  pillaje  coronadas  do  una  alegría  estú- 
pida de  dominación  liomicida,  estas  palabras 
no  signilican  mas  que  la  fórmula  germánica 
de  iniciar  una  guerra  en  la  que  podrán  satis- 
facerse todos  los  apetitos  de  una  piedad  sal- 
vaje, que  se  atreve  á  tomar  el  Dios  del  Evan- 
gelio como  cómplice  del  crimen  más  grande 
contra  la  humanidad  que  se  conoce  en  la  His- 
toria. Este  emperador  recomienda  á  sus  hom- 
bres que  entren  en  las  iglesias  para  obtener 
del  Dios  de  bondad  abundantes  rajiiñas  en  su 
eni[)resa  guerrera.  Cuando  se  tiene  la  concien- 
cia fabricada  de  un  modo  tal  que  este  pensa- 
miento no  llega  á  sublevarla,  hay  que  esperar 
de  su  inhumanidad  toda  clase  de  atentados. 
El  estado  de  cosas  consagrado  por  el  tratado 
(le  Francfort  no  podía  durar  más,  desde  el  mo- 
mento que  la  ambición  de  Bismarcky  la  sol)er- 
bia  de  Guillermo  II  sólo  consiguieron  hacer 
de  él  un  instrumento  de  hegemonía,  por  el 
cual  han  condenado  á  Europa,  bajo  la  amena- 
za de  sus  cañones,  á  la  política  de  los  superar- 
inamentos.  El  dia  en  que  Alemania  había  de 
conducirnos  con  una  voluntad  premeditada  á 
la  crisis  suprema,  acaba  de  llegar  más  pronto 
de  lo  que  yo  creía;  pero  ha  llegado.  Cuando  yo 
lo  anunciaba,  cuando  j'o  criticaba  la  loca  pro- 
digalidad de  hombres  y  riquezas  en  las  con- 
quistas de  vanidad  colonial,  me  contestaron 
muchas  veces  que  abusaba  de  mis  profecías 
sobre  el  peligro  alemán.  Hace  poco  tiempo  me 
lo  repitieron  á  propósito  del  tratado  alemán  sobre  Marruecos, 
contra  el  cual  fui  yo  el  único  en  votar.  Me  guardaré  de  recri- 
minaciones contra  nadie,  pero  todavía  ayer,  cuando  me  decían 
que  algunos  de  nuestros  hombres  políticos,  los  más  famosos,  se 
obstinaban  en  anunciar  que  Alemania  no  nos  haría  la  guerra, 
yo  no  podia  contener  un  sentimiento  de  tristeza  viendo  con  qué 
sistemática  imprevisión  somos  gobernados  muchas  veces.  Pero 
hay  que  olvidarlo  todo  en  esta  hora  para  reunimos  en  torno 
del  gobierno  y  hacer  frente  al  invasor. 

En  la  enorme  partida  que  se  inicia  no  es  la  suerte  de  Fran- 
cia solamente,  ni  la  de  Rusia,  ni  la  de  Inglaterra  lo  que  hay 
que  considerar.  No.  Es  el  destino  de  toda  la  civilización  euro- 
pea lo  que  va  á  resolverse  por  la  suerte  de  las  armas,  el  mante- 
nimiento de  una  hermosa  diversidad  de  cultura  con  el  respeto 
de  la  independencia  de  los  pueblos  ó  la  execrable  tentativa  de 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


141 


una  unidad  de  germanización  mecánica,  bajo  un  talón  de  Liie- 
rro.  Por  esto  nuestra  causa  resulta  la  do  todas  las  naciones,  la 
de  todos  los  gobiernos  que  no  separan  el  sentimiento  de  la  dig- 
nidad nacional  del  concepto  de  una  vida  común  segúu  las  lí- 
neas directoras  de  las  tradiciones  de  nacionalidad.  Muchos  se 
callarán  é  intentarán  ocultar  sus  temblores  internos,  pensando 
que  van  á  ver  egqistamente,  con  los  brazos  cruzados,  cómo  los 
soldados  de  Francia  caen  en  los  campos  de  batalla,  donde  se 
juega  con  la  vida  de  la  nacionalidad  francesa,  la  vida  también 
de  los  pequeños  pueblos,  capaces  por  flaqueza  de  corazón  de 
sucumbir  sin  haber  combatido.  Pero  nosotros,  que  enviamos 


engendrar  la  victoria.  Inglaterra  se  ha  lanzado  á  la  conquista 
económica  del  mundo,  y  ha  sabido  crearse  con  su  labor,  su  au- 
dacia y  su  obstinación,  que  nada  ha  logrado  quebrantar,  un 
inmenso  Imperio  que  la  enorgullece  á  ella  así  como  á  la  civili- 
zación. Hoy  tira  noblemente  de  la  espada  por  la  dignidad  y  la 
independencia  de  los  pueblos  de  Europa.  Entra  con  nosotros 
en  la  noble  epopeya;  enemiga  de  la  hegemonía  de  Napoleón, 
enemiga  de  la  hegemonía  de  Bismarck,  amiga  de  la  Francia 
moderna,  que  no  pide  otra  cosa  á  Europa  que  un  equilibrio  de 
libertades.  Italia  se  mantiene  neutral,  pero  no  creo  equivocar- 
me prediciendo  que  este  gran  espectáculo  iluminará  el  alma 


Curas  católicos 


Un  rabino 


Pastor  protestante 
LOS    SACERDOTES   EN    EL    BJÉBCITO    FRANCÉS 

Al  circular  la  orden  de  movilización  respondieron  unánimes  los  sacerdotes  franceses  de  todas  las  religiones,  los  cuales,  olvidando  sus  diferencias,  se 
apresuraron  á  acudir  baio  la  bandera  de  la  patria,  inscribiéndose  como  confesores  y  como  auxiliares  aquellos  que  por  su  edad  no  fueron  llamados  á  lilas 


nuestros  hijos  al  sangriento  choque,  nosotros  que  nos  vemos 
traidoramente  amenazados  hasta  en  las  más  profundas  raices 
de  nuestra  vida,  estamos  resueltos  á  salvar  todo  lo  que  pueda 
ser  salvado  de  nuestros  gloriosos  aportes  á  la  civilización  uni- 
versal, respecto  á  los  cuales  nuestra  más  alta  ambición  es  aña- 
dirles otros  nuevos. 

Defendiéndonos,  somos  los  campeones  de  la  causa  de  todos. 
Si  en  el  pasado  cometimos  grandes  torpezas  que  ofendieron  á 
Europa,  grandes  desgracias  también  nos  lo  han  hecho  expiar 
después.  Vamos  á  marchar  con  Inglaterra,  que  en  las  edades  de 
hierro  concibió  la  ambición  de  dominarnos.  Cien  años  de  gue- 
rra necesitamos  para  conquistar  la  independencia  de  nuestro 
suelo,  y  cuando  los  hombres  quedaron  deshechos  fué  una  mu- 
jer, una  pobre  campesina  lorenesa,  de  corazón  simple  y  grande, 
la  que  pronunció  las  palabras  y  realizó  los  actos  que  habían  de 


del  pueblo  italiano,  que  algunos  gobiernos  miopes  pusieron 
locamente  al  servicio  del  germanismo  contra  todo  lo  que  nos 
queda  de  latinidad. 

He  aquí  que  Rusia  es  la  primera  que  llega  al  oir  el  estam- 
pido del  cañón;  Rusia,  que  parecía  ayer  todavía  el  último  asilo 
en  Europa  del  despotismo  asiático;  Rusia,  que  por  la  iniciativa 
de  sus  últimos  zares  se  ha  abierto  á  la  libertad,  y  por  un  incom- 
parable movimiento  intelectual  se  ha  colocado  en  la  primera 
fila  de  la  cultura;  Rusia,  magníflco  puente  de  idealismo  y  de 
libertad,  por  el  que  pasan  las  actividades  despertadas  de  Asia, 
trayéndonos  con  un  renacimiento  de  fuerza  nuevos  cuadros  de 
energía.  Esto  es  lo  que  temen  los  feudales  alemanes,  que  con- 
servan al  pueblo  bajo  la  alta  presión  de  su  burocracia.  Nada  les 
da  tanto  miedo  como  un  cambio  de  la  disciplina  intelectual, 
que  podría  destruir  el  gran  resorte  de  su  gobierno:  la  obedien- 


142 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


cía.  Por  esto  Rusia,  Francia  é  Inglaterra  proporcionarán  á  los 
alemanes— aun  á  despecho  de  su  voluntad— una  liberación  del 
pensamiento. 

Los  soldados  alemanes  los  encontraron  nuestros  padres  mu- 
chas veces,  antes  de  1870,  sobre  campos  de  batalla  en  los  que 
la  fortuna  no  fué  propicia  á  aquéllos  las  más  de  las  veces.  Ma- 
ñana el  gran  libro  de  cuentas  va  á  abrirse  de  nuevo.  Tendre- 
mos que  oponer  nuestra  resistencia  aun  colosal  esfuerzo  sobre 
todos  los  frentes  á  la  vez.  El  choque  será  terrible.  Pero  los  hom- 
bres de  Alemania  serán  recibidos  como  deben  serlo  por  los  sol- 
dados franceses. 

Jorge  Clembncbau 

VIH 

Los  trabajos  pacificadores  de  Jor- 
ge V.— Actitud  de  Inglaterra. 
— Maquiavelismos  de  la  diplo- 
macia alemana. — Sus  intentos 
para  «comprar»  la  neutralidad 
inglesa. 

Inglaterra  no  podía  permanecer 
más  tiempo  al  margen  del  con- 
flicto europeo,  limitándose  ;'i  su 
papel  de  mediadora,  deseosa  de 
asegurar  la  paz.  Su  rey,  Jorge  V, 
había  creído  del  caso  intervenir 
con  su  inñuencia  personal,  po- 
niéndose en  relación  con  las  cor- 
tes de  San  Petersburgo  y  Berlín 
para  conseguir  un  arreglo. 

A  fines  de  Julio  dirigió  un  men- 
saje privado  á  Guillermo  II,  ro- 
gándole que  hiciese  toda  clase  de 
esfuerzos  para  impedir  que  Aus- 
tria insistiera  en  su  conducta  im- 
prudente y  provocadora.  A  dicho 
mensaje  contestó  el  :30  de  Julio 
telegráficamente  el  príncipe  En- 
rique de  Prusia,  almirante  de  la 
marina  alemana  y  hermano  del 
emperador.  Este  príncipe,  des- 
pués de  anunciar  que  había  en- 
tregado á  su  hermano  el  mensaje  del  rey  de  Inglate- 
rra, continuaba  así:  «Guillermo,  que  está  muy  fasti- 
diado por  lo  que  ocurre,  hace  todo  lo  posible  para 
marchar  de  acuerdo  con  Nicolás,  trabajando  por  en- 
contrar una  solución  pacífica.»  Después  el  príncipe 
Enrique  hablaba  en  su  telegrama  de  los  grandes  pre- 
parativos militares  que  se  estaban  haciendo  en  Rusia 
y  Francia,  y  de  los  cuales  tenían  noticias  seguras 
en  Berlín.  Luego  declaraba  tranquilamente,  partici- 
pando de  la  misma  hipocresía  que  mostró  el  gobierno 
alemán  en  la  preparación  de  la  guerra: 

Nosotros  aún  no  hemos  hecho  preparativos  militares,  pero 
nos  veremos  obligados  á  ellos  si  nuestros  vecinos  insisten  en 
los  suyos,  y  de  esto  resultaría  una  guerra  europea.  Si  vos  de- 
seáis real  y  sinceramente  impedir  esta  espantosa  catástrofe, 
¿puedo  yo  proponeros  que  os  valgáis  de  vuestra  influencia 
sobre  Francia  y  también  sobre  Rusia  para  obtener  que  per- 


EL  EMBAJADOn  DE  ALEMANIA  EN  LONDRES 

El  príncipe  Lichnowsky  saliendo  del   Forcign  Office 
despnés  de  entrevislarse  con  Mr.  Grey 


manezcau  neutrales  en  el  conflicto  austroservio?  Yo  creo  que 
vuestra  intervención  sería  del  más  alto  valor. 

El  hermano  de  Guillermo  II  añadía  que  ahora  más 
que  nunca  Alemania  é  Inglaterra  debían  trabajar  jun- 
tas para  impedir  el  desastre  continental  y  que  el  em- 
perador de  Alemania  era  extremadamente  sincero  en 
todas  sus  gestiones  favorables  á  la  paz. 

El  rey  Jorge  respondió  el  mismo  30  de  Julio  al 
príncipe  Enrique: 

(iracias  por  vuestro  telegrama.  Muy  satisfecho  de  los  esfuer- 
zos de  (iuillermo  para  entenderse  con 
Nicolás  en  favor  del  mantenimiento  de 
la  paz.  Tengo  el  más  vivo  deseo  de  que 
una  calamidad  terrible  como  seria  la 
guerra  europea  pueda  evitarse.  Mi  Go- 
bierno hace  todo  lo  que  puede  para  que 
Rusia  y  Francia  suspendan  sus  movi- 
mientos de  tropas,  siempre  que  Aus- 
tria, en  cambio,  se  contente  con  ocu- 
par Belgrado  y  el  territorio  servio  in- 
mediato como  garantía  de  un  arreglo 
ulterior  que  satisfaga  sus  reclamacio- 
nes, mientras  los  otros  países  deten- 
drán simultáneamente  sus  preparati- 
vos de  guerra. 

Tengo  la  convicción  de  que  Guiller- 
mo se  valdrá  de  su  influencia  sobre 
Austria  para  lograr  que  acepte  esta  pro- 
posición. Este  es  el  mejor  medio  de  de- 
mostrar que  Alemania  é  Inglaterra  tra- 
bajan juntas  para  impedir  loque  sería 
una  catástrofe  internacional.  Os  mego 
que  aseguréis  á  Guillermo  que  yo  hago 
y  seguiré  haciendo  todo  lo  que  pueda 
por  conservar  la  paz  de  Europa. 

Jorge 

Al  día  siguiente,  .'U  de  Julio,  el 
emperador  de  Alemania  telegrafió 
desde  Postdam  al  rey  de  Inglate- 
rra diciendo  que  las  proposiciones 
de  Jorge  V  estaban  de  acuerdo 
con  sus  propias  ideas,  pero  que 
en  aquel  momento  acababa  de  re- 
cibir la  noticia  de  que  Nicolás  II 
movilizaba  su  ejército  y  su  armada.  <\No  ha  esperado 
—añadía  Guillermo  II — los  resultados  de  la  mediación 
que  yo  estaba  realizando,  y  además  me  deja  sin  noti- 
cias. Me  traslado  á  Berlín  para  afirmar  la  seguridad 
de  mis  fronteras  del  Este,  donde  importantísimas  fuer- 
zas rusas  han  tomado  posición, ^> 

Esto  no  era  verdad,  como  ya  dijimos  en  otra  parte, 
pero  el  kaiser  necesitaba  fingir  una  agresión  de  Rusia 
contra  el  territorio  alemán  para  justificar  de  este  modo 
la  declaración  de  guerra  que  tenía  preparada. 

Jorge  V  contestó  al  día  siguiente,  1 .°  de  Agosto,  que 
había  telegrafiado  al  zar  rogándole  que  hiciese  todo 
lo  posible  para  evitar  el  rompimiento  de  relaciones. 
Este  mismo  día  la  diplomacia  alemana  inició  uno 
de  los  maquiavelismos  que  le  son  familiares  para  com- 
prometer al  gobierno  inglés,  poniéndolo  en  mala  si- 
tuación ante  Francia.  El  príncipe  Lichnowsky,  emba- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


143 


jador  de  Alemania  ea  Londres,  envió  el  telegrama 
siguiente  á  Berlín,  dirigido  al  canciller  Bethmann- 
Hüllweg: 

Sir  Edward  Grey  acaba  de  llamarme  al  teléfono,  y  rae  ha 
preguntado  si  tengo  poderes  para  declarar  que  nosotros  no 
atacaríamos  á  Francia  si  Francia  permaneciese  neutral  en  una 
guerra  germanorusa.  Yo  he  dicho  que  me  atrevía  á  asumir  la 
responsabilidad  de  esta  declaración. 

LlCHNOWSKY 

Como  se  verá  más  adelante,  esta  demanda  de  sir 
Elward  Grey  no  era  cierta.  El  embajador  de  Alema- 
nia había  falseado  el  sentido  de  una  conversación  por 
teléfono,  y  enviaba  este  telegrama  para  dar  pretexto 
á  su  gobierno  de  tratar  descaradamente  con  Inglate- 
rra sobre  la  conveniencia  de  que  Fran- 
cia abandonase  á  Rusia.  Afirmándose 
en  dicho  telegrama,  el  emperador  de 
Alemania  envió  inmediatamente  al 
rey  de  Inglaterra  este  despacho  ver- 
daderamente extraordinario: 

Acabo  de  recibir  la  comunicación  de  vues- 
tro Gobierno,  en  la  que  se  me  ofrece  la  neu- 
tralidad de  Francia  bajo  la  garantía  de  la 
Gran  Bretaña.  A  este  ofrecimiento  va  unida 
una  pregunta,  para  saber  si  con  esta  condi- 
ción Alemania  no  atacará  á  Francia.  Por  ra- 
zones técnicas,  mi  movilización,  que  ha  sido 
ordenada  hoy  á  mediodía  sobre  los  dos  fren- 
tes. Este  y  Oeste,  debe  seguir  cumpliéndo- 
se, según  los  preparativos  j'a  comenzados. 

No  pueden  darse  contraórdenes  inmedia- 
tamente, y  vuestro  telegrama  llega,  por  des- 
gracia, demasiado  tarde.  Pero  si  Francia 
ofrece  su  neutralidad,  que  deberá  ser  garan- 
tizada por  el  ejército  y  la  flota  ingleses,  yo 
me  abstendré  de  atacar  á  Francia  y  emplearé 
mis  tropas  en  otro  sitio.  Deseo  que  Francia  no  muestre  nervio- 
sidad alguna.  Las  tropas  que  están  junto  á  su  frontera  quedan 
detenidas  en  este  momento,  por  órdenes  telegráficas  y  telefó- 
nicas, para  que  no  continúen  su  avance  más  allá  de  la  frontera 
francesa. 

Guillermo 

Al  mismo  tiempo  el  canciller  alemán  Bethmann- 
Hollweg  telegrafiaba  al  embajador  en  Londres,  prín- 
cipe Lichnowsky,  en  contestación  á  su  despacho: 

Alemania  está  pronta  á  aceptar  las  proposiciones  inglesas 
si  Inglaterra  garantiza  con  sus  fuerzas  militares  y  navales  la 
neutralidad  de  Francia  en  el  conflicto  rusoalemán.  La  movili- 
zación alemana  se  ha  efectuado  hoy  como  respuesta  á  las  pro- 
vocaciones rusas  y  antes  de  la  llegada  de  las  proposiciones  in- 
glesas. Por  consecuencia,  nuestra  concentración  en  la  frontera 
francesa  no  puede  ser  modificada. 

Sin  embargo,  garantizamos  que  de  ahora  al  lunes  3  de  Agos- 
to á  las  siete  de  la  tarde,  la  frontera  francesa  no  será  franqueada 
si  el  asentimiento  de  Inglaterra  nos  llega  dentro  de  ese  plazo. 

Bethmann-Hollweg 

Estos  telegramas  debieron  producir  gran  extra- 
ñeza  en  el  gabinete  de  Londres.  Eran  respuestas  á  pro- 
posiciones deshonrosas  para  Francia  que  nadie  había 
hecho. 


SlR  BDWARD  GOSCHBN,  EMBAJADOR 
DH    INGLATERRA    BN    BERLÍN 


El  rey  Jorge  V  se  apresuró  á  contestar  á  Gui- 
llermo II: 

Como  respuesta  á  vuestro  telegrama  que  acabo  de  recibir, 
creo  necesario  deciros  que  so  ha  producido  indudablemente 
una  mala  inteligencia  á  propósito  de  una  sugestión  que  hizo 
sir  Edward  Grey  al  principe  Lichnowsky  en  el  curso  de  una 
conversación  amigable  en  la  que  discutían  ambos  cómo  un 
conflicto  armado  entre  Alemania  y  Francia  podría  retardarse 
hasta  que  se  hubiese  encontrado  un  medio  de  poner  de  acuerdo 
á  Austria-Hungría  y  á  Rusia. 

Sir  Edward  Grey  verá  mañana  mismo  á  primera  hora  al 
prín(-ipe  Lichnowsky  para  determinar  bien  que  ha  habido  una 
mala  inteligencia  de  parte  de  este  último. 

JOROB 

Al  día  siguiente,  2  de  Agosto,  el  ministro  inglés 
se  avistó  con  el  embajador  alemán 
para  poner  las  cosas  en  claro  y  esta- 
blecer el  verdadero  alcance  de  sus  pa- 
labras, y  el  príncipe  Lichnowsky  tele- 
grafió al  canciller  Bethmann-Hollweg 
la  explicación  siguiente: 

Las  sugestiones  de  sir  Edward  Grey,  ba- 
sadas sobre  el  deseo  de  guardar  la  neutrali- 
dad por  parte  de  Inglaterra,  fueron  hechas 
sin  un  acuerdo  anterior  con  Francia  y  aban- 
donadas luego  como  fútiles. 

Esta  explicación  tampoco  era  verí- 
dica, pues  daba  á  entender,  para  que 
quedase  en  buena  postura  la  diploma- 
cia alemana,  que  sir  Edward  Grey 
había  hecho  realmente  la  proposición 
deshonrosa  para  Francia,  desistiendo 
de  ella  únicamente  por  faltarle  el 
asentimiento  del  gobierno  de  París. 
Sir  Edward  Grey  no  hizo  nunca  esta  proposición 
indigna.  Lo  que  él  dijo  fué  que  la  Gran  Bretaña  podría 
obtener  la  neutralidad  de  Francia  si  Alemania  por  su 
parte  consentía  en  permanecer  neutral  igualmente  en 
el  caso  de  mía  guerra  avstrorusa.  Esto  significaba 
un  deseo  de  aminorar  la  guerra,  ya  que  era  inevita- 
ble, circunscribiéndola  á  un  extremo  de  Europa,  entre 
Rusia  y  Austria  únicamente,  y  librando  de  la  catás- 
trofe á  las  demás  naciones.  El  emperador  alemán, 
juzgando  indudablemente  por  su  propia  política,  in- 
terpretaba esto  como  un  ofrecimiento  de  la  Gran 
Bretaña  á  contener  é  inmovilizar  á  la  nación  france- 
sa, haciendo  que  faltase  á  sus  compromisos,  mientras 
Alemania  podría  atacar  á  Rusia  cómodamente  con  la 
totalidad  de  sus  fuerzas. 

Una  vez  más  la  diplomacia  germánica  mostraba 
sus  innobles  procedimientos,  semejantes  á  los  de  1870, 
cuando  Bismarck,  para  acelerar  una  guerra  que  pa- 
recía próxima  á  ser  conjurada,  falsificó  el  famoso  te- 
legrama de  Ems,  alabándose  luego  de  este  acto,  que 
cuando  lo  comete  un  particular  cae  bajo  el  dominio 
del  Código  penal. 


Uí 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS   VOLUNTARIOS   NOhTEAMBUICANOS   HN   LA    ESTACIÓN    UE   SAINT-LAZARE 

(Fiit.  Mcurisso) 


El  gabinete  de  Berlín  llevaba  muchos  días  traba- 
jando para  adormecer  al  gobierno  inglés  y  que  éste 
permaneciese  ajeno  al  conñicto,  dejando  trabajar  li- 
bremente á  la  rapacidad  alemana. 

Nadie  en  Alemania  daba  un  valor  decisivo  á  las 
relaciones  entre  Francia  6  Inglaterra.  El  llamado  Tri- 
ple Acuerdo  era  puramente  verbal  y  moral;  una  inte- 
ligencia diplomática  entre  Londres  y  París,  pero  sin 
participar  de  los  compromisos  de  alianza  defensiva  y 
ofensiva  que  unían  á  Francia  con  Rusia. 

Los  alemanes  no  esperaban  que  la  Gran  Bretaüa 
se  comprometiese  en  una  gue- 
rra por  sostener  á  Francia. 
Sus  gestiones  en  favor  de  ésta 
no  iban  á  pasar  de  simples  ac- 
tos de  diplomacia.  La  opinión 
germánica  llegaba  hasta  la 
burla,  al  comentar  las  espe- 
ranzas de  los  franceses  en  el 
apoyo  inglés. 

Un  periódico  satírico  de 
Berlín,  el  Kladdcradatch,  pu- 
blicó poco  tiempo  antes  de  la 
guerra  una  caricatura  muy 
celebrada,  interpretando  esto 
sentimiento  general.  Mariana 
(nombre  popular  de  la  Repú- 
blica Francesa)  se  dirigía  en 
ella  con  acrimonia  á  John 
BuU  (el  pueblo  inglés),  que  la 
miraba  indiferente,  teniendo 
la  pipa  en  la  boca  y  las  ma- 
nos en  los  bolsillos. 
—Ya  hemos  galanteado  bas- 


tante— decía  Mariana — .  Esto 
no  puede  durar  más.  ¿Cuándo 
nos  casamos? 

Nadie  en  Alemania  creía 
posible  este  matrimonio. 

Pero  á  pesar  de  ello  el  ga- 
binete de  Berlín  insistía  en 
sus  trabajos  para  deshacer  el 
Triple  Acuerdo,  procurando 
establecer  la  desconfianza  y 
la  desarmonía  entre  sus  com- 
ponentes. 

Tres  fueron  las  maquina- 
ciones iniciadas  por  el  canci- 
ller Bethmann-Holhveg  y  su 
ministro  Von  Jagow  por  me- 
dio de  los  embajadores  alema- 
nes en  París  y  Londres. 

La  primera  consistió  en  las 
sugestiones  de  Schoen  al  go- 
bierno francés  para  que  ejer- 
ciese presión  en  San  Peters- 
burgo,  aconsejando  una  acti- 
tud sumisa  á  Rusia,  mientras 
Alemania  no  se  comprometía  á  hacer  lo  mismo  con 
Austria.  Esta  conducta,  de  ser  aceptada  por  Francia, 
habría  ofendido  indudablemente  al  gobierno  ruso.  Era 
ilógico  que  un  aliado  aconsejase  al  otro  la  humilla- 
ción y  la  derrota.  Equivalía  esto  á  una  manifestación 
de  amistad  insegura  y  egoísta  por  parte  de  la  Repú- 
blica, que  habría  añejado  los  lazos  de  alianza.  El  go- 
bierno francés  se  negó  á  toda  intervención  en  Rusia 
que  no  fuese  acompañada  de  una  intervención  de  Ale- 
mania en  Austria.  Primer  fracaso  del  maquiavelismo 
alemán. 


EMBARQUE   DE   VOLUNTARIOS   EXTRANJEROS   EN   LOS   ALREDEDORES    DE   PARÍS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


145 


La  tercera  intentona  del  gabinete 
germánico  fué  la  declaración  del  prín- 
cipe Lichnowsky,  embajador  en  Lon- 
dres, de  la  que  ya  hemos  hablado, 
declaración  que  denunciaba — por 
mala  inteligencia  ó  por  mala  inten- 
ción del  embajador  alemán — un  pro- 
pósito en  el  gobierno  inglés  de  atar 
las  manos  de  Francia  para  que  no 
ayudase  á  Rusia.  El  rey  de  Inglate- 
rra y  sir  Edward  Grey  se  apresura- 
ron á  poner  en  claro  este  grave  error, 
que  los  colocaba  en  mala  situación 
ante  Francia,  y  restablecieron  enér- 
gicamente la  verdad.  Tercero  y  úl- 
timo fracaso  de  Bethmann-Holhveg, 
que  no  logró  desbaratar  el  Triple 
Acuerdo. 

Entre  estas  dos  intentonas  hubo 
otra,  la  segunda,  de  la  que  aún  no 
hemos  hecho  mención,  y  que  iba  en- 
caminada al  mismo  fin,  el  de  aislar  á 
cada  una  de  las  tres  potencias  para  combatirlas  mejor 
por  separado,  una  tras  de  otra. 


El  29  de  Julio,  sir  E.  Goschen,  embajador  de  la  Gran 
Bretaña,  telegrafió  lo  siguiente  á  sir  Edward  Grey: 

He  recibido  un  aviso  para  avistarme  esta  noche  con  el  Can- 
ciller. Su  Excelencia  acababa  de  llegar  de  Postdam. 

Me  ha  dicho  que  si  Rusia  ataca  á  Austria  teme  que  resulte 
inevitable  una  conflagración  europea,  dadas  las  obligaciones 
que  impone  á  Alemania  su  alianza  con  Austria,  y  á  pesar  de 
los  esfuerzos  que  no  cesa  de  realizar  en  favor  de  la  paz. 

Después  de  decir  esto  continuó  la  conversación,  ofrecién- 
dome una  fuerte  prenda  á  fin  de  conquistarse  la  neutralidad 
británica.  Me  dijo  que,  según  la  concepción  que  él  tiene  de  la 


TREN    MILITAR    EN    UNA    BSTACION.    LOS    VAGONES    DE    CARGA   VAN    ADORNADOS 
DB   FLORES,    ASÍ   COMO    LOS    KEPIS    DE   LOS   SOLDADOS 


DN    TREN    MILITAR    SALIENDO   PARA    LA    GUERRA    BN    LOS    PRIMEROS    DÍAS 
DE    MOVILIZACIÓN 


política  de  la  Gran  Bretaña,  cree  indudable  que  ésta  no  con- 
sentiría en  mantenerse  aparte,  dejando  que  aplastasen  á  Fran- 
cia en  el  conflicto  que  puede  ocurrir.  Esta  finalidad,  según  él, 
no  es  la  de  Alemania.  Si  la  neutralidad  de  la  Gran  Bretaña 
quedase  asegurada,  su  Gobierno  recibiría  por  parte  del  Go- 
bierno imperial  todas  las  seguridades  de  que  no  persigue  nin- 
gún fin  de  apropiación  territorial  á  costa  de  Francia,  supo- 
niendo que  la  guerra  que  puede  estallar  se  resolviese  en  favor 
de  Alemania. 

Yo  he  hecho  entonces  una  pregunta  á  Su  Excelencia  res- 
pecto á  las  colonias  francesas,  y  me  ha  contestado  que  en  punto 
á  ellas  no  podía  comprometerse  dando  las  mismas  seguridades. 
En  lo  que  se  refiere  á  Holanda,  Su  Excelencia  me  ha  dicho 
que  si  los  adversarios  de  Alemania  respetan  la  integridad  de 
los  Países  Bajos,  Alemania  está  pronta  á  asegurar  al  Gobierno 
inglés  que  ella  hará  lo  mismo. 
En  cuauto  á  las  operaciones  que  Alemania  se  podrá  ver  obli- 
gada á  emprender  en  Bélgica,  dependen  de 
lo  que  hará  Francia.  Después  de  la  guerra 
la  integridad  de  Bélgica  sería  respetada, 
siempre  que  este  país  no  hubiese  tomado 
posiciones  contra  Alemania. 

Al  terminar  Su  Excelencia  me  declaró 
que  desde  el  día  que  había  sido  nombrado 
Canciller  su  finalidad  era,  como  vos  lo  sa- 
béis, llegar  á  un  acuerdo  con  Inglaterra.  Él 
espera  que  sus  seguridades  podrán  servir 
de  base  á  esta  inteligencia,  que  es  su  más 
ferviente  deseo.  Su  proyecto  consiste  en  un 
acuerdo  general  de  neutralidad  entre  Ale- 
mania é  Inglaterra,  y  aunque  todavía  es 
pronto  para  discutir  los  detalles,  la  seguri- 
dad dada  ahora  por  nuestro  Gobierno  de 
una  neutralidad  británica  en  el  conflicto 
que  puede  provocar  la  crisis  actual  serviría 
para  ir  preparando  la  realización  de  su  de- 
seo en  lo  futuro. 

Habiendo  solicitado  Su  Excelencia  mi 
opinión  en  lo  que  concierne  á  la  manera 
como  vos  podéis  considerar  esta  demanda, 
le  he  dicho  que  á  mi  entender  no  era  proba- 
ble que  en  las  circunstancias  actuales  estu- 
vieseis dispuesto  á  comprometeros  en  nada, 

18 


146 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


pues  el  Gobierno  inglés  desea  conservar  en  el  conflicto  que  nos 
amenaza  una  entera  libertad  de  acción. 

GOSCUBN 

Alemania  buscaba  la  neutralidad  inglesa  para  que 
dejase  abandonada  á  Francia,  y  la  quería  comprar 
ofreciendo  á  la  Gran  Bretaña  una  alianza  futura.  Se 
reservaba  todavía  el  Canciller  los  detalles  de  esta 
alianza,  ó  sea  lo  que  iría  ganando  el  gobierno  britá- 
nico. Tal  vez  dicha  ganancia  consistía  en  el  reparto 
de  las  colonias  francesas,  que  eran  la  continua  pre- 
ocupación del  kaiser,  su  Canciller  y  el  partido  pan- 
germanista. 

La  respuesta  de  sir  Edward  Grey  no  se  hizo  espe- 
rar; una  respuesta  en  la  que  á  través  del  frío  estilo  di- 
plomático se  nota  la  indignación  causada  por  estas 
proposiciones  de  bandidaje  internacional,  con  las  que 
Bethmann- 
Hollweg  pre- 
tendía com- 
prar al  gobier- 
no inglés. 

He  aquí  la 
contestación 
al  embajador 
Goschen: 

La  proposición 
alemana,  desde 
el  punto  de  vista 
material,  es  in- 
aceptable. Aun- 
que á  Francia,  en 
caso  de  derrota, 
no  le  quitasen 
nada  de  su  terri- 
torio europeo,  po- 
dría q  uedar  aplas- 
tada hasta  el  pun- 
to  de  perder  su 
posición  de  gran 
potencia  y  verse 
sometida  á  se- 
guir la  política  alemana.  Aparte  de  esto,  desde  el  punto  de  vista 
moral,  sería  una  vergüenza  para  nosotros  hacer  ese  ajuste  de 
negociantes  con  Alemania  á  costa  de  Francia;  vergüenza  de  la 
que  no  se  limpiaría  jamás  el  buen  nombre  de  la  Gran  Bretaña. 

El  Canciller  nos  pide  en  buenas  cuentas  que  vendamos 
igualmente  todas  las  obligaciones  6  intereses  que  podemos 
tener  en  el  mantenimiento  de  la  neutralidad  de  Bélgica.  Nos- 
otros tampoco  podemos  acoger  esa  insinuación,  que  significa 
una  venta. 

Una  vez  dicho  esto,  es  inútil  entrar  á  examinar  si  la  pers- 
pectiva de  una  convención  general  de  neutralidad  para  el  por- 
venir entre  Alemania  é  Inglaterra  ofrecería  ventajas  positivas 
y  suficientes  para  resarcirnos  del  acto  de  ligarnos  ahora  las 
manos,  que  es  lo  que  desea  el  Gobierno  alemán.  Nosotros  de- 
bemos mantener  nuestra  entera  libertad  do  obrar  según  nos 
lo  aconsejen  las  circunstancias,  en  el  caso  de  un  desenvolvi- 
miento desfiívorable  y  lamentable  de  la  crisis  presente,  tal 
como  el  Canciller  lo  prevé. 

A  pesar  del  tono  digno  de  esta  respuesta,  inspi- 
rada en  el  firmo  propósito  de  no  faltar  al  honor  y  los 
compromisos  de  la  Gran  Bretaña,  la  diplomacia  de 


EL    PARLAMENTO    DH    LONDRES    VISTO    DESDE    EL   TÁMESIS 


Berlín  no  se  descorazonó,  insistiendo  de  nuevo  en  sus 
proposiciones. 

Otra  vez  Bethmann-Holhveg  llamó  á  sir  E.  Gos- 
chen para  hacerle  más  proposiciones.  Necesitaba  la 
neutralidad  de  Inglaterra  y  estaba  dispuesto  á  conce- 
der lo  que  ésta  pidiese.  (Como  el  que  desea  comprar 
y  pregunta  el  precio.)  El  Canciller  llegó  hasta  decir 
que  si  Inglaterra  permanecía  neutral  mientras  ellos 
hacían  la  guerra  á  los  franceses,  el  gobierno  alemán 
estaba  dispuesto  á  respetar,  después  de  la  victoria,  no 
sólo  la  integridad  del  territorio  de  Francia,  sino  tam- 
hi(^n  sus  colonias. 

Las  promesas  le  costaban  poco  á  este  discípulo 
de  Bismarck,  que  como  otros  diplomáticos  alemanes 
han  heredado  de  él,  no  el  talento,  sino  sus  procedi- 
mientos recusables,  que  procuran  imitar,  admirándo- 
los como  ras- 
gos de  genio. 
Lo  importan- 
te era  que  In- 
glaterra per- 
maneciese neu- 
tral, para  de 
este  modo  ir 
batiendo  por 
separado  y  con 
toda  seguridad 
á  las  poten- 
cias del  Triple 
Acuerdo.  Este 
inhábil  imita- 
dor del  Canci- 
ller de  Hierro 
creyó  poder  se- 
ducir al  gobier- 
no inglés  con 
proposiciones 
de  rapiña  y  re- 
parto, ó  enga- 
ñarle valiéndose  de  la  promesa  de  futuros  respetos 
para  después  de  la  victoria. 

Sir  Edward  Grey  tenía  una  noción  exacta  del  va- 
lor moral  de  Bethmann-Hollweg  y  su  política.  Este 
hombre  era  el  que  dos  días  después  dijo  que  un  tra- 
tado que  lleva  la  propia  firma  no  es  mas  que  un  pedazo 
de  pcpcl,  el  respeto  de  la  neutralidad  una  simple  pa- 
labra, y  que  en  la  vida  hay  que  atrepellar  compromi- 
sos y  leyes  cuando  resulta  conveniente  para  los  pro- 
pios intereses. 

El  embajador  sir  E.  Goschen  respondió  á  las  repe- 
tidas proposiciones  del  Canciller  que  tenía  órdenes 
de  su  gobierno  para  rechazar  definitivamente  toda 
petición  de  neutralidad,  y  que  Inglaterra,  en  el  pró- 
ximo conflicto,  deseaba  mantenerse  con  las  manos 
libres  para  obrar  según  le  aconsejasen  las  circuns- 
tancias. 

De  este  modo  terminaron  los  trabajos  de  Beth- 
mann-Holhveg para  separar  á  Inglaterra  de  Francia. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


147 


IX 

El  5  de  Agosto  en  la  Cámara 
de  los  Comunes 

La  sesión  del  3  de  Agosto  de  la  Cámara  de  los  Co- 
munes tuvo  una  importancia  inmensa  para  la  suerte 
de  Europa. 

El  gobierno  inglés,  vacilante  hasta  este  día,  du- 
dando entre  sus  deseos  de  paz  y  las  brutales  exigen- 
cias de  la  realidad,  creyó 
llegado  el  momento  de  afir- 
mar su  conducta,  marcan- 
do un  rumbo  á  la  opinión 
nacional.  Y  la  opinión  lo 
siguió,  desvaneciéndose  to- 
das las  divisiones  políticas 
que  hasta  poco  antes  ha- 
bían puesto  en  peligro  la 
unidad  del  pueblo  inglés. 
El  reducido  y  antiguo  sa- 
lón de  la  Cámara  popular 
inglesa,  donde  celebran  sus 
sesiones  los  representantes 
del  más  poderoso  de  los 
pueblos,  ofreció  en  la  tarde 
del  3  el  aspecto  de  siem- 
pre. Los  diputados  ocupan- 
do sus  bancos  con  fami- 
liar negligencia;  muchos 
con  el  sombrero  puesto  y 
los  pies  apoyados  en  el  res- 
paldo de  enfrente.  Los  mi- 
nistros, en  torno  de  su 
mesa,  casi  confundidos  con 
los  diputados.  Nadie  hu- 
biese dicho  que  iba  á  deci- 
dirse el  porvenir  de  logia- 
térra  y  el  equilibrio  euro- 
peo. Pero  una  agitación  en 
las  tribunas  y  cierta  emo- 
ción en  el  rostro  de  los 
diputados  anunciaban  la 
espera  de  un  gran  suceso. 

Jamás  sonaron  tantos  aplausos  y  gritos  de  entu- 
siasmo en  el  Parlamento  inglés  como  en  esta  tarde. 

La  guerra  europea  de  1U14  ha  cambiado  radical- 
mente los  caracteres  tradicionales  de  muchos  pue- 
blos. El  francés,  antes  bullicioso  y  exuberante,  se 
mostró  en  los  campos  de  batalla  tranquilo,  impasible 
y  calculador.  El  inglés,  siempre  flemático,  glacial  é 
incapaz  de  revelar  en  su  rostro  las  impresiones  inte- 
riores, apareció  de  pronto  entusiasta  hasta  la  impul- 
sividad, crédulo  generosamente  y  aficionado  á  las  ma- 
nifestaciones ruidosas. 

Se  levantó  sir  Edward  Grey,  y  en  medio  de  un 
silencio  imponente  pronunció  un  gran  discurso,  que 


los  periódicos  ingleses  titularon  después  <í. Inglaterra 
por  la  civilización  contra  la  larharie  germánicay>: 

LA  SITUACIÓN 

La  semana  última  declaré  aquí  que  trabajábamos 
por  la  paz;  no  solamente  por  la  paz  de  nuestro  país, 
sino  por  mantener  la  paz  de  toda  Europa.  Hoy,  aun- 
que los  acontecimientos  han  marchado  con  tanta  ra- 
pidez que  resulta  difícil  pronunciarse  con  seguridad 
sobre  el  estado  preciso  de  la  situación,  bien  puede  de- 
cirse que  la  paz  de  Europa 
es  imposible  mantenerla. 
Rusia  y  Alemania  se  han 
declarado  la  guerra... 

(En  el  momento  que  de- 
cía esto  sir  Edward  Grey 
aún  no  había  llegado  á 
Londres  la  noticia  de  la 
declaración  de  guerra  de 
Alemania  á  Francia.  El 
ministro  de  Negocios  Ex- 
tranjeros dijo  á  continua- 
ción que  iba  á  exponer  á 
la  Cámara  la  situación  de 
Inglaterra  en  la  presente 
crisis,  para  que  la  Asam- 
blea pudiese  decidir  con 
pleno  conocimiento  de  cau- 
sa. Después  de  recordar  los 
esfuerzos  incesantes  de  In- 
glaterra para  el  manteni- 
miento de  la  paz  en  los 
líltimos  años,  y  especial- 
mente en  el  curso  de  la  cri- 
sis balkánica,  sir  Edward 
Grey  añadió  que,  desgra- 
ciadamente en  el  caso  ac- 
tual, estos  esfuerzos  habían 
sido  vanos  por  la  falta  de 
tiempo  y  especialmente  por 
la  existencia  en  ciertos  lu- 
gares de  una  manifiesta 
voluntad  á  precipitar  los 
acontecimientos,  con  riesgo  de  la  paz.  El  ministro 
abordó  después  de  esto  el  interesante  tema  de  las 
obligaciones  británicas  y  ios  acuerdos  escritos.) 

LAS  OBLIGACIONES  DE  INGLATERRA 

Yo  deseo — siguió  diciendo  sir  Edward  Grey — tra- 
tar esta  cuestión  desde  el  punto  de  vista  del  honor 
británico  (Aplausos  frenéticos)  y  de  las  obligaciones 
británicas.  (Nuevos  aplausos.) 

En  primer  lugar,  hablemos  de  nuestro  tratado  y 
nuestras  obligaciones.  Existen  en  Europa  dos  grupos 
diplomáticos:  la  Triple  Alianza  y  lo  que  se  ha  conve- 


148 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


nido  en  llamar  el  Triple  Acuerdo.  El  Triple  Acuerdo 
no  es  una  alianza:  es  simplemente  un  grupo  diplo- 
mático. La  Cámara  se  acordará  seguramente  de  que 
en  1908  hubo  una  crisis,  una  crisis  balkánica,  provo- 
cada por  la  anexión  de  Bosnia  y  Herzegovina. 

El  ministro  de  Negocios  Extranjeros  de  Rusia  vino 
á  Londres  para  conferenciar  conmigo,  y  lo  declaré 
con  toda  franqueza  que  como  se  trataba  de  una  crisis 
balkánica,  yo  consideraba  que  la  opinión  pública  de 
nuestro  país  no  nos  autorizaría  para  dar  otra  cosa  que 
el  apoyo  diplomático.  Nosotros  no  hemos  dado  nada 
mas  que  esto,  ni  hemos 
prometido  mas  que  esto. 
Igualmente,  en  la  crisis  ac- 
tual, hasta  el  día  de  ayer, 
nosotros  no  hemos  ofrecido 
otra  cosa  que  nuestro  apo- 
yo diplomático. 

Para  hacer  comprender 
bien  á  la  Cámara  este  asun- 
to do  obligaciones,  debo  re- 
montarme hasta  la  crisis 
marroquí  de  1906.  Era  en 
la  época  de  la  conferencia 
de  Algeciras.  Me  pidieron 
entonces  que  determinase 
si  en  el  caso  de  una  guerra 
entre  Francia  y  Alemania 
nosotros  daríamos  nuestro 
apoyo  armado  á  Francia. 

Yo  declaré  que  nada  po- 
día prometer  mientras  el 
apoyo  unánime  de  toda  la 
nación  no  me  autorizase.  Y 
añadí  que  en  mi  opinión,  si 
la  guerra  era  impuesta  por 
Alemania  á  Francia  con 
motivo  de  la  cuestión  de 
Marruecos  —  cuestión  que 
acababa  de  ser  resuelta  por 
un  acuerdo  diplomático — , 
indudablemente  la  opinión 
pública  de  Inglaterra  se 
declararía  en  favor  de 
Francia.  No  hice  entonces 

ninguna  promesa  ni  dije  mas  que  esto,  y  en  tales  tér- 
minos me  expresé  ante  los  embajadores  de  Francia  y 
Alemania. 

Esta  situación  fué  aceptada  por  el  gobierno  fran- 
cés, que  la  declaró  muy  razonable  en  tal  momento,  y 
su  embajador  me  dijo  así: 

«Si  vos  consideráis  posible  que  la  opinión  pública 
inglesa,  en  el  caso  de  una  crisis  surgida  imprevista- 
mente, pueda  aprobar  el  que  proporcionéis  vuestro 
concurso  armado  á  Francia,  este  concurso  que  os  es 
imposible  prometer  por  anticipado,  no  podréis  darlo 
eficazmente,  aunque  tal  sea  vuestra  voluntad,  cuando 
surja  la  ocasión  oportuna,  si  antes  no  ha  habido  un  Estoy  de  acuerdo  con  vos  para  reconocer  quo  si  un  Gobierno 


RL  TRONO  DKL  RBY  EN  EL  PARLAMBNTO 


cambio  previo  de  opiniones  y  de  conocimiento  de  fuer- 
zas entre  los  expertos  militares  y  navales  de  ambos 
países.» 

Esta  objeción  era  de  peso,  hay  que  reconocerlo,  y 
fué  el  origen  de  las  entrevistas  que  realizaron  después 
los  expertos  militares  y  navales  de  ambas  partes. 
Pero  por  anticipado  se  especificó  claramente  que  lo 
que  se  conviniese  entre  dichos  expertos  ingleses  y 
franceses  no  nos  ligaba  en  nada  para  el  porvenir 
y  nos  dejaba  en  libertad  para  decir  si  debíamos  ó 
no  debíamos  dar  nuestro  apoyo  cuando  llegase  el 

momento  de  la  decisión. 

EL  ACUERDO  ESCRITO 
DE  1912 

Estas  conversaciones  en- 
tre los  expertos  se  realiza- 
ron en  1912.  La  cuestión 
fué  sometida  á  un  examen 
del  Gabinete,  y  decidimos 
que  era  necesario  tener  un 
acuerdo  escrito  en  forma 
precisa.  Este  acuerdo  debía 
revestir  la  forma  de  una 
carta  sin  carácter  oficial. 
Las  conversaciones  de  los 
expertos  ingleses  y  fran- 
ceses no  ligaban  en  nada 
á  los  dos  Gobiernos.  El  22 
de  Noviembre  de  1912  es- 
cribí la  carta  que  voy  á 
leer  á  la  Cámara,  dirigida 
al  embajador  de  Francia. 

Foreign  Office 
Londres  22  Noviembre  1912 
Mi  querido  embajador: 
líii  diferentes  ocasiones,  du- 
ninte  los  últimos  años,  los  Esta- 
dos Mayores  militares  y  navales 
de  I'raneia  y  la  (iran  Bretaña 
han  cambiado  sus  opiniones  so- 
bre el  porvenir.  Siempre  se  ha 
tenido  en  cuenta  que  este  cam- 
bio de  opiniones  no  limitaba  de 
ning-ún  modo  la  libertad  de  los 
dos  Gobiernos,  para  deci<lir  en  el  porvenir  si  debían  prestar  ó 
no.  el  uno  al  otro,  el  apoyo  de  sus  fuerzas  armadas. 

Por  ambas  partes  hemos  admitido  que  estas  conversaciones 
entre  técnicos  no  son  ni  deben  ser  consideradas  como  un  com- 
in-oniiso  que  obliga  al  uno  ó  al  otro  Gobierno  á  obrar  en  nna 
eventualidad  que  aún  no  ha  surg-ido  hasta  ahora  y  que  tal  vez 
no  surja  nunca.  Tanto  es  así,  que,  por  ejemplo,  el  reparto  de 
fuerzas  navales  francesas  6  inglesas  no  reposa  á  la  hora  actual 
sobre  ningún  compromiso  de  cooperación  en  caso  de  guerra. 

Vos,  sin  embargo,  habéis  hecho  constar  que  si  uno  ú  otro 
de  los  dos  Gobiernos  tuviese  graves  razones  para  temer  el  ata- 
que de  una  tercera  potencia,  sería  eseucialísimo  para  el  poder 
saber  si  en  el  caso  que  ocurriese  este  ataque  podría  contar  con 
la  asistencia  militar  del  otro  Gobierno. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


149 


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150 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


tiene  serias  razones  para  temer  un  ataque  de  una  tercera  po- 
tencia, sin  provocación  de  su  parte,  ó  para  creer  que  la  paz  ge- 
neral se  encuentra  amenazada,  debe  examinar  con  el  otro  Go- 
bierno si  los  dos  Gobiernos  deben  obrar  de  acuerdo  para  impe- 
dir la  agresión  y  para  asegurar  el  mantenimiento  de  la  paz,  y 
en  tal  caso  buscar  las  disposiciones  que  deben  tomar  en  común. 
Si  estas  disposiciones  exigiesen  una  acción  militar,  los  planes 
hechos  por  los  Estados  Mayores  generales  serían  tomatlos  en 
consideración,  y  los  dos  Gobiernos  decidirían  el  empleo  que 
debían  darles. 

Sinceramente  de  vos, 

E.  (¡REY 

A  esta  carta  mía  contestó  el  embajador  de  Francia 
con  la  siírniente: 


agresión  de  una  tercera  potencia,  bien  sea  cualquier  suceso 
amenazador  para  la  paz  general,  examinaría  inmediatamente 
con  el  otro  si  los  dos  deben  obrar  de  concierto  para  prevenir  la 
agresión  ó  mantener  la  paz.  En  este  caso  los  dos  Gobiernos  de- 
liberarían sobre  las  medidas  que  pueden  adoptar  en  común,  y 
si  estas  medidas  exigiesen  una  acción,  tomarían  en  considera- 
ción los  planes  de  sus  Estados  Mayores,  decidiendo  el  empleo 
que  debían  dar  á  estos  planes. 

Sinceramente  de  vos,  p_  ^^^^^^ 

Lord  Charles  Bhuesfurd. — ¿Cuál  es  la  fecha  del 
acuerdo  anterior  á  esas  cartas? 

SiR  Edavard  Grey. — 12  de  Noviembre  de  1912. 
Esta  es  la  base  de  la  actitud  del  Gobierno  en  la  crisis 


LA    (¡AMARA    UE    LOS    LOliBS 


Londres  23  Noviembre  1912 

Querido  sir  Edward: 

En  vuestra  carta  fechada  ayer  22  de  Noviembre  me  recor- 
dáis que  durante  los  últimos  años  las  autoridades  militares  y 
navales  de  Francia  y  Gran  Bretaña  se  han  concertado  de  tiempo 
en  tiempo,  y  que  se  consideró  siempre  que  estas  consultas  no 
restringían  la  libertad  de  cada  Gobierno  para  decidir  en  lo  fu- 
turo si  se  prestarían  el  uno  al  otro  el  apoyo  de  las  fuerzas  ar- 
madas. También  se  convino  que  por  una  y  otra  parte  estas 
consultas  entre  especialistas  no  debían  ser  consideradas  como 
compromisos  cerrados,  obligando  á  nuestros  Gobiernos  á  obrar 
en  determinados  casos.  Yo  os  hice  observar  que  si  el  uno  ó  el 
otro  de  los  dos  Gobiernos  tenía  graves  razones  para  temer  un 
ataque  no  provocado  por  parte  de  una  tercera  potencia,  seria 
esencial  el  saber  si  podría  contar  con  la  asistencia  armada  del 
otro  Gobierno. 

Vuestra  carta  responde  á  esta  observación,  y  yo  estoy  auto- 
rizado para  declarar  que,  en  el  caso  de  que  uno  de  nuestros  dos 
Gobiernos  tuviera  un  motivo  grave  para  presumir  bien  sea  la 


actual.  Creo  que  después  de  esto  resulta  perfectamen- 
te inteligible  la  actitud  de  Inglaterra. 


EL  CONFLICTO  ACTUAL 

(El  ministro  declara  que  la  crisis  presente  no  tiene 
por  punto  de  partida  ningún  hecho  respecto  al  cual 
haya  existido  acuerdo  alguno  entre  Francia  y  la  Gran 
Bretaña.  Su  motivo  inicial  es  el  conflicto  entre  Aus- 
tria y  Servia.  Luego  continúa:) 

Puedo  decir  con  la  más  absoluta  seguridad  que 
ningún  Gobierno  ni  país  alguno  ha  manifestado  menos 
deseos  de  verse  complicado  en  la  guerra  entre  Austria 
y  Servia  que  el  Gobierno  francés  y  la  nación  france- 
sa. Si  ellos  se  ven  comprometidos  en  el  actual  con- 
flicto, es  á  consecuencia  de  las  obligaciones  de  su  ho- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


151 


ñor  y  de  una  alianza  precisa  que  tienen  con  Rusia. 
Pero  esta  obligación  de  honor  no  puede  ser  aplicada 
á  nosotros  con  la  misma  fuerza. 

Nosotros  no  formamos  parte  de  la  alianza  franco- 
rusa.  Nosotros  ni  siquiera  conocemos  los  términos  de 
esta  alianza. 

La  situación  es  bien  clara  en  lo  que  concierne  á 
la  cuestión  de  honor.  ¿Cuál  es,  entonces,  nuestra  posi- 
ción en  tales  condiciones? 

Nosotros  hemos  mantenido  durante'  largos  años 
amistosas  relaciones  con  Francia.  (Aplausos.) 

Me  acuerdo  perfectamente  de  los  sentimientos  de 
esta  Asamblea  y  también  de  mi  propio  sentimiento 


guridad:  el  sentimiento  de  que  nada  debe  temer  de 
nosotros.  Por  esto  no  se  ha  cuidado  de  la  defensa  de 
dichas  costas,  confiándolas  á  nuestra  lealtad. 

Mi  impresión  personal  es  que  si  una  flota  extran- 
jera, actuando  en  una  guerra  que  Francia  no  ha  bus- 
cado, penetra  en  la  Mancha  para  bombardear  y  des- 
truir las  partes  no  defendidas  de  la  costa  francesa, 
nosotros  no  podemos  permanecer  inmóviles.  (Aplau- 
sos frenéticos  y  frolongados.) 

En  presencia  de  lo  que  ocurriría  ante  nuestros 
ojos,  no  podríamos  mantenernos  con  los  brazos  cru- 
zados, sin  hacer  nada.  Esta  impresión  mía  creo  que 
es  la  del  país  por  entero.  ( A  plausos  prolongados.) 


LA   CÁMARA    DB    LOS    COMUNES 


cuando  el  último  Gobierno  concluyó  este  concierto 
con  Francia;  me  acuerdo  de  la  impresión  reconfor- 
tante que  nos  dio  á  todos  el  hecho  de  que  dos  nacio- 
nes separadas  en  el  pasado  por  diferencias  que  pare- 
cían perpetuas  hubiesen  resuelto  estas  diferencias. 
(Aplausos.) 

¿Hasta  qué  punto  esta  amistad  implica  obligacio- 
nes?... Esto  la  Cámara  debe  decirlo. 

La  nación  francesa  tiene  actualmente  su  flota  en 
el  Mediterráneo.  Las  costas  septentrionales  y  occi- 
dentales de  Francia  están  por  esto  absolutamente  sin 
defensa.  Con  la  permanencia  de  la  flota  francesa  en 
el  Mediterráneo  la  situación  es  muy  diferente  de  como 
lo  era  antes. 

Eq  lo  que  concierne  á  Francia,  la  amistad  que  se 
estableció  y  que  se  ha  engrandecido  luego  entre  los 
dos  países  ha  dado  á  Francia  un  sentimiento  de  se- 


Pero  yo  deseo  examinar  la  cuestión  desde  el  punto 
de  vista  de  los  intereses  británicos,  y  desde  este  pun- 
to de  vista  quiero  justificar  lo  que  voy  á  decir  á  la 
Cámara. 

Si  nosotros  nos  callamos  en  este  momento  y  per- 
manecemos inactivos,  ¿qué  hará  Francia  con  su  flota 
en  el  Mediterráneo,  sus  costas  del  Norte  y  del  Oeste 
absolutamente  sin  defensa,  á  merced  de  una  flota 
alemana  que  penetre  en  la  Mancha?... 

Debemos  acordarnos  de  que  estamos  frente  á  una 
guerra  de  vida  ó  muerte. 

Supongamos  que  la  flota  francesa  sea  retirada  del 
Mediterráneo.  Estamos  en  presencia  de  una  conflagra- 
ción europea.  ¿Es  posible  formarse  una  idea  exacta 
de  las  consecuencias  de  dicho  acto? 


152 


VICENTE  BLASCO  1I3ANEZ 


LA   GUBRRA    BNTRB    AUSTRIA    Y    SERVIA 
Habitantes  de  Belgrado  viendo  funcionar  los  reflectores  auslriacos  que  desde  Semlin  iluminan  el  puente  internacional 

(Dibuju  du  Koekkoek,  de  Ihc  Uluslrated  LoitáOH  Ncies) 


NEUTRALIDAD  IMPOSIBLE 

Hagamos  la  suposición  por  un  instante  de  que  de- 
seamos observar  una  actitud  de  neutralidad.  Supon- 
gamos que  la  nota  francesa  se  retira  del  Mediterráneo 
para  defender  sus  costas  del  Atlántico.  Supongamos 
que  los  acontecimientos  hacen  necesario,  para  los  in- 
tereses británicos,  nuestra  intervención  en  la  guerra. 
Supongamos  que  Italia  no  se  mantiene  en  la  neutrali- 
dad que  acaba  de  declarar,  reconociendo  que  esta  es 
una  guerra  agresiva  (Aplausos)  y  que  la  Triple  Alian- 
za es  una  alianza  defensiva. 

Supongamos  que  Italia  modifica  su  actitud  de  neu- 
tralidad, precisamente  en  el  momento  que  nosotros 
nos  veremos  forzados  á  combatir  por  la  defensa  de  los 
intereses  británicos.  ¿Cuál  sería  entonces  la  situación 
del  Mediterráneo?  La  libertad  de  comercio  en  esa  re- 
gión de  Europa  es  de  un  interés  vital.  ¿Cuál  sería  la 
situación  si  nos  veíamos  obligados  á  mantener  una 
flota  en  el  Mediterráneo?  ¿Qué  de  riesgos  correrían 
los  intereses  británicos  por  el  hecho  de  nuestra  neu- 
tralidad?... Francia  tiene  el  derecho  de  saber,  y  de 
saber  inmediatamente  (Violentos  aplausos),  cuál  será 
nuestra  actitud... 

Y  yo  he  hecho  al  embajador  de  Francia  la  decla- 
ración siguiente: 

—  Estoy  autorizado  para  dar  la  seguridad  de  que  si 
una  flota  alemana  penetra  en  la  Mancha  ó  atraviesa 


el  mar  del  Norte  para  emprender  un  ataque  contra 
las  costas  ó  el  comercio  marítimo  de  Francia,  la  flota 
inglesa  le  dará  toda  la  protección  (full  protection)áe 
que  pueda  disponer.  (  Violentos  aplausos.)  Esta  segu- 
ridad estaba  sometida,  como  es  natural,  á  la  aproba- 
ción del  Parlamento,  y  no  debe  ser  considerada  como 
obligando  al  Gobierno  á  entrar  en  acción  mas  que  en 
el  caso  que  la  agresión  se  produzca. 

Por  esto  mis  palabras  no  constituyen  en  modo  al- 
guno una  declaración  de  guerra  de  nuestra  parte  ai 
implican  una  acción  ofensiva  de  nuestra  parte;  pero 
deben  ser  consideradas  como  algo  que  nos  compromete 
d  tomar  la  ofensiva  si  las  circunstancias  asi  lo  erigen. 

Me  consta  que  el  Gobierno  alemán  está  dispuesto 
— si  nosotros  queremos  comprometernos  á  guardar  la 
neutralidad — á  comprometerse  por  su  parte  á  que  la 
nota  alemana  no  ataque  la  costa  Norte  de  Francia.  Sólo 
he  sabido  esto  minutos  antes  de  que  empezase  la  sesión 
de  la  Cámara.  Pero  esto  constituye  un  compromiso 
estrecho  que  hay  que  someter  á  un  grave  examen. 

Además,  otras  consideraciones  mucho  más  graves, 
y  cuya  importancia  aumenta  de  hora  en  hora,  retie- 
nen nuestra  atención. 

LA  NEUTRALIDAD  DE  BÉLGICA 

Quiero  hablar  de  la  cuestión  de  la  neutralidad  de 
Bélgica.  (Aplausos.)  ¿Cuál  es  nuestra  situación  en  lo 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1Q1 4 


153 


que  respecta  á  Bélgica?  El  factor  principal  es  el  tra- 
tado de  1839. 

iSir  Edward  Grey  expone  que  esta  cuestión  do 
Bélgica  ha  preocupado  mucho  al  gobierno  en  el  curso 
de  la  semana  anterior,  haciendo  traliajos  por  mante- 
ner la  neutralidad  belga,  tan  importante  para  la  vida 
de  Inglaterra.  Luego  continúa:) 

Yo  sé  que  esta  cuestión  representa  el  factor  domi- 
nante de  nuestra  política.  (Aplausos.)  Por  esto  tele- 
grafié en  términos  idénticos  á  París  y  Berlín,  decla- 
rando que  era  esencial  para  nosotros  el  saber  si  los 
dos  Gobiernos,  francés  y  alemán,  se  hallan  dispuestos 
á  la  aceptación  de  un  compromiso  de  respetar  la  neu- 
tralidad belga.  (Aplausos.) 

He  aquí  la  respuesta  del  Gobierno  francés: 

El  Gobierno  francés  está  resuelto  á  respetar  la  neutralidad  de 
Bélgica,  y  únicamente  si  otra  potencia  violase  esa  neutralidad  se 
consideraría  Francia  en  el  caso  de  obrar  de  distinto  modo. 

He  aquí  la  respuesta  del  Gobierno  alemán; 

El  secretario  de  Estado  en  los  Negocios  Extranjeros  se  ve  en 
la  imposibilidad  de  dar  una  respuesta  antes  de  haber  cocsultadu 
con  el  Emperador  y  el  Canciller. 


Esta  respuesta,  como  ve  la  Cámara,  no  dice  nada. 
Luego,  extraoficialmente,  el  ministro  alemán  de  Nego- 
cios Extranjeros  ha  dado  á  entender  á  nuestro  emba- 
jador Sir  Edward  Goschen  que  dudaba  de  poder  con- 
testarnos jamás  sobre  este  punto,  pues  toda  respuesta 
de  su  parte,  si  llegaba  el  caso  de  una  guerra,  equi- 
valdría á  la  divulgación  de  una  gran  parte  del  plan 


EL    AKClllDr(H'U    rEUBKHO.    I.  ENERALISIMO    DE    LOS 

BJÉRLITOS   austríacos  irot.  Rol) 


de  campaña  alemán.   (Risas.   Exclamaciones  de  ex- 

trañeza.) 

En  vista  de  esto  telegrafié  á  nuestro  representante 

en  Bruselas  y  al  Gobierno  belga,  y  recibí  la  con- 
testación siguiente 
de  nuestro  emba- 
jador: «El  minis- 
tro de  Negocios 
Extranjeros  de  Bél- 
gica ha  agradeci- 
do mucho  mí  co- 
municación, y  ha 
contestado  á  ella 
que  Bélgica  hará 
todo  cuanto  le  sea 
posible  para  man- 
tener su  neutrali- 
dad. Me  ruega  que 
añada  que  el  Go- 
bierno belga  se 
cree  en  situación 
para  defender  la 
neutralidad  de  su 
país  en  el  caso  de 
un  ataque  contra 
ella.»    (Aplausos.) 


.MONITORES    austríacos    «IB    HoMBARUBAHON    A    HBLORADO 


154 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL  «ULTIMÁTUM.  ALEMÁN  A  BÉLGICA 

Poco  antes  de  llegar  yo  á  la  Cámara  he  recibido 
la  noticia  de  que  el  rey  de  los  belgas  había  enviado 
directamente  un  telegrama  al  rey  Jorge.  Este  despa- 
cho dice  asi: 

«Acordándome  de  las  numerosas  pruebas  de  amis- 
tad de  Vuestra  iMajestad  y  de  vuestro  predecesor,  y  de 
la  actitud  amigable  de  Inglaterra  en  1870,  así  como 
de  la  nueva  prenda  de  amistad  que  acaba  de  darme, 
dirijo  un  supremo  lla- 
mamiento á  la  inter- 
vención diplomática 
de  Vuestra  Jlajestad 
para  salvar  la  inte- 
gridad de  Bélgica. » 

(La  lectura  de  ente 
telegrama  es  acogida 
con  grandes  aplausos.) 
Pero  la  interven- 
ción diplomática  re 
sulta  ineficaz  en  estos 
momentos.  Ya  la  rea 
lizamos  en  la  semana 
última.  ¿De  qué  pue 
de  servir  ahora  esa 
intervención?  Inglate- 
rra tiene  un  interés 
vital  en  la  indepen- 
dencia de  Bélgica.  Si 
esta  independencia 
desapareciese,  la  in- 
dependencia de  Ho- 
landa desaparecería 
igualmente.  La  Cá- 
mara debe  conside- 
rar que  los  intereses 
británicos  se  verían 
en  peligro  si  perma- 
neciésemos impasi- 
bles en  una  crisis  de 
tanta  trascendencia. 
(Aplausos.) 

Ninguno  de  vosotros  puede  imaginar  que  si  una 
gran  potencia  se  mantuviese  al  margen  de  la  guerra 
que  se  prepara,  podría  exigir  el  respeto  de  sus  intere- 
ses luego  de  pasada  la  guerra. 

Si  llegan  á  confirmarse  las  informaciones  recibidas 
por  el  Gobierno  respecto  á  lo  que  ocurre  en  Bélgica, 
entonces  el  Gobierno  inglés  se  considerará  en  la  obliga- 
ción de  hacer  toda  clase  de  esfuerzos  para  impedir  las 
consecuencias  que  resultarían  de  los  hechos  anunciados. 

Viéndonos  envueltos  en  una  guerra  no  vanius  á 
sufrir  más  que  si  nos  mantenemos  al  margen  de  ella. 
Que  nosotros  participemos  ó  no  participemos  en  la 
guerra,  el  comercio  extranjero  va  á  quedar  interrum- 
pido de  todos  modos.  Si  nos  mantenemos  apartados,  no 


SIR    BDW.\1<D    (iUKY 


podremos  después  de  la  guerra  hacer  uso  de  nuestra 
fuerza  material  para  evitar  ó  para  deshacer  todo  lo 
que  se  haya  producido  en  el  curso  de  ella  ni  para  im- 
pedir que  la  totalidad  de  la  Europa  occidental  caiga 
biijo  la  dominación  de  una  sola  potencia.  Por  el  con- 
trarío, creo  que  si  nos  mantuviésemos  impasibles 
nuestra  situación  moral  después  de  la  guerra  seria 
mucho  peor  que  si  tomamos  parte  en  ella. 

Debo  declarar  á  la  Cámara  t[ue  aun  no  hemos  con- 
traído ningún  compromiso  en  lo  que  concierne  al  en- 
vió de  un  cuerpo  expedicionario  al  continente.  Pero 

la  movilización  de  la 
flota  está  terminada. 
i. a  movilización  del 
ejército  se  continúa. 
(Aplausos  prolonga- 
dos de  la  oposición 
parlamentaria.) 

Aparte  de  esto  no 
hemos  aceptado  nin- 
gún otro  compromiso, 
porque  reconocemos 
i|ue  son  enormes 
nuestras  responsabili- 
dades en  la  India  y 
en  otras  partes  del 
Imperio  británico.  Es 
preciso  que  sepamos 
siempre  adunde  va- 
mos. 

Mientras  tanto  yo 
liago  conocer  á  la  Cá- 
mara hasta  dónde  he- 
mos ido.  Nos  queda 
un  medio  de  mante- 
nernos fuera  del  con- 
liicto.  Para  eso  será 
necesario  que  procla- 
memos nuestra  neu- 
tralidad integral.  Y 
eso  no  lo  queremos. 
(Aplausos  frenéticos.) 
Sí  no  adoptamos  la 
linea  de  conducta  que 
acabo  de  indicar,  teniendo  en  cuenta  los  deberes  que 
nos  impone  el  tratado  de  neutralidad  de  Bélgica,  la 
situación  del  Mediterráneo  y  las  consecuencias  que 
tendría  para  nosotros  mismos  y  para  Francia  nuestra 
inacción,  si  nosotros  declaramos  que  tales  considera- 
ciones importan  poco,  yo  creo  que  obrando  asi  sacri- 
ficaremos nuestro  respeto,  nuestro  nombre,  nuestra 
reputación,  y  que  no  por  esto  nos  libraríamos  de  las 
m;'is  graves  consecuencias  económicas. 

Juzgo  haber  dicho  bastante  para  demostrar  que  de- 
bemos estar  prontos...  (Aplausos  prolongados.)  Y  de- 
cíalo que  estamos  prontos...  (Nuevos  aplausos  que  se 
prolongan  durante  un  minuto.)  Estamos  prontos  á 
arrostrar  todas  las  consecuencias  que  puedan   pro- 


HISTORIA  DE  LA  QUERRÁ  EUROPEA  DE  1914 


155 


venir  do  la  ax-ritud  que  hemos  adoptado.  Estamos 
prontos  á  ocupar  nuestro  puesto  y  á  cumplir  nuestro 
deber. 

(LsL  sesión  se  suspende  después  de  este  discurso, 
cuyo  final  fué  saludado  con  interminables  aplausos. 
Los  diversos  g;rupos  del  Parlamento  se  mostraron  de 
acuerdo  con  el  gobierno.  Los  irlandeses  de  uno  y  otro 
bando,  cuyas  divisiones  habían  puesto  en  peligro  hasta 
pocos  días  antes  la  paz  y  la  unidad  de  Inglaterra,  se 
mostraron  unidos,  rivalizando  en  patriotismo.  Á  las 
siete  de  la  noche  so  reanudó  la  sesión.   \'  Sir  Ldward 


derechos  de  las  naciones.  Aceptar  la  proposición  de 
Alemania  seria  para  ella  sacrificar  el  honor  de  la  na- 
ción. (Aplausos.)  Bélgica  está  firmemente  resuelta  á 
repeler  la  agresión  por  todos  los  medios  posibles. 
(Aplausos.) 

Yo  sólo  puedo  añadir  que  el  Gobierno  de  8u  Ma- 
jestad ha  tomado  en  muy  grave  consideración  el  in- 
forme que  acaba  de  recibir.  Y  por  el  momento  no  ne- 
cesito decir  más. 

D 

El  discurso  de  Sir  Edward  Grey,  en  su  primera 
parte,  podía  resumirse  con  estas  dos  conclusiones: 


M.  Grey.  M.  Cíeorge.     M.  Asqiiith      ^l.  OhnrcliíII. 

I,A    SESIÓN    DHL    3    DB    AGOSTO    BN    LA    CÁMAKA    DB    LOS    COMUNES 
Str  Edward  Grey  declarü  solemnemente  que  la  flota  inglesa  garantizará  las  costas  de  Francia  y  que  la  Gran  Bretaña  mantendrá  la  neutralidad  belga 

^Ilillujo  de  S.  Begg,  <le  la  Illustration,  de  Paris) 


Grey  hizo  la  siguiente  declaraciÓD  complementaria:  i 

Acabo  de  recibir  informes  que  no  poseía  cuando 
he  hecho  mi  declaración  de  esta  tarde.  Estos  informes 
los  he  recibido  de  la  Legación  de  Bélgica  en  Londres 
después  de  suspenderse  la  sesión. 

Ayer  á  las  siete  de  la  noche  el  Gobierno  alemán 
ha  presentado  á  Bélgica  una  Nota  amenazante,  propo- 
niéndole el  paso  de  sus  tropas  por  el  territorio  belga, 
prometiendo  el  mantenimiento  de  la  independencia 
del  país  á  la  conclusión  de  la  paz,  y  amenazando  que 
en  caso  de  negativa  tratará  á  los  belgas  como  enemi- 
gos. (Gritos  de  sorpresa  y  de  protesta.)  Un  plazo  de 
doce  horas  ha  sido  fijado  para  la  respuesta. 

Bélgica  ha  respondido  que  este  atentado  contra  su 
neutralidad  representa  una  violación  flagrante  de  los 


1. 


La  flota  inglesa  garantizará  á  Francia  contra 


la  flota  alemana. 

2."  Inglaterra,  solicitada  por  el  rey  de  Bélgica, 
se  pronuncia  fuertemente  por  el  mantenimiento  de  la 
neutralidad  belga. 

Esto  era  mucho  para  Inglaterra,  en  la  cual  una 
parte  de  la  opinión  se  mostraba  contraria  á  interve- 
nir en  el  conflicto,  y  muy  poco  para  Francia,  que  ne- 
cesitaba de  una  ayuda  más  extensa  y  positiva.  Pero 
la  audacia  alemana,  al  decidir  la  invasión  de  Bélgi- 
ca, impulsó  ii  la  guerra  á  todos  los  ingleses,  venciendo 
las  últimas  resistencias.  El  alemán,  dueño  de  Bélgica, 
era  el  mayor  de  los  peligros  para  la  Gran  Bretaña. 

La  Cámara  de  los  Comunes  votó  por  unanimidad 
un  crédito  defensivo  de  1.250  millones  (50  millones  de 
libras)  solicitado  por  el  gobierno. 


156 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


EL    "GOBBKN* 


El  leader  irlandés  Redmond  manifestó  al  gobierno 
que  podia  retirar  todas  sus  tropas  de  Irlanda  para  em- 
plearlas fuera  del  pais.  «Orangistas  y  nacionalistas 
— dijo — defenderemos  nuestras  costas.» 


X 


Sucesos  del  4  de  Agosto. — La  firmeza  de  Bélgica. — 
Declaraciones  de  Sazonof  en  la  Duma. ^Atropello 
de  embajadores  en  Berlín.  — Entusiasmo  en  Bruse- 
las y  en  París. 

La  primera  hostilidad  importante  de  Alemania 
después  de  su  declaración  de  guerra  á  Francia  fué 
lina  agresión  marítima.  Los  acorazados  germánicos 
Goeben  y  Breslau,  que  estaban  cu  el  Jlediterráneo, 
bombardearon  en  la  madrugada  del  4  Bona  y  Filipc- 
ville,  puertos  de  las  costas  de  Argel,  abiertos  y  sin  de- 
fensa. Los  dos  buques  lanzaron  un  centenar  de  olni- 
ses,  que  produjeron  algún  daño  en  las  construcciones 
y  una  sola  victima. 

Luego  se  retiraron,  refugiándose  en  un  puerto  it.i- 
liano.  Las  hazañas  guerreras  de  estos  dos  buques  fue 
i'on  tan  cortas  como  vergonzosas  para  la  bandera 
germánica  que  ondeaba  en  sus  topes.  Se  redujeron  al 
bombardeo  de  dos  puertos  indefensos  y  ii  una  fuga, 
ii  pesar  de  que  el  Goeben  gozaba  de  gran  fama  en  Ale- 
mania como  construcción  naval  de  última  novedad. 

Unos  acorazados  ingleses  de  la  división  de  Malta, 
al  enterarse  del  bombardeo,  salieron  en  su  persecu- 
ción un  dia  después,  al  quedar  declarada  la  guerra 


filtre  Inglaterra  y  Alemania.  Ll  Goeben  y  ol  Bren 
lau,  que  estaban  refugiados  on  un  puerto  italiano,  se 
hicieron  á  la  mar  para  no  ser  embotellados  dentro  de 
éste.  .*>ii  salida  fué  heroica.  ;Iban  á  morir!  Los  jefes  y 
oficiales  habían  bajado  á  tierra  para  depositar  sus 
testamentos  y  enviar  sus  joyas  á  las  familias  como 
ultimo  recuerdo.  Las  tripulaciones  cantaron  el  himno 
alemán  al  alejarse  de  tierra...  Y  apenas  estuvieron  en 
el  mar  libre  á  la  vista  de  los  ingleses,  el  Goeben  y  el 
Breslau,  aprovechando  la  superioridad  de  su  marcha, 
huyeron  á  todo  vapor  refugiándose  en  los  Dardanelos 
y  luego  en  el  Bosforo.  Allí  fueron  rebautizados  con 
iiiiinlirf's  turcos,  pasando  á  poder  del  gobierno  oto- 
mano. 

Esta  fué  la  historia  alemana  de  las  dos  fuertes  uni- 
dades navales  que  el  almirantazgo  germánico  man- 
tenía en  el  Mediterráneo.  Ambos  acorazados,  de  in- 
discutible valía  por  su  velocidad  y  su  armamento 
moderno,  debían  unirse,  según  los  planes  de  la  Tri- 
ple Alianza,  con  la  armada  italiana  y  la  austríaca, 
presentando  batalla  á  la  armada  francesa,  para  bom- 
liaidear  luego  Marsella  y  Tolón,  mientras  el  ejército 
italiano  atacaba  la  línea  de  los  Alpes. 

Pero  Italia  no  quiso  seguir  á  sus  antiguos  aliados 
en  esta  guerra  de  provocación,  la  escuadra  austríaca 
no  se  atrevió  ií  moverse  del  Norte  del  Adriático,  y  los 
buques  ingleses  en  unas  cuantas  horas  limpiaron  de 
enemigos  el  Mediterráneo. 


En  la  frontera  de  Alsacia  apenas  si  hubo  choques 
el  día  4,  á  pesar  de  la  declaración  de  guerra.  Algunas 
patrullas  de  infantería  y  caballería  alemanas  pasaron 
el  limite  divisorio,  realizando  agresiones  contra  los 
puestos  de  aduaneros  y  las  estaciones  de  ferrocarril, 
pero  huyeron  á  la  aproximación  de  las  fuerzas  fran- 
cesas. 

En  París  el  ministerio  de  la  Guerra  dio  un  decreto 


DAÑOS    lArSAÜDS    EN    lÜINA    I-Olí    BI,    BOMBARDEO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE   1914 


157 


ostahlecieudo    un   régimen   especini 
para  la  Prensa,  con  objeto  de  impe 
dir  los  informes  del  espionaje.  Este 
decreto  estaba  concebido  en  los  tér- 
minos sifiuientes: 

Queda  prohibido  publicar  ninguna  noticia 
relativa  k  los  sucesos  de  la  guerra,  moviliza- 
ción, movimientos,  embarques,  transportes 
de  tropas,  composición  de  los  ejércitos,  efec- 
tivos, etc.,  que  no  haya  sido  facilitada  por 
la  oficina  de  la  Prensa  organizada  por  el 
ministerio  de  la  Guerra. 

Tres  veces  por  día  el  ministerio  comuiii 
cara  estas  noticias  á  los  periódicos. 

Los  directores  de  las  diversas  publicacio- 
nes diarias  ó  periódicas  harán  constar,  por 

una  declaración  escrita,  los  días  y  las  horas  de  su  publicacióu 
regular.  Todas  las  ediciones  especiales  quedan  prohibidas,  así 
como  los  anuncios  á  gritos  ó  fijados  en  la  vía  pública. 

Deberán  además  remitir  al  ministerio  de  la  Guerra  (oficina  de 
la  Prensa  1  las  pruebas  definitivas  de  cada  número  tan  pronto  como 
la  última  página  haya  sido  compuesta. 

El  diario  ó  la  publicación,  después  del  envío  de  esta  prueba, 
podrá  proceder  á  su  tiraje  y  á  la  venta  sin  ninguna  otra  formali- 
dad. Pero  se  expondrá  á  una  recogida  inmediata  si  al  examinar 
las  pruebas  se  ve  que  ha  publicado  una  noticia  militar  cualquie- 
ra que  no  haya  sido  comunicada  por  las  oficinas  de  este  minis- 
terio. 

Mbssimy 


A  las  diez  de  la  mañana  se  reunió  en  Bruselas  la 
Cámara  de  Diputados.  La  sesión  era  extraordinaria,  y 
asistió  a  ella  el  rey  con  la  reina  y  sus  tres  hijos. 

Alberto  I,  en  medio  de  un  silencio  impresionante, 
pronunció  este  discurso: 

«Nunca,  después  de  1830,  hora  más  grave  que  la 
presente  ha  sonado  para  Bélgica.  La  fuerza  de  nues- 
tro derecho  y  lo  necesario  que  es  para  Europa  el  que 
gocemos  de  una  existencia  autónoma,  nos  hace  espe- 
rar aún  que  los  acontecimientos  temidos  no  lleguen  á 


EL    »U1!ESI,.\I-. 

producirse.  Pero  si  nos  obligan  á  impedir  la  invasión 
de  nuestro  suelo,  el  deber  nos  encontrará  armados  y 
decididos  á  los  más  grandes  sacrificios. 

»La  juventud  se  ha  puesto  ya  de  pie  para  defender 
la  patria  en  peligro,  l^ua  sola  obligación  se  impone  á 
nuestras  voluntades:  la  de  mantener  una  resistencia 
tenaz,  con  valor  y  con  unión. 

«Nuestra  bravura  nacional  queda  demostrada  por 
nuestra  irreprochable  movilización  y  por  la  gran  can- 
tidad de  alistamientos  voluntarios.  El  momento  pre- 
sente exige  actos.  Yo  os  he  reunido  para  que  las 
Cámaras  puedan  asociarse  al  heroico  impulso  del 
país.  Vosotros  sabréis  tomar  todas  las  medidas  que 
aconseja  la  urgencia  presente.  Todos  estáis  decididos 
á  mantener  intacto  el  patrimonio  sagrado  de  vuestros 
antecesores.  Nadie  faltará  á  su  deber. 

«Nuestro  ejército  está  á  la  altura  de  su  misión.  El 
(jobierno  y  yo  tenemos  plena  confianza  en  él.  El  Go- 
bierno sabe  las  responsabilidades  que  le  esperan  y  las 
asumirá  hasta  el  final,  para  defender  el  bien  supremo 
del  país.  Si  el  extranjero  viola  nuestro  territorio  en- 
contrará á  todos  los  belgas  agrupados  en  torno  de  su 
soberano,  que  no  ha  de  traicionar  nunca  su  juramento 
constitucional. 

"Tengo  fe  en  nuestros  destinos.  Un  país  que  sabe 
defenderse  se  impone  al  respeto  de  todos  y  no  perece 
nunca.  Dios  será  con  nosotros.  > 

Este  discurso  fué  saludado  con  ruidosas  aclama- 
ciones. Luego  la  Cámara  belga  votó  un  crédito  de  200 
millones  para  las  necesidades  de  la  defensa  nacional. 

El  gobierno,  que  iba  á  asumir  la  responsabilidad 
de  una  defensa  aventurada  y  heroica,  necesitaba  jun- 
líir  en  su  seno  todas  las  voluntades  y  todas  las  opinio- 
nes del  país.  Por  esto  el  mismo  rey  rogó  al  jefe  del 
p.irtido  socialista,  el  gran  orador  Emilio  Vandervelde, 
que  aceptase  un  puesto  en  el  gabinete,  entregándole 
l;i  cartera  de  ministro  de  Negocios  Extranjeros. 

El  gobierno,  formado  por  hombi-es  enérgicos  de 
todos  los  partidos,  proclamó  inmediatamente  el  estado 
de  sitio  en  las  provincias  de  Limburgo,  Lieja,  Namur 
y  el  Luxemburgo  belga. 


LIE    LOS   AUORAZADO.S    ALEMANES 


158 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


M.    MHSSIMV.    MIM.--rRll    HE    I. A 

i.rnKiíA  Ki{;\Ni  i-:s 


L.a  Dmiiii,  «jiio  ha 
liiii  sido  convocada 
(MI  San  Petersburso 
poi'  el  gobierno  ruso, 
oyó  las  explicaciones 
(le  .\1.  Sazonof,  minis- 
1 1()  de  Negocios  Ex- 
iranjerus.  Esto  puso 
fii  claro  el  origen  de 
la  guerra  impuesta  á 
líusia  por  la  soberbia 
;ii(>mana. 

«Con  plena  concien- 
cia del  deber  inmen- 
so que  le  incumbe 
dijo  el  ministro  Sa 
zonof  -  y  absorbido 
por  el  trabajo  de  su 
desenvolvimiento  in- 
terior, el  Imperio  ruso  no  ha  cesado  de  dar  pruebas 
de  su  sincero  deseo  de  paz.  Inicamente  por  este 
deseo,  que  tantas  veces  nos  ha 
hecho  transigir  y  ceder,  lia  pi> 
dido  escapar  Europa  en  1912  y 
en  19i;3  del  peligro  de  una  con 
ttagración  general.  No  es,  pues. 
Rusia  la  que  amenazaba  la  paz 
del  mundo.  .lamas  ha  liuscado 
ella  defender  su  dignidad  con 
hi  amenaza  de  las  armas  ni 
pisoteando  el  amor  propio  y  el 
derecho  de  los  dél)iles. 

«Mientras  nosotros  sostenía- 
mos la  paz  á  costa  de  dolorosos 
saoriñcios,  ¿cuál  era  al  mismo 
tiempo  la  labor  á  que  se  de- 
dicaba el  Imperio  de  Austria- 
Hungría?  Su  trabajo  consistió 
en  sembrar  la  discordia  en  los 
Balkanes.  Eué  él  quien  con- 
venció ;i  Hulgaria  para  que  se 
arrojase  contra  sus  antiguos 

aliados  en  1912,  lo  que  nos  valió  la  segunda  guerra 
búlgara. 

«Desgarrado  ese  Imperio  por  hondas  divisiones 
intestinas  y  previendo  tal  vez  un  reparto  de  sus  te- 
rritorios á  la  muerte  de  Francisco  .José,  ha  conside- 
rado preciso  para  galvanizar  su  vida  hacer  alarde  de 
que  aun  le  queda  la  fuerza  de  otros  tiempos.  Y  para 
esto  ha  escogido  como  víctima  á  Servia. 

»No  ignoráis  vosotros  en  qué  condiciones  se  lanzó 
el  ultimátum  al  Calnnete  de  Belgrado.  Sometiéndose 
Servia  á  sus  exigencias  se  reconocía  como  vasalla  de 
Austria.  No  mostrar  nosotros  interés  en  esta  cuestión 
hubiese  eíjuivalido  al  abandono  de  nuestro  deber  se- 
cular de  defensores  de  los  pueblos  balkánicos.  Era  al 
mismo  tiempo  admitir  que  la  voluntad  de  Austria, 
apoyada  ocultamente  por  Alemania,  imponía  la  ley 


en  Europa.  Ni  nosotros,  ni  Francia,  ni  Inglaterra, 
podemos  consentirlo. 

"Á  pesar  de  esto,  Rusia,  Francia  é  Inglaterra  han 
intentado  todo  lo  que  era  posible  para  el  manteni- 
miento de  la  paz.  ;.Qué  era  lo  que  nosotros  pedíamos? 
Estábamos  dispuestos  á  aceptar  cualquier  arreglo  con 
el  (iabincte  de  Viena  con  una  sola  condición:  que  no 
se  atentase  en  nada  contra  la  soberanía  y  la  indepen- 
dencia de  Servia. 

«Desde  el  primer  momento  hemos  expuesto  fran- 
camente esta  actitud  nuestra  al  Gobierno  de  Alema- 
nia, y  está  fuera  de  toda  duda  que  si  el  Gabinete  de 
Berlín  hubiese  deseado  la  paz  le  habría  bastado  una 
sola  palabra  para  detener  ;i  su  aliado,  como  lo  hizo 
durante  la  crisis  balkánica.  Perú  en  realidad  Alema- 
nia, qLie  no  cesaba  de  ¡itirmai',  con  palat)ras  nada 
más,  su  deseo  de  iiiHuir  en  Yiena,  rehusó  una  tras 
otra  todas  las  proposiciones  que  le  fueron  hechas, 
valiéndose  para  esto  de  objeciones  sin  fundamento. 

"Mientras  nos  esforzábamos  por  conseguir  una 
solución  pacífica,   Belgrado  fué  bombardeado,  y  Eu- 


|;L    KKV    IiK    r.Kl.ail'A    DtltmiKNDO.SB    al    parlamento    RNTUK    las    ACLA.MACIONB.S 

riR    LA    MICiníOlMIiUK 


ropa  se  encontró  en  presencia  de  una  agresión  reali- 
zada. ^Qué  le  quedaba  á  Rusia  por  hacer  después  de 
este  hecho  amenazante?  Proceder  á  la  movilización. 

»En  estas  condiciones  no  podíamos  abstenernos  de 
adoptar  las  más  elementales  medidas  de  precaución, 
tanto  más  cuanto  que  Austria  había  ya  movilizado 
la  mitad  de  su  ejército.  .\1  mismo  tiempo  que  se  orde- 
naba nuestra  movilización,  S.  M.  el  Emperador  dio 
su  palabra  al  Emperador  de  Alemania  de  que  Rusia 
no  recurriría  á  las  armas  mientras  quedase  la  más 
pequeña  esperanza  de  conseguir  un  arreglo  pacífico. 

«Estas  palabras  de  moderación  no  fueron  escucha- 
das. .Uemanía  ha  declarado  la  guerra,  primero  á  nos- 
otros, después  á  nuestra  aliada  Francia.  Y  luego,  con 
menosprecio  de  todos  los  compromisos  solemnes  que 
había   contraído  de  acuerdo  con  otros   países  como 


iÜiSTÜRIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA    DE   1914 


159 


garantizadora  de  la  neutralidad  del  Liixemburi!,'o  y  de 
la  neutralidad  de  Bélgica,  Alemania  pisotea  sus  com- 
promisos y  viola  su  propia  palabra. » 

El  ministro  Sazonof  terminó  asi: 

«Nosotros  no  queremos  admitir  el  yugo  de  Alema- 
nia y  de  su  aliada,  y  combatiremos  contra  las  dos  por 
algo  grande  y  de  general  interés:  por  libertar  á  Eu- 
ropa de  un  peligro.  Rusia,  al  aceptar  esta  guerra,  no 
busca  una  gloria  vana.  » 


La  muchedumbre  patriótica  de  Berlín  observó  una 
conducta  salvaje  con  los  representantes  de  las  poten- 
cias que  Alemania  había  impulsado  á  la  guerra. 

Ya  hemos  visto  de  qué  modo  fué  tratado  en  Paris 
el  embajador  Schoen,  á  pesar  de  su  conducta  equivoca 
y  de  los  esfuerzos  que  hizo  á  última  hora  para  ser 
objeto  de  una  agresión  personal  que  justificase  el  rom- 
pimiento de  relaciones.  El  gobierno  francés  cuidó  de 
la  persona  del  embajador,  corrigiendo  sus  impruden- 
cias voluntarias  con  la  incesante  protección  de  la  po- 
licía. Al  partir  Schoen  organizó  su  viaje  con  toda 
clase  de  comodidades  para  él  y  su  séquito,  poniendo 
el  gobierno  á  su  disposición  un  tren  especial. 

En  Berlin  no  sólo  fueron  tratados  con  desprecio  los 
representantes  diplonicáticos,  sino  que  vieron  en  peli- 
gro su  existencia  y  la  del  personal  desús  oficinas. 

La  salida  del  embajador  de  Rusia  dio  lugar  á  esce- 
nas repugnantes.  Una  masa  de  energúmenos  patrióti- 
cos asaltó  los  carruajes  en  los  que  se  dirigían  ;i  tomar 
el  tren  el  embajador  y  sus  secretarios.  La  policía  ape- 
nas si  se  esforzó  por  defender  á  estos  viajeros,  pro- 
tegidos por  la  inmunidad  diplomática.  Los  manifes- 
tantes escupieron  en  la  cara  á  las  esposas  de  los  diplo- 
máticos rusos,  y  golpearon  con  los  bastones  á  algunos 
de  éstos,  ensangrentándolos.  Hay  que  hacer  constar 
que  en  esta  muchedumbre  hostil  no  figuraban  gentes 
del  pueblo.  Eran  señores  bien  vestidos  los  que  se  mos- 
traban más  furiosos;  algunos  de  ellos  ostentando  con- 
decoraciones.  Estu- 
diantes y  periodistas 
componían  el  resto  de 
la  manifestación.  To- 
dos pertenecían  á  la 
clase  que  habla  con 
orgullo  de  la  «cultura 
alemana»,   y  quiere 
imponerla  al  resto  del 
mundo   que  vive,  se- 
uiiii  ellos,  en  un  esta- 
do de  civilización  in- 
íerior.  Su  noble  <  Kul- 
lur»  empezó  por  de- 
iiiiistrarse  en   esta 
í^uerra  atropellando 
,i  nmjeres  y  hombres 
M.  SAZONOF,  MiNisTuo  DE  NEGÓ-        indetcnsos,    protegi- 
dos EXTRANJEROS  RUSO  dos  por  una  inmuni- 


I. A    UUMA 


dad    ([ue    es    respetada   hasta   por  los    puel)los   más 
atrasados. 

Ll  einl'Kijador  de  Francia,  M.  .lulio  Camboii,  se  libró 
de  estos  ati'opello.s  personales,  pero  tuvo  que  sufrir 
con  su  personal  una  larga  serie  de  molestias  y  humi- 
llaciones. El  .3  de  Agosto  por  la  noche  recibió  sus  pa- 
saportes del  goliierno  alenuin,  pero  tuvo  que  esperar 
veinticuatro  horas  para  hacer  entrega  de  sus  archivos 
al  embajador  de  España,  que  se  encargó  de  todo  el 
material  de  la  embajada,  así  como  de  la  protección 
de  los  franceses  residentes  en  Alemania. 

M.  .Julio  ('ambón  es  una  de  las  personalidades  más 
eminentes  de  la  diplomacia.  Él  y  M.  Paul  Cambon, 
embajador  en  Londres,  han  prestado  á  Francia  im- 
portantes servicios.  Mientras  el  uno  trabajó  en  Ingla- 
terra incesantemente  hasta,  conseguir  la.  inteligencia 
franco-británica,  el  otro  Cambon  luchó  durante  varios 
años  en  el  terreno  hostil  de  la  diplomacia  alemana 
por  mantener  el  prestigio  y  la  seguridad  de  Francia. 

Guillermo  II  mostró  en  repetidas  ocasiones  el  alto 
aprecio  en  que  tenia  la  personalidad  del  embajador 
('ambón,  visitándolo  muchas  veces  en  el  palacio  de 
la  embajada,  k  pesar  del  respeto  que  merecía  esta 
personalidad,  y  de  las  consideraciones  que  son  debi- 
das al  representante  de  un  país  mientras  permanece 
en  su  puesto,  el  gobierno  alemiin  trató  á  M.  (l'ambon 
con  dureza.  Durante  las  veinticuatro  horas  que  per- 
maneció en  Berlín,  las  autoridades  alemanas  pro 
curaron  molestarle,  demostrando  en  ello  cierta  delec- 
tación. iMientras  en  París  M.  de  Schoen  había  podido 
vivir  con  entera  libertad,  M.  Cambon  y  el  personal  de 
la  embajada  francesa,  encerrados  en  su  domicilio  como 
si  fuesen  prisioneros,  recibieron  la  orden  de  no  encar- 
gar sus  comidas  más  que  en  restaurants  cuyos  dueños 
fuesen  alemanes.  En  esta  situación  humillante  mon- 
sieur  Cambon  tuvo  que  pedir  al  ministerio  de  Nego- 
cios Extranjero?  que  se  dignase  intervenir  para  que 
el  dueño  de  un  hotel  ((uisiera  emiarle  comida  para  él 
y  sus  colaboradores.  Todos  los  establecimientos  de 
Berlín  se  negaban  á  servir  á  los  diplomáticos  frai> 


160 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


ceses,  como  si  esto  fuese  un  crimen  de  lesa  patria. 

El  itinerario  del  viaje  dio  también  motivo  á  las  vio- 
lencias alemanas.  M.  Camben  quería  volverá  su  país 
por  el  camino  más  corto,  ó  sea  por  Holanda  y  Bélgica. 
Pero  en  la  noche  del  4  lo  hicieron  partir  con  veintisiete 
personas  de  su  séquito  por  la  via  de  Dinamarca,  lo 
que  representaba  un  rodeo  enorme.  Además  el  tren 
hizo  un  viaje  lento  y  dificultoso,  empleando  veinticiia 
tro  horas  para  llegar  á  Kiel.  En  muchas  estaciones 
varios  soldados  alemanes,  revólver  en  mano,  guarda 
ban  las  puertas  del  vagón,  prohibiendo  con  amenazas 
de  muerte  que  los  franceses  hablasen  entre  ellos. 

Al  llegar  á  la  última  estación  .ilcuKiiiri,  el  olicial 
prusiano  encargado  de  acom- 
pañar  la  comitiva  hasta  l;t 
frontera  exigió  á  M.  Caml)oii 
el  pago  de  .'?..")0()  marcos,  que 
era  el  precio  del  viaje,  aíir 
mando  que  si  no  entregaba 
esta  cantidad  se  opondría  .1 
que  pasasen  la  frontera  da 
nesa.  I]l  embajador  se  asom 
bró  de  que  no  le  hubiesen  pe 
dido  este  dinero  al  salir  de 
Berlín,  y  ofreció  un  cheque 
sobre  un  gran  banco  alemán. 
El  oficial  rehusó  el  cheque  y 
31.  Cambon  tuvo  que  resig 
narse  á  hacer  una  colecta  en 
tre  sus  compañeros  de  viaje, 
(pie  pudiei'on  reunii'  en  me 
tálico  unos  -1.000  francos,  en 
fregándolos.    De  este  modo 
compraron  su  libertad  y  pu 
dieron  atravesar  la  frontera, 
donde  les  esperaba  un  tren 
especial  y  lujoso  preparado 
por  el  gobierno  de  Dinamai- 
ca  y  que  los  trasladó  inme 
diatamente  á  Copenhague. 

Asi  procedió  el  gobierno 
alemán,  mientras  en   París 

dedicaban  un  coche-salón  al  viaje  de  M.  de  Schoen, 
vehículo  que  tardó  mucho  en  ser  devuelto  á  Francia. 

Más  adelante  veremos  cómo  salió  de  Berlín  el  em- 
bajador de  Inglaterra. 

o 

El  ultimátum  del  golñerno  alemán  á  Bélgica  pro- 
dujo en  Bruselas  una  explosión  de  cólera.  El  entusias- 
mo patriótico  se  esparció  por  las  calles  en  ruidosa  ma- 
nifestación. Nadie  tuvo  en  cuenta  el  enorme  poder  de 
Alemania  y  la  pequenez  de  la  nación  belga.  Todos 
vieron  únicamente  la  monstruosidad  del  atropello.  La 
conciencia  nacional  se  sublevó  con  heroica  unanimi- 
dad. Hasta  el  elemento  llamenco  de  Bélgica,  que  había 
mostrado  siempre  cierta  aversión  contra  Francia, 
olvidó  sus  preocupaciones  para  unirse  al  grito  de  pro- 
testa que  lanzaba  todo  el  pais. 


.M.    JILIO    LAMBÓN 


Numerosas  manifestaciones  recorrieron  las  calles 
de  Bruselas  dando  vivas  á  Francia  y  cantando  La  Mar- 
sellesa.  Otros  grupos  lanzaron  gritos  contra  Alemania 
é  hicieron  alardes  de  hostilidad  ante  los  estableci- 
mientos y  viviendas  de  los  alemanes.  Estos  eran  muy 
numerosos  en  el  territorio  belga.  La  emigración  ger- 
mánica, como  si  obedeciese  á  una  orden  superior,  lia- 
l)iii  invadido  en  los  últimos  años  las  ciudades  de  Bi'd- 
gica.  IJi  Amberes  dominaba  gran  parte  del  comer- 
cío.  Todos  los  alemanes  establecidos  se  dedicaban  al 
espionaje,  como  se  vio  claramente  después.  Jinchos, 
empleando  el  procedimiento  de  la  naturalización  re- 
comendado por  el  gobierno  alemán,  se  habían  hecho 

ciudadanos  belgas,  ocupan- 
ilü  puestos  jiúblicos y  figuran- 
lid  como  oficiales  de  la  mili 
lia  llamada  'iuaidía  Cívica. 
L'n  soldado  francés  que 
(■staba  de  paso  en  Bruselas 
fué  llevado  en  triunfo  por 
l.i  muchedumbre.  Las  damas 
liclgas  ostentaban  escarape- 
las con  los  colores  naciona- 
les y  los  de  Francia.  Todos 
hacían  votos  por  que  la  veci- 
na República  se  defendiese 
enérgicamente  de  la  inva- 
sión alemana,  afirmando 
que  Bélgica  estaba  dispuesta 
á  perecer  antes  de  consen- 
tir el  paso  de  las  tropas  ene- 
migas. 

Dos  dirigibles  alemanes, 
volando  sobre  Bruselas  en  la 
mañana  del  4,  excitaron  aun 
más  la  indignación  general. 
Este  pueblo,  el  más  tranquilo 
y  laborioso  de  Europa,  no 
pudo  contener  su  cólera  al 
verse  tan  injustamente  agre- 
dido. 

Varios  grupos,  con  una  in- 
dignación perfectamente  explicable,  atacaron  algunos 
establecimientos  alemanes  é  insultaron  á  los  subditos 
germánicos  en  las  calles. 

.-\1  mismo  tiempo  en  París  la  muchedumbre  seguía 
con  entusiasmo  el  desarrollo  de  la  movilización.  La 
vida  de  la  ciudad  parecía  haberse  concentrado  en  la 
estación  del  Este.  Todos  marchaban  hacia  ella;  unos 
para  incorporarse  al  ejército:  otros  para  despedir  á 
los  que  partían. 

En  las  calles  apenas  se  encontraban  vehículos. 
Todos  los  medios  populares  de  comunicación  estaban 
suprimidos  por  falta  de  personal.  Por  el  centro  de  las 
avenidas  pasaban  los  regimientos,  los  escuadrones,  ó 
grupos  de  muchachos  y  mujeres  llevando  al  frente  la 
bandera  tricolor  y  cantando  La  Marsellem. 

Un  auto  de  alquiler,  corriendo  á  toda  velocidad. 


I 


í^íi'i' 


LA  IN\ 


Dibuio  de  Andrí  Dcvambcr,  de  la  •lllustrallon>  de  París. 


Retirada  de  los  alemanes  p 


RUSA 


los  por  los  ejércitos  rusos 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


161 


atropello  á  un  tr;uiseuiite  que  iba  de  prisa.  Por  fortu- 
na éste  salió  indemne  de  entre  las  ruedas,  y  se  lanzó 
contra  el  chauffeur  insultándolo,  asi  como  el  público 
aglomerado  por  aquel  incidente. 

— Tengo  mucha  prisa — dijo  el  conductor  excusán- 
dose— .  Voj'  á  entregar  el  auto.  Salgo  dentro  de  dos 
horas  para  la  frontera. 

— Yo  también — contestó  su  victima  con  súbita  tran- 
quilidad. 

Y  los  dos  hombres,  que  en  otra  ocasión  se  hubie- 
sen golpeado,  acabaron  por  abrazarse.  «Camarada, 
¡viva  Francia!» 

En  un  vagón  del  ferrocarril  metropolitano,  lleno 
de  gentío,  cuatro  jóvenes  elegantes  abandonaron  sus 
asientos  al  ver  subir  cuatro  soldados  con  las  botas  y 
los-unifonnes  llenos  de  polvo.  Los  soldados  vacilaron, 
no  atreviéndose,  por  galantería,  á  aceptar  el  ofreci- 
miento. 

— Sentaos — insistieron  las  damas—.   Hoy  son  las 
mujeres  las  que  deben  ceder  el  sitio  á  los  hombres. 
Los  soldados  acabaron  por  aceptar. 

— Gracias,  señoras — dijo  uno  de  ellos — .  Bien  lo 
necesitábamos.  Estamos  marchando  desde  esta  ma- 
ñana para  llegar  á  tiempo  á  la  estación  del  Este. 

En  la  estación  se  desarrollaron  durante  muchos 
días  escenas  conmovedoras  y  se  pronunciaron  frases 
de  popular  sinceridad  que  demostraban  el  estado  del 
alma  francesa. 

Una  madre  besaba  por  última  vez  á  su  hijo,  sober- 
bio coracero  que  hacia  esfuerzos  por  distraerla  y  evi- 
tar sus  lágrimas. 

— Adiós,  mamá.  ¿Qué  quieres  que  te  traiga  de 
Berlín? 

— Tu  piel  intacta,  hijo  mío.  No  deseo  otra  cosa.  En 
Prusia  todo  lo  que  hay  es  bisutería  mala. 

Un  tren  iba  á  partir  con  un  regimiento  de  infante- 
ría. El  jefe  de  la  estación  le  dijo  al  coronel: 


::■! 

'-^^■■^^^■fe^b-''*^^- '  '> 

^^BB^fc-5^j;í-..^;',!;i^-;j--l.Si>v  V-         _;_■  ií.slI^^^^BB^BB 

LA   MULTITUD    ACLAMANDO    A    LO.S    RESERVISTAS    QUE    VAN    Á    LA    GUERRA 


UN    TKEN    DE    MOVILIZADOS   .SALIENDO    DE    PARÍS 

— Vuestro  departamento  está  á  la  cabeza  del  tren: 
en  un  vagón  de  primera. 

— ¡3Ii  departamento! — exclamó  con  extrañeza  el 
coronel — .  Yo  debo  estar  donde  estén  mis  hombres. 

Y  subió  á  un  vagón  de  carga  lleno  de  soldados. 
En  la  muchedumbre  se  oyeron  frases  como  estas: 

— No  llores,  mujer;  sé  razonable.  Comprende  que 
esto  no  podía  seguir  así,  y  que  es  hora  de  que  acabe. 
No  se  puede  vivir  toda  la  vida  con  una  espada  ame- 
nazante sobre  la  cabeza. 
Otros  gritaban: 

— Hay  que  acabar  con  ese  imperio  alemán  que  nos 
fastidia. 

Y  todos  con  la  voz  ó  con  los  ojos  expresaban  su 
conformidad. 

— Es  cierto.  Hay  que  cambiar  de  existencia  ó 
morir. 

La  fe  en  la  victoria  animaba  á  la  muchedumbre  y 
á  los  combatientes. 

En  el  campamento  de  Versalles  los  soldados  de  un 
escuadrón  que  iba  á  partir  para  la  frontera 
colocaron  este  cartel  sobre  un  árliol: 


EL  JUEVES  PRÓXIMO 

PARTIDA   DEL  GRAN  CIRCO  FRANCO-BELGA 
52  caballos,  45  artistas 

PRIMERA  REPRESENTACIÓN  DE  GALA 
ORAN  PLAZA  DE  BERLÍN 

Y  en  un  ángulo  del  cartel  había  pinta- 
da una  amazona  de  circo  enviando  besos  al 
público.  ¡El  buen  humor  inextinguible  del 
soldado  francés  cuando  va  al  encuentro  de 
la  muerte!... 

Esta  fe  en  el  triunfo  la  expresó  un  con- 
ductor de  autobús  con  una  ingenuidad  con- 
movedora. 

— Lo  que  más  me  fastidia — dijo — es  la 
pendiente  de  los  caminos  de  Bohemia.  To- 

20  ' 


162 


VICENTE  BLASCO  iBANEZ 


do3  ellos  son  terribles,  y  sufriremos  luuclio  al  conducir 
los  automóviles  militares. 

El  chauffeur  se  veía  ya  corriendo  por  el  territorio 
de  los  enemigos  con  una  buena  fe  inocente  y  heroica. 

Los  alsacianos  y  loreneses  residentes  en  París  se 
reunieron  en  un  café  del  bulevar.  Eran  más  de  tres 
rail,  hombres  y  mujeres.  El  presidente  de  la  reunión, 
M.  Eugenio  Kuentzmann,  originario  de  Estrasliurgo, 
aconsejó  á  sus  compatriotas  que  formasen  un  cuerpo 
de  voluntarios. 

-Es  la  Francia     dijo—,  nuestra  patria  verdadoni, 


Au  Peuple  Belge! 


Cí  l  a  ■ii5i'  lilus  granel  rejret  quB  les  íroupts  Allumamlís  se  voiant  forctes  d« 
francliir  la  fiuntice  de  la  Etlglque.  Elles  agissenl  sous  la  contrainic  dunc  necessite  in- 
eyi'alile  li  nEutraliU  da  la  Belgique  ayant  (tc  U¡í  vioiéo  par  des  ofTiciers  francais  qui. 
sous  un  deguisciTen!.  aicnt  travení  le  territoire  belge  en  aulúmobile  pour  pioetrcr  en 
Aí'ent^gn'^. 

Oeljtj!  Cttl  sslrj  pliu  «rm  iésip  iju'il  j  ail  ncore  muía  dtviitr  tu  tomhl  enire  den 
(«•(.a  ^  eiaieil  tm  ¡ts^t  i  prisent.  jidis  níme  siliíi.  Scuitnei  (oin  du  {lorieui  pir  d: 
Viitti-'x  n  iUmi  'íi  srat;  ^i(iBaiid:s  qgi  onl  nolhbiK  a  fondo-  ú  (!:a::iir  Lodcptndancs  el  la 
|)i»i«frní  (i!  «;«  pjlfi». 

Maí  il  iiQus  faiil  le  che-Tiin  libre.  Des  deblí  uctioiis  de  |¡oiU3.  de  tiiiinels,  de  voies 
imiti  d«ro(!t  élre  regardées  ctirume  dís  adióos  hostil«s.  Stlyts,  wus  avez  a  choisir. 

Jf-sperd  DD,-,c  p  lArniSe  aliemande  de  !a  Meuse  ne  sera  pas  coiuralnle  de  ion 
CGniiiaiwe.  Un  cheniin  libre  pour  attaijiter  celui  qui  voiilail  notis  attaquer,  c'est  ¡out  ce 
que  -mí  désirciis. 

Ja  iam  du  o^i^isn^iics  f ormelles  á  la  prpulation  belgd  qu'elle 
r'aura  ii5n  a  sccffrir  des  tiorreurs  de  la  guerre;  que  nous  payerons  en 

'  or  tsiuiíriayé  les  vitres  qu'il  faudra  prendre  du  pays;   que  nos  soldats  se 
'  [íiüiilrei'orit  i^s  citülsurs  amis  d'un  peuple  pour  lequel  nous  éprouvans  la  plus  liaute  estime. 
;  la  plus  yraivje  syaipEttiia. 
•       C'csi  de  votre  sagesse  et  d'un  paf Hotlsma 

btor  comprEs  qu'il  dépend   d'évSter   á    votrs 

pays  les»  horroum  üg  la  guet^-re. 

Le  General  Commandant  en  Chef  l'Amée  de  la  Meuse 
von   Emmich. 


PROCLAMA    DB    VÜN    BíMMICH    AL    PUEBLO    BELGA 

Esta  procinma  fué  dlslribufda  á  mano  por  los  primeros  linetes  alemanes 
(húsares  de  la  Muerte  y  hulanosi  que  penetraron  el  1  de  Agosto  en  Bélgica  con 
dirección  á  Licia.  De  ella  sólo  quedan  unos  pocos  ejemplares  guardados  por 
los  belgas,  pues  los  alemanes  han  procurado  luego  hacerla  desaparecer,  bus- 
cándola por  todo  el  país.  Este  documento  es  de  gran  valor,  ya  que  sirve  para 
demostrar  la  campaña  de  mentiras  realizada  por  los  alemanes,  y  prueba  ade- 
más lo  premeditado  de  una  invasión,  preparada  desde  mucho  tiempo  antes, 
hasta  el  punto  de  tener  impresa  una  proclama  en  grandes  cantidades  para  re- 
partirla asi  que  franqueasen  la  frontera. 

la  que  vamos  á  defender.  Partamos  alegremente,  por- 
que dentro  de  pocos  días  los  que  hemos  vivido  refu- 
giados en  París  tendremos  el  consuelo  de  encontrar- 
nos con  nuestros  hermanos  de  Alsacia,  que  el  enemigo 
está  armando  contra  nosotros.  Las  armas  alemanas 
que  ponen  en  sus  manos  se  volverán  contra  Prusia. 
Una  señora  habló  después. 
— Nuestros  hijos-  dijo  con  voz  temblorosa — han 
sido  esclavizados  por  Alemania.  Hemos  esperado  du- 
rante cuarenta  años,  tascando  nuestro  freno,  la  liora 


del  desquite.  Esta  hora  ha  llegado  al  ñn.  Hela  aquí. 
¡Alsacianas,  hermanas  mías!  ¿Vais  á  permanecer  sin 
hacer  nada?  Propongo  que  al  cuerpo  de  voluntarios 
alsacianos  y  loreneses  se  una  otro  cuerpo  de  enfer- 
meras formado  por  nosotras.  Iremos  á  nuestra  tierra 
para  libertar  á  nuestras  madres  y  hermanas  y  cuidar 
nuestros  heridos. 

A  los  sones  de  la  Marcha  Lorenesa  los  asistentes 
á  la  reunión  fueron  á  inscribirse  como  voluntarios  en 
grupos  de  diez.  Las  mujeres  se  inscribieron  igual- 
mente. 

Antes  de  partir,  el  presidente,  con  voz  cortada  por 
la  emoción,  dijo  á  sus  compatriotas: 

Alsacianos  y  loreneses:  Francia  cuenta  con  nos- 
otros. ¡.Juremos  morir  por  ella! 

Hombres  y  mujeres  levantaron  la  diestra  diciendo 
con  sencillez: 
—  ¡Lo  juramos  I 

Todos  lloraban  al  ver  llegada  la  hora,  después  de 
tantos  años  de  espera. 

Á  estas  muestras  de  entusiasmo  se  unieron  las  de 
los  revolucionarios. 

.Juan  Longuet,  nieto  de  Carlos  Marx,  el  fundador 
del  socialismo  alemán,  dijo  asi: 

«Si  Francia  es  invadida,  ¿cómo  los  socialistas  no 
serán  los  primeros  en  defender  la  Francia  de  la  Revo- 
lución y  de  la  democracia,  la  Francia  de  la  Enciclo- 
pedia, de  1793,  de  1848,  la  Francia  de  Pressensé  y  de 
•laurés?» 

Marcel  Sembat  dijo  á  sus  correligionarios: 

■  instáis  obligados  á  hacer  la  guerra  por  la  viola- 
ción de  los  territorios  neutrales  y  por  la  agresión  de  la 
Alemania  imperial.  Vais  á  batiros  en  defensa  de  la 
cultura  francesa  y  de  la  libertad  de  los  pueblos.  Cuan- 
do seáis  vencedores — porque  la  victoria  os  aguarda — , 
os  negaréis  á  violar  el  derecho  de  los  otros.» 

Miguel  Almereida,  director  de  Le  Bonet  Rouge: 

«Socialistas,  hermanos  mios,  relegad  por  el  mo- 
mento nuestra  Internacional  y  nuestra  bandera  roja. 
Nuestro  canto  debe  ser  en  adelante  La  MarseUesa  y 
nuestra  bandera  los  tres  colores.  Como  en  1793,  la 
bandera  en  sus  pliegues  y  el  himno  en  sus  estrofas, 
llevan  el  alma  de  los  pueblos  libres.» 

a 

Alemania,  con  arreglo  á  sus  procedimientos  arbi- 
trarios, invadió  Bélgica  sin  declaración  de  guerra.  En 
la  noche  del  3  al  4  de  Agosto  las  primeras  fuerzas 
alemanas  atravesaron  la  frontera  belga,  desde  Aix-la- 
Chapellc  á  Recht. 

El  general  Von  Emmich,  jefe  del  ejército  alemán 
del  Mosa,  que  mandaba  las  tropas  invasoras,  lanzó 
la  siguiente  proclama  al  entrar  en  Bélgica: 

AL  PUEBLO  BELGA 

Con  gran  pesar  mío  laa  tropas  alemanas  se  han  visto  obliga- 
das á  franquear  la  frontera  de  Bélgica.  Obran  bajo  la  presión  de 
una  necesidad  inevitable,  pues  la  neutralidad  de  Bélgica  lia  sido 
ya  violada  por  oficiales  franceses,  que  disfrazados  han  atravesa- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE   1Q14 


163 


fZrtoA 


vn 


KL    ARTÍCULO 


DEL  TRATADO  DE  NEUTRALIDAD  DE  BÉLGICA 


lio  en  ftiitornóvil  el  territorio  belga,  para  penetrar  en  Alemania. 

¡Belgasl  Nuestro  más  ferviente  deseo  es  evitar  un  conflicto 
entre  dos  pueblos  que  han  sido  amigos  hasta  el  presente  y  que  en 
otro  tiempo  fueron  aliados.  Acordaos  del  glorioso  dia  de  Water- 
lóo,  en  que  los  ejércitos  alemanes  contribuyeron  á  fundar  y 
establecer  la  independencia  y  la  prosperidad  de  vuestro  pais. 

Necesitamos  el  camino  libre.  Las  destrucciones  de  puentes, 
túneles  y  vias  férreas  serán  consideradas  por  nosotros  como 
actos  hostiles.  Belgas:  podéis  elegir. 

Yo  espero  que  el  ejército  alemán  del  Mosa  no  se  verá  obliga- 
do á  combatiros.  El  camino  libre  para  atacar  á  los  que  nos  quie- 
ren atacar  es  todo  lo  que  deseamos  nosotros. 

Yo  garantizo  formalmente  que  la  población  belga  no  tendrá 
que  sufrir  en  nada  los  horrores  de  la  guerra;  que  pagaiemos  en 
oro  los  víveres  que  necesitemos,  y  que  nuestros  soldados  proce- 
derán como  los  mejores  amigos  de  un  pueblo  por  el  cual  sentimos 
nosotros  la  más  alta  estima  y  la  más  grande  simpatía. 

De  vuestra  prudencia  y  de  vuestro  patriotismo  bien  entenJi 
do,  depende  el  evitar  á  vuestro  país  loa  horrores  de  la  guerra. 

El  general  coma  ndante  en  jefe  del  ejército  del  Jíobo  . 
VON  Emmich 

Inútil  es  decir  que  esta  proclama  fué  una  demos- 
tración más  de  la  hipocresía  germánica.  Era  falso  que 
unos  oficiales  franceses  liubiesen  pasado  disfrazados 
la  frontera  belga.  Además  este  pretexto  para  inva- 
dir á  un  pueblo  resultaba  tristemente  ridiculo.  ¿Qué 
peligro  podía  correr  Alemania  aunque  esto  hulñcsc 
sido  ciertoV 

La  invasión  de  Bélgica  era  un  hecho  previsto  des- 
de años  antes  por  los  belgas,  que  desconfiaban  de  Ale- 
mania y  seguían  con  atención  sus  preparativos.  Al- 
berto I,  después  de  una  entrevista  con  el  kaiser  en 
Berlín,  habia  regresado  á  su  pais  mostrando  una  gran 
desconfianza  acerca  de  la  amistad  de  sus  vecinos.  A 
esto  se  debió  (^ue  el  reino  de  los  belgas  reconociese 
la  necesidad  de  modificar  la  organización  de  sus  me- 
dios de  defensa,  considerándolos  insuficientes  para 
proteger  su  neutralidad.  Este  país,  dedicado  á  la  in- 
dustria y  poco  afecto  á  las  glorias  militares,  procedió 
al  engrandecimiento  de  su  ejército,  con  la  certeza  de 
que  alguna  vez  tendría  que  defenderse  de  la  ambición 
alemana. 


Como  garantía  de  su  independencia,  contaba  con 
el  tratado  de  neutralidad  firmado  en  Londres  el  19  de 
Abril  de  1839.  Este  tratado  estipulaba  textualmente 
en  su  artículo  7.": 

«Bélgica  formará  un  Estado  independiente  y  per- 
petuamente neutral.  Deberá  observar  esta  misma  neu- 
tralidad con  todos  los  demás  Estados.» 

El  tratado  de  Londres  iba  garantizado  por  las  fir- 
mas de  Austria,  Francia,  Gran  Bretaña,  Rusia  y  Pru- 
sia.  Pero  ya  hemos  visto  el  poco  respeto  que  inspiraba 
á  la  diplomacia  prusiana  la  firma  de  su  Estado. 

En  1906  un  general  belga  anunció  la  invasión  ale- 
mana con  ocho  años  de  anticipación.  El  estudio  mi- 


LAS    I-IlíMAS    DEL    TRATAHI) 
Por  Injflfllerrs.  Palmcrsloii ;   pnr  Bélgica,  Silva  Van  der  W'íyer;  por  Aus- 
tria, Seneft;   por  ¡'rancia.  Scbastianl:  p.ir  Prusia  ,  BUiow,   y  por  Rusia, 
Pozzo  di  borgo. 


164 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


I'Ul.MBKOS    dIaS    DK    i. a    .MCi\  ILIZACIÓN 

LIn  suboficial  de  la  reserva,  hata  del  automóvil  con  su  mujer  para  entrar  en  un  almacén  de   objetos  mi 
litares  y  hacer  sus  últimas  compras.  En  la  mano  lleva  la   pequeña   maleta  de  ollcial    llamada  •cantina 

(Fot.  MeuríAfle) 


litar  publicado  por  dicho  general  en  un  diario  de 
Jkuselaa  produjo  la  alarma.  Demostral)a  en  él  que  in- 
dudablemente Alemania,  al  tener  una  guerra  con 
Francia,  procurai'ia  atacarla  por  el  punto  más  fácil, 
ó  sea  por  Bélgica,  aunque  para  esto  hubiese  de  atro- 
pellar  la  neutralidad.  Dio  en  apoyo  de  esto  numero- 
sas pruebas,  siendo  una  de  las  más  convincentes  el 
extracto  de  una  carta  dirigida  á  Bismarck  en  1870 
por  el  viejo  emperador  ííuillermo  I,  abuelo  del  empe- 
rador actual.  En  esta  carta,  desconocida  hasta  enton- 
ces, Guillermo  I  hablaba  á  su  Canciller  de  los  gran- 
des trabajos  de  defensa  realizados  por  Francia  para 
cubrir  su  frontera  del  peligro  de  una  invasión  en  oí 
caso  de  una  segunda  guerra  franco-prusiana. 

«La  frontera  francesa — decia  el  emperador — está 
cerrada  casi  herméticamente  desde  Suizii  hasta  Bél- 
gica. Esta  linea  continua  de  fortalezas  y  de  fuertes, 
aunque  consiguiéramos  atravesarla,  liaría  imposible 
el  envió  de  todo  lefuerzo,  y  estorbaría  enormemente 
el  empleo  estratégico  de  nuestras  fuerzas. 

•  Aunque  resultáramos  victoriosos  en  los  comba- 
tes, nos  sería  imposible  proseguir  nuestros  éxitos 
como  en  1870,  porque  nos  veríamos  obligados  inme- 
diatamente á  sitiar  esta  cintura  de  campos  atrinche- 
rados, y  antes  de  que  llegásemos  á  tomar  algunos 
fuertes,  el  ejército  derrotado  tendría  tiempo  para  re- 
hacerse detriis  de  esta  linea,  tomando  fuerzas  para  un 
nuevo  encuentro.  Y  si  por  desgracia  los  alemanes  son 
derrotados  en  el  primer  choque,  la  orilla  izquierda 
del  Rhiti  quedará  perdida  y  tendremos  que  retirarnos 
al  otro  lado  del  rio.» 


El  Estado  Mayor  alemán  si- 
guió creyendo  en  la  imposibi- 
lidad de  una  invasión  por  la 
frontera  francesa,  enorme- 
mente fortificada,  y  buscó  el 
paso  por  Bélgica,  atropellan- 
dü  todos  sus  compromisos  na- 
cionales. 

Estas  revelaciones  del  ge- 
neral belga,  asi  como  los  tra- 
bajos de  los  alemanes  en  su 
frontera,  pusieron  en  guar- 
dia á  Bélgica.  Los  diversos 
ferrocarriles  germánicos  que 
atluían  á  la  frontera  y  los 
enormes  campos  militares  es- 
tablecidos en  Aix-la-Chapelle 
y  -Malmedy  obligaron  al  go- 
liierno  de  Bruselas  en  los  últi- 
mos años  á  acelerar  sus  pre- 
parativos militares.  Gracias 
;i  ellos  pudo  Bélgica  asombrar 
al  mundo  con  una  resistencia 
que  nadie  esperaba. 

(Jreyeron  los  alemanes  que 
la  invasión  de  Bélgica  era 
una  empresa  de  cuarenta  y 

ocho  horas,  y  que  iban  á  llegar  sin  ningún  obstáculo 

hasta,  la  frontera  francesa  del  Norte,  casi  desprovista 

de  fortificaciones. 

La  pequeña  nación  fué  como  David,  y  asestó  una 

pedi-ada  certera  al  Golíath  germánico. 


soi.DAnn   Ki(ANri:s  nK  inkantickia  eos  s\-  KyUIPO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


165 


ULTIMO    DETALLE    DEL    EQUIPO    MILITAR 
Entrega  de  la  medalla  de  ideniidad  á  liis  movilizados  en  uno  de  los  cuarteles  de  París 

(Dibuio  de  Luciano  Joñas,  de  la  •Illiistralion»  de  Parts) 


166 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


1,A    lAMAKA    IJK    DI  J-irTA  DOS    DE    FUANCIA 


X 


Memorable  sesión  del  Parlaineiito  francés 


pp.nn.  ;.No  siontp  pmor.ión  pet«  jefe  joven,  á  quien 
impone  el  destino  r-omo  el  más  pesfido  fardo  ese  poder 
que  tantos  otros  recibieron  como  un  juguete  agrada- 
bleV...  Leo  con  una  voz  que  no  quiere  esforzar  el  men- 
saje del  presidente  de  la  República.  8u  tono  es  calmo- 
so. Pero  sin  embargo,  por  dos  veces  "M.  Viviani  se  ve 
obligado  ¡i  enjugar  el  vaho  que  cubre  los  cristales  de 
sus  lentes.» 

El  relato  oficial  de  la  sesión  dice  más  que  todas  las 
descripciones,  pues  revela  la  fuerza  del  espíritu  na- 
cional en  este  gr.n-e  momento. 


La  sesión  empezó  á  las  tres  de  la  tarde. 

El  presidente  de  la  Cámara,  .M.  Paul  Deschanel, 
ocupó  su  sillón,  mientras  los  diputados  corrían  apre- 
suradamente á  sus  sitios,  llenando  todo  el  hemiciclo. 
Las  tribunas  estaban  repletas.  Fuera  de  la  Cámara 
había  miles  de  personas.  Un  silencio  imponente  pesa- 
ba sobre  el  salón  de  sesiones. 

Seiscientos  diputados  fijaban  sus  ojos  en  Descha- 
nel, esperando  su  palabra.  Un  secretario  leyó  el  de- 
creto del  presidente  de  la  República  ordenando  la  re- 
unión de  las  Cámaras,  y  luego  Deschanel  se  puso  de 
pie,  diciendo  lo  siguiente: 


(Jomo  ya  dijimos,  el  gobierno  Irancés  convocó  las 
Cámaras  en  sesión  extraordinaria  el  4  de  Agosto. 
Diputados  y  senadores  acudieron  al  llamamiento  con 
un  silencio  grave  y  una  dignidad  austera,  sabiendo 
que  la  urgencia  del  momento  imponía  actos  y  no  pa- 
labras. 

Todos  so  daban  cuenta  de  la  importancia  de  sus 
decisiones.  Los  socialistas  estaban  anonadados  aún 
por  la  pérdida  de  .laurés.  El  mismo  día  por  la  mañana 
se  habia  verificado  su  entierro.  Su  asiento  fué  el  único 
que  permaneció  vacio  durante  la  famosa  sesión.  De- 
trás de  él  estaba  llarcelo  Sembat  con  el  rostro  cris- 
pado por  la  emoción,  como  un  discípulo  ante  la  turaba 
del  maestro.  Vaillant  Renaudel,  (iroussíer,  todos  los 
revolucionarios  amigos  de  la  paz,  que  dias  antes  cla- 
maban contra  la  guerra,  ocupaban  sus  puestos  para 
aceptar  una  guerra  inevitable,  impuesta  por  la  sober 
l)ia  del  enemigo,  y  aplaudieron  las  declaraciones  gu- 
bernamentales al  mismo  tiempo  que  los  diputados  más 
reaccionarios. 

Deschanel,  el  presidente  de  la  Cámara,  tuvo  en 
ciertos  momentos  que  suspender  su  vibrante  discurso. 
La  emoción  anudó  su  garganta:  las  lágrimas  velaron 
su  voz. 

«He  aqui — dice  un  cronista  de  esta  sesión  memora 
ble — á  M.  Viviani,  que  avanza  para  subir  á  la  tribu- 
na. Este  hombre,  todavía  joven,  lleva  sobre  sus  es- 
paldas la  responsabilidad  del  poder  en  un  momento 
supremo.  Sin  embargo,  no  parece  aplastado  por  el 
peso.  Bajo  su  frente  sólida  y  dura  los  ojos  permanecen 
en  calma.  Su  mandíbula  parece  avanzar.  El  rostro, 
tallado  rudamente,  expi-esa  la  energía  que  todos  de- 


DISCURSO  DEL  PRESIDENTE  DESCHANEL 

En  los  graves  acontecimientos  que  atraviesa  Fran- 
cia, una  horrible  desgracia  nos  ha  herido  á  todos.  .lau- 
ros... (Todos  los  diputados  se  ponen  de  pie)  .lauros  ha 
sido  asesinado  por  un  demente  á  la  hora  misma  en  que 
volvía  de  intentar  un  esfuerzo  supremo  en  favor  de  la 
]>ii7,  y  de  la  unión  nacional.  Una  elocuencia  magnifica, 
una  gran  potencia  para  ol  trabajo  y  una  cultura  ex- 
traordinaria; un  corazón  generoso  dedicado  por  entero 
á  la  justicia  social  y  á  la  fraternidad  humana,  al  que 
sus  mismos  contradictores  sólo  le  podían  reprochar 
una  cosa:  sustituir  en  sus  impulsos  hacia  el  porvenir 


LA    TRIBIXA    DE    LA    CÁMARA 


HiSTODiA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


167 


la  dura  realidad  que  nos  oprime  con  las  más  nobles 
esperanzas;  he  aqui  lo  que  un  crimen  odioso  nos  ha 
arrebatado.  (Vicos  aplausos  en  todos  los  bancos.) 

El  dolor  de  su  familia  y  de  sus  amigos  es  nuestro 
dolor.  Los  que  tantas  veces  discutieron  sus  ¡deas,  ad- 
mirando su  fuerza  intelectual,  reconocían,  á  pesar  de 
todo,  lo  mucho  que  debíamos  en  nuestras  controversias 
á  este  cerebro  grande  y  luminoso.  Sus  adversarios 
sienten  tanto  dolor  como  sus  amigos,  y  se  inclinan  con 
tristeza  delante  de  esta  tribuna,  que  está  de  duelo... 
¡Pero  qué  digo!  ¿Acaso  quedan  aún  adversarios?  No: 
ya  no  hay  más  que  franceses...  (Aclamarionei  prolon- 
gadas y  unánimes  que  interrumpen  o!  orador  por  al- 
gún tiempo),  franceses  que 
desde  hace  cuarenta  y  cua- 
tro años  han  hecho  por  la 
causa  de  la  paz  todos  los 
sacriñcios  (Vivos  aplausos) 
y  que  hoy  están  prontos  ;i 
todos  los  sacrificios  por  la 
más  santa  de  las  causas:  la 
salud  de  la  civilización 
(Nuevos  aplausos  en  todos 
los  bancos),  la  libertad  de 
Francia  y  la  libertad  de  Eu- 
ropa. (Aclamaciones  pro- 
longadas y  unánimes.  Gri- 
tos de  *¡Viva  Franciah) 

Del  féretro  de  ese  hom- 
bre, que  pereció  mártir  de 
sus  ideas,  surge  un  pensa- 
miento de  unión:  de  sus  la- 
bios helados  surge  un  gri- 
to de  esperanza.  Mantener 
esta  unión,  realizar  esta  es- 
peranza por  la  patria,  por 
la  justicia,  por  la  concien- 
cia humana  (Nuevos  a  plan 
sos),  ¿no  es  el  más  digno  ho- 
menaje que  todos  nosotros 
podemos  rendirleV  (Toda  la 
Cámara  aplaude  frenética- 
mente. Las  tribunas  se 
unen  á  esta  manifestación. 
Suenan  repetidos  gritos  de 

«¿Viva  Francia!'^  Los  diputados  acuerdan  por  unani- 
midad que  el  discurso  de  Deschanel  sea  fijado  oficial- 
mente en  todos  los  pueblos  de  la  República.) 

Al  subir  á  la  tribuna  M.  Viviani,  presidente  del 
Consejo  de  Ministros,  es  saludado  con  una  larga  ova- 
ción. Antes  de  pronunciar  su  discurso,  Viviani  dio 
lectura  al  siguiente 

MENSAIE  DEL  PRESIDENTE  DE  LA  REPÚBLICA 

Francia  acaba  de  ser  objeto  de  una  agresión  bru- 
tal y  premeditada,  que  es  un  insolente  desafio  al  de- 
recho de  gentes. 


l'AUL   DBSCHANBL 


Antes  de  que  una  declaración  de  guerra  nos  haya 
sido  dirigida,  y  antes  también  de  que  el  embajador 
de  Alemania  pidiese  sus  pasaportes,  nuestro  territorio 
ha  sido  violado.  El  Imperio  de  Alemania  no  hizo 
ayer  noche  más  que  dar  tardíamente  su  nombre  ver- 
dadero á  un  estado  que  de  hecho  habia  creado  mucho 
antes. 

Desde  hace  más  de  cuarenta  años,  ios  franceses, 
con  un  sincero  amor  á  la  paz,  han  repelido  al  fondo 
de  su  corazón  el  deseo  de  legitimas  reparaciones.  (Viva 
aprobación.) 

Francia  ha  dado  al  mundo  el  ejemplo  de  una  gran 
nación,  que  elevándose  sobre  el  desastre  por  la  vo- 
luntad, la  paciencia  y  el 
trabajo,  no  ha  usado  de  su 
fuerza  renovada  y  rejuve- 
necida más  que  en  interés 
del  progreso  y  por  el  bien 
de  la  humanidad.  (Aplausos 
unánimes.) 

Después  que  el  ultimá- 
tum de  xVustria  abrió  una 
crisis  amenazante  para  Eu- 
ropa entera,  Francia  se  ha 
limitado  á  seguir  y  reco- 
mendar, por  todos  lados, 
una  política  de  prudencia, 
de  cordura  y  de  modera- 
ción. 

Nadie  puede  imputarle 
un  acto,  un  gesto,  una  pala- 
bra, que  no  haya  sido  de 
paz  y  de  conciliación.  (Nue- 
vos aplausos.) 

Eln  esta  hora  de  los  pri- 
meros combates  tiene  el  de- 
recho de  hacerse  justicia  á 
si  misma,  afirmando  so- 
lemnemente que  hasta  el 
ultimo  momento  ha  realiza- 
do esfuerzos  supremos  para 
impedir  la  guerra  que  aca- 
ba de  estallar,  y  de  la  cual 
el  Imperio  de  Alemania  so- 
portará ante  la  Historia  la 
abrumadora  responsabilidad.  (Aplausos  prolongados.) 
Precisamente  cuando  nuestros  aliados  y  nosotros 
manifestábamos  la  esperanza  de  que  continuasen  pa- 
cificamente las  negociaciones  entabladas  bajo  los  aus- 
picios del  Gabinete  de  Londres,  el  Imperio  alemán  ha 
declarado  súbitamente  la  guerra  ;i  Rusia.  Después  ha 
invadido  el  territorio  del  Luxemburgo,  ha  insultado 
de  un  modo  ulti-ajante  á  la  noble  nación  belga,  nues- 
tra vecina  y  nuestra  amiga  (Aplausos  redoblados),  y 
ha  intentado  sorprendei-nos  traidoramente  en  plena 
conversación  diplomática.  ( Nuevos  aplausos.) 

Pero  Friincia  velaba.  Tan  previsora  como  pacifica, 
ella  se  habia  preparado.  Y  nuestros  enemigos  van  á 


168 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


:% 


encontrar  en  su  camino  nuestras  valientes  tropas  de 
cobertura  (  Vivog  aplauso8),  que  están  en  su  puesto  de 
batalla  y  á  cuyo  abrigo  se  acabará  metódicamente  la 
movilización  de  nuestras  fuerzas  nacionales. 

Nuestro  hermoso  y  valeroso  ejército,  que  Francia 
acompaña  hoy  con  su  pensamiento  maternal,  se  ha 
puesto  de  pie,  vibrante  de  entusiasmo  (¡Si!  ¡Si!  jBra 
vol),  para  defender  el  iionor  de  la  bandera  y  el  suelo 
de  la  patria.  (Viva  aprobación.) 

El  Presidente  de  la  Kcpública,  intérprete  de  la 
unanimidad  del  pais  (Muy  bien,  mu;/  bien),  expresa  á 
nuestras  tropas  de  tierra  y  do  mar  la  admiración  y  la 
confianza  de  todos  los  franceses.  (Repetidos  aplaunog.) 
Estrechamente  unida  por  un  mismo  sentimiento,  la 
nación  seguirá  mostrando  la  misma  serenidad  de  que 
ha  dado  una  prueba  cotidiana  desde 
el  principio  de  la  crisis.  Sabrá  con- 
ciliar como  siempre  los  más  gene- 
rosos impulsos  y  los  ardores  más 
entusiastas,  con  esa  calma  firme 
que  es  el  signo  de  las  energías  dura- 
bles y  la  mejor  garantía  de  la  vic- 
toria. (Aprobación.) 

En  la  guerra  que  ahora  empieza, 
Francia  tendrá  á  favor  suyo  el  Dere- 
cho, del  cual  los  pueblos,  lo  mismo 
que  los  individuos,  no  pueden  im- 
punemente desconocer  la  eterna  po- 
tencia moral. 

Francia  será  defendida  heroica- 
mente por  todos  sus  hijos,  cuya 
unión  sagrada  frente  al  enemigo 
nadie  podrá  romper  (Muy  bien,  bra- 
vo), y  que  hoy  aparecen  fraternal- 
mente unidos  en  una  misma,  fe  pa- 


denado  la  guerra  europea  y  obligado  á  la  Francia, 
pacifica  y  fuerte,  á  defender  su  frontera  contra  una 
agresión  insólita,  subrayada  por  una  odiosa  injusticia. 
(Muy  bien,  muy  bien.) 

Esta  agresión,  que  nada  puede  excusar  y  que  ha 
comenzado  mucho  antes  de  que  nos  fuese  notificada 
ninguna  declaración  de  guerra,  es  el  último  acto  de  un 
plan  cuyo  origen  y  fines  quiero  revelar  ante  nuestra 
democracia  y  ante  la  opinión  civilizada.  (Muy  bien.) 

(^orao  consecuencia  del  crimen  abominable  (jue 
costó  la  vida  al  archiduque  heredero  de  Austria-Hun- 
gría y  á  la  ducjuesa  de  Hohenberg,  varias  dificulta- 
des surgieron  entre  el  Gabinete  de  Viena  y  el  Gabine- 


le  de  iielgrado. 


.  iiSSAGE    .: 

riii:si{)í;vr»E  ü  HínniííHií  \ 


..^.-...-■,-:..!    -r-'T-.-v    .I^iV..'? 


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á 


triótica  y  una  misma  indignación 


contra  el  agresor. 

Francia  es  fielmente  secundada 
por  su  aliada  Rusia  (Aplausos)  y  se 
ve  sostenida  por  la  leal  amistad  de  Inglaterra.  (Aplau- 
sos prolongados.) 

Ya  en  estos  momentos  vienen  hacia  ella  de  todos 
los  puntos  del  mundo  civilizado  las  simpatías  y  los 
deseos  de  triunfo,  porque  ella  representa  hoy,  una  vez 
más  ante  el  universo,  la  Libertad,  la  Justicia  y  la 
Razón. 

Arriba  los  corazones,  y  ¡viva  Francia!  (Una  ova- 
ción inmensa  de  toda  la  asamblea,  puesta  de  pie,  salu- 
da el  final  del  mensaje.  Cuando  se  restablece  el  silencio 
y  cesan  las  aclamaciones,  M.  Viciani  pide  la  palabra 
para  hablar  en  nombre  del  Gobierno.) 

I31SCURSO  DE  M.   RENE  VIVÍAN! 

Señores:  El  embajadoi'  de  Alemania  ha  salido  ayer 
de  Paris,  después  de  notificarnos  el  estado  de  guerra. 

El  Gobierno  debe  al  Parlamento  un  relato  verídico 
de  los  hechos  que  en  menos  de  diez  días  han  desenca- 


MENSA.IE    IIKL    PRESIDENTE    DE    LA 
UBi-lIlLICA 


La  mayor  parte  de  las  potencias  sólo  estaban  in- 
formadas de  esto  oficiosamente, 
hasta  el  viernes  24  de  Julio,  fecha 
en  la  que  los  embajadores  de  Aus- 
tria-Hungría les  remitieron  una  cir- 
cular que  la  prensa  ha  publicado. 
Esta  circular  tenía  por  objeto  la 
explicación  y  justificación  de  un  ul 
timatum  dirigido  en  la  noche  ante- 
rior al  Gobierno  de  Servia  por  el 
ministro  de  Austria-Hungría  en  Bel- 
grado. 

Dicho  ultimátum,  después  de  afir- 
mar hi  complicidad  de  numerosos 
súl)ditos  y  asociaciones  de  Servia 
en  el  crimen  de  Serajevo,  insinua- 
ba que  las  autoridades  oficiales  ser- 
vias habían  participado  también  en 
el  atentado.  La  Nota  exigi;i  para  el 
sábado  '25  de  Julio,  á  las  seis  de  la 
tarde,  una  respuesta  de  Servia. 

Las  satisfacciones  exigidas,  ó  al 
menos  gran  parte  de  ellas,  atenta- 
ban   indiscutiblemente   contra    los 
derechos  de   un   Estado  soberano. 
Pero  á  pesar  de  su  carácter  excesivo,  Servia,  el  '26  de 
Julio,  se  sometió  á  ellas  casi  sin  reserva  alguna. 

A  esta  sumisión,  que  representaba  para  Austria  un 
gran  éxito  y  para  la  paz  europea  una  garantía,  con- 
tribuyeron desde  la  primera  liora  los  consejos  que 
Francia,  Rusia  y  la  (íran  Bretaña  dirigieron  al  Go- 
bierno de  Belgrado. 

Estos  consejos  eran  de  gran  valor,  si  se  tiene  en 
cuenta  que  las  exigencias  austro-húngaras  habían  sido 
ocultadas  á  las  cancillerías  del  Triple  Acuerdo,  y  que 
en  las  tres  semanas  anteriores  el  Gobierno  austro- 
húngaro  les  dio  repetidas  veces  la  seguridad  de  que 
sus  reivindicaciones  serian  en  extremo  moderadas. 

Asi,  pues,  con  un  justo  asombro,  los  Gabinetes 
de  Paris,  San  Petersburgo  y  Londres  se  enteraron  el 
•Jt)  de  Julio  de  que  el  ministro  de  Austria  en  Belgrado, 
después  de  un  examen  de  la  respuesta  servia  por  sólo 
breves  mintitos,  la  declaró  inaceptable  rompiéndolas 
relaciones  diplomáticas. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


169 


¡NO  SE  PASA! 


«Francia  será  defendida  heroicamente  por  lodos  sus  hijos,  cuya  unión  sagrada  frente  al  enemigo  nadie  podrá  romper.» 

{Del  Mensaje  Presidencial) 

Dibiiio  de  Georges  Scolt,  de  la  «lliustralion'  de  Parts 


170 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


LA.   SALA    DE   SESIONES    DK    LA    CÁMARA    FRANCESA 

Esta  estupefacción  se  agravó  aun  míis  por  el  beclio 
de  que  el  viernes  24  el  embajador  de  Alemania  en 
París  vino  á  leer  al  ministro  francés  de  Negocios  Ex- 
tranjeros una  Nota  veibal  afirmando  que  el  conflicto 
austro-servio  debía  quedar  localizado,  sin  interven- 
ción de  las  grandes  potencias,  pues  de  no  ser  así 
habría  que  temer  «consecuencias  incalculables». 

Una  gestión  análoga  hizo  Alemania  al  dia  siguien- 
te, sábado  2."),  en  Londres  y  San  Petersburgo. 

Creo  inútil,  Señores,  llamar  vuestra  atención  sobre 
el  contrast(>  que  existe  entre  los  términos  amenazado- 
res empleados  por  el  embiíjador  de  Alemania  en  París 
y  los  sentimientos  de  conciliación  que  habían  demos- 
trado las  potencias  del  Triple  Acuerdo  dando  al  Go- 
bierno de  Servia  consejos  para  que  fuese  sumiso. 

A  pesar  del  carácter  anormal  de  esta  gestión  ale- 
mana, nosotros,  de  acuerdo  con  nuestros  aliados  y 
nuestros  amigos,  iniciamos  inmediatamente  una  ac- 
ción conciliatoria  invitando  al  (Gobierno  alemán  para 
que  se  uniese  á  nuestras  gestiones. 

Desde  el  primer  momento  tuvimos  la  triste  convic- 
ción de  que  nuestras  disposiciones  y  nuestros  esfuer- 
zos no  iban  á  obtener  en  Berlín  eco  alguno. 

Alemania  no  sólo  se  mostraba  reacia  á  dar  á  Aus- 
tria-Hungría los  consejos  amigables  que  su  situa- 
ción le  autorizaba  á  formular,  sino  que  desde  el  pri- 
mer dia,  y  más  aún  en  los  días  siguientes,  pareció 
interponerse  entre  el  gabinete  de  Viena  y  las  propo- 
siciones de  transacción  formuladas  por  las  otras  po- 
tencias. 

El  martes  28  de  Julio,  Austria-Hungría  declaró  la 
guerra  á  Servia.  Esta  declaración  de  guerra  agravan- 
do cuarenta  y  ocho  horas  después  el  estado  de  cosas 
creado  por  la  ruptura  de  relaciones  diplomáticas,  per- 
mitía creer  en  una  voluntad  reflexiva,  deseosa  de  la 


guerra,  y  en  un  programa  sistemá- 
tico que  tenia  por  objeto  la  servi- 
dumbre de  Servia. 

De  este  modo  se  encontraba  com- 
prometido, no  solamente  la  indepen- 
dencia de  un  pueblo  valeroso,  sino 
el  equilibrio  de  los  Balkanes,  inscrito 
en  el  tratado  do  Bucarest  de  1913  y 
consagrado  por  la  adhesión  moral  de 
todas  las  grandes  potencias. 

Á  pesar  de  esto,  obedeciendo  á  la 
sugestión  del  Gobierno  británico,  dis- 
puesto siempre  del  modo  más  Arme 
al  mantenimiento  de  la  paz  europea, 
las  negociaciones  conciliadoras  se 
prosiguieron,  ó  más  exactamente,  las 
potencias  del  Triple  Acuerdo  inten- 
taron proseguirlas. 

De  este  deseo  común  surgió  la  pro- 
posición de  una  actuación  de  cuatro 
potencias,  Inglaterra,  Francia,  Ale- 
mania é  Italia,  que  asegurarían  á 
Austria  todas  las  satisfacciones  legi- 
timas, resolviendo  con  equidad  el  conflicto. 

El  miércoles  29  el  Gobierno  ruso,  viendo  el  persis- 
tente fracaso  de  todas  sus  tentativas  pacificadoras,  y 
en  presencia  de  la  movilización  y  la  declaración  de 
guerra  austríacas,  temió  que  Servia  fuese  aplastada 
militarmente,  y  decidió  á  título  preventivo  la  movili- 
zación de  las  tropas  de  cuatro  de  sus  distritos  milita- 
res, en  orden  de  formaciones  escalonadas  á  lo  largo 
de  la  frontera  austro-húngara  únicamente. 

Haciendo  esto  tuvo  la  precaución  de  avisar  al 
Gobierno  alemán  que  esta  era  una  medida  limitada 
solamente  á  Austria,  para  precaverse  de  ella,  y  que 
en  modo  alguno  iba  dirigida  contra  Alemania. 

En  una  conversación  con  el  embajador  de  Rusia  en 
Berlín,  el  ministro  alemán  de  Negocios  Extranjeros 
no  hizo  ninguna  resistencia  á  reconocer  la  verdad  do 
tales  manifestaciones. 

Jlientras  tanto,  todo  lo  que  intentaba  la  Gran  Bre- 
taña con  la  adhesión  de  Rusia  y  el  apoyo  de  Francia 
para  establecer  el  contacto  entre  Austria  y  Servia, 
bajo  el  patronato  moral  de  Europa,  tropezaba  en  Ber- 
lín con  una  resistencia  preconcebida,  de  la  cual  los 
despachos  diplomáticos  proporcionan  una  prueba  evi- 
dente. 

Era  esta  una  situación  insostenible  que  hacía  pre- 
sentir de  un  modo  claro  la  existencia  en  Berlín  de 
ciertos  planes.  Algunas  horas  más  tarde,  estas  hipó- 
tesis y  estos  temores  debían  trans/ormarse  en  hechos 
ciertos. 

La  actitud  negativa  de  Alemania  se  convirtió  trein- 
ta j'  seis  horas  después  en  iniciativas  justamente  alar- 
mantes. El  31  de  Julio,  Alemania,  proclamando  el  es- 
tado de  guerra,  cortaba  las  comunicaciones  entre  ella 
y  el  resto  de  Europa,  y  de  este  modo  conseguía  una 
entera  libertad  para  proseguir  contra  Francia,  en 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


171 


un  secreto  absoluto,  sus  pre- 
parativos militares,  que  como 
habéis  visto  no  tenían  justifica- 
ción alguna. 

Desde  muchos  dias  antes,  y 
en  condiciones  dificiles  de  ex- 
plicar, Alemania  había  pre- 
parado el  paso  de  su  ejército 
del  pie  de  paz  al  pie  de  guerra. 

El  25  de  Julio  por  la  mañana, 
ó  sea  antes  de  que  expirase  el 
plazo  marcado  á  Servia  para 
contestar  el  ultimátum  austria- 
co,  Alemania  había  acuartela- 
do ya  sus  guarniciones  de  Alsa- 
cia  y  Lorena.  El  mismo  día  ha- 
bía puesto  en  estado  de  arma- 
mento todas  sus  fortificaciones 
próximas  á  la  frontera.  El  26 
había  ordenado  á  los  ferrocarri- 
les alemanes  las  medidas  pre- 
paratorias de  hx  concentración  de  fuerzas.  El  27  había 
efectuado  sus  requisas  y  colocado  en  sus  sitios  las  tro- 
pas de  cobertura.  El  28  había  comenzado  los  llama- 
mientos individuales  de  reservistas,  aproximando  ;i 
la  frontera  los  cuerpos  alejados. 

Todas  estas  medidas,  ejecutadas  con  un  método 
implacable,  ¿podían  permitir  dudas  sobre  las  inten- 
ciones de  Alemania?... 

Esta  era  la  situación,  cuando  el  31  de  .Julio  por  la 
noche  el  Gobierno  alemán,  que  desde  el  24  no  había 
participado  con  ningún  acto  positivo  en  los  esfuerzos 
conciliadores  del  Triple  Acuerdo,  dirigió  al  Gobierno 
ruso  un  ultimátum  con  el  pretexto  de  que  Rusia  había 


SALUN    DB    CONFERENCIAS 


UNA    SESIÓN    DB    LA    CÁMARA 

ordenado  la  movilización  general  de  sus  ejércitos  y 
exigiendo  que  detuviese  dicha  movilización  en  el  plazo 
de  doce  horas. 

pjSta  exigencia,  tanto  más  ofensiva  en  su  forma  si 
se  tiene  en  cuenta  que  algunas  horas  antes  el  empe- 
rador Nicolás  II,  en  un  arranque  de  confianza  espon- 
tánea, había  pedido  al  emperador  de  Alemania  su 
mediación,  se  produjo  en  el  preciso  momento  que  el 
(lobierno  ruso,  á  la  demanda  de  Inglaterra  y  con  co- 
nocimiento de  Alemania,  aceptaba  una  fórmula  capaz 
de  preparar  un  arreglo  amigable  del  confiicto  austro- 
servio  y  de  las  dificultades  austro-rusas,  suspendién- 
dose simultáneamente  por  arabas  partes  las  ope- 
raciones y  preparativos  militares. 

Imi  el  mismo  día  la  gestión  hostil  de 
Alemania  respecto  á  Rusia  se  doblaba 
con  una  serie  de  actos  francamente 
hostiles  contra  Francia:  ruptura  de 
comunicaciones  cortando  los  caminos, 
vías  férreas,  telégrafos  y  teléfonos; 
captura  de  locomotoras  francesas  al 
llegar  á  la  frontera,  colocación  de 
ametralladoras  en  medio  de  las  vías 
cortadas  y  concentración  de  tropas  en 
dicha  frontera. 

Desde  este  momento  ya  no  pudimos 
creer  en  la  sinceridad  de  las  declara- 
ciones pacíficas  que  el  representante 
de  Alemania  continuaba  prodigándo- 
nos. (Movimiento  en  la  Cámara.) 

Sabíamos  nosotros  que  al  abrigo  del 
estado  de  guerra  proclamado  en  Ale- 
mania ésta  realizaba  su  movilización, 
'reñíamos  noticias  ciertas  de  que  seis 
clases  de  reservistas  habían  sido  lla- 
madas á  las  armas  y  que  los  transpor- 
tes de  concentración  se  proseguían. 


PRIMEROS   DÍAS   DE  LA  MOVILIZACIÓN  EN  PARÍS. 


REQUISA    DE   AÜTOMOVIl  KS    DE    I.U.IO 


(Fot    Rol) 


>--MB¿¿¿¿*-'iiittífflr£3&t¿-ja<¿i  ■ 


KBtjriSA    DE   CAMIONES    AUTOMÓVILES    PARA    BL    EJÉRCITO.    EN    SK(iUNDO   TÉRMINO    SE    VEN    ALGUNO.S 


L>E   LOS    PRINCIPALES    DIARIOS    DE    PARÍS 


(Fot.  Meuri.sse) 


REQUISA  DE  AUTOMÓVILES,  BICICLETAS  Y  MOTOCICLETAS 


REQUISA    JlE   AUTOMÓVILES    EN    LA    EXPLANADA    DE    LOS    INVÁLIDOS 


REQUISA    DE    BICICLETAS 


KBQUISA   DB  MOTOCICLETAS 


(Fots.  Meurisso) 


174 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


trasladando  ala  frontera  cuerpos  de  ejercito  que  guar- 
necían puntos  muy  distantes. 

Á  medida  que  estos  acontecimientos  se  desarrolla- 
ban, nuestro  Gobierno,  atento  y  vigilante,  tomaba  de 
dia  en  día  y  hasta  de  hora  en  hora  las  medidas  de  sal- 
vaguardia aconsejadas  por  la  situación.  Hasta  que  el 
1."  de  Agosto  acordamos  nosotros  la  movilización  ge- 
neral de  nuestros  ejércitos  de  tierra  y  mar. 

La  misma  noche,  á  las  siete  y  media,  Alemania, 
sin  tener  en  cuenta  la  aceptación  del  gabinete  de 
San  Petersburgo  de  la  proposición   inglesa  que   he 


el  "2  de  Agosto  por  la  noche  al  Gobierno  belga  un  ulti- 
matum,  invitándole  á  facilitar  en  Bélgica  las  opera- 
ciones militares  de  los  alemanes  contra  Francia,  con 
el  mentiroso  pretexto  de  que  su  neutralidad  estaba 
amenazada  por  nosotros.  lU  (iobierno  belga  se  negó  á 
esta  pretensión  declarando  que  estaba  resuelto  á  defen- 
der enérgicamente  su  neutralidad,  respetada  siempre 
por  Francia  y  garantizada  por  los  tratados,  particu 
lamiente  por  el  i-ey  de  Prusia.  (Aplausos  prolongados.) 
Después  de  esto.  Señores,  las  agresiones  contra 
nosotros  se  han  renovado^  multiplicado  y  acentuado. 


EL    RKOIMIBNTO    ANTBS    DE    PAKTlli.    1.08    HAU1Í.S    UM    Fl  .SILB.S    HAN    SIDO    ADOKNADÜS   tO.N    Fc.llKKS    POU    LAS   .SRNOIíAS 


mencionado  antes,  declaraba  la  guerra  á   Rusia. 

Al  dia  siguiente,  domingo  2  de  Agosto,  sin  mira 
mientes  á  la  extrema  moderación  demostrada  por 
Francia,  en  contradicci()n  con  las  declaraciones  paci- 
licas  del  embajador  de  Alemania  en  París,  y  con  me- 
nosprecio de  todas  las  reglas  del  dereclio  internacio- 
nal, las  tropas  alemanas  franquearon  nuestra  frontera 
por  tres  puntos  diferentes. 

Casi  al  mismo  tiempo,  violando  el  tratado  de  18G7, 
que  garantizó  Prusia  con  su  firma  sobre  la  neutralidad 
del  Luxemburgo,  otras  tropas  alemanas  invadieron  el 
territorio  del  Gran  Ducado,  motivando  una  protesta 
del  Gobierno  luxemburgués. 

En  fin,  la  neutralidad  de  Bélgica  también  fué  ame- 
nazada. El  ministro  de  Alemania  en  Bruselas  entregó 


Nuestra  frontera  ha,  sido  violada  en  más  do  quince 
lugares.  Se  han  hecho  nunicM-osos  disparos  contra 
nuestros  soldados  y  nuestros  adu;in(>ros.  Ha  habido 
varios  muertos  y  heridos.  Ayer  un  aviador  alemán 
lanzó  tres  bombas  sobre  Luneville. 

El  embiíjador  de  .Memaiiia,  á  quien  comunicamos 
estos  hcciios — asi  como  á  todas  las  grandes  poten- 
cias— ,  no  ha  podido  desmentirlos  y  sólo  dijo  que  los 
lamentaba.  Ayer  por  la  tarde  vino  á  verme  para  pe- 
dirme los  pasaportes  y  notifícarnos  el  estado  de  gue- 
rra, funilamentándolo,  contra  toda  verdad,  en  actos 
iiostiles  cometidos  por  aviadores  franceses  en  territo- 
rio alemán,  sobre  la  región  de  Eiffel  y  sobre  el  ferro- 
carril de  Carlsruhe  á  Xuremberg.  He  aquí  el  docu- 
mento que  me  entregó: 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


175 


(M.  Vioiani  da  lectura  á  la  carta  del  embajador 
Schoen,  que  ya  copiamos  en  otro  lugar.) 

Inútil  es,  Señores,  que  insista  sobre  lo  absurdo  de 
estos  pretextos  (¡Muy  bien!)  que  se  htin  querido  pre- 
sentar como  vei'daderos  atentados.  En  ningún  mo- 
mento un  aviador  francés  ha  penetrado  en  Bélgica. 
Ningún  aviador  francés  ha  cometido  en  Baviera  ni  en 
otra  parte  de  Alemania  actos  de  hostilidad.  La  opi- 
nión europea  ha  juzgado  ya  como  lo  merecen  estas 
invenciones  miserables.  (Unánimes  aplmisos.) 

Contra  este  ataque  que  viola  todas  las  leyes  de 


Desde  1912  han  verificado  varias  entrevistas  los 
Estados  Mayores  inglés  y  francés.  Estas  entrevistas 
dieron  por  consecuencia  un  cambio  de  cartas  entre 
Sir  Edward  Grey  y  M.  Paul  Cambon.  El  ministro  in- 
glés de  Relaciones  Exteriores  dio  ayer  lectura  de  ellas 
en  la  Cámara  de  los  Comunes,  y  de  acuerdo  con  el 
Gobierno  británico  voy  á  tener  el  honor  de  leeros  estos 
dos  documentos. 

(M.  Viviani  lee  las  dos  cartas  que  ya  hemos  publi- 
cado al  reseñar  la  sesión  dpi  Parlamento  inglés.) 

En  la  Cámara  de  los  Comunes  el  ministro  de  Nego- 


KBSBRVISTAS    ESPERANDO    UN    TREN    PARA    MARCHAR    A    LA    GUERRA 


equidad  y  todas  las  reglas  del  derecho  público,  hemos 
tomado  ya  las  disposiciones  necesarias.  Su  ejecución 
se  continúa  con  un  método  riguroso  y  una  absoluta 
serenidad. 

La  movilización  del  ejército  ruso  se  prosigue  igual- 
mente con  una  energía  inquebrantable  y  un  entusias- 
mo sin  restricción.  (Grandes  aplausos.  Todos  los  dipu- 
tados se  ponen  de  pie.) 

El  ejército  belga,  movilizado  hasta  250.000  hom- 
bres, se  dispone  á  defender  con  magnifico  ardor  la 
neutralidad  y  la  independencia  de  su  pais.  (Nuevos 
aplausos.) 

La  rtota  inglesa  ha  sido  movilizada  por  entero,  y 
acaba  de  darse  la  orden  para  movilizar  el  ejército  de 
tierra.  (Se  repite  la  ovación  ) 


cios  Extranjeros  habló  de  Francia,  entre  los  aplausos 
de  los  diputados,  en  términos  elogiosos  y  caballeres- 
cos, y  su  lenguaje  ha  resonado  profundamente  en  todos 
los  corazones  franceses.  (Aplausos  unánimes.) 

En  nombre  del  Gobierno  de  la  República  creo  ne- 
cesario dar  las  gracias  desde  lo  alto  de  esta  tribuna  al 
Gobierno  inglés  por  la  cordialidad  de  sus  palabras,  y 
el  Parlamento  francés  seguramente  se  asociará  á  esta 
manifestación.  (Aplausos  prolongados.) 

El  ministro  inglés  de  Negocios  Extranjeros  ha 
hecho  especialmente  esta  declaración: 

«En  el  caso  de  que  la  escuadra  alemana  franquea- 
se el  Estrecho,  ó  remontase  el  mar  del  Norte  para 
doblar  las  islas  Británicas  con  el  fin  de  atacar  las 
costas  francesas,  la  marina  de  guerra  francesa  ó  in- 


176 


VICENTE  tíLASCO  IBANEZ 


RESBKVllSTAS    DiHKl  lliNIlOSE    A    l.A    BhTAClON 

(Fot.  Rüll 

quietar  á  la  marina  mercante,  la  escuadra  inglesa  in- 
tervendrá para  dar  á  la  marina  francesa  toda  su  pro- 
tección, de  suerte  que  á  partir  de  este  momento  Ingla- 
terra y  Alemania  quedarán  en  estado  de  guerra.» 
(Aphiu><o-s  prolongados.) 

En  este  momento  la  Hota  inglesa  cubre  nuestras 
costas  del  Norte  y  del  Oeste  para  impedir  una  agre- 
sión alemana. 

Señores,  he  aqui  los  hechos.  Yo  creo  que  en  su  ri- 
guroso encadenamiento  bastan  para  justificar  los  ac- 
tos del  Gobierno  de  la  República.  Quiero,  sin  embar- 
go, deducir  de  este  relato  una  conclusión,  dando  su 
verdadero  sentido  á  la  agresión  incalificable  de  que  es 
victima  Francia. 

Los  vencedores  de  1870  han  intentado  en  diversas 
ocasiones,  como  vosotros  sabéis  muy  bien,  repetirlos 
golpes  que  nos  asestaron  en  aquella  fecha.  En  1875 
una  nueva  guerra  preparada  por  ellos  con  el  propó- 
sito de  rematar  á  la  Francia  derrotada,  sólo  pudo  im- 
pedirse gracias  á  la  intervención  de  dos  potencias,  que 
más  tarde  debían  unirse  ;i  nosotros  con  fuertes  lazos 
de  amistad  (Aplausos  unánimes),  por  la  intervención 
de  llusia  y  de  la  Gran  Bretaña.  (Todos  los  diputados 
se  levantan  y  aplauden  largamente.) 

Desde  entonces  la  República  Francesa,  por  la  res- 
tauración de  sus  fuerzas  nacionales  y  la  conclusión  de 
acuerdos  diplomáticos  cumplidos  fielmente,  ha  conse- 
guido librarse  del  yugo  que  Bismarck  hizo  pesar  sobre 
Europa  en  plena  paz. 

Francia  ha  restablecido  el  equilibrio  europeo,  ga- 
i-antía  de  la  libertad  y  la  dignidad  de  cada  pueblo. 

Yo  no  vacilo  en  declarar,  Señores,  que  esta  obra 


de  reparación  pacifica,  de  emancipación  y  de  digni- 
dad, consagrada  definitivamente  en  1904  y  1907  por 
el  concurso  genial  del  rey  Eduardo  VII  de  Inglaterra 
y  del  Gobierno  de  la  Corona,  es  lo  que  el  Imperio  ale- 
mán quiere  destruir  hoy  por  un  audaz  golpe  de  fuerza. 
{Vivos  aplausos.) 

Alemania  nada  nos  puede  reprochar. 

Nosotros  hemos  hecho  en  favor  de  la  paz  un  sacri- 
ficio sin  precedentes,  aguantando  en  silencio  durante 
cuarenta  y  cuatro  años  la  herida  abierta  por  ella  en 
nuestro  costado.  (Vivos  aplausos.) 

liemos  hecho  otros  sacrificios  en  todos  los  debates 
(jue  desde  1904  ha  provocado  sistemáticamente  la  di- 
plomacia imperial,  lo  mismo  en  la  cuestión  de  ]\larrue- 
ros  que  en  otras  cuestiones,  principalmente  en  1905, 
r.iOC),   l'.H)8  y  1911. 

T;nnl>icn  Rusia  ha  dado  pruebas  de  una  gran  mo- 
delación, lo  mismo  en  los  acontecimientos  de  191)8  que 
en  la  actualidad. 

Esta  moderación  la  observó  igualmente  Rusia  y  el 
Triple  Acuerdo  con  ella,  cuando  en  la  crisis  oriental 
de  1912  Austria  y  Alemania  formularon,  unas  veces 
contra  Servia  y  otras  contra  Grecia,  exigencias  que 
eran  muy  discutibles,  como  lo  han  probado  después 
los  acontecimientos. 

Inútiles  sacrificios,  transacciones  estériles,  vanos 
esfuerzos,  pues  hoy,  en  pleno  trabajo  de  conciliación, 
nuestros  aliados  y  nosotros  nos  vemos  atacados  por 
sorpresa.  (Aplausos.) 

Nadie  puede  creer  de  buena  fe  que  somos  nosotros 
los  agresores.  En  vano  intentan  nuestros  enemigos 
turbar  los  principios  sagrados  del  derecho  y  la  li- 
bertad que  ri- 
gen á  las  na- 
ciones lo  mis- 
mo que  á  los 
individuos. 
Italia,  con  la 
clara  concien- 
cia del  genio 
latino,  nos  ha 
notificado  que 
quiere  guar- 
dar la  neutra- 
lidad. (Los  di- 
putados se  le- 
vantan para 
saludar  li  Ita- 
lia con  gran- 
des aplausos  ) 
Esta  deci- 
sión ha  des- 
pertado en  to- 
da Francia  el 
eco  de  la  ale-  para  Ai>RovrsioNAR  al,  ejército 

gria   mas  sin-        interior  de  un  autobús  púlilico  de  París  del   que  han 
PPr*l    Yo  ínter-  desaparecido  los  bancos,  emplazándose  en  el  techo 

grandes  ganchos  á  lln  de  colsrar  las  reses  sacriflca- 
preté  el  Seuti-  das  para  aprovisionar  de  carne  al  elércilo. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


177 


miento  nacional  haciendo  pre- 
sente al  encargado  de  Nego- 
cios de  Italia  cuan  profunda- 
mente nos  felicitábamos  de 
que  las  dos  hermanas  latinas, 
que  tienen  el  mismo  origen, 
el  mismo  ideal  y  un  pasado 
de  gloria  común,  no  se  consi- 
deren opuestas.  f^wei^osa/JÍaM- 

808.) 

Lo  que  hoy  se  ataca.  Seño- 
res, y  yo  lo  declaro  altamen- 
te, es  la  independencia,  la  dig- 
nidad y  la  seguridad  que  el 
Triple  Acuerdo  ha  reconquis- 
tado al  restablecer  el  equili- 
brio europeo  en  servicio  de  la 
paz. 

Lo  que  hoy  se  ataca  son  las 
libertades  de  Europa,  de  las 
cuales  Francia,  sus  aliiidos  y 


BN    LAS    BSTAOIONBS   DB   FERROCARRIL 

Carritos  para  el  transporte  de  mercancías  al  ser  requisados  los  vehículos 
que  prestaban  este  servicio 


sus  amigos,  asumen  con 
orgullo  la  defensa.  (Vivos 
aplauso8.) 

Estas  libertades  vamos 
á  defenderlas,  porque  es- 
tán en  peligro.  Todo  lo 
demás  sólo  es  un  pre- 
texto. 

Francia,  injustamente 
provocada,  no  quería  la 
guerra.  Lo  ha  hecho  todo 
por  conjurarla.  Pero  ya 
que  se  la  imponen,  ella  se 
defenderá  contra  Alema- 
nia y  contra  toda  potencia 
que  no  habiendo  hecho 
conocer  aún  su   pensa- 


Los  ai:tohu.s  dm  parís 

Uno  de  los  autobús  de  Parfs  utilizado  para  transportar  carne  con  destino  al  ejército.  Las  vidriera» 
han  sido  sustituidas  con  telas  metálicas 


miento  quiera  tomar  parte  al  lado  de  esta  última  en 
el  conflicto  entre  los  dos  paises.  (Gran  ovación.) 

Un  pueblo  libre  y  fuerte  que  sostiene  una  idea  se- 
cular y  se  une  por  entero  para  la  salvaguardia  de  su 
existencia;  una  democracia  que  ha  sabido  disciplinar 
sus  esfuerzos  militares  y  no  vaciló  el  año  anterior  en 
agravar  su  peso  para  responder  dignamente  á  los 
armíimentos  vecinos;  una  nación  armada,  luchando  por 
su  vida  propia  y  por  la  independencia  de  Europa;  he 
aqui  el  espectáculo  que  vamos  á  ofrecer  á  los  testigos 
de  esta  lucha  formidable,  que  se  prepara  desde  hace 
algunos  días  con  la  más  metódica  calma. 

Hemos  procedido  sin  tacha  y  procederemos  sin 
miedo.  (Todo8  los  diputados  se  levantan,  prorrumpien- 
do en  aclamaciones.) 

Francia  ha  probado  muchas  veces,  en  condiciones 
menos  favorables,  que  es  el  más  temible  de  los  adver- 
sarios cuando  se  bate,  como  en  el  caso  presente,  por 
la  libertad  y  por  el  derecho. 

Al  someter  nuestros  actos  á  vosotros.  Señores,  que 


Bancos,  persianas  y  demás  útiles  arrancados  de  los  autobús  al  transformarlos  en  carros  de  transporte 

22 


178 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    PATIO    UE.NTUAl.    DB    LOS    INVÁLIDOS   CON    ALGUNOS   DB    LOS 
AUTOMÓVILES  DB  LA    REQUISA 

sois  nuestros  jueces,  contamos,  para  sobrellevar  el  peso 
de  nuestra  grave  responsabilidad,  con  el  apoyo  de  una 
conciencia  sin  remordimientos  y  la  certidumbre  de 
que  hemos  cumplido  nuestro  deber. 

(El  presidente  del  Consejo  es  saludado  al  terminar 
su  discurso  por  una  ovación  prolongada.  Muchos  dipu- 
tados pasan  ante  él,  estrechándole  la  mano.) 


(Los  diputados  se  levantan  y  aplauden.  El  presi- 
dente de  la  Cámara,  M.  Deschanel,  dice  á  continua- 
ción:) 

Interpretaré  los  deseos  do  todos  los  miembros  de  la 
Cámara,  dirigiendo  á  la  Skoupchtina  la  expresión  de 
nuestro  más  vivo  reconocimiento,  y  asegurando  una 
vez  más  á  la  valerosa  y  heroica  nación  servia  y  á  sus 
representantes,  las  simpatías  profundas  y  el  cons- 
tante afecto  de  la  República  Francesa.  (Unánimes 
aplausos.) 

Después  de  esto  el  presidente  del  Consejo  mani- 
festó que  debia  retirarse  por  algún  tiempo  para  ir  al 
Senado  á  dar  lectura  del  Mensaje  del  Presidente  de  la 
República  y  repetir  las  declaraciones  del  gobierno. 

Durante  su  ausencia  la  Cámara  fué  aprobando  una 
serie  de  decretos  presentados  por  los  ministros  para 
atender  á  las  necesidades  de  la  defensa  nacional. 


En  el  Senado  M.  Viviani  dio  lectura  á  loa  mencio- 
nados documentos,  cuyos  pasajes  más  salientes  fueron 
acogidos  con  grandes  aplausos. 

Después  el  presidente  del  Senado,  M.  Antonin  Du- 
bost,  dijo  así: 

Señores:  El  Senado  ha  escuchado  la  comunicación 
del  Gobierno,  dándose  cuenta  de  toda  su  gravedad,  y 
la  aprueba  resueltamente.  (Vivos  aplausos.) 

La  hora  presente  no  es  propicia  á  las  palabras, 
sino  á  los  actos.  (¡Muy  bien!) 

Los  votos  que  vais  á  emitir  son  actos,  los  últimos 
con  los  cuales  durante  cuarenta  años  os  habéis  esfor- 
zado por  colocar  ú  Francia  y  á  su  ejército  en  condi- 
ciones de  repeler  al  invasor  y  asegurar  la  integridad 
del  territorio.  (Nuevos  aplausos.) 

Vosotros  habéis  cumplido  vuestro  deber;  el  ejérci- 
to, ó  más  bien  dicho,  la  nación  armada  (Muy  bien),  va 
á  cumplir  el  suyo,  y  fiel  á  sus  aliados  combatirá  al 
lado  de  ellos  por  las  causas  más  santas:  las  neutrali- 


Después  el  presidente  de  la  Cámara  dio  lectura  al 
siguiente  telegrama  de  la  Skoupchtina,  designación 
nacional  del  Parlamento  de  Servia.  El  telegrama  esta- 
ba fechado  en  Nisch,  nueva  capital  de  Servia  después 
de  la  evacuación  de  Belgrado  por  el  gobierno: 

«En  nombre  de  la  Skoupchtina  nacional,  reunida 
en  Nisch  y  como  resultado  de  una  resolución  votada 
por  unanimidad,  tengo  el  honor  de  transmitiros,  rogán 
doos  que  lo  comuniquéis  á  la  Cámara  de  Diputados,  el 
saludo  inás  caluroso  de  la  Skoupchtina  servia.  El  pue 
blo  servio  ha  sentido  siempre  las  más  vivas  simpatías 
y  el  más  profundo  respeto  por  la  gran  nación  france- 
sa, y  en  este  momento  histórico,  todos  en  Servia  ad- 
quirimos nuevas  fuerzas  al  pensar  que  nos  encontra- 
mos al  lado  de  Francia  para  la  defensa  del  derecho  y 
la  justicia. 

^El  presidente,  NlCOLITCH» 


RESERVISTAS   SALUDANDO    DKSDB   UNO   DB    LOS    VAGONES 
DB  UN   TREN    MILITAR 


HISTORIA  DE  LA  GUEPRA  EUROPEA  DE  1914 


179 


dades  violadas,  la  frontera  invadida,  la  independen- 
cia de  la  patria.  (Aplausos  repetidos.) 

¡Vivan  por  siempre  Francia  y  la  República!  (Los 
senadores,  puestos  de  pie,  aclaman  d  la  República  y  al 

ejército  francés.) 

a 

Á  las  siete  de  la  noche,  una  vez  aprobados  por 
ambas  Cámaras  los  decretos  propuestos  por  el  minis- 
tro de  Hacienda  para  los  gastos  de  la  guerra,  se  re- 
anudó la  sesión  en  la  Cámara  de  Diputados. 

M.  Viviaai  ocupó  la  tribuna,  pronunciando  este 
discurso: 

Señores:  La  Cámara  y  el  Senado  van  á  cerrar  sus 
sesiones. 

Á  pesar  de  esto  puede  decirse  que  la  Cámara  man- 
tiene su  sesión  abierta,  pues 
guardará  su  cohesión  con  un 
Gobierno  que  no  es  un  Gobier- 
no de  partido,  sino  un  Gobier 
no  de  defensa  nacional. 

Mi  agradecimiento  á  la  Cá- 
mara por  el  reconfortante  es- 
pectáculo que  acaba  de  dar  al 
pais. 

Jamás  ha  sido  más  verdadera 
esta  ficción  constitucional,  que 
supone  á  cada  diputado,  no  sü1>i 
representante  de  su  circuns- 
cripción, sino  representante  de 
í^rancia  entera. 

Yo  saludo  á  Francia  en  la 
masa  de  todos  los  partidos  con- 
fundidos hoy  en  la  religión  de 
la  patria. 

Saludo  á  nuestra  juventud, 
que  marcha  hacia  la  frontera 
con  la  frente  alta  y  el  corazón 
valeroso. 

Saludo  á  Francia,  que  lleva 
en  una  mano,  incapaz  de  tem 

blar,  la  bandera  que  abriga  nuestras  esperanzas. 
Elevémonos  á  la  altura  de  los  gloriosos  recuerdos 
de  nuestra  historia.  ¡Seamos  hombres!  Pongámonos 
todos  de  pie  aclamando  á  la  Francia  inmortal.  (Los 
diputados  se  levantan  dando  vioas  á  Francia  y  á  la 
República.  M.  Paul  Deschanel  toma  á  su  vez  la  pa- 
labra:) 

Los  representantes  de  la  nación,  de  los  cuales  un 
gran  número  va  á  partir  para  luchar  bajo  nuestras 
banderas  y  repeler  esta  agresión  monstruosa,  se  aso 
cian  al  Gobierno  y  ofrecen  á  la  Francia  armada,  que 
se  ha  levantado  por  una  causa  justa,  su  admiración, 
su  sacrificio  siempre  pronto  y  la  confianza  que  tienen 
en  su  valor  indomable. 

¡Que  nuestros  ejércitos  de  tierra  y  de  mar  se  man- 
tengan siempre  firmes  para  la  salud  de  la  civilización 


y  del  derecho!  ¡Viva  Francia  nuestra  madre!  ¡Viva  la 
República!  ¡Viva  Alsacia  y  Lorena! 

a 

El  entusiasmo  del  Parlamento  ffancés  se  transmi- 
tió á  todo  el  pais.  El  espíritu  heroico  de  los  conven- 
cionales de  1792  había  pasado  como  un  soplo  de  fuego 
por  esta  sesión  memorable. 

Le  Temps  dijo  asi: 

Napoleón  hace  un  siglo  tenia  detrás  de  él  veinte  años  de  vic- 
torias. Guillermo  II  sólo  tiene  las  de  su  abuelo  y  las  que  ganó 
Bismarck,  al  cual  destituyó  para  inaugurar  su  reinado.  Napoleón 
tenia  en  su  última  lucha,  á  pesar  de  todas  sus  faltas,  el  apoyo  de 
la  nación  atacada.  Guillermo  II  no  podrá  nunca  justificar  esta 
incalificable  agresión,  arrancada  por  su  hijo  á  su  voluntad  vac:-. 
lante. 

En  uno  y  otro  caso,  á  pesar  de  las  grandes  diferencias  que  exi;- 


CKUl'OS    DB    CURIOSOS    EN    I,A    ESTACIÓN    OBL    ESTE 


(Fc.t    Mourisse) 


ten  en  ventaja  nuestra,  se  afirma  la  misma  ley.  Napoleón  había 
violado  la  libertad  de  los  pueblos  y  la  independencia  de  los  Esta- 
dos. Alemania  del  mismo  modo  ha  pretendido  imponer  su  fuerza 
á  las  naciones  que  quieren  vivir  por  ellas  mismas  y  para  ellas 
mismas.  El  castigo  vendrá  mañana,  lo  mismo  que  vino  hace  cien 
años. 

Napoleón  hizo  contra  él  la  alianza  de  todos  Esta  alianza  se 
repetirá  ahora  contra  Alemania.  Inglaterra,  después  del  bloqueo 
continental,  ganó  eu  las  llanuras  de  Bélgica  la  batalla  de  los  pue- 
blos contra  el  tirano  de  Europa.  Inglaterra  ahora,  por  su  adhe- 
sión á  nosotros,  consagra  otra  vez  la  unión  europea  contra  la 
nueva  tiranía.  ¿Quién  puede  saber  si  será  mañana  la  llanura  de 
Waterlóo  teatro  del  mismo  duelo? 

Todos  los  dominadores  han  conocido  este  retorno  de  la  fortu- 
na: Carlos  V,  Luis  XIV,  Federico  II  y  Napoleón.  Alemania,  ce- 
diendo á  la  fatalidad,  viene  á  intentar  la  misma  prueba.  Por 
grande  que  resulte  su  poderío  militar,  tendrá  la  misma  suerte. 

En  su  discurso  M.  Viviani  ha  planteado  el  problema  sobre  su 
base  eterna.  Francia  y  sus  aliados  combaten  por  el  derecho  de 
todos  contra  el  despotismo  de  uno  solo.  Nosotros  hicimos  la  Re- 


REQUISA  DE  CABALLOS  EN  PARÍS  DURANTE 


EXAMINANDO   CABALLOS    DB    REQUISA 


COMISIÓN    MILITAR    INSCltl  «IBN  l>0    l.dS    CABALLOS    DE    PEljUlSA  RKlillSA    VK    CABALLOS    EN    I-NO    DB    LOS    ARRABALES  DB  PARls 


REQUISA    DE   CABALLOS    KN    LAS    CALLBS    DK    PARÍS 


(Kuts.  Meurisse) 


LOS  PRIMEROS  DÍAS  DE  LA  MOVILIZACIÓN 


CABALLOS  REQUISADOS  EN  UN  BÜLEVAK  DE  PAhíS 


(Fot.  Uol) 


SOLDADOS    CONDUCIENDO    CAliALLOS    DE   REQUISA 

(Fot.  MeurisiiR) 


REQUISA    DE    CABALLOS    EN    LOS    ARRABALES 

i  Fot.  Rol) 


COMISIÓN    DE    REQUISA    .MATRICULANDO    CABALLO.S    EN    UN    BULEVAR 


(Fot.  Rol) 


I8é 


</lCBNTE  BLASCO  1BAÑE2 


M.    VIVIAM    MN    LA    CA.MAltA    DE    DIPUTADOS 


cer.  Y  paru  esto  tenemos  necesidad  de  todos 
los  brazos.  El  más  débil  alcanzará  su  parte  de 
gloria.  En  la  vida  de  los  pueblos  hay  siempre 
una  llora  que  hace  pasar  sobre  los  hombres  un 
inii'acáii  de  epopeya.» 

Este  entusiasmo  heroico  de  Francia  fué  aun 
más  digno  do  admiración  si  se  tiene  en  cuenta 
que  en  tal  momento  se  encontraba  sola  y  próxi- 
ma al  adversario,  no  contando  con  otro  apoyo 
que  el  de  Rusia,  lejano  y  tardio,  pues  el  im- 
perio moscovita  necesitaba  muchísimo  tiempo 
p.ira  terminar  su  movilización  y  tener  reunidas 
tildas  sus  fuerzas. 

Inglaterra  hasta  este  momento  sólo  habia 
prometido  el  apoyo  de  su  flota  para  que  las 
costas  francesas  fuesen  respetadas  por  el  ene- 
migo, pero  sin  comprometerse  á  una  acción 
ofensiva. 

Fué  la  imprudencia  de  Alemania  la  que,  in- 
vadiendo el  territorio  de  Bélgica,  provocó  una 
intervención  inglesa,  acelerando  la  alianza 
ofensiva  de  Francia  y  la  Gran  Bretaña. 


volaoión  por  conquistar  la  igualdad  de  loa  individuos.  Hoy  hace- 
mos la  guerra  por  la  igualdad  de  los  pueblos. 

El  que  no  haya  asistido  á  esta  sesión  incomparable  no  sabrá 
nunca  qué  extensión  puede  alcanzar  en  la  conciencia  luminosa 
de  la  finalidad  nacional  la  unión  de  los  espíritus  y  los  corazones. 
El  gobierno  de  la  Hepi'iblica,  afirmando  la  gran  tradición  de  lo.s 
derechos  del  hombre,  que  tienen  por  fin  los  derechos  de  las  na- 
ciones, ha  oido  el  grito  de  Francia  entera  respondiendo  á  su  lla- 
mamiento. 

Clemenceau,  que  hasta  pocos  días  antes  estaba  en 
abierta  hostilidad  con  el  gobierno  y  el  presidente  de 
la  República,  no  ocultó  el  entusiasmo  que  le 
habia  inspirado  la  patriótica  sesión. 

«¿Contra  quién  es — exclamó — esta  subleva- 
ción de  todos,  esta  revuelta  de  conciencias  hu- 
manas, esta  insurrección  de  ideas?  Contra  un 
germanismo  delirante  de  megalomanía  que  pre 
tende  realizar  lo  que  Alejandro,  César  y  Na- 
poleón no  pudieron  cumplir:  imponer  al  mundo, 
que  quiere  ser  libre,  la  hegemonía  del  hieiro. 
Esto  ya  no  es  de  nuestro  tiempo;  los  hombies 
han  sufrido  demasiado  para  querer  aceptarlo. 
La  idea  moderna  es  la  del  dereciio  para  cad.i 
uno,  y  nuestra  victoria  no  puede  significar  opie 
sión  ni  aun  para  aquellos  que  combaten  contra 
nosotros,  porque  el  germanismo  ha  conquistado 
su  puesto  en  el  mundo,  lo  mismo  que  los  otriis 
pueblos,  y  si  nosotros  combatimos  las  preten 
siones  de  la  tiranía  no  es  para  imitarlas. 

»Y  ahora  ¡á  las  armas!  ¡Todos!  Yo  he  visto 
llorar  á  muchos  porque  no  van  á  tomar  parte 
en  los  primeros  encuentros.  El  turno  llegará 
para  todos.  No  habrá  un  solo  hijo  de  nuestro 
suelo  que  no  tome  parte  en  la  enorme  lucha. 
Morir  no  significa  nada.  Lo  que  importa  es  ven- 


XI 


Rompimiento  de  Inglaterra  y  Alemania 

Kl  gobierno  inglés,  en  vista  de  lo  que  ocurría  en 
Bélgica,  dirigió  á  Alemania  un  ultimátum  exigiendo 
que  en  lo  concerniente  á  la  neutralidad  del  territorio 
belga  diese  las  mismas  seguridades  que  había  dado 
Francia.  El  ultimátum  marcaba  un  plazo  para  la  con- 


KIKOT.    MINl.STRO    DE    HACIENDA.    Á    SU    ORKGCHA,    M.    DELCASSÉ, 
MINISTRO    DH    NBCiOCIOS    BXTRANJBROS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


185 


M.    DESCHANBL    (X)    AL   SALIR    DH   LA    MBMURABLB   SESIÓN    DEL   4    DE   AGOSTO 


(Fot.  Meurisse) 


testación.  Ésta  debía  darla  el  gobierno  alemán  antes 
de  media  noche. 

Ante  las  palabras  evasivas  y  los  subterfugios  del 
gabinete  de  Berlín,  Sir  Edward  Goschen,  embajador 
de  Inglaterra  en  Alemania,  se  presentó  en  la  Wile- 
hemstrase  á  media  noche  en  punto,  para  pedir  sus 
pasaportes  y  declarar  que  la  Gran  Bretaña  estaba 
desde  este  momento  en  guerra  con  Alemania. 

En  Londres  el  Foreing  Office  publicó  el  siguiente 
aviso: 

«En  razón  de  haber  rehusado  Alemania  sumaria- 
mente la  demanda  presentada  por  el  Gobierno  britá- 
nico para  obtener  seguridades  de  que  la  neutralidad 
belga  sería  respetada,  el  embajador  británico  en  Ber- 
lín ha  recibido  sus  pasaportes,  y  el  Gobierno  británico 
ha  declarado  al  Gobierno  alemán  que  el  estado  de  gue- 
rra existe  entre  la  Gran  Bretaña  y  Alemania  á  partir 
del  4  de  Agosto  á  las  once  de  la  noche.» 

La  población  de  Londres,  que  habitualmente  se 
acuesta  temprano,  veló  esta  noche  en  espera  de  noti- 


cias. Á  la  una  de  la  madrugada  el  vecindario  ocupa- 
ba todavía  las  calles,  como  si  estuviera  en  pleno  día. 
Una  inmensa  muchedumbre  llenaba  Trafalgar-Square 
y'Wliitehall,donde  están  situados  los  ministerios.  Ante 
el  IVar  Office,  ó  sea  el  ministerio  de  la  Guerra,  esta 
muchedumbre  entonaba  cantos  patrióticos  y  daba 
«burras»  al  gobierno. 

Al  circular  la  noticia  de  que  la  guerra  había  sido 
declarada  á  Alemania,  el  entusiasmo  fué  delirante, 
contrastando  con  la  habitual  reserva  del  pueblo  inglés. 
Los  grupos  de  manifestantes  agitaban  miles  de  ban- 
deras británicas  y  cantaban  el  himno  nacional. 

Una  muchedumbre  se  dirigió  al  palacio  Bucl<in- 
gham,  residencia  de  los  reyes.  Éstos,  con  toda  su  fami- 
lia, se  mostraron  en  un  balcón  siendo  ruidosamente 
ovacionados.  El  público  se  arrebataba  las  ediciones  de 
los  periódicos  con  las  últimas  noticias.  Los  automóvi- 
les y  cabs  avanzaban  lentamente  en  este  mar  de  cabe- 
zas, iluminados  con  farolillos  venecianos  y  empave- 
sados con  las  banderas  francesa  é  inglesa. 


184 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Loa  militares  que  circulaban  entre  el  gentío  eran 
objeto  de  grandes  aplausos.  Los  vivas  á  Francia  sona- 
ban incesantemente  cuando  la  muchedumbre  dejaba 
de  cantar  el  himno  nacional  y  La  Marsellena. 

Las  primeras  noticias  de  la  preparación  de  guerra 
entusiasmaban  á  la  muchedumbre  patriótica. 

El  almirante  Sir  John  JcUicoe,  uno  de  los  mejores 
marinos  de  Inglaterra,  acababa  de  ser  nombrado  co- 
mandante en  jefe  de  la  flota.  El  almirante  Maden  era 
el  jefe  de  Estado  Mayor. 

El  rey  había  remitido  al  almirante  Jellicoe  el  si- 
guiente mensaje: 

«En  este  grave  momento  de  nuestra  historia  nacio- 


anunciando  la  entrada  de  las  tropas  alemanas  en  el 
territorio  belga. 

<iSir  Edicard  Grey  á  Sir  E.  Gauchen,  embajador  de 
Gran  Bretaña  en  Bei'lin. 

"Foreing  Office,  I  Agosto  1914. 

«Acallamos  de  saber  que  Alemania  ha  dirigido  una 
Nota  al  ministro  de  Negocios  Extranjeros  belga  decla- 
rando que  el  Gobierno  alemán  se  ve  ol)ligado  á  poner 
en  ejecución,  por  medio  de  las  armas,  las  medidas  que 
considera  indispensables. 

«Igualmente  recibimos  informes  de  que  el  territo- 
rio belga  ha  sido  viulado  en  (iemmerich. 


MANIFESTACIÓN   BN    L0NDRB8   CON    MOTIVO   DB   LA    QITBRRA 


nal  os  envío  á  vos,  y  por  vuestra  mediación  á  los  ofi- 
ciales y  las  tripulaciones  de  la  flota,  cuyo  mando  ha- 
béis tomado,  la  seguridad  de  mi  confianza  en  que 
todos  vosotros  haréis  revivir  y  renovaréis  las  anti- 
guas glorias  de  la  marina  real,  mostrando  una  vez 
más  que  constituye  el  verdadero  escudo  de  la  Gran 
Bretaña  y  su  Imperio  en  las  horas  de  prueba. 

«.Jorge  R.  I.»  (1) 


El  rompimiento  de  Inglaterra  y  Alemania  lo  decidió 
el  siguiente  telegrama,  dirigido  por  Sir  Edward  Grey 
al  embajador  de  la  Gran  Bretaña  en  lierlín  apenas 
recibió   el   Foreing  Office  un  despacho  de  Bruselas 


(1)  Estss  iniciales,  que  añaden  igualmente  A  eua  firmas  otros  empera 
dores,  signitlcan />'c.c /«iperaíor  ("rey  y  emperador),  üuillorrao  II  escri- 
be I.  II.,  ó  sea  Imperator  Sex. 


"En  estas  condiciones,  y  teniendo  en  cuenta  que 
Alemania  se  ha  negado  á  darnos,  respecto  á  la  neu- 
tralidad de  Bélgica,  las  mismas  seguridades  que  nos 
dio  Francia  la  semana  última,  en  respuesta  á  nuestra 
demanda  dirigida  simultáneamente  á  Berlín  y  París, 
nos  vemos  precisados  á  reproducir  dicha  demanda  y 
á  exigir  una  respuesta  satisfactoria,  así  como  á  mi 
telegrama  de  esta  mañana  (1,  respuesta  que  deberá 
ser  recibida  aquí  hoy  mismo  antes  de  media  noche.  Si 
el  (Gobierno  alemán  no  contesta,  pediréis  vuestros  pa- 
saportes y  declaréis  que  el  Gobierno  de  Su  Majestad 
se  ve  obligado  á  tomar  toilas  las  medidas  que  estén  en 


(1)  El  telegrama  anterior  á  que  se  refiere  Sir  Edward  Grey  habfa  sido 
enviado  por  él  horas  antes  al  embajador  británico  en  BerHn,  para  que 
recordase  al  gobierno  alemán  la  convención  firmada  en  Londres,  garantí 
zando  la  neutralidad  de  Bélgica,  y  que  llevaba  al  pie  la  firma  de  Alema- 
nia. En  él  pedía  al  gobierno  alemán  una  declaración  inmediata  de  que 
respetaría  dicha  neutralidad. 


LA  INFANT 


Dibulo  de  Ceorges  Scott.  de  la  •niuslratlon>  dr  Pan» 


Carga  á  la  bayoneta 


RANCESA 


ido  "La  Marsellesa,, 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


185 


su  mano  para  mantener  la  neutralidad  de  Bélgica  y 
el  respeto  de  un  tratado  que  Alemania  ha  suscrito  lo 
mismo  que  nosotros.» 

El  embajador  Sir  E.  Goschen,  obedeciendo  esta 
orden  enérgica,  se  avistó  con  el  gobierno  alemán. 
El  relato  de  sus  entrevistas  y  del  rompimiento  ñnal 
es  la  página  más  interesante  y  dramática  de  toda  la 
historia  anterior  á  la  guerra.  Este  relato  demues- 
tra también  la  ausencia  de  escrúpulos  que  caracteri- 
za desde  los  tiem- 
pos de  Bismarck 
á  ciertos  procedi- 
mientos alemanes. 
Sir  E.  Goschen  dio 
cuenta  de  todo  lo 
ocurrido  el  día  4  en 
un  largo  telegrama 
al  gabinete  de  Lon- 
dres. Pero  este  te- 
legrama no  llegó 
nunca  á  su  destino. 
El  gobierno  ale- 
mán, violando  la 
inmunidad  diplo- 
mática, lo  intercep- 
tó. Sólo  cuatro  días 
después,  el  8  de 
Agosto,  al  volver  á 
Londres,  pudo  Sir 
Goschen  dar  cuen- 
ta por  escrito  al 
Foreing  Office  de 
todo  lo  ocurrido. 

Su  relato  cierto, 
verídico  y  que  na- 
die pudo  desmentir, 
parece  un  capitulo 
de  novela. 


En  las  primeras 
horas  de  la  tarde 
del  -i  de  Agosto,  el 
embajador  británi- 
co, cumpliendo  las 
órdenes  de  Sir  Ed- 
ward  Grey  en  su 

primer  telegrama,  visitó  en  el  Wilhelmstrase  al  minis- 
tro alemán  de  Negocios  Extranjeros,  Herr  Von  .Jagow, 
notificándole  la  intimación  de  su  gobierno  para  que 
respetase  la  neutralidad  de  Bélgica. 

Von  Jagow  contestó  inmediatamente  que  lamen- 
taba mucho  tener  que  decir  «No»,  pues  las  tropas  ale- 
manas estaban  ya  dentro  de  Bélgica.  Por  la  mañana  la 
neutralidad  belga  había  sido  violada  y  el  gobierno  ale- 
mán no  podía  retroceder.  Después  habló  mucho  para 
demostrar  al  diplomático  inglés  las  razones  que  había 
tenido  el  gobierno  imperial  para  adoptar  dicha  medida. 


ALMIUANTB   SIR   JOHN    B.    JBLLICOB 


— Necesitábamos — dijo — penetrar  en  Francia  por 
la  vía  más  rápida  y  más  fácil,  que  es  el  territorio  de 
Bélgica,  para  llevar  un  gran  avance  de  tiempo  sobre 
nuestros  adversarios  y  asestarles  un  golpe  decisivo, 
sorprendiéndolos  antes  de  que  terminen  su  moviliza- 
ción y  completen  sus  preparativos  militares. 

Como  Sir  Goschen  manifestase  una  extrañeza 
muda  ante  estos  procedimientos  confesados  con  tal 
franqueza,   el  ministro  alemán  continuó: 

— Es  para  nos- 
otros un  asunto  de 
vida  ó  muerte,  pues 
de  efectuar  la  inva- 
sión más  al  Sur,  ó 
sea  por  la  frontera 
alemana-  francesa, 
donde  son  pocos  los 
caminos  y  podero- 
sas las  fortalezas, 
habríamos  tropeza- 
do seguramente  con 
una  resistencia  for- 
midable, perdiendo 
mucho  tiempo.  Esta 
pérdida  de  tiempo 
hubiera  represen- 
tadootro  tanto  tiem- 
po ganado  por  los 
rusos  para  hacer 
marchar  sus  tropas 
sobre  la  frontera  de 
Alemania.  El  triun- 
fo en  la  baraja  de 
Alemania  es  obrar 
con  rapidez,  así 
como  el  triunfo  en 
la  baraja  de  Rusia 
está  representado 
por  sus  reservas 
inagotables  de  sol- 
dados. 

Sir  Goschen  lla- 
mó la  atención  del 
ministro  alemán  so- 
bre la  gravedad  del 
hecho  consumado 
en  Bélgica,  que  ha- 
cia insostenible  la  situación,  y  le  pidió  que  viese  si 
todavía  era  tiempo  de  retroceder,  evitando  de  este 
modo  consecuencias  deplorables. 

— Por  las  razones  que  os  he  dado — contestó  Jagow  — 
el  gobierno  alemán  acepta  lo  que  ya  está  realizado  y 
no  dará  un  solo  paso  atrás. 

El  embajador  de  Inglaterra  se  despidió,  y  al  regre- 
sar á  su  domicilio  y  recibir  el  segundo  despacho  de 
Sir  Edward  Grey  ordenándole  la  retirada  si  no  conse- 
guía una  respuesta  satisfactoria,  volvió  al  ministerio 
de  Negocios  Extranjeros. 


186 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


•  Eran  las  siete  de  la  tarde.  Von  Jagow  se  enteró 
del  ultimátum  inglés,  exigiendo  al  gobierno  imperial 
que  diese  antes  de  media  noche  la  seguridad  de  que 
no  continuaría  la  violación  de  la  neutralidad  belga, 
ordenando  á  sus  tropas  la  suspensión  del  avance.  A 
esto  contestó  que  con  gran  pesar  suyo  no  podía  dar  á 
Sir  Goschen  otra  respuesta  que  la  que  había  dado 
horas  antes,  ó  sea  que  la  seguridad  del  Imperio  hacía 
absolutamente  necesaria  la  marcha  de  las  tropas  ale- 
manas á  través  de  Bélgica. 

El  embajador  británico  insistió  en  las  terribles 
consecuencias  de  esta  actitud  y  en  lo  breve  del  plazo, 
asegurando  que  esperaría  hasta  el  último  minuto  para 
que  el  gobierno  imperial  pudiese  reflexionar  y  diese 
una  respuesta  satisfactoria  antes  de  media  noche. 

— Aunque  el   plazo   fuese  de  veinticuatro    horas 
— dijo  Von  Jagow — ,  aunque  fuese  de  cuarenta  y  ocho, 
aunque  fuese  de  mucho  más  tiempo, 
nuestra  respuesta  sería  la  misma.  Ya 
no  podemos  volver  atrás.  Lo  hecho 
está  hecho. 

-  — En  ese  caso — contestó  Sir  Gos- 
chen con  firmeza — sólo  me  resta  pedir 
mis  pasaportes  y  retirarme,  como  me 
lo  ordena  mi  gobierno. 

•  Von  Jagow  prorrumpió  en  lamenta- 
ciones, afirmando  que  se  venía  abajo 
toda  su  política  y  la  de  su  jefe  el  can- 
ciller Bethmann-Hollweg,  política  que 
consistía  en  estrechar  la  amistad  con 
la  Gran  Bretaña  para  de  este  modo 
llegar  alguna  vez  á  ser  amigos  de 
Francia. 

El  embajador  británico  contestó  que 
lamentaba  igualmente  lo  que  iba  á 
ocurrir,  pero  que  el  gobierno  inglés, 
respetuoso  siempre  con  sus  compro- 
misos é  incapaz  de  negar  su  firma  puesta  al  pie  de  un 
tratado,  no  podía  proceder  de  otro  modo  ante  el  atro- 
pello que  sufría  Bélgica. 

Sir  Goschen  dio  fin  á  la  entrevista  manifestando 
su  deseo  de  ver  al  canciller.  Quería  despedirse  de  él, 
con  la  esperanza  tal  vez  de  que  á  última  hora  modifi- 
case su  conducta.  Von  Jagow  le  rogó  que  hiciese  esta 
visita  inmediatamente,  creyendo  á  su  vez  que  las  pa- 
labras del  jefe  del  gobierno  podrían  influir  en  el  ánimo 
del  embajador. 

Cuando  éste  se  presentó  en  el  despacho  de  Beth- 
mann-Holhveg,  el  canciller  estaba  enterado  de  todo  y 
parecía  sentir  una  gran  emoción.  El  antiguo  profesor 
llamado  por  Guillermo  11  á  gobernar  Alemania,  lanzó 
una  arenga  al  diplomático  inglés  que  duró  más  de 
veinte  minutos,  acompañándola  de  furiosos  paseos  y 
desordenados  movimientos.  El  embajador  británico  le 
escuchó  con  una  calma  impasible. 

— La  conducta  del  gobierno  inglés — dijo  en  substan- 
cia el  canciller — es  terrible  en  extremo.  Por  una  pa- 
labra, «neutralidad»,  una  palabra  que  en  tiempos  de 


HBRR  VON  JAGOW, 

DB  NBaocios 


guerra  nadie  tiene  en  cuenta;  por  un  «pedazo  de  pa- 
pel», pues  un  tratado  no  es  otra  cosa,  la  Gran  Bretaña 
va  á  hacer  la  guerra  á  una  nación  que  está  emparen- 
tada con  ella  y  que  siempre  ha  deseado  ser  su  amiga. 
Todos  mis  esfuerzos  para  afirmar  esta  amistad  van  á 
ser  inútiles  después  de  esta  última  y  terrible  medida. 
La  política  de  aproximación  anglo-germánica  á  que 
me  había  dedicado,  como  sabéis  muy  bien,  desde  que 
llegué  al  poder,  va  á  desplomarse  lo  mismo  que  un 
castillo  de  naipes. 

Excitado  por  sus  propias  palabras,  Bethmann- 
Hollweg  añadió  con  verdadero  furor: 

— Lo  que  vais  á  hacer  con  nosotros  es  inconcebible. 
Resulta  lo  mismo  que  herir  por  la  espalda  á  un  hom- 
bre mientras  defiende  su  vida  luchando  con  dos  asal- 
tantes. La  Gran  Bretaña  será  responsable  de  todos 
los  acontecimientos  terribles  que  van  á  sobrevenir. 
Sir  Goschen  protestó  firmemente 
contra  estas  afirmaciones. 

■ — Del  mismo  modo  que,  según  me 
ha  dicho  el  ministro  Herr  Von  Jagow, 
Alemania,  por  sus  razones  estratégi- 
cas,  considera  como  un  asunto  de 
«vida  ó  muerte»  avanzar  sus  tropas 
á  través  de  Bélgica,  violando  su  neu- 
tralidad, la  Gran  Bretaña  considera 
también  que  es  un  asunto  de  «vida  ó 
muerte»  para  su  historia  y  para  su 
honor  reconocer  la  firma  que  puso  en 
un  tratado  y  cumplir  su  compromiso 
solemne  de  defender  la  neutralidad  de 
Bélgica  en  el  caso  de  un  ataque.  Los 
pueblos  deben  cumplir  sus  pactos.  Sí 
la  Gran  Bretaña  no  obrase  así  en  este 
momento,  ¿qué  confianza  podrían  ins- 
pirar los  compromisos  que  en  adelante 
suscribiese? 
El  canciller  le  interrumpió  con  indignación: 
— ¿Y  á  qué  precio  vais  á  sostener  ese  pacto?  ¿El 
gobierno  británico  ha  pensado  lo  que  le  va  á  costar 
ese  respeto  de  la  palabra  «neutralidad»,  que  no  es 
más  que  una  palabra  vana? 

— Debo  manifestar  á  Su  Excelencia — contestó  el 
embajador — que  el  miedo  á  las  consecuencias  no  debe 
nunca  considei'arse  como  una  excusa  para  desconocer 
el  cumplimiento  de  los  compromisos  solemnes  del 
honor. 

Al  llegar  á  este  punto  de  su  relato,  dice  Sir  Gos- 
chen: «El  canciller  estaba  en  un  estado  tal  de  excita- 
ción, era  tan  evidente  su  cólera  por  la  noticia  de  nues- 
tra actitud  y  parecía  tan  poco  dispuesto  á  entender 
razones,  que  me  abstuve  de  emplear  nuevos  argu- 
mentos, lo  que  hubiese  equivalido  á  echar  petróleo 
sobre  el  fuego.» 

Cuando  el  embajador  iba  á  retirarse,  dijo  Beth- 
mann-Hollweg: 

— Este  golpe  que  la  Gran  Bretaña  asesta  á  nuestro 
país,  uniéndose  á  sus  enemigos,  es  aun  más  lamenta- 


MINISTRO  ALEMÁN 
BXTRANJBR08 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


187 


ble  si  se  tiene  en  cuenta  que  hasta  hace  poco  yo  y  mi 
gobierno  hemos  trabajado  con  Inglaterra  y  apoyado 
sus  esfuerzos  para  mantener  la  paz  entre  Austria  y 
Rusia. 

Este  apoyo  no  era  cierto,  y  Sir  Goschen  lo  sabia 
perfectamente.  Pero  á  impulsos  de  la  cortesía  diplo- 
mática, se  limitó  á  contestar  con  tono  glacial: 

— Por  esto  es  más  trágico  ver  á  dos  naciones  caer 
en  guardia,  precisamente  en  el  momento  en  que  sus 
relaciones  parecían  más  cordiales  y  amistosas  que  lo 
habían  sido  después  de  algunos  años.  Pero  por  des- 
gracia, no  obstante  los  grandes  esfuerzos  de  la  Gran 
Bretaña  para  impedir  la  guerra  entre  Rusia  y  Austria, 
la  guerra  ha  estallado,  colocando  á  mi  país  y  Alema- 
nia frente  á  frente,  en  una  posición  que  nos  es  impo- 
sible esquivar,  deseando  como  deseamos  cumplir  nues- 
tros compromisos.  Nadie  lo  lamenta  más  que  yo. 

Y  Sir  Goscheu,  después  de  esta  en- 
trevista, violenta  y  penosa,  se  retiró 
á  su  embajada,  redactando  para  el 
Foreing  Office  una  exacta  reseña  tele- 
gráfica que,  como  ya  dijimos,  no  llegó 
nunca  á  su  destino.  Esto  nada  tenía 
de  extraordinario  en  un  país  cuyo  pri- 
mer gobernante  acababa  de  declarar 
que  la  «neutralidad»  es  una  simple 
palabra,  y  un  tratado  con  sus  compro- 
misos solemnes  «un  pedazo  de  papel». 

A  las  nueve  y  media  de  la  noche  se 
presentó  en  la  embajada  de  Inglaterra 
Von  Zimniewmann,  subsecretario  del 
ministerio  de  Negocios  Extranjeros, 
para  visitar  á  Sir  Goschen.  Después 
de  manifestarle  su  profundo  senti- 
miento al  ver  las  relaciones  oficiales 
y  personales  entre  ellos  dos  próximas 
á  suspenderse,  preguntó  incidental- 
raente  y  sin  dar  importancia  á  su  demanda  si  la  peti- 
ción de  pasaportes  que  había  formulado  el  embajador 
equivalía  á  una  declaración  de  guerra.  Von  Zimmew- 
mann  llegaba  enviado  por  sus  superiores  para  sondear 
todo  el  alcance  de  la  actitud  inglesa. 

Sir  Goschen  contestó  que  una  persona  de  tanta 
autoridad  como  el  profesor  Zimmewmann  en  materia 
de  derecho  internacional,  debía  saber  mejor  que  él  lo 
que  ocurre  en  tales  circunstancias. 

— Sin  embargo — añadió  el  embajador  inglés—,  se 
han  visto  ejemplos  numerosos  de  ruptura  de  relacio- 
nes diplomáticas  sin  que  se  haya  producido  la  guerra. 
Pero  el  caso  actual  no  es  como  éstos.  Según  las  ins- 
trucciones de  mi  gobierno,  de  las  que  he  dejado  un 
resumen  escrito  á  Herr  Von  .Jagow,  la  Gran  Bretaña 
espera  una  respuesta  afirmando  el  respeto  á  la  neutra- 
lidad belga  antes  de  media  noche,  y  si  esta  respuesta 
no  es  satisfactoria,  se  verá  forzada  á  tomar  todas  las 
medidas  á  que  le  obligan  sus  compromisos. 

— Entonces — dijo  Zimmewmann — vuestra  retirada 
equivale  á  una  declaración  de  guerra,  pues  al  gobier- 


BARÓN   VON    BBTHMANN-HOLLWBG, 
CANCILLER    DBL    IMPERIO   ALEMÁN 


no  imperial  le  será  imposible  dar  esas  seguridades  ni 
esta  misma  noche  ni  ninguna  otra  noche. 

Después  que  se  marchó  Zimmewmann,  el  diario 
Berliner  Tageblatt  lanzó  á  la  circulación  una  hoja  ex- 
traordinaria anunciando  que  la  Gran  Bretaña  acaba- 
ba de  declarar  la  guerra  al  Imperio  germánico.  El  re- 
sultado inmediato  de  esta  hoja  fué  la  acumulación  de 
una  muchedumbre  ante  la  embajada  de  Inglaterra. 
Este  gentío  se  mostró  muy  excitado  por  la  noticia  y 
en  actitud  hostil,  atrepellando  á  los  escasos  agentes 
de  policía  que  el  gobierno  había  apostado  en  las  inme- 
diaciones del  edificio.  El  embajador  y  su  personal  per- 
manecieron en  actitud  impasible  mientras  la  muche- 
dumbre se  limitó  á  entonar  himnos  patrióticos  y  dar 
mueras  á  Inglaterra.  Pero  al  poco  rato  su  animosidad 
fué  acentuándose,  rompiendo  á  pedradas  los  cristales 
de  las  ventanas  é  intentando  forzar  las  puertas.  Va- 
rias piedras  llegaron  hasta  el  salón 
donde  estaba  Sir  Goschen  con  algunos 
visitantes.  El  embajador  de  los  Esta- 
dos Unidos,  que  iba  á  encargarse  de 
los  archivos  de  la  embajada  inglesa  y 
de  la  protección  de  sus  subditos,  atra- 
vesó las  masas  hostiles  sin  hacer  caso 
de  sus  silbidos  y  amenazas. 

Las  autoridades  de  Berlín,  prontas 
siempre  á  reprimir  con  mano  dura  el 
más  insignificante  desorden  popular, 
se  mantuvieron  invisibles,  hasta  que 
Sir  Goschen  telefoneó  al  ministerio 
de  Negocios  Extranjeros  manifestan- 
do lo  que  ocurría  ante  su  domicilio. 
Entonces  un  escuadrón    de   agentes 
montados  acudió  con  prontitud,  lim- 
piando de  manifestantes  los  alrededo- 
res de  la  embajada. 
Von  Jagow  llegó  poco  después  para 
dar  excusas  al  embajador,  diciendo  que  la  conducta 
de  sus  compatriotas  le  hacia  sentir  una  vergüenza 
para  la  cual  no  encontraba  palabras  suficientes. 

— Este  suceso  es  una  mancha  imborrable  para  la 
reputación  de  Berlín — dijo  repetidas  veces. 

Añadió  que  la  hoja  volante  había  circulado  sin 
autorización  ni  conocimiento  del  gobierno,  pues  él  y 
el  canciller  habííin  acordado  guardar  la  noticia  de  la 
declaración  de  guerra  de  la  Gran  Bretaña  hasta  el  día 
siguiente,  tomando  mientras  tanto  precauciones  para 
evitar  desórdenes  y  atropellos. 

— Es  esa  «peste»  de  Tageblatt — dijo  textualmente — 
que  se  ha  apoderado  de  la  noticia  no  sé  cómo,  trastor- 
nando nuestros  cálculos.  Estas  gentes  no  comprenden 
que  en  las  explosiones  de  entusiasmo  patriótico  debe 
haber  cierto  pudor. 

El  ministro  se  retiró  después  de  lamentar  una  vez 
más  que  Sir  Goschen  se  llevase  una  triste  impresión 
del  modo  de  ser  del  pueblo  berlinés. 

En  las  primeras  horas  de  la  mañana  del  día  si- 
guiente, 5  de  Agosto,  el  embajador  recibió  la  visita  de 


188 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


uno  de  los  ayudantes  de  campo  de  Guillermo  II.  Este 
mensajero  imperial  repitió  textualmente  las  palabras 
que  le  había  encargado  su  soberano. 

— El  emperador — dijo — me  encarga  manifestar  á 
Vuestra  Excelencia  que  lamenta  los  acontecimientos 
de  ayer  noche,  pero  que  os  diga  al  mismo  tiempo  que 
estos  acontecimientos  podrán  daros  una  idea  de  lo  que 
piensa  su  pueblo  respecto  al  acto  realizado  por  la  Gran 
Bretaña  uniéndose  á  otras  naciones  contra  sus  anti- 
guos aliados  de  Waterlóo.  Su  Majestad  el  emperador 
os  ruega  igualmente  digáis  á  vuestro  rey  que  hasta 
ahora  ha  estado  orgulloso  de  sus  títulos  de  feldmaris- 
cal británico  y  de  almirante  británico,  pero  que  en 
vista  de  lo  ocurrido  se  ve  en  la 
obligación  de  despojarse  de  es- 
tos títulos  inmediatamente. 

En  su  relato  al  Foreing  Office, 
dice  así  Sir  Goschen:  «Deseo  aña- 
dir que  este  mensaje  tuvo  un 
tono  de  dura  acerbidad  por  la 
manera  como  fué  pronunciado 
por  el  ayudante. » 

Guillermo  II,  que  siente  un  res- 
peto fetichista  por  las  condeco- 
raciones, y  especialmente  por  los 
uniformes,  de  los  que  posee  varios 
centenares,  tanto  alemanes  como 
extranjeros,  descargó  su  cólera 
en  los  que  le  recordaban  su  anti- 
gua amistad  con  Inglaterra. 

Furioso  por  la  actitud  de  la 
Gran  Bretaña,  noble  y  lógica, 
pero  que  él  no  había  podido  sos- 
pechar ni  suponer,  pateó  en  un 
arranque  de  cólera,  según  con 
taron  los  periódicos,  los  uni- 
formes y  condecoraciones  in- 
gleses, y  algún  tiempo  después 
los  envió  á  Londres  como  símbolo  de  su  enemistad. 

Sir  Goschen  estuvo  en  Berlín  haciendo  sus  pre- 
parativos de  viaje  hasta  la  madrugada  del  6,  en  la 
que  salió  hacia  la  estación  escoltado  por  caballería, 
mientras  el  personal  de  la  embajada  seguía  el  mismo 
camino  por  callejuelas  desiertas  en  automóviles  de 
alquiler.  Gracias  á  estas  precauciones,  los  diplomáti- 
cos británicos  pudieron  librarse  de  los  malos  tratos 
que  habían  sufrido  sus  colegas  rusos  y  franceses.  En 
todas  las  estaciones,  hasta  llegar  á  la  frontera  holan- 
desa, encontraron  muchedumbres  patrióticas  y  grose- 
ras que  los  insultaron,  pero  de  lejos,  librándose  de  sus 
continuos  intentos  de  agresión  gracias  á  la  presencia 
de  un  coronel  de  la  Guardia  encargado  de  su  custodia. 

Asi  terminaron  las  relaciones  entre  Inglaterra  y 
Alemania. 

La  sorpresa  sufrida  por  el  gobierno  de  Berlín  de- 
muestra la  ceguedad  de  su  soberbia,  que  le  hizo  creer 
en  una  actitud  sumisa  de  la  Gran  Bretaña. 

Engañados  por  la  torpeza  de  sus  diplomáticos  y 


por  el  orgullo  del  propio  valer,  el  kaiser  y  sus  conse- 
jeros esperaron  hasta  el  último  momento  que  Inglate- 
rra, ocupada  en  sus  divisiones  intestinas,  pasaría  por 
todo  y  lo  consentiría  todo,  limitándose  cuando  más  á 
una  protesta  diplomática,  pero  sin  resolución  para 
acudir  á  las  armas. 


XII 

El  pueblo  inglés  y  la  guerra 

Sólo  un  inglés  puede  comprender  la  lenta  y  labo- 
riosa evolución  que  se  verifica  en  el  espíritu  del  pue- 
blo británico  antes  de  desarro- 
llar una  idea  y  aceptarla.  Tal 
vez  es  esto  una  consecuencia  de 
la  situación  geográfica  de  la 
Oran  Bretaña;  una  característi- 
ca de  los  pueblos  insulares  que 


.SIR    BDWARD    QOSCUKN,  BMBAJADOlí    DK    INCILA- 
TKRlíA    BN    BERLÍN 


viven  al  margen  de  la  vida  con- 
tinental. 

En  el  continente  la  opinión 
está  más  esparcida  y  es  más  rá- 
pida en  sus  vibraciones.  Las 
ideas,  las  simpatías,  los  odios, 
saltan  con  más  facilidad  de  unos 
juieblos  á  otros,  pues  á  pesar  de 
sus  divisiones  políticas,  viven  en 
permanente  contacto.  En  las  islas 
la  vida  es  más  concentrada,  más 
intensa,  pues  el  Océano,  no  obs- 
tante la  facilidad  de  las  comuni- 
caciones modernas,  resulta  un 
obstáculo  que  transmite  con  re- 
traso los  latidos  de  la  actividad 
exterior. 

Tal  vez  por  esto  la  prensa  in- 
glesa se  muestra  más  activa  y 
apasionada  que  la  de  otros  países  cuando  llega  una 
circunstancia  excepcional,  y  sus  hombres  políticos 
eminentes  descienden  á  la  plaza  pública  y  emplean 
en  sus  propagandas  los  mismos  procedimientos  de  un 
director  de  circo.  Necesitan  mover  ruido,  apelar  al 
reclamo  comercial,  exagerar  sus  afirmaciones  y  peli- 
gros, para  vencer  la  indiferencia  de  un  pueblo  que, 
preocupado  por  sus  negocios  particulares,  presta  es- 
casa atención  á  las  cosas  públicas.  Pero  aun  con  tales 
excitaciones,  la  opinión  inglesa  sólo  se  conmueve  poco 
á  poco,  y  tarda  meses  en  aceptar  ideas  que  en  el  con- 
tinente se  han  abierto  paso  en  breve  tiempo. 

Inglaterra,  aislada  por  el  mar,  conoce  sus  intere- 
ses, pero  como  dice  un  autor,  «tarda  mucho  en  tener 
de  ellos  una  percepción  exacta». 

La  guerra  con  Alemania  la  aceptó  el  pueblo  inglés, 
pero  viéndola  bajo  otro  ángulo  que  sus  aliados.  Ante 
todo,  el  inglés  de  capacidad  mediana  conoce  poco  las 
cosas  del  continente  y  no  se  preocupa  de  ellas.  Los 
políticos,  los  periodistas,  los  marinos,  los  militares. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


189 


siguen  con  atención  los  sucesos  de  Europa.  El  comer- 
ciante, el  industrial,  el  agricultor,  piensan  en  los  nego- 
cios y  se  confían  por  completo  á  la  dirección  de  sus 
gobernantes,  en  los  que  tienen  una  fe  absoluta.  «Los 
asuntos  del  continente  sólo  interesan  al  Foreing  Offi- 
ce»,  piensan  la  gran  mayoría  de  los  ingleses.  Y  siguen 
dedicándose  en  cuerpo  y  en  espíritu  á  sus  asuntos  in- 
dividuales. Cuatro  quintas  partes  del  pueblo  británico 
vieron  llegar  la  guerra  sin  saber  cómo  se  había  pre- 
parado ni  conocer  en  realidad  sus  motivos. 

Es  verdad  que  este 
pueblo  tiene  una  política 
continental  que  viene 
manteniéndose  inmuta- 
ble desde  el  siglo  XIV: 
la  de  mantener  en  las 
costas  europeas  que  es- 
tán frente  á  las  suyas 
diversos  pequeños  Esta- 
dos á  los  que  apoya  con 
su  amistad,  y  que  son 
para  Inglaterra  pueblos 
tapones  interpuestos  en- 
tre ella  y  las  grandes 
potencias  de  la  Europa 
central. 

«Esta  política — dice 
un  profesor  inglés — ha 
sido  la  idea  fija  en  el 
pensamiento  de  todos  los 
hombres  de  Estado  bri- 
tánicos durante  varios  si- 
glos; así  es  que  parece 
inexplicable  cómo  Berlín 
violó  la  neutralidad  de 
Bélgica  sin  prever  que 
esto  traería  como  conse- 
cuencia la  intervención 
inglesa.  Por  otra  parte, 
dicha  política  ha  sido 
siempre  de  felices  resul- 
tados, especialmentedes- 
pués  de  1816  y  de  la  caí- 
da de  Napoleón,  época 
en  la  que  el  pueblo  bri- 
tánico se  preocupó  más  de  los  asuntos  continentales.» 

Después  los  ingleses  volvieron  los  ojos  á  su  vida 
interior,  sin  que  les  preocupasen  más  allá  de  su  archi- 
piélago otras  tierras  que  las  de  sus  colonias.  Durante 
muchos  años  el  Canadá,  Australia,  la  India  y  Egipto 
han  estado  más  cerca  de  Londres  que  París  ó  Berlín. 
La  nación  británica  dejó  los  asuntos  europeos  en  ma- 
nos de  Sir  Edward  (irey,  y  antes  de  éste  en  manos  de 
sus  antecesores,  con  tanta  confianza  como  indiferen- 
cia. El  Foreing  Office  sabría  defender  el  honor  de  In- 
glaterra y  la  paz,  que  es  tan  necesaria  ])ara  el  trabajo 
y  los  negocios. 

Cuando  Inglaterra,  abandonando  su  soberbio  aisla- 


miento por  la  política  de  Eduardo  VII,  entró  á  formar 
parte  del  Acuerdo  Cordial  con  Francia,  y  luego  del 
Triple  Acuerdo,  los  ingleses  dejaron  hacer  á  su  go- 
bierno como  espectadores  desinteresados. 

Desde  años  antes  sentían  por  Francia  una  sincera 
cordialidad.  Rusia  les  inspiraba  cierta  desconfianza, 
pero  la  gran  masa  del  pueblo  inglés  no  sentía  inquie- 
tud alguna  por  los  excesos  de  lenguaje  del  emperador 
de  Alemania,  á  pesar  de  los  comentarios  de  los  perió- 
dicos de  Londres.  En  vano  publicaban  éstos  artículos 

y  más  artículos  sobre  la 
amenaza  que  represen- 
taban para  Inglaterra 
los  proyectos  ambiciosos 
del  kaiser. 

«El  pueblo  británico 
— dice  el  mencionado 
profesor — ,  en  su  tran- 
quila confianza,  no  com- 
prendía por  qué  el  kaiser 
decía  necedades  respec- 
to á  su  «porvenir  sobre 
el  mar».  Pensaba  única- 
mente en  que  tendría  que 
gastar  todos  los  años  50 
millones  de  libras  ester- 
linas para  el  aumento  de 
su  marina,  hasta  que  el 
tal  kaiser  llegase  á  des- 
cubrir que  la  Gran  Bre- 
taña estaba  dispuesta  á 
seguir  reinando  sobre  las 
olas  (rule  the  toaves).  A 
nadie  se  le  había  ocurri- 
do nunca,  ni  remotamen- 
te, la  posibilidad  de  una 
expedición  inglesa  en 
Europa  para  combatir  á 
los  alemanes.» 


HACIENDO  HISTORIA 


SI  kaiser  felicita  al  canciller  por  su  futuro  discurso  en  el  Relchslag  atri- 
buyendo á  la  Gran  Bretaña  la  responsabilidad  de  la  guerra 

(De  The  Bystander) 


Con  esta  opinión  indi- 
ferente é  incapaz  de  pre- 
ocuparse de  los  asuntos 
continentales,  tuvo  que 
luchar  Sir  Edward  (írey  durante  el  mes  de.Iulio.  Podía 
haberla  ilustrado  revelando  las  aspiraciones  de  los 
alemanes  á  la  dominación  continental  que  él  conocía 
perfectamente:  podía  haber  hecho  públicas  las  tenta- 
tivas realizadas  por  Alemania  en  1911  para  obtener 
la  neutralidad  inglesa  y  realizar  sin  obstáculo  sus 
planes.  Pero  el  ministro  inglés  quería  la  paz,  creyó 
en  la  posibilidad  de  conseguirla  hasta  los  últimos  mo- 
mentos, y  estas  revelaciones,  molestas  para  Alema- 
nia, hubiesen  dificultado  una  solución  pacífica,  hacien- 
do surgir  además  graves  disidencias  en  el  partido 
liberal  gobernante.  La  paz  era  el  interés  supremo 
de  la  Gran  Bretaña,  imperio  mundial,  heterogéneo  é 


190 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


inorgánico,  compuesto  de  los  pueblos  más  diversos. 

Sir  Edward  Grey,  al  convencerse  de  que  eran  im- 
posibles sus  ilusiones  de  paz  por  la  nefasta  influencia 
de  Alemania,  que  deseaba  la  guerra,  se  encontró  con 
otro  hecho  no  menos  desconsolador.  Tampoco  podía 
dar  una  ayuda  eficaz  á  los  amigos  del  Triple  Acuerdo 
en  la  lucha  que  les  amenazaba.  La  democrática  In- 
glaterra es  un  país  sometido  al  Imperio  de  la  opinión 
pública.  Los  gobiernos  nada  pueden  hacer,  como  ya 
dijimos,  si  no  cuentan  con  ella,  y  en  este  asunto  la 
opinión  se  mostraba  inocente  é  ignorante.  Todos  que- 
rían la  paz,  como  si  bastase  desearla  unilateralmente 
para  poder  mantenerla.  Hasta 
entre  los  políticos  fluctuaban  las 
opiniones  respecto  á  Alemania, 
y  algunos  ministros  participaban 
de  tal  indecisión.  La  mayoría  del 
partido  liberal  dudaba  que  los 
gobernantes  alemanes  fuesen  tan 
malvados  (wicked)  que  desearan 
aplastar  á  Francia  para  siem- 
pre, estableciendo  su  hegemonía 
europea.  De  haberse  convencido 
de  estos  malos  designios,  es  in- 
dudable que  por  honor  nacional 
habrían  acudido  en  auxilio  de 
Francia  mucho  antes  de  que  lo 
hicieron,  pero  aun  asi,  siempre 
habrían  quedado  dudas  para  mu- 
chos de  ellos,  entablando  discu- 
siones de  las  que  se  habría  apro- 
vechado Alemania. 

La  cuestión  de  la  neutralidad 
de  Bélgica,  surgiendo  inespera- 
damente, resultó  decisiva  para 
la  opinión  inglesa.  Este  fué  el 
gran  error  del  gobierno  alemán. 
Por  una  conveniencia  de  táctica 
militar  se  atrajo  la  enemistad 
de  Inglaterra,  cambiando  los  tér- 
minos de  una  lucha  que  consi- 
deraba rápida  y  de  éxito  seguro.  El  ministerio  inglés 
ya  no  vaciló,  y  Sir  Grey  supo  aprovechar  la  oportuni- 
dad para  apoderarse  de  la  opinión,  revelando  la  con- 
ducta amenazadora  de  Alemania  y  planteando  el  pro- 
blema en  la  sesión  de  la  Cámara  de  los  Comunes  que 
ya  hemos  relatado. 

Desde  este  momento  la  oposición  enmudeció,  y  todo 
el  país  comenzó  á  preocuparse  de  los  manejos  alema- 
nes. Fué  en  vano  que  el  2  de  Agosto  los  partidarios 
de  la  paz  á  todo  trance  celebrasen  un  mitin  contra  la 
guerra  en  Trafalgar-Square.  Nadie  escuchó  sus  dis- 
cursos. En  cambio  el  público  se  arrebataba  las  últi- 
mas ediciones  de  los  periódicos  para  tener  noticias  de 
Bélgica.  El  maravilloso  instinto  de  las  democracias, 
que  nunca  ha  faltado  al  pueblo  británico  en  los  mo- 
mentos críticos,  comenzó  á  funcionar.  La  violación  de 
Bélgica  era  un  atentado  contra  el  honor  de  Inglaterra, 


MR.    A.SQUITH,    JBFB    DHL    GOBIERNO    INOLÉS 


y  significaba  un  peligro  nacional.  «Inglaterra  es  una 
nación  desde  hace  tantos  siglos,  que  los  ingleses  con- 
ciben difícilmente  lo  que  la  palabra  nación  signifi- 
ca, ó  mejor  aún,  lo  que  puede  ser  la  desaparición  de 
una  nación.»  El  ejemplo  de  Bélgica  les  hizo  ver  cla- 
ramente la  importancia  y  la  posibilidad  de  tal  peligro. 
Desde  este  momento  todos  apoyaron  á  Sir  Grey, 
aceptando  la  guerra  como  ineludible. 

Ésta  aun  tuvo  adversarios.  Se  fundaron  ligas  para 
que  el  Triple  Acuerdo  no  pasase  á  ser  una  alianza 
ofensiva,  limitándose  Inglaterra  á  apoyar  navalmente 
á  Francia  nada  más.  Los  cuáqueros  idealistas,  que  con- 
sideran censurable  toda  guerra 
por  justa  que  sea  y  disponen  de 
cierta  influencia  social  por  sus 
puras  costumbres,  también  in- 
tentaron oponerse  al  gobierno,  y 
con  ellos  muchos  directores  de 
las  asociaciones  de  trabajadores, 
que  buscan  el  afirmar  su  intelec- 
tualidíid  sosteniendo  causas  im- 
populares. Es  indudable  que  estos 
grupos  hubiesen  acabado  por 
crear  al  ministerio  una  corriente 
adversa  de  opinión  aun  después 
de  iniciada  la  guerra,  dificultan- 
do su  proseguimiento.  El  pueblo 
la  había  aceptado  como  un  mal 
necesario,  sin  gran  entusiasmo 
y  sin  saber  ciertamente  lo  que 
podía  representar.  «La  máquina 
de  la  guerra  estaba  en  movi- 
miento, pero  tenía  poco  vapor.» 
La  lucha  gigantesca  en  el  con- 
tinente representaba  para  el  pue- 
blo inglés  «un  gran  retraso  en  la 
cosecha  ya  madura  de  reformas 
sociales  largamente  cultivada,  y 
una  orientación  completamente 
nueva  del  espíritu  público,  que 
había  estado  ocupado  desde  1902, 
no  de  cuestiones  políticas,  sino  de  reformas  industria- 
les y  económicas  que  constituían  la  vida  intra- nacio- 
nal». De  seguro  que  la  oposición  naciente,  á  pesar  de 
estar  formada  por  minorías  insignificantes,  hubiese 
acabado  por  constituir  un  peligro  hablando  al  egoísmo 
del  pueblo  de  lo  mucho  que  les  iba  á  hacer  perder  la 
guerra.  La  ignorancia  de  las  masas  y  el  carácter  ex- 
tremadamente pacifista  de  la  democracia  inglesa,  se 
prestaban  á  la  propaganda  y  al  éxito. 

Pero  de  pronto  dos  factores  decisivos  hicieron  en- 
mudecer todos  los  intentos  de  oposición,  afirmando  la 
influencia  del  gobierno  y  la  persistencia  en  la  lucha. 
Estos  dos  factores  fueron  la  bárbara  conducta  de  los 
alemanes  en  Bélgica,  de  la  que  hablaremos  oportuna- 
mente, y  la  actitud  de  entusiasmo  patriótico  de  las 
lejanas  colonias,  especialmente  de  la  India. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


191 


Contemplando  la  miseria  de  loa  fugitivos  belgas, 
oyendo  sus  relatos  de  horrores,  se  convenció  el  pueblo 
inglés  de  la  justicia  y  la  necesidad  de  la  guerra.  Estos 
ejemplos  vivos  causaron  en  su  espirita,  positivo  y 
lento  á  la  comprensión,  más  honda  huella  que  todos 
los  artículos  de  los  periódicos. 

Los  refugiados  belgas  fueron  repartidos  por  toda 
Inglaterra,  hasta  las  aldeas  más  pobres  y  lejanas.  No 
hubo  quien  no  contemplase  de  cerca  su  miseria  y  su 
desgracia.  Ante  ellos  «se  despertó  la  madre  que  dor- 
mita en  el  corazón  de  todo  inglés»,  sentimiento  de 


entusiasmo  la  lucha  y  ofreciendo  hombres  y  dinero  en 
abundancia  para  el  sostenimiento  de  la  metrópoli. 

Los  subditos  británicos  de  distinta  sangre  hicieron 
ver  con  esta  conducta  su  opinión  de  que  Inglaterra 
representaba  para  el  mundo  algo  mejor  que  Alemania, 
y  el  pueblo  inglés,  para  no  verse  en  un  estado  de  in- 
ferioridad, procuró  sobrepujarlos  en  entusiasmo. 

o 

De  este  modo,  lentamente,  se  fué  elevando  por 
gradaciones  la  opinión  pública,  hasta  llegar  á  la  con- 
clusión de  la  necesidad  de  un  aplastamiento  de  Ale- 


MR.    ASQUITH    ACLAMADO    POR    LOS   DIPUTADOS    DESPUÉS    DE    LA    DBCLARACHIN    DE    GUERRA    A   ALEMANIA 


compasión  reservado  para  la  vida  interior,  y  que  rara 
vez  despiertan  en  él  las  impresiones  exteriores. 

La  cólera  se  unió  á  la  ternura,  y  todos  los  ingleses 
proclamaron  á  coro  desde  entonces  que  la  guerra  no 
debía  cesar  hasta  que  Alemania  diese  una  reparación 
completa  á  Bélgica.  Esta  reparación  debía  ser  positi- 
va, tal  como  entiende  el  pueblo  británico  las  compen- 
saciones: una  indemnización  de  muchos  millones,  pa- 
gada por  un  fuerte  tributo  anual  durante  largos  años. 

En  vista  de  los  crímenes  de  la  invasión  alemana, 
nadie  pensó  más  en  la  paz. 

Las  colonias  convencieron  igualmente  al  pueblo  de 
que  su  causa  valía  la  pena  de  hacer  sacrificios.  Los 
ingleses  de  la  clase  popular  muestran  cierto  desprecio 
hacia  las  colonias  que  no  se  gobiernan  por  sí  mismas. 
Las  consideran  órganos  inferiores  y  secundarios  del 
Imperio  británico.  Y  he  aquí  que  la  más  importante  de 
ellas,  la  India,  poblada  por  gentes  de  otra  raza,  daba 
una  lección  de  patriotismo  á  los  ingleses  acogiendo  con 


manía.  Lo  difícil,  tratándose  del  pueblo  inglés,  es 
conseguir  que  acepte  una  idea.  Una  vez  la  adopta, 
acoplándola  á  un  sólido  sentimiento  incapaz  de  rápi- 
das variaciones,  no  la  olvida  ni  duda  de  ella,  hasta 
llegar  á  su  exacta  realización. 

— Alemania  debe  pagar  el  mal  que  ha  causado  en 
Bélgica  y  en  el  Norte  de  Francia — piensa  el  inglés — . 
Es  de  justicia  que  el  que  causa  daños  los  indemnice. 
Alemania  no  pagará  mientras  no  aplasten  su  soberbia. 
¡Vamos  á  aplastar  á  los  alemanes! 

Su  imaginación,  que  trabaja  lentamente,  no  puede 
concebir  otro  final  del  confiicto.  Su  resolución  fué  ha- 
ciéndose cada  vez  más  fuerte  durante  el  curso  de  la 
guerra.  Los  ataques  de  los  submarinos  alemanes  y  la 
profusión  de  minas  en  el  mar  del  Norte,  con  grave 
daño  del  comercio,  aumentaron  su  coraje.  Las  brava- 
tas alemanas  y  el  anuncio  de  que  una  escuadra  aérea 
de  zeppelines  podía  bombardear  Londres,  despertaron 
su  furor. 


192 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


LORD   ROBBRTS 

El  carácter  inglés  necesita  ser  sacudido  para  que 
dé  frutos.  En  los  momentos  críticos,  la  situación  de 
este  pueblo  así  como  se  hace  más  difícil  aumenta  su 
tenacidad...  y  su  buen  humor. 

En  tiempo  normal  el  inglés  es  taciturno  y  grave. 
Cuando  se  ve  en  peligro  canta  y  muestra  una  incons- 
ciencia casi  infantil.  Quiere  conservar  su  serenidad, 


y  para  mantener  el  valor  se  vigila  á  si  mismo,  impo- 
niéndose una  alegría  ruidosa,  una  indiferencia  heroica 
que  no  deja  transpirar  las  emociones  internas. 

«Foresto  nuestros  soldados — dice  un  autor  inglés — 
m;irchan  á  la  batalla  cantando,  no  himnos  solemnes, 
sino  frivolas  canciones  de  music-hall.  Y  sin  embargo, 
en  el  fondo  de  su  pensamiento  tienen  la  idea  de  que 
van  ;i  morir  por  una  gran  causa.  Pero  no  quieren 
darse  por  enterados,  y  siguen  su  camino  hacia  la 
muerte  con  una  alegría  de  niños.» 

El  pueblo  inglés  tardó  mucho  en  aceptar  la  guerra. 
I 'ero  los  mismos  que  se  oponían  á  su  declaración  fue- 
i'on  luego  sus  más  firmes  sostenedores. 

Cuando  la  Gran  Bretaña  se  compromete  en  una 
obra  tiene  que  terminarla.  Y  el  pueblo  inglés,  pasa- 
das las  primeras  vacilaciones,  quiso  ser  un  martillo 
poderoso,  golpeando  incansablemente  sobre  el  yunque 
de  Europa,  hasta  conseguir  el  aplastamiento  de  la 


Inglaterra  no  necesita  hacer  grandes  preparativos 
ruando  la  guerra  es  en  el  Océano.  Basta  una  orden 
del  Almirantazgo  para  que  á  las  veinticuatro  horas 
el  pabellón  británico  pasee  amenazante  por  todos  los 
mares  del  globo. 

Pero  ea  lo  que  se  refiere  á  su  ejército  de  tierra,  ha 
sido  siempre  lenta  y  hasta  imprevisora.  Sólo  tiene  las 
tropas  necesarias  para  sus  necesidades  interiores  y  la 
defensa  de  sus  colonias.  La  tradición  democrática  del 
país  se  opone  al  establecimiento  del  servicio  militar 
obligatorio,  á  pesar  de  la  propaganda  que  hizo  en 
favor  de  éste  el  glorioso  veterano  Lord  Roberts,  y  que 


LORD    ROBBRTS    Y    LORD    KITCIIKNKR    BN    EL    .MINISTERIO    DE    LA    GUERRA 

(Dibujo  de  The  lUustrated  War  A'ews 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


193 


continuaron  realizando  otros  generales.  El  ejér- 
cito inglés  se  nutre  únicamente  de  voluntarios. 
Este  enganche  basta  en  tiempos  de  paz,  y  ha  sido 
suficiente  para  sostener  las  guerras  coloniales. 

Aparte  de  esto,  el  pueblo  británico,  que  cuida 
escrupulosamente  de  que  su  nota  no  decaiga  y 
da  animosamente  para  su  aumento  todo  lo  que 
el  gobierno  solicita,  presta  poca  atención  al  des- 
arrollo del  ejército  de  tierra. 

Tiene  un  axioma  que  todos  repiten:  «Nosotros 
organizamos  la  guerra  mientras  la  hacemos.»  In- 
glaterra declara  abiertas  las  hostilidades,  y  lue- 
go, al  abrigo  de  la  flota  y  de  su  situación  insular, 
va  reclutando  voluntarios  y  reforzando  tranqui- 
lamente los  cuadros  de  su  ejército. 

Este  procedimiento  es  peligroso,  pero  le  ha  re- 
sultado bien  en  todas  sus  guerras  desde  los  tiem- 
pos de  Napoleón.  Las  prolonga  mucho,  haciéndo- 
las comenzar  con  derrotas  las  más  de  las  veces, 
para  conseguir  indefectiblemente  una  victoria 
final  cuando  se  halla  en  posesión  de  todas  sus 
fuerzas,  lentamente  reunidas.  Y  como  Inglaterra 
es  pais  de  tradiciones,  el  pueblo  no  ha  querido 
aceptar  ningún  cambio  en  un  sistema  garanti- 
zado por  el  triunfo.  Además  el  ciudadano  britá- 
nico, celoso  de  su  libertad,  siente  una  irresistible 
aversión  por  todo  servicio  obligatorio. 

En  esta  guerra  adivinó  la  opinión  que  las  cir- 
cunstancias eran  distintas  y  había  que  proceder 
con  mayor  rapidez. 

Inglaterra  en  tiempo  de  paz  sigue  distinguien- 
do con  los  honores  de  la  popularidad  á  sus  almi- 
rantes y  soldados  de  mar,  que  forman  las  verda- 
deras tropas  activas.  Al  ejército  de  tierra  lo  olvi- 
da; y  sus  generales,  los  héroes  de  la  defensa  colonial, 
viven  como  en  una  situación  de  reemplazo.  Pero  ape- 
nas ha  surgido  una  guerra,  los  nombres  de  Lord  Ro- 
berts,  de  Lord  Kitchener,  de  French  y  otros  han  vuel- 
to á  la  memoria  del  pueblo. 

Al  romperse  las  hostilidades  con  Alemania  los  ge- 
nerales célebres  de  Inglaterra  tornaron  al  primer  pla- 
no de  la  popularidad. 

El  instinto  de  la  opinión  se  adelantó  á  las  decisio- 
nes del  gobierno.  Todos  adivinaron  qué  hombres  iban 
á  dirigir  las  fuerzas  terrestres  del  pais. 

Con  Lord  Roberts  no  podia  contar  el  ejército  britá- 
nico. El  glorioso  veterano  teoía  más  de  ochenta  años, 
y  poco  tiempo  después,  en  el  mes  de  Noviembre,  cuan- 
do en  un  arranque  de  senil  energía  pasó  á  Francia 
para  visitar  en  el  campo  de  batalla  á  sus  antiguos 
compañeros  de  armas,  murió  casi  repentinamente  de 
una  dolencia  ocasionada  por  esta  fatiga  incompatible 
con  su  edad. 

El  general  French,  más  joven  y  de  historia  no  me- 
nos gloriosa,  fué  el  caudillo  indicado  para  dirigir  la 
expedición  continental  en  auxilio  de  Francia. 

Lord  Kitchener  era  el  ministro  indiscutible  de  la 
Guerra.  Todo  el  país  reclamó  su  concurso.  ¡Siempre 


LORD    KITCHBNER    REVISTANDO    LAS   TROPAS  (Fot.  Rol) 

que  la  Gran  Bretaña  se  ha  visto  en  nuestra  época 
comprometida  en  una  guerra  difícil,  la  opinión  pú- 
blica ha  formulado  la  misma  exigencia  como  un  su- 
premo remedio:  «Que  vaya  Lord  Kitchener  al  War 
Office.» 

Este  héroe  de  las  guerras  de  África  es  un  organi- 
zador duro  é  incansable  que  conoce  los  recursos  de  la 
patria  y  sabe  extraer  sus  fuerzas,  regimentándolas 
con  rapidez. 

Obediente  á  la  voluntad  de  sus  conciudadanos,  fué 
tranquilamente  á  tomar  posesión  del  Wa?'  Office  como 
en  otras  ocasiones  criticas.  Su  papel  es  ser  ministro 
de  la  Guerra  en  la  hora  del  peligro. 

Al  entrar  en  el  ministerio  y  recorrer  sus  salones, 
preguntó  á  un  ayudante: 
— ^,No  hay  aquí  una  cama? 
— No,  milord. 
— Está  bien.  Que  traigan  una  inmediatamente. 

Y  se  instaló  como  un  soldado  para  trabajar  noche 
y  dia. 

— Que  me  traigan  veinte  telegrafistas — ordenó  al 
poco  rato. 

Pasaron  dos  horas  sin  que  llegasen  estos  emplea- 
dos. La  dirección  de  Telégrafos  tenía   que   cumplir 


194 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


varios  requisitos  reglamentarios  de  los  que  complican 
la  vida  de  las  oficinas.  Al  enterarse  del  retraso,  Lord 
Kitchener  dijo  simplemente  por  teléfono: 

— Que  estén  aqui  antes  de  diez  minutos,  ó  iré  yo  en 
persona  á  traerlos. 

Su  voluntad  imperiosa,  sobria  en  palabras  y  férrea 
en  la  acción,  se  impuso  inmediatamente,  conmovien- 
do la  pasividad  y  la  rutina  de  las  costumbres  britá- 
nicas. 

Organizó  el   cuerpo  expedicionario,    enviando  á 


cío.  Pero  su  certeza  fatal  sobre  la  duración  de  la 
lucha  se  trocaba  en  victorioso  optimismo  al  hablar  de 
su  término.  La  causa  de  los  aliados  sería  la  triunfan- 
te. En  las  guerras  modernas  vence  indefectiblemente 
el  que  puede  mantenerse  en  píe  un  cuarto  de  hora 
más,  y  la  Gran  Bretaña,  dirigida  por  él,  se  sostendría 
al  lado  de  sus  aliados  hasta  el  último  hombre,  como 
los  cuadros  de  la  infantería  escocesa  en  Waterloo,  y 
híista  gastar  el  último  millón. 

Los  habitantes  de  Londres  encuentran  muchas  ve- 
ces en  las  inmediaciones  del  ]Var  Office 
un  elegante  «gentleman»  que  marcha 
solo  con  dirección  á  este  ministerio. 

Es  Lord  Kitchener,  el  organizador  y 
mantenedor  de  las  tuerzas  inglesas,  el 
hombre  que  enardece  con  sus  lacónicos 
llamamientos  á  la  juventud  nacional,  y 
puesto  en  contacto  con  las  colonias  ex- 
trae soldados  de  todos  los  rincones  del 
mundo. 

( 'omo  todos  los  ottciales  ingleses,  Lord 
Kitchener  sólo  viste  su  brillante  unifor- 
me en  los  actos  militares.  Fuera  de  ello, 
prefiere  el  chaqué  de  corte  elegante,  el 
sombrero  de  copa  de  numerosos  reflejos, 
el  traje  de  la  vida  civil  que  iguala  á  to- 
dos los  ciudadanos  notables  de  la  demo- 
cracia inglesa,  solemne,  digna  y  ento- 
nada: lores,  generales,  almirantes, 
miembros  del  Parlamento  y  altos  comer- 
ciantes de  la  City. 


LORD    KITCUBNER,    MINISTRO    1>E    LA    (lUEUUA    IN11LK.«,    EN    THAJE 


Francia  más  hombres  que  había  prometido  y  con  ima 
rapidez  que  nadie  esperaba. 

— Antes  de  la  primavera  próxima — afirmó — Ingla- 
terra tendrá  en  el  continente  un  millón  de  hombres. 

Y  siguió  trabajando  con  un  tesón  silencioso  é  in- 
cansable, diciendo  á  todos  la  verdad,  revelando  los 
defectos  de  la  organización  inglesa,  negándose  á  hala- 
gar ios  optimismos  generales  que  creían  en  una  guerra 
corta. 

No;  la  guerra  iba  á  ser  larga,  larguísima.  Lord 
Kitchener,  al  decretar  el  enganche  de  voluntarios, 
fijó  un  plazo  de  tres  años  para  la  duración  del  servi- 


DB    PAISANO 
(Fot.  Rol) 


La  defensa  de  Bélgica.  — Alocución  del 
rey.— Palabras  de  Guillermo  II  y  de  su 
canciller. —  Falsas  noticias  acerca  de 
la  situación  de  Francia. 

Al  realizar  los  alemanes  la  invasión 
de  llélgica,  el  rey  Alberto  1  creyó  llegado 
el  momento  de  abandonar  Bruselas,  po- 
niéndose al  frente  de  sus  tropas.  El  so- 
berano de  este  pequeño  reino  no  quiso 
seguir  viviendo  en  su  palacio,  lejos  de  los 

combates  y  pronunciando  arengas  como  (iuillermo  IL 

Primer  ciudiidano  de  un  estado  democrático,  deseó  ser 

igualmente  su  primer  soldado. 

En  la  mañana  del  6  de  Agosto  el  rey  de  Bélgica 

lanzó  la  siguiente  proclama: 

AL  EJÉRCITO  DE  LA  NACIÓN 

Soldados:  Sin  la  menor  provocación  de  nuestra 
parte,  un  vecino  orgulloso  de  su  fuerza  ha  desgarrado 
los  tratados  que  llevaban  su  firma,  violando  después 
el  territorio  de  nuestros  padres. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


195 


Porque  hemos  sido  dignos  de  nosotros  mismos,  por- 
que nos  hemos  negado  á  un  delito  contra  el  honor,  este 
vecino  nos  ataca.  Pero  el  mundo  entero  se  maravilla 
de  nuestra  actitud  leal.  Que  su  respeto  y  su  estima 
nos  reconforten  en  estos  momentos  supremos. 

Viendo  amenazada  su  independencia,  la  nación  se 
ha  estremecido  y  sus  hijos  han  saltado  á  la  frontera. 
Valerosos  soldados  de  una  causa  justa:  yo  tengo  con- 
ñanza  en  vosotros  y  os  saludo  en  nombre  de  Bélgica. 
Vuestros  conciudadanos  se  sienten  orgullosos  de 
vosotros. 

Triunfaréis,  porque  sois  la  fuerza  pues- 
ta al  servicio  del  derecho. 

César  dijo  de  vuestros  antecesores:  «De 
todos  los  pueblos  de  las  Galias,  los  bel- 
gas son  los  más  bravos.» 

Gloria  á  vosotros,  soldados  del  pueblo 
belga. 

Ante  el  enemigo  acordaos  que  com- 
batía por  la  libertad  y  por  vuestros  ho- 
gares amenazados. 

Acordaos,  flamencos,  de  la  batalla  de 
las  Espuelas  de  Oro,  y  vosotros,  walones 
de  Lieja,  que  ocupáis  en  este  momento 
el  sitio  de  honor,  acordaos  también  de 
los  seiscientos  franchimonteses  (1). 

Soldados:  Salgo  inmediatamente  de 
Bruselas  para  ponerme  al  frente  de  vos- 
otros. 

Firmado  en  el  palacio  de  Bniselax  el  5  de 
Agosto  de  1914. 

Alberto 

Los  primeros  choques  con  los  alema- 
nes resultaron  favorables  á  los  belgas. 

La  invasión  germánica  se  prosiguió 
metódicamente  á  partir  del  día  5  en  las 
primeras  horas  de  la  mañana.  Tres  fuer- 
tes columnas  precedidas  de  pelotones  de 
huíanos  y  lanceros  franquearon  la  fron- 
tera por  (jemenick,  Henri-Chapelle  y 
Dolhain.  Una  de  estas  columnas  remontó 
hacia  Visé,  deteniéndose  en  la  ribera 
derecha  del  Mosa.  Los  belgas  situados  en 
la  otra  orilla  defendieron  el  paso  del  rio, 
destruyendo  con  su  artillería  un  puente 
que  intentaron  establecer  los  alemanes. 

Mientras  tanto  la  caballería  belga  tuvo  numerosos 
choques  con  la  caballería  de  las  avanzadas  enemigas, 
saliendo  victoriosa  de  estos  encuentros  y  apresando 
numerosos  huíanos. 


Los  ingenieros  belgas  habían  hecho  saltar  varios 
puentes  y  túneles  el  día  3,  dificultando  asi  el  avance 
del  enemigo.  Además  demolieron  muchos  edificios  en 
los  alrededores  de  Lieja  que  dificultaban  el  tiro  de  los 
fuertes.  En  la  cindadela  fué  instalada  una  estación  de 
telegrafía  sin  hilos. 

El  vecindario  de  Lieja  se  mostró  animoso  y  entu- 
siasta desde  los  primeros  momentos,  ayudando  á  la 
guarnición  en  los  trabajos  de  defensa. 

Las  tropas  alemanas,  que  pensaban  llegar  á  Lieja 


LOS    BNBMIGOS    DE    BÉLGICA 

Soldados  alemanes  con  ametralladoras  ante  el  monumento  conmemorativo 
del  75  aniversario  de  la  independencia  belga 

(Dibujo  de  M.  Fovestier,  según  apunte  facilitado  por  el  profesor  de  la  Universi- 
dad de  Lieja  M.  Paul  Hameling,  publicado  por  The  lUuetrated  Lonrion  Newa.) 


sin  obstáculo  alguno,  tuvieron  que  batirse,  como  ya 
hemos  dicho,  con  las  fuerzas  del  país  apenas  pusieron 
el  pie  en  Bélgica. 

Un  parlamentario  enemigo  se  presentó  en  Lieja 


(1)  La  «batalla  de  las  Espuelas  de  Oro>  es  uno  de  los  hechos  más  glo- 
riosos de  Bélgica  en  la  Edad  Media.  Los  municipios  belgas,  que  eran  ver- 
daderas repúblicas  democráticas,  combatieron  unidas  el  feudalismo  con 
sus  milicias  populares,  matando  tantos  caballeros,  que  recogieron  en  sacos 
sus  espuelas  de  oro,  lo  que  dio  un  nombre  popular  á  esta  victoria. 

Los  «seiscientos  franchimonte3e8>  fueron  otros  tantos   montañeses  del 
distrito  de  Franchimonte,  en  el  Mosa,  que  contribuyeron  á  la  defensa  de 


la  antigua  Lieja  cuando  esta  república  estaba  sitiada  en  1468  por  Carlos 
el  Temerario,  duque  de  Borgoña,  y  el  terrible  Luis  XI,  rey  de  Francia. 
En  la  noche  del  'M)  de  Octubre,  los  franchimonteses  salieron  calladamente 
de  la  ciudad  con  el  intento  de  apoderarse  de  los  dos  soberanos  en  medio 
de  sus  tropas,  y  poco  faltó  para  que  los  matasen.  Sorprendidos  en  esta 
operación  por  todo  el  ejército  enemigo,  los  montañeses  se  defendieron  sin 
querer  retirarse,  hasta  que  no  quedó  uno. 


196 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


VISTA    DE   LIBJA 

pidiendo  al  general  Leman,  gobernador  de  la  plaza, 
la  rendición  de  ésta. 

El  heroico  Leman,  que  pocos  dias  después  había 
de  asombrar  al  mundo  con  su  desesperada  resistencia, 
contestó  que  el  ejército  belga  sólo  cedería  el  paso  des- 
pués de  ser  aniquilado. 

El  general  dirigió  la  siguiente  proclama  á  los  ha- 
bitantes de  la  provincia: 

Habitantes  del  país  de  Lieja: 

La  gran  Alemania  invade  nuestro  territorio  después  de  un  ul- 
iimaium  que  constituye  un  ultraje. 

La  pequeña  Bélgica  ha  recogido  valerosamente  el  guante. 

El  ejército  va  á  cumplir  su  deber. 

La  población  de  Lieja  cumplirá  también  el  suyo. 

Tengo  la  seguridad  de  que  dará  un  ejemplo  de  calma  y  de  res- 
peto á  las  leyes.  Su  ardiente  patriotismo  responde  de  ello. 

¡Viva  el  Rey,  comandante  en  jefe  del  ejército! 

¡Viva  Bélgica! 

El  teniente  general  gobernador  general  de  Lieja, 

Leman 

Iba  á  empezar  el  duelo  desigual  y  heroico,  el  en- 
cuentro nunca  visto  entre  el  mayor  imperio  militar  y 
una  de  las  naciones  más  pequeñas  de  Europa. 


Mientras  tanto  Guillermo  TI,  que  según  confiesan 
sus  admiradores  no  puede  estar  mucho  tiempo  en  si- 
lencio y  utiliza  todas  las  oportunidades  para  redactar 
manifiestos,  pronunciar  discursos  ó  actuar  de  sacer- 
dote, recitando  plegarias  y  sermones,  creyó  llegado 
el  momento  de  hablar  otra  vez  á  su  pueblo. 

Sintió  además  la  necesidad  de  dirigir  una  de  sus 


i'umerosas  invocaciones  á  Dios,  al 
que  trata  con  cierta  familiaridad,  y 
declarar  á  Europa  entera  la  pureza 
de  su  alma. 

Esta  fué  la  forma  de  su  proclama: 

Alemanes: 

Me  veo  forzado  á  tirar  de  la  espada  para 
repeler  un  ataque  completamente  injustifi- 
cado, y  con  toda  la  fuerza  de  que  dispone 
Alemania  hacer  la  guerra  por  la  defensa  del 
Imperio  y  de  nuestra  existencia  nacional. 

He  hecho  todos  mis  esfuerzos  desde  el 
principio  de  mi  reinado  para  preservar  á  la 
nación  alemana  de  la  guerra  y  para  maute- 
ner  la  paz. 

Por  lo  mismo  en  el  caso  actual  he  conside- 
rado que  era  para  mi  un  deber  de  conciencia 
hacer  todo  lo  posible  por  evitar  la  guerra; 
pero    mis   esfuerzos    han    resultado    vanos. 
Tengo  pura  mi  conciencia  y  estoy  convenci- 
do de  la  justicia  de  nuestra  causa.  Duros  sa- 
crificios de  hombres  y  de  dinero  serán  exigi- 
dos á  la  nación  alemana  para  esta  defensa 
de  la  patria  que  nos  impone  el  reto  del  ene- 
migo, pero  yo  sé  que  mi  pueblo  me  sostendrá 
lealmente,    unánimemente,    resueltamente, 
como   en  los  días   sombríos   sostuvo   á   mi 
abuelo,  que  ahora  reposa  en  Dios. 
Habiendo  aprendido  desde  mi  juventud  á  poner  mi  confianza 
en  Dios  padre,  creo  necesario  en  estos  dias  solemnes  inclinarme 
delante  de  el  implorando  su  gracia.  Hago  un  llamamiento  á  mi 
pueblo  para  que  se  una  á  mí  en  una  plegaria  común  y  observe 
la  jornada  del   5  de  Agosto  como  un  día  extraordinario  de  ple- 
garias  generales,    reuniéndose   en    todas    las   iglesias    del    Im- 
perio para  pedir  á  Dios  que  esté  con  nosotros  y  bendiga  nuestras 
armas. 

Después  del  servicio  divino  cada  uno  podrá  volver  á  sus  ocu- 
paciones. 

Guillermo  L  R. 

Es  inútil  llamar  la  atención  sobre  el  tono  y  las 
afirmaciones  de  este  documento.  Alemania,  según 
(Guillermo  11,  se  veía  provocada  á  la  guerra  y  sólo  ti- 
raba de  la  espada  por  defenderse.  ¡Y  esto  lo  decía 


GRÁFICO    DEL    AVANCE   ALEMÁN    CONTRA    LIEJA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


197 


cuarenta  y  ocho  horas  después  de  haber  roto  los  tra- 
bajos conciliadores  de  la  diplomacia  de  Europa  decla- 
rando la  guerra  á  Rusia! 

El  -i  de  Agosto,  ó  sea  el  mismo  dia  en  que  se  re- 
unieron en  memorables  sesiones  el  Parlamento  francés 
y  el  Parlamento  belga,  y  en  que  la  Gran  Bretaña  rom- 
pió sus  relaciones  con  Alemania,  se  reunió  igualmente 
el  Reichstag  en  presencia  del  emperador,  para  enterar- 
se de  la  declaración  de  guerra  á  Rusia  y  Francia  y 
votar  los  créditos  necesarios  para  su  sostenimiento. 

(¡uillermo  II  en  su  discurso  del  trono  habló  de  los 
esfuerzos  hechos  por  Alemania  durante  la  crisis  bal- 
kánica para  mantener  la  paz.  «El  abismo  parecía 
cerrado — dijo — ,  cuando  el  asesinato  del  archiduque 
Francisco  Fernando  vino  á  abrirlo  de  nuevo.  Austria, 
obligada  á  tomar  medidas  de  seguridad,  encontró  la 
oposición  de  Rusia,  y  los  preparativos  de  esta  última 
obligaron  á  Alemania  á  declarar  la  guerra.  En  cuanto 
á  Francia  no  sentimos  sorpresa  alguna  al  verla  al 
lado  de  su  aliada.  La  situación  actual  es  el  resultado 
de  la  animosidad  y  la  envidia  que  se  nota  desde  hace 
años  contra  el  próspero  desenvolvimiento  del  Imperio 
alemán.» 

Después  de  leido  el  discurso  del  trono,  (Guillermo  II 
aprovechó  la  ocasión  para  expansionar  su  fiebre  ora- 
toria añadiendo  lo  siguiente: 

«Fieles  al  ejemplo  de  nuestros  padres,  graves  y 
nobles,  humildes  ante  Dios  y  valerosos  ante  el  enemi- 
go, nos  confiamos  nosotros  al  Todopoderoso  para  que 
nos  asista  en  nuestra  obra  de  defensa  y  sea  favorable 
á  nuestras  armas. 

«Vosotros  habréis  leido.  Señores,  lo  que  yo  dije  á 
mi  pueblo  desde  un  balcón  de  mi  palacio.  Lo  mismo 
repito  aquí.  Yo  no  conozco  partidos;  yo  no  conozco 
más  que  alemanes.  (Aplausos  frenéticos.)  Y  como  signo 
de  vuestra  voluntad  de  permanecer  unidos,  sin  distin- 
ción de  partidos,  de  situaciones  sociales  ó  de  confesio- 
nes religiosas,  para  seguirme  á  todas  partes,  aunque 
sea  á  la  derrota  y  la  muerte,  invito  á  los  jefes  de  par- 
tido á  que  se  acerquen  á  mí  y  me  lo  prometan  estre- 
chando mi  mano.  > 

El  canciller  Bethmann-Hollweg  fué  más  sincero, 
pues  su  situación  de  gobernante  no  le  permitía  des- 
figurar los  hechos  con  la  misma  facilidad.  Además,  en 
aquel  momento  la  Gran  Bretaña  aun  no  había  decla- 
rado la  guerra  á  Alemania  (suceso  que  ocurrió  horas 
después),  y  el  canciller,  en  su  discurso,  procuró  excu- 
sar los  atropellos  cometidos  poniendo  su  pensamiento 
en  Inglaterra,  mientras  iba  hablando  con  la  absurda 
esperanza  de  poderla  convencer. 

«Una  desgracia  espantosa — dijo — amenaza  á  Euro- 
pa. Desde  hace  cuarenta  y  cuatro  años  gozamos  los 
beneficios  de  la  paz,  por  cuyo  mantenimiento  que- 
ríamos seguir  trabajando.  Desde  el  Emperador  al  más 
joven  soldado,  todos  habían  hecho  el  voto  de  no  tirar 
de  la  espada  más  que  por  una  causa  justa.  (Vivos 
aplausos.)  Rusia  ha  prendido  fuego  á  la  antorcha  in- 
cendiaria.»  (Aplausos  frenéticos.) 


EL  GENERAL  LEMAN.  HEROICO  DEFENSOR  DE  LIBJA 

El  canciller  dio  lectura  á  continuación  de  los  do- 
cumentos diplomáticos  que  formaron  el  Libro  Blanco 
alemán,  documentos  incompletos  y  arreglados  ma- 
quiavélicamente, como  se  demostró  luego,  para  hacer 
creer  al  mundo  que  Alemania  era  la  agredida. 

Después  de  esta  lectura  continuó  hablando  Beth- 
mann-Holhveg,  para  justificar  la  violencia  inesperada 
con  que  el  Imperio  lo  había  atropellado  todo,  decla- 
rando la  guerra  á  Rusia  y  Francia. 

«^.Debíamos  aguardar  pacientemente  el  momento 
escogido  por  las  potencias  que  nos  oprimen  para 
prender  fuego  á  ln  pólvoraY  (Vivos  aplausos.)  Hubiese 
sido  criminal  exponer  Alemania  á  este  peligro.  (Aplau- 
sos unánimes.  Gritos  de  <a¡No!  ¡Noh) 

«Nuestras  tropas  han  guardado  al  principio  una 
actitud  defensiva.  Esta  es  la  verdad.  Nosotros  nos  ha- 
llamos en  un  estado  de  legitima  defensa,  y  podemos 
hacerlo  todo  porque  la  necesidad  so  reconoce  ley. 
Nuestras  tropas  han  ocupado  el  Luxem burgo,  y  tal 
vez  en  este  momento  ocupan  toda  Bélgica.  (Violentos 
aplausos.  Gritos  de  entusiasmo.)  Reconozco  que  esto  ES 
CONTRARIO  AL  DERECHO  DE  GENTES,  pero  nosotros  Sa- 
bíamos que  Francia  estaba  pronta  á  un  ataque  á  tra- 
vés del  territorio  belga,  y  un  ataque  á  nuestra  ala 
sobre  el  Rhin  inferior  podía  habernos  sido  fatal.  Por 
esto  nos  hemos  visto  obligados  Á  pasar  por  encima 

DE  las  protestas  DE  LUXEMBURÜO  Y  DE  BÉLGICA,  QUE 


198 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


SON  JUSTIFICADAS.  Pero  nosotros  repararemos  esta 
falta  cuando  hayamos  conseguido  nuestro  fin.  (Vivos 
aplausos.)  Cuando  se  está  amenazado  como  nosotros 
lo  estamos,  y  cuando  se  combate  como  nosotros  por  el 
bien  supremo,  se  sale  del  taso  como  se  puede.» 
(Aplausos  frenéticos.) 

Jíimás  en  la  Historia  gobernante  alguno — ni  aun 
los  déspotas  más  irrespetuosos  de  las  leyes — se  ha 
expresado  como  este  canciller  germánico.  Reconoció 
en  su  discurso  que  los  actos  realizados  por  las  tropas 
de  su  país  eran  contrarios  al  derecho  de  gentes,  que 
las  protestas  de  los  Estados  invadidos  resultaban  jus- 
tificadas, pero  que  una  vez  en  lucha  todo  está  permi- 
tido y  hay  que  salir  del  paso  como  se  puede. 

lloras  des- 
pués, en  su  en- 
trevista noctur- 
na con  el  emba- 
jador de  Ingla- 
terra, tjue  ya  he- 
mos relatado, 
completaba  su 
doctrina  afir- 
mando que  la 
«neutralidad»  es 
una  simple  pala- 
bra, y  un  trata- 
do solemne  entre 
naciones  no  me- 
rece más  valor 
que  el  de  un  «pe- 
dazo de  píipel». 
□ 

El  5  de  Agosto 
se  decidió  Aus- 
tria-Hungria  á 
declarar  la  gue- 
rra á  Rusia.  Sien- 
do el  Imperio  austríaco  autor  visible  de  la  conflagra- 
ción europea,  mostró  sin  embargo  cierta  pereza  en 
aceptar  la  lucha  provocada  por  él  voluntariamente,  ó 
por  instigaciones  de  Alemania,  su  aliada.  Sólo  cinco 
días  después  que  el  gobierno  alemán  hubo  declarado 
la  guerra  á  Rusia,  se  decidió  á  imitar  esta  conducta. 
Con  Francia  su  procedimiento  aun  fué  más  extra- 
ño. Transcurrieron  días  y  días  sin  que  el  embajador 
de  Austria  se  moviese  de  París.  Las  tropas  austríacas 
estaban  ya  en  Alsacia  ayudando  á  los  alemanes,  sin 
que  el  Imperio  austríaco  hiciese  declaración  diplomá- 
tica de  hostilidad.  Y  así  hubiese  continuado  esta  si- 
tuación inaudita  de  no  cortarla  el  gobierno  francés, 
entregando  sus  pasaportes  al  embajador  antes  de  que 
los  pidiese. 

La  declaración  de  guerra  presentada  el  día  5  en  San 
Petersburgo  por  el  representante  austríaco  decía  así: 

Por  orden  de  su  Gobierno,  el  que  suscribe,  embajador  de  Aus- 
tria-Hungría, tiene  el  honor  de  notificar  á  Su  Excelencia  el  mi- 
nistro de  Negocios  Extranjeros  de  Rusia  lo  que  sigue: 


BL    KAISER    BN    EL   RBICHSTAO 


Vista  la  actitud  amenazante  tomada  por  Rusia  en  el  conflicto 
que  ha  surgido  entre  la  monarquía  austro-húngara  y  Servia,  y  en 
vista  también  de  que  á  consecuencia  de  este  conflicto  Rusia — se- 
gún una  comunicación  del  Gabinete  de  Berlin — ha  creído  conve- 
niente abrir  las  hostilidades  contra  Alemania  y  que  ésta  se  en- 
cuentra en  estado  de  guerra  con  dicha  potencia,  Austria-Hungría 
se  considera  igualmente  en  estado  de  guerra  con  Rusia. 

Este  documento  tan  corto  contiene  una  falsedad 
enorme,  como  ya  lo  habrá  notado  el  lector.  En  él  se 
pretende  que  es  Rusia  la  que  ha  declarado  la  gue- 
rra á  Alemania,  afirmación  desmentida  por  el  mismo 
gobierno  de  Berlín.  La  política  de  los  dos  imperios 
aliados  les  hizo  buscar  en  los  primeros  días  de  la  gue- 
rra el  presentarse  como  víctimas  obligadas  á  la  de- 
fensa, torturan- 
do para  esto  la 
verdad  y  el  buen 
sentido  con  un 
esfuerzo  inútil. 

o 

Todos  los  go- 
biernos de  Euro- 
pa y  América  de- 
clararon su  neu- 
tralidad. Tur- 
quía,  que  tam- 
bién se  declaró 
neutral,  pero  en 
cuyo  gobierno 
ejercían  honda 
presión  las  intri- 
gas alemanas, 
anunció, conpre- 
texto de  asegu- 
rar la  neutrali- 
dad, su  propósito 
de  cerrar  á  la 
navegación  el 
estrecho  de  los  Dardanelos  y  el  Bosforo. 

En  la  frontera  franco-germánica  continuaron  los 
combates  entre  las  avanzadas  de  ambos  ejércitos,  lle- 
vando la  mejor  parte  la  caballería  francesa,  que  batió 
y  persiguió  á  varios  destacamentos  de  dragones  ale- 
manes y  de  huíanos,  matando  á  varios  y  haciendo 
numerosos  prisioneros. 

No  era  aquí  donde  iba  á  desarrollarse  la  ofensiva 
del  enemigo.  La  invasión  había  tomado  el  camino  de 
Bélgica. 

El  primer  choque  importante  de  la  guerra  fué  el 
mismo  día  5  en  los  alrededores  de  Lieja.  El  ejército 
belga  comenzó  en  este  dia  su  carrera  de  heroísmo.  Las 
tropas  del  general  Leman  repelieron  todos  los  ataques 
alemanes,  sosteniendo  una  verdadera  batalla  en  cam- 
po raso,  sin  buscar  el  abrigo  de  las  fortificaciones. 

El  ataque  germánico  fué  brusco  y  violento  entre 
el  río  Vesdre  y  el  Mosa,  pero  un  contraataque  lo  re- 
chazó, persiguiendo  los  belgas  á  varios  cuerpos  ene- 
migos hasta  la  misma  frontera. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  ÜE  1914 


199 


Las  tropas  de  Leman  recogieron  en  las  lineas  ale- 
manas más  de  600  heridos. 

Esta  primera  derrota  y  la  intervención  del  paisa- 
naje en  la  lucha  para  defender  su  pais  exasperaron  á 
los  invasores.  Además  sus  jefes  tenían  orden  de  ate- 
rrar á  la  población  belga,  ya  que  se  negaba  á  dejar- 
les paso  franco.  Y  empezaron  los  fusilamientos,  los 
robos,  los  incendios  de  poblaciones,  las  matanzas  de 
mujeres,  niños  y  ancianos,  los  asesinatos  de  sacerdo- 
tes porque  se  mantenían  al  lado  de  los  defensores  del 
pais,  todos  los  crímenes  de  la  invasión  de  Bélgica,  de 


Apenas  se  inició  la  guerra,  todas  las  calamidades 
que  puede  sufrir  un  pueblo  cayeron  sobre  Francia,  en 
menos  de  una  semana,  para  regocijo  de  las  gacetas 
germánicas,  que  comentaban  con  una  serenidad  im- 
perturbable los  grandes  desastres  de  la  República 
enemiga.  El  Presidente  Poincaré  dimitió  unas  veces  y 
otras  fué  asesinado.  Los  revolucionarios  de  París  pro- 
clamaron la  Commune,  haciendo  arder  la  capital  por 
los  cuatro  costados.  Los  i-egimientos  franceses  se  su- 
blevaban contra  sus  oficiales,  á  impulsos  de  la  propa- 
ganda antimilitarista.  Tres  cuartas  partes  de  la  na- 


BL    REICHSTAG 


los  que  hablaremos  oportunamente,  y  que  levantaron 
en  las  naciones  civilizadas  de  Europa  y  América  un 
clamoreo  de  indignación,  arrebatando  al  Imperio  ale- 
mán las  pocas  simpatías  que  aun  conservaba  entre 
las  gentes  de  sentimientos  generosos. 


Uno  de  los  procedimientos  que  empleó  con  más  te- 
nacidad el  patriotismo  alemán  para  enardecer  á  sus 
soldados,  haciéndoles  creer  que  la  guerra  resultaría 
fácil  y  rápida,  fué  la  difusión  de  falsas  noticias  sobre 
el  estado  de  los  enemigos.  La  agencia  Wolff,  centro 
alemán  de  informaciones  periodísticas,  se  encargó 
principalmente  de  este  trabajo,  adquiriendo  una  cele- 
bridad grotesca  en  todo  el  mundo  por  sus  inverosími- 
les relatos. 


ción  francesa  realizaban  manifestaciones  contra  la 
guerra. 

Y  estos  diarios  germánicos,  que  repetían  impertur- 
bables las  estupendas  invenciones  de  Wolff,  tenían 
buen  cuidado  en  ocultar  los  únicos  hechos  monstruo- 
sos reales  y  positivos  que  estaban  ocurriendo  en  aque- 
llos momentos:  el  fusilamiento  por  los  alemanes  de 
numerosos  alsacianos  y  loreneses  tomados  como  rehe- 
nes; la  matanza  efectuada  en  el  vecindario  belga  de 
Visé  por  los  invasores. 

Le  Temps  decía  así: 

Alemania  había  creído  que  podría  romper  la  resistencia  de  un 
pueblo  pequeño  con  su  primer  esfuerzo.  Y  desde  ayer  las  heroicas 
tropas  belgas,  ante  las  cuales  se  inclina  el  respeto  de  Francia, 
hacen  frente  al  ejército  alemán,  que  no  ha  podido,  á  pesar  de  su 
número,  obtener  ninguna  ventaja.  -■  ■' 


300 


VKESTE  ENLASOO  BAÍeZ 


:.3s  aek  : 


¿,£SB  ae 


aJeauna  pan  eaarde- 
eer  á  EOB  oédnlos  s(¿- 
dadoB  deseiibia  la  re- 
Tf^oeióii  anárqmea  de 
París  T  las  lucha: 
saogñeotas  entre  los 
franceses,  Qeaaa- 
eeao  poldieaba  las  si- 
goifti  tes  líneas: 


3MT  DB  wiinir^ 


ÍF»'-  £:•- 


kM  ki^. 


ae  asa  tiofti 

-3 


El  ilustre  diplomático  S.  Pichón  escribió  de  este 
:'    rn  el  Petit  Jommal,  comentando  la  aberración 

-presentaba  la  guerra: 


^i..-= — *— 

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IH-tl.*  . 

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coatta  nom  emigUt. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUIÍOPEA  DE  1914 


201 


cuartaa  partes  de  Europa?  ¿No  es  la  aproximacióu  de  la  justicia 
— de  esa  justicia  iurnaaente  de  la  que  hablaba  Gambetta— esa 
sublevación  de  la  conciencia  nacional  que  suscita  contra  los  pro- 
vocadores de  la  matanza  una  coalición  de  todos  los  pueblos  en 
lucha  por  el  etnancipauíiento  ó  por  la  existencia? 

La  camarilla  militar  alemana  ha  calculado  muy  mal  las  conse- 
cuencias de  su  golpe.  Contaba  con  atravesar  Bélgica  al  paso  de 
parada,  lo  mismo  que  si  estuviese  en  la  Avenida  de  los  Tilos  de 
Berlín,  destilando  al  son  de  sus  pítanos  bajo  los  ojos  benevolen- 
tes de  la  Inglaterra  candida;  contaba  con  arrojarse  después  sobre 
nuestra  frontera  desguarnecida,  tragarse  de  un  solo  bocado  nues- 
tro ejército  sorprendido  en  plena  movilización,  y  entrar  á  los 
pocos  días  en  París  para  divertirse  y  llenarse  los  bolsillos. 

¡Esperanza  desvanecida!   Bélgica  é  Inglaterra  se  han  subleva 


XIV 
Los  belgas  y  su  rey 

Bismarok,  que  como  todos  los  aficionados  á  hacer 
definiciones  se  equivocaba  muchas  veces,  dijo  del  sol- 
dado belga:  «Es  un  gran  capote  que  no  tiene  nada 
dentro.» 

De  vivir  el  famoso  canciller  hasta  el  tiempo  pre- 
sento, tal  vez  habría  modificado  su  opinión.  El  soldado 


LOS    RBVKS    DB    BÉLGICA    BN    VBRSALI.B8 


(Fot.  Rol) 


En  primer  término  la  reina  de  Bélgica  apoyada  en  el  brazo  de  M.  Fallieres,  que  era  entonces  presidente  de  la  Repübllca.  Detrás  el  rey  Alberto 

dando  el  brazo  á  Madame  Fallieres 


do.  Francia,  que  según  nuestros  enemigos  estaba  desgarrada  por 
las  disensiones  civiles,  en  plena  decadencia  moral  y  material,  ó 
incapaz  de  unidad  y  energía,  se  ha  levantado  como  un  solo  hom- 
bre, ha  corrido  á  su  frontera  con  un  entusiasmo  que  recuerda  el 
de  los  grandes  días  de  1792,  y  se  prepara  para  actos  de  gloria  y 
de  heroísmo  iguales  i,  los  de  las  más  hermosas  épocas  de  su  his- 
toria. 

Este  espectáculo  desorienta  y  asombra  á  nuestros  enemigos. 
Al  mismo  tiempo  los  exaspera  y  los  enloquece.  Y  esto  es  causa, 
en  gran  parte,  de  los  actos  estupendamente  monstruosos  que  co- 
meten á  diario. 

No  sin  motivo  habla  todo  el  mundo  de  la  aberración  alemana. 
¿Cómo  calificar  de  otro  modo  la  locura  que  arrastra  al  imperialis- 
mo germánico  hacia  la  sima  en  la  que  desaparecieron  antes  que 
él  las  tiranías  más  célebres  y  las  glorias  militares  más  ilustres? 
Guillermo  II  estaba  harto  de  la  calificación  que  se  daba  á  s[  mis- 
mo de  Emperador  pacífico.  Ahora  desea  pasar  á  la  posteridad  con 
la  misma  gloria  de  Erostrato;  una  gloria  que  tenga  por  pedestal 
la  monstruosidad  de  las  ruinas. 


mecánico,  moviéndose  como  un  autómata  con  la  gan 
ze  parade,  era  el  guerrero  perfecto  para  él.  Debajo 
del  «gran  capote»  no  supo  adivinar  que  latia  un  cora- 
zón entusiasta  capaz  do  emprender  espontáneamente 
lo  que  el  soldado  prusiano  sólo  puede  realizar  á  im- 
pulsos de  la  disciplina  y  del  miedo  A  sus  oficiales. 

Lo  mismo  que  Bismarck  se  engañaron  los  innu- 
merables espías  alemanes  establecidos  en  Bélgica. 
Para  ellos,  acostumbrados  á  la  organización  mecánica 
de  su  militarismo,  el  ejército  belga  era  una  especie  de 
milicia  ciudadana,  buena  cuando  más  para  reprimir 
un  motín  y  correr  en  una  batalla  á  campo  raso.  El 
corazón,  la  dignidad  del  hombre  libre,  eran  para  ellos 
factores  insignificantes.  Y  esta  especie  de  miliciano 
democrático,  bonachón  y  sonriente,  dio  á  Alemania 
una  sorpresa  mortal  y  trastornó  todos  sus  planes  al 
salir  á  la  defensa  de  su  patria  invadida. 

El  espionaje  alemán  fué  el  más  temible  enemigo 


as 


202 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


ALBERTO  I,  CUANDO  FUÉ  DBOLARADO  RHY 

con  que  tuvo  que  luchar  Bélgica  en  su  heroica  resis- 
tencia. Durante  treinta  años  esta  invasión  pacifica  é 
incesante  de  los  alemanes  fué  preparando  la  soñada 
anexión.  «Serviles — dice  un  escritor  belga — ,  supieron 
ganarse  á  las  autoridades,  adulándolas.  En  Amberes 
todo  el  alto  comercio  era  suyo.  Sus  familias  daban  el 
tono  á  la  buena  sociedad.  Los  periódicos  estaban  á  sus 
órdenes.  Los  grandes  burgueses  consideraban  un  ho- 
nor enviar  sus  hijos  á  la  escuela  alemana.  Sólo  el 
pueblo,  con  su  buen  instinto,  odiaba  á  estos  invasores 
pacíficos.  Deutsche  luin  (piojo  alemán)  era  el  insulto 
que  lanzaba  todo  ñamenco  apenas  tenia  la  más  leve 
disputa  con  un  boche.* 

Durante  el  sitio  de  Amberes  la  autoridad  militar 
e.xpulsó  á  los  comerciantes  alemanes,  que  eran  nume- 
rosísimos. Pero  después  de  esta  orden  todavía  queda- 
ron en  la  ciudad  más  de  ocho  mil:  unos  que  habían 
adoptado  la  ciudadanía  belga  para  servir  mejor  á  su 
país;  otros  naturalizados  como  subditos  de  los  Estados 
Unidos  y  haciendo  valer  orgullosamente  su  falsa  lui- 
ción al  idad  para  ser  respetados. 

Un  diputado  de  Lieja  reveló  poco  tiempo  antes  de 
la  guerra  de  qué  modo  ejercía  el  gobierno  de  Berlín  el 
espionaje  hasta  en  las  más  pequeñas  poblaciones  de 
Bélgica.  En  su  distrito  electoral  vivía  más  de  diez 
años  un  carretero  de  origen  alemán,  completamente 
iletrado.  Un  dia  lo  llamó  su  cónsul  en  Lieja,  y  al  re- 


gresar al  pueblo  fué  en  busca  del  diputado  para  ha- 
cerle una  consulta.  El  alemán  no  sabía  leer.  El  cónsul 
le  habla  dado  un  pequeño  cuaderno,  encargándole  que 
llenase  los  espacios  en  blanco,  y  el  pobre,  al  olvidar 
las  instrucciones  recibidas,  solicitó  un  consejo  del  di- 
putado. Este  tomó  el  cuaderno,  experimentando  una 
legitima  sorpresa  al  leer  la  introducción  preliminar, 
que  era  un  verdadero  manual  de  espionaje.  Se  enume- 
raban en  él  todos  los  informes  que  el  ciudadano  ale- 
mán poseedor  del  cuaderno  debía  ir  anotando;  en  las 
ciudades  la  cifra  de  la  guarnición,  el  número  de  los 
regimientos,  el  nombre  de  los  coroneles,  los  recursos 
del  municipio,  el  nombre  del  burgomaestre  y  del  con- 
cejal encargado  de  la  recaudación,  etc.;  en  los  pueblos 
pequeños  el  cálculo  de  las  principales  fortunas,  la 
clase  y  cifra  de  las  cosechas,  el  noniiire  también  del 
burgomaestre  y  otros  detalles.  Una  vez  lleno  el  cua- 
derno con  estos  datos,  debía  ser  remitido  al  cónsul, 
que  se  encargaría  de  proporcionar  otro. 

El  diputado  se  apresuró  á  comunicar  su  descubri- 
miento al  gobierno,  y  éste  abrió  una  información  dis- 
creta que  le  fué  revelando  cómo  todos  los  subditos 
alemanes  domiciliados  en  Bélgica  habían  recibido 
igualmente  dicho  cuaderno  y  la  mayor  parte  seguían 
escrupulosamente  las  instrucciones  recibidas,  escri- 
biendo los  informes  que  podían  recoger.  En  todo  con- 
sulado alemán  había  un  funcionario  encargado  de  se- 
leccionar tales  informes,  remitiendo  á  Berlín  los  que 
ofrecían  algún  interés.  Cuando  el  observador  demos- 
traba perspicacia  y  clarividencia,  se  le  recompensaba 
con  una  gratificación  de  alguna  importancia  para  ex- 
citar su  celo  en  el  trabajo.  Si  seguía  prestando  buenos 
servicios,  se  le  ponía  en  comunicación  directa  con  la 
organización  central  del  espionaje,  situada  en  Bruse- 
las, señalándole  un  sueldo  todos  los  meses  para  que 
continuase  su  cosecha  de  informes  útiles. 

La  mayoría  del  pueblo  belga  sólo  se  enteró  á  últi- 
ma hora,  poco  antes  de  la  invasión,  del  trabajo  á  que 
se  dedicaban  en  su  mayor  parte  los  .'500. CXX)  alemanes 
residentes  en  el  país.  Su  furor  y  su  indignación  fueron 
grandes  ante  esta  conducta  desleal. 

— lian  abusado  de  nuestra  confianza  -dijeron  -. 
Han  correspondido  con  ingratitud  á  nuestra  cordial 
hospitalidiid.  Nos  han  engañado  como  si  fuésemos 
niños. 


El  rey  era  en  toda  Bélgica  el  más  enterado  de  los 
manejos  de  los  alemanes. 

En  su  último  viaje  á  Berlín,  una  conversación  con 
el  kaiser  y  el  conde  de  Moltke,  de  la  que  hablaremos 
más  adelante,  le  hizo  sospechar  los  malos  propósitos 
del  Imperio  germánico  acerca  de  la  neutralidad  belga. 
Desde  entonces  vivió  en  guardia,  procurando  limitar 
y  dificultar  la  invasión  p;icifica  del  país  por  la  emi- 
gración alemana.  El  carácter  generoso  de  Alberto  I 
no  podía  suponer  que  la  deslealtad  germánica  llegase 
hasta  donde  llegó,  apoderándose  de  su  país  sin  otro 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


203 


derecho  que  el  de  la  fuerza;  pero  por  vía  de  precau- 
ción se  opuso  desde  entonces  á  la  instalación  en  Bél- 
gica de  nuevas  empresas  alemanas  y  á  las  adquisi- 
ciones de  su  industria  y  su  comercio. 

En  Septiembre  de  1812  la  «Kosmos  Linie»,  gran 
sociedad  de  navegación  de  Hamburgo,  quiso  apode- 
rarse del  puerto  de  Zeebrugge,  cerca  de  Ostende,  ó  sea 
el  puerto  de  Brujas,  adquiriendo  todas  las  acciones 
de  la  «Compañía  de  instalaciones  marítimas  de  Bru- 
jas». Su  propósito  era  establecer  una  cabeza  de  linea 
en  este  punto  con  grandes  instalaciones  de  doks  y  di- 
ques de  carena;  una  especie  de  Alemania  en  pequeño, 
frente  á  la  costa  inglesa,  que  permitiría  intervenir 
más  adelante  al  gobierno  de  Berlín  con  el  pretexto  de 
defender  los  intereses  creados  por  su  marina  mer- 
cante. 

El  rey  se  opuso  á  este  manejo,  prohibiendo  á  la 
compañía  de  Brujas  que  vendiese  sus  acciones  á  la 
«Kosmos»  de  Hamburgo.  Los  principales  accionistas 
belgas  declararon  entonces: 

— Nuestro  rey  desconfia  de  los  alemanes,  y  por  esto 
no  admite  el  negocio  propuesto  por  los  del  «Kosmos». 

Alberto  I  no  pudo  hacer  en  bien  del  país  todo  lo 
que  le  aconsejaba  su  desconfianza.  En  Bélgica  es  un 
precepto  constitucional  que  el  «Rey  reina  y  no  go- 
bierna», y  él  era  demasiado  respetuoso  de  la  Constitu- 
ción para  extralimitarse  en  sus  funciones.  Pero  sin 
atreverse  á  señalar  con  franqueza  cuál  era  el  enemigo 
que  veía  en  lontananza,  se  dedicó  desde  el  principio 
de  su  reinado  á  una  seria  reorganización  de  la  defen- 
sa del  país.  En  todos  sus  discursos  al  Parlamento  in- 
sistió en  la  necesidad  de  aumentar  los  medios  defen- 
sivos de  Bélgica.  Todo  estaba  en  ella  por  hacer.  El 
partido  conservador  ó  católico  que  ocupó  el  gobierno 


BL    RBY    DB    BÉLGICA    REVISTANDO    SUS   TROPAS 


LA    REINA    DE    BÉLGICA 

durante  treinta  años,  se  había  negado  por  motivos  de 
orden  electoral  á  todo  gasto  militar  extraordinario, 
consintiendo  cuando  miis  algunas  reformas  parciales 
que  sirvieron  para  engañar  al  país,  haciéndole  creer 
que  disponía  de  medios  de  defensa 
considerables  cuando  en  realidad 
eran  anticuados  é  insuficientes.  Sola- 
mente el  rey  se  daba  cuenta  de  la 
situación  y  hacía  esfuerzos  por  ase- 
gurar el  porvenir.  Gracias  á  sus  con- 
tinuas solicitudes  al  Parlamento,  éste 
acabó  por  votar  una  ley  autorizando 
considerables  gastos  para  poner  á 
la  nación  en  perfecto  estado  de  de- 
fensa. Pero  la  guerra  temida  por  Al- 
berto I  estalló  mucho  antes  de  que 
estos  planes  defensivos  hubieran  po- 
dido realizarse. 

Amberes,  por  ejemplo,  figuraba 
como  una  plaza  inexpugnable.  Lo 
era  realmente  hace  veinte  años.  Lo 
hubiese  sido  dentro  de  algún  tiempo 
al  realizarse  el  plan  ideado  por  Al- 
berto L  Pero  cuando  los  sitiadores 
alemanes  llegaron  ante  esta  plaza, 
casi  todos  sus  cañones  eran  aún  de 
los  antiguos  modelos  de  Krupp  y  se 
cargaban  con  pólvora  negra.  Casi 


204 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


todos  los  fuertes  de  la  orilla  izquierda  no  tenían  ni  la 
mitad  de  su  armamento.  La  guerra  sorprendió  á  Bél- 
gica cuando  estaba  esperando  la  recepción  de  valiosos 
armamentos  que  había  encargado  á  la  casa  Krupp, 
merced  á  las  intrigas  que  emplea  ésta  para  la  con- 
quista de  nuevos  trabajos.  Debía  entregar  Krupp  á 
los  belgas  numerosos  cañones  de  fortaleza  del  más 
reciente  modelo.  Como  adelanto  había  recibido  diez 
y  seis  millones.  Pero  procuró  demorar  el  trabajo,  y  al 
estallar  la  guerra 
se  quedó  con  el  di- 
nero, sin  entregar 
las  armas. 

La  heroica  resis- 
tencia del  pueblo 
belga  es  más  admi- 
rable si  se  tiene  en 
cuenta  la  escasa 
preparación  de  su 
ejército.  Era  algo 
informe,  exuberan- 
te de  fuerza  y  en- 
tusiasmo, pero  que 
apenas  empezaba  á 
tomar  forma.  La 
infantería  de  línea, 
los  lanceros,  los  ar- 
tilleros, ignoraban 
completamente  la 
guerra.  Muchos  je- 
fes habían  escogí- 
do  la  carrera  mili- 
tar porque  ésta  re- 
presentaba en  Bél- 
gica el  estado  más 
tranquilo  á  que  po- 
día dedicarse  un 
buen  padre  de  fa- 
milia. El  país  no 
había  tenido  nunca 
guerra  ni  espera- 
ba tenerla.  Los  ofi- 
ciales iban  al  cuar- 
tel como  á  una  ofi- 
cina. 

El  rey  Alberto  se 
dedicó  á  purificar 

su  ejército,  dando  el  retiro  á  los  elementos  tradicio- 
nales é  inútiles  y  refrescando  los  cuadros  con  oficiales 
jóvenes.  También  hizo  volver  al  servicio  á  los  viejos 
de  reconocida  competencia.  Uno  de  sus  primeros  actos 
fué  pedir  al  general  Jungbluth,  su  antiguo  instructor 
militar,  que  saliese  del  retiro  á  que  le  habían  conde- 
nado sus  años,  volviendo  á  la  actividad. 

Pero  la  guerra  estalló  antes  de  que  diesen  resul- 
tado estas  medidas,  metódicamente  organizadas,  y 
que  exigían  algún  tiempo. 

Entusiasmados  por  la  actividad  heroica  del  rey, 


BL    REY    DE    UÉHIICA    BN 


los  belgas  suplieron  con  su  valor  y  su  tenacidad  la 
falta  de  organización. 

Unos  grupos  armados  que  llevaban  el  nombre  de 
regimientos  consiguieron  en  Lieja,  á  las  órdenes  del 
valeroso  general  Leman,  detener  por  algún  tiempo  el 
impulso  arrollador  de  las  masas  teutónicas,  haciendo 
fracasar  por  completo  el  primer  plan  estratégico  de 
los  alemanes  y  matando  prusianos  en  una  cantidad 
tres  veces  superior  á  su  propio  número. 

Cuarenta  mil  bel- 
gas equipados  de 
cualquier  modo  y 
armados  al  azar 
con  las  defectuosas 
existencias  de  sus 
arsenales,  lograron 
mantener  durante 
dos  meses  ciento 
cincuenta  mil  ale- 
manes en  las  inme- 
diaciones de  Am- 
beres. 

La  alegría  no  fal- 
tó un  solo  momento 
á  este  pueblo  ani- 
moso en  medio  de 
su  desgracia,  la 
mayor  que  se  ha 
conocido  en  los 
tiempos  modernos. 
La  inmensa  fuerza 
del  enemigo  y  sus 
monstruosas  má- 
quinas de  guerra 
fueron  para  los  bel- 
gas un  motivo  de 
burla.  Rieron  igual- 
mente del  teatral 
uniforme  de  los  hú- 
sares de  la  Muerte, 
álos  cuales  sus  lan- 
ceros dejaron  ten- 
didos en  el  campo 
en  todos  los  en- 
cuentros. 

Y  mientras  tanto 
el  rey  exponía  su 
persona  con  una  prodigalidad  heroica,  en  continuo 
contacto  con  sus  tropas,  disparando  el  fusil  como  un 
simple  soldado,  examinándolo  todo  con  un  golpe  de 
vista  rápido  y  sagaz,  apreciando  quiénes  eran  los  más 
valientes  y  los  más  capaces  para  conferirles  nuevos 
grados  sobre  el  mismo  campo  de  batalla. 

Se  le  vio  en  todas  partes,  como  si  tuviese  el  don 
de  la  ubicuidad.  Unas  veces  vestido  de  chauffeur  y 
guiando  él  mismo  su  auto,  atravesó  las  líneas  alema- 
nas, para  apreciar  directamente  la  situación  del  ene- 
migo. Otras  trabajó  como  simple  artillero   bajo   los 


MEDIO    DE   sus   SOLDADOS 

(De  la  Itluatration.  de  París) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


205 


obuses  del  enemigo  en  las  baterías  de  Amberes,  ó  em- 
puñó la  pala  y  removió  la  tierra  endurecida  para  dar 
ejemplo  á  sus  hombres.  Estuvo  siempre  en  la  linea  de 
fuego  para  verlo  y  vigilarlo  todo.  Los  belgas,  que  le 
amaban,  sintieron  por  él  una  veneración  supersticio- 
sa: lo  mismo  que  los  veteranos  de  la  Guardia  imperial 
sentían  hace  un  siglo  por  Napoleón. 

Todos  cumplieron  su  deber,  no  sólo  por  entusiasmo, 
sino  porque  esperaban  que  de  pronto  surgiese  á  sus 
espaldas,  con  una 
vigilancia  pater- 
nal, el  heroico  rey 
que  estaba  en  to- 
das partes  y  lo  veía 
todo. 

Una  noche  los 
oficiales  de  la  guar- 
nición de  Ainberes 
estaban  reunidos 
en  la  «Taberna  de 
Londres»,  famoso 
restaurant  de  dicha 
ciudad,  convertido 
en  círculo  militar. 
Bebían  champagne 
en  compañía  de  al- 
gunos aviadores  y 
oficiales  ingleses. 
Estos  belgas,  dis- 
puestos á  morir,  se 
divertían  con  la  in- 
consciencia del  sol- 
dado antes  de  que 
llegue  su  última 
hora.  Mientras  tan- 
to, en  las  fortifica- 
ciones de  Amberes 
la  batalla  era  terri- 
ble, tomando  en  las 
tinieblas  una  forma 
macabra.  Los  ca- 
ñones alemanes 
bombardeaban  un 
cementerio  próxi- 
mo á  la  ciudad.  La 
tierraremovidapor 
el  estallido  de  los 

obuses  expulsaba  la  inerte  población  que  había  guar- 
dado en  su  seno  hasta  entonces.  Saltaban  las  cubiertas 
de  los  féretros:  los  cadáveres,  levantados  por  el  viento 
de  los  proyectiles  como  si  resucitasen  á  una  vida  efí- 
mera y  fantástica,  volvían  á  caer  adoptando  posturas 
terribles  y  grotescas. 

De  pronto  entró  en  el  círculo  militar  un  simple 
teniente  de  infantería,  que  se  mantuvo  en  la  puerta 
contemplando  fijamente  el  regocijo  ruidoso  de  los  ofi- 
ciales. Su  alta  estatura  le  hizo  ser  reconocido  inme- 
diatamente, á  pesar  de  la  modestia  de  sus  galones. 


EL    REY    DE    BÉLGICA    BATIÉNDOSE    EN    UNA    BARRICADA 


¡El  rey!  Todos  se  pusieron  de  pie  con  un  repentino 
silencio.  Alberto  I  miró  los  vasos  de  champagne,  miró 
después  á  los  hombres,  levantó  los  hombros  con  expre- 
sión de  desprecio  y  se  alejó  sin  decir  una  palabra. 
Desde  este  momento  los  oficiales  ya  no  celebraron 
más  fiestas  en  la  «Taberna  de  Londres». 

Un  pelotón  de  infantería  hacía  fuego  á  la  caída  de 
la  tarde  en  las  inmediaciones  de  Amberes  al  abrigo 
de  una  barricada  de  sacos  de  tierra.  Uno  de  los  solda- 
dos contó  después 
cómo  un  oficial  sin 
armas  presenciaba 
el  combate,  con  los 
brazos  cruzados, 
contemplando  la  li- 
nea del  enemigo  á 
través  de  sus  len- 
tes, con  ojos  vagos 
y  soñadores,  cual 
si  estuviese  pensan- 
do en  otra  cosa.  De 
pronto  el  soldado 
vio  caer,  lanzando 
un  grito  de  muerte, 
al  compañero  que 
disparaba  junto  á 
él.  Era  un  cuñado 
suyo.  Lo  atendió 
por  unos  instantes, 
pero  al  convencer- 
se de  que  había 
muerto  volvió  á 
ocupar  su  puesto, 
haciendo  fuego  con- 
tra el  enemigo.  Un 
nuevo  combatiente 
ocupó  el  espacio  li- 
bre y  siguió  dispa- 
rando. Era  el  ofi- 
cial, que  acababa 
de  recoger  el  fusil 
y  la  cartuchera  del 
muerto.  Su  aven- 
tajada estatura  so- 
bresalía por  enci- 
ma de  la  barrica- 
da. Los  soldados  le 
hicieron  recomendaciones  de  prudencia  para  que  se 
mantuviese  á  cubierto,  hasta  que  en  la  penumbra  del 
crepúsculo  pudieron  reconocerlo  con  asombro.  Este 
teniente  era  Alberto  L 


El  gran  escritor  belga  Mauricio  Mseterlinck  habló 
con  un  entusiasmo  lírico  de  este  rey  heroico,  digno 
de  su  pueblo. 

«De  todos  los  héroes — dijo — de  esta  enorme  guerra, 
que  sobrevivirá  en  la  memoria  de  los  hombres,  uno  de 


206 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL    REY    DR    BKLOICA 

los  más  puros,  uno  de  los  que  no  se  sabrá  nunca  cómo 
amar  bastante,  es  indudablemente  el  joven  y  gran 
rey  de  mi  pequeña  patria.  Fué  en  la  hora  decisiva  el 
hombre  providencial,  el  hombre  que  esperaban  todos 
los  corazones.  Supo  encarnar  en  una  belleza  sublime 
la  profunda  voluntad  de  su  pueblo.  Fué  la  concre- 
ción de  toda  Bélgica,  revelándose  á  si  misma  y  á 
los  demás.  Tuvo  la  admirable  suerte  de  tomar  y  dar 
conciencia  en  el  instante  más  trágico  y  más 
contuso,  cuando  las  mejores  conciencias  pier- 
den su  seguridad.  Si  él  no  hubiese  estado  en 
su  puesto,  las  cosas  no  hubiesen  ocurrido  del 
mismo  modo  y  la  Historia  habría  perdido  una 
de  sus  páginas  más  nobles  y  hermosas.  Indu- 
dablemente, Bélgica  habría  sido  leal  y  fiel  á  su 
palabra,  y  el  gobierno  que  intentase  resistirse 
á  esto  habría  sido  barrido  irremisiblemente  por 
la  indignación  de  un  pueblo  que  jamás  en  su 
historia  ha  sido  traicionado.  Pero  de  no  estar 
el  rey  es  indudable  que  se  hubiese  producido 
cierta  confusión,  asi  como  las  indecisiones  que 
son  inevitables  en  una  muchedumbre  aturdida 
por  los  sucesos.  Está  fuera  de  duda  que  ha- 
brían surgido  las  palabrerías  inútiles,  las  fal- 
sas maniobras,  los  errores  legítimos,  pero  irre- 
parables, y  sobre  todo,  no  se  habrían  dicho  las 
palabras  necesarias,  precisas,  firmes,  ni  se  ha- 
brían hecho  en  la  hora  que  eran  necesarios 


unos  gestos  que  es  imposible  imaginar  más  inaltera- 
liles  y  más  bellos.  Gracias  á  él  el  acto  estalla  y  se  man- 
tiene sin  retoques,  sin  desfallecimientos,  sin  grietas; 
la  linea  heroica  es  limpia,  derecha,  magnifica,  como 
la  de  las  Termopilas,  indefinidamente  prolongada. 

»Pero  lo  que  él  ha  sufrido,  lo  que  él  sufre  cada  día, 
solamente  pueden  comprenderlo  los  que  han  gozado 
la  felicidad  de  tratar  de  cerca  á  este  iiéroe,  el  más 
sensible  y  el  más  dulce  de  los  hombres,  discreto,  si- 
lencioso, no  vibrando  más  que  interiormente,  de  una 
timidez  deliciosa  y  desconcertante,  y  que  ama  á  su 
pueblo,  no  como  un  padre  ama  á  sus  hijos,  sino  como 
un  liijo  ama  á  una  madre  adorada.  De  todo  su  querido 
reino,  ([ue  era  su  orgullo  y  su  alegría,  su  mansión  de 
felicidad,  su  hogar  de  confianza  y  de  amor,  sólo  le 
quedan  unas  cuantas  poblaciones  intactas,  que  ame- 
naza á  cada  momento  el  invasor  más  repugnante  que 
la  tierra  lia  soportado. 

»Las  otras  ciudades,  tan  alegres  y  hermosas,  tan 
risueñas  y  tranquilas,  tan  felices  de  vivir  sin  ofender 
;'i  nadie,  joyas  de  la  corona  de  la  paz,  modelos  de  una 
existencia  familiar,  derecha  y  clara,  residencias  de 
la  actividad  leal  y  concienzuda,  de  la  franqueza  cor- 
dial y  siempre  sonriente,  de  la  hospitalidad  sin  frases, 
de  las  manos  siempre  tendidas,  de  los  corazones  siem- 
pre abiertos,  todas  esas  ciudades  acaban  de  morir.  No 
queda  de  ellas  piedra  sobre  piedra,  y  hasta  su  campi- 
ña, de  verdes  siempre  tiernos,  una  de  las  más  bellas 
del  mundo,  no  es  más  (|ue  un  campo  de  horror.  Han 
perecido  tesoros  que  figuraban  entre  los  más  nobles  y 
conmovedores  de  la  humanidad;  lian  desaparecido 
testimonios  que  nadie  podrá  reemplazar.  I.a  mitad  de 
una  nación,  más  unida  que  ninguna  otra  á  sus  anti- 
guas y  simples  costumbres  y  á  sus  liumildes  hogares, 
va  errante  en  estos  momentos  por  los  caminos  de 
Europa.  Millares  de  inocentes  han  sido  acuchilla- 
dos, y  casi  todo  lo  que  resta  de  tal  pueblo  está  con- 
denado á  la  miseria  v  al  hambre. 


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Postal  que  le  ha  sido  remitida  con  los  sellos  de  las  naciones  aliadas  y  esta  dirección: 
<Á  Su  Majestad  Alberto  I.  valeroso  rey  de  la  sublime  Bélgica» 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


207 


«Pero  lo  que  sobrevive  sólo  tiene  un  alma  que  se 
ha  refugiado  en  el  alma  grande  de  su  rey.  Ni  un  mur- 
mullo, ni  un  reproche.  Ayer  una  ciudad  de  treinta  mil 
habitantes  recibe  del  heroico  monarca  la  orden  de 
abandonar  sus  casas  blancas,  sus  iglesias,  sus  plazas 
seculares  donde  la  vida  se  desarrollaba  laboriosa  y 
bondadosa.  Los  treinta  mil  habitantes,  mujeres,  niños 
y  ancianos,  se  hunden  en  la  noche  para  buscar  un 
asilo  incierto  en  la  ciudad  vecina,  casi  tan  amenazada 
como  la  suya,  y  que  mañana  indudablemente  tendrá 
que  huir  á  su  vez,  sin  saber  adonde,  porque  la  patria 
es  tan  pequeña  que  en  seguida  se  alcanza  el  limite  de 
su  territorio  y  no  se  encuentra  abrigo  alguno.  No  im- 
porta; todos  obedecen  en  silencio;  todos  aprueban  y 
bendicen  al  soberano.  Ha  hecho  lo  que  habia  que  ha- 
cer, lo  que  todos  hubieran  hecho  al  encontrarse  en  su 
lugar.  Y  si  todos  sufren  lo  que  ningún  pueblo  ha 
sufrido  desde  las  invasiones  feroces  de  los  primeros 
siglos,  saben  que  él  sufre  más  aún  que  todos  juntos, 
porque  en  su  persona  convergen  y  resuenan  todos 
los  dolores  agrandados.  A  nadie  se  le  ocurre  que 
pudo  proceder  de  otro  modo,  salvándolos  con  el 
sacrificio  del  honor.  Nadie  quiere  hacer  la  separación 
entre  el  deber  y  el  destino.  El  deber,  con  todas  sus 
espantosas  consecuencias,  les  parece  tan  inevitable 
como  una  fuerza  de  la  Naturaleza  contra  la  cual  nadie 
intenta  luchar  considerándola  invencible.  Es  un  ejem- 
plo de  heroísmo  colectivo,  anónimo,  ingenuo  y  casi 
inconsciente,  que  iguala  y  en  algunos  momentos  sobre- 
pasa los  ejemplos  más  altos  que  nos  proporcionan  la 
leyenda  y  la  Historia.  Después  de  los  grandes  márti- 
res, nadie  ha- 
bia  muerto 
con  tanta  sen- 
cillez por  una 
simple  idea. 

»Si entre  las 
angustias  que 
nos  rodean  se 
puede  hablar 
de  otra  cosa 
que  de  lágri- 
mas y  lutos, 
hay  que  ad- 
mirar como 
un  magnifico 
consuelo  el  es- 
pectáculo de 
heroísmo  in- 
esperado que 
súbitamente 
nos  asalta  por 
todas  partes. 
Puede  afir- 
marse que  en 
ningún   tiem- 

UNA    ESPADA    DE    HONOR  ,         , 

po,  desde  que 

Puno  de  la  espada  de  honor  que  por  suscripción  po- 
pular regala  el  pueblo  de  París  ai  rey  de  Bélgica  existe  Ja  me- 


LA    REINA    DB    BÉLGICA 

moria  de  los  hombres,  se  ha  hecho  el  sacrificio  de  la 
vida  con  tal  ardor,  con  tal  abnegación,  con  seme- 
jante entusiasmo,  y  que  las  inmortales  virtudes  que 
ponen  de  pie  y  salvan  á  las  avanzadas  de  la  humani- 
dad no  mostraron  nunca  más  empuje,  poder  y  ju- 
ventud.» 


Su  familia  no  lo  educó  para  monarca.  La  corona 
de  Bélgica  estaba  destinada  á  otro.  Él  era  el  segundón 
modesto  y  estudioso,  condenado  á  la  más  difícil  de  las 
situaciones  en  que  puede  verse  un  hombre  inteligente: 
ser  demasiado  para  imitar  la  vida  ordinaria  de  los 
demás;  ser  muy  poco  en  el  mundo  donde  lo  colocó  el 
nacimiento. 

De  seguir  sus  gustos  hubiese  sido  ingeniero.  Le 
atrajo  siempre  la  labor  de  las  minas,  con  sus  peligros 
mortales.  No  siendo  príncipe,  habría  emigrado  á  los 
Estados  Unidos  para  crearse  una  fortuna,  como  mu- 
chos compañeros  de  su  adolescencia  á  los  que  trató  en 
las  escuelas  de  Bélgica. 

Pero  intervino  la  muerte  inesperadamente,  y  el  se- 
gundón pasó  á  ser  heredero  de  la  corona  y  luego  rey. 

Muchos  parecen  nacer  con  el  firme  propósito  de 
llegar  á  héroes.  Desde  la  infancia  asaltan  los  primeros 
sitios;  luego  estudian  sus  gestos  y  sus  palabras;  adop- 
tan posturas  teatrales;  emprenden  mil  cosas  ala  vez; 
buscan  en  toda  ocasión  asombrar  á  las  gentes;  quema- 


208 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BÉLGICA    Á    LOS    ALIADOS,    LEVANTÁNDOSE    DE   LA    CAMILLA 
—¿Piedad?  ¿Cuidados?...  No,  amigos  míos.  ¡Un  fusil!  ¡Cartuchosl 

(Dibujo  de  11.  A.  Ihols,  en  el  libro  L' Heroique  Belgiqw) 


riiin  medio  mundo  si  esto  pudiese  dar  nuevo  brillo  á 
su  gloria  neroniana;  y  sin  embargo,  no  consiguen  sus 
propósitos.  Pueden  llegar,  en  fuerza  de  locuras,  A  in- 
fundir miedo,  pero  nunca  amor  ni  admiración. 

Este  joven  rey,  que  no  había  pensado  jamás  en 
deslumbrar  á  nadie,  que  no  conocía  las  actitudes  es- 
cénicas, que  deseaba  vivir  en  una  paz  laboriosa  con 

su  pueblo  de 
trabajadores  y 
siguió  una  exis- 
tencia recta,  tí- 
mida y  larga  á 
la  vez,  como  las 
lineas  de  su 
cuerpo,  fué  un 
héroe,  sin  an- 
siarlo ni  bus- 
carlo; el  héroe 
más  generoso  y 
simpático  de  su 
época. 

El  resorte  de 
su  heroísmo  no 
fué  el  amor  á  la 
gloria  ni  las 


La  LiBURTAD.  A  BíiLGiCA.— Tu  heroísmo  será 
recompensado  y  lu  desgracia  vengada 

(Del  Punch,  de  Londres) 


ambiciones  de 
conquista,  sino 
el  deber,  el 
cumplimiento 


de  la  palabra  empeñada,  el  respeto  de  los 
propios  derechos;  todas  las  virtudes  modes- 
tas y  sólidas  de  las  gentes  de  bien. 

Plegándose  á  las  exigencias  del  fuerte 
hubiese  sido  feliz.  Es  cierto  que  esta  felici- 
dad la  habría  pagado  con  la  deshonra,  pero 
iliay  tantos  deshonrados  triunfantes!...  Ale- 
mania, agradecida  á  su  obediencia,  le 
hubiera  sostenido  siempre.  Tranquilidad, 
abundancia,  protección:  la  vida  sumisa  y 
bien  cebada  del  animal  doméstico  que  re- 
conoce un  dueño.  Pero  á  estas  ventajas  po- 
sitivas que  hubiesen  tentado  á  los  más, 
prefirió  los  viejos  idealismos  en  los  que  aun 
creen  unos  pocos:  el  honor,  la  libertad,  el 
odio  al  atropello,  la  independencia  de  su 
patria. 

Y  el  minero  de  afición  que  cuando  se 
pone  el  uniforme  militar  tiene  hermoso  as- 
pecto por  la  esbeltez  de  su  figura,  pero  que 
vistiendo  de  paisano  aparece  «en  su  ver- 
dadero carácter»,  como  un  ingeniero  belga 
estudioso  y  miope,  tuvo  que  hacer  la  gue- 
rra para  defender  la  integridad  de  su  pue- 
blo; y  la  hizo  como  no  la  harían  muchos 
profesionales. 

Toda  la  nación  estuvo  al  lado  del  rey 
democrático.  Lo  que  m;'is   asombró  en   el 
heroísmo  de  los  belgas  fué  su  unanimidad 
al  hablar  del  monarca,  del  compañero  de  armas  bue- 
no y  valeroso. 

Lo  han  per-  ^ 
dido  todo:  pa- 
tria, hogar,  hi- 
jos. No  tienen 
un  palmo  de 
tierra  propia  en 
la  que  descan- 
sar los  pies. 
Vagan  fugiti- 
vos por  Euro- 
pa, con  una  pa- 
tria en  el  pen- 
samiento que 
ya  no  existe  en 
la  realidad.  Su 
situación  es 
comparable  á 
la  del  pueblo 
judio. 

No:  es  mucho  peor.  Los  judíos,  faltos  de  nación, 
conservan  la  familia,  y  los  belgas,  en  su  infortunio, 
hasta  han  perdido  esto.  Durante  las  retiradas  en  éxodo 
de  Bruselas  á  Amberes,  de  Amberes  á  Ostende  y  de 
Ostende  adonde  les  fué  posible,  los  grupos  familiares 
se  disgregaron  para  siempre  bajo  el  estallar  de  los 
obuses,  en  el  desorden  de  las  fugas  nocturnas  y  el  di- 
verso rumbo  de  los  buques  cargados  de  muchedumbre. 


EL    ESFUERZO    DE    BÉLGICA 

(De  Providence  Jntírnat) 


EL  HOLC 


Dibulo  de  K.  M.  Poyancu,  de  la  •lllustration>  de  Pans. 


Bélgica,  horrorizada  y  amenazante,  se  ycrgue  sohn 


AÜSTO 


sus  ruinas  y  entre  sus  muertos  clamando  venganza 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


209 


El  padre  fué  conducido  á  Francia,  la  madre  murió, 
una  hija  escribió  luego  desde  Inglaterra,  otros  no  pa- 
raron hasta  América;  el  resto  de  la  familia  desapare- 
ció para  siempre. 

Muchos  de  estos  belgas  eran  socialistas  y  trabaja- 
ban antes  contra  el  gobierno  de  su  pais.  Sentados  lue- 
go en  un  muelle  ó  en  una  estación  de  ferrocarril  sobre 
el  montón  de  trapos  que  constituía  toda  su  fortuna, 
relataron  con  una  serenidad  estoica  la  tragedia  de  su 
patria,  y  cuando  les  preguntaban  por  su  rey,  respon- 
dían con  grave  admiración: 

— ¡Ah!  ¡Nuestro  Alberto!...  Es  un  héroe.  Es  el  rey 
caballero. 

Este  es  su  verdadero  titulo:  el  rey  caballero.  Ni  un 

solo  belga  ha 
"^  intentado  cen- 
surar su  con- 
ducta. A  nadie 
se  le  ocurrió 
qwi  podía  ha- 
ber evitado  las 
desgracias  de 
sus  subditos, 
envileciéndose 
con  una  sumi- 
sión cobarde. 
Resistió  en  de- 
fensa de  la  li- 
bertad de  su 
pueblo,  del  de- 
recho, del  ho- 
nor. Bien  hecho 
está.  Muchos 
de  sus  conciu- 
dadanos per- 
dieron la  vida. 
Él  vive  porque 
la  muerte  no 
quiso  su  perso- 
na. Manejó  como  simple  artillero  los  cañones  de  Ambe- 
res,bajo  una  lluvia  de  metralla.  Tomó  el  fusil  de  un  sol- 
dado para  hacer  fuego  en  las  trincheras  de  la  infantería. 
Los  belgas  perdieron  sus  casas;  él  perdió  su  reino. 
No  recordéis  como  modelos  caballeres- 
cos á  aquellos  reyes  sin  corona  de  la  Edad 
Media,  vagabundos  y  desgraciados,  que 
la  poesía  y  el  drama  han  hecho  interesan- 
tes. Nuestra  época  de  vulgar  positivismo 
tiene  figuras  más  románticas. 

Alberto  Sin-Tierra  vale  más  que  todos 
los  monarcas  del  mismo  sobrenombre  que 
nos  ofrece  la  Historia.  Éstos  perdieron  su 
corona  por  luchas  de  familia  ó  ambiciones 
de  conquista.  El  rey  caballero  se  vio  sin 
reino  por  no  haber  tolerado  los  atropellos 
del  fuerte.  Y  con  la  noble  tristeza  del  héroe 
vencido  que  sabe  que  la  razón  va  con  él, 
se  mantuvo  en  un  pedazo  insigaificante 


¿QUIÉN    IBA    A    SOSPECHAR    QfB   ESTE 
CHISME  ESTABA   CARGADO? 

(De  The  Opinión,  de  Londres) 


¡BRAVO,    bélgica! 
El  heroísmo  belga  cerrando  el  paso  al  invasor  alemán 

(Del  Punch,  de  Londres) 

de  Flandes,  al  frente  de  un  puñado  de  bravos,  para 
que  viese  el  mundo  cómo  lucha  un  hombre  pacífico 
convertido  en  guerrero  por  las  exigencias  del  honor, 
cómo  puede  morir  el  primer  ciudadano  de  un  país 
democrático  en  defensa  de  su  dignidad. 


Alberto  I  es,  según  la  expresión  de  uno  de  sus  mi- 
nistros, el  hombre  más  delicado,  más  escrupuloso  y 
más  prudente  de  todo  su  reino.  Sufre  mucho  y  nadie 
adivina,  detrás  de  su  gravedad  habitual,  lo  intenso  de 
sus  penas. 

Al  iniciarse  la  guerra,  las  decisiones  que  había  de 
adoptar  le  sumieron  en  dolorosa  turbación.  Temía 
equivocarse  y  que  su  pueblo  sintiese  las  consecuen- 


OPORTUNA   INTERVENCIÓN    DE  LA   VALEROSA   BÉLGICA 


(Del  Puch) 


210 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA    FAMILIA    REAL    PB    HKLGICA 

cias.  El  más  pequeño  olvido  era  para  él  un  crimen 
imperdonable. 

—Yo  no  soy  un  estratega — dijo  á  Broqueville,  el 
presidente  de  su  Consejo  de  Ministros — .  No  me  han 
educado  para  esto.  Sabré  batirme  como  cualquiera; 
¡pero  mandar  un  ejército!... 
Y  Uroqucville  contestó: 

— No  hay  necesidad  de  que  seáis  un  estratega.  Los 
otros  reyes  tampoco  lo  son.  Keunid  vuestro  Estado 
Mayor,  escuchad  á  los  oficiales,  y  luego  podéis  resol- 
ver lo  que  mejor  os  parezca.  La  guerra  es  un  arte; 
pero  también  es  un  asunto  de  sentido  común. 

El  general  .loffre,  al  conocer  esta  respuesta  del 
ministro  belga,  dio  su  aprobiición  de  técnico. 

— La  mayor  parte  de  los  oficiales  de  Estado  Mayor 
— dijo  el  ilustre  caudillo  francés — tienen  ideas  pre- 
concebidas y  fijas,  por  pertenecer  á  determinada  es- 
cuela. Es  este  un  peligro  que  se  debe  evitar.  El  que 
decide  no  debe  pertenecer  á  ninguna  escuela.  Algunos 
personajes  civiles  resultan  excelentes  ministros  de  la 
Guerra,  precisamente  porque  no  tienen  escuela,  lo  que 
hace  que  la  linea  de  su  horizonte  mental  resulte  más 
amplia.  Los  hay  de  ellos  que  podrían  ser  buenos  es- 
trategas. La  guerra  no  es  en  el  fondo  más  (jue  lo  que 
dice  Broqueville:  «un  asunto  de  sentido  común». 

El  rey  caballero  supo  pelear  como  general  impro- 
visado, y  sus  resistencias  heroicas  fueron  la  salvación 


de  la  Europa  aliada.  Él  quebrantó  la  catapulta  inva- 
sora  en  Lieja,  dando  tiempo  á  la  resistencia  de  Fran- 
cia, á  la  movilización  de  Rusia  y  á  la  intervención  de 
la  Gran  Bretaña.  De  no  alzarse  este  olistáculo  inespe- 
rado, la  guerra  habria  terminado  tal  vez  en  pocas  se- 
manas con  el  triunfo  general  del  Imperio  germánico. 
Dio  su  pueblo  y  su  persona;  lo  perdió  todo  en  este 
suicidio  heroico;  ¡pero  quién  sabe  lo  que  salvó!...  Al- 
gún día  podrá  apreciarse. 


El  viejo  poeta  Emilio  Verhaeren,  glorioso  patriar- 
ca de  la  literatura  belga,  escribió  lo  siguiente  sobre 
Alberto  I  y  su  animosa  compañera: 

«Los  que  le  conocieron  antes  de  subir  al  trono  no 
dudaron  de  él,  pero  se  preguntaban  en  qué  forma  iba 
á  revelarse.  Pertenece  á  una  raza  de  reyes  que  sólo 
se  desarrollan  en  edad  madura.  El  primor  rey  de  Bél- 
gica, Leopoldo  I,  únicamente  alcanzó  su  renombre  de 
arbitro  europeo  á  los  cincuenta  años.  Leopoldo  II  fué 
mantenido  como  en  tutela  por  sus  grandes  ministros 
Rogier  y  Frere-Orbán,  y  tuvo  que  sacudir  esta  tutela 
antes  de  ser  el  que  abrió  á  la  civilizacióa  el  África 
tenebrosa,  haciendo,  digámoslo  asi,  el  regalo  de  un 
nuevo  continente  al  mundo.  El  segundo  rey  de  los  bel- 
gas fué,  como  el  primero,  vacilante  y  monótono  en 
los  comienzos  de  su  reinado.  ¿Cómo  iba  á  despertar 
el  tercero?... 

«Cuando  aun  era  principe,  Alberto  I  sólo  se  ocupó 


EL   POBTA    VBRUAERBN 
(Grabado  <ie  Vivert,  tlel  libro  L'Heroique  Belgiqut) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


211 


de  cuestiones  sociales  y  cuestiones  militares.  Hablaba 
de  sus  estudios  con  cierta  reserva,  pero  su  interlocu- 
tor no  tardaba  en  darse  cuenta  de  que  nada  en  él 
licibía  sido  aprendido  á  la  ligera.  Indudablemente,  de 
seguir  la  paz  habria  realizado  con  su  gobierno  atrevi- 
das reformas  económicas  y  democráticas.  En  esto  an- 
daba cuando  de  pronto  estalló  la  guerra. 

»No  olvidaré  nunca  el  4  de  Agosto  de  liil4,  cuando 
le  vi  entrar  en  el  Parlamento  y  salir  después  de  haber 
comulgado  con  toda  la  nación  en  víspera  de  nuestra 
Pascua  sangrienta...  Porque,  efectivamente,  fué  nues- 
tra Pascua.  íbamos  á  resucitar.  Acababan  de  decla- 
rarnos la  guerra.  La  angustia  aparecía  por  todos  la- 
dos. En  la  frontera  un  inmenso  aluvión  de  hombres  en 
armas  amenazaba  nuestros  viejos  fuertes  de  Lieja. 
Éramos  el  pequeño  número  en  presencia  de  la  multi- 
tud; de  ningún  modo  podíamos  esperar  el  triunfo: 
nuestra  gloria  consistía  en  resistir.  Hicimos  simple- 
mente nuestro  deber,  y  haciéndolo  nos  renovamos  de 
un  solo  golpe.  La  altivez,  el  ardor,  el  heroísmo,  el 
sacrificio,  todo  lo  que  nuestro  bienestar  materitil, 
nuestros  negocios  prósperos  y  nuestra  riqueza  pesada 
nos  habían  impedido  descubrir  en  nuestras  almas, 
apareció  de  pronto  é  hizo  de  la  pequeña  Bélgica  un 
gran  pueblo. 

»La  patria  no  había  sido  para  una  gran  parte  de 
nosotros  más  que  un  pretexto  para  discursos  oficiales 


LOS    IIIJO.S    DEL    RBY    DB    BÉLGICA 

El  principe  heredero  de  Bélgica  y  su  hermano  paseando  por  las  calles 

de  Bruselas  el  día  de  la  marcha  de  la  familia  real  á  Amberes 


LA    RBINA    DB    BÉLGICA    CON    SUS    HIJOS 

y  cantatas  públicas.  No  éramos  patrioteros.  Muchos, 
tal  vez  los  mejores,  se  lamentaban  de  pertenecer  á 
una  porción  de  suelo  tan  reducida.  Unos  hubieran 
querido  nacer  franceses,  otros  ingleses:  algunos  que 
eran  flamenquistas  rabiosos  deseaban  hacerse  alema- 
nes. Después  todas  estas  veleidades  han  desaparecido. 
Todos  somos  belgas  y  nada  más.  Y  lo  somos  tenaz- 
mente, hasta  la  muerte.  Tenemos  fe  en  nuestro  país 
como  los  creyentes  la  tienen  en  el  cielo. 

» Nuestro  tercer  rey  encarna  esta  resurrección.  El 
ha  sido  el  símbolo.  Únicamente  él,  entre  todos  los  re- 
yes y  emperadores  comprometidos  en  la  guerra  pre- 
sente, se  ha  mezclado  con  las  tropas,  ha  compartido 
con  ellas  el  peligro  y  la  gloria,  ha  vivido  en  las  trin- 
cheras, ha  disparado,  ha  comido  y  fumado  lo  que  fu- 
man y  comen  sus  soldados.  Él  ha  sido  el  valor  reposa- 
do, la  resistencia  encarnizada,  la  fuerza  obscura  y  pro- 
funda. Ha  sido  también  algo  más.  Ante  sus  generales 
y  oficiales  se  ha  mostrado  algunas  veces  como  un  tác- 
tico perspicaz  y  hábil,  imponiéndoles  sus  ideas,  y  luego 
se  ha  visto  que  estas  ideas  eran  felices  y  eficaces.  A 
medida  que  los  acontecimientos  sombríos  y  crueles  se 
iban  desarrollando,  se  encontraban  en  él  virtudes  más 
profundas  y  cualidades  más  raras.  La  guerra  parecía 
haber  sido  hecha  para  que  este  hombre  se  descubriese 
á  sí  mismo.  Si  Leopoldo  I  había  sido  un  diplomático  y 
Leopoldo  II  un  colonizador,  Alberto  I  era  un  soldado. 


212 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


KL    REY    DB    BÉLGICA    BN    INA    TRINCHERA    COMPARTIENDO    LA    SUBRTB    DB   SOS   SOLDADOS 


(De  lii  liluMtratiou.  (1«  París) 


Lo  es  tanto  como  Guillermo  II  lo  es  poco.  Desde  el 
principio  de  la  guerra  se  vio  claramente.  Las  procla- 


L08   RBVBS  DB   BÉLGICA  Y   DE   INGLATERRA    Y    EL   PRInCIPB   DB   GALES,  BN  FUBNBS 


mas  de  los  dos  reyes  no  pueden  resultar  míís  diversas. 

Guillermo  II  es  el  retórico  místico,  el  hombre  de  la 
postura  literaria,  que  se  siente  con 
más  iniciativas  para  asombrar  al  pú- 
blico que  para  combatir.  Alberto  I 
no  ha  dicho  más  que  palabras  sim- 
ples y  sinceras.  Ha  hablado  de  tomar 
el  fusil  con  sus  manos  para  correr 
contra  el  enemigo,  y  asi  lo  ha  hecho. 
Xunca  ha  llamado  al  ciclo  en  su  auxi- 
lio. Nunca  ha  mentido.  Jamás  se  ha 
considerado  como  un  avisado  de  Dios 
ni  como  un  favorecido  por  la  Vir- 
i;en.  Al  invocar  á  la  Providencia  lo 
ha  hecho  con  naturalidad,  pero  lian- 
do al  mismo  tiempo  en  su  valor  y  en 
su  brazo. 

»K1  no  se  complace  en  la  existen- 
cia decorativa  de  las  cortes.  Tam- 
poco se  prepara  entradas  teatrales 
en  las  ciudades,  ni  quiere  imitar  á 
Lohengrin  erguido  sobre  la  proa  de 
un  vatch.  Hace  sobre  la  tierra  el  me- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


219 


ñor  ruido  posible;  es  económico  en 
palabras  y  gestos;  no  quiere  ser  un 
tenor  imperial  ni  un  payaso  coro- 
nado. 

»Su  presencia  no  tiene  nada  de 
intimidante.  Antes  al  contrario,  es 
él  quien  duda  tímidamente  cuando 
alguien  se  le  aproxima.  Con  un 
franco  apretón  de  mano  da  la  bien- 
venida al  que  llega.  Su  conversa- 
ción es  lenta,  pero  así  que  se  pro- 
longa elevándose  sobre  la  vulgari- 
dad inevitable  de  una  primera  en- 
trevista, se  muestra  nutrida  y  bien 
cuidada.  El  rey  tiene  grandes  cono- 
cimientos literarios.  Aunque  no  es 
poeta,  cita  con  frecuencia  ciertas 
estrofas  que  ha  guardado  en  la  me- 
moria después  de  sus  lecturas.  El 
movimiento  artístico  de  Bélgica 
tiene  en  él  un  admirador  entusias- 
ta. Fué  el  primero  de  nuestros  reyes 
que  habló  de  él  como  signo  de  gran- 
deza nacional  en  sus  discursos  de 
la  corona. 

»E1  pueblo  ama  á  Alberto  I  por- 
que es  «un  mozo  valiente».  Jamás 
un  rey  manco  alcanzaría  populari- 
dad entre  nosotros.  Es  preciso  que 
el  que  reina  pueda  manejar  un  man- 
doble antiguo.  Alberto  I  es  sano, 
alto,  poderoso.  Encarna  la  idea  que 
los  flamencos  y  los  valones  tienen 
de  la  belleza.  Jamás  la  separan  de 
la  fuerza.  Todos  ellos  saben  que  si 
es  preciso  el  rey  será  un  firme  y 


ENTREVISTA    DEL    REV    DE    BÉLGICA    CON    El,    REY    DE    INGLATERRA,    BN    MOST 

(De  The  llhtstrated  Lontíon  Xetcs) 


HL    RBY    DB    BÉLGICA    IMPONIBNOO    EN    FURNES    LA    CRUZ    DB    LEOPOLDO    Á    LA    BANDERA    DEL    T."    HBOIMIBNTO    DB   INFANTERÍA 


SI  4 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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^^^H^I^V    "'•j^att^.-- 

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1 

LOS    REVÉS    DE   BKr.GICA 


resistente  convidado  en  sus  «dueasses»  y  sus  kerme- 
ses.  Además  está  de  buen  humor  casi  siempre.  Tiene 

esa  familiaridad  tranquila 
que  los  belgas  exigen  de 
todos  los  que  aman  y  respe- 
tan. En  Bélgica  la  altivez 
y  la  arrogancia  son  despre- 
ciadas como  en  ninguna 
parte.  Se  considera  que  son 
pruebas  de  in- 
ferioridad, y 
el  que  las  em- 
plea inspira 
lástima.    El 


O 


belga  es  el 
hombre  más 
igualitario 


BL    l'HiNCIl'E    LEOPOLDO 
Hiiíiue  de  Brabante 


quese conoce. 
»En  la  con- 
quista de  su 
popularidad, 
que  fué  rápida  en  el  primer  momento, 
lirme  después  y  definitiva  más  tarde,  Al- 
berto I  se  vio  ayudado  por  su  compañera 
la  reina.  Ella  comprendió,  como  por  adi- 
vinación, los  gestos  que  debia  hacer,  las 
palabras  que  debía  decir  y  las  virtudes 
que  debia  mostrar.  Sus  armas  fueron  la  timidez,  la 
fuerza  dulce  y  el  buen  tacto.  Los  artistas  la  amaron 
al  mismo  tiempo  que  el  pueblo.  Ella  también  es  una 
artista:  una  notable  música.  Su  interés  y  su  amor  por 
el  arte  se  desbordan  igualmente  sobre  la  literatura. 
Desde  el  primer  momento  de  su  reinado  se  rodeó  de 


l-A    PRINCESA    MARÍA 


obras  maestras  y  los  pintores  y  escultores  fueron  hacia 
ella.  En  su  palacio  de  Bruselas,  donde  los  prusianos 
invasores  han  roto  los  niiirmoles  y  rasgado  los  cua- 
dros á  sablazos,  ella  adornó  tres  ó  cuatro  salones  con 
arreglo  á  sus  gustos.  Los  muebles  dorados,  las  colum- 
nas, las  arañas,  los  candelabros  del  lujo  oficial  des- 
aparecieron. Simples  telas  lisas  de  discretos  colores 
cubrieron  los  muros,  y  sobre  ellas  figuraron  varios 
cuadros  de  jóvenes  pintores  belgas  que  ella  protege  y 
defiende.  Todo  mnvimiento  artístico,  sin- 
cero y  nuevo,  la  ha  interesado  poderosa- 
mente. 

"Ksta  guerra  ha  servido  para  demos- 
trar á  todos  cómo  ama  á  su  marido  y  le 
sirve  en  el  peligro.  Estu- 
,.¿^  vo  á  su  lado  durante  los 

i»a  días  trágicos  del  sitio  do 

í^*  '  Amberes  y  m;is  tarde  en 

las  aldeas  de  la  costa, 
mientras  á  pocos  kiló- 
metros de  distancia  se 
desarrollaban  los  innu- 
merables combates  de  la 
gran  batalla  de  Flandes. 
Es  pequeña  de  cuerpo, 
débil  en  apariencia,  pero 
el  alma  ardiente,  silen- 
ciosa é  intrépida  que  encierra  esta  en- 
voltura delicada  no  conoce  el  peligro. 
Ni  un  momento  dejó  de  ser  fiel  á  su 
puesto  de  esposa  y  de  amiga. 

^  1-  .'  D  jjL    PRINCIPE 

"Una  hora  antes  de  que  partiese  de  cablos  tbodoro 
Bruselas  para  Amberes  tuve  el  honor    conde  de  Fiandes 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


215 


de  hacerle  una  visita.  Su  pala- 
cio, en  el  cual  tres  días  después 
iba  á  entrar  el  enemigo  como  un 
vencedor,  habia  sido  transfor- 
mado parcialmente  en  hospital. 
Antes  de  partir  quiso  hacer  una 
última  visita  á  los  soldados.  A 
pesar  de  lo  grave  del  momento, 
se  mostró  tranquila,  impertur- 
bable. Ninguna  lamentación  sa- 
lió de  su  boca.  Y  después  de  esta 
suprema  visita  partió  para  lo 
desconocido,  con  toda  su  fe. 

»La  Historia  acogerá  amoro- 
samente á  tal  rey  y  tal  reina. 
Tal  vez  esta  pareja  entrará  al- 
gún día  en  la  leyenda.  Los  som- 
bríos historiadores  teutones  ne- 
garán en  vano  la  belleza  de  sus 
gestos  y  sus  actos.  La  unánime 
admiración  y  el  unánime  respeto 
de  su  pueblo  formarán  un  cortejo 
detrás  de  los  dos  á  través  de  los 
siglos.  Tienen  en  favor  suyo  la 
juventud,  la  claridad,  el  sufri- 
miento, el  valor  invencible  de 
sus  almas.  Son  grandes  por  ellos 
mismos,  lo  que  representa  algo 
mejor  que  ser  «kolossal»  por  el 
esfuerzo  de  los  demás.» 


Un  periodista  inglés  contó  en 
Noviembre  su  encuentro  con  Al- 
berto I  en  la  pequeña  fracción  de 
Flandes  que  después  de  la  ren- 
dición de  Amberes  sostuvo  izada 
la  bandera  de  Bélgica.  Fué  á  la 


LOS    REYES    DB    liÉLGICA 
La  reina  Isabel  cuidando  la  educación  musical 


EL    ASESINATO 
(Alegoría  de  la  iuvasióii  de  Bélgica,  por  Allard  Lolivier,  de  L' Heroique  lie.hjique) 

caída  de  la  tarde,  en  la  plaza  prin- 
cipal de  Furnes,  frente  al  palacio 
del  Municipio,  construcción  de  ca- 
lada piedra,  con  gran  torre  de  ar- 
mónicas campanas,  como  todos  los 
edificios  antiguos  del  país. 

La  plaza  está  desierta.  A  lo  le- 
jos suena  el  cañón.  La  gran  ba- 
talla de  Flandes,  la  más  sangrien- 
ta de  la  Historia,  una  carnicería 
donde  cayeron  L50.000  hombres, 
se  está  desarrollando  á  pocos  kiló- 
metros. 

De  pronto  se  abre  una  ventana 
del  palacio.  Un  brazo  azul  con  ga- 
lones de  oro  se  acoda  en  el  alféi- 
zar, y  sobre  su  mano  viene  á  apo- 
yarse una  cara  pálida,  demacra- 
da, con  lentes;  una  cara  que  res- 
pira melancolía,  ensueño  y  cansan- 


BN    LA    INTIMIDAD 
de  su  hiio  Leopoldo,  el  principe  heredero 


216 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


cío.  El  inglés  la 
reconoce:  «Es 
el  rey.»  Se  exa- 
minan un  mo- 
mento, y  luego 
el  héroe  vuelve 
á  dejar  su  mira- 
da flotante  en 
el  vacío.  Des- 
cansa. Aprove- 
cha un  momen- 
to para  aspirar 
el  aire  con  de- 
licia, ver  el  cie- 
lo, contemplar 
la  puesta  del 
sol. 

Hace  sema- 
nas que  su  exis- 
tenciaesde  con- 
tinua activi- 
dad, sin  día  ni 
noche.  Duerme 
donde  puede; 
aparece  donde 
menos  le  espe- 
ran. Abando- 
na el  combate 
para  ir  á  re- 
unirse en  una 
encrucijada  de 
caminos,  en 
una  playa,  en 
unaj;ranja,cou 
su  ánimos  a 
compañera,  la 
reina  heroica 
que,  luego  de 
depositar  sus 
tres  hijos  en 
Londres,  lo  ha  sef;uido  á  los  campos  de  muerte. 

Suena  un  rumor  de  muchedumbre  en  una  calle 
próxima.  Entra  en  la  plaza  un  regimiento  francés  que 
vuelve  de  las  trincheras;  un  regimiento  hermosamente 
sucio,  feo  hasta  la  sublimidad,  con  los  capotes  desco- 
loridos, el  barro  á  las  rodillas,  los  rostros  hirsutos, 
las  manos  negruzcas.  Unos  arrastran  las  piernas  al 
marchar,  envueltas  en  vendajes  de  ocasión,  otros 
llevan  bajo  el  kepis  trapos  blancos  con  manchas  roji- 
zas. Es  la  jauría  guerrera  que  vuelve  de  la  caza  del 
hombre,  rezumando  sudor  y  sangre,  con  los  colmillos 
babosos  de  rabia.  Nada  queda  del  regimiento  de  las 
grandes  paradas. 

Los  soldados  miran  á  lo  alto,  reconocen  los  lentes, 
el  rostro  alargado  de  noble  palidez,  y  sin  que  suene 
una  orden,  sin  que  el  coronel  haya  hecho  un  gesto,  el 
regimiento  entero  se  detiene.  Hasta  los  caballos  imi- 
tan instintivamente  la  inmovilidad  de  los  hombres. 


KL  REY  ALBBRTO  EN  TRAJB  DE  CAMPANA 


Suenan  los  tambores  como  si  redoblasen  solos;  lan- 
zan las  trompetas,  con  la  dorada  boca  en  alto,  el  ala- 
rido de  sus  cobres;  los  soldados  presentan  sus  fusiles; 
los  oficiales  agitan  los  kepis  en  la  punta  de  los  sables; 
«¡Viva  el  rey  caballero!»  El  regimiento,  con  las 
compañiiis  diezmadas,  sucio  y  heroico,  saluda  por  es- 
pontáneo impulso  al  héroe  más  grande  de  su  época. 
La  muchedumbre  armada,  falta  de  su  banda  de  mii- 
sica,  pues  los  músicos  se  han  convertido  en  camilleros, 
entona  La  Marsellesa;  entona  La  Brabanzona.  Y  el 
brazo  azul  galoneado  de  oro  se  mueve  con  noble  len- 
titud, mientras  dos  lágrimas  de  emoción  empañan  los 
lentes. 


Se  aleja  el  regimiento.  La  plaza  vuelve  á  quedar 
solitaria.  Alberto  Sin-Tierra  sigue  en  la  ventana,  des- 
cansando, soñando.  El  cielo  se  tiñe  de  rojo  detrás  de 
las  negras  y  puntiagudas  siluetas  de  los  tejados 
belgas. 

El  sol  se  oculta,  el  día  va  á  morir.  Llega  la  noche, 
y  con  ella  la  sombra,  las  horas  de  incertidumbre,  las 
horas  de  desesperación...  Y  después  de  la  noche  lucirá 
otra  vez  el  dia,  con  un  nuevo  sol. 


LO   INCONQUISTABLE 

El  kaiser.  — ^'a  ves.  lo  has  perdido  todo. 
El  bev  Alberto.— ;Mi  espíritu,  nol 


(Del  Piitirt,  de  Londres) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


217 


EL  ÉXODO  DE  LOS  REYES  DE  BÉLGICA 

Paseo  solitario  del  rey  Alberto  y  la  reina  Isabel  á  lo  largo  de  la  playa,  lo  último  que  aun  les  pertenece,  y  donde  el  porllado 

heroísmo  de  sus  tropas  y  de  los  ejércitos  aliados  ha  detenido  la  invasión  alemana 

(Dibujo  de  J.  Simont,  de  la  tlllustration»  de  París,  según  fotografía  de  M.  Savage  Landor) 


218 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


(Fot.  Kol) 


XV 


El  general  Joffre 

La  guerra  reveló  dos  grandes  personalidades  des- 
conocidas. Una  fué  Alberto  I;  otra  el  general  Joffre. 

El  nombre  de  éste  apenas  había  sonado  fuera  de 
los  circuios  militares.  Al  ponerse  en  movimiento  el 
ejército  francés,  como  una  inmensa  fuerza  anónima, 
el  mundo  quiso  conocer  la  inteligencia  que  lo  guiaba, 
experimentando  cierta  estrañeza  ante  su  apellido  des- 
conocido. 

— ¿Quién  es  Joffre? — preguntaron  las  gentes,   no 
sólo  en  el  extranjero,  sino  en  París. 

El  general  no  había  sido  hombre  político  y  huía  de 
toda  exhibición,  llevando  una  existencia  de  aisla- 
miento, dedicada  por  completo  al  estudio. 

Los  que  le  habían  conocido  de  estudiante  recorda- 
ban su  juventud,  seria  y  laboriosa.  Era  un  muchacho 
silencioso  y  dulce.  A  los  diez  y  siete  años  entraba  por 
su  excelente  prepíiración  como  alumno  de  la  Politéc- 
nica, hecho  poco  común  en  los  anales  de  la  Escuela. 
Su  curso  de  preparación  tuvo  estudiantes  notables 
que  se  preparaban  para  la  mencionada  Escuela  y  la 
de  Saint-Cyr.  Compañeros  suyos  fueron  el  general 
Picquart,  soldado  ilustradísimo  que  tanta  fama  adqui- 
rió en  el  proceso  Dreyfus  y  luego  como  ministro  de  la 
Guerra;  el  general  Soutzó,  que  habia  de  desempeñar 
largos  años  la  cartera  de  la  Guerra  en  Grecia,  su  pa- 


tria; el  ingeniero  Sulkosky,  notable  constructor  de  los 
extensos  ferrocarriles  de  líusia,  y  el  ingeniero  Can- 
net,  director  de  la  fábrica  de  cañones  del  Creusot  é 
inventor  de  las  piezas  de  artillería  que  llevan  su  nom- 
bre. Un  hispano-amerícano,  el  ingeniero  de  Jlontevi- 
deo  don  Felipe  Victoria,  fué  también  de  esta  promo- 
ción, guardando  en  su  poder  como  recuerdos  de  la 
juventud  dos  fotografías  de  1868  que  representan  al 
joven  Joffre  con  todos  sus  compañeros,  cuando  vivía 
en  la  pensión  Haraut  de  París. 

La  guerra  de  1870  sorprendió  á  Joffre  en  la  Escue- 
la Politécnica,  siendo  habilitado,  como  sus  camaradas 
de  estudios,  para  tomar  parte  en  atiuélla,  con  el  grado 
de  teniente.  Al  sobrevenir  la  paz  figuró  en  la  comi- 
sión de  ingenieros  militares  encargada  de  organizar 
las  nuevas  defensas  de  París,  y  con  arreglo  á  sus  pla- 
nes fueron  creadas  las  fortificaciones  del  sector  de 
Enghien. 

Cuando  el  mariscal  Mac-^lahón,  presidente  de  la 
República,  visitó  dichas  fortiíicaciones  rodeado  de  su 
Estado  Mayor,  hizo  llamar  al  teniente  Joffre,  silencio- 
so y  modesto,  y  lo  saludó  con  estas  palabras: 
— Recibid  mis  felicitaciones,  capitán. 

Capitán  á  los  veintidós  años  y  sobre  el  campo  de 
sus  trabajos,  era  un  ascenso  glorioso. 

Todos  sus  camaradas  le  apodaron  desde  los  prime- 
ros años  «Joffre  el  Taciturno»,  y  con  este  nombre  llegó 
á  las  primeras  categorías  del  ejército.  Habla  poco. 
Sus  palabras  son  lacónicas  y  precisas.  Este  meridio- 
nal,  al  revés  de  sus  compatriotas,    exuberantes   de 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


219 


gestos  y  verbosidad,  pródigos  en  vi- 
braciones exterioi'es,  lleva  una  vida 
interior  de  recogimiento  mental,  de 
pensamiento  concentrado. 

Después  de  su  triunfo  de  Enghien 
lo  enviaron  á  la  frontera  del  Este, 
donde  el  gobierno  francés  aceleraba 
las  defensas  nacionales  ante  el  peli- 
gro de  una  nueva  invasión  alemana. 
Joffre  organizó  las  fortificaciones  de 
Pontarlier. 

— Muy  interesante  mi  trabajo — de- 
cía á  sus  amigos — .  r^.Pero  es  que 
únicamente  sirvo  para  hacer  fortifi- 
caciones? Yo  quiero  mandar  tropas. 
El  ingeniero  tardó  mucho  tiempo 
en  ver  realizados  sus  deseos  de  hombre  de  guerra. 

Después  de  Pontarlier  lo  enviaron  al  Tonkin  para 
construir  nuevas  fortificaciones  y  hasta  simples  cuar- 
teles. 

Por  fortuna  estaba  allí  el  almirante  Courbet,  jefe 
heroico  que  sabia  conocer  el  mérito  de  sus  hombres. 
El  capitán  Joffre  llamó  su  atención  desde  los  primeros 
meses,  y  arrancándolo  á  sus  obscuras  y  poco  gloriosas 
funciones  de  ingeniero  colonial,  le  dio  el  mando  de 
una  columna,  enviándole  á  ganar  batallas. 

Joffre,  espada  en  mano,  figuró  entre  los  jefes  más 
avanzados  y  audaces,  saliendo  vencedor  de  todos  los 
encuentros.  Fué  á  Formosa  con  Courbet,  y  bajo  el 
fuego  del  enemigo  organizó  la  defensa  de  la  isla.  Luego 
lo  enviaron  á  Madagascar,  donde  construyó  las  forti- 
ficaciones de  Diego  Suárez,  que  figuran  como  una  ma- 
ravilla en  su  género.  De  alli  partió  para  el  Dahomey, 
donde  hizo  la  guerra  á  las  órdenes  del  coronel  Bonnier. 
Este  fué  muerto  en  un  encuentro,  quedando  deshechas 
sus  fuerzas,  pero  Joffre,  que  mandaba  la  retaguardia, 
en  vez  de  retroceder  siguió  su  avance  con  un  hábil 
movimiento,  siendo  el  primero  que  penetró  en  Tom- 
boctú,  «la  ciudad  del  misterio»,  situada  en  el  corazón 
de  África. 

Después  de  esta  brillante  operación  lo  llamaron  á 


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El  gcnera\  Joffre  (1).  e\  general  Soutzó,  exministro   griego  de  la  Guerra  (2),  el   ingeniero  Vic- 
toria (3),  el  general  Picquart  (4i,  el  ingeniero  Sulkosky  (5) 


Francia,  de  donde  no  salió  más.  El  coronel  Joffre  fué 
solicitado  como  profesor  de  la  Escuela  de  Guerra,  y 
sus  lecciones  alcanzaron  gran  celebridad  entre  los  mi- 
litares. La  juventud  guerrera  pasó  por  su  clase  escu- 
chándolo con  silenciosa  admiración.  Todos  los  corone- 
les actuales  han  sido  sus  discípulos.  Sucesivamente 
llegó  á  general  de  brigada,  director  de  ingenieros,  ge- 
neral de  división,  comandante  de  cuerpo  de  ejército, 
desarrollando  en  estos  puestos  su  genio  de  estratega 
y  de  organizador.  Hablando  de  sus  enseñanzas  como 
maestro,  dijo  de  él  hace  dos  años,  cuando  nadie  espe- 
raba la  guerra,  el  coronel  Rousset,  notable  escritor 
militar:  «Su  mentalidad  es  la  de  Napoleón  I;  pero  del 
Napoleón  de  la  buena  época.»  1^ 

Los  militares  franceses  se  habían  acostumbrado  á 
ver  en  este  compañero  silencioso  y  reflexivo  el  hom- 
bre destinado  á  dirigir  los  ejércitos  de  la  nación  en 
momentos  difíciles. 

Por  unanimidad  lo  designaron  los  miembros  del 
Consejo  Superior  de  la  Guerra  para  jefe  supremo  ó 
generalísimo  de  todas  las  tropas  de  Francia.  El  gene- 
ral Pau,  glorioso  veterano,  fué  el  que  hizo  la  propo- 
sición, cediéndole  el  puesto  al  reconocer  noblemente 
sus  cualidades  indiscutibles. 

Joffre  no  había  dicho  una  palabra  para  obtener 
este  honor  supremo  de  soldado.  Tampoco  la  dijo 
para  rehusarlo.  Ocupó  el  puesto,  y  en  vez  de  se- 
guir estudiando  y  preparando  en  el  retiro  de  su 
casa  la  defensa  nacional,  continuó  sus  trabajos  en 
pleno  Consejo. 

Un  parlamentario  francés,  conocedor  de  Joffre 
desde  su  juventud,  hizo  una  profecía  en  un  viaje  á 
Alemania. 

Era  en  1911,  en  plena  crisis  de  Agadir,  cuando 


El  general  Joffre  íl),  el  ingeniero  urugua\o  don  Felipe  Victoria  '2,  cl  inge- 
niero Sulkosky.  director  íefe  de  los  ferrocarriles  rusos  i3  ,  el  general  Pic- 
quart (4),  el  ingeniero  Cannet,  director  de  la  fábrica  de  cañones  del  Creusot  (5} 


parecía  próxima  ¡I  estallar  la  guerra  entre  Francia 
y  el  Imperio  germánico  con  motivo  de  la  ocupación 
de  ^Marruecos. 

Un  grupo  de  parlamentarios  franceses  había 
admitido  la  invitación  para  visitar  la  Exposición 
de  Dresde.  Se  celebró  una  comida  de  gala  en  honor 
de  estos  huéspedes,  pero  durante  ella  todos  se  man- 
tuvieron graves  y  circunspectos  en  vista  de  los  su- 


220 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


VIST*    DB    RIVESALTES 

cesos,  con  una  frialdiid  protocolaria.  A  la  hora  del 
café  se  desataron  las  lenguas  alemanas.  Un  personaje 
del  pais,  francófobo  como  toda  la  burguesía  alemana, 
entabló  conversación  con  el  diputado  francés,  era- 
peñándose  en  demostrarle  la  seguridad  que  tenia 
Alemania  de  vencer  á  Francia  en  unas  pocas  se- 
manas. 

— Sé  bien  que  el  soldado  francés  vale  por  dos  solda- 
dos alemanes — dijo  el  personaje  germánico — .  Si;  lo 
reconozco.  Pero  vosotros  no  tenéis  disciplina  ni  gene- 
rales. 

El  francés,  que  liabia  permanecido  silencioso  re- 
huyendo la  conversación,  fué  caldeándose  al  oiresto. 

— ¡Nosotros  no  tenemos  disciplina! — exclamó — .  Es 
cierto;    nosotros  no   tenemos   vuestra   disciplina.    La 
hemos  reemplazado  con  el  amor  de  los  oficiales  por 
los  soldados  y  de  los  soldados  por  los  oficia- 
les, gracias  al  cual  los  oficiales  harán  pasar  á 
los  soldados,  si  es  necesario,  por  el  agujero  de 
una  aguja...  ¡Nosotros  no  tenemos  generales!  Y 
vosotros  ¿los  tenéis?  ¿En  qué  guerras  han  es- 
tado"? ¿Dónde  han  hecho  sus  pruebas?  Su  mérito 
está  aún  por  ver,  después  de  cuarenta  años  de 
paz.  Son  una  incógnita,  ni  más  ni  menos  que 
los  nuestros. 

Calló   un  momento  el  diputado,   y   luego 
añadió: 

— Además,  nosotros  tenemos  á  .Toffre. 
El  personaje  alemán  hizo  un  gesto  de  ex- 
trañeza. 

— ¿Joffre?  Por  primera  vez  oigo  ese  nombre. 
Era  verdad.  Una  enorme  mayoría  de  los 
franceses  se  encontraba  en  el  mismo  caso. 

— No  importa — contestó  el  diputado — .  Guar- 
dad el  nombre  de  Joffre  en  la  memoria.  Algún 
día  oiréis  hablar  de  él. 


Joffre  casi  es  español. 

Nació  en  Kivesaltes.  población  inmediata  á 
Perpiñán,  cerca  de  la  frontera  española. 


Rivesaltes  es  una  pequeña  ciudad  del  Ko- 
sellón  (.Cataluña  francesa  -;  un  amontonamiento 
de  casas  en  torno  de  una  antigua  torre  sarra- 
cena, circundado  de  murallas  que  baña  el  to- 
rrentoso río  llamado  el  Agley.  Todos  los  veci- 
nos de  Rivesaltes  conocen  al  general  Joffre  y 
alaban  su  carácter  y  su  corazón,  diciendo  en 
un  catalán  casi  semejante  al  de  la  vecina 
España:  «/J.v  com  lo  vi  del  tieu  endref,  com  lo 
moscat  de  Rivesaltex;  fortalesa  y  parfum  embo- 
iirafs  de  dolror.^  (Es  como  el  vino  de  su  pais, 
como  el  moscatel  de  Rivesaltes:  fuerza  y  perfu- 
me envueltos  en  dulzura.) 

Su  padre  fué  un  tonelero  que  tuvo  catorce 
hijos,  y  de  ellos  sólo  quedan  dos:   un  hermano 
de  Joffre  que  es  recaudador  de  contribuciones 
y  una  hermana  que  reside  en  Rivesaltes. 
Los    vecinos   del   pueblo    amigos   de   su   familia 
recuerdan   sonriendo   la  causa  de   que  el  estudioso 
Joffre  sólo  alcanzase  el  número  14  al  ingresar  en  la 
Escuela  Politécnica,  no  obstante  ser  el  aspirante  más 
fuerte  en  matemáticas.  Nunca  pudo  aprender  el  ale- 
mán. Su  clara  inteligencia  se  resistió  á  tal  estudio, 
hasta  que  años  adelante,  siendo  general,  dominó  este 
idioma  por  un  esfuerzo  de  voluntad. 

En  sus  viajes  al  pais  natal,  José  Joffre,  unas  veces 
comandante,  otras  coronel,  fraternizaba  con  los  cora- 
pañeros  de  la  niñez,  gentes  rústicas  que  escuchaban 
sus  relatos  en  catalán  describiéndoles  las  campañas 
en  Asia  y  África.  Otras  veces  toraalia  asiento  entre  su 
padre  y  sus  tíos  á  la  puerta  de  la  vieja  casa,  para  jugar 
con  ellos  á  «la  raanilla»,  su  diversión  favorita.  En  el 
curso  de  una  de  estas  partidas  de  naipes,  el  coronel 


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PARTIDA    DK   BAUTISMO   DB  JOFFRE 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


221 


Joffre  aconsejó  á  su  padre  que  abriese  unas  trincheras 
oblicuas  en  su  campo  de  Rompas  para  facilitar  el  curso 
constante  de  las  aguas  é  impedir  las  inundaciones  de 
primavera. 

—Yo  no  sé  de  agricultura— dijo— ,  pero  sé  algo  de 
trincheras.  Es  mi  oficio. 

Joffre  no  podia  adivinar  en  aquel  momento  toda 
la  verdad  de  esta  afirmación. 

Cuando  volvió  á  Rivesaltes  con  las  estrellas  de 
general,  sus  amigos  de  la  escuela  se  sintieron  intimi- 
dados. ¡Un  general!  Ninguno  osaba  á  tutearle,  pero 
Joffre  se  ofendió  por  este  respeto,  y  todos  tuvieron 
que  restablecer  la  antigua  familiaridad.  Á  lo  único  que 
no  se  atreven  sus  convecinos,  á  pesar  del  tuteo  y  del 
trato  franco,  es  á  hacerle  una  recomendación  en  fa- 
vor de  una  persona.  Su  ceño  se  frunce  inmediata- 
mente. Él  ha  hecho  su  carrera  solo,  desde  su  humilde 
nacimiento,  sin  influencias  de  familia  ni  de  amistad, 
por  su  trabajo,  su  constancia  y  su  energía.  Que  le 

imiten...  Esto 
es  lo  que  con- 
testa con  bre- 
ves palabras. 

Los  amigos 
recuerdan  una 
aventura  de  su 
vida  ocurrida 
en  Rivesaltes, 
pocos  años  des- 
pués de  la  gue- 
rra de  1870.  El 
capitán  Joffre, 
en  sus  excur- 
siones por  el 
país  natiil,  qui- 
so examinar  de 
cerca  las  forti- 
ficaciones de 
Prat  de  Holló. 
Un  centinela, 
viéndolo  rubio 
y  con  cierto 
aire  militar,  lo  tomó  por  un  espía  alemán  y  lo  llevó 
prisionero  al  cuerpo  de  guardia.  El  futuro  generalísi- 
mo se  dejó  conducir,  y  al  comparecer  ante  el  jefe  de 
la  guardia  dijo  en  un  catalán  que  nada  tenia  de  tudes- 
co, mientras  entreabría  su  paleto  mostrando  la  blusa 
militar  que  llevaba  debajo:  «Son  un  alemany  de  Rive- 
saltes, que  té  tres  galons  sobre  la  matelote.'  (Soy  un  ale- 
mán de  Rivesaltes,  que  tiene  tres  galones  en  la  blusa.) 
La  pequeña  ciudad  del  Rosellón  admira  á  Joffre 
más  aún  que  por  sus  méritos,  por  su  sencillez  de  ca- 
rácter y  su  modestia.  Es  el  grande  hombre  sencillo, 
calmoso  y  firme,  que  en  el  campo  de  batalla  inspira  á 
sus  soldados  una  familiaridad  afectuosa  y  respetuosa 
al  mismo  tiempo,  que  los  impulsa  á  los  mayores  he- 
roísmos para  poder  decir  después: 

— Hoy  el  abuelo  está  contento  de  nosotros. 


ALUMNO    DE   LA    POLITÉCNICA    (.17    AÑOSJ 


CASA    BN    IJIB    NAUJll    JOFFUE 

Ea  Rivesaltes,  como  en  toda  aquella  comarca,  la 
verdadera  lengua,  la  de  la  intimidad,  la  del  trato  fa- 
miliar, es  la  catalana.  El  francés  sólo  se  usa  como 
idioma  de  la  escuela. 

El  generalísimo  .loffre  habla  el  catalán  lo  mismo 
que  el  francés,  y  se  sirve  de  él  en  sus  conversaciones 
con  los  amigos  de  la  infancia.  Es,  además,  un  verda- 
dero catalán 
por  su  carácter 
reposado,    cal- 
culador y  sere- 
no.  Aun  lo  es 
más  en  su  esti- 
lo. En  sus  car- 
tas  y   procla- 
mas dice  lo  que 
quiere  decir; 
ni  una  palabra 
más. 

Gran  aficio- 
nado á  los  estu 
dios  literarios 
y  sociales,  ha 
vivido  en  ínti- 
ma confrater- 
nidad con  los 
hombres  más 
avanzados  de 
la  República. 
Uno  de  sus  me-  jp-fb  db  batallón  bn  188'.) 

jores  amigos  es  (Fots,  de  la  Itlustration  do  París) 


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VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


KL    GENERALÍSIMO    Y    MADAMH   JOFl'RB 

Clemenceau.  Los  republicanos  radicales  y  los  socia- 
listas nada  pueden  temer  de  este  general,  aunque  le 
sonría  la  suerte  como  á  los  grandes  caudillos  ambi- 
ciosos. En  el  caso  de  buscarle  un  ascendiente,  habría 
que  fijarse  en  Washington  ó  en  lloche:  de  ningún 
modo  en  Napoleón.  Es  un  soldado  republicano  que, 
terminada  la  guerra,  volverá  á  su  vida  silenciosa  de 
estudio. 

Fué  una  suerte  para  Francia  que  este  hombre  mo- 
desto permaneciese  en  la  sombra,  entre  su  familia  y 
sus  libros,  hasta  la  hora  en  que  resultó  necesaria  su 
aparición.  Al  intervenir  antes  en  la  política,  siendo 
diputado,  senador  ó  ministro  de  la  Guerra,  su  presti- 
gio hubiese  sufrido  rudos  golpes  de  los  partidos  reac- 
cionarios, como  le  ocurrió  al  general  Picquart.  y  no 
habría  podido  ser  aclamado  como  una  esperanza  por 
todos  los  franceses,  unidos  en  el  peligro  y  olvidados 
de  sus  antiguos  odios. 

Joffre  es  un  racionalista,  un  librepensador,  y  sus 
ideas  sobre  la  evolución  social  no  son  monos  avanza- 
das. Pero  los  conservadores  han  venido  á  saber  esto 
en  plena  época  de  tolerancia,  cuando  todos  los  fran- 
ceses son  hermanos  y  los  periódicos  de  París  publican 
que  en  el  Consejo  Supremo  de  Defensa  el  secretario 
de  las  federaciones  socialistas  de  trabajadores  y  el 
arzobispo  de  París  se  estrechan  la  mano  al  empezar 
la  sesión  y  se  sientan  juntos. 

Muchas  damas  realistas  y  devotas  que  admiran  al 


generalísimo  por  su  fría  serenidad  y  su  pericia  de  or- 
ganizador y  estratega,  llegan  á  decir  en  sus  tertulias, 
como  una  e.xcusa: 

— .loffre  es  un  sabio,  y  todos  los  sabios  son  algo  in- 
crédulos. 

Esta  tolerancia  general,  que  anima  y  une  á  los 
fi'anceses,  la  sintetizó  (iustavo  Ilervé  en  un  diálogo 
interesante. 

Iba  á  partir  para  la  guerra  un  regimiento  de  vo- 
luntarios extranjeros,  la  mayor  parte  de  ellos  emi- 
grados políticos.  Era  en  pleno  invierno,  y  Hervé  diri- 
gió al  público  un  llamamiento  elocuente  para  que 
hiciese  donativos  de  mantas  y  ropas  de  abrigo  desti- 
nadas á  estos  voluntarios  que  iban  á  arrostrar  con  un 
simple  capote  el  frió  de  las  trincheras. 

Veinticuatro  horas  después  había  que  cargar  en 
varios  camiones  los  fardos  de  ropas  amontonados  en 
la  redacción  de  La  Guerra  Social. 

Una  señora  anciana  y  aristocrática,  vestida  con 
sencillez,  de  las  que  sólo  abandonan  su  viejo  caserón 
para  ir  á  la  iglesia  inmediata,  visitó  al  revoluciona- 
rio, entregándole  personalmente  gran  cantidad  de 
prendas. 

— ¿Sabe  usted  á  qué  gente  va  á  servir  su  regalo? 
— dijo  Hervé  conmovido  por  el  patriótico  apresura- 
miento de  la  dama  y  ganoso  á  la  vez  de  asustarla  con 
su  espíritu  paradójico  y  burlón — .  Esos  voluntarios  son 
unos  terribles  pecadores.  Los  años  de  presidio  á  que 
están  sentenciiidos  en  sus  países  suman  muchos  siglos. 
Algunos  fueron  condenados  á  muerte.  Son  nihilistas 
huidos  de  Rusia;  revolucionarios  catalanes  de  «la  se- 
mana sangrienta»,  socialistas  italianos  condenados 
por  los  consejos  de  guerra;  gentes  sin  Dios  ni  ley. 

Y  la  buena  señora  en  vez  de  asustarse  juntaba  las 
manos  y  sonreía  con  arrobamiento. 

— ¡Qué  valientes  deben  ser!— dijo — .  Hombres  de 
éstos  necesitamos  ahora. 

Así  pensaron  desde  el  principio  de  la  guerra  las 
clases  más  retrógradas.  El  peligro  común  produjo  es- 
pontáneamente una  tolerancia  general  nunca  vista  en 
la  historia  francesa. 

.loffre, que  en  otros  tiempos,  á  pesar  de  sus  méritos. 


LÁ   CASA    DBL   OBNBRAL   JOFFRE    EN    RIVBSALTES 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


223 


hubiese  sido  atacado  por  los 
compatriotas  enemigos  de  sus 
ideas,  obtuvo  una  confianza 
unánime,  como  jamás  la  cono- 
ció caudillo  alguno. 

El  general,  por  su  parte, 
ha  mostrado  siempre  en  el 
ejercicio  de  sus  funciones  una 
noble  imparcialidad,  una  ca- 
rencia absoluta  de  apasiona- 
miento. Para  él  sólo  existen 
franceses  y  un  solo  partido: 
el  de  la  defensa  de  la  patria. 
Cuando  ocurrió  el  fracaso  de 
Charleroi  y  tuvo  que  declarar- 
se en  retirada,  no  por  defec- 
tos de  su  táctica,  sino  por  ha- 
ber sido  mal  secundado  por 
ciertos  generales,  castigó  á 
éstos  con  una  dureza  silen- 
ciosa é  inflexible.  Todos  ellos 

quedaron  separados  de  sus  puestos.  Algunos  eran 
amigos  antiguos  de  .Joffre  y  gozaban  de  cierta  signifi- 
cación política  por  sus  ideas  avanzadas.  De  nada  les 
valieron  estas  afinidades  con  el  generalísimo.  Él  úni- 
camente reconoce  soldados  buenos  y  malos,  y  los  con- 
sidera según  sus  méritos. 


JOPPRB   CON    BL    GENERAL   FOCH 


LOS    QHNBUALB»  JOFFRB,    CASTBLNAU    Y    PAU 

En  cambio  distinguió  con  una  fraternal  confianza 
á  los  generales  Pau  y  Castelnau,  que  son  de  lo  más 
opuesto  á  él  en  punto  á  ideas  políticas  y  religiosas. 
Pau  es  un  viejo  creyente,  y  Castelnau  un  devoto  que 
casi  llega  al  fanatismo.  Siempre  que  este  último  des- 
cansa unos  días  en  algún  lugar  donde  hay  iglesia, 
aprovecha  la  ocasión  para  cuidarse  de  sus  negocios 
espirituales,  confesando  y  comulgando.  Pero  los  dos 
son  valerosos  soldados  y  hábiles  tácticos  que  secun- 
dan fielmente  sus  planes,  y  esto  basta  para  que  .Joffre 
sienta  por  ellos  un  afectuoso  compañerismo,  dejando 
á  un  lado  las  diferencias  de  criterio  que  pueden  sepa- 
rarlos en  la  vida  civil. 

Otra  gran  figura  militar  que  se  desarrolló  al  lado 
de  Joffre  como  admirable  segundo  fué  el  general  Foch, 
uno  de  los  obreros  de  la  victoria  del  Marne  y  el 
principal  sostenedor  del  gran  choque  de  la  batalla  de 
Flandes.  Es  un  soldado  modesto  y  sabio  como  su  jefe, 
y  lo  mismo  que  él,  casi  desconocido  al  iniciarse  la 
guerra.  Antes  del  mes  de  Agosto  todo  lo  que  se  sabia 
de  él  era  que  había  escrito  un  iutei'esante  libro  téc- 
nico, titulado  El  combate,  y  que  gozaba  de  gran  auto- 
ridad entre  los  militares  del  Estado  Mayor  por  sus  con- 
diciones de  táctico. 

En  torno  de  Joffre,  maestro  lacónico  y  clarividen- 
te, se  formó  antes  de  la  guerra  una  verdadera  escuela 
de  militares,  relativamente  jóvenes,  que  trabajaron 
en  silencio  por  su  patria,  como  una  comunidad  de 
ascetas.  Gran  parte  de  ellos  formaron  el  Estado  Mayor 
que  le  siguió  luego  en  sus  operaciones. 

Estos  discípulos  escucharon  con  un  fervor  religioso 
las  enseñanzas  del  grande  hombre. 

«Para  estar  prontos — decía  Joffre — hay  que  orien- 
tar por  adelantado,  con  tenacidad  y  método,  todos  los 
recursos  del  país,  toda  la  inteligencia  de  sus  hijos, 
toda  su  energía  moral,  hacia  un  fin  único:  la  victoria. 
Es  preciso  haberlo  organizado  todo  y  previsto  todo. 


224 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


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SIGtlBNDO    LAS   OPERACIONES 


plaza.  .loffre  tuvo  que  esperar  su  hora  favorable,  vi- 
fíilando  al  enemigo  fuertemente  atrincherado,  apro- 
vechando sus  descuidos,  atisbándolo  con  su  cara  sere- 
na y  sus  ojos  azules  no  desprovistos  de  malicia,  de- 
trás de  los  cuales  vibra  la  expresión  del  que  prepara 
un  buen  golpe. 

Este  gran  silencioso  ha  sido  orador  literario  en  al- 
gunos momentos.  Sus  compatriotas  del  Sur  le  nombra- 
ron «mantenedor»  hace  algunos  años  de  unos  Juegos 
Florales,  la  gran  fiesta  tradicional  del  pais.  Y  Joffre 
pronunció  un  discurso  en  catalán.  Además,  según 
cuentan  sus  antiguos  amigos,  el  generalisimo  escribió 
versos  cuando  era  mucliacho. 

Su  apellido  es  común  en  Cataluña  y  Valencia.  Al 
afrancesarse  se  ha  inodiíicado  con  una  doble  efe,  y 
equivale  en  catalán  al  nombre  castellano  de  Vifredo. 

El  padre  .lofre,  un  fraile  de  la  Edad  Media,  adqui- 
rió universal  renombre  por  su  ardiente  caridad  y  la 
fundación  que  hizo  en  Valencia  de  la  primera  casa  de 
recogimiento  para  enfermos  mentales. 


Uno  de  los  mayores  méritos  del  general  .loffre  fué 
prever  con  varios  años  de  anticipación  la  guerra  tal 
como  se  produjo  después;  guerra  larguísima,  sobre 
frentes  inmensos,  en  la  cual  la  paciencia  iba  á  valer 
más  que  la  audacia  y  el  arrebato  heroico  menos  que 
el  cálculo  reposado  y  frío. 


Una  vez  empezadas  las  hostilidades,  ninguna  iniprovi 
sación  puede  valer.  Lo  que  falte  entonces  faltará 
definitivamente,  y  la  menor  carencia  puede  causar 
un  desastre.» 

Este  era  el  general  prudente,  el  «Preparador»,  el 
guerrero  cuerdo  y  reflexivo,  comparado  por  muchos 
con  el  cónsul  romano  Fabio,  sagaz  y  frío,  rival  de 
Anibal,  que  empleó  la  paciencia  y  la  calma  como  ar- 
mas seguras  para  acabar  con  éste. 

Pero  Joffre,  después  de  tal  lección,  daba  otra  sobre 
el  mismo  campo  de  batalla  del  Marne,  concebida  en 
los  siguientes  términos: 

«En  el  momento  que  se  entabla  una  batalla  de  la 
que  depende  la  suerte  del  pais,  es  importante  que 
todos  sepan  que  ya  no  es  tiempo  de  mirar  atrás. 
Todos  los  esfuerzos  deben  ser  empleados  en  el  ata- 
que... Una  tropa  que  no  pueda  avanzar  deberá,  cues- 
te lo  que  cueste,  permanecer  sobre  el  terreno  conquis- 
tado, guardándolo,  y  se  dejar;i  matar  en  su  sitio  antes 
que  retroceder.» 

— Ese  es  el  verdadero  Joffre — dijeron  los  que  le  co- 
nocían bien,  por  haber  sido  sus  antiguos  compañeros 
de  armas. 

Una  guerra  distinta  á  todas  las  guerras  conocidas 
le  obligó  á  retroceder  al  principio,  pero  «para  saltar 
con  mayor  impulso  contra  el  enemigo».  Luego  la  gue- 
rra fué  de  trincheras,  una  guerra  de  topos  que  repitió 
en  pleno  campo  los  mismos  incidentes  del  sitio  de  una 


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UN    OENURAL   COMUNICÁNDOLE   NOTJCIAS 

(Fots,  Meurisse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  ÜE  1914 


225 


Eq  sus  explicaciones  de  maestro,  dijo  rauclias  ve- 
ces: 

— No  son  los  generales  en  jefe  los  que  ganarán  en 
adelante  las  batallas.  Son  los  coroneles  y  tal  vez  los 
capitanes.  Los  combates  van  á  desarrollarse  en  un 
frente  de  400  ó  600  kilómetros,  y  en  tan  enorme  ex- 
tensión la  voluntad  de  un  solo  hombre  ejerce  poca  in- 
fluencia... No  puede  adoptar  las  combinaciones  rápi- 
das inspiradas  por  el  momento,  ni  valerse  de  astucias 
aconsejadas  por  las  circunstancias...  El  papel  del  ge- 
neral en  jefe  habrá  casi  terminado  desde  el  momento 
que  conduzca  las  tropas  á  un  punto  y  sitúe  en  linea 
de  batalla  todos  los  ejér- 
citos que  deben  tomar 
parte  en  ella.  El  papel 
de  los  coroneles  y  de  los 
capitanes  empezará  tan 
pronto  como  se  hayan 
hecho  los  primeros  dis- 
paros. Ellos  decidirán  la 
suerte  de  la  lucha.  Las 
tropas  vencedoras  serán 
aquellas  que  puedan  sos 
tenerse  más  tiempo,  que 
tengan  más  constancia, 
más  energía  y  sientan 
mayor  fe  en  el  éxito 
final. 

Esto  lo  repetía  .loffre 
cuando  algún  personaje 
extranjero  iba  á  visitar- 
le en  su  gabinete  de  tra- 
bajo del  Consejo  Supe- 
rior de  Guerra,  estable- 
cido en  el  palacio  de  los 
Inválidos.  Un  periodista 
que  le  visitó  en  este  re- 
tiro de  estratega  estu- 
dioso, dijo  asi  al  recor- 
dar su  entrevista:  «Veo  aún  en  la  penumbra  del  ga- 
binete al  hombre,  con  su  mirada  azul  y  límpida;  oigo 
todavía  su  voz  lenta  y  de  tono  grave.  Nunca  mirada 
alguna  leyó  con  tanta  claridad  en  el  porvenir;  jamás 
ninguna  voz  formuló  una  profecía  que  alcanzase  tan 
exacta  realización.» 

o 

Un  escritor  combatiente  en  la  guerra,  al  describir 
á  este  jefe  estudioso,  grave  y  sencillo,  dice  así: 

«Nuestro  país,  que  se  enorgullece  de  haber  tenido 
los  más  grandes  capitanes  de  la  Historia,  no  tuvo  nunca 
figura  más  pura  que  la  de  Joffre.  Á  propósito  de  él  se 
ha  evocado  la  imagen  de  Fabio,  al  cual  los  legiona- 
rios romanos  dieron  el  sobrenombre  de  Cuntactor  «el 
contemporizador».  Pero  Joffre  es  más  y  mejor  que 
Fabio.  Ciertamente  que  por  su  simplicidad  y  su  mo- 
destia recuerda  á  los  primeros  jefes  de  Roma,  cuando 
la  República  brillaba  con  su  esplendor  más  austero  y 
radiante.  Pero  tiene  además  todas  las  cualidades  es- 


peciales de  nuestra  raza;  una  magnifica  potencia  de 
trabajo,  un  buen  sentido  inalterable  y  un  gusto  pro- 
fundo por  la  economía,  que  le  hace  ser  avaro  de  la 
sangre  de  sus  hombres.  Posee  igualmente  la  claridad 
del  espíritu  francés,  la  bondad  de  la  vida  francesa  y  la 
fe  del  alma  francesa  en  los  destinos  de  su  país.  Tiene, 
en  una  palabra,  todo  lo  que  hay  de  bueno  y  de  supe- 
rior en  la  inteligencia  y  en  el  pensamiento  de  nuestro 
pueblo.  Y  por  esto  nosotros,  que  somos  sus  subordina- 
dos, sus  combatientes,  le  hemos  dado  otro  epíteto  que 
resume  mejor  los  méritos  de  su  persona,  llamándolo 
«nuestro  .Joffre».  Resulta  «nuestro»  porque  está  con 


EN    CAMPAÑA,    MIRANDO   CON    BL    GENERAL    CASTBLNAU   EL    PAISG    DE    UN    AEROPLANO 

(Fot.  Rol) 


nosotros,  vive  cerca  de  nosotros  y  es  lo  que  todos 
nosotros  queremos  que  sea... 

»No  vayáis  á  creer  que  ha  ganado  el  cariño  de  sus 
hombres  porque  nos  consiente  y  nos  tolera  todo.  Los 
corazones  de  los  soldados  como  los  taludes  de  las  trin- 
cheras, no  se  conquistan  transigiendo  y  cediendo. 
No;  él  no  nos  consiente  nada  ni  nos  pasa  nada.  Rudo 
con  él  mismo,  tiene  derecho  á  mostrarse  rudo  con  los 
demás.  La  disciplina  no  ha  tenido  nunca  guardián 
más  intratable. 

>Un  ejemplo...  Nosotros  no  somos  como  los  enemi- 
gos de  enfrente,  saqueadores  de  castillos  y  destroza- 
dores de  cadáveres.  Sentimos  respeto  por  los  muertos 
que  hemos  tendido  á  nuestros  pies.  Igualmente  respe- 
taremos las  propiedades  alemanas  el  día  cercano  en 
que  vayamos  á  visitarlas.  No  haremos  rodar  tras  de 
nosotros  filas  de  carretas  para  llevarnos  la  ropa  blan- 
ca de  los  burgueses  de  Munich  ó  la  vajilla  de  las 
casas  de  Dusseldorf.  Sin  embargo,  cuando  al  llegar  la 


226 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


noche,  después  de  una  ruda  batalla,  nos  inclinábamos 
sobre  el  terreno  del  combate,  había  una  cosa,  una 
sola,  que  nos  impulsaba  á  encorvarnos  para  recoger- 
la. Los  cascos  en  punta  tentaban  nuestro  deseo,  vien- 
do en  ellos  un  emblema  del  enemigo,  de  su  brutalidad 
y  su  barbarie,  que  podíamos  llevarnos  como  testimo- 
nio de  victoria. 

»Jolfre  lo  supo,  é  inmediatamente  lanzó  una  prohi- 
bición absoluta,  conce- 
bida en  términos  de  la 
más  extremada  severi- 
dad, y  afeando  además 
nuestra  conducta.  Todos 
los  soldados  dijeron  lo 
mismo:  «Está  bien;  pues- 
to que  Jof  fre  nos  lo  prohi- 
be, indudablemente  co- 
metíamos una  acción  in- 
noble.» Ahora  los  fran- 
ceses pasan  junto  á  los 
cascos  en  punta,  espar- 
cidos en  caminos  y  fosos, 
sin  mirarlos  siquiera. 

«Otro  ejemplo...  Es  un 
poco  más  difícil  de  ex- 
plicar. Pero  no  impor- 
ta. Vosotros  compren- 
deréis... Cuando  se  ha 
vivido  en  las  trincheras 
días  y  días,  cuando  se 
ha  cumplido  el  rudo  tra- 
bajo noches  y  noches, 
cuando  se  ha  luchado 
bien,  se  ha  velado,  se  ha 
marchado  incesante- 
mente y  se  ha  removido 
la  tierra  chira  y  helada, 
se  sueña  con  las  perso- 
nas que  amamos,  las 
cuales  viven  en  la  casa 
como  abandonadas,  llo- 
rando y  acordándose  de 
nosotros.  Se  piensa  en 
lo  dulce  que  sería  sentir 
en  torno  del  cuello  los 
brazos  de  la  mujer  que 
se  dejó  para  ir  á  la  gue- 
rra. Entonces  se  aprovecha  el  rápido  pasaje  por  un 
pueblo  donde  hay  una  pequeña  administración  de  co- 
rreos, se  telegrafía,  se  escribe  y  se  hace  venir  por 
una  hora  la  esposa  ó  la  amiga  fiel,  cuyo  beso  se  con- 
serva cálido  en  el  corazón  durante  semanas  enteras. 
Nosotros  podemos  ser  héroes,  ¡conformes!  pero  nadie 
de  nosotros  aspira  á  la  santidad  del  asceta. 

»Esto  tampoco  lo  admite  .loffre.  Él  nos  aprecia 
mucho,  pero  no  aprecia  á  nuestras  mujeres,  y  nos  ha 
hecho  saber  que  nos  castigará  con  el  mayor  rigor  si 
buscamos  la  compañía  de  ellas.  Á  pesar  de  esta  du- 


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jOfi'RE  EN  LA  Línea  db  i'üBao 


reza,  todos  reconocemos  que  ha  hecho  muy  bien.  En 
el  fondo  de  nuestra  alma  nos  confesamos  que  tiene 
razón.  Hay  que  golpear  fuerte  á  la  horda  invasora. 
Por  ahora  sólo  debemos  pensar  en  la  fuerza  de  nues- 
tro brazo.  Más  adelante  podremos  ocuparnos  del  co- 
razón. 

»;.Qué  más  os  diré  de  él?  ;.Quo  sus  órdenes  y  sus 
decisiones  son  modelos  de  claridad,  de  laconismo  j' 

de  elocuencia?  Lo  carac- 
terístico en  las  órdenes 
de  Joffre  es  que,  cuando 
se  leen, todos  sienten  de- 
seos de  gritar  como  ante 
una  verdad  súbitamente 
reconocida:  «¡Cómotiene 
razón  en  todo  lo  que 
dice! . . . » Están  todasellas 
tan  impregnadas  de  buen 
sentido,  que  nadie  sien- 
te el  menor  intento  de 
discutirlas.  Además  se 
encuentra  en  ellas  un 
deseo  constante  de  aho- 
rrar nuestras  vidas,  de 
economizar  nuestra  car- 
ne, de  desviar  de  nos- 
otros las  balas  enemi- 
gas. Prohibió  los  galo- 
nes y  los  números  metá- 
licos en  los  kepis;  des- 
pués le  preocuparon  los 
botones  de  cobre  de  los 
uniformes,  que  le  pare- 
cían demasiado  brillan- 
tes y  vistosos,  y  los  hizo 
frotar  con  acetato  deplo- 
mo para  ennegrecerlos. 
Un  soldado  rudo  decía 
del  general: 

» — Acabará  por  con- 
feccionarnos una  peque- 
ña niebla,  individual  y 
envolvente,  para  que  re- 
sultemos invisibles  por 
completo. 

»La  gente  ríe,  pero  se 
siente  emocionada  por 
estas  precauciones  del  jefe.  Hacia  él  se  remonta  la 
adhesión  total,  absoluta,  de  la  masa  de  hombres  más 
formidable  que  jamás  ha  armado  Francia.  ¡Más  tarde, 
cuando  nos  habrá  conducido  al  «éxito  final»,  el  go- 
bierno y  el  l'arlamento  podrán  acordarle  todas  las 
recompensas  oportunas;  hasta  la  de  Mariscal  de  Fran- 
cia, que  hace  cuarenta  y  cuatro  años  está  abolida. 
Pero  para  nosotros  será  siempre  el  hombre  que  segui- 
mos ciegamente,  el  hombre  que  amamos  filialmente, 
el  que  llamamos  nuestro  Joffre.* 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


227 


El  generalísimo  francés  es  una  especie  de  gigante 
Atlas  sobre  cuyas  espaldas  robustas  descansa  el  peso 
de  toda  la  nación.  Caudillo  de  una  democracia,  su 
responsabilidad  es  mucho  más  grande  que  la  de  los 
generales  alemanes.  Éstos,  con  ganarse  el  afecto  de 
su  emperador,  no  necesitan  de  otros  apoyos.  Joffre 
debe  corresponder  á  la  confianza  de  todo  un  pueblo. 
Los  enemigos  pueden  intentar  locuras,  derrochar 
vidas,  extermi- 
nar en  una  ma- 
niobra audaz 
centenares  de 
miles  de  hom- 
bres. Su  pais,  so- 
metido á  la  tira- 
nía militarista, 
no  sabe  nunca 
la  verdad,  y  si 
la  sabe  se  queja 
en  silencio,  sin 
atreverse  á  ha- 
cer pública  su 
protesta.  El  ge- 
neral republica- 
no no  sólo  piensa 
en  la  victoria, 
sino  que  procura 
obtenerla  con 
una  gran  econo- 
mía de  vidas, 
para  que  su  país, 
democrático  y  li- 
bre, sienta  el  sa- 
crificio lo  menos 
posible. 

Cuando  se 
piensa  en  esto, 
se  ve  más  gran- 
de la  figura  de 
Joffre. 

El  notable  es- 
critor Henri  I^a- 
vedan  dijo  del 
generalísimo 
francés: 

«Lo  he  visto 
solamente  en  dos 

rápidas  entrevistas,  que  aun  hice  yo  más  cortas  ga- 
noso de  economizar  el  sagrado  tiempo  á  este  trabaja- 
dor, que  es  un  Creso  de  la  reflexión,  para  el  cual  un 
minuto  representa  el  «comprimido»  de  una  hora.  Fué 
pocos  meses  antes  de  la  guerra  y  he  guardado  un  re- 
cuerdo que  no  olvidaré.  Esta  hermosa,  prudente  y 
grave  figura,  resultó  con  arreglo  al  retrato  mental 
que  yo  me  había  imaginado  mucho  antes. 

»Es  grande,  robusto,  sólido,  ancho  de  espaldas,  y 
acoge  al  visitante  con  una  calma  y  una  frialdad  pací- 
fica que  imponen  instintivamente  el  respeto.  Cuando 


BL   generalísimo 


el  general  aparece  en  una  puerta,  vestido  simplemen- 
te de  paisano,  nada  más  que  con  su  reflexivo  silencio, 
con  la  expresión  abroquelada  de  su  mutismo,  con  la 
inexpresión  voluntaria  de  su  mirada,  antes  de  que 
abra  la  boca  y  precise  la  acogida  de  sus  ojos  de  un 
azul  pálido — abiertos  y  luminosos  de  franqueza,  pero 
que  se  cierran  interiormente  para  no  dejar  escapar 
nada  de  lo  que  han  visto... — ,  en  todos  estos  signos 

especiales  se 
adivina  la  pre- 
sencia de  una 
gran  fuerza  acu- 
mulada. Joffre 
parece  exhalar 
en  torno  de  él  la 
superioridad  de 
una  gran  prepa- 
ración. Y  es  dig- 
no de  mencio- 
narse cómo  se 
comunica  la  con- 
fianza y  seguri- 
dad que  da  este 
hombre  poco  co- 
municativo y  de 
voz  algo  apaga- 
da, breve,  pen- 
sativa y  dulce. 
Se  adivina  al  es- 
cucharle su  de- 
seo de  hablar  lo 
menos  posible  y 
con  la  menor 
cantidad  de  vo- 
cablos. La  pala- 
bra no  es  su  ejer- 
cicio. Se  sirve 
de  ella  como  con 
pena,  con  la  so- 
briedad de  una 
concesión.  Pare- 
ce es  timar  lamuy 
poco  y  abomina 
de  la  verbosidad 
y  de  los  elogios 
orales.  Jamás 
persona  alguna 
se  ha  escuchado  menos  al  hablar.  En  cambio,  ¡cómo 
escucha  á  los  otros!  ¡Cómo  los  mira  mientras  hablan! 
Á  pesar  de  su  aspecto  atentivo,  se  adivina  en  él  un 
perpetuo  trabajo  de  pensamiento,  siguiendo  con  la 
imaginación  lejanos  caminos,  rumiando  combinacio- 
nes, atacando  problemas,  alineando  columnas  de  hom- 
bres y  de  cifras,  cautivado  por  necesidades  profundas 
que  le  obligan  al  silencio.  Y  de  aquí  ese  hermoso  y 
rígido  sobrenombre  de  «el  Taciturno»,  que  tiene  el 
valor  histórico  de  un  titulo  de  nobleza.  Hasta  ahora 
Joffre  pasó  su  vida  callándose. 


228 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


JOFFRB    EN   SU    MBSA   DB   TRAÜAJU 

«Mientras  nosotros  charlábamos,  crédulos  y  lige- 
ros, mientras  seguíamos  los  impulsos  de  nuestras  ne- 
cesidades interesadas  ó  de  nuestros  placeres  y  nos 
debilitábamos  en  querellas  y  luchas  fratricidas,  él,  que 
ha  sido  el  Preparador,  no  decia  palabra  y  trabajaba  en 
la  penumbra  santa  y  gris  del  estudio,  inaccesible,  ira- 
penetrable,  mudo,  sin  que  nadie  pudiese  saber  cierta- 
mente dónde  se  escondía  la  reclusión  voluntaria  de 
este  benedictino  de  los  ejércitos,  modesto  é  incompa- 
rable servidor  de  Francia.  Más  allá  de  los  técnicos  y 
del  personal  competente  de  la  gran  máquina  de  gue- 
rra que  él  dirige,  más  allá  de  sus  allegados  inmedia- 
tos y  profesionales— los  únicos  que  podían  juzgarla 
capital  importancia  de  los  servicios  que  estaba  pres- 
tando— ,  el  general,  á  pesar  de  su  alta  situación  y  de 
su  carrera  brillante,  no  era  célebre  con  arreglo  á  sus 
méritos.  Enclaustrado  como  en  un  Vaticano  en  los 
deberes  austeros  de  una  existencia  casi  monástica,  se 
le  había  visto  muy  poco  en  las  grandes  fiestas  de  Pa- 
rís, en  las  ceremonias  oficiales  y  en  las  grandes  para- 
das donde  exhiben  los  jefes  sus  uniformes  vistosos.  La 
muchedumbre,  que  se  entusiasma  fácilmente  con  un 
general  feliz  y  de  rostro  satisfecho,  apenas  si  había 
prestado  atención  á  este  estratega  oculto.  Su  nombre 
simple,  claro  y  poco  refractario  á  la  memoria,  no  fué 
conocido  de  pronto,  con  una  popularidad  fulgurante. 
Sin  embargo,  tampoco  era  ignorado  por  completo.  En 
los  años  anteriores  á  la  guerra,  este  nombre  empezó 
á  circular  como  un  magnifico  rumor.  Lentamente  al 
principio  y  luego  con  rapidez,  se  amasó,  se  propagó, 
y  contribuyó  aun  más  á  agrandarlo  el  manifiesto  deseo 
de  mantenerle  lejos  de  toda  popularidad  ruidosa  que 
mostraba  el  mismo  interesado.  En  toda  la  sociedad 


francesa,  arriba  y  aba- 
jo, se  supo  que  había  en 
alguna  parte,  en  un  rin- 
cón misterioso  y  bien 
guardado,  xin  hombre 
que  trabajaba,  un  hom- 
bre que  estaba  reali- 
zando una  obra  indis- 
pensable, gigantesca, 
nacional,  y  que  este 
hombre  era  precisa- 
inenteel  que  en  «caso  de 
guerra»,  ó  sea  muy  tar- 
de... dentro  de  años... 
tal  vez  nunca. ..  tendría 
el  mando  supremo  de 
nuestrosejércítos,  sería 
el  generalísimo.  Esto 
era  todo  lo  que  se  sa- 
bia, pero  resultaba  su- 
ficiente para  diseñar  el 
principio  de  una  her- 
mosa aureola.  Por  esto 
cuando  en  una  noche 
de  verano,  de  golpe, 
sin  preparación  alguna,  la  guerra  estalló  en  el  mundo, 
.loffre  fué  popular,  viéndose  investido,  en  un  impulso 


(Fot  Meurisse) 


DE)   ORAN   UNIFOR.MB 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DR   1914 


229 


espontáneo,  de  la  con- 
fianza y  el  amor  de  to- 
dos los  franceses. 

«Luego,  con  una  su- 
premacía espléndida  de 
agilidad  y  de  firmeza, 
y  en  unas  condiciones 
que  no  se  habían  pre- 
sentado nunca  desde 
que  los  hombres  em- 
pezaron á  batirse  en  la 
tierra,  Joffre  hace  tren- 
te al  enemigo,  desga- 
rrándolo, desmenuzán- 
dolo, royéndolo,  ce- 
diéndole el  paso  única- 
mente en  retiradas  pa 
sajeras  para  hacerlo  re- 
troceder después  en 
desorden  y  conducirlo 
allí  donde  cree  que  es 
el  mejor  terreno  para 
alcanzar  verdaderas 
ventajas.  Nadie  duda 
de  él.    Su   inmutable 

serenidad  se  comunica  al  país.  Todos  creen  con  in- 
destructible fe  en  el  esfuerzo  de  bronce  de  este  cau- 


BN    BL    FRENTE 


CON    UNO    DE   LOS   GENERALES    EN    LA    LINEA    DB    FUEGO 

(Fots.  Meurisse) 


dillo,   que  hará  á  su  hora  lo  que  sea  necesario  sin 
oscilaciones  y  sin  límites. 

»Hay  que  representárselo  tal  como  es  y  tal  como 
ha  sido,  palideciendo  durante  años  sobre  las  mesas  de 
trabajo,  ennegreciendo  por  centenares  y  por  miles  los 
papeles  de  cálculo,  poseyendo  como  nadie  la  topogra- 
fía de  Francia  y  Alemania,  conociendo  á  fondo  la  ana- 
tomía de  los  eternos  campos  de  batalla,  como  un  mé- 
dico para  el  cual  el  organismo  humano  no  tiene  secre- 
tos, habiendo  alcanzado  la  ciencia  del  jugador  de 
ajedrez  que  al  sentarse  ante  el  tablero  sabe  indiscu- 
tiblemente que  ha  de  ganar  la  partida.  El  solitario  de 
existencia  aislada  y  labor  prodigiosa  es  ahora  el  ge- 
neralísimo de  vida  múltiple,  hirviente  y  épica,  sin 
abandonar  por  esto  los  rigores  de  la  regla  y  el  méto- 
do, ni  lanzarse  á  las  aventuras  impulsivas  de  la  auda- 
cia, pues  en  todos  los  momentos  conserva  la  sangre 
fría  y  es  dueño  de  sus  actos.  Su  ubicuidad  confunde 
al  observador.  Aparece  en  los  sitios  más  diversos. 
Aquí  monta  en  un  caballo  fuerte  y  enorme  como  lo 
hubiese  necesitado  üu  Guesclin,  y  reconoce  las  posi- 
ciones del  enemigo,  llegando  entre  las  balas  hasta  los 
límites  de  un  bosque.  Más  allá,  en  una  habitación  ce- 
rrada, le  rodean  sus  oficiales  respetuosos  y  de  pie, 
mientras  él  se  inclina  sobre  el  mapa,  al  eco  de  los  ca- 
ñonazos, con  el  teléfono  en  una  oreja...  A  la  cuarta 
velocidad  de  su  auto  sale  y  desaparece  en  el  horizon- 
te de  un  camino,  conquistado  ayer  por  orden  suya,  y 
á  los  dos  lados  de  la  ruta  los  muertos,  que  aun  están 
sobre  tierra,  parecen  presentarle  las  armas  que  toda- 
vía no  han  soltado.  Otras  veces  atraviesa  una  sala  de 
ambulancia,  dirigiendo  al  paso  á  los  mutilados  irreme- 
diables una  de  esas  palabras  simples  y  tonificantes 


230 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


B\  UNA  ESCUELA  DONDB  HA  ESTABLBCIDO  Si:  DESPACHO  UB  CAMPANA 


que  caen  sobre  su  fiebre  con  la  frescura  de  una  cruz 
sobre  una  herida...  (»  sueña  sentado  en  cualquiera 
granja  abandonada  y  de  vidrios  rotos,  rodeado  de 
gallinas  que  corretean  entre  sus  piernas,  ó  de  un  perro 
perdido  que  husmea  sus  botas.  Ó  salta  á  un  tren  y 
va  de  un  punto  de  Francia  á  otro,  salvando  en  poco 
tiempo  distancias  de  centenares  de  kilómetros.  O  se 
presenta  en  Paris  nada  más  que  por  una  hora,  y 
vuelve  á  partir  iiacia  el  frente  de  batalla,  que  es  para 
él  un  imán. 

«Pensad  en  el  empleo  vertiginoso  de  sus  días,  en 
su  despertar,  en  su  trabajo,  en  la  tensión  de  su  cere- 
bro, en  sus  energías  nerviosas,  domadas  y  concentra- 
das en  un  solo  fin,  en  la  Rama  de  su  voluntad  igual  é 
inextinguible;  pensad  en  lo  que  es  para  él  el  breve 
sueño  ocupado  y  cortado,  durante  el  cual  se  opera  la 
cristalización  del  ataque  y  se  precisa  el  sentido  del 
«movimiento».  Hay  que  preguntarse  de  qué  argama- 
sa, de  qué  inalterable  cemento  armado  está  hecha  su 
idea  y  su  firme  resolución:  sobre  qué  plataforma  debe 
reposar  la  artillería  gruesa  de  la  confian/a  que  arras- 
tra á  todas  partes  con  él,  sea  cual  sea  el  camino,  y 
que  nunca  tiene  que  desengancharse  ni  se  queda 
atrás.  Para  conseguir  sus  fines  necesita  abstraerse  de 
todo  lo  que  no  tiene  relación  con  ellos.  Jamás  mira  las 
cosas  de  abajo,  ni  siquiera  las  que  están  al  lado.  Para 
ser  vencedor  se  cubre  con  una  coraza  de  indiferencia, 
y  no  ve  ni  oye  lo  que  podría  estorbar  la  marcha  ó  las 
evoluciones  del  gran  proyecto.  Por  esto  se  muestra 
ajeno  en  apariencia  á  las  emociones  que  llenan  de 
tristeza  y  de  horror  á  otros  hombres,  hasta  los  más 
duros.  Se  muestra  insensible  á  las  ciudades  que  se  de- 
rrumban, á  las  catedrales  que  se  inflaman,  á  los  crí- 
menes y  los  incendios,  á  todo  lo  que  subleva  la  vista, 
martiriza  el  alma  y  desconcierta  á  la  razón.  Por  enci- 
ma de  la  terrible  nube  roja,  sus  ojos  siguen  la  estrella 
que  se  inclina  ya  hacia  las  fronteras  del  porvenir, 


como  un  pequeño  alfiler-bandera  clavado  en  la 
carta  celeste  del  mañana. 

«Solamente  un  hombre  que  posee  esta  alma 
serena  y  sublime  para  el  cumplimiento  del  de- 
ber, puede  lanzar  sin  miedo  á  ser  desobedecido, 
con  una  autoridad  pura  y  tranquila,  las  pala- 
bras definitivas  que  dijo  .loffre  la  víspera  de  la 
batalla  del  Marne:  Hoy  hay  que  hacerse  matar 
cada  uno  en  su  sitio,  antes  que  retroceder  un 
paso.  La  salvación  de  Francia  depende  de  esto.  • 


Durante  la  guerra,  .loffre  ha  ido  de  un  punto 
á  otro  de  la  extensa  linea  de  batalla,  desplazan- 
do su  cuartel  general  según  las  necesidades  tác- 
ticas. Siempre  fué  un  misterio  el  lugar  de  su 
residencia.  En  vano  los  aviadores  enemigos  se 
esforzaron  por  encontrar  el  alojamiento  del  ge- 
neral con  el  propósito  de  arrojar  sobre  él  sus 
bombas.  Nadie  sabia  dónde  estaba  el  caudillo, 
pero  desde  su  retiro  lo  veía  todo,  lo  dirigía  todo, 

y  se  presentaba  repentinamente  alli  donde  resultaba 

necesaria  su  presencia. 


r 


lirofi-ision  .1     I     cX-V-O-Cx^j^ - 
iiiiliUUri-   cJfViUí 


ÍJtir~sur-.\ubr,  If 


tixcni    vA>..-'"*A     II 


*l'^-    ■"■■ 


BOLETA    DK    ALOJAMIENTO    DEL   IIBNERALISIMO 


Su  retiro  nada  tenia  de  misterioso,  .loffre,  con  los 
ciento  cincuenta  oficiales  técnicos  que  forman  su  Es- 
tado Mayor,  se  instalaba  en  cualquier  puel)lo  inme- 
diato á  las  líneas  de  combate.  Este  gran  estudioso,  al 
escoger  su  alojamiento  en  una  población,  siente  pre- 
ferencia por  la  escuela.  Los  edificios  escolares  de  las 
provincias  invadidas  sirvieron  para  las  oficinas  mó- 
viles del  cuartel  general.  Los  oficiales  de  ingenieros, 
de  artillería,  de  administración,  instalaban  con  rapi- 
dez en  las  aulas  sus  mesas  portátiles,  sus  legajos,  sus 
mapas,  ocupando  los  bancos  y  pupitres  de  los  mucha- 
chos, .loffre  se  reservaba  la  pieza  más  grande,  á  la 
que  venían  á  terminar,  formando  apretado  cable,  los 
mil  hilos  telefónicos  y  telegráficos  que  ponen  en  comu- 
nicación con  el  cerebro  directivo  kis  trincheras,  las  ba- 
terías y  las  poblaciones  de  un  frente  de  6CX)  kilómetros. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


351 


El  generalísimo,  paseándose  por  la  pieza 
adornada  con  abecedarios  y  mapas  elementa- 
les ó  sentándose  en  el  sillón  del  maestro,  dirige 
las  batallas  más  grandes  y  extensas  que  ha 
conocido  la  Historia. 

Hay  que  darse  cuenta  de  la  enormidad  de 
la  obra  que  pesa  sobre  este  hombre  silencioso 
y  tranquilo.  Millones  de  hombres  que  se  bus- 
can, chocan  y  vuelven  á  hundirse  en  el  suelo; 
liatallas  entabladas  en  una  línea  de  leguas  y 
leguas  que  hay  que  seguir  hora  por  hora  sin 
perder  un  solo  incidente  de  los  mil  que  surgen 
en  toda  su  extensión:  reforzar  los  puntos  débi- 
les, desguarnecer  los  que  cuentan  con  un  con- 
tingente superfluo,  escojer  el  momento  para 
el  empujón  decisivo  del  avance.  Y  junto  con 
estas  exigencias  tácticas,  preocuparse  del  avi- 
tuallamiento de  municiones  y  víveres  para  un 
ejército  inmenso,  dirigir  la  marcha  de  los  con- 
voyes, reforzar  las  concentraciones  de  artillería.  Una 
fiebre  silenciosa  y  creadora  reina  en  la  escuela  de 
sol  á  sol,  y  se  prolonga  en  las  horas  de  la  noche, 
sin  descanso,  sin  debilidades,  uniforme  y  tenaz.  Y  el 
cerebro  director,  el  generalísimo  que  todos  los  días 
repite  la  misma  obra,  no  parece  sufrir  el  menor 
cansancio.  Los  oficiales  se  anonadan  con  el  trabajo, 
sienten  agotarse  sus  fuerzas;  el  general  los  envía  en 
misión  á  París,  á  Burdeos,  al  frente,  para  que  las 
rudas  sensaciones  del  viaje  restauren  sus  fuerzas  y 
tonifiquen  sus  nervios.  Él  continúa  impasible  y  tran- 
quilo, como  si  la  fatiga  no  pudiese  morder  en  su  exulce- 
rante robustez  de  «viñador  catalán»,  como  le  llama 
el  novelista  Rene  Maizeroy. 

Su  trabajo  metódico  está  sostenido  por  una  exce- 
lente higiene  moral  y  corporal.  De  píe  con  el  alba, 
empieza  su  labor  á  las  seis  de  la  mañana  y  no  cesa 
de  trabajar  hasta  las  diez  de  la  noche.  Á  esta  hora  se 
acuesta  y  duerme,  aunque  á  pocos  kilómetros  se  esté 
desarrollando  una  gran  batalla. 

— El  gran  Conde — dice   uno  de   sus   colaborado- 
res— no  durmió  en  la  víspera  de  Rocroy  con   más 


EL    GEXERAL    JOFFRE    E^    I.OS    VOSlídS 
Á  lo  lelos,  entre  la  bruma,  desfila  un  batallón  de  cazadores  alpinos 


rx    ALOJAMIENTO    DE    JOFERB 

Finca  en  que  se  aloió  el  generalísimo  días  antes  de  la  batalla  del  Mame.  En  esta 
misma  casa  se  hospedó  en  18U  el  emperador  Federico  Guillermo  111 


tranquilidad   que   duerme   .loffre   todas   las   noches. 
Esta  gran  fuerza  indomable,  equilibrada  y  disci- 
plinada, se  mantiene  firme  y  vibrante  por  la  facili- 
dad con  que  encuentra  su  descanso. 

— Lo  que  conserva  intacto  á  nuestro  Joffre — ha 
dicho  un  coronel  de  su  Estado  Mayor — es  que  puede 
dormir  como  un  niño,  no  importa  en  dónde  ni  en  qué 
momento,  allí  donde  tiene  unos  minutos  libre  de  ocu- 
paciones, donde  se  desarrolla  la  pausa  de  un  entreac- 
to, en  la  tarde,  en  la  noche...  Inútil  es  decir  que  los 
que  vamos  con  él  nos  esforzamos  por  mantener  la 
tranquilidad  de  este  sueño  corto,  cuidando  de  que  un 
rugido  de  auto  ó  un  toque  de  cornetas  no  le  despierte. . . 
Y  todas  las  noches,  á  las  nueve  aproximadamente,  se 
acuesta,  con  el  sueño  de  plomo  de  un  obrero  que  ha 
pasado  sus  diez  y  ocho  horas  al  lado  de  la  máquina... 
¡El  kaiser  pagaría  lo  que  le  pidiesen  por  dormir  como 
duerme  .Joffre!... 

Un  chauffeur  parisién  de  los  que  prestan  servicio 
en  los  automóviles  del  ejército,  describió  de  este  modo 
al  generalísimo,  hablando  con  unos  soldados  que  no 
le  habían  visto  nunca: 

— Camaradas:  os  lo  voy  á  señalar  en  dos 
golpes,  y  lo  reconoceréis  en  seguida.  Es 
redondo  como  una  manzana,  fresco  como 
una  rosa  y  con  unos  cilindros  que  nunca 
se  interrumpen. 


Un  redactor  de  L'  Uluíitration  lo  visitó 
en  su  cuartel  general,  establecido  momen- 
táneamente en  la  escuela  de  Romilly. 

«Una  docena  de  autos  que  se  renuevan 
incesantemente  forman  fila  ante  el  edificio. 
Al  final  de  esta  hilera  una  gran  limusina 
ostentando  un  estandarte  tricolor  atado 
ion  una  cinta  bla^nca  de  franjas  dora- 
das. Es  el  vehículo  especial  del  genera- 
lísimo.» 


232 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


En  las  dependencias  del  piso  bajo  están  las  diver- 
sas oficinas,  y  frente  á  cada  puerta,  al  pie  de  las  esca- 
leras, en  los  corredores,  los  gendarmes  que  escoltan  el 
cuartel  general  y  cumplen  su  consigna  de  mantenerlo 
aislado.  Bajo  su  protección,  que  aleja  á  los  importu- 
nos y  cierra  el  paso  á  los  curiosos,  los  ciento  cincuen- 
ta oficiales  que  trabajan  á  las  órdenes  de  .loffre  cola- 
boran en  su  obra. 

«Por  gi-andes  divisiones  fijadas  en  tiempos  de  paz, 
y  con  iguíil  método  que  en  el  más  silencioso  rainiste- 


de  centenares  de  kilómetros.  Y  nada  indica  este  pro- 
digioso movimiento,  aparte  del  vaivén  regular  de  los 
edecanes  que  parten  para  el  frente  ó  para  Burdeos  y 
París,  llevando  el  pensamiento  del  (.-omandante  en 
jefe...  Se  contempla  con  aire  pensativo  todos  los  hili- 
llos  de  cobre,  lazos  de  unión  misteriosos  que  de  todas 
partes  convergen  á  esta  escuela:  lincas  tendidas  de 
telégrafo  y  teléfono.  El  destino  de  las  patrias,  con  su 
consumo  sangriento  de  vidas  humanas,  las  poblacio- 
nes rojas  por  el  incendio,  el  tronar  de  los  cañones,  el 


JOFKRB   DANDO   INSTRUOCIONBS   A   UN    GBNBRAL 


(Fot.  Meurisse) 


rio,  se  prosiguen  las  operaciones  de  tiempos  de  gue- 
rra. Las  oficinas  de  organización,  de  informes,  de 
operaciones  militares,  de  ferrocarriles  y  de  comunica- 
ciones, tienen  cada  una  su  colmena  marcada.  Ningu- 
na confusión;  antes  al  contrario,  un  orden  y  una  con- 
tinuidad en  el  orden  que  dan  la  impresión  de  una 
fuerza  segura  de  ella  misma.  Los  rostros  respiran 
energía,  buen  humor  y  esa  especie  de  serenidad  que 
es  el  signo  de  la  confianza  en  si  propio  y  de  la  seguri- 
dad en  el  porvenir. 

«Nadie  hubiese  supuesto  nunca  que  á  esta  tranqui- 
la escuela  llegaría  condensado  el  inmenso  rumor,  el 
tumulto  del  gigantesco  combate  sobre  la  tierra  de  Bél- 
gica y  la  tierra  de  Francia.  Millones  de  hombres  se 
entrechocan;  cuatro  naciones  se  pelean  en  un  campo 


crepitamiento  de  la  fusilería,  la  guerra  en  una  pala- 
bra, la  resumen  estos  hilos  en  cifras  abstractas,  en 
sílabas  desnudas  de  sonido  y  de  color,  en  fórmulas  sin 
emoción.  Y  únicamente  puede  ser  asi.  ¿Si  tantos  miles 
de  noticias  llegasen  á  un  tiempo  con  la  emoción  dra- 
mática de  una  terrible  realidad,  qué  cerebro,  por  sóli- 
do que  fuese,  podría  resistirlas?» 

El  generalísimo  está  arriba  en  el  salón  principal 
de  la  escuela,  una  pieza  con  tres  ventanas  (jue  dan  al 
patio.  El  piso  es  de  madera  blanca,  las  paredes  están 
pintadas  con  cal  y  conservan  aún  muchos  de  sus  ador- 
nos escolares.  Todo  el  mueblaje  consiste  en  un  inmenso 
tablero  montado  sobre  cabelletes  y  cubierto  de  mapas 
y  papeles,  varias  sillas  de  paja,  numerosas  tablas  que 
sirven  de  biblioteca,  y  en  las  que  se  amontonan  más 


JÍI'WÍF 


TRÁGICO  EPISODIO  DE  H 


Dibujo  de  M    R.  Cslon  Woodvlllc,  de  <The  lllusiralcd  London  News» 


La  infantería  francesa  y  la  guardia  prusiana  luchando  por  la  poas 

quedando  al  fin  en  p 


BATALLA  DEL  MARNE 


ion  del  castillo  de  Mondement,  cuatro  veces  tomado  y  perdido, 
er  de  los  franceses 


-o'ft  IV 


r,;i^í>l 


v^ 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


233 


papeles  y  mapas,  y  el  teléfono,  el  compañero  insepa- 
i-able  de  Joffre,  que  pasa  el  día  pegado  á  él  como  si 
fuese  una  nueva  parte  de  su  cuerpo. 

«El  general  está  derecho  con  un  sencillo  uniforme, 
sin  condecoraciones  ni  galones.  Tiende  al  visitante  su 
ancha  mano  bien  íibierta.  Es  grande  y  fuerte.  Toda  su 
persona,  de  estatura  maciza,  revela  una  potencia  cal- 
mosa y  reflexiva,  una  firmeza  lenta  y  robusta.  Lo  que 
llama  en  él  la  atención  desde  el  primer  momento,  im- 
presionando al  visitante,  es  la  cabeza.  Una  cabeza 


do  que  forjar  la  herramienta  y  luego  enseñar  su  ma- 
nejo. A  los  jefes  inseguros  han  sucedido  otros  que  go- 
zan de  plena  seguridad.  Actualmente  el  temple  de  la 
herramienta  es  tal,  que  en  vano  muerde  en  ella  el 
ataque  alemán.» 

Al  oir  hablar  de  las  victorias  rusas  y  de  la  posibi- 
lidad de  que  el  enemigo,  para  reforzar  el  frente  del 
Este,  bebilitase  sus  fuerzas  en  el  Oeste,  el  generalisi- 
nio  dijo  con  tranquilidad. 

— No  tengo  ningún  interés  en  que  desguarnezcan  su 


BL    GBNHRALiSlMO   EXAMINANDO    UN    AEROPLANO 


gruesa,  un  rostro  de  sólida  osamenta,  en  el  cual  el 
bigote  blanco  se  encrespa  bajo  una  sonrisa  bondadosa 
y  fina.  La  barba,  que  abandonada  empieza  á  crecer 
sobre  las  mejillas  y  el  mentón  saliente,  da  á  este  ros- 
tro un  sedoso  reflejo  de  nieve.  La  frente  tiene  hermo- 
sos planos  que  acusan  voluntad,  y  los  ojos  miran  rec- 
tamente; unos  ojos  puros,  de  vivo  azul,  que  parecen 
reflejar  el  cielo  de  un  alma  serena.  No  se  ve  uno  sin 
emoción  en  presencia  de  este  hombre  que  lleva  con 
tanta  quietud  la  responsabilidad  de  tantas  vidas  y 
encarna  con  una  dignidad  tan  simple  la  gloria  militar 
francesa:  veinte  siglos  de  historia. 

Con  una  voz  reposada  y  de  escaso  timbre,  el  ge- 
neral va  espresando  su  certidumbre  de  la  victoria; 
una  certidumbre  matemática.  Primeramente  ha  teni- 


linea  frente  á  nosotros.  Así  los  rusos  avanzarán  más 
aprisa.  De  los  que  están  enfrente  de  mi  yo  me  encargo. 

«¿Fanfarronería? — dice  el  cronista — .  No.  Concien- 
cia profunda  de  una  situación  que  se  domina.  Este 
hombre  es  el  mismo  que  al  día  siguiente  de  la  batalla 
del  Marne  contestaba  á  las  felicitaciones  de  uno  de 
sus  oficiales  con  palabras  dignas  de  la  grandeza  ro- 
mana. 

» — ¿Os  dais  cuenta,  general — le  dijo  aquél — ,  de  que 
acabáis  de  ganar  la  batalla  más  grande  de  todos  los 
siglos? 

«Este  cumplimiento,  que  algunos  juzgaron  exage- 
rado á  primera  vista,  era  sin  embargo  una  imagen 
exacta  de  la  realidad. 

»La  batalla  del  Marne,  prodigioso  golpe  de  parada 


234 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS  AlTOiMUVILES  DEL  G  BNBRALISl.MO  V  DE  SUS  AYUDANTES  BN  LA  ENTRADA  DE  UN  BOSQUE 


que  contuvo  la  más  formidable  de  las  invasiones  bár- 
baras, reversiraiento  completo  del  destino  de  dos  pue- 
blos, no  fué  únicamente  la  reintegración  de  Francia 
en  su  herencia  épica,  sino  un  cambio  brusco  de  direc- 
ción en  la  historia  de  Europa.  El  mundo,  que  contem- 
plaba ansioso  cómo  caia  el  águila  negra  sobre  la  alon- 
dra gala,  pudo  respirar.  El  águila  recibe 
en  los  ojos  un  picotazo  inesperado,  va- 
cila, retrocede.  Su  prestigio  ha  termina- 
do; la  pesadilla  del  pangermanismo  so 
berano  se  desvanece.  En  adelante  Euro- 
pa ya  no  tiene  miedo. 

»Y  he  aqui — sin  hablar  de  los  millo 
nea  de  combatientes  y  de  los  más  san- 
grientos medios  de  destrucción  que  j;i 
más  hubo  amontonado  el  hombre— poi- 
qué era  exacto  este  cumplimiento:  «Aca- 
báis de  ganar  la  batalla  más  grande  de 
todos  los  siglos.» 

El  general  Joffre  reflexionó  un  ino 
mentó,  y  luego  dijo  con  su  voz  tranquil.! : 
— Lo  que  acabo  de  ganar,  y  asi  lo  es 
pero,  es  un  próximo  reposo  en  mi  casita 
de  los  Pirineos  Orientales. 

El  héroe  se  retrató  á  si  mismo  con 
estas  palabras. 


Una  vida  simple,  frugal,  casi  ascéti 
ca,  es  la  de  este  caudillo  que  manda  los 
ejércitos  más  numerosos  que  se  conocen 
en  la  Historia  y  dispone  de  todas  las 
riquezas  de  Francia. 


En  1870  los  generales  pru- 
sianos y  el  mismo  Estado  Ma- 
yor imperial  hicieron  la  cam- 
paña de  Francia  con  una  vida 
sobria  hasta  el  momento  del 
triunfo.  En  cambio  Napo- 
león 111  marchó  á  la  derrota 
llevando  tras  de  él  una  trojia 
de  cocineros  y  varios  furgo- 
nes cargados  de  vajilla  de  pla- 
ta y  ricos  víveres. 

La  situación  se  ha  inverti- 
do en  1914.  El  kaiser  visita  el 
teatro  de  la  guerra  llevando 
como  tienda  de  campaña  un 
hotel  desmontable.  Varios  co- 
clies  automóviles  trasladan 
sus  cocinas  y  su  despensa  con 
poderoso  frigorífico.  Hasta  le 
acompaña  en  sus  viajes  un 
vagón  cinematográfico  desti- 
nado á  repetir  y  perpetuar  sus 
menores  acciones.  Sus  hijos, 
sus  parientes,  sus  generales, 
disponen  de  lujos  semejantes. 
Cuando  pueden  hacer  una 
buena  comida,  sus  soldados  se  visten  con  libreas 
multicolores  para  servir  á  la  mesa  como  si  fuesen 
lacayos  de  los  palacios  de  Herlin. 

Joffre  vive  como  un  soldado.  En  sus  largas  excur- 
siones por  el  frente  de  batalla,  hace  detener  el  automó- 
vil en  una  granja  abandonada  ó  al  borde  de  un  cami- 


BL  GENERALÍSIMO    ALMORZANDO    DE    PIE,   SIRVIÉNDOLE    DB   MESA    UNOS   TRONCOS, 
MIENTRAS   CONVERSA   CON   VARIOS   OFICIALES 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


235 


no.  Un  ayudante  coloca  el  cesto  de  víveres  en  la  hier- 
ba ó  sobre  una  mesa  improvisada.  Comen  de  pie, 
sirviéndose  de  sus  manos,  con  apresuramiento,  como 
el  que  tiene  cosas  más  urgentes  á  que  atender,  y  reanu- 
dan la  marcha  una  vez  aplacada  el  hambre. 

Unos  periodistas  ingleses  se  refugiaron  una  noche 
de  tempestad  en  una  taberna  de  un  pueblecillo  de 
Flandes,  cerca  de  Ypres,  donde  se  estaba  desarrollan- 
do la  gran  batalla. 

La  dueña,  grue- 
sa Hamenca,  á  pe- 
sar de  la  mala  no- 
che y  de  la  escasez 
de  parroquianos, 
parecía  muy  ata- 
reada. Se  había 
puesto  un  traje  de 
seda  negro:  el  traje 
de  su  boda  remota. 
Sobre  el  pecho  ro- 
busto lucía  su  me- 
jor joya,  una  cade- 
na de  oro  con  me- 
dallón, que  única- 
mente salía  á  luz 
en  las  grandes  fies- 
tas. A  pesar  de  es- 
tos adornos,  entra- 
ba frecuentemente 
en  la  cocina  con  la 
agitación  de  un  tra- 
bajo extraordina- 
rio. Luego  entre- 
abría la  puerta  de 
la  sala  cercana,  de- 
jando ver  una  mesa 
de  blancos  mante- 
les, con  brillante 
cristalería;  lo  me- 
jor de  la  casa  y  de 
las  viviendas  veci- 
nas, reunido  en  ho- 
nor de  unos  convi- 
dados que  no  llega- 
ban. 

En  vano  interro- 
garon los  ingleses 

á  la  tabernera  acerca  de  la  calidad  de  los  huéspedes 
que  estaba  esperando.  La  hacendosa  matrona  se  lle- 
vaba un  dedo  á  la  boca  imponiendo  silencio,  y  sonreía 
con  orgullo.  Un  gran  personaje  de  paso  en  la  región 
iba  á  honrar  su  establecimiento.  Y  no  decía  más... 
¿Sería  el  rey  de  Bélgica? 

La  bocina  de  un  auto  suena  en  la  puerta.  Se  abre 
la  cancela  de  cristales  y  entra  un  militar,  grande,  vi- 
goroso, con  otros  que  le  siguen  respetuosamente.  Al 
despojarse  de  su  gabán  impermeable,  sacudiendo  el 
agua,  los  ingleses  ven  las  tres  estrellas  minúsculas  de 


FRUOAL  DESAYUNO  DEL  GENERALÍSIMO  EN  UNA  GKANJA 


sus  bocamangas,  reconocen  el  mentón  vigoroso  y  el 
bigote  blanco  bajo  un  kepis  enfundado  de  azul,  como 
el  de  un  simple  soldado.  ¡El  generalísimo! 

Es  Joffre  que,  al  fijarse  en  los  periodistas,  adivi- 
nando su  nacionalidad,  los  saluda  al  pasar  cortes- 
mente: 

— Buenas  noches,  gentlemen. 
Luego  entra  con  sus  compañeros  en  la  sala  reser- 
vada. Gran  movi- 
miento en  la  coci- 
na. La  dueña  corre 
presurosa  de  un 
lado  á  otro  entre  el 
frufrú  de  la  seda 
venerable  y  el  tin- 
tineo de  la  cadena 
de  oro.  Del  humo 
de  los  fogones  em- 
piezan á  despren- 
derse tenues  nube- 
cillas  que  envuel- 
ven en  suculento 
nimbo  los  grandes 
platos  y  las  mo- 
zas flamencas  que 
los  llevan  al  co- 
medor. 

Al  poco  rato  apa- 
rece ante  los  in- 
gleses la  tabernera, 
desolada,  trágica, 
que  hace  esfuerzos 
para  no  llorar  de 
despecho.  ¡Ella  que 
había  puesto  en  ac- 
tívidad  todos  sus 
conocimientos  cu- 
linarios y  los  de  sus 
vecinas,  rebuscan- 
do en  la  pobreza 
del  país  el  mejor 
pavo,  las  más  sa- 
brosasconservas!... 
Al  sentarse  á  la 
mesa  el  general,  ha 
apartado  distraída- 
mente los  platos  de 
dulce,  las  flores,  todos  los  adornos,  sacando  unos  pa- 
peles de  un  bolsillo.  Y  allí  está  con  la  cabeza  baja, 
interrumpiendo  su  examen  para  hacer  breves  pre- 
guntas á  los  compañeros,  que  comen  con  gran  apetito, 
pero  discretamente. 

.loffrc  ha  hablado  una  sola  vez  á  la  dueña  del  es- 
tablecimiento, para  saludarla  cortésmente  é  indicarle 
su  menú,  con  una  sonrisa  fina  que  impone  respeto  lo 
mismo  que  una  orden. 

Una  tortilla  nada  más  y  un  vaso  de  agua. 


256 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


XVI 

Los  responsables  de  la  guerra 

Puede  iiñrmarse  rotundamente  que  la  guerra  de 
1914  fué  obra  del  imp<3no  germánico.  Precisando  más 
la  responsabilidad,  diremos  que  el  verdadero  culpable 
fué  el  partido  militarista  alemán,  ó  sea  el  pangerma- 
nismo. 

üespués  de  las  publicaciones  de  documentos  y  tele- 
gramas hechas  por  los  gobiernos  de  Inglaterra,  Ale- 
mania, Kusia  y  Bélgica,  la  aparición  en  el  mes  de  Di- 
ciembre del  «Libro  Amarillo»,  editado  por  el  gobierno 
de  Francia,  vino 
á  demostrar  una 
vez  más  y  á  ra- 
tificar quiénes 
eran  los  únicos 
responsables  de 
la  guerra. 

En  Marzo  de 
1913,  el  embaja- 
dor de  Francia 
en  Berlín,  M.  .lu 
lio  Cambon,  se- 
ñaló á  su  gobier 
no  la  campaña 
extraordinaria 
que  se  hacía  en 
Alemania  para 
conmemorar  el 
1813,  año  de  la 
victoria  de  Pru- 
sia  sobre  Napo- 
león. Esta  cam- 
paña era  animada  y  dirigida  por  el  mismo  gobierno 
alemán,  que  procuraba  excitar  de  este  modo  los  sen- 
timientos patrióticos,  con  objeto  de  que  el  país  acep- 
tase los  grandes  sacrificios  exigidos  por  los  proyectos 
de  nuevos  aumentos  del  ejército. 

«A  pesar — dice  el  embajador  Cambon  en  su  pri- 
mer informe  de  1013 — del  afectado  patriotismo  con 
que  aceptan  las  clases  ricas  de  Alemania  el  nuevo  sa- 
crificio que  se  les  pide,  no  por  ello  dejan  de  estar  en 
el  fondo  muy  descontentas,  especialmente  en  el  mun- 
do de  los  negocios,  y  piensan  que  una  contribución 
forzosa  impuesta  en  plena  paz,  crea  para  el  porvenir 
un  temible  precedente...  Pero  el  Imperio,  aumentando 
la  fuerza  del  ejército  alemán,  quiere  no  dejar  nada 
imprevisto  para  en  caso  de  que  estalle  una  crisis. 

»Las  innovaciones  militares  de  Alemania  han  pro- 
ducido un  hecho  que  ella  no  esperaba:  la  proposición 
del  Gobiern )  de  la  República  restableciendo  el  servi- 
cio militar  de  tres  años,  y  la  resolución  viril  con  que 
esta  propuesta  ha  sido  acogida  en  toda  Francia.  La 
impresión  de  asombro  que  nuestra  ley  de  tres  años  ha 


MANIFESTACIÓN    EN    BERLÍN    EN    FAVOR    DB    LA    GUERRA 


producido  en  Alemania,  la  aprovecha  el  Gobierno  Im- 
perial para  insistir  en  la  necesidad  absoluta  del  au- 
mento de  sus  fuerzas  militares.  Sus  proyectos  apare- 
cen de  este  modo  como  una  respuesta  á  los  nuestros. 
Esto  es  contrario  á  la  verdad,  pues  el  inmenso  y  nue- 
vo esfuerzo  militar  que  la  Francia  acepta  ahora,  no 
es  más  que  una  consecuencia  de  las  iniciativas  de 
Alemania. 

»Las  autoridades  imperiales  no  cesan  de  exaltar  el 
sentimiento  patriótico.  El  emperador  se  complace  en 
hacer  memoria  pública  todos  los  días  de  los  liechos  de 
1813.  Anoche  una  retreta  militar  harecorrido  las  calles 
de  Berlín  y  se  han  pronunciado  discursos  comparan- 
do la  situación  presente  con  la  de  hace  un  siglo.  Este 
caldeamiento  de  la  opinión  repercutirá  indudable- 
mente en  las  dis- 
cusiones que  se 
entablarán  den- 
tro de  un  mes 
cuando  se  abra 
el  Keichstag,  y 
me  temo  que  el 
(":incillcrseverá 
obligado  en  su 
discurso  á  hacer 
alusión  á  las  re- 
laciones de  Fran- 
cia y  Alemania. 
Había  que  espe- 
rar que  exalta- 
sen el  sentimien- 
to patriótico  de 
la  nación  en  el 
momento  que 
van  á  pedirle 
nuevos  sacrifi- 
cios, pero  es  abu- 
sar de  la  comparación  histórica  el  encontrar  seme- 
janzas entre  el  tiempo  presente  y  1813.  Si  el  movi- 
miento que  hace  un  siglo  empujó  al  pueblo  alemán 
contra  aquel  hombre  de  genio  el  emperador  Napoleón) 
que  aspiraba  á  la  dominación  universal  pudiese  encon- 
trar hoy  algo  equivalente,  es  en  Francia  donde  ha- 
bría que  buscarlo,  pues  el  pueblo  francés  no  hace  más 
que  defenderse  de  la  dominación  de  la  fuerza. 

»De  todos  modos  resulta  indiscutible  que  el  estado 
de  opinión  en  los  dos  países  da  á  la  situación  presente 
un  carácter  de  gravedad.» 

Este  informe  del  embajador  Cambon  iba  acompa- 
ñado de  otro  informe  del  teniente  coronel  Serret,  agre- 
gado militar  de  la  embajada  de  Francia  en  Berlín,  do- 
cumento del  que  entresacamos  las  revelaciones  más 
importantes: 

«El  movimiento  patriótico  que  se  manifiesta  en 
Francia — la  adopción  del  servicio  de  tres  años — ,  ha 
producido  en  los  altos  círculos  de  Alemania  una  ver- 
dadera cólera.» 

Esta  cólera  era  perfectamente  explicable.  Alema- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


237 


nia,  al  aumentar  su  ejército  á  costa  de  considerables 
sacrificios,  pretendía  ser  la  primera  potencia  militar 
de  Europa,  con  una  enorme  superioridad  sobi-e  los  pue- 
blos vecinos,  para  aplastarlos  en  tres  ó  cuatro  sema- 
nas cuando  lo  creyese  oportuno.  Francia,  mediante  la 
ley  de  tres  años,  aumentaba  sus  fuerzas  para  equili- 
brarse lo  más  posible  con  su  temible  vecina,  y  esta 
precaución  legitima,  encaminada  á  la  defensa  de  su 
vida,  encolerizaba  á  los  alemanes,  que  veían  inutiliza- 
dos en  parte  sus  costosos  esfuerzos. 

«Desde  hace  algún  tiempo — continúa  el  informe  del 
agregado  militar — se  encuentran  en  Alemania  muchas 
gentes  que  declaran  los  proyectos  militares  de  Fran- 
cia extraordinarios  é  injustos.  En  un  salón  un  miem- 
bro del  Reichstag,  que  no  es  un  energúmeno,  hablan- 
do del  servicio 
de  tres  años  en 
Francia  ha  lle- 
gado á  decir:  «Es 
una  provocación 
que  nosotros  no 
podemos  tole- 
rar.» Los  más 
moderados,  tan 
to  militares  como 
civiles,  sostie- 
nen corriente- 
mente la  tesis  de 
que  Francia,  con 
sus  cuarenta  mi- 
llones de  almas, 
no  tiene  derecho 
para  rivalizar 
de  este  modo  con 
Alemania. 

»En  resumen: 
están  furiosos  y 

su  cólera  es  de  despecho.  Sienten  rabia  al  ver  que,  á 
pesar  del  esfuerzo  enorme  hecho  por  ellos  en  el  año 
anterior  y  continuado  y  agrandado  en  el  año  presente, 
no  podrán  esta  vez  dejar  atrás  á  Francia  en  una  in- 
ferioridad defensiva. 

"Dejarnos  atrás  definitivamente  y  á  merced  de  su 
fuerza,  ya  que  no  queremos  ir  con  ella,  es  el  hecho 
cuya  realización  persigue  Alemania.» 

El  teniente  coronel  Serret  explica  después  el  pro- 
grama militar  alemán  para  mantenerse  siempre  con 
una  enorme  superioridad  sobre  Francia,  aumentando 
sus  fuerzas,  asi  como  ésta  aumentaba  las  suyas,  al 
ponerse  en  guardia  ante  el  peligro.  La  precaución 
francesa  irritó  á  los  alemanes,  que  consideraban  á  la 
República  como  «una  nación  secundaria». 

«En  este  momento — continúa  él  agregado  fran- 
cés— ,  cuando  la  segunda  y  más  formidable  parte  del 
programa  militar  alemán  iba  á  realizarse  y  á  adquirir 
sus  fuerzas  una  superioridad  definitiva  que  nos  obli- 
garía á  pasar  por  la  humillación  ó  el  aplastamiento, 
he  aquí  que  Francia,  con  su  ley  de  tres  años,  se  niega 


LOS    MANIFESTANTE.?    FRBNTE   AL    PALACIO    IMPERIAL 


á  abdicar  y  demuestra,  como  dijo  Renán,  su  poder  eter- 
no de  renovamiento  y  de  resurrección.  De  aquí  el  des- 
pecho alemán. 

»E1  Gobierno  Imperial  invoca  para  justificar  sus 
planes  la  situación  general  de  Europa  y  habla  del  pe- 
ligro eslavo.  Otro  es  su  enemigo.  Guiándome  por  mis 
observaciones,  puedo  decir  que  la  opinión  me  parece 
indiferente  al  peligro  eslavo,  y  sin  embargo,  acepta 
con  grandes  ánimos  las  cargas  enormes  que  significan 
las  dos  leyes  militares  consecutivas  de  1912  y  191B. 

»E1  10  de  Marzo  último,  centenario  de  la  organiza- 
ción del  levantamiento  en  masa  alemán  contra  nos- 
otros, una  multitud  enorme  se  ha  aglomerado  ante  el 
palacio  imperial,  á  pesar  del  aguacero,  para  presen- 
ciar la  revista,  y  en  el  centro  de  Tiergarten  ante  las 

estatuas  de  la 
reina  Luisa  y 
Federico  Gui- 
llermo III,  ro- 
deadas de  mon- 
tones de  flores. 

» Estos  aniver- 
sarios, que  re- 
cuerdan la  lucha 
contra  Francia, 
van  á  repetirse 
durante  todo  el 
año.  En  el  próxi- 
mo año  1914  se 
celebrará  el  cen- 
tenario de  la  pri- 
mera campaña 
de  Francia  y  de 
la  primera  en- 
trada de  los  pru- 
sianos en  París. 
»En  resumen: 
si  la  opinión  pública  alemana  no  señala  francamente 
á  Francia  con  el  dedo,  como  lo  hacen  la  Gaceta  de 
Francfort  y  algunos  periódicos  más,  piensa  sin  em- 
bargo en  nosotros  á  todas  horas.  Todos  dicen  que  con 
nuestros  40  millones  de  habitantes  ocupamos  un  es- 
pacio demasiado  grande  debajo  del  sol. 

»Los  alemanes  desean  la  paz  y  no  cesan  de  pro- 
clamarlo. El  emperador  también  la  quiere,  más  que 
nadie.  Pero  ellos  no  entienden  la  paz  en  el  sentido  de 
concesiones  mutuas  y  de  equilibrio  de  los  armamen- 
tos. Su  paz  es  la  de  la  humillación  ajena.  Quieren  que 
lea  teman,  y  para  ello  están  haciendo  todos  los  sacri- 
ficios necesarios.  Si  en  cualquiera  ocasión  consideran 
herido  su  orgullo  patriótico,  la  confianza  que  tiene  el 
país  en  la  superioridad  de  su  ejército  favorecerá  una 
explosión  de  cólera  nacional,  ante  cuya  cólera  resulta- 
ría impotente  la  moderación  del  gobierno  del  Imperio. 
«Hasta  ahora  no  se  demuestra  en  nada  esta  mode- 
ración, pues  el  gobierno  hace  lo  que  puede  por  infla- 
mar el  sentimiento  nacional  celebrando  ruidosamente 
todos  los  aniversarios  de  1813. 


236 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


»Sea  cual  sea  el  pretexto  que  pueda  alegar  maña- 
na Alemania  para  justiñcar  una  conñagración  euro- 
pea, está  fuera  de  toda  duda  que  sus  primeros  golpes 
decisivos  los  dirigirá  contra  Francia.^ 


Así  hablaba  desde  Berlín  el  agregado  militar  fran- 
cés en  Marzo  de  1913,  diez  y  seis  meses  antes  de  que 
estallase  la  guerra. 

El  marino  Faramond,  agregado  naval  de  la  emba- 
jada de  Francia  en  Alemania,  envió  á  su  gobierno, 
también  en  Marzo  de  1913,  otro  informe  no  menos  in- 
teresante en  el  que  anuncia  con  notable  clarividencia 
muchos  sucesos  que  se  han  realizado  con  exactitud  en 
el  año  siguiente. 

«La  nueva  ley  militar  alemana — dice  Faramond — 
coloca  los  cuerpos  de  ejército  inmediatos  á  nuestra 
frontera  en  un  estado  especial,  que  es  casi  el  estado 
de  pie  de  guerra,  para  de  este  modo  poder  atacarnos 
bruscamente,  con  fuerzas  muy  superiores  á  las  nues- 
tras, el  mismo  dia  de  la  apertura  de  las  hostilidades. 
Esto  significa  para  el  Gobierno  germánico  una  necesi- 
dad imperiosa  de  obtener  el  éxito  desde  el  comienzo 
de  la  guerra. 

»Las  condiciones  en  que  el  emperador  alem;ln 
emprendería  hoy  una  lucha  con  Francia,  no  son  ni 
con  mucho  las  mismas  que  hace  cuarenta  años.  Al 
empezar  la  guen-a  de  1870,  el  Estado  Mayor  alemán 
había  previsto  la  posibilidad  de  una  ofensiva  victo- 
riosa de  los  franceses,  y  Moltke,  sospechando  que  nos- 
otros podríamos  llegar  cuando  más  hasta  Maguncia, 
dijo  á  su  soberano:  «Aquí  tropezarán  y  no  podrán  se- 
guir adelante.»  Guillermo  II  no  puede  admitir  en  sus 
cálculos  una  retirada,  ni  suponerla  siquiera,  á  pesar 
de  que  el  soldado  aloman  no  es  ahora  como  el  de  hace 
cuarenta  años,  un  hombre  simple,  religioso  y  pronto 
á  morir  por  una  orden  de  su  rey.  Teniendo  en  cuenta 
los  cuatro  millones  de  votos  alcanzados  por  los  socia- 
listas en  las  últimas  elecciones  y  que  el  derecho  de 
votar  sólo  se  adquiere  en  Alemania  á  los  25  años,  hay 
que  suponer  que  el  ejército  activo,  compuesto  de  jó- 
venes de  20  á  25  años,  tendrá  en  sus  filas  una  propor- 
ción seria  de  socialistas. 

«Indudablemente  seria  una  locura  creer  que  los 
socialistas  alemanes  van  á  levantar  las  culatas  en 
alto  el  dia  que  Francia  y  Alemania  vengan  á  las  ma- 
nos, pero  será  en  extremo  importante  para  el  Gobier- 
no alemán  hacerles  creer  por  una  parte  que  nosotros 
somos  los  agresores  y  por  otra  que  pueden  tener  plena 
confianza  en  los  que  van  á  mandarles  y  en  los  resul- 
tados. 

»A1  verificarse  la  última  jura  de  la  bandera  por 
los  reclutas  de  la  Guardia  en  Postdam,  rae  llamó  mu- 
cho la  atención  oir  que  el  emperador  tomaba  como 
tema  de  su  discurso  á  los  nuevos  soldados  el  deber  de 
mostrarse  más  valeroso  y  más  disciplinado  en  la  mala 
fortuna  que  en  la  buena. 

"Sin  duda  porque  una  primera  derrota  alemana 


tendría  para  el  Imperio  una  influencia  incalculable, 
se  encuentra  en  todos  los  proyectos  militares  elabora- 
dos por  el  gran  Estado  Mayor  el  objetivo  de  una  ofen- 
siva fulminante  contra  Francia. 

»En  realidad  el  Gobierno  Imperial  quiere  colocarse 
en  situación  de  hacer  frente  á  todas  las  eventualida- 
des posibles.  Es  del  lado  de  Francia  donde  el  peligro 
le  parece  más  grande.  La  Gaceta  de  Colonia  lo  ha 
dicho  en  un  articulo  odioso  y  violento,  del  cual  la 
WUhelmstrasse  ha  desautorizado  la  forma  más  que  el 
fondo.  Pero  debemos  vivir  convencidos  de  que  la  opi- 
nión hostil  manifestada  por  dicho  periódico  es  á  la 
hora  presente  la  de  la  inmensa  mayoría  del  pueblo 
alemán. 

«Celebrando  ruidosamente  el  centenario  de  su  gue- 
rra de  Independencia,  el  Gobierno  quiere  convencer 
al  pueblo  de  que  Fi-ancia  es  hoy,  como  hace  cien  años, 
la  enemiga  hei-editaria.» 

El  agregado  naval  hizo  en  su  informe  las  mismas 
revelaciones  (jue  el  agregado  militar  sobre  las  nuevas 
fuerzas  alemanas,  añadiendo  que  el  material  de  gue- 
rra iba  á  ser  aumentado  en  la  cifra  enorme  de  1.250 
millones  de  marcos. 

<  Es  posible — dice— que  gran  parte  del  material 
cuya  adquisición  autoriza  la  nueva  ley  esté  fabricado 
ya  á,  estas  horas.  Los  secretos  militares  se  guardan 
muy  bien  aquí  y  es  extremadamente  difícil  seguir  los 
movimientos  del  personal  y  del  material. 

«En  Alemania,  cuando  se  toma  una  decisión  mili- 
tar legalmente,  ha  sido  ya  ejecutada  muchas  veces 
con  anterioridad.  Con  una  organización  militar  per- 
fecta y  una  opinión  pública  que  se  deja  dominar  dócil- 
mente por  los  llamamientos  belicosos  de  la  Liga  Mili- 
tar y  la  Liga  Naval,  el  pueblo  alemán  es  á  estas  horas 
un  vecino  peligroso. 

»Si  el  servicio  de  tres  años  es  aplicado  inmediata- 
mente en  Francia,  las  condiciones  serán  menos  des- 
iguales en  el  año  próximo.  Los  efectivos  alemanes 
resultarán  siempre  de  un  modo  sensible  más  conside- 
rables que  los  nuestros,  pero  el  llamamiento  de  Alema- 
nia á  todos  sus  contingentes  disponibles  no  permitirá 
la  selección  y  llevará  á  las  filas  del  ejército  elemen- 
tos de  segundo  orden  y  hasta  unidades  poco  deseables. 
El  valor  moral  del  ejército  activo  perderá  mucho. 

y>Los  alemanes  han  querido  romper  el  equilibrio  de 
los  dos  campos  en  que  está  dividida  Europa  con  un 
gran  esfuerzo  supremo,  más  allá  del  cual  no  pueden 
intentar  otro. 

«No  creían  que  Francia  fuese  capaz  de  hacer  un 
sacrificio  semejante.  La  adopción  de  nuestro  servicio 
de  tres  años  hace  fracasar  sus  cálculos.» 


En  Abril  de  1913  M.  Etienne,  ministro  de  la  Gue- 
rra en  Francia,  comunicó  á  M.  Jonnart,  ministro  de 
Negocios  Extranjeros,  la  copia  de  un  informe  oficial  y 
secreto  circulado  en  Alemania  y  que  había  podido 
procurarse. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


239 


Este  informe  alemán  consta  de  dos  partes:  la  pri- 
mera de  generalidades  y  la  segunda  de  orden  técnico, 
precisando  detalladamente,  una  por  una,  las  medidas 
que  habla  que  tomar  en  la  próxima  guerra,  conside- 
rada por  Alemania  como  un  suceso  indudable. 

En  la  primera  parte  del  documento,  el  gobierno 
gerra;ínico  daba  ;i  entender  su  deseo  de  haber  provo- 
cado la  guerra  años  antes,  con  motivo  de  la  Conferen- 
cia de  Algeciras,  en  la  que  fué  derrotada  Alemania 
diplomáticamente,  por  haber  apoyado  Inglaterra  y 
Rusia  á  Francia. 

«Pero  nuestra  flota — dice  el  documento  alemán — 
no  era  en  aquel  momento  suficientemente  fuerte.  Ade- 
más, Austria-Hungría  estaba  obligada  entonces  á  in- 
movilizar sus  fuerzas  contra  Servia  é  Italia.  Después 
de  este  conflicto  nos  dedicamos  á  reforzar  la  defensa 
de  nuestras  costas  contra  Inglaterra,  aumentando 
además  nuestra  marina.» 

Al  realizar  Francia  la  conquista  de 
Marruecos,  provocó  Alemania  el  inci- 
dente de  Agadir,  que  también  se  re- 
solvió diplomáticamente,  por  la  acti- 
tud de  Inglaterra  apoyando  á  la  Re- 
pública. 

«En  esta  época — dice  el  documento 
alemán — los  progresos  del  ejército 
francés,  el  renacimiento  moral  de  la 
nación,  el  avance  técnico  que  habia 
tomado  en  el  dominio  de  la  aviación  y 
en  el  de  las  ametralladoras,  hicieron 
un  ataque  contra  los  franceses  menos 
fácil  que  en  el  período  anterior.  Ade- 
más, había  que  temer  un  ataque  de  la 
flota  inglesa.» 

Por  esto  tuvo  que  desistir  Alema-  -■>i-  etiennb 

nia  por  segunda  vez  de  hacer  la  gue- 
rra á  Francia,  pero  se  dedicó  á  aumentar  enorme- 
mente sus  fuerzas,  esperando  aprovechar  con  éxito 
una  tercera  oportunidad. 

«Estamos  preparando  la  opinión — continúa  el  in- 
forme— para  dar  un  gran  refuerzo  al  ejército  activo, 
que  asegurará  á  Alemania  una  paz  honorable  y  la 
posibilidad  de  garantizar  como  le  conviene  su  influen- 
cia en  los  destinos  del  mundo. 

»Ni  las  ridiculas  vociferaciones  en  favor  de  «la 
revancha»  de  los  patrioteros  franceses,  ni  el  rechina- 
miento de  dientes  de  los  ingleses,  ni  los  gestos  des- 
ordenados de  los  eslavos,  conseguirán  apartarnos  de 
nuestro  fin,  que  es  el  de  fortalecer  y  extender  el 
Deutschthum  (el  poder  alemán)  en  el  mundo  entero. 

»Los  franceses  pueden  armarse  todo  lo  que  quie- 
ran. Lo  que  no  pueden  de  un  día  á  otro  es  aumentar 
su  población.» 

La  segunda  parte  del  documento  secreto  es  aun 
más  interesante,  pues  revela  los  manejos  del  gobierno 
alemán  para  preparar  cautelosamente  la  guerra,  ha- 
ciéndola aparecer  á  los  ojos  del  país  como  algo  inevi- 
table, y  para  declararla  fingiéndose  agredido,  decli- 


nando sobre  los  adversarios  la  responsabilidad  de  la 
agresión. 

('Nuestra  nueva  ley  militar — sigue  diciendo  el  in- 
forme secreto — no  es  más  que  una  extensión  de  la 
obra  educativa  militar  del  pueblo  alemán.  Nuestros 
antecesores   hicieron   en   1813   mayores   sacrificios. 
Nuestro  deber  sagrado  es  aguzar  la  espada  que  nos 
han  puesto  en  la  mano  y  tenerla  pronta,  no  sólo  para 
defendernos,  sino  para  herir  al  enemigo.  Hay  que  hacer 
penetrar  en  el  pueblo  la  idea  de  que  nuestros  armamen- 
tos son  una  respuesta  á  los  armamentos  franceses  y  á 
su  política.  Hay  que  acostumbrarlo  á  que  piense  que 
una  guerra  ofensiva  por  nuestra  parte  es  una  necesi- 
dad para  combatir  las  provocaciones  del  adversario. 
Para  esto  hay  que  obrar  con  prudencia,  evitando  que 
surjan  recelos  ó  se  produzcan  crisis,  que  podrían  per- 
judicar nuestra  vida  económica    Hay  que  conducir  las 
cosas  de  tal  modo,  que  bajo  la  pesada 
impresión   de  los  armamentos  podero- 
sos, de  los  sacrificios  considerables  y 
de   una   situación  política  tirante,    el 
pueblo   alemán   considere   el  desenca- 
denamiento de  la  guerra  como  una  so- 
lución libertadora,   pensando    en  que 
luego  vendrán  décadas  de  paz  y  una 
prosperidad  igual  á  la  que  hubo  des- 
pués de   1!^70.  Hay  que  preparar  la 
guerra  desde  el  punto  de  vista  finan- 
ciero. En  esto  hay  mucho  que  hacer. 
Debe  evitarse  el  despertar  la  descon- 
fianza de  nuestros  hombres  de  nego- 
cios, y  piíra  ello  será  preciso  no  ocul- 
tarles algunas  cosas. 

»No  hay  que  inquietarse  por  la  suer- 
te de  nuestras  colonias.  El  resultado 
final  de  nuestra  lucha  en  Europa  ase- 
gurará su  suerte.  Por  el  contrario,  será  necesario 
suscitar  revueltas  en  el  Norte  de  África  y  en  Rusia, 
Es  un  medio  de  absorber  las  fuerzas  del  adversario. 
Resulta  absolutamente  preciso  que  nos  pongamos  en 
relación,  por  medio  de  órganos  bien  escogidos,  con  las 
gentes  influyentes  de  Egipto,  Túnez,  Argel  y  Marruecos, 
para  preparar  las  medidas  necesarias  en  caso  de  gue- 
rra europea.  Queda  entendido  que  al  estallar  la  gue- 
rra serán  reconocidos  abiertamente  estos  aliados 
secretos  y  se  les  asegurará,  para  la  conclusión  de  la 
paz,  la  conservación  de  las  ventajas  conquistadas.  Se 
pueden  realizar  estos  deseos.  Un  primer  ensayo  inten- 
tado hace  algunos  años,  nos  procuró  el  contacto  de- 
seado. Por  desgracia  no  se  consolidaron  suficiente- 
mente las  relaciones  obtenidas.  De  cualquier  modo 
hay  que  volver  á  hacer  preparativos  de  este  género, 
para  conseguir  rápidamente  el  término  de  la  cam- 
paña. 

«Las  sublevaciones  provocadas  en  tiempo  de  gue- 
rra por  nuestros  agentes  políticos  exigen  ser  prepa- 
radas cuidadosamente  en  lo  que  se  refiere  á  los  medios 
materiales.  Estas  sublevaciones  en  las  colonias  de  los 


240 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


enemigos  deben  estallar  acompañadas  simultánea- 
mente por  la  destrucción  de  todos  los  medios  de  comu- 
nicación. Deben  tener  una  cabeza  dirigente,  que  se 
puede  encontrar  entre  los  jefes  de  prestigio  religiosos 
ó  políticos.  La  escuela  egipcia  es  apta  particularmen- 
te para  esto,  pues  reúne  cada  vez  más  á  todos  los 
intelectuales  del  mundo  musulmán. 

»Sea  como  sea,  debemos  ser  fuertes  para  poder 
aplastar  con  sólo  un  empujón  á  nuestros  enemigos  del 
Este  y  del  Oeste.  En  la  próxima  guerra  europea  será 
preciso  que  los  pequeños  Estados  *e  vean  oliliguclos  d 
seguirno»  ó  tiean  dvmintidos  Sus  ejércitos  y  sus  plazas 
fuertes  pueden  ser  rápidamente  vencidos  ó  neutrali- 
zados, lo  que  será  tal  vez  el  caso  de  Bélgica  y  de  Ho- 
landa, á  íin  de  impedir  á  nuestro  enemigo  del  Oeste  el 
acceso  á  un  territorio  que  podría  servirle  de  base  de 
operaciones  contra  nuestro  flanco.» 

El  documento,  luego  de  decidir  de  este  modo  la 
suerte  de  Bélgica,  hace  otras  consideraciones  para  el 
caso  probable  de  que  Dinamarca  se  prestase  á  secun- 
dar á  Inglaterra.  Después  vuelve  á  ocuparse  de  Bél- 
gica, dando  disposiciones  para  preparar  la  invasión 
de  este  puetilo,  t;il  como  se  verificó,  poco  más  ó  me- 
nos, en  l'Ji4. 

El  plan  iniciador  de  la  guerra  estaba  condensado 
en  breves  palabras:  «Un  ultimátum,  acorto  plazo,  que 
debe  ser  seguido  inmediatamente  do  una  invasión, 
permitirá  justificar  nuestra  conducta  desde  el  punto 
de  vista  del  derecho  de  gentes.  > 

Luego  resume  todo  el  espíritu  del  informe  en  este 
párrafo  final: 

«Tales  son  los  deberes  que  incumben  á  nuestro 
ejército  y  que  exigen  un  efectivo  aumentado.  Si  el 
enemigo  nos  ataca  ó  si  nosotros  queremos  domarlo, 
debemos  hacer  como  nuestros  hermanos  de  hace  cien 
años.  El  águila  elevará  su  vuelo,  asirá  al  enemigo 
con  sus  garras  aceradas,  y  lo  dejará  inofensivo.  Cuan- 
do llegue  este  momento  nos  acordaremos  de  que  las 
provincias  del  antiguo  imperio  alemán,  condado  de 
Borgoña  y  una  hermosa  parte  de  la  Lorena,  están 
aún  en  manos  del  enemigo,  y  que  miles  de  hermanos 
alemanes  de  las  provincias  bálticas  gimen  bajo  el 
yugo  eslavo.  Es  una  cuestión  nacional  devolver  á 
Alemania  lo  que  poseyó  en  otros  tiempos.  > 

En  Mayo  de  1913  la  cuestión  albanesa  provocó  una 
crisis  grave  que  puso  en  peligro  la  paz  de  Europa.  El 
embajador  Cambon  reveló  al  gobierno  francés  en  un 
informe  de  (i  de  Mayo  sus  temores  que  acal)aban  de 
ser  conjurados  y  las  inquietudes  que  le  inspiraba  el 
porvenir  en  vista  de  la  actitud  del  gobierno  de  Berlin. 

«La  crisis  que  acabamos  de  atravesar — decia  Cam- 
bon—ha  sido  muy  seria.  Aqui  ha  llegado  á  conside- 
rarse el  peligro  de  la  guerra  como  inminente. 

»La  movilización  alemana  no  se  limita  al  llama- 
miento de  los  reservistas  al  cuartel.  Existe  en  Alema- 
nia una  medida  anterior  y  preparatoria  que  no  existe 
entre  nosotros,  y  que  consiste  en  prevenir  individual- 
mente á  los  oficiales  y  los  hombres  de  la  reserva  para 


que  se  preparen  y  estén  prontos  á  acudir  al  llama- 
miento, á  fin  de  que  con  tiempo  puedan  hacer  todos 
sus  preparativos.  Es  una  especie  de  «¡en  guardia!» 
general,  y  se  necesita  el  increíble  espíritu  de  sumi- 
sión, disciplina  y  secreto  que  existe  en  este  país, 
para  que  tal  disposición  pueda  cumplirse  y  se  man- 
tenga callada.  Si  una  advertencia  semejante  se  lan- 
zase en  Francia,  el  país  se  conmoverla  y  la  prensa 
entera  publicaría  el  relato  al  día  siguiente. 

«Esta  advertencia  fué  lanzada  en  1911,  durante  el 
curso  de  las  negociaciones  que  yo  seguía  por  lo  de 
Marruecos. 

"Ahora  ha  sido  lanzada  de  nuevo,  hace  una  doce- 
na de  días,  ó  sea  en  el  momento  de  la  tensión  austro- 
albancsa.  Lo  sé  por  diferentes  conductos;  especial- 
mente por  oficiales  de  la  reserva  que  se  lo  han  reve- 
lado á  amigos  suyos,  en  la  más  estricta  intimidad. 
Estos  señores  habían  tomado  las  medidas  necesarias 
para  asegurar  á  sus  familias,  antes  de  partir,  los  me- 
dios de  existencia  durante  un  año. 

»La  decisión  que  ha  hecho  adoptar  esta  medida 
preparatoria  de  la  movilización,  responde  á  las  ideas 
del  gran  Estado  Mayor  general.  Sobre  este  punto 
puedo  repetir  lo  que  ha  dicho  en  un  circulo  alemán  el 
general  Moltke,  que  es  considerado  aqui  como  el  jefe 
más  distinguido  del  ejército. 

»E1  pensamiento  del  Estado  Mayor  alemán  es  obrar 
por  sorpresa.  Hay  que  dejar  á  un  lado — ha  dicho  el 
general  Moltke — todos  los  lugares  comunes  sobre  la 
responsabilidad  del  agresor.  Cuando  la  guerra  sea  ne- 
cesaria hay  que  hacerla,  poniendo  todas  las  probabili- 
dades de  éxito  de  nuestra  parte.  El  éxito  es  lo  que  jus- 
tifica la  guerra.  Alemania  no  puede  ni  debe  dejar  á 
Rusia  el  tiempo  necesario  para  que  movilice.  Si  le  de- 
jamos tiempo  nos  veremos  obligados  á  mantener  en  la 
frontera  del  Este  tantas  fuerzas,  que  nos  encontrare- 
mos en  el  Oeste  en  una  situación  igual  ó  inferior  á  la 
de  Francia.  Fara  evitar  esto  hay  que  prevenir  á  nues- 
tro principal  adversario,  asi  que  las  probabilidades  de 
guerra  sean  nueve  contra  diez,  y  empezar  ésta  sin  otra 
espera,  para  aplastar  brutalmente  toda  resistencia. 

»He  aqui  exactamente  el  estado  de  espíritu  de  los 
circuios  militares,  que  responde  exactamente  al  esta- 
do de  espíritu  de  los  círculos  políticos.  Así  hablaban 
y  pensaban  los  alemanes  entre  ellos  hace  quince  dias. 

»Hay  que  guardar  de  esta  aventura  la  lección  que 
encierran  los  hechos  mencionados.  Estas  gentes  no 
temen  la  guerra;  aceptan  plenamente  su  posibilidad, 
y  toman  en  consecuencia  sus  medidas.  Quieren  estar 
siempre  prontos. » 

M.  Allize,  ministro  diplomático  de  la  República  en 
el  reino  de  Baviera,  se  expresa  del  siguiente  modo 
el  10  de  Julio  al  describir  la  opinión  de  este  Estado 
del  imperio  germánico: 

<  Aquí  se  preguntan  muchos  para  qué  van  á  servir 
los  nuevos  armamentos.  Reconociendo  que  nadie  ame- 
naza á  Alemania,  consideran  que  la  diplomacia  ale- 
mana dispone  desde  hace  tiempo  de  sobradas  fuerzas 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE   1914 


241 


y  de  alianzas  poderosas  para  defender  sus  intereses. 
Se  cree  aqui  que  la  Cancillería  imperial  es  incapaz  en 
el  porvenir,  asi  como  lo  ha  sido  en  el  pasado,  de  adop- 
tar una  política  exterior  activa  y  conseguir  en  este 
terreno  éxitos  que  justifiquen  los  grandes  sacrificios 
que  se  imponen  á  la  nación. 

»Este  estado  de  espíritu  es  tanto  más  inquietante 
cuanto  que  el  (Tobierno  Imperial  se  ve  actualmente 
sostenido  por  la  opinión  pública,  que  le  acompañará 
en  toda  empi'esa  que  acometa  vigorosamente,  aun  á 
riesgo  de  un  conflicto.  La  posibilidad  de  la  guerra  á 
la  cual  los  sucesos  de  Oriente  han  acostumbrado  los 
espíritus  desde  hace  dos  años,  aparece  á  todos,  no  como 
una  catástrofe  lejana,  sino  como  una  solución  á  las  di- 
ficultades políticas  y  económicas,  que  se  irán  agra- 
vando.y> 

o 

En  30  de  Julio  de  1913,  el  ministro  de  Negocios 
Extranjeros  de 
Francia,  M.  Pi- 
chón, recibió 
una  Nota  de  Ber- 
lín que  resumía 
todos  los  infor- 
mes de  los  agen- 
tes diplomáticos 
y  consulares 
franceses  sobre 
el  estado  de  la 
opinión  política 
de  Alemania. 

La  mayoría 
del  país,  influen- 
ciada por  el  par- 
tido «pangerma- 
nista»,  quería  la 

guerra.  Algunos  Estados  alemanes  deseaban  la  paz, 
por  egoísmo  ó  por  instinto,  pero  sólo  representaban 
fuerzas  débiles  y  pasivas  ante  el  contagio  general 
de  la  fiebre  belicosa.  Los  mismos  diputados  socialistas, 
que  eran  110  en  el  Reichstag,  se  dejaban  arrastrar 
por  esta  corriente,  viendo  que  el  grueso  de  las  tropas 
obreras  se  unía  al  coro  de  entusiasmo  ó  de  cólera  de 
los  patrioteros. 

Por  haber  intentado  oponerse  á  esta  corriente  be- 
licosa, el  Emperador  se  veía  discutido  y  el  Canciller 
era  impopular. 

El  fracaso  de  la  política  nacional  en  el  asunto  de 
Marruecos  y  el  renacimiento  de  Francia,  que  losalema- 
nes  se  habían  acostumbrado  á  despreciar  ciegamente, 
eran  hechos  que  encolerizaban  á  la  muchedumbre, 
sugestionada  por  los  directores  del  pangermanismo. 

«8e  habla  muchas  veces  del  partido  militar  ale- 
mán— dice  el  citado  informe — .  La  expresión  es  in- 
exacta. El  mismo  error  significa  decir  que  Alemania 
es  el  país  de  la  supremacía  del  poder  militar  y  Fran- 
cia el  país  de  la  supremacía  del  poder  civil.  Lo  que 
existe,  en  Alemania  es  un  estado  de  espíritu  digno  de 


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LA    ESCUADRA    ALB-MANA    BN    BL    BÁLTICO 


la  mayor  atención,  porque  constituye  un  peligro  más 
evidente  y  más  próximo  que  un  partido  militarista. 
Es  el  partido  popular  de  la  guerra,  con  sus  jefes,  sus 
tropas,  una  prensa  convencida  ó  pagada  para  fabri- 
car la  opinión  y  medios  variados  y  eficaces  para  in- 
timidar al  Gobierno.  Este  partido  influye  sobre  todo 
el  país  con  ideas  claras,  sentimientos  ardientes  y  una 
voluntad  ardorosa  y  activa. 

»Los  partidarios  de  la  guerra  se  dividen  en  diver- 
sas categorías.  Cada  uno  extrae  de  su  casta,  de  su 
clase,  de  su  formación  intelectual  y  moral  ó  de  sus 
intereses  y  sus  odios,  las  razones  particulares  que  lo 
impulsan  á  la  guerra  y  que  juntas  crean  y  aumentan 
la  fuerza  y  la  rapidez  de  la  corriente  belicosa. 

»Unos  quieren  la  guerra  porque  es  inevitable,  da- 
das las  circunstancias  actuales,  y  para  Alemania  más 
vale  pronto  que  tarde. 

«Otros  la  consideran  necesaria  por  razones  econó- 
micas basadas 
en  la  superpo- 
blación, en  la  su- 
perproducción, 
en  la  exigencia 
de  nuevos  mer- 
cados, ó  se  fun- 
dan en  la  misión 
social  de  la  gue- 
rra si  son  con- 
servadores, cre- 
yendo  que   sólo 
una    campaña 
que  distraiga  la 
atención  popular 
hacia  el  exterior 
de  Alemania  po- 
drá  impedir  que 
asalten  el  poder  las  masas  democráticas  y  socialistas. 
«Otros,  intranquilos  ante  el  porvenir  de  Eui'opa  y 
creyendo  que  el  tiempo  trabaja  en  favor  de  Francia, 
piensan  que  hay  que  precipitar  los  acontecimientos 
antes  de  que  Francia  se  engrandezca  más.  No  es  raro 
encontrar,  á  través  de  las  conversaciones  y  de  los 
folletos  patrióticos,  el  sentimiento  obscuro  pero  pro- 
fundo de  que  una  Alemania  libre  y  una  Francia  resu- 
citada son  dos  hechos  históricos  incompatibles. 

«Muchos  son  belicosos  por  Bi^marckismo.  Se  sien- 
ten humillados  al  verse  en  la  precisión  de  tener  que 
liablar  de  derecho  y  de  razón  en  negociaciones  y  con- 
ferencias, cuando  creen  disponer  de  la  fuerza  como 
argumento  decisivo.  Éstos  extraen  de  su  pasado  un 
orgullo  inmenso,  que  alimentan  incesantemente  los 
centenarios  y  aniversarios  i)atrióticos,  la  tradición 
oral  y  los  libros,  y  se  sienten  heridos  por  los  sucesos 
diplomáticos  de  los  últimos  años. 

«Otros  quieren  la  guerra  por  odio  místico  contra  la 
Francia  revolucionaria.  Otros,  en  fin,  por  rencor  nada 
más,  y  amasan  para  justificar  su  cólera  toda  clase 
de  pretextos. 

sv 


242 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


»La  gran  burguesía  y  la  nobleza  son  belicosas  por 
razones  de  orden  social.  Temen  la  democratización 
del  país  y  ven  con  horror  los  avances  del  socialismo 
alemán.  La  guerra  seria  para  ellos  una  solución  capaz 
de  devolverles  la  tranquilidad  por  algunos  años.  Los 
grandes  industriales  creen  que  sus  diñcultiides  con  los 
obreros  proceden  de  Francia,  hogar  revolucionario 
de  donde  surgen  las  ideas  de  emancipación.  Sin  Fran- 
cia, la  industria  alemana  viviría  tranquila,  según 
ellos. 

"Además,  los  fabricantes  de  cañones  y  de  placas 
de  acero,  los  poderosos  comerciantes  (|ue  necesitan 
nuevos  mercados,  y  los  banqueros  que  especulan 
sobre  la  edad  de  oro  que  puede  venir  después  de  una 
enorme  indemnización  de  guerra,  piensan  que  la  gue- 
rra será  un  hermoso  negocio. 

■La  Universidad,  exceptuando  á  unos  cuantos  es- 
píritus distinguidos,  desarrolla  una  ideología  guerre- 
ra. Los  economistas  demuestran  á  golpe  de  estadís- 
tica la  necesidad  para  Alemania  de  poseer  un  impe- 
rio colonial  y  comercial  (|ue  dé  salida  á  su  industria. 
Hay  sociólogos  fanáticos  ((ue  van  más  lejos.  «La  paz 
armada — dicen — es  un  fardo  pesadísimo  para  las  na- 
ciones, impide  el  mejoramiento  de  la  suerte  de  las 
masas  y  favorece  el  avance  del  socialismo.  Francia, 
al  obstinarse  en  querer  «la  revancha»,  impide  nues- 
tro desarme.  Es  preciso  de  un  golpe  reducirla  á  la  im- 
potencia, durante  un  siglo.  Este  es  el  medio  más  rápi- 
do de  resolver  la  cuestión  social.» 

•Historiadores,  ñlósofos,  publicistas  políticos  y 
otros  apologistas  de  la  deutsche  kultur  (cultura  alema- 
na) quieren  imponer  al  mundo  una  manera  de  sentir 
y  de  pensar  que  sea  específicamente  alemana.  Todos 
ellos  quieren  contiuístar  la  supremacía  intelectual 
(lue,  según  coníiesan  los  más  lúcidos,  conserva  toda- 
vía Francia.  Es  este  principio  el  que  alimenta  la  fran- 
cofobia  do  los  pangermanistas  y  otras  asociaciones. 

>Los  partidarios  de  la  guerra  por  rencor  y  por  re- 
sentimiento resultan  los  más  peligrosos.  La  mayoría 
de  ellos  son  diplomáticos.  La  diplomacia  alemana  ha 
ido  de  fracaso  en  fracaso  en  los  últimos  tiempos.  Los 
más  furibundos  son  los  que  después  de  l'JOó  se  han  mez- 
clado en  todas  las  negociaciones  entre  Francia  y  Ale- 
mania. Por  despecho  profesional  amontonan  argu- 
mentos hostiles  y  los  esparcen  en  la  prensa.  Necesi- 
tan una  «revancha»  para  consolarse,  pues  creen  haber 
sido  engañados.  Durante  la  discusión  de  la  ley  mi- 
litar, uno  de  estos  diplomáticos  belicosos  decía  así: 
«Alemania  sólo  podrá  conversar  seriamente  con  Fran- 
cia cuando  tenga  todos  sus  hombres  sobre  las  armas. » 

»;.Cómo  se  entablará  esta  conversación,  ó  sea  la 
guerra?...  Es  una  opinión  muy  generalizada  en  los 
circuios  pangermanistas  que  Alemania  no  declarará  la 
guerra,  dado  su  sistema  de  alianzas  defensivas.  Pero 
cuando  llegue  el  momento  oportuno,  Alemania  sabrá 
obligar  á  Francia  á  ser  la  primera  en  el  ataque.  Para 
esto  la  ofenderá  si  resulta  preciso.  Es  la  tradición  pru- 
siana.» 


Asi  fué  la  conducta  de  Alemania  en  1914.  Pero 
I'Yancia  tuvo  serenidad  para  impedir  este  maquiave- 
lismo del  Imperio,  deseoso  de  desempeñar  el  papel  de 
agredido  que  se  dettendc. 


El  informe  del  embajador  Camben  al  gobierno 
francés  en  22  de  Noviembre  de  r.ii3,  demuestra  los 
avances  del  partido  de  la  guerra  alemán  y  la  supedi- 
tación del  kaiser  á  sus  impulsos. 

Dice  así  M.  Cambon  en  este  documento  importante: 

«Tengo  por  un  conducto  seguro  el  relato  de  una 
conversación  que  el  Emperador  ha  sostenido  con  el  Rey 
de  los  Belgas  en  presencia  del  jefe  del  Estado  Slayor, 
general  Von  Moltke,  hace  unos  quince  días;  conversa- 
ción que,  según  parece,  ha  impresionado  al  rey  Al- 
berto. No  me  sorprendo  de  esta  impresión,  pues  es  se- 
mejante á  la  que  tengo  yo  desde  hace  algún  tiempo.  La 
hostilidad  contra  nosotros  se  acentúa,  y  el  Emperador 
ha  cesado  de  ser  partidario  de  la  paz. 

•  El  rey  Alberto  pensal)a  hasta  ahora,  como  todo  el 
mundo,  que  Guillermo  II,  cuya  influencia  personal  se 
había  ejercitado  muchas  veces  en  el  mantenimiento 
de  la  paz,  estaba  siempre  en  el  mismo  estado  de  espí- 
ritu. Esta  vez  el  rey  Alberto  lo  ha  visto  completamen- 
te cambiado.  El  emperador  de  Alemania  ya  no  es  á 
sus  ojos  el  campeón  de  la  paz  contra  las  tendencias 
belicosas  de  ciertos  partidos  alemanes,  (iuillermo  II 
piensa  ya  que  la  guerra  con  Francia  es  inevitable,  y 
que  habrá  que  ir  á  ella  un  dia  ú  otro.  Está  convenci- 
do, naturalmente,  de  la  superioridad  aplastante  del 
ejército  alemán  y  de  su  éxito  indiscutible. 

■>E1  general  Von  Moltke  habló  en  laentrevistaexac- 
tamente  como  su  soberano.  También  declaró  él  <|ue  la 
guerra  era  necesaria  é  inevitable,  pero  aun  se  mostró 
más  seguro  del  éxito  que  el  Emperador. 

» — Esta  vez  —dijo  al  rey  de  Bélgica — hay  que  aca- 
bar con  Francia  para  siempre,  y  Vuestra  Majestad  no 
dudará  del  entusiasmo  irresistible  que  al  declararse  la 
guerra  va  á  empujar  por  entero  al  pueblo  alemán. 

■El  rey  Alberto  protestó  diciendo  que  era  disfra- 
zar las  intenciones  del  Gobierno  francés  el  interpretar- 
las de  tal  suerte,  y  que  era  igualmente  una  equivoca- 
ción sobre  los  sentimientos  de  la  nación  francesa  el 
juzgarla  por  las  manifestaciones  de  algunos  espíritus 
exaltados  ó  de  intrigantes  sin  conciencia. 

>E1  Emperador  y  su  jefe  de  Estado  ]\Iayor  persis- 
tieron, á  pesar  de  esto,  en  su  manera  de  ver  las  cosas. 

»En  el  curso  de  esta  conversación,  el  Emperador 
se  mostró  cansado  y  de  genio  irritable.  A  medida  que 
los  años  pesan  .sobre  Guillermo  II,  las  tradiciones  de 
familia,  los  sentimientos  retrógrados  de  su  Corte  y  sobre 
todo  la  impaciencia  de  los  militares,  van  ejerciendo  ma- 
yor poder  sobre  su  espíritu.  Tal  vez  siente  celos  ante  la 
popularidad  adquirida  por  su  hijo,  el  cual  adula  las 
pasiones  de  los  pangermanistas  y  encuentra  que  la  si- 
tuación del  Imperio  en  el  mundo  no  está  de  acuerdo  con 
8u  poder.    Tal  vez  la  réplica   de   Francia  al   último 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


S43 


aumento  del  ejército  alemán,  cuyo  objeto  era  establecer 
sin  duda  alguna  la  superioridad  germánica,  ha  influi- 
do algo  en  esta  amargura,  pues  digan  lo  que  digan, 
Alemania  ya  no  puede  ir  /«(}•<  lejos  en  sus  preparativos 
militares. 

»Haj'  que  preguntarse  cuál  es  la  verdadera  finali- 
dad de  esta  conversación.  Bien  puede  ser  que  el  obje- 
tivo de  Guillermo  II  y  su  jefe  de  Estado  Mayor  fuese 
impresionar  al  Rey  de  los  Belgas,  preparándolo  para 
que  no  oponga  resistencia  en  el  caso  de  que  se  pro- 
duzca un  conflicto  entre  ellos  y  nosotros.  Igualmente 
podría  ser  que  quisieran  que  Bélgica  fuese  menos  hos- 
til á  ciertas  ambiciones  que  se  han  despertado  aquí 
respecto  al  Congo  belga  Pero  esta  hipótesis  no  con- 
cuerda con  la  presencia  y  la  intervención  del  general 
Von  Moltke. 

»De  todos  modos,  el  emperador  Guillermo  es  menos 
dueño  de  sus  impresiones  que  se  cree 
generalmente.  Yo  he  visto,  más  de 
una  vez,  con  qué  facilidad  deja  esca- 
par el  fondo  de  su  pensamiento.  Sea 
cual  sea  el  objeto  de  la  conversación 
que  me  ha  sido  comunicada,  no  por 
esto  la  confidencia  deja  de  tener  el 
más  grave  carácter.  Está  en  relación 
indudable  con  la  situación  general. 

«Hay  que  tener  muy  en  cuenta  el 
hecho  completamente  nuevo  de  que  el 
Emperador  se  familiariza  con  un  orden 
de  ideas  que  le  repugnaba  antes,  y  co- 
piando una  de  sus  locuciones  favori- 
tas, repetiré  que  nosotros  debemos 
tener  seca  nuestra  pólvora.* 


GENERAL    MIII.TKE 


La  despedida  de  los  dos  soberanos 
en  esta  conferencia,  de  la  que  sólo  había  tenido  noti- 
cias incompletas  el  embajador  francés,  marcó  para 
siempre  la  situación  del  rey  de  Bélgica. 

— Ocurra  lo  que  ocurra — dijo  Guillermo  II — ,  acor- 
daos de  que  pertenecéis  á  la  casa  de  Coburgo. 

^Si;  pero  también  pertenezco  á  la  casa  de  Orleans 
— contestó  Alberto  I — ,  y  por  encima  de  todos  mis 
orígenes  me  acordaré  siempre  de  que  soy  belga. 

Más  adelante  diremos  á  impulsos  de  ([ué  sugestio- 
nes se  verificó  la  evolución  observada  por  el  embaja- 
dor francés  en  la  persona  del  kaiser,  que  hasta  enton- 
ces había  aspirado  á  la  gloria  de  «soberano  de  la 
paz». 

En  esta  situación,  cuando  el  emperador  dejaba  que 
las  infiuencias  militaristas  ejerciesen  más  presión 
sobre  su  espíritu,  cuando  el  partido  de  la  guerra  hacía 
una  propaganda  tenaz  sobre  las  masas  alemanas  ([ue, 
según  el  socialista  Bernstein,  eran  de  instintos  pa- 
cíficos, pero  marcharían  cual  un  solo  hombre  si  sabían 
excitarlas»,  se  produjo  como  un  cataclismo  providen- 
cial para  los  belicosos  deseos  de  los  pangermanistas 
el  atentado  de  Serajevo  contra  el  archiduque  herede- 


ro de  Austria,    seguido    del    ultimátum   austríaco   á 

Servia. 

o 

;.Quién  sabe  qué  misterio  de  política  tortuosa  se 
oculta  detrás  del  atentado  de  SerajevoV 

La  actitud  de  Austria  en  este  asunto  nunca  fué 
clara.  Declaró  la  guerra  á  Servia  por  vengar  la 
muerte  del  archidu(|ue,  pretendiendo  hacer  responsa- 
ble de  ésta  al  gobierno  servio.  Pero  una  revelación 
del  gobierno  italiano  en  el  mes  de  Diciembre  ha  hecho 
ver  que  la  animosidad  austríaca  contra  Servía  y  sus 
deseos  de  conquistarla  eran  antiguos,  y  que  la  muerte 
del  archiduque  no  significó  para  ella  más  que  un  pre- 
texto rápidamente  aprovechado. 

En  la  Cámara  italiana  el  señor  Giolitti  demostró 
con  documentos  oficiales  que  los  dos  imperios,  austría- 
co y  alemán,  no  sólo  han  provocado  la  presente  gue- 
rra y  son  responsables  de  la  agresión, 
sino  tiue  la  tenían  muy  premeditada  é 
intentaron  iniciarla  un  año  antes. 

El  II  de  Agosto  de  1913  el  gobierno 
austríaco  dirigió  un  telegrama  al  go- 
bierno de  Italia,  avisándole  su  pro- 
pósito de  provocar  una  guerra  con 
Servia.  Era  en  el  momento  que  los 
representantes  de  Servia,  Grecia  y 
Bulgaria  se  ponían  de  acuerdo  en  Bu- 
carest.  El  imperio  austríaco  quería 
hacer  la  guerra,  dando  hipócritamen- 
te á  su  provocación  una  apariencia 
defensiva.  De  este  modo  pensaba  obli- 
gar á  Italia  á  que  le  prestase  su  ayu- 
da con  arreglo  á  lo  consignado  en  las 
bases  de  la  Triple  Alianza,  que  espe- 
cificaban la  mutua  ayuda,  el  casus 
federis,  para  defenderse.  El  jefe  del 
gobierno  italiano,  Giolitti,  y  el  ministro  de  Xegocios 
Extranjeros,  marqués  de  San  Giuliano,  se  negaron 
á  tal  pretensión,  declarando  que  lo  que  proyectaba 
Austria  era  un  ataque  y  no  una  defensa,  y  por  lo 
mismo  Italia  no  aceptaba  el  casus  federis.  En  vista 
de  la  negativa.  Austria  permaneció  ([uieta.  y  Alema- 
nía  pareció  no  haberse  enterado  de  los  deseos  de  su 
aliada.  Pero  queda  establecido  de  un  modo  indiscuti- 
ble, por  los  documentos  del  gobierno  italiano,  que 
en  1913  Austria,  y  por  consiguiente  Alemania — pues  la 
una  no  se  mueve  sin  el  asentimiento  de  la  otra — ,  in- 
tentaron la  misma  agresión  á  Servia,  que  fué  repetida 
un  año  después,  dando  origen  á  la  guerra. 

Este  dato  importantísimo,  proporcionado  por  las 
tardías  revelaciones  del  gobierno  de  Italia  y  las  cir- 
cunstancias complicadas  y  misteriosas  que  rodearon 
el  atentado  de  Serajevo,  dan  lugar  á  muchas  hipóte- 
sis, algunas  de  ellas  poco  favorables  á  Austria,  que 
necesitaba  á  toda  costa  un  pretexto  para  sus  fines 
agresivos. 

El  inesperado  viaje  del  archiduque  heredero  á  Bos- 
nia, donde  era  impopular  y  estaba  latente  la  protesta 


344 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


MANIFESTACIÓN    DEL    PUEBLO    SEIiVÍO    ANTE    LA    LECACION    liRITANICA    DE    BELGRADO 


de  los  eslavos,  fué  acogido  por  muchos  con  inquietud. 
Era  indudable  que  ocurriría  algo  violento.  El  gobier- 
no de  Servia  dio  aviso  previsoramente  al  de  Austria 
de  la  posibilidad  de  un  complot  contra  la  vida  del  ar- 
chiduque. Los  (jue  cometieron  el  crimen  no  eran  ciu- 
dadanos de  Servia,  sino  subditos  de  Austria,  persegui- 
dos por  su  policía,  arrojados  del  territorio,  y  que  pu- 
dieron volver  á  él  sin  ser  descubiertos.  Además  hay 
que  tener  en  cuenta  algunos  detalles  del  drama.  El 
alcalde  de  Serajevo,  después  del  primer  atentado, 
ruega  al  archiduque  que  cambie  de  itinerario,  sin  que 
éste  le  obedezca,  dando  á  entender  que  tiene  sus  ra- 
zones para  hacerlo  así.  Las  calles,  guardadas  mili- 
tarmente, conservan  ciertos  espacios  libres  de  vigi- 
lancia, y  en  ellos  precisamente  se  producen  los  dos 
atentados.  Y  sobre  todo  esto,  el  hecho  final,  la  sen- 
tencia inverosímil  de  los  autores  del  delito,  que  con- 
victos y  confesos  son  condenados  solamente  á  presi- 
dio, mientras  para  justificar  tal  lenidad  se  condena  á 
la  horca  á  varios  desconocidos  que  no  tomaron  parte 
en  el  hecho. 

Loa  que  conocen  los  procedimientos  de  la  policía 
austríaca,  sus  buenas  relaciones  con  los  delincuentes, 
á  los  que  emplea  muchas  veces  como  colaboradores, 
han  insinuado  la  posibilidad  de  un  atentado  fingido, 
que  á  última  hora  fué  verdadero  por  la  impulsividad 
juvenil  y  el  fanatismo  político  de  Prinzip,  uno  de  los 
encargados  de  la  ejecución. 

Según  esta  hipótesis,  no  desprovista  de  fundamen- 
to, la  policía  austríaca  quiso  hacer  pasar  al  archidu- 
que heredero  por  un  doble  atentado  sin  consecuencias 
— lo  que  no  es  nuevo  en  la  historia  secreta  de  las  mo- 
narquías— ,  para  después  hacer  responsable  á  Servia 
del  hecho.  El  archiduque  iba  á  salir  con  mayor  pres- 
tigio y  popularidad  de  este  suceso,  hábilmente  prepa- 
rado. El  gobierno  austríaco  tendría  con  ello  el  motivo 
que  le  hacia  falta  para  atacar  á  Servia.  Pero  el  exce- 
sivo entusiasmo  del  estudiante  bosníaco,  que  al  ver  la 


ocasión  favorable  procuró  matar,  ó 
una  fatalidad  que  guió  su  mano  en 
este  juego  peligroso,  convirtió  la 
comedia  policíaca  en  verdadera 
tragedia. 

Sea  esto  cierto  ó  no  lo  sea,  el 
atentado  de  Serajevo  sirvió  á  Aus- 
tria y  Alemania  de  excelente  oca- 
sión para  replantear  sus  proyectos 
belicosos.  Circunstancia  digna  de 
mencionarse.  El  imperio  austríaco 
mantuvo  esta  vez  al  gobierno  de 
Italia  fuera  del  complot.  Recorda- 
ba su  negativa  de  1913.  y  dispuesto 
á  atropellar  á  Servia  con  un  violen- 
to ultimátum,  no  creyó  conveniente 
consultar  al  gabinete  de  Koma,  pues 
sabia  de  antemano  (|ue  éste  iba  á 
responder,  como  el  año  anterior, 
que  por  tratarse  de  una  agresión  y 
no  de  una  defensa  no  había  motivo  para  el  casus  fe- 
deris. 

La  conducta  de  Italia  es  la  demostración  más  clara 
y  concluyente  de  que  Alemania  y  Austria  son  los  au- 
tores de  la  guerra  y  los  responsables  de  sus  males.  De 
ser  los  agredidos,  como  han  pretendido  hacerlo  creer 
á  sus  mismos  pueblos  y  á  la  opinión  de  las  naciones 
neutras,  habrían  exigido  de  Italia  el  cumplimiento  de 
los  compromisos  de  la  Triple  Alianza,  que  la  obliga- 
ban á  apoyar  á  los  dos  Imperios  en  el  caso  de  una 
guerra  de  defensa.  La  colaboración  de  Italia  era  im- 
portantísima y  tal  vez  decisiva  para  la  suerte  de  Ale- 


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ÜN    VOLUNTARIO    SERVIO    DE    70   ANOS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


245 


mania  y  Austria  en  la  presente  lucha.  Con  el  apoyo 
italiano  podían  sostener  su  poderío  en  el  Mediterrá- 
neo, causando  además  grave  daño  á  Francia,  obliga- 
da á  distraer  una  parte  de  sus  ejércitos  en  la  defensa 
de  los  Alpes. 

La  situación  de  los  dos  imperios  no  fué  tan  desaho- 
gada desde  el  primer  momento  que  les  permitiese  re- 
nunciar á  la  colaboración  de  un  aliado  importante. 
Basta  ver  cómo  buscaron  después  el  apoyo  de  la  deca- 
dente Turquía,  dando  una  importancia  exagerada  á  su 
adhesión,  la  única  que  han  podido  conseguir  en  todo 
el  mundo.  El  apoyo  de  Italia,  aparte  de  su  valor  ma- 
terial, resultaba  impor- 
tantísimo, pues  hubiese 
servido  para  hacer  ver  á 
la  opinión  de  un  modo  in- 
discutible que  la  Triple 
Alianza  era  la  agredida  y 
que  sus  tres  componentes 
se  consideraban  en  estado 
de  legitima  defensa. 

Pero  los  dos  imperios, 
al  iniciar  la  agresión  de 
Servia,  ni  siquiera  inten- 
taron hacer  valer  el  tra- 
tado de  la  Triple  Alianza 
para  que  Italia  los  siguie- 
se. Tenían  plena  concien- 
cia de  la  injusticia  de  su 
empresa.  Sabían  que  el 
gobierno  italiano  iba  á  ne- 
garse públicamente,  de- 
nunciando de  un  modo 
palpable  su  carácter  de 
provocadores  y  agresores. 
Por  esto  ni  siquiera  comu- 
nicaron con  anterioridad 
sus  gestiones  diplomáti- 
cas al  gabinete  de  Roma, 


como  debe  hacerse  entre 
aliados.  Éste  sólo  se  en- 
teró de  lo  que  ocurría  al  mismo  tiempo  que  las  demás 
potencias. 

Cuando  el  marqués  de  San  Giuliano  intervino  oñ- 
ciosamente  en  nombre  de  Italia  para  mantener  la  paz 
junto  con  Sir  Edward  <irey,  dando  consejos  de  mode- 
ración á  Austria,  ésta  ni  siquiera  intentó  fingirse 
agredida  ó  provocada  como  en  el  año  anterior.  Los 
dos  imperios  aliados  estaban  seguros  de  sus  fuerzas  y 
creían  bastarse  para  conseguir  la  victoria,  lo  que  dio 
á  los  gobernantes  de  Viena  una  ruda  libertad  de  len- 
guaje. Esta  vez  Austria  no  quiso  ensayar  siquiera 
ante  el  gobierno  italiano  la  comedia  de  fingirse  agre- 
dida. Sólo  habló  de  las  seguridades  de  éxito  en  favor 
de  su  empresa.  Su  respuesta  al  ministro  italiano  fué 
que  Rusia  no  estaba  preparada  para  una  acción  mili- 
tar, y  que  si  á  pesar  de  su  mala  situación  insistía  en 
intervenir  á  favor  de  Servia,  entonces  Alemania  rom- 


INA    AMBILANCFA    SERVIA 


peria  su  silencio  declarando  la  guerra  á  los  rusos  y 
aprovechando  la  ocasión  para  caer  sobre  Francia.  Ni 
en  Viena  ni  en  Berlín  creía  nadie  que  la  Gran  Breta- 
ña se  aventurase  en  una  guerra  europea. 

De  la  conducta  de  Italia  y  de  los  documentos  di- 
plomáticos leídos  en  su  Cámara  de  diputados,  resulta 
que  Alemania  y  Austria  no  han  hecho  más  que  reali- 
zar en  l!tl4  la  guerra  que  ya  habían  intentado  en  191.3, 
provocándola  con  el  primer  pretexto  que  les  pareció 
oportuno,  seguras  de  que  la  victoria,  que  da  siempre 
la  razón  al  más  fuerte,  se  encargaría  de  justificar  su 
conducta.  Existe  otro  testimonio  irrecusable  «jue  prue- 
ba la  responsabilidad  del 
imperio  germánico,  ver- 
dadero autor  de  la  guerra, 
y  este  testimonio  lo  pro- 
porciona un  alemán  cé- 
lebre. 

Maximiliano  Harden  es 
el  más  popular  é  influyen- 
te de  los  periodistas  ale- 
manes. Su  pluma  temible 
ha  causado  grandes  es- 
tragos en  la  vida  interior 
del  Imperio.  Todos  recuer- 
dan su  escandalosa  cam- 
paña contra  los  amigos 
más  allegados  del  kaiser, 
á  los  que  acusó  de  homo- 
sexualidad, arrostrando 
por  esto  un  proceso  ruido- 
so que  hizo  más  grande 
su  prestigio.  Harden,  que 
es  judio,  tiene  la  combati- 
vidad y  el  apasionamien- 
to de  su  raza.  Su  estilo 
corrosivo,  que  no  recono- 
ce conveniencias  sociales, 
le  hace  temible.  Es  una 
especie  de  jabalí  de  la 
literatura  que  salta  por 
encima  de  los  prejuicios  más  arraigados,  dando  col- 
millazos á  las  ideas  universalmente  aceptadas.  Este 
hombre  recibió  las  confidencias  de  Bismarck  en  los 
últimos  años  de  su  vida  y  está  á  sueldo  de  los  grandes 
navieros  de  Hamburgo,  de  los  banqueros  de  Berlín,  de 
los  poderosos  industriales  que  forman  en  Alemania  la 
aristocracia  del  dinero  y  desean  implantar  el  poderío 
germánico  en  toda  la  tierra. 

llarden,  como  muchos  escritores  de  la  Alemania 
del  presente,  sólo  cree  en  la  fuerza.  El  derecho  no  es 
para  él  más  que  una  consecuencia  de  esta  fuerza,  una 
palabra  vana  que  iinicamente  sirve  para  consuelo  de 
los  débiles.  El  que  puede  golpear  duro  y  seguido  tiene 
siempre  razón.  Y  este  escritor  de  franqueza  brutal, 
que  es  el  verdadero  representante  del  sentimiento  ger- 
mánico contemporáneo,  se  irritó  al  ver  cómo  el  jefe 
del  gobierno,  los  personajes  de  la  Universidad  y  mu- 


846 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


chos  periodistas  apelaban  á  la  opinión  pública,  que- 
riendo demostrar  con  soüsmas  y  falsedades  que  Ale 
mania  no  quería  la  guerra  y  únicamente  había  toma- 
do las  armas  para  defenderse,  viéndose  obligada,  con 
harto  dolor,  á  tener  que  atrepellar  la  neutralidad  de 
los  pueblos  pequeños. 

— ¿Para  qué  tales  comedias? — preguntó  indignado 
Harden  en  su  periódico  Zukurtft. 

«Veamos — continuó  diciendo — .  ¿Alemania  es  fuer- 
te?... Sí.  ¿Entonces  qué  nos  cantáis  en  vuestras  justi- 
ficaciones, profesores  con  antiparras  y  teólogos  en 
zapatillas?  ¿Es  que  acaso  el  derecho  existe?  ¿Es  que 
las  nobles  ideas  de  que 
habláis  tanto  valen  cual- 
quiera cosa?  Un  solo  prin- 
cipio vale  en  el  mundo, 
uno  solo,  que  resume  y 
contiene  todos  los  otros: 
la  Fuerza.  Hablad  en 
nombre  de  ella  nada  más, 
y  dejaos  de  niñerías.  La 
Fuerza:  he  aquí  la  única 
palabra  que  suena  bien  y 
con  claridad,  he  aquí  lo 
único  que  tiene  estilo  y 
gallardía.  La  Fuerza:  un 
puñetazo  dado  á  tiempo, 
y  todo  queda  bien  arre- 
glado.» 

Luego  este  publicista, 
íntimo  amigo  del  kron- 
printz,  el  cual  le  secundó 
públicamente  en  la  cam- 
paña contra  los  favoritos 
de  su  padre,  y  que  ade- 
más es  confidente  de  las 
más  altas  personalidades 
del  Imperio,  terminaba 
con  las  siguientes  afirma- 
ciones: 

«Renunciemos  á  nues- 
tros miserables  esfuerzos  para  excusar  la  acción  de 
Alemania;  cesemos  de  lanzar  injurias  despreciables 
sobre  el  enemigo.  No  es  cierto  que  nos  hayamos  lan- 
zado contra  nuestra  voluntad  en  esta  aventura  gigan- 
tesca. Nadie  nos  ha  impuesto  la  guerra  por  sorpresa. 
La  hemos  preparado,  la  hemos  deseado;  es  más,  debía- 
mos desearla.  Nosotros  no  tenemos  por  qué  compare- 
cer ante  el  tribunal  de  Europa  ni  ante  ningún  tribu- 
nal. No  reconocemos  semejante  jurisdicción.  Somos 
los  agresores,  y  no  hay  por  qué  ocultarlo.  Tenemos 
derecho  á  agredir,  porque  representamos  el  santo 
principio  de  la  Fuerza. 

«Nuestra  fuerza  creará  una  ley  nueva  en  Europa. 
Es  Alemania  la  que  puede  pegar,  y  el  que  pega  tiene 
siempre  razón.  Cuando  nuestro  país,  gracias  á  su  ge- 
nio, habrá  conquistado  nuevos  dominios,  los  sacerdotes 
de  todas  las  religiones  ensalzarán  la  guerra  bendita. 


BÉLGICA    DBTBNIBNDO 


"Alemania  no  hace  esta  guerra  por  castigar  cul- 
pables ni  por  libertar  pueblos  oprimidos,  descan- 
sando después  con  la  conciencia  satisfecha  de  esta 
magnanimidad  desinteresada.  Hace  la  guerra  por- 
que es  fuerte  y  su  fuerza  le  da  derecho  á  ocupar  en 
el  mundo  el  primer  lugar,  invadiéndolo  todo  con  su 
actividad. 

«España,  los  Países  Bajos,  Francia  é  Inglaterra  se 
apoderaron  á  su  hora  de  los  territorios  más  fértiles 
del  mundo,  colonizándolos.  La  hora  de  Alemania  sue- 
na ahora,  y  como  es  más  fuerte  que  todas  las  nacio- 
nes, va  á  tomar  su  puesto  de  potencia  directora  del 

mundo,  izando  sobre  to- 
dos los  pueblos  su  bandera 
de  tempestad. 

«Debemos  reírnos  de 
esas  torpes  justificaciones 
ante  la  opinión  de  los 
otros  pueblos.  ¿Qué  tribu- 
nal podrá  juzgarnos  cuan- 
do seamos  vencedores?» 


La  actitud  de  Beth- 
mann-Holhveg  y  sus  mi- 
nistros fué  cambiando  en 
el  curso  de  la  guerra. 

Al  iniciarse  las  hostili- 
dades, el  Canciller  con- 
fesó en  el  Reichstag,  el  4 
de  Agosto,  que  la  viola- 
ción del  territorio  de  Bél- 
gica constituía  «un  aten- 
tado al  derecho  de  gen- 
tes». Pero  Alemania  iba  á 
vencer;  todos  los  germa- 
nos, desde  el  kaiser  al  úl- 
timo menestral,  estaban 
seguros  del  triunfo;  y  el 
que  vence — según  la  teo- 
ría alemana  de  Harden — 


AL    GIOANTH   GERMANO 

'Caricatura  de  Le  Mot.  ile  París) 


no  tiene  que  dar  cuenta  de  su  conducta  anterior  á 
ningún  tribunal.  Posee  la  santa  Fuerza,  que  es  lo 
único  que  vale.  Nada  cuesta  reconocer  los  daños  co- 
metidos, cuando  no  se  puede  tener  ninguna  sanción. 
Se  sale  del  paso  afirmando  que  «la  necesidad  no  re- 
conoce ley»,  (jue  «cada  uno  hace  lo  que  puede  para 
defenderse»,  que  un  tratado  solemne  es  <  un  pedazo 
de  papel  •  y  que  ya  se  repararán  oportunamente  los 
perjuicios  causados. 

Al  mes  de  iniciada  la  guerra,  comenzó  á  flaquear 
la  fe  hasta  entonces  inconmovible  de  los  directores 
del  pueblo  alemán.  Los  sucesos  militares  eran  muy 
distintos  en  la  realidad  de  como  los  había  preparado 
el  Estado  Mayor  en  sus  proyectos.  Alemania  creyó  en 
una  campaña  rápida,  fulgurante,  aplastadora  contra 
Francia,  para  volar  inmediatamente  á  las  fronteras 
de  Rusia,  aniquilando  á  este  otro  aliado.  Dos  días  bas- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


247 


taban  para  atravesar  Bélgica;  tres  semanas  para  des- 
hacer el  ejército  francés  y  entrar  victoriosos  en  París; 
El  kaiser  había  invitado  á  los  íntimos  de  su  séquito  á 
un  banquete  en  un  restaurant  famoso  de  los  buleva- 
res, á  fines  de  Agosto. 

Bélgica  opuso  al  invasor  una  resistencia  tenaz,  re- 
trasando y  desbaratando  sus  planes.  Los  guerreros 
germánicos  se  convencieron,  á  costa  de  grandes  ma- 
tanzas en  sus  filas,  de  que  Francia,  «nación  decadente, 
nación  podrida»,  según  las  afirmaciones  de  los  maes- 
tros en  las  escuelas  y  los  jefes  en  los  cuarteles,  tenía 
un  soldado  heroico  en  cada  uno  de  sus  hijos,  y  la  gue- 
rra iba  á  ser  terrible,  larga,  de  un  resultado  fatal. 

El  gobierno  cambió  entonces  de  tono.  A  las  prime- 
ras brutalidades,  arrogantes  y  francas  de  presunto 
vencedor,   suce- 


I  NA    COMIDA    IJUB    SK    BNFBIA 
Alude  i  la  comida  que  había  encargado  el  kaiser  para  su  entrada  en  París  el  24  de  Agosto 

(l'otital  popular  de  París) 


dieron  la  argu- 
cia del  leguleyo 
para  demostrar 
que  la  razón  es- 
taba de  su  par- 
te, y  la  pedan- 
tesca argumen- 
tación universi- 
taria. El  imperio 
germánico  tuvo 
empeño  en  hacer 
creer  que  liabia 
sido  atacado.  Su 
propaganda,  di- 
rigida á  las  na- 
ciones neutras, 
intentó  al  mismo 
tiempo  persua- 
dir á  los  propios 
alemanes.  Para 
sacarles  el  dine- 
ro con  nuevas 

contribuciones  destinadas  al  aumento  de  las  fuerzas 
militares,  les  habían  hecho  creer  que  Alemania  iba  á 
ser  atacada.  Después,  para  excitar  su  entusiasmo,  les 
hicieron  ver  que  la  guerra  sería  fácil  y  rápida,  con  un 
cuantioso  botín  del  que  todos  recibirían  su  parte.  Lue- 
go, cuando  á  los  cuatro  meses  de  guerra  las  pérdidas 
de  Alemania  subieron  á  más  de  un  millón  de  hombres, 
el  gobierno  redobló  sus  esfuerzos  para  demostrar  que 
la  catástrofe  había  sido  inevitable  y  los  enemigos 
eran  los  provocadores.  ;.Qué  haría  el  pueblo  alemán  si 
llegaba  á  enterarse  de  que  esta  guerra,  terrible  equi- 
vocación que  ponía  en  peligro  la  prosperidad  de  cua- 
renta años,  había  sido  preparada  y  provocada  volun- 
tariamente por  sus  gobernantes?  ;.Qué  pensaría  de 
una  diplomacia  que  no  había  sabido  conocer  el  esta- 
do moral  de  los  pueblos  adversarios,  describiéndolos 
como  divididos  y  moribundos?  ¿Qué  de  unos  generales 
(|ue  habían  forzado  el  estallido  de  la  guerra,  creyén- 
dola de  éxito  seguro,  y  habían  tropezado  desde  los 
primeros  días  con  el  fracaso  de  sus  planes?... 


Ciegos  por  la  propia  infatuación  y  el  desprecio  á 
los  adversarios,  habían  descontado  para  su  éxito  el 
desfallecimiento  de  Rusia  y  la  indiferencia  de  Ingla- 
terra. El  único  enemigo  digno  de  inspirar  algún  cuida- 
do era  el  francés,  pero  á  éste  pensaban  abatirlo  fácil- 
mente desplomando  de  un  golpe  sobre  Francia  toda 
la  catarata  de  su  fuerza.  Estas  ilusiones  se  disiparon 
cruelmente  desde  el  principio  de  la  campaña,  y  Beth- 
raann-HoUweg,  á  pesar  de  sus  primeras  confesiones, 
de  la  contriidicción  entre  sus  palabras  de  un  día  y  las 
palabras  de  otro,  de  la  conducta  de  Italia  que  proba- 
ba quién  era  el  agresor,  sin  que  Alemania  se  atrevie- 
se á  desmentirla,  quiso  seguir  engañando  al  pueblo 
alemán,  manteniéndolo  en  su  optimismo  patriótico  y 
su  falso  papel  de  agredido,  para  lo  cual  declaró  trági- 
camente desde 
la  tribuna  del 
Reichstag  que 
los  que  han  des- 
encadenado esta 
guerra  «llevarán 
ante  Dios  y  ante 
los  hombres  la 
responsabilidad 
de  la  catásfrofe 
que  lia  caído  so- 
bre el  mundo». 

Asi  es.  Pero  el 
mundo  hace  días 
que  tiene  vista 
y  fallada  la  cau- 
sa de  la  guerra 
y  sabe  á  quién 
deber  exigir  la 
responsabilidad. 
Betlimann-HoU- 
weg  y  otros  que 
están  por  enci- 
ma de  él  serán  los  llamados  á  comparecer  cuando 
llegue  la  hora  de  la  justicia.  La  fuerza  es  grande 
cuando  va  acompañada  del  derecho.  Cuando  marcha 
sola,  queriendo  engendrar  el  derecho,  que  es  superior 
á  ella,  acaba  por  tropezar  y  derrumbarse  en  su  ce- 
guera colérica.  Existe  un  tribunal  superior  á  la  fuerza, 
aunque  el  brutal  llarden  ignore  su  existencia. 


Los  primeros  fracasos  de  Alemania  la  obligaron 
á  revolverse  iracunda  en  torno  de  ella,  buscando  un 
responsal)le  á  quien  echar  la  culpa.  Era  natural  que 
este  responsable  fuese  Francia,  á  cuyo  esfuerzo  ines- 
perado debía  sus  contrariedades.  Pero  la  República 
Francesa,  objeto  hasta  el  día  anterior  de  sus  despre- 
cios y  odios,  recibió  de  pronto  el  homenaje  de  sus  ha- 
lagos y  alabanzas.  De  nación  «podrida  y  decadente» 
pasó  á  ser  de  pronto  «un  pueblo  digno  de  respeto», 
tributando  elogios  Alemania  al  valor  de  sus  hijos  y 
reconociendo  que  eran  casi  tan  héroes  como  sus  pro- 


248 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


LOS    VOLUNTARIOS    INGLESES    AL    SALIR    DE    PAKIS 

pios  soldados.  Al  mismo  tiempo  que  el  despecho  le 
arrancaba  tales  elogios,  creyó,  con  su  habitual  torpe- 
za, que  éstos  podrían  servirle  para  a.justar  una  paz 
especial  con  Francia,  separándola  de  sus  aliados. 

Todo  su  odio  se  concentró  en  Inglaterra,  la  pérfida 
Gran  líretaña,  haciéndola  responsable  de  lo  ocurrido, 
como  si  fuese  la  única  autora  de  la  guerra.  Los  perio- 
distas alemanes  casi  han  afirmado  que  el  gobierno 
de  Londres  es  el  que  preparó  astutamente  la  guerra, 
arrastrando  á  la  inocente  Francia. 

A  los  cerebros  alemanes  se  les  escapa  toda  idea, 
todo  sentimiento  que  no  esté  basado  en  algo  material, 
en  una  ganancia  inmediata  ó  un  negocio  á  próximo 
plazo.  Fste  pueblo,  que  en  otro  tiempo  tuvo  grandes 
poetas — cuando  no  conocía  el  imperialismo  y  luchaba 
por  su  propia  existencia — ,  no  puede  comprender  hoy 
que  se  pelee  por  el  honor,  por  la  palabra  empeñada, 
por  el  res])eto  de  los  compromisos.  El  inglés  era  para 
muchos  un  ser  prosaico,  calculador,  materialista,  y 
sin  embargo  se  ha  lanzado  á  la  guerra  caballeresca- 
mente por  impedir  el  atropello  de  la  pequeña  Bél- 
gica. El  alemán,  considerado  por  muchos — diremos  la 
causa  más  adelante — como  un  ser  poético,  desintere- 
sado, romántico,  desea  apoderarse  del  mundo  entero 
por  medio  de  la  fuerza,  convirtiéndolo  en  un  cuartel 
y  un  taller,  regimentándolo  con  arreglo  á  su  concep- 
ción de  una  vida  automática. 

Inglaterra  no  quiso  tolerar,  por  un  sentimiento  de 
honor,  el  atropello  de  Bélgica,  y  esto  bastó  para  que 
Alemania  la  considerase  como  su  mayor  enemiga. 
Ayudó  aquélla  á  Francia  contra  un  enemigo  que  re- 
sultaba común,  y  como  esta  ayuda  quitó  al  imperio 
germánico  la  última  probabilidad  de  victoria,  de  aquí 
que  redoble  sus  acusaciones  haciendo  responsable  á 
Inglaterra  de  la  duración  de  una  lucha  que  nadie  más 
que  él  provocó. 

La  conducta  de  la  Gran  Bretaña,  noble  para  los 
demás  y  conveniente  para  su  propia  conservación,  la 
ha  resumido  brillantemente  el  escritor  inglés  William 
Archer: 


'V.Hubiese  obrado  Inglaterra  cuerdamente — dice — 
permaneciendo  aislada  por  sistema  del  resto  de  Euro- 
pa y  eludiendo  los  compromisos  que  pudiesen  arras- 
trarla á  una  guerra  continental?  Aun  quedan  en  Ingla- 
terra algunos  que  creen  en  esta  política  de  «esplén- 
dido aislamiento».  Pero  están  equivocados:  primero, 
pori|ue  esta  política  es  imposible:  segundo,  porque  hu- 
biese sido  una  traición  á  los  ideales  que  defiende  In- 
glaterra y  una  renuncia  á  todo  lo  que  hace  digna  la 
vida  de  los  seres  que  hablan  la  lengua  inglesa  en  todo 
el  mundo. 

«Esa  política  de  aislamiento  era  imposible  por  una 
razón,  á  salier:  porque  Alemania  estaba  enérgica- 
mente resuelta  á  atacar  al  imperio  británico  cuando 
le  conviniese.  Ni  la  palabra  «aislamiento»,  ni  la  idea 
que  ésta  implica,  hubiesen  merecido  el  más  pequeño 
respeto  de  Alemania,  sirviendo  únicamente  para  apo- 
derarse de  Inglaterra  con  más  facilidad.  (,^.uien  dude 
de  esto,  que  lea  las  doctrinas  del  alemán  Treitschke 
ó  la  vulgarización  de  estas  doctrinas  en  el  libro  del 
general  Bernhardi,  Alemania  y  la  guerra  próxima,  y 
tendrá  que  renunciar  á  la  idea  de  que  el  imperio  bri- 
tánico y  el  imperio  germánico — inspirado  por  las  doc- 
trinas de  Treitschke — pueden  coexistir  en  este  pla- 
neta... 

"¡Esperad!  Había  un  medio  de  que  ambos  imperios 
se  entendiesen  y  fuesen  amigos  durante  un  siglo  poco 
más  ó  menos.  Este  medio  era  que  Inglaterra  hubiese 
admitido  con  Alemania  un  arreglo  de  piratería,  para 
repartirse  entre  los  dos  el  mundo.  Inglaterra  podía 
haber  dicho: 

» — Déjame  poseer  tranquilamenle  mis  dominios  de 
ultramar,  y  yo  te  ayudaré  á  absorber  todas  las  colo- 
nias que  las  demás  naciones  poseen  fuera  de  Europa 
y  que  son  enormes,  especialmente  las  de  Francia. 
También  te  ayudaré  á  desafiar  la  doctrina  de  Monroe, 
para  que  realices  tu  ensueño  fundando  otra  Alemania 
en  la  América  del  Sur,  donde  existen  grupos  alemanes 
I  Brasil,  Argentina,  Chile  i. 

»Si  nosotros  hubiésemos  sido  «políticos  realistas» 


LOS    VOLUNTARIOS    ITALIANOS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


249 


en  el  sentido  bismarckiano,  podiamoa  haber  aceptado 
esta  innoble  alianza.  Como  todo  el  mundo  sabe,  el 
Canciller  alemán  hizo  insinuaciones  al  embajador  de 
nuestro  gobierno  (1)  que  iban  claramente  encamina- 
das en  el  sentido  de  una  alianza  de  piratería...  Pero 
aunque  hubiésemos  aceptado  indignamente  este  plan 
para  la  distribución  del  planeta,  no  se  hubiese  evita- 
do el  rompimiento  entre  las  dos  naciones.  Únicamen- 
te 86  habría  aplazado  el  crujido  final,  inevitable.  Un 
imperio  que  cree,  como  el  de  Alemania,  que  la  guerra 
de  agresión  es  indispensable  para  su  salud  espiritual, 
no  puede  conformarse  á  la  larga  con  disfrutar  en  com- 
pañía de  otro  el  dominio  del  mundo.  Lo  desea  por 
entero  para  él. 

«Llegamos  con  esto  á  la  irreconciliable  diferencia 
de  ideales,  que  es  la  raiz  de  esta 
guerra  y  su  verdadero  motivo. 

«Alemania  cree — por  lo  menos 
asi  lo  suponen  los  políticos,  los  sol- 
dados y  los  profesores  que  han  defi- 
nido su  política — que  es  la  nación 
más  grande  y  privilegiada  de  la 
Historia,  y  que  Dios  le  ha  confiado 
el  solemne  deber  de  dignificar  el 
mundo,  imponiéndole  por  la  fuerza 
de  las  armas  la  cultura  alemana  y 
el  benéfico  genio  alemán. 

»Oomo  un  incidente  desean  mer- 
cados para  sus  industrias  y  para 
su  sobrante  de  población.  Pero  sus 
profesores  y  sus  intelectuales  de 
todas  clases  son  probablemente 
sinceros  al  decir  que  lo  que  ellos 
desean  vindicar  en  primer  término, 
á  fuerza  de  cañonazos,  es  la  supre- 
macía intelectual  y  espiritual  de  su 
pueblo. 

»Esto  parece  exagerado  y  cari- 
caturesco á  los  que  no  somos  ale- 
manes,   y  hasta  lo   juzgaríamos  inverosímil   de   no 
haber  tantos  libros,  periódicos  y  discursos  que  afirman 
tal  doctrina,  como  resumen  de  las  ideas  dominantes 
de  la  casta  que  gobierna  el  imperio  germánico. 

»Las  clases  distinguidas  de  Alemania  no  sienten 
la  más  mínima  falsa  modestia  al  declararse  por  sí 
mismas  como  una  reunión  de  superhombres  destina- 
dos por  Dios  á  gobernar  el  mundo,  imponiéndose  por 
medio  de  la  fuerza.  Bernhardi  y  otros  autores  famo- 
sos en  Alemania  asi  lo  afirman.  Sus  deseos,  apoyados 
en  una  gran  potencia  militar,  constituyen  desde  hace 
años  una  intolerable  amenaza  para  todas  las  naciones 
(lue  no  gustan  de  rendir  vasallaje  político,  intelectual 
y  espiritual  á  Alemania. 

«Por  esto  cree  la  Gran  Bretaña  que,  al  mezclarse 
en  la  guerra  para  impedir  que  el  imperio  germánico 


LOS    VOLUNTARIOS    SUECOS 


(1)  Véase  el  relato  de  la  conferencia  del  Canciller  alemán  y  el  ciuba 
jador  inglés,  en  el  capítulo  sobre  el  rompimiento  do  relaciones  entre  Ale- 
mania é  Inglaterra. 


suprima  politicamente  la  existencia  de  Francia,  está 
luchando  por  la  libertad  del  resto  del  mundo. 

«Además,  si  Inglaterra  hubiese  permanecido  á  un 
lado,  dejando  que  el  imperio  alemán  devorase  en  dos 
bocados  á  Bélgica  y  Francia,  ¿duda  alguien  que  ella 
hubiese  recibido  el  tercer  mordisco?  Enriquecida  Ale- 
mania con  las  enormes  indemnizaciones  que  hubiese 
cobrado  después  de  su  victoria,  y  aumentada  su  for- 
tuna con  la  explotación  de  las  enormes  colonias  fran- 
cesas que  habrían  pasado  á  ser  suyas,  hubiese  dedi- 
cado seguramente  lo  mejor  de  su  inmenso  botín  á  la 
construcción  de  una  armada  que  despojase  á  Ingla- 
terra do  esa  libertad  de  los  mares  sobre  la  que  des- 
cansa toda  su  existencia. 

«Y  una  vez  conseguido  esto,  ^por  qué  razón  habría 
de  respetar  la  hegemonía  de  los 
Estados  Unidos  en  el  continente 
americano  y  en  el  Pacífico?  Guar- 
dar este  respeto  y  mantenerse  en 
paz,  equivaldría  á  una  triste  de- 
gradación de  su  ideal.  Treitschke, 
el  gran  profeta  de  la  supremacía 
alemana,  ha  dicho:  «Dios  hará  que 
la  guerra  se  repita  siempre,  como 
un  medicamento  purgante  para  la 
raza  humana.» 

«Cuando  Alemania  hubiese  do- 
mado y  vencido  á  toda  Europa,  se 
vería  obligada  á  buscar  antagonis- 
tas en  los  otros  continentes.  Sólo 
dudaría  para  decidir  si  el  puño 
cubierto  de  hierro  debía  caer  antes 
sobre  los  Estados  Unidos,  la  China 
ó  el  Japón. 

"Está  muy  lejos  de  toda  proba- 
liilidad  que  Alemania  pueda  impo- 
ner su  yugo  á  Francia  ó  á  Rusia. 
Pero  supongamos  que  así  fuese.  En 
tal  caso  Inglaterra  sería  la  victima 
inmediata;  y  desaparecida  Inglaterra,  les  tocaría  el 
turno  á  los  reinos  escandinavos.  Por  otra  parte,  el 
Océano  Atlántico  se  convertirla  en  una  expresión 
geográfica,  dejando  de  ser  una  realidad  política,  y  la 
única  esperanza  de  defensa  de  los  Estados  Unidos 
residiría  en  el  servicio  militar  obligatorio  para  todo 
el  mundo  y  en  el  mantenimiento  de  una  armada  gigan- 
tesca. 

»Yo  creo,  sin  embargo,  heréticamente,  que  el  pro- 
feta Treitschke  y  sus  apóstoles  Bernhardi  y  demás 
intelectuales  alemanes  no  han  penetrado  del  todo  en 
los  designios  de  Dios  y  que  es  posible  que  la  humani- 
dad esté  destinada  en  este  mundo  para  otra  cosa 
distinta  ([ue  matarse  en  cantidad  de  millones  y  millo- 
nes hasta  el  fin  de  los  tiempos,  sometiendo  á  feroces 
torturas  espeluznantes  niños  y  mujeres,  como  en  la 
invasión  de  Bélgica. 

«Creo  además  que  Inglaterra  se  opondrá  impía- 
mente, mientras  le  quede  un  hombre,  á  que  el  ideal 

31 


250 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


alemán  se  imponga  sobre  el  planeta.  Tal  vez  éste  que- 
de empapado  en  sangre,  pero  indudablemente  sentirá 

agradecimiento.» 

o 

Los  horrores  cometidos  por  los  alemanes  al  inva- 
dir á  Bélgica  provocaron  un  grito  de  indignación  en 
el  mundo  civilizado.  El  hecho  de  la  violación  de  su 
neutralidad  despertó  una  protesta  en  todos  los  paises 
libres. 

El  gobierno  alemán,  sin  otra  simpatía  en  Europa 
que  la  de  su  aliado  el  imperio  austríaco,  dedicó  toda 
su  propaganda  al  pueblo  de  los  Estados  Unidos,  para 
ganarse  su  adhesión.  Y  de  la  gran  república  de  la 
América  del  Norte,  de  sus  universidades,  de  sus  gran- 
des periódicos,  de  sus  estadistas  más  célebres,  vinie- 
ron á  ella  las  protestas  más  enérgicas.  El  expresidente 
Roosevelt,  el  millonario  filántropo  Carneghie  y  otros 
potentados  norte-americanos  (|ue  eran  amigos  particu- 
lares de  Guillermo  II  y  hasta  poco  antes  de  la  guerra 
figuraban  como  partidarios  de  Alemania,  manifesta- 
ron públicamente  su  protesta  contra  el  imperio  ger- 
mánico, denunciándolo  á  la  execración  universal  por 
sus  atentados  contra  la  libertad  de  los  pueblos  y  el 
derecho  de  gentes. 

A  pesar  de  que  Harden  niega  la  existencia  de  un 
tribunal  que  pueda  juzgar  á  Alemania,  el  emperador 
y  sus  ministros  se  mostraron  alarmados  por  estas 
manifestaciones  de  la  opinión,  haciendo  esfuerzos  por 
retener  con  sofísticos  argumentos  las  simpatías  que 
abandonaban  á  su  causa. 

El  gobierno  germánico  pretendió  explicar  los 
horrores  cometidos  por  sus  tropas  en  Bélgica,  dicien- 
do que  eran  una  consecuencia  del  furor  de  los  solda- 
dos al  verse  atacados  por  los  vecinos  de  los  pueblos. 

Estos  campesinos,  que  defendían  con  la  escopeta 
de  caza,  ó  simplemente  con  la  horquilla  ó  la  hoz,  la 
integridad  de  sus  domicilios  y  la  virtud  de  sus  muje- 
res, desafiando  con  tan  primitivos  medios  la  poderosa 
organización  alemana  y  su  artillería  enorme,  eran 
«bandidos»,  según  los  gobernantes  de  Berlín.  Con  arre- 
glo á  la  doctrina  alemana,  únicamente  tienen  derecho 
á  defender  su  país  los  militares  profesionales  que 
encuentran  en  ello  un  medio  de  vida  y  los  que  obliga- 
toriamente visten  un  uniforme.  Inútil  es  demostrar  lo 
absurdo  de  esta  teoría,  digna  de  un  cerebro  germáni- 
co. El  padre  que  mata  por  guardar  á  su  hija,  el  labrie- 
go que  defiende  su  casa,  todos  los  que  viven  tranqui- 
los, sin  provocar  á  nadie,  y  al  ver  sus  hogares  en 
peligro  no  se  entregan  como  bestias  de  matadero  é 
intentan  resistirse,  «son  bandidos».  En  cambio,  el  que 
invade  un  país  tranqnilo  que  se  creía  amparado  por 
una  neutraliddd  garantizada  por  la  firma  de  Prusía, 
el  que  incendia  pueblos,  fusila  mujeres,  niños  y  curas, 
y  roba  cuanto  encuentra,  es  un  héroe,  porque  viste 
uniforme  y  puede  permitirse  la  destrucción  de  todo 
un  pueblo  con  el  pretexto  más  ó  menos  justificado  de 
que  le  han  hecho  fuego  desde  una  ventana. 

Según  la  mentalidad  del  militarismo  alemán,  los 


guerrilleros  de  nuestra  lucha  por  la  independencia  en 
1808  fueron  «bandidos»,  así  como  los  guerrilleros  de 
todos  los  pueblos  (jue  han  tenido  que  pelear  por  la 
libertad.  Bandidos  también  los  defensores  de  Zaragoza 
y  de  Gerona  y  todos  los  hombres  de  la  tierra  que  sin 
ser  soldados  de  profesión  osaron  defender  su  ciudad 
natal,  sus  familias  y  sus  casas  ante  una  invasión  que 
no  habían  provocado.  Bandidos  los  campesinos  tirole- 
ses que  guerrearon  en  sus  montañas  con  las  tropas  de 
Napoleón  y  que  el  pueblo  alemán  venera  justamente 
como  héroes. 

Los  gobernantes  de  Berlín  y  sus  gaceteros  de 
cámara  pretendieron  convencer  al  mundo  de  que  los 
belgas  sufrían  un  castigo  merecido.  Para  vivir  en  paz 
no  tenían  más  que  tolerar,  como  el  pobre  Luxembur- 
go,  que  los  alemanes  ocupasen  su  país.  Así  hubiesen 
podido  éstos  sorprender  traidoraraente  á  los  vecinos, 
(juedándose  en  Bélgica  durante  todo  el  tiempo  de  la 
guerra,  guarneciendo  sus  fortalezas,  empleando  sus 
ferrocarriles  y  puertos,  consumiendo  los  recursos  del 
país,  trastornando  su  existencia. 

Como  era  de  esperar,  el  mundo  no  aceptó  estas 
explicaciones  extravagantes  de  la  neutralidad,  y  el 
gobierno  de  Berlín  apeló  entonces,  como  suprema 
justificación,  á  una  de  sus  falsificaciones. 

Bélgica  era  merecedora  de  lo  que  le  ocurría,  por- 
que ella  misma  había  roto  años  antes  su  neutralidad, 
ajustando  una  alianza  ofensiva  y  defensiva  con  Ingla- 
terra. 

AI  ocupar  los  alemanes  los  ministerios  de  Bruse- 
las, descubrieron  un  documento  importantísimo  según 
ellos:  el  texto  de  la  citada  alianza,  que  sus  principales 
gacetas  se  apresuraron  á  publicar,  pero  truncado, 
falsificado,  suprimiendo  sus  notas,  para  darle  mayor 
alcance. 

En  la  patria  de  Bismarck,  que  se  alabó  toda  su 
vida  de  haber  falsificado  en  1870  el  telegrama  de  Ems, 
para  decidir  á  su  rey  y  á  Prusía  entera  á  la  guerra 
contra  Francia,  estos  procedimientos...  patrióticos 
nada  tienen  de  extraordinarios.  Deutschland  uber  alies 
(Alemania  sobre  todos).  Y  ciertos  admiradores  de  la 
grandeza  germánica,  que  con  un  optimismo  á  toda 
prueba  hasta  creen  en  la  veracidad  de  la  agencia 
Wolff,  se  apresuraron  á  lanzar  la  noticia  de  tal  des- 
cubrimiento en  varios  paises,  denunciando  al  mundo 
la  maldad  británica,  que  desde  1906  se  había  enten- 
dido con  Bélgica. 

Fué  esto  una  nueva  muestra  del  modo  de  pensar 
de  los  alemanes  y  del  concepto  despreciable  que  tie- 
nen de  la  mentalidad  de  los  pueblos  que  no  son  ger- 
mánicos, creyéndolos  de  una  simplicidad  capaz  de 
admitir  los  mayores  absurdos,  siempre  que  procedan 
de  Berlín. 

Existía  un  acuerdo — no  una  alianza — ,  un  acuerdo 
puramente  defensivo  entre  Inglaterra  y  Bélgica,  y 
este  acuerdo  era  verbal  y  tácito,  pues  ni  siquiera  fué 
consignado  en  un  documento  oficial  y  solemne. 

Inglaterra  se  había  declarado  en  todas  ocasiones, 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


251 


franca  y  abiertamente,  la  primera  garantizadora  de 
la  independencia  de  Bélgica.  ¿Y  cómo  podía  ser  cierta 
y  eficaz  esta  garantía,  si  el  gobierno  inglés  no  se  cui- 
daba de  conocer  los  medios  de  defensa  de  Bélgica,  po- 
niéndolos en  relación  con  sus  propios  medios  para  in- 
tervenir en  caso  de  peligro? 

Las  relaciones  entre  Inglaterra  y  Bélgica,  pura- 
mente defensivas,  no  eran  un  secreto  para  nadie.  Da- 
taban de  la  fundación  del  reino  belga,  en  1830.  Bis- 
marck  conocía  perfectamente  dichos  acuerdos,  y  por 
esto  en  la  guerra  de  1870  se  guardó  muy  bien  de  vio- 
lar el  territorio  belga,  sabiendo  que  esto  le  acarrearía 
un  choque  con  la  Gran  Bre- 
taña. Los  soldados  de  Jloltke 
pasaron  muchas  veces  en  sus 
evoluciones  junto  á  la  fron- 
tera de  Bélgica.  Les  hubiese 
convenido  franquearla,  por 
facilitar  esto  su  acción  con- 
siderablemente, pero  cuida- 
ron de  no  cometer  tal  aten- 
tado, para  mantener  asi  la 
neutralidad  de  Inglaterra. 

El  nieto  de  Guillermo  I  y 
los  diplomáticos  que  se  creen 
herederos  del  genio  de  Bis- 
marck  han  sido  menos  hiíbí- 
les  y  prudentes.  El  kaiser 
actual  no  recuerda  para 
nada  la  divisa  de  su  abuelo: 
Erst  wagen,  dann  icagen. 
I  Primero  sospesar  y  luego 
atreverse.!  8u  habilidad  ha 
consistido  en  atreverse  á 
todo,  sin  prever  las  conse- 
cuencias, atrayéndose  la  an- 
tipatía de  casi  todos  los 
pueblos. 

El  documento  famoso,  del 
que  han  querido  hacer  los 
alemanes   una    justificación 

de  su  conducta  en  Bélgica,  es  simplemente  un  relato 
de  las  entrevistas,  en  1906,  del  coronel  Barhardiston, 
agregado  militar  de  Inglaterra  en  la  legación  de  Bru- 
selas, y  el  general  Ducarne,  jefe  de  Estado  Mayor  del 
ejército  belga. 

El  coronel  inglés  quiso  saber  si  Bélgica  estaba  en 
disposición  para  defenderse  en  el  caso  de  que  un  ene- 
migo intentara  violar  su  neutralidad.  (Como  se  ve,  ya 
temían  entonces  los  ingleses  la  agresión  de  Alemania,  i 
El  general  contestó  que  su  país  podía  movilizar  en 
aquel  momento  180.000  hombres  en  cuatro  días. 

Después  de  haber  recibido  estas  indicaciones,  el 
coronel  declaró  (|ue  en  el  caso  de  que  Alemania  violase 
la  neutralidad  de  Bélgica,  el  ejército  ingh's  desembar- 
carla lOO.OOO  hombres  en  su  territorio  para  sostener  la 
independencia.  Luego  insistió  para  saber  si  estaban 
los  belgas  prontos  á  rechazar  una  invasión  alemana. 


y  el  general  contestó  que  Bélgica  estaba  dispuesta  á 
repeler  un  ataque  á  su  neutralidad,  viniese  de  donde 
viniese:  en  Lieja  contra  Alemania,  en  Namur  contra 
Francia  y  en  Amberes  contra  Inglaterra. 

El  general  Ducarne  dirigió  luego  un  informe  al 
ministerio  de  la  Guerra  acerca  de  sus  conferencias 
con  el  coronel  inglés,  y  en  este  documento,  que  han 
querido  explotar  los  alemanes,  insiste  por  dos  veces 
en  el  hecho  de  que  todo  lo  hablado  es  sobre  la  base 
de  que  «el  envío  de  un  auxilio  inglés  sólo  debe  efec- 
tuarse cuando  el  territorio  belga  se  vea  en  peligro 
de  ser  violado».  En  el  documento  hay  una  nota  mar- 
ginal del  ministro  belga  pre- 
cisando igualmente  que  «la 
entrada  de  los  ingleses  en 
Bélgica  sólo  se  efectuará 
después  de  una  violación  de 
la  neutralidad  belga  por  los 
alemanes».  Pero  las  gacetas 
germánicas,  al  publicar  este 
informe  como  un  descubri- 
miento luminoso,  tuvieron 
buen  cuidado  de  falsificar  su 
sentido,  borrando  las  aclara- 
ciones del  ministro. 

Los  periódicos  servidores 
de  la  Cancillería  alemana 
añadieron  que  Inglaterra  es- 
taba dispuesta  antes  de  la 
guerra  á  desembarcar  sus 
tropas  en  Bélgica,  aunque 
ésta  no  solicitase  su  auxilio. 
Para  esto  se  fundaron  en  otro 
documento,  relatando  una 
segunda  entrevista  en  1912 
entre  el  nuevo  agregado  in- 
glés, coronel  Bridges,  y  el 
jefe  del  Estado  Mayor  belga, 
general  .lungbluth.  Estos  re- 
anudaron la  conversación 
mantenida  seis  años  antes 
por  sus  predecesores,  lo  que  demuestra  que  entre  In- 
glaterra y  Bélgica  no  existía  una  convención  formal  y 
escrita,  como  tampoco  la  hubo  después.  Todo  se  limitó 
á  unas  entrevistas  de  militares,  en  las  que  hablaban 
éstos  para  cambiar  opiniones,  pero  sin  que  sus  pala- 
bras obligasen  á  sus  gobiernos. 

El  coronel  Bridges,  por  exceso  de  celo,  dijo  que, 
segvín  su  opinión,  Bélgica  no  poseía  bastantes  medios 
para  defender  su  neutralidad,  y  que  en  caso  de  peli- 
gro el  gobierno  británico  tendría  que  desembarcar 
tropas,  aunque  los  belgas  no  solicitasen  su  apoyo. 
Á  esto  contestó  el  general  .Tungbluth  con  energía: 
— Vosotros  sólo  podréis  desembarcar  en  Bélgica  con 
nuestro  consentimiento. 

No  hubo  más.  Pero  los  alemanes  han  dado  á  las 
palabras  de  un  simple  coronel,  agregado  diplomático, 
la  importancia  de  una  declaración  ministerial,  afir- 


BL    HONOR    O    LA    VIDA 
(Caricatura  del  cülelirc  artista  holaniU'S  Luis  Kaeuiackors) 


252 


VICENTE  BLASCO  IBAÑE2 


mando  que  Inglaterra  estaba  dispuesta  á  desembarcar 
tropas  en  Bélgica,  atropellando  su  neutralidad,  aun- 
que los  belgas  no  lo  hubiesen  solicitado. 

Pero  así  como  publicaron  los  documentos  encon- 
trados en  Bruselas— falsificándolos — para  hacer  creer 
que  Inglaterra  estaba  dispuesta  de  todos  modos  á  vio- 
lar la  neutralidad  de  Bélgica,  debieron  publicar  igual- 
mente la  carta  de  Sir  Edward  Grey,  que  representa 
algo  más  que  las  palabras  sin  consecuencia  de  un 
agregado  militar  en  una  conversación  privada;  carta 
escrita  en  1012,  que  compromete  solemnemente  al  go- 
bierno británico  al  respeto  de  la  neutralidad  belga. 

He  aquí  la  carta  de  Sir  Edward 
Grey,  dirigida  al  ministro  inglés 
en  Bélgica: 

Foreing  Office,  Abril  1912. 

Hablando  hoy  con  el  ministro  belga 
le  he  dicho  oficiosameote  que  había  lle- 
gado á  mi  conocimiento  cierta  alarma 
causada  en  Bélgica  á  propósito  de  la 
posibilidad  de  una  violación  de  la  neu- 
tralidad belga  por  Inglaterra.  Aüadí 
que  no  creía  que  esta  alarma  fuese  de 
procedencia  inglesa. 

El  ministro  belga  me  informó  de  que 
ciertos  rumores  de  procedencia  ingle- 
sa, pero  que  él  no  podia  precisar,  ha- 
bían circulado  respecto  &  un  desembar- 
co de  tropas  nuestras  en  Bélgica  á  fiu 
de  adelantarse  al  paso  posible  de  tropas 
alemanas,  á  través  de  este  pais,  con 
dirección  k  Francia. 

Yo  le  he  dicho  que  podía  tener  la  cer- 
teza, y  podía  afirmarlo  eu  todas  par- 
tes, que  el  Gobierno  actual  no  violaría 
jamás  el  primero  la  neutralidad  belga, 
y  que  no  creo  que  ningún  Grobierno 
que  pueda  sucedemos  se  atreva  á  tomar 
esta  iniciativa,  que  la  opinión  pública 
de  Inglaterra  no  aprobaría  jamás.  Lo 
único  que  habíamos  considerado — y  la 
cuestión  resultaba  muy  embarazosa — 
era  lo  que  seria  deseable  y  necesario 
que  hiciésemos  nosotros,  por  ser  uno 

de  los  garantizadores  de  la  neutralidad  belga,  siesta  neutralidad 
era  violada  por  una  potencia  cualquiera. 

Si  nosotros,  por  ejemplo,  fuésemos  los  primeros  en  violar  la 
neutralidad  y  desembarcar  tropas  en  Bélgica,  esto  equivaldría  á 
dar  derecho  á  Alemania  para  que  hiciese  lo  mismo.  Lo  que  nos- 
otros deseamos  en  el  presente  caso  para  Bélgica,  asi  como  para 
cualquier  otro  pais  neutral,  es  que  su  neutralidad  sea  respetada, 
y  por  esto  mientras  dicha  neutralidad  no  la  viole  ninguna  otra 
potencia  nos  abstendremos  formalmente  de  enviar  tropa  alguna  á 
su  territorio. 

Firmado,  Grey. 


En  resumen:  los  documentos  encontrados  por  los 
alemanes  en  Bruselas,  y  cuyo  sentido  ha  desnaturali- 
zado la  prensa  germánica,  truncándolos  y  omitiendo 
lo  que  no  convenía  á  sus  fines,  sólo  sirven  para  probar 
una  cosa:  que  Inglaterra  tenía  razón  para  alarmarse 
seriamente  ante  la  sospecha  de  que  Alemania  podía 
violar  la  neutralidad  belga,  como  así  lo  hizo  después, 


POSTAL    POPULAR    ITALIANA    RBPRBSBNTANDO 
LA    AMBICIÓN    IMPERIAL 


y  que  por  respeto  á  la  solemnidad  de  sus  compromi- 
sos y  á  la  libertad  de  Bélgica  no  se  atrevió  á  interve- 
nir antes  de  que  se  realizase  el  atentado. 


Con  la  incoherencia  del  que  no  afirma  su  conducta 
en  las  sólidas  bases  de  la  verdad  inconmovible,  los 
directores  del  pueblo  germánico  cambiaron  cada  se- 
mana el  sentido  de  sus  afirmaciones. 

Mientras  el  gobierno  hablaba  al  mundo  de  una 
Alemania  obligada  á  defenderse  contra  su  volun- 
tad, los  periodistas  y  los  ge- 
nerales ensalzaban  la  guerra 
como  institución  divina  y  única 
salud  de  los  pueblos  germá- 
nicos. 

Por  entre  medio  de  estas  in- 
coherencias respiraba  y  salía  á 
luz  la  verdad,  la  única  verdad 
alemana,  el  pensamiento  incul- 
cado en  todos  los  cerebros  ger- 
mánicos desde  hace  cincuenta 
años;  pensamiento  que  cultiva 
el  maestro  en  la  escuela  prima- 
ria y  luego  desarrollan  y  afirman 
periódicos,  universidades  y  cuar- 
teles. 

La  guerra  era  precisa  para 
que  las  aspiraciones  alemanas 
se  cumpliesen. 

«Seremos  vencedores — dijo 
Guillermo  II  á  sus  tropas — .  Es 
preciso  que  lo  seamos.  Un  nuevo 
imperio,  más  magnifico  que  to- 
dos los  que  la  tierra  ha  conoci- 
do, va  á  elevarse:  el  imperio 
romano-alemán,  que  gobernará 
al  mundo  entero.  Y  el  mundo 
será  feliz. » 


XVII 
Los  apologistas  de  la  fuerza 

Al  iniciarse  la  presente  guerra,  el  profesorado  de 
la  célebre  Universidad  de  Oxford  dijo  eu  un  mani- 
fiesto: 

«La  guerra  con  Alemania  que  actualmente  sostie- 
ne la  Gran  Bretaña,  es  en  el  fondo  una  guerra  entre 
dos  principios:  el  de  la  razón  de  Estado  y  el  del  dere- 
cho. De  estas  dos  naciones,  una  (Alemania)  pretende 
obrar  aparte  y  por  encima  del  derecho  público  de 
Europa,  para  conseguir  la  salud  de  su  propio  Estado; 
la  otra  (Inglaterra)  se  ha  puesto  de  pie  para  defender 
el  derecho  público  europeo.  La  una  considera  las  con- 


HISTORIA  DE  LA  ÜUEIÍRA  EUROPEA  DE  1914 


255 


venciones  internacionales  á  cuyo  pie  lia  puesto  su 
fírnaa,  como  simples  pedazos  de  papel  cuando  oponen 
un  obstáculo  al  salus  populi;  la  otra  considera  que  el 
mantenimiento  de  los  compromisos  es  un  deber  grave 
é  ineludible.» 

La  nueva  doctrina  alemana  fué  enseñada  por  el 
profesor  Treitschke,  energúmeno  patriótico  al  que 
consideran  los  germanos  como  el  gran  historiador  na- 
cional. 

Sus  conferencias  dadas  en  Berlin  sobre  «La  política 

alemana  de  1875  á  1895», 

fueron  como  el  evangelio 
de  la  actual  generación 
germánica.  En  ellas  apren 
dieron  los  alemanes  la  con- 
cepción del  Estado  que 
ahora  sostienen. 

«El  Estado— dijoTreitsch- 
ke  — es  el  punto  más  emi- 
nente á  que  puede  llegar  la 
sociedad  humana.  Más 
arriba  del  Estado  no  existe 
nada  en  la  historia  del 
mundo.» 

Para  este  profesor  es  in- 
útil hablar  de  «la  sociedad 
del  género  humano»  y  del 
«derecho  internacional», 
que  están  por  encima  de  las 
conveniencias  del  Estado. 
Él  desconoce  estas  entida- 
des; no  admite  siquiera  ha- 
blar de  ellas;  no  existen. 
Para  él  no  hay  más  que  una 
realidad  verdadera  é  indis- 
cutible: el  Estado:  y  este  Es- 
tado ha  de  ser  rigurosamen- 
te nacional,  y  todo  ntt  poder 
debe  hasame  en  ¡a  Fuerza. 

La  fuerza  del  Estado  es, 
según  Treitschke,  el  «vehí- 
culo de  la  civilización  >.  Y 
por  consecuencia,  la  espa- 
da del  Estado  alemán  es  preciosa  y  digna  de  \enera- 
ción,  porque  el  Estado,  gracias  á  esta  espada,  puede 
extender  por  el  mundo  entero  la  civilización  germá- 
nica. Del  mérito  de  esta  civilización  no  hay  que  ha- 
blar. Para  Treitschke  y  todos  los  nacionalistas  ale- 
manes, es  indiscutible  que  la  civilización  alemana 
representa  el  más  alto  grado  á  que  pueden  llegar  los 
individuos  y  las  naciones. 

üos  consecuencias  se  desprenden  de  esta  filosofía 
de  la  fuerza:  la  una  negativa  y  la  otra  positiva. 

La  consecuencia  negativa  tiende  á  repudiar  todo 
carácter  de  finalidad  inconmovible  en  las  obligacio- 
nes internacionales.  Los  compromisos  entre  pueblos 
no  son  sagrados  ni  se  deben  respetar  cuando  este  res- 
peto representa  un  obstáculo. 


La  consecuencia  positiva  es  la  gloriñcación  de  la 
guerra. 

Con  arreglo  á  la  primera,  el  lema  de  toda  nación 
ha  de  ser:  Salus  populi  suprema  lex.  La  salud  del  Es- 
tado debe  arrollar  y  desconocer  todo  derecho  interna- 
cional que  no  sea  conveniente.  Debe  faltarse  á  los 
compromisos  de  ayer  si  es  que  estorban  al  día  siguien- 
te. La  soberanía  absoluta  del  Estado  resulta  necesaria 
para  que  el  poder  de  éste  sea  absoluto,  y  dicha  sobe- 
ranía absoluta  no  puede  aceptar  el  yugo  de  ninguna 

obligación.  I^os  tratados  in- 
ternacionales no  deben  li- 
mitar el  poder  del  Estado 
de  una  manera  absoluta. 
Esta  limitación  se  la  impo- 
ne el  Estado  á  si  mismo,  y 
por  lo  tanto  puede  interpre 
tarla  como  mejor  le  parez- 
ca y  durante  el  tiempo  que 
quiera.  «Es  ridiculo — dice 
Treistchke — querer  que  un 
Estado  entre  en  competen- 
cia con  otros  Estados  para 
seguir  el  mismo  camino  con 
un  catecismo  en  la  mano.» 
Estas  ideas  del  profesor, 
que  iban  formando  una  filo- 
sofía de  la  fuerza,  se  aco- 
plaban al  sentimiento  do- 
minante en  las  altas  clases 
de  Alemania.  Representa- 
ban algo  asi  como  una  más- 
cara científica,  confeccio- 
nada oportunamente  para 
cubrir  los  sentimientos  de 
ambición  y  de  orgullo  del 
pueblo  germánico.  Un  pú- 
blico numeroso  y  escogido 
de  oficiales,  funcionarios  y 
periodistas,  siguió  las  con- 
ferencias de  Treitschke  du- 
rante años.  Luego  un  dis- 
cípulo, el  general  \'on  Ber- 
nhardi,  amplificó  y  popularizó  esta  filosofía  en  su  fa- 
moso libro  publicado  en  1911:  Alemania  y  la  próxima 
guerra. 

Para  el  general  Bernhardi  no  existe  derecho  inter- 
nacional: «Cada  nación — dice — desarrolla  su  concep- 
ción particular  de  este  derecho.  Nadie  puedo  decir  que 
una  nación  posee  mejor  derecho  que  otra.  Ninguna 
nación  que  se  respete  querrá  sacrificar  la  concepción 
especial  de  su  derecho  á  ninguna  regla  internacional. 
Si  se  prestase  á  este  sacrificio  renunciaría  á  sus  idea- 
les más  elevados.» 

Treitschke  había  dicho  que  los  compromisos  que 
acepta  un  Estado  sólo  debe  respetarlos  mientras  du- 
ren las  mismas  condiciones  en  las  cuales  se  hizo  la 
aceptación.  Y  como  las  condiciones  de  los  pueblos 


EL    KAISER   TOCANDO   SU  INSTRUMENTO  FAVORITO 

(Piinrfi.  do  Lomires) 


254 


VICENTE  BLASCO  IBAÑE2 


cambian  con  tanta  rapidez  como  las  de  los  individuos, 
de  aquí  que  estos  compromisos  pueden  desconocerse 
en  un  plazo  de  pocos  años  ó  tal  vez  de  meses. 

Bernhardi  sostiene  igual  teoría  en  su  libro,  y  la 
aplica  á  Bélgica  en  1912,  como  si  conociese  por 
adelantado  lo  que  iba  á  ocurrir  dos  años  después 
y  quisiera  preparar  el  camino,  demostrando  que 
Prusia  podía  atropellar  á  los  belgas  sin  menoscabo 
para  su  honor  por  la  firma  que  había  puesto  al  pie  del 
tratado  de  neutralidad. 

«Cuando  se  proclamó  la  neutralidad  de  Bélgica 
— dice  Bernhardi— nadie  podía  prever  que  algún  día 
iba  á  hacerse  dueña  en  África  de  la  rica  y  vasta  re- 
gión del  Congo.  Hoy  cabe  preguntarse  si  la  adquisi- 
ción de  este  territorio  no  es  ipso  fado  una  ruptura  de 
su  neutralidad,  realizada  por  ella  misma.» 

Razonando  de  este  modo,  un  hombre  puede  faltar 
en  la  vida  á  todos  sus  compromisos,  por  sagrados  y 
firmes  que  sean. 

D 

Esta  filosofía  de  Treitschke  y  Bernhardi  glorifica 
la  guerra  como  algo  santo;  lo  mismo  la  ofensiva  que 
la  defensiva. 

La  divinización  de  la  guerra  es  la  consecuencia 
inmediata  de  una  doctrina  en  la  que  el  Estado  basta 
para  todo  y  lo  abarca  todo. 

El  profesor  Treitschke  tomaba  en  sus  conferencias 
y  en  sus  libros  una  exaltación  de  poeta  al  nombrar 
«la  (luerra»,  rodeando  esta  palabra  de  los  más  entu- 
siastas elogios.  Nunca  la  menciona  sin  llamarla  santa 
ó  divina  «Es  la  fuerza  más  poderosa  que  forma  las 
naciones»,  dice  unas  veces.  «Es  la  política  por  exce- 
lencia», afirma  en  otros  pasajes.  Y  prorrumpe  en  him- 
nos á  «su  santidad»,  á  «su  institución  divina». 

«Dos  funciones  principales — dice  este  profesor — 
incumben  al  Estado:  hacer  justicia  y  hacer  la  guerra. 
Pero  de  estas  dos  funciones,  la  de  la  guerra  es  la  fun- 
ción política  por  excelencia  y  mucho  más  noble  y  ele- 
vada que  la  de  administrar  justicia.» 

«La  guerra — afirma  en  otro  pasaje — es  la  única 
medicina  para  una  nación  enferma.  Cuando  vivimos 
sumidos  en  el  individualismo  egoísta  de  la  paz,  viene 
la  guerra  para  hacernos  sentir  que  somos  solidarios 
unos  de  otros.  La  majestad  de  la  guerra  consiste  prin- 
cipalmente en  disolver  el  individualismo  mezquino 
ante  el  gran  pensamiento  del  Estado.» 

«Sólo  la  guerra  nos  muestra  con  toda  su  realidad 
el  organismo  social  á  que  pertenecemos...  Es  el  idea- 
lismo político  el  que  exige  la  guerra. » 

Este  profeta  de  la  fuerza  exclama: 

«¡Qué  perversión  de  la  moralidad  representaria 
el  que  se  suprimiese  en  el  mundo  el  heroísmo  guerre- 
ro!... Pero  Dios  proveerá  para  que  la  guerra  vuelva  á 
renacer  siempre,  como  una  medicina  terrible  de  los 
humanos.» 

De  este  modo,  la  idealización  del  Estado  y  de  su 
poder  absoluto  conduce  en  la  doctrina  de  Treitschke 
á  la  idealización  de  la  guerra.  Puesto  que  el  Estado 


debe  ser  una  fuerza  para  defenderse,  debe  ser  igual- 
mente un  Estado  guerrero  que  sepa  preservarse  de 
«la  terrible  enfermedad  de  la  paz».  Si  el  Estado  no 
combate — y  el  Estado  modelo  es  el  alemán — ,  el  indivi- 
dualismo con  sus  mezquindades  triunfará  sobre  el  or- 
ganismo social,  y  el  heroísmo  desaparecerá  del  mun- 
do. De  aquí  que  Alemania  no  debe  dejar  que  transcu- 
rran varios  años  sin  hacer  la  guerra. 

Sosteniendo  la  doctrina  del  maestro,  dice  Bernhar- 
di: «El  mantenimiento  de  la  paz  no  puede,  no  debe  ser 
nunca  el  fin  de  la  política.»  La  guerra,  esa  «medicina 
fuerte»,  esa  «escuela  del  heroísmo»,  esa  «fatal  ley 
biológica»,  la  guerra,  que  «propaga  la  más  hermosa 
civilización,  debe  ser  la  ley  de  la  humanidad». 

He  aquí  la  iiltima  filosofía  alemana,  la  postrera 
creación  de  un  país  que  fué  patria  del  tranquilo  Kant 
y  ahora  ha  producido  á  Treitschke  y  Bernhardi,  filó- 
sofos de  Estado  Mayor. 

«Toda  esta  filosofía — como  dice  la  Universidad  de 
Oxford — no  es  más  que  barbarie  con  un  barniz  moral. 
Barbarie  porque  quiere  hacernos  retroceder  á  los  vie- 
jos tiempos  en  que  la  fuerza  era  el  único  derecho.» 

Un  pueblo  que  se  agranda  tiene  derecho  á  procu- 
rarse nuevos  territorios,  «y  en  ese  caso — dice  Ber- 
nhardi— la  fuerza  resulta  el  derecho  supremo,  y  para 
saber  lo  que  es  justo  y  lo  que  no  lo  es  hay  que  apelar 
al  recurso  de  la  guerra,  que  da  siempre  una  solución 
biológicamente  justa». 

Bernhardi  se  escandaliza  de  que  haya  quien  sos- 
tenga «que  una  nación  débil  y  pequeña  tiene  el  mismo 
derecho  á  vivir  que  una  nación  grande  y  vigorosa  >, 
asi  como  en  la  vida  humana  existen  de  igual  modo  los 
débiles  y  los  fuertes,  los  contrahechos  y  los  hermosos, 
los  simples  y  los  inteligentes.  Su  doctrina  de  ruda 
barbarie  se  indigna  ante  este  igualitarismo.  Para  él 
la  libertad,  el  derecho,  la  solidaridad  humana,  no 
existen.  Sólo  venera  «el  idealismo  político»  y  «el  des- 
envolvimiento histórico»,  que  conduce  al  menospre- 
cio de  «la  paz  degradante»,  á  la  glorificación  santa  de 
la  guerra,  «vehículo  de  la  más  alta  civilización». 

El  historiador  Mommsen,  que  como  buen  germano 
habló  de  propagar  la  civilización  «á  puñetazos»,  vio, 
sin  embargo,  un  peligro  para  su  país  en  la  extremada 
divinización  de  la  fuerza. 

«Tened  cuidado — dijo — de  que  en  este  Estado,  que 
ha  sido  á  la  vez  una  potencia  en  armas  y  una  poten- 
cia en  inteligencia,  no  se  desvanezca  la  inteligencia, 
quedando  nada  más  que  un  Estado  puramente  mi- 
litar.» 

La  Alemania  temida  por  Mommsen  hace  años  que 
existe.  Es  la  de  la  filosofía  de  la  fuerza. 


¡La  fuerza!...  ;.Qué  es  la  fuerza?  ¿Existe  por  sí 
misma,  como  algo  superior,  ó  es,  por  el  contrario,  un 
simple  derivado  del  derecho? 

El  ilustre  doctor  Grasset,  en  un  estudio  sobre  «La 
ciencia,  el  derecho  y  la  fuerza»,  demuestra  con  clari- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


S55 


dad  que  el  principio  bismarckiano  'La  fuerza  es  ante- 
rior al  derecho»  resulta  completamente  falso,  y  que 
es  el  derecho  el  que  crea  la  fuerza. 

«Si  se  da — dice  el  citado  profesor — á  la  palabra 
fuerza  en  biología  humana,  el  mismo  sentido  que  se 
le  da  para  los  otros  seres  vivientes  y  para  el  universo 
entero,  resulta  que  el  hombre  es  el  más  débil  de  todos 
los  animales,  pues  tiene  menos  medios  de  defensa  bru- 
tal que  todos  ellos.  Y  como,  sin  embargo,  en  el  uni- 
verso, tomado  en  conjunto,  es  el  hombre  el  más  fuerte 
que  reina  y  domina,  de  ahí  que  no  se  comprende  úni- 
camente por  el  hecho  de  la  fuerza  brutal  esta  sobera- 
nía sobre  el  mundo  entero  establecida  científicamente 
y  que  nadie  puede  negar. 
«Esta  superioridad  indis- 
cutible del  hombre  sobre  la 
Naturaleza  prueba  que  el 
hombre  posee  una  fuerza  dis- 
tinta á  la  de  la  Naturaleza, 
y  que  esta  fuerza  está  com- 
puesta de  otros  elementos 
que  la  potencia  brutal  é  inin- 
teligente del  ciclón  ó  el  tem- 
blor de  tierra.  El  toro,  el 
elefante  ó  el  león,  lo  mismo 
que  el  microbio,  pueden  ha- 
cer sufrir  al  hombre  derro- 
tas pasajeras  é  individuales; 
pero  el  hombre  posee  contra 
ellos  la  fuerza  que  los  sujeta 
y  los  dirige,  las  más  de  las 
veces  para  el  mayor  bien 
del  progreso  indefinido  de  la 
humanidad. 

»La   fuerza   del    hombre 
reside  por  entero  en  su  in- 
teligencia, en  su  superiori- 
dad psíquica.  Y  esta  supe- 
rioridad psíquica  está  formada  por  todo  lo  que  consti- 
tuye la  nobleza  del  ser  humano,  su  superioridad  triun- 
fante; principalmente  por  la  facultad  del  progreso  in- 
definido y  la  idea-ley  de  la  moralidad  y  el  derecho.» 

La  conclusión  de  Grasset  es  lógica.  Si  en  biología 
general,  ó  sea  entre  los  animales  inferiores  al  hom- 
bre, la  fuerza  crea  el  derecho,  en  biología  humana,  ó 
sea  en  la  vida  de  los  hombres,  es,  por  el  contrario,  el 
derecho  el  que  crea  la  fuerza. 

«Es  esta  la  fuerza  verdadera  del  hombre — conti- 
núa el  profesor  francés — ,  la  que,  inspirada  por  el  de- 
recho, puede  servirse  de  la  ciencia  para  difundir  las 
grandes  ideas  de  civilización  y  de  progreso,  que  deben 
acabar  por  vencer  siempre. 

»Sin  salir  de  la  biología  humana,  que  es  una  cien- 
cia positiva  y  experimental,  puede  afirmarse  que  en 
la  historia  del  hombre  el  éxito  final  y  definitivo  será, 
á  través  de  fluctuaciones  é  incidentes,  para  el  que 
posea  la  verdadera  fuerza,  ó  sea  la  fuerza  moral,  la 
que  pone  la  ciencia  al  servicio  del  derecho.» 


Alemania  representa  la  brutal  divinización  de  la 
fuerza  y  el  menosprecio  del  derecho. 

Por  esto  la  lucha  contra  ella  la  titulan  «guerra 
santa»  muchos  escritores. 

El  célebre  novelista  inglés  H.  G.  Wells,  en  el  que 
se  unen  con  amalgama  feliz  la  imaginación  del  artis- 
ta y  los  vastos  conocimientos  del  hombre  de  ciencia, 
explica  del  siguiente  modo  el  carácter  y  la  finalidad 
de  la  presente  guerra: 

«La  causa  de  una  guerra  y  su  finalidad  no  son  ne- 
cesariamente una  misma  cosa.  La  causa  de  la  guerra 
presente  fué  la  invasión  del  Luxemburgo  y  de  Bélgi- 
ca. Nosotros  declaramos  la  guerra  porque  estábamos 

obligados  á  hacerla  por  un 
tratado,  ya  que  habíamos 
contraído  el  compromiso  de 
proteger  la  integridad  de 
liélgica,  desde  que  existe 
como  reino.  Si  los  alemanes 
no  hubiesen  violado  la  ga- 
rantía que  tenían  acordada, 
lo  mismo  (|ue  nosotros,  á  la 
neutralidad  de  los  pequeños 
Estados,  seguramente  que 


UN  PROFESOR  EN  LA  CERVECERÍA 

Bélgica  me  parece  una  monstruosidad  política  y  su  nacionalidad 
tiene  cierta  apariencia  cómica 

(Del  Tt^legraaf,  de  Amsterdáu) 


hoy  no  estariamosen  guerra. 
Las  fortificaciones  que  Fran- 
cia tiene  en  su  frontera  de 
Alsacia  hubiesen  bastado 
para  resistir  á  todo  ataque, 
sin  necesidad  de  nuestra 
ayuda.  Nosotros  no  tenía- 
mos por  este  lado  ni  obliga- 
ción ni  interés.  Nosotros  sólo 
nos  habíamos  obligado  con 
Francia  á  protegerla  por  el 
lado  del  mar,  y  los  alemanes 
se  habían  comprometido  á 
no  atacarla  por  esta  parte. 
Es  nuestro  tratado  belga  y  el  ultraje  inferido  al  pe- 
queño Luxemburgo  los  que  nos  han  precipitado  en  este 
conflicto.  Ninguna  potencia  hubiese  en  adelante  res- 
petado nuestra  bandera  ni  aceptado  nuestra  palabra, 
si  nosotros  no  hubiésemos  combatido. 

«Tal  fué  la  causa  inmediata  de  la  guerra.  Tenía- 
mos que  combatir,  porque  nuestro  honor  y  nuestra  pa- 
labra nos  obligaban. 

«Vamos  ahora  á  la  segunda  parte,  ó  sea  á  la  fina- 
lidad de  esta  guerra.  Nosotros  no  podemos  limitarnos 
á  hacer  repasar  la  frontera  belga  á  los  alemanes  y 
amonestarles  para  que  no  vuelvan  á  empezar.  Esta- 
mos en  guerra  abierta  con  ese  colosal  Imperio  milita- 
rista, después  de  haber  buscado  con  todas  nuestras 
fuerzas  el  vivir  en  paz  desde  que  se  levantó  sobre  las 
z'uinas  del  imperialismo  francés  en  1871.  Esta  guerra 
es  una  lucha  á  muerte.  No  nos  queda  otra  solución  que 
destruir  ó  ser  destruidos.  Nosotros  no  hemos  buscado 
la  guerra.  Nosotros  hemos  hecho  todo  lo  posible  por 
evitarla.  Pero  ya  que  nos  hemos  visto  obligados  á  em- 


256 


VICENTE  BLANCO  IBANEZ 


prenderla,  tenemos  el  imperativo  deber  de  no  aceptar 
ninguna  solución  que  no  sea  definitiva.  Esta  guerra 
hace  sentir  su  influencia  en  cada  ciudadano  y  cada 
hogar  de  los  países  comprometidos  en  la  lucha.  No  es 
una  guerra  de  soldados,  es  una  guerra  de  pueblos.  Es 
una  guerra  cuyos  resultados  han  de  ser  tan  decisivos, 
que  todo  ciudadano  de  las  naciones  en  lucha  debe  estar 
enterado  de  lo  que  ha  ocurrido.  Ningún  arreglo  diplo- 
mático debe  concluirse  que  permita  al  imperialismo 
alemán  ocultar  su  derrota  á  sus  pueblos  y  empezar  de 
nuevo  los  preparativos  belicosos.  Debemos  seguir  la 
lucha  hasta  (]ue  nosotros  no  podíimos  más,  ó  la  nación 
alemana  entera  sepa  que  ha  sido  derrotada  y  (juede 
convencida  de  que  no  debe  re- 
petir la  guerra. 

«Combatimos  contra  Alema- 
nia, pero  combatimos  sin  odio 
contra  el  pueblo  alemán.  No 
queremos  atentar  contra  su  li- 
bertad y  su  unidad,  pero  nece- 
sitamos destruir  su  mal  sistema 
de  gobierno  y  la  corrupción, 
así  mental  como  material,  que 
ha  invadido  la  imaginación  ale- 
mana, apoderándose  de  la  vida 
de  su  pueblo.  Queremos  romper 
el  imperialismo  prusiano  tan 
completamente  como  Alemania 
rompió  en  1871  el  imperialis- 
mo podrido  de  Napoleón  III. 
Tenemos  que  aprender  en  las 
faltas  cometidas  por  esta  vic- 
toria, para  evitar  un  triunfo 
vengativo. 

»El  imperiaJismo  prusiano 
es  desde  hace   cuarenta   años  el  bnsukño 

una  peste   insufrible  para   el 
mundo. 

«Después  de  la  derrota  de  Francia  en  1871,  esta 
peste  ha  ido  en  aumento,  extendiendo  su  sombra  sobre 
Europa.  Alemania  ha  predicado  ante  el  universo  in- 
quieto una  propaganda  de  fuerza  brutal  y  de  mate- 
rialismo político.  Ella  se  jacta  de  que  «la  sangre  y 
el  hierro»  son  los  cimientos  de  su  unidad.  Sus  liom- 
bres  de  Estado,  sus  profesores,  peiiueños,  mez(]uinos  y 
agresivos,  tjue  han  conducido  á  su  país  á  la  lucha 
actual,  han  propagado  abiertamente  una  doctrina  cíni- 
ca y  de  un  desprecio  completo  para  todo  lo  que  no  sean 
los  fines  de  un  egoísmo  patriótico,  elevado  al  rango  de 
una  religión.  La  brutalidad  física  y  moral  se  ha  apo- 
derado del  espíritu  alemán,  y  de  Alemania  ha  pasado 
al  mundo  entero.  Me  complacería  poder  decir  que  el 
pensamiento  inglés  y  el  americano  han  escapado  en- 
teramente á  esta  influencia  nefasta...  pero  no  puedo 
decirlo.  De  todos  modos,  hoy  sacudimos  al  fin  tales 
trabas,  y  perseguimos  esta  falsificación  inicua,  para 
librar  de  ella  al  mundo.  El  mundo  entero  estaba  fati- 
gado y  Gott  (Dios) — ese  Gott  cuyo  nombre  es  perpe- 


tuamente invocado  como  si  fuese  alemán — ,  Gott  debe 
estar  cansado  también. 

"Esta  guerra  es  la  guerra  más  grande  de  la  Histo- 
ria. Ya  no  es  tampoco  una  guerra  de  naciones;  es  la 
guerra  de  la  Humanidad.  Es  una  guerra  que  tiene  por 
último  fin  exorcisar  la  locura  mundial  y  poner  térmi- 
no á  una  era  histórica. 

>Esta  corrupción  pública  tiene  su  parte  mercantil 
hipócrita  y  secreta.  Al  lado  del  kaiser  est;i  la  casa 
Krupp,  la  segunda  cabeza  del  Estado  Mayor.  En  las 
mismas  gradas  del  trono  se  sientan  los  del  trust  de 
los  armamentos,  bandidaje  organizado  que  en  su  in- 
saciable sed  de  ganancias  va  minando  por  la  base  la 
seguridad  de  toda  civilización, 
compra  y  domina  á  la  prensa, 
inspira  á  la  literatura  nacional 
y  corrompe  las  universidades. 
'Nos  hemos  enterado  dema- 
siado tarde  de  que  la  humani- 
dad ha  cometido  una  locura 
estupenda  permitiendo  á  em- 
presas particulares  el  negociar 
con  los  preparativos  de  guerra. 
Con  esto  toda  tran(|uilidad  re- 
sulta imposible. 

»La  guerra  presente  es  una 
guerra  de  paz. 

»Su  finalidad  es  el  desarme. 
Otra  finalidad  suya  es  un  arre- 
glo que  acabe  para  siempre  con 
los  armamentos. 

Todo  soldado  que  combate 
ahora  contra  Alemania  es  un 
cruzado  contra  la  guerra. 

»Esta  guerra,  la  más  grande 

de  todas  las  guerras,  no  es  una 

guerra  como  las  otras:    es   la 

última  guerra. 

» Ya  no  habrá  más  kaiser.  Ya  no  habrá  más  Krupp. 

Estamos  decididos  á  esta  supresión.  Hay  que  dar  fin 

á  la  locura.» 

a 

Viviani,  el  presidente  del  gobierno  francés,  resu- 
mió el  22  de  Diciembre  ante  la  Cámara  de  diputados 
la  responsiibilidad  de  Alemania,  las  falsedades  con 
que  pretende  librarse  de  esta  responsabilidad  y  lo 
(|ue  representa  para  el  porvenir  la  derrota  del  impe- 
rialismo. 

<  El  resurgimiento  de  Francia — dijo — ha  turbado  á 
Alemania,  embriagada  por  sus  ensueños  de  victoria. 
En  los  primeros  días  del  conflicto  negó  el  derecho, 
ensalzó  la  fuerza,  menospreció  la  Historia,  y  para 
violar  la  neutralidad  de  15élgica  é  invadir  Francia 
invocó  la  ley  del  interés.  Luego  su  gobierno  ha  com- 
prendido (|ue  le  era  necesario  contar  con  la  opinión 
del  mundo,  y  recientemente  ha  intentado  una  rehabi- 
litación de  su  actitud,  pretendiendo  arrojar  sobre  los 
aliados  la  responsabilidad  de  la  guerra.  Pero  por  en- 


IMPElllAL 

(Nebclgjjtiíti'r,  do  Zui-icli) 


V'r.  ir.:--\^t{ 


UN  CAMPO 


Fotografía  de  Mr.  Tiranly,  de  la  .IIluslrallon>  de  París 


I 


Cadáveres  abandonados  por  <1 


E  BATALLA 


¡jército  alemán  en  su  retirada 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


257 


cima  de  todas  sus  pesadas  mentiras,  que  no  engañan 
ni  á  las  credulidades  más  complacientes,  la  verdad 
ha  hecho  su  aparición. 

'>Todos  los  documentos  publicados  por  las  naciones 
interesadas,  y  hace  pocos  días  el  sensacional  discurso 
de  uno  de  los  más  ilustres  representantes  de  la  noble 
Italia,  atestiguan  la  resolución  adoptada  desde  mucho 
tiempo  antes  por  nuestros  enemigos  de  intentar  un 
golpe  de  fuerza.  Si  fuese  necesario  probar  esto,  un 
solo  documento  bastarla  para  esclarecer  al  mundo. 
Cuando  por  la  sugestión  del  gobierno  británico  todas 
las  naciones  que  tenían  interés  en  el  conflicto  fue- 
ron solicitadas  para  suspender  sus  preparativos  mili- 
tares y  establecer  una  negociación  en  Londres  el  31 
de  .Julio  de  1914,  Francia  y  Rusia  se  adhirieron  inme- 
diatamente al  proyecto.  La  paz  podía  haberse  salvado 
hasta  en  esta  hora  suprema,  de  adherirse  Alemania 
á  tal  iniciativa.  Pero  Alemania  forzó  y  derrumbó  la 
situación  bruscamente,  declarando  la  guerra  á  Rusia 
el  1.'^  de  Agosto  y  haciendo  inevitable  el  llamamiento 
á  las  armas. 

»Si  Alemania  diplomáticamente  mató  la  paz  en  su 
germen,  es  porque  desde  hace  cuarenta  años  persigue 
sin  descanso  su  ñn:  aplastar  á  Francia,  para  de  este 
modo  poder  conseguir  la  servidumbre  del  mundo. 

»Todas  las  revelaciones  han  sido  aportadas  á 
este  tribunal  de  la  Historia,  en  el  que  no  puede 
tomar  asiento  la  corrupción.  Y  ya  que  á  pesar  de  su 
amor  á  la  paz,  Francia  y  sus  aliadas  se  ven  obliga- 
das á  hacer  la  guerra,  la  sostendrán  hasta  el  último 
esfuerzo. 

«Fiel  á  la  firma  que  ha  puesto  al  pie  del  tratado 
del  -i  de  Septiembre  último,  y  que  compromete  su 


BL    SANSdN    moderno 

(De  Tlie  /lyatander) 


CARICATURA  ALBMANA  RBPRB.SBNTANDO  HL  .SUPUBSTO 
TEMOR    OB    INOLATERRA 


honor,  ó  lo  que 
es  lo  mismo,  su 
vida,  Francia, 
de  acuerdo  con 
sus  aliadas,  no 
depondrá  las  ar- 
mas hasta  ven- 
gar el  honor  ul- 
trajado, hasta 
soldarparasiem- 
pre  á  la  patria 
francesa  las  pro- 
vincias que  le 
fueron  arrebata 
das  por  la  fuer- 
za, hasta  restau- 
rar á  la  heroica 
Bélgica  en  la 
plenitud  de  su 
vida  material  y 
de  su  indepen- 
dencia  política, 

rota  por  el  militarismo  prusiano,  hasta  poder  recons- 
truir sobre  bases  de  justicia  una  Europa  al  fin  rege- 
nerada. 

■  Este  plan  de  guerra  y  este  plan  de  paz  no  están 
inspirados  por  presuntuosas  esperanzas. 

«Debemos  su  certeza  por  entero  á  nuestro  ejército 
y  á  nuestra  marina.  Nosotros  hemos  demostrado  al 
mundo  que  una  democracia  organizada  puede  servir 
por  una  acción  vigorosa  á  los  ideales  de  libertad  y  de 
igualdad  que  constituyen  su  grandeza.  Hemos  demos- 
trado al  mundo,  como  lo  dijo  su  general  en  jefe — que 
es  á  la  vez  un  gran  soldado  y  un  noble  ciudadano — , 
que  «la  República  puede  estar  orgullosa  del  ejército 
que  ha  preparado» .  Por  eso  en  esta  guerra  impía  han 
podido  mostrarse  todas  las  virtudes  de  nuestra  raza: 
las  (lue  nos  han  reconocido  siempre  todos — la  inicia- 
tiva, el  empuje,  la  bravura,  la  temeridad — ,  y  las  que 
nos  han  negado  muchos,  la  tenacidad,  la  paciencia,  el 
estoicismo.  Saludemos  á  todos  estos  héroes.  ¡Gloria 
á  los  que  han  caído  en  el  surco  antes  del  triunfo  y  á 
los  que  por  este  triunfo  los  vengarán  mañana!  Una 
nación  (jue  suscita  tales  entusiasmos  es  imperece- 
dera. 

«Nada  más  grande  apareció  nunca  ante  los  ojos  de 
los  hombres.  Contra  la  barbarie  y  el  despotismo,  con- 
tra  el  sistema  de  provocaciones  y  amenazas  que  Alema- 
nia llama  paz,  contra  el  sistema  de  asesinatos  y  pilla- 
jes colectivos  que  Alemania  llama  guerra,  contra  la 
hegemonía  insolente  de  una  casta  militar  que  ha  desen- 
cadenado esta  calamidad  mundial,  Francia,  emancipa- 
dora y  vengadora,  sostenida  por  sus  aliadas,  se  ha  er- 
guido cerrando  el  paso.  He  aquí  nuestra  misión,  más 
importante  que  nuestra  propia  vida.  Mañana,  en  la 
paz  de  la  victoria,  nos  acordaremos  con  orgullo  de 
estos  días  trágicos,  sintiéndonos  más  valientes  y  me- 
jores.» 

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Pueblos  y  monarcas 


La  raza  prusiana 

EN  1S70  la  ciencia  alemana  era  objeto  en  Fran- 
cia de  un  respeto  casi  rayano  en  la  veneración. 
<  No  es  que  Alemania — dice  el  profesor  Ed- 
mundo Perrier — tuviese  en  su  activo  ningún  descubri- 
miento genial,  ni  hubiese  edificado  una  de  esas  teorías 
grandiosas  que  son  gloria  del  espíritu  humano.  Pero 
nos  inspiraban  cierta  gratitud  los  sabios  alemanes,  de 
paciencia  infatigable,  que  en  el  fondo  de  sus  labora- 
torios forjan  calmosamente  los  materiales  que  otros 
se  encargan  de  poner  en  circulación,  y  á  cambio  de 
esta  labor  modesta  y  tenaz,  les  perdonábamos  sus 
gafas  de  oro,  sus  barbas  revueltas  y  los  pliegues  rígi- 
dos de  sus  levitas.  Por  esta  gratitud  y  por  nuestro  in- 
corregible espíritu  de  xenofilía — admiración  de  todo  lo 
extranjero — ,  hicimos  una  hermosa  reputación  á  las 
obras  filosóficas  del  que  llaman  hoy  <  el  gran  natura- 
lista de  .lena»,  Ernesto  Hiockel,  sin  darnos  cuenta  de 
que  no  son  otra  cosa  que  piedras  desprendidas  de  los 
grandes  edificios  que  construyeron  Geoffroy  Saint-Hi- 
laire,  Lamarck  y  Darwin,  vueltas  á  unir  con  cemento 
facilitado  por  Augusto  Comte  y  Spinoza. 

»A  juzgar  por  estos  hombres  calmosos,  solitarios, 
patriarcales,  poco  afectos,  en  apariencia,  á  los  bienes 
de  este  mundo— exceptuando  las  pipas  de  porcelana  y 
los  vastos  receptáculos  de  cerveza — ,  la  nación  alema- 
na debía  ser  la  nación  cuerda  y  pacifica  por  excelencia, 
tanto  más  cuanto  que  sabemos  hasta  qué  punto  fué 


tierno  Werther  y  sensible  la  rubia  Gretchen.  Había- 
mos olvidado  que  las  «querellas  de  alemán»  son  le- 
gendarias, y  la  estupefacción  fué  general  cuando  vimos 
á  estos  germanos,  reputados  como  gentes  verídicas  y 
honestas,  mentir  con  una  serenidad  que  hubiese  des- 
concertado á  Tartufo;  invocando  á  «Dios  todopodero- 
so», como  si  este  Dios  fuese  Mercurio;  reírse  de  todos 
los  compromisos  internacionales;  colocar  la  fuerza  por 
encima  del  derecho  sin  perjuicio  de  parapetarse  de- 
trás del  derecho  cuando  les  convenía;  fusilar  niños; 
rematar  heridos;  tirar  sobre  las  ambulancias;  acribi- 
llar de  obuses  los  hospitales,  los  monumentos  artísti- 
cos incomparables,  los  establecimientos  destinados  á 
glorificar  esa  ciencia  de  la  que  ellos  habían  hecho  su 
divinidad,  sin  ocurrirseles  nunca  imitar  la  conducta 
del  francés  Vaillant  que,  al  verse  obligado  á  bombar- 
dear Roma,  lo  hizo  de  modo  que  ningún  edificio  nota- 
ble de  la  ciudad  santa  sufriese  la  menor  rozadura.» 

El  contraste  entre  la  reputación  científica  de  Ale- 
mania y  sus  actos  de  guerra  asombró  en  1870  al  céle- 
bre naturalista  francés  Armando  de  Quatrefages,  au- 
tor de  numerosos  y  notables  trabajos  sobrel  las  razas 
humanas.  Este  sabio  ilustre,  hombre  imparcial,  sin- 
cero y  de  rectas  intenciones,  se  dedicó  al  estudio  de 
tal  fenómeno  histórico,  y  el  resultado  de  su  observa- 
ción, desapasionada  y  científica,  fué  el  célebre  opús- 
culo titulado  La  raza  prusiana,  que  alcanzó  gran  éxito 
en  1871,  y  al  que  la  guerra  de  1914  da  por  segunda 
vez  un  carácter  de  novedad. 

Como  dice  un  critico  de  esta  obra  del  famoso  di- 
rector del  Museum,  la  pregunta  que  se  hace  Quatre- 
fages como  punto  de  partida  de  sus  investigaciones 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


259 


puede  resumirse  en  las  siguientes  palabras:  «¿Por  qué 
causa  el  cordero  alemán  está  ahora  rabioso?» 

«El  cordero  alemán — continúa  este  critico — no  ha 
estado  nunca  rabioso.  Es  que  en  su  calidad  de  cordero 
se  deja  conducir  á  la  matanza  por  carniceros  que  son 
de  una  raza  distinta  á  la  suya.  » 

Esta  raza,  según  Quatrefages,  es  la  raza  prusiana: 
una  raza  de  diverso  origen  que  la  raza  alemana  ó  ger- 
mánica, y  casi  enteramente  distinta  en  todo. 

Quatrefages  no  emitía  una  opinión  formada  recien- 
temente por  un  estudio  de  circunstancias.  Durante  mu- 
chos años  fué  profesor  en  Estrasburgo,  y  su  genio  de 
observación,  del  que  dan  gloriosa  prueba  grandes  des- 
cubrimientos cientiflcos,  estuvo  en  largo  contacto  con 
los  puel)los  germánicos. 

«Bajo  el  poder  de  la  raza  prusiana — dice — ,  Ale- 
mania, orgullosa  de  su  labor  científica,  pero  sometida 
á  una  servidumbre  política,  ha  venido  á  ser  lo  que  es 
actualmente:  un  instrumento  del  que  se  sirve  un  pue- 
blo que  guarda  en  el  fondo  del  carácter  todos  los  es- 
tigmas de  la  seraibarbarie,  para  dar  satisfacción  á  sus 
salvajes  instintos.» 

«Entre  los  prusianos  y  los  alemanes — sigue  expli- 
cando Quatrefages — existe  la  comunidad  del  lenguaje, 
pero  esta  comunidad  no  significa  identidad  de  origen, 
ó  lo  que  es  lo  mismo,  un  signo  de  parentesco.  El  ven- 
cedor impone  ordinariamente  su  lengua  á  los  pueblos 
vencidos,  pero  no  cambia  ni  puede  cambiar  sus  cere- 
bros ni  sus  corazones.  La  raza  conquistada  sigue  for- 
mando la  mayoría.  Si  se  trata  de  una  raza  inferior,  su 
pensamiento  y  sus  sentimientos,  ayudados  por  las  in- 
ñuencias  permanentes  del  ambiente,  dominan  poco  á 
poco  á  los  conquistadores,  que  van  descendiendo  hasta 
quedar  á  su  nivel.  En  los  tiempos  presentes  esto  no 
ocurre  asi  absolutamente.  Los  grandes  medios  de  civi- 
lización de  que  disponen  los  colonizadores  modernos, 
en  África  por  ejemplo,  hacen  que  las  poblaciones  in- 
feriores se  eleven  gradualmente,  en  vez  de  degradar 
á  la  raza  dominadora.  Pero  en  la  antigüedad  remota, 
cuando  eran  menos  apreciables  las  diferencias  entre 
la  barbarie  y  las  civilizaciones  nacientes,  los  conquis- 
tados, por  su  enorme  mayoría  y  por  las  influencias  del 
medio,  hicieron  descender  muchas  veces  á  sus  domi- 
nadores.» 

a 

Cuando  en  la  Edad  Media  fué  conquistada  sucesi- 
vamente por  los  eslavos  y  por  los  caballeros  de  la 
Orden  Teutónica  la  región  costera  del  Báltico,  que 
había  de  formar  siglos  después  el  reino  de  Prusia,  esta 
región  estaba  ocupada  por  una  raza  indígena,  la  de 
los  hombres  prehistóricos,  que  se  había  conservado 
pura  de  toda  mezcla,  mientras  el  resto  de  Europa 
vivía  ya  en  pleno  avance  civilizador.  Esta  raza  de 
cazadores  de  mammuts,  de  bisontes  y  renos,  se  había 
corrido  hacia  el  Norte,  siguiendo  la  retirada  de  los 
animales  que  constituían  su  alímontaríón.  En  su  re- 
troceso había  dejado  el  terreno  libre  á  los  arios,  pro- 
cedentes de  Asia,  gentes  dotadas  de  una  mentalidad 


superior,  cuya  evolución  fué  favorecida  por  el  am- 
biente de  Europa  y  la  abundancia  en  dones  de  su 
suelo. 

«De  estos  arios — continúa  Quatrefages — descien- 
den los  pueblos  civilizados  de  Europa,  comprendiendo 
en  ellos  á  los  germanos.  En  cambio,  los  descendientes 
directos  de  los  hombres  preliistóricos,  que  fueron  su- 
plantados por  los  arios  en  la  Europa  del  oentr  y  que 
reciben  de  los  antropologistas  el  nombre  de  Alofilos, 
constituyeron  el  fondo  esencial  de  la  raza  prusiana.» 

Los  germanos,  que  eran  arios  puros,  se  esparcie- 
ron poco  á  poco  por  el  Norte,  ganando  la  Escandina- 
via  é  Inglaterra,  así  como  la  costa  del  Báltico,  ocupa- 
da por  las  tribus  cazadoras  y  prehistóricas  de  los 
alofilos.  Pero  otra  rama  de  la  raza  aria,  la  de  los  es- 
lavos, había  precedido  á  la  rama  germánica  en  la  in- 
vasión de  la  tierra  prusiana.  Aunque  germanos  y  es- 
lavos resultasen  de  mayores  aptitudes  que  los  alofilos 
por  ser  arios,  no  estaban,  sin  embargo,  tan  elevados 
sobre  la  raza  primitiva  y  más  numerosa  que  pudie- 
sen resistir  á  la  influencia  de  sus  costumbres.  De  la 
mezcla  de  alofilos  escandinavos  y  germanos  salieron 
los  godos,  y  del  encuentro  de  los  germanos  y  los  esla- 
vos en  la  cuenca  del  Oder  nacieron  los  vándalos.  Go- 
dos y  vándalos  no  han  dejado  en  la  historia  fama  al- 
guna de  pacíficos  y  generosos. 

No  había  por  qué  esperar  mejor  resultado  de  los 
eslavos  y  los  alofilos  que  se  mezclaron  en  la  cuenca 
del  Vístula.  Sus  descendientes  tuvieron  que  sostener 
en  un  clima  duro  y  una  tierra  ingrata  numerosas  lu- 
chas contra  diversos  invasores.  Esto  hizo  desarrollar- 
se todo  lo  que  tenían  como  herencia,  de  astutos,  ven- 
gativos y  crueles.  Habían  constituido  una  raza  mixta 
con  el  título  de  Prusci  ó  Prutzi,  lo  que  dio  su  nombre 
á  la  Prusia  actual,  (^tuatrefages  vio  en  sus  estudios  el 
fondo  bárbaro  de  los  prusci,  cazadores  de  mammuts, 
subsistiendo  todavía  en  los  prusianos  modernos  bajo 
una  aparente  civilización.  Por  un  maléfico  concurso 
de  fatales  circunstancias,  los  elementos  que  en  otros 
pueblos  han  servido  para  el  progreso,  sirvieron  en  éste 
para  aportará  la  barbarie  primitiva  nuevos  fermentos 
de  odio  y  despecho. 

D 

En  el  año  !)97,  San  Adalberto,  arzobispo  de  Praga, 
acometió  la  empresa  de  convertir  al  cristianismo  á  los 
prusci,  que  vivían  en  estado  casi  salvaje.  Éstos  res- 
pondieron á  su  predicación  asesinándolo.  En  110(5  el 
monje  iMaynard  (|UÍ80  reanudar  la  obra  de  San  .\dal- 
berto,  pero  como  era  un  monje  guerrero  y  conocía  el 
carácter  de  las  gentes  (|uc  deseaba  convertir,  se  pre- 
sentó seguido  de  soldados,  levantó  fortalezas  é  hizo 
matanzas,  hasta  conseguir  que  lo  nombrasen  obispo 
de  los  territorios  cristianizados  por  él  á  golpes  de 
hacha. 

El  belicoso  prelado  murió  en  un  combate  con  los 
bárbaros  feligreses,  y  su  sucesor  Herloldo,  obispo  de 
coraza,  se  preocupó  más  de  las  batallas  que  de  los 
dogmas,  propagando  espada  en  mano  la  religión  de 


260 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Cristo,  hasta  que  pereció  á  manos  también  de  estos 
diocesanos  recalcitrantes. 

Alberto  de  Asseiderne,  designado  como  sucesor, 
tuvo  que  predicar  y  organizar  una  cruzada  antes  de 
la  toma  de  posesión  de  su  obispado.  Los  prusci,  por  su 
barbarie  guerrera  y  su  audacia  de  invasores,  repre- 
sentaban un  continuo  peligro  para  los  pueblos  vecinos. 
El  nuevo  obispo  reunió  una  ilota  de  veintitrés  navios 
con  gran  número  de  guerreros,  y  al  frente  de  esta 
cruzada  entró  á  sangre  y  fuego  en  el  país,  apoderán- 
dose de  él  y  fundando  la  ciudad  de  Riga.  Para  soste- 
ner su  territorio  y  asegurar  la  defensa  de  sus  costas, 
creó  la  orden  de  los  Caballeros  Porta-Paspada,  com- 
puesta de  nobles  germánicos  que  habían  llegado  con 
él  y  á  los  que  distribuyó  las  mejores  tierras.  Cristian, 
otro  obispo  de  Prusia,  sustituyó  el  título  de  esta  orden 
por  el  de  «Milicia  de  Cristo»;  pero  en  una  batalla  que 
duró  dos  días,  los  prusci  mataron  á  casi  todos  los 
caballeros,  pues  únicamente  lograron  salvarse  cinco. 
Para  mantenerse  Cristian  en  su  sede,  tuvo  que  implo- 
rar el  auxilio  de  los  caballeros  de  la  Orden  Teutónica, 
que  se  habían  hecho  famosos  en  Oriente  durante  las 
Cruzadas.  Así  como  Europa  necesitaba  á  los  Tem- 
plarios y  otras  asociaciones  religioso-militares  para 
impedir  los  avances  de  los  infieles  de  Asia,  necesitó 
igualmente  el  auxilio  de  los  Caballeros  Teutónicos 
para  vivir  á  cubierto  de  los  prusci,  más  temibles  por 
su  salvajismo  que  los  mahometanos. 

Estos  caballeros,  que  eran  los  más  bárbaros  entre 
todos  los  soldados  del  cristianismo,  y  dignos  por  su 
ferocidad  del  enemigo  que  iban  á  combatir,  se  apode- 
raron de  la  Esthonia,  la  Livonia,  la  Curlandia,  la 
►Samoecia,  la  Pomerelia  y  la  Nueva-Marca,  imponién- 
dose á  los  prusci  por  sus  actos  de  crueldad  y  por  su  len- 
guaje rudo,  que  aun  hacía  esperar  peores  violencias. 

Entre  estos  conquistadores  se  encontraban  los 
llohenzollern,  pobres  hidalgos  procedentes  de  un  pe- 
queño castillo  próximo  á  la  Selva  Negra,  y  que  busca- 
ron en  la  Orden  Teutónica  el  medio  de  librarse  de  la 
miseria  de  su  hogar. 

La  invasión  de  los  Caballeros  Teutónicos  fué  todo 
lo  que  llegó  de  elemento  germánico  á  Prusia,  fundién- 
dose con  la  raza  primitiva. 

Esta  orden  militar,  señora  del  pais,  vivió  en  un 
lujo  superior  al  de  los  Templarios,  desafiando  á  todos 
los  poderes  monárquicos  y  religiosos.  Su  ortodoxia  no 
era  probada.  Habían  conquistado  el  país  en  nombre 
de  Cristo,  y  sus  Crandes-Maestres  vivían  paganamen- 
te, con  rudo  boato,  cuidándose  únicamente  de  mante- 
ner sujetos  á  los  prusci.  Al  iniciarse  la  Reforma,  el 
superior  de  la  Orden  Teutónica,  Alberto  de  Hohenzo- 
Uern,  inclinó  á  sus  compañeros  á  adoptar  las  nuevas 
creencias.  Los  HohenzoUern  pasaron  más  tarde  de  la 
iglesia  de  Lutero  á  la  iglesia  de  Calvino,  mientras  el 
resto  de  Alemania  seguía  fiel  á  la  doctrina  luterana. 
La  fe  religiosa  de  los  primitivos  HolienzoUern  nunca 
fué  robusta. 

En  1G85,  después  de  la  revocación  del  edicto  de 


Nantes,  que  expulsó  de  Francia  á  los  calvinistas,  el 
Gran  Elector  de  Brandemburgo — título  que  habían 
adquirido  los  HohenzoUern — se  apresuró  á  ofrecer  hos- 
pitalidad en  sus  tierras,  empobrecidas  y  despobladas 
por  la  guerra  de  Treinta  Años,  á  estos  protestantes 
franceses  que  eran  sus  correligionarios. 

Los  franceses,  perseguidos  por  la  intolerancia  re- 
ligiosa, fueron  el  verdadero  elemento  civilizador  de 
Prusia.  Aportaron  su  inteligencia  cultivada,  sus  indus- 
trias, sus  estudios,  y  dieron  á  las  clases  superiores  del 
país,  en  las  cuales  fueron  admitidos  inmediatamente, 
un  barniz  de  educación.  Procedentes  de  este  éxodo 
fueron  los  generales  y  los  funcionarios  importantes  de 
apellido  francés  que  luego  han  figurado  en  las  más 
altas  esfercas  de  la  sociedad  prusiana. 

Los  emigrados  no  llevaron  en  su  trasplante  el  amor 
á  Francia.  El  rencor  religioso,  el  odio  por  las  persecu- 
ciones sufridas,  se  perpetuaron  en  ellos  á  través  del 
tiempo,  como  una  tradición  de  cólera  devota. 

Quatrefages,  que  también  era  protestante,  lo  reco- 
noce lealraente. 

«Esta  fusión  de  franceses  y  prusianos — dice — no 
nos  creó  simpatías  en  Prusia,  sino  todo  lo  contrario. 
Puros  ó  mestizos,  los  descendientes  de  los  fugitivos 
por  la  revocación  del  edicto  de  Nantes  son  prusianos 
de  corazón  y  de  sentimientos,  lo  mismo  que  sus  com- 
patriotas de  antiguo  origen.  Lo  probaron  cuando  las 
invasiones  de  Napoleón.  Lo  han  probado  ahora  il870) 
al  iniciarse  la  guerra  actual,  mostrando  su  rencor 
contra  Francia.  En  los  anatemas  que  la  Prusia  pie- 
tista  lanza  contra  la  Francia  católica,  hay  sin  duda 
alguna  un  eco  lejano  de  nuestras  antiguas  guerras  de 
religión,  y  bien  sabido  es  qué  fuente  inagotable  de  có- 
lera y  de  odios  han  encontrado  los  hombres  en  una 
doctrina  que  su  fundador  resumió  en  las  siguientes 
palabras:  «Ama  á  tu  prójimo  como  á  ti  mismo.» 

» Los  franceses  emigrados  esparcieron  en  Prusia  el 
uso  de  nuestra  lengua,  que  es  aún  familiar  á  muchos 
de  sus  descendientes,  y  por  esto  se  encuentran  en  Ale- 
mania, lo  mismo  en  la  sociedad  civil  ([ue  en  las  filas 
del  ejército,  tantos  hombres  que  hablan  el  francés 
correctamente,  sin  el  menor  acento  germánico.  Estos 
alemanes  han  podido  hacerse  pasar  por  compatriotas 
nuestros  sin  esfuerzo  alguno,  deslizándose  en  todas 
partes,  sorprendiendo  y  traicionando  lo  que  nos  con- 
venía tener  oculto,  propagando  la  indisciplina  y  la  in- 
surrección.» 


El  hombre  de  la  edad  de  piedra  se  ha  mantenido 
vivo,  Según  Quatrefages,  entre  los  prusianos,  que  son 
ahora  los  directores  y  dominadores  de  los  demás  Es- 
tados de  Alemania  poblados  por  arios. 

Á  pesar  del  desarrollo  realizado  por  las  evolucio- 
nes del  tiempo  en  la  bóveda  craneal  de  los  prusianos, 
la  base  del  cráneo  de  éstos  refieja  todavía  el  poder  de 
los  apetitos,  siendo  igual  que  en  la  edad  prehistórica. 
Según  Quatrefages,  el  cráneo  moderno  que  en  este 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


261 


punto  recuerda  más  el  cráneo  del  hombre  fósil  encon- 
trado en  la  Chapelle-aux-Saints,  es  el  del  príncipe  de 
Bismarck. 

«Los  elementos — dice — que  han  dado  vida  al  nue- 
vo tipo  prusiano,  no  están  enteramente  fusionados.  A 
pesar  de  un  barniz  de  civilización,  tomado  especial- 
mente de  Francia,  la  raza  prusiana  se  halla  aún  en 
su  edad  media.  Esto  explica  sus  odios  y  sobre  todo 
sus  violencias.  > 

El  eminente  antropólogo,  que  era  un  hombre 
bondadoso,  se  apresura  á  explicarse  sobre  la  dureza 
de  esta  alirmación: 
«Un  francés  tiene 
derecho  á  no  ser  otra 
cosa  que  justo  con  una 
raza  que  desde  hace 
medio  siglo  se  propo- 
ne el  aplastamiento  y 
la  supresión  de  Fran- 
cia; que  ha  proclama- 
do brutalmente  esta 
ambición;  que  la  ha 
realizado  por  todos  los 
medios  á  su  alcance, 
empleando  procedi- 
mientos de  los  cuales 
el  mundo  civilizado 
debió  pedirle  cuenta. 
Calumniados  todos  los 
días  por  periódicos  á 
sueldo  y  hasta  por  los 
documentos  oficiales, 
tenemos  derecho  á 
protestar,  demostran- 
do que  los  franceses 
no  somos  como  nos 
pintan  nuestros  ene- 
migos, y  que  los  pru- 
sianos están  muy  lejos 
de  ser  como  ellos  pre- 
tenden.» 

Federico  IT  el  Gran- 
de, el  personaje  más 

eminente  de  Prusia,  á  pesar  de  su  educación  filo- 
sófica y  de  sus  humanitarismos  de  librepensador, 
sentía  renacer  los  instintos  atávicos  apenas  empren- 
día una  guerra,  realizando  fríamente  las  mismas 
crueldades  de  los  antiguos  prusci.  Este  monarca,  que 
es  la  mayor  gloría  de  los  llohenzollern,  al  sitiar  á 
Praga  hizo  llover  sobre  la  célebre  catedral  de  8an 
Vito,  una  de  las  obras  más  hermosas  de  la  arquitec- 
tura gótica,  7.681  bombas,  15.810  balas  de  cañón  y 
12H  proyectiles  incendiarios,  en  el  espacio  de  cinco 
días,  arrasándola.  El  rey  filósofo  fué  un  precursor  y 
maestro  de  los  destructores  de  monumentos  en  Lo- 
vaina  y  Heims. 

"La  guerra— dice  Quatrefages — ,  tal  como  la  com- 
prende Prusia,  presenta  siempre  los  mismos  caracte- 


j-pK^íptjv;: 


res.  Cuando  más  fríamente  se  examinan  sus  causas  y 
sus  medios  de  ejecución,  más  se  siente  el  observador 
arrastrado  hacia  los  tiempos  remotos... 

«Para  los  prusianos,  la  invasión  de  Francia  HSTO) 
ha  sido  una  cruzada.  La  han  predicado  en  un  lenguaje 
que  revela  á  cada  momento  una  mezcolanza  de  misti- 
cismo implacable  y  de  ambiciones  frenéticas:  espíritu 
igual  al  que  animaba  á  los  antiguos  caballeros  teutó- 
nicos armados  contra  los  sarracenos  y  los  prusci.  Em- 
pujar á  todo  un  pueblo  contra  otro,  ;.qué  es  sino  imi- 
tar á  los  antiguos  bárbaros  que  se  arrojaban  naciones 

contra  naciones,  su- 
cediéndose  como  olas, 
los  unos  sobre  los 
otros,  contra  la  civili- 
zación romana  y  sos- 
teniendo terribles  due- 
los de  vida  ó  muer- 
te?. . .  A  estos  bárbaros 
que  hacen  sobrevivir 
la  Prusia  primitiva, 
se  ha  entregado  en 
cuerpo  y  alma  la  Ale- 
mania sabia,  que  es 
la  verdadera.» 

l^uatrefages  termi- 
nó su  estudio  de  La 
raza  prusiana  con  pa- 
labras proféticas: 

«Á  pesar  del  triun- 
fo, ¿puede  creer  el 
pueblo  alemán  en  las 
frases  cjue  le  dirigen 
desde  Berlín?  ¿Puede 
imaginarse  que  ha 
inaugurado  un  reina- 
do de  justicia  y  de  paz"? 
¿No  tiene  sospecha  al- 
guna de  los  formida- 
bles problemas  que 
ha  contribuido  á  po- 
ner de  pie?  Su  misión 
con  la  Prusia  está 
fundada  por  el  hierro  y  la  sangre,  cimentada  sobre 
la  guerra,  coronada  por  la  expoliación.  ¿Cuánto  tiem- 
po podrá  durar?... 

>>Los  grandes  y  los  pequeños  Estados,  halagados  ó 
respetados  hasta  ahora  por  la  Prusia.  ¿se  verán  ata- 
cados en  el  porvenir  á  nombre  del  derecho  histórico  ó 
de  la  lingulsticaf  ¿Asistirá  Kusia  á  este  triunfo  del 
pangermanismo  sin  levantar  la  voz?...  El  porvenir 
responderá.  Tengo  confianza  en  él.  Cuando  se  trata  de 
pueblos  es  permitido  creer  en  la  intervención  de  la 
Némesis  divina.» 

Esto  lo  escribió  Quatrefages  en  1870. 
El  porvenir  ha  contestado.  Las  predicciones  del 
sabio  antropologista  empiezan  á  realizarse  cuarenta 
y  cuatro  años  después. 


QUATREFAGES 


262 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


ANTIGUA    RESIDENCIA    DE    I.OS    I!T  lidRAVES    DE    IIOIIBNZOLLERN    EN    rClREMBERG 


II 


Los  Hohcnzollcrn 

En  1618  la  familia  HohenzoUern,  de  la  que  proce- 
den los  emperadores  de  la  Alemania  moderna,  pudo 
realizar  los  ensueños  de  ambición  que  la  hablan  acom- 
pañado durante  siglos  uniendo  una  parte  de  Prusia 
al  pequeño  estado  de  Brandemburgo,  gobernado  por 
sus  individuos  con  el  titulo  de  Electores. 

Sus  remotos  ascendientes  fueron  rudos  burgraves, 
cuya  fortuna  se  aumentó  ó  decayó  según  los  acciden- 
tes de  la  guerra  feudal.  El  viejo  castillo  de  Zollern,  en 
la  Suabia,  que  les  dio  su  nombre  de  HohenzoUern,  era 
un  pobre  señorío  para  estos  soldados  ambiciosos  que 
se  mezclaron  en  todas  las  peleas  intestinas  de  Alema- 
nia con  el  deseo  de  adquirir  nuevos  bienes.  Por  con- 
quista, por  alianzas  matrimoniales  ó  por  donaciones 
de  los  emperadores  germánicos,  á  los  que  ofrecían  sus 
servicios,  fueron  burgraves  de  Nuremberg  y  adquirie- 
ron la  ciudad  de  Baireuth  con  otras  tierras.  Al  ñn, 
en  1415,  el  emperador  Segismundo  sacó  definitiva- 
mente de  la  obscuridad  á  estos  HohenzoUern,  que  á 
pesar  de  su  pobreza  se  titulaban  principes  de  Baireuth 
y  de  Anspach,  dando  á  uno  de  ellos  la  soberanía  del 
Electorado  de  Brandemburgo,  Estado  que  gobernó  con 
el  título  de  Federico  I. 

Brandemburgo  era  un  país  obscuro,  sin  importan- 
cia alguna,  y  Berlín  una  aldea  insignificante. 

Transcurrieron  once  generaciones  antes  que  los 
modestos  Electores  ó  Margraves  de  Brandemburgo 
pudiesen  realizar  en  1701  la  suprema  ambición  de  la 
familia,  tomando  el  titulo  de  reyes. 


Estos   soberanos 


de   Brandemburgo   procuraron 


durante  los  siglos  XV  y  XVI  hacerse  un  lugar  entre 


los  grandes  señores  germánicos, 
queriendo  sobrepujarles  por  los 
méritos  guerreros  ó  por  los  estudios 
literarios.  La  extraña  mezcla  que 
se  nota  en  ellos  de  ferocidad  beli- 
cosa y  pretensiones  oratorias  hace 
pensar  en  sus  sucesores  actuales. 
Todos  ellos  tuvieron  un  sobrenom- 
bre: el  Elector  Federico  II,  Diente 
de  Hierro;  el  Elector  Alberto,  el 
Aquiles;  .Tuan,  el  Cicerón;  Joaquín  I, 
el  Néstor:  Joaquín  II,  el  Héctor.  Los 
HohenzoUern  que  no  gobernaban 
el  Brandemburgo  vivían  en  el  terri- 
torio de  Prusia,  formando  parte  de 
la  Orden  Teutónica.  Uno  de  ellos, 
Alberto,  consiguió  en  1510  el  alto 
cargo  de  Gran  Maestre.  La  Orden 
se  había  olvidado  de  los  motivos  de 
su  fundación  y  la  milicia  cristiana 
no  era  ya  más  ijue  una  sociedad  de 
pequeños  señores  que  vivían  suntuosamente  del  pro- 
ducto de  sus  tierras.  Alberto  de  Brandemburgo  hizo 
alirazar  á  sus  caballeros  el  protestantismo,  medio 
oportuno  de  romper  con  las  obligaciones  espirituales 
de  la  Orden  y  poder  violentar  las  disposiciones  tem- 
porales. Una  vez  realizada  la  apostasía,  convirtió  el 
territorio  de  la  Orden  Teutónica  en  ducado  de  Prusia 
para  él  y  sus  herederos.  Este  ducado  acabó  por  pasar 
á  los  HohenzoUern  de  Brandemburgo  en  KilS,  cons- 
tituyendo juntos  ambos  Estados  el  núcleo  central  de 
la  futura  Prusia.  Durante  un  siglo  los  HohenzoUern 
ostentaron  el  título  de  «Electores  de  Brandemburgo  y 
duques  de  Prusia»,  distinguiéndose  entre  ellos  Federi- 
co Guillermo,  llamado  el  Gran  Elector,  que  dio  asilo 
en  1685  á  los  calvinistas  fugitivos  de  Francia.  Con  el 
Gran  Elector  empezó  la  verdadera  prosperidad  de  los 
HohenzoUern. 

Su  hijo  el  Elector  Federico  III  constituyó  sus  tie- 
rras en  reino,  tomando  el  título  de  Federico  I,  después 
de  sufrir  las  humillaciones  que  le  impuso  Austria.  Al 
principio   pensó  en 
dar  á  su  nueva  crea- 
ción  el   nombre    de 
«Reino  de  los  Vánda- 
los», pero  temió  mo- 
lestar con   esto  á  la 
vecina  Suecia,  que  era 
dueña    de    una   gran 
parte  de  la  Pomera- 
nia,  provincia  que  ha- 
l)ían  ocupado  los  ván- 
dalos en  otro  tiempo. 
El  nombre  de  Prusia, 
ducado  unido  al  Bran- 
demburgo, prevaleció 
al  bautizar  el  nuevo         castillo  patrimonial  de  los 
reino.    Pero   también  hohonzollern  bn  süabia 


HISTOIÍIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


263 


BL    GRAN    BLBCTOR 

este  título  ofrecía  un  obstáculo  al  flamante  soberano. 
No  podía  llamarse  rey  de  Prusia  porque  no  poseía  la 
l^rusia  por  entero.  Una  gran  parte  de  ella  pertenecía 
á  Rusia.  Por  esto  Federico  tomó  el  título  de  rey  en 
Prusia,  y  así  se  llamaron  sus  herederos  por  algún 
tiempo,  hasta  que  lentamente  fueron  convirtiéndose 
en  reyes  de  Prusia. 

El  primer  monarca  prusiano  fué  un  admirador 
de  Luis  XIV — que  nunca  se  dignó  reconocerlo  como 
rey — ,  y  quiso  imitar  el  fausto  del  Rey  Sol  y  las  magni- 
ficencias de  Versalles  en  su  pobre  y  obscuro  país.  En- 
grandeció Berlín,  que  era  un  mísero  villorrio,  levan- 
tó palacios,  trazó  jardines  con  fuentes  monumentales, 
y  por  no  ser  menos  que  el  gran  monarca  francés,  con- 
virtió en  favoritas  á  las  esposas  de  sus  ministros,  sin 
gusto  alguno,  sólo  por  copiar  á  su  majestuoso  modelo. 
De  estas  reformas,  hechas  locamente  por  el  deseo  de 
llamar  la  atención,  y  que  provocaban  una  sonrisa  de 
lástima  en  las  cortes  grandes  y  ricas,  la  única  digna 
de  elogio  fué  la  creación  de  una  Academia  de  Cien- 
cias á  estilo  de  las  Academias  de  Francia,  al  frente 
de  la  cual  puso  al  sabio  Léibnitz.  Federico  I,  que  con- 
cedía la  importancia  de  negocios  de  Estado  á  las 
cuestiones  de  etiqueta  y  las  murmuraciones  de  la 
corte,  se  apresuró  á  crear  una  condecoración,  como 
los  otros  reinos  de  Europa,  fundando  la  ( »rden  del 
Águila  Negra.  Sus  subditos  vivieron  e.xtenuados  por 
las  contribuciones  que  les  impuso  la  prodigalidad 
insaciable  de  este  monarca,  ansioso  de  deslumhrar  á 
Europa  desde  su  pequeño  y  pobre  Estado. 

Su  hijo  Federico  C4uillermo  I  y  su  nieto  Federi- 


co II  el  <irande,  guardaron  siempre  un  mal  recuerdo 
de  él,  reprochando  públicamente  su  fausto  ridículo, 
su  prodigalidad  ruinosa  y  las  condiciones  luimillantes 
á  que  se  vio  sometido  por  Austria  antes  de  obtener  el 
titulo  de  rey. 

D 

Federico  Guillermo  I  dTl.'J/  fué  el  monarca  más 
«original»  y  de  costumbres  extraordinarias  que  ha 
producido  la  familia  de  los  HohenzoIIern.  El  desequi- 
librio que  se  nota  en  su  carácter,  mezcla  de  buenas  y 
malas  condiciones,  parece  haber  revivido  algunas 
veces  en  sus  descendientes. 

Ante  todo  fué  un  hombre  económico  y  «práctico». 
Hijo  de  un  rey  dilapidador  que  había  emjiobrecido  al 
país,  su  deseo  dominante  al  subir  al  trono  consistió 
en  hacer  economías  y  aumentar  la  producción  del 
país. 

Su  mayor  gloria  fué  haber  dado  la  vida  á  Federico 
el  Grande  y  dejar  repletas  al  morir  las  cajas  del 
Estado,  con  lo  cual  preparó  las  gloriosas  empresas 
de  su  sucesor. 

Pero  todo  esto  lo  hizo  á  su  modo,  por  los  procedi- 
mientos que  le  eran  habituales,  bastón  en  mano,  apa- 
leando á  los  subditos  y  á  los  hijos,  sometiendo  el  país 
á  una  disciplina  de  cuartel,  lo  mismo  en  las  calles  que 
en  su  palacio,  reinando  sobre  Prusia  como  un  cabo 
de  vara. 

Todas  sus  leyes  tendieron  á  moralizar  la  nación, 
pero  con  una  severidad  draconiana.  El  criado  que 
robaba  una  suma  superior  á  tres  francos,  era  condena- 
do á  muerte.  La  horca  y  el  bastón  fueron  sus  argumen- 
tos para  hacer  trabajar  á  su  pueblo  y  mantenerlo  en 
una  disciplina  férrea.  Gobernó  paternalmente,  pero 
como  entendía  la  paternidad,  al  uso  antiguo  de  Roma, 
con  dereclio  de  vida  y  muerte  sobre  los  hijos,  y  en  su 
propia  casa  trataba  á  palos  á  la  familia;  de  aquí  que 
se  permitiese  con  sus  subditos  iguales  correctivos. 

Los  vecinos 
de  Berlín  tem- 
blaban al  en- 
contrar en  la 
callea  Federi- 
co* ¡uillermol 
pobremente 
vestido,  con 
las  ropas  raí- 
das y  remen- 
dadas, pero 
siempre  em- 
puñando el 
fuertebastón, 
que  era  su 
verdadero  ce- 
tro. La  menor 
falta  de  poli- 
cía urbana  le 
ponía  furioso, 
trastornando  pbdbrico  i  db  prusia 


264 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


tm^&^(¿^Mn 


BERLÍN   BN    ITCKJ 


el  equilibrio  de  su  carácter,  pronto  á  la  cólera.  Á  la 
primera  palabra  levantaba  el  bastón,  y  hombres, 
mujeres  y  niños  tenían  que  sufrir  la  regia  paliza. 

8u  economía,  no  menos  feroz,  llegaba  hasta  la 
miseria  y  el  ridículo.  Con  el  bastón  iba  sondeando 
muchas  veces  los  montones  de  basura  que  los  vecinos 
dejaban  á  las  puertas  de  sus  casas.  El  embajador  de 
una  gran  nación  le  vio  una  vez  desde  sus  ventanas 
mirar  con  inquietud  en  torno  de  él,  y  al  convencerse 
de  que  no  era  observado,  inclinarse  sobre  un  montón 
de  basura  y  extraer  un  paquete  de  alfileres  olvidado, 
guardándolo  en  un  bolsillo. 

Su  familia  era  la  que  peor  se  alimentaba  en  Ber- 
lín. El  gran  Federico  y  su  interesante  hermana  con- 
taron en  sus  memorias  las  privaciones  á  que  se  vieron 
sometidos  en  los  primeros  años,  por  la  avaricia 
paternal.  Cuando  el  rey  deseaba  hacer  una  buena 
comida,  se  presentaba  de  pronto  en  la  casa  de  un 
subdito  rico  ó  en  la  de  algún  embajador,  invitándose 
á  la  mesa  sin  consultar  la  voluntad  del  dueño.  De 
este  modo  satisfacía  sin  gasto  el  apetito,  mientras  en 
el  palacio  su  familia  engañaba  el  hambre  á  la  luz  de 
una  bujía  ante  un  solo  plato,  malo  y  escaso. 

Todo  lujo  había  sido  desterrado  de  su  corte.  Odia- 
ba las  ceremonias  palaciegas  y  las  costumbres  diplo- 
máticas. Cuando  el  déspota  paternal  estaba  de  buen 
humor  y  quería  hacer  un  derroche,  se  reunía  con  sus 
íntimos  en  una  sala  del  palacio  á  la  que  llamaba  el 
Colegio  Tabáquico,  y  allí,  en  mangas  de  camisa,  fuma- 
ban numerosas  pipas,  consumiendo  la  cerveza  en 
vasos  enormes. 

Lo  que  más  le  irritaba  era  la  educación  de  sus 
hijos,  de  gustos  refinados  y  grandes  entusiastas  de  la 
cultura  francesa.  Su  hija,  la  futura  Margravina  de 
Baireuth,  era  letrada  y  música,  mostrando  en  sus  car- 
tas y  sus  conversaciones  una  delicadeza  de  artista. 


Federico  componía  música  y  versos  franceses,  era 
un  notable  profesor  de  flauta,  y  estaba  en  correspon- 
dencia con  los  filósofos  y  los  literatos  más  célebres 
de  París,  que  le  enviaban  sus  últimas  tragedias  y 
tratados  históricos.  El  padre  amaba  la  caza,  los 
granaderos  gigantescos,  los  teatros  de  muñecos  y  las 
sesiones  del  Colegio  Tabáquico  con  la  cerveza  á  rau- 
dales. 

Esta  disparidad  de  gustos  acababa  casi  siempre 
por  atraer  sobre  sus  hijos  los  golpes  del  regio  bastón. 
Algunas  veces  la  cólera  de  Federico  Guillermo  I 
adoptaba  unos  procedimientos  que  serían  increíbles 
de  no  atestiguarlos  sus  contemporáneos.  Cuando  los 
hijos  se  mostraban  alegres  ante  un  manjar  extraor- 
dinario en  las  parcas  comidas  de  palacio,  el  rey  se 
apresuraba  á 
privarles  de 
este  gusto,  es- 
cupiendo en 
sus  platos. 

El  económi- 
co déspota, 
que  se  trata- 
ba á  sí  mis- 
mo con  dure- 
za, evitando 
todo  gasto, 
tenía  sin  em- 
bargo una  afi- 
ción dispen- 
diosa, que  le 
hacíaincurrir 
en  grandes 
despilfarros. 
Amaba  los 
hombres    de  fbdbrico  Guillermo  i 


HISTOUIA  UE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE   19i4 


265 


estatura  enorme;  queria  juntar  en  su  reino  todos  los 
gigantes  del  mundo;  sentía  una  admiración  irresistible 
por  los  soldiidos  aparatosos.  Este  monarca  pobremen- 
te vestido  é  incapaz  de  costearse  un  traje  nuevo,  se 
extasiaba  ante  todo  lo  que  brilla  y  sirve  de  imponente 
é  inútil  adorno  en  un  ejército.  Los  granaderos  del  rey 
de  Prusia  fueron  célebres  en  el  mundo.  Jamás  hubo 
soldados  de  estatura  tan  enorme  y  vestidos  de  un 
modo  más  teatral.  Federico  (Guillermo  I  no  los  empleó 
en  ninguna  guerra,  pues  siempre  vivió  en  paz,  au- 
mentando las  existencias  del  tesoro  nacional.  Pero  se 
recreaba  en  la  contemplación  de  esta  reserva  de  fuer- 
za, haciendo  desttlar  y  maniobrar  automáticamente 
unos  regimientos  compuestos  de 
hombres  cuya  estatura  pasaba 
de  dos  metros. 

No  le  bastaron  para  estas  tro- 
pas los  gigantes  de  su  pais. 
Cuando  tenia  noticias  de  que  en 
un  P'átado  alemán,  en  Suiza  ó  en 
Francia,  habia  un  hombre  nota- 
ble por  su  tamaño,  el  rey  expe- 
rimentaba una  emoción  de  ena 
morado.  Cartas,  ofrecimientos 
de  dinero,  emisarios  para  que 
viniese  á  figurar  entre  los  gra- 
naderos de  Prusia.  Algunas  ve- 
ces, si  el  gigante  se  negaba  á 
tales  proposiciones,  el  rey  lo  ha 
cia  raptar  como  si  fuese  una  bel- 
dad, incorporándolo  ásuguardia. 

Al  morir  en  1740,  el  estado 
económico  de  Prusia  era  mejor 
que  nunca.  No  habia  hecho  nada 
grande  durante  su  reinado,  pero 
si  muchas  cosas  útiles.  Su  actua- 
ción no  fué  gloriosa,  pero  lo  pre- 
paró todo,  amontonando  econo- 
mías y  organizando  un  ejército, 
para  que  su  hijo  engrandeciese  Prusia  y  ocupase  una 
alta  posición  en  la  Historia. 


Federico  II  fué  el  más  ilustre  délos  llohenzollern. 
Durante  su  gobierno  el  pequeño  reino  de  Prusia  alcan- 
zó el  rango  de  potencia  europea,  agrandándose  con 
nuevos  territorios  y  haciendo  frente  á  una  coalición 
de  las  naciones  más  poderosas,  alarmadas  por  la  au- 
dacia militar  y  la  tenacidad  de  su  soberano. 

Este  principe,  que  había  de  ser  uno  de  los  más 
grandes  capitanes  de  la  época  moderna,  mostró  gran 
aversión  en  su  juventud  por  la  carrera  militar.  Lo 
habían  educado  preceptores  franceses,  y  tanta  afición 
mostró  por  la  literatura,  las  ideas,  las  costumbres  y 
las  modas  de  Francia,  que  su  rudo  padre  le  llamaba 
siempre  el  petimetre.  La  lengua  francesa  fué  su  lengua 
natural,  escribiendo  en  ella  libros  de  filosofía  y  de 
historia,  asi  como  casi  todas  sus  cartas  y  una  regular 


PBDBRICO    11    EL   (IKANDB 


cantidad  de  versos.  Durante  toda  su  vida,  en  medio  de 
las  más  absorbentes  ocupaciones  militares  y  políticas, 
conservó  siempre  esta  afición  á  las  letras  francesasy  á 
sus  representantes.  Discípulo  de  los  filósofos  enciclope- 
distas, y  especialmente  de  Voltaire,  por  el  que  mostró 
siempre  una  admiración  fervorosa,  amaba  á  F"rancia 
como  una  patria  intelectual,  diciendo  que  el  titulo  de 
francés  significaba  para  él  librepen-iadur.  Un  año  an- 
tes de  subir  al  trono  escribía  á  Voltaire:  «Si  la  Provi- 
dencia fuese  tan  sabia  como  dicen,  los  Newton,  los 
Locke,  los  \'oltaire  y  otros  sabios  deberían  ser  los 
monarcas  del  universo. » 

Su  padre,  Federico  Guillermo,  enemigo  de  toda 
cultura  intelectual  y  que  se 
irritaba  ante  los  gustos  del  jo 
ven  príncipe,  hasta  el  punto  de 
abrumarlo  con  los  peoi-es  trata- 
mientos, le  obligó  á  una  tentati- 
va de  fuga,  que  fué  castigada 
con  el  suplicio  de  uno  de  los  que 
favorecieron  este  proyecto. 

Federico  fué  enviado  por  su 
padre  al  ejército  imperial  que 
mandaba  el  principe  Eugenio,  y 
volvió  de  esta  campaña  visible- 
mente disgustado  de  la  carrera 
de  las  armas.  Quería  ser  un  filó- 
solo:  aborrecía  la  profesión  de 
soldado.  Su  padre  le  casó  contra 
su  voluntad  con  una  princesa  de 
Brunswick,  y  esta  unión  jamás 
fué  cordial  ni  tranquila.  Mien- 
tras vivió  Federico  Guillermo, 
el  príncipe  se  mantuvo  retirado 
en  el  castillo  de  Rheinsberg,  for- 
mando una  pequeña  corte  de  sa- 
bios y  literatos  y  sosteniendo 
una  nutrida  correspondencia  con 
los  hombres  más  notables  de  la 
época,  especialmente  con  \'oltaire.  En  este  periodo 
produjo  la  más  curiosa  de  sus  obras,  que  revela  una 
opinión  personal  completamente  distinta  de  las  ideas 
y  procedimientos  que  sostuvo  luego  como  rey.  Fué 
una  refutación  de  El  Principe,  el  famoso  libro  de  Ma- 
quiavelo.  En  este  trabajo  protestó  enérgicamente  con- 
tra los  principios  despóticos,  glorificados  por  el  escri- 
tor florentino,  trazando  un  retrato  de  lo  que  debía  ser 
un  rey  moderno,  educado  por  la  filosofía.  Sus  ilusiones 
eran  las  mismas  de  Platón  y  muchos  utopistas  que 
consideraban  posible  la  existencia  de  un  rey  filósofo. 
Voltaire,  entusiasmado  por  este  trabajo  de  su  regio 
discípulo,  lo  publicó  con  el  título  de  El  Anti-Maquia- 
velo  en  1740,  año  en  que  Federico  subió  al  trono  de 
Prusia.  Este  libro,  que  tantas  esperanzas  hizo  conce- 
bir á  los  filósofos  y  escritores  de  la  época  fué  consi- 
derado luego  por  su  autor  como  una  calaverada  de  la 
juventud.  Federico  II,  que  habia  de  hacer  todo  lo  con- 
trario de  lo  preconizado  en  su  obra,  siendo  un  practi- 

i3 


266 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


PALACIO    DB   POSTDAM,    RESIDENCIA    DB    l'EDBUICO    BL    GRANDE 


cante  de  las  instrucciones  de  Maquiavelo,  se  es- 
forzó años  después  por  hacer  desaparecer  toda  la 
edición. 

La  muerte  de  su  padre  lo  dejt)  dueño  de  un  Estado 
floreciente,  con  el  tesoro  repleto  y  un  ejército  selec- 
cionado y  numeroso  que  no  se  habia  batido  nunca. 
A  pesar  de  esta  situación,  la  Prusia  no  gozaba  de 
ninguna  inñuencia,  y  según  las  palabras  de  Federico, 
«tenia  miis  todavía  de  electorado  que  de  reino».  Ape- 
nas el  discípulo  de  Voltaire  hubo  ocupado  el  trono, 
mostró  la  inquietud  y  las  ambiciones  de  un  hombre  de 
acción,  queriendo  emplear  en  el  engrandecimiento  de 
Prusia  las  valiosas  reservas  de  hombres  y  dinero 
amontonadas  por  su  padre.  Los  ducados  de  Silesia 
tentaron  su  codicia,  pretendiendo  hacer  valer  ante 
la  corte  de  Austria  sus  derechos  á  poseerlos  y  ape- 
lando á  las  armas  en  vista  de  la  negativa  de  María 
Teresa. 

Así  empezó  su  carrera  de  gran  capitán,  en  la  que 
no  se  sabe  qué  admirar  más,  si  sus  condiciones  de  es- 
tratega ó  la  buena  suerte,  que  inesperadamente  favo- 
recía su  salvación  en  los  momentos  más  apurados  y 
difíciles.  Consiguió  ruidosas  victorias,  sufrió  grandes 
reveses,  hubo  un  momento  en  que  se  vio  en  guerra 
con  toda  Europa  y  casi  sin  reino,  pero  su  buena  estre- 
lla, sus  astucias  diplomáticas  y  sobre  todo  las  disen- 
siones de  los  enemigos,  le  sacaron  del  mal  paso.  Este 
discípulo  de  los  filósofos,  que  estudió  el  arte  de  la  gue- 
rra en  los  mismos  campos  de  batalla,  comenzó  sus 
glorias  de  conquistador  con  poca  brillantez.  En  los 
primeros  combates  experimentó  grandes  miedos,  se- 
gún propia  confesión,  y  una  tendencia  á  la  fuga  que 
apenas  pudo  resistir.  Fueron  sus  generales  los  que 
ganaron  las  primeras  batallas.  Pero  el  hábito  del 
combate  y  los  esfuerzos  de  una  voluntad  enérgica 
consiguieron  dominar  los  nervios  de  esta  naturaleza 
de  artista,  y  en  adelante  Federico  II  fué  el  gran  capi- 


tán de  imperturbable  sereni- 
dad que  no  se  intimidó  nunca 
ante  el  número  de  los  enemi- 
gos y  supo  conseguir  la  vic- 
toria con  fuerzas  inferiores. 
A  los  dos  años  de  ocupar  el 
trono  había  conquistado  la  Si- 
lesia con  la  batalla  de  Mol- 
witz,  en  la  que  desempeñó  un 
papel  poco  brillante,  obligan- 
do á  María  Teresa  á  cederle 
este  territorio,  después  de  de- 
rrotar las  tropas  austríacas 
en  Czaslau.  En  esta  primera 
parte  de  su  vida  guerrera  fué 
el  aliado  secreto  de  Francia, 
y  de  acuerdo  con  la  corte  de 
Versalles  invadió  la  Bohemia 
y  se  apoderó  de  Praga,  pero 
fué  derrotado  y  tuvo  que  re- 
tirarse á  la  Silesia,  donde 
en  1745  reparó  sus  pérdidas  con  las  victorias  brillan- 
tes de  Friedberg,  Sorr  y  Kesselsdorf.  El  tratado  de 
Dresde  con  el  gobierno  austríaco  le  aseguró  de  nuevo 
la  Silesia  y  el  condado  de  (ilatz.  Después  de  esto 
vivió  diez  años  pacíficamente,  el  único  período  largo 
de  tranquilidad  que  tuvo  en  su  reinado.  Su  espíritu 
organizador  lo  aprovechó  para  implantar  numerosas 
reformas,  que  desarrollaron  extraordinariamente  la 
prosperidad  de  Prusia  engrandecida.  Fundó  ciuda- 
des, desecó  pantanos,  cultivó  terrenos  hasta  enton- 
ces estériles,  estableció  fábHcas,  creó  bancos  y  pro- 
mulgó leyes  que,  auncjue  imperfectas,  resultaban  su- 
periores á  las  que  regían  entonces  en  otros  Estados, 
pues  consagraron  la  libertad  de  conciencia  más  ab- 
soluta. 

Este  monarca  reformador,  por  una  contradicción 
notable  con  las  ideas  filosóficas  de  que  hacía  gala,  go- 
bernó siempre  como  un  monarca  absoluto,  sin  dar  á 
su  pueblo  otra  intervención  en  los  negocios  públicos 
que  el  pagar  los  impuestos  y  batirse  en  los  campos  de 
batalla  sin  explicación  alguna. 

Durante  los  años  de  paz  pudo  realizar  su  proyecto 
de  una  corte  de  sabios  y  literatos,  del  que  tantas  veces 
había  hablado  cuando  sólo  era  príncipe,  líeorganizó 
la  Academia  de  Berlín,  llamando  á  ella  los  hombres 
de  ciencia  más  notables  del  extranjero.  Invitó  á  vivir 
en  su  palacio,  como  alegres  camaradas,  á  varios  es- 
critores célebres,  y  especialmente  á  Voltaire.  Las 
cenas  del  palacio  de  Postdam  fueron  famosas.  El  rey 
filósofo  y  sus  ilustres  amigos  hablaban  de  sobremesa 
sobre  toda  clase  de  cuestiones  literarias  y  políticas. 
Al  mismo  tiempo,  este  cenáculo  era  de  una  libertad 
de  costumbres  inaudita,  permitiéndose  bromas  y  or- 
ganizando fiestas  que  es  imposible  narrar.  Al  fin  \'ol- 
taire  y  otros  de  los  huéspedes  se  indispusieron  con  su 
regio  amigo.  A  pesar  de  que  en  las  cenas  de  Postdam 
reinaba  la  más  completa  igualdad  entre  los  convida- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


267 


dos,  ciertos  escritores,  por  más  que  hacían  para  iiala- 
gar  al  rey,  no  logrulian  en  ciertos  momentos  disimu- 
lar la  superioridad  de  su  inteligencia,  y  Federico,  con 
fríos  sarcasmos,  les  hacía  recordar  sus  diferencias  de 
rango.  La  ruptura  del  rey  con  Voltaire  tuvo  la  reso- 
nancia de  un  suceso  europeo.  Federico  se  vengó  de  su 
ilustre  amigo  infligiéndole  toda  clase  de  pequeñas 
molestias  antes  de  que  abandonase  sus  Estados,  y  el 
célebre  escritor  le  contestó  hablando  con  venenosa 
ironía  de  sus  vicios  secretos.  Años  después,  el  gran 
monarca  prusiano,  que  no  podía  vivir  en  mala  inteli- 
gencia con  su  ídolo,  hizo  toda  clase  de  gestiones  para 
restablecer  la  amistad,  pero  Voltaire,  aunque  reanudó 
su  correspondencia  con  Federi- 
co, no  quiso  nunca  volver  á 
Berlín. 

La  permanencia  de  estos 
hombres  notables  en  la  capital 
del  reino  prestó  grandes  servi- 
cios á  la  civilización  de  Prusia. 
La  mayoría  de  los  huéspedes 
ilustres  se  compuso  de  france- 
ses, y  francesa  fué  también  la 
cultura  que  impuso  Federico 
á  las  clases  superiores  de  su 
reino. 

De  1756  á  1763  se  desarrolló 
la  guerra  llamada  de  Siete  Años, 
el  período  más  brillante  y  peno- 
so de  Federico  IL  Casi  toda 
Europa  se  había  coligado  con- 
tra él,  viendo  un  peligro  en  este 
monarca  audaz  y  ambicioso 
que  no  sentía  respeto  alguno 
por  la  palabra  empeñada  ni  por 
las  firmas  que  ponía  al  pie  de 
los  tratados.  Francia,  Austria, 
Sajonia  y  Rusia  hicieron  una 
alianza  contra  él.  Fué  una  gue- 
rra semejante  por  su  extensión  á  la  de  1914  que  ha 
provocado  el  descendiente  de  Federico  II,  pero  con 
una  enorme  diferencia  en  el  número  de  las  tropas  y 
los  medios  de  destrucción. 

El  monarca  prusiano  estuvo  próximo  muchas  ve- 
ces al  aplastamiento  final.  Su  actividad,  su  valor  y  su 
genio  le  salvaron  siempre  en  el  último  instante,  pero 
también  contribuyó  de  un  modo  notable  á  su  salva- 
ción la  escasa  valía  de  los  generales  que  tuvo  en- 
frente, muchos  de  ellos  elegidos  por  las  intrigas  de 
corte  y  las  favoritas  de  los  reyes.  En  las  diez  y  siete 
grandes  batallas  que  tuvo  que  dar,  se  vio  vencido  las 
más  de  las  veces,  pero  también  consiguió  ruidosos  des- 
quites cuando  sus  enemigos  le  creían  aplastado,  espe- 
cialmente en  Rosbach,  donde  dispersó  al  ejército  fran- 
co-alemán mandado  por  Soubise,  un  general  sostenido 
por  la  Pompadour,  y  en  Leuthen,  serie  de  maniobras 
admiradas  por  Napoleón,  y  que  dio  origen  á  todo  un 
sistema  de  estrategia.  Á  pesar  de  estos  esfuerzos  glo- 


ESTATUA    DB    FEDERICO    EL    GRANDE    EN    BERLÍN 


riosos,  Federico  II  estaba  en  una  situación  desespera- 
da: los  enemigos  habían  invadido  sus  territorios;  Ber- 
lín se  veía  saqueado;  el  reino  de  Prusia  iba  á  perecer, 
cuando  un  cambio  de  soberano  en  Rusia  rompió  la 
coalición,  favoreciendo  la  paz.  Federico  pudo  salir  de 
este  conflicto  con  las  grandes  potencias  de  Europa, 
conservando  definitivamente  la  Silesia,  que  había  sido 
el  objetivo  de  la  primera  de  sus  guerras,  y  gozando 
una  reputación  europea  de  primer  estratega  de  su 
tiempo.  Los  siete  años  de  guerra  habían  empobrecido 
su  país,  y  tuvo  ([ue  dedicar  el  resto  de  la  vida  á 
reedificar  las  ciudades  y  pueblos  destruidos,  dando 
un  impulso  enérgico  á  la  agricultura  y  la  industria. 

Todavía  antes  de  su  muerte 
agrandó  el  territorio  nacional, 
poniéndose  de  acuerdo  con  Aus- 
tria y  Rusia  para  realizar  el 
primer  reparto  de  Polonia,  enor- 
me injusticia  que  llevó  adelan- 
te sin  que  sintiese  el  menor  es- 
crúpulo su  alma  de  filósofo. 
Este  hombre  que  había  debuta- 
do como  escritor  combatiendo 
á  Maquiavelo,  se  mostró  en  sus 
actos  diplomáticos  como  uno  de 
sus  más  hábiles  y  aprovecha- 
dos discípulos. 

Todos  los  historiadores  com- 
paran á  Federico  con  Napoleón, 
y  algunos,  como  Michelet,  lo 
consideran  superior,  alegando 
que  el  general  Bonaparte  en- 
contró al  empezar  sus  campa- 
ñas un  ejército  entusiasmado 
por  los  triunfos  de  la  Revolu- 
ción y  preparado  por  Massena, 
lloche  y  otros  vencedores,  mien- 
tras que  Federico  tuvo  que 
crearlo  todo  al  frente  de  un 
ejército  que  no  se  había  batido  nunca,  y  se  vio  obliga- 
do á  defenderse  en  un  país  sin  fronteras  determinadas. 
Lo  más  admirable  en  Federico  II  fué  su  poderosa 
voluntad,  que  le  sostuvo  así  en  las  cosas  militares 
como  en  las  de  la  vida  ordinaria.  Este  literato — dice 
un  historiador  —  ,  este  filósofo  (pues  en  el  fondo  de  su 
natunileza  no  era  otra  cosa,  quiso  ser  soldado  y  lo 
fué  con  toda  convicción,  porque  aunque  profesaba 
cierto  deísmo  volteriano,  creyó  siempre  que  el  hom- 
bre sólo  debe  contar  con  su  propio  esfuerzo,  sin  espe- 
rar ningún  auxilio  sobrenatural.  De  aqui  su  tenacidad, 
su  energía,  su  prodigiosa  fuerza  para  el  trabajo  y  su 
constancia  en  los  reveses.» 

El  amor  que  sentía  por  Francia  se  mantuvo  firme 
entre  los  vaivenes  de  la  política.  El  hombre  más  gran- 
de de  Prusia  fué  un  francés  de  corazón.  Hasta  en  la 
época  ([ue  hacia  la  guerra  contra  ella  no  mostró  ren- 
cor alguno.  Después  de  la  victoria  de  Rosbach  hizo 
recoger  y   cuidar  con  escrupulosidad  á  los  heridos 


268 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


franceses  é  invitó  á  su  mesa  á  los  oficiales  prisioneros. 
— Perdonad,  señores,  la  escasez  de  comida — dijo 
alegremente — ,  pero  no  os  esperaba  tan  pronto  y  en 
tanto  número. 

Y  volviéndose  á  los  generales  de  su  Estado  Mayor, 
añadió: 

— No  puedo  acostumbrarme  á  mirar  á  los  franceses 
como  enemigos. 

No  hubo  en  él  nada  de  esa  jactancia  que  es  habi- 
tual en  los  grandes  personajes  históricos.  ÍMintió  mu- 
cho en  su  vida  y  faltó  á  su  palabra  en  las  negocia- 
ciones diplomáticas;  pero  fué  franco  y  veridico  al 
relatar  sus  victorias  y  sus  descalabros,  lo  que  tampo- 
co es  común  en  hombres 
de  su  clase.  De  los  triun- 
fos habló  con  sencillez  y 
modestia,  y  al  confesar 
sus  derrotas  no  preten- 
dió excusarlas  con  forza- 
dos pretextos.  Nunca  di- 
simuló el  número  de  sus 
muertos  y  prisioneros, 
juzgando  fríamente  los 
hechos  de  guerra,  no 
como  un  capitán,  sino 
como  un  politico  y  un 
pensador.  Comparado 
con  los  otros  reyes  de  su 
tiempo,  monarcas  de- 
cadentes, aparece  más 
grande  y  más  original. 
«De  no  ser  rey — dice  Mi- 
chelet — siempre  (jueda- 
ria  como  uno  de  los  pri- 
meros hombres  de  su 
siglo.» 

Federico  el  Grande  fué 
igualmente  grande  en 
sus  vicios  y  su  inmorali- 
dad privada.  Los  testi- 
monios de  los  contemporáneos  lo  describen  como  un 
personaje  amoral,  falto  de  escrúpulos,  sin  respeto 
para  las  preocupaciones  generales,  viviendo  al  mar- 
gen de  todas  las  reglas  que  acatan  los  demás  hom- 
bres. Más  allá  de  sus  amores  con  bailarinas  y  come- 
diantas,  exhibidos  francamente,  tuvo  una  historia  se- 
creta, cuya  variada  monstruosidad  parece  asustar 
aún  á  los  comentaristas  más  hostiles.  Algunos  han 
hablado  intencionadamente  del  extraordinario  afecto 
que  sintió  por  su  hermana,  la  Margravina  de  Baireuth, 
y  el  entusiasmo  adorativo  que  ésta  mostró  siempre 
por  él. 

En  otro  orden  de  aficiones  sexuales,  Voltaire,  des- 
pués del  rompimiento  con  Federico  II,  se  valió  de  una 
ironia  sutil  para  asestar  rudos  golpes  á  su  antiguo 
amigo.  Refiriéndose  á  los  intentos  del  rey  de  Prusia 
para  reanudar  la  antigua  amistad,  dijo  asi  Voltaire: 
«Me  ha  escrito  ofreciéndome  todos  sus  favores,  pero 


HABITACIÓN    DB    VOLTAIRB   BN   BL   PALACIO   DE    POSTDAM 


éstos  asustan  á  cualquiera  y  á  mi  edad  no  los  juzgo 
convenientes.» 

Su  capacidad  para  el  trabajo  fué  tan  enorme  y 
monstruosa  como  sus  buenas  facultades  y  sus  vicios. 
El  historiador  inglés  Macaulay  dijo  de  él  con  asom- 
bro: «No  contento  con  ser  su  primer  ministro,  Fede- 
rico acabó  siendo  su  único  ministro.  No  tuvo  jamás 
necesidad  de  un  líichelieu  ó  un  Mazarino,  ni  siquiera 
de  un  Colbert,  de  un  Louvois  ó  de  un  Torcy.  Una  es- 
pecie de  pasión  insaciable  por  el  trabajo,  una  necesi- 
dad de  ordenarlo  todo,  de  mezclarse  en  todo,  de  hacer 
sentir  su  poder,  así  como  el  desprecio  profundo  y  la 
desconfianza  que  le  inspiraban  sus  semejantes,  le  im- 
pidieron siempre  el  soli- 
citar consejos,  confiar 
secretos  importantes  y 
delegar  poderes.  Los  pri- 
meros funcionarios  del 
instado  fueron  bajo  su 
gobierno  simples  depen- 
dientes, á  los  cuales  no 
concedió  mayor  confian- 
za que  la  que  gozan  de 
ordinario  los  l)uenos  ser- 
vidores. Fué  su  propio  te- 
sorero, sugeneral  en  jefe, 
su  intendente  de  traba- 
jos públicos,  su  ministro 
de  (!oraercio  y  de  Justi- 
cia, su  ministro  del  In- 
terior y  de  Negocios  Ex- 
tranjeros, su  director  de 
caballería,  su  goberna- 
dor de  palacio,  su  cham- 
belán... No  podía  tolerar 
otra  voluntad  que  la 
suya  en  el  gobierno  del 
Estado.  No  quiso  admi- 
tir como  colaboradores 
más  que  simples  em- 
pleados, con  la  inteligencia  necesaria  para  traducir, 
copiar,  descifrar  sus  escritos  hechos  á  toda  prisa  y 
dar  una  forma  oficial  á  sus  respuestas  lacónicas.  En 
punto  á  talentos  naturales  y  á  instrucción,  sólo  exigió 
de  sus  secretarios  de  gabinete  lo  que  podían  darle 
una  prensa  litográfica  ó  una  máquina  de  copiar.» 

Como  veremos  más  adelante,  esta  actividad  ab- 
sorbente de  Federico  el  Grande  la  han  querido  imitar 
algunos  de  sus  sucesores. 

Guillermo  II  pretende  ahora  dirigir  el  vasto  impe- 
rio alemán,  como  su  antecesor  gobernaba  por  si  mis- 
mo el  reino  de  Prusia.  Pero  existe  entre  los  dos  la 
lamentable  diferencia  que  separa  la  copia  del  ori- 
ginal. 

D 

Al  morir  Federico  II  en  1786  á  consecuencia  de 
una  hidropesía,  como  no  tenía  hijos  le  sucedió  en  el 
trono  un  sobrino,  que  tomó  el  titulo  de  Federico  Gui- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


269 


llermo  II.  Encontró  la  nación  repuesta  de  las  pérdi- 
das sufridas  en  las  guerras  anteriores,  con  el  tesoro 
público  repleto,  el  ejército  en  buen  estado,  y  una  paz 
con  los  vecinos  que  hacia  de  Prusia  el  arbitro  de  la 
Europa  central,  l'ero  el  nuevo  rey,  como  los  llohen- 
zollern  (lue  vinieron  después,  no  supo  seguir  las  hue- 
llas del  gran  Federico,  derrochando  en  locas  prodiga- 
lidades la  fortuna  de  Prusia  y  comprometiendo  á  ésta 
en  guerras  ruinosas,  sin  utilidad.  Defensor  fervoroso 
del  absolutismo  monárquico  y  alarmado  por  los  pro- 
gresos de  la  Revolución  francesa,  fué  el  principal 
organizador  en  IT'.H  de  la  coalición  de  Pilnitz,  hacien- 
do marchar  su  ejército  contra  los  batallones  de  volun- 
tarios organizados  por 
la  Convención,  que  le 
infligieron  la  primera 
derrota  en  Valmy  segui- 
da de  otras  muchas.  Tres 
años  después  tuvo  que 
firmar  en  Basilea  un  tra- 
tado de  paz  con  la  vic- 
toriosa República  fran- 
cesa, abandonando  á 
cambio  de  aquél  la  orilla 
izquierda  del  Rhin.  Esta 
pérdida  la  compensó  pro- 
cediendo en  compañía  de 
Rusia  al  reparto  definiti- 
vo de  Polonia,  luego  de 
aplastar  inicuamente  la 
resistencia  de  los  patrio- 
tas polacos  mandados 
por  el  heroico  Kosciusco. 
En  el  interior  de  Prusia, 
el  gobierno  de  Federico 
Guillermo  II  no  sólo  fué 
fatal  para  la  hacienda 
pública,  que  contrajo 
una  deuda  considerable. 
La  libertad  de  pensa- 
miento, instaurada  y  favorecida  por  el  gran  Federico, 
sufrió  numerosos  ataques  del  nuevo  monarca,  que 
asustado  por  los  progresos  de  la  Revolución  francesa, 
estableció  la  censura  y  otras  leyes  retrógradas. 

En  1797  le  sucedió  su  hijo  mayor,  tomando  el  titulo 
de  Federico  Guillermo  111.  Siendo  principe  había  mar- 
chado con  su  padre  al  ejército  del  Rhin  para  hacer  la 
guerra  á  la  República,  distinguiéndose  por  su  valor, 
pero  al  ocupar  el  trono  quiso  vivir  en  paz,  respetando 
el  tratado  de  Basilea.  Suprimió  muchas  de  las  leyes 
reaccionarias  del  anterior  reinado,  asi  como  la  cen- 
sura, y  se  propuso  trabajar  únicamente  por  la  pros- 
peridad interna  de  I'rusia.  Las  convulsiones  á  que  se 
vio  sometida  Europa  en  aquel  entonces  por  la  ambi- 
ción del  imperialismo  napoleónico,  no  le  permitieron 
mantenerse  en  una  situación  tranquila.  Alejandro  I, 
emperador  de  Rusia,  fué  personalmente  á  Berlín  para 
hacerle  entrar  en  la  tercera  coalición  europea  contra 


BIBLIOTECA    DB   FEDERICO    EL   GRANDE 
BN  BL  PALACIO  DB  POSTDAM 


el  imperio  francés,  pero  la  gran  victoria  de  Austerlitz 
lo  impulsó  de  nuevo  á  la  prudencia,  manteniéndose  en 
buenas  relaciones  con  Napoleón.  Sin  embargo,  no  era 
posible  vivir  en  paz  con  este  conquistador,  cuyas  pre- 
tensiones resultaban  insufribles,  como  las  de  todos  los 
hombres  de  guerra  favorecidos  por  la  suerte.  En  1806 
Prusia  acabó  por  declarar  la  guerra  á  Francia,  siendo 
esta  lucha  tan  corta  como  ruinosa.  En  el  espacio  de 
cinco  días  Napoleón  derrotó  á  los  prusianos  en  .lena 
y  entró  victorioso  en  Berlín.  Federico  Guillermo  III 
se  vio  despojado  de  sus  Estados  y  confinado  en  Memel. 
Su  esposa,  la  bella  reina  Luisa,  mujer  de  grandes 
energías,  le  acompañó  en  la  desgracia,  intercediendo 

personalmente  con  Na- 
poleón en  aquel  momento 
angustioso  para  que  no 
los  despojase  por  siom 
pre  de  la  corona  de  Pru- 
sia. Pudieron  conservar- 
la gracias  al  zar  Alejan- 
dro I,  que  sostuvo  sus 
derechos  al  ajustarse  en 
el  año  siguiente  la  paz 
de  Tilsit.  Federico  Gui- 
llermo volvió  á  tomar 
posesión  de  una  parte  de 
su  reino,  pero  á  costa  de 
grandes  humillaciones  y 
de  una  contribución  de 
guerra,  enorme  para  la 
época,  que  le  impuso  Na- 
poleón antes  de  retirar 
las  tropas  francesas. 

Dos  años  después,  en 
180i',  pudo  regresar  Fe- 
derico Guillermo  á  Ber- 
lín, y  sin  dejarse  abatir 
por  la  desgracia,  ayuda- 
do por  dos  hombres  de 
alta  capacidad,  Stein  y 
Hardenberg,  se  dedicó  á  la  regeneración  de  Prusia, 
estableciendo  leyes  liberales  y  reorganizando  radical- 
mente la  administración.  La  juventud  de  las  universi- 
dades y  los  profesores  patriotas,  como  Fichte,  ayuda- 
ron poderosamente  á  este  renacimiento.  Todos  los 
bienes  eclesiásticos  y  de  las  órdenes  religiosas  fueron 
vendidos,  así  como  los  pertenecientes  al  Estado. 

Con  estas  medidas  el  rey  de  Prusia  consiguió 
restablecer  el  bienestar  de  su  país,  fortaleciendo  el 
ejército  con  una  juventud  entusiasta.  A  pesar  de  esto 
tuvo  que  plegarse  por  mucho  tiempo  á  las  exigencias 
todopoderosas  de  Napoleón,  que  pesaba  entonces  sobre 
la  libertad  y  la  dignidad  de  los  pueblos  con  el  mismo 
despotismo  insufrible  que  ha  mostrado  Prusia  un  siglo 
después. 

l'ara  vivir  en  paz,  Federico  Guillermo  tuvo  que 
aceptar  en  1812  un  tratado  de  alianza  defensiva  y 
ofensiva  ajustado  en  París  con  Napoleón.  En  virtud  de 


270 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


este  compromiso,  habiendo  estallado  poco  después  la 
guerra  entre  Francia  y  Rusia,  el  monarca  prusiano 
tuvo  que  enviar  al  emperador  30.000  hombres,  manda- 
dos por  el  general  York,  que  figuraron  en  el  llamado 
«(irán  Ejército».  Al  ocurrir  la  famosa  retirada  de 
Rusia,  las  tropas  prusianas  abandonaron  á  Napoleón, 
uniéndose  á  los  rusos.  Llegaba  para  Federico  Guiller- 
mo la  hora  de  la  venganza.  Su  pueblo  iba  á  resarcirse 
de  las  humillaciones  que  le  habia  hecho  sufrir  el  im- 
perialismo francés,  atropellador  y  arbitrario  como 
todos  los  imperialismos.  El  rey  de  Prusia  se  unió  á  la 
coalición  formada  contra  Napoleón  por  todos  los  mo- 
narcas de  Europa  y  que  dirigía  el  zar  Alejandro  I.  El 
pueblo  acogió  con  grandes  transportes  de  alegría  la 
declaración  de  guerra  á  Bonaparte.  Toda  la  juventud 
tomó  las  armas.  El  poeta  guerrero 
Ka^rner  y  otros  escritores  románticos 
habían  infundido  al  pueblo  prusiano 
un  entusiasmo  patriótico  que  tenia 
algo  de  místico.  Las  tropas  de  l'rusia 
mandadas  por  lUilcher  contribuyeron 
á  la  primera  caída  de  Napoleón  en  la 
batalla  de  Leipzig  y  á  su  segunda 
y  definitiva  ruina  en  la  batalla  de 
Waterlóo. 

Después  del  triunfo,  viendo  Federi- 
co Guillermo  asegurada  para  siempre 
su  corona,  hizo  celebrar  en  Berlín  el 
jubileo  de  los  llohenzollern,  que  go- 
bernaban 400  años  el  Brandemburgo, 
núcleo  de  la  Prusia  moderna.  Solem- 
nizó además  su  victoria  dictando  nu- 
merosas disposiciones  para  el  fomento 
del  país  y  reglamentando  las  dificul- 
tades que  habían  surgido  entre  las 
iglesias  protestantes  y  la  iglesia  católica.  Pero  fué 
ingrato  con  el  pueblo,  que  al  luchar  por  la  integridad 
de  la  patria  creyó  hacerlo  también  por  la  libertad  que 
Federico  (¡uillermo  le  habia  prometido  solemnemente 
en  1815,  al  volver  Napoleón  á  Francia  desde  la  isla 
de  Elba,  resucitando  el  peligro  de  su  imperialismo. 
Federico  Guillermo  quiso  conservar  su  poder  de  mo- 
narca absoluto  y  se  negó  á  cumplir  la  promesa  de 
una  Constitución  y  un  sistema  representativo  para  su 
pueblo. 

Reinó  largos  años  en  paz,  hasta  1840,  fecha  de  su 
muerte,  y  en  este  período  su  acto  más  importante  fué 
el  establecimiento  de  la  asociación  aduanera  de  los 
Estados  alemanes,  conocida  con  el  nombre  de  ZoUve- 
rin,  que  tan  famosa  se  hizo  después.  Esta  asociación 
estableció  un  vinculo  de  intereses  entre  los  pueblos 
germánicos,  convirtiéndose  en  un  arma  política  que 
esgrimió  Prusia  para  adquirir  un  ascendiente  consi- 
derable sobre  el  resto  de  Alemania. 

Federico  Guillermo  III,  soldado  valeroso  y  de  re- 
gular inteligencia,  compartió  ante  el  patriotismo  de 
su  país,  la  simpatía  por  sus  desgracias  y  la  gloria  de 
sus  triunfos,  con  la  reina  Luisa,  animosa  compañera. 


FBDBBIOO    CriLLERMO    II 


célebre  por  su  belleza  y  su  energía.  De  esta  esposa, 
que  murió  en  1810  sin  presenciar  la  regeneración  de 
la  Prusia  vencida,  tuvo  Federico  Guillermo  siete  hijos, 
siendo  los  dos  primeros  Federico  Guillermo  IV,  que  le 
sucedió  en  el  trono,  y  Guillermo  1,  que  habia  de  ser 
el  fundador  del  moderno  imperio  alemán. 


Estos  dos  hijos  de  Federico  Guillermo  y  de  la  reina 
Luisa  guardaron  siempi-e  una  triste  impresión  de  su 
niñez,  transcurrida  en  las  horas  más  difíciles  para  su 
familia  y  su  patria.  Habían  presenciado,  al  adquirir  el 
uso  de  su  razón,  los  llantos  desesperados  de  la  hermo- 
sa reina  y  las  preocupaciones  taciturnas  del  rey  bajo 
las  exigencias  é  imposiciones  de  Napoleón.  De  aquí 
que  los  dos  príncipes  sintiesen  desde 
los  primeros  años  un  odio  instintivo 
contra  Francia,  y  más  especialmente 
contra  las  ideas  proclamadas  por  la 
Revolución,  considerando  á  Bonapar- 
te como  un  producto  de  ésta. 

Federico  Guillermo  IV,  al  subir  al 
trono  en  1840,  era  considerado  como 
el  monarca  más  culto  de  su  época. 
Teniendo  diez  y  siete  años  había  ser- 
vido en  las  últimas  campañas  del  ejér- 
cito prusiano  contra  Napoleón,  y  al 
sobrevenir  la  paz  pudo  dedicarse  al 
ejercicio  de  las  bellas  artes,  por  las 
que  sentía  un  gusto  irresistible,  dis- 
tinguiéndose como  dibujante  y  escul- 
tor. 

Esta  afición  á  las  artes,  sus  rela- 
ciones con  los  grandes  artistas  y  la 
demencia  que  obscureció  sus  últimos 
años,  dan  á  Federico  Guillermo  una  gran  semejanza 
con  sus  parientes,  los  reyes  de  la  casa  de  Baviera, 
muchos  de  los  cuales  fueron  artistas  como  él  y  murie- 
ron de  la  misma  enfermedad. 

Tenía  cuarenta  y  cinco  años  cuando  ocupó  el  trono, 
y  sus  primeros  actos  hicieron  concebir  grandes  espe- 
ranzas á  la  Prusia  liberal.  Dio  una  amnistía  á  todos 
los  políticos  que  vivían  fuera  del  reino  por  las  perse- 
cuciones reaccionarias  que  habia  ordenado  su  padre, 
añadiendo  á  esto  una  relativa  libertad  de  la  prensa. 
En  su  gobierno  figuraron  hombres  notables  del  libera- 
lismo. Profesores  perseguidos  por  ser  de  ideas  revolu- 
cionarias, volvieron  á  ocupar  sus  cátedras  en  las  uni- 
versidades. 

Dos  años  después  convocó  en  Berlín  todas  las  die- 
tas de  provincia  para  que  formasen  una  sola  asamblea, 
tratando  en  común  los  asuntos  del  pais,  lo  que  no  se 
había  visto hastaentonces,  pues  el  despotismo,  temien- 
do la  expresión  del  sentimiento  general,  sólo  permitía 
que  las  dietas  se  reuniesen  por  separado  con  poderes 
restringidos  y  locales.  El  país  mostró  entusiasmo  y 
agradecimiento  ante  esta  asamblea  reunida  en  Berlín, 
que  daba  á  la  nación  un  carácter  semi-constitucional. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


271 


Pero  estos  intentos  de  liberalismo  encontraron  una 
poderosa  resistencia  en  la  reina  Elisabet,  franca- 
mente reaccionaria,  y  que  liguraha  al  frente  de  los 
absolutistas  de  Prusia.  Federico  (Tuillermo,  á  seme- 
janza de  su  padre,  vivió  dominado  por  su  esposa.  Uno 
y  otro  fueron  hombres  valerosos  y  de  reconocida  inte- 
ligencia, pero  sin  voluntad  ante  sus  mujeres  y  some- 
tiéndose á  exigencias  políticas  de  éstas  en  el  interior 
del  hogar.  Segura  de  su  imperio  sobre  el  monarca,  la 
reina  Elisabet  obligó  á  los  ministros  á  abandonar  sus 
carteras  ó  someterse  á  su  dirección.  Ella,  a  su  vez, 
como  católica,  estaba  dirigida  y  sostenida  por  los 
jesuítas,  que  se  exhibían  francamente  al  lado  de  su 
regia  protectora.  La  libertad  de  enseñanza  fué  restrin- 
gida considerablemente,  la  prensa  se  vio  objeto  de 
persecuciones,  y  los  hombres  nota- 
bles que  el  rey  habia  llamado  á  su 
consejo  se  apartaron  de  él,  sabiendo 
de  antemano  que  su  ruina  era  segura 
si  no  obedecían  las  órdenes  de  la  reina. 
El  débil  Federico  (Guillermo  dejó 
que  poco  á  poco  apartasen  de  su  lado 
á  los  hombres  de  mayor  confianza.  La 
camarilla  reaccionaria  le  presentaba 
pruebas  apócrifas  para  convencerle 
de  la  inñdelidad  de  éstos.  Influenciado 
por  la  reina  y  sus  consejeros,  dio  su 
adhesión  a  medidas  ilegitimas  y  vio- 
lentas que  exasperaron  al  país. 

El  liberalismo  prusiano  estaba 
aguardando  desde  1815  el  cumpli- 
miento de  la  promesa  de  una  Constitu- 
ción que  le  habían  hecho  sus  reyes,  y 
en  vez  de  cumplir  esta  promesa,  la 
monarquía  extremaba  sus  medidas 
reaccionarias.  Desengañado  ya  el  pueblo,  se  lanzó 
á  conspirar  para  conseguir  sus  deseos.  Antes  de  en- 
tregarse francamente  á  los  trabajos  revolucionarios, 
los  liberales  pidieron  al  rey  el  establecimiento  de 
un  régimen  popular  con  una  representación  nacional 
para  vigilarlo  y  dirigirlo.  La  respuesta  de  la  corte 
fué  encarcelar  á  los  jefes  de  los  grupos  liberales.  Al 
mismo  tiempo,  en  su  política  exterior,  Prusia  contri- 
buyó á  la  arbitrariedad  y  la  violencia,  ayudando  al 
imperio  austríaco,  que  se  apoderó  de  Cracovia,  supri- 
miendo todo  lo  que  sobrevivía  del  reino  polaco  como 
pueblo  independiente. 

Una  conspiración  organizada  contra  el  rey  fué  des- 
cubierta, y  el  gobierno  reaccionario  llenó  las  prisio- 
nes de  culpables  y  de  inocentes.  El  despotismo  de  la 
reina  y  sus  partidarios  se  mostraba  desdeñoso  en  es- 
tas medidas  represivas.  Seguro  del  apoyo  del  ejército, 
no  creía  que  el  pueblo  pudiese  intentar  nada  impor- 
tante contra  el  poder  real.  Este  desprecio  exasperó 
aun  más  al  pueblo  que  las  persecuciones  y  los  cas- 
tigos. 

En  tal  estado  ocurrió  en  Francia  la  revolución 
de  184S,  el  destronamiento  de  Luis  Felipe  y  la  procla- 


FaDBRICO    GUILLERMO    III 


mación  de  la  segunda  República.  El  movimiento  de 
París  repercutió  en  Prusia.  El  pueblo  se  levantó  vigo- 
rosamente ante  la  monarquía,  cortando  las  calles  de 
Berlín  con  barricadas  y  batiéndose  contra  las  tropas 
reales.  Del  17  al  19  de  Marzo,  en  tres  jornadas  san- 
grientas, los  cañones  abrieron  grandes  claros  en  la 
muchedumbre  revolucionaria,  pero  ésta  se  embra- 
veció cada  vez  más,  preflriendo  morir  á  declararse 
vencida. 

Federico  Guillermo  se  dio  cuenta  por  primera  vez 
de  que  esta  revolución,  de  la  que  se  burlaban  sus  con- 
sejeros, no  era  un  juego  infantil,  y  repeliendo  la  tutela 
aisladora  en  que  le  mantenía  la  reina,  bajó  á  la  calle, 
solo,  sin  guardias,  fraternizando  con  los  revoluciona- 
ríos,  anunciándoles  su  propósito  de  cambiar  de  minis- 
tros, reconociendo  la  legitimidad  de 
sus  reclamaciones.  Sus  promesas  de 
dar  una  Constitución  con  la  respon- 
sabilidad de  los  ministros  y  el  esta- 
blecimiento de  la  unidad  alemana, 
apaciguaron  los  ánimos  é  hicieron 
cesar  el  combate.  De  vuelta  á  su  pa- 
lacio, llamó  á  respetables  personajes 
del  liberalismo  para  que  formasen  el 
nuevo  gobierno,  é  hizo  salir  de  Berlín 
las  tropas  que  habían  ametrallado  al 
pueblo. 

Esta  iniciativa  entusiasmó  á  Her- 
lín,  y  nunca  fué  tan  popular  y  amado 
Federico  Guillermo  como  en  aquellos 
momentos.  El  pueblo,  aglomerado 
ante  el  palacio,  le  hacía  salir  al  bal- 
cón de  hora  en  hora,  tributándole  in- 
mensas aclamaciones. 

Un  incidente,  iiue  adquirió  enorme 
importancia,  siendo  comentado  en  toda  Europa  como 
un  simbolismo  histórico,  casi  rompió  la  paz  esta- 
blecida. 

El  pueblo  enterró  con  gran  pompa  el  22  de  Marzo 
los  cadáveres  del  doctor  Weiss  y  del  polaco  Malinski, 
dos  jefes  revolucionarios  muertos  en  las  barricadas,  y 
el  fúnebre  cortejo  desfiló  ante  el  palacio  real.  Al  ver 
cerradas  las  ventanas  la  muchedumbre  se  indignó, 
considerando  esto  como  una  muestra  del  desprecio 
real.  Temiendo  una  nueva  revuelta,  los  reyes  se  mos- 
traron en  un  balcón:  Federico  (iuillermo  con  la  cabe- 
za cubierta,  la  reina  Elisabet  pálida  de  miedo,  pero 
dejando  adivinar  en  sus  miradas  un  concentrado 
rencor. 

La  muchedumbre  les  reservaba  una  humillación. 
Al  fijarse  en  el  bicornio  que  cubría  la  cabeza  del  rey, 
estalló  una  protesta  general.  Debía  descubrirse  ante 
las  víctimas  de  sus  soldados.  Federico  Guillermo  se 
descubrió,  y  la  reina,  no  pudiendo  soportar  el  espec- 
táculo, cayó  desmayada  en  el  balcón. 

El  victorioso  cortejo  siguió  su  marcha,  volviendo 
Berlín  á  su  vida  tranquila.  El  pueblo  se  mostraba  con- 
fiado en  el  cumplimiento  de  las  promesas  reales.  Todos 


272 


VICENTE  13LASCO  IBANEZ 


sus  enemigos  habían  huido.  Los  consejeros  de  la  reina 
estaban  lejos.  El  adversario  más  temible,  el  principe 
Guillermo,  hermano  del  rey,  que  era  la  espada  de  la 
reacción,  había  emigrado  á  Londres,  sabiendo  que  su 
presencia  volvería  á  sublevar  al  pueblo. 

El  futuro  Guillermo  I,  fundador  del  Imperio  ale- 
mán y  gran  héroe  nacional,  era  en  1848  el  personaje 
más  odiado  en  toda  Prusia  El  pueblo  le  había  dado  el 
apodo  de  Principe  Metralla,  porque  en  diversas  oca- 
siones manifestó  su  deseo  de  contestar  á  metrallazos 
las  peticiones  en  favor  de  una  Constitución.  En  his 
tres  jornadas  revolucionarias  había  animado  y  dirigi- 
do á  las  tropas  que  acuchillaban  al  vecindario  de 
Berlín. 

Transcurrió  el  tiempo,  y  la  monarquía,  con  sus  dé- 
biles reformas,  engañó  una  vez  más 
la  confianza  pueril  del  pueblo.  Los 
i-eíiceion arios  se  apoderaron  de  los 
negocios  públicos,  lentamente  al  prin- 
cipio, con  arrogancia  después.  La 
reina  recobró  su  imperio  sobre  Fe- 
derico Guillermo.  El  Principe  Metra- 
lla pudo  volver  del  destierro  sin  nin- 
gún cuidado,  para  prestar  su  apoyo 
al  despotismo.  La  aristocracia  do- 
minó en  todos  los  consejos.  La  re- 
forma más  importante  consistió  en 
crear  una  Cámara  de  Pares,  lo  que 
equivalía  á  una  burla  para  el  pueblo. 
El  ministerio  Manteuffel  cometió 
toda  clase  de  violencias  y  hasta  de 
crímenes  para  aterrar  á  los  liberales. 
Un  acto  de  la  Dieta  reunida  en 
Francfort,  como  representante  de  la 
Confederación  Germánica,  sirvió 
para  demostrar  el  espíritu  reaccionario  de  la  corte  de 
Prusia,  más  atenta  á  la  conservación  de  su  poder  ab- 
soluto que  al  engrandecimiento  del  país. 

En  1815,  luego  de  la  caída  de  Bonaparte,  los  di- 
versos príncipes  soberanos  y  las  ciudades  libres  que 
se  repartían  el  suelo  de  Alemania  habían  hecho  una 
Confederación  para  sostener  en  adelante  la  indepen- 
dencia é  inviolabilidad  de  sus  Estados.  Las  invasiones 
y  atropellos  del  imperialismo  napoleónico  los  habían 
aleccionado,  demostrándoles  la  necesidad  de  corregir 
el  fraccionamiento  alemán  con  una  común  inteligen- 
cia. La  asamblea  directora  de  esta  Confederación 
Germánica  se  titulaba  la  Dieta  de  Francfort,  por  re- 
unií'se  en  ciertas  épocas  en  la  mencionada  ciudad. 

El  emperador  de  Austria  y  el  rey  de  Prusia  figura- 
ban en  la  Confederación  por  sus  posesiones  que  ha- 
bían pertenecido  al  antiguo  imperio  germánico.  El  rey 
de  Dinamarca  entró  también  en  ella  como  soberano 
del  ducado  de  Ilolstein,  y  el  rey  de  los  Países  Bajos 
(Holanda)  como  dueño  del  Gran  Ducado  de  Luxem- 
burgo.  Los  numerosos  reyes  y  príncipes  alemanes,  así 
como  los  magistrados-presidentes  de  las  ciudades  li- 
bres, formaban  el  resto  de  la  asamblea.  El  imperio  de 


FEDERICO    GUILLERMO    IV 


Austria  tenia  la  presidencia,  lo  que  le  hacia  figurar 
como  director  de  la  Confederación;  pero  en  realidad 
su  influjo  no  era  importante,  ni  deseaba  fortalecer 
esta  asociación,  prefiriendo  que  continuase  el  fraccio- 
namiento y  divergencia  entre  los  numerosos  Estados. 
La  constitución  de  un  imperio  alemán  que  reno- 
vase el  antiguo  poderío  germánico  fué  el  ensueño 
generoso  de  una  mayoría  de  los  representantes  de  la 
Dieta  de  Francfort.  Pero  bajo  la  influencia  de  las 
ideas  que  esparció  por  toda  Europa  la  revolución  de 
París  en  1848,  querían  un  imperio  liberal  y  democrá- 
tico, fijando  sus  ojos  en  Prusia,  por  desconfiar  de  la 
vieja  y  despótica  Austria. 

Un  año  después  de  la  revolución  de  Berlín,  en 
Marzo  de  1849,  la  Dieta  de  Francfort  eligió  al  rey  de 
Prusia  emperador  de  Alemania,  ro- 
gándole que  aceptase  esta  corona  y 
unificase  bajo  su  cetro  los  pueblos 
germánicos.  La  proposición  era  ten- 
tadora para  los  ambiciosos  Hohenzo- 
llern.  >Sín  embargo,  Federico  Gui- 
llermo rehusó  el  titulo,  recibiendo 
mal  á  la  diputación  que  fué  á  ofre- 
cérselo. La  reina  habia  influido  mu- 
cho en  esta  decisión.  Además  se 
opuso  enérgicamente  el  príncipe  Gui- 
llermo, á  pesar  de  que  el  imperio 
alemán  era  la  ilusión  más  tenaz  de 
su  vida,  como  lo  demostró  después. 


El  futuro  Guillermo  I,  emperador 
de  Alemania,  no  podía  transigir  con 
nada  que  procediese  del  espíritu  po- 
pular y  los  partidos  liberales. 
La  educación  puramente  militar  recibida  en  su 
niñez  y  los  sucesos  que  presenció  en  los  primeros 
años  durante  los  infortunios  sufridos  por  sus  padres, 
decidieron  para  siempre  el  carácter  de  su  política,  que 
tanto  ha  influido  en  la  de  sus  sucesores. 

Cuando  su  hermano  el  rey  reunió  en  1847  los  Esta- 
dos generales  de  Prusia,  él  tomó  asiento  en  el  grupo 
reaccionario  que  se  titulaba  el  «Partido  de  la  Cruz». 
Ya  hemos  visto  cómo  la  impopularidad  obligó  á  expa- 
triarse al  Principe  Metralla.  Al  volver  á  Berlín  sólo  se 


dignó  aparecer  de  tarde  en  tarde  en  la  Cámara  pru- 
siana. No  obstante  estar  compuesta  en  su  gran  mayo- 
ría de  elementos  conservadores,  la  juzgaba  demasia- 
do revolucionaria.  En  cambio  fué  el  alma  de  los  con- 
sejos del  rey,  luchando  enérgicamente  desde  el  palacio 
con  la  naciente  democracia  prusiana,  á  la  que  aplastó 
definitivamente  diez  y  ocho  años  después,  siguiendo 
los  consejos  de  Bismarck,  con  la  victoria  militar  de 
Sadowa. 

Cuando  el  triunfo  momentáneo  del  pueblo  impuso 
al  fin  á  los  Hohenzollern  una  Constitución  en  Diciem- 
bre de  1848,  Guillermo  vio  en  esto  un  insulto  á  la  mo- 
narquía, aceptando  como  un  desquite  el  encargo  de  ir 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


273 


á  pacificar  con  una  intervención  armada  el  ducado  de 
Badén,  cuyo  gobierno  habían  expulsado  los  revolucio- 
narios. El  Príncipe  Metralla  se  vengó  de  las  con- 
trariedades sufridas  en  Berlín  castigando  á  los  baden- 
ses  con  una  crueldad  de  la  que  guardaron  larga  me- 
moria. 

Al  ofrecer  la  Dieta  de  Francfort  la  corona  impe- 
rial á  su  hermano,  el  principe  fué  el  que  manifestó 
una  oposición  más  tenaz.  Aceptar  este  ofrecimiento 
significaba  una  guerra  inmediata  con  Austria,  pero 
esto  no  podía  infiuir  en  las  decisiones  de  Guillermo. 
Lo  que  él  consideraba  inaceptable  era  recibir  el  Impe- 
rio de  manos  del  partido  nacional  alemán,  que  era  al 
mismo  tiempo  el  partido  de  la  revolución.  Por  esto  no 
vaciló  en  sacrificar  á  sus  principios  inflexibles  de  go- 
bierno sus  ambiciones  personales  y 
las  de  su  familia.  Deseaba  crear  la 
Alemania  única,  pero  prefería  una 
espera  incierta  á  la  realidad  inme- 
diata ofrecida  por  los  revoluciona- 
rios. Antes  que  gobernar  el  país  por 
la  voluntad  del  mismo  país,  prefirió 
aconsejar  la  alianza  con  Austria 
para  el  aplastamiento  del  naciente 
espíritu  revolucionario  en  los  Esta- 
dos alemanes. 

Este  hecho  caracteriza  toda  la  po- 
lítica de  Guillermo.  Como  dice  un 
autor,  «jamás  la  Historia  ha  dado  á 
conocer  un  partidario  más  firme  y 
más  indomable  del  despotismo  del 
derecho  divino».  Guillermo,  además, 
pertenecía  á  la  secta  de  los  pietis- 
tas,  estableciendo  entre  su  fe  reli- 
giosa y  su  conducta  como  gobernante 
una  armonía  absoluta.  La  intervención  de  Dios  en 
todos  los  sucesos  humanos  le  parecía  evidente.  Las 
medidas  más  enérgicas  de  su  política  implacable  las 
creyó  en  todos  los  momentos  inspiradas  por  la  divini- 
dad. En  cada  uno  de  sus  actos  vio  el  cumplimiento  de 
un  decreto  de  la  Providencia.  Admiró  su  propia  espada 
como  un  instrumento  de  Dios  para  la  salud  del  mundo. 
Esta  mentalidad  y  esta  fe  dura  é  implacable  del 
futuro  emperador  de  Alemania,  sirven  de  explicación 
á  muchos  actos  de  su  nieto  Guillermo  IL 


El  espíritu  democrático  sólo  hizo  en  la  historia  de 
Alemania  una  aparición  rápida  y  única  entre  1848 
y  1849.  La  monarquía  de  Prusia  por  un  lado  y  el  Im- 
perio de  Austria  por  otro,  aplastaron  la  revolución. 

Prusia  hizo  más.  La  política  posterior  de  Guiller- 
mo I  y  de  Bismarck,  halagando  los  instintos  belicosos 
y  la  vanidad  militar  de  los  alemanes  y  distrayéndo- 
los con  empresas  guerreras,  impidió  para  siempre  que 
persistiesen  en  sus  aspiraciones  revolucionarias,  tole- 
rando su  servidumbre  interior  á  cambio  de  la  gloria 
de  conquistar  y  dominar  á  otros  pueblos. 


GUILLERMO   I 


En  184'J  la  voluntad  de  Prusia  fué  extinguir  el 
espíritu  revolucionario  alemán,  y  con  tanto  encono 
realizó  su  obra,  que  nunca  ha  vuelto  á  levantar  la  ca- 
beza. Una  serie  de  catástrofes  ensangrentaron  Alema- 
nia. La  Dieta  de  Francfort  fué  dísuelta  y  la  Constitu- 
ción alemana  suprimida  por  la  fuerza  militar.  Los 
parlamentarios  arrojados  de  Francfort  se  refugiaron 
en  Stuttgart,  pero  también  los  buscó  en  este  retiro  la 
voluntad  reaccionaria  de  Prusia  y  Austria,  obligán- 
dolos á  disolverse.  En  el  ducado  de  Badén  y  en  el 
reino  de  Sajonia  los  revolucionarios  proclamaron  la 
República.  Ya  hemos  dicho  cómo  el  futuro  Guiller- 
mo I  reprimió  y  castigó  la  insurrección  hádense.  En 
Dresde  la  naciente  República  fué  atacada  y  vencida 
por  las  tropas  prusianas,  y  sus  organizadores  sufrie- 
ron crueles  castigos.  En  esta  revolu- 
ción de  Dresde,  figuraron  al  lado  del 
gobierno  republicano  el  célebre  agi- 
tador ruso  Miguel  Bakounine  y  Ri- 
cardo Wágner,  maestro  de  capilla 
de  la  corte  de  Dresde. 

Al  mismo  tiempo  que  la  monarquía 
de  Prusia  marchaba  de  acuerdo  con 
el  Imperio  austríaco  para  combatir 
las  aspiraciones  populares,  conspira- 
ba contra  éste  para  anular  su  in- 
fluencia en  el  territorio  alemán.  Fe- 
derico Guillermo,  aconsejado  por  su 
ministro  Radowitz,  quiso  formar  en 
la  Alemania  del  Norte,  de  acuerdo 
con  los  reyes  de  Hanóver  y  Sajonia, 
una  Confederación  Germánica  en  la 
que  no  entrase  Austria,  convocando 
para  esto  un  parlamento  en  Erfurth. 
La  reina  Elisabet,  traicionando  á 
su  marido,  hizo  conocer  estos  manejos  á  la  corte  aus- 
tríaca, que  protestó  enérgicamente  amenazando  con 
la  guerra.  Federico  Guillermo  tuvo  miedo  y  se  avistó 
con  el  emperador  de  Austria  en  Olmütz,  sufriendo 
grandes  humillaciones.  El  emperador  insistió  en  sus 
amenazas  de  una  guerra  inmediata  si  no  se  restable- 
cía la  Confederación  Germánica  tal  como  estaba  antes 
de  la  disolución  de  la  Dieta  de  Francfort,  ó  sea  bajo 
la  presidencia  de  Austria  y  sometiéndose  Prusia  á  su 
dirección. 

Federico  Guillermo  volvió  á  su  reino  humillado  y 
vencido.  Austria  pudo  ejercer  sobre  toda  Alemania 
una  preponderancia  sin  límites,  estableciendo  un  sis- 
tema de  persecuciones  políticas  que  se  hizo  sentir 
hasta  en  el  interior  de  Prusia. 

Desde  este  momento  i'Vderico  Guillermo  quedó 
anulado,  ."^u  debilidad  mental,  que  se  había  revelado 
desde  poco  antes,  se  agravó  consideral)Iemente.  La 
reina  Elisabet  supo  valerse  de  esto  para  gobernar  Pru- 
sia con  arreglo  á  sus  caprichos  políticos,  ayudada  por 
el  ministro  Manteuffel,  representante  de  la  reacción. 
Así  transcurrieron  varios  años,  teniendo  que  huir  del 
país  todos  los  hombres  de  ideas  liberales.  El  rey  vivía 

94 


274 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


recluido  en  su  palacio,  sin  más  compañía  que  la  de  los 
fieles  amigos  de  la  reina,  que  ocultaban  al  pueblo  su 
mal  incurable.  En  1857  no  fué  ya  posible  disimular 
por  más  tiempo  á  Prusia  que  su  monarca  estaba  de- 
mente, y  hubo  que  dar  un  decreto  nombrando  al  prin- 
cipe Guillermo,  hermano  del  rey,  gobernador  del 
pais,  con  el  titulo  de  regente  por  un  periodo  de  tres 
meses.  A  la  expiración  de  este  plazo  la  regencia  fué 
prolongada  por  otros  tres  meses,  después  por  seis,  y 
luego  indefinidamente,  hasta  que  el  desventurado  Fe- 
derico Guillermo  murió  en  Enero  de  1861  en  el  casti- 
llo de  SansSouci,  cerca  de  Postdam. 

La  reina  Elisabet  y  sus  ministros  conspiraron 
contra  el  regente,  pero  éste,  á  pesar  de  sus  firmes 
convicciones  en  favor  del  despotismo,  hizo  lo  que 
todos  los  monarcas 
cuando  se  ven  en 
peligro,  halagando 
al  país  con  medidas 
de  momentáneo  li- 
beralismo. Al  ser 
declarado  regente 
perpetuo,  su  pri- 
mer acto  fué  desti- 
tuir el  ministerio 
Manteuffel,  susti- 
tuyéndolo con  un 
gobierno  menos 
odioso. 

Por  primera  vez 
en  su  vida  gozaba 
Guillermo  de  una 
sombra  de  popu- 
laridad. Pero  esto 
no  parecía  entu- 
siasmarle, ni  le  impulsó  á  llevar  más  lejos  sus  expe- 
riencias de  monarca  liberal.  Al  ocupar  el  trono  defini- 
tivamente en  1861,  por  la  muerte  de  su  hermano,  con- 
tinuó por  algún  tiempo  esta  comedia  de  libertad  que 
habla  empezado  como  regente.  Se  atrajo  á  los  parti- 
dos avanzados  con  una  amnistía  en  favor  de  todos  los 
reos  políticos.  Halagó  al  mismo  tiempo  los  instintos 
de  los  patriotas,  dando  un  manifiesto  lleno  de  insinua- 
ciones belicosas  y  procediendo  con  gran  actividad  al 
desenvolvimiento  y  reorganización  del  ejército  y  las 
instituciones  militares.  También  se  ocupó  seriamente 
de  la  creación  de  la  marina  prusiana,  que  hasta  en- 
tonces no  habla  existido,  aprovechando  para  ello  una 
de  las  adquisiciones  hechas  por  su  antecesor  Federico 
Guillermo.  Durante  el  reinado  de  éste,  Prusia  se  ha- 
bla aumentado  en  1851  con  el  pequeño  ducado  de 
Hohenzollern  y  un  pedazo  de  terreno  adquirido  en  el 
borde  del  mar  del  Norte,  en  1853,  para  el  estableci- 
miento de  un  puerto  militar.  Prusia  poseía  al  fin  un 
puerto,  pero  no  contaba  con  un  solo  buque,  y  Guiller- 
mo I,  previendo  lo  que  le  reservaba  la  «Providen- 
cia», se  preocupó  desde  el  primer  instante  de  la  crea- 
ción de  una  marina,  aconsejando  á  la  Confedera- 


CASTILLO   DE   SCHOKNHAÜSEN,    DONDE   NACIÓ    BISMARCK 


ción  Germánica  el  desenvolvimiento  de  la  defensa  del 
litoral. 

Cuando  llegó  el  momento  de  coronarse  rey,  Gui- 
llermo I,  en  su  discurso  al  Parlamento  prusiano,  decla- 
ró que  era  monarca  «por  la  voluntad  solamente  de 
Dios»,  dando  á  entender  con  esto  el  poco  caso  que  ha- 
bla de  hacer  en  adelante  de  una  asamblea  cuyos  po- 
deres eran  de  procedencia  menos  elevada  que  los 
suyos,  pues  provenían  del  pueblo. 

La  Cámara  de  representantes  respondió  á  este  reto 
nombrando  presidente  á  Hagen,  jefe  de  la  oposición,  y 
negándose  á  votar  los  presupuestos  presentados  por  el 
gobierno.  El  ministerio  tuvo  que  dimitir,  y  Guillermo  I 
dio  un  decreto  inmediatamente  disolviendo  la  Cámara. 
Iba  á  empezar  el  combate  entre  la  Prusia  demo- 
crática y  este  rey 
tenaz,  convencido 
firmemente  de  su 
derecho  divino  y 
refractario  á  admi- 
tir el  derecho  del 
pueblo. 

Cinco  años  duró 
la  lucha,  y  al  fin 
triunfó  el  absolu- 
tismo monárquico, 
valiéndose  del  en- 
tusiasmo patrióti- 
co que  despiertan 
siempre  las  empre- 
sas guerreras  cuan- 
do van  acompaña- 
das del  triunfo  y  la 
conquista.  Un  hom- 
bre realizó  este  pro- 
digio monstruoso,  colocando  la  fuerza  sobre  el  derecho, 
haciendo  que  todo  un  pueblo  olvidase  su  propia  libertad 
con  la  alegría  feroz  de  poder  gravitar  sobre  la  libertad 
de  otros  pueblos;  un  hombre  que  sustituyó  los  gene- 
rosos ideales  políticos  de  la  democracia  con  las  venta- 
jas inmediatas  y  tangibles  de  la  prosperidad  material. 
Guillermo  I,  que  de  continuar  solo  su  lucha  contra 
las  aspiraciones  democráticas  tal  vez  habría  sido  venci 
do,  viendo  sus  ensueños  de  grandeza  incapaces  de  rea- 
lizarse por  el  desacuerdo  creciente  entre  ély  su  pueblo, 
encontró  oportunaraentelaayuda  necesaria  y  decisiva. 
Iba  á  entrar  en  escena  el  verdadero  fundador  del 
Imperio  alemán. 


III 


Bismarck  y  la  grandeza  de  Prusia 

En  1832  los  estudiantes  de  la  universidad  de  Got- 
tinga  vieron  llegar  á  un  nuevo  compañero,  grande, 
forzudo,  de  carácter  desigual  y  fantástico,  que  á  los 
pocos  días  se  había  distinguido  por  sus  numerosas  ex- 
travagancias. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


275 


Este  estudiante  se  llamaba  Otto  Eduardo  Leopol- 
do de  Bismarck.  Había  nacido  en  1815  en  la  vasta 
llanura  de  arena  del  antiguo  Branderaburgo,  cubierta 
de  sombríos  bosques  de  pinos  y  helada  ))or  duros  y 
largos  inviernos.  Era  un  hidalgo  campesino,  un  «jun" 
quer»,  como  los  llaman  en  Prusia,  y  tenía  por  aseen' 
dientes  una  serie  de  rudos  jinetes  de  cabeza  dura, 
grandes  cazadores  y  grandes  bebedores.  Uno  de  ellos 
había  sido  excomulgado  por  fundar  una  escuela  laica 
en  tiempos  que  la  educación  era  el  privilegio  de  los 
monasterios.  Otro,  que  desempeñó  altos  cargos  políti- 
cos, hizo  grabar  en  su  tumba  esta  simple  inscripción: 
Nicolaus  de  Bismarck,  miles.  Para  la  familia,  el  título 
de  militar  era  el  más  honorífico.  Todos  habían  sido 
soldados  y  famosos  caballistas,  pero  se  distinguieron 
al  mismo  tiempo  por  una  astucia  más  grande  aún  que 
su  audacia,  acompañando  la  dureza  del  puño 
de  hierro  con  una  gran  habilidad  para  los 
negocios. 

Otto  de  Bismarck  había  heredado  estas 
facultades  de  sus  antecesores  considerable- 
mente aumentadas,  lo  que  comunicó  á  su  ju- 
ventud una  exuberancia  atropelladora  y  un 
espíritu  indomable. 

Los  estudiantes  de  Gottinga,  grandes  be- 
bedores y  grandes  duelistas,  que  martiriza- 
ban á  los  burgueses  con  sus  farsas  terribles, 
se  vieron  sobrepasados  inmediatamente  por 
este  junquer  de  diez  y  siete  años  venido  di- 
rectamente de  su  castillo  de  Schoenhausen. 
Varias  extravagancias  ruidosas  le  hicieron 
ser  llamado  á  los  pocos  días  por  el  rector 
para  sufrir  una  reprimenda,  y  el  joven  Bis- 
marck compareció  ante  el  severo  tribunal 
universitario  vestido  grotescamente,  con  la  pipa  en 
la  boca  y  acompañado  de  un  par  do  dogos  feroces  que 
enseñaban  los  babeantes  colmillos  libres  de  bozal.  El 
futuro  sostenedor  del  orden  guardó  toda  su  vida  en  el 
fondo  del  carácter  esta  insolencia  estudiantil,  refrac- 
taria á  las  imposiciones  de  la  autoridad. 

Una  de  sus  bromas  feroces  quedó  por  muchos  años 
en  la  memoria  de  los  habitantes  de  Gottinga.  Invitado 
á  un  baile,  al  que  habían  de  asistir  las  señoritas  más 
elegantes  de  la  población,  Bismarck  encargó  al  pri- 
mer zapatero  de  Gottinga  un  par  de  botas  altas  de 
charol,  como  las  que  todavía  usan  los  estudiantes  ale- 
manes cuando  visten  el  uniforme  tradicional.  Eran 
muchos  los  encargos  que  había  recibido  el  zapatero,  y 
el  joven  Otto  se  enteró  la  víspera  de  la  fiesta,  por  las 
burlas  de  sus  amigos,  de  que  el  industrial  no  pensaba 
cumplirle  su  promesa. 

Acompañado  del  par  de  dogos  se  presentó  en  la 

zapatería,  y  dijo  al  dueño  con  extremada  amabilidad: 

— Señor,  ¿ve  usted  estos  perros?  Pues  bien;  le  juro 

que  mañana  mismo  por  la  noche  lo  despedazarán  en 

quinientos  mil  pedazos  si  no  me  entrega  mis  botas. 

Y  los  dogos  rugían  sordamente  mirando  al  zapa- 
tero, como  si  apoyasen  las  palabras  de  su  amo. 


SILUETA    DB    BIS- 
MARCK CUANDO 
BRA    BSTUDIANTB 


Después  que  se  marchó  el  estudiante,  iba  á  olvi- 
darse el  zapatero  de  tal  visita,  cuando  un  muchacho 
se  detuvo  ante  la  puerta  de  la  tienda  gritando  con  voz 
lúgubre: 

— ¡Desgraciado!  No  olvides  las  botas  del  señor  de 
Bismarck. 

Y  de  hora  en  hora  se  fué  repitiendo  el  aviso,  siem- 
pre con  voz  sepulcral  y  con  iguales  palabras.  Estos 
mensajeros  los  enviaba  Bismarck  para  recordar  al 
artesano  su  promesa.  Cuando  á  las  diez  de  la  noche 
cerró  la  tienda  con  el  propósito  de  acostarse,  sonó  en 
la  calle  un  gran  estrépito.  Eran  los  ladridos  de  los  pe- 
rros feroces  de  Bismarck  y  la  voz  del  estudiante,  que 
decía  con  el  tono  de  una  aparición  de  ultratumba: 

— ¡Zapatero  de  mi  alma!  Tu  vida  está  amenazada. 
¡Piensa  en  tu  familia! 

El  zapatero  pasó  toda  la  noche  ocupado 
en  las  botas  del  señor  de  Bismarck,  dejando 
incumplidos  los  encargos  de  otros  clientes  de 
mayor  importancia,  y  el  estudiante  pudo  ir 
al  baile  con  el  calzado  nuevo,  asombrando  á 
sus  amigos,  que  habían  dudado  de  que  pu- 
diese conseguirlo. 

En  la  universidad  de  Berlín  su  vida  fué 
igualmentede  ruido  y  disipación.  Nunca  asis- 
tió á  las  clases.  Ni  siquiera  escuchó  las  lec- 
ciones de  derecho  del  ilustre  Savigni.  Pasa- 
ba el  día  ó  la  noche  en  las  tabernas  de  estu- 
diantes, bebiendo,  fumando  y  batiéndose  á 
sable.  En  los  nueve  meses  de  un  curso  uni- 
versitario tuvo  veintiocho  duelos.  Bien  es 
verdad  que  los  duelos  entre  estudiantes  ale- 
manes no  son  mortales,  pues  todos  los  golpes 
van  dirigidos  únicamente  contra  el  rostro. 
Pero  en  los  veintiocho  encuentros  Bismarck  tocó  casi 
siempre  á  sus  adversarios  y  sólo  recibió  una  herida, 
cuya  cicatriz  se  mantuvo  visible  en  uno  de  sus  carri- 
llos. Su  buena  suerte  en  el  juego  de  las  armas  le  infun- 
dió un  confianza  insolente. 

Como  bebedor  no  fueron  menores  sus  proezas,  dis- 
tinguiéndose entre  la  turba  universitaria,  una  de  cu- 
yas hazañas  corrientes  es  absorber  de  un  solo  golpe,  á 
la  voz  de  mando,  un  litro  de  cerveza.  Bismarck  conser- 
vó toda  su  vida  esta  sed  de  estudiante.  Siendo  prínci- 
pe del  Imperio,  Gran  Canciller  y  arbitro  de  los  desti- 
nos de  Europa,  le  acompañaron,  lo  mismo  en  la  gue- 
rra que  en  la  paz,  y  así  en  el  palacio  como  en  el 
campamento,  la  pipa  siempre  encendida  y  el  vaso 
siempre  lleno.  Después  de  beber  cerveza  tomaba 
coñac  para  «cocer»  la  cerveza  en  el  estómago.  Luego, 
para  «cocer»  á  su  vez  el  coñac,  volvía  á  tomar  cer- 
veza. Y  así  continuaba  bebiendo,  sin  que  estos  líqui- 
dos produjesen  la  menor  alteración  en  su  cabeza  sóli- 
da, pues  más  bien  parecían  excitar  sus  facultades. 

Cansado  de  ser  estudiante  de  derecho  entró  en  18.38 
como  subteniente  en  los  coraceros  de  la  Guardia, 
pero  este  gran  apologista  de  la  disciplina,  que  sometió 
á  su  país  á  un  régimen  de  cuartel  y  preconizó  para  los 


276 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


demás  pueblos  el  mismo  procedimiento,  no  pudo  sopor- 
tar nunca  la  supeditación  militar.  Le  gustaba  ser  sol- 
dado: pero  soldado  para  mandar,  no  para  obedecer. 
Lo  mismo  puede  decirse  de  su  política,  basada  en  un 
orden  duro  y  férreo.  El  orden  lo  creia  bueno  para  los 
demás.  Él  fué  particularmente  el  carácter  más  sober- 
bio, díscolo  é  ingobernable  de  su  época.  Hasta  sus 
mismos  reyes,  á  los  que  sirvió  con  tanto  éxito  y  gloria, 
tuvieron  que  sufrir  sus  insolencias  y  genialidades. 

La  carrera  militar  del  joven  ( )tto  fué  corta.  Un  dia 
el  teniente  de  coraceros  tuvo  que  visitar  al  ministro 
de  la  (xuerra,  que  le  hizo  sufrir  una  larga  espera. 
Cuando  el  ministro  lo  recibió  pidiéndole  que  formu- 
lase su  petición,  Bismarck  dijo  simplemente: 

— He  venido  para  pedir  al  ministro  una  corta  licen- 
cia. Pero  durante  las  dos  horas  de  antesala  he  reflexio- 
nado y  vengo  á  ofrecer  mi  dimisión. 

Al  ser  gran  personaje  y  tener  más  años,  no  por 
esto  se  calmó  la  impaciencia  de  su  carácter  atrope- 
llador.  En  1863,  cuando  sostenía  como  jefe  del  gobier- 
no sus  batallas  con  la  Cámara  prusiana,  el  presidente 
tuvo  que  llamarlo  al  orden  por  sus  palabras  rudas,  y 
él  contestó  con  una  insolencia  glacial: 

— Como  no  tengo  el  honor  de  ser  miembro  de  esta 
asamblea;  como  no  he  hecho  vuestro  reglamento  ni 
he  tomado  parte  en  la  elección  de  vuestro  presidente, 
no  estoy  sometido  á  las  reglas  disciplinarias  de  la  Cá- 
mara, ni  el  presidente  posee  derecho  alguno  sobre  mi. 
El  poder  del  señor  presidente  tiene  por  limite  el  sitio 
que  yo  ocupo  en  este  banco.  No  reconozco  otra  auto- 
ridad superior  á  la  mía  que  la  de  Su  Majestad  el  rey... 
Yo  hablo  aquí  en  virtud,  no  de  vuestro  reglamento, 
sino  de  la  autoridad  que  el  rey  me  ha  conferido  y  del 
artículo  de  la  Constitución  que  ordena  que  los  minis- 
tros en  todos  los  momentos  puedan  obtener  la  palabra 
si  la  piden  y  ser  escuchados. 

Los  murmullos  hostiles  de  la  asamblea  protesta- 
ron de  estas  palabras  soberbias,  pero  Bismarck  los 
dominó  gritando  con  violencia: 

— Vosotros  no  tenéis  el  derecho  de  interrumpirme. 
Su  carácter  de  estudiante  batallador  y  amigo  de 
querellas,  le  acompañó  hasta  el  interior  del  Parla- 
mento, contestando  á  los  diputados  más  respetables 
con  bravatas  de  espadachín.  En  1865,  molestado  por 
un  discurso  del  sabio  Virchow,  una  de  las  mayores 
glorias  científicas  de  Alemania,  le  propuso  en  plena 
sesión  el  darse  unas  estocadas  á  la  salida.  Virchow, 
hombre  de  laboratorio,  contestó  que  sus  electores  le 
habían  enviado  á  la  Cámara  para  otras  cosas. 

En  plena  vejez,  su  carácter  no  podía  dominar 
jamás  estos  accesos  de  violencia.  El  emperador  Gui- 
llermo I  era  el  único  amo  que  él  reconocía,  y  sin  em- 
bargo, la  menor  oposición  de  éste  á  sus  palabras  basta- 
ba para  provocar  su  cólera  furiosa.  En  una  de  las 
entrevistas,  al  salir  del  despacho  del  emperador,  tiró 
de  la  puerta  con  tal  furia,  que  el  agarrador  quedó  roto 
en  su  mano.  Después  lo  arrojó  en  el  salón  vecino  con- 
tra una  rica  ánfora  de  porcelana,  que  se  hizo  pedazos. 


Sólo  entonces  sonrió  con  un  suspiro  de  desahogo,  mur- 
murando: «Ahora  me  siento  mejor.» 

Toda  su  vida  el  antiguo  hidalgo  del  campo  gustó 
de  aprovechar  las  cortas  temporadas  que  le  dejaban 
libres  las  funciones  de  gobernante  para  correr  á  sus 
dominios  de  Varzin,  donde  podía  satisfacer  su  necesi- 
dad de  aire  libre  y  de  espacio,  practicando  sincera- 
mente la  vida  rústica.  Vigilaba  los  trabajos  agrícolas, 
examinaba  los  bosques  marcando  los  árboles  que  de- 
bían cortarse,  ponía  en  ejercicio  sus  potentes  músculos 
partiendo  leña  ó  dando  galopes  furiosos  que  le  lleva- 
ban como  un  jinete  fantástico  á  través  de  matorrales 
y  barrancos.  La  caza  y  la  natación  fueron  sus  gran- 
des placeres.  Durante  cincuenta  años  persiguió  el 
ciervo,  el  gamo,  el  oso,  el  zorro  y  el  lobo.  Siempre 
que  pudo  se  sumergió  en  las  aguas  de  los  ríos,  los  la- 
gos y  el  Océano.  Anatolio  France  dijo  de  él:  «El  mar 
es  la  gran  voluptuosidad  de  este  gigante  casto.  «Sus 
fuerzas  sólo  buscaron  expansión  en  los  ejercicios  vio- 
lentos. El  amor  no  tuvo  jamás  imperio  sobre  él,  ni  le 
hizo  cometer  locura  alguna.  Su  ambición  enorme  y 
dominante  no  dejaba  espacio  para  otras  pasiones.  Su 
lenguaje  era  cínico  cuando  estaba  de  buen  humor, 
permitiéndose  con  las  damas  las  mayores  confianzas 
verbales.  Pero  sus  deseos  estaban  concentrados  ente- 
ramente en  algo  más  importante  que  el  amor,  consi- 
derado por  él  como  una  niñería,  y  mostró  siempre  á 
su  esposa  una  rara  fidelidad  que  en  los  asuntos  del 
hogar  llegó  muchas  veces  hasta  la  supeditación. 

Su  máquina  animal,  asi  como  era  de  una  fuerza 
prodigiosa,  tenía  una  capacidad  y  unas  exigencias 
poco  comunes.  Ya  hemos  hablado  de  sus  proezas  de 
bebedor.  Cerveza,  vino  de  (Jhampaña,  vino  de  Borgo- 
ña,  vino  de  Burdeos,  todo  le  deleitaba  igualmente  al 
penetrar  por  su  garganta.  Una  vez  asombró  á  los  co- 
raceros de  Brandemburgo  apurando  de  un  solo  golpe 
la  copa  de  honor  del  regimiento,  que  contenía  una  bo- 
tella entera  de  champan.  Otra  vez,  yendo  de  caza, 
apuró  de  un  solo  trago  todo  el  vino  contenido  en  un 
cuerno  enorme  de  ciervo.  Al  hacer  una  visita  á  Bur- 
deos en  1862,  escribió  á  su  familia  con  entusiasmo: 
«He  bebido  Lafitte,  Pichón,  Mouton,  Latour,  Margot, 
Saint-Julien,  Brame,  Laroze,  Armaillac  y  otros  vinos. 
Hace  mucho  calor.  Gozamos  de  treinta  grados  á  la  som- 
bra y  cincuenta  y  cinco  al  sol,  pero  yo  no  pienso  en 
esto  cuando  tengo  buen  vino  dentro  del  cuerpo.» 

Su  capacidad  gastronómica  no  era  menor.  Durante 
la  campaña  de  1870  en  Francia,  el  ejército  prusiano 
sufrió  algunas  privaciones,  que  se  hicieron  extensivas 
á  los  generales  y  los  personajes  del  cuartel  real.  Pero 
la  mesa  de  Bismarck  estuvo  siempre  bien  abastecida 
de  sus  manjares  favoritos:  empanadas  de  ave,  cuar- 
tos de  jabalí  y  pechugas  de  ganso  ahumado. 

— En  mi  familia — decía  con  orgullo  ante  estas  vi- 
tuallas— todos  hemos  sido  grandes  comedores.  Si  quie- 
ren que  trabaje  con  éxito,  es  preciso  que  esté  bien 
mantenido.  Yo  no  puedo  hacer  una  buena  paz  si  no 
me  dan  bien  de  comer  y  bien  de  beber. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


277 


Pero  en  la  familia  Bismarck  la  astucia  era  tan  no- 
table como  la  fuerza,  y  este  hombre  supo  ocultar  sus 
apetitos  ó  dominarlos,  cuando  lo  consideraba  útil.  El 
juego  fué  la  gran  pasión  de  su  juventud,  pero  asi  que 
contrajo  matrimonio  se  abstuvo  de  tocar  una  baraja. 
«Ser  jugador  no  es  conveniente  para  un  padre  de  fa- 
milia», dijo  para  explicar  este  cambio  en  sus  gustos, 
yin  embargo  volvió  á  jugar  por  astucia,  viendo  en  el 
juego  un  medio  de  mentir  á  los  que  le  rodeaban. 

— En  el  verano  de  186.") — contaba  Bismarck  á  sus 
Íntimos — ,  mientras  negocia- 
ba la  convención  de  (lalstein 
con  el  diplomático  austríaco 
Blome,  me  dediqué  á  jugar 
al  quinze  con  una  locura 
aparente  de  muchacho,  que 
dejó  estupefacta  á  la  galería. 
Esto  tuvo  su  malicia.  Blome 
había  oído  decir  sin  duda 
que  el  juego  del  quinze  pro- 
porciona la  mejor  ocasión 
para  conocer  la  verdadera 
naturaleza  de  un  hombre,  y 
quiso  experimentarlo  conmi- 
go. Puedes  ir  enterándote, 
compañero,  decía  yo  para 
mis  adentros.  Y  jugué  como 
un  aturdido,  perdiendo  vo- 
luntariamente algunos  cen 
tenares  de  talers,  que  podía 
haber  reclamado  después  al 
tesoro  de  Prusia,  como  gas- 
tados en  el  servicio  de  Su 
Majestad.  Con  esto  desorien- 
té á  Blome,  y  le  hice  seguir 
una  falsa  pista.  Me  tomó  por 
un  aturdido,  abandonó  su 
reserva,  se  confió  á  mi  y 
conseguí  de  él  todo  lo  que 
quise. 

También  su  potencia  para  el  trabajo  fué  maravi- 
llosa, hasta  el  punto  de  ser  comparada  con  la  de  Na- 
poleón. En  medio  de  los  graves  asuntos  de  Estado,  en- 
contraba siempre  tiempo  para  leer.  Poseía  á  fondo  las 
obras  de  Shakespeare  y  Goethe,  y  tenía  un  conoci- 
míenio  profundo  de  la  historia  universal.  En  sus  mo- 
mentos de  mayor  preocupación,  intentaba  distraerse 
con  la  lectura  de  novelas,  abundantes  en  aventuras  y 
peripecias,  que  cautivasen  su  interés  sin  obligarle  á 
reflexionar.  En  vísperas  de  la  batalla  de  Sadowa, 
hecho  decisivo  para  su  porvenir,  pues  iba  á  jugarse 
en  él  la  carrera  y  la  vida,  visitó  el  campo  de  Sichrow, 
donde  se  había  dado  una  batalla  preliminar  y  que  es- 
taba cubierto  de  cadáveres  de  militares,  caballos  des- 
panzurrados, armones  y  piezas  de  artillería  rotas.  Al 
volver  á  su  alojamiento  escribió  á  su  esposa:  «Envía- 
me inmediatamente  una  pistola  de  arzón  y  una  nove- 
la francesa.»  En  la  campaña  de  1870,  mientras  lucha- 


BISMARCK    CON    UNIFORMO    DE    JEFE    DE    ESCUADRÓN 
DE  LA  LANDWEUR 


ban  las  tropas  prusianas  Bismarck  entretenía  sus 
ocios  de  diplomático  sin  empleo  leyendo  las  novelas 
folletinescas  de  Ponson  du  Terraíl. 

De  todas  las  artes  fué  la  música  la  de  su  mayor 
predilección.  Desde  joven  adoró  á  Beethoven  y  fué  de 
los  primeros  que  aceptaron  en  Prusia  las  obras  de 
Wágner.  Guillermo  I,  poco  afecto  á  la  música  y  que 
sólo  admitía  las  melodías  fáciles  de  las  óperas  italia- 
nas, bostezaba,  luchando  con  el  sueño,  cada  vez  que 
por  un  deber  patriótico  tenía  que  asistir  á  las  repre- 
sentaciones wagnerianas.Su 
canciller,  en  cambio,  favore- 
ció en  distintas  ocasiones  á 
este  artista  revolucionario, 
aunque  prefería  á  los  maes- 
tros alemanes  de  la  genera- 
ción anterior. 

Esta  afición  musical  le 
hizo  emplear  muchas  veces 
en  sus  discursos  imágenes 
sacadas  de  los  poemas  de  las 
óperas  germánicas.  En  1848, 
cuando  hacía  sus  primeras 
armas  de  diputado  en  la  Cá- 
mara prusiana,  se  opuso 
enérgicamente  como  orador 
de  la  reacción  á  que  Federi- 
co (iuillermo  IV  aceptase  la 
corona  de  emperador  que  le 
ofrecían  los  liberales  de  la 
Dieta  de  Francfort.  El  ar- 
doroso junquer,  que  soñaba 
con  la  fundación  del  imperio 
germánico  lo  mismo  que  su 
futuro  soberano  Guillermo  I, 
protestó  sin  embargo  de  que 
el  rey  de  Prusia  pudiese 
aceptarla  nueva  corona, por 
el  carácter  político  de  los  que 
hacían  el  ofrecimiento. 
«Es  el  radicalismo — dijo  Bismarck — el  que  ofrece 
al  rey  este  regalo.  Tarde  ó  temprano,  el  radicalismo 
se  levantará  ante  el  rey  reclamando  su  recompensa, 
y  mostrando  el  emblema  del  águila  sobre  la  bandera 
imperial,  le  dirá:  «^^.Pensabas  acaso  que  el  águila  iba 
á  ser  un  don  gratuito?» 

Estas  palabras  eran  exactamente  las  que  pronun- 
cia el  diablo  disfrazado  de  cazador  en  la  ópera  de 
Weber,  Freyschiitz,  cuando  reclama  á  Max  su  alma 
á  cambio  de  haberle  proporcionado  las  balas  encan- 
tadas. 

Como  orador  fué  rudo,  pero  original  y  sabroso, 
abundando  en  su  elocuencia  las  imágenes  pintorescas 
y  unas  expresiones  características,  de  las  que  sólo  él 
era  capaz.  Hablando  de  un  sincero  debate  mantenido 
en  la  Cámara  prusiana,  dijo  desde  el  banco  ministe- 
rial: «Estamos  haciendo  política  en  calzoncillos  de 
baño.»  Alabando  al  socialista  Lassalle,  cuyo  talento 


278 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


le  placía  mucho,  lo  describió  con  esta  frase:  «Era  un 
hombre  que  hubiese  querido  tenerlo  como  vecino  en 
el  campo.»  De  otro  socialista  elocuente  y  de  una  du- 
reza tenaz,  dijo  así:  «Es  una  estatua  de  fuente  que 
chorrea  frases.» 

Su  filosofía  particular  atrajo  el  sutil  examen  de 
Anatolio  France,  que  escribió  lo  siguiente: 

«Se  ha  dicho  que  este  espíritu  fuerte  profesaba  la 
misma  fe  religiosa  de  la  multitud,  y  hasta  que  mez- 
claba en  ella  supersticiones  antiguas  y  groseras,  como 
por  ejemplo,  considerar  de  un  carácter  funesto  cier- 
tos días  y  ciertas  fechas. 
Bismarck  protestó  siem- 
pre de  esta  afirmación. 
«Me  sentaré — dijo — á 
una  mesa  de  trece  con- 
vidados siempre  que  me 
guste,  y  me  ocupo  de  los 
negocios  más  importan- 
tes el  viernes  ó  el  13  de 
cada  mes,  si  es  necesa- 
rio.» En  esto  era  un  es- 
píritu libre.  Pero  por 
otro  lado  confesaba  ha- 
ber sentido  un  terror  su- 
persticioso cuando  el  rey 
le  otorgó  el  título  de  con- 
de. Es  una  antigua  creen- 
cia en  Pomerania  que 
todas  las  familias  que 
reciben  este  título  se 
extinguen  prontamente. 
« Podría  citar  diez  ó  doce 
— dijo  Bismarck  mucho 
después — .  Hice  todo  lo 
que  pude  para  evitar 
dicho  título,  pero  al  fin 
tuve  que  someterme  y 
todavía  no  estoy  libre  de 
inquietud.» 

«Parece  que  esto  no  era  una  simple  broma.  Dicen 
también  que  una  vez  vio  fantasmas  en  un  viejo  casti- 
llo de  Brandemburgo.  En  cuanto  á  su  creencia  en 
Dios,  parece  muy  profunda.  La  fe  cristiana  ha  arran- 
cado á  este  soberbio  acentos  de  gran  humildad:  «Yo 
soy — ha  escrito  públicamente — uno  de  los  muchos  pe- 
cadores á  los  que  falta  la  gloria  de  Dios.  Sin  embargo 
espero,  lo  mismo  quellos,  que  Dios  en  su  gracia  no 
me  querrá  arrebatar  el  bastón  de  una  fe  humilde,  con 
ayuda  del  cual  buscaré  mi  camino  en  medio  de  las 
dudas  y  los  peligros  de  la  situación  que  ocupo.»  No 
siento  la  tentación  de  sospechar  extremadamente  de 
la  sinceridad  y  el  sentimiento  que  revelan  estas  pala- 
bras piadosas.  Bien  considerado,  no  resulta  extraordi- 
nario que  Bismarck  sea  un  espíritu  religioso,  pues 
une  á  una  imaginación  exuberante  un  desprecio  ins- 
tintivo por  las  ciencias  naturales  y  positivas.  En  todas 
las  ocasiones  ha  consultado  «la  Biblia  y  el  Cielo  estre- 


LA    PESADILLA    DE    BISMARCK 


liado»,  forjando  como  cualquiera  otro  su  novela  de  lo 
ideal. 

«Dicen  que  es  un  triste,  y  yo  le  felicito  por  ello. 
Desprecia  á  los  hombres,  y  sin  embargo,  su  enemis- 
tad le  aflige  mucho.  «He  sido  odiado  por  los  más  y 
amado  de  muy  pocos»,  dijo  en  1866.  «No  hay  hombre 
más  detestado  que  yo  en  Europa,  desde  el  Garona 
hasta  el  Neva»,  exclamó  en  1874.  Sabe  que  en  la  mis- 
ma Prusia  hubiese  sido  maldecido  de  no  quedar  sus 
planes  afirmados  por  la  victoria.  «Si  somos  vencidos 
— dijo  la  víspera  de  Sadowa — ,  las  comadres  de  Berlín 

van  á  lapidarme  con  sus 
trapos  de  cocina  moja- 
dos.» 

«Para  colmo  de  tris- 
teza, este  hombre  de  ac- 
ción que  ha  realizado 
tantas  obras  no  descu- 
bre, por  más  que  refle- 
xiona, las  razones  de  la 
acción  en  este  mundo; 
no  encuentra  siquiera  un 
sentido  posible  á  la  vida. 
«¡C^ue  se  cumpla  la  vo- 
luntad de  Dios! — escri- 
bió en  1856 — .  Todo  aquí 
abajo  no  es  más  que  una 
cuestión  de  tiempo.  Las 
razas  y  los  individuos, 
la  demencia  y  la  cordu- 
ra, la  paz  y  la  guerra, 
van  y  vienen  como  las 
olas,  mientras  el  mar  en 
su  fondo  permanece  in- 
móvil. ¡No  hay  sobre  la 
tierra  más  que  hipocre- 
sía y  engaño!  Que  esta 
máscara  de  carne  que 
nos  disfraza  sea  arran- 
cada por  la  fiebre  ó  por 
una  bala  más  ó  menos  tarde,  y  entonces  se  verá 
que  entre  un  prusiano  y  un  austríaco  que  se  odian 
hay  tal  semejanza,  que  es  difícil  distinguir  á  uno  de 
otro.» 

«Veinte  años  más  tarde,  en  una  hora  íntima  y  so- 
lemne, sintió  subir  á  su  corazón  el  remordimiento  y 
el  horror  por  la  propia  obra.  Fué  en  Varzin.  El  día 
empezaba  á  extinguirse.  El  príncipe  de  Bismarck  es- 
taba, según  su  costumbre  luego  de  comer,  sentado  ante 
la  chimenea,  en  el  gran  salón  donde  se  yergue  la  esta- 
tua de  Rauch,  La  Victoria  distribuyendo  coronas.  Des- 
pués de  un  largo  silencio,  durante  el  cual  lanzaba 
de  vez  en  cuando  pinas  secas  en  el  fuego,  siguiendo 
con  la  mirada  fija  su  seco  crepitamiento,  Bismarck 
empezó  á  lamentarse  de  que  su  actividad  política 
le  hubiese  valido  muy  pocas  satisfacciones  y  escaso 
número  de  amigos.  Nadie  le  amaba  por  lo  que  había 
hecho.  Sus  enormes  trabajos  no  habían  producido  la 


(De  un  ditiiijo  de  ift  época,  por  el  célebre 
caricaturista  francés  Honorato  Daumíerj 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


279 


felicidad  de  nadie:  ni  de  él  mismo,  ni  de  su  familia. 

»Uno  de  los  oyentes  intentó  consolarle,  diciendo 
que  habla  hecho  la  felicidad  de  una  gran  nación. 

» — Sí;  ;.pero  á  costa  de  cuántas  desgracias? — con- 
testó Bismarck — .  Sin  mí  se  hubiesen  evitado  tres 
grandes  guerras;  no  habrían  perecido  más  de  cien  mil 
hombres;  padres,  madres,  hermanos,  hermanas  y  viu- 
das no  se  verían  sumidos  en  el  duelo.  Yo  he  arreglado 
ya  esto  con  mi  creador;  pero  repito  que  de  todas  mis 
obras  no  he  recogido  ninguna  alegría. 

«Nunca  el  señor  de  Bismarck  se  mostró  tan  gran- 
de  como  en  esta   hora 
crepuscular.» 


Hasta  la  edad  de  trein- 
ta y  dos  años  permane- 
ció en  sus  tierras,  lle- 
vando laexistencia  de  un 
señor  feudal.  La  muerte 
de  su  padre  le  había  he- 
cho retirarse  á  su  domi- 
nio de  Schoenhausen 
para  dirigir  los  trabajos 
agrícolas.  En  la  soledad 
se  dedicó  al  estudio  de 
la  historia  y  los  idiomas. 

Pero  esta  vida  de  Cin- 
cinato  no  convenia  á  su 
temperamento  ardiente, 
deseoso  de  acción.  Figu- 
ró como  representante 
en  la  Dieta  provincial 
de  la  Sajonia  prusiana, 
y  al  reunir  Federico  Gui- 
llermo IV,  en  1847,  todas 
las  dietas  en  Berlín,  for- 
mando la  primera  Cá- 
mara, el  joven  diputado 

Bismarck  se  distinguió  desde  las  primeras  sesiones  por 
el  ardor  con  que  sostuvo  las  doctrinas  reaccionarias 
más  extremadas.  El  junquer  orador  fué  el  campeón 
del  viejo  partido  feudal,  saturado  de  orgullo,  de  pre- 
tensiones y  de  odio  contra  el  derecho  popular.  En 
medio  de  las  interrupciones  y  sarcasmos  de  los  li- 
berales, expuso  teorías  del  más  exagerado  absolutis 
mo,  sosteniendo  que  el  rey  era  soberano  por  la  gracia 
de  Dios,  dueño  de  un  poder  sin  límites,  y  que  el  Esta- 
do debía  conservar  un  carácter  religioso,  oponiéndose 
por  esto  á  la  emancipación  política  de  los  judíos. 
Durante  la  revolución  de  ISiS,  cuando  todos  los  reac- 
cionarios se  disimulaban  prudentemente,  él  continuó 
su  batalla  parlamentaria  contra  la  causa  popular  con 
iguales  energías. 

La  gran  fuerza  política  de  Bismarck  fué  conocer 
mejor  que  nadie  el  verdadero  carácter  del  pueblo  pru- 
siano. Sabía  que  era  refractario  á  toda  revolución. 
Sus  revueltas  é  insurrecciones  no  pasaban  de  ser 


ESTATUA    DB   BISMARCK    EN    BfflRLIN    FRENTE    AL    REICHSTACt 


simples  reflejos  de  los  movimientos  de  otros  países 
que  aman  la  libertad  y  la  necesitan  para  su  existencia. 
El  pueblo  alemán,  falto  de  iniciativas,  desea  verse 
agrupado  y  mandado  dentro  de  los  moldes  de  una  es- 
trecha disciplina.  Su  revolución  de  18i8-que  no  ha 
repetido  después — fué  una  simple  imitación  de  las 
revoluciones  que  en  la  misma  fecha  agitaron  á  Euro- 
pa. Este  pueblo-rebaño  siente  un  respeto  instintivo 
ante  las  jerarquías  políticas  y  sociales,  considerándo- 
las necesarias. 

Bismarck,  que  sabía  esto,  pudo  desafiar  insolente- 
mente en  todas  las  oca- 
siones la  indignación  del 
pueblo  como  nunca  lo  ha 
hecho  gobernante  algu- 
no, riendo  con  risa  bru- 
tal cuando  alguien  ha- 
blaba de  la  posibilidad 
de  una  protesta  revolu- 
cionaria. El  era  el  único 
que  podía  ofrecer  al  país 
la  solución  política  que 
reclamaban  sus  gustos, 
el  régimen  de  cuartel,  la 
vida  de  guerra  y  de  con- 
quista. 

Ya  hemos  dicho  cómo 
se  opuso  en  la  Cámara 
á  que  la  monarquía  pru- 
siana aceptase  la  corona 
imperial  que  le  ofrecían 
los  demócratas  déla  Die- 
ta de  Francfort.  No  po- 
día admitir  el  ofreci- 
miento por  estar  basado 
en  la  soberanía  del  pue- 
blo y  reconocer  el  su- 
fragio iniversal;  pero  al 
mismo  tiempo  afirmó  las 
ideas  que  debían  caracterizar  más  tarde  su  política. 
En  1848  una  unión  alemana  había  de  absorber  nece- 
sariamente al  reino  de  Prusia,  interior  en  importan- 
cia á  los  otros  Estados  germánicos  reunidos.  El  ideal 
de  Bismarck  era  que  Prusia  aumentase  su  fuerza  y  su 
poder  absoluto  para  colocarse  á  la  cabeza  de  Alema- 
nia con  una  jefatura  indiscutible,  luego  de  haber 
aplastado  á  los  revolucionarios  y  haber  impuesto  su 
autoridad  al  grupo  germánico  por  la  razón  ó  por  la 
fuerza. 

Este  hombre,  cuyas  vehemencias  reaccionarias 
comprometieron  muchas  veces  el  principio  monár- 
quico defendido  con  sobrado  ardor,  entró  en  la  diplo- 
macia en  18."j1,  siendo  destinado  á  la  legación  de  Pru- 
sia ante  la  Dieta  de  Francfort  con  el  cargo  de  primer 
secretario.  Dos  meses  después  era  ministro  plenipo- 
tenciario, y  ocupó  este  puesto  durante  ocho  años,  dis- 
tinguiéndose por  la  habilidad  con  que  supo  atraer 
hacia  su  país  las  simpatías  de  los  pueblos  germánicos 


280 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


y  por  su  hostilidad  declarada  contra  Austria.  No  con- 
tento con  los  manejos  diplomáticos,  se  improvisó  pe- 
riodista, publicando  en  los  diarios  satíricos  de  Berlín 
artículos  sarcásticos  contra  el  gobierno  de  Viena. 
Fué  tan  violenta  y  tan  franca  esta  campaña,  que  el 
gobierno  de  Prusia  tuvo  que  relevarle  del  puesto  de 
Francfort  enviándolo  de  ministro  á  San  Petersburgo. 
Tres  años  después,  en 

1862,  pasó  á  ser  minis-  ^      ^^ 

tro  en  Paris,  ajustan- 
do  un  tratado  de  co- 
mercio entre  Francia 
y  el  Zollverein  ale- 
mán, representado 
por  Prusia. 

En  este  momento 
había  llegado  á  su 
período  álgido  la  lu- 
cha entre  el  Parla- 
mento prusiano  y  el 
rey  Guillermo  I.  Aun- 
queéstefigurahacomo 
monarca  constitucio- 
nal, seguía  los  mis 
mos  procedimientos 
del  absolutismo.  El 
rey  quería  introducir 
grandes  y  costosas  re- 
formas en  el  ejército, 
chocando  con  la  opo- 
sición de  la  Cámara, 
que  se  resistía  siste- 
máticamente á  todo 
gasto  nuevo.  Los  mi- 
nisterios eran  derro- 
tados por  el  Parla- 
mento, y  cuando  el 
rey  lo  disolvía,  las 
nuevas  elecciones  au- 
mentaban el  número 
de  la  oposición.  En  tal 
conflicto  Gruillerrao  I 
se  acordó  del  hombre 
que  por  sus  antece- 
dentes, su  vehemen- 
cia y  su  energía  era 
el  más  indicado  para 

realizar  sus  proyectos.  Bismarck  fué  llamado  de  Paris 
á  Berlín  para  reemplazar  al  príncipe  de  Hohenlohe 
como  jefe  del  gobierno  y  ministro  de  Negocios  Ex- 
tranjeros. 

Llegaba  al  fin  para  el  junquer  elocuente  y  ardoro- 
so el  momento  que  tanto  había  deseado.  Iba  á  reali- 
zar su  plan  de  engrandecer  á  Prusia  por  todos  los 
medios  y  establecer  su  hegemonía  sobre  una  Alema- 
nia restaurada,  colocando  para  esto  el  gobierno  per- 
sonal sobre  el  gobierno  parlamentario.  Seis  días  des- 
pués de  haber  tomado  el  poder,  dijo  en  plena  Cámara 


BISMARCK    EN    18G6 


estas  palabras  memorables  que  revelaban  toda  su  po- 
lítica futura:  «No  es  con  discursos  parlamentarios  ni 
con  votos  de  mayorías,  sino  por  el  hierro  y  por  el 
fuego  como  resolveremos  las  grandes  cuestiones  de 
nuestro  tiempo.» 

En  vez  de  valerse  de  justas  y  prudentes  concesiones 
para  conseguir  un  acuerdo  con  la  mayoría  de  la  Cáma- 
ra y  unabenevolencia 
de  la  oposición,  Bis- 
marck, que  desdeña- 
ba la  libertad  y  la  le- 
galidad y  estaba  con- 
vencido de  que  el  pue- 
blo prusiano  no  era 
capaz  de  repetir  sus 
protestas  revolucio- 
narias, entabló  una 
lucha  brutal  con  los 
diputados,  con  los  pe- 
riódicos, con  todas  las 
fuerzas  liberales  del 
país.  La  Cámara  per- 
sistía en  oponerse  á 
la  aprobación  del  pre- 
supuesto, por  los  gas- 
tos considérateles  que 
había  incluido  el  rey 
para  el  aumento  de 
las  tropas.  Bismarck, 
en  vista  de  esto,  quiso 
quitar  á  los  represen- 
tantes del  país  el  de- 
recho de  reglamentar 
dicho  presupuesto, 
desarrollando  la  ex- 
traña teoría  de  que  el 
gobierno  puede  hacer 
los  gastos  anticipada- 
mente y  luego  de  rea- 
lizados la  Cámara  sólo 
debe  discutir  si  son 
justos  ó  no  lo  son. 
Esta  doctrina  audaz 
que  restablecía  los 
procedimientos  del 
absolutismo,  levantó 
como  era  natural 
grandes  protestas.  La  Cámara  votó  una  proposición 
declarando  que  el  gobierno  violaba  los  preceptos  cons- 
titucionales, pero  Bismarck  no  hizo  caso  alguno  del 
voto  y  aceptó  la  lucha  con  la  más  absoluta  tranquili- 
dad. Mientras  gritaban  diputados  y  periódicos,  él  con- 
tinuó activamente,  de  acuerdo  con  el  rey,  la  reorgani- 
zación del  ejército,  que  debía  ser  el  principal  ejecutor 
de  sus  grandes  proyectos.  Todas  las  resistencias  in- 
tentadas por  el  país  las  acogió  con  altivo  desdén  ó 
crueles  burlas. 

Bismarck  fué  en  muchas  ocasiones  amigo  entu- 


(Grabado  de  la  época) 


LA  BATALL>Í 


Dibujo  de  J.  Simoiit,  de  la  •Illustralion-  de  París 


Las  masas  alemanas  retrocediendo  antcid 


íe  flandes 


fuego  de  los  cañones  franceses  de  75 


jir.t; 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


281 


siasta  de  Rusia.  Su  permanencia  en  San  Petersburgo 
y  la  semejanza  entre  sus  doctrinas  políticas  y  el  sis- 
tema de  gobierno  del  zarismo  en  aquella  época,  le 
hicieron  mostrar  una  irresistible  predilección  por  el 
imperio  moscovita.  Amaba  á  Rusia  tanto  como  des- 
preciaba á  Austria.  Por  esto,  en  1863,  al  estallar  en 
Polonia  la  insurrección  patriótica  contra  la  tiranía 
rusa,  Bisraarck  ayudó  descaradamente  al  gobierno  de 
San  Petersburgo  para  el  aplastamiento  de  la  revolu- 
ción polaca,  simpática  á  toda  Europa,  sin  importarle 
que  su  conducta  fuese  objeto  de  una  reprobación  ge- 
neral. Francia  é  Inglaterra  protestaron  vivamente  al 
ver  cómo  Prusia  faltaba  á  su  neutralidad.  Pero  el 
gobernante  prusiano  tenia  la  certeza  de  que  estas 
reclamaciones  no  podían  llegar  hasta  el  extremo  de 
una  intervención  armada,  y  las  hizo  frente,  contes- 
tando con  notas  soberbias  que  representaron  una  hu- 
millación diplomática  para  los  gabinetes  inglés  y 
francés. 

Mientras  tanto  continuaba  la  lucha  entre  la  Cá- 
mara prusiana  y  el  arrogante  Bismarck.  Al  contestar 
á  una  interpelación  sobre  el  conflicto  diplomático  mo- 
tivado por  su  ayuda  á  Rusia,  el  jefe  del  gobierno  dijo 
insolentemente:  «Yo  haré  la  guerra  si  la  juzgo  útil, 
con  el  asentimiento  ó  sin  el  asentimiento  de  los  repre- 
sentantes parlamentarios.»  En  la  sesión  del  11  de 
Mayo,  después  de  un  vivo  altercado  entre  el  presidente 
de  la  Cámara  y  el  general  Roon,  ministro  de  la  Gue- 
rra, que  era  un  buen  discípulo  de  Bismarck  en 
punto  á  despreciar  al  Parlamento,  la  Cámara  aprobó, 
por  239  votos  contra  61,  una  petición  al  rey  para  que 
retirase  sus  carteras  á  los  ministros,  considerándoles 
incompatibles  con  la  representación  nacional.  La 
respuesta  de  Guillermo  I  fué  ratificar  su  confianza  á 
unos  ministros  que  tan  fielmente  secundaban  sus  pla- 
nes y  cerrar 
las  sesiones  del 
Parlamento. 
Quedaba  la 
prensa  como 
sostenedora  de 
la  protesta  ge- 
neral, pero  Bis- 
marck la  per- 
siguió suspen- 
diendo la  pu- 
blicaciónde  nu- 
merosos perió- 
dicos y  proce- 
sando á  sus  di- 
rectores. 

Los  tribuna- 
les absolvieron 
á  los  periodis- 
tas, y  todos  los 
municipios  de 
Prusia  envia- 
soLDADO  PRUSIANO  EN  1866  ron   peticiones 


ORÍGBNBS    DBL    MILITARISMO    PRUSIANO 
El  1.^''  regimiento  de  infantería  prusiana  en  1866 

al  rey  suplicándole  que  destituyese  á  Bismarck  y  sus 
ministros,  por  ser  contrarios  á  la  Constitución  y  á  los 
deseos  del  pueblo.  El  gobierno  declaró  ilegales  estas 
manifestaciones,  y  el  rey  decretó  la  disolución  defini- 
tiva de  la  Cámara.  Las  nuevas  elecciones  enviaron 
al  Parlamento  un  número  más  considerable  aún  de 
diputados  liberales,  como  era  natural  dada  la  exci- 
tación del  país.  Desde  las  primeras  sesiones  mani- 
festaron su  hostilidad  contra  el  gobierno,  protestando 
del  voto  de  la  Cámara  de  los  Señores  que  había  pues- 
to en  vigor  el  presupuesto  real  en  toda  su  integridad, 
sin  atender  á  las  reformas  de  la  Cámara  anterior. 

La  situación  de  Bismarck  era  difícil.  Tenía  enfren- 
te á  los  diputados,  los  periódicos,  las  masas  popula- 
res y  la  burguesía  liberal.  Se  veía  en  el  mismo  estado 
que  el  ministro  francés  Polignac  en  vísperas  de  la 
revolución  de  1830.  Pero  esto  no  parecía  despertar  en 
el  enérgico  junquer  la  menor  inquietud.  Cuando  le  ha- 
blaban de  una  revolución  posible,  contestaba  con  una 
risa  tan  franca  y  comunicativa  que  su  interlocutor 
acababa  por  reír  igualmente.  Estaba  convencido  de  la 
paciencia  sin  límites  del  pueblo  prusiano,  de  su  ten- 
dencia á  la  supeditación,  de  sus  admiraciones  instin- 
tivas ante  todo  lo  que  representa  fuerza  y  atropello. 

Para  mantenerse  en  el  poder  contaba  Bismarck  con 
la  adhesión  del  ejército,  aumentado  considerablemen- 
te, y  con  la  ayuda  de  una  guerra  que  exaltase  el  pa- 
triotismo del  país,  concentrando  su  atención  en  la 
gloria  de  los  triunfos  exteriores,  mientras  olvidaba  su 
situación  interna.  En  Noviembre  de  1863  se  presentó 
la  ocasión  deseada. 

El  advenimiento  al  trono  de  Dinamarca  del  nuevo 
rey  Cristian  IX  puso  á  la  orden  del  día  en  los  Estados 
germánicos  la  cuestión  de  loa  ducados  de  Sleawig  y 
Holstein,  cuestión  que,  gracias  á  Bismarck,  tuvo  las 
más  graves  é  inesperadas  consecuencias.  En  virtud 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


de  un  tratado  firmado  en  Londres  en  1852  por  los  go- 
biernos de  Austria  y  de  Prusia,  bajo  la  inspiración  del 
gobierno  ruso,  estos  ducados  habían  sido  unidos  á  la 
monarquía  de  Dinamarca,  reconociendo  á  Cristian 
como  su  rey  futuro.  La  Dieta  de  Francfort  no  quiso 
admitir  este  tratado,  invocando  una  ley  de  1650  que 
daba  á  la  unión  de  los  citados  ducados  un  carácter 
puramente  personal  y  estableciendo  que  en  el  caso  de 
extinguirse  la  descendencia  masculina  de  los  reyes 
de  Dinamarca— como  ocurrió  al  morir  Federico  VII 
en  1863  y  sucederle  Cristian  IX,  su  pariente — ,  estos 
ducados  debían  pasar  al  duque  de  Augustenbourg.  Las 
pretensiones  de  la  Dieta  de  Francfort  fueron  puestas 
en  práctica  al  subir  Cristian  IX  al  trono  de  Dinamar- 
ca. La  Dieta,  que  era  una  representación  de  los  ins- 
tintos de  nacionalidad  y  engrandecimiento  que  se  ha- 
bían apoderado  de  Alemania,  reivindicó  especialmente 
el  ducado  de  Holstein  como  territorio  que  formaba 
parte  del  grupo  germánico  y  ordenó  el  7  de  Diciem- 
bre la  ocupación  federal,  encargando  de  realizarla  á 
las  tropas  sajonas  y  hanoverianas. 

Bismarck  vio  llegado  el  momento  de  mezclarse  en 
el  asunto.  Su  plan  fué  tan  simple  como  atrevido:  re- 
constituir la  Alemania  del  Norte,  hacer  que  Austria 
proclamase  el  estado  de  sitio  en  Galitzia,  alarmando 
á  Rusia,  que  se  preocupó  de  su  propia  seguridad  sin 
prestar  atención  á  lo  que  ocurría  en  Dinamarca,  y 
proceder  resueltamente  á  la  expoliación  de  este  último 
reino.  El  ministro  de  Guillermo  I  ejecutó  el  plan  con  la 
audacia  y  la  felicidad  que  le  acompañaron  en  todas  sus 
empresas.  Nada  podía  temer  de  Inglaterra,  que  en  aquel 
momento  seguía  una  política  contraria  á  toda  interven- 
ción por  las  armas.  En  cuanto  á  Francia,  no  osaba 
acometer  una  acción  europea  sin  el  concurso  británico. 
El  gobernante  prusiano,  con  una  astucia  maquia- 
vélica, hizo  entrar  en  sus  proyectos  á  Austria,  con- 
venciéndola de  que  la  ocasión  era  propicia  para 
demostrar  que  sentía  gran  interés  por  los  asuntos  ger- 
mánicos. El  plan  de  Bismarck,  encaminado  á  apode- 
rarse de  los  dos  ducados  sin  derecho  alguno  y  sin  más 
apoyo  que  el  de  la  fuerza,  suponía  un  verdadero  robo. 
La  conciencia  de  Guillermo  I  y  de  algunos  represen- 
tantes del  partido  feudal  de  Prusia  pareció  sublevarse 
ante  la  enormidad  del  atentado.  Pero  el  ministro  supo 
disipar  tales  escrúpulos,  demostrando  á  estos  parti- 
darios de  la  tradición  que  Dinamarca  era  un  centro 
de  agitaciones  democráticas  y  convenía  anularlo  por 
medio  de  la  guerra.  De  las  protestas  de  la  opinión 
popular  no  se  preocupó  para  nada.  Una  guerra  fácil 
y  victoriosa  haría  olvidar  su  política  de  compresión 
interior,  imponiendo  silencio  á  la  prensa  de  Berlín  y 
á  la  Cámara  de  diputados. 

Existía  el  tratado  de  Londres,  firmado  por  Prusia 
y  Austria,  reconociendo  la  legitimidad  con  que  Cris- 
tian IX  poseía  los  dos  ducados.  Pero  un  tratado  era 
obstáculo  insignificante  para  un  hombre  como  Bis- 
marck, fundador  de  la  doctrina  alemana,  que  cuando 
lo  considera  conveniente,  sólo  ve  «un  pedazo  de  papel» 


en  los  documentos  solemnes.  El  grande  hombre  pru- 
siano, en  sus  discusiones  preparatorias  con  el  gobier- 
no de  Dinamarca  y  la  Dieta  de  Francfort,  acabó  por 
declarar  con  una  franqueza  brutal  que  «las  cuestiones 
políticas  no  eran  cuestiones  de  derecho,  sino  de  fuer- 
za», y  que  Prusia,  potencia  europea,  no  iba  á  dejarse 
guiar  por  la  mayoría  de  votos  de  la  Dieta,  compuesta 
de  pequeños  Estados. 

El  1."  de  Febrero  de  1864  el  ejército  austro-pru- 
siano franqueó  el  Eider,  invadiendo  el  ducado  de 
Slewig.  Esta  guerra  inicua  y  corta,  en  la  que  Dina- 
marca nada  pudo  hacer  contra  dos  enemigos  podero- 
sos, dio  por  resultado  la  pérdida  para  ella,  no  sola- 
mente del  Holstein  y  el  Lauenburgo,  que  eran  de 
origen  germánico,  sino  del  Slewig  por  entero,  com- 
prendiendo la  parte  del  país  de  pura  raza  dinamar- 
quesa. Una  vez  terminada  la  expedición,  todos  espe- 
raron su  resultado  práctico.  Austria  y  Prusia  habían 
tomado  las  armas,  según  dijeron,  para  asegurar  la  in- 
dependencia de  los  ducados.  Pero  después  del  triunfo 
no  hablaron  más  de  la  independencia  de  dichos  pue- 
blos. Podían  haber  atendido  igualmente  las  peticiones 
de  la  Dieta  de  Francfort,  sostenedora  de  los  derechos 
del  duque  de  Augustemburgo  sobre  estos  territorios, 
pero  los  vencedores  ni  siquiera  las  tomaron  en  consi- 
deración. La  doctrina  de  Bismarck  era  franca  y  con- 
cisa. Se  habían  apoderado  de  los  ducados  por  el  dere- 
cho de  la  fuerza,  y  debían  guardarlos  en  virtud  del 
mismo  derecho. 

Comenzó  entonces  un  espectáculo  nunca  visto  en 
la  Historia.  Austria  y  Prusia  hablan  marchado  de  per- 
fecto acuerdo  mientras  se  trató  de  expoliar  en  común, 
pero  llegada  la  hora  del  reparto  se  pelearon  ante  el 
botín,  lo  mismo  que  se  pelean  los  salteadores  al  lado 
del  camino  después  de  una  empresa  afortunada.  Con 
la  convención  de  Galstein  en  1865,  verdadero  acto  de 
filibusterismo  político,  Austria  y  Prusia  llegaron  á  un 
acuerdo  preliminar.  En  este  trabajo  se  manifestó  más 
que  en  ningún  otro  la  astucia  diplomática  de  Bis- 
marck, que  fingiéndose  un  aturdido  supo  engañar  á 
los  representantes  de  Austria.  Primeramente  se  quedó 
con  el  Slewig  y  luego  con  el  Lauenburgo,  que  le  fue- 
ron abandonados  por  su  cómplice,  tras  deshonrosos 
regateos,  mediante  una  indemnización  de  139  francos 
por  cabeza  de  habitante.  Pero  cuando  Bismarck  quiso 
apoderarse  igualmente  del  Holstein,  la  diplomacia 
austríaca  se  opuso  con  indignación.  El  gobernante 
prusiano  deseaba  todo  el  botín,  tratando  con  menos- 
precio al  cómplice  que  le  había  servido  para  disimu- 
lar su  atentado.  Por  primera  vez  vieron  claramente 
en  Viena  que  la  anexión  de  los  ducados  á  Prusia 
no  era  más  que  un  anuncio  de  la  absorción  de  los  de- 
más Estados  germánicos,  y  que  el  plan  de  Bismarck 
se  encaminaba  á  anular  la  influencia  austríaca  en 
una  Alemania  futura  dirigida  por  Guillermo  I.  Bis- 
marck, seguro  de  su  fuerza,  ya  no  fingió  más  y  acep- 
tó francamente  la  cuestión  con  Austria,  guardándose 
los  ducados. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


285 


Podia  disponer  de  un  ejército  sólidamente  organi- 
zado. El  rey  Guillermo  se  asustaba  en  el  primer  mo- 
mento ante  la  audacia  de  sus  concepciones,  pero  al 
fin  las  admitía,  convencido  por  su  enérgica  fe  en  los 
destinos  de  Prusia.  La  guerra  de  los  ducados  habia 
servido  para  revelar  á  un  gran  estratega,  el  general 
Moltke,  y  á  un  hábil  organizador,  el  general  Roon. 
Apoyado  en  estos  dos  hombres  que  eran  sus  brazos, 
y  seguro  de  la  aprobación  de  Guillermo  I,  tras  del 
cual  se  ocultaba  para  que  pudiese  figurar  como  la 
única  inteligencia  directora,  Bismarck  se  atrevió  á 
todo.  Iba  á  reanudar  la  obra  de 
Federico  II,  á  constituir  por  la 
fuerza  militar  un  nuevo  reino 
de  Prusia,  homogéneo  y  de  as- 
piraciones belicosas  que  domi- 
nase á  Alemania  entera,  humi- 
llando y  empequeñeciendo 
para  siempre  al  imperio  aus- 
tríaco. 

Los  primeros  meses  de  ISlílí 
los  empleó  Bismarck  en  com- 
pletar los  preparativos  milita- 
res con  sus  dos  colaboradores 
Moltke  y  Roon.  Un  suceso  ines- 
perado casi  anuló  instantánea- 
mente los  planes  audaces  del 
gobernante  prusiano,  sirviendo 
al  mismo  tiempo  para  demos- 
trar la  buena  suerte  que  le 
acompañó  siempre  en  los  peli- 
gros. Un  revolucionario  llama- 
do Blind,  furioso  por  el  despre- 
cio con  que  atropellaba  Bis- 
marck las  aspiraciones  popu- 
lares, le  disparó  á  quemarropa 
cuatro  tiros  de  revólver.  Los 
que  presenciaron  el   atentado 

dieron  por  muerto  al  ministro,  al  ver  que  recibía 
todas  las  balas  en  el  pecho.  Pero  éstas  quedaron  amor- 
tiguadas en  el  espeso  forro  de  su  gabán,  y  Bismarck 
sólo  experimentó  el  susto  consiguiente. 

Antes  de  atacar  al  imperio  austríaco  contrajo  una 
alianza  con  Italia,  deseosa  de  completar  su  unidad, 
expulsando  definitivamente  del  suelo  patrio  á  los  aus- 
tríacos que  todavía  ocupaban  Venecia.  La  alianza 
con  Italia  le  proporcionó  indirectamente  la  benevo- 
lencia del  imperio  francés,  que  años  antes  habia  ayu- 
dado á  los  italianos  á  la  reconquista  de  Lombardía, 
derrotando  las  tropas  austríacas  en  Magenta  y  Solfe- 
rino. 

Cuando  Bismarck  hubo  terminado  sus  preparati- 
vos militares  y  diplomáticos,  dio  principio  á  las  hosti- 
lidades, enviando  á  la  Dieta  de  Francfort  un  proyecto 
de  reforma  de  la  Confederación  Germánica.  En  él  pro- 
ponía la  disolución  inmediata  de  dicha  Confederación 
en  su  forma  actual,  la  expulsión  de  Austria,  que  ocu- 
paba la  presidencia,  la  entrega  á  Prusia  del  mando 


MOLTKB 


supremo  de  todas  las  fuerzas  de  tierra  y  mar  de  la 
Alemania  reconstituida,  y  la  creación  de  un  Parla- 
mento nacional  que  sustituyese  á  la  Dieta.  Lo  más 
notal)le  de  este  proyecto  fué  que  el  Parlamento  ale- 
mán debía  ser  designado  por  sufragio  universal,  siste- 
ma del  que  tanto  se  había  burlado  Bismarck  cuando 
los  liberales  prusianos  lo  solicitaban  para  su  país. 
Este  proyecto  representaba  una  provocación  á  los 
Estados  alemanes  y  al  imperio  austríaco,  seguida 
indudablemente  de  la  guerra.  Las  potencias  neutrales 
intervinieron  para  evitarla,  proponiendo  la  reunión 

de  un  congreso  diplomático, 
pero  el  gabinete  de  Viena,  tor- 
pe y  confiado  en  su  fuerza,  se 
negó  á  todo  arreglo,  secundan- 
do con  su  ceguera  los  proyec- 
tos de  Bismarck.  Este  dirigió 
entonces  un  ultimátum  á  la 
Dieta  de  Francfort  para  que 
aceptase  el  proyecto  de  nueva 
(  onfederación,  declarando  su 
negativa  como  un  casus  belli. 
La  Dieta  respondió  á  tal  ame- 
naza con  la  oposición  que  era 
de  esperar,  y  dos  días  después, 
el  16  de  .Junio,  entraron  en  gue- 
rra las  tropas  prusianas,  apo- 
derándose de  Leipzig. 

La  campaña  fué  tan  breve 
como  decisiva.  El  ejército  de 
Prusia  avanzó  con  una  rapidez 
y  una  seguridad  casi  mecáni- 
cas, ejecutando  el  plan  ideado 
mucho  antes  por  el  general 
Moltke.  En  veinte  dias  Austria 
se  vio  derrotada  allí  donde  in- 
tentó oponerse  á  los  enemigos, 
hasta  que  el  3  de  .Tullo  su  ejér- 
cito quedó  definitivamente  aplastado  en  la  sangrienta 
batalla  de  Sadowa. 

Este  dia  fué  el  más  tremendo  y  decisivo  en  toda  la 
existencia  de  Bismarck.  Había  iniciado  la  guerra 
contra  los  sentimientos  de  i  ¡uillermo  I,  poco  dispuesto 
á  una  lucha  con  el  imperio  austríaco,  teniendo  que 
asumir  todas  las  responsabilidades  de  su  plan  audaz. 
Detrás  de  él  estaba  Prusia  entera  que  le  aborrecía  y 
deseaba  un  fracaso  de  su  política  para  sacrificarlo. 
Moltke,  Roon  y  los  demás  hombres  de  guerra  consti- 
tuían su  único  apoyo.  Si  el  ejército  quedaba  derrota- 
do, Bismarck  podía  dar  por  terminada  su  carrera  y 
hasta  su  vida.  Hubo  un  momento  en  la  batalla  de 
Sadowa  en  que  pareció  que  la  suerte  iba  á  decidirse 
por  los  austríacos.  Según  cuentan,  el  futuro  canciller 
presenció  el  combate  desde  una  altura  con  mirada 
ansiosa,  pie  á  tierra,  las  riendas  de  su  caballo  pasa- 
das por  un  brazo,  y  oprimiendo  en  la  diestra  una  pis- 
tola, tal  vez  la  misma  que  días  antes  había  pedido  á 
la  condesa  de  Bismarck  junto  con  una  novela  fran- 


264 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


ENTRADA   DK   LOS   PKUSIANOS   EN    LEIPZIG 

(Gi'abado  de  la  éj)Oca) 


cesa.  Su  resolución  era  firme.  Si  las  tropas  prusianas 
continuaban  el  retroceso  iniciado,  un  tiro  de  pistola 
se  unirla  al  estrépito  de  cañones  y  fusiles,  y  Bismarck 
habria  dejado  de  existir. 

Pero  los  prusianos  acabaron  por  triunfar  en  Sa- 
dowa,  gracias  al  fusil  de  aguja,  que  era  el  último  in- 
vento de  aquella  época,  y  les  dio  una  irresistible  supe- 
rioridad sobre  el  enemigo.  Dos  días  después  los  aus- 
tríacos abandonaron  Venecia,  y  el  22  de  Julio,  sin 
atreverse  á  intentar  una  segunda  batalla,  aceptaron 
el  armisticio  propuesto  por  Francia  y  los  prelimina- 
res de  paz.  Esta  paz  tenia  una  condición  sine  qua 
non  impuesta  por  Bismarck,  que  después  de  la  hora 
mortal  pasada  en  Sadowa  se  mostró  más  arrogante 
que  nunca.  Austria  debía  aceptar  su  expulsión  de  la 
Confederación  Germánica.  Sólo  sobre  esta  base  era 
posible  la  paz. 

La  corte  de  Viena  abdicó  para  siempre  su  influen- 
cia en  los  Estados  de  Alemania.  Llegaba  para  Bis- 
marck la  realización  de  sus  ensueños:  el  reino  de 
Prusia  director  de  los  destinos  germánicos. 

Después  de  este  primer  éxito,  Alemania,  unificada 
y  modelada  en  el  troquel  prusiano,  podría  imponer 
su  influencia  al  resto  de  Europa. 


Al  romper  Bismarck  con  la  Dieta  de  Francfort, 
una  parte  considerable  de  Alemania  se  mantuvo  en 
torno  de  ésta,  oponiéndose  al  atropello  intentado  por 
Prusia,  y  como  consecuencia  al  lado  de  Austria. 

Los  reinos  de  Baviera,  Wurtenberg,  Sajonia,  Ha- 
nóver,  Nassau,  los  dos  Hesse  y  Francfort,  se  pronun- 
ciaron en  favor  de  la  Dieta.  Prusia  sólo  tuvo  á  su  lado 
las  ciudades  libres  de  Brema,  Hamburgo  y  Lubeck, 
Mecklemburgo,  Oldemburgo  y  los  principados  sa- 
jones. 


Al  firmarse  en  26  de  Julio  de  1866  la 
paz  de  Nikolsburgo  con  el  imperio  aus- 
tríaco, que  iba  á  quedar  excluido  para 
siempre  de  la  Confederación  Germánica, 
el  victorioso  Bismarck  se  dedicó  á  nor- 
malizar la  vida  interior  de  Prusia.  La  vic- 
toria le  había  dado  un  enorme  prestigio. 
La  oposición  liberal,  la  prensa,  las  masas 
democráticas,  todos  los  que  le  habían 
combatido,  oponiéndose  á  sus  demasías, 
enmudecieron.  ¿Cómo  afrontar  el  entu- 
siasmo patriótico  que  rodeaba  á  este  triun- 
fador después  de  la  audaz  aventura  de 
Sadowa?  Bismarck  tomó  el  titulo  de  Can- 
ciller y  la  nueva  Cámara  prusiana  el  de 
Reichstag.  Uno  de  los  primeros  actos  del 
naciente  Reichstag  fué  aprobar  como  úti- 
les y  patrióticas  todas  las  medidas  anti- 
constitucionales y  violentas  empleadas 
por  Bismarck  en  los  últimos  cuatro  años. 
Al  quedar  vencedora  Prusia  sobre 
todos  los  Estados  de  Alemania,  el  Canci- 
ller se  dedicó  al  engrandecimiento  del  territorio  na- 
cional, castigando  con  rudeza  á  los  Estados  germá- 
nicos que  se  habían  declarado  en  favor  de  Austria.  La 
paz  de  Nikolsburgo  consagraba  la  existencia  de  una 
nueva  Confederación  más  pequeña,  pero  más  firme 
que  la  regida  por  la  disuelta  Dieta  de  Francfort.  Esta 
Confederación,  llamada  de  la  Alemania  del  Norte, 
abarcó,  como  lo  indica  su  nombre,  todos  los  Estados 
alemanes  situados  más  arriba  de  la  linea  del  Mein. 
Abajo  del  Mein  se  creó  la  Confederación  de  la  Ale- 
mania del  Sur,  formada  por  Baviera  y  otros  Estados 
que  se  habían  mostrado  contrarios  á  Prusia  en  la 
reciente  guerra.  El  diplomático  Bismarck  transigió 
con  ellos,  adivinando  que  más  adelante  podría  atraer- 
los á  sus  planes.  Reconoció  sin  resistencia  la  Confe- 
deración del  Sur,  y  antes  de  terminar  el  año  había 
firmado  tratados  de  paz  y  de  alianza  ofensiva  y  de- 
fensiva con  dichos  Estados,  los  cuales  aceptaron  que 
en  caso  de  guerra  el  mando  de  sus  ejércitos  sería 
confiado  al  rey  de  Prusia. 

En  la  Alemania  del  Norte  su  política  fué  distinta, 
castigando  con  mano  dura  á  todos  los  países  que  ha- 
bían seguido  á  la  Alemania  del  Sur  por  mantener  los 
acuerdos  de  la  Dieta  de  Francfort.  Dichos  Estados 
fueron  anexionados  á  Prusia,  decretando  Bismarck  el 
destronamiento  de  sus  reyes,  duques  y  electores.  De 
tales  atropellos  el  más  censurable  fué  el  realizado  en 
el  reino  de  Hanóver.  El  rey  de  este  país,  Jorge  V,  que 
había  nacido  ciego,  quedó  destronado  por  el  delito  de 
ser  fiel  á  sus  compromisos  con  la  Dieta.  La  familia 
real  de  Hanóver  se  vio  despojada,  no  sólo  de  su  reino, 
sino  de  sus  bienes  particulares,  quedando  reducida  á 
vivir  en  el  destierro  en  la  mayor  pobreza.  Bismarck 
la  persiguió  con  su  saña,  asi  como  al  elector  de  Ilesse, 
igualmente  despojado  de  sus  bienes,  é  hizo  aprobar 
por  el  Reichstag  la  doble  expoliación,  como  si  fuese 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1^14 


SSS 


BATALLA   DB   SADOWA 


una  medida  patriótica.  Los  habitantes  de  los  países 
alemanes  anexionados  á  Prusia  intentaron  oponerse 
al  atropello  con  protestas  y  motines,  pero  Bismarck 
los  redujo  férreamente  á  la  obediencia. 

Veintidós  Estados  alemanes,  de  una  importancia 
más  ó  menos  considerable,  constituyeron  con  Prusia 
la  Confederación  del  Norte  que  Bismarck  se  dedicó  á 
organizar  durante  el  año  1867.  Además,  la  Confede- 
ración del  Sur,  como  ya  hemos  dicho,  habia  puesto 
sus  tropas,  para  el  caso  de  guerra,  á  las  órdenes  del 
rey  Guillermo.  Un  Parlamento  aduanero  que  englo- 
baba los  intereses  económicos  de  ambas  confedera- 
ciones sirvió  al  Canciller  para  ir  dando  realidad  á  su 
plan  de  una  Alemania  única. 

Esta  organización  formidable  se  dirigía  especial- 


BBRLiN.    LAS    BANDERAS    TO.MADAS 


A    LOS   AUSTRÍACOS 

(Grabados  de  la  época) 


mente  contra  Francia,  único  enemigo  que  veía  Bis- 
marck para  el  engrandecimiento  de  Prusia.  Todas  sus 
medidas  de  gobernante  y  sus  gestiones  diplomáticas 
fueron  encaminadas  á  preparar  una  guerra  con  el 
Imperio  francés,  arrebatándole  las  simpatías  de  las 
otras  potencias  para  aislarlo  y  asestarle  oportuna- 
mente el  golpe  decisivo. 

La  jactancia  y  la  torpeza  de  los  gobiernos  de  Na- 
poleón III  facilitaron  considerablemente  estos  planes. 
Europa  estaba  fatigada  de  la  supremacía  continental 
ejercida  por  el  Imperio  francés.  Éste,  por  su  parte, 
como  todos  los  gobiernos  basados  en  la  fuerza,  abusa- 
ba del  poder  militar,  creyéndolo  más  fuerte  de  lo  que 
era  en  realidad. 

El  gobernante  prusiano  pudo  juguetear  como  un 
felino  con  el  imperialismo  francés  antes 
de  devorarlo.  El  embajador  de  Napo- 
león III  en  Berlín  era  el  conde  de  Bene- 
dctti,  diplomático  de  vista  corta  que  no 
supo  adivinar  los  verdaderos  propósitos 
de  Bismarck  ni  hizo  ver  á  su  país  la  im- 
portancia militar  de  Prusia. 

Después  de  la  catástrofe  de  1870,  Be- 
nedetti  intentó  justificar  su  fracaso  di- 
plomático afirmando  que  oportunamen- 
te había  dado  la  voz  de  alarma  á  su 
emperador.  De  ser  esto  verdad  resulta 
que  Napoleón  fué  aun  más  torpe  y  con- 
fiado que  su  representante. 

El  astuto  Bismarck,  para  realizar 
tranquilamente  sus  preparativos  de  gue- 
rra y  los  engrandecimientos  del  terri- 
torio prusiano  sin  alarma  ni  protesta 
de  Francia,  habia  encontrado  el  medio 


266 


VICENTE  BLASCO  IBAÑÉ2 


de  distraer  á  Benedetti  y  su  soberano  hablando  vaga- 
mente de  una  inteligencia  posible  entre  ambas  nacio- 
nes para  que  Napoleón  se  apoderase  de  Bélgica.  Como 
el  Imperio,  desacreditado  é  impopular,  necesitaba  el 
prestigio  de  nuevas  conquistas  para  mantener  su  exis- 
tencia frente  al  descontento  del  país  y  las  protestas 
del  republicanismo.  Napoleón  III  y  su  embajador  ca- 
yeron fácilmente  en  esta  trampa  de  la  diplomacia 
prusiana.  Benedetti  y  Bismarck  hablaron  muchas 
veces  del  futuro  reparto  de  Bélgica,  sugerido  diabó- 
licamente por  el  Canciller.  El  embajador  francés  fué 
tan  confiado,  que  llegó  á  entregar  á  Bismarck  prue- 
bas escritas  de  este  propósito  de  su  emperador.  Dichos 
papeles,  comunicados  por  el  Canci- 
ller al  gobierno  de  Inglaterra,  hicie- 
ron enfriarse  las  relaciones  amisto- 
sas entre  la  Gran  Bretaña  y  Fran- 
cia. Esta  fué  la  causa  principal  de 
que  el  gobierno  de  Londres  contem- 
plase impasible  la  desastrosa  guerra 
de  1870  y  la  ruina  del  Imperio.  En 
aquel  entonces,  lo  mismo  que  en  la 
actualidad,  Inglaterra  consideró  la 
independencia  de  Bélgica  como  algo 
sagrado  é  intangible.  Se  separó  del 
Imperio  francés  porque  habia  pen- 
sado atentar  contra  ella.  Bismarck 
tuvo  buen  cuidado  en  mostrarse  de 
un  escrupuloso  respeto  para  la  inte- 
gridad de  Bélgica  durante  la  guerra 
con  Francia.  Sabia  que  era  el  medio 
mejor  para  que  la  Gran  Bretaña 
permaneciese  tranquila. 

En  1868  se  debilitó  visiblemente 
la  política  prusiana  dirigida  contra 
Francia.  Bismarck  estaba  enfermo 
y  tuvo  que  retirarse  por  algún  tiempo  de  los  nego- 
cios públicos.  Una  dolencia  nerviosa  producida  por  el 
exceso  de  trabajo  y  de  emociones  le  mantuvo  por  al- 
gunos meses  lejos  del  gobierno,  pero  antes  de  termi- 
nar el  año,  el  coloso  incansable  volvió  á  comparecer 
ante  el  Reichstag,  reanudando  con  los  mismos  impul- 
sos de  la  juventud  su  política  arrolladura. 

Todas  sus  medidas  iban  encaminadas  contra  el 
Imperio  francés,  siendo  extraordinario  que  Napo- 
león III  y  sus  hombres,  cegados  por  la  soberbia  de  un 
poder  que  creían  invencible,  no  adivinasen  la  tor- 
menta que  se  formaba  contra  ellos  al  otro  lado  del 
Rhin. 

Hubo  un  momento  en  que  el  emperador  francés 
pudo  ver  el  peligro  con  toda  claridad.  Apenas  intentó 
en  1867  adquirir  el  ducado  de  Luxemburgo  que  le 
cedía  el  rey  de  Holanda,  el  Canciller  se  alzó  ante  él 
oponiéndose  enérgicamente  á  dicha  anexión.  La  gue- 
rra entre  Francia  y  Prusia  estuvo  próxima  á  estallar 
tres  años  antes  de  1870.  Pero  Bismarck  consideró  á 
última  hora  que  su  país  no  estaba  completamente  pre- 
parado para  la  lucha  y  que  era  mejor  esperar.  Por 


BBNBDBTTI 


esto  dio  una  solución  diplomática  al  asunto,  aceptando 
que  en  la  conferencia  de  Londres  se  declarase  al 
Luxemburgo  territorio  neutral,  desmantelando  sus  for- 
tificaciones. Esta  era  la  conducta  del  supuesto  amigo 
que  un  año  antes  había  halagado  la  complicidad  del 
Imperio  sugiriéndole  la  posibilidad  de  la  anexión  de 
Bélgica.  No  ya  este  reino  importante,  sino  ni  un  pe- 
queño ducado  permitía  Bismarck  que  viniese  á  agran- 
dar el  territorio  francés.  Un  año  antes,  cuando  Prusia 
estaba  en  lucha  con  Austria,  había  sido  conveniente 
halagar  á  Napoleón  con  mentidas  esperanzas  para 
mantenerlo  al  margen  de  la  lucha.  Ahora  que  el  reino 
prusiano  era  fuerte  y  estaba  en  paz  con  Europa  podía 
mostrar  francamente  sus  sentimien- 
tos poco  benévolos  para  Francia. 

El  emperador,  después  de  esta  bru- 
tal demostración,  volvió  á  su  apática 
y  confiada  somnolencia,  mientras 
Bismarck  continuaba  en  silencio  su 
obra  enorme.  Para  que  los  Hohenzo- 
llern  fuesen,  según  el  deseo  de  Fe- 
derico el  Grande,  los  primeros  mo- 
narcas de  Europa,  era  preciso  ven- 
cer á  Francia,  desmembrarla  y  ha- 
cerla descender  á  un  segundo  rango. 
La  actividad  de  Bismarck,  secunda- 
da por  la  aprobación  de  Guillermo  I 
y  el  tecnicismo  de  Moltke  y  Roon, 
preparó  la  Alemania  hasta  en  sus 
menores  detalles  como  la  más  formi- 
dable máquina  de  guerra  conocida 
híxsta  entonces. 

«Todo  estaba  pronto  en  Prusia 
— dice  un  historiador  francés — ,  lo 
mismo  los  hombres  que  las  cosas. 
Nada  estaba  preparado  en  Francia. 
Aquí,  entre  las  manos  del  emperador,  aventurero 
siniestro  que  se  había  hecho  dueño  violentamente  del 
país,  todo  estaba  dislocado,  empequeñecido  y  corrom- 
pido. La  imprevisión  y  la  impericia  que  dirigían  los 
negocios  públicos,  la  ausencia  de  hombres  superiores 
en  el  gobierno,  la  desorganización  del  ejército,  la  de- 
cadencia moral  producida  por  veinte  años  de  despotis- 
mo, todo  concurría  en  caso  de  conflicto  á  precipitar- 
nos en  una  catástrofe.  El  gobierno  prusiano  sabía  todo 
esto,  y  sólo  esperaba  una  ocasión  favorable  para  en- 
tablar la  lucha.» 

Esta  ocasión,  deseada  por  Bismarck  durante  más 
de  un  año,  ó  sea  después  de  visitar  París  en  1869  con 
pretexto  de  la  Exposición  Universal  y  ver  de  cerca 
el  estado  de  Francia,  se  la  proporcionó  inesperada- 
mente el  pueblo  que  menos  relación  tenía  con  Prusia 
y  menos  motivos  para  influir  en  las  cuestiones  del 
centro  del  continente:  España. 

Después  de  la  revolución  española  de  1868,  que 
destronó  á  la  dinastía  borbónica  en  la  persona  de  Isa- 
bel II,  los  directores  de  este  movimiento  nacional, 
generales  y  políticos  prestigiosos,  en  vez  de  procla- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


287 


mar  la  República  como  era  lógico,  persistieron  en  el 
mantenimiento  de  la  forma  monárquica,  pero  con  una 
dinastía  nueva,  para  lo  cual  fueron  sus  representan- 
tes mendigando  un  rey  por  todas  las  cortes  de  Europa. 

Uno  de  los  candidatos  ;i  la  corona  de  España  fué 
el  principe  alemán  Leopoldo  de  HohenzoUern,  parien- 
te de  Guillermo  I  y  simple  comandante  de  infantería 
de  la  Guardia  prusiana.  Para  sostener  esta  candida- 
tura, el  general  Prim,  jefe  del  gobierno  español  y 
enemigo  personal  de  Napoleón  III  por  lo  mucho  que 
le  había  perseguido  éste  en  sus  tiempos  de  conspira- 
dor, se  puso  de  acuerdo  con  Bismarck,  que  encontró 
en  este  asunto  una  doble  ventaja  para  sus  planes.  Si 
el  HohenzoUern  se  sentaba  en  el  tro- 
no de  España,  el  Imperio  francés 
quedaría  en  un  aislamiento  comple- 
to, rodeado  de  enemigos  por  todas 
partes.  De  fracasar  la  candidatura, 
era  casi  seguro  que  estas  negocia- 
ciones diplomáticas,  al  ser  conoci- 
das por  Francia,  darían  pretexto  á 
la  guerra  que  deseaba  el  canciller 
prusiano.  Á  fines  de  Junio  de  1870, 
el  acuerdo  entre  Prim  y  Bismarck 
fué  completo,  después  de  largas  ne- 
gociaciones. El  embajador  de  Fran- 
cia en  Madrid  telegrafió  el  3  de  Julio 
al  duque  de  Gramont,  ministro  de 
Negocios  Extranjeros  en  París,  que 
la  candidatura  de  HohenzoUern  al 
trono  de  España  era  cierta  y  de  éxito 
indiscutible.  El  general  Prim  en  per- 
sona le  había  manifestado  su  firme 
voluntad  de  hacer  friunfar  dicha  so- 
lución, pues  no  encontraba  otro  can- 
didato aceptable  en  ningún  país. 

La  noticia  puso  en  alarma  al  gobierno  imperial. 
El  embajador  de  Francia  en  Berlín  pidió  explicacio- 
nes á  la  Cancillería  prusiana,  pero  Bismarck  se  había 
ausentado  y  su  reemplazante,  M.  de  Thile,  contestó  de 
un  modo  evasivo  que  el  gobierno  prusiano  ignoraba 
esta  gestión  y  no  tenía  por  qué  mezclarse  en  ella  ni 
aceptaba  responsabilidad  alguna,  por  tratarse  de  un 
asunto  personal.  Únicamente  Guillermo  I  podía  inter- 
venir en  el  asunto,  no  como  rey  de  Prusia,  sino  como 
jefe  de  la  familia  HohenzoUern. 

La  distinción  sutil  entre  la  corona  de  Prusia  y  la 
familia  HohenzoUern,  ideada  sin  duda  por  Bismarck, 
fué  la  norma  constante  de  la  diplomacia  alemana  en 
este  contiicto. 

La  posibilidad  de  un  rey  prusiano  en  el  trono  de  la 
vecina  España  produjo  gran  efervescencia  en  la  po- 
lítica francesa.  El  gobierno,  en  vez  de  aminorar  la 
agitación,  la  aumentó  el  día  5  de  Julio  en  la  Cámara 
de  diputados  con  las  declaraciones  del  duque  de  Gra- 
mont, jactanciosas  hasta  la  fanfarronería.  El  ministro 
de.Negocios  Extranjeros,  después  de  hacer  constar  sus 
simpatías  por  la  nación  española  y  la  voluntad  de 


BL    DUQUE    DE    GRAMONT 


Francia  de  no  inmiscuirse  «en  los  asuntos  interiores 
de  una  grande  y  noble  nación  en  pleno  ejercicio  de  su 
soberanía»,  añadió  con  arrogancia  en  medio  de  los 
aplausos  entusiastas  de  los  diputados  bonapartistas: 

«Nosotros  no  creemos  que  el  respeto  á  los  derechos 
de  un  pueblo  vecino  nos  obligue  á  sufrir  que  una  po- 
tencia extranjera,  colocando  á  uno  de  sus  príncipes 
en  el  trono  de  (darlos  V,  desarregle  en  perjuicio  nues- 
tro el  equilibrio  actual  de  las  fuerzas  de  Europa  y 
ponga  en  peligro  los  intereses  y  el  honor  de  Francia. 
«Tenemos  la  firme  esperanza  de  que  no  llegará  á 
realizarse  esta  eventualidad.  Para  impedirla  contamos 
á  la  vez  con  la  cordura  del  pueblo  alemán  y  la  amis- 
tad del  pueblo  español.  Si  no  fuese 
así,  fortalecidos  por  vuestro  apoyo 
y  el  de  la  nación  sabremos  cumplir 
nuestro  deber  sin  dudas  ni  vacila- 
ciones.» 

Los  diputados  de  la  oposición  se 
escandalizaron  ante  este  lenguaje 
audaz.  «¿Es  que  queréis  la  guerra?», 
gritó  M.  Crémieux.  El  presidente  del 
Consejo,  Emilio  OUivier,  republica- 
no de  la  víspera  que  había  reconoci- 
do el  imperio  y  deseaba  merecer  la 
confianza  de  la  corte  extremando  su 
política,  dijo  que  ansiaba  la  paz, 
pero  añadió:  «Si  algún  día  considera- 
mos que  la  guerra  resulta  inevita- 
ble, la  emprenderemos  sin  vacilar.» 
Los  detalles  de  esta  sesión  parla- 
mentaria causaron  en  Berlín  gran 
cólera,  viéndose  en  ellos  una  pro- 
vocación á  Prusia.  Bismarck,  fin- 
giéndose igualmente  indignado,  ex- 
perimentó sin  duda  una  gran  alegría 
interior.  Llegaba  la  guerra  tan  deseada  por  él.  Los 
mismos  enemigos  se  encargaban  de  provocarla  con  sus 
imprudencias,  dando  á  Prusia  el  simpático  papel  de 
nación  agredida.  A  la  fanfarronería  del  Parlamento 
francés  y  su  ciega  confianza,  se  unieron  las  irritantes 
exigencias  de  la  diplomacia  napoleónica,  que  preten- 
dió humillar  á  la  corte  de  Prusia  creyéndola  débil  y 
temerosa. 

El  embajador  Benedetti  visitó  al  rey  Guillermo  en 
la  estación  balnearia  de  Ems,  para  pedirle  que  obli- 
gase al  príncipe  de  HohenzoUern  á  desistir  de  su  can- 
didatura al  trono  de  España.  El  monarca  contestó  in- 
sistiendo en  su  doctrina  de  que  como  rey  de  Prusia  no 
tenía  por  qué  mezclarse  en  un  asunto  que  era  pura- 
mente de  familia,  y  como  jefe  de  la  casa  HohenzoUern 
lo  único  que  podía  hacer  era  hablar  con  el  candidato 
Leopoldo  y  su  padre,  Antonio  de  HohenzoUern,  que 
había  preparado  y  dirigido  la  negociación  con  Es- 
paña. 

El  gobierno  de  Paría  no  se  dio  por  satisfecho  con 
esta  respuesta  é  insistió  enérgicamente,  demostrando 
que  no  temía  un  rompimiento,  pues  más  bien  parecía 


^.iJíA. 


288 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


buscarlo.  Napoleón  III  y  sus  ministros  procedían  como 
si  ignorasen  que  Prusia  y  los  demás  Estados  alemanes 
estaban  poderosamente  armados,  deseando  entrar  en 
campaña  inmediatamente.  El  gabinete  de  París  había 
recibido  desde  mucho  antes  numerosos  informes  sobre 
estos  preparativos,  pero  una  imprudencia  irresistible 
lo  arrastraba  á  la  perdición. 

Siguiendo  sus  órdenes,  el  embajador  Benedetti  vol- 
vió el  11  de  .Julio  á  Ems  para  tener  una  nueva  entre- 
vista con  el  rey  de  Prusia,  insistiendo  en  la  renuncia 
del  principe  Leopoldo.  Guillermo  contestó  que  no 
sabia  siquiera  dónde  estaba  el  príncipe  en  aquellos 
momentos,  pero  esperaba  recibir  noticias  suyas 
aquella  misma  noche. 

Al  día  siguiente  se  supo  que  el 
príncipe  Antonio,  padre  del  preten- 
diente, había  telegrafiado  á  Madrid 
la  renuncia  de  su  hijo.  Con  esto  des- 
aparecía la  causa  del  conflicto.  En 
Berlín  todos  dieron  el  asunto  por  ter- 
minado, y  en  París  recobraron  su 
tranquilidad  los  que  eran  ajenos  á 
los  intereses  del  imperio  y  no  creían 
necesario  una  guerra  para  su  exis- 
tencia. Pero  quedábanlos  cortesanos 
y  ministros  de  Napoleón  III,  deseo- 
sos de'  no  perder  la  ocasión  para 
realzar  con  la  gloria  de  una  cam- 
paña victoriosa  la  popularidad  de- 
creciente del  imperio;  quedaban 
Moltke,  Roon  y  todos  los  generales 
y  oficiales  prusianos,  ansiosos  de 
experimentar  en  un  choque  con  los 
franceses  la  fuerza  del  gran  or- 
ganismo belicoso  que  habían  crea- 
do; y  sobre  todos  ellos  quedaba  Bis- 
marck,  genio  diabólico  que  supo  impedir  el  restable- 
cimiento de  una  calma  contraria  á  sus  planes.  La  im- 
prudencia del  gobierno  francés  continuó  viniendo  en 
su  ayuda. 

El  13  de  .lulio,  Benedetti  se  presentó  por  la  mañana 
al  rey  (Tuillermo  para  manifestar  que  si  el  príncipe 
Leopoldo  reanudaba  sus  gestiones  de  candidato,  el  go- 
bierno francés  consideraría  esto  como  una  ofensa.  El 
rey  contestó  que  después  de  la  renuncia  no  había  mo- 
tivo para  hablar  más  del  asunto.  Por  la  tarde  volvió 
á  la  carga  el  embajador  con  una  torpeza  irritante  para 
exigir  que  Prusia  diese  garantías  de  que  el  candidato 
Hohenzollern  no  pensaba  insistir  en  sus  pretensiones. 
Irritado  Guillermo  I  por  tal  insistencia,  se  negó  á  re- 
cibir al  embajador,  manifestándole  por  medio  de  un 
ayudante  que  tendría  una  gran  satisfacción  en  hablar 
con  él  de  asuntos  particulares,  pero  que  no  podía  darle 
audiencia  para  tratar  de  un  asunto  que  había  quedado 
ya  resuelto  por  la  mañana.  Esta  grave  resolución  del 
soberano  fué  obra  del  astuto  Bismarck,  que  al  mismo 
tiempo  que  aconsejaba  al  rey  los  procedimientos  enér- 
gicos mantenía  la  desconfianza  de  los  franceses  con 


BL    MARISCAL    LBBtEUP 


tortuosas  informaciones  secretas  para  que  persistiesen 
en  sus  demandas  imprudentes. 

El  acto  de  Guillermo  I  produjo  en  Francia  gran 
indignación.  El  imperio  se  consideró  ofendido.  Por  su 
parte  Bismarck  aceleró  el  rompimiento,  valiéndose 
de  procedimientos  reprobables  que  él  consideraba  de 
uso  legal  siempre  que  sirviesen  á  sus  planes. 

Mientras  Benedetti,  «el  corso  irascible»  como  le 
llamaba  Bismarck,  se  había  trasladado  á  Ems  para 
tratar  directamente  con  Guillermo  I,  el  Canciller  se 
mantenía  oculto  en  sus  tierras  de  Varzin.  Fué  un  pro- 
cedimiento diplomático  semejante  al  que  siguió  la 
Cancillería  alemana  en  1914,  durante  el  mes  de  .Julio, 
cuando  el  embajador  de  la  Gran  Bre- 
taña trabajaba  por  el  mantenimien- 
to de  la  paz.  La  ausencia  del  Canci- 
ller y  las  palabras  ambiguas  de  los 
sustitutos  no  permitieron  ningún 
arreglo  definitivo. 

lUsmarck  desde  Varzin  estaba  en 
comunicación  telegráfica  con  Ems, 
aconsejando  á  su  rey.  Además  tenía 
junto  á  éste  á  un  consejero  intimo 
de  la  Cancillería,  el  literato  Abeken, 
hombre  de  grandes  estudios  estéticos 
y  filológicos,  que  había  puesto  al 
servicio  de  Bismarck  su  estilo  aco- 
modaticio y  su  carácter  sumiso. 

Oculto  en  Varzin,  trabajó  el  Can- 
ciller para  que  no  pudiese  sobreve- 
nir un  arreglo  y  el  asunto  del  trono 
de  España  produjese  la  guerra.  Al 
ver  que  Benedetti  se  trasladaba  á 
Ems  para  ponerse  en  contacto  direc- 
to con  Guillermo  I,  él  se  dirigió  á 
Berlín,  esperando  con  sus  consocios 
Moltke  y  Roon  el  ansiado  desenlace. 

Cuando  el  rey,  á  instigaciones  de  su  Canciller  que 
le  aconsejaba  una  gran  energía,  é  irritado  por  las  pre- 
tensiones de  Benedetti,  se  negó  finalmente  á  recibirle, 
Abeken,  por  encargo  del  monarca,  puso  un  telegrama 
confidencial  á  Bismarck  dándole  cuenta  de  todo  lo 
ocurrido. 

Este  documento  fué  el  famoso  «despacho  de  Ems», 
célebre  en  la  historia  de  la  diplomacia.  Guillermo  I, 
al  releerlo  antes  de  que  lo  enviasen  al  telégrafo,  dijo 
á  Abeken: 

— Esta  vez  creo  que  Bismarck  quedará  contento  de 
nosotros. 

Sin  embargo,  el  telegrama  era  de  un  estilo  débil  y 
no  podía  contentar  al  Canciller.  El  rey  se  limitaba  á 
darle  cuenta  de  lo  ocurrido  entre  él  y  Benedetti  y  de 
su  negativa  á  recibirlo  en  adelante  para  tratar  de  la 
candidatura  Hohenzollern.  Luego  dejaba  «á  la  volun- 
tad de  Bismarck»  el  callar  este  suceso  ó  el  darlo  á 
conocer  á  la  diplomacia  y  la  prensa  con  una  publici- 
dad que  hiciese  irreparable  el  rompimiento.  Guiller- 
mo sentía  miedo  á  última  hora  ante  las  consecuencias 


HISTORIA  DR  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  191) 


289 


de  estus  manejos  ocultos  de  su  Canciller,  y  no  se  atre- 
vía á  adoptar  una  resolución. 

Bismarek  estaba  comiendo  en  Berlín  con  Moltkc  y 
Koon  cuando  recibió  el  telegrama.  Los  tres  esperaban 
con  la  ansiedad  del  entusiasmo  las  noticias  de  Ems 
creyéndolas  belicosas.  Al  leer  el  telegrama,  el  viejo 
Moltke  quedó  desalentado.  Una  senilidad  repentina 
descompuso  su  rostro  y  enfrió  sus  energías.  La  gloria 
se  le  escapaba  de  entre  las  manos.  Iba  á  resultar 
inútil  toda  su  vida  dedicada  á  la  fabricación  de  una 
herramienta  de  guerra  como  nunca  se  había  cono- 
cido. El  rey  Guillermo  no  quería  la  lucha  y  echaba 
pie  atrás  en  el  momento  decisivo.  Su  colega  Roon 
mostró  igual  desaliento. 

Pero  el  terrible  coloso,  después  de 
breve  reflexión,  sonrió  diabólica- 
mente ante  la  tristeza  de  sus  amigos. 

-  Todo  va  bien — les  dijo — ,  seguid 
comiendo  con  tranquilidad. 

Le  bastó  pasar  unos  minutos  en 
su  despacho,  pluma  en  mano,  ante 
el  famoso  telegrama.  Borró  pala- 
bras, para  modificar  de  este  modo  el 
sentido  del  texto,  é  interpretando 
como  una  orden  ineludible  la  consul- 
ta que  le  hacía  su  rey  sobre  la  con- 
veniencia de  dar  á  conocer  el  tele- 
grama ó  guardarlo  secreto,  lo  lanzó 
inmediatamente á  la  publicidad.  Des- 
pués de  esto  era  irreparable  el  rom- 
pimiento entre  Francia  y  Prusia,  y 
por  consiguiente  la  guerra. 

Algún  tiempo  después,  el  socialis- 
ta Liebknecht  y  otros  fueron  condu-  emilio  ollivier 
cidos  á  la  cárcel  por  acusar  á  Bis- 
marek de  falsificación.  Pero  el  falsario  se  enorgulle- 
cía de  su  triste  hazaña  que  había  empujado  al  país 
á  una  guerra  victoriosa. 

El  entusiasmo  del  elemento  militar  demostró  á  las 
pocas  horas  que  el  Canciller  había  interpretado  con 
su  falsificación  el  espíritu  belicoso  de  la  corte  prusia- 
na. La  noticia  de  los  efectos  del  telegrama  real  mo- 
dificado por  Bismarek.  llegó  á  Ems  en  el  momento 
que  (4uíllermo  I  con  su  séquito  se  disponía  á  volver 
á  Berlín. 

— ¡Es  la  guerra! — exclamó  el  príncipe  heredero. 
Y  todos  los  generales  y  oficiales  de  la  regia  com- 
pañía repitieron  con  gozoso  entusiasmo:  «¡Es  la  gue- 
rra! ¡Al  fin  llega  la  guerra!» 

En  París  no  fué  menor  la  exaltación  ante  una  gue- 
rra que  todos  los  imperialistas  consideraban  de  éxito 
seguro.  Napoleón  111,  «genio  invencible»  según  sus 
aduladores  cortesanos,  iba  á  aplastar  á  Prusia  con 
gran  facilidad,  asi  como  años  antes  había  derrotado  á 
los  austríacos  en  los  campos  de  Lombardía.  En  vano 
hablaban  los  observadores  imparciales  del  desorden 
que  había  creado  el  imperio  de  Francia  y  de  la  falta 
de  medios  para  la  defensa.   Los  bonapartistas  infun- 


dieron confianza  á  la  nación  afirmando  que  estos  pesi- 
mismos no  eran  más  que  murmuraciones  interesadas 
de  los  republicanos.  Thiers  se  vio  insultado  en  la 
(íámara,  al  oponerse  á  la  guerra  con  palabras  profé- 
ticas  que  anunciaban  la  próxima  catástrofe.  Su  voz 
autorizada  se  perdió  entre  los  gritos  de  protesta  de 
los  diputados  imperiales,  que  se  habían  repartido 
como  un  botín  durante  veinte  años  la  prosperidad  de 
Francia. 

Nimca  se  había  visto  un  gobierno  tan  ciego  y  jac- 
tancioso, marchando  á  la  ruina  con  la  sonrisa  en  los 
labios  y  la  seguridad  de  la  victoria  en  todos  sus  gestos. 
Resulta  incomprensible  la  seguridad  con  que  mintió  el 
régimen  imperial  en  estos  momen- 
tos. Los  ministros — y  especialmente 
Napoleón  III — sabían   con  certeza 
que  los  alemanes  gozaban  de  una 
formidable  superioridad  en  el  arma- 
mento, la  organización  y  el  número 
de  combatientes.  Cuando  un  raes  des- 
pués, en  4  de  Septiembre,  cayó  el 
Imperio  quedando  proclamada  la  Re- 
pública, los  gobernantes  populares, 
al  examinar  los  papeles  archivados 
en  el  palacio  de  las  TuUerías,  en- 
contraron numerosos  informes  que 
demostraban  cómo  el  emperador  es- 
taba enterado  de  los  enormes  prepa- 
rativos de  Alemania.  ¡Y  sin  embar- 
go, el  Imperio  buscaba  la  guerra,  la 
provocaba,  como  si  fuese  un  autó- 
mata movido  por  los  ocultos  tirones 
de  Bismarek!...  Se  iba  á  cumplir  la 
suerte  fatal  de  todo  régimen  basado 
en  la  fuerza  y  el  atropello.  La  orgu 
llosa  jactancia  de  los  imperios  militares  los  arrastra 
irresistiblemente  á  la  muerte,  aunque  estén  dirigidos 
por  el  genio  de  un  Napoleón  I. 

En  los  pasillos  de  la  Cámara,  el  mariscal  Leboeuf, 
ministro  de  la  Guerra,  decía  con  suficiencia  á  los  di- 
putados, atusándose  el  bigote: 

— No  temáis  nada.  Todo  está  preparadt)  en  nues- 
tro ejército.  Nada  falta:  ni  el  último  botón  de  una 
polaina. 

El  jefe  del  gobierno,  Emilio  Ollivier.  decía  con 
una  seguridad  de  caudillo  victorioso  refiriéndose  al 
ejército  prusiano:  «Soplaremos  sobre  él  y  caerá.»  Y 
los  diputados  bonapartistas  sonreían  y  aplaudían.  Iba 
á  ser  una  guerra  corta  y  victoriosa. 

Esta  demencia  gigantesca  únicamente  puede  ex- 
plicarse por  la  confianza  que  un  imperio  militar,  fa- 
vorecido al  principio  por  la  fortuna,  pone  siempre 
en  la  suerte  de  las  armas,  creyendo  ([ue  será  eterna- 
mente favorable.  Además  el  bonapartismo  necesitaba 
una  guerra  como  un  medicamento,  para  restaurar  su 
salud  vacilante. 

La  emperatriz  Eugenia  era  la  que  mostraba  ma- 
yor energía,  violentando  los  sucesos  con  la  iraprevi- 

3ti 


290 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


sión  propia  de  una  mujer  de  capacidad  vulgar  cuan- 
do se  mezcla  en  los  asuntos  de  Estado. 

— Esta  guerra — decía — es  mi  guerra.   La  necesito: 
me  hace  falta. 

Paul  de  Cassagnac,  el  primer  escritor  del  bonapar 
tismo,  dijo  después  de  la  catástrofe  con  ingenua  fran- 
queza: «Para  nosotros  la  guerra  era  inevitable  por  los 
intereses  de  Francia  y  por  las  necesidades  de  la  di- 
nastía." 

En  las  últimas  palabras  se  encierra  el  verdadero 
motivo  de  esta  carrera 
loca  hacia  la  catástro- 
fe á  que  se  vio  impulsa- 
da Francia  por  el  Impe- 
rio. Napoleón  III  y  su 
esposa  querían  conser- 
var intacto  el  trono  para 
su  hijo;  la  República, 
quese  imaginaban  muer- 
ta para  siempre  después 
del  asesinato  nacional 
del  2  de  Diciembre,  vol- 
vía álevantarse  como  un 
espectro  que  anunciaba 
venganza,  y  únicamente 
una  guerra  podía  afirmar 
el  régimen  en  peligro. 

El  antiguo  aventurero 
llegado  á  emperador  sen- 
tía cierto  misticismo  al 
considerar  su  ascensión 
prodigiosa.  Tenia  fe  en 
su  buena  estrella  por  los 
éxitos  conseguidos  hasta 
entonces,  y  se  lanzó  en 
la  aventura,  creyendo 
que  á  última  hoi'a  ven- 
dría en  su  auxilio  una  cir- 
cunstancia inesperada. 

El  principal  colabora- 
dor de  los  planes  auda- 
ces de  Bísmarck  fué  in- 
voluntariamente Napo- 
león III.  En  el  gran  dra- 
ma de  1870  todos  trabajaron  sin  quererlo  para  la  crea- 
ción de  los  organismos  más  opuestos  á  sus  propios 
ideales.  El  emperador  Napoleón  facilitó  el  nacimiento 
del  Imperio  alemán.  Bísmarck  contribuyó,  sin  desear- 
lo, al  triunfo  definitivo  de  la  República  en  Francia. 


IV 


La  guerra  de  1870  y  el  Imperio  de  Alemania 

La  incuria  del  segundo  Imperio  napoleónico  había 
puesto  á  Francia  á  merced  del  invasor.  Sus  represen- 
tantes, confiados  en  el  prestigio  de  la  victoriosa  leyen- 


BL    EMPERADOR    NAPOLKOX    III 


da  bonapartista,  no  habían  hecho  preparativo  alguno, 
mirando  sin  inquietud  la  enorme  máquina  de  guerra 
montada  al  otro  lado  del  Rhin  por  un  gobernante  que 
había  de  decir  con  bárbaro  orgullo:  «La  fuerza  es  su- 
perior al  derecho.» 

El  hombre  que  conocía  mejor  que  todos  los  france- 
ses la  verdadera  situación  de  Francia  era  Bísmarck. 
Tenía  á  su  servicio  un  espionaje  audaz — del  que  ha- 
blaremos más  adelante — ,  que  elevó  á  la  categoría  de 
una  institución  política.  Estaba  enterado  de  que  el 

efectivo  del  ejército  fran- 
cés, á  pesar  de  las  bra- 
vatas bonapartístas,  era 
casi  irrisorio;  que  el  ré- 
gimen imperial  había 
corrompido  á  los  genera- 
les, extinguiendo  el  sen- 
timiento del  deber  en  los 
oficiales:  que  la  inten- 
dencia se  mantenía  des- 
organizada y  desprovis- 
ta de  recursos;  que  loa 
arsenales  estaban  casi 
vacíos,  y  si  el  patriotis- 
mo del  pueblo  desperta- 
ba en  Francia  á  la  hora 
de  la  invasión,  podría 
hacer  muy  poco  por  fal- 
ta de  preparación  mili- 
tar. El  gobierno  impe- 
rial, que  únicamente  se 
ocupaba  de  la  política  y 
tenia  miedo  á  las  masas 
populares  por  ser  repu- 
blicanas, había  desar- 
mado la  Guardia  Nficio- 
nal  desde  años  antes. 

El  desprecio  del  Can- 
ciller por  los  gobernan- 
tes del  Imperio  era  enor- 
me. Los  había  tratado  y 
reconocido  en  sus  viajes 
á  Francia,  dándose  cuen- 
ta de  su  inepcia,  sólo 
comparable  con  su  infatuación.  El  mérito  del  em- 
perador lo  había  apreciado  al  primer  golpe  de  vis- 
ta, al  conferenciar  con  él  en  Vichy  en  1S()6.  Sus  apa- 
riencias taciturnas  hacían  creer  á  muchos  en  un 
gran  talento  reconcentrado,  que  vivía  una  existencia 
interior  de  grandes  ideas.  Bísmarck  se  dio  cuenta 
de  que  este  silencio  sólo  ocultaba  una  incapacidad 
aparatosa. 

Con  tales  enemigos,  el  Maquíavelo  prusiano  no 
creyó  nunca  necesaria  una  gran  habilidad  diplomáti- 
ca. Los  procedimientos  más  groseros  le  bastaron  para 
hacerlos  caer  en  la  trampa  de  su  política,  poniendo 
del  lado  suyo  las  apariencias  del  derecho. 

— Jamás— decía  Bísmarck  al  coronel  Stoffel,  agre- 


HISTORIA  DE  LA  GUERR;^    EUROPEA  DE  1914 


291 


gado  militar  de  Francia  en  Berlín — desearemos  nos- 
otros una  guerra  con  los  franceses.  Para  que  esta 
guerra  fuese  un  hecho,  sería  necesario  que  vinierais 
vosotros  á  disparar  vuestros  fusiles  contra  Prusia  á 
quemarropa. 

Y  el  terrible  gigante  reía  bondadosamente,  como 
si  fuese  un  apóstol  de  la  paz.  Lo  que  él  no  decía  era 
que  gracias  á  sus  manejos  los  políticos  mediocres  del 
bonapartismo  se  encargarían  imprudentemente  de 
hacer  estos  disparos,  dando  á  Prusia  la  simpatía  que 
acompaña  siempre  al 
agredido. 

Al  iniciarse  la  guerra, 
los  militares  franceses  y 
la  crédula  opinión  popu- 
lar se  mostraron  confia- 
dos en  el  mérito  del  fusil 
chassepot,  superior  al 
fusil  de  aguja  de  los  ale- 
manes. Á  esto  se  limita- 
ban las  ventajas  fran- 
cesas. En  lo  demás  su 
inferioridad  era  lamen- 
table. Todo  les  faltaba: 
cartuchos,  municiones 
de  todas  clases,  medios 
de  transporte,  víveres, 
hornos  de  campaña.  En 
cuanto  á  la  artillería, 
era  inferior  á  la  alema- 
na tanto  en  el  número 
como  en  el  alcance.  El 
gobierno  había  podido 
adquirir  dos  años  antes 
cañones  iguales  á  los 
de  Krupp,  pero  Napo- 
león III,  antiguo  oficial 
de  artillería,  los  bahía 
rehusíido  soñando  con 
algo  mejor,  sin  querer 
aceptar  nada  definitivo, 
hasta  que  le  sorprendió 
la  guerra. 

En  la  campaña  de  1870 
los  franceses  se  batieron  siempre  en  una  proporción 
de  uno  contra  tres,  y  en  ciertos  combates  de  uno  con- 
tra cinco  ó  seis.  Nunca,  en  toda  su  historia,  se  vio 
Francia  menos  preparada  para  la  defensa.  Bismarck 
y  ]\Ioltke,  que  estaban  bien  enterados  de  todo  por  el 
espionaje  á  su  servicio,  tenían  prisa  en  dar  el  gol- 
pe, antes  de  que  el  Imperio  pensase  en  una  reorgani- 
zación. 

«Mientras  nuestros  generales  —  dice  un  escritor 
francés— no  tenían  siíjuiera  mapas  del  país  donde  se 
desarrollaba  la  campaña,  el  último  de  los  soldados 
prusianos  guardaba  en  su  mochila  un  indicador  del 
terreno,  marcado  escrupulosamente.  Este  fué  el  se- 
creto de  la  ciencia  geográfica  de  que  dieron   tantas 


LA    EMPERATRIZ    EUGENIA 


pruebas  sorprendentes  nuestros  enemigos  y  de  la  cual 
nuestros  generales  y  ministros  no  tenían  ni  siquiera 
sospecha.  El  menor  pliegue  del  terreno,  un  sendero 
insignificante,  un  árbol,  figuraban  exactamente  en  la 
carta,  así  como  las  aldeas,  los  molinos  y  las  granjas. 
De  este  modo  nada  pudo  escapar  á  las  ásperas  requi- 
sas de  los  prusianos,  al  mismo  tiempo  que  estos  cono- 
cimientos precisos  facilitaban  singularmente  sus  mo- 
vimientos tácticos.» 

Al  empezar  las  hostilidades,  el  ejército  francés  se 

componía  de  un  total  de 
240.000  hombres  escasa- 
mente. El  ejército  ale- 
mán entró  en  campaña 
con  4.50.000  hombres,  y 
esta  cifra  fué  elevándo- 
se rápidamente  hasta 
llagará  1.3.")0.G00  com- 
batientes. En  presencia 
de  tan  enorme  superiori- 
dad numérica,  era  una 
precaución  militar  ele- 
mental el  no  esparcir  las 
fuerzas  francesas,  man- 
teniéndolas unidas  para 
oponer  una  masa  com- 
pacta á  los  empujes  del 
enemigo.  Pero  Napo- 
león III,  que  nunca  fué 
un  estratega,  que  no 
tuvo  de  su  glorioso  ante- 
cesor más  que  el  nombre, 
y  que  se  hallaba  en  ple- 
na decadencia  al  em- 
prender la  campaña,  dio 
la  medida  de  su  talento 
militar  esparciendo  las 
fuerzas  en  una  línea  de 
centenares  de  kilóme- 
tros, desde  Thionville 
hasta  el  Hhin,  de  modo 
que  los  prusianos  pudie- 
ron ir  destruyendo  por 
separado  los  diversos 
cuerpos  del  ejército  francés,  uno  tras  otro,  con  todo 
desahogo.  Además,  y  esto  fué  lo  más  triste,  cuando 
por  casualidad  uno  de  los  generales  del  Imperio  se  ha- 
llaba en  situación  de  socorrer  el  cuerpo  de  ejército  de 
un  compañero  cercado  por  los  alemanes,  se  mantenía 
inmóvil  en  sus  posiciones.  Estos  caudillos,  que  habían 
llevado  en  las  Tullerías  una  existencia  de  cortesanos, 
llena  de  intrigas  y  de  celos,  se  odiaban  ocultamente, 
buscando  cada  uno  el  propio  éxito  y  la  derrota  del 
compañero,  sin  pensar  para  nada  en  la  suerte  del  país. 
El  ejército  francés  se  componía  de  ocho  cuerpos, 
mandados  respectivamente  por  Jlac-Mahon,  Frossard, 
Bazaine,  Ladmirault,  Failly,  Canrobert,  Bourbaki  y 
Douay. 


292 


VICENTE  BLASCO  1BAÑE2 


MAC-MAHON 


Los  ocho  cuerpos 
estaban  en  su  puesto 
el  20  de  Julio,  y  sólo 
el  28  partió  el  em- 
perador de  Saint- 
Cloud  para  Metz.con 
objeto  de  tomar  el 
mandosupremo, dan- 
do el  ejemplo  de  duda 
y  vacilación  que  si- 
guieron todos  sus  ge- 
nerales. Este  mando 
supremo  del  empera- 
dor no  era  más  que 
una  comedia  políti- 
ca. Napoleón  estaba 
enfermo  de  muerte, 
todos  reconocían  su 
impotencia  para  la 
dirección  de  la  gue- 
rra, pero  debía  mos- 
trarse al  frente  de  sus  tropas  con  gestos  de  héroe,  ya 
que  la  guerra  había  sido  buscada  únicamente  para 
sostener  el  prestigio  vacilante  del  Imperio.  Tal  situa- 
ción sirvió  para  que  los  generales  extremasen  aun 
más  sus  odios  y  sus  envidias,  queriendo  cada  uno  ser 
el  verdadero  jefe  que  lo  dirigiera  todo  oculto  detrás 
del  emperador  decadente  que  marchaba  como  un  au- 
tómata, sin  saber  adonde  ni  por  qué. 

Frente  á  los  ocho  ejércitos  franceses,  los  alema- 
nes, que  tenían  una  enorme  superioridad  numérica, 
se  formaron  solamente  en  tres  ejércitos:  el  primero 
mandado  por  el  viejo  general  Steinmetz,  el  segundo 
por  el  príncipe  Federico-Carlos,  y  el  tercero  por  el 
príncipe  real  Federico  de  Prusia,  hijo  mayor  de  Gui- 
llermo I.  Un  cuarto  ejército  á  las  órdenes  del  duque 
de  Mecklemburgo  se  quedó  en  Alemania  para  prote- 
ger las  costas,  pues  se  decía  que  la  armada  francesa 

anclada  en  Cherbur- 
go  iba  á  operar  en  el 
Báltico.  Pero  la  inac- 
ción de  esta  flotaper- 
mitió  poco  después 
al  ejército  de  Meck- 
lemburgo unirse  á 
las  tres  masas  que 
habían  invadido 
Francia. 

El  30  de  .lulio,  Na- 
poleón III  decidió  to- 
mar la  ofensiva  en 
Alsacia  y  Lorena, 
dando  la  orden  al 
general  Frossard  de 
franquear  el  río  Sa- 
rre, apoderándose de 
Sarrebruck.  El  ata- 
LADMiRAiTLT  que  fué  en  la  ma- 


FRCSSAKD 


ñaña  del  2  de  Agos- 
to, en  presencia  del 
emperador  y  de  su 
hijo  Luís,  príncipe 
imperial.  No  había 
en  Sarrebruck  más 
que  un  batallón  de 
infantería  prusiana 
con  tres  escuadrones 
de  caballería  y  al- 
gunos cañones.  El 
combate  duró  dos 
horas,  apoderándose 
los  franceses  del 
pueblo  después  de 
una  viva  resistencia 
de  los  alemanes,  (jue 
al  fin  tuvieron  que 
huir. 

Este  combate,  que 
era  un  incidente  de 

escasa  importancia  en  una  guerra  moderna,  fué  pre- 
sentado en  París  como  una  victoria  imperial,  digna 
del  primer  Napoleón.  Los  periódicos  bonapartistas 
publicaron  emocionados  un  despacho  de  Napoleón  III 
á  su  esposa,  en  el  que  decía  así:  «Luis,  nuestro  hijo, 
acaba  de  recibir  el  bautismo  de  fuego  mostrando  una 
admirable  serenidad...  Las  balas  y  las  bombas  caían 
á  nuestros  pies.  Luís  ha  conservado  una  bala  que 
cayó  cerca  de  él.  Muchos  soldados  lloraban  al  verle 
tan  sereno.» 

El  pueblo  de  París,  burlón  y  enemigo  del  Imperio, 
apodó  desde  entonces  al  príncipe  imperial  el  niño  de 
¡a  bala,  riendo  de  los  grandes  extremos  de  admira- 
ción de  los  bonapartistas,  que  después  del  ataque  de 
Sarrebruck — mezquina  acción  de  guerra  en  la  que 
sólo  habían  perdido  los  enemigos  dos  oficiales  y  70 
soldados — declaraban  con  énfasis  ridiculo  á  Napo- 
león III  y  su  hijo 
«dignos  del  gran 
nombre  que  Ueva- 
bíin». 

Pronto  pusieron 
término  los  alema- 
nes á  estas  grotescas 
fanfarronadas.  El 
ejército  francés  es- 
taba compuesto  de 
valerosos  soldados. 
Los  mismos  enemi- 
gos reconocieron  sus 
magníficas  condicio- 
nes de  combatientes. 
En  todos  los  encuen- 
tros fueron  más  con- 
siderables las  pérdi- 
das de  los  prusianos 
que  las  de  los  fran-  failly 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


293 


ceses.  Pero  nunca  se  había  visto  un  ejército  peor  diri- 
gido. Muchas  veces  no  hubo  ni  siquiera  una  mala 
dirección.  Las  tropas  se  movian  al  azar,  combatiendo 
con  un  furor  inútil  el  obstíículo  que  las  encerraba  y 
oprimía.  Los  generales  cambiaban  de  táctica  á  cada 
momento  ó  permanecían  inactivos,  confiándose  á  la 
fatalidad.  Cuando  en  un  arranque  de  heroica  desespe- 
ración los  soldados  franceses  hacían  retroceder  al 
enemigo,  siempre  les  faltaba  el  refuerzo  que  consoli- 
dase su  conquista. 

El  o  de  Agosto  la  división  Douay,  al  avanzar  has- 
ta Wissemburgo,  se  encontró  aislada  por  culpa  de 
Mac-Mahon,  que  la  había  hecho  ir  sola  hacia  adelante 
para  enmascarar  sus  propios  movimientos,  creyendo 
que  los  enemigos  no  estaban  tan  próximos.  Una  ava- 
lancha de  fuerzas  aplastantes  cayó  sobre  la  división 
francesa.  Sus  soldados  se  batieron  uno  contra  ocho,  y 
el  general  Douay,  abandonado  por  su  jefe,  tuvo  que 

improvisar  la  defen- 
sa bajo  el  fuego  del 
enemigo.  Un  regi- 
miento de  «turcos», 
con  el  valor  propio 
de  las  tropas  de  Áfri- 
ca, repelió  al  enemi- 
go, apoderándose  de 
muchos  cañones, 
pero  tuvo  que  reple- 
garse abrumado  por 
la  superioridad  de 
las  fuerzas  alema- 
nas, cada  vez  más 
numerosas  al  con- 
centrarse en  este 
punto.  El  general 
Douay  cayó  herido 
de  muerte,  y  su  su- 
cesor, el  general  Pe- 
llo, tuvo  que  aban- 
donar Wissemburgo 
á  los  prusianos,  abriéndose  paso  entre  los  enemigos 
sin  perder  más  que  un  cañón  y  300  prisioneros. 

El  combate  de  Wissemburgo  sirvió  para  demos- 
trar el  valor  de  los  soldados  y  oficiales  franceses  y  la 
impericia  desús  altos  directores,  (¡uillermo  I  se  la- 
mentó de  las  grandes  pérdidas  que  le  había  costado  la 
victoria,  consolándose  de  ellas  por  las  grandes  venta- 
jas que  representaba  la  toma  de  Wissemburgo.  Los 
ejércitos  prusianos  penetraron  en  Alsacia,  apoderán- 
dose de  los  caminos  de  Estrasburgo  y  de  Metz.  Después 
de  esta  primera  victoria  pudo  verse  claramente  cuál 
iba  á  ser  el  carácter  de  una  guerra  que  los  bonapar- 
tistas  hablan  titulado  «la  campaña  del  Rhin»  y  de 
pronto  se  convertía  en  «la  campaña  de  Francia».  Iba 
á  empezar  la  invasión. 

En  veinticuatro  horas,  los  franceses  sufrieron  dos 
golpes  irreparables.  El  t;  de  Agosto,  dos  días  des- 
pués de  la  sorpresa  de  Wissemburgo,  el  ejército  pru- 


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siaiio  infligió  al  mis- 
mo tiempo  un  doble 
desastre  ásus  enemi- 
gos. ]\Iac-Mahon  fué 
vencido  en  Reischs- 
hoffen,  á  pesar  de 
lasdesesperadas  car- 
gas de  la  caballería, 
y  Frossard  sufrió 
igual  suerte  en  For- 
bach.  Estas  eran  las 
consecuencias  de  ex- 
poner los  cuerpos  de 
ejércitoaisladosunos 
de  otros  ante  el  em- 
puje formidable  de 
las  fuerzas  enemigas 
reunidas.  Los  celos 
de  los  generales  y 
sus  diferencias  de 
graduación  mostra- 
ron en  esta  triste  jornada  una  lamentable  infiuen- 
cia.  El  mariscal  Bazaine,  al  oír  los  cañonazos  de  For- 
bach,  permaneció  inmóvil,  sin  querer  prestar  auxilio 
al  general  Frossard.  Experimentaba  un  secreto  pla- 
cer al  verle  en  peligro. 

— Que  gane  el  bastón  de  mariscal  por  sus  propias 
fuerzas — dijo  Bazaine,  que  odiaba  á  Frossard  por  go- 
zar de  cierto  prestigio  en  la  corte  imperial. 

La  dolorosa  jornada  del  tí  de  Agosto  produjo  en 
París  grandes  extremos  de  entusiasmo,  por  llegar  las 
noticias  enormemente  desfiguradas.  El  público  creyó 
en  una  ruidosa  victoria.  Durante  gran  parte  del  día 
circuló  la  noticia  de  que  Mac-]\Iahon  había  aplastado 
por  completo  el  ejército  del  príncipe  real  de  Prusia, 
haciendo  prisionero  á  éste.  Por  algunas  horas  la  mu- 
chedumbre celel)ró  el  falso  triunfo  con  ruidosos  extre- 
mos de  dilirio  pa- 
triótico. Luego  la 
verdad  empezó  á 
abrirse  paso,  y  el 
público,  enfurecido 
por  su  terrible  de 
cepción,  intentó  ata- 
car la  Bolsa,  atribu- 
yendo la  noticia  ;'i 
manejos  financieros. 
Más  bien  fué  esta 
una  maniobra  del  es 
pionaje  alemán,  tan 
al)undante  en  I-'ian- 
cia,  que  deseaba  des- 
moraliza r  al  pueblo 
entusiasmándolocon 
victoriasinverosimi 
les,  seguidas  luego 
de  una  gran  depre- 
sión de  ánimo  al  res-  BAZAINB 


294 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


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EL  PRÍNCIPE    FEDERICO    DE    PKUSIA 


tablecerselaverdad. 
El  ministerio  cayó 
á  consecuencia  del 
doble  desastre  del 
dia  T),  y  la  empera- 
triz Eugenia,  que  es- 
taba en  Saint-Cloud, 
corrió  á  París  para 
sostener  el  Imperio 
en  peligro  con  la 
creación  de  un  nue- 
vo gobierno.  Este  su- 
primió el  sistema  de 
mutismo  y  de  men- 
tira que  se  había  se- 
guido desde  el  prin- 
cipio de  la  guerra,  y 
dio  al  público  una 
dolorosasatisíacción 
diciendo  toda  la  ver- 
dad. 
Los  desastres  sufridos  por  Mac-JIahon  y  Frossard 
entregaron  toda  la  Alsacia  á  los  prusianos,  menos  al- 
gunas plazas  fuertes,  que  fueron  cayendo  después  en 
su  poder.  El  emperador  pensó  un  instante  abandonar 
igualmente  la  Lorena,  retirándose  al  interior  de  Fran- 
cia, donde  resultaba  más  fácil  la  resistencia  contra  el 
enemigo.  Esto  era  lo  oportuno;  pero  encadenado  por 
los  intereses  políticos  de  la  dinastía,  siguiólos  fatales 
consejos  que  le  llegaban  de  la  corte.  La  emperatriz  y 
sus  consejeros  no  podían  aceptar  una  retirada  de  las 
tropas,  aunque  fuese  conveniente.  Se  preocupaban 
más  de  la  indignación  popular  que  del  avance  de  los 
prusianos.  Un  retroceso  del  ejército  francés  hacia 
París  podía  provocar  un  movimiento  revolucionario,  y 
la  esposa  de  Napoleón  III  pensaba  ante  todo  en  con- 
servar el  trono  para  su  hijo.  El  emperador  ordenó  la 
concentración  de  todas  sus  tropas  junto  á  Metz,  menos 
los  cuerpos  de  ejército  de  Mac-Mahon  y  Failly,  que 
se  habían  retirado  sobre  Chalons,  librando  al  enemigo, 
sin  combate,  la  linea  defensiva  de  los  Vosgos.  El  vér- 
tigo se  apoderaba  del  Estado  Mayor  francés.  Los  ene- 
migos, por  su  parte,  procedían  con  una  serenidad 
metódica,  invadiendo  en  grandes  masas  todo  el  país 
situado  al  Noroeste,  al  Este  y  al  Sur  de  Metz,  mientras 
varias  divisiones  emprendían  el  sitio  de  Estrasburgo 
j'  su  bombardeo. 

El  plan  del  enemigo  era  cortar  la  retirada  al  ejér- 
cito imperial,  bloqueándolo  en  Metz,  para  que  no  pu- 
diese retroceder  auxiliando  á  París.  Este  plan  era  tan 
claro  que  Napoleón  y  el  Estado  Mayor,  á  pesar  de  su 
desorientación  desde  el  principio  de  la  guerra,  tuvie- 
ron un  momento  de  lucidez,  decidiendo  la  retirada 
para  unirse  en  Chalons  con  la  otra  parte  del  ejército 
y  organizar  la  defensa  teniendo  á  París  á  su  espalda. 
Pero  apenas  habían  iniciado  el  movimiento,  llegó  un 
enviado  del  gobierno,  demostrando  la  inconvenien- 
cia política  de  una  retirada.  Al  mismo  tiempo  era  ya 


tarde  para  retroceder,  pues  el  general  prusiano  Steín- 
metz  les  había  cortado  el  paso,  iniciándose  una  serie 
de  combates  en  los  que  se  demostró  el  valor  heroico 
de  los  soldados  franceses  y  la  impericia  de  sus  caudi- 
llos. El  14  de  Agosto  fué  la  batalla  de  Borny  y  el  Kl 
la  de  Gravelotte,  que  representó  una  victoria  para  los 
franceses,  pero  sin  resultado  inmediato,  pues  al  mis- 
mo tiempo  fueron  batidos  en  Saint-Privat. 

El  emperador,  por  no  quedar  bloqueado  en  Metz, 
abandonó  el  ejército  concentrado  en  esta  plaza,  trans- 
mitiendo el  mando  al  mariscal  Bazaine,  que  dos  meses 
después  había  de  entregar  sus  tropas  al  enemigo,  casi 
sin  combate,  con  ruidosa  traición.  El  17  de  Agosto  se 
incorporó  el  emperador  al  ejército  de  Mac-]\[ahoii,  sir- 
viendo su  presencia  de  estorbo  más  que  de  prestigio. 
El  mariscal  había  organizado  en  Chalons,  con  los  res- 
tos de  las  derrotas  de  Alsacia,  un  nuevo  ejército  de 
120.000  hombres,  400  cañones  y  70  ametralladoras. 
Napoleón  iba  con  él  como  un  héroe  siniestro,  deca- 
dente y  enfermo,  dificultando  con  su  presencia  y  con 
el  cuidado  de  los  intereses  de  la  dinastía  todas  las 
co.mbinaciones  militares  oportunas.  Forzosamente  el 
ejército  de  Chalons  estaba  destinado  al  desastre. 

Esperaban  las  gentes  juiciosas  que  ]\[ac-]\Iahon  se 
mantuviese  en  sus  posiciones  para  cubrir  la  linea  del 
Marne,  dando  en  ella  la  batalla  á  los  invasores.  Los 
mismos  técnicos  alemanes  han  reconocido  después 
que  este  era  el  único  plan  oportuno.  Del  2-1  al  30  de 
Agosto  podía  haber  reunido  en  el  campo  de  ( 'halons 
hasta  200.000  hombres,  y  ocupando  con  este  ejército 
las  posiciones  del  ;\larne  oponerse  al  avance  del  ene- 
migo, impidiendo  la  continuación  de  su  marcha  sobre 
París.  Si  los  franceses  eran  batidos,  siempre  les  que- 
daba una  línea  de  retirada  segura  para  continuar  la 
nueva  resistencia  al  amparo  de  los  fuertes  de  la  ca- 
pital. Si  derrotaban  á  los  alemanes,  la  situación  de  és- 
tos resultaría  desesperada  en  el  interior  de  un  país 
hostil.  Era  aproxi- 
madamente el  plan 
ejecutado  cuarenta 
y  cuatro  años  des- 
pués por  el  general 
.loffre  en  la  batalla 
del  Mame. 

Pero  el  Imperio, 
como  ya  hemos  di- 
cho, pensaba  más  en 
sus  intereses  de  fa- 
milia que  en  la  de- 
fensa nacional.  La 
emperatriz  y  sus  con- 
sejerosdeseaban  una 
victoria,  para  evitar 
de  este  modo  la  caída 
del  régimen,  que 
veían  próxima.  Sus 
emisarios  llegaban 
al   cuartel  general,  el  general  stbinmetz 


HISTORIA  DE  LA  ÜUEiíWA   EUROPEA  DE   1914 


296 


influyendo  en  las  decisiones  del  mando  supremo,  des- 
orientando al  Estado  Mayor,  que  daba  órdenes  y  con- 
traórdenes, sin  sostener  decididamente  una  opinión 
determinada.  Al  fin  Mac-Mahon  y  su  regio  huésped 
sucumbieron  á  las  exigencias  de  la  corte,  y  en  vez  de 
mantenerse  en  Chalons  cubriendo  á  París,  empren- 
dieron un  avance  por  las  Ardenas,  sin  saber  con  cer- 
teza cuál  era  su  objetivo,  marchando  ciegamente  hacia 
el  desastre  final.  Rodeado  y  empujado  por  las  masas 
prusianas,  este  ejército,  tan  valeroso  como  infeliz,  fui' 
á  caer  finalmente  en  la  ratonera  de  Sedán,  quedando 
prisionero  en  masa  con  el  emperador. 

La  jornada  de  Sedán  dejó  á  Francia  sin  ejército. 
No  quedalian  más  tropas  que  las  de  Metz,  aisladas  de 
la  nación  por  un  estrecho  bloqueo  que  Bazaine  no 
queria  romper. 

Esta  gran  catástrofe  provocó  la  explosión  popular 
retardada  por  Eugenia  y  sus  consejeros  durante  algu- 
nos días.  Al  conocerse  en  París  la  vergüenza  de  Se- 
dán el  pueblo  se  sublevó,  invadiendo  la  Cámara  de 
diputados.  La  emperatriz  tuvo  (|ue  huir  y  la  Hepúbli- 
ca  fué  proclamada  el  4  de  Septiembre,  constituyéndo- 
se un  Gobierno  provisional  con  los  diputados  republi- 
canos de  París. 

Cuarenta  y  cinco  días  de  guerra  habían  bastado 
para  la  destrucción  de  todo  el  ejército  de  Francia,  la 
muerte  definitiva  del  Imperio  y  la  instauración  de  la 
República  para  siempre. 


Después  de  la  jornada  de  Sedán  se  creyó  por  un 
momento  que  la  guerra  iba  á  cesar,  (iuillermo  I  había 
declarado  solemnemente  al  iniciarse  la  campaña  que 
ésta  iba  dirigida  solamente  contra  Napoleón  y  no  con- 
tra Francia;  pero  pronto  desecharon  los  optimistas 
tales  ilusiones.  Se  mostró  con  ruda  crudeza  el  pensa- 
miento de  Bismarck,  deseoso  de  aplastar  á  ]->ancia 

para  que  no  pudiera 
oponerse  al  engran- 
decimiento alemán, 
dominador  de  Eu- 
ropa. 

Continuó  la  gue- 
rra, y  el  Gobierno  de 
la  República  hizo 
cuanto  pudo  para 
sostener  una  lucha 
(lue  resultaba  impo- 
sible después  de  los 
desastres  provoca- 
dos por  el  Imperio. 
El  deseo  de  salvar 
cuando  menos  el  ho- 
nor nacional  impulsó 
á  los  gobernantes 
populares  á  una  lu- 
cha desesperada  en 
la  que  todos  recono- 


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EL    PKINCU'B    FEDBRICO-CAKLO.S 


BL   PRtNCll'E   DE   SAJONIA 


cían  que  el  triunfo 
era  ilusorio.  Hom- 
bres los  había  en 
al)undancia.  Los 
franceses  deseaban 
reparar  con  su  he- 
roísmo las  vergon- 
zosas derrotas  del 
Imperio,  pero  el  ma- 
terial de  guerra  ha- 
bía caído  por  com- 
pleto en  manos  de 
los  invasores.  En 
toda  Francia  sólo 
encontró  el  Gobierno 
republicano  seis  ca- 
ñones prontos  para 
entrar  en  linea.  Los 
arsenales  estaban 
vacíos.  Todo  falta- 
ba. El  (Gobierno  na- 
cional, procediendo  con  una  vertiginosa  actividad, 
tuvo  que  improvisar  lo  mismo  las  obras  de  defensa 
de  París  que  los  nuevos  ejércitos  que  se  formaron  en 
la  ribera  del  Loire.  Los  núcleos  de  éstos  ejércitos  se 
constituyeron  con  tropas  procedentes  de  las  posesio- 
nes de  África.  Al  mismo  tiempo  se  organizaron  nuevos 
regimientos,  utilizando  los  servicios  de  antiguos  oficia- 
les. Los  cañones  de  la  flota  fueron  llevados  á  París 
para  montarlos  en  los  fuertes. 

Una  delegación  del  Gobierno,  compuesta  de  Cré- 
mieux,  Glais-lüzoin  y  el  almirante  Fourichon,  se  tras- 
Lidó  á  Tours  para  poder  reorganizar  la  defensa  del 
país  fuera  de  la  capital,  que  estaba  sitiada  desde  el  19 
de  Septiembre.  León  (¡ambetta,  el  ardiente  tril)uno 
que  simbolizaba  con  su  entusiasmo  y  su  tenacidad  el 
verdadero  espíritu  de  la  nación,  salió  de  París  en  un 
globo  el  9  de  Octubre  para  reunirse  con  sus  compañe- 
ros en  Tours  y  dirigir  la  reorganización  general  con 
poderes  extraordinarios  que  hacían  de  él  casi  un  dic- 
tador. Gambetta  tomó  posesión  de  las  carteras  de 
Guerra  y  Marina  en  el  gobierno  de  Tours.  El  ingenie- 
ro Freycinet  y  otros  repul)lieanos  de  reconocida  com- 
petencia le  ayudaron  en  su  obra  patriótica,  teniendo 
(lue  luchar  tenazmente  con  los  obstáculos  que  les  opo- 
nía la  desorganización  del  país,  luego  del  cataclismo 
imperial. 

El  ejército  creado  en  el  Loire,  no  obstante  estar 
compuesto  de  voluntarios  y  ser  una  especie  de  milicia 
nacional  por  su  rápida  organización,  inquietó  bastan- 
te al  enemigo,  viéndose  derrotado  unas  veces  y  alcan- 
zando otras  éxitos  inesperados.  El  30  de  Octubre, 
(iambetta,  con  patriótica  cólera,  tuvo  que  dar  cuenta 
al  país  de  que  Metz  había  capitulado  por  la  traición 
de  Bazaine,  quedando  en  poder  del  enemigo  el  último 
ejército  profesional  que  le  quedaba  á  Francia. 

Este  desastre  fué  de  terribles  consecuencias  para 
las  fuerzas  defensivas  organizadas  á  toda  prisa  por  el 


296 


VICENTE  BLASCO  IBANE2 


GAMBBTTA    SALIRNDO    DE    I'AKIS    EN    l'N    IILOIiO 


((;niI);Mlo  (le  la  época) 


gobierno  republicano.  Los  200.000  alemanes  que  al 
mando  del  príncipe  Federico-Carlos  habían  estado  en- 
tretenidos en  el  bloqueo  de  Metz,  pudieron  al  quedar 
libres  marchar  hacia  el  Loire,  aplastando  con  su  fuer- 
za superior  esta  última  resistencia,  que  iba  creciendo 
de  un  modo  inquietante  para  los  invasores. 

Gambetta,  después  de  luchar  con  la  imprevisión 
sincera  ó  la  jactancia  inútil  de  algunos  generales,  ha- 
bía encontrado  un  servidor  apreciable  de  la  defensa 
patriótica  en  el  general  Chanzy,  que  demostró  exce- 
lentes condiciones  de  mando  é  hi/,o  cuanto  podía  ha- 
cer un  buen  estratega  en  esta  situación  desesperada  y 
con  tropas  de  reciente  improvisación.  Varias  veces 
intentó  romper  las  lineas  enemigas  pasando  el  Loire 
para  ir  en  auxilio  de  París.  En  algunas  ocasiones  con- 
siguió la  victoria,  especialmente  el  9  de  Octubre  en  la 
batalla  de  Coulmiers,  cuyos  resultados  brillantes  obli- 
garon á  los  alemanes  á  evacuar  Orleáns  y  las  posicio- 
nes que  ocupaban  en  sus  alrededores,  dejando  '2.000 
prisioneros  en  poder  de  los  franceses.  Esta  victoria, 
que  era  la  primera  de  las  tropas  de  Francia,  produjo 
gran  impresión  en  toda  Europa,  y  especialmente  en 
los  alemanes,  acostumbrados  á  triunfar  siempre. 

El  gran  esfuerzo  de  las  tropas  mandadas  por  el 
principe  Federico- Carlos  imposibilitó  al  ejército  del 
Loire  de  continuar  sus  avances  victoriosos  para  soco- 
rrer á  París.  Chanzy  obtuvo  nuevos  éxitos  en  varios 
encuentros,  así  como  los  generales  Bourbaki  y  Martín 
des  Fallieres,  pero  todas  sus  operaciones  resultaron 


infructuosas  al  fin  por  la  gran  superioridad  numérica 
del  enemigo  y  de  su  material  de  guerra,  así  como  por 


LKON   GAMBBTTA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


297 


GENERAL   FAIDHBRBE 


la  impericia  ó  mala  suerte  del  general  Trochu,  gober- 
nador de  París,  que  nunca  secundó  á  tiempo  las  ope- 
raciones de  los  ejércitos  que  venian  en  su  auxilio. 
Chanzy  se  vio  batido  y  tuvo  que  retroceder  hacia  el 
Sur.  Bourbaki,  que  le  sucedió  en  el  mando,  empren- 
dió en  el  Este  una  serie  de  operaciones  bien  ideadas 
y  acometidas  vigorosamente  para  salvar  la  plaza  de 
Belfort,  que  todavía  resistía  á  los  enemigos,  pero  to- 
das ellas  fracasaron 
por  insuficiencia  de 
los  medios  de  comu- 
nicación, hasta  que, 
desesperado  por  la 
fatalidad,  que  pare- 
cía salirle  al  paso  en 
sus  empresas  mejor 
combinadas,  se  sui- 
cidó en  Pontarlier  el 
26  de  Enero. 

Otro  general  que 
no  había  nacido  en 
Francia  obtuvo  al- 
gunos éxitos  ruido- 
sos combatiendo  á 
los  alemanes  en  los 
departamentos  del 
Este.  Fué  Garibaldi, 
que  al  proclamarse 
la  Repúblícaen  Fran- 
cia había  corrido  en 
su  auxilio  al  frente  de  unos  3.000  voluntarios  italia- 
nos, españoles  y  de  otras  nacionalidades.  El  héroe 
olvidó  que  poco  antes  tenía  que  combatir  en  su  suelo 
natal  con  las  tropas 
francesas  encargadas 
de  defender  la  monar- 
quía del  Papa.  Una 
bala  de  chassepot  fran- 
cés le  había  herido,  de- 
jándole lisiado  para 
siempre,  cuando  avan- 
zaba al  frente  de  sus 
«blusas  rojas»  para 
conquistar  la  Roma 
pontificia.  Pero  esto  ha- 
bía sido  la  obra  del  Im- 
perio de  Napoleón  III, 
no  del  pueblo  francés, 
y  al  ver  proclamada  la 
República,  el  anciano 
héroe  del  latinismo  em- 
prendió su  última  aven- 
tura ofreciendo  su  es- 
pada y  sus  hombres  al 
gobierno  republicano. 
Gambetta  le  dio  el  man- 
do de  una  división  que 
fué  aumentándose  bas- 


ta compo- 
nerse de 
40.00ühom 
bres  y  90 
piezas  de 
artillería. 
Deacueido 
con  Bour- 
baki sostu- 
voGaríbal- 
dí  en  Dijon 
un  ataque 
que  duró 
tres  días  y 
fué  de  los 
más  san- 
grientos de 
1.a  campa- 
ña. El  ene- 
migo tuvo 
que  retro- 
ceder con 
grandes 
pérdidas, y 

las  tropas  jóvenes  de  Garibaldi  conquistaron  una  de 
las  dos  banderas  alemanas,  trofeos  únicos  que  pu- 
dieron alcanzar  los  franceses  en  toda  la  guerra. 

Un  general  que  desplegó  notables  talentos  milita- 
res y  administrativos  fué  Faidherbe,  que  había  susti- 
tuido á  Bourbaki  en  Normandía  al  pasar  éste  al  ejér- 
cito del  Loire.  El  general  Faidherbe  consiguió  con  un 
pequeño  ejército  algunas  victorias,  siendo  la  más  no- 
table la  de  Bapaume.  Además  resistió  heroicamen- 


GAIUBALDI 


BATALLA   DB  BAPAUMB 


(De  Dua  cstamiia  de  la  época 
ST 


298 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


JULIO   FAVKB 


te  en  San 
Quintín, 
frente  á  to- 
do el  pri- 
mer ejérci- 
to prusia- 
no. Á  pesar 
de  las  enor- 
mes fuer- 
zas que  le 
acosabany 
de  los  rigo- 
res del  in- 
vierno, ex- 
tremados 
hasta  una 
temperatu- 
ra de  20  ba- 
jo O,  Faid- 
herbe  supo 
hacer  fren- 
te, sin  en- 
tregarse ni  ser  derrotado,  hasta  que  le  sorprendió  la 
noticia  del  armisticio  precursor  de  la  paz  que  el  go- 
bierno francés,  trasladado  á  Burdeos,  había  ajustado 
con  el  enemigo  por  medio  de  Julio  Favre,  su  ministro 
de  Negocios  Extranjeros. 

Gambetta  quería  prolongar  la  resistencia  cre- 
yendo en  la  posibilidad  de  una  victoria  final  con- 
seguida á  fuerza  de  tesón  y  con  el  auxilio  del  tiem- 
po. Sus  compañeros  no  creyeron  prudente  llevar  á 
un  límite  extremo  los  sacrificios  de  la  nación.  París, 
famélico  y  agobiado  por  los  rigores  de  un  invierno 
cruel,  sólo  podía  prolongar 
su  resistencia  con  mucha  di- 
ficultad. 

Iba  á  entrar  otra  vez  en  es- 
cena el  verdadero  autor  de 
todo  lo  ocurrido,  el  conde  de 
Bismarck,  que  mientras  Molt- 
ke  y  sus  generales  prepara- 
ban y  ejecutaban  las  opera- 
ciones militares  permanecía 
inactivo  esperando  la  hora 
decisiva  de  la  cosecha. 

Llegaba  la  paz,  y  con  ella 
la  obra  definitiva  de  su  diplo- 
macia brutal  y  arrolladora. 


El  18  de  Septiembre,  pocos 
días  después  de  haber  sido 
proclamada  la  República,  el 
nuevo  gobierno  francés  inten- 
tó ponerse  en  comunicación 
con  el  invasor.  Como  Guiller- 
mo I  había  afirmado  solemne- 
mente que  la  guerra  era  con- 


tra Napoleón  y  no  contra  Francia,  los  ministros  repu- 
blicanos creyeron  posible  un  arreglo  honroso  después 
de  la  caída  del  Imperio. 

El  encargado  de  esta  gestión  fué  el  célebre  abo- 
gado Julio  Favre,  vicepresidente  del  gobierno  de  la 
Defensa  Nacional  y  ministro  de  Negocios  Extran- 
jeros. 

París  se  mantenía  libre  aún  en  dicha  fecha.  Los 
invasores  no  habían  llegado  á  establecer  por  com- 
pleto el  cerco  de  la  capital.  Se  cruzaron  varios  tele- 
gramas entre  Favre  y  Bismarck,  conviniendo  el  lugar 
de  una  entrevista.  El  ministro  francés  fué  al  encuen- 
tro del  diplomático  enemigo,  y  los  dos  se  reunieron  en 
el  castillo  de  Ferriéres,  propiedad  del  banquero  Roths- 
child,  artística  mansióu  situada  en  el  departamento 
de  Sena  y  Marne. 

La  entrevista  de  Ferriéres  tuvo  la  importancia  de 
un  gran  hecho  histórico,  marcándose  en  ella  por  pri- 
mera vez,  de  un  modo  preciso,  el  infortunio  que  espe- 
raba á  Francia  y  el  implacable  deseo  de  exterminio 
disimulado  hasta  entonces  por  Bismarck. 

Julio  Favre  hizo  el  relato  años  después  de  esta  en- 
trevista en  un  libro,  resumen  de  todos  los  trabajos  del 
gobierno  de  la  Defensa  Nacional.  El  retrato  que  traza 
de  Bismarck  es  interesante  y  exacto. 

«Aun  tengo  ante  mis  ojos— dice  el  ilustre  francés — 
todos  los  incidentes  de  esta  escena,  y  especialmente 
la  imagen  de  mi  temible  interlocutor,  que  desempe- 
ñaba el  mejor  papel  y  al  que  abordaba  yo  por  primera 
vez.  Aunque  tenía  aproximadamente  en  aquel  enton- 
ces 58  años,  el  conde  de  Bismarck  parecía  gozar  de 
la  plenitud  de  su  vigor.  Su  alta  estatura,  su  cabeza  po- 
derosa, su  rostro  fuertemente  acentuado,  le  daban  un 


LA   DBFBNÍJA   DH    PARtS 


(Cuadro  de  Meissouier) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


299 


aspecto  imponente  y  duro,  pero  atenuado  al  mismo 
tiempo  por  una  simplicidad  natural  que  en  ocasiones 
llegaba  á  la  bondad.  Me  recibió  mostrándose  cortés  y 
grave,  sin  afectación  alguna.  Asi  que  entablamos  la 
conversación  tomó  un  aire  bondadoso  y  comunicativo, 
conservándolo  hasta  las  iiltimas  palabras.  Indudable- 
mente Bisraarck  me  consideró  como  un  negociador 
indigno  de  medirme  con  él,  pero  tuvo  la  cortesía  de 
no  dármelo  á  entender  y  hasta  se  mostró  interesado 
por  mi  sinceridad. 

»Yo  por  mi  parte  desde  las  primeras  palabras  me 

di  cuenta  de  la  gran 

limpieza  de  sus  ideas, 
del  vigor  de  su  buen 
sentido  y  de  la  origi- 
nalidad de  su  talento. 
También  resultaba  no- 
table su  carencia  de 
pretensión  y  de  orgu- 
llo. Le  juzgué  desde  el 
primer  momento  como 
un  hombre  político, 
superior  á  todo  lo  que 
se  puede  imaginar,  no 
apreciando  más  que 
las  cosas  reales,  ocu- 
pado en  buscar  so- 
luciones positivas  y 
prácticas  c  indiferen- 
te para  toda  idea  que 
no  condujese  á  un 
punto  de  vista  útil. 
Después  le  he  vuelto 
á  encontrar  muchas 
veces  tratando  juntos 
numerosas  cuestiones 
de  detalle,  y  siempre 
lo  he  visto  igual.  El 
poder  considerable 
que  ejerce  no  le  infun- 
de orgullo  ni  le  proporciona  ilusión,  pero  se  cuida  de 
conservarlo  y  no  oculta  los  grandes  sacrificios  que  le 
cuesta  el  mantenerse  en  su  alto  puesto.  Convencidísi- 
mo  de  su  mérito  personal,  desea  continuar  aplicán- 
dolo á  la  obra  que  ha  hecho  triunfar  prodigiosamen- 
te, y  si  para  esto  se  ve  obligado  á  ir  mucho  más  lejos 
de  lo  que  desea,  se  resigna  con  cierto  fatalismo.  A 
pesar  de  su  serenidad  es  impresionable  y  nervioso  y 
muchas  veces  no  puede  contener  los  ímpetus  de  su 
carácter.  Yo  he  visto  en  él  repulsiones  c  indulgencias 
que  no  puedo  explicarme.  Habla  oído  hablar  mucho 
de  sus  excesos  de  habilidad  y  sus  facilidades  para  el 
disimulo.  Conmigo  ha  sido  de  una  franqueza  casi  bru- 
tal, pero  nunca  me  ha  engañado.  Me  ha  ofendido  mu- 
chas veces,  provocando  mi  indignación  por  sus  exi- 
gencias y  durezas,  pero  asi  en  las  cosas  grandes  como 
en  las  pequeñas  le  he  encontrado  siempre  recto  y 
puntual.» 


ENTREVISTA   DB  JULIO 


Este  retrato  de  Bismarck  lo  hizo  Favre  después 
de  la  paz  definitiva,  cuando  él  y  el  Canciller  habían 
llegado  á  un  último  acuerdo;  pero  la  primera  entre- 
vista en  el  castillo  de  Ferriéres  fué  dolorosa  y  terrible 
para  el  plenipotenciario  de  Francia. 

.lulio  Favre  esperaba  que  una  vez  suprimido  el 
Imperio  podría  conseguirse  la  paz  mediante  una  in- 
demnización pecuniaria  á  los  vencedores  por  sus  gas- 
tos militares.  El  mismo  Favre,  dos  días  después  de  pro- 
clamada la  República,  creyendo  que  Francia,  recién 
salida  de  la  nefasta  influencia  del  Imperio,  era  capaz 

de  realizar  al  ampa- 
ro de  la  nueva  liber- 
tad iguales  milagros 
que  en  1792,  había 
lanzado  en  una  circu- 
lar de  estilo  vibrante 
esta  heroica  afirma- 
ción: «No  cederemos 
al  enemigo  ni  una  pul- 
gada de  nuestro  terri- 
torio ni  una  piedra  de 
nuestras  fortalezas.» 
Al  avistarse  con  Bis- 
marck en  Ferriéres, 
lo  primero  que  le  dijo 
el  estadista  alemán 
fué  que  de  acuerdo 
con  su  augusto  amo 
sólo  consentiría  la  ne- 
gociación de  la  paz 
sobre  la  base  de  una 
cesión  de  teritorio. 
«Como  yo  insistiese 
— dice  Julio  Favre — 
sobre  el  alcance  y 
condiciones  de  tal  ce- 
sión, Bismarck  con- 
testó rotundamente 
que  la  seguridad  de  su 
país  le  exigía  el  quedarse  con  todos  los  territorios  que 
sirviesen  para  garantizarla.  Varias  veces  repitió:  «Es- 
trasburgo es  la  llave  de  mi  casa  y  debo  tenerla  en  mi 
poder.»  Le  invité  á  que  fuese  todavía  más  explícito, 
y  me  dijo  que  los  dos  departamentos  del  Alto-Rhin  y 
Bajo-Rhín,  asi  como  una  parte  del  ]\Iosela,  con  Metz, 
Chateau-Salíns  y  Soissons,  le  eran  indispensables  para 
la  seguridad  de  su  país  y  no  podía  renunciar  á  ellos.» 
El  plenipotenciario  republicano  protestó  contra 
estas  condiciones  deshonrosas,  añadiendo  que  única- 
mente el  pueblo  francés  era  competente  para  tratar 
sobre  una  cesión  de  territorio,  lo  que  hacia  necesaria 
la  reunión  de  una  Asamblea  Nacional  que  discutiese 
la  fórmula  de  paz.  La  elección  y  reunión  de  dicha 
Asamblea  exigía  un  armisticio.  Bismarck  se  negó  en 
el  primer  momento  á  acordar  la  suspensión  de  hosti- 
lidades, pero  después  de  haber  consultado  con  el  rey 
(iuillermo  declaró  en  una  segunda  entrevista  que  ea- 


PAVRE   CON    BISMARCK 

(Dibujo  lio  la  época) 


300 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Crémieux  E.  Picaril  Julio  Favrc 

General  Fió        Almirautc  Flouriehon 


Trochu  Doriaii 

Gambetta 


Julio  bimou    Maguiu 


GOBIERNO   DB   DBFBQNSA   NACIONAL 


taba  dispuesto  á  firmar  el  armisticio  siempre  que  le 
entregasen  como  garantía  las  plazas  de  Estrasburgo, 
Toul  y  Falsburgo.  Además,  si  la  Asamblea  se  reunía 
en  París  debía  ser  entregado  á  los  prusianos  un  fuerte 
que  con  su  artillería  dominase  á  la  ciudad:  el  de 
Mont-Valerlen  ú  otro  semejante.  Ante  exigencias  tan 

enormes,  toda  discusión 

resultaba  imposible.  «Yo 
no  podía  más — dice  Julio 
Favre — ,  y  hubo  momen- 
tos en  que  temí  caer  al 
suelo  desfallecido.  Oculté 
algunas  veces  el  rostro 
para  devorar  las  lágrimas 
que  me  ahogaban,  y  ex- 
cusándome por  esta  debi- 
lidad involuntaria,  medes 
pedí  del  Canciller.» 

Después  de  esta  entre- 
vista, el  gobierno  de  la 
Defensa  Nacional,  irrita- 
do por  las  inadmisibles 
proposiciones,  continuó  la 
guerra. 

Ya  hemos  visto  cómo  se 
desarrolló  ésta,  entre 
heroísmos  infructíferos, 
torpezas  é  inexperiencias, 
producto  del  desarreglo 
general  en  que  vivía 
Francia  después  de  la  ca- 
tástrofe provocada  por  el 
Imperio. 

Á  fines  de  Enero,  los  in- 


dividuos del  Gobierno 
que  residían  en  París 
sufriendo  la  presión  in- 
mediata de  un  pueblo 
excitado  por  la  inutili- 
dad de  sus  esfuerzos,  la 
impericia  de  sus  gene- 
rales y  las  miserias  de 
un  largo  sitio,  decidie- 
ron tratar  de  nuevo  con 
el  enemigo.  Un  consejo 
de  generales  había  de- 
clarado que  la  resisten- 
cia de  la  capital  era  ya 
imposible.  Julio  Favre 
recibió  de  sus  colegas 
la  cruel  misión  de  diri- 
girse á  Versalles,  en 
cuyo  palacio  se  habia 
instalado  Guillermo  I, 
para  negociar  la  entre- 
ga de  París.  Dos  días 
después,  el  28de Enero, 
Francia  entera,  poseí- 
da de  un  inmenso  estupor,  y  el  gobierno  de  resisten- 
cia organizado  por  Gambetta,  que  aun  creía  posible 
la  victoria,  se  enteraban  de  la  caj)itulación  de  París, 
firmada  por  Favre  y  Bismarck.  En  esta  capitulación 
quedaba  convenido  un  armisticio  de  21  días  para  con- 
vocar las  elecciones  de  una  Asamblea  Nacional,  que 

se  verificarían  el  8  de  Fe- 
brero. Todos  los  fuertes 
debían  quedar  en  poder 
de  los  alemanes  y  una  con- 
tribución de  guerra  de 
200  millones  sería  pagada 
por  el  vecindario  á  los  16 
dias  del  armisticio.  Los 
regimientos  de  línea  y  los 
batallones  de  móviles  que 
formaban  la  guarnición, 
quedaban  prisioneros  de 
guerra.  Todo  lo  que  Favre 
pudo  conseguir  fué  que  la 
Guardia  Nacional  conser- 
vase sus  armas  para  el 
mantenimiento  del  orden. 
Eáta  concesión  de  Bis- 
marck ocultaba  tal  vez  un 
maligno  deseo  de  compli- 
car el  infortunio  de  Fran- 
cia, teniendo  en  cuenta  el 
estado  de  justa  irritación 
en  que  vivía  el  pueblo  de 
París.  Favre,  que  casi 
admitió  como  un  lenitivo 
á  la  crueldad  de  la  ca- 
pitulación este  manteni- 


lA    A.SAMBLBA    NACIONAL    PB    BliRDEOS 

(Gialmrlo  do  la  época) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


201 


miento  de  la  Guardia 
Nacional  sobre  las  ar- 
mas, tuvo  que  deplorar- 
lo amargamente  meses 
después,  «pidiendo  per- 
dón á  Dios  y  á  los  hom- 
bres» por  tal  iniciativa. 
La  Guardia  Nacional 
fué  la  que  proclamó  la 
Commune  y  sus  trági- 
cas escenas  de  deses- 
peración. 

La  Asamblea  se  re- 
unió en  Burdeos  el  13 
de  Febrero,  y  luego  de 
entregar  el  gobierno 
nacioníil  en  manos  de 
los  representantes  del 
país  los  poderes  de  que 
había  dispuesto  Favre, 
se  trasladó  á  Versalles 
para  negociar  una  pro- 
longación del  armisticio  que  resultaba  necesaria. 
Thíers,  nombrado  jefe  del  poder  ejecutivo  por  la  Asam- 
blea, mantuvo  á  Favre  en  el  ministerio  de  Negocios 
Extranjeros  para  que  siguiese  negociando  la  paz. 

A  pesar  de  la  victoria  completa  de  los  alemanes, 
las  pretensiones  de  Bismarck  fueron  aminorándose  en 
comparación  con  las  que  había  expuesto  durante  la 
entrevista  de  Ferriéres.  Las  tropas  victoriosas  expe- 
rimentaban las  consecuencias  de  una  ruda  campaña. 
Comenzaban  á  cebarse  en  ellas  las  enfermedades.  Por 
otra  parte  la  resistencia  de  los  ejércitos  organizados 
por  Gambelta  amenazaba  con  prolongar  la  guerra  en 
el  Sur  de  Francia,  lejos  de  las  bases  de  operaciones 
de  los  invasores. 

El  26  de  Febrero  Thiers  y  Favre  llegaron  á  un 
acuerdo  con  Bismarck  firmando  las  condiciones  pre- 
liminares de  la  paz.  Éstas  resultaban  duras,  creando 
entre  ambas  naciones  un  odio  inextinguible  que  con  el 
curso  del  tiempo  había  de  originar  fatalmente  una 
nueva  guerra.  Por  este  convenio  Francia  se  veía  obli- 
gada á  ceder  á  Prusia  los  departamentos  del  Alto- 
Rhin  y  Bajo-Rhin,  ó  sea  las  provincias  de  Alsacia  y 
Lorena.  Además  debía  satisfacer  una  indemnización 
de  G.OOO  millones  de  francos,  permaneciendo  las  tropas 
alemanas  en  su  territorio  hasta  el  pago  completo  de 
tan  enorme  cantidad. 

Favre  fué  el  encargado  de  reglamentar  todos  los 
detalles  necesarios  para  el  tratado  definitivo,  prolon- 
gándose esta  discusión,  delicada  y  laboriosa  por  las 
continuas  exigencias  de  los  vencedores,  hasta  el  10  de 
Mayo  de  1871,  fecha  del  famoso  tratado  susciito  en 
Francfort  que  abrió  una  herida  incurable  en  la  digni- 
dad nacional  de  Francia. 

a 

A  pesar  de  la  dureza  con  que  el  Canciller  llevaba  á 
cabo  la  realización  de  sus  planes,  fluctuó  muchas  ve- 


ÜNO   DE  LOS   BASTIONES   DE   PARÍS   DURANTE  EL  SITIO 

(Cuadro  de  Guiaud  y  Laporte) 

ees,  como  intimidado  por  el  carácter  implacable  que 
infundían  á  su  obra  los  altos  ejecutores  inmediatos 
áél. 

Moltke  y  su  Estado  llayor  eran  de  una  crueldad 
fría  y  ciega,  que  sublevaba  muchas  veces  á  este  gran 
impulsivo  de  genial  veleidosidad.  Durante  el  sitio  de 
París  creyó  en  muchas  ocasiones  que  las  tropas  alema- 
nas iban  demasiado  lejos  al  bloquear  completamente 
la  capital  y  someter  sus  habitantes  á  los  tormentos  del 
hambre.  «Me  temo — decía  al  rev  Guillermo — un  desen- 


KI,    ARMISTICIO 

(Caricatura  de  la  época,  por  Daomier) 


302 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    FUBRTB    DB    VANVBS    AL    DlA.   SIGÜIBNTB   DEL   ARMISTICIO 


lace  que  va  á  sobrepasar  en  furores  y  desastres  lo 
que  nos  cuentan  los  historiadores  de  la  toma  de  Je- 
rusalén.  Muchos  centenares  de  miles  de  habitantes 
pueden  perecer  en  los  horrores  del  hambre  ó  en  un 
vasto  incendio,  y  Vuestra  Majestad  será  responsable 
ante  la  Historia  de  esta  gran  catástrofe.»  Bismarck 
daba  á  entender  con  tales  palabras  su  perfecto  cono- 
cimiento del  estado  de  espíritu  del  pueblo  de  París  y 
lo  que  era  capaz  de  hacer  en  su  desesperación.  La 
debilidad  del  gobierno  al  entregar  la  capital  ines- 
peradamente, evitó  esta  catástrofe  heroica,  pero  me- 
ses después  la  guerra  civil  exterminadora  y  los  in- 
cendios y  matanzas  de  la  Commune  demostraron  la 
certeza  de  los  vaticinios  de  Bismarck. 


DL    PÜBRTB   DB   ISSY    AL   PIRMAR8B   BL   ARMISTICIO 


No  hay  que  creer  por  esto  que  el  Canciller  defen- 
dió los  procedimientos  humanitarios.  Preconizaba, 
como  sus  colegas,  las  ventajas  de  una  guerra  impla- 
cable, diciendo  que  no  era  por  fría  crueldad,  sino  por 
terminarla  cuanto  antes,  aminorando  de  tal  modo  sus 
horrores.  En  lo  que  difería  radicalmente  de  los  gene- 
rales alemanes,  y  especialmente  de  Guillermo  I,  era  en 
el  odio  á  Francia.  El  rey  y  muchos  principes,  protes- 
tantes, fanáticos,  pietistas  de  cruel  religiosidad,  de- 
seaban el  exterminio  completo  del  pueblo  francés,  in- 
ventor de  novedades  revolucionarias.  Había  que  des- 
truir á  París,  «ciudad  del  pecado:  Babilonia  impura». 
Bismarck  se  opuso  á  este  odio,  reconociendo  la  nece- 
sidad de  que  subsistiese  el  pueblo  francés  y  no  viendo 
en  la  guerra  otro  resultado  positivo  que 
el  de  conquistar  garantías  para  la  tran- 
quilidad futura  de  Alemania. 

«Yo  admito— decía  Bismarck — la  ne- 
cesidad de  humillar  á  Francia,  de  dis- 
minuir sus  recursos  y  sobre  todo  de  que 
nos  garanticemos  sólidamente  contra  sus 
futuras  agresiones  y  contra  su  interven- 
ción en  nuestros  asuntos  interiores;  pero 
no  creo  que  pueda  sernos  útil  el  arruinar- 
la, empujando  su  pueblo  á  la  desespera- 
ción. Esta  guerra  debe  tener  un  final,  y 
cuando  este  final  llegue,  nos  veremos 
obligados  á  adoptar  un  modus  vivendi 
con  el  pueblo  francés,  para  hacer  el  co- 
mercio con  él  y  restablecer  un  sinnúmero 
de  relaciones  que  son  indispensables  en 
la  vida  de  las  naciones  civilizadas  y  que 
ahora  están  rotas  temporalmente  por  la 
guerra. 

»Es  preciso  que  tomemos  París,  é  in- 
dudablemente lo  tomaremos;  pero  una 
(Fots,  (le  la  época)        vcz  obtenido  cstc  triuufo,  hay  que  hacer 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


«)3 


la  paz  cuanto  antes,  y 
si  es  posible  con  unas 
condiciones  que  parez- 
can justas  y  aceptables 
al  mundo  civilizado. 
Nosotros  no  debemos 
extraer  una  ventaja  ilí- 
cita de  nuestra  fuerza 
superior,  convirtiendo 
un  castigo  merecido  en 
una  venganza  sin  mi- 
sericordia. Reconozco 
que  debemos  reembol- 
sarnos de  nuestros  gas- 
tos de  guerra  hasta  el 
último  céntimo,  pero 
arruinar  á  Francia  no 
me  parece  que  sea  el 
medio  más  edecuado 
para  recobrar  nuestro 
dinero.  Que  nuestros 
éxitos  no  nos  cieguen. 
Nosotros  no  podemos 

anexionarnos  á  Francia,  ni  tenemos  el  derecho  de  pro- 
ceder contra  ella  más  allá  de  cierto  límite.  Arregle- 
mos nuestros  asuntos  con  Francia  de  manera  que,  du- 
rante un  largo  período,  podamos  ocuparnos  única- 
mente de  nuestra  organización  interior.  Acabemos 
con  el  presente  estado  de  cosas,  que  es  molesto  y  ter- 
minará por  ser  insoportable.  Las  guerras  largas  no 
están  en  armonía  con  el  carácter  alemán  y  con  nues- 
tro sistema  militar.  Procuremos  no  empobrecer  exa- 
geradamente á  los  demás,  para  que  no  caigan  sobre 
nosotros  idénticos  males  con  un  carácter  incurable. 
Los  franceses  han  sufrido  terriblemente  en  sus  intere- 
ses materiales  y  en  su  prestigio.  Cuando  nos  hayamos 


ENTRADA   DE   LOS    PKIMBROS   CONVOYES   DE   viVHRBS   BN   PARÍS    DESPUÉS   DEL   ARMISTICIO 


apoderado  de  París  debemos  ayudarlos  para  que  sur- 
jan de  su  mala  situación,  en  vez  de  abandonarlos 
como  quieren  algunos  para  que  cada  vez  se  hundan 
más  en  el  fango.  De  este  modo  saldremos  de  la  lucha 
con  un  verdadero  honor  y  un  engrandecimiento  de 
gloria.  Ninguna  nación  nos  señalará  con  el  dedo  como 
merecedores  de  reproche.» 

Estas  ideas  juiciosas  de  Bismarck  facilitaron  las 
negociaciones  de  paz  en  Versalles  con  Thiers  y  Favre. 
El  Canciller  se  mostró  menos  exigente  que  en  Ferrié- 
res,  pero  á  pesar  de  esto  sólo  concedió  la  paz,  como 
ya  hemos  dicho,  á  cambio  de  dos  provincias  y  de 
6.000  millones. 


BL  MBRCADO  OBNTBAL  DB  PARÍS  AL  LLBOAK  LOS  PRIHBROS  TlVBRBS 


(Grabados  de  la  ¿poca) 


«M 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Partidario  ferviente  del  sistema  monárquico,  la 
caída  de  Napoleón  III  le  produjo  una  gran  tristeza. 
Su  deseo  hubiese  sido  mantener  al  emperador  en  el 
trono,  después  de  haberlo  humillado  con  la  derrota. 
Según  él,  la  paz  debía  haberse  hecho  al  día  siguiente 
de  Sedán,  y  juzgó  como  «imbécil»  á  Napoleón  III  por- 
que no  quiso  entregarse  á  su  dirección  luego  del  de- 
sastre. Él  le  hubiera  devuelto  los  dos  ejércitos  france- 
ses que  cayeron  prisioneros,  para  que  con  su  apoyo 
asegurase  la  vida  del  Imperio  empequeñecido  y  derro- 
tado, sometiendo  á  los  revolucionarios  de  París.  Na- 
poleón, escarmentado  tras  del  desastre,  y  sostenido  en 
el  trono  por  el  apoyo  alemán  contra  la  opinión  repu- 
blicana del  país,  representaba  la  sumisión  completa 
de  Francia.  Muerto  el  Imperio  podían  triunfar  dos 


NAPOLEÓN  III   PRISIONERO   EN    EL   CASTILLO   DB   WILHEMSHOHE 


formas  de  gobierno:  la  monarquía  de  los  Borbones, 
que  por  afirmar  su  popularidad  procuraría  organizar 
una  guerra  de  «revancha»,  ó  la  República,  que  según 
las  ideas  del  Canciller,  iba  á  representar  un  foco  de 
contagio  revolucionario  en  mitad  de  Europa. 

Por  esto  cuando  el  emperador  después  de  la  catás- 
trofe de  Sedán  se  entregó  prisionero,  avanzando  por 
el  camino  solitario  de  Djnchery  sin  más  acompaña- 
miento que  el  de  algunos  oficiales  que  mostraban  una 
trágica  gravedad,  el  Canciller  salió  á  su  encuentro, 
tratándolo  con  las  mismas  consideraciones  de  respeto 
que  le  había  tributado  al  visitarlo  en  su  palacio  de  las 
Tullerias.  A  caballo,  con  el  vistoso  uniforme  de  gala 
de  los  coraceros  blancos,  y  al  frente  de  un  escuadrón 
de  este  cuerpo  distinguido,  escoltó  al  emperador  tri- 
butándole todos  los  honores  de  una  majestad  que  de- 
seaba conservar.  Luego,  cuando  Napoleón  en  su  alo- 
jamiento momentáneo  tuvo  que  discutir  con  los  repre- 
sentantes del  rey  de  Prusia  las  condiciones  de  su 
rendición,  que  iban  á  ser  muy  crueles,  Bismarck  pro- 
curó no  estar  presente.  Apenas  había  empezado  el  diá- 


logo, el  Canciller  se  hizo  llamar  por  un  oficial  con  pre- 
texto de  asuntos  urgentes,  dejando  al  soberano  francés 
con  los  generales  del  Estado  Mayor  alemán,  para  que 
éstos  pudieran  imponerle  sus  duras  exigencias  de  ven- 
cedores. Con  esto  buscaba  no  hacerse  antipático  al 
emperador  caido,  conservando  su  buena  amistad  para 
un  arreglo  futuro.  Al  mismo  tiempo  mantenía  relacio- 
nes con  los  emisarios  de  la  emperatriz.  Pero  la  pro- 
clamación de  la  República  en  4  de  Septiembre,  la 
adhesión  de  toda  Francia  al  gobierno  de  la  Defensa 
Nacional  y  el  entusiasmo  popular  por  la  continuación 
de  la  guerra,  así  como  la  resistencia  de  París,  anula- 
ron sus  planes  en  favor  del  sostenimiento  del  Imperio. 
Bismarck,  como  todos  los  hombres  de  acción  pode- 
rosa y  vida  intensa,  mostró  numerosas  contradiccio- 
nes en  sus  actos  y  sus  pensamien- 
tos. Defendió  la  suerte  de  Francia 
contra  los  bárbaros  ilustrados  del 
Estado  Mayor  que  soñaban  con  el 
arrasamiento  y  la  muerte  de  toda 
una  nación,  lo  mismo  que  en  los 
tiempos  de  Atila.  Reconoció  los 
grandes  servicios  prestados  por  el 
pueblo  francés  á  la  causa  de  la  ci- 
vilización, envidiando  muchas  de 
sus  condiciones  y  deseándolas  para 
su  país;  pero  al  mismo  tiempo  emi- 
tió las  expresiones  más  injustas  y 
crueles  sobre  su  valor  moral.  Fran- 
cia era,  según  él,  «una  nación  de 
ceros,  un  rebaño  de  millones  de  ca- 
fres obedientes».  Otras  veces  decía: 
«Rascad  el  francés  y  encontraréis 
al  turco.»  El  Canciller,  antiguo  par- 
tidario del  absolutismo,  que  había 
mantenido  á  su  país  en  servil  obe- 
diencia y  deseaba  sostener  el  trono 
de  Napoleón,  echaba  en  cara  á  los  franceses,  como 
un  defecto  irremediable,  la  paciencia  con  que  habían 
aguantado  durante  veinte  años  el  régimen  imperial. 
Su  odio  á  Francia  y  su  entusiasmo  por  la  superio- 
ridad germánica,  pretendía  tomar  cierto  carácter  cien- 
tífico inventando  una  teoría  histórica  falsa  y  apara- 
tosa, semejante  á  las  que  en  nuestros  días  han  lanzado 
los  profesores  y  tratadistas  militares  de  Alemania, 
para  justificar  la  guerra  de  1914  y  la  soñada  domina- 
ción de  su  país  sobre  el  mundo  entero. 

Según  Bismarck,  los  germanos  eran  la  aristocracia 
enérgica  de  la  humanidad  y  los  celtas  de  una  molicie 
femenina  que  los  condenaba  fatalmente  á  ser  esclavos 
de  los  otros.  Francia  había  sido  fuerte  mientras  vivió 
bajo  el  régimen  feudal  y  absolutista,  que  era  de  esen- 
cia germánica.  Luego  con  la  Revolución  habían  triun- 
fado los  celtas  sobre  el  elemento  germánico,  y  elpue- 
blo  francés  no  era  más  que  un  polvo  de  hombres,  sin 
cohesión  alguna,  tumultuoso  y  que  al  menor  soplo  se 
levantaba  en  torbellinos  malsanos  y  revolucionarios 
para  volver  á  caer  inerte  pasada  la  tormenta. 


EN  UN  TEA 


Mientras  los  fieles  se  entregan  á  sus  oraciones,  los  solJíi 


LO  BELGA 


IH 


í 


»s  descansan  después  de  haberse  batido  con  el  invasor 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


305 


lA    UBIíOICA    CARGA    DE   I.OS    C0UACBR08    FRANCESES    BN    LA    BATALLA    DB    REZONVILLE 

(Ciiailro  de  Morot.  Museo  del  Luxomburgo) 


Esta  teoría,  falsa  y  gratuita  en  sus  consecuencias, 
y  que  además  Haqueaba  por  su  base  al  no  ser  todos 
los  alemanes  germanos  ni  todos  los  franceses  cel- 
tas, la  habían  propalado  en  el  mundo  los  periódicos 
al  servicio  de  Bismarck,  pretendiendo  dar  un  carác- 
ter científico  á  la  guerra  de  crueldades  realizada  en 
Francia. 

Otra  contradicción  de  este  genio  bárbaro  se  mos- 
tró en  sus  sentimientos  y  apreciaciones  ante  los  ho- 
rrores de  la  lucha.  Unas  veces  sentía  vibrar  su  sensi- 
bilidad ante  el  doloroso  espectáculo  de  los  campos  de 
batalla.  En  otras  ocasiones  mostraba  una  dura  indife- 
rencia, más  terrible  que  la  de  los 
militares  profesionales.  Durante  la 
campaña  de  Francia,  los  peligros 
de  que  se  vio  amenazado  excitaron 
su  carácter  irascible.  La  duración 
de  la  guerra  iba  más  allá  de  sus 
cálculos.  Además,  en  el  anochecer 
del  18  de  Agosto,  después  de  la 
derrota  prusiana  de  Gravelotte,  se 
vio  próximo  á  caer  prisionero  de  la 
infantería  francesa  mientras  abre- 
vaba su  caballo,  y  este  recuerdo  se 
mantuvo  vivo  siempre,  lastimando 
su  orgullo.  También  sus  hijos  ha- 
blan escapado  milagrosamente  con 
vida  de  una  carga  mortífera  en  la 
batalla  de  Rezonville. 

En  ciertos  momentos  mostró  una 
crueldad  diabólica,  declarando  que 
los  alemanes  hacían  demasiados 
prisioneros  y  que  no  había  por  qué 
dar  cuartel  á  los  soldados  france- 


ses, sistemáticamente,  aunque  perteneciesen  al  ejér- 
cito regular. 

Se  valió  de  la  mentira  y  la  calumnia  contra  el 
enemigo,  siguiendo  en  esto  la  tradición  prusiana  del 
escéptico  Federico  II,  que  han  empleado  también  en 
la  guerra  presente  los  periodistas  y  generales  de  la 
Alemania  de  1914. 

Según  Bismarck,  los  franceses  habían  usado  en 
la  batalla  de  Wcerth  balas  explosivas  y  los  proyec- 
tiles de  las  ametralladoras  estaban  cubiertos  de  un 
barniz  venenoso. 

Los  médicos  sonrieron  ante  las  apreciaciones  del 


Fl'.SlLAMlBNTl)    DE    lATRlOTAS    FRANCBSBS    BN    IfSTU 


(Cuadro  de  Baader) 
S8 


306 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Canciller,  pero  no  por  esto  dejaron  de  ser  propala- 
das, con  la  mayor  seriedad,  por  los  periódicos  á  sus 
órdenes. 

La  resistencia  armada  de  la  población  civil  exci- 
taba su  cólera  hasta  el  paroxismo.  Este  gran  patriota 
alemán  sólo  admitía  que  los  hombres  pudiesen  com- 
batir por  su  país  vistiendo  uniforme.  El  voluntario 
y  el  guerrillero  provocaban  su  indignación  y  su  ansia 
de  exterminio,  cual  si  fuesen  bestias  feroces.  En  toda 
la  guerra  de  1870,  el  enemigo  más  odioso  para  él  y 
para  Moltke  fué  Garibal- 
di.  Este  caudillo  popular 
que  se  permitía  hacer  la 
guerra  y  medirse  con  ellos 
sin  ser  un  profesional,  re- 
presentaba un  absurdo  irri- 
tante. Su  más  ferviente 
deseo  fué  poder  fusilarlo 
para  que  no  tuviese  imita- 
dores. 

Al  entrar  Bismarck  en 
Bazeilles  después  de  la  vic- 
toria de  Sedán,  lanzó  bro- 
mas atroces  sobre  el  «olor 
de  cebollas  fritas»  que  sa- 
lía de  las  casas  incendia- 
das, donde  se  carbonizaban 
los  cadáveres  de  muchos 
habitantes  del  pueblo  des- 
pués de  ser  fusilados. 

En  el  sitio  de  algunas  po- 
blaciones censuró  á  deter- 
minados generales  porque 
cesaban  de  bombardearlas 
apenas  habían  izado  ban- 
dera blanca. 

Los  francotiradores  fran- 
ceses hostilizaban  al  ene- 
migo, lo  mismo  que  los 
guerrilleros  alemanes  lo 
habían  hecho  en  1813  con- 
tra Napoleón.  El  Canciller 

reconocía  la  semejanza  de  los  procedimientos;  su  pa- 
dre, Fernando  de  Bismarck,  se  había  distinguido  como 
organizador  de  cuerpos  francos  en  la  mencionada 
campaña,  y  sin  embargo  sentía  una  furiosa  indigna- 
ción cuando  los  prisioneros  de  carácter  civil  no  eran 
fusilados  en  el  acto. 

Elogiaba  públicamente  á  las  tropas  de  Baviera 
por  ser  propensas  á  la  matanza  de  los  prisioneros. 
Cuando  encontraba  en  un  camino  un  grupo  de  cauti- 
vos, el  terrible  personaje  salía  de  su  majestuoso  silen- 
cio para  dirigirles  crueles  arengas:  «Sois  unos  asesi- 
nos. Vais  á  ser  ahorcados  inmediatamente.» 

Durante  el  sitio  de  París  quiso  que  las  tropas  tira- 
sen sobre  los  famélicos  que  salían  de  la  ciudad  para 
extraer  de  bajo  de  la  nieve  las  patatas  abandonadas 
en  los  campos.  El  fué  el  primero  en  pedir  el  bombar- 


BISMARCK   BN    1870 
(Retrato  del  célebre  piutor  alemán  Leubach,  amigo  iutimo  del  Cauciller) 


deo  de  la  capital.  La  corte  prusiana,  influenciada  por 
la  reina,  y  todo  el  Estado  Mayor,  se  resistieron  duran- 
te algún  tiempo.  Esta  resistencia  enfrió  momentánea- 
mente las  antiguas  relaciones  amistosas  de  Moltke  y 
Bismarck.  Moltke  dudaba  de  poder  incendiar  eficaz- 
mente el  inmenso  París.  El  Canciller  se  enfureció 
ante  sus  razonamientos  técnicos,  pues  deseaba  en  los 
momentos  de  cólera  «extirpar  del  suelo  á  la  ciudad  fa- 
bricante de  revoluciones». 

En  ciertos  días  era  místico  como  su  augusto  amo, 

dando  á  sus  actos  más  crue- 
les y  sus  deseos  más  furi- 
bundos una  unción  religio- 
sa. La  guerra  contra  Fran- 
cia era  según  él  «un  juicio 
de  Dios»,  y  los  triunfos 
estratégicos  de  Moltke  los 
aceptaba  como  bondades 
del  Señor  «que  había  que 
agradecer  humildemente, 
pues  quería  legitimar  con 
ellas  la  victoria». 

En  las  cartas  á  su  es- 
posa dándole  cuenta  de  los 
progresos  alemanes,  inter- 
calaba párrafos  de  la  Bi- 
blia y  piadosos  versos  de 
los  hermanos  moravos. 

Por  su  parte,  la  condesa 
de  Bismarck  le  contestaba 
desde  los  dominios  de  Var- 
zin  con  citas  de  salmos  y 
otras  frases  escogidas  en 
los  pasajes  más  duros  y 
crueles  de  los  libros  sa- 
grados. 

Había  que  arrasar  «á 
Babilonia,  la  ciudad  del  pe- 
cado». Babilonia  era  París. 
Después  de  Sedán,  la  con- 
desa encontró  este  gran 
acontecimiento  anunciado 
en  la  Biblia:    «Los  malvados  serán  confundidos.» 

De  pronto  el  Canciller,  con  radical  contradicción, 
se  expresaba,  como  ya  hemos  visto,  con  un  lenguaje 
juicioso  y  favorable  á  Francia. 


La  naciente  República  sólo  merecía  su  desdén,  tra- 
tando á  sus  representantes  con  una  ironía  cruel.  .Ju- 
lio Favre  era  el  tipo  perfecto  de  los  oradores  parla- 
mentarios que  excitaban  su  odio  y  con  los  que  había 
tenido  que  luchar  rudamente  en  la  Cámara  prusiana. 
La  elocuencia  patética  y  austera  del  tribuno  francés 
atrajo  su  pesada  burla. 

Bismarck,  después  de  las  entrevistas  de  Ferriéres, 
se  rió  del  justo  dolor  de  este  patriota  que  no  había 
podido  contener  sus  lágrimas  y  su  desfallecimiento  al 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


307 


enterarse  por  primera  vez  de  las  tremendas  exigen- 
cias de  los  vencedores.  Según  decía  el  Canciller  ásus 
Íntimos,  valiéndose  de  una  exageración  de  mal  gusto, 
Favre  se  había  presentado  ante  él  con  la  cara  pintada 
de  blanco  y  verde  para  simular  el  dolor  patriótico.  Al 
tratar  de  nuevo  con  el  ministro  francés  en  Versalles, 
se  divirtió  felicitándole  por  haber  engrosado  durante 
el  sitio.  «Es  sin  duda — dijo — la  carne  de  caballo.»  Y 
después  de  esta  burla  poco  noble  de  la  misera  alimen- 
tación de  los  defensores  de  París,  se  dedicó  á  descon- 
certar al  elocuente  tribuno, 
que  era  un  hombre  grave 
é  ingenuo,  entablando  con- 
versaciones de  carácter  mi- 
litar para  darse  el  gusto  de 
que  se  embrollase,  confun- 
diendo las  nociones  más 
simples  de  contra-escarpa, 
bastión,  rebellín,  etc. 

Otras  veces  le  daba  con- 
sejos meñstofélicos  sobre 
la  mejor  manera  de  gober- 
nar á  París,  sometiendo  á 
los  elementos  anárquicos. 
«Provocad  un  motín  por 
medio  de  vuestros  agentes 
— decia — ,  aprovechando 
que  todavía  tenéis  un  ejér- 
cito y  aplastad  á  los  revol- 
tosos.» 

Estas  paradojas  del  im- 
ponente personaje,  expues- 
tas con  un  humorismo  de 
estudiante,  sorprendían  al 
austero  abogado,  poco  dis- 
puesto á  la  broma,  descon- 
certándolo, mientras  el  gi- 
gante reía  interiormente. 

Cuando  Thiers  pudo  unir- 
se á  Favre  en  las  negocia-  th 
ciones  de  Versalles,  cambió 

la  situación.  Bismarck  se  puso  en  guardia  ante  este 
meridional  práctico  y  sereno,  apreciando  desde  his 
primeras  palabras  su  ágil  inteligencia  y  su  cortés  y 
tortuoso  escepticismo.  Además,  Thiers  era  un  histo- 
riador cuyos  libros  había  saboreado  Bismarck,  un 
artístico  fabricante  de  la  leyenda  napoleónica,  y  el 
Canciller  mostró  con  él  cierta  coquetería  para  ga- 
narse su  afecto,  por  lo  que  pudiera  escribir  en  lo  fu- 
turo. 

Una  consideración  de  orden  material  unió  además 
á  los  dos  hombres,  imponiendo  á  Bismarck  un  firme 
sentimiento  de  respeto.  Francia  debía  pagar  como  in- 
demnización la  enorme  cantidad  de  (Í.OOO  millones,  y 
esta  suma  sólo  podía  reuniría  un  gobierno  sólidamente 
sostenido. 

Al  tener  que  exigir  una  indemnización  á  los  ven- 
cidos, Bismarck,  que  no  se  sentía  fuerte  en  cuestiones 


financieras,  quedó  indeciso  y  vacilante  por  largo 
tiempo  para  determinar  una  cifra  posible.  Consultó  á 
varios  financieros  judíos  de  Berlín,  y  éstos,  después 
de  un  estudio  rápido  de  los  establecimientos  bancarios 
de  París,  le  aconsejaron  la  mencionada  cantidad,  pero 
afirmando  que  se  necesitaría  un  buen  número  de  años 
para  poder  reuniría  y  entregarla. 

Ue  todos  los  políticos  franceses  el  que  inspiró  ma- 
yor confianza  á  Bismarck  para  este  trabajo  de  reco- 
lección de  fondos  fué  Thiers.  El  Canciller  le  dio  toda 

clase  de  facilidades   para 
su  obra. 

Al  proclamarse  la  Com- 
mune  separándose  París 
del  gobierno  de  Thiers, 
proporcionó  á  éste  un  ejér- 
cito contra  la  revolución, 
entregándole  todas  las  tro- 
pas francesas  prisioneras 
en  Alemania. 

(!on  esto  aseguraba  el 
pago  de  la  indemnización, 
se  daba  el  placer  de  con- 
templar cómo  se  extermi- 
naban los  franceses  en  una 
lucha  feroz,  más  terrible 
aún  que  la  guerra  recien- 
te, y  contribuía  además  á 
la  extinción  del  foco  de 
ideas  revolucionarias  la- 
tente en  París, 

La  trágica  aventura  de 
la  Commune,  en  la  que  in- 
Huyeron  ocultamente  los 
manejos  de  Bismarck,  asi 
como  la  sangrienta  repre- 
sión de  Thiers  y  el  movi- 
miento reaccionario  que  so- 
brevino luego,  como  una 
iRs  consecuencia  lógica  retra- 

saron efectivamente  por 
toda  una  generación  el  desarrollo  democrático  de 
Francia,  temido  por  el  Canciller. 

Si  éste  no  intervino  directamente  en  el  drama  de 
la  Commune,  haciendo  avanzar  las  tropas  alemanas 
contra  las  barricadas  de  París,  fué  porque  los  insu- 
rrectos, en  medio  de  su  desesperación  y  sus  errores, 
se  mostraron  siempre  de  una  notable  probidad  en  todo 
lo  referente  al  dinero,  respetando  y  guardando  los 
valiosos  depósitos  del  Banco  de  Francia  y  otros  esta- 
blecimientos financieros,  üe  permitirse  la  más  peque- 
ña iniciativa  en  la  disposición  de  la  fortuna  pública, 
Bismarck  habría  intervenido  inmediatamente,  consi- 
derando en  peligro  los  tesoros  que  se  amasaban  para 
ser  entregados  á  su  país. 

Thiers,  contra  todos  los  cálculos,  pudo  acelerar  la 
entrega  de  la  indemnización  haciéndola  efectiva  en 
un  plazo  menos  largo  que  el  supuesto  por  los  financie- 


308 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


PROCLAMACIÓN    DE    LA    COMJICNB 

roa  alemanes.  En  tres  años  quedaron  pagados  los  6.000 
millones,  y  las  tropas  invasoras  fueron  abandonando 
el  territorio  así  como  el  gobierno  de  Berlín  recibió  las 
remesas.  A  los  pocos  días  de  haberse  entregado  la  úl- 
tima cantidad  y  transpuesto  la  nueva  frontera  fran- 
cesa el  último  soldado  alemán,  Thiers  cayó  del  poder, 
cumplida  ya  la  misión  que  le  había  valido  el 
apoyo  de  Bismarck. 

Los  6.000  millonea  atravesaron  Alemania 
como  una  de  esas  inundaciones  impetuosas  y 
momentáneas  que  lo  arrollan  y  lo  conmueven 
todo  sin  dejar  rastro  de  su  paso  á  las  pocas  ho- 
ras. El  colosal  aporte  de  dinero  más  bien  sir- 
vió para  desmoralizar  y  empobrecer  al  país, 
comprometiéndolo  años  después  en  una  criaia 
aguda. 

Fné  semejante  al  oro  de  América  que  duran- 
te tres  siglos  atravesó  España  como  un  torrente 
venenoso,  sumiéndola  en  mortal  decadencia. 

Pero  Bismarck  y  su  pueblo,  después  de  su- 
frir los  efectos  intoxicantes  de  una  fortuna  re- 
pentina, supieron  reponerse  y  aalir  de  la  cri- 
sis, creando  con  las  iniciativas  económicas  una 
nueva  y  sólida  grandeza. 


mania  y  Francia  y  para  la  paz  y 
el  equilibrio  de  Europa  fué  la  ane- 
xión de  las  dos  provincias,  Alsacia 
y  Lorena. 

Los  6.000  millones  representa- 
ban un  costoso  sacrificio  de  la  for- 
tuna francesa,  pero  podían  ser  olvi- 
dados por  las  nuevas  generaciones 
que  no  habían  tenido  que  contri- 
buir al  desembolso.  Lo  que  resultó 
intolerable,  creando  un  verdadero 
abismo  entre  los  dos  paises,  fué  la 
anexión  de  las  dos  dichas  provin- 
cias, equivalente  á  una  herida  siem- 
pre abierta  en  la  dignidad  nacional. 
Alemania,  engrandecida  por  su 
ruidosa  victoria,  no  necesitaba  nue- 
vos territorios.  El  desmembramien- 
to de  Francia  apareció  como  un 
duro  capricho  de  triunfador  deseo- 
so de  recordar  á  todas  horas  á  los 
vencidos  su  derrota  y  au  inferiori- 
dad. 

La  prueba  de  que  este  desmem- 
bramiento  representaba   un   gran 
error  para  lo  futuro  la  dieron  los 
hombres  más  notables  de  Alemania 
en  aquella  época  y  el  mismo  Bis- 
marck, que  se  excusó  inmediata- 
mente de  ser  el  autor  del  hecho. 
El  Canciller  reconocía  como  una  grave  falta  haber 
reclamado  Metz  y  la  Lorena,  que  eran  franceaea  por 
su  historia.  En  cuanto  á  la  Alsacia  y  su  capital  Es- 
trasburgo tampoco  se  mostraba  satisfecho  de  que  pa- 
sasen á  ser  de  Alemania,  á  pesar  de  que  los  profesores 
de  su  país  ensalzaban  este  acto  como  una  justa  reivin- 


El  error  más   irreparable   del   tratado   de 
Francfort  para  las  futuras  relaciones  de  Ale- 


BARRICADAS  BN  LA  PLAZA  DEL  HOTBL  DB  VILLB 

(Grabailos  Je  la  época) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA    EUROPEA  DE  1914 


309 


INCENDIO    DB   LAS    TULLBBIAS 


dicación  por  considerar  á  sus  habitantes  de  raza  ger- 
mánica. 

Á  mediados  de  Agosto  de  1871,  poco  después  de 
haberse  firmado  el  tratado  de  Francfort,  Bismarck 
decía  en  ]5erlin  al  encargado  de  negocios  de  Francia: 

— No  me  hago  ilusiones  sobre  el  porvenir.  Resulta 
ilógico  haberos  tomado  Metz,  que  es  francés;  pero  ne- 
cesidades imperiosas  nos  han  obligado  á  guardarlo. 
El  Estado  Mayor  ha  declarado:  «lletz  es  una  fortaleza 
en  la  cual  podemos  meter  cien  mil  hombres»,  y  por 
esto  hemos  tenido  que  quedarnos  con  ella.  Lo  mismo 
puede  decirse  de  toda  la  Alsacia  y  toda  la  Lorena.  Es 
una  falta  que  hemos  cometido  al  apoderarnos  de  las 
dos  provincias,  si  es  que  la  paz  debe  ser  durable.  Para 
nosotros  estas  provincias  serán  una 
dificultad. 

El  Canciller  dio  á  entender  luego 
en  diversas  ocasiones  que  la  ane- 
xión era  obra  del  emperador  Gui- 
llermo y  del  Estado  IMayor  y  que  él 
se  había  opuesto  sin  éxito  alguno. 

Guillermo  I,  protestante  fanático 
que  creía  interpretar  en  todos  sus 
actos  la  voluntad  de  Dios  y  como 
hombre  no  tuvo  otro  defecto  que 
cierta  afición  á  los  placeres  de  la 
bebida,  mostraba  un  carácter  im- 
placable y  cruelmente  frió  en  el 
momento  de  la  victoria. 

Bismarck  hizo  público  cómo  des- 
pués de  Sadowa  tuvo  que  recomen- 
darle bondad  y  tolerancia  con  el 
imperio  austríaco  y  los  príncipes 
alemanes  que  se  habían  declarado 
contra  Prusia.  «Mi  gracioso  amo 
— dijo  el  (Canciller — había  decidido 
quitar  un  pedazo  de  territorio  á 
cada  uno  de  los  príncipes  derrota- 


dos, á  guisa  de  castigo.  «Voy — me  repetía  incesante- 
mente— á  ejercer  la  justicia  de  Dios.»  Y  yo  acabé  por 
contestarle:  «Vale  más  que  Su  Majestad  deje  á  Dios 
ejercer  su  justicia  por  sí  mismo,  tranquilamente.» 

Desde  el  primer  momento  se  dio  cuenta  Bismarck 
del  peligro  que  representaba  esta  anexión  de  las  dos 
provincias  para  la  paz  del  Imperio.  .lamas  olvidaría 
Francia  su  derrota  después  de  este  desmembramien- 
to. Seria  inútil  cuanto  se  hiciese  en  el  porvenir  para 
restablecer  las  buenas  relaciones  entre  ambos  pue- 
blos. Los  mejores  propósitos  se  desvanecerían  al  vol- 
ver la  vista  á  las  dos  provincias  esclavizadas,  testi- 
monio viviente  de  un  desastre  inolvidable. 

El  célebre  compositor  Ricardo  Wágner,  panegi- 


RKOS    COMUNISTA.S    BN    RL,    CAMI'AMHINTO    DB    VBR.SALLE.S 

(Grabados  de  la  época) 


310 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


peor  y  más  imbécil  de  los  crímenes.  Con  la  alegría  en 
el  corazón,  lo  mismo  que  una  bestia  y  abusando  des- 
caradamente de  la  fuerza,  ha  quitado  á  Francia  Es- 
trasburgo y  Metz.  ¡Por  cuántos  siglos  ha  abierto  un 
abismo  entre  dos  naciones  que  se  necesitan  mutua- 
mente y  que  se  acostumbrarán  á  odiarse,  en  vez  de 
tenderse  las  manos  para  trabajar  juntas  por  el  pro- 
greso de  la  humanidad!... 

Otro  artista  célebre  de  Alemania,  el  pintor  Len- 
bach,  que  fué  amigo  intimo  del  Canciller  é  hizo  su  me- 
jor retrato,  protestó  al  enterarse  de  estas  palabras 
del  poeta-único.  Lenbach  se  preciaba  de  conocer 
como  nadie  los  pensamientos  y  propósitos  de  su  pode- 
roso amigo. 

— Wágner  se  engaña — dijo  el  pintor — ;  Bismarck 
no  quiso  nunca  la  anexión  de  la  Lorena  y  la  Alsacia 
al  Imperio  germánico.  Es  Moltke  quien  la  ha  exigido 
en  nombre  de  los  intereses  militares.  Bismarck  se  re- 
sistió á  la  anexión  mientras  pudo,  pero  al  fin  tuvo  que 
ceder  ante  la  voluntad  del  emperador  Guillermo,  que 
era  partidario  igualmente  de  ella.  Esta  es  la  verdad. 
Así  debió  ser.  El  gran  ministro  era  demasiado  cla- 
rividente en  los  negocios  de  Estado  para  no  darse  cuen- 
ta de  que  con  esta  anexión,  verdaderamente  innecesa- 
rista  de  la  gloria  alemana,  hasta  justificar  sus  mayo-      ría,  el  nuevo  Imperio  alemán  se  creaba  un  enemigo 
res  excesos,  no  pudo  sin  embargo  ocultar  el  desagra-     implacable,  preparando  una  guerra  en  el  porvenir, 
do  que  le  produjo  esta  anexión.  Pero  el  victorioso  Estado  Mayor  tal  vez  preconizó 

— Bismarck— dijo  Wágner — acaba  de  cometer  el     el  desmembramiento  de  Francia  por  este  mismo  mo- 


PRUSIA    V    LA   ANEXIÓN    DB    ALSACIA 

{Caricatura  de  la  época,  por  Cliam) 


ASAMBLEA    NACIONAL    FRANCESA    PAlíA    RATIFICAR    EL   TRATADO    DK    PAZ 


{Graliado  de  la  época) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE   191-1 


311 


tivo.  «La  guerra — según  la  frase  célebre  de 
Mirabeau — es  la  primera  industria  de  los  pru- 
sianos.» Los  generales  de  Alemania  pensaban 
volver  á  caer  dentro  de  breves  años  sobre  la 
rica  Francia.  Era  para  ellos  como  una  vaca 
lechera  de  pródigas  ubres.  Había  que  dejar 
que  se  robusteciese  en  la  calma  de  la  paz  para 
ordeñarla  otra  vez  antes  de  que  pudiera  de- 
fenderse. Al  apreciar  Moltke  la  importancia  es- 
tratégica de  Estrasburgo  y  Metz,  habia  dicho: 
«Son  dos  pistolas  apuntadas  á  las  sienes  de 
Francia  y  que  la  mantienen  á  merced  del  Im- 
perio.» 

La  soberbia  de  los  triunfadores  pudo  más 
que  la  previsión  de  Bisraarck.  La  guerra  que- 
dó latente  en  Europa  por  no  haber  prevalecí 
do  las  opiniones  del  Canciller. 

Austria,  atropellada  y  derrotada  en  Sa- 
dowa,  pudo  olvidar  y  aliarse  con  su  anti- 
guo vencedor.  La  prudencia  de  Bismarck. 
que  evitó  en  ISGij  las  desmembraciones  de 
territorio  con  que  quería  castigar  (Tuiiler- 
mo  I  al  enemigo,  hicieron  posible  una  alian 
za  futura. 

En  Francia  no  triunfaron  estos  procedi- 
mientos humanos,  y  la  paz  sólo  fué  una  tre- 
gua deshonrosa  para  el  vencido;  un  largo  pa- 
réntesis que  habia  de  terminar  forzosamente 
con  una  nueva  guerra. 


De  toda  la  campaña  de  Francia  lo  más 
trascendental  para  la  obra  de  Bismarck  fué 
la  creación  del  Imperio  germánico. 

Diez  días  antes  de  la  rendición  de  París,  el  18  de 
Knero  de  1871,  el  viejo  rey  (Tuillermo  fué  proclamado 
emperador  de  Alemania  en  el  palacio  de  Versalles, 
donde  se  había  establecido  el  cuartel  general  del  ejér- 
cito sitiador. 

Se  hizo  la  unidad  germánica  tal  como  la  habia 
soñado  el  Canciller,  no  por  obra  del  sufragio  univer- 
sal, en  un  parlamento  de  abogados  y  periodistas,  sino 
entre  el  estrépito  de  las  armas,  al  eco  de  los  cañona- 
zos, ante  una  gran  ciudad  sitiada  y  por  la  aclamación 
de  los  jefes  de  las  tribus  germánicas,  con  un  aparato 


PLUMA   CON    QUE   FIRMO   BISMARCK   KL   TRATADO    DE   FRANCFORT 


ILUMINACIONBS   EN    BERLÍN    CON   MOTIVO    DEL    TRATADO   PRELIMINAR 

DE  LA   PAZ  (Gralwdo  (le  la  época) 


bárbaro  y  romántico  que  recordó  el  entronizamiento 
de  los  antiguos  caudillos  paseados  sobre  el  escudo  por 
sus  guerreros. 

Bismarck,  Moltke  y  Roon,  organizadores  de  pri- 
mera hora,  que  habían  emprendido  muchos  años 
antes  desde  una  posición  modesta  el  trabajo  colo- 
sal de  la  unidad  alemana,  sólo  podían  haber  ima- 
ginado como  una  ilusión  imposible  este  escenario 
histórico  donde  se  desarrollaba  el  último  acto  de  su 
obra. 

La  proclamación  del  emperador  se  verificó  en  la 
famosa  (¡alería  de  los  Espejos.  Sus 
pisos  de  madera  brillante,  sus  pa- 
redes de  mármol  haliían  reflejado 
los  vistosos  trajes  de  la  corte  de 
Luis  XIV  y  los  uniformes  dorados 
de  los  mariscales  de  Napoleón. 
Ahora  sus  grandes  espejos  dupli- 
caban el  brillo  de  las  corazas  y 
condecoraciones  de  los  jefes  de  las 
tribus  germánicas,  tantas  veces 
derrotadas  por  los  dos  soberanos 
franceses.  Reyes,  principes  y  feld- 
mariscales se  erguían  en  esta  hora 


3.12 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


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VBRSAL.LES.    CUARTEL   GBNBRAL    DB    GUILLERMO    I 


(Grabjiflo  de  la  época) 


prodigiosa  con  el  orgullo  del  desquite  histórico;  ho- 
llando con  sus  altas  botas  el  pavimento  por  el  que  se 


MOLTKB    EN    VBRSALLBS 


(Dibujo  de  la  época) 


hablan  arrastrado  las  huecas  faldas  de  las  beldades 
versallescas;  apoyando  en  la  empuñadura  del  sable 
la  ruda  mano  fatigada  por  una  venganza  cruel  de 
secular  origen. 

Un  altar  había  sido  elevado  á  un  extremo  de  la 
galería,  y  después  del  oficio  divino  Guillermo  I  decla- 
ró que  el  rey  de  Babiera,  Luis  II,  le  habla  pedido  «en 
nombre  de  todos  los 
principes   y   de   las 
ciudades   libres   de 
Alemania»  que  acep- 
tase la  dignidad  im- 
perial para  él  y  sus 
sucesores,  demanda 
que  había  aceptado 
después  de  largas 
vacilaciones. 

Por  orden  suya 
Bismarck  leyó  á  con- 
tinuación una  pro- 
clama dirigida  al 
pueblo  alemán.  Ter- 
minada la  lectura 
el  gran  duque  de 
Badén  lanzó  un  viva 
á  Guillermo  I,  Deuts- 
che Kaiser,  y  todos 
los  principes  y  dig-  el  general  roon 


HISTORIA  DE  LA  üUEfilftA  EUROPEA  DE  1914 


313 


PR0CLAJ14CION    DBL    EMPERADOR    DE   ALEMANIA    EN    VER8ALLES 


(Dibujo  do  la  época) 


natarios  contestaron  á  la  aclamación,  dándose  con  Al  resistirse  á 

esto  fin  á  la  ceremonia,  que  en  realidad  fué  algo  fría,      su  Canciller: 

Visto  á  una  distancia  de  cuarenta  y  cuatro  años,  — ¿Qué  queréis 
después  de  haberse  solidificado  el  Imperio  germánico  comandante  hon 
y  conseguido  una  enorme  impor- 
tancia material,  parece  que  Gui- 
llermo I  debió  aceptar  con  apre- 
suramiento y  gratitud  este  honor 
supremo.  Sin  embargo  no  fué  así. 
El  viejo  monarca  no  quería  ser 
proclamado  emperador,  y  nece- 
sitó Bismarck  de  toda  su  infiuen- 
cia  y  de  no  pocos  enfados  para 
decidirlo  á  que  aceptase  dicha 
dignidad. 

Guillermo  I  amaba  más  su  titu- 
lo simple  de  rey  de  Prusia,  que 
le  conferia  el  cargo  de  presi- 
dente de  la  Confederación  Germá- 
nica. 

Los  antiguos  emperadores  de 
Alemania  no  habían  sido  más  que 
comandantes  de  las  fuerzas  confe- 
deradas en  tiempo  de  guerra,  pro- 
porcionándoles su  título  durante 
la  paz  más  disgustos  que  satisfac- 
ciones. 


BISMAKCK 


ser  emperador  decía  el  monarca  á 

que  haga   yo  de  ese  diploma  de 
orario?... 

— Vuestra  Majestad — contesta- 
ba el  gran  ministro — no  va  á  ser 
eternamente  presidente.  Hay  en 
este  título  de  presidente  una  abs- 
tracción. La  palabra  "Empera- 
dor» posee,  al  contrario,  una  gran 
fuerza,  un  impulso  poderoso. 

Al  fin  triunfó  Bismarck.  El  en- 
tendía á  su  modo  el  Imperio  ger- 
mánico. El  nuevo  emperador  iba 
á  disponer,  gracias  á  sus  trabajos, 
de  una  fuerza  efectiva  y  concreta. 
Dirigiría  con  mano  férrea  los  di- 
versos Estados  germánicos  en  vez 
de  dejarse  arrastrary  dominar  por 
ellos,  como  lea  había  ocurrido  á 
casi  todos  los  emperadores  anti- 
guos. Con  objeto  de  alcanzar  tal 
resultado,  había  hecho  Bismarck 
el  mayor  de  los  sacrificios,  abdi- 
cando de  las  ideas  de  toda  su  vida 
para  aceptar  un  Keichstag  creado 
por  el  sufragio  universal. 


314 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LUIS    II    DB    BAVIEKA 

La  proclamación  de  su  rey  como  emperador  de 
Alemania,  frente  á  la  capital  enemiga  próxima  á  ren- 
dirse y  en  el  palacio  más  célebre  de  "Europa,  fué  el 
hecho  mas  culminante  y  glorioso  de  la  existencia  del 
Canciller.  Á  pesar  de  esto,  el  18  de  Enero  de  1871  re- 
sultó un  mal  día  para  Bismarck.  Momentos  antes  de 
la  proclamación  se  habla  peleado  con  Guillermo  I. 
Fué  una  de  tantas  disputas  en  las  cuales  el  Can- 
ciller se  enfurecía  hasta  la  locura  chocando  con  la 
resistencia  del  monarca,  influenciado  por  los  favori- 
tos del  Estado  Mayor  ó  por  la  reina  y  sus  damas;  pe- 
nosas entrevistas  de  las  que  salia  rompiendo  agarra- 
dores de  puerta  ó  haciendo  añicos  los  adornos  de  las 
chimeneas. 

El  nuevo  emperador  ocupó  en  la  ceremonia  un  alto 
trono,  teniendo  á  ambos  lados  á  los  autores  de  su  glo- 
ria, Bismarck  y  Moltke,  que  se  apoyaban  en  sus  sa- 
bles. El  rey  mostraba  en  su  cara  maciza  un  orgullo 
místico.  Nada  podía  asombrarle  por  grande  que  fue- 
se. Dios  estaba  con  él,  guiando  sus  menores  actos. 
Moltke  se  mostraba  impasible,  sin  que  la  menor  emo- 
ción contrajese  las  arrugas  de  su  rostro  de  vieja  Parca. 
Bismarck,  todavía  colérico,  parecía  un  dogo  feroz, 
mirando  con  hostilidad  y  desprecio  á  la  brillante  tropa 
de  reyes  y  príncipes  que  se  agolpaba  ante  el  trono 
del  nuevo  emperador. 

El  solo  podía  saber  lo  que  había  costado  llegar  á 
la  constitución  del  Imperio. 

Los  soberanos  de  la  Alemania  del  Sur  se  mostraban 
meses  antes  enemigos  de  la  guerra  con  Francia.  Al- 
gunos, como  el  rey  de  Baviera,  no  halúan  disimulado 
su  hostilidad  hacia  una  empresa  que  iba  á  acometerse 


para  mayor  gloria  de  Prusia,  dando  á  entender  que  en 
el  momento  decisivo  se  negarían  á  tomar  las  armas. 
Esta  presunta  resistencia  creadora  de  grandes  espe- 
ranzas en  Francia  la  suprimió  Bismarck  arrastrando 
á  la  guerra  con  habilidades  ó  amenazas  á  todos  los 
Estados  del  Sur.  Luego,  al  conseguir  la  victoria  y  pre- 
tender coronarla  proclamando  el  Imperio,  había  tro- 
pezado con  iguales  resistencias.  Deseaba  que  fuese  el 
rey  de  Baviera  el  que  tomase  la  iniciativa,  por  figurar 
dicho  reino  como  el  más  poderoso  de  todos  los  del 
Sur.  Pero  Luis  II,  el  soberano  artista  y  clemente,  ha 
bia  dudado  mucho  antes  de  aceptar.  Sólo  cuando  el 
Canciller  le  amenazó  con  transferir  el  encargo  al  rey 
de  Sajonia  pudo  decidirse  el  monarca  de  Baviera  á 
ser  el  autor  de  la  proposición. 

Bismarck  leyó  su  proclama  con  gesto  duro  y  voz 
sacudida  por  la  cólera.  En  aquellos  momentos  estaba 
furioso  contra  el  rey,  que  se  negaba  á  aceptar  sus 
consejos;  contra  el  príncipe  heredero,  romántico  y 
valeroso  kronprintz,  que  tenía  un  ideal  germánico  dis- 
tinto del  suyo;  contra  todos  los  soberanos  alemanes, 
que  se  oponían  á  sus  planes  sistemáticamente,  sin- 
tiendo envidia  ó  recelo. 

Todos  estaban  febriles  por  el  orgullo  de  un  triunfo 
vertiginoso  y  fulminante.  Hasta  el  rostro  arrugado  de 
Moltke  tenia  á  través  de  su  frialdad  una  expresión  de 
vieja  hechicera  contenta.  Únicamente  conservaban  su 
calma  el  nuevo  emperador,  hombre  sin  imaginación, 
incapaz  de  sorprenderse  ante  los  favores  del  desti- 
no, pues  se  creía  un  favorito  de  la  dignidad,  y  el 
férreo  Canciller,  que  no  se  dejó  embriagar  nunca 
por  la  confianza  y  miró  al  porvenir  como  un  marino 


BL    KRONPRINTZ    FBDBRICO    GUILLHRMO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


315 


que  explora  la  noche,  temiendo  que  surjan  escollos 
inesperados. 

Mientras  vivieron  los  dos  viejos,  se  mostraron  de 
perfecto  acuerdo  en  la  apreciación  del  porvenir  de 
Alemania.  Tal  vez  fue  este  el  único  punto  en  el  que  no 
conocieron  divergencias  ni  mantuvieron  discusiones. 
Ambos  sustentaban  la  idea  que  habia  inspirado  la 
restauración  del  Imperio,  la  unidad  alemana  y  su 
preponderancia  continental,  sin  ([uerer  ir  más  allá, 
guardándola  en  toda  su  fuerza,  asi 
como  las  virtudes  que  ayudaron 
poderosamente  á  los  favores  de  la 
fortuna. 

Prusia  habia  podido  atreverse  á 
las  mayores  audacias  para  realizar 
sus  ideales;  pero  una  vez  cumpli- 
dos éstos,  debía  contentarse  con  su 
buena  suerte,  evitando  nuevas 
aventuras  que  comprometieran 
todo  lo  adquirido. 

— Estamos  saturados  de  éxito — 
decia  Bismarck. 

— ¿Quién  soy  yo?— exclamaba  el 
viejo  emperador  al  final  de  una  co- 
mida, con  mística  unción — .  ¿Quién 
soy  yo,  miserable  pecador,  para 
merecer  tan  extraordinarios  favo- 
res del  cielo?... 

Los  dos  hombres,  después  de 
constituido  el  Imperio,  querían  que 
fuese  éste  como  «una  roca  de  bron- 
ce» levantándose  en  medio  de  Eu- 
ropa, que  lo  contemplaría  sometida 
desde  abajo;  pero  sin  caer  sobre 
nadie  con  propósitos  de  aplasta- 
miento, guardando  una  inmovilidad 
majestuosa. 

Tal  vez  por  esto  se  opuso  el  Ciin- 
ciller  á  la  anexión  de  Alsacia  y 
Lorena:  imprudencia  militar  que 
habia  de  comprometer  en  lo  futuro 
la  paz  del  Imperio. 

Varias  veces  el  ministro  impe- 
tuoso, propenso  á  las  fanfarrona- 
das, pareció  dispuesto  á  comprometer  esta  tranquili- 
dad amenazando  á  Francia  y  otras  naciones.  Pero 
tales  arrebatos  nunca  fueron  seguidos  de  hechos,  ni 
produjeron  la  guerra.  Eran  simples  genialidades  bis- 
marckianas  para  asustar  á  los  adversarios. 

El  Canciller  triunfante  repetía  con  frecuencia  un 
refrán  de  la  antigua  Alemania:  «Para  vivir  hay  que 
dejar  vivir  á  los  otros. » 

Lo  mismo  pensaba  el  viejo  emperador.  Pero  su 
nieto  Guillermo  II  piensa  de  distinto  modo.  La  vida, 
según  él  y  según  la  Alemania  moldeada  á  su  imagen, 
sólo  es  aceptable  y  gloriosa  ocupando  el  mundo  entero 
y  aplastando  á  los  otros  pueblos. 


V 


La  política  interior  de  Bismarck. — Organiza- 
ción del  Imperio. 

La  más  urgente  preocupación  del  (Canciller  después 

de  la  victoria,  fué  la  reforma  financiera  del  Imperio. 

El  torrente  de  los  6.000  millones  pasó,  como  ya  d¡- 


GUILLHIRMO    I,    ICMPEIíADOR    DE    AT.FMANI.\ 

jiraos,  por  Alemania  rápidamente,  dejando  al  gobier- 
no tan  polire  como  años  antes.  Un  presupuesto  ex- 
traordinario los  consumió  en  breve  plazo.  Hubo  que 
construir  nuevas  líneas  férreas,  dar  cuantiosas  pen- 
siones á  las  familias  de  los  que  habían  perecido  en  la 
guerra,  transformar  el  sistema  monetario,  renovar 
las  fortalezas  y  el  material  de  combate.  Además,  en 
previsión  de  un  futuro  conflicto  que  Bismarck  juzga- 
l)a  posible  por  las  duras  exigencias  del  tratado  de 
Francfort,  se  dedicaron  muchos  millones  á  la  creación 
de  un  Tesoro  de  Guerra  que  fué  guardado  en  la  forta- 
leza de  Spandau.  Todos  estos  gastos  devoraron  en 
poco  tiempo  la  cuantiosa  indemniz;ición  francesa. 
El  nuevo  gobierno  imperial,  á  pesar  de  sus  triun- 


316 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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Guillermo  I  Moltke  Eoou 

LOS    FUNDADORES    DEL    IMPERIO   ALEMÁN   BN    VBRSALLBS 


líiíiimirck 


(Cimilro  de  Voii  Werner) 


fos  ruidosos  era  el  más  pobre  de  Europa.  Los  impues- 
tos directos  sobre  los  contribuyentes  alemanes  los 
percibían  para  sus  gastos  los  gobiernos  de  los  diver- 
sos países  que  habían  formado  la  nueva  Confedera- 
ción. El  gobierno  federal  no  contaba  con  otros  recur- 
sos financieros  que  el  producto  de  las  aduanas,  me- 
diocre é  inseguro  á  causa  de  la  fluctuación  de  las 
importaciones,  según  el  estado  de  los  negocios. 

Las  tarifas  aduaneras  habían  sido  hechas  con  arre- 
glo á  la  doctrina  librecambista,  y  los  tratados  de  co- 
mercio databan  de  los  buenos  tiempos  de  Napoleón  III, 
siendo  desfavorables  para  Alemania.  La  recaudación 
de  las  aduanas  iba  aminorándose  todos  los  años,  mien- 
tras los  gastos  del  gobierno  imperial  aumentaban  con- 
siderablemente, siendo  necesario  para  cubrirlos  el  re- 
currir á  un  tributo  de  los  diversos  Estados  de  la  Con- 
federación, regulado  por  el  número  de  sus  habitantes. 

Este  sistema  era  injusto  y  provocaba  razonadas 
protestas.  El  rico  comerciante  de  Hamburgo  ó  de  los 
otros  puertos  anseáticos  contribuía  á  los  gastos  fede- 
rales con  igual  cantidad  que  el  misero  campesino  de 
un  principado  pobre.  Además  el  Canciller  no  podía 
soportar  que  el  Imperio  pidiese  limosna  á  los  reyes, 
príncipes  y  municipios  libres  de  Alemania  que  él  de- 
seaba tratar  como  «vasallos».  í^sto  equivalía,  según 
la  frase  de  Bismarck,  á  «vivir  el  Imperio  de  una  pen- 
sión alimenticia  señalada  por  los  mismos  que  esta- 
ban bajo  su  protección». 

El  ministro  de  Hacienda,  Delbrück,  valioso  libre- 


cambista tenaz  en  sus  ideas,  contribuía  á  mantener 
la  deplorable  situación.  Bismarck,  con  el  ímpetu  de  su 
carácter,  chocaba  inútilmente  contra  este  viejo  é  im- 
pasible funcionario  apegado  á  su  rutina,  orgulloso  de 
su  tecnicismo  y  sostenido  además  por  las  influencias 
de  la  corte.  Al  fin  consiguió  que  abandonase  la  carte- 
ra en  1876,  y  el  Canciller,  que  confesaba  su  ignoran- 
cia en  materias  financieras,  pero  poseía  una  gran 
facilidad  de  asimilación,  se  dedicó  al  planeamiento  de 
un  nuevo  sistema  rentístico. 

El  azar  vino  á  favorecerle  para  que  llevase  ade- 
lante este  trabajo.  A 
principios  de  1877, 
Bismarck  se  sintió 
enfermo  y  tuvo  que 
pedir  al  emperador 
unalicencia  que  duró 
diez  meses.  En  este 
retiro  momentáneo 
pudo  elaborar  el  pro- 
yecto financiero  que 
reclamaba  el  Impe- 
rio. «En  las  monar- 
quías— dice  un  autor 
al  comentar  este  he- 
cho— los  grandes  su- 
cesos dependen  de  ^^^^^^  ^^  ^^^,^^  ^^^  j^,p^^,„ 
pequeñas  causas.»  alemán 

Bismarck     se     ha-  (Dibujo  de  la  típoca) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


317 


bía  obstinado  en  seguir  hasta  la  vpjey.  una  vida  igual 
á  la  de  los  tiempos  de  estudiante,  abusando  feroz- 
mente de  su  vigorosa  constitución.  Se  levantaba  á  las 
once  de  la  mañana,  entregándose  inmediatamente  á 
sus  ocupaciones,  sin  tiempo  para  tomar  el  más  ligero 
desayuno,  queriendo  resarcirse  cuanto  antes  de  su  re- 
traso. Luego  eran  las  entrevistas  diplomáticas,  las 
comunicaciones  al  emperador,  los  consejos  de  minis- 
tros, las  sesiones  del  Reichstag,  trabajos  oratorios  y 
sedentarios  que  minaban  su  salud.  Llegaba  hambrien- 
to á  la  noche,  con  un  apetito  de  lobo,  y  su  organismo 
gigantesco  tomaba  el  desquite  haciendo  unas  comidas 
pantagruélicas.  Su  estómago  era  un  abismo.  Luego, 
hasta  hora  avanzada 
de  la  noche,  recibía  á 
sus  tertulianos  íntimos 
y  á  muchos  parlamen- 
tarios, cuyos  designios 
quería  escrutar  vaso 
en  mano,  con  maliciosa 
camaradería .  Todas  sus 
discusiones  nocturnas 
eran  con  acompaña- 
miento de  ensaladas  de 
langosta  y  enormes 
cantidades  de  cerveza. 
Cuando  sólo  había  va- 
ciado su  amplio  vaso 
con  adornos  heráldi- 
cos unas  doce  veces 
en  la  noche,  el  ("anci- 
11er  se  iba  á  la  cama 
satisfecho  de  su  mode- 
ración. De  aquí  el  in- 
somnio nervioso,  las 
frecuentes  indigestio- 
nes y  una  hinchazón  de 
las  venas,  tan  doloro- 


erudicióu  financiera,  lo  orientó  en  la  legislación  com- 
parada de  los  impuestos.  Con  esta  araajgana,  Bis- 
marck  pudo  crear,  no  un  sistema  económico,  sino  un 
simple  plan  en  el  que  concillaba  los  intereses  del  fisco, 
la  prosperidad  de  la  nación  y  las  aspiraciones  de  loa 
partidos,  divididos  en  agrarios  é  industriales.  Los  con- 
servadores, junquers  reaccionarios  y  grandes  terra- 
tenientes, pedían  protección  para  la  agricultura,  como 
si  fuese  la  única  fuente  de  riqueza  del  país.  Loa  bur- 
gueses de  las  ciudades  y  de  los  puertos  eran  sostene- 
dores de  la  industria,  viendo  en  ella  y  en  el  comercio 
la  futura  grandeza  de  Alemania. 

El  plan  económico  de  lUsmarck  estaba  basado  en 


sa,  que  en  muchas  ocasiones  no  le  permitía  mantener- 
se de  pie.  En  sus  dominios  de  Varzin  y  Friedrichsruhe, 
la  vida  regular  é  higiénica  y  el  movimiento  de  sus  ca- 
balgadas para  inspeccionar  granjas  y  bosques  resta- 
blecían su  salud. 

La  grande  obra  realizada  por  él  le  había  fatigado 
moralmente,  apagando  su  entusiasmo.  ¿Quehacer  des- 
pués del  triunfo  del  Imperio  y  la  victoria  sobre  Fran- 
cia que  resultase  digno  de  él?  En  su  pintoresco  len- 
guaje de  cazador,  declaraba  estar  fatigado  de  «la 
caza  menuda  de  los  éxitos  parlamentarios'.  Quería 
cobrar  <  un  animal  grande»,  perseguir  la  caza  mayor 
como  en  otros  tiempos:  pero  la  pieza  no  se  presenta- 
ba. En  la  soledad  de  su  retiro  campestre,  él  mismo 
hizo  levantar  esta  caza  mayor,  ya  que  no  se  ofrecía 
voluntariamente,  dedicándose  á  numerosas  lecturas 
de  economía  política.  Dos  colaboradores,  Varnbüler  y 
Adolfo  Wágner,  le  ayudaron  en  tal  estudio  con  su  re- 
conocida competencia:  el  primero  inclinó  al  Canciller 
á  la  doctrina  proteccionista,   y   Wágner,  de  amplia 


FRANCIA  CLAMANDO  VENOANZA 

(Estampa  ¡loimiar  después  do  la  guerra  de  IS70) 

dos  ideas  capitales:  la  conversión  de  Alemania  al  pro- 
teccionismo y  un  sistema  de  impuestos  indirectos  que 
tendiese  al  monopolio  del  Estado.  Bismarck  tuvo  que 
sostener  una  de  las  mayores  batallas  de  su  vida  para 
que  el  Reichstag  aceptase  su  plan.  Los  conservado- 
res, por  una  extraña  contradicción,  eran  tradicional- 
mente  libre-cambistas,  lo  mismo  que  el  Canciller  lo 
habla  sido  en  otra  época.  Odiaban  el  proteccionismo, 
como  señores  del  campo,  porque  la  industria  los  pri- 
vaba de  brazos,  atrayendo  los  labriegos  á  sus  fábri- 
cas con  el  incentivo  de  jornales  superiores:  y  el 
proteccionismo  ha  sido  inventado  para  defender  las 
industrias  nacientes.  La  industria  alemana  que  podía 
apoyar  al  canciller  estaba  en  1878  en  una  situación 
deplorable  á  causa  de  las  tarifas  libre-cambistas,  que 
no  le  permitían  competir  con  la  producción  de  Fran- 
cia é  Inglaterra. 

Luchaban  enconadamente  agricultores  é  indus- 
triales, cuando  el  Canciller  volvió  á  la  vida  pública 
después  de  su  enfermedad  meditativa  en  Varzin.  La 


318 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


situación  era  ruinosa  y  exigía  un  remedio  inmediato. 
La  miseria  agraria  resultaba  tan  aguda  como  la 
crisis  industrial.  Al  mismo  tiempo  que  pasaban  por 
Alemania  los  6.000  millones  de  la  indemnización,  se 
vendían  judicialmente  por  año  10.000  propiedades 
agrícolas  por  ruina  de  sus  dueños.  El  sistema  del 
libre-cambio  privaba  al  Imperio  de  recursos,  arrui- 
nando al  mismo  tiempo  á  los  particulares,  liismarck 
quiso  levantar  la  fortuna  pública  protegiendo  á  la  vez 
los  intereses  de  los  individuos.  A  los  conservadores 
agrarios  los  convenció,  apelando  á  su  patriotismo, 
con  la  demostración  de  que  el  sistema  antiguo  sólo 
servía  para  favorecer  á  la  agricultura  rusa.  Los 
industriales,  especialmente  los  que 
representaban  regiones  mineras, 
apoyaron  con  entusiasmo  los  planes 
de  Bismarck. 

La  gran  riqueza  metalúrgica  de 
Alemania,  asi  como  su  enorme  pro- 
ducción azucarera,  datan  realmente 
de  la  reforma  económica  del  Canci- 
ller. Esta,  con  su  proteccionismo, 
favoreció  el  desarrollo  de  las  inicia 
ti  vas  del  país. 

Además  nacionalizó  los  ferroca- 
rriles, viendo  en  esta  reforma  un 
interés  político  tan  grande  como  el 
económico,  y  creó  varias  contribu- 
ciones indirectas  de  enorme  rendi- 
miento, sometiendo  á  impuestos  los 
artículos  de  mayor  consumo. 

El  Imperio  alemán,  que  era  pobre, 
dispuso  repentinamente  de  grandes 


ingresos  gracias  á  la  reforma  admi- 
nistrativa. Al  mismo  tiempo  la  in- 
dustria, el  comercio  y  la  agricultura,  entraron  en  una 
nueva  era  de  desahogo  y  progreso. 

Es  realmente  asombrosa  la  labor  realizada  por 
Bismarck  después  de  la  victoria  del  Imperio,  para 
consolidarlo  y  engrandecerlo  interiormente.  Hubo  que 
crear  por  entero  una  marina,  reformar  el  ejército  te- 
niendo en  cuenta  las  experiencias  de  la  guerra  recien- 
te, rejuvenecer  una  administración  tradicional  y  ruti 
naria,  inventar  recursos  ideando  todo  un  plan  finan- 
ciero é  imponerlo  á  las  resistencias  del  país,  redactar 
nuevos  códigos  é  improvisar  una  poderosa  industria 
para  que  Alemania  pudiera  sostenerse  victoriosa,  cos- 
teando sus  enormes  medios  de  defensa.  Un  verdadero 
ejército  de  especialistas  se  dedicó  á  esta  obra  colosal. 

No  fué  Bismarck  quien  lo  hizo  todo.  Los  técnicos 
y  los  profesores  del  Imperio  realizaron  gran  parte  del 
milagro  con  sus  estudios  metódicos  y  tenaces.  Pero 
aun  limitada  de  este  modo  la  iniciativa  de  Bismarck, 
su  obra  siempre  resulta  enorme.  No  lo  inventó  todo, 
pero  favoreció  y  apoyó  las  iniciativas  útiles,  sabiendo 
escoger  los  ayudantes  más  aptos  y  prestándose  al 
apoyo  de  las  ideas  nuevas.  Como  en  él  fué  siempre 
vigorosa  la  iniciativa,  gustó  mucho  de  los  hombres 


DBLBRICK 


activos  y  de  pensamientos  originales.  Cuando  encon- 
traba un  consejero  valioso,  pero  de  mal  carácter,  el 
férreo  Canciller  se  doblaba  ante  él,  olvidando  su 
tradicional  brusquedad,  para  no  verse  privado  de 
esta  colaboración. 

Todas  las  iniciativas  de  su  época,  partiesen  de 
donde  partiesen,  recibieron  su  marca,  aun  aquellas 
que  procedían  de  sus  adversarios.  Todo  lo  encaminó 
á  la  mayor  gloria  del  Imperio  y  á  la  concepción  que 
se  había  formado  del  sistema  monárquico. 


Al  dar  una  Constitución  al  Imperio,  Bismarck  sos- 
tuvo el  sistema  federal,  decisión  que 
parece  inexplicable,  teniendo  en 
cuenta  el  carácter  de  su  política 
uniflcadora  y  autoritaria.  Después 
de  la  ruidosa  victoria  sobre  los  fran- 
ceses, le  hubiese  sido  fácil  convertir 
Alemania  en  un  Estado  unitario, 
suprimiendo  con  más  ó  menos  rapi- 
dez los  diversos  reinos,  principados 
y  municipios  libres  que  entraron  en 
la  Confederación  conservando  su  au- 
tonomía. La  enorme  popularidad 
proporcionada  por  la  guerra  y  la  li- 
bre disposición  de  una  fuerza  aplas- 
tante, le  permitían  realizar  la  uni- 
dad nacional  de  este  modo  absoluto. 
Pero  el  Canciller,  en  todo  lo  refe- 
rente á  la  vida  interior  de  Alemania, 
fué  siempre  un  junquer  particula- 
rista y  amigo  de  la  tradición.  Le 
pareció  sin  duda  un  sacrilegio  histó- 
rico atentar  visiblemente  contra  las 
diversas  autonomías  germánicas,  aunque  en  reali- 
dad las  mantuvo  bajo  su  tutela.  Una  consideración 
de  orden  político  le  impulsó  igualmente  á  mantener 
este  respeto.  Los  Estados  alemanes  del  Sur  mostra- 
ban aspiraciones  democráticas,  y  en  una  Alemania 
completamente  unificada  hubiesen  acabado  por  con- 
taminar á  la  Prusia  feudal  y  reaccionaria,  l'astante 
sacrificio  había  hecho  aceptando  el  sufragio  univer- 
sal para  las  elecciones  del  Reichstag,  con  objeto  de 
atraer  á  los  sudistas. 

Á  impulsos  de  sus  ideas  particulares,  el  imperialis- 
ta Bismarck  en  vez  de  extender  la  competencia  legis- 
lativa del  Imperio  procuró  limitarla  á  lo  que  era  in- 
dispensable para  la  marcha  de  los  asuntos  comunes, 
conservando  en  cuanto  le  fué  posible  los  derechos  de 
los  soberanos.  El  célebre  ministro  procuró  que  la  dig- 
nidad de  emperador  no  perjudicase  los  derechos  y 
prerrogativas  del  rey  de  Prusia,  estableciendo  una 
valla  infranqueable  entre  ambas  coronas,  á  pesar  de 
que  las  dos  pertenecían  al  mismo  soberano.  Su  entu- 
siasmo por  la  nueva  Alemania  imperial  no  le  hizo  ol- 
vidar sus  intereses  de  gobernante  prusiano.  Quería 
conservar  intacto  el  sistema  político  de  Prusia,  abso- 


HlüTOmA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  UÉ   1914 


319 


lutismo  mitigado  apenas  por  una  ficción  constitucio- 
nal. La  Cámara  prusiana,  donde  los  conservadores 
están  siempre  en  mayoría  gracias  al  sistema  de  elec- 
ción empleado,  no  es  más  que  un  cuerpo  obediente 
que  aprueba  los  actos  del  gobierno.  Los  socialistas, 
que  desde  hace  muchos  años  tienen  una  numerosa  re- 
presentación en  el  Keichstag,  sólo  en  1903  consiguie- 
ron hacer  entrar  su  primer  diputado  en  la  Cámara  de 
Prusia. 

Por  otra  parte,  Guillermo  I,  tan  particularista  y 
tradicional  como  su  Canciller,  era  enemigo  igual- 
mente del  unitarismo.  Ya  hemos  dicho  cómo  se  resis- 
tió á  aceptar  la  dignidad  imperial.  Prefería  continuar 
simplemente  de  rey  de  Prusia,  presi- 
diendo la  Confederación  como  el  pri- 
mero entre  sus  iguales  (primus  inter- 
paresj,  por  creer  que  de  este  modo 
viviría  Alemania  con  más  tranquili- 
dad, sin  celos  ni  hostilidades  entre 
sus  diversos  soberanos. 

«El  rey  de  Prusia — dice  Wetter- 
lé — ,  lo  mismo  que  su  primer  minis- 
tro, estaba  obsesionado  por  el  temor 
á  las  revoluciones.  Se  acordaba  de 
la  fuga  ridicula  de  su  tío  y  de  las 
humillaciones  de  su  hermano  ante 
los  amotinados  berlineses  en  1848, 
y  con  su  sentido  práctico  de  Hohen- 
zollern  pensó  que  sería  más  fácil  á 
los  socialistas  abatir  una  sola  cabeza 
de  soberano  que  hacer  caer  veinti- 
dós. Según  su  opinión,  los  tronos  ale- 
manes debían  subsistir  apoyándose 
unos  en  otros. 

»E1  hecho  resulta  paradójico;  pero 
fué  realmente  Bismarck,  sostenido  con  energía  por 
Guillermo  I,  quien  se  negó  á  suprimir  las  fronteras 
interiores  en  este  Imperio  creado  por  él.  Sabia,  por 
otra  parte,  que  en  esta  reunión  de  Estados,  á  la  que 
conservaba  su  carácter  claramente  federativo,  el 
reino  de  Prusia,  cuya  población  sobrepasa  numérica- 
mente á  la  de  los  demás  países  alemanes  reunidos, 
llegaría  de  todos  modos  á  establecer  su  dominación, 
y  le  parecía  preferible  no  exponer  sus  habitantes  á 
fusionarse  con  otras  razas,  que  por  ser  de  costum- 
bres políticas  más  libres  y  atrayentes  podían  imponer- 
las á  la  patria  de  la  disciplina  rígida  y  la  obedien- 
cia pasiva.» 

En  1871  se  proclamó  la  Constitución  del  Imperio 
alemán,  obra  de  Bismarck,  y  que  es  la  que  rige  ac- 
tualmente. 

En  virtud  de  ella,  el  rey  de  Prusia  preside  por  de- 
recho propio  la  Confederación  Germánica.  Es  el  jefe 
del  poder  ejecutivo  dentro  de  los  limites  marcados 
por  la  Constitución,  pero  dicho  poder  ejecutivo  perte- 
nece al  conjunto  de  los  25  gobiernos  confederados. 
Entre  estos  gobiernos  de  reyes,  príncipes  y  duques, 
existen  tres  que  tienen  desde  muy  antiguo  la  forma 


VARNBULBR 


republicana.  Son  los  Senados  de  las  tres  ciudades  li- 
bres. Brema,  llamburgo  y  Lubeck. 

La  dirección  de  la  Alemania  confederada  incumbe 
al  Consejo  Federal,  llamado  I>undesrath,  en  cuyo  or- 
ganismo están  representados  todos  los  soberanos,  asi 
como  los  Senados  de  las  tres  ciudades  anseáticas. 
Cada  Estado  envía  sus  delegados  ó  plenipotenciarios 
al  Bundesrath  con  arreglo  al  número  prescrito  por  la 
Constitución.  Prusia  tiene  diez  y  siete,  Baviera  seis, 
Sajonia  cuatro,  Wurtemberg,  Badén  y  Ilesse  tres,  y 
los  demás  Estados  uno  solamente. 

De  los  58  miembros  del  ( 'onsejo  Federal  señalados 
por  la  Constitución  de  1871,  debían  corresponder  á 
Prusia  la  mitad  más  dos,  teniendo 
en  cuenta  su  extensión  territorial  y 
el  número  de  sus  habitantes:  pero  el 
Canciller  se  mostró  desinteresado, 
renunciando  á  los  treinta  y  un  pues- 
tos para  contentarse  con  los  diez  y 
seis  marcados  en  la  ley  federal.  Este 
desinterés  sólo  fué  aparente.  El  em- 
perador cuenta  para  las  decisiones 
con  una  mayoría  completa,  pues  le 
siguen  con  militar  disciplina  todos 
los  representantes  de  los  principa- 
dos y  ducados  minúsculos:  Mecklem- 
burgo,  Brunswick,  Oldenburgo,  Sa- 
jonia-Meiningen,  Sajonia -Altembur- 
go,  SajoniaCoburgo-Gotha,  Anhalt, 
Schwarzenburgo,  Waldeck,  Reuss, 
Schaumburgo  y  Lippe,  así  como  los 
de  las  tres  repúblicas  anseáticas. 

Únicamente  los  representantes  de 
los  grandes  Estados  del  Sur,  reinos 
de  Sajonia,  Baviera  y  Wurtemberg 
y  gran  ducado  de  Badén,  se  atreven  ligeramente  á 
enunciar  una  opinión  propia  y  á  tomar  la  palabra  en 
el  seno  del  Consejo  Federal:  pero  retroceden  apenas 
sus  expresiones  pueden  causar  la  más  leve  molestia 
al  emperador.  Los  grandes  duques  de  Badén  se  mues- 
tran por  tradición  más  prusianos  que  el  mismo  rey 
de  Prusia. 

El  reparto  de  la  representación  en  el  líundesrath 
es  arbitrario.  El  número  de  representantes  resulta 
caprichoso.  Hamburgo,  con  su  vecindario  de  más  de 
un  millón  de  habitantes,  tiene  un  solo  miembro  en  el 
Consejo  Federal,  lo  mismo  que  el  principado  de  Lippe 
que  sólo  cuenta  con  una  población  de  46.000  almas. 

Bismarck,  que  contra  su  costumbre  se  mostró  des- 
interesado y  pródigo  en  representaciones  al  constituir 
el  Consejo  para  deslumhrar  de  este  modo  á  los  diversos 
Estados,  supo  asegurar  para  siempre  la  preponderan- 
cia de  Prusia.  La  cuarta  pjirte  de  los  votos  del  Bun- 
desrath pueden  en  cualquier  momento  declarar  la 
caducidad  de  sus  acuerdos.  Los  votos  de  Prusia  repre- 
sentan esta  cuarta  parte,  y  pueden  oponer  su  veto  á 
las  decisiones  del  Consejo  que  no  les  plazcan.  Esta 
precaución  la  adoptó  Bismarck  por  si  en  lo  futuro  in- 


320 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS   CENTINELAS    DB    LA    FRONTERA 

(Después  de  1870) 

De  un  lado  Francia  arruinada  por  el  desastre.  Al  otro  lado  de  la  frontera  Alsacia  y  Lorena  cautivas 

(Cuadro  de  E.  Chaperou) 


tentaban  algunos  representantes  hacer  oposición ;  pero 
como  los  consejeros  se  muestran  sumisos  en  todos  los 
asuntos  á  la  voluntad  de  Prusia,  ésta  rara  vez  hace 
uso  de  tal  prerrogativa.  Además  los  prusianos  pueden 
evitar  una  oposición  posible  no  presentando  al  Con- 
sejo Federal  las  leyes  que  les  inspiran  desagrado,  ya 
que  esta  presentación  sólo  puede  ser  hecha  por  el  pre- 
sidente del  Consejo  Federal,  ó 
sea  por  el  rey  de  Prusia. 

El  Bundesrath  no  tiene, 
como  se  ve,  las  atribuciones 
de  un  Parlamento.  Sus  miem- 
bros no  se  permiten  una  opi- 
nión propia,  pues  votan  por 
mandato  imperativo  de  sus 
gobiernos,  ó  más  bien  dicho, 
de  los  jefes  de  Estado  que  re- 
presentan, los  cuales  les  im- 
ponen su  pensamiento.  Cuan- 
do el  Canciller  del  Imperio 
tiene  que  presentar  un  pro- 
yecto de  ley  al  Consejo  Fede- 
ral, lo  envia  antes  á  los  mi- 
nisterios de  los  diversos  Esta- 
dos para  que  lo  examinen  y 
remitan  instrucciones  á  los 
plenipotenciarios  de  sus  paí- 
ses. De  esto  resulta  que  son 
los  príncipes  y  los  Senados  de 
las  ciudades  libres  los  que  vo- 
tan efectivamente  en  el  Bun- 
desrath,   valiéndose    de   una 


delegación  que  les  permite  ejercer 
indirectamente  sus  poderes  sobera- 
nos. El  rey  de  Prusia  es  durante  las 
sesiones  un  confederado  igual  á  los 
otros,  pero  ocupa  la  presidencia  y 
es  el  jefe  del  poder  ejecutivo. 

El  mismo  procedimiento  se  em- 
plea cuando  el  Bundesrath  tiene 
que  sancionar  las  leyes  votadas 
por  el  Reichstag.  El  emperador  las 
promulga  declarando  que  han  sido 
del  agrado  de  los  gobiernos  de  la 
Confederación.  En  el  Parlamento 
el  Canciller  no  habla  nunca  de  la 
persona  del  emperador  como  factor 
legislativo,  sino  de  los  gobiernos 
confederados,  ó  sea  del  Bundesrath, 
del  cual  es  el  representante  y  órga- 
no ante  el  Parlamento. 

A  pesar  de  esta  modestia  aparen- 
ce  de  las  funciones  imperiales,  son 
enormes  las  prerrogativas  que  la 
Constitución   redactada   por   Bis- 
mark  concede  al  emperador.  Éste 
nombra  sin  consulta  los  embaja- 
dores, los  cónsules,  los  funcionarios 
de  las  administraciones  centrales;  es  el  jefe  supremo 
de  los  ejércitos  de  tierra  y  mar;  declara  la  guerra  y 
firma  los  tratados  de  paz. 

El  emperador  Guillermo,  así  como  su  hijo  Fede- 
rico 111,  durante  su  corto  y  doloroso  reinado  cum- 
plieron fielmente  las  prescripciones  de  la  Constitu- 
ción, manteniéndose  modestamente  en  su  rango  de 


EL    RBCITBRDO 
La  madre  alsaciana  cose  una  escarapela  francesa  en  la  camisa  del  hilo  que  va  á  ser  soldado  alemán 

(Cuadro  do  Albert  Bettami) 


HISTORIA  ÜE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


321 


presidentes  del  Bundesrath,  sin  poner  en  exageradií 
evidencia  sus  personas.  Guillermo  II,  maniático  imi- 
tador del  absolutismo  aparatoso  de  Luis  XIV,  ha  in- 
troducido un  abuso  del  que  protestaron  al  principio 
muchos  alemanes.  Continuamente  dice  mi  ejército,  mi 
marina.  Este  uso  abusivo  ha  acabado  por  prevalecer, 
y  los  alemanes,  en  su  entusiasmo  imperialista,  al  ha- 
blar de  los  buques  de  la  (Iota  los  llaman  «los  navios  de 
8u  Majestad».  Sin  embargo  el  ejército,  y  especial- 
mente la  marina,  aunque  sometidos  al  mando  supremo 
del  rey  de  Prusia,  son  propiedad  colectiva  de  todos  los 
Estados  alemanes. 

Bismarck  estableció  en  el  Consejo  Federal  una 
comisión  de  negocios  extranjeros  compuesta  de  los  seis 
Estados  princi- 
pales. Toda  la 
política  exterior 
del  Imperio  de- 
bería hacerla  el 
Canciller  de 
acuerdo  con  esta 
comisión. 

Pero  después 
que  Bismarck 
fué  expulsado 
del  poder  por  la 
orgullosa  ingra- 
titud de  Guiller- 
mo II,  esta  co- 
misión dejó  de 
funcionar,  re- 
nunciando con 
su  inercia  á  sus 
prerrogativas 
constituciona- 
les. Tan  olvida- 
das las  tuvo  du- 
rante muchos 

años,  que  cuando  á  petición  del  barón  de  Hertling, 
presidente  del  gobierno  de  l'aviera,  fué  convocada  de 
nuevo  hace  un  año,  en  1913,  los  periódicos  conser- 
vadores prusianos  protestaron  violentamente,  viendo 
en  esta  resurrección  constitucional  un  atentado  á  los 
privilegios  de  la  absorbente  Prusia. 

«Con  frecuencia — dice  Wetterlé— se  dan  cuenta 
los  alemanes  de  que  Bismarck  cortó  la  Constitución 
de  1871  á  la  medida  de  su  estatura  de  gigante.  Este 
traje  demasiado  ancho  debia  flotar  necesariamente 
en  torno  de  los  éticos  maniquíes  que  le  han  sucedido. 
Ni  Caprivi,  el  militar  disciplinado,  ni  Ilohenlohc,  el 
diplomático  cazurro,  ni  el  brillante  pero  versátil 
Bulow,  cuya  única  habilidad  consistió  en  evolucio- 
nar entre  un  soberano  caprichoso  y  un  parlamento 
que  no  sabía  contener,  ni  Bethmann-IIollweg,  que  es 
á  la  vez  un  rígido  burócrata  y  un  filósofo  escéptico, 
han  podido  nunca  hacer  frente  á  las  obligaciones 
múltiples  y  aplastantes  de  su  cargo. 

»La  tradición  exige  desde  los  tiempos  de  Bismarck 


que  el  Canciller  del  Imperio  sea  al  mismo  tiempo 
presidente  del  Consejo  de  Ministros  de  Prusia.  Esto 
origina  una  serie  de  conflictos  de  conciencia  y  de 
atribuciones.  Por  ejemplo,  líethmannllolhveg  tuvo 
que  declararse  un  día  ante  el  líeichstag  partidario 
convencido  del  sufragio  universal,  y  al  día  siguiente 
combatirlo  con  furia  en  la  Cámara  prusiana,  que  se 
niega  sistemáticamente  á  la  aceptación  de  este  siste- 
ma electivo. 

»Dos  almas  deben  habitar  al  mismo  tiempo  el 
interior  del  Canciller.  El  primer  funcionario  del  Impe- 
rio se  ve  obligado  á  cambiar  constantemente  de  librea, 
según  habla  á  los  diputados  de  todo  el  Imperio  ó  á  los 
diputados  de  la  monarquía  de  l'rusia.  Con  frecuencia 

tiene  que  soste- 
ner en  el  líeichs- 
tag proyectos 
que  ha  combati- 
do antes  en  el 
seno  del  Consejo 
Federal  como 
plenipotenciario 
prusiano.  Es  esta 
una  situación  in- 
verosímil que  no 
tiene  equivalen- 
te en  ningún  otro 
pais,  pero  el  ca- 
rácter germáni- 
co ama  las  com- 
plicaciones y  se 
acomoda  á  ellas 
fácilmente.  ' 


BL    AL.SAC1ANO    OBLIGADO 


A    SBR    SOLDADO    ALEMÁN 

(Cuadro  de  A.  Bottamucr) 


Bismarck, que 
como  ya  dijimos 
apreciaba  y  res- 
petaba el  particularismo  alemán,  dejó  casi  intacta  en 
la  Constitución  de  1871  la  soberanía  de  los  Estados. 
El  Imperio  sólo  puede  legislar  sobre  los  intereses 
federales  que  son  restringidos.  Los  diversos  Estados 
hacen  sus  leyes  fiscales,  escolares  y  religiosas,  dife- 
rentes unas  de  otras.  Tienen  además  sus  administra- 
ciones particulares  desempeñadas  por  funcionarios 
del  pais.  Los  jefes  de  los  Estados  nombran  sus  minis- 
tros y  convocan  sus  Parlamentos. 

kSus  Constituciones  ofrecen  igualmente  una  gran 
variedad.  Prusia  sigue  eligiendo  sus  diputados  por  el 
rancio  procedimiento  del  sufragio  restringido  de  cla- 
ses, dividido  en  dos  grados  y  con  papeleta  abierta,  lo 
que  asegura  el  triunfo  de  los  reaccionarios  é  impide  la 
representación  de  la  clase  popular.  Baviera  tiene  el 
sufragio  universal;  Wurtemberg  un  régimen  mixto; 
Sajonia  emplea  un  sistema  complicado,  para  comba- 
tir el  avance  democrático.  En  Mecklemburgo  existe 
todavía  la  representación  por  clases.  En  todos  los  Es- 
tados, el  Senado  ó  «Cámara  Alta»  está  compuesto  de 


322 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


KL   RBICHSTAG 

miembros  por  derecho  propio  y  de  «señores»  nombra- 
dos directamente  por  el  soberano.  Seria  necesario  un 
volumen  entero  para  señalar  los  derechos  respectivos 
y  múltiples  de  la  corona  y  de  la  representación  na- 
cional en  los  diversos  Estados  de  Alemania. 

La  legislación  religiosa  ofrece  iguales  variaciones, 
que  también  exigirían  un  larguísimo  estudio.  Baviera 
es  católica  y  vive  bajo  el  régimen  de  un  Concordato. 
Prusia,  Wurtemberg  y  líaden  son  protestantes,  pero 
están  en  tácitas  relaciones  con  la  Santa  Sede.  En  Sa- 
jonia  la  familia  real  es  católica  y  la  gran  mayoría 
del  país  protestante.  Los  sajones  católicos  no  tienen 
el  derecho  de  ejercer  públicamente  su  culto,  que  es 
al  mismo  tiempo  el  de  sus  reyes.  En  Mecklemburgo 
los  católicos  sólo  pueden  practicar  su  religión  con 
permiso  del  ministro  protestante  de  la  localidad. 

Los  programas  escolares  han  ido  aproximándose 
en  los  diversos  Estados,  pero  sin  llegar  á  una  unifica- 
ción completa.  Los  estudiantes  de  un  país  cuyos  cen- 
tros de  enseñanza  son  de  severa  rigidez,  van  á  exa- 
minarse á  otro  país  de  profesores  benévolos  y  fáciles. 
En  algunos  Estados  se  consideran  insuficientes  los 
títulos  adquiridos  en  las  Universidades  de  otros  países 
de  Alemania.  Un  abogado  de  Baviera,  por  ejemplo, 
se  abre  paso  con  dificultad  en  la  administración  pru- 
siana, aun  después  de  hacerse  ciudadano  de  Prusia. 

El  Bundesrath  ha  procurado  unificar  la  legislación 
criminal  y  civil  de  los  Estados,  pero  todavía  quedan 
en  pie  muchas  divergencias  tradicionales,  especial- 
mente en  los  asuntos  civiles.  Mientras  en  Baviera  los 
delitos  de  prensa  quedan  sometidos  al  jurado,  en  el 
resto  de  Alemania  entienden  de  ellos  los  tribunales 
ordinarios.  Los  procedimientos  resultan  de  una  com- 
plicación formidable,  y  frecuentemente  los  legistas 
.  más  experimentados  se  embrollan  al  querer  delimitar 


las  competencias  de  los  Esta- 
dos particulares  y  del  Im- 
perio. 

Cada  Estado  alemán  tiene 
un  Parlamento  particular.  El 
Reichstag  es  el  Parlamento 
del  Imperio.  Su  carácter  na- 
cional no  le  da  ninguna  supe- 
rioridad sobre  los  otros  ni  sus 
decisiones  pueden  influir  en 
las  de  los  Estados  particula- 
res, pues  tanto  el  uno  como 
los  otros  están  delimitados  en 
sus  acciones  por  la  Cunstitu- 
ción  de  187 1.  El  Reichstag 
legisla  únicamente  sobre  los 
asuntos  federales  que  son  de 
la  competencia  del  Imperio, 
y  los  Parlamentos  de  los  Esta- 
dos sobre  todo  lo  referente  á 
su  vida  nacional.  Como  dice 
un  autor,  «las  Cámaras  de  los 
Estados  son  los  baluartes  del 
particularismo,  y  el  Reichstag  el  baluarte  del  unitaris- 
mo». Numerosos  han  sido  los  conflictos  entre  uno  y 
otros,  pero  siempre  triunfaron  los  Estados  particula- 
ristas sobre  el  Reichstag.  Esto  se  explica  por  el  hecho 
de  que  durante  los  treinta  primeros  años  de  vida  cons- 
titucional formaban  una  gran  mayoría  en  el  Reichs- 
tag los  representantes  que  al  mismo  tiempo  eran  dipu- 
tados en  las  Cámaras  de  sus  países  de  origen. 

Asi  como  el  Canciller  es  al  mismo  tiempo  jefe  del 
gobierno  imperial  y  presidente  del  Consejo  de  Minis- 
tros de  Prusia,  los  políticos  alemanes  pueden  ser  á  la 
vez  diputados  del  Reichstag  y  diputados  en  la  Cámara 
particular  de  su  país.  Estos  diputados  de  doble  man- 
dato, en  todos  los  conflictos  que  surgen  entre  las  le- 
gislaturas de  los  Estados  y  el  Reichstag  se  acuerdan 
del  viejo  proverbio  alemán:  «La  camisa  está  más 
cerca  del  cuerpo  que  el  traje»,  y  defienden  los  intere- 
ses del  Estado  á  que  pertenecen  antes  que  los  de  la 


GALERÍA   DEL   REICHSTAG   CON   LOS   ESCUDOS   DB   LA    CONFE- 
DERACIÓN   GERMÁNICA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


323 


PUERTA    LL&MADA    DB    BAVIKRA 


federación.  El 
espíritu  particu- 
larista ha  sido 
uno  de  los  más 
temibles  obstá- 
culos con  que 
han  tropezado 
los  cancilleres, 
teniendo  que  ha- 
cer grandes  es- 
fuerzos de  habi- 
lidad para  con- 
seguir que  los 
diputados  del 
Reichstag  voten 
las  leyes  fisca- 
les cuando  éstas 
comprometen  el 
equilibrio  finan- 
ciero de  los  Es- 
tados. 

Además,  el 
alemán  es  de  un 
carácter  intra- 
table cuando  hay  de  por  medio  consideraciones  mone- 
tarias. El  cargo  de  diputado  en  los  Estados  particu 
lares  era  antes  más  productivo  que  el  de  diputado 
al  Reichstag.  En  los  Parlamentos  de  los  Estados  co- 
braban sus  individuos  una 
dieta  por  sesión,  que  varia- 
ba de  nueve  á  quince  mar- 
cos. En  cambio  las  funciones 
de  individuo  del  Reichstag 
eran  completamente  gra- 
tuitas. 

Bismarck,  al  organizar 
el  Parlamento  imperial,  ha- 
bía creído  demasiado  en  el 
desinterés  de  sus  compatrio- 
tas. Como  las  sesiones  parla- 
mentarias se  verificaban  en 
la  misma  época  de  Noviem- 
bre á  Junio)  y  la  mayoría 
de  los  elegidos  pertenecían 
al  mismo  tiempo  al  Parla- 
mento de  su  país  y  al  Reichs- 
tag, éste  apenas  veía  fre- 
cuentado su  salón  de  sesio- 
nes. 

Al  tener  que  escoger  los 
diputados  de  doble  manda- 
to, preferían  el  Parhi men- 
tó que  pagaba.  De  los  tres- 
cientos ochenta  y  dos  dipu- 
tados del  Imperio,  sólo  cin- 
cuenta ó  sesenta,  residen- 
tes en  Berlín,  asistían  á  las 
sesiones.  Hubo  leves   im- 


IRONTON    CON    LOS  ATRIBUTOS   IMPERIALES 


LA    COLUMNA    DK    LA     VICTORIA     IRBNTE    AL     RRICH.STAO 


portantes  que 
fueron  aproba- 
das por  el  voto 
de  siete  diputa- 
dos. 

LaCancilleria 
puso  término  al 
espectáculo  no 
previsto  por  Bis- 
marck, estable- 
ciendo en  1903 
que  los  diputa- 
dos del  Reichs- 
tagcobrasenuna 
indemnización. 
Esta  fué  y  es 
aún  de  una  nota- 
ble mediocridad. 
Los  diputados 
dellmperio  pue- 
den recibir  al 
año  3.000  mar- 
cos (3.750  fran- 
cos), sueldo  igual 
al  de  un  empleado  alemán  de  clase  secundaria. 
Para  cobrarlo  íntegro  necesitan  asistir  á  las  sesio- 
nes desde  que  el  presidente  las  declara  abiertas  é 
intervenir  en  todas  las  votaciones. 

Una  disciplina  prusiana 
pesa  sobre  ellos,  si  es  que 
desean  cobrar  la  indemni- 
zación. Todo  diputado  que 
llega  con  unos  minutos  de 
retraso,  deja  de  percibir  su 
dieta  y  es  castigado  con  una 
multa  de  20  marcos.  Ade- 
más el  gobierno  organizó  el 
reparto  de  las  dietas  con  ta- 
les combinaciones  aritméti- 
cas, que  todo  diputado  per- 
teneciente á  dos  Parlamen- 
tos cobra  fatalmente  una  in- 
demnización inferior  á  la 
que  percibiría  pertenecien- 
do á  uno  sólo. 

(ir acias  á  esta  z-e forma 
pudo  conseguir  el  gobierno 
del  Imperio  que  las  sesiones 
del  Reichstagestuviesencon- 
curridas. 

En  otro  lugar  diremos  el 
modo  automático  como  fun- 
ciona éste,  el  carácter  fingi- 
do y  estéril  de  la  oposición 
que  se  manifiesta  en  su  seno 
y  la  escasa  influencia  que 
ejerce  en  los  destinos  del 
país. 


324 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    FINAL    DB    UNA    LKYSNDA 

(Caricatura  de  la  riioca,  por  Aucourt) 


VI 


La  poli'fica  exterior  de  Bismarck 

Después  de  la  victoria  sobre  Francia,  Bismarck 
fué  el  hombre  más  importante  de  Europa  y  el  arbitro 
de  la  política  internacional.  Todas  las  naciones  espia- 


EL    REMBDIO 
-¡Un  mal  rCgimen  áe  dicr  años!  Esa  es  toda  vuestra  enfermedad,  de  la  que 
podréis  curaros  en  seguida  con  una  buena  constitución 

(Caricatura  de  la  época,  por  Cham) 


ban  sus  gestos  é  intentaban  penetrar  en  el  misterio 
de  su  pensamiento.  La  paz  del  continente  dependía 
de  él. 

Esta  desmesurada  grandeza  sirvió  para  que  el 
Canciller  se  engañase  en  la  apreciación  de  los  verda- 
deros sentimientos  de  las  potencias.  Inglaterra,  Kusia 
y  Austria  habían  asistido  impasibles  al  aplastamiento 
de  Francia.  La  fanfarronería  militar  del  segundo  Im- 
perio napoleónico  se  había  hecho  temible  á  todas  las 
naciones  y  desearon  su  desaparición.  La  única  poten- 
cia que  pudo  haberla  sostenido  era  la  Gran  Bretaña, 
pero  le  volvió  la  espalda  al  enterarse  por  el  maquia- 
velismo de  Bismarck  de  que  Napoleón  III  había  soña- 
do con  anexionarse  á  Bélgica,  país  que  estaba  desde 
su  formación  garantizado  por  el  gobierno  inglés. 

El  silencio  de  las  potencias  lo  interpretó  Bismarck 
como  una  adhesión  á  su  política.  No  se  dio  cuenta  de 
que  la  rápida  y  victoriosa  constitución  del  Imperio 
alemán  debía  inspirar  recelos  y  poner  en  guardia 
á  las  naciones 
amenazadas 
por  esta  guerra 
enorme. 

Hace  más  de 
un  siglo  que 
Europa  sigue 
una  política  de 
equilibrio,  ten- 
diendo instinti- 
vamente á  la 
destrucción  de 
toda  potencia 
preponderante 
que  intenta  so- 
breponerse y 
dominar  á  las 
otras.  Inglate- 
rra, unas  veces 
por  voluntad  y 
otras  por  com- 
promisos tradicionales,  figura  á  la  cabeza  de  este 
movimiento  regulador.  El  napoleonismo  del  primer 
Bonaparte  lo  destruyó  con  su  acción  directa:  el  na- 
poleonismo del  tercer  Bonaparte  fue  arruinado  ful- 
minantemente por  su  tolerancia  impasible,  y  ahora 
marcha  contra  un  napoleonismo  sin  el  genio  de  Na- 
poleón, representado  por  las  soberbias  aspiraciones 
de  Guillermo  II. 

Después  del  triunfo  de  la  política  de  Bismarck,  los 
gobiernos  europeos  se  dieron  cuenta  del  gran  error 
que  habían  cometido  al  permitir  el  aplastamiento  de 
Francia.  Deslumhrados  por  el  aparatoso  militarismo 
de  un  Napoleón  III,  que  creía  disponer  de  la  fuerza 
sin  poseerla,  habían  dejado  que  se  constituyese  sobre 
sus  ruinas  la  fuerza  verdadera  y  temible  del  Imperio 
alemán.  Por  esto  aprovecharon  la  primera  ocasión 
para  hacer  entender  á  Bismarck  que  no  debía  contar 
más  con  su  indiferencia  y  su  silencio. 


(Caricatura  de  la  cpoca,  pr)r  Dainnii' 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


325 


.^-Lj_ 


La  República  francesa,  á  continuación  del  desas- 
tre militar  y  los  horrores  de  una  lucha  civil,  se  dedicó 
á  reconstituir  su  vida  interna  y  á  organizar  de  nuevo 
sus  medios  do  defensa  con  una  tenacidad  y  una  ener- 
gía nunca  vistas  en  pueblo  alguno.  Esta  voluntad 
firmísima  de  los  vencidos  de  volver  á  ser  lo  que  ha- 
bían sido  antes  de  su  desgracia,  inquietó  al  Canciller. 
En  la  corte  de  Prusia  eran  muchos  los  que  deseaban 
una  segunda  guerra  con  Francia  para  anularla  defini- 
tivamente. Mostraban  cierta  indignación,  como  si 
hubiesen  sido  objeto  de  un  engaño  al  ajustar  la  paz. 
La  facilidad  con  que  Francia  había  pagado  los  G.OOO 
millones,  restableciendo  sin  cansancio  su  riqueza  pú- 
blica, les  hacia  pensar  en  la  posibilidad  de  exigir  una 
indemnización  triple  ó  cuádruple.  Una  nueva  guerra 
con  Francia  antes  de  que  hubiese  restaurado  sus  me- 
dios de  defensa  era  empresa  facilísima.  Con  una  cam- 
paña de  dos  ó  tres  semanas  el  ejército  alemán  volve- 
ría á  ser  dueño  de  París,  recogiendo  una  cosecha  de 

muchos  miles 
de  millones 
para  remediar 
la  crisis  econó- 
mica que  su  fria 
el  Imperio  des- 
pués de  la  pri- 
mera indemni- 
zación. 

liismarck, 
impulsado  por 
el  sentimiento 
dominante  en 
su  país  y  por 
sus  odios  poli- 
ticos  excitados 
al  ver  que  una 
república  cre- 
cía y  se  conso- 
lidaba en  el 
centro  de  Euro- 
pa, intentó  en  1875  asestar  un  segundogolpe  áFrancia. 
Pero  Europa  estaba  ahora  despierta.  No  era  posi- 
ble repetir  lo  que  dijo  un  diplomático  en  1870  al  pre- 
senciar la  invasión  de  Francia  y  la  soberbia  de  los 
alemanes:  «;.Dónde  está  Europa,  que  no  la  veo?» 

Apenas  P.ísmarck  inició  su  amenaza  en  Mayo 
de  1875,  tuvo  que  retroceder  bajo  la  presión  de  Rusia 
é  Inglaterra. 

Gortschakow,  Oanciller  del  zar  Alejandro  II,  se  ir- 
guió  ante  el  coloso  alemán  en  el  momento  que  inten- 
taba herir  por  segunda  vez  á  Francia,  dándole  á 
entender  enérgicamente  que  en  esta  ocasión  no  reali- 
zaría su  atentado  con  la  misma  impunidad.  El  Panci- 
11er  alemán  tuvo  que  desistir  del  ataque,  refunfuñando 
furioso  al  chocar  con  este  obstáculo.  Gortschacow, 
después  de  tal  éxito,  pudo  enviar  á  todos  los  gabine- 
tes de  Europa  su  famoso  telegrama  declarando  el  in- 
cidente terminado  y  la  paz  asegurada.  Como  dice  un 


ILUSIONB.S    Y    RreCrBRDOS 

(Caricatura  de  la  c'poca.  por  Aranda) 


BL    HABITO    NO    HACE    AL    MONJB 

(Caricatura  de  la  época,  por  Faustin) 

autor,  «en  el  incidente  de  1875  se  encuentra  el  rudi- 
mento de  los  hechos  que  debían  reproducirse  con  ma- 
yores consecuencias  en  li)14». 

Bismarck,  despechado  por  la  conducta  de  Gorts- 
chakow, dijo  á  éste,  casi  en  los  mismos  términos  que 
empleó  Bethmann-HoUweg  con  el  embajador  de  In- 
glaterra en  1914:  «No  es  un  proceder  de  buena  amis- 
tad saltar  de  improviso  y  por  detrás  sobre  un  amigo 
confiado.»  También  en  su  indignación  acusó  á  la  di- 
plomacia  inglesa   de   haber   procedido  con   duplici- 


1ST¿ 
Francia  inaugura  el  nuevo  año 

(Caricatura  do  la  ¿iioca,  por  Daumier) 


326 


VICENTE  BLASCO  ÍBAÑEZ 


MONUMENTO    A    GUILLERMO    I    BN    BBRLIN 


dad,  al  impedir  que  Alemania  castigase  á  Francia. 

Á  partir  de  este  incidente,  el  Canciller  se  dio  cuen- 
ta de  que  Rusia  é  Inglaterra  no  estaban  á  disposición 
de  sus  combinaciones  políticas  como  se  había  imagi- 
nado, y  que  era  posible  que  algún  día  se  uniesen  á 
Francia,  cuya  desmembración  habían  contemplado  in 
diferentes.  Bismarck  tuvo  el  presentimiento  de  lo  que 
había  de  ocurrir  en  1914,  mucho  después  de  su  muerte. 

Desde  el  mencionado  suceso  la  Cancillería  ale- 
mana empezó  á  mostrar  una  gran  inquietud  en  sus 
determinaciones.  Bismarck  da  á  entender  en  sus  «Me- 
morias» que  las  coaliciones  posibles  entre  las  poten- 
cias constituyeron  su  pesadilla.  El,  que  en  sus  prime- 
ros tiempos  de  ministro  se  había  señalado  como  amigo 
de  Rusia  ayudándola  á  sofocar  la  insurrección  de  Po- 
lonia, se  mostró  á  partir  del  incidente  de  1875  de  un 
anti-eslavismo  rabioso,  hasta  el  punto  de  perder  la 
clarividencia  que  había  caracterizado  hasta  entonces 
su  política. 

Otra  consideración  de  orden  diplomático  le  hizo 
ser  hostil  al  Imperio  ruso.  Alemania,  á  pesar  de  su 
unificación  triunfante,  necesitaba  la  amistad  y  la 
alianza  del  Imperio  austríaco.  La  fidelidad  de  la  Ale- 
mania del  Sur  no  era  muy  segura,  aun  después  de  la 
victoria  de  1870,  como  no  lo  es  todavía  en  los  momen- 
tos actuales.  La  política  alemana  no  podía  ser  exclu- 
sivamente prusiana,  y  para  dirigir  á  los  Estados  del 
Sur  necesitaba  vivir  de  perfecto  acuerdo  con  la  polí- 
tica austro  húngara.  «Resultará  siempre — dice  Hano- 
taux — que  la  ansiedad  suprema  de  la  Alemania  del 
Norte  es  la  fidelidad  de  la  Alemania  del  Sur.  Á  pesar 
de  que  Alemania  desea  ser  una,  no  lo  es  en  los  mo- 
mentos actuales.  La  tesis  de  las  nacionalidades  y  la 
fraseología  romántica  de  mediados  del  siglo  XIX, 
ae  han  engañado  en  esto.  Cantaron  la  unidad  alema- 


na sin  tener  en  cuenta 
la  realidad,  ó  sea  que 
existen  dos  Alemanias: 
una,  la  del  Norte,  con 
la  cara  vuelta  hacia  los 
mares  septentrionales; 
otra,  la  del  Sur,  con  la 
cara  vuelta  hacia  los 
mares  meridionales;  la 
una  protestante,  la  otra 
católica.  Y  tal  vez  hay 
que  distinguir  todavía 
una  tercera  Alemania 
central  y  continental, 
que  vive  con  embarazo 
entre  las  otras  dos.» 

Los  éxitos  políticos  y 
de  conquista  no  llegaban 
á  atenuar  estas  divisio- 
nes de  Alemania,  favore- 
cidas por  las  diferencias 
geográficas,  asi  como  de 
raza  y  de  religión.  La 
obra  de  Bismarck  sólo  podía  mantenerse  uniendo  su 
suerte  á  la  de  Austria-Hungría.  El  Canciller  se  dio 
cuenta  de  ello,  así  como  del  peligro  de  una  futura  in- 
teligencia entre  Francia  y  el  Imperio  austríaco,  sí  es 
que  dejaba  á  éste  en  libertad.  Las  naciones  vencidas 
en  Sadowa  y  en  Sedán  podían  ponerse  de  acuerdo, 
asociándose  para  un  desquite  común. 

El  Canciller  buscó  por  todos  loa  medios  una  inteli- 
gencia con  Austria.  Para  conseguirla  tuvo  que  pro- 
meter á  ésta  grandes  ventajas  que  la  hiciesen  olvidar 
su  expulsión  de  la  Confederación  Germánica.  Bis- 
marck no  podía  ofrecer  al  gobierno  austríaco  nin- 
guno de  los  territorios  que  había  poseído  y  pertene- 
cían ahora  á  Alemania,  pero  le  señaló  una  expansión 
posible  al  otro  lado 
del  Danubio  á  costa 
de  los  pueblos  balká- 
nicos, asegurándole 
su  fuerte  apoyo. 

El  consejo  de  Bis- 
marck, que  impulsó 
á  los  austríacos  ha- 
cia Oriente,  fué  á 
una  distancia  de 
treinta  y  ocho  años 
el  motivo  inicial  de 
la  guerra  de  1914. 

Alemania,  para 
mantenerse  en  se- 
guridad, ligaba  su 
suerte  á  la  de  Aus- 
tria-Hungría. 

Los  intereses  de 
Rusia  y  Austria  eran 
antagónicos  y  forzó-  bbaconfibld 


HISTORIA  DE  LA  GUERR;^    EUROPEA  DE   1914 


327 


sámente  debían  producir  á  la  larga  un  rompimiento 
entre  Rusia  y  Alemania  al  marchar  ésta  unida  con  el 
Imperio  austríaco. 

Rusia,  cuya  política  tenía  como  objetiv^o  tradicio- 
nal Constantinopla  y  los  üalkaues,  tropezó  con  Ale- 
mania al  ir  ésta  á  remolque  de  su  nuevo  aliado.  En 
.lulio  de  1876  la  diplomacia  de  San  Petersburgo  y  la 
de  Viena  celebríiron  la  entrevista  de  Reichstadt,  re- 
partiendo la  península  de  los  Balkanes  en  dos  zonas 
sometidas  á  la  influencia  rusa  y  á  la  influencia  aus- 
tro húngara.  Rusia  se  reservó  la  protección  de  las 
poblaciones  eslavas  situadas  al  oricLte  de  la  penín- 
sula, abandonando  en  cierto  modo  al  Imperio  aus- 
tríaco los  territorios  occidentales.  Dos  años  después 
de  este  arreglo,  en  1878,  Rusia  declaró  la  guerra  á 
Turquía  con  motivo  del  patronato  que  intentaba  ejer- 
cer en  favor  de  los  pueblos  eslavos  de  los  Balkanes. 
Los  triunfos  fueron  laboriosos,  y  cuando  á  costa  de 
enormes  pérdidas  de  sangre  venció  á  los  turcos,  lle- 
gando su  vanguardia  al  pueblo  de  San  Stefano,  en  las 
afueras  de  Constantinopla,  se  vio  detenida  por  Aus- 
tria y  Alemania,  que  se  levantaron  ante  ella  en  vista 
de  sus  progresos,  y  por  la  Gran  Bretaña,  temerosa  de 
que  la  llave  del  Bosforo  cayese  en  sus  manos. 

Para  reglamentar  el  tratado  de  San  Stefano  ajus- 
tado entre  Rusia  y  Turquía,  las  grandes  potencias  eu- 
ropeas se  reunieron  en  Berlín  bajo  la  presidencia  de 
Bismarck,  que  había  sido  agraciado  con  el  título  de 
príncipe. 

El  congreso  de  Berlín  fué  una  especie  de  tribunal 
europeo,  y  el  príncipe  de  Bismarck  pudo  darse  la  or- 
gullosa  satisfacción  de  humillar  ante  él  al  Imperio 
ruso  y  á  su  Canciller  Cortschakow,  que  cuatro  años 
antes  había  detenido  su  golpe  contra  Francia.  Rusia, 
acosada  por  todas  las  potencias,  y  especialmente  por 
Inglaterra,  que  veía  un  peligro  en  la  influencia  esla- 
va,  tuvo  que  renunciar  al  tratado  de  San  Stefano, 

dando  por  inútiles 
sus  victorias  y  sa- 
crificios. Su  firma 
autorizó  el  tratado 
de  Berlín,  amañado 
por  todas  las  poten- 
cias adversas  bajo 
la  sugestión  de  Bis- 
marck. 

Este  tratado  de 
P>erlín,  suscrito  en 
1879  para  regla- 
mentar definitiva- 
mente, según  sus  fir- 
mantes, la  cuestión 
de  Oriente,  reconsti- 
tuyó y  galvanizó  la 
Turquía,  próxima  á 
morir,  oponiéndola 
á  Rusia,  y  devolvió 
GOKTscuAKow  al  yugo  del  sultán 


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BL    ZAR    ALEJANDRO    II 

las  poblaciones  de  Tracia  y  Macedonia,  próximas  á 
emanciparse.  El  tratado  reconoció  la  Constitución  de 
Bulgaria  como  principado  independiente,  pero  repri- 
miendo al  mismo  tiempo  el  sentimiento  de  la  nacio- 
nalidad búlgara  para  crear  un  desacuerdo  latente 
entre  el  pueblo  libertado  y  Rusia,  que  acababa  de 
darle  la  libertad  con  sus  armas. 

El  diplomático  inglés  lord  Beaconfleld  (el  famoso 
Disraeli,  célebre  en  la  literatura  británica  como  no- 
velista) prestó  ayuda  en  la  conferencia  de  Berlín,  con 
su  apoyo  ó  su  silencio,  á  las  combinaciones  maquia- 
vélicas de  Bismarck.  Únicamente  demostró  un  inte- 
rés egoísta  en  favor  de  las  conveniencias  de  Inglaterra 
y  un  interés  romántico  por  los  pueblos  cristianos  so- 
metidos al  gobierno  de  Turquía. 

De  todas  las  combinaciones  ideadas  por  Bismarck 
y  consentidas  por  Europa,  la  más  grave  y  de  terribles 
consecuencias  fué  la  ocupación  por  Austria  de  los  te- 
rritorios de  Bosnia  y  Herzegovina,  que  por  au  raza, 
su  religión  y  su  historia  pertenecen  al  pueblo  servio. 
Equivalió  esto — como  se  ha  dicho  muchas  veces — á 
crear  en  los  Balkanes  una  Alsacia  y  Lorena  de  la  raza 
eslava. 

Europa  aceptó  tal  injusticia  por  ignorancia  ó  por 
descuido.  Bismarck,  que  presidió  el  Congreso  de  Ber- 
lín con  un  buen  humor  y  una  ligereza  de  estudiante, 
afirmando  qne  se  había  limitado  á  desempeñar  entre 
las  potencias  de  Europa  el  papel  de  «un  simple  corre- 
dor», dejaba  con  la  anexión  de  Bosnia  y  Herzegovina 
«una  mina  explosiva  enterrada  en  el  campo  diplomá- 
tico de  Europa».  La  mina  ha  estallado  en  1914.  Des- 
pués de  este  crimen  diplomático,  los  dos  imperios  se 


526 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


BL   CONQRBSO    DE    BERLÍN 


(Cuadro  de  Wei'uer) 


Primer   término:  Karoly.  (iortscliakow.  Disraeli.  AiHlrassy.  Bismarck.  Schouvalow.  Bulow.  Melu-met-Ali-PacliA. 

Segundo:  Waddiugtou.  Radoivitz.  Corti.  Oulnil.  Saiut-Vallior.  Desprez.  Carathéodory-Pacliá.  f>adoulaIi-I3ey. 

Tercero;  Aymerlé.  Launay.  Hoheulohe.  Do  Muuy.  Oddo  Russell.  Salisbury. 

Cuarto:  El  piutor  Weruer.  Herbert  de  Bismarck.  Dr.  Busch. 


sintieron  ligados  por  los  sombríos  intereses  de  la  com- 
plicidad. Los  dos  pueblos  servios  eran  el  regalo  que 
hacia  Alemania  al  Imperio  austríaco  á  cambio  de  la 
alianza.  Austria,  comprometida  por  el  presente,  debía 
seguir  á  su  poderoso  amigo,  pues  le  era  necesaria  su 
protección. 

Tal  vez  el  príncipe  de  Bismarck  no  tuvo  una  idea 
exacta  de  las  consecuencias  de  este  acto.  En  la  última 
parte  de  su  vida  mostró  una  ignorancia  incomprensi- 
ble en  dos  cuestiones  importantes:  la  de  la  expansión 
colonial  alemana  y  la  de  los  Balkanes.  Cuando  todos 
en  su  país  deseaban  la  adquisición  de  lejanos  territo- 
rios para  dar  salida  al  exceso  de  habitantes  y  de  pro- 
ductos, él  despreciaba  las  conquistas  coloniales,  cre- 
yendo que  no  merecían  el  menor  esfuerzo.  El  porvenir 
de  los  pueblos  balkánicos  le  inspiró  un  desprecio  igual. 
En  varias  ocasiones  dijo  que  toda  la  cuestión  de  Orien- 
te valía  menos  que  los  huesos  de  un  granadero  de  la 
Pomerania.  Durante  el  Congreso  de  Berlín  se  burló 
con  despectivo  regocijo  de  los  pueblos  balkánicos,  que 
años  después  habían  de  ser  la  causa  inicial  de  la  gue- 
rra más  grande  que  ha  conocido  la  humanidad. 

Las  discusiones  del  Congreso  sobre  la  suerte  de 
estos  pueblos  le  impacientaban  como  si  estuviese 
oyendo  cosas  pueriles.  Al  ver  que  se  prolongaba  el 
debate  sobre  el  modo  de  constituirse  Bulgaria,  el 
Canciller  no  pudo  contener  su  impaciencia,  y  ex- 
clamó: 
— Hace  dos  días  que  estamos  discutiendo  la  cuestión 


búlgara:  es  este  un  honor  que  seguramente  no  espera- 
ban los  búlgaros.  Declaro,  como  plenipotenciario  ale- 
mán, que  siento  muy  poco  interés  por  tales  detalles. 
Hemos  decidido  que  existirá  un  principado  en  Bulga- 
ria, pero  aun  no  sabemos  si  vamos  á  encontrar  un 
príncipe  para  el  principado.  También  creo  inútil  ma- 
chacar tanto  para  saber  cómo  será  la  Constitución  que 
laborarán  los  nobles  búlgaros  y  sobre  la  cual  tengo 
hecha  mi  opinión 
por  adelantado. 

Otro  día — según 
un  testigo  presen- 
cial— al  leer  un  ar- 
tículo del  tratado  de 
San  Stefano  en  el 
que  se  enumeraban 
las  diversas  pobla- 
ciones no  búlgaras 
que  debían  ser  ga- 
rantizadas en  el  uso 
de  sus  derechos  po- 
líticos, el  nombre  de 
los  Koutzo-Valacos 
llamó  su  atención. 

—  ¡Koutzo-Valacos! 
— exclamó  riendo— . 
He  aquí  un  nombre 
que  merece  ser  bo- 
rrado por  lo  raro.  bl  conde  db  bbust 


EL  ESFÜERZ 


Fot.  de  M.  Tchcrnof.  de  la  <Illusiralian>  de  París 


El  viejo  rey  Pedro  I  presenciando  desde  una  altura  el  heroísmo  con  que  las 


DE  SERVIA 


1 


d)as  servias  rechazan  á  los  austríacos,  reconquistando  el  territorio  invadido 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


329 


Y  pasó  el  lápiz  sobre  él. 

Al  oir  que  el  plenipotenciario  in- 
glés Salisbury  pedía  que  se  asignase 
una  sesión  del  Congreso  para  tratar 
lo  que  él  llamaba  la  cuestión  arme- 
nia, Bismarck  no  pudo  contener  su 
disgusto:  «¡Todavía  una!»,  exclamó. 

Los  plenipotenciarios  otomanos  y 
rusos  emprendieron  una  discusión 
sobre  el  nombre  de  los  Lazos.  Lord 
Salisbury  quiso  intervenir  en  ella, 
pero  el  Canciller  alemíin  le  interrum- 
pió con  exagerada  é  irónica  cortesía. 

— Milord — dijo — ,  yo  no  dudo  que 
los  Lazos  formen  parte  de  las  intere- 
santísimas poblaciones  orientales; 
solamente  me  pregunto  sí  realmente 
valen  la  pena  de  que  les  consagre- 
mos nuestro  tiempo,  sobre  todo  ahora 
que  se  aproximan  los  rigores  de  la 
canícula. 

Para  el  príncipe  de  Bismarck  la 
cuestión  oriental  era  una  cuestión 
exótica,  y  la  trataba  con  el  mismo 
desprecio  y  ligereza  que  en  una  con- 
ferencia diplomática  poco  importan- 
te se  trata  de  la  suerte  de  unas  tri- 
bus negras  del  interior  del  África. 
Según  él,  los  pueblos  balkánicos  sólo 
debían  interesar  á  Europa  por  lo  que 
pudiesen  influir  en  las  relaciones  en- 
tre las  potencias.  Eran  pueblos  «si- 
tuados fuera  del  circulo  de  la  civiliza- 
ción europea  y  sin  porvenir  alguno» . 

Si  Bismarck  hubiese  tenido  mayor  clarividencia 
en  esta  parte  de  su  vida,  tratando  con  menor  despre- 
cio y  ligereza  la  suerte  y  la  dignidad  de  los  pueblos 

balkánicos,  Europa 
se  habría  evitado 
grandes  males. 


La  consecuencia 
inmediata  del  Con- 
greso de  Berlín  fué 
la  constitución  de  la 
Triple  Alianza,  que 
empezó  por  ser  do- 
ble al  ajustarse  úni- 
camente entre  Ale- 
manía  y  Austria. 

El  príncipe  de  Bis- 
marck no  encontró 
grandes  facilidades 
aliniciar  dicha  alian- 
za.El  condedeBeust, 
ministro  de  Negocios 
Extranjeros  de  Aus- 


ANDRASSY 


BISMAHCK,    CANCILLER    DEL    IMPERIO 

tria-Hungría,  que  era  de  origen  sajón,  se  resistió  á 
las  sugestiones  del  gobernante  alemán.  Era  partidario 
de  una  política  -con  las  manos  libres»,  ó  sea  de  «una 
colaboración  activa  y  pacífica  para  el  bien  y  la  pros- 
peridad de  los  dos  imperios»,  pero  sin  nada  que  signifi- 
case alianza  de  guerra.  Beust,  por  dignidad  profesio- 
nal, queria  imitar  á  Gortschakow  haciendo  frente  «al 
otro  Canciller»,  que  era  como  designaba  á  Bismarck. 
Pero  éste,  que  se  había  batido  con  enemigos  más  temi- 
bles, necesitó  de  pocos  esfuerzos  para  darle  un  sucesor. 
Los  políticos  húngaros  son  por  tradición  rivales  de  los 
austríacos,  y  el  ministro  húngaro  Andrassy  se  puso  á 
las  órdenes  de  Bismarck  con  la  condición  de  que  éste 
lo  elevase  al  gobierno  diplomático  de  la  monarquía 
austro-húngara. 

El  Canciller  alemán  preparó  una  entrevista  de 
Guillermo  I  y  Francisco  José  en  Salzburgo.  En  la  con- 
versación de  los  emperadores,  el  vencido  de  Sadowa 
entregó  la  suerte  de  su  Imperio  en  manos  del  terrible 
Canciller  que  le  había  arrojado  violentamente  de  la 
Confederación  Germánica.  El  conde  de  Beust,  caído  en 
desgracia,  tuvo  que  ceder  su  puesto  al  húngaro  An- 
drassy, hechura  de  Bismarck.  Este  hizo  un  viaje  á 
Viena,  concertando  los  preliminares  del  tratado,  y 

11 


xo 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


CUARTO    DH   TRABAJO    DB    BISMAKCK 

el  7  de  Octubre  de  187*.)  ae  firmó  el  documento  origi- 
nal de  la  que  luego  se  llamó  Triple  Alianza  y  al  prin- 
cipio fué  una  inteligencia  ofensiva  y  defensiva  úni- 
camente entre  Alemania  y  el  Imperio  austro-húngaro. 
El  tratado  de  la  Triple  Alianza  se  mantuvo  secreto 
algunos  años,  hasta  que  fué  publicado  por  primera  vez 
el  3  de  Febrero  de  1888.  Dice  así: 

Articulo  primero.  Si  contrariamente  á  lo  que  se 
debe  esperar  y  contrariamente  al  deseo  sincero  de  las 
dos  altas  partes  contratantes,  uno  de  los  dos  Estados 
fuese  atacado  por  Rusia,  las  dos  altas  partes  contra- 
tantes quedan  obligadas  á  prestarse  un  reciproco 
socorro  con  la  totalidad  del  poder  militar  de  su  Impe- 
rio, y  como  consecuencia,  á  no  ajustar  la  paz  más 
que  juntamente  y  de  acuerdo. 

Art.  2.°  Si  una  de  las  dos  altas  partes  contratan- 
tes fuese  atacada  por  otra  potencia  (que  no  sea  Rusia), 
la  otra  alta  parte  contratante  se  compromete  por  el 
presente  documento,  no  solamente  á  no  sostener  al 
agresor  contra  su  alta  aliada,  sino  cuando  menos  á 
observar  una  neutralidad  benévola  con  la  parte  con- 
tratante. Sin  embargo,  si  en  el  caso  precitado  la  po- 
tencia atacante  estuviese  apoyada  por  Rusia,  bien 
bajo  la  forma  de  cooperación  activa,  bien  por  medidas 
militares  que  amenazasen  á  la  potencia  atacada,  en- 
tonces la  obligación  de  asistencia  recíproca  con  todas 
las  fuerzas  militares,  obligación  estipulada  en  el  arti- 
culo primero  de  este  tratado,  entrará  inmediatamente 
en  vigor  y  las  operaciones  de  guerra  de  las  dos  altas  po- 
tencias contratantes  serán  conducidas  en  esta  circuns- 
tancia conjuntamente  hasta  la  conclusión  de  la  paz. 

Art.  3."  Este  tratado,  por  razón  de  su  carácter  pa- 
cífico y  por  evitar  toda  falsa  interpretación,  será 
mantenido  en  secreto  por  las  dos  altas  partea  con- 
tratantes. 


(Grabado  de  la  época) 


No  podrá  ser  comunicado  á 
una  tercera  potencia  sin  pre- 
vio conocimiento  de  las  dos 
partes,  después  de  un  acuerdo 
especial  entre  ellas. 

En  vista  de  lasdisposiciones 
manifestadas  por  el  empera- 
dor Alejandro  en  la  entrevis- 
ta de  Alexandrowo,  las  dos 
partes  contratantes  abrigan 
la  esperanza  de  que  los  pre- 
parativos de  Rusia  no  resul- 
tarán en  realidad  amenazan- 
tes para  ellas;  por  esta  razón 
no  hay  actualmente  motivo 
alguno  para  hacerle  conocer 
este  documento. 

Pero  si  contra  toda  previ- 
sión esta  esperanza  resultase 
vana,  las  dos  partes  contra- 
tantes reconocerán  como  un 
deber  de  lealtad  el  informar, 
al  menos  confidencialmente, 
al  emperador  Alejandro,  que  considerarán  como  diri- 
gido contra  las  dos  todo  ataque  dirigido  contra  una 
de  ellas. 

En  fe  de  lo  cual,  los  plenipotenciarios  firman  con 
mano  propia  este  tratado  y  lo  legalizan  con  sus  sellos. 

Firmado,  Andrassy. 

Príncipe  Enrique  vii  Rbüss. 

Hecho  en  Viena  el  7  de  Octubre  de  1819. 

Bismarck  pensaba  en  Francia  más  que  en  Rusia 
al  establecer  la  Triple  Alianza. 

Sentía  animosidad  hacia  el  pueblo  ruso  y  sus  go- 
bernantes, viendo  en  éstos  un  perpetuo  obstáculo 
para  su  políti- 
ca. «Á  los  es- 
lavos—decía— 
hay  que  estre- 
llarles la  cabe- 
za contra  un 
muro.»  Y  el 
principal  moti- 
vo de  su  odio 
era  el  presenti- 
miento de  que 
Rusia  despega- 
da para  siem- 
pre del  Imperio 
alemán,  acaba- 
ría en  su  apar- 
tamiento por 
buscarla  amis- 
tad deFrancia. 
«Contra  una 
alianza  franco-  bismarck  con  su  perro  favorito 


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HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


331 


rusa — dijo  el  Canciller  considerándola  posible — ,  la 
respuesta  indispensable  es  una  alianza  austro-alema- 
na.» Esta  inteligencia  entre  los  dos  imperios  ger- 
mánicos representaba  la  seguridad  de  su  obra.  «Si 
Alemania  sabe  mantenerse  unida — escribió  en  una 
carta  al  rey  de  Baviera — y  sus  ejércitos  son  bien 
dirigidos,  no  tiene  por  qué  desesperarse  ante  una  coali- 
ción posible  de  Rusia  y  Francia.  Sin  embargo,  esta 
coalición  no  dejaría  de  se)-  un  suceso  molesto,  que 
nuestra  política  debe  evitar  en  lo  que  sea  posible.» 
Además,  Bismarck  en  aquel  entonces  contaba  con  el 
apoyo  de  Inglaterra  por  estar  Alemania  aliada  con 
Austria.  Este  apoyo  probable  tranquilizaba  al  Canci- 
ller. De  todas  las  potencias  era  la  Gran  Bretaña  la 
que  le  infundía  mayores  respetos  y  miramientos. 
Temía  su  enemistad  y  siempre  hizo  de  esta  adhesión 
la  base  de  sus  vastas  combinaciones;  conducta  pru- 
dente que  en  1914  no  supo  imitar  su  sucesor  en  la 
cancillería. 

El  texto  del  tratado  entre  los  dos  imperios  iba  diri- 
gido contra  Rusia,  aludiendo  de  paso  á  una  tercera  po- 
tencia (Francia  ),  que  en  el  porvenir  podía  aliarse  con 
los  rusos.  Bismarck  no  consideró  de  suficiente  fuerza 
la  alianza  austro-alemana.  El  Imperio  aliado  tenía  á 
sus  puertas  un  enemigo  histórico,  Italia, que  aun  guar- 
daba el  resquemor  de  la  cruel  dominación  austríaca. 
El  pueblo  italiano,  á  causa  de  su  latinismo,  podía  sen- 
tirse atraído  por  Francia,  constituyendo  un  peligro 
para  el  Imperio  austríaco. 

Italia,  organizada  recientemente  y  con  todos  los 
entusiasmos  de  la  juventud,  podía  ser  un  adversario 
peligroso  por  su  situación  geográfica  y  su  odio  tradi- 
cional al  tudesco.  Bismarck  se  dedicó  á  restablecer 
las  relaciones  entre  Italia  y  Austria,  explotando  para 
esto  los  rencores  italianos,  todavía  vivos,  contra  la  po- 
lítica de  Napoleón  III.  Los  patriotas  de  la  península 
no  podían  olvidar  que  el  emperador  francés  había  sos- 
tenido hasta  el 
T  último  momen- 
to el  poder  tem- 
poral del  Papa, 
dándole  el  apo- 
yo de  un  cuer- 
po de  ejército 
establecido  en 
Roma.  Al  triun- 
far en  Francia 
la  República, 
los  liberales 
italianos  que 
podían  sentir 
por  ella  una 
ciertasímpatia 
política,  ex- 
perimentaron 
una  nueva  de- 
cepción al  ver 
á   Túnez  bajo 


BISMARCK    EN    EL   CAMPO 


BISMARCK    KN   SU    MESA    DE   DESPACHO 


el  protectorado  francés, 
cuando  ellos  aspiraban 
á  difundir  la  influencia 
italiana  en  la  costa  de 
África. 

Bismarck  supo  explo- 
tar los  disgustos  pasados 
y  presentes  entre  las  dos 
naciones,  hermanas  de 
civilización,  hasta  con- 
seguir separarlas  por 
largos  años.  Sólo  un 
hombre  como  él  podía 
dar  realidad  á  los  ma- 
yores absurdos  históri- 
cos. Había  hecho  una 
alianza  con  el  Imperio 
expoliado  por  él  en  Di- 
namarca y  vencido  en 
Sadowa.  Después  de  esto 
bien  podía  conseguir  la 
aproximación  amistosa 
de  Austria  é  Italia,  que 
se  miraban  con  inquie- 
tud y  odio. 

Los  italianos  veían 
una  amenaza  continua 
en  el  emperador  Fran- 
cisco .losé,  que  no  podía 
olvidar  sus  fracasos  en  la  península,  y  especialmente 
la  pérdida  de  Venecia.  Era  conocida  la  afirmación  de 
un  diplomático  austríaco  al  hablar  de  su  emperador: 
«Si  le  abriesen  el  corazón — dijo — ,  encontrarían  escri- 
ta en  él  una  palabra:  Venecia.»  Aparte  de  la  amenaza 
austríaca,  Italia,  que  se  mantenía  en  guerra  con  el 
Vaticano  después  de  la  ocupación  de  Roma,  temió  al 
maquiavelismo  de  Bismarck.  Éste,  en  ciertos  momen- 
tos, para  atraerse  á  los  italianos,  los  amenazaba  con 
tomar  bajo  su  protección  la  causa  del  poder  temporal 
del  Pontificado.  El  cinismo  con  que  el  Canciller  pro- 
testante anunciaba  su  propósito  de  proteger  la  causa 
de  los  papas  para  sus  fines  diplomáticos,  motivó  en 
gran  parte  la  adhesión  de  Italia  á  su  política.  Ade- 
más, el  ministro  Crispí,  que  era  omnipotente  en  aque- 
lla época,  sentía  cierta  predisposición  contra  Fran- 
cia, desde  sus  antiguos  tiempos  de  revolucionario,  á 
causa  de  la  conducta  observada  por  Napoleón.  Para 
que  Bismarck  no  imítase  á  éste  sosteniendo  la  causa 
papal,  el  gobierno  italiano  obedeció  á  todas  sus  su- 
gestiones. 

El  27  de  Octubre  de  1881  el  rey  Humberto,  acom- 
pañado de  Crispi,  presidente  de  su  Consejo,  y  de 
Mancini,  ministro  de  Negocios  Extranjeros,  fué  á 
Viena.  Bismarck  se  había  trasladado  á  dicha  capital 
desde  Berlín.  En  aquella  entrevista  pudo  terminar  el 
Canciller  la  tela  de  araña  que  envolvía  á  Francia  en 
sus  fronteras  continentales. 

Pocos  meses  después,  en  1SS2,  quedó  suscrito  en 


532 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Viena  el  tratado  entre  Alemania,  Austria  é  Italia, 
tratado  que  completó  el  de  1879,  afirmando  la  llama- 
da Triple  Alianza. 

Su  texto  se  ha  mantenido  siempre  en  secreto,  pero 
se  sabe  que  es  distinto  al  del  primitivo  tratado  entre 
Alemania  y  Austria,  ya  que  sólo  tiene  un  fin  pura- 
mente defensivo,  comprometiéndose  los  tres  contra- 
tantes á  una  mutua  ayuda  en  el  caso  de  ser  agredidos, 
sin  tratar  para  nada  de  una  acción  ofensiva. 

Con  la  Triple  Alianza,  la  diplomacia  alemana  se 
consideró  dueña  de  Europa.  La  República  francesa 
vivirla  en  adelante  entre  enemigos.  Rusia  quedaba 
confinada  á  un  extremo  del  continente.  Inglaterra  se- 
guiría en  su  «soberbio  aislamiento»,  pero  Bismarck 


BISMARCK    Y    BL    KAISBR,    ENTONCES    KRONPRINTZ    GUILLERMO 


esperaba  contar  con  su  aprobación  ó  cuando  menos 
con  su  indiferencia. 

El  tratado  de  la  Triple  Alianza  se  ajustó  por  cinco 
años.  Luego  fué  renovándose  en  1887,  1891,  1898, 
1904,  1909  y  1913.  Italia,  que  sólo  había  aceptado 
prudentemente  una  obligación  defensiva,  pudo  man- 
tenerse neutral  en  1914,  declarando  con  esto  la  cul- 
pabilidad ofensiva  de  sus  aliados,  promovedores  de  la 
presente  guerra.  Además  sólo  había  accedido  á  las 
diversas  renovaciones  del  tratado  después  de  ver 
satisfechas  las  exigencias  con  que  acompañaba  cada 
nueva  prueba  de  adhesión. 


La  seguridad  de  la  Triple  Alianza  no  fué  bastante 
para  Bismarck.  Deseaba  el  mantenimiento  de  la  paz 
á  todo  trance  para  el  tranquilo  desarrollo  de  Alema- 
nia. Sus  amenazas  belicosas  eran  únicamente  para  el 
pueblo  francés,  por  creerlo  debilitado  y  querer  impe- 
dir su  reconstitución.  Con  las  demás  potencias  desea- 


ba mantenerse  en  buenas  relaciones,  evitando  todo 
riesgo  de  guerra. 

A  impulsos  de  su  deseo  ideó  la  más  complicada  é 
hipócrita  de  las  combinaciones  diplomáticas.  Había 
hecho  la  alianza  con  Austria  para  ponerse  á  cubierto 
de  las  amenazas  de  Rusia,  y  luego  de  esto  buscó  po- 
nerse en  relación  con  el  Imperio  ruso,  ajustando  una 
alianza  secreta.  Austria  tardó  mucho  tiempo  en  ente- 
rarse de  los  manejos  ocultos  de  su  aliado. 

El  Canciller,  al  mismo  tiempo  que  pretendía  con 
esta  maniobra  diplomática  evitar  el  último  peligro 
que  amenazaba  á  su  país,  quiso  impedir  que  Rusia, 
amenazada  á  su  vez  por  la  Triple  Alianza,  concediese 
su  amistad  á  la  República  francesa.  La  familia  impe- 
rial rusa  era  objeto  en 
aquel  entonces  de  fre- 
cuentes atentados  por 
parte  de  los  nihilistas, 
y  Bismarck  explotó  ta- 
les sucesos  demostran- 
do á  la  corte  de  San 
Petersburgo  que  eran 
producto  de  la  propa- 
ganda revolucionaria 
de  Francia.  En  1884 
obtuvo  del  gobierno 
ruso  la  firma  de  un  tra- 
tado secreto,  en  virtud 
del  cual  Alemania  y 
Rusia  se  comprometían 
reciprocamente  á  la 
neutralidad  amistosa 
en  el  caso  de  que  una 
de  ellas  fuese  atacada 
por  una  tercera  poten- 
cia. 

Esta  política  comple- 
ja y  tortuosa  la  bautizó 
Bismarck  con  el  titulo  de  «política  de  contraseguro». 
Sus  enemigos,  al  enterarse  vagamente  de  ella,  le  ata- 
caron en  el  Reichstag,  demostrando  que  el  sistema  de 
seguros  y  contraseguros  llevado  á  la  diplomacia  no 
podía  inspirar  confianza  á  ninguna  potencia,  pues 
cada  una  de  éstas  tendría  derecho  á  preguntarse  cuál 
de  los  dos  tratados,  el  del  seguro  ó  el  del  contraseguro, 
prevalecería  en  el  momento  crítico.  Pero  tales  tortuo- 
sidades eran  muy  del  gusto  de  la  diplomacia  alemana, 
que  insistió  en  ellas. 

Rusia,  comprendiendo  el  engaño  de  esta  situación 
equívoca,  que  representaba  una  ventaja  positiva  para 
Alemania  y  una  carencia  de  seguridad  para  ella,  se 
negó  á  renovar  el  tratado,  cuya  duración  era  de  tres 
años. 

El  famoso  Canciller  no  pudo  continuar  su  política 
preponderante  sobre  Europa.  Ocurrió  lo  que  menos 
podía  imaginarse.  El  Imperio  juzgó  innecesarios  sus 
servicios. 

Había  muerto  Guillermo  I,   «su  viejo  amo».   El 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


333 


Moltke       Bismarck 


Kroupriutz  Guillermo 
MUBRTB   DB  GUILLERMO   I 


kronprintz,  valeroso  y  noble  soldado  de  las  guerras 
con  Austria  y  Francia,  ocupó  el  trono  con  el  nombre 
de  Federico  111,  pero  herido  de  muerte  y  sólo  por  po- 
cos meses. 

Un  joven  emprendedor  y  absorbente,  ansioso  de 
mezclarse  en  todo  y  disponerlo  todo,  quedó  al  frente 
de  Alemania,  chocando  desde  los 
primeros  momentos  con  el  glorio- 
so Canciller,  que  estaba  acostum- 
brado al  respeto  y  la  simpatía  de 
sus  soberanos.  Ilabia  servido  al 
abuelo  y  al  padre  con  leal  fideli- 
dad, pero  al  mismo  tiempo  con 
cierto  compañerismo,  consideran- 
do el  Imperio  como  una  obra  co- 
mún que  en  cierto  modo  le  perte- 
necía. El  nieto  quiso  tratarlo  lo 
mismo  que  á  un  viejo  intendente, 
respetable  por  sus  años  y  servi- 
cios, pero  de  clase  inferior. 

Guillermo  II  puso  en  la  calle  á 
Bismarck,  haciéndole  salir  de  la 
cancillería,  en  la  que  había  es- 
perado envejecer  hasta  que  le  sor- 
prendiese la  muerte. 


aUILLBRMO    I    RN   SU   LBCHO   DB   MDBRTE 


VII 


La  marina  alemana 

Vencedora  Alemania  en  sus  guerras  continentales, 
sintió  la  necesidad  de  poseer  una  fiota. 

Á  la  hora  en  que  el  ejército 
triunfador  en  Sadowa  y  Sedán  era 
el  primero  de  Europa,  Alemania 
figuraba  como  la  última  nación  en 
cuanto  íí  poder  marítimo.  Esta 
carencia  de  buques  de  guerra  la 
sintió  en  1870,  al  iniciar  la  cam- 
paña de  Francia.  Una  parte  de 
su  ejército  tuvo  que  inmovilizarse 
en  las  costas,  que  no  contaban 
para  su  defensa  con  un  sólo  navio 
importante.  La  mala  dirección  del 
Imperio  francés  y  el  desorden  de 
sus  operaciones  libraron  á  los 
puertos  alemanes  de  un  ataque  de 
la  marina  francesa,  acompañado 
de  graves  daños. 

Este  peligro,  que  podía  repetir- 
se, obligó  á  la  nación  vencedora 


334 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA    ISLA    DE    HBLIGOLAND 


á  preocuparse  de  la  creación  de  una  marina,  inician- 
do Bismarck  los  primeros  trabajos,  que  fueron  con- 
tinuados por  Guillermo  II  con  una  rapidez  y  un  éxito 
verdaderamente  asombrosos. 

Hoy  la  marina  alemana  es,  por  la  fuerza  de  que 
dispone,  la  segunda  de  Europa.  Como  fué  la  última  de 
todas  en  su  creación  y  desarrollo,  no  tuvo  que  luchar 
como  las  otras  con  las  dificultades  embarazosas  de  un 
material  antiguo,  tradiciones  conservadoras  y  ruti- 
nas profesionales.  Ha  podido  estudiar  en  las  expe- 
i'iencias  de  sus  vecinos,  aprovechando  de  un  golpe 
todo  lo  que  los  otros  adquirieron  á  costa  de  largos 
años  y  vacilantes  ensayos. 

Desde  sus  primeros  tiempos  comprendió  Prusia  la 
necesidad  de  una  defensa  naval.  En  el  siglo  XVII,  el 
Gran  Elector  se  preocupó  de  la  marina,  á  pesar  de  su 
pobreza  de  soberano  modesto,  construyendo  una  fraga- 
ta de  40  cañones.  Federico  el  Grande  deseó  la  conquis- 
ta de  Dánzig,  por  ver  en  este  puerto  la  base  de  un  futu- 
ro poder  marítimo.  Pero  no  bastaba  á  los  monarcas 
de  Prusia  desear  una  flota.  Les  faltaban  las  costas  y 
los  puertos.  Su  litoral  era  bajo,  arenoso  y  con  los  es- 
tuarios cerrados  por  barras.  Dinamarca  se  oponía  á 
su  acceso  al  mar.  Las  repúblicas  de  Lubeck  y  Ham- 
burgo  y  el  reino 
de  Hanóver,  que 
poseían  casi  todas 
las  costas  de  Ale- 
mania, se  nega- 
ban á  una  alianza 
con  Prusia  te- 
miendo por  su  in- 
dependencia. 

Al  iniciarse  la 
política  de  Bis- 
marck, el  gobier- 
no prusiano  sólo 
tenía  un  buque  in- 
significante: la 


corbeta  de  vela 
La  Amazona,  de 
12  cañones,  que 
era  el  orgullo  de 
los  burgueses  de 
Berlín,  y  unas 
cuantas  lanchas 
cañoneras  movi- 
das á  remo.  Esta 
era  toda  su  mari- 
na cuando  en  1864 
emprendióla  gue- 
rra contra  Dina- 
marca para  arre- 
batarle los  duca- 
dos de  Schleswig 
y  Holstein. 

Bismarck  cre- 
yó necesario  im- 
provisar una  flota  para  defender  las  costas  de  una 
agresión  posible  de  Dinamarca,  que  disponía  de  fuer- 
zas marítimas,  y  con  fondos  de  la  Dieta  de  Francfort 
fueron  compradas  á  toda  prisa  dos  fragatas  de  vela 
en  Londres  y  una  en  los  Estados  Unidos,  que  vinieron 
á  unirse  con  La  Amazona  y  la  media  docena  de  ca- 
ñoneras á  remo.  Como  Prusia  no  tenía  marinos,  tri- 
puló estos  buques  con  aventureros  de  diversas  nacio- 
nalidades enganchados  en  los  puertos  del  Báltico.  El 
mando  supremo  de  la  primera  escuadra  prusiana  hubo 
que  conferirlo  á  un  capitán  mercante  natural  de  Gre- 
cia. Esco  ocurrió  hace  cincuenta  años  en  el  país  que 
posee  ahora  una  flota  enorme. 

Inglaterra,  que  ocupaba  la  isla  de  Heligoland,  de- 
claró que  trataría  á  estos  buques  y  á  sus  tripulacio- 
nes poco  recomendables  como  si  fuesen  piratas,  y  la 
escuadra  bismarckiana  fracasó  lamentablemente.  Al 
terminar  la  guerra,  el  personal  marítimo  de  ocasión 
fué  licenciado,  y  los  buques  de  la  llamada  flota  de 
Francfort  se  vendieron  en  pública  subasta. 

Después  de  la  victoria,  la  política  del  Canciller  fué 
proporcionando  á  Prusia  riberas  y  puertos,  sin  los 
cuales  no  era  posible  la  existencia  de  una  marina  de 
guerra.  Pasaron  á  ser  suyas  la  doble  costa  del  Hols- 


RADA  DD  EIBL  CON  LOS  ACORAZADOS  MODBRNOS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


325 


BL   GRAN   SALÓN    DKL    RATAUS    DB    BRBMA   CON    LOS   MODBLOS   DB   LOS   ANTIGUOS   BARCOS 


tein  y  todas  las  de  Hanóver,  con  lo  cual  todo  el  lito- 
ral de  Alemania,  desde  Holanda  á  Rusia,  quedó  en 
manos  del  gobierno  prusiano.  De  esta  ribera  extensa 
lo  más  apreciable  fué  la  magnifica  bahia  de  Kiel,  base 
del  poder  naval  alemán.  Dos  centros  marítimos  im- 
portantes tuvo  Prusia  á  su  disposición  como  núcleos 
de  la  marina  futura:  Wilhelmshaven  (puerto  Guiller- 
mo) en  el  mar  del  Norte  y  Kiel  en  el  mar  Báltico. 
Además,  por  la  convención  de  Gastein  con  el  gobier- 
no austríaco,  Prusia  adquirió  el  derecho  de  abrir  un 
canal  á  través  del  Holstein 
de  un  mar  á  otro.  Este  fué 
el  provecho  marítimo  de  la 
guerra  contra  Dinamarca, 
realizada  únicamente  con 
ejércitos  de  tierra. 

Al  conseguir  Bismarck 
después  de  Sadowa  la  adhe- 
sión de  los  Estados  del  Sur 
iniciando  la  futura  confe- 
deración imperial,  su  gobier- 
no pudo  ocuparse  seriamen- 
te en  la  creación  de  una 
marina.  Desde  18(57  el  ("an- 
ciller  empezó  á  preparar, 
como  ya  dijimos,  su  guerra 
contra  el  Imperio  francés. 
Éste  disponía  de  una  flota 
temible  para  la  seguridad  de 
las  costas  prusianas.  El  Par- 
lamento de  la  Confederación 


BL   ARSENAL   DB   DANZIQ 


alemana  del  Norte  aprobó  rápidamente,  á  instigacio- 
nes del  Canciller,  un  proyecto  para  la  organización  de 
la  flota  durante  un  período  de  diez  años  (1867-1877). 
Esta  organización  se  realizó  sin  perder  tiempo, 
acaparando  los  buques  que  estaban  á  la  venta  en  el 
extranjero.  La  primera  compra  la  hizo  Bismarck... 
¡en  Francia!  adquiriendo  el  acorazado  Federico-Car- 
los, construido  en  los  arsenales  del  Sena.  Dos  buques 
semejantes,  el  Principe  imperial  y  el  Kiel,  fueron 
comprados  en  Inglaterra.  Además,  en  1869  Guillermo  I 

inauguró  solemnemente  el 
puerto  de  Jade  en  el  mar 
del  Norte,  bautizándolo  con 
su  nombre:  Wilhelmshaven 
(puerto  Guillermo.  Está  si- 
tuado sobre  el  golfo  .lade, 
en  un  terreno  que  Federico 
(iuillermoIVcompró  en  1854 
al  ducado  de Olderaburgo  por 
millón  y  medio  de  francos, 
previendo  lo  que  podía  re- 
presentar en  lo  futuro.  Na- 
poleón I  había  tenido  el  pro- 
yecto de  establecer  en  Jade 
una  estación  naval. 

Al  estallar  la  guerra  con 
Francia,  la  flota  alemana  se 
componía  de  3  fragatas  aco- 
razadas, '2  monitores,  9  cor- 
betas y  22  lanchas  cañone- 
ras. Los  puertos  de  Wil- 


336 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


TALLERES   DE   LA   CASA   KRUPP 
Construcción  de  una  doble  torre  blindada 


helmshaven  y  Kiel,  fortificados  recientemente,  eran 
sus  abrigos.  Esta  marina  no  hizo  nada  durante  la  gue- 
rra. La  flota  francesa,  cuyo  ataque  era  esperado,  per- 


PARA   LA   ARMADA 
Fundición  de  planchas  de  blindaje  en  la  Casa  Krupp 


maneció  inactiva.  Los  rápidos  desastres  de  tierra  firme 
y  la  desorganización  del  gobierno  imperial  paralizaron 
la  ofensiva  de  las  escuadras  de  Francia.  No  disponían 
de  un  ejército  de  desembarco;  toda  su  acción,  después 
de  salvar  grandes  dificultades,  sólo  podía  limitarse 
á  cañonear  desde  lejos  las  costas  alemanas.  Por  esto 
desistieron  de  un  ataque  y  la  naciente  marina  ger- 
mánica salió  de  la  guerra  sin  pérdidas  y  sin  gloria, 
pero  aprovechando  ampliamente  el  buen  resultado  de 
la  lucha  para  su  desarrollo  y  progreso,  como  había 
ocurrido  después  de  las  campañas  contra  Dinamarca 
y  Austria. 

El  nuevo  Imperio  concentró  sus  esfuerzos  para  con- 
seguir una  marina  nueva.  En  1872  fué  creado  el  Al- 
mirantazgo, y  en  el  año  siguiente,  fecha  memorable 
para  la  flota  alemana,  el  príncipe  de  Bismarck  hizo 
adoptar  por  el  Reichstag  un  plan  de  renovación  com- 
pleta que  abarcó  á  la  vez  la  defensa  fija  de  las  costas 
y  la  defensa  móvil,  ó  sea  las  fortificaciones  y  los  bu- 
ques. La  obra  debía  realizarse  en  el  término  de  diez 
años  1 18731883).  Todas  las  energías  de  Alemania  con- 
vergieron en  este  trabajo. 

El  nuevo  Imperio  se  dio  cuenta  del  gran  peligro 
en  que  habían  estado  sus  costas  durante  la  guerra  re- 
ciente y  los  graves  daños  que  podía  haberle  inferido 
la  flota  enemiga  guiada  por  una  buena  dirección.  Una 
parte  considerable  de  los  millones  entregados  por 
Francia  fué  dedicada  á  los  trabajos  de  la  marina.  La 
industria  particular  creó  astilleros  en  los  puertos  del 
mar  del  Norte  y  del  Báltico,  y  al  poco  tiempo  botaba 
al  agua  cañoneros,  corbetas  y  avisos.  En  1874,  ó  sea 


HISTORIA  ÜE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


337 


un  año  después,  el  arsenal  de 
Kiel  lanzó  su  primera  fragata 
acorazada,  Federico  el  Gran- 
de. Las  fábricas  de  metalur- 
gia alemana  se  dedicaron  á  la 
producción  de  placas  de  acero 
para  los  acorazados.  La  casa 
Krupp,  que  hasta  entonces 
sólo  había  fabricado  cañones 
con  destino  á  las  guerras  de 
tierra  firme,  adquirió  el  polí- 
gono de  Meppel  para  las  ex- 
periencias de  cañones  de  costa  y  de  escuadra,  dando 
á  la  artillería  de  marina  más  poder  y  precisión.  Los 
talleres  de  maquinaria  se  dedicaron  á  producir  los 
enormes  motores  que  animan  los  buques  modernos. 
En  pocos  años  la  industria  alemana  se  bastó  para 
atender  á  todas  las  necesidades  de  su  marina  sin  ne- 
cesitar más  del  auxilio  extranjero. 


BL  «KAISBR',  DRBADNOUGHT  CON  CORAZA  DE  ACERO  KRUPP 


EL  ORBADMOUOBT  «FRIEDRIOH  DBR  aR0SSB> 

La  defensa  de  las  costas  se  desarrolló  con  la  mis- 
ma rapidez  que  la  defensa  móvil.  Todos  los  puertos 
importantes,  así  como  las  desembocaduras  de  los  ríos, 
fueron  fortificados  poderosamente,  asegurando  los  in- 
tervalos con  baterías  costeras  unidas  por  una  vía 
férrea  en  comunicación  con  los  ferrocarriles  del  inte- 
rior. La  invención  del  torpedo  fué  adoptada  por  el  Al- 
mirantazgo alemán  cuando 
éste  era  desempeñado  por  Ca- 
privi,  general  de  ejército,  que- 
dando defendidas  por  un  sis- 
tema submarino  las  entradas 
de  los  puertos  y  estuarios  y 
los  estrechos  entre  las  islas  y 
la  tierra  firme. 

Otra  parte  de  los  millones 
de  la  indemnización  fué  dedi- 
cada á  la  apertura  del  Canal 
de  los  jios  Imares,   por   otro 


nombre  canal  de  Kiel,  que  pone  en  comunicación  el 
Báltico  con  el  mar  del  Norte.  En  1887  ÍTuillermo  I,  que 
se  había  preocupado  mucho  de  la  obra  de  este  canal, 
puso  solemnemente  la  primera  piedra  de  la  esclusa  de 
Holtenau,  obra  que  aseguraba  la  solidez  del  pasaje 
marítimo.  En  este  día  el  viejo  emperador  pudo  con- 
templar con  sus  propios  ojos  la  flota  alemana  forman- 
do en  el  horizonte  un  semicírculo 
coronado  de  penachos  de  humo. 
Tenía  á  sus  órdenes  13  acorazados, 
14  cruceros,  10  corbetas,  8  fraga- 
tas, 5  cruceros  menores,  7  avisos, 
5  cañoneros,  10  buques-escuelas  y 
96  torpederos,  con  un  personal  de 
17.000  hombres. 

Guillermo  I  y  su  Canciller  debie- 
ron acordarse  en  dicho  momento, 
con  orgullo  y  regocijo  tiúunfante, 
de  los  veleros  de  ocasión  que  ha- 
bían formado  la  grotesca  flota  de 
Francfort,  así  como  del  capitán 
griego  improvisado  almirante  por 
Bismarck  y  sus  tripulaciones  de 
aventureros  tratados  por  Inglate- 
rra como  piratas.  Veinticuatro  años 
habían  bastado  para  realizar  la 
portentosa  transformación.  Los 
dos  viejos  podían  sentirse  satisfechos  de  sus  trabajos 
y  su  buena  suerte. 

Al  revistar  el  emperador  las  fuerzas  de  desem- 
barco en  la  fiesta  de  Kiel  (3  de  Junio  de  1887 1,  vio 
avanzar  una  figura  conocida  al  frente  de  un  ba- 
tallón de  infantería  de  marina.  Era  su  nieto  Guiller- 
mo, hijo  mayor  del  príncipe  heredero,  que  mostraba 


BL   DRBADNOUGHT    «PRINZ   RBGBNT   LUITPOLD» 


3?  8 


VICENTE  BLASCO  1BAÑE2 


BL,    «MOLTKa> 


gran  entusiasmo  por  todos  los  asuntos  de  la  flota. 
Al  año  siguiente  1,1888)  falleció  el  viejo  emperador; 
le  sucedía  su  hijo,  Federico  III,  para  morir  tres  me- 
ses después,  y  ocupaba  el  trono  con  el  nombre  de  Gui- 
llermo II  el  joven  marino  de  afición  que  había  desfi- 
lado ante  su  abuelo  en  la  revista  de  Kiel. 


Por  grandes  que  sean  las  fuerzas  productoras  de 
un  país,  le  es  difícil  crear  de  golpe  una  marina  de 
guerra.  Alemania,  gracias  á  su  industria,  pudo  impro- 
visar en  breve  tiempo  los  arsenales,  las  fábricas  de 


soberano,  indica  claramente  el  ob- 
jeto que  se  propuso:  moldear  en  el 
troquel  de  la  disciplina  de  las  tro- 
pas de  tierra  el  personal  de  la  flota 
naciente,  desde  los  oficiales  á  los 
marineros  y  trabajadores  de  arse- 
nal, manteniéndolos  firmemente  en 
sus  estrecheces  y  aplicando  á  los 
establecimientos  marítimos  recien- 
temente creados  las  reglas  simples 
y  positivas  de  la  administración 
del  ejército. » 


BL   ACORAZADO    «PRBUSSBN» 

corazas,  máquinas  y  cañones,  lanzando  al  mar  todos 
los  años  nuevos  buques.  Pero  le  faltaba  el  personal. 
Sólo  después  de  largos  años  de  ejercicios  pudo  tener 
una  marina  experta. 

Los  primeros  educadores  de  la  flota  alemana  fue- 
ron generales  del  ejército  de  tierra.  Roon,  famoso  por 
su  talento  organizador,  desempeñó  por  mucho  tiempo 
la  cartera  de  Marina  al  mismo  tiempo  que  la  de 
Guerra.  Después  se  ocupó  de  la  dirección  de  la  flota 
el  general  Stosch,  intendente  de  los  ejércitos  alema- 
nes y  jefe  de  Estado  Mayor  durante  la  guerra  con 
Francia.  Luego  fué  el  general  Caprivi  el  encargado 
de  amaestrar  el  personal  de  marina.  «La  clase  de 
educadores — dice  un  autor  militar — escogida  por  el 


BL   ACORAZADO    «WITTBLSBACH» 

Este  personal,  disciplinado  mecánicamente  y  de 
férrea  obediencia,  mostró  al  principio  una  lamentable 
torpeza.  Apenas  salía  al  mar,  la  desgracia  flotaba 
tras  de  él.  Sus  desventuras  marítimas  hicieron  recor- 
dar muchas  veces  los  primeros  tiempos  de  la  escuadra 
prusiana,  cuando  figuraban  en  sus  tripulaciones  los 
cocheros  de  Berlín  que  habían  incurrido  en  faltas  de 
policía. 

Al  estallar  la  guerra  ruso-turca,  cuatro  acorazados 
alemanes  fueron  enviados  al  Mediterráneo  para  que 
figurasen  al  lado  de  las  escuadras  francesa  é  inglesa 
é  hiciesen  constar  que  el  Imperio  disponía  de  una  ma- 


L     'fi  ImTlf^^'^ 


BL    CRUCBKO    «VON    DBR    TANN» 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


339 


riña.  Dos  de  estos  acorazados  tu- 
vieron que  retirarse  ai  poco  tiempo 
con  graves  averías  á  causa  de  sus 
maniobras  torpes,  y  el  tercero,  lla- 
mado Grosser  Kurfurst,  fué  echado 
á  pique  en  pleno  día  por  su  compa- 
ñero, pereciendo  2t)it  hombres  de 
la  tripulación.  Un  buque-escuela 
alemán  naufragó  por  un  descuido 
de  máquina  estando  anclado  dentro 
del  puerto  de  Málaga,  pereciendo 
la  mayor  parte  de  su  tripulación  y 


'M 


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'''  - 


\ 


EL    ACORAZADO    <•  ITILDBBRAND» 

sus  alumnos.  Sin  embargo,  la  tenacidad  y  la  disci- 
plina acabaron  por  vencer.  En  fuerza  de  ejercicios, 
evoluciones  y  maniobras,  la  nota  germánica  adquirió 
un  personal  experto.  Al  mismo  tiempo  el  gran  des- 
arrollo de  la  navegación  mercante  de  Hamburgo  y 
Brema  pudo  proporcionar  á  los  pocos  años  una  mari- 
nería práctica. 

Alemania,  al  poseer  una  ttota,  quiso  emplear  su 
poder  ofensivo  lanzándose  á  la  adquisición  de  colonias 
en  1884.  Llegaba  tarde  al  reparto  mundial.  Los  mejo- 
res lugares  en  los  países  sin  dueño  los  habían  ocupa- 
do otras  potencias,  especialmente  Inglaterra  y  Fran- 


RL    CRCCBRO    «SBIDLITZ» 


cia.  Pero  el  gobierno  de  Berlín,  deseoso  de  que  su  país 
figurase  como  una  potencia  colonial  ya  que  disponía 
de  una  flota,  se  contentó  con  recoger  lo  que  sus  riva- 
les le  habían  dejado,  intentando  de  paso  apoderarse 
de  las  posesiones  de  otros  pueblos  que  consideraba 
débiles.  Sus  buques  impusieron  el  protectorado  ale- 
mán á  los  territorios  de  Togo,  Cameron  y  Damara,  en 
la  costa  occidental  de  África.  También  ocuparon  en 
el  mismo  año  1881  algunos  puertos  de  la  Nueva  Gui- 
nea y  del  archipiélago  oceánico,  bautizado  con  el 
nombre  de  Bisraarck.  En  el  año  siguiente  cinco  cruce- 
ros alemanes  obligaron  al  sultán  de  Zanzíbar,  bajo  la 


L.   1 


BL  ACORAZADO  «POSÓN» 


HL  «HOHBNZOLLBRN» 

amenaza  de  sus  cañones,  á  la  renuncia  de  sus  dere- 
chos sobre  una  parte  de  la  costa  oriental  de  África. 

En  Oceania  se  apoderó  la  escuadra  germánica  de 
los  archipiélagos  de  Samoa,  Fidji  y  Marshall.  Poco 
después,  con  el  ansia  de  nuevos  territorios,  Alemania 
plantó  su  bandera  en  las  islas  Carolinas,  que  pertene- 
cían á  España  desde  el  siglo  glorioso  de  sus  descubri- 
mientos, coronados  por  el  primero  de  los  viajes  alre- 
dedor de  la  tierra. 

El  pueblo  español,  irritado  por  el  despojo,  protestó 
ruidosamente,  arrastrando  la  bandera  y  los  escudos 
de  Alemania  en  ]\Iadríd  y  otras  ciudades.  Pareció  in- 
evitable un  choque  entre  las  dos  naciones,  pero  Bis- 
marek  supo  evitarlo,  dando  al  incidente  un  giro  diplo- 


340 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    KAISER    DIRIQIBNDO    UNA    MANIOBRA 

mático  y  sometiendo  su  resolución  al  arbitraje  del 
papa  León  XIIl.  Las  islas  Carolinas  volvieron  á  ser 
españolas,  adqui- 
riéndolas años  des- 
pués por  compra  el 
gobierno  alemán  á 
raíz  de  la  pérdida 
del  archipiélago  de 
Filipinas,  que  hizo 
insostenibles  é  in- 
útiles las  demás  po- 
sesiones de  España 
en  Oceanía. 

La  política  colo- 
nial alemana  del 
tiempo  de  Bismarck 


SUBMARINO   AI.BMAN 


no 


LIMPIANDO  UNA  AMWTRALLADORA 


realizó  más  adquisiciones. 
Pero  éstas  fueron  como 
un  anuncio  de  la  Weit 
politik  (Política  mun- 
dial) que  habia  de  pre- 
ponderar bajo  'iuiller- 
mo  n. 


Quisoéstedesde  prin- 
cipios de  su  reino  ser 
Emperador  del  mar, 
triunfando  en  él  con  los 
mismos  éxitos  que  ha- 
bía obtenido  su  abuelo 
en  las  empresas  de  tie- 
rra firme.  «Guillermo  II 
— dice   un   autor — ha 


demostrado  siempre  de  un 
modo  apasionado  y  con  ma- 
nifestaciones muchas  veces 
excesivas  su  vivo  interés  por 
la  marina.  Puede  decirse  que 
la  considera  como  un  asunto 
personal.  Por  su  propia  ini- 
ciativa estudia  las  fuerzas 
de  sus  rivales,  cuenta  las  su- 
yas, traza  los  cuadros  com- 
parativos para  aclarar  la 
opinión  del  Parlamento,  ha- 
bla á  los  diputados  para  re- 
ducirlos, y  no  hay  esfuerzo 
que  repugne  á  su  amor  pro- 
pio. Su  vigor  y  su  tenacidad 
recuerdan  la  conducta  de  su 
abuelo,  cuando  á  pesar  de 
la  oposición  parlamentaria 
muchas  veces  renovada, 
persistió  por  encima  de  ella 
en  la  reorganización  y  des- 
arrollo del  ejército.» 

Lo  primero  que  hizo  Gui- 
llermo II  al  ocuparse  de  la 
marina  fué  descargar  al  Al- 
mirantazgo de  las  complicaciones  de  la  administra- 
ción de  la  armada,  confiándolas  á  un  ministro  espe- 
cial.   Caprivi   fué 
relevado  del  man- 
do de  la  flota,  que- 
dando al  frente  de 
ésta   por    primera 
vez  un  hombre  de 
mar,  el  vicealmi- 
rante  Monts,  reem- 
plazado más  tarde 
por  el  almirante 
Von  Der  Goltz. 

La  febril  activi- 
dad del  joven  em- 
perador se  comunicó  á  la  marina.  Una  división  de  seis 
buques  bloqueaba  Zan- 
zíbar. Otra  fué  á  Ocea- 
nía  para  bombardear 
Upolu.  La  flota  germá- 
nica  navegó    por   los 
mares   del    extremo 
Oriente,  afrontando  al 
.Tapón  y  obligando   al 
Imperio  chino  á  ceder 
Kiao-Tcheou,  inmedia- 
tamente fortificado. 

El   plan  de  Guiller 
rao  II  fué  extender  por 
todos  los  mares  los  bu- 
ques mercantes  de  su 
país;  poseer  una  mari-  baldeo  db  cubierta 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


341 


na  de  guerra  poderosa  que  hiciese  respe- 
tar el  pabellón  alemán:  establecer  factorías 
en  las  costas  lejanas,  y  al  abrigo  de  los 
intereses  comerciales  acabar  conquistando 
nuevos  territorios. 

La  defensa  del  litoral  de  Alemania  le 
preocupó  tanto  como  las  expediciones  le- 
janas. Esta  defensa  obtuvo  dos  progresos 
enormes  en  los  primeros  tiempos  de  Guiller- 
mo II:  la  anexión  de  Heligoland  y  la  aper- 
tura definitiva  del  canal  de  Kiel. 

La  idea  de  un  canal  entre  los  dos  mares 
que  evitase  á  los  navios  el  largo  y  difícil 
rodeo  por  los  estrechos  de  Dinamarca  era 
de  origen  antiguo.  Las  repúblicas  anseáti- 
cas de  Lubeck  y  Hamburgo  habían  realiza- 
do en  parte  tal  idea  durante  el  siglo  XV, 
valiéndose  de  los  ríos  y  de  canales  suple- 
mentarios para  el  paso  de  sus  buques  de 
escaso  calado.  Wallenstein  en  el  siglo  XVII  intentó 
la  apertura  de  un  canal  para  la  armada  imperial,  de 
la  que  era  almirante.  En  el  siglo  XIX  Dinamarca 
había  abierto  este  paso  del  mar  del  Norte  á  la  rada 
de  Kiel,  sosteniendo  su  utilización  á  pesar  del  obs- 
táculo que  oponían  los  movimientos  de  tierras.  Fe- 
derico  VII   de  Dinamarca  proyectó   construir  otro 
canal  en  mejor  sitio  y  más  cómodo  y  seguro:  pero  fué 
Alemania  la   que 
después  de  la  gue- 
rra victoriosa  de 
los  ducados  se  apro- 
vechó del  plan, rea- 
lizándolo. Los  tra- 
bajos, que  fueron 
inaugurados,  como 
ya  dijimos,  en  1887 
por  Guillermo  I,  se 
concluyeron  en  .Ju- 
nio  de  1895.   Gui- 
llermo II  en  el  mes 

de  Junio  de  dicho  año  procedió  ala  apertura  solemne 

del  Canal  de  los  dos 
mares  en  presencia  de 
53  acorazados  extran- 
jeros y  21  de  la  marina 
alemana.  Todos  los  cen- 
tros principales  de  ad- 
ministración y  ense- 
ñanza de  la  nota  fueron 
establecidos  en  Kiel. 

La  adquisición  de  la 
isla  de  Heligoland,  lla- 
mada igualmente  el 
«Peñón  de  Heligoland» 
por  su  lejana  semejan- 
za con  (iibraltar,  fué 
PINTANDO  DE  GKis  ""»  adquisición  impor- 

Los  cAÑoNBs  tante  para  Alemania. 


TORPEDERO 


ZAFARRANCHO   DB   COMBATE 

Esta  isla  pertenecía  á  Dinamarca,  pero  estaba  en 
manos  de  los  ingleses,  que  por  necesidades  de  la  gue- 
rra contra  Napoleón  la  habían  ocupado  en  1807,  olvi- 
dándose luego  de  devolverla  á  sus  dueños.  Situada  á 
la  vista  de  las  costas  alemanas  á  cinco  ó  seis  horas 
de  Hamburgo,  domina  el  golfo  de  .lade  y  la  desembo- 
cadura del  Elba.  Los  embates  del  mar  han  arruinado 
muchos  de  sus  contrafuertes  y  desmoronado  sus  tie- 
rras, dejando  des- 
unida la  roca  árida 
y  resistente.  «He- 
ligoland— dice  el 
geógrafo  Reclús — 
no  es  más  que  un 
peñón:  pero  un  pe- 
peñón  soberbio  cu- 
yas estrias  de  pie- 
dra multicolor,  casi 
horizontales  y  di- 
versamente escul- 
pidas por  las  Uu- 
aire  salino,  brillan  con 


vías,  el  viento,  el  sol 
tintes  verde,  negruzco 
ó  rojo  de  gran  esplen- 
dor.» Mientras  la  isla 
fué  de  Inglaterra  no 
tuvo  más  que  un  pueblo 
de  pilotos  y  pescadores 
de  origen  frisón  que 
aun  conservaban  la  ori- 
ginalidad de  sus  trajes 
y  antiguas  costumbres. 
Una  escalera  abierta 
en  la  roca  y  un  ascen- 
sor comunican  las  du- 
nas de  la  isla  con  la 
meseta  llamada  Ober- 
land,  que  está  cubierta 
de  alguna  vegetación  y 


y  el 


SALIENDO  A  LA  CUBIERTA 
DE  UN  TORPEDERO 


342 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


COSTA    OCCIDENTAL    DE    HELIGOLAND 

tiene  una  altura  de  57  metros.  Toda  la  isla  ocupa  una 
superficie  de  55  hectáreas,  y  sus  habitantes  son  dos 
mil. 

Heligoland,  en  manos  de  Inglaterra,  representaba 
para  Alemania  mantener  un  centinela  extranjero  den- 
tro de  su  casa.  Los  ingleses  no  habían  hecho  grandes 
gastos  en  la  fortificación  de  la  isla,  pero  desde  lo  alto 
de  su  meseta  podian  observar  cómodamente  las  costas 
fronterizas,  contando  los  buques  apenas  salidos  del 
puerto  y  pudiendo  dar  útiles  indicaciones  al  enemigo 
en  caso  de  guerra. 

Guillermo  II,  obedeciendo  á  la  opinión  popular  y 
á  su  propio  orgullo,  quiso  adquirir  á  toda  costa  el  pe- 
ñón de  Heligoland.  Inglaterra  acabó  por  acceder  á 
esta  cesión  en  Julio  de  1890,  pero  la  hizo  pagar  cara. 

El  Imperio  alemán  tuvo  que  dar  á  los  ingleses  una 
parte  del  Damaraland  en  el  oriente  de  África  y  todos 
sus  derechos  sobre  las  costas  de  Zanzíbar. 

Bismarck,  que  ya  había  roto  con  Guillermo  II  y 
vegetaba  forzosamente  en  el  retiro  de  sus  tierras,  se 
indignó  contra  Caprivi,  su  reemplazante  en  la  canci- 
llería. 

— Dar  tanto  á  cambio  de  Heligoland — dijo — ,  de- 
muestra más  imaginación  que  razón. 

En  toda  Alemania  se  entablaron  vivas  polémicas 


acerca  del  valor  estratégico 
de  la  isla.  Unos  veían  en  ella 
el  baluarte  de  la  Alemania 
del  Norte.  Otros,  teniendo  en 
cuenta  el  alcance  de  la  arti- 
llería, negaban  importancia  á 
la  adquisición,  demostrando 
la  imposibilidad  de  impedir  el 
paso  de  los  navios  entre  He- 
ligoland y  la  costa.  Como  ocu- 
rre en  todas  las  discusiones, 
la  verdad  se  encontraba  en 
un  prudente  término  medio, 
entre  el  denigraraiento  y  el 
elogio  exagerado. 

El  gobierno  alemán  fortifi- 
có la  isla  haciendo  de  ella  un 
peñón  casi  inexpugnable.  Su 
poderosa  artillería  no  puede 
impedir  el  paso  de  una  flota  enemiga  resuelta  á  ir 
adelante  á  costa  de  grandes  sacrificios,  pero  sirve 
para  mantenerla  á  cierta  distancia.  Además  es  una 
base  de  acción  para  los  torpederos,  un  centro  de  apro- 
visionamiento 
para  la  escua- 
dra y  un  punto 
avanzado  para 
las  señales. 

Los  ingleses 
que  vendieron 
hace  veinticua- 
tro años,  por 
avidez  colo- 
nial, la  casi  ol- 
vidada isla  de 
Heligoland,  re- 
conocen ahora, 
algunas  veces, 
la  imprudencia 
de  tal  acto... 


ACADEMIA    DE   MARINA    DE    KIBL 


La  anertura        escalera  y  ascensor  db  heligoland 
del   canal  de 

Kiel  completó  la  defensa  de  las  costas  alemanas  po- 
niéndolas al  abrigo  de  una  sorpresa  ó  de  un  bloqueo. 
Todos  los  puntos  favorables  á  un  desembarco  fueron 
cubiertos  con  fortalezas  ó  baterías,  unidos  entre  sí 
por  una  via  férrea  que  se  extiende  desde  la  frontera 
de  Holanda  á  la  de  Rusia.  La  dirección  general  de  la 
defensa  costera  situada  en  Altona,  comunica  direc- 
tamente con  Berlín  por  medio  de  un  telégrafo  sub- 
terráneo. El  personal  de  marina  está  encargado 
de  las  principales  fortificaciones  de  la  costa,  y  úni- 
camente la  artillería  de  plaza  sirve  las  baterías  se- 
cundarias. 

En  1895  terminó  el  período  defensivo,  preocupán- 
dose en  adelante  el  gobierno  alemán  de  aumentar  la 
potencia  ofensiva  de  la  flota.  Al  trazar  Guillermo  II 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


54a 


el  nuevo  programa  de  la  marina  en  su 
discurso  de  Kiel,  dijo  así: 

«El  ataque  es  superior  á  la  defensa,  y 
por  esto  la  tiota  alemana  debe  tomar  en 
todas  las  guerras  una  vigorosa  ofensiva. » 

El  emperador  parece  haber  olvidado 
tales  palabras  en  la  presente  guerra.  La 
tlota  alemana,  creada  según  él  para  la 
ofensiva,  permanece  oculta  en  los  puer- 
tos, rehuyendo  todo  combate  formal  con 
los  buques  ingleses,  y  únicamente  intenta 
operaciones  fáciles  y  aisladas  contra  na- 
vios de  comercio  y  poblaciones  indefensas. 

Guillermo  II  y  sus  ministros  hicieron 
á  partir  de  1894  una  larga  y  tenaz  cam- 
paña para  el  aumento  de  la  marina  de 
guerra.  Ésta  carecía  de  unidades  de  com- 
bate. Repetidamente  el  Canciller,  princi- 
pe de  Hohenlohe,  el  almirante  Ilollmann 
y  el  barón  Marshall,  pidieron  al  Reichstag 
que  aprobase  el  programa  de  nuevas  construcciones 
ideado  por  el  emperador,  (luillermo  II  se  agitó  como 


V 


FLOTILLA   DE  SUBMARINOS   BN    KIBL 

un  simple  particular,  llamando  uno  por  uno  á  todos 
los  diputados  influyentes,  y  formando  estadísticas  y 
cuadros  comparativos  de  las  marinas  rivales,  que 
enviaba  al  Parlamento.  A  pesar  de  tales  esfuerzos,  el 
Reichstag  en  1897  rehusó  una  gran  parte  de  los  crédi- 
tos solicitados,  no  obstante  que  la  escuadra  alemana, 
llegando  al  extremo  Oriente,  había  ocupado  la  provin- 
cia china  de  Kiao-Tcheou  para  demostrar  la  utilidad 
de  una  gran  marina  de  guerra. 

«La  dislocación  del  Imperio  otomano — habían 
dicho  los  portavoces  del  emperador — ,  el  aislamien- 
to del  Imperio  chino  y  la  inestabilidad  de  muchas 
repúblicas  de  la  América  del  Sur,  nos  ofrecen  pre- 
ciosas ocasiones  de  agrandamiento  que  debemos 
aprovechar.  Nos  hace  falta  una  Ilota  para  que  au- 
mente el  número  de  las  colonias  alemanas,  valién- 


VISTA    DE    KIKL 

donos  de  las  oportunidades  que  se  nos  presentan.  Xo 
debemos  perder  un  instante.» 

Estas  palabras  revelaron  el  verdadero  pen- 
samiento de  Guillermo  11  y  sus  consejeros  al 
trabajar  por  el  aumento  de  la  tiota.  No  era  ésta, 
como  se  había  dicho  al  principio,  para  impedir 
el  bloqueo  de  las  costas  alemanas  y  el  hambre 
consiguiente  de  su  población,  ni  para  proteger 
las  colonias  existentes.  8u  verdadera  finalidad 
era  la  conquista,  y  esta  conquista  no  estaba 
limitada  á  las  adquisiciones  de  obscuros  archi- 
piélagos oceánicos  y  costas  de  África  de  proble- 
mático valor,  sino  que  concentraba  sus  deseos 
en  la  América  del  Sur,  soñando  con  apoderarse 
de  algunos  Estados  de  origen  español. 

Guiller- 
mo II  no 
perdonó 
esfuerzo 
ni  seduc- 
ción para 
conquis- 
tar los  votos  de 
un  parlamento 
reacio  á  las  em- 
presas maríti- 
mas. Halagó  con 
toda  clase  de 
consideraciones 
personales  á los 
diputados  de  la 
Polonia  prusia- 
na; concedió  al 
centro  parlamen 
tario  católico  to- 
dos sus  deseos: 
buscó  atraerse 
á  los  socialistas 


BL    KAl.SKR.    EL    MINISTRO    DE    MARINA 

AL.M1KANTB    YON    TIRPITZ 
Y   BL   ALMIRANTE   VON    HOLZBNDORP 


344 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    CANAL    DB    KIBL 


que  habían  sido  duramente  perseguidos  en  tiempos  de 
Bismarck.  Las  gestiones  del  soberano  habían  de  dar 
forzosamente  un  resultado  magnífico,  teniendo  en 
cuenta  el  carácter  alemán,  sensible  á  toda  considera- 
ción venida  de  lo  alto  y  que  considera  como  el  mayor 
de  los  honores  la  inefable  felicidad  de  una  sonrisa  ó 
un  apretón  de  manos  del  emperador. 

El  Keichstag,  que  conservaba  cierta  tendencia  á  la 
oposición  después  de  las  batallas  más  ruidosas  que 
eficaces  sostenidas  contra  Bismarck,  se  entregó  por 
completo  á  la  dirección  de  Guillermo  II.  En  1898  votó 
todo  lo  que  solicitaba  el  gobierno  imperial,  acordando 
513  millones  para  la  construcción  de  nuevos  buques. 

Después  de  atreverse  el  Parlamento  á  tales  gastos, 
las  demandas  del  emperador  para  el  en- 
grandecimiento de  la  flota  se  han  repeti- 
do en  diversas  ocasiones.  Alemania  lleva 
invertidos  más  de  3.000  millones  en  la 
constitución  de  su  marina.  El  Keichstag, 
á  impulsos  del  entusiasmo  pangermanis- 
ta,  ha  autorizado  todas  las  propuestas  del 
gobierno  para  el  desarrollo  incesante  de 
la  flota.  Diez  millones  acordados  por  un 
voto  especial  se  dedicaron  á  la  fortifica- 
ción de  la  colonia  de  Kiao-Tcheou,  que 
en  1914  fué  tomada  por  los  japoneses. 

El  Imperio  ha  llegado  á  constituir  va- 
rias escuadras,  compuesta  cada  una  de 
ocho  acorazados  de  linea,  con  una  canti- 
dad enorme  de  cruceros  de  varias  cate- 
gorías, torpederos  y  submarinos.  Además, 
en  clase  de  cruceros  auxiliares  cuenta 
con  numerosos  y  rápidos  buques  de  las 


varias  compañías  de  navegación  de  Hamburgo  y 
Brema. 

El  torpedo  de  fabricación  alemana  es  uno  de  los 
mejores.  La  industria  del  país  realizó  grandes  pro- 
gresos en  el  blindaje  de  los  buques.  Fué  el  ingeniero 
francés  Dupuy  de  Lome  el  que  ideó  hace  medio  siglo 
el  proteger  los  flancos  de  los  navios  con  placas  de  hie- 
rro, pasando  por  una  maravilla  la  fragata  Gloria, 
primer  buque  acorazado. 

Desde  entonces  el  blindaje  y  el  cañón  han  reali- 
zado grandes  y  alternativos  progresos  para  vencerse 
el  uno  al  otro.  El  hierro  fué  sustituido  por  el  acero  y 
cada  potencia  marítima  empleó  un  blindaje  especial. 
Alemania  usa  en  sus  buques  las  corazas  fabricadas 


BL  PUERTO  DE  TORPEDEROS  EN  BL  CANAL  DB  KIBL 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


345 


por  Krupp,  de  acero  endurecido,  en  el  que  entran 
como  componentes  níquel,  cromo,  carbono,  cobre, 
manganeso,  fósforo,  azufre  y  arena. 

Estas  placas  durante  mucho  tiempo  han  roto  en 
los  ensayos  el  proyectil  sin  que  lograse  éste  penetrar 
en  ellas.  Pero  el  cañón,  con  sus  incesantes  progresos, 
dice  siempre  la  última  palabra,  y  en  casi  todos  los 
combates  navales  de  la  presente  guerra  los  acoraza- 
dos germánicos  protegidos  por  el  forro  de  Krupp,  re- 
putado como  invencible,  han  sido  echados  á  pique  por 
la  artillería  inglesa. 


VIII 


El  ejército  alemán 

El  verdadero  fundador  del  ejército  alemán  fué  Fe- 
derico Cluillermo  I,  el  llamado  rey-sargento,  padre  de 
Federico  el  Grande. 

Al  hablar  de  la  dinastía  de  los  HohenzoUern  diji- 


UNO   DB   LOS    PUBNTES    FORTIFICADOS   SOBRB   BL   CANAL 

mos  algo  de  las  manías  y  extravagancias  de  este  regio 
personaje  que  se  dedicó  á  coleccionar  gigantes,  en- 
ganchándolos ó  robándolos  en  todos  los  pueblos  de 
Europa,  para  constituir  la  primera  formación  del 
ejército  prusiano. 

El  interesante  historiador  G.  Lenotre  lo  describe 
así:  «Guillermo  el  Gordo — toda  Europa  lo  designaba 
con  este  apodo — era  de  una  avaricia  inaudita.  Sus 
embajadores,  tan  andrajosos  como  los  lacayos  de  Har- 
pagón,  eran  motivo  de  risa  en  las  cortes  extranjeras. 
Su  representante  en  Holanda  se  había  visto  reducido 
algunas  veces  á  la  mendicidad,  saliendo  á  la  puerta 
de  su  palacio  de  La  Haya  para  presentar  el  sombrero 
á  los  transeúntes.  Guillermo  el  Gordo  economizó  en 
todo:  en  las  pelucas,  que  juzgaba  demasiado  costosas; 
en  su  ropero,  que  se  componía  de  un  solo  traje;  en  la 
alimentación  de  su  mujer  y  sus  hijos,  que  rondaban, 
llorando  de  hambre,  por  las  galerías  de  Postdam. 
Regateaba  con  sus  subditos  los  huevos,  el  queso  y 


OBRAS  OB  BMSANCHAMIBNTO  DBL  CANAL 

las  coles  agrias  para  las  comidas  de  la  corte,  y  pro- 
hibía á  su  cocinero  probar  las  salsas,  porque  esta 
operación  podía  disminuir  la  parte  de  los  convidados. 
Su  avaricia  feroz  no  le  impedía  embriagarse  diaria- 
mente y  comer  «hasta  reventar».  Su  monomanía 
económica  pesaba  únicamente  sobre  las  gentes  pró- 
ximas á  él.  De  este  modo  llegó  en  veintiocho  años  de 
reinado  á  conseguir  un  vientre  de  más  de  dos  metros 
de  circunferencia  y  á  guardar  en  las  bodegas  de  su 
palacio  de  Berlín  20  millones  de  thalers  encerrados 
en  toneles,  tesoro  que  permitió  á  su  heredero  Federi- 
co el  Grande  revolucionar  á  Europa  con  incesantes 
guerras.» 

Pero  como  dice  Paul  de  Saint- Víctor  al  hablar  de 
Guillermo  el  Gordo  en  su  libro  Bárbaros  y  bandidos, 
«todo  avaro  tiene  su  vicio  y  toda  caja  su  grieta».  Este 
rey  de  Prusia  sentía,  como  ya  dijimos,  una  irresisti- 
ble afición  por  los  granaderos  gigantescos,  y  á  pesar 
de  su  avaricia 
no  reparaba  en 
fFT'gastos  para  au- 
mentar los  re- 
gimientos de  su 
Guardia  con  un 
fenómeno  nue- 
vo de  tal  clase. 
«Pagaba  sete- 
cientos thalers 
sin  regateo  al- 
guno— dice  un 
autor— por  un 
hombre  de  5 
pies  y  10  pul- 
gadas, asi  como 
mil  escudos  por 
un  hombre  de 
()pies.I\lás  allá 
de  esta  medida 
suprodigalidad 

se  convertía  en      acorazado  aprovisionándosb  db  carbón 
demencia,  lie  bn  alta  mar 

43 


316 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA    ESCIADRA    ALEMANA 


gando  á  dar  32.000  libras  por  un  italiano  enorme,  lla- 
mado Andrea  Capra,  que  su  embajador  en  Inglaterra 
había  descubierto  en  las  calles  de  Londres.» 

El  más  curioso  de  sus  negocios  fué  el  que  hizo  con 
el  Elector  de  Sajonia,  que  poseía  en  su  ejército  cinco 
ó  seis  soldados  de  tal  clase.  El  Elector,  gran  aficiona- 
do á  las  artes,  propuso  á  Guillermo  el  Gordo  la  entre- 
ga de  sus  colosos  á  cambio  de  diversos  objetos  esco- 
gidos á  su  gusto  en  los  museos  de  Berlín.  El  monarca 
prusiano  aceptó  con  entusiasmo  la  proposición,  entre- 
gando una  serie  de  medallas  antiguas,  tres  estatuas 
de  Priapo,  Diana  y  Momo  y  un  bronce  florentino  de 
la  mejor  época  figurando  San  Jorge  á  caballo,  á  cam- 
bio del  lote  de  gana- 
panes, y  todavía  el 
avaro  Guillermo  cre- 
yó haber  hecho  un 
magnífico  negocio. 

Paul  de  Saint-Víc- 
tor, en  su  elocuente 
estudio  sobre  las  ex 
tra vagancias  de  este 
maniático  coronado, 
fundador  del  ejército 
de  Prusia,  describe 
pintorescamente  las 
cacerías  humanas  á 
que  se  dedicó  para 
reclutar  sus  tropas. 
«  Una  banda  de  a  gen- 
tes prusianos  hablan- 
do todas  las  lenguas, 
conociendo  los  pasos 
BL  KAISER  BN  LAS  ÚLTIMAS  ^^  todas  las  frontC" 

MANIOBRAS  NAVALE.S  Tas,  acostumbradosá 


todos  los  disfraces  y  á  todas  las  astucias,  exploró  el 
mundo  entero  para  proporcionar  á  Guillermo  soldados 
nunca  vistos.  En  sus  rebuscas  llegaron  hasta  los  ba- 
zares de  Alepo  y  del  Cairo.  Esta  gigantomanía  fué 
organizada  lo  mismo  que  una  caza.  Tener  seis  pies  de 
estatura  en  tiempos  del  rey  Guillermo  constituía  un 


BANDDRAS  DB  LA  MARINA  ALEMANA 

peligro:  tres  pulgadas  más  y  el  hombre  podía  consi- 
derarse perdido.  Fuese  quien  fuese,  campesino  ó  no- 
ble, obrero  ó  sacerdote,  magnate  ó  mujick,  pasaba  al 
estado  de  pieza  de  montería  del  rey  de  Prusia,  sintién- 
dose perseguido  por  una  jauría  invisible.  Rodeado  de 
cerca,  seguido  paso  á  paso,  iba  tropezando  de  trampa 
en  emboscada,  hasta  el  momento  en  que  la  persecu- 
ción incesante  conseguía  atraparlo  en  los  linderos  de 
un  bosque,  si  es  que  no  lo  arrancaba  de  su  propio 
lecho.  Los  agentes  de  Guillermo  agarrotaban  al  fenó- 
meno, empaquetándolo  con  cadenas  y  cuerdas,  y  lo 
metían  á  viva  fuerza  en  la  caja  de  un  vehículo  que 
tenía  rejas  y  cerrojos  lo  mismo  que  una  mazmorra. 
El  sombrío  carruaje  partía  al  galope  de  sus  caballos, 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


347 


llevándose  al 
sígante  para 
desembalarlo  ;i 
la  puerta  de  un 
cuartel,  y  po- 
cos días  des- 
pués un  grana 
dero  desmesu- 
rado, engran- 
decido todavía 
por  un  plumero 
enorme,  figura- 
ba en  la  parada 
de  Postdam.» 

Un  sacerdo- 
te italiano,  el 
abate  Bastianí, 
fué  raptado  de 
este  modo,  á 
causa  de  su  es- 
tatura enorme, 
en  el  momento 
que  decía  misa 
en  una  ermita 
del  Tirol.  Un 
embajador,  Mr.  de  Bentrieder,  enviado  extraordina- 
rio del  emperador  de  Austria  ante  el  rey  de  Ingla- 


QüILLHRMO,    CONSTRCCTOK    NA\AL 

-Mientras  no  termine  este  acorazado  no  quiero 
ocuparme  de  otra  cosa 

(CariCütura  del  Xebdsptdfér) 


LA   FLOTA   ALEMANA 

MicHEL  (encarnación  del  pueblo  alemán).— Sir,  os  he  oído  llamar  á 

esa  flota  t^vuestra»  flota,  cuando  es  la  mía. 
El  kaiser  al  canciller  bUlow.— ¿Quién  es  este  inoportuno? 
El  canciller.— Un  desgraciado  que  sufre  delirio  de  grandezas. 

(Caricatura  del  Weekblad  voor  Nederlaml) 

térra,  atravesaba  un  día,  solo  y  á  píe.  las  calles  de 
Alberstadt  por  haberse  roto  su  carruaje  en  la  entrada 
de  la  población.  Un  oficial  prusiano,  al  admirar  su 
robustez,  y  su  alta  estatura,  lo  juz.nó  buena  presa  para 
su  rey,  obligándolo  sin  atender  explicaciones  á  en- 
trar en  el  cuerpo  de  guardia,  donde  el  diplomático  se 
vio  enfundado  inmediatamente  en  un  capote  militar. 
La  oportuna  llegada  del  personal  de  su  séquito  que 
venía  tras  de  él,  pudo  librarlo  de  este  reclutamiento 
repentino. 


Un  polaco  de 
más  de  6  pies 
era  espiado  en 
su  país  por  los 
agentes  prusia- 
nos, y  advertí- 
do  del  peligro 
los  despistaba 
con  astucias  de 
ciervo  viejo. 
Nunca  se  atre- 
vía á  pasar  la 
frontera,  á  pe- 
sar de  vivir  en 
sus  inmediacio- 
nes, ni  dormía 
dos  noches  se- 
guidas bajo  el 
mismo  techo. 
8u  mujer  esta- 
ba próxima  á 
dar  á  luz  y  los 
reclutadores 
adivinaron  que 
con  este  moti- 
vo el  hombre  no  abandonaría  su  casa.  Una  noche 
la  asaltaron,  violentando  las  puertas,  y  al  encontrar 
al  hombre  en  el  lecho  conj'ugal  comenzaron  á  agarro- 
tarlo. En  la  obscuridad  juntaron,  por  equivocación, 
las  piernas  del  gigante  con  una  pierna  de  la  mujer, 
y  al  tirar  de  él  arrastrándolo  fuera  de  la  pieza,  se 
llevaron  al  mismo  tiempo  á  la  desgraciada  esposa, 
que  á  impulsos  del  miedo  empezó  á  sentir  los  dolores 
del  parto.  Los  agentes,  sin  prestar  atención  á  sus  la- 
mentos de  agonía,  la  desligaron,  huyendo  con  su  presa. 


LOS  PROTBCTOS  NAVALES  BN  BL  RBICHSTAG 

Los  DIPUTADOS.— No  nos  deiará  salir  hasta  que 
hayamos  vaciado  nuestros  hoisillos 

(Caricatura  del  Moonshiiie) 


BL    «NASSAU»,    Tiro    DB    LOS    1   I,TIMl)S    DRB^DNOUQHTS 
ALBMANK.S 


349 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL  HJÉRCITO  PRÜSrANO 
EN  BL  SIGLO  XVIII 

Oflclal  de  la  guardia  del  rey 


La  colección  de  gigantea  re 
unida  por  el  rey-sargento  nunca 
conoció  la  guerra.  Guillermo  ves- 
tía suntuosamente  á  sus  colosos, 
complaciéndose  en  hacerlos  des- 
tílar  é  infligirles  terribles  palizas 
á  la  menor  falta.  Este  fundador 
del  ejército  de  Prusia  fué  al  mis- 
mo tiempo  el  primer  autor  de  la 
disciplina  prusiana,  perfeccio- 
nada luego  por  Federico  II.  Él 
inventó  la  carrera  de  baquetas  y 
diversas  penas  corporales,  asi 
como  la  marcha  teatral  elevan- 
do la  pierna  á  un  tiempo  y  otras 
innovaciones  que  dieron  á  los 
soldados  una  rigidez  mecánica. 
Pero  jamás  se  le  ocurrió  exponer 
en  una  batalla 


un  terror  doméstico,  al  mismo 
tiempo  que  provocaba  la  risa  de 
Europa,  regocijada  por  las  ma- 
nías del  criador  de  titanes.  Gra- 
ciosas anécdotas  circularon  por 
las  cortes  europeas. 

Al  pasear  una  mañana  el  rey- 
sargento  por  los  alrededores  de 
Postdam,  encontró  á  una  joven 
campesina,  grande  y  robusta, 
que  se  dirigía  á  la  población  con 
unos  cestos  de  verduras.  Guiller- 
mo escribió  rápidamente  un  pa- 
pel, detuvo  á  la  muchacha  sin 
que  ésta  lo  reconociese,  y  le  rogó 
que  al  llegar  á  Postdam  entre- 
gase el  billete  al  comandante  de 
la  plaza.  La   fresca  labriega 


Cabo  de  la  guardia 


la  vida  de  estos 
gigantes  que  tan  caros  le  costaban. 
Una  campaña  por  corta  que  fuese 
podía  envejecer  sus  uniformes  y  de- 
teriorar sus  armas,  peligro  que  ponía 
en  furor  al  monarca  avaro. 

«Guillermo  tenia  otra  idea — dice 
Lenotre — .  Soñaba  con  multiplicar 
sus  granaderos  de  C  pies  y  6  pulga- 
das, trasplantados  al  suelo  de  Prusia 
de  todos  los  climas  del  mundo.  En  su 
cerebro  de  borracho  consideraba  que 
un  ejército  de  100.000  jayanes  como 
los  que  había  conseguido  reunir,  cons- 
tituiría un  admirable  é  invencible 
instrumento  de  rapiñas  y  conquistas. 
Después  de  la  recluta  de  gigantes  se  dedicó  á 
reproducción  de  gigantes.» 

Guillermo  no  tenía  bastante 
dinero  para  reunir  el  ejército 
colosal  que  había  ima- 
ginado, ni  existían  en 
el  mundo  bastantes 
hombres  como  él  los 
deseaba.  Por  esto 
pensó  en  poner  las  re- 
laciones sexuales  al 
servicio  de  su  plan. 
Los  reclutadores  de 
gigantes  se  dedica- 
ron, por  orden  suya, 
á  cazar  en  el  reino  to- 
das las  mujeres  gran- 
des y  de  varonil  as- 
pecto, llevándolas  por 
fuerza  á  los  cuarteles 
para  unirlas  con  los 
^  ,    -,  granaderos.   Esta  or- 

Oranadero  del  1.'^'^  regí- 

miento  del  rey  den  suscító  cn  Prusía 


Bandera  prusiana  del  reinado  de  Federico  1 1 


aceptó  el  mensaje  sin  enterarse  de 
su  contenido  por  no  saber  leer.  Como 
esta  comisión  le  hacía  perder  tiem- 
po, se  desembarazó  del  billete  con- 
tiándolo,  con  la  limosna  de  unos  cén- 
timos, á  una  pobre  vieja,  arrugada  y 
coja,  que  pedía  limosna  á  la  puerta 
de  la   Iglesia   de  la  Guarnición  en 
Postdam.  La  mendiga,  á  toda  veloci- 
dad de  sus  muletas,  llevó  la  carta  al 
comandante  de  la  plaza.  Éste,  al 
abrirla  y  terminar  su  lectura,   con- 
templó á  la  mensajera  con  aire  de 
asombro  y  estupefacción.  El  escrito 
decía  así:  «Orden  de  acoplar  inme- 
diatamente la  mujer  portadora  de 
estas  líneas  con  el  tambor  del  primer 
la     regimiento  de  mi  Guardia. »  No  cabía  duda  sobre  la  au- 
tenticidad de  la  orden,  pues  llevaba  la  firma  Wilhelm 
rex.  La  disciplina  de  Prusia  encarece  la  obediencia 
pasiva  como  la  primera  de  las  virtudes  militares.  El 
comandante  no  dudó 
en  obedecer:  el  tam- 
bor   mayor  también 
obedeció,  dando  prue- 
bas de  una  sumisión 
heroica...  Y  la  orden 
del  rey  fué  cumplida. 
Estas  experiencias 
extravagantes  para 
el  mejoramiento  de  la 
raza,    no   dieron  al 
maniático  monarca  el 
resultado  ((ue  desea- 
ba.   «Guillermo   el 
(íordo  —  dice    Leno- 
tre— esperaba  una 
raza  gigantesca  y 
sólo  obtuvo  una  raza 

Artillero  dC  SimplCS  prUSÍanOS.  Húsar 


HISTORIA  DE  LA  QUERRÁ  EUROPEA  DE  1914 


349 


Granadero  á  caballo 


Sin  embargo,  no  por  esto  dejó  de 
ser  el  creador  de  un  ejército  de 
autómatas,  conducido  á  golpes 
como  las  antiguas  cuerdas  de 
forzados.  Hay  un  tipo  de  rey  de 
Prusia  grabado  fuertemente  en 
la  imaginación  de  Europa:  el  de 
un  cabo  de  vara  con  corona  y 
traje  raido,  duro  y  brutal,  rígi- 
do y  avaro,  tomando  lo  que  en- 
cuentra á  manos  llenas,  amando 
á  sus  territorios  como  un  paisa- 
no ama  á  su  tierra;  que  se  acues- 
ta conservando  sus  botas  en  un 
lecho  de  campaña,  se  levanta 
á  las  cuatro  de  la  mañana,  re- 
cita su  salmo,  va  á  la  revista  y 
abru- 


más  absoluta  disciplina.  La  cuar- 
ta parte  de  este  ejército  se  com- 
ponía de  extranjeros. 

Federico  el  <Trande,  tercer  rey 
de  Prusia,  lo  convirtió  en  un  po- 
deroso instrumento  deconi|UÍsta, 
aumentando  su  número  hasta 
200.000  hombres.  Va  dijimos 
cómo  este  táctico  de  primer  or- 
den entró  en  guerra  contra  me- 
dia Europa,  desconcertando  con 
golpes  imprevistos  los  cálculos 
de  sus  enemigos.  Batido  muchas 
veces,  pero  siempre  incansable, 
encontró  en  sus  propias  derrotas 
la  base  de  nuevas  victorias.  Des- 
pués de  una  guerra  incesante 

dejó  á 


Oflclal  de  caballerfa 


ma  á  palos  á  sus  soldados 
por  la  menor  falta  á  la  dis- 
ciplina. Este  tipo  general 
fué  Guillermo  el  Gordo  el 
primero  que  lo  marcó  con 
su  grosera  efigie.  Después 
se  ha  reproducido  en  mu- 
chos de  sus  sucesores,  que 
demostraron  su  mismo  ca- 
poralismo  feroz,  su  beate- 
ría cruel  y  su  barbarie  de 
vándalo.  La  borrachera  de 
un  Federico  Guillermo  I,  el 
cinismo  reconocido  de  un 
Federico  II  y  la  demencia 
furiosa  de  un  Federico  Gui- 
llermo IV,  constituyen  un 
atavismo  temible.  Se  com 

prende  que  Mirabeau,  que  vio  de  cerca  los  orígenes  de 
la  fuerza  prusiana  y  siguió  los  principios  de  esta  mo- 
narquía militar,  juzgase  que  de  tal  árbol  sólo  podían 
nacer  frutos  veneno- 
sos, añadiendo  iiue  se 
pudrirían   antes   de 
([ue  llegasen  á  su  ma- 
durez.» 


Los  castigos  en  el  ejército  prusiano 

(De  uu  grabado  de  la  época,  por  Chodowieelii) 


SU  país  en  próspera  situa- 
ción y  con  un  gran  aumen- 
to en  el  número  de  sus  ha- 
bitantes. 

El  reino  de  Prusia,  enor- 
gullecido por  las  glorias  de 
Federico,  seadormeció,  cre- 
yéndose á  cubierto  de  todo 
peligro  después  del  ruidoso 
triunfo  de  líosbach.  Napo- 
león lo  despertó  cruelmente 
en  ISOti,  infligiéndole  la 
terrible  derrota  de  .lena,  en 
la  que  perecieron  gran  par- 
te de  sus  organismos  mili- 
tares, faltando  muy  poco 
para  que  pereciese  igual- 


gento 


Oficial  de  dragones 


Al  morir  el  rey-sar- 
[ue  había  he- 
cho evolucionar  á  sus 
soldados,  garrote  en 
mano,  lo  mismo  i(ue 
los  peones  de  un  da- 
mero, su  hijo  Federi- 
co II  se  encontró  al 
frente  de  un  ejército 
de  100.000  hombres 
([ue  no  se  había  bati- 
do nunca,  pero  esta- 
ba acostumbrado  á  la 


Mosquetero 


mente  la  independencia  del 
país.  Los  franceses  entraron  en  Berlín  apoderándose 
de  todas  las  plazas  fuertes,  y 
los  prusianos  mostraron  ante 
el  vencedor  un  mie- 
do y  un  servilismo 
que  acabó  por  in- 
dignar al  mismo 
Napoleón  y  sus  ge 
nerales. 

El  rey,  (|ue  hu- 
yendo de  este  de- 
sastre nacional  se 
había  refugiado  en 
Konigsberg,  pudo 
al  fin  conquistar  la 
clemencia  del  inva- 
sor y  volver  á  su 
capital.  El  territo- 
rio de  Prusia  se  re- 
dujo en  una  mitad 
por  el  tratado  de 
Tilsit,  y  el  ejército 


Granadero  de  la  guardia  real 


350 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL  KAISER  CON  BL   TRAJE  QUE  CARACTERIZO 
Á  FEDERICO  EL  GRANDE 

quedó  limitado  á  42.000  hombres.  A  pesar  de  su  es- 
caso número  fué,  sin  embargo,  el  supremo  recurso  de 
Federico  Guillermo  III.  Siguiendo  la  inspiración  de 
Scharnhorst,  que  no  era  prusiano,  convirtió  el  pe- 
queño ejército  en  un  organismo  puramente  de  la  na- 
ción, suprimiendo  el  alista- 
miento extranjero,  contingente 
principal  desde  el  tiempo  de 
Guillermo  el  (¡ordo.  Todo  pru 
siano  fué  soldado  de  los  diez  y 
ocho  á  los  veintiséis  años. 

Como  Napoleón  con  sus  du- 
ras exigencias  de  vencedor  ha- 
bía impuesto  estrechos  límites 
á  la  fuerza  numérica  del  ejérci 
to  activo,  el  rey  de  Prusia,  des- 
pués de  instruir  á  los  soldados, 
los  enviaba  á  sus  hogares,  re 
emplazándolos  con  nuevos  re- 
clutas. De  este  modo  el  ejército 
prusiano,  que  sólo  debía  cons- 
tar de  42.000  hombres,  tuvo 
prontos  132.000  soldados  bien 
instruidos  cuando  llegó  el  mo- 
mento de  unirse  á  la  coalición 
europea  para  derribar  á  Na- 
poleón. 


MONUMENTO    A    KBDBRICO    III    BN    COLONIA 


Este  ejército  se  vengó  del  desastre  de  Jena,  con- 
tribuyendo á  las  victorias  de  Leipzig  y  Watterlóo; 
pero  después  de  tales  éxitos,  al  sobrevenir  la  paz 
europea  y  debilitarse  la  excitación  del  peligro,  vol- 
vieron á  decaer  las  fuerzas  militares  del  país. 

En  18G1  ocupó  el  trono  Guillermo  I.  Había  visto 
de  cerca  el  desastre  nacional,  la  resurrección  de  Pru- 
sia seguida  del  decaimiento  de  su  entusiasmo,  y  toda 
su  voluntad  la  concentró  en  el  deseo  de  que  la  nación 
volviese  á  ser  una  potencia  militar.  Por  medio  de  su 
ministro  de  la  Guerra,  el  general  Roon,  intentó  la  re- 
forma del  ejército,  tropezando  con  la  oposición  del 
Parlamento,  que  le  rehusaba  los  créditos  necesarios. 
En  vista  de  ello  puso  el  gobierno  en  manos  del  conde 
de  Bismarck,  y  ya  hemos  visto  los  procedimientos 
ilegales  y  violentos  de  que  se  valió  éste  para  agran- 
dar las  fuerzas  del  ejército  llevándolo  con  sus  auda- 
cias á  una  serie  de  aventuras  tan  atrevidas  como 
felices. 

Después  del  momento  crítico  de  Sadowa  termina- 
do por  una  victoria,  gracias  al  fusil  de  aguja,  primera 
arma  de  tiro  rápido  inventada  por  un  armero  francés, 
el  parisién  Pauly,  el  reino  de  Prusia  adquirió  algu- 
nos millones  de  subditos  y  numerosos  aliados.  El  sis- 
tema militar  prusiano  se  extendió  á  toda  la  Alemania 
confederada.  Los  pueblos  germánicos  quedaron  mol- 
deados y  uniformados  á  partir  de  18()7  con  arreglo  á 
los  deseos  de  Bismarck,  Moltke  y  Roon.  El  casco  pru- 
siano cubrió  la  cabeza  de  todo  soldado  alemán.  Una 
pequeña  escarapela  sirvió  apenas  para  recordar  á  los 
soldados  su  país  de  origen. 

Esta  organización  anterior  á  1870,  se  hizo  todavía 
más  fuerte  después  de  la  victoria  sobre  Francia.  Al 
realizar  los  alemanes  su  movilización  completa  con- 
tra el  Imperio  francés,  quedaron  en  pie  de  guerra 
1.200.000  hombres  con  255.000  caballos:  cifra  enorme 
no  conocida  hasta  entonces. 

El  régimen  militar  impuesto 
por  el  gobierno  de  Prusia  á  la 
( 'onfederación  alemana  fué  el 
mismo  ([ue  subsiste  actualmen- 
te bajo  el  Imperio.  El  empera- 
dor es  el  Oberfeldherr,  ó  sea 
jefe  supremo  y  directo  del  ejér- 
cito alemán.  Éste  se  compone 
de  cuatro  ejércitos  particulares 
(|ue  dependen  de  los  ministerios 
de  la  Guerra  de  los  países  don- 
de han  sido  reclutados:  ejérci- 
to de  Prusia,  ejército  de  Sajo- 
nia,  ejército  de  Wurtemburgo 
y  ejército  de  Baviera. 

El  ejército  bávaro,  (jue  cons- 
ta de  tres  cuerpos  numerados 
aparte,  es  el  único  (jue  conser- 
va una  autonomía  completa. 
Baviera  tiene  la  obligación  de 
mantener  sus  organismos  mili- 


llHfHttifiH 


i-llSTORlA  DE  LA  üUEkWA  cURUPÉA  uii  1914 


551 


tares  en  absoluta 
conformidad  con  los 
del  Imperio,  pero  to- 
dos sus  oficiales  son 
educados  por  ella 
misma  y  nombrados 
por  su  rey.  Conserva 
también  sus  inspec- 
tores particulares  y 
un  Estado  Mayor  ge- 
neral que  actúa  con 
independencia  y  se 
limita  á  enviar  unos 
cuantos  oficiales  al 
Estado  Mayor  de 
Berlin  para  mante- 
ner el  acuerdo  entre 
ambos    organismos. 


corporados  á  él  di- 
rectamente los  con- 
tingentes de  los  prin- 
cipadosdeSchwartz- 
burgo-Rudolstadt, 
Schwartzburgo-Son 
derhausen,  Schaum- 
burgo-Lippe,  Lippe 
Detniold  y  Waldeck, 
así  como  de  las  tres 
ciudades  libres  de 
Brema,  Lubeck  y 
Hamburgo.  Además 
forman  cuerpos  de 
tropas  especiales  los 
soldados  de  los  gran- 
des ducados  de  lles- 
se-Darmstadt,  Meck- 


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BL   EJÉRCITO   ALEMÁN    BN    1870 
Jefe  de  infantería  prusiana 

Únicamente  cuando  el  rey  de  Bavie- 
ra  ordena  la  movilización,  pasa  el 
ejército  bávaro  á  ser  mandado  por  el 
emperador. 

El  ejército  de  Sajonia,  que  se  com- 
pone de  dos  cuerpos  de  ejército,  sólo 
puede  ser  empleado  fuera  del  reino 
con  la  autorización  de  su  monarca. 
Éste  nombra  los  oficiales  con  la  apro- 
bación del  emperador,  y  los  coman 
dantes  de  cuerpo  de  ejército  son  esco- 
gidos por  el  emperador  sobre  una 
propuesta  previa  del  rey. 

El  ejército  de  Wurtemburgo  forma 
un  cuerpo  de  ejército  especial  cuyo 
comandante  es  nombrado  directa- 


K 


Sub-oficial 


«aSterví    ',, 


lemburgo-Schwerin,  Slecklemburgo- 
Strelitz,  Oldemburgo  y  8ajonia-Wei- 
mar,  los  ducados  de  Anhalt,  Bruns- 
wick, Sajonia-Altemburgo,  Sajonia- 
Coburgo-Gotha,  Sajonia -Meiningen 
y  los  dos  principados  de  Reuss.  Estos 
cuerpos,  procedentes  de  los  paises 
sometidos  á  la  administración  pru- 
siana, se  distinguen  por  pequeños 
emblemas  particulares  en  sus  unifor- 
mes. En  los  Estados  de  Hesse,  ]\Ieck- 
lemburgo-Schwerin  y  Mecklemburgo- 
Strelitz,  los  oficiales  reciben  su  nom- 
bramiento del  duque  soberano  ade- 
más del  diploma  del  emperador. 

Las  tropas  del  gran  ducado  de  Ba- 
dén forman  un  cuerpo  especial,  y  en 


Soldado  bávaro 


Ulicial  de  huíanos 


mente  por  el  empe- 
rador, mientras  que 
los  oficiales  los  nom- 
bra el  rey  sin  nece- 
sitar para  esto  la 
aprobación  del  Im- 
perio. Cierto  núme- 
ro de  oficiales  wur- 
temburguesessirven 
en  las  tropas  pru- 
sianas, y  recíproca- 
mente oficiales  pru- 
sianos figuran  en  el 
cuerpo  wurtembur- 
gués. 

El  ejército  prusia- 
no no  se  compone 
únicamente  de  pru- 
sianos, pues  son  in- 


tiempos  de  paz  no 
pueden  guarnecer 
otras  poblaciones 
que  las  de  su  terri- 
torio. 

Todo  alemán  en 
estado  de  llevar  las 
armas  está  sometido 
á  la  tcehrpflichtig,  ó 
sea  á  la  obligación 
del  servicio  militar, 
de  la  edad  de  diez  y 
siete  años  á  los  cua- 
rentay  cinco  cumpli- 
dos. Sóloestánexcep- 
tuadosde  él  los  miem- 
bros de  las  casas  so- 
1  leranas  y  sus  parien- 
tes inmediatos. 


Arllllero 


S52 


VICENTE  BLASCO  iSANEZ 


HL    KAISBR    KN    BL    BKBNTBNARIO    DB    PRUSIA 
Á  esto  debemos  nuestra  grandeza 

(Caricatura  de  I.¿  Fígaro) 

El  servicio  militar  en  tiempo  ordinario  se  compone 
de  dos  períodos.  Á  partir  de  los  veinte  años  cumplidos 
hasta  el  31  de  Marzo  del  año  en  que  cumple  treinta  y 
nueve,  todo  subdito  alemán  está  obligado  al  servi- 
cio efectivo  (dinstpflichtig) ,  y  \o  realiza,  áel  siguiente 
modo:  Permanece  en  el  ejército  activo  durante  tres 
años  si  es  de  caballería  ó  de  artillería  montada;  dos 
años  si  es  de  infantería,  de  artillería  de  campaña  ó  de 
á  pie,  de  ingenieros  ó  de  tropas  de  comunicación;  un 
año  si  pertenece  á  la  administración  militar.  Luego 
pasa  á  la  reserva,  á  la  que  pertenece  durante  cinco 
años  y  medio,  cuatro  años  y  medio  ó  seis  años  y  me- 
dio, según  el  cuerpo  en  que  ha  servido.  Finalmente  se 
incorpora  á  la  landwehr  de  primer  llamamiento,  donde 
permanece  hasta  los  treinta  y  nueve  años.  La  segunda 
parte  de  su  servicio  la  cumple  en  el  landsturm,  dividi- 
do en  dos  categorías:  la  primera,  compuesta  de  todos 
los  hombres  de  diez  y  siete  á  treinta  y  nueve  años  que 
por  causas  especiales  no  han  sido  comprendidos  en 
los  servicios  mencionados;  la  segunda,  de  todos  los 
hombres  de  treinta  y  nueve  á  cuarenta  y  cinco  años. 

La  incorporación  al  ejército  activo  se  verifica,  á 


partir  de  los  veinte  años,  en  el  curso  de  los  dos  años 
sucesivos.  El  ejército,  además  del  contingente  fijado 
anualmente,  toma  un  nueve  por  ciento  de  los  reclutas 
para  suplir  las  faltas  que  puedan  producirse,  mante- 
niendo los  cuerpos  de  tropa  en  su  estado  completo  y 
muchas  veces  con  mayor  número  de  individuos  que  el 
marcado  en  el  presupuesto.  El  enorme  excedente  de 
reclutas  que  resta  inactivo  en  tiempo  de  paz,  así 
como  los  sostenes  de  familia  y  los  hombres  que  son 
ineptos  momentáneamente  para  el  servicio,  forman  la 
erzatzreserve,  ó  sea  reserva  de  reclutamiento,  á  la  que 
quedan  afectos  durante  doce  años  y  medio,  sometién- 
dose á  la  instrucción  militar  en  ciertos  períodos. 

Los  que  pueden  presentar  certificados  de  estudio  y 
se  hallan  en  situación  para  reembolsar  al  Estado  el 
costo  de  su  manutención,  uniforme  y  armas,  se  titulan 
«voluntarios  de  un  año».  Reciben  en  los  cuerpos  una 
instrucción  especial  y  se  les  prepara  para  las  funcio- 
nes de  oficiales  de  la  reserva.  Una  última  categoría 
comprende  á  los  maestros  de  escuela  y  los  alumnos 
de  las  escuelas  normales.  Éstos  sólo  hacen  un  año 


BL   KAISBR   DIRIGIENDO   UNAS   MANIOBRAS 


CUARTELES   DB    INFANTERÍA    BN    KARLSRÜHB 

de  servicio,  pasando  inmediatamente  á  la  reserva. 
Mientras  los  hombres  están  en  la  reserva  pueden 
ser  convocados  por  dos  períodos  de  28  días  para  tomar 
parte  eu  las  maniobras  de  otoño.  Cuando  pertenecen 
á  la  landwehr  de  primer  llamamiento  pue- 
den ser  llamados  por  dos  periodos  de  14 
días,  pero  generalmente  sólo  los  convo- 
can por  un  solo  periodo.  En  la  landwehr 
de  segundo  llamamiento  nunca  son  con- 
vocados los  individuos  en  tiempo  de  paz. 
La  landaturm  significa  el  levantamiento 
en  masa  del  país  y  únicamente  tiene  apli- 
cación en  los  instantes  más  difíciles  de 
una  guerra. 

Todas  estas  reglas  no  se  cumplen  de  un 
modo  absoluto.  Los  recursos  considera- 
bles del  reclutamiento,  cada  vez  mayores 
por  el  rápido  aumento  de  la  población  de 
Alemania,  han  permitido  en  tiempo  de 
paz  el  ahorrar  sacrificios  al  elemento  ci- 


LA    GUERR 


Dibulo  de  J.  Slmont,  de  la  •llluslrarion»  de  París 


Los  cosacos  cargando  i 


EN   POLONIA 


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[jitra  una  batería  alemana 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


353 


vil,  incorporando  únicamente  al  ejército  activo  los 
jóvenes  de  reconocida  aptitud  para  el  servicio  de  las 
armas. 

En  el  ejército  alemán  los  cuerpos  de  tropa  llevan 
un  número  de  orden  dentro  de  la  serie  general  á  que 
pertenecen;  después,  con  mucha  frecuencia,  el  nom- 
bre del  Estado  ó  la  provincia  de  que  proceden,  y  si 
son  muchos  cuerpos  del  mismo  origen,  un  segundo 
número  los  clasifica  en  esta  sub-serie.  Además,  algu- 
nos regimientos  se  añaden  un  nombre  propio,  que  es 
el  de  su  jefe  honorario,  personaje  histórico  ó  miem- 
bro de  las  familias  reinantes.  Ciertos  regimientos  de 
infantería  se  titulan  por  tradición  granaderos  ó  fu- 
sileros, aunque  en  realidad  son  iguales  á  los  otros, 
diferenciándose  únicamente  por  algunos  detalles  del 
uniforme. 

El  ejército  alemán  hasta  el  principio  de  la  pre- 
sente guerra  se  compuso  de  8  inspecciones  de  ejér- 
cito, 25  cuerpos  de  ejército  de  dos  divisiones  cada 
uno,  una  división  suelta  de  caballería,  la  de  la  Guar- 
dia Imperial,  y  2.")  inspecciones  de  ¡andicehr.  Cuenta 
con  217  regimientos  de  infantería,  todos  con  3  bata- 
llones de  4  compañías,  y  18  batallones  de  cazadores. 


Cuartel  db  artillería  bn  lkipzig 

lo  que  da  un  total  de  669  batallones,  con  un  efectivo 
cada  uno  de  1.050  hombres  después  de  la  movi- 
lización. La  caballería  consta  de  110  regimien- 
tos, con  un  total  de  oiT  escuadrones.  Además 
tiene  100  regimientos  de  artillería  de  campaña, 
25  de  artillería  á  pie,  35  batallones  de  ingenie- 
ros y  25  batallones  llamados  de  tren. 

Todas  las  tropas  poseen  ametralladoras  del 
sistema  Maxim,  que  hacen  860  disparos  por  mi- 
nuto. La  infantería  tiene  269  compañías  de 
ametralladoras  y  1 1  la  caballería. 

El  arma  de  la  infantería  es  el  fusil  Maiisser, 
modelo  de  1898,  de  un  calibre  de  7  milímetros, 
empleando  el  cartucho  bala  S. 

La  artillería  de  campaña  usa  cañones  de  77 
milímetros  de  tiro  rápido  y  con  mamparas  metá- 
licas para  la  protección  de  sus  sirvientes.  Este 
cañón,  en  el  que  fundaban  los  alemanes  grandes 


LA    B.STATOA    GIBRRBRA    DHL    KAISER    EN    BL    PUBNTB 
DB    COLONIA 

esperanzas,  ha  resultado  como  arma  de  campaña  in- 
ferior al  75  francés.  Además  tiene  la  artillería  ale- 
mana obuseros  de  105  y  obuseros  pesados  de  150,  ca- 
ñones largos  de  105,  130  y  150,  morteros  de  210;  y  en 
fin,  los  famosos  morteros  de  420,  de  manejo  embara- 
zoso, pero  que  una  vez  emplazados  producen  terribles 
efectos,  como  se  ha  visto  en  el  asedio  de  las  fortifica- 
ciones de  Bélgica  y  algunas  del  Norte  de  Francia. 


Al  surgir  la  guerra  de  1914  el  Imperio  alemán 
poseía  el  organismo  de  guerra  más  grande  que  ha  co- 
nocido la  Historia. 

Su  ejército  merecía  el  título  de  formidable  por  su 
número,  su  organización,  su  disciplina  férrea,  las 
cualidades  de  sus  generales  y  oficiales  y  su  unidad  de 
doctrina.  El  efectivo  de  sus  fuerzas  en  tiempo  de  paz 
se  elevó,   á  consecuencias  de  la  ley  de  3  de  Julio 


LOS    ABANDBKADUS    DB    DIEZ    V    OCHO    RBOIMIKNTOS   DB8FILAND0 
ANTB    EL    KAISER 


354 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


i  A.i,.  * 


UNA    BATBRIA    ALEMANA 

de  1913,  á  900.000  hombres,  cifra  que  no  había  alcan- 
zado potencia  alguna  en  tiempo  ordinario. 

La  disciplina  rigurosa  del  cuartel  transforma  in- 
mediatamente al  recluta  alemán  en  una  especie  de 
autómata,  acostumbrándolo  á  la  obediencia  pasiva, 
fijándolo  para  siempre  en  el  lugar  que  le  ha  sido  de- 
signado, sin  que  sea  capaz  de  obedecer  á  un  impulso 
propio,  pues  se  entrega  en  absoluto  á  la  dirección  de 
los  jefes.  Por  costumbre  y  por  tradición  siente  una 
confianza  ciega  en  sus  oficiales;  la  disciplina  con  sus 
castigos  le  inspira  un  respeto  absoluto.  «Este  respe- 
to— dice  un  autor  militar — ,  en  lo  que  se  refiere  al  em- 
perador, toma  el  carácter  de  un  verdadero  culto,  aun 
entre  los  elementos  tachados  de  socialistas,  asi  que 


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LAS  AMETRALLADORAS 


viven  una  temporada  en  el  cuartel.  Resul- 
ta de  esto  que  el  soldado  alemán,  incoloro, 
tímido  y  pesado  cuando  se  le  aprecia  aisla- 
damente, adquiere  formado  en  masas  una 
cohesión,  una  tenacidad  y  una  fe  en  su 
destino  que  hacen  de  él  un  adversario 
temible.»  Sin  embargo,  todos  los  extran- 
jeros que  estudiaron  el  ejército  alemán 
reconocen  en  este  soldado  una  carencia 
casi  absoluta  de  iniciativa  personal  y  vi- 
veza de  carácter,  cualidades  que  son  ne- 
cesarias en  las  peripecias  inesperadas  de 
la  guerra.  Este  soldado,  que  se  bate  como 
muy  pocos  cuando  marcha  en  rebaño  á 
la  vista  de  sus  oficiales  y  en  estrecho  tacto 
de  codos,  retrocede  y  se  deja  derrotar  ante 
una  situación  imprevista  que  sorprende 
y  abruma  su  tardo  pensamiento. 

El  ejército  alemán  está  dirigido  por 
25.000  oficiales  y  90.000  sub-oficiales. 
Estos  últimos,  que  son  los  que  se  hallan 
en  trato  directo  con  la  tropa,  la  amaestran  y  dirigen, 
valiéndose  del  procedimiento  del  puñetazo  y  la  pata- 
da. Nadie  se  siente  ofendido  por  tal  sistema  de  ense- 
ñanza, que  resulta  venerable  y  glorioso,  pues  pro- 
viene de  las  épocas  del  rey-sargento  y  Federico  el 
Grande.  Además  el  alemán  está  acostumbrado  á  los 
golpes  desde  la  escuela  de  primeras  letras,  y  en  todas 
las  asociaciones  á  que  pertenece  durante  su  juven- 
tud se  repite  la  paliza  como  método  de  enseñanza  y 
entrenamiento. 

El  cuerpo  de  oficiales  se  compone  en  una  tercera 
parte  de  cadetes  procedentes  de  las  escuelas  privile- 
giadas. El  resto  de  la  oficialidad  se  forma  por  engan- 
ches voluntarios  de  candidatos  que  presentan  certifi- 
cados científicos  y  reciben  una  educación  especial  en 
la  Escuela  de  Guerra  después  de  pasar  por  un  regi- 
miento. 

Los  oficiales,  lo  mismo  los  que  proceden  de  fami- 
lias nobles,  de  militares  ó  de  funcionarios,  que  los  que 
han  salido  de  los  hogares  de  la  burguesía,  forman 
dentro  de  la  nación  una  casta  aparte.  El  público  los 
teme  por  su  or- 
gullo y  su  inso- 
lencia y  los  res- 
peta al  mismo 
tiempo  por  el 
entusiasmoque 
le  inspiran  las 
instituciones 
militares  Estos 
oficiales,  asi 
como  mantie- 
nen á  distancia 
con  su  altivez 
al  simple  pai- 
sano, evitan 
igualmente    el  patrulla  db  búlanos 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


355 


ponerse  en  contacto  con  los  soldados,  con- 
fiando esta  función  á  los  suboficiales. 

El  soldado  alemán  ve  siempre  de  lejos 
al  oficial,  considerándolo  como  un  semi 
dios  inabordable.  No  oye  de  él  más  pala- 
bras que  órdenes  breves  ó  terribles  insul- 
tos, ni  conoce  otro  contacto  que  el  de  su 
puño  cerrado  pródigo  en  golpes. 

Hay  que  reconocer  que  los  cuadros  de 
oficiales  y  suboficiales  son  lo  mejor  del 
ejército  alemán,  pues  proporcionan  á  la 
masa  de  sus  elementos  de  combate  la  soli- 
dez de  un  esqueleto  de  acero.  Sin  embar- 
go, la  clase  de  los  oficiales  ofrece  muchos 
defectos.  Cuando  un  oficial  noble  no  ha 
pasado  por  la  Escuela  de  Guerra,  resulta 
de  una  cultura  profesional  en  extremo 
mediocre.  Su  educación  en  la  escuela  de 
cadetes  durante  la  segunda  infancia  y  la 
temporada  reglamentaria  en  un  regimien- 
to á  los  18  años,  apenas  equivalen  á  los 
estudios  simplemente  preparatorios  que  hacen  los 
alumnos  en  otros  paises  antes  de  ser  admitidos  en  la 
Academia  militar. 

El  oficial  de  tropa  alemán  conoce  el  mecanismo  de 
su  oficio  á  fuerza  de  practicarlo,  pero  carece  de  espí- 
ritu de  iniciativa  é  ignora  la  razón  científica  de  la 
mayor  parte  de  los  actos  que  realiza.  En  lo  que  se 
distingue  notablemente  es  en  el  mantenimiento  de  sus 
privilegios  de  casta  y  en  el  cuidado  escrupuloso  de  su 
porte.  «Educado  en  el  respeto  fetichista  del  uniforme 
— dice  un  autor — y  en  el  orgullo  de  la  clase  á  que 
pertenece,  está  persuadido  de  que  el  liombre  empieza 
en  el  sub-teniente,  y  todo  el  que  no  viste  uniforme  re- 
sulta indigno  de  su  consideración.  El  oficial  alemán  es 
bravo,  pero  generalmente  no  posee  ninguna  otra  cuali- 
dad militar.  Hace  que  sus  hombres  avancen  en  el  cam- 
po de  batalla  manteniéndolos  siempre  al  alcance  de  su 
mano  por  no  tener  confianza  en  su  firmeza  y  su  tena- 
cidad. Da  espontáneamente  ejemplos  de  audacia  y  de 
disciplina,  pero  no  sabe  inspirar  á  las  tropas  someti- 
das á  sus  órdenes  esc  amor  ardiente  por  la  patria  que 

dispensa  al  su- 
perior del  em- 
pleo de  medios 
violentos  y  en- 
vilecedores so- 
bre sus  hom- 
bres. Es  el  pri- 
mero en  dudar 
del  valor  indi- 
vidual y  aisla- 
do del  comba- 
tiente alemán. 
Sabe  que  sus 
subordinados, 
al  verse  libres 

UN    CBNTINBLA    DB    LAS    AVANZADAS  dC      UUa      dirSC" 


HÚSARBS    DE    LA    MUERTE 

ción  brutal,  serian  incapaces  de  salir  del  paso  por  sus 
propios  medios,  y  por  esto  los  conserva  mientras  le  es 
posible  en  formación  cerrada.  El  ejército  alemán  ataca 
siempre  en  masas  profundas,  porque  no  puede  atacar 
de  otro  modo,  teniendo  en  cuenta  la  «mecanización» 
del  espíritu  de  los  simples  soldados.» 

Los  oficiales  alemanes  están  divididos  socialraente 
en  dos  clases:  el  oficial  llamado  de  corte  y  el  simple 
oficial  de  tropa  procedente  de  familias  poco  conoci- 
das, que  vegeta  durante  la  paz  en  el  tedio  de  las  guar- 
niciones de  provincia. 

El  oficial  de  corte  es  el  que  se  pavonea  en  Berlín, 
elegante  y  vanidoso,  con  un  brazalete  de  oro  en  la  mu- 
ñeca y  un  cepillo  de  plata  en  el  bolsillo  para  encres- 


INFAMTBRtA   ALEMANA 


356 


VICENTE  BLASCO  ÍBANEZ 


BERLÍN,    PLAZA   DB  POSTDAM    Y   CALLE   DB    LEIPZIG 


parse  el  bigote.  Su  sonrisa  es  una  merced  que  prodiga 
á  muy  pocos;  el  recibir  su  mano  representa  un  gran 
honor.  Es  un  superviviente  del  mundo  feudal, 
orgulloso  de  sus  títulos  nobiliarios,  y  que  con- 
cede á  los  otros  oficiales  una  benevolencia  des- 
deñosa. Las  más  de  las  veces  su  noble  origen 
es  sinónimo  de  pobreza,  y  al  ver  el  lujo  en  que 
viven  sus  camaradas  procedentes  de  la  burgue- 
sía, hijos  de  grandes  industriales  y  comercian- 
tes, siente  el  ansia  de  las  riquezas  y  las  busca 
por  medio  del  matrimonio.  Para  encontrar  una 
heredera  de  gran  dote  sostiene  una  vida  lujosa, 
en  desarmonía  con  sus  medios,  valiéndose  del 
apoyo  de  la  usura,  del  juego  ó  de  otros  expe- 
dientes más  vergonzosos.  Con  frecuencia,  bri- 
llantes oficiales  conocidos  en  la  corte  y  de  ape- 
llidos ilustres  han  sido  protagonistas  de  escán- 
dalos y  delitos  juzgados  por  los  tribunales  de 
Berlín.  Algunos  han  tenido  que  apelar  al  suici- 
dio. Muchos,  descalificados  para  siempre,  re- 
nunciaron á  su  posición  y  su  nombre,  y  vagan  por  el 
mundo  como  aventureros.  Los  hay  también  que  por 


mantener  el  honor  de  su  apellido,  ó  por  convicciones 
religiosas,  practican  una  especie  de  ascetismo,  sin 


PLAZA    DB    LOS    GENDARMES 


LA   UNIVERSIDAD 


dejarse  tentar  por  los  esplendores  de  la  corte  y  el 
lujo  ruidoso  de  los  oficiales  de  la  Guardia.  Para  con- 
servar intacta  la  herencia  de  honor  que  les 
legaron  sus  ascendientes,  y  para  que  no  se 
trasluzca  su  pobreza,  viven  recluidos  en  su 
alojamiento  con  feroz  economía;  comen  mal  y 
reservan  sus  tristes  ahorros  para  lo  superfiuo, 
ó  sea  para  no  desempeñar  un  papel  ridiculo  en 
las  suscripciones  iniciadas  por  los  compañeros 
de  cuerpo  ó  los  frecuentes  banquetes  de  despe- 
dida ó  bienvenida  con  que  se  obsequia  á  aqué- 
llos por  costumbre. 

Guillermo  II  se  ha  indignado  muchas  veces 
nnte  el  lujo  de  los  oficiales,  «que  los  afemina  y 
los  deprava»,  acusando  á  éstos  de  descuidar 
sus  deberes,  como  no  lo  hicieron  sus  ascendien- 
tes. Pero  al  mismo  tiempo  el  emperador,  con 
su  carácter  versátil  y  su  afición  á  la  pompa 
del  Imperio,  favorece  tales  derroches,  reser- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


357 


vando  su  simpatía  á  los  vividores  frenéticos 
siempre  que  al  mismo  tiempo  cumplan  puntual- 
mente sus  obligaciones. 

Muy  pocos  de  los  oficiales  de  corte  son  de 
alguna  inteligencia.  «El  encanto  personal  de 
estos  hermosos  soldados — dice  Ch.  Bonnel'on  al 
describir  la  vida  alemana  -se  desvanece  tan 
pronto  como  abren  la  boca.  Les  he  oido  varias 
veces  hablar  con  una  entonación  nasal  durante 
mucho  tiempo,  sin  decir  otra  cosa  que  vulgari- 
dades, en  las  que  se  repetía  incesantemente  la 
palabra  «kolossal»,  á  la  que  dan  una  significa- 
ción misteriosa  y  profunda.  Hasta  los  mejores 
de  ellos,  los  más  leales,  los  más  viriles,  los  más 
patriotas,  parecen  unos  niños  grandes  mima- 
dos por  su  pueblo:  niños  cuyo  cerebro  no  ha 
tenido  tiempo  para  moldearse  en  las  costum- 
bres y  las  ideas  modernas. 

»En  tiempos  de  guerra  reconozco  que  se 
mostrarán  valerosos  y  puntuales,  sabiendo  arrastrar 
á  sus  hombres  y  cargar  rudamente  á  la  cabeza  de  sus 


MlSEiO    FEDERICO 

regimientos,  lo  mismo  que  barones  feudales.  Hasta 
que  parecen  más  quebrantados  por  una  existen- 
cia de  orgias,  conservarán  la  bravura  que  surge 
del  sentimiento  del  lionor.  Serán  tal  vez  magní- 
ficos sableadores.  Pero  que  una  resolución  di- 
fícil ó  delicada  se  imponga,  que  sea  necesario 
adoptar  una  iniciativa  grave,  y  desde  aqui  me 
parece  oir  á  muchos  de  ellos  balbucear  con  voz 
nasal  y  pedantesca  una  serie  de  órdenes  con- 
fusas. Mientras  la  máquina  montada  escrupu- 
losamente por  el  Estado  Mayor  funcionará  sin 
obstáculos,  el  oficial  de  corte  será  en  ella  una 
rueda  útil.  Pero  si  se  rompe  la  máquina  ó  si  se 
detiene,  no  sabrá  inventar  nada,  ni  improvisar, 
ni  suplir. 

"El  kronprintz  (hijo  mayor  de  Guillermo  II 
es  el  primero  de  los  oficiales  de  corte  en  Ale- 
mania; el  más  gracioso,  el  más  seductor  y  tal 
vez  el  menos  inteligente  de  todos.  «Tiene  el 


los 


MÜSBO   NACIONAL 

desarrollo  cerebral  de  un  adolescente  de  catorce  años 
— me  dijo  un  alemán,  que  le  conoce  bien,  el  día  en 
que  este  principe  hizo  manifestaciones  públi- 
cas contra  Inglaterra — ,  y  lo  malo  es  que  ya 
tiene  treinta.»  Valiente  y  mediocre,  el  oficial 
de  corte  que  hace  su  carrera  por  el  cotillón 
y  por  la  sonrisa,  sabe  obedecer,  pero  no  sabe 
mandar.» 

La  segunda  clase  de  oficiales  que  constitu- 
ye una  mayoría  enorme,  pues  pertenecen  á  ella 
todos  los  que  no  son  ricos  ó  carecen  de  un  ape- 
llido ilustre,  se  designa  generalmente  con  el 
nombre  de  «oficiales  de  guarnición».  Se  ha 
dicho  de  ella  mucho  malo,  describiendo  sus  vi- 
cios, sus  intrigas,  su  aburrimiento  de  malignas 
formas,  sus  aberraciones  sexuales,  su  hipocre- 
sía y  falta  de  verdadero  compañerismo:  y  los 
que  han  trazado  este  cuadro  sombrío  no  son 
extranjeros,  son  alemanes  y  pertenecen  al 
ejército. 
Desde  que  el  teniente  Bilse  publicó  su  ruidosa  no- 


CALLB   DKI.    BMPBRADOK    aUILLBRMO 


358 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    KKONPHINTZ 

vela  Pequeña  guarnición  (1 1,  muchos  oficiales  con  afi- 
ciones literarias  se  dedicaron  á  revelar  en  forma  no- 
velesca las  miserias  y  las  villanías  de  la  vida  militar 
alemana.  Este  nuevo  género  literario  fué  semejante 
á  la  explosión  de  una  cloaca.  El  emperador  tuvo  que 
intervenir,  prohibiendo  á  sus  oficiales,  bajo  severas 
penas,  la  producción  de  nuevos  volúmenes,  y 
los  autores  de  los  ya  publicados  quedaron  ex- 
cluidos del  ejército. 

Procesos  no  menos  escandalosos  revela- 
ron las  miserias  de  la  vida  de  guarnición.  De 
creer  á  los  autores  del  pais,  cada  una  de  las 
pequeñas  ciudades  germánicas,  tranquilas  y 
patriarcales,  que  parecen  el  santuario  de  las 
virtudes  domésticas,  oculta  la  realidad  de  una 
Babilonia  desenfrenada  ó  de  una  Sodoma  re- 
pugnante. Los  oficiales  sin  ocupación  que 
arrastran  el  sable  por  sus  calles,  disimulan 
bajo  el  uniforme  correcto,  sin  una  mota  de 


polvo  y  el  barniz  superficial  de  un 
compañerismo  reglamentario,  toda 
clase  de  odios,  ridiculeces  y  vicios. 
Son  rudos,  malevolentes,  agriados,  y 
como  no  tienen  ocupaciones  ni  sien- 
ten ambiciones  intelectuales  que  les 
permitan  ocupar  su  tedio  con  la  lec- 
tura, dedican  el  tiempo  á  las  intri- 
gas y  á  la  satisfacción  de  las  pasio- 
nes más  viles,  arrebatándose  mu- 
tuamente el  honor,  las  esposas  y  el 
dinero,  con  otras  perversiones  más 
inconfesables. 

Tal  vez  estas  descripciones  de  la 
vida  de  guarnición  en  Alemania  no 
sean  rigurosamente  exactas,  por  con- 
vertir la  excepción  en  regla  general. 
Pero  resulta  indiscutible  que  los  oficia- 
les, á  causa  de  su  organización  en  cas- 
ta aparte,  son  objeto  de  una  intíuencia 
deprimente  y  corrosiva,  (¿uieren  vivir 
aislados  del  país  que  los  mantiene, 
para  de  este  modo  hacerse  temer,  sus- 
tentando su  privilegios  de  casta.  Al 
mismo  tiempo  viven  lejos  de  las  tro- 
pas, con  las  que  sólo  entran  en  con- 
tacto á  la  hora  de  las  maniobras,  de- 
jando que  el  suboficial  se  cuide  de 
los  soldados  y  los  dirija.  En  los  países 
anexionados  á  viva  fuerza,  Alsacia- 
Lorena  y  Polonia  prusiana,  el  pueblo 
se  aparta  de  ellos  con  patriótica  aver 
sión.  En  el  resto  de  Alemania  son 
ellos  los  que  se  aislan,  constituyendo 
una  casta  cerrada  que,  semejante  á 
las  dinastías  monárquicas,  huye  del 
rejuvenecimiento  que  aportan  los  con- 
tactos exteriores.  Se  confinan  en  sus  clubs  ó  casinos 
de  cuerpo,  comen  y  hablan  siempre  entre  ellos  y  no 
ven  ni  comprenden  nada  que  se  halle  al  margen  del 
mundo  militar.  «Dentro  de  la  patria,  que  aman  apa- 
sionadamente, viven  como  extranjeros  ó  como  ciegos, 
hipnotizados  por  la  importancia  de  su  misión,  prisio- 


(Fot  Rol) 


(1)    Publicada  por  esta  Casa  Editorial. 


DBSFILB    DH    UN    RBQIMIBNTO   DB    INFANTBRIA 


HISTORIA  DB  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  i9l4 


359 


ñeros  de  un  medio  cada  vez  más  pequeño  y  recogido.» 
El  vendaval  de  la  guerra,  abatiendo  sus  escrúpu- 
los de  casta  y  haciéndolos  vivir  á  todas  horas  con  sus 
soldados,  los  pone  en  contacto  con  el  pueblo  en  la  hora 
del  peligro.  Esta  unión  del  oficial  orgulloso  y  de  la 
masa  despreciada  puede  mantenerse  y  dar  sus  frutos 
cuando  va  seguida  de  una  victoria  fulminante  y  com- 
pleta desde  el  primer  choque,  que  es  lo  que  ha  ocu- 
rrido en  todas  las  guerras  anteriores  de  Alemania. 
Pero  si  surge  un  fracaso,  si  la  guerra  se  prolonga  in- 
definidamente, las  debilidades  y  los  defectos  remon 
tan  á  la  superficie.  El  oficial  de  guarnición— como 
dice  un  autor— es  capaz  de  conseguir  una  victoria, 
pero  no  tiene  capacidad  para  soportar  y  remediar  una 
derrota.  Por  esto  el  Imperio  alemán  cifra  todas  sus 
esperanzas  en  el  oficial  de  Estado  Mayor. 


Los  260  oficiales  aproximadamente  que  constitu- 
yen el  Estado  Mayor,  representan 
una  notable  selección  por  sus  es- 
tudios  militares,    su   preparación 
para  la  guerra  y  su  unidad  de 
doctrina.   El  oráculo  del  mili- 
tarismo  prusiano  es  siempre 
Clausewitz,  general  de  la  épo- 
ca de  las  guerras  napoleóni  ■ 
cas  y  famoso  escritor.  Des- 
pués   de    haberse    visto 
envuelto  en  la  derrota 
del   ejército   pru- 


MORTERO    ALEMÁN 


siano  en  1806  y  quedar  por  algún  tiempo  prisionero 
de  los  franceses,  colaboró  con  el  ministro  Scharnhorst 
para  reorganizar  las  fuerzas  del  país,  preparando  de 
este  modo  el  desquite  de  1814  contra  Napoleón.  Al 
llegar  la  paz  definitiva  fué  director  de  la  Escue- 
la de  Guerra  de  Berlín  hasta  1831,  año  de  su 
muerte.  Desempeñando  este  cargo  escribió  los 
tratados  militares  que  le  han  proporcionado  la 
celebridad. 

Clausewitz,  contra  la  opinión  de  los  autores 
de  su  época,  que  limitaban  en  100.000  hombres 
cuanto  más  la  cifra  de  un  ejército  bien  maneja- 
do, fué  el  primero  en  establecer  que  sólo  la  am- 
plitud del  teatro  de  operaciones  puede  marcar 
el  límite  de  los  efectivos  sometidos  á  una  misma 
dirección.  «Vivir,  marchar  y  combatir»  fué  la 
síntesis  de  la  doctrina  de  Clausewitz.  La  impor- 
tancia de  los  ejércitos  depende  de  la  riqueza  del 
terreno  donde  deben  moverse  y  de  los  aprovi- 
sionamientos que  pueden  juntar  (vivir  ;  de  la 


LA    INFANTERÍA    KN    LAS    MANIOBRAS 

extensión  de  los  caminos  y  vias  férreas  de  que  puede 
disponer  (marchar  :  de  la  posibilidad  de  concentrar 
con  facilidad  y  rapidez  fuerzas  considerables  en  un 
terreno  que  sea  conveniente  (combatir  i.  «La  mejor 
estrategia — dice  Clausewitz — consiste  siempre  en  ser 
el  más  fuerte  en  un  punto  decisivo.  Por  esto  la  pri- 
mera y  más  importante  de  las  reglas  que  se  impone 
al  general  en  jefe  es  mantener  sus  fuerzas  en  masa.» 

Estos  dos  grandes  principios  que  sirven  de  base  á 
la  doctrina  de  Clausewitz,  «conservar  sus  fuerzas  en 
masa  y  ser  el  más  fuerte  en  el  punto  decisivo»,  los 
observó  literalmente  el  mariscal  Moltke  en  la  guerra 
de  1870. 

La  doctrina  de  Clausewitz  no  es  original,  pues  re- 
cuerda fundamentalmente  la  de  Napoleón  I.  Su  base 
es  francesa,  y  el  tratadista  prusiano  ha  elevado  sobre 
ella  todo  un  sistema,  con  el  reposado  método  del  ca- 
rácter alemán  y  un  prolijo  estudio  de  los  detalles. 

Los  oficiales  del  Estado  Mayor,  hombres  incansa- 
bles muchos  de  ellos,  trabajan  diez  horas  todos  los 
días.  No  reconocen  en  su  cuerpo  divergencias  de  doc- 
trina ni  variedades  de  opinión.  Su  evangelio  militar 
es  el  sistema  de  Clausewitz  practicado  y  ampliado 
por  Moltke.  Este  sistema  puede  resumirse  en  los  tres 
puntos  siguientes: 

Antes  de.  la  acción,  envolver  el  frente  del  ejército 


NO   SB    l'UUDB    BSCKIHIK 

Caricatura  del  «Klkcrikl»  aludiendo  á  que  el  kaiser  ata  las  manos  á  sus 
oficiales  para  que  no  escriban,  cuondo  dcblon  amordazarle  á  til  para  que 
no  hablase  Inoportunamente. 


360 


VICENTE  BLASCO  1BAÑE2 


PALACIO   IMPERIAL   DB    BBRLIN 


alemán  en  una  cortina  de  caballería,  siempre  en  mo- 
vimiento, que  moleste  y  desoriente  al  enemigo,  ocul- 
tándole las  evoluciones  de  las  tropas  alemanas. 

Durante  la  acción,  emplear  la  táctica  tan  preconi- 
zada por  los  alemanes,  de  la  ofensiva  á  toda  costa,  sin 
reparar  en  las  pérdidas,  y  cueste  lo  que  cueste.  La  tác- 
tica consiste  casi  siempre  en  servirse  del  centro  como 
punto  fijo  de  apoyo,  y  avanzar  las  dos  alas,  á  modo 
de  tentáculos,  para  que  desborden  al  enemigo  y  se 
cierren  sobre  él,  oprimiéndolo  en  un  circulo  de  hierro. 

Después  de  la  acción, 
quebrantar  y  desmorali- 
zar al  enemigo  en  retira 
da  con  ataques  de  caba- 
llería en  grandes  masas  y 
mantener  al  mismo  tiem- 
po la  cohesión  entre  los 
diferentes  cuerpos  de  ejér- 
cito alemanes  por  medio 
de  la  telegrafía  sin  hilos 
y  del  teléfono. 

Estas  han  sido,  en  resu- 
men, las  enseñanzas  del 
EstadoMayoralemán  has- 
ta poco  antes  de  iniciarse 
la  guerra  en  1914. 


BIBLIOTECA   NACIONAL 


Luego  las  experiencias  de  la  práctica  han  modifi- 
cado en  parte  el  sistema.  Los  ejércitos  creados  para 
la  ofensiva  han  tenido  que  enterrarse,  abriendo  trin- 
cheras que  son  verdaderas  poblaciones  subterráneas. 
Los  progresos  de  la  aviación  han  inutilizado  casi  por 
completo  la  primera  parte  del  sistema,  pues  los  obser- 
vadores aéreos  pueden  reconocer  fácilmente  los  mo- 
vimientos del  enemigo  más  allá  de  la  cortina  de  ca- 
ballería que  los  encubre. 

El  Estado  Mayor  alemán  ha  producido  excelentes 

generales,  pero  ninguno 
de  ellos  dispone  de  la  au- 
toridad victoriosa  de  un 
]\[oltke.  Tal  vez  infiuye  en 
esto  la  excesiva  compe- 
tencia de  Guillermo  II, 
que  sabe  de  todo  y  se 
mezcla  en  todo.  El  viejo 
(luíllermo  I  se  limitó  á 
ser  un  soldiido,  asistiendo 
personalmente  á  las  ope- 
raciones de  guerra  de 
su  ejército  y  exponiendo 
su  Vida  cuando  lo  consi- 
deraba preciso.  Pero  con 
una  noción  exacta  de  sus 


HISTORIA  DE  LA  ÜUEWftA  tiURUPEA  DE  Í914 


361 


LA    AVENIDA    DE    LOS    TILOS    (UNTBR    DER    LINDEN) 


capacidades  estratégicas,  dejó  siempre  la  dirección 
de  las  operaciones  á  Moltke  y  otros  generales. 

Guillermo  II,  orador,  músico,  predicador,  poeta, 
pintor  y  cómico,  considera  como  un  delito  de  lesa 
majestad  que  los  alemanes  duden  de  sus  condiciones 
de  estratega. 

— Es  un  buen  coronel — decían  del  emperador  antes 
de  la  guerra  sus  amigos  Íntimos — .  Tiene  ojo  y  auto- 
ridad para  conducir  un  regimiento.  Sería  también  un 
buen  comandante  de  acorazado,  porque  siente  gusto 
por  la  marina  y  compren- 
de la  mecánica.  Pero  ¡Dios 
nos  libre  de  que  se  le  ocu- 
rra la  idea  de  ser  el  pri- 
mer general  del  Imperio! 

Esta  idea  se  le  ha  ocu- 
rrido á  (' uillermo  II,  como 
era  de  esperar,  no  obstan 
te  haber  demostrado  en 
todas  las  maniobras  de  su 
ejército,  durante  varios 
años,  una  incapacidad  no- 
toria. 

El  emperador,  lo  mismo 
que  su  hijo  el  kronprintz, 
es  un  aficionado  románti- 


^if<p»Piiüfilnn<»'a>ij«Wi»Trwii»!>- 


KBLKVO    0B   LA    GUARDIA    ES    LA    l'UBKTA    DE    ISKANDBNBURGO 


co  á  las  cargas  furiosas  y  teatrales.  Su  placer  es  galo- 
par á  la  cabeza  de  una  masa  de  caballería,  con  la  es- 
pada desnuda,  lo  mismo  que  un  burgrave  de  la  Edad 
Media,  como  si  no  hubiesen  sido  inventados  el  fusil 
de  repetición,  la  ametralladora  y  el  cañón  de  tiro  rá- 
pido. Para  él  la  guerra  tiene  el  encanto  literario  de 
una  poesía  caballeresca.  Ve  en  ella  el  gesto  teatral, 
el  uniforme  brillante,  el  penacho,  la  embriaguez  del 
humo  y  de  la  gloria. 

Hace  quince  años,  en  unas  maniobras,  Guillermo  IT, 

poniéndose  al  frente  de 
ocho  regimientos  de  ca- 
ballería, cargó  con  estré- 
pito infernal  contra  una 
colina  fortificada  y  ocupa- 
da por  numerosas  fuerzas 
de  infantería.  Como  éstas 
tiraban  con  pólvora  sola, 
el  kaiser,  glorioso,  se  apo- 
deró de  la  altura  con  la 
mayor  facilidad. 

Acudió  el  viejo  maris- 
cal Von  llaeseler,  uno  de 
los  veteranos  de  la  Prusia 
triunfadora,  que  por  su 
reconocida  competencia 


i6 


362 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


era  el  arbitro  de  las  maniobras, 
y  al  ver  al  emperador  enrojeci- 
do y  jadeante  por  la  carga,  res- 
pirando orgullo  y  alegría,  dejó 
oir  desdeñosamente  su  senten- 
cia: 

—  En  tiempo  de  paz  puede  ha- 
cerse eso  sin  dificultad.  En  una 
acción  de  guerra  resulta  más  di- 
fícil, pues  no  habría  quedado 
intacto  un  solo  hombre  de  los 
ocho  regimientos. 

El  emperador  no  perdonó  ja- 
más estas  palabras,  y  el  glorio- 
so veterano  tuvo  que  pedir  su 
retiro. 

Individuos  notables  del  Estado 
Mayor  alemán  han  manifestado 
repetidas  veces,  en  momentos  de  indiscreción,  el  con- 
cepto que  les  merece  la  sabiduría  estratégica  de  su 
soberano. 

— En  una  batalla 
— han  dicho — dirigi- 
da por  el  emperador, 
no  quedaría  nadie 
para  enterrar  á  los 
muertos. 


BL    KAISER    CON    LOS 

DISTINTOS  UNIFORMÉIS 

MILITARES 

De  guardia  de  Corps 


De  húsar 


De  granadero 


Los  sub-oficiales 
constituyen  la  clase 
más  apreciable  del 
ejército  alemán,  se- 
gún la  opinión  de  to- 
dos los  técnicos  ex- 
tranjeros que  lo  han 
estudiado  de  cerca.  De  huiano 

Estos  subalternos,  que 
llevan  muchos  años  de  servicios  y  envejecen  en  los 
cuarteles,  son  los  que  instruyen  á  los  soldados  y  los 
moldean  en  la  rígida  disciplina.  Cuando  llega  la  gue- 
rra, ellos  son  los  que  con  su  audacia  y  el  terror  que 
inspiran  á  sus  hombres  los  hacen  avanzar,  á  costa  de 
horribles  carnicerías. 

Representan  en  el  ejército  el 
espíritu  de  tradición,  la  rutina 
del  oficio.  Son  de  un  porte  mili- 
tar impecable  y  conservan  á  los 
soldados  á  merced  de  su  puño  de 
hierro,  moviéndolos  lo  mismo 
que  autómatas. 

El  oficial,  como  ya  hemos  di- 
cho, vive  lejos  de  los  soldados, 
que  sólo  lo  ven  raramente.  El 
sargento,  en  cambio,  los  tiene  á 
todas  horas  bajo  su  mirada  au- 
toritaria, siempre  amenazante  y 
de  mal  humor,  distribuyendo 
De  almirante  pródigamente  los  castigos.  «Hay 


que  haber  asistido — dice  el  abate 
Wetterlé,  ex-diputado  del  Reichs- 
tag — á  los  ejercicios  de  desarti- 
culación que  son  necesarios  para 
que  los  reclutas  del  campo  apren- 
dan impecablemente  el  paso  de 
parada  á  la  prusiana,  para  darse 
cuenta  de  la  escrupulosidad  me- 
ticulosa (lue  pone  el  suboficial 
en  el  cumplimiento  de  sus  debe- 
res profesionales.  ¡Y  qué  preci- 
sión la  que  obtiene  en  los  movi- 
mientos de  conjunto,  con  sus 
rugidos,  sus  injurias  y  los  gol- 
pes que  reparte!  Se  enronquece, 
se  agita,  suda  á  mares,  hasta 
que  en  toda  la  escuadra  las  piernas,  los  brazos,  los 
torsos,  las  nucas  j'  los  fusiles  quedan  alineados  como 
á  cordel,  á  pesar  del  movimiento  de  la  marcha.  La 
obediencia  pasiva,  el  automatismo  absoluto,  he  aquí 
lo  que  exige  del  sol- 
dado sometido  á  su 
educación,  hasta  que 
consigue  embrutecer- 
lo completamente. 

»Han  causado  sor- 
presa las  pérdidas 
enormes  sufridas  por 
el  ejército  alemán  des- 
de el  principio  de  las 
hostilidades  (1914); 
pérdidas  ocasionadas 
por  la  tenacidad   en 
no  abandonar  las  for- 
maciones en  masa.  Y 
sin  embargo,  tenien- 
do en  cuenta  los  pro- 
cedimientos de  educación  de  los  soldados  alemanes, 
esta  táctica  es  justa  y  oportuna.  El  suboficial  no  ha 
hecho  nada  para  desarrollar  en  sus  hombres  el  es- 
píritu de  iniciativa.  Antes  al  contrario,  se  ha  dedica- 
do á  destruirlo.  Está  seguro  de  obtener  el  máximo  de 
resultado  siempre  que  pueda 
ejercitar  una  acción  directa  so- 
bre estos  autómatas  que  tienen 
la  costumbre  de  dejarse  condu- 
cir como  un  vil  rebaño.  Descon- 
fia con  razón  de  gentes  que  sa- 
ben dirigirse  ellas  mismas.» 

El  suboficial  no  puede  alcan- 
zar los  grados  superiores,  y  al 
llegar  á  sargento  mayor  ve  cor- 
tada su  carrera.  Los  tenientes 
jóvenes  que  necesitan  los  con- 
sejos de  su  experiencia  lo  tratan 
con  cierta  consideración,  pero 
en  general  existe  un  obstáculo 
inabordable  entre  los  subalter-      De  dragón  de  la  guardia 

(Caricaturas  de  Carac  d'Ache) 


De  general 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


363 


BL    KAISBR   EN    LAS    MANIOBRAS    DD   OTOÑO 


nos  y  la  sagrada  casta  de  los  oficiales.  El  duro  sar- 
gento so  consuela  de  su  humillación  sometiendo  á  los 
soldados  á  las  torturas  de  su  mal  humor.  El  Imperio 
le  promete,  para  cuando  sea  viejo  y  abandone  el  ser- 
vicio, la  compensa- 
ción de  un  empleo  se- 
cundario en  las  ofici- 
nas civiles.  Mientras 
permanece  en  el  regi- 
miento goza  de  un 
sueldo  suficiente  y 
puede  casarse.  Ade- 
más los  soldados,  es- 
pecialmente los  reclu- 
tas, para  evitar  las 
consecuencias  de  su 
enemistad  le  hacen 
frecuentes  regalos, 
imponiéndose  para 
esto  grandes  privacio- 
nes. Cuando  sus  fa- 
milias les  envían  em- 
butidos y  otras  delika- 
tesse.i,  entregan  una 
gran  parte  al  sargento,  pues  en  la  virtuosa  Alemania 
la  propina  lo  puede  todo. 

El  ingreso  más  importante  para  el  sub-oficial  lo 
representa  el  «voluntario  de  un  año  »,  hijo  casi  siem- 
pre de  una  familia  burguesa,  que  llega  con  el  porta- 
monedas repleto  y  se  entera  de  los  gustos  y  aficiones 
del  sargento.  Cuando  se  muestra  generoso  obtiene 
todos  los  permisos  y  se  ve  libre  de  todas  las  faenas 
penosas.  8i  se  decide  á  regalar  un  piano  á  la  «señora 
sargenta»,  su  año  de  servicio  transcurre  en  una  cal- 
ma paradisiaca,  sin  incidente  alguno.  De  aiiui  (jue  á 
muchos  voluntarios  les  cuesten  los  doce  meses  de  per- 
manencia en  el  cuartel  de  6.000  á  10.000  marcos. 


UN    POKSTO    DB   OBSBRVACION 


Con  la  tropa  ordinaria,  compuesta  de  campesinos, 
obreros  y  empleados  pobres,  el  sub-oficial  desahoga 
la  cólera  amasada  por  los  desprecios  (|ue  llegan  de  lo 
alto  y  las  enojosas  tareas  de  su  grado.  Estos  subalter- 
nos, endurecidos  por  la  tradición  y  animados  por  la 
impunidad,  discurren  las  torturas  más  disparatadas 
contra  sus  hombres.  Las  injurias  groseras  y  los  gol- 
pes son  incidentes  ordinarios  y  sin  importancia.  Por 
una  falta  insignificante  ó  por  capricho,  les  hacen 
guardar  posturas  violentas  durante  varias  lloras,  hasta 
que  caen  desmayados.  Otras  veces  les  escupen  den- 
tro de  la  boca,  les  hacen  limpiar  el  suelo  con  la  len- 


nr.    KAISBR   A    CABALLO   DIRIOIRNDO   TNAS    MANIOBRAS 


364 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA   aUARDIA.   IMPERIAL   CON    UNIFORME   DB   GALA 


gua  Ó  les  obligan  á  beberse  el  contenido  de  un  recep- 
táculo infecto. 

Con  mucha  frecuencia  los  periódicos  democráticos 
y  los  diputados  socialistas  del  Reichstag  han  denun- 
ciado á  los  sub-oficiales  como  autores  de  verdaderos 
crímenes.  Soldados  que  han  muerto  en  el  hospital  á 
consecuencia  de  heridas  declaradas  casuales,  ó  han 
({uedado  inútiles  para  siempre,  fueron  víctimas  en 
realidad  de  la  furia  homicida  de  un  sub-ofícial.  En  la 
mayor  parte  de  los  casos  tales  delitos  han  quedado 
sin  castigo.  La  victima,  á  impulsos  del  terror,  no  ha 
querido  hablar,  y  los  testigos  presenciales,  por  miedo 
al  sub-oflcial,  han  mentido  y  jurado  en  falso.  La  obe- 
diencia pasiva  y  el  respeto  al  superior  son  obstáculos 
infranqueables  con  los  que  tropiezan  los  consejos  de 
guerra  que  de  buena  fe  quieren  esclarecer  los  hechos. 
En  una  ocasión  el  tribunal  militar  se  vio  obligado  á 
infligir  graves  penas  á  una  serie  de  testigos  que  ha- 
bían jurado  en  falso  para  afírmar  la  inocencia  de  su 
sargento,  demostrándose  poco  después  que  éste  era 
autor  de  las  numerosas  heri- 
das de  uno  de  sus  hombres. 

El  oficial  no  ve  nunca  las 
penas  degradantes  y  sangrien- 
tas que  el  subalterno  impone 
á  la  tropa.  La  injuria,  el  palo, 
el  golpe  y  la  sangre,  forman 
parte  de  una  tradición  glorio- 
sa y  respetable  que  proviene 
del  gran  Federico  y  su  padre 
el  rey-sargento.  Impedir  esto 
equivale  para  ellos  á  falsear 
los  cimientos  del  ejército.  El 
oficial,  cuando  lo  considera 
necesario,  emplea  idénticos 
medios.  En  tiempo  de  guerra 
no  marcha  á  la  cabeza  de  sus 
hombres,  sino  detrás  de  ellos, 
con  el  revólver  en  la  mano, 


^mmmi^^^^^^^m'']      pi'onto  á  abatir  al  primero  que 
^^F^S^^^^H       dé  señales  de  debilidad. 

Este  sistema  de  violencias 
lia  obligado  á  muchos  oficiales 
á  cambiar  de  regimiento  al 
iniciarse  la  guerra,  temiendo 
lo  que  pudieran  hacer  sus 
hombres,  á  pesar  de  una  edu- 
cación embrutecedora,  al  ver- 
se en  campo  libre  y  con  car- 
tuchos de  bala.  Los  sub-oficia- 
les, que  no  pueden  realizar 
con  igual  facilidad  estas  per 
mutas,  han  caído  muchas  ve- 
ces bajo  un  proyectil  que  les 
ha  entrado  por  la  espalda. 

El  sargento  alemán,  cuando 
no  emplea  el  palo  por  miedo 
á  las  consecuencias,  discurre 
los  castigos  más  grotescos  y  envilecedores.  Al  hom- 
bre sometido  á  su  cólera  le  dice  en  presencia  de  toda 
la  compañía: 

— Tú  eres  un  cochino.  ¿Qué  eres  tú?...  Responde. 
Y  como  el  buen  militar  alemán  no  debe  permitirse 
una  opinión  contraria  á  la  del  superior,  el  pobre  repi- 
te humildemente: 
— Yo  soy  un  cochino...  Yo  soy  un  cochino. 

o 

La  obediencia  servil,  la  humillación  ante  el  supe- 
rior, se  extienden  como  algo  precioso  y  fundamental 
desde  las  últimas  filas  á  los  puestos  más  elevados  del 
ejército.  El  soldado  teme  los  golpes  del  sargento;  éste 
se  encoge  medroso  ante  la  altivez  de  los  oficiales;  los 
oficiales  viven  encasillados  en  diversas  categorías  de 
nacimiento  y  de  fortuna,  humillándose  unos  á  otros, 
y  los  brillantes  generales  del  Estado  Mayor  se  esfuer- 
zan por  conservar  á  costa  de  adulaciones  el  afecto  del 
soberano. 

Generalmente  la  profesión  de  oficial  sólo  es  acce- 


SBRVICIO   TBLBFONIOO   DB    CAMPANA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  19l4 


365 


sible  en  Alemania  al  que  dis- 
pone de  cierta  fortuna.  Los 

sueldos  sólo  bastan  para  cu- 
brir una  mitad  de  los  gastos. 
Por  esto  el  gobierno  exige  que 
todo  candidato  á  la  carrera 
militar  pruebe  antes  que  su 
familia  se  halla  en  estado  de 
darle  una  pensión  supletoria 
todos  los  meses. 

Tres  cosas  debe  probar  el 
joven  alemán  que  aspira  á  ser 
oficial  y  vestir  «el  traje  del 
rey»,  como  dicen  en  Pruaia. 
Primeramente  debe  presentar 
un  certificado  de  sus  estudios 
en  el  Liceo,  que  equivalen  á 
nuestro  bachillerato.  Este  tes- 
timonio de  cultura  científica 

es  el  de  menos  importancia.  Después  debe  probar, 
como  ya  hemos  dicho,  que  su  familia  puede  darle  una 
pensión.  Con  esto  entra  en  clase  de  aspirante  en  un 
regimiento  escogido  por  él,  y  cuyo  coronel  se  digna 
admitirlo.  Durante  cinco  meses  vive  como  un  simple 
soldado,  á  no  ser  que  proceda  de  la  Escuela  de  cade- 
tes, en  cuyo  caso  es  nombrado  inmediatamente  sub- 
oficial. Después  de  los  cinco  meses,  si  tiene  buenas 
notas  recibe  el  titulo  de  fahenrich,  ó  sea  porta-espada, 
y  pasa  á  la  Escuela  de  Guerra,  donde  en  ocho  meses 
nada  más  le  enseñan  los  elementos  de  táctica  militar, 
topografía,  fortificaciones,  condiciones  generales  del 
servicio,  código  militar  y  administración  del  ejército. 
Lo  único  que  con  predilección  le  inculca  esta  ense- 
ñanza es  el  espíritu  militar,  insistiendo  especialmente 
en  las  reglas  de  relación  entre  los  oficiales  y  las  ideas 
del  honor  y  del  deber.  Cuando  sale  de  la  Escuela  de 
Guerra  vuelve  al  regimiento,  y  el  coronel  lo  presenta 


UNA    QRAN    PARADA 


EEi    KAISER    Y    SUS    HIJOS 

á  sus  futuros  compañeros,  que  forman  una  especie  de 
tribunal.  8i  lo  desechan  por  motivos  individuales  ó  de 
familia,  su  carrera  está  terminada  y  sus  estudios  re- 
sultan inútiles.  Si  el  regimiento  lo  acepta  envía  el 
acta  de  la  votación  al  emperador,  .'-^ólo  después  de 
esta  tercera  prueba  el  soberano  le  concede  el  nom- 
bramiento de  oficial.  Cuando  el  candidato  procede  de 
la  clase  selekfa,  ó  sea  de  la  Escuela  de  cadetes,  en  la 
que  reciben  su  educación  los  hijos  de  militares  y  altos 
funcionarios,  no  necesita  pasar  por  la  formalidad  del 
voto  de  los  compañeros,  y  recibe  el  nombramiento 
directo  del  emperador. 

Si  los  aspirantes  á  oficiales  pertenecen  á  la  aristo- 
cracia, solicitan  la  admisión  en  los  mismos  regimien- 
tos donde  sirvieron  sus  padres  y  sus  abuelos  y  que  co- 
nocen de  antiguo  su  nombre.  Los  regimientos  de  la 
Guardia  son  los  más  buscados,  porque  tienen  su  resi- 
dencia en  Berlín  y  ofrecen  ocasiones  de  aproximarse 

al  emperador  y  los  mariscales. 
Todo  individuo  de  la  aris- 
tocracia prusiana  cree  nece- 
sario pasar  la  juventud  en  el 
ejército  activo,  aunque  des- 
pués, al  casarse  ó  al  heredar 
la  fortuna  paternal,  abandone 
el  regimiento,  figurando  en  la 
reserva.  La  altiva  clase  de  los 
junquera  ó  señorea  del  campo, 
llamados  por  los  franceses 
hoberati.v,  proporciona  los  ofi- 
ciales de  corte  y  de  los  regi- 
mientos escogidos.  Estos  hidal- 
gos orgullosos,  que  dominan 
socialmente  la  vida  de  Prusia 
y  han  extendido  su  influencia 
á  toda  Alemania,  viven  en 
general  con  dificultad  del  pro- 
ducto de  sus  tierras,  agobia- 
dos de  deudas,  envidiándose 


366 


VICENTE  BLASCO  ÍBANEZ 


■  ;-s*«5*-.  ;:'M! 


LAS   MANIOBRAS 
El  campo  de  Tempelhof,  á  las  puertas  de  Berlín,  donde  pueden  evolucionar  20.000  hombres 


entre  ellos  y  guardando  el  mismo  espíritu  de  la  época 
feudal.  El  único  porvenir  de  sus  hijos  es  el  ejército, 
que  reserva  todos  sus  honores  y  favores  á  la  clase 
aristocrática. 

La  burguesía  enriquecida  tiene  como  primera  as- 
piración el  casar  á  sus  hijas  con  estos  nobles  arruina- 
dos, llenos  de  galones  y  penachos.  El  oficial  lo  es  todo 
en  la  vida  alemana.  En  las  ceremonias  oficíales  el  te- 
niente marcha  delante  de  las  autoridades  civiles  más 
altas.  En  el  acto  de  la  apertura  del  Reichstag  todo 
diputado  que  tiene  un  uniforme  de  la  reserva  se  lo 
pone,  aunque  esto  dé  un  porte  ridículo  á  su  desbor- 
dante persona.  El  mismo  Bismarck,  que  sólo  había 
sido  militar  por  unos  meses  en  su  juventud,  procu- 
raba presentarse  siempre  con  uniforme  de  general 
para  no  tener  el  aire  de  un  simple  abogado  ante  los 
individuos  del  Parlamento. 

Los  tenientes  de  origen  noble  represen- 
tan el  30  por  100  de  la  oficialidad  alema 
na.  A  igual  clase  pertenecen  el  40  por  100 
de  los  coroneles,  el  50  por  100  de  los  ge- 
nerales de  brigada  y  el  70  por  100  de  los 
generales  de  división.  De  los  generales  en 
jefe  no  hay  uno  solo  que  no  sea  noble.  Von 
Kluck,  que  procede  de  una  familia  humil- 
de del  campo,  no  pudo  alcanzar  los  últi- 
mos grados  hasta  que  el  emperador  le 
concedió  un  título  de  nobleza. 

Todos  los  mayorazgos  de  la  aristocracia 
prusiana  entran  en  la  caballería  de  la 
Guardia,  donde  sirven  al  lado  de  los  hijos 
y  parientes  de  los  pequeños  soberanos 


alemanes.  Los  hijos  del  rey  de  Prusía  son  tenientes 
en  el  I."''  regimiento  de  la  Guardia,  de  guarnición  en 
Postdam,  que  sólo  se  compone  de  oficiales  nobles. 

En  algunos  regimientos  cuya  oficialidad  procede 
de  las  ricas  provincias  del  Rhin,  los  hijos  de  los  opu- 
lentos industriales  se  confunden  con  los  de  los  propie- 
tarios aristócratas.  Ciertos  cuerpos  en  los  (|ue  predo- 
minan los  herederos  de  los  grandes  fabricantes  son 
objeto  de  burla  por  parte  de  los  oficiales  nobles.  El 
7."  de  huíanos  está  compuesto  de  oficiales  de  dicha 
procedencia,  y  en  Berlín  dicen  al  hablar  de  él:  «Cada 
uno  de  sus  tenientes  representa  diez  chimeneas  que 
echan  humo.» 

Como  el  oficial  debe  escoger  su  regimiento,  some- 
tiéndose á  la  aprobación  de  los  compañeros,  ([ue  pue- 
den admitirlo  ó  desecharlo,  ciertos  cuerpos  mantienen 


BL    KAISBR   COK    SU    BSTADO    MAYOR    BN    LAS   MANIOBRAS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


367 


un  espíritu  rabiosamente  exclusivista,  dando  entrada 
solamente  á  los  de  reconocida  nobleza.  El  emperador, 
para  hacerse  simpático  á  la  burguesía,  dispuso  que 
en  algunos  regimientos  de  su  Guardia  pudiese  ingre- 
sar un  número  determinado  de  oficiales  sin  título  no- 
biliario. Los  militares  de  corte  llamaron  desdeñosa- 
mente á  estos  oficiales  de  la  Concesión  Schuitze,  lo  tjue 
equivale  en  nuestra  lengua  á  «concesión  de  los  Pérez 
ó  los  López».  Al  poco  tiempo  éstos  se  retiraron  volun- 
tariamente de  los  cuerpos  de  la  Guardia,  descorazona- 
dos al  verse  solos  entre  sus  orgullosos  camaradas. 

En  los  regimientos  de  artillería  é  ingenieros  la 
instrucción  de  los  oficiales  es  muy  superior  á  la  de 
los  (|ue  pertenecen  á  otras  armas.  Sin  embargo,  el 
prestigio,  el  res- 
peto y  la  gloria 
son  para  la  ca- 
ballería, donde 
figuran  los  ofi- 
ciales más  aris- 
tocráticos, vis- 
tosos é  ignoran- 
tes. Dentro  de  la 
caballería  exis- 
ten gradaciones 
de  considera- 
ción, figurando 
á  la  cabeza  los 
regimientos  ca- 
ros. Para  ser  ofi- 
cial de  los  cora- 
ceros de  la  Guar- 
dia hay  que  dis- 
poner de  una 
renta  mínima  de 
20.000  marcos  al 
año,  sin  la  cual 
resulta  imposi- 
ble alternar  con  los  compañeros  de  cuerpo.  Los  hú- 
sares, los  huíanos  y  los  dragones  de  la  Guardia  exigen 
gastos  semejantes.  Como  regla  general,  un  teniente 
de  los  cuerpos  escogidos  destina  el  sueldo  para  el 
pago  de  sus  botas,  y  á  veces  no  le  basta. 

Todos  ellos  deben  poseer  varios  uniformes  y  cas- 
cos, en  flamante  estado,  para  las  paradas  y  bailes  de 
la  corte.  Además  tienen  que  corresponder  á  nume- 
rosas invitaciones  y  festejar  con  banquetes  á  los  ca- 
maradas que  ingresan  en  el  cuerpo,  (lue  se  van  de  él 
ó  (jue  están  de  paso.  Sólo  pueden  entrar  en  los  restau- 
rants  lujosos  y  ocupar  en  los  teatros  asientos  de  pre- 
ferencia. Les  está  prohibido  subir  en  los  ómnibus  y 
viajar  en  los  trenes  en  una  clase  inferior.  (Juando  dan 
propinas,  éstas  son  superiores  á  las  de  los  paisanos, 
para  marcar  con  tal  generosidad  la  diferencia  de  ca- 
tegorías. Tan  cuantiosos  y  crecientes  son  sus  gastos, 
que  el  rey  de  Prusia,  sobre  su  fortuna  particular,  sirve 
pensiones  secretas  á  los  oficiales  de  la  nobleza  reco- 
nocidamente pobres. 


BL   PASO   DE  UN   RIO 

Soldados  de  caballería  y  de  infantería  atravesando  un  río  en  una  barca,  llevando  de  las  riendas 

á  los  caballos  que  van  á  nado 


Guillermo  II,  veleidoso  é  incoherente,  clama  mu- 
chas veces  contra  los  gastos  exagerados  de  sus  oficia- 
les; pero  á  continuación  se  hace  invitar  por  ellos  á 
sus  comidas  de  cuerpo,  lo  (jue  les  obliga  á  cuantiosos 
desembolsos,  ó  reforma  sus  uniformes  con  una  fre- 
cuencia desesperante.  El  emperador  artista  ha  cam- 
biado durante  su  reinado  los  modelos  de  los  unifor- 
mes ocho  veces  más  que  sus  predecesores  durante 
60  años. 

En  los  cuerpos  que  no  son  de  oficialidad  noble,  los 
gastos  resultan  igualmente  exorbitantes.  A  ningún 
oficial  le  basta  la  renta  de  200  marcos  al  mes  con  que 
debe  contar  además  de  su  sueldo.  De  aquí  las  deudas, 
los  expedientes  complicados  para  adquirir  dinero,  las 

luchas  entre  ca- 
maradas, los  de- 
safios y  los  sui- 
cidios. 


El  suicidio  es 
un  accidente  or- 
dinario en  el 
ejército  alemán. 
Algunos  años  ha 
llegado  á  tomar 
proporciones 
alarmantes. 

El  oficial  se 
suicida  cuando 
por  asuntos  de 
dinero  se  ve  com- 
prometido en 
algo  vergonzoso 
y  teme  el  juicio 
inexorable  de 
sus  compañeros 
de  cuerpo.  Pero 
es  especialmente  en  la  clase  de  tropa  donde  el  suici- 
dio produce  mayores  estragos. 

Ya  hemos  dicho  de  qué  modo  brutal  tratan  los  sub- 
oficiales á  los  reclutas. 

— Hay  que  educarlos  como  á  los  caballos — dicen  los 
sargentos  alemanes — .  No  hay  que  permitir  á  las  bes- 
tias ni  á  los  hombres  que  tomen  malas  costumbres. 

Y  consecuentes  con  esta  doctrina,  añaden  á  las 
penas  corporales  que  hemos  descrito  otras  no  menos 
terribles,  obligando  á  los  soldados  á  trotar  horas  ente- 
ras hasta  (|ue  caen  exánimes;  á  descender  en  camisa 
durante  las  noches  de  invierno  al  patio  del  cuartel 
cubierto  de  nieve;  á  hacer  el  ejercicio  ante  una  es- 
tufa, al  rojo  blanco,  hasta  que  se  desploman  medio 
asfixiados. 

Muchos  no  ven  otro  recurso  para  librarse  de  estos 
tormentos  que  tomar  el  fusil  en  el  armero,  colocarse 
el  cañón  en  la  boca  y  oprimir  el  gatillo  con  un  pie. 
Los  (jue  están  en  las  guarniciones  inmediatas  á  la 
frontera  apelan  á  la  deserción. 


366 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA   PRIM81RA    LECCIÓN    IjBL    PASO    DE    GANSO 

(Caricatura  del  Sketch) 

El  ejército  alemán  es  de  todos  los  ejércitos  el  que 
conoce  con  más  frecuencia  la  fuga  de  sus  soldados. 
De  cada  100  deserciones  que  ocurren  en  Europa,  6  co- 
rresponden al  ejército  francés,  15  al  italiano,  17  al 
austro-húngaro  y  62  al  alemán. 

Casi  todas  las  violencias  que  sufren  los  reclutas 
son  motivadas  por  la  dificultad  que  muestran  en  apren- 
der el  famoso  paso  de  parada  inventado  por  el  rey- 
sargento  y  que  el  vulgo  designa  con  el  burlesco  nom- 
bre de  «paso  de  ganso»,  pues  imita  la  marcha  de  este 
animal  tan  amado  por  los  alemanes.  «Este  paso — dice 
Iluret  al  describir  la  vida  militar  de  Alemania — con- 
siste en  que  los  soldados,  en  vez  de  marchar  simple- 
mente como  lo  hacemos  todos,  proyectan  enérgica- 
mente la  pierna,  derecha  y  rígida,  todo  lo  que  pueden 
hacia  adelante,  con  el  busto  estirado,  los  brazos  pe- 
gados al  cuerpo,  y  la  dejan  caer  después,  siempre 
tendida,  golpeando  el  suelo  con  la  mayor  fuerza  po- 
sible, mientras  avanzan  en  linea,  como  autómatas 
grotescos.  Los  soldados  alemanes  toman  este  paso  en 
loa  desfiles  ó  simplemente  en  la  calle  cada  vez  que 
van  con  el  fusil  y  encuentran  á  un  oficial.  Este  espec- 
táculo produce  una  impresión  penosa.  El  hombre  visto 
de  tal  modo  no  tiene  nada  de  humano  y  resulta  in- 
conscientemente su  propia  caricatura.  Hay  en  esta 
marcha  una  especie  de  degradación  que  repugna  á 
nuestra  sensibilidad  de  seres  libres.  Tal  ejercicio  sólo 
podia  ser  inventado  por  un  déspota  brutal  que  consi- 
deró los  hombres  como  máquinas  de  obediencia.  Los 
alemanes  no  comprenden  la  impresión  que  sentimos 


los  extranjeros,  pero  muchos  oficiales  opinan  que  debe 
suprimirse  esta  gimnástica,  humillante  y  ridicula.» 

El  pueblo  alemán,  educado  por  el  militarismo,  ape- 
nas si  se  conmueve  ante  las  brutalidades  de  la  ense- 
ñanza en  el  cuartel.  Acepta  la  insolencia  del  oficial  y 
siente  una  veneración  casi  religiosa  ante  su  uniforme. 
Este  sentimiento  domina  á  todos  los  otros  en  el  alma 
alemana  contemporánea.  La  nación  es  más  militaris- 
ta aún  que  el  militar.  Escuelas  y  Universidades  pro- 
pagan el  respeto  y  la  admiración  al  ejército,  basando 
la  grandeza  de  Alemania  en  la  fuerza  de  las  armas. 
El  profesor  germánico,  pacifico  hombre  de  estudios, 
de  vida  sedentaria,  se  muestra  tan  belicoso  y  amigo 
de  la  violencia  como  el  teniente  más  irrefiexivo.  Los 
alumnos  en  las  escuelas  tienen  que  cuadrarse  lo  mis- 
mo que  los  reclutas  cada  vez  (jue  el  maestro  les  dirige 
la  palabra.  Los  burgueses,  después  que  realizan  una 
pequeña  fortuna,  buscan  casar  á  sus  hijas  con  oficia- 
les de  carrera  y  conseguir  que  sus  hijos  sean  oficiales 
de  la  reserva.  Todos  aspiran  á  poseer  un  uniforme  ó 
una  insignia  militar. 

— Vivimos  en  un  siglo  de  oficiales  de  reserva — dijo 
un  dia  el  socialista  Bebel  en  el  Reichstag. 

Y  los  que  no  pueden  ser  de  la  reserva  se  inscriben 
en  las  sociedades  para  el  fomento  de  la  Marina  y  del 
Ejército,  ó  figuran  en  los  belicosos  clubs  del  partido 
pargermanista. 

La  masa  popular  siente  igualmente  entusiasmo 
por  las  organizaciones  de  guerra. 

El  socialismo  alemán,  materialista  y  positivo,  que 
desconoce  los  ideales  generosos  de  sus  camaradas  de 
otros  países,  acepta  con  el  mismo  entusiasmo  que  los 
burgueses  la  servidumbre  militar.  Sus  periódicos  y 
sus  oradores  se  han  quejado  en  muchas  ocasiones  de 
las  demasías  de  los  oficiales,  pero  en  el  fondo,  la  masa 
popular  que  los  sigue  participa  del  fetichismo  guerre- 
ro del  resto  del 
país.  Los  obre- 
ros se  acuerdan 
con  placer  del 
regimiento  y  sin 
amargura  de  las 
violencias  sufri- 
das en  el  cuar- 
tel. Por  orgullo 
nacionalista  ad- 
miran á  sus  an- 
tiguos oficiales, 
teniéndolos  por 
superiores  á  los 
de  otros  países. 
Kecibieron  de 
ellos  injurias  y 
golpes,  pero  esto 
no  tiene  impor- 
tancia en  la  vida         ^^  KAISER  QUIBRH  IMPONER  Á   LA  CIVI- 

deunalemánque  lización  bl  paso  db  ganso 

desde  los  prime-  (Caricatura  del  Dailij  Vhronicle) 


HISTORIA  DE  LA  GUCkRA  íiUíiOPííh  í-tí  19M 


¿69 


TALLERES  DK  MONTAJE  Y  TORNflADO  DB  CANONBS  KN  LA  CASA  KKUPP 


ros  años  se  acostumbra  á  los  castigos  de  la  escuela. 
Su  fotografía  con  uniforme  la  guardan  en  su  casa  en 
lugar  preferente,  como  un  título  de  gloria. 

Sólo  así  se  comprende  la  conducta  del  socialismo 
germánico  en  la  presente  guerra.  Según  muchos  ofi- 
ciales, el  recluta  socialista  es  el  que  mejor  se  pliega  á 
la  disciplina  del  cuartel. 

Llega  preparado  por  la  disciplina  de  su  parti- 
do, que  tiene  una  organización  estrecha  y  una  di- 
rección férrea,  iguales  á  las  del  ejército. 


El  Estado  alemán  posee  numerosas  ma- 
nufacturas de  armas.  En  Spandau  (Prusia) 
se  fabrican  cañones,  proyectiles,  pólvo- 
ras y  cartuchos:  en  Ingolstandt  'Baviera), 
Siegburgo  y  Dresde,  proyectiles;  en 
Erfurt,  Amberg  y  Solingen,  armas  blan- 
cas; en  Suhl  y  Sommerda,  revólvers.  La 
fábrica  de  Lowen  (Berlín)  produce  pól- 
voras. 

Pero  estas  manufacturas  oficiales  pier- 
den su  importancia  al  ser  comparadas  con 
un  establecimiento  particular,  el  de  la 
casa  Krupp,  que  instaló  primeramente 
sus  talleres  en  Essen,  cerca  de  Duseldorf, 
y  ha  ido  ensanchando  su  acción  con  nue- 
vas y  gigantescas  fábricas. 


Tres  generaciones  de  Krupp  han  realizado  esta 
obra  industrial,  conocida  en  el  mundo  entero.  El  fun- 
dador de  la  dinastía,  Federico  Krupp,  nacido  en  1787, 
fué  un  humilde  cuchillero  que  estableció  un  pequeño 
taller  en  1810,  con  sólo  cuatro  trabajadores,  dedicán- 
dose al  estudio  de  la  fundición  del  acero.  En  1812 
tuvo  un  hijo,  Alfredo,  que  resultó  el  verdadero  autor 
de  la  fortuna  y  el  renombre  de  la  familia.  Al  morir  el 
padre  en  1826,  Alfredo  Krupp,  que  sólo  tenia  14  años, 


TORNO  PARA  LA  CONSTRUCCIÓN  DB  TORRES  BLINDADAS 


370 


VICENTE  BLASCO  ÍBAÑEZ 


TALLBRB8  MECÁNICOS  DB  LA  CASA  KRUPP 


heredó  junto  con  el  modesto  taller  el  secreto  de  la 
fundición  del  acero,  que  Federico  había  encontrado 
después  de  largos  y  penosos  ensayos. 

El  joven  dedicó  su  vida  entera  á  la  práctica  y  des- 
envolvimiento del  secreto,  ensanchando  sus  trabajos  y 
sus  talleres  con  una  audacia  afortunada.  A  no  ser  por 
el  decidido  apoyo  que  le  prestaron  los  bancos  alema- 
nes y  el  gobierno  de  Prusia,  Alfredo  Krupp  se  habria 


MONTAJE    DK    TORRKS    BLINDADAS 

declarado  en  quiebra  muchas  veces.  En  1847  tenía  100 
obreros  á  sus  órdenes,  y  expuso  su  primer  cañón  de 
acero  fundido  para  proyectiles  de  tres  libras.  En  la 
Exposición  de  Londres  de  1861,  presentó  un  bloque 
de  acero  fundido  de  2.000  kilos,  lo  que  resultaba 
prodigioso  para  la  industria  de  entonces.  Diez  años 
después  empleaba  2.000  obreros  y  podía  exhibir  un 
bloque  de  62.000  kilos.  En  1902  llegó  á  fundir  un 
bloque  de  80.000  kilos  y  exhibió  una  placa  de  blin- 
daje, la  más  grande  que  se  ha  laminado  nunca,  con 


un  peso  de  106.000  kilos. 
El  taller  de  cuatro 
obreros  dirigido  por  el 
fundador  de  la  casa,  se 
había  convertido  un  siglo 
después  en  una  ciudad 
industrial,  con  58.000 
empleados  divididos  de 
este  modo:  53.000  fundi- 
dores y  mineros  y  5.000 
ingenieros  y  oficinistas. 
Teniendo  en  cuenta  que 
muchos  de  ellos  son  casa- 
dos, resulta  que  '250.000 
personas  viven  de  los  sa- 
larios de  la  casa  Krupp. 
Este  enorme  estable- 
cimiento posee  en  Essen 
las  principales  fundicio- 
nes de  acero  y  valiosas 
minas  de  carbón.  Tiene 
además  enKheinhausen, 
en  Magdeburgo  y  en 
Annen  fundiciones  de  acero  y  altos  hornos  y  en  la 
bahía  de  Kiel  los  astilleros  «Germania».  La  principal 
fuerza  productora  está  concentrada  en  los  talleres  de 
Essen,  que  ocupan  unas  -100  hectáreas;  20.000  caba- 
llos de  vapor  mueven  4.50  máquinas  y  ÜO  martillos- 
pilones  de  un  peso  de  50.000  á  100.000  kilogramos. 
Hay  además  1.500  hornos  y  1.600  máquinas  de  mol- 
dear, pulir,  etc.  Un  ferrocarril  rodea  la  extensa  fá- 
brica y  penetra  por  vías  secundarias  en  los  princi- 
pales talleres,  llevando  sus  férreos  productos  á  la 
estación  de  Borbeck  en  la  gran  línea  de  Colonia.  Cien 
locomotoras  pertenecientes  á  la  casa  Krupp  y  más  de 
un  millar  de  vagones  aseguran  el  servicio. 

Essen  es  una  ciudad  de  hollín  y  de  humo  donde 
suena  durante  el  día  un  ruido  ensordecedor.  Julio 
Verne  la  tomó  como  modelo  para  una  de  sus  últi- 
mas novelas. 
Alfredo  Krupp, 
llamado  el  «rey 
de  los  caño- 
nes», tuvo  la 
suerte  de  en- 
contrar en  las 
cercanías  de  su 
fábrica  unas 
minas  de  car- 
bón que  dan  el 
combustible 
más  propio 
para  la  meta- 
lurgia de  to- 
da Alemania. 
Ademáslacasa 
Krupp  ha  ad- 
({uirido  gran-  alfrbdo  krupp 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


371 


des  yacimientos  de  mi- 
neral en  diversas  regio- 
nes de  Alemania  y  hasta 
en  España.  Fabrica  ca- 
ñones de  todas  clases  y 
calibres,  siendo  este  pro- 
ducto la  especialidad  del 
establecimiento,  que  le 
ha  proporcionado  un  re- 
nombre universal.  En 
ciertos  momentos  sus  ta- 
lleres han  llegado  á  fa- 
bricar á  la  vez  150  ca- 
ñones, algunos  de  ellos 
de  13.000  kilogramos  de 
peso,  que  cuestan  100.000 
francos  la  pieza.  Ade- 
más produce  placas  de 
blindaje,  ruedas  de  va- 
gones y  muchos  útiles 
para  la  industria. 

Existen  en  Europacen- 
tros  productores  más 

grandes  é  importantes,  pero  son  obríis  del  esfuerzo  y 
el  capital  de  sociedades  anónimas.  Essen  pertenece  á 
la  familia  Krupp  en  su  mayor  parte,  y  por  esto  figura 
á  la  cabeza  de  los  establecimientos  que  dependen  de 
una  sola  persona. 

El  edificio  más  hermoso  de  Essen  es  un  hotel  con 
salones  de  ostentoso  confort  y  risueños  jardines,  que 
hacen  de  él  un  poético  oasis  en  medio  del  ambiente 
ensordecedor  y  sombrío  de  la  ciudad  industrial.  En 
este  hotel  no  se  admiten  viajeros,  pues  lo  reserva 
Krupp  para  los  representantes  y  comisionados  de  las 
naciones  tiue  le  encargan  material  de  guerra.  El  hotel 
está  siempre  lleno,  y  militares  de  naciones  diversas 
y  á  veces  enemigas  viven  juntos  en  un  gran  lujo  pa- 
gado por  la  casa  Krupp  mientras  se  fabrican  los  ca- 
ñones cuya  fundición  deben  vigilar.  Turcos,  búlgaros, 

servios,  chi- 
nos, japoneses 
y  americanos 
de  las  repúbli- 
cas latinas  son 
los  huéspedes 
habituales  del 
Hotel  Krupp. 
Algunos  per- 
manecen en 
Essen  dos  años 
ó  más  esperan- 
do que  termine 
la  fabricación 
encargada  por 
sus  paises  y 
quedeben acep- 
tar ellos  como 
FEDERICO  KRUPP  tócnlcos.    La 


CIZALLA    RLKUTRICA    PARA    CORTAR    PLANCHAS    DK    BLINDAJE 


generosa  casa  acude  á  la  amplia  satisfacción  de  todas 
sus  necesidades  y  procura  evitar  el  aburrimiento  de 
una  larga  permanencia  en  Essen  enviándolos  á  sus 
expensas  á  dar  un  paseo  por  París  y  Londres. 

Alfredo  Krupp,  el  verdadero  autor  de  la  prosperi- 
dad del  establecimiento,  murió  en  1887,  sucediéndole 
su  hijo  Federico,  último  de  la  dinastía.  Fué  éste  un 
hombre  de  gustos  tran(|UÍlos  y  poco  aficionado  á  la 


UNA    SBCCIÓN    DR    MÁQUINAS 

industria.  Sus  estudios  preferidos  eran  la  geología  y 
la  zoología.  Amaba  la  Naturaleza  y  sentía  horror 
ante  el  cíelo  sombrío  de  Essen,  sus  nubes  de  humo 
y  su  estrépito  ensordecedor.  Por  esto  pasó  casi  toda 
su  vida  bajo  el  cíelo  de  Italia,  en  las  islas  risueñas 
del  golfo  de  Ñapóles,  habitadas  en  otros  tiempos  por 
los  Cesares  de  la  decadencia  romana.  Los  socialistas 
de  Berlín  dijeron  de  él  (¡ue  participaba  de  los  mismos 
gustos  antinaturales  de  estos  personajes  monstruosos, 
y  á  semejanza  de  Tiberio  vivía  en  la  isla  de  Capri 


372 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


FUNDICIÓN   DB  BLOQUES   DB  AOBRO   BN    L4   CASA    KRDPP 


con  una  corte  de  efebos.  Estas  denuncias  amargaron 
los  postreros  dias  del  último  de  los  Krupp,  acelerando 
su  muerte.  Muchos  de  sus  amigos  han  intentado  de- 
mostrar la  falsedad  de  tales  acusaciones.  De  todos 
modos,  Federico  Krupp  era  una  especie  de  sabio,  que 
por  sus  gustos  sencillos  pareció  retroceder  á  los  orí- 
genes modestos  de  su  familia.  Mostró  ideas  sociales 
muy  avanzadas,  soñando  con  reconstituir  la  organi- 


EL   MARTILLO-PILON 


zaeión  económica  de  sus  talleres  para  dar  una  parti- 
cipación directa  á  los  obreros.  Pero  los  rumores  es- 
candalosos é  infames  sobre  su  condusta  acabaron  por 
sumirlo  en  la  misantropía,  huyendo  del  trato  de  las 
gentes. 

La  importancia  de  la  casa  Krupp  disminuyó  du- 
rante el  periodo  de  su  apática  dirección;  pero  aun  así, 
á  la  hora  de  su  muerte  el  producto  neto  del  estableci- 
miento representaba  una  renta  anual  de 
12  millones  de  marcos:  un  millón  por  mes. 
La  gran  habilidad  de  su  padre  Alfredo 
Krupp  fué  rodearse  de  ingenieros  de  méri- 
to, tanto  alemanes  como  extranjeros,  bri- 
llante cuerpo  de  técnicos  autor  de  la  im- 
portancia de  la  casa  y  que  todavía  la  sos- 
tiene. Con  la  muerte  de  Federico  se  ha 
extinguido  la  descendencia  directa  de  los 
Krupp.  Éste  dejó  dos  hijas,  Berta  y  Bár- 
bara, poseedoras  de  la  mayor  parte  de 
las  acciones  del  famoso  establecimiento. 
El  matrimonio  de  las  dos  jóvenes  casi 
ha  revestido  la  importancia  de  un  nego- 
cio de  Estado,  interviniendo  directamen- 
te Guillermo  II  en  la  designación  de  los 
esposos. 

El  emperador — según  las  murmuracio- 
nes de  muchos — posee  una  parte  de  las 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


373 


LAMINADOR  DB   PLANCHAS   DB   BLINDAJB 


acciones  de  la  casa  Krupp,  lo  que  le  hace  sentir  un 
interés  personal  por  la  buena  marcha  de  sus  negocios. 
Hace  pocos  años,  al  descubrirse  que  dicho  estableci- 
miento sobornaba  á  los  militares  alemanes  en  las  re- 
mesas de  armas,  se  produjo  grande  escándalo,  y  el 
prestigio  de  Guillermo  II  sufrió  algo  con  esto.  Algu- 
nos acusados  declararon  haber  aceptado  las  propinas, 
sin  escrúpulo  alguno,  por  creerlas  procedentes  del 
emperador,  accionista  de  la  casa. 

Un  interés  nacional  hizo  que  los  alema- 
nes se  preocupasen  del  matrimonio  de  las 
dos  princesas  del  acero.  Había  que  casar- 
las con  buenos  patriotas,  entusiastas  del 
Imperio,  para  que  el  gran  establecimiento 
no  pasase  á  manos  de  extranjeros. 

El  emperador  designó  á  dos  liombres 
de  su  corte  como  maridos  de  las  hijas  de 
Krupp  y  poseedores  de  sus  enormes  for- 
tunas. La  mayor,  Berta,  que  es  la  más 
popular,  se  casó  con  el  barón  de  Bohlen- 
Halback,  que  ha  tomado  la  dirección  del 
establecimiento.  Pero  éste  ya  no  parece 
animado  por  el  espiritu  emprendedor  y 
audaz  de  Alfredo,  el  «rey  de  los  cañones», 
y  según  se  dice,  empieza  á  mostrar  cierta 
decadencia. 

Sin  embargo,  las  fundiciones  de  Krupp 


acaban  de  obtener  un  honor  extraordinario  con  mo- 
tivo de  la  fabricación  de  sus  morteros  de  420.  Una 
Universidad  alemana  ha  manifestado  su  entusiasmo 
por  dicha  obra,  confiriendo  al  marido  de  Berta,  ca- 
beza visible  de  la  firma  Krupp,  el  titulo  de  ¡doctor 
en  Derecho! 

La  sabia  Alemania  es  un  pais  de  iniciativas  ex- 
travagantes cuando  desea  glorificar  la  fuerza. 


TALLER   DB   PERFORADO 


374 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


IX 


El  espionaje  alemán 

Tiene  tanta  importancia  el  espionaje  en  la  organi- 
zación defensiva  y  ofensiva  del  Imperio  alemán,  que 
muchos  lo  titulan  la  «sexta  arma»,  colocándolo  mili- 
tarmente á  continuación  de  las  cuatro  armas  que 
constituyen  un  ejército  y  de  la  (juinta,  de  origen  re- 
ciente, que  es  la  aviación. 

La  «sexta  arma»  representa  para  sus  individuos 


BL    BSPIOMAJB   ALBHÁK    BN    FRANCIA 

una  profesión  honorable.  Tiene  sus  héroes  glorificados 
por  el  entusiasmo  patriótico.  Su  organizador  fué  el 
célebre  policía  Stieber,  del  que  hablaremos  más  ade- 
lante, personaje  de  malos  antecedentes,  que  casi  llegó 
á  conseguir  la  gloria  de  un  Bismarck  ó  de  un  Moltke. 

Esta  popularidad  del  polizonte  organizador  del  es- 
pionaje, se  explica  teniendo  en  cuenta  el  carácter 
prusiano,  dispuesto  por  instinto  á  la  vigilancia  y  la 
delación. 

El  espionaje  de  los  alemanes  es  algo  tradicional  y 
figura  en  su  historia  casi  al  mismo  nivel  que  los  actos 
heroicos  de  sus  guerreros. 

Federico  II  se  burló  siempre  con  su  frío  escepti- 
cismo de  la  caballerosidad  y  confianza  de  los  maris- 
cales franceses,  grandes  señores  empolvados,  perfu- 
mados y  heroicos,  que  llevaban  á  los  campamentos 
las  costumbres  palaciegas  de  Versalles.  El  mariscal  de 
Subise,  protegido  de  la  Pompadour,  le  hizo  reir  mu- 
chas veces  en  el  curso  de  la  guerra  de  los  Siete  Años. 


— ¡Ese  Subise  valeroso  é  imprevisor! — decía  Fede- 
rico— .  Tiene  veinte  cocineros  y  un  solo  espía.  Yo 
tengo  doscientos  espías  y  un  solo  cocinero. 

Desde  los  tiempos  del  Gran  Capitán  prusiano,  el 
espionaje  de  los  alemanes  ha  progresado  tanto  ó  más 
que  las  piezas  de  artillería.  Hoy  el  kaiser  no  tiene 
doscientos  espías,  ni  doscientos  mil;  son  millones,  son 
toda  Alemania,  pues  no  hay  en  ella  un  solo  individuo 
que  no  esté  dispuesto  por  impulso  natural  á  cumplir 
esta  triste  función.  Repitiendo  la  conocida  frase  sobre 
el  ruso  que  lleva  un  cosaco  dentro  de  él,  puede  decir- 
se del  buen  germano. 

— Rascad  al  alemán  y  encontraréis  el  espía. 

Es  indiscutible  que  muchos 
no  lo  son.  Un  país  no  puede 
ni  necesita  dedicar  todos  sus 
habitantes  al  espionaje.  Ade- 
más, no  siempre  se  ofrece  la 
oportunidad  de  averiguar  se- 
cretos para  transmitirlos  á 
las  autoridades  nacionales. 
Pero  que  el  azar  haga  saber 
á  un  alemán  en  tierra  extran- 
jera algo  que  considera  im- 
portante para  su  país,  y  conti- 
nuará las  averiguaciones  has- 
ta entregar  el  secreto  á  su 
gobierno 

Todos  los  alemanes  no  son 
espías;  pero  en  cada  alemán 
hay  un  espía  ([ue  duerme,  y 
sólo  necesita  la  ocasión  para 
despertar  y  ponerse  al  tra- 
bajo. 

Es  algo  que  está  en  su  carác- 
ter fundamentalmente;  una 
tendencia  que  surge  en  él  ape- 
nas tiene  uso  de  razón,  y  per- 
dura á  través  de  las  diferen- 
cias educativas  y  de  estado  social. 

Hay  que  decir  en  su  honor  ([ue  el  espionaje  no  lo 
considera  como  una  función  deshonrosa.  Le  inculca- 
ron hace  dos  siglos  que  este  es  un  modo  de  servir  á  la 
patria  tan  noble  y  digno  como  empuñar  las  armas,  y 
se  lanza  á  ser  espía  con  igual  entusiasmo  que  si  em- 
prendiese el  camino  de  la  gloria. 

Cada  agrupación  étnica  tiene  su  moral,  su  alma, 
sus  escrúpulos.  Nosotros,  los  llamados  latinos,  lleva- 
mos el  fardo  de  una  porción  de  preocupaciones  y  deli- 
cadezas espirituales  que  no  conocen  los  buenos  ger- 
manos, y  sí  alguna  vez  tropiezan  con  ellas,  provocan 
su  risa  como  algo  arcaico  é  inútil. 

Nosotros  creemos  en  el  honor  sin  interés  alguno, 
en  el  honor  generoso  que  impone  sacrificios,  creemos 
en  el  carácter  sagrado  de  la  palabra  empeñada,  en  el 
derecho  á  la  libertad  y  á  la  independencia  (|ue  tiene  el 
débil  lo  mismo  (jue  el  fuerte, enlanecesidadde  quesub- 
sistan  debajo  del  sol  los  pequeños  pueblos  así  como  los 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


375 


grandes,  del  mismo  modo  (jue  en  la  vida  humana  res- 
piran igualmente  los  iletrados  y  los  inteligentes,  los 
feos  y  los  hermosos,  los  ricos  y  los  pobres.  Tenemos  el 
sentimiento  de  la  mesura,  de  la  armenia,  del  equili- 
brio, facultad  que  aun  no  poseen  ciertos  países  recién 
salidos  de  la  barbarie,  que  todo  lo  ven  con  retinas  de 
brutal  exageración:  «Kolossal,  Kolossal.»  Sabemos 
que  hasta  las  ideas  más  santas  deben  estar  limitadas 
por  las  exigencias  del  honor  y  de  la  propia  dignidad. 
Amamos  la  patria,  estamos  dispuestos  á  dar  por 
ella  «vida  y  hacienda»,  como  el  pundonoroso  alcalde 
del  drama  de  Calderón;  pero  nos  reservamos  la  inte- 
gridad y  pureza  del  honor,  «que  es  patrimonio  del 
alma...  y  el  alma  sólo  es  de  Dios». 

Tomaríamos  un  fusil  para  defender  nuestra  tierra, 
aunque  la  lucha  anunciase  un  seguro  fracaso;  pero 
nos  indignaríamos  si  alguien  nos  propusiese  servirla 

como  espías,  oficio  bajo 
y  degradante. 

Alemania  piensa  de 
distinto  modo.  Su  psico- 
logía es  otra,  y  satisfecha 
de  ella  quisiera  impo- 
nerla á  los  demás  pue- 
blos, que  considera  co- 
rrompidos por  los  refina- 
mientos de  una  vieja 
civilización.  La  moral 
alemana  (no  la  de  la 
Alemania  de  Kant,  sino 
la  del  Imperio  de  Gui- 
llermo II)  considera  que 
las  cosas  más  respeta- 
bles para  nosotros  no  son 
más  que  «palabras»,  que 
un  tratado  es  un  «peda- 
zo de  papel',  un  jura- 
mento empeñado  una  obligación  momentánea  que 
puede  dejar  de  cumplirse  si  asi  conviene,  y  el  ejer- 
cicio del  espionaje  la  mejor  ocupación  de  un  buen 
patriota. 

Príncipes  de  casas  reinantes  de  Alemania  se  ala- 
ban de  haber  hecho  viajes  á  los  países  vecinos,  abu- 
sando de  su  hospitalidad,  sólo  por  averiguar  secretos. 
Damas  germánicas  de  alta  posición  aprovechan  todos 
los  medios,  hasta  el  del  amor,  para  adquirir  noti- 
cias que  interesan  á  su  país. 

El  ejemplo  viene  de  arriba  en  este  pueblo  regi- 
mentado con  arreglo  á  una  férrea  gradación  de  castas. 
¿Qué  no  harán,  si  se  ofrece  ocasión,  el  tendero  en- 
riquecido, la  burguesa  ansiosa  de  distinciones,  el 
pequeño  comerciante,  el  comisionista,  todos  los  que 
desean  imitar  á  las  clases  superiores  y  ven  un  medio 
de  ennoblecimiento  en  el  trabajo  del  espía? 


Existe  un  espionaje  obligatorio  del  que  nada  pue- 
de decirse  mientras  perdure  la  guerra  con  sus  astu- 


DNA    CRIADA    DE    HOTBL 

Espía  alemana  que  registra  el  equi- 
paje de  los  viajeros 


UN  VIAJERO  BLKGANTE  BN  LOS  BaLBVARBS 

ÜB  PARÍS 

La  sombra  revela  que  es  un  espía  alemán 


cias  y  embos- 
cadas. Es  el  de 
los  militares. 
El  soldado  debe 
obediencia  á 
sus  superiores, 
y  si  éstos  le  or- 
denan una  ave- 
riguación en 
país  enemigo, 
la  cumplirá  in- 
mediatamente 
por  honor  pro- 
fesional. Todos 
los  ejércitos  del 
mundo  impo- 
nen tal  servi- 
cio. 

Todoslospue- 
blos  en  guerra 
tienen  igual 
mente  espías 
civiles,  pero 
son  individuos 
de  la  más  baja 
especie  moral, 
que  no  hacen 

gala  de  sus  trabajos,  antes  bien,  los  disimulan  como 
algo  vergonzoso. 

Alemania  es  el  único  pais  del  mundo  donde  el  es 
pionaje  se  aprecia  como  una  gloria,  como  un  servi- 
cio patriótico  semejante  al  servicio  militar  obligato- 
rio, pero  más  extenso,  pues  comprende  á  mujeres  y 
niños. 

Antes  de  que  en  la  guerra  actual  el  Imperio  de 
Alemania  atrepellase  á  Bélgica  con  su  inaudita  inva- 
sión, todos  los  alemanes  residentes  en  el  reino  belga, 
que  eran  centenares  de  miles,  recibieron  de  sus  cón- 
sules un  cuestionario  secreto  para  que  lo  llenasen, 
revelando  las 
particularida- 
des de  los  pue- 
blos en  que  vi- 
vían. 

Los  espías 
obligatorios  di- 
cen lo  que  sa- 
ben y  lo  que 
pueden  ver,  que 
muchas  veces 
no  es  gran  co- 
sa. Los  espías 
«de  carrera», 
los  ilustrados 
que  se  mueven 
en  un  plano  su- 
perior, reciben 
la  ayuda  de  la 


UN    MOZO    DB   CAFl, 

Espía  alemán  escuchando  las  conversaciones 
de  los  mliilares 


(Del  folleto  fraiici's  «Cñnio  estaba 
orgauizado  ol  espiouajo  alemáu>j 


376 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    BSPIONAJB  ALEMÁN    PREPARANDO    LOS   TRABAJOS   DB   LA    ARTrLLBEÍA 


(Fot.  Meurisse) 


Casa  de  un  espía  alemán  en  la  Panne  (Bélgica),  sobre  una  plataforma  de  cemento  que  pudiese  servir  de  emplazamiento  á  un  cañón 
de  gran  calibre,  una  vez  derribada  la  casa.  Para  destruirla  se  necesitaron  más  de  cinco  cariuchos  de  dinamita 


industria  y  el  comercio  de  su  país  establecidos  en  el 
extranjero. 

La  guerra  actual  ha  revelado  en  muchos  pueblos  de 
Bélgica  y  Francia  la  solidez  y  arraigo  del  espionaje. 

Al  entrar  las  columnas  alemanas 
en  una  población,  sus  jefes  estaban 
tan  enterados  como  la  autoridad 
municipal  de  todos  sus  recursos. 
Era  inútil  negar  la  existencia  de 
caballos,  víveres  y  dinero.  El  inva- 
sor sabia  dónde  estaba  cada  cosa^ 
como  si  tuviese  un  inventario  en 
la  mano.  Luego  los  notables  del 
pueblo,  al  recibir  el  cariñoso  salu- 
do de  un  alemán  uniformado,  lo 
reconocían  con  asombro.  Era  mon- 
sieur  Fritz  ó  monsieur  Franz,  un 
ingeniero  que  había  vivido  años 
enteros  en  la  población,  trabajan- 
do en  una  fábrica;  un  tendero  de 
bisutería  barata,  ó  un  simple  ren- 
tista establecido  en  tierra  extran- 
jera porque  el  clima  le  era  más 
grato  que  el  de  su  país.  Todos  bue- 
nas personas,  que  hacían  reír  con 
la  simplicidad  de  sus  cuentos  y  chis- 
tes, mientras  se  enteraban  inocen- 
temente de  las  particularidades  de 
la  región. 


En  otros  lugares  Franz  y  Fritz  habían  acabado 
por  ser  de  la  tierra  casándose  en  el  pueblo  y  cambian- 
do de  nacionalidad.  Hasta  se  ha  dado  el  caso  de  que 
llegaron  á  concejales  en  su  segunda  patria,  aspirando 


Clialet  elegante  construido  por  los  espías  alemanes  en  las  inmediaciones  de  una  forliflcación  fran- 
cesa. El  chalet  está  sobre  una  sólida  plataforma  de  cemento.  Cuando  estalla  la  guerra  y  avanzan 
los  Invasores,  éstos  destruyen  la  casa  y  encuentran  lista  la  plataforma  para  la  colocación  de 
los  grandes  morteros,  que  exigen  un  fuerte  basamento. 


EN   Bl 


Dibujo  de  Federico  Villiers,  de  «The  llluslraled  London  News» 


Un  convoy  de  municiones  para  los  aliados,  avanzairii 


,GICA 


b  hacia  Iprés  bajo  el  fuego  de  la  artillería  alemana 


HISTORIA  DE  LA  GUtiíiUA  EUROPEA  DE  1914 


377 


RUINAS   DB   LA    CASA   DBL   BSPÍA    ALBMÁN    VISTAS    DBSDB   BL   OTRO   LADO 


(Fot.   Meurisse) 


al  primer  puesto  municipal.  Desaparecidos  poco  antes 
de  la  invasión,  volvieron  al  frente  de  ella,  «ilustran- 
do» con  sus  conocimientos  á  los  jefes  de  las  tropas  y 
procediendo  con  una  bondad  felinesca  contra  sus  an- 
tiguos convecinos. 

Los  industriales  alemanes  que  ocultos  tras  del 
misterio  de  la  sociedad  anónima  establecieron  indus- 
trias en  Bélgica  y  Francia,  se  cuidaron  siempre  de 
instalar  sus  fábricas  en  puntos  estratégicos,  indicados 
de  antemano  por  el  Estado  Mayor  de  Berlín.  Las  pla- 
taformas de  cemento  construidas  para  sus  máquinas 
han  servido  luego  para  los  cañones  de  sitio. 

Otros  espías  levantaron  hoteles  particulares  en  las 
inmediaciones  de  las  plazas  fuertes.  Nada  indicaba 
exteriormente  la  solidez  de  baluarte  de  estas  cons- 
trucciones lujosas  y  en  apariencia  frágiles.  Muchas 
han  sido  derribadas  por  la  autoridad  militar,  que  adi- 


BL  MORTERO  BMPLAZADO  SOBRB  LA  PLATAFORMA 

(Dilmjos  del  folleto  fraucés  «Cómo  estaba  organizado  el  cspiouaje  alemán») 


vino  su  verdadero  objeto.  Para  destruir  algunos  de 
estos  hoteles  se  necesitaron  varios  cartuchos  de  dina- 
mita, y  aun  así  quedaron  en  pie  sus  miradores. 

En  el  teatro  de  la  guerra  el  espionaje  alemán  se 
vale  de  los  más  arriesgados  disfraces.  La  cercanía  de 
las  líneas  de  fuego  y  su  inmovilidad  en  unas  batallas 
que  duran  meses,  permiten  á  los  habitantes  del  país, 
más  ó  menos  escasos,  hacer  vida  común  con  los  que 
pelean. 

Una  batería  francesa  dirige  sus  disparos  contra 
los  enemigos,  hábilmente  disimulada.  Los  cañones  ale- 
manes, por  más  que  cambian  su  puntería,  no  pueden 
encontrarla.  De  pronto  los  artilleros  ven  aproximarse 
un  pastor  con  un  rebaño  de  ovejas,  ó  un  labriego  que 
guia  dos  caballos  enganchados  al  arado.  ¡Bucólica 
aparición  que  conmueve  á  los  hombres  endurecidos 
por  la  tarea  de  matar!...  Es  la  vida  que  recobra  su 
ritmo  á  pesar  de  la  guerra;  el  tra- 
bajo (lue  renace  desafiando  los  pe- 
ligros. La  aparición  de  este  valero- 
so soldado  de  la  agricultura  casi 
hace  asomar  lágrimas.  Los  que  tie- 
nen algunas  letras  recuerdan  el 
campesino  de  La  Débücle,  descrito 
por  Zola,  que  sigue  arando  indi- 
ferente su  campo  en  medio  de  la 
batalla  de  Sedán. 

El  pastor  ó  el  labriego  se  detiene 
unos  instantes  enfrente  mismo  de 
la  batería.  Los  cañones  enemigos 
callan,  como   si  les   emocionase 


378 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


SOSPECHOSOS  EXPULSADOS  DE  FRANCIA 

igualmente  esta  aparición  respetable  del  trabajo.  La 
figura  del  héroe  con  su  acompañamiento  de  bestias 
se  destaca  visiblemente  sobre  el  horizonte.  Luego  se 
aleja  con  la  soñolienta  lentitud  de  los  hombres  del 
campo,  y  apenas  desaparece,  una  lluvia  de  obuses 
cae  certeramente  sobre  los  fran- 
ceses. El  enemigo  sabe  ahora 
adonde  apunta.  La  noble  apari- 
ción le  sirvió  para  descubrir  la 
batería  enmascarada. 

Franceses  é  ingleses  han  aca- 
bado por  enterarse  de  lo  que 
significan  tales  apariciones,  te- 
niendo que  fusilar  á  varios  pas- 
tores y  labriegos.  Al  compare- 
cer éstos  ante  el  consejo  de  gue- 
rra, quedó  probado  que  eran  ale- 
manes, de  los  muchos  que  ron- 
dan á  espaldas  de  los  aliados  es- 
perando una  oportunidad  para 
entrar  en  funciones. 


Stieber,  el  organizador  del  es- 
pionaje alemán,  comenzó  su  vida 
pública  con  las  más  repugnan- 
tea  hazañas.  Era  un  abogado 
obscuro  de  Berlin  y  figuró  como 


orador  de  club  durante  los  sucesos 
de  1848,  predicando  las  doctrinas 
socialistas.  Al  mismo  tiempo  esta- 
ba al  servicio  de  la  policía  como 
«agente  provocador»,  haciendo 
abortar  todos  los  trabajos  revolu- 
cionarios con  sus  actos  de  insen- 
satez y  denunciando  á  los  que  cons- 
piraban contra  la  monarquía.  Pe- 
día en  los  clubs  el  exterminio  de  la 
familia  real  y  se  avistaba  secreta- 
mente con  Federico  Guillermo  IV, 
el  monarca  predispuesto  á  la  de- 
mencia, que  sentía  cierta  predilec- 
ción por  este  siniestro  y  desprecia- 
ble personaje. 

Ansioso  de  crearse  una  posición, 
Stieber  apeló  á  la  más  infame  de 
las  traiciones.  Estaba  en  amores 
con  la  hija  de  un  rico  fabricante 
llamado  Schoeffel,  y  como  el  her- 
mano de  ella  se  oponía  á  sus  planes 
matrimoniales,  el  polizonte  se  des- 
embarazó de  él  fingiendo  un  com- 
plot contra  la  monarquía.  Schoeffel, 
que  era  de  ideas  avanzadas,  tomó 
parte  con  sus  obreros  en  una  inten- 
tona revolucionaria  preparada  en 
Silesia  por  el  mismo  Stieber.  Éste, 
después  de  comprometer  al  fabri- 
cante, lo  denunció  á  la  policía.  Schoeffel  fué  con- 
denado al  encierro  en  una  fortaleza,  y  el  agente  pro- 
vocador se  casó  con  su  hermana. 

Los  candidos  revolucionarios  de  Berlín  tardaron 
mucho  tiempo  en  enterarse  del  verdadero  carácter  de 


.-¿■<i*^ 


PBNBTRACIÓN    PACÍFICA 

Los  espfas  alemanes  que  vivían  en  Francia  preparando  la  yran  visita:  taberneros, 

cultivadores,  cocineros,  apaches  y  lacayos 

(Dibujo  de  Ricardo  Flores.  ¡Ilocheg!.  pubiicaciún  íle  París) 


HISTORIA  DE  LA  üUERftA  EUROPEA  DE  1914 


379 


PRISIONEROS  ALEMANES 

—¡Buenos  días,  macstrol 

—¿Maestro? 

-¡«KolossaU!...  ¿No  me  reconoce?  Soy  Wil- 
hetm  Ptistel,  su  antiguo  dependiente  que  se  lla- 
maba Leoncio  Boirot. 


este  abogado 
ruidoso  y  enre- 
dador, que  era 
el  ([ue  gritaba 
másfuerteype- 
dia  resolucio- 
nes más  atro- 
ces desde  la  tri- 
buna del  club 
establecido  en 
lainmensasala 
de  «Las  tres 
Águilas».  En 
todos  sus  dis- 
cursos virulen- 
tos, el  misera- 
ble personaje 
reclamaba  la 
abolición  del 
ejército   permanente...    y   de   la   policía   secreta. 

Después  de  la  revolución,  Stieber  se  dedicó  en  ab- 
soluto al  servicio  familiar  de  Federico  Guillermo  IV. 
Este  monarca,  tío-abuelo  del  actual  emperador,  cuya 
debilidad  mental  empezaba  á  manifestarse  en  aque- 
llos años,  gustaba  de  enterarse  hora  por  hora  de  la 
vida  íntima  de  sus  hermanos,  asi  del  duro  (ruillermo, 
«el  principe  Metralla»,  futuro  emperador,  como  de 
los  otros.  Stieber  atendió  á  la  satisfacción  del  placer 
real  con  una  maestría  extraordinaria.  Nada  escapaba 
á  sus  averiguaciones.  Un  ministro  prusiano  decía  de 
él:  «Todo  en  Stieber  es  de  policía:  hasta  el  nombre.» 
Stieber  significa  en  alemán  «rebuscador». 

«Todas  las  mañanas — dice  Paul  Lanoir  en  su  libro 
El  espionaje  alemán — Stieber  se  presentaba  al  rey 
con  varios  pliegos  cerrados  que  contenían  una  rela- 
ción de  lo  que  habían  hecho  el  día  anterior  cada  uno 
de  los  príncipes.  En  lo  relativo  al  príncipe  Adalberto, 
las  noticias  del  confidente  eran  breves.  Su  Alteza  se 
había  retirado  muy  pronto  á  sus  habitaciones  en  la 
noche  anterior  para  trabajar  á  puerta  cerrada.  Luego, 

por  la  mañana, 
el  ayudante  ha- 
bía ido  en  bus- 
ca del  médico, 
y  al  salir  éste 
de  la  alcoba 
principesca  de- 
cía á  un  ami- 
go: «¡Pero  este 
puerco  se  em- 
borracha todas 
las  noches! > 

» El  rey  guar- 
daba la  nota  en 
un  bolsillo  de 
su  uniforme  y 
abría  el  segun- 
do pliego  rela- 


El  soldado  francés.— Espera  que  me  orien- 
te; no  conozco  estos  caminos. 

El  prisionero  alemAn.  — Vote  servirá  de  gula. 
He  vivido  aquí  diez  años. 


— Va  hemos  visto  lo  que  sabes  hacer:  Incen- 
diar y  destruir  casas.  ¿Qué  eras  cuando  resi- 
días en  Praiicia? 

—Agente  de  una  compañía  de  seguros  con- 
tra Incendios. 


tivo  al  princi- 
pe Carlos. 

» —  Este  no 
pasa  el  tiempo 
en  la  bodega 
— decía  el  mo- 
narca. 

» — No,  ma- 
jestad—contes- 
taba Stieber — . 
Pero  necesito 
menos  tiempo 
para  contar  las 
bajadas  á  la 
bodega  de  su 
Alteza  Adal- 
berto, que  para 
seguir  á  su  Al- 
teza el  principe  Carlos  en  sus  diversas  y  múltiples... 
alcobas.» 

Esta  policía  doméstica  de  intrigas  y  vicios  pala- 
ciegos resultaba  estrecha  para  Stieber,  y  en  1854 
consiguió  autorización  del  rey  para  extender  su  ser- 
vicio secreto  al  exterior,  viajando  por  Austria  y 
Francia,  los  dos  países  que  años  después  habían  de 
ser  atacados  por  Prusia.  El  gran  espía  comenzó  sus 
trabajos  de  información  en  el  suelo  francés  diez  y  seis 
años  antes  de  la  guerra.  Tan  interesantes  fueron 
aquéllos,  que  el  Parlamento  prusiano  votó  un  crédito 
de  80.000  thalers  (305.000  francos)  «para  asegurar 
al  Estado  los  beneficios  de  una  información  útil». 

La  primera  expedición  de  Stieber  sirvió  de  funda- 
mento á  los  trabajos  de  espionaje  que  prepararon  años 
después  las  campañas  coronadas  por  los  triunfos  de 
Sadowa  j'  Sedán. 

Mientras  Prusia  fué  gobernada  por  el  ministerio 
reaccionario  de  Manteuf  fel,  los  asuntos  de  Stieberraar- 
charon  bien;  pero  al  ocupar  el  gobierno  el  príncipe  de 
Hohenlohe  (.padre  del  candidato  al  trono  de  España 
que  sirvió  de  pretexto  á  la  guerra  de  1870),  el  policía 
se  vio  privado 
de  recursos. 

Los  liberales 
de  Prusia  eran 
enemígosdelos 
trabajos  poli- 
cíacos, y  el 
nuevo  gobier- 
no quería  evi- 
tarse la  impo- 
pularidad de 
su  predecesor, 
a  ficionadoá  va- 
lerse de  los  es- 
birros. Stieber, 
al  verse  sin 
ocupación,  se 
puso  al  servi- 


— ¿Dices  que  te  gusta  mucho  Francia'' 
-  ¡Ya  lo  creol  ¡Como  que  me  he  pasado  en 
ella  más  de  veinte  años! 

^Caricaturas  de  Henriot.  «lo 
la  Ztliistratíou  de  París  ) 


380 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


cío  de  Rusia,  que  lo  ocupó  en  perseguir  á  los  revolu- 
cionarios polacos.  Además  la  corte  de  tían  Petersbur- 
go  le  confirió  el  encargo  de  vigilar  á  una  princesa 
célebre  por  sus  imprudencias  amorosas,  y  el  policía 
se  dio  tan  buena  maña,  que  al  poco  tiempo  había  com- 
prometido con  sus  averiguaciones  á  la  princesa  y 
todos  sus  amantes,  al  principe  y  todos  sus  amigos, 
teniéndolos  á  su  disposición,  por  miedo  á  las  revela- 
ciones escandalosas. 

Cuando  Bismarck  fué  nombrado   primer  ministro 
de  Prusia,  Stieber  regresó  á  Berlín,  viendo  en  el  enér- 


BN    BUSCA    DB   UN    ESPÍA 

gíco  estadista  el  amo  deseado.  Un  escritor  venal  al 
servicio  del  gobierno,  el  director  de  la  Gaceta  de  la 
Alemania  del  Norte,  conocido  con  el  apodo  de  «el  gran 
reptil»,  hizo  la  presentación.  Bismarck  conocía  los 
servicios  secretos  prestados  en  Rusia  por  Stieber, 
y  lo  consideró  necesario  para  la  política  agresiva 
que  pensaba  realizar.  Pero  al  mismo  tiempo  se  dio 
cuenta  de  que  la  opinión  del  país  se  sublevaría  al 
ver  á  Stieber  en  un  cargo  público,  pues  el  anti- 
guo jefe  de  la  policía  de  Berlín  gozaba  en  Prusia 
de  una  terrible  impopularidad,  especialmente  entre 
los  liberales.  Por  esta  razón  Bismarck  le  dio  una 
misión  secreta  enviándole  á  ejercer  el  espionaje  en 
Austria. 

El  ministro  y  el  polizonte  se  comprendieron  y  se 
completaron.  Una  íntima  colaboración  unió  á  estos 
dos  hombres  hasta  el  momento  de  su  muerte.  Bis- 
marck fué  un  invasor  de  pueblos,  y  Stieber  el  más  pe- 


ligroso y  tenaz  preparador  de  invasiones  que  se  ha 
conocido. 

Durante  dos  años,  de  1864  á  1866,  el  polizonte  re- 
corrió la  Bohemia  colocando  sus  espías  como  jalones 
en  el  camino  que  había  de  seguir  el  eji-rcito  prusiano 
de  Berlín  á  Praga  y  Sadowa,  volviendo  por  la  Mora- 
via.  Experto  en  astucias  y  disfraces,  fué  de  pueblo  en 
pueblo  y  de  feria  en  feria  ejerciendo  las  profesiones 
de  fotógrafo,  saltimbanqui,  vendedor  de  figurillas  de 
yeso,  objetos  religiosos  y  estampas  pornográficas. 
Durante  estos  dos  años  de  vida  errante  estudió  el 
terreno  y  sus  pobladores,  estableciendo  los 
agentes  á  su  servicio.  Algunas  veces  este  tra- 
bajo le  puso  en  peligro  de  perder  la  vida.  En 
una  posada  de  Bohemia  donde  se  había  pre- 
sentado como  vendedor  de  pañuelos  vistosos, 
algunos  de  los  parroquianos  que  bebían  en  el 
comedor  lo  reconocieron  al  verle  sentado  ante 
la  chimenea,  con  aire  de  distracción,  pero  pres- 
tando oído  atento  á  todas  las  conversacio- 
nes. 

— ¡Es  Stieber,  el  antiguo  jefe  de  la  policía 
prusiana!... 

Su  impopularidad  había  llegado  hasta  los 
países  austríacos,  y  bastó  que  sonase  su  nom- 
bre para  que  al  momento  todos  los  bohemios 
reunidos  en  la  posada  cayesen  sobre  el  falso 
vendedor,  dándole  una  terrible  paliza.  La  pre- 
sencia del  burgomaestre  le  salvó  la  vida,  y 
en  un  estado  lamentable  fué  conducido  al  día 
siguiente  hasta  la  frontera. 

Bismarck  apreciaba  mucho  los  informes  re- 
cogidos por  Stieber,  y  cuando  en  Junio  de  1866 
declaró  la  guerra  al  Imperio  austríaco,  hizo 
llamar  al  policía,  que  estaba  reponiendo  su 
salud  en  un  establecimiento  á  orillas  del  Rhin, 
dándole  el  título  de  «jefe  de  la  policía  de  cam- 
paña» é  incorporándolo  al  ejército. 

El  rey  Guillermo  mostró  cierta  extrañeza 
al  firmar  su  nombramiento. 
— Majestad — dijo  el  ministro — ,  Stieber  es  el  «rey 
de  los  espías». 

Todos  los  jefes  prusianos  que  tomaron  parte  en  la 
rápida  campana  de  Bohemia,  lo  mismo  Guillermo  I 
que  el  malhumorado  Moltke  y  los  demás  generales, 
manifestaron  públicamente  su  admiración  por  los 
trabajos  preparatorios  de  Stieber.  Los  periódicos  de  la 
época — incluso  los  periódicos  franceses  que  no  podían 
adivinar  el  porvenir — hablaron  con  asombro  de  los 
importantes  servicios  que  un  solo  hombre  había  pres- 
tado á  todo  un  ejército.  Por  primera  vez  se  revelaba 
el  espionaje  en  una  forma  pública  y  casi  gloriosa. 
Stieber  había  recorrido  con  varios  meses  de  anticipa- 
ción el  teatro  de  la  guerra,  estudiándolo  en  todos  sus 
detalles,  apreciando  los  puntos  estratégicos,  estable- 
ciendo en  el  país  espías,  á  los  que  llamaba  «inteli- 
gencias» y  que  permanecían  en  su  sitio  para  salir 
oportunamente  al  encuentro  de  los  invasores. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


381 


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382 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


SOLDADOS    FRANCESES    PERSIGUIENDO   Á    UN    BSHÍA 

En  cada  población  donde  el  ejército  prusiano  de- 
bía hacer  alto,  estos  agentes  habían  marcado  con  un 
signo  misterioso  las  casas  que  podían  servir  de  aloja- 
miento á  los  generales  y  su  Estado  Mayor.  Un  falso 
campesino  con  blusa  y  zuecos,  que  era  uno  de  los  hom- 
bres de  Stieber  hábilmente  disfrazado,  marchaba  al 
frente  de  las  tropas  invasoras.  Antes  de  entrar  en  la 
población  se  hacía  atar  las  manos  por  los  soldados  de 
la  vanguardia  y  éstos  aparentaban  llevarlo  preso, 
entre  insultos,  amenazas  y  aparatosos  golpes.  De  este 
modo  el  fingido  prisionero  al  pasar  ante  las  casas  iba 
dando  sus  indicaciones  al  jefe  de  la  vanguardia  y 
marcaba  el  carácter  y  opiniones  de  los  principales 
habitantes,  así  como  los  depósitos  de  víveres  y  fo- 
rrajes. 

^loltke,  sobrio  en  elogios  y  siempre  taciturno,  no 
pudo  ocultar  su  satisfacción  ante  la  puntualidad  y  el 
método  con  que  los  espías  facilitaban  sus  informes. 
Al  atravesar  Braunn,  capital  de  la  ]\Ioravia,  el  céle- 
bre estratega  rompió  su  mutismo  para  decir  á  Bis- 
marck: 

— Si  es  el  joven  Stieber  el  que  ha  organizado  esto, 
hay  que  confesar  que  lo  ha  hecho  bien,  muy  bien. 

Fíl  joven  Stieber  tenia  en  aquel  entonces  cuarenta 
y  ocho  años. 

Guillermo  I  quiso  expresar  personalmente  su  re- 
conocimiento á  este  hombre,  y  conservándolo  en  las 
funciones  de  jefe  de  la  policía  de  campaña,  le  confirió 
al  mismo  tiempo  el  titulo  de  gobernador  de  la  capital 
de  la  Moravia.  El  antiguo  esbirro  despreciado  por 
toda  Prusia,  y  cuyo  trato  evitaban  muchos  oficiales, 
obtuvo  con  dicho  nombramiento  los  honores  y  la  au- 
toridad de  un  jefe  de  cuerpo  de  ejército. 

Al  volver  los  prusianos  victoriosos  á  Berlín,  Stie- 
ber no  quedó  olvidado  en  la  distribución  de  empleos, 
cruces  y  recompensas.  El  rey  le  dio  el  título  de 
Geheim  Ruth  (Consejero  íntimo)  y  el  puesto  de  direc- 
tor de  la  alta  policía  del  Estado.  El  triunfo  de  Sado- 
wa  convirtió  en  ministro  al  vagabundo  de  los  cami- 
nos de  Bohemia.  Este  rápido  cambio  transformó  la 
personalidad  del  polizonte   Al  verse  hecho  un  perso- 


naje, se  mostró  menos  violento,  desean- 
do que  los  liberales  y  demócratas  olvi- 
dasen sus  antiguas  felonías.  Los  periódi- 
cos alabaron  los  altos  hechos  del  in- 
comparable policía»  presentándolo  como 
un  héroe  patriótico.  Los  prusianos,  ad- 
miradores instintivos  del  espionaje,  co- 
menzaron á  sentir  entusiasmo  por  este 
hombre  que  diez  años  antes  se  dedicaba 
á  fingir  conspiraciones  y  á  descubrir  y 
publicar  secretos  de  familia. 

Stieber,   que  se  había  unido  lo  más 
posible  á  su  protector  Bismark  y  cono- 
cía sus  planes  futuros,  propuso  á  éste, 
en  Septiembre  de  1860,  un  gran  proyecto 
de  organización  del  espionaje  en  Fran- 
cia.  «Este  servicio — dijo  el  policía  al 
Canciller — debe  hacerse  sobre  las  mismas  bases  que 
el  de  la  campaña  de  Bohemia,  pero  con  más  método, 
más  prudencia  y  mayor  amplitud.»   Para  esto  pidió 
á  su  amo  carta  blanca  en  lo   referente  á  los  gastos, 
y  IMsmarck  hizo  que  el  Ueichstag  votase  en  el  presu- 
puesto una  partida  de  1.300.000  francos  «destinado  á 
asegurar  al  Estado  un  servicio  útil  de  informaciones». 
Abandonando  Stieber   temporalmente  los  asuntos 
de  la  policía   interior  de  Prusia,  se  dirigió  á  Francia 
con  dos  de  sus  acólitos,  el  polaco  Zerniki  y  el  háden- 
se Kaltenbach,   que  le  secundaron  en  sus  trabajes 
preparatorios  de  la  campaña  de  1870. 

Esta  vez  el  espía  prusiano  no  fué  disfrazado  de  va- 
gabundo lo  mismo  que  en  Bohemia,  pues  viajó  como 
un  rico  personaje,  con  sus  dos  ayudantes  que  hacían 
oficio  de  secretarios.  Otros  agentes  les  seguían  á  dis- 
tancia, siendo  portadores  del  equipaje  y  documentos, 
especialmente  de  una  maleta  famosa  que  guardaba 
una  gran  colección  de  pelucas  y  barbas  postizas  em- 
pleadas por  el  jefe  en  sus  continuos  disfraces. 

Quedaban  en  Francia  muchos  espías  establecidos 
por  Stieber  en  su  primer  viaje,  y  el  célebre  policía 
hizo  restable- 
cer la  comuni- 
cación entre 
ellos,  aumen- 
tando su  núme- 
ro. El  espio- 
naje prusiano 
contaba  con 
1.850  indivi- 
duos en  los  15 
departamentos 
de  Francia  que 
iban  á  ser  ob- 
jeto de  la  inva- 
sión. Estos  es- 
pias,  organiza- 
dos militar- 
mente, obede-  espías  detenidos  en  el  norte 
cían  á  un  jefe  de  frangía 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


383 


por  departamento.  Cuatro  inspectores  regionales  re- 
cogían sus  informes  en  continuos  viajes  para  entre- 
gárselos á  Stieber,  que  hacia  de  ellos  un  resumen  des- 
tinado á  Bismarck. 

En  cuatro  viajes  circulares,  de  18(5l)  á  1869,  el  po- 
licía aumentó  considerablemente  las  fuerzas  del  es- 
pionaje. Á  petición  suya  el  gobierno  prusiano  le  fué 
enviando  los  siguientes  refuerzos: 

Cinco  mil  cultivadores  alemanes,  horticultores,  vi- 
ticultores ó  simples  labriegos,  que  estaban  destinados 
al  espionaje  en  los  campos.  Stieber  anunció  que  estos 
obreros  agrícolas  serían  bien  recibidos  en  Francia, 
«pues  los  labradores  prusianos  gozaban  la  reputación 
de  ser  activos  }■  sumisos;  pero  había  que  observar 
una  gran  prudencia  en  su  envío,  haciéndoles  empren- 
der el  viaje  uno  á  uno,  ó  cuando  más  dos  á  dos». 


pías  en  los  departamentos  franceses  del  Este  llegó  á 
ser  de  11. 000,  abarcando  los  campos,  las  casas  de  la 
burguesía,  los  establecimientos  públicos  de  las  ciuda- 
des y  los  alrededores  de  los  cuarteles.  Además  de  es- 
tos espías  de  puesto  fijo,  Stieber  organizó  un  cuerpo  de 
policía  secreta  compuesto  de  '20.000  hombres  que  ha- 
bía de  esparcirse  cuando  llegase  la  guerra  en  todos 
los  caminos  de  Francia  que  conducían  á  París,  repi- 
tiendo la  misma  táctica  empleada  en  Bohemia. 

Cuando  el  rey  de  Prusia  hizo  un  viaje  á  París  en 
1867  con  motivo  de  la  primera  Exposición  Universal, 
Stieber  figuró  públicamente  en  la  regia  comitiva.  Las 
fiestas  eran  en  honor  del  emperador  de  Rusia  y  del 
rey  Guillermo.  Este  último  llevaba  con  él  á  sus  dos 
gloriosos  colaboradores,  Moltke  y  Bismarck.  El  Canci- 
ller invitó  á  Stieber  para  que  con  toda  la  importancia 


BL   BSPIONAJB   ALBMÁN   EN    BÉLQIGA 
Espías  detenidos  en  una  playa  de  Bélgica  y  conducidos  á  Ipres  donde  serán  iuzgados 


Nueve  mil  domésticas,  viudas  ó  solteras  con  prefe- 
rencia, para  servir  en  los  cafés,  restaurants,  cervece- 
rías y  hoteles. 

Doscientas  criadas  de  buen  aspecto  y  cierta  ins- 
trucción para  ser  colocadas  en  las  casas  de  oficiales, 
abogados,  magistrados  y  médicos,  que  las  recibirían 
fácilmente,  ya  que  sin  gasto  alguno  podían  enseñar  el 
alemán  á  sus  hijos. 

Setecientos  sub-oflciales  retirados,  que  su  ayudan- 
te Zerniki  se  comprometía  á  colocar  como  viajantes 
en  casas  de  comercio  y  fábricas  francesas,  pudiendo 
servir,  sin  gasto  alguno,  en  sus  viajes  comerciales 
como  intermediarios  entre  los  espías  de  puesto  fijo. 

Cuarenta  y  seis  prusianas  «jóvenes  y  hermosas», 
que  según  Zerniki  debían  servir  como  alegres  criadas 
en  las  cantinas  de  las  guarniciones  francesas  del  Este. 
«Escogiéndolas  bien — decía  este  espía  en  su  peti- 
ción— tendremos  excelentes  indicadoras  que  nos  darán 
útiles  informes  cada  vez  que  vaya  á  visitarlas  uno  de 
nuestros  hombres,  fingiendo  que  es  de  su  familia.  > 

Con  esta  nueva  organización  el  número  de  los  es- 


de  un  personaje  se  pusiera  en  contacto  con  la  impre- 
visora policía  francesa. 

El  gran  espía  llegó  á  París  el  5  de  Junio  en  el  tren 
real,  formando  parte  del  séquito  prusiano,  y  pocos 
minutos  después  se  enteraba  por  uno  de  sus  hombres 
de  que  los  emigrados  polacos  residentes  en  la  capital 
francesa  habían  tramado  el  asesinato  del  emperador 
de  Rusia.  El  mismo  Stieber,  hábilmente  disfrazado, 
asistió  á  una  reunión  de  los  conspiradores.  El  y  Bis- 
marck deliberaron  sobre  la  conveniencia  de  impedir  ó 
tolerar  el  atentado.  No  les  convenía  que  muriese  el  zar 
Alejandro  II,  pero  era  oportuno  para  la  política  de 
Prusia  que  el  soberano  ruso  fuese  objeto  de  un  aten- 
tado en  l'aris.  Esto  le  enemistaría  con  Francia,  por 
no  haber  sabido  el  gobierno  cuidar  de  su  seguridad. 
Además  la  opinión  republicana  de  París  haría  alguna 
manifestación  en  favor  de  los  polacos. 

Al  día  siguiente,  6  de  Junio,  Bolislas  Berezowski, 
un  joven  revolucionario  de  buena  fe  que  se  había 
ofrecido  á  sus  compañeros  para  matar  al  soberano  de 
Rusia,  fué  á  situarse  en  los  Campos  Elíseos  por  don- 


984 


VICENTB  BLASCO  11BAÑE2 


de  había  de  pasar  el  imperial  cortejo.  Berezowski  es- 
taba en  la  primera  fila  de  curiosos,  rodeado  de  un 
grupo  de  conspiradores.  Tres  de  éstos,  «sus  mejores 
amigos»,  eran  agentes  de  Stieber  que  estaban  á  ambos 
lados  de  él  y  á  sus  espaldas.  Al  pasar  el  primer  ca- 
rruaje con  Napoleón  III  y  Alejandro  II,  Berezowski 
sacó  el  revólver  é  hizo  fuego  por  tres  veces  contra  el 
soberano  ruso. In- 
dudablemente lo 
hubiese  matado, 
pues  el  polaco 
avanzó  resuelta 
mente,  disparan- 
do el  último  tiro 
casi  á  quemarro- 
pa. Pero  al  hacer 
los  dos  primeros 
disparos,  «sus  ín- 
timos amigos»  lo 
empujaron  imper- 
ceptiblemente, 
desviando  su  pun- 
tería, y  en  el  ter- 
cero uno  de  los 
agentes  de  Stie- 
ber tuvo  que  dar- 
le un  puñetazo  en 
el  brazo  tendido 
para  impedir  la 
muerte  del  zar, 
que  era  segura. 

Estos  mismos 
agentes,  ñngien 
do  gran  indigna- 
ción, cubrieron 
con  sus  cuerpos  al 
polaco  para  que 
no  lo  linchase  la 
muchedumbre  in- 
dignada. 

Berezowski  ha- 
bía querido  ven- 
gar á  Polonia,  su 
patria,  oprimida 
por  el  zarismo,  y 
gran  parte  de  la 
opinión  francesa 
se  manifestó  en 
favor  de  él.  El  ju- 
rado acordó  al  polaco  varias  circunstancias  atenuan- 
tes, molestando  su  veredicto  profundamente  á  Ale- 
jandro II.  Esto  es  lo  que  buscaban  Bismarck  y  Stieber 
al  no  impedir  el  atentado,  procurando  al  mismo  tiempo 
salvar  la  vida  del  emperador  de  Rusia.  Napoleón  III, 
que  contaba  con  la  alianza  del  zar,  se  vio  separado 
de  éste  para  siempre  por  el  acto  de  Berezowski.  Stie- 
ber quedó  satisfecho  de  su  maniobra  policíaca,  tra- 
mada y  realizada  en  pleno  París. 


LOS   SIGNOS    DBL    B8PI0NAJB   ALBMAN    KN    BL    CAMPO 
OFICIALES   FRANCESES   DESCIFRANDO    LOS    lEROGLÍFlCOS   DE    LOS    ESPÍAS   ALEMANES 

Desde  los  comienzos  de  la  guerra  llamó  la  atención  el  gran  número  de  extraños  dibujos  trazados  en 
los  muros  de  las  viviendas  campestres  de  Francia.  Después  de  varias  observaciones  se  acabó  por 
descubrir  que  se  trataba  de  un  sistema  completo  de  comunicaciones  secretas  inventado  por  los  espías 
alemanes.  Se  concreta  en  este  caso  á  la  dirección  en  que  aparece  dibulada  la  vaca  y  la  posición  de  la 
cola  y  las  orejas.  He  aquí  algunas  explicaciones  de  las  figuras:  1.  Enemigos  á  los  dos  lados  del  cami- 
no.—2.  Camino  débilmente  defendido.— 3, 5  y  8.  Reconoced  con  aeroplano.— 4  y  10.  El  enemigo  descan- 
sa.-6  y  7.  Enemigo  en  acción. -9.  Enemigo  en  el  fondo  del  valle.         (pg  L'Europe  anti-Prussienne) 


Cuando  el  31  de  Julio  de  1870  salió  de  Berlín 
el  primer  tren  de  invasión  ocupado  por  Moltke  y  el 
gran  cuartel  general,  Stieber  iba  en  él  con  dos  de 
sus  ayudantes,  Zerniki  y  Kaltenbach.  Su  misión 
era  dirigir  el  funcionamiento  de  los  espías  estable- 
cidos en  Francia  y  reclutar  otros  sobre  el  terreno, 
provocando  la  traición  por  todas  partes. 

Treinta  y  cinco 
mil  espías  de  na- 
cionalidad ger- 
mánica y  diverso 
sexo  estaban  alas 
órdenes  de  Stie- 
ber, que  actuaba 
como  el  general 
en  jefe  de  una 
nueva  arma.  Por 
primera  vez  en  la 
historia  de  las 
guerras  se  vio  el 
espionaje  honra- 
do públicamente, 
organizado  con 
un  método  cientí- 
fico y  puesto  al 
servicio  directo  y 
constante  del  ejér- 
cito combatiente. 
El  antiguo  es- 
birro doméstico 
de  la  corte  de 
Prusia  estaba  or- 
gulloso de  su  gran- 
deza. Él  mismo 
cuenta  en  sus  Me- 
morias con  qué 
altivez  hablaba  á 
los  oficíales  de 
Moltke. 

Bismarck,  que 
iba  entre  los  in- 
vasores con  todo 
el  personal  del 
ministerio  de  Ne- 
gocios Extranje- 
ros, formando  un 
Estado  Mayor  di- 
plomático, convi- 
dó á  Stieber  á  co- 
mer en  uno  de  sus  alojamientos  franceses.  El  Canci- 
ller, falto  de  trabajo  por  el  momento  y  en  espera  de 
una  victoria  indudable,  vivía  fraternalmente  con  sus 
subalternos.  Él  mismo  hacía  el  café  después  de  las 
comidas  y  circulaba  en  torno  de  la  mesa  para  llenar 
las  tazas,  acogiendo  con  una  satisfacción  pueril  los 
elogios  á  la  habilidad  con  que  sabía  confeccionar  este 
brevaje. 

Un  oficial  del  gran  Estado  Mayor,  al  comentar  los 


HISTORIA  DE  LA  ÜUEKRA  eUWUPEA  DE  1914 


3Í5 


triunfos  obtenidos,  dijo  con  orgullo:  «Nuestro  ejército 
es  invencible.» 

Stieber  se  levantó  furioso,  respondiendo  al  oficial: 

— Decid  nuestros  ejércitos.  El  ejército  combatiente 
del  cual  sois  los  jefes  llega  detrás  de  vosotros.  Kn 
cambio  hace  muchos  meses  que  el  ntio  ocupa  las  po- 
siciones de  que  se  ha  apoderado  en  silencio  y  en  las 
cuales  sin  un  fu- 
sil, sin  ruido  al- 
guno, cumple 
una  misión  cuyo 
peligro  y  cuya 
importancia  ni 
vosotros  ni  el  ge- 
neral en  jefe  po- 
drán discutir. 

«El  Canciller 
— dice  Stieber 
en  sus  Memo- 
rias—, que  esta- 
ba en  aquel  mo- 
mento con  la  ca- 
fetera en  la  ma- 
no derecha,  dio 
la  vuelta  en  tor- 
no de  la  mesa 
para  venir  has- 
ta mí,  y  sin  de- 
cir una  palabra 
fijó  sus  ojos  en 
los  mios,  me  ten- 
dió bien  abierta 
su  mano  izquier- 
da, que  yo  estre- 
ché fuertemente 
con  mis  dos  ma- 
nos. > 

Este  fué  el  mo- 
mento culminan- 
te en  la  carrera 
del  gran  esbirro. 
Bismarck  lo  aco- 
gía en  público, 
como  colabora- 
dor, reconocien- 
do sus  servicios. 
Los  estrategas  de  Moltke  aceptaban  en  silencio  los 
alardes  de  su  pretendida  superioridad. 

Cuando  á  principios  de  Septiembre  el  rey  Guiller- 
mo con  su  Estado  Mayor  y  Bismarck  con  su  séquito 
diplomático  se  establecieron  en  Reims,  iStieber  envió 
á  Versalles  á  su  teniente  Zerniki  para  que  preparase 
la  entrada  del  soberano  en  esta  última  ciudad. 

Zerniki,  burlando  á  las  autoridades  francesas, 
realizó  todos  los  trabajos  preparatorios  para  que  al 
llegar  los  prusianos  á  Versalles  estuviesen  prontos 
los  acuartelamientos  de  las  tropas  y  ios  alojamientos 
de  los  personajes. 


UNA    PATRULLA    INGLESA    PBRSIGUIBNDO 
SU    TBLÉQRAFO 


Hizo  todavía  más,  pues  reunió  ÍKOOO  espías  de  los 
que  habían  trabajado  en  los  departamentos  invadidos 
y  que  estaban  ahora  sin  ocupación.  Esta  masa  de 
Ícente  con  trajes  civiles  se  formó  el  5  de  Octubre  ante 
el  palacio  de  Versalles  lanzando  entusiastas  vivas  al 
llegar  el  rey  Guillermo  y  su  hijo  el  príncipe  Fritz. 
Todos  participaron  de  la  ovación,  Bismarck,  Moltke, 

Roon  y  el  mismo 
Stieber.  Los  que 
ignoraban  tales 
maquinaciones 
no  podían  expli- 
carse cómo  una 
masa  popular 
aclamaba  con 
entusiasmo  ásus 
invasores.  Stie- 
ber lanzó  tele- 
gramas á  la 
prensa  del  mun- 
do entero  afir- 
mando que  la 
mucliedumbre 
francesa  había 
saludado  con  sus 
¡hurras!  al  rey 
de  Prusia  en  las 
calles  de  Versa- 
lles. 

El  policía  con 
sus  ayudantes  se 
estableció  en  un 
hotel  del  bule- 
var du  líoi,  y  de 
este  centro  de 
espionaje  par- 
tieron los  emi- 
sarios secretos 
que  propalaban 
el  pánico  en  los 
departamentos 
y  se  entendían 
con  los  agentes 
ocultosdentro 
de  París. 

Cuando  .lulio 
Favre  llegó  á  Versalles  en  el  mes  de  Enero  de  1871 
como  representante  del  gobierno  de  la  Defensa  Na- 
cional para  tratar  con  el  Canciller,  éste  lo  alojó 
en  la  casa  del  bulevar  du  Koi.  Favre  no  llegó  á 
sospechar  que  estaba  instalado  en  el  centro  del  es- 
pionaje alemán,  y  que  debajo  de  su  dormitorio  fun- 
cionaban las  oficinas  de  la  policía  de  campaña.  Un 
ayuda  de  cámara  algo  viejo  y  de  aspecto  torpe,  le 
sirvió  con  humildad  durante  su  permanencia  en  Ver- 
salles.  Este  criado  le  despertaba  por  las  mañanas,  le 
servía  el  desayuno,  cepillaba  sus  ropas.  Sólo  mucho 
tiempo  después  supo  Julio  Favre  que  el  ayuda  de  cá- 


A    ÜN    BSPIA    ALEMÁN    (jrB    UTILIZABA 
DB    CAMPAÑA 


(Dibujo  (le  II.  W.  Koekkoek,  de  The  IHnstrated  London  News) 


386 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS   qUINGB   DBPARTáMBNTOS   DB   FRANCIA    BN    LOS   QUB   INSTALO 
8TIBBDR   SU    BSPIONAJB   ANTBS    DB    1870 

mará  era  el  mismo  Stieber,  ministro  de  policía  de 
Prusia  y  solemne  personaje,  que  no  había  querido 
ceder  á  sus  subordinados  el  honor  de  registrar  los  bol- 
sillos del  tribuno,  leer  sus  papeles  y  espiar  todos  sus 

actos. 

o 

Después  de  la  guerra,  Stieber  volvió  á  Berlín  car- 
gado de  honores,  de  oro  y  de  cruces.  Durante  cuatro 
años  permaneció  inactivo,  pues  la  nueva  Alemania, 
orguUosa  de  sus  victorias,  no  creía  en  la  posibilidad 
de  otra  guerra. 

Cuando  en  1875  Bísmarck  quiso  consumar  el  aplas- 
tamiento de  Francia  tropezando  inmediatamente  con 
la  oposición  y  la  amenaza  de  Rusia,  el  Imperio  germá- 
nico pensó  en  la  preparación  de  una  futura  campaña 
franco-alemana. 

Stieber  reanudó  sus  trabajos  en  Marzo  de  1876, 
sometiendo  al  Canciller  un  proyecto  de  reorganiza- 
ción de  los  servicios  de  espionaje. 

Este  proyecto  se  llevó  á  la  práctica  con  arreglo  á 
sus  indicaciones,  organizándose  el  espionaje  alemán 
tal  como  ha  venido  funcionando  hasta  1914.  Inútil  es 
decir  que  el  servicio  fué  agrandado  enormemente 
hasta  el  punto  de  convertirse  en  «kolossal»,  como 
todas  las  obras  de  la  Alemania  moderna.  El  espionaje 
de  1870  resultaba  ínfimo  comparado  con  el  que  reor- 
ganizó Stieber  cinco  años  después. 


El  gobierno  alemán  dedicó  '20  millones  por  año 
á  los  gastos  de  espionaje,  que  sólo  habían  ascen- 
dido hasta  entonces  á  1.300.000  flancos. 

Un  diputado  del  Reichstag  peiteneciente  al 
grupo  del  «centro  católico»  que  se  lamentaba  de 
la  enormidad  de  dichos  gastos,  recibió  esta  res- 
puesta de  Stieber: 

— ¿De  qué  os  quejáis:'...  Es  una  excelente  colo- 
cación del  dinero,  pues  producirá  el  mil  por  uno 
cuando  hagamos  otra  vez  la  guerra  á  Francia. 

Stieber  exigió  la  supresión  absoluta  del  ele- 
mento militar  en  el  servicio  del  espionaje.  Éste 
sólo  debía  ser  desempeñado  por  elementos  civiles, 
sometidos  á  la  dirección  central  establecida  en 
Berlín.  El  número  de  inspecciones  generales  ó  sub- 
direcciones  quedaba  reducido  á  tres,  establecién- 
dose dos  en  Lausana  y  Ginebra  para  vi,i;¡lar  los 
departamentos  del  Este  de  Francia  al  amparo  de 
la  neutralidad  suiza,  y  la  tercera  en  Bruselas, 
para  extender  el  espionaje  por  toda  Bélgica  en- 
globando en  sus  trabajos  los  departamentos  fran- 
ceses del  Norte. 

El  personal  fué  aumentado  considerablemen- 
te. Se  nombraron  25.000  agentes  de  puesto  /¡jo  en- 
cargados de  recoger  noticias  y  consignarlas  en 
informes  secretos.  Estos  agentes,  según  su  impor- 
tancia y  habilidad,  debían  entenderse  con  el  jefe 
de  la  región  ó  directamente  con  las  inspeccio- 
nes generales.  Al  principio  los  espías  eran  todos 
de  origen  alemán,  pero  como  esto  daba  cierta 
facilidad  al  contraespionaje  francés  para  des- 
cubrirlos, Stieber  juzgó  prudente  reemplazar  un  gran 
número  (más  de  10.000)  por  suizos  y  belgas.  De 
este  modo,  cuando  las  autoridades  francesas  llega- 
ban á  sospechar  de  algún  pequeño  comerciante  en 
vista  de  sus 
manejos,  los 
mismos  veci- 
nos salían  can- 
didamente en 
sudefensa,  afir- 
mando que  no 
era  alemán, 
sino  ciudadano 
suizo  ó  belga. 

Un  cuerpo de 
revisores  vo- 
lantes vigilaba 
á  estos  agen- 
tes, transmi- 
tiéndoles las 
instrucciones 
centrales  y  re- 
cibiendo sus  in- 

lormes.  A  par-      comparación  bntrb  bl  espionaje  db  la 
tir    de    1906,  primura  v  segunda   uuerra  franco- 

como  el  gobier-         albmana. 

n  ,        .  I  Del  folleto  francés  «Cuino  estaba 

no  Trances  ejer-  orgaulzado  el  espíonajo  alemán») 


1870 


!9 


4- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


387 


^-'^¡i^^  ■      'ii  >^< 

<^»^-    '^^     <  Cl     "ASO 

'y-iAr'"--'-  "'•*^\    "  "  '"^    "^'-* 


DciMirt."*  evacuados  al  antro- 
Bar  los  primeros  500  millones. 

Depart.o'  evacuadosal  entre- 
gar 2.000  millones. 

Territorios   cedidos  á  Ale- 
mania. 


DEPARTAMENTOS  DB  FRANCIA  INVADIDOS  POR  LOS  ALEMANES  KN   ISTn  V  PARTE  OH  TERRITORIO  (J'TK  SB  CEDIÓ  Á   ALEMANIA 


ció  una  gran  vigilancia  en  el  servicio  de  correos  para 
sorprender  la  correspondencia  de  los  espias,  estos 
viajantes  circularon  incesantemente  por  las  líneas  de 
ferrocarril,  recogiendo  directamente  la  corresponden- 
cia de  manos  de  los  agentes  que  sallan  á  las  estacio- 
nes para  dársela  en  propia  mano. 

Los  inspectores  regionales  que  aseguraban  la  mar- 
cha del  servicio,  obedecían  á  los  subdirectores  de  las 
tres  circunscripciones  mencionadas,  y  éstos,  á  su  vez, 
dependían  del  director  general,  que  relacionaba  y  cen- 
tralizaba los  informes  remitiéndolos  al  Estado  j\Iaj'or. 

Nunca  se  ha  podido  conocer  la  cifra  exacta  del 
personal  dedicado  al  espionaje:  pero  debe  ser  enor- 
me á  juzgar  por  los  gastos:  tal  vez  triple  ó  cuádru- 
ple que  en  1870. 

Este  personal  ha  sido  reclutado  en  las  diversas 
clases  sociales,  lo  que  le  permite  extender  sus  inves- 
tigaciones á  todas  las  esferas.  Los  más  de  los  espías 
establecen  pequeños  comercios  que  casi  siempre  les 
proporcionan  pérdidas,  pero  la  dirección  de  Berlín  se 
encarga  de  equilibrar  su  presupuesto  y  atiende  á  su 
manutención. 

El  gobierno  alemán,  á  pesar  de  su  interés  en  dar 
á  este  servicio  un  carácter  secreto,  ha  hablado  mu- 
chas veces  de  él  públicamente.  ]\I.  Putkammer,  mi- 
nistro alemán  del  Interior,  dijo  en  plena  Cámara  al 
pedir  nuevos  fondos  para  el  servicio  de  espionaje: 

«No  hay  que  perder  de  vista  que  nuestros  agen- 
tes deben  en  todas  ocasiones,  al  moverse  en  su  centro 
de  acción,  inspirar  confianza  é  imponerla  por  los  sig- 
nos exteriores  de  su  vida  burguesa.    Deben  también 


adquirirla  por  generosidades  oportunas,  siendo  útiles 
á  los  centros,  grupos  y  sociedades  de  todas  clases,  en 
cuyo  interior  trabajan.  Esto  les  da  una  fuerte  situa- 
ción moral  y  hace  que  en  la  localidad  donde  viven 
sean  bien  recibidos  y  bien  vistos  por  todos  sus  conve- 


w 


'^1?5l^. 


TN    KSpH    PRISIASO    DKSClTltlBKTO    V    PBHSBOmüO    POR    LAS 

caí  LB8  UE  pahIs  f;n  I8TÜ 

(Grabado  de  la  época) 


388 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


FUSILAMIENTO  DK  UN  KSPIA 

cinos,  pudiendo  de  tal  modo  proporcionarnos  valiosos 
informes. 

'Aunque  reconozco  que  es  oportuno  limitar  en 
cuanto  sea  posible  la  cifra  de  los  gastos  exteriores 
de  nuestros  agentes,  resulta  sin  embargo  preciso 
darles  la  regularidad  absoluta  de  que  las  insuficien- 
cias del  comercio  á  que  se  dedican  para  justificar  su 
vida  en  la  localidad,  serán  remediadas  siempre  por 
nosotros  con  fondos  del  capitulo  de  gastos  generales.» 

Todas  las  clases  han  sido  invadidas  por  el  espio- 
naje alemán.  Resulta  infinita  la  variedad  de  las  per- 
sonas que  trabajan  en  él  y  durante  largos  años  han 
vivido  en  Francia  laborando  á  todas  horas  contra  la 
seguridad  del  país:  obreros  colocados  en  los  arsenales 
y  fábricas  de  armas,  labriegos  instalados  en  las  regio- 
nes fortificadas,  criadas  de  cervecería  y  de  taberna 
en  contacto  con  el  personal  de  las  guarniciones,  via- 
jeros con  aire  de  artista  estudiando  los  caminos  y  los 
campos,  aventureras  con  aspecto  de  grandes  señoras, 
burguesas  novelescas  deseosas  de  ganar  dinero,  gran- 
des damas  auténticas  buscando  por  medio  de  las  sub- 
venciones alemanas  sostener  una  vida  de  acuerdo  con 
su  gran  nombre,  oficiales  arrojados  del  ejército,  finan- 
cieros en  ruina,  institutrices,  niñeras,  mozos  de  café, 
gerentes  de  hotel,  aventureros  ostentosos  de  obscuro 
origen,  y  grandes  señores  extranjeros.  Estos  nobles 
personajes  venidos  á  menos  que  sirven  á  Alemania 
en  el  gran  mundo,  le  cuestan  á  la  dirección  de  Berlín 
cerca  de  un  millón  de  francos  por  año.  Como  dice  un 
autor  francés,  «el  espía  alemán  se  encuentra  en  Fran- 
cia bajo  todas  las  máscaras,  lo  mismo  bajo  la  blusa 
del  vagabundo  miserable  que  bajo  el  frac  del  elegan- 
te que  asiste  asiduamente  á  las  recepciones  de  los 
ministerios.  Penetran  en  todos  partes  y  nadie  descon- 
fia del  jornalero,  iletrado  en  apariencia,  que  trabaja 
junto  á  nuestras  fortificaciones,  ó  del  hombre  cono- 
cido y  honorable  que  se  alaba  de  sus  amistades  pre- 
ciosas y  de  sus  infiuencias  omnipotentes». 

Todos  han  contribuido  por  igual  á  los  servicios  del 
espionaje.  (Cuando   los   franceses  inventaron  el  fusil 


Lebel,  un  espía  de  la  clase  popular 
enganchado  como  obrero  en  los  ta- 
lleres de  Saint-Etienne,  fué  el  que 
robó  la  primera  arma  para  enviar- 
la á  Berlín.  Al  mismo  tiempo  los 
agentes  de  Stieber  pertenecientes 
al  gran  mundo,  y  algunos  de  los 
cuales  gozaban  de  cierto  renombre 
como  pintores,  escultores  ó  litera- 
tos, penetraban  en  los  grandes  sa- 
lones de  París  conversando  con  los 
hombres  políticos  y  explotando  la 
intimidad  de  las  damas  que  podían 
conocer  sus  secretos. 

Los  más  numerosos  son  los  que 
pudiéramos  llamar  de  la  clase  me- 
dia, que  ocupan  una  situación  ho- 
norable y  mediocre,  pudiendo  tra- 
bajar sin  atraer  las  sospechas.  Son  los  que  abren  pe- 
queños comercios,  agencias  de  colocaciones,  hoteles, 
tiendas  de  comestibles,  bazares,  etc.  La  policía  fran- 
cesa, que  durante  muchos  años  ha  seguido  la  pista  de 
sus  trabajos,  sólo  ha  conseguido  descubrir  y  castigar 
una  ínfima  parte.  De  los  30.000  espías  de  tal  clase 
que  han  trabajado  en  Francia  á  partir  de  1875,  las 
autoridades  sólo  han  podido  detener  en  fiagrante  de- 
lito dos  ó  tres  cada  año. 

Su  salario  lo  reciben  directamente  de  manos  de  los 
agentes  viajeros,  que  son  muchas  veces  damas  ele- 
gantes y  de  alegres  costumbres.  Otras  veces  reciben 
la  mensualidad  por  correo,  en  cartas  redactadas  de 
un  modo  convencional  que  aluden  á  una  deuda  anti- 
gua ó  á  una  parte  de  beneficios  en  un  negocio  (1). 
Además  se  valen  en  ciertos  momentos,  para  entender- 


(1)  He  aquí  el  modelo  de  una  carta  enviada  por  la  subdirección  de 
espionaje  establecida  en  Lnusana  á  uno  de  los  agentes  en  Francia  y  que 
fué  sorprendida  por  la  policía  francesa: 

<Mi  querido  Jorge: 

«Te  envío  con  esta  carta  los  intereses  de  la  cantidad  que  tuviste  á  bien 
prestarme. 

>Siempre  estaremos  agradecidos  al  gran  favor  que  nos  hiciste  ayu- 
dándonos con  tu  préstamo. 

>Lo3  negocios  no  marchan  mal,  y  tal  vez  en  el  año  próximo  podre- 
mos aumentar  un  poco  tu  parte  de  beneficios. 

>Asl  lo  deseamos  nosotros  y  espero  que  tú  lo  reconocerás. 

>  Escríbenos  con  más  frecuencia  dando  noticias   tuyas  con  extensión. 

>Te  engañas  al  no  tener  confianza  en  niie.itro  tío  Carlos.  Ks  uim  buena 
jiersona  y  debes  tener  en  él  una  confianza  absoluta. 

>Aqul  por  el  momento  todo  va  bien.  El  invierno  ha  sido  como  siem- 
pre, muy  rudo,  pero  nosotros  hemos  salido  bien  de  él. 

>Mi  marido  y  los  niños  se  unen  á  mí  para  enviarte  un  abrazo,  lo  mis- 
mo que  Carlota,  Carlos  y  Federico 

jTu  hermana  que  tanto  te  quiere. ..> 

He  aquí  la  interpretanún  que  el  e.ipía  da  al  te.rto  de  esta  rarta  ron  arre 
fjln  al  efitilo  ronretiido 

Primer  párrafo. — Os  envío  vuestra  mensualidad  del  mes  pasado. 

Segundo  párrafo. — Vuestras  informaciones  del  mes  pasado  son  bas 
tante  aceptables. 

Tercer  párrafo.  — En  general  vuestro  servicio  no  resulta  malo,  y  si 
continúa  siendo  así,  creo  que  en  la  próxima  inspección  podremos  aumen 
taros  un  poco  el  sueldo. 

Cuarto  párrafo.  —  Pero  aunque  proporcionáis  notas  útiles,  éstas  son 
poco  numerosas.  Hay  que  trabajar  con  más  frecuencia  y  enviarnos  ma- 
yor cantidad  de  notas. 

Quinto  párrafo. — Cesad  de  vigilar  á  Carlos,  pues  tenemos  acerca  de  él 
lo  que  necesitábamos. 

Sexto  párrafo.— Ya  sabéis  que  el  jefe  (el  invierno)  es  hombre  difícil 
de  contentar.  Sin  embargo,  nos  hemos  librado  de  la  última  inspección  sin 
disminuciones  en  los  sueldos 

Séptimo  párrafo— Debéis  seguir  en  relaciones  continuas  con  vuestros 
tres  corresponsales,  Carlota,  Carlos  y  Federico. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


389 


se  entre  ellos,  de  jerogliticos,  alfa- 
betos secretos,  botellas,  fotogra- 
fías, etc. 

Algunos  espías  alemanes  son  la- 
drones de  gran  habilidad  manual. 
Una  parte  de  sus  hazañas  ha  sido 
revelada  por  el  aventurero  Windel, 
ex-teniente  del  regimiento  15."  de 
infantería  prusiana,  que  estuvo  al 
servicio  de  la  dirección  de  Berlín  é 
incurrió  en  el  desagrado  de  Guiller- 
mo n  al  mostrai'se  demasiado  inte 
ligente  y  franco  en  la  averiguación 
de  un  escándalo  palaciego. 

Windel,  para  sincerarse  y  moles- 
tar á  su  antiguo  emperador,  publi- 
có un  libro  titulado  Confesiones  de 
un  espía.  En  él  cuenta  cómo  se  apo- 
deró en  189t)  del  nuevo  plan  de 
movilización  trazado  por  el  minis- 
terio de  la  Guerra  francés.  El  y  otro  espía  alemán 
siguieron  á  un  capitán  de  Estado  Jlayor  que  salió  del 
ministerio  llevando  los  documentos  en  una  cartera  de 
mano  para  entregarlos  al  comandante  general  de  una 
de  las  regiones  del  Este.  Al  llegar  el  capitán  á  la  es- 
tación del  ferrocarril,  confió  por  unos  momentos  la 
preciosa  cartera  al  jefe  de  la  estación.  Poco  después 
sonó  el  teléfono,  y  en  el  breve  instante  que  empleó  el 
jefe  para  ir  hasta  él  abandonando  su  mesa,  Windel 
penetró  en  la  oficina  y  se  apoderó  de  la  cartera,  en- 
tregándola á  su  camarada. 

Ciertos  espías  que  son  hábiles  chauffeurs  en- 
traron al  servicio  de  generales  franceses,  conten- 
tándose con  ínfimos  sueldos.  De  este  modo  pudie- 
ron acompañarlos  en  sus  visitas  á  fortificaciones  y 
campos  atrincherados,  sin  inspirar  desconfianza  y 
enterándose  de  cuanto  decían. 


B3Pl4  alrmAn   disfrazado  DD  NIIDRIZA 

(Diliiijii  (le  The  Qrapliic) 


SOLUADOS   FRANCHSBS   CBRCANDO   UNA   CASA    DONDHI  SB   HA    ESCONDIDO   UN   ESPlA 


Uno  de  los  más  importantes  servicios  del  espionaje 
alemán  consiste  en  dar  informes  especiales  sobre  la 
persona  y  los  méritos  de  todos  los  oficiales  franceses 
de  alguna  significación,  tanto  del  ejército  de  tierra 
como  de  la  marina.  Quince  mil  espías  de  puesto  fijo, 
llamados  «buzones  de  correspondencia»  en  razón  de 
sus  funciones,  se  dedican  á  comunicar  todos  los  chis- 
mes que  circulan  en  las  ciudades  con  guarnición  y 
en  los  grandes  puertos. 

El  Estado  Mayor  de  Berlín  ha  formado  durante 
años  un  archivo  enorme  en  el  que  figuran  los  infor- 
mes particulares  sobre  los  méritos,  defectos,  secretos 
de  familia,  situación  financiera,  etc.,  de  toda  perso- 
nalidad del  ejército  francés  que  merece  alguna  aten- 
ción. En  este  archivo,  creado  pacientemente  por  el 
espionaje,  figuran  todos  los  generales  con  mando  ac- 
tivo, de  la  reserva  ó  asimilados:  todos  los  oficiales  que 
salen  de  las  escuelas  militares  con  los  primeros  nú- 
meros de  su  promoci('in;  todos  los  directores,  profeso- 
res, jefes  ó  subjefes  de  las  escuelas  militares  y  de  las 
manufacturas  de  armas,  material  y  municiones;  todos 
los  oficiales  de  Estado  Mayor  y  ayudantes  de  órdenes: 
todos  los  oficiales  y  asimilados  que  prestan  sus  serví 
cios  en  los  ministerios  y  Estados  Mayores  de  la  Guerra 
y  la  Marina;  todos  los  oficiales  y  asimilados  cuya  si- 
tuación pecuniaria  es  angustiosa  ó  que  llevan  una 
vida  de  desarreglo.  En  un  palabra,  todos  los  milita- 
res franceses  que  resultan  temibles  para  Alemania 
por  sus  méritos  ó  su  patriotismo  y  los  que  por  su  mala 
vida  pueden  prestarse  á  la  seducción  de  los  espías 
femeninos  ó  á  las  tentaciones  del  soborno,  figuran  en 
e3te  registro,  cuidadosamente  clasificados,  con  su  nú- 
mero de  orden,  y  los  archiveros  del  listado  Mayor 
tienen  al  día  sus  fichas,  añadiendo  las  indicaciones 
recientes. 

a 

Una  fuerza  nueva  se  ofreció  á  la  actividad  de 
Stieber.  Las  huelgas  obreras  fueron  un  excelente  au- 


390 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA    INVASIÓN    CON    DISFRAZ    PREOBDIBNDO    A    LA    INVASIÓN    CON    CASCO 

Espías  alemanes  establecidos  en  París:  Financieros,  lacayos,  turistas,  mozos  de  almacén,  revendedores 
y  mozos  de  café.  La  sombra  revela  su  verdadera  personalidad 


xiliar  de  sus  trabajos  de  espionaje.  El  «agente  provo- 
cador» de  1848,  que  había  vociferado  un  falso  socia- 
lismo en  los  clubs  de  Berlín  para  servir  á  la  monar- 
quía, se  dedicó  en  sus  últimos  años,  abrumado  por  los 
éxitos  y  los  honores,  á  lo  que  él  llamaba  la  «huelgui- 
cultura». 

Sus  agentes  se  introdujeron  en  las  sociedades  obre- 
ras, excitando  traidoramente  á  los  trabajadores  en 
sus  conflictos  con  el  gobierno  francés  y  envenenando 
y  complicando  las  cuestiones  más  sencillas. 

Stieber  había  podido  apreciar  en  1870  la  gran  im- 
portancia que  el  ferrocarril  tiene  en  la  guerra  moder- 
na, y  se  dedicó  á  colocar  sus  espías  en  el  personal  de 
las  líneas  ferroviarias  de  Francia.  Fingiéndose  suizos 
ó  alsacianos,  miles  de  alemanes  llegaron  á  entrar 
como  maquinistas  y  empleados  en  las  diversas  com- 
pañías francesas.  Por  fortuna  esta  maniobra  temible 
llamó  la  atención  pública  y  el  gobierno  evitó  el  peli- 
gro haciendo  una  depuración  en  el  personal. 

Otro  trabajo  de  Stieber  consistió  en  organizar  la 
destrucción  de  gran  parte  del  material  y  obras  de  las 
líneas  férreas  para  el  momento  de  la  declaración  de 
guerra.  Después  de  la  muerte  de  Stieber,  su  diabólica 


preparación  fué  indudalilemente 
menos  intensa  y  hábil.  Además 
el  gobierno  francés,  alarmado 
por  los  trabajos  del  espionaje 
alemán  y  servido  por  su  pro- 
pio contra-espionaje,  pudo  des- 
baratar una  gran  parte  de  tales 
maquinaciones.  Á  pesar  de  ello 
los  agentes  de  Alemania  inten- 
taron impedir  la  movilización 
francesa  en  1914;  pero  se  descu- 
brieron á  tiempo  sus  trabajos 
para  el  descarrilamiento  de  los 
trenes  y  la  voladura  de  los 
puentes. 

Al  relatar  las  operaciones  de 
la  presente  guerra  volveremos  á 
ocuparnos  de  los  trabajos  del  es- 
pionaje alemán  en  Bélgica,  Ru- 
sia, Francia,  Inglaterra  y  otros 
países,  asi  como  de  los  procedi- 
mientos extraordinarios  de  que 
se  ha  valido  para  favorecer  las 
operaciones  de  sus  ejércitos. 

Stieber  murió  en  Berlín  en  1892 
á  la  edad  de  74  años.  Su  protec- 
tor Bismarck  había  perdido  la 
confianza  imperial  y  vivía  re- 
tirado en  sus  tierras.  Nuevos 
hombres  figuraban  al  frente  del 
Imperio,  creados  y  apoyados  por 
el  joven  emperador  Guillermo  II. 
Cubierto  de  honores  y  conde- 
coraciones, pero  algo  olvidado, 
el  antiguo  policía  se  extinguió 
lentamente,  como  un  venerable  patriarca.  Y  sin  em- 
bargo, su  vida  no  había  sido  más  que  un  largo  crimen, 
un  crimen  incesante  y  continuo,  realizado  con  frío 
menosprecio  de  las  leyes  naturales  y  escritas.  El 
gran  espía  fué  un  hombre  destinado  desde  su  juven- 
tud al  presidio,  y  tal  vez  á  la  horca:  pero  Bismarck 
hizo  de  él  un  instrumento  de  patriotismo,  explotando 
su  sombrío  talento  de  malvado,  y  casi  alcanzó  los 
honores  de  un  héroe. 

Esto  nada  tiene  de  extraordinario  en  Alemania, 
donde  el  espionaje,  desde  los  tiempos  de  Federico  II, 
es  considerado  como  un  honor,  lo  mismo  (jue  la  trai- 
ción, siempre  que  sirvan  á  los  propíos  intereses.  En 
1741,  Federico  el  Grande,  modelo  glorioso  de  todos 
los  alemanes,  traicionaba  á  sus  aliados  y  escribía 
luego  á  sus  ministros:  «Cuando  hay  alguna  ventaja  en 
ser  honrados,  seámoslo.  Pero  cuando  por  el  contrario 
se  impone  la  necesidad  de  la  superchería,  seamos  ca- 
nallas tranquilamente.» 

Stieber  no  consignó  nunca  sobre  el  papel  la  orga- 
nización del  espionaje,  ni  dio  á  sus  agentes  estatutos 
ó  reglamentos  escritos  para  que  se  ajustasen  á  ellos. 
Conocía  los  peligros  de  la  escritura  y  evitaba  el  uso 


HISTORIA  DE  LA  üUERfM  EUROPEA  UB  1914 


391 


de  papeles,  temiendo  que  los  enemigos  se  enterasen 
de  sus  planes  al  arrestar  á  uno  de  sus  agentes.  El  ser- 
vicio de  espionaje  lo  había  concebido  sobre  un  plan 
que  guardó  siempre  en  secreto.  Después  de  su  muerte 
la  máquina  siguió  funcionando  automáticamente  sobre 
las  bases  establecidas,  y  nadie  se  ha  permitido  tocarla 
ni  reformarla  por  miedo  á  un  desarreglo,  que  resulta- 
ría fatal  en  ausencia  del  autor,  limitándose  á  reem- 
plazar los  órganos  así  como  se  han  ido  gastando  ó 
desapareciendo. 

Sólo  una  modificación  ha  hecho  Alemania  en  la 
obra  de  Stieber  para  darla  mayor  amplitud.  El  famo- 
so espía  no  mostró  gran  aprecio  por  los  auxilios  de  la 
prensa,  tal  vez  por  un  rencor  instintivo  hacia  los  es- 
critores desde  la  época  en  que  los  periódicos  de  Ber- 
lín atacaban  duramente  al  esbirro  despreciable  de  la 
corte. 

Poco  antes  de  su  muerte  el  Canciller  Caprivi  in- 
corporó al  servicio  de  espionaje  el  servicio  de  «pren- 
sa extranjera»,  pidiendo  al  Reichstag  que  votase  una 
respetable  cantidad  «destinada  á  las  publicaciones 
extranjeras  que  fuesen  útiles  á  la  política  del  Im- 
perio». 

Desde  entonces  Alemania  ha  gastado  millones 
para  subvencionar  en  diversos  países  periódicos  y  es- 
critores, encargados  de  sostener  la  política  de  Alema- 
nia. Así  se  explican  ciertas  campañas. 

El  presupuesto  destinado  al  espionaje  quedó  di- 
vidido en  dos  secciones  á  partir  del  gobierno  de 
Caprivi:  para  el  espionaje  propiamente  dicho,  y  para 
el  mantenimiento  de  periodistas  y  escritores  extran- 
jeros que  se  prestan  á  alquilar  su  pluma  en  defensa 
de  la  ambición  alemíina. 


BL   BSPIOMAJB   POR    MEDIO   DB   LAS   BGTBLLAS 

Los  espías  dcian  abandonadas  varias  botellas,  como  por  descuido,  sobre  una  mesa.  La  altura  del 
liquido  en  cada  una  de  ellas  representa  una  letra.  Para  leer  le  hasta  al  espía  que  llega  aplicar  una 
escala  graduada  que  representa  un  alfabeto.  Las  botellas  del  presente  grabado  dicen:  Parla, 

(Dibujos  ilol  folleto  fiauccs  «Cómo  estaba  organizado  el  eípiouajo  alemáu») 


BL  rascAOOR  espía 

Este  alemán  de  aspecto  pacifico  que  parece  pescar  en  la  campiña  francesa, 
tiene  al  extremo  del  hilo  un  plomo  en  vez  de  anzuelo,  y  mide  de  tal  ma- 
nera la  profundidad  del  río  para  conocer  los  lugares  que  son  v'adeables. 


El  Imperio  germánico  no  ha  ejercido  únicamente 
su  espionaje  en  las  naciones  ¡lue  considera  hostiles  á 
su  política.  Como  es  el  pueblo  más  soberbio  de  la  tie- 
rra, se  cree  destinado  á  la  futura  dominación  del  pla- 
neta, y  extiende  por  todo  él 
los  tentáculos  de  su  policía, 
adquiriendo   previsoramente 
los  informes  necesarios  para 
una  conquista  posible. 

Los  pangermanistas,  en 
ciertos  momentos  de  entusias- 
mo, titularon  á  Guillermo  II 
«emperador  del  mundo».  Ale- 
mania, á  impulsos  de  sus  so- 
berbias ilusiones,  ha  pensado 
muclias  veces  en  la  posibili- 
dad de  vencer  á  los  Estados 
Unidos — después  de  haber  so- 
metido á  las  potencias  de  Eu- 
ropa— ,  apoderándosedeAmé- 
ríca  entera. 

Este  ensueño  parecerá  ab- 
surdo á  muchos:  pero  lo  absur- 
do con  su  enormidad  tienta 
á  un  pueblo  cuya  expresión 
favorita  es  la  palabra  <ko- 
lossal». 

La  prueba  de  que  Alema- 
nia se   prepara  para   el  do- 


392 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


minio  del  mundo  y  utiliza  con  este  objeto  el  espio- 
naje voluntario  de  sus  naturales  esparcidos  en  los 
diversos  continentes,  la  dieron  hace  tres  años  sus  le- 
gisladores al  votar  una  ley  que  no  tiene  ningún  otro 
pais. 

El  secretario  de  Estado,  Delbruck,  presentó  al 
Keichstag  en  Febrero  de  101-2  un  proyecto  de  ley 
conservando  á  los  alemanes  su  nacionalidad,  aun- 
que se  hubiesen  declarado  subditos  de  otros  Estados. 
Dicha  ley,  votada  por  el  Parlamento  germánico,  fué 


La  personalidad  de  estos  alemanes,  que  á  la  vez 
son  brasileños,  argentinos,  chilenos,  mejicano?,  etcé- 
tera, recuerda  la  del  murciélago  de  la  fábula,  traidor 
y  mentiroso,  que  podía  decir:  «Yo  soy  pájaro:  he  aquí 
mis  alas»,  y  poco  después:  «Yo  soy  ratón:  mirad  mis 
dientes.» 

Gracias  á  la  ley  üelbruck,  el  agente  alemán  ve 
ante  él  un  camino  sin  obstáculos.  Puede  jurar  fideli- 
dad á  mil  intereses  diversos  y  contradictorios;  puede 
cambiar  de  patria  cada  año  si  lo  considera  preciso. 


BSPÍAS  DBTBNIDCS  BN    HL   NOHTB   DB   FRANCIA   Y    CONDUCIDOS   Á   LA   GBNDABMBRÍA    DB   UN   PDBBLO 


hecha  especialmente,  como  dijo  el  barón  Hichtoffen 
al  discutirla,  «para  favorecer  el  desarrollo  de  la  in- 
fluencia alemana  en  las  Repúblicas  latinas  de  Amé- 
rica». 

Con  arreglo  á  la  ley  Delbruck,  el  alemán  puede  re- 
negar de  su  nacionalidad  y  adoptar  la  de  la  tierra  en 
que  vive,  sin  que  por  esto  se  ofenda  Alemania.  En  el 
momento  que  al  renegado  le  convenga,  podrá  hacer 
valer  su  primera  condición  de  alemán,  pues  ésta  no 
la  pierde  aunque  reconozca  otra  bandera. 

Y  el  subdito  del  kaiser,  bajo  el  disfraz  de  la  nacio- 
nalidad que  ha  escogido,  puede  ocupar  cargos  públi- 
cos en  el  país  de  adopción,  puede  intervenir  en  su 
vida  política  y  preparar  el  advenimiento  de  «la  más 
grande  Alemania»  con  que  sueñan  todos  los  de  su 
raza.  Deutschland  iiber  alies  (Alemania  sobre  el 
mundo),  cantan  los  germanos  en  sus  momentos  de 
entusiasmo. 


Su  verdadero   país,  que  es  Alemania,  no  se  enfadará 
por  ello. 

En  muchas  Repúblicas  de  América  se  elogia  la 
facilidad  de  adaptación  de  los  alemanes  residentes  en 
ellas. 

— Son  distintos  á  los  alemanes  de  Europa— dicen 
las  buenas  gentes — .  Ni  orgullo  patriótico  ni  altivez 
de  raza.  Al  poco  tiempo  de  vivir  entre  nosotros  adop- 
tan nuestra  nacionalidad.  Piensan  quedarse  en  la 
tierra  para  siempre.  Son  entre  los  extranjeros  los 
más  asimilables. 

No  conocen  el  futuro  peligro.  No  saben  que 
es  el  único  europeo  que  está  autorizado  por  su 
patria  para  hacer  creer  que  la  abandona.  No  sos- 
pechan que  estos  alemanes  establecidos  en  unos 
pueblos  que  fingen  querer,  proceden  del  mismo 
modo  que  los  espías  de  Stieber  en  la  campaña  de 
Bohemia,   cuando   se   prestaban   á  ir  atados  como 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


393 


enemigos  y  á  recibir  golpes,  pura  facilitar,  sin  in- 
fundir sospechas,  sus  informes  ii  la  vanguardia  in- 
vasora. 

Todo  cuanto  hacen  y  todo  cuanto  dicen  en  su  nue- 
va patria  es  falso.  Aunque  vivan  años  y  más  años 
en  el  seno  de  una  nacionalidad  escogida  voluntaria- 
mente, siempre  son  alemanes,  y  el  Imperio  germáni- 
co, convencido  de  que  hagan  lo  que  hagan  están  tra- 
bajando por  él,  les  conserva  su  puesto  en  el  suelo 
originario. 


rrado  en  un  calabozo  por  la  más  leve  falta,  y  priva- 
do de  toda  ternura,  hasta  el  punto  de  que  un  gentil- 
hombre amigo  suyo  fué  decapitado  en  su  presencia 
por  el  feroz  rey-sargento,  sólo  por  haber  mostrado 
cierta  piedad  ante  los  infortunios  del  joven  principe. 
Las  mujeres  de  la  familia  no  alcanzaron  mayores  mi- 
ramientos. La  hermana  de  Federico,  la  futura  mar- 
graviua  de  Bayrcuth,  se  acordó  toda  su  vida  del 
asombro  experimentado  por  ella,  cuando  tenía  seis 
años  de  edad,  al  vei'se  acariciada  y  besada  por  su 


DRAGONES    FRANCESES    CONDUCIENDO    PRISIONERO    A    UN    ESI'IA 

(Uitmjo  de  Gcorgcs  Scott,  de  la  lllHStratiou.  de  Paiisl 

madre,  que  venia  de  un  largo  viaje.  El  estupor  de  la 
X  pequeña  ante  este  suceso  extraordinario  fué  tan  enor- 

me, que  le  produjo  una  hemorragia  poniendo  su  vida 
en  peligro.  Fué  la  única  vez  en  toda  su  infancia  que 
conoció  los  besos  maternales.  Y  hay  que  hacer  cons- 
tar que  esto  ocurrió  en  ausencia  del  rey-sargento, 
pues  de  estar  presente  habría  interrumpido  á  basto- 
nazos la  cariñosa  expansión. 

«Estas  costumbres  salvajes  se  remontan  á  los  pri- 
meros Hohenzollcrn,  á  Federico  Diente  de  hierro,  que 
á  mediados  del  siglo  XV  arrastró  por  Alemania  su  mi- 
seria de  señor  feudal,  pobre  y  ambicioso.  La  tradi- 
ción fué  respetada  por  todos  sus  descendientes,  y  este 
empleo  de  cadenas,  golpes  é  invectivas,  se  perpetuó 
de  generación  en  generación,  como  un  perfecto  siste- 
ma educativo.  Poco  antes  de  la  Revolución  francesa, 
un  noble  de  Francia,  en  una  visita  á  la  corte  de  Pru- 
sia,  quedó  asombrado  al  ver  al  heredero  del  trono,  que 

i9 


La  juventud  de  Guillermo  II 

En  la  familia  de  los  HohenzoUern  es  una  tradición 
que  los  padres  traten  duramente  á  sus  hijos,  y  los 
hijos  aborrezcan  á  los  padres  esperando  con  ansiedad 
el  momento  de  su  muerte. 

«Los  príncipes  jóvenes  de  esta  dinastía — dice  el 
historiador  G.  Lenotre — han  sido  educados  siempre  á 
latigazos.  Todo  el  mundo  sabe — por  haberlo  contado 
el  mismo  interesado  prolijamente — cómo  fué  dirigido 
en  su  infancia  el  que  había  de  ser  más  tarde  Federico 
el  Grande:  golpeado  á  cada  momento,  expuesto  al  frío 
durante  las  noches  invernales,  abrumado  por  toda 
clase  de  castigos,  alimentado  insuficientemente,  ence- 


394 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


tenía  40  años,  tratado  lo  mismo  que  un  niño  indócil, 
habitando  como  castigo  la  casa  de  un  cervecero  y  te- 
niendo que  pedir  permiso  al  rey  cada  vez  que  desea- 
ba salir  por  la  noche.» 

Tal  sistema  dio  por  resultado  que  cada  nueva 
generación  de  la  ilustre  familia  detestó  invariable- 
mente á  sus  ascendientes  inmediatos,  deseando  su 
muerte,  maldiciéndolos  á  sus  espaldas,  blasfemando, 
lanzándose  en  la  oposición  tan  lejos  como  les  era  po- 
sible, mientras  que  cada  soberano  desconfiaba  de  su 
hijo,  el  principe  heredero,  guardándose  de  él  como  de 
un  enemigo  peligroso.  Puede  afirmarse,  con  la  Historia 
en  la  mano,  que  el  amor  filial  fué  un  sentimiento  com- 
pletamente desco- 
nocido por  los  prin- 
cipes de  Hohenzo- 
llern  desde  los  prin- 
cipios de  la  familia 
hasta  los  primeros 
años  del  siglo  XIX. 
Haj'  que  ser  jus- 
tos y  recordar  las 
cosas  buenas  lo 
mismo  que  las  ma- 
las. Si  la  victoria 
embriaga  á  los  pru- 
sianos hasta  hacer 
de  ellos  los  hom- 
bres más  arrogan- 
tes é  insoportables 
del  mundo,  una 
buena  derrota  les 
aprovecha  maravi- 
llosamente para  su 
salud  moral,  pues 
hace  de  ellos  los 
seres  más  amables 

y  acomodativos.  Después  del  desastre  de  Jena  la  fa- 
milia real  de  Prusia,  errante  y  sin  cortesanos,  se  vio 
forzada  á  vivir  en  una  intimidad  insólita.  La  bella 
reina  Luisa  aprovechó  esta  desgracia  para  introducir 
un  poco  de  ternura  en  su  hogar,  educando  como  ma- 
dre amorosa  á  sus  hijos,  que  guardaron  toda  su  vida 
un  hondo  agradecimiento  por  este  hecho  extraordina- 
rio. El  que  habla  de  ser  primer  emperador  de  Ale- 
mania, «el  viejo  Guillermo» ,  sentía  agolparse  las 
lágrimas  á  sus  ojos  cuando  ochenta  años  después  ha- 
blaba de  su  querida  mamá,  á  cuya  memoria  rendía 
un  culto  religioso. 

Pero  esto  resultó  una  excepción  en  la  historia  de 
los  Hohenzollern.  Cuando  Guillermo  I  fué  padre,  vol- 
vió á  las  antiguas  tradiciones,  tratando  duramente  á 
su  heredero,  el  principe  Fritz,  que  sólo  por  99  días  ha- 
bía de  ocupar  el  trono  imperial,  con  el  nombre  de  Fe- 
derico IIL  Su  sucesor  fué  Guillermo  II,  el  cual,  según 
la  costumbre  de  la  familia,  esperó  con  impaciencia 
el  auxilio  de  la  muerte,  quejándose  del  destino,  que 
prolongaba  por  unas  semanas  la  vida  de  su  padre. 


EL    PIÍINCIPE    FEDERICO    EN    SI'    DB.SPACHO 


En  1859  la  situación  de  la  rama  de  los  Hohenzo- 
llern, que  ocupa  actualmente  el  trono  de  Alemania, 
no  era  brillante  ni  correspondía  á  sus  ambiciones.  El 
rey  de  Prusia  era  Federico  Guillermo  IV,  y  su  her- 
mano «el  Príncipe  Metralla»,  odiado  por  gran  parte 
del  país,  sólo  figuraba  como  príncipe  heredero  por  no 
tener  hijos  el  matrimonio  reinante.  Un  nacimiento 
tardío  podía  torcer  los  destinos  de  la  familia. 

El  viejo  Guillermo  aspiraba  á  la  corona,  llevando 
tras  de  él  una  descendencia  numerosa  para  que  here- 
dase su  fortuna.  Tenía  varios  hijos.  El  mayor,  Fritz, 
se  había  casado  con  la  princesa  Victoria,  hija  de  la 
reina  de  Inglaterra,,  y  de  este  matrimonio  nació  el  27 

de  Enero  de  1859 
un  niño,  que  fué 
bautizado  con  el 
mismo  nombre  de 
su  abuelo:  Guiller- 
mo. Era  el  empe- 
rador actual,  Gui- 
llermo II. 

El  «Principe  Me- 
tralla» tuvo  nietos 
cuando  todavía  es- 
talla al  píe  del  tro- 
no, aguardando  el 
momento  de  subir 
á  él,  V  sin  una  se- 
guridad  completa 
de  éxito.  Los  libe- 
rales le  odiaban;  su 
hermano  Federico 
Guillermo  IV,  de- 
mente furioso,  pa- 
recía obstinarse  en 
vivir;  la  reina  y  su 
camarilla  reaccio- 
naría trabajaban  incesantemente,  con  el  apoyo  de 
Austria,  para  impedir  que  el  viejo  Guillermo  here- 
dase la  corona. 

La  familia  de  éste  vivía  con  gran  modestia.  El 
príncipe  Fritz  soportaba  la  existencia  mediocre  de  un 
hijo  de  pretendiente,  considerando  su  porvenir  in- 
cierto y  obscuro.  En  tal  situación  vino  á  la  vida  el 
futuro  Guillermo  II,  hijo  de  un  príncipe  pobre  que  á 
su  vez  era  hijo  de  un  pretendiente  impopular. 

El  viejo  Guillermo  se  fingió  liberal  durante  unos 
meses  para  gobernar  á  Prusia  como  regente  y  asegu- 
rar su  ascensión  al  trono.  Luego,  cuando  mostró  como 
monarca  su  verdadero  carácter  reaccionario,  la  opor- 
tuna aparición  de  Bismarck  pudo  librarle  de  la  revo- 
lución y  del  destronamiento. 

El  príncipe  Fritz,  excelente  soldado,  de  carácter 
bondadoso,  dio  un  esplendor  de  generosidad  caballe- 
resca y  romántica  á  las  empresas  de  violencia  acon- 
sejadas por  el  Canciller  y  admitidas  por  su  padre.  En 
la  guerra  con  el  Imperio  austríaco,  él  fué  el  que  con 
su  oportuna  llegada  decidió  el  éxito  de  la  batalla  de 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


395 


Sadowa,  que  erii  al  principio  una  derrota  para  l;is 
tropas  prusianas.  En  la  campaña  de  Francia,  el  kron- 
printz  Federico  se  mostró  como  el  general  más  huma- 
no, demostrando  una  simpatia  en  favor  de  los  france- 
ses y  de  su  civilización  que  le  acarreó  graves  dis- 
gustos con  su  padre  y  la  visible  antipatia  de  Bismarck 
y  de  Moltke. 

Este  prínci- 
pe, por  su  edu- 
cación, sus 
gustos  y  su 
carácter,  no 
podia  enten- 
derse con  los 
hombres  fé- 
rreos y  de  fría 
crueldad  en- 
tre los  cuales 
le  había  colo- 
cado el  des- 
tino. 

Guillermo  I 
era  partidario 
del  despotis- 
mo y  en  todos 
sus  actos  se 
creía  inspira- 
do por  Dios. 
El  príncipe 
Fritz  alardea- 
ba de  liberal, 
sonando  con 
la  constitu- 
ción de  una 
Alemania  de- 
mocrática en 
la  que  el  em- 
perador sería 
una  especie 
de  mandata- 
rio republica- 
no. Valeroso 
combatiente 
en  la  guerra, 
mostraba  al 
llegar  la  paz 
su  predilec- 
ción por  la 
vida  civil  y 
los   encantos 

del  arte.  Sus  camaradas  ínfimos  eran  los  escritores  y 
los  artistas  de  Alemani.i.  l'ii  novelista,  (iustavo  Frey- 
tag,  le  acompañe')  comn  si'ci'ctario.  Wágner  figuiab;i 
entre  sus  amigos,  y  al  estrenarse  El  ocaso  de  los  Dio- 
ses, el  krnniuintz  le  cedió  uno  de  sus  caballos  de  gue- 
rra para  que  sirviese  de  corcel  á  la  Walkiria. 

De  figura  arrogante,  sonrisa  dulce  y  sedosa  barba 
de  oro,  este  príncipe  hermoso,  semejante  á  Lohengrin, 


BL    rRÍN(  TPE    FEDERICO 


parecía  destinado  á  todas  las  glorias  y  todas  las  feli- 
cidades. Era  natural  que  en  un  país  donde  el  absolu- 
tista Guillermo,  el  áspero  Moltke  y  el  atrabiliario 
Bismarck  habían  acabado  por  ser  admirados,  el  prín- 
cipe bueno  y  caballeresco  gozase  de  un  prestigio  in- 
menso. Sin  embargo,  su  vida  fué  triste;  la  impopula- 
ridad exten- 
dió en  torno 
de  él  un  am- 
biente glacial 
y  se  vio  aisla- 
do entre  la  in- 
diferencia de 
su  padre  y  la 
antipatía  de 
su  primogéni- 
to.  Influyó 
mucho  en  esto 
la  animosidad 
de  Bismarck, 
que  veía  un 
peligro  en  el 
kronprintz, 
rebelde  á  sus 
consejos  y  opi- 
nando en  to- 
dos los  asun- 
tos de  un  mo- 
do distinto  al 
suyo. 

El  príncipe 
Fritz  se  man- 
tuvo como  un 
ser  de  distin- 
ta raza  en  me- 
<lio  (le  la  Pru- 
sia  férrea, 
conquistado- 
ra y  brutal. 
Sus  éxitos  de 
soldado  fue- 
ron obscure- 
cidos por  la 
aversión  que 
inspiraban 
sus  ideas  libo- 
lales  .Vdemás 
contribuyó  al 
menosprecio 
palaciego  su 
matrimonio  con  la  hija  de  la  reina  \'ictoria.  Amaba  a 
su  mujer  con  un  entusiasmo  romántico  que  forzosa- 
mente habia  de  producir  extrañeza  en  los  hogares  pro- 
saicos de  Berlín.  Pocos  príncipes  han  arrastrado  una 
existencia  tan  miserable  como  los  padres  de  Guiller- 
mo II.  El  compañerismo  íntimo  y  cordial  que  unía  á 
los  dos  esposos  fué  motivo  en  la  corte  de  Prusía  de  sos- 
peciías  y  recelos,  como  si  representase  un  crimen. 


3% 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Durante  la  guerra  de  1870, 
el  kronprintz,  que  sentía  la 
necesidad  de  mantenerse  en 
contacto  espiritual  con  su 
amada  compañera,  cuyo  re- 
trato le  acompañaba  á  todas 
partes,  le  escribió  diariamen- 
te largas  cartas  relatando  los 
incidentes  de  la  campaña.  L;i 
princesa  Victoria  enviaba  co 
pia  de  estas  cartas  á  su  madre 
la  reina  de  Inglaterra,  que  en 
algunas  ocasiones  las  comuni- 
có á  sus  ministros,  llegando 
de  este  modo  á  conocimiento 
de  la  emperatriz  Eugenia.  Esto 
bastó  para  que  Bismarck,  que 
odiaba  al  kronprintz,  viese  en 
su  correspondencia  amorosa 
«una  traición  premeditada», 
atreviéndose  á  acusar  de  es- 
pionaje al  heredero  de  la  co- 
rona. 

El  viejo  Guillermo,  aconse- 
jado por   su  Canciller,   miró 

con  desconfianza  á  su  hijo,  hasta  el  punto  de  apar- 
tarlo poco  á  poco  de  los  negocios  públicos.  Al  final 
se  celebraron  los  consejos  de  gobierno  sin  que  asis- 
tiese íá  ellos  el  principe  Fritz,  para  que  ignorase  los 
secretos  de  Estado.  Esta  situación  no  tardó  en  ha- 
cerse pública,  y  los  cortesanos,  con  su  habitual  cobar- 
día, fueron  alejándose  del  principe  en  desgracia.  Bis- 
marck, que  detestaba  á  la  princesa  Federico  por  su 


EL    KAISER    .SOBKE    LAS    RODILLAS    DE   SU    ABUELO 
GUILLERMO   I 


los  grandes  servicios  que  ha- 
bía prestado  á  su  país  en  los 
campos  de  batalla.  El  público 
pasaba  indiferente  en  el  mu- 
seo de  los  recuerdos  gloriosos 
ante  el  bastón  hecho  por  el 
principe  con  una  rama  de  un 
iírbol  de  Sadowa,  como  re- 
cuerdo de  la  gran  victoria  de 
Prusia,  obra  de  su  interven- 
ción decisiva;  ante  un  obús 
que  había  pasado  junto  á  su 
cabeza  en  una  de  las  batallas 
de  Francia;  ante  todos  los  re- 
cuerdos de  su  actuación  de 
soldado  heroico.  Su  mujer  aun 
era  más  impopular.  Las  gen- 
tes de  la  corte  la  designaban 
con  el  apodo  de  ¡a  inglesa,  lo 
mismo  que  un  siglo  antes  los 
cortesanos  de  Francia  Uama- 
l)an  la  austríaca  á  María  An- 
tonieta.  Durante  veinte  años 
había  empleado  su  talento  y 
su  bondad  en  favorecer  la  li- 
teratura y  las  artes,  establecer  asilos  y  otras  institu- 
ciones caritativas  y  propagar  «ideas  misericordiosas 
y  dulces  en  un  pueblo  sobre  el  que  había  de  reinar  y 
que  ella  juzgaba  bárbaro  todavía».  Las  mujeres  ale- 
manas no  perdonaban  á  la  extranjera  que  hubiese 
(¡uerido  regenerarlas  social  y  domésticamente,  pre- 
tendiendo que  disfrutasen  de  nuevo  respetos  y  dere- 
chos, siendo  algo  más  que  unas  administradoras  de 


independencia  y  su  sensibilidad,  no  temió  expresar-      sus  casas  y  unas  siervas  de  sus  hombres.  Al  enterarse 

de  que  era  mal  mirada  en  la  corte,  todas  ellas  pro- 
curaron imitar  al  omnipotente  Canciller,  tratando  con 
menosprecio  á  la.  inglei<a. 

El  matrimonio  principesco  comenzó  á  vivir  aislado, 
sin  más  acompañamiento  que  el  de  una  servidumbre 
escogida  por  sus  enemigos  y  que  los  espiaba  de  acuer- 
do con  Bismarck.  El  kronprintz,  excluido  sistemática- 
mente de  toda  intervención  en  los  asuntos  públicos, 
vivió  inactivo,  en  una  soledad  melancólica  y  lángui- 
da. Pasaba  largas  temporadas  encerrado  en  el  palacio 
de  Monbijou,  una  de  las  construcciones  de  Federico  el 
ÍTrande.  Sus  tristes  ocios  los  entretenía  clasificando 
los  documentos  y  los  objetos  de  un  museo  consagrado 
á  la  historia  de  su  familia,  colocando  etiquetas  en  los 
manuscritos,  armaduras  y  jarrones.  La  princesa  Vic- 
toria le  acompañó  siempre  en  su  aislamiento,  altivo 
y  triste. 

Sólo  tenían  los  dos  esposos  una  esperanza  y  un 
consuelo.  El  objeto  de  sus  ilusiones  era  Guillermo,  el 
hijo  mayor,  muchacho  que  hacía  concebir  grandes  es- 
peranzas á  sus  padres  por  la  viveza  de  su  carácter  y 
un  ferviente  deseo  de  saberlo  todo  y  hablar  de  todo. 
La  princesa  Federico  quiso  que  su  primogénito  se  li- 
l)rase  del  moldeamiento  de  una  educación  á  la  prusia- 


se  públicamente  contra  el  kronprintz,  al  que  llamaba 
irónicamente  «el  marido  sumiso.  En  realidad  lo  que 
le  indignaba  en  él  no  era  su  estrecha  unión  con  la 

princesa  britá- 
nica, sino  su 
carácter  gene- 
roso y  el  libe- 
ralismo de  sus 
ideas. 

Al  constituir- 
se el  Imperio, 
Fritz  y  su  es- 
posa cayeron, 
como  dice  un 
historiador, 
o  en  el  último 
grado  de  inuti- 
lidad é  impo- 
pularidad».Na- 
die en  toda  Pru- 
sia manifesta- 
ba el  más  pe- 
queño recono- 
i;l  KAisKii  cimiento   por 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


397 


na.  El  kronprintz  por  su  parte 
era  enemigo  del  sistema  de 
enseñanza  puramente  militar 
que  recibían  siempre  los  vas- 
tagos de  la  familia  Hohenzo- 
Uern.  El  mismo,  rompiendo 
con  las  tradiciones  de  la  di- 
nastía, había  figurado  como 
simple  estudiante  en  una  Uni- 
versidad, siguiendo  una  ca- 
rrera literaria.  Los  primeros 
preceptores  del  pequeño  Gui- 
llermo fueron  escogidos  escru- 
pulosamente por  sus  padres, 
y  cuando  tuvo  diez  años,  el 
kronprintz  lo  envió  á  una  es- 


EI,    KAISER    EN    BRAZOS    DE    SU    MADIÍR 
I.A    PRINCESA    VICTORIA 


alemanas.  Se  verificaba  en  él 
una  rápida  transformación. 
Durante  su  permanencia  en 
el  gimnasio  de  Cassel  había 
sentido  la  beneficiosa  influen- 
cia de  su  preceptor  y  acompa- 
ñante, el  doctor  Hinzpeter, 
hombre  dulce  y  de  ideas  de- 
mocráticas, que  quería  hacer 
de  él  un  soberano  del  pueblo. 
Cuando  CTuillermo  pasó  á  la 
Universidad  renana  teniendo 
18  años,  su  carácter  se  fué 
transformando  hasta  conver- 
tirse en  un  verdadero  Hohen- 
zollern.  Su  abuelo  lo  había 
hecho  sub-teniente  del  1.®''  re- 
gimiento de  la  Guardia,  el 
mismo  en  que  sirvió  su  padre 
teniendo  igual  edad.  Vistien- 
do el  uniforme  y  con  la  espa- 
da al  costado,  asistió  á  las 
lecciones  universitarias.  Un 
ayudante  reemplazaba  al  an- 
tiguo preceptor.  Irguiendo  la 


•abeza  con  orgullo,  fué  aspirando  á  pleno  pulmón  los 


cuela  pública,  encargando  á 
los  maestros  que  lo  tratasen 
lo  mismo  que  al  hijo  de  un 
simple  burgués.  El  príncipe 
Fritz  había  sido  el  primer  Ho- 
henzollern  estudiante  de  Uni- 
versidad: su  hijo  Guillermo 
fué  el  primer  Hohenzollei'n 
alumno  de  una  escuela  públi- 
ca. El  viejo  emperador  desaprobó  esta  innovación, 
contraria  á  las  tradiciones  de  su  raza.  Bismarck  se  elogios  y  adulaciones  que  le  dedicalian  sus  compañe- 
opuso  enérgicamente,  viendo  en  ella  un  atentado  al  ros  del  regimiento  y  del  mundo  universitario.  «El  as- 
prestigio  de  la  monarquía.  Pero  el  padre  mantuvo  con  pecto  brillante  del  campo  de  maniobras — dice  un  bió- 
firmeza  su  sistema  educativo,  así  como  la  madre,  que  grafo  de  la  juventud  de  Guillermo  II — ,  la  disciplina 
era  partidaria  del  método  inglés  y  quería  hacer  de  su  nbsoluta,  el  sentimiento  del  poder  de  su  familia  ins- 
hijo  un  principe  generoso  y  democrático.  pirado  por  la  vista  de  las  líneas  soberbias  y  ondulan- 

Guando  (luíllermo  tuvo  15  años  lo  enviaron  con  su  tes  de  hombres,  de  las  murallas  de  bayonetas  y  de 
hermano  Enrique,  que  tenía  12,  á  que  continuase  su  los  movimientos  de  una  exactitud  geométrica  come 
educación  en  el  gimnasio  de  Cassel,  haciendo  los  es-  los  de  una  poderosa  máquina,  fascinaron  su  imagina- 
tudios  correspondientes  á  nuestro  bachillerato.  El  fu-  cíón.»  El  joven  príncipe,  menospreciando  los  estudios 
turo  emperador  se  mostró  como  un  escolar  distraído  y  universitarios,  se  lanzó  á  los  trabajos  militares  con 
poco  estudioso.  Su  hermano  obtuvo  siempre  mejores  un  ardor  febril, 
notas  que  él.  Los  alumnos  del  gimnasio  de  Cassel  Fueron  borran 
prestaron  poca  atención  á  este  compañero  de  sangre  deseen  su  ima 
real.  Era  poco  comunicativo  y  parecía  desorientado  y      ginación  los  re 


i-iicrdos    de   la 
infancia,   tran 
quila  al  lado  de 
sus  padres.  Co 


triste  en  su  nueva  existencia.  Además  su  familia  no 
le  daba  dinero  y  de  todos  los  alumnos  era  el  peor  ves- 
tido, lo  que  produjo  el  alejamiento  de  los  pequeños 
burgueses  alemanes.  Á  la  tendencia  democrática  de 

los  padres  se  unieron  las  preocupaciones  económicas  menzó  a  consi- 

de  la  corte  prusiana.  Una  tradición  de  la  familia  Ho-  derar  como  una 

henzoUern  que  data  de  sus  tiempos  de  miseria,  exige  época  ingrata 

que  los  príncipes  jóvenes  usen  sus  trajes  hasta  el  li-  los   ires  años 

mite  más  extremado,  ostentando  uiuis  prendas  raídas  pasados  en  un 

y  remendadas  que  humillarian  al  hijo  do  un  obrero.  viejo  castillo 

Después  de   tres  años  de  estudios  preparatorios,  de   los   alrede- 

Guillermo    se    inscribió   en  la   Universidad  de   I?onn,  dores  de   Cas 

llevando  la  vida  alegre  y  ruidosa  de  los  demás  estu-  sel,  con  el  de 

diantes.  Bebió  en  las  cervecerías  lo  mismo  que  sus  mocrático  pre 

compañeros,  tomó  parte  en  los  grotescos  duelos  esco-  ceptor  Hinzpe- 

lares,  conoció  las  aventuras  ligeras  con  el  elemento  ter,   (jue  pre- 

femenino  que  pulula  en  torno  de  las   Universidades  paraba  las  lee- 


1 

á 

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KL  KAISER,    SIB-TBNIBXTE  DE   I,A  CIARDIA 


398 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


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se  acostumbró  á  ser  con- 
siderado como  la  espe- 
ranza de  la  monarquía. 
Bisniarck,  el  enemigo 
de  sus  padres,  fué  admi- 
rado por  él,  figurando 
entre  sus  discípulos  fer- 
vientes. El  viejo  Canci- 
ller jirocuró  encumbrar- 
lo colocándole  en  punto 
;i  inñuencia  por  encima 
del  kionprintz.  Era  un 
futuro  emperador  como 
lo  había  soñado  el  férreo 
ministro.  Guillermo  por 
su  parte  empezó  á  mani- 
festar públicamente  el 
escaso  aprecio  que  le 
inspiraba  su  padre,  «dé- 
liil  soñador»  incompati- 
ble con  la  grandeza  do- 
pREPARATivos  i'ARA  UN  DüBLo  ENTRE  ESTUDIANTES  ALEMANES  mlnadora  dc  Alcmanía. 

Al  Canciller  y  al  parti- 
ciones de  él  y  su  hermano  Enrique  y  los  acompañaba  do  absolutista  les  dio  á  entender  muchas  veces  que 
á  las  clases  del  liceo.  cuando  fuese  emperador  desbarataría  todo  lo  que  su 

padre  intentase  hacer  desde  el  trono  imperial  para  li- 
beralizar las  instituciones  de  Alemania. 

Batiéndose  un  día  á  puñetazos  con  un  compañero 
de  la  Universidad  de  Bonn,  recibió  un  golpe  en  la  na- 
)-¡z  que  le  produjo  una  gran  hemorragia.  A  las  excu- 
sns  del  estudiante,  asustado  de  su  excesiva  acometivi- 
dad, contestó  con  una  ironía  cruel  para  la  princesa 
X'ictoria: 

— Me  has  hecho  un  favor.  Es  lo  que  me  quedaba  de 
sangre  inglesa  que  se  escapa  de  mi  cuerpo. 

El  viejo  Guillermo  admiraba  á  este  nieto  arrogan- 
te, pedantesco,  inquieto  y  gran  aficionado  á  las  cosas 
militares.  Sintió  por  él  ternuras  que  no  había  conoci- 
do de  padre. 
'iodo  su  afecto 
lo  concentró  en 
este  heredero 
de  segundo  gra- 


Mientras  hizo  sus  estudios  en  la  Universidad  de 
Bonn  se  trasladó  con  frecuencia  á  Berlín  para  cum- 
plir sus  deberes  en  el  regimiento  de  la  Guardia.  En 


HAIUTA('I<IN    DE    UN    K.STrDIANTÍC    Al.F.MAN 

cada  una  de  estas  apariciones,  sus  padres  se  asom- 
braron ante  la  creciente  suficiencia  de  Guillermo.  Ea 
madre,  alarmada,  ac;ib()por  reconocer  cpie  no  obstante 
sus  esfuerzos  por  librar  al  iiijo  de  la  intluencia  prusia- 
na, la  verdadera  naturaleza  de  Guillermo  iba  triun- 
fando sobre  los  cuidados  de  la  educación.  Era  un 
verdadero  Hohenzollern,  duro,  ambicioso,  sin  ternu- 
ra, arrogante  y  predispuesto  á  la  violencia.  Se  mos- 
traba respetuoso  con  su  madre,  pero  sin  confianza  y 
sin  dulzura.  Poco  á  poco  la  fué  abandonando  hasta 
unirse  con  los  que  la  criticaban.  Rodeado  de  adulado- 
res que  le  dieron  el  título  de  «príncipe  providencial», 


do,  como  sí  no 
existiese  el 
kronprintz,  su 
heredero  inme- 
diato. El  joven 
Guillermo,  á 
pesar  de  sus  19 
años,  empezó  ;'i 
asistir  á  los 
conciliábulos 
secretos  que  se 
celebraban  en 
las  habitacio- 
nes del  viejo 
emperador,  y 


CELDA    DE     RECLUSIÓN 
UNIVERSITARIA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1911 


399 


de  los  cuales  estaba  ex- 
cluido el  principe  Fritz, 
heredero  de  la  corona. 
Todas  las  semanas  hacia 
una  larga  visita  á  su 
abuelo  para  recibir  «una 
lección  de  gobierno». 
Sus  entrevistas  con  Bis- 
niarck  eran  más  fre- 
cuentes, y  en  ellas  el 
Canciller  enseñaba  á  su 
regio  discípulo  el  arte  de 
guiar  á  los  pueblos  «con 
mano  fuerte».  De  su  pa- 
dre nada  tenia  que  apren- 
der y  no  lo  consultaba 
jamás,  mostrando  en  sus 
visitas  al  hogar  paterno 
un  respeto  frió  y  cortés. 
El  principe  Federico 
y  su  esposa,  cada  vez 
más  tristes,  no  podían 
ocultar  su  amarga  de- 
cepción al  verle  figurar~lentre^sus  enemigos.  Los  dos 
esposos  se  refugiaron  en  una  intimidad  dolorosa.  El 
kronprintz,  convencido  de  que  no  conseguiría  el  afec- 
to de  este  hijo  ambicioso,  desistió  de  toda  gestión  para 
reconquistarlo.  La  madre,  cegada  por  la  predilección 
que  sentía  hacia  él,  insistió  hasta  el  último  momento. 
Con  una  tenacidad  heroica  luchó  contra  toda  clase  de 
influencias  para  sustraer  á  Guillermo  del  temible  ata- 
vismo; pero  al  hn  tuvo  que  reconocer  la  inutilidad  de 
sus  esfuerzos  y  renunciar  á  sus  ensueños  de  que  fuese 
un  monarca  pacífico  y  democrático,  á  semejanza  de 
los  reyes  de  Inglaterra,  que  hubiese  podido  asegurar 
la  tranquilidad  del  mundo. 

D 

Los  sucesos  públicos  de  Alemanin  influyeron  igual- 

mente    en    el 

cambio  de  ca- 
rácter del  jo- 
ven Guillermo. 
Después  del 
primer  delirio 
de  entusiasmo 
por  el  triunfo 
sobre  Francia, 
los  pueblos  ger- 
mánicos empe- 
zaron á  ocu- 
parse con  aten- 
rión  de  su  poli- 
tica  interna. 
El  emperador- 
rey,  que  duran- 
te los  primeros 

CT«AND.,.SB   LAS    HBUn.A.S    ..KS,.r,>  '"'^«^   ^^   ^'^   "'"" 

uBL  DUELO  (l'^d   alemana 


EL    DI  ELO 


había  procurado  ser  amable  y  conciliador  con  los  Es- 
tados germánicos,  comenzó  á  mostrarse  autoritario 
al  sentirse  definitivamente  afirmado  en  su  trono.  El 
espíritu  de  los  antiguos  HohenzoUern  revivió  en  él, 
y  como  su  Canciller  no  necesitaba  de  grandes  exci- 
taciones para  adoptar  una  política  dominadora,  la 


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BSTLDIANilOS    BEBIENDO    CERVEZA 

voluntad  absoluta  de  los  dos  viejos  pesó  sobre  los 
Estados  de  un  modo  abrumador. 

Austria,  á  pesar  de  haber  sido  vencida,  conserva- 
ba cierta  influencia  sobre  una  parte  de  Alemania  por 
medio  del  sentimiento  religioso.  El  Imperio  austríaco, 
potencia  católica,  no  podía  dejar  de  influir  en  los  Esta- 
dos alemanes  de  la  misma  religión.  El  fanatismo  lute- 
rano, por  su  parte,  consideraba  las  victorias  de  Ale- 
mania como  triunfos  del  protestantismo  sobre  el  cato- 
licismo. Ser  católico  en  los  Estados  alemanes  significó 
repentinamente  ser  amigo  de  Austria  y  de  Francia. 
Esta  acusación  popular  resultaba   injusta,  pues  los 


400 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL    MAESTRO    Y   BL    DISCÍPULO 

Bismarck,  maestro  político  del  nuevo  ícaro  Guillermo,  dándole 
conscios  para  que  no  pierda  las  alas 

(Caricatura  del  Punch,  de  Londres 

católicos  alemanes  habían  trabajado  lo  mismo  que  los 
protestantes  para  la  constitución  del  Imperio. 

Bismarck,  que  deseaba  suprimir  las  últimas  in- 
fluencias de  Austria,  se  hizo  eco  del  espíritu  protes- 
tante, atacando  á  los  católicos,  y  éstos,  á  impulsos  de 
un  sentimiento  de  defensa,  detestaron  públicamente  la 
doctrina  prusiana.  La  consecuencia  de  todo  esto  fué 
la  Kulturkampf ,  entablándose  una  lucha  religiosa 
entre  el  Canciller  y  los  católicos  alemanes.  Algunos 


JUNTOS 
Trinquemos  y  hagamos  locuras 

tCaricatura  del  XebelspiUterj  de  Zurich) 


obispos  fueron  desterrados  ó  encarcelados,  las  escue- 
las católicas  quedaron  cerradas,  muchos  profesores 
se  vieron  arrojados  de  las  Universidades,  y  numero- 
sas provincias  privadas  de  sus  sacerdotes.  Todo  el 
Imperio  se  agitó  violentamente  á  impulsos  de  la  agi- 
tación religiosa  y  de  las  recriminaciones  que  se  lan- 
zaban protestantes  y  católicos. 

El  desorden  en  que  se  vio  sumido  el  Imperio  du- 
rante el  período  de  la  Kulturliampf  sirvió  para  que 
se  desarrollase  en  Alemania  una  doctrina  que  resulta- 
ba extraña  y  nueva  en  este  país  disciplinado.  Era  el 
socialismo  revolucionario.  Guillermo  y  su  Canciller 
hicieron  alto  en  su  «cacería  de  curas» — como  decía  Bis- 
marck— ,  asustados  por  la  aparición  del  espectro  rojo. 
El  Canciller  transigió  súbitamente  con  los  católicos, 
para  dedicarse  á  la  persecución  de  los  socialistas,  in- 
tentando por  medio  de  disposiciones  violentas  arran- 
car del  suelo  alem;in  esta  germinación  inesperada. 

Los  socialistas,  irritados  por  la  brutalidad  de  las 
persecuciones,  apelaron  al  regicidio.  En  Junio  de  1878, 
el  socialista  Nobiling,  desde  una  ventana  superior  de 
la  cervecería  de  los  <  Tres  Cuervos» ,  situada  en  la  Ave- 
nida de  los  Tilos  de  Berlín,  hizo  dos  disparos  de  perdi- 
gones gruesos,  hiriendo  en  la  cabeza  y  en  los  hom- 
bros al  anciano  emperador,  acribillando  su  casco  y 
oblig¿lndolo  á  permanecer  seis  meses  en  cama  con 
agudos  dolores. 

El  kronprintz  Federico  tomó  posesión  del  poder 
como  regente  del  Imperio,  de  J^nio  á  Diciembre  de 
1878,  y  en  estos  seis  meses  de  mando  fué  cuando  el 
joven  Guillermo  se  manifestó  públicamente  como  ene- 
migo de  la  i^olitica  de  su  padre. 

Acababa  de  ser  elegido  Papa  León  XIII,  y  el  re- 
gente Federico  entabló  con  él  una  correspondencia, 
para  solucionar  las  querellas  religiosas  que  traían  di- 
vididos y  revueltos  á  los  Estados  de  Alemania.  Las 
cartas  escritas  en  Berlín  fueron  un  modelo  de  dulzu- 
ra, ñrmeza  y  prudencia  gubernamental.  Bismarck  se 
aprovechó  de  ellas  más  tarde  para  restablecer  defini- 
tivamente la  paz  religiosa,  pero  los  junquers  reaccio- 
narios que  formaban  su  partido  las  censuraron  mucho 
en  el  momento  de  ser  escritas,  presentándolas  como 
una  humillación  para  la  Alemania  protestante. 

El  príncipe  Guillermo  se  unió  con  publicidad  á  to- 
dos los  que  ci'iticaban  á  su  padre  el  regente.  Hacia 
gala  de  ser  un  fervoroso  partidario  de  Bismarck,  un 
firme  defensor  del  derecho  divino,  de  la  supremacía 
protestante,  de  todas  las  doctrinas  del  absolutismo 
prusiano.  Las  más  altas  personalidades  del  Imperio 
ayudaban  con  su  conducta  esta  actitud  del  hijo  contra 
el  padre.  Bismarck  se  expresó  particularmente  con 
violentas  invectivas  contra  el  principe  Fritz,  acusán- 
dolo de  comprometer  la  religión  protestante  y  la  se- 
guridad del  Imperio.  El  viejo  Guillermo  se  quejaba, 
desde  el  lecho  donde  le  retenían  sus  heridas,  de  la 
conducta  liberal  y  tolerante  de  su  hijo,  afirmando  que 
representaba  una  amenaza  para  las  prerrogativas 
personales  de  los  HohenzoUern. 


EL  INTERI) 


Dibujo  de  Georges  Scott.  de  la  «illu.stration*  üe  l^ans 


Un  oficial  alemán  prisionero  comparece  ante 


►  GATOHIO 


oficiales  intérpretes  que  van  á  interrogarle 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


401 


Otro  acto  liberal  del  regente  abrió  un  abismo  to- 
davía mayor  entre  él  y  los  círculos  reaccionarios  fre- 
cuentados por  su  hijo. 

El  kronprintz  consideró  que  siendo  Alemania  un 
Imperio  formado  por  hombres  de  diversas  razas  y  re- 
ligiones, el  soberano  debía  mostrarse  tolerante  y  aten- 
to de  igual  modo  con  todas  las  creencias  y  todos  los 
hombres  que  quisieran  poner  sus  facultades  al  servi- 
cio del  Estado.  El  doctor  Friedberg  era  uno  de  los 
jurisconsultos  más  eminentes  de  Alemania,  y  llevaba 
muchos  años  ocupando  un  puesto  importante  en  el 
ministerio  de  Justicia.  Había  escrito  tratados  famosos 
de  Derecho  Penal,  pero  no  obstante  sus  méritos  se 
mantenía  en  segundo  término  por  dos  razones:  profe- 
saba ideas  liberales  y  era  judío. 

A  los  pocos  días  de  ocupar  la  regencia  el  príncipe 
Federico,  asombró  y  escandalizó  á  la  aristocracia  de 
Berlín  nombrando  á  Friedberg  ministro  de  Justicia. 
Era  la  primera  vez  que  en  Prusia  llegaba  un  judío  á 
desempeñar  un  ministerio.  Guillermo  II,  que  en  los 

tiempos  actuales  es 
gran  protector  de  los 
banqueros  de  origen 
hebraico  y  tiene  como 
amigo  íntimo  y  escu- 
chado consejero  al 
israelita  Ballin,  orga- 
nizador de  las  compa- 
ñías navieras  de  Ham- 
burgo,  se  unió  en  1878 
á  los  que  protestaron 
contra  este  acto  libe- 
ral de  su  padre. 

El  movimiento  de 
la  nobleza  y  las  clases 
conservadoras  contra 
los  judíos  apasionó  á 
casi  toda  Alemania,  distrayendo  la  atención  de  la  lu- 
cha entre  católicos  y  protestantes  y  uniendo  á  unos  y 
otros  contra  los  hebreos.  Bismarck  se  mantuvo  aparte 
de  la  agitación  antisemita,  á  pesar  de  que  era  dirigi- 
da por  los  grupos  de  junquer  afectos  á  él.  En  la  obra 
que  perseguía  de  unifícación  alemana,  el  auxilio  de 
los  banqueros  judíos  le  era  necesario.  Además  sentía 
cierta  gratitud  al  recordar  lo  mucho  que  le  iiabian 
ayudado  en  sus  empresas  de  conquista.  Esta  actitud 
influyó  en  su  discípulo  el  impetuoso  Guillermo,  el 
cual,  siguiendo. indudablemente  los  consejos  del  maes- 
tro, se  abstuvo  repentinamente  de  apoyar  los  clamores 
antisemitas  de  sus  amigos. 

Cuando  el  viejo  emperador  volvió  á  encargarse 
del  poder,  él  y  su  primer  ministro  decidieron  el  casa- 
miento del  amado  discípulo,  escogiendo  para  que  fuese 
su  esposa  á  una  princesa  amable  y  robusta  de  la  di- 
nastía de  Schleswig-Holstein,  destronada  por  los  dos 
viejos.  El  emperador  sólo  consultó  por  pura  fórmula 
la  voluntad  de  los  padres  de  Guillermo.  Éstos  sabían 
que  era  inútil  toda  observación.  El  mismo  novio,  se- 

60 


LA.  EVOLUCIÓN  DE  LOS  MOSTACHOS 

El  de  Guillermo  representa  un  águila 
Imperial 

(Caricatura  del  Life,  do  Kueva  l'orkj 


EL    E.\'i:U.\IBKAMIE\T<) 
Bismarck  sonríe  ante  la  ambición  de  su  discípulo 

(Caricatura  del  líumoristtcké,  de  Praga) 

gún  parece,  no  manifestó  por  su  parte  un  interés  bien 
marcado  en  favor  de  la  princesa  designada.  La  opi- 
nión de  su  abuelo  le  interesaba  m;ís  que  la  persona  de 


Bismarck.  "No  te  excites  Inútilmente;  va  te  procuraré  yo  un  gallo 
de  veras,  el  gallo  Trances 

(Caricatura  do  Le  TribouletJ 


402 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Pfiíizcssín  Aui|u.ste  Victoria. 


friu  tirídricli  Williek, 


EL    KAISER    Y    LA    PRINCESA    AUGUSTA    VICTORIA   DE   SCHLBSWIG-HOLSTEIN    EL    DÍA    DE   SU    BODA 


SU  futuní  esposa.  El  matrimonio  se  realizó  en  Febrero 
de  1881,  instalando  Guillermo  su  residencia  personal 
en  el  Palacio  de  Miírmol  de  Postdam.  Su  vida  ordi- 
naria continuó  lo  mismo  que  antes  del  matrimonio. 
Trabajó  laboriosamente  en  su  educación  militar,  cui- 
dando al  mismo  tiempo  con  un  talento  de  actor  de 
mantenerse  y  afirmai-se  en  su  posición  de  ídolo  de  los 
elementos  de  la  Alemania  moderna. 

La  juventud  germánica  de  la  aristocracia  y  la 
clase  media  era  más  absolutista  y  violenta  que  lo 
habían  sido  sus  padres.  Lx  idolatría  de  Blsmarck  y 
los  triunfos  de  1870  influyeron  en  su  educación.  Los 
guerreros  de  las  campanas  de  Austria  y  Francia  eran 
considerados  por  estos  jóvenes  como  demasiado  libe- 
rales y  tolerantes. 

Alemania  estaba  destinada  á  dominar  el  mundo. 
Y  esta  juventud  dura  y  ambiciosa  hablaba  del  prin- 
cipe Guillermo  como  de  un  jefe  que  dirigiría  su  ge- 
neración (cuando  le  llegase  la  hora  de  ser  empera- 
dor) hacia  la  realidad  de  tales  ensueños. 


Lns  nodrizas  vistien- 
do el  pintoresco  traje  de 
Spreewald  eran  cada 
vez  más  nuineíosas  en 
la  residencia,  pues  casi 
todos  los  años  el  princi- 
pe Guillermo  ijroporcio- 
n;iba  á  la  dinastía  de 
IlohenzoUern  un  nuevo 
heredero  masculino. 

En  1887,  Guillermo, 
que  tenia  28  años,  era 
comandante  de  un  l^ata- 
llón  de  la  Guardia  y  pa- 
dre de  cuatro  robustos 
muchachos. 

La  familia  vivia  con 
cierta  estrechez.  El  vie- 
jo Guillermo,  que  no  pe- 
caba de  pródigo,  había 
señalado  á  su  nieto  una 
renta  anual  de  40.000 
marcos,  cantidad  exigua 
para  un  principe,  que  le 
obligaba  á  seguir  un  régimen  de  estricta  economía. 
La  escasez  de  dinero  favoreció  la  continuación  en  este 
hogar  del  régimen  educativo  de  los  Hohenzollern, 
duro  y  misero. 

El  príncipe  Guillermo  al  ocuparse  de  la  educación 
de  los  cuatro  hijos  que  tenia  en  1887,  se  expresaba  de 
este  modo,  como  un  económico  administrador: 

— Es  conveniente  tener  sólo  hijos,  pues  cuando  se 
tiene  una  hija  ésta  ocasiona  muchas  preocupaciones 
y  gastos.  Hay  que  tomar  una  institutriz,  una  dama 
«más  ó  menos  de  honor»  y  sostener  un  aparato  com- 
plicado. Cuando  se  tienen  muchachos  se  les  viste  del 
mismo  modo,  de  uniforme.  Se  toma  una  pieza  de  paño, 
se  corta  en  la  misma  casa  y  todos  quedan  listos. 

Poco  antes  de  morir  el  viejo  emperador,  al  visi- 
tarle su  nieto  Guillermo  el  primer  día  del  año,  hizo 
vestir  á  los  cuatro  hijos  que  tenia  en  aquella  época 
con  uniforme  de  artilleros.  En  las  mangas  del  mayor 
(el  kronprintz  actual,  que  tenía  poco  más  de  cinco 


Durante  seis  años  de  vida  conyugal  se 
mantuvo  tranquilo,  siguiendo  los  diversos 
grados  de  su  educación  militar.  En  la  resi- 
dencia de  Postdam  tenía  una  tertulia  de 
oficiales  amigos  que  se  reunían  en  su  bi- 
blioteca para  beber  y  fumar,  hablando  de 
cuestiones  militares,  de  incidentes  de  caza 
ó  de  anécdotas  algo  libres,  sin  abordar 
nunca  los  temas  serios.  En  esta  bibliote- 
ca el  mueble  más  importante  era  el  que 
contenía  los  cigarros.  Los  libros  ocupaban 
un  lugar  menos  visible. 


EL    PALACIO    DE   MARMOL 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


403 


años)  cosió  dos  galones  do  lana,  de  cabo.  La  banda 
infantil  fué  conducida  por  su  padre  ante  el  viejo  mo- 
narca, y  desfiló  en  torno  de  su  sillón  lo  mismo  que  en 
una  parada,  marcando  el  «paso  de  ganso»,  levantan- 
do la  pierna  rígida  todo  lo  que  era  posible.  El  octoge- 
nario Guillermo  lloró  de  gozo  ante  el  espectáculo.  Su 
raza  y  su  dinastía  iban  ;i  perpetuarse  con  arreglo  á  la 
tradición  de  los  Hohenzollern. 

A  pesar  de  los  entusiasmos  y  esperanzas  que  ins- 
piraba el  joven  C4uillermo  como  «príncipe  providen- 


ral,  y  durante  un  año  se  esperó  que  la  enfermedad  no 
fuese  tan  grave  como  se  habia  creído  al  principio, 
fundando  grandes  esperanzas  en  la  intervención  de 
ilustres  módicos  y  famosos  charlatanes.  El  principe 
Fritz  había  sido  elevado  por  la  simpatía  universal  al 
rango  de  héroe  de  la  civilización.  Los  pueblos  de  Eu- 
ropa deseaban  la  seguridad  de  su  vida  para  que  fuese 
emperador  y  humanizase  á  la  férrea  Alemania,  dejan- 
do de  ser  ésta  un  peligro  universal. 

En  el  seno  de  la  familia  Hohenzollern  nadie  se 


EL    MATRIMONIO    DEL    KAISER    EN    LA    CAPILLA    DEL    PALACIO    IMPERIAL    DB    UBRLIn 


(Grabjido  de  la  época) 


cial»,  su  situación  en  1887  no  era  halagtleña  para  sus 
ambiciones.  Las  vidas  de  dos  hombres  le  separaban 
del  trono.  El  abuelo,  aunque  por  ley  natural  no  podia 
subsistir  largos  años,  se  mostraba  robusto  y  entero. 
En  cuanto  al  kronprintz,  que  llevaba  una  existencia 
higiénica  y  metódica,  todos  esperaban  que  viviría 
muclio.  Do  repente  una  noticia  de  origen  misterioso 
cambió  la  situación.  Alguien  murmuró  al  oído  de  Gui- 
llermo, en  Marzo  de  dicho  año,  un  aviso  que  se  man- 
tuvo secreto  por  algún  tiempo,  y  que  indudablemente 
produjo  en  el  heredero  un  hondo  trastorno  en  el  que 
entraron  por  partes  iguales  el  estremecimiento  de  la 
ambición  y  el  amor  filial  tardíamente  despertado.  El 
principe  Fritz  estaba  enfermo  de  un  cáncer  en  la  gar- 
ganta. 

La  terrible  noticia  fué  conocida  por  el  mundo  en- 
tero algunas  semanas  después.  La  emoción  fué  gene- 


hacía  ilusiones  sobre  la  posibilidad  de  combatir  la  do- 
lencia. El  viejo  Guillermo,  que  estaba  próximo  á  la 
muerte,  compadecía  al  kronprintz,  sintiendo  renacer 
en  su  interior  las  ternuras  de  sus  primeros  años  de 
padre.  «Mi  pobre  Fritz»,  gemía  el  anciano  al  recibir 
noticias  de  Ems,  donde  estaba  en  cura  su  hijo  creyen- 
do no  tener  otra  enfermedad  que  una  afección  á  los 
bronquios. 

El  principe  Guillernio  debió  sentirse  agitado  por 
sus  pensamientos  contradictorios.  De  un  lado  la  com- 
pasión hacia,  un  padre  que  había  sido  dulce  y  toleran- 
te para  él,  de  otro  la  inevitable  satisfacción  de  verse 
próximo  á  ascender  á  un  trono  que  semanas  antes 
sólo  ora  una  esperanza  i'emota  de  su  madurez. 

Cuando  el  kronprintz  volvió  de  Ems  á  Berlín  sabia 
de  un  modo  indudable  que  su  enfermedad  era  de  cán- 
cer y  que  podia  morir  antea  de  un  año.  Como  todos 


4M 


VirP-NTE  BLASCO  IRAÑEZ 


BISMAnCK    Y    GUILLERMO    I 
El  vlelo  emperador  abraza  á  su  Canciller  al  felicitarle  por  su  cumpIeaBos 

los  hombres  de  un  temperamento  nervioso  y  expansi- 
vo, sufría  accesos  de  profunda  melancolía  aun  en  tiem- 
po ordinario.  Al  volver  de  Ems  en  Abril  de  1887,  se 
mostró  decaído  y  sin  esperanza  alguna.  Por  ley  natu- 
ral iba  á  suceder  dentro  de  poco  á  un  padre  octogena- 
rio, pero  la  muerte  salía  á  su  encuentro  cortándole 
el  camino.  Todas  las  cualidades  que  embellecen  la 
vida  masculina,  valor,  imaginación,  hermosura  viril, 
talento,  le  habían  acompañado  en  su  paso  por  la 
tierra;  y  sin  embargo,  sólo  había  conocido  la  tristeza, 
la  ingratitud  y  el  descorazonamiento.  Su  destino  re- 
cordaba la  fatalidad  que  sigue  las  huellas  de  muchos 
héroes  de  la  tragedia  antigua. 

La  esposa  del  príncipe,  por  una  predisposición  na- 
tural en  favor  de  todo  lo  inglés  y  por  desconfianza 
hacia  los  alemanes,  hizo  llamar  al  doctor  Mackenzie, 
uno  de  los  más  célebres  doctores  de  Londres. 

En  torno  del  enfermo  se  entabló  una  lucha  entre 
el  inglés  y  sus  colegas  germánicos.  Mackenzie  prac- 
ticó una  operación  en  la  garganta  del  enfermo,  y  los 
médicos  de  Berlín  lo  acusaron  de  haber  operado  en  la 
parte  sana.  Mientras  tanto  el  viejo  Guillermo,  su 
nieto  y  el  Canciller,  creyeron  oportuno  alejar  al  en- 
fermo para  impedir  la  agitación  pública.  Berlín  era 
una  confusa  Babel  de  chismes,  cuentos  y  falsas  noti- 
cias con  motivo  de  la  enfermedad  del  príncipe,  mar- 
cándose una  violenta  enemistad  entre  alemanes  é  in- 
gleses. 

La  celebración  del  jubileo  de  la  reina  de  Inglate- 
rra ofreció  una  ocasión  excelente  para  el  viaje  del 


kronpríntz.  Este  eon  su  mujer  y  sus  hijas  salió  para 
Londres  el  11  de  .Junio  como  representante  de  Alema- 
nía  en  dicha  solemnidad.  Sólo  había  de  volver  al  año 
siguiente  á  Berlín  para  coronarse  emperador.  Estuvo 
tres  meses  en  Inglaterra,  pasó  una  corta  temporada 
en  el  Tirol  austríaco  y  fué  á  instalarse  definitivamen- 
te en  San  Remo,  ocupando  la  villa  Zirio.  El  día  de  la 
llegada  fuei'on  tan  graves  los  síntomas  de  su  enferme- 
dad, que  hubo  que  llamar  por  telégrafo  al  doctor 
Mackenzie.  Éste  á  su  vez,  después  de  examinar  al 
enfermo,  consideró  grave  la  situación,  haciendo  venir 
de  Berlín  al  príncipe  Guillermo. 

Toda  Europa  concentró  su  atención  en  la  villa  de 
San  Remo.  La  curiosidad  pública  sometió  al  enfermo 
y  á  sus  acompañantes  á  una  vigilancia  inquisitorial. 
Los  periodistas  de  todas  las  naciones  establecieron 
un  cordón  de  espionaje  en  torno  de  la  villa  Zirio, 
sobornando  á  los  criados  y  los  proveedores  de  la  casa. 
Continuó  la  lucha  entre  los  médicos  ingleses  y  alema- 
nes, tomando  sus  divergencias  de  opinión  un  carác- 
ter político.  Las  acusaciones  más  insidiosas  é  infa- 
mantes eran  lanzadas  por  cada  uno  de  los  bandos 
contra  los  adversarios.  Los  alemanes  deploraban 
amargamente  el  sistema  empleado  por  los  doctores 
Howell  y  Mackenzie  para  la  curación  del  enfermo. 
Los  ingleses,  por  su  parte,  daban  á  entender  que  los 
médicos  alemanes  tenían  interés  en  acelerar  la  muer- 
te del  principe,  para  que  le  heredase  su  hijo  Guiller- 
mo del  que  eran  partidarios.  Se  habló  con  ruda  fran- 
queza de  la  posibilidad  de  un  asesinato  perpetrado 
fríamente  por  medio  de  la  ciencia.  Se  insinuaron  acu- 
saciones contra  el  joven  Guillermo,  dando  á  entender 
que  su  ambición  predominaba  sobre  la  piedad  filial.  En 
este  período,  el  futuro  emperador  de  Alemania  moti- 
vó terribles  comentarios  en  varías  naciones  de  Euro- 
pa, y  especialmente  en  Inglaterra. 

Duríinte  el  invierno  de  1887-1888,  el  mundo  pudo 
presenciar  la  agonía  paralela  de  dos  emperadores 
alemanes.  El  octogenario  Guillermo  había  llegado  al 


ALREDEUOHES    PEÍ,    PALACIO    AL    CIRCULAR    LA    NOTICIA    DEL 
FALLECIMIENTO    DEL    EMPERADOR 


HISTORIA  DE  I. A  GIJRRRA   EUROPEA  DE   1014 


405 


MUERTE    DEL    EMPERADOR    GUILLERMO 


final  de  su  larga  vida  y  se  extinguía  lentamente  en 
Berlin,  mientras  su  hijo  jadeaba  con  mortal  ronquera 
en  un  risueño  paisaje  de  la  costa  italiana.  La  cuestión 
era  saber  cuiil  de  los  dos,  Guillermo  el  viejo  ó  Fede- 
rico en  toda  la  fuerza  de  su  madurez,  se  extinguiría 
antes.  «Alemania — dice  un  cronista  de  la  época — re- 
tuvo su  aliento  para  seguir  el  desenlace  incierto  de 
esta  tragedia,  y  la  cristiandad  entera  concentró  su 
atención  sobre  los  dos  HohenzoUern  espirantes.»  El 
mes  de  Marzo,  que  es  duro  en  Alemania,  con  sus 
grandes  vientos  que  barren  las  últimas  nieves,  tendió 


TRASLACIÓN    DEL    CAnAVBK    DBL    KMi'EllADOR    A    LA    CATBDRAL 

(Grabados  de  la  época) 


al  viejo  emperador  en  su  lecho  de  muerte.  El  joven 
Guillermo,  que  había  pasado  el  invierno  entre  Berlin 
y  San  Remo  presenciando  la  decadencia  final  de  los 
dos  ascendientes,  asistió  á  los  últimos  momentos  de 
su  abuelo.  El  viejo,  al  morir,  le  habló  como  si  fuese 
su  heredero  inmediato,  haciéndole  recomendaciones 
directas  sobre  el  gobierno  del  Estado  y  de  la  familia 
HohenzoUern. 

Como  el  emperador  conocía  el  carácter  de  su  nieto, 
le  aconsejó  una  sumisión  y  una  paciencia  afectuosas 
durante  el  reinado  de  su  padre,  que  sería  corto.  Bis- 
marck  prometió  á  su  ilustre  amo  mantenerse  en  la 
Cancillería  á  pesar  de  todo  en  el  próximo  y  breve 
reinado,  á  no  ser  que  el  heredero  lo  despidiese  franca- 
mente. La  última  exhortación  del  viejo  Guillermo  en 
los  murmullos  de  la  agonía  fué  para  recomendar  á  su 
nieto  que  se  mantuviese  siempre  en  buenas  relacio- 
ui'S  con  el  Imperio  de  Rusia. 

Guillermo  I  murió  el  9  de  Marzo  de  1S8S.  Al  día 
siguiente  í'ederíco,  su  mujer  y  sus  hijas  abandona- 
ron San  Romo,  dirigiéndose  á  Berlin  en  un  tren  espe- 
cial que  llegó  en  la  noche  del  11.  Este  largo  trayecto  fué 
s.ilvado  con  una  rapidez  desconocida  hasta  entonces 
(MI  los  ferrocarriles  de  Europa.  El  nuevo  soberano  mo- 
ribundo llegaba  del  país  del  sol,  bajo  las  tormentas 
úo  nieve  de  Marzo,  para  desempeñar  su  rápido  papel 
de  emperador  fantasma.  «El  marido  de  la  inglesa» 
iba  ii  reinar  durante  99  días  sobre  una  corte  que  le 
había  detestado,  teniendo  por  colaborador  al  ministro 
de  su  padre,  que  era  su  mayor  enemigo.  Además,  ha- 


¿106 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


FEDERICO    III    EN    EL    PARQUE    DBl.    PALACIO    DE    CHARLOTTBNBURGO 


bía  de  ver  todos  los  días  á  los  médicos  alemanes,  acu- 
sados por  lina  parte  de  la  opinión  europea  de  querer 
acelerar  el  término  de  su  existencia.  Un  hijo  impa- 
ciente rondaba  en  torno  de  él,  pensando  á  todas  horas 
en  su  próximo  advenimiento  al  trono. 

El  emperador  Federico  III  se  instaló  en  el  palacio 
de  Charlottenburgo,  preparado  á  toda  prisa  para  re- 
cibir al  enfermo.  Después  de  dar  una  proclama  titu- 
lada «A  mi  pueblo»,  tuvo  varias  conferencias  con  su 
hijo  Guillermo  y  con  Bismarck.  Estas  entrevistas  fue- 
ron secretas,  pero  se  supo  que  muchas  veces  quedaron 
cortadas  por  agrias  y  tempestuosas  discusiones. 

La  salud  general  de  Federico  se  sostenía  en  estos 
dias.  Todavía  le  era  posible  hablar,  aunque  con  voz 
ronca  y  penosa.  El  caballeresco  emperador,  conven- 
cido de  su  próximo  fin,  contempló  la  llegada  de  la 
muerte  con  una  calma  intrépida,  em- 
pleando los  pocos  días  que  le  restaban  en 
la  llberalización  de  Alemania.  Por  des- 
gracia la  falta  de  tiempo  y  la  terrible  do- 
lencia no  le  permitieron  hacer  grandes 
cosas.  Hasta  los  últimos  momentos  dedicó 
una  atención  y  una  regularidad  sorpren- 
dentes á  todos  sus  deberes  de  jefe  de  Es- 
tado. Lo  mismo  en  Charlottenburgo  que 
más  tarde  en  Postdam,  dedicó  dos  horas 
por  día,  á  pesar  de  sentirse  moribundo,  á 
las  audiencias  de  ministros  y  altos  fun- 
cionarios. La  parte  más  considerable  de 
tiempo  la  pasaba  en  su  biblioteca,  estu- 
diando los  documentos  de  Estado  y  escri- 
biendo sus  memorias. 

La  historia  melancólica  de  estos  99  dias 
de  reinado  nos  muestra  al  principe  Gui- 
llermo «expuesto  en  plena  luz,  sobre  las 
gradas  del  trono,  pero  silencioso  y  casi 
siempre  inmóvil». 


El  escritor  norteamericano  Harold  Fre- 
dcric,  que  fué  uno  de  sus  primeros  pane- 
giristas cuando  ocupó  el  trono  imperial, 
dice  sin  embargo  al  describir  el  corto 
reinado  de  Federico  III:  «El  mundo  ha 
hablado  mucho  de  la  conducta  desnatura- 
lizada que  observó  Guillermo  con  su  ma- 
dre, de  su  actitud  dura  en  presencia  de 
los  terribles  sufrimientos  de  su  padre,  de 
su  simpatía  hacia  los  que  invectivaban 
con  más  violencia  al  doctor  Mackenzie. 
Se  han  contado  muclias  anécdotas  sobre 
su  conducta  poco  filial  en  San  Remo  y 
sobre  su  deseo  impaciente  de  arrancar 
de  las  manos  de  su  padre  las  riendas 
del  poder.  En  Agosto  de  1889,  la  A^^i-m- 
v&lle  Revue  insinuó  en  un  articulo  que 
los  que  rodeaban  al  enfermo  imperial 
temblaban  cuando  veían  entrar  á  Gui- 
llermo en  la  habitación  de  su  padre,  por 
miedo  á  que  le  exigiese  bruscamente  el 
establecimiento  de   una  regencia.» 

En  realidad,  Guillermo  empezaba  á  encontrar  algo 
largos  los  dias  del  reinado  de  su  padre.  Bismarck, 
más  sereno  y  previsor,  tuvo  que  aconsejarle  pruden- 
cia para  que  no  amargase  los  últimos  momentos  del 
soberano  exigiéndole  la  transmisión  del  mando.  Una 
petición  de  este  género  hubiese  provocado  la  cólera 
de  Federico  III,  que  anonadado  y  sin  voz  quiso  ser 
rey  hasta  su  última  hora. 

El  15  de  Junio  de  1888,  á  la  caída  de  una  tarde  obs- 
cura y  lluviosa,  la  gran  bandera  amarilla  que  ondeaba 
sobre  el  palacio  de  Postdam  se  arrió  para  anunciar 
que  el  octavo  rey  de  Prusia  había  cesado  de  existir. 

Llegaba  para  el  principe  Guillermo  el  momento 
deseado.  Los  ayudantes  corrieron  de  un  lado  á  otro. 
Las  tropas  colocadas  en  el  parque  y  en  el  interior  del 


I 


BL  PUBLICO  LEYENDO  EL  ÚLTIMO  PARTB  DE  LA  ENFERMEDAD  DE  FEDERICO  Ul 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


407 


palacio  formaron  en  batalla,  situando 
destacamentos  en  cada  nna  de  las  puer- 
tas. Un  cordón  de  hierro  aisló  del  resto 
del  mundo  el  Friedrichskron,  nombre  con 
que  habia  sido  bautizada  la  residencia 
del  emperador  difunto. 

Guillermo  II,  tercer  emperador  de  Ale- 
mania y  noveno  rey  de  Piusia,  se  cuidó 
ante  todo  de  hacer  sentir  su  autoridad  ;i 
los  miembros  de  la  familia.  Su  madre  la 
emperatriz  quedó  arrestada  en  sus  habi- 
taciones en  compañia  de  sus  hijas,  pues  á 
un  arresto  equivalió  la  orden  formulada 
brutalmente  por  los  ayudantes  del  nuevo 
emperador  para  que  no  se  moviesen  de 
las  piezas  que  ocupaban. 

Mientras  tanto  Guillermo,  sin  cuidarse 
del  cadáver  de  su  padre,  todavía  caliente, 
se  dedicó  al  registro  de  los  muebles  del 
difunto,  buscando  toda  su  corresponden- 
cia y  papeles  íntimos. 

Después  de  tales  actos  de  piedad  filial,  tomó  asien- 
to para  redactar  sus  proclamas  á  la  Marina  y  al  Ejér- 
cito. 

o 

«Durante  los  tres  dias  que  transcurrieron  entre  la 
muerte  y  el  entierro  de  Federico — dice  Harold  Frede- 
ric,  no  obstante  ser  un  escritor  marcadamente  favora- 
ble á  Guillermo  II — ,  el  mundo  no  vio  ni  oyó  de  su  su- 
cesor otras  cosas  que  las  dos  proclamas  al  Ejército  y 
la  Marina.  La  cosa  fué  realmente  extraña.  Equivalió 
á  un  bofetón  asestado  á  la  cultura  del  siglo  XIX,  la 
actitud  de  este  joven  que  recibía  el  pesado  encargo  de 
gobernar  un  Imperio  rico  en  progresos  civilizadores, 
é  inauguraba  su  actuación  del  modo  más  bárbaro.  En 
un  pais  donde  nació  el  arte  de  la  imprenta,  en  esa 
Alemania  donde  trabajó  Dúrero,  donde  Léssing  pre- 


BL    ENTIERRO 


lUralmdus  de  la  época) 


LA    CÁMARA    MORTUORIA    DE    FEDERICO    III 

paró  la  noble  serie  de  poetas  en  la  que  Goethe  ocupa 
el  primer  lugar  y  Wágner  no  es  el  último,  resultaba 
monstruoso  que  un  joven  elevado  al  rango  de  sobera- 
no no  viese  otra  cosa  digna  de  atención  que  las  co- 
lumnas de  tropas  y  las  máquinas  de  guerra.» 

El  contenido  de  las  dos  proclamas  surgiendo  de  las 
prensas  casi  al  mismo  tiempo  que  la  noticia  de  la 
muerte  del  emperador,  correspondió  á  la  precipita- 
ción con  que  habían  sido  redactadas  y  lanzadas  al 
público. 

Guillermo  hacia  en  ellas  un  largo  elogio  de  su 
abuelo,  sólo  dedicaba  á  su  padre  un  débil  recuerdo,  y 
glorificaba  los  hechos  de  armas  y  las  hazañas  de  sus 
antepasados  más  lejanos  diciendo  á  las  tropas:  «Xos 
pertenecemos  el  uno  al  otro,  yo  y  el  ejército.  Hemos 
sido  creados  el  uno  para  el  otro,  y  permaneceremos 
firme  é  inseparablemente  unidos,  asi  le 
plazca  á  Dios  darnos  la  calma  ó  la  tor- 
menta.» 

Como  dice  el  autor  ya  citado,  «el  mili- 
tarismo triunfante  resonaba  en  cada  linea 
de  las  proclamas.  El  mundo  oyó  á  este 
joven  que  se  glorificaba  de  ser  el  Señor 
de  la  guerra,  con  un  sentimiento  que  fué 
modificándose  según  la  distancia,  en  di- 
versas gradaciones.  Los  más  próximos 
llevaron  la  mano  á  la  empuñadura  de  la 
espada;  los  más  lejanos  sonrieron  desde- 
ñosamente; pero  todos,  vecinos  ó  lejanos, 
adivinaron  unánimemente  que  los  dias  de 
amenaza  y  de  violencia  iban  á  amanecer 
en  Alemania». 

Europa  miró  con  cierta  inquietud  el  en- 
tronizamiento de  este  emperador  joven, 
abundante  en  palabras  y  gestos,  como  un 
actor,  que  se  complacía  en  sembrar  la 
alarma  y  el  miedo,  y  mostraba  por  sus 


408 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL    KAISEK    LEYENDO    SU    PRIMER    DISCURSO    EN    EL    RBICH8TAG 

(üiabado  de  la  época) 


SUS  palabras  y  bus  gestos,  convergía 
eu  otro  individuo,  el  imperial  actor,  con 
una  acción  ruidosa,  procuraba  acapa- 
rar de  nuevo  la  atención  de  los  espec- 
tadores. 

Tan  familiarizada  llegó  á  estar  la  cu- 
liosidad  pública  con  este  personaje,  que 
hasta  creyó  innecesario  emplear  su  nom- 
bre. Bastó  decir  El para  que  todos 

adivinasen  al  soberano  incansable,  de 
fíima  mundial,  aspectos  proteicos  y  am- 
liiciones  infinitas,  que  se  ha  levantado 
todas  las  mañanas  durante  un  cuarto  de 
siglo  con  el  propósito  de  hacer  hablar 
de  su  persona  á  la  humanidad  entera  y 
procurarse  «una  buena  prensa»,  lo  mis- 
mo que  un  artista  que  cultiva  su  renom- 
bre y  teme  las  injurias  del  olvido. 

Desconcierta  su  personalidad  por  lo 
compleja  y  contradictoria.   Pueden  de- 
cirse de  él,  á  un  mismo  tiempo,  elogios 
y  censuras,  pues  como  todos  los  hom- 
bres faltos  de  equilibrio,  ha  realizado  en  un  mismo  día 
los  gestos  más  contradictorios  y  pronunciado  las  pa- 
labras más  antagónicas.  Unas  veces  se  expresa  como 
un  burgrave  de  la  Edad  Media  y  otras  hace  gala  de 
la  mentalidad  extremadamente  moderna  de  un  ciuda- 
dano de  los  Estados  Unidos.  En  ciertos  períodos  quiso 
ser  el  «Señor  de  la  guerra»,  el  apóstol  de  la  fuerza, 
amenazando  al  mundo,  como  si  hubiese  desaparecido 


ejércitos  un  entusiasmo  pueril,  semejante  al  de  un 
niño  que  posee  numerosos  juguetes.  Al  sentimiento 
de  inquietud  vino  á  unirse  la  aversión  producida  por 
su  conducta  con  los  padres.  Todos  comentaban  su 
dura  impaciencia  ante  la  enfermedad  de  Federico,  su 
arrogancia  desnaturalizada  con  la  madre  en  los  pri- 
meros días  de  viudez,  la  tranquilidad  con  que  apenas 
subido  al  trono  había  suprimido  de  un  plumazo  lo 
poco  de  bueno  y  de  liberal  que  pudo  realizar  su  pre-  de  él  todo  vestigio  del  derecho.  Á  continuación  fué  el 
decesor  en  tres  meses  de  torturas  y  de  reinado.  evangelista  de  la  paz,  manifestando  públicamente  su 

«El  mal  hijo»  fué  el  titulo  con  que  le  designaron 
todas  las  cortes  de  Europa.  Como  Guillermo  se  dedicó 
á  viajar  apenas  se  vio  emperador,  creyendo  recoger 
en  todas  partes  simpatías  unánimes,  los  ecos  de  la 
reprobación  general  fueron  saludando  sus  pasos.  El 
príncipe  de  Gales  se  marchó  de  Viena  por  no  encon- 
trarse con  este  sobrino  antipático  que  había  amar- 
gado la  existencia  de  su  hermana.  El  heredero  de  la 
corona  de  Rusia  atravesó  Berlín  dos  veces  sin  avi- 
sarle su  paso  y  sin  querer  descender  del  vagón. 

El  Papa  aun  lo  juzgó  con  mayor  severidad.  Cuan- 
do el  nuevo  César  alemán  le  impuso  brutalmente  su 
visita,  León  XIII,  fino  observador  de  los  hombres,  lo 
apreció  al  primer  golpe  de  vista. 

Hablando  con  sus  íntimos  días  después,  dijo  el 
Pontífice  con  una  clarividencia  profética: 

— Es  un  joven  petulante  y  vano,  cuyo  reinado  ter- 
minará con  grandes  desastres. 


XI 


El 


Durante  veinticinco  años  consiguió  Guillermo  II 
queel  mundo  entero  se  preocupase  de  él  á  todas  horas. 
Cuando,  la  opinión  universal,  fatigada  de  comentar 


EL    OKSTO    TERUIBLE 

(Caricatura  ile  Le  Cri  de.  Paria) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


409 


adhesión  á  todos  los  que  trabajan  por  la  concordia 
humana. 

Hay  que  reconocer  que  su  actividad  incansable  y 
un  tanto  loca  contribuyó  poderosamente  al  enorme 
desarrollo  de  su  pais.  Pero  hay  que  aceptar  igual- 
mente que  esta  actividad  desordenada  é  imprudente 
ha  conducido  al  Imperio  alemán  á  ocupar  una  situa- 
ción odiosa  en  el  mundo,  viéndose  aislado  de  todos  los 
pueblos  por  el  recelo  y  la  antipatía  que  inspiran  sus 
actos. 

a 

Cuando  Guillermo  II  subió  al  trono,  muchos  obser- 
vadores juiciosos  adivinaron  que  no  tardarla  en  pro- 
ducirse un  rompimiento  entre  el  nuevo  emperador  y 
el  omnipotente  Bismarck.  Las  más  cariñosas  relacio- 
nes unían  al  viejo  maestro  y  al  discípulo.  Su  reciente 

colaboración  con- 
tra la  política  de 
Federico  III  los 
habla  juntado,  to- 
davía más,  con  un 
afecto  de  cóm- 
plices. 

El  Canciller  es- 
taba acostumbra- 
do á  considerar  el 
Imperio  de  Ale- 
mania como  algo 
propio  de  la  fa- 
milia Bismarck, 
comanditaria  de 
la  familia  Hohen- 
zoUern.  Los  em- 
peradores eran  los 
socios  capitalis- 
tas, que  recibían 
honores,  ganan- 
cias: los  Bismarck 
los  socios  industriales,  que  por  un  derecho  indiscuti- 
ble debían  poseer  eternamente  la  dirección  de  la  em- 
presa. Nunca  al  viejo  Guillermo  se  le  había  ocurrido 
prescindir  de  los  servicios  del  famoso  Canciller.  Cuan- 
do su  duro  carácter  de  soldado  le  hacía  discutir  y  cho- 
car con  el  terrible  colaborador,  bastaba  que  éste 
lanzase  la  palabra  «dimisión»  para  que  al  momento 
se  restablecieran  las  relaciones  amistosas,  francas, 
leales  y  simples. 

Los  dos  viejos  se  amaban  recíprocamente:  sentían 
una  mutua  gratitud  por  lo  que  se  habían  ayudado  en 
sus  respectivas  carreras.  El  diplomático  había  encon- 
trado en  el  rey  de  Prusia  un  amo  que  tenía  fe  en  su 
talento,  siguiéndolo  á  través  de  las  aventuras  más 
audaces.  Guillermo,  por  su  parte,  de  pobre  rey  de 
Prusia  había  llegado  á  convertirse  en  el  primer  sobe- 
rano de  Europa,  gracias  á  los  esfuerzos  de  su  colabo- 
rador. Jamás  se  le  ocurrió  sentir  envidias  ni  recelos 
al  ver  que  Bismarck  resultaba  más  famoso  que  él  y 
era  objeto  de  mayores  homenajes  de  entusiasmo  al  _ 


-¡HE   AQUÍ    UN    emperador! 

(Caricatura  del  Life,  de  Nueva  Turk) 


EL    MOUEKNO    GüLLIVBR 

(Caricatura  del  /■'»»,  de  Londres) 

comparecer  ante  el  pueblo  alemán.  Rudo  y  falto  de 
tacto,  en  muchas  circunstancias  de  su  vida  el  Canci- 
ller mostró,  sin  embargo,  ciertos  miramientos  con  el 
viejo  monarca,  para  no  herir  su  amor  propio.  Duran- 
te diez  y  ocho  años  se  abstuvo  de  asistir  á  las  funcio- 
nes de  la  Ópera  cuando  estaba  presente  Guillermo  I, 
por  temor  de  que 
las  ovaciones  po- 
pulares con  que 
era  saludado  pu- 
diesen herir  la 
sensibilidad  de  su 
regio  patrón. 

El  gran  minis- 
tro que  guardaba 
entre  sus  manos 
toda  la  autoridad 
de  Alemania,  co- 
menzó á  sentir  la 
más  humana  de 
las  pasiones,  la 
ambición  pater- 
nal, descando  fun- 
dar una  dinastía 
que  heredase  su 
enorme  poderío. 
LosHohenzollern 
al  sucederse  en  el 
trono,  encontra- 
rían siempre  una 
grada  más  abajo  .^^  soy  yo! 

.a   los    Bismarck,  (Caricatura  dol  .iYf6eI»j)a:íer,  de  Zurich) 

&l 


410 


VICENTE  BLASCO  ÍBAÑEZ 


sus  eternos  cancilleres.  El  viejo  Guillermo  I  había 
visto  en  su  nieto  el  sucesor  deseado.  Bismarck  con- 
taba con  su  hijo  mayor  Heriberto,  en  el  que  parecían 
reproducirse  algunas  de  sus  facultades,  especialmen- 
te la  rudeza  de  carácter,  la  libertad  de  maneras  y 
una  gran  fuerza  para  el  trabajo.  Este  joven  robusto, 
gran  aficionado  á  los  placeres  y  de  una  audacia  des- 
concertante, tenía  diez  años  más  que  Guillermo  II, 
pero  se  había  educado  en  compañía  de  él,  con  igual 
intimidad  que  los  hijos  de  dos  consocios  unidos  por 
los  negocios  comunes.  . 

La  esposa  de  Guillermo  II  detestó  á  Bismarck  á 
causa  de  su  hijo.  El  conde  Heriberto  fué  el  compa- 
ñero de  aventuras  de  Guillermo,  el  que  le  acompañó 
antes  de  su  matrimonio  y  años 
después  en  las  fáciles  aventuras 
de  la  vida  nocturna  de  Berlín. 

El  poder  enorme  que  el  prínci- 
pe de  Bismarck  había  ejercido 
sobre  el  viejo  Guillermo  iba  á 
parecer  poca  cosa  comparado  con 
la  autoridad  que  creía  haberse 
asegurado  sobre  el  nieto  con  su 
apoyo  y  sus  lecciones.  Sería  el 
Canciller  del  Imperio  hasta  el  úl- 
timo instante  de  su  vida.  Luego 
su  hijo  Heriberto  disfrutaría  en  el 
siglo  XX  de  la  misma  omnipoten- 
cia gozada  por  él  en  la  segunda 
mitad  del  siglo  XIX. 

Con  el  advenimiento  de  Guiller-  • 
rao  II  al  trono,  el  poderío  de  los 
Bismarck  llegó  á  los  limites  más 
extremados.  Alemania  era  suya. 
El  Canciller  empezó  á  manifestar 
las  decadencias  de  la  vejez.  Con- 
servaba el  talento  de  siempre  para  los  grandes  nego- 
cios, pero  el  largo  ejercicio  de  un  poder  absoluto  había 
desarrollado  los  defectos  de  su  carácter,  dejando  al 
descubierto  las  más  pequeñas  y  despreciables  pasio- 
nes. El  primer  diplomático  de  Europa  descendía  á 
preocuparse  de  las  intrigas  y  murmuraciones  de  la 
corte.  Un  mezquino  espíritu  de  venganza  influía  mu- 
chas veces  en  sus  decisiones.  Él  y  su  hijo,  durante  el 
corto  reinado  de  Federico  III,  habían  tenido  que  sufrir 
desdenes  de  los  liberales  amigos  del  emperador  enfer- 
mo, que  ocuparon  momentáneamente  el  primer  lugar. 
Al  sucederle  Guillermo  II,  la  vanidad  herida  de  los 
dos  quiso  vengarse  de  tales  afrentas,  y  se  valieron 
del  nuevo  emperador  como  de  un  instrumento  para 
el  castigo  de  sus  adversarios. 

Guillermo  II,  dominado  por  el  entusiasmo  activo 
y  ruidoso  que  despertó  en  él  su  nueva  situación,  nece- 
sitaba de  Bismarck  y  su  hijo.  Todo  el  tiempo  lo  em- 
pleaba en  satisfacer  sus  dos  aficiones  predilectas,  la 
oratoria  y  los  viajes,  pronunciando  discursos,  incohe- 
rentes las  más  de  las  veces,  que  sumían  á  Europa  en 
justa  confusión,  ó  visitando  las  principales  cortes.  El 


joven  emperador,  por  inconsciencia  (pues  no  es  creí- 
ble que  llegase  á  tanto  su  deslealtad  filial),  se  prestó 
á  toda  clase  de  venganzas  contra  la  memoria  de  su 
padre.  No  sólo  fueron  suprimidas  las  iniciativas  libe- 
rales de  Federico  III.  Su  viuda  quedó  relegada  en  una 
especie  de  destierro  con  el  título  de  emperatriz  Fede- 
rico, y  los  edificios  públicos  que  habían  recibido  ün 
título  de  él  fueron  rebautizados. 

Federico  III  quiso  morir  en  el  palacio  de  Postdam, 
donde  habían  vivido  él  y  su  esposa  y  nacido  todos  sus 
hijos.  Era  el  llamado  Palacio  Nuevo,  levantado  por 
Federico  el  Grande;  construcción  célebre  á  causa  de 
su  gran  cúpula,  que  obtuvo  en  el  siglo  XVIII  una  fama 
igual  á  la  de  la  Torre  Eiffel  en  nuestros  tiempos.  Esta 
fama  no  obedecía  á  razones  in- 
dusti'iales  ni  científicas.  Tuvo  por 
única  base  las  tres  figuras  fe- 
meninas que  sostienen  sobre  la 
cúpula  una  enorme  corona  real, 
y  que  representan  un  insulto  en 
bronce  lanzado  por  Federico  el 
Grande  á  las  tres  mujeres  más 
poderosas  de  su  época.  Las  tres 
figuras  desnudas  tienen  los  mis- 
mos rostros  de  la  zarina  Elisabeth 
de  Rusia,  la  emperatriz  María 
Teresa  de  Austria  y  la  marquesa 
de  Pompadó'ur,  amante  del  rey  de 
Francia,  cada  una  de  ellas  con 
las  esfericidades  del  dorso  vuel- 
tas hacia  su  país  natal.  El  famoso 
rey  de  Prusia  quiso  vengarse  con 
esta  ironía  grosera  de  las  tres 
mujeres  que  lo  habían  lanzado  en 
la  guerra  de  los  Siete  Años.  El 
espléndido  edificio,  rodeado  de  los 
viejos  bosques  de  su  parque,  es  la  residencia  más 
hermosa  de  Prusia,  y  por  esto  la  amaba  el  román- 
tico Fritz,  padre  de  Guillei-mo  II.  Quince  días  antes 
de  su  muerte  díó  un  decreto  ordenando  que  el  Palacio 
Nuevo — que  no  merecía  este  título  por  tener  más  de 
un  siglo  de  existencia — se  llamase  en  adelante  Frie- 
drichskron  (Corona  de  Federico),  en  honor  del  gran 
rey  prusiano.  Uno  de  los  primeros  actos  de  Guiller- 
mo II  fué  suprimir  este  nombre,  volviendo  á  llamarle 
Palacio  Nuevo,  á  pesar  de  su  vejez. 

Con  resoluciones  menos  pueriles  demostraron  él  y 
Bismarck  su  dureza  contra  el  difunto  emperador.  Al- 
gunos amigos  de  Federico  III  publicaron  fragmentos 
de  las  memorias  escritas  por  éste  y  fueron  persegui- 
dos y  encarcelados  como  reos  de  alta  traición,  com- 
pareciendo ante  el  tribunal  imperial  de  Leipzig,  que 
á  pesar  de  las  exigencias  de  Bismarck,  tuvo  que  ab- 
solverlos. En  cambio  el  joven  emperador  y  su  Can- 
ciller protegieron  visiblemente  á  los  amigos  infieles 
é  ingratos  del  emperador  difunto.  El  judío  Friedberg, 
que  con  gran  escándalo  de  los  conservadores  prusia- 
nos había  sido  nombrado  rainisti'o  por  Federico  III  en 


LA  NUEVA  ÁGUILA  ALEMANA 

(Caricatura  del  Life,  de  Nueva  York 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


411 


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412 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


un  sentimiento  á  otro.  En 
público  tributaba  gran- 
des muestras  de  respeto 
y  admiración  al  Canci- 
ller, pero  en  ciertos  mo- 
mentos parecía  reflexio- 
nar, afirmando  con  tono 
sombrío  de  amenaza: 

— No  hay  en  este  país 
más  que  un  solo  amo,  y 
ese  amo  soy  yo. 

8u  mania  oratoria  le 
hizo  revelar  en  algunas 
ocasiones  el  verdadero 
fondo  de  su  pensamien- 
to. Los  que  le  conocían 
bien,  adivinarojí  que  la 
imagen  de  Bismarck  co- 
menzaba á  vivir  fija 
como  una  obsesión  pe- 
nosa en  el  fondo  de  su 
memoria.  La  autoridad 
del  antiguo  maestro  pe- 
saba sobre  sus  nervios 
de  un  modo  irresistible. 
Cuando  se  mostraba  pen- 
sativo y  ceñudo,  sus  íntimos  se  preguntaban  si  esta 
preocupación  era  por  los  negocios  de  Estado  ó  por  la 
tutela  gloriosa  éirresistible  de  Bismarck. 

Al  pronunciar  uno  de  sus  muchos  discursos  en  un 
banquete  organiztido  por  la  Dieta  de  Braudemburgo,  el 
regio  orador,  que  una  vez  que  toma  la  palabra  no  sabe 
hasta  dónde  puede  ir,  despertíindo  la  inquietud  ó  la 
desesperación  de  sus  ministros,  alzó  sin  querer  una 
punta  del  velo  que  ocultaba  su  pensamiento.  Su  dis- 
curso poético  y  dulzón  se  hizo  de  pronto  agresivo. 
Hablaba  de  un  reciente  viaje  por  el  mar,  de  sus  re- 
flexiones nocturnas  sobre  el  puente  del  navio,  de  su 


TTNO    DE    LOS    ÚLTIMOS    TiltUNFOS    PAULA  MEXTAKIOS    DE    BI.'íMARCK 
Los  diputados,  y  entre  ellos  el  general  Moltke,  le  felicitan  después  de  uno  de  sus  discursos  en  el  Relchstag 

((¡rallado  dtí  la  época) 

su  época  de  regente,  y  el  escritor  Gustavo  Freytag, 
su  compañero  y  secretario,  dieron  el  repugnante  es- 
pectáculo de  ponerse  al  servicio  de  Guillermo  y  su 
ministro  para  ennegrecer  la  memoria  del  antiguo 
protector,  publicando  supuestas  revelaciones  hechas 
en  la  intimidad. 

P2ste  proceder  demostró  una  vez  más  el  verdadero 
carácter  de  los  prusianos,  que  sólo  conocen  la  amis- 
tad y  la  lealtad  cuando  proporcionan  un  resultado 
positivo,  y  se  hallan  prontos  á  servir  á  un  nuevo  amo 
é  insultar  al  antiguo  si  les  aporta  algún  provecho.  Un 
alto  funcionario.de  Berlín  se  expresó  así  al  comentar 
la  conducta  de  Freytag  y  Friedberg: 

— Cuando  dos  hombres  ilustrados  proceden  de  tal 
modo  contra  la  memoria  de  su  protector,  nada  tiene 
de  extraordinario  que  se  nos  considere  á  los  prusia- 
nos en  el  extranjero  como  una  manada  de  lobos  pron- 
tos á  devorar  á  todo  compañero  que  cae. 


Guillermo  II  siguió  mostrando  el  entusiasmo  de 
siempre  por  el  viejo  Canciller  y  la  misma  amistad  de 
los  primeros  años  por  su  hijo  Heriberto.  En  su  ince- 
sante actividad  el  inquieto  emperador  iba  personal- 
mente de  buena  mañana  á  sorprender  al  uno  ó  al  otro 
en  el  lecho,  entablando  largas  y  amistosas  pláticas. 
Nunea.el  Canciller  se  había  considerado  tan  fuerte. 
Y  sin  eiirbargo,  en  la  corte  de  Prusia  eran  cada  vez 
más  numerosos  los  que  se  expresaban  abiertamente 
contra  él,  considerando  próxima  su  desgracia.  Conta- 
ban con  el  carácter  desequilibrado  y  vehemente  del 
joveft-empeméor-y-éispuesto  á  pasar  con  facilidad  de 


#^^ 
h 


BISMARCK    V    LA    POLÍTICA    DE   GUILLERMO 
—En  un  año  me  ha  complicado  el  mapa  de  Alemania 

(Caricatura  del  Fíyaro,  de  Vieua) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


413 


conversación  con  la  inmensidad  estrellada  del  cielo, 
,  que  le  hacia  sentir  en  el  alma  «un  celo  ardiente  por 
gobernar  con  misericordia  y  justicia,  bajo  la  mirada 
de  la  Providencia  divina,  y  para  el  bien  de  todo  su 
pueblo».  De  pronto  se  detuvo  como  si  acabara  de  cor 
tarse  esta  fuente  de  retórica,  fácil  y  agradable.  Ijaii- 
zó  en  tornó  de  él  una  mirada  amenazadora  y  dijo  con 
voz  fosca: 

—Todos  los  que  me  quieran  ayudar  á  cumplir  mis 
grandes  deberes  serán  bien  recibidos;  pero  los  que 
se  opongan  á  mis  deseos,  pueden  ponerse  en  guardia, 
porque  pienso  hacerlos  pedazos. 

Los  oyentes  quedaron  espantados  por  la  inespera- 
da amenaza.  Los  repórters  no  se  atrevieron  á  trans- 
cribir tales  palabras  en  sus  periódicos,  creyéndolas 
una  torpeza  de  orador  que  no  sabía  cómo  continuar 
su  discurso.  Pero  ÍTuillermo  las  restableció  por  su  pro- 
pia mano  en  el  relato  publicado  por  el  diario  ottcial. 

Estas  amenazas  produjeron  en  toda  Alemania  una 
impresión  penosa.  La  mayoría  creyó  que  iban  dirigi- 
das á  los  socialistas  en  particular  y  á  todos  los  que  en 
el  Reichstag  pretendían  hacer  oposición.  Los  que  es- 
taban enterados  de  los  secretos  de  la  corte  sonrieron 
misteriosamente.  Unas  semanas  después  el  Canciller 
de  hierro  tenía  que  abandonar  el  poder  para  siempre. 
Era  Bismarck  el  que  Guillermo  II  quería  hacer  pe- 
dazos. 


Á  nuevo  Imperio  nuevos  servidores.  Guillermo 
sentía  la  ansiedad  innovadora  del  hombre  moderno 
que  se  apresura  á  cambiar  las  maquinarias  y  los  pro- 
cedimientos venerables  que  hicieron  la  fortuna  de  sus 
ascendientes. 

El  viejo  Moltke,  silencioso,  enfurruñado  y  poco 
amigo  de  exhibiciones,  se  dio  cuenta  inmediatamente 
de  su  inutilidad  junto  á  este  soberano  joven,  ávido  de 
novedades.  Bastó  una  in- 
directa de  Guillermo  á  sus 
muchos  años  cargados  de 
gloria,  para  que  presenta- 
se la  dimisión  de  jefe  del 
Estado  Mayor,  basándoLi 
en  que  «su  edad  no  le  per- 
mitía ya  montar  á  caba- 
llo». El  soberano  se  apre- 
suró á  admitirla  con  acom- 
pañamiento de  grandes 
honores  para  el  héroe  ale- 
mán. Su  sucesor  fué  el  ge- 
neral Waldersee,  favorito 
del  nuevo  emperador. 

Waldersee,  casado  con 
una  rica  norte-america- 
na, daba  grandes  fiestas 
en  Berlín,  ;i  las  que  asis- 
tía lo  mejor  de  la  aristo- 
cracia. En  sus  salones  se 
trabajaba  francamente 


BISíIARCK    EN    LA    ÉPOCA    DR   SU    RUPTURA    CON    EL    EMPERADOU 

contra  Bismarck,  y  la  conspiración  era  apoyada  por 
todas  las  mujeres  de  la  familia  imperial.  La  empera- 
triz Federico  animaba  los  trabajos  con  su  antiguo  odio 
contra  el  Canciller.  Su  nuera,  la  emperatriz  actual, 
á  impulso  de  los  celos,  sentía  igual  predisposición 
contra  los  Bismarck,  acusando  á  Heriberto  de  corrup- 
tor de  su  marido.  Hasta 
la  valetudinaria  empera- 
triz, esposa  del  viejo  Gui- 
llermo, próxima  á  la  tum- 
ba, aprobaba  la  guerra 
contra  el  ministro  de  su 
nieto.  El  cariicter  piadoso 
y  sencillo  do  la  anciana 
había  abominado  siempre 
de  las  violencias  de  Bis- 
marck y  de  su  genio  bár- 
li;iro. 

Ll  Canciller  se  daba 
cuenta  del  gran  trabajo 
de  destrucción  que  se  rea- 
lizaba en  torno  de  él,  mi- 
nando sordamente  su  in- 
menso poderío.  Moltke  y 
todos  los  compañeros  de 
la  época  gloriosa  se  ha- 
bían retirado.  Hombres 
nuevos  v  ambiciosos  asal- 


DIÓOBNBS    BISMARCK    AI,    NTTRVO    ALEJANDRO,    GUILLERMO    II 

-  No  me  quites  el  sol 

(Cnricftturn  dol  Punch,  de  Lontíres) 


414 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


ALEJANDKO    III    DE    RUSIA 

taban  los  primeros  lugares,  sin  tener  para  él  otro  res- 
peto que  el  que  infunde  un  recuerdo  histórico,  y  hasta 
pretendían  indicarle  con  su  oposición  fría  y  cortés  la 
conveniencia  y  oportunidad  de  una  retirada  á  tiem- 
po. En  el  Reichstag  muchos  grupos  políticos  intenta- 
ban combatirle  á  nombre  del  emperador,  establecien- 
do una  diferencia  entre  su  personalidad  y  la  de  su 
nuevo  amo. 

La  política  extranjera  vino  á  complicar  su  situa- 
ción. Bismarck  era  partidario  de  las  buenas  relaciones 
con  Rusia,  y  por  esto  después  de  constituir  la  Triple 
Alianza  había  hecho  su  tratado  secreto  de  «contrase- 
guro» con  la  corte  de  San  Petersburgo.  Tal  vez  á  insti- 
gación suya  el  viejo  Guillermo  había  recomendado  á 
su  nieto  en  el  lecho  de  muerte,  como  último  consejo,  la 
estrecha  amistad  con  el  Imperio  de  Rusia.  La  primera 
visita  de  Guillermo  II  emperador  fué  para  sus  parien- 
tes de  la  corte  de  San  Petersburgo.  No  aguardó  una 
invitación  ni  que  hubiese  cesado  el  luto  que  aun  lle- 
vaba dicha  corte  por  la  muerte  de  su  padre.  La  visi- 
ta fué  penosa  y  fatal.  El  zar  Alejandro  III,  gigante 
tranquilo  y  parco  en  palabras,  experimentó  una  anti- 
patía irresistible  hacia  este  joven  petulante,  ruidoso 
y  entrometido,  que  hablaba  de  todo  con  suficiencia  y 
daba  consejos  á  sus  mayores.  Además  en  la  corte  de 
Rusia,  como  en  las  otras  cortes  de  Europa,  era  re- 
ciente la  animosidad  contra  Guillermo  por  la  conduc- 
ta desnaturalizada  que  había  observado  con  sus 
padres. 

Transcurrió  mucho  tiempo  sin  que  el  zar  le  devol- 
viese la  visita.   La  familia  imperial  de  Rusia  tuvo 


cierto  empeño  en  hacer  ver  que  rehuía  la  amistad  de 
Guillermo  II.  El  heredero  de  la  corona  pasó  dos  veces, 
por  Berlín  como  un  simple  particular. 

El  joven  emperador,  ofendido  por  estos  desdenes, 
volvió  la  espalda  á  Rusia,  dedicándose  á  ganar  la 
amistad  de  Inglaterra.  Esta  conducta  representaba 
una  gran  derrota  para  Bismarck,  poco  afecto  á  la 
(irán  Bretaña  y  partidario  de  las  relaciones  con  Rusia. 

Le  era  más  difícil  á  Guillermo  conquistar  el  afecto 
de  la  familia  real  de  Londres  que  la  de  San  Peters- 
burgo, pues  aquélla  había  sido  ofendida  directa  y  par- 
ticularmente por  su  ingratitud  filial.  Pero  contaba 
para  conseguir  la  reconciliación  con  un  apoyo  pode- 
roso, el  de  su  madre,  pronta  á  olvidar  todos  los  insul- 
tos pasados  por  el  gran  amor  que  le  inspiraba  su  pri- 
mogénito. 

La  emperatriz  Federico  se  esforzó  por  conseguir 
que  su  madre  la  reina  Victoria  olvidase  la  mala  con- 
ducta de  su  nieto.  También  quiso  que  su  hermano  el 
príncipe  de  Gales  diese  la  mano  á  este  sobrino  del 
que  había  dicho:  «Lo  es  todo,  menos  un  gentlemen.y 

Guillermo  II  consiguió  su  ardiente  deseo  de  reali- 
zar un  viaje  á  Inglaterra  para  poder  lucir  con  pueril 
orgullo  sus  primeros  acorazados  ante  la  enorme  flota 
británica.  En  está  visita  la  abuela  indulgente  le  hizo 
el  regalo  más  grandioso  con  que  podía  soñar  este 
joven  monarca,  aficionado  como  un  actor  á  los  unifor- 
mes y  las  condecoraciones.  La  reina  Victoria  le  nom- 
bró almirante  honorario  de  la  marina  inglesa.  Él  á  su 
vez,  como  muestra  de  gratitud,  dio  el  título  de  coro- 
nel de  uno  de  sus  regimientos  de  dragones  á  la  vene- 


EL    KAISER    EN    LONDRES 
-iHasta  la  vista,  querida  abuela! 


{Caricatura  ilel  Punch,  de  Londres) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


415 


rabie  señora,  que  por  su  obesidad  y  sus  años  necesita- 
ba apoyarse  en  un  bastón. 

Una  simpatía  sin  limites  por  Inglaterra  y  sus  es- 
plendores se  declaró  desde  entonces  en  el  emperador, 
de  impresiones  fáciles  y  cambiantes.  Quiso  imitar  el 
lujo  y  las  sólidas  comodidades  de  la  más  rica  nación 
del  mundo.  Se  sintió  avergonzado  de  la  severidad  es- 
partana con  que  el  viejo  Guillermo  habia  organizado 
la  corte  de  Prusia,  é  hizo  que  el  Reichstag  aumentase 
en  varios  millones  la  lista  civil. 

El  zar  le.  devolvió  su  visita  en  Berlin  de  un  n^odo 
frío  y  ceremonioso,  y  Guillermo  á  su  vez  volvió  á  Ru- 
sia para  íisistir  á  las  maniobras.  Pero  la  recomenda- 
ción de  su  abuelo  quedaba  olvidada.  Su  amistad  era 
para  los  ingleses,  y  en  adelante  afectó  hablar  el  ale- 
mán con  un  marcado  acento  británico.  Entre  los  in- 
numerables uniformes  que  figuran  en  sus  roperos,  el 
que  le  inspiró  más  orgullo  fué  el  de  almirante  inglés, 
aprovechando  el  más  leve  pretexto  para  ostentarlo. 

Durante  el  viaje  á  Atenas  en  Octubre  de  1889 
para  asistir  al  matrimonio  de  su  hermana  con  el  prín- 
cipe real  de  Grecia,  se  mostró  tan  orgulloso  de  este 
titulo,  que  al  navegar  por  las  aguas  del  mar  Egeo  izó 
en  su  yaeht  el  pabellón  de  almirante  inglés.  Una  es- 
cuadra británica  había  ido  á  Grecia  para  tomar  parte 
en  los  reales  festejos,  y  Guillermo,  tomando  en  serio  su 
nombramiento  honorífico,  se  dedicó  á  inspeccionar  los 
buques  como  si  fuesen  suyos,  sorprendiendo  á  las  tri- 
pulaciones en  plena  noche  con  visitas  inesperadas, 
revistándolas,  dirigiendo  discursos  á  los  oficiales  y 


DESPRECIANDO    LA   SOMBRA    DE    NAPOLEÓN 

(Caricatura  de  La  Jlepublique  lUxiítréej 


EL    ENVANECIMIENTO 
Guillermo  U,  escribe;  «El  Estado  soy  yo» 

(Caricatura  dol  Humoristické,  de  Praga) 

obligándolos  por  cortesía  á  incesantes  trabajos.  Can- 
sados de  este  celo  infantil  que  trataba  á  la  escuadra 
como  si  fuese  un  juguete,  los  oficiales  ingleses  protes- 
taron en  una  queja  dirigida  al  Almirantazgo  de  Lon- 
dres. «Es  hora  de  que  cese  este  juego — dijeron — .  Si 
quiere  contentarse  con  lucir  el  uniforme,  muy  bien. 
Pero  nosotros  no  lo  hemos  nombrado  almirante  para 
que  nos  moleste  y  nos  aturda  de  este  modo.» 


La  intimidad  de  Bisraarck  y  Guillermo  continuó  á 
pesar  de  las  divergencias  visibles  entre  el  emperador 
y  su  ministro.  Aquél,  cada  vez  más  poseído  de  su  im- 
portancia como  arbitro  de  Europa  y  ansioso  de  gober- 
nar personalmente,  no  podía  sufrir  el  tono  de  superio- 
ridad con  que  su  antiguo  maestro  pretendía  guiarle. 
Un  pretexto  cualquiera  iba  á  motivar  el  rompimiento 
inevitable. 

El  15  de  Marzo  de  1890,  el  emperador  se  presentó  á 
las  diez  de  la  mañana  en  el  ministerio  de  Negocios 
Extranjeros,  donde  residía  Bismarck.  Guillermo  II, 
que  parecía  de  mal  humor,  le  reprochó  sus  entrevis- 
tas particulares  con  los  jefes  de  grupo  del  Parlamento. 
El  Canciller,  extrañando  el  tono  del  soberano,  contes- 
tó con  altivez: 

— Yo  no  puedo  admitir  ninguna  vigilancia  en  raia 
relaciones  con  los  diputados,  ni  reconozco  á  nadie  el 
derecho  de  intervenir  cu  mi  casa  ordenando  qué  visi- 
tas debo  aceptar. 

— ¿Ni  aun  en  el  caso  que  yo  os  hable  como  sobe- 
rano?— preguntó  Guillermo  cada  vez  más  irritado. 

—  Ni  aun  en  ese  caso — repuso  el  Canciller — .  Las 
órdenes  de  Vuestra  Majestad  no  pueden  ir  más  allá 


416 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


de  la  puerta  del  salón  de  la  princesa  de  Bismarek. 
Por  cumplir  una  promesa  hecha  al  emperador  Gui- 
llermo I  en  el  momento  de  su  muerte,  he  permaneci- 
do y  permaneceré  al  servicio  de  su  nieto.  Si  resulto 
importuno,  estoy  pronto  á  retirarme. 

El  que  se  retiró  fué  el  emperador  haciendo  un  ges- 
to afirmativo.  Bismarek,  una  vez  pasada  la  primera 
emoción  de  este  choque,  recobró  su  tranquilidad  ha- 
bitual. La  amenaza  de  la  dimisión  era  un  procedi- 
miento que  había  usado  muchas  veces  con  el  primer 


trascendencia  de  tal  medida,  el  omnipotente  Bismarek 
se  vio  acogido  con  las  mismas  palabras  que  un  impor- 
tuno vulgar:  «Su  Majestad  ha  salido.»  Al  volver  al 
ministerio  tropezó  de  nuevo  con  el  inexorable  ayu- 
dante encargado  de  recoger  su  dimisión.  Sólo  enton- 
ces, trémulo  de  rabia,  se  decidió  á  escribir  su  senten- 
cia de  muerte  política,  que  fué  seguida  algunos  días 
después  por  la  dimisión  de  su  hijo  Heriberto. 

Los  últimos  momentos  políticos  del  Canciller  resul- 
taron crueles  y  equivalieron  á  una  espiación.  En  vano 


BL,  GBNBRAL    MOLTKB   EN'   SU    DESPACHO   DEL    ESTADO   MAYOR    ALEMÁN    ANTES   DB   PRESENTAR   SU  DIMISIÓN 

(Grabado  de  la  época) 


emperador,  consiguiendo  aterrarlo  y  someterlo.  Con 
el  nieto  iba  á  ocurrir  lo  mismo.  El  joven  emperador, 
al  serenarse,  reconocería  la  imposibilidad  de  gober- 
nar en  ausencia  de  su  antiguo  maestro.  El  Imperio 
alemán  no  podía  concebirse  sin  la  presencia  de  Bis- 
marek. 

Dos  ó  tres  horas  después  un  ayudante  del  empera- 
dor se  presentó  en  el  ministerio  para  reclamar  en 
nombre  del  soberano  la  dimisión  ofrecida.  Bismarek, 
trémulo  de  cólera  y  de  sorpresa,  dio  una  respuesta 
vaga.  Transcurridos  algunos  minutos,  el  ayudante 
volvió  á  presentarse  para  repetir  su  demanda.  El 
Canciller  balbuceó  que  le  había  faltado  el  tiempo  para 
redactar  la  dimisión,  afirmando  que  iría  á  llevarla  en 
persona  al  emperador  al  día  siguiente.  Cuando  se  pre- 
sentó en  el  palacio  resuelto  á  emplear  toda  su  elo- 
cuencia para  que  Guillermo  II  reflexionase  sobre  la 


miró  en  torno  de  él:  no  encontró  un  amigo  ni  un  apo- 
yo. Con  el  ansia  de  conservar  el  poder,  hasta  imploró 
el  auxilio  de  las  damas  de  la  familia  real  con  las  que 
había  vivido  siempre  enemistado. 

La  anciana  emperatriz  había  muerto  pocos  días 
antes.  Bismarek  pasó  por  la  humillación  de  mendigar 
el  apoyo  de  la  emperatriz  Federico,  «la  inglesa»  tan 
desacreditada  por  él;  pero  ésta  no  pudo  ó  no  quiso 
auxiliarle  en  las  venticuatro  horas  de  angustia  que 
pasó  el  Canciller,  perseguido  por  el  siniestro  ayudan- 
te que  le  reclamaba  la  dimisión. 

Su  tiempo  había  terminado.  El  grande  hombre  no 
tenía  sitio  en  la  nueva  Alemania  de  Guillermo  II.  La 
muchedumbre  lo  adoraba  como  una  personificación  de 
las  glorias  patrias;  pero  él  había  moldeado  el  pueblo 
alemán  con  su  mano  férrea,  infundiéndole  un  respeto 
religioso  por  sus  emperiidores,  y  al  surgir  un  coutíic- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


417 


to  entre  el  monarca  joven  y  el  ministro  ilustre,  el  pue- 
blo debía  aceptar  ciegamente  la  regia  decisión. 

Su  caída  vergonzosa  y  cruel  resultó  lógica.  Bis- 
marck  recolectó  con  arreglo  á  la  siembra  que  había 
hecho  durante  su  vida.  Los  personajes  oficiales,  el 
ejército,  las  clases  ricas,  le  volvieron  la  espalda  en 
la  hora  de  la  desgracia  ó  procuraron  morderle  con  la 
ingratitud  prusiana,  semejante  á  la  de  los  lobos.  «No 
había  perdonado  nada — dice  un  autor — para  hacer 
depender  toda  autoridad  y  todo  progreso  de  la  perfi- 
dia más  profunda  y  de  los  cálculos  del  interés  perso- 
nal. Había  repelido  todos  los  ideales  y  todas  las  aspi- 
raciones generosas  del  dominio  de  una  política  prác- 
tica, apellidada  con  justicia  política  bismarckiana. 
Había  acostumbrado  sistemáticamente  el  espíritu  ale- 
mán á  sufrir  la  ley  de  la  fuerza  y  de  la  astucia,  á 
ver  aplastados  sin  misericordia  los  hombres  de  los 
partidos  de  oposición,  á  usar  sin  remordimientos  el 
escándalo  y  la  calumnia  como  armas  políticas.  El 
espíritu  oficial,  formado  en  su  propio  molde,  endure- 
cido por  las  ejecuciones  y  acostumbrado  á  ver  cómo 
eran  arrojados  desde  lo  alto  de  la  roca  de  bronce  de 
la  cancillería  los  hombres  eminentes,  contempló  sin 
lástima  y  sin  emoción  la  caída  prodigiosa  de  Bis- 
marck.» 

En  la  hora  del  infortunio  hasta  sus  empleados  más 
íntimos  se  volvieron  contra  él.  Este  protector  de  Stie- 
ber  y  organizador  del  espionaje  se  dio  cuenta  repenti- 
namente de  que  sus  allegados  lo  espiaban  á  él.  Bülow, 
su  protegido,  su  hombre  de  confianza,  se  apoderaba  de 
sus  secretos  por  medio  de  la  princesa  de  Bismarck. 
Los  empleados  de  su  gabinete  lo  vigilaron  hasta  el  úl- 
timo momento,  y  el  canciller,  antes  de  salir  del  minis- 
terio, para  salvar  sus  papeles  más  importantes  tuvo 
que  ocultarlos  entre  las  páginas  de  un  atlas  de  geo- 
grafía que  guardó  bajo  el  brazo. 

El  29  de  Marzo,  vistiendo  el  uniforme  de  coracero, 


PIiFTWnMM35 


—  ¡BORUBMOS    A    F.STB    HOMIlREl 

El  kaiser  haciendo  desaparecer  la  figura  de  Bismarck  del  cuadro 
de  los  fundadores  del  Imperio 

(  Weekblaú,  vaor  NcdcHand,  du  Amsterdam) 


BISMARCK   BN  DESGRACIA 
El  emperador.— ¡Este  niño  se  ha  hecho  verdaderamente  insoportable! 

(Le  Figaioj 

se  dirigió  á  la  estación  de  Lehrte  para  trasladarse  á 
su  retiro  de  Friedrichsruh.  El  pueblo  de  Berlín  acu- 
dió á  despedirle,  saludándolo  con  inmensas  ovacio- 
nes. La  muchedumbre  humilde  fué  la  única  que  le 
demostró  gratitud  en  medio  de  su  desgracia,  recor- 
dando los  grandes  servicios  que  había  prestado  al 
país.  Pero  Bismarck,  que  despreciaba  al  pueblo,  lo 
había  convertido  en  un  rebaño  obediente,  incapaz  de 
rebeldía  ante  los  reyes  y  de  imponer  su  voluntad  en 
los  negocios  públicos. 

A  las  masas  que  lo  aclamaban  y  le  arrojaban  flo- 
res, les  gritó  con  un  rugido  de  orguUosa  cólera: 

— Volveré,  amigos  míos.  El  emperador  me  encon- 
trará en  su  camino. 

La  amenaza  del  viejo  glorioso  y  decadente  no  se 
cumplió  nunca.  Tal  vez  estas  palabras  hóIo  fueron  el 
eco  de  una  esperanza  tenaz,  creyendo  el  canciller  que 
Guillermo  II  no  podría  prescindir  de  sus  servicios  y  se 
vería  obligado  á  buscarlo,  lo  que  tampoco  ocurrió. 

Días  después,  en  su  retiro  de  Friedrichsruh,  decía 
Bismarck  con  tono  sarcástico: 

— He  visto  tres  reyes  como  quien  dice  en  cueros,  y 
puedo  asegurar  que  ninguno  de  estos  tres  señores  me 
ha  enseñado  nada  realmente  hermoso. 

La  única  venganza  que  pudo  permitirse  el  terrible 
solitario,  reducido  á  la  impotencia,  fué  la  redacción 


418 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA    PRIVANZA    Y    LA    CAÍDA    DE   BISMARCK 


El  gran  Bismarck  y  el  pequeño  Guillermo 


El  kaiser,  humildemente. — ¿Se  puede? 

( Hvmoristické  Listy,  de  Praga) 


venenosa  de  sus  Memorias,  que  se  publicaron  después 
de  su  muerte. 

o 

Si  Guillermo  II  experimentó  cierta  indecisión  al 
verse  solo  á  la  cabeza  del  Imperio,  el  aplauso  de  sus 
cortesanos  y  la  satisfacción  con  que  una  gran  parte 
de  Alemania  saludó  la  caída  de  Bismarck  le  infundie- 
ron orgullo  y  confianza  para  seguir  adelante. 

El  Imperio,  según  él,  no  debía  tener  mas  que  uu 
solo  amo:  el  emperador.  El 
canciller  sería  en  adelante 
un  simple  edecán  para  trans- 
mitir sus  voluntades  á  la 
nación  y  hacer  frente  en  el 
Reichstag  á  los  grupos  polí- 
ticos, que  fingían  una  oposi- 
ción tan  falsa  y  artificial 
como  el  parlamentarismo 
germánico. 

El  hombre  escogido  para 
canciller  fué  el  general  Ca- 
privi,  por  reunir  las  condi- 
ciones de  pasividad  y  sumi- 
sión que  deseaba  Guillermo. 
Caprivi  había  conquistado 
las  simpatías  del  emperador 
á  causa  de  la  humildad  or- 
denancista y  la  prontitud 
con  que  se  plegaba  á  todas 
sus  indicaciones,  pasando  de 
un  puesto  á  otro  para  des- 
empeñar las  funciones  más 
diversas. 

El  carácter  bizarro  de 
Guillermo  II,  su  actividad 
inquietante,  la  suficiencia 
con  que  hablaba  de  todo  y 
el  deseoí  de  mezclarse  en 


todo  empezaron  á  inquietar  á  Europa  cuando  el  joven 
emperador  quedó  expuesto  en  plena  luz  ante  la  curio- 
sidad universal. 

Los  ingleses  fueron  los  primeros  que  se  fijaron  en 
él.  La  Contemporary  Review  publicó  en  1892  un  artí- 
culo sin  firma  titulado  «Guillermo»,  que  obtuvo  gran 
resonancia,  pues  fué  el  primer  retrato  exacto  que  apa- 
reció del  regio  personaje. 

«Mucho  antes  de  que  subiese  al  trono — decía  la  re- 
vista inglesa — ,  el  príncipe 
Guillermo  empezó  á  ser  por 
su  carácter  el  objeto  de  una 
curiosidad  excepcional,  á  la 
que  se  unió  en  muchos  ob- 
servadores una  viva  simpa- 
tía. Surgieron  de  diversos 
lados  voces  más  ó  menos 
autorizadas,  poniéndose  de 
acuerdo  para  prometer  al 
futuro  soberano  un  gran  por- 
venir. Pero  al  mismo  tiempo 
otras  personas,  que  habían 
tenido  ocasión  de  conocerlo 
durante  su  permanencia  en 
la  Universidad  de  Bonn, 
murmuraban  que  era  un  jo- 
ven de  poco  corazón,  de  una 
vanidad  sin  límites  y  pre- 
dispuesto hasta  un  grado 
anormal  á  la  falta  de  mira- 
mientos con  el  prójimo.  A 
esto  añadían  que  las  buenas 
cualidades  que  pudiese  tener 
el  príncipe  Guillermo  que- 
darían obscurecidas  fatal- 
mente por  su  estado  per- 
manente de  inquietud  y  mo- 
vilidad. 


EL   KAISER    Y   CAPRIVI 
—¡Toma  en  premio  á  tus  discursos,  mi  canciller! 

(Humoristische  Bltptter,  de  Viena) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


410 


BiSMAUCK.— Le  dejé  un  circo  y  va  á  transformarlo 
en  una  «ménagcric» 

(he  Fií/iiro) 


Sobre  la  herida  de  Bismarck,  derrotado  y  cafdo  en  tierra, 
aplica  Guillermo  II  su  mandato  pidiéndole  la  dimisión 

(KebflSjHiltrr,  de  X.uricl)) 


»Ua  alto  funcionario  encargado  de  enseñar  al 
joven  príncipe  los  elementos  prácticos  de  la  adminis- 
tración, Von  Achenbach,  interrogado  sobre  la  opi- 
nión que  le  merecía  su  antiguo  discípulo,  respondió: 
«Mi  opinión  puedo  resumirla  en  dos  palabras:  mi 
antiguo  discípulo  es  el  tipo  acabado  del  hombre  mo- 
derno.» Con  lo  cual  el  venerable  profesor  estaba  muy 
lejos  de  querer  hacer  un  elogio.  La  calificación  de 
«hombre  moderno»  significaba  esencialmente  para  él 
un  espíritu  puramente  su- 
perficial, sediento  de  noto- 
riedad ruidosa;  uno  de  esos 
espíritus  de  los  que  Carlyle 
dice  así:  (<0s  recomiendo  que 
os  mantengáis  siempre  lejos 
de  su  camino.  No  hay  me- 
dio de  que  sigan  nunca  los 
senderos  tranquilos;  no  hay 
medio  de  que  vivan  satisfe- 
chos si  todos  los  ojos  no  es- 
tán fijos  en  su  persona,  si  no 
los  admiran,  si  no  se  publi- 
can muchos  artículos  sobre 
el  menor  de  sus  actos.» 

»Los  recursos  intelectua- 
les del  emperador  Guiller- 
mo consisten,  especialmen- 
te, en  un  don  de  apoderarse 
con  prontitud  del  aspecto  ex- 
terior de  un  gran  número 
de  cosas.  Por  esto  se  nota 
en  é\  un  afectado  alarde  de 
especialidad  y  competencia 
en  materia  de  literatura, 
cuestiones  militares  y  nava- 
les, diplomacia,  etc.,  á  pesar 
de  que  se  sabe  con  seguri- 
dad que  hace  mucho  tiempo 


3i.  V-    -^--p 


BISMARCK   EN   LA   OPOSICIÓN 


El  antiguo  canciller  dimitido  lanza  piedras  contra  los  proyectos 
del  kaiser  y  Caprivi 

(  Wterkblad  voor  NcderlaitdJ 


no  ha  leído  un  libro.  Puede  afirmarse  que  desde  hace 
años  toda  lectura  ha  sido  materialmente  imposible 
para  él,  porque  ni  una  sola  hora  de  su  tiempo  dejó  de 
ser  absorbida  por  las  partidas  de  caza,  paseos  en 
yate,  viajes  en  ferrocarriles,  banquetes,  bautizos,  ca- 
samientos, funerales,  maniobras  de  ejército  y  otras 
manifestaciones  públicas  del  mismo  género. 

»De  todo  esto  resulta  un  prestigio  suficiente  para 
dar  tema  á  un  sinnúmero  de  artículos  de  reportaje. 

Es  justamente  el  prestigio 
que  se  necesita  para  excitar 
la  admiración  del  entusiasta 
viajero  de  los  Estados  Uni- 
dos, que  después  de  ser  ad- 
mitido á  la  mesa  del  em- 
perador durante  las  manio- 
bras de  otoño,  puede  escribir 
á  su  familia  que  un  nuevo 
Federico  el  Grande  ha  veni- 
do al  mundo.  Si  las  personas 
de  esta  clase  tuviesen  la 
costumbre  de  reflexionar  ó 
simplemente  de  escuchar, 
habrían  comprendido  que 
talentos  de  tal  género,  que 
hablan  de  todo  sin  leer  nada 
(salvo  en  el  caso  único  de 
Napoleón),  son  casi  siempre 
el  signo  infalible  de  un  es- 
píritu superficial. 

»El  producto  más  censura- 
ble de  esta  mezcla  de  vani- 
dad y  superficialidad  que 
constituye  el  fondo  del  carác- 
ter del  emperador  Guiller- 
mo es  una  extraña  megalo- 
manía que  se  desarrolla  en 
él  hasta  un  punto  increíble. 


420 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL  KAISER 
De  feldmariscal 


Esta  megalomanía  em- 
pieza á  inquietar  la  par- 
te más  seria  de  la  opi- 
nión alemana.  Muchos 
temen  que  conduzca  al 
emperador  á  cualquiera 
resolución  irreparable, 
con  la  falta  de  tacto  que 
le  es  habitual.  Tienen 
miedo  de  que  Guillermo, 
con  su  vanidad  enfer- 
miza, al  convencerse  de 
que  las  empresas  pacífi- 
cas no  pueden  propor- 
cionarle la  inmortalidad 
prematura  que  desea,  se 
abandone  enteramente 
á  su  irritabilidad  nervio- 
sa, lanzándose,  irreflexi- 
vo y  ciego,  en  los  peli- 
gros de  la  guerra.» 

El  exacto  retrato  de 
la  Contemporarij  Re- 
view,  de  un  asombroso  espíritu  profético,  anunció  con 
veintidós  años  de  anticipación  la  gran  locura  de  1914, 
que  ha  sumido  al  mundo  en  el  dolor. 

Cuando  se  publicó  el  artículo  produjo  gran  sensa- 
ción en  toda  Europa.  Guillermo  II  y  sus  entusiastas 
lo  atribuyeron  al  príncipe  de  Bismarck  ó  á  alguno 
de  sus  partidarios,  y  un  escritor  inglés  fué  á  Frie- 
drichsruh  para  conocer  la  opinión  del  antiguo  can- 
ciller. Bismarck,  que  ignoraba  su  publicación,  lo  leyó 
repetidas  veces  con  un  asombro  sincero,  y  al  fin  dijo 
en  voz  baja  á  su  visitante: 
— Que  mi  opinión  quede  entre  nosotros,  pues  no 

deseo  historias  con  el 
emperador.  El  hombre 
que  ha  escrito  esto,  sea 
quien  sea,  conoce  bien 
lo  que  dice,  pues  no  hay 
una  sola  palabra  en 
cuanto  afirma  que  no 
resulte  verdad. 

Desde  su  retiro  el  anti- 
guo canciller  seguía  con 
mirada  atenta  la  políti- 
ca de  Guillermo,  lamen- 
tando sus  errores  como 
alemán  y  regocijándose 
de  ellos  por  un  espíritu 
de  venganza.  Tenía  la 
certeza  de  que  el  joven 
emperador  acabaría  por 
facilitar  con  sus  des- 
aciertos la  unión  de  Ru- 
sia con  Francia.  En 
cuanto  á  Inglaterra,  el 
De  cazador  de  la  Guardia  Canciller  aauncíó  repe- 


tidas veces  que  las  ambiciones  marítimas  de  Gui- 
llermo acabarían  por  hacerle  perder  las  simpatías 
británicas. 

La  falta  de  respeto  con  que  algunos  hombres  nota- 
bles han  juzgado  al  actual  emperador  después  de  ser- 
virlo, demuestra  el  verdadero  concepto  que  se  forman 
de  sus  facultades  y  méritos  en  una  intimidad  donde 
no  son  posibles  las  mismas  simulaciones  con  que  en- 
gaña al  público. 

El  canciller  príncipe  de  Bülow  reconoció  los  de- 
fectos de  su  augusto  amo  y  especialmente  su  megalo- 
manía. Á  un  periodista  inglés  que  hablaba  del  carác- 
ter amenazante  de  los  preparativos  navales  de  Gui- 
llermo, le  contestó  Bülow  en  lt)08: 

— Creed  que  la  única  ambición  verdadera  de  mi 
emperador  es  poder  ostentar  sus  navios  de  guerra 
ante  las  narices  de  su 
tío  el  rey  Eduardo. 


Por  haber  nacido  Gui- 
llermo en  una  época  de 
grandes  periódicos  y  po- 
derosos medios  de  infor- 
mación, ha  hecho  ha- 
blar más  de  sus  actos  y 
dado  motivo  á  mayor 
número  de  volúmenes 
que  un  Alejandro,  un  Cé- 
sar ó  un  Bonaparte. 

En  su  organismo  físi- 
co se  encuentra  la  mis- 
ma falsa  exterioridad,  la 
misma  simulación  que 
en  su  personalidad  inte- 
lectual. Los  que  ven  al 
emperador  en  una  cere- 
monia aparatosa,  reci- 
ben la  impresión  de  un 
hombre  de  gran  estatura,  con  el  rostro  severo  y  pen- 
sativo y  un  porte  de  mayor  distinción  que  el  de  los 
otros  soberanos  de  Europa.  Lleva  sus  innumerables 
uniformes  con  altivez  y  comunica  á  su  rostro  una  dig- 
nidad majestuosa,  mezcla  de  energía  y  reserva,  que 
impresiona  á  los  espectadores.  Esta  es  su  fisonomía 
oficial,  la  que  el  público  conoce  y  que  el  emperador 
repite  hábilmente  en  las  revistas,  en  las  ceremonias 
civiles  ó  cuando  pasa  por  las  calles  simplemente  en 
carruaje.  En  el  arte  de  saber  adoptar  posturas  de 
soberano  no  hay  rey  que  le  iguale,  ni  actor  que  le 
supere. 

Cuida  de  tal  modo  de  vigilar  y  sostener  la  unifor- 
midad de  su  aspecto,  que  cuando  se  coloca  ante  la 
máquina  de  un  fotógrafo  exige  de  éste  que  le  presen- 
te los  clisés  antes  de  lanzar  las  pruebas  á  la  publici- 
dad, y  el  emperador  los  retoca  con  su  propia  mano, 
modificando  los  estragos  de  los  años  y  las  incorrec- 
ciones de  una  postura  descuidada.  En  esto  ejercita  el 


De  general 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


421 


talento  de  pintor  que  le  han  supuesto  admiradores  y 
cortesanos. 

En  la  vida  privada,  cuando  la  ausencia  de  ceremo- 
nial lo  muestra  tal  como  es,  da  la  impresión  do  un 
hombre  de  mediana  estatura,  el  gesto  amable,  y  una 
propensión  á  reír  vulgarmente  coa  una  carcajada  de- 
masiado ruidosa.  Casi  siempre  pretiere  mostrarse  á 
caballo  ó  en  carruaje,  pues  se  da  cuenta  de  que  mar- 
chando á  pie  renuncia  á  gran  parte  de  su  majestad. 

Este  «Señor  de  la  guerra»,  que  ama  los  cascos  re- 
matados por  un  águila  de  oro,  las  brillantes  corazas, 
los  mantos  esplendorosos,  el  retintín  del  sable  y  las 
espuelas,  y  adopta  apenas  se  ve  contemplado  la  acti- 
tud de  un  héroe  de  los  Nibelungos,  es  un  enfermo  de 
nacimiento  y  hace  muchos  años  que  sufre  la  tortura 
de  tener  que  vigilarse  á  todas  horas  para  disimular  en 

público  losj  defectos  de 
su  constitución. 

Cuando  nació,  enl859, 
su  madre  sólo  tenía  diez 
y  ocho  años  y  era  débil 
y  nerviosa,  sintiendo 
gran  pavor  ante  las  con- 
secuencias de  un  primer 
alumbramiento.  A  las 
preocupaciones  del  mie- 
do físico  vino  á  unirse  la 
grave  cuestión  política. 
Hacía  veinte  años  que 
en  la  corte  de  Prusia  no 
ocurría  un  nacimiento 
real,  y  todos  deseaban 
que  el  hijo  de  la  prin- 
cesa inglesa  fuese  un 
varón,  ya  que  el  rey  Fe- 
derico Guillermo  IV,  que 
acababa  de  ser  declara- 
do demente,  no  tenía 
descendencia  directa. 
Guillermo  vino  al  mundo  sin  el  ceremonial  que 
otros  príncipes,  como  el  hijo  de  un  simple  burgués. 
Dos  médicos  de  la  corte  cuidaban  á  la  enferma;  pero 
en  Alemania  los  doctores  consideraban  como  una  fun- 
ción indigna  de  su  importancia  recibir  á  los  recién 
nacidos  en  sus  manos,  y  una  simple  comadrona  de 
Berlín,  Fraulein  Stahl,  se  ocupó  de  ayudar  la  salida 
al  mundo  del  joven  príncipe.  La  madre,  en  el  acto  del 
alumbramiento,  estuvo  próxima  á  morir,  y  los  médicos 
y  la  comadrona,  ocupados  en  reanimarla,  olvidaron  al 
recién  nacido  por  algún  tiempo.  Al  volver  á  su  lado 
lo  encontraron  inmóvil  y  silencioso,  hasta  el  punto  de 
creer  que  había  nacido  muerto.  La  Stahl,  mujer  ruda 
y  animosa,  acostumbrada  á  proceder  con  energía  en 
sus  operaciones,  dio  al  diablo  la  etiqueta,  y  con  un 
trapo  mojado  comenzó  á  golpear  al  recién  nacido,  si- 
guiendo un  viejo  uso  alemán,  para  provocar  una  re- 
acción. 
— Los  médicos  y  los  cortesanos — contó  después  la 


De  almirante 


De  dragón 


vigorosa  comadre — me 
miraban  con  espanto, 
pero  yo  seguí  dando  de 
firme,  y  con  tanto  é.tito, 
que  cuando  los  cañones 
que  anunciaban  el  naci- 
miento del  príncipe  hu- 
bieron hecho  el  último 
disparo,  un  débil  grito 
salió  de  la  boca  del  pe- 
queño. Gracias  á  mí,  el 
príncipe  se  había  sal- 
vado. 

Solamente  después  de 
varios  días  se  dio  cuen- 
ta la  familia  de  que  el 
pequeño  había  nacido 
estropeado.  Ocupados  en 
devolverle  la  vida,  no 
habían  pensado  en  exa- 
minar sus  miembros.  El 
príncipe  Fritz  presentó 
su  hijo  á  la  familia  y  á  la  corte,  sin  que  nadie  se 
diese  cuenta  de  esta  desgracia.  Al  notar  días  después 
que  no  movía  el  brazo  izquierdo,  vieron  los  médicos 
que  tenía  separada  la  juntura  del  codo,  y  además  di- 
cho brazo  estaba  mal  conformado.  Toda  la  parte  iz- 
quierda de  su  cuerpo  aparecía  afectada  de  una  gran 
debilidad  que  ha  persistido  siempre. 

Los  íntimos  de  Guillermo  II  saben  que  aunque  su 
paso  es  vivo  y  ágil,  la  pierna  izquierda  flaquea,  ape- 
nas deja  de  esforzarse  el  emperador  por  mantener  su 
buen  aspecto.  Además,  su  oreja  izquierda  está  enfer- 
ma y  le  hace  sufrir  agudos  dolores. 

Guillermo  mantiene  generalmente  el  brazo  iz- 
quierdo contra  su  cuer- 
po, dejando  la  mano, 
que  no  es  deforme,  pero 
sí  pequeña  y  débil,  re- 
posar sobre  su  pecho. 
Otras  veces  la  apoya  en 
la  espada  ó  en  la  cadera 
cuando  va  á  caballo.  Los 
dedos  de  la  mano  estro- 
peada no  están  entera- 
mente paralizados,  y 
aunque  la  parte  alta  del 
hueso  radio  se  ajusta 
mal  con  los  extremos  del 
húmero,  no  por  esto  el 
miembro  cuelga  inerte. 
Puede  sostener  con  la 
mano  izquierda  las  rien- 
das, pero  en  realidad 
dirige  su  caballo  con  la 
mano  derecha  ó  con  las 
rodillas. 

En  cuanto  á  los  Caba-  De  la  Guardia  imperial 


422 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA    manía    oratoria 
Ensayando  un  discurso  ante  el  espejo 

(Le  Cri  ríe  París) 

líos  que  usa,  todos  soq  hábilmente  amaestrados  por 
domadores  especiales:  verdaderos  caballos  de  circo, 
que  obedecen  á  la  voz  más  que  al  freno  y  á  las  es- 
puelas. De  este  modo,  el  emperador,  ayudado  por  su 
incontestable  talento  para  todo  lo  que  significa  apara- 
to teatral,  puede  ofrecer  una  figura  imponente  en  las 
ceremonias  públicas  y  los  actos  militares. 

Tres  lacayos  encargados  de  su  vestuario,  siempre 
prontos  á  todas  horas  para  vestirlo,  desnudarlo  y  vol- 
verlo á  vestir — pues  el  em- 
perador cambia  de  uniforme 
muchas  veces  al  día — ,  tie- 
nen que  proceder  con  gran 
cuidado  á  causa  de  su  enfer- 
medad. Uno  de  los  ayudas 
de  cámara,  al  retirarse  del 
servicio,  decía  así: 

— Lo  que  nos  cansaba  más 
no  era  que  el  emperador 
cambiase  de  uniforme  cinco 
ó  seis  veces  por  día,  sino  el 
miedo  á  lastimar  su  mano 
enferma.  Este  miedo  nos 
hacía  ser  muchas  veces  tími- 
dos y  torpes.  Además,  cuan- 
do Su  Majestad  tiene  prisa 


en  vestirse  y  descansa  sobre  su  pierna  izquierda  para 
meter  laj[derecha  en  el  pantalón,  pierde  el  equilibrio 
y  hay  que  estar  atento  para  sostenerle. 

La  mano  derecha  es  gruesa  y  ruda — según  afirma 
una  dama  de  su  corte — y  de  un  contacto  desagrada- 
ble. «Cuando  fui  presentada  á  Guillermo,  que  no  era 
entonces  mas  que  príncipe  imperial — dice  la  dama — , 
un  cortesano  me  advirtió  dé  la  manera  brusca  con 
que  acostumbraba  á  estrechar  la  mano.  A  pesar  de  la 
advertencia,  no  pude  retener  un  ligero  grito  por  el 
dolor  de  la  exagerada  presión.» 

El  mal  crónico  de  la  oreja  ha  persistido  incesante- 
mente, sin  que  los  médicos  puedan  determinar  el  ca- 
rácter de  la  afección.  Muchos  creen  en  un  cáncer, 
terrible  enfermedad 
que  parece  heredi- 
taria en  los  Hohen- 
zollern.  Este  dolor, 
que  se  agrava  con 
el  frío  y  la  hume- 
dad, influye  induda- 
blemente en  el  ca- 
rácter de  Guillermo, 
nervioso,  excitable 
y  agitado.  Un  hom- 
bre que  sufre  casi 
todos  los  días  de  un 
dolor  agudo  y  per- 
sistente cerca  del 
cerebro,  no  puede 
conservar  un  domi- 
nio absoluto  sobre  su 
humor  y  sus  faculta- 
des. De  ahí  que  una 
gran  parte  de  la  in- 
creíble actividad  fí- 
sica de  Guillermo  de- 
penda de  esta  afec- 
ción. Con  frecuencia 

pasa  las  noches  en  claro,  nervioso,  colérico,  buscando 
inútilmente  la  tranquilidad  reconfortante  del  sueño. 

Mientras  el  mundo  duerme, 
él  vela,  con  la  imaginación 
excitada,  la  sensibilidad  vi- 
brante de  dolor,  y  en  estas 
vigilias  aprecia  las  cosas  y 
agrupa  las  ideas,  con  la  de- 
formación propia  de  las  ho- 
ras nocturnas.  Tiene  en  la 
cabecera  de  su  cama  lápices 
y  cuadernos  de  notas,  y  tra- 
baja para  distraer  su  dolor 
y  facilitar  la  llegada  del  sue- 
ño. Inútil  es  decir  la  des- 
orientación de  las  ideas  na- 
cidas en  tales  momentos.  Al- 
gunas veces,  para  librarse 
del  suplicio  físico,  salta  de 


NINGUNA     DESPEDIDA 
SIN   SU   DISCURSO 

—  Partid,  golondrinas,  pero  no  olvidéis 
"  que  sois  alemanas  y  cumplid  con  vuestro 
deber. 

( lítniíoristisr.he  Bhctter,  de  Vieiia) 


KL   EXORDIO 
—¡Silencio,  que  va  á  hablaros  vuestro  emperadorl 

/¿»<;r  í'ioA,  (le  Vienii) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


423 


la  cama,  sale  del  palacio  en  plena  noche  y  se  presenta 
inesperadamente  en  un  cuartel,  dando  la  voz  de  alar- 
ma para  que  el  regimiento  se  movilice  en  unos  cuan- 
tos minutos  y  salga  al  campo  antes  de  que  apunte  el 
alba,  entreteniéndose  el  emperador  con  sus  mudas  evo- 
luciones. En  todas  las  épocas  del  año  Guillermo  está 
de  pie  á  las  cinco  de  la  mañana. 

Un  aparato  especial  para  limpiar  la  oreja  enferma 
acompaña  á  Guillermo  en  sus  viajes.  Él  mismo  se  cura, 
pero  cuando  está  en  palacio  prefiere  la  mano  hábil  de 
la  emperatriz,  que  sabe  extraer  con  suavidad  los  resi- 
duos de  la  inñamación  del  órgano  enfermo. 

Su  manía  ambulatoria  obedece  tal  vez  á  esta  do- 
lencia del  oído.  La  continua  movilidad  le  distrae, 

haciéndole  olvidar 
el  dolor  físico.  La 
vida  en  ferrocarril 
ha  sido  para  él  una 
especie  de  remedio, 
y  por  esto  vaga 
errante  de  un  lado 
á  otro  de  Alemania. 
Los  vagones  del  tren 
imperial  fueron  por 
mucho  tiempo  su  re- 
sidencia preferida. 
Algunas  veces  huía 
de  sus  habitaciones 
del  palacio  de  Pots- 
dam  para  ir  á  dor- 
mir en  el  tren  que 
estaba  inmóvil  en  la 
estación  con  la  lo- 
comotora apagada. 
Los  empleados  te- 
nían que  suspender 
el  tránsito  de  los  trenes  de  carga  y  hacer  avanzar  con 
precauciones  los  de  viajeros  para  que  no  turbasen 
con  su  estrépito  el  sueño  del  emperador.  Cien  emplea- 
dos se  ocupaban  en  esta  función  extraordinaria,  y  el 
movimiento  de  una  vía  fé- 
rrea importante  quedaba  sus- 
pendido hasta  que  desperta- 
ba Guillermo. 

Las  más  pequeñas  causas 
inñuyen  en  la  suerte  de  la 
humanidad  cuando  se  halla 
bajo  la  influencia  del  poder 
concentrado  en  un  solo  hom- 
bre. Bien  sabida  es  la  im- 
portancia histórica  de  la  fís- 
tula que  afligió  á  Luis  XIV. 
Voltaire  habla  de  la  atonía 
intestinal  de  Grómwell  para 
explicar  su  política  sombría. 
La  oreja  enferma  y  doliente 
del  César  alemán  y  sus  lar- 
gas vigilias  pobladas  de  pen- 


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K. 

I, 

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GUILLERMO   II,   PROFETA 

(Le  Fra>i(aisJ 


EL   TRIUNFO   ORATORIO 
—  Vo,  Guillermo,  por  la  (gracia  de  los  dioses  y  paro  l<i  felicidad  del 
universo  vuestro  señor  y  amo,  os  saludo. 

(La  Reforme,  do  Bruselas) 


CONFERENCIANTE  RELIGIOSO 
LuTERO.— ¡Hijo  m(o,  deia  eso  de  los  sermones  para  nosotros! 

(  Wcckblaii  voor  Ncdcrland) 

samientos  deformados  por  la  desorientación  nocturna, 
han  influido  en  la  suerte  del  mundo,  conduciéndolo  á 
la  tragedia  de  1914. 

Todos  conocen  el  amor  de  Guillermo  á  los  unifor- 
mes, y  la  importancia  que  concede  á  las  condecora- 
ciones. 

Este  entusiasmo  pueril  por  la  brillantez  exterior, 
no  lo  debe  únicamente  á  sus 
gustos  personales.  Tal  vez 
los  ha  heredado  en  parte  de 
Federico  III,  principe  ro- 
mántico, aficionado  á  los  cas- 
tillos de  aspecto  poético,  á 
las  decoraciones  medieva- 
les, á  los  muebles  antiguos 
y  las  armaduras  viejas.  El 
príncipe  Fritz  gustó  de  ser 
retratado  con  la  dorada  bar- 
ba tendida  sobre  el  brillante 
pectoral  de  una  coraza  y  un 
majestuoso  manto  en  los 
hombros,  lo  mismo  que  un 
personaje  del  Sacro  Imperio 
Germánico.  Pero  estos  gus- 
tos del  noble  Fritz  eran  dis- 


424 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL   KAISER 
De  general  español 


cretos,  y  nunca  sobre- 
pasaron los  límites  de 
una  afición  literaria  por 
el  pasado  romántico  de 
su  país. 

El  hijo  los  ha  extre- 
mado hasta  los  límites 
de  lo  grotesco.  Federico 
amó  la  pompa  externa 
con  un  gusto  de  artista, 
escogiendo  los  trajes  y 
los  muebles  lo  mismoque 
un  pintor.  Guillermo  se 
entusiasma  con  los  co- 
lorines, los  galones  y  las 
plumas,  mostrando  un 
apetito  insaciable  por  la 
variedad,  como  si  la  vida 
fuese  una  representación 
de  teatro. 

En  la  misma  Alema- 
nia, gentes  que  le  ad- 
miran han  reído  secreta- 
mente al  comentar  lo  que  le  ocurrió  en  uno  de  sus 
viajes.  Varias  maletas  faltas  de  dirección  fueron  á 
parar  á  una  aduana,  y  al  abrirlas  los  empleados  que- 
daron perplejos,  viendo  un  sinnúmero  de  prendas  de 
vestir  de  brillantes  colores  con  gran  profusión  de  galo- 
nes y  bordados.  Uno  de  los  funcionarios  salió  del  paso 
inscribiendo  gravemente  en  el  libro  de  registro:  «Efec- 
tos de  un  comediante...»  Las  maletas  extraviadas  per- 
tenecían al  emperador,  que  había  salido  de  viaje  con 
una  pequeña  parte  de  su  colección  de  uniformes  nacio- 
nales y  extranjeros. 

Estos  uniformes  constituyen  un  verdadero  museo. 

Para  dar  idea  de  su  enor- 
midad bastará  decir  que 
Guillermo  posee  un  uni- 
forme de  diario  y  otro 
de  gala  por  cada  uno  de 
los  300  regimientos  de 
infantería,  artillería  y 
caballería  del  reino  de 
Prus'ia.  Además  tiene 
iguales  uniformes  de  las 
tropas  que  forman  los 
contingentes  bávaros, 
wurtemburgueses  y  sa- 
jones. Aparte  de  éstos 
posee  uniformes  de  los 
regimientos  austriacos, 
ingleses,  italianos,  ru- 
sos, españoles,  rumanos, 
suizos,  turcos,  etc.,  que 
le  han  nombrado  coronel 
honorario.  Su  manía  sun- 
¿uaria  le  ha  hecho  in- 
De  coronel  ruso  de  infanicrta  Ventar  además  una  gran 


variedad  de  trajes  para  las  cacerías,  los  viajes  en 
yate  y  otros  sports.  No  hay  uniforme  que  haya  de- 
jado de  emplear  para  retratarse,  y  miles  de  fotografías 
en  posturas  diferentes  y  trajes  diversos  adornan  sus 
habitaciones,  que  son  verdaderas  capillas  de  un  culto 
egolátrico. 

El  propietario  de  este  ropero  enorme  y  extrava- 
gante necesita  numerosas  piezas  para  encerrar  sus 
tesoros  bordados  y  multicolores,  así  como  su  inmensa 
variedad  de  sombreros,  botas  y  guantes.  Tres  vastos 
salones  están  ocupados  por  el  guardarropa,  y  los  la- 
cayos encargados  de  vestir  al  emperador  hacen  su 
servicio  desde  el  amanecer  hasta  bien  entrada  la  no- 
che, pues  en  todo  momento  puede  sentir  la  fantasía 
de  cambiar  de  traje. 

Guillermo,  gran  admirador  de  Federico  el  Grande, 
tiene  también  uniformes 


de  la  época  de  este  rey, 
y  ha  aprovechado  mas- 
caradas y  bailes  para 
vestirse  como  su  remoto 
ascendiente  el  Gran 
Elector.  Lo  único  que 
no  ha  imitado  de  Fe- 
derico II  es  su  descuido 
y  su  indiferencia  en  ma- 
teria de  indumentaria. 
Cuando  murió  el  Gran 
Capitán  prusiano,  todo 
su  ropero,  incluyendo  los 
calzones  y  las  botas  que 
había  llevado  en  la  ba- 
talla de  Rosbach,  fué 
vendido  á  un  israelita 
por  300  thalers. 

El  lujo  de  Guillermo 
es  puramente  militar. 
Sabe  que  el  uniforme 
realza  su  figura,  pres- 
tándole un  aspecto  majestuoso.  Sus  fieros  bigotes  y 
su  paso  marcial  sólo  sirven  para  darle  un  aspecto  de 
viajante  de  comercio  las  raras  veces  que  viste  el  traje 
civil.  Este  traje  le  hace  más  pequeño  y  no  oculta, 
como  el  uniforme,  sus  defectos  físicos. 

Sin  embargo,  el  inquieto  emperador,  que  ansia 
ocupar  el  primer  puesto  en  toda  clase  de  manifesta- 
ciones, intentó  por  una  temporada  competir  con  su 
tío  Eduardo  Vil — entonces  príncipe  de  Gales—,  que 
gozaba  de  una  celebridad  universal  por  su  elegancia 
sobria  y  discreta. 

En  un  viaje  del  príncipe  inglés  á  Berlín,  Guillermo 
le  fué  mostrando  con  cierto  orgullo  más  de  un  cente- 
nar de  trajes  confeccionados  con  géneros  alemanes  y 
por  sastres  del  país.  El  príncipe  de  Gales  contempló 
impasible  la  exhibición,  y  al  final  dijo  fríamente: 

— No  hay  una  sola  prenda  que  esté  bien  cortada  y 
sea  digna  de  un  gentlcman.  Además,  aunque  estuvie- 
sen bien  hechas,  tú  no  sabrías  llevarlas. 


De  general  auslriaco 


EN  1 


Dibuio  de  H.  W.  Koekkock,  de  .The  lllusirated  London  News» 


La  infantería  francesa  batiéndose  entre  las  ruinas  del  puefa 


GONA 


Louppy-le-Chateau,  del  que  logró  rechazar  á  los  alemanes 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


425 


Y  para  consolar  al  sobrino,  añadió  con  su  nema 
británica: 

— Sólo  te  sienta  bien  el  uniforme.  Tú  eres  un  gue- 
rrero de  la  antigüedad  que  tal  vez  ha  nacido  tarde. 


La  manifestación  más  saliente  del  carácter  de 
Guillermo  es  una  gran  facilidad  para  hacerlo  todo, 
apropiándose  las  ideas  ajenas.  Su  pensamiento  reposa 
en  una  contradicción  fundamental.  Cree,  como  un  mo- 
narca de  la  Edad  Media,  en  su  derecho  divino,  y  al 
mismo  tiempo  siente  las  más  modernas  preocupacio- 
nes comerciales.  Quiere  serlo  todo:  general,  almiran- 
te, diplomático,  teólogo,  predicador,  orador  de  banque- 
tes, sportsman,  autor  dramático,  comerciante,  mú- 
sico, pintor,  libretista,  director  de  escena,  crítico  de 

arte,  padre  de  familia, 
marido  modelo — á  pesar 
de  sus  numerosas  dis- 
tracciones lloradas  por 
la  emperatriz — ,  y  en  to- 
dos los  actos  de  esta  ac- 
tividad incesante  ve  una 
ocasión  para  dar  salida 
á  su  furia  oratoria,  pro- 
nunciando discursos  que 
al  principio  despertaban 
un  eco  mundial  por  su 
incoherencia  ó  sus  ame- 
nazas, pero  luego,  por 
su  frecuencia,  han  que- 
dado reducidos  á  simples 
incidentes  de  la  vida  or- 
dinaria. 

Cada  época  de  su  vida 
está  marcada  por  un  de- 
seo dominante.  Cuando 
no  ha  podido  distraerse 
con  los  viajes  ó  las  re- 
vistas militares,  ha  deseado  ser  un  gran  músico,  un 
gran  pintor  ó  un  gran  poeta.  En  todas  estas  aficiones 
artísticas  no  hay  mas  que  una  hábil  simulación,  sos- 
tenida por  el  elogio  de  los  cortesanos  y  el  irresistible 
respeto  que  sienten  los  alemanes  por  todo  lo  que  pro- 
cede de  sus  monarcas.  Guillermo,  cuando  escribe,  ne- 
cesita de  colaboradores,  lo  mismo  que  cuando  pre- 
para sus  discursos.  Su  talento  de  pintor  es  ilusorio, 
pues  no  ha  pintado  nunca.  Todos  sus  trabajos  en  dicho 
arte  se  han  limitado  á  sugerir  el  ^argumento»  de  un 
cuadro  á  algún  artista  mediocre  protegido  suyo,  que 
se  encarga  de  interpretarlo  sobre  el  lienzo. 

Su  habilidad  de  músico,  que  es  tenida  por  muchos 
como  indiscutible,  representa  igualmente  otra  simu- 
lación. Bien  conocida  es  la  notoriedad  que  obtuvo  en 
Alemania  hace  años  el  famoso  Himno  d  E'/ir,  com- 
puesto por  el  emperador.  Empezaba  éste  á  preocupar- 
se de  la  reorganización  de  la  flota,  y  creyó  oportuno 
inaugurar  sus  trabajos  escribiendo  un  himno  en  honor 


De  coronel  de  húsares  húngaros 


De  dragón  inglés 


del  dios  del  mar  en  la 
mitología  escandinava. 
Todos  los  buenos  alema- 
nes entusiastas  del  em- 
perador creyeron  opor- 
tuno aprender  el  himno, 
extasiándose  ante  sus 
bellezas,  sólo  compara- 
bles con  las  de  Beetho- 
ven  y  Wágner. 

Las  hermanas  de  Gui- 
llermo, que  ríen  á  cara 
descubierta  de  sus  talen- 
tos artísticos,  mostraron 
un  regocijo  demasiado 
ruidoso  ante  el  éxito  mu- 
sical de  su  augusto  her- 
mano, especialmente  la 
princesa  Carlota  de  Mei- 
ningen,  que  es  de  toda 
la  familia  la  que  tiene 
la  lengua  más  fácil. 

La  maliciosa  princesa  no  podía  creer  en  la  pater- 
nidad del  himno  por  estar  bien  enterada  de  que  el 
emperador,  no  obstante  haberse  retratado  ante  un 
piano  y  llevar  un  instrumento  de  esta  clase  en  mu- 
chos de  sus  viajes,  sólo  es  capaz  de  teclear  con  un 
solo  dedo.  Las  averiguaciones  de  la  princesa  Carlota 
acabaron  por  descubrir  que  el  himno  era  de  tres  au- 
tores: Guillermo  había  proporcionado,  como  siempre, 
la  «idea*,  y  sus  íntimos  amigos  y  ayudantes,  Moltke 
el  joven  y  Eulemburg,  se  habían  encargado  de  escri- 
bir la  música,  entrando  además  en  la  colaboración  un 
cuarto  autor,  el  maestro  Becker,  de  Berlín,  que  or- 
questó la  obra,  recibiendo  en  recompensa  una  cruz. 

Las  indiscreciones  de 
las  hermanas  del  empe- 
rador y  de  otras  damas 
de  la  corte  fueron  descu- 
briendo á  los  diversos 
colaboradores  de  Gui- 
llermo 11.  El  profesor 
Knackfus,  de  Cassel,  y 
el  pintor  Karl  Sal tzmann, 
de  Berlín,  han  hecho  sus 
paisajes  y  marinas;  el 
capellán  de  la  corte, 
B'rommel,  ha  escrito  mu- 
chos de  los  sermones  que 
el  emperador  declama 
fogosamente  sobre  la  cu- 
bierta de  su  yate,  y  en 
general  los  oficiales  de 
su  cuarto  militar  le  ayu- 
dan en  la  preparación 
de  los  discursos  beli- 
cosos. 

Estas    colaboraciones  De  almirante  danés 


426 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


MÚSICO    Y    PINTOR 
El  kaiser,  ferviente  pianisla.  Cada  nota  es  un  soldado 

(CaricHtura  du  Canuí  d'Ache,  publicada  eu  Zt  Fiíjaru,  de  Paris) 


para  simular  un  talento  artístico  no  son  nuevas  en 
la  familia  Hohenzollern,  que  ha  tenido  varios  indivi- 
duos deseosos  de  aparecer  como  pintores,  músicos  y 
poetas  incomparables. 

Los  entusiastas  de  Guillermo  II  recuerdan  muchas 
veces  el  talento  de  pintor  que  poseía  su  remoto  ascen- 
diente Federico  Guillermo  I.  Pero  algunos  autores,  al 
hablar  de  este  segundo  rey  de  Prusia,  dan  á  entender 
que  era  un  astuto  comerciante  que  se  hacía  confec- 
cionar por  artistas  pobres  una  gran  variedad  de  cua- 
dros de  todos  géneros  y  tamaños,  para  firmarlos  im- 
pudentemente, vendiéndolos  después  á  un  precio 
enorme  á  los  admiradores  y  los  curiosos. 

Además,  Guillermo  II,  que  desea  intervenir  en 
todos  los  asuntos  de  Alemania,  ha  organizado  su  vida 
de  tal  modo  que  le  falta  tiempo  materialmente  para 
poder  dedicarse  á  ningún  trabajo  literario  ó  artístico. 
Sujeto  á  una  agitación  perpetua,  le  repugna  estar 
sentado.  Algunas  veces,  cuando  le  vence  la  fatiga, 
descansa  en  el  brazo  de  un  sillón  ó  en  el  borde  de  las 
mesas,  y  balanceando  una  pierna  habla  y  habla,  pues 
su  verdadero  placer  consiste  en  ser  escuchado. 

Tampoco  dispone  de  tiempo  para  leer  un  libro.  Por 
las  noches,  cuando  está  en  vela  por  el  dolor  de  la 
oreja,  su  estado  no  le  permite  el  placer  de  la  lectura, 
y  cuando  se  halla  en  calma  necesita  aprovecharla  en- 
tregándose al  sueño  reparador.  Todo  lo  sabe  de  oídas, 
pues  después  de  sus  estudios  en  el  liceo  de  Cassel  y  la 
Universidad  de  Bonn,  no  ha  tenido  tiempo  ni  tranqui- 
lidad para  dedicarse  á  los  libros.  Pero  hay  que  reco- 
nocer en  el  emperador  una  inteligencia  ágil  para  la 
asimilación,  y  una  excelente  memoria,  que  engañan 
al  que  le  escucha  por  primera  vez,  haciéndole  creer 
en  sus  vastísimos  conocimientos. 

Cuando  Julio  Simón  fué  á  Berlín  para  asistir  á  un 
congresocientífico,  el  emperador  lo  recibió  con  gran- 
des muestras  de  admiración  y  le  hizo  el  regalo  de 


unos  manuscritos  de  Federico  el  Grande.  El 
célebre  escritor  francés  quedó  encantado  de  la 
ilustración  del  emperador  y  del  profundo  cono- 
cimiento que  tenía  de  sus  obras. 

Según  las  revelaciones  de  un  cortesano  in- 
discreto, unos  meses  antes  Guillermo  II  igno- 
raba la  existencia  de  Julio  Simón  y  jamás 
había  abierto  ninguno  de  sus  libros. 

Poseído  de  la  importancia  divina  que  le  co- 
munica su  corona,  el  emperador  no  quiere  re- 
conocer los  obstáculos  de  lo  imposible  ni  las 
confusiones  del  ridículo.  Las  influencias  ances- 
trales, al  revelarse  en  él,  le  hacen  incurrir  al- 
gunas veces  en  las  mismas  extravagancias  de 
su  antecesor  el  rey-sargento.  Al  ser  presentado 
en  la  corte  un  noble  del  campo  que  estaba 
arruinado  y  solicitaba  una  colocación,  Gui- 
llermo II  admiró  su  enorme  estatura:  «Será 
— dijo — un  magnífico  capitán  de  mi  Guardia.» 
Los  cortesanos  rieron,  creyendo  en  una  broma 
imperial,  pero  el  pacífico  gigante  fué  nombra- 
do capitán  acto  seguido,  á  pesar  de  su  falta  de  ins- 
trucción militar. 

Las  grandes  contradicciones  de  su  vida  dividen 
ésta  en  tres  períodos.  En  sus  primeros  años  de  empe- 
rador amenazó  á  Europa  como  un  dios  implacable  de 
la  guerra.  Fué  el  soberano  belicoso  que  había  anun- 
ciado su  advenimiento  al  trono  con  dos  proclamas  al 
Ejército  y  la  Marina,  olvidando  al  pueblo  alemán,  que 
únicamente  oyó  su  palabra  algunos  días  después.  La 


l/íT^ 


EL  KAISER  COLABORANDO  CON  BL  MAESTRO  LBONCA VALLO 

(Pasi¡uiito,  de  Turin) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


427 


nación  quedó  organizada  para  el  ataque  y  las  poten- 
cias europeas  vivieron  en  continua  alarma. 

Luego  el  inquieto  emperador  cambió  de  ideas,  pro- 
nunciando discurso  sobre  discurso  acerca  de  los  be- 
neficios de  la  paz,  dando  á  todas  sus  afirmaciones  un 
tono  idílico,  como  si  fuese  el  buen  pastor  de  la  huma- 
nidad. «La  paz  soy  yo»,  dijo  en  repetidas  ocasiones. 
Y  aunque  esta  afirmación  era  desmentida  frecuente- 
mente con  amenazas  de  agresión,  el  mundo,  predis- 
puesto á  creer  todo  lo  que  favorece  su  tranquilidad, 
vivió  confiado  en  la  palabra  imperial. 

El  tercer  período  es  reciente.  En  191.3  el  embaja- 
dor Cambon  dio  la  alarma  al  notar  el  cambio  que  se 
verificaba  en  el  «emperador  de  la  paz».  Volvía  á  ser 
el  monarca  sombrío  y  amenazador  de  los  primeros 
tiempos  de  su  reinado.  La  guerra  estaba  próxima. 

Algunos  autores,  al  comentar  las  incoherencias  del 
carácter  de  Guillermo,  transcriben  unos  párrafos  de 
una  obra  clásica  sobre  las  enfermedades  del  espíritu. 
Este  tratado  médico  dice  así: 

«El  enfermo  se  siente  con  un  poder  mental  ilimi- 
tado; manifiesta  una  suprema  confianza  en  sí  mismo; 
sus  actos  le  hacen  asemejarse  á  una  persona  medio 
intoxicada.  No  hay  en  él  mas  que  pretensiones  vani- 
dosas y  proyectos  audaces.  No  puede  negarse  que  al- 
gunas veces  manifiesta  una  intuición  viva  en  extremo. 
Puede  hacer  brillar  una  elocuencia  de  circunstancias; 
pero  sus  ideas  carecen  de  ilación,  y  al  día  siguiente 
pondrá  esta  misma  elocueacia  al  servicio  de  una  cau- 
sa contraria.  El 
deseo  de  colocar- 
se por  encima  de 
todos,  domina  á 
sus  palabras  y  sus 
actos.  Se  ve  en 
él  una  constante 
preocupación  de 
exhibirse,  á  la  vez 
que  de  asombrar 
al  universo,  del 
cual  cree  ser  el 
centro.  Todos  los 
sucesos  le  pare- 
cen dirigidos  con- 
tra su  persona,  y 
de  aquí  una  ma- 
nía «persecuto- 
ria». 

o 

La  idea  exage- 
rada que  tiene 
(ruillermo  de  su 
preciosa  misión 
en  el  mundo,  le 
hace  vivir  eu  per- 
petuo temor  de  las 

-PINTAR    SOLDADOS.    NO    TIENE   OTRO  ,  ,       ,  „, 

OBJBTO  LA  PINTURA  enfermedades.  El 

(L'.UsU-tlea.,!,e„n-eJ  POde""    miStCrioSO 


—  HE  AQUÍ   UNA   NUBE   QDB  VA   A   OBSCURECERME 
EL   CIELO    DE   ITALIA 

Alude  al  viaie  de  M.  Loubet,  entonces  presidente  de  la  República 
francesa 

( Pusquino,  de  Turin) 

de  los  microbios  y  los  peligros  del  contagio  obsesio- 
nan á  este  personaje,  que  gusta  de  aparecer  con  gran 
aparato  militar  en  fotografías  y  periódicos  como  un 
héroe  que  no  conoció  nunca  el  miedo. 

Cuando  alguno  de  sus  allegados  cae  enfermo  de 
una  dolencia  que  él  juzga  contagiosa,  abandona  in- 
mediatamente el  edificio  en  que  esto  ocurre  y  se  nie- 
ga á  volver  á  ocuparlo  en  mucho  tiempo.  Estando  en 
el  Palacio  de  Mármol  de  Potsdam,  bastó  que  en  la  fa- 
milia de  uno  de  sus  servidores  ocurriese  un  caso  de 
difteria,  para  que  Guillermo  huyese  á  Berlín  sin  espe- 
rar á  la  emperatriz  y  sus  hijos,  que  le  pidieron  algu- 
nas horas  para  hacer  los  preparativos  de  viaje. 

En  las  recepciones  palaciegas,  el  emperador  se 
aparta  muchas  veces  bruscamente  de  la  persona  con 
quien  conversa,  dejándola  estupefacta  y  confusa.  Es 
que  su  interlocutor  acaba  de  manifestar  imprudente- 
mente que  su  hijo,  su  hija,  un  tío  ó  un  criado  sufren 
la  escarlatina  ó  una  simple  congestión  en  la  garganta. 
Apenas  oye  hablar  de  enfermedades,  tuerce  el  gesto  y 
se  aleja  á  toda  prisa.  En  un  baile  de  la  corte,  el  em- 
perador, que  conversaba  galantemente  con  una  her- 
mosa dama  de  Berlín,  le  volvió  de  pronto  la  espalda 
con  visible  enfado.  La  beldad  había  cometido  la  lige- 
reza de  hablar  de  uno  de  sus  hijos  que  estaba  enfer- 
mo. «¿Cómo  os  atrev(Ms,  en  tal  caso,  á  venir  á  mi 
casa?»,  dijo  secamente  Guillermo  con  ojos  amenazan- 


428 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


tes,  como  si  acabase  de  descubrir  una  falta  de  respeto 
á  su  persona. 

El  culto  exagerado  á  la  importancia  de  su  indivi- 
dualidad se  manifiesta  igualmente  en  las  persecucio- 
nes que  exige  á  sus  ministros  contra  todo  el  que  se 
permite  comentar  su  persona  ó  sus  actos.  Inútil  es 
decir  lo  que  se  presta  este  soberano  con  sus  preten- 
siones, sus  manías  y  su  culto  egolátrico  á  la  burla  ó 
simplemente  crítica  de  las  personas  sensatas. 

Guillermo  admite  como  crimen  de  lesa  majestad 
el  más  insignifi- 
cante comenta- 
rio sobre  su  per- 
sona semidivina 
ó  la  de  los  favo- 
ritos de  su  séqui- 
to. Los  tribuna- 
les alemanes,  en- 
sanchando arbi- 
trariamente el 
texto  del  Código 
penal,  castigan 
duramente,  no 
sólo  las  opinio- 
nes emitidas  por 
la  prensa  ó  ma- 
nifestadas en  pú- 
blico, sino  igual- 
mente  los  co- 
mentarios desfa- 
vorables al  em- 
perador que  se 
formulan  en  la 
intimidad. 

Guillermoem- 
perador  consti- 
tucional es  in- 
tangible, indis- 
cutible, perse- 
guidor y  venga- 
tivo, lo  mismo 
que  un  autócra- 
ta que  no  se  hu- 
biese dado  la 
pena  de  fingir 

una  Constitución.  El  pueblo  alemán,  que  nunca  se  ha 
distinguido  por  su  amor  á  la  libertad,  vive  una  exis- 
tencia de  esclavo  en  lo  que  se  refiere  al  derecho  de 
crítica  de  los  actos  gubernamentales. 

El  filósofo  Juan  Finot  ha  descrito  la  vida  de  Ale- 
mania bajo  la  amenaza  de  Guillermo  II,  que  en  toda 
opinión  un  poco  independiente  ve  un  manejo  revolu- 
cionario ó  un  crimen  de  lesa  majestad. 

«Entre  1888  y  1898— dice  Finot—,  ó  sea  durante 
la  primera  década  del  reinado  del  kaiser,  los  tribuna- 
les infligieron  al  pueblo  alemán  1.120  años  de  pri- 
sión por  los  crímenes  de  Majestaetsheleidigung,  sin 
contar  las  pérdidas  de  privilegios,  de  derechos  de  ciu- 


BL   KAISER   EN  CARRUAJE,    DURANTE   UNA   CEREMONIA   DE  CORTE 


dadanía  y  de  situaciones  adquiridas.  Después  de  1898 
el  número  de  procesos  de  esta  clase  ha  adquirido  pro- 
porciones fantásticas.  Cada  ciudad  y  cada  pueblo 
tiene  sus  sospechosos  y  sus  víctimas.  El  régimen  de  la 
delación  ha  llegado  á  un  desarrollo  enorme.  Los  do- 
mésticos despedidos  de  las  casas  emplean  frecuente- 
monte  este  sistema  para  vengarse  de  sus  antiguos 
amos.  Como  los  crímenes  de  lesa  majestad  sólo  pres- 
criben á  los  cinco  años,  se  desarrollan  con  frecuencia 
procesos  insensatos  gracias  al  celo  monárquico  de  los 

criados  despe- 
didos ó  de  anti- 
guos camaradas 
que  al  romper 
la  amistad  se 
acuerdan  de 
pronto  de  ofen- 
sas proferidas 
contra  el  empe- 
rador algunos 
años  antes.  Se 
adivina  con  esto 
lodulcequedebe 
ser  la  vida  ale- 
mana y  la  de- 
gradación inevi- 
table de  sus  cos- 
tumbres. Un  pro- 
fesor de  la  Uni- 
versidad de  Ber- 
lín, al  pasar  por 
París  me  contó 
hace  tiempo  la 
aventura  ocurri- 
da á  una  de  las 
damas  más  res- 
petables de  la 
capital,  que  fué 
encarcelada  du- 
rante algunos 
meses  por  haber 
hablado  de  un 
modo  irrespetuo- 
so de  la  multi- 
plicidad de  los 
talentos  ofrecidos  por  el  kaiser  á  la  admiración  de  su 
pueblo.» 

No  creer  en  el  mérito  de  Guillermo  11  como  pintor, 
músico,  orador  ó  poeta  y  manifestarlo  en  la  intimi- 
dad, es  un  motivo  para  ir  á  la  cárcel  si  es  que  un  cria- 
do infiel  ó  un  espía  cercano  denuncia  las  palabras  á 
la  policía. 

Los  periódicos  de  toda  Europa  contaron  hace  años 
la  aventura  de  un  inglés  detenido  en  Berlín  como  reo 
de  lesa  majestad.  Hablando  con  un  vecino  de  mesa 
en  el  célebre  Café  Baüer,  el  inglés  dijo  en  su  idioma, 
al  comentar  los  actos  de  Guillermo,  especialmente 
sus  pretensiones  artísticas  y  su  aparato  teatral:  «Es 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


429 


preciso  que  el  emperador  esté  realmente  loco,  para 
hacer  tales  cosas.»  El  vecino  de  mesa,  que  era  un 
espía,  lo  denunció  á  los  agentes  que  estaban  en  la 
puerta  del  café,  y  éstos  detuvieron  al  siibdito  bri- 
tánico, conduciéndolo  al  puesto  de  policía  más  in- 
mediato. 

— Yo  he  hablado  de  un  emperador  que  está  loco 
— dijo  el  inglés  al  comparecer  ante  el  comisario — . 
Pero  me  refería  al  emperador  de  Rusia. 

A  lo  que  contestó  el  buen  policía  alemán  con  tor- 
pe indignación: 

— Eso  es  una 
excusa.  Usted  ha 
hablado  de  un 
monarca  que 
está  loco,  y  no 
puede  ser  otro 
que  nuestro  em- 
perador. 

«Cualquiera 
nota  indepen- 
diente— dice  Fi- 
not — que  apare- 
ce en  la  prensa 
respectoála  con- 
ducta de  Guiller- 
mo es  denuncia- 
da y  castigada 
inmediatamente 
por  los  tribuna- 
les. Las  bromas 
más  inofensivas 
y  pueriles  de  los 
caricaturistas 
prusianos  no  en- 
cuentran excusa 
ante  una  magis- 
tratura servil  y 
ávida  de  avan- 
ce en  su  carre- 
ra. El  director 
de  un  periódico 
deBerlín  fuécon- 
denado  á  varios 
meses  de  prisión 

por  haber  puesto  en  caricatura  unas  palabras  del  kai- 
ser. Este  había  dicho:  «Nadie  puede  ser  un  buen  sol- 
dado si  no  es  un  buen  cristiano.»  Y  el  dibujo  persegui- 
do representaba  simplemente  á  Federico  el  Grande, 
Napoleón  y  otros  guerreros  ilustres,  que  nada  tuvieron 
de  creyentes,  leyendo  en  el  otro  mundo  el  discurso  del 
kaiser  y  riéndose  entre  ellos.» 

En  la  prensa  alemana  los  únicos  periódicos  satíri- 
cos que  osan  comentar  con  cierto  atrevimiento  los 
actos  imperiales  son  los  de  los  Estados  que  disfrutan 
de  una  completa  autonomía,  especialmente  el  reino  de 
Baviera,  donde  los  delitos  de  imprenta  quedan  some- 
tidos al  jurado.  El  Simplicissimus,  de  Munich,  ha  des- 


BL    KAISER    A    CABALLO,    EN    UNAS    MANIOBRAS 


pertado  en  el  kaiser  en  ciertas  ocasiones  mayores  cóle- 
ras que  un  conflicto  europeo. 

Guillermo,  que  perdona  las  muertes  en  duelo  y 
muchos  delitos  comunes,  no  ha  querido  nunca  firmar 
un  indulto  por  un  crimen  de  lesa  majestad.  Una  es- 
tadística alemana  establece  que  hasta  el  año  1912  los 
tribunales  de  Prusia  habían  distribuido  12.600  años 
de  prisión  entre  individuos  francamente  irrespetuo- 
sos con  el  emperador  ó  acusados  sin  pruebas,  é  in- 
justamente condenados.  Muchos  de  tales  delitos  de 

lesa  majestad 
resultan  simple- 
mente ridículos. 
La  esposa  de  un 
propietario  de  la 
Pomerania  fué 
condenada  áseis 
meses  de  prisión 
por  haber  dicho 
que  el  empera- 
dor, con  todo  su 
poder,  no  conse- 
guiría besar  uno 
de  sus  pies.  El 
directordeunpe- 
riódico  de  Bres- 
lau  fué  condena- 
do á  siete  meses 
de  cárcel  por  co- 
mentar laafición 
pueril  á  los  pla- 
ceres de  la  caza 
que  manifiestan 
el  emperador  y 
su  corte.  En  Sep- 
tiembre de  1897, 
una  pobre  maes- 
tra de  piano  de 
Berlín  se  vio  sen- 
tenciada á  tres 
meses  de  prisión 
por  haber  dicho 
en  1893,  ó  sea 
cuatro  años  an- 
tes, que  el  Him- 
no d  Ef/ir  «era  una  tontería  musicab).  La  desgraciada 
pianista  dirigió  una  petición  á  la  emperatriz  para 
obtener  el  indulto;  pero  la  soberana  no  se  atrevió  á 
entregar  el  memorial  á  su  marido  por  miedo  á  una  de 
sus  explosiones  de  mal  humor,  y  encargó  de  la  cari- 
tativa misión  á  Levetzow,  antiguo  presidente  del 
Reichstag. 

Apenas  Levetzow  empezó  á  exponer  este  caso 
inaudito  á  Guillermo  II,  le  interrumpió  el  emperador 
bruscamente: 

— ¡Creéis  que  las  leyes  contra  los  delitos  de  lesa 
majestad  son  demasiado  severasl  Me  asombra  vues- 
tra pretensión.  Justamente  la  frecuencia  con  que  hay 


430 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


PARTIDARIO    DE    LA    PAZ 
La  bandera  universal  de  la  paz,  dibujada  por  el  kaiser 

fPasijuino,  lie  Turui) 

que  perseguir  tales  crímenes,  demuestra,  por  el  con- 
trario, que  las  sentencias  son  demasiado  ligeras.  Si 
se  castigasen  con  la  merecida  dureza  las  gentes  que 
osan  atacar  al  ungido  del  Señor,  sentirían  miedo 
y  se  callarían.  Cuando  yo  encuentre  el  hombre  que 
me  hace  falta  para  la  cancillería,  le  ordenaré  que  pre- 
sente un  proyecto  de  ley  agravando  las  penas. 

El  Himno  á  Egir  fué  una  verdadera  calamidad  pú- 
blica por  las  numerosas  condenas  á  que  dio  motivo. 
De  1894  á  1890,  los  tribunales  distribuyeron  311  años 
y  siete  meses  de  prisión,  con  9.000  marcos  de  multas, 
entro  distintos  individuos  que  habían  osado  criticar 
la  composición  musical  de  Guillermo. 

Una  de  las  sentencias  más  extravagantes  por  de- 
lito de  lesa  majestad  fué  la  impuesta  á  una  criadita 
de  diez  y  seis  años,  condenada  á  nueve  días  de  cárcel 
por  haber  dicho  públicamente  que  le  gustaría  dormir 
con  el  emperador. 

Al  enterarse  éste  de  la  sentencia,  dijo  delante  de 
la  emperatriz  y  de  su  corte,  con  tranquila  petulancia: 
— Esa  pequeña  me  habrá  visto  probablemente  man- 
dando mis  tropas  en  las  maniobras  sobre  el  Rhin.  El 
diablo  me  lleve  si  puedo  censurará  la  tal  criadita.  Su 
falta  de  educación  no  le  ha  permitido  expresar  de  otro 
modo  el  afecto  por  mi  persona. 

Y  por  primera  y  última  vez  en  su  vida  indultó  á 
esta  terrible  delincuente. 

Algunos  crímenes  de  lesa  majestad  le  han  irritado 
hasta  el  paroxismo,  haciéndole  desear  los  tiempos  de 
los  primeros  Hohenzollern,  cuando  empleaban  éstos 
contra  los  subditos  ciertos  aparatos  de  tortura  que 
aún  se  conservan  en  los  museos  como  testimonios  de 
horror. 

Un  labriego  de  la  Pomerania  vio  sus  cosechas  pi- 
soteadas y  perdidas  por  los  soldados  que  invadieron 
sus  campos  durante  unas  maniobras  dirigidas  por  el 
emperador.  El  campesino  puso  pleito  pidiendo  una 
indemnización,  y  lo  perdió.  Al  intentar  un  recurso 
de  alzada,  los  jueces  quisieron  disuadirlo,  manifes- 
tando que  era  un  honor  para  él  haber  sufrido  tales 
pérdidas,  ya  que  las  tropas  que  arrasaron  sus  cam- 


pos estaban  mandadas  por  el  emperador  en  persona. 

— ¡El  emperador! — exclamó  furioso  el  campesino — . 
Yo  reclamo  lo  que  es  mío,  y  el  emperador  puede  be- 
sarme el... 

Este  labriego,  llamado  Fucks,  fué  arrestado  inme- 
diatamente por  un  insulto  que  debió  estremecer  de 
asombro  é  indignación  á  los  jueces  alemanes.  Juzgado 
inmediatamente,  lo  enviaron  á  la  cárcel  por  nueve 
meses,  después  de  negarle  toda  indemnización  por 
sus  cosechas.  El  emperador,  al  enterarse  del  horrible 
delito,  juzgó  débil  la  sentencia,  diciendo  como  si  se 
lamentase  de  una  injusticia: 

— A  individuos  de  esta  especie  los  descuartizaban 
en  otro  tiempo. 

Yo  he  conocido  á  una  distinguida  señora  de  una 
república  sudamericana  que  tuvo  que  salir  de  ^Berlín 
apresuradamente,  temiendo  verse  sentenciada  por  cri- 
men de  lesa  majestad.  Al  examinar  en  una  calle  el 
retrato  de  Guillermo  11  con  un  capote  blanco,  dijo 
confidencialmente  á  los  que  iban  con  ella  que  el  em- 
perador parecía  llevar  una  camisa  sobre  el  uniforme. 
Un  agente  que  entendía  el  español  la  denunció  inme- 
diatamente, y  á  las  pocas  horas  la  dama  tuvo  que 
salir  de  Berlín  en  vista  de  que  la  policía  la  iba  bus- 
cando de  hotel  en  hotel. 

a 

Este  «ungido  del  Señor»,  que  tiene  la  mentalidad 
de  un  soberano  de  la  Edad  Media,  ha  asombrado  al 
mundo  con  las  más  estupendas  afirmaciones,  como  si 
pretendiese  hacerlo  retroceder  diez  ó  doce  siglos. 

Su  famoso  discurso  de  Potsdam  á  los  reclutas  de 
la  Guardia  imperial  en  el  acto  de  jurar  la  bandera 
quedará  como  un  monumento  de  insensatez  despóti- 
ca. Fué  en  días  de  agitación  popular,  cuando  los  so- 
cialistas alemanes  realizaban  una  activa  campaña. 
Descansando  la  mano  inútil  en  la  empuñadura  del 
sable  y  moviendo  la  otra  con  ademanes  tribunicios, 
dijo  así  á  los  reclutas: 
«Acordaos  siempre 
de  que  el  ejército  ale- 
mán debe  estar  pron- 
to á  combatir  á  los 
enemigos  que  surjan 
entre  nosotros,  pues 
son  tan  temibles  como 
los  que  tenemos  al 
otro  lado  de  las  fron- 
teras. Hoy  la  incredu- 
lidad y  el  descontento 
avanzan  en  nuestro 
país  de  un  modo  nun- 
ca visto.  Vosotros  sois 
mis  soldados  y  me  per- 
tenecéis en  cuerpo  y 
alma.  Habéis  jurado 
obedecerme  en  todo  y  ™°«  ^"'^  '-^  ^^^ 

j    ,    ,•  .         .  —He  aquí  mis  guardianes  de  la  paz.  AI 

debéis  seguir  mis  man-     ^^^  ,^  ,„^„,  ,„  ,,„,„,„ 

datos    sin    murmurar.  (Cln-onisiie  Am«sn,iteJ 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


431 


A  partir  de  hoy  sólo  tenéis  un  enemigo:  el  que  lo  sea 
de  mi  persona.  Y  si  un  día  yo  os  ordeno — Dios  no  lo 
quiera — que  tiréis  sobre  vuestra  propia  familia,  sobre 
vuestros  padres,  sobre  vuestros  hermanos,  debéis  obe- 
decerme sin  murmurar,  como  en  todas  las  órdenes  que 
yo  os  dé.  Debéis  cumplir  vuestro  deber  sin  escuchar 
la  voz  de  vuestro  corazón...  Y  después  de  esto,  id  en 
busca  de  vuestras  nuevas  obligaciones.» 

Las  incoherencias  del  carácter  de  Guillermo  se 
revelan  especialmente  al  tratar  asuntos  de  dinero. 
Ama  la  riqueza  y  admira  á  los  que  saben  conquistarla 
en  proporciones  enormes,  como  lo  prueban  los  exage- 
rados extremos  de  amistad  con  que  ha  recibido  en 
Berlín  á  los  grandes  millonarios  de  los  Estados  Uni- 
dos. Sus  entusiasmos  de  «hombre  moderno» — que  re- 
sultan otra  incoherencia  al  lado  de  sus  pretensiones 
de  monarca  por  derecho  divino — le  han  arrastrado  á 
mezclarse  en  empresas  industriales  y  especulaciones 
de  terrenos.  Según  han  dicho  muchas  veces  los  perió- 
dicos, Guillermo  es  un  accionista  importante  de  las  fá- 
bricas de  Krupp,  de  las  sociedades  de  navegación  de 
Hamburgo  y  de  otras  empresas  alemanas.  Además  le 
suponen  grandes  adquisiciones  de  tierras  en  diversos 
Estados  de  América.  Sus  viajes  á  los  países  de  Orien- 
te y  á  Marruecos  tuvieron  un  marcado  fin  comercial, 
actuando  en  ellos  como  el  primer  comisionista  de 
Alemania.  Un  autor  satírico  ha  dicho  que  en  su  ropero 
inmenso  sólo  falta  un  uniforme,  al  que  tiene  indiscuti- 
ble derecho:  el  casquete  y  las  alas  de  Mercurio. 

Pero  á  pesar  de  su  entusiasmo  por  las  grandes 
empresas  industriales,  de  su  afición  al  comercio  y  su 
amor  á  los  millonarios,  el  emperador  es  de  una  incons- 
ciencia infantil  en  asuntos  de  dinero.  Ignora  el  valor 
exacto  de  las  cantidades.  Unas  veces  muestra  una 
avaricia  que  llega  á  ser  pueril;  en  otras  ocasiones 
derrocha  las  sumas  con  una  prodigalidad  que  asusta 
á  sus  ministros.  Casi 
siempre  su  instinto  de 
economía  se  despierta 
contra  los  demás,  mien- 
tras guarda  para  él  las 
amplitudes  dilapida- 
doras. 

Los  coleccionistas 
de  anécdotas  de  la  cor- 
te alemana  han  pu- 
blicado algunas  mues- 
tras de  esta  incons- 
ciencia en  asuntos  de 
dinero. 

Almorzando  en  su 
palacio  de  Berlín,  en 
Febrero  de  1892,  Gui- 
llermo se  escandalizó 
al  saber  que  su  herma- 
na Carlota  con  su  ma- 
rido, el  príncipe  de 
iban  á  pa- 


Meiningen 


LOS    DOS    RIVALES 
La  paloma  de  la  paz  y  el  águila  de  los  millones  del  presupuesto  de  guerra 

f  Punch,  de  Londres) 

sar  una  temporada  en  Londres  al  lado  de  la  reina 

Victoria. 

—  ¡Pero  ese  viaje  va  á  costarles  horriblemente 

caro! — exclamó  el  emperador — .  ¡Es  asunto  de  diez 

marcos  diarios  por  cabeza  cuando  menos! 

Y  el  kaiser  insistió 
repetidas  veces  sobre 
la  enormidad  de  este 
gasto,  sin  reparar  en 
el  mudo  asombro  de 
sus  cortesanos. 

Cuando  el  príncipe 
de  Meiningen  se  hubo 
enterado  de  tales  pala- 
bras, se  limitó  á  decir: 
—  Mi  gran  cuñado 
me  toma  por  uno  de 
sus  guardabosques, así 
como  tomaba  á  Bis- 
marck  por  el  primero 
de  sus  limpiabotas. 

Al  día  siguiente  de 
su  asombro  por  los 
diez  marcos  diarios, 
Guillermo  enseñó  en 
la  mesa  los  planos  de 
una  reforma  general 


¡VIVA  LA  haz; 

—La  paz,  gracias  á  Dios,  no  quiere  decir  todavía  desarme. 

(Caricatura  de  Caran  d'Acbc,  publicada  en  ¿e  Fígaro) 


432 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


.¡ffjS^ 


r 


ft DORE RAS 
FüSlttEF^ftS 

I  RFiX  1[  ViVI^JL  lOUOTEMPi 


LA   ARENGA    DEL    KAISBR 

(Caricatura  do  la  Itcvve  Enrijclnpeiliijnc) 


del  palacio  de  Ber- 
lín, con  toda  clase 
de  obras  exteriores 
y  demolición  de  las 
casas  vecinas  para 
aislarlo  del  tráfico  y 
el  ruido  de  las  calles. 
—  ¡Pero  eso  va  á 
costar  mucho! — ex- 
clamaron la  empera- 
triz y  otros  indivi- 
duos de  la  familia — . 
Es  obra  de  veinte 
millones. 

— Poco  más  ó  me- 
nos— repuso  el  kai- 
ser frunciendo  el 
ceño,  como  si  le  ofen- 
diese la  objeción — . 
El  gasto  importa 
poco  cuando  se  trata  de  evitarme  molestias. 

Enamorado  de  su  persona,  tiene  que  ser  forzosa- 
mente el  primero  en  todo  género  de  actividades.  Cuan- 
do caza,  sus  compañeros  procuran  que  cobre  el  mayor 
número  de  piezas.  En  los  ejercicios  militares  ya  he- 
mos dicho  de  qué  modo  dirige  á  los  regimientos  y  qué 
riesgos  arrostran  los  generales  que  intentan  restable- 
cer la  verdad.  Durante  unas  maniobras  del  ejército 
ruso  quiso  mostrar  al  zar  Alejandro  111  sus  prodigio- 
sos talentos  de  estratega  ordenando  un  movimiento 
audaz.  Pocos  instantes  después  una  patrulla  rusa  del 
bando  contrario  le  hacía  prisionero,  y  el  zar  se  vio  en 
la  precisión  de  guardar  á  su  lado  al  inquieto  huésped 
hasta  el  final  de  los  ejercicios. 

Enfermo  crónico  y  afligido  por  un  raquitismo  he- 
reditario, habla  de  su  vigor  jactanciosamente,  como 
si  fuese  un  atleta.  Después  que  hace  esgrima  con  sus 

ayudantes,  dice  fan- 
farronamente  á  la 
emperatriz  y  las  da- 
mas de  su  corte:  «Me 
habría  gustado  que 
hubieseis  visto  ámis 
ayudantes  de  campo 
jadeantes  y  no  pu- 
diendo  respirar  des- 
pués de  media  hora 
de  esgrima,  mien- 
tras que  yo  estaba 
tan  fresco  como  si 
saliese  del  baño.» 
Pero  el  kaiser  omite 
decir  que  él  hace  es- 
grima vestido  ligera- 
mente, mientras  sus 
ayudantes  tienen 
que  batirse  con  el 
COMO  ELECTOR  DE  BRANDBBURGo        uuiforme  abrochado 


y  el  sable  en  la  cadera.  Además,  estos  combatientes 
deben  preocuparse  de  no  dar  por  descuido  un  golpe  al 
emperador,  fingiendo  al  ñn  una  derrota  que  entu- 
siasma al  amo. 

D 

Una  institutriz  inglesa,  miss  Ana  Topham,  que 
estuvo  diez  años  encargada  de  la  educación  de  la  hija 
única  de  Guillermo  11,  ha  trazado  un  notable  retrato 
de  éste  en  el  libro  que  publicó,  Recuerdos  de  la  corte 
del  liaiser. 

No  hay  en  tal  obra  el  menor  vestigio  de  malevo- 
lencia ni  resentimiento.  Miss  Topham,  bien  tratada 
por  su  discípula  y  por  sus  padres,  muestra  hacia  éstos 
una  gratitud  respetuosa.  Además,  en  la  época  que  se 
publicó  los  ingleses  miraban  con  simpatía  al  empera- 
dor de  Alemania.  Pero  á  pesar  de  los  elogios  que  ins- 
pira Guillermo  11  á 
la  institutriz,  ciertas 
anécdotas  conteni- 
das en  el  libro  reve- 
lan las  «originalida- 
des» del  kaiser  en 
la  intimidad  y  sus 
alardes  de  compe- 
tencia universal. 

«En  1892— cuenta 
la  inglesa — la  músi- 
ca de  la  Guardia  im- 
perial había  venido 
á  tocar  una  tarde 
en  el  palacio  de  Pots- 
dam,  y  como  la  llu- 
via no  la  dejaba  per- 
manecer en  la  terra- 
za, se  instaló  en  el 
«Gran  salón  de  Már- 
mol», donde  estaba 
reunida  la  corte  para 
escucharla. 

>;Por  algún  tiempo 
el  emperador  per- 
maneció de  pie  frente  á  los  músicos,  marcando  el 
compás  con  la  cabeza  y  con  un  pie,  mientras  detrás 
de  él  mi  discípula  y  el  príncipe  Joaquín,  á  una  dis- 
tancia de  pocos  pasos,  imitaban  el  ejemplo  de  su  pa- 
dre, moviéndose  los  tres  al  mismo  tiempo  como  moni- 
gotes á  los  que  tirasen  del  hilillo. 

»E1  director  de  la  banda  seguía  marcando  grave- 
mente el  compás,  cuando  de  pronto  el  emperador 
llamó  á  un  ayudante,  que  le  trajo  una  batuta  de  mar- 
fil. Y  he  aquí  que  el  kaiser  empieza  á  dirigir  la  pieza 
en  competencia  con  el  director  de  la  banda,  mientras 
los  dos  principitos,  al  lado  de  él,  hacían  todo  lo  posi- 
ble por  imitarle. 

»Los  instrumentistas  parecieron  en  el  primer  mo- 
mento algo  sorprendidos  de  tener  que  seguir  á  la  vez 
el  compás  de  cuatro  directores;  pero  transcurridos 
algunos  minutos,  tomaron  su  partido,  que  consistió  en 


EL   KAISER   CON    EL   TRAJE 
DE   FEDERICO   II 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


433 


tener  fijos  sus  ojos  en  el  papel,  sin  atender  á  la  cuá- 
druple dirección,  y  así  pudieron  llegar  sin  grandes 
tropiezos  al  final  de  la  pieza.» 

Nunca  encontraba  el  kaiser  á  la  institatriz  que  no 
sintiese  el  deseo  de  asombrarla  con  la  universalidad 
de  sus  conocimientos. 

— ¿Creerá  usted,  miss — le  dijo  una  vez — ,  que  nin- 
guno de  los  ministros  de  Inglaterra  es  capaz  de  acor- 
darse del  número  exacto  de  los  buques  de  su  marina? 
Yo  los  conozco  todos  de  memoria,  y  los  ministros  in- 
gleses no  los  conocen. 

Y  con  esto,  el  almirante  honorario  de  la  flota  bri- 
tánica se  consideraba  superior  al  gobierno  de  Lon- 
dres. 

«Es  una  mezcla  de  superficialidad  y  de  vanidad  ■>, 
dice  miss  Topham,  no  obstante  el  respeto  que  siente 
por  el  emperador. 

Al  hacer  el  juicio  final  de  su  carácter,  la  autora, 
como  si  se  librase  repentinamente  de  los  convencio- 
nalismos palaciegos,  resume  del  siguiente  modo  sus 
observaciones  de  diez  años: 

«El  emperador  está  profundamente  persuadido  de 
la  superioridad  de  su  inteligencia,  y  alardea  de  ver 
más  lejos  que  el  resto  de  los  hombres.  Cegado  por  la 
diversidad  vistosa  y  puramente  exterior  de  sus  cono- 
cimientos, no  quiere  admitir  sobre  ningún  asunto  otra 
opinión  que  la  suya.  Tiene  una  memoria  notable  para 
los  hechos,  pero  está  pronto  á  sacar  de  todos  ellos  úni- 
camente las  conclusiones  que  halaguen  sus  gustos  per- 
sonales. Jamás  se  toma  tiempo  para  reflexionar  sobre 
una  cuestión,  ni  para  pesar  las  consecuencias  de  sus 
actos  y  palabras.  A  esto  hay 
que  añadir  que  el  kaiser  no  to- 
lera cerca  de  él  ningún  espíritu 
superior,  pues  teme  su  influen- 
cia. Los  servidores  laboriosos 
y  adictos  acaban  por  alejarse 
de  él.  Ningún  hombre  de  ima- 
ginación original,  de  concep- 
ción espontánea,  de  ideas  nue- 
vas, puede  aproximarse  al 
kaiser  sin  que  éste  sienta  la 
irritación  de  los  celos  al  poco 
tiempo.» 

A  estos  defectos  imperiales 
añade  la  observadora  <<una  fal- 
ta absoluta  de  intimidad»,  has- 
ta el  punto  de  que  en  el  interior 
de  su  hogar,  (íuillermo  II  se 
observa  y  se  pavonea  como  en 
una  representación  de  teatro. 
«A  toda  costa — sigue  dicien- 
do— es  preciso  que  excite  los 
nervios  de  cuantos  le  rodean, 
que  haga  abrumador  el  servicio 
de  sus  domésticos  y  hasta  de 
sus  secretarios,  los  cuales  vi- 
ven en  una  alarma  continua. 


EL  KAISER  CON  EL  KRONPRINZ,  EN  1888 


BL  KRONPRINZ  A  LOS  SHIS  AÑOS 


con  el  temor 
de  no  estar 
prontos  para 
unllamamien 
to  inesperado 
ó  para  un  tra- 
bajo imposi- 
ble de  pre- 
ver.» 

El  miedo 
del  kaiser  á 
las  enferme- 
dades, de  que 
ya  hemos  ha- 
blado, hace 
aún  más  an- 
gustiosa la 
vida  de  los 
que  le  rodean. 
«Es  increíble 
— dice  la  au- 
tora—el terror  que  le  inspira  la  dolencia  contagiosa 
más  insignificante.  Un  simple  resfriado  deben  ocul- 
tarlo los  empleados  de  las  diversas  residencias  im- 
periales, so  pena  de  recibir  la  orden  de  alejarse.  Cuan- 
do una  de  las  personas  de  la  corte  presenta  síntomas 
algo  inquietantes,  es  el  emperador  el  que  se  aleja  á 
todo  correr,  arrastrando  en  su  fuga  á  los  príncipes  y 
servidores.  ¡De  cuántos  éxodos  loces  guardo  memoria! 
¡Qué  de  fugas  atropelladas  para  escapar  á  la  escarla- 
tina ó  la  influenza!  Una  vez  acababa  de  instalarse  la 
familia  imperial  en  el  Palacio 
Nuevo  de  Potsdam,  cuando  el 
kaiser  se  enteró  de  que  el  hijo 
de  un  portero,  que  vivía  en  el 
otro  extremo  del  edificio,  pare- 
cía enfermo  de  sarampión.  In- 
mediatamente se  fué  con  toda 
la  corte,  precipitadamente,  al 
Palacio  de  Mármol,  que  se  en- 
contraba desamueblado  en  di- 
cha estación.  Sólo  á  las  diez 
de  la  noche  empezaron  á  llegar 
las  camas,  y  tuvimos  que  dor- 
mir todos  como  en  un  campa- 
^/V  ^       mentó.» 

I  Las  conversaciones  de  Gui- 

>  Ilermo  II  con  la  institutriz  para 

anonadarla  bajo  la  avalancha 
de  sus  universales  conocimien- 
tos parecen  iluminar  los  más 
recónditos  escondrijos  de  su 
carácter.  Entre  estas  confiden- 
cias, la  más  curiosa  es  la  que 
revela  las  preocupaciones  «es- 
téticas» del  kaiser. 

— ¡Qué  suerte  tuvo  Inglate- 
rra— dijo  una  vez — al  no  reci- 


434 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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KRDGBR    Y    BL   KAISER 

— Sir,  muchas  gracias  por  vuestro  telegrama. 
—¡Oh!  ¡Eso  no  vale  la  penal 

fLe  Fií/aro) 

bir  la  visita  de  Napoleón,  que  hubiese  saqueado  vues- 
tros castillos,  llevándose  las  grandes  obras  de 
arte  que  contienen!  Nosotros  los  alemanes,  ocu- 
pados en  hacer  ia  guerra,  no  hemos  podido 
amasar  aún  grandes  colecciones  artísticas.  Pero 
pronto  nos  resarciremos  del  tiempo  perdido. 

Guillermo  II,  al  acordarse  de  Napoleón  co- 
leccionador de  arte,  pensaba  formar  sus  colec- 
ciones del  mismo  modo  que  éste:  por  medio  de 
la  guerra  y  el  despojo. 

Y  se  lamentaba  del  tiempo  perdido. 


La  inconsecuencia  y  la  falta  de  lógica,  tan 
visibles  en  los  discursos  del  emperador,  se  reve- 
lan igualmente  en  sus  actos  de  gobernante.  Todos 
recuerdan  cuál  fué  su  actitud  hace  algunos  años, 
al  ocurrir  la  guerra  del  Transvaal.  Cuando  la 
República  de  los  boers  castigó  á  una  expedición 
filibustera  organizada  por  los  ingleses  del  Cabo,  Gui- 


llermo 11  dirigió  ostentosamente  un  telegrama  de  feli- 
citación al  presidente  Krüger.  Tanto  este  despacho 
como  las  palabras  ruidosas  de  su  autor  dieron  á  enten- 
der que  Alemania  saldría  en  defensa  de  los  boers,  y 
el  presunto  apoyo  fué  lo  que  dicidió  á  Krüger  á  repe- 
ler con  energía  las  pretensiones  de  Inglaterra. 

Las  dos  repúblicas  de  Transvaal  y  Orange  lucha- 
ron heroicamente  y  cayeron  de  un  modo  glorioso,  sin 
que  jamás  les  llegase  el  auxilio  prometido  por  un  en- 
tusiasta admirador,  el  kaiser.  Este  tenía  otras  ocupa- 
ciones más  urgentes.  Con  la  misma  pluma  tal  vez  que 
había  empleado  para  el  telegrama  á  Krüger,  se  dedicó 
á  redactar  un  plan  de  campaña,  infalible  según  él, 
para  que  los  ingleses  pudiesen  vencer  en  poco  tiempo 
á  los  boers,  enviado  luego  á  la  corte  de  Londres  como 
un  regalo  napoleónico. 

Esta  conducta  incoherente,  que  supone  inconscien- 
cia ó  maldad,  la  agravó  Guillermo  cuando  el  presi- 
dente Krüger  vino  á  Europa,  como  un  patriarca  des- 
terrado, para  terminar  sus  días.  Por  más  que  el  vene- 


-¿-j 


ALEMANIA   Y   KRÜÍiBR 
GuRMANiA.— El  presidente  Kriigcr  viene  á  honrarnos  con  su  visita. 
Sal  conmigo  á  recibirle. 
El  emperador.— Ve  sola.  Vo  tengo  miedo. 

f  Weckblad  coor  Nedcrland,  dü  Amsterd; 


BL  KAISER   Y  CHAMBBRLAIN,    DE   CAZA 

—¿Qué  pieza  caerá? 

Entre  las  matas  está  escondido  el  presidente  Krüger. 

(  Wcstminster  Buclget,  de  Londres) 

rabie  presidente  solicitó  una  entrevista  con  Guillermo, 
éste,  que  tal  vez  era  el  responsable  de  su  ruina, 
se  negó  á  recibirlo. 

Con  España  observó  el  kaiser  una  conducta 
semejante.  Al  iniciarse  la  guerra  de  España  con 
los  Estados  Unidos,  Guillermo  II  se  manifestó 
deseoso,  en  la  intimidad  de  su  corte,  de  apoyar 
con  sus  ejércitos  y  sus  barcos  los  intereses  de  la 
familia  real  española,  para  que  no  sufriese  el 
desprestigio  de  la  derrota.  No  llegó  á  hacer  ma- 
nifestaciones públicas,  como  en  el  caso  de  Krü- 
ger, pero  las  caricaturas  publicadas  por  los  pe- 
riódicos de  entonces  y  los  libros  que  tratan  de 
las  intimidades  de  la  corte  alemana  revelan  el 
propósito  españolista  del  kaiser,  adoptado  con 
la  rapidez  y  ligereza  que  le  son  habituales.  Los 
ministros  y  consejeros  le  hablaron  de  los  intere- 
ses alemanes  en  los  Estados  Unidos,  de  la  impor- 
tancia de  la  colonia  alemana  en  el  Nuevo  Mundo, 

uj)        y  como  Guillermo  no  puede  mantenerse  nunca 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


435 


en  una  situación  intermedia  y  prudente,  pasó  de 
un  salto  al  extremo  opuesto,  dedicándose  desde 
entonces  á  tributar  exageradas  muestras  de  ad- 
miración á  la  poderosa  República  de  la  América 
del  Norte. 

a 

Desde  los  primeros  años  de  su  Imperio,  Gui- 
llermo excitó  la  curiosidad  de  Ernesto  Renán. 

El  filósofo,  que  contemplaba  con  bondadosa 
tolerancia  el  desfile  de  la  vida,  encontrando  cu- 
riosas é  interesantes  todas  sus  manifestaciones, 
deseó  saber  en  qué  podría  parar  esta  personali- 


EL    KAISER    Y    EL    TÍO    SAM 

El  kaisrr.— Con  este  cambio  demostramos  nuestras  mutuas 
simpatías. 

El  tío  Sam.— Pero  sólo  es  agradable  por  un  momento,  pues 
esta...  cosa  me  pesa  horriblemente  sobre  la  cabeza. 

I  WcekhlaiJ  roor  Nedevlani) 

dad  inquieta,  ruidosa,  contradictoria  y  anhelante 
de  ocuparlo  todo  y  disponerlo  todo. 

—  Sentiría  morir  —  afirmaba  el  gran  pensa- 
dor—sin haber  asistido  al  desenvolvimiento  final 
de  este  monarca  joven. 

Hubo  desde  el  primer  momento  en  la  enigmá- 
tica y  contradictoria  persona  del  kaiser  el  ger- 
men de  muchos  hombres,  como  en  la  figura 
medio  demente  y  medio  filosófica  del  príncipe 
Hamlet.  El  problema  era  saber  qué  individuali- 
dad predominaría  sobre  las  otras  en  el  momento 
que  el  inquieto  emperador  llegase  á  su  pleno  des- 


NO    SB   RBCrBE 
Oretchen.— Señor,  el  amo  no  está  en  casa.  Asf  me  encarga  que  se  lo  diga. 

(Morniíig  Leader,  de  Londres) 

arrollo,  y  si  este  desenvolvimiento  asombraría  al  mundo 
por  su  grandeza  heroica  ó  por  su  trivialidad. 

Renán  murió  sin  haber  cumplido  su  deseo,  no  sabiendo 
con  certeza  si  el  personaje  era  un  desequilibrado  genial  ca- 
paz de  acciones  inmortales,  ó  un  desequilibrado  vulgar  cuya 
morbosidad  iba  á  resultar  temible  por  la  alta  posición  en 
que  le  había  colocado  el  nacimiento. 

Un  notable  observador,  el  novelista  portugués  Era  de 
Queiroz,  que  vivía  en  París  y  siguió  atentamente  los  pri- 
meros años  del  joven  emperador,  publicó  en  1891  un  estu- 
dio acerca  de  él,  que  puede  llamarse  profetice.  Lo  siguió  en 
sus  múltiples  transformaciones  que  asombraban  al  mundo, 
dejándolo  perplejo.  Para  Eca  de  Queiroz  el  kaiser  era  «un 
dilettante  de  la  actividad»,  un  perpetuo  agitado,  un  tócalo- 
todo,  tanto  más  peligroso  cuanto  que  disponía  de  un  poder 
personal  inmenso,  y  estaba  convencido  de  que  Dios  sólo 
existía  para  estar  á  su  disposición  lo  mismo  que  un  con- 
socio. 

«Se  cree  el  íntimo  amigo  y  el  aliado  de  Dios — dijo  Era 


UNA    DUDA   TERRIBLE 


El  kt^iser,  cuando  la  guerra  hispanonorleamericana: 
— ¿Á  quién  felicitaré  primero? 

( WeelMarl  roor  Nedcrland) 


436 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL    KAISER,    DE   PAISANO 


de  Queiroz  — . 
Es  como  Moisés 
en  el  Sinaí,  su 
coofideate  y  su 
inspirado.  Gui- 
llermo II  es  sim- 
plemente Moi- 
sés II.  La  certe- 
za y  la  costum- 
bre de  esta  alian- 
za se  han  fijado 
de  tal  modo  en 
él,  que  al  hablar 
de  Dios  lo  trata 
de  iguala  igual, 
como  si  fuese 
uno  de  sus  alia- 
dos Francisco 
José  de  Austria 
ó  Humberto  de 
Italia.  Al  prin- 
cipio pronunció 
respetuosamen- 
te el  nombre  del  señor  de  los  cielos,  pero  recientemen- 
te, al  arengar  á  sus  vasallos  de  la  Marca  de  Brande- 
burgo,  calificó  á  Dios  familiarmente  con  el  título  de 
«mi  viejo  aliado».  He  aquí  que  Guillermo  y  Dios  for- 
man una  sociedad  mercantil,  de  responsabilidad  limi- 
tada, para  el  gobierno  del  universo.  Poco  á  poco  tal 
vez  desaparecerá  Dios  del  rótulo  del  establecimiento, 
como  un  simple  asociado,  que  no  aportó  al  negocio 
mas  que  el  capital,  luz,  tierra  y  hombre,  y  que  en  la 
paz  del  infinito  vive  sin  trabajar,  dejando  á  Guillermo 
la  administración  absoluta  del  gran  negocio  terrestre. 
Entonces  tendremos  simplemente  una  fórmula  de  Gui- 
llermo y  Compañía.  Guillermo,  con  plenos  poderes,  di- 
rigirá todas  las  empresas  humanas.  «Compañía»  será 
la  forma  vaga  y  condescen- 
diente en  la  que  quedará  com- 
prendido el  ser  infinito,  bajo 
cuyos  ojos  son  tan  poca  cosa 
el  kaiser  y  su  férrea  Alema- 
nia, como  el  gorrión  que  en 
estos  momentos  está  piando 
sobre  mi  techo. 

»Un  inmenso  é  insaciable 
deseo  de  gozar  y  experimen- 
tar todas  las  formas  de  la  ac- 
tividad, con  la  firme  convic- 
ción de  que  Dios  garantiza  el 
éxito  final  de  sus  empresas, 
explica  la  conducta  del  mis- 
terioso emperador.  Si  gober- 
nase un  Imperio  al  otro  extre- 
mo del  Asia,  si  no  poseyese 
en  la  fortaleza  de  Spandau  un 
tesoro  de  guerra  para  equipar 
y  mantener  varios  millones 


de  soldados,  ó  si  viviera  contenido  por  una  opinión 
pública  activa  é  influyente  como  la  de  Inglaterra, 
Guillermo  II  se  limitaría  á  ser  como  muchos  otros 
emperadores  de  la  Historia:  una  curiosa  figura  por  la 
movilidad  de  su  fantasía  y  la  ilusión  de  su  porvenir 
mesiánico.  Pero,  por  desgracia,  se  encuentra  colocado 
en  el  centro  de  Europa,  con  centenares  de  legiones 
disciplinadas  y  un  pueblo  de  individuos  obedientes  y 
amaestrados  como  reclutas,  y  Guillermo  II  resulta  por 
esto  el  más  peligroso  de  los  soberanos,  pues  su  dile- 
tantismo de- 
seará paladear 
alguna  vez  la 
forma  más  se- 
ductora de  au- 
toridad que  un 
soberano  puede 
conocer:  lague- 
rra  y  sus  glo- 
rias. 

»Algún  día, 
la  Europa  se 
despertará  en- 
tre el  clamoreo  del  choque  de  los  ejércitos,  solamente 
porque  en  el  alma  de  este  gran  dilettante  el  deseo 
ardiente  de  conocer  la  guerra,  de  divertirse  con  la 
guerra,  será  más  fuerte  que  la  razón,  que  los  conse- 
jos ó  que  la  piedad  por  la  suerte  de  sus  pueblos.  «Os 
conduciré  muy  pronto — dijo  á  sus  fieles  subditos  de 
Brandeburgo  —  á  espléndidos  y  gloriosos  destinos.» 
¿Qué  destinos  pueden  ser  estos?  Batallas  en  las  que 
indudablemente  deben  triunfar  las  águilas  germáni- 
cas. Guillermo  II  no  siente  la  menor  duda  sobre  el 
éxito  final.  Semejante  á  muchos  pequeños  soberanos, 
tiene  por  aliado  al  rey  supremo  del  cielo  y  de  la  tierra, 
que  combatirá  en  las  filas  de  la  landwehr  como  en  los 
tiempos  antiguos  Minerva,  armada  de  su  lanza,  com- 


LA    FIRMA    DEL    KAISER 


EL   KAISER   EN    SU    YATE    «HOUENZOLLBRN» 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


437 


batía  por  las  falanges  griegas 
contra  los  bárbaros. 

»¡La  certidumbre' de  ¡jla 
alianza  divina!...  En  verdad, 
nada  puede  dar  á  un  hombre 
tanta  fuerza  como  esta  fe: 
hasta  lo  convierte  en  un  ser 
casi  divino.  Pero  por  otro  lado, 
¿á  qué  peligros  no  lo  expone? 
Nada  puede  hacer  la  caída  de 
un  hombre  más  desastrosa 
que  la  prueba  aportada  por  la 
brutal  realidad  de  los  hechos 
de  que  dicha  certidumbre  era 
simplemente  la  quimera  de 
una  loca  infatuación.  Enton- 
ces se  verá,  según  la  palabra 
de  la  Biblia,  «precipitado  des- 
de las  alturas  del  cielo».  Hubo 
en  otros  tiempos  un  pueblo 
que  también  se  proclamó  ele- 
gido de  Dios:  pero  no  tardó  en  demostrarse  que  Dios 
no  le  había  elegido  ni  preferido  sobre  los  otros,  en 
vista  del  desdén  con  que  lo  abandonó  en  su  desgra- 
cia. Y  este  pueblo  fué  perseguido  con  un  furor  impla- 
cable, dispersado  á  través  del  mundo,  apedreado, 
estabulado  en  las  sórdidas  juderías,  y  sus  casas  y 
sus  tumbas  fueron  marcadas  lo  mismo  que  la  moneda 
falsa. 

»Guillermo  II  corre  el  mismo  peligro.  Toma  atre- 
vidamente sobre  su  persona  todas  las  responsabilida- 


EL   KAISER  EN   EL  CAMPO 


lllilhdni 


SÍNTOMA    DE    PAZ 
El  kaiser  revista  la  Guardia  vestido  de  paisano 
(Caricatura  de  Caran  il'Aclie,  pulilicadn  por  í.c  Fígaro) 


des  que  en  otros  países  están  repartidas  entre  diver- 
sos cuerpos  del  Estado.  Él  solo  juzga  y  ejecuta,  por- 
que á  él  solo,  y  no  á  sus  ministros,  ni  á  su  Consejo,  ni 
á  su  Parlamento,  ha  transmitido  Dios,  el  dios  de  los 
HohenzoUern,  su  inspiración  trascendental.  Desde 
el  momento  en  que  se  considera  infalible,  es  preciso 
que  sea  invencible.  Si  algún  día  sufre  un  desastre, 
Alemania,  por  disciplinada  que  sea,  reconocerá  que  la 
alianza  tan  alabada  de  su  emperador  con  Dios  no  era 
mas  que  la  impostura  de  un  astuto  déspota,  y  no 
habrá  entonces  bastantes  piedras  de  la  Lorena  á  la 
Pomerania  para  lapidar  á  este  Moisés  falsificado. 
Guillermo  II  jue- 
ga contra  el  Des- 
tino el  terrible 
«dado  de  hierro» 
de  que  hablaba 
Bismarck.  Si  ga- 
na, tendrá  altares 
dentro  y  fuera  de 
sus  fronteras,  lo 
mismo  que  Au- 
gusto; si  pierde, 
le  espera  el  des- 
tierro, el  tradicional  destierro  en  Inglaterra,  último 
recurso  de  los  monarcas  desgraciados,  el  mismo 
destierro  ignominioso  con  que  él  amenaza  severa- 
mente á  todo  el  que  se  atreve  á  negar  su  carácter 
infalible.  Ernesto  Renán  tiene  razón.  No  hay  espec- 
táculo más  atrayente  en  este  período  del  siglo  que 
asistir  al  desenvolvimiento  final  de  la  personalidad 
de  Guillermo. 

»De  aquí  á  algunos  años— ¡ojalá  sean  lentos  y  nu- 
merosos!— este  joven  ardiente,  seductor,  imaginativo, 
y  que  tal  vez  llegue  á  ser  heroico,  podrá  lo  mismo 
presidir  los  destinos  de  Europa  en  la  majestuosa  cal- 
ma de  su  palacio  de  Berlín,  que  encontrarse  en  el 


TARJETA    DEL   KAISER 


438 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


LAS    MUTACIONES    DEL    KAISBli 

(Leipttffer  Wolíszcitu 

Hotel  Metropole  de  Londres  sacando  tristemente  de 
su  maleta  de  emigrado  la  doble  corona  rota  de  Prusia 
y  de  Alemania.» 

Esto  escribió  Eca  de  Queiroz  en  1891  con  una  cla- 
rividencia profética.  La  Historia,  á  veintitrés  años  de 
distancia,  ha  confirmado  en  días  trágicos  su  juicio 
sobre  el  personaje  y  sus  predicciones  sobre  el  porve- 
nir. La  gran  partida  del  «dado  de  hierro»  entre  el 
enigmático  y  místico  emperador  y  el  Destino  obscuro 
y  amenazante  sólo  ha  empezado  á  jugarse  en  1914. 
Han  transcurrido  largos  años  sin  que  llegara  á  tomar 
forma  el  hervidero  de  diversas  y  contradictorias  per- 
sonalidades en  el  interior  de  este  príncipe  Hamlet.  La 
personalidad  final  y  definitiva  ha  salido  á  luz.  El  héroe 
beneficioso  para  la  humanidad  que  algunos  esperaron 
no  existe.  Sólo  ha  quedado  en  pie  el  soberano  peli- 
groso para  la  tranquilidad  del  mundo,  el  que  muchos 
saludaron  al  principio  lo  mismo  que  á  Tito,  con  el 
título  de  «delicia  del  género  humano»,  y  resulta  en  la 
realidad  su  enemigo  implacable. 


De  todos  los  escritores  célebres  que  han  estudiado 
la  personalidad  cambiante  y  fugitiva  de  Guillermo  no 
hay  uno  solo — exceptuando,  como  es  natural,  á  los  ale- 
manes— que  crea  en  el  equilibrio  de  sus  facultades. 

Octavio  Mirbeau,  gran  observador  de  los  defectos 
humanos,  estudió  á  Guillermo  II  como  un  personaje 
novelesco  en  una  de  sus  obras. 

«El  público  se  imagina— dice  Mirbeau — que  las 
excentricidades  de  Guillermo  son  largamente  medita- 
das por  él  y  que  calcula  y  dosifica  fríamente  su  afecto 
teatral  para  impresionar  mejor  la  imaginación  de  sus 
subditos  y  de  los  otros  pueblos.  Es  un  error...  No  pre- 
tendo negar  que  haga  uso  algunas  veces  de  sus  facul- 
tades de  cómico  para  exagerar  su  importancia.  En 
esto  es  un  hombre  como  muchos  otros.  Pero  aseguro 
que  es  menos  comediante  de  lo  que  generalmente  se 
cree,  pues  obedece  siempre  á  un  impulso  momentáneo 


que  es  incapaz  de  resistir,  y  en  ocasiones  este 
impulso  resulta  generoso.  Las  más  de  las  veces 
es  fatal  y  tiene  que  arrepentirse  de  él  al  poco 
tiempo.  Hay  mucho  de  neurastenia  en  su  con- 
ducta. Lo  mismo  que  todos  los  neurasténicos,  el 
emperador  muestra  hasta  en  sus  actos  más  des- 
equilibrados cierta  lógica;  una  lógica  que  pode- 
mos llamar  al  revés...  Cuando  lo  censuran,  por 
ejemplo,  á  causa  de  una  decisión  artística,  el 
emperador  pasa  inmediatamente  una  revista  mi- 
litar. Gritan  contra  él:  pinta  un  cuadro.  Lo  silban: 
hace  una  ópera.  Se  quejan  de  su  gobierno:  se  dis- 
fraza de  musulmán  y  se  va  en  peregrinación  á 
Tierra  Santa.  Se  burlan  de  sus  excentricidades 
en  un  periódico  ilustrado:  exige  inmediatamente 
que  sea  descubierto  en  el  término  de  veinticua- 
tro horas  el  remedio  de  la  tuberculosis...  Este 
es  el  hombae  del  que  depende  la  seguridad  de 
un  gran  Imperio  y  la  de  Europa  entera.» 
Este  hombre  contradictorio,  con  sus  impulsos  irre- 
flexivos, que,  como  dice  Mirbeau,  resultan  algunas 
veces  generosos,  consiguió  por  algún  tiempo  impo- 
nerse á  la  atención  pública  con  el  carácter  de  héroe 
simpático.  Hubo  un  momento  en  que  hasta  llegó  á  ser 
popular  en  Francia.  Comenzaba  á  verse  en  él  una  es- 
pecie de  Lohengrin  moderno,  defensor  de  los  débiles 
y  enemigo  de  los  soberbios;  un  Don  Quijote  joven, 


"ff) 


PACIFICADOR. — PROTECTOR    DEL   COMERCIO.  —  GENERALÍSIMO 

(¿f  Fígaro) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


439 


vigoroso  y  coa  enormes  ejércitos  para  la  san- 
ción de  sus  altas  justicias;  una  encarnación 
de  la  lealtad  y  de  los  sentimientos  elevados. 
El  mundo,  años  antes  de  1U14,  empezó  á  olvi- 
darse del  Guillermo  II  de  los  primeros  tiem- 
pos de  su  reinado,  del  auténtico,  arrogante  y 
amenazador,  que  parecía  encarnar  el  genio  de 
la  guerra. 

El  filósofo  Juan  Fiuot,  en  un  vigoroso  es- 
tudio publicado  al  romperse  las  hostilidades, 
dijo  así  después  de  comentar  las  simpatías  que 
había  inspirado  Guillermo  como  «emperador 
de  la  paz»:  «La  incoherencia  de  sus  palabras 
grandilocuentes  y  de  sus  gestos  de  actor  ofre- 
cía, sin  embargo,  un  carácter  ¡inquietante.  Sus 
frecuentes  discursos  se  contradecían,  lo  mis- 
mo que  sus  simpatías  y  sus  gustos.  Aunque 
sus  bigotes  erguidos  dan  á  su  rostro  un  aire 
de  decisión  y  energía,  sus  ojos  vagos  que  de  pronto 
quedan  fijos  con  una  inmovilidad  desconcertante  so- 
bre el  interlocutor,  su  charla  con  frecuencia  insípida 
y  casi  siempre  nerviosa,  y  la  rapidez  con  que  cambia 
de  tema,  de  conversación,  turbaban  profundamente  á 
todos  los  que  mantenían  un  diálogo  con  él.  Cuando 
se  llegaba  á  ver  al  hombre  detrás  del  soberano,  pare- 
cía poco  normal,  si  es  que  no  se  le  apreciaba  como 
totalmente  desequilibrado.  Un  embajador  al  que  Gui- 
llermo no  había  conseguido  engañar  con  sus  preten- 
siones de  demiurgo,  me  dijo  un  día  que  le  recordaba 
á  los  arlequines  venecianos  que  inauguran  solemne- 
mente los  fiestas  populares  de  Venecia. 

»En  cierto  momento  se  pensó  en  publicar  como 
documento  científico  una  colección  de  discursos  de 
Guillermo  II.  La  contradicción  y  la  incoherencia  fla- 
grantes de  estos  discursos  eran  para  impresionar  pro- 
fundamente á  los  especialistas  en  enfermedades  men- 
tales... En  dicho  momento  me  encontraba  yo  de  paso 
en  Turín.  En  una  de  mis  conversaciones  con  César 
Lombroso,  éste  me  comunicó  sus  opiniones  sobre  el 
emperador  alemán.  Para  el  célebre  fundador  de  la  an- 


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1.  La  primera  nota  (Alarmante).— 2.  La  segunda  (Óptima).— 3.  La 
tercera  (Peligrosa).— 4.  La  verdad 

[Pischictto,  de  Turin) 


DEL  RAYO  DE  LA  GUERRA  AL  ARCO  IRIS  DB  LA  PAZ 

{Fischietlo,  de  Turin) 

tropología  criminal,  Guillermo  II  no  era  mas  que  un 
mattoide  caracterizado.  Convinimos  los  dos  en  publi- 
car un  estudio  sobre  el  soberano,  cuyos  accesos  de 
verbomanía  y  megalomanía,  unidos  á  una  enfermedad 
hereditaria,  inquietaban  tanto  á  los  psicólogos.  Des- 
pués Lombroso  y  yo  hemos  ido  retrasando  por  razones 
de  oportunidad  política  la  publicación  de  un  estudio 
de  este  género. 

»Luego  de  mi  conversación  con  Lombroso,  me  fué 
difícil  librarme  de  la  pesadilla  de  un  mattoide  covoxi&- 
do  dirigiendo  á  su  capricho  el  mundo.  Temblaba  por 
la  paz  internacional,  el  tesoro  más  sacro  de  la  huma- 
nidad, confiado  á  una  conciencia  tan  débil.  Con  la 
impresionabilidad  de  un  desequilibrado  razonador  y 
delirante,  ¿Guillermo  II  no  era  capaz  de  todo,  incluso 
— lo  admito  voluntariamente — de  una  acción  buena  y 
grande?  Nada  me  asombraba  en  él,  ni  siquiera  su  Dios 
extraño  que  invoca  como  una  especie  de  funcionario 
inferior  encargado  de  legalizar  sus  desbordamientos 
de  palabras  y  sus  gestos  irreflexivos.  En  su  perturba- 
da mentalidad  parece  realmente  convencido  de  que  el 
verdadero  Dios,  el  Dios  de  la  misericordia  y  del  amor 
al  prójimo,  le  ha  confiado  la  misión  de  reinar  sobre 
Alemania,  y  que  los  Hohenzollern  proceden  directa- 
mente de  una  pierna  de  la  Divinidad.  En  nombre  del 
Señor,  habla  de  la  paz...  pero  igualmente,  como  he- 
raldo de  Dios  Padre,  agita  la  espada.  Confundiendo  de 
este  modo  el  emperador  de  Alemania  y  el  Buen  Dios, 
Guillermo  se  cree  invencible.  Por  esto  su  audacia  en 
los  últimos  tiempos  nada  tiene  de  asombrosa.  Europa 
y  todos  los  países  juntos  de  la  tierra  no  se  hubiesen 
atrevido  á  tanto.  ¿No  tiene  á  su  lado  el  poder  de  Dios? 
Muchos  han  creído  ver  un  acceso  de  demencia  repen- 
tina en  lo  que  no  era  mas  que  una  nueva  manifesta- 
ción de  la  enfermedad  lenta  y  continua  que  minaba 
al  emperador.  La  historia  de  su  reino  es  una  serie  de 
pensamientos  y  actos  delirantes.  Por  una  fuerza  de 
inercia  legada  por  el  reinado  precedente,  y  sobre  todo 
por  las  cualidades  laboriosas  y  perseverantes  de  la 
nación  alemana,  ésta  no  ha' naufragado  á  pesar  de  la 


440 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL   KAISER    CON    BL    UNIFORME    DE    GUARDIA 
DH.CORPS 


influencia  fa- 
tal del  empe- 
rador y  de  su 
camarilla.  La 
nación  por  su 
fuerza  íntima 
ha  podido  so- 
portar los  ex- 
cesos de  ar- 
mamento y 
todas  las  lo- 
curas, inclu- 
so la  locura 
de  su  grande- 
za. Pero  al 
final  el  genio 
maléfico  ha 
sido  el  más 
fuerte .  La 
grandeza  de 
Alemaniafun- 
dada  sobre  una  megalomanía  mórbida  y  dirigida  con- 
tra la  sociabilidad  del  mundo  civilizado,  va  á  desva- 
necerse y  disiparse. 

»Todo  se  pudría  en  torno  de  este  emperador  en- 
fermo. Las  viejas  virtudes  alemanas,  la  integridad  y 
la  independencia  de  sus  jueces,  la  moralidad  y  el  de- 
coro tradicionales  de  sus  habitantes,  desaparecían  con 
rapidez.  De  vez  en  cuando  ciertos  procesos  escanda- 
losos revelaban  esta  podredumbre,  como  las  peque- 
ñas manchas  que  se  ven  en  las  frutas  de  lozano  as- 
pecto corroídas  por  dentro.  A  semejanza  de  su  señor, 
la  sólida  Alemania  de  otros  tiempos  ha  venido  á  ser 
inestable  é  inconsecuente.  Su  comercio  y  su  indus- 
tria, que  son  de  lo  más  modernos,  se  apoyan  sobre 
un  régimen  político  que  es  viejo  de  una  decena  de 
siglos.  La  brutalidad  y  la  supremacía  de  su  militaris- 
mo anonadan  la  dignidad  y  paralizan  la  vida  de  las 

clases  labo- 
riosas, que 
constituyen 
la  riqueza  y 
el  genio  de 
Alemania. 
Detrás  de  una 
fachada  bri- 
llante todo  se 
desploma. 

»E1  empe- 
rador ha  mo- 
vido el  timón 
á  un  lado  y  á 
otro,  como  un 
marino  inde- 
ciso que  no 
sabe  qué  reso- 
lución tomar. 
DB  CORACERO  BLANCO  Tan  pronto  es 


un  hombre  del  siglo  XX,  como  un  burgrave  del  siglo  X. 
Su  moral  privada  y  su  moral  pública  han  sido  descon- 
certantes. Este  caballero  supremo  de  la  virtud,  co- 
mete actos  dudosos  y  reprensibles.  Su  penacho,  su 
Dios  y  su  sable  no  le  han  servido  para  enmascarar 
ante  el  mundo  la  fragilidad  de  su  conciencia  y  la  ver- 
satilidad inquietante  de  su  cerebro.» 

En  la  misma  Alemania  hubo  hombres  que,  á  pesar 
de  la  ceguera  consciente  de  la  opinión  de  su  país, 
supieron  adivinar  el  verdadero  carácter  del  empe- 
rador. 

Durante  los  primeros  años  del  reinado  de  Guiller- 
mo II,  las  gentes  sensatas  de  Alemania  llegaron  á 
dudar  en  ciertos  momentos  de  la  integridad  de  las 
facultades  del  soberano.  Pero  la  pesadez  del  régimen 
imperial  y  la  gran  prosperidad  económica  del  país, 
que  impulsó  á  los  ciudadanos  á  una  vida  egoísta,  ha- 
ciéndoles olvidar  los  asuntos  políticos,  cortaron  ruda- 
mente estas 
preocupacio- 
nes de  la  opi- 
nión. 

*  Sin  embar- 
go la  persona- 
lidad de  Gui- 
llermo II  fué 
irreverente- 
mente discu- 
tida por  los 
alemanes  en 
1894,  con  mo- 
tivo de  un  pe- 
queño libro 
escrito  por  un 
profesor  de 
Historia'de 
Munich.  Esta 
obra,  del  doc- 
tor Ludwig 

Quidde,  se  titulaba  Galígüla  (Estudio  de  %ma  loctira 
imperial). 


XII 


La  historia  de  Calígula  en  Alemania 

Alemania  sostiene  en  Roma  una  Escuela  de  Arqueo- 
logía, semejante  á  la  Escuela  de  Atenas  que  el  go- 
bierno francés  mantiene  en  Grecia.  En  este  centro  de 
Roma  varios  estudiantes  escogidos  se  perfeccionan  en 
el  conocimiento  de  la  antigüedad  y  la  aplicación  del 
método  histórico. 

Entre  los  trabajos  personales  surgidos  de  dicha 
Escuela,  ninguno  tan  inesperado  y  ruidoso  como  el 
estudio  sobre  Calígula,  publicado  en  1894  por  el  doc- 
tor Ludwig  Quidde  en  el  periódico  literario  Die  Qe- 
sellschaft. 


g¿[DE   HULANO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


441 


A  primera  vista  nada  distinguía  á  esta  obra  de 
cualquiera  otra  de  las  publicadas  por  los  antiguos  pea- 
sionistas  de  Roma.  Era  en  verdad  menos  larga  y  me- 
nos confusa  que  los  productos  ordinarios  de  la  erudi- 
ción germánica.  Pero  bien  considerada  no  podía  resul- 
tar de  mayor  extensión,  pues  el  reinado  de  Calígula  fué 
muy  corto  (del  año  ¡^7  al  41),  y  además  sólo  han  lle- 
gado hasta  nosotros  muy  pocos  datos,  ciertos  y  preci- 


esta  monografía  sugiere  la  idea  de  reemplazar  el  nom- 
bre del  «joven  emperador»  Calígula,  ascendido  al  trono 
á  los  veinticuatro  años  y  asesinado  á  los  veintiocho, 
por  el  del  soberano  alemán  que  en  IHHH  asumió  á  la 
edad  de  veintinueve  años  la  pesada  sucesión  de  Gui- 
llermo I  y  de  su  hijo  Federico  III,  llamado  «el  Noble». 
Cuando  el  autor  pasa  después  al  análisis  del  carác- 
ter de  Calígula  y  á  la  exposición  de  sus  actos,  la  ana- 


sos,  sobre  la  citada  época.  Por  otra  parte,  la  brevedad     logia  aún  resulta  más  chocante  y  asombrosa.  Hay  que 


delopúsculoestá 
compensada  con 
una  abundante 
y  concienzuda 
documentación, 
hasta  el  punto 
de  que  en  el  im- 
preso alemán  las 
veinte  páginas 
de  texto  llevan 
138  referencias 
de  Dion  Casio, 
Josefo,  Filón,  Pli- 
nio,Séneca,Sue- 
tonio  y  Tácito. 

Fué  un  verda- 
dero capítulo  de 
Historia  lo  que 
escribió  Quidde, 
y  en  esto  no  cabe 
engaño. 

Pero  desde  las 
primeras  líneas 
el  lector  se  sien- 
te dominado  por 
la  duda,  y  se 
pregunta  si  el 
texto  que  tiene 
ante  los  ojos  no 
se  reñere  á  un 
personaje  distin- 
to y  más  moder- 
no que  el  abo- 
minable sucesor 
de  Tiberio.  Una 


LA    RISA    DBL   KAISER 


decir  ante  todo, 
noblemente,  que 
nadie  puede  en- 
contrar en  Gui- 
llermo II  mu- 
chos de  los  de- 
fectos y  los  vi- 
cios que  condu- 
jeron al  César 
romano,  de  cri- 
men en  crimen, 
hasta  la  demen- 
cia furiosa,  y  le 
hicieron  caer 
finalmente  bajo 
los  golpes  de  un 
asesino.  Pero  de- 
jando á  un  lado 
la  crueldad  y  el 
sadismo  de  Calí- 
gula,  resulta  no- 
table la  seme- 
janza entre  los 
dos  emperadores 
que  surge  de  la 
obra  de  Quidde. 
Además,  cuando 
se  publicó  ésta, 
en  1894,  nadie 
podía  adivinar 
la  guerra  de  1914 
con  sus  matan- 
zas de  millones 
de  hombres,  sus 
incendios,  sus 
violaciones,  sus 
arrasamientos 


semejanza  ex- 
traordinaria, un 

paralelismo  vigoroso  se  establece  entre  «el  viejo  em-  de  provincias  enteras,  que  hacen  pesar  sobre  su  ver- 
perador»  Tiberio  y  cierto  inolvidable  «glorioso  abue-  dadero  autor  una  responsabilidad  mucho  más  grande 
lo»;  entre  Germánico,  el  príncipe  soldado  y  filósofo,  que  la  del  César  romano.  Los  crímenes  de  este  de- 
arrebatado  prematuramente  al  amor  de  su  pueblo,  y  mente  parecen  amortiguarse  al  ser  comparados  con 
el  emperador  Federico  III,  de  corta  vida  como  rey,  los  horrores  de  la  catástrofe  actual. 
padre  del  actual  Guillermo  II;  entre  «la  orgullosa  Cuando  se  publicó  la  monografía  de  Calígula  eran 
Agripina»  y  la  emperatriz  Victoria;  entre  el  omnipo-  muchos  en  Alemania  los  que  experimentaban  cierta 
tente  ministro  Macronio,  caído  en  desgracia  desde  el  inquietud  ante  el  nuevo  emperador,  joven,  impulsivo, 
principio  del  nuevo  reinado,  y  el  canciller  Bismarck;  ardiente,  autoritario  y  gran  aficionado  á  los  alardes 
entre  los  tristes  antecedentes  hereditarios  de  Calígula  guerreros.  Hablaba  de  su  misión  divina,  amenazando 
y  la  locura  de  Federico  Guillermo  IV,  tío-abuelo  de  al  mundo  con  guardar  siempre  «la  pólvora  seca  y  la 
Guillermo  II;  de  tal  modo,  que  el  primer  capítulo  de  espada  bien  afilada»,  y  al  mismo  tiempo  iba  prepa- 


442 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


rendóse  una  personalidad,  para  ofrecerse  á  la  pública 
admiración,  años  adelante,  como  príncipe  de  la  paz 
universal.  Empezaban  á  marcarse  en  su  existencia 
ordinaria  ciertas  «originalidades»  que  en  un  particu- 
lar pueden  ser  simplemente  ridiculas,  pero  en  el  so- 
berano de  una  nación  grande  resultan  peligrosas;  la 
afición  al  comediantismo,  un  deseo  enorme  de  hacerse 
admirar  en  todas  las  esferas  de  la  actividad,  una  pre- 
tensión inaguantable  á  la  oratoria  elocuente;  el  gusto 
del  fausto,  de  los  deslumbradores  espectáculos  milita- 
res, de  los  cortejos  con  gran  pompa,  de  los  uniformes 
multicolores  cambiados  á  cada  instante;  la  pasión  de 
los  viajes,  del  mar,  de  los  yates  lujosos,  de  los  casti- 
llos, de  las  construcciones  colosales  y  de  mal  gusto. 


BBRLIN.    CALLB    DE    FBDERICO 


Además  de  esto,  la  agitación  nerviosa,  la  facilidad 
para  cambiar  de  rumbo,  la  tendencia  á  acometer  de 
improviso  las  empresas  más  contradictorias,  la  con- 
vicción de  manejar  el  poder  por  derecho  divino,  ó  sea 
sin  limite  alguno,  de  ser  el  confidente  y  el  represen- 
tante de  Dios  en  la  tierra;  y  como  consecuencia,  el 
absolutismo,  la  voluntad  de  hacerlo  todo  por  sus  pro- 
pios medios,  la  ingratitud  con  los  mejores  servidores 
del  Estado,  la  aversión  á  los  espíritus  independientes, 
la  selección  caprichosa  é  ilógica  de  los  hombres  para 
encargarlos  de  las  más  altas  funciones. 

Estos  rasgos  del  soberano  alemán  los  encontró  con 
sorpresa  el  lector  en  la  compilación  hecha  por  Quidde 
de  los  autores  antiguos  que  flagelaron  á  Calígula.  In- 
dudablemente la  figura  de  este  último  contenía  dos  ó 
tres  personalidades  distintas,  que  acabaron  por  con- 
vertir al  simple  maniático  en  un  demente  sanguina- 
rio, verdadero  azote  de  su  época.  Pero  las  divergencias 
entre  ambas  figuras  eran  de  fácil  apreciación.  Ade- 
más la  locura  de  Calígula  se  fué  declarando  gradual- 
mente, y  muchos  se  preguntaron  por  esto  con  inquie- 
tud cuál  sería,  al  transcurrir  algunos  años,  el  estado 


espiritual  del  que  tanto  se  le  asemejaba  en  sus  co- 
mienzos. 

Alemania  lanzó  una  exclamación  de  sorpresa  al 
enterarse  del  trabajo  de  Quidde.  Todos  creyeron  reco- 
nocer á  Guillermo  II  en  el  retrato  de  Calígula,  y  vie- 
ron en  el  historiador  á  un  foliculario  político.  El  efecto 
producido  en  el  público  alemán  fué  semejante  al  que 
causó  en  Francia  en  1865  el  folleto  de  Rogeard,  Pro- 
pos  de  Labienus,  que  por  medio  de  una  evocación  de  la 
historia  romana  hizo  el  retrato  exacto  y  cruel  de  Na- 
poleón III.  El  escándalo  que  produjo  la  obra  de  Quidde 
en  su  país  fué  tan  grande,  que  se  pensó  en  perseguir 
al  autor  por  delito  de  lesa  majestad.  Pero  esto  habría 
representado  una  gran  torpeza,  y  las  autoridades  tu- 
vieron que  desistir.  ¡Un  estudio  de 
Historia  perseguido  como  si  fuese 
un  folleto  político!  Tal  medida  sólo 
hubiese  servido  para  dar  á  la  obra 
una  celebridad  universal.  Aun  así 
bastó  la  simple  amenaza  de  proce- 
so, para  que  la  atención  de  toda 
Alemania  se  fijase  en  este  trabajo 
que  se  había  deslizado  inadvertido 
entre  los  artículos  de  una  revista. 
La  prensa  se  dedicó  á  analizarlo  y 
comentarlo;  luego  fué  impreso  en 
volumen  y  hubo  que  hacer  enormes 
tiradas,  para  satisfacer  la  curiosi- 
dad pública.  El  doctor  Quidde  ganó 
más  dinero  con  este  pequeño  estu- 
dio, sin  buscarlo  ni  desearlo,  que 
con  todos  los  libros  de  su  vida  cien- 
tífica. 

Si  el  autor  no  fué  perseguido  pú- 
blicamente, no  por  esto  se  libró  de 
sufrir  las  consecuencias  de  su  peli- 
grosa gloria.  Desempeñaba  como  sustituto  una  cáte- 
dra en  la  Universidad  de  Munich,  y  jamás  pudo  con- 
seguir el  nombramiento  de  profesor.  Quedó  inscrito 
para  siempre  en  el  registro  de  los  desafectos,  y  toda 
empresa  en  la  que  figuró  su  nombre  fué  considerada 
como  subversiva. 

Sin  embargo,  no  era  culpa  suya  que  el  público, 
ante  el  retrato  exacto  de  Calígula,  hecho  con  arreglo 
á  los  textos  antiguos,  encontrase  este  retrato  seme- 
jante al  de  otro  personaje.  Si  para  hacer  comprender 
mejor  el  carácter  del  protagonista  de  su  obra  empleó 
ejemplos  modernos,  nunca  se  valió  del  recuerdo  de  los 
Hohenzollern,  exceptuando  el  caso  de  Federico  Gui- 
llermo IV,  un  demente  auténtico.  Si  al  hablar  de 
Luis  II  de  Baviera  dice  que  fué  en  Alemania  «provi- 
sionalmente» el  último  representante  de  la  serie  de 
imitadores  ridículos  de  Luis  XIV, ^sto  no  implica  que 
el  imitador  próximo  deba  ser  precisamente  el  actual 
rey  de  Prusia.  Además,  en  sus  conclusiones  evitó 
Quidde  con  prudencia  toda  aplicación  al  presente,  de- 
clarando que  en  nuestros  días  «no  es  factible  la  posi- 
bilidad de  un  reinado  que  se  parezca  al  de  Calígula». 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  I9l4 


443 


Pero  á  pesar  de  esta  prudencia, 
las  alusiones  surgen  por  sí  solas 
ante  el  lector,  sin  que  Quidde  haya 
hecho  nada  por  sugerirlas  ó  sub 
rajarlas.  ¿Cóaao  iban  á  perdonar 
los  entusiastas  del  imperialismo 
alemán  á  este  historiador  que  enun- 
cia y  demuestra  tranquilamente 
que  la  locura  cesarista  es  un  pro- 
ducto lógico  de  la  degeneración 
moral  de  los  pueblos  que  tienen  sen- 
timientos monárquicos  ó  de  las  cla- 
ses superiores  que  rodean  á  los  re- 
yes? Después  de  tal  afirmación,  el 
doctor  Qaidde  quedaba  condenado 
para  siempre  por  todos  los  alema- 
nes conservadores  entusiastas  del 
Imperio  y  de  sus  glorias  guerreras. 

El  historiador  se   ha  consolado 
fácilmente  y  no  sin  ironía,  consa- 
grando su  gran  capacidad  de  tra- 
bajo y  su  elocuencia  incisiva  al  sostenimiento  de  las 
ideas  que  más  necesitan  de  ser  propagadas  en  su  país. 
Aunque  el  doctor  Quidde  es  originario  de  la  Alemania 
del  Norte,  figura  como  diputado  en  el  Parlamento  de 


BERLÍN.    AVENIDA    DE    LOS    TILOS,    BSQÜINA    A    FRIEDRICHSTRAS8B 


Baviera,  donde  defiende  una  política  favorable  á  la 
democracia,  á  la  paz  y  al  desarme  de  las  naciones. 

He  aquí  su  famoso  opúsculo,  traducido  por  primera 
vez  al  español: 


CALÍGULA 

Estudio  de  un  caso  de  locura  cesarista  en  Roma,  por  Ludwiq  Quidde 


I 


Cayo  César,  conocido  bajo  el  solirenom- 
bre  (le  Calígula— de  Cáliga,  nombre  del 
zapato  de  los  soldados  romanos  —  ,  era 
muy  joven,  pues  aún  no  había  llegado  á 
la  e<lad  viril,  cuando  de  improviso  se  vio 
convertido  en  soberano.  A  raiz  de  su  ele- 
vación, los  tiempos  eran  sombríos  é  in- 
quietantes y  su  familia  liabia  sido  objeto 
de  extraños  destinos. 

Su  padre.  Germánico,  liabia  sucumbido 
en  la  flor  de  la  edad,  lejos  del  pais  natal, 
bajo  los  golpes  de  una  suerte  cruel.  En- 
tre el  pueblo  se  hablaba  mucho  de  las  cir- 
cunstancias misteriosas  de  su  muerte.  No 
se  tcmia  emitir  las  más  graves  acusacio- 
nes, y  la  sospecha  alcanzaba  basta  los  ín- 
timos del  viejo  emperador. 

Con  Germánico  había  desaparecido  el 
favorito  del  pueblo:  ningún  otro  miem- 
bro de  la  familia  imperial  aU;anzó  un.i  po- 
pularidad semejante.  Había  sabido  ga- 
narse; la  confianza  de  los  soldados  durante 
diversas  campañas,  eu  las  que  compartió 
con  el  simple  legionario  las  tribulaciones 
de  la  guerra,  y  en  los  países  germánicos, 
en  la  región  del  Rhin,  se  repetía  mucho 
su  nombre.  Pero  el  pueblo  sólo  veía  en  él 
al  héroe  guerrero:  había  sido  popular,  en 
la  mejor  acepción  de  la  palabra.  Su  vida 
de  familia,  el  número  de  sus  hijos,  sus 
modales  sencillos  y  democráticos,  su  be- 
névola igualdad  de  humor  en  todas  las  si- 


tuaciones, las  a  legres  ocurrencias  con  que 
sabia  conquistar  las  voluntades,  tenían 
cautivados  á  ciudadanos  y  legionarios. 

Indudablemente,  mientras  vivió  el  vie- 
jo emperador,  á  pesar  de  algunas  funcio- 
nes importantes  que  le  fueron  confiadas 
á  Germánico,  siempre  se  le  tuvo  apartado 
de  los  principales  asuntos  de  la  política 
interna,  no  obstante  su  poder  y  su  volun- 
tad para  el  trabajo.  Pero  si  hubiese  lle- 
gado á  dirigir  los  negocios,  se  habrían 
podido  esperar  do  él  días  más  libres,  más 
felices  y  la  supresión  del  peso  agobiante 
que  aplastaba  al  Imperio  entero.  Así, 
pues,  la  esperanza  de  toda  unageneración 
descendió  á  la  tumba  con  Germánico. 

Un  reflejo  de  la  poi)ularidad  de  este  fa- 
vorito del  pueblo  se  proyectó  eu  su  hijo. 
Éste,  sin  embargo,  le  asemejaba  muy 
poco,  pues  más  bien  se  parecía  á  su  ma- 
dre, apasionada  y  orguUosa,  que  había 
dificultado  muchas  veces  la  situación  de 
su  esposo,  muy  delicada  por  sí  misma.  El 
viejo  emperador,  que  perseguía  con  sus 
sospechas  y  con  su  odio  á  la  esposa  y  los 
otros  hijos  do  Germánico,  pareció  mostrar 
cierta  inclinación  por  Calígula,  quizá  pre- 
cisamente por  ver  en  él  el  reverso  de  su 
padre,  que  le  había  sido  poco  simpático. 

Al  llegar  al  poder,  el  joven  emperador 
era  todavía  un  personaje  desconocido  y 
misterioso  para  todos. 

En  el  transcurso  de  los  años  anteiiores 
se  habían  propalado  acerca  de  él  toda 


clase  de  suposiciones  adversas  ó  favora- 
bles. Según  las  noticias  llegadas  hasta 
nosotros,  se  alababa  el  temple  de  este  jo- 
ven, que  había  sabido  ser  dueño  de  sí 
mismo  en  circunstancias  tan  difíciles;  se 
temían  quizá  sus  caprichos,  su  tendencia 
á  abusar  de  tan  enorme  poder,  la  acción 
de  sus  ideas  no  maduras,  y  se  citaban 
toda  clase  de  manifestaciones  de  una 
brutalidad  precoz.  Pero  la  opinión  domi- 
nante era  que  sn  juv<Mitud  se  dejaría  ga- 
nar fácilmente  por  las  influencias  exte- 
riores, y  se  esperaba  que  comenzase  por 
liacer  más  fuerte  aún  la  autoridad  de  Ma- 
cronio,  el  omnipotente  prefecto  de  su 
guardia,  pues  todo  el  mundo  lo  creía  es- 
pecialmente agradecido  á  este  personaje. 

Pero  ocurrió,  como  en  la  mayor  parte 
de  los  casos,  todo  lo  contrario  de  lo  que 
se  podía  esperar.  La  desgracia  del  hom- 
bre do  Estado  que  ocupaba  el  poder  so- 
brevino rápidamente;  su  influencia  fué 
anulada  por  completo,  y  el  emperador 
empuñó  las  riendas  del  gobierno,  eri- 
giéndose en  señor  absoluto.  El  pueblo  lo 
aclamó,  pues  este  cambio  de  régimen  era 
presentado  en  todas  las  esferas  como  una 
liberación.  Parecía  que  fueíc  á  comenzar 
una  era  de  reformas,  abriendo  camino  á 
las  ideas  liberales. 

Así  se  iniciaron  llenos  de  promesas  los 
principios  del  reinado  de  Calignla.  hijo 
de  Germánico,  prematuramente  desapa- 
recido, y  de  Agripinu,  el  cual  sucedió  eu 


444 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


el  aúo  37  á  su  tío-abuelo.  Tiberio,  sumien- 
do al  mundo  en  el  asombro  con  sus  pri- 
meros actos. 

Ya  hemos  visto  que  Macronio,  general 
de  los  pretorianos,  que  había  sido  el  últi- 
mo y  poderoso  ministro  de  Tiberio,  y  al 
cual  Caligula  debía  el  trono,  fué  preteri- 
do, según  todas  las  apariencias,  desde  el 
principio  del  reinado.  En  vista  de  ello  cre- 
yeron muchos  que  este  acto  de  emanci- 
pación del  joven  emperador  iba  á  traer 
un  cambio  completo  de  los  principios  de 
gobierno.  Algunas 
reivindicaciones 
antiguas  de  los  ele- 
mentos liberales 
fueron  realizadas 
por  el  joven  sobera- 
no. Ante  todo  se 
concedió  más  liber 
tad  á  la  vida  políti- 
ca. Caligula  apa- 
rentaba querer  to- 
mar en  serio  el  res- 
peto de  ciertas  for- 
mas constituciona- 
les que  habían  caí- 
do en  desuso  bajo 
Tiberio.  Fingió 
conceder  más  in- 
fluencia á  la  opi- 
nión pública  en  la 
elaboración  del  pre- 
supuesto  y  en  los 
gastos  militares;  la 
libertad  electoral 
pareció  revivir  en 
los  comicios  del 
pueblo;  se  tomaron 
medidas  contra  los 
delatores,  cuyos 
excesos  eran  com- 
parables á  los  de  los 
agentes  políticos 
de  provocación  de 
nuestra  época,  cu- 
rándose así  tanto  la 
vida  pública  como 
la  privada  de  una 
de  sus  llagas  más 
graves.  Los  escri- 
tos de  Labieno,  de 
Cremucio  Cordus  y 
de  Casio  Severo, 

que  habían  sido  prohibidos  como  peligro- 
sos para  la  nación,  fueron  autorizados 
otra  vez.  Algunos  presos  políticos  se  vie- 
ron amnistiados,  las  persecuciones  por 
lesa  majestad  quedaron  suspendidas,  y 
se  abolieron  las  lej^es  que  castigaban  este 
crimen  con  penas  severas.  Además,  los 
impuestos  aplastantes  que  pesaban  pre 
cisamente  sobre  la  vida  cotidiana  de  las 
masas  populares  fueron  suprimidos,  y  las 
clases  más  pobres  se  vieron  aliviadas  con 
las  distribuciones  de  trigo,  sin  hablar  de 
los  juegos,  á  los  que  Caligula  dio  un  gran 
desarrollo,  con  arreglo  á  la  fórmula  anti- 
gua panem  et  circenses.  Parecía  que  á 
este  aumento  de  libertad  debía  corres- 


ponder una  era  de  reformas  sociales,  ó 
por  lo  menos  una  concepción  más  demo- 
crática de  las  cuestiones  económicas. 

Pero  desde  los  comienzos  de  Caligula, 
y  mientras  éste  era  aclamado  por  un  pue- 
blo pronto  al  entusiasmo,  los  observado- 
res atentos  no  pudieron  menos  de  sentir 
grandes  recelos. 

II 

Lo  que  elevaba  á  Caligula  algunas  ve- 
ces por  encima  de  sí  mismo  era  la  per- 


BL   KAISER    CON    EL   REY    DK.  INGLATERRA 

cepción  embriagadora  de  su  poder,  la  idea 
de  encontrarse  ascendido  repentinamen- 
te al  primer  puesto,  el  deseo  de  hacer  algo 
grande,  y  sobre  todo,  la  necesidad  de  bri- 
llar en  la  historia  del  mundo.  Al  verse 
emperador,  en  esta  transformación  extra- 
ordinaria de  su  vida  experimentaba  la 
ambición  de  señalarse  por  algo  que  en  el 
fondo  era  extraño  á  su  modo  de  ser:  el 
liberalismo  y  el  amor  al  bien  público,  Al 
mismo  tiempo  se  revelaban  en  él  peligro- 
sos rasgos  de  carácter.  Estaba  desprovis- 
to de  ese  sólido  cimiento  constituido  por 
una  concepción  de  la  vida,  adquirida  y 
desarrollada.,,  en  las  luchas  intimas.  El 
resorte  principal  de  sus  actos  no  era  el 


deseo  de  realizar  el  bien,  sino  la  ambición 
de  que  lo  admirasen  por  haberse  mostra- 
do propicio  á  las  reivindicaciones  popula- 
res y  poder  ofrecerse  como  un  grande 
hombre  ante  la  posteridad.  La  caracterís- 
tica constante  de  sus  decisiones  era  una 
precipitación  nerviosa,  que  le  inducía  á 
ir  corriendo  sin  tregua  de  uu  trabajo  á 
otro,  obrando  con  saltos  bruscos  y  á  me- 
nudo contradictorios.  A  esto  se  añadía 
una  tendencia  eminentemente  peligrosa 
de  querer  hacerlo  todo  por  sí  mismo. 

La  desgracia  de 
Macronio  debe  con- 
siderarse sobre  todo 
desdeestepuntode 
vista.  Parece  que 
his  relaciones  entre 
estos  dos  hombres 
nose  rompieron  por 
completo,  ó  al  me 
nos  para  siempre, 
pues  Macronio  se 
encontró  á  veces 
en  condiciones  de 
aconsejar  al  joven 
emperador,  reco- 
mendándole mode- 
ración y  prudencia. 
Estos  consejos  no 
dieron  otro  resulta- 
do que  excitar  la 
cólera  del  empera- 
dor, que  se  revol- 
vió furioso  contra 
él  y  su  familia.  La 
ingratitud  hacía 
Macronio  fué  una 
de  las  principales 
causas  que  rebaja- 
ron la  popularidad 
de  Caligula. 

Pronto  hubo  oca- 
sión de  advertirque 
ladespedidadeesie 
hombre,  el  más  in- 
dicado para  dirigir 
los  asuntos  del  go- 
bierno, tenía  por 
causa  más  el  carác- 
ter de  Caligula  que 
laoposición  que  pu- 
diese existir  entre 
él  y  el  emperador. 
La  Historia  no  menciona  á  ningún  hom- 
bre de  mérito  que  obtuviese  bajo  el  rei- 
nado de  Caligula  una  influencia  positiva. 
El  emperador  no  podía  tolerar  á  su  lado 
ninguna  fuerza  independiente.  Quería 
ser  su  propio  ministro,  y  ni  esto  le  basta- 
ba, pues  no  había  ningún  dominio  en  el 
que  no  pretendiera  manifestar  personal- 
mente su  superioridad,  Pero  para  desem- 
peñar tantos  y  tan  diversos  papeles  ha- 
cían falta  á  sus  limitadas  facultades— aun 
antes  de  la  degeneración  final— conoci- 
mientos é  inteligencia,  calma  é  imperio 
sobre  sí  mismo. 

Pasado  algún  tiempo  fué  todavía  peor. 
Su  autoritarismo  sin  contemplaciones. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


445 


sus  inesperadas  veleidades  reformadoras, 
las  súbitas  y  crueles  desgracias  sufridas 
por  altos  personajes,  pudieron  ser  consi- 
deradas por  las  masas  como  manifestacio- 
nes de  la  pujante  naturaleza  de  su  sobera- 
no. Pero  los  espíritus  reflexivos  vieron  er- 
guirse detrás  de  ellas  un  espectro  espanto- 
so: el  de  la  locura. 

III 

Se  acostumbra  á  hablar  de  la  locura  ce- 
sarista  como  de  una  forma  particular  de 
enajenación  men- 
tal, ül  lector  tal  vez 
conocerá  la  escena 
la  Verlorene  Hmíds- 
chrifl,  (ie  Gustavo 
Freytag,  en  la  que 
un  profesor,  poco 
versado  en  las  men- 
tiras sociales,  reve- 
la inocentemente  á 
un  principe  la  en- 
fermedad mental 
que  padece  este  úl- 
timo, citándole  á 
Tácito.  Las  mani- 
festaciones carac- 
terísticas de  la  lo- 
cura cesarista  son 
manía  de  grande- 
zas llevada  hasta  la 
deificación  de  si 
mismo;  desprecio 
de  toda  barrera  le- 
gal y  de  todos  los 
derechos  del  próji- 
mo; crueldad  ab- 
surda, brutal  y  sin 
motivos,  todo  lo 
que  se  encuentra 
también  en  otros 
dementes.  La  dife- 
rencia enorme  con- 
siste en  que  la  si- 
tuación prominen- 
te de  un  monarca 
proporciona  á  los 
gérmenes  de  estas 
propensiones  un  te- 
rreno sumamente 
favorable,  permi- 
tiéndoles alcanzar 
un  desarrollo  que 

seria  irrealizable  en  cualquier  otro  suje- 
to. De  este  modo  los  locos  cesaristas  pue- 
den realizar  actos  monstruosos  de  una 
enormidad  sin  precedentes. 

La  locura  cesarista  es  el  producto  de 
unas  circunstancias  que  sólo  pueden  pro- 
ducirse por  la  degeneración  moral  de  los 
pueblos  que  tienen  convicciones  monár- 
quicas, ó  cuando  menos  de  las  clases  su- 
periores que  constituyen  el  acompaña- 
miento inmediato  del  soberano. 

La  sensación  de  su  poder  sin  límites 
hace  olvidar  á  un  emperador  todas  las 
barreras  colocadas  por  las  leyes.  La  teo- 
ría que  funda  este  poder  en  un  derecho 
diviuo  altera  do  uu  modo  desastroso  las 


ideas  del  desgraciado  que  realmente  cree 
en  ellas.  Las  exigencias  de  la  etiqueta,  y 
más  aún,  la  diligencia  servil  con  que  la 
avaloran  todos  los  que  se  apiñan  en  torno 
del  amo,  infunden  á  éste  la  idea  de  que 
es  un  ser  encumbrado  por  la  misma  Na- 
turaleza sobre  el  nivel  de  todos  los  hom- 
bres. Las  observaciones  que  puede  hacer 
en  torno  de  él,  entre  los  personajes  de  su 
corte,  le  producen  la  impresión  do  que 
más  allá  de  su  ¡¡orsona  no  existe  mas  (|ue 
una  turba  vulgar  y  despreciable.  Pero  si 


EL   KAISBR   CON    EL   RBV   DE   DINAMARCA 

ocurre  además  que  no  sólo  la  corte,  sino  la 
masa  del  pueblo  está  corrompida;  si  cual- 
quiera cosa  que  intente  el  soberano  no 
encuentra  ninguna  resistencia  franca  y 
viril;  si  la  oposición  cuando  se  arriesga  á 
emprender  una  campaña  hace  constar  te- 
merosamente que  no  ataca  ni  á  su  perso- 
na ni  á  sus  ideas,  y  por  último,  si  esa  in- 
teligencia corrompida  que  inventó  el  cri- 
men de  lesa  majestad  y  que  ve  un  acto 
condenable  en  el  hecho  de  rehusar  la  ve- 
neración al  soberano,  acaba  por  entrar  en 
la  legislación  y  en  la  jurisprudencia,  no 
hay  sino  admirarse  de  que  un  monarca  tan 
absoluto  permanezca  en  su  sano  juicio. 
Así,  pues,  la  vida  pública  de  Ruma,  que 


estaba  ya  decaída,  ofreció  abundante- 
mente las  mejores  condiciones  para  el 
desenvolvimiento  de  la  locura  cesarista. 
Calígula  vivía  además  bajo  la  influencia 
de  una  doble  y  desagradable  herencia  fí- 
sica. (Recuérdese  á  .lulia,  á  su  liijo  Cayo 
y  los  últimos  años  de  Tiberio,  tío  abuelo 
de  Calígula.)  El  hecho  de  que  llegase  al 
poder  tan  joven  debía  facilitar  un  favora. 
ble  desarrollo  de  todos  los  gérmenes  que 
existían  en  él.  La  desproporción  brutal 
entre  su  alta  situación  y  sus  cualidades 
íntimas  obraban 
como  un  veneno  en 
su  carácter  juve- 
nil, prtidispuesto 
desde  el  nacimien- 
to á  todos  los  ex- 
cesos. 

Sin  embargo,  Ca- 
lígula sólo  cayó  en 
la  locura  propia- 
mente dicha  á  cau- 
sa de  una  grave  en- 
fermedad, de  la  que 
se  repuso,  para  su 
desgracia  y  la  de  su 
pueblo.  Pero  según 
todas  las  probabili- 
dades, puede  decir- 
se que  esta  enfer- 
medad no  hizo  mas 
que  precipitar  la 
evolución  fatal, 
pues  la  predisposi- 
ción á  la  locura  era 
3'a  visible  mucho 
antes,  y  los  factores 
nocivos  exteriores 
que  debían  favore- 
cerla iban  unidos  á 
la  situación  de  todo 
emperador  en  la 
Roma  de  entonces. 

IV 

El  caso  de  locura 
cesarista  que  nos 
ofrece  Calígula  es 
completamente  tí- 
pico. Casi  todos  los 
síntomas  que  se  en- 
cuentran  aislada- 
mente en  otros  soberanos  se  reúnen  en 
él,  y  al  comparar  sus  comienzos,  sanos  en 
apariencia,  con  la  progresión  espantosa- 
mente rápida  que  le  condujo  á  los  peores 
excesos,  podemos  representarnos  la  evo- 
lución de  la  enfermedad. 

Un  fenómeno,  que  no  es  necesariamen- 
te morboso  en  sí  mismo  si  no  va  unido  á 
los  otros  síntomas,  denoto  en  Calígula  la 
temprana  locura  de  grandezas.  Fué  la 
pasión  desmesurada  por  el  fausto  y  el 
despilfarro.  Es  este  un  rasgo  común  á 
casi  todos  los  príncipes  que  han  perdido 
de  vista  los  limites  de  su  situación,  desde 
los  déspotas  de  Oriente  y  ciertos  Papas 
antiguos  hasta  Luis  XIII  y  Luis  XIV  de 


446 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Francia,  así  como  sus  imitadores  alema- 
nes, cuya  serie  tiene  provisionalmente 
por  último  representante  célebre  al  des- 
graciado rey  Luis  II  de  Baviera.  Al  cabo 
de  poco  tiempo  no  sólo  gastó  Calígula  el 
tesoro  considerable  que  había  ahorrado  el 
viejo  emperador,  sino  que  tuvo  que  recu- 
rrir á  medios  poco  dignos  para  acrecen- 
tar los  ingresos  y  pagar  las  deudas.  Se 
restablecieron  los  impuestos  que  acaba- 
ban de  suprimirse;  se  crearon  otros  nue- 
vos, entre  los  cuales  los  había  muy  exor- 
l)itantes  y  de  un  carácter  vergonzoso;  se 
abusó  de  la  justicia  para  procurar  al  Te- 
soro multas  y, fortunas  confiscadas,  y  se 
terminó  por  proclamar  el  principio  de 
que  los  bienes  de  los  vasallos  debenjestar 
á  disposición  del  principe. 

La  pasión  de  Calígula  por  el  fausto  y 
el  derroche  se  manifestó  en  los  dominios 


simultáneamente  conducciones  de  agua 
y  construcciones  de  circos,  verdadera- 
mente enormes,  y  se  propuso  abrir  rápi- 
damente, á  través  del  istmo  de  Corinto, 
un  canal  del  que  se  había  hablado  mucho 
anteriormente.  A  esta  pasión  de  edificar 
iba  unida  una  sorprendente  manía  de 
destrucción.  Obras  dignas  de  ser  conser- 
vadas fueron  echadas  á  tierra  ó  sufrieron 
transformaciones  por  motivos  pueriles. 
Generalmente,  lo  que  se  edificaba  tenía 
el  reflejo  de  unas  ideas  completamente 
extravagantes.  Cuanto  más  imposible  é 
insensata  era  una  empresa,  más  atraía  á 
Calígula.  En  la  orilla  del  golfo  de  Ñapó- 
les se  encuentran  las  ruinas  de  un  mue- 
lle romano  que  se  llama  «puente  de  Ca- 
lígula», en  memoria  de  la  empresa  fan- 
tástica con  que  quiso  realizar,  no  lejos  de 
allí,  una  idea  extravagante. 


BERLÍN.    PLAZA    DB    POSTDAM 


más  diversos:  en  las  fiestas,  en  los  festi- 
nes, en  los  regalos,  en  los  trajes,  en  su 
morada  y  en  todo  su  tren  de  vida,  parti- 
cularmente en  la  instalación  de  sus  pala- 
cios y  quintas  y  en  los  yates  imperiales, 
equipados  con  un  lujo  insensato;  pero  por 
encima  de  todo  en  gigantescos  edijicios  y 
proyectos  de  obras  públicas. 

Este  es  un  rasgo  característico  de  la 
exaltación  de  las  ideas  en  algunos  sobe- 
ranos, como  acabamos  de  mostrarlo  con 
varios  ejemplos.  En  lo  que  concierne  á  los 
Césares  se  concibe  fácilmente  esta  locura 
cuando  se  recuerda  su  sed  de  gloria  y  su 
deseo  de  brillar  ante  la  posteridad. 

El  carácter  desmesurado  de  los  proyec- 
tos de  Calígula  3'  la  corta  duración  de  su 
reinado  fueron  causa  de  que  una  serie 
de  sus  construcciones  quedasen  sin  ter- 
minar. 

En  Roma  aún  se  muestran  en  el  Pala- 
tino los  cimientos  del  puente  de  Calígu- 
la, con  el  que  quiso  unir  el  palacio  impe- 
rial, por  encima  del  Foro,  con  el  Capito- 
lio, santuario  de  la  ciudad.  Emprendió 


Hizo  tenderen  la  bahía  de  Bales  un  gi- 
gantesco puente  de  embarcaciones,  so- 
portando una  verdadera  carretera  orlada 
de  hosterías  y  con  canalizaciones  de  agua 
dulce.  Revestido  de  la  pretendida  arma- 
dura de  Alejandro  el  Grande,  condujo  por 
este  puente  sus  tropas  hasta  Bales,  lan- 
zándolas sobre  la  apacible  ciudad  como 
para  tomarla  por  asalto.  Al  otro  día  orga- 
nizó sobre  el  puente  un  gran  cortejo 
triunfal,  con  trajes  suntuosos,  un  gran 
botín  y  prisioneros  fingidos.  Por  último, 
festejó  personalmente,  con  pomposos  dis- 
cursos y  ruidosas  fiestas,  esta  empresa 
gloriosa,  que  representaba,  según  sus 
propias  palabras,  «muchas  fatigas  venci- 
das y  el  Océano  domado». 


Esta  empresa,  que  fué  eélebre,  arroja 
una  luz  brutal  sobre  la  inclinación  extra- 
vagante de  Calígula  por  el  fausto  y  el  de- 
rroche. Pero  también  señala  una  tenden- 
cia en  extremo  particular  de  los  princi- 
pes que  sienten  la  pasión  enfermiza  de 


las  grandezas  y  las  pompas;  me  reñero  á 
su  sed  de  triunfos  miniares. 

En  esta  afición  lo  odioso  y  lo  ridiculo  se 
dan  la  mano  estrechamente.  Si  es  cierto 
que  la  ambición  y  el  placer  de  la  pompa 
guerrera  pueden  llegar  á  las  consecuen- 
cias más  espantosas,  á  verdaderas  degolli- 
nas de  pueblos,  con  igual  facilidad  origi- 
nan lo  grotesco  y  lo  pueril  cuando  la  horri- 
ble realidad  es  reemplazada  por  la  ficción. 

En  Calígula  se  observa  sobre  todo  esta 
segunda  forma  del  mal.  Las  circunstan- 
cias no  eran  propicias  á  las  guerras  y  á 
sus  triunfos.  Las  fronteras  estaban  paci- 
ficadas y  Roma  había  renunciado  á  exten- 
der más  su  Imperio.  La  demencia  verda- 
deramente cesarista  que  empujaba  á  Ca- 
lígula á  brillar  igualmente  en  el  dominio 
guerrero  tuvo  que  manifestarse  forzosa- 
mente en  majiiobras  ridiculas  k  inveiicio- 
nes  teatrales.  Hizo  una  porción  de  cosas 
análogas  á  su  cortejo  triunfal  en  la  bahía 
de  Baies.  Sólo  citaremos  aquí  dos  ejem- 
plos de  los  más  típicos. 

Una  vez  decidió  visitarel  ejército  acam- 
pado junto  al  Rbin.  Todo  se  puso  en  mo- 
vimiento precipitadamente. 

Así  que  llegó  el  emperador,  señalóse  su 
presencia  por  una  severa  disciplina,  des- 
usada hasta  entonces,  especinlmente  en 
lo  que  se  refiere  á  la  oficialidad.  Los  des- 
graciados jefes  que  en  esta  movilización 
inesperada  no  se  presentaron  pronto  en 
los  sitios  de  concentración  tuvieron  que 
sufrir  su  cólera.  Al  mismo  tiempo,  nun- 
que  Calígula  se  ofendi.-i  cuando  alguien 
le  recordaba  su  juventud,  q\iiso  rejuve- 
necer al  ejército  y  jubiló  á  un  gran  nú- 
mero de  centuriones,  declarando  que  eran 
demasiado  viejos  ó  achacosos.  I'roceilió 
además  contra  otros  por  haber  cometido 
abusos  en  su  gestión  administrativa.  Es- 
tas medidas  rudas  atemorizaron  á  mu- 
chos, como  si  denotasen  una  energía  ex- 
traordinaria, pero  suscitaron  igualmente, 
según  sabemos  por  Suetonio.  un  gran 
descontento,  y  algunas  de  ellas  fueron 
consideradas  por  los  observadores  impar- 
ciales como  fanfarronadas  ridiculas,  so- 
bre todo  cuando  vieron  la  gran  importan- 
cia que  les  atribuía. 

Hizo  por  ejemplo  ejecutar  una  manio- 
bra al  otro  lado  del  Rbin.  Soldados  de  su 
Guardia  é  hijos  de  varios  príncipes  que 
se  encontraban  en  rehenes  fueron  obliga- 
dos á  disfrazarse  de  guerreros  germanos 
y  tomar  posición  cerca  del  río.  Mientras 
estaba  en  la  mesa  el  emperador,  las  avan- 
zadas le  enviaron  una  advertencia  de  que 
el  enemigo  se  hallaba  cerca,  é  inmedia- 
tamente se  obtuvo  una  brillante  victo- 
ria sobre  este  enemigo  fingido,  que  se 
dejó  hacer  prisionero.  Los  soldados  de  la 
Guardia,  preparados  convenientemente, 
así  como  los  pobres  jóvenes  germanos, 
debieron  representar  el  papel  de  cautivos. 

Este  modo  de  jugar  á  los  soldados  era 
una  ridicula  farsa,  que  suscitaba  las  risas 
de  todo  el  mundo. 

Más  grotesca  fué  aún  la  empresa  de  Ca- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


447 


lígula  contra  la  Gran  Bretaña,  pues  la 
terminó  encargando  á  sus  soldados  que 
recogiesen  conchas  á  lo  largo  de  la  cos- 
ta, fístaseran  el  botín  que  debía  simboli- 
zar los  trofeos  de  la  guerra. 

VI 

En  esta  expedición  contra  la  Gran  Bre- 
taña, así  como  en  la  aventura  de  Baies, 
intervino  la  obsesión  de  la  conquista  del 
Océano. 

El  joven  emperador  mostraba  por  el 
mar  una  predilección  extraordinaria.  Era 
uiia  inclinación  plausible  en  si,  |)ero  que 
en  él  se  convirtió  en  niania,  como  otras 
muchas  inclinaciones.  Ya  hemos  mencio- 
nado la  fastuosa  instalación  de  sus  yates. 
Varios  autores  refieren  que  realizó  trave- 
sías más  ó  menos  largas  y  que  se  com- 
placía ante  el  esplendor  de  las  tormentas. 
Esta  pasión  debió  ser  muy  molesta  para 
sus  familiares,  pues  parece  que  les  obli- 
gaba despiadadamente  á  compartirla  con 
él.  El  desventurado  Silano,  habiéndose 
quedado  en  tierra  un  dia  de  tempestad, 
cayó  en  desgracia  por  este  miedo  al  ma- 
reo, ya  que  el  emperador,  enfurecido  por 
ciegas  sospechas,  atribuyó  su  ausencia  á 

otras  causas. 

VII 

Las  bélicas  diversiones  de  Calígula,  su 
monomanía  por  la  disciplina,  sus  cortejos 
triunfales,  denotan  la  propensión  á  ser 
comedíanle,  que  es  característica  en  el 
cuadro  patológico  de  la  locura  de  los  Cé- 
sares. 

En  punto  á  comediante,  no  se  conten- 
taba con  las  comedias  militares.  Cuentan 
los  autores  que  sentía  una  pasión  desen- 
frenada por  el  teatro  y  el  circo,  y  que  im- 
pulsado por  ella  llegó  á  pisar  el  escena- 
rio. Ellos  nos  refieren  el  extraño  gusto 
que  tenía  por  los  trajes  llamativos,  que 
cambiaba  constantemente,  y  cómo  estas 
mascaradas  le  llevaron  hasta  complacerse 
enrepresentardiversasdivinidades,  tanto 


BBKLiN.    PALACIO   IMPERIAL   DE   ESPALDAS   SOURB   EL   RIO   SPRE 


diosas  como  dioses.  Insistiremos  luego  en 
este  rasgo  con  motivo  de  otros.  Una  no- 
che quiso  que  admirasen  su  habilidad  de 
danzarín,  é  hizo  levantar  de  la  cama  á  los 
senadores  para  l)ailar  delante  de  ellos.  Se 
dice  además  que  osó  mostrarse  como  lu- 
chador en  un  circo,  según  hizo  más  tarde 
Nerón,  y  luego  Commodo,  en  calidad  de 
gladiador,  es  decir,  en  un  papel  que  aca- 
rreaba entonces  á  los  que  lo  desempeña- 
ban el  ser  excluidos  ile  la  sociedad. 

Dos  elementos  contribuyen  á  dar  este 
carácter  de  histrionismo  á  la  locura  cesa- 
rista.  Primero,  una  imaginación  enfermi- 
za, la  persistencia  en  el  hombre  maduro 
de  la  tendencia  que  induce  al  niño  á  iden- 
tificar con  el  mundo  real  las  creaciones 
de  su  fantasía.  En  ningún  sitio  se  pueden 
encontrar  condiciones  tan  favorables  á 
dicha  persistencia  como  en  la  corte  de  un 
einperailor,  donde  la  naturalidady  la  sen- 
cillez quedan  desterradas  por  tantas  fie- 


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UN    LADO    DEL    PALACIO    IMPERIAL 


clones  y  tantas  comedías  ridiculas.  Y  en 
segundo  término,  la  necesidad  de  brillar 
en  todos  los  sitios  y  de  todas  las  maneras, 
necesidad  que.  dada  la  situación  especia- 
lisima  de  un  soberano  aljsohito,  acaba  por 
resultar  igualmente  enfermiza. 

Por  eso,  aun  entre  los  soberanos  que 
no  se  puede  calificar  en  realidad  de  de- 
mentes, hay  muchos  que  no  cesan  de 
significarse  de  un  modo  lamentable  en 
cierto  orden  de  ideas,  pues  su  misma  si- 
tuación los  incita  de  un  modo  irresistible 
á  querer  sobresalir.  Además,  su  séquito 
los  mantiene  en  la  convicción  de  que  rea- 
lizan con  tales  extravagancias  algo  ge- 
nial é  imponente,  mientras  que  otros  jue- 
ces sinceróse  indulgentes  mueven  la  ca- 
beza pensativos. 

El  terreno  en  el  que  buscaba  Calígula 
brillar  con  mayor  apasionamiento  era  el 
(le  la  elocuencia.  Hablaba  de  buen  grado 
y  á  menudo  en  público,  y  se  dice  que  te- 
nía cierta  facilidad  para  ello,  siendo  su 
especialidad  la  de  insultar  y  herir.  Gus- 
taba sobre  todo  de  encararse  con  loscori- 
l'cos  de  la  literatura,  y  se  dice  que  logró 
lanzarles  más  de  un  dardo  acerado.  Pero 
llevó  su  eslú|)i<lo  fanatismo  hasta  querer 
excluir  de  todas  las  bibliotecas  algunos 
autores  clásicos,  como  Homero,  Virgilio 
y  Tito  Livio. 

No  obstante,  gustaba  de  citar  á  estos 
autores  detestados  cuando  quería  definir 
su  situación  en  términos  sorprendentes 
y  epigramáticos.  Asi,  saludó  una  vez  á 
sus  huéspedes  con  el  célebre  verso  de  Ho- 
mero: keis  koiranos  esto,  heis  hasilens: 
«que  uno  solo  sea  soberano,  no  s(ilo  rey». 

Pero  su  cita  predilecta  y  la  más  céle- 
bre es  esta  frase  de  un  trágico:  oderinl, 
dura  metuani:  «que  me  aborrezcan  con 
tal  do  que  me  teman».  Esta  era  segura- 
mente la  expresión  más  perfecta  de  su 
concepto  cesarista  sobre  las  relaciones 
que  deben  existir  entre  gobernados  y  go- 
bernantes. 


448 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


VIII 

Por  la  insistencia  con  que  se  compla- 
cía en  repetir  esta  máxima,  se  ve  que  el 
uso  de  la  violencia  le  procuraba  un  pla- 
cer, siendo  como  la  dominante,  como  el 
leitmotiv  de  su  práctica  gubernamental 
y  determinando  su  actitud  en  tudas  las 
circunstancias  de  la  vida  pública. 

Aun  liaciendo  abstracción  de  toda 
crueldad  propiamente  dicha,  un  rasgo 
típico,  común  á  todos  los  Césares,  con- 
siste en  que,  lo  mis- 
rao  que  Calígula,  po- 
nen su  mayor  cuida- 
do en  hacer  sentir  á 
cada  uno  su  poderío. 
Nada  los  irrita  tanto 
como  tropezar  con 
un  limite  de  este  po- 
der, y  para  ellos  el 
medio  más  seguro 
de  conjurar  toda  re- 
sistencia de  los  sub- 
ditos es  difundir  el 
miedo  y  el  terror. 
Por  esto  prodigan 
como  Calígula  las 
bravatas,  y  profie- 
ren, con  variantes 
innumerables,  la 
amenaza  de  que  ha- 
rán sentirácadauno 
el  peso  de  su  cólera. 
Asi  se  ve  á  cada  ins- 
tante en  la  historia 
de  la  Roma  imperial 
y  también  pueden 
citarse  muchos 
ejemplos  en  la  his- 
toria de  otros  pue- 
blos. Hasta  tempe- 
ramentos de  Césa- 
res tan  geniales 
como  Napoleón  no 
están  libres  do  este 
defecto.  ¡Dichoso  el 
pueblo  que,  obliga- 
do por  las  circuns- 
tancias á  soportar  ta- 
les tiranos,  sólo  su- 
fre las  amenazas  y 
no  los  actos,  como 

los  realizó  Calígula!  Esta  violencia  del 
soberano  no  alcanza  tanto  á  las  masas  po- 
pulares como  &  las  clases  superiores  de 
la  sociedad,  á  las  familias  aristocráticas 
y  á  los  altos  funcionarios.  Al  principio 
sólo  se  hace  sentir  ligeramente  con  la 
falta  de  toda  clase  de  consideraciones  á 
las  personas;  pero  esto  no  es  mas  que  un 
comienzo  sin  importancia.  Luego  el  so- 
berano llega  á  sentir  un  cínico  placer  en 
rebajar  cuanto  intenta  permanecer  inde- 
pendiente de  su  poderío. 

En  lo  que  concierne  á  Calígula,  sabido 
es  con  qué  odio  persiguió  á  toda  superio- 
dad,  especialmente  á  los  hombres  que  se 
distinguían  por  sus  señalados  servicios; 
cómo  se  esforzó  eu  aplastar  sistemática- 


mente todo  prestigio  bajo  su  desdén  y 
sus  sarcasmos;  cómo  acabó  por  envilecer 
á  los  hombres  respetables,  obligándoles 
á  actuar  de  gladiadores— lo  que  se  rela- 
ciona también  con  su  gusto  por  el  derra- 
mamiento de  sangre—,  á  correr  detrás  de 
su  carro,  á  servirle  en  la  mesa,  á  besarle 
los  pies,  pues  el  besar  la  mano  se  consi- 
deraba entonces  más  bien  como  un  honor 
que  como  un  signo  de  inferioridad.  Se 
complacía  en  ridiculizar  las  antiguas  tra- 
diciones de  las  familias  aristocráticas,  ro- 


BL  KAISER   BN    LAS    MANIOBRAS 

deándolas  de  gentes  de  la  más  baja  con- 
dición. Cocheros,  gladiadores,  cómicos  y 
toda  clase  de  vagabundos,  constituían, 
según  se  cuenta,  su  compañía  habitual, 
mientras  los  hombres  más  dignos  eran 
repelidos.  (Todavía  un  rasgo  que  se  nota 
con  frecuencia  en  la  historia  de  los  sobe- 
ranos enfermos.) 

Es  cierto  que  Calígula  en  su  vida  pú- 
blica propiamente  dicha  se  condujo  de 
igual  modo  con  los  representantes  de  la 
administración  civil  y  del  ejército. 

Precisamente  por  esto  resulta  lamenta- 
ble que  esté  truncada  la  obra  de  Tácito 
en  lo  que  se  refiere  al  advenimiento  de 
Calígula.  Tácito,  con  su  arte  incompara- 
ble, nos  habría  mostrado  de  seguro  qué 


influencia  disolvente  ejerció  este  carác- 
ter en  toda  la  administración  del  Estado. 
Los  autores  de  segundo  orden  apenas  nos 
dan  á  conocer  el  rasgo  de  extremada  lo- 
cura que,  según  se  dice,  inspiró  á  Cali- 
gula  el  deseo  de  conceder  á  su  caballo  la 
dignidad  consular.  Hemos,  pues,  de  re- 
constituir aproximadamente  las  etapas 
que  prepararon  este  escarnio  tan  inaudi- 
to. Pero  fácilmente  se  concibe  de  qué 
modo  el  desdén  hacia  toda  competencia  y 
hacia  toda  autoridad  fundada  en  el  ta- 
lento puede  desen- 
volverse hasta  tal 
punto,  partiendo  de 
iniciativas  apenas 
perceptibles  en  sus 
principios. 

Sólo  dos  hechos  de 
esta  serie  han  llega- 
do hasta  nosotros. 
En  primer  término, 
Calígula  se  propuso 
abolir  la  práctica  de 
la  jurisprudencia, 
extirpando  la  clase 
de  los  juristas.  Si 
puede  sostenerse  en 
el  presente,  no  sin 
un  poco  de  razón, 
que  la  existencia  de 
una  jurisprudencia 
de  profesionales  se 
opone  á  la  esencia 
del  derecho  vivo,  no 
por  esto  dejaba  de 
ser  esta  idea  en  las 
condiciones  de  la  vi- 
da romana  de  aque- 
lla época  una  idea 
profundamente  ce- 
sarista.  El  otro  inci- 
dente se  refiere  al 
ejército.  Según  pa- 
rece, cierto  número 
de  gladiadores  fue- 
ron nombrados  di- 
rectamente, y  por 
puro  cai)riclio.  ofi- 
ciales de  la  e.'colta 
real. 

El  emperador  dis- 
tribuyó los  grados 
militares  entre  los  empleados  de  admi- 
nistración, los  cuestores  y  recaudadores 
de  impuestos,  y  á  su  vez  nombró  á  viejos 
soldados  para  altos  empleos  de  la  admi- 
nistración civil.  Envió  á  sabios  juriscon- 
sultos de  gran  celebridad  adquirida  en  el 
foro  á  los  sitios  más  peligrosos  de  la  fron- 
tera para  que  negociasen  en  los  países 
extranjeros,  y  colocó  á  consejeros  ínti- 
mos, ya  gotosos,  al  frente  de  sus  danza- 
rines. Nunca  podremos  bosquejar  exacta- 
mente un  cuadro  de  tan  loco  desorden, 
de  tan  violento  contraste  entre  las  apti- 
tudes y  el  empleo  que  se  hacía  de  ellas, 
así  como  de  los  ultrajes  á  la  sana  razón, 
coronados  al  final  con  la  idea  de  erigir  un 
caballo  á  la  dignidad  consular. 


LA  GUERR 


Dibujo  de  H.  W.  Koekkoek.  sesún  dafos  de  M.  Villicrs.  de    The  llluslraled  London  News» 


Batidos  por  las  tropas  aliadas,  los  alemanes  retroceden,  abaí 


BÉLGICA 


ndo  los  cañones  en  las  lagunas  formadas  por  la  inundación 


í;.c  LID  -«..v 

ní?iní5-.ti,.s»ill(;  '  ^ 


HISTORIA  DÉ  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


449 


IX 

El  pueblo  y  todas  las  clases  de  la  socie- 
dad formaban  una  masa  servil,  entreraeií- 
clada  de  una  manera  violenta,  escarne- 
cida y  pisoteada,  por  encima  de  la  cual 
creia  destacarse  el  emperador  con  una 
majestad  divina,  inaccesible,  capaz  de 
permanecer  intacta  y  solemne  hasta 
cuando  hacia  una  cabriola  en  el  circo. 
Esto  resulta  esencial  en  dicha  clase  de 
Césares;  creen  en  el  derecho  de  su  perso- 
na, se  imaginan  tener  ima  misión  extra- 
ordinaria, sienten  la  convicción  de  que 
están  en  relaciones  particulares  con  la 
Divinidad,  se  consideran  los  elegidas  por 
ella,  y  Jhialmente  exigen  para  sí  mismos 
un  cxdto  ditino. 

Tal  pretensión  parece  constituir  ol  pa- 
roxismo de  la  demencia  ces;irista;  pero 
muchos  soberanos  á  quienes  no  se  podría 
considerar  completamente  locos  han  te- 
nido ideas  que  se  aproximaban  mucho  á 
ésta.  Por  ejemplo,  el  rey  de  Prusia  Fede- 
rico Guillermo  IV.  antes  de  volverse  com- 
pletamente loco,  se  movió  en  un  circulo 
de  ideas  místicas  de  tal  naturaleza.  Real- 
mente—y en  esto  reside  la  base  vergon- 
zosa y  lamentable  de  toda  la  existencia 
de  los  Césares  locos— estas  divagaciones 
son  á  menudo  favorecidas  del  modo  más 
[«'ligroso  por  el  estado  de  opinión  de  las 
masas,  y  sobre  todo  de  las  clases  directo- 
ras, en  los  pueblos  impregnados  de  arrai- 
gadas convicciones  monárquicas.  Sin 
esto,  ¿cómo  hubiera  sido  posible  divini- 
zar nunca  á  Alejandro  y  á  César?... 

Sin  embargo,  es  evidente  en  lo  que  se 
refiere  á  Calígula  que  no  fué  por  una  au- 
daz explotación  de  las  simpatías  popula- 
res ni  por  cálculo  político  por  lo  que  re- 
clamó el  rango  de  un  dios,  sino  por  locu- 
ra patente  y  caracterizada,  por  creencia 
en  su  propia  divinidad,  ó  cuando  menos 
por  una  tendencia  á  asumir  la  represen- 
tación de  esta  divinidad. 

Se  ve  esto  en  la  manera  con  que  juega, 
por  decirlo  así,  con  dicha  idea.  Al  llegar 
áeste  punto,  la  falta  de  docmnentos  com- 


LLEliAÜA    DEL    KAI.SBR    A    LA    ESTACIÓN    DE   SAN    HIPÓLITO    (ALSACIA) 


pletos  nos  imposibilita  de  seguir  toda  la 
evoluci.ón  del  mal.  Sus  imperceptibles  co- 
mienzos no  nos  han  sido  transmitidos. 
Las  ideas  de  Calígula  pudieron  ser  in- 
fluenciadas por  el  hecho  de  que  siendo 
todavía  muy  joven  fué  nombrado  augur 
y  gran  sacerdote.  Podemos,  en  efecto,  ad- 
mitir que  con  tales  títulos  celebró  perso- 
nalmente las  ceremonias  del  culto  y  cier- 
tas visiones  fantásticas  se  unieran  en  su 
espíritu  al  ejercicio  de  tales  funciones. 
Pero  lo  que  resulta  mucho  más  impor- 
tante y  signiñcativo  es  que  gustase  de 
presentarse  con  traje  de  dios  y  de  diosa. 

Ya  hemos  indicado  la  tendencia  his- 
triónica  que  se  maniflesta  con  estos  dis- 
fraces. Nos  resta  señalar  ahora  de  qué 
modo  el  actor  Imperial  terminó  por  iden- 
tificarse en  tales  juegos  con  la  divinidad 
que  representaba. 

En  los  hombres  dotados  de  una  imagi- 
na(;ión  enfermiza,  las  fronteras  entre  las 
aparii'ucías  y  la  realidad  se  borran  con 
una  prontitud  extraordinaria.  Emi)lrzan 
por  creer  que  tienen  algo  de  común  con 


REVISTANDO    LAS    TROPAS    KN    UNAS    MANlUilKAS 


el  personaje  que  representan;  durante 
ciertos  momentos  do  éxtasis  se  imaginan 
formar  un  solo  individuo  con  él;  y  por 
último,  cuando  ya  se  ha  pronunciado  la 
enfermedad  mental,  creen  definitivamen- 
te que  son  ídéntii'os.  Cuando  el  rey  Luis 
de  Baviera.  vestido  de  Lobengrin,  reco- 
rría su  lago  artificial  en  un  esquife  tirado 
por  un  cisne,  tuvo  momentos  en  que  la 
distinción  entre  el  ensueño  y  la  realidad 
quedó  abolida  en  su  interior.  Tal  vez  lo 
(jue  nosotros  mismos  experimentamos 
cuando  un  objeto  nos  produce  una  emo- 
ción de  arte  no  es  mas  que  una  ilusión 
que  por  obra  de  nuestras  sobreexcitacio- 
nes recae,  no  sobre  dicho  objeto,  sino  so- 
bre nuestra  propia  ])ersona.  ¡(Jnánto  más 
grande  es  todavía  el  efecto  producido 
cuando  al  intervenir  la  presencia  de  tes- 
tigos y  de  un  pueblo  numeroso  se  siente 
el  deseo  de  causar  impresión  en  ellos,  la 
necesidad  de  mantener  i)or  medios  exte- 
riores constantemente  reforzados  la  más 
inverosímil  de  las  ficciones!  ¿Quién  no  ha 
conocido  á  algunos  hombres  que  acaba- 
ron por  imaginarse  que  hablan  sido  ó 
liabían  ejecutado  aquello  que  hicieron 
creer  antes  á  los  demás  y  después  acaba- 
ron por  creerlo  ellos  mismos? 

La  aspiración  de  Calígula  á  la  divini- 
dad se  basó  en  una  f;irsa  extravagante, 
sin  que  por  esto  debamos  creer  que  qui- 
so aumentar  la  ignominia  del  culto  que 
imponía  á  sus  subditos,  convirtiéndolo 
en  una  mofa.  La  prueba  es  que  se  nom- 
bró á  si  mismo  gran  sacerdote  de  su  pro- 
pio culto.  En  fin.  si  hizo  de  su  caballo  su 
colega  en  divinidad,  no  fué  este  el  único 
acto  de  insensatez  que  le  inspiró  el  amor 
á  los  caballos. 

X 

Los  contemporáneos  de  Calígula  lo  te- 
nían por  un  verdadero  loco,  y  no  se  con- 
cebiría que  un  historiador  moderno  vaci- 
lase en  confirmar  tal  juicio.  Es  evidente 


460 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BERLÍN.    EL   NUEVO    MUSEO 


que  su  naturaleza  se  trastornó  de  un  niofio 
progresivo  partiendo  de  una  predisposi- 
ción congenital. 

Sin  estar  completamente  desprovistos 
de  antecedentes  acerca  de  su  constitución 
física,  sabemos  sin  embargo  muy  poco 
sobre  ella.  Cuando  vivió  al  lado  de  Tibe- 
rio, á  los  veinte  años  de  edad,  era  de  una 
estatura  elevada.  Las  señas  particulares 
niás  sorprendentes  fueron  sus  piernas 
díilgadas,  su  vientre  voluminoso,  una  flso 
noniía  de  expresión  inquietante,  las  sie- 
nes y  los  ojos  hundidos,  la  frente  espa- 
ciosa y  sombría.  Era  además  epiléptico  y 
I)ropenso  á  terribles  insomnios. 

La  inquietud  y  la  affitación  producidas 
pur  estos  últimos  males,  la  cuntradicción 
y  lo  imprevisto  de  sus  impresiones  é 
ideas,  han  sido  descritas  con  exacta  reali- 
dad por  Dion  Casio.  He  aquí  unos  rasgos 
de  nerviosidad,  que  por  sí  mismos  no  son 
necesariamente  mórbidos,  pero  relacio- 
nados con  otros  que  conocemos  resultan 
mucho  más  significativos.  Tan  pronto 
buscaba  el  tumulto  de  la  multitud,  como 
la  soledad;  emprendía  un  viaje,  y  á  su  re- 
greso apenas  se  le  reconocía,  por  haberse 
dejado  crecer  la  barba  y  el  cabello,  contra 
la  costumbre  de  la  época.  Los  aduladores 
y  los  hombres  sinceros  le  irritaban  y  le 
agradaban  al  mismo  tiempo.  Tan  pronto 
se  dejaba  decir  las  verdades  más  duras 
por  gentes  do  baja  estofa,  como  castigaba 
con  la  pena  de  muerte  cualquiera  insig- 
nificancia. Nadie  sabía  loque  debía  decir 
ó  hacer  en  su  presencia.  Congraciarse  con 
él,  era  cuestión  de  suerte  y  no  de  talento. 
Las  ideas  más  absurdas  afluían  á  su  cere- 
bro, y  aun  cuando  fuesen  relativamente 
inofensivas,  siempre  contenían  una  parte 
de  maldad.  Por  ejemplo  el  caso  de  un  ofi- 
cial que  habiendo  incurrido  en  su  desgra- 
cia fué  enviado  nada  menos  que  á  la  Mau- 
ritania, viaje  penoso,  para  que  llevase  al 
rey  Plotemeo  una  carta  en  blanco. 

Pero  por  lo  general,  su  maldad,  su  pla- 


cer en  atormentar  á  los  demás,  revestía 
formas  mucho  peores.  Esto  fué  desde  su 
juventud.  Nunca  dejó  de  asistir  á  los  su- 
plicios y  á  las  ejecuciones. 

Uníase  á  esto  una  inclinación  al  liber- 
tinaje. Aún  era  un  mozuelo  y  ya  se  con- 
taban de  él  cosas  horribles.  Después, 
cuando  vivió  al  lado  de  Tiberio,  frecuen- 
taba disfrazado  todos  los  lugares  del  vi- 
cio, entregándose  á  los  excesos  sexuales 
y  á  la  bebida. 

El  cuadro  del  furor  cesarista  se  com- 
pleta cuando  se  incluye  en  él  la  afición  al 
libertinaje,  la  alegría  de  derramar  sangre 
y  el  goce  ante  el  espectáculo  de  crueles 
suplicios.  Es  por  otra  parte  un  hecho  muy 
conocido  en  psiquiatría  que  las  inclina- 
ciones sexuales  enfermizas  se  acompañan 
á  menudo  con  la  enfermiza  afición  á  lo 
horrible,  á  la  efusión  de  sangre  y  á  los  tor- 
mentos. La  relación  que  existe  entre  es- 
tos dos  órdenes  de  manifestaciones  y  la 
locura  cesarista  es  fácil  de  concebir  en 
conjunto,  incluso  para  el  profano,  aun 
cuando  el  análisis  del  fenómeno  plantea 
diferentes  problemas  al  especialista.  Las 
ventajas  exteriores  de  la  alta  situación  de 
un  príncipe  bastan  para  lanzar  á  éste  en 
una  licencia  precoz,  según  lo  demuestra 
la  vida  de  innumerables  hijos  de  sobera- 
nos de  todas  las  dinastías.  Si  á  esto  se 
añade  el  concepto  cesarista  de  la  omnipo- 
tencia imperial  y  el  de  la  nulidad  de  todo 
otro  derecho,  y  si  estos  factores  se  refuer- 
zan con  una  herencia  de  varias  genera- 
ciones, nada  podrá  ciertamente  limitar  su 
acción. 

La  locura  cesarista  se  manifiesta  bajo  la 
forma  más  perfecta  cuando  la  sed  de  san- 
gre, la  crueldad  y  la  depravación  se  po- 
nen al  servicio  de  una  idea  de  deificación 
de  si  mismo.  Cuando  los  judíos— los  úni- 
cos, á  lo  que  parece,  entre  los  pueblos  de 
aquella  época  — rehusaron  elevar  en  su 
templo  la  estatua  de  Calígula  y  adorarla, 
el  emperador,  según  se  cuenta,  estuvo  á 


punto  de  dar  al  mundo  un  ejemplo  formi- 
dable de  los  extremos  á  que  podia  condu- 
cirle su  locura.  Se  estaba  disponiendo  á 
castigar  en  masa  á  este  pueblo  rebelde 
con  el  hierro  y  el  fuego  cuando  le  sor- 
prendió la  muerte. 

Pero  aun  sin  tener  en  cuenta  esta  acu- 
mulación de  todos  los  síntomas  de  la  lo- 
cura cesarista,  la  tendencia  natural  de 
Calígula  á  los  excesos  y  á  la  carnicería 
era  bastante  para  producir  los  efectos  más 
terribles.  En  los  primeros  tienijios  que 
sucedieron  ásu  proclamación,  parece  que 
se  impuso  alguua  mesura;  pero  luego 
preponderaron  en  él  sus  inclinaciones 
naturales,  y  como  disponía  del  poder  más 
absoluto,  aflojó  la  brida  á  sus  pasiones, 
sacrificando  á  su  apetito  sexual  innume- 
rables mujeres  y  doncellas. 

Al  mismo  tiempo  empezó  á  dar  libre 
curso  á  su  afición  al  homicidio  y  á  los  su- 
plicios, en  condiciones  realmente  espan- 
tosas, siendo  inducido  muchas  veces  por 
razones  de  orden  económico.  No  sólo  los 
autores  modernos,  sino  también  su  con- 
temporáneo Séneca,  describen  el  placer 
bestial  que  experimentaba  en  presencia 
de  las  ejecuciones  y  la  crueldad  con  que 
atormentaba  á  los  supervivientes. 

Cierto  número  de  anécdotas  han  llega- 
do hasta  nosotros,  mostrándonos  que  la 
necesidad  de  matar  sentida  por  Calígula 
debe  ser  Considerada  en  él  como  un  sni- 
toma  de  locura.  No  podia,  por  ejemplo, 
besar  el  cuello  de  su  esposa  ó  de  su  aman- 
te sin  pensar  que  bastaría  una  orden  suya 
para  que  fuese  cortado  este  hermoso  cue- 
llo. En  medio  de  una  alegre  orgia  se 
echaba  á  reír  ante  la  idea  de  que  con  un 
gesto  suyo  podia  hacer  caer  la  cabeza  de 
los  dos  Cónsules  sentados  á  su  lado.  To- 
dos conocen  su  deseo  de  que  el  pueblo 
romano  no  tuviese  mas  que  una  cabeza, 
¡Jara  poder  decapitarlo  de  un  solo  goli)e. 
Ideas  de  esta  naturaleza  y  otras  peores, 
qua  no  sólo  revelaban  simples  instintos 


XJN  VALLE  DB  ALEMANIA  KN  LA  SELVA  NBGKA 


HISTORIA  DE  LA  GUBRRA  EUROPEA  DE  1^14 


451 


sanguinarios,  sino  también  su  gusto  de 
combinar  los  suplicios  más  crueles  y  re- 
finados, se  tradujeron  en  una  multitud 
de  actos  espantosos  que  á  menudo  acom- 
pañaba Caligula  de  cínicas  bromas.  Los 
iletiiUes  son  demasiado  horribles  para  que 
insistamos  en  ellos. 

En  uua  palabra,  sembró  el  terror  en 
Roma;  pero  Roma  no  se  atrevía  á  .sacudir 
el  yugo  de  este  demente,  cuyo  furor  la 
ensangrentalia.  El  Senado  no  o.só  destro- 
narlo y  nombrar  una  regencia.  No  quedó 
descartado  por  un  acto  de  la  vida  política, 
y  fué  necesaria  para  acabar  con  él  una 
conspiración,  que  halló  su  instrumento 
complaciente  en  Casio  Quereas,  uno  de 
los  jefes  de  su  guardia,  al  que  había  ofen- 
dido gravemente. 

Tal  era  el  grado  de  envilecimiento  de 
Roma  en  el  momento  que  los  bárbaros, 
en  la  fuerza  de  su  juventud,  amenazaban 
seriamente  sus  fronteras. 

Si  desde  el  puerto  tranquilo  en  que  vi- 
vimos seguros  actualmente  echamos  una 
mirada  hacia  atrás,  podemos  decir  que 
hoy,  aunque  los  apetitos  materiales  y  el 
lujo  de  las  clases  superiores  lian  subido 
hasta  un  nivel  comparable  al  do  la  Roma 
imperial,  hemos  realizado,  sin  embargo, 
un  notable  progreso  político— que  ha  exi- 
gido más  de  diez  y  ocho  siglos—,  pues 


BERLÍN.    LA   CALLB   DE    FBDERICO    Y    LA    AVENIDA    DB    LOS   TILOS 


todo  régimen  análogo  al  cesarismo  y  al 
reinado  de  la  locura  cesarista  es  irreali- 
zable en  las  circunstancias  actuales.  Üe 
tal  modo  irrealizable,  que  el  presente 
cuadro  parecerá  una  invención  poco  dig- 
na de  fe,  ó  si  se  quiere  una  sátira  exage- 


rida  debida  á  la  pluma  de  algún  escritor 
romano  acerca  del  cesarismo  de  su  tiem- 
po. Y  sin  embargo,  sólo  hemos  expuesto  la 
verdad  liistórica.  completamente  desnu- 
da, tal  como  la  presentan  los  conocimien- 
tos actuales  sobre  las  fuentes  de  origen. 


A  pesar  de  las  prudentes  manifestaciones  de  Quid- 
de  para  que  el  público  no  intentase  comparar  los  tiem- 
pos actuales  con  los  de  la  Roma  antigua,  y  su  visible 
deseo  de  abstenerse  de  toda  alusión  moderna,  los  lec- 
tores establecieron  instintivamente,  como  ya  hemos 
dicho,  un  parangón  entre  el  emperador  romano  y  el 
emperador  de  Alemania  en  1894. 

El  historiador  bávaro,  repitiendo  y  juntando  las 
afirmaciones  de  los  autores  antiguos,  habla  de  un  Ca- 
ligula ingrato  con  Macronio,  poseído  del  delirio  de 
grandezas,  incapaz  de  tolerar  á  su  lado  ningún  ca- 
rácter independiente,  amigo  del  fausto,  de  las  farsas 
militares,  de  los  yates  lujosos,  obsesionado  por  la 
manía  del  Océano,  aficionado  á  la  oratoria,  á  cambiar 
de  trajes,  á  las  exhibiciones  con  gran  pompa,  á  la  vida 
del  circo  y  el  trato  con  gladiadores  y  comediantes,  á 
convertir  en  capitanes  á  simples  particulares,  á  tras- 
tornar leyes  y  costumbres,  dando  á  cada  uno  el  em- 
pleo masen  desarmonía  con  sus  facultades,  añadiendo 
á  estas  manifestaciones  la  loca  convicción  de  represen- 
tar á  la  Divinidad. 

Los  alemanes  tenían  ante  su  vista  un  emperador 
ingrato  con  el  primer  hombre  de  su  apoca,  al  que  debía 
gran  parte  de  su  fortuna,  inclinado  á  rodearse  de  po- 
líticos mediocres  para  que  le  sirviesen  como  simples 
edecanes,  interviniendo  en  todo  y  diciendo  la  palabra 
definitiva  como  si  fuese  el  primer  talento  de  su  época; 
gran  aficionado  á  las  maniobras  y  á  los  buques,  ob- 
sesionado por  la  conquista  de  los  océanos,  aprove- 
chando la  más  pequeOa  ocasión  para  lanzar  discursos 


y  sermones,  derrochando  el  dinero  en  un  lujo  vistoso 
y  muchas  veces  ridículo,  gustando  de  la  vida  del  tea- 
tro, hasta  el  punto  de  ejercer  en  algunas  obras  las 
funciones  de  director  de  escena,  queriendo  alcanzar 
la  gloria  como  músico,  poeta,  pintor  y  escultor,  dando 
por  gracia  los  grados  militares  á  gentes  sio  otro  mé- 
rito que  el  de  la  estatura,  confiriendo  á  capricho  em- 
pleos cuyas  funciones  no  estaban  en  relación  con  las 
facultades  del  agraciado  y  manifestándose  en  toda 
ocasión  firmemente  convencido  de  ser  el  portavoz  de 
la  Divinidad,  el  aliado  del  cielo,  el  íntimo  amigo  y  el 
consocio  de  Dios. 

El  César  de  Roma  había  sido  un  enfermo  heredita- 
rio, cuyas  dolencias  espirituales  se  agravaron  en  el 
ejercicio  de  un  poder  absoluto,  hasta  tomar  una  for- 
ma monstruosa.  El  emperador  presente  era  también 
un  enfermo,  y  sus  dolencias  le  comunicaban,  como 
al  otro,  una  actividad  incesante  y  nerviosa,  una  mo- 
vilidad temible  que  podía  influir  en  la  suerte  del 
Estado. 

Los  dos  empleaban  las  mismas  frases  como  regla 
de  vida:  <\Sólo  debe  haber  una  voluntad:  la  mía.>>  <\Que 
me  aborrezcan,  con  tal  de  que  me  teman.» 

El  público  sintió  asombro  ante  esta  semejanza 
asombrosa,  repetida  por  el  espíritu  cesarista  y  á  una 
distancia  de  veinte  siglos. 

De  aquí  el  sordo  y  poderoso  éxito  de  la  obra  de 
Qiiidde.  El  miedo  y  la  obediencia  evitaron  que  se  ha- 
blase de  ella  en  Alemania  públicamente.  Pero  el  libro 
circuló  coa  profusión,  alcanzando  ediciones  enormes. 


'46^ 


VICENTE  BLASCO  IBAÑE2 


ESCALINATA    DEL    PARQUFl    DEL   CASTILLO    DE   SANS-SOUCI 


XIII 
La  Alemania  que  se  ve  y  la  que  no  se  ve 

«Existen  realmente  dos  Alemanias — dice  el  abate 
Wetterlé,  antiguo  diputado  del  Reichstag — :  la  que 
ve  el  viajero  apresuradamente  con  el  Btedeker  en  la 
mano,  y  que  por  ser  toda  de  fachada  produce  una  im- 
presión de  falsa  grandeza  en  los  observadores  super- 
ficiales, y  la  Alemania  que  ha  crecido  demasiado  apri- 
sa, enloquecida  por  ambiciones  y  apetitos  desmesu- 
rados, que  no  ha  sabido  adaptar  sus  costumbres  é 
instituciones  á  su  riqueza  y  su  renombre  cada  vez  más 
grandes,  y  en  la  cual,  como  en  las  casas  de  los  millo- 


liORLÍN.    LA   PLAZA    DR   liLÜUHE 


narios  improvisados,  se  revela  el 
desacuerdo  completo,  chillón  y  gro- 
tesco entre  el  antiguo  carácter,  que 
continúa  siendo  grosero,  y  el  es- 
fuerzo intentado  para  renegar  de 
los  modestos  orígenes. « 

Este  mismo  desacuerdo  se  nota 
en  el  aspecto  del  país,  que  también 
ofrece  igual  dualidad.  Aún  existo 
la  Alemania  de  las  leyendas,  «el 
país  de  las  baladas,  de  los  Heder, 
de  la  música  sentimental,  de  Gret- 
chen  y  la  Loreley^>;  la  tierra  del 
vago  misticismo,  de  la  filosofía  ne- 
bulosa y  de  los  castillos  encantados 
del  Rhin  y  la  Turingia.  Pero  jun- 
to á  esta  Alemania  ensalzada  por 
Mad.  Staél,  y  que  hizo  las  delicias 
de  los  románticos,  vive  la  Alema- 
nia casi  reciente  «cubierta  de  fá- 
bricas, erizada  de  chimeneas,  ne- 
gra de  hollín,  feroz  para  la  ganancia»,  con  sus  indus- 
trias de  piratas  que  lo  imitan  todo  y  lo  falsifican  todo: 
una  Alemania  productora  que  sueña  con  la  servidum- 
bre económica  del  mundo  entero,  que  está  organizada 
lo  mismo  que  un  ejército,  y  cuyos  directores,  atentos 
con  sonrisa  servil  á  los  encargos  del  cliente,  tienen 
el  alma  de  los  antiguos  burgraves,  su  misma  feroci- 
dad conquistadora,  y  desean  una  guerra  victoriosa 
para  el  saqueo  y  destrucción  de  las  industrias  de  los 
otros  países,  y  que  sólo  quede  en  pie  la  producción 
germánica. 

Igual  dualidad  se  nota  en  la  Alemania  intelectual. 
Existe  una  Alemania  «absorbida  en  el  estudio  de  los 
textos  antiguos,  de  las  lenguas  desaparecidas,  de  to- 
dos los  grandes  problemas  científicos»,  que  tiene  algo 
de  las  misteriosas  apariencias  de  la  antigua  alquimia, 
y  á  la  cual  la  imaginación  fértil  de 
los  extranjeros  presta  un  decorado 
escénico  «de  viejos  infolios,  alam- 
biques de  reriejos  verdosos  y  cornu- 
das redomas».  Al  lado  de  ella  existe 
otra  Alemania  intelectual,  menos 
desinteresada,  más  positiva  é  influ- 
yente, que  se  abriga  en  las  Univer- 
sidades como  si  fuesen  cuarteles,  y 
está  compuesta  de  profesores  endu- 
recidos por  el  orgullo,  que  admiran 
al  militarismo  y  glorifican  la  gue- 
rra como  de  origen  divino. 

Esta  clase  de  sabios  alemanes  ya 
existía  en  tiempo  de  Federico  el 
Grande.  El  escéptico  monarca  supo 
apreciar  sus  servicios.  Cuando  al- 
guien le  objetó  que  no  tenía  dere- 
cho para  invadir  la  Silesia,  el  as- 
tuto caudillo  repuso  sonriendo: 
—  Lo  primero  es  tomarla.  Dee- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1^1 4 


453 


pues  no  me  faltarán  unos  cuantos 
profesores  de  Derecho  que  se  en- 
carguen de  demostrar  científica- 
mente que  la  Silesia  me  pertenecía. 

Un  título  de  Excelencia,  una  con- 
decoración basta  para  modificar  las 
opiniones  de  estos  sabios,  que  --ro- 
ban y  desfiguran  todos  los  descu- 
brimientos hechos  fuera  de  Alema- 
nia, falsifican  la  Historia,  persiguen 
desenfrenadamente  las  distinciones 
honoríficas,  ponen  sus  conocimien- 
tos al  servicio  del  mejor  postor,  y 
predican  la  guerra  y  la  carnicería 
para  asegurar  á  la  ciencia  germá- 
nica una  superioridad  incontrasta- 
ble y  única,  que  no  puede  conse- 
guir por  su  propio  mérito». 

El  error  fundamental  de  muchos 
que  admiran  á  Alemania  de  buena 
fe  consiste  en  que  sólo  alcanzan  á 
ver  la  cara  simpática  y  grandiosa  de  este  país  de  faz 
doble.  Además,  confunden  el  progreso  material  de  la 
Alemania  reciente  con  sus  instituciones  políticas,  an- 
tiguas y  bárbaras,  creyendo  que  el  adelanto  moderno 
se  debe  á  una  política  guerrera  inspirada  en  las  haza- 
ñas y  las  violencias  de  hace  diez  siglos. 

La  Alemania  moderna,  como  dice  un  autor,  «ha 
corrido  vertiginosamente  en  breves  años  el  camino 
del  progreso,  sin  hacer  alto,  como  los  otros  pueblos, 
para  reponer  sus  fuerzas;  de  lo  que  resulta  que  en 
poco  tiempo  ha  llegado  al  término,  ó  sea  á  la  decaden- 
cia, sin  pasar  por  la  madurez». 

Esta  Alemania  doble  es  complicada  y  contradicto- 
ria. Sas  antítesis  desconcertantes  explican  el  entu- 
siasmo que  sienten  algunos  por  ella  y  la  alarma  y  el 
recelo  que  infunde  á  los  más.  En  la  mentalidad  de  su 
pueblo  se  entremezclan  constante- 
mente «la  barbarie  nativa  y  los 
refinamientos  de  una  civilización 
conquistada  con  demasiada  rapi- 
dez; las  virtudes  burguesas  de  los 
antiguos  germanos  y  las  prácticas 
de  un  modernismo  corrompido;  las 
rudas  prácticas  del  absolutismo  mi- 
litar y  las  agitaciones  de  una  de- 
mocracia naciente;  el  orgullo  de  la 
unidad  nacional  reconquistada  y 
los  sobresaltos  del  particularismo 
de  los  Estados  que  agonizan;  el  tra- 
dicional espíritu  de  economía  y  un 
rabioso  deseo  de  placeres  y  de  ga- 
nancia; el  sentimentalismo  do  otras 
épocas  y  la  grosería  de  los  instin- 
tos desencadenados;  el  estudio  pa- 
ciente y  modesto  y  un  deseo  enfer- 
mizo de  figurar  y  lucir  á  la  cabeza 
del  mundo». 


JARDINES    DBL    CASTILLO    DB    SANS  SOUCI,    DB    POTSDAM 


El  pueblo  alemán  posee  una  cualidad  incontesta- 
ble: la  de  ser  el  mejor  dispuesto  para  la  disciplina  y 
la  organización.  A  esto  debe  su  rápido  crecimiento 
económico.  Posee  en  cambio  un  defecto  enorme:  la 
falta  de  tacto  y  de  mesura,  que  hace  incompatible  su 
grandeza  con  la  tranquilidad  del  mundo. 

Inglaterra  ha  llegado  en  su  desarrollo  á  mayores 
alturas  que  Alemania.  Pero  su  enorme  y  sólida  pros- 
peridad se  desenvolvió  en  el  curso  de  ciento  veinte 
años,  sin  constituir  un  peligro  para  la  existencia  de 
los  otros  pueblos. 

Alemania  casi  ha  realizado  los  mismos  progresos 
en  menos  de  cuarenta  años;  pero  vertiginosamente,  y 
con  la  firme  creencia  de  que  el  militarismo  y  la  guerra 
son  el  origen  y  el  sostén  de  su  prosperidad.  Todo  co- 
merciante alemán,  aunque  parezca   desear   la  paz. 


BHRLlN.    EL    BANCO    DB   ALEMANIA 


454 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


EL   MUNICIPIO    DE    HAMBURGO 


relación  directa  entre  los  principios 
de  la  Revolución  y  los  descubri- 
mientos científicos  del  siglo  XIX.» 
La  mentalidad  de  los  alemanes  ha 
sido  semejante  á  la  de  los  pueblos 
que  bendicen  á  sus  gobiernos  los 
años  en  que  las  cosechas  son  bue- 
nas, como  si  hubiesen  podido  or- 
denar su  abundancia.  El  patriotis- 
mo ha  clavado  profundamente  en 
sus  cerebros  la  falsa  idea  de  que 
los  triunfos  de  1870  son  la  causa 
inicial  de  los  triunfos  industriales 
y  comerciales  que  se  desarrollaron 
hasta  1914. 

Ya  dijimos  al  hablar  de  la  obra 
de  Bismarck  cómo  la  victoria  sobre 
Francia  y  la  enorme  indemnización 
pagada  por  ésta  sirvieron  para  em- 
pobrecer al  naciente  Imperio  ale- 
mán. Su  situación  fué  casi  igual  á 
que  favorece  al  comercio,  desea  en  realidad  la  gue-  la  de  la  vieja  y  gloriosa  España,  que  nunca  se  vio  tan 
rra.  Es  para  él  sinónimo  de  victoria  y  está  convencido  pobre  como  en  los  tiempos  que  recibía  los  galeones 
de  que  con  ella  sus  negocios  se  agrandarán  conside-  de  América  cargados  de  oro.  Los  miles  de  millones 
rablemente.  pagados  por  Francia  sirvieron  para  costear  muchas 

Esta  ha  sido  la  gran  equivocación  de  la  Alemania  obras  públicas,  pero  la  influencia  de  este  dinero  re- 
rica  y  productora.  Esta  la  causa  de  que  su  desarrollo  sultó  funesta  desde  el  punto  de  vista  económico.  La 
vertiginoso — que  en  otro  país  no  hubiese  inspirado  in-  ganancia  fácil  de  la  guerra  desarrolló  lo  que  los  ale- 
quietudes — sea  considerado  por  todo  el  mundo  como  manes  llamaron  la  schwindelperiode,  ó  sea  el  período 
una  amenaza.  del  vértigo  financiero,  de  las  empresas  de  moralidad 

dudosa,  del  iilibusterismo  en  los  negocios.  En  los  siete 
Al  apreciar  los  orígenes  de  la  prosperidad  del  loa-  ú  ocho  aüos  que  siguieron  á  la  victoria,  la  industria 
perio  alemán,  la  opinión,  tanto  en  Alemania  como  alemana  no  realizó  ningún  adelanto;  antes  bien,  su 
fuera  de  ella,  incurre  en  un  error  fundamental.  Como  estacionamiento  marcó  una  tendencia  al  retroceso,  y 
dicha  prosperidad  coincidió  con  la  guerra  de  1870,  el  el  Imperio  triunfante  por  las  armas  tuvo  que  com- 
vulgo  cree  de  buena  fe  que  procede  de  las  victorias  prar  en  el  exterior  todas  las  manufacturas  que  ne- 
de  Moltke,  hasta  el  punto  de  que  los  comerciantes  y  cesitaba  para  su  existencia.  Un  economista  alemán 
los  industriales,  que  debían  temer 
la  guerra,  la  desean  como  la  mejor 
de  las  protecciones  para  el  fomento 
de  sus  negocios. 

La  guerra  francoprusiana  nada 
tuvo  que  ver  con  la  prosperidad 
del  pueblo  alemán.  Se  ha  exagera- 
do mucho  la  influencia  de  los  suce- 
sos políticos  en  el  desenvolvimien- 
to económico  é  intelectual  de  las 
naciones.  «Esto  es — dice  el  econo- 
mista Avenel  —  como  si  se  atribu- 
yese al  emperador  Segismundo 
una  influencia  en  la  invención  de 
la  imprenta  porque  se  realizó  bajo 
su  reinado;  como  si  los  ingleses 
atribuyeran  á  Jorge  III  y  á  la 
guerra  de  los  Siete  Años  las  pri- 
meras máquinas  de  vapor  que  se 
construyeron  en  su  tiempo;  como 
si  los  franceses  estableciesen  una  drbsde.  el  ministerio  de  hacienda 


HlSrORlA  UE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


455 


decía  en  1875:  «Es  uaa  felicidad  que  Francia  nu  nos 
haya  dado  mas  que  cinco  mil  millones.  Si  llega  á 
darnos  diez,  á  estas  horas  tendríamos  que  tender 
nuestros  sombreros  en  los  caminos  pidiendo  limos- 
na.» El  número  de  casas  de  comercio  arruinadas  y 
de  propiedades  agrícolas  vendidas  judicialmente  fué 
enorme. 

La  entrada  brusca  de  una  monstruosa  cantidad  de 
dinero  provocó  una  extraordinaria  hinchazón  de  los 
precios  y  un  aumento  temporal  de  las  importaciones, 
fcin  que  esto  respondiese  al  aumento  del  comercio  ni 
á  una  mayor  capacidad  consumidora  del  país.  Bajo  la 


de  acelerar  el  progreso  económico  de  Alemania  lo  re- 
tardó, paralizando  la  evolución  natural  que  había  se- 
guido hasta  entonces,  tomando  como  modelos  á  In- 
glaterra y  Francia. 

Las  leyes  proteccionistas  de  Bismarck  fueron  el 
verdadero  principio  de  la  Alemania  productora  y  co- 
mercial que  empezó  á  desarrollarse  en  1870  y  ha  lle- 
gado á  su  mayor  prosperidad  en  l'J14.  Pero  estas  dis- 
posiciones legislativas  hubieran  resultado  simples 
pedazos  de  papel  á  no  poseer  el  suelo  alemán  valio- 
sas riquezas  que  el  espíritu  metódico  y  disciplinado 
de  sus  habitantes  puso  en  explotación,  y  á  no  haber 


UN    LAGO    DE    LA    SELVA    NEGRA 


lluvia  de  millones  franceses  que  caía  sobre  Alemania, 
la  industria  alemana  fué  quebrando  y  cerrando  sus 
talleres,  mientras  la  masa  obrera  conocía  la  miseria 
por  falta  de  trabajo.  En  el  invierno  de  1876  el  número 
de  trabajadores  sin  ocupación  fué  tan  enorme,  que  el 
Estado  tuvo  que  establecer  talleres  por  su  cuenta  y 
los  municipios  socorrieron  á  los  indigentes,  organi- 
zando sopas  populares.  La  oleada  de  dinero  francés 
sirvió  para  qne  la  industria  encontrase  los  capitales 
que  le  eran  necesarios  con  mayor  dificultad  y  más 
caros  que  antes  de  la  guerra.  El  interés  del  descuento 
subió  á  G  por  100  en  la  victoriosa  Alemania,  mientras 
en  París  se  mantenía  al  3  por  100,  como  siempre. 

Al  presentar  Bismarck  sus  proyectos  de  ley  pro- 
teccionistas en  1879,  declaró  ante  el  Reichstag  que 
Alemania,  después  de  su  triunfo,  «estaba  sangrando, 
próxima  á  morir»,  y  que  si  la  situación  se  prolongaba 
su  ruina  era  segura.  El  éxito  guerrero  de  1870,  ea  vez 


sobrevenido  oportunamente  un  gran  descubrimiento 
práctico  de  la  ciencia. 

Hace  un  siglo  que  vivimos  en  la  era  del  vapor,  y 
las  naciones  verdaderamente  grandes  y  poderosas  son 
las  que  poseen  el  carbón.  Inglaterra  domina  comer- 
cialmente  al  mundo  hace  cien  años,  no  porque  ven- 
ciese á  Napoleón  en  Waterloo,  sino  porque  guarda  en 
sus  grandes  depósitos  carboníferos  el  alimento  indis- 
pensable para  la  vida  moderna.  La  grandeza  de  su 
industria  manufacturera,  el  dominio  de  los  mares, 
ejercido  por  su  inmensa  flota  mercante  y  sostenido 
por  su  poderosa  flota  de  guerra,  todo  depende  del  car- 
bón que  extrae  de  su  suelo. 

Alemania  posee  igualmente  una  gran  riqueza  car- 
bonífera, y  á  esto  y  no  á  la  victoria  de  Sedán  debió 
el  desarrollo  iniciado  en  1í^79.  Pero  este  desarrollo  no 
podía  basarse  únicamente  en  el  comercio  del  carbón 
para  revenderlo  á  los  otros  países.  Necesitaba  utili- 


456 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


zarlo  ella  misma  en  su  produccióa  maoufacturera.  La 
suerte  vino  á  favorecerla  con  ua  graa  descubrimiento 
metalúrgico,  que  pasó  casi  inadvertido,  y  se  produjo 
justamente  en  1879,  cuando  los  negocios  alemanes  es- 
taban más  próximos  á  la  ruina. 

Alemania,  rica  en  excelente  carbón,  tiene  mucho 
hierro  eu  la  cuenca  del  Rhin  y  otros  lugares,  pero 
este  hierro  resultaba  mediocre  por  su  abundancia  de 
fósforo,  que  lo  hacía  quebradizo.  Era  imposible  utili- 


otros  países.  Inglaterra,  patria  exclusiva  del  hierro 
hasta  entonces,  tuvo  una  poderosa  rival. 

Alemania,  que  en  1880  sólo  producía  millón  y  me- 
dio de  toneladas  de  hierro,  fué  desarrollando  rápida- 
mente su  actividad,  hasta  producir  14  millones  de  to- 
neladas en  1913.  El  desarrollo  de  la  industria  meta- 
lúrgica fué  acompañado,  como  era  natural,  por  un 
aumento  de  explotación  de  las  minas  carboníferas.  El 
combustible  precioso  para  la  producción  del   acero 


VISTA    GENERAL   DB   BERLÍN 


zarlo  para  la  fundición  de  acero.  De  pronto  un  inglés 
se  encargó,  sin  saberlo,  de  hacer  la  fortuna  de  Ale- 
mania. 

Thomas  Gilchrist,  pobre  dependiente  de  un  nota- 
rio de  Londres,  que  seguía  por  afición  los  cursos  pú- 
blicos de  metalurgia,  encontró  un  día  la  fórmula  prác- 
tica que  en  vano  habían  buscado  los  grandes  sabios 
para  la  desfosforación  del  hierro.  Con  el  invento  de 
Thomas  podía  transformarse  el  hierro  en  acero,  aun- 
que tuviese  gran  cantidad  de  fósforo,  sin  que  estallase 
el  «convertidor»  que  efectuaba  la  operación.  Gracias 
al  subdito  británico  se  verificó  un  beneficioso  trastor- 
no en  la  industria  metalúrgica  de  Alemania,  por  dis- 
poner ésta  de  mayores  cantidades  de  mineral  que  los 


encontró  nuevos  empleos  en  las  innumerables  máqui- 
nas de  vapor  que  se  fabricaron  con  dicho  acero.  Las 
ricas  minas  de  Silesia,  que  en  1880  sólo  producían 
anualmente  T):}  millones  de  toneladas  de  combustible, 
en  1913  llegaron  á  exportar  256  millones  de  toneladas 
para  las  necesidades  de  la  industria  nacional.  Queda 
demostrado  con  esto  que  ni  la  guerra  de  1870  ni  el 
militarismo  de  los  Hohenzollern  influyeron  para  nada 
en  el  renacimiento  y  desarrollo  de  la  producción  de 
Alemania.  Esta  debe  mayor  gratitud— aunque  procura 
olvidarlo— al  inglés  Thomas,  obscuro  inventor,  que  á 
Guillermo  I  y  sus  colaboradores  Bismarok  y  Moltke. 
De  no  realizar  su  descubrimiento  el  pobre  escribiente 
de  Londres,  Alemania  habría  tenido  que  limitarse  á 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


457 


vender  carbón  modestamente,  sin  poder  crear  su  gran 
industria  metalúrgica. 

Pero  no  fué  únicamente  la  producción  de  buen 
acero  y  de  combustible  barato  lo  que  favoreció  la  evo- 
lución económica  de  los  alemanes.  A  este  factor  im 


Nada  de  esto  tiene  relación  con  la  guerra.  La  Gran 
Bretaña,  que  después  de  su  lucha  con  Napoleón  ha 
pasado  cerca  do  un  siglo  sin  sostener  campañas  de 
importancia,  dedicándose  en  absoluto  á  las  empresas 
comerciales  é  industriales,  aumentó  su  población  in- 


portante se  unieron  muchos  otros,  sin  que  ni  uno  sular  en  las  mismas  proporciones  que  Alemania, 
siquiera  procediese  de  las  conquistas  de  1870.  Otro  En  1815  los  habitantes  de  las  Islas  Británicas  no 
factor  fué  el  considerable  aumento  de  población  ex-  pasaban  de  15  millones,  en  1870  eran  32  millones,  y 
perimentado  por  Alemania  y  que  facilitó  á  la  indus-  actualmente  45  millones  y  medio.  Para  crecer  de  este 
tria  una  mano  de  obra  abundante  y  barata.  En  1815  modo  no  ha  tenido  Inglaterra  necesidad  de  militaris- 
Alemania  tenía 
23  millones  de 
habitantes  y  era 
inferior  á  Fran- 
cia, que  contaba 
con  27.  En  1845 
los  dos  países  te- 
nían la  misma 
población:  34  mi- 
llones. En  1870 
Alemania  había 
sobrepasado  á 
su  vecina,  pues 
tenía  40  millo- 
nes frente  á  los 
37  millones  de 
Francia. 

Sería  ridículo 
atribuir  ala  gue- 
rra un  creci- 
miento de  pobla- 
ción. Las  bata- 
llas únicamente 
sirven  para  su- 
primir vidas  hu- 
manas, y  no  es 
fácil  demostrar 
que  una  victoria 
guerrera  sirve 
para  hacer  pro- 
líficas  á  las  mu- 
jeres estériles, 
dándolas  mu- 
chos hijos.  Más 
bien  puede  afir- 


mo ni  de  ganar 
batallas.  Le  ha 
bastado  con  ex- 
traer mucho  car- 
bón y  construir 
muchas  fábri- 
cas. 

Otro  factor  im- 
portante del  des- 
arrollo  comer- 
cial de  Alemania 
ha  sido  el  carác- 
ter germánico. 
El  alemán  es  te- 
mible cuando  se 
bate  en  rebaño 
y  ha  sido  prepa- 
rado con  un  en- 
venenamiento 
mental  de  pa- 
trióticas false- 
dades. General- 
mente, si  actúa 
suelto  es  humil- 
de y  muchas  ve- 
ces servil,  pues 
se  dobla  con  fa- 
cilidad á  todas 
las  exigencias. 
Este  carácter  es 
una  manifesta- 
ción de  la  Ale- 
mania antitética 
y  doble  de  la  (jue 
hablamos  antes, 
compuesta  de  toda  clase  de  sentimientos  contradic- 
torios. El  alemán,  que  es  humilde  y  arrogante  al 
mismo  tiempo,  segiin  sean  las  circunstancias  en  que 
vive,  ha  favorecido  con  esta  facilidad  de  adaptación 
el  desarrollo  comercial  de  su  país.  Su  obrero  es  menos 
pretencioso  y  más  disciplinado  que  el  de  los  otros  pue- 
blos. El  industrial,  el  comerciante  y  el  comisionista 
carecen  de  ideas  propias,  plagian  los  inventos  de  los 
favorece  á  su  vez  á  la  industria  con  el  precio  bajo  de  demás  países,  se  amoldan  á  todas  las  exigencias  del 
la  mano  de  obra.»  Es  indiscutible  que  los  pueblos  in-  cliente  y  dedican  su  actividad  á  la  venta  de  los  más 
dustriales  ven  engrosar  su  población  con  más  rapidez  diversos  productos,  ofreciendo  al  mismo  tiempo  una 
que  los  pueblos  puramente  agricultores.  La  fábrica  docena  de  pañuelos,  una  biblioteca  ó  una  locomotora, 
ocupa  más  brazos  que  la  granja.  Estas   condiciones  de   amabilidad  obsequiosa  y 


BL    KAISER    CON    LA    EMPERATRIZ,    LA    PRINCESA    VICTORIA    LUISA    Y    SUS    NIETOS 


marse  que  la  paz  y  el  trabajo  aumentan  la  población 
de  un  Estado.  La  gran  natalidad  en  Alemania — cerca 
de  dos  millones  por  año — data  de  la  época  en  que  em- 
pezó á  desarrollarse  su  industria  y  el  país  no  sostuvo 
guerras.  «Para  tener  mucha  población  —  dice  Ave- 
nel — es  preciso  generalmente  tener  mucho  trabajo 
que  darle.  La  industria  es  la  única  que  distribuye  tra- 
bajo, y  la  población  que  aumenta  bajo  su  iofluencia 


458 


VICENTE  BLASCO  1BAÑE2 


UN   DESFILADERO    DE    SAJONIA 

adaptación  humilde  se  compaginan  mal  con  el  mili- 
tarismo y  la  insolencia  guerrera.  Las  victorias  de 
Alemania  tampoco  han  influido  en  el  desarrollo  mun- 
dial de  su  comercio.  «Si  los  alemanes— dice  un  autor 
ya  citado — hubiesen  corrido  los  dos  hemisferios  para 
ofrecer  sus  servicios  con  aire 
terrible  y  un  sable  bajo  del 
brazo,  los  hubiesen  puesto  en 
la  puerta  en  todas  partes.  Si 
sus  viajantes,  para  colocar  los 
productos,  hubiesen  contado 
únicamente  con  la  enorme 
fuerza  del  ejército  germánico, 
no  habrían  conseguido  vender 
cien  pares  de  botas.» 

Su  éxito  comercial  lo  deben 
á  la  tenacidad  con  que  se  apli- 
caron á  imitar  y  falsificar  los 
buenos  modelos,  produciendo 
el  artículo  barato,  gracias  á 
la  enorme  ventaja  que  les  pro- 
porciona la  mano  de  obra 
económica  y  el  bajo  precio 
de  sus  motores  y  combusti- 
bles. De  este  modo  han  podi- 
do conquistar  el  mundo  de 
los  pequeños  consumidores, 
sin  necesidad  del  auxilio  de 


su  ejército  y  su  marina,  ni  del  recuerdo  de  Sedán. 

La  derrota  militar  de  Alemania  no  influirá  para 
nada  en  su  comercio.  Puede  desaparecer  la  dinastía 
de  Guillermo  lí,  puede  desinflarse  para  siempre  el  or- 
gullo pangermanista,  sin  que  por  esto  deje  el  comer- 
ciante alemán  de  colocar  sus  mercancías  en  el  mundo 
entero,  siempre  que  las  ofrezca  con  un  tanto  por 
ciento  de  rebaja  en  comparación  con  las  de  los  otros 
países. 

La  Alemania  de  los  tiempos  presentes,  con  sus 
grandes  fábricas,  sus  minas,  sus  almacenes  y  su  enor- 
me marina  mercante,  no  es  el  producto  de  la  guerra  y 
del  militarismo.  Más  bien  parece  la  resurrección  de 
un  pasado  germánico,  el  renacimiento  del  Hansa  de 
la  Edad  Media,  del  espíritu  de  las  repúblicas  anseáti- 
cas que  monopolizaron  el  comercio  y  la  navegación 
de  la  Europa  del  Norte  durante  largos  siglos.  Los  te- 
soros del  subsuelo,  los  descubrimientos  de  la  ciencia 
práctica,  realizados  muchas  veces  por  extranjeros,  y 
el  carácter  tenaz,  acomodaticio  y  humilde  de  ios  inter- 
mediarios son  los  que  han  realizado  la  rápida  trans- 
formación económica  del  país. 

Un  factor  que  debe  tenerse  en  cuenta  igualmente 
para  explicar  este  vertiginoso  desarrollo  comercial, 
es  la  facilidad  en  el  pago  que  la  industria  alemana 
ha  ofrecido  á  sus  consumidores.  En  ningún  país  del 
mundo  realiza  la  industria  mayor  cantidad  de  nego- 
cios con  menos  dinero,  gracias  á  los  Bancos,  que  abren 
al  industrial  amplios  créditos. 

Las  facilidades  á  que  se  han  prestado  las  institu- 
ciones bancarias  dieron  al  productor  y  al  comerciante 
alemán  el  medio  de  ofrecer  á  su  clientela  de  los  dos 
hemisferios  plazos  más  largos  para  el  pago  de  las  mer- 
cancías que  ningún  otro  país.  De  tal  modo  conquista- 
ron los  mercados  lejanos. 


MAGUNCIA.    FUENTE    DEL   CAMINO   DE  HIERRO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  l9l4 


459 


Como  se  ve,  este  procedimieato  tampoco 
tiene  relación  con  las  empresas  guerreras  y  los 
éxitos  del  militarismo. 

El  deseo  alemán  de  marchar  rápidamente 
en  sus  empresas  comerciales,  su  voluntad  de 
imitar  el  vertiginoso  crecimiento  de  los  Esta- 
dos Unidos  y  conseguir  en  treinta  años  lo  mis- 
mo que  le  ha  costado  á  Inglaterra  ciento  veinte 
de  lento  y  seguro  desarrollo,  han  producido  un 
tremendo  desequilibrio.  Los  productores  de  Ale- 
mania trabajan  muchas  veces  por  trabajar,  por 
extender  su  influencia,  sin  tener  en  cuenta  la 
ganancia. 

Detrás  de  una  fachada  de  cifras  imponen- 
tes se  oculta  las  más  de  las  veces  un  provecho 
casi  insignificante  y  en  desproporción  con  el 
esfuerzo.  Muchas  industrias,  en  vez  de  emplear 
el  dinero  en  sus  transacciones,  cambian  entre 
ellas  las  notas  de  pedido  como  si  fuesen  mone- 
da. Casas  de  primer  orden  tienen  que  aceptar 
como  pago  primeras  materias  que  no  necesi- 
tan para  sus  establecimientos.  El  exceso  de 
producción  obliga  á  todos  á  colocar  sus  artícu- 
los sea  como  sea.  Detenerse  en  la  vertiginosa  marcha 
equivale  á  una  ruina.  Los  negocios  son  cada  vez  más 
activos  y  numerosos  y  al  mismo  tiempo  más  difíciles 
y  de  menos  ganancia. 

Alemania,  como  algunos  pueblos  de  América  que 
se  han  desarrollado  demasiado  aprisa,  necesita  de  dos 
factores  para  consolidar  su  grandeza  todavía  frágil: 
el  tiempo  y  la  paz.  Y  estos  dos  factores  no  los  puede 
proporcionar  la  guerra  ni  un  militarismo  que  forzosa- 
mente debe  tender  á  la  gloria  de  los  campos  de  ba- 
talla. 

Algunos,  al  ocuparse  de  la  riqueza  de  un  país,  in- 


EL    UlllN    EN    SOUNECK 


MUNICIPIO  DE  BRBMA 


cluyen  en  ella  lo  que  pueden  ganar  sus  tropas  á  punta 
de  bayoneta,  ó  sea  las  indemnizaciones  que  exige  la 
victoria.  ¡Error!  El  dinero  de  la  guerra  parece  maldi- 
to, pues  sirve  para  el  empobrecimiento  del  que  vence, 
ya  que  le  obliga  á  enormes  gastos  para  sostener  la  su- 
premacía adquirida. 

Los  5.Ü00  millones  pagados  por  P'rancia  no  sir- 
vieron de  nada  al  desarrollo  industrial  del  Imperio. 
En  cambio,  Alemania,  temerosa  del  desquite  de  los 
vencidos,  ha  tenido  que  sostener  durante  cuarenta 
años  enormes  armamentos.  El  cobro  de  los  5.000  mi- 
llones le  ha  costado  la  monstruosa  cifra  de  (iO.OOO  mi- 
llones, invertidos  en  gastos 
militares,  durante  el  período 
indicado. 

El  más  violento  contraste 
de  la  doble  Alemania  de  nues- 
tro tiempo  reside  en  el  anta- 
gonismo entre  su  vida  polí- 
tica y  su  vida  económica.  Un 
ensueño  de  dominación  mun- 
dial por  las  armas,  una  aspi- 
ración gastada  de  puro  vieja, 
que  fué  la  de  Alejandro,  la  de 
los  Césares  romanos,  la  de 
Carlos  V,  el  Gran  Mogol,  el 
(Irán  Turco  y  Napoleón,  se  ha 
apoderado  poco  á  poco  de  este 
pueblo  que  en  otro  orden  de 
manifestaciones,  ó  sea  en  las 
comerciales  é  industriales, 
quiere  mostrarse  innovador  y 
moderno.  Los  alemanes  de  las 
grandes  fábricas  y  los  gran- 
des puertos,  que  se  apellidan 


460 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL    MUNICIPIO    DB    COLONIA 


á  8Í  mismos  «los  yanquis  de  Europa»  y  van  á  la  caza 
de  toda  clase  de  descubrimientos,  tienen  una  menta- 
lidad medioeval  para  la  política  y  el  derecho.  Viven 
aún  en  el  régimen  antiguo  en  un  Estado  gótico  que 
les  parece  el  modelo  perfecto  de  gobierno,  soñando 
con  extenderlo  á  todo  el  globo.  «Esto  prueba — dice 
Avenel— cómo  el  mundo  político  es  más  retardatario 
que  el  mundo  económico,  ó  marcha  á  la  zaga  de  éste.» 


ther  repartiendo  entre  sus  hermanos  las  rebanadas  de 
un  pan  enorme. 

Existen  aún  hogares  alemanes  á  uso  antiguo;  se 
encuentran  en  la  burguesía  y  la  clase  popular  estas 
mujeres  sentimentales,  púdicas  y  hacendosas.  Pero  la 
Alemania  de  la  victoria  y  de  la  riqueza,  la  de  1870  y 
la  que  nació  en  1879,  han  producido  otros  tipos. 

Berlín  es  hoy  la  ciudad  más  inmoral  del  mundo. 
Esto  lo  saben  todos  los  que  han  vivido  en  ella.  Su  in- 
moralidad no  tiene  siquiera  como  excusa  el  barniz  de 
ligereza  y  alegría  que  en  los  países  latinos.  El  vicio 
toma  una  forma  abultada  é  irritante,  como  todas  las 
manifestaciones  de  la  Alemania  moderna.  En  ningún 
país  desciende  tan  hondo  la  «mujer  que  cae»,  ni  caen 
tantas  todos  los  días.  La  carne  femenil  humillada  ni 
siquiera  se  atreve  á  pedir  dinero.  Se  entrega  por  una 
comida,  por  unos  vasos  de  cerveza. 

La  alemana  burguesa  que  sigue  las  buenas  tradi- 
ciones es  una  mujer  de  hogar,  una  excelente  dueña 
de  casa,  que  sacrifica  el  aseo  de  su  persona  para  que 
el  domicilio  conyugal  resplandezca  bajo  un  fregado  y 
un  barrido  minuciosos.  Si  alguna  vez  huele  á  sebo 
nativo,  es  porque  no  tiene  tiempo  para  acordarse  de 
ella,  ocupada  en  sacudir  el  polvo  de  los  muebles,  fre- 
gotear los  pisos,  sacar  brillo  á  las  piezas  metálicas  y 
lustre  á  las  botas,  apilar  en  los  armarios  el  lienzo 
fuerte  de  rígido  planchado,  y  sobre  todo  cuidar  de  la 
cocina  para  que  el  marido,  el  jefe  de  la  casa,  el  Herr, 
no  proteste.  Su  amor  toma  las  formas  de  la  servidum- 
bre, como  en  los  tiempos  de  la  vida  de  tribu,  cuando 
el  guerrero  no  tenía  otra  ocupación  que  cuidar  de  su 
lanza  y  traer  la  caza  para  el  diario  alimento,  mien- 
tras la  hembra  cargaba  con  los  fardos  pesados,  partía 
la  leña,  iba  por  agua,  soplaba  el  fuego  y  recibía,  al 
menor  descuido,  dos  garrotazos  amorosos  que  saca- 
ban sangre. 

Cada  pueblo  es  como  quisieron  que  fuese  sus  as- 
cendientes. 


La  moral  resulta  también  doble  en 
«la  Alemania  que  se  ve  y  la  que  no 
se  ve». 

Para  muchos  es  este  país  el  que 
mejor  guarda  las  tradiciones  de  la 
familia  y  las  virtudes  domésticas. 
Las  heroínas  de  su  literatura  han 
creado  un  tipo  de  mujer  alemana 
universalmente  aceptado;  mezcla  de 
sentimentalismo  poético  y  de  talento 
práctico  para  el  gobierno  de  la  casa. 
La  alemana  de  ojos  azules,  rubias 
crenchas  y  sólidas  formas,  suspira, 
mira  al  cielo,  devuelve  los  besos  con 
infantil  rubor  y  es  una  verdadera  no- 
tabilidad OQ  recetas  de  cocina  y  lim- 
pieza de  los  muebles.  Esta  es  la  ale- 
mana tipo,  la  Margarita  de  Fausto 
hilando  la  rueca;  la  Carlota  de  Wer- 


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HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


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462 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Hermann  y  Dorotea,  la  novela  idílica  de  Goethe, 
admirada  por  todos  los  alemanes,  consiste  simple- 
mente en  las  pruebas  y  las  humillaciones  que  un  hom- 
bre hace  sufrir  á  su  amada  antes  de  que  se  digne 
aceptarla  en  su  gracia.  El  ensueño  de  amor  del  buen 
germano,  su  poético  ideal,  es  encontrar  una  mujer  que 
se  levante  de  la  cama  dos  horas  antes  que  él.  ¡Oir 
adormecido,  entre  las  tibias  sábanas,  los  gritos  de  la 
esposa  á  la  sirvienta  y  el  roce  de  plumeros  y  esco- 
bas en  las  piezas  inmediatas,  donde  penetra  el  frío  de 


al  día.  El  fuego  se  alumbra  únicamente  para  la  ali- 
mentación del  dueño  del  hogar,  venerado  demiurgo 
que  recibe  en  ofrenda  el  sagrado  biftec.  La  mujer  y 
la  chiquillería  peliblanca  se  nutren  económicamente 
con  los  productos  de  la  tocinería  nacional,  sinfonía 
gastronómica  en  la  que  el  leitmotiv  del  cerdo  toma  las 
más  baratas  y  diversas  variaciones.  La  prole  contem- 
pla con  una  devoción  algo  envidiosa  el  crujido  molar 
del  dios  padre.  La  mujer  acoge  con  una  sonrisa  de  in- 
mensa dicha  el  elogio  á  sus  talentos  de  cocinera  ó 


VISTA    DE   NUREMBBKG 


la  mañana!  ¡'Qué  placer  de  voluptuoso  egoísmo!... 
Luego,  la  buena  compañera,  á  la  que  se  declaró  en 
una  noche  de  luna  después  de  un  lied  de  Schúbert,  y 
que  aceptó  su  amor  dejando  caer  la  cabeza  en  uno  de 
sus  hombros  para  darle  un  beso  poético  de  respuesta, 
le  expresa  una  vez  más  su  pasión  ideal  llevándole  el 
chocolate  ó  el  café  á  la  cama;  contemplando  con  sus 
ojos  do  miosotis,  húmedos  por  la  gratitud,  el  buen 
apetito  con  que  traga  el  guerrero  doméstico...  Y  en 
un  rapto  de  pasión  le  pone  los  calcetines  y  las  zapa- 
tillas. 

La  limpieza  de  la  casa  ocupa  su  espíritu  mientras 
permanece  á  solas.  No  hace  cocina  mas  que  una  vez 


tiembla  ante  un  fruncimiento  de  cejas  de  la  marital 
autoridad.  En  la  cervecería,  el  hombre  amontona  pla- 
tillo sobre  platillo,  mientras  la  esposa  le  admira  resig 
nada.  Las  dulzuras  inefables  de  este  mundo,  las  deli- 
katessen  dignas  de  los  dioses,  la  cerveza  negra,  la  col 
en  vinagre  y  las  salchichas  sazonadas  con  productos 
de  droguería  son  para  los  hombres  que  ganan  el  di- 
nero y  sostienen  las  familias  numerosas,  base  de  la 
grandeza  imperial. 

Esta  mujer  trabajadora  y  disciplinada  tiene  sus 
alegrías.  Habla  durante  horas  enteras  del  servicio  de 
las  criadas  y  del  precio  de  los  artículos  comestibles 
con  las  Frmí  y  Fraulein  de  su  amistad;  se  afana  por 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


463 


adquirir  un  talle  de  un  metro  cincuenta,  medida  pa- 
triótica que,  según  Guillermo  II,  debe  tenerla  cintura 
de  una  buena  alemana;  coloca  como  suprema  coque- 
tería un  cuellecito  de  blonda  sobre  sus  vestidos,  cada 
vez  más  amplios,  y  vela  por  la  salud  del  Imperio, 
aprovechando  los  regresos  conyugales  en  las  noches 
faustas  que  la  espesa  cerveza  no  se  agria  tomando  la 
forma  de  querellas  restauradas  y  por  el  contrario  se 
muestra  galante  y  emprendedora  cual  si  fuese  vino 
francés. 

Los  sabios  de 
ultra -Rhin,  que 
apoyan  con  de- 
mostraciones de 
confusa  ciencia 
todo  lo  que  con- 
viene á  su  na- 
ción, han  decre- 
tado que  la  mu- 
jer alemana  debe 
producir  un  mí- 
nimum de  cinco 
hijos  para  que 
la  patria  sea 
grande  y  triun- 
fadora. Desde 
este  número  en 
adelante  todos 
los  que  ella  quie- 
ra. Y  la  Frau 
patriota  limpia 
la  casa,  sirve 
humildemente  á 
su  hombre,  vive 
en  un  nirvana 
de  virtudes  so- 
ñolientas y  expe- 
le nuevos  alema- 
nes como  una 
ametralladora 
vital...  Bcutsch- 
land  líber  alies, 
canta  con  entu- 
siasmo, húme- 
dos los  ojos. 

«Alemania  sobre  todos.»  Y  como  para  que  el  pueblo 
alemán  se  monte  sobre  los  demás  pueblos  de  la  tierra 
es  necesario  que  mueran  alemanes  á  centenares  de 
miles  en  gloriosos  avances  de  carnicería,  la  plácida  y 
virtuosa  germana  sigue  haciendo  funcionar  patrióti- 
camente su  maternidad  de  repetición. 

Sería  injusto  no  reconocer  las  condiciones  pasivas 
de  esta  hembra  disciplinada  y  humildemente  amoro- 
sa. Para  el  hombre  que  se  contente  con  una  cuidadora 
metódica  del  hogar,  obediente  y  sin  voluntad,  con 
una  buena  madre  prolífica,  conservando  intactos  sus 
derechos  omnipotentes  de  esposo  á  estilo  primitivo, 
ella  es  la  mujer  deseada.  Recibe^ el  dinero  y  aju8ta[á 


VIEJAS    CASAS    DB   COLONIA 


la  cantidad  su  modo  de  vivir,  haciendo  recaer  las  es- 
caseces sobre  su  persona,  cargando  con  todas  las  mi- 
serias, para  que  el  marido,  el  ser  superior,  no  sufra. 
¡Muy  hermoso  para  el  hombre  egoísta,  para  el  auto- 
ritario, que  desea  ser  temido  antes  que  amado!...  Pero 
falta  saber  qué  opinión  tienen  las  mujeres  sobre  esto, 
si  es  que  piensan  en  ello  alguna  vez. 

Tal  modo  de  entender  el  matrimonio  tiene  sus  in- 
convenientes en  momentos  difíciles,  cuando  el  hombre 

se  ve  fuera  de 
su  casa  en  una 
situación  peno- 
sa y  al  volver  á 
aquélla  sólo  pue- 
de e  ncontrar 
como  apoyo  la- 
mentaciones y 
lágrimas.  El  ser 
pasivo  habitua- 
do á  la  discipli- 
na, al  miedo  obe- 
diente, no  puede 
de  pronto  discu- 
rrir con  éxito,» 
tener  iniciati- 
vas, dar  conse- 
jos. 

Muchas  ale- 
manas se  van 
saliendo  de  este 
molde  tradicio- 
nal y  envidian  á 
las  mujeres  de 
otros  países. 
Piensan  en  su 
juventud,  en  los 
Heder  de  amor, 
los  claros  de  lu- 
na, el  ramillete 
de  florecillas 
azules,  el  paseo 
nocturno  entre 
los  tilos,  apoya- 
da la  cabeza  en 
el  hombro  ama- 
do, mientras  contempla  el  avance  de  las  dos  sombras 
juntas,  todo  el  aparato  poético  y  dulzón  del  sentimen- 
talismo germánico,  y  al  comparar  este  pasado  con  la 
prosa  servil  y  monótona  de  un  hogar  semejante  al  de 
las  antiguas  hordas  guerreras,  protestan...  de  la  única 
manera  que  puede  protestar  una  mujer  descontenta 
de  su  suerte  y  ansiosa  de  novedades. 

Sienten  la  irresistible  atracción  de  lo  desconocido 
al  verse  en  contacto  con  gentes  de  otros  países.  Se 
presentan  como  pobres  víctimas  del  exagerado  con- 
sumo de  cerveza,  filtro  de  olvidos  y  fracasos. 


464 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


PUERTO    DB    HAMBÜRGO 

El  carácter  de  este  libro  no  nos  permite  insistir  en 
ciertos  detalles.  Sólo  podemos  hacer  constar  que  la 
Alemania  virtuosa,  guardadora  de  las  tradiciones  de 
familia,  es  casi  un  recuerdo  al  lado  de  la  Alemania 
moderna,  enriquecida  y  ansiosa  de  divertirse,  que 
bulle  en  Berlín  y  en  las  ciudades  marítimas. 

El  Imperio  alemán,  de  vertiginosos  progresos,  «lle- 
gado á  la  decadencia  sin  pasar  por  la  madurez»,  co- 
noce ya  los  mismos  refinamientos  de  la  decrepitud 
romana.  Guillermo  II,  á  pesar  de  sus  discursos  y  ser- 
mones en  loor  de  las  virtudes  germánicas,  ha  visto 
durante  su  reinado  lo  mismo  que  vieron  los  Césares 
de  la  Roma  corrompida. 

¡La  moralidad  alemana!...  ¡No  hablemos  de  la  mo- 
ralidad de  los  pueblos!  Es  inútil.  Tanto  ella-  como  la 
inmoralidad  ioñuyen  muy  poco  en  los  triunfos  gue- 
rreros.  Si  únicamente 
fuesen  victoriosos  los 
pueblos  morales,   Ale- 
mania, en  la  presente 
lucha,  no  habría  avan- 
zado ni  un  paso. 

En  estos  tiempos  de 
lujo  y  riqueza  única- 
mente son  morales  las 
naciones  arrinconadas 
y  pobres.  La  victoria 
incita  á  los  pueblos  á 
gozar  de  todas  las  sen- 
sualidades. Y  si  esta 
victoria  no  es  un  pro- 
ducto histórico  de  larga 
elaboración,  sino  algo 
repentino  y  fulminan- 
te como  en  Alemania, 
las  alegrías  y  diversio- 
nes del  país  toman  el 


carácter  escandaloso  y  soez  de  una 
orgía  de  soldados  hambrientos  en  un 
palacio  recién  conquistado. 

No  hablemos  de  la  moralidad  ale- 
mana comparándola  con  la  morali- 
dad francesa.  Es  una  materia  esca- 
brosa, difícil  para  ser  tratada  con 
la  pluma.  Sólo  puede  hablarse  de 
esto  en  voz  baja  y  entre  amigos.  Yo 
conozco  París;  yo  conozco  Berlín. 
Muchas  cosas  que  ya  no  existen  en 
la  capital  francesa  florecen  en  la 
alemana,  agrandadas  por  la  nove- 
dad y  el  perfeccionamiento.  Berlín 
tiene  todo  lo  que  tuvo  París  en  tiem- 
pos de  Napoleón  lll,  pero  más  en 
grande,  más  monstruoso,  con  arre- 
glo á  la  palabra  que  sirve  de  guía  á 
los  alemanes  en  todas  sus  empresas: 
Kolossal. 

Además,  puede  exhibir  ante  el 
mundo  escándalos  nuevos,  inmoralidades  inéditas, 
corrupciones  como  jamás  las  han  conocido  los  pobres 
franceses,  ciudadanos  de  una  democracia  rutinaria 
que  todavía  dedican  á  la  mujer  sus  galanterías  y  ho- 
menajes. 

No  hay  que  olvidar  las  denuncias  ruidosas  del 
periodista  Maximiliano  Barden,  de  Berlín;  el  pro- 
ceso de  Elemberg  y  otros  nobles  germánicos,  amigos 
íntimos  del  kaiser,  que  comían  y  dormían  con  él; 
bravos  guerreros  todos  ellos,  férreos  paladines,  tan 
enemigos  de  afeminarse  con  el  trato  mujeril,  que 
todos  sus  afectos  y  ternuras  los  guardaban  para  los 
hombres. 

Cuarenta  mil  ciudadanos  alemanes  entregados  á 
la  más  vil  y  odiosa  de  las  aberraciones  intentaron  ha 
pocos  años  dirigir  una  petición  al  Reichstag  para  que 


CONFLUENCIA  DEL   RHIN   Y   DDL  NAHE  BN   BINGEN 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


465 


borrase  de  las  leyes  la  persecución  de  su  vicio,  per- 
mitiéndoles ejercitarlo  públicamente. 

Esta  es  una  de  las  muchas  cosas  que  oculta  la 
Alemania  que  no  se  ve  tras  de  la  Alemania  que  se  ve, 
aparatosa  é  imponente.  La  virtud  de  otros  tiempos  ya 
no  es  más  que  una  muestra  de  su  fachada. 

Se  comprende  el  grito  con  que  el  áspero  Maximi- 
liano Harden  saludó  en  sus  polémicas  ruidosas  al  Ber- 
lín actual,  á  la  ciudad  agrandada  y  embellecida  por 
Guillermo  II...  «¡Sodoma!» 


XIV 
El  pangermanismo 

El  inmenso  orgullo  del  pueblo  alemán  después  de 
la  victoria  de  1870,  encontró  su  expresión  en  el  par- 
tido pangermanista.  «Esta  polvareda  de  pequeños 
pueblos — dice   Paul   Vprgnet — que   durante   siglos   y 

siglos  se  habia  acos- 
tumbrado á  sufrir 
pasivamente  la  ley 
del  vencedor  extran- 
jero, y  que  después 
de  .lena  reía  de  las 
desgracias  del  rey 
de  Prusia  y  se  agol- 
paba servilmente 
para  contemplar  el 
paso  de  Napoleón  y 
los  simpáticos  fran- 
cesen,  sintió  un  in- 
menso orgullo  impe- 
rialista al  verse 
constituida  como 
una  nación  formida- 
ble por  el  milagro  de 
la  victoria.»  Los  profetas  románticos  del  patriotismo 
en  1813,  Kcerner,  Fichte,  Schlegel  y  otros,  sentirían 
asombro  ante  el  enorme  pedestal  de  vanidad  que  sirv^e 
de  base  á  la  Alemania  moderna. 

El  orgullo  militar  y  la  divinización  de  la  fuerza 
son  los  fundamentos  del  nuevo  patriotismo  alemán, 
que  no  se  limita  á  la  defensa  y  el  sostenimiento  de  la 
nación,  pues  sueña  con  some- 
ter y  dirigir  á  las  demás  na- 
ciones. 

«Somos  un  pueblo  de  amos», 
han  dicho  los  belicosos  profe- 
sores de  las  universidades 
alemanas,  los  generales  reti- 
rados que  presiden  las  seccio- 
nes del  partido  pangermanis- 
ta, los  grandes  industriales 
ansiosos  de  convertir  el  mun- 
do entero  en  un  mercado  ale- 


GuiLLERMO.  — No  habrá  más  que  un  solo 
pastor  y  un  solo  ganado. 

(HuiHüristické  Listy,  de  Pragal 


EL    KAlSlfiK    IIABLA.NDO    A    LAS   NACI0N88 

(Do  Ui'.eiigpienel) 


man.  Y  todo  el 
país  repite  sa- 
tisfecho V  con- 
vencido  esta 
afirmación  or- 
gullosa. 

Guillermo  II, 
con  sus  brava- 
tas oratorias, 
contribuyó  en 
los  primeros 
años  de  su  rei- 
nado al  fomen- 
to del  panger- 
manismo. Aun 
en  los  tiempos 
en  que  su  ene- 
mistad con  Bis- 
marck  era  más 
viva,  gustó  de  repetir  en  sus  arengas  la  orgullosa 
frase  del  Canciller:  «Nosotros  los  alemanes  sólo  teme- 
mos á  Dios  en  la  tierra  y  á  nadie  más.» 

Un  autor  ha  compilado  las  frases  principales  de 
los  numerosos  y  contradictorios  discursos  que  Guiller- 
mo II  ha  dirigido  al  pueblo  alemán  durante  su  largo 
reinado,  y  en  este  resumen  oratorio  se  encuentran 
las  afirmaciones  siguientes,  que  jamás  emperador 
alguno  osó  formular  y  que  seguramente  asombrarán 
á  las  generaciones  venideras: 

«Tenemos  ante  nosotros  un  gran  porvenir  de  con- 
quistas, y  yo  os  conduciré  á  brillantes  días  de  gloria.» 

«Nosotros  los  alemanes  somos  la  sal  de  la  tierra.» 

«Lo  que  el  Gran  Elector  no  hizo  más  que  indicar 
y  comenzar,  nosotros,  que  poseemos  una  gran  patria 
alemana  unida,  lo  haremos  ahora  más  en  grande.» 

«No  hay  en  el  mundo  más  que  el  pueblo  alemán 
para  defender,  cultivar  y  desarrollar  las  grandes 
ideas.» 

«El  Imperio  alemán  es  ya  un  Imperio  mundial.» 

«Nada  se  puede  decidir  en  el  mundo  sin  Alemania 
y  sin  el  emperador  alemán.» 

«Nuestro  pueblo  alemán  será  el  bloque  de  granito 
sobre  el  cual  podrá  terminar  Dios  la  edificación  de 
su  obra  de  civilización  del  mundo.  Así  se  cumplirán 
las  palabras  del  poeta  que  afirmó  que  el  mundo  sólo 
podrá  salvarse  un  día  gracias  al  carácter  alemán.» 


Alemania.- ¡Mis  producios  son  mi  presllglol 


(i-«  Fígaro,  tle  Pttri») 
&8 


466 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


— -¡fjPueden  Teñir  todos   contra   nosotros!    Estamos 
prontos  para  rechazarlos  y  aniquilarlos.» 

«Tengamos  la  pólvora  seca  y  la  espada  bien  afila- 
da. Reunamos  nuestras  fuerzas  y  rechacemos  á  los 
pesimistas.  ¡Hurra  por  el  pueblo  alemán  en  armas!» 
El  soberano  que  habló  así,  se  titulaba  al  mismo 
tiempo,  con  su  inconsciencia  característica,  «Guiller- 
mo el  Pacifico»,  y  decía  comentando  la  actitud  de  su 
nación:  «Creo  que  en  toda  Alemania  sólo  yo  y  mí 
Canciller  deseamos  la  paz.»  ¿Cómo  el  pueblo  alemán 
no  iba  á  mostrarse  belicoso  y  ver  en  la  guerra  el 


El,    KRONPRINTZ    V    SU    HIJO    PRIMOGÉNITO 

Único  medio  de  engrandecimiento,  después  de  las 
inauditas  arrogancias  de  su  soberanoy... 

Entre  üuillermo  II  y  su  hijo  el  actual  kronpríntz. 
se  lia  declarado  en  los  últimos  años  una  aguda  riva- 
lidad, buscando  cada  uno  sobrepasar  al  otro  en  punto 
á -manifestaciones  belicosas,  para  captarse  las  simpa- 
tías de  las  masas  pangermanistas.  El  kronprintz,  que 
según  muchos  alemanes  tiene  la  mentalidad  de  los 
quince  años  después  de  haber  cumplido  los  treinta,  se 
dedicó  hace  poco  tiempo  á  la  literatura  pangerma- 
nísta  colaborando  en  un  libro  titulado  La  Alemania 
sobre  las  armas,  que  obtuvo  en  1913  un  éxito  ruidoso. 
El  heredero  del  trono  escribía  así,  un  año  antes  de  la 
presente  guerra: 

«Solamente  apoyados  en  nuestra  buena  espada 
alemana  podremos  conquistar  el  sitio  que  nos  corres- 


ponde bajo  el  sol,  ya  que  nadie  nos  lo  cederá  volunta- 
riamente... Hasta  el  fin  del  mundo  pertenecerá  siem- 
pre á  la  espada  la  decisión  suprema  de  todas  las  cues- 
tiones. 

»Si  el  pueblo  alemán  por  entero  se  resuelve  á 
arriesgar  alegremente  sus  bienes  y  su  vida,  triunfare- 
mos de  todos,  aunque  el  mundo  esté  lleno  de  diablos. 
Y  si  llegase  para  nosotros  la  hora  de  una  gran  des- 
gracia, siempre,  como  ha  dicho  Emanuel  Geibel,  uno 
de  los  poetas  que  han  cantado  al  nuevo  Imperio  ale- 
mán, aunque  no  nos  quedase  nada,  nos  quedaría  nues- 
tra espada. 

Y  ai  nada  nos  quedase  entonces, 
nos  quedarla  siempre  una  espada 
que  con  sus  golpes  furiosos  y  potentes 
repelería  el  asalto  del  extranjero. 
La  batalla  será  siempre  el  juicio 
que  decida  la  vida  ó  la  muerte; 
y  si  la  miseria  no  puede  romper  el  hierro, 
el  hierro  en  cambio  corta  la  miseria.» 

Este  himno  á  la  espada  del  heredero  imperial  fué 
saludado  por  una  inmensa  y  alegre  aclamación  de 
toda,  Alemania.  Únicamente  los  socialistas  y  algunos 
radicales  dejaron  de  unirse  á  la  felicitación  nacional 
que  provocó  esta  obra  literaria  del  kronprintz...  ¡Y 
todavía  un  año  después,  ó  sea  en  1914,  ha  querido 
Alemania  hacer  creer  que  no  deseaba  la  guerra  y  que 
la  habían  provocado  sus  enemigos! 

Un  periódico  de  Berlín  de  los  más  importantes  co- 
mentó de  este  modo  el  himno  bélico  del  hijo  de  Gui- 
llermo II: 

«El  kronprintz  ha  hablado  como  debe  hacerlo  un 
futuro  emperador,  y  esperamos  que  las  fuerzas  mora- 
les é  intelectuales  del  principe  heredero  llegarán  á 
una  completa  madurez  sin  que  las  turbe  ninguna  in- 
rtuencia  extraña.  No  hay  que  temer  esto,  pues  sabe- 
mos cuan  arraigadas  están  las  nobles  convicciones 
del  kronprintz.» 

La  «Liga  militar»  y  todas  las  asociaciones  pan- 
germanistas  se  reunieron  en  asamblea  para  dirigir  un 
telegrama  de  felicitación  al  kronprintz.  Su  himno  á  la 
espada  era  una  simple  imitación  de  la  literatura  pa- 
ternal, pues  diez  y  ocho  años  antes  Guillermo  II  ha- 
bía regalado  una  espada  á  Bísmarck  con  motivo  de 
su  80."  aniversario,  acompañando  el  presente  con  es- 
tas palabras:  «No  encuentro  mejor  regalo  para  Vues- 
tra Excelencia  que  una  espada,  el  arma  de  los  ger- 
manos, que  es  el  símbolo  del  instrumento  que  mi 
abuelo  y  vos  habéis  forjado,  afilado  y  llevado  con 
gloria,  y  del  potente  período  de  construcción  nacional 
cuyos  cimientos  están  amasados  con  sangre  y  acero. 
Es  una  arma  que  no  engaña  jamás  y  que  empuñada 
por  los  reyes  y  los  príncipes  sirve  para  mantener  la 
unidad  de  la  patria  en  el  interior  y  su  triunfo  en  el 
exterior. » 

Pero  la  Alemania  pangermanísta,  ansiosa  de  no- 
vedad y  ebria  de  orgullo,  prefería  la  literatura  gue- 
rrera del  hijo  á  la  del  padre.  A  partir  de  1913  el  kron- 


HISTORIA  DE  LA  GUFRRA  RUROPRA  DE  1914 


467 


printz,  inspirado  por  su   v;\- 
marilla  militar  y   sostenido 
por   las   masas   del   panger 
manismo,   se  atrevió  á  todo, 
haciendo   frente   á  su   padre 
con  ostensible  espíritu  de  opo- 
sición,  repitiendo  en  nombra' 
del  patriotismo  la  misma  con 
ducta  que  el  kaiser  actual  h;i 
l)ia  observado  con   su   padi'' 
Federico  III. 

Un  mes  después  de  la  pu- 
blicación de  la  Alemania  sobre 
las  ai-mas,  el  kronprintz  hizo 
suspender  en  Berlín  las  re- 
presentaciones de  un  drama 
en  verso  de  Gerardo  Ilaupt- 
mann  titulado  1813,  por  consi- 
derar que  esta  obra,  evoca- 
dora del  antiguo  patriotismo 
alemán,  no  era  bastante  mili- 
tarista. En  su  audacia  llegó 

hasta  á  aplaudir  ostensiblemente,  desde  la  tribuna 
imperial  del  Reíchstag,  á  los  oradores  que  atacaban 
á  Inglaterra  y  la  política  equilibrista  de  Bethmann- 
Hollweg.  En  la  sesión  de  25  de  Abril  de  1913,  el 
socialista  Liebknecht,  único  diputado  de  su  partido 
que  no  se  ha  dejado  arrollar  por  la  avalancha  pan- 
germanista,  provocó  un  gran  tumulto  al  denunciar  al 
kronprintz  como  «jefe  de  una  camarilla  belicosa  que 
comprometía  la  paz  del  mundo». 

El  partido  pangermanista  en  unos  cuantos  años  se 
ha  apoderado  de  Alemania,  atemorizando  al  empera- 
dor, que  llegó  á  pensar  en  la  posibilidad  de  un  destro- 
namiento; halagando  las  ambiciones  del  príncipe  he- 
redero, que  procede  en  todo  con  la  ligera  arrogancia 


OEKAKDO    IIAUÍ'TMAXX.    EN    COCHE.    ACOMPAÑADO    DE    DOS    BSTfDlANTRS 


LOS    ESTUDIANTES   DE    UBRLIN    OVACIONANDO    AI.    KRONPRINTZ 


de  un  sub-teniente;  invadiendo  las  Universidades,  los 
talleres  y  los  campos:  poniendo  en  manos  de  los  niños 
manuales  escolares  inspirados  por  el  más  monstruoso 
orgullo.  «Alemania — dice  uno  de  estos  manuales  de 
uso  corriente  en  las  escuelas — tiene  la  misión  históri- 
ca de  rejuvenecer,  por  medio  de  la  difusión  de  la  san- 
gre germánica,  á  todos  los  miembros  de  la  vieja  Euro- 
pa, que  están  ya  casi  secos.» 

Esta  propaganda,  esparcida  desde  la  escuela  de 
primeras  letras  á  la  Universidad,  del  taller  al  cuartel 
y  de  la  granja  al  palacio,  ha  acabado  por  crear  un 
pueblo  de  un  orgullo  sin  limites,  una  nación  megaló- 
mana, tanto  más  peligrosa  cuanto  que  es  la  mejor  ar- 
mada.  La  fuerza  alemana,  la  ciencia   alemana,  la 

industria  alemana,  todo  lo  ale- 
niíin,  debe  ser  forzosamente 
superior  y  triunfar  en  el  mun- 
do, anonadando  las  manifes- 
taciones de  los  otros  pueblos. 
Las  fanfarronas  afirmaciones 
del  himno  nacional  se  han 
convertido,  gracias  al  panger- 
manismo,  en  verdades  indis 
cutibles  para  todo  alemán  de 
nuestros  dias.  ¡Deutschlaml! 
¡Deutschland  tiber  alies  in  der 
Weltl  «¡Alemania!  ¡Alemania 
sobre  todo  en  el  mundo!»  Y 
el  ciudadano  sale  de  la  escue- 
la y  entra  en  la  vida,  infatúa 
do  por  una  orgullosa  educa- 
ción, convencido  de  que  Ale- 
mania debe  ejercer  la  hege- 
monía mundial  y  renovar  una 
Europa  envejecida  y  próxima 
á   perecer,    que   únicamente 


468 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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EL    KRONPRINTZ 

(Caricatura  do  Scm,  en  Le  Mot  de  Parie) 


puede  salvarse  poniéndose  bajo  la  dirección  de  los 
alemanes,  por  su  voluntad  ó  por  la  fuerza. 


El  partido  pangermanista  empezóla  vivir  oficial- 
mente en  1891,  poco  después  que  Guillermo  II  despi- 
dió á  Bismarck,  inaugurando  una  política  personal. 
Todos  los  adictos  al  antiguo  Canciller  entraron  en  este 
partido,  viendo  en  su  organización  un  medio  para  com- 
batir la  política  pacifista  de  Caprivi 
inspirada  por  el  emperador.  El  mis- 
mo Bismarck  aceptó  ostensiblemen- 
te el  título  de  miembro  honorario. 
En  realidad  el  pangermanismo, 
que  había  de  amargar  muchas  ve- 
ces la  existencia  de  Guillermo  II, 
resulta  obra  de  éste.  Cuando  sólo 
era  heredero  de  la  corona  y  cons- 
piraba contra  su  padre  el  príncipe 
Fritz,  él  fué  el  primer  iniciador  de 
las  mismas  doctrinas  que  le  ha 
opuesto  luego  el  pangermanismo 
siempre  que  intentó  seguir  una  po- 
lítica de  paz.  Por  una  ironía  histó- 
rica, el  emperador,  esclavo  del  pan- 
germanismo,  fué  su  primer  funda- 
dor. En  los  últimos  años  de  Guiller- 
mo I  circuló  profusamente  por  Ale- 
mania un  folleto  titulado  Un  impe- 
rio alemán  universal.  Este  folleto 
era  obra  del  principe  Guillermo  y 


LA    VOlíACIDAD 


de  sus  más  decididos  partidarios.  «Hay  que  desarro- 
llar la  potencia  alemana— decía  esta  publicación — con 
todas  sus  consecuencias...  Hay  que  ser  hábiles,  hay 
que  desenvolverse  progresivamente  y  con  cautela, 
hasta  el  momento  en  que  nuestras  baterías  puedan 
desenmascararse  sin  peligro  alguno.  Entonces  Euro- 
pa se  encontrará  en  presencia  de  una  situación  pre- 
parada hasta  en  sus  menores  detalles,  y  contra  la 
cual  será  impotente.» 

En  1875  el  kronprintz  Guillermo  aconsejó  á  su 
íntimo  amigo  el  doctor  Hasse  que  se  afiliase  á  una  pe- 
queña sociedad,  «La  unión  colonial»,  que  predicaba 
sin  éxito  alguno  la  necesidad  de  una  expansión  ger- 
mánica en  África  y  Asia.  Bismarck,  omnipotente  en 
aquel  entonces,  era  contrario,  como  ya  dijimos,  á  las 
empresas  coloniales.  Esta  pequeña  asociación,  falta 
de  importancia  en  sus  orígenes,  proporcionó  el  estado 
mayor  de  la  futura  Liga  Pangerraanista,  de  la  que  el 
doctor  Hasse  llegó  á  ser  presidente. 

Cuando  Guillermo  II,  en  1891,  tomó  posesión  del 
islote  de  Helígoland,  cedido  por  Inglaterra  á  cambio 
de  los  territorios  alemanes  del  África  oriental,  esta 
abdicación  de  las  ambiciones  coloniales,  así  como  las 
promesas  pacifistas  del  emperador,  provocaron  una 
violenta  oposición  contra  la  política  de  Caprivi,  que 
fué  aprovechada  por  la  Liga  Pangermanista.  En  un 
manifiesto  proclamó  la  Liga  la  necesidad  «de  afirmar 
la  conciencia  del  pueblo  alemán  y  buscar,  tanto  en  el 
interior  como  en  el  exterior  de  las  fronteras,  el  amor 
de  todas  las  tribus  alemanas». 

La  verdadera  importancia  de  la  Liga  Pangerma- 
nista data  de  1894,  cuando  figuró  á  su  cabeza  como 
presidente  el  doctor  Hasse,  antiguo  amigo  de  Guiller- 
mo II,  catedrático  y  diputado  de  Leipzig.  «Queremos 
— dijo  entonces  la  Liga — implantar  en  la  masa  del 
pueblo  alemán  la  firme  convicción  de  que  el  desarro- 
llo'de  Alemania  está  muy  lejos  de 
haber  terminado  con  los  éxitos  de 
1870.  El  Imperio  alemán  es  hoy  un 
Imperio  mundial.  Pero  las  conse- 
cuencias que  resultan  de  esto  no 
han  sido  deducidas  aún.  Por  encima 
del  interés  del  Estado  se  hallan  los 
intereses  de  la  nación.  Más  sagra- 
do que  el  amor  á  la  patria  debe  ser 
el  amor  á  la  nación  madre.» 

Todo  esto  quería  decir  que  el 
«amor  á  la  nación  madre»  debía 
manifestarse  en  el  interior  de  Ale- 
manía  por  la  asimilación  enérgica 
y  brutal  de  los  elementos  refracta- 
lios  que  existen  en  ella:  los  alsa- 
cianos  y  loreneses,  los  dinamarque 
ses  de  los  ducados  anexionados  y 
los  habitantes  de  la  Polonia  prusia- 
na. Fuera  de  Alemania  había  que 
PANfiBRMAMisTA  buscar  el  aumento  de  relaciones  con 

(L'Aiino)     los  alemanes  que  habitan  Austria, 


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HISTORIA  OF.  1  A  GUERRA   EUROPEA  DE  f914 


469 


Suiza,  Bélgica,  etc.,  pues  la  Liga  consideraba  como 
pertenecientes  á  Alemania  todos  los  pueblos  que  pro- 
ceden más  ó  menos  remotamente  de  las  antiguas  tri- 
bus germánicas.  Primeramente  habia  que  atraerse  la 
voluntad  de  las  personas  estableciendo  fraternales 
relaciones  por  medio  del  origen  étnico.  Más  adelante 
el  Imperio  aprovecharía  una  oportunidad  para  apo- 
derarse de  los  territorios. 


La  Liga  Pangermanistu  lia  perseguido  la  realiza- 
ción de  su  programa  con  un  método  y  una  tenacidad 
admirables.  Su  dirección  ha  estado  confiada  siempre 
á  un  comité  de  seis  personas  de  diversas  clases  socia- 
les que  podían  servir  técnicamente  á  los  fines  de  la 
asociación.  Poco  antes  de  la  guerra  figuraban  en  él 
un  abogado,  tres  militares,  un  pastor  protestante  y 
un  armador.  En  torno  de  esta  dirección  central  tra- 
baja un  comité  ejecutivo  de  veinte  personas,  que  es  á 
modo  de  un  estado  mayor,  compuesto  de  profesores, 
de  propietarios  de  grandes  periódicos,  y  especial- 
mente de  editores  que  lanzan  libros  para  las  escuelas, 
folletos  para  la  masa  popular  y  Atlas  de  geografía 
pangermanista. 

Para  no  crearse  obstáculos  con  las  diferencias  de 
raza  y  de  culto,  en  un  país  cuyos  habitantes  están  di- 


El.    KRONPRINT7,    COMPARBCIKXUO    ANTB    KL    JITRADO    DB    LA.S    NACIONES 

I  /'/!•  UiuHing  l'oít,  (le  Londres) 


BI.    KKONPRINTZ 
(Caricaturn  de  Eiiward  Gilio,  en  The  Taller) 

vididos  por  los  orígenes  étnicos  y  la  fe  religiosa,  el 
pangermanismo  ha  tenido  la  habilidad 
de  mantenerse  aparte  de  tales  cuestio- 
nes, creando  un  sinnúmero  de  grupos 
de  base  estrecha  que  llevan  una  exis- 
tencia aparte,  pero  en  realidad  obede- 
cen como  simples  secciones  de  su  orga- 
nización. Unas  sociedades  patrióticas 
son  antisemitas  ó  anticatólicas;  otras 
están  formadas  por  fervorosos  creyen- 
tes de  dichos  cultos;  pero  todas  trabajan 
por  igual  en  la  consecución  de  los  fines 
del  pangermanismo.  De  este  modo  los 
amigos  de  «la  más  grande  Alemania» 
pueden  sin  detrimento  de  sus  creencias 
afiliarse  á  la  asociación  que  les  parece 
más  favorable.  Además,  existen  socie- 
dades para  el  trabajo  patriótico;  para  la 
publicación  de  obras  patrióticas;  para 
la  pureza  de  la  lengua  alemana,  supri- 
miendo las  palabras  de  origen  extran- 
jero; para  la  extensión  de  la  coloniza- 
ción alemana  y  para  el  fomento  de  la 
Hota;  esta  última  con  334.000  socios  y 
un  ingreso  anual  de  más  de  medio  mi- 
llón de  marcos.  Las  sociedades  de  ve- 
teranos que  eran  anteriores  al  movi- 
miento pangermanista,  se  unieron  tam- 
bién á  este  partido. 

Puede  afirmarse  que  la  Liga,  por  me- 
dio de  sus  innumerables  filiales  y  grupos 
dependientes,  se  ha  apoderado  de  toda 
Alemania.   El  partido  socialista  fué  el 


470 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


único  que  se  mantuvo  distanciado  de  esta  propaganda  maniatas  lian  atacado  rauclias  veces  á  ÍTuillermo  II, 
de  expansión  territorial  por  la  guerra  y  la  conquista,  sin  que  éste,  que  ve  un  crimen  de  lesa  majestad  en  la 
Pero  más  adelante  veremos  como  también  los  socia-  menor  critica  á  su  persona,  osase  castigar  á  tan  po- 
listas, por  espíritu  germánico  ó  por  miedo  á  perder     derosos  enemigos. 

su  prestigio  sobre  las  masas,  han  acabado  por  some-  Bien  conocida  es  la  intluencia  que  ejerce  en  Ale- 

terse  á  la  política  de  la  Liga.  mania  una  simple  revista  semanal,  la  Zukunft,  «El 

La  prensa  de  importancia  pasó  rápidamente  á  ma-      Porvenir»,  escrita  por  el  judio  Maximiliano  Harden, 
nos  del  pangermanismo.  Cada  vez  que  Guillermo  II     cuyo  verdadero  apellido  es  Wittkowsky. 

Harden  es  la  primera  pluma  del 
pangermanismo,  y  ningún  escritor 
alemán  ha  dicho  cosas  tan  crueles 
conti-a  Guillermo  II  ni  le  ha  puesto 
como  él  en  situaciones  tan  vergon- 
zosas. Este  periodista,  discípulo  fer- 
viente de  Bismarck,  tiene  á  sus  es- 
paldas ricos  y  poderosos  amigos,  ju- 
díos como  él:  Alberto  Ballin,  el  céle- 
bre organizador  de  las  compañías  de 
navegación  de  Hamburgo,  designa- 
do popularmente  con  el  titulo  de  «el 
amigo  del  kaiser»;  Emilio  Rathenau, 
«el  rey  de  la  electricidad»,  y  Carlos 
Fürstenberg,  director  de  un  gran 
Banco.  Además  cuenta  con  el  apoyo 
del  kronprintz,  que  le  ha  inspirado 
muchos  artículos,  y  de  la  poderosa 
Liga  Pangermanista. 

En  todo  el  mundo  se  recuerda  la 
escandalosa  campaña  realizada  por 
Harden  hace  pocos  años  contra 
Eulemburgo  y  otros  amigos  del  em- 
perador, á  los  que  acusó  de  homo- 
sexualismo. Lo  que  menos  interesa- 
ba á  Harden  era  la  inmoralidad  de 
dichos  personajes.  El  rudo  periodis- 
ta sabe  á  qué  atenerse  en  lo  referen- 
te á  los  gustos  de  su  país.  Para  él 
Berlín  es  la  capital  sucesora  de  So- 
doma. 

Lo  que  él  buscó  con  su  escanda- 
losa campaña  fué  anular  al  principe 
Felipe  de  Eulemburgo  y  á  otros  per- 
sonajes de  la  camarilla  del  empera- 
dor, gentes  inmorales,  pero  de  opi- 
niones progresivas  y  tolerantes,  que 
aconsejaban  á  Guillermo  II  una  poli- 
tica  de  paz.  Para  suprimir  esta  in- 
fluencia,  el   célebre  periodista  del 
pangermanismo  realizó  su  campaña  contra  los  favori- 
tos del  emperador,  poniendo  á  éste  en  una  situación 
difícil  y  equivoca,  pues  fueron  muchos  los  que  llega- 
ron á  sospechar  si  participaba  de  las  mismas  aberra- 
ciones que  sus  íntimos  amigos  y  favoritos. 

Guillermo  II,  con  todo  su  orgullo  de  «ungido  del 
Señor»,  aguantó  este  chaparrón  de  escándalos  sin 
atreverse  á  ordenar  nuevas  persecuciones  contra  el 
periodista.  Sabia  que  detrás  de  Harden  estaban  los 
hombres  ilustres  del  pangermanismo,  los  grandes  ban- 


BL    CANON    DB    LA    «KTILTT'R» 


•  Dicen  de  Berlín: 


Amslerdán  2  de  Noviembre. 


La  Universidad  de  Bonn,  el  (jran  cenfro  de  la  cultura  germánica,  ha  conferido  el  título  honorífico 
de  doctor  á  M.  Krupp  y  á  M.  Rausenbeger,  su  colaborador,  por  la  construcción  del  mortero  de  420.» 

(Dibujo  de  Ricardo  Flores,  de  Boches,  publicación  de  Parisl 


ha  intentado  persistir  en  una  política  pacifista,  los 
grandes  periódicos  de  Alemania,  obedeciendo  las  ór- 
denes de  la  Liga,  lo  han  atacado  duramente. 

Los  pangermanistas  observaron  en  estas  circuns- 
tancias una  conducta  semejante  á  la  de  los  antiguos 
reaccionarios  de  la  vieja  España  y  de  otras  naciones 
que  eran  más  «realistas  que  el  rey»,  y  por  defender 
los  principios  monárquicos  desacreditaban  y  atrepe- 
llaban á  los  monarcas. 

Para  mayor  gloria  del  Imperio  alemán,  los  panger- 


I 

4 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


471 


(jueros,  los  grandes  armadores,  todos  amigos  suyos  y 
á  la  cabeza  su  propio  hijo. 

El  emperador,  capaz  de  ordenar  las  más  crueles 
persecuciones  contra  un  periódico  de  ideas  avanza- 
das, no  sólo  tuvo  que  sufrir  impasible  kis  criticas  y 
los  ataques  de  los  grandes  diarios  pangermanlstas, 
sino  que  buscó  su  adhesión  y  aceptó  sus  consejos.  Gui- 
llermo II  es  un  gran  lector  de  periódicos,  y  aprove- 
cha todas  las  ocasiones  para  condecorar  á  los  redac- 
tores de  la  prensa  pangermanista.  Sus  hijos  buscan 
igualmente  el  apoyo  de  las  hojas  conservadoras  y  pa- 
trioteras. í]l  kronprintz  está  en  continua  relación  con 
los  periódicos  conservadores  más  difundidos,  y  su  her- 
mano el  principe  Joaquín,  mientras  hacia  sus  estu- 
dios en  la  Universidad  de  Estrasburgo,  proporcionó 
informes  á  los  periódicos  de  Alsacia  para  sus  campa- 
ñas de  germanización. 

El  kaiser  siempre  que  está  en  contacto  con  un  pe- 
i'iodista  intenta  «inspirarle»  un  artículo,  como  ha 
inspirado  cuadros  y  obras  musicales. 

«Los  hombres  de  Estado  de  Alemania — dice  iróni- 
camente un  autor — han  hecho  grandes  progresos  en 
el  manejo  de  la  fuerza  de  la  prensa  desde  los  tiempos 
de  Bisniarck.  El  canciller  de  hierro  se  limitaba  á  sub- 
vencionar á  sus  reptiles  para  que  silbasen  bajo  sus 
órdenes.  Los  sucesores  han  ido  más  allá,  pues  silban 
ellos  mismos.» 

D 

En  todas  sus  luchas  con  el  pangermanismo,  Gui- 
llermo II  ha  acabado  por  ceder,  siguiendo  sus  impul- 
sos como  un  autómata. 

Creada  la  Liga  para  combatir  la  política  pacifista, 
cada  intento  del  gobierno  en  favor  de  la  paz  sirvió 
para  aumentar  su  acometividad  y  robustecer  sus  fuer- 


BL    CANCILLER    CAl'lllVI 


Guillermo  II,  que  acixbaba  de  hacer  grandes  demos- 
traciones de  amistad  á  Inglaterra  con  motivo  de  la  ad- 
quisición de  Heligoland.  El  canciller  Caprivi  estorba- 
ba á  los  pangermanlstas  por  su  espíritu  conciliador  y 
moderado.  En  vano  se  plegó  á  los  deseos  de  éstos,  au- 
mentando las  fuerzas  militares  con  la  ley  de  18i;t3.  Un 
año  después  el  kaiser  tuvo  que  exigir  su  dimisión  y 
zas.  El  emperador,  todopoderoso  en  apariencia,  ha  cambiar  de  canciller  para  dar  gusto  á  la  poderosa 
tenido  que  plegarse  en  todas  las  cuestiones  á  la  vo-      Liga. 

luntad  de  los  pangermanistas.  Desde  entonces  los  pangermanlstas,  con  sus  insi- 

-  Ya  hemos  dicho  cómo  la  Liga  conquistó  gran  parte     nuaciones  ó  sus  amenazas,  dirigieron  la  marcha  del 

de  la  opinión  popular  en  1892,  al  ponerse  enfrente  de     emperador  y  sus  cancilleres.  En  1895  reclamó  la  Liga 

el  establecimiento  de  una  estación  naval  en 
(Jhina,  y  dos  años  después  la  marina  alemana 
tomó  posesión  de  Kiao-Tcheou.  Desde  1896 
venían  los  pangermanistas  exigiendo  en  ma- 
nifiestos y  folletos  que  la  actividad  alemana 
se  esparciese  por  el  Asia  Menor,  y  Guiller- 
mo II  emprendió  en  1898,  por  darles  satisfac- 
ción, su  romántico  y  aparatoso  viaje  ;i  .lerusa- 
lén.  A  partir  de  1895,  la  Liga  preconizaba  la 
adquisición  de  los  restos  de  las  colonias  españo- 
las en  Oceanía,  y  en  1899  el  gobierno  imperial 
consiguió  del  gobierno  español  la  cesión  de  las 
('arolinas  y  otros  archipiélagos  del  Pacifico. 

A  pesar  do  la  prontitud  con  que  el  empera- 
dor y  sus  ministros  obedecían  las  exigencias 
del  pangermanismo,  éste  se  mostraba  irritado 
de  vez  en  cuando  por  creer  que  sus  sugestiones 
no  eran  acogidas  con  rapidez.  En  1898  el  doc- 
( luicatuia  iugiesai       tor  Ilassc,  prcsídcnte  de  la  Liga,  lanzó  contra 


World 
HOSTiLlTY 


KL    BNiSUENO    Y    ML    DESPERTAR 

Dominio  dvl  mundo.     Hostlllddd  mundial 


472 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


su  antiguo  amigo  el  emperador  el  primer  ataque  direc- 
to, acusándolo  de  indiferencia  ante  los  intereses  patrió- 
ticos. Estos  choques  los  olvidaba  pronto  Guillermo  II, 
por  serle  necesario  el  apoyo  de  los  pangermanistas 
para  hacer  triunfar  sus  planes  marítimos.  Gracias  á 
aquéllos  pudo  ver  aprobada  en  1897  su  ley  de  aumen- 
to de  la  flota. 

Al  fin  el  soberbio  emperador  acabó  por  irritarse 
contra  la  tutela  de  estos  terribles  patriotas,  que  no  le 
dejaban  descansar,  y  en  1902  quiso  hacerles  ver  que 


ni  su  sucesor  Hohenlohe,  que  se  limitaba  á  suscribir 
las  decisiones  del  amo,  dejando  á  su  capricho  toda  la 
dirección  política,  resultaban  los  verdaderos  respon- 
sables. El  verdadero  canciller  del  emperador  era  el 
mismo  emperador,  y  contra  su  persona  debían  diri- 
girse las  censuras. 

Guillermo  II  se  asustó  ante  un  golpe  tan  directo, 
acogido  con  aplauso  por  gran  parte  de  la  nación,  y 
juzgó  peligroso  continuar  la  lucha,  resignándose  á 
escuchar   favorablemente  todas  las  excitaciones  de 


BL    BMHBKADOR   GUILLERMO   EXPLICANDO   SUS   PROYECTOS   POLÍTICOS 


(Grabado  de  la  época) 


era  el  verdadero  amo,  aboliendo  el  régimen  de  dicta- 
dura que  imperaba  en  Alsacia-Lorena. 

La  Liga  Pangermanista  aceptó  el  reto,  y  en  el 
congreso  celebrado  en  Eisenach  lanzó  por  boca  de 
su  presidente  Hasse  una  última  advertencia  al  kaiser 
emancipado.  El  nuevo  presidente  de  la  Liga,  llamado 
Class,  inauguró  sus  funciones  con  un  escrito  que  ob- 
tuvo gran  resonancia  en  Alemania,  haciendo  el  resu- 
men de  la  política  de  Guillermo  II.  En  este  resumen, 
el  pangermanismo,  sin  apreciar  para  uada  las  con- 
cesiones que  le  había  hecho  el  emperador,  declaró 
responsable  á  la  dirección  suprema  del  Imperio  de  «la 
pérdida  de  prestigio  que  había  sufrido  Alemania  desde 
la  época  de  Bismarck».  El  escrito  ofrecía  la  innova- 
ción de  despreciar  á  los  cancilleres  para  combatir  di- 
rectamente á  Guillermo  II.  Ni  Caprivi,  que  había 
mostrado  siempre  la  obediencia  pasiva  de  un  militar, 


los  pangermanistas.  Éstos  habían  fijado  sus  ojos  desde 
mucho  antes  en  el  moribundo  imperio  de  Marruecos. 
Un  folleto  de  Class,  titulado  El  Marruecos  del  Oeste 
debe  ser  alemán,  concentró  en  esta  parte  de  África  el 
ansia  de  nuevos  territorios  sentida  por  los  alemanes. 
Guillermo  II,  para  congraciarse  con  la  Liga,  después 
de  grandes  dudas  y  muchas  precauciones  oratorias, 
emprendió  un  viaje  á  Tánger  que  puso  en  alarma  á 
toda  Europa.  Después  para  dar  satisfacción  á  los 
pangermanistas,  que  odiaban  á  M.  Delcassé  á  causa 
de  su  habilidad  diplomática,  exigió  al  gobierno  fran- 
cés la  retirada  del  ilustre  ministro  de  Negocios  Ex- 
tranjeros. 

Los  esfuerzos  de  Guillermo  II  en  el  asunto  de  Ma- 
rruecos no  fueron  recompensados  por  la  gratitud  de 
los  pangermanistas.  Como  la  Conferencia  de  Algeciras 
dio  un  resultado  contrario  al  que  ellos  esperaban, 


LA  INVASIÓiC 


Dibujo  ds  A.  C.  Michael,  según  datos  de  M.  Vllllers.  de  «The  lUustrated  London  News» 


La  guardia  prusiana  es  rechazada  por  la  infantería  ingiesza 


OE  BÉLGICA 


1  intentar  un  supremo  esfuerzo  para  apoderarse  de  Ipres 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


473 


viéndose  la  diplomacia  alemana  completamente  sola 
en  sus  gestiones,  la  Liga,  que  necesitaba  vengar  en 
alguien  su  fracaso,  atacó  al  emperador  acusándolo  de 
blandura  en  las  negociaciones,  de  olvido  de  los  inte- 
reses patrióticos  y  de  miedo  á  Inglaterra,  que  se  habia 
mostrado  decidida  sostenedora  de  Francia.  Uno  de 
los  diputados  más  notables  del  pangermanismo,  el 
conde  de  Reventlow,  lanzó  un  folleto  ruidoso  titulado 
Guillermo  II y  los  bizantinos.  En  esta  publicación,  el 
kaiser  y  sus  amigos  íntimos  «los  bizantinos»  fueron 


parlamentario  que  prestaba  su  apoj'O  á  la  política 
personal  del  kaiser. 

Empezó  una  lucha  á  muerte,  verdaderamente  curio- 
sa y  extraordinaria,  entre  una  asociación  compuesta 
de  monárquicos  y  su  legitimo  monarca;  entre  una  liga 
imperialista  y  su  emperador.  Unos  y  otro  deseaban  por 
igual  el  prestigio  y  la  grandeza  de  Alemania,  pero 
existia  una  profunda  distinción  entre  la  Liga,  franca- 
mente belicosa,  y  el  kaiser,  que  buscaba  en  aquel  en- 
tonces la  supremacía  de  su  país  por  medio  de  la  paz. 


CENTENARIO   DHL  EMPERADOR   GUILLBRMO   I    BN    ALEMANIA 


atacados  duramente.  Irritado  Guillermo  por  tal  ingra- 
titud, lanzó  en  un  discurso  pronunciado  en  Breslau 
violentos  apostrofes  contra  los  pangermanistas,  á  los 
que  llamó  los  pesimistas.  «El  mundo — dijo  el  empera- 
dor— pertenecí  á  los  que  viven,  y  los  que  viven  tie- 
nen siempre  razón.  Yo  no  quiero  pesimistas  á  mi 
lado.  El  que  no  me  quiera  secundar  que  se  vaya  y 
que  busque  lejos  de  aquí  una  patria  mejor.» 

121  discurso,  en  vez  de  intimidar  á  los  pangerma- 
nistas, sirvió  para  excitar  sus  sarcasmos.  Algunos 
de  ellos,  empleando  el  seudónimo  de  «Un  pesimista», 
ratificaron  los  ataques  del  conde  de  Reventlow.  La 
campaña  fué  tan  violenta,  que  Guillermo  II  se  vio  en 
la  necesidad  de  disolver  el  Reichstag.  Las  nuevas 
elecciones  no  privaron  de  fuerza  al  pangermanismo  y 
únicamente  sirvieron  para  disolver  la  situación  pre- 
ponderante del  Centro  católico  del  Reichstag,  grupo 


Guillermo  II,  combatido  por  sus  amigos  de  otros 
tiempos  y  por  las  mismas  doctrinas  que  habia  fuiniu- 
lado  en  su  juventud,  debía  sucumbir  forzosamente. 
En  su  misma  familia  se  ocultaban  sus  más  enconados 
adversarios.  Siguiendo  la  tradición  de  los  Hohenzo- 
Uern,  su  hijo  mayor,  el  principe  imperial,  atizaba 
ocultamente  la  campaña  de  los  pangermanistas. 

El  kronprintz  es  un  enemigo  declarado  de  su  pa- 
dre, como  este  á  su  vez  lo  fué  de  Federico  III.  La 
mania  oratoria  de  Guillermo  y  sus  pretensiones  de 
artista,  sirven  de  tema  á  las  burlas  de  su  primogéni- 
to. Cada  vez  que  un  personaje  célebre  ha  visitado  la 
corte  de  Berlín,  el  kronprintz  le  ha  hecho  la  misma 
pregunta  con  fría  mal¡gnid;id:  «¿Cree  usted  que  papá 
tiene  tanto  talento  como  él  se  imagina?»  Y  estas  pa- 
labras las  acompaña  con  una  sonrisa  de  conmisera- 
ción, como  si  dudase  del  equilibrio  mental  de  su  padre. 


474 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


11^^%?^ 


En  un  viaje 
que  hizo  por  los 
mares  de  Orien- 
te, como  sus 
c  o  m  pañeros 
discutiesen  so- 
bre el  puente 
del  navio  el 
nombre  de  una 
hermosa  estre- 
lla que  acaba- 
ba de  apare- 
cer, el  príncipe 
imperial  dijo 
irónicamente: 

— No  se  can- 
sen ustedes.  Es 
una  nueva  con- 
decoración que 
papá  le  ha  con- 
cedido á  Dios. 
La  campaña 
de  1908  contra 
Guillermo  II  fué  implacable.  Primeramente  los  pan- 
germanistas,  valiéndose  de  la  pluma  corrosiva  de 
Harden,  deshonraron  á  los  favoritos  de  Guillermo  con 
revelaciones  de  una  inmoralidad  sensacional.  De  este 
modo  consiguieron  aislarlo,  obligándole  á  despedir  á 
los  más  íntimos  amigos. 

Su  autoridad  estaba  minada,  pues  algunos  meses 
antes  las  exigencias  pangermanistas  le  habían  hecho 
suscribir  una  reforma  del  Código  penal  endulzando 
las  prescripciones  referentes  al  crimen  de  lesa  majes- 
tad. Ya  no  podía  castigar  á  sus  enemigos  políticos 
con  la  misma  saña  que  á  las  pobres  pianistas  de  Ber- 


LA    NUEVA    DANZA    MACABRA 
(Caricatura  del  artista  italiano  Alberto  Martiui) 


BL  MICROBIO    TEUTÓNICO 
Anillsts  de  una  goto  de>angre 

(II  Fttchittto,  (le  Turíu) 


lin,  culpables  de  haberse  reído  de  su  Himno  á  Egir, 
En  Octubre  de  1908  el  pangermanísmo  llegó  á  sus 
mayores  audacias,  asestando  un  golpe  mortal  á  este 
emperador  que  se  creía  omnipotente.  El  «ungido  del 
Señor»,  quebrantado  por  el  escandaloso  asunto  de  sus 
amigos  los  bizantinos,  vio  desplomarse  aun  más  su 
prestigio  de  monarca.  Los  tormentos  que  le  hizo  su- 
frir la  opinión  pangermanista  durante  unos  días  fue- 
ron tan  grandes,  que  la  prensa  llamó  á  este  corto 
período  la  «semana  negra  de  Guillermo». 

La  semana  negra  comenzó  con  la  publicación  en 
el  Daily  Telegraph  de  Londres  de  una  interviú  de 
Guillermo  II.  Este  se  expresó  con  su  acostumbrada 
ligereza  y  su  oratoria  excesiva,  formulai\do  sobre  la 
política  exterior  graves  apreciaciones  que  advirtie- 
ron á  Inglaterra  de  la  hostilidad  de  una  gran  parte 
del  pueblo  alemán.  Nada  tenían  de  extraordinario 
tales  declaraciones,  pues  con  frecuencia  se  había  ex- 
presado el  kaiser  en  igual  sentido.  Además  los  pan- 
germanistas,  en  sus  alardes  patrióticos,  se  mostraban 
tan  impruden- 
tes como  el  em- 
perador, em- 
pleando un  len- 
guaje todavía 
más  rudo. 

La  Liga  apro- 
vechó la  oca- 
sión para  ha- 
cer pagar  á 
Guillermo  II 
sus  intentos  de 
independencia, 
y  dio  la  señal 
del  ataque  con- 
tra la  política 
personal  del 
líaiser,  viéndo- 
se secundada 
por  todos  los  partidos  y  por  el  país  entero,  que  estaba 
harto  de  las  genialidades  vanidosas  del  monarca. 
Abandonado  por  los  pangermanistas,  no  encontró  éste 
un  solo  hombre  que  lo  defendiese.  Cuando  el  Reichs- 
tag  en  sus  sesiones  de  10  y  11  de  Noviembre  discutió 
la  interviú  del  Daily  Telegraph,  ni  un  diputado  tomó 
la  palabra  para  defender  al  emperador.  Todos  los  par- 
tidos cayeron  sobre  él,  tratándolo  como  á  un  niño  im- 
prudente, merecedor  de  correctivo. 

El  canciller  Bülow  tampoco  defendió  al  kaiser, 
apresurándose  á  formular  excusas  en  nombre  de  éste 
y  á  prometer  que  no  daría  más  motivos  de  queja.  «En 
adelante— dijo— ,  tanto  en  público  como  en  las  conver- 
saciones privadas,  Guillermo  II  se  impondrá  la  reser- 
va indispensable  para  la  continuación  de  la  política 
alemana  y  la  autoridad  de  la  corona.»  Por  si  esto  no 
parecía  suficiente,  el  emperador  publicó  el  17  de  No- 
viembre una  nota  oficial  adhiriéndose  á  los  compro- 
misos formulados  por  su  canciller.  La  victoria  de  los 


LA    AMBICIÓN    PANGERMANISTA 
-jNo  me  basto  con  la  cruz  de  hierro.  Necesito 

toda  la  tierra! 

(The  Daily  Graphic) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


476 


pesimistas  no  podía  ser  más  grande.  Guillermo,  aban- 
donado hasta  por  su  primer  ministro,  renunciaba  al 
derecho  de  contestar  á  sus  encarnizados  censores. 

El  pangerraanismo  triunfante  exigió  el  botín  de  su 
victoria,  y  Biilow,  al  día  siguiente  de  la  «semana  ne- 
gra», hizo  votar  los  proyectos  de  ley  presentados  por 
la  Liga  contra  los  polacos  y  los  dinamarqueses  sub- 
ditos de  Alemania.  Además  se  inauguró  en  Alsacia  y 
Lorena  una  política  de  germanización  á  todo  trance, 
que  hizo  olvidar  con  sus  durezas  las  medidas  conci- 
liadoras intentadas  por  el  emperador. 

La  prensa  pangermanista,  ensoberbecida  por  el 
triunfo,  exigió  una  nueva  intervención  de  Alemania 
en  el  asunto  de  Marruecos.  Bülow  se  negó  á  servir 
como  un  autómata  los  deseos  políticos  de  la  Liga,  y 
fué  reemplazado  por  el  canciller  actual  Bethmann- 
HoUweg,  entrando  en  el  ministerio  de  Negocios  Extran- 
jeros Kiderlen-Waechter,  antiguo  protegido  y  discí- 
pulo de  Bismarck. 

El  gobierno,  impulsado  por  los  pangermanistas, 
dio  en  Marruecos  el  ruidoso  golpe  de  Agadir  con  el 
envío  de  la  corbeta  Panther,  lo  que  equivalió  á  una 
amenaza  para  Francia.  Guillermo,  «el  emperador  de 
la  paz»,  sometido  definitivamente  á  la  Liga,  hizo  co- 
rrer á  Europa  el  riesgo  de  una  guerra  franco- alema- 
na. Esta  guerra  se  evitó  gracias  á  la  habilidad  de  la 
diplomacia  francesa  y  á  la  intervención  decidida  de 
Inglaterra.  Los  pangermanistas,  furiosos  al  ver  que 
se  les  escapaba  definitivamente  la  adquisición  de  Ma- 
rruecos, volvieron  á  ensañarse  con  Guillermo  II,  ha- 


■    ■ 


OUTLLBRMO   II   EN    MARRUECOS 

(Punch,  de  Londres) 


KL    CANCILI.EK    BÜLOW 

cíéndolo  responsable  del  fracaso.  Algunos  periódicos 
lo  apodaron  «el  valeroso  poltrón»,  y  su  hijo,  el  prín- 
cipe heredero,  manifestó  públicamente  su  desagrado 
contra  el  emperador  porque  había  rehuido  la  guerra. 

Desde  1912  Guillermo  II  no  hizo  más  que  marchar 
ciegamente  bajo  el  impulso  vigoroso  de  los  panger- 
manistas, operándose  en  él  la  gran  transformación 
que  el  embajador  de  Francia  en  Berlín  anunció  opor- 
tunamente á  su  gobierno.  «El  emperador  de  la  paz» 
llegó  á  temer  un  destronamiento.  Tuvo  miedo  á  ios 
manejos  de  su  heredero  y  á  la  opinión  belicosa  del 
país,  y  para  conservar  su  corona  pasó  sin  transición 
á  ser  el  emperador  de  la  guerra. 

El  pangermanismo  consideraba  insuficientes  los 
armamentos  del  país  para  la  lucha  con  Francia  y 
Rusia,  y  si  era  preciso  con  Inglaterra.  Por  sus  insti- 
gaciones presentó  el  gobierno  en  1912  las  nuevas  leyes 
militares,  y  el  ejército  en  pie  de  paz  fué  elevado  á  la 
enorme  suma  de  1.200.000  hombres. 

Después  de  esto  la  guerra  europea  pareció  inevi- 
table; una  guerra  preparada  y  provocada  de  larga 
fecha  por  los  pangermanistas. 

Tal  vez  Guillermo  II  deseó  sinceramente  la  paz 
durante  varios  años;  tal  vez  su  cambio  de  política  no 
fué  obra  únicamente  de  la  incoherencia  de  su  carác- 
ter, y  se  vio  obligado  á  realizarlo  bajo  la  presión  de 
la  citada  Liga.  Pero  esto  no  disminuye  su  responsabi- 
lidad. El  partido  pangermanista  fué  obra  suya.  Él 
lo  inició,  fomentando  sus  primeras  manifestaciones, 
creando  la  doctrina  de  la  dominación  universal,  que 
luego  han  esgrimido  como  una  arma  contra  él  los  pa- 
triotas belicosos,  cada  vez  que  el  buen  sentido  ó  el 
instinto  de  conservación  le  ha  hecho  vacilar  ante 
Europa,  dispuesta  á  defenderse. 


476 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL  PADRE  ETBKNO  SEGÚN  LOS  PANGBRMANISTAS 


Muchos  se  asombrarán  al  ver  que  el  pangermanis- 
mo,  que  no  es  más  que  un  partido  entre  los  varios  que 
existen  en  Alemania,  ha  llegado  á  apoderarse  de  toda 
la  nación,  comprometiéndola  en  las  empresas  más 
temerarias.  Parece  natural  que  un  partido  belicoso, 
militarista  y  compuesto  en  gran  parte  de  elementos 
conservadores,  haya  tenido  que  tropezar,  no  con  la 
oposición  de  un  emperador,  sino  con  la  resistencia  de 
las  masas  democráticas. 

Pero  en  Alemania  no  existe  el  partido  democrá- 
tico. 

Esta  afirmación  será  acogida  tal  vez  con  extrañe- 
za,  pues  bien  sabido  es  que  Alemania  cuenta  con  un 
partido  socialista  enorme  y  de  una  organización  per- 
fecta. 

Pero  el  socialismo  alemán  es  distinto  al  de  los  otros 
pueblos,  y  aunque  prospera  como  organización  eco- 
nómica, hace  años  que  no  existe  como  fuerza  política. 

El  pangermanismo,  partido  de  reacción  política, 
se  apoya  precisamente  en  las  masas  democráticas. 
Una  originalidad  de  la  psicología  del  pueblo  alemán. 
De  no  haberse  plegado  Guillermo  II  á  las  exigencias 
de  los  pangermanistas,  éstos,  en  su  cólera,  habrían 
llegado  hasta  una  revolución:  pero  una  revolución  al 
revés,  en  favor  del  retroceso,  contra  un  emperador 
que  no  era  bastante  emperador.  El  rey  de  Prusia  y 
todos  los  soberanos  confederados  de  Alemania  hace 
años  que  están  convencidos  de  que  su  destronamiento 
sería  inevitable  al  ponerse  enfrente  del  pangerma- 
nismo. 

Los  periódicos  de  la  Liga  mostraron  en  diversas 
ocasiones  una  insolencia  antimonárquica  contra  los 
pequeños  soberanos  alemanes,  y  sus  sarcasmos  han 


(Dibujo  de  Roubille) 


halagado  á  las  masas 
obreras  en  sus  aspira- 
ciones igualitarias.  Las 
publicaciones  satíricas 
del  pangermanismo  ha- 
cen objeto  de  sus  burlas 
al  «Serenisimus»,  que  es 
en  Alemania  el  tipo  del 
soberano  de  pequeño  Es- 
tado, principe  imbécil 
que  pretende  ocultar  su 
nulidad  exigiendo  gran- 
des muestras  de  respeto. 
Con  estas  audacias  de 
lenguaje  y  con  sus  críti- 
cas atrevidas  contra  el 
emperador,  la  prensa 
pangermanísta  consi- 
guió apoderarse  de  las 
clases  populares,  que 
buscaban  la  lectura  de 
tales  hojas  «porque  de- 
cían la  verdad».  De  este 
modo  el  público,  que  úni- 
camente deseaba  reír 
con  las  caricaturas  contra  los  pequeños  príncipes  ó 
las  censuras  á  las  costumbres  del  kaiser,  ha  acabado 
por  aceptar  poco  á  poco  todas  las  afirmaciones  de  la 
doctrina  pangermanísta. 

Los  socialistas  desde  hace  años  han  observado  en 
Alemania  una  conducta  doble.  De  vez  en  cuando  sus 
diputados  provocaban  una  tormenta  parlamentaria 
en  el  Reichstag,  censurando  la  política  personal  del 
emperador  ó  las  palabras  de  su  canciller.  Pero  esto 
sólo  era  una 
comedia  para 
halagar  á  las 
masas  del  par- 
tido y  sostener 
su  entusiasmo. 
La  prensa 
pangermanísta 
comentó  mu- 
chas veces  con 
ironía  la  con- 
ducta de  los  di- 
putados socia- 
listas. Los  «pu- 
ros» del  parti- 
do, los  intran- 
sigentes, exi- 
gían á  sus  re- 
presentantes 
una  política 
honrada  con 
arreglo   á   los 


ideales  socia- 
listas. Una  mu- 


,DiüS  ESTÁ  CON  nosotros! 

Un  dios  que  lleva  escopeta 

(Caricatura  italiana) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


477 


CUATRO    GENERACIONES    DE    REVÉS 


478 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


jer,  Rosa  Lu- 
xemburgo,  figu- 
ra á  la  cabeza 
del  elemento 
generoso  y  des- 
interesado, sos- 
ten iendo  las 
tradiciones  re- 
volucionarias 
de  los  primeros 
tiempos  del  so- 
cialismo ale- 
mán. «Par  a 
evitarse  los  ra- 
yos de  esta  Juno 
del  socialismo 
— dijo  un  perió- 
dico pangerma- 
nista — ,  los  di- 
nBBKNBCHT  putados    dcl 

partido  provo- 
can escándalos  en  las  sesiones  del  Reichstag,  bailan- 
do una  especie  de  danza  guerrera  con  imprecaciones 
salvajes,  llamamientos  al  orden  del  presidente  y  otros 
accesorios.  Pero  luego  en  las  comisiones  se  mues- 
tran como  unos  excelentes  muchachos,  marchando  de 
acuerdo  en  todo  con  el  canciller.» 

Están  muy  lejanos  para  el  socialismo  alemán  los 
tiempos  en  que  Bebel  y  Liebknecht  (padre)  se  hacían 
condenar  á  18  meses  de  fortaleza  por  haber  protes- 
tado enérgicamente  contra  la  anexión  de  Alsacia- 
Lorena. 

La  decadencia  moral  del  socialismo  alemán  se  ha 
extremado  en  razón  del  aumento  de  sus  adherentes  y 
la  importancia  de  su  organización.  En  1887  el  grupo 
socialista  del  Reichstag  constituía  una  minoría  irri- 
soria, y  sin  embargo  amargó  la  vida  de  Bismarck, 
oponiéndose  de  un  modo  irre- 
ductible á  la  aprobación  de 
aumentos  militares. 

— ¡Ni  un  hombre  más  ni  un 
céntimo  más! — dijeron  los  so- 
cialistas de  entonces. 

Y  Bismarck  se  vio  obliga- 
do á  disolver  el  Parlamento 
para  hacer  callar  á  la  oposi- 
ción. 

En  1893  el  socialismo  sólo 
había  llegado  á  tener  40  di- 
putados, pero  éstos  lucharon 
con  tanto  vigor  contra  las  pri- 
meras exigencias  de  la  Liga 
Pangermanista,  que  hicieron 
necesaria  una  nueva  disolu- 
ción del  Reichstag  para  que 
aquélla  pudiese  obtener  un 
aumento  en  los  créditos  mili- 
tares. 


En  1913  los  socialistas  llegaron  á  ser  110  en  el 
Reichstag,  pero  su  oposición  resultó  una  miserable 
comedia,  que  hizo  reir  muchas  veces  á  los  mismos 
enemigos.  Esta  conducta  la  han  observado  igualmen- 
te en  Agosto  de  1914,  al  declanxrse  la  guerra,  acep- 
tando todas  las  pretensiones  del  militarismo. 

De  estos  110  diputados  sumisos  al  gobierno  impe- 
rial como  buenos  servidores,  sólo  hay  que  exceptuar 
á  Liebknecht  el  joven,  que  siguiendo  el  ejemplo  de  su 
padre  protestó  contra  el  aumento  de  las  fuerzas  mili- 
tares y  luego  contra  la  oportunidad  de  la  guerra,  ha- 
ciendo responsable  de  sus  horrores  á  la  política  del 
pangermanismo. 

La  conducta  del  grupo  parlamentario  socialista 
en  1913  fué  extremadamente  ridicula.  Hablaron  tea- 
tralmente  sus  diputados  contra  la  proposición  de  au- 
mentos en  el  ejército,  y  luego  votaron  los  créditos  ne- 
cesarios para  que  dicho  aumento  se  costease. 

Un  representante  pangermanista  dijo  irónicamen- 
te al  comentar  la  puerilidad  de  este  doble  juego:  «Pro- 
curar los  fondos  necesarios  para  la  compra  de  una 
mercancía  equivale  igualmente  á  procurarse  la  mer- 
cancía.» Los  socialistas,  después  de  oponerse  al  au- 
mento de  los  contingentes  militares,  se  encargaron  de 
demostrar  al  gobierno  la  falta  de  seriedad  de  su  opo- 
sición, apresurándose  á  conceder  el  dinero  necesario 
para  el  sostenimiento  de  aquéllos. 

Bethmann-HoUweg  y  el  ministro  de  la  Guerra  des- 
de lo  alto  de  la  tribuna  procuraron  hacer  resaltar  el 
triunfo  del  pangermanismo,  congratulándose  de  la  «ac- 
titud patriótica»  de  los  diputados  socialistas.  Estos 
habían  advertido  secretamente  al  gobierno  que  no 
hiciese  caso  de  las  «extravagancias»  que  tendrían 
que  decir  sus  oradores  para  dar  gusto  á  los  intransi- 
gentes del  partido,  así  como  de  los  manifiestos  franco- 
alemanes  contra  los  armamentos,  que  iban  á  suscri- 
bir para  dar  gusto  á  los  socialistas  de  Francia. 


UN    MITIN    SOCIALISTA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


479 


Esta  conducta  fué  tan  irritante  que  algunos  perió- 
dicos imparciales  y  ajenos  al  socialismo  no  vacilaron 
en  calificarla  de  «lamentable  comedia».  Como  dice  un 
autor,  «sólo  puede  explicarse  esto  de  dos  modos:  ó  los 
dirigentes  del  socialismo  en  Alemania  han  sido  gana- 
dos por  las  ideas  imperialistas,  ó  convencidos  de  que 
estas  ideas  se  han  apoderado  de  las  masas  populares 
no  se  atreven  á  combatirlas  de  frente  y  se  dejan 
arrastrar  por  el  pangermanismo  para  mantener  su 
situación  política». 

Los  viejos  socialistas  de  todo  el  mundo  hace  tiem- 
po que  se  dieron  cuenta  de  la  gran  transformación,  en 
sentido  reaccionario,  sufrida  por  los  directores  del  so- 
cialismo alemán.  «Se  han  aburguesado  y  constituyen 
un  partido  político  igual  á  los  otros»,  afirman  algunas 
revistas  importantes  del  marxismo.  Las  palabras  re- 
volucionarias que  entusiasmaron  á  la  anterior  gene- 
ración resultan  incomprensibles  para  los  nuevos  so- 
cialistas alemanes.  «La  generación  joven — dijo  un 
diputado  en  el  congreso  del  partido  celebrado  en  Jena 
en  1913 — se  nos  escapa  de  entre  las  manos  porque  no 
quiere  oír  hablar  de  antimilitarismo.» 

La  joven  Alemania,  preparada  mentalmente  por 
los  pangermanistas  desde  la  escuela  de  primeras  le- 
tras, ama  la  guerra  y  la  conquista  y  desea  la  gran- 
deza de  su  nación  por  medio  de  las  armas.  Los  direc- 
tores del  socialismo,  para  no  perder  la  adhesión  de  las 
masas,  han  modificado  su  doctrina,  despojílndola  de 
sus  afirmaciones  más  simpáticas,  ó  sea  de  la  aspira- 
ción á  la  paz  universal  y  la  fraternidad  entre  los  hom- 
bres. Todo  cuanto  tiene  la  doctrina  socialista  de  idea- 
lismo moral  y  que  entusiasmó  románticamente  á  las 
anteriores  generaciones,  ha  sido  suprimido  por  el  so 
cialismo  de  Alemania.  Las  aspiraciones  de  éste  son 
materiales,  egoístas  é  inmediatas.  Busca  solamente 
un  aumento  en  el  bienestar  de  sus  asociados,  y  á  cam- 
bio de  conseguirlo  se  muestra  dispuesto  á  aprobar 


BEBBL 


ORADOR    SOCIALl!<TA    HABLANDO    AL    PUEBLO 


todos  los  actos 
del  gobierno 
imperial  y  con- 
sentir todas  las 
agresiones  con- 
tra los  demás 
pueblos. 

Sus  represen- 
tantes  en  el 
Keichstag  han 
sido  denuncia- 
dos muchas  ve- 
ces por  los  so- 
c i  a  1  i s  t  a s  de 
otros  países, 
como  simples 
politicastros, 
iguales  á  los 
de  los  partidos 
conservadores, 
hinchados  de 

satisfacción  y  de  orgullo  porque  el  emperador  aprecia 
su  apoyo  y  el  Canciller  les  agradece  con  una  sonrisa 
ó  un  apretón  de  manos  su  firme  adhesión  á  la  política 
militarista. 

G 

La  inmensa  mayoría  de  las  universidades  y  los  in- 
telectuales de  Alemania,  es  afecta  al  pangermanis- 
mo. El  maestro  de  escuela  en  las  primeras  gradas  de 
la  educación  y  el  «Herr  Doctor»  y  el  «Herr  Professor» 
en  los  peldaños  superiores,  pi-eparan  y  moldean  á  su 
modo  el  espíritu  de  la  juventud. 

Bismarck  dijo  brutalmente  que  «la  fuerza  está  por 
encima  del  derecho».  El  profesorado  germánico  ha 
modificado  esta  expresión,  suavizándola  hipócrita- 
mente, dándole  un  aspecto  científico.  «La  fuerza  crea 
el  derecho»,  y  en  todas  las  cátedras  de  Alemania  los 

profesores  desarrollan  dicho 
tema,  inculcando  á  la  juven- 
tud la  necesidad  de  ser  fuer- 
tes y  de  triunfar,  con  la  cer- 
teza de  que  la  victoria  santifi- 
ca los  mayores  atropellos  é 
infunde  la  respetabilidad  del 
derecho  á  las  más  locas  auda- 
cias. Para  el  intelectual  ale- 
in;in  el  vencido  no  tiene  dere- 
cho alguno  y  debe  ser  impla- 
lablemente  sacrificado.  Ale- 
mania dominará  á  todo  el 
niimdo  por  ser  la  nación  más 
fuerte,  y  al  desarrollo  y  con- 
solidación de  su  fuerza  diri- 
gen todas  sus  energías  los 
pangermanistas  universita- 
rios. Sus  enseñanzas  son  un 
himno  continuo  á  la  energía, 
la   actividad,  la   fuerza  y  la 


480 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


UN    «HERR    PROFBSSOK»    CON    SU    TOGA    TRADICIONAL 

violencia,  preconizadas  como  las  únicas  virtudes  que 
pueden  sostener  á  una  nación  moderna. 

El  culto  de  la  fuerza  para  estos  alemanes  intelec- 
tuales no  es  únicamente  la  práctica  de  la  potencia 
militar.  Recomiendan  igualmente  el  infundir  á  la  cien- 
cia una  atrevida  impetuosidad  para  que  sirva  de  au- 
xiliar en  la  obra  nacional.  Todo  lo  subordinan  á  las 
empresas  del  pangermanismo;  al  triunfo  de  «la  más 
grande  Alemania».  La  ciencia  universitaria  debe  ser 
una  colaboradora  del  Estado 
Mayor  alemán.  El  arte  debe 
ser  utilizado  para  imponer  al 
mundo  el  gusto  alemán.  La 
música  es  igualmente  una  po- 
tencia que  debe  difundir  uni- 
versalmente  la  sensibilidad 
germánica. 

Las  jóvenes  generaciones 
de  Alemania  han  surgido  de 
las  universidades  convencidas 
de  que  la  raza  germánica  debe 
dominar  al  mundo.  Al  ser  des- 
pués oficiales  del  ejército,  di- 
putados ó  grandes  represen- 
tantes de  la  industria,  pusie- 
ron en  práctica  las  enseñan- 
zas del  pangermanismo,  arras- 
trando su  pais  á  la  guerra  por 
la  dominación  universal. 


El  orgullo  de  los  pangermanistas,  como  ocurre  en 
todos  los  partidos  de  violencia,  ha  ido  más  allá  de  lo 
que  pretendieron  sus  fundadores.  Desearon  éstos  es- 
tablecer únicamente  la  dominación  sobre  los  paises  de 
origen  alemán  que  no  forman  parte  de  Alemania.  Tal 
propósito,  aunque  amenazador  para  la  tranquilidad 
de  Europa,  era  razonable.  Pero  los  más  ardientes 
pangermanistas,  empujados  por  la  vanidad,  han  avan- 
zado de  conclusión  en  conclusión  hasta  proclamar 
que  el  pueblo  alemán  es  «el  pueblo  elegido»,  el  ver- 
dadero pueblo  de  Dios,  designado  desde  el  principio 
del  mundo  para  regenerar  á  la  humanidad. 

Estos  energúmenos,  para  probar  sus  conclusiones, 
exaltan  con  loca  confianza  la  superioridad  de  su  na- 
ción y  los  gloriosos  dones  que  la  ha  prodigado  el  cie- 
lo. Alemania  es  el  pueblo  según  ellos  más  puro  y  de 
virtuosas  costumbres.  Su  gusto  es  infalible  y  delicado 
en  todo.  Nadie  como  los  alemanes  cultiva  el  ideal. 
Sus  artistas  son  siempre  de  genio.  Ninguno  de  sus 
sabios  puede  equivocarse.  Todas  estas  afirmaciones, 
de  un  orgullo  tan  insensato  que  provoca  la  risa,  es- 
tán consignadas  en  el  libro  Los  fundamentos  del  *■«- 
glo  XIX,  cuya  publicación  y  difusión  favoreció  el  em- 
perador. 

La  nación  privilegiada  no  se  compone  únicamen- 
te— según  estos  propagandistas — de  los  pueblos  de  Eu- 
ropa que  hablan  más  ó  menos  correctamente  el  ale- 
mán. Existen  otros  paises  que  deberían  hablar  el 
alemán  y  se  obstinan  en  no  hablarlo;  grave  error  que 
remediarán  las  armas  del  Imperio  algún  dia,  obligan- 
do por  la  fuerza  á  estos  refractarios  á  que  no  menos- 
precien sus  tradiciones.  Según  estos  pangermanistas 
próximos  á  la  demencia,  son  alemanes  y  deben  per- 
tenecer á  la  Alemania  del  porvenir  los  suecos,  los 
noruegos,  los  dinamarqueses,  los  holandeses,  los  in- 
gleses, los  belgas,  los  rusos  de  Curlandia,  los  húnga- 
ros y  los  polacos.  La  Bohemia  debe  ser  alemana.  La 


PR0FB30RBS   ALEMANES    BN    BL   CLAUSTRO    DB   UNA   UNIVERSIDAD 


HISTOÍÍIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


481 


Lombardia  y  todo  el  Norte  de  Italia  pertenecen  tam- 
bién históricamente  al  Imperio  alemán.  Servia  y 
Croacia  figuran  igualmente,  á  pesar  de  su  indiscu- 
tible origen  eslavo,  como  poblaciones  germ;inicas. 
Casi  todo  el  Norte  de  Francia  debe  hablar  alemán, 
aunque  se  obstina  lamentablemente  en  conservar  su 
inferioridad  gala,  y  al  Imperio  pertenecerán  algún 
dia  el  Flandes  francés,  la  Champaña,  el  Franco-Con- 
dado y  la  Borgoña. 

Este  ridiculo  tejido  de  locuras,  fabricado  con  prue- 
bas históricas,  falsas  ó  pueriles,  es  la  obra  de  eru- 
ditos ilustres,  de  catedráticos  de  Leipzig,  Munich 
y  Berlin  que  figuran  como  pensadores  de  renom- 
bre. Algunos  van  más  lejos  aún  en  su  carrera  de 
absurdos,  y  á  fuerza  de  hipótesis,  de  torturar  etimo- 
logías y  falsificar  textos,  han  llegado  á  persuadir  á 
las  crédulas  y  orgullosos  masas  pangermanistas  de 
que  todos  los  grandes  hombres  que  honran  á  la  huma- 
nidad fueron  de  origen  alemán  y  pertenecen  á  la  gran 
familia  alemana,  habiéndose  ignorado  esto  hasta  nues- 
tros días  porque  la  envidia  que  los  hombres  del  Sur 
sienten  contra  las  tribus  germánicas  embrolló  la  ver- 
dadera historia. 

La  demencia  pangermanista  da  un  titulo  de  nacio- 
nalidad alemana  á  todas  las  grandes  figuras  univer- 
sales de  la  ciencia,  del  arte  ó  de  las  religiones,  hala- 
gando de  tal  modo  á  las  diversas  y  disparatadas 
clases  que  se  amalgaman  en  el  seno  de  su  partido. 
Dante  era  alemán:  no  hay  más  que  estudiar  su  retra- 


BOLAS    DE   JABÓN 
Las  ilusiones  del  kaiser 


(London  Opinión) 


LA   voz    DE   DIOS 
-Va  que  pretendes  ser  mi  aliado,  respeta  mis  moradas 

(l'uck,  de  Kueva  York) 


to,  según  los  citados  autores,  para  convencerse  de  su 
origen  germánico.  San  Francisco  de  Asis  también  era 
alemán.  ¿CJino  explicar  de  otro  modo  su  fervor  hu- 
manitario y  su  poéti'-a  bond;id,  que  son  virtudes  pu- 
ramente gerra  micas?  Pascal  era  alemán  y  Montaigne 
también,  pues  únicamente  puede  concebirse  asi  su 
notable  inteligencia. 

Un  «Herr  Professor»  llamado  Ludwig  Woltmann 
ha  publicado  una  obra  extensa  y  paciente  para  de- 
mostrar que  todop,  absolutamente  todos  los  grandes 
artistas  del  Renacimiento  italiano  procedieron  igual- 
mente de  familias  germánicas.  Benvenuto  Cellini  era 
de  origen  alemán,  y  para  convencerse  de  ello  basta 
decir  que  tenia  la  barba  rubia,  tirando  á  roja.  La  pro- 
cedencia alemana  de  Miguel  Ángel  Buonarotti  aun  es 
más  fácil  de  probar.  El  apellido  Buonarotti  es  un  deri- 
vado de  Bohn-Rdttn,  lo  (iiie  denuncia  su  origen  sajón. 
Lo  mismo  ocui're  con  Leonardo  de  Viiici.  Este  Viiu-i 
es  una  falsificación  italiana:  «^u  verdadero  apellido, 
según  los  pangermanistas,  era  Wincke.  El  origen  ale- 
mán de  líafacl  es  indiscutible,  y  únicamente  1>'S  ene- 
migos del  Imperio  germánico  pueden  ponerlo  en  duda. 
El  apellido  de  Rafael,  Sanx.io  ó  Santi,  corresponde 
indiscutiblemente  al  de  Sandt,  muy  generalizado  en 
Alemania.  Además,  el  gran  pintor  de  las  Madonas 
tuvo  un  rostro  noble,  la  barba  rubia  «y  sus  ojos  eran 
el  espejo  de  una  hermosa  alma»,  condiciones  «lue  seria 
injusto  y  erróneo  ir  á  buscar  fuera  de  la  raza  ger- 
mánica. 


482 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


JULIUS    KAISER 


GENERAL    HÉRCULES 


JOHANNA    VON    ARKSTBIN 


WILIIELM    hCHAKHSPEAR 


Julio  César,  Hércules,  Juana  de  Arco  y  Shakespeare,  que  con  otras  grandes  figuras  han  sido  reclamadas  por  el  panger- 


manismo,  atribuyéndoles  origen  alemán 

Los  grandes  hombres  de  la  humanidad  no  han 
bastado  á  la  ambición  anexionista  de  estos  dementes 
del  patriotismo.  Han  querido  dar  á  su  doctrina  un 
carácter  divino,  y  el  doctor  Reimer,  en  una  obra  vo- 
luminosa titulada  Una  Alemania  pangcmanista,  ha 
hecho  algo  más  que  todos  sus  colegas.  Reimer  prueba 
de  un  modo  concluyente  que  Jesucristo  fué  alemán. 
«Si  Cristo  no  es  de  origen  teutón — argumenta  dicho 
autor — ,  habría  que  considerarlo  como  un  simple  mito; 
pero  como  nuestro  Salvador  ha  existido,  y  esto  nadie 
puede  ponerlo  en  duda,  de  aquí  que  hay  que  recono- 
cerlo como  alemán.»  Además  la  tradición  afirma  que 
fué  rubio,  prueba  concluyente  de  germanismo  que 
únicamente  pueden  desconocer  los  espíritus  obtusos  ó 
frivolos  de  la  Europa  del  Sur.  El  erudito  doctor  rema- 
cha su  demostración  con  el  apoyo  de  la  etimología 
— que  no  se  engaña  nunca — ,  analizando  el  nombre  de 
Jesús.  La  primera  sílaba,  Jex,  es  para  él  una  altera- 
ción de  la  sílaba  Gvr.  La  segunda  sílaba,  ux,  es  una 
terminación  latina  de  todas  las  palabras  masculinas 
y  equivale  en  idioma  germánico  á  man  De  lo  que  re- 
sulta indiscutiblemente  que  Jesús  quiere  decir  Ger- 
mán, ó  sea  germano.  ¿Quién,  después  de  esto,  podrá 

negar  que  Jesu- 
cristo fué  ale- 
mán?... 

El  lector, 
asombrado  por 
la  inmensidad 
de  tales  extra- 
vagancias, tal 
vez  las  crea 
producto  de 
unos  simples 
locos,  sin  nin- 
gún prestigio 
en  su  país.  Se 
equivoca.  Es- 
tas divagacio- 
nes han  sido 
acogidas  por 


(Punch,  de  Loudres) 


toda  la  Alemania  estu- 
diosa «como  palabras  de 
Evangelio»,  ayudando  á 
su  éxito  el  verlas  apoya- 
das y  propagadas  por 
Guillermo  IL  Las  revis- 
tas más  serias  y  anti- 
guas del  profesorado,  así 
como  las  publicaciones 
más  difundidas  de  la  li- 
teratura alemana,  ana- 
lizaron los  libros  extra- 
vagantes de  Woltmann 
y  de  Reimer  con  la  mis- 
ma gravedad  que  dedi- 
can á  las  obras  científi- 
cas de  primer  orden.  En 
las  bibliotecas  más  severas  é  inabordables  de  Alema- 
nia figuran  estos  dos  libros.  El  kaiser  ha  favorecido 
su  publicación  y  facilitado  con  su  dinero  las  edicio- 
nes abundantes.  El  pangermanismo,  que  desea  man- 
tener al  pueblo  alemán  «peligrosamente  enfermo,  in- 
solentemente vanidoso  é  hinchado  de  un  orgullo  terri- 
ble», ha  visto  en  tales  obras  y  otras  de  su  misma  clase 
el  medio  de  acrecentar  su  influencia  en  las  masas.  El 
emperador  megalómano  también  tiene  interés  en  ati- 
zar el  fuego  de  la  orgullosa  demencia  alemana,  hacien- 
do creer  al  pueblo  que  la  Providencia  lo  ha  creado 
para  que  sea 
el  dispensador 
de  toda  civili- 
zación, el  ins- 
trumento del 
cíelo  y  que  sus 
enemigos  son 
los  enemigos  de 


El  pangermanismo  apoderándose  del  mundo 

(Caricatura  de  Maitrejeau) 


Un  pangermanlsta  humillado  al  verse  prisionero 
de  dos  bárbaros  Ignorantes  de  su  alta  <kullur> 

(The  Daily  Qraphic,  de  Loudros) 


Dios. 

D 

Los  profeso- 
res del  panger- 
manismo que 
se  apoyan  en 
una  metódica 
falsificación  de 
la  historia, 
para    hacer 

creer  que  gran  parte  del  mundo  corresponde  á  Ale- 
mania, han  apelado  igualmente  á  la  etnología  para 
demostrar  la  superioridad  de  las  razas  indo-germáni- 
cas, que  son  rubias,  sobre  las  razas  que  no  son  indo- 
germánicas ni  rubias. 

Lo  más  extraordinario  es  que  esta  nueva  manifes- 
tación seudo-cientifica  de  la  soberbia  alemana,  está 
basada  en  las  teorías  de  un  francés,  el  conde  Aquiles 
de  Gobineau. 

Éste,  que  fué  un  diplomático  de  talento  paradojal, 
vivió  largos  años  en  el  extranjero  y  escribió  muchos 
libros,  sin  conseguir  la  celebridad  en  su  país.  Hostil  á 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


483 


la  Francia  moderna  y  democrática,  que  concede  los 
primeros  puestos  por  el  sufragio  popular  y  no  por  los 
privilegios  del  nacimiento,  el  conde  de  Gobineau  em- 
pleó sus  largos  ocios  diplomáticos  escribiendo  obras 
literarias  y  científicas  que  cayeron  al  poco  tiempo  en 
el  olvido. 

El  más  voluminoso  de  sus  libros,  un  tratado  sobre 
La  denigunldctd  de  las  razas  humanas,  pasó  inadverti- 
do en  Francia  y  obtuvo  al  otro  lado  del  Rhin  un 
éxito  inmenso,  aceptándolo  los  alemanes  como 
una  especie  de  Evangelio.  Ricardo  VVágner,  gnin 
amigo  de  Gobineau,  fué  de  los  que  más  contribu- 
yeron á  la  difusión  de  sus  teorías.  El  diplomáti- 
co, retirado  en  una  provincia  de  su  país  á  fines 
del  imperio  de  Napoleón  III,  se  vio  elevado  por 
los  profesores  de  Alemania  á  las  alturas  de  la 
mayor  celebridad.  Este  francés,  sin  darse  cuen- 
ta y  sin  desearlo,  había  halagado  la  soberbia 
alemana,  dando  una  base  falsa,  pero  de  aparien- 
cia científica,  á  su  orgullo  y  sus  anhelos  de  do- 
minación. 

Ya  en  tiempos  anteriores  algunos  nobles  fran- 
ceses de  alta  cultura,  deseosos  de  sostener  sus 
privilegios  de  nacimiento,  dándoles  un  barniz 
científico,  habían  escrito  libros  para  demostrar 
la  superioridad  de  la  sangre  azul  de  los  francos, 
dominadores  y  aristocráticos,  sobre  la  sangre 
roja  de  la  muchedumbre  de  galos-romanos.  Pero 
esta  tesis  era  ya  vieja  en  la  época  de  Gobineau. 
La  ciencia  ha  demostrado  que  la  sangre  es  roja 
para  todo  el  mundo,  y  que  una  sangre  que  se 
vuelve  azul  corta  el  desarrollo  de  la  vida.  El 
aristocrático  y  melancólico  Gobineau  tuvo  que 
renunciar  al  argumento  del  color  de  la  sangre, 
pero  descubrió  otro  de  mayor  novedad,  el  del 
color  de  los  cabellos,  que  es  menos  discutible, 
pues  nadie  puede  negar  que  existen  en  el  mundo 
hombres  morenos  y  hombres  rubios.  Toda  la  doc- 
trina de  Gobineau,  expuesta  con  la  difusión 
amada  por  los  alemanes,  se  basa  en  el  siguiente 
silogismo:  «Los  hombres  rubios  han  nacido  para 
mandar  á  los  hombres  morenos.  La  prueba  es 
que  los  germanos  que  eran  rubios  conquistaron 
á  la  Galia  romana.» 

Como  dice  P.  Mille,  lo  que  se  calló  Gobineau, 
pero  se  lee  entre  líneas  en  toda  su  obra,  es  esta 
conclusión  egoísta:  «Yo  desciendo  de  los  hombres  ru- 
bios; luego  debéis  darme  el  lugar  que  me  correspon- 
de.» Gobineau  no  parecía  muy  seguro  de  la  solidez 
de  sus  teorías,  pero  era  un  escritor  que  ansiaba  apo- 
derarse de  la  atención  pública,  esquiva  hasta  enton- 
ces con  él,  asombrándola  con  toda  clase  de  paradojas 
audaces.  Francia,  que  sabe  distinguir,  no  hizo  gran 
caso  de  las  exageraciones  del  escritor,  pero  los  ale- 
manes las  aceptaron  como  sí  fuesen  oro  puro,  tanto 
más  cuanto  que  halagaban  su  pretensión  á  la  supe- 
rioridad sobre  el  resto  del  mundo. 

El  entusiasmo  por  Gobineau  tomó  en  las  universi- 


dades germánicas  el  carácter  de  un  culto  religioso. 
Los  profesores  se  asociaron  formando  escuela  en  tor- 
no de  la  obra  de  este  francés  que  al  morir  parecía 
algo  asombrado  é  inquieto  por  su  inesperada  gloria 
al  otro  lado  del  Rhin.  Las  sociedades  de  estudios  «go- 
bíneauescos»  comentaron,  profundizaron  y  retorcie- 
ron las  doctrinas  del  maestro,  dando  el  carácter  de 
una  verdad  científica  é  indiscutible  á  la  superior  no- 


Shakespeare.  dramaturgo  alemán,  frecuentemente  traducido  en  Inglaterra 

(The  Byítander) 

bleza  de  la  raza  alemana  sobre  todos  los  pueblos  del 
mundo. 

Hace  muchos  años  que  no  existe  la  Alemania  poé- 
tica y  sentimental  descrita  por  Míid.  Stael;  la  Ale- 
mania virtuosa  y  pensadora  que  el  entusiasta  Miche- 
let  ofrecía  como  modelo  á  Europa.  La  Alemania  del 
presente,  orguUosa  de  sus  victorias,  que  todo  lo  ve 
grande,  colosal,  y  sin  despojarse  de  su  armadura  de  la 
Edad  Media  quiere  imitar  la  vida  juvenil  y  vertigi- 
nosa de  los  Estados  Unidos,  es  muy  distinta  á  la  Ale- 
mania del  pacifista  Kant,  del  sereno  y  humano  Goethe, 
del  republicano  Beethoven. 


484 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL    KlíONPlilMTZ    Y    SU   HIJO    BO    PKÍNCll'K 
OUILLBKMI)   FBDBKICO 

Los  pangermanistas  reniegan  su  pasado  intelec- 
tual y  pacifico,  ya  que  sólo  lo  recuerdan  como  una 
justificación  engañosa  del  presente  ó  como  un  titulo 
de  orgullo,  sin  intento  alguno  de  reanudar  sus  tradi- 
ciones. Ahora  Alemania  es  simplemente  un  pueblo  de 
hombres  de  acción,  envanecidos  por  su  rápido  triunfo, 
hambrientos  de  riquezas  y  de  goces,  convencidos  de 
que  la  prosperidad  material  es  el  único  fin  del  progreso 
humano,  sostenedores  de  una  civilización  que  se  basa 
en  el  bienestar  automático,   ansiosos  de  imponer  su 

propio  molde  á 
todas  las  na- 
ciones. 

«Alemania  es 
la  sal  de  la  tie- 
rra.» «La  hu- 
manidad se  sal- 
va ni  haciéndo- 
se alemana.»  Y 
el  militarismo 
se  ve  apoyado 
por  estas  afir- 
maciones y 
otras  semejan- 
tes que  surgen 
de  las  universi- 
dades de  más 
bü  cituz  Dü  HiKiiuo  ^llii  "6l   Rhin. 

(New  York  Tribune)       Una   estrecha 


confratei-nidad  existe  entre  el  oficial  y  el  profesor. 
El  cuarto  de  banderas  y  el  laboratorio  abrigan  las 
mismas  aspiraciones. 

El  sabio  alemán,  hombre  pacifico  en  su  vida  prác- 
tica, que  encamina  todas  sus  energías  á  la  conquista 
de  un  titulo  de  Excelencia,  muestra  teóricamente 
desde  su  pacifico  retiro  la  ferocidad  implacable  de  un 
bárbaro  de  las  antiguas  invasiones.  Al  ver  al  gallar- 
do teniente  de  la  Guardia  ó  al  escuchar  las  arengas 
belicosas  que  vocaliza  el  kaiser  como  un  tenor  heroi- 
co, el  alma  de  este  sabio,  que  es  tierna  y  guerrera  á 
la  vez,  siente  el  deslumbramiento  amoroso,  el  mismo 
éxtasis  simple  que  arrastra  en  los  paseos  á  la  nodriza 
ó  la  criada  hacia  el  hombre  de  tropa  con  vistoso  uni- 
forme. 

Mientras  los  descendientes  de  Federico  II  sueñan 
con  apoderarse  de  Europa  entera  valiéndose  del  mis- 
mo procedimiento  que  empleó  aquél  para  enseñorear- 
se de  la  Silesia,  los  respetables  profesores  de  Alema- 
nia falsifican  anticipadamente  los  derechos  que  han 
de  servir  para  justificar  tales  conquistas.  Con  este  fin 
han  retocado  y  completado  la  doctrina  de  Gobineau, 
produciendo  una  teoria  monstruosa  y  pueril  que  pre- 
tende demostrar  cómo  la  humanidad  entera  debe  ser 
gobernada  por 
el  soberano  de 
Prusia. 

Los  germa- 
nos son,  según 
ellos,  la  aristo- 
cracia de  la  hu- 
manidad. Dis- 
frutan de  este 
titulo  de  supre- 
ma nobleza, 
porque  proce- 
den directa- 
mente de  los 
antiguos  arios. 
Los  ingleses 
también  eran 
arios,  según  los 
profesores  ale- 
manes. No  podian  negarles  este  origen,  ya  que  según 
Gobineau  el  ario  tenia  el  cabello  rubio  y  los  ojos 
azules. 

Pero  los  subditos  británicos  desde  hace  unos  me- 
ses, ó  sea  desde  que  se  pusieron  enfrente  de  la  políti- 
ca de  Guillermo  II  y  su  canciller  Bethmann-Hollweg, 
j'a  no  son  arios.  Perdieron  todos  sus  derechos  y  no 
merecen  la  más  pequeña  parte  en  el  futuro  reparto 
del  mundo.  Son  traidores  á  su  origen,  y  por  culpa  de 
Sir  Edward  Grey  caerá  sobre  ellos  la  maldición  de 
sus  remotos  abuelos  los  arios,  que  nadie  sabe  cómo 
fueron  y  cuyas  tumbas  nadie  sabe  dónde  están. 

La  ciencia  que  no  es  alemana  se  atreve  á  decir 
que  es  una  puerilidad  hablar  de  razas  como  de  algo 
determinado  é  intangible;  que  no  existen  razas  puras; 


EL    CASCO    GERMÁNICO   APLASTANDO 
Á    LA    PALOMA    DE    LA    PAZ 

(Life,  de  Niiev»  York) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


485 


A   LA   CONQUISTA   DEL   MUNDO 


(Mucha,  de  Vaisovia) 


que  después  de  tantos  siglos  de  historia  conocida,  cada 
pueblo  es  un  conjunto  de  diversas  sangres  y  orígenes, 
y  que  la  misma  nacionali- 
dad alemana,  formada  al 
azar  de  las  conquistas,  está 
compuesta  de  diversos  ele- 
mentos étnicos.  Los  prusia- 
nos, directores  de  los  desti- 
nos de  Alemania,  resultan, 
por  su  origen,  más  eslavos 
que  germanos.  No  todos  ellos 
son  rubios  ni  tienen  los  ojos 
azules,  y  en  cambio  las  gen- 
tes de  este  aspecto  abundan 
en  los  pueblos  del  Sur.  El 
cráneo  del  ario  era,  según 
los  investigadores,  muy  des- 
arrollado y  saliente  en  su 
parte  posterior,  y  el  buen 
alemán,  por  la  grotesca  con- 
figuración de  la  cápsula  ósea 
que  contiene  el  tesoro  de  sus 
orgullos  y  sus  locas  esperan- 
zas, ha  merecido  de  muchos 
pueblos  el  apodo  de  «cabeza 
cuadrada». 

Además — y  esto  es  muy 
importante — ,  nadie  sabe 
con  certeza  cómo  fueron  los 
arios;  nadie  puede  probar  si 
realmente  existieron  como 


una  raza  pura  y  originaria,  ó  si  son  una  de  tantas 
denominaciones  inventadas  por  la  ciencia  para  encua- 
drar sus  teorías.  Unos  han 
tenido  á  bien  imaginárselos 
rubios  y  grandes;  otros,  con 
igual  derecho,  los  han  des- 
crito morenos  y  de  mediana 
estatura. 

Los  profesores  alemanes 
convierten  al  ario — ya  que 
éste  no  puede  quejai'se  y  se 
presta  á  todo— en  un  perfec- 
to alemán,  y  en  nombre  de 
la  superioridad  aria  justifi- 
can las  aspiraciones  germá- 
nicas al  dominio  del  mundo. 
El  mundo  debe  ser  goberna- 
do por  los  más  nobles;  y  los 
más  nobles  son  ellos. 

Europa  se  halla  dividida, 
según  los  pangermanistas, 
en  dos  enormes  agrupacio- 
nes étnicas.  Al  Norte,  el  ario, 
ó  sea  el  alemán,  el  señor  que 
reclama  su  herencia,  «la 
sal  de  la  tierra»,  rubio, 
blanco,  con  ojos  azules.  Al 
Sur,  el  homo  mediterraneus, 
moreno,  inquieto,  mentiroso 
— pues  sólo  el  alemán  cono- 
ce la  verdad — ,  de  gran  ra- 


BL    MENSAJERO    DE    I>A    GUERRA 

La  Muertb  al  Obrero.— DcIü  eso  y  toma  el   fusil.  Tu  trabajo, 
para  mi,  no  representa  nada. 

(Maoriland  Worker  de  WelUugton) 


486 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


pidez  para  la  comprensión,  de  una  inteligencia  Biem- 
pre  pronta  al  invento  y  con  un  exagerado  amor  á  la 
libertad;  defectos  todos  ellos  que  le  hacen  ser  algo  in- 
dependiente é  ingobernable.  En  resumen:  una  mala 
persona. 

Este  homo  mediterraneus  es  el  que  desde  Grecia  y 
desde  Roma  civilizó  al  mundo.  Á  este  tipo  inferior, 
llamado  á  desaparecer  por  una  sentencia  del  profeso- 
rado germánico,  pertene- 
cemos todos  nosotros  los 
llamados  latinos. 

La  pueril  división  do 
razas  de  los  alemanes  con 
su  acompañamiento  de 
virtudes  y  defectos,  com- 
pletamente gratuitos,  es 
visible  en  la  más  genera- 
lizada de  las  produccio- 
nes del  arte  germánico 
contemporáneo.  Wágner, 
amigo  y  admirador  de  Go- 
bineau,  se  dejó  influen- 
ciar por  las  teorías  de  éste 
en  sus  obras  de  poeta-mú- 
sico. 

Sigfrido  resulta  el  héroe 
representativo  de  la  mo- 
derna Alemania.  Recuer- 
da á  Guillermo  II,  á  pesar 
de  sus  brazos  robustos. 
Es  un  tócalotodo  exube- 
rante, hablador,  jactan- 
cioso, incoherente,  sober- 
bio, como  hijo  de  los  dio- 
ses, y  que  se  cree  capaz 
de  las  empresas  más  in- 
verosímiles. Olvida  la  fe 
jurada  con  fácil  ingrati- 
tud y  salta  rápidamente 
de  un  sentimiento  á  otro. 
No  dice  que  guarda  «la 
pólvora  seca»,  porque  en 
tiempos  del  Walhalla  no 
la  había,  pero  canta  la 
gloria  de  «la  espada  bien 
afilada»,  como  si  fuese  un 

orador  de  grandes  maniobras  ó  de  cubierta  de  yatch. 
Su  suficiencia  no  reconoce  limites,  y  al  percibir  la  voz 
del  ruiseñor  entre  los  murmullos  de  la  selva,  corta 
una  flauta  en  las  cañas  y  pretende  imitar  torpemente 
la  melodía  de  la  Naturaleza.  Del  mismo  modo  el  Sig- 
frido de  nuestra  época,  hastiado  de  pronunciar  aren- 
gas y  dar  su  nombre  á  cuadros  ajenos,  se  sintió  atraí- 
do por  los  gorjeos  de  la  gloria  artística,  y  cortando 
una  flauta...  en  un  cañón  de  fusil,  lanzó  al  viento  el 
Himno  á  Egir,  música  divina  de  la  que  nadie  pudo 
reírse  sin  incurrir  en  el  delito  de  lesa  majestad. 

Sigfrido,  el  héroe  inconsciente,  es  rubio:  un  verda- 


dero ario.  En  cambio,  el  traidor  Hagen,  que  acaba 
con  él,  los  sórdidos  nibelungos,  los  enanos  malignos, 
toda  la  caterva  ruin,  enemiga  de  la  nobleza  y  el  he- 
roísmo, son  morenos  y  de  cabello  negro:  todos  repre- 
sentantes del  homo  mediterraneus,  que  deberá  ser 
suprimido  ó  esclavizado  cuando  el  mundo  se  salve, 
dejándose  gobernar  por  los  alemanes. 

El  sabio  prusiano  que  colabora  con  el  Estado  Ma- 
yor dispone  de  algo  más 
que  los  orígenes  étnicos 
para  afirmar  el  derecho 
de  Alemania  sobre  los 
pueblos  de  Europa.  Apela 
á  la  Historia  y  declara 
tierra  alemana  todo  país 
hollado  por  las  tribus  ger- 
mánicas invasoras,  aun- 
que hayan  transcurrido 
desde  entonces  decenas  de 
siglos. 

Ya  hemos  dicho  cómo 
el  pangermanismo  recla- 
ma por  suyas  Bélgica,  Ho- 
landa y  muchas  provin- 
cias de  Francia.  Si  sus 
teorías  adquiriesen  un  es- 
tado de  realidad,  la  Ger- 
mania,  victoriosa,  con  la 
historia  en  la  mano  lo 
mismo  que  una  ganzúa, 
irá  forzando  las  puertas 
de  todos  los  pueblos.  Sí 
sus  guerreros  pudieran 
apoderarse  de  Francia  en- 
tera, sus  profesores  se  en- 
cargarían de  probar  des- 
pués que  Francia  había 
sido  alemana  siempre. 
Con  igual  facilidad  demos- 
trarían que  Italia  es  ale- 
mana por  los  emperadores 
germánicosque  en  la  Edad 
Media  extendieron  su  po- 
derío á  la  Sicilia. 

Hasta  los  habitantes  de 
la  Península  Ibérica,  es- 
pañoles y  portugueses,  quedaríamos  comprendidos  en 
sus  reivindicaciones  históricas  cuando  nos  llegase  la 
hora.  Los  burgraves  de  la  universidad  evocarían  el 
recuerdo  de  los  godos,  fundadores  de  la  monarquía 
española.  Igualmente  harían  memoria  de  los  vánda- 
los que  de  las  arenosas  llanuras  de  Prusia  vinieron  á 
civilizar  Andalucía  con  la  antorcha  y  con  la  espada, 
lo  mismo  que  sus  descendientes  acaban  de  civilizar  á 
Bélgica.  Y  como  la  mayor  parte  de  América  fué  des- 
cubierta y  civilizada  por  españoles  y  portugueses,  el 
vencedor  alemán,  en  nombre  de  una  Iberia  alemana 
hace  quince  siglos  por  la  invasión  de  los  godos  y  los 


QUERIENDO    ESCALAR    EL    PEDESTAL   DE   LOS    GRANDBS 
CONQUISTADORES   DEL    MUNDO 

(Mofiern  Life) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


487 


vándalos,  haría  valer  sus  derechos  sobre  el  Nuevo 
Mundo,  desde  los  Estados  meridionales  de  la  Repúbli- 
ca Norte -Americana  que  fueron  españoles  hasta  la 
Tierra  de  Fuego. 

Esto  es  absurdo:  no  lo  negamos.  Pero  todo  absurdo 
es  colosal,  y  lo  colosal  atrae  con  fuerza  irresistible  á 
la  mentalidad  germánica.  Más  absurdo  resulta  que  en 
nuestra  época,  de  rápidas  comunicaciones  y  medios 
de  información  unlversalizados,  noventa  y  tres  inte- 
lectuales de  Alemania,  muchos  de  ellos  eminentes  y 
que  gozaban  de  general  respeto,  hayan  mentido  como 
bellacos, 
pretendien 
do  engañar 
al  mundo 
en  un  ma- 
nifiesto del 
que  habla- 
remos opor 
tunamen- 
te, y  en  el 
que  repiten 
como  una 
cantinela: 
«No  es  ver- 
dad que  ha- 
yamos des- 
truido pue- 
blos en  Bél- 
gica.» «No 
es  verdad 
que  asesi- 
nemos á  las 
gentes. » 
«Creednos 
en  nombre 
.deKant,de 
Goethe  y 
de  Beetho- 
ven»,  á  la 
misma  ho- 
ra en  que 

llameaban  las  ciudades  bajo  la  pastilla  incendiaria  del 
laboratorio  de  Berlín,  se  desmoronaban  las  universi- 
dades, corrían  las  multitudes  locas  de  terror  huyendo 
de  las  furias  diabólicas  regimentadas  y  disciplinadas 
á  la  prusiana,  y  caían  acribillados  por  el  plomo  los 
«bandidos»  belgas  y  franceses  que  osaron  defender  sus 
casas  y  la  honra  de  sus  mujeres. 

Para  el  conquistador  alemán  lo  primero  es  tomar, 
siguiendo  el  cínico  consejo  de  Federico  II.  Tras  de  sus 
pasos  llega  el  sabio,  y  extendiendo  mapas  y  apuntes 
sobre  la  cureña  del  420,  demuestra,  con  un  método 
rectilíneo  y  la  testarudez  de  un  buey  que  abre  el  sur- 
co, cómo  toda  la  tierra  conquistada  pertenecía  antes 
á  los  alemanes,  cómo  les  corresponden  otras  y  otras 
adquisiciones  hasta  que  el  globo  entero  sea  suyo,  y 
cómo  la  mayor  felicidad  para  un  hombre  del  siglo  XX 


consiste  en  ser  algún  día  subdito  de  Guillermo  II,  al 
que  llama  el  profesor  Lasson  de  Berlín  «Delicias  del 


género  humano». 


El  homo  mediterraneus ,  que  tiene  un  concepto  espe- 
cial de  la  dignidad,  no  quiere  plegarse  á  la  disciplina 
automática  preconizada  por  los  alemanes  como  el  me- 
jor modelo  de  existencia.  Su  noción  del  ridículo — una 
noción  propia  de  los  pueblos  inferiores,  que  no  cono- 
ce la  superioridad  germánica — le  impide  avanzar  en 
la  vida  marcando  el  paso  y  extendiendo  rígida  la 

pierna,  eo- 
Bi  mo  en  «la 
marcha  del 
ganso»  in- 
ventad a 
por  el  rey- 
sargento. 

Pero  á 
pesa  r  d  e 
estos  gra- 
ves defec- 
tos, el  hom- 
bre more- 
no, ruido- 
so, indivi- 
dualista y 
poco  gober- 
nable, ha 
hecho  algo 
digno  de 
mención 
desde  que 
la  Historia 
empezó  á 
consignar 
sus  hechos. 
Esparcido 
en  las  mil 
islas  del 
fondo  del 
Mediterrá- 
neo, fué  barquero  de  lo  desconocido,  argonauta  del 
misterio,  pastor  de  las  montañas  perfumadas  entre 
enjambres  de  rumorosas  abejas,  comerciante  en  los 
puertos,  donde  al  mismo  tiempo  que  las  mercancías 
se  cambiaban  los  poemas  de  los  rapsodas.  Sobrio  y 
entusiasta,  alimentado  con  pescado  seco,  un  poco  de 
miel  y  torrentes  de  sol,  pensó  y  soñó  como  ningún  otro 
pueblo  de  la  tierra.  El  mundo,  después  de  tres  rail 
años,  admira  su  obra  más  que  la  de  los  imperios  de 
monstruoso  poder. 

Estos  hombres  mediterráneos  dieron  forma  al  pa- 
triotismo en  Maratón  y  Salamina;  cristalizaron  el  sen- 
timiento de  la  belleza  en  las  columnatas  de  las  acró- 
polis y  los  blancos  frontones  reflejados  por  el  espejo 
verde  del  mar;  encendieron  el  fuego  divino  de  la  poe- 
sía, de  las  artes  y  del  pensamiento  filosófico;  divini- 


LA    «KULTÜR»    BN   ACCIÓN 

La  Universidad  de  Lovalna  entregando  al  kaiser  el  diploma  del  doctorado  de  honor  («lionoris  causa») 

por  su  tesis  sobre  el  derecho  de  los  pueblos 

(Dibujo  de  Albert  Uuhn,  de  Ifotenkraker,  de  Amstordáu) 


488 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


zaron  su  propia  existencia  dando  á  los  dioses  la  forma 
humana.  Su  imaginación  pobló  las  ondas  de  sirenas, 
los  ríos  de  ninfas,  los  bosques  de  faunos  errantes  y 
velludos  que  hicieron  sonar  en  sus  rústicas  flautas  la 
santa  alegría  de  vivir. 

Otros  hombres  morenos,  atormentados  por  la  pre- 
ocupación del  más  allá  de  la  muerte,  soñaron  también 
en  las  orillas  mediterráneas,  elaborando  diversas  con- 
cepciones del  misterio  de  ultratumba,  así  como  los 
griegos  habían  construido  su  serena  obra  para  glorití- 
car  la  terrenal  existencia. 
Todas  las  religiones  que 
hoy  dirigen  y  aconsejan  al 
mundo  civilizado,  surgie- 
ron de  la  orilla  que  bate  el 
mar  azul  después  de  haber- 
se deslizado  por  las  tortuo- 
sidades de  los  archipiéla- 
gos griegos. 

El  germano  hinchado  de 
orgullo,  que  se  considera 
único  en  el  mundo,  si  es 
creyente — cristiano  ó  ju- 
dío—  tiene  que  repetir  lo 
que  hace  miles  de  años  pen- 
saron dos  agrupaciones  de 
hombres  surgidas  del  suelo 
árido  de  Judea.  Si  es  incré- 
dulo, todas  sus  audacias  in- 
telectuales no  pueden  ir 
más  allá  de  lo  que  explo- 
raron mentalmente  otros 
hombres  paseando  por  los 
pórticos  de  Atenas.  Sí  adora 
á  las  artes  tiene  que  sufrir 
la  remota  y  viva  influen- 
cia de  una  estética  inmor- 
tal, y  cuando  intenta  salirse 
de  ella  por  un  anhelo  impul- 
sivo de  originalidad,  pro- 
duce lo  grande,  lo  mons- 
truoso, sinónimo  de  fealdad 
ó  ridiculez. 

Hasta  en  la  guerra,  que  es  según  el  alemán  la  más 
divina  de  las  manifestaciones  humíxnas,  sufre  éste  la 
humillante  superioridad  de  las  gentes  del  Sur,  menos- 
preciadas por  él.  Su  héroe  Federico  fué  gran  capitán 
en  una  época  que  no  produjo  un  solo  capitán  media- 
no. Su  Moltke,  glorioso  obrero  de  la  estrategia,  metó- 
dico y  paciente,  adaptó  y  ajustó  las  enseñanzas  ante- 
riores, sin  originalidad  personal.  En  cambio  el  des- 
preciable hombre  moreno  ha  dado  al  mundo  los  dos 
artistas  más  portentosos  de  la  guerra,  salidos  ambos 
de  dos  islas  del  Mediterráneo:  el  balear  Aníbal  y  el 
corso  Napoleón. 

D 

Uno  de  los  libros  del  pangermanismo  que  ha  ob- 
tenido mayor  éxito  en  los  círculos  intelectuales  de 


BL  PANCtBRMANISTA   qubrien 
PEQUEÑOS    EN 


Alemania  es  el  titulado  La  idea  alemana  en  el  mundo, 
de  P.  Rohrbach. 

Según  este  autor,  que  da  á  sus  teorías  de  domina- 
ción cierto  barniz  científlco,  el  engrandecimiento  del 
Imperio  de  Alemania  no  es  sólo  una  exigencia  del  au- 
mento de  población  y  de  las  necesidades  económicas, 
sino  una  necesidad  histórica,  impuesta  por  el  pro- 
greso. 

Las  pequeñas  nacionalidades  son  según  Rohrbach 
un  obstáculo  para  el  desenvolvimiento  de  la  humani- 
dad. Su  conservación  no 
tiene  valor  alguno,  y  hay 
que  buscar  el  suprimirlas 
de  cualquier  modo,  facili- 
tando así  el  libre  desenvol- 
vimiento de  la  civilización. 
Se  comprende  que  esta 
teoría  seudo-científlca,  que 
halaga  los  sentimientos  be- 
licosos y  conquistadores, 
haya  sido  aceptada  con 
gran  entusiasmo  por  el  pan- 
germanismo. 

Rohrbach  en  su  obra  in- 
vitó hace  algunos  años  á 
los  holandeses,  los  belgas, 
los  suizos  y  los  austríacos 
de  lengua  germánica,  á  con- 
fundirse en  el  seno  del  cen- 
tro cultural  de  la  civiliza- 
ción alemana.  «Lo  mismo 
que  los  pequeños  Estados 
— dice  el  autor  pangerma- 
nista — no  pueden  construir 
una  flota  de  dreadnovghts 
modernos  porque  los  gastos 
de  uno  sólo  arruinarían  su 
presupuesto,  se  hallan  tam- 
bién imposibilitados  para 
producir  una  civilización 
completa  desde  la  raíz  hasta 
la  alta  copa,  pues  esto  exi- 
ge una  base  más  amplia.» 
Este  argumento,  que  repiten  los  pangermanistas 
para  demostrar  el  beneficio  civilizador  de  una  Alema- 
nia enorme  en  la  que  se  confundirían  todos  los  pueblos 
del  Norte,  es  completamente  falso.  La  civilización  de 
los  pueblos  nada  tiene  que  ver  con  la  extensión  de  su 
territorio.  Grandes  y  poderosos  imperios  hah  sido 
centros  de  barbarie,  y  Estados  pequeños  han  cum- 
plido su  misión  civilizadora  con  éxito  más  durable  é 
intenso  que  las  grandes  naciones.  Hay  además  en  la 
Historia  pueblos  que  en  su  modestia  territorial  sirvie- 
ron intensamente  á  la  civilización  y  al  engrandecerse 
luego  por  la  conquista  cayeron  en  la  decadencia. 

Á  esta  teoría  del  pangermanismo — partido  que  por 
vivir  bajo  la  dirección  de  profesores  apela  con  fre- 
cuencia  á  los  ejemplos  clásicoB — puede  oponerse  el 


DO    MBTBRSB    A    LOS    PUEBLOS 
EL    BOLSILLO 
(De  Telegraaf,  de  Amsterdáu) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


489 


consejo  de  Aristóteles  á  sus  compatriotas:  «Haced  do 
modo  que  el  número  de  los  ciudadanos  en  cada  Estado 
no  exceda  de  10.000;  asi  podnin  reunirse  en  la  plaza 
pública  y  tratar  directamente  sus  asuntos.» 

Muchos  al  hablar  del  pangermanismo  }•  su  política 
violenta  y  dura  recuerdan  tá  Nietzsche,  como  si  el  cé- 
lebre filósofo  influyese  directamente  en  la  Alemania 
contemporánea  y  fuera  el  verdadero  inspirador  de  su 
conducta.  Todos  los  extranjeros  que  han  estudiado  de 
cerca  la  Alemania  de  los  últimos  años  y  sus  ideales 
«prácticos»  niegan  que  haya  existido  esta  influencia 
filosófica.  Paul  Vergnet  dice 
asi:  «Nietzsche  ya  no  está  de 
moda  en  las  universidades 
alemanas,  ni  tampoco  ningún 
otro  filósofo.  En  clase  de  idea- 
lismo los  intelectuales  ale- 
manes sólo  reconocen  aliora 
el  idealismo  del  Estado.» 

No  se  puede  juzgar  á 
Nietzsche  por  sus  obras  ais- 
ladas, y  hay  que  tener  en 
cuenta  las  diversas  fechas 
de  su  publicación  para  se- 
guir las  evoluciones  de  su 
pensamiento.  Este  filósofo, 
que  en  realidad  era  un  poeta 
dedicado  á  la  filosofía — como 
su  antiguo  amigo  VVágner 
fué  un  poeta  dedicado  á  la 
música — ,  reflejó  con  una  en- 
fermiza sensibilidad  los  mo- 
vimientos de  su  país  y  de  su 
época.  Contagiado  por  el  en- 
tusiasmo de  los  alemanes  en 
1870,  al  verse  victoriosos  so- 
bre Francia,  á  la  que  luibían 
temido  siempre,  Nietzsche 
quiso  conocer  la  guerra  de 
cerca  y  respirar  el  hedor  de 
los  campos  de  batalla,  alis- 
tándose como  enfermero  vo- 
luntario. Pero  su  alma  se  sació  pronto  de  estas  im- 
presiones, experimentando  una  legítima  inquietud  al 
ver  cómo  se  formaba  el  bloque  monstruoso  de  la  Ale- 
mania unificada  y  dirigida  por  Prusía. 

Del  mismo  modo  que  frente  al  arte  sublime,  pero 
obscuro,  de  Wágner,  glorificó  la  música  clara  y  atra- 
yente  de  los  países  latinos,  Nietzsche,  en  sus  últimos 
tiempos,  asustado  por  la  Alemania  de  Bismarck,  evo- 
có como  modelo  diguo  de  imitación  las  antiguas  repú- 
blicas griegas,  las  virtudes  de  los  pequeños  pueblos 
libres,  donde  los  derechos  de  la  conciencia  individual 
no  son  aplastados  por  la  soberanía  del  Estado. 

Nadie  ha  dicho  contra  la  Alemania  de  nuestros 
días  lo  que  este  filósofo  alemán  en  los  últimos  años  de 
su  existencia,  cuando  viú  desfiguradas  sus  doctrinas  y 
falsificados  sus  ensueños,  para  servir  mejor  las  aspi- 


NIBTZSCHB 


raciones  del  Imperio.  Como  si  presintiese  los  atenta- 
dos que  éste  había  de  cometer  contra  la  verdadera 
civilización,  lo  denunció  en  sus  últimos  escritos. 

Federico  Nietzsche  afirmó  siempre  que  él  «repre- 
sentaba una  casualidad  entre  los  alemanes»,  dando  á 
entender  con  esto  la  divergencia  radical  existente 
entre  su  pensamiento  j'  el  del  Imperio. 

He  aquí  algunas  de  sus  opiniones  sobre  la  Alema- 
nia contemporánea  que  muchos  consideran  como  obra 
suya. 

«Los  alemanes,  esos  retardatarios  por  excelencia 
en  el  curso  de  la  Historia, 
son  hoy  el  pueblo  más  atra- 
sado de  Europa  en  lo  que  se 
refiere  á  la  verdadera  civi- 
lización.» 

«Definición  de  un  germa- 
no: una  obediencia  con  pier- 
nas largas.  Jamás  se  ha  obe- 
decido mejor  en  Alemania 
que  en  el  momento  presente, 
y  esto  es  digno  de  un  siglo 
que  la  posteridad  llamará 
algún  día  con  lástima  «El 
siglo  clásico  de  la  guerra». 
«Un  nuevo  animal  devas- 
ta las  viñas  del  espíritu  ale- 
mán. Es  el  gusano  del  Impe- 
rio, el  célebre  Rhinoxera, 
más  temible  que  la  filoxera. » 
«Admito  que  esta  especie 
de  entreacto  de  poderío  ale- 
mán, que  da  una  fisonomía 
especial  al  estado  presente 
de  Europa,  puede  prestar  su 
apoyo  al  arte  de  Alemania  y 
ayudarle  á  adquirir  una  glo- 
ría pasajera.  Lo  que  no  ad- 
mito es  que  el  Imperio  le 
asegure  un  porvenir.  Loa 
alemanes  no  tienen  porve- 
nir.» 
«Nunca  fueron  psicólogos  los  alemanes.  Dan  las 
gracias  por  todo  y  comprenden  pocas  cosas.» 

«Entre  los  alemanes  la  claridad  es  una  objeción  y 
la  lógica  una  refutación.  Actualmente  son  los  únicos 
que  toman  en  serio  la  Idea,  ó  sea  algo  que  es  obscuro, 
incierto  y  misterioso.» 

«Yo  he  dado  á  este  pueblo  los  libros  más  profun- 
dos que  posee,  y  tengo  mis  razones  para  creer  que  no 
ha  entendido  ni  una  sola  palabra.» 

«Alemania  ha  perdido  su  voz  en  el  concierto  euro- 
peo y  no  existe  en  ella  más  que  una  patriotamanla. 
El  espíritu  alemán  es  una  contradicción.» 

«¿a  Gacela  de  la  Alemania  del  Norte,  en  la  que 
toman  nuestros  intelectuales  su  vocabulario  y  sus 
itleas,  ve  en  los  franceses  unos  bárbaros.  Yo  veo  el 
continente  negro,  ó  sea  el  país  donde  hay  esclavos  ne- 


490 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


cesitados  de 
emancipación, 
limítrofe  de  los 
alemanes  del 
Norte.» 

«Para  nos- 
otros los  filóso- 
fos, los  alema- 
nes no  tienen 
dedos.  Sus  ma- 
nos son  patas.» 
« A  la  Alema- 
nia de  hoy  na- 
da le  importa 
perder  el  es- 
píritu á  cam- 
bio de  que  el 
Imperio  sub- 
sista.» 

" — ¿Qué   gritos   de   dolor   son   esos? 
» — Son  los  gritos  que  lanza  un  corazón  alemán. 
» — ¿Qué  manera  es  esa  de  desgarrar  los  corazones? 
» — Es  una  manera  especialmente  alemana.» 
Nietzsclie,  en  diversas  ocasiones  de  su  vida,  se  in- 
dignó contra  los  pangermanistas  cuando  éstos  preten- 
dían demostrar  la  superioridad  de  los  alemanes  sobre 
los  franceses.  Criticó,  como  muchos  escritores  de  Pa- 
rís, los  defectos  de  la  Francia  de  su  época,  pero  de- 
fendió como  muy  pocos  el  espíritu  francés  claro  y  ar- 
monioso, así  como  su  tendencia  siempre  liberal,  frente 
á  las  obscuridades  monstruosas  de  Alemania. 


LA    MANO    DEL    PANGEKMANISMO 

(Wereld-Wee) 


de  la  conveniencia,  sabrá  romper  el  círculo  en  el  que 
pretenden  encerrarla,  y  aplastará  á  los  miembros  de 
la  coalición  que  estén  más  al  alcance  de  su  mano. 

«Nadie  puede  decir  cuándo  vendrá  este  día  memo- 
rable, pero  todo  el  mundo  en  Alemania  tiene  el  pre- 
sentimiento de  que  no  está  lejos.  La  flota  inglesa 
podrá  destruir  á  la  flota  alemana  y  arruinar  nuestro 
comercio  exterior,  pero  nadie  conseguirá  impedir  que 
el  ejército  alemán  huelle  el  suelo  de  Francia  desde 
París  á  Lyón,  desde  la  Mancha  al  Mediterráneo.  Al 
final  de  esta  guerra  victoriosa,  Alemania,  además  de 
percibir  una  indemnización  considerable,  tomará  po- 
sesión para  siempre  de  las  provincias  del  Norte  de 
Francia,  abriéndose  una  nueva  salida  al  mar  por  Ca- 
lais y  por  Boulogne.  Además,  Bélgica  y  el  Luxemburgo 
serán  anexionados  al  Imperio  germánico.  La  costa 
desde  Boulogne  á  Amberes  en  poder  de  Alemania  será 
el  principio  del  fin  de  la  supremacía  marítima  inglesa. 

»La  federación  de  la  Alemania  del  Norte  nació  de 
la  guerra  entre  Alemania  y  Austria.  El  Imperio  ale- 
mán ha  nacido  de  la  guerra  entre  Alemania  y  Fran- 
cia. La  «más  grande  Alemania»,  ó  sea  la  del  porve- 
nir, nacerá  de  la  guerra  entre  Alemania  y  la  Gran 
Bretaña.» 

Esto  escribió  en  1907 — siete  años  antes  de  la  gue- 
rra actual — un  consejero  íntimo  de  Guillermo  II.  ¡Y  la 
Alemania  del  pangermanismo  en  1911:  ha  hablado  de 
su  amor  á  la  paz,  queriendo  presentarse  ante  el  mun- 
do como  sorprendida  inesperadamente  por  la  guerra 
y  obligada  fatalmente  á  defenderse! 


El  pangermanismo,  en  sus  ensueños,  llegó  á  las 
mayores  audacias  años  antes  de  la  guerra.  Su  mega- 
lomanía despertó  las  sospechas  de  todas  las  naciones 
de  Europa.  Ninguna  pudo  confiar  tranquilamente  en 
el  porvenir,  aunque  el  gobierno  alemán  le  diera  prue- 
bas de  amistad. 

En  1907,  cuando  el  emperíidor  de  Alemania  pare- 
cía en  mejores  relaciones  con  Inglaterra,  un  conse- 
jero de  Guillermo  II,  el  profesor  Rodolfo  Martin,  pu- 
blicó un  libro  contra  la  Gran  Bretaña  y  contra  toda 
Europa,  en  el  que  consignó  los  ensueños  de  la  mega- 
lomanía teutónica. 

«Alemania — dijo  este  profesor  pangerraanista — 
no  necesita  preparar  la  incorporación  á  ella  de  las 
provincias  rusas  del  Báltico  ni  de  la  Polonia  rusa. 
Tampoco  necesita  preparar  el  protectorado  alemán 
sobre  la  Turquía  de  Europa  y  de  Asia  ni  anexionarse 
Holanda  y  Bélgica.  Todos  estos  cambios  se  producirán 
necexañn mente  dentro  de  algunos  años.  ¡Es  la  fatali- 
dad! Nadie  tiene  fuerza  suficiente  para  detener  el 
curso  de  los  sucesos  é  impedir  que  Alemania  cumpla 
sus  destinos.  La  política  inglesa  busca  reunir  á  las 
potencias  en  una  coalición  contra  Alemania.  Pero 
cuando  Alemania  reconocerá  que  este  esfuerzo  inten- 
tado para  rodearla  de  enemigos  ha  pasado  los  límites 


Los  procedimientos  bárbaros  empleados  por  Ale- 
mania con  el  propósito  de  intimidar  á  los  pueblos  no 
son  una  novedad  asombrosa  para  los  que  conocen  la 
violencia  seudo-cientifica  de  los  escritores  y  pensado- 
res del  pangermanismo. 

Reimer,  en  las  grotescas  afirmaciones  consignadas 
en  su  libro  Una  Alemania  pangermanista,  del  que  ha- 
blamos antes,  llega  á  soñar  con  la  supresión  metódica 
de  todas  las  razas  del  mundo  que  no  son  de  origen 
germánico,  para  que  dejen  de  paralizar  el  progreso 
de  la  primera  de  las  razas,  que  es  la  alemana.  En  el 
futuro  Imperio  germánico,  agrandado  por  una  con- 
quista sin  misericordia,  los  pueblos  no  germanos  serán 
condenados  á  la  esterilidad.  Por  un  resto  de  senti- 
miento humanitario,  este  buen  apóstol  del  pangerma- 
nismo consiente  en  endulzar  la  pena  de  todos  nosotros 
los  parias  de  la  futura  sociedad  alemana,  dándonos 
buenos  salarios  y  retiros  para  la  vejez,  pero  con  la 
condición  severa  y  formal  de  no  reproducirnos. 

La  ferocidad  de  que  han  dado  prueba  los  genera- 
les invasores  de  Bélgica  no  es  de  su  invención,  pues 
refleja  los  sentimientos  del  pangermanismo  y  refleja 
en  la  realidad  las  palabras  que  ha  lanzado  muchas 
veces  Guillermo  II. 

En  1900  el  kaiser,  al  despedir  á  las  tropas  que 
partían  á  la  China  bajo  el  mando  de  Waldersee  para 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


491 


castigar  á  los  boser  insurreccionados,  dijo  asi  en  un 
arranque  de  oratoria  insensata: 

— ¡Nada  de  perdón!  ¡Nada  de  prisioneros!  Haced  lo 
que  queráis,  ¡oh  soldados  alemanes!  de  aquellos  que 
caigan  en  vuestras  manos.  Lo  mismo  que  hace  mil 
años  los  hunos  mandados  por  su  Etzel  conquistaron 
un  renombre  que  todavía  hace  terrible  su  recuerdo, 
nuestra  Alemania  sabrá  mostrarse  en  China  tan  vio- 
lenta, que  jamás  un  chino  se  atreverá  en  el  porvenir 
á  mirar  á  un  alemán  cara  á  cara. 

Guillermo  II  es  un  gran  admirador  de  Etzel,  hasta 
el  punto  de  haber  dado  su  nombre  á  su  hijo  predilecto. 

Etzel  es  el  nombre  alemán  de  Atila. 


XV 


El  «brillante  segundo» 

La  vieja  dinastía  de  los  Habsburgo,  de  aristocráti- 
ca antigüedad,  mira  con  cierto  desdén  á  los  Hohenzo- 
llern,  que  fueron  hasta  hace  dos  siglos  unos  feudata- 
rios del  Imperio  de  Austria. 

En  la  corte  de  Viena  muchos  personajes  enemi- 
gos de  novedades  no  han  llegado  aún  á  aceptar  la 
importancia  de  estos  HohenzoUern,  burgraves  ambi- 
ciosos que  empezaron  su  carrera  como  humildes  mar- 
queses del  Brandemburgo,  consiguieron  al  fin,  á  fuerza 
de  humillaciones,  la  modesta  corona  de  reyes  en  Pru- 
sia,  y  han  acabado  por  ser  emperadores  de  Alemania. 

Francisco  José  desprecia  tal  vez  secretamente  á 


El  KAtsER.— Primo  Francisco  José,  ponte  el  uniforme 
V  tuguemos  á  los  soldados. 

i l'unch.  de  Loudres) 


LOS    DOS    EMPERADORES 

Francisco  José.— jCuánto  celebro  que  vuestro  abuelo  no  me  despo- 
jase de  todo  mi  reino  en  1866! 
El  kaiser.— En  lal  caso  no  os  podría  abrazar  como  lo  hago  ahora. 

(  W'eekbla.l  vood  Neederland,  de  Amsterdáu) 


estos  advenedizos  de  rápida  fortuna,  y  sólo  con  gran- 
des esfuerzos  puede  tolerar  á  su  actual  aliado  el  kaiser. 
Con  el  viejo  Guillermo  I  se  entendía  mejor,  á  pesar 
de  la  derrota  de  Sadowa.  El  nieto  petulante,  soberbio 
y  omnisciente,  irrita  los  nervios  de  Francisco  José. 
Pero  los  manejos  de  Bisraarck,  la  política  dominante 
de  los  húngaros  y  las  convenieneiíis  de  Austria,  de- 
seosa de  nuevos  territorios  para  borrar  el  recuerdo  de 
los  pasados  fracasos,  acabaron  por  hacer  del  viejo 
emperador  el  aliado  de  los  monarcas  de  Alemania. 

Guillermo  II,  con  su  habitual  falta  de  tacto  y  su 
irresistible  deseo  de  exhibirse  en  el  primer  sitio,  ha 
herido  varias  veces  la  susceptibilidad  del  viejo  Habs- 
burgo, tratándolo  como  á  un  simple  lugarteniente.  En 
la  presente  guerra,  siempre  que  habla  el  kaiser  de 
Francisco  José  le  llama  «mi  brillante  segundo».  Los 
antiguos  marqueses  de  Brandemburgo,  que  tantas 
veces  hubieron  de  humillarse  ante  la  corte  de  Viena 
para  avanzar  un  peldaño  en  su  tenaz  ascensión,  se 
estremecerían  de  orgullo  si  pudieran  ver  á  su  des- 
cendiente tratar  con  esta  desdeñosa  superioridad  al 
último  representante  de  una  dinastía  que  gobernó  el 
Imperio  alemán  durante  siglos. 


El  escudo  de  armas  de  Francisco  José  lleva  esta 
inscripción  en  gruesos  caracteres:  Recta  tueri.  La 
divisa  latina  no  puede  ser  más  falsa.   «Defender  el 


492 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


derecho»  es. una  acción  que  Francisco  José,  no  realizó 
nunca  en  su  largo  reinado. 

Durante  medio  siglo  el  viejo  emperador  ha  vivido 
egoistamente,  sin  más  preocupación  que  mantener  su 
autoridad  y  fundir  en  un  solo  cuerpo  los  varios  y 
disparatados  elementos  que  forman  su  monarquía. 
Cuando  esta  unión  no  ha  sido  posible,  Francisco  .José 
y  sus  ministros  han  excitado  las  rivalidades  de  raza 
y  de  historia  entre  los  diversos  grupos  étnicos  del  Im- 
perio, para  sostenerlos  de  este  modo  más  sumisos  al 
poder  central. 

El  Imperio  de  Austria 
es  una  ficción  política, 
pues  no  existe  como  na- 
cionalidad sólida  y  dura- 
ble. Sólo  hay  un  empera- 
dor, un  anciano  respetado 
por  sus  infortunios  políti- 
cos y  por  sus  desgracias 
particulares,  en  torno  del 
cual  se  mantienen,  apa- 
rentemente unidos,  varios 
pueblos  dispuestos  de 
larga  fecha  á  disgregarse 
asi  que  ocurra  la  muerte 
del  soberano. 

El  austríaco  no  existe 
en  realidad.  Es  una  fic- 
ción de  la  geografía  polí- 
tica, lo  mismo  que  el  Im- 
perio. El  mapa  étnico  del 
país  demuestra  de  un 
modo  indiscutible  la  va- 
nidad de  la  monarquía 
austríaca,  que  no  sólo 
quiere  vivir,  sino  que  pre- 
tende ensanchar  sus  do- 
minios. Al  Oeste  se  en- 
cuentran los  territorios 
montañosos  del  Tirol,  po- 
blados por  campesinos  que 
son  alemanes;  al  Norte, 
la  Bohemia,  la  Silesia  y  la 

Moravia,  países  industriales  y  mineros,  habitados  por 
los  tcheques;  al  Mediodía,  las  fértiles  regiones  ocupa- 
das por  italianos,  slovenos,  croatas  y  servios,  y  al 
Este,  la  dilatada  llanura  de  Hungría,  cuyos  habitan- 
tes son  magyares,  y  la  Galitzia,  con  su  población  de 
ruthenos.  En  el  centro  está  la  verdadera  Austria,  el 
dominio  hereditario  de  los  Habsburgo,  las  provincias 
llamadas  la  Baja  y  la  Alta-Austria  y  el  Salzburgo. 
Pero  la  población  de  estas  regiones  del  centro  es  ex- 
clusivamente alemana.  ¿Dónde  está,  pues,  el  austría- 
co?... El  austríaco  no  existe,  ni  ha  existido  nunca, 
más  que  como  subdito  político. 

Examinando  los  tipos  principales  de  la  aglomera- 
ción antropológica  que  representa  el  Imperio  de  Fran- 
cisco José,  se  descubren  ocho  razas  diversas  y  bien 


PlíANClSCO    JOSÉ   AI,    SER    PROCLAMAnO    EMPERADOR 


determinadas,  divididas  á  su  vez  en  numerosas  deri- 
vaciones, lo  que  da  un  total  de  más  de  veinte  grupos 
étnicos  con  vida  separada  y  propia. 

La  aspiración  de  los  emperadores  de  Austria  ha 
consistido  siempre  en  reunir  estos  elementos  hetero- 
géneos bajo  una  misma  bandera,  proyecto  que  puede 
calificarse  de  insensato,  pues  ha  fracasado  siempre. 
José  II  lo  intentó  sin  éxito  alguno  por  la  resistencia 
pasiva  de  estos  elementos  heteróclitos.  Al  sobrevenir 
las  guerras  de  Napoleón,  las  diversas  razas  del  Impe- 
rio olvidaron  sus  enemis- 
tades hereditarias  para 
unirse  ante  el  enemigo 
común,  haciendo  frente  al 
invasor.  Pero  esta  concor- 
dia nacional  terminó  con 
el  peligro.  Al  restablecer- 
se la  paz  se  despertó  otra 
vez  el  antagonismo  de  ra- 
zas, y  bajo  el  imperio  de 
Fernando,  tío  y  antecesor 
del  actual  Francisco  José, 
las  aspiraciones  separa- 
tistas volvieron  á  mani- 
festarse con  violencia. 

Francisco  .losé  subió  al 
trono  imperial  á  los  diez 
y  ocho  años  por  abdica- 
ción de  su  tío  el  empera- 
dor. Fué  en  18-18.  La  re- 
volución republicana  de 
París  había  repercutido 
en  toda  Europa.  Los  estu- 
diantes y  los  burgueses 
de  Viena  se  sublevaron 
contra  la  política  absolu- 
tista del  emperador  Fer- 
nando y  de  su  ministro  el 
famoso  Metternich. 

La  madre  de  Francisco 
José,  la  archiduquesa  So- 
fía, mujer  de  grandes  am- 
biciones y  escasos  escrú- 
pulos, no  quiso  esperar  la  muerte  de  su  cuñado  para 
que  su  hijo  el  príncipe  heredero  ocupase  el  trono.  Sus 
manejos  y  sus  intrigas  favorecieron  el  triunfo  de  la 
revolución,  á  pesar  de  que  ella  era  francamente  reac- 
cionaria, acelerando  la  caída  del  emperador  y  de  Met- 
ternich. Los  revolucionarios  de  Viena  lucharon  en  las 
barricadas  con  un  éxito  que  resultó  después  tan  in- 
fructuoso como  el  alcanzado  por  los  de  Berlín.  Creye- 
ron combatir  por  el  triunfo  de  la  libertad  y  de  la 
Constitución,  y  sólo  consiguieron  arrojar  á  un  Habs- 
burgo del  trono  para  sustituirlo  con  otro  más  joven. 
De  las  jornadas  revolucionarias  de  1848,  que  tanta 
sangre  costaron  á  loa  vieneses,  no  surgió  otra  cosa 
que  el  reinado  de  Francisco  José,  tan  prolongado  como 
estéril. 


HISTORIA  DE  LA  GLIERIM  EUROPEA  DE  1914 


493 


VISTA    OBXKKV! 


SCim  NÜHIJNN.    CrXA    DE    I.OS    IlAMSBURÍiO 


Dos  grandes  cuestionos  agit;il)an  el  Imperio  en 
1848:  la  de  las  aspiraciones  liberales,  generalizadas 
en  todo  el  pais,  y  la  tendencia  separatista  sentida 
por  los  diversos  grupos  étnicos  y  (¡ue  los  impulsalia  á 
la  disgregación.  El  emperador  Fernando  y  Mettei'nielí, 
dedicados  ii  combatir  el  liberalismo,  que  juzgaban  el 
peligro  más  temible,  hablan  olvidado  la  cuestión  «na 
cional»,  no  queriendo  ver  la  tendencia  separatista  de 
sus  diversos  pueblos.  La  archidu<iuesa  Sofía  por  su 
parle,  ¡i  pesar  de  ser  centralista,  liabia  fomentado  el 
separatismo  para  crear  obstáculos  al  emperador  .\  su 
ministro. 

Francisco  .losé,  elevado  al  Imperio  por  la  triunfa- 
dora muchedumbre  en  armas,  tuvo  que  mostrarse  en 
los  primeros  meses  de  su  reinado  como  un  monarca 
liberal,  á  pesar  de  que  su  educación  palaciega,  las 
ideas  de  su  madre  y  su  attción  á  las  empresas  mili- 
tares, hacían  de  él  un  partidario  del  sistema  absolu- 
tista. Con  su  inconsciencia  juvenil  hizo  grandes  pro- 
mesas de  libertad  política  y  dejó  que  Austria  se  orga- 
nizase con  arreglo  al  nuevo  régimen,  aprobando  la 
Constitución  de  1849  votada  por  las  Cámaras.  Le 
era  necesario  este  liberalismo  para  mantener  la  adhe- 
sión de  Austria  en  su  empresa  contra  la  sublevada 
Hungría. 

Como  una  consecuencia  del  movimiento  revolu- 
cionario de  1848,  había  resurgido  la  «cuestión  nacio- 
nal» de  un  modo  alarmante  para  la  integridad  del 
Imperio.  Los  húngaros  se  sublevaron  en  Budapest,  lo 
mismo  <iue  los  burgueses  de  Viena,  en  favor  de  la 
libertad  política.  Pero  la  libertad  trae  como  conse- 
cuencia inevitable  una  reivindicación  de  la  indepen- 
dencia en  los  pueblos  (jue  tienen  una  historia  propia  el  nuevo  emperador  de  Austria,  que  éste  tuvo  que  im- 
y  un  pasado  particular.  Hungría  se  acordó  de  los  plorar  el  auxilio  de  Rusia.  Un  ejército  de  200.00(3  ru- 
tierapos  en  (|ue  había  sido  un  reino  glorioso  é  inde-  sos  invadió  Hungría.  A  pesar  de  este  refuerzo  enor- 
me, la  guerra  continuó  con 
diferentes  alternativas,  per- 
diendo y  recobrando  los  repu- 
blicanos las  principales  pla- 
zas del  pais. 

La  traición  aceleró  el  tér- 
mino de  una  guerra  que  iba  il 
ser  larga  y  de  indecisos  resul- 
tados. Kossuth,  el  Iglesias  re- 
pul)iicano  de  Hungría,  probo 
y  confiadj,  mostró  la  inexpe- 
riencia de  todos  los  hombres 
de  palabra  cuando  el  azar  his- 
tórico los  convierte  en  hom- 
bres de  acción.  El  dictador, 
al  quedar  herido  el  general 
.Moga,  primer  general  en  jefe 
de  las  tropas  húngaras,  con- 
tirió  este  mando  á  Gorgey,  un 
antiguo  teniente  austriaco  que 
se  habia  adherido  á  los  revo- 
lucionarios. Este  aventurero 
ambicioso,  al  ver  la  República 


pendiente.  Un  tribuno  de  gran  elocuencia,  adorado 
por  las  masas  á  causa  de  su  probidad,  el  abogado 
Luis  Kossuth,  se  puso  al  frente  de  este  movimiento. 

Kossuth  era  republicano,  participando  de  las  ideas 
generosas  y  del  entusiasmo  un  tanto  candoroso  de  los 
revolucionarios  de  1848.  La  República  de  Hungría 
quedó  proclamada  y  Kossuth  fué  su  presidente. 

Los  belicosos  húngaros,  incansables  jinetes  y  hom- 
bres de  armas  por  tradición,  formaron  un  valioso 
ejército.  El  entusiasmo  fué  tan  grande,  que  un  gran 
número  de  mujeres  vistieron  el  uniforme  militar, 
agregándose  á  las  tropas  de  la  joven  Repúl)lica.  El 
ejército  húngaro  derrotó  á  los  austríacos  en  varios 
combates,  y  la  situación  se  hizo  tan  angustiosa  para 


I*"railclBco  .losé  Arcll.  Maxíiiiiliaini 

Klií>al)(lth  Oull  sus  hijns  líoiinlfo  y   (¡isfla 


Arcll.  Carlota 
A i'cli.  Sofía,  nmili' 


Arcll.  I.iiis  Víctor  .\rcli.  Carlos  Luis 

(le  l''raiiciisco  Jo^c      .\rcli.  I-'raiicísco  Carlos 


I, A    KA.MII.IA    RKAL    AC-STUIACA    EN    1860 


494 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


húngai'a  aislada  de  Europa  y  sin  eco  alguno  los  elo- 
cuentes llamamientos  que  enviaba  Kossuth  á  las  po- 
tencias protestando  de  la  violación  del  territorio,  se 
puso  de  acuerdo  secretamente  con  los  invasores.  El 
general  en  jefe  ruso  y  Francisco  José  le  ofrecieron 
una  suma  considerable  como  premio  de  su  traición. 

GOrgey,  para  marchar  contra  el  enemigo,  exigió 
que  Kossuth  se  retirase,  transmitiéndole  la  dirección 
de  la  República.  El  generoso  tribuno,  creyendo  salvar 
;i  su  patria,  aceptó  las  pretensiones  de  Górgey  refu- 
giándose en  Turquía. 

Antes  de  partir,  Kossuth  enterró  con  sus  propias 
manos  la  corona  del  antiguo  reino  húngaro,  la  famosa 
corona  de  San  Esteban,  en  los  alrededores  de  Orsova, 
pueblo  inmediato  á  Ja  frontera 
turca.  Cuando  la  descubrieron 
algún  tiempo  después,  la  pe- 
queña cruz  que  remata  la  coro- 
na apareció  inclinada  á  un  lado. 
Desde  entonces  las  armas  de 
Hungría  llevan  la  corona  de 
San  Esteban  con  la  cruz  torci- 
da á  la  izquierda. 
'  Al  verse  Gorgey  dueño  de  la 
situación  se  entendió  con  el  ge- 
neral en  jefe  del  ejército  ruso, 
entregándole  en  Vilagos  todas 
las  fuerzas  militares  de  la  Re- 
pública húngara:  11  generales, 
1.426  oficiales,  30.800  hom- 
bres, 144  cañones,  8.000  caba- 
llos y  60  banderas.  El  traidor 
pudo  abandonar  el  país  sin  ser 
inquietado  por  los  rusos  ni  por 
los  austríacos.  El  joven  empe- 
rador Francisco  José  entró  en 
escena  después  de  esta  victoria 
decisiva  preparada  por  sus 

aliados.  «El  castigo  de  Hungría  fué  terrible — dice  un 
historiador — .  Veinticinco  generales  húngaros  fueron 
ahorcados,  los  miembros  del  gobierno  de  la  República 
fueron  ahorcados,  los  miembros  del  comité  de  defensa 
fueron  ahorcados,  millares  de  ciudadanos  húngaros 
fueron  ahorcados.  Hungría,  durante  muchas  semanas, 
conservó  el  aspecto  aterrador  de  un  inmenso  cadalso. 
Francisco  José,  al  azar,  indultó  á  algunos  de  los  prisio- 
neros. Hay  que  reconocer  que  tuvo  buena  mano,  es- 
pecialmente al  conceder  el  indulto  al  conde  Julio  An- 
drassy,  que  fué  más  adelante  presidente  del  Consejo 
de  ministros  de  Hungría  y  ministro  de  Negocios  Ex- 
tranjeros del  Imperio,  y  al  que  debió  Francisco  José 
la  constitución  de  la  Triple  Alianza.» 

Otro  movimiento  separatista  se  inició  como  conse- 
cuencia de  la  revolución  de  1848  en  las  provincias 
italianas,  anexionadas  al  Imperio  austríaco.  La  Lom- 
bardía  y  Venecia,  auxiliadas  por  el  rey  de  Cerdeña 
Carlos  Alberto,  padre  de  Víctor  Manuel,  el  futuro  crea- 
dor de  la  unidad  italiana,  se  sublevaron  contra  la  do- 


minación austríaca.  Pero  el  viejo  general  Radetzky 
venció  á  Carlos  Alberto  en  Custozza,  Mortara  y  No- 
vara, sofocando  por  mucho  tiempo  las  justas  aspira- 
ciones de  Italia,  ansiosa  de  independencia.  Durante 
diez  años  una  parte  de  la  Italia  del  Norte,  dividida  en 
provincias  austríacas,  tuvo  que  seguir  sufriendo  el 
yugo  del  gobierno  de  Víena. 

Después  de  estas  victorias  Francisco  José  pudo 
dedicarse  á  la  práctica  de  las  ideas  que  le  eran  gra- 
tas, inaugurando  un  sistema  francamente  reacciona- 
rio. El  monarca  entronizado  por  los  revolucionarios 
de  1848  renovó  el  régimen  absolutista  y  centralizíidor 
de  Metternich,  revocando  la  Constitución  de  1849  y 
aboliendo  las  antiguas  dietas  en  los  diversos  Esta- 
dos del  Imperio.  Su  propósito, 
francamente   declarado,   fué 
fundir  á  viva  fuerza  las  dife- 
rentes naciones  del  Imperio 
para  que  formasen  un  solo  or- 
ganismo. 

Austria-Hungría  posee  11  mi- 
llones de  alemanes,  9  millones 
de  húngaros  y  22  millones  de 
polacos,  tcheques,  slovenos,  et- 
cétera. Representaba  un  error 
enorme,  propio  del  absolutis- 
mo, querer  fundir  en  el  crisol 
de  una  misma  raza  todos  estos 
elementos  antagónicos.  Trans- 
currieron para  el  Imperio  los 
llamados  «años  de  hierro»,  que 
fiH>ron  anos  de  abrumadora  ti- 
ranía. Los  húngaros,  especial- 
mente, sufrieron  una  terrible 
opresión,  viéndose  tratados  por 
los  austríacos  como  un  país  ene- 
i.ri.s  Ki.ssiTii  raigo.  Hasta  la  lengua  nacio- 

nal fué  perseguida,  aprecián- 
dose el  uso  del  idioma  húngaro  como  una  muestra  de 
traición. 

Una  guerra  desgraciada  dio  fin  á  este  régimen  de 
violencia.  Los  anhelos  de  Italia  en  pro  de  su  libertad 
se  vieron  apoyados  por  Napoleón  III.  En  1859  estalló 
la  guerra  entre  Austria  y  el  reino  de  Cerdeña,  auxi- 
liado éste  por  los  ejércitos  de  Francia,  que  dii-igió 
personalmente  Napoleón.  Francisco  José,  soldado  des- 
de sus  primeros  años,  tomó  el  mando  de  las  tropas 
austríacas  y  se  batió  con  gran  valor,  poniendo  en  pe- 
ligro su  existencia  repetidas  veces;  pero  fué  derrotado 
en  Magenta  y  Solferino  y  perdió  para  siempre  la 
Lombardía.  Desde  entonces  la  desgracia  ha  acompa- 
ñado tenazmente  á  los  soldados  austríacos  en  todas 
sus  empresas.  Allá  donde  va  Austria  la  derrota  mar- 
cha tras  de  sus  pasos.  La  pérdida  de  la  Lombardía 
produjo  en  todo  el  Imperio  una  repercusión  inquie- 
tante. Fernando,  el  emperador  destronado,  decía  iró- 
nicamente: 
— Para  sufrir  derrotas  y  perder  provincias  no  valia 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


4?5 


t,'íSj,»ca»i¿«Mi." 


^ 


BATALLA    DE    MAGENTA 


(Cuadro  de  Yvon, 'Museo  de  Versalles) 


la  pena  de  haberme  destronado.  Eso  lo  sé  hacer  yo 
tan  bien  como  mi  sobrino. 

Queriendo  restablecer  la  tranquilidad  interior, 
Francisco  José  tuvo  que  renunciar  al  régimen  abso- 
lutista, prometiendo  una  nueva  Constitución  á  sus 
pueblos,  que  fué  proclamada  en  1861.  Tres  años  des- 
pués ocurrió  la  guerra  de  los  ducados  de  Schleswig- 
Holstein,  ayu- 
dando Fran- 
cisco José  á 
Bismarck  en 
esta  empresa 
de  piratería. 
Ya  hemos  di- 
cho cómo  Aus- 
tria y  Prusia 
se  enemista- 
ron á  la  hora 
del  reparto 
por  haberse 
reservado  el 
terrible  can- 
ciller de  Pru- 
sia todo  el  bo- 
t  i  n .   Surgió 


como  conse- 
cuencia una 
guerra  austro- 
prusiana,  ter- 


LO.S    Al'STHIAtO.S    HVTIDOS 


minada  rápidamente  por  el  desastre  de  Sadowa.  Fran- 
cisco José  tuvo  que  ceder  nuevas  provincias  á  sus  ven- 
cedores y  devolver  Venecia  á  Italia  que,  apoyada  por 
Napoleón  III,  se  aprovechó  de  esta  situación  crítica. 
El  Imperio  alemán  al  Norte  y  la  unidad  italiana  al  Sur 
empezaban  á  formarse  á  costa  del  Imperio  austriaco. 
La  guerra  reciente  reveló  á  Francisco  José  un 

nuevo  peli- 
gro. Los  hún- 
garos, oprimi- 
dos, vieron 
con  simpatía 
el  avance  de 
los  prusianos, 
y  era  induda- 
ble que  de 
prolongarse 
la  guerra  ha- 
brían acalla- 
do por  hacer 
causa  común 
con  los  inva- 
sores. El  em- 
perador reco- 
noció al  fin 
que  el  princi- 
pio centralis- 

ES    EL    l'lKNTIi    DE    MAdENTA  ta      nO      pOdía 

(Dibujo  de  (i.l^t«vo  üori-  aplicarsc  á  su 


496 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


V  '      i,  ^^ 


BATALLA    DE   SOLFHBINO 


(Cuadro  de  Yvou,  Museu  de  Versalles) 


monai'quia,  laltu  de  homogeneidad,  compuesta  de  pie- 
zas y  de  pequeños  fragmentos. 

Francisco  .fosé  aceptó  el  ser  coronado  como  rey 
de  Hungría,  reconociendo  la  vida  autonómica  de  este 
país.  En  1867  se  verificó  la  ceremonia  en  la  catedral 
de  Budapest,  formulando  Francisco  .losé  el  juramento 
que  habían  esperado  los  húngaros  durante  veinte 
años.  El  nuevo  rey  de  Hungría  firmó  un  compromiso 
reglamentando  los  derechos  y  las  relaciones  entre  los 
dos  países  que 
en  adelante 
h  a  b  i  n  ii  d  c 
constituir  su 
doble  Impe- 
rio. 

Esta  resolu- 
ción tardía  no 
hizo  más  que 
acallar  mo 
m  e  n  t  ;i  n  e  a 
mente  las  as- 
piraciones se- 
paratistas d(> 
los  diversos 
grupos  del 
Imperio.  Los 
húngaros,  una 
vez  transcu- 
rrido el  prí- 


NAl'OLEUN    [II    Y    riiANCIfil'O 


mor  momento  de  entusiasmo  por  su  autonomía,  han 
buscado  agrandar  ésta,  hasta  los  limites  de  una  casi 
independencia.  Los  demás  pueblos  del  Imperio  se 
muestran  irritados  por  el  régimen  de  favor  que  han 
conseguido  los  húngaros,  y  los  celos  y  la  envidia  au- 
mentan sus  justas  aspiraciones  á  una  autonomía  se- 
mejante. 

Los  tcheques,  los  bohemios,  los  polacos  y  los  habi- 
tantes de  (ialitzia,  reclaman  para  ellos  los  mismos 

flerechos  y  los 
mismos  pri- 
vilegios que 
Francisco 
.loS('  acordó  á 
ios  húngaros. 
Ya  que  se  co- 
ronó rey  de 
Hungría,  de- 
be coronarse 
ígua  1  mente 
como  rey  de 
Bohemia  y 
rey  de  Galit- 
zia.  Habiendo 
dado  á  Hun- 
gría un  parla- 
mento y  un  go- 
.losi;  AL  HKMA1Í.SH:  LA  i'Az  bierno  apar- 

(Giabailu  de  la  épucii)  tC,  debe  aUtO- 


LA  INVASIÓN 


Dibujo  de  P.  Catón  Vood\  iUe,  de  .The  llluslraled  London  News. 


Tropas  belgas  combatiendo  con  los 


DE  BÉLGICA 


|>manes  en  la  entrada  de  un  pueblo 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


497 


BL    EMPERADOK    FllANCISCO    JOSÉ 

rizar  igualmente  un  parlamento  y  un  goliierno  para 
los  tcheques  y  los  polacos.  Hace  más  de  cuarenta  años 
que  esta  lucha  persiste  y  se 
agrava.  Al  principio  de  su 
monarquía,  Francisco  Josi' 
tal  vez  hubiese  solucionado 
el  conflicto,  siendo  franca- 
mente un  monarca  liberal. 
El  ejercicio  de  los  derechos 
políticos,  iguales  para  todos, 
hubiera  aproximado  á  los  di- 
versos pueblos  del  Imperio. 
Pero"  las  aspiraciones  cen 
tralizadoras  y  absolutistas 
del  emperador,  que  mantu- 
vieron durante  veinte  años  ;i 
los  diversos  pueblos  bajo  uii:i 
férrea  opresión,  sólo  han  sei' 
vido  para  hacer  más  agudo 
y  vehemente  el  sentimiento 
nacionalista. 

Desde  hace  tiempo  el  Im- 
perio de  Austria  es  á  modo 
de  un  campo  de  batalla,  so 
bre   el    cual    luchan    moral 
mente  los  vecinos  poderosos, 
queriendo  apoderarse  de  los 


LA    P1UNCB.SA    BI.ISABBTH    EN    LA    ÉPOCA    DB   SU    IlODA 


LA    EMPERATRIZ    BLl.SABETH 

(Retratos  de  Wiiiteiiíalter) 

pueblos  que  consideran  suyos,  por  la  raza  y  por  la 
historia.  El  pangermanísmo  aspira  á  la  posesión  de 

todas  las  provincias  austría- 
cas pobladas  por  alemanes. 
Los  descendientes  de  Fede- 
rico el  Grande  miran  como 
pi'opios  los  territorios  que  su 
audaz  abuelo  no  llegó  á  arre- 
liatar  á  alaría  Teresa,  la  he- 
redera de  Carlos  VI.  Por 
otro  lado  el  paneslavismo  se 
atrae  á  los  tcheques,  los  po- 
lacos y  los  servios  de  Aus- 
tria, encareciendo  la  necesi- 
dad de  una  confederación  de 
todos  los  eslavos  del  Este  de 
Europa.  A  estas  dos  influen- 
cias hay  que  añadir  la  del 
irredentismo»  italiano,  que 
ansia  libertar  á  sus  herma- 
nos de  Trieste  y  Trente,  súb- 
ilitos  forzosos  de  Austria. 

La  persona  de  Francisco 
.losé — soberano  respetado  en 
fuerza  de  sufrir  desgracias, 
,pues  el  recuerdo  de  sus  in- 
fortunios personales  le  da  un 


«i 


498 


VICENTE  BLASCO  1BAÑE2 


LA    EMPERATRIZ    ELISABETH    CON    TUAJB 
DE    LA    CORTE   HÚNGARA 

prestigio  superior  á  sus  merecimientos — es  lo  único 
que  une  á  los  diversos  pueblos  de  la  monarquía  aus- 
tro-húngara y  los  mantiene  aglomerados.  La  muerte 
de  este  hombre,  que  parece  retardar  el  destino,  equi- 
valdrá seguramente  á  un  golpe  anonadador,  rom- 
piendo en  numerosos  fragmentos  su  doble  monarquía. 
«Durante  siglos — dice  Weindel  —  los  Habsburgo 
han  constituido  pedazo  á  pedazo  un  gran  Imperio. 
Durante  siglos 
los  Habsburgo 
han  mostrado  la 
ambición  de  sol- 
d;ir  estos  peda- 
zos heteróclitos, 
formando  una 
masa  fuerte  y 
c  o  m  p  a  c  t  a, .  A 1 
principio  de  una 
nueva  era,  Fran- 
cisco José  here- 
dó esta  misión. 
De  comprender- 
la bien  tal  vez 
hubiese  llegado 
á  realizarla.  En 
las  ideas  demo- 
cráticas y  socia- 
les habría  podi- 


ULTIMA    VISITA    DEL    EMPERADOR    Y    LA    EMPERATRIZ    A    BUDAPEST 


do  encontrar  el  medio  de  suprimir  las  demarcaciones 
establecidas  entre  los  diferentes  pueblos  de  su  Impe- 
rio, los  cuales  sólo  tenían  de  común  una  sed  ardiente 
de  libertad  y  de  progreso.  La  hipocresía  de  la  madre 
del  soberano,  la  ambición  de  su  familia  y  su  ambi- 
ción propia,  lo  han  impulsado  á  valerse  de  unas  na- 
cionalidades para  sujetar  á  otras.  Hoy,  gracias  á  esta 
política,  todas  están  reñidas  entre  ellas  y  además 
indispuestas  con  su  soberano.» 


Una  fatalidad  semejante  á  la  que  persigue  á  los 
héroes  de  la  tragedia  griega  acompañó  tenazmente 
la  existencia  de  Francisco  José.  Todos  los  que  le  ro- 
dean mueren  dramáticamente.  Los  individuos  de  su 
familia  perecen  de  un  modo  violento.  Las  desgracias 
más  novelescíxs  é  inesperadas  van  en  busca  de  ellos. 
Y  como  sirviendo  de  contraste,  Francisco  .losé  se 
mantiene  sano  y  fuerte,  en  medio  de  esta  tempestad 
de  infortunios,  de  derrotas  políticas  y  militares,  de 
trágicas  escenas,  habiendo  llegado  á  una  extremada 
vejez.  Lo  que  sus  cortesanos  y  el  vulgo  consideran 
resignación  cristiana,  no  es  más  que  egoísmo  y  falta 
de  sensibilidad.  El  anciano  emperador,  como  un  árbol 
resquebrajado  y  quemado,  pero  tenazmente  adherido 
al  suelo,  se  alza  con  triste  aislíimiento  sobre  los  restos 
de  los  Habsburgo,  semejantes  á  un  bosque  talado  por 
la  tormenta.  En  su  palacio  de  Viena  y  en  los  inmen- 
sos parques  que  rodean  sus  numerosos  castillos,  vaga 
como  una  sombra  entre  las  sombras  de  su  pasado.  To- 
dos los  que  le  amaron  ó  sufrieron  por  él,  han  desapa- 
recido. 

Su  esposa,  la  gentil  emperatriz  Elisabeth,  fué  una 
de  las  mujeres  más  hermosas  é  inteligentes  de  su 
época.  Casada  por  amor  con  el  joven  soberano  de  1848, 
las  infidelidades  del  marido  acabaron  con  la  pasión 
idílica  iniciada  al  encontrarse  los  dos  en  un  castillo 
de  Baviera.  La  emperatriz,  convencida  de  que  era 

imposible  modi- 
ficar el  carác- 
ter de  su  esposo 
apartándolo  de 
las  aventuras 
amorosas,  se  ale- 
jó de  él,  vivien- 
do gran  parte 
de  su  vida  fuera 
de  Austria.  Fué 
la  emperatriz 
i'  r  r  ante,  e  m  - 
prendiendo  lar- 
gas excursiones 
ii  bordo  de  su 
yatch  ó  estable- 
ciéndose en  las 
risueñas  isl|as 
del  Mediterrá- 
neo. La  poesía. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  191 1 


499 


l.-i    im'isii'a    y    los    viajes    fueron    su    luiieo    foiisiiolo. 

Había  dado  un  liijo  únifo  al  Inipei-io,  para  asogu 
rar  la  sucesión  nion;írquica.  adcni.is  de  una  hija,  la 
princesa  (üsela,  y  después  de  cumplir  de  este  modo 
sus  deberes  de  hembra  real,  se  dedicó  á  vivir  para 
ella,  arrastrando  su  melancolia  por  los  hijeares  más 
hermosos  de  Europa.  En  Corfú,  ante  el  mar  eterna- 
mente azul,  construyó  un  edificio,  el  Aquileon,  osten- 
toso capricho  de  artista  que  costó  muchos  millones, 
elevando  en  los  jardines  un  altar  á  ÍMirique  Heine.  su 
poeta  preferido.  El  Aquileon,  después  de  su  muerte, 
fué  comprado  por  Guillermo  II,  que  vivió  en  él  algu- 
nas temporadas. 

La  triste  Elisabeth  interrumpió  varias  veces  su 
existencia  errante  para  volver  al  lado  de  su  esposo 
siempre  que  las  necesidades  de  la  pompa  monárquica 
exigían  su  presencia  en  Viena.  Una  simple  y  tranqui- 
la amistad  la  mantenía  unida  con  el  padre  de  su  hijo. 
Francisco  José,  respetándola  mucho,  no  dejó  por  esto 
de  seguir  su  vida  amorosa  con  las  damas  de  la  corte 
de  Viena,  que  veían  en  su  emperador  el  tipo  perfecto 
del  hombre  galante.  La  misma  emperatriz,  convencida 


EL    «AQl-ir.EON»,    PALACIO    DH   LA    EMPERATRIZ 
EN   LA   I.SLA   DE  CORFÚ 

de  que  el  carácter  de  su  marido  era  incurable  en  pun- 
to á  infidelidades,  cuidó  de  evitar  que  se  comprome- 
tiese en  arriesgadas  aventuras,  presentándole,  según 
se  cuenta,  varias  damas  que  pudiéramos  llamar  de 
«todo  reposo».  Ella  fué  la  que  le  hizo  conocer  á  la 
actriz  Catalina  Schratt,  que  ha  sido  la  pasión  más 
constante  del  emperador. 

Elisabeth,  dedicada  á  la  música  y  á  los  versos,  se 
sintió  atraída  igualmente  por  el  estudio  de  los  fibisofos 
pesimistas  y  de  los  pensadores  revolucionarios.  Esta 
mujer  infeliz,  que  no  encontraba  á  la  vida  encanto 
alguno,  que  no  había  intervenido  nunca  en  la  política 
de  su  nación  y  vagaba  de  pueblo  en  puel)lo,  siem 
pre  en  continuo  movimiento,  como  si  huyese  de  su 
propia  tristeza,  pereció  victima  de  un  exaltado  italia- 
no ansioso  de  notoriedad.  En  Septiembre  de  1898, 
estando  de  paso  en  Ginebra,  cuando  se  dirigía  al  em- 
barcadero sin  más  acompañamiento  que  (>1  de  una 


EL  ILTIMO  PASEO  DEL  EMPERADOR  Y  L.A  EMPERATRIZ 
EN  EL  BALNEARIO  DB  NAÜHEIM 

dama  de  honor  para  tomar  el  vaporcito  (jue  la  había 
de  conducir  á  Jlontreux,  un  anarquista  llamado  Luc- 
i-hení  la  hirió  por  la  espalda  con  una  lezna  de  zapa- 
tero afilada,  partiéndole  el  corazón.  Elisabeth  murió 
dulcemente  en  la  cubierta  del  buque,  sin  darse  cuenta 
de  que  moría.  El  autor  del  atentado,  joven  vanidoso 
que  ansiaba  la  notoriedad,  creyó  haber  librado  al 
mundo  de  un  tirano  temible  al  asesinar  á  esta  pobre 
mujer.  No  sabía  que  su  víctima  consideraba  como  la 
mayor  de  las  desgracias  haber  sido  emperatriz. 

Este  final  trágico  no  fué  una  novedad  en  la  histo- 
ria de  Francisco  José.  Todos  los  suyos  morían  de 
muerte  violenta.  La  desgracia  había  empezado  á  ma- 


PBRISTILO    DEL    «AQUILBON» 


800 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


PALACIO    I.MPERIAL    DE    VIBNA 

nifestarse  en  la  familia  con  el  fusilamiento  de  su  her- 
mano Maximiliano. 

La  política  de  Napoleón  III  y  las  sugestiones  de 
los  reaccionarios  de  Méjico,  unidos  al  alto  clero  de 
dicho  país,  que  deseaba  recobrar  sus  cuantiosos  bie- 
nes estableciendo  la  forma  monárquica,  arrancaron  á 
Maximiliano  de  su  tranquila  existencia  en  el  castillo 
de  Miramar,  para  llevarlo  á  América  como  soberano. 
Se  entabló  una  lucha  entre  los  elementos  republica- 
nos de  Méjico  y  el  flamante  emperador,  sostenido  por 
las  tropas  de  Napoleón  III  y  por  los  conservadores 
del  pais.  Napoleón  acabó  por  retirar  sus  soldados  á 
instigaciones  de  los  Estados  Unidos,  asi  como  al  prin 
cipio  de  la  guerra  mejicana  se  habían  retirado  las 
fuerzas  inglesas  de  desembarco  y  las  tropas  españo- 
las mandadas  por  el  general  Prim. 

Al  quedar  Maximiliano  sin  apoyo  europeo,  sola- 
mente con  las  fuerzas  de  sus  partidarios  mejicanos, 
todos  temieron  por  su  vida.  Su  esposa  la  archiduquesa 
Carlota,  que  desde  Méjico  había  regresado  á  Austria, 
le  escribió  desesperadamente  para  que  volviese,  y  el 
emperador  pareció  decidido  á  obedecerla.   Pero  los 


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mejicanos  clericales,  que  temían 
por  su  propia  suerte  si  Maximiliano 
los  abandonaba,  le  hicieron  gran- 
des promesas  de  soldados  y  dinero 
para  contiimar  la  lucha  contra  la 
independencia  del  pais,  representa- 
da por  los  republicanos.  Maximilia- 
no se  quedó,  intentando  un  último 
esfuerzo,  y  en  Junio  de  18G7  fué 
derrotado  y  hecho  prisionero  en 
<^uerétaro.  Sus  generales  Mii-amón 
y  Mejía  se  vieron  condenados  con 
él  á  la  pena  de  fusilamiento.  Esta 
pena  no  tuvo  nada  de  arbitraria. 
Dos  iiños  antes,  en  Octubre  de  1865, 
Mnximiliano  había  redactado  por 
si  mismo  un  decreto  condenando  á 
mueite  ;í  todo  el  que  fuese  hecho 
prisionero  con  las  armas  en  la  ma- 
no. Muchos  republicanos  murieron 
fusilados  en  virtud  de  este  decreto. 
Al  hacerle  prisionero  las  tropas  de  la  República,  no 
tuvieron  más  que  aplicarle  su  misma  ley,  fusilándolo 
en  el  cerro  de  la  Campana  con  sus  dos  generales.  Las 


CASTII.I.f)    DB 


SCHrENBRUNN,    RESIDENCIA    VBEANIKGA 
DEL    EMPERADOR 


CHALET    LMPKKIAL    DB    ISCHL 

balas  que  mataron  á  Maximiliano  hirieron  la  razón 
de  su  triste  compañera.  La  archiduquesa  Carlota,  víc- 
tima inocente  de  esta  parodia  de  imperio  que  había 
durado  tres  años,  vivió  en  adelante  en  un  forzoso 
retiro  para  ocultar  su  locura. 

La  desgracia  lastimó  aun  más  profundamente  á 
Francisco  José  en  sus  afectos  familiares.  El  principe 
Kodolfo,  su  único  heredero,  murió  en  una  tragedia 
obscura  y  vergonzosa.  Las  aficiones  galantes  del  pa- 
dre se  habían  reproducido  en  el  hijo,  pero  con  menos 
exquisitez  y  distinción.  Francisco  José  ha  puesto 
siempre  sus  afectos  y  sus  deseos  en  las  altas  damas 
de  la  corte,  que  admiraron  en  otros  tiempos  con  amo- 
roso éxtasis  la  belleza  varonil  de  este  emperador  de 
limitados  alcances  intelectuales,  pero  gran  jinete  y 
valeroso  soldado.  El  principe  Rodolfo  fué  más  popu- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


601 


lachero  y  rui- 
doso en  sus  pa- 
siones, ('iisado 
con  la  princesa 
Estefania,  hija 
de  Leopoldo  II, 
rey  de  los  bel- 
gas, reanudó 
poco  después 
de  su  matrimo- 
nio la  misma 
vida  de  soltero 
á  la  cabeza  de 
un  grupo  de  jó- 
venes nobles 
(lue  le  acom- 
pañaban en  sus 
escapadas  noc- 
turnas. Guiller- 
mo II  figuró 
muchas  veces 
en  esta  alegre 
banda  cuando 
sólo  era  hijo  del  heredero  del  trono  alemán. 

Rodolfo  aparecía  como  un  verdadero  descendiente 
de  vieja  familia  real,  empobrecido  físicamente  por  los 
incesantes  cruzamientos  de  personas  de  la  misma  san- 
gre. Débil  y  enfermizo,  á  pesar  del  régimen  militar 
á  que  le  había  sometido  la  educación  paterna,  se  dedi- 


HAXIMILIANO,   BMPKRADOR  DE  MÉJICO 


eó  al  uso  (le  la 
morfina.  Una 
neurasten  i  a 
ano  nadadora 
se  había  apo- 
derado de  él,  y 
para  combatir- 
la apelaba  al 
abuso  del  al- 
cohol emplean- 
do además  de 
la  morfina  el 
éter  y  otros  in- 
toxicantes. 

Los  dos  últi- 
mos años  de  su 
vida  fueron  una 
serie  de  abyec- 
tas orgías.  El 
principe  here- 
dero sintió 
gran  predilec- 
ción por  los  ti- 
pos esencial- 
mente víeneses,  y  de  éstos  los  más  populares  son  los 
cocheros  que  guían  los  carruajes  de  alquiler.  El  co- 
chero vienes  goza  de  una  popularidad  semejante  á  la 
del  torero  en  España,  el  cómico  en  Francia  ó  el  boxea- 
dor en  Inglaterra.  Son  cantores,  instrumentistas,  ím- 


CARLOTA.    EMPESATRIZ    DE    MKJICO 

(Retratos  do  Wintcihalter) 


FUSILAMIENTO    DEL    EMPERADOR    MAXIMILIANO    V    DE   LOS   GENERALES   MIRAMÓN    Y    MBjU. 

(Cuadro  de  Eduardo  Mauet) 


502 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL   PARLAMENTO    AI'STRIAOO 


provisadores  de  versos  cómicos,  y  sobre  todo  grandes 
maestros  en  el  arte  de  silbar  la  «tirolesa».  Rodolfo, 
acompañado  de  cocheros,  de  nobles  personajes  y  de 
mujeres  públicas,  corria  de  noche  los  restaurants  del 
Prater  de  Viena,  fraternizando  con  la  gente  alegre. 
«Muchas  noches — dice  un  cronista  de  los  Habsbur- 
go — los  árboles  del  Prater  vieron  entre  sus  troncos 
venerables  locas  zarabandas  de  príncipes,  de  nobles 
señores,  de  cocheros  de  fiacre  y  de  mujercillas  de  la 
calle,  evolucionando  todos  en  trajes  m¿is  que  primiti- 
vos bajo  la  dirección  del  archiduque  Rodolfo.  Las  gen- 
tes de  esta  banda,  después  de  terminar  su  baile,  en- 
traban titubeando  en  los  restaurants  para  inundar  el 
viejo  piano  con  oleíidas  de  champagne,  cuando  ya  no 
podían  beber  más.» 

Estas  oi-gías  repugnantes  se  repetían  varias  veces 
por  semana,  acabando  de  trastornar  la  débil  consti- 
tución de  Rodolfo.  Era  en  vano  que  la  dulce  empera- 
triz Elisabeth,  durante  las  cortas  temporadas  que  pa 
saba  en  Viena,  intentase  modificar  la  conducta  de  su 
hijo  y  restablecer  sus  relaciones  matrimoniales  con  la 
archiduquesa  Estefanía.  El  aturdido  principe,  que  era 
adorado  por  su  madre,  la  consolaba  con  unas  caricias, 
volviendo  á  reanudar  inmediatamente  su  loca  exis- 
tencia. 

Un  amor  material,  (luo  lomó  las  proporciones  de 


una  pasión,  apartó  á  Rodolfo  moment;iueamente  de 
sus  orgías  populares.  A  su  amistad  por  el  cochero 
Bratfisch,  grotesco  y  gracioso  personaje  que  le  acom- 
pañaba en  sus  empresas  nocturnas,  sucedió  como 
afecto  dominante  la  vehemencia  amorosa  inspirada 
por  la  baronesa  María  Vetschera,  joven  que  á  su  gran 
hermosura  unía  el  exótico  encanto  y  la  corrupción  de 
las  mujeres  de- Oriente.  La  madre  de  la  Vetschera, 
viuda  de  un  diplomático  austríaco,  era  hija  de  un 
financiero  griego  llamado  Baltazzi,  que  había  hecho 


SSfi^ 


^J^ffl 


LA    CÁMARA    DE    DIPITADOS    DE    m'DAPB.ST 


HISTORIA  DE  LA  GUERPA   EUROPEA  DE  1914 


503 


en  Coiistantinopla  una  fortuna  de  "25  millones.  Ansio 
sas  de  representación  social,  la  madre  y  la  hija  se 
trasladaron  de  Constantinopla  á  Vieiia,  consiguiendo 
entrar  en  los  salones  de  una  aristocracia  que  os  la 
in;is  cerrada  de  toda  Kuropa.  Rodolfo  se  sintió  atraído 
por  la  ij-racia  oriental  de  Maria  Vetschera,  y  la  fami- 
lia de  ésta-  su  madre  y  sus  hermanos  los  banqueros 
Baltazzi-  vieron  en  tal  pasión  un  medio  de  realizar 
sus  ensueños  de  ad- 
venedizos .iinhicio- 
sos. 

Rodolfo,  aiiotado 
por  todos  los  exce- 
sos, podia  resultar 
un  juguete  dócil  en 
tre  las  manos  de  una 
joven  hermosa,  inte- 
ligente y  experta  on 
las  cosas  del  amor. 
El  príncipe  vivía  pú- 
blicamente desunido 
con  su  esposa  Este- 
fanía. ¿Quién  sabe 
si  la  nieta  del  equí- 
voco banquero  de 
Gonstantínopla  po- 
dría ostentar  sol)re 
su  frente  alguna  vez 
la  pesada  corona  del 
Imperio? 

A  las  pocas  sema- 
nas toda  Viena  sabía 
que  la  ^'etschera  era 
la  amante  del  prín 
eipe  heredero.  Este, 
á  pesar  de  la  situa- 
ción social  de  la  fa- 
milia de  su  amada, 
procedió  lo  mismo 
que  en  sus  aventu- 
ras de  bajo  vuc^lo. 
sin  delicadeza  algu- 
na, haciendo  gala  de 
su  buena  suerte.  Ja- 
más ninguna  de  sus 
pasiones  había  con- 
movido de  tal  modo 

sus  nervios.  A  pesar  de  que  sólo  tenía  treinta  años, 
el  nuevo  amor  tomó  en  él  una  forma  senil,  llegando  á 
constituir  una  especie  de  locura  que  le  mantuvo  en 
perpetua  irritabilidad,  cometiendo  toda  clase  de  ex- 
centricidades. 

En  el  curso  de  unas  maiiíoliras  efectuadas  en  Pru- 
sia  rifió  con  el  gran  duque  N'ladímiro,  que  representa- 
ba á  su  padre  el  zar  Alejandro  III,  y  quiso  batirse  con 
él,  teniendo  que  intervenir  el  viejo  emperador  Gui- 
llermo y  su  hijo  el  príncipe  Eritz  para  evitar  el  es- 
cándalo. Durante  los  funerales  de  (Guillermo  I  en  Ber- 


RETHATO    DKL    EMPKRADOR.    PINTADO  PARA    LA    BOL.SA    DB    VJENA 
POR    BL    CKLEBRE    ARTI.STA    MICHALBK 


lin  provocó  una  nueva  cuestión  con  otro  gran  duque 
de  Rusia,  y  hubo  que  darle  á  entender  que  su  conduc- 
ta afligía  mucho  al  moribundo  emperador  Federico, 
para  que  desistiese  de  sus  originalidades.  Elkronprintz 
Guillermo,  á  instigaciones  de  Francisco  .losé,  escríliií) 
una  carta  cariñosa  á  Rodolfo  para  que  cambiase  de 
vida:  pero  el  archiduque,  enlo(|uecido  por  el  alcohol, 
la  morfina  y  los  excesos  amorosos,  le  contestó  con  in- 
solencia, cesando 
toda  relación  con 
este  amigo  de  la  in- 
fancia que  sólo  tenia 
cinco  meses  menos 
([ue  él. 

La  vida  en  las  ha- 
liitaciones  que  ocu- 
p.ilian  los  archidu- 
(pies  herederos  fué 
uii  vei-dadero  infier- 
no. En  varias  ocasio- 
nes el  principe  abo- 
fetea públicamente 
á  su  esposa  Estefa- 
nía, teniendo  que 
intervenir  la  ser- 
\idunibre  ])alacie- 
g,i.  l'n  (li.i  el  papa 
León  XIII  recibió 
una  carta  de  Rodol- 
fo llevada  personal- 
mente por  un  men- 
sajero, en  la  cual  so- 
licitaba la  interven- 
ción pontilical  para 
romper  un  matrimo- 
nio que  le  era  odioso. 
El  principe  deseaba 
ademiis  que  intervi- 
niese el  Papa  para 
que  su  padre  el  em- 
perador aceptase  el 
divorcio  y  le  permi- 
tiera contraer  un  se- 
gundo matrimonio. 

León  XIII,  algo 
asombrado  por  el 
tono  y  las  peticiones 
de  la  carta,  se  la  remitió  al  arzobispo  de  Viena,  y  este 
sencillo  varón,  sin  ninguna  habilidad  diplomática, 
pidió  una  audiencia  al  emperador  presenüindole  la 
carta  de  Rodolfo. 

Francisco  José,  que  había  tolerado  hasta  entonces 
con  resignada  tristeza  la  mala  vida  del  principe,  como 
padre  no  exento  de  reproche,  creyó  llegado  el  mo- 
mento de  proceder  con  energía.  Hizo  llamar  al  here- 
dero, y  en  el  misterio  de  su  gabiuete  se  desarrolló  una 
escena  violenta  de  la  que  sólo  fueron  testigos  el  pre- 
sidente del  Consejo  de  ministros,  el  ministro  de  Negó- 


504 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


BL    PRÍNCIPE    RODOLFO    Á    LOS    QUINCE   AÑOS 

cios  Extranjeros  y  el  cardenal-arzobispo  de  Viena.  La 
voz  irritada  de  Francisco  José  llegó  en  varias  ocasio- 
nes hasta  las  piezas  inmediatas,  á  través  de  los  espe- 
sos cortinajes.  Después  de  una  larga  hora  salió  Ro- 
dolfo pálido,  con  las  facciones  desencajadas,  las  ma- 
nos temblorosas  y  titubeando  como  un  ebrio.  Pasó 
mucho  tiempo  tendido  en  un  diván  de  su  gabinete  de 
trabajo,  y  por  la  tarde  se  dirigió  en  el  carruaje  de 
Bratfisch,  su  cochero  de  confianza,  al  retiro  de  Ma- 
yerling,  pabellón  de  caza  situado  entre  bosques,  donde 
se  refugiaba  en  todos  los  malos  momentos  de  su  vida 
azarosa.  Antes  de  partir  había  enviado  una  carta  á 
la  Vetschera,  hablando  sin  duda  de  su  entrevista  con 
el  emperador.  También  envió  otra  carta  á  sus  amigos 

y  compañeros  de  placer,  el 
principe  Felipe  de  Coburgo 
y  el  conde  de  Hoyos,  rogán- 
doles que  vinieran  á  bus- 
carle en  Mayerling,  pues 
tenía  que  comunicarles  una 
grave  decisión. 

Esta  decisión  era  induda- 
blemente su  ruptura  con 
Jlaria  VetscJiera.  El  em- 
perador, atrepellando  con 
grandes  arrebatos  de  có- 
lera la  debilitada  protesta 
de  su  hijo,  le  había  hecho 
prometer,  en  presencia  de 
los  tres  solemnes  testigos, 
EiL  oooHBRo  BRATFISCH         quc  abandonaría  .toda  rela- 


ción con  su  amante.  Rodolfo,  después  de  dar  su  pala- 
bra como  príncipe  y  como  soldado,  había  escrito  á  la 
interesada,  enfurecido  tal  vez  por  su  resolución,  pero 
dispuesto  á  mantenerla. 

Minutos  después  que  la  Vetschera  recibió  la  carta 
salió  de  su  casa,  dirigiéndose  á  la  estación  del  Medio- 
día para  tomar  un  tren  que  la  condujese  á  Mayerling. 
Al  pasar  por  las  calles  céntricas  de  Viena  se  apeó  en 
una  tienda  de  cuchillería,  comprando  una  navaja  de 
afeitar  que  hizo  que  afilasen  escrupulosamente.  Con 
esta  adquisición  tomó  el  tren,  descendiendo  en  los  al- 
rededores de  Mayerling.  En  el  camino  del  pabellón  de 
caza  encontró  el  carruaje  de  Bratfisch  que  conducía 
á  Rodolfo.  Subió  á  él,  y  juntos  llegaron  á  Mayerling, 
avisando  el  príncipe  á  su  padre  por  medio  de  un  tele- 
grama para  que  no  lo  esperasen  en  palacio,  donde  por 
la  noche  se  celebraba  un  banquete  oficial. 

Cuando  llegaron  á  Mayerling  el  príncipe  de  Co- 
burgo y  el  conde  de  Hoyos,  los  dos  amantes  parecían 
tranquilos.  Rodolfo  no  hizo  la  anunciada  «comunica- 
ción grave»  á  sus  dos  compañeros.  La  velada  trans- 
currió, como  era  de  costumbre,  entre  los  cuatro  ínti- 
mos. Bajo  la  mirada  impasible  de  la  Vetschera,  los 
tres  hombres  absorbieron  tanto  champagne  y  bebidas 
alcohólicas  como 
les  fué  posible.  A 
las  diez,  según  las 
declaraciones  de 
los  criados,  Ro- 
dolfo se  retiró  á  su 
dormitorio  soste- 
nido por  su  aman- 
te, pues  estaba 
completamente 
ebrio.  Los  cuatro 
habían  convenido 
en  que  al  día  si- 
guiente, á  las  seis 
de  la  mañana, 
saldrían  de  caza. 
Rodolfo  corrió  el 
cerrojo  del  dormi- 
torio— ó  tal  vez 
fué  su  compañe- 
ra— ,  contra  la  costumbre  observada  generalmente 
en  Mayerling.  Aquí  empieza  el  misterio  de  la  muerte 
del  príncipe  heredero. 

A  las  cinco  y  media  de  la  mañana,  Loschek,  el 
ayuda  de  cámara  de  Rodolfo,  llamó  repetidas  veces  á 
la  puerta.  Silencio.  Durante  la  noche  Loschek  había 
oído  un  tiro  de  escopeta,  sin  inquietarse  por  tal  dis- 
paro, pues  lo  atribuyó  á  un  guardabosque.  En  vista 
del  silencio  de  su  amo  avisó  al  príncipe  de  Coburgo  y 
al  conde  de  Hoyos,  los  cuales,  después  de  inútiles  lla- 
mamientos, hicieron  saltar  la  cerradura  de  la  puerta 
penetrando  en  el  dormitorio.  Un  horrible  espectáculo 
surgió  ante  sus  ojos.  La  hermosa  Vetschera  yacía  en 
el  lecho  estrangulada.  Rodolfo  tenia  el  cráneo  roto 


LA    ARCHIDUQUESA    E.STEFANÍA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


305 


por  un  disparo  de  arma  de  fuego.  Además,  en  el  bajo 
vientre  presentaba  una  horrible  herida,  una  atroz 
mutilación,  que  había  inundado  de  sangre  la  cama  y 
el  suelo. 

Nunca  se  conocerá  con  todos  sus  detalles  lo  ocu- 
rrido en  Jilayerling.  Los  dos  compañeros  del  principe 
callaron  siempre  por  respeto  á  la  dignidad  imperial. 
Los  individuos  de  la  servidumbre  recibieron  fuertes 
recompensas  por  su  silencio  y  fueron  esparcidos  con 
-v^aliosos  empleos  en  los  puntos  mas  extremos  del  Im- 
perio. El  médico  que  atestiguó  la  defunción  del  prín- 
cipe, honrado  profesor  de  la  facultad  de  Viena,  se 
negó  á  suscribir  una  declaración  afirmando  que  la 
muerte  era  debida  á  un  accidente  de  caza,  y  la  fami- 
lia real  del  más  católico  de  los  imperios  tuvo  que 
pasar  por  la  vergüenza  del  suicidio  de  uno  de  los 
suyos. 

Se  fantaseó  mucho,  y  se  fantasea  todavía,  sobre 

el  misterioso  fin 
del  archiduque 
Rodolfo.  Unos  atri- 
buyeron su  muer- 
te aun  duelo;  otros 
supusieron  una 
orgia  sangrienta, 
en  la  que  los  com- 
pañeros del  prín- 
cipe lo  mataron  á 
golpes,  indigna- 
dos por  su  bruta- 
lidad contra  la 
Vetschera.  La  ló- 
gica de  los  hechos 
y  la  declaración 
del  cuchillero,  que 
reconoció  en  el  ca- 
dáver de  la  Vets- 
chera á  la  mujer 
que  le  había  comprado  una  navaja  de  afeitar,  expli- 
can todo  lo  ocurrido  on  el  trágico  dormitorio  de  lla- 
yerlíng.  Al  quedar  solos  en  él,  la  Vetschera,  que  tenia 
á  su  amante  bajo  el  dominio  de  sus  gracias  y  sus  sor- 
tilegios sensuales,  lo  hizo  caer  como  siempre  en  los 
delirios  de  un  amor  complicado.  El  desorden  particu- 
lar que  ofrecía  la  cama  cuando  entraron  los  testigos, 
es  una  prueba  de  esto. 

Rodolfo,  que  sufría  de  insomnios,  se  despertó  á 
altas  horas  de  la  noche  atormentado  por  la  idea  de 
haber  faltado  á  la  palabra  de  caballero  y  de  soldado 
dada  á  su  padre.  Indignado  contra  si  mismo  y  contra 
su  amante,  declaró  á  ésta  que  todo  había  terminado 
entre  ellos  y  que  no  se  verían  más.  Insensible  á  las 
caricias  de  la  amante,  que  pretendía  retenerlo,  Rodolfo 
empezó  á  vestirse.  «Entonces  la  Vetschera— dice  un 
cronista  de  este  drama— se  dio  cuenta  de  que  había 
perdido  la  partida  para  siempre,  y  con  un  gesto  que 
quiso  hacer  pasar  por  una  última  caricia,  la  cruel 
hija  de  Oriente,  valiéndose  de  la  navaja  comprada 


ÚLTIMO    RETRATO   DEL    PRÍNCIPE 
RODOLFO 


LA   BARONESA   VETSCHERA 


en  Viena,  mutiló 
de  un  modo  horri- 
ble al  desgracia- 
do archiduque. 
Loco  de  dolor,  Ro- 
dolfo se  arrojó  so- 
bre su  amante, 
estrangulándola. 
Luego  tomó  su  es- 
copeta de  caza,  y 
echando  una  gota 
de  agua  sobre  la 
carga  para  darle 
un  efecto  más  ful- 
minante, se  intro 
dujo  luego  los  ca- 
ñones en  la  boca, 
haciendo  saltar 
de  golpe  su  cere- 
bro y  su  cápsula  craneal.»  La  hipótesis  del  suicidio 
realizado  fríamente  no  puede  admitirse.  Los  morfinó- 
manos no  encuentran  jamás  en  ellos  la  fuerza  nece- 
saria para  suicidarse,  y  únicamente  pueden  atentar 
contra  su  vida  bajo  el  imperio  de  una  emoción  ex- 
traordinaria. 

La  emperatriz  Elisabeth  estaba  en  Viena  al  ocu- 
rrir este  suceso  trágico.  Ella  fué  la  primera  que  reci- 
bió la  noticia,  cuando  el  conde  de  Hoyos  se  presentó 
en  palacio  trémulo  de  emoción  y  no  sabiendo  cómo 
empezar.  Ella  fué  la  que  entró  en  el  despacho  de 
su  esposo  para  comunicíirle  el  terrible  suceso.  Los 
dos  esposos  se  vieron  solos,  cara  á  cara,  lo  que  no 
había  ocurrido  en  muchos  años.  «Cuando  una  hora 
más  tai-de  el  conde  de  Hoyos  fué  llamado  ante  los 
soberanos  para  completar  sus  explicaciones,  encon- 
tró á  la  emperatriz  blanca,  de  una  blancura  de  már- 
mol, pero  tranquila  y  digna,  teniendo  entre  sus  manos 
la  mano  del  emperador.  El  pobre  hombre,  enveje- 
cido diez  años  en  una  hora,  se  hundía  en  su  sillón, 
con  los  ojos  enrojecidos  y  el  rostro  inundado  de  lá- 
grimas, interrumpiendo  con  profundos  sollozos  y  gri- 
tos desesperados  el  relato  del  testigo.» 


MAYEltU.NCl, 


es 


S06 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


El  cadáver  de  Ma- 
ría Vetschera  fué  lle- 
vado de  noche  y  en 
secreto  hasta  Tries- 
te, donde  lo  embar- 
caron para  Venecia. 
Desde  esta  ciudad  la 
baronesa  de  Vets- 
chera dio  parte  á 
sus  relaciones  de  la 
«muerte  repentina» 
de  su  hija. 

Francisco  José 
quedó  largo  tiempo 
anonadado  por  esta 
tragedia  que  ensom- 
brecía su  vejez.  El 
Imperio  había  per- 
dido su  heredero  di- 
recto. La  corona  iba 
á  ser  ahora  para  sus 
sobrinos,  que  le  su- 
cederían como  él  ha- 
bía sucedido  á  su  tío 
el  emperador  Fer- 
nando. 


Ya  hemos  dicho 
JUAN  oRTH  que  la  muerte  trá- 

gica acompaña  co- 
mo una  fatalidad  á  los  Habsburgo. 

El  archiduque  Albrecht,  tío  del  emperador  y  ge- 
neral duro  que  con  sus  crueldades  provocó  en  Viena 
la  revolución  de  1848,  no  tenía  más  que  una  hija,  de 
salud  delicada,  con  cierta  predisposición  á  las  dolen- 
cias pulmonares.  Esta  archiduquesa  era  gran  aficio- 
nada al  cigarrillo,  ocultándose  de  todos  para  poder 
fumar,  con  grave  perjuicio  de  sus  vías  respiratorias. 
Fumando  en  una  noche  de  verano  asomada  á  un  bal- 
cón del  palacio  de  Schoenbrunn,  se  vio  sorprendida 
por  la  presencia  de  su  severo  padre,  que  se  p;xseaba 
por  los  jardines.  La  archiduquesa  ocultó  el  cigarrillo 
apresuradamente  en  su  peinador  de  gasas  y  blondas. 
Momentos  después  estaba  envuelta  en  llamas  y  corría 
desesperadamente  por  las  galerías  del  palacio,  avi- 
vándose el  fuego  con  el  ímpetu  de  la  carrera.  Cuando 
al  fin  pudieron  despojarla  de  las  ardientes  cenizas  de 
las  batistas  y  las  blondas,  la  pobre  archiduquesa  apa- 
reció cubierta  de  llagas  horribles.  Para  adormecer 
sus  dolores  la  sumergieron  en  una  banadera  llena  de 
aceite,  llevándola  de  este  modo  á  Viena,  donde  pere- 
ció días  después  á  pesar  de  la  asistencia  de  los  pri- 
meros médicos. 

Un  primo  del  emperador,  el  archiduque  José,  mu- 
rió de  un  tiro  de  fusil  en  una  partida  de  caza. 

El  archiduque  Juan,  de  la  rama  de  Toscana,  fué 
de  todos  los  sobrinos  de  Francisco  José  el  más  reco- 
mendable, por  su  afición  al  estudio  y  por  sus  costum- 


bres, que  aunque  algo  libres,  resultaban  menos  diso- 
lutas que  las  de  los  otros.  Su  carácter  independiente  y 
sus  ideas  liberales  le  hicieron  chocar  muchas  veces 
con  su  tío  el  emperador,  acabando  por  presentar  la 
dimisión  del  grado  de  general  que  había  alcanzado  á 
los  veintisiete  años.  Igualmente  renunció  á  la  digni- 
dad de  archiduque  con  todos  sus  derechos  y  rentas, 
tomando  el  nombre  burgués  de  Juan  Orth  del  titulo 
de  un  castillo  propiedad  de  su  madre. 

Retirado  en  Hamburgo  se  dedicó  á  los  estudios  ma- 
rítimos, y  después  de  adquirir  por  examen  el  título  de 
capitán  de  altura,  compró  un  buque  de  vela  bautizán- 
dolo con  el  titulo  de  Santa  Margarita,  en  honor  de 
una  hermosa  actriz,  Margarita  Stuebel,  que  era  su 
amante. 

En  Octubre  de  1889  Juan  Orth  se  embarcó  con  la 
Stuebel  en  el  Santa  Maigirita,  emprendiendo  una  na- 
vegación de  placer  á  Buenos  Aires.  Desde  este  puerto 
hizo  vela  de  nuevo  con  rumbo  al  Pacífico,  tocando  en 
Valparaíso.  Al  zarpar  por  tercera  vez  alejándose  de 
las  costas  de  Chile,  nada  se  volvió  á  saber  de  Juan 
Orth  y  de  su  compañera.  Es  indudable  que  el  Santa 
Margarita,  al  doblar  el  cabo  de  Hornos,  se  perdió  en 
una  de  las  tempestades  que  son  frecuentes  en  aquel 
mar  peligroso. 

Juan  Orth,  héroe  novelesco,  no  ha  podido  morir 
para  muchos.  La  curiosidad  pública  se  lo  ha  represen- 
tado durante  muchos  años  fingiendo  un  naufragio  para 
ocultar  mejor  su  personalidad,  y  llevando  una  exis- 
tencia de  señor  del  campo  en  una  estancia  de  la  Re- 
pública Argentina.  Algunos  han  creído  reconocer  á 
Juan  Orth  en  cada  uno  de  los  av^entureros  europeos  de 
existencia  novelesca  que  vagan  por  la  América  del 
Sur.  El  silencio  de  la  actriz  Stuebel,  y  el  no  haber  re- 
cibido noticia  alguna  la  madre  de  Juan  Orth,  á  la  que 
éste  amaba  mucho,  prueban  que  el  romántico  archi- 
duque pereció  realmente  hace  muchos  años  en  los 
mares  australes. 

La  desgracia  ha  perseguido  igualmente  á  los  que 
están  emparentados  con  Francisco  José.  Una  herma- 
na de  su  esposa,  que  vivía  lejos  de  Viena,  pereció  que- 
mada en  París,  en  el  incendio  del  «Bazar  de  la  Ca- 
ridad». 

En  la  familia  de  los  Habs- 


burgo, 


cuando  las  desgra- 


cias no  toman  un  carácter 
trágico,  revisten  las  for- 
mas risibles  de  una  come- 
dia regocijada.  Una  sobri- 
na de  Francisco  José,  la 
reina  Luisa  de  Sajonia, 
huyó  de  Dresde,  como  todos 
saben,  con  el  preceptor  de 
sus  hijos,  llamado  Girón,  y 
luego  se  casó  con  el  músico 
Toselli.  Otro  sobrino,  her- 
mano de  la  misma  princesa 
Luisa,  renunció  á  su  titulo 


EL  ARCHIPUQCB  CARLOS  LUIS 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


567 


de  archiduque  para  huir  con  una  cantante  mediocre, 
llevando  una  existencia  burguesa  en  los  alrededores 
de  Lucerna. 

Cerca  de  Francisco  José,  en  su  propia  corte,  indi- 
viduos de  su  familia  le  han  amargado  repetidas  ve- 
ces la  existencia  con  toda  clase  de  escándalos  y  vicios. 

El  archiduque  Carlos  Luis,  su  tercer  hermano,  le 
proporcionó  grandes  disgustos  por  sus  aventuras  amo- 
rosas. Este  Carlos  Luis  fué,  como  dice  un  cronista,  «el 
Barba-Azul»  de  la  familia.  Se  casó  tres  veces,  y  como 
si  no  le  bastase  su  furor  matrimonial,  dio  mucho  que 
hablar  en  Vicna  por  su  galantería,  que  ejercitaba 
habitualmente  en  las  calles. 

El  archiduque  Othon  Francisco,  hijo  de  éste  y  so- 
brino del  emperador,  sobrepasó  considerablemente  á 
su  padre,  distinguiéndose  entre  todos  los  individuos 
de  la  familia 
de  Habsbur- 
go,  tan  abun- 
dante en  prin- 
cipes liberti- 
nos. Siendo 
coronel  de  un 
regimiento  de 
dragones  en 
Enns,  se  dedi- 
caba por  las 
noches,  con 
varios  oficia- 
les, á  organi- 
zar terribles 
orgias  en  los 
cafés.  Como 
el  dueño  de 
uno  de  estos 
establecimien 
tos se  negase á 
abrir  la  puer- 
ta por  ser  hora  avanzada,  el  archiduque  Othon,  con 
un  grupo  de  oficiales,  rompió  á  tiros  los  vidrios  de  las 
ventanas  y  procedió  al  incendio  del  edificio.  Cuando 
á  las  voces  de  auxilio  del  cafetero  y  su  familia  llegó 
un  destacamento  de  dragones,  se  encontraron  éstos 
con  que  los  asaltantes  que  iban  á  llevarse  prisioneros 
eran  su  coronel  y  los  más  nobles  oficiales  del  regi- 
miento. 

Otra  vez,  al  tropezar  el  archiduque  con  un  entie- 
rro en  un  camino,  hizo  la  apuesta  de  saltar  á  caballo 
por  encima  del  ataúd.  Los  cuatro  labriegos  que  lleva- 
ban el  féretro,  asustados  por  el  jinete  que  se  les  ve- 
nia encima,  abandonaron  al  muerto  en  el  suelo  hu- 
yendo despavoridos,  así  como  el  clero  y  los  demás 
individuos  del  fúnebre  cortejo.  Esta  vez  la  corte  se  su- 
blevó ante  la  calaverada  archiducal.  El  devoto  empe- 
rador, herido  en  sus  sentimientos  religiosos,  llamó  á 
su  sobrino,  é  indignado  por  esta  conducta  sacrilega  le 
dio  un  bofetón  en  presencia  de  los  cortesanos,  en- 
viándolo  luego  desterrado.  Pero  al  poco  tiempo,  arre- 


BL    BMPBRADOU    REVISTANDO    A    LOS    GUARDABOSQUES   EN    SCHCENBRtJNN 


pentido  de  su  conducta,  volvió  á  llamarlo  á  Viena  y 
lo  hizo  general. 

En  Viena  sus  extravagancias  de  libertino  aun  fue- 
ron más  ruidosas.  Una  noche,  después  de  emborra- 
charse con  varios  oficiales  en  el  café  Sacher,  que  es 
de  los  más  concurridos  de  la  capital,  se  empeñó  en 
llevar  á  su  palacio  á  toda  la  banda  de  amigos  beodos, 
haciéndolos  entrar  en  el  dormitorio  de  su  esposa,  la 
archiduquesa  Maria  Josefa,  no  se  sabe  con  qué  fin.  En 
la  puerta  de  la  alcoba  un  viejo  criado  se  interpuso, 
declarando  á  su  amo  que  únicamente  lograría  pasar 
adelante  matándolo  á  él.  El  archiduque  tiró  del  sable, 
y  sólo  la  intervención  de  uno  de  los  oficiales,  menos 
ebrio  que  los  demás,  pudo  impedir  el  crimen. 

Los  escándalos  de  Othon  fueron  tan  grandes  que 
un  diputado  habló  de  ellos  en  el  Parlamento  al  discu- 
tirse la  lista 
civil.  Cuaren- 
ta y  ocho  ho- 
ras después, 
al  volver  el 
diputado  por 
la  noche  á  su 
casa,  lo  asal- 
t  a  ron  unos 
hombres  en- 
mascarados, 
dándole  tan 
terrible  pali- 
za que  hubo 
de  permane- 
cer en  el  le- 
cho durante 
varias  sema- 
nas. 

Otra  haza- 
ña del  archi- 
duque Othon 
en  1904  fué  origen  de  una  molestia  diplomática.  Es- 
tando en  un  gabinete  particular  del  café  Sacher,  el 
archiduque,  que  llevaba  varias  horas  bebiendo,  sintió 
tanto  calor  que  se  despojó  de  todas  sus  ropas,  conser- 
vando únicamente  el  casco  en  la  cabeza  y  sobre  la 
carne  el  cinturón  con  su  sable.  Una  dama,  menos  ves- 
tida aún  que  el  alegre  Ochon,  abrió  la  puerta,  empu- 
jando rudamente  al  archiduque,  el  cual,  con  las  pier- 
nas enredadas  en  el  sable,  vino  á  caer  en  medio  del 
comedor.  Al  intentar  levantarse  apareció  en  el  extre- 
mo del  pasadizo  el  embajador  de  Inglaterra  con  su 
esposa  y  sus  dos  hijas,  las  cuales  quedaron  espanta- 
das ante  semejante  visión.  El  escándalo  fué  tan  enor- 
me que  hubo  que  arreglarlo  por  la  via  diplom;itica. 
Pero  de  todos  los  individuos  de  la  f.imilia  imperial 
el  que  se  ha  distinguido  más  por  la  Índole  especiali- 
sima  de  sus  costumbres  es  el  archiduque  Luis  Víctor, 
un  viejo  que  parece  llegar  en  su  trauíiuilo  impiuior  á 
los  últimos  limites  de  la  inconsciencia.  Las  aventuras 
del  archiduque  Luis  Víctor  son  difíciles  de  narrar, 


508 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


BL  ARCHIDUQUE   LUIS   VÍCTOR 


como  no  sea  con  el  auxi- 
lio del  latín,  lengua  que 
emplean  muchos  autores 
para  los  relatos  escabro- 
sos. 

Weindel,  al  ocuparse 
de  la  vida  de  los  Habsbur- 
go  contemporáneos,  dice 
asi:  «Existe  en  Viena  una 
cusa  de  bafios  muy  elegan- 
te llamada  Centrolbad.  El 
archiduque  Luis  Víctor  la 
frecuentaba  asiduamente, 
encontrándose  en  ella  con 
varios  jóvenes,  lectores 
asiduos  de  las  obras  poé- 
ticas de  Osear  Wilde,  poeta  preferido  del  archiduque. 
Éste  conversaba  con  los  fervientes  de  un  culto  que 
era  el  suyo,  y  sus  conversaciones  se  terminaban  con 
frecuencia  del  modo  más  intimo.  Pero  ocurrió  que  un 
dia  del  año  de  1903  el  archiduque  se  equivocó  al  diri- 
girse á  una  persona  que  no  admiraba  nada  á  este 
poeta  inglés  tan  especial.  Luis  Víctor  insistió,  sin 
embargo,  y  el  indicado  señor,  que  no  gustaba  sin  duda 
de  verse  contrariado  en  sus  opiniones  literarias,  ad- 
ministró un  soberbio  par  de  bofetones  al  archiduque, 
demasiado  insinuante.  Todos  los  antiwildistas,  poseí- 
dos de  gran  furor,  aprovecharon  la  oportunidad  para 
administrar  al  hermano  del  emperador  una  corrección 
tan  dura,  que  los  criados  de  la  casa  de  baños  tuvieron 
que  transportarlo  á  su  domicilio  medio  desmayado. 
»E1  emperador,  que  según  parece  no  ama  tampoco 
este  género  de  discusiones  literarias,  señaló  á  su  herma- 
no como  residencia  el  pequeño  pueblo  de  Meran,  en  el 
Tirol,  donde  Luis  Víctor  no  tiene  ocasiones  frecuentes 
para  hablar  de  tal  clase  de  poesía  con  los  aficionados. » 
El  horror  trágico  y  el  libertinaje  escandaloso  han 
rondado  en  torno  de  Francis- 
co José  durante  medio  siglo, 
arrancándole  lágrimas  ó  ha- 
ciéndole proferir  gritos  de  in- 
dignación, pero  sin  alterar  por 
mucho  tiempo  una  serenidad 
egoísta  que  es  tal  vez  el  secre- 
to de  su  larga  vida. 


Francisco  José,  firme  de- 
fensor de  los  principios  tradi- 
cionales, ha  querido  hacerlos 
respetar  por  los  demás,  aun- 
que él  los  menosprecia  bas- 
tante en  su  vida  intima. 

Más  que  los  dramas  y  las 
tristezas  de  su  casa,  sintió  los 
escándalos  de  los  individuos  de 
su  familia,  porque  esto  aten- 
taba contra  el  prestigio  de  los 


Habsburgo  y  el  orgullo  feroz  del  Imperio.  Para  evitar 
el  descrédito  dictó  leyes  contra  la  prensa;  pero  como 
sí  la  fatalidad  quisiera  divertirse  con  él,  cada  una  de 
estas  medidas  preventivas  fué  seguida  de  un  nuevo 
escándalo  de  sus  parientes. 

Soberano  católico  y  de  gustos  absolutistas,  conven- 
cido de  que  es  un  representante  de  Dios  en  la  tierra, 
jamás  consintió  el  más  leve  atentado  contra  lo  que  él 
llama  ostentosamente  las  «leyes  de  la  casa  de  Habs- 
burgo». El  tiempo  pasa,  las  generaciones  evolucio- 
nan, las  costumbres  se  modifican  y  el  viejo  empera- 
dor, rodeado  de  nietos  y  biznietos,  ve  con  tristeza 
disminuido  su  poder  por  gentes  que  ya  no  creen  en 
la  tradición,  y  se  siente  sin  fuerzas  para  sostener  la 
lucha.  De  todos  sus  privilegios  tradicionales,  el  que 
mantuvo  siempre  con  más  empeño  fué  el  de  escoger 
las  esposas  y  los  esposos  para  los  individuos  de  su  fa- 
milia, no  tolerando  alianzas  con  personas  de  sangre 
inferior  ó  con  príncipes  que  no  fuesen  católicos. 

A  partir  de  1890,  el  anciano  monarca  ha  tenido  que 
asistir  al  derrumbamiento  de  todas  sus  ideas  tradicio- 
nales. Una  de  sus  nietas,  hija  de  la  archiduquesa  Gi- 
sela y  Leopoldo  duque  de  Baviera,  se  presentó  un  día 
en  sus  salones  del  Hofburg,  ó  palacio  real,  pidiéndo- 
le una  entrevista  particular.  El  abuelo  empezó  á  escu- 
charla con  sonrisa  bondadosa,  esperando  la  confiden- 
cia de  un  amor  por  algún  príncipe  ó  monarca  digno 
de  los  Habsburgo;  pero  quedó  espantado  al  saber  que 
su  nieta  Elisabeth  quería  casarse  con  un  simple  te- 
niente de  caballería  de  Baviera.  Además  el  teniente 
¡era  protestante! 

Resultaba  tan  absurda  la  petición,  que  el  empe- 
rador creyó  por  un  momento  en  una  broma  de  su  nie- 
ta, pero  su  naciente  sonrisa  volvió  á  extinguirse  al 
escuchar  las  nuevas  revelaciones  de  la  pequeña  ar- 
chiduquesa. Había  que  casarla  cuanto  antes,  para 
justificar  ciertos  descuidos  que  ya  no  tenían  remedio. 


KL    BMPBRADOR    FRANCISCO   JOSÉ   EN    LA    FIESTA    DB   LOS   NIÑOS    BN   VIBNA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


íW) 


BL    EMPERADOR    Y    I.OS    ARCHIDUQUES    EN    UNA    PROCESIÓN    POR    LAS    CALLES    DE    VIBNA 


Si  el  abuelo  retardaba  su  consentimiento,  surgiría  el 
escándalo.  Y  el  severo  Francisco  José,  tan  intransi- 
gente en  el  cumplimiento  de  las  «leyes  de  la  casa  de 
Habsburgo»,  tuvo  que  ceder,  vencido  por  las  lágrimas 
de  su  nieta.  Esta  se  casó  con  el  teniente,  y  por  prime- 
ra vez  hubo  en  la  familia  un  matrimonio  feliz  y  sin 
historia,  yendo  á  ocultar  su  dicha  burguesa  en  un  cas 
tillo  de  la  Moravia. 

Después  de  esta  primera  abdicación,  Francisco 
José,  que  fué  siempre  de  una  amable  ligereza  para 
las  pasiones  sin  consecuencia,  pero  de  una  severidad 

intransigente  para  el  matri- 
monio, se  sintió  empujado 
^^^^_^  y  dominado  por  la  podero- 

O^Hj^^^^^^  sa  inundación  de  amor  que 

^^^^^^^^^^         ha  ido  subiendo  en  torno  de 
^^^B^^l^r  él.  Paso  á  paso   tuvo  que 

fT  ^  ^  retroceder  ante  su  familia, 

sacrificando  los  tradiciona- 
les principios. 

La  archiduquesa  Estefa- 
nía, viuda  de  Rodolfo,  se 
presentó  igualmente  á  Fran- 
cisco José,  para  hacerle  sa- 
ber que  deseaba  casarse 
con  un  chambelán  de  su 
corte,  el  conde  Lonyay,  no- 
LA  ARCHIDUQUESA  GISELA       ble  húngaro,  pero  de  noble- 


za reciente,  y  poseedor  de  una  gran  fortuna.  Francis- 
co José  quiso  resistirse  á  esta  unión,  considerando  una 
verdadera  vergüenza  que  su  nuera  fuese  la  esposa  de 
uno  de  sus  chambelanes.  Pero  el  amor  venció  de  nue- 
vo á  las  tradiciones,  y  Francisco  José  tuvo  que  acep- 
tar el  desigual  enlace. 

Años  adelante,  fué  su  nieta  más  amada,  la  archi- 
duquesa Elisabeth,  hija  única  de  Rodolfo  y  Estefanía, 
la  que  le  proporcionó  un  nuevo  disgusto  siguiendo  el 
ejemplo  de  su  madre.  La  princesa  Elisabeth  era  la 
hija  de  su  único  hijo,  la  descendiente  directa  de  su 
sangre,  la  que  él  amaba 
más  y  trataba  con  mayor 
confianza,  deseando  casar- 
la con  un  rey  poderoso.  Y 
su  más  intima  descendien- 
te se  casó  con  un  simple 
oficial  de  caballería,  trasla- 
dándose á  Praga,  donde  su 
marido  estaba  de  guarni- 
ción. 

El  amor  con  su  falta  de 
respeto  á  las  tradiciones 
ha  perseguido  al  ceremo- 
nioso Francisco  José  en  el 
último  periodo  de  su  exis- 
tencia. Al  morir  Rodolfo  y 
tener  que  escoger  un  here-         lbopoldü  db  bavibba 


'^. 


^"^ 


510 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


dero,  el  emperador  se  fijó  en  su  sobrino  Francisco 
Fernando,  el  mismo  que  fué  victima  en  1914  del  aten- 
tado de  Serajevo.  Con  arreglo  á  las  leyes  de  los  Habs- 
burgo,  correspondía  la  corona  al  hermano  del  em- 
perador y  padre  del  citado  archiduque,  ó  sea  á  Car- 
los Luis,  el  viejo  erótico  llamado  «el  Barba- Azul»  de 
la  familia.  Pero  Francisco  José  creyó  más  conveniente 
designar  á  uno  de  sus  hijos.  El  mayor  era  Othon,  el 
terrible  «salta-ataúdes»  que  tantos  disgustos  había 
dado  al  emperador.  Por  esto  prefirió  á  su  segundo 
hermano,  Francisco  Fernando,  de  costumbres  tranqui- 


FRANCISCO   JOSÉ,    CON   SU.S  NIETOS 

las  y  que  dedicaba  cierta  atención  á  los  asuntos  de 
Estado. 

También  el  amor,  con  su  tendencia  á  las  alianzas 
obscuras  y  los  conflictos  novelescos,  le  salió  al  en- 
cuentro al  designar  á  este  heredero,  que  parecía  sumi- 
so y  de  gustos  vulgares. 

Cuando  Francisco  José  hablaba  á  su  sucesor  de  la 
necesidad  de  un  pronto  matrimonio  para  asegurar  al 
trono  de  Austria-Hungría  una  nueva  línea  de  herede- 
ros, Francisco  Fernando  rehuía  la  conversación.  Esta 
conducta  resultaba  extraña,  pues  no  se  le  conocía  al 
archiduque  ningún  amor  secreto  que  se  opusiera  á  su 
matrimonio.  Todos  ignoraban  sus  relaciones  con  la 
condesa  Choteck,  de  las  que  ya  hablamos  al  relatar  la 
tragedia  de  Serajevo. 

Cuando  Estefanía,  la  viuda  de  Rodolfo,  se  casó  con 
el  chambelán,  el  archiduque  ae  decidió  á  hablar,  ani- 


mado por  el  consentimiento  que  el  emperador  habia 
dado  finalmente  á  su  antigua  nuera.  Pero  Francisco 
José,  aunque  parecía  acostumbrarse  á  los  matrimonios 
desiguales,  acogió  con  una  rotunda  negativa  la  preten- 
sión de  su  heredero.  El  viejo  monarca  podía  transigir 
con  los  deseos  amorosos  de  los  individuos  de  su  fami- 
lia que  no  estaban  destinados  á  reinar.  Pero  Francis- 
co Fernando  iba  á  ser  emperador  á  la  muerte  de  su 
tío,  y  la  corona  imperial  no  podía  ostentarla  una  obs- 
cura condesa  de  provincias.  A  su  resistencia  por  or- 
gullo de  familia,  iba  unida  una  consideración  política. 

La  Constitución  de  Austria  exige  que  el  heredero 
del  trono  se  case  con  una  princesa  de  sangre  real 
para  que  ésta  sea  emperatriz.  Cuando  la  madre  care- 
ce de  esta  condición,  los  hijos  no  pueden  heredar  el 
Imperio.  En  cambio  la  Constitución  húngara  reconoce 
como  reina  á  la  mujer  del  rey  de  Hungría,  sea  cual 
sea  su  origen,  y  los  hijos,  por  el  hecho  de  su  naci- 
miento, son  herederos  indiscutibles  del  trono.  Casán- 
dose Francisco  Fernando  con  la  condesa  Choteck,  ésta 
ceñiría  en  el  porvenir  la  corona  de  Hungría,  pero  no 
la  de  Austria,  y  sus  hijos  subirían  al  trono  húngaro 
contemplando  como  inaccesible  el  trono  austríaco. 
Equivalía  esto  á  la  seguridad  de  una  secesión  futura 
y  definitiva  de  los  dos  países  del  Imperio,  peligro  que 
no  podía  admitir  el  emperador. 

Pero  la  condesa  Choteck  contaba  con  un  apoyo  po- 
deroso, tanto  en  sus  amores  con  el  archiduque  como 
en  su  lucha  contra  los  principios  tradicionales  del 
viejo  emperador:  los  jesuítas.  Se  ha  exagerado  tal  vez 
la  importancia  y  el  poder  de  esta  orden  religiosa  en 
algunas  naciones  de  Europa,  pero  en  Austria  y  en  Es- 
paña, las  dos  monarquías  católicas  por  excelencia, 
el  jesuitismo  conserva  todavía  gran  influencia  en  la 
vida  palaciega.  Estos  protectores  de  la  Choteck,  ac- 
tuando hábilmente  sobre  el  ánimo  de  Francisco  José, 
consiguieron  vencer  sus  escrúpulos  de  gran  señor  y 
su  orgullo  de  jefe  de  los  Habsburgo. 

El  emperador  aceptó  al  fin  el  matrimonio  morga- 
nático  de  su  heredero  con  la  condesa  Choteck,  después 
que  el  Parlamento  húngaro  hubo  aprobado  la  renuncia 
de  la  corona  de  Hungría  que  hizo  Francisco  Fernando 
para  sus  hijos  futuros. 

Ya  dijimos  cuál  fué  la  conducta  política  de  este 
matrimonio,  que  estaba  destinado  á  ocupar  el  trono 
imperial.  La  condesa  Choteck,  que  al  principio  perma- 
neció modestamente  en  segundo  término,  fué  poco  á 
poco  apoderándose  del  viejo  emperador,  de  ideas  va- 
cilantes. Este  octogenario,  que  fué  en  otros  tiempos 
ferozmente  testarudo,  parece  fatigado  de  luchar  y 
acepta  los  pensamientos  de  los  demás.  Es  indudable 
que  de  no  ocurrir  la  tragedia  de  Serajevo  la  condesa 
Choteck  habría  acabado  por  lograr  una  reforma  de  las 
leyes  dinásticas,  subiendo  al  trono  como  legítima  em- 
peratriz. 

Los  elementos  reaccionarios  del  Imperio  miraban 
con  simpatía  á  esta  pareja  principesca  que  en  toda 
ocasión  hacia  gala  de  sus  principios  ultra-clericales. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


511 


Francisco  Fernando,  de  limitada  mentalidad  y  duro 
carácter,  se  dejaba  dirigir  por  su  mujer,  más  ambi- 
ciosa é  inteligente.  Ésta  por  su  parte  obedecía  las  ins- 
piraciones del  clero,  y  especialmente  de  los  jesuítas, 
que  esperaban  tomar  la  dirección  absoluta  de  los 
asuntos  del  Imperio  asi  que  el  principe  heredero  su- 
biese al  trono.  Ella  fué  la  que  impulsó  á  su  marido  á 
aceptar  el  titulo  de  Protector  de  la  liga  «Katholis- 
cher-Schülverein»,  liga  de  las  escuelas  católicas,  fun- 
dada por  los  jesuítas  como  un  contrapeso  á  la  liga 
«Deutscher-Schülverein»,  encargada  de  crear  escue- 
las alemanas  liberales  y  defender  del  clericalismo  la 
ley  escolar,  votada  por  el  parlamento.  Gracias  á  la 
Choteck  se  vio  por  primera  vez  á  un  principe  heredero 
mezclarse  en  los  asuntos  políticos  y  combatir  una  ley 
votada  por  las  cámaras  y  firmada  por  el  emperador. 

La  conducta  de  Francisco  Fernando  fué  indecisa  y 
contradictoria.  Su  afición  á  la  milicia,  su  vanidad  que 
le  hacia  considerarse  como  un  gran  capitán,  y  sus  de- 
seos de  una  guerra  para  poner  de  relieve  los  méritos 
que  él  mismo  se  suponía,  lo  empujaban  del  lado  de 
Alemania,  sometiéndolo  á  la  influencia  de  Guiller- 
mo II.  Al  mismo  tiempo,  sus  ideas  clericales  y  su  pa- 
triotismo de  austríaco,  alarmado  por  la  propaganda 
pangermanista,  le  colocaban  frente  á  la  Alemania 
protestante  y  avasalladora.  Además,  influía  en  él  la 
nacionalidad  de  su  esposa,  tcheque  de  nacimiento,  y 
al  sostener  las  reivindicaciones  de  los  tcheques  se  ene- 
mistó con  el  partido  que  representaba  en  Austria  la 
tendencia  alemana. 

Pero  por  encima  de  estas  fluctuaciones  la  idea  do- 
minante en  él  era  la  guerra;  una  guerra  contra  Rusia  y 
contra  media  Europa  si  era  preciso,  para  levantar  el  de- 


15 

1 

i 

^.     _ 

> 

El,    ARCHIDUQVB    FRANCISCO    FERNANDO 


LA    CONDESA    CHOTECK    CON    SUS    DOS    HIJOS 


caido  prestigio 
de  Austria  y 
proporcionarle 
nuevos  territo- 
rios. De  cum 
plirse  los  de- 
seos de  este 
hombre  belico- 
so y  de  cortos 
alcances,  la 
presente  gue- 
rra hubiese  es- 
tallado hace 
ya  varios  años. 
Seguro  y  con- 
fiado en  el  apo- 
yo de  Alema- 
nia, el  archidu- 
que heredero 
se  mostró  au- 
daz, provocati- 
vo é  insolente  en  todos  los  conflictos  de  Europa,  enca- 
minándolos á  hacer  inevitable  la  guerra.  Tan  audaz 
fué  su  conducta  que  el  mismo  Guillermo  II,  que  no  es 
un  modelo  de  prudencia,  tuvo  que  decirle  á  principios 
de  1914,  ó  sea  pocos  meses  antes  de  su  asesinato: 

— Me  parece  que  mueves  demasiado  ruido  con  mi 
sable. 

Este  hombre  mediocre,  que  se  creía  destinado  á 
las  mayores  glorias  militares,  fué  fatal  para  Europa. 
Pasó  sus  últimos  años  deseando  la  guerra,  activando 
sus  preparativos,  haciéndola  inevitable.  Un  atentado 
político  acabó  con  su  vida  y  la  de  su  esposa.  Pero  el 
espíritu  de  la  guerra  le  sobrevivió.  Ya  que  no  había 
podido  imponerla  con  las  actividades  de  su  vida,  dio 
un  pretexto  para  ella  con  su  trágica  muerte. 


El  reinado  de  Francisco  José  ha  sido  la  negación 
de  su  divisa  Recta  tueri.  Sea  por  su  culpa  ó  por  la  de 
sus  ministros — aunque  él  ha  gobernado  en  todas  oca- 
siones personalmente — ,  la  lealtad  y  el  cumplimiento 
de  las  promesas  no  son  las  virtudes  más  salientes  de 
su  tiempo. 

Elevado  al  trono  por  uña  revolución,  agradeció  su 
auxilio  á  los  liberales,  restaurando  el  régimen  abso- 
lutista de  Mctternich  y  dictando  las  medidas  represi- 
vas de  los  famosos  «años  de  hierro». 

Su  ingratitud  fué  notoria  con  el  Imperio  ruso,  su 
aliado  de  1849,  sin  cuyo  apoyo  no  habría  podido  re- 
primir la  insurrección  republicana  de  Hungría.  Cuan- 
do poco  después  Rusia  sostuvo  la  guerra  de  Crimea, 
Francisco  José  no  hizo  nada  por  auxiliarla,  y  como 
dice  un  historiador,  «su  ingratitud  asombró  al  mundo». 

De  acuerdo  con  Prusia,  asaltó  á  Dinamarca,  cuyo 
delito  consistía  en  oponerse  á  la  germanización  de 
unos  ducados  que  no  eran  alemanes.  Su  política  tor- 
tuosa con  los  Estados  de  la  Confederación  germánica 


512 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


lo  condujo  al  desastre  de  Sado-wa.  Bismarck  se  encar- 
gó de  demostrarle  que  la  política  de  imperios  como  el 
suyo  debe  sostenerse  por  el  hierro  y  por  el  fuego  y  no 
por  envejecidos  artificios  de  cancilleria. 

Como  soberano  católico  fué  desleal  con  Pío  IX,  al 
que  no  dio  nunca  el  auxilio  que  hacían  concebir  sus 
promesas.  Enemigo  de  los  prusianos,  engañó  igual- 
mente á  Napoleón  III  en  1870,  negándole  á  última 
hora  el  concurso  que  le  había  hecho  esperar  lógica- 
mente, como  una  venganza  de  Sadowa. 

.  Obligado  á  entrar  en  la  Triple  Alianza  por  la  fé- 
rrea presión  de  Bismarck  y 
teniendo  por  compañera  á 
Italia,  molestó  y  persiguió 
cuanto  pudo  á  los  habitantes 
de  sus  provincias  de  origen 
italiano. 

En  el  congreso  de  Berlín 
supo  engañar  á  los  rusos 
vencedores  y  á  los  turcos 
vencidos,  haciendo  que  la 
diplomacia  alemana,  á  cam- 
bio de  su  alianza,  le  entre- 
gase el  protectorado  de  Bos- 
nia y  Herzegovina,  sin  ha- 
ber hecho  nada,  sin  haber 
disparado  un  tiro.  Treinta  y 
dos  años  después  se  burló  de 
Europa  entera,  anexionán- 
dose para  siempre  dichos  te- 
rritorios, que  por  su  volun- 
tad querían  unirse  á  Servia, 
y  se  atrevió  á  esta  cínica 
resolución  porque  su  aliado 
el  Imperio  alemán  le  guar- 
daba las  espaldas. 

Durante  la  guerra  balká- 
nica, haciendo  gala  de  un 
falso  desinterés,  trabajó 
ocultamente  para  que  los  Es- 
tados balkánicos  se  exter- 
minasen entre  ellos,  reco- 
giendo cómodamente  sus  restos  después  de  la  catás- 
trofe. Bajo  su  inspiración  los  búlgaros  se  arrojaron 
contra  los  servios,  y  al  ver  salir  vencedora  á  Ser- 
via de  esta  emboscada,  su  despecho  fué  tan  grande 
que  estuvo  próximo  á  declararle  la  guerra. 

El  inventó,  para  complicar  más  la  política  euro- 
pea, el  grotesco  reino  de  Albania. 

El  preparó  el  complot  de  1914  contra  los  servios, 
tomando  pretexto  del  suceso  de  Serajevo  para  no 
aceptar  ningún  arreglo  pacífico;  y  este  complot  dio 
por  resultado  la  lucha  actual,  sumiendo  á  casi  toda 
Europa  en  los  horrores  de  la  barbarie  guerrera. 

La  trágica  fatalidad  que  parece  acompañar  á  este 
hombre  en  su  vida  de  familia  atrayendo  la  ruina  y  la 
muerte  sobre  los  que  le  rodean,  le  ha  seguido  igual- 
mente en  su  vida  de  gobernante.  Gracias  á  él  la 


BL   EMPERADOR    A    CABALLO 


humanidad  ha  sufrido  una  de  sus   mayores  catás- 
trofes. 

Tal  es  la  obra  de  Francisco  José.  ¡Recta  tueril 

o 
Este  emperador  de  ochenta  y  cinco  años  se  ve  solo 
al  final  de  su  vida,  como  si  nunca  hubiese  tenido  una 
familia,  como  si  hubiese  atravesado  la  existencia 
acorazado  en  el  más  duro  egoísmo.  Y  sin  embargo, 
ningún  hombre  puede  sentir  como  él  la  pesadez  del 
pasado.  ¡Qué  de  tempestades  han  sacudido  su  casa! 
¡Qué  de  escándalos  la  han  ensuciado!  ¡Qué  de  dramas 

han   cubierto  sus  pisos  de 
sangre! 

Henri  de  eindel  traza 
un  vigoroso  cuadro  del  final 
de  esta  vida  que  se  empeña 
en  subsistir;  de  los  últimos 
años  de  un  soberano  que  vi- 
vió más  que  nadie,  ha  debi- 
do sufrir  más  que  nadie,  y 
antes  de  bajar  á  la  turaba  se 
despide  del  mundo  provo- 
cando el  más  horroroso  con- 
fiícto  que  presenciaron  los 
siglos. 

«Llegado  al  trono  — dice 
Weíndel— ,  como  soberano 
absoluto  de  un  Imperio  in- 
menso, que  abarca  todo  el 
centro  de  Europa,  se  vio 
arrancar  por  la  guerra  sus 
más  hermosas  provincias,  y 
él,  que  en  otros  tiempos  hu- 
biese preferido  abdicar  an- 
tes que  ceder  la  más  peque- 
ña partícula  de  sus  poderes, 
se  ve  reducido  al  estado  de 
monarca  constitucional,  sin 
autoridad  para  su  persona  y 
sin  esperanza  para  su  here- 
dero... Llegado  al  matrimo- 
nio por  el  camino  del  amor, 
él  mismo  destruyó  con  sus  manos  la  felicidad  de  su 
existencia.  Todo  ha  caído  en  ruinas  en  torno  de  él,  y 
en  los  campos  donde  germinaba  la  semilla  de  la  fami- 
lia la  muerte  ha  segado  furiosamente  con  los  golpes 
trágicos  é  imprevistos  de  su  guadaña  implacable. 
Mujer,  hijos,  hermano,  todos  han  caido.  Sólo  las 
malas  hierbas  han  quedado  de  pie,  y  él  permanece 
inmensamente  solo,  en  los  grandes  salones,  severos  y 
fríos,  del  solemne  Hofburg. 

«Sin  embargo  vive  y  no  parece  que  el  dolor  haya 
dejado  en  su  persona  huellas  muy  profundas.  De  los 
escombros  enormes  de  su  vida  ha  sabido  extraer  los 
materiales  necesarios  para  la  construcción  de  un  re- 
fugio que  puede  abrigar  su  egoísmo  profundo,  la  se- 
quedad de  su  corazón,  la  estrechez  de  su  espíritu. 
Lleva  gallardamente  sus  ochenta  y  cinco  años,  y  de- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


513 


jando  aparte  sus  crisis  de  epilepsia — enfermedad  do 
los  Habsburgo — ,  que  cada  vez  son  más  frecuentes  y 
le  hacen  espumear,  con  los  ojos  vidriosos,  golpeando 
con  las  piernas,  la  cabeza  ó  los  brazos  lo  que  se  en- 
cuentra cerca  de  él,  no  parece  sentir  de  un  modo 
abrumador  el  peso  de  sus  infortunios...  Fastuoso  en 
otros  tiempos,  se  ha  creado  ahora  una  pequeña  exis- 
tencia burguesa  y  plácida;  una  vida  de  viejo  célibe 
que  descubre  una  felicidad  inmensa  en  el  solo  hecho 
de  existir.» 

El  antiguo  caballero  galante  de  la  corte  de  Viena, 
que  conoció  los  goces  del 
amor  y  de  la  riqueza  como 
nadie,  ha  tenido  que  renun- 
ciar á  casi  todos  los  place 
res  y  únicamente  le  es  posi- 
ble una  sensualidad:  la  de  la 
boca.  Como  este  es  su  único 
placer,  abusa  de  él  de  un 
modo  portentoso.  Lo  que 
come  en  un  solo  día  Francis- 
co José  resultarla  suficien- 
te para  varias  personas.  Se 
acuesta  pronto  y  se  levanta 
antes  del  amanecer.  Entre 
cuatro  y  cinco  de  la  madru- 
gada su  ayuda  de  cámara  le 
sirve  el  primer  desayuno, 
confortable  y  copioso.  El 
emperador  se  pasea  por  su 
gabinete,  lee  cartas,  y  á  las 
ocho  le  sirven  un  segundo 
almuerzo,  compuesto  de  un 
potaje,  un  asado,  legumbres, 
numerosos  entremeses  y 
gran  variedad  de  postres. 
Llega  su  secretario  particu- 
lar, procede  con  él  al  despa- 
cho de  la  correspondencia, 
y  al  mediodía  un  tercer  al- 
muerzo, compuesto  de  igua-  "''  emperador  con  inif 
les  platos  que  el  segundo. 

Por  la  tarde  se  pasea  por  el  parque  del  Hofburg  ó  de 
Schoenbrunn,  según  sea  la  instalación  de  la  corte,  á 
pie  ó  en  carruaje,  pues  hace  j'a  muchos  años  que  no 
puede  montar  á  caballo,  lo  que  era  su  diversión  fa- 
vorita. De  cuatro  á  cinco  de  la  tarde  es  la  comida, 
compuesta  invariablemente  de  sois  platos  fuertes.  Un 
solo  convidado  le  acompaña,  que  algunas  veces  es  un 
alto  funcionario  de  la  corte  y  casi  siempre  un  general 
ayudante.  El  emperador  se  sirve  con  abundancia  de 
cada  plato  y  casi  siempre  repite.  A  las  ocho  de  la 
noche  quinta  comida,  compuesta  de  fiambres,  embuti- 
dos y  té,  y  á  las  nueve  el  emperador  va  en  busca  de  su 
lecho  para  reparar  sus  fuerzas  quebrantadas  por  tanto 
trabajo.  Uno  de  sus  biógrafos  dice:  «Si  muere  algún 
dia — lo  que  es  posible  á  pesar  de  su  furiosa  resisten- 
cia— ,  nadie  podrá  decir  que  ha  muerto  de  hambre.» 


Á  pesar  de  que  Francisco  José  posee  una  de  las 
bodegas  más  famosas  do  Europa  por  la  antigüedad  y 
exquisitez  de  sus  vinos,  es  sobrio  eu  la  bebida  y  acom- 
paña su  pantagruélica  nutrición  regando  los  alimen- 
tos con  algunos  vasos  de  cerveza.  Hace  todas  sus  co- 
midas en  una  hermosa  vajilla  de  plata,  que  os  para 
él  ordinaria  y  de  uso  vulgar  comparada  con  el  famoso 
servicio  de  oro  usado  en  tiempos  de  la  emperatriz 
Elisabeth,  una  de  cuyas  piezas  solamente,  el  centro 
de  mesa,  vale  IGO.OOO  francos.  En  el  vasto  comedor, 
donde  los  servidores  son  más  numerosos  que  los  co- 
mensales y  donde  jamás  la 
mesa  ha  sido  adornada  con 
flores  desde  la  muoite  de  la 
emperatriz,  el  viejo  empera- 
dor se  complace  en  evocar 
ante  su   único  invitado   los 
tiempos  suntuosos  de  las 
grandes   comidas   de  gala, 
con  sus  vistosos  uniformes  y 
los  hermosos  escotes  de  las 
damas.   ¡Todo  terminado!... 
Terminados   igualmente 
sus  antiguos  placeres  favori- 
tos, la  caza,  la  equitación 
y  los  ejercicios  militares. 
Hace  unos  años,  todavía  se 
dejaba  izar  á  lo  alto  de  un 
corcel  amaestrado  y  pacifico, 
como  si  fuese  un  fantasma 
del  brillante  jinete  de  otros 
tiempos,  revistando  sus  tro- 
pas para  darse  el  placer  por 
unos  instantes  de  ser  solda- 
do,  con  vana  ilusión  de  su 
fuerza.  Ahora  ya  no  le  per- 
miten este  momentáneo  con- 
suelo. Todo  lo  que  le  gusta- 
ba le  ha  sido  prohibido.  Le 
gustaba  fumar  á  todas  horas 
ORMB  DB  HÚSAR  BúNGARc  y„Qg  eigarros  austríacos,  ne- 

gros y  largos, llamados  «Vir- 
ginia», y  los  médicos,  temiendo  por  el  funcionamiento 
regular  de  su  corazón,  le  obligan  á  fumar  unos  ciga- 
rros pequeños  y  ligeros  llamados  «trabucos»,  que  él 
encuentra  insípidos. 

«Entre  las  cosas— dice  Weindel  —que  él  amó  y  que 
ahora  no  puede  gustar,  la  dominante,  l.i  que  está  por 
encima  de  todo...  es  el  amor.  ¡Ha  llovido  algo  desde 
que  la  sociedad  de  Viena  no  se  ocupa  de  las  amantes 
de  Francisco  José!  El  Don  Juan  de  otros  tiempos  que 
coleccionaba  corazones  de  hermosas,  ha  desaparecido 
hace  muchos  años.  Del  brillante  jinete  infiel  y  atrevi- 
do, no  queda  más  que  un  anciano  burgués  que  se  satis- 
face con  el  compañerismo  de  una  vieja  amiga,  y  que 
hace  decir  á  los  maldicientes  de  Viena  con  una  sonrisa 
burlona  cuando  hablan  en  su  presencia  de  los  éxitos 
pasados  del  emperador:  «¡Ah!  ¡El  señor  Schratc!» 


5M 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Los  vieneses  apodan  «el  señor  8ciiratt»  á  este  Te- 
norio de  otros  tiempos,  burlándose  de  su  fidelidad 
amistosa  á  una  antigua  amante. 

Catalina  Schratt,  la  más  eminente  de  las  actrices 
del  teati'o  austríaco,  fué,  como  ya  dijimos,  una  de  las 
vivas  pasiones  del  emperador  durante  su  alegre  ma- 
durez. Esta  artista  inteligente,  fina  y  bondadosa,  que 
tuvo  amistad  al  mismo  tiempo  con  la  emperatriz  Eli- 
sabeth,  ha  sabido  conservar  el  afecto  de  Francisco 
José  muchos  años  después  de  híiberse  extinguido  el 
amor. 

El  viejo  soberano,  cuando  vive  solo  en  su  palacio, 
necesita  ver  á  la  antigua  comedianta,  y  va  á  buscar- 
la en  su  casita  simple  y  tranquila.  Cuando  no  están 
en  el  Ilofburg  las  archiduquesas,  hijas  ó  nietas,  con 
sus  batallones  de  niños,  el  emperador  octogenario 
pasa  la  velada  en  casa  de  «Madame  Katharina».  Fran- 
cisco José  no  se  oculta,  ni 
tiene  ahora  por  qué  ocul- 
tarse el  pobre  viejo,  pues 
sus  visitas  no  pueden  ser 
más  inocentes.  Durante 
su  época  pecaminosa, 
cuando  la  Schratt  en  ple- 
na belleza  era  la  primera 
iictriz  del  Burg-Theater, 
tampoco  se  ocultó,  é  iba 
á  visitarla  públicamen- 
te, ocupando  una  carro- 
za de  la  corte  y  vistiendo 
el  uniforme  de  coronel 
que  lleva  diariamente. 

Con  el  mismo  uniforme 
de  coronel,  y  ocupando 
un  carruaje  igual,  va 
ahora  siempre  que  puede 

á  pasar  la  velada  con  su  antigua  amiga.  Las  criadas 
de  la  actriz  le  llaman  simplemente  el  «coronel»,  así 
como  los  maliciosos  le  apodan  el  «señor  Schratt». 

«Varías  veces  por  semana — dice  Weindel — se  in- 
vita á  comer,  teniendo  cuidado — pues  es  un  amigo  y 
no  el  emperador  el  que  llega — de  dejar  su  corona  y  su 
cetro  en  el  perchero  del  recibimiento.  Gusta  de  discu- 
tir las  pequeñas  cosas  domésticas,  encontrando  en 
esto  su  último  placer,  y  trata  gravemente  del  menú 
con  la  cocinera,  que  recibe  de  él  espléndidas  propi- 
nas. La  «señora  Schratt»,  que  fué  una  reina  majes- 
tuosa á  la  luz  de  las  baterías  escénicas — como  el  «se- 
ñor Schratt»  fué  un  emperador  fastuoso  bajo  las  lám- 
paras de  los  salones  del  Ilofburg — ,  se  ocupa  con  so- 
licitud de  las  comodidades  de  su  antiguo  enamorado. 
Los  dos  recuerdan  con  su  cariño  senil  á  Filemon  y 
liancis;  pero  Filemon  y  Baucis  convertidos  en  peque- 
ños burgueses  de  provincia. 

»En  invierno,  cuando  llega  Francisco  José  lo  en- 
cuentra todo  organizado  para  su  comodidad.  El  me- 
jor sillón  es  para  él,  y  además  Catalina  en  persona 
prepara  un  braserillo,  sobre  el  cual  coloca  el  empera- 


CAPir.r.A    SUBTERRÁNEA    DE    LA    IGLESIA    DB    LOS    CAPUCHINOS 
DONDE    ESTÁ    BL    PANTEÓN    DB    LOS    HABSBURGO 


dor  sus  píes,  enfriados  por  la  estación  y  por  los  años. 
Los  dos  hablan  un  momento  de  cosas  vagas  y  grises, 
y  se  sientan  á  la  mesa,  uno  frente  al  otro,  cuidando 
la  vieja  artista  de  que  su  amigo,  cada  vez  más  glotón 
y  menos  razonable,  no  coma  demasiado  de  sus  platos 
favoritos,  dándose  una  indigestión,  lo  que  le  ocurre 
con  frecuencia.  Termina  la  comida  en  una  intimidad 
simple  y  dulce,  y  mientras  Francisco  José  fuma  su 
«trabuco»,  que  sigue  no  gustándole,  el  timbre  de  la 
puerta  suena  por  dos  veces. 

»Son  los  compañeros  de  tarok — especie  de  whist 
austríaco — ,  que  llegan  para  hacer  la  partida  del  «co- 
ronel». Estos  antiguos  amigos  de  Catalina  son  siem- 
pre los  mismos:  M.  Palmer,  director  del  «Banco  de 
los  países  austríacos»,  y  otro  banquero  igualmente 
rico,  pero  judio  de  nacimiento  y  de  religión. 

»E1  emperador  católico  y  el  banquero  judío  hacen 

muy  buenas  migas— lo 
que  indignaba  á  la  devo- 
ta condesa  Choteck — ,  y 
los  cuatro  jugadores  de 
tai-ok  se  sienten  unidos 
por  una  amistad  que  na- 
da puede  turbar.» 

Una  noche  que  Fran- 
cisco.I  osé  había  olvidado 
su  estuche  de  cigarros  en 
el  Ilofburg,  buscándolo 
inútilmente  en  todos  los 
l>olsillos  de  su  uniforme, 
la  Scliratt  lo  sacó  de  apu- 
ros yendo  á  su  dormito- 
rio y  volviendo  con  una 
caja  de  habanos  magní- 
ficos. El  emperador  dudó 
unos  momentos  al  ente- 
rarse de  que  los  cigarros  eran  del  banquero  Palmer,  y 
que  Catalina  los  guardaba  en  su  cuarto  de  dormir. 
Pero  entre  gentes  de  su  edad  no  son  ya  posibles  las 
rivalidades,  y  tomando  un  habano  dijo  con  tono  de 
broma: 

—  ¡El  dinero  que  debe  ganar  ese  hombre  para  ofre- 
cerse cigarros  tan  caros! 

«Aquella  noche — continúa  Weindel — la  partida  de 
tarok  fué  igual  á  la  de  las  otras  noches:  cada  uno  se 
guardó  sus  ganancias,  unas  cuantas  piezas  de  plata, 
y  á  las  nueve  menos  cuarto  exactamente  llegó  la  ca- 
rroza de  la  corte,  y  Catalina  Schratt,  que  vela  por  la 
salud  de  su  viejo  camarada,  lo  condujo  hasta  la  puer- 
ta, sin  concederle  un  minuto  más.  Frecuentemente 
«el  señor  Schratt»,  entre  las  nueve  menos  cuarto  y 
las  nueve  en  punto,  hace  á  píe  el  pequeño  trayecto 
entre  la  casita  bui'guesa  de  su  vieja  amante  y  las  ha- 
bitaciones solemnes  y  frías  del  Hofburg.  Aunque  el 
trayecto  es  corto  ofrece  una  especie  de  revista  dolo- 
rosa  de  la  vida  del  emperador.  El  carruaje  pasa  ante 
el  convento  de  los  Capuciiínos,  donde  está  el  panteón 
de  los  Habsburgo.  Allí  duermen  para  siempre  su  her- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE   191-1 


51& 


iiuiuo  t'usiladu,  su  hijo  el  suicidn,  su  mujer  ¡isesiiuidii... 
Mcás  allii  la  iglesia  de  los  Agustinos,  donde  se  casó  él, 
donde  se  casó  Rodolfo... 

"¿Pero  «el  señor  Scliratt»  se  acuerda  alguna  vez 
de  estas  cosas?» 

Y  así,  entre  una  antigua  comedianta  y  dos  ban- 
queros judíos,  acaba  su  vida  Francisco  Josi-,  mientras 
todo  cruje  y  se  derrumba  en  torno  de  él. 

¡Y  este  pacífico  burgués,  que  come  cinco  veces  al 
día,  va  por  la  noche  de  tertulia  á  la  casa  de  su  anti- 
gua amante  y  juega  al  tarok  con  los  amigos  de  ésta, 
es  el  que  ha  aplicado  la  me- 
cha, provocando  el  incen- 
dio europeo!   Por  su  fatal 
iniciativa  millones  y  millo- 
nes de  hombres  chocan  y  se 
matan  desde  las  fronteras  de 
Persia  al  paso  de  Calais  y 
los  navios  gigantescos  bajan 
destrozados  á  los  abismos 
del  mar. 

;Y  todo  esto  ha  podido  ha- 
cerlo el  «señor  Schratt»,  el 
convidado  de  Catalina,  un 
viejo  de  ochenta  y  cinco 
años,  que  ha  preparado  la 
matanza  de  tres  ó  cuatro 
millones  de  hombres  jóve- 
nesl 

Antes  de  abandonar  la 
vida  se  ha  despedido  de  ella 
con  un  llamamiento  á  la 
muerte  universal,  lúgubre 
servidora  que  nunca  deja  de 
acudir  á  la  voz  de  los  em- 
peradores. 

Tal  vez  no  supo  lo  que 
hizo...  Pero  asi  ha  sido. 

El  mundo  vivía  en  paz. 
sin  poder  sospechar  nada 
malo  de  unas  patillas  blan- 
cas que  brillaban  entre  una 

lámpara  burguesa  y  una  baraja  de  tarok  en  el  come- 
dor de  una  comedianta  retirada. 
¡Fatales  ironías  de  la  Historia! 


XVI 
La  Medicina  y  los  dos  emperadores 

La  presente  guerra,  que  tan  inmensas  responsabi- 
lidades impone  á  sus  autores,  ha  hecho  que  la  ciencia 
médica  fije  su  atención  en  Francisco  José  y  Gui- 
llermo II. 

El  doctor  Neipp,  ilustre  presidente  de  la  «Sociedad 
suiza  de  medicina  y  cirujía»  y  gran  especialista  en 


UAT.\LINA   SCHKATT 


enlermedades  nerviosas,  publicó  á  principios  de  la 
guerra,  en  una  revista  científica  de  Lausana,  un  es- 
tudio fisio-psicológico  sobre  los  dos  emperadores  ger- 
mánicos. Este  estudio,  que  obtuvo  gran  resonancia, 
fué  comentado  por  el  venerable  doctor  A.  Froment,  de 
JIontreux  (Suiza  i,  médico  de  celebridad  universal  al 
que  van  á  buscar  en  su  retiro  enfermos  de  todos  los 
países. 

El  estudio  de  Neipp,  titulado  Los  responsables,  y 
los  comentarios  que  le  dedicó  Froment,   establecen 
que  por  una  singular  ironía  del  destino,  si  los  dos  so- 
beranos, conductores  de  hom- 
bres, son  responsables  polí- 
tica y  socialmente  de  las 
catástrofes  que  han  hecho 
caer  sobre  la  tierra,  en  cam- 
^^f  bio,   examinados   medical- 

^f^  mente,  debe  considerárseles 

casi  como  irresponsables. 

Ambos  emperadores  pre- 
sentan, cada  uno  en  lo  que 
le  concierne,  un  caso  médi- 
co muy  característico.  Los 
dos  factores  esenciales  de  la 
responsabilidad  moral  son: 
la  sensibilidad  y  la  volun- 
tad. En  Francisco  .Tose  la 
sensibilidad  y  la  voluntad 
puede  decirse  en  cierto  modo- 
que  no  existen.  En  Guiller- 
mo II  existen,  pero  con  un 
absoluto  desarreglo. 


«De  los  dos  casos — dicen 
Neipp  y  Froment — ,  el  de 
Francisco  .losé  es  el  más 
claro  y  simple.  El  empera- 
dor austríaco  tiene  una  salud 
física  perfecta  y  admira- 
blemente equilibrada,  que 
desafia  á  los  años.  Pero  su 
sistema  nervioso  y  sensitivo  es  de  una  visible  inferio- 
ridad. Además,  Francisco  José  ha  dado  siempre  prue- 
bas de  que  sus  facultades  intelectuales  se  hallan  por 
debajo  del  término  medio. 

»Se  notan  en  él— dicen  los  citados  doctores— los 
signos  aparentes  de  esta  inferioridad:  frente  depri- 
mida, masa  encefálica  de  un  volumen  inferior  al  nor- 
mal y  las  paredes  del  cráneo  de  un  grosor  excesivo. 
«Francisco  José  parece  no  haber  comprendido  ja- 
más ni  sentido  nada  de  lo  que  ocurría  en  torno  de  él. 
Las  catástrofes  más  espantosas  han  caído  sobre  su 
Imperio  y  su  familia:  se  ha  visto  mezclado  en  los  más 


sombríos  dramas  públicos  y  domésticos,  en  los  cuales 
lo  trágico  se  confundía  con  lo  innoble;  ha  visto  á  los 
suyos  desaparecer  en  torno  de  él,  arrastrados  por  el 
torbellino  de  los  vicios  ó  anonadados  bajo  ios  golpes 


516 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


del  fanatismo  político;  y  sin  embargo,  ha  mostrado 
en  todos  estos  sucesos  el  aire  «ausente»,  distraído,  de 
un  hombre  al  que  nada  puede  hacer  perder  la  calma 
de  sus  fáciles  digestiones.» 

En  la  guerra  se  condujo  valerosamente,  con  un 
gesto  también  de  distracción,  con  un  valor  incons- 
ciente, como  si  preocupado  de  su  propia  persona  no 
tuviese  voluntad  ni  sensibilidad  para  apreciar  los 
peligros  exte- 
riores. 

El  diagnósti- 
co del  estado 
actual  del  em- 
perador de  Aus- 
tria— según  el 
doctor  Neipp — 
establece  un  re- 
blandecimien- 
to progresivo 
de  la  materia 
cerebral.  «Si  no 
ocurre  un  brus- 
co desenlace, 
debido  á  una 
congestión  pul- 
monar que  hay 
quetemersiem- 
pre  en  un  viejo 
— dice  el  doc- 
tor Froment — , 
Francisco  José 
vegetará  toda- 
vía algunos 
años  en  la  sere- 
nidad de  una 
inconsciencia 
que  no  puede 
turbar  el  inevi- 
table y  defini- 
tivo desmem- 
bramiento de 
su  Imperio.  Y 
así  acabará 
tranquilamen- 
te sus  días,  en 
la  imbecilidad 

senil,  ó  sea  la  chochez.  Traduciendo  en  lenguaje  fa- 
miliar las  consideraciones  médicas  del  doctor  Neipp, 
puede  decirse  que  el  trono  de  los  Habsburgo  acabará 
por  convertirse  en  un  sillón  agujereado.» 


El  caso  de  Guillermo  II  ofrece  mayores  complica- 
ciones. El  doctor  Neipp  declara  desde  el  principio 
que  el  emperador  de  Alemania  está  infinitamente  me- 
jor dotado  en  punto  á  facultades  intelectuales  que  su 
compañero  austríaco. 

Eu  Guillermo  II  la  inteligencia  nativa  fué  cuando 


FRANCISCO   JOSÉ 


menos  de  un  nivel  medio.  Si  el  nacimiento  hubiese 
hecho  de  él  un  simple  huberau  del  Brandemburgo  ó  de 
la  Pomerania,  habría  llegado  á  ser  un  buen  coronel  ó 
un  inteligente  funcionario.  Desgraciadamente  el  am- 
biente en  que  vivió  desde  sus  primei-os  años  fué  fatal 
para  el  desenvolvimiento  de  su  inteligencia,  así  como 
para  sus  condiciones  morales. 

«Su  infancia  y  su  juventud  se  desenvolvieron  en  la 

embriaguez  de 
los  triunfos  pru- 
sianos de  1866 
y  1870,  que  le 
trastornaron  la 
cabeza.  El  or- 
gullo teutónico 
se  ha  elevado 
en  Guillermo  II 
á  la  potencia 
cúbica,  al  mis- 
mo tiempo  que 
degeneraba  su 
voluntad,  has 
ta  el  punto  de 
no  poder  refre- 
nar las  mani- 
festaciones in- 
decentes de 
una  ambición 
exacerbada. 
Hay  que  re- 
cordar la  acti- 
tud escandalo- 
sa de  Guiller- 
mo cuando  sólo 
era  kronprintz, 
junto  al  lecho 
de  su  padre 
agonizante. 

»A  su  orgullo 
de  raza  ha  ve- 
nido á  unirse 
una  vanidad 
pueril,  siempre 
despierta,  que 
le  hace  buscar 
los  éxitos  fáci- 
les y  le  proporciona  muchas  veces  fracasos  ruidosos; 
vanidad  que  se  satisface  con  una  sucesión  trepidante 
de  primeros  papeles  que  ansia  desempeñar.  De  aquí 
sus  actitudes  teatrales,  sus  bruscos  cambios  de  con- 
ducta, sus  ambiciones,  que  no  son  más  que  envidias, 
sus  proyectos  acompañados  de  vacilación,  y  sobre 
todo  la  manía  del  traje,  del  uniforme  que  hacía  son- 
reír á  Eduardo  VII,  asombrado  de  tanta  incoherencia, 
y  le  hacía  dar  á  su  sobrino  el  apodo  de  mono  sabio.* 


Los  doctores  Neipp  y  Froment,  por  un  sentimiento 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


SI  7 


de  equidad,  reconocen  que  Guillermo  II  no  es  res-  que  le  hace  sufrir  de  un  modo  cruel,  y  disimula  mal 
ponsable  verdaderamente  del  estado  patológico  de  su  rencor  contra  la  suerte  bajo  una  sonrisa  que  más 
sus  facultades  intelectuales,  pues  dicho  estado  se  bien  parece  una  crispación.  A  estas  exasperaciones 
debe  en  gran  parte  á  una  deplorable  salud  física,  ocultas  y  concentradas  hay  que  atribuir  sus  acce- 
de la  cual  hay  que  buscar  las  causas  en  la  herencia  sos  sucesivos  de  actividad  frenética  y  de  abatimien- 
paterna.  to,   su  feroz  mania  de  jugar  con  el   fuego,   que  ha 

«Todos  recuerdan— dicen  los  indicados  doctores —      acabado  por  inflamar  la  formidable  hoguera  ante 
la  misteriosa  enfermedad  de  la  laringe  que  mató  á     la  que  se  asombra  hoy  su  verbosa  impotencia.» 
Federico  III.  ^ 

¿Fué  cáncer  ó 
fué  sífilis?  Esta 
última  hipóte- 
sis, aunque  la 
discreción  pro- 
fesional de  los 
médicos  que 
cuidaron  al  pa- 
dre de  Guiller- 
mo II  no  per- 
mite el  afirmar- 
la de  un  modo 
absoluto,  es  sin 
embargo  la 
más  probable. 
Múltiples  resul- 
tan en  el  empe- 
rador de  Ale- 
mania los  sig- 


nos exteriores 
de  esta  degra- 
dación física 
congenital:  un 
brazo  atrofiado 
y  casi  impropio 
para  todo  ser- 
vicio, un  hin- 
chamiento  de 
las  articulacio- 
nes, un  abceso 
frío  en  la  oreja 
interna  acom- 
pañado de  rezu- 
mamientos  he- 
diondos. 

«Guillermo  II 
siente  muchas 
veces  horribles 

dolores  de  cabeza,  y  la  ansiedad  insómnica  es  muy 
frecuente  en  él.  Además  el  emperador  de  Alema- 
nia sufro  una  pododysodie — del  griego  podo»,  pie,  y 
duKodia,  mal  olor — ,  ó  sea  una  transpiración  fétida 


EL  KAISBB 


El  doctor 
Neipp  resume 
las  opiniones 
de  su  estudio 
declarando 
que,  según  su 
opinión,  Fran- 
cisco .José  es 
un  abúlico  com- 
pleto, ó  sea  un 
hombre  que  ca- 
rece de  volun- 
tad. Igualmen- 
te establece  en 
él  una  ausencia 
completa  de 
sensibilidad, 
que  le  ha  hecho 
pasar  por  las 
mayores  emo- 
ciones sin  sen- 
tirlas. En  loque 
se  refiere  al 
emperador  de 
Alemania  resu- 
me sus  conclu- 
siones de  este 
modo:  «Guiller- 
mo .II  es  un 
veleidoso  su- 
pera gitado,  cu- 
yo diagnóstico, 
según  toda  ve- 
rosimilitud, 
puede  estable- 

(Dibajo  de  E.  Forbee,  eu  «1  Thé  Sketch,  de  Londres)  ccrSC  aSÍ:  sifilí- 
tico terciario 
que  marcha  hacia  la  parálisis  general;  candidato  in- 
termitente á  la  lipemania  ó  locura  triste  y  á  la  lo- 
cura furiosa.» 

Tal  vez  se  equivoquen  estos  hombres  de  ciencia 


de  las  extremidades  inferiores,  pequeña  enfermedad      y  otros  que  como  el  doctor  Gabanes  se  han  mostrado 


muy  generalizada  en  el  Brandemburgo  y  la  Prusia 
oriental,  y  que  es  hereditaria  entre  los  Hohcnzo- 
llern. 

«Todos  estos  defectos  no  son  evidentemente  muy 
propicios  á  los  bellos  gestos  y  las  nobles  actitudes. 
Guillermo  II  se  da  cuenta  de  ello  perfectamente,  lo 


todavía  más  severos  en  sus  juicios  sobre  la  salud  físi- 
ca y  moral  de  los  dos  emperadores  germánicos. 

Pero  enfermos  ó  sanos,  obrando  por  inconscien- 
cia ó  con  entera  razón,  tienen  ante  el  presente  y  el 
porvenir  la  responsabilidad  de  una  inmensa  catás- 
trofe. 


ñl8 


VICENTE  BLASCO  IRAÑEZ 


.MAlilSCAT,   MAC-MAHON,   PRESir)ENTB   DE    LA  RErÚBWCA   FRANCESA 


XVII 
Francia 

Después  de  la  derrota  de  1870,  Francia  aplicó  to- 
das sus  energías  á  su  reconstitución  interior  y  al  res- 
tablecimiento de  las  grandes  pérdidas  que  había  su- 
frido. 

Vivió  en  paz  con  Alemania;  pero  según  la  elo- 
cuente frase  de  Viviani,  bien  sabido  es  que  la  paz 
alemana  consiste  en  «una  serie  de  provocaciones  y 
humillaciones».  Ya  hemos  dicho  cómo  en  1875  Bis- 
marck,  que  se  mostraba  irritado  por  el  renacimiento 
de  Francia  y  los  prodigios  de  su  gran  fuerza  de  reno- 
vación, intentó  asestarla  un  nuevo  golpe,  más  terri- 
ble que  el  anterior,  y  cómo  la  intervención  oportuna 
de  Rusia  y  la  Gran  Bretaña  evitó  la  guerra. 

Francia,  bajo  las  presidencias  del  mariscal  Mac- 
]\Iahon  y  de  Grevy,  empezó  á  reconstituir  sus  fuerzas 
militares  y  navales,  empleándolas  luego  en  la  expan- 
sión colonial.  Habiendo  decrecido  la  influencia  de 
Francia  en  Europa  á  causa  del  gran  desastre  provo- 
cado por  el  imperialismo  napoleónico,  la  joven  Repú- 
blica se  dedicó  á  las  empresas  coloniales,  viendo  en 


i'llas  el  medio  do  asegurar  el  porvenir  con  una  gran 
expansión  territorial  y  de  rehacer  su  prestigio  en  el 
presente  merced  á  las  hazañas  de  sus  soldados  y  sus 
marinos  en  las  tierras  lejanas. 

Julio  Ferry  fué  el  iniciador  de  la  expansión  coló 
nial,  llevándola  adelante  á  pesar  de  la  vigorosa  oposi- 
ción de  algunos  grupos  políticos.  Sus  sucesores  en  el 
gobierno  han  continuado  esta  política  durante  treinta 
años.  Gracias  á  ella  la  República  pudo  reparar  los 
desprestigios  del  antiguo  régimen,  ocupando  de  nuevo 
un  lugar  importante  entre  las  potencias  europeas.  Con 
un  gasto*  escaso  de  hombres  y  dinero,  formó  en  Asia 
y  en  África  uno  de  los  más  vastos  dominios  coloniales 
que  ha  conocido  la  Historia. 

Estas  empresas  sirvieron  para  mantener  en  Fran- 
cia el  espíritu  militar,  cuya  conservación  le  era  nece- 
saria frente  á  la  amenaza  germánica,  y  para  constituir 
una  clase  de  jefes  y  oficiales,  prácticos  y  aguerri- 
dos, que  pelearon  continuamente,  mientras  sus  ene- 
migos tradicionales  de  Europa  no  conocían  otras  cam- 
pañas que  las  maniobras  de  tiempos  de  paz.  Además 
Francia,  que  tiene  ante  Alemania  la  inferioridad  nu- 
mérica de  su  población,  pudo  crear  con  sus  expedicio- 
nes lejanas  las  «tropas  coloniales»,  compuestas  de 
elementos  indígenas  que  han  dado  un  resultado  exce- 
lente en  la  presente  guerra.  El  musulmán  de  Arge- 
lia y  de  Marruecos  y  el  negro  del  centro  de  África 
se  han  convertido  bajo  la  dirección  de  los  oficiales 
franceses  en  combatientes  hábiles  y  disciplinados, 
que  aman  con  un  cariño  fetichista  la  bandera  trico- 
lor y  luchan  dignamente  al  lado  de  los  soldados  de  la 
metrópoli. 

La  expansión  colonial  empezó  por  la  conquista 
de  Túnez  y  el  establecimiento  de  un  protectorado 
francés  sobre  este  reino  que  afirmó  para  siempre  la 
tranquilidad  de  la  Argelia.  Luego  fué  la  ocupación 
del  Tonkín,  dirigida  por  el  heroico  almirante  Courbet, 
y  que  sirvió  de  escuela  de  guerra  á  los  viejos  genera- 
les de  la  actualidad — Joffre  entre  ellos — ,  que  eran 
entonces  simples  ca- 
pitanes. 

Después  Francia 
fué  estableciéndose 
en  el  Congo,  Mada- 
gascar,  Indo -China 
y  el  Noroeste  africa- 
no. ]\luchas  de  estas 
conquistas  no  eran 
de  un  aprovecha- 
miento comercial  in- 
mediato, pero  ofre- 
cían á  las  armas 
francesas  una  in- 
mensa reserva  de 
hombres  para  los 
conflictos  de  Euro- 
pa. Como  dijo  un  mi- 
nistro francés,    «las 


JCLIO    FERKY 


HISTORIA  DE  l.A  CiUKUUA  Elll^OPEA   DE   WI1 


■&I.9 


otnis  naciones  iban  á  África  en  busca  de  oro,  mien- 
tras que  Francia  buscaba  soldados». 

Esta  política  de  expansión  colonial  á  todo  trance 
puso  muchas  veces  á  la  República  en  grave  peligro  de 
romper  con  Inglaterra,  pues  los  exploradores  de  am- 
bos países  chocaron  en  el  interior  de  África  al  tomar 
posesión  de  los  territorios  descubiertos.  De  1885 
á  1900,  Francia  y  la  Gran  Bretaña  parecieron  correr 
una  desaforada  carrera  en  el  continente  negro,  ansio- 
sa cada  una  de  galopar  con  más  rapidez  que  su  rival, 
para  tomar  posesión  de  mayor  cantidad  de  territo- 
rios. El  movimiento  paralelo  y  hostil  no  se  realizó  sin 
rudos  encuentros.  El  incidente  de  Fachoda  entre  los 
ingleses  y  el  comandante  Marchand  casi  provocó  la 
guerra.  Pero  la  diplomacia  francesa,  hábil  y  concilia- 
dora, logró  solucionar  este  conflicto  y  otros  semejan- 
tes, saliendo  la  República  del  peligroso  periodo  con  la 
posesión  indiscutida  de  todo  el  Norte  de  África,  el 
Congo  y  Madagascar,  además  de  las  colonias  de  Asia 
y  Oceanía. 

La  cuestión  de  Marruecos  sirvió  para  que  Inglate- 
rra y  Francia,  antiguas  rivales  en  África,  se  aproxi- 
masen definitivamente,  sintiéndose  unidas  por  una 
simpatía  que  el  tiempo  y  la  agresión  alemana  han 
acabado  por  convertir  en  una  alianza. 

Gracias  á  la  política  internacional  y  colonial  se- 
guida durante  treinta  años  por  todos  los  gobiernos  de 
la  República  con  una  plausible  unidad  de  miras,  Fran- 
cia vio  agrandado  su  territorio  y  aumentado  el  núme- 
ro de  sus  habitantes  en  unas  proporciones  enormes  y 
con  una  solidez  inalterable,  como  no  lo  consiguió  Na- 
poleón con  sus  gloriosas  y  estériles  conquistas.  Gra- 
cias también  á  la  diplomacia  de  la  República,  monar- 
cas poderosos  de  Europa,  sostenedores  hasta  poco 
antes  de  las  ideas  tradicionales,  buscaron  la  alianza 
de  la  democracia  francesa. 


En  varias  ocasiones,  después  de  1875,  intentó  Ale- 
mania provocar  una 
guerra  con  Francia. 
Bismarcií  habló 
en  el  Reichstag  de 
la  posibilidad  de  esta 
guerra,  cada  vez  que 
la  oposición  le  nega- 
ba su  apoyo  para  el 
voto  de  nuevos  cré- 
ditos militares.  «Si 
lina  nueva,  gueri'a 
i'stalhi  entre  Alema- 
nia y  Francia — dijo 
el  Canciller — ,  pro- 
curaremos anonadar 
.'i  Francia  de  tal  mo- 
do ([Ue  en  nuichos 
liños  no  piu'dii  mo- 
ni, Ai.MiRANTB  couRBBT  vorsc.  La  giicrra,  de 


JULIO  GREVV.  TBRCUI!   PRESIDENTE  PE  LA  HEPÚBLICA  FRANCEÍSA 

1870  resultará  un  Juego  de  niños  comparada  con  la 
del  porvenir,  en  la  que  aplastaremos  definitivamente 
á  los  franceses.» 

En  1887,  un  incidente  ocurrido  en  la  frontera 
franco-alemana  y  preparado  indudablemente  por  el 
gobierno  de  Berlín,  casi  provocó  la  guerra  deseada 
por  el  Imperio  germánico.  El  20  de  Abril,  M.  Schnae- 
belé,  comisario  de  policía  francesa  en  Pagny-sur- 
Moselle,  fué  invitado  :\  pasar  la  frontera  por  el  comi- 
sario de  policía  alemana  de  Xovéant,  llamado  Gautsch, 
para  conferenciar  solire  un  asunto  del  servicio.  Ape- 
nas pasó  más  allá  del  poste  fronterizo,  Sehnaebelé 
se  vio  atacado  por  unos  agentes  alemanes  que  le 
aguardaban  ocultos  á  un  lado  del  camino  y  que  inten- 
taron hacerle  prisionero.  El  comisario  francés  se  de- 
fendió, repeliendo  á  sus  agresores  y  volviendo  á  pa- 
sar la  linca  fronteriza.  Pero  los  policías  alemanes  le 
persiguieron  hasta  el  otro  lado  de  la  frontera,  apode- 
rándose de  él  en  territorio  francés,  y  luego  lo  arras- 
traron hasta  el  lado  alemán,  conduciéndolo  entre  gen- 
darmes á  la  prisión  de  Metz. 

Este  atentado  produjo  gran  impresión  en  Francia 
por  lo  arbitrario  y  audaz,  viendo  todos  un  anuncio  de 
la  guerra  inevitable.  La  Bolsa  bajó  considerablemen- 
te y  las  sociedades  patrióticas  se  agitaron  con  beli- 
cosa indignación. 


5£0 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL   C'OMISAKIO   SCHNABBBLÉ 


La  diplomacia 
francesa  procedió 
(.'011  gran  rapidez  y 
liabilidad,  reuniendo 
los  testimonios  ne- 
cesarios para  demos- 
trar la  injusticia  del 
atentado.  Entre  los 
papeles  del  despa- 
cho de  Schnaebelé  se 
encontró  la  carta  del 
alemán  Gautsch,  ro- 
gando á  aquél  que 
fuese  á  visitarle 
«para  tratar  del  em- 
plazamiento de  un 
poste  fronterizo». 
Además  varios  labriegos  que  habían  presenciado  el 
hecho  declararon  que  «Schnaebelé,  atacado  en  el 
territorio  alemán ,  había  sido  arrestado  en  el  terri- 
torio francés». 

El  ministro  de  Negocios  Extranjeros,  M.  Flourens, 
dirigió  á  Berlín  una  reclamación  enérgica  protestando 
de  la  forma  del  arresto  y  de  la  violación  del  territoiio 
francés.  La  nota  iba  acompañada  de  testimonios  que 
no  permitían  duda  alguna. 

Francia,  convencida  de  su  derecho,  se  mostró  en 
este  asunto  fírme  y  digna.  Toda  la  opinión  de  Europa 
estuvo  á  su  lado.  Bismarck  intentó  inútilmente  des- 
orientarla, queriendo  demostrar  por  medio  de  sus  pe- 
riódicos «reptiles»  que  Schnaebelé  era  el  jefe  del  es- 
pionaje francés  en  Alsacia-Lorena.  La  actitud  de  las 
cancillerías  europeas  le  hizo  retroceder,  y  una  sema- 
na después  puso  en  libertad  á  Schnaebelé  «por  vicio 
de  forma»,  aunque  para  disimular  lo  arbitrario  de  su 
proceder  siguió  sosteniendo  mentirosamente  que  el 
comisario  francés  «había  sido  arrestado  en  territorio 
alemán». 

En  el  mismo  año  1887,  Alemania  intentó  de  nuevo 
atacar  á  Francia.  Era  ministro  de  la  Guerra  el  famoso 
general  Boulanger,  considerado  por  his  asociaciones 
patrióticas  de  París  como  el  «hombre  de  la  revancha». 
Boulanger  había  construido  grandes  aglomeraciones 
de  barracas  cerca  de  la  frontera  para  el  alojamiento  de 
las  fuerzas  militares;  Bismarck  interpretó  esto  como 
una  provocación,  y  quiso  declarar  la  guerra  á  Fran- 
cia repentinamente,  invadiéndola  en  unos  cuantos 
días  para  deshacer  y  anonadar  toda  la  reconstitución 
de  fuerzas  militares  que  venia  efectuando.  Un  perso- 
naje de  Alsacia  supo  por  un  diputado  del  Reichstag 
el  propósito  del  Canciller,  é  hizo  un  viaje  á  París  para 
revelarlo  á  los  principales  políticos,  entre  ellos  á  Julio 
Ferry  y  Clemenceau.  También  pudo  avistarse  con  el 
mismo  general  Boulanger,  que  al  recibir  la  noticia  de 
que  Alemania  se  estaba  preparando  para  entrar  in- 
mediatamente en  campaña,  lanzó  una  exclamación 
de  angustia.  Precisamente  pocos  días  antes  había 
cambiado  por  completo  el  sistema  de  movilización 


del  ejército  por  considerarlo  defectuoso.  Las  antiguas 
órdenes  habían  sido  suprimidas  y  las  nuevas  no  esta- 
ban distribuidas  aún.  Una  invasión  en  tales  momen- 
tos representaba  para  Francia  la  sorpresa,  el  desor 
den  y  toda  clase  de  confusiones.  Por  fortuna,  al  día 
siguiente  la  Cámara  derrotó  al  ministerio  y  Boulan- 
ger tuvo  que  abandonar  la  cartera  de  la  Guerra,  que- 
dando Bismarck  sin  el  pretexto  que  debía  justificar  su 
brusco  ataque. 

Continuó  la  política  agresiva  de  Alemania  contra 
Francia,  aun  en  los  momentos  más  difíciles  y  compli- 
cados de  su  vida  interior.  Durante  el  corto  reinado  de 
Federico  III,  que  sólo  duró  99  días,  un  incidente  ocu- 
rrido en  Belfort  con  un  grupo  de  estudiantes  alema- 
nes dio  pretexto  al  gobierno  de  Berlín  para  dictar 
brutales  medidas  contra  los  habitantes  de  Alsacia- 
Lorena  y  los  viajeros  franceses  que  circulaban  por 
Alemania. 

El  gran  error  de  la  anexión  de  Alsacia-Lorena  ha 
hecho  permanente  durante  cuarenta  años  la  tirantez 
de  relaciones  y  el  peligro  de  guerra  entre  Francia  y 
el  Imperio  alemán.  No  es  fácil  absorber  á  un  pueblo 
y  cambiar  completamente  sus  costumbres  y  tradicio- 
nes; sobre  todo  cuando  este  pueblo  tiene  un  decidido 
empeño  en  no  dejarse  modificar. 

Alsacia  y  Lorena,  con  sus  dos  millones  de  habitan- 
tes, se  resistieron  á  la  preponderancia  germánica  des- 
de los  primeros  años  de  su  anexión.  Resulta  inútil  que 
el  gobierno  de  Berlín  haya  enviado  á  estas  dos  pro- 
vincias una  gran  emigración  alemana.  Las  familias 
germánicas  que  se  establecen  en  el  país  favorecidas 


KL    AliRESTO    DE    feCHNAEBELÉ 

A.  Lug:ar  de  la  fronlera  alemana  donde  fué  asaUado  M.  Schnaebelé. 

B.  Lugar  de  la  fronlera  francesa  donde  fu¿  detenido. 


EN  EL  ñl 


Dibujo  de  Paderlco  Vllllers,  de  <Thc  lllustraled  London  News 


Explosión  de  una  trinchera  alct; 


ENTE 


liana  minada  por  los  franceses 

i 


xa  w^^ 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


S21 


por  el  gobierno,  y  que  al  reproducirse  prolíflcaraente 
representan  toda  una  generación  nacida  en  tierra  al- 
sHciana  ó  lorenesa,  sólo  sirven  para  engañar  ó  des- 
orientar á  la  opinión  europea,  pretendiendo  hacerla 
creer  que  los  habitantes  de  las  provincias  anexiona- 
das han  olvidado  el  pasado,  están  contentos  con  su 
suerte  y  aman  al  Imperio  alemán.  Detrás  de  esta 
masa  de  emigrados,  que  es  como  un  coro  pagado  para 
cantar  las  excelencias  de  Alemania,  existe  el  verda- 
dero pais,  los  antiguos  alsacianos  y  loreneses,  el  pue- 
blo que  fué  francés,  que  se  ha  visto  obligado  á  viva 
fuerza  á  ser  alemán  y  quiere  volver  á  Francia. 

Estas  dos  provincias,  cuando  eran  francesas,  die- 
ron á  las  epopeyas  de  la  Revolución  y  del  primer  Im- 
perio un  gran  número  de  héroes.  De  Alsacia  ó  de  Lo- 
rena  fueron  los  famosos  generales  Kléber,  Keller- 
mann,  Lefevre,  Ney,  Lassalle,  Rapp  y  muchos  otros. 
En  Alsacia  nació  el  más  patriótico  de  los  himnos  fran- 
ceses, pues  Rouget  de  Lisie  compuso  su  canto  de  guerra 
una  noche  en  casa  de  Dietrich,  alcalde  de  Estrasbur- 
go. La  MarseUesa,  llamada  así  por  una  injusticia  po- 
pular, debió  titularse  La  Estrashurguesa. 

Los  hijos  de  Alsacia  y  Lorena  han  tomado  siempre 
las  armas  con  entusiasmo  para  defender  á  Francia. 
La  conducta  actual  de  los  habitantes  de  las  dos  pro- 
vincias demuestra  elocuentemente  su  antipatía  á  Ale- 
mania en  lo  que  se  refiere  al  servicio  militar.  Du- 
rante los  cuarenta  y  cuatro  años  de  anexión,  todos  los 
alsacianos  y  loreneses  que  pudieron  pasar  la  fronte- 
ra han  ido  á  alistarse  en  el  ejército  francés.  Todas 
las  familias  que  por  su  posición  social  podían  trasla- 
darse á  Francia,  lo  han  hecho  sin  vacilar.  Únicamen- 
te han  servido  en  el  ejército  alemán,  haciendo  un  es- 
fuerzo y  con  visible  repugnancia,  los  que  tenían  inte- 
reses fijos  en  el  pais  y  les  era  imposible  abandonarlos, 


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Ira 

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debiendo  perma- 
necer forzosamen- 
te bajo  la  domina- 
ción alemana.  En 
el  curso  de  cuatro 
años,  de  112.000 
alsacianos  y  lore- 
neses llamados  á 
prestar  servicio 
en  el  ejército  ale- 
mán, sólo  se  pre- 
sentaron 28.000, 
y  de  éstos  18.000 
estaban  seguros 
de  ser  enviados  á 
sus  casas  por  mo- 
tivos de  exención. 
No  hay  que 
creer  que  el  curso 

del  tiempo  haya  modificado  las  ideas  de  estos  «ale- 
manes forzosos»,  y  que  se  ha  ido  debilitando  la  pro- 
testa francesa  en  las  nuevas  generaciones  que  suce- 
dieron á  los  anexionados  de  1870.  Hace  dos  años,  en 
1912,  mil  veintitrés  alsacianos,  que  eran  alemanes  por 
el  nacimiento,  huyeron  á  Francia  para  engancliarse 
en  la  legión  extranjera.  El  ejército  francés  tiene  mi- 
les de  oficiales  que  son  alsacianos  y  loreneses.  Ciento 
setenta  de  sus  generales  actuales  nacieron  en  las  dos 
provincias  arrebatadas  por  Alemania. 

El  Imperio  dirigido  por  el  orgullo  pangermanista 
ha  tratado  con  dureza  á  estas  poblaciones,  queriendo 
alemanizarlas  á  toda  costa.  Todos  los  recuerdos  de  la 
vida  francesa  han  sido  perseguidos  como  crímenes. 
Cada  orden  de  la  autoridad  ha  sido  durante  cuarenta 
y  cuatro  años  un  insulto  y  una  provocación   para 


EL    GENERAL    BOULANOBR 


^  <iiV'Uco ^-  '^vv\t)fint^c-a 


I.A    SEOrNUA    INVASIÓN 

I^  más  temible,  que  llega  detrás  de  los  soldados  alemone* 


(Dibujo  de  Hausl,  eu  Leí  Aimalet) 


522 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


«LA    .MABSBLI,ESA».    (}UB   DEBKl    TITULARSE    «LA    ESTR ASBIRCUBSAi 
fué  improvisada  en  casa  de  Dictricli,  alcaide  de  Estrasburgo,  una  noche  de  1792 

(Dibujo  de  Ilausi,  en  Les  Aúnales) 


Francia.  Como  dice  el  poeta  alsaciano  iliiizelin,  «des- 
de el  día  siguiente  de  la  anexión  Alemania  impuso 
á  los  hijos  y  los  hermanos  de  los  vencidos  el  más 
rudo  servicio  militar  obligatorio;  lanzó  sobre  todo  el 
pais  una  horda  famélica  de  funcionarios  germánicos; 
expulsó  á  los  naturales  con  cualquier  pretexto  y  mu- 
chas veces  sin  pretexto;  estableció,  para  responder  á 
los  votos  enemigos  que  elegían  diputados  indepen- 
dientes, el  odioso  régimen  de  los  pasaportes;  rascó  en 
las  esquinas  de  las  calles  los  nombres  franceses;  prohi- 
bió las  inscripciones  francesas  en  los  rótulos  de  las 
tiendas  y  hasta  en  las  tumbas;  colocó  todos  los  ciuda- 
danos bajo  el  régimen  político  de  la  delación». 

Eran  inútiles  las  protestas  de  las  victimas.  Las 
autoridades  contestaban  á  ellas:  «Alemania  no  ha 
prometido  nada  á  los  alsacianos  y  loreneses  y  nada 
les  debe.»  Poco  tiempo  después  de  la  anexión  uno  de 
los  diarios  de  Bismarck  exclamaba  con  ironía  profé- 
tica:  «Os  tengo  lástima,  pobres  alsacianos  y  loreneses, 
que  vais  á  vivir  bajo  un  régimen  policíaco.» 

Desde  1872  la  lengua  alemana  fué  declarada  de 
uso  obligatorio;  pero  exceptuando  á  las  poblaciones 
donde  el  cincuenta  por  ciento  de  los  habitantes  ha- 
blase el  francés.  Las  autoridades  se  encargaron  de 
atropellar  al  poco  tiempo  esta  distinción  consignada 
en  una  ley,  pues  exigieron  que  todos,  absolutamente 
todos  los  habitantes  de  las  provincias  anexionadas 
hablasen  alemán. 

Por  efecto  de  tales  disposiciones,  pueblos  situados 
junto  á  la  frontera  de  Francia,  donde  no  había  tres 
individuos  que  conociesen  el  idioma  germánico,  se 
vieron  obligados  á  emplear  en  su  vida  pública  la  len- 


gua de  los  vencedores,  que 
desconocían  y  siguen  desco- 
nociendo. La  enseñanza  del 
francés  fué  suprimida  en  to- 
das las  escuelas.  Muchos  alsa- 
cianos y  loreneses  sufrieron 
la  imposición  de  fuertes  mul- 
tas ó  se  vieron  encerrados  en 
la  cárcel  por  haber  hablado 
en  francés  públicamente. 

Los  tres  colores  de  la  ban- 
dera francesa  fueron  perse- 
guidos con  no  menos  encono 
en  las  muestras  de  las  tiendas 
y  en  las  fachadas  do  las  casas 
particulares.  Los  viejos  alsa- 
cianos que  habían  servido  en 
el  ejército  francés  sufrieron 
persecuciones  por  usar  la  con- 
decoración que  habían  con- 
(¡uistado  en  las  guerras  de 
Crimea  ó  de  Italia.  En  los 
cementerios  fueron  arranca- 
das todas  las  lápidas  é  ins- 
cripciones en  francés,  toleran- 
do únicamente  las  redactadas 
en  idioma  germánico.   Las  sepulturas  de  los  soldados 


LAS    I'RIMBRA.S    ELKCCIONKS    KN    ALSACIA    (ISST) 
Colegio  electoral  en  una  escuela 

((¡rabrtilo  (lo  in  época) 


IIISTOIÍIA  DE  l.A  GUFJÍRA   EUROPEA  DE   I9M 


523 


franceses  en  los  antiguos  campos  do  batalla  sólo  fuo 
ron   respetadas  cuando  exhibían   lápidas  y   coronas 
con  inscripciones  alemanas.  El  pensamiento  francés, 
así  como  los  libros  impresos  en  Taris,   l'ueron  perse- 
guidos en  ambos  territorios. 

Inútil  es  decir  que  en  un  pais  sometido  á  semejante 
tiranía  no  era  posible  más  prensa  que  la  alemana. 
Los  raros  periódicos  que  pretendieron  sostener  los 
derechos  de  los  naturales  fueron  objeto  en  ciertos 
momentos  de  grandes  persecuciones. 

El  alsaciano,  que  es  de  una  ironía  fría  ó  ingeniosa, 
encontró  un  medio  para  combatir  á  los  enemigos:  la 
caricatura.  Alsacia  ha  producido  dos  caricaturistas 
patriotas  que  gozan  de  una  fama  universal.  El  uno  es 
H.  Waltz,  que  empezó  como  maestro  de  escuela  en 
Cohiaar  y  ha  hecho  célebre  su  seudónimo  de  Ilansi. 
El  otro  es  Zislin,  natural  de  Mulhouse,  que  resulta 
verdaderamente  notable,  no  solamente  por  sus  dibu- 
jos, sino  por  la  mordacidad  de  las  inscripciones  que 
pone  al  pie  de  ellos. 

Los  incidentes  de  Saverne  en  Noviembre  de  1913 
demostraron  que  aun  estaba  latente,  como  en  los  pri- 
meros años  de  la  anexión,  la  animosidad  entre  los 
vencidos  y  los  vencedores.  Un  teniente  de  la  guarni- 
ción de  Saverne,  un  jovenzuelo  llamado  Von  P'orst- 
ner,  tipo  completo  del  señorito  alemán  dedicado  á  la 
carrera  de  las  armas,  hablando  á  los  soldados  de  su 
compañía  trató  á  los  alsacianos  de  «granujas»  y  dijo 
que  deseaba  ensuciarse  en  la  bandera  francesa.  Al- 
gunos vecinos  de  Saverne  protestaron  contra  tales 
ignominias,  riéndose  de  los  oficiales  que  desde  mucho 
antes  resultaban  insufribles  por  su  altanería.  Esto 
bastó  para  que  los  oficiales,  al  frente  de  sus  corapa- 


(Fot.  .Meurisse) 


nías,  se  lanzasen  á  la  calle,  arrestando  y  golpeando  á 
los  transeúntes.  Los  soldados,  con  los  fusiles  cargados, 
se  desplegaron  en  líneas  de  tiradores,  persiguiendo 
;i  mujeres  y  niños.  Hasta  los  jueces  del  tribunal  de 


/"MX 


K.\    TIBMPOS    I)K    LA    l'Itl.M  BHA     HBI'l  HI.ICA 
Los  franccse.s  ocupando  el  Rhln.  Un  nlflo  alemán  contempla  al  granadero  de  la  IJopúhlica 

(Dilmjo  de  Ilnií'.i,  en  Les  Annnlft) 


524 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LA    OUBRRA    Á    LOS    RÓTULOS 
FRANCESES 


Saverne  se  vieron  arrestados  al  salir  de  su  audiencia. 
Niños  de  cinco  años  fueron  llevados  á  la  cárcel;  va- 
rios aprendices  recibieron  golpes  por  haber  sonreído 
ante  los  oficiales.  El  heroico  Von  Forstner,  promo- 
vedor de  todo  lo  ocurrido,  cargó  al  frente  de  su  com- 
pañía contra  un  aprendiz  de  zapatero  que  estaba  cojo, 
partiéndole  valerosamente  la  cabeza  de  un  sablazo. 
Cuando  el  tribunal  de  Estrasbui-go  juzgó  lo  ocurri- 
do en  Saverne,  el  coronel  del  regimiento  hizo  la  de- 
fensa de  su  teniente,  asumiendo  la  responsabilidad  de 
todos  los  arrestos  y  golpes  y  afirmando  que  «sentía 
mucho  no  haber  derramado  más  sangre».  El  general 
del  distrito  afirmó  por  su  parte:  «Estoy  cansado  ya  de 


tirar  al  aire.»  Al  día  siguiente  el  coronel  y  el  general 
i'ecibieron  un  telegrama  del  kronprintz  felicitándolos 
por  tales  manifestaciones.  El  teniente  quedó  absuelto 
y  el  coronel  fué  nombrado  por  el  emperador  para  un 
puesto  honorífico  en  la  Guardia  imperial. 

La  opinión  europea  mostró  asombro  ante  esta  con- 
ducta, que  justificaba  y  glorificaba  la  tiranía  del 
sable.  Pero  en  Alemania  el  fanatismo  pangermanísta 
aprobó  todas  las  medidas.  El  ministro  de  la  Guerra, 
en  pleno  Reichstag,  se  expresó  así:  «Haremos  todo  ¡o 
que  sea  necesario  para  extirpar  de  Alsacia-Lorena  el 
espíritu  antigermánico  de  la  población.»  Un  periódico 
pangermanísta  declaró:  «Alemania  lleva  adherido  á 
ella  un  cuerpo  que  está  putrefacto:  Francia.  Ya  es 
hora  de  operar  la  amputación.» 

Los  profesores  del  partido  pangermanísta,  con  su 
patriótica  ferocidad,  recomendaron  á  los  oficiales  que 
matasen  sin  miedo  para  hacer  respetar  -la  levita  que 


LA   BSCCBLA  EN  ALSACIA 
El  maestro  alemán  con  la  vara  en  In  mano  castiga  á  los  discípulos,  menos  al  hilo  del  gen- 
darme. La  educación  consiste  en  cantar  himnos  alemanes.  Los  pequertos  alsaclanos  se 
burlan  del  maestro  y  del  hilo  del  gendarme.  Otros  dibulan  soldados  franceses. 

(Dltiujos  de  Hauyí,  eu  Leg  Aiiittileg) 


HEROICA    TOMA    DK    l'NA    BANDERA    FRANCB.SA 

les  daba  el  rey,  el  honor  de  la  corona  y  el  prestigio 
del  Imperio  alemán».  Estos  hombres  de  la  Universi- 
dad recomendaron  igualmente  á  los  hombres  de  armas 
el  menosprecio  á  las  tres  P:  la  Prensa,  la 
Plebe  y  el  Parlamento. 

Todas  las  revistas  del  pangermanismo 
mostraron  en  esta  ocasión  el  verdadero 
pensamiento  dominante  en  el  país.  Un 
profesor  de  Jena,  el  doctor  Rein,  dijo  que 
la  moral  y  la  política  son  dos  cosas  dis- 
tintas «y  que  en  la  política  hay  que  olvi- 
dar las  leyes  de  la  moral  y  tener  por  úni- 
co fin  el  aumentar  la  potencia  del  Estado 
por  todos  los  medios».  El  mismo  doctor 
sostuvo  que  los  alemanes,  por  ser  la  raza 
superior,  deben  tratarse  entre  ellos  de  un 
modo  leal  y  humano;  pero  que  con  las 
otras  razas  deben  pi'oceder  siempre  que 
les  convenga  «sin  ninguna  clase  de  mira- 
mientos, atropellándolas,  si  resulta  nece- 
sario, con  cinismo».  Este  doctor  Rein  es, 
entre  todos  los  profesores  alemanes,  el 
que  ha  resumido  con  mayor  claridad  los 
verdaderos  sentimientos  de  la  Alemania 
contemporánea. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


525 


El  general  Keim,  pre- 
sidente de  la  Liga  Mi- 
litar, aplaudió  también 
los  atropellos  de  Saver 
ne,  extrañándose  de 
que  los  alsacianos  no 
hubiesen  emigrado  ya 
todos  á  Francia.  «De- 
ben abandonar  su  pues- 
to—dijo— á  los  Schwoht 
<  los  alemanes!, más  dig 
nos  de  su  hermoso  pais 
que  estos  Welcheg,  que 
sólo  tienen  de  alemán 
el  nombre,  y  que  no 
aman  ni  amarán  nunca 
á  Alemania,  pues  son 
bastardos  de  sangre 
francesa.» 


DOS    OPI.N'IONE.S 


El  alemAn.— No  olvides  nunca,  muchacho,  que  fué 
por  la  sangre,  el  hierro  y  el  fuego  como  nuestros 
padres  conquistaron  este  país.  Nos  pertenece  por 
la  fuerza  y  lo  guardaremos. 


El  pangermanismo 
universitario,  que  jus- 
tittca  la  soñada  domi- 
nación del  mundo  por  Alemania  con  razones  históri- 
cas de  su  cosecha,  ha  hecho  gran  propaganda  en  Alsa- 


El  alsaciano.  No  olvides,  hijo  mío.  que  el  trábalo 
y  el  sudor  de  nuestros  padres  han  fertilizado  este 
suelo  y  que  es  el  hierro  del  arado  el  que  lo  con- 
quistó. Por  eso  nos  pertenece. 


teraria.  Dedican  á  Víctor  Hugo  unas  cuantas  lineas, 
y  en  cambio  capítulos  enteros  á  cualquier  escritor  de 
último  orden  que  fué  de  sangre  germánica  y  mostró 
un  patriotismo  furioso. 

Según  estos  doctores,  Francia  debe  toda  su  gran- 
deza á  Alemania.  8u  mismo  nombre,  aunque  está  la- 
tinizado, es  alemán.  Frankreich ,  y  denuncia  cómo  fué 
civilizada  por  los  antiguos  francos  de  origen  gcrmá- 


MiCHEL  ;personiflcaclón  del  pueblo  alemán)  contemplando  á  Alsacia 
y  Lorena  prisioneras.  — Estos  pelaros  son  ingratos,  l.es  he  dora- 
do la  iaula...  y  no  quieren  cantar. 


cia-Lorena  para  apartar  á  la  juventud  de  sus  simpa- 
tías por  Francia,  esforzándose  en  la  demostración  de 
la  inferioridad  mental  de  este  pais. 

Sus  libros  de  texto  son  inspirados  por  un  espíritu 
nacionalista  que  llega  al  más  ridiculo  exclusivismo. 
Descartes,  inventor  del  método  al  que  tanto  deben 
Kant  y  todos  los  filósofos  alemanes,  apenas  es  men- 
cionado. Esta  preterición  audaz  nada  tiene  de  extra- 
ordinaria. Hace  poco  tiempo,  al  reunirse  los  sabios 
alemanes  en  Jena  para  glorificar  á  Hasckel,  hablaron 
de  la  microbiología — ciencia  según  ellos  de  orígiMí 
alemán — sin  nombrar  para  nada  n  Pasteur. 

Los  doctores  del  pangermanismo  muestran  la  mis- 
ma exclusividad  grotesca  en  sus  textos  de  historia  li- 


^&^rt^B^4^^ 


ALSACIA    VIBNDO    CABR    LA.S    HO.IAS 
Las  holas  tienen  lo  forma  de  cascoe  prusianos 

(Dibujos  de  ZIbUu,  eu  Leí  Annaleí) 


526 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EN    AI.SACIA    DOS    liAZAS    OOMTINUAN    VIVIENUO    SEI'A  1!  A  1 1 AM  WNTB. 
SIN    MRZOL.AHSB    NUNCA. 

ilico.  Tínicamente  pudieron  librarse  los  habitantes 
primitivos  del  suelo  francés  de  su  natural  salvajismo, 
gracias  á  estos  germanos  que  se  dignaron  ocuparse 
de  ellos.  Francia  fué  señora  del  universo  durante  los 
tiempos  en  que  la  nobleza  rubia  de  sangro  alemana 
dominó  á  los  indígenas  de  cabellos  negros — las  teo- 
rías de  Gobineau — .  Pero  después  que  las  guerras  de 
religión  y  la  revolución  de  1789  hicieron  desaparecer 
del  suelo  francés  á  todos  los  hombres  altos  y  rubios 
de  origen  germ;inico,  Francia  ha  degenerado  de  un 
modo  lamentable.  Desde  que  el  germanismo  entró  en 
la  historia,  todos  los  pueblos  de  cabellos  negi-os  se  han 
quedado  atrás. 

Y  los  profesores  alemanes  han  propalado  durante 


(Miaifiil.i  iiJios  estas  enseñanzas,  faltas  de  sentido  co- 
mún, en  las  escuelas  y  liceos  de  his  provincias  ane- 
xionadas, añadiendo  á  su  odio  contra  Francia  el  me- 
nosprecio ;\  los  otros  pueblos  de  Europa.  Sus  tratados 
de  geografía  y  de  historia  atacan  por  igual  á  los  que 
no  tienen  sangre  alemana.  El  ruso  según  ellos  es  una 
bestia  maligna,  el  tcheque  un  salvaje  al  que  hay  que 
tratar  á  bastonazos,  el  inglés  y  el  norte-americano 
unos  borrachos  hipócritas  y  crueles,  el  italiano  y  el 
español  hombres  ligeros,  malignos  y  perezosos,  que 
p;iia  nada  bueno  sirven.  S(ilo  el  alemán  es  grande  y 
ha  llegado  á  una  altura  que  ningún  otro  hombre  po- 
drá alcanzar.  Kn  los  libros  de  texto  se  lee  lo  siguien- 
te: Alemania  ha  nacido  para  regenerar  el  mundo  é 
imponerle  sus  leyes.  El  pueblo  alemán  es  el  verdade- 
ro pueblo  de  Dios.  > 

D 

Ya  liablamos  del  espionaje  imperial  y  de  la  infil 
tración  realizada  por  Alemania  en  los  demás  países, 
gracias  á  su  movimiento  emigratorio.  Jlás  de  10  mi- 
llones de  alemanes  se  han  esparcido  por  el  mundo, 
sirviendo  los  intereses  de  su  pais  en  las  tierras  que 
habitan.  Su  importancia  es  grande  en  los  Estados 
Unidos  y  en  las  repúblicas  de  la  América  del  Sur.  En 
Europa  su  infiltración  se  ha  extendido  por  Rusia, 
Bélgica,  Holanda.  Suiza  y  Francia. 

En  Rusia,  cada  ve/,  que  se  desarrolla  una  intriga 
política,  fatal  para  el  país,  los  patriotas  rusos  mur- 
muran: «lUiscad  el  alemán.»  En  muchos  territorios 
rusos  cercanos  á  la  frontera,  los  emigrantes  alema- 
nes constituyeron  poblaciones  que  eran  verdaderas 
fortalezas.  En  la  presente  guerra,  las  tropas  rusas 
han  tenido  <[ne  tomar  por  asalto  muchas  granjas  de 
su  pais,  que  eran  propiciad  de  colonos  alemanes.  Las 
ligas  pangermanistaa  de  .\lemania  tenían  millares  de 
adherentes  en  Rusia.  En  la  corte  del  mismo  zar  ha 
existido  un  partido  alenrán  que  era  importante. 

Bien  conocida  es  la  influencia  fatal  de  la  emigra- 
ción germánica  en  Bélgica.  Amberes  era  desde  hace 
años  un  puerto  casi  alemán.  En  1898,  los  comercian- 
tes germánicos  de  Amberes,  á  los  postres  de  un  ban- 
quete en  honor  de  su  marina,  brindaron  públicamente 


j;i.    SBXOU    GENDARME    Y    SIT    FAMILIA 

El  domingo,  después  de  mediodía,  se  reúne  para  salir  á  paseo  toda  la  familia  Gendarme.  A  ia  cabeza  el  señor  Gendarme  y  su  esposa,  que  enipuia 
la  cuna  con  los  dos  últimos  vastagos.  Detrás  las  señoritas  Irmenlruda.  Hildegarda,  Elsa  v  Huida  y  los  señores  Whilelme  y  Sigfrido,  que  disfrutan 
de  becas  en  el  colegio  (pagadas  por  Alsacia).  Después  Karlchen.  con  su  torta  en  la  mano,  siempre  engullendo,  y  Hanschen  con  su  eterno  delantal 
de  hule.  Este  córtelo  imponente  desfila  balo  el  ant¡<>uo  árbol  de  la  Libertad,  é  instantáneamente  los  páiaros  cesan  de  cantar. 

tDibujüs  de  Hansi,  eu  Lea  Anuales) 


III.SIOUIA  Dli  LA  ÜUülíl^A   EUIÍOPKA  IJlí   1911 


b2/ 


BL    ACUILA    ALEMANA    CUBRIENDO    CON    SU    SOMBRA    A    ALSACIA 


por  la  anexión  de  Bélgicu  al  Imperio  alemán». 
Durante  muchos  años  han  circulado  en  Bélgica  ma- 
nuales y  mapas  de  editores  alemanes  en  los  que  apa- 
recían Bélgica  y  Suiza  incorporadas  al  Imperio  ger- 
mánico. 

Lo  mismo  ha  ocurrido  en  Holanda,  donde  los  pan- 
germanistas  mostraron  varias  veces  descaradamente 
sus  pretensiones  de  anexión. 

La  república  helvética  es  uno  de  los  principales 
objetos  de  la  codicia  alemana.  Una  gran  parte  de  la 
Suiza  habla  alemán,  }'  los  pangermanistas  quieren 
suprimir  la  otra  parte  que  habla  francés,  asegurando 
con  su  aplomo  seudo-cientifico  que  esto  obedece  á  un 
error  histórico.  Según  ellos  deben  modificarse  los 
nombres  de  la  Suiza  francesa  y  llamar  á  Lausana 
Lonanen,  á  Montreux  Muchtern,  á  Ginebra  Oeuf,  ale- 
manizando  del  mismo  modo  los  nombres  de  las  demás 

poblaciones. 
Como  la  indus- 
tria de  la  relo- 
jería atrae  y 
ocupaáungran 
número  de  in- 
dividuos que 
al)andonan  el 
cultivo  del  sue 
lo.  una  emigra- 
ción de  colonos 
alemanes  ha 
ocupado  los 
campos  en  la 
Suiza  francesa, 
exigiendo  de 
los  gobiernos 
del  pais  escue- 
las de  idioma 
germánico.  Al- 

«Y    LA    ALE.MA.NIA    SEIÍA    SIE.MPUIO    BL    l'l  E  »Un0S    üan"'er- 

BLO    DE    LOS  SEXOlíE.S    DE    LA    TIERRA»  •     i.  i 

ma instas  han 

Cita  del  drama   •  Goltfried  von    SIrassburi; ..  es  ,      ,       . 

crito  por  el  kaiser  en  colaboración  con  Lienhard  liCgaUO  a  (iCCir 


en  sus  banquetes:  «Suiza  es  una  provincia  alemana', 
con  gran  protesta  de  los  naturales  del  pais. 

En  Francia  la  emigración  de  ultra-Rhin  liabia  ad- 
quirido gran  importancia  en  los  últimos  años.  Sólo 
en  París  y  sus  alrededores  existían  200.000  alemanes. 
Además  esta  infiltración  se  había  extendido  mucho 
en  los  depai'tamentos.  llegando  á  crear  numerosas 
asociaciones  con  fines  económicos  ó  recreativos  que 


ALSACIA    V    SUS   GUARDIANES.    «UB   SON    DOS    DIARIOS 
PANGBRMANISTAS 

(DiltuJDs  (le  llaurji,  eu  Les  AniuiUsJ 

servían  al  mismo  tiempo  para  trabajos  de  penetra- 
ción y  espionaje. 

Muchos  de  estos  alemanes  establecidos  en  Fran- 
cia se  hacían  pasar  por  alsaciauos  ó  loreneses,  á  cau- 
sa de  haber  nacido  en  alguna  población  de  las  pro- 
vincias anexionadas.  Boro  sus  padres  eran  alemanes, 
pertenecientes  á  la  emigración  germánica  caida  como 
una  nube  de  langosta  sobre  dichas  provincias,  y  los 


628 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


LOS    DOS    COMERCIANTES 

1.     El  tendero  de  Parfs  jacques  Bonhomme, 
sale  para  Berlín. 


tales  alsacianos 
resultaban  «de 
contrabando», 
como  dicen  los 
verdaderos  hijos 
de  Alsacia  y  Lo- 
rena.  En  algu- 
nos barrios  de 
Paris,  especial- 
mente en  torno 
del  Palais  Royal 
y  de  la  rué  de 
Hauteville,  la 
aglomeración  de 
alemanes  resul- 
taba enorme, 
manteniendo 
restaurants  y 
cervecerías  en 
las  que  comían  y  bebíiin  á  estilo  de  su  país,  abusando 
de  la  libertad  que  reconoce  la  República,  con  toda 
clase  de  canciones  patrióticas,  molestas  para  Francia. 
Esta  emigración  de  tenderos,  rapaces  y  astutos, 
al  mismo  tiempo  que  contribuía  al  espionaje  alemán, 
causaba  graves  daños  á  los  comerciantes  modestos  de 
Paris  y  á  los  industriales  de  pequeño  taller,  que  veían 
sus  productos  depreciados  por  la  absorbente  «came- 
lotte»  germánica. 

a 

Desde  1905  Alemania  no  cesó  de  provocar  á  Fran 
cía,  buscando  un  pretexto  para  la  guerra. 

Guillermo  II,  que  no  parecía  muy  dispuesto  á  tal 
aventura,  y  gustaba  de  ser  admirado  como  «empera- 
dor de  la  paz»,  tuvo  que  seguir  las  órdenes  del  parti- 
do pangerraanista,  enojado  con  él  y  que  le  había  he- 
cho varias  advertencias  amenazantes  de  1902  á  1904. 
El  empei'ador,  para  desarmar  á  estos  energúmenos 
que  pedían  la  ocupación  de  Marruecos,  salió  inespe- 
radamente para  Tánger  en  Marzo  de  1905.  El  mo- 
mento le  pareció 

TTni  jr T7n      oportuno  para 

■    ^'    ^         *"^'^-'^      •     ^         una  provoca- 

e  i  ó  n  ,  aunque 
ésta  diese  lugar 
á  la  guerra.  Ru- 
sia acababa  de 
sufrir  grandes 
derrotas  terres- 
tres y  navales  en 
la  lucha  con  el 
•Tapón,  y  no  se 
hallaba  con  fuer- 
zas para  soco- 
rrer á  su  aliada 
Francia.  Una 
vez  llegado  á 
Tánger  Guiller- 
mo II,  dijo  con 


II.    Primera  amistad  en  una  cervecería, 
— Vo  me  llamo  Siefske. 


111.    «Estos  berlineses  son  realmente  encan- 
tadores.> 


arrogancia: 
«Mientras  yo  vi- 
va, nadie  se  atre- 
verá á  atentar 
contra  el  terri- 
torio de  Marrue- 
cos ni  la  autori- 
dad del  sultán.  > 
El  viaje  tea- 
tral á  Tánger 
produjo  una  im- 
presión enorme 
en  Europa.  El 
gabinete  fran- 
cés, presidido 
por  Rouvier, 
para  evitarse  las 
reclamaciones 
de  Alemania  y  el  choque  que  buscaba  ésta,  pasó  por 
la  humillación  de  separar  á  su  ministro  de  Negocios 
Extranjeros  M.  Delcassé,  que  por  su  patriotismo  y  su 
habilidad  diplomática  inspiraba  un  odio  particularí- 
simo al  gabinete  de  Berlín. 

Contra  la  esperanza  de  los  pangermanistas,  el 
asunto  de  Marruecos  acabó  en  la  conferencia  diplo- 
mática reunida  en  Algeciras,  y  no  con  una  guerra 
como  era  su  deseo.  La  intervención  de  la  Gran  Bre- 
taña pudo  realizar  este  cambio  inesperado.  Las  deci- 
siones de  la  conferencia  y  la  situación  de  Alemania, 
siempre  aislada  en  el  curso  de  las  entrevistas,  des- 
pertó de  nuevo  la  cólera  del  pangermanismo. 

En  1908  Alemania  pudo  encontrar  un  nuevo  pretex- 
to de  guerra  en  Marruecos,  con  motivo  del  asunto  de  los 
desertores  de  Casablanca.  El  gobierno  alemán  man- 
tenía agentes  en  dicho  punto  que  hacían  propaganda 
anti-francesa  entre  las  tropas  de  la  República  y  favo- 
recían las  deserciones.  Los  agentes  fueron  arrestados 
por  las  autoridades  francesas,  y  esto  bastó  para  que 
el  partido  militar  alemán  proclamase  la  necesidad  de 
una  guerra  y  el 
gobierno  del  can- 
ciller Bülow  se 
mostrase  ame- 
nazante. Pero 
Clemenceau, 
que  gobernaba 
á  Francia  en 
aquel  momento, 
supo  hacer  fren- 
te al  peligro  con 
su  tranquila 
energía,  llevan- 
do después  el 
asunto  de  Casa- 
blanca  ante  el 
tribunal  de  la 
Haya.  Este  or- 

IV.    Hasta  la  vista,  amigo   Siefske.  Le  es- 

ganismo  ínter-        p„o  en  Paris. 


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n 

HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


529 


V.    Slefske  en  Parfs...  «Es  asombrosa 
esta  tierra." 


uacional  recono- 
ció en  todo  el 
derecho  de  Fran- 
cia y  la  legitimi- 
dad de  su  con- 
ducta. 

Poco  después 
se  desarrolló  la 
terrible  «sema- 
na negra»  de 
Guillermo,  serie 
de  suplicios  y 
humillaciones 
que  el  panger- 
manismo,  ofen- 
dido por  el  em- 
perador, le  hizo 
sufrir  con  moti- 
vo de  su  extravagante  interviú  contra  Inglaterra.  El 
kaiser  sólo  se  salvó  de  este  tormento  prometiendo 
por  boca  de  Bülow  que  «no  baria  más  declaraciones 
personales». 

Para  congraciarse  con  los  pangermanistas  y  hacer 
olvidar  la  humillación  sufrida,  Guillermo  intentó  una 
nueva  agresión  contra  Francia.  Bülow  habia  sido  sus- 
tituido en  la  cancillería  por  Bethraann-HoUweg,  más 
dúctil  y  sumiso  á  la  voluntad  imperial.  En  1911  Gui- 
llermo envió  á  las  aguas  de  Marruecos  la  corbeta  de 
guerra  Panther,  que  se  mantuvo  con  aire  de  amena- 
za y  provocación  ante  el  puerto  de  Agadir,  oponién- 
dose á  que  continuase  la  expansión  francesa. 

Este  golpe  inesperado  fué  semejante  al  de  1914. 
M.  Jules  Camben,  embajador  de  Francia  en  Berlín, 
no  tenía  instrucciones  de  su  gobierno,  pues  éste  se 
hallaba  ausente  del  país.  M.  Fallieres,  presidente  de 
la  República,  y  M.  Caillaux,  presidente  del  Consejo  de 
ministros,  habían  salido  para  la  Haya  en  una  visita 
oficial  á  la  soberana  de  Holanda.  Fué  poco  más  ó  me- 
nos el  mismo  procedimiento  de  sorpresa  empleado 
tres  años  después,  en  1914,  con  motivo  de  la  cuestión 


VI.    Seis  semanas  después.  «Estoy  escri- 
biendo á  mi  familia  para  que  venga.» 


de  Servia,  cuan- 
do el  presidente 
Poincaró,  acom- 
pañado de  Vi- 
viani,  presiden- 
te del  Consejo, 
estaban  en  Ru- 
sia visitando  al 
zar. 

El  incidente  de 
Agadir  fué  solu- 
cionado por  la  di- 
plomacia. Fran- 
cia compró  la 
paz  y  la  conti- 
nuación de  su 
obra  en  Marrue- 
cos, cediendo  á 
Alemania  una  parte  del  Congo  francés. 

Los  pangermanistas  se  mostraron  enfurecidos  por 
esta  solución.  Ellos  querían  la  guerra.  Además  se  con- 
sideraban engañados  por  el  gabinete  de  París,  que  á 
cambio  de  la  ocupación  definitiva  de  Marruecos  les 
habia  dado  «una  miserable  tierra  de  negros,  déla  que 
no  sabían  qué  hacer  y  en  la  que  reinaba  la  enferme- 
dad del  sueño». 

Para  consolarse  de  la  ocasión  perdida  y  afirmar 
su  deseo  cada  vez  mtis  vehemente  de  una  guerra  con 
Francia,  los  pangermanistas  celebraron  en  el  mismo 
año  un  congreso  en  Hanóver,  aprobando  con  grandes 
aclamaciones  de  entusiasmo  la  siguiente  proposición: 
«Alemania  reivindica  como  de  su  pertenencia  toda  la 
Suiza,  el  Franco-Condado,  lo  que  le  queda  á  Francia 
de  la  Lorena,  el  Flandes  francés,  el  Artois,  la  Bélgi- 
ca y  la  Holanda.» 

Poco  antes  de  eetallar  la  guerra  de  1914  el  pan- 
germanismo,  considerándola  esta  vez  próxima  é  in- 
evitable, hizo  la  siguiente  declaración:  «Alemania 
tiene  el  deber  de  apoderarse  de  todo  el  territorio  fran- 
cés que  considere  necesario  para  asegurar  definitiva- 


i- 


BMlllfü  Ti  "Alá   „ ,.  ."t..        gv^'^w...-:. 


wm^- 


:teSí 


jflf5Uf¿  BOwHonní 

««I  iCi'  S   li   '«n; 


VII.    «iMI  famlllal> 


Vlll.    lUn  ano  después!...  El'alcmín  con  toda  la  clientela  de 
lacques  Bonhomme.  La  tienda  del  francés  cerrada  por  quiebra. 

(Ulatortota  del  caricaturista  alsaclano  ZlsUu) 


530 


.VICENTE  BLASCO  JBAÑEZ 


mente  su  tranquilidad,  y  no  debe  vacilar  en  hacev  el 
vacio  en  las  tierras  que  ocupe,  para  entregarlas  á  los 
colonos  alemanes.» 

Como  una  preparación  para  esta  guerra,  la  Liga 
Pangermanista,  de  acuerdo  con  el  gobierno,  celebró, 
como  ya  dijimos,  con  gran  aparato,  en  Octubre  de  1913, 
el  centenario  de  la  batalla  de  Leipzig.  .Jín  estas  fies- 
tas el  presidente  de  la  Liga  dijo  asi:  «Probemos  cuan- 
to antes  que  aun  existe  un  ideal  para  nuestro  pueblo. 
La  jornada  de  Versalles,  en  la  que  se  constituyó  el 
Imperio  alemán,  no  fué 
el  término  de  su  desarro- 
llo, sino  una  etapa  nada 
más.  Fué  el  principio  de 
una  agrupación  de  todos 
los  alemanes  de  la  Euro- 
pa central,  que  debe  ha- 
cerse más  amplia  con  una 
unidad  que  le  permitirá 
resistir  á  todas  las  tem- 
pestades. Dad  un  jefe  á 
la  generación  actual  y  se 
mostrará  digna  de  sus  pa- 
dres. Este  jefe  lo  esperan 
millones  de  alemanes.  Con 
toda  nuestra  alma  ansia- 
mos un  jefe  que  nos  haga 
olvidar  las  miserias  del 
tiempo  presente.  Nuestra 
flota  es  bastante  poderosa 
para  que  Inglaterra  la 
tema.  Nuestro  ejército  se 
halla  de  nuevo  á  la  altura 
de  su  misión.  ¡Y  nosotros 
nos  vemos  obligados  á  se- 
guir una  política  de  renun- 
ciamientos!... El  apetito 
de  nuevos  territorios  ca- 
racteriza nuestra  época  y 
debe  ser  satisfecho.  Tra- 
bajemos para  que  este 
apetito,  que  es  instintivo 
en  las  masas,  inspire  tam- 
bién á  nuestros  gobernantes,  y  que  éstos  proporcionen 
al  pueblo  los  nuevos  territorios  que  le  son  necesarios 
para  su  existencia  y  su  salud. 

Muchos  pangermanistas  dieron  forma  práctica  á 
estas  aspiraciones.  Alemania  debía  hacer  la  guerra  á 
Francia  cuanto  antes,  y  una  vez  vencida— pues  la 
victoria  era  asunto  de  unas  pocas  semanas — arran- 
carle la  rica  cuenca  de  Briey,  después  todo  su  imperio 
colonial,  y  para  explotar  los  nuevos  territorios  exi- 
girle una  indemnización  de  30.000  millones.  «Alema- 
nia— decían— debe  apoderarse  de  todo  lo  que  es  ale- 
mán por  su  historia  y  extenderse  de  golpe  hasta  el 
Adriático,  rehaciendo  el  imperio  de  Carlomagno.» 

\Y  meses  después  los  alemanes  han  pretendido 
hacer  creer  al  mundo  que  no  deseaban  la  guerra,  que 


BL    ORAN    DUQUE    NICOLÁS   DB    RUSIA 


no  habían  hecho  ningún  preparativo  para  ella  y  que 
eran  sus  enemigos  los  que  les  atacaban  inesperada- 
mente! 

a 

Hay  que  reconocer  en  Guillermo  II  un  deseo  vehe- 
mente de  entrar  en  amistad  con  Francia,  deseo  que 
se  manifestó  repetidas  veces  durante  su  reinado. 

A  su  vanidad  de  hombre  teatral  le  dolía  mucho  no 
poder  visitar  París  como  los  otros  soberanos  de  Euro- 
pa, buscando  un  nuevo  y  más  sonoro  escenario  para 

sus  palabras  y  gestos. 
Además,  Guillermo  II,  no 
obstante  sus  alardes  de 
germanismo,  siente  una 
oculta  admiración  por  los 
franceses,  y  quiso  asociar 
el  país  dispensador  de 
gloria  á  sus  locos  ensue- 
ños de  dominación  uni- 
versal. 

— ¡Las  cosas  que  liaría- 
mos marchando  juntos 
Francia  y  yo! — dijo  en 
varias  ocasiones  al  hablar 
con  personajes  amigos  de 
esta  nación. 

Aprovechó  todas  las 
ocasiones  favorables  para 
ponerse  en  contacto  con 
los  franceses.  No  ocurría 
un  hecho  doloroso  en 
Francia  sin  que  el  kaiser 
enviase  un  telegrama  de 
condolencia  y  simpatía. 
Los  pangermanistas  y  las 
gentes  de  su  corte  le  ata- 
caron en  muchas  ocasio- 
nes porque  contribuyó  con 
largueza  á  toda  suscrip- 
ción iniciada  en  Francia, 
mien¡tras  se  mostraba 
parsimonioso  con  las  sus- 
cripciones alemanas.  Los 
artistas  de  París,  al  ir  á  ios  teatros  de  Berlín,  eran 
llamados  á  su  palco  por  el  emperador,  que  los  invita- 
ba luego  á  palacio,  esforzándose  por  deslumhrarlos 
con  sus  alardes  de  cultura  francesa.  Los  grandes  mú- 
sicos de  Francia,  los  pintores,  los  escritores,  al  pasar 
por  Alemania,  eran  objeto  de  toda  clase  de  galante- 
rías y  hasta  de  adulaciones  de  parte  del  soberano. 

En  sus  excursiones  veraniegas  por  los  mares  de  Sue- 
cia  y  Noruega,  el  buque  imperial  procuraba  encon- 
trarse con  los  yatchs  de  los  millonarios  franceses,  y 
Guillermo  pasaba  á  bordo  de  ellos  como  un  huésped 
alegre  y  simpático,  sin  ningún  orgullo,  hablando  de  sus 
vehementes  deseos  de  ser  amigo  de  Francia,  rogándo- 
les que  hiciesen  saber  á  sus  compatriotas  estos  senti- 
mientos cordiales  y  su  esperanza  de  que  algún  día  se- 


HISTORIA  DE  LA  CitJERRA  'EUROPEA  DE   1914 


551 


riaii   todos  unos  franceses  y  alcnianos,  olvidando  el 
pasado. 

La  frialdíid  y  la  indiferencia  de  Francia  acaba- 
ron por  irritar  el  carácter  versátil  del  emperador, 
haciéndole  incurrir  en  furiosos  resentimientos. 

— ¡Esa  Francia!  —  exclamaba — .   Llevo   años    ten- 
diéndole mi  mano  de  amigo,  y  finge  no  verme. 

Lo  mismo  estas  exageradas  muestras  de  afecto, 
como  el  despecho  al  no  verlas  contestadas,  demues- 
tran la  mentalidad  especial  del  emperador  y  su  sober- 
bia inconsciencia.  Creía 
éste  que  Francia  iba  á 
acoger  con  apresuramien- 
to y  con  orgullo  sus  avan- 
ces amistosos,  olvidando 
todo  lo  pasado.  Cuando 
en  sus  conversaciones  con 
franceses  éstos  indicaban 
discretamente  á  CTuiller- 
mo  que  para  que  existiese 
una  verdadera  amistad 
era  preciso  devolver  antes 
todo  lo  arrebatado,  la 
frente  del  kaiser  se  ensom- 
brecía y  sus  ojos  brillaban 
con  una  expresión  de  ex- 
trañeza,  como  si  escucha- 
se algo  inaudito.  ;.DevoI- 
ver  Alsacia  y  Lorena  á 
los  franceses?...  Esto  le 
parecía  absurdo:  ni  él  ni 
su  pueblo  podrían  acep- 
tarlo jamás. 

Pero  luego,  con  descon- 
certante tenacidad,  per- 
sistía en  sus  pi'opósitos  de 
establecer  una  relación 
amistosa  entre  él  y  Fran- 
cia, sin  base  alguna,  de- 
jando en  pie  todos  los  atro- 
pellos del  pasado,  sin  más 
garantías  ni  alicientes  que 
sus  locas  ilusiones  sobre 
el  porvenir. 

Y  al  ver  que  Francia 
acogía  con  indiferencia  ó  desdén  estos  esfuerzos— se- 
mejantes á  los  del  cómico  que  desea  nuevos  públicos 
para  que  le  admiren—,  el  veleidoso  y  despechado  Gui- 
llermo la  tachaba  de  ingratitud. 

Cada  una  de  sus  decepciones  fué  acompaflada  de 
una  nueva  furia  contra  Francia  y  de  provocaciones 
para  arrastrarla  á  la  guerra. 

Los  gobiernos  franceses  no  han  dicho  ni  han  podi- 
do decir  lo  quo  los  ha  costado  mantener  la  paz  á  par- 
tir de  1005,  ó  sea  desde  que  Rusia  sufrió  su  gran  des- 
calabro en  la  lucha  con  el  Japón.  Para  privar  á  Fran- 
cia de  los  auxilios  de  su  aliada,  Guillermo  II  y  sus 
i  Rusia  la  conveniencia  de  que 


extendiese  su  poderío  en  el  Extremo  Oriente,  con  la 
certeza  de  que  iba  á  sufrir  un  ruidoso  fracaso. 

Alemania,  al  ver  á  la  República  Francesa  sin  apo- 
yo por  algún  tiempo,  repitió  sus  provocaciones  con 
una  testarudez  y  una  falta  de  razón  verdaderamente 
germánicas.  Y  el  gobierno  francés,  por  amor  á  la  paz, 
tuvo  que  ceder  en  todas  las  cuestiones,  realizando  los 
más  crueles  sacrificios.  En  Marruecos,  por  ejemplo, 
hubo  de  indemnizar  á  los  aventureros  alemanes  que 
conspiraban   descaradamente  contra  las  autoridades 

francesas  y  se  fingían  vic- 
timas cuando  aquéllas  in- 
tentaban perseguirlos.  El 
gobierno  de  Francia,  para 
no  extremar  sus  cuestio- 
nes con  Alemania  y  ter- 
minar pacíficamente  los 
incidentes,  se  vio  obliga- 
do más  de  una  vez  á  des- 
tituir á  excelentes  funcio- 
narios, cuyo  único  delito 
consistía  en  haber  inter- 
pretado fielmente  sus  de- 
beres. 


En  Mayo  de  1890  hizo 
un  viaje  á  Paris  el  gran 
duque  Nicolás,  generalísi- 
mo de  los  ejércitos  rusos 
y  vencedor  de  Plewna. 
Dos  meses  antes  Bismarck 
había  sido  destituido  por 
Gilillermo  II,  iniciándose 
en  Alemania  una  nueva 
política.  El  tratad-o  de 
«contra-seguro»,  que  liga- 
ba secretamente  á  los  ga- 
binetes de  Berlín  y  San 
Petcrsburgo  como  un  con- 
trapeso de  la  Triple  Alian- 
za, había  llegado  á  su  tér- 


SADI    CARNOT 
Cuarto  presidente  de  la  República  Francesa 

(Dibujo  del  artista  frnucís  Altiert  Anlall) 


ministros  sugirieron 


mino  sin  que  ambas  par- 
tes contratantes  pensasen 
en  renovarlo.  La  Alema- 
nia de  Guillermo  II,  libre 
de  la  tutela  del  férreo  Canciller,  seguía  una  política 
distinta  á  la  de  este  personaje,  volviendo  la  espalda 
ii  Rusia. 

El  presidente  de  la  República  era  en  aquel  enton- 
ces Sadi  Carnot,  noble  y  melancólica  figura,  carácter 
firme  y  leal,  que  dedicó  su  actividad  silenciosa  á  la 
reconstitución  de  las  fuerzas  militares.  Su  colabora- 
dor y  presidente  del  Consejo  de  ministros  era  Freyci- 
net,  el  compañero  de  Gambetta  en  los  días  trágicos 
de  1870,  el  ingeniero  de  la  defensa  nacional,  el  res- 
taurador del  orden  en  el  ejército,  que  había  organiza- 
do estratégicamente  los  ferrocarriles  y  creado  el  cuer- 
po de  Estado  Jlayor.  Freycinet,  al  ocupar  el  gobierno, 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


CASIMIR-PERIBR 

Quinto  presidente  de  la  República  Francesa.  (Sóldl  ocupó 
seis  meses  ia  presidencia) 


se  reservó  la  cartera  de  la  Guerra.  Al  lado  de  él, 
como  experto  ministro  de  Negocios  Extranjeros,  tra- 
bajaba un  colaborador  importante,  M.  Alejandro  Ri- 
bot,  el  actual  y  venerable  ministro  de  Hacienda. 

El  gran  duque  Nicolás  pidió  una  entrevista  á  Frey- 
cinet,  enterándose  en  el  curso  de  ella  con  gran  proli- 
jidad del  estado  del  ejército  francés.  El  generalísimo 
ruso  no  ocultó  su  satisfacción  al  convencerse  de  los 
grandes  adelantos  realizados  por  la  República  en  sus 
medios  defensivos;  adelantos  que  se  hablan  iniciado 
bajo  la  presidencia  de  Grevy,  siendo  fomentados  luego 
por  Carnet  y  sus  ministros. 

— Si  yo  tuviese  poder  para  ello — dijo  el  gran  du- 
que— ,  los  dos  ejércitos,  el  francés  y  el  ruso,  no  forma- 
rían más  que  uno  sólo  en  tiempo  de  guerra.  Es  indu- 
dable que  esto  impediría  la  guerra,  pues  no  creo  que 
ninguna  potencia  se  atreviese  á  hacer  frente  á  Fran 
cia  y  Rusia  unidas. 

Estas  palabras  fueron  el  primer  anuncio  de  la 
futura  alianza  franco-rusa. 

Una  demostración  pública  vino  á  afirmar  poco  des- 
pués la  amistad  naciente.  El  zar  deseó  hacer  públicos 
sus  sentimientos  en  favor  de  Francia,  después  de 
haber  conferenciado  con  su  hermano  el  generalísimo. 


El  agregado  naval  francés  en  San  Petersburgo  fué 
avisado  confidencialmente  de  que  una  visita  de  la 
flota  de  la  República  á  los  puertos  de  Rusia  sería 
objeto  de  grandes  demostraciones  de  simpatía. 

En  Julio  de  1891  una  escuadra  francesa  mandada 
por  el  almirante  Gervais  salió  de  Cherburgo  para  el 
Báltico,  siendo  acogida  en  Cronstadt  con  indescripti- 
bles manifestaciones  de  entusiasmo.  La  Marsellena, 
himno  de  la  Revolución,  sonó  por  primera  vez  en  los 
buques  y  los  palacios  del  autócrata  de  Rusia.  El  zar 
Alejandro  III  la  escuchó  de  pie,  con  la  cabeza  des- 
cubierta, como  un  homenaje  á  la  República  Fran- 
cesa. 

Cuando  la  escuadra  del  almirante  Gervais  zarpó 
de  Cronstadt  después  de  una  serie  de  ruidosas  fiestas, 
se  detuvo  en  Portsraouth  para  hacer  constar  que  la 
naciente  alianza  franco-rusa  no  era  hostil  á  Ingla- 
terra. 

En  1892  una  escuadra  rusa  mandada  por  el  al- 
mirante Avellán  devolvió  la  visita,  y  sus  oficiales  y 
tripulaciones  fueron  objeto  en  París  de  una  ovación 
continua.  Europa  se  conmovió  con  estas  manifesta- 
ciones de  amistad,  interpretadas  por  las  dos  mari- 
nas. Después  de  veinte  años  de  política  alemana, 
triunfadora  y  aplastante,  el  mundo  empezó  á  respi- 
rar con  cierto  desahogo. 


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FRBYCINBT 


{FoU  Ileuri  Manuel.  París) 


HI5TOK1A  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


535 


Mientras  tanto  los  gabinetes  de  París  y  de  San  Pe- 
tersburgo  trabajaban  activamente  para  dar  una  for- 
ma práctica  á  la  aproximación  internacional.  El  pri- 
mer tratado  de  alianza  franco-rusa  quedó  suscrito 
el  27  de  Agosto  de  1891,  limitándose  á  unas  bases  pa- 
cificas y  defensivas.  La  diplomacia  sólo  podía  ajus- 
tar  una  inteligencia  platónica.  Quedaba  á  cargo  de 
los  militares  de  ambos  países  el  dar  forma  prácti- 
ca á  esta  aproximación.  Los  dos  Estados  Mayores  se 
pusieron  en  contacto  para  el  conocimiento  de  sus  res- 
pectivas fuerzas,  y  en  1892  el  general  Boisdeffre,  en- 
viado á  San  Petersburgo  como  jefe  del  Estado  Mayor 
francés,  firmó  un  tratado  definitivo  de  alianza,  que 
fué  ratificado  luego  en  París  por  el  ministerio  que  pre- 
sidía Casimir-Perier. 

En  los  años  sucesivos  la  alianza  franco-rusa  se 
fué  estrechando  y  se  hizo  pública  con  numerosas  ma- 
nifestaciones. El  presidente  de  la  República,  Félix 
Faure,  realizó  un  viaje  á  Rusia,  y  el  zar  Nicolás  II, 
que  había  sucedido  á  su  padre  Alejandro  III  conti- 
nuando fielmente  su  política,  devolvió  la  visita  en  Pa- 
rís. Los  dos  jefes  de  Estado,  en  sus  brindis  de  los  ban- 
quetes oficiales,  hicieron  saber  al  mundo  que  sus  na- 
ciones eran  «amigas  y  aliadas». 

La  alianza  ha  permanecido  inalterable  y  cordial 
durante  veinte  años,  saliendo  incólume  de  las  crisis 


ALBJ ANDRÓ    KIBOT 


vKot.   MbUri«ao.> 


FÉLIX    FAUUB 
Sexto  presidente  de  la  Uepúblicd  Francesa 

más  graves  y  de  las  tentaciones  más  fuertes:  ejemplo 
de  duración  poco  común  en  la  historia  de  la  diploma- 
cia. Un  sentimiento  superior  al  de  las  convenien- 
cias políticas  del  momento  ha  mantenido  la  estrecha 
unión  del  antiguo  Imperio  despótico,  que  al  fin  entró 
en  la  vida  constitucional,  y  de  la  República  democrá- 
tica, inspiradora  de  ideas  revolucionarias.  Este  senti- 
miento ha  sido  la  convicción  del  gran  peligro  con  que 
la  hegemonía  germánica  amenazaba  la  suerte  del 
mundo. 

Francia,  á  pesar  de  los  fracasos  de  Rusia  en  el 
Extremo  Oriente  y  de  los  movimientos  revoluciona- 
ríos  contra  el  Imperio  absoluto  del  zarismo,  que  fue- 
ron mirados  con  simpatía  por  el  pueblo  francés,  se 
mantuvo  fiel  á  la  alianza.  Sus  presidentes  Loubet, 
P^illiéres  y  Poincaré,  han  considerado  como  un  deber 
urgente,  al  encargarse  de  su  honrosa  función,  el  visi- 
uir  al  aliado  de  San  Petersburgo.  El  capital  francés 
lia  hecho  enormes  préstamos  á  Rusia  para  el  desarro- 
llo de  sus  obras  públicas  y  la  reconstitución  de  sus 
fuerzas  militares. 

La  alianza  franco-rusa  fué  el  núcleo  viviente  en 
torno  del  cual  se  aglomeró  y  tomó  forma  la  protesta 
europea  contra  la  hegemonía  alemana.  Gracias  á 
esta  alianza,  tres  reyes,  representantes  del  priacipio 


534 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EMILIO    LOUBBT 
Séptimo  presidente  de  la  República  Francesa 


^Fot9.  Ilenri  Manuel.  París) 


ARMANDO    FALLIERES 
Octavo  presidente  de  la  República  Francesa 


monárquico,   figuran  hoy  como  fieles  y  entusiastas     mocrátieo 
aliados  de  la  República  Fran- 
cesa, hija  de  la  Revolución. 


Durante  cuarenta  años 
Francia  ha  tenido  que  vigi- 
lar constantemente  los  ade- 
lantos militares  de  Alema- 
nia, procurando  colocarse  á 
su  nivel  para  no  correr  el 
peligro  de  la  inferioridad. 
Las  dos  naciones  han  sido 
semejantes  en  todo  este  tiem- 
po á  dos  caballos  veloces, 
que  corren  y  corren  con  el 
deseo  de  dejar  atrás  á  su 
rival. 

En  los  últimos  años  Ale- 
mania sobrepasó  en  mucho 
á  la  nación  francesa;  pero 
teniendo  en  cuenta  la  dife- 
rencia de  población  y  el  es- 
píritu político  de  un  Impe- 
rio, que  es  siempre  más  fa- 
vorable que  un   Estado  de-  millerand 


á  los  preparativos  militares,  hay  que  re- 
conocer que  la  República 
Francesa  lleva  realizado  un 
esfuerzo  gigantesco.  En  al- 
gunos períodos,  por  efecto 
de  sus  luchas  políticas  y  del 
antagonismo  entre  los  mili- 
taristas y  los  partidarios  de 
la  paz,  que  consideraban  ino- 
centemente muy  lejano  todo 
peligro  de  guerra,  Francia 
quedó  muy  á  la  zaga  de  su 
enemiga.  Pero  al  darse  cuen- 
ta del  peligro,  con  un  repen- 
tino y  enérgico  impulso  reco- 
bró en  poco  tiempo  la  distan- 
cia perdida. 

En  1892,  ó  sea  cuando  se 
inició  la  alianza  franco-rusa, 
los  efectivos  del  ejército  per- 
manente eran  casi  idénticos 
en  las  dos  naciones  rivales. 
Francia  tenia  un  ejército  de 
-180.000  hombres  y  Alema- 
nia de  485.000.  Desde  enton- 
ces las  fuerzas  de  ambos 


;Kot.  Meurlsse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


bdb 


Nicolás  II,  emperador  de  Uusin  JorRC  V,  rey  de  Inglaterra  Alberto  I.  rey  de  Bélgica 

LOS  TRES  MONARCAS  ALIADOS  DE   LA  REPÚBLICA  FRANCESA 


5d6 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


países  fueron  aumentándose,  pero  con  la  diferencia 
que  lógicamente  debía  marcarse  á  causa  de  su  di- 
versa densidad  de  población.  En  1900  Francia  tenía 
516.000  hombres  y  Alemania  585.000,  de  lo  que  resul- 
taba una  superioridad  para  el  ejército  alemán  de  70.000 
hombres.  Á  partir  de  esta  fecha  comenzó  la  progre- 
sión del  ejército  activo  en  ambos  países,  hasta  llegar 
á  unas  proporciones  nunca  vistas  en  la  Historia.  Las 
nuevas  leyes  militares  aceptadas  por  Alemania  en 
1913  obligaron  á  Francia  á  votar  la  llamada  «ley  de 
tres  años»,  al- 
canzando los 
ejércitos  de  los 
dos  países  la  si- 
guiente impor- 
tancia numéri- 
ca, verdadera- 
mente monstruo- 
sa en  tiempo  de 
paz:  Francia, 
780.000  hom- 
bres; Alemania, 
900.000.  El  ejér- 
cito francés  apa- 
reció con  una 
inferioridad  de 
120.000  hom- 
bres, que  aun- 
que resulta  im- 
portante desde 
el  punto  de  vis- 
ta militar,  no  es 
considerable  si 
se  tienen  en 
cuenta  los  61  mi- 
llones de  habi- 
tantes de  Alema- 
m  a  n  i  a  y  los 
39.600.000  de 
Francia.  Ade- 
más el  ejército 
permanente  de 
Francia  podía 
disponer  como 
fuerzas  auxilia- 
res de  las  tropas 
argelinas,  marroquíes  y  coloniales,  frente  á  Alema- 
nia, que  no  posee  elementos  equivalentes. 

El  error  irreparable  y  fatal  para  la  suerte  de 
Francia  hubiese  sido  no  aceptar  la  «ley  de  tres  años». 
Contra  ella  hicieron  propaganda  muchos  hombres  de 
buena  fe  que  no  se  daban  cuenta  de  las  verdaderas 
intenciones  de  Alemania,  creyendo  puerilmente  en  la 
continuación  de  la  paz. 

Por  fortuna  Francia  tenía  al  frente  de  su  gobierno 
hombres  organizadores  y  de  espíritu  práctico.  El  paso 
de  Millerand  por  el  ministerio  de  la  Guerra  fué  alta- 
mente beneficioso  para  la  organización  del  ejército. 


PROGRESIÓN    DB  LOS   EJÉRCITOS   ACTIVOS   FRANCÉS   Y   ALEMÁN 

En  1892  el  élérclto  francés  era  casi  igual  al  alemán.  En  1900  resultaba  Inferior  en  70.000  hombres. 
En  1913,  después  de  las  nuevas  leyes  militares  de  Alemania,  el  eUrcIto  alemán  tenia  120.000  más  que 
el  de  Francia,  á  pesar  de  haber  votado  apresuradamente  las  Cámaras  francesas  el  servicio  de  tres 
aflos,  poniéndolo  en  vigor.  De  no  haberse  lomado  esta  disposición,  el  desequilibrio  entre  ambas 
fuerzas  hubiese  sido  considerable,  corriendo  Francia  un  peligro  mortal. 

Hay  que  advertir,  sin  embargo,  que  la  diferencia  entre  ambos  eiércitos  no  resulta  tan  enorme  si  se 
tiene  en  cuenta  que  la  República  Francesa  disponía  además  de  su9  tropas  coloniales,  que  no  tienen 
equivalente  en  Alemania. 


Se  creó  el  cargo  de  generalísimo  ó  presidente  del 
Consejo  Superior  de  Guerra  para  que  interviniese  di- 
rectamente en  la  preparación  del  ejército  que  había 
de  mandar  cuando  se  rompiesen  las  hostilidades.  Jof- 
fre  entró  en  escena  modestamente,  sin  ser  conocido 
por  el  gran  público,  dedicándose  en  silencio  á  la  pre- 
paración de  la  defensa  nacional.  Todo  se  fué  organi- 
zando para  que  la  República  pudiera  pasar  de  la  paz 
á  la  guerra,  sin  desorden,  sin  confusión,  sin  sacudidas 
violentas,  encontrando  preparadas  las  cosas  hasta  en 

sus  menores  de- 
talles. Antes  de 
abandonar  Mi- 
llerand el  minis- 
terio, en  1912, 
obtuvo  del  Par- 
lamento un  sub- 
sidio extraordi- 
nario de  600  mi- 
llones para  com- 
pletar el  mate- 
rial de  guerra. 

Al  ser  conoci- 
do en  Febrero  de 
1913  el  progra- 
ma de  nuevas  le- 
yes militares  de 
Alemania,  au- 
mentando el 
efectivo  de  sus 
fuerzas  perma- 
nentes hasta 
900.000  hom- 
bres, los  gober- 
nantes de  Fran- 
cia se  alarmaron 
con  harto  moti- 
vo, pues  su  país, 
basándose  en  la 
ley  de  1905,  sólo 
podía  tener  nor- 
malmente sobre 
las  armas  de 
600.000  a  600.000 
hombres. 
El  nuevo  pre- 
sidente de  la  República,  M.  Poincaré,  se  mostró  parti- 
dario de  una  reforma  de  la  ley,  ampliando  á  tres 
años  el  servicio  en  el  ejército  activo,  único  medio  de 
aumentai'lo  en  200.000  hombres.  De  este  modo  la 
República,  con  un  ejército  activo  de  700.000  á  800.000 
hombres,  «podría  contemplar  el  porvenir,  sin  temblo- 
res de  miedo». 

Empezó  la  campaña  política  en  favor  de  la  ley  de 
tres  años.  Como  dijo  un  gran  diario  inglés,  «jamás 
una  democracia  libre  dio  tan  espléndido  ejemplo». 

El  presidente  Poincaré,  en  su  Mensaje  dirigido 
á  las   Cámaras  el  20  de   Febrero  de   1913,   explicó 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE   1914 


537 


de  este  modo  la  urgencia  de  la  reforma  en  cuestión: 
«La  paz  no  se  decreta  nunca  por  la  voluntad  de 
un  solo  pueblo,  y  el  adagio  que  nos  leg'aron  los  latinos, 
Si  quieres  la  paz  prepárate  para  la  guerra,  jamás  ha 
sido  tan  verdadero  como  en  el  presente.  Un  pueblo 
sólo  puede  ser  hoy  eficazmente  pacifico  estando  siem- 
pre pronto  para  hacer  la  guerra...  Una  Francia  dis- 
minuida, una  Francia  expuesta  por  su  culpa  ;i  retos 
y  á  humillaciones,  no  sería  Francia.  Equivaldría  á 
cometer  un  crimen  contra  la  civilización  dejar  que 
nuestro  pais  decayese  en 
medio  de  tantas  naciones 
que  desarrollan  sus  fuer- 
zas militares.» 

Era  ministro  de  la  Gue- 
rra en  el  gabinete  presidi- 
do por  Briand,  M.  Etienne, 
antiguo  amigo  de  Gam- 
betta,  que  había  mostrado 
siempre  gran  entusiasmo 
por  el  engrandecimiento 
de  la  defensa  francesa. 
Etienne  presentó  á  las  Cá- 
maras un  proyecto  «para 
modificar  la  ley  de  21  de 
Marzo  de  1906  en  lo  refe- 
rente á  la  duración  del 
servicio  en  el  ejército  ac- 
tivo». Pero  mientras  la 
comisión  del  ejército  estu- 
diaba este  proyecto,  una 
batalla  parlamentaria 
hizo  caer  al  gabinete 
Briand,  sustituyéndolo  un 
nuevo  gobierno  presidido 
por  Barthoux. 

Este  nuevo  gobierno 
tuvo  como  su  fin  más  im- 
portante hacer  votar  la 
ley  de  tres  años,  subordi- 
nando á  ello  toda  su  polí- 
tica. Lo  mismo  Barthoux 
en  el  terreno  parlamen- 
tario, que  el  presidente 

Poincaré  por  medio  de  entrevistas  particulares  con 
los  jefes  de  partido  y  con  personajes  ilustres  que  ha- 
bían combatido  su  candidatura  á  la  presidencia,  tra- 
bajaron tenazmente  por  hacer  adoptar  la  ley.  Bar- 
thoux, que  estaba  enterado  de  los  preparativos  de 
Alemania,  ordenó  bajo  su  responsabilidad  una  me- 
dida extrema,  conservando  en  las  filas  á  los  soldados 
que  con  arreglo  á  la  antigua  ley  debían  ser  licencia- 
dos en  Octubre  de  1913.  Esta  medida,  si  se  quiere  an- 
tilegal, semejante  á  las  que  adoptaban  los  hombres 
de  la  Convención  basándose  en  la  «s.alud  pública»,  fué 
aprobada  en  la  Cámara  por  una  gran  mayoría  y  con- 
tribuyó meses  después  á  la  salvación  de  P^rancia. 
El  proyecto  del  gobierno  fué  modificado  por  la  co- 


RAIMÜNDO 
Noveno  presidente  de 


misión  parlamentaria  del  ejército  con  algunas  refor- 
mas oportunas  de  Joseph  Reinach  y  otros  individuos, 
inspiradas  en  necesidades  del  momento. 

La  ley  de  tres  años  fué  objeto  de  grandes  discu- 
siones en  la  Cámara,  defendiéndola  Le  Hérissé,  pre- 
sidente de  la  comisión;  Paté,  que  era  el  ponente;  Jo- 
seph Reinach,  Montebello  y  otros  diputados.  Todos 
hicieron  presente,  asi  como  Barthoux,  que  Francia 
estaba  amenazada  por  un  «ataque  brusco»  de  Alema- 
nia, y  que  si  no  existia  un  ejército  fuerte  de  cobertura, 

la  concentración  de  la  de- 
fensa nacional  tendría  que 
hacerse  á  cien  kilómetros 
déla  frontera,  abandonan- 
do á  los  enemigos  una 
gran  parte  del  territorio. 
El  proyecto  fué  comba- 
tido por  muchos  persona- 
jes parlamentarios.  To- 
dos los  representantes  de 
Francia  eran  igualmente 
patriotas  y  deseaban  au- 
mentar los  medios  de  de- 
fensa: pero  sus  opiniones 
resultaban  contradicto- 
rias al  apreciar  la  forma 
con  que  debía  organizar- 
se esta  defensa.  Unos  en 
vez  de  tres  años  creían 
suficiente  un  periodo  de 
treinta  meses;  otros,  como 
.Taurés,  optaban  por  el 
sistema  de  milicias,  que 
podía  proporcionar  á  la 
defensa  nacional  mayor 
número  de  hombres.  Cle- 
menceau,  León  Bourgeois 
y  otros  personajes  del  par- 
tido radical  se  declararon 
partidarios  del  servicio  de 
tres  años.  Al  fin  la  ley, 
con  diferentes  modifica- 
ciones, fué  votada  el  19 
de  Julio  de  1913  por  la 
Cámara  de  diputados,  y  el  T  de  Agosto  por  el  Se- 
nado. 

El  efectivo  permanente  del  ejército  quedó  aumen- 
tado de  este  modo  en  220.000  hombres,  representando 
en  su  conjunto  alrededor  de  800.000  combatientes. 
Esta  fuerza  puso  á  Francia  al  abrigo  de  un  ataque 
brusco,  permitiendo  que  las  reservas  del  pais  se  re- 
uniesen á  sus  espaldas,  adquiriendo  la  necesaria  ho- 
mogeneidad. 

La  mejor  prueba  de  lo  oportuna  que  resultaba 
dicha  ley,  la  dio  Alemania  al  acogerla  con  grandes 
muestras  de  irritación.  Las  revelaciones  de  la  diplo- 
macia francesa  en  Berlín  contenidas  en  el  «Libro 
Amarillo»,  del  que  ya  hablamos,  consignan  la  cólera 


POINCARÉ 
la  República  Francesa 

(Fot.  Ilcnri  Manuel.  París) 


538 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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AUMENTO    DEL   PRESUPUESTO    MILITAR    BN    FRANCIA    Y   EN    ALEMANIA 

En  1869.  ó  sea  en  vísperas  de  la  guerra  franco- prusiana,  el  presupuesto  militar  de  Fran- 
cia era  de  384  millones  anuales,  frente  al  presupuesto  de  Prusia  de  312  millones.  En  1913,  por 
el  contrario,  el  presupuesto  francés  fué  inferior  al  alemán  en  500  millones.  Francia  empleaba 
por  año  1.100  millones  para  el  mantenimiento  de  sus  fuerzas  frente  á  Alemania  que  gastaba 
1.700  millones.  Esta  desproporción  obligó  á  los  hombres  de  Estado  franceses  á  volar  la  ley 
«de  tres  años»  y  adoptar  otras  medidas. 

De  estas  cifras  enormes  resulta  que  era  imposible  la  continuación  de  la  paz  armada  por 
lo  costosa. 


con  que  saludó  toda  Alemania  la  ley  de  «tres  años», 
desde  el  kaiser  á  los  últimos  funcionarios  militares  y 
civiles.  Según  ellos,  Francia  «no  tenía  derecho,  con 
sus  40  millones  de  habitantes,  á  rivalizar  con  Ale- 
mania en  preparativos  de  guerra».  Para  los  alema- 
nes lo  lógico  era  que  la  República  permaneciese  des- 
armada, en  una  lamentable  inferioridad,  y  que  conti- 
nuase aceptando  silenciosamente  sus  pro- 
vocaciones y  sus  exigencias. 


El  considerable  aumento  de  las  fuerzas 
militares  en  los  dos  países  fué  acompaña- 
do de  enormes  gastos  extraordinarios.  El 
presupuesto  de  guerra  era  de  1.700  millo- 
nes anuales  en  Alemania  y  de  1.100  millo- 
nes en  Francia. 

Los  gastos  extraordinarios  aumentaron 
considerablemente  estas  cifras  monstruo- 
sas. De  1902  á  1913,  Alemania  invirtió  en 
aquéllos  2.200  millones  y  Francia  en  el 
mismo  periodo  980  millones. 

A  pesar  de  la  desproporción  entre  am- 
bas cifras,  el  material  de  guerra  francés 
ha  rivalizado  dignamente  con  el  de  los 
adversarios,  y  especialmente  su  artillería 
de  campaña  resulta  superior  á  la  de  los 
alemanes. 

Esta  superioridad,  en  la  que  entra  por 
mucho  la  valía  del  personal,  se  debe  prin- 
cipalmente al  famoso  cañón  de  75. 

El  autor  de  esta  arma  célebre  fué  el 
teniente  coronel  Deport,  que  la  concibió 


en  1892,  realizando  grandes  y  penosos  es- 
tudios para  llegar  á  la  perfección  de  su 
invento.  Otros  oficiales  de  artillería  tra- 
bajaron en  el  complemento  de  la  pieza, 
añadiendo  nuevos  detalles  para  la  seguri- 
dad y  la  rapidez  del  tiro.  Estos  colabora- 
dores fueron  el  general  Sainte-Claire  De- 
ville,  comandante  en  aquel  entonces,  y  el 
coronel  Rimailho,  inventor  de  los  cañones 
gruesos  que  llevan  su  nombre. 

La  historia  de  la  invención  del  75  resul- 
ta curiosa.  En  1892  el  general  Mathieu, 
director  de  artillería  en  el  ministerio  de 
la  Guerra,  supo  por  un  informe  seci'eto  que 
un  ingeniero  alemán  llamado  Haussner 
estaba  trabajando  en  los  talleres  de  Krupp 
para  llevar  á  la  práctica  un  cañón  que 
había  inventado  de  tiro  rápido,  reculan- 
do sobre  la  cureña.  El  informe  añadía 
que  la  casa  Krupp  iba  á  emprender  en 
gran  escala  la  construcción  del  nuevo  ma- 
terial. Mathieu,  buen  conocedor  de  los 
méritos  de  sus  oficiales,  llamó  al  coman- 
dante Deport,  director  de  los  talleres  de 
artillería  de  Puteaux,  para  preguntarle  si 
era  capaz  de  inventar  un  cañón  semejante  al  del  ale- 
mán, que  tirase  «reculando  sobre  la  cureña»,  y  De- 
port, después  de  largas  reflexiones,  manifestó  que 
intentaría  resolver  el  problema  propuesto.  En  1894 
el  comandante  presentó  al  ministro  de  la  Guerra  su 
invento:  un  cañón  de  campaña  que  hacía  hasta  25 
disparos  por  minuto.  Su  precisión  y  su  estabilidad 


COMPARACIÓN  DE   LOS    GASTOS    MIUTAIIBS    EXTRAORDINARIOS 
EN   FRANCIA    Y    EN   ALEMANIA 

De  1902  á  1913  Alemania  ha  consagrado  2.200  millones  á  los  gastos  militares  extraordina- 
rios y  Francia  solamente  980  millones.  Á  pesar  de  esta  desproporción,  el  material  de  guerra 
francés  no  ha  resultado  muy  inferior  al  del  enemigo,  y  en  algunos  extremos  se  ha  mostrado 
superior,  lo  que  acredita  el  espíritu  económico  y  la  Inteligencia  de  los  organizadores  técnicos. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


539 


eran  tales,  que  los  dos  sirvientes  de 
la  pieza  podían  permanecer  durante 
el  tiro  ocupando  sus  asientos  en  la 
cureña.  El  cañón  de  75  acababa  de 
nacer,  «realizando  todos  los  deseos 
que  hubiese  podido  formular  el  arti- 
llero más  exigente». 

Mientras  el  comandante  Deport  tra- 
bajaba día  y  noche  en  su  invento,  el 
ministerio  de  la  Guerra  francés  creia 
que  la  fábrica  Krupp  multiplicaba  en 
secreto  la  pieza  inventada  por  Plauss- 
ner.  La  realidad  era  muy  distinta,  y 
un  falso  informe  proporcionado  al  ge- 
neral Mathieu  había  servido  para  la 
creación  del  75. 

Era  verdad  que  el  ingeniero  Hauss 
ner  había  inventado  un  cañón  y  que 
se  hacian  ensayos  de  él  en  los  tallei'es 
de  Krupp,  en  Essen.  Pero  estos  ensayos  habían  fra- 
casado desde  el  primer  momento,  por  defectos  de  la 

pieza  ó  por  estar  mal 
dirigidos,  intencionada- 
mente. Según  Haussner, 
la  casa  Krupp  estaba  in- 
teresada en  hacer  fra- 
casar una  invención  que 
resultaba  contraria  á  sus 
tradiciones  y  anulaba 
todo  su  material  existen- 
te. El  ingeniero,  despe- 
chado por  su  fracaso,  se 
fué  á  buscar  fortuna  en 
la  América  del  Sur,  y 
la  casa  Krupp,  tal  vez 
por  apego  á  la  rutina, 
dejó  que  la  artillería 
francesa  tomase  un 
gran  avance  sobre  la  de  su  país. 

El  comandante  Deport  tuvo  la  mala  suerte  que 
parece  acompañar  á  todos  los  inven- 
tores. ( tflcial  de  mérito,  pero  desco- 
nocido durante  muchos  años,  el  re- 
nombre llegó  para  él  cuando  ya  era 
viejo.  Como  premio  por  su  invención, 
fué  ascendido  á  teniente  coronel,  pero 
su  edad  no  le  permitía  llegar  á  los 
altos  grados  del  ejército  y  pidió  el  re- 
tiro, pasando  á  dirigir  los  talleres 
particulares  de  la  fundición  de  ("há- 
tillon  Commcntry.  En  este  puesto. 
que  ocupa  actualmente,  inventó  un 
nuevo  cañón  de  montaña, usado  igual 
mente  por  el  ejército  francés. 

Después  que  el  teniente  coronel  De- 
port se  retiró  del  servicio,  Sainte- 
(,'laire  Deville  y  Rimailho  añadieron 
nuevos  detalles  á  la  pieza  de  75  mi- 


CORONEL    DEPORT 


GENERAL    DELOYB 


CORONEL    KIMAII.IIU 


límetros,  dejándola  en  su  forma  ac- 
tual. 

La  historia  de  la  fabricación  de  los 
primeros  cañones  de  este  tipo  resulta 
igualmente  interesante.  No  bastaba 
poseer  el  modelo  del  invento:  había 
que  conseguir  que  lo  adoptase  el  go- 
bierno, y  sobre  todo  que  el  parla- 
mento proporcionase  los  fondos  ne- 
cesarios para  su  fabricación.  Al  mis- 
mo tiempo  era  conveniente  ocultar  al 
enemigo  la  existencia  de  esta  arma 
extraordinaria. 

El  general  Deloye,  que  había  suce- 
dido á  Mathieu  en  la  Dirección  de 
.Vrtillería,  se  encargó  de  llevar  ade- 
lante esta  obra.  Deloye,  dotado  de 
una  gran  habilidad  para  conseguir 
sus  fines,  se  dio  cuenta  de  que  era 
necesario  despistar  á  los  curiosos  y  á  los  enemigos 
para  conservar  en  secreto  el  nuevo  material.  Por  una 
serie  de  torpes  ingenui- 
dades, de  indiscreciones 
bien  preparadas  y  de 
misteriosos  fingimientos 
hizo  creer  á  todos,  y  es- 
pecialmente á  los  espías 
alemanes,  siempre  bien 
enterados,  que  la  futura 
artillería  francesa  debía 
tener  por  base  un  cañón 
que  estaba  estudiando  el 
capitán  Ducrós,  al  mis- 
mo tiempo  que  Deport 
inventaba  su  75.  El  go- 
bierno alemán  se  lanzó 
en  esta  falsa  pista,  indi- 
cada por  sus  espías,  y 

en   1896  los   artilleros  alemanes  exhibieron  con  or- 
gullo un  nuevo  cañón  de  tiro  acelerado  semejante 
al  de  Ducrós. 

El  general  Deloye,  con  su  inteli- 
gente socarroneria,  dejó  que  canta- 
sen victoria  y  que  fabricaran  en 
abundancia  su  nuevo  cañón,  para 
que  después  les  resultase  difícil  vol- 
ver sobre  sus  pasos.  Convencido  del 
gran  servicio  que  prestaba  á  Fran- 
cia, se  atrevió  á  construir  una  gran 
parte  del  nuevo  material  sin  crédito 
alguno,  sin  otro  auxilio  que  el  de  al- 
gunos individuos  de  la  comisión  par- 
lamentaria, á  los  que  hizo  partícipes 
del  secreto  y  que  cometieron  noble- 
mente varias  irregularidades  admi- 
nistrativas con  el  fin  de  adquirir  los 
fondos  necesarios,  sin  que  el  país  co- 
nociese su  destino.  Todas  estas  per- 


OEN'BUAL  .SAI\TR-ULA1KB  DBVILLK 


540 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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UNA    BATERÍA    DE    75    MARCHANDO    Á    TOMAR    POSICIÓN 


(Fot.  Roll 


sonaa,  de  escrupulosa  probidad,  pusieron  en  peligro 
el  honor  de  su  nombre  para  realizar  la  obra  patriótica 
dentro  del  más  absoluto  secreto.  La  venta  de  terrenos 
pertenecientes  al  ramo  de  Guerra  en  el  recinto  de 
París,  cuyo  producto  aparecía  falsamente  destinado 
á  otros  fines, 
sirvió  para  la 
construcción 
de  las  prime- 
ras baterías 
de  76. 

Fuéunaver- 
dadera  fortu- 
na para  Fran- 
cia que  vivie- 
sen hace  vein- 
te años  al  mis- 
mo tiempo  el 
coronel  De- 
port  en  los  ta- 
lleres de  Pu- 
teaux  y  el  ge- 
neral Deloye 
en  la  Direc- 
ción de  Arti- 
llería. Gra 
cías  al  con- 
curso de  estas 
dos  volunta- 
des fué  descu- 


BATBRlA    DB   75    DISPONIÉNDOSE    Á    DISPARAR 


bierto  el  75  y  el  invento  pudo  llevarse  á  la  práctica. 
Como  la  obra  patriótica  debía  conservarse  en  el 
más  absoluto  misterio,  ninguno  de  los  dos  militares 
conoció  la  popularidad.  Sólo  desde  hace  unos  meses  se 
ha  enterado  Francia  de  los  nombres  de  estos  obreros 

de  la  defen- 
sa nacional, 
abnegados  é 
inteligentes. 
Deport  es  hoy 
un  inventor 
al  servicio  de 
una  empresa 
particular. 
Deloye  murió 
olvidado.  Su 
único  premio 
fué  que  el  ge- 
neral Gallifet 
dijese  en  1900 
desde  la  tri- 
buna de  la 
Cámara:  «Un 
hombre  al  que 
nunca  mani- 
festaréis bas- 
tante vuestro 
agradecimien 
to,  es  el  gene- 
ral Deloye.  Á 


(Fot.  iltíiiiisíe.i 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


541 


PONIENDO    EN    B4TBR1A    UN    CAÑÓN    DE    75 


(Fot.  Rol) 


él  debemos  la  reconstitución  de  nuestra  artilleria.» 
Si  Francia  fuese  realmente  una  nación  agresiva, 
"ansiosa  de  vengarse 
de  Alemania,  hubiera 
aprovechado  en  1897 
el  invento  de  este  ca- 
ñón, que  le  daba  una 
superioridad  aplastan- 
te sobre  el  enemigo. 

Sus  fuerzas  milita- 
res eran  en  aquel  en- 
tonces tan  numerosas 
como  las  de  Alemania, 
y  además  tenia  el  75, 
que  con  su  misteriosa 
novedad  hubiese  barri- 
do rápidamente  toda 
la  artilleria  anticuada 
de  Krupp. 

Pero  la  República 
Francesa  ama  la  paz. 
Fn  toda  su  vida  no  lia 
liecho  miís  (|ue  prepa- 
rarse para  la  defensa, 
viéndose  obligada  ¡i 
mantenerse  en  guar 
dia  ante  las  provoca- 
ciones de  un  enemigo 
vanidoso  é  insolente. 


En  1912,  antes  de  ser 
años»,  el  ejército  francés 


AltTrLM?IIO.S    DKSCANSANDO    .IUNIO    AI,    AR.MIIN    DK    MINICIONES 

DB  ITN   OAÑDN    nB   75  Kot.  Meurisse) 


aceptada  la  ley  «de  tres 
permanente  estaba  com- 
puesto de  30.000  oficia- 
les y  630.000  hombres 
de  tropas  metropolita- 
nas, y  4.130  oficiales 
y  87.000  hombres  de 
tropas  coloniales. 

Las  fuerzas  movili- 
zables  en  caso  de  gue- 
rra ascendían  á  cuatro 
millones  y  medio  de 
iiombres. 

Todo  este  ejército 
permanente  estaba  di- 
vidido en  163  regi- 
mientos de  infantería 
de  linea,  compuesto 
cada  uno  de  3  batallo- 
nes con  4  compañías; 
30  batallones  de  caza- 
dores á  pie  de  á  H  com- 
]Kiñías;  4  regimientos 
de  zuavos,  compuesto 
cada  uno  de  a  batallo- 
nes con  4  compañías; 
4  regimientos  de  tira- 
dores argelinos,  que 
tenían  de  3  á  fl  bata- 
llones, y  2  regimientos 


542 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


infantería    l'RANCESA    BN    UN    CAMPO    DK    LA    CHAMPAÑA 


(Fot.  Rol) 


extranjeros  con  un  número  variable  de  batallones  de 
á  4  compañías.  Cada  uno  de  los  regimientos  contaba 
con  2  ó  3  secciones  de  ametralladoras. 

En  caso  de  movilización,  se  añadían  á  estos  cuer- 
pos activos  145  regimientos  territoriales  de  infantería, 


UN  PBLOTÓN  DE  DRAGONES  FUANCE8KS  BN  LA  ENTRADA  DR  UN  PUEBLO 


con  un  número  variable  de  batallones,  según  los  re- 
cursos del  reclutamiento  regional,  7  batallones  de  ca- 
zadores territoriales  y  12  batallones  de  zuavos. 

La  caballería  constaba  de  12  regimientos  de  cora- 
ceros, 32  de  dragones,  23  de  cazadores,  14  de  húsa- 
res, 6  de  cazadores  de 
África  y  4  de  spahis: 
en  total  91  regimientos, 
compuesto  cada  uno  de 
4  escuadrones  activos 
y  un  escuadrón  de  de- 
pósito, exceptuando  los 
regimientos  de  spahis, 
que  cuentan  con  5  es- 
cuadrones activos.  Las 
brigadns  de  caballería 
tienen  secciones  de 
ametralladoras  monta- 
das sobre  ruedas. 

La  infantería  está 
armada  con  el  fusil  Le- 
bel  de  repetición,  cali- 
l)re  de  8  milímetros, 
con  depósito  contenien- 
do 8  cartuchos.  La  ca- 
ballería usa  una  cara- 
bina del  mismo  mode- 
lo, y  además  sable  y 
lanza. 

La  artillería  cora- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE   191-1 


543 


(Fot.  Rol) 


DRAGONES  MANEJANDO  UNA  AMETRALLADORA 


prendía  62  regimientos  de  campaña  compuesto  cada 
uno  de  ellos  de  3  ó  4  grupos,  subdivididos  en  3  ba- 
terías de  á  4  piezas,  ó  sea  un  total  de  034  baterías 
montadas.  Además  16  baterías  á  caballo;  21  baterías 
de  artillería  pesada;  2  regimientos  de  artillería  de 
montaña  compuestos 
de  18  baterías,  y  11  re- 
gimientos de  artillería 
á  pie  comprendiendo 
57  baterías  de  plaza  y 
32  de  costa. 

Ya  hemos  dicho  que 
la  artillería  de  campa- 
ña dispuso  desde  1897 
del  famoso  cañón  cali- 
bre 7B,  que  recula  so- 
bre la  cureña  con  fre- 
no hidráulico,  y  está 
defendido  por  una  mam- 
para de  acero  cromati- 
zado.  La  artillería  pe- 
sada tenia  el  cañón  de 
120  corto  y  el  165  con 
freno  hidráulico  y  re- 
percutor neumático, 
que  es  el  llamado  Ri- 
mailho,  del  nombre  de 
su  inventor.  AI  hablar 
de  los  incidentes  de  la 
guerra,  mencionare- 


mos las  rápidas  raoditícaciones  hechas  por  los  fran- 
ceses en  su  artillería  pesada  á  última  hora,  con  una 
asombrosa  facilidad  de  adaptación. 

El  ejército  permanente  tenía  además  8  regimien- 
tos de  ingenieros  divididos  en  pontoneros,  aeronautas, 


SAI,1I>A    DB    rN    DIKIOIBI.B    KKANCKS 


(Fot.  Meuriase) 


544 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


UNA.    SECCIÓN    DB    (_:AZADORBS    ALPINOS    EN    LOS   VOSGOS 


(Kot-  Rol) 


telegrafistas,  radiotelegrafistas  y  ferrocarrileros.  Á 
todas  estas  fuerzas  había  que  añadir  la  Administra- 
ción militar,  compuesta  de  20  batallones,  cada  uno 
de  8  compañias;  los  cuerpos  de  secretarios  de  Estado 
Mayor,  guarda-almacenes,  obreros  de  los  talleres  mi- 
litares y  de  Sanidad 
militar;  27  legiones  de 
gendarmería;  una  le- 
gión de  Guardia  repu- 
blicana y  un  regimien- 
to de  zapadores -bom- 
beros. 

Las  tropas  colonia- 
les se  componían  de 
16  regimientos  de  in- 
fantería colonial,  situa- 
dos 12  en  Francia,  2  en 
Túnez,  uno  en  Cochin- 
china  y  uno  en  China; 
un  regimiento  de  tira- 
dores anamitas;  4  re- 
gimientos de  tiradores 
tonkineses;  4  regimien- 
tos de  á  8  batallones 
cada  uno  de  tiradores 
negros  del  Senegal;  3 
regimientos  de  tirado- 
res malgaches;  2  escua- 
drones de  spahis  sene- 
galeses;  3  regimientos 


de  artillería  colonial  en  Francia  y  4  de  la  misma  cla- 
se en  las  colonias. 

El  territorio  francés  estaba  dividido  en  tiempo  de 
paz  en  dos  gobiernos  militares,  el  de  París  y  el  de 
Lyón,  con  21  regiones  de  cuerpo  de  ejército. 


NAVB   BLINDADA    DE    UN    DIRIGIBLE   MILITAR    FRANCÉS 


(Fot    MeiirisHe) 


EN  LA  LINE 


DU>ujo  de  hederico  üe  Hdcnen.  de  <The  IDustratcd  London  Nsws* 


La  caballería  inglesa  desalojando  de  ui 


DE  FUEGO 


lis  posiciones  á  la  infantería  alemana 


K-r 


HISTORIA  DE  LA  GUKRRA  EUROPEA  DE  1914 


845 


TROPAS  DE  AKKICA  DKSEM  BAROANDO  EN  MARSELLA 


La  «ley  de  los  tres  años»  modiHcó  todo  este  sistema 
al  dar  á  las  fuerzas  permanentes  de  Francia  un  au- 
mento de  200.000  hombres.  Además,  en  el  curso  de  la 
guerra  las  fuerzas  territoriales  se  lian  aguerrido,  con- 
fundiéndose con  las  del  ejército  permanente.  Se  han 


TIRADORES    SBNEOALICS 


formado  nuevos  cuerpos,  y  el  ejército  francés  consta 
hoy  de  5  millones  de  hombres  aproximadamente. 


La  marina  francesa  ha  conservado  su  antigua  im- 
portancia. No  se  nota 
decadencia  en  el  valor 
de  su  material  ni  en  la 
pericia  de  sus  hombres; 
pero  ha  progresado 
poco,  dejándose  sobre- 
pasar por  las  marinas 
de  otros  países  que 
hace  medio  siglo  esta- 
ban muy  por  debajo  de 
ella. 

Después  de  1870 
Francia  se  ha  mostra- 
do incierta  y  vacilante 
en  su  política  naval, 
teniendo  en  cierto  modo 
sus  razones  para  no  se- 
guir una  conducta  rec- 
tilínea. Á  consecuencia 
de  sus  expansiones  co- 
loniales, que  la  ponían 
en  continuo  conflicto 
con  los  exploradores 
ingleses  de  África,  te- 
(Kots.  Rol)  ¡^j¿   durante   algunos 


546 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL  ACORAZADO  «líOUVBT» 


BL  «DESSAIX»,  CRUCERO  ACORAZADO 


años  la  posiliilidad  de  una  guerra  naval  con  la  Gran 
Bretaña.  Esto  le  hizo  organizar  sus  fuerzas  maríti- 
mas con  un  fin  puramente  defensivo,  limitándose  á 
la  fortificación  de  sus  puertos  y  sus  costas,  á  la  cons- 
trucción de  numerosas  es- 
cuadrillas de  torpederos  y 
submarinos  para  proteger 
la  Mancha,  y  á  la  cons- 
titución en  el  Mediterrá- 
neo de  una  escuadra  de 
grandes  cruceros  que 
mantuviese  sus  comuni- 
caciones con  las  colonias 
de  África. 

Cuando  Guillermo  II  se 
lanzó  audazmente  á  la 
conquista  de  los  mares 
siendo  un  peligro  para  In- 
glaterra, ésta  se  aproximó 
á  Francia,  y  las  dos  nacio- 
nes llegaron  al  «Acuerdo 

cordial»,  combinando  para  lo  futuro  su  acción  co- 
mi'A  en  la  tierra  y  en  el  mar.  Francia,  con  arreglo 
á  este  acuerdo,  debía  concentrar  todas  sus  fuerzas  ea 
la  guerra  continental,  encargándose  la  Gran  Breta- 


BL    ACORAZADO    «PATRIE» 


ña,  con  sus  escuadras  enormes,  de  la  dominación  de 
los  mares. 

Viendo  la  República  aseguradas  sus  costas  del 
Atlántico  por  la  marina  inglesa,  y  teniendo  que  afir- 
mar sus  comunicaciones 
con  África  para  el  trasla- 
do de  las  tropas  de  Arge- 
lia, concentró  todas  sus 
escuadras  en  Tolón,  en- 
cargándose de  hacer  la 
guerra  en  el  Jlediterrá- 
neo,  con  el  auxilio  de  las 
estaciones  navales  de  Gi- 
braltar  y  :\íalta. 

Fríxncia,  por  exceso  de 
estudio  al  elaborar  su 
plan  de  nuevas  construc- 
ciones navales,  derrochó 
el  tiempo  y  sufrió  deplo- 
rables retrasos,  perdien- 
do el  segundo  lugar  que 
ocupaba  entre  las  potencias  marítimas. 

Á  pesar  de  esto  todavía  i-epresenta  en  el  mar 
una  fuerza  considerable,  pues  cuenta  con  25  acora- 
zados,  19  cruceros  acorazados,   9  cruceros  protegi- 


EL   CRUCERO    «LA    GLOIKB» 


El,    ACORAZADO    «LIBERTE" 


HISTOIÍIA  l)P.  I  A  GURRIM   RUKOPKA  1)H   \^\4 


547 


«I,  AMIRAl,    TREdNAKT»,    CKICEIU)    A  COlíA/.ADO 


KL   ACORAZADO    «SUPFREN» 


dos,  83  destroyers,  118  torpederos  y  72  submarinos. 
Algunos  de  sus  buques  son  de  viejo  modelo  y  lle- 
van veinte  años  de  existencia,  pero  posee  dos  dread- 
noughts,  el  Jean  Bart  y  el  Courbet,  y  seis  acorazados 
casi  de  igual  valor,  el  Vol- 
taire,  el  Condorcet,  el 
Danton,  el  Mirabeau,  el 
Diderot  y  el  Vergniaud. 

Además  la  guerra  ha 
sorprendido  á  la  marina 
francesa  cuando  estaba 
terminando  en  sus  astille- 
ros varios  acorazados  de 
indiscutible  valia. 


La  República  Francesa 
sufrió  retrasos  y  equivo- 
caciones en  la  organiza- 


ción de  sus  medios  defen- 
sivos,  pero  á  pesar  de 

esto  hay  que  admirarla  por  la  prontitud  con  que  ha 
sabido  remediar  sus  defectos  y  encontrar  nuevos  re- 
cursos. 

Es  la  única  nación  que  ha  preocupado  á  Alemania, 


EL    ACORAZADO   «MARSEI  LLAISB» 


la  única  que  no  le  ha  permitido  saborear  en  paz  su 
triunfo,  presentándose  siempre  en  sus  ensueños  de 
ambición  como  una  temible  amenaza. 

La  vanidad  Ini  hecho  que  los  alemanes  desprecia- 
sen á  Francia  en  ciertos 
momentos,  como  si  fuese 
un  enemigo  mediocre. 
Pero  pronto  modificaban 
su  opinión,  volviendo  á 
his  antiguas  preocupa- 
ciones. 

En  1879  el  viejo  empe- 
rador (¡uillermo  no  se  ha- 
cía ilusión  alguna  sobre 
el  resultado  definitivo  de 
sus  victorias  francesas  de 
seis  años  antes,  y  escribia 
lo  siguiente  á  Bismarck: 
«Si  tenemos  otra  guerra 
con  Francia,  yo  no  parti- 
cipo de  la  opinión  del  feld- 
mariscal Moltke,  que  cree  nuestras  fuerzas  suficien- 
tes para  poder  entablar  esta  nueva  guerra  sin  el  auxi- 
lio de  aliados.  Nos  encontramos  ahora  en  presencia 
de  un   e.i<^rcito  francés   completamente   distinto   del 


KI.    CRl'CEliO    •.TAIIREOUIBBRRY» 


El,    CRIIOEKO    «jri.tOS    FHIIUV' 


548 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


BL    «MAS.SBNA»    ROOBADO    DE    LOS    CRirCBROS    DB    LA    BSCIADUA 

de  1870,  pues  nadie  puede  negar  los  progresos  que  lle- 
van hechos  los  franceses  desde  esa  época.» 

Los  gobiernos  de  la  República  han  sabido  dar  á 
Francia  una  fuerza  temible,  por  la  potencia  de  su 
ejército,  el  alto  grado  de  su  preparación  militar  y  la 
rapidez  de  su  movilización. 

El  soldado  francés  es  indiscutiblemente  superior  al 
alemán.  La  más  alta  personalidad  del  militarismo  pru- 
siano, Federico  el  Grande,  lo  reconoció  siempre.  «¡Las 
cosas  que  haría  yo  si  mandase  á  soldados  franceses!», 
dijo  este  monarca  en  sus  momentos  más  difíciles. 

(iuillermo  II  admira  igualmente  al   francés  por 


OONTRATORI'WDEKO 


SU  espíritu  despierto,  propenso  á  hi  iniciativa  y  al 
entusiasmo,  pero  no  creyó  nunca  que  pudiese  cons- 
tituir un  verdadero  ejército,  á  causa  de  sus  ideas  po- 
líticas. 

— La  democracia  es  incompatible  con  la  disciplina 
— ha  declarado  el  kaiser  con  su  pedantesca  suficiencia. 

Guillermo  II  ignora  que  hay  una  disciplina  supe- 
rior á  la  prusiana,  más  perfecta,  más  firme,  capaz  de 
milagrosos  resultados. 

Es  la  disciplina  voluntaria,  nacida  del  consenti- 
miento, que  hace  vivir  á  jefes  y  soldados  como  si  fue- 
sen hermanos,  estrechamente  unidos  por  el  entusias- 
mo de  un  ideal  común. 


XVIIl 
Rusia  y  el  paneslavismo 

De  todas  las  naciones  europeas,  Rusia  fué  la  últi- 
ma que  salió  de  la  obscuridad,  poniéndose  en  relación 
con  los  demás  pueblos. 

Llevaba  América  dos  siglos  de  existencia  cono- 
cida, habían  navegado  los  españoles  toda  la  redon- 
dez del  planeta,  abriendo  nuevos  horizontes  á  la 
actividad  humana,  y  todavía  era  Rusia  un  misterio 


SUHMAlilNO    «VENDIÓ.MIAIRB» 

para  el  mundo.  Las  naciones  de  Europa,  hasta  el  si- 
glo XVIII,  sólo  conocieron  el  reino  de  Polonia.  Más 
allá  de  este  pueblo  eslavo  existía  la  noche  histórica, 
el  misterio,  una  nación  bárbara  designada  con  el 
nombre  incierto  de  Jloscovia. 

Fué  Pedro  el  Grande,  con  su  vigorosjt  actividad, 
el  que  hizo  saber  que  existia  un  Imperio  ruso.  Este 
monarca  se  lanzó  á  viajar  por  Europa  como  un  comi- 
sionista de  su  país,  estudiando  de  cerca  los  pueblos 
superiores  para  llevar  á  l^usia  los  productos  de  la  ci- 
vilización. 

Después  de  él,  Catalina  II  y  su  corte  se  preocu- 


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OONTHATORPBDBRO    «ARBALETB» 


HISTORIA  DF-  lA  GUERRA   EUROPEA  DF.   1Q14 


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550 


VICENTE  BLASCO  IliANEZ 


paron  de  activar  las  relaciones  intelectuales  con  Eu- 
ropa. Francia  dominaba  al  mundo  en  el  siglo  XVIII, 
merced  á  los  refinamientos  de  su  cultura,  y  San  Pe- 
tersburgo  adoptó  la  lengua  francesa,  asi  como  las 
costumbres  y  la  cortesía  de  los  monarcas  de  Versa- 
lles.  Desde  esta  época  fué  de  tradición  en  las  familias 
de  la  nobleza  rusa  emplear  el  francés  como  lengua 
de  la  intimidad. 

El  uso  del  idioma  y  la  imitación  de  las  costumbres 
francesas  prepararon  á  los  rusos  de  clase  superior, 
desde  hace  siglo  y  medio,  para  la  amistad  con  Fran- 
cia. Hasta  en  las  guerras  que  sostuvieron  rusos  y 
franceses  en  1812  y  en  la 
campaña  de  Crimea,  se 
trataron  ambos  con  cierta 
estimación.  Por  esto  tal 
vez  ha  sido  posible  una 
alianza  política  y  finan- 
ciera entre  las  dos  nacio- 
nes, basada  no  solamente 
en  el  acuerdo  de  los  go 
bienios,  sino  que  también 
en  la  reciproca  simpatía 
de  los  pueblos.  El  mundo 
ha  contemplado  un  espec- 
táculo casi  inverosímil  en 
esta  unión  estrecha  y  cor- 
dial del  más  absoluto  de 
los  imperios  europeos  con 
la  República  de  ideales 
más  revolucionarios. 

El  capital  francés  ha 
colaborado  poderosamen- 
te en  el  renacimiento  eco- 
nómico de  la  Rusia  mo- 
derna. 20.(X)0  millones  de 
oro  francés  han  sido  colo- 
cados en  Rusia  durante 
los  últimos  veinte  años, 
bajo  la  forma  de  emprés- 
titos de  Estado  ó  de  em- 
presas industriales.  La  so- 
lidaridad financiera  une 

hoy  á  Rusia  y  Francia  tanto  como  los  intereses  de  la 
política  internacional. 

Las  dos  naciones  representan  dos  mundos  absolu- 
tamente distintos.  Rusia  ha  estudiado  ávidamente  á 
Francia  para  copiar  su  civilización.  Francia  y  el 
resto  de  Europa  conocen  defectuosamente  el  inmenso 
Imperio,  ó  no  lo  conocen  en  absoluto.  El  mundo  dedi- 
cado á  los  negocios  empieza  á  enterarse  de  las  enor- 
mes riquezas  que  duermen  en  las  entrañas  de  su  sue- 
lo. El  mundo  intelectual  se  equivoca  casi  siempre  al 
juzgar  la  vida  interior  de  Rusia  y  sus  confusas  fer- 
mentaciones, de  las  que  ha  de  surgir  seguramente  un 
gran  pueblo. 

Muchas  de  las  ideas  generales  sobre  Rusia  han 
llegado  hasta  nosotros  transmitidas  por  la  opinión 


alemana,  y  los  alemanes  tienen  un  empeño  especial 
en  desfigurar  y  falsificar  todo  lo  del  Imperio  ruso. 


«El  formidable  amasamiento  de  pueblos  diferentes 
— dice  E.  Taris — que  se  ha  fundido  hoy  en  una  fuerte 
unidad  política  con  el  nombre  de  Rusia,  llegó  más 
tarde  que  ninguna  otra  nación  europea  á  adquirir  una 
posición  de  equilibrio.» 

En  varias  manifestaciones  de  su  vida,  Rusia  se 
llalla  al  mismo  nivel  que  los  pueblos  europeos  al  salir 
de  la  Edad  Media.  Si  se  exceptúan  los  ferrocarriles, 

que  son  obra  del  gobier- 
no, el  pueblo  ruso,  por  sus 
virtudes,  sus  defectos,  sus 
costumbres,  sus  medios  de 
comunicación  y  su  mane- 
ra de  existir,  vive  aún  en 
el  siglo  XVI. 

kSu  evolución  histórica 
resultó  lenta,  y  explica 
las  aspiraciones  del  panes- 
lavismo. La  cuna  de  la 
nación  rusa  fué  Kiew,  se- 
ñalándose en  dicha  re- 
gión, por  primera  vez  en 
la  Historia,  la  presencia 
de  los  eslavos.  Las  tribus 
primitivas  de  esta  raza  se 
dividieron  en  tres  agrupa- 
ciones. Unos  marciiaron 
hacia  el  Oeste,  formando 
el  grupo  de  los  lusacienos 
y  tcheques  de  una  parte, 
y  los  pueblos  búlgaros, 
servios,  croatas,  slovacos 
y  slovenos  de  otra.  Una 
segunda  agrupación  esla- 
va emigró  hacia  el  Norte 
y  el  Este,  ocupando  las 
tierras  hasta  los  bordes 
del  Báltico  y  el  Océano 
Glacial,  ó  sea  gran  parte 
de  la  Rusia  del  presente.  El  tercer  grupo  se  mantuvo 
en  el  mismo  suelo,  que  aparece  como  la  cuna  de  la 
raza  eslava,  y  formó  la  nación  polaca. 

Durante  largos  siglos  las  tribus  eslavas,  desunidas 
entre  ellas,  vivieron  bajo  el  yugo  de  los  pueblos  veci- 
nos, belicosos  y  conquistadores.  En  8132  el  pirata  nor- 
mando Rurik  se  apoderó  de  Novgorod,  fundando  el 
primer  reino  ruso.  El  nombre  de  este  aventurero  de 
los  mares  sirvió  según  parece  para  bautizar  á  la  Ru- 
sia actual.  Las  tribus  del  reino  de  Rurik  se  titularon 
Russ,  que  en  idioma  finlandés  significa  «remero». 

Un  sucesor  de  Rurik  llamado  Oleg  transportó  á 
Kiew  la  capital  de  su  reino.  Años  después  Olga  la 
Santa  introdujo  en  957  la  religión  ortodoxa  entre  los 
rusos,  entrando  éstos  en  relaciones  con  la  Grecia  bi- 


BL    GRANDE 


mSTOL'IA  \)íi  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


551 


zaiitiiut,  unas  veces  por  la   guerra  y   otras  por  las 
transacciones  de  la  paz. 

La  conversión  de  ios  eslavos  al  cristianismo  orto- 
doxo es,  según  algunos  autores,  el  verdadero  motivo 
de  que  Rusia,  extraña  al  catolicismo  y  al  uso  de  la 
lengua  latina — que  fué  hasta  los  tiempos  modernos  el 
lazo  de  unión  de  todos  los  intelectuales — ,  haya  per- 
manecido tantos  siglos  separada  de  la  verdadera  Eu- 
ropa y  aislada  de  la  civilización  occidental. 

.  Otro  reino  eslavo  fué  establecido  por  los  búlgaros 
en  las  orillas  del  Volga:  pero  en  el  siglo  XIII  quedó 
anitjuilado  por  la  invasión  de  los  tártaros.  Estos,  á 
las  órdenes  del  célebre 
Gengis-Khan,  lo  arrolla- 
ron todo,  poniendo  en  pe- 
ligro la  vida  civilizada  de 
Europa.  La  bárbara  inva- 
sión se  extendió  por  la 
Rusia  meridional  hasta 
los  Cárpatos,  quedando  el 
país  durante  dos  siglos 
como  un  pueblo  vasíiUo 
del  Imperio  mongol.  Al 
mismo  tiempo  las  tribus 
rusas  del  Aborte  eran  so- 
metidas á  la  servidumbre 
por  una  invasión  de  sue- 
cos y  de  germanos. 

Los  rusos  que  pudieron 
sobrevivir  libremente  á 
estas  derrotas  se  concen- 
traron en  el  interior,  ha- 
ciendo de  IMoscou  la  ca- 
pital de  su  monarquía. 
En  1,380  Dimitri  Donskoi 
venció  á  los  tártaros  defi- 
nitivamente en  Koulico- 
vo,  emancipando  á  Rusia. 
Sus  sucesores  engrande- 
cieron el  pais  poco  á  poco 
en  todas  direcciones,  pero 

sin  poder  llegar  nunca  á  catalina  ii 

las  costas.  La  actual  di- 
nastía de  los  Romanof  comenzó  en  KilB  con  ^liguel 
Romanof,  iniciador  de  la  obra  de  estabilidad  política. 
A  partir  de  Pedro  el  Grande  se  aceleró  el  progreso 
de  Rusia.  Este  monarca,  duro  y  progresivo,  fundó  á 
Petrograd  (llamada  por  los  alemanes  San  Petersbur- 
go)  y  realizó  la  aspiración  más  vehemente  del  pais. 
que  deseaba  llegar  al  mar.  Su  conquista  de  las  pro 
vincias  bálticas  puso  á  Rusia  en  contiicto  con  P^uropa. 
Catalina  II  desmembró  el  reino  de  Polonia  y  conquistó 
la  actual  ribera  rusa  del  mar  Negro.  Alejandro  1 
triunfó  sobre  Napoleón  y  fué  por  algunos  años  el  ;ir- 
bitro  de  Europa.  Bajo  su  reinado  las  sociedades  secre- 
tas, iníhienciadas  por  ol  ejemplo  de  la  Revolución 
francesa,  empezaron  á  conspirar  contra  el  Imperio 
absoluto.  Nicolás  1  reprimió  duramente  á  los  revolu- 


cionarios y  ensanchó  las  fronteras  rusas  del  lado  del 
('áucaso.  Sus  armas  protegieron  contrii  Turquía  á  los 
rumanos,  los  servios  y  los  griegos,  descendiendo  vic- 
toriosamente hasta  Adrianópolis.  La  intervención  de 
Inglaterra  evitó  que  se  apoderase  de  toda  la  Turquía. 
Luego  la  Gran  Bretaña  y  Francia  hicieron  contra  él 
la  guerra  de  Crimea,  que  arruinó  su  poder  naval  en 
el  mar  Negro.  El  autócrata  ruso  murió  del  disgusto 
que  le  produjo  esta  derrota.  De  todos  los  zares  fué  el 
más  enemigo  de  la  libertad  política.  Á  las  crueles 
persecuciones  que  hizo  sufrir  á  los  rusos  de  ideas 
avanzadas,  hubo  que  agregar  su  campaña  contra  los 

revolucionarios  polacos  y 
la  ayuda  que  prestó  á 
Francisco  .José  en  1849 
para  el  aplastamiento  de 
la  República  húngara. 

Alejandro  II  continuó 
la  inidición  civilizadora 
de  Pedro  el  Grande,  mo- 
dernizando á  Rusia  con 
un  gran  desarrollo  de  los 
ferrocarriles  y  demás  vias 
de  comunicación.  Mejoró 
la  hacienda  pública,  reor- 
ganizó la  justicia  y  supri- 
mió la  servidumbre  en  los 
campos,  liecho  el  más  glo- 
1  ioso  de  su  vida.  La  ex- 
liansión  rusa  en  Asia  reci- 
bió un  vigoroso  impulso, 
llegando  hasta  los  últimos 
limites  del  viejo  continen- 
te, ó  sea  hasta  las  costas 
del  Pacifico,  con  la  ane- 
xión de  todos  los  principa- 
dos musulmanes  del  otro 
lado  del  mar  Caspio.  En 
1877  venció  á  los  turcos, 
llegando  sus  tropas  á  los 
arrabales  de  Constantino- 
pla.  Esta  victoria  aseguró 
la  autonomía  de  la  Bul- 
garia y  la  independencia  de  Rumania  y  JIoutenegro. 
Además  engrandeció  la  Rusia  con  los  territorios  tur- 
cos de  Transcaucasia. 

Su  sucesor,  Alejandro  111,  cambió  la  orientación 
de  la  política  exterior.  Hasta  entonces  Rusia  había 
marchado  unida  con  Pnisia  y  .\ustria.  sin  grandes 
provechos  y  con  crueles  engaños.  Las  victorias  sobre 
Turquía  sólo  habían  servido  para  que  los  aliados  de 
Rusia  se  aprovechasen  astutamente  de  ellas  adqui- 
riendo nuevos  territorios  sin  disparar  un  tiro,  como  lo 
hizo  Austria  al  quedarse  con  Bosnia  y  Herzegovina. 
Alejandro  111  rompió  con  sus  antiguos  aliados,  en- 
trando en  franca  inteligencia  con  la  República  Fran- 
cesa. 

Su  hijo  Nicolás  II  continuó  esta  política,  pero  man- 


552 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


teniéndose  al  mismo  tiempo  en  buena  amistad  con 
Alemania.  Las  maquiavélicas  sugestiones  del  gabine- 
te de  Berlin  lo  empujaron  á  una  expansión  en  el  Extre- 
mo Oriente,  hasta  que  chocó  con  el  Imperio  japonés. 
Una  guerra  desgraciada  fué  la  consecuencia  de  este 
encuentro,  al  mismo  tiempo  que  en  el  interior  se  pro- 
movía una  gran  revolución  de  protesta  social  y  polí- 
tica. Por  algunos  meses  los  enemigos  de  Rusia  creye- 
ron que  el  Imperio  moscovita  iba  á  disgregarse.  Ale- 
mania siguió  con  mal  disimulado  regocijo  esta  crisis 
enorme,  que  podía  privar  á  Francia  de  su  aliada.  Pero 
la  habilidad  de  algunos  hom- 
bres políticos  logró  conjuríir  el 
conflicto,  resolviéndose  éste 
definitivamente  con  la  adop- 
ción del  régimen  constitucio- 
nal que  hizo  desaparecer  el 
antiguo  absolutismo. 

Rusia  no  sólo  ha  reorgani- 
zado con  rapidez  sus  fuerzas 
militares  aumentándolas  con- 
siderablemente. Sus  progre- 
sos en  el  terreno  económico 
son  enormes,  hasta  el  punto 
de  hacer  de  ella  una  nación 
rica  y  poderosa. 

Bien  conocida  es  la  impor- 
tancia de  Rusia  como  produc- 
tora de  cereales.  Su  vida  ha 
sido  siempre  agrícola.  «Por 
cada  1.000 habitantes,  se  cuen- 
tan 850  campesinos,  107  bur- 
gueses, 2.3  cosacos,  15  nobles 
y  o  sacerdotes.»  Solamente 
un  1.3  y  medio  por  ciento  de 
los  rusos  habitan  las  ciuda- 
des. Todas  las  cuestiones  in- 
teresantes de  la  vida  interna 
del  Imperio  fueron  cuestiones 
agrarias.  El  gobierno  intervi- 
no en  varias  ocasiones  con 
un  espíritu  socialista  para  fa- 
cilitar á  los  campesinos  la 
posesión  de  la  tierra,  y  esto 
ha  favorecido  el  desarrollo 
productor  en  los  últimos  años, 
contribuyendo  á  calmar  las 
regiones  más  agitadas  por  la 
revolución  de  1905.  Los  cerea- 
les que  exporta  Rusia  al  resto 
de  Europa  representan  miles 
de  millones  anualmente. 

El  poder  económico  de  Ru- 
sia no  reside  únicamente  en 
la  agricultura.  En  el  Oeste, 
el  Centro  y  el  Sur,  existen 
grandes  explotaciones  meta- 
lúrgicas. En  15  años  la  Polo- 


nia rusa  ha  hecho  un  esfuerzo  tan  considerable  y  por- 
tentoso como  el  de  las  regiones  más  laboriosas  de 
Alemania.  Rusia  dispone  de  grandes  yacimientos  de 
hierro  y  de  carbón,  y  fabrica  ella  misma  todas  las 
máquinas  y  demás  productos  metalúrgicos  necesarios 
para  su  vida. 

D 

Hablemos  del  paneslavismo. 

Rusia  tiene  en  su  interior  algunos  pueblos  que  no 
son  eslavos,  pero  en  cambio  numerosas  poblaciones 
eslavas  de  su  misma  sangre  y  que  forman  parte  de 


LA  QUIMERA  DEL  PANGERMANISMO 

COMO    .-^BRÍA    KUKOFA    OKSl'L'ÉS    DB    l'NA    VICTORIA    AUSTRO-ALEMANA 

P.\  paníjermanismo  ha  trastornado  desde  hace  años,  con  sus  proyectos  de  loca  ambición,  el  mapa  de 
Europa  y  el  de  África. 

En  Europa,  la  Alemania  vencedora  de  Prancia  debfa  anexionarse  el  Kranco-Condado,  Borgoña,  Champaña. 
Lorena,  Flandes  francés,  el  Artois,  Picardía  v  Normandia.  Su  marina  debía  poseer  todo  el  litoral,  de  Dun- 
kerque á  Chcrburgo,  frente  á  Inglaterra.  Además,  para  tener  acceso  al  Mediterráneo,  Alemania  se  anexionarla 
una  ancha  faia  del  suelo  francés,  desde  Besanzón  á  la  costa  Sur.  convirtiendo  el  puerto  de  Tolón  en  un  apos- 
tadero de  su  Hola. 

Suiza  pasaría  á  ser  de  Alemania.  Bélgica,  Holanda  y  Dinamarca  quedarían  anexionadas  á  ella  Igualmente, 
por  considerarlas  naciones  de  origen  alemán  que  estorban  con  su  independencia  el  dominio  absoluto  del  Báltico 
y  el  Mar  del  Norte.  También  se  anexionaría  el  Imperio  alemán  varias  provincias  rusas  lindantes  con  la  Prusla 
oriental,  y  una  mitad  de  Polonia  con  su  antigua  capital  Varsovia. 

Austria,  á  cambio  de  su  alianza,  habla  de  recibir  la  otra  mitad  de  la  Polonia  rusa  y  toda  la  totalidad  de 
Servia,  Montenegro  y  Albania.  También  recobraría  á  Véncela,  recibiendo  Italia  como  compensación  el  antiguo 
territorio  de  Niza.  En  el  bolín  colonial  de  África  correspondería  al  Imperio  austríaco  todo  Túnez,  El  Medite- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


553 


su  pasado,  viven  más  allá  de  las  fronteras  del  Im- 
perio. 

Una  aspiración  lógica  de  Rusia  al  verse  poderosa, 
fué  reunir  á  estos  pueblos  en  un  mismo  organismo  poli- 
tico,  ó  de  no  ser  posible,  emanciparlos,  para  que  goza- 
sen una  vida  de  independencia.  Por  su  parte,  los  pue- 
blos eslavos  que  viven  fuera  de  Rusia  se  han  dado 
cuenta  de  que  ésta  es  la  única  que  puede  defenderlos 
de  la  dominación  extranjera,  tomándolos  bajo  su  po- 
derosa protección. 

Como  consecuencia  de  esto  se  ha  desarrollado  todo 


LA  QUIMERA  DEL  PANGERMANISMO 

CÓMO  SBRÍA    áfrica    DBSPUÉS   de   una    VICTOUIA   AUSTRO-ALEMANA 

rráneo  quedarla  convertido  en  un  lago  alemán.  Para  asegurarse  Alemania  su  posesión,  se  quedarla  con  las 
Baleares,  la  Córcega,  la  Cerdefla  y  Chipre.  España,  guardadora  nominal  del  Estrecho,  estarla  balo  su  aepen- 
dencla.  (Los  pangermanistas  apenas  si  se  han  ocupado  ligeramente  de  España,  como  si  les  pareciese  Innece- 
sario contar  con  su  voluntad,  ó  no  pudieran  Imaginarse  la  más  pequeña  resistencia  de  parle  suya.) 

En  África,  la  Alemania  vencedora  se  crearla  un  imperio  colosal,  apoderándose  de  Argelia,  Marruecos. 
África  occidental  francesa,  Congo  francés  y  belga,  Angola  portuguesa,  colonias  Inglesas  de  la  costa  de  Oro 
y  de  Nigeria,  la  isla  de  Madagascar  y  el  África  oriental  portuguesa.  Esto  por  el  momento.  Años  adelante  la 
dominación  alemana  se  extenderla  por  el  Norte  y  por  el  Sur,  royendo  poco  á  poco  el  África  Inglesa,  desde  las 
bocas  del  Nilo  á  la  costa  oriental,  así  como  Ias  posesiones  sud-africanas. 

En  Asia,  las  colonias  francesas  del  Tonkin  y  la  Indo-China  lamblt'n  pasarían  á  poder  de  los  alemanes. 

Una  vez  realizada  en  Europa  y  África  la  gran  quimera  de  la  vanidad  germánica,  el  triunfador  Imperio 
hubiese  puesto  sus  oios  en  las  dos  Américas,  empezando  la  alcmanización  del  Nuevo  Mundo  con  el  apoyo 
de  las  numerosas  colonias  y  de  subditos  que  tiene  en  él,  y  que  son  á  modo  de  vanguardias  del  pangerma- 
nlsmo  dominador. 


un  mundo  espiritual  de  sentimientos  y  de  ideas,  y  ha 
tomado  forma  una  tendencia  política  con  el  título  de 
paneslavismo. 

No  hay  que  confundir  el  paneslavismo  y  el  panger- 
manismo.  Los  nombres  se  parecen,  pero  las  tenden- 
cias son  completamente  diversas.  Existe  la  misma  di- 
ferencia entre  uno  y  otro  que  la  que  separa  el  egoísmo, 
del  desinterés;  el  atropello,  del  derecho;  la  conquista, 
de  la  libertad. 

El  pangermanismo  sueña  con  anexionarse  á  viva 
fuerza  naciones  que  se  constituyeron  libremente,  que 

llevan   siglos  de  existencia 

iparte  y  que  no  quieren  ser 

_j)        \\io  alemanas.  Una  comunidad  de 

idioma  y  lejanos  recuerdos 
históricos  le  bastan  para  de- 
sear y  justificar  tales  violen- 
cias. 

El  paneslavismo  aspira  á  la 
libertad  de  todos  los  eslavos 
que  viven  fuera  de  Rusia,  no 
para  agregarlos  al  Imperio, 
sino  para  que  se  constituyan 
en  Estados  independientes, 
con  una  vida  digna.  En  virtud 
de  tan  noble  ideal,  Rusia  com- 
batió á  Turquia  emancipando 
;í  los  servios,  los  búlgaros  y 
los  montenegrinos,  que  son  de 
su  raza,  y  también  á  los  ru- 
manos, que  pertenecen  á  la 
latinidad.  Estos  pueblos,  gra- 
cias á  Rusia,  se  constituyeron 
en  Estados  libres.  Ahora  el 
paneslavismo  desea  continuar 
su  obra,  emancipando  á  los 
demás  pueblos  eslavos  que  vi- 
ven oprimidos  por  Austria  y 
por  Alemania. 

Como  se  ve,  el  pangerma- 
nismo y  el  paneslavismo  re- 
presentan dos  tendencias  com- 
pletamente opuestas. 

Las  aspiraciones  panesla- 
vistas, liberales  y  generosas, 
surgieron  hace  tiempo  en  el 
seno  de  las  nacionalidades  es- 
lavas, cruelmente  oprimidas. 
En  el  siglo  XVII  el  sacerdo- 
te croata  Krijaristch  predicó 
esta  doctrina,  y  en  el  siglo  XIX 
el  poeta  slovaco-tcheque  Ro- 
llar la  prohijó,  difundiéndola 
por  todo  el  mundo  eslavo,  en 
el  que  produjo  inmenso  eco. 

Hay  que  imaginarse  la  tris- 
te vida  de  los  pueblos  eslavos, 
sometidos  durante  varios  si- 


554 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


glos  á  los  turcos  y  los  austríacos.  Toda  Europa  se  agitó 
á  principios  del  siglo  XIX  con  revolucionarias  con- 
vulsiones, por  conseguir  la  libertad.  Sólo  estos  pue- 
blos siguieron  en  la  miseria  de  la  esclavitud,  volvien- 
do sus  ojos  cargados  de  esperanza  hacia  el  Imperio 
ruso,  unido  á  ellos  por  el  parentesco  étnico. 

Á  impulsos  del  sentimiento  paneslavista,  al  hacer 
la  guerra  á,  Turquía  el  Imperio  ruso  en  1828,  no  se 
limitó  á  asegurar  la  independencia  helénica,  pues  se 
atribuyó  además  el  protectorado  de  la  Moldavia  y  la 
Valakía.  En  1853  obligó  á  Turquía,  vencedora  de 
Montenegro,  á  satisfacer  las  aspiraciones  de  este  prin- 
cipado vencido.  En  1877  emprendió  su  guerra  contra 
los  turcos,   lle- 


gando vencedor 
á  las  puertas  de 
Constantinopla, 
para  obtener  la 
independencia 
completa  de  los 
rumanos  y  la  au- 
tonomía de  Bul- 
garia. 

El  paneslavis- 
mo ha  cumplido 
su  generosa  mi- 
sión en  lo  que  se 
refiere  cá  los  pue- 
blos eslavos  so- 
metidos á  Tur- 
quía. En  1912 
todos  los  pueblos 
de  esta  raza  que 
ocupan  los  Bal- 
kanes,  se  eman- 
ciparon definiti- 
vamente de  la 
dominación  tur- 
ca. Pero  al  mis- 
mo tiempo  que 
ocurría  este  gran 

hecho  histórico,  el  Imperio  austríaco  complicaba  la 
situación,  anexionándose  definitivamente  la  Bosnia  y 
la  Herzegovina. 

Austria-Hungría,  que  tiene  bajo  servidumbre  for- 
zosa 15  millones  de  eslavos,  al  aprovechar  la  guerra 
de  los  Balkanes  para  anexionarse  á  los  bosniacos  y 
los  herzego vinos,  se  puso  en  evidencia  como  un  eterno 
obstáculo  para  los  deseos  y  esperanzas  del  panesla- 
vismo. Este  gesto  fatal  inició  la  guerra  europea  del 
presente. 

El  gobierno  austríaco  alega  que  la  situación  de  los 
eslavos  existentes  en  su  Imperio  es  muy  distinta  á  la 
de  los  que  vivían  bajo  la  dominación  turca.  La  cons- 
titución de  la  monarquía  dualista  acuerda  una  igual- 
dad de  derechos  á  los  diferentes  pueblos  del  Imperio; 
pero  esto  sólo  existe  en  teoría.  Los  eslavos  son  consi- 


LAS    RAZAS    DE   AUSTBJA-HUNGRÍA 


autoridades  austríacas  los  tratan  lo  mismo  que  á  un 
pueblo  conquistado.  De  ser  verdad  que  todas  líis  razas 
tienen  en  el  Imperio  iguales  derechos,  la  monarquía 
dualista  tendría  que  convertirse  en  triplista,  y  asi 
como  existe  un  reino  de  Austria  y  un  reino  de  Hun- 
gría, debería  crearse  un  tercer  reino  de  los  eslavos, 
con  su  Parlamento  y  su  vida  autonómica.  El  Imperio 
se  ha  negado  siempre  á  esta  solución,  prefiriendo  su 
régimen  centralista,  dominador  y  desigual,  que  coloca 
á  los  eslavos  en  una  inferioridad  envilecedora. 

La  importancia  del  elemento  eslavo  en  Austria  es 
considerable,  y  está  representado  por  los  siguientes 
pueblos:  polacos,  rutenos,  servios,  croatas,  slovacos, 

slovenos  v  tche- 

'  — a 

ques. 

Los  polacos  de 
Galítzia,  por  so- 
lidaridad con  sus 
hermanos  de  Ru- 
sia, que  eran 
maltratados  por 
el  zarismo,  mos- 
traron hasta  ha- 
ce poco  una  gran 
adhesión  al  go- 
bierno de  Viena. 
Pero  desde  que 
el  régimen  ruso 
se  fué  suavizan- 
do en  Varsovia, 
al  mismo  tiempo 
que  el  gobierno 
de  Guillermo  II 
extremaba  sus 
crueles  medidas 
con  los  polacos 
del  gran  ducado 
de  Posen  some- 
tidos á  Alema- 
nia 


estos  pola- 
cos austríacos 
cambiaron  el  objetivo  de  su  hostilidad,  mostrándose 
enemigos  del  germanismo. 

Los  rutenos  de  Galítzia  han  reclamado  muchas 
veces  su  autonomía  dentro  del  federalismo  imperial, 
sin  poder  conseguir  la  mils  pequeña  paTte  de  sus  pre- 
tensiones. 

Los  slovenos,  los  servios  y  los  croatas  tienen  que 
luchar  en  sus  territorios  con  la  presión  de  los  alema- 
nes de  nacionalidad  austríaca,  que  los  oprimen  por  el 
Norte,  y  de  los  italianos  austríacos,  más  ricos  que 
ellos  y  sin  ninguna  relación  étnica,  que  huyen  de  su 
contacto  por  el  Sur.  Todos  estos  eslavos  son  pobres 
agricultores  ó  habitantes  de  las  montañas,  obligados 
á  trabajar  rudamente  para  mantener  su  vida,  y  las 
preocupaciones  económicas  no  les  permiten  concen- 
tríir  sus  energías  en  una  finalidad  política.  Las  auto- 


derados  en  la  realidad  como  una  raza  inferior,  y  las     ridades  persiguen  sistemáticamente  á  todos  los  esla- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


555 


UN    ESLAVO 
DE   LA    BOSNIA 


VOS  que  se  preocupan  de  la  suer- 
te de  su  raza,  complicándolos 
en  procesos  monstruosos  y  ri- 
diculos. El  eslavo,  sea  cual  sea 
su  mérito  personal,  se  ve  priva- 
do de  intervención  en  la  vida 
pública.  En  alíj'unas  poblaciones 
donde  el  vecindario  está  forma- 
do de  un  ~)  por  ciento  de  ale- 
manes y  un  95  por  cientade  es- 
lavos, los  cargos  de  la  justicia 
municipal  son  proveídos  sistemá- 
ticamente con  candidatos  de  la 
exigua  minoría  germánica,  ex- 
cluyendo á  la  enorme  mayoría. 
Como  era  de  esperar,  estos 
pueblos,  ansiosos  de  respeto  y 
libertad,  han 
celebrado  con  ~"    ~~ 


gran  entusias- 


el  derecho  de  hablar  y  de  escrr 
bir  oficialmente  en  lengua  bohe- 
mia. Hasta  aquí  llegaron  en  sus 
avances,  sin  poder  conseguir 
nunca  una  autonomía  igual  á  la 
de  los  húngaros. 

La  protesta  contra  el  germa- 
nismo late  en  el  fondo  del  pue- 
blo tcheque.  Regimientos  forma- 
dos con  hombres  de  esta  raza  se 
han  sublevado  varias  veces  con- 
tra los  oficiales  que  se  mostra- 
ban enemigos  del  eslavismo.  Al 
iniciarse  la  presente  guerra,  Aus- 
tria, como  medida  preventiva, 
tuvo  que  fusilar  á  numerosos  sol- 
dados tcheques.  Batallones  en- 
teros se  habían 


mo  los  triunfos 
de  la  Servia  independiente,  viendo 
en  el  heroico  esfuerzo  de  los  herma- 
nos de  raza  una  esperanza  de  futura 
emancipación.  Los  servios  someti- 
dos á  Austria  no  ocultan  sus  deseos 
de  ser  anexionados  á  la  Sei'via  inde- 
pendiente, contribuyendo  tal  actitud 
á  las  persecuciones  que  les  hacen 
sufrir  las  autoridades  austríacas,  á 
los  atentíidos  personales  con  que  se 
vengan  los  oprimidos  y  á  la  animosi- 
dad implacable  de  los  gobernantes 
de  Viena  y  Budapest  contra  los  de 
Belgrado,  odio  que  dio  pretexto  á  la 
guerra  actual. 

Los  tcheques  habitantes  del  cua- 
drilátero de  la  antigua  Bohemia,  son 
los  eslavos  que  han  obtenido  ma- 
yores concesiones  del  régimen  centralizador  de  Viena. 
Después  de  la  derrota  de  Sadowa,  los  tcheques  em- 
prendieron una  enérgica  cam- 
paña para  obtener  su  autono- 
mía. Así  como  los  húngaros 
consiguieron  al  fin  que  fuese 
respetado  y  constituido  como 
un  pueblo  aparte  el  antiguo 
reino  de  San  Esteban,  los  tche- 
ques desde  1868  reivindican 
los  derechos  históricos  del  an- 
tiguo reino  de  San  Venceslao, 
formado  de  tres  territorios:  la 
Bohemia  propiamente  dicha, 
la  Moravia  y  la  Silesia.  Des- 
pués de  una  larga  lucha, estos 
eslavos  obtuvieron  en  1882  la 
creación  de  una  Universidad 
tcheque  en  Praga,  y  en  1897 


TIPO  DB  MCJBR  ESLAVA 
DE    LA  BOSNIA 


ESLAVA  DE  LA  HERZEGOVINA 


1       ^^ 


(iAlTERO    ESLAVO    DB   LA 
FRONTERA   austríaca 


insurrecciona- 
do matando  á 
sus  oficiales. 

Rusia,  que  representa  todas  las 
aspiraciones  del  paneslavismo,  no 
ha  pensado  jamás  en  anexionar  es- 
tos pueblos  á  su  Imperio.  Desea  que 
constituyan  naciones  independien- 
tes, como  los  eslavos  de  los  Balka- 
nes,  ó  que  se  unan  en  una  confedera- 
ción, sacudiendo  para  siempre  el 
yugo  de  Austria.  Además,  gran  par- 
te de  estos  eslavos  no  son  ortodoxos, 
y  las  diferencias  religiosas  tal  vez 
amortiguasen  las  simpatías  de  raza 
^^  que  los  impulsan  hacia  Rusia.  El  za- 

r^  rismo,  que  desea  la  libertad  de  los 

jA  -,  pueblos  eslavos,  no  ha  pensado  nun- 
ca  en  su  anexión.  Este  desinterés  no 
es  de  ahora.  En  18G7  escribía  la  Ga- 
ceta de  Moscou:  «No  es  la  adquisi- 
ción, la  opresión  y  la  anexión  de  las  nacionalidades 
eslavas  de  Austria  lo  que  desea  Rusia,  sino  por  el  con- 
trarío, la  existencia,  tan  in- 
dependiente como  sea  posible, 
de  dichas  naciones.» 


Rusia  es  un  Imperio  enor- 
me por  la  extensión  del  suelo 
y  el  número  de  sus  habitan- 
tes, y  como  consecuencia  na- 
tural su  ejército  resulta  un 
organismo  formidable. 

Con  arreglo  á  los  cálculos 
ordinarios,  basados  en  el  apro- 
vechamiento de  una  décima 
parte  de  la  población,  Rusia 
en  último  extremo  puede  lle- 
gar á  poner  en  pie  de  guerra 
IG  millones  de  hombres. 


POLACO  DB  LA 
FRONTBRA  austríaca 


556 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


DISTRIBUCIÓN    DE   LAS   RAZAS   EN    EUROPA 

La  etnologfa  de  Europa  es  muy  variada.  Además  los  pueblos  se  han  mezclado  mucho  con  los 
accidentes  históricos,  y  en  realidad  no  existen  razas  bien  caracterizadas  y  con  vida  aparte.  Pero 
se  distinguen  los  pueblos  por  su  tipo  originario,  por  su  lengua  y  sobre  todo  por  su  educación  y 
su  mentalidad.  De  este  modo  pueden  apreciarse  tres  agrupaciones  principales: 

Los  greco-latinos  (franceses,  belgas-waiones,  italianos,  españoles,  portugueses!  rumanos  y 
griegos):  110  millones  de  hombres. 

Los  germanos,  muy  diseminados  (alemanes,  austríacos,  holandeses,  flamencos):  160  millones. 

Los  eslavos  (rusos,  rutenos,  búlgaros,  polacos,  tchcqucs,  slovacos,  slovcnos,  croatas  y  ser- 
vios): 200  millones. 

Los  ingleses  forman  aparte  como  anglo-celtas. 


Su  ejército  en  tiempo  de  paz  se  componia  aproxi 
madamente  de  un  millón  y  medio  de  soldados,  dividi 
do  en  la  siguiente  forma:  1."  Las 
tropas  activas  propiamente  dichas: 
la  Guardia  imperial,  los  cuerpos  de 
granaderos,  25  cuerpos  de  ejército 
en  Europa,  3  cuerpos  en  el  Cáucaso 
y  8  en  Asia.  2.°  Las  tropas  cosacas. 
3."  La  gendarmería,  que  depende 
del  ministerio  del  Interior.  4."  Los 
aduaneros,  que  dependen  del  minis- 
terio de  Hacienda,  pero  forman 
verdaderos  organismos  militares. 

La  infantería  rusa  comprende:  la 
Guardia  imperial,  compuesta  de 
12  regimientos  de  granaderos,  1  re- 
gimiento de  guardias  de  corps  y 
4  regimientos  de  tiradores.  La  in- 
fantería de  linp.a,  compuesta  de 
16  regimientos  de  granaderos,  208 
regimientos  de  linea,  106  regimien- 
tos de  tiradores  y  6  batallones  de 
cosacos  de  Kouban.  Total,  355  re- 
gimientos, formados  por  1.288  ba- 
tallones. 

La  caballería  comprende  la  Guar- 
dia imperial  con  14  regimientos: 
1  de  guardias,  3  de  coraceros,  2  de 


dragones,  2  de  huíanos,  2  de  húsa- 
res, 3  de  cosacos  y  1  de  cosacos  de 
la  escolta  del  emperador.  La  caba- 
llería de  linea  se  compone  de  21  re- 
gimientos de  dragones,  17  de  huía- 
nos, 18  de  húsares  y  1  de  tártaí'os 
de  Crimea.  Los  cosacos  forman  50 
regimientos,  llamados  de  primer 
turno.  Esto  da  un  total  para  la  ca- 
ballería de  122  regimientos  con 
739  escuadrones  ó  Sufnias  en  tiem- 
po de  guerra.  Después  que  son  lla- 
mados los  cosacos  de  segundo  y  ter- 
cer turno,  la  caballería  rusa  puede 
llegar  á  más  de  1.500  escuadrones. 
La  artillería  de  campaña  y  la  de 
montaña  están  repartidas  en  59  bri- 
gadas, comprendiendo  cada  una 
dos  grupos  de  3  baterías  con  8  pie- 
zas por  batería.  La  artillería  mon- 
tada comprende  una  brigada  de  la 
Guardia  con  6  baterías,  12  grupos 
compuesto  cada  uno  de  2  baterías, 
8  grupos  de  artillería  cosaca  y  8  ba- 
terías de  artillería  de  montaña  á 
caballo.  La  artillería  pesada  tiene 
35  grupos,  formado  cada  uno  de  2 
baterías  de  morteros,  1  batería  in- 
dependiente en  Siberia  y  7  grupos 
de  cañones  pesados  de  á  3  baterías 
cada  uno.  Esto  da  un  total  de  449  baterías  de  cam- 
paña con  3.592  piezas,  51  baterías  de  montaña,  30  ba- 


LAS  LENGUAS   DE  EUROPA 


El  reparto  de  lenguas  en  Europa  está  en  relación  natural  con  el  reparto  de  razas.  Su  variedad 
puede  agruparse  en  tres  unidades.  Grupo  greco-latino,  germánico  y  eslavo. 

El  grupo  greco -latino  ocupa  las  riberas  septentrionales  del  Mediterráneo.  El  germánico  se 
extiende  por  la  Europa  central.  El  eslavo  ocupa  la  Europa  oriental. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


557 


terias  de  á  caballo  pertenecientes 
al  ejército,  39  baterías  de  los  cosa- 
cos, 71  baterías  de  morteros  y  21  de 
cañones  gruesos.  La  artillería  pesa- 
da utiliza  cañones  de  153,  obuseros 
de  120  y  150  y  morteros  de  200. 

Los  aduaneros,  organizados  mi- 
litarmente, forman  35  brigadas  en 
Europa  y  en  Siberia,  5  brigadas  en 
el  Cáucaso,  3  en  Mandchuria  y  2  en 
el  Turkestán.  Estos  cuerpos  son  en 
gran  parte  montados  y  hasta  tie- 
nen artillería  y  personal  ferrocarri- 
lero, como  si  formasen  un  ejército 
aparte. 

El  arma  de  ingenieros  está  re- 
presentada por  39  batallones  de  za- 
padores de  á  4  compañías,  una  de 
las  cuales  es  de  telegrafistas;  11  ba- 
tallones de  pontoneros,  17  batallo- 
nes de  ferrocarrileros,  18  compa- 
ñías de  aeronautas,  7  compañías 
de  telegrafía  sin  hilo  y  1  compa- 
ñía de  instructores  de  automovi- 
lismo. 

El  reclutamiento  de  este  ejército 
enorme  lo  ha  realizado  Rusia  anual- 
mente, sin  obstáculo  alguno,  pues 
las  reservas  de  hombres  de  que  dis- 
pone el  país  resultan  inagotables. 
Todos  los  años  el  número  de  reclutas  ha  excedido 
considerablemente  al  de  soldados  necesarios,  siendo 


De  O  á  16  |1_^.^ 

^^  De  20  á  40V..^' 

De  41  á  71 

De  10  á  100 


i 


WM 


^  Más  de  100 


LAS    RELIGIONES    DE   EUROPA 

Las  diferencias  de  raza  y  de  lengua  van  acompañadas  de  la  diferencia  de  religiones.  Los  pue- 
blos latinos  son,  por  lo  general,  católicos-romanos.  Además  practican,  en  parte,  esta  religión  los 
flamencos,  suiros,  austríacos,  alemanes,  polacos,  tcheques,  rutenos,  croatas,  esclavones,  húnga- 
ros é  irlandeses.  En  total,  162  millones. 

Los  pueblos  de  raza  germánica  son  en  su  mayor  parte  «protestantes».  Profesan  también  esta 
religión  los  finlandeses  y  los  estonianos.  Total,  81  millones. 

La  religión  -ortodoxa»,  ó  sea  la  griega,  es  profesada  por  los  eslavos,  los  rumanos  y  los  grie- 
gos. 90  millones. 

El  mahometismo  está  representado  por  los  turcos  y  los  tártaros.  7  millones. 

Los  Israelitas  diseminados  en  toda  Europa  representan  una  cifra  de  6  millones. 


enviados  á  sus  casas  centenares  de  miles.  La  abun- 
dancia de  hombres  permite  á  las  comisiones  el  proce- 
der con  una  gran  escrupulosidad  en 
la  selección  de  los  reclutas,  admi- 
tiendo únicamente  los  más  ágiles  y 
robustos. 

Desde  1905,  la  duración  del  ser- 
vicio activo  fué  de  tres  años  en  la 
infantería  y  la  artillería  de  cam- 
paña, y  cuatro  años  en  la  caballe- 
ría, la  artillería  montada  y  las  tro- 
pas especiales.  Después  de  cumplir 
el  período  activo,  el  ruso  pasa  á 
la  reserva,  en  la  que  permanece 
quince  años.  Luego  figura  durante 
cuatro  años  en  la  milicia,  y  á  los 
cuarenta  v  tres  años  se  ve  libre  de 


DE.N.SIDAD    DE    POBLACIÓN    EN    LO.S    DIVBR.SO.S    ESTADOS    DE    EUROI'.V 

La  densidad  resulla  escasa  en  Rusia  (24  habitantes  por  kilómetro  cuadrado  ;  media  en  Fran- 
cia (73  habltantcsi  y  en  Auslrla-Hungrla  (76i;  fuerte  en  Alemania  .  120i,  llalla  (1211,  Inglaterra  (U4i,  y 
muy  fuerte  en  Bélgica  i254i.  Los  pangermanistas  alegan  la  densidad  de  la  población  de  Alemania 
y  la  abundancia  de  nacimientos  como  razones  que  lustlflcan  sus  anhelos  de  conquista,  para  esta- 
blecer en  las  nuevas  tierras  i  los  alemanes  sobrantes. 


obligaciones  militares. 

El  reclutamiento  es  nacional,  sin 
distinción  de  razas  y  de  religiones. 
Los  polacos,  judíos,  lettones,  litua- 
nios,  estonianos,  alemanes,  tárta- 
ros, etc.,  que  forman  parte  del  Im- 
perio moscovita,  entran  á  servir  en 
el  ejército  lo  mismo  que  los  rusos 
puros  y  figuran  confundidos  en  las 
mismas  unidades.  Los  cosacos  son 
los  únicos  que  forman  cuerpos  á  par- 


558 


v/ICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


UN    ESCUADRÓN    L>B    CABALIEKIA    RUSA 

te.  Esta  igualdad  militar  asegura  la  rapidez  de  la 
movilización  y  ha  servido  para  hacer  mayor  la  homo- 
geneidad del  ejército. 

El  Estado  Mayor  ruso  preparó  la  organización  mi- 
litar del  pais  de  modo  que  pudiese  hacer  frente  á  una 
invasión  extranjera,  en  los  primeros  momentos,  sola- 
mente con  sus  tropas  activas.  Desde  1909  vino  adop- 
tando la  precaución  de  retardar  el  licénciamiento  de 
los  soldados  que  habían  cumplido  su  servicio  hasta 
que  los  nuevos  contingentes  terminasen  su  periodo  de 
instrucción. 

Los  cosacos  constituyen  un  elemento  militar,  inde- 
pendiente de  las  otras  fuerzas.  En  tiempo  de  paz  son 
70.000  sobre  las  armas;  en  período  de  guerra  200.000 
aproximadamente. 

La  población  cosaca  vive  en  el  Imperio  ruso  como 
un  Estado  especial  que  goza  de  cier- 
tos privilegios  á  cambio  de  sus  ser- 
vicios particulares.  El  cosaco  es  sol- 
dado desde  los  20  años  á  los  47.  A 
partir  de  1909  ha  sido  modificada  su 
organización  tradicionaL  Pasa  un  año 
en  el  contingente  sometido  á  prepa- 
ración; 4  años  en  los  famosos  regi- 
mientos cosacos,  de  una  bravura  y 
una  fidelidad  á  toda  prueba;  8  años 
gozando  de  licencia  temporal,  6  en 
la  reserva  y  10  en  la  milicia.  El  cosa- 
co aporta  á  sus  expensas  el  caballo  y 
el  equipo,  recibiendo  del  Estado  Lis 
armas  únicamente. 

En  caso  de  guerra  los  cosacos  se 
presentan  por  lo  general  antes  de  que 
les  toque  el  turno  de  ser  llamados.  Su 
adhesión  al  emperador  reviste  la  mis- 
ma forma  familiar  que  en  los  tiempos 
de  la  vida  de  tribu. 


Al  iniciarse  la  presente  guerra 
todos  los  jefes  de  campamento  cosa- 
co enviaron  telegramas  al  zar  Nico- 
lás II,  poco  más  ó  menos  del  si- 
guiente estilo: 

«Padrecito:  tengo  cien  caballos 
y  mando  á  cien  hombres.  Lláma- 
me.» 

Las  tropas  cosacas  han  forma- 
do en  la  presente  guerra  las  siguien- 
tes unidades:  12  batallones  de  in- 
fantería, 623  escuadrones  y  26  ba- 
terías. 

El  armamento  del  ejército  ruso 
es  bueno.  La  infíintería  usa  un  fusil 
de  calibre  de  7  milímetros  con  car- 
gador de  5  cartuchos.  La  caballería 
lleva  sable  y  carabina  con  bayone- 
ta. Los  cosacos  emplean  la  lanza 
como  arma  predilecta.  La  artillería 
de  campaña  utiliza  un  cañón  de  tiro 
rápido,   de  calibre  76  milímetros.  Esta  pieza,  según 
dicen  los   técnicos,  es  algo  pesada,  pero  representa 
un  considerable  progreso  sobre  la  artillería  de  la  gue- 
rra de  Mandchuria.  Tanto  la  infantería  como  la  caba- 
llería están  dotadas  de  buenas  ametralladoras:  4  por 
regimiento  ó  por  batallón  independiente  y  6  por  regi- 
miento de  caballería. 

Todos  los  adelantos  de  la  ciencia  que  resultan  de 
aplicación  militar  han  sido  adoptados  por  los  cuerpos 
técnicos  del  ejército  ruso.  Los  fracasos  de  la  guerra 
con  el  Japón  modificaron  considerablemente  la  men- 
talidad de  sus  bravos  é  imprevisores  oficiales,  que  todo 
lo  confiaban  al  valor  y  á  la  habilidad  en  el  manejo 
del  sable.  Hoy  este  ejército  es  uno  de  los  mejor  pro- 
veídos en  material  de  exploración  y  de  comunicación: 
telégrafos,  teléfonos,  señales  ópticas,  proyectores,  etc. 


ARTILLEROS    SIBERIANOS    CON    INA    AMETRALLADORA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  \9\A 


559 


El  fnxcaso  favorece  casi  siempre  la  apreciación 
errónea,  y  este  ejército,  después  de  sus  derrotas  en 
el  Extremo  Oriente,  ha  sido  tratado  con  un  desprecio 
injusto. 

Grandes  fueron  sus  faltas  en  la  guerra  ruso-japo 
nesa,  pero  la  responsabilidad  de  ellas  incumbe  más  ;i 
los  gobernantes  de  Rusia,  organizadores  del  ejército, 
que  á  los  hombres  que  se  batieron  en  sus  ftlas.  El  sol- 
dado ruso  peleó  con  el  mismo  valor  de  siempre.  Sus 
jefes  y  oficiales  hicieron  cuanto  era  posible.  Tuvieron 
contra  ellos  el  alejamiento  enorme  de  la  base  de  avi- 
tuallamiento, la  escasez  de  comunicaciones,  las  ven- 
tajas geográficas  del  enemigo,  que  hacia  la  guerra  en 
la  misma  puerta  de  su  casa;  los  defectos  de  una  orga- 
nización anticuada,  la  vetustez  de  un  material  no  re- 
novado en  muchos  años,  é  inferior  en  todo  al  de  los 

adversarios. 

El  soldado  ruso 
carece,  indudable- 
mente, del  arrebato 
entusiasta  y  la  ini- 
ciativa de  los  de 
otros  paises;  pero  es 
disciplinado  y  obe- 
diente como  ningu- 
no, sigue  á  sus  jefes 
sin  vacilación  y  po- 
see una  resistencia 
física  asombrosa,  ca- 
paz de  arrostrar  to- 
das las  privaciones 
y  todos  los  rigores  de 
la  Naturaleza.  Su 
instrucción  en  tiem- 
po de  paz  es  dura. 
Durante  el  invierno, 
cuando  todo  lo  cubre 
la  nieve,  vive  en  sus 
cuarteles,  dedicado  á  los  ejercicios,  ó  asiste  á  la  es- 
cuela. El  ejército  es  en  Rusia  un  organismo  edu- 
cativo. Dos  terceras  partes  de  los  reclutas  llegan 
completamente  iletrados  á  las  filas,  y  salen  de  ellas 
con  alguna  educación  intelectual.  A  partir  del  15  de 
Mayo,  todo  el  ejército  abandona  los  cuarteles  y  vive 
á  campo  raso  durante  cinco  meses,  llevando  una  exis- 
tencia de  campaña  que  endurece  á  los  soldados  y 
permite  la  instrucción  en  grandes  unidades,  como  en 
plena  guerra. 

A  consecuencia  de  los  desastres  en  la  Jlandchuria, 
la  opinión  de  Europa  tuvo  en  un  deplorable  concepto 
á  los  oficiales  rusos.  Muchos  de  los  reproches  dirigi- 
dos contra  ellos  fueron  injustos.  Las  derrotas  de  la 
guerra  ruso-japonesa  se  debieron  en  gran  parte  á  la 
falta  de  entusiasmo  que  mostró  Rusia  por  esta  lucha, 
inexplicable  y  lejana.  La  paz,  poco  honrosa  y  pre- 
cipitada, no  la  provocaron  realmente  los  desastres 
militares.  El  ejército  ruso,  que  había  aprendido  mu- 
cho sobre  el  terreno  y  modificado  sus  medios  de  ac- 


GRASADBRO  DE  LA  GUARDIA 
VETERANA 


AUTOMÓVILES    MILITARES    RUSOS 

ción,  empezaba  en  aquel  momento  á  sentir  la  influen- 
cia de  los  refuerzos  que  penosamente  habían  podido 
ser  transportados  al  otro  extremo  del  ferrocarril  tran- 
siberiano.  Todo  hacía  presentir  una  nueva  campaña, 
en  la  que  parecía  seguro  que  batirían  á  los  japoneses. 
Pero  el  enemigo  más  temible  de  Rusia  estaba  en  su 
propia  casa,  y  era  la  revolución.  El  gobierno  tuvo 
miedo  á  las  agitaciones  populares  que  rugían  en  torno 
de  él  y  estallaron  pocos  meses  después,  y  para  hacer 
frente  á  tal  peligro,  se  apresuró  á  concertar  la  paz, 
de  cualquier  modo,  sacrificando  al  ejército. 

Hay  que  reconocer,  sin  embargo,  que  los  oficiales 
rusos  de  la  guerra  contra  el  Japón  eran  en  su  mayor 
parte  de  una  visible  inferioridad  intelectual,  debién- 
dose esto  á  que  las  clases  ilustradas  de  Rusia  desde- 
ñaban entrar  en  el  ejército.  Después  de  los  fracasos 
de  Asia,  al  proceder  el  gobierno  ruso  á  una  reforma 
completa  de  las  fuerzas  militares,  ha  procurado  faci- 
litar el  ingreso  en  la  oficialidad  á  las  clases  inteli- 
gentes, suprimiendo 
los  obstáculos  de  la 
tradición. 

Los  oficiales  ru- 
sos provenían  ex- 
clusivamente, hasta 
hace  pocos  años,  de 
la  nobleza  rural  ó 
de  las  familias  de 
militares  y  funcio- 
narios. Después  de 
recibir  una  educa- 
ción más  brillante 
que  útil  en  los  cole- 
gios aristocráticos, 
pasaban  á  las  escue- 
las militares,  don- 
de los  métodos  de 
enseñanza  tenían 
por  base  la  memo- 
ria antes  que  la  in-  ^,^^.J^^^  ,.  ^,^,,1,0^  „g  ^^ 
teligencia.  Termi-  guardia  imperial 


560 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


nada  esta  preparación  ingresaban  en  un  regimien- 
to. Si  el  oficial  procedia  de  uua  familia  influyente, 
entraba  en  la  Guardia  ó  en  el  Estado  Mayor,  que  era 
á  modo  de  una  casta  aparte.  Si  no  conseguía  este  pri- 
vilegio, vegetaba  toda  su  vida  en  los  grados  inferiores, 
sin  esperanza  alguna.  Un  sueldo  misero  y  una  exis- 
tencia olvidada  en  remotas  guarniciones  era  todo  su 
porvenir,  mien- 
tras que  los  pri- 
vilegiados de  la 
Guardia  ó  del 
Estado  Mayor 
llegaban  á  ge- 
nerales á  los  40 
años. 

En  el  nuevo 
ejército  de  Ru- 
sia, reorganiza- 
do profundamen- 
te á  partir  de 
1908,  han  des- 
aparecido consi- 
derablemente es- 
tas diferencias 
de  casta.  Las  es- 
cuelas militares 
dan  una  ense- 
ñanza moderna 
y  todos  los  gra- 
dos son  accesi- 
bles á  las  gentes 
de  origen  obscu- 
ro, con  arreglo 
á  sus  méritos. 

Muchos  gene- 
rales á  estilo  an- 
tiguo que  soste- 
nían las  tradi- 
ciones pernicio- 
sas han  sido  de- 
clarados en  si- 
tuación de  reti- 
ro. Muchos  ofi- 
ciales de  origen 
democrático  que 
se  distinguieron 
en  la  campaña  de  Mandchuria  ocupan  ahora  altos 
puestos  del  ejército.  El  Estado  Mayor  está  formado  en 
gran  parte  por  los  militares  progresivos  que  con  más 
ardor  combatieron  la  antigua  organización. 

El  general  Soukhomlinof,  ministro  de  la  Guerra, 
activo  y  tenaz,  ha  mejorado  en  pocos  años  el  sistema 
de  movilización  y  la  instrucción  de  las  tropas,  trans- 
formando á  la  vez  el  funcionamiento  del  Estado  Ma- 
yor, seleccionando  el  personal  encargado  del  mando  y 
procediendo  á  una  renovación  completa  del  material. 

o 

La  red  de  ferrocarriles  rusos  acusa  una  gran  infe- 


BL   GENERAL   SOCKUOMLINOF. 


rioridad  en  proporción  con  lo  inmenso  del  territorio. 
En  1912  la  longitud  de  las  lineas  explotadas  era 
de  64.000  verstas  ila  versta  tiene  1.067  metrosi. 
Mientras  que  Francia  posee  9  kilómetros  de  via  férrea 
por  cada  1.000  metros  cuadrados  de  territorio,  Ingla- 
terra 12,  Alemania  11,  Austria  6  y  medio  y  Bélgi- 
ca 28,  Rusia  no  tiene  más  que  1  kilómetro  y  100  me- 
tros en  sus  pro- 
vincias de  Eu- 
ropa. 

El  plan  de  los 
ferrocarriles  ru- 
sos es  muy  sim- 
ple. Su  centro 
está  en  Moscou, 
y  las  grandes  li- 
neas forman  co- 
mo una  estrella 
alrededor  de  la 
metrópoli,  con 
dirección  á  Pe- 
trograd,  Arcán- 
gel, Varsovia, 
Odesa,  Crimea, 
el  Don,  el  Volga 
y  el  Ural.  Esta 
estructura,  en 
su  conjunto,  ha 
servido  perfec- 
tamente para  las 
necesidades  eco- 
nómicas y  políti- 
cas de  Rusia.  En 
la  frontera  occi- 
dental los  ferro- 
carriles rusos  re- 
sultan de  una  vi- 
sible inferiori- 
dad ante  los  fe- 
rrocarriles ale- 
manes y  austría- 
cos. 

Varias  lineas 
férreas  se  ex- 
tienden en  tor- 
no de  Varsovia, 
pero  están  muy  espaciadas  y  no  tienen  ramificaciones 
capilares  que  permitan  cómodamente,  á  un  mismo 
tiempo,  desembarcar  y  avituallar  tropas  á  lo  largo 
de  este  frente.  Faltan,  igualmente,  lineas  laterales 
que  permitan  transportar  fuerzas  importantes  de  im 
punto  á  otro  de  la  frontera  polaca,  para  las  manio- 
bras que  exige  la  guerra  moderna. 

En  los  defectos  y  la  escasez  de  los  ferrocarriles 
del  frente  occidental,  hay  que  buscar  la  causa  de  la 
lentitud  con  que  Rusia  efectúa  sus  avances  en  la  pre- 
sente guerra  contra  alemanes  y  austríacos. 

Entre  la  frontera  y  el  Vístula,  el  sistema  de  co- 


I 


5USISTRO   DE   LA   GUERRA   RUSO 

iDibajo  de  L.  Sabatier,  de  la  Uluttration  de  París) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


561 


municaciones  destinado  á  favorecer  la  concentración 
de  los  ejércitos  parece  atrofiado.  Este  vacio  no  es 
efecto  de  la  imprevisión,  pues  el  Estado  Jlayor  ruso  lo 
ha  creado  voluntariamente.  Hay  que  tener  en  cuenta 
la  configuración  peligrosa  de  esta  frontera  occidental. 
La  Polonia  rusa  avanza  lo  mismo  que  un  promontorio 
en  el  mar,  entre  la  Polonia  prusiana  y  Austria.  La 
Prusia  y  la  Ga- 
litzia  la  envuel- 
ve n  con  las 
provincias  bál- 
ticas y  con  los 
Cárpatos.  La 
ofensiva  de  sus 
enemigos  debia 
intentar  lógi- 
camente desde 
el  primer  mo- 
mento de  la 
guerra  un  ata- 
que concéntri- 
co y  brusco  so- 
bre Lotz  y  Var- 
sovia.  Para  evi- 
tar este  peli- 
gro, verdadera- 
mente temible 
en  los  primeros 
meses  de  con- 
centración, Ru 
sia  procuró  de- 
jar dicha  parte 
del  pais  con  po- 
cas lineas  fé- 
rreas. Esta  me- 
dida preventi- 
va fué  lógica, 
pero  al  mismo 
tiempo  ha  con- 
tribuido á  difi- 
cultar y  retar- 
dar muchas  ve- 
ces los  avances 
de  las  tropas 
rusas. 

En  cambio 
Alemania,  para 
no  verse  obli- 
gada á  mante- 
ner en  su  frente 
oriental  gran- 
des ejércitos  y 
poder  dedicar 
el  grueso  de  sus 
tropas  á  las 
operaciones 
contra  Fran- 
cia, multiplicó 


r^^'/  J 


L03    FERROCARBILBS   KCSOS 

Las  cllneas  srruesas)  y  las  «lineas  dobles-  representan  las  \-1as  de  ferrocatTlI.  Las  «lineas  del^a- 
das>  son  los  principales  caminos  de  Polonia  v  Rusia.  La  linea  de  «cnicecllas»  marca  el  contorno  de 
la  frontera  rusa.  Como  se  ve.  esta  frontera  de  la  Polonia  rusa  avanza  como  un  promontorio  entre 
Alemania  y  Austria,  prestándose  á  ser  Invadida  por  muchos  sillos  h  la  vez.  y  envuelta  por  los  enemigos. 

Los  ferrocarriles  rusos  son  escasos,  haciendo  difícil  y  lenta  la  marcha  de  los  ei^rdtos.  Pero  al 
mismo  tiempo  obstaculizan  los  avances  de  los  Invasores. 

En  cambio  los  ferrocarriles  alemanes  y  austríacos  son  muy  densos  en  las  reglones  fronterizas,  lo 
que  ha  permitido  i  las  tropas  de  los  dos  Imperios  una  rápida  movilidad,  aglomerando  en  un  punto 
dado  fuerzas  siempre  superiores  á  las  de  los  rusos.  Pero  á  pesar  de  estas  veníalas  no  han  podido 
apoderarse  de  Varsovla.  que  como  se  ve  en  este  mapa,  es  el  centro  de  todas  las  vías  fírreas  de  Po- 
lonia y  tiene  una  Importancia  enorme  para  los  invasores. 


considerablemente  .las  vias  férreas  en  los  terrenos 
fronterizos  á  Rusia.  De  este  modo  pudo  suplir  la  es- 
casez de  fuerzas  con  una  gran  movilidad.  En  Prusia 
y  en  Silesia  la  red  de  ferrocarriles  es  muy  densa,  «Se- 
mejante al  camino  de  ronda  de  ima  fortaleza — dice 
un  autor — .  una  primera  linea  se  extiende  por  toda 
la  frontera  ruso-alemana,  á  diez  ó  veinte  kilómetros 

del  limite  divi- 
sorio. De  esta 
linea,  cada  40 
ó  50  kilómetros 
salen  unas  li- 
neas secunda- 
rias que  avan- 
zan hasta  el 
mismo  limite 
internacional. 
Detrás  de  esta 
cintura  férrea 
se  extienden 
otros  caminos 
de  ronda  que 
forman  una 
verdadera  red 
de  vias,  con 
mallas  tan  es- 
trechas que  se 
prestan  á  todas 
las  combina- 
ciones y  dan 
un  rendimien- 
to extraordina- 
rio.» Con  gran 
facilidad  pue- 
de Alemania 
transportar  rá- 
pidamente so- 
bre un  punto 
de  la  frontera, 
soldados,  mu- 
niciones y  vi- 
veres.  Puede 
igualmente  in- 
vadir por  todas 
partes  la  lla- 
nura polaca, 
encajonada  en- 
tre la  Prusia  y 
la  Galitzia,  y 
rodeada  en  tres 
cuartas  partes 
por  los  enemi- 
gos. 

Ninguna  de- 
fensa natural, 
montañas  ni 
rios,  ofrecen  un 
punto  de  apoyo 

10 


562 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


a  la  defensa  rusa.  Por  esto  el  Estado  Mayor  de  Petro-  vacío  creado  voluntariamente  en  la  frontera  occiden- 

grad,  siguiendo  sus  tradiciones  de  la  época  de  Na-  tal,  pudo  avanzar,  pasados  algunos  meses,  con  una 

poleón,  juzgó  que  el  mejor  medio  de  defender  el  país  lentitud  segura. 

.era  evitar  todo  lo  que  pudiese  dar  facilidades  al  avan-  En  esta  frontera  occidental  tiene  Rusia  algunas 
ce  del  enemigo.  Con  pocos  caminos  y  con  menos  fortalezas  de  gran  valor,  que  son:  Kovno,  en  la  con- 
ferrocarriles aún,  los  ejércitos  invasores  se  encon-  fluencia  del  Niemen  y  el  Vilia;  Novo-Georgiesk,  en  la 
trarian  rápidamente  privados  de  su  avituallamiento,  confluencia  del  Narewa  y  el  Vístula,  cubriendo  el  ac- 


efectuando  los 
avances  con  una 
dificultad  favo- 
rable á  los  ru- 
sos. Estos,  al 
terminar  su  mo- 
vilización y  con- 
centración, po- 
drían avanzar  á 
su  vez  por  el  te- 
rreno abandona- 
do, con  lentitud, 
pero  seguramen- 
te, hasta  llegar 
á  las  fronteras 


Por  tales  ra- 
zones el  Estado 
Mayor  ruso  re- 
formó en  1910  la 
situación  de  sus 
tropas,  dejando 
en  la  frontera 
occidental  sólo 
las  necesarias 
para  una  pri- 
mera defensa  y 
concentrando  al 
otro  lado  del  Vis- 
tula  las  grandes 
unidades. 

Esta  disposi- 
ción explica  los 
primeros  éxitos 
obtenidos  por 
Von  Hindera- 
bourg  en  sus 
operaciones  con- 
tra Rusia.  Las  victorias  en  la  frontera  se  debieron, 
más  que  á  sus  talentos  estratégicos,  á  la  ciencia  de  los 
ingenieros  alemanes  que  habían  construido  la  red  de 
ferrocarriles.  Gracias  al  rápido  y  abundante  sistema 
de  comunicaciones,  el  general  alemán  pudo  mover 
sus  fuerzas  fácilmente,  concentrándolas  en  un  punto 
dado,  siempre  con  mayor  densidad  numérica  que  la 
del  enemigo.  Pero  cuando  avanzó  en  Polonia  sin  el 
auxilio  de  los  ferrocarriles  alemanes  y  sus  tropas  tu- 
vieron que  marchar  á  pie,  el  avance  fué  seguido  de 
ía  retirada  y  el  fracaso. 

En  cambio  Rusia,  concentrando  sus  enormes  fuer- 
zas, venidas  de  lejos,  al  amparo  de  la  soledad  y  el 


ceso  á  Varsovia, 
y  Brest-Lítovsk 
sobre  el  Bug, 
que  defiende  á 
Polonia  por  la 
parte  de  (íalit- 
zia.  Las  ciuda- 
des importantes 
como  Varsovia, 
Ivangorod  y 
otras,  están  for- 
tificadas, pero 
su  valor  de  pla- 
zas fuertes  es 
poco  considera- 
ble ante  los  me- 
dios ofensivos  de 
la  guerra  mo- 
derna. 

a 

La  marina  ru- 
sa estaba  reor- 
ganizándose al 
estallar  la  pre- 
sente guerra. 

Después  de 
la  desgraciada 
campaña  contra 
el  Japón,  la  flota 
fué  objeto  de 
las  mismas  re- 
formas que  el 
ejército.  Pero  las 
defensas  maríti- 
mas exigen  más 
tiempo  para  su 
reorganización 
que  las  terres- 
tres. El  gobierno  había  empezado  á  construir  dos  po- 
derosas escuadras  en  el  Báltico  y  en  el  mar  Negro.  El 
plan  de  renovación  marítima  debía  efectuarse  en  un 
plazo  de  veinte  años,  dando  á  Rusia  24  acorazados  y 
un  número  aun  mayor  de  buques  secundarios.  La  gue- 
rra, como  hemos  dicho,  sobrevino  cuando  este  plan 
empezaba  á  realizarse. 

Hoy  la  marina  rusa  tiene  cuatro  dreadnoughts,  el 
Poltawa,  el  Petropolowk,  el  Sepastopol  y  el  Hangest, 
de  23.000  toneladas  cada  uno,  y  cierto  número  de 
cruceros,  torpederos,  etc.,  en  el  Báltico  y  el  mar 
Negro. 


UN    ESCUADRÓN    DH¡   COSACOS 

(Dibujo  de  Georges  Scott,  de  la  Illustration.  de  París) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


563 


EL  EMPERADOR  DE  RUSIA  Y  EL  GRAN  DUQUE  HEREDERO  ENTRE  LOS  OUCiALES 

DEL  REGIMIENTO  DE  LA  GUARDIA 


S64 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


TIPOS   SERVIOS 


XIX 

Servia  y  Montenegro 

Los  pueblos  que  ocupan  actualmente  la  península 
de  los  Balkanes  son  como  fragmentos  de  la  gran  ruina 
del  Imperio  romano. 

Para  sobrevivir  éste  en  la  época  de  decadencia 
tuvo  que  reforzar  sus  ejércitos  con  legiones  de  merce- 
narios bárbaros,  y  las  tribus  eslavas  entraron  á  su 
servicio. 

Tanto  en  las  tropas  de  la  antigua  Roma,  como  en 
las  del  Imperio  bizantino,  figuraron  en  gran  número 
los  soldados  eslavos.  El  ejemplo  de  éstos  y  la  espe- 
ranza de  mejor  suerte  hizo  que  tribus  enteras  fran- 
queasen el  Danubio,  estableciéndose  en  la  tierra  bal- 
kánica. 

Al  mismo  tiempo  ciertas  agru- 
paciones eslavas  más  emprende- 
doras y  belicosas,  saliendo  de  la 
Galitzia,  atravesaron  Hungría  y 
sólo  se  detuvieron  en  su  avance 
al  tropezar  con  los  pobladores 
autóctonos  de  la  Albania,  llama- 
dos skipetars. 

Los  historiadores  dividen  el 
origen  de  las  actuales  poblacio- 
nes balkánicas  en  ia  siguiente 
forma.  Los  griegos  son  los  des- 
cendientes de  los  antiguos  bizan- 
tinos; los  rumanos  proceden  de 
las  guarniciones  latinas  que  es- 
tablecieron en  su  país  los  em- 
peradores de  Roma,  especial- 
mente el  español  Trajano,  con- 


MÜJBR   SERVIA 


quistador  y  colonizador  de  Rumania;  los  búlgaros  son 
los  herederos  de  las  guarniciones  eslavas  y  las  tribus 
de  igual  raza  atraídas  por  ellas;  los  servios  y  los  croa- 
tas recuerdan  con  su  origen  étnico  la  invasión  eslava 
procedente  de  Galitzia;  los  albaneses  proceden  de  la 
mezcla  del  eslavo  y  del  turco  con  el  elemento  autóc- 
tono. 

Siempre  ha  existido  en  los  Balkanes  una  rivalidad 
originaria  entre  el  búlgaro  y  el  servio-croata.  La  ne- 
cesidad de  luchar  contra  el  turco  opresor  y  contra  el 
griego,  dueño  de  las  salidas  al  mar,  unió  á  estos  dos 
elementos  muchas  veces.  Luego,  al  no  sentir  las  ne- 
cesidades que  les  impulsaban  á  coligarse,  se  comba- 
tieron en  repetidas  ocasiones. 

Los  búlgaros  alcanzaron  un  temible  poderío  en  la 
Edad  Media.  Su  gran  conquistador  fué  Krum,  héroe 
del  siglo  IX.  En  su  guerra  con  los  bizantinos  venció 
y  mató  al  emperador  Nicéforo,  en  811.  Como  símbolo 
de  su  triunfo,  Krum  hizo  una 
copa  del  cráneo  del  emperador 
de  Bízancio.  Luego  bloqueó  á 
Constantinopla,  y  la  ciudad  iba 
á  caer  en  sus  manos  cuando, 
afortunadamente  para  los  sitia- 
dos, el  caudillo  búlgaro  encon- 
tró la  muerte.  Los  sucesores  de 
Krum  se  convirtieron  á  la  reli- 
gión ortodoxa.  Las  predicacio- 
nes de  los  misioneros  eslas'os 
endulzaron  un  poco  las  bárbaras 
costumbres  de  los  monarcas  búl- 
garos. Asi  empezó  la  civilización 
entre  los  eslavos  del  Oriente 
balkánico. 

Los  servios-croatas,  que  son 
los  eslavos  del  Occidente,  em- 
pezaron su  existencia  nacional  mujer  servia 


HISTORIA  OE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE   IQM 


f65 


SBIIVIA    DB    LA    BOSNIA 


dedicándose  al 
pastoreo,  sin 
pensar  en  era- 
presas  guerre- 
ras, l.a  religión 
cristiana  con- 
tribuyó, lo  mis- 
mo que  en  Bul- 
garia, á  su  vi- 
da civilizada: 
pero  los  ser- 
vios-croatas se 
dividieron  en 
dos  agrupacio- 
nes confesiona- 
les: los  que  vi- 
vían bajo  la  in- 
fluencia de  Bi- 
zancio  fueron 
ortodoxos  y  los  que  ocupaban  las  proximidades  del 
Adriático  abrazaron  el  catolicismo,  obedeciendo  á 
Roma.  Esta  confederación  de  tribus  pastoriles  tuvo 
que  hacerse  guerrera  por  la  necesidad  de  mantenerse 
á  la  defensiva  durante  los  revueltos  tiempos  medioeva- 
les. En  el  siglo  XIV  Servia  llegó  á  obtener  una  gran 
importancia  militar.  El  poder  de  los  búlgaros  habia 
decaído;  su  reino  vivia 
en  pleno  desorden.  El 
Imperio  de  Bizancio  es- 
taba arruinado.  Los 
turcos  avanzaban  ya 
en  sus  fronteras,  arre- 
batándole territorios  y 
preparando  el  formida- 
ble empuje  que  había 
de  hacerles  dueños  de 
Constantinopla. 

Servia  en  1331  pro 
dujo  un  héroe,  el  vale- 
roso rey  Esteban  Dour- 
chan,  que  pareció  des- 
tinado á  ser  el  dueño 
de  los  Balkanes,  exten- 
diendo su  dominación 
hasta  la  decadente  Bi- 
zancio.  El  personaje 
servio,  encontrando  in- 
suficiente el  título  de 
Kral ,  que  llevaban  por 
tradición  los  jefes  de 
las  tribus,  se  proclamó 
Zar,  preparando  des 
pues  la  conquista  de 
toda  la  península  balká- 
nica. Impuso  su  alian- 
za á  los  búlgaros  para 
que  le  ayudasen  en  la 
gran  empresa,  y  segu- 


SBRVIA    DK    I. A    II  KKZi;i;()Vl  N  A 


t^xnKt^  -»Y  'f 


UN    OUBRRERO    UE    LA    INDEPENDENCIA    SERVIA 


ramente  la  ha- 
bría realizado, 
cambiando  los 
destinos  de  Eu- 
ropa. Con  el 
triunfo  del  zar 
servio,  el  Im- 
perio de  Bizan- 
cio,  enérgica- 
mente rejuve- 
necido, habría 
rechazado  á  los 
turcos,  consti- 
tuyéndose una 
gran  potencia 
eslava  en  Orien 
te,  unificada  y 
fuerte  como  un 
baluarte  con- 
tra el  islamismo.  Pero  en  1355,  cuando  Esteban  Uour- 
chan  sitiaba  á  Constantinopla  con  grandes  fuerzas 
que  hacían  seguro  su  triunfo,  murió  repentinamente, 
y  todas  las  aspiraciones  servias  á  la  dominación  bal- 
kánica se  disolvieron  instantáneamente  con  la  des- 
aparición del  célebre  personaje. 

Durante  la  Edad  Media,  las  guerras  de  los  Balkanes 

dieron  lugar  á  que  el 
Imperio  ruso  llevase 
sus  armas  á  estos  terri- 
torios. Unas  veces  los 
emperadores  de  (Cons- 
tantinopla imploraron 
su  auxilio  para  que  los 
defendiese  de  los  pue- 
blos balkánicos:  otras 
veces  fueron  éstos  los 
que  solicitaron  su  alian- 
za, marchando  juntos 
contra  las  tropas  bizan- 
tinas. En  otras  ocasio- 
nes fueron  los  húnga- 
ros los  que  intervinie- 
ron en  los  conflictos 
balkánicos,  ó  las  tro- 
pas y  escuadras  de  la 
República  de  Venecia. 
Como  se  ve,  la  cues- 
tión de  los  Balkanes, 
motivo  de  la  presente 
guerra,  es  muy  antigua 
y  ya  se  mezclaron  en 
ella  hace  siglos,  lo  mis- 
mo que  ahora,  búlga- 
ros, servios,  rusos,  aus- 
tríacos, italianos  y  do- 
minadores de  Constan- 
tinopla. 

La  conquista  turca, 


566 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


EL    liEV    MII>ANO    EN    1ST<) 


ron  sus  sangui- 
narias opresio- 
nes, mantuvo 
á  los  pueblos 
balkiínicos  en 
un  silencio  de 
muerte.  Pero  el 
siglo  XIX,  que 
fué  el  de  las 
revoluciones  y 
el  de  las  nacio- 
nalidades, des- 
pertó á  la  pe- 
nínsula, reani- 
mando los  anti- 
guos entusias- 
mos patrióti- 
cos. 

Los  servios, 
acordándose  de 
Esteban  Dour- 
chan,  acabaron  por  vencer  á  sus  tiranos  de  Constan- 
tinopla.  Pero  al  mismo  tiempo  han 
resucitado  en  los  Balkanes  las  tradi- 
cionales querellas  entre  las  dos  agru- 
paciones eslavas:  servios  y  búlgaros. 
La  agrupación  eslava  occidental,  ó 
sea  la  de  los  servios,  forma  en  reali- 
dad una  sola  familia  con  los  croatas. 
.Sus  diferencias  no  son  étnicas,  sino 
religiosas.  Los  servios  profesan  la 
religión  ortodoxa  y  los  croatas  ge- 
neralmente son  católicos.  Los  prime- 
ros emplean  el  alfabeto  cirílico,  casi 
igual  al  alfabeto  ruso,  y  los  segundos 
usan  el  alfabeto  latino. 

Juntos  servios  y  croatas  constitu- 
yen actualmente  un  total  de  !•  millo- 
nes. De  ellos  2  millones  y  medio  for- 
man la  Servia  independiente,  que  ade- 
más ha  visto  acrecentarse  su  población  con  L300.000 

habitantes  después 
de  la  última  guerra 
balkánica.  Los  de- 
más servios  y  croa- 
tas viven  sometidos 
á  Austria  en  Bosnia- 
Herzegovina  y  al 
reino  húngaro  en  va- 
rias de  sus  provin- 
cias. 


Á  principios  del 
siglo  XIX  se  inició 
el  movimiento  de 
Servia  en  favor  de 
su  independencia. 
MiLocH  El  primer  héroe 


LA    REINA    NATALIA 


KARAGE<IROB\  ITI  H 


nacional  de  es- 
ta lucha  sin 
cuartel  con  los 
genízaros  de 
Turquía  fué  un 
pastor,  Jorge 
Petrovich,  apo- 
dado Karageor- 
gevitch  (Jorge 
el  Negro).  Al 
frente  de  unas 
bandas  de  mon- 
tañeses  em- 
prendió la  lu- 
cha de  guerri- 
llas contra  los 
turcos.  Estos 
acabaron  por 
vencerle,  pero 
en  1815  otro 
jefe  popular, 

un  molinero  llamado  Miloch,  de  la  familia  de  los 
Obrenovitch,  reanudó  la  pelea.  Así 
nacieron  las  dos  dinastías  rivales  de 
Servia,  que  durante  muchos  años  han 
venido  disputándose  el  trono.  En  1880 
el  gobierno  turco  concedió  á  los  ser- 
vios una  completa  autonomía  inte- 
rior, entregando  el  gobierno  á  la 
familia  Obrenovitch.  Doce  años  des- 
pués la  Skoupchtina  ó  asamblea  na- 
cional confirió  el  poder  á  los  Kara- 
georgevitch  en  la  persona  de  un  hijo 
de  Jorge  el  Negro.  Servia  fué  progre- 
sando lentamente.  Aunque  sus  habi- 
tantes, desde  los  primeros  años  de 
autonomía,  desearon  ardientemente 
constituir  un  gran  pueblo,  tropeza- 
ron con  un  obstáculo  fatal,  el  mismo 
que  les  ha  impulsado  en  nuestros 
días  á  la  guerra:  la  falta  do  salida  al  mar. 

Turquía,  que  con- 
tinuaba ejerciendo 
una  dominación  po- 
lítica sobre  Servia,  y 
era  poco  afecta  á  los 
K  ar  a  ge  o  r  ge  v  i  tch , 
hizo  abandonar  á 
éstos  el  gobierno  en 
1868,  sustituyéndo- 
los con  los  Obreno- 
vitch. 

Miguel  Obreno- 
vitch fué  asesinado 
en  18t)8.  Su  pri- 
mo Milano  Obreno- 
vitch IV,  que  tenía 
1-i  años  al   ocurrir 


EL-  PRINCIPE   MIGUEL 


IllSlOUlA  DE  LA  ÜUEWRA   EUROPEA  DE  1914 


567 


tal  suceso,  fué 
proclamado 
príncipe,  em- 
pezando á  ejer- 
cer el  gobierno 
en  1872. 

M  i  1  a  n  o  li  a- 
sido  un  perso- 
naje de  nuestra 
época.  Todos 
conocen  sus  es- 
cándalos, sus 
aventuras  de 
bajo  vuelo,  la 
existencia  de 
vividor  sin  es- 
crúpulos que 
llevó  en  Servia 
ocupando  el 
EL  REv  ALBjANDiío  trouo,    y   quc 

arrastró  luego 
en  París,  como  rey  dimisionario,  mientras  su   espo- 


LA    KEINA    DKAUA 


PALACIO    DDNDE    I'IKRON    ASESINADOS    LOS    REYES    DE    SKKVIA 


sa  Natalia  y  su  hijo  Alejandro  gobernaban  el  reino. 
La  audacia  de  la  juventud  le  hizo  cometer  en  ISTli 
un  acto  que  produjo  la  guerra  ruso-turca.  A  la  cabe- 
za de  su  pequeño  y  heroico  pueblo  se  lanzó  contra 
los  turcos,  y  esto  dio  pretexto  para  que  Turquía  y 
Rusia  cruzasen  sus  armas  por  la  cuestión  balkánica. 
Cuando  después  de  la  guerra  se  reunió  el  Congreso  de 
Berlín,  Milano  se  dejó  sacrificar  por  Austria.  Ilabia 
iniciado  la  guerra  para  defender  á  los  servios  de  Bos- 
nia y  Herzegovina  sublevados  contra  los  turcos,  y 
estos  territorios  quedaron  bajo  el  protectorado  de  Vie- 
na.  Los  austríacos,  como  premio  á  su  docilidad,  lo 
autorizaron  en  1882  para  que  tomase  el  titulo  de  rey, 
ya  que  Servia  era  independiente  por  completo. 


Milano,  ene- 
mistado con 
Bulgaria,  que 
era  objeto  de 
todos  los  favo- 
res de  Rusia, 
se  lanzó  contra 
este  pueblo  ve- 
cino en  1881), 
con  la  misma 
a  u  d  a  cía  que 
habla  mostra- 
do diez  años  an- 
tes al  atacar  á 
los  turcos,  pero 
esta  vez  la 
suerte  le  resul- 
tó adversa,  y 
fué  derrotado 
en  Pirot  y  Slí- 
vinitza.  Ene- 
mistado para  siempre  con  Rusia,  se  entregó  por  com- 
pleto á  la  dirección  de  Austria,  y  ésta 
pudo  considerar  á  Servia  como  un  pueblo 
vasallo. 

Los  errores  políticos  de  Milano,  su  ser- 
vilismo con  Austria,  su  vida  escandalosa 
y  sus  violencias,  le  hicieron  impopular, 
hasta  el  punto  de  que,  temiendo  una  revo- 
lución, abdicó  la  corona  en  su  pobre  hijo 
.VIejandro,  trasladándose  á  París  para 
llevar  una  existencia  alegre  con  los  millo- 
nes que  se  hacía  enviar  de  Servia.  El  rey 
Alejandro,  mozo  inexperto,  sin  voluntad 
y  de  escasas  facultades  mentales,  obede- 
cía en  todo  á  su  padre,  que  seguía  gober- 
nando desde  los  restaurants  nocturnos  de 
París  y  otros  sitios  aun  menos  respeta- 
bles. La  única  vez  que  Alejandro  resistió 
á  ^Milano  desobedeciéndolo,  fué  para  ca- 
sarse con  una  dama  de  honor  de  su  madre 
la  reina 
Natalia: 
una  viu- 
da de  clase  burgue- 
sa llamada  Draga 
Machín,  mujer  am- 
biciosa, muy  supe- 
rior en  años  al  jo- 
ven rey,  y  que  con 
siguió  trastornarle 
el  seso,  cumpliendo 
sus  ensueños  de  ceñir 
una  corona.  Poco 
después  ocurrió  la 
gran  tragedia   que 

venia  preparándose         alejandro  KARAaKOKaEviTcii 
desde  los  tiempos  de  padre  de  pedro  i 


568 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


Milano.  El  país  estaba  cansado  de  la  rapacidad  y  el 
cinismo  de  éste,  de  la  estolidez  de  su  hijo,  y  no  podía 
tolerar  la  descarada  ambición  de  la  nueva  reina.  El 
conflicto  se  resolvió  de  un  modo  oriental,  con  arre- 
glo á  las  violentas  tradiciones  de  Servia.  Los  parti- 
darios de  los  Karageorgevitch  aprovecharon  el  des- 
contento del  pueblo  para  acabar  con  la  dinastía.  IJn 
grupo  de  oficia- 
les, en  1903,  pe- 
netró una  noche 
en  el  Konak  ó 
palacio  real  ase- 
sinando á  Ale- 
jandro y  á  Dra- 
ga. Luego  las 
tropas  procla- 
maron á  la  di- 
nastía rival  de 
los  Obrenovitch, 
subiendo  al  tro- 
no el  15  de  Junio 
Pedro  I  Kara- 
georgevitch, que 
había  vivido 
hasta  entonces 
emigrado  en 
Francia  y  Suiza. 
Esta  revolu- 
ción provocó  un 
cambio  comple- 
to y  radical  en 
la  política  exte- 
rior de  Servia. 
El  nuevo  rey  era 
partidario  deci- 
dido de  Rusia, 
así  como  sus  an- 
tecesores lo  ha- 
bían sido  de  Aus- 
tria. Graves  di- 
sentimientos sur 
gieron  entre  Ru- 
sia y  Bulgaria, 
y  esto  hizo  que 
el  gobierno  de 
Petrograd  se  vol- 
viese del  lado  de  los  servios.  Bulgaria,  que  debía  su 
independencia  á  los  rusos,  encontraba  pesada  su  in- 
fluencia, evolucionando  con  manifiesta  ingratitud  ha- 
cia los  imperios  germánicos.  El  primer  soberano  de 
Bulgaria,  Alejandro  de  Battenberg,  se  emancipó  de 
la  tutela  rusa,  pero  fué  destronado  por  una  revolu- 
ción. Su  sucesor,  el  príncipe  Fernando  de  Sajonia- 
Coburgo,  que  es  el  actual  zar  de  Bulgaria,  siguió  á 
continuación  una  política  oscilante,  apoyándose  al- 
ternativamente en  Rusia  ó  en  Alemania  y  Austria, 
para  conseguir  sus  fines  de  engrandecimiento. 

El  Imperio  de  Austria,  con  el  apoyo  de  su  fuerte 


PBDRO   I    DB    SKR\1A 


aliado,  quiso  ejercer  una  poderosa  influencia  en  los 
Balkanes,  buscando  en  ellos  una  compensación  á  las 
pérdidas  de  territorios  que  había  sufrido  durante  la 
segunda  mitad  del  siglo  XIX.  Siguiendo  esta  política 
se  anexionó  definitivamente  Bosnia  y  Herzegovina. 
Bulgaria  y  Rumania  se  mostraron  sometidas  á  su  in- 
fluencia. Servia  fué  la  única  que  le  hizo  frente,  soste- 
niendo la  causa 
del  paneslavis- 
mo, y  de  aquí  el 
odio  con  que  el 
gobierno  aus- 
tríaco la  persi- 
guió en  todos  los 
momentos. 

La  diplomacia 
de  Víena  buscó 
desde  el  adveni- 
miento de  Pe- 
dro I  la  ruina  de 
este  pueblo  pe- 
queño y  valero- 
so, oponiéndose 
como  un  obstá- 
culo insuperable 
á  sus  avances  y 
haciendo  estéri- 
les casi  todas 
sus  victorias. 
Mientras  pelea- 
ban con  los  tur- 
cos en  la  última 
guerra  balkáni- 
ca, Austria  es- 
tuvo próxima  á 
atacar  á  los  ser- 
víos  traidora- 
mente  por  la  es- 
palda. Armó  á 
los  búlgaros  con- 
tra Servia  con  la 
esperanza  de 
que  la  anonada- 
sen. Se  opuso 
siempre  á  que 
los  servios  se 
abrieran  una  salida  al  mar.  En  1913  intentó  Viena 
declarar  la  guerra  al  gobierno  de  Belgrado,  de  acuer- 
do con  la  Triple  Alianza,  desistiendo  únicamente  por 
la  negativa  de  Italia.  En  1914  se  aprovechó  del  asesi- 
nato de  Serajevo  para  cumplir  sus  belicosas  intencio- 
nes. En  las  épocas  de  paz  ha  intentado  las  más  duras 
y  bárbaras  medidas  contra  Servia,  que  vive  aislada 
en  el  centro  de  Europa,  sin  puertos  y  á  merced  de  los 
vecinos.  El  gobierno  de  Víena  le  hizo  una  guerra  eco- 
nómica para  matarla  de  hambre,  impidiendo  la  salida 
de  los  cerdos,  que  es  la  principal  riqueza  del  pastoreo 
del  país,  y  los  servios  tuvieron  que  ingeniarse  para 


(Fot.  Rol) 


[Xbuio  de  Norman  Wllklnson,  de  <The  Mtuslraled  London  News» 


Un  destróyer  inglés  con  una  hábil  maniobra  se  salv 


:ligoland 


del  torpedo  que  le  ha  lanzado  un  submarino  alemán 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


869 


exportar  sus  reses  por  Salónica  ó  por  Antiviiri.  La 
anexión  definitiva  de  Bosnia  y  Herzegovina,  territo- 
rios que  eran  la  esperanza  de  un  futuro  engrandeci- 
miento de  Servia,  hizo  aun  más  extremada  la  tirantez 
entre  el  enorme  y  absorbente  Imperio  y  el  pequeño  y 
sufrido  país. 

Perseguidos  y  atropellados,  los  servios  se  unieron 
cada  vez  más  al  Imperio  ruso,  protector  tradicional 
de  los  pueblos  eslavos. 

El  actual  rey,  Pedro  I,  vivía  en  una  casa  de  los 
alrededores  de  Ginebra  cuando  ocurrió  la  tragedia 
del  Konak,  y  los  revolucionarios  que  habían  dado 
muerte  á  Alejandro  y  á  Draga  lo  llamaron  para  que 
ocupase  el  trono  de  Servia.  Hasta  entonces  el  último 
representante  de  la  dinastía  de  los  Karageorgevitch 
había  esperado  pacientemente  la  ruina  de  sus  enemi- 
gos los  Obrenovitch. 

Desde  su  retiro  demostró  no  sentir  gran  interés 
por  las  cosas  de  Servia,  pero  acechaba  la  ocasión  para 
salir  de  este  destierro.  Unas  veces  le  había  vigilado 
la  policía  internacional,  por  miedo  á  que  conspirase 
con  sus  partidarios  contra  la  dinastía  reinante  en 
Servia;  otras  veces  la  misma  policía  tuvo  que  prote- 
gerle de  los  partidarios  de  los  Obrenovitch,  que  pre- 
paraban atentados  contra  su  existencia. 

Pedro  I  hizo  sus  estudios  en  París,  entrando  en  la 
escuela  militar  de  Saint-Cyr,  donde  obtuvo  el  grado 
de  teniente.  Realizó  una  campaña  en  Argelia  como 
oficial  francés,  y  al  ocurrir  la  guerra  de  1870  peleó  en 
el  ejército  del  Loire  con  el  grado  de  jefe  de  batallón 
bajo  las  órdenes  del  general  Aurelle  de  Paladines.  Los 
prusianos  le  hicieron  tres  veces  prisionero,  y  otras 
tantas  logró  escaparse,  con  una  audacia  y  un  valor 
que  llamaron  la  atención  de  sus 
jefes.  El  general  Bourbaki  pre- 
mió sus  servicios  condecorán- 
dolo sobre  el  campo  de  batalla. 
El  monarca  servio  ha  guar- 
dado siempre  un  gran  amor 
para  el  país  por  el  que  se  batió 
en  su  juventud.  Al  ser  elevado 
al  trono  llamó  á  su  palacio, 
para  que  pasasen  una  tempora- 
da con  él,  á  varios  jefes  fran- 
ceses que  habían  sido  sus  com- 
pañeros en  Saint-Cyr.  Después, 
en  un  viaje  á  París,  visitó  pro- 
fundamente emocionado  la  aca- 
demia en  la  que  había  hecho 
sus  estudios  militares. 

— Acordaos  siempre — dijo  á 
sus  antiguos  camaradas  —  de 
Kara,  de  vuestro  amigo  Kara. 
Yo  no  seré  nunca  para  vosotros 
el  rey  de  Servia,  sino  un  viejo 
compañero  de  promoción. 
Este  monarca,  que  fué  un 


CASA  DE  GINBBKA  BN  QUH  VIVIÓ  PEDRO  I 


PEDRO  DE  SERVIA  AL  SALIR  DE  LA  CATEDRAL  DE  BELGRADO 
DESPUÉS  DE  LA  CORONACIÓN 

heroico  oficial,  tuvo  que  pasar  por  el  doloroso  trance 
de  permanecer  en  absoluta  inactividad  cuando  su  pue- 
blo se  vio  comprometido  en  guerras  difíciles. 

Servia  tomó  parte  en  el  gran  duelo  balkánico, 
atacando  á  Turquia  con  el  cora- 
je de  siempre.  Los  servios  al- 
canzaron grandes  victorias  so- 
bre los  turcos,  especialmente  la 
de  Kumanovo,  que  resultó  de- 
cisiva. Después  tuvieron  que 
emprender  contra  los  búlgaros, 
apoyados  por  Grecia,  una  se- 
gunda gueri'a,  rápida,  pero  do- 
lorosa,  que  se  finalizó  victorio- 
samente con  la  gigantesca  ba- 
talla de  Bregalnitza.  En  estas 
dos  guerras  el  rey  Pedro  no 
pudo  conducir  en  persona  sus 
valerosos  ejércitos.  Los  acha- 
ques de  la  edad  y  su  salud 
quebrantada  por  las  aventuras 
de  una  vida  de  acción  le  retu- 
vieron en  Belgrado,  teniendo 
que  confiar  el  mando  de  las  tro- 
pas al  general  Putnick  y  á  sus 
hijos,  los  príncipes,  lo  mismo 
que  en  la  guerra  actuaf.  La  fal- 
ta de  salud  le  obligó  igualmen- 

71 


570 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


OFICIALES   Y   SUBOFICIALES    DB    CABALLBIilA    DBL    EJERCITO   SERVIO 


te  á  despojarse  en  parte  de  sus  funciones  de  monar- 
ca, depositando  el  poder  real  en  su  hijo  Alejandro, 
que   es  el  heredero  del 
trono. 

El  príncipe  Jorge,  su 
hijo  mayor,  era  el  here- 
dero natural,  pero  á  con- 
secuencia de  ciertas  aven- 
turas de  orden  particular 
tuvo  que  ceder  sus  dere- 
chos al  hermano  segundo. 
Alejandro,  el  actual  prín- 
cipe heredero,  no  se  dedi- 
có á  la  carrera  de  las  ar- 
mas como  Jorge.  En  San 
Petersburgo,  donde  hizo 
sus  estudios,  siguió  con 
preferencia  los  cursos  de 
la  facultad  de  Derecho, 
aspirando  á  ser  algún  día 
el  primer  jurisconsulto  de 
su  país.  Pero  las  calave- 
radas de  su  hermano  pri- 
mogénito le  abrieron  el 
camino  del  trono,  y  como 
príncipe  heredero  tuvo 
que  improvisarse  soldado, 
tomando  parte  en  la  lucha 
contra  los  turcos  y  des- 
pués contra  los  búlgaros. 
El  valor  y  la  reflexión  del 
antiguo  estudiante  de  De- 


BL    PUINOIPB   .lORGB    DB   SBRVIA 


recho  entusiasmaron  á  los  servios,  que  sienten  un  gran 
cariño  por  Gyoka,  como  le  llaman  familiarmente. 

Privado  el  príncipe  Jor- 
ge del  trono,  ha  sobrelle- 
vado alegremente  su  des- 
gracia tomando  parte  en 
todas  las  guerras  y  arros- 
trando los  peligros  con 
una  loca  temeridad,  pro- 
pia de  su  carácter  impe- 
tuoso y  arrebatado.  El 
príncipe  heredero  es  aho- 
ra el  verdadero  rey  de 
kServia,  pues  el  anciano 
Pedro  I  vive  recluido  á 
causa  de  sus  enfermeda- 
des. Únicamente  en  los 
momentos  más  peligrosos 
de  la  presente  guerra,  el 
viejo  monarca,  dominan- 
do sus  dolores  físicos,  fué 
iil  campo  de  batalla  para 
¡mimar  con  su  presencia 
ií  los  soldados,  sentado  en 
una  silla  y  arrostrando 
impávidamente  el  fuego 
del  enemigo. 


Servia  tiene  una  litera- 
tura épica  como  pocos 
pueblos  de  Europa. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


571 


Después  de  la  Ilíada,  los  monumentos 
más  célebres  de  la  poesía  heroica  popu- 
lar son  los  romances  del  Cid  y  los  cantos 
servios  sobre  las  hazañas  de  sus  paladi- 
nes medioevales.  El  Cid  servio  es  Marko 
Kraliovitch,  personaje  histórico  que  vivió 
en  el  siglo  XIV  y  por  su  valor  y  las  aven- 
turas de  su  reinado  se  convirtió  en  héroe 
de  leyenda.  No  solamente  luchó  con  los 
hombres,  pues  fué  á  pelear  con  las  Wilas 
de  los  bosques,  hadas  maléficas  y  temibles 
que  sallan  á  su  encuentro  montadas  en 
ciervos  y  llevando  una  serpiente  en  la 
mano  á  guisa  de  lanza. 

Los  cantos  heroicos  de  Servia  entusias- 
maron á  Lamartine  cuando  visitó  este 
país  hace  muchos  años,  en  su  viaje  á 
Oriente. 

«La  historia  del  pueblo  servio — dice  el 
gran  poeta  francés — está  escrita  en  ver- 
sos populares,  como  todas  las  historias 
primeras  de  los  pueblos  heroicos.  Estos 
cantos  del  entusiasmo  nacional,  surgidos 
de  los  campos  de  batalla,  repetidos  de  fila 
en  fila  por  los  combatientes  y  llevados 
luego  á  las  aldeas  al  finalizar  la  campa- 
ña, se  conservan,  por  tradición.  El  cura 
ó  el  maestro  de  escuela  los  consignan 
por  escrito.  Una  música  simple,  pero  vi- 
brante, como  el  corazón  de  los  soldados  ó 
como  la  voz  del  padre  de  familia  que  salu- 
da de  lejos  el  humo  de  la  techumbre  que 
cobija  á  sus  hijos,  acompaña  siempre  á 
estos  versos.  Son  la  liistoria  popular  de 
la  nación.  El  niño  eslavo  aprende  á  leer  en  los  reía-      tos 


'IVÍi  '-i-' 


BL    PRÍNCIPE    ALEJANDRO    DB    SERVIA 


(Kol.  Rui) 


EL    PRÍNCII'B    ALEJANDRO    SALIENDO    DB   UNA    AMBITLANCIA 
DE    LA    CRUZ    ROJA 


de  las  hazañas  de  sus  padres,  y  el  nombre  de  los 
libertadores  de  Servia  se  imprime  de  este  modo 
en  sus  primeros  recuerdos.  Un  pueblo  que  se 
nutre  con  esta  lactancia  poética  no  puede  nunca 
ser  esclavo. 

»Yo  he  encontrado  muchas  veces  en  medio 
de  sus  bosques  vírgenes,  ó  en  sus  barrancos 
profundos  donde  no  se  podían  suponer  otros 
habitantes  que  las  bestias  feroces,  grupos  de 
muchachos  y  de  muchachas  que  caminaban 
juntos,  cantando  estos  aires  nacionales,  que 
nuestros  intérpretes  nos  traducían  en  pocas  pa- 
labras. Estos  grupos  de  jóvenes  interrumpían 
un  momento  sus  cantos  para  saludarnos  y  se- 
guir con  la  mirada  nuestro  desfile.  Luego,  cuan- 
do habíamos  desaparecido,  reanudaban  su  mar- 
cha y  sus  canciones,  y  las  bóvedas  sombrías 
de  las  encinas  seculares,  las  rocas  que  bor- 
dean los  torrentes,  temblaban  y  resonaban  lar- 
go tiempo,  con  la  vibración  de  las  notas  lar- 
gas y  los  monótonos  estribillos. 

» — ¿Qué  dicenV — pregunté  una  vez  al  dra- 
gomán, que  comprendía  su  lengua. 

» — Hospedar — me  contestó — ,  dicen  cosas 


572 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


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PALACIO  KBAL  DE  BELGRADO 

tan  simples  que  no  vale  la  pena  el  repetirlas  á  un 
Franco. 

» — Pero  en  fin — insistí — ,  traducidme  las  palabras 
que  cantan  en  este  momento. 

» — Hospedar,  dicen  asi:  «¡Que  Dios  bendiga  las 
aguas  del  Morawa,  porque  ellas  han  ahogado  á  los 
enemigos  de  los  servios!   ¡Que  Dios  multiplique  las 


I 


brep 


bellotas  de  las  encinas  de 
Schumadia,  porque  cada  uno 
de  estos  árboles  es  un  verda- 
dero servio!» 

» — ¿Y  qué  quieren  decir  con 
eso? 

» — Hospodar,  quieren  decir 
que  durante  la  guerra  los  ser- 
vios encontraron  un  baluarte 
detrás  del  tronco  de  estas  en- 
cinas. Sus  bosques  fueron  y 
son  aún  sus  fortalezas.  Cada 
uno  de  estos  árboles  es  para 
ellos  un  compañero  de  com- 
))ate,  y  por  esto  los  aman 
como  si  fuesen  hermanos. 
Cuando  el  príncipe  Milok,  que 
nos  gobierna  actualmente, 
hizo  cortar  tantos  árboles  para 
trazar  á  través  de  los  bosques 
el  largo  camino  que  segui- 
mos, los  viejos  servios  lo  mal- 
dijeron públicamente.  «Echar 
abajo  las  encinas — decían — es 
lo  mismo  que  matar  hom- 
En  Servia  los  árboles  y  los  hombres  son  ami- 


''US! 


Servia  antes  de  la  guerra  de  los  Balkanes  tenia 
una  superficie  de  48.300  kilómetros  cuadrados,  con 
una  población  de  2.960.000  habitantes.  Su  victoria 
sobre  Turquía  y  después  sobre  Bulgaria  le  propor- 


BBLORADO  EN  LA  GUILLA  DBKKCUA  DF.L  SAVB,  BN  CUYA  UTKA  OKILLA  SB  EXTIENDE 

LA  FRONTERA  AUSTRÍACA 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


573 


cioaaron  nuevos  territorios.  El  tratado  de  Bucarest  le 
dio  35.000  kilómetros  cuadrados  con  1.290.000  habi- 
tantes. El  reino  de  Servia  tiene,  pues,  actualmente 
83.800  kilómetros  cuadrados  y  4.240.000  habitantes. 

Los  tervios  est;in  sometidos  al  servicio  militar 
obligatorio,  de  los  17  á  los  50  años.  La  duración  del 
servicio  activo  en  tiempo  de  paz  es  de  18  meses,  pero 
todos  los  habitantes  pasan  sin  excepción  por  las  filas. 

Servia  puede  poner  sobre  las  armas  400.000  com- 
batientes, pero  contra  lo  que  ocurre  en  esta  clase  de 
Cíilculos,  el  número  de  individuos  sobre  las  armas  ha 
sido  mayor  que  el  supuesto  por  las  estadísticas  al  es- 
tallar la  guerra. 

En  su  lucha  contra  Turquía,  Servia  movilizó  160 


KBGIMIBNTO    DE   INFANTERÍA    SEIIVIA 

mil  hombres.  Después  de  los  éxitos  de  esta  campaña, 
el  efectivo  del  ejército  fué  doblado. 

Es  inútil  ensalzar  el  vigor,  el  entusiasmo  y  la 
tenacidad  de  este  pueblo,  que  en  dos  años  ha  sos- 
tenido tres  guerras,  saliendo  siempre  victorioso,  y 
que  luego  ha  hecho  frente  á  los  dos  imperios  germá- 
nicos, repeliendo  la  invasión  de  las  tropas  austro- 
alemanas. 

La  infantería  servia  está  armada  con  el  fusil  de  re- 
petición sistema  Mauser;  los  batallones  de  la  reserva 
usan  fusiles  de  modelos  m;is  antiguos.  La  caballería 
va  armada  con  carabina  Mauser  y  sable  corvo.  La 
artillería  se  compone  de  artillería  de  campaña,  de 
montaña  y  de  fortaleza.  Sus  cañones  de  campaña  y 
de  montaña  son  de  tiro  rápido,  fabricados  en  Francia, 


PEDRO  I  DE  SERVIA  A  CABALLO 

y  el  primero  muy  semejante  al  75  francés.  Los  mor- 
teros y  obuseros  han  sido  fabricados  igualmente  por 
la  industria  francesa.  Su  cuerpo  de  ingenieros  se  com- 
pone de  batallones  de  pontoneros,  telegrafistas  y  fe- 
rrocarrileros. 

Q 

El  principado  de  Montenegro,  aunque  más  peque- 
ño y  pobre  que  el  reino  de  Servia,  tiene  sobre  éste  la 


caballería  servia 


574 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


FRONTERAS  DB  AUSTRIA,  SERVIA  V  MONTENEGRO 

ventaja  de  estar  situado  junto  ;l  las  aguas  del  mar 
Adriático. 

Como  lo  indica  su  nombre,  es  un  pais  muy  monta- 
ñoso. Dos  cordilleras  forman  este  pequeño  Estado:  la 
una  llamada  en  la  lengua  del  pais  Tcherna  Gora  (la 
]\lontaña  Negra),  que  se  extiende  á  lo  largo  del  mar, 
y  la  otra  que  se  eleva  en  el  interior.  Entre  ambas  ca- 
denas de  montañas  existe  el  valle  de  Zenta,  paralelo  á, 
la  costa,  que  forma  todo  el  territorio  aprovechable  de 
Montenegro.  Estas  cordilleras  sirvieron  para  aislar  il 
los  raontenegrinos  del  resto  del  continente,  protegién- 
dolos contra  el  avance  de  los  turcos.  El  mar  los  ponía 
en  contacto  con  la  república  de  Venecia,  que  los  pro- 
tegió muchas  veces. 

El  nombre  de  Montenegro  es  de  origen  español  y 
no  italiano,  como  creen  algunos.  .Junto  al  principado 
de  Montenegro  quedan  poblaciones  marítimas  que  os- 
tentan igualmente  un  nombre  español,  como  San  Ju;in 
de  Medua  y  otras.  Los  capitanes  de  Carlos  V  y  Feli 
pe  II  guerrearon  en  estas  costas,  construyendo  fuertes 
y  fundando  pueblos. 

Cuando  en  1389  los  turcos  invadieron  el  Imperio 
servio,  apoderándose  de  él  por  varios  siglos,  los  habi- 
tantes del  valle  del  Zenta,  que  era  una  provincia  do 
dicho  Imperio,  continuaron  la  lucha  contra  los  inva- 
sores en  el  caos  de  sus  :\Iontañas  Negras,  desoladas 
y  abruptas.  Jamás  pudieron  los  turcos  dominar  á  los 
montenegrinos,  que  se  mantuvieron  independientes, 


constituyendo  una  pequeña  nación. 
Durante  dos  siglos,  de  1687  á  1851, 
el  principado  de  Montenegro  tuvo 
por  soberanos  ;i  sus  obispos,  todos 
los  cuales  pertenecieron  á  la  fami- 
lia Niegosch.  Fué  una  monarquía 
eclesiástica,  en  la  que  pasó  el  poder 
de  tío  á  sobrino,  siendo  la  mitra  á 
modo  de  una  diadema  principesca. 
A  mediados  del  siglo  XIX  reinó  el 
último  príncipe-obispo,  llamado  Pe- 
dro Petrovich  Niegosch,  iiue  al 
mismo  tiempo  que  soberano  ecle- 
siástico fué  un  excelente  poeta. 
Este  hizo  laico  el  principado  en 
18.")1,  reconociendo  como  sucesor  á 
su  sobrino  Danilo,  que  no  era  sa- 
cerdote. El  primer  príncipe  laico 
fué  reemplazado  en  18(10  jsor  uno 
de  sus  sobrinos,  que  es  el  actual 
rey  Nicolás  I,  llamado  Nikita  en  la 
lengua  del  pais. 

Nicolás  I,  que  se  educó  en  Fran- 
cia, se  ha  mantenido  fiel  á  la  amis 
tad  con  Rusia.  Esta  amistad  con  los 
zares  empezó  en  tiempo  de  Pedro 
el  Grande. 

Montenegro  es  la  representación 

del  eslavismo  en  las  orillas  del 

Adriático.   Pero  al  mismo  tiempo 

su  situación  geográfica  frente  á  Italia  ha  hecho  que 

Nicolás  I  busque  la  amistad  de  ésta,  como  en  otros 

tiempos   los   principes   de   Montenegro   buscaron  el 


UN   PRÍNCIPE   OBISPO    ESLAVO 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


575 


apoyo  de  la  re- 
pública de  Ve- 
necia.  El  hábil 
Nicolás  consi- 
guió en  1896 
casar  á  su  hija 
la  princesa  Ele- 
na con  el  prin- 
cipe de  Ñapó- 
les, heredero 
de  la  corona 
italiana.  Hoy 
la  hija  del  mo- 
narca pastor 
de  la  Montaña 
Negra  es  la 
leina  de  Italia. 
De  este  modo 
Nicolás  com- 
pletó y  consoli- 
dólaobradesus 
ascendientes,  colocándose  entre  dos  grandes  proteccio- 
nes: de  un  lado  Rusia,  sostenedora  de  los  eslavos;  del 
otro  la  renaciente  Italia,  cuyo  monarca  es  su  yerno. 
Los  montenegrinos,  con  su  audaz  príncipe  al  fren- 
te, han  osado  los  mayores  atrevimientos  para  agran- 
dar su  influencia  política  y  su  territorio.  En  1S7I)  ori- 
ginaron la  insurrección  de  Bosnia,  que  fué  causa  un 
año  después  de  la  guerra  ruso-turca. 

Las  decisiones  del  Congreso  de  Berlín  no  podían 
satisfacer  al  príncipe  Nicolás.  Tuvo  que  acoger  en  si- 
lencio las  órdenes  de  las  grandes  potencias,  pero  guar- 
dó en  su  alma  la  firme  decisión  de  deshacer  en  un  mo- 
mento oportuno  todo  lo  que  establecieron  en  la  citada 
reunión  diplomática  Bismarck  y  los  gobernantes  de 
Viena. 

Nicolás  I  trabajó  incesantemente  por  establecer 


LA    PKINCESA    ELENA    DE    MONTENEGRO 


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una  unidad   de 
miras  entre  los 
Estados  balká- 
nicos,  pactan 
do  una  acción 
común  contra 
los  turcos,  sus 
enemigos  secu 
lares.   El  con- 
tribuyó  más 
que  nadie   á 
fundar  la  con 
federación  bal 
kánica,  é  inició 
la  lucha  decla- 
rando la  gue- 
rra á  Turquía 
en  Octubre  de 
1912. 

Sus  relacio- 
nes antiguas 
con  la  corte  de  San  Petersburgo,  y  su  parentesco  con 
la  corte  de  Roma,  hicieron  creer  por  un  momento  que 
marchaba  de  acuerdo  con  Rusia  é  Italia  para  anona- 
dar definitivamente  á  Turquía.  No  era  cierto.  El  prín- 
cipe montenegrino  tomaba  esta  decisión  enérgica  por 
su  propia  cuenta,  como  un  caudillo  temerario,  desean- 
do acabar  para  siempre  con  sus  vecinos  los  turcos,  ó 
que  éstos  se  apoderasen  de  su  pequeño  Estado. 

El  ejército  montenegrino  hizo  prodigios  de  valor. 
Desafiando  no  sólo  á  los  turcos,  sino  á  todas  las  poten- 
cias de  Europa  que  le  prohibían  seguir  adelante,  se 
apoderó  de  Scutari  en  Abril  de  1913.  Esta  conquista 
casi  produjo  la  guerra  europea.  Nicolás,  que  había 
tomado  el  titulo  de  rey  de  Montenegro  en  1910,  hizo 
frente  al  Imperio  austríaco,  que  reclamaba  la  devolu- 
ción de  Scutari,  y  á  todas  las  cancillerías  de  Europa, 


EL    PKINClrE   DB    NAl'OLES 


CBTINOA,  CAPITAL    DE   MUNTBNKUKO,  UONUB  SE  CBLBBKAKON   LOS   ESPONSALES  DB  LOS   DOS   PKÍNCIPBS,    UOY   KBYBS   DB   ITALIA 


576 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


ARTJLLEHIA    MONTBNEGRINA 


INSTRUCCIÓN    DE    RECLUTAS    MONTENEGRINOS 


que  para  evitar  un  conflicto 
cias  austriacas.  Hubo 
que  enviar  una  flota  in- 
ternacional para  que 
el  valeroso  y  testaru- 
do rey  de  Montenegro 
aceptase  el  abandono 
de  Scutari  y  la  crea- 
ción del  efimero  y  gro- 
tesco reino  de  Alba- 
nia. 

Se  vio  entonces  que, 
más  ó  menos  pronto, 
la  política  absorbente 
de  Austria  y  sus  atro- 
pellos balkánicos  pro- 
vocarían una  nueva 
guerra.  El  gobierno 
austríaco  ansiaba  cas- 


aceptaroi  las  exigen- 


á  sus  órdenes.  En  Agosto  de  191B  intentó  el  aplasta- 
miento de  Servia  y  su 
pequeña  aliada  eslava 
del  Adriático.  La  acti- 
tud de  Italia  impidió 
tal  atentado. 

Cuando  en  Junio  de 
1914  pudo  Austria  sa- 
ciar su  rencor  atacan- 
do á  Servia  con  pre- 
texto del  suceso  de  Se- 
ra je  vo,  los  raontenegri 
nos  aceptaron  la  pro- 
vocación lo  mismo  que 
si  fuera  dirigida  con- 
tra ellos  y  se  colocaron 
intrépidamente  al  lado 
de  Servia,  empuñando 
las  armas  para  vencer 


tigar  á  Servia  y  á  Montenegro  porque  no  se  plegaban     al  austríaco,  su  eterno  enemigo,  ó  perecer  como  pueblo. 


INFANTERÍA  MONTBNBGRINA 


SOLDADOS  MONTBNBGKINOS  BN  EL  MONTE  DB  LOVOBN 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


577 


UN    CUARTEL   DB   CBTINGA 


AMTIVARI 


En  Agosto  de  1910,  al  tomar  el  titulo  de  reino  el 
principado  de  Montenegro,  tenia  éste  una  población 
de  285.000  habitantes,  de  los  cuales  14.000  eran  mu- 
sulmanes. 

Las  guerras  balkánicas  y  las  ventajas  que  le  reco- 
noció el  tratado  de  paz  de  Bucarest  doblaron  su  exten- 
sión territorial  y  el  nú- 
mero de  sus  habitantes. 

Actualmente  se  calcu- 
la su  población  total  en 
500.000  habitantes.  Los 
montenegrinos  son  sol- 
dados de  los  18  á  los  6"2 
años,  lo  que  hace  que  to- 
dos los  hombres  del  país 
estén  sobre  las  armas. 

Únicamente  algunos 
musulmanes,  por  pre- 
caución política,  están 
exentos  del  servicio  mi- 
litar. 

Todos  los  domingos  los 
habitantes  de  Montene- 
gro se  dedican  á  los  ejer- 
cicios de  tiro,  y  hasta  las 
mujeres  y  los  niños  to- 
man parte  en  la  fiesta. 
Puede  decirse  que  la  na- 
ción entera  vive  sobre 
las  armas,  y  desde  el 
rey  al  último  montene- 
grino  válido,  todos  son 
soldados. 

El  ejército  activo  se 
compone  de  50.000  hom- 
bres, pero  hay  además 
algunos  batallones  de 
reserva. 

La   infantería   usa   el 


^^^^■F' 

NICOLÁS    I    DB    MO.NTENKQRO 


fusil  Werndl,  proporcionado  por  los  rusos,  y  la  arti- 
llería es  de  diversas  procedencias.  Unas  piezas,  las 
más  antiguas,  son  regalo  de  Italia. 

La  artillería  gruesa  con  la  que  han  puesto  sitio 
á  Cattaro,  unas  40  piezas,  se  la  envió  Rusia. 

Toda  su  artillería  de  campaña,  compuesta  de  ex- 
celentes cañones  Krupp, 
la  adquirió  sin  desem- 
bolso alguno.  Sus  solda- 
dos la  tomaron  á  punta 
de  bayoneta  en  la  últi- 
ma guerra  con  los  tur- 
cos. 

La  caballería  es  esca- 
sa, por  ser  el  país  muy 
quebrado  y  de  pocos  ca- 
minos. 

El  reino  de  Montene- 
gro se  halla  aún  en  el 
periodo  pastoril,  y  su 
rey  Kícolás  guarda  el 
aspecto  patriarcal  de  un 
jefe  de  tribu.  La  corte 
vive  con  gran  sencillez. 
Los  oficíales  del  ejército 
son  hidalgos  del  campo 
que  conocen  á  sus  solda- 
dos desde  la  infancia  y 
viven  con  ellos  en  una 
fraternal  familiaridad. 

El  pequeño  puerto  de 
An  ti  vari,  el  único  de 
JIontenegro,  sirve  á  éste 
y  á  Servia  para  mante- 
nerse en  comunicación 
directa  con  las  potencias 
europeas  que  luchan  con- 
tra los  dos  imperios  ger- 
mánicos. 

7S 


578 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


XX 

La  guerra 

Vamos  á  empezar  el  relato  de  la  guerra  europea 
de  1914. 

Este  conflicto  casi  mundial  es  indiscutiblemente 
la  obra  de  Guillermo  II  y  del  pangermanismo.  El  Im- 
perio alemán,  que  se 
habia  preparado  en  si- 
lencio durante  veinti- 
cinco años  para  reali- 
zar sus  monstruosas 
ambiciones,  creyó  lle- 
gado el  momento  fa- 
vorable en  Julio  de 
1914,  y  que  si  deja- 
ba pasar  esta  opor- 
tunidad no  volvería  á 
ofrecérsele  otra  seme- 
jante. 

Fácil  es  imaginarse 
el  estado  de  ánimo  de 
Guillermo  II,  después 
de  lo  que  hemos  dicho 
en  otro  lugar  sobre  su 
carácter  y  sus  aspira- 
ciones. Las  exigencias 
insolentes  del  panger- 
manismo que  llegaron 
á  amenazarle  con  la 
posibilidad  de  un  des- 
tronamiento, y  los  ce- 
los que  le  inspiró  la 
popularidad  de  su  here- 
dero entre  los  milita- 
res y  las  asociaciones 
patrióticas,  le  decidie- 
ron á  abandonar  su  po- 
lítica pacifica.  Es  in- 
dudable que  hx  posibi- 
lidad de  la  guerra  ha- 
bía halagado  muchas 
veces  su  veleidosa  imaginación  y  sus  aficiones  teatra- 
les por  el  heroísmo  aparatoso. 

Guillermo  II  ha  creído  siempre  que  su  abuelo,  al 
que  recuerda  en  todas  ocasiones,  murió  sin  haber  aca- 
bado su  obra.  El  antiguo  Imperio  germánico  renació 
en  la  persona  de  Guillermo  I,  pero  éste  no  tuvo  tiem- 
po para  realizar  por  completo  sus  aspiraciones  tradi- 
cionales. Fué  hermoso  para  Alemania  que  el  viejo 
soberano  se  hiciese  proclamar  emperador  en  Versa- 
lles;  pero  esto  no  parecía  suficiente  ni  definitivo  á 
Guillermo  II.  En  sus  ensueños  de  ambición  se  consi- 
deraba obligado  á  hacer  por  su  parte  algo  que  le 
igualase  con  el  glorioso  ascendiente. 


GBRMANIA 
Estdtua  en  bronce  conmemorativa  de  la  unidad  del  Imperio  alemán 


Al  inquieto  emperador  le  pesaba  en  ciertos  mo- 
mentos llevar  tantos  años  á  la  defensiva.  Se  hacia 
viejo,  y  él,  que  se  preocupa  tanto  de  la  fama,  no 
podía  tolerar  que  su  nombre  se  transmitiese  á  la  pos- 
teridad como  el  de  un  monarca  burgués  y  pacífico, 
dedicado  en  absoluto  al  desarrollo  comercial  é  indus- 
trial de  su  pueblo.  ¿Para  qué,  entonces,  los  marciales 
bigotes,  el  casco  de  plata  y  el  manto  blanco  de  Lohen- 
grin,  con  que  su  efigie  pasaría  á  la  Historia':'  Tarde  ó 
temprano,  Alemania,  educada  por  el  orgullo  panger- 

manista  y  ansiosa  de 
dominación  universal, 
intentaría  el  esfuerzo 
definitivo.  Mejor  era 
que  este  esfuerzo  lo 
realizase  él  mismo, 
atribuyéndose  la  in- 
mensa gloria  que  po- 
día corresponder  á  su 
sucesor. 

Durante  muchos  años 
se  mostró  pacífico  por- 
que sabía  que  Alema- 
nia no  era  todavía  bas- 
tante poderosa  para 
conseguir  lo  que  él  lla- 
maba «sus  destinos  le- 
gítimos». Pero  en  1914 
todo  lo  vio  bien  pre- 
parado para  hacer 
frente  á  sus  enemigos 
de  Europa  y  á  las  po- 
tencias que  pudieran 
unirse  á  ellos.  Si  deja- 
ba pasar  esta  ocasión, 
¿Alemania  guardaría 
siempre  en  lo  futuro 
su  enorme  superiori- 
dad sobre  los  adver- 
sarios?... 

La  más  clara  de- 
mostración de  la  res- 
ponsabilidad de  la  pre- 
sente guerra  la  propor- 
ciona el  cuidado  con 
que  cada  pueblo  se  preparó  para  la  lucha. 

Francia  únicamente  tenía  organizadas  sus  fuerzas 
con  un  fin  defensivo.  Jamás  hubiese  iniciado  la  gue- 
rra por  su  propia  voluntad.  Sa  gobierno  y  gran  parte 
de  la  opinión  pública  eran  enemigos  de  empresas 
temerarias. 

Rusia  estaba  mal  preparada  para  una  lucha,  que 
tal  vez  creía  inevitable,  pero  que  consideraba  como 
un  suceso  todavía  remoto. 

Inglaterra  ha  tenido  que  improvisar  todas  sus 
fuerzas  terrestres  después  de  empezada  esta  guerra 
que  no  quería  la  opinión  británica  y  que  únicamente 
aceptó  como  resultado  de  la  invíisión  de  Bélgica. 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


579 


Alemania,  en  cambio,  venia  preparándose  desde     decadencia,  debilitado  por  las  querellas  interiores  y 


hace  veinticinco  años,  y  á  partir  de  1912  estaba 
resuelta  á  aprovechar  la  primera  circunstancia  favo- 
rable. El  atentado  de  Serajevo— suceso  que  puso  en- 
frente de  Francia  y  de  Rusia  el  orgullo  dominador 
de  Alemania  y  su  acólito  el  Imperio  austríaco — fué 
rápidamente  aprovechado.  Todas  las  actuaciones  di- 


corrompido hasta  la  médula  por  la  sensualidad  de  sus 
costumbres.  Los  gobiernos  franceses,  según  la  opinión 
alemana,  se  preocupaban  más  de  combatir  el  espíritu 
militar  de  una  parte  del  pais  que  de  organizar  el 
ejército.  El  presidente  de  la  República  no  tenia  nin- 
gún prestigio;  los  oficiales  vallan  muy  poco;  el  ejér- 


plomáticas  de  los  gabinetes  de  Viena  y  Berlín  fueron  cito  carecía  de  genei-ales  de  mérito  y  de  un  plan  de 
hipócritas  fingimientos.  Los  dos  imperios  germánicos  campaña.  Apenas  surgiese  la  guerra.  Marruecos,  la 
estaban  resueltamente  decididos  en  favor  de  la  gue-  Indo-China  y  otras  colonias  francesas  se  sublevarían 
rra.  Sólo  la  humilla- 
ción de  Rusia  y  de 
Francia  habrían  podi- 
do evitarla.  Y  aun  este 
remedio  hubiese  sido 
momentáneo,  pues  una 
vez  resuelto  el  conflic- 
to con  el  anonadamien- 
to de  Servia,  Alema- 
nia lo  habría  reprodu- 
cido otra  vez,  ya  que 
según  las  palabras  de 
Guillermo  II  «siempre 
se  encuentra  un  buen 
pretexto  para  justifi- 


Nunca  como  en  el 
verano  de  1914  vio  Ale- 
mania mejor  prepara- 
das las  cosas  para  ven- 
cer á  los  enemigos  y 
realizar  sus  ambicio- 
nes. 

Francia,  que  era  su 
adversario  más  temí- 
ble  por  su  espíritu  mi- 
litar, la  potencia  de 
su  ejército  y  la  rapi- 
dez de  su  moviliza- 
ción, se  hallaba  en  un 
momento  de  visible 
inferioridad.  Sus  go- 
bernantes estaban  de 
viaje,   lejos  del  terri- 


BSTATUA   GUERRERA   DEL   KAISEK   EN    COLONIA 


contra  la  metrópoli.  Á 
esto  había  que  añadir 
las  revelaciones  sensa- 
cionales que  el  mes  de 
Mayo  había  hecho  el 
senador  Ilumbert,  de- 
nunciando los  descui- 
dos y  deficiencias  de 
la  preparación  militar 
francesa.  La  decaden- 
cia de  la  República  era 
indiscutible  para  los 
alemanes. 

La  diplomacia  or- 
gullosa,  torpe  y  sobra- 
damente confiada  del 
Imperio  germánico, 
agrandó  los  defectos 
franceses,  dando  un 
carácter  general  á  mu- 
chas deficiencias  par- 
ciales. Además,  Ale- 
mania, lenta  y  metó- 
dica en  sus  reformas, 
no  tenia  en  cuenta  la 
rapidez  y  el  espíritu 
inventivo  de  Francia 
para  remediar  con 
prontitud  sus  errores. 
Reconocían  los  alema- 
nes las  ventajas  que 
representaba  para  la 
defensa  francesa  la  ley 
de  tres  años  que  la  Re- 
pública acababa  de 


torio  nacional.  Las  luchas  políticas  tenían  desde  años     adoptar,  pero  esta  medida  significaba  muy  poco  para 
antes  dividida  á  su  población.  Un  gran  número  de  fran-      el  orgullo  germánico,  que  había  cuidado  y  preparado 


ceses,  demasiado  confiados  y  que  no  creían  en  la  posi- 
bilidad de  la  guerra,  eran  antimilitaristas,  acogiendo 
con  burlona  sonrisa  los  ideales  patrióticos  de  «revan- 
cha» como  algo  anacrónico. 

El  pueblo  francés,  dueño  de  un  suelo  fértil,  posee- 
dor de  una  gran  riqueza  y  habituado  á  todas  las  deli- 
cias del  bienestar,  no  podía  comprender  las  ventajas 
de  la  guerra,  y  por  lo  mismo  se  imaginaba  que  los 
demás  pueblos  eran  partícipes  de  los  mismos  senti- 
mientos. Además,  el  pangermanismo,  con  su  orgullo 
exclusivista,  describía  á  Francia  como  un  pueblo  en 


su  ejército  durante  muchos  años. 

En  resumen,  el  Imperio  alemán  tenía  la  certeza 
absoluta  de  que  le  bastaba  arrojar  todo  su  ejército 
sobre  Francia  para  vencerla  y  anonadarla  en  cuatro 
semanas. 

Rusia  era  temible  por  sus  enormes  reservas  de 
hombres,  pero  nada  podría  hacer  si  Alemania  caía 
sobre  ella  antes  de  que  hubiese  terminado  su  lenta 
movilización.  Además,  estaba  corroída  interiormente 
por  las  luchas  sociales  y  políticas.  Las  huelgas  obre- 
ras estaban  agitando  revolucionariamente  sus  capi- 


580 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


tales  más  importantes.  La  visita  del  presidente  Poin- 
caré  había  servido  de  pretexto  para  grandes  pertur- 
baciones en  la  capital. 

Tampoco  había  que  temer  una  intervención  enér- 
gica de  Inglaterra.  Bastante  tenía  la  Gran  Bretaña 
con  preocuparse  de  la  cuestión  irlandesa,  que  había 
llegado  al  período  álgido.  Este  conflicto,  que  ponía  en 
peligro  su  integridad  nacional,  no  le  dejaría  tiempo 
ni  fuerzas  para  intervenir  en  los  asuntos  de  Europa. 
Además,  nadie  creía  en  Alemania  que  Inglaterra 
pudiese  transportar  con  rapidez  un  cuerpo  de  tropas 


útil  para  Alemania.  Los  franceses  tendrían  que  dis- 
traer varios  cuerpos  de  ejército  en  el  Sur  para  hacer 
frente  á  los  italianos,  y  de  este  modo  los  alemanes 
podrían  retirar  de  Francia  una  parte  de  sus  tropas 
de  invasión  para  enviarlas  á  la  frontera  rusa. 

Del  lado  de  Oriente  no  amenazaba  ningún  peli- 
gro. Grecia,  Montenegro  y  Servia  simpatizaban  con 
Rusia  y  Francia,  pero  frente  á  estos  pueblos  podían 
colocar  los  austro-alemanes  como  un  obstáculo  á 
Turquía  y  Bulgaria,  que  neutralizarían  la  actua- 
ción de  aquéllos  en  los  Balkanes. 


Rusia 

170  millones 


Inglaterra 
Francia         45  millones 
.■50  600.000 


Bélgica 
7.600.000 


Servia 
4.200.000 


Alemania 
bl  millones 


Austria 
52  millones 


POBLACIÓN  DH  LAS  NACIONBS  BELIGERANTES 


al  continente.  En  Berlín,  diarios  y  profesores  afirma- 
ron que  los  ingleses  estaban  en  decadencia,  que  sus 
pretensiones  á  la  dominación  de  los  mares  no  eran 
más  que  un  ensueño,  y  que  había  llegado  la  hora  de 
imponerles  una  cruel  realidad.  Si  la  Gran  Bretaña 
intervenía  en  la  guerra,  sus  colonias  se  sublevarían, 
inmovilizando  una  gran  parte  de  su  ejército. 

La  actitud  de  Italia  tampoco  les  inspiraba  ninguna 
duda.  Todos  en  Berlín  presentían  que  en  el  primer 
momento  de  la  guerra  tal  vez  se  negase,  por  pruden- 
cia, á  marchar  con  los  dos  imperios  de  la  Triple 
Alianza;  pero  así  que  los  alemanes  lograsen  la  pri- 
mera victoria,  se  apresuraría  á  atacar  á  Francia  por 
la  frontera  de  los  Alpes,  para  conseguir  de  este  modo 
su  parte  en  el  botín. 

Este  auxilio  de  última  hora  iba  á  resultar  muy 


En  cuanto  á  las  demás  naciones  de  Europa  podía 
contar  Alemania,  si  no  con  su  benevolencia,  al  menos 
con  su  resignación  pasiva  y  miedosa,  fuese  cual  fuese 
la  violencia  de  su  conducta.  En  el  Norte  tal  vez  lo- 
grase excitar  á  Suecia  contra  el  Imperio  ruso.  A  las 
primeras  derrotas  de  los  rusos,  los  suecos  intentarían 
apoderarse  de  Finlandia,  que  es  para  su  raza  una 
especie  de  Alsacia-Lorena. 

Al  hacer  el  balance  moral  de  Europa,  los  alema- 
nes sólo  veían  dos  adversarios:  Francia  y  Rusia.  Con- 
tra ellos  podían  emplear  sus  enormes  fuerzas,  las  de 
Austria  y  tal  vez  las  de  Italia.  La  situación  política 
interior  de  las  dos  potencias  enemigas  era  singular- 
mente crítica  por  sus  luchas  civiles  y  sus  conflictos 
económicos. 

Ningún  momento  podía  resultar  mejor  escogido 


HISTORIA  DE  LA  GUKIíRA   EUROPEA  DE  1914 


581 


que  el  presente  para  emprender  la  pelea  decisiva.  Y 
Alemania,  que  en  varias  ocasiones  había  vacilado  al 
ir  á  tirar  de  su  espada,  no  dudó  en  1914,  aproveclian- 
do  como  pretexto  el  asesinato  de  Francisco  Fernando. 
Hay  que  hacer  constar  que  tanto  el  emperador  de 
Alemania  como  el  de  Austria  no  experimentaron  un 
i;ran  dolor  por  la  muerte  del  archiduque,  (iuillermo  II, 
que  ama  las  ceremonias  de  resonancia  y  las  actitu- 
des teatrales,  no  fué  á  Viena  para  asistir  al  entierro, 
y  se  embarcó  como  todos  los  años  para  hacer  su  na- 
vegación veraniega  por  las  costas  del  Norte.  Fran- 


atentado  futuro  contra  las  «leyes  de  familia».  La  po- 
sibilidad de  que  una  advenediza  ciñese  la  corona  de 
j\Iaria  Teresa,  provocaba  su  indignación. 

Ninguno  de  los  dos  emperadores  sintió  profunda- 
mente la  muerte  del  archiduque.  Pero  el  atentado  de 
Serajevo  les  pareció  un  pretexto  para  la  guerra,  que 
podía  impresionar  favorablemente  á  una  parte  de  la 
opinión. 

D 

El  Estado  Mayor  alemán  había  establecido  desde 
mucho  antes  su  plan  de  guerra,  con   el   m(''rodo  y 


KFBCTIVO  DB  SUS  EJÉRCITOS 


cisco  .José  dispuso  el  entierro  con  una  parquedad 
inexplicable,  privando  de  los  honores  fúnebres  de  la 
corte  al  archiduque  y  su  esposa. 

El  kaiser  no  simpatizaba  mucho  en  los  últimos 
tiempos  con  el  heredero  del  Imperio  austríaco,  por 
rivalidad  profesional,  pues  éste  pretendía  ser  tan  ex- 
perto como  él  en  cuestiones  militares.  Además,  casi 
lo  consideraba  como  un  enemigo  futuro,  por  haberse 
opuesto  decididamente  á  la  expansión  de  la  influen- 
cia alemana  en  Austria.  El  viejo  emperador  tampoco 
quería  bien  á  su  sobrino  y  menos  á  su  esposa  inorga- 
nática.  Sabía  que  el  archiduque  deseaba  la  guerra 
para  adquirir  el  prestigio  del  vencedor,  y  gracias  á 
sus  triunfos  imponer  como  emperatriz  á  su  mujer,  que 
estaba  excluida  del  trono  por  la  ley.  El  ceremonioso 
Francisco  José  no  podía  tolerar  con  paciencia  este 


la  minuciosidad  que  emplea  en  todos  sus  trabajos. 

Las  condiciones  estratégicas  de  Francia  y  de  Ru- 
sia eran  completamente  diferentes.  Francia,  por  su 
reducida  superticie,  su  población  densa  y  su  valiosa 
red  de  ferrocarriles,  podía  movilizar  sus  tropas  rápi- 
damente, en  'J  ó  10  días.  Rusia,  con  su  inmensa  ex- 
tensión territorial,  sus  poblaciones  diseminadas  y  su 
escasez  de  vías  férreas,  que  ya  hemos  mencionado, 
sólo  podía  efectuar  la  movilización  con  mucha  len- 
titud. 

Era  imposible  que  Alemania  tomase  á  la  vez  la 
ofensiva  contra  los  dos  adversarios.  Siguiendo  su 
doctrina,  esta  ofensiva  debía  sor  rápida,  fulminante, 
con  el  máximum  de  sus  fuerzas  concentradas  contra 
uno  de  los  dos  adversarios,  el  más  importante,  mien- 
tras se  conservaba  á  la  defensiva  frente  al  otro  ene- 


582 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


migo  con  el  mínimum  de  sus  recursos.  El  principal 
adversario  era  Francia,  y  el  Estado  Mayor  alemán 
preparó  las  cosas  para  caer  primeramente  sobre  este 
pais. 

Una  campaña  en  Francia  podria  ser  rápida  y  de- 
cisiva. En  Rusia  no  era  lógico  esperar  lo  mismo,  por- 
que los  rusos,  aprovechándose  de  la  configuración  de 


C  voten  ra 


LA    FRONTERA  PRANCO-ALBMANA 

su  pais,  retrocederían  hacia  el  interior,  evitando  un 
choque  decisivo  en  espera  del  resultado  de  las  opera- 
ciones emprendidas  contra  Francia. 

Toda  la  atención  del  Estado  Mayor  alemán  se  con- 
centró por  estas  consideraciones  en  la  frontera  fran- 
cesa. Además,  Rusia  necesitaba  mucho  tiempo  para 
movilizar  sus  fuerzas,  y  esto  concedía  á  los  alemanes 
un  plazo  de  un  mes  cuando  menos  para  dedicarse 
con  toda  tranquilidad  al  aplastamiento  de  Francia. 


Según  los  estrategas  germánicos,  no  eran  precisos 
más  de  treinta  dias  para  obtener  en  el  suelo  francés 
un  resultado  decisivo,  si  es  que  realizaban  la  inva- 
sión atrevidamente  y  con  celeridad  arrojando  una 
masa  aplastante  de  tropas. 

Mucho  antes  de  la  guerra,  una  Memoria  militar 
alemana  decia  asi:  «Si  avanzamos  rápida  y  profunda- 
mente al  invadirla  tierra  fran- 
cesa, el  amor  propio  nacional 
no  permitirá  á  los  jefes  mili- 
tares el  esperar  la  entrada  en 
línea  de  Rusia,  porque  la  ex- 
tensión del  territorio  que  ten- 
drían que  abandonarnos  sin 
combatir  seria  tal,  que  la  opi- 
nión pública  se  mostraría  in- 
dignada. Por  el  poder  de  su 
ejército  y  por  el  grado  de  su 
preparación  para  la  guerra, 
Francia  no  es  solamente  nues- 
tro enemigo  más  peligroso, 
sino  el  que  puede  estar  pre- 
parado con  más  rapidez,  y 
debemos  tener  la  certeza  de 
que  nos  hará  frente  sin  pér- 
dida de  tiempo.  Además,  la 
enormidad  de  los  efectivos 
de  los  dos  ejércitos,  el  ale- 
mán y  el  francés,  su  estre- 
cha concentración,  las  dificul- 
tades del  avituallamiento  y 
de  la  dirección  de  las  dos  ma- 
sas movilizadas,  todo  empu- 
jará de  ambos  lados  á  una 
decisión  rápida.  Puede  afir- 
marse, sin  miedo  á  error,  que 
en  la  segunda  semana  de  la 
guerra  se  producirá  un  gran 
choque.  Este  choque,  que  in- 
dudablemente nos  será  favo- 
rable, obligará  á  Inglaterra, 
á  España  (!)  y  tal  vez  á  Rusia 
á  volver  á  envainar  la  espada 
que  tendrán  medio  desenvai- 
nada. Esta  misma  victoria 
nos  asegurará  indiscutible- 
mente la  cooperación  activa 
de  Italia. 

»Es  verosímil  que  habiendo 
comprometido  Francia  todas  sus  fuerzas  disponibles 
en  la  primera  batalla,  se  verá  incapacitada  de  prolon- 
gar por  más  tiempo  la  lucha,  aceptando  las  condicio- 
nes que  nosotros  queramos  imponerle.  Si  rehusa  nues- 
tras proposiciones,  unos  cuantos  centenares  de  miles 
de  hombres  de  nuestros  cuerpos  de  reserva,  operan- 
do de  acuerdo  con  los  ejércitos  italianos,  bastarán 
para  guardar  los  terrenos  conquistados  en  Francia; 
y  esto  ocurrirá  aunque  España  é  Inglaterra  ayuden 


*■<.-« 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


58.5 


á  Fríincia.  El  grueso  de  nuestras  fuerzas  podrá  ser 
llevado  entonces  al  encuentro  de  los  ejércitos  rusos, 
gracias  á  nuestro  admirable  sistema  de  ferrocarriles. 
8i  ocurre  que,  mientras  estamos  ocupados  en  obtener 
una  decisión  rápida  más  allá  de  nuestra  frontera  occi- 
dental, los  rusos — lo  que  parece  completamente  im- 
probable— hubiesen  terminado  sus  preparativos  é  in- 
vadido laPrusia  oriental  y  una 
parte  de  la  Silesia,  nada  se  ha- 
bría perdido  por  esto  definiti- 
vamente, siempre  que  nuestro 
ejército  defensivo  no  hubiese 
sido  derrotado,  que  nuestras 
plazas  fuertes  se  defendiesen 
y  que  el  enemigo  quedase  con- 
tenido por  la  linea  del  Oder. 

»En  resumen,  Francia  es 
nuestro  adversario  principal. 
Su  desastre  inmediato  acla- 
raría inmediatamente  el  hori- 
zonte politico.  Su  aplasta- 
miento rápido  nos  daría  una 
completa  libertad  para  aglo- 
merar el  total  de  nuestras 
fuerzas  activas  contra  Rusia 
y  acabar  con  esta  potencia 
en  la  proximidad  de  nuestra 
frontera,  ó  en  la  línea  Bres- 
lau-Danzig,  ó  en  la  del  Oder, 
si  es  que  había  conseguido 
avanzar  hasta  ellas.  Las  an- 
teriores consideraciones  nos 
aconsejan  consagrar  á  la  ofen- 
siva inmediata  contra  Fran- 
cia la  casi  totalilad  de  nues- 
tras fuerzas  activas  para  ase- 
gurarnos en  el  teatro  occiden- 
tal una  incontestable  superio- 
ridad de  medios.  Los  cuerpos 
activos  deberán  ir  seguidos  á 
corta  distancia  por  el  mayor 
número  posible  de  cuerpos  de 
reserva  que  asegurarán  la 
custodia  de  los  territorios  con- 
quistados en  el  caso  de  que 
nuestras  proposiciones  de  paz 
sean  rechazadas,  y  podrán  al 
mismo  tiempo  bloquear  las  for- 
talezas enemigas  que  queden 
detrás  de  nuestro  frente.  Ante 
Rusia  bastará  dejar  en  el  pri- 
mer momento  un  mínimum  de  cuerpos  activos  refor- 
zados por  cuerpos  de  reserva  en  número  suficiente, 
con  el  objeto  de  hacernos  ganar  el  tiempo  que  nece- 
sitamos para  acabar  con  Francia.  Este  tiempo  necesa- 
rio es  de  cuatro  semanas  cuando  más,  comprendiendo 
en  tal  plazo  el  transporte  por  ferrocarril  de  las  fuer- 
zas vencedoras  en  el  Oeste  á  las  fronteras  del  Este.» 


Como  se  ve,  los  estrategas  alemanes  no  reconocían 
grandes  neccsidíides  de  tiempo  para  aplastar  á  Fran- 


cia, 


La  realidad  se  encargó  de  demostrar  la  incerti- 


dumbre  de  unos  cálculos  preparados  con  tanto  método 
y  tanta  minuciosidad  en  los  detalles. 

o 

La  invasión  de  la  República  Francesa,  que  debía 


UN    INMENSO    EJÉRCITO    BN    l'N    PAÍS    INMENSO 

Este  gráfico  Indica  la  situación  de  los  distintos  cuerpos  del  ejército  ruso  y  las  enormes  distancias  que 
han  de  recorrer  para  su  concentración.  Las  lineas  dobles  marcan  las  principales  vfas  férreas;  las  lineas  sen- 
cillas los  ferrocarriles  secundarios. 


ser  según  el  Estado  Mayor  alemán  el  primer  acto  de 
la  guerra,  ofreció  un  obstáculo  insuperable  para  la  ra- 
pidez fulminante  del  ataque.  Después  de  los  duros  fra- 
casos de  1.S70,  Francia  no  había  tenido  otro  pensa- 
miento que  protegerse  de  una  invasión  futura,  y  para 
ello  cubrió  su  frontera  con  Alemania,  levantando  una 
apretada  fila  de  fortalezas. 


584 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


El  general  Seré  de  Riviére,  encargado  de  trazar 
la  línea  defensiva  de  la  frontera,  construyó  dos  siste- 
mas fortificados:  el  del  Mosa,  que  va  de  Verdún  á 
Toul,  y  el  del  Mosela,  que  se  extiende  de  Epinal  á 
Belfort.  Esta  formidable  barrera  de  fortificaciones 
sólo  deja  dos  estrechos  corredores  de  entrada:  uno  en 
la  parte  de  Luxemburgo  y  otro  del  lado  de  Suiza. 

En  la  época  que  se  realizaron  estas  construccio- 
nes, el  viejo  Moltke  imperaba  como  maestro  abso- 
luto sobre  el  ejército  alemán,  y  era  enemigo  declara- 


Moltke  murió  algunos  meses  antes  de  la  conclusión 
de  la  alianza  franco-rusa,  suceso  que  forzosamente 
había  de  cambiar  todos  los  planes  del  Estado  Mayor 
alemán.  Hasta  entonces  el  Imperio  germánico  sólo 
había  tenido  que  preocuparse  de  Francia,  pero  ahora 
se  veía  en  uaa  posición  peligrosa,  entre  sus  dos  veci- 
nos del  Elste  y  del  Oeste.  De  aquí  sus  lentos  y  concien- 
zudos estudios  para  la  formación  de  un  nuevo  plan 
que  ha  venido  á  ponerse  en  práctica  en  1914. 

Como  ya  hemos  dicho,  Alemania  sólo  consideró  á 


PLAN    DE    GUERRA    DE   ALEMANIA    CONTRA    FRANCIA    Y    RUSIA 

LOS   FERROCARRILES   ALEMANES    Y    AUSTRÍACOS 

El  presente  plano  demuestra  cómo  el  Estado  Mayor  alemán  preparó  los  ferrocarriles  de  su  país  y  de  Austria  á  partir  de  1895,  para  poder  trasladar 
sus  efércilos  con  rapidez  de  las  fronteras  de  Bélgica  y  Francia  á  las  de  Rusia  y  viceversa,  empleándolos  en  los  dos  frentes  de  la  guerra.  El  plano 
demuestra  igualmente  cómo  Austria  habla  entrado  en  esta  combinación  á  larga  fecha  de  su  aliado,  uniendo  sus  lineas  á  las  de  Alemania  para  poder 
enviar  sus  fuerzas  contra  la  frontera  francesa.  Gracias  á  este  sistema  de  comunicaciones,  Alemania  ha  podido  mover  sus  ejércitos,  empleándolos  indis- 
tintamente según  sus  necesidades  en  el  frente  occidental  ó  el  oriental.  Tan  asombrosa  preparación  contrasta  con  los  resultados  obtenidos,  que  dcbic 
ron  ser  más  considerables  desde  el  primer  momento. 


do  de  las  fortificaciones  y  los  campos  atrincherados. 
«La  historia  de  las  fortificaciones — decía — se  confun- 
de con  la  de  las  capitulaciones.»  Para  él  sólo  tenía 
importancia  el  poder  concentrar  con  rapidez  los  ejér- 
citos en  la  frontera,  y  para  esto,  mientras  los  france 
ses  se  dedicaban  á  construir  su  barrera  de  fuertes, 
Moltke  se  cuidó,  hasta  el  fin  de  su  vida,  de  perfeccio- 
nar y  desarrollar  la  red  de  vías  férreas  que  conducía 
del  centro  de  Alemania  á  la  Alsacia-Lorena. 


Rusia  como  un  enemigo  temible  si  le  dejaba  tiempo 
para  efectuar  la  movilización  de  su  ejército,  dispersa- 
do en  una  extensión  inmensa  y  mal  servido  por  vías 
insuficientes.  Esta  movilización  debía  ser  lenta,  é 
igualmente  lenta  su  concentración.  Alemania,  en  vis- 
ta de  esto,  se  decidió  á  poner  en  práctica  el  mismo 
método  que  había  empleado  muchas  veces  con  éxito 
Napoleón:  concentrar  todas  las  fuerzas  contra  uno  de 
los  enemigos  para  aplastarlo  definitivamente,  y  tras- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


685 


ladarse  rápidamente  al  encuentro  del  otro,  para  rape-  La  cadena  de  fortificaciones  francesas  era  un  obs- 

tir  la  misma  operación.  El  Estado  Mayor  de  Berlín  lo  táeulo  formidable  para  este  plan.  Imposible  realizar  la 

preparó  todo  para  que  la  masa  de  sus  fuerzas  dirigida  campaña  con  rapidez  ni  asestar  un  golpe  decisivo  á  los 

contra  Francia  venciese  á  ésta  en  pocos  dias,  diri-  enemigos  en  dos  ó  tres  semanas.  Entrando  en  Francia 

giéndose  luego  contra  el  frente  oriental.  El  plan  era  por  la  frontera  alemana,  las  columnas  invasoras  iban 


MAPA    MILITAR    DB    FRANCIA 


acertado  y  casi  seguro,  siempre  que  la  primera  ofen- 
siva no  tropezase  con  obstáculos  que  la  hiciesen  per- 
der tiempo.  El  menor  retardo  podía  echar  abajo  toda 
la  combinación,  poniendo  en  grave  peligro  al  ejérci- 
to alemán,  que  en  vez  de  acometer  se  vería  acometido 
y  cercado  por  dos  adversarios,  teniendo  que  combatir 
al  mismo  tiempo  en  ambas  fronteras. 


á  tropezar  con  estas  formidables  barreras,  demasiado 
poderosas  para  ser  tomadas  por  asalto  en  poco  tiempo. 
Además,  era  difi'cil  y  peligroso  el  evitarlas  pasando 
por  los  estrechos  desfiladeros  que  el  general  Riviórc 
había  dejado  sin  obras  defensivas.  Sólo  realizando  un 
movimiento  por  los  países  neutros,  el  Luxemburgo  y 
Bélgica,  podían  los  alemanes  evitar  este  obstáculo. 


586 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


/y;  aR 


Konigsber.q  ^ 


4llens(ein  ^^  > 


Hannover 

'10 


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í  '.      j-     Coblenza 

'     .' V      /  Francfort 

■^^  '■      '  iiixtriauReo 1^^ ■ 

« )^ '~Z     ^  Wurtburqo 

París         '"i""'-' 


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Berlín 

Magduburcfo       «J      " 


Jt).iet>2i3 


,^ 


veraun  1 -^  r  O    R  1. 


Varsovia 


^ 


J  a21  Cuerpos  prusianos,  salones,  etc. 

15a3B  Cuerpos  bávaros 

G  Guardia  prusiana 

^=^s=^^  Pe(?ión  fortifícada  francesa 


s  u  I  z  A  ;  ^  \3 


LA    PREMEDITACIÓN    UONTKA    BELUICA 

Este  mapa,  en  el  que  se  marca  la  situación  de  los  diversos  cuerpos  de  ejército  alemanes  en  tiempo  d^  paz,  demuestra  que  la  invasión  de  Bélgica 
estaba  premeditada  desde  hace  muchos  años  por  el  Estado  Mayor  de  Berlín. 

Una  flecha,  partiendo  de  París,  atraviesa  la  frontera  franco-alemana  por  su  extremo  Norte  y  penetra  por  toda  Alemania  hasta  Rusia.  Los  números 
indican  los  cuerpos  de  eiércilo  alemanes.  Como  verá  el  lector,  debe  jo  de  la  flecha,  ó  sea  enfrente  de  la  frontera  con  Francia,  el  Imperio  alemán  sólo 
tenía  establecidos  ocho  cuerpos;  15,  16,  21,  14,  2  B,  13,  3  B  y  1  B.  En  cambio  encima  de  la  flecha,  ó  sea  donde  no  había  otra  frontera  que  la  de  Bélgica  y 
Holanda,  el  Estado  Mayor  fué  estableciendo  los  cuerpos  7,  S,  9,  U,  18,  10,  -I,  19,  12  etc.,  todo  el  eiércilo  alemán,  que  gracias  al  sistema  de  ferrocarri- 
les pudo  ser  concentrado  en  poco  tiempo  sobre  el  límite  belga,  como  una  masa  aplastante.  Las  dos  pequeñas  líneas  onduladas  entre  Verdún  y  Toul 
y  entre  Epinal  y  Belforl,  marcan  las  dos  regiones  fortificadas  de  Francia. 


Otra  consideración  dificultaba  el  ataque  alemíín 
por  la  frontera  más  aún  que  estos  diques  fortificados. 
Faltaba  espacio  en  dicho  lugar  píira  que  Alemania 
pudiese  mover  sus  inmensos  efectivos  militares.  En 
1870  la  frontera  era  mayor,  pues  comprendía  desde 
el  Mosela  hasta  el  Rhin,  y  sin  embargo  no  había  ofre- 
cido espacio  suficiente  para  el  despliegue  estratégico 
del  ejército  alemán,  que  en  aquel  entonces  sólo  consta- 
ba de  16  cuerpos.  En  las  inmediaciones  del  Sarre,  el 
ejército  mandado  por  el  general  Steinmetz  tuvo  que 
invadir,  para  poder  avanzar,  la  zona  de  marcha  del 
ejército  del  principe  Federico  Carlos,  y  éste  se  irritó 
hasta  el  punto  de  ordenar  á  uno  de  sus  generales  de 
división  que  limpiase  si  era  necesario  á  la  bayoneta 
los  caminos  que  le  había  atribuido  el  Estado  Mayor 
y  que  obstruía  el  otro  cuerpo  prusiano. 

Inútil  es  decir  los  obstáculos  con  que  hubiese  tro- 
pezado actualmente  el  ejército  alemán  invadiendo  á 
Francia  por  su  limite  fronterizo.  El  número  de  sus 
cuerpos  de  ejército  se  ha  cuadruplicado,  y  la  frontera 


de  1870  fué  reducida  por  el  tratado  de  Francfort 
unos  cincuenta  kilómetros.  En  un  frente  tan  estrecho 
los  invasores  se  hubiesen  visto  obligados  á  escalonar- 
se en  masas  profundas  y  de  escaso  frente,  y  la  gue- 
rra se  habría  convertido  en  un  gigantesco  y  largo 
choque  de  meses  y  meses,  dando  tiempo  á  que  Rusia 
terminase  sus  preparativos  y  atacara  á  Prusia  por  la 
parte  oriental. 

El  Estado  Mayor  de  Berlín  basaba  precisamente 
todos  sus  cálculos  en  la  rapidez  fulminante  del  primer 
ataque  para  conseguir  cuanto  antes  una  solución,  y 
por  esto  desistió  de  toda  ofensiva  por  su  frontera  na- 
tural, buscando  la  invasión  de  Francia  á  través  de 
Bélgica  y  del  Luxemburgo. 

Como  se  ve,  el  gobierno  alemán,  por  consideracio- 
nes de  conveniencia  militar,  tenia  decidida  desde 
hace  muchos  años  la  viohición  de  la  neutralidad  de 
estos  dos  pueblos.  El  emplazamiento  que  dio  en  tiem- 
po de  paz  á  sus  diferentes  ejércitos  demuestra  clara- 
mente que  el   plan  de  invasión  estaba  resuelto  de 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE  1914 


587 


HinaeibtnenO 


larga  fecha.  Sólo  ocho  de  sus  cuerpos  de 
ejército  estaban  situados  al  nivel  de  la 
frontera  francesa,  que  es  donde  lógica- 
mente podia  suponerse  una  necesidad  de- 
fensiva. El  resto  de  sus  fuerzas,  ó  sea  diez 
y  siete  cuerpos  de  ejército,  fueron  empla- 
zados desde  hace  añop  más  al  Norte,  jimto 
á  las  fronteras  de  Bélgica  ó  del  Luxem- 
burgo,  países  pequeños  de  los  que  no  po 
dia  temer  Alemania  ningún  ataque. 

La  razón  de  tal  emplazamiento  era 
que  desde  dichos  puntos  resultaba  ini'is 
corto  el  camino  á  París  y  sin  ningún  in- 
conveniente natural.  Los  únicos  obstácu- 
los militares  con  que  podía  tropezar  eran 
la  resistencia  de  Bélgica — acto  inverosí- 
mil en  el  que  jamás  llegó  á  pensar  Alema- 
nia— y  tres  plazas  fuertes:  Lieja  y  Namur 
en  Bélgica  y  Maubeuge  en  Francia,  aisla- 
das, sin  ningún  vínculo  entre  ellas,  fáci- 
les de  reducir  ó  de  aislar  sin  grandes  es- 
fuerzos. Estos  eran  todos  los  inconvenientes  que  ofre- 
cía el  camino  á  París  siguiendo  las  cuencas  fáciles  y 
ricas  del  llosa  y  del  Oise. 

Existía  un  gran  obstáculo,  pero  de  orden  moral:  y 
obstáculos  de  esta  clase  son  de  escasa  consideración 
para  la  ñlosofía  guerrera  de  los  alemanes.  Tendrían 
que  violar  la  neutralidad  y  la  independencia  de  los 
dos  pueblos.  El  canciller  imperial  se  encargó  de  jus- 
tificar y  legalizar  los  actos  del  Estado  Mayor,  decla- 
rando que  «la  necesidad  no  reconoce  ley»  y  que  un 
tratado  de  neutralidad  no  es  más  que  un  «pedazo  de 
papel»  que  carece  de  valor  ante  las  exigencias  estra- 
tégicas. 

Desde  1893,  la  alta  dirección  del  ejército  alemán 
pensó  en  la  invasión  de  Bélgica  y  del  Luxemburgo, 
tal  como  la  ha  realizado  en  la  presente  guerra.  La 


l,mpirfhim\       p  vONMOLTKE 


Btnienheim  O       \     \    "^    vuniTlULIHt      \^ /      \ 

F°P0DBIELSKIlít:i;t:  Wr^^  OEji^NSECHY 


Ltutahem 


F 'GHERTZOGVONBAOENlíSo^a/í^rWdS'íS^''"         „., 
F  BlSMARCK3{C¿,^ 


Koen:gsf)offeni 
Acheohf.mo  [¡kbotshiJ 

F  'Kronprinz  VOÑ  „ 
jíC'Sachse 

^        0¿,nyo/ift£Ví) 

F  vonderTann 


CeiSBoIshtim 


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Crsfftnmdtn 

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SCHWAfíTZHOFF 


Priyez 


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Barbe 

[ennschen 


"     F   Kaiser 

o 

Reion\filie 


JV^^a^P     LOTHRINGEN 

X  p    LeiPZIgV      ^rA^ENSUBÉ^F    Ma^teuffel 

Í^F   FRJ0^kR4-J>F    ZaSTROW       ]^  CourcfUfi 

METZ  F  Maizery 

jJtF^VONGOEBEN  QPange 

*      íK-r.-^.        -^-    ^^  Mercy-les-Metz 

TL      AY     PRINZ  AUGUST        •^-^.^  Ooom,npf„//e 

F.KRONPR.Nf^WüRÍEMBERG  oo;:Í^<^^FJSAN  RY 

VFTGrÁfHAESELER     r^..     ,  ^ .  ^ 

<r/  ouNY      ^,^;^x.^ 

-    F^WagnerO''""  „.     V 

O  rt  Bechu  V 

Goin  .      '-'  ^ 

OLuppy 


Dornotl 


i?  S)Blaise/ 

Oflfdr/ei///es 
Otorrj/ 


^mayjlle 


Oso/eine 


CAMPO  ATRINCHERADO  DB  MBTZ 


CAMPO  ATRINCHERADO  DE  BSTRASBÜRGO 

pruelia  de  (jue  este  crimen  contra  el  derecho  interna- 
cional fué  discurrido  y  preparado  hace  veintiún  años, 
la  proporciona  la  conducta  observada  por  el  Estado 
llayor.  En  tiempos  del  viejo  ]Moltke,  Alemania  se  de- 
dicó durante  veinte  años  á  perfeccionar  los  ferroca- 
rriles de  Alsacia-Lorena  y  las  lineas  adyacentes,  pues 
este  era  el  camino  para  la  invasión  proyectada.  A 
partir  de  1893,  el  Estado  Mayor  procedió  á  la  renova- 
ción de  las  vías  férreas  de  la  Prusia  Renana  que  con- 
ducen á  la  frontera  de  Bélgica,  revelando  con  esto  su 
intención  de  concentrar  en  el  Norte  el  grueso  de  sus 
tropas,  que  hasta  entonces  había  permanecido  cerca 
de  la  frontera  francesa.  Es  más:  rompiendo  con  la 
tradición  de  ]\Ioltke,  que  era  partidario  de  la  ofensiva 
y  enemigo  de  las  fortilicaciones,  el  Estado  Mayor  se 
dedicó  á  fortificar  Alsacia  y  Lorena  creando  los  cam- 
pos atrincherados  de  I^Ietz-Tliionville  y  de 
Estrasburgo -Molsheim,  así  como  los  re- 
cintos fortificados  de  Neuf-Brisach  y  de 
Istoin.  Estas  obras  permitían  á  los  ale- 
manes el  mantenerse  en  Alsacia-Lorena  á 
la  defensiva  con  pocas  fuerzas,  enviando 
las  tropas  economizadas  á  aumentar  la 
gran  masa  que  operaría  en  Bélgica. 

Tales  preparativos  llamaron  forzosa- 
mente la  atención  de  las  autoridades  mi- 
litares de  Bruselas  y  de  París.  Nadie  dudó 
de  que  los  alemanes  habían  fijado  sus  ojos 
en  los  caminos  de  Bélgica  para  la  futura 
invasión:  pero  hubo  ciertas  divergencias 
al  apreciar  la  amplitud  de  este  movimien- 
to ofensivo. 

Los  militares  belgas  vieron  con  más 
claridad  el  peligro  que  los  franceses,  tal 
vez  por  hallarse  más  próximos  á  él.  Los 
generales  Brialmont  y  Déjardin  manifes- 
taron desde  Bruselas  su  opinión  de  que 


Chifleville 


588 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


\ 


Colonia 


Mac 


8res«tas 


,         \WOLAN0A  f^o  Aix-la-Chapelle 

_,Tréveris 


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Bar-le-Duc- 


LAS  FRONTERAS  DEL  LUXEMBURGO  Y  BÉLG 

En  este  gráfico  pueden  apreciarse,  sin  ningún  esfuerzo,  tas  lineas  fronterizas  de  las  naciones  neutrales  violadas  por  el  ejército  alemán 
su  avance  contra  Francia.  Véase  lunto  al  portillo  de  Belfort  y  muy  cerca  de  Suiza  el  pueblecillo  de  Joncherey,  donde  fué  muerto  uno  de 
primeros  soldados  franceses;  á  la  otra  extremidad  de  los  Vosgos  aparece  Cirey.  donde  también  se  produjo  una  escaramuza.  Más  lejos  Thi( 


Alemania  cubriría  con  su  oLa  invasora  toda  la  exten- 
sión de  Bélgica,  pasando  por  el  Norte  del  Mosa. 

En  Francia  todos  los  escritores  militares,  especial- 
mente los  generales  Langlois  y  Bonnal,  estimaron  por 
el  contrario  que  Alemania  efectuaría  su  principal 
ataque  por  la  frontera  de  Lorena  y  simplemente  un 
ala  de  au  ejército  entrarla  por  el  Sur  de  Bélgica  para 
llegar  más  pronto  á  Francia,  pero  sin  tocar  siquiera 
la  linea  Lieja-Namur. 

Contribuyó  á  este  error  la  convicción  de  los  fran- 
ceses de  que  ellos  serian  los  que  tomasen  la  ofensiva 
contra  Alemania  al  iniciarse  la  guerra.  Francia  no 
deseaba  violar  la  neutralidad  belga,  y  como  el  grueso 
de  sus  fuerzas  atacaría  á  Alsacia  y  Lorena,  los  alema- 
nes tendrían  que  contestar  á  tal  ataque  desarrollán- 
dose la  guerra  en  la  frontera  franco-alemana.  vSi  los 
invasores  penetraban  en  los  territorios  del  Sur  de 
Bélgica,  sería  únicamente  para  buscar  mayores  faci- 
lidades en  el  desenvolvimiento  de  sus  fuerzas. 


Toda  la  doctrina  militar  alemana  descansa  sobre 
un  principio:  la  rapidez  aplastante  de  la  primera  ac- 
ción, imprevista  por  el  enemigo  y  fulminante  como 
el  rayo.  «La  doctrina  es  excelente — dice  un  comen- 
tarista— ,  pero  no  basta  imaginarla:  hay  que  llevarla 
á  la  práctica  con  éxito.»  Alemania  lo  había  pensado 
todo,  lo  había  preparado  todo,  y  creía  haberlo  previsto 
todo.  Pero  surgió  un  incidente  que  jamás  había  figu- 
rado en  sus  cálculos,  la  resistencia  belga,  y  todo  su 
plan  se  tambaleó,  falseado  en  su  base. 

La  guerra  en  el  siglo  XX  es  algo  complejo  que 
difiere  en  muchas  cosas  radicalmente  de  todas  las 
guerras  del  pasado.  Es  una  guerra  de  masas,  de  na- 
ciones armadas,  que  necesita  enormes  espacios  y  re- 
cursos que  hubiesen  asustado  á  los  antiguos  estrate- 
gas. El  mismo  Napoleón,  que  históricamente  es  un 
caudillo  moderno,  tal  vez  quedase  desconcertado  y 
perplejo  ante  las  luchas  actuales. 

La  guerra  moderna  pone  en  juego  todas  las  fuer- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


f89 


S6LWA      NEGRA 


^•Sr-op 


■<*    J«* 


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I 


£7)j. 


3LADAS  POR  LOS  EJÉRCITOS  ALEMANES 


(Plano  de  L.  Triiuiuiür,  de  la  Illiulraíion.  de  París) 


¡lie,  Remisch,  Wasserbilig,  Trois-Vieríjes,  por  donde  fué  invadido  el  I.uxemburgo.  Por  último,  al  Este  del  Oran  Ducado,  el  territorio  beiRa  vio- 
ido  por  el  invasor  en  su  marcha  sobre  Líela.  Claramente  se  expone  en  este  plano  el  obietivo  alemán  de  forzar  el  Mosa  para  poder  extenderse 
ipidamente  por  un  lado  hacia  Laon  y  por  el  otro  hacia  más  allá  del  Sambrc  y  de  Maubeu^e,  á  fin  de  converger  en  dos  direcciones  sobre  París. 


zas  vivas  de  una  nación,  pues  llama  á  las  armas  á 
todos  los  hombres  obligatoriamente.  Es  además  una 
guerra  combinada,  en  la  que  las  fuerzas  marítimas 
tienen  tanta  importancia  como  las  terrestres.  Hay 
que  contar  además  los  grandes  progresos  realizados 
en  los  últimos  años  en  materia  de  armamentos  y  los 
enormes  gastos  que  éstos  representan. 

Sin  embargo,  forzoso  es  reconocer  que  los  grandes 
progresos  realizados  en  el  arte  de  matar  no  ¡uimentan 
considerablemente  el  número  de  las  victimas.  Las 
cifras  de  muertos  y  de  heridos  son  enormes  porque 
los  efectivos  que  toman  parte  en  la  guerra  moderna 
son  enormes  igualmente;  pero  el  porcentaje  de  victi- 
mas es  casi  igual  al  de  las  antiguas  guerras,  á  pesar 
del  considerable  aumento  del  valor  balístico. 

Con  todos  sus  horrores,  la  guerra  moderna  es  me- 
nos temible  para  el  herido  que  las  guerras  antiguas, 
á  causa  de  los  adelantos  realizados  por  la  Sanidad 
militar  y  los  métodos  antisépticos  de  curación.  Ac- 


tualmente el  herido  puede  ser  curado  sobre  el  mismo 
campo  de  batalla,  lo  ([ue  representa  un  gran  progreso 
comparado  con  el  sistema  seguido  en  otras  batallas, 
relativamente  modernas,  donde  el  caído  tenia  que 
esperar  días  enteros  y  sufrir  penosos  viajes  antes  de 
ser  visitado  por  el  médico. 

En  tiempos  de  Federico  el  Grande  y  de  Napoleón  I 
las  grandes  batallas  producían  una  pérdida  en  hom- 
bres de  20  iV  25  por  100.  Con  los  armamentos  moder- 
nos este  porcentaje  no  pasa  del  15  por  100  en  muchos 
combates.  La  proporción  de  muertos  y  heridos  no  lia 
variado  mucho,  y  continúa  siendo  de  un  muerto  por 
cada  cinco  heridos.  En  la  curación  de  los  heridos  el 
progreso  es  indiscutible.  Sólo  un  25  por  100  cuando 
más  sucumbe  de  sus  heridas,  otro  25  queda  inútil  y 
el  50  por  100  puede  volver  al  frente  de  la  guerra  en 
un  plazo  más  ó  menos  corto. 

La  igualdad  de  pérdidas  entre  las  guerras  anti- 
guas y  las  modernas  es  realmente  extraordinaria,  ai 


590 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


se  tiene  emjuenta"  el  enorme  número  de  disparos  que 
hacen  los  combatientes  en  las  luchas  actuales.  En  las 
gueiTas  de  Napoleón,  los  soldados  de  la  Guardia  con- 
sumían 25  cartuchos  por  combate  cuando  más.  Kn  la 
guerra  de  1870  los  soldados  alemanes  gastaron  65  car- 
tuchos por  hombre,  y  los  franceses,  en  algunos  com- 
bates, hasta  GO  cartuchos.  En  la  guerra  ruso-japonesa 
el  consumo  medio  por  hombre  y  por  día  de  combate 
fué  de  50  cartuchos  en  los  japoneses  y  35  en  los  rusos. 
Esta  cifra  no  corresponde  por  igual  á  todos  los  solda- 
dos. Hubo  rusos  que  no  tuvieron  ocasión  de  disparar 
el  fusil  en  toda  la  campaña.  En  cambio  algunos  cuer- 
pos de  primera  línea  consumieron  de  300  á  400  car- 
tuchos diarios  por  cada  hombre. 

Durante  las  guerras  de  Napoleón  el  alcance  eficaz 
de  los  fusiles  no 
pasaba  de  150 
metros,  y  había 
que  disparar 
3.000  balas,  ó 
sea  70  kilos  de 
plomOj  para  ha- 
cer caer  á  un 
combatiente  ene 
migo.  Los  efec- 
tos mortales  del 
fuego  no  resul- 
tan hoy  mayo- 
res, á  pesar  de 
lo  mucho  que  ha 
aumentado  el  al- 
cance de  las  ar- 
mas. Los  fusiles 
modernos  resul- 
tan eficaces  á 
más  de  1.000  me- 
tros, y  sin  em- 
bargo, se  calcu- 
lan como  nece- 
sarios 3.300  cartuchos,  que  pesan  7-1:  kilos,  para  poder 
matar  á  un  enemigo.  Como  se  ve,  el  peso  de  los  pro- 
yectiles empleados  para  tumbar  á  un  hombre  es  su- 
perior muchas  veces  al  peso  que  tiene  este  hombre. 

La  guerra  moderna,  con  todas  sus  complejidades, 
exige  una  preparación  más  minuciosa  que  las  guerras 
de  otros  tiempos.  Puede  decirse  que  la  preparación  es 
una  de  las  principales  garantías  del  éxito.  El  general 
Joffre,  en  la  asamblea  general  celebrada  en  1913  por 
los  antiguos  alumnos  de  la  Escuela  Politécnica,  dijo 
asi:  «Hay  que  estar  preparado.  Hay  que  haber  orien- 
tado con  tiempo,  metódica  y  tenazmente,  todos  los 
recursos  del  país,  toda  la  inteligencia  de  sus  hijos, 
toda  su  energía  moral  hacia  un  fin  único:  la  victoria. 
Hay  que  haberlo  organizado  todo  y  previsto  todo. 
Una  vez  comenzadas  las  hostilidades,  las  improvisa- 
ciones son  difíciles.  Lo  que  falte  entonces  faltará 
definitivamente,  y  el  menor  vacío  en  la  preparación 
puede  causar  un  desastre. 


CONVOY    FKANCBS    PARA    BL  ACARREO    DB 


»Es  preciso  que  todo  el  material  (armamento,  mu- 
niciones, herramientas,  víveres,  etc.)  de  que  tiene 
necesidad  el  ejército  se  mantenga  siempre  completo, 
en  perfecto  estado  de  conservación,  é  incesantemen- 
te transformado  para  que  se  beneficie  con  los  progre- 
sos de  la  industria  y  de  la  ciencia.  Es  preciso  tam- 
bién que  esté  almacenado  en  puntos  escogidos  conve- 
nientemente, y  que  pueda  ser  renovado  por  medio 
de  nuevas  fabricaciones  contratadas  preventivamen- 
te. Hay  que  repartir  todos  los  hombres  válidos  en 
grupos,  en  unidades  colectivas  de  diferentes  cla- 
ses, que  serán  los  elementos  constitutivos  de  las 
agrupaciones  superiores.  Estas  últimas  deben  estar 
organizadas  y  articuladas  de  modo  que  den  á  la 
masa  el  máximum  de  fuerza  y  de  movilidad. 

»Hay  que  to- 
mar las  más  mi- 
nuciosas y  las 
más  seguras  dis- 
posiciones para 
que  la  orden  de 
llamamiento  á 
las  armas  lle- 
gue instantánea- 
mente á  todos 
los  interesados; 
para  que  cada 
uno  sepa  adonde 
debe  ir  y  cómo 
llegará  á  dicho 
punto;  para  que 
encuentre  en  él 
sus  jefes,  sus  ar- 
mas y  sus  efec- 
tos todo  pronto; 
para  que  las  uni- 
dades, así  que 
estén  constitui- 
das, sean  trans- 
portadas rápidamente  á  los  lugares  de  concentración 
con  su  correspondiente  material.  Toda  la  red  de  ca- 
minos, ferrocarriles  y  canales,  debe  ser  utilizada  de 
modo  que  dé  su  rendimiento  máximo.  Esta  red  de  co- 
municaciones debe  haber  sido  estudiada ,  organizada 
y  provista  de  material  para  dicha  concentración.  La 
menor  torpeza  en  su  funcionamiento  podría  causar  la 
pérdida  del  país.  Esta  operación  importantísima  de  la 
movilización  no  debe  ser  turbada  por  el  enemigo  en 
ningún  momento  y  en  ningún  punto,  y  para  esto  es 
preciso  que  las  tropas  de  cobertura  sean  preparadas 
especialmente  y  transportadas  á  la  frontera  con  ra- 
pidez. 

»Es  preciso  que  las  masas  concentradas  estén  bien 
provistas  de  víveres,  municiones  y  material  de  toda 
clase,  y  que  este  material,  transportado  del  interior 
del  país  al  frente,  llegue  sin  retardo  á  cada  grupo, 
sea  cual  sea  el  lugar  adonde  le  hayan  conducido  las 
operaciones  militares.  Es  preciso  que  los  heridos  y 


AGUA  POTABLE  CON  DESTINO  AL  FRENTE 

(Fot.  Rol) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA   EUROPEA  DE   1914 


591 


UN  TREN  SANITARIO  FRANCÉS  PARA  íil.  TRANSPORTE  DE  HERIDOS 

En  el  centro;  Vista  de  con(unto  del  tren. -Arriba;  Dependencias  \   counn.- Abalo;  Dcparlamcnlo  del  médico  mayor 

y  del  farmacéutico  mayor.— Interior  de  uno  de  los  vagones  con  oclio  comas 


(Oo  la  lUuitration,  de  Paria) 


592 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


los  enfermos  sean  recogidos,  atendidos  y  trasladados 
á  hospitales  del  interior,  donde  se  acabará  su  cura- 
ción. Debe  existir  en  nuestra  red  de  medios  comuni- 
cativos un  movimiento  incesante,  cuyo  funcionamien- 
to será  tan  vital  para  la  nación  como  lo  es  la  circu- 
lación de  la  sangre  para  el  cuerpo  humano.» 

Francia,  á  pesar  de  ciertos  descuidos  y  errores,  es- 
taba bien  preparada  para  la  defensa  gracias  á  .Joffre 
y  al  Estado  Mayor.  Todo  cuanto  el  generalísimo  anun- 
ciaba en  su  discurso  como  necesario,  estuvo  pronto 
en  el  primer  momento  de  la  declaración  de  guerra. 
Funcionaron  sin  obstáculo  y  sin  retardo  los  medios 
de  comunicación,  y  la  Francia  armada  pudo  movili- 
zarse en  menos  tiempo  del  que  se  había  previsto, 
burlando  asi  las  ilusiones  de  Alemania,  que  espera- 
ba sorprenderla 
mucho  antes  de 
haber  termina- 
do sus  prepara- 
tivos. 

La  decisión  es 
tan  importante 
en  la  guerra  mo- 
derna como  la 
preparación. 
«La  guerra — di- 
ce un  tratadista 
militar — es  la  lu- 
cha de  dos  vo- 
luntades, en  la 
cual  cada  adver- 
sario intenta  im- 
poner la  suya  al 
enemigo.»  Esta 
decisión  se  pro- 
duce por  el  cho- 
que enorme  de 
las  grandes  ba- 
tallas. Pero  las 
grandes  batallas  son  precedidas  en  los  cuarteles  ge- 
nerales de  los  ejércitos  por  batallas  de  la  inteligen- 
cia, cuyo  resultado  es  de  gran  importancia  para  las 
batallas  de  combatientes  que  se  desarrollan  después 
en  la  realidad. 

La  perfección  de  las  maniobras  y  su  justa  aplica- 
ción sobre  el  campo  del  combate,  han  proporcionado 
siempre  y  proporcionan  todavía  el  resultado  de  la 
victoria.  Cuando  la  estrategia,  que  es  el  arte  de  condu- 
cir las  tropas  hasta  el  campo  de  batalla,  coloca  á  los 
ejércitos  frente  á  frente,  la  táctica,  ó  sea  el  arte  de 
emplear  las  tropas  sobre  el  mismo  campo,  es  la  que 
hace  triunfar,  siempre  que  el  valor  de  dichas  tropas 
ayude  á  la  realización  de  las  combinaciones  del  Esta- 
do Mayor.  En  una  palabra:  el  estratega  prepara  la 
victoria  y  el  táctico  es  el  que  la  consigue. 

La  estrategia  es  toda  ella  de  concepción,  y  abraza 
por  entero  el  teatro  de  la  guerra.  La  táctica  es  á  la 
vez  de  concepción  y  de  ejecución,  pero  sus  actuacio- 


nes no  abarcan  todo  el  teatro  de  la  guerra,  pues  se 
limitan  únicamente  al  campo  de  batalla  y  sus  alrede- 
dores. Su  fin  es  inmediato  y  directo.  Consiste  en  des- 
truir la  potencia  combativa  del  enemigo  para  obtener 
un  resultado  final:  la  victoria  y  la  paz.  Las  dificulta- 
des de  la  estrategia  no  han  cesado  de  aumentar  desde 
hace  un  siglo,  á  medida  que  ha  ido  creciendo  la  fuer- 
za numérica  de  los  ejércitos. 

El  teatro  de  la  guerra  comprende  todos  los  sitios 
donde  las  fuerzas  militares  de  las  naciones  en  lucha 
pueden  entrar  en  contacto,  y  se  divide  en  tantos  teatros 
de  operaciones  como  ejércitos  existen  con  una  acción 
distinta.  Cuando  varios  ejércitos  operan  en  combina- 
ción, cada  uno  llama  á  su  terreno  sector  de  operaciones. 
«La  mejor  estrategia — dijo  Clausewitz,  el  oráculo 

militar  de  los 
alemanes  —  con- 
siste en  ser  siem- 
pre el  más  fuer- 
te de  un  modo 
general,  y  espe- 
cialmente en  el 
punto  decisivo. 
La  primera  re- 
gla que  se  im- 
pone á  todo  ge- 
neral en  jefe  es 
tener  sus  fuer- 
zas en  masa.  No 
debe  distraer  de 
esta  masa  más 
que  aquellas  tro- 
pas  que  sean 
indispensables 
para  la  satisfac- 
ción de  una  nece- 
sidad urgente.» 
Los  alemanes 
se  han  manteni- 
do fieles  á  esta  doctrina  de  Clausewitz,  que  preconiza 
el  empleo  de  las  grandes  masas,  como  en  los  tiempos 
de  las  guerras  napoleónicas. 

Muchos  tratadistas  militares  contemporáneos  se 
habían  imaginado  que  á  consecuencia  del  progreso  en 
los  armamentos  y  su  mayor  alcance  destructivo,  no 
se  verían  sobre  los  campos  de  batalla  más  que  filas 
muy  espaciadas  de  tiradores  que  avanzarían  arras- 
trándose, casi  invisibles,  de  abrigo  en  abrigo,  bajo 
las  ráfagas  mortales  de  la  defensa.  La  táctica  alema- 
na ha  desvanecido  esta  ilusión.  La  guerra  moderna 
continúa  siendo,  como  las  antiguas,  una  guerra  de 
masas,  á  pesar  de  los  cañones  de  gran  alcance,  de  los 
fusiles  de  repetición  y  de  las  ametralladoras.  Los 
ejércitos  se  baten  aún  á  golpe  de  hombres,  se  anona- 
dan enviándose  proyectiles  humanos  y  toman  por 
asalto  las  posiciones  como  en  los  tiempos  antiguos. 
Los  alemanes  emplearon  en  todas  sus  batallas  el  sis- 
tema de  formaciones  compactas,  y  siguen  empleándo- 


CAMION    PRANCKS    PARA    CONDUCIR    HBRIDOS    A    LA.S   AMBULANCIAS    DEL    INTERIOR 

(Fot.  Rol) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


593 


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ID 


594 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


UNA   TRINCHERA  FRANCESA  DBCORADA   POR   LOS  SOLDADOS 


vechamieuto  de  las  con- 
diciones del  terreno. 

Una  sorpresa  de  la 
guerra  moderna  ha  sido 
el  desmesurado  empleo 
del  sistema  de  trin- 
cheras. Cuando  todos 
creian  que  los  ejércitos 
ib;in  á  batirse  más  que 
nunca  en  campo  libre, 
empleando  sus  medios 
perfeccionados  de  des- 
trucción, se  les  ha  visto 
ocultarse  debajo  del 
suelo,  emprendiendo 
una  guerra  sorda,  lar- 
ga y  tenaz.  Los  medios 
ofensivos  de  otros  si- 
glos, la  bomba  de  ma- 
no, los  líquidos  incen- 
diarios, la  mina,  han 
vuelto  á  estar  en  uso. 
Fueron  los  japone- 
ses los  que  en  la  cam- 
paña de  Mandchuria 
emplearon  el  sistema 
de  trincheras  y  forti- 
lo,  á  pesar  de  que  les  cuesta  una  pérdida  monstruosa  ficaciones  subterráneas,  imitado  ahora  por  los  euro- 
de  hombres.  peos. 

El  número  inmenso  de  combatientes  que  componen  Otra  novedad  de  la  presente  guerra  es  la  demos- 

ahora  los  ejércitos  obliga  á  extender  el  frente  de  ba 
talla  sobre  centenares 
y  centenares  de  kiló- 
metros, lo  que  hace  más 
complicada  y  difícil  la 
dirección  del  general 
en  jefe.  Este  debe  or- 
ganizar sus  maniobras 
sin  someter  su  vohiii- 
tad  á  la  del  enemigo. 
La  experiencia  lia  de- 
mostrado que  los  gene- 
rales que  basan  sus 
maniobras  sobre  las 
intenciones  probables 
del  enemigo  son  derro- 
tados casi  siempre.  El 
general  moderno  debo 
establecer  su  plan  de 
ataque  sin  preocuparse 
de  los  proyectos  del  ad- 
versario y  estudiar  úni- 
camente éstos  para  obs- 
taculizarlos é  impedir 
su  realización,  gracias 
á  un  reparto  hábil  de 
las  tropas  sobre  el  fren- 
te y  á  un  oportuno  apro- 


tración  absoluta  de  la  ineficacia  de  las  grandes  forti- 


ENTRADA    DB    UNA   TRINCHERA    FRANCESA    EN    LA    ARGONA 


(Fots.  Meurisse) 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


595 


TRINCHERA    ALEMANA    TOMADA    POR    LAS    TROPAS    FRANCESAS    EN    VARREDDES 


(Fot.  Rol) 


ficaciones.  Las  bate 
rias  de  cemento  arma- 
do con  cúpulas  acoraza- 
das quedan  destruidas 
en  poco  tiempo  bajo  el 
fuego  aplastante  de  los 
monstruosos  cañones 
de  sitio. 

Las  más  sólidas  obras 
de  fortiñcación  son  aho- 
ra las  trincheras,  que 
pueden  recomponerse 
fácilmente  cuando  las 
destruyen  los  cañones 
enemigos. 

La  única  defensa  efi- 
caz de  una  plaza  con- 
siste en  tener  alrededor 
de  ella  un  valeroso  ejér- 
cito que  con  sus  conti- 
nuos combates  la  «dé 
aire»,  manteniendo  ale- 
jados á  los  que  inten- 
tan sitiarla. 

Los  descubrimientos 
cientificos  más  recien- 
tes aplicados  á  la  gue- 
rra, como  son  la  aviación  y  la  navegación  subma-     blaremos   extensamente  al  relatar  las  operaciones, 
riña,  han  modificado   considerablemente  las   condi-  o 

clones  de  la  lucha  en  la  tierra  y  en  el  mar.   Pero  La   guerra    hace   triunfar   momentáneamente   la 

sobre  la  actuación  de  aeroplanos  y  submarinos  ha-      fuerza  sobre  el  derecho.  En  los  tiempos  bárbaros  no 

se  reconocía  ningún  li- 
mite al  ejercicio  de  la 
fuerza.  Luego,  al  civi- 
lizarse los  pueblos,  la 
razón  y  la  humanidad 
fueron  dulcificando  po- 
co á  poco  las  costum- 
bres antiguas. 

Los  alemanes  de  la 
Alemania  contemporá- 
nea, que  se  considera 
el  pueblo  más  culto  y 
civilizado  de  la  Histo- 
ria, han  tenido  el  triste 
honor  de  restaurar  la 
guerra  con  todos  los  ho- 
rrores y  el  salvajismo 
de  los  tiempos  pasados. 
Nada  tiene  esto  de 
extraordinario  si  se  re- 
cuerda la  profunda  in- 
moralidad de  casi  todos 
los  jurisconsultos,  his- 
toriadores, filósofos  y 
hombres  de  Estado,  que 
han  contribuido  en  Ale- 
mania á  la  formación 


OFICIAL    FRANCÉS    OBSBRVANDO    AL    ENEMIGO    DESDE   UNA    TRINCHERA 


^Fot.  Meuri886) 


596 


VICENTE  BLASCO  IBAÑEZ 


del  ideal  imperialista  y  á  la  constitución  del  panger- 
raanisrao.  Todos  ellos,  como  lo  hace  notar  el  filósofo 
Fouillée,  se  gozan  en  poner  en  oposición  la  teoría  indi- 
vidualista del  derecho  germánico  y  la  idea  socialista 
de  los  pueblos  latinos.  Excluyen  de  la  formación  del 
derecho  toda  finalidad  superior  y  toda  intervención 
del  libre  ejercicio  de  las  facultades  humanas.  El  dere- 
cho, según  ellos,  es  el  hijo  de  la  fuerza,  y  tiene  su 
origen  en  el  poder  del  individuo,  sin  límite  alguno  que 
lo  coarte.  El  Estado  debe  reconocer  como  su  misión 
principal  el  obligar  á  las  masas  á  que  respeten  los 


la  paz  eternamente.»  Esta  es  la  moral  de  los  grandes 
juristas  de  la  nación  alemana.  Hay  que  resignarse 
ante  el  hecho  consumado,  aunque  sea  injusto;  hay  que 
sentir  el  respeto  místico,  la  veneración  de  la  fuerza 
bruta,  cuando  el  triunfo  está  del  lado  de  ella.  De  este 
modo  la  paz  será  eterna,  la  paz  del  esclavo  que  no  se 
atreve  á  revelarse  contra  el  déspota.  Fundando  los 
derechos  del  hombre  y  de  las  naciones  sobre  la  fuerza 
y  no  sobre  el  derecho,  se  justifican  todos  los  arma- 
mentos, todas  las  violencias,  todos  los  odios,  y  se  abre 
un  porvenir  sin  límites  á  la  guerra.  Los  intelectuales 


INEFICACIA  DE   LAS  GRANDES  FORTIFICACIONES 


DBSTROZOS   BN    UN    FUERTE   DB   MAUBEUGK 


privilegios  conquistados  á  viva  fuerza  por  los  que 
están  arriba.  «Esto  equivale — dice  un  autor — á  hacer 
de  la  injusticia,  de  la  opi'esión  y  del  bandolerismo  la 
base  de  las  sociedades  humanas.» 

Un  profesor  alemán,  Ikering,  en  un  discurso  pro- 
nunciado en  1876  para  celebrar  el  aniversario  del  em- 
perador Guillermo,  dijo  así:  «Todo  derecho  existente 
y  en  vigor,  sea  como  sea,  es  un  hijo  de  la  Historia,  y 
debemos  inclinarnos  con  un  sentimiento  de  veneración 
ante  toda  fuerza  que  ha  vencido,  producto  misterioso 
de  las  fuerzas  y  las  leyes  morales  que  presiden  y  do- 
minan los  estallidos  más  salvajes  de  la  guerra.  La  po- 
tencia del  vencedor;  he  aquí  lo  único  que  crea  el  dere- 
cho y  lo  determina.  Reconociendo  y  acatando  este 
principio  es  como  la  guerra  podrá  tener  fin  y  reinar 


prusianos  que  divinizan  actualmente  la  fuerza  y  pre- 
dican la  sumisión  ante  el  fuerte,  olvidan  que  hace  un 
siglo  su  pueblo  fué  tiranizado  por  un  super-hombre 
más  grandioso  que  los  que  ellos  exaltan  ahora,  que 
se  llamaba  Napoleón.  Entonces  Prusia  no  creyó  en  la 
santidad  del  poder  que  reposa  en  la  fuerza,  y  defen- 
dió su  derecho  á  la  vida  independiente. 

Como  dice  un  autor,  «los  alemanes  llegados  algo 
tarde  al  banquete  de  la  civilización  estaban  todavía 
liipnotizados  por  los  bárbaros  esplendores  de  la  fuer- 
za cuando  se  constituyeron  en  nacionalidad.  La  gloria 
de  Napoleón  los  deslumhró  y  los  deslumhra  todavía». 
Después  de  haber  maldecido  á  su  vencedor  y  haberse 
desembarazado  de  él,  sólo  sueñan  con  imitarlo.  Lejos 
de  sacar  de  la  guerra  y  de  sus  horrores  la  única  conse- 


HISTORIA  DE  LA  GUERRA  EUROPEA  DE  1914 


597 


cuencia  lógica,  ó  sea  que  representa  una  locura  huma- 
na, los  filósofos  alemanes,  á  pesar  de  las  enseñanzas 
de  la  epopeya  napoleónica,  la  califican  de  divina. 

Hégel,  cuya  influencia  fué  grande  en  Alemania, 
dice  que  la  guerra  es  la  afirmación  más  alta  que  un 
Estado  puede  dar  de  su  soberanía.  En  nada  como  en 
el  «realismo  de  la  guerra»  llega  el  Estado  á  su  supre- 
ma idealidad.  La  vida  y  las  propiedades  de  los  ciuda- 
danos se  encuentran  subordinadas  á  la  conservación 
de  la  «substancia  común»,  que  es  el  Estado. 

Como  el  Estado  representa  la  fuerza,  puede  y  debe 


los  siglos  remotos.  Los  escritores  militares  de  Alema- 
nia proclaman  descaradamente  la  guerra  de  extermi- 
nio, la  destrucción  y  el  asesinato.  Podríamos  trans- 
cribir numerosas  citas  extraídas  de  las  obras  de  dichos 
escritores,  pero  nos  limitaremos  á  dos  nada  más,  por 
no  repetir  la  misma  idea  bárbara  manifestada  con 
diversas  palabras. 

«La  guerra — escribe  Clausewitz — no  conoce  más 
que  un  medio:  la  fuerza.  No  debe  aceptar  otro  me- 
dio que  la  destrucción,  las  heridas,  la  muerte;  y  este 
empleo  de  la  fuerza  brutal  es  de  regla  absoluta.  El 


ANTE  EL  PROGRESO  DE  LA  ARTILLERÍA 

UN    FOBRTE    DB   BÉLOICA    DESTROZADO   POR    LOS   QRANDBS   CAÑONES    DE   SITIO 


usar  de  la  fuerza  para  mantenerse  y  engrandecerse. 
Hégel  se  burla  de  los  tratados  de  paz  de  larga  dura- 
ción y  considera  que  deben  ser  provisorios.  «La  razón 
de  Estado  los  firmó,  y  la  razón  de  Estado  puede  rom- 
perlos cuando  quiera.»  En  cada  momento  de  la  Histo- 
ria un  pueblo  dominador  representa  una  fase  del  des- 
envolvimiento de  la  ¡dea  sólo  por  el  hecho  de  haber 
triunfado.  Con  este  derecho  gobernaron  al  mundo  los 
imperios  orientales,  después  Crecía  y  luego  Ruma. 
Ahora,  según  Hégel,  le  ha  llegado  el  turno  á  la  raza 
germánica  de  dominar  al  mundo. 

«Todo  lo  que  es  real  es  racional»,  dice  Hégel.  Y 
tales  palabras  significan  la  divinización  del  hecho 
consumado,  la  justificación  de  todos  los  crímenes  y 
todas  las  infamias  que  figuran  en  la  Historia  desde 


derecho  de  gentes,  del  que  tienen  la  boca  llena  to- 
dos los  abogados,  no  puede  imponer  á  la  finalidad  y  al 
derecho  de  la  guerra  más  que  restricciones  insigni- 
ficantes, ó  mejor  dicho,  nulas...  En  la  guerra  toda  idea 
de  filantropía  es  un  error,  un  absurdo  pernicioso...  La 
violencia,  la  brutalidad  del  combate,  no  deben  reco- 
nocer ninguna  especie  de  limites.» 

El  mariscal  Bronsart  von  Shellendorf,  ministro  de 
la  Guerra  de  Prusía,  dijo  asi:  «Si  los  pueblos  civiliza- 
dos no  arrancan  la  cabellera  á  los  vencidos,  no  degüe- 
llan á  los  prisioneros,  no  destruyen  las  ciudades  y  las 
aldeas,  no  incendian  las  granjas  y  no  lo  devastan  todo 
á  su  paso,  no  es  por  humanidad,  sino  porque  resulta 
preferible  exigir  indemnizaciones  al  vencido  y  anexio- 
narse los  territorios  ricos  para  que  sigan  produciendo. » 


598 


VICENTE  BLASCO  IBANEZ 


Este  mariscal  prusiano  no  presentía  que  el  Estado 
Mayor  de  su  país  podía  considerar  útil  y  oportuno 
aterrar  con  toda  clase  de  crímenes  á  los  pueblos  que 
se  resisten,  como  lo  ha  hecho  en  Bélgica  y  en  el  Nor- 
te de  Francia.  En  la  presente  guerra  el  soldado  ale- 
mán usa  del  derecho  que  tiene,  según  Shellendorf, 
para  asesinar  al  enemigo  y  destruirlo  todo:  derecho 
del  que  no  había  querido  hacer  uso  antes  por  una  con- 
sideración egoísta.  Las  ciudades  incendiadas  de  Bél- 
gica, los  pueblos  destruidos  de  Francia,  los  seres  in- 
defensos martirizados  y  fusilados,  demuestran  cómo 
el  guerrero  germánico  ha  creído  necesario  hacer  uso 
de  su  derecho. 

«Sólo  con  sangre — continúa  el  mariscal  Shellen- 
dorf— es  como  deben  escribirse  las  cosas  de  la  guerra. 
Declaro  que  la  próxima  guerra  será  algo  atroz  y  nun- 
ca visto.  Entre  Alemania  y  Francia  sólo  es  posible  un 
duelo  á  muerte.  «Ser  ó  no  ser»,  este  es  el  problema 
que  se  planteará  en  la  próxima  guerra,  y  sólo  podrá 
ser  resuelto  por  la  ruina  definitiva  de  uno  de  los  dos 
antagonistas.» 

Como  contraste,  cerremos  este  volumen  con  unas 
palabras  del  general  Joffre,  soldado  republicano  que 


hace  la  guerra  por  defender  á  su  patria,  pero  deja  en- 
tender en  sus  palabras  la  tristeza  que  le  infunde  esta 
cruel  necesidad,  impuesta  por  la  barbarie  siempre  vi- 
gilante de  los  enemigos. 

«Pueden  deplorarse — dice  el  generalísimo  fran- 
cés— esas  horas  trágicas  en  las  que  la  sangre  corre  á 
oleadas,  en  las  que  el  fuego,  el  hierro,  las  fatigas  y  las 
enfermedades  destruyen  miles  de  vidas  liumanas.  Pero 
deplorando  las  desgracias,  no  se  las  evita. 

»Los  pueblos  están  sometidos  á  los  mismos  móvi- 
les físicos  que  los  hombres.  La  exaltación  los  trans- 
forma, la  pasión  los  domina,  el  interés  los  divide,  un 
largo  pasado  gravita  sobre  ellos.  Los  pueblos,  en  los 
largos  periodos  de  calma  y  de  cordura,  pueden  tener 
el  sincero  deseo,  la  firme  voluntad  de  renunciar  al  uso 
de  la  fuerza  contra  sus  vecinos,  de  evitar  los  conflic- 
tos con  ellos,  y  si  estos  conflictos  se  producen,  resol- 
verlos pacíficamente.  Pero  de  pronto  surge  un  inci- 
dente inesperado...  la  tormentase  amontona,  las  bue- 
nas relaciones  se  olvidan  y  todos  corren  á  las  armas. 
¡Ay  de  aquellos  que  han  caído  en  la  trampa  de  las 
generosas  ilusiones!  ¡Ay  de  aquellos  que  no  están  pre- 
parados y  prontos  para  defenderse!» 


FIN  DEL  TOMO  PRIMERO 


UNivERsrry  oF  illinoi9-urb*na 


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