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Full text of "Historia de la literatura española y antología de la misma, con 27 retratos y una lámina-frontispicio"

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PRESENTED  TO 

THE    LIBRARY 

BV 

PROFESSOR  MILTON  A.  BUCHANAN 

OF  THE 
DEPARTMENT  OF  ITALIAN   AND  SPANISH 

1906-1946 


HISTORIA 

DE  LA 

LITERATURA  ESPAÑOLA 

Y  ANTOLOGÍA  DE  LA  MISMA 


POR 

GUILLERMO  JÜNEMANN 


CON  27  RETRATOS  Y  UNA  LAMINA-FRONTISPICIO 


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FRIBURGO  DE  BRISGOVIA  (ALEMANIA)    1913 
B.  HERDER 

LIBRERO-EDITOR  PONTIFICIO  ^:       í 

BERLÍN,   ESTRASBURGO,   KAKLSRUHE,   MUNICH,  VIENA,   LONDRES   Y   SAN   LUIS 


Kezeusiousexeiuplar 

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HISTORIA 

DE  LA 

LITERATURA  ESPAÑOLA 
Y  ANTOLOGÍA 


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HISTORIA 

DE  LA 

LITERATURA  ESPAÑOLA 

Y  antología  de  la  misma 


POR 

GUILLERMO  JÜNEMANN 


CON  27  RETRATOS  Y  UNA  LÁMINA-FRONTISPICIO 


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435028 


FRIBURGO  DE  BRISGOVIA  (ALEMANIA)    1913 
B.  H  E  R  D  E  R 

LIBRERO-EDITOR  PONTIFICIO 

BERLÍN,   ESTRASBURGO,   KARLSRUHE,   MUNICH,   VIENA,   LONDRES   Y   SAN    LUIS 


Es  propiedad  —  Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley 


Tipografia  de  B.  Heruer  en  Friburgo  de  Brisgovia.    1913 


PROLOGO. 

"TvTo  cabe  dentro  del  muy  angosto  marco  de  una  historia  literaria 
general  sino  una  miniatura  de  las  letras  de  cada  país.  La 
cual,  por  exacta  que  sea,  si  satisface  a  la  verdad,  no  satisfará  ni 
a  la  admiración  ni  al  amor  del  que  la  hace  ni  del  que  la  ve,  a 
ser  grandes  ambos  afectos  y  merecerlos  aquél  a  quien  se  pro- 
fesaren. 

No  cabe  dentro  de  una  miniatura  una  gran  beldad.  Por  esto 
no  he  podido  menos  de  trazar  un  cuadro  más  amplio  de  las  letras 
españolas  y,  después  de  ofrecer  al  mundo  hispano  una  miniatura 
en  mi  Historia  general  de  las  letras,  ofrecerle  hoy  un  cuadro  vasto 
de  las  hispánicas. 

Quien,  como  yo,  mira  tranquilo  las  letras  universales  y  medita 
sobre  ellas,  ve  cada  vez  más  grandes  las  españolas;  y  sin  ver  em- 
pequeñecerse los  grandes  hombres  de  las  otras,  míralas  a  ellas 
cada  día  más  pequeñas:  incompleta  la  latina,  informe  la  inglesa, 
heterogénea  la  alemana,  frivola  la  francesa,  la  italiana  vacia,  nulas 
las  demás. 

La  única  que  permanece  en  su  alto  pedestal,  es  la  griega.  Pero 
ella  definitiva  y ,  en  general ,  acertadamente  juzgada  está.  Por 
eso,  aunque  desearía  acercarla  más  al  mundo  español,  y  rectificar 
uno  que  otro  juicio  menos  recto  que  ha  prevalecido  en  ella,  re- 
nuncio por  ahora  a  mi  deseo,  en  obsequio  de  la  española.  Los 
días  de  la  vida  son  breves  y  excesiva  la  labor. 

He  aquí  lo  que  me  ha  impulsado  a  emprender  el  trabajo  que 
presento  al  público ;  sin  arrogancia,  impropia  de  la  investigación ; 
sin  timidez,  más  impropia  todavía  de  ella. 

Con  criterio,  esto  es,  con  perfecto  discernimiento  de  lo  bueno 
y  de  lo  malo,  hay  que  escribir  la  historia.  Escribirla  con  amor 
y  con  odio :  con  odio  a  lo  malo,  con   amor  a  lo  bueno. 

JüNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp.  3 


VI  PRÓLOGO. 

Historias  hay  de  la  literatura  española  escritas  sin  criterio.  Las 
hay  donde  no  habla  sino  el  amor;  y  alguna  también  donde  el 
amor  está  casi  siempre  mudo  y  donde  el   odio  habla  como  suele. 

No  sé  si  existen  de  otro  tipo :  el  de  la  impasibilidad ;  ni  sé 
si  pueden  existir.  Tan  grande  es  la  literatura  de  España  que  no 
es  dado  mirarla  con  indiferencia. 

He  intentado  escribir  su  historia,  discerniendo,  amando,  odiando, 
pero  siempre  sereno,  siempre  en  altura  adonde  no  suban  ni  nieblas 
que  ofusquen  ni  grita  que  perturbe. 

En  cuanto  a  mi  Antología  de  la  Literatura  española,  que  va 
agregada  a  esta  Historia,  la  norma  a  que  ella  se  ajusta  se  halla 
expresada  en  la  Advertencia  que  la  precede. 

Acoja  el  noble  mundo  hispánico  su  obra.  Que  obra  suya  es, 
y  eminentemente  suya.  Porque,  si  con  tanto  amor  a  la  verdad  y 
con  tanta  benevolencia  no  hubiese  acogido  mi  primer  trabajo, 
nunca  emprendiera  yo  este  otro. 

Franco,  cual  soy  y  debo  ser,  le  confesaré  que  no  tengo  cómo 
agradecerle:  su  amor  de  la  verdad,  tantas  veces  amarga,  me  ha 
conmovido;  que  no  hay  bajo  el  sol  nada  que  enaltezca  tanto, 
nada  que  tanto  conmue\a  como  tal  amor. 

El  autor. 


ÍNDICE  SINÓPTICO. 


HISTORIA  DE  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA. 


Introducción  ...... 

Consideraciones  generales  sintéticas  . 
Análisis  de  las  consideraciones  generales 

A.  Dotes  de  la  literatura  española 

B.  Defecto   ...... 

C.  Objeción  .  .  .  .  . 


Pág. 
3 
3 
4 
4 
9 


PRIMER  CICLO.    TIEMPOS  ANTIGUOS. 

(Siglos    XII — XVI.) 

Primer  Período.    Orígenes.    (Siglo  xii.) 

Noción  previa 

Poesía      .... 

Prosa  .... 
Segundo  Período.   (Siglo  xiii.) 

Poesía      .... 

Prosa  .... 
Tercer  Período.   (Siglo  xiv.) 

Poesía      .... 

Prosa  .... 
Cuarto  Período.  (Siglo  xv.) 

Poesía  .... 
Cancioneros  —  Romanceros 

Prosa       .... 

SEGUNDO   CICLO.    EDAD  DE  ORO. 

(Siglos  XVI  y  XVII.) 

Renacimiento 
Lírica 
Garcilaso  de  la  Vega  . 
Fray  Luis  de  León 
Fernando  de  Herrera . 
Francisco  de  Rioja 
Luis  de  Góngora  y  Argote 
Juan  de  Jáuregui 
Los  hermanos  Argensola 
.    Epopeya  . 
Consideración 


Cap. 

I. 

Cap. 

II. 

§ 

I. 

§ 

2. 

§ 

3- 

§ 

4- 

§ 

5- 

§ 

6. 

§ 

7- 

Cap. 
§ 

III 
I. 

13 
13 
13 
17 

17 
17 
18 
20 
20 

21 
22 
22 

24 
26 


28 
30 


34 
35 

35 
36 
37 
37 
37 


ÍNDICE    SINÓPIICO. 


í;  2. 

.Moiiso  de  Ercilla  y  Ziiñ 

igí 

. 

S  3- 

Pablo  de   Céspedes  y  otros 

Cap.   n 

.    Dramática 

íí    I- 

Obsenaciones  previas 

A. 

Defectos 

K. 

Objeciones  . 

C. 

Dotes  . 

§  2. 

Vagos    preludios  . 

§3. 

Lope  de  Vega 

§4. 

Tirso  de  Molina 

§  5- 

Juan  Ruiz  de  Alarcón 

§6. 

Francisco  de  Rojas 

§  7. 

Agustín  Moreto  . 

§  8. 

Castro  y  Salustrio  del  Poyo 

§  9. 

Otros  dramáticos  y   dramas  notables 

§  lo 

.  Calderón  de  la  Barca 

Paralelo   entre   Calderón 

y  Lope 

Cap.  V. 

Mística 

§   I. 

Observaciones  generales 

§    2. 

Fray  Luis  de  Granada 

8  3- 

Fray  Luis  de  León 

Paralelo  entre  León  y  G 

ranada   . 

§4. 

Santa  Teresa 

§  5. 

El  beato  Juan   de  Ávila 

§6. 

San  Juan  de  la  Cruz  . 

§  7. 

Otros  místicos 

Cap.  VI 

.    Epistolario 

Cap.  VII.    Historia  ..... 
Cap.  VIH.    Política.    Sátira.    Moralismo 
§   I.    Política        .  .  . 

§   2.    Sátira.     Francisco   Gómez  de   Quevedo 
§  3.    Moralismo    ..... 
IX.    Novela      .  . 

I.    Observaciones  generales 


Cap. 


2.  Novela  primitiva:   pastoril,   fantástica. 

3  Novela  picaresca 

4.  Novela  híbrida     .... 

5.  Novela  histórica.    Ginés  Pérez  de  Hita 

6.  Novela  satírica.    Cervantes  . 

7.  Novelistas  posteriores  a  Cervantes 


Cuen 


TERCER  CICLO.    DECADENCIA. 

(Siglo  xviii.) 
Observaciones  generales    . 


NEOCLASICISMO. 


Cap.   l. 
§   I. 

§    2. 

Cap.  II 

§   «• 
§    2. 


Postración 
Renacimiento 

Novela.    Ensayo 
José  Francisco  de  Isla 
Ga-par  Melchor  de  Jovellanos 


Pág. 
38 
38 
39 
39 
39 
40 

45 
49 
49 
58 
62 
64 
65 
65 
66 

67 

73 
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74 
75 
78 
78 
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Si 
81 
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85 
85 
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93 
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97 
97 
99 
109 


109 
109 
i  10 
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I II 

I  12 


ÍNUICE    SINÓPIICU. 


IX 


Ca]).    III.     Lírica 


§  3 
§  4 
§   5 


l.os  Moralín 
Juan  Meléndez  Valdés 
Ramón  de  la  Cruz     . 
Tomás  de  Iriarte 
Cienfuegos.    Huerta  . 


l'ág. 

114 
114 
H5 
iiS 
ii8 
ii8 


CUARTO  CICLO. 


Cap. 

Cap. 
§ 
§ 

Cap. 
§ 
§ 
§ 


REFLORECIMIENTO. 
DE  ORO. 


SEGUxXDO  SIGLO 


Cap. 


L^ap. 
§ 
§ 
§ 

Cap. 

§ 

§ 

Cap. 


Cap. 


(Siglo  XIX.) 

I.    Observaciones  generales     .          .                               .                                         Il8 

II.     Publicismo         .... 

120 

1.    Mariano  José  de  Larra 

120 

2.    Manuel  José  Quintana 

121 

III.    Novela 

121 

I.    Fernán  Caballero 

121 

2.    Antonio  de  Trueba  . 

123 

3.    Benito  Pérez  Galdós 

125 

4.    José  María  de  Pereda 

125 

5.    Luis  Coloma      .... 

127 

Paralelo  entre  Fernán,  Trueba,  Pere( 

la  y 

Coloma 

128 

IV.    Oratoria            .... 

129 

I.    Observación  general 

129 

2.    Emilio   Castelar 

129 

3.    Juan  Vásquez  de  Mella 

129 

V.    Historia  ..... 

129 

I.    Modesto  Lafuente 

129 

2.    Consideración     .... 

130 

3.    Marcelino  IMenéndez  y  Pelayo   . 

131 

VI.    Épica 

•32 

I.    El  Duque  de  Rivas  . 

132 

2.    José  Zorrilla      .... 

132 

VII.    Lírica 

•37 

I.    Observación   general  . 

137 

2.    José  Espronceda 

137 

3.    Gustavo  Adolfo  Bécquer    . 

138 

4.    Gaspar  Núñez  de  Arce 

138 

5.    Ramón  de  Campoamor 

138 

VIH.    Dramática     .... 

138 

I.    Martínez  de  la  Rosa. 

138 

2.    Manuel  Tamayo  y  Baus 

139 

3.    Adelardo  López  de  Ayala 

139 

Paralelo   entre  Tamayo  y  Ayala 

140 

4.    José  de  Echegaray     . 

140 

5.    Jacinto   Verdaguer 

141 

6.    Ojeada  sobre  la  literatura  española   durante   el  siglo  xi.\                         141 

Epílogo     ..... 

142 

INHICK    SINOI'IICO. 


antología. 


Del   I'ucro  Juzgo 
De  las  Siete  Partidas 
Amadís  de  Caula 
Romances 

I.  Moriscos  novelescos 
II.   Caballeresco    . 

III.  Romances  del  Cid 

IV.  Romances  eróticos 
Juan  del  Encina 
Epístolas : 

Fernán  Gómez  de  Cibdarreal 

Antonio  de   Guevara 

Beato  Juan   de   Avila 

Antonio  Pérez 
Garcilaso  de  la  Vega 
Luis  de  Góngora 
Canciones  sagradas    . 
Ercilla 

Lope  de  Vega  . 
Tirso  de  Molina 
Ruiz  de  Alarcón 
Calderón  de  la  Barca 
Fray  Luis  de  Granada 
í'ray  Luis  de  León  . 
Santa  Teresa 
Saavedra  y  Fajardo   . 
Quevedo    . 

Hurtado  de  Mendoza 
Vicente  Espinel 
Agustín  de  Rojas 
Ginés  Pérez  de  Hita 
José  Francisco  de  Isla 
Jovellanos 

Nicolás  Fernández  Moralín 
Leandro  Fernández  Morat 
Meléndez  Valdés 
Fernán  Caballero 
Trueba 
Pereda 
Zorrilla 

Manuel  Tamayo  y  Baus 
Adclardo  López  de  Ayala 

índice  alfabético 


LISTA  DE  LAS  LÁMINAS. 

Miguel  de  Cervantes  Saavedra.  (Lámina-frontispicio. )  Grabado  de  Manuel 
Salvador  y  Carmena  según  dibujo  de  J.  del  Castillo.  Munich,  Co- 
lección Gráfica. 

1.  Alfonso  X,  el  Sabio.     Pintura  de  J.   Bécquer.     Sevilla,    (íalcría  de  San 

Telmo      (Fot.  Lacoste.)  ......... 

2.  Frontispicio  del  Amadís  de   Gatda,  edición  de    1533 

3.  López  de  Mendoza:  Proverlnos.  Frontispicio  de  la  edición   hecha  en  1486 

por  Pedro  Hagenbach,  en  Toledo   ....... 

4.  Garcilaso  de  la  V^ega.   Pintura   de  un   maestro  florentino.     Cassel,   Galería 

de  Pinturas.    (Fot.  F.  Hanfstaengl.)  ...... 

5.  Fray  Luis  de  León.     Grabado    de  Barcelón    según    dibujo    de  J.   Maca 

6.  I^tiis  de  Góngora  y  Argote.  Pintura  atribuida  a  Velázquez.  Madrid,  Museo 

del  Prado.     (Fot.  Lacosie.)     ........ 

7.  L^ope  de  Vega.   Grabado  de  Geyer.      Munich,   Colección  Gráfica 

8.  Tirso  de  Molina.  Estatua  por  J.  Vancell.     (Fot.  Lacoste.)    . 

9.  Pedro  Calderón.     Pintura  de  un  maestro  desconocido.     Madrid.  Iglesia 

de  los  Naturales  de  S.  Pedro.      (Fot.  Lacoste.)        .  .  .  . 

10.   Fray  Luis  de  Granada.   Grabado  de  M.  Gambarino  según  dibujo  de  J.  Maca 
I  t.   S.    Teresa  de  Jesús.     Grabado    de  Wieri.x.     Munich,  Colección  Gráfica 

12.  B.  Juan  de  Avila.     Grabado  de  Carmona  según  dibujo  de  J.   Maca 

13.  Diego    Hurtado    de    Mendoza.      Grabado    de  '  Navia    según    dibujo    de 

J.   L.  Engurdanos    ......... 

14.  Francisco  Gómez  de  Quevedo.     Pintura    de    Murillo.     París,    Museo    de! 

Louvre.     (Fot.  Neurdein.)        ....... 

15.  Vicente  Fspinel.     Grabado  de  L.  Noceret  según  dibujo  de  J.  Maca 

16.  Una  ilustración  del  Quijote,  por  Gustavo  Doré  (libro   i,  cap.   7)  . 

17.  Gaspar  Melchor  de  Jovellanos.     Pintura  de  Franc.  Goya.     Madrid,  Pa 

lacio  de  las  Cortes.     (Fot.  Lacoste  )..... 

18.  Leandro  Fernández  de  Moratín.    Pintura  de   Franc.   Goya.    Madrid,   Acá 

demia  de  San  Fernando.     (Fot.  Lacoste.)        .... 

19.  Juan  MelendezValdés.    Pintura  de  Franc.  Goya.    l^onáres,  fíowes  Muscum 

(Fot.  F.  Hanfstaengl.)      ........ 

20.  Fernán   Caballero  (Cecilia  Btuhl   de  Faber).    Pintura  de  F.   de  Madrazo 

Sevilla,  Galería  de  San  Telmo.     (Fot.  Lacoste.) 

21.  Antonio  de  Trueba.     Cabeza  de  una  estatua  del  mismo,  por  Fed.  Masfiero 

22.  José  María  de  Pereda.     (P'ot.  original.)        ..... 

23.  Luis  Coloma.      (Fot.  Marqués  de  Villafuerle.j       ... 

24.  Modesto  Lafucnte.  Litografía  de  Santos  González  según  dibujo  de  K.  Mosquera 

25.  Marcelino  Mencndez  y  Pelayo.      (Fot.   original.)     .  .  .  . 

26.  José  Zorrilla.     Pintura  de  J.   Diéguez  .  . 

27.  Manuel  Tamayo  y  Batís.     Dibujo  de  Vázquez 


PáR. 


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33 

36 
50 

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124 
126 
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130 
«31 
133 
139 


HISTORIA 
DE  LA  LITERATURA  ESPAÑOLA 


JüNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp. 


INTRODUCCIÓxX. 

JpOR  historia  de  la  literatura  se  ha  de  entender  sólo  la  de 
las  bellas  letras  y  sus  principales  obras;  y  por  bellas  letras, 
las  creadas  por  la  fantasía  artística.  Las  demás  son  meros  pro- 
ductos de  la  erudición,  esto  es,  de  la  inteligencia  y  la  memoria, 
no  de  la  imaginativa. 

Míranse  como  obras  literarias  principales  aquellas  en  que  la 
imaginación  crea  algo,  de  alguna  manera;  en  donde,  por  tanto, 
hay  gran  novedad,  cierto  tinte  genial,  cuando  menos. 

Tales  límites  fuerza  es  asignar  a  esta  historia,  si  no  se  la  quiere 
convertir  en  vasta  enciclopedia  literaria ;  para  no  hacerla  intermi- 
nable, hay  que  fijarle  alguna  linde. 

CONSIDERACIONES  GENERALES  SINTÉTICAS. 

Nacida  en  el  siglo  Xll,  crece  la  literatura  española,  hasta  llegar 
a  su  apogeo  en  los  siglos  XVI  y  XVII;  decae  hasta  casi  morir  en 
el  XVIII;  renace  vigorosa  en  el  Xix. 

De  estos  cuatro  ciclos  el  i°  es  de  fluctuaciones;  el  2?  nacional; 
el  3?  de  imitación ;  el  4?  nuevamente  nacional. 

Siendo  la  literatura  de  España  del  todo  nacional,  para  com- 
prenderla bien  hay  que  atender  al  carácter  de  la  nación,  formado 
por  los  tres  grandes  pueblos  que,  en  dominación  secular,  le  im- 
primieron indeleblemente  su  sello:  los  romanos,  los  godos,  los 
árabes. 

Al  español  más  que  a  los  otros  latinos  hízole  romano  el  ro- 
mano: hízole  fuerte.  Más  que  a  los  otros  góticos,  hízole  godo 
el  godo :  hízole  generoso.  Hízole  más  árabe  que  a  los  otros  aga- 
renos  el  árabe :  hízole  fantástico. 

Así,  el  español  y  sus  letras  son  de  eminente  robustez,  de  un 
patriotismo  y  lealtad  a  toda  prueba,  admirable  en  algunos  de  sus 
excesos  mismos;    son    de    una    religiosidad    profundísima;    de    una 


4  INTRODICCIÓN. 

hidal<;uia  y  pundonor  que  frisan  con  lo  inverosímil,  aunque  siempre 
sublimes;  son,  en  fin,  pueblo  y  letras,  de  una  fantasía  y  de  una 
ponijia  y  magnificencia  de  formas  que,  si  bien  traspasan  a  menudo 
las  leyes  del  buen  gusto,  crean  y  derrochan,  aun  entonces,  mara- 
villas sobre  maravillas. 

Todo  ;por  qué? 

Sangre  germánica  y  sangre  arííbiga  circulan  poderosas  por  las 
venas  del  español,  y  nació  en  Roma,  la  grande,  la  soberbia,  la 
despreciadora  de  los  hombres,  la  temerosa  de  los  dioses. 


ANÁLISIS  DE  LAS  CONSIDERACIONES  GENERALES. 

A.    DOTES   DE    LA    LITERATUR.'^    ESPAÑOLA. 
Originalidad. 

Nada  hay  que  tanto  enaltezca  las  letras  y  toda  obra  del  hu- 
mano entendimiento  como  la  originalidad.  La  originalidad  es  el 
genio,  el  poder  creador,  el  que  en  los  dominios  infinitos  de  la 
inteligencia  y  de  lo  bello  imita  de  algún  modo  la  grandeza  di- 
vina. El  genio  helénico  es  el  portento  humano  de  la  tierra,  y 
siempre  lo  será,  porque  sacó  del  caos  intelectual  el  mundo  espíen 
dido  de  la  belleza,  hizo  brotar  la  luz  que  dividió  entre  la  noche 
de  la  barbarie  y  el  día  del  arte  —  del  arte,  que  es  la  flor  de  la 
civilización. 

Desapareció  la  musa  helénica,  mas  no  la  luz  por  ella  encen- 
dida. Inmortal  creyóse  la  luz :  a  la  musa,  muerta  para  siempre.  A  la 
verdad,  ni  en  Roma  revivió  ni  en  los  largos  siglos  que  corrieron 
sobre  sus  ruinas. 

A  España  estaba  reservado  verla  resucitar,  no  ciertamente  con 
la  delicada  gracia  helena,  ni  con  sus  finísimas  proporciones,  ni  con 
aquel  gusto  que,  por  incomparable,  se  denomina  ático ;  sino  con 
belleza,  a  su  modo  también  deslumbradora,  menos  ideal  que  la 
otra;  mucho  más  terrena  y  aun  española,  pero  luciendo  terrenales 
atractivos,  poderosos  para  inflamar  al  alma  más  fría,  y,  entre  estos 
atractivos,  un  reflejo  de  lo  alto,  un  fulgor  de  la  idea  cristiana, 
que  compensa  con  creces  muchos  vacíos  y  muchas  quiebras. 

Xin::juna  otra  literatura,  ni  la  del  Lacio  ni  las  modernas,  son 
originales;  sino  todas  de  imitación.  Genios  y  talentos  originales 
hay  en  ellas  muchísimos.  Las  literaturas,  empero,  como  tales,  esto 
es,  la  inmensa  maj-oría  de  los  literatos,  no  lo  son. 


CONSIDERACIONES    GENERALES.  5 

Sonlo,  en  cambio,   la  casi  totalidad  de  los  españoles. 

Original  es  el  teatro  de  España,  y  originalísimo ;  original  su 
mística;  original  su  novela;   original  su  sátira. 

Sólo  en  la  lírica  y  en  la  historia  imitó.  Generalmente,  puédese 
decir  que  no  penetra  el  cercado  ajeno,  ni  nada  toma  de  prestado. 
Y  si  algo  toma,  como  lo  mitológico,  que  tanto  desfiguró  y  contra- 
hizo las  letras  modernas,  no  le  permite  la  pujanza  propia  asimilár- 
selo; sino  que  al  punto  se  desvía  de  ese  terreno  imposible  de 
atravesar,  toma  por  cualquier  atajo  y  luego  se  vuelve  a  encaminar. 

Nada  pide  prestado;  da,  empero,  sin  tasa,  sin  medida.  ;Qué 
literatura  moderna  no  es  deudora  de  la  españolar  Cuál  más,  cuál 
menos,  todas  le  deben.  Cortar  y  adornar,  no  siempre  bien,  mu- 
chas veces  mal,  suelen  los  extranjeros  las  ricas  telas  y  brocados 
de  seda  y  oro  hechos  en  la  península. 

Universalidad. 

De  admirar  es  también  la  singular  extensión,  la  universalidad, 
de  la  literatura  peninsular.  Las  otras  abarcan  mucho  menos.  Unas 
descuellan  en  unos  géneros;  otras  en  otros;  sólo  la  griega  en 
todos.  La  cual,  es  verdad,  aventaja  mucho  a  la  nuestra  en  la 
épica  y  la  lírica,  é  incomparablemente  en  la  elocuencia  y  la  historia. 

Podríamos  decir  que,  aunque  fragmentarias,  en  mil  trozos  di- 
versos, esparcidas  acá  y  allá  por  los  otros  géneros,  hallamos  ver- 
daderas riquezas  épicas  en  los  dramas  históricos  —  por  ejemplo, 
en  «La  prudencia  en  la  mujer»  — ■;  líricas  en  todos,  y  oratorias  por 
doquiera.  Pero  no  hagamos  caudal  de  estas  dispersas  preciosidades, 
de  estas  perlas  por  ensartar:  que,  ricos,  no  necesitamos  de  ellas. 
Confesemos,  aun  faltando  a  la  verdad,  carecer  de  estos  géneros, 
materialmente  considerados.  Confesemos  que,  en  rigor,  es  la  helénica 
la  única  literatura  universal  —  universal  en  todo  lo  que  pudo  serlo, 
en  todo  lo  de  la  tierra ;  aunque  se  remonta  sobre  las  nubes,  hasta 
donde  al  espíritu  le  es  dable  remontarse.  Universal  en  todo  lo 
profano.  Hasta  el  cielo  pudo  llegar,  hasta  sus  primeras  lindes: 
más  allá,  no.  Que  no  le  era  dado  penetrar  sus  misteriosas  y  ful- 
gentes penumbras,  henchidas  de  fragancias  embriagadoras,  las  que 
no  le  cupo  más  que  adivinar,  cegada  de  sus  esplendores  y  anona- 
dada de  su  dicha.  Por  lo  cual,  universales  las  letras  helenas  en 
lo  profano,  son  nulas  en  lo  sagrado.  Pero  las  hispánicas  son  propia- 
mente universales,  pues  comprenden  también  todo  lo  sagrado.  Por 
todo  lo  sagrado  van;  por  todo  ello  penetra  su  mística  y  donde- 
quiera crea  bellezas  nunca  vistas  y  del  más  consumado  primor. 


6  INTRODUCCIÓN. 

j'Qué  literatura  es,  cual  ella,  jiara  todos,  para  todas  las  edades, 
todas  las  épocas,  los  momentos  todos  de  la  vida?  ¿Dónde,  sino 
en  el  mundo  español,  nace  y  crece  el  niño  y  vive  el  hombre  y 
muere  sin  dejar  nunca  de  la  mano  las  joyas  de  las  letras?  ¿Dónde 
acompañan  ellas  hasta  el  templo,  hasta  el  ara,  hasta  la  muerte, 
hasta  la  tumba?   Solo  en  España. 

Sólo  aquí  revestido  está  de  belleza  cuanto  habla  y  suspira  el 
alma  en  sus  más  hondas  profundidades,  en  su  comercio  inefable 
con  el  cielo :  desde  la  más  sencilla  plegaria  hasta  el  más  fér- 
vido ruego;  desde  la  más  llana  instrucción  religiosa  a  la  más  ín- 
tima meditación;  del  afecto  más  tierno  e  infantil  al  éxtasis  más 
seráfico. 

Siempre  se  está  en  tierra  tan  feliz  rodeado  y  acariciado  de 
suavísimo  ambiente  estético.  ¡  Qué  potencia  la  del  genio  español, 
que  pudo  lo  que  no  pudieron  ni  las  más  ilustres  edades  cris- 
tianas, ni  sus  mayores  ingenios,  ni  todos  sus  siglos ;  esto  es :  crear 
una  mística  universal  y  universalmente  perfecta!  Donde,  modestí- 
sima, de  sencillez  arrobadora,  se  atavía  la  piedad  con  las  más 
ricas  galas  de  la  tierra  y  en  ellas  envuelta  preséntase,  sin  temor 
y  sin  rubor  y  orguUosa  de  ellas,  delante  del  mismo  Dios. 

Catolicismo. 

Católicas,  eminentemente  católicas  son  las  letras  españolas; 
caracterízalas  el  espíritu  católico,  que  las  informa,  que  anima  a  los 
autores,  que  alienta  en  sus  obras,  hasta  en  las  más  profanas  y  de 
suyo  menos  accesibles  a  él. 

Menester  es  llegar  al  siglo  XIX,  el  de  la  apostasía  religiosa  y, 
por  ende,  nacional  —  que  el  catolicismo  fué  el  alma  de  la  nación 
hispana  — ,  hasta  ahí  es  menester  subir,  de  siglo  en  siglo,  para  en- 
contrar unos  pocos  autores,  más  que  impíos,  escépticos,  de  es- 
cepticismo y  arte  deletéreos,  sombríos,  helados,  decadentes,  no 
nacidos  en  tierra  ibérica,  sino  importados,  por  decirlo  así,  de  la 
frivola,  burlona  Galia,  y,  en  primer  término,  de  la  sombría,  ne- 
bulosa Albión  y  la  racionalista,  soberbia  Germania.  Pero,  aun  en 
estos  malaventurados  discípulos  del  extranjero  se  descubre  algún 
fondo  de  fe  y  de  reminiscencias  patrias,  que  de  cuando  en  cuando 
llega  a  despedir  luz  y  fulgores:  tan  poderosa  ha  alentado  en  Es- 
paña la  fe  católica  y  tan  inagotable  es  su  patrimonio  aun  en 
manos  de  hijos  raquíticos  y  dilapidadores. 

Gloria  de  la  Iglesia  católica  son  por  tanto  las  letras  españolas; 
que  a  su    sombra   nacieron,    florecieron  y    fructificaron    con    tanta 


CONSIDERACIONES    GENERALES.  y 

majínificcncia.  Al  paso  que  en  los  otros  países  católicos,  si  bien 
son  católicas  las  mayores  obras,  distan  las  literaturas  de  serlo, 
por  las  muchas  producciones  acatólicas  y  anticatólicas,  que  les 
quitan  tal  carácter. 

El  sacerdocio  lite?ano. 

Timbre  es  igualmente  de  honor  para  la  Iglesia  el  que  sus  mi- 
nistros mismos  no  sólo  no  huyeran  de  las  letras  profanas,  ni  las 
desdeñaran,  sino  que  las  tuvieran  en  tan  alta  estima  y  las  juzgaran 
tan  compatibles  con  su  sagrado  carácter  y  las  funciones  del  san- 
tuario, que  ellos  mismos  las  crearon,  cultivaron,  adelantaron  y  le- 
vantaron a  la  cumbre  de  la  perfección. 

Fuera  de  los  numerosos  eclesiásticos  que  brillaron  en  las  letras, 
sacerdotes  fueron,  todos  tres,  sus  mayores  dramáticos,  que  son  de 
los  mayores  del  mundo :   Lope,   Calderón  y  Tirso. 

Y  la  Iglesia,  por  su  parte,  como  grande  y  magnánima  amiga 
y  fautora,  según  siempre  ha  sido,  de  toda  humana  cultura,  hizo 
mucho  más  que  tolerar  en  sus  representantes  tan  nuevo  y  pere- 
grino empleo  de  la  vida  y  de  los  talentos  recibidos  del  cielo  para 
el  cielo :  glorióse  de  él :  estimulólo  con  sus  elogios  y  consagrólo 
con  sus  recompensas. 

La  Inquisición  réspede  de  las  letras. 

Y  aquí  es  del  caso  preguntar  por  qué  sólo  en  la  tierra  ibérica 
realizó  el  espíritu  católico  tamañas  esplendideces. 

;  Sería  efecto  únicamente  de  la  raza  o  de  quién  sabe  qué  cú- 
mulo de  felices  circunstancias: 

Siendo  evidente  que  el  espíritu  religioso  es  la  luz  y  el  calor 
de  las  letras  y  artes:  la  luz  del  entendimiento,  el  calor  del  co- 
razón, luz  y  calor  sin  los  cuales,  por  propicio  y  fértil  que  sea  el 
suelo,  no  han  crecido  nunca  ni  podrán  crecer  plantas  poéticas 
lozanas,  provechosas;  siendo  esto  evidente,  como  lo  es,  eslo  tam- 
bién que  ningún  espíritu  favorece  tanto  a  las  letras  como  el  ca- 
tólico, pues  ningún  otro  es  tan  pura  y  altamente  religioso.  Es  asi- 
mismo de  primera  evidencia  que,  cuanto  más  impere  dicho  espíritu, 
más  benéfico  será  a  la  literatura. 

Pues  bien,  cual  en  ninguna  otra  parte,  imperó  en  España. 

¿Merced  a  qué.-  Merced,  sin  duda  a  la  Inquisición. 

¿Hizo  ella  mucho  malo?  —  Condenémoslo  indignados. 

;Hizo  mucho  bueno?  Aplaudámoslo  alborozados. 


INTRODUCCIÓN. 


ijHizo  lo  malo  de  suyo,  cómo  institución?  —  No;  sino  abusiva- 
mente. 

I'esado  en  justa  balanza  lo  bueno  y  lo  malo,  ;cuál  prepondera  .- 
IMucho,  sin  disputa,  lo  bueno.  Luego :  la  institución  no  es  con- 
denable ni  en  sí  misma  ni  por  sus  consecuencias.  —  Indulgentísima 
en  lo  tocante  a  la  moral,  rigidísima,  tiránicamente  rígida,  en  orden 
al  dogma,  ¿quién  duda  que,  en  vez  de  aherrojar  a  las  letras,  las 
encauzó  y  apartó  de  la  ruina  del  desenfreno  heterodoxo? 

Serenidad. 

Del  genio,  dueño  siempre  de  sí  mismo  y  siempre  inspirado  y 
dirigido  por  el  espíritu  de  la  fe,  fluye  la  serenidad ;  que  es  una 
de  las  dotes  más  envidiables  y  preciosas  de  una  obra.  —  Sólo 
causas  tan  pujantes  como  el  genio,  el  dominio  perfecto  sobre  sí 
propio,  el  espíritu  religioso  —  que  a  partir  de  la  era  cristiana  no 
puede  ser  otro  que  el  católico  —  estas  causas  son  las  que  pro- 
ducen aquella  calma,  alegría,  transparencia ,  que  constituyen  la 
serenidad.  Así  como  ellas  constituyen  la  de  los  cielos;  de  la  cual 
es  vivo  reflejo  la  del  alma;  que  a  su  vez  se  refleja  y  fulgura  en 
el  verbo,  que  de  ella  dimana  vivo. 

Tan  sólo  merced  a  estas  tan  poderosas  fuerzas  unidas  entre 
sí,  fórmase  en  el  espíritu  la  serenidad;  se  transmite  a  la  palabra 
escrita,  y  reina  en  ella  una  serenidad  que  serena.  —  Sin  genio,  el 
alma  no  concibe  con  potencia  capaz  de  comunicarse.  Sin  dominio 
sobre  sí  mismo,  no  callan  sus  pasiones,  ni  sosiegan  las  grandes  y 
pequeñas  ondas  del  corazón.  Sin  espíritu  católico,  o  al  menos  pro- 
fundamente religioso,  ni  un  titán  domina  y  conjura  tanta  tempes- 
tad, zozobra  y  movimiento  como  sin  cesar  levanta  la  pasión  en 
el  pecho  humano  Nadie  logra  serenarse  si  no  mira  la  vida  con 
amor,  la  muerte  sin  sobresalto,  la  tumba  sin  espanto,  la  eternidad 
con  alegría.  —  La  fe  sola  vive  serena. 

No  es  por  tanto  extraño  que,  siendo  tan  sinceramente  católico 
el  genio  español,  y  siendo  tanta  su  fuerza  intelectual  y  moral,  esté 
siempre  sereno ;  que  razone  sereno ;  que  ría  sereno,  que  gima  y 
llore  sereno. 

En  esta  peregrinísima  dote  es  igual  el  español  al  griego.  Pero 
solo  el  español ;  fuera  de  él  ninguno. 

En  el  Lacio  serenos  son  no  más  que  Cicerón,  doquiera,  y 
Ovidio,  en  sus  obras  serias.  —  En  lo  moderno,  apenas  saben  de 
serenidad  las  obras  extranjeras. 


CONSIDERACIONES    GENERALES.  <j 

Ni  el  Dante,  con  todo  su  genio  y  catolicismo,  lo  es;  porque 
no  logró  dominarse  a  sí  propio :  culpa  suya  fué  que  no  aquietara 
la  fe,  en  él,  las  pasiones. 

Pues  sobrada  eficacia  tiene  ella  para  aquietarlas.  Y  nada  se  le 
opone  tanto  como  la  misantropía,  natural  y  punto  menos  que  ne- 
cesaria en  el  incrédulo  talentoso;  pero  casi  inexplicable  en  el  creyente; 
quien,  estando  muy  lejos  de  odiar  al  hombre,  compadécele  en  sus 
mayores  extravíos,  y  mirando  en  él  la  imagen  y  amor  divinos,  no 
puede  menos  de  amarle. 

Humor. 

Incomparable  es  en  el  humor  la  literatura  española.  En  él  las 
aventaja  a  todas.  —  Desde  aquel  inmenso  arranque  humorístico 
sublime  que  se  llama  el  Quijote,  hasta  las  más  fugitivas  notas 
literarias,  durante  todo  el  imperio  del  genio  español,  hasta  muy 
entrado  ya  el  siglo  XIX,  juguetea  el  humor  por  dondequiera,  en 
la  mística  misma,  no  pocas  veces  harto  risueño  aun  en  el  graví- 
simo Avila  y  el  grave  Granada,  arrebatado  aquél  del  torrente  de 
su  fervor,  éste  del  de  su  elocuencia. 

Ni  en  la  sátira,  donde  tan  fácilmente  suelen  reinar  sin  contra- 
peso la  amargura,  el  mal  humor,  la  saña,  y  donde  en  toda  otra 
parte  reinan,  jamás  faltó  a  los  ingenios,  ibéricos  su  buen  humor. 
Mordaz  y  cáustica  acostumbra  volar  y  herir  la  flecha,  ya  que  tal 
ha  nacido;   pero  nunca  va  envenenada,  ni  sangrienta. 

Xo  se  ensaña  ni  con  el  vicio ;  mucho  menos  con  el  hombre. 
Aborrece  a  aquél,  zahiérelo,  hácelo  ridículo.  Pero  el  vicioso,  al 
mirar  a  su  vapuleador  y  verle  tan  risueño,  tan  sin  hiél,  }'  cómo, 
cansado  de  reírse  de  él,  se  ríe  de  sí  propio,  desármase;  y  a  las 
veces,  lo  que  parecía  duelo  feroz  y  a  muerte,  acaba  en  mutua 
carcajada  y  mutuo  abrazo. 

Vitalidad. 

Del  todo  extraordinaria,  única,  finalmente,  es  su  vitalidad.  Por- 
que a  diferencia  de  todas  las  otras  literaturas,  tanto  antiguas  como 
modernas,  que  no  tienen  sino  una  sola  edad  de  oro,  tiene  la  es- 
pañola dos:  la  clásica  y  la  neoclásica  del  siglo  XlX.  Esto  realza 
su  grandeza,  ya  que  vitalidad  significa  fuerza;  fuerza,  imperio;  im- 
perio, grandeza. 

B.    DEFECTO. 
Mal  gusto. 

Padece  —  digámoslo  sin  ambages  ni  reticencias  —  la  literatura 
española  entera  este  grave  defecto.  Pues,  salvo  uno  que  otro  autor, 


lO  INTRODUCCIÓN. 

uno  que  otro  libro,  plagada  está  por  entero  y  en  parte  viciada 
por  él.  Sobre  todo  la  lírica;  donde  muy  pocas  son  las  obras  y 
menos  aún  los  poetas  de  gusto  irreprochable.  Y  aquí,  por  no  ser 
ni  profundamente  inspirados  ni  profundamente  sentidos  la  mayor 
parte  de  ellos,  es  más  funesto  este  vicio.  Que  en  la  dramática, 
en  que,  a  excepción  de  Lope,  también  se  espacia,  no  campa,  por 
no  afectar  al  fondo  mismo  de  ella;  que  son  los  hechos,  los  ca- 
racteres, el  diálogo;  donde  el  genio  inspira,  mueve  y  arrastra  al 
dramaturgo  con  tanta  y  tan  ingénita  y  como  instintiva  fuerza,  que 
de  ella  queda  señoreada  y  ahogada  esa  especie  de  falaz  reflexión 
y  vuelta  violenta  sobre  sí  mismo,  que  ha  menester  el  espíritu  ele- 
vado y  robusto  para  entretenerse  en  ese  linaje  de  brillantes 
bagatelas  y  cometer ,  a  su  brillo  y  por  amor  suyo,  tales  des- 
aciertos. 

De  esta  suerte,  como  a  pesar  suyo  y  olvidados  de  sí  mismos, 
evitan  los  dramáticos  el  correr  la  triste  fortuna  de  los  líricos. 

;Qué  explicación  tiene  este  al  parecer  inexplicable  fenómeno 
del  predominio  del  mal  gusto?  ¿Cómo  se  compadece  la  inteligencia 
con  tan  lamentables  descarríos  de  ella.^  ¿No  es  una  de  sus  más 
primordiales  manifestaciones  el  criterio.'  Y  ¿puede  coexistir  el  cri- 
terio con  la  perversión  del  gusto? 

Suponen  el  criterio  y  el  gusto  cierta  delicadeza  }'  finura  inte- 
lectuales, que  suelen  faltar  a  los  espíritus  vigorosos,  y  en  primer 
término,  a  los  poetas.  Que  se  dejan  arrastrar  de  su  numen ;  y 
aun  parecen  a  veces  conocer  sus  propios  dislates,  sin  osar  elimi- 
narlos de  sus  obras,  por  hallar  en  ellos  —  como  de  ordinario  la 
hay  —  alguna  belleza ;  o  por  un  excesivo  e  irracional  amor  no  se 
atreven  a  sacrificarla  en  aras  del  gusto. 

Pero  fuerza  es  decir  —  no  por  disculpar  sino  por  atenuar  — 
que  cuantos  genios  no  han  frecuentado  la  escuela  única  del  gusto, 
la  helénica,  han  pecado  contra  él  como  los  españoles,  y  aun  más 
que  ellos.  El  mal  gusto  del  solo  Shakespeare  suma  el  de  Lope, 
Calderón  y  Tirso. 

Todas  las  especies  principales  del  mal  gusto:  declamación,  agu- 
dezas, afectación,  padeciólas,  hasta  en  sus  mejores  tiempos,  la  litera- 
tura española.  Recorrió  estos  tres  estadios,  que  acostumbra  recorrer 
el  gusto  cuando  degenera. 

Primero,  para  simular  estro  y  elocuencia,  declama  con  pala- 
bras rimbombantes  y  frases  sonorosas  y  de  efecto. 


CONSIDERACIO.NKS    GENERALES.  ¡  \ 

Luego  se  ingenia  en  antítesis,  juegos  de  palabra  y  toda  suerte 
de  rebuscados  artificios,  para  ostentar  talento  y  disimular  la  va- 
ciedad y  falta  de  interno  calor  poético. 

Y  cuando  ya  ha  tocado  en  tan  escabroso  terreno  el  ingenio, 
no  se  detiene,  sino  que,  confundiendo  la  belleza  ficticia,  aparente, 
ilusoria  con  la  real,  va  resbalando  velozmente  hasta  dar  en  hon- 
duras de  donde  es  casi  imposible  salir;  esto  es,  en  la  afectación 
completa,  la  hinchazón  y  pedantería,  que  es  la  muerte  de  las 
letras. 

Padeció  España  estas  dolencias  literarias  tanto  más  fácilmente 
cuanto  ellas,  para  imponerse  al  público,  suponen  imaginación  y 
talento,  los  que  la  península  siempre  ha  poseído  abundosos. 

Sin  embargo,  su  mucho  empuje  intelectual  preservóla  de  que 
pereciera  su  literatura,  esterilizada  y  agostada  de  cierzo  tan  aso- 
lador.    El  cual  arruinó  por  siglos  a  las  otras   literaturas  europeas. 

Una  prueba  más  de  la  invicta  fuerza  del  genio  español. 

C.     OBJECIÓN. 

Es  el  mal  gusto  el  único  defecto  notable  que  achacarse  puede 
a  nuestra  literatura.  Los  demás  que  se  le  suelen  achacar,  no  lo 
son.  —  Tíldasela  de  crédula,  supersticiosa,  fanática,  y  en  ella  al 
pueblo  que  encarnó  en  sus  letras,  como  pocos,  su  ser  entero. 

Viejos,  viejísimos  cargos.  Con  todo,  la  protesta  y  la  impiedad, 
que  no  han  podido  nunca  perdonar  a  España  su  catolicismo,  no 
cesan  de  imputárselos. 

Si  se  les  contesta  que  lo  sobrenatural  y  milagroso,  cualquiera 
que  sea  su  verdad  absoluta,  probado  o  no,  puede  tener,  y  tiene 
de  hecho  en  los  poetas  españoles,  de  ordinario,  mucha  verdad  re- 
lativa, verdad  que  siempre  ha  bastado  y  basta  a  la  poesía  y  que, 
además,  muy  a  menudo  es  legendaria  y  muchísimas  otras  veces 
histórica;  —  si  se  les  dice  todo  esto,  que  en  crítica  es  inconcuso, 
callan  a  todo  y  prosiguen  impertérritos  repitiendo  el  cargo.  En 
vano  es  asimismo  notarles  que  la  fe  en  lo  maravilloso  está  fun- 
dada en  la  naturaleza  misma  y  tan  hondamente  en  ella  radicada 
que  ningún  esfuerzo  ni  todo  el  afán  de  los  que  se  precian  de  in- 
crédulos —  que  comúnmente  son  los  más  crédulos  del  mundo  — 
es  poderoso  a  arrancarla  de  ella. 

En  vano  les  añadís  que,  aun  dado  caso  —  lo  que  es  imposible  — 
que  la  voz  de  la  naturaleza  mintiese,  la  poesía  y  el  arte  no  tratan 
sino  de  reflejar  la  naturaleza  y  de  tomar  de  ella  lo  conducente  a 


12  INTRODUCCIÓN. 

SU  intento ;  y  que  nadie  pone  en  duda  que  lo  es,  y  sobre  manera, 
lo  maravilloso. 

En  vano  es  redargüirles  que  el  alma  exaltada  .se  forja  a  cada 
paso  fantasmas,  que  adquieren  en  la  fantasía  todas  las  formas  y 
consistencia  de  la  más  viva  realidad ;  como  la  memorable  sombra 
de  Banquo  ante  los  ojos  de  Macbeth. 

Ni  vale  rebatir  a  los  detractores  de  las  letras  hispanas  con  sus 
mismas  armas,  recordándoles  que  ni  ellos,  ni  crítico  alguno  de  la 
tierra  han  echado  en  cara  a  Shakespeare  el  u.so  frecuentísimo  que 
hace  de  cuanto  prodigioso  y  aun  absurdo  pueden  inventar  la  igno- 
rancia y  superstición  más  crasas  y  vulgares. 

Ni  les  abre  los  ojos  el  ejemplo  de  los  antiguos,  que  emplean 
lo  sobrenatural  sin  tasa  ni  medida,  conforme  a  su  religión.  ¿Quién 
nunca,  ni  de  los  mismos  que  denigran  por  supersticiosos  a  los 
poetas  españoles,  se  ha  atrevido  a  censurar  por  ello  a  los  clásicos 
latinos  o  griegos?  De  consiguiente,  aun  suponiendo  que  lo  mara- 
villoso del  cristianismo  no  tuviese  fundamento  alguno  histórico 
—  y  los  tiene  tantos  y  tan  indestructibles  —  ¿sería  justo  increpar 
por  crédulos  a  los  españoles  y  no  a  los  clásicos?  ¿Dónde  están 
la  justicia  y  la  lógica? 

Empero,  bastante  vindicada,  podríamos  decir,  está  por  sí  misma 
la  literatura  española,  y  no  necesita  de  otras  vindicaciones. 

Porque,  así  como  la  clásica  prueba  la  verdad  relativa  de  sus 
prodigios  por  la  fuerza  poética  con  que  avasalla  todos  los  enten- 
dimientos; así  también  la  prueba  la  española,  avasallando  a  sus 
detractores  mismos  —  como  más  de  una  vez  ha  acontecido  — ,  si 
se  ponen  de  alguna  manera  en  contacto  con  su  mágico  poder. 


PRIMER  CICLO.    TIEMPOS  ANTIGUOS. 

(Siglos    XII  —  XVI.) 

PRIMER  PERÍODO. 
(Siglo  xir.) 

KOCIÓX  PREVIA. 

1 .  Rápida,  muy  rápidamente  pasaremos  por  la  época  primera :  la  formación  de 
la  literatura  española.  No  escribo  un  tratado  erudito.  Aun  en  ellos  la  erudición 
suele  dañar  más  que  aprovechar :  fatiga,  agobia  al  espíritu  ;  y,  por  esto,  con  irre- 
sistible fuerza  repulsiva,  retráele  del  objeto  que  el  erudito  le  ha  intentado  acercar, 
ilustrar,   hacer  amar. 

Quiero  escribir  un  libro  lítil,  y,   en  la  medida  de  mis  fuerzas,  agradable. 

2.  Contentémonos  por  tanto  con  esbozar  sumariamente  la  infancia  literaria  de 
España;  para  satisfacción  de  nuestra  curiosidad,' que  pregunta  de  dónde  ha  venida 
y  cómo  ha  crecido  el  ser  que  se  nos  presenta  desarrollado,  de  recia,  atlética  com- 
plexión, de  bellas  y  graciosas  proporciones,  revestido  de  hermosura. 

3.  Pero,  más  que  mera  curiosidad,  es  el  deseo  de  conocer  esta  infancia;  es  el 
de  seguir  su  crecimiento :  ver  cómo,  cuándo,  por  qué  creció ;  cuándo  empezó  a 
desenvolverse  ;  cuánto  tardó  ;  quién  le  nutrió  y  cuidó  ;  qué  impulsos  recibió  de  fuera  : 
qué  es  propio  y  qué  es  extraño  en   él. 

4.  Sólo  así  se  le  comprenderá  bien  :  se  sabrá  dónde  está  su  fuerza  y  dónde  su 
flaqueza;  qué  ha  de  buscar  y  qué  huir.  Se  sabrá  en  qué  edad  se  halla  de  la  vida, 
y  si  ésta  ha  de  ser  efímera  o  larga ;  qué  vejez  le  espera,  o  si  puede  —  lo  que 
comúnmente  se  niega  —  prometerse  la  inmortalidad,  y  qué  ha  de  hacer  para  al- 
canzarla o  resucitar  a  ella. 

Cuestiones  a  cuál  más  interesantes. 

Desflorémoslas;  y  con  la  última,  terminemos  nuestra  labor. 

ORÍGENES. 
Poesía. 
I.  Con  el  romano  imperio  cayó,  así  en  España  como  donde- 
quiera, la  romana  civilización.  Por  la  espada,  únicamente  por  la 
espada,  habíase  alzado:  por  la  espada  hubo  de  caer.  Que  la  es- 
pada llama  a  la  espada,  y  no  hay  fábrica  tan  débil  como  la  que 
ella  fabrica. 


14  PRIMER    CICLO:    TIEMPOS    ANTIGUOS. 

Cayó  Roma  al  hierro  de  los  bárbaros,  y  no  hubiera  dejado 
en  pos  de  sí  más  que  huellas  sangrientas,  de  no  salvar  el  cris- 
tianismo lo  que,  en  el  inmenso  y  súbito  naufragio,  era  dable 
salvar. 

2.  Ni  se  diga  que,  vencidos  los  griegos,  vencieron  por  su  civi- 
lización a  los  vencedores;  y  que  no  aconteció  otro  tanto  con  los 
bárbaros,  por  ser  ellos  más  difíciles  de  civilizar  que  Roma.  No  fué 
la  pérdida  de  la  civilización  romana  culpa  de  los  invasores,  sino 
de  los  invadidos.  Eran  aquéllos  por  ventura,  en  orden  a  inteli- 
gencia, índole  y  costumbres,  incomparablemente  mejores  que  esos 
romanos  fieros  y  feroces,  hasta  que,  en  cuanto  eran  suavizables, 
los  suavizió  la  cultura  helénica. 

3.  En  España  alcanzaron  una  breve  florescencia  las  letras  la- 
tinas cristianas;   que  segó  la  invasión  gótica. 

4.  Apenas  hubo  ésta  dominado  y  asimiládose  el  elemento  ro- 
mano, cuando,  sin  dar  tiempo  a  la  idea  cristiana  de  coronar  con 
las  letras  su  obra  civilizadora,  asomó  la  terrible  cimitarra  del  árabe ; 
que  devastó  y  anonadó  lo  que  había  quedado  en  pie  de  la  civili- 
zación de  Roma. 

5.  Luego  comenzó,  desde  las  montañas  septentrionales,  lenta, 
pero  segura,  aquella  incomparable,  gloriosa  y  siete  veces  secular 
guerra  de  reconquista :  la  hazaña  nacional  más  grandiosa  y  sublime 
que  registra  la  historia. 

Con  el  acero  en  la  mano  todo  el  día,  todo  el  año,  toda  la 
vida;  durmiendo  sobre  él  en  la  noche,  sobre  él  en  la  tumba, 
¿pudo  ese  pueblo  heroico  cual  ninguno,  cual  ninguno  batallador, 
tener  tiempo,  tener  calma,  tener  fuerzas  para  modular  algún  acento 
poético .' 

6.  Y  los  moduló.  Aunque  tarde;  o  más  bien:  temprano.  Por- 
que, aun  en  medio  del  estrépito  de  las  armas  y  el  fragor  de  los 
combates,  empezó  a  cantar,  cantar  sus  cantares  de  gesta,  de  ha- 
zañas; a  celebrar  sus  armas  y  sus  triunfos.  Otra  nación  tal  vez 
hubiera  necesitado  muchos  siglos  más  para  darse  a  las  letras,  o 
acaso  hubiera  permanecido  muda  por  siempre.  España,  empero, 
soltó  la  lengua  al  estruendo  mismo  de  su  propio  batallar  y  trocó 
sobre  el  campo  de  la  lid  en  cantares  la  grita  de  la  lucha. 

7.  Despertó  ya  para  la  poesía  en  el  siglo  xn.  En  lengua  ro- 
mánica o  romance  habíase  ido  convirtiendo  el  latín.  Y  esta  nueva 
lengua,  formada  en  el  transcurso  de  tan  turbulentos  siglos,  ates- 
tigua con  su  incesante  desenvolvimiento  y  creciente  perfección 
que  la  inteligencia  del  pueblo  y  la  finura  de  su  oído  no  sólo   no 


PRIMER    PERIODO:    SIGLO    XII. 


'5 


sucumbía  al  rigor  de  las  armas,  pero  sobreponíase  a  ellas  y  a 
despecho  suyo  iba  creciendo  y  perfeccionándose. 

Porque  el  idioma,  su  belleza  o  deformidad  intrínsecas  y  eu- 
fónicas, es  irrefragable  testimonio  de  las  dotes  intelectuales  del 
pueblo  que  lo  forma.  Una  lengua  pobre,  inflexible,  dura,  arguye 
dureza,  inflexibilidad,  indigencia  intelectual  de  la  gente  que  la 
habla. 

Si  no  tuviésemos  otra  prueba  de  ser  el  pueblo  helénico  el  primero 
del  mundo,  bastaría  la  belleza  y  perfección  de  su  idioma  para  pro- 
barlo. Así  también  basta  el  español,  con  su  riqueza  inexhausta, 
su  flexibilidad,  claridad,  justo  equilibrio  entre  vocales  y  consonantes, 
su  sonora  majestad  y  armonía  —  basta  el  idioma  español  a  pa- 
tentizar la  superioridad  de  la  nación.  Que  él,  en  perfección  y  eu- 
fonía, supera  a  las  lenguas  modernas,  al  latín  mismo,  y  mucho  se 
avecina  al  griego. 

8.  Al  paso  que  el  habla  se  va  desarrollando  y  atravesando  la 
infancia,  va  despertando  más  y  más  el  ingenio  poético,  apacible- 
mente, con  aquel  lento  despertar  que  suelen  los  talentos  vigorosos. 
Apenas  adquirió  forma  el  idioma;  apenas  pudo  en  él  expresarse 
la  idea,  cuando  ya  porrumpió  en  acentos  infantiles,  pero  enér- 
gicos y  a  menudo  felices. 

Son  acentos  narrativos  o  épicos  los  primeros :  la  naciente  musa 
canta  a  los  héroes  nacionales  y  sus  proezas. 

9.  Sus  hermanas  románicas,  la  itálica  y  franca,  gracias  a  la 
paz  y  prosperidad  seculares  de  que  gozaban,  habiánsele  adelan- 
tado mucho,    y  hablaban    cuando  ella   a   duras  penas  balbuceaba. 

Natural  era  que  aprendiese  de  las  otras;  y  aprendió,  parti- 
cularmente de  su  vecina,  la  francesa. 

10.  Pero  tan  felices  eran  sus  disposiciones  y  precoz  su  talento, 
que  lo  que  aprendió,  ni  lo  quiso  retener,  ni  lo  copió,  ni  lo  imitó 
a  guisa  de  los  que  carecen  de  fuerza  intelectual  congénita,  sino 
que  lo  desechó  al  punto,  y  en  virtud  del  impulso  recibido  creó 
luego  y  prosiguió  creando  algo  mucho  mejor. 

Y  de  tal  suerte  aventajó  a  sus  maestras,  que  ellas  en  breve,  maravi- 
lladas de  los  dotes  de  la  discípula,  comenzaron  a  su  v^ez  a  aprender 
de  ella;  sin  jamás  acabar  de  aprender,  ni  de  comprender  las  ha- 
bilidades y  el  arte  de  la  que  ni  para  aprender  ni  para  seguir 
había  nacido,  sino  para  enseñar  y  capitanear. 

11.  Más  bien  que  lecciones,  pues,  diéronle  sólo  el  primer  im- 
pulso los  trovadores  provenzales  y  épicos  franceses;  ayudaron  a 
andar  a  la  que,  dotada  de  firmísima  planta,  era  capaz  ya  de  andar 


l6  PRIMER    ciclo:    tiempos    ANTIGUOS. 

por    sí   sola;    aunque  tardara  por  ventura   más  y  anduviera  trope- 
zando y  cayendo. 

12.  A  cantares  de  la  cuna  del  t^enio  español,  entretejida  con 
humildes  mimbres  y  juncos,  cantares  entonados  en  torno  de  ella 
y  para  ella,  nos  suenan  los  cinco  vetustísimos  poemas  del  siglo  xii: 
los  de  los  Reyes  Magos,  el  de  Sa?¡ta  Alaría  Egipcíaca,  la  Crónica 
del  Cid  y   el  Poema  del  Cid. 

13.  En  ellos  }'a  se  ostentan  hermosa  e  indisolublemente  her- 
manadas, como  preludiando  lo  porvenir  y  las  glorias  de  las  letras 
castellanas,  sus  dos  grandes  y  eternamente  arrebatadoras  notas,  que 
son  las  de  toda  verdadera  y  alta  poesía:  la  religión  y  la  patria; 
el  amor  a  Dios  y  el  amor  al  hombre. 

¡  Hermosa  iniciación  la  del  genio  ibérico  el  celebrar  el  amable 
misterio  de  la  infancia  del  Salvador  y  la  vocación  de  las  gentes  a 
su  cuna  y  a  su  amor !  el  celebrar  al  inmortal  y  un  tanto  miítico  héroe 
castellano,  como  celebrándose  en  él  a  sí  propio  y  sus  propias  vir- 
tudes: su  patriotismo,  su  lealtad,  su  indómita  bravura!  el  cele- 
brar, por  fin,  a  la  famosa  y  legendaria  penitente  del  desierto! 
A  la  cual  ni  el  anticatólico  Gcethe  pudo  menos  de  rendir  un 
testimonio  de  sincera  admiración  a  la  postre  de  su  vida  y  de  su 
«Fausto». 

14.  Religión,  patria,  romantismo  piadoso:  estas  ideas  genera- 
trices de  la  poesía  española,  y  de  toda  poesía,  hanse  de  ver  realzadas 
en  esos  poemas,  prescindiendo  de  su  frialdad,  monotonía,  ausencia 
total  de  arte.  Por  tanto,  interés  relativo,  extrínseco,  excitan  y  pueden 
excitar  ellos  por  sí.  Las  ideas  dominantes,  la  fuerza  poética  que  las 
produce;  los  esfuerzos  desplegados;  la  futura  facundia  del  infante, 
anunciada  en  su  balbucir:  esto  y  no  otra  cosa  se  ha  de  buscar 
en  las  edades  infantiles  de  las  letras.  Lo  que  es  no  poco,  ni  de' 
poco  interés. 

15.  Hasta  ahora  la  épica  ha  sido  sólo  vulgar:  hala  cultivado 
sólo  el  vulgo. 

Con.servará  durante  el  siglo  XTII  su  carácter  popular,  pero  se 
le  asociará  el  erudito.  Y  esta  amalgama  poética  se  realizará  en  dos 
narraciones  épicas:  Poema  de  Alejandro  el  Grande  por  Juan 
Lorenzo  de  Segura,  y  el  anónimo  Poema  de  Apolonio. 

Fantastico-heroicos,  inclínanse  estos  poemas  fuertemente  al 
género  caballeresco,  que  anuncian. 

Entrambos  son  toscos  ensayos;  así  como  el  anónimo  Poema 
de  Femar   González,  héroe  popular  castellano. 


SEGUNDO    PERIODO:    SIGLO    XIII.  I7 

16.  Por  entonces  se  percibe  una  nueva  nota:  la  bíblico-maho- 
nietana,  en  el  Poema  de  Yussuff  (=  José). 

17.  Aquí  ya  principia  a  advertirse  otro  fenómeno  característico 
de  la  literatura  ibérica  y  que  más  tarde,  durante  todo  su  apogeo, 
será  un  sello  suyo  privativo:  el  de  ser  sus  más  fervientes  y  prin- 
cipales cultivadores  los  eclesiásticos. 

Lo  son,  en  efecto,  Juan  Lorenzo  de  Segura,  y  otro  poeta  re- 
presentante asimismo  del  movimiento  vulgar  erudito :  Gonzalo  de 
Berceo. 

Prosa. 

18.  Con  muy  propia  fisonomía  está,  en  el  Fuero  Jiczgo, 
totalmente  ya  desprendido  de  su  corteza  latina  el  nuevo  idioma : 
el  español.  Al  par  que  preciosa  reliquia  de  la  sabia  legislación 
visigoda  es  el  Fuero  el  monumento  más  antiguo  de  la  prosa  cas- 
tellana. 

Concisa,  clara,  enérgica  y  suave,  hasta  con  ciertas  formas  su- 
periores a  las  clásicas,  rompe  aquí  a  hablar,  en  la  república  de 
las  letras  y  en  la  de  la  ciencia,  la  lengua  castellana,  sonando 
como  el  código  a  rudeza  y  blandura,  imperio  y  suavidad. 

19.  Rompe  a  hablar  cuando  los  demás  idiomas  occidentales 
aun  no  lo  saben,   cuando  apenas  articulan  lenta  y  laboriosamente. 

SEGUNDO  PERÍODO. 

(Siglo  XIII.) 

Poesía. 

1.  Natural  e  invenciblemente  propenso  a  la  sátira  el  espíritu 
español,  como  el  de  toda  la  raza  latina,  pero  mucho  más  in- 
genioso en  ella  que  las  otras  naciones  románicas,  había  tardado 
no  poco  en  despertar  para  las  letras,  atendida,  no  la  fecha  de  su 
despertar,  sino  su  espontánea  inclinación  y  notabilísimas  apti- 
tudes. 

2.  Y,  ¡cosa  singular!  dio  principio  a  la  sátira  en  España  un 
sacerdote,  cuyo  grave  miinisterio  no  parece  a  primera  vista  ser  muy 
compatible  con  tal  ejercicio. 

Mas,  residiendo  la  cultura  principalmente  en  el  clero,  que  la 
había  salvado  de  su  ruina,  y  bullendo  y  pugnando  el  potente 
genio  hispano  por  romper  las  ligaduras  con  que  los  seculares  y 
hondos  trastornos  de  la  nación  habíanle  tenido  encadenado,  ;no 
era  también  natural  que  desde  luego  diese  todos  sus  primeros 
frutos    en    el    clero?    ¿No    iba    él,    como    siempre   fué    y  va,    a    la 

Jü.NE.MANN,  Lit.  y  Ant.   esp.  - 


l8  PRIMER    CICLO:    TIF-MPOS    ANTIGIOS. 

vanguardia  de  la  civilización?  ;Xo  ha  sabido  él  siempre  seleccionar 
atinadamente  a  los  suyos,  formarlos  atinadamente,  cual  nadie?  ^No 
es  su  estado  favorabilísimo  al  cultivo  de  las  letras,  cuando  no  lo 
inhibe  alguna  estrechez  de  criterio  moral? 

3.  Ninguna  lo  inhibió  afortunadamente  en  España.  —  Antes 
libérrimo  siempre,  a  veces  sobrado  libre,  fué  el  criterio  del  clero 
español  literato  en   orden  a  la  mí)ralidad. 

Sobrado  libre  fué  también  el  del  padre  de  la  sátira  hispánica, 
Juan  Ruiz,  llamado  comúnmente  el  Arcipreste  de  Hita  —  de 
donde  lo  fué  — ;  el  cual  en  el  Libro  de  biioi  amor  coleccionó,  en 
revuelto  y  monstruoso  conjunto,  sus  poesías,  donde  buenos  rasgos 
satíricos  alternan  con  patochadas  e  insulseces;  con  cínico  desen- 
freno, acentos  de  piedad :  trasunto  fiel,  así  moral  como  literario, 
de  aquella  época  de  transición ;  época  en  que  luchan  fuerzas  c 
inclinaciones  opuestas,  que  producen  un  \iolcnt()  desconcierto  y 
mortal  antagonismo. 

4.  Al  lado  de  la  Iglesia  y  en  noble  consorcio  con  ella  —  pues 
a  la  sazón  lo  estaba  en  España  —  dióse  también  la  Sinagoga  a 
cultivar  la  literatura  castellana;  y  fué  uno  de  los  buenos  poetas 
del  siglo  el  rabino  Don  Sem  Tob,  de  Carrión;  personaje  ilustre  e 
influyente  en  la  corte,  ün  tratado  didáctico-poético  de  moral :  Co7i- 
scjos  y  documentos  al  rey  Dou  Pedro,  se  le  atribuye  con  bastante 
fundamento,  y  con  poco  la  Danza  de  la  muerte;  escritos  que  no 
carecen  de   poesía. 

5.  Xo  carecen  tampoco  de  ella  las  Cantigas  a  la  Virgen,  com- 
puestas en  gallego  por  Alfonso  X  de  Castilla. 

Prosa. 

6.  Por  este  mismo  famoso  rey  (grab.  i)  alcanzó  la  prosa 
mayores  y  más  visibles  progresos  que  la  poesía ,  merced  al 
fortísimo  impulso  que  él  le  dio  por  medio  de  sus  Siete  Parti- 
das,  el  más  célebre  código  medieval,  y  que  hace  cumplido 
honor  al  soberano  a  quien,  no  obstante  la  falta  de  tino  político 
y  doméstico,  que  le  hundieron  en  doble  infortunio,  apellidó  «el 
Sabio»   .su  siglo,  admirado  de  sus  luces  y  de  su  saber. 

Base  son  las  Partidas  de  la  legislación  española,  dictadas  de 
consuno  por  la  ciencia  y  la  experiencia;  por  un  profundo  buen 
sentido,  por  la  reflexión  y  el  cabal  conocimiento  de  los  hombres 
de  su  tiempo.  Es  una  como  enciclopedia  del  saber  político  y  re- 
ligioso   d-    la    época.    No    se    limita    el  legislador  a  legislar  grave 


SEGUNDO    PERIODO:    SIiH-O    XIII. 


Ij 


e  imperioso :  imperioso  y  grave  razona  dondequiera  y  funda  sus 
leyes. 

Este  paso  atrevido  de  querer  unir  las  letras  a  la  ciencia  -  -  el 
que  ya  hemos  visto  en  el  Fuero  Juzgo  y  que  en  las  Partidas  va 
subiendo  de  punto  —  marca  la  medida  de  los  altos  vuelos  del 
ingenio  de  la  raza.  Inconciliable  será  la  forma  artística,  y  lo 
es,  sin  género  de  duda,  con  la  árida  legislación  y  otros  ramos 
de  la  descarnada  ciencia;  que  tendrán,  de  grado  o  por  fuerza, 
que  contentarse  con  la  correcta  y,  a  lo  sumo,  elegante  dic- 
ción.    De   aquí   no   les   es   permitido    pasar. 

Pasó  el  Rey  Sabio,      

y  merced  a  haber  audaz- 
mente pa.sado,  nos  dejó 
una  obra,  no  por  cierto 
propiamente  de  arte  ni 
de  perfecta  literatura, 
pero  de  cierta  gracia 
en  el  decir  y  sem- 
brada de  frases  robus- 
tas y  elocuentes.  En 
ella  toma  un  incremento 
nuevo  y  asombroso  el 
idioma;  el  cual,  aun- 
que no  resplandece  to- 
davía con  la  riqueza  y 
perfección  de  los  siglos 
de  oro,  muéstrase  ya 
con  belleza  clásica  y 
apto  para  cuanta  laboi- 
literaria  de  prosa  llana 
se  quiera  hacer  en  él. 

7.  Avanzando  aun 

más  en  la  carrera  de  las  letras,  Alfonso  X,  crítico  e  investigador 
de  los  hechos,  creó  también  la  historia  patria  en  su  Crónica  ge- 
neral de  España;  introdujo  en  las  letras  hispanas  el  elemento 
parabólico  oriental,  e  hízose  tan  benemérito  de  ellas  y  de  la  cul- 
tura nacional,  que  en  la  edad  media  no  se  levanta  en  la  Península 
figura  alguna  que  con  él  pueda  compararse. 

8.  Del  elemento  oriental  no  tardó  en  aprovecharse  el  infante  Don 
Juan  Manuel,  magnate  castellano,  de  esclarecido  ingenio  y  tan 
marcial  espíritu,  que  desde  los  doce  años  de  su  edad  empuñó  las 


Grab.   I.     Alfonso  el  Sabio. 


20  PRIMER    ciclo:     TIEMPOS    ANTIGUOS. 

armas :  las  cuales  no  absorbieron  su  actividad  ni  embotaron  los 
filos  de  su  talento.  Antes  bien,  partiendo  de  libros  de  oriente, 
patria  de  la  parábola,  escribió  el  Conde  Ljicanov  o  el  Libro  de 
Patronio:  que  tal  se  llama  el  consejero  y  maestro  del  Conde, 
quien  le  plantea  problemas  morales  y  políticos,  que  aquél  resuelve 
por  medio  de  cuentos  y  apólogos. 

Escribe  no  sin  pulcritud;  y  observa  con  originalidad,  sal  y 
agudeza. 

TERCER  PERÍODO. 

(Siglo  XIV.) 

Poesía. 

1.  Es  el  siglo  del  Dante;  cuyo  genio  ilumina  al  siglo  y  cuyo 
reflejo  reverbera  intensamente  en  España,  la  cual  intenta  imitarle; 
sin  reparar  en  que,  por  la  índole  de  su  poema  y  la  suya  propia, 
es  de  los  poetas  más  inimitables  del  mundo :  aprender  pueden  de 
él  todos  mucho :   imitar  nadie  nada. 

2.  Imitáronle  sin  tino  los  españoles;  y  más  sin  tino  todavía,  y 
con  especialidad,  al  Petrarca;  que  es  fácil  de  imitar,  pero  de  quien, 
salvo  la  perfectísima  y  admirable  forma,  nada  se  puede  razonable- 
mente aprender.  Como  nacidos  para  la  imitación,  aun  más  que 
aquél,  eran  los  galantes  trovadores  provenzales;  cuyo  secreto  único 
no  consistía  ni  siquiera  en  la  forma,  que  siempre  vale  muchísimo, 
sino  en  sutilezas  eróticas,  con  las  cuales  envolvían  su  vaciedad, 
como  con  telarañas  simulando  filigrana. 

3.  De  esta  triple  imitación,  caracterizada  por  el  predominio  de 
la  provenzal  y  la  jietrarquesca,  nació  la  familia  poética  denomi- 
nada gaya  (gaudiosa)  ciencia,  que  se  apoderó  del  campo  de  la 
poesía  española. 

4.  En  vano  trató  de  defenderle  el  eminente  procer  castellano  Pedro  López  de 
Ayala  (1332,  Murcia,  — 1407,  Calahorra),  rompiendo  intrépidamente  lanzas  por  la 
poesía  nacional  y  contra  la  invasión  de  las  musas  forasteras.  Pero  su  poema  didáctico, 
el  Rimado  de  palacio,  fué  un  descalabro :  áspero  y  tosco  de  estilo  el  libro,  puso 
más  de  manifiesto  la  superioridad  de  la  forma  italiana,  su  blandura  y  armonía;  que, 
halagando  al  oído,  arrastraron  en  pos  de  sí  las  inteligencias  y  la  opinión  del  mundo 
literario. 

5.  Tami)oco  el  estudio  de  la  antigüedad  clásica,  que  a  la  sazón 
empezaba,  pudo  contrarrestar  las  influencias  extranjeras;  pues, 
sobre  ser  imperfecto,  no  versaba  .sino  sobre  los  escritores  de  Roma; 
que  no  son  potentes,  cual  los  de  Atenas,  para  enmendar  e  im- 
primir rumbos  por  piélagos  vastos  y  tormentosos. 


TERCER    PERÍODO:    SIGLO    XIV. 


Prosa. 

6.  Más  feliz  que  en  su  «Rimado  de  palacio»  fué  López  de  Ayala  en  su  Cró- 
nica de  las  contiendas  civiles  entre  Pedro  el  Cruel  y  Enrique  de  Trastamara. 

7.  Pero  la  historia  y  la  prosa  seria,  y  por  poco  toda  la  litera- 
tura,  fueron  acalladas  por  un  linaje  nuevo  de  libros,  los  más  sin- 
gulares aparecidos  sobre  la  haz  de  la  tierra  y  que  arrastraron  con 
sigo  al  público  y  maleáronle  el  gusto;    y    tanto    se    dilataron  por 
doquiera  y  tanto  camparon,  que,  a  no  venir  un  nuevo  Hércules  y 
triturar  con  su   clava  a  este  monstruo  asolador,  quién  sabe  adonde 
llegaran  sus  estragos  y  cuánto         ^^^  ,  ^-*^ 
duraran.     Refiéreme    a     los        jílUl^uí^  Í)C  í^^áUlj» 
libros  de  caballería :  esas  ab- 
surdísimas novelas,   nacidas, 
por  muy  extraña  manera,  de 
una  de  las  más  hermosas  y 
poéticas  instituciones    socia- 
les :  la  caballería,  que,  nacida 
a  su  vez  de  un  doble  culto : 
el  del  valor  y  el  de  la  mu- 
jer,   inspirados   por   la   idea 
cristiana,   fué  el   alma  de  la 
edad  media  y   su   más    rica 
presea. 

8.  La  poesía  comprendió 
estos  dos  cultos  y  no  des- 
ligó lo  que  tan  natural  y  bella- 
mente había  unido  el  cristia- 
nismo ;  mientras  la  novela, 
olvidada  de  tal  unión  y  dando 
rienda  suelta  a  la  más  loca 
fantasía,  separó  el  valor  del 
amor;  y  engolfóse  en  aquél.  Pero,  como  el  valor  sea  un  elemento 
pobre,  aunque  poderoso,  una  vez  engolfada  en  él,  quiso  salvar  su 
pobreza  e  hízole  hacer  mil  suertes  de  hazañas  que  ni  soñadas. 

9.  Dos  son  los  ciclos  en  que  se  agrupan  estos  libros:  el  bre- 
tón, con  su  rey  Artús  (Arturo^  y  Merlín  el  encantador;  y  el  cario- 
vingio,  con  las  hazañas  de  Carlomagno  y  sus  Doce  Pares. 

A  éste  pertenece  el  Amadis  de  Gaula  (grab.  2),  uno  de  los  más  famosos  y 
menos  extravagantes. 

10.  Sin  embargo,  si  servicio  llamarse  puede,  a  los  libros  ca- 
ballerescos débenle  el  más  inapreciable  las  letras,   por  haber  sido 


xosqiutrolibíosce 

2lni4di9í)g4iil4nue 

uamenreimp^efl'os 

•7 1?yílo:udo0. 

Grab.  2.    Frontispicio  del  'Amadis^,  de  1533 


22  l'RIMKK    CICI.O:    TIEMPOS    ANTIOUOS. 

la  causa  ocasional  del  Ouijotc;  que  los  barrió  de  la  faz  del  orbe 
con  su  cla\a  hercúlea,  con  la  sátira  mas  imperecedera,  las  risadas 
más  felices  que  han  alegrado  a  la  tierra  )-  que  con  altísimas  creces 
compensan  cuanto  daño  acarreó  a  la  literatura  el  género  caballeresco. 

CUARTO  PERÍODO. 

(SÍ£t1o  XV.) 

Poesía. 

1.  A  más  de  la  guerra  de  reconquista,  envuelve  a  Castilla  por 
este  tiempo  una  sangrienta  guerra  civil. 

Sin  embargo,  tanto  estrépito  y  tanto  horror  no  hacen  enmu- 
decer a  la  musa  castellana:    tan    facunda,    tan  pujante  ha  nacido. 

Juan  II  con  toda  su  lucida  corte  de  sabios  y  poetas  cultivan 
la  literatura.  Imperan  allí  las  influencias  provenzal,  italiana  y  clá- 
sica ;  mas  sigue  en  su  predominio  la  primera. 

2.  Dos  poetas  descollaron  en  esta  pléyada  real:  Juan  de  Mena  (141 1,  Cór- 
doba,— 1456,  Torrelaguna),  e  Iñigo  López  de  Mendoza  (1398,  Carrión, — 1458, 
Guadalajara),  marqués  de   Santillana. 

Imitador  Mena  del  Dante,  hace  en  su  poema,  Laberinto,  un  viaje  alegórico.  Be- 
lona  llévale  en  su  carro  de  alados  dragones ;  y  la  Providencia,  que  se  le  aparece 
en  forma  de  rutilante  doncella,  guíale  por  entre  los  luctuosos  acontecimientos  de 
su  tiempo,  representados  por  sendas  figuras  simbólicas.  No  alcanzan  sus  páginas 
poéticas  a   animar  la  monotoiu'a  del   libro. 

3.  El  marqués  de  Santillana  —  como  se  le  suele  llamar  — ,  personaje  pro- 
minente y  generoso  mecenas  de  los  letrados,  anduvo  en  su  juventud  por  las  huellas 
de   los  provenzales  en   sus   Canciones  y  Decires  y  las  Serranillas. 

Ya  hombre,  compuso,  en  grave  y  robusto  estilo,  tres  poemas  didascálicos : 
primero,  el  Diálogo  de  Bias  y  la  Fortuna,  en  que  expone  la  doctrina  estoica  sobre 
la  instabilidad  de  las  cosas  humanas;  segundo,  el  Doctrinal  de  privados  o  docu- 
mentos morales,  sugeridos  por  la  caída  y  el  suplicio  del  famoso  favorito  Don  Al- 
varo de  Luna;  y  tercero.  Proverbios  o  Centiloquio  (grab.  3),  así  llamado  por  con- 
tener cien  sentencias  o  refranes. 

Al  Dante  imitó  el  marqués  en  la  Comedieta  de  Ponza,  especie  de  drama  ele- 
giaco, relativo  al  desastre  de  la  armada  aragonesa   cerca  de  la  isla  de  Ponza. 

4.  Si  estos  poetas  representan  la  escuela  moderna  y  alegórica,  representa  a  la 
antigua  Fernán  Pérez  de  Guzmán. 

Es  el  Lójjez  de  Ayala  de  este  período.  Ambos,  en  efecto,  caminan  perfecta- 
mente paralelos :  paralelos  por  sus  inclinaciones,  paralelos  por  su  escaso  resultado, 
paralelos  por  sus  obras.  Pérez  también  escribió  un  poema  didáctico :  Loores  de 
los  claros  varones  de  España,  y  un  libro  histórico  :  Generaciones  y  semblanzas  de  es- 
pañoles coetáneos  célebres. 

5.  Continúan   los  proceres  de   Castilla  siéndolo  de  las  letras. 

Sobresale  entre  ellos  Jorge  Manrique(c  1450? — 1497)  poi"  sus  Coplas:  son  una  elegía 
a  la  muerte  de  su  padre ;  pero,  más  que  esto,  un  poema  elegiaco  sobre  la  nada  de  las 
cosas  human  .s.   Sentimentales   e  inspiradas  a  veces  las  Coplas,  son  en  exceso  largas 


CUARTO    PERIODO:    SIGLO    X  \ 


y  generalmente  monótonas;  pero  de  muy  enérgico  y  conciso  estilo.  Su  mayor  mé- 
rito estriba  en  el  notabilísimo  perfeccionamiento  del  lenguaje  poético,  (jue  fijan  y 
(¡ue  en   ellas  se  reviste  ya  de  cierta   galanura  moderna. 

6.  La  sátira,  estacionaria  desde  el  Arcipreste  de  Hita,  progresa 
asimismo  atrevida  y  mordaz  en  las  dialogadas  anónimas  Coplas 
de  Mingo  Re  vulgo  ^ 

7.  Estas  coplas  van  ya  preludiando  el  teatro,  que  también  co- 
menzó en  esta  época.  De  la  religión,  y  como  probando  la  abso- 
luta necesidad  que  de  ella  tiene  la  poesía,  nació  el  teatro  es- 
pañol ;    cual  de   ella   han 


nacido  todos  los  grandes 
teatros  antiguos  y  mo- 
dernos. 

Religiosos  fueron  en 
España  los  primeros  ar- 
gumentos dramáticos,  lla- 
mados por  esto  misterios 
o  autos,  y  eclesiásticos 
fueron  sus  primeros  au- 
tores y  actores. 

8.  Pronto  invadió  a 
este  teatro  sagrado  el  pro- 
fano, y,  luchando  entre 
sí,  disgregáronse  de  las 
tablas  religiosas  las  secu- 
lares. Trabaron  la  lid  y 
efectuaron  la  segregación 
los  dos  padres  del  teatro 
nacional:  Juan  del  Encina 
(;i469.\  Encina,  — 1534, 
Salamanca)  y  Gil  Vicente 
(-•1480—1575.^  Lisboa),  verdaderos  talentos  dramáticos,  aunque 
todavía  en  ciernes;  cuyos  ensayos  escénicos,  chispeantes  de  in- 
ventiva y  sal,  ya  anuncian  la  edad  de  oro.  Taha  adereza  la  es- 
cena; complácese  desde  ahora  en  ensayar  a  sus  rústicos  actores, 
y  mira  en  lontananza,  con  atenta  y  cariñosa  mirada,  a  un  niño 
prodigioso  2  cuyos  ojos  relampaguean  al  encontrarse  con  los  suyos 
y  a  quien  educará  con  todo  desvelo  para  rey  de  la  escena  his- 
pánica y  la  del  mundo. 


•^:oucrbl09  Oe  Do  rníQo 

lopc5  oe  mendosa:  con  üii  rracrado 
oe  remedio  contra  fonmu  que  eftsí 
pneftoenfm 

(irab.   3.    López  de  Mendoza:  Proverbios. 
Frontispicio  de  la  edición  de  1486. 


'  De  Domingo  Vulgo,  uno  de  los  interlocutores. 


Lope  de  Vega. 


34  PRIMER    CICLO:    TIKMPOS    ANTIGUOS. 

Cancioneros. 

9.  Colecciones  son  estos  de  antiguas  poesías,  por  lo  común 
lírico-eróticas,  más  eruditas  y  cortesanas  que  populares;  como  que 
procedieron  de  las  cortes  poéticas  de  Juan  I,  Enrique  III  y  sobre 
todo  de  Juan  II,  todos  de  Castilla;  y  de  la  de  Alfonso  V  de  Aragón. 

El   Cancionero  de  Bacna  contiene  las  canciones  de  estas  cortes. 

10.  Aunque  poco  espontáneas,  no  escasea  en  ellas  la  poesía. 
Sentido  habla,  canta,  suspira  y  llora  a  menudo  el  amor;  desaho- 
gándose ya  en  alegres  pinturas,  ya  en  tiernos  madrigales,  o  en 
doloridas  elegías. 

Edic. :   Cancionero  de  Baena,  ed.  por  Gayangos  y  Pidal,  Madrid    1851;   Cando 
ñero  genera!,  de  Fernando  del  Castillo,  Valladolid   151 1  .  .  . 

Romanceros. 

11.  Muchas  son  estas  colecciones  de  romances:  desde  la  primera  anónima  de 
Amberes,  reimpresa  en   1550,  hasta  la  de  Duran,  que  es  la  más  completa. 

12.  La  erótica  mezclada  con  lirismo  y  rasgos  épicos  domina  en 
los  romances  moriscos  novelescos.  En  ellos,  entre  muchas  insulseces, 
resuenan,  aunque  fatigosamente  repetidos,  muchos  acentos  hermosos. 

13.  La  manía  que  fué  predominando  entre  los  poetas  de  fin- 
girse moros  ellos  mismos  y  hacerlo  todo  moro,  produjo  i  a  serie 
de  romances  moriscos  satíricos ;  en  que  Góngora  y  otros  se  burlan 
bonitamente  de  esa  morisma,  hasta  dar  al  través  con  ella. 

14.  Los  romances  más  débiles  del  romancero  son  los  caballe- 
rescos e  históricos  generales. 

Pero  aun  en  ellos  hay,  de  cuando  en  cuando,  pasajes  nada 
despreciables. 

15.  Con  sus  galas,  en  cambio,  aparece  la  poesía  en  los  his- 
tóricos tiacionales ;  y  va  creciendo  su  entonación,  hasta  tocar  a  la 
meta  en  los   del   Cid. 

16.  Cuya  vida  se  narra  episódica  y  fragmentariamente  en  esta 
larga  serie  de  romances,  de  diversos  autores  y  muy  diverso  mérito. 

Pues,  si  bien  es  cierto  que  los  relativos  a  su  fin  y  funerales 
son  misérrimos,  hay  entre  los  demás  algunos  poco  menos  que  homé- 
ricos; muy  inferiores,  sin  embargo,  al  hazañoso  campeón  castellano, 
uno  de  los  guerreros  históricos  más  eminentes  y  amables,  y,  como 
carácter  y  espada  harto  superior  al  Aquiles  de  la  Ufada  y  a  los 
héroes  de  todas  las  otras  epopeyas. 

Edic:  Amberes  1550  .  .  .;  Romancero  general  de  Agustín  Duran,  5  t.,  Madrid 
185 1  ;  Bibl.  de  aut.  esp.  t.  X  y  XVI. 

17.  Muy    por    encima  de  la  canción  está  el  romance  español. 


CUARTO    PERIODO:    SIGLO    XV.  2$ 

Poesía  popular  reformada. 

18.  A  pesar  de  su  aspecto  vetusto,  muchos  romances  son  rela- 
tivamente modernos,  o  probablemente  antiguos  reformados;  todos 
ellos  obra  de  buenos  poetas. 

Porque  la  poesía  popular,  nacida  del  pueblo  mismo,  aun  cuando 
sea  verdadera  poesía,  no  puede  menos  de  estar  plagada  de  mal 
gusto,  vulgarismos,  flojedades  e  incorrecciones ;  y  nece.sita,  de  con- 
siguiente, ser  reformada  por  la  poesía  culta. 

La  popular,  así  como  sale  de  los  labios  del  bajo  pueblo,  es 
vulgar  y  chabacana,  por  muchos  pensamientos  felices  que  tenga; 
que  de  ordinario  ni  son  muchos  ni  muy  felices.  Buena  podrá 
ser  para  anticuarios  y  eruditos:  las  bellas  letras  la  rechazan  de 
plano,  porque  son  bellas  y  ella  no  lo  es:  artísticas  como  son, 
no  pueden  admitir  más  que  lo  artístico. 

19.  Lo  ideal  en  poesía  popular  es  lo  popular  tratado  popular- 
mente, pero  con  arte  y  gusto  por  hombres  de  gusto  y  de  arte ;  como 
en  los  romances  y  canciones  hispánicos,  en  gran  parte,  se  ha  realizado. 

De  lo  contrario,  resultan  ridiculas  extravagancias  literarias ;  que  (coleccionadas 
a  lo  Arnim-Brentano  en  Alemania)  forman  un  enorme  haz  de  sandeces,  que  bastan 
y  sobran  para  desacreditar  y  condenar  la  poesía  plebeya  Si  de  esa  colección  ale- 
mana ',  que  pasa  en  mala  hora  por  clásica,  se  hiciese  una  antología  y  se  la  tra- 
dujese a  cualquier  idioma  civilizado,  daría,  entre  los  profanos,  mortal  golpe  a  la 
fama  de  que  con  razón  goza  entre  los  extranjeros  el  gusto  germánico. 

Lo  propio,  aunque  en  menor  escala,  por  haber  sido  más  poético 
el  pueblo  español,  aconteciera  en  la  Península,  si  no  se  hubieran 
o  rehecho  o  atildado  los  cantos  del  vulgo. 

Si  aun  así,  más  o  menos  mejorados  como  lo  están  casi  todos 
los  salidos  de  la  plebe,  se  hallan  todavía  bastante  inficionados  de 
sus  culpas  originales,  ;qué  fuera,  si  no  los  desbastara  la  lima.' 

20.  Pero,  tengan  los  defectos  que  tuvieren;  sean  auténticos  o 
reformados;  lo  cierto  es  que  los  romances  expresan  genuinamente 
la  entonación  y  el  sentimiento  del  pueblo.  Y  como  tales,  aun 
más  que  los  españoles,  los  admiran  los  extranjeros. 

La  forma  romancesca. 

21.  El  romance  mismo,  mirado  en  su  estructura  y  ritmo,  es  la 
forma  poética  española  por  excelencia. 

En  la  justa  y  cabal  vocalización  de  la  lengua  está  fundada 
la  asonancia,  este  invento  rítmico  hispano  de  los  más  geniales  que 
ha  hecho  la  poesía. 

'  «Des  Knaben  "Wunderhorn». 


26  l'RIMICR    CICLO :     TIKMTOS    ANTIGUOS. 

SiiaxeniLMitc  perceptible,  variadísima,  jamás  la  asonancia  fatiga 
al  oído  :  es  un  murmurar  de  aguas  cristalinas  entre  guijas;  un  canto 
de  aves  lejano,  cu}'as  armonías  llegan  en  alas  de  la  brisa  vaga- 
rosa. 

Perfecto  término  medio  entre  la  lengua  prosaica  atildada  y  la 
poética  sencilla,  es  la  asonancia  una  bella  fusión  de  entrambas. 

No  hay  consonancia,  que  continuada,  por  varia  que  sea,  no 
canse  el  oído :  es  demasiado  viva  y  penetrante. 

22.  Pero  lo  que  corona  a  la  forma  romanesca,  es  el  verso  a 
ella  consagrado :  el  octosílabo,  el  más  natural  y  espontáneo  de  los 
versos ;  bello,  muy  flexible,  proporcionadísimo :  ni  corto,  ni  largo, 
un  remedo  perfecto  de  la  conversación,  que  no  gu.sta  de  frases  ni 
muy  breves  ni  muy  extensas. 

Por  eso  tanto  se  acomoda  al  drama,  que  es  el  verso  dramático 
por  antonomasia. 

Muy  bello  y  flexible  es  también  el  endecasílabo,  pero  mucho 
menos  español :  es  planta  exótica,  aunque  maravillosamente  aclima- 
tada en  suelo  hispánico. 

Síntesis. 

23.  Venero  de  metales  riquísimos,  entre  ellos  mucho  oro  y  dia- 
mante, bien  que  con  frecuencia  ocultos  en  tosca  piedra,  encierran 
sobre  todo  los  romanceros:  mucho  oro  lírico;  muchísimo  dia- 
mante épico. 

Prosa. 

24.  Menos  que  la  poesía,  adelanta  en  el  siglo  XV  la  prosa,  que, 
falta  aún  de  elasticidad,  anda  como  a  tientas,  lentísima  entre  un 
continuo  tropezar. 

25.  Bien  es  verdad  que  no  son  escritos  despreciables,  un  tratado  de  moral : 
Trabajos  de  Hércules,  y  el  Aríe  de  trovar,  ambos  de  un  cortesano  de  Juan  II  )■ 
pariente  próximo  suyo :  Enrique  de  Aragón,  marqués  de  Villena. 

26.  Ni  son  literariamente  despreciables  las  importantes  historias:  daros  varoiu- . 
de  Caslilla  y  la  Crónica  de  los  Reyes  Caiólicos,  de  Hernán  Pérez  del  Pulgar,  can 
ciller  e  historiógrafo  de  Fernando  e  Isabel. 

27.  Aun  menos  despreciable  es  la  historia  secreta  coetánea  en  forma  de  caria  > 
C105J,  vigorosas  y  de  ingenio,  llamada  el  Centón  epistolario  de  Fernán  Pérez  de 
Cibdarreal,   médico  de  Juan  II. 

28.  La  Visión  deleitable  de  Alfonso  de  la  Torre,  en  cambio,  no  vale  sino  filo 
lógicamente. 

La  novela     La  Celestina». 

29.  Aparece  la  novela  de  costumbres,  que  ya  propende  a  picaresca  en 
la    Tragicomedia   de    Calisto  y   Melibea,   más    conocida   con    el    nombre 


CIARTO    PERIODO:    Í-IGLO    .W.  27 

de  Celestina ;  cuyo  plan  y  parte  primera  son  probablemente  de  Rodrigo 
Cota  (el  viejo),  y  el  resto  de  Fernando  de  Rojas. 

Novela  dramática,  afectada,  inmoral,  rufianesca,  es  la  Celestina  de 
rebuscada  concisión,  de  poca  inventiva-  pero  de  bellísimo  lenguaje  y 
muchas  frases  felices. 

Desenvuélvese  la  acción  principalmente  en  un  lenocinio;  cuya  dueña, 
Celestina,  sirve  de  tercera  entre  Calisto,  joven  sin  honestidad  ni  con- 
ciencia, y  Melibea,  muchacha  nada  mejor,  antes  aun  más  repugnante 
por  sus  melindres.  Entrambos  ni  sueñan  siquiera  en  legitimar  su  unión 
e  invocan,  para  colmo  de  cinismo  e  impiedad,  a  Dios  en  ayuda  de  sus 
liviandades  y  agradécenle  su  goce. 

Así  se  comprende  el  porqué  del  entusiasmo  por  la  Celestina  y  que 
no  falte  quien  la  pregone  por  una  de  las  más  altas  creaciones  de  la 
novelística  española. 

Afortunadamente,  no  necesita  ésta  de  tales  elogios;  que  le  sobran 
novelas  que  los  merezcan  y  por  las  que  puede  aceptarlos  sin  ruborizarse. 

La  Mística. 

30.  Ensayóse  igualmente  la  mística;  y  aunque  todavía  no  brota  flor 
alguna,  vanse  ya  hinchando  las  yemas,  que  en  breve  se  abrirán  con  la 
más  lozana  y  exuberante  florescencia. 

EPÍLOGO. 

Al  terminar  este  primer  ciclo,  si  echamos  una  mirada  panorá- 
mica a  la  senda  recorrida,  hallamos  que,  aun  bregando  la  nave 
contra  viento  y  marea,  entre  un  eterno  luchar  con  todo  linaje  de 
arrecifes  y  enemigos,  ha  ido  siempre  avanzando. 

Hanla  ayudado,  es  verdad,  marineros  vecinos;  pero  su  ayuda 
ha  sido  no  pocas  veces  réjnora.  A  menudo,  desplegando  esfuerzos 
violentos,  se  ha  acercado  a  tierra;  aunque  no  ha  podido  aportar 
sino  una  sola  vez  y  en  costa  propia :  en  la  de  sus  héroes  nacio- 
nales, en  la  del  Cid,  que  le  han  suministrado  víveres  y  preciados 
tesoros. 

Acaba,  por  fin,  de  tocar  en  los  postreros  límites  de  los  mares 
borrascosos. 

Luego  la  acudirán,  de  refuerzo,  pilotos  más  expertos  y  pode- 
rosos; que  la  armarán  rápidamente,  y  a  la  moderna:  se  lanzarán 
de  consuno  al  timón,  al  remo,  a  la  vela  y  conduciránla  al  grande 
océano,  el  de  la  paz;  recorrerán  todas  las  playas  conocidas;  sur- 
carán piélagos  ignorados,  donde  descubrirán  nuevos  mundos,  y  se 
enriquecerán  y  enriquecerán  al  orbe  con  todos  los  frutos  de  la 
tierra,  todas  las  preciosidades  del  suelo,  y  todas  las  perlas  de 
todos  los  mares. 


28  SEGUNDO    ciclo:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

SEGUNDO  CICLO.   EDAD  DE  ORO. 

(Siglos    XVI     V    XVII.) 

CAPÍTULO  I. 

RENACIMIENTO. 

1.  Hasta  a  las  tranquilas  playas  españolas  alcanzó,  aunque  ya 
casi  moribundo,  el  furioso  oleaje  de  aquel  cataclismo  universal, 
religioso  a  la  vez  y  literario,  que,  inflado  de  soberbia,  se  apellidó 
a  sí  propio  Renacimiento:  la  más  honda,  vasta  y  fatal  convulsión 
del  espíritu  humano;  de  la  que  nació  la  protesta  luterana,  madre 
del  racionalismo;  que  seguirá  sembrando  de  ruinas  la  civilización 
moderna  y  no  caerá  sino  con  ella. 

2.  Pero,  mientras  los  necios  y  fatuos  humanistas,  con  Erasmo, 
su  rey,  a  la  cabeza,  se  empeñaban  locamente  en  resucitar  el 
latín  de  Roma,  como  si  en  el  Foro  hubiese  todavía  estado 
arengando  Marco  Tulio ;  mientras,  por  querer  resucitarlo,  no  per- 
feccionaban el  de  su  época,  salvándolo  y  conservándolo  como 
idioma  universal  —  lo  que,  sin  duda  alguna,  sería  hasta  hoy  —  ; 
mientras  ellos  copiaban  a  Cicerón,  remedaban  a  Horacio,  tradu- 
cían servilmente  a  Virgilio,  todo  esto  en  afectado  latín;  los  es- 
pañoles, como  de  más  fuerte  numen,  se  descarriaron  muchísimo 
menos. 

3.  Verdad  que  tampoco  ellos,  excepción  hecha  de  los  drama- 
turgos y  místicos,  distinguían  entre  aprender  e  imitar.  Pero  ha- 
cíanlo siquiera  entre  imitar  y  copiar.  Porque  aprender  se  puede 
y  se  debe  siempre;  nunca  empero,  imitar;  mil  veces  menos, 
copiar. 

Aquéllos  copiaron,  éstos  imitaron ;  el  drama  y  la  mística  es- 
pañoles aprendieron. 

Aprendieron  admirablemente:  antes  de  saber  leer,  ya  escri- 
bían, dictando.  En  aprendiendo  a  leer,  sabían  más  que  sus  maes- 
tros, y  pasaron  éstos  a  discípulos,  y  aun  para  discípulos  no 
valían. 

4.  Los  líricos,  empero,  y  los  historiadores,  que  tal  vez  hubieran 
podido  hacer  otro  tanto,  contentáronse  con  imitar.  Pero  imitaron 
con  talento,  y  a  las  veces,  con  muchísimo;  con  tanto  que  tienen  cierta 
originalidad. 

Imitaron  siempre  modestos;  no  como  el  hinchado  humanismo 
extranjero    que,  copiando  malamente,  porque  no  era  para  más,  er- 


EDAD    DE    ORO. 


29 


guiase  soberbio;    tan  soberbio  que  tenía  por  enanos  a  los  titanes 
helénicos  y  a  sí  mismo  por  el  único  titán. 

5.  Sigamos  ya  a  los  nuestros  en  su  afanosa  labor  de  imi- 
tación. 

Dos  imitaciones  diséñanse  con  claridad  y  dispútan.se  el  campo 
de  la  poesía:   la  de  Virgilio  y  la  de  Horacio. 

Los  apacibles  y  afectuosos,  los  eróticos  y  elegiacos,  siguen  las 
huellas  virgilianas;  las  horacianas,   los  de  vehemente  fantasía. 

Estos  salieron  menos  airosos  en  sus  afanes;  aquéllos,  más. 

¿Por  qué.^ 

6.  Virgilio  siente:  resuena  en  él,  aunque  empañada,  mucha 
nota  bucólica  de  Teócrito,  y  de  cuando  en  cuando  también,  aun- 
que lejanísimo,  el  clarín  de  Homero ;  mientras  Horacio,  que  tiene 
estro  eminente  y  es  gran  maestro  de  la  forma,  carece  de  calor  in- 
terno; encubre  la  falta  de  él  con  estotros  dotes:  declama  a  su 
favor  maravillosamente,  y  ha  enseñado  y  enseña  como  nadie, 
no  la  poesía,  sino  la  elocuencia  poética.  Agrada,  admira;  con- 
mueve la  fantasía,  pero  no  el  corazón.  No  tiene  una  sola  oda, 
un  solo  pasaje  patético  nacido  del  sentimiento  de  las  honduras 
del  alma. 

7.  No  hablo  ciertamente  del  afecto  sensible,  de  aquel  que  se 
resuelve  en  lágrimas  tiernas;  sino  de  la  conmoción  sublime  del 
alma,  de  la  conmoción  pindárica,  homérica,  de  todos  los  ingenios 
y  todos  los  verdaderos  poetas,  de  aquella  fuerza  misteriosa  que, 
partiendo  de  las  regiones  altas  del  espíritu,  resuélvese  finalmente 
también  en  lágrimas  de  júbilo,  de  asombro,  que  son  las  más  in- 
definibles y  gratas  lágrimas,  y  que  llamaría  yo :  del  alma ;  así 
como  aquéllas:   del  corazón. 

8.  Las  del  corazón  excítalas  a  veces  Virgilio;  Horacio  ni  unas 
ni  otras. 

De  aquí  que  tampoco  sus  discípulos,  o  sólo  rarísima  vez. 

La  lírica  española  de  la  edad  de  oro  nació  y  creció  al  amor 
de  la  escasa  lumbre  horaciana,  y  lleva  impreso  y  muy  visible  en 
la  frente  el  sello  de  su  origen:  abunda  en  sus  excelencias  y  en 
sus  vacíos  y  flaquezas.  Porque  es  concisa,  enérgica,  entonada,  elo- 
cuente, de  irreprochable  forma;  pero  declamatoria,  de  entusiasmo 
ficticio,  y  por  tanto  monótona,  fría  y  tal  cual  vez  de  hielo:  digna 
de  ser  leída  por  los  letrados  y  estudiada  por  los  poetas,  es  nula 
para  el  resto  del  mundo  sabio ;  muerta  para  el  pueblo ;  para  el  ex- 
tranjero, como  si  nunca  existiera. 


JO  SEGUNDO    CICLO  :    SICLOS    XVI    Y    XVII. 

Obra  es,  en  suma,  de  la  reflexión,  no  del  corazón,  y  como  tal 
no  para  el  corazón,  sino  para  la  reflexión. 

Esta  es,  con  cortas  excepciones,  la  fisonomía  de  la  lírica  es- 
pañola horaciana,  y  ésta  ha  sitio  su   fortuna. 

Analicemos,   discernamos,  exceptuemos. 

CAPÍTULO  II. 

LÍRICA. 

1.  Fluctúan  aun  entre  la  imitación  petrarquesca  y  la  clásica 
los  dos  iniciadores  del  lenguaje  poético  moderno  en  España:  Boscán 
de  Almogáver  y  (larcilaso  de  la  Vega. 

2.  Juan  Boscán  de  Almogávar  (¿iSOOr — 1542),  barcelonés  rico,  fué  siempre 
amigo  lie  las  letras  y  del  retiro  ;  del  que  sólo  salió  para  educar  al  duque  de  Alba. 
En  tareas  poéticas  gastó  su  vida.  Aunque  falto  de  inspiración,  y  pesada  y  áspera 
su  pluma,  débele,  con  lodo,  mucho  el  verso  castellano ;  y  tienen  cierto  valor  formal 
sus  sonetos  y  canciones  imitados  del   Petrarca. 

Í5  I.    Garcilaso  de  la  Vega. 

3.  Hizo  triunfar  definitivamente  la  forma  nueva  su  íntimo  amigo 
Garcilaso  de  la  Vega  (1503,  Toledo, —  1536,  Niza;  grab.  4).  De 
noble  familia,  siguió  con  brillo  la  carrera  de  las  armas  en  los 
ejércitos  de  Carlos  V.  Denodadamente  peleó  en  Italia;  en  Viena, 
contra  los  turcos;  en  Tiánez,  donde  recibió  dos  graves  heridas; 
y  en  la  Provenza,  donde,  cerca  de  Fréjus,  asaltando  como  héroe 
una  pequeña  torre,  fué  mortalmente  herido  y  murió  en  los  brazos 
del  duque  de  Gandía,  San  Francisco  de  Borja. 

4.  ¡Breve,  pero  muy  gloriosa  carrera! 

Pasar,  hermoso  y  cumplido  caballero,  tan  rápidamente  por  la 
vida,  con  la  espada  en  una  mano,  con  la  cítara  de  oro  en  la  otra, 
coronado  de  sangrientos  laureles  marciales,  entretejidos  con  los 
apolíneos;  sucumbir  sobre  ellos  en  brazos  de  un  hombre  como 
el  duque  de  Gandía,  y  ser  llorado  por  él,  y  por  uno  de  los  grandes 
monarcas  que  ha  visto  el  mundo  y  por  su  invicto  ejército.  Mucho 
menos  bello  que  esta  realidad  soñó  el  poeta  de  los  Nibelungos  a 
su  celebérrimo  Volker,  cantando  y  matando ;  al  cual  no  se  cansan 
de  admirar  justamente  los  alemanes. 

5.  Con  todo,  la  figura  del  hombre  supera  en  Garcilaso  a  la  del 
vate,  por  interesante  que  ésta  sea. 

Muy  benéfica  fué  su  influencia,  y  muy  maléfica:  benéfica  para 
la  forma  de  la  poesía  castellana;  maléfica  para  su  fondo. 


KDAD    DE    ORO. 


Su  forma:  el  escogido  lenguaje,  el  verso  fácil,  suave,  armonioso, 
sedujo  y  seduce.  Sedujo  a  sus  coetáneos,  que  con  jubilo  le  ape- 
llidaban el  Petrarca  español ;  sedujo  a  Carlos  V,  que  llamaba  su 
lengua  la  de  los  dioses;  y  en  los  buenos  pasajes  nos  seduce  toda- 
vía a  nosotros;  y  seducirá  siempre.  Pues,  a  pesar  de  su  constante 
dulzura,  mucho  más  femenina  que  viril  y  tan  antitética  de  su  bra- 
vura y  heroísmo,  que,  a  no  constar  la  autenticidad  de  sus  poesías, 
cualquiera  la  negara;  a  pesar  de  su  habitual  imitacicjn  de  Horacio, 
Sannazaro,  Petrarca  y  de 
Virgilio  sobre  todo;  a  pe- 
sar de  esto,  tiene  alguna 
originalidad  y  es  verdadero 
poeta;  más  que  los  líricos 
españoles  del  siglo  de  oro 
y  más  que  sus  modelos. 

6.  Ciertamente  adolece 
hasta  su  forma  de  frecuen- 
tísimas flojedades,  insulse- 
ces, vulgaridades ,  pasajes 
de  mala  prosa. 

Están  en  él  como  en 
incesante  pugna  la  lengua 
poética  y  la  prosaica.  Pero 
aquélla  eclipsa  a  ésta,  y 
marcó  clarísimamente  el 
rumbo  al  mundo  poético, 
el  cual  imitó  de  él  lo  bello, 
censuró  o  desdeñó  lo  de- 
forme y  depuró  de  sus  es- 
corias el  metal  precioso. 

7.  Harto  más  funestos  y  más  difíciles  de  conocer  y  de  evitar 
que  los  prosaísmos,  son  los  otros  defectos  de  Garcilaso :  el  con- 
ceptismo y  la  declamación  melódica  y  altisonante ;  que  tan  re- 
ñidos están  hasta  con  la  naturalidad  de  su  lenguaje:  defectos  en 
que  imitó  a  los  italianos,  y  especialmente  al  Petrarca,  el  padre  del 
conceptismo,  y  por  tanto  del  culteranismo,  que  es  el  exterminador 
del  buen  gusto  y  de  toda  genuina  poesía. 

Por  desgracia,  el  vulgo  de  nuestros  poetas  imitó  también  a 
Garcilaso  en  esos  defectos,  que  nunca  debiera  imitar. 

8.  Mas,  aunque,  pesados  en  justa  balanza  los  buenos  y  malos 
servicios  hechos  por  este  poeta  al  parnaso  patrio,  se  incline  fuerte- 


Grab.  .\.     C.Trc 


3a  SEGUNDO    CICLO:    SU'.LOS    W  1    V    XVII. 

niciitc  el  platillo  de  los  malos;  no  es  equitativo  hacer  responsable 
de  ellos  a  un  hombre  que  ni  fué  sabio  ni  literato  de  profesión  ni 
pudo  madurar  ni  depurar  su  gusto ;  que  no  vivió  en  medio  am- 
biente poético,  sino  entre  el  fragor  del  combate,  donde  enmudecen 
todas  las  musas  y  de  donde  huyen  pavoridas;  un  hombre  que 
fué  segado  por  la  muerte  en  la  flor  de  los  años;  cuando  aun  los 
hombres  dados  a  las  letras  y  al  reposo  apenas  comienzan  a  tra- 
bajar para  la  inmortalidad. 

9.  V  sin"  embargo,  para  la  inmortalidad  trabajó;  e  inmor- 
tales son  sus  poesías,  no  las  menores,  insípidas  todas,  ni  la  se- 
gunda égloga,  desmesurada  y  mala,  no  obstante  algunos  rasgos 
de  mucha  naturalidad  y  gracia;  sino  sus  otras  dos  églogas,  sin- 
gularmente la  tercera.  La  cual  —  eliminadas  las  siete  primeras 
octavas  y  uno  que  otro  verso  flojo  del  resto  —  es  una  obra 
maestra ;  un  precioso  idilio,  donde  el  sentimiento,  el  colorido  y 
las  galas  formales  hermánanse  a  maravilla. 

Alto  ha  de  ser,  sin  duda,  el  precio  de  esos  pocos  centenares 
de  versos  buenos  de  Garcilaso,  cuando  ellos  han  bastado  a  darle 
fama  imperecedera. 

Cual,  princ. :  creación  de  la  forma  poética ;  armonía;  seníimic?tto. 

Def.   princ. :  co7tcepíismo ;  prosaísmos. 

Edic. :    1543  ..  .  1886,   Madrid. 

§  2.    Fray  Luis  de  León. 

10.  De  filiación  literaria  diversa,  diversa  índole,  contrario  ca- 
rácter, diversa  vida,  el  reverso  de  Garcilaso,  en  una  palabra,  fué 
Fray  Luis  de  León. 

Horaciano,  y  muy  horaciano  éste;  virgiliano,  muy  virgiliano 
el  otro.  El  uno  de  blanda  índole  poética  y  personal;  de  fuerte, 
violenta  el  otro.  Este  esgrime  las  armas  del  saber  y  de  la  po- 
lémica; las  de  la  guerra  aquél;  aquél  sucumbe  a  las  suyas;  éste 
triunfa  tras  de  violentísima  lucha. 

Veámosle. 

11.  Luis  Penca  de  León  (1527,  Belmonte,  —  1591,  Madri- 
gal; grab.  5),  de  noble  estirpe,  cuidadosamente  educado  en 
la  virtud  y  la  ciencia,  hízose  agustino  ya  en  1544.  De  esclare- 
cidos talentos;  de  acrisolada  virtud,  aunque  sobre  manera  violento; 
versado  en  la  literatura  clásica,  menos  en  la  griega;  teólogo  y 
exégeta,  catedrático  notabilísimo  de  la  universidad  salmantina, 
idolatrado  de  la  juventud  estudiosa;  no  podían  faltarle  émulos  y 
envidiosos. 


EDAD    DE   ORO. 


12.  Éstos  se  aprovecharon  de  sus  reparos  contra  la  Vulgata; 
los  cuales  en  aquellos  turbulentos  tiempos  de  desenfreno  intelectual 
eran  mirados  con  ju.sto  recelo  dogmático;  y  le  delataron  a  la  In- 
quisición, que  inicuamente  le  encarceló,  atormentó  y  mantuvo  preso 
de  1572  a  1577.  Con  noble  entereza  y  cristiana  resignación,  sin 
rencores  ni  odios,  toleró  tan  larga  y  dura  prueba.  Probada,  al  fin, 
su  inocencia,  volvió  a  la  cátedra  con  júbilo  unánime  de  la  uni- 
versidad. Murió,  siendo  provincial  de  su  orden ;  que  con  razón  le 
venera  entre  sus  hijos  eminentes. 

13.  En  la  Mística  le  vol- 
veremos a  hallar,  cultivando 
allí  la  prosa :  ahora  mire- 
mos al  poeta. 

Horacio  (lo  dije)  fué  su 
maestro  y  modelo  en  la  lírica. 
Pero  su  criterio  y  alto  en- 
tendimiento no  le  consin- 
tieron detenerse  en  el  poeta 
latino.  Dulce  sonábale  su 
lira,  pero  poco  profunda; 
profundísima  la  bíblica. 

Intentó,  pues,  aliar  y  re- 
fundir ambas  armonías. 

14.  Hízolo  con  superior 
habilidad  y  no  corta  for- 
tuna, sencillo,  enérgico,  bre- 
vísimo; vigoroso  hasta  en 
sus  frecuentes  flojedades  y 
prosaísmos. 

1 5 .  Así  vaga  fantástico 
en  la  Noche  serena,  aun- 
que distraído  un  tanto  en  imágenes  mitológicas.  Así  canta  sen- 
tidamente en  Vida  del  cielo  a  Cristo,  pastoreando  glorioso  y  arro- 
bando con  el  plectro  a  su  grey.  Así  llora  en  la  Ascensión  del  Señor : 
donde,  empero,  debiera  entonar  el  himno  de  júbilo  que  la  Iglesia 
naciente,  la  tierra  y  los  cielos  cantaron  al  triunfo  y  la  gloria  del  Cristo. 

16.  Magistralmente  imita  a  Horacio  en  la  Vida  del  campo,  la 
Profecía  del  Tajo,  en  A  Don  Pedro  de  Portocarrero,  A  Felipe 
Ruis,  Al  licenciado  Juan  de  Grial. 

17.  Muy  bien,  aunque  algo  parafrásticamente,  traduce  al  Ve- 
nusino;  y  del  mismo  modo  vierte  de  la  Biblia;  paráfrasis  del  todo 

JÜNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp.  3 


Luis  de  León. 


34  SEGUNDO    ClCl.O  :    Sir.l.OS    X\  I    Y    XVII. 

inadmisible,  como  lo  es  tothi  versión  bíblica  libre.  Porque,  en  \ez 
de  mejorar,  desmejoran  necesariamente  el  texto. 

1 8.  Pero  donde  aquilata  León  su  numen;  donde  patentiza  que 
la  imitación  horaciana  le  dañó  mucho,  puesto  que  trabó  y  debi- 
litó sus  alas  aguileñas,  es  en  su  oda  inmortal  A  la  música.  Oda 
que  —  quitándole  la  impertinente  penúltima  estrofa  —  es  de  lo 
mas  bello  y  profundo  de  cuanto  bello  y  profundo  se  ha  cantado 
en  honor  de  esta  hija  misteriosa  de  los  cielos. 

Dotes  princ. :  soicillez.  fuerza,  Í7ispiración. 
Def.  princ. :  prosaísmos,  flojedades. 

Edic.  :  Poesías,  Madr.  1631;  Obras,  6  t.,  Madr.  1804 — 1816.  Bibl.  de  aut. 
esp.  t    XXXVII. 

i^  3.   Fernando  de  Herrera. 

(1534,   .Sevilla,  — 1597-) 

19.  Fué  clérigo  minorista,  hombre  estudioso,  sabio  y  de  arregladas 
costumbres. 

Más  platónico  que  sensual  parece  su  amor  a  la  condesa  Luz  de 
Gelves.  Imitador  en  la  erótica,  del  Petrarca,  aun  en  esto  le  imitó  \  bien 
que  tales  amores  harto  desdicen  del  carácter  eclesiástico  y  mucho  más, 
cuando,  como  en  el  caso  presente,  se  refieren  a  mujeres  casadas. 

20.  Puédese,  y  hasta  se  debe,  alegar  por  circunstancia  atenuante 
el  carácter  de  ficciones  poéticas  que  parece  predominar  en  esta  especie 
de  erótica.  Porque  son  incompatibles  con  el  afecto  verdadero,  y  mayor- 
mente con  el  amor,  aquellas  continuas  sutilezas,  aquel  continuo  jugar 
con  el  vocablo  y  el  ingenio,  que  llenan  por  entero  tal  erótica.  ¿Cómo 
explicar  que  un  poeta  gaste  su  talento  y  su  vida  en  cantar  a  una  mujer 
amada,  sin  que  ni  al  azar  se  le  escape  nunca  un  solo  acento  sincero, 
nacido  del  corazón?  Nunca  es  mudo  el  amor,  y  cuando  habla,  imposible 
le  es  de  toda  imposibilidad  ocultarse.  Por  tanto,  razón  hay  para  su- 
poner a  ese  amor  una  pura  ficción  y  símbolo  poético,  escogido  con 
reflexión  para  lisonjear,  para  inmortalizarse,  inmortalizando  la  hermo- 
sura de  determinada  beldad. 

Tal  celebró  Petrarca  a  su  Laura,  y  al  lauro  y  todas  las  lauras  y 
lauréolas,  desde  la  Dafne  apolínea  hasta  ...  i  lástima  que  no  conociera 
el  fragante  dafne  de  nuestros  jardines !  Tal  celebró  su  discípulo  Herrera 
a  esa  Luz  de  Gelves:  a  su  luz,  su  lumbre  y  todas  las  lumbreras  y 
luces,  desde  la  estelar  hasta  .  .  .  ¡lástima  que  no  brillara  todavía  la 
eléctrica!  Tal  celebraron  ambos,  prolijos,  interminables,  alambicados: 
aquél  almibarado;  éste  altisonante. 

Ésta  no  es  erótica ;  es  importuna  y  empalagosa  galantería  poética : 
un  inocente,    aunque  necio,  pasatiempo,    muy    poco   grato  a  las  musas, 


EDAD    DE    ORO. 


35 


muy  poco  digno  de  ellas,  ni  de  un  hombre,  no  diré  de  talento,  pero  ni 
de  mucho  juicio. 

2  1.  Obras  acabadas  de  versificación,  siempre  sonora,  elegante,  robusta, 
son  todas  las  de  Herrera;  con  especialidad  las  dos  mejores:  la  oda 
A  la  victoria  de  Lepante  y  la  elegía  A  la  pérdida  del  rey  Don  Sebas- 
tióti;  ambas  de  fingido  calor,  bien  que  de  cierto  aire  de  magnificencia, 
el  que  deben  a  sus  ideas  culminantes,  que  son  bíblicas;  pero  no  feliz- 
mente desarrolladas,  ni  aplicadas  felizmente. 

Poca  es  la  poesía  de  Herrera,  mucha  y  muy  bella  su  forma. 

Cual,  princ:  belleza  de  lengua  y  verso. 

Def:  culteranismo ,  declamación. 

Edic. :  Sevilla   1582  .  .  .;   Bib!.  de  aut.  esp.   t.  XXXII. 

§  4.    Francisco  de  Rioja. 

(1580/90,   Sevilla, — 1659,   Madrid. j 

22.  Con  subido  esmero  versifica  también,  más  (}ue  poetiza,  Rioja,  inquisidor  y 
canónigo  de   Sevilla;   preso   injustamente  varios  años. 

23.  De  una  de  sus  preseas:  la  canción  elegiaca  A  las  ruinas  de  Itálica,  ha 
des])ojado  a  Rioja  la  crítica,  demostrando  no  ser  suya  sino  de  Rodrigo  Caro ;  y 
pretende  quitarle  asimismo   la   mejor  que   tenía  :   la  Epístola  tnoral  a  Fabio. 

Esta,  aunque  falta  de  unidad  y  afeada  de  mal  guslo  y  vaciedades,  encierra 
trozos  de  moral  bellísimos.  La  canción  «A  las  ruinas  de  Itálica»,  elegiacamente  de- 
clamatoria, monótona,  de  conjunto  inartístico,  de  extravagante  final,  es,  al  par  de 
la  Epístola,   de   finísima  labor  métrica. 

Edic. :   Bibl.   de  aut.   csp.   t.  XXXII. 

§  5.   Luis  de  Góngora  y  Argote. 

(1561,   Córdoba,  —    1627,   ib.;   grab.   6). 

24.  Fué  jurisconsulto,  sacerdote  más  tarde  y  canónigo  y  capellán  de 
honor  de  í>lipe  III. 

Acabó  Góngora  de  estragar  el  gusto,  y,  en  la  lírica,  de  arruinarlo. 

25.  Descollando  entre  los  líricos  del  siglo  por  su  talento  formal,  su 
fantasía,  su  agudeza,  y  llevado  de  los  aplausos  y  de  su  propio  talante, 
fué  quitando  al  lenguaje  poético  la  tiltima  sombra  de  naturalidad  y  ver- 
dad y  creó  el  estilo  culto,  culteranismo  o  gongorismo :  la  quinta  esencia 
de  las  palabras  y  figuras  más  rebuscadas  e  ininteligibles,  un  verdadero 
delirio  poético  entre  incesantes  accesos  de  fiebre  y  convulsiones  de  la 
imaginativa. 

26.  Tal,  y  no  otra  cosa,  parecen  y  son  sus  Soledades  y  su  Polifemo. 
Eso  no  obstante,  algunas  de  sus  poesías  juveniles  no  pecan  de  amane- 
radas; por  el  contrario,   las  hay  que  están  henchidas  de  gracia. 

27.  Sin  embargo,  con  ser  sus  poesías  lo  que  son,  muestran  privile- 
giadas dotes  poéticas  y   contienen   bellezas   numerosas  de  detalle.    Las 


36 


SEGUNDO    ciclo:    SIGLOS    XVI    Y    XVH. 


(irab.  6.    Luis  de  Góngora  y  Argote. 


que  permiten  presumir  que, 
a  no  haber  Góngora  ambi- 
cionado  la  corona  de  los 
pedantes,  fuera,  en  vez  de 
ser  hoy  el  rey  de  ellos,  un 
respetaljle  príncipe  del  par- 
naso lírico.  La  misma  ce- 
lebridad inmensa  que  ob- 
tuvo, lo  testifica.  Porque  un 
ingenio  vulgar  no  habría 
corrompido  tanto  el  gusto, 
ni  contagiado  como  él  con- 
tagió toda  la  literatura  patria 
y  la  europea  entera,  hasta 
a  los  mayores  genios. 

Cual,  princ. :  fantasía. 

Def.  princ. :  suma  hincha- 
zón. 

Edic. :  Obras  co7npl.,  Madrid 
1627  .  .  . ;  O/mis  escog.,  ibid, 
1854- 


§  6.  Juan  de  Jáuregui. 

(-:157o?  Sevilla, — 1650,   Madrid?) 

28.  El  haber  trasladado  en  buen  verso  castellano  la  Aininta  del  Tasso,  es  el 
único  mérito  literario  del  lírico  gongorino  Jáuregui;  mérito  demasiado  escaso  para 
contarle  entre  los  poetas ;  mayormente  en  una  literatura,  cual  la  española,  donde 
casi   no  hay  escritor  que  no  sobresalga  pur  fecundo  y  original. 

Edic. :   Bibl.  de  aut.  esp.   t.  XI.II 

29.  Hasta  ahora  sólo  al  Horacio  lírico  han  imitado  los  líricos 
de  España.  \'  como  el  modelo  no  fuese  inalcanzable,  lo  han  al- 
canzado, y  sobrepujádole  varios  de  ellos,  como  Fray  Luis  de  León 
y  Herrera  mismo.  Los  cuales,  si  estilistas  muy  inferiores  a  él,  eran 
más  poetas;  bien  que,  por  modestia,  no  se  lo  soñasen,  creyendo  dios 
al  que  durante  tantos  siglos  se  mirara  como  tal,  no  siendo,  en 
hecho  de   verdad,  más  que  un  hombre,  y  no  de  los  mayores.        i 

30.  Vuelve  en  esta  época  a  despertar  con  nuevos  bríos  el  espíritu 
satírico,  y  se  empieza  a  imitar  al  Horacio  satírico;  que  lo  es,  y 
bueno.  Aunque  de  nuevo  siguen,  sin  necesidad  y  con  detrimento 
propio,  pisadas  ajenas,  quien  son  de  más  vigoroso  andar  y  más 
diestros  ^ara  orientarse  que  el   Venusino. 


EDAD    DE    ORO. 


37 


Siguiéronlas 

§  7.    Los  hermanos  Argensola. 

31.  Bartolomé  Leonardo  ( 1566  — 1631 ),  canónigo  zaragozano,  y  Lupercio  Leo- 
nardo (;i565r — 1613),  denominados  los  «Horacios  españoles»  ;  satíricos,  de  agudo 
ingenio,  gran  soltura  de  verso,  elegantísimos.  Algo  afectada  es  su  sátira,  y  mucho 
más  su  lirismo ;  donde  no  hay  sino  estéril  y  fatigosa  declamación. 

Edic. :  Rif7ias  de  ambos,  Zaragoza   1634;  Bibl.  de  aut.  esp.  t.  XLIII. 

CAPÍTULO  III. 

EPOPEYA. 
§  I.   Consideración. 

1.  Extraño  es  e  inexplicable  a  primera  vista  el  que,  siendo  cual 
era  el  genio  español,  y  siendo  cual  era  el  imperio  de  España  y 
sus  héroes  y  hazañas  casi  fabulosos,  y  teniendo  España  la  hege 
monía  del  mundo :  la  hegemonía  de  la  espada  y  la  hegemonía  de 
la  inteligencia,  y  eclipsando  su  gloria  la  de  las  grandes  naciones 
de  la  época ;  —  no  parece,  digo,  fácil  de  explicar  que  faltasen 
a  pesar  de  todo  esto  cantores  épicos  de  tal  magnificencia  y  de 
tanta  proeza. 

2.  Innegable  es  que  faltaron  épicos;  innegable  que  .sobraron 
otros  que,  como  Lope  y  los  dramáticos,  celebraron  las  grandezas 
nacionales,  mejor  quizá  que  si  fueran  buenos  épicos.  Innegable  es 
asimismo  que  la  riqueza  e  impetuosidad  de  la  fantasía  ibérica  son 
mucho  más  para  el  drama  que  para  la  tranquila  y  pacienzuda  me- 
ditación y  estudio  que  supone  la  epopeya. 

3.  Pero  innegables  son  también  estas  otras  dos  cosas :  primera, 
que  la  falta  de  poesía  estrictamente  épica  en  la  Península  no  es, 
como  se  ha  dicho,  efecto  de  la  raza;  porque  la  única  epopeya 
nacional  y  la  mayor  después  de  las  homéricas  son  los  Lusíadas 
de  Camoens;  y  segunda,  que  la  épica  no  es,  en  manera  alguna, 
como  suele  creerse,  la  poesía  más  perfecta :  lo  es  la  dramática, 
porque  se  aproxima  mucho  más  a  la  realidad.  Aquélla  narra  una 
acción  interesante;  ésta  la  representa,  convirtiendo,  cuanto  es  dable, 
en  realidad  lo  ideal. 

En  la  épica  misma,  lo  tánico  esencial  es,  como  en  toda  obra 
de  arte,  el  arte :  el  efecto  artístico,  que  de  mil  maneras  puede  al- 
canzarse. Accidentalísimo  es  todo  lo  demás :  tono,  héroe,  unidades, 
extensión  tanto  extrínseca  cuanto  intrínseca. 

4.  En  sana  crítica,  no  se  puede  sino  sentar  que  una  epopeya 
homérica  es  lo  más  acabado  en  su  género  y  el  prototipo  de  la 
épica  nacional. 


38  SEGUNDO    CICI.O:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

Caben,  de  consiguiente,  muy  bien  dcnlio  de  lo  épico,  la  crónica 
\-  el  simple  diario,  como  sean  poéticos,  como  agraden  artísticamente. 

5.  Así  miró  la  epopeya 

§  2.    Alonso  de  Ercilla  y  Zúñiga 

('533—1594), 

describiendo    en    su  Araucana    la    tenacísima   y    heroica    lucha    de 
los  españoles  contra  los  indómitos  araucanos  de  Chile. 

6.  Tan  noble  e  intrépido  en  el  manejo  del  acero  cuanto  en  el 
de  la  pluma,  narra  con  la  viveza  y  verdad  del  testigo  presencial 
y  del  actor  —  que  fué  lo  uno  y  lo  otro  —  y  con  profunda  sim- 
patía por  ese  gran  pueblo ;  que  en  lid  secular  sucumbe,  nadando 
en  la  propia  sangre,  con  que  inundó  el  suelo  querido  de  la 
patria. 

La  llaneza  del  relato  realza  las  heroicidades  relatadas;  y,  sin 
lo  maravilloso  y  episódico,   fueran   perdonables  sus  defectos. 

Ercilla  narra  bien,  y  rima  a  veces  muy  bien;  particularmente 
en  las  arengas  y  caracteres. 

Mirada  la  Araucana,  cual  debe  mirarse,  esto  es:  como  diario 
militar  poético,  si  bien  dista  mucho  de  la  meta,  no  carece  de 
poesía    y  es  una  novedad  interesantísima,    y    única    en  su  especie. 

Cual,   princ. :  phitiira  de  caracteres;  arengas. 

Def.  princ:  máquina  y  episodios;  prosaísmos. 

Edic.  princ. :   Madr.    1S28,   2  t. 

§  3.   Pablo  de  Céspedes  y  otros. 

7.  Algunos  fragmentos  de  forma  épica,  pero  de  poca  monta,  dejó  el  pintor 
Pablo  de  Céspedes  (1538 — 1608),  de  un  poema  que  pensó  componer  sobre  la 
pintura;  el  que  en  manera  alguna  resultó  épico,  sino  descriptivo  o  didascálico ; 
pintura  poética  de  pinturas,  no  poesía. 

8.    Aunque   insípidos  y  descomunales  productos  de   una  imaginación  desvariada, 
lucen   sin   embargo  rasgos  descriptivos  y  galas  de  lenguaje  y  versificación  :   el    Bcr 
nardo  o  victoria  de  Koncesvalles,  del  juvenil  Bernardo  de  Valbuena,   después  obisj 
de   Puerto  Rico ;   la  Mosquea  de  José   de  Villaviciosa,   oliras  de   notable   fantasía  ; 
aun  la   Ciiitiada,  del   dominico  Diego  de  Hojeda,   y   la  Historia  del  Mofisetraíe,  del 
capitán  Cristóbal  de  Virués. 

Noía.  En  Tunja  del  reino  de  Nueva  Granada  y  a  mediados  del  siglo  XVI  parece 
haber  nacido  un  mal  llamado  poeta:  Juan  de  Castellanos;  militar  que  tomó  parle 
en  varias  expediciones  guerreras  y  fué  illtimamente  beneficiado  en  su  ciudad  natal. 
Escribió  las  Elegías  de  varones  ilustres  de  Indias,  poema  histórico  de  su  conquisi.i, 
monstruoso  rior  sus  dimensiones,    y  mucho  más  monstruoso  todavía  por  su  falta  <le 


EDAD    DE    OKO. 


39 


inspiración,     interés    y    forma    poética.    Quien    sea    bastante    titán    para    leer    unas 
5.500  ociavas,   nada  mejores,  y  antes  peores,  que  ésta: 

Las  naciones  más  altas  y  excelentes 

Callen  con  el  valor  de  la  española, 

Pues  van  con  intenciones  de  hallar  gentes, 

Que  pongan  pies  contrarios  en   la  bola; 

Espanto  no  les  dan  inconvenientes. 

Ni  temen  del  dragón  la  ardiente  cola. 

Deseando  hacer  en  su  corrida 

De  más  precio  la  fama  que  la  vida   —  ; 
i[uien  sea  fuerte  para  tal  empresa,  ése  lea  las  Elegías  de  Castellanos  y  piense  que 
él  —  excepto  acaso  el  autor  —  es  el  primero  y  postrero  que  las  lee. 

CAPÍTULO  IV. 

DRAMÁTICA. 

¿>  I.  Observaciones  previas. 

1.  De  los  defectos  reales  y  de  las  imperfecciones  del  teatro  es- 
pañol, pasaremos  a  los  cargos  que  la  ignorancia  y  el  sectarismo 
extranjeros  suelen  hacerle;  y  de  los  cargos  y  por  los  cargos  mis- 
mos vendremos  a  las  excelencias. 

A.    DEFECTOS. 

2.  ;Los  tiene  reales.^  —  Tiénelos,  y  muy  graves.  Desde  luego, 
la  inmoralidad  de  ese  eterno  pelear,  de  esas  tablas  siempre  llenas 
de  espadachines,  de  príncipe  a  escudero,  siempre  salpicadas  de 
sangre  por  motivos  a  menudo  fútilísimos. 

Un  batirse  no  menos  inestético  que  inmoral  y  anticristiano. 

¿Es  un  riquísimo  recurso  dramático.' 

Ningiin  recurso  vale  contra  la  moral,  la  ley  eterna. 

¿Miraban,  prácticamente  al  menos,  como  lícito  el  duelo  las 
gentes  de  entonces?  -"Batíanse  en  tal  convicción.^ 

Píntelos  así  el  dramaturgo,  pero  condenándolos,  sin  moralizar 
mucho,  sin  disertar;  que  una  palabra  basta  para  ello,  y  a  veces 
ni  ésta  es  menester :  la  sola  manera  de  exponer  los  hechos  puede 
implicar  su  condenación. 

3.  Por  censurable  que  sea  la  frecuente  obscenidad,  en  oca- 
siones muy  grosera,  no  merece,  con  todo,  mencionarse  como  un 
defecto  de  la  escena  española;  porque  no  es  general  ni  intencionada: 
el  exceso  de  realismo  y  el  espíritu  bufón,  no  la  malicia  ni  el 
deseo  de  escándalo  y  el  desprecio  de  la  moral,  como  acontece  en 
las  tablas  modernas,  arrastran  a  tales  extremos  al  dramático 
español. 


40  SEGUNDO    (ICIO:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

Esto  vale  —  según  veremos  —  aun  con  respecto  a  Tirso,  el 
único  dramaturgo  hispánico  obsceno. 

4.  Estéticamente,  adolece  de  culteranismo  el  drama  español. 
Culterano,  y  no  poco,  es  Calderón ;  culterano,  Tirso ;  culteranos, 
salvo  Lope  y  Alarcón,  los  demás.  Culteranos  son  los  dramáticos, 
no  ciertos  personajes  solamente ;  que  muy  bien  se  pueden  sacar  a 
las  escenas  como  tales,  sea  histórico-crítica,  sea  satíricamente. 

5.  Sin  embargo,  este  vicio  que  tanto  contagia  y  deslustra,  es 
por  otra  parte  una  de  las  mayores  y  más  luminosas  pruebas,  si 
no  la  mayor  y  más  luminosa,  de  la  fuerza  espontánea,  indómita 
del  genio  dramático  de  España.  Pues  una  dolencia  tan  funesta  y 
tan  mortal,  que  postra  y  mata  siempre  hasta  los  mejores  talentos, 
que  mató  el  lirismo  español,  mató  su  épica,  infestó  de  muerte  su 
prosa  misma,  hasta  la  austera  historia;  un  vicio  tan  fatal,  que  hizo 
y  hace  idénticos  estragos  en  todas  partes  y  en  todos  los  géneros, 
no  logró  ni  ahogar  el  drama  ni  dañarle  notablemente.  Cada  vez 
que  el  gongorismo  se  enseñorea  del  dramaturgo  y  parece  ya 
tenerle  mortalmente  preso,  levántase  éste  contra  él:  rompe  y  sa- 
cude lejos  las  ataduras,  dialogando  libremente,  y  tal  cual  vez  con 
las  ataduras  mismas  y  estrechado  por  ellas:  siempre  es  Hércules, 
que,  jugando,  ahoga  las  serpientes  enviadas  para  perderle. 

6.  No  obstante  la  riqueza  de  caracteres,  échase  de  menos  cierta 
mayor  generalidad  de  ellos.  La  ancianidad  está  pobremente  repre- 
sentada; más  pobremente  todavía  la  niñez.  Aunque  luce  con  de- 
rroche de  tipos,  matices  y  condiciones  la  amante  y,  si  no  con  de- 
rroche, ricamente  al  menos,  la  casada,  la  madre  y  la  viuda ;  falta 
la  niña  y  en  particular  la  doncella:  caracteres  todos,  y  más  aún 
este  último,  no  sólo  muy  dramatizables,  sino  también  de  mucho 
nervio  escénico.  Para  pintar  con  perfección  el  amor  mismo,  indis- 
pensables son  ellos,  por  simbolizar  las  más  sencillas  y  puras  formas 
de  él,  que  con  facilidad  pueden  llegar  a  ser  sobre  manera  paté- 
ticas. El  amor  del  niño  embelesa;  el  del  anciano  conmueve;  el 
virginal  eleva  a  las  regiones  de  que  desciende  y  donde  reside  e 
impera  la  caridad  infinita;  de  la  cual  el  amor  virgíneo  es  la  imagen 
humana  más  visible  y  más  hermosa.  Hermosa  y  visible  más  que  el 
materno,  que  es  menos  puro,  menos  profundo,  menos  sublime. 

B.    OBJECIONES. 
Preponderancia  de  la  forma. 

7.  Que  prepondera,  dicen  los  detractores  del  teatro  es- 
pañol,   en    él    de    tal    modo    la    forma,    que    la    forma  es  lo    más, 


EDAD    DE    ORO. 


41 


y  que,  despojado  de  ella,  el  drama  hispano  pierde  su  mayor 
belleza. 

Pierde,  sin  duda;  pierde  una  belleza  grande;  pero  no  la  mayor, 
ni  de  las.  mayores.  Que  la  mayor  es  la  vida ;  y  las  mayores,  las 
principales  manifestaciones  de  esta  vida  son  la  acción,  los  carac- 
teres, el  diálogo.  ¿Qué  drama  hay  que  no  pierda  enormemente  si 
le  quitan  su  forma.-  El  genio  poético  es  también  casi  siempre 
genialmente  formal.  De  aquí  la  dificultad  suma  de  traducirle,  ni 
en  prosa.  Excepto  los  de  Shakespeare,  genio  puramente  escénico 
y  no  formal,  todos  los  grandes  dramas  son  malamente  traducibles; 
los  griegos  apenas.  Todos,  hasta  los  en  prosa,  pierden  muy  con- 
siderable parte  de  su  hermosura :   los  que  menos,    los  de  España. 

El  hecho,   facilísimo  de  comprobar,   lo  demuestra. 

Españolismo. 

8.  Demasiado  español  les  parece  el  drama  español :  españoles 
y  España,  no  hombres  ni  mundo,  ven  salir  a  las  tablas  de  España. 

Un  grano  de  verdad  hay  en  este  reparo ;  pero  nada  más  que 
un  grano.  Pues  el  teatro  necesariamente  ha  de  ser  nacional :  para 
su  pueblo  dramatiza  el  poeta;  a  su  pueblo  quiere  interesar,  a  su 
pueblo  mejorar,  interesándole.  ¿No  es  nobilísimo  este  fin.'  ;No  es 
fin  de  todo  drama,  de  toda  poesía,  de  todo  arte?  ;Se  lo  consigue 
de  otra  manera,  a  lo  menos  eficaz  y  fácilmente.^  En  otro  pueblo 
de  hábitos  muy  diversos  ;  encuéntrase  copiado  el  pueblo  a  sí  pro- 
pio.' ¿reconócese  del  todo.-  ¿interésase  vivamente.^  Porque,  no  lo 
olvidemos:  tan  sólo  nos  atrae  con  fuerza  lo  propio,  lo  conforme 
con  nuestra  manera  de  ser,  de  pensar,  de  sentir. 

¿Qué  hará,  pues,  el  dramaturgo?  En  vez  de  andar  por  Es- 
paña ¿emigrará  a  regiones  lejanas?  ¿pintará  hombres  de  otras  zonas 
y  siglos?  ¿ Despañolizará  a  los  españoles? 

Injusta  y  necia  pretensión. 

Ningún  talento  ha  hecho  ni  hará  nunca  tal. 

A  sí  propia,  siempre  a  sí  propia,  se  pintó  la  Helada:  sus  pro- 
pios hábitos,  su  propia  alma,  su  propia  historia;  nada  ajeno,  nada 
bárbaro. 

En  sí  mismo,  pues,  no  tiene  fundamento  alguno  el  cargo.  Hay 
en  él,  con  todo,  este  grano  de  verdad :  que  los  dramáticos  es- 
pañoles pudieron  haber  explotado  menos,  no  lo  genuinamente, 
sino  lo  accidentalmente  español ;  no  la  altivez  y  profundidad  del 
carácter  nacional,  sino  los  hábitos  de  la  época,  que  pasan  con  la 
época  y  no  dejan  tras  sí  otra  cosa  que  cierta  disonancia  histórica. 


42  SEGUNDO    CICLO:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

El  poeta  no  sólo  ha  de  pensar  en  lo  presente:  es  el  hombre  de 
la  inmortalidad.  Ha  de  pensar  también,  y  acaso  con  preferencia, 
en  lo  porvenir,  y,  convencido  de  su  eternidad,  eliminar  de  sus 
obras  lo  transitorio  y  efímero. 

Pero,  más  modestos  tal  vez  que  poco  reflexivos,  más  enamorados 
de  lo  propio  que  deseosos  de  gloria  ajena,  españoles  ante  todo  y 
en  todo,  no  pensaron  sino  en  sí  mismos,  en  España,  y  pintáronla 
y  retratáronla  en  mil  formas,  de  mil  maneras,  con  mil  cambiantes, 
siempre  nueva,  siempre  opulenta,  siempre  espléndidamente. 

Y  novedad  inagotable,  y  opulencia  y  esplendidez  había  en 
aquella  gran  nación,  de  las  mayores  que  ha  alumbrado  de  sol. 

Esto  aminora  el  exceso  de  nacionalismo  en  su  dramática.  Y 
quién  sabe  si  le  disimula,  si  le  disculpa,  le  borra. 

Contando  yo  sólo  lo  mío,  siendo  lo  mío  interesante  y  contán 
dolo  yo  con  interés,  ¿qué  censura  merezco?  ."Porque  no  conté  tam- 
bién lo  ajeno?    En  el  peor  caso  será  egoísmo  de  mi  parte:  nada 
más.  Será  el  no  hacer  todo  lo  que  puedo.   Pero  ;y  si  no  puedo? 
;si  no   alcanzo? 

Aun  cuando  España  no  hubiese  pintado  más  que  a  sí  misma; 
si  hubiese,  cual  Narciso,  quedado  enajenada  de  su  propia  hermo- 
sura, ¿merecería  reproche?  Podría  sólo  reprochársele  no  haber 
sido  más  universal,  no  haber  aprovechado  en  toda  la  posible  am- 
plitud sus  talentos,  caso  de  poderlo. 

Pero  ;es  tan  cierto  que  España  no  pinte  más  que  a  españoles? 

;Qué  hay  en  el  mundo  entero,  español  y  no  español,  antiguo 
y  moderno,  que  no  haya  pintado  el  solo  Lope  con  su  pincel  que 
reúne  y  refunde  con  duplicado  encanto  la  gracia  de  Rafael  y  el 
genio  de  Miguel  Ángel?  El  solo  Lope  está  ahí  para  confirmar 
brillantísimamente  cuanto  se  diga  en  honor  del  teatro  español; 
está  ahí  para  rebatir  y  pulverizar  cuanto  se  diga  en  su  contra. 

Credulidad. 

9.  ¿Credulidad  se  le  achaca?  ¿Qué  se  entiende  por  creduli- 
dad? ;el  creer  en  la  otra  vida,  en  el  otro  mundo?  ¿en  la  comuni- 
cación del  otro  con  el  nuestro,  én  visiones,  en  apariciones?  ¿Qué 
dramaturgo,  comenzando  por  Esquilo  hasta  llegar  a  Shakespeare, 
no  ha  derramado  sus  resplandores  más  vivos  a  la  luz  de  tales 
resplandores  ? 

¿No  está  fundada  en  la  naturaleza  humana  esta  fe?  ¿honda, 
indestructiblemente  fundada  en  ella?  ¿No  tiene,  por  tanto,  realidad? 


EDAD    DE    ORO. 


43 


; realidad  viva,   potente?     Si  no  la  tiene  lo  que  dimana  del   fondo 
mismo  de  la  razón,  ¿qué  la  tendrá? 

Y  ¿qué  pensar  de  la  catolicidad,  con  que  se  le  da  en  rostro? 
¿Será  defecto  el  pintar  esencialmente  católica  a  la  nación  que  lo  es? 

Exageración  del  honor ;  intrigas  eróticas  estereotípicas. 
Todo  capa  y  espada. 

I  O.  Mucho  de  verdad  hay  en  lo  del  honor  exagerado. 

Pero  también  mucho  de  poética,  muchísimo  de  dramática  tiene 
tal  exageración.  Sentimiento  nobilísimo  el  honor,  uno  de  los  más 
nobles,  preséntase  respetable,  elevado  hasta  en  sus  mayores  des- 
varios. Es  uno  de  los  rasgos  más  propios,  más  salientes  y  amables 
del  carácter  de  la  nación,  y  por  eso  mismo,  uno  de  los  nervios 
vitales  más  poderosos  de  su  dramática. 

;Es  toda  ella  de  intrigas  amorosas?  ;toda  de  capa  y  espada? 

Campea  en  ella  este  tipo.  Repítense  ciertamente  infinitas  veces 
las  intrigas  eróticas  de  embozados,  tapadas,  estocadas.  Pero  la  re- 
petición literaria  es  una  de  aquellas  cuestiones  que  sólo  en  la 
práctica  pueden  resolverse. 

¿Cansa  la  repetición?  —  Es  mala. 

¿No  cansa?  —  Es  buena. 

¿Agrada?  —  Es  excelente. 

El  genio  se  repite  a  menudo,  ya  sin  advertirlo,  ya  advirtién- 
dolo. Repítese,  pero  no  se  copia.  Repite  caracteres,  situaciones, 
ideas,  mas  siempre  con  novedad ;  con  pormenores,  con  inspiración 
y  colorido  tan  varios  y  tan  nuevos  que,  si  materialmente  hay  al- 
guna repetición,  intelectual  y  poéticamente  no  la  hay.  Repeticiones 
hay  que  valen  más  que  invenciones.  Dibuja  indefinidamente 
Greuze  caras  de  niña  en  la  florescencia  primera;  siempre  del  mismo 
tipo,  pero  siempre  de  muy  varias  facciones  y  expresión,  siempre 
de  mucha  belleza.  ¿Quién  le  criticará  sus  repeticiones? 

¿Ni  quién  las  suyas  al  teatro  de  España?  ¿No  son  sus  intrigas 
eróticas,  a  pesar  de  su  uniformidad,  muy  ricas  en  inventiva,  muy 
ricas  en  poesía?  ¿No  hay  en  esa  uniformidad  la  mayor  variedad; 
en  medio  de  la  quietud,  movimiento  incesante?  Y  esto  mismo  ¿no 
prueba  con  evidencia  suma  la  energía  vital  del  genio? 

Frivolidad  del  amor. 

1 1.  ¿Por  qué?  ¿Porque  el  amor  gime  aquí  poco,  no  gimotea,  ni 
lloriquea,  al  modo  que  suele  en  el  teatro  moderno  extranjero? 


44  SEGUNDO    CICI.O:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

Alaban/a,  no  censura,  merece  por  esto  el  español.  Nada  hastía 
tanto  ni  está  tan  reñido  con  el  arte  como  el  más  ligero  recargc^ 
de  nubes,  de  tristeza,  de  lloro. 

De  frivolo  tachan  también  al  amor  escénico  hispano,  porque 
se  detiene  y  se  pierde  en  la  celebración  de  la  belleza  física  femenina. 

No  se  harta,  es  verdad,  de  celebrarla.  Mas  ¡  con  qué  perennes, 
opulentos,  arrebatadores  rasgos  de  fantasía! 

En  apariencia,  de  pura  fantasía.  Bajo  de  ella,  sin  embargo,  se 
agita  el  sentimiento,  poco  exteriorizado  si  se  quiere,  latente 
muchas  veces,  pero  no  por  eso  menos  real.  Demuéstralo  clara- 
mente la  abundancia  misma  y  el  color  de  las  imágenes  con  que 
se  adorna,  se  viste,  juega;  que  vierte  risueña  y  caprichosamente,  con 
loca  alegría,  con  inmensa  profusión  en  torno  de  sí.  Cuando  de  tal 
modo  juega  y  se  enloquece  de  dicha  la  fantasía,  no  juega  ni  se 
enloquece  de  suyo:  de  fuerza  extraña,  de  fuerza  poderosísima  ne- 
cesita para  caldearse  y  entrar  en  tal  estado  de  arrobamiento  y 
éxtasis.  Y  ¿cuál  será  esta  fuerza  sino  el  sentimiento,  el  amor." 
Quien  no  lo  sienta,  no  sabe  de  arte  ni  de  poesía,  y  absténgase- 
de  murmurar  de  lo  que  no  entiende. 

Timbre  altísimo  de  gloria,  es,  por  el  contrario,  para  las  letras 
y  sobre  todo  las  tablas  españolas  este  culto  de  la  belleza.  En  él 
aseméjase  el  genio  hispano  al  helénico  y  muéstrase  muy  superior 
al  de  los  otros  pueblos  modernos. 

¿Ha  creado  algo  más  portentoso  Dios  en  la  naturaleza  visible 
que  la  belleza?  El  sentirla,  el  quedarse  ante  ella  suspenso,  arguye 
delicadeza  y  profundidad  de  entendimiento  y  de  corazón. 

Los  graciosos. 

12.  Esos  graciosos,  que  la  cortedad  de  vista  crítica  ha  cen- 
surado tanto  a  España,  ¿son  o  no  son  personajes  dramáticos.?  De 
tal  manera  lo  son,  que  hasta  Sófocles  en  su  más  patética  tragedia, 
la  «Antígona»,  los  conoce;  que  los  conoce,  los  multiplica  a  veces 
hasta  el  exceso,  hasta  la  impertinencia,  Shakespeare. 

¿Que  no  faltan  en  ningún  drama  español? 

Y  ¿dónde  faltan  en  el  gran  dramaturgo  inglés?  ¿Dónde  faltan 
en  la  vida  real,  que  ha  de  reflejar  el  drama?  ¿Dónde  falta  un 
tonto?  ¿Dónde  no  obra,   no  habla  como  tal? 

Característica   débil. 

13.  En  las  comedias  de  amor  no  puede  ésta,  naturalmente,  ser 
muy  fuert'^.  Ni  hay  necesidad  alguna  de  que  lo  sea.  No  son  piezas 


EDAD    DE    ORO.  45 

de  carácter,  ni  históricas,  ni  de  costumbres.   En  la  intriga,  sólo  en 
ella,  está  su  fuerza. 

Aunque  en  estas  mismas  comedias  no  falta  tampoco  la  caracte- 
rística. Personas,  no  abstracciones;  seres  vivos,  vivísimos,  no 
ideales,  aparecen  doquiera. 

Esos  galanes,  esas  damas,  cuya  acción  rebosa  de  vida,  no 
tienen  tampoco  caras  iguales:  tiénenlas  a  cada  paso  muy  dife- 
rentes. Diferentes  las  tienen  hasta  esos  graciosos,  con  ser  personas 
tan  accesorias. 

Falta  de  caracteres. 

14.  Ningún  cargo  más  infundado  se  ha  hecho  ni  hacerse  puede 
a  nuestra  escena. 

;Que  no  sólo  es  débil,   que  es  pobre  en  caracteres,  dicen .^ 

¿Cuál  es  entonces,  o  cuál  ha  sido  rica  en  ellos? 

Y  aquí  llegamos  ya  a  los  dotes  del  teatro  hispánico. 

C.   DOTES. 
Caracteres. 

15.  Caracteres  cómicos,  ninguna  escena,  ni  todas  las  otras  jun- 
tas, tiene  tantos,  tan  varios,  tan  típicos,  tan  imperecederos  como 
la  española. 

Ni  en  dramáticos  ni  trágicos  cede  tampoco  a  ninguna.  Y  si 
dijera  que  ninguna  llega  a  ella,  no  exageraría. 

Analícense,  uno  por  uno,  estrictamente  uno  por  uno,  cuantos 
caracteres  ostenta  el  teatro  heleno,  el  teatro  shakespearino,  y  dí- 
gase dónde  hay  mayor  número,  dónde  mayores  ni  más  inmortales 
que  los  Tellos  de  Meneses,  que  el  Mejor  Alcalde,  que  el  Duque 
de  Viseo;  que  infinitos  otros  de  Lope,  que  la  Doña  María,  que 
la  Tamar  de  Tirso;  que  el  Alcalde  de  Zalamea,  que  el  Médico 
de  su  honra,  que  la  Hija  del  aire,  que  innumerables  otros  de  Cal- 
derón y  de  tantos  otros. 

Donaire.    Serenidad. 

16.  No  tienen  los  dramáticos  españoles  igual  en  el  donaire,  ni 
en  la  espontánea  alegría  y  donosa  jovialidad,  ni  en  el  espíritu  sa- 
tírico. Pero,  si  en  todo  esto  cabe  comparación  entre  el  teatro  de 
España  y  los  restantes  teatros;  en  tres  cosas  no  la  cabe:  en  la 
serenidad,  la  universalidad,  la  inventiva. 

La  serenidad  y  transparencia  peculiares  a  la  literatura  de  Es- 
paña son  peculiarísimas  a  su  teatro,  que  no  conoce  ni  desespe- 
raciones   ni    misantropías,    ni    languideces    melancólicas ;     que    no 


46  SECUNDO    CICI.<^:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

conoce  luula  de  lo  que  casi  doquiera  hace  tan  repulsivo,  tan  in- 
grato el  arte  escénico    moderno. 

No  ionora  ni  las  sombras  espesas,  ni  las  torturas  dest^arradoras 
ni  las  borrascas  deshechas  del  corazón;  pero  sabe  triunfar  de  todas, 
sujetarlas  rendidamente  al  imperio  de  una  voluntad  inquebrantable; 
iluminarlas  con  las  claridades  de  la  fe,  y  lo  que  es  más:  mirarlas 
con  ojos  serenos,  con  alma  risueña. 

Tanta  \-  tan  increíble  es  esta  energía  de  alma  y  genio  en  los 
dramaturgos  españoles,  que  en  vano  se  buscará,  en  sus  obras  tan 
hondamente  sentidas,  huella  ni  la  más  leve  de  las  tempestades 
(¡ue  durante  años  enteros  agitaron,  angustiaron  y  quebrantaron  sus 
corazones.  ¿  Dónde  aparece  vestigio  alguno,  en  el  teatro  de  Lope, 
de  las  crueles  amarguras  que  le  agobiaron  en  la  postrer  época  de 
su  vida? 

Grandes  hombres  y  grandes  genios:  así  suben  siempre  a  las 
tablas  los  españoles. 

Nada  hay  que  en  el  mundo  se  les  asemeje  en  el  espíritu  so- 
beranamente sereno,  etéreo,  que  flota  a  inmensurable  altura  sobre 
las  brumas  y  las  frías  ráfagas  de  la  tierra.  Imperturbable  serenidad, 
gracia  y  juego  escénicos  tan  vivaces,  que  han  hecho  creer  a  gentes 
poco  avisadas  que  es  un  mero  pasatiempo  el  teatro  en  España. 

Aun  cuando  lo  fuera,  sería  un  divertimiento  artístico,  y  esos 
divertimientos  recrean,  solazan,  elevan.  ¿Qué  más  se  puede  pedir 
al  arte.'  jQue  enseñe?  Pues  el  drama  español  enseña  también; 
enseña  mucho,  divirtiendo  mucho.    Lo  que  es  el  ideal  artístico. 

No  son,  afortunadamente,  los  españoles,  ni  sobre  las  tablas  ni 
fuera  de  ellas,  maestros  pedantescos:  ni  Calderón  ni  Alarcón,  no 
obstante  moralizar  a  veces  demasiado,  no  dan  nunca  en  pedantes, 
mucho  menos  en  aquellos  pedantes  tiesos,  filosofástricos  que  inundan 
las  tablas  extranjeras. 

Universalidad. 

17.  Asombra  igualmente  la  universalidad  de  sus  dotes  poéticas: 
universalidad  sin  ejemplo  en  lo  moderno,  y  sin  rival  en  lo  an- 
tiguo. Pues  los  dramáticos  griegos,  aunque  son  también  todos, 
Aristófanes  mismo,  excelentes  líricos  en  sus  coros ,  no  abarcan, 
como  los  españoles,  todo  el  campo  de  la  lírica;  ni  se  explayan 
épicamente,  ni  satirizan,  cual  doquiera  y  con  instintiva  facilidad  y 
gracia  los  españoles. 

Entre  ellos  y  los  otros  modernos  no  hay  en  este  punto  cotejo 
posible.  P'-rque  los  pocos  dramáticos  de  las  demás  naciones,  o  lo 


EDAD    DE    OKO. 


47 


son  exclusivamente,  o  sólo  han  sobresalido  en  otros  géneros  poé- 
ticos. Shakespeare,  por  ejemplo,  es  lastimoso  en  su  lírica. 

Pero  los  españoles,  con  ser  tan  incomparablemente  dramáticos, 
aparecen  en  las  tablas  siempre  también  grandes  poetas.  En  ellas, 
que  no  en  los  líricos  propiamente  dichos,  hay  que  buscar  la  ver- 
dadera lírica  hispana.  Pues  todas  las  cuerdas  de  la  cítara  apolínea 
se  tocan  allí  sin  cesar  y  con  destreza  acabada,  desde  la  más  fina 
hasta  la  más  profunda;  desde  el  son  más  pastoril  y  más  anacreón- 
tico al  más  elegiaco  y  pindárico;  del  travieso  trino  del  jilguero  al 
sublime  sollozar  del  ruiseñor. 

No  escasean  tampoco  acentos  perfectamente  épicos,  como  en 
las  insuperables  octavas  de  Tirso  en  la   «Prudencia  en  la  mujer». 

Y  ¿qué  decir  de  los  cuentos  y  apólogos  que  pululan.-  ;ni  qué 
de  tanta  risada,  ora  franca,  ya  burlona  o  sardónica,  que  resuena 
al  través  de  tanta  sátira?  ¿ni  qué  del  cruzarse  y  chispear  de  la 
lluvia  de  epigramas.^ 

Inventiva. 

1 8.  Si  no  hay  ejemplo  en  lo  moderno  de  una  fecundidad  li- 
teraria como  la  española,  ¿qué  pensar  de  aquel  raudal  escénico, 
de  aquella  portentosa  inventiva,  de  aquella  facilidad  de  dramatizar, 
de  poner  perfectísima  y  artísticamente  en  escena  cualquier  suceso, 
desde  el  más  común  y  vulgar  al  más  abstruso  y  filosófico;  de 
aquella  facilidad  de  inventar,  de  improvisar,  de  hacer  salir,  por 
decirlo  así,  de  la  nada,  como  por  ensalmo,  fábula  tras  fábula,  a 
cuál  más  nuevas,  atrayentes,  primorosas?  facilidad  que  celebró  en  Lope 
su  más  excelso  triunfo,  que  llegó  con  él  a  la  más  elevada  cúspide 
a  que  es  dado  lleguen  la  fantasía    humana   y  el  genio  dramático. 

¿Qué  pensar  de  esto,  que  sobrecoge  al  esteticista,  a  manera 
de  un  verdadero  portento? 

¿Dónde  queda,  con  la  hispánica,  la  restante  inventiva  moderna? 
¿Dónde  la  de  Shakespeare  mismo?  ¿Qué  argumentos  inventa  éste? 
Casi  ninguno.  ¿Cuál  es  su  fecundidad?  Apenas  la  de  los  dramá- 
ticos españoles  de  segundo  orden. 

Si  saber  dramatizar  acertadamente  un  hecho  más  o  menos  dra- 
mático revela  genio  escénico,  ¿qué  será  dramatizar  acertada,  ad- 
mirablemente no  sólo  un  hecho  dramático  de  suyo,  sino  cualquier 
hecho,  inventar  cualquier  hecho,  y  dramatizarlo  a  maravilla,  cual 
lo  hace  Lope  cada  veinticuatro  horas? 

Hasta  las  nubes  es  ensalzada  la  fuerza  caracterizadora  de  Shakes- 
peare.   Ensálcesela    enhorabuena,    pero    no    se    olvide    ni    lo    que 


4$  SEr.UNDO    CICI.O:    siglos    XVI    Y    XVII. 

hemos  dicho  ilc  la  característica  dramática  española,  ni  que  la  in- 
ventiva \ale  más  cjuc  ella:  ]iara  pintar  un  carácter  basta  un  genio 
observador  de  la  realidad  y  hábil  en  copiar;  para  inventar,  para 
crear  una  acción,  que  supone  muchos  caracteres,  una  complicadí- 
sima trama,  para  esto  no  basta  un  esfuerzo  grande  de  genio:  es 
menester  uno  potentísimo,  una  fuerza,  elasticidad,  hondura  y  vi- 
veza de  fantasía  rayanas  en  maravilla. 

Y  si,  después  de  todo  esto,  se  considera  aquella  abundancia, 
aquel  lozanear  de  vida  dramática  que  embellece  la  escena  hispana 
a  guisa  de  vegetación  y  flora  más  que  tropicales;  si  se  pondera 
aquel  diálogo,  aquella  espontaneidad  de  la  conversación  dramá- 
tica, aquella  soltura,  viveza,  rapidez,  aquel  verso,  aquellas  formas 
estróficas,  muy  variadas  y  primorosamente  artísticas,  dificilísimas, 
que  se  pliegan,  con  todo,  al  hablar  dialogado  y  le  siguen  con  una 
flexibilidad  que  en  otro  idioma,  en  español  mismo,  a  duras  penas 
pudiera  la  más  dúctil  prosa ;  si  se  considera  luego  que  el  diálogo 
es  la  mayor  y  casi  insu[)erable  dificultad  dramática;  y  se  le  ve 
en  la  comedia  ibérica  tan  maravilloso  que  es  la  maravilla  de  sus 
maravillas,  ¿quién  no  confesará  que  el  teatro  ibero,  más  aún:  que 
el  sólo  Lope  es  el  más  grande,  el  más  estupendo  ejemplar  del 
genio  moderno? 

19.  Sí;  por  poco  gusto  dramático  que  se  tenga  y  por  poco 
que  se  conozca  la  dramática  de  España,  en  una  cosa  hay  que  con- 
venir, y  es  en  que  supera  inmensamente  ella  sola  a  todo  el  teatro 
moderno ;  y  supera,  no  en  genio  ni  arte,  mas  en  naturalidad  y 
vida  dramáticas,  en  extensión  y  riqueza,  a  cuanto  ha  llegado  a 
nosotros  de  la  escena  griega. 

De  lo  cual  se  deduce  que,  si  ésta  ha  de  enseñar  el  arte  y  el 
gusto,  el  enseñar  el  fondo  y  el  nervio,  el  poner  en  escena,  el  ani- 
marla ;  el  diálogo ;  el  drama,  en  una  palabra,  reservado  queda  al 
teatro  español. 

Y  tanto  es  así  que  los  nativos  talentos  escénicos  extranjeros 
que  se  han  formado  en  la  escuela  española,  han  descollado  según 
su  capacidad  para  comprender  y  utilizar  sus  luminosas  en.señanzas. 

Ln  nadie  es  esto  más  visible  que  en  Grillparzer,  el  mejor  dra- 
mático de  Alemania.  Nacido  para  el  drama,  nada,  sin  embargo, 
produjo  sino  retórica  teatral,  pesada  como  plomo,  mientras  le  ins- 
piró la  retórica  teatral  de  Schiller.  Pero  tan  pronto  como  cayó  en 
sus  manos  el  gran  Lope,  despertó  su  genio  y  enmendó  entera- 
mente el  rumbo.  Enmienda  que  no  logró  con  el  estudio  de  los 
maestros  helénicos,    aunque    ellos    despertaron   su  talento  y  le  hi- 


EDAD    DE    ORO.  49 

cieron  abandonar  por  siempre  el  énfasis  y  aquel  dialogar  acadé- 
mico y  estudiado,  que  no  es  conversación,  sino  un  malo  y  monó- 
tono remedo  de   ella. 

Los  modernos  dramaturgos  extranjeros,  en  efecto,  no  son  maes- 
tros capaces  de  enseñar  al  alumno  de  Melpómene :  sonlo  de  en- 
tusiasmarle por  ella.   Si  los  toma  por  modelos,  le  extravían. 

Los  griegos  son  los  que  orientan  y  enseñan  el  camino.  Pero 
tampoco  ellos  encaminan :  son  inimitables  por  su  alto  ingenio,  de 
sello  propio  y  personal.  Los  españoles  solos  señalan  la  senda, 
ponen  en  ella  y  por  ella  conducen.  Pues  miran  la  vida  y  la  natura- 
leza con  tanta  claridad  e  inmediación,  que  le  abren  los  ojos  a  cual- 
quiera que  tenga  alma  dramática.  De  esta  suerte,  hácense  imitables; 
aunque  la  luz  y  la  profundidad  de  su  mirada  son  inimitables,  como 
las  del  genio  helénico;  inimitables,  no  menos  que  la  claridad  del 
día,  que  la  hondura  del  firmamento. 

§  2.    Vagos  preludios. 

Vengamos  ya  a  la  historia  del  drama  y  consideremos  con  al- 
guna detención  a  sus  principales  representantes. 

Cultivado  no  sin  cierta  fortuna  en  el  anterior  período  por  Gil 
Vicente  y  Juan  del  Encina,  fué  notablemente  adelantado  en  éste 
por  Bartolonné  Torres  Naharro  y  Lope  de  Rueda. 

De  festiva  gracia,  no  escasas  de  sal  de  invención,  donosas  de 
estilo,  no  se  levantan,  con  todo,  sus  obras  sobre  el  nivel  de  farsas 
cómicas  inartísticas,  inintencionadas,  mero  y  tosco  pasatiempo  de 
la  turbamulta,  ajenas  y  muy  distantes  de  reflejar  el  genio  nacional. 

§  3.    Lope  de  Vega. 

(1562,   Madrid,   —1635,  Madrid;   grab.    7.) 

1.  Castellanos  viejos,  de  vieja  aristocracia,  fueron  los  padres 
de  Lope  Félix  de  Vega  Carpió;  oriundos  sus  antepasados,  de  As- 
turias, del  valle  de  Carriedo ;  donde,  en  la  aldea  de  la  Vega,  se 
alzó  su  antiguo  solar. 

Tradiciones  hay  de  la  precocidad  de  Lope :  de  cinco  años, 
hablaba  el  castellano  y  el  latín ;  y  antes  de  saber  escribir,  ya  hacía 
versos,  que  dictaba  a  sus  compañeros.  Él  mismo  confiesa  haber 
compuesto  versos  cuando  aun  no  hablaba.  Portento  que  se  explica 
si  se  atiende  a  que  se  desarrollaron  tarde  en  él  los  órganos  vocales. 

2.  De  diez  años,  fué  enviado  a  estudiar  en  Alcalá  de  Henares. 
Aquí  se  perfeccionó  en  el  latín.  Del  griego,  empero,  sólo  aprendió 

JÜNEMANN,  Lit.   y   Ant.  esp.  4 


5° 


SK(^.UNr)0    ciclo:    SU.LOS    XVI    Y    XVII. 


los    ruiiiiiicntos.     Por    esto    tlana    más    tarde  a  su   hijo  el  singular 
consejo  ile  no  estudiar  griego. 

A  estudiarlo  el  mismo  y  conocer  la  literatura  helénica,  sus 
grandes  dramáticos,  sobre  todo;  hubiérase,  sin  duda  alguna,  desen- 
vuelto aun  mas  temprano  y  mejor  su  genio,  afinándose  su  gusto, 
allanándosele  y  dilatándosele  el  camino  hasta  las  mayores  alturas 
de  la  escena. 

Los  pobres  modelos  cómicos  latinos  nada  pudieron  enseñarle: 
de  niño,   snhí.i   c\   v:\   nuiclm   mrí^.    Kl   lastimoso  trágico  Séneca    si 

algo    pudo ,     fué    corromper    su 
gusto  y  alejarle  de   la  tragedia. 

3.  Pero  volvamos  al  niño 
poeta. 

De  trece  o  catorce  años, 
quedó  huérfano.  Parece  que  él  }' 
un  hermano  y  una  hermana  ma- 
yores fueron  desposeídos  de  su 
herencia  por  un  malvado.  Su  her- 
mano, que  era  militar,  no  podía 
socorrerle.  Diéronle ,  según  se 
dice,  algún  socorro  unos  parien- 
tes lejanos. 

A  la  sazón  asaltóle  a  él  y  a 
un  condiscípulo  súbitamente  el 
es[)íritu  aventurero.  Juntaron,  en 
dinero  y  joyas,  lo  que  pudieron 
y  marcháronse  a  pie  a  correr 
tierras.  En  Segovia  compraron  un 
caballo  y  llegaron  hasta  Astorga. 
Aquí  echan  de  ver  que  el  dinero 
se  les  ha  acabado,  y  van  a  em-i 
penar  una  cadena  de  oro.  Por  sospechosos  de  hurto  tiénelos  el 
platero  y  los  entrega  en  poder  del  alcalde;  que  seguros  remite 
a  sus  parientes  en  Madrid  a  los  noveles  aventureros. 

4.  Ouince  años  tiene  Lope.    El  poco    dinero  que  poseía,    ga.s- 
tado    está;    .se    ve    en    la    mayor    miseria    y   se    hace    soldado    enl    ] 
Portugal. 

Después  de   un  año,    deja    el    servicio    y  llega  a  ser,    por  for-, 
tuna  suya,    .secretario    de  Jerónimo  Manrique    de  Lara,    obispo  de|    j 
Avila,  inquisidor  general  y  legado  pontificio  de  la  armada  contra 
los  turcc  j.   Con  la  mayor  veneración  recuérdale  Lope,  y  a  su  palabra 


ra\i.  7.     I^jpe  de   Vega 


EDAD    DE    ORO. 


5' 


alentadora  se  atribuyen  los  primeros  trabajos  literarios  del  adoles- 
cente :  una  égloga  y  el  drama  pastoril  Jacinto,  escritos  por  los 
años  de   1578. 

5.  Pasado  un  año,  dejó  la  secretaría,  arrastrado,  a  lo  que  pa- 
rece, por  las  nacientes  pasiones;  que  le  fueron  lanzando  acá  y  allá 
por  mucho  tiempo. 

6.  Reaparece  en  1583,  peleando  como  soldado  en  las  Azores; 
en  1587  es  acusada  de  calumniosa  una  comedia  suya:  y  tiene  el 
autor  que  marchar  desterrado  a  Valencia.  Recién  casado,  alístase 
en  la  «armada  invencible»  en  1588.  De  aquí  pasa  al  servicio  del 
duque  de  Alba;  después  al  del  marqués  de  Malpica,  y  en  1595 
al  del  duque  de  Sessa. 

Reside  alternativamente  en  Madrid,  Sevilla,  Granada,  Toledo, 
y  desde   1610  de  fijo  en  Madrid. 

Muerta  su  segunda  mujer,  arrepentido  de  sus  extravíos  y  vuelto 
seriamente  en  sí,  ordenóse  de  sacerdote  en    1614. 

7.  Su  fama  de  poeta  había  ido  volando,  no  sólo  por  España, 
sino  por  el  mundo  entero,  y  convirtiéndole,  aunque  no  sin  contra- 
dicciones y  acres  polémicas,  en  arbitro  de  la  escena  ibérica  y  de 
la  europea. 

Urbano  VIII  le  condecoró;  príncipes  y  reyes  colmáronle,  a 
porfía,  de  distinciones  y  honores.  La  admiración  pública  fué  pa- 
sando a  asombro,  el  asombro  a  pasmo,  y  el  pasmo  a  un  aplau- 
dir, mimar  y  endiosar  nunca  visto. 

Más  todavía  que  sus  funerales,  magníficos  como  los  de  un 
gran  rey,  comparables  sólo  con  los  de  Klopstock,  atestiguan  estos 
fervores  del  público  atónito  el  atrepellarse  las  gentes  por  las  calles 
y  a  las  puertas,  y  el  bendecirle  las  mujeres,  cada  vez  que  salía  de 
su  casa.  Y  casi  tanto  como  esto  atestigüenlo  aquellos  dictados  pom- 
posos que  el  pueblo  y  los  aristócratas  del  talento  comúnmente  le 
daban,  por  el  renacer  continuo  y  la  portentosa  fuerza  de  su  numen, 
llamándole  el  «Fénix  de  los  ingenios»  y  el  «Monstruo  de  la  na- 
turaleza». 

8.  Ni  podía  pensarse  de  otra  suerte,  viendo  esa  su  fecundidad 
verdaderamente  monstruosa.  Él  mismo  había  perdido  la  cuenta 
hasta  de  sus  comedias:  en  una  parte  dice  haber  compuesto  1070, 
en  otra  900:  conservamos  413  y  40  autos  sacramentales:  un  tercio 
tal  vez  tan  sólo  de  su  producción  escénica.  Compuestas  fueron 
muchas  de  sus  comedias  en  un  solo  día;  él  propio  dice  que 

«Más  de   ciento  en   horas  veinticuatro 
pasaron   de  las  musas  al  teatro». 

4* 


52  SEGUNDO    CICLO:    SIGLOS    XVI    V    XVIL 

9.  Ni  se  supo  contener  dentro  de  los  anchurosos  límites  del 
drama  su  rica  inventiva:  todos  los  géneros  literarios  los  cultivó: 
\-  aun  puede  decirse  que  creó  el  auto  sacramental. 

Poemas  históricos  son  su  Dragontca  (1598),  sobre  Francisco 
Drake,  y  la  Corona  trágica  {162^),  sobre  María  Estuardo;  épicos 
son:  la  Aiigclica  (1602),  congénere  del  «Orlando  furioso»;  la  ^.r- 
rusaltn  co7iquistada  (1609),  en  que  emula  al  Tasso;  el  San  Isidro 
(1599),  en  que  canta,  en  tono  popular,  al  santo  labrador;  la  Gato- 
maquia  \\6i^,  y  una  novela  pastoril  en  prosa,   la  ^;r¿Zí//í?  (i599\ 

De  fondo  autobiográfico  son  un  poema,  El  Peregrino  en  su 
patria  (1604)  y  un  drama  en  prosa,  la  Dorotea  (1632). 

10.  Añádase  a  tan  asombrosa  fecundidad  el  corazón  levantado, 
noble,  patriótico  y  desprendido,  caritativo  y  piadoso  del  poeta,  y 
se  comprenderá  que  su  nación  le  convirtiera  en  ídolo  y  se  le  per- 
donaran los  tristes  deslices  morales,  hasta  de  sus  últimos  años; 
así  como  aquella  mezquina  envidia  y  enemistad  con  Cervantes  ^  y 
aquellas  diatribas  virulentas  contra  él  y  el  Quijote  mismo.  Enemistad 
que  hizo  estallar  Cervantes,  más  tal  vez  que  por  emulación,  por 
la  dura  necesidad  de  ganarse  la  vida  con  sus  comedias,  y  en  la 
cual,  no  obstante  haberse  también  propasado  a  torpes  invectivas, 
supo  al  fin  perdonar;  lo  que  Lope,  menos  blando  de  corazón, 
no  supo. 

Competencias  y  envidias  dignas  de  la  más  severa  censura.  Pues, 
si,  por  bajos,  en  almas  grandes  no  caben  tales  sentimientos,  ;qué 
será  si,  a  pesar  de  todo,  les  dan  entrada .•*  ¿qué,  si  se  envidian  dos 
talentos  como  aquéllos,  capaces,  no  ya  sólo  de  inmortalizarse  cien 
veces,  sino  también  de  inmortalizar  a  otros  ciento.'  ¿qué,  si  cul- 
tivan  tan  diversos  géneros  como  ellos? 

Un  astro  es  cada  genio,  inmensa  su  órbita,  inmensos  sus  do- 
minios; nunca  verán  sus  confines;  jamás  chocarán.  Para  admirarse 
entre  sí  y  para  amarse  han  nacido,  no  para  envidiarse ;  mil  veces 
menos,  para  odiarse. 

11.  Pero,  perdonemos  a  Lope  sus  extravíos,  pues  que  tan  sin- 
ceramente los  reconoció  y  lloró  en  muchos  y  conmovedores  arran- 
ques líricos,  que  han  inmortalizado  su  dolor.  Perdonémosle  su  mal- 
querencia para  con  Cervantes.  Y  olvidemos,  después  de  censu- 
rarlos cual  lo  merecen,  sus  muchos  errores  literarios:  esa  precipi-] 
tación  vertiginosa   con  que  escribía  y    que    es    la    principal    causa, 


'   V  éa;e  a  yosé  M   Asetjsio,    Desavenencia    entre   Miguel    de   Cervantes  y   Lope 
de   Vega. 


KDAD    DE    ORO. 


53 


si  no  la  única,  de  la  falta  de  composición,  simetría,  desenvolvi- 
miento y  verosimilitud  de  muchas  de  sus  comedias. 

Olvidemos  aquel  anhelo  suyo,  muy  natural,  pero  muy  censurable, 
de  complacer  al  vulgo;  del  cual  anhelo  también  se  originaron,  sin 
duda  alguna,  muchas  de  sus  faltas. 

Omitamos  el  culteranismo,  que  afea  sus  obras  no  dramáticas. 
Disimulemos,  en  obsequio  a  la  moralidad  general  de  su  teatro, 
las  escenas  lúbricas  que  escribe  de  cuando  en  cuando  muy  al  vivo 
y  aun  con  cierta  complacencia. 

12.  No  le  juzguemos  tampoco  por  sus  obras  prosaicas;  mucho 
menos  por  sus  novelas,  destituidas  de  valor ;  ni  por  su  lírica,  donde 
con  todo  ya  campea  un  poeta  de  grande  aliento.  No  le  juzguemos 
siquiera  por  sus  poemas  mayores:  obras,  no  obstante  sus  graves 
lunares,  de  un  ingenio  de  altísimo  vuelo,  no  del  todo  indignas  de 
sus  dramas  y  suficientes  para  hacerle  inmortal. 

13.  Empecemos  a  juzgarle  por  un  poema  en  que  despunta  por 
todas  partes  su  fantasía,  donaire,  experiencia  y  fuerza  poética;  su 
canto  de  cisne,  pero  no  melancólico  —  t^ué  sabe  ni  supo  nunca 
Lope  de  melancolías.'  —  ni  triste,  sino  risueño,  casi  diría,  sublime- 
mente risueño :  la  epopeya  burlesca  más  bella  de  toda  la  litera- 
tura: su  Gatomaquia. 

14.  ¡Qué  tropel  de  amores,  celos,  peleas,  arañazos,  vuelcos  y 
revuelcos,  venturas,  desventuras  y  aventuras  gatunas  y  gatuní- 
simas !  ¡  Qué  correr,  brincar  y  saltar  de  verso,  del  más  lindo,  capri- 
choso y  atrevido  verso !  Vertiginoso ,  arrastra  vertiginosamente 
consigo. 

Embebecida,  corre  hasta  cansarse  materialmente  la  vista;  corre 
por  esos  enormes  y  desmazalados  cuanto  artísticos  períodos,  donde 
entre  el  verbo  y  su  complemento  se  amontonan  incidentes  sobre 
incidentes,  rasgos  poéticos  sobre  rasgos  poéticos ;  pero  que  se  su- 
ceden con  tal  rapidez  que,  así  como  el  poeta  pasó  por  encima  de 
ellos  como  saltando,  sin  perder  de  vista  el  sujeto,  no  lo  pierde 
tampoco  de  vista  el  lector,  y  sálvalos    con    la    elasticidad  que  el. 

15.  Es  la  Gatomaquia  un  inacabable  y  deliciosamente  revuelto 
jugar,  reir,  divertir,  satirizar  y  filosofar,  un  continuo  tirar  de  flores; 
donde  van  a  cada  paso  pedrezuelas  traviesa  y  certeramente  dis- 
paradas contra  cuanto  divisa  merecedor  de  ellas. 

16.  Si  con  las  obras  dichas  terminara  la  labor  literaria  de  Lope, 
razón  habría  muy  suficiente  para  contarle  entre  los  ingenios  po- 
tentes. Pero  con  aquéllas  y  otras  muchas  no  hace  más  que  em- 
pezar.   Pues  empieza  y   no    acaba    nunca.     Peregrinísimo    y    único 


54 


SF.r.UNDt>    ciclo:    siglos    XVI    Y    XVII. 


portento,  que  consideraremos  después  de  enumerar  algunas  de  sus 
principales  comedias.     Que  son: 


Los  Tellos  de  Mcncses. 

Los  comendadores  de  Córdoba. 

La  estrella  de  Sevilla. 

Los  milagros  del  desprecio. 

El  villano  en  su   rincón. 

Las  paces  de  los  reyes. 

Del  nial  lo  menos. 

Los  pleitos  de  Inglaterra. 

Los  porceles  de  Murcia. 

El  Duque  de  Viseo. 

La    obediencia    laureada    y  el   primer 

Carlos  de  Hungría. 
El  hombre  de  bien. 
El  castigo  del  discreto. 
El  mejor  alcalde  el  rey. 
El  castigo  sin  venganza. 
La  mal  casada. 
El   rey  Wamba. 
El  casamiento  en  la  muerte. 
Amar  sin   saber  a  quién. 
El  perseguido. 
La  resistencia   honrada. 


Los  tres  diamantes. 

La    boba     para    los    otros    y    discreta 

para  sí. 
El  príncipe  despeñado. 
El  perro  del  hortelano. 
El  ausente  en  el  lugar. 
La  niña  de  plata. 
El  primer  Fajardo. 
La  serrana  de  la  Vera. 
Porfiar  hasta   morir. 
La  venganza  venturosa. 
El  caballero  de  Olmedo. 
La  envidia  de  la  nobleza. 
El  robo  de  Dina. 
Guardar  y  guardarse. 
Embustes  de  Fabia. 
La  llave  de  la  honra. 
El  juez  en  su  causa. 
Las  batuecas  del  Duque  de  Alba. 
Las  cuentas  del  Gran  Capitán. 
Venus  y  Adonis. 
El  piatloso  veneciano. 


¡Larga  enumeración  y,  sin  embargo,  la  más  corta  po.sible! 
;Ni  cómo  abreviarla  más,  cuando  de  sus  comedias,  ni  de  aquellas 
que  se  publicaron  contra  su  voluntad,  ni  de  las  otras  poquísimas 
que  escribió  enteramente  distraído ;  —  cuando  de  todas  ellas  no  hay 
ninguna  que  no  merezca  leerse,  ninguna  que  de  algún  modo  no 
admire,  ninguna  por  donde  no  rompan  con  rayos  claros  sus  po- 
tentes facultades  dramáticas;  que,  teniendo  luz  propia  y  abundan- 
tísima, no  podían  menos  de  alumbrar  aun  al  través  de  vapores  y 
nieblas  r 

17.  Y  no  sólo  da  luz  Lope:  su  luz  es  benéfica,  porque  enseña, 
serena  y  alegra.  Enseña  con  su  agudísimo  entendimiento  y  el  cuan- 
tioso caudal  de  su  experiencia.  Serena  con  la  inalterable  apacibi- 
lidad  de  su  numen.  Y  alegra  con  su  inexhausta  cuanto  graciosa 
fantasía. 

18.  Pocos  hombres,  en  efecto,  más  conocedores  del  mundo  y 
de  los  hombres;  del  corazón  y  del  espíritu  humanos;  de  la  socie- 
dad y  de  la  historia  nacional,  de  la  provincial,  de  la  lugareña;  de 
las  tradiciones  patrias,  de  la  mitología  y  toda  la  cultura  humana. 

Ninguno  ha  abarcado  tanto  en  sus  dramas,  pues  todos  sus  co- 
nocimiencos  vertiólos  en  ellos,    tan   naturalmente,    tan  sin    ninguna 


EDAD    DE    OKO.  55 

afectación,  que  es  menester  reflexionar  para  caer  en  la  cuenta  de 
que  instruye.  Pero,  aun  más  que  con  lo  aprendido  en  los  libros, 
enseña  con  la  propia  experiencia.  Muy  justamente  dice  de  él  Grill- 
parzer,  el  mejor  conocedor  de  Lope  y  el  gran  dramático  alemán : 
«Espantóme  a  veces  de  la  riqueza  de  pensamientos  de  Lope  de 
Vega.  No  hay  poeta  tan  observador  como  él  ni  tan  rico  en  ad- 
vertencias prácticas»  (Estudios  sobre  el  teatro  español). 

De  tales  observaciones  y  documentos  da,  en  cada  página,  tes- 
timonio hasta  la  Gatomaquia. 

A  más  de  la  forma  poética,  en  que  es  consumado  maestro,  en- 
seña Lope  a  hablar.  No  hay  castellano  más  bello  que  el  suj'o. 
Insuperable  es  su  lenguaje.  Yo  le  llamaría  el  primer  hablista 
español. 

19.  Todas  estas  dotes,  aunque  peregrinas  y  excelentes,  no 
salen  todavía  de  la  esfera  de  los  talentos  superiores.  Salen  ya  de 
ella  y  pasan  a  otra  más  alta  y  casi  inaccesible  la  serenidad  y  la 
gracia,  que  nunca  le  abandonan. 

Parece  como  si  viviera  o  al  menos  se  alzara  a  placer  a  una 
región  extraterrena,  donde  no  soplara  cierzo  alguno,  donde  enmu- 
decieran los  ayes  y  las  olas  de  la  vida. 

Tan  habitual  y  tanta  es  su  serenidad,  que  serena  y  abre  el 
alma  a  gozar  de  la  gracia  indefinible  que  profusamente  derrama  por 
doquiera  que  va,  a  doquiera  que  mira.  Y  ¿adonde  no  va  y 
adonde  no  mira  aquella  fantasía,  rica  como  las  más  ricas,  y  ri- 
sueña como  la  del  más  risueño  poeta  de   la  antigüedad:    Ovidio? 

Pero  lo  que  siempre  y  siempre  la  enajena,  es  lo  idílico.  Ora 
bulla  y  travesee  con  cuantas  flores  cría  la  primavera,  con  cuantos 
frutos  el  estío  y  el  otoño,  con  cuantas  escarchas  y  copos  de  nieve 
el  invierno;  ora  retoce  entre  abrojos  y  zarzas,  por  pantanos,  pára- 
mos y  precipicios;  ya  se  remonte  por  las  tempestades  hasta  las 
estrellas  y  de  allí  por  los  cielos:  ¿dónde  no  está  con  los  labios 
llenos  y  rebosando  de  risa? 

20.  ¿Dónde,  sobre  todo,  no  es  natural,  con  sencilla  na- 
turalidad, aquel  hondo  sentimiento  de  la  naturaleza,  que  en  él 
no  pasa  primero  por  el  entendimiento,  como  casi  siempre  acon- 
tece, sino  que  va  directo,  digámoslo  así,  del  objeto  sentido  a  la 
fantasía,  rozando  de  paso  ligeramente  con  el  corazón? 

¿Quién  - —  y  valga  este  ejemplo  por  los  infinitos  que  citar  pu- 
diera —  quién  siente  lo  natural  con  la  intensidad  que  revela  este 
pasaje  y  con  que  él  lo  siente  siempre?  «Aunque  es  verdad  que 
los  celos  no  discurrían  en  el  mal  por  venir  con  ansia  de  remediar 


56  SECUNDO  CICLO:  sir.i.os  xvr  y  xvii. 

el    presente;    porque    son    como    /as  vuuios  que,  por   defender   el 
rostro,  dejan  descubierto  el  pecho. » 

21.  -Tan  inmediato  es  este  sentimiento,  que  parece  el  poeta 
itlentiticarse  con  la  naturaleza  misma :  las  palabras  solas  dalas  el 
arte.  Nosotros,  empero,  no  sabemos  qué  hacernos  con  la  natura- 
leza sana:  los  extremos,  a  lo  sumo,  excitan  nuestro  interés» 
(^Grillparzer,  Estud.  sobre  el  teatro  esp.). 

22.  No  necesita  Lope  de  tales  extremos:  el  término  medio,  la 
sana  medianía,  le  basta  siempre  para  despertar  y  mantener  fuerte-    | 
mente  el  interés.  ;Y  no  es  éste  el  mayor  de  todos  los  artes? 

Fáltele,   si   se   quiere,    ese    otro    arte    de    la    composición   dra-     i 
mática,    del    desarrollo  y  desenlace  simétricos    de    la    fábula;    arte    | 
que  también  tiene  muy  a    menudo,    y    portentoso,    cuando    así    lo    t 
quiere.    No    tenga,    enhorabuena,    ninguna    fábula    bien    conducida 
y  desenlazada;  y  tiene  muchas  conducidas  y  desenlazadas  al  par 
de  las  mejores  del  mundo. 

Defectos  serían  éstos  muy  graves  en  todos  los    demás;    en  él 
levísimos.  Que  él  tiene  un  arte  y  unas  bellezas  únicas,  que  con  nadie 
comparte  y  que  superan    tanto    a    esos    defectos   suyos   y  tanto  a 
aquellas  altas  bellezas  de  composición,  que  hacen    olvidar  unas  y    y 
otros.  c'Quc  pesan  unas  y  otros  al  lado  de  su  riqueza,    que  surte    ' 
a  propios  y  extraños,  riqueza  inagotable  y  deslumbradora? 

Si  hubiese  querido,    o    podido    componer,    proporcionar,    limar    1 
cada  una  de  sus  piezas,  no  escribiera  la  mitad  de  las  que  escribió.    ' 
Y    ¿cuál    de    entrambas    cosas    vale    más:     un     número     relativa- 
mente corto  de  dramas  artísticos    o    un    sinnúmero    de    creaciones 
dramáticas  un  tanto  inartísticas,  pero  sembradas  de  escenas  asom- 
brosas?  Huelga  la  respuesta. 

23.  Pero  —  diría  entre  sí  alguna  o  más  de  alguna  vez  el 
poeta  —  pero  los  miopes  de  hoy  y  los  de  mañana  ¿no  me  til- 
darán de  negligente?  ¿de  poco  dramático?  Soy  maestro:  no  nece- 
sito probarlo;  ba.stante  probado  lo  tengo.  Mas,  por  si  alguien  lo 
dudara,  ahí  va  otra  prueba  de  que  lo  soy.  Y  como  tengo  prisa, 
como  siempre  la  tengo,  pues  ni  el  público  ni  la  inspiración  me 
dan  punto  de  reposo,  seré  breve.  —  Dice,  y  saltando  loca  por 
el  papel  la  pluma,  traza  una  serie  de  aquellas  escenas,  uno,  y 
dos  también,  de  aquellos  actos  henchidos  de  naturalidad  y  vida, 
que  valen  por  un  drama  y  aun  por  varios  dramas  enteros  de  la 
mejor  estampa. 

24.  Sin  embargo,  el  .ser  muchas  de  sus  comedias  tan  imper- 
fectas y  muchísimas  de    ellas  tan  viciosas,    consideradas    como  un 


EDAD    DE   ORO.  57 

todo,  y  el  ser  tantas:  esto,  y  el  no  haber  hecho,  por  la  misma 
causa,  su  apoteosis  los  extranjeros,  cual  la  hicieron  de  Calderón ; 
es  lo  que  más  ha  dañado  a  la  fama  y  popularidad  de  Lope  y 
le  ha  tenido,  casi  hasta  nuestros  días,  desterrado  del  mundo  literario. 

Se  comprende. 

El  arte  de  Calderón,  así  como  el  de  todos  los  otros  drama- 
turgos, facilísimo  es  de  conocer  y  de  admirar.  Basta  para  ello 
examinar  cualquiera  de  sus  dramas. 

Aquel  otro  arte  de  Lope,  en  cambio,  arte  peculiar  suyo,  no 
está  tanto  en  el  conjunto:  está  en  las  partes  y  en  los  pormenores. 
No  está  tampoco  en  un  número  más  o  menos  considerable  de  dra- 
mas: está  esparcido  irregular  y  caprichosamente  por  todos  ellos. 
Todos  ellos  forman,  en  Lope,  el  conjunto:  un  mundo  inmenso  en 
que  brillan  innumerables  por  toda  parte  las  más  ricas  preseas;  y, 
que  forman,  diría,  el  todo  artístico. 

Pocos ,  muy  pocos ,  tienen  fuerzas ,  gusto  e  imparcialidad 
suficientes  para  recorrerlo.  Porque,  ni  tras  de  leer  cincuenta  o 
cien  comedias  se  conoce  al  poeta:  necesario  es  leerle  íntegro. 

25.  Que  el  Fénix  muere  para  renacer;  parece  agotarse  en  cada 
drama,  morir  en  cada  uno,  para  renacer  en  el  siguiente. 

El  solo  es  el  dramaturgo  nato.  Los  demás,  todos  se  han  hecho 
tales,  y  unos  pocos,  dotados  de  muy  felices  disposiciones,  han 
convertido  el  drama  en  su  segunda  naturaleza.  Solo  el  Fénix  de 
los  ingenios  nació  sólo  para  la  escena.  Todos  los  otros,  aun  los 
más  gigantes,  son  árboles  que  crecieron  en  bien  cultivado  huerto, 
hasta  tocar  las  nubes  y  las  estrellas.  Lope  solo  nació  y  creció  en 
la  floresta ;  y  ella  bastóle  para  llegar  a  ser  el  gigante  de  los  gigantes. 

Bien  sé  que  toma  de  todas  partes  sus  argumentos;  que  no 
está  su  genio  en  la  inventiva  propiamente  dicha:  la  de  los  hechos 
subalternos,  las  ramificaciones  de  la  acción  capital,  unidas  estrecha- 
mente con  el  tronco,  por  mucho  que  de  él  se  aparten,  por  re- 
vueltas que  lozaneen.  En  esto  aventajante  todos  los  príncipes  de 
las  tablas;  en  particular,  Calderón. 

Pero  nadie  se  le  acerca  siquiera  en  aquella  otra  inventiva :  la 
dramática;  la  facultad  de  dramatizar  cualquier  hecho,  cualquiera 
situación. 

Nadie  se  le  acerca,  sino  que  todos  quedan  a  inmensa  distancia 
de  él  en  el  diálogo,  que  es  el  nervio  vital  más  importante  del 
drama.  El  diálogo  de  Lope  es  incomparable:  es  su  mayor  triunfo. 
Los    personajes    de    los    otros    o    hablan    lo    que    han    aprendido 


58 


SEGUNDO    CICLO:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 


—  que  son  los  más  —  o  lo  que  han  reflexionado ;  los  lopianos,  lo 
que  espontáneamente  se  les  viene  a  los  labios. 

Todo  manifiesta  que  era  su  propia  naturaleza  el  drama;  y 
tanto  lo  era,  tan  como  instintiva  e  inconscientemente  trabajaba,  y 
tan  poco  tligna  parecíale,  por  esto  mismo,  su  labor,  que  su  do- 
rado sueño  era  llegar  a  ser  cronista  de  la  Corona  de  España. 

¡Inconcebibles  aberraciones  de  la  inteligencia  y  del  corazón! 

Xo  se  realizó  su  anhelo;  o,  por  mejor  decir,  se  realizó  de  otra 
manera,  l'uc  el  cronista  más  prodigioso  de  su  pueblo:  de  toda 
la  historia  y  del  alma  españolas,  el  mayor  cronista  del  corazón  de 
la  mujer,  el  gran  cronista  y  el  primer  dramático  del  mundo. 

Mer.   princ:  Invetitiva  dramática  y  diálogo. 

Def.  princ.  (en  sus  obras  no  dramáticas) :  atltcranismo. 

Edic.  princ:  la  de  la  Academia,    1890. 

¿j  4.    Tirso  de  Molina. 

(1572,   Madrid, —    1648,   Soria;   grab.   8.) 


1.  Sucédense  y  atro- 
pcllanse  las  glorias  de  la 
escena  española.  Llenán- 
dola todavía  entera  el 
genio  de  Lope ,  aparece 
en  ella  otro  luminar  tan 
fulguroso  que  todo  el  es- 
plendor de  aquél  no  le 
eclipsa:  es  Tirso  de  Mo- 
lina. 

2.  Con  este  seudónimo 
escribió  todas  sus  obras 
Fray  Gabriel  Téllez ;  mer- 
cedario  desde  1610  y  co- 
mendador del  convento  de 
Soria  desde  1645.  Hizo 
excelentes  estudios  en  la 
universidad  de  Alcalá  de 
Henares;  fué  maestro  de 
teología  y  descolló  como 
predicador  y  erudito. 

3.  A  éstas  limítanse,  por  desgracia,  las  noticias  biográficas  de 
Tirso.  Ni  es  posible,   cual  sucede  con  otros  autores,  completarlas 


Grab.   8.    Tirso  de  Molina. 


EOAD    DE    ORO.  59 

en  cierto  modo  con  lo  autobiográfico  de  que,  más  o  menos  ve- 
ladamente ,  suelen  sembrar  sus  obras.  Ni  el  estudio  de  éstas 
—  como  luego  veremos  —  arroja  suficiente  luz  sobre  sus  costum- 
bres y  carácter. 

4.  Asombrosamente  fecundo,  compuso  cerca  de  300  comedias; 
de  las  que  se  conservan  unas  70. 

Sobresalen  entre  éstas:  La  prudencia  en  la  mujer;  Don  Gil 
de  las  calzas  verdes ;  El  vergonzoso  en  palacio ;  El  burlador  de 
Sevilla;  Cómo  han  de  ser  los  amigos;  Escarmieiito para  el  cuerdo; 
Palabras  y  plumas ;  La  villana  de  Vallecas ;  Amar  por  razón  de 
estado;  La  gallega  Mari-HernÚJidez ;  Marta  la  piadosa;  No 
hay  peor  sordo  que  el  que  no  quiere  oir,  etc. 

Célebre  auto  sacramental  es  El  condenado  por  desconfiado. 

5.  Los  Cigarrales,  miscelánea  de  comedias,  novelas  y  poesías 
líricas,  nos  le  muestran  también  eximio  prosador;  sobre  todo  en 
Los  tres  maridos  burlados  honesta  y  asaz  divertidamente  por 
sus  mujeres,  donde  pinta  con  la  maestría  y  travesura  que  suele 
las  ingeniosas  trazas  de  las  mujeres  para  salir  con  la  suya. 
Los  «Tres  maridos  burlados»  son  otros  tantos  cuentos  saladí- 
simos, muy  dramáticamente  narrados:  una  pequeña  trilogía  cómica, 
que  basta  por  sí  sola  a  calificar  a  Tirso  de  eminente  dramaturgo. 

6.  Con  mucha  habilidad  tomó  y  transformó  en  tragedia  el  epi- 
sodio bíblico  de  Tamar,  hermana  de  Absalón  (2  Reyes  cap.  13). 
La  venganza  de  Tamar,  con  empequeñecer  el  carácter  de  David  y 
comenzar  y  rozar  de  cuando  en  cuando  con  el  tono  de  comedia  de 
capa  y  espada,  adquiere,  sin  embargo,  en  el  acto  tercero  toda  la  gran- 
deza de  la  verdadera  tragedia  y  de  las  mayores  tragedias.  Y  sos- 
tenida por  la  soberbia  pintura  de  Tamar  y  realzada  por  un  cuadro 
idílico  maravillosamente  contrastado  con  las  profundas  sombras, 
donde  aparece;  llega  a  tal  punto  esta  grandeza,  que  se  comunica 
al  todo,  trocándolo  en  una  de  las  mejores  tragedias  hispánicas, 
digna  de  figurar  con  honor  entre  las  mejores  de  la  literatura, 

7.  A  su  pesar  manifestólo  Calderón,  pretendiendo  mejorarla  en  sus  CaheUos 
de  Absalón ;  pues  la  refundió  lastimosamente ;  quitóle  la  perfecta  unidad  que  tiene 
y  mudóla  en  altisonante  drama,  cuyas  únicas  bellezas  son  los  pasajes  de  Tirso,  y 
sobre   todo  el  acto  tercero,   que  se  vio  forzado  a   copiar  íntegros  '. 


'  Cabal  idea  dan   de  la   naturalidad    del  uno  y  de   la  énfasis  del  otro,    las  dos 
piezas  desde  su  comienzo  mismo. 
El  de  Calderón  es  así: 

Salomón:     Vuelva   felicemente, 

De  laurel   coronada   la  alta  frente. 


6o  SEGINDO    CICLO.    SUil-OS    XVI    Y    XVII. 

8.  Lo  más  característico  de  Tirso  es  su  copia  directa,  pero 
bella,  de  la  vida;  su  llaneza,  espontaneidad,  sencillez  de  palabra, 
idea,  escena,  raramente  afeadas  de  culteranismo  y  declamación ;  su 
fuerza  dramática  sinj^ular;  su  diálogo  de  soltura  y  elasticidad  in-  ¡ 
comparables;  su  habla  y  versificación  de  lo  más  hermoso  que  | 
ha  producido  la  musa  castellana;  sus  muchísimas  y  muy  visibles 
afinidades  con  Lope,  a  cuya  escuela  pertenece. 

V  tanto  se  le  acerca  a  menudo  en  genial  concepción  dramática 
y  naturalidad,  y  tanto  le  suele  aventajar  en  arte  escénico,  que  se  | 
lee  con  deleite  al  discípulo  después  de  leer  al  maestro.  Porque, 
salvo  Tirso,  hasta  los  mayores  dramáticos,  hasta  Calderón  y  Shakes- 
peare y  los  griegos  mismos,  fatigan  algún  tanto,  por  la  falta  de 
aquella  encantadora  naturalidad  lopiana. 

9.  Si  en  la  «Tamar»  compite  Tirso  con  Lope,  y  en  algunos  de 
su  pasajes  con  el  grandilocuente  énfasis  calderoniano;  alcanza  en 
su  obra  maestra.  La  prudencia  en  la  mujer,  uno  de  los  mayores 
triunfos  que  ha  podido  alcanzar  dramaturgo  alguno. 

10.  En  estas  dos  piezas,  en  la  última  sobre  todo,  hay  que  estu- 
diar al  maestro,  si  se  quiere  aquilatar  sus  talentos;  más  aún,  si  se    : 
le  quiere  comprender.    Dígolo,    porque  casi  me  parece  que  no  se 
le  comprende  bien. 

Pasa,  y  ha  pasado  siempre,  por  uno  de  los  mejores  cómicos, 
^ Quién  se  atreverá  a  negarlo?  Resaltan  y  relumbran  tan  intensa- 
mente su  inimitable  sal  cómica,  su  viveza  y  chispa,  que  creo  poder 
afirmar  sin  temor  de  equivocarme,  que  él  es,  a  lo  menos,  el  primer 
cómico  moderno.  ¿Quién  puede  comparársele  en  la  comedia,  es- 
trictamente considerada?  Lope  es  sin  comparación  más  dramático 
que  cómico;  en  lo  que  más  flaquea  Calderón,  es  en  el  donaire; 
Shakespeare  no  es  fuerte  en  él  tampoco. 


El  campeón  israelita, 
Azote  del  sacrilego  moabila. 
Adonias:     Cifia  su  blanca  nieve, 

De  la  rama  inmortal  círculo  breve 
Al  defensor  de  Dios  y  su  ley  pía, 
Horror  de  la  gentil  idolatría. 

El  comienzo  de  Tirso,  en  cambio,  es  éste : 

Anión  :     Quitadme  aquestas  espuelas 
Y  descalzadme  estas  botas. 
Eliecer :     Ya  de  ver  murallas  rotas, 
Por  cuyas  escalas  vuelas, 
Debes  de  venir  cansado. 


EDAD    DE    ORO.  6l 

11.  He  dicho  que  estimo  no  se  le  comprende  bien.  Pues  no  se 
le  tiene  por  gran  dramático;   menos  aún  por  gran  trágico. 

Se  dirá  que  una  tragedia  y  un  drama  desaparecen  ante  el  sin- 
número de  sus  comedias. 

En  manera  alguna  desaparecen ;  antes  brillan  más,  por  el  arte 
perfecto  y  el  atildamiento  en  ellos  desplegados. 

Es  en  efecto  tan  magnífica  esa  tragedia,  y  tan  maravillosa- 
mente bello  y  tan  sin  disputa  el  más  grande  de  la  literatura  ese 
drama  histórico,  que  aun  cuando  nada  más  escribiera,  sería  Tirso 
un  astro  escénico  de  primera  magnitud. 

12.  Y  algo  más  infiero  que  revelan  los  dos  dramas. 

¿No  revelarán  el  carácter,  lo  más  íntimo  del  autor?  Ese  bufón 
tantas  veces  tan  obsceno  y  tan  procaz  como  atropellado  e  invero- 
símil en  sus  fábulas;  ese  truhán  formidable  que  arrastra,  al  pa- 
recer con  la  más  cínica  e  inaudita  complacencia,  por  el  lodo 
singularmente  a  la  mujer;  ese  truhán,  ¿lo  será  en  realidad,  por  sus 
naturales  e  íntimas  inclinaciones.^  ¿despreciará  tan  indignamente  el 
corazón  femenil.?  O,  llevado  de  su  prodigioso  y  flexibilísimo  in- 
genio, ¿hará  del  truhán  y  del  obsceno  como  el  más  consumado 
actor,  la  más  consumada  actriz,  debajo  de  cuyas  lascivas  apariencias 
palpita  a  veces  un  corazón  pudoroso  y  virginal?  ¿No  acontecerá 
algo  semejante  con  Tirso?  ¿No  nos  querrá  pintar,  no  al  linaje  hu- 
mano, mucho  menos  a  la  mujer,  y  menos  aún  a  la  española,  sino 
la  mucha  corrupción  de  su  siglo  y,  más  en  particular,  la  de 
Madrid  ? 

A  no  admitir  esto,  ¿cómo  se  explica  la  profunda  y  gran- 
diosa inspiración  que  le  ha  dictado  tal  tragedia  y  tal  drama? 
¿cómo  el  amor  tierno  y  sublime  que  tiene  a  esa  desventurada  y 
amable  Tamar?  ¿a  esa  arrobadora  Doña  María,  gloria  de  España 
y  de  su  sexo?  ¿No  es  esto  como  decirnos:  «He  ahí  a  la  mujer 
que  existe  en  el  mundo,  que  alienta  viva  en  él  y  entre  nosotros. 
He  ahí  a  la  doncella  que  ama  y  defiende  como  lo  más  sacro  y 
celestial  su  pudor  y  que  llora  con  desgarradores  ayes  cuando  un 
infame  se  lo  aja  por  la  violencia.  He  ahí  a  la  viuda  casta,  que 
contra  todos  los  azares  guarda  inviolable  su  amor  al  único  que  ha 
amado  y  podido  amar  en  el  mundo.  Esas  son  las  mujeres  que  yo 
admiro :  sed  todas  como  ellas.  Las  que  no  son  así,  las  que  son 
lo  contrario,  las  de  mis  comedias,  las  escarnezco  yo  así,  porque 
vosotros  también  las  escarnezcáis»  ? 

13.  Esto  es,  en  mi  sentir,  lo  que  enseñan  y  patentizan  los  dos 
inmortales  dramas;  y  me  lisonjea  la  esperanza  de  que,  cualquiera 


6j  segundo    ciclo:    siglos    XVI    Y    XVII. 

que  atentamente  los  leyere  y  reflexionare  luego  sobre  el  teatro 
cómico  lie  Tirso,  llegará  a  la  misma  convicción,  y  aun  amará  a 
ese  soberano  ingenio;  a  quien,  de  otra  suerte,  no  se  puede  sino 
admirar.  Y  a  hombres  de  su  talla  no  se  contenta  el  ánimo  con 
admirarlos,  con  darles  aun  cuando  sea  un  testimonio  elocuente, 
bien  cjue  tácito ,  de  asombro ,  cual  todo  un  genio  como  Cal- 
derón se  vio  —  lo  dijimos  —  obligado  a  rendirle,  queriendo  me- 
jorar su  «Tamar»,  y  no  pudiéndolo  en  modo  alguno  y  teniendo 
que  copiar  un  acto  íntegro ;  —  con  nada  de  esto  se  contenta  el 
ánimo :  quiere  amarles.  Contentémonos  con  poder,  así,  amar  a  Tirso. 

Cual,   princ. :  sal  cómica;  fuerza  dramática. 

Def.   princ. :   obscenidad. 

Edic. :    Uartzcnbusch,    12   t.,    1842;    Bibl.   de    aut.   e.'^p.   t.   V.   IX.   XVII.  LVIII. 

§  5.  Juan  Ruiz  de  Alarcón. 

(¿  1580"-  Tasco,   Méjico,  —  1639,   Madrid.) 

1.  Pocos  autores  menos  conocidos  biográficamente  que  Alarcón. 
Casi    es   el    caso    de    estudiarle  en  sus   obras,    cual  ocurre  con 

Homero,  y  colegir  de  ellas  su  índole  y  corazón ;  que,  dada  la 
llana  sinceridad  y  el  calor  moral  de  sus  piezas,  deben  de  haber 
sido  altos,  al  revés  de  su  estatura,  que  era  corta,  triste,  joro- 
bada ;  por  lo  cual  fué  el  blanco  de  toda  clase  de  indignas  sá- 
tiras. Sátiras  tanto  más  difíciles  de  soportar  cuanto  que  solían 
venir  hasta  de  los  mejores  y  más  hidalgos  ingenios,  y  que,  con 
todo,  parece  haber  soportado  con  ánimo  superior. 

2.  Esto  es  casi  lo  único  que  sabemos  de  su  persona.  Ni  de 
su  vida  sabemos  sino  que  nació  Q1580?)  en  Tasco  de  Méjico;  que 
estudió  primero  en  su  país  y  luego  en  España ;  que  aquí,  tras  de 
una  juventud  llena  de  desengaños,  llegó  por  fin  a  ser  relator  del 
Consejo  de  Indias;  lo  que  fué  hasta  su  muerte. 

3.  Más  justa  que  los  contemporáneos  ha  sido  con  él  la  pos- 
teridad ;   bien  que  no  del  todo. 

Los  de  su  tiempo,  además  de  acribillarle  a  pullas  por  su  figura,  j 
tacháronle  de  plagiario.   ¿Por  qué?    ¡Quién  ha  podido  señalar  los 
plagios?    ¿O    serán    las  semejanzas,   las  analogías?    Si    ellas  fuesen 
plagio,  plagiarios  serían  todos  los  dramaturgos,  desde  Esquilo  hasta 
Lope;  hasta,  sobre  todo,  Calderón. 

Fáltanle,  ciertamente,  la  poderosa  originalidad,  la  rica  fantasía, 
el  entendimiento  elevado  y  penetrante,  el   fino  y  vasto  análisis  psí-  , 
quico  de  los  mayores  y  aun  de  los  grandes  dramáticos. 


EDAD    DE    ORO. 


4.  Pero  no  carece  de  altas  dotes  para  la  escena.  Y  el  no  ha- 
berse visto  enteramente  olvidado ,  mientras  imperaba  absoluto 
el  rey  del  teatro,  Lope;  y  el  haber  escrito  más  de  una  vein- 
tena de  buenas  comedias  —  algunas  de  ellas  acabadas  y  de  lo 
más  magistral  que  posee  el  teatro  {La  verdad  sospechosa,  por 
ejemplo;  El  examen  de  maridos,  Los  favores  del  mundo)  —  ^no 
es  lícito  inferir  de  ambos  hechos  su  originalidad?  Sin  inventiva, 
sin  mucha  y  lozana  vida  propia,  ; hubiera  podido  florecer  y  fructi- 
ficar a  la  sombra  del   coloso  de  Lope.'  • 

5.  Vida  dramática  lozana  tiene  a  la  verdad;  vivos,  palpitantes 
son  sus  argumentos;  palpitantes  de  vida,  sus  caracteres;  palpi- 
tante su  arte  escénico;  palpitantes  de  naturalidad,  llaneza,  gracia 
espontánea,  perfecto  gusto  ^  y  ejemplar  clasicismo,  su  verso,  estilo 
y  habla.  Tan  sin  tacha,  como,  a  excepción  del  Lope  dramático, 
los  de  ningún  otro  poeta  español. 

6.  Otro  mérito  tiene  todavía  Alarcón,  que  no  comparte  con 
los  demás  dramaturgos  nacionales  y  extranjeros;  mérito  relevan- 
tísimo, suficiente  él  solo  para  asegurarle,  en  el  reino  de  la  escena, 
un  sitial  muy  honroso,  inmediato  al  de  los  tres  mayores  dramá- 
ticos de  la  nación  y  muy  superior  al  de  Rojas  y  muchísimo  al  de 
Moreto.  Quiero  decir:  la  filosofía  moral  de  sus  comedias;  que,  sin 
ostentación,  sin  tendencias  manifiestas,  sin  dañar  al  arte  y  su  es- 
pontaneidad,  conviértenlas  en  elevada  escuela  ética. 

Flscuela  tan  elevada  como  provechosa,  de  útilísimas  e  indelebles 
enseñanzas;  donde  el  autor  inculca,  con  solidísimo  razonamiento  y 
deliciosa  elocuencia,  las  principales  virtudes;  fustiga  los  principales 
vicios;   desenmascara  al  mundo;  señala  el  camino  de  la  vida. 

7.  Filósofo  observador  y  agudo,  penetra  la  naturaleza  humana 
y  zahiere  vigoroso  sus  flaquezas  y  extravíos.  Con  todo,  no  da  en 
pesimismo  ni  en  odio  ni  amargura  alguna.  Prueba  evádente,  así  de 
su  rara  fuerza  moral  y  nobleza  de  corazón  como  de  su  potencia 
poética  y  honda  calma  de  espíritu. 

Difícilmente  se  hallará  en  la  historia  de  las  letras  semejante 
ejemplo.  Porque  las  ingratitudes  del  mundo,  sus  injusticias,  perse- 
cuciones y,  más  que  todo,  sus  gratuitas  y  torpes  sátiras  producen 
necesariamente  en  la  víctima  de  ellas  un  fondo  de  acrimonia,  que 
no  está  casi  en  su  mano  reprimir  y  dominar  de  tal  suerte  que  no 
se  trasluzca  en  sus  obras;  dado  que  no  las  informe  o  sugiera. 


'  No  es  suya  la    primera    pane    del    Tejedor    de  Segovia,    comedia    de    las    más 
gongorinas. 


64  sr.GUNKi)  cu  lo:  sici.os  xvi  y  xvii. 

8.  Mas,  por  Lírandes  que  sean  estos  títulos  a  la  inmortalidad, 
ninguno  tan  grande  tiene  Alarcón  como  el  de  haber  creado  en 
cierto  modo  la  comedia  de  carácter  y  trocádola  a  la  vez  en  filo- 
sófica. Creación  para  la  cual  no  basta  im  talento  poético  eminente, 
sino  que  hace  falta  uno  extraordinario  y  de  una  fuerza  y  origina- 
liilad   no  muy  inferiores  al  genio. 

9.  Genio,  sin  embargo,  no  llega  a  ser;  pues  si  bien  perfeccionó 
y  ensanchó  la  comedia  de  carácter  moralizador  en  términos  que 
puede  ser  tenido  como  su  inventor,  no  fué  ella,  con  todo,  estricta- 
mente creación  suya,  sino  de  Lope,  que  compuso  más  de  una 
comedia  de  carácter  y  alguna  filosófica. 

10.  Esto  no  obstante,  mirado  será  siempre,  que  harto  lo  me- 
rece, como  insigne  dramático,  robustísimo,  lógico,  perfecto  en  la 
característica,  forjador  de  fisonomías  escénicas  vivísimas,  inolvidables, 
indelebles,  rebosantes  de  verdad  y  realismo.  Mirado  será  siempre 
como  ameno,  donoso  y  hábil  filosofador  y  maestro,  sin  un  rasgo 
de  pedantería,  ni  de  gusto  depravado,  ni  de  rebuscadas  o  bus- 
cadas enseñanzas.  Maestro  amable:  en  quien  el  magisterio  linda- 
mente se  hermana  con   la  gracia. 

Cual,   princ  :  caracteres,  filosofía. 

Edic.   princ:    1634  .  .  .    1886,   Madrid. 

§  6.  Francisco  de  Rojas. 

(1607,  Toledo, — ¿1660?). 

1.  Toledano  fué  Francisco  de  Rojas  y  Zorrilla.  Toda  su  bio- 
grafía, salvo  noticias  sobrado  inciertas,  se  reduce  a  esto  —  lo  cual 
ni   en  España  acontece  con  ningún  otro  autor  célebre. 

2.  Sin  duda  alguna  merece  Rojas  ser  contado  entre  los  céle- 
bres; y  entre  los  cómicos  de  la  era  de  oro,  viene  luego  después 
de  Alarcón. 

3.  En  el  drama  se  funda  hoy  día  su  celebridad;  aunque  sobre 
fundamentos  bien  endebles,  que  no  tardarán  en  ceder  totalmente. 

Al  García  del  Castañar,  que  sostiene  su  renombre  en  el  género, 
y  al  que  no  falta  alguna  grandeza  ni  brillantez  formal,  fáltanle 
verdad,  vida,  gusto;  y  sóbrale  pedantería.  Por  lo  cual  no  puede 
menos  de  ser  una  pieza,  si  no  mala,  mediocrísima. 

4.  Su  ficticia  fama  dramática  cederá  a  la  verdadera,  que  me- 
rece en  la  comedia.  Menos  afectado  que  en  el  dr-ama,  muéstrase 
en  ella  poderoso  poeta;  sobre  todo  en  los  pasajes  cómicos  del 
mismo   «García  del  Castañar»,  llamado  también  Del  rey  abajo  nin- 


EDAD    DE    ORO.  65 

(pino.  Es  Rojas  de  inventiva,  de  hábil  característica,  rico  en  sal. 
Dotes  que  le  aproximan  bastante  a  Alarcón  y  mucho  lo  levantan 
sobre  Moreto. 

Edic.  princ.  :    1640  .  .  .;   Hibl.  de  aut.  esp.  t.  LIV. 

§  7.   Agustín  Moreto. 

(1618,   Madrid,   — 1669,   Toledo.) 

1.  Agustín  Moreto  y  Cabana,  virtuoso  sacerdote  madrileño,  obtuvo  mucha 
reputación  por  sus  comedias,  señaladamente  por  el  Desdén  con  el  desden. 

Sabe  conducir  diestramente  bien  pensadas  fábulas.  De  resabios  culteranos  y  algo 
sutilizador,  no  se  pierde,  sin  embargo,  en  nebulosidades,  merced  a  la  sencillez  y 
claridad  de   sus  argumentos,   a  su  lengua  expedita  y   fácil  verso. 

De  una  parte  señálase  por  su  elegancia,  cultura,  rigoroso  moralismo ;  y  de  otra, 
por  cierto  aire  académico  y  de  aristocrática  tertulia. 

Cualidades  todas,  así  las  buenas  como  las  malas,  que  le  han  valido  el  aura  po- 
pular y  los  encomios  de  la  crítica. 

2.  ¿Los  merece?   —   Lo   negamos. 

Desde  luego,  ni  el  culteranismo,  por  leve  y  fino  que  sea;  ni  la  sutileza,  por 
mucho  que  aparente  y  por  bien  que  remede  al  ingenio  (aplaúdalos  cuanto  quiera 
el  vulgo  culto,  mirándolos  como  fruto  del  talento  y  rasgos  artísticos,  ciégúese  cuanto 
quiera,  con  el  vulgo,  la  crítica  y  palmetee  admirada)  ;  —  ni  el  culteranismo  ni  la 
sutileza,  aun  cuando  reverberen  al  modo  que  un  ascua  de  oro,  jamás  dejarán  de  ser 
defectos,  y  gravísimos  defectos. 

3.  Y  entre  los  méritos  de  Moreto,   -cuál  puede  conquistarle  una  corona? 

¿La  buena  disposición  de  sus  fábulas?  —  Para  ello  no  es  menester  un  talento 
levantado. 

¿La  inteligencia,  cultura,  la  severidad  moral ?  Valen  ellas,  estéticamente,  menos 
todavía. 

¿  El  aire  académico,  el  tono  de  selecta  sociedad  ?  En  el  drama  son  vicios,  por- 
que le  quitan  la  naturalidad,  la  animación,  la  vida.  Múdanlo  en  fríos  y  fastidiosos 
diálogos  de  gentes  que  piensan  y  estudian  lo  que  van  a  decir  y  que  no  hablan  a 
impulsos  del  sentimiento  y  del   corazón. 

4.  Por  esto,  falto  de  inventiva,  falto  de  característica,  falto  de  fuerza,  falto  de 
riqueza  en  el  diálogo,  en  el  verso,  escribe  Moreto  comedias  muy  francesas,  in- 
coloras y  desleídas,  muy  femeniles  y  de  salón. 

El  preludió  en  suelo  español  algo  como  la  comedia  transpirenaica :  la  más  per- 
fecta antítesis  de  la  genuina  española.  Esta  exhibe  en  la  escena  hombres  vivos, 
robustos,  hermosos ;  aquélla,  lindos  y  bien  afeitados  títeres. 

Cual,   princ. :  fábulas  bien  dispuestas. 

Def.   princ. :   debilidad  dratnática. 

Edic.   princ:    1654;   Bibl.   de  aut.   esp.   t.   XXXIX. 

§  8.    Castro  y  Salustrio  del  Poyo. 

I.  Mucho  menos  conocido  que  Moreto,  supérale,  con  todo, 
grandemente  en  originalidad  dramática  el  valenciano  Guillen  de 
Castro  (1569 — 163 1),  que,  después  de  ser  gobernador  de  Segano, 
en  el  reino  de  Ñapóles,  murió  en  la  miseria. 

JüNE.MANN,  Lit.  y  Ant.  esp.  5 


66  SEGUNDO    CICLO.    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

2.  C()ad\-uvó  eficazmente  a  Lope  en  la  fundación  del  teatro 
nacional  y  compuso  comedias  y  dramas  de  alto  vuelo.  Entre  éstos 
se  ha  hecho  famosa  la  dilogía  ñloccdadcs  del  Cid;  drama  fortí- 
simo ;  imitado  y  notoriamente  desmejorado  por  Corneille. 

3.  Damián  Salustrio  del  Poyo.  Otra  dilogía  nacional  esplén- 
dida: la  Prospera  y  la  Adversa  foríiuia  de  Ruy  Lope  de  Áralos, 
debemos  a  este  dramático,  por  lo  demás  desconocido;  concepción 
genial  el  todo;  sube  la  segunda  parte  hasta  la  sublimidad. 

i?  g.    Otros  dramáticos  y  dramas  notables. 

I.  ]  «ramas  y  dram.-iticos  son  los  siguientes,  que  en  cualquiera  otra  tierra  menos 
rica  en  teatro  serían  de  primer  orden,  y  que  por  sí  casi  lo  son;  pero  que  en  Es- 
paña no  alcanzan  sino  al  segundo  y   tercero  : 

Gaspar  de  Aguilar:   E/  mercader  amante. 

YA  canónigo  Tarraga. 

Antonio   de   Solís  :    El  alcázar  del  secreto. 

Alvaro   Cubillo  de  Aragón:  El  Conde  de  Saldaña  (dilogía); 

Francisco   de   Leiva. 

Ramírez  de  Arellano. 

Diego  y  José   Figueroa. 

Antonio  Enríquez   Gómez. 

Fernando   de  Zarate. 

Mira  de   Mescua:   A'o  hay  burlas  con    las    mujeres;    La  Fénix  de  Salamanca; 
El  Marqués  de  las  Navas. 

Tomás   Ossorio :  El  rebelde  al  beneficio. 

Guedejo   Quiroga :  En  el  sueño  está  la  fnucrle. 

Francisco  de  Villegas:  El' rey  Don  Sebastián. 

Juan   Bautista   Diamante:   El  honrador  de  su  padre. 

Juan   Coello  y  Arias:   El  robo  de  las  Sabinas. 

Gaspar  de  Ávila :  La  sentencia  sin  firma. 

Luis  de   Guzmán:    F.l  fuero  de  las  cien  doncellas. 

Jerónimo  de  la  Fuente:  Engañar  con  la  verdad. 

Juan   de   Villegas:    L.a  morica  garrida. 

Juan   Matos  Fragoso:  Estados  anudan  costumbres. 

Rodrigo   de   Herrera :  Del  cielo  viene  el  buen  rey. 

Juan   Pérez  de  Montalván :   Gravedad  en  Villaverde. 

Luis  Vélez   de   Guevara:   Los  hijos  de  la  barbuda;  Líl  espejo  del  mundo. 

Juan  Grajales:   la   Próspera  y  Adversa  fortuna  del  caballero  del  Espíritu    Santo. 

Felipe   Godínez  :   Aun  de  noche  alumbra  el  sol. 

Luis  de  Belmonte  Bermúdez :   El  diablo  predicador. 

Antonio  Hurtado   de    Mendoza. 

Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz :  Los  empeños  de  una  casa. 

Doña   Ana   Caro  :   /■/  Conde  Partinuplés. 

José  de  Cañizares. 

2.  I  erminemos  ya  esta  lista,  que  podríamos  continuar  indefirudamentc,  y  que,  si 
hubiera  de  ser  algo  semejante  a  un  catálogo,  llenaría  un  grueso  volumen  :  tan  sobre 
manera  y     umero  fecunda  es  la  escena  española. 


EÜAD    DE    ORO. 


67 


$  10.    Pedro  Calderón  de  la  Barca. 


(1600,    Madrií 


i6<Si,   ib. ;   grab.   9.) 


1 .  Réstanos,  para  finalizar  esta  ojeada  sobre  los  tiempos  clásicos  de 
la  escena  española,  mirar  atentos  al  que,  durante  su  postrer  período, 
la  dominó  enteramente.  Genio  tras  genio  habían  venido  alzándose  sin 
interrupción.  Pues,  mientras  imperaba  todavía  en  la  escena  Lope,  que 

¡no  dejó  de  imperar  en  ella  los  días  de  su  vida;  ya  Tirso  habíase  le- 

Ivantado  también  allí  soberano.   Y  grandemente  soberano,  levantóse 

¡a  par  de  ellos  otro  genio, 

jcuya  popularidad  los  ha- 
bía    de     eclipsar     parcial- 

I  mente   y    cuya    fama,    por 

'  singular  manera  y  rara  for- 

ituna,  traspasando  los  lí- 
mites de  la  patria ,  toca- 
ría    a     los     del      mundo ; 

^cuando  de  aquellos  otros 
dos  geniales  dramaturgos 
apenas  llegaría  a  ellos  el 
nombre. 

Este  genio  ,  grande 
como  pocos  y  afortunado 
como  tal  vez  ninguno,  fué 
Pedro  Calderón  de  la 
Barca. 

2.  De  noble  y  virtuosa 
familia,    recibió,    de  nueve 

¡años,  la  primera  educación 
en  un  colegio   de  jesuítas, 
y   descolló    por    su    inteli- 
gencia desde  la  más  temprana  edad.    En  Salamanca    cursó  venta- 
josamente historia,  filosofía  y  letras,  derecho  civil  y  canónico. 

Parece  que  de  trece  años  compuso  una  comedia.  El  carro  del 
cielo,  y  al  volver  a  Madrid,  de  diecinueve,  era  ya  un  poeta  célebre, 
estimado  por  Felipe  111;  y  a  los  veinte,  escribía  versos  tan  bellos 
como  éstos,  dirigidos  a  Madrid  en  la  justa  poética  con  que  la 
villa  celebró  la  canonización  de  su  ilustre  hijo,  San  Isidro  La- 
brador : 

Dichosa,  insigne  villa,   y  más  dichosa 
Cuanto  por  más  piadosa  te  señalas  : 


Grab.  9.     Pedro  Calderón. 


68  SEGUNDO    CICI-O:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

Vuele  tu  fama  al  viento  licenciosa  : 
Sirviendo  a   tu  piedad  de  amor  las  alas. 
Vive,  oli,  más  que  la  muerte  poderosa; 
Pues  no  sólo  el  arado  al   cetro  igualas, 
Pero  aun  exceden  por  divinas  leyes 
Tus  pobres  labradores  a  tus  reyes. 

Es  ya,  como  en  capullo,  Calderón  entero. 

Sentidamente  felicitóle  entonces  el  anciano  Lope. 

En    1622  escribió  En  esta  vida  todo  es  verdad  y  todo  vieittira. 

3.  No  dejó  de  correr,  por  estos  años,  alguna  aventura  amo- 
rosa y  lance  de  honor,  según  se  infiere  de  un  romance  donde  dice: I 

En  la  sien  izquierda  tengo 
Cierta  descalabradura ; 
Que  al  encaje  de  unos  celos 
Vino  pegada  esta  punta. 

4.  De  1625  a  1635  militó  valerosamente  en  Milán  y  en  Flan! 
des.  El  ruido  y  la  agitación  de  las  armas,  tan  enemigos  del  so-j 
siego  y  recogimiento  que  requieren  las  musas,  no  impidieron  quej 
en  este  lapso  de  tiempo  hiciese  y  enviase  a  España  catorce  co-' 
medias,  algunas  de  ellas  magistrales,  como:  Casa  con  dos  puertas\ 
mala  es  de  guardar,  La  dama  duende  (1629);  La  devoción  de  la 
cruz.  La  vida  es  sueño  (1633),  El  médico  de  su  honra  (1635). 

Fecundidad  que  prueba  con  evidencia  la  pujanza  de  su  ingenio;' 
a  quien  tan  adversas  circunstancias  parece  que  daban  más  alas  y¡ 
lanzábanle  en  ellas  a  mayor  altura. 

5.  En  1635  llamóle  a  su  corte  e  hízole  poeta  cesáreo  Fe- 
lipe IV,  que  siempre  le  apreció  sinceramente :  aprecio  que  es  un 
verdadero  timbre  de  gloria  para  un  rey  como  él,  que  presumía 
de  dramaturgo. 

6.  En  1649  hallamos  al  poeta  con  su  amigo  el  duque  de  Alba. 
De  allí  por  real  decreto  le  llama  el  rey  nuevamente  a  Madrid, 
para  que  trace  y  describa  los  arcos  triunfales  de  Doña  María  de¡ 
Austria  a  su  entrada  en  la  capital. 

En  Guárdate  del  agua  mansa  pinta  bellamente  Calderón  aquellasj 
.suntuosas  fiestas. 

7.  Memorable  es  en  su  vida  el  año  de  165 1.  En  él  tocó  al 
apogeo  su  fecundo  numen.  Señálanlo  El  alcalde  de  Zalamea,  El 
pintor  de  su  deshonra,  También  hay  duelo  en  las  damas,  La  niña 
de  Gómez  Arias  y  Amar  después  de  la  muerte. 

En  el  mismo  año  le  llevó  al  sacerdocio  su  alma  profunda  yi 
piadosa,  conocedora  y  anhelosa  de  aquel    alto    estado    en    que   el' 


EDAD    DK    ORO.  69 

hombre  une  el  comercio  humano  con  el  divino.  Demasiado  reli- 
gioso era  Calderón  para  no  suspirar  por  éste,  y  demasiado  poeta 
para  dar  de  mano  a  aquél. 

8.  Verdad  que  las  exageradas  opiniones  de  algunos  de  sus 
cofrades  le  hacen  vacilar  un  momento  acerca  de  si  se  compadece 
o  no  con  el  sacerdocio  el  ser  dramaturgo.  Pero  luego  se  convence 
de  que,  sabia  y  generosamente,  no  ha  trazado  la  Iglesia  al  ingenio 

i  poético,  ni  a  ningún  otro  ingenio,  de  sus  ministros,  más  estrechas 
!  lindes  que  las  anchurísimas  de  la  ley  divina.  Entiende  —  como  siempre 
I  se  ha  entendido  —  que  no  sólo  no  estorba  el  carácter  sagrado  al 
j  cultivo  de  la  poesía,  pero  lo  facilita,   rectifica  y  ensancha. 

—  Mas  ¿es  propio  del  sacerdote  el  pintar  con  la  viveza  que  el 
drama  lo  exige,  las  malas  pasiones,  y  sobre  todo  el  amor.^ 

—  Nadie  mejor  que  él  conoce  el  corazón  humano ;  nadie  como 
él  está  llamado  a  velar  y  abogar  por  los  fueros  eternos  de  la 
moral  y  de  la  pureza  del  más  divino  de  todos  los  humanos  senti- 
mientos, cual  es  el  amor. 

Luego,  ¿qué  le  veda,  ni  qué,  por  el  contrario,  no  le  aconseja 
el  ejercicio  de  la  poesía  y  mayormente  el  del  drama,  que  es  la 
más  perfecta,  provechosa  y  moralizadora  poesía?  ¿Quién  puede 
con  un  corazón  puro  o  con  inteligencia  esclarecida  de  lo  alto  y 
de  lo  bajo  como  la  suya  penetrar  en  los  hondos  misterios  del 
alma,  o  acierta  como  él  a  pintar  el  amor  venido  de  los  cielos  y 
elevándose  a  ellos? 

Y  no  sólo  cae  bajo  su  dominio  todo  lo  casto :  lo  obsceno 
mismo  —  que  en  tal  caso  deja  de  serlo  —  cae,  a  ejemplo  y  norma 
de  la  Biblia,  debajo  de  él,  como  sea  de  necesidad  moral  o  artís- 
tica y  se  exprese  castamente. 

Por  todo  lo  cual  gloríase  la  Iglesia  de  que  fuesen  ministros 
suyos  Lope,  Calderón  y  Tirso,  los  mayores  dramáticos  españoles; 
cuya  dramática,  a  lo  menos  mirada  en  conjunto,  supera,  como  dije, 
la  de  todos  los  siglos. 

9.  Volvamos  de  esta  necesaria  digresión ,  y  aplaudamos  al 
poeta  que,  resplandeciendo  por  sus  virtudes  sacerdotales,  pro- 
sigue tranquilamente  enriqueciendo  las  tablas  con  catorce  come- 
dias. La  postrera  que  escribió  es  Hado  y  divisa,  y  pertenece  al 
año   1680. 

Rodeado  de  gloria  y  de  la  admiración  universal,  y  modestí- 
simo como  había  vivido,  cerró  muy  plácidamente  sus  ojos  a  la 
luz,  reposando  de  su  larga  y  riquísima  jornada,  este  grande  e  infati- 
gable obrero  de  las  letras,  del  bien  y  de  la  virtud. 


70  SEGUNDO    CICLO:    SIC.LOS    X\  I    V    XVII. 

Modestísimos,  conforme  a  su  deseo,  aunque  enormemente  con- 
curridos,  fueron  sus  funerales. 

I  o.  Su  gloria,  después  del  momentáneo  eclipse  inferido  a  ella 
por  el  malaventurado  clasicismo  francés  en  España,  no  ha  hecho 
sino  crecer. 

Más  aún  por  odio  a  aquél  que  por  amor  a  su  ingenio,  popu- 
larizáronle \'  ensalzáronle  en  Alemania  y  toda  Europa  los  ro- 
mánticos. 

11.  Sobremanera  fecundo,  aparte  de  unos  8o  autos  sacramen- 
tales y  unos  looo  saínetes  y  200  loas,  casi  totalmente  perdidos, 
compuso  cerca  de  I20  comedias.  De  éstas  se  conservan  iio;  de 
sus  autos  73. 

Más  todavía  que  Lope,  recorre  todas  las  especies  y  matices  del 
drama,  desde  el  juguete  cómico  hasta  la  más  severa  y  sobrecoge- 
dora  tragedia;  desde  las  intrigas  e  intriguillas  femeniles,  en  las 
comedias  de  capa  y  espada,  hasta  las  especulaciones  más  delicadas, 
sublimes  y  místicas,  en  los  autos. 

Doquiera  ha  dejado  su  genio  imborrables  y  atrevidas  huellas, 
doquiera  obras  maestras. 

12.  Añadamos  algunas  otras,  de  las  más  principales,  a  las  ya 
mencionadas: 

Tragedias:  La  hija  del  aire;  El  mayor  monstruo  los  celos;  De  un  castigo  tres 
venganzas ;  El  cisma  de  Inglaterra. 

Dramas  románticos:  El.  príncipe  constante;  Luis  Pérez  el  gallego;  El  mayor 
encanto  amor;  Los  tres  mayores  prodigios;  Eco  y  Narciso;  La  puente  de  Man- 
tibie. 

Dramas  religiosos:  El   gran   príncipe  de   Fez;   El   purgatorio  de   San   Patricio. 

.hilos:  La  vifia  del  Señor;  La  cena  de  Baltasar;  El  divino  Orfeo ;  Las  espigas 
de  Rut ;  El  primero  y  el  segundo  Isaac ;  La  serpiente  de  bronce ;  Veneno  y  contra- 
veneno ;  La  primera  flor  del  Carmelo. 

Comedias  de  capa  y  espada:  Antes  que  todo  es  mi  dama;  Mañanas  de  abril  y 
mayo ;   El   secreto   a  voces ;   El  alcaide  de  sí  mismo. 

^3-  ¡Qué  variedad,  diferencias  y  opo.sición  de  materias!  ¡Qué 
potencia  intelectual  para  abarcar  tanto,  para  penetrar  tanto  mundo ! 
Pues  ¿qué  mundo  no  penetra?  Por  el  real  corre  como  por  lo  pro 
pió;  suyo  es  el  ideal;  el  fantá.stico  no  le  oculta  ribera  alguna  ni 
la  más  remota;  el  histórico  revive  ante  él;  el  mitológico  truécase 
en  tangible;  el  invisible  no  tiene  para  él  secretos;  el  espiritual 
toma  forma,  figura,  color,  esplendores  a  su  mágica  mirada. 

14.  Único  es  Calderón  en  la  elasticidad  altamente  genial  de 
su  e.spíritu  dramático;  dramático,  no  poético  Porque,  como  poeta, 
abarca    Lope  mucho  más;    como  dramático,    mucho  menos:  ni  la 


EDAD    DE    ORO.  7 1 

tragedia,   ni  el  drama  filosófico,  ni  el  religioso,    ni  el  auto  con   la 
profundidad  y  extensión  calderonianas. 

15.  Grande  al  par  de  los  mayores,  levántase  Calderón  en  la 
pintura  de  los  caracteres;  no  por  cierto  en  las  comedias  de  capa 
y  espada,  que  poco  necesitan  de  ella,  sino  en  el  drama  y  la  tra- 
gedia. El  «Ótelo»  de  Shakespeare,  si  iguala  al  sombrío  «Médico 
de  su  honra»,  no  le  excede.  La  Lady  Macbeth  shakespeariana  es 
inferior  a  la  Semíramis;  inferior  el  Rey  Lear  al  Segismundo  de 
«La  vida  es  sueño».  Ninguna  figura  tan  típica  ha  creado  aquél 
como  el  alcalde  de  Zalamea. 

Rica,  riquísima  y  muy  original  es  su  característica.  Sus  gra- 
ciosos mismos  —  que  de  ordinario  tan  poco  lo  son  — •  parecen 
fases  diversas  de  una  misma  mentecatez  más  o  menos  aguda. 

Ningún  cargo  más  gratuito  se  ha  hecho  a  Calderón  que  el  de 
no  saber  pintar  caracteres. 

Y  cuenta  que  los  suyos  no  sólo  no  quedan  inferiores,  en  con- 
tornos y  colorido,  a  los  de  aquel  caracterizador,  sino  que  los 
sobrepujan  en  algo  capitalísimo,  que  es  la  simpatía.  Admirables 
como  los  que  más  suelen  ser  los  del  inglés,  pero  no  amables. 
Salvo  unos  pocos  tipos  femeninos,  que  no  son  todos  tampoco  tan 
angelicales  como  sus  fanáticos  admiradores  pretenden,  ¿dónde  hay 
en  todo  el  teatro  suyo  un  hombre  tan  sencillo,  rústico,  encanta- 
doramente  sublime  como  ese  alcalde?  ¿Dónde  un  Segismundo.' 
;una  Hija  del  aire.' 

16.  Y  en  la  descripción  y  el  hondo  análisis  de  las  pasiones, 
-■quién  raya,  a  mayor  altura.^ 

17.  ¿Quién  le  iguala  en  el  drama  filosófico,  en  aquella  natural 
y  i)rofunda  filosofía,  tan  omnímodamente  subordinada  al  arte  y 
tan  no  rebuscada,  que  no  aparece  huella  ninguna  de  ninguna  inten- 
ción moralizadora .?  Aquí  es  sobre  todo  donde  el  ingenio  calde- 
roniano campea  maravilloso. 

18.  Campea  también,  y  más  por  ventura  que  el  de  otros  di- 
sertos dramáticos,  por  la  elocuencia,  en  que  a  veces  compite  con 
los  grandes  oradores. 

19.  Insuperable  es  la  habilidad  con  que  desenvuelve  y  conduce 
la  acción;  insuperable  su  arte  escénico. 

20.  Sin  par  su  grandiosidad  y  aquella  grandilocuencia  poética 
y  versificación  esplendorosa  con  que  reviste  y  embellece  en  cierta 
manera  su  culteranismo  hiperbólico. 

21.  Cualquiera  de  sus  obras  maestras  hace  resaltar  estos  dotes. 
Pero  ninguna  acaso    mejor    que    en    la    que    parece  haber  querido 


72  SEGl'NDO    ciclo:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

verter  todo  su  espíritu:  La  Hija  del  aire:  la  Semíramis  de  Niño; 
hasta  el  punto  de  convertirla  en  síntesis  de  su  ^enio  y,  con  ser  tra- 
gedia, en  cifra  del  arte  dramático  entero.  Lo  dramático  sucede  aquí 
a  lo  cómico ;  a  lo  dramático  lo  tráí^ico ;  y  fuertemente  tráo;ico  tórnase 
el  todo.  Juguetón  y  cómico  empieza  el  poeta;  continúa  risueño  y 
fantástico;  llega  a  embelesar  en  la  pintura  de  la  bella  heroína. 
Continúa  y  acaba  altamente  dramática  la  primera  parte.  Empieza  y 
sigue  más  alta  aún  la  segunda,  tan  alta  como  subir  puede  el 
drama;  prosigue  con  una  lindísima  intriga  a  lo  capa  y  espada; 
y  concluye  en  sublime  tragedia.  Tragedia  es  en  efecto,  con  rasgos 
esquileanos.  Pero,  desmembrándola,  resultaría,  además  de  ella,  un 
drama  sofocleo  y  otro  euripidiano. 

Así,  no  es  propiamente  dilogía,  como  quiere  el  autor,  sino  tri- 
logía. Y  para  que  lo  fuese  perfecta  y  la  más  bella  que  existe 
—  pues  consta  de  comedia,  drama  y  tragedia  —  no  le  faltaría  sino 
un  más  amplio  desenlace  trágico;  que,  atendida  la  extensión  del 
drama  y  la  grandeza  de  la  heroína,  es  demasiado  breve  el  que 
tiene. 

Como  Tirso  su  «Prudencia  en  la  mujer»,  compuso  Calderón 
su  «Hija  del  aire»  con  amor  y  predilección  visibles,  infun- 
diéndole de  lleno  su  espíritu  cómico  -  fantástico ,  dramático  y 
trágico. 

De  esta  suerte,  así  como  aquélla  refleja  el  realismo  poético  de 
Tirso,  refléjanse  el  idealismo  realístico  y  el  genio  calderonianos  en 
el  bellísimo  tipo  de  esa  Semíramis  altiva,  soberbia,  radiante;  que 
halla  estrecha  su  esfera  dilatada  y  estréllase  tristemente  contra  las 
lindes  férreas  de  la  realidad.  A  la  Doña  María  de  Tirso  bás- 
tanle y  sóbranle  las  de  su  hogar:  a  la  Semíramis  no  le  bastan 
las  del  mundo. 

22.  Tampoco  le  bastan  a  Calderón.  Ni  los  del  mundo  fantás- 
tico le  bastan :  necesita  del  mundo  de  los  espíritus,  de  Dios,  su 
reino  y  su  gloria.  De  aquí  el  sinnúmero  de  sus  autos  sacramen- 
tales; en  que  empleó  con  preferencia  su  talento,  después  de  in- 
gresar en  el  sacerdocio;  en  los  que  desplegó  con  mayor  esplen- 
didez su  inagotable  inventiva  y  fantasía;  los  que  miró  con  afecto 
singular.  Pues,  no  contento  con  escribirlos  con  particular  esmero, 
accedió  también  a  publicarlos  en  correcta  edición.  Lo  cual  des- 
graciadamente no  hizo  con  sus  otros  dramas,  que  poseemos  llenos 
de  errores  tipográficos,  alteraciones  substanciales,  lagunas,  y  lo 
que  es  harto  más  lamentable,  plagados  —  según  parece  y  él  mismo 
lo  indica  —  de  interpolaciones. 


EDAD    DE    ORO.  73 

Por  donde  se  ve  que  en  los  autos  hay  que  estudiar  con  es- 
pecialidad al  poeta,  si  se  quiere  aquilatar  toda  la  extensión  y  poder 
de  su  estro. 

Ciertamente  que  Lope,  con  aquel  genio  que  creó  el  teatro  na- 
cional, y  creara  el  teatro  mismo,  a  no  haberlo  hecho  los  griegos, 
había  ya  creado  el  auto,  elevándolo  de  informes  comienzos  escé- 
nicos a  la  altura  del  drama.  Pero  a  Calderón  cúpole  perfeccio- 
narlo, engrandecerlo  y  dilatarlo.  Arrojóse,  tras  Lope,  a  un  campo 
cruzado  de  abismos:  el  de  la  alegoría  y  del  dogma,  esencial- 
mente antidramáticos;  adonde  solos  ellos  pudieron  arrojarse  sin 
perecer  y  del  cual  hará  bien  en  guardarse  todo  el  que  no  sea  tan 
fuerte  como  ellos. 

Arrojóse  con  todo  el  poderío  de  su  numen,  con  toda  la  va- 
lentía de  su  fe,  con  todo  el  ardor  de  su  piedad ;  y  recorriólo  con 
pie  casi  tan  firme  y  veloz  como  los  otros  campos  escénicos;  por 
más  que  al  lado  de  sus  dramas  tengan  que  palidecer  sus  autos, 
pagando  tributo  a  la  flaqueza  del  linaje. 

Perfeccionó  el  auto  cuanto  es  dable;  engrandeciólo  hasta  los 
cielos;  dilatólo  por  todos  los  ámbitos  de  la  creación. 

No  neguemos  que  a  las  veces  se  distrae,  mirando  a  los  reyes  de 
la  tierra  y  lisonjeándolos.  Pero  al  punto  vuelve  de  nuevo  los  ojos 
a  donde  tiene  puesto  el  corazón  entero :  al  ara  santa,  al  pan  de 
los  ángeles,  al  rey  de  los  reyes,  a  la  maravilla  de  las  maravillas, 
al  encanto  de  los  encantos.  Y  ¡  cómo  se  extasía  ante  él !  ¡  Cómo 
vuela  en  alas  del  éxtasis  a  coger  cuantas  flores  germina  la  tierra, 
cuantos  rayos  de  luz  brota  el  cielo,  cuanta  ternura  nace  del  alma 
para  deponerlo  todo  ante  el  ara,  cantando  enajenado  de  júbilo ! 

Dote  princ. :  arte  y  grandilocuencia. 
Def.  princ. :  culteranismo  hiperbólico. 

Edic. :    9  t,,   Madrid    1682;   4   t.,   ib.   1872. 

PARALELO  ENTRE  CALDERÓN  Y  LOPE. 

No  hay  con  quién  comparar  a  Calderón  si  no  es  con  Lope 
de  Vega. 

Ambos,  en  efecto,  son  los  grandes  poetas  católicos,  tan  grandes 
y  acaso  mayores  que  el  Dante  mismo,  menos  teólogos  que  él,  pero 
de  más  amplia  doctrina  y  piedad.  Grandes  católicos  entrambos; 
aunque  más  Calderón  que  Lope. 

Entrambos  grandes  dramaturgos,  nada  inferiores  a  Shakespeare, 
y,  mirado  en  todas  sus  fases  el  talento  dramático,  superiores  a  él. 


74  SEGUNno  ciclo:  siglos  XVI  V  XVII. 

Entrambos  íjrandes,  pero  de  grandeza  muy  diversa.  Grande  es 
Lope  por  la  índole;  por  el  arte,  Calderón.  Este,  por  tanto,  es  más 
admirable;  más  amable  aquél.  Aquél  un  arroyo  manso,  parlero  y 
cristalino;  éste  un  sonoro  e  impetuoso  torrente  henchido  por  lluvias 
de  tormenta.  Entatico-hiperbólico  el  uno;  natural  y  sencillo  el 
otro.  Uno  busca  el  efecto;  el  otro  huye  de  él.  El  uno  es  esencial- 
mente idílico;  lírico,  el  otro.  Calderón,  en  el  drama,  es  aun  más 
poeta  que  dramático;  Lope,  más  dramático  que  poeta.  Atlético 
éste,  pero  de  estatura  y  proporciones  delicadas ;  de  titánicas,  aquél ; 
majestuosos  entrambos;  entrambos  soberanos,  por  nacimiento  el 
uno,  por  conquista  el  otro. 

CAPÍTULO  V. 

MÍSTICAS 
i?  I.    Observaciones  generales. 

Después  de  las  que  acerca  de  la  mística  en  la  ojeada  general 
sobre  la  literatura  española  hicimos,  cábenos,  antes  de  entrar  a 
mirarla  detalladamente,  añadir  aquí  otras  dos. 

Primera :  Peca  esta  mística,  la  ascética  sobre  todo,  de  poco 
crítica  en  lo  histórico  y  anecdótico.  Peca  de  poco  teológica, 
y  muy  a  menudo,  de  muy  poco  exegética ,  amoldando  el 
texto  bíblico  a  su  intento  y  a  placer,  torciéndolo,  desfigurán- 
dolo. 

Vicios  éstos  de  los  más  capitales;  que,  si  —  como  de  hecho 
acontece  —  no  anulan  el  valor  de  muchas  obras  místicas,  y  apenas 
distraen  y  perturban,  demuestran  una  vez  más  su  exuberante  é 
indestructible  vitalidad. 

Segunda:  Al  par  que  la  riqueza  y  excelencia,  asombra  el  crecido    r 
número  de  los  que,    cuál  más  cuál    menos,    han  sobresalido  en  el 
género.  Cerca  de  trescientos  son  los  místicos  hispanos;  cuyos  es- 
critos forman  una  vasta  biblioteca,  donde  todas  las  ramas  literarias 
están  con  brillo  representadas. 

V^enero  abundoso  e  inagotable  de  ciencia  divina  y  aun  humana, 
y  el  más  augusto  monumento  alzado  a  la  prosa  más  opulenta, 
más  varia,  más  gentil   del   mundo. 


Esta  voz  se  extiende  de  la  ciencia  del  amor  divino,  que  es  el  objeto  propií 
de  la  nustica,  a  la  ascéika  (o  ciencia  de  la  purificación  del  alma)  y  la  literatur:i 
sagrada  en  general. 


EDAD    DE    ORO. 


75 


§  2.    Fray  Luis  de  Granada. 

(1504,   (Jranada,   — 1588,   Lisboa;   grab.    10.) 

1 .  Creó  la  mística  española  y  la  moderna  fray  Luis  de  Granada. 
Luis  Sarria  —  que  éste  es  su  verdadero  nombre  —  nació  en 

Granada.  Quedó  huérfano  en  su  primera  niñez,  y  su  madre  tan 
pobre  que  como  lavandera  de  los  dominicos  granadinos  ganaba 
su  pan  y  el  de  su  familia;  pan  que  de  limosna  le  daban  los  Pa- 
dres cuando  el  trabajo  le  faltaba. 

2.  Como  un  día  luchase  el  niño  Luis  con  un  compañero  a  par 
de  la  Alhambra  y  desde  ella  los  reprendiese  el  conde  de  Ten- 
dilla,    se  justificó    Luis    con 

tanto  despejo  y  tan  buenas 
razones  que,  prendado  el 
conde  del  ingenio  del  niño, 
se  encargó  de  su  educa- 
ción. 

3.  A  los  diecinueve  años 
de  edad  entró  en  la  orden 
de  Santo  Domingo;  donde 
resplandeció  por  sus  grandes 
talentos  y  virtudes. 

Llevóle  su  celo  a  la  pre- 
dicación, y  durante  cuarenta 
años  avasalló  dondequiera 
con  el  irresistible  poder  de 
su  elocuencia  a  sus  nume- 
rosos y  selectos  auditorios, 
haciendo  fruto  copiosísimo 
en  las  almas. 

4.  Más  son  homilías  im- 
provisadas, que  no  oraciones 
propiamente  dichas,  los  dis- 
cursos sagrados  que  de  él  conservamos.   Sembrados  están,  empero, 
de  rasgos  elocuentes  y  llenos  de  unción. 

5.  Llamado  a  Portugal  por  el  cardenal  infante  Don  Enrique, 
fué  elegido,  en  1557,  provincial  de  su  orden,  e  hízole  confesor 
suyo  y  consejero  la  reina  Catalina,  mujer  de  Juan  III.  Laque,  a  pesar 
de  las  más  vivas  instancias,  no  pudo  determinarle  a  aceptar  el 
arzobispado  de  Braga.  Aceptó,  sí,  gustoso  su  encargo  de  designar 
al  nuevo  arzobispo. 


Grab.   10.    Frav  Luis  de  Granada. 


y6  SEGUNDO    ciclo:    SIGLOS    XVI    V    XVII. 

6.  Terminado  su  período,  retiróse  a  su  amada  soledad,  ocu- 
pado en  meditar,  practicar  y  enseñar  de  viva  voz  y  por  escrito 
aquellas  verdades  divinas  y  eternas,  tan  severas  como  suaves,  tan 
sencillas  y  luminosas  como  profundas  y  sublimes,  que  atraían  y 
llenaban  su  espíritu  y  que  han  atraído  y  llenado  en  la  gentilidad 
misma  a  todos   los   espíritus  superiores. 

Apacible  y  santa  fué  su  vida;  apacible  y  santa  su  muerte. 

7.  Testimonios  de  respetuosa  admiración  como  ya  en  váda  él 
los  recibió,  nui\-  pocos  santos  y  sabios  los  han  recibido  después 
de  muertos. 

Santa  Teresa,  la  insigne  maestra  de  la  vida  espiritual,  le  es- 
cribe: «De  las  muchas  personas  que  aman  a  V.  P.  en  el  Señor, 
por  haber  escrito  tan  santa  y  provechosa  doctrina,  y  dan  gracias 
a  su  Majestad  por  haberla  dado  a  V".  P.  para  tan  grande  y  uni- 
versal bien  de  las  almas,  soy  yo  una.» 

San  Carlos  Borromeo  escribe  al  papa  Gregorio  XIII,  pidién- 
dole aliente  en  sus  piadosas  tareas  a  Fray  Luis,  por  «no  haber 
visto  él  a  ninguno  que  haya  escrito  libros  ni  en  mayor  nú- 
mero ni  más  escogidos  y  provechosos  que  el  P.  Fray  Luis  de 
Granada». 

A  lo  cual  contesta  el  papa  dirigiendo  al  humilde  fraile  uno  de 
los  breves  más  honrosos  que  nunca  haya  dirigido  a  persona  par- 
ticular el  supremo  jerarca  de  la  Iglesia.  En  el  cual  le  dice : 
«Mucho  has  predicado,  y  publicado  muchos  libros  henchidos 
de  doctrina  y  piedad ;  y  esto  mismo  continúas  haciendo  sin 
cesar.  .  .  .  Nos  regocijamos  de  este  tan  excelente  bien  y  fruto  así 
ajeno  como  tuyo  propio.  Pues  cuantos  han  aprovechado  con  tus 
sermones  y  escritos  —  y  cierto  es  que  muy  muchos  han  aprove- 
chado y  aprovechan  todos  los  días  — ,  otros  tantos  hijos  has  engen- 
drado para  Cristo ;  y  les  has  hecho  un  bien  mucho  mayor  que  si, 
ciegos,  les  impetraras  de  Dios  la  vista,  y,  muertos,  la  vida  ...  y 
para  ti  mismo  has  ganado  de  Dios  muchísimas  coronas  ...» 

«Príncipe  de  los  escritores  místicos»,  llámale  San  Francisco 
de  Sales. 

Testimonio  elocuente  en  su  pro,  entre  los  infinitos,  a  cual  más 
elocuentes,  es  también  el  del  Duque  de  Alba,  que  tanto  admiraba 
las  obras  de  Granada,  que  costeó  una  soberbia  edición,  en  14  vo- 
lúmenes, por  las  renombradas  prensas  de  Plantino. 

8.  Publicada  su  celebérrima  Gnía  de  pecadores,  en  1556,  donde 
enseña  a  huir  de  la  culpa  y  practicar  la  virtud,  sucedieron  a  ésta 
rápidamente    sus    otras    grandes  obras  místicas :    De   la    oración  y 


EDAD    DE    ORO.  77 

consideración,  el  Memorial  de  la  vida  cristiana  con  las  Adiciones 
al  Memorial,  etc.,  complementarias;  libros  en  que  traza  todo  el  ca- 
mino de  la  perfección  cristiana ;  y  finalmente,  el  tratado  dogmático- 
místico  De  la  introducción  del  símbolo  de  la  fe. 

Aparte  de  estas  obras  capitales,  compuso  muchos  sermones,  y 
en  latín  siete  tomos  de  obras  predicables;  una  Retórica  eclesiás- 
tica, una  colección  de  sentencias  filosófico-morales  de  autores  an- 
tiguos; un  tratado  Del  oficio  y  costumbres  de  los  obispos,  total- 
mente perdido  (escritas  igualmente  en  latín  estas  tres  obras);  una 
Institución  y  regla  de  bien  vivir;  un  Compendio  de  la  doctrina 
cristiana,  en  portugués,  etc. 

9.  Más  que  suficiente  es  esta  sola  enumeración  de  sus  obras 
para  comprender  la  flexibilidad,  la  fecundidad  inagotable,  la  ilus- 
tración superior  de  Granada.  Apenas  basta  la  vida  de  un  hombre 
para  escribir,  no  diré,  bien,  sino  meramente  para  escribir  lo  que  él 
escribió. 

Increíble  parecerá  esta  labor  si  se  advierte  que  gastó  cuarenta 
años  en  predicación  continua,  que  era  muy  contemplativo,  que 
ejercía  sin  cesar  el  ministerio,  que  fué  provincial  de  su  orden, 
confesor  de  la  reina  de  Portugal,  consejero  suyo  en  los  negocios 
más  graves  de  Estado. 

10.  ¿De  dónde,  pues,  todo  el  tiempo  para  tanto  escribir?  ¿De 
dónde  el  reposo  y  la  calma.-  ¿de  dónde  tan  vasta  erudición  teo- 
lógica y  universal  como  resplandece  en  todos  sus  escritos?  ;de 
dónde  esa  suma  elocuencia?  ;De  dónde,  sobre  todo,  y  ésta  es  una 
maravilla  donde  su  ingenio  confina  con  el  de  Lope;  ;de  dónde 
todo  aquel  atildamiento,  aquella  elegancia,  aquella  armonía  arre- 
batadora y  rotundidad  de  su  período,  siempre  varia,  siempre 
nueva,  siempre  admirable? 

¿Cómo  descifrar  este  enigma,  sino  por  el  don  de  un  ingenio 
muy  semejante  al  del  Fénix  de  los  ingenios?  ¿por  un  don  por- 
tentoso para  la  prosa  cual  lo  tuvo  Cicerón,  cual  aquél  lo  tuvo 
para  el  verso? 

En  hecho  de  verdad,  no  hay  con  quién  compararle,  si  no  es 
con  estos  dos  maestros  incomparables  de  la  forma. 

Fluido,  natural,  armonioso  le  resulta  siempre  a  Lope  el  verso, 
ora  lo  medite,  lo  haga  y  rehaga,  lo  lime  y  relime,  como  a  las 
veces  lo  hace ;  ora  lo  escriba,  como  casi  siempre,  con  la  velocidad 
taquigráfica  que  puede  volar  la  pluma. 

Así  escribe  Cicerón,  y  así  Granada.  Si  de  esta  suerte  no  es- 
cribiera,   imposible  sería  de  conciliar  la  extensión  enorme    de   sus 


78  SKGUNDO    CICLO:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

obras  jirincipalcs  con  el  tiempo  de  que  pudo  disponer  y  la  per- 
fección insuperable  que  las  caracteriza. 

r^  sin  disputa  el  mayor  místico,  el  Cicerón  cristiano,  el  primer 
prosador  moderno,   todo  un  genio. 

Cual,   princ. :   elocuencia,  unción,  elegancia. 

Edic. :  Obras,  19  t.,  Madrid  1786/89;  6  t.,  1788 — 1800;  Bibl.  de  aut.  esp. 
t.  VI.  VIII.  XI. 

sí  3.    Fray  Luis  de  León. 

1.  liemos  visto  a  Fray  Luis  de  León  poeta  i;  veámosle  ya 
místico. 

Grave,  solemne,  sonora,  elocuente;  rica,  más  de  lengua  que  de 
estilo,  más  de  fuerza  que  de  gracia;  camina  su  prosa  lenta,  raras 
veces  rápida,  nunca  precipitada;  no  muy  expedita;  segura,  de 
recha,  infatigable,  y  sin  embargo  algún  tanto  fatigosa  y  fatigadora; 

2.  hasta  en  los  Nombres  de  Cristo,  su  obra  principal,  donde 
explica  los  dictados  bíblicos  del  Salvador,  en  innumerables  páginas 
hermosas;  hermosísimas  no  pocas,  algunas  sublimes;  un  tanto  fati- 
gosa, aunque  no  fatigadora,  en  su  mejor  obra  La  perfecta  casada: 
fatigosa  y  fatigadora  en  sus  demás  escritos:  los  Comentarios  de 
Job,  los  del  Caiitar.  en  donde  hay,  no  obstante,  mucho  bueno, 
mucho  bello. 

Cual,   princ. :  grandilocuencia . 

Def.   princ. :  falsa  éxégesis,  monotonía. 

Edic.   princ:   6  t.,    Madrid    1804— 1816;   Bibl.   de  aut.   esp.   t.   XXXVII. 

PARALELO  ENTRE  LP:ÓN  Y  GRANADA. 

La  antítesis  precisa  de  Granada  es  León. 

Cuando  a  éste  le  falta  la  éxégesis  —  lo  que  a  menudo  acon- 
tece — ,  deja  de  interesar  y  no  se  le  perdonan  tales  yerros. 
Cuando  le  falta  a  aquél  —  lo  que  no  sucede  a  menudo  — , 
interesa  siempre  y  sin  querer  se  le  perdona;  se  le  perdona  en  la 
misma  Introducción  del  simbolo,  en  que  el  atraso  de  las  ciencias 
naturales  tanto  le  daña. 

Perdónasele  e  interesa,  porque  es  todo  sentimiento,  unción,  es- 
pontaneidad, elegancia,  todo  soltura  de  lengua  y  estilo;  todo  elo- 
cuencia vehemente  y  suave  a  la  vez. 

León,  en  cambio,  es  todo  gravedad,  fuerza,  vehemencia  enér- 
gica, todo  frase  meditada;  todo  reflexión. 

•  Pág.  3^. 


EDAD    DE    ORO. 


79 


Éste  llega  muchas  veces  a  dominar  al  lector,  pero  como  por 
fuerza.  Aquel  domínale  siempre  con  la  blandura  del  amor.  El  uno 
es  esencialmente  maestro ;  el  otro  esencialmente  amigo.  Al  uno  se 
le  respeta;  al  otro  se  le  ama.  Uno  razona,  teologiza;  el  otro  di- 
serta como  cantando. 

Y,  sin  embargo,  más  ciencia  sagrada  tiene  el  cantor  que  el  teólogo. 
Este  parece  más  sabio  de  lo  que  es;  aquél  es  más  sabio  de  lo  que 
parece. 

§  4.    Santa  Teresa. 

(1515,   Avila, — 1582,   Alba  de  Tormes ;   grab.    11.) 

1.  Muy  diferente  de  los  dos  Luises,  ni  grave,  cual  el  uno,  ni 
elocuente,  cual  el  otro,  compite  aún  con  ellos  en  ciencia  propia- 
mente mística  Santa 

Teresa  de  Jesús  (Te- 
resa de  Cepeda  y 
Ahumada). 

2.  Sus  hechos, 
sus  virtudes,  talen- 
tos y  escritos  ha- 
cen de  ella  una  de 
las  más  levantadas 
figuras  femeniles,  no 
sólo  dentro ,  sino 
también  fuera  de  la 
Iglesia. 

Pocas  santas  pre- 
séntanse  más  ama- 
bles a  cualesquiera 
ojos  que  la  miren 
y  sean  cuales  fue- 
ren con  los  que  se 
la  mire  y  por  lejos 
que  de  ella  se  esté. 

3.  Alianza  mis- 
teriosa es  Teresa  y 
deliciosísima  de  las 
más  diversas  y  aun 
opuestas  condicio- 
nes: corazón  de  mujer  y  carácter  e  inteligencia  de  hombre; 
corazón  muy  blando,  agradecido,  afectuoso;  pero  que  señorea  del 
todo  sus  humanas,   aunque  inocentísimas  ternuras,  después  que  el 


Santa  Teiesa  de  Jesús. 


gO  SEGUNDO    CICLO. 

Señor  de  la  belleza  y  de  la    "loria    con    larga  y  visible  presencia 
por  entero  la  avasalla. 

4.  Aventajado,  fino,  observador  y  frío  entendimiento;  carácter 
enérgico  y  emprendedor,  que,  ayudado  del  ciclo,  realiza  una  obra 
humanamente  irrealizable:  la  fundación  o  reforma  de  las  carmelitas 
descalzas  y  luego  de  los  descalzos  y  la  erección  de  no  pocos  con- 
ventos de  unas  y  otros,  a  despecho  de  innumerables  y  enormes 
dificultades,  oposiciones  tenaces  y  encarnizadas  persecuciones. 

5.  No  pretendo  yo  ni  nadie  pretenda  calificar  de  obras  artís- 
ticas las  suyas.  El  arte  supone  trabajo  y  reflexión ;  supone,  por 
espontáneo  que  sea,  estudio  y  conocimiento  de  la  tradición  artís- 
tica; supone  imaginativa  fuerte  y  no  poco  talento  plástico.  Nada 
de  esto  había  ni  pudo  haber  en  un  alma  como  la  suya,  que  tenía 
una  misión  tan  laboriosa  y  ardua  que  cumplir. 

6.  Mas,  si  no  son  propiamente  obras  del  arte  literario  como 
tantas  otras  producciones  místicas  españolas,  hay  esparcidas  por 
ellas  muchísimas  piedras  muy  buenas  para  la  mejor  fábrica  de 
arte,  poco  labradas  si  se  quiere,  pero  de  primera  calidad,  de  gra- 
nito excelente  y  de  mármol  parió  de  la  más   delicada  veta. 

7.  Sus  mismas  frecuentes  incorrecciones  gramaticales,  desaliños 
o  incoherencias,  están  en  cierto  modo  compensadas  con  la  pas- 
mosa naturalidad  de  su  estilo,  con  lo  castizo  de  su  lenguaje,  la 
propiedad  de  la  expresión  y  las  frases  felices  y  gráficas,  de  que, 
sin  quererlo  ni  advertirlo,  va  sembrando  sus  páginas. 

8.  Miremos  sus  obras  como  de  ciencia:  de  la  difícil  y  altísima 
ciencia  mística,  que  lo  son,  y  las  admiraremos  sin  poder  menos 
de  admirarlas. 

Admiraremos  su  candorosa  Vida;  que  es  la  autobiografía  que 
la  obediencia  la  obligó  a  escribir,  obra  magistral,  de  la  que  es 
complemento  la  Historia  de  las  fundaciones. 

Admiraremos  sus  Relaciones,  o  relatos  de  su  vida  interior. 

Admiraremos  sus  mejores  tratados:  Camino  de  la  perfección, 
Conceptos  del  amor  de  Dios  y  El  castillo  interior  o  las  Moradas, 
a  que  el  alma  se  va  remontando  en  alas  de  la  oración. 

Admiraremos,  por  fin,  sus  hermosas  Exclamaciones ;  sus  llaní- 
simas e  improvisadas  poesías;  sus  escritos  sueltos  y  su  vasta  corres- 
pondencia epistolar,   tan  importante  para  la  historia  como  deleitable. 

9.  Luminosa,  llana  y  risueñamente  enseña  la  grande  y  amable 
maestra,  como  inspirada  de  lo  alto,  los  secretos  de  la  más  sublime 
de  las  ciencias:  la  planta  virginal  firme  siempre  y  fija  en  la  tierra, 
la  miradtx  y  el  corazón  en  el  cielo. 


Er)AÜ    VE    ORO. 


8i 


§  5. 


El  beato  Juan 
de  Ávila. 


(¿1500?    Almodóvar  del   Campo, 
— 1569,   Montilla;   grab.    12.) 

1.  Tan  renombrado  como 
predicador  y  director  de 
almas,  que  mereció  ser  lla- 
mado el  «apóstol  de  Anda- 
lucía», no  descuella  menos 
por  la  pluma  el  beato  Juan 
de  Avila. 

2.  Sus  muchas  cartas  es- 
pirituales, algunas  de  ellas 
extensísimas,  forman  sendos 
tratados  ascético -místicos, 
tan  completos  y  vastos  como 
amenos,  de  la  más  íntima 
unción  y  de  gallarda  elo- 
cuencia Grab.  12.    Beato  Juan  de  Avila. 

Todas  ellas  son  perlas  finas  de  la  prosa  castellana. 


§  6.    San  Juan  de  la  Cruz. 

(1543,   Toledo,  — 1591,   Ubeda.) 

1.  Reformó,  juntamente  con  Santa  Teresa,  el  orden  del  Carmelo. 
De  altísima  ciencia  mística,   ostentan  rica  prosa,    no  desprovista  de 

imaginación,  sus  escritos:    Subida  del  mofite  Carmelo;  Noche  obscura  del 
alma;  Declarado ri  del  cántico  espiritual ;  Llama  de  amor  viva. 

2.  Prescíndase  de  la  parte  estrictamente  exegética  del  Cantar  salo- 
mónico ;  la  cual  ocasiona  sus  bellas  disertaciones  sobre  el  amor  divino ; 
considérense  ellas  solas,  desprendidas  de  esta  especie  de  corteza,  y  se 
verá  que  son  primorosísimas. 


§  7.    Otros  místicos. 

I.  Sobresale  no  poco  entre  los  místicos  de  segunda  clase  el  jesuíta  Juan  Eu- 
sebio  Nieremberg  (1595 — 1658),  de  sólido  y  a  menudo  profundo  pensar,  de  no 
escaso  sentir,  de  decir  muy  galano;  sobre  todo  en  su  obra  principe:  De  la  her- 
mosura de  Dios. 

JÜNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp.  6 


82  SE(.UNI>0    CICLO:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

2.  Chispas  frecuente*  de  ingenio  gasla  en  su  Ti  atado  de  la  Magdalena  el  agus- 
tino Pedro  Malón  de  Chaide  (¿1530—?),  insufrible  gongorino. 

3.  En  muchos  otros  místicos,  literariamente  inferiores  a  los  dichos,  hállanse  a 
cada  paso,  fuera  de  la  castiza  forma,  pensamientos  y  rasgos  de  notorio  talento, 
páginas   nutridas  de  arte,   dignas  de  lucir  en -cualquiera  buena  antología. 

CAPÍTULO  VI. 

EPISTOLARIO. 

1.  Bien  merecido  tiene  un  asiento,  y  no  el  último,  en  las  letras 
peninsulares  y  las  extranjeras  el  epistolario  español.  En  él  cam- 
pea, con  amable  desaliño,  pero  asaz  gracioso,  el  donaire  de  la 
raza,  vestido  de  opulenta  prosa;  que  luce  con  una  flexibilidad 
serpentina,  ora  en  giro  veloz,  ora  en  sinuoso  repliegue,  o  en  lento 
y  prolongado  tenderse  y  avanzar,  aparecer  y  reaparecer  entre 
variadas  y  floridas  hierbas;  entre  incesantes  solaces,  en  busca  de 
insectillos  que  devorar  o  tal  vez  en  maligno  y  envenenado  morder 
a  algún  atrevido  pie. 

2.  Así  muerde,  serpenteando,  caprichosamente,  por  en  medio 
del  césped  mas  rico,  aquel  grande  carteador  Antonio  de  Guevara ', 
prosista  de  la  más  noble  cepa,  genio  quisquilloso,  irritable,  chis- 
peante más  que  el   fósforo. 

Cada  una  de  sus  innumerables  cartas  compite  con  lo  mejor  de 
su  género.  Insípidas  resultan  al  lado  de  ellas  las  de  Madama  de 
Sévigné. 

Cada  una  es  autofotográfica,  en  que  el  autor  se  retrata  en  di- 
versa actitud,  diverso  ropaje,  diversa  y  siempre  original  expresión. 

3.  Aunque  ninguna  es  acabada;  que,  largas  en  exceso,  ventilan 
cuestiones  a  menudo  nimias,  pesadamente  eruditas.  Pero  las  cues- 
tiones vienen  bien  prologadas ;  y  en  estos  prólogos  es  en  donde 
se  espacia  y  retrata,  bromeando,  divirtiendo,  fustigando  a  sus  mo- 
lestos cuestionadores  el  insignísimo  cartero. 

4.  Cartea  también  a  lo  Cicerón  y  es  perfectísimo  en  el  ramo 
Antonio  Pérez'-';  que  suele  allí  satirizar  al  mundo  y  filosofar  sobre 
él  con  alguna  acrimonia,  reflejo  de  sus  propios  infortunios. 

5.  Donairosa  con  su  habitual  y  fino  donaire,  cartea  a  menudo 
acerca  del  cielo,   desde  la  tierra,  Teresa  de  Jesús  '\ 

6.  Y  acerca  del  mismo,  pero  no  desde  el  suelo,  sino  encima 
de  él,  con  grave,  castiza  y  elocuentísima  pluma  el  beato  Juan  de 
Avila.    Cuyo  inmenso  repertorio  epistolar  es,    más   que  cartas,  un 


'  Véase  pág.   86.  *  Véase  pág.  86.  '  Véase  pág.   79. 


EDAD    DE    ORO.  83 

vasto  y  muy  completo  tratado  ascético-místico;  por  lo  que  es  su 
propio  lugar  la  mística. 

7.  En  suma:  a  partir  del  ingenuo,  punzante  y  nervioso  Fernán 
Gómez  de  Cibdarreal  y  su  Centón  epistolario  hasta  las  salpimen- 
tadas Cartas  mar  mecas  de  Cadalso,  ha  sabido  manejar  en  todo 
tiempo  el  ingenio  ibérico  habilísimamente  la  péñola  escribiendo 
esta  especie  de  menudas  hojas  volantes,  humildes  al  par  que  pre- 
ciosas, retratos  vivos  de  sus  autores  y  de  la  época;  hojas  al  pa- 
recer tan  fáciles  y  en  realidad  tan  difíciles  de  escribir;  las  que, 
bellamente  escritas,  son  de  irresistibles  e  imperecederos  atractivos 

CAPÍTULO  vil. 
HISTORIA. 

1.  En  medio  de  tanta  plenitud  de  riqueza  y  gallardía,  resalta 
en  nuestras  letras  clásicas  un  vacío :  el  de  la  historia. 

El  único,  afortunadamente.  Porque,  si  bien,  como  vimos,  ni  la 
i  épica  ni  la  lírica  puras,  consideradas  como  ramas  literarias,  suben 
I  ni  con  mucho  a  la  altura  de  los  demás  géneros;  con  todo  suben 
I  hasta  allá  mezcladas,  sobre  todo  con  el  drama. 

2.  ¿El  porqué  de  tan  raro   fenómeno.' 

¿Falta  de  espíritu  investigador  crítico  en  los  españoles? 

—  ¡Pero,  si  en  ninguna  otra  parte  les  falta! 
¿Incapacidad  para  la  pacienzuda  labor  científica.^ 

—  Pero  en  las  ciencias  de  pura  especulación,  antes  que  faltar- 
les, sóbrales. 

¿Poco  amor  a  la  historia  .f' 

—  Y,  ¿cómo  tanto  a  la  novela .f* 

¿Escaso  patriotismo?  ¿Escaso  entusiasmo  por  las  grandezas,  las 
hazañas,  las  glorias,  el  inmenso  poder  de  la  nación? 

—  Huelga  la  respuesta. 
¿Pobreza  de  talento  y  de  talentos? 

—  De  nuevo  huelga. 

¿Carencia  de  dotes  narrativas,  descriptivas? 

—  Fulgentes  las  ostenta  la  novela,  incomparables  el  drama. 
¿De  dónde,  pues,  que  no  produjera  España  grandes,   ni  siquiera 

buenos    historiadores,    ni    siquiera    nacionales    en    la    edad  de  oro, 
en  que  todas  las  letras  iberas  eran  oro  puro,  de  los  más  subidos 
,  quilates? 

La  causa  principal,  por  no  decir  única,  paréceme  que  no  puede 
ser  sino  la  falta  de  orientación  histórica,  de  mentores,  de  modelos. 

6* 


84 


SEGUNDO   ciclo:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 


Sin  ellos,  dificilísimo,  imposible  digamos,  es  que  dé  con  la 
senda  hasta  el  mayor  ingenio.  Que  ingenio  es  menester  para  ello ; 
ingenio  tan  grande  como  de  lo  alto  lo  recibieron  los  griegos. 

A  haberlo  tenido  los  españoles  para  la  historia,  cual  lo  tuvieron 
para  la  dramática,  hubiéranles  probablemente  bastado  para  aquélla 
modelos  tan  insuficientes  como  les  bastaron  para  ésta. 

3.  Xo  conociendo,  desgraciadamente,  a  los  inmortales  historia- 
dores helénicos,  y  prescindiendo  del  inmortal  César,  imitaron,  pla- 
giaron, copiaron,  remedaron 
a  los  demás  latinos;  a  Salus- 
tio,  en  primer  término.  Pla- 
giaron, remedaron  la  conci 
sión  salustiana,  la  afectación 
salustiana,  la  frase  salustiana; 
a  despecho  de  la  tanto  o  ma- 
hermosa  frase  española,  a 
despecho  del  español  mismo. 
Lo  imitaron  de  los  romanos 
todo,  menos  lo  que  imitar 
debieran :  el  interés,  la  ani- 
mación, el  afecto,  lo  dramá- 
tico, el  reflejar  al  vivo,  en  su 
estilo,  la  índole  de  su  pue- 
blo, la  índole  de  su  idioma.; 

4.  Tal  latiniza  violenta 
)•  pesadamente  el  sabio  je- 
suíta Juan  de  Mariana  (1536' 
a  1623)  en  su  Historia  ge-\ 
?ieral  de  España. 

5.  Latiniza,     pedantea, 
novela,    en   su    Historia   dc'^ 

la  conquista  de  Méjico,  el  sacerdote  y  cronista  de  Indias  Antonio | 
de  Solís  y  Rivadeneyra  (1610 — 1686). 

C).   Latiniza  torpemente  Diego  Hurtado  de  Mendoza  (grab.  13 
en  su  Historia  de  la  guerra  de  los  moriscos  de  Granada. 

7.  Algo  más  expedito  camina  el  conde  de  Osuna  y  virrey  de 
Flandes  Francisco  de  Moneada  (1586 — 1635)  en  su  Expedición 
de  catalanes  y  aragoneses  contra  turcos  y  griegos. 

8.  Luis  del  Mármol  Carvajal,  en  su  Rebelión  y  castigo  de  los 
moriscos  de  Granada,  y  el  militar  y  diplomático  Francisco  Manuel 
de  Meló,  en  su  Historia  de  los  movimientos  de  separación  y  guerra 


Grab.  13.    Diego  Hurtado  de  Mendoza. 


EDAD    DE    ORO.  85 

,  de   Cataluña,    en    tiempo    de    Felipe    \\\    escriben    ya    con    cierta 

i  libertad. 

9.  Todo.s  —  cosa  peregrina  —  escriben  con  descarnado,  desa- 

.  brido  estilo,  a  guisa,  no  de  hijos  del  sol  meridional,  sino  de  sa- 
bios septentrionales,  minuciosos,  exactísimos,  impasibles,  adustos; 
jueces  severos,  que  no  atinan  a  descender  nunca  de  las  alturas 
de  una  gravedad  natural,  majestuosa;  que  no  conversan  jamás; 
que  no  abren  paréntesis  alguno  familiar  en  su  seria  tarea;  que 
no  miran  en  torno  de  sí;  que  no  ven  la  naturaleza;  para  quien 
no  luce  el  sol  ni  las  estrellas,  ni  estalla  la  tormenta ;  que  no 
sonríen  nunca;  mudos  y  sordos  al  mundo  entero;  absortos  en 
lo  que  narran.  Sabios,  en  una  palabra,  muy  sabios,  aunque 
faltos  de  criterio  histórico;  cronistas  respetabilísimos;  enteramente 
inhábiles    como  narradores,    como    dramatizadores   de    los    hechos, 

¡como   artistas;    amontonadores    insignes    de    materiales    históricos, 

,  más  bien  que  historiógrafos. 

j  CAPÍTULO  VIII. 

i  POLÍTICA.  SÁTIRA.   MORALISiMO. 

§  I.    Política. 

1.  La  prosa  de  los  escritores  políticos  fluctúa  entre  la  histórica 
y  la  mística ;  inclinándose  más  a  ésta.  En  cierta  afectada  conci- 
sión y  frasear  alatinado  aseméjase  a  aquélla;  a  ésta  en  la  abun- 
dancia del  estilo,  en  el  habla  gallarda. 

2.  De  giro  brevísimo,  original,  elegantemente  lapidaria  a  las 
veces,  otras  lata,  facunda,  majestuosa,  pliégase  íntima  al  pensa- 
miento la   forma,  hasta  identificarse  en  alguna  manera  con  él. 

3.  Pensadores,  opulentos,  altos  y  profundos  pensadores  mués- 
transe  aquí,  sobre  todo  aquí,   los  españoles. 

Sólo  una  supina  y  lastimosa  ignorancia  puede  calificarlos  de 
superficiales,  al  mismo  tiempo  que  proclama  raza  de  pensadores  a 
la  teutónica.  Esta  hasta  cierto  punto  acreedora  es  al  elogio;  pero 
tanto  o  más  que  ella  lo  es  la  española. 

4.  Sin  querer,  atestigúalo  irrecusablemente  Schopenhauer,  el  filósofo  del  moderno 
pesimismo  e  incredulidad.  I>o  atestigua  con  su  admiración  ferviente  hacia  el  P.  Gra- 
cian,  al  cual  en  España  apenas  de  nombre  se  le  conoce,  y  que  entre  los  ingenios 
peninsulares  realmente   no  ocupa  ni   merece  ocupar  un   puesto  preeminente. 

5.  Cultivaron  otros  el  género  con  mejor  estilo. 

En  el  Reloj  de  los  principes  o  Marco  Aurelio  razona  grave  y 
juicioso  uno  de  los  grandes  y  más  antiguos  prosadores :  el  francis- 


S6  ^Kr.lNDO    CICLO  :    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

cano    Antonio  de  Guevara   (;i490? — 1545")!,    cuando   joven,    cro- 
nista tic  Carlos  \'  }•  más  tarde  obispo  de  Mondoñedo. 

6.  Grave  y  sesudo  reflexiona  sobre  la  república,  en  sus  Ki/a- 
í/of/í's.  el  celebre  político  Antonio  Pérez  (1559  —  1611)2,  ya  de 
veinticinco  años  ministro  omni[)Otentc  de  Felipe  II  y  tan  hábil  en 
el  manejo  de  los  negocios  y  de  la  intriga  como  en  el  de  la  péñola. 

7.  Político  asimismo  notable,  pero  de  limpia  conducta,  emba- 
jador en  Ratisbona  y  Münster,  fué  Diego  Saavedra  y  Fajardo 
(1584 — 1648),  la  mejor  pluma  política  de  España  y  una  de  las 
mejores  del  mundo. 

Obra  magistral  es  su  Idea  de  un  príncipe  cristiano,  nutridí- 
sima de  doctrina,  de  estilo  conciso,  epigramático,  elegantísimo; 
curiosa  y  nada  despreciable  su  República  literaria,  una  historia 
crítica  de  las  letras.  Para  distraer  sus  ocios  embajadoriles  y  como 
ensayo  escribió  la  Corona  gótica;  de  poco  mérito  histórico,  pero 
de  buen  estilo,  animado,  y  por  lo  fluido,  casi  opuesto  al  lapidario 
de  la   <Idea». 

Edic.  princ. :  Münster   1640;   Bibl.  de  aul.  esp.  t.  XXV. 

§  2.    Sátira. 
Francisco  Gómez  de  Quevedo  y  Villegas. 

(1580,   Madrid,  —    1645,   Villanueva  de  los  luíanles;   grab.    14.) 

1.  Pedro  Gómez,    secretario  de   la  reina  Ana  de  Austria,    fué 
su  padre.  Huérfano  en  temprana  edad,  creció  Quevedo  en  la  corte; 
donde  mujeres  desenvueltas  estragaron  su  corazón,    el  cual  jamás' 
acabó  de  sanar  ni  de  sus  heridas  ni  de  cierta    misoginia,    que   se 
reflejan  en  sus  obras. 

De  precoz  y  flexibilísimo  talento,  brilló  en  todas  las  facultades 
de  Alcalá;  graduóse  de  teólogo  a  los  quince  años  de  edad  y  a 
los  veintitrés  era  ya  todo  un  sabio,  que  se  carteaba  con  hombres 
como  Justo  Lipsio. 

2.  Destierros  y  prisiones  le  acarreó  su  genio  altivo  y  caba- 
lleroso. Injuriando  un  día  en  una  iglesia  cierto  caballero  a  una 
dama,  que  ni  conocía  Quevedo,  retó  en  el  acto  a  duelo  al  ofensor 
y  le  mato  en  la  puerta  del  templo.  Fugitivo  por  esta  causa  desde 
161 1,  volvió  a  Madrid;  y  fué  de  1613  hasta  1619  secretario  y 
confidente  del  duque  de  Osuna.  Desde  1623  gozó  de  la  confianza 
del  conde-duque  de  Olivares.  En    1632   fué  secretario  del  rey. 

•  Véase  pág.   82.  *  Véase  pág.  82. 


EDAD    DE    ORO. 


87 


3.  En  1639  atribuyéronle  dos  epigramas  tan  mordaces  cuanto 
verdaderos,  dignos  de  su  ingenio  y  lanzados  contra  Felipe  I\",  a 
quien  empezaban  a  adular  con  el  dictado  de  el  graiide,  en  el  que 
<i)bre  manera  se  complacía  el  inepto  rey. 

En  uno  de  estos  epigramas  comparábasele  a  un  barranco  tanto 
más  grande  cuanto  más  tierra  le  quitaji.  Decía  el  otro  así: 

No  nos  queda  otra  señal 
De  nuestro  rey  soberano, 
Que  en  nada  pone  la  mano 
Que  no  le  suceda  mal. 

El  atribuirse  ellos  a 
' 'uevedo  bastó  al  despo- 
tismo real  para  detenerle 
por  dos  años  en  húmeda 
mazmorra,  que  para  siem- 
pre quebrantó  su  salud. 

4.  Pero  de  todas  las 
\icisitudes  triunfó  la  indo- 
mable valentía  de  su  es- 
|)íritu. 

Así  halló  siempre  calma 
\  tiempo  para  componer 
los  más  variados  libros;  ya 
de  grave  y  profunda  espe- 
culación, como  La  política 
de  Dios ;  La  vida  de  Marco 
Bruto,  y  la  de  San  Pablo ; 
ya  de  humor  y  de   sátira. 

5.  Empero  muy  diver- 
sos son  éstos  de  aquéllos. 
Allí  camina  torpe  y  pesada- 
mente, y  a  pesar  de  ser 
enemigo  declarado  del  culteranismo  —  que  combatió  en  La  culta 
latiniparla  — -  inficiónase  más  de  él  que  en  sus  restantes  obras. 
Aquí,  en  cambio,  vuela  alado  sin  tropezar  nunca,  sin  cansarse 
nunca,  bullendo  y  rebulléndose  maligno  y  risueño  por  la  región 
del  verso ;  por  toda  la  de  la  prosa :  en  la  Historia  de  la  vida 
del  Buscón,  la  mejor  novela  picaresca ;  en  las  Cartas  del  caballero 
de  la  Te7iaza;  en  Cuento  de  Cuentos,  Perinola,  y  en  sus  famosos 
y  doquiera  conocidos  y  admirados  Sueños,  la  mejor  obra  de  la 
pluma  de  este  incansable  polígrafo. 


Grab.    14.    Fr.incisco  Gómez  de  Quevedo. 


i 


88  SEGUNDO    CICLO:    Sir.lOS    XVI    Y    XVII. 

6.  Con  elevado  criterio  moral,  desde  el  alto  punto  de  mira  de 
la  eternidad  y  la  fe,  zahiere  y  fustiga  desapiadadamente  las  ridi- 
culeces, ruiíuiades  y  \  icios  humanos  en  esta  serie  de  sueños  y  vi- 
siones: 

Kn  Kl  S/U-//0  de  las  calaveras  traza  una  chistosísima  escena  del 
juicio  final;  la  que  particulariza  en  El  alguacil  alguacilado,  vapu- 
lando a  la  administración  de  justicia. 

Kn  Las  zahúrdas  de  Fluían  —  que  es  el  más  flojo  de  los 
sueños  y,  generalmente,  monótono  —  pinta  los  diversos  tipos  de 
los  condenados. 

Eln  El  Diuiido  por  de  dentro  alza  otra  vez  el  vuelo  y  aun  llega 
a  la  altura  de  gravísima  sátira  filosófica. 

Decae  nuevamente  en  La  visita  de  los  chistes,  una  especie  de 
comedia,  algo  insípida  en  el  conjunto. 

Casa  de  locos  de  amor  termina  con  felicidad  estos  cuadros 
fantásticos,  donde  campean  rica  la  imaginativa  y  riquísima  la 
sátira. 

Estas  juegan  prodigiosas  en  sus  romances  y  jácaras.  Bien  pro- 
vista de  toda  suerte  de  flechas,  tiene  siempre  la  aljaba  el  fle-  í 
chero,  llena  de  saetas;  de  oro  y  de  plata,  muchísimas;  de  acero, 
las  más;  muchas  envenenadas;  algunas  también  vedadas  y  de 
mala  ley.  Pero  siempre  las  dispara  honrada,  caballerosamente,  y 
nunca  a  la  inocencia.  ¡Y  con  qué  destreza  y  rapidez  tira!  En 
tanta  muchedumbre  de  malvados,  en  el  no  pequeño  número  de 
necios,  no  hay  uno  solo  a  quien  no  le  clave  en  parte  sensible  y 
vital  la  que  merece:  al  malo  matadora,  sanativa  al  necio.  Si  se 
le  quiere  ver  tirar,  véanse  esos  lindos  prólogos  de  los  sueños. 

y.  Muy  bello  es  su  estilo:  muy  conciso,  preciso,  original,  per- 
sonal, enteramente  diverso  del  de  los  demás  clásicos  españoles; 
.sobre  todo  por  la  brevedad  de    la    frase    y    el    corte  del  período. 

Brevísima  vuela  su  expresión,  violenta  a  menudo,  siempre  feliz 
y  enérgica.  Breves  atropéllanse  los  períodos;  muchas  veces  rotos, 
dislocados,  materialmente :  lógicamente,  muy  unidos.  Casi  lapidaria 
es  su  frase,  que  recuerda  —  más  acaso  que  la  de  los  escritores 
modernos  más  concisos  —  aquella  brevedad  encantadora,  aunque 
algo  afectada,  de  Tácito. 

Por  más  que  los  franceses  se  lo  arroguen,  el  estilo  cortado 
moderno  es  creación  de  Quevedo.  Quien  .sobresale  doquiera  como 
gran  prosista,  buen  poeta,  uno  de  los  mayores  satíricos;  un  ver- 
dadero y  genial  humorista;  que  zahiere  sin  odio,  sin  saña,  sin 
misantropía,  con  mal  contenida  ri.sa  y  ojos  luminosos. 


EDAD    DE    ORO.  89 

Mér.   princ. :  ingenio,  concisión. 
Def.  princ. :   afectación. 

Edic. :    3   t.,    Madrid  1858;   Bibl.  de  aut.  esp.  t.  I. XIX. 

§  3.    Moralismo. 

Cierra  esta  serie  de  penetrantes  pensadores  y  severos  estilistas  una 
inteligencia  tan  penetrante  como  ellos,  pero  de  perverso  gusto:  el  je- 
suíta Baltasar  Gracián  (1601  — 1658),  rector  del  colegio  de  Zaragoza. 
En  el  Héroe  enseña  el  heroísmo ;  la  cortesanía,  en  el  Discreto ;  la  vida 
práctica,  en  el  Oráculo  manual.  En  el  Criticón,  novela  alegórico-didác- 
tica,  pinta  la  vida  humana. 

Edic.  princ:   2  t.,  Madrid   1664  .  .  .;    igoo  ib. 

CAPÍTULO  IX. 

NOVELA. 
§  I.    Observaciones  generales. 

1.  Después  del  drama,  en  nada  se  ha  ejercitado  el  genio  his- 
pano con  tanta  fortuna  y  brillantez  como  en  la  novela,  ni  en  nada 
ha  probado  tanto  su  fuerza  creadora,  su  conocimiento  del  mundo 
y  del  alma,  sus  facultades  analíticas,  descriptivas  y  narrativas,  su 
elasticidad,  calma,  placidez,  donaire,  audacia. 

2.  Fuerza  creadora.  Pues  ¿quién  creó  la  novela  moderna,  casi 
podríamos  decir:  la  novela,  sino  él? 

Antes  de  él  ;qué  era  la  novela.?*  ¿Qué  la  antigua:  la  bizantina.' 
Nada  más  que  un  pequeño  y  estrecho  tejido  de  aventuras  eró- 
ticas, falto  de  universalidad,  de  pintura  del  hombre,  de  pintura  del 
mundo. 

¿Qué  produjo  ni  qué  podía  producir  tal  novelística.^ 

Cierto  que  era  un  germen.  Pero  ese  germen,  para  desenvol- 
verse, florecer,  fructificar,  necesitaba  de  hábil  mano  cultivadora, 
suelo  muy  feraz,  mucha  lluvia,  muchísimo  sol.  Y  ¿dónde  hallar 
todo  esto  en  el  mundo  moderno  fuera  de  España.^ 

¿Qué  era  la  novela  francesa,  la  italiana?  ¿Eran  otra  cosa  que 
cuentos,  ya  frivolos,  ya  lascivos,  insubstanciales  siempre? 

¿Cómo  edificar  con  tan  pobres,  endebles  e  inconsistentes  ma- 
teriales ? 

Menester  eran  otros;  que  no  existían.  De  profunda  y  misteriosa 
mina  extrájolos  el  genio  español. 


90  SEGUNDO    ciclo:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

Creó,  con  potentísima,  inagotable  inventiva,  arí^jumentos  sobre 
arj^umentos:  argumentos  eróticos  y  no  eróticos,  históricos  y  fan- 
tásticos, ideales  y  reales.  Con  inagotable,  potentísima  inventiva, 
creó  caracteres  sobre  caracteres:  caracteres  humildes  y  sublimes, 
cómicos,  dramáticos,  trágicos,  mortales  e  inmortales. 

3.  ConocimÍ€7ito  del  nimtdo.  Cabal,  profundamente  conócele  el 
genio  español ;  no  sólo  al  mundo  de  España,  que  ya  era  por 
cierto  un  mundo,  sino  al  orbe  entero.  ; Dónde,  en  qué  hemisferio,! 
continente,  zona,  no  imperaba  entonces  la  reina  de  la  tierra  y  del 
mar,  España.^  ¿Dónde  no  enriquecían,  dilataban,  acrisolaban  el; 
caudal  de  la  experiencia  sus  ingenios .f*  De  penetrante  entendimiento! 
y  de  viva  fantasía,  notan,  e.stampan  y  graban  en  su  interior  eb 
mundo  externo,  para  retratarle  directa,  vivida,  fúlgidamente  en  la' 
novela,  animada,  iluminada,  transfigurada   por  el  arte. 

4.  Cowciviicnto  del  alma.  Por  los  dilatados  ámbitos  de  este  otro 
mundo,  el  del  alma,  mil  veces  más  grande,  más  interesante  aún  y  más 
maravilloso  que  el  mundo  visible  y  el  visible  agitarse  de  los  hombres, 
se  espacia  fácil  y  seguro  el  genio  novelador  hispánico,  y  seguro  y  fácil 
escudriña  su  fondo,   desciende  a  sus  honduras  y  mide  sus  abismos. 

Novelas  españolas  hay  en  apariencia  muy  reñidas  con  lo  psí- 
quico, pero  que  atesoran  en  llanas  y  ásperas  hojas  más  psico- 
logía que  tanta  novela  psicológica  moderna,  ostentosa,  escrita  sobre 
seda  y  artificialmente  perfumada. 

5.  Facultades  analíticas.  Y  así,  modesta  y,  con  frecuencia, 
traviesa  y  desenfadadamente  hablando,  suele  el  genio  español  de- 
rramar en  la  novela  no  poca  ciencia  psíquica,  y  analizar  luego, 
con  el  mayor  tino  y  finura,  pasiones,  inclinaciones,  afectos,  senti- 
mientos, toda  suerte  de  fenómenos  del  alma. 

Analizar,  no  con  el  grave  ademán  y  el  aparato  científico  de 
los  analizadores  de  hoy,  ni  con  sus  lentes,  microscopios,  escalpe- 
los; sino  con  los  instrumentos  naturales  de  un  sano  juicio,  de  un 
ojo  sano,  agudo,  experto,  que  entre  las  densas  brumas  del  mar 
de  las  pasiones  suele  ver  más  que  los  mejores  anteojos,  y  hallar 
menudencias  y  finuras  del  corazón,  que  los  instrumentos  cientí- 
ficos abultan  muchas  veces  en  demasía,  desfigurándolas  y  presen- 
tándolas al  ojo  de  forma  que  el  juicio  se  extravía  y  sueña  que  ve 
un  monte  donde  no  hay  sino  un  grano  de  arena,  un  monstruo 
donde  no  se  extiende  sino  una  delicada  fibra. 

6.  Facultades  descriptivas.  Mas  hábiles  todavía  que  en  el  aná- 
lisis o  descripción  interior  manifiéstanse  en  la  exterior  nuestros 
novelistas,  habilísimos  en  todo  linaje  de  descripciones. 


EDAD    DE    ORO.  9 1 

Y  j'qué  no  es  descriptible? 

Cuanto  tiene  forma  o  se  concibe  dotado  o  capaz  de  ella:  lo 
sujeto  a  los  sentidos,  como  sujeto  a  ellos;  lo  sujeto  a  la  razón 
como  enlazado  con  ellos:  todo  se  puede  describir  y  pintar;  y 
todo  lo  describe  y  pinta  la  novela  española  con  sus  propios  colores; 
al  vivo,  muy  al  vivo;  a  veces  demasiado  al  vivo,  mas  siempre  con 
interés,  con  fuerza.  Gózase  en  trasladar  los  colores  aéreos,  vapo- 
rosos, las  tintas  delicadas;  pero  aun  mucho  más  se  goza  en  las 
ricas,  luminosas,  resaltantes;  en  las  sombrías  también  de  tarde  en 
tarde.  Plácele  la  luna :  encántale  el  sol :  la  tormenta  no  le  des- 
place. 

7.  Facultades  Jiarrativas.  Advierte,  con  todo,  el  talento  no- 
velístico ibero  que  lo  descriptivo  no  es  esencial  a  la  novela,  sino 
sólo  de  adorno,  y  que  los  adornos,  cualesquiera  que  fueren  su  im- 
portancia, valor,  gusto,  oportunidad,  han  de  ser,  necesariamente, 
parcos,  pequeños,  sencillos.  Advierte  que  en  la  novela  prepondera 
lo  narrativo :  el  hecho,  el  interés  del  hecho,  la  mejor  y  más  in- 
teresante exposición  del  hecho. 

A  ella  encamina,  de  consiguiente,  sus  esfuerzos:  en  ella  gasta 
su  energía;  en  ella  derrocha  la  habilidad  inexhausta  de  su  in- 
genio narrativo.  Y  tanto  la  derrocha,  que  parece  a  cada  paso 
agotarla. 

Pero  siendo  el  genio  español  esencialmente  dramático,  imposible 
es  que  agote  su  venero  narrativo:  agotaríase  a  sí  mismo;  que  sin 
arte  narrativo,  expositivo,  no  hay  arte  dramático. 

Riquísimo  en  situaciones,  expone,  desenvuelve,  interrumpe  y 
i  anuda  el  argumento  con  la  mayor  naturalidad  y  la  más  perfecta 
reflexión. 

No  gusta  de  intrigas  embrolladas  e  inextricables,  ni  de  situa- 
ciones atormentadoras;  cosas  entrambas  tan  extrañas  al  arte  como 
propias  de  la  medianía. 

Sencillo  enlaza  y  sencillo  desenlaza;  sencillo  empieza  y  sen- 
cillo termina.    Xo  busca  lo    extraordinario,    lo  raro,    lo  aparatoso. 

Todo  esto  lo  buscan  los  intrusos  y  falsos  noveladores.  Los  ver- 
daderos artistas  desprécianlo  y  míranlo  como  indigno  de  sí. 

8.  Calma.  Tienen  los  artistas  por  primera  ley  del  arte  la  ver- 
dad; por  fin  primero  el  levantar  la  mente  de  I04  demás,  mediante 
el  inefable  goce  artístico  que  les  ofrecen. 

Por  eso  el  genio  novelístico  hispano  procede  siempre  con 
la  profunda  calma  que  constituye  una  de  sus  más  preciosas  con- 
diciones. 


Q2  SECl'NDO    CICLO  :    SIllLOS    XVI    V    XVII. 


Calma,    no  impasibilidad;    imperio  sobre  sí  propio,    no  apatía. 

Calma,  que  es  fruto  del  poder  de  su  espíritu,  no  efecto  de 
natural  indolencia. 

Calma  que  domina  las  olas  del  corazón,  no  que  de  ellas  ca- 
rece. Pues,  careciendo  de  ellas,  no  fuera  calma,  sino  insensibilidad; 
y  la  insensibilidad  no  es  vida,  sino  muerte.  Y  el  arte  es  vida,  la 
total  negación  de  la  muerte. 

La  calma  del  ingenio  es  la  del  mar  después  de  la  tempestad : 
dominadas  están  las  olas,  calladas  están;  pero  el  suave  y  majes- 
tuoso vaivén  con  que  sube  y  baja  la  inmensa  planicie,  atestigua, 
recuerda  y  retrata  la  magnitud  y  los  terrores  de  la  pasada  tor- 
menta. 

Así  refleja  el  ingenio  las  pasiones.  Así  las  doma.  No  sucumbe 
a  ellas,  ni  hace  presa  de  ellas  al  lector,  atormentándole;  sino  que 
le  conmueve  dulcemente,  excitándoselas  con  los  afectos  que  bullen 
en  sus  invenciones.  La  novela  extranjera,  de  ordinario,  desagrada 
y  aflige  con  el  desenfreno  de  la  pasión,  cuando  no  divierte  mala- 
mente con  la  lubricidad  o  hastía  con  el  artificio  y  con  la  aridez. 
Siente  el  novelista,  mas  no  sabe  templar  su  sentimiento;  arde, 
mas  no  sabe  aplacar  sus  llamas :  abrásanle  tristemente  a  él  y  que- 
man a  cuantos  se  le  acercan. 

9.  Placidez.  Tanta  calma  reina  en  la  novela  española,  tanto 
sosiego  de  espíritu  y  de  corazón,  que  por  ella  se  extiende  cierta 
suave  tranquilidad ;  que  doquiera  se  sonríe,  olvidada  del  mundo  y 
de  sus  miserias  y  tristezas.  Feliz  olvido,  semejante  al  del  niño  que 
juega  y  juega  en  todas  partes  y  siempre,  ante  la  muerte  misma, 
sobre  la  tumba,  al  borde  del  abismo. 

Olvido  que,  al  par  de  la  calma,    procede  de  la  fuerza  del  in-  I 
genio.  Que  solo  el  ingenio  puede  trasportar  al  hombre  a  un  como 
asilo  extraterreno,    donde  ríe  la  alegría    perpetua    en    inmarcesible 
primavera. 

10.  Donaire.  Tan  conocido  y  célebre  es  en  el  mundo  entero 
el  donaire   de   las   letras   españolas  y  en  particular  de  su  novela,  ■ 
que  casi  no  necesito  señalarlo. 

; Quién  no  le  conoce.^  ¿Quién  no  le  celebra.^  ; Quién  no  le  debe 
horas  del  más  puro,  más  íntimo  solaz? 

; Quién  no  le  llama  privativo  de  España?  ;no  se  lo  envidia? 
;no  le  juzga  inimitable,  sin  par  ni  semejante  en  las  letras  del 
mundo? 

De  tal  manera  se  impone  el  esplendor  de  la  gracia  española 
en  la  novela,  que  nadie  se  ha  atrevido  a  desconocerle,  a  negarle 


1 


EDAD    DE    ORO.  93 

SU  admiración,  ni  los  que,  ciegos  y  fanáticos,  se  afanan  por  menos- 
cabar sus  innúmeras  e  imperecederas  glorias. 

11.  Elasticidad.  ¿Qué  ingenio  novelador  más  flexible,  elástico, 
universal?  ; Adonde  no  ha  ido,  no  ha  trepado,  volado.'  ; Adonde 
no  ha  descendido? 

De  loco  a  sabio,  de  fregona  rufianesca  a  pudorosa  doncella, 
de  gran  capitán  a  bandido,  de  granuja  a  rey:  ;qué  tipo  novelesco 
no  ha  inventado? 

¿Quién  creó  la  novela  picaril?  ; Quién  la  satírica?  ; Quién  la 
histórica?  ;la  de  costumbres?  la  realista,  naturalista,  ; quién? 
¿Los  franceses,  los  ingleses  del  siglo  XIX?  ¿Éstos  la  histórica, 
aquéllos  la  realista? 

Tres  siglos  antes  había  Pérez  de  Hita  inventado  la  novela  his- 
tórica ;  tres  siglos  antes  existía  en  España  la  novela  picaril,  cruda- 
mente realista. 

12.  Audacia.  Y  aquí  es  de  maravillar  la  increíble  audacia  de 
su  ingenio. 

¿O  no  raya  con  lo  inverosímil  mudar  en  héroes  de  novela  a 
unos  harapientos,  en  asunto  de  novela  sus  mezquinas  aventuras, 
mudar  en  oro  de  arte  tan  vil  metal? 

Y  mudado  está  en  oro;  no  ciertamente  macizo  ni  de  muchos 
quilates,  mas  en  oro,  al  fin. 

Mientras  la  pocilga  del  realismo  )•  naturalismo  franceses  no 
muestra  ni  un  grano  de  oro :  a  lo  sumo  algún  trozo  de  hierro  en- 
mohecido, de  cobre  oxidado,  venenosísimo.  Pues  allí  falta  del  todo 
I  lo  que  en  España  sobra,  esto  es :  la  vara  mágica  del  ingenio,  que 
mejora,  trasforma,  finge,   obra  todo  linaje  de  maravillas. 

§  2.  Novela  primitiva:  pastoril,  fantástica.    Cuentos. 

1.  De  los  límites  de  cierta  continuación  de  la  novela  erótica 
pastoril  bizantina  no  sale  la  análoga  española,  fundada  por  Jorge 
de  Montemayor  (1520  —  I56i\  militar;  de  vida  medio  novelesca, 
muerto  en  un  duelo. 

2.  Famosísima  se  hizo  en  toda  Europa  y  fué  traducida  e  imi- 
tada por  dondequiera  su  Diana,  novela  pastoril,  un  tanto  auto- 
biográfica, en  que  celebra  a  una  dama  valenciana  homónima,  muy 
célebre  por  su  belleza;  que  a  los  setenta  años  conservaba  aún 
todo  su  esplendor. 

Aunque  es  lánguida  y  retórica  la  «Diana»,  atesora  no  pequeñas 
ni  escasas  hermosuras  de  sentimiento,   fantasía  y  forma. 


<)4  shüinuo  CICLO:   siglos  xvi  y  xvii. 

3.  Pero  su  mayor  mérito  está  en  las  pinturas  autobiográficas 
e  históricas,  que  le  clan  originalidad,  dilatan  las  angostas  lindes 
pastoriles  y  crean  un  género  dentro  del  género. 

4.  Incompleta  la  obra,  fué  ingeniosamente  continuada,  hasta 
el  matrimonio  de  la  heroína,  por  el  profesor  valenciano  Gil  Polo 
U516-1572). 

5.  A  esta   misma  época  de   la   primitiva   novela   pertenecen  : 
la  Cárcel  de  amor,  de  Diego  de  San  Pedro ; 

la  Cuestión  de  amor  de  dos  enamorados  ; 

el  Diálogo  que  {raía  de  ¡as  iransformaáones  de  Pitágoras,  «le  Cristóbal  de  Villalón ; 

el  Crotaldo,  de  Cristóphoro  Gnósopho ; 

el  Pastor  de  FUida.   lic   Luis   Gálvez   de   Montalvo ;    y 

los  Coloquios  satíneos,  de  Antonio  de  Torquemada. 

6.  Tras  de  estos  tempranos  gérmenes  brotó  luego  una  lozana  vegetación,  que 
produjo  cuentos,  novelitas  y  novelas,  de  pesada  forma  todavía  y  sin  arte,  pero  de 
inventiva  notoria  y,  a  veces,  de  buena  narración. 

Esta  es  la  segunda  etapa  de  la  novela  antecervantina. 

Donde  son  dignas  de  notarse : 

Los  Amores  de  Clareo  y  Florisea,  de  Alfonso  Núñez  de  Reinóse;  y  la  Selva  de 
aventuras,  de  Jerónimo  deContreras;  selvas,  ambas,  impenetrables;  de  todo  linaje 
de   malezas  y  zarzales,   con   unos  pocos  árboles  de  provecho. 

Al  lado  de  tales  marañas  hay,  en  cambio,  algunos  pequeños  prados  de  cierta 
amenidad.  Son  ellos  el  Patrañuelo  y  Sobremesa  y  Alivio  de  caminantes  de  Juan  de 
Timoneda;  y  Doce  cuentos  de  Juan  Aragonés.  Timoneda  manifiesta  mucha  inven- 
ción en  su  Patrañuelo,  que  contiene  22  patrañas  o  novelitas;  en  las  que  hay  no  poco 
novelable  y  dramatizable.  —  Schiller  transformó  no  muy  felizmente  la  patraña  17 
en  su  célebre   «Ida  a  la  fundición». 

No  les  falta  sal  tampoco  a  muchos  de  los  88  cuentos  de  la  primera  y  de  los 
73  de  la  segunda  parte  de  la  Sobremesa. 

¿í  3.   Novela  picaresca. 

I.  A  tientas  ha  andado  hasta  ahora  el  genio  novelador  hispano, 
orientándose. 

Ha  intentado  avanzar  por  la  senda  conocida  de  la  erótica  pas- 
toril en  la  esperanza  de  descubrir  alguna  región  nueva  afortunada. 

Pero  muy  presto  se  ha  desengañado;  que  la  senda  desemboca 
en  estéril   desierto. 

Luego  se  ha  aventurado  por  los  caminos  peligrosos  y  sombríos 
de  las  aventuras  fantásticas  y  por  las  ciegas  y  estrechas  callejuelas 
de  los  cuentos,  y  convencídose  asimismo  de  que  por  allí  no  se 
llega  a  término  venturoso. 

Reflexiona,  y  penetrase  de  la  importancia,  del  incomparable 
interés,  de  los  argumentos  infinitos  que  ofrece  al  arte  la  vida 
real. 


EDAD    DE    ORO. 


95 


Penetrase  de  ello,  y  como  para  probar  toda  la  verdad  de  su 
^reflexión  y  el  alcance  de  sus  propias  fuerzas,  húndese  atrevidísimo 

en  la  más  tangible,  resaltante,  pero  también  más  deforme  de  cuantas 
¡realidades  presenta  el  bajo  suelo,  para  ver  si  hasta  en  ella  hay 
¡hermosura;  si  hasta  en  ella  puede  el  arte  sacarla  de  la  honda 
¡ciénaga,  hasta  hacerla  florecer  sobre  su  haz,  ramificarse  y  ocultar 

la  hondura;   al  modo  que,  sobre  estanque  de  aguas  pútridas,  suele 

hacerlo  el  nenúfar. 

2.  Y  ¡caso  extraño!  Un  magnate  y  diplomático,  embajador  de 
Carlos  V  en  Inglaterra,  plenipotenciario  suyo  en  el  concilio  tridentino, 
Diego  Hurtado  de  Mendoza  (;i503?  Granada, — ^1575,  Madrid)  1, 
fué  quien  con  el  Lazarillo  de  J orines  dio  tan  atrevido  paso  hasta 
la  esfera  social  diametralmente  opuesta  a  la  suya;  creó  la  novela 
picaril:  la  más  realista  de  las  composiciones  literarias;  abrió  des- 
conocidos horizontes  y  la  era  de  la  novela  moderna. 

En  España  y  en  Europa  fué  muy  celebrado  el  Lazarillo. 
Lástima  que  su  autor  abandonase  la  novela  por  la  historia  y  la 
poesía;   para  las  cuales  no  había  nacido. 

Pero  esa  pequeña  novela  escrita  al  correr  de  la  pluma,  sin  ufanía 
ni  jactancia,  y  en  hora  de  buen  humor,  ha  bastado  para  inmortalizarle. 

Obra  juvenil,  estudiantil,  travesea  y  satiriza  divertidamente,  en 
forma  agradable,  cautivadora  a  veces. 

Edic.  princ. :    1610,   Madrid  ...    1877,    1881,   ib. 

3.  Plugo  sobre  manera  el  género;  y  hasta  agotarlo,  ya  que 
no  es  muy  rico,  siguen  cultivándole. 

¿Imitando? 

No;  sino  yendo  al  mismo  punto,  pero  por  diverso  camino,  tan 
diverso  que,  quien  va  con  los  otros,  ni  se  acuerda  de  la  diminuta 
senda  por  donde  fué  Lázaro. 

Distinto,  muy  distinto  derrotero  lleva  el  Guzínán  de  Alfarache, 
de  Mateo  Alemán  (1547,  Sevilla,  — 1610),  empleado  público,  que 
murió  en  Méjico;  adonde  huyó  por  peculados. 

Derrotero  el  del  Guzmán  no  muy  llano,  ni  muy  expedito,  ni 
muy  limpio,  sin  hermosas  perspectivas;  antes  trillado,  desmesurada- 
mente largo,  lleno  de  populacho,  de  canalla,  de  bestias;  pero  tam- 
bién de  cosas  curiosísimas  y  de  cuantas  gentes  alumbra  el  sol. 

Cual,  princ. :  pintura  del  mundo. 

Def.  princ. :  monotonía,  vulgaridad,  inmoralistno. 

Edic.  princ:    1599   .  .  .    1846,    Madrid. 
'  Véase  pág.  84. 


96 


SKC-.INDO    ciclo:    SU.LOS    XVI    Y    XVII. 


4.  Diferente  fué  la  vía  del  Buscón  de  Quevedo  1 :  mucho  más 
breve,  mas  entretenida;  aunque  no  mucho  más  aseada. 

5.  Mucho  más  pulcro,  empero,  que  sus  congéneres  y  más  bello 
en  la  forma  que  ellos,  y  harto  más  ameno  que  el  Guzman  es  el 
Esauiero  Marceas  de  Ohregón  de  Vicente  Espinel  (1544,  Ronda, 
— 1634,  Madrid;  grab.  15),  sacerdote,  músico  notable  y  maestro 
de  Lope  de  Vega. 

Ayudando  a  aquilatar  un  original  el  compararle  con  una  copia 
famosa,  comparemos  el  Marcos  de  Obregón  con  su  trasunto:  el 
•Gil  Blas-   de  Lesage. 

Léese  la  novela  francesa 
gracias  a  lo  bien  hilado  de  la 
fábula,  al  tono,  a  los  episodios 
capitales :  todo  prestado,  por 
no  decir  robado,  de  P2spaña, 
sobre  todo  del  «Escudero». 
Compárese  la  aventura 
del  barberillo  de  éste  con 
la  de  Gil  Blas,  y  se  podrá 
comparar  obra  con  obra. 

No  mejora  el  Gil  Blas 
lo  que  toma  de  España; 
antes  lo  desmejora.  Su  in 
ventiva  es  nula;  su  origina- 
lidad, aun  la  relativa,  la  ar- 
tística :  la  de  aprovechar  y 
combinar  y  pulir  bien  ma- 
teriales ajenos,  escasísima. 

Si    el    Escudero    se    lee 
con    fatiga,    y    casi    sin    ella 
el    Gil  Blas,    es   únicamente 
por  el  mucho    y   largo  mo- 
ralizar de  aquél. 
Un  moralizar  que,  por  lo  demás,  es  uno  de  sus  principales  atrac- 
tivos:   ¡que    belleza    y   novedad    de  pensamiento!    ¡qué  concisión, 
galanura  y  elocuencia! 

6.  Dos  libros  pueden  formarse  de  él ;  que  en  realidad  hay 
en  él  dos  libros,  cada  uno  perfectísimo :  uno  de  máximas  y 
discursos     morales,     que    resultaría     bello,     en    su     línea,     como 


Grab.    15.    Vicente  Espinel. 


'  Véase  pág.   87. 


EDAD    DE    ORO.  97 

pocos;  y  otro,  de  lo  novelístico,  bellísimo  también  y  de  lo  más 
sabroso. 

Para  cotejar  entrambas  novelas,  póngase  el  antologo  más  opti- 
mista a  coger  algo  del  Gil  Blas :  algún  episodio,  alguna  narración, 
detalle,  sentencia,  frase  notable  y  feliz;  y  a  buen  seguro  que, 
por  más  que  busque  y  rebusque,  no  hallará,  y  asombrado  se 
quedará  de  la  increíble  medianía  del  libro  y  de  la  total  falta  de 
lo  dramático,  de  pensamiento,  de  estilo  y  aun  de  lenguaje. 

Abra,  en  cambio,  el  más  rígido  y  pesimista  antologo  el  Marcos 
de  Obregón,  y  no  hallará  casi  página  que  no  transcribir  íntegra : 
tan  henchidas  están  todas  de  sal,  de  ideas,  de  frases  gráficas,  de 
la  más  linda  y  pulida  lengua. 

Cual,  princ. :  Jiioralisnio. 

Def.  princ:  exte?isiÓ7i;  iniperíinencia  de  las  reflexiones. 

Edic.  princ:    1618  — 1891,   Barcelona. 

7.  Pobres  imitaciones  de  las  precedentes  son  las  otras  novelas 
picariles:  la  Pícara  Justina;  la  Garduña  de  Sevilla;  el  Siglo  pi- 
tagórico, obra  de  algún  ingenio;   etc. 

§  4.    Novela  híbrida. 

Cuádrale  tal  nombre  a  una  especie  de  novela  revuelta  dialo- 
L^ada:  el  Viaje  efitreienido,  del  aventurero  madrileño  Agustín  de 
Rojas  (;i5;7? ;  — ?). 

Amasijo  de  loas  compuestas  por  el  propio  Rojas  y  que  él  mismo 
va  recitando  a  tres  amigos  en  un  viaje;  loas  casi  todas  malas, 
detestables  muchas;  no  carece  de  vida  el  Viaje,  ni  de  alguna  no- 
vedad su  plan. 

i  En  medio  de  indigestísima  erudición,  hay  esparcidos  verdaderos 
¡diamantes  poéticos:  la  comedieta  entre  Rojas  y  María  y  la  incon- 
clusa novela  de  Leonardo  y  Camila;  donde  a  ésta  canta  aquél  un 
idilio  todo  primores. 

Primores  de  estilo  atesora  el  libro  entero. 

Cual,  princ. :   estilo. 

Def.  princ. :   Jieterogeneidad,  pedantería. 

Edic.  princ.  :   .  .  .  1901,   Madrid. 

§  5.    Novela  histórica. 
Ginés  Pérez  de  Hita. 

Esto,  es  decir,  su  nombre,  y  nada  más,  sabríamos  de  la  vida 
de  tan  esclarecido  escritor,    si   él  mismo,    en  la  segunda  parte  de 

JÜNFMANN,   Lit.   y  Ant.   esp.  7 


gg  SEGUNDO    CICLO:    SICLOS    XVI    Y    XVIT. 

SU  obra,  no  nos  dijese  incidentalmente  haber  militado  más  de 
tres  años  con  el  marqués  de  los  Vélez  contra  la  insurrección 
morisca  de  las  Alpujarras;  donde,  en  la  horrorosa  matanza  qu^ 
en  Félix  hicieron  alzados  los  de  Lorca,  salvó  la  vida  a  varios  ino 
centes  y  desvalidos. 

Esta  encarnizada  guerra  (1568 — 1570),  con  sus  muchas  y  no- 
tables peripecias,  concluida  por  Don  Juan  de  Austria  y  rematada 
con  la  impolítica,  aunque  no  arbitraria,  expulsión  de  los  moriscos, 
es  la  que,  con  fácil  y  ameno  estilo,  narra  en  la  segunda  parte  de 
su  Historia  de  las  guerras  civiles  de   Granada. 

Facilidad  y   amenidad    caracterizan    igualmente    a    la    primera; 
la  cual,    en  lo    demás,    difiere  muchísimo    de    aquélla.    Aquélla  es 
historia  novelesca,    tanto  que  le  cuadra  el  nombre  de  novela  his- ' 
tórica ;  ésta  es  historia  ribeteada  de  novela.    Por  tanto,  ni  la  una  ' 
ni    la    otra    son    lo    que    debieran    ser:    ésta    puramente    historia, 
aquélla  puramente  novela. 

2.  Por  lo  mismo,  no  tiene  la  segunda  sino  cierto  valor  líistóncí 
y  el  de  la  narración;  aquélla,  en  cambio,  fuera  de  haber  abierto 
brecha,  iniciando  con  toda  felicidad  el  género,  preséntase  como 
un  libro  sobre  manera  cautivador,  lleno  de  animación  y  de  lozana 
vida,  con  vivísimos  colores,  con  tonos  casi  siempre  nuevos  y  deli- 
cados, con  exuberante  riqueza  artística. 

Quien  guste  —  ¿y  quién  no  gusta .^  —  de  torneos,  a  cuál  más 
brillantes,  de  escaramuzas,  y  escaramuzas  a  cuál  más  porfiadas  \ 
atrevidas,  referido  todo  con  la  llaneza  y  mesura  del  historiador; 
lea  la  primera  parte  de  las  Guerras  civiles,  y  quedará  embelesado; 
embelesado  con  aquella  pompa  de  fiestas  granadinas,  de  las  damas, 
de  sus  levantados  amores;  embelesado  con  aquella  sultana,  mujer 
del  rey  Chico,  vilmente  calum.niada  por  los  zegríes,  vindicada 
gloriosamente  con  las  armas  de  la  flor  de  los  caballeros  cristianos; 
esa  sultana  que  de  suyo  descuella  tanto  en  el  libro  y  entre  los 
acontecimientos,  que  debiera  ser  la  protagonista  de  la  obra;  con 
lo  cual  tendría  ésta  la  unidad  que  le  falta. 

Embelesado  quedará  con  la  nobleza  y  valentía  de  los  aben- 
cerrajes,  dignas  de  las  de  aquellos  insignes  caballeros  cristianos, 
aquellos  maestres  de  Calatrava  y  de  Santiago;  embelesado  con 
esos  campeones  tan  valerosos  y  osados  como  humanos  y  gene- 
ro.sos,  con  sus  tan  verosímiles  como  desaforados  combates  sin- i 
guiares. 

Suspenso  y  aterrado  quedará  ante  las  terribles  facciones  grana- 
dinas :  la  lucha  mortal  suscitada  entre    abencerrajes  y  zegríes  por 


EDAD    DE    ORO.  99 

la  mortal  envidia  de  éstos  a  aquellos  y  que  hundió  en  la  sangre 
y  en  el  abismo  a  entrambos  partidos  y  con  ello  a  la  desventurada 
y  poderosísima  ciudad. 

Efectos  y  afectos  todos  que  produce  con  irresistible  fuerza 
este  libro  en  el  ánimo  más  indiferente;  prueba  clarísima  de 
su  valía. 

Es  una  como  epopeya  caballeresca,  muy  superior  a  sus  con- 
géneres de  otras  partes.  Los  bellos  romances  solos,  que  suelen  re- 
sumir bellamente  las  escenas  principales,  valen  harto  más  que  esa 
enorme  bufonada  del  Orlando  Furioso,  de  todos  los  Orlandos  y 
parentela  francesa  y  germánica. 

En  pueblo  menos  rico  de  Hteratura  que  el  español  y  más  re- 
conocido que  él  con  sus  ingenios,  monumentos  tendría  Pérez  de 
Hita,  y  le  celebrarían  como  a  un  gran  novelista;  lo  que  sobrado 
merece.  En  España  apenas  se  le  conoce;  el  extranjero  le  ignora: 
injusticia  lamentable  y  que  reclama  pronta  y  entera  reparación. 

Cual,  princ. :   Inventiva  y  colorido. 

Def.  princ. :   Falta  de  unidad. 

Edic. :    Zaragoza    1595  .  .  .  ;   Madrid    1833. 

§.    6.    Novela  satírica. 
Miguel  de  Cervantes  Saavedra. 

(1547,   Alcalá  de  Henares,  — 1616,   Madrid;   véase  frontispicio.) 

1.  Escasísimas,  como  las  de  casi  todos  los  ingenios  españoles, 
son  las  noticias  biográficas  acerca  de  Cervantes. 

Irreparable  mal,  y  descuido  lamentable,  ante  todo,  de  sus  com- 
patriotas y  suyo  propio  también.  Pues,  por  poco  que  a  sí  mismo 
se  conozca  un  talento  eminente,  debe  escribir  su  autobiografía  o 
dejar  al  menos  copiosos  apuntes  relativos  a  su  vida,  su  formación 
intelectual,  la  idea  de  sus  obras,  a  no  hacerlo  sus  coetáneos,  par- 
tiendo de  datos  y  secretos  por  él  suministrados. 

2.  Pero  demasiado  indolentes  eran  aquellas  generaciones  no 
bastante  admiradoras  de  lo  bello ;  asaz  modestos  los  ingenios,  asaz 
desconfiados  de  su  inmortalidad. 

Hombres  vulgarísimos,  muertos  en  vida,  escriben  hoy  sus  me- 
morias; entonces  no  le  ocurría  tal  ni  a  un  Cervantes. 

A  falta  de  ellas   y    de    biografías  completas,    hay    que  recons- 
truir,   por    el    estudio    de    sus    escritos,    laboriosamente   su    retrato, 
y  vida. 

7* 


I 


lOO  SEGUNDO    ciclo:    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

Apuntemos  los  pocos  datos  biográficos  de  sus  primeros  años, 
los  ya  no  tan  pocos  de  su  edad  madura;  y  por  sus  obras  conje- 
turemos lo  demás. 

3.  Con  decir  que  nació  en  Alcalá  de  Henares,  el  9  de  octubre 
de  1547;  que  su  padre  fué  Rodrigo  de  Cervantes,  su  madre 
Doña  Leonor  de  Cortinas,  nobles  pero  pobres;  que  tuvo  a  un 
sacerdote  por  maestro  y  que  fué  desde  su  más  temprana  edad 
aficionado  a  la  poesía;  está  dicho  lo  que  sabemos  de  los  primeros 
veintiún  años  de  su  vida. 

4.  Luego  empiezan  los  azares;  que  hacen  casi  novelesca  su 
historia. 

Escribe  en  i  568  unos  malos  versos  necrológicos  en  los  funerales 
de  Isabel  de  Valois,  mujer  de  Felipe  II;  y  llévale  de  paje  a  Italia 
el  juvenil  Julio  Aquaviva,  mecenas  de  los  letrados  y  cardenal  a 
los  24  años  de  edad. 

Ya  en  1571  le  ha  arrastrado  a  las  armas  su  espíritu  ardoroso, 
y  sirve  en  los  famosos  tercios,  gloria  de  España  y  terror  de  Europa; 
con  ellos  en  poderosa  escuadra  vuela  contra  la  formidable  de  los 
turcos.  Don  Juan  de  Austria  el  7  de  octubre  del  mismo  año  cae 
sobre  ella  en  la  rada  de  Lepanto,  donde  se  dio  aquella  sangrienta 
batalla,  la  más  memorable  acaso  del  mundo  y  que,  al  par  de  sus 
naves,  hundió  en  el  abismo  la  omnipotencia  aterradora  de  la  Media 
Luna. 

5.  Postrado  con  violenta  fiebre  yacía  en  cama  Cervantes.  Pero, 
a  vista  de  la  grandeza  de  la  jornada  y  en  alas  de  su  alma  enérgica, 
levantóse  atropellando  las  instancias  de  superiores  y  compañeros 
diciendo:  «Más  vale  pelear  en  servicio  de  Dios  e  de  Su  Ma- 
jestad e  morir  por  ellos,  que  no  bajarme  so  cubierta» ;  exigió  el 
puesto  de  mayor  peligro  y  peleó  en  él  al  frente  de  doce  soldados 
hasta  recibir  tres  balas:  dos  en  el  pecho  y  una  que  le  mancó  de  la 
mano  izquierda. 

El  ilustre  vencedor  mismo  le  atendió  y  dio  el  parabién  por 
su  heroica  bravura. 

Después  de  larga  convalecencia,  y  volviendo  a  España,  cae  en 
poder  de  corsarios  berberiscos,  bárbaros  e  inhumanos. 

6.  Aquí  toma  su  vida  las  apariencias  de  novela,  aquí  empieza 
el  esclavo  a  tocar  cuantos  resortes  ingeniarse  pueden  para  recobrar 
la  libertad.  A  durísima  servidumbre  y  tormento  se  le  sujeta ;  pues 
las  cartas  de  recomendación,  hasta  de  Don  Juan  de  Austria,  que 
se  encuentran  en  su  poder,  hacen  se  le  considere  persona  muy 
princijjal  y  capaz  de  pagar  opimo  rescate. 


EDAD    DE    ORO. 


Logra  evadirse;  pero,  en  mitad  de  la  fuga,  abandónale  el 
guía  y  tiene  que  volver  al    cautiverio;    cuyos    rigores    se    doblan. 

Vende  su  pobre  familia  cuanto  puede  vender  e  impónese  toda 
suerte  de  privaciones  por  rescatarle  a  él  y  a  su  hermano.  Mas  el 
rescate  sólo  alcanza  para  éste,  quien,  libre  ya,  envía  por  el  cau- 
tivo un  bajel. 

Dispone  y  dirige  Cervantes  con  habilidad  suma  la  evasión  pro- 
pia y  la  de  sus  compañeros. 

Aparece  la  nave  libertadora.  Ocúltanse  ellos  en  una  cueva  para 
embarcarse.  Pero  son  de  nuevo  traicionados.  Conducidos  ante  el 
cruel  rey,  échase,  intrépido  e  hidalgo,  Cervantes  a  sí  mismo  toda 
la  culpa  de  la  fuga. 

7.  Continúan  novelescas  por  lo  varias  y  atrevidas  las  tenta- 
tivas: tan  atrevidas  que  proyectó  nada  menos  que  una  insurrec- 
ción general  de  los  innúmeros  cautivos  cristianos  de  Argel. 

Por  fin,  hace  en  pro  de  él  la  caridad  cristiana  de  los  frailes 
trinitarios  lo  que  una  y  cien  veces  debió  hacer  su  mal  agradecida 
patria:  redímenle;  prestando  a  la  república  de  las  letras  acaso  el 
mayor  servicio  que  se  le  haya  prestado  en  el  transcurso  de  los 
siglos. 

8.  Después  de  estos  cinco  años  de  cautiverio  vuelve  a  las 
armas  y  sirve  en  tres  campañas;  hasta  que  finalmente,  tras  de 
quince  años  de  trabajos  y  desventuras,  se  casa  con  Doña  Catalina 
de  Salazar,  y  dedícase  ya  a  las  letras,  aunque  sin  obtener  nunca, 
no  obstante  todos  sus  esfuerzos,  méritos  y  servicios,  ni  una  posi- 
ción medianamente  holgada  y  libre;  y  lidiando  siempre  con  la 
pobreza  y  miseria,  entre  empleíllos  por  demás  tristes,  como  el  de 
recaudar  impuestos.  El  cual,  amén  de  los  sinsabores  a  él  anexos 
y  de  sus  míseros  emolumentos,  le  acarrea,  para  colmo  de  males, 
una  larga  cuanto  injusta  prisión,  por  un  pequeño  déficit  en  las 
cuentas. 

9.  Pero,  lidiando  sin  cesar  contra  la  adversidad,  jamás  fué  de 
ella  vencido ;  antes  vencióla  siempre  y  tan  completamente,  que  en 
vez  de  rendirse  o  al  menos  abatirse  a  sus  rigores,  como  por  lo 
regular  acontece  hasta  a  los  pechos  más  acerados,  y  sin  des- 
ahogarse en  quejas  y  lamentos,  cual  acaece  a  todos  los  que  ella 
acosa  como  a  Cervantes;  parece  que  la  contraria  fortuna  no  hizo 
sino  serenar  más  a  su  alma,  dilatar  más  su  corazón,  alegrar  y  en- 
cender su  fantasía,  esforzar  y  afinar  la  perpetua  y  naturalísima  son- 
risa, que  es  el  distintivo  de  su  ingenio;  y  ponerle  acaso  en  el  camino 
de   la   inmortalidad    y    empujarle    blanda   y  vigorosamente  por  éh 


lOa  SECUNDO    CICLO :    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

I  O.  A  no  mediar  este  cúmulo  de  reveses  y  de  esperanzas  frus- 
tradas, de  servicios  desconocidos,  de  todo  género  de  amargas  de- 
cepciones; a  no  haberse  visto  lanzado  de  la  carrera  militar,  más 
que  por  las  balas,  por  las  injusticias  humanas;  a  no  haber  palpado 
tanto  el  frío  egoísmo  y  sentido  tanto,  en  medio  de  él  y  a  vista  de 
él,  la  propia  hidalguía  y  generosidad  de  corazón;  ¿hubiera  puesto, 
hubiera  podido  poner  en  escena,  cual  lo  hizo,  a  ésta  y  a  aquél? 
.'hubiera,  refugiado  en  el  apacible  asilo  de  su  grande  alma,  po- 
dido pintar,  cual  lo  hizo,  cual  solo  él  lo  ha  hecho,  ese  regocijo 
sublime  del  espíritu  que  señorea  todas  las  iniquidades,  bajezas  y 
pequeneces  humanas?  ¿hubiera,  para  pintar  tal  regocijo  y  en  alas 
de  él,  creado  su  fantasía  tan  regocijada  y  grandiosa  urdimbre  de 
fábulas  como  las  creó  la  suya?  -"Tendríamos,   en  suma,  el  Quijote? 

Difícilmente. 

11.  .\  no  estar  agobiado  por  la  miseria,  ¿abandonara  la  comedia, 
para  la  cual  no  había  nacido  y  en  la  cual  emuló,  no  obstante,  a 
Lope  de  Vega,  tanto  que,  a  despecho  de  su  carácter,  se  dejó 
arrastrar  a  la  malquerencia,  siendo  éste  uno  de  los  poquísimos  lu- 
nares de  su  vida?  ¿renunciara  a  la  poesía,  de  la  que,  según  propia 
confesión,  estaba  tan  perdidamente  enamorado  que  «siempre  tra- 
bajó y  se  desveló  por  parecer  que  tenía  de  poeta  la  gracia  que 
no  quiso  darle  el  cielo»?  (Viaje  al  Parnaso  i.)  ¿Renunciara  a  tan 
malaventurado  amor  si  sus  comedias  le  hubiesen  producido  con 
qué  vivir?  ¿si  su  mujer,  su  hija  natural,  su  hermana  y  las  otras 
mujeres  de  su  casa,  no  hubiesen  tenido  que  sufragar  con  sus  la- 
bores los  gastos  domésticos?  ¿Si  un  librero,  negándose  a  comprarle 
sus  comedias,  no  le  asegurara  «haberle  dicho  un  hombre  de  in- 
genio que  de  su  prosa  podía  esperarse  mucho,  de  su  verso,  nada»? 

12.  Afortunadamente  para  las  letras  y  su  gloria,  la  indigencia, 
la  necesidad  de  ganarse  el  pan  cotidiano  fuéle  llevando  a  la  prosa. 
En  ésta  anduvo  todavía  por  algún  tiempo  a  tientas,  como  en 
busca  del  camino  para  llegar  a  tierra  llana,  propia  y  de  exube- 
rante vegetación. 

Así,  después  de  escribir  en  su  juventud  malas  poesías  líricas, 
y  probablemente  sus  malos  romances;  después  de  pasar  en  1583 
a  la  indigesta  novela  pastoril  en  su  indigestísima,  ramplona,  re- 
vuelta y  amanerada  Calatea,  que,  con  mostrar  ingenio,  es  su  peor 
obra  en  prosa;  después  de  componer  en  los  años  siguientes  una 
veintena  o  treintena  de  pésimas  comedias,  de  las  que  sólo  .se  con- 
servan los  Tratos  de  Argel  y  la  Numancia ;  siguió,  finalmente,  su 
temperamento  satírico  en  la    prosa;    aunque  no  sin  extraviarse  de 


EDAD    DE    ORO. 


103 


nuevo  tal  vez  en  alguna  novela  seria;  no  sin  volver,  aun  en  161 4, 
al  para  él  enteramente  vedado  terreno  poético,  con  el  pesadísimo 
Viaje  al  Parnaso,  poema  sobre  la  literatura  española  coetánea,  tan 
destituido  de  criterio  como  de  belleza;  no  sin  terminar  su  vida 
con  la  grave,  desgraciada,  inverosímil  e  incoherente  novela  eró- 
tica Los  trabajos  de  Pérsiles  y  Segismunda ;  de  bello  y  pulido 
lenguaje,  y  de  no  escasa  inventiva;  dotes  que  paralogizaron  de 
tal  suerte  a  su  autor  y  hasta  a  algunos  contemporáneos,  que  la  lle- 
garon a  considerar  como  superior  al  Quijote. 

Todo  lo  cual  manifiesta  que  Cervantes  nunca  tuvo  conciencia 
clara  ni  de  su  talento  ni  de  los  dominios  propios  de  él  ni  de  sus 
límites.  Lamentable  desgracia  para  las  letras;  porque,  dada  su 
inagotable  imaginación  y  su  humor  no  menos  inagotable,  que,  en 
vez  de  declinar,  crecían  con  los  años  y  la  ancianidad,  si  en  lugar 
de  malgastar  sin  provecho  para  la  literatura  tantos  años  en  esas 
voluminosas  obras,  los  empleara  en  el  género  ligero,  escribiendo 
novelas,  cuadros  de  costumbres,  o  tal  vez  comedias  en  prosa,  en- 
riqueciera enormemente  más  a  las  buenas  letras. 

Pero  contentémonos  y  juzguémonos  felices  con  lo  que  hizo, 
pues  basta  y  sobra  para  su  gloria  propia  y  para  la  de  España; 
y  sigámosle  en  esta  su  senda,  gloriosa,  es  verdad,  pero  llena  tam- 
bién de  desilusiones  y  amarguras. 

13.  Por  los  años  de  1600  tenía  acabada  la  primera  parte  del 
Quijote,  y  buscaba  a  algún  magnate  a  cuya  sombra  publicarla. 
Dirigióse  para  ello  al  duque  de  Béjar,  protector  de  las  letras, 
quien  se  negó  desde  luego  a  que  se  la  dedicase.  Pero  Cervantes 
le  suplicó  se  dignara  oir  un  capítulo  de  la  obra.  Leyóselo ;  y  fué 
tanto  lo  que  agradó  a  todos  los  presentes,  que  hubo  de  leerles 
íntegro  el  libro. 

Publicóse  éste  en  1605,  y  fué  recibido  con  tal  entusiasmo  por 
el  público,  que  en  ese  mismo  año  se  hicieron  de  él  cuatro  edi- 
ciones. 

14.  No  faltaron,  sin  embargo,  escritores  que  murmuraran  de 
él,  entre  ellos  Góngora,  ni  bastó  su  popularidad  a  sacar  de  la 
miseria  al  autor. 

15-  No  bastaron  tampoco  las  que  por  su  moralidad  llamó 
Novelas  ejemplares,  narraciones  acabadas,  de  la  más  rica  inven- 
tiva; que  había  ido  escribiendo  poco  a  poco  y  publicó  después 
del  Quijote;  en  el  que,  para  sondar  al  público,  insertó  inoportuna- 
mente una  de  las  más  hermosas  de  ellas:  la  del  «Curioso  imper- 
tinente». 


104  SEGl'NDO   CICLO:    SIGLOS    XVI    V    XVII. 

Forman  la  serie  de  las  «ejemplares» :  la  Gííanilla^  la  Fuerza 
df  la  saní:;ri\  Rinconete  y  Cortadillo ,  la  Española  inglesa,  el 
Amante  liberal,  el  Licenciado  Vidriera,  el  Celoso  extremeño,  las 
Dos  doncellas,  la  Ilustre  frego7ia,  la  Señora  Cor?ielia,  el  Casa- 
miento engañoso,  el   Coloquio  de  los  perros  y  la   Tía  fingida. 

1 6.  A  pesar  de  hallarse  en  suelo  tan  propio  y  lan  feraz, 
cedió  nuevamente  a  la  malhadada  tentación  de  versificar  y  com- 
puso ocho  comedias  pobrísimas;  cuyos  entremeses  tienen,  con  todo, 
algún  valor. 

17.  Por  suerte  pronto  volvió  a  su  Quijote,  que  estaba  incon- 
cluso; y  si  no  volviera,  hubiérale  obligado  a  volver  el  malinten- 
cionado y  malaventurado  Avellaneda  con  su  segunda  parte 
de  él. 

Iba  Cervantes  en  el  capítulo  59  de  la  suya,  cuando  se  publicó 
esa  otra  obra.  Detúvose  un  momento;  rióse  donosamente  de  ella 
y  siguió  su  tranquilo  y  raudo  vuelo  hasta  terminar  el  libro,  im- 
preso en    161 5. 

18.  En  1 61 6,  pocos  meses  después,  murió.  Murió  grande  y 
cristiano  como  había  vivido,  risueño  ante  la  muerte :  murió  pobre, 
ignorado  y  solitario  como  vivió;  silenciosamente  fué  conducido  a 
su  humilde  tumba  y  en  la  triste  fosa  común  se  han  perdido  sus 
despojos. 

Tardía,  muy  tardía,  ha  venido  para  él  la  justicia,  la  recom- 
pensa, el  reconocimiento. 

19.  ¿Cómo  conciliar  la  admiración  pública  de  la  obra  con  la 
indiferencia,  la  dureza  para  con  el  autor?  ¿Cómo  explicar  que  un 
grande  e  inteligente  pueblo,  entusiasta  y  amante  del  arte,  un  pueblo 
que  enriqueció  y  divinizó  a  un  Lope  de  Vega,  dejase  perecer  en 
la  pobreza  a  un  Cervantes.''  ¿Sería  sólo  porque  lo  poético  es  de 
suyo  más  propio  para  hacerse  admirar,  porque  una  fecundidad  como 
la  de  Lope  es  un  portento,  y  un  portento  lo  comprenden  todos 
y  a  todos  se  impone.'  ¿No  sería  una  extravagancia  popular  com- 
parable a  la  de  los  atenienses,  que  se  extasiaban  ante  las  obras 
de  arte  y  consideraban  como  a  simples  artesanos  a  los  artistas? 
¿una  extravagancia  explicable  en  cierto  modo  por  el  tempera- 
mento esencialmente  artístico  del  pueblo,  donde  cada  cual  se  sen- 
tiría artista  y  capaz  de  obras  eminentes.^  ¿explicable  tal  vez  tam- 
bién en  cierto  modo  en  el  pueblo  español,  quinta  esencia  del 
humor  y  donaire? 

20.  Sea  de  esto  lo  que  fuere,  lo  cierto  es  que  esta  quinta 
esencia  del  carácter  nacional  ha  encontrado  su  más  completa,  más 


EDAD    DE    ORO. 


105 


perfecta  y  más  rara  expresión  en  el  Quijote;  así  como  la  ha  en- 
contrado generalmente  el  carácter  de  la  nación  en  los  imperece- 
deros tipos  de  Don  Quijote  y  Sancho  Panza;  tipos  de  tan  po- 
tente originalidad,  tan  prototipos  de  su  especie  y  aun  del  universo 
linaje  humano,  que  parecen  más  idealizados  y  menos  palpables  que 
los  del  teatro  francés,  y  son,  con  todo,  tan  perfectamente  reales, 
tan  de  carne  y  hueso,  tan  vivos  que  dondequiera  nos  imaginamos 
verlos,  encontrando,  naturalmente,  por  cada  Quijote  cien  Sanchos 
(grab.    16). 

¡Y  qué  de  Sanchos  [^ 
vería  Cervantes!  ¡Y  qué 
de  Quijotes,  y  en  su  pro- 
pia casa,  aun  antes  de 
darles  cuerpo  e  infundir- 
les un  espíritu    inmortal ! 

2 1 .  Figúraseme  así, 
sobre  poco  más  o  me- 
nos, la  idea  del  Quijote 
en  la  mente  del  autor. 

Pensaría : 

¿Cómo  acabar  con  es- 
tos disparatados  libros  ca- 
ballerescos? Para  darles 
el  golpe  de  gracia,  no 
hay  sino  pintar  cómo 
trastornan  el  seso  a  uno 
de  sus  lectores  furibun- 
dos y  las  aventuras  que,    ^1^ 

una  vez  trastornado,  corre        Crab.  16.   Una  ilustración  del  Quijote,  por  Gustavo  Doré 

por  realizar   las  desatina-  <'"''°  '-  "p-  7'- 

das  pero  nobles  hazañas  de  los  andantes  caballeros. 

He  aquí  a  mi  Quijote. 

Mas  tales  aventuras  serían  monótonas  y  menos  cómicas  sin 
un  carácter  que  contraste  fuertemente  con  el  loco.  A  un  hom- 
bre que  se  pierde  por  las  regiones  lunares  fuerza  es  oponerle 
doquiera  otro  que  no  se  levante  un  palmo  de  la  tierra;  que 
contemple  tranquilo  y  con  ingenua  y  socarrona  sonrisa  las 
embestidas  aéreas  y  los  consiguientes  porrazos  y  estropeaduras 
y  las  rechiflas  de  los  espectadores.  Fuerza  es  oponer,  asociar 
a  un  Quijote  un  Sancho  Panza;  dar  a  tal  caballero  tal  escu- 
dero. 


f 


I06  SEGUNOO    CICI.o  :    SIGLOS    XVI    Y    XVII. 

Y  de  esta  clase  de  Sanchos  ¿no  está  lleno  el  mundo?  ¿No  son 
ellos  los  que,  conocedores  de  la  gran  ciencia  de  la  holganza  y 
del  buen  comer  y  vivir,   medran,  señorean  y  gobiernan  a!   mundo? 

Y  esos  Quijotes,  esos  ilusos,  no  menos  nobles  que  fatuos,  no 
menos  risibles  que  respetables  ¿no  los  hay  también?  ¿No  soy  yo 
uno  de  ellos?  Mis  elevadas  aspiraciones,  mis  heridas  y  sangre  vertida 
por  la  patria  y  por  mi  rey,  tantas  fatigas  y  desventuras  sobre- 
llevadas en  su  servicio,  tantos  años,  los  mejores  de  mi  vida,  en 
él  perdidos  ¿qué  me  han  valido?  ¿No  estoy  pereciendo  de  hambre f 

Pero  ¡  lejos  estas  reflexiones,  amarguras  y  tristezas !  j  Me  rein 
de  todo!  ¡Me  reiré  de  mí  mismo!  No  odio,  ni  puedo  odiar  a  na- 
die ;  los  amo  a  todos,  a  todos  esos  rechonchos  y  venturosos  Panzas. 
Su  ventura,  como  todo  lo  de  acá,  es  breve,  y  la  felicidad  vcrda 
dera  comienza  donde  los  trabajos  de  la  vida  acaban,  donde  lo.'- 
Quijotes  gozarán,  y  gozará  también  mi  Sancho. 

Entre  tanto,  sigamos  cabalgando,  descuidados  y  olvidados  de 
todo  esto,  él  en  su  bien  comido  rucio,  yo  en  mi  pobre  y  escuá- 
lido Rocinante;  cabalgando  siempre  risueños  hasta  el  fin  de  la 
jornada ;  risueños  entre  palos  y  molimientos,  entre  desaires  y  des- 
precios; risueños  ante  el  umbral  de  la  muerte  y  aun  más  risueños 
al  pasarlo. 

22.  Lo  pensó,  sintió  y  cumplió  a  la  letra  Cervantes.  Sin  pre- 
tenderlo infundió  al  Quijote  toda  su  alma  e  hizo  de  sus  aventuras 
el  fiel  trasunto  de  su  vida. 

Pero  ¡qué  infusión  y  qué  trasunto!  ¡qué  monumento  se  ha 
erigido  Cervantes  a  sí  propio  en  su  obra  y  con  su  obra! 

23.  ¿Qué  es,  con  él,  el  «Fausto»  de  Goethe?  ¿Qué  sino  el 
triste,  bien  que  fiel,  retrato  de  un  espíritu  triste  y  digno  de  com- 
pasión? PLste,  mitad  sabio  y  mitad  embrollado  soñador,  mitad  titán 
y  mitad  enano,  más  semeja  caricatura  interesante  que  verdadero 
retrato ;  aquél  es  copia  perfecta  de  un  alma  entera  y  superior. 
Don  Quijote  es  caballero  intachable,  «soberbio  con  los  soberbios, 
humilde  con  los  humildes» ;  el  P'austo  dista  mucho  de  serlo.  El 
uno  es  amparador  intrépido  de  doncellas  perseguidas;  el  otro,  per- 
seguidor de  doncellas.  El  uno,  hijo  sumiso  de  la  Iglesia  católica, 
lleno  de  fe,  siempre  sereno,  siempre  derramando  en  torno  suyo 
serenidad  y  alegría;  el  otro,  hijo  de  la  protesta,  de  la  duda,  de 
la  .soberbia,  y,  por  tanto,  del  desasosiego,  de  la  nostalgia,  del  te- 
dio, de  la  desesperación. 

¡Qué  apología  del  dogma  católico  y  de  la  estética  en  él  fundada 
no  entraña  semejante  parangón ! 


EDAD    DE    ORO. 


107 


24.  Pero  volvamos  al  monumento  incomparable  que  Cervantes 
se  ha  levantado  en  su  Quijote;  y  considerémoslo  en  la  otra  de 
sus  figuras  principales  y  en  su  conjunto. 

Ahí  está  su  escudero ;  ahí,  ese  contraste  insuperable,  que  es  lo 
más  magistral  en  un  libro  donde  nada  hay  que  no  lo  sea :  desde 
los  caracteres  principales  hasta  los  más  subalternos;  desde  el  diá- 
logo que,  por  su  naturalidad  y  viveza,  es  una  maravilla  dramática 
estupenda,  hasta  aquel  lenguaje  inimitable;  hasta  los  defectillos  mis- 
mos: descuidos  y  olvidos  que  se  suelen  achacar  y  atribuir  a  la 
precipitación  con  que  escribía,  y  que  yo  atribuyo  a  la  altura  ar- 
tística desde  la  cual  miraba  su  obra.  —  Que  se  perdió ,  por 
ejemplo,  el  asno  y  a  vuelta  de  esquina  aparece  Sancho  cabalgando 
bonitamente  otra  vez  en  él.  —  «cQ^^^é  se  me  da  a  mí  de  eso.^ 
idice  Cervantes.  «Yo  necesito  que  parta  Sancho  luego.  Pues  que 
jsuba  en  su  rucio.»  ¡Qué  menudencias  de  buscar  y  hallar  al 
asno !  Muy  mal  haría  en  hacer  caso  de  bagatelas.  .  .  .  Fuera 
como  lo  de  la  correa  mal  hecha  en  la  sandalia  de  la  Minerva 
de  Fidias. 

25.  He  dicho  que  el  contraste  de  los  caracteres  constituye  el 
mayor  triunfo  artístico  del  Quijote. 

26.  ¿Prueba.^ 

Si  los  contrastes  son  —  como  no  pueden  menos  de  serlo  — 
una  de  las  fuentes  más  ricas  e  inagotables  de  la  belleza  artística, 
y  quién  sabe  si  la  primera  de  todas;  cual  lo  es  en  la  naturaleza, 
donde  el  mayor  de  los  contrastes,  el  del  día  y  de  la  noche,  de 
la  luz  y  de  las  tinieblas,  es  también  la  mayor  y  más  sublime  de 
sus  infinitas,  grandes  y  sublimes  hermosuras;  —  si  esto  es  así, 
-'dónde  hallar,  en  el  mundo  literario  ni  en  el  artístico,  un  con- 
traste tan  nuevo,  tan  natural,  tan  profundo,  tan  soberbio,  inex- 
haustamente rico  y  de  tan  gigantesca  extensión  como  el  de  los 
protagonistas  del  Quijote .^^  ¿QiJé  son,  a  su  lado,  los  más  intensos 
y  extensos  contrastes  shakesperianos  sino  pequeñísimos  y  fugaces ? 
í'Qué  es  una  pieza  escénica,  qué  la  más  vasta  trilogía  al  lado  de 
aquella  inmensa  comedia  cervantesca?  dQué  sino  una  miniatura  al 
lado  de  un  coloso.' 

27.  La  mayor  y  más  visible  de  las  bellezas  del  Quijote  es  la 
de  los  contrastes.  Pero  fuera  de  ésta  y  las  ya  citadas,  tiene  toda- 
vía otras  de  inapreciable  valor. 

¿O  no  será  inapreciable  ese  don  celestial  suyo  de  agradar  y  ale- 
grar.' ¡Qué  horas  y  cuántas  del  más  puro  e  íntimo  placer  hace 
pasar!    ¿Quién  ha  gozado  más  o   tanto,  leyendo  el  mejor,  el  más 


lüS  SEGUNDO    CICLO  :    SIGLOS    XVI    Y    XV[. 

divertido,  bello,  elevado  de  los  libros  como  leyéndole  a  el?  V 
;no  vendrá  del  cielo,  no  es  el  fin  de  nuestra  vida  el  regocijo  puro: 
;Xo  es  él  nuestro  perpetuo  anhclru? 

28.  íQué  libro  hay  en  el  mundo  que  regocije  como  el  Don 
Quijote  ? 

Ríese  con  el,  con  el  alma  entera,  el  niño;  ríese  el  joven ;  ríese 
el  anciano,  la  doncella,  la  matrona,  el  ignorante,  el  sabio,  el 
triste. 

La  causa  principal  de  este  gozo  es  siempre  la  misma:  ese 
donaire  único,  sublime  entre  lo  más  sublime  creado  por  el  ingenio 
del  hombre.  Idéntica  es  siempre  la  causa;  el  efecto,  en  cambio, 
enteramente  diverso.  Todos  ríen  leyéndole,  pero  todos  de  dis- 
tinta manera.  No  parece  sino  una  especie  de  maná  intelectual, 
purísimo,  diferente  de  los  demás  manjares  humanos.  A  cada  cual 
le  sabe  a  lo  que  quiere.  Le  sabe  todavía  cuando  casi  todo  otro 
libro  ha  dejado  de  saber.  Todos  los  otros,  dado  que  alguno  de 
ellos  no  canse  y  que  convide  a  releerle,  no  se  pueden  leer  en 
cualquiera  edad ,  estado  y  condición  de  la  vida  ni  releer  in- 
definidamente con  el  mismo,  y  mil  veces  menos,  con  mayor  placer. 

Solo  el  Quijote  se  lee  y  se  relee;  nunca  fatiga;  embelesa  siem- 
pre, cada  vez  más. 

29.  ;  Citas  antológicas? 

Único  cual  es  el  libro,  haré  con  él  también  una  excepción 
única:   la  de  no  copiar  nada  de  él,  en   la  Antología. 

;Por  qué? 

Huelga  la  respuesta:  necesitaría  para  ello  más  de  800  páginas; 
tendría  que  trascribirlo  íntegro;  renglón  por  renglón. 

30.  Obras  iguales  hay  muy  pocas;  en  lo  moderno,  ninguna; 
superior,   ninguna  en  ningún  tiempo. 

Puede  —  hasta  será  probable  —  que  la  Ilíada  primitiva,  ge- 
nuina,  fuera  superior.  La  tan  interpolada  que  ha  llegado  a  nos- 
otros, no  lo  es;  es  acaso  inferior.  No  tiene  la  perfecta  unidad  que 
el  Quijote.  No  pinta  al  hombre  entero  como  el  Quijote :  al  hombre 
ideal  y  al  hombre  real;  al  de  altísimos  vuelos,  al  de  bajísimos 
instintos;  al  de  espíritu,  al  de  carne. 

Ni  satisface  la  Ilíada,  como  el  Quijote,  aquella  ansia  y  ley  de 
nuestra  alma:  el  querer  siempre  gozar;  llorar  y  reir  a  la  vez  de 
entusiasmo  y  arrobamiento  intelectual. 

Inmortales  son  entrambas  obras;  y  tan  inmortales  que  comu- 
nican su  inmortalidad  a  sus  idiomas.  El  griego  no  perecerá,  por- 


TERCER    CICLO:    SIGLO    XVIII.     DECADENCIA.    NEOCLASICISMO.  I09 

que  no  puede  perecer  la  Ilíada;    ni    el    español    perecerá,    porque 
no  puede  perecer   el  Quijote. 

La  Ilíada  es  el  libro  de  los  sabios;  el  Quijote,  el  libro  de  todos. 
La  Ilíada,  el  libro  de  la  grande  y  eterna  Hélade;  el  Quijote,  el 
libro  del  mundo. 

§  7.   Novelistas  posteriores  a  Cervantes. 

1.  Débil,  flaquísimo,  sin  carácter,  sin  vida,  debe  el  Quijote  de  Avellaneda 
(de  Luis  de  Aliaga  O.  Pr.  ?)  la  supervivencia  únicamente  a  su  grande  original ; 
que  remeda  del   modo   más  lastimoso. 

2.  Inventiva,  caracteres  y  materiales  nada  malos  de  una  buena  no- 
vela ofrece  el  madrileño  Gonzalo  de  Céspedes  y  Manases  en  el 
Español  Gerardo  y  en  el  Soldado  Píndaro ;  mejor  éste  que  aquél. 

3.  En  buen  lenguaje  y  rasgos  de  interés  abunda  la  por  lo  demás 
monótona  novela  dialogada,  el  Donado  hablador,  del  médico  segoviano 
Jerónimo  de  Alcalá  (1563  — 1632). 

4.  Semblanzas  de  costumbres,  satírico-novelísticas,  nerviosas  de  estilo 
y  agudas  traza  Alonso  Jerónimo  de  Salas  Barbadillo  en  el  Curioso 
V  sabio  Alejatidro. 

5.  Sobresaliente  dramático,  de  más  ingenio  que  gusto,  Luis 
Vélez  da  Guevara  (1570 — 1644),  ujier  de  Felipe  IV,  sobresale 
todavía  más  en  la  novela  satírica,  el  Diablo  cejuela.  En  el  cual 
lleva  a  un  estudiante  y  le  asoma  a  todas  las  alcobas  a  presenciar 
la  infinita  maldad  y  necedad  humanas. 

Libro  de  los  más  originales,  vigoroso,  tan  breve  de  razones 
como  largo  de  sátira  y  chiste. 

Edic. :    1641  .  .  .;   Bibl.   de  aut.   esp.   t.   XLV. 


TERCER  CICLO.    DECADENCIA.    NEOCLASICISMO. 

(Siglo  XVIII.) 
CAPÍTULO  I. 

OBSERVACIONES  GENERALES. 
§  I.    Postración. 

1.  Asombrosa    había    sido    la    fecundidad  literaria  de  España; 
asombrosa  fué  su  repentina  esterilidad   de  más  de  setenta  años. 

Y  aun  después  de  ellos,  sólo  lentamente  se  empezó  a  recobrar 
íie  su  larguísima  postración. 

2.  ¿Las  causas  del  hecho .^ 


TERCER    CICLO:    SK^.LO    XVllI. 


;Se  impondría  el  genio  calderoniano  en  tales  términos  a  las 
inteligencias,  que,  medrosas  del  gigante,  callaran  y  se  acogieran  a 
la  sombra? 

V  ¿cómo  no  callaron  ni  se    acogieron    a   ella  ante  aquel  titán 
mucho    mayor,     mucho     más    inimitable    que    Calderón:     Lope? 
;Cómo,    no    sólo    nada    tímidas    delante  de    el,    sino,    muy  por  el, 
contrario,  más  valerosas  y  audaces  cantaban  y  dramatizaban  a  por- 
fía, sin  que  él  con   toda  su  grandeza  las  oprimiera,  las  eclipsara  ? 

3.  El  ingenio  es  una  fuerza  natural  e  irresistible   que  aspira  a  1 
la  publicidad  con  más  vehemencia    que    la  belleza,    que  la  planta; 
a  la  luz;    de  suerte  que  no  tiembla  a  veces   del  peligro  ni  de  la  j 
muerte;    cual    acontece    a   los    satíricos,  que  no  se  amedrentan    ni 
ante  los  tiranos  y  desafían  sus  furores. 

4.  Si  pues  la  musa  española  enmudeció  y  permaneció  muda, 
sería  sólo  porque  no  hallaba  ni  qué  cantar  ni  qué  decir. 

;Por  qué  no  hallaba? 

-•Quién  puede  saberlo  sino  Dios;  quien  parece  que  envía  e! 
talento  a  la  tierra,  como  a  ella  envía  la  hermosura,  cuando,  como 
y  donde  le  place?  Porque  suyos  son;  porque  es  bueno. 

5.  Déjese,  una  vez  por  todas,  aquella  gastada  y  absurda  teorí 
del  influjo  decisivo,  o  principalmente  causal,   de  la  política  en  la> 
letras. 

¿En  el  apogeo  de  Roma  florecieron  las  latinas? 

En  su  decadencia,  en  la  época  de  sus  más  sangrientas  pertur- 
baciones internas,  en  tiempo  del  despotismo,  entonces  florecieron. 

Las  inglesas  ¿cuándo  tuvieron  su  edad  de  oro?  ¿Tuviéronla  en 
el  siglo  XIX,  el  de  toda  la  grandeza  política  de  Inglaterra? 

¿Cuándo  rayaron  a  mayor  altura  las  alemanas?  ¿No  fué  cuando  I 
yacía  postrada  Alemania? 

Grecia  misma,  España  misma,  Italia,  bien  miradas,  en  vez  de 
confirmar  dicha  teoría,  la  desmienten. 

Puede   sin    duda    mucho    la    grandeza,    muchísimo    la    libertad  ;j 
mucho  los  mecenas.  Pero,  ni  todas  las  grandezas  y  libertades  jun- 
tas,   ni  todos  los    mecenas  juntos,    pueden,    no    diré    ya  crear,    ni 
criar  siquiera  un  .solo  genio,    un  solo  talento  ni  mediano;    y  si  se  j 
empeñan  en  criarle  y  formarle,  criarán,  no  un  genio  ni  un  talento, 
sino  un  pedante,  corruptor  de  las  letras. 

§  2.    Renacimiento. 
I .    Con  estas  reflexiones,   y  no   otras,    que  serían  menos  acer- 1 
tadas  y  más  desconsoladoras,    es  menester  atravesar  ese  gran  pá- 


DECADENCIA.    NEOCLASICISMO. 


ramo  de  la  literatura  nacional,  de  1681  a  1758,  o  sea,  desde  la 
muerte  de  Calderón  hasta  el   «Fray  Gerundio». 

Gran  páramo ;   donde  no  crece  planta  literaria  alguna. 

Que  no  lo  son  las  míseras  composiciones  de  Ignacio  de 
Luzán  (1702,  Zaragoza,  — 1754,  Madrid)  ni  las  insípidas  de  Fray- 
Jerónimo  de  Feijoó  (1701  — 1764). 

2.  A  mediados  del  siglo  xviil  resucita  lentamente  el  ingenio.  Este 
renacer  fué,  sin  género  de  duda,  impedido  por  el  predominio  del 
espíritu  francés  en  Europa  y,  particularmente,  en  España,  con  el 
advenimiento  de  los  Borbones  al  trono. 

El  estrecho  convencionalismo  literario  transpirenaico  empezó  a 
tenerse  por  la  expresión  de  la  naturaleza  y  del  buen  gusto.  Y, 
midiendo  con  tan  falsa,  tan  mala  y  tan  corta  medida  las  creaciones 
.gigantescas  de  la  literatura  patria,  y  en  primer  lugar,  de  la  escena, 
I  comenzaron  los  noveles  críticos  y  legisladores  del  parnaso  español 
la  mirar  como  toscas  y  bárbaras  las  grandiosas  y  deslumbradoras 
fábricas  del  genio  ibérico;  condenando  por  tosco  y  descomunal  lo 
¡grandioso,  que  eran  incapaces  de  comprender;  por  bárbaro  e  insó- 
lito, lo  deslumbrador,  que  no  soportaba  la  enfermiza  y  creciente 
debilidad  de  sus  ojos. 

3.  Tal  pensaban  y  tal  legislaban  con  perfecta  candidez  y  gra- 
vedad aquellos  pigmeos  —  entre  ellos  los  Moratín,  el  hijo  sobre 
todo;  y  hasta  el  juicioso  Jovellanos —  que  se  imaginaban  reforma- 
dores de  la  literatura  nacional;  para  quienes  Lope  y  los  otros 
genios  no  existían  ni  habían  existido;  para  quienes  Calderón  era 
un  coplero;  todos,  unos  bufones;  y  el  genio  grande,  el  predilecto 
de  Talía,   el  primer  cómico  del  mundo :  Moliere. 

Sigamos  en  sus  hombres  y  fases  más  salientes  el  nuevo  mo- 
vimiento. 

CAPÍTULO  II. 

NOVELA.   ENSAYO. 
§  I.   José  Francisco  de  Isla. 

(1703,   Vallavidanes, — ijSi,   Bolonia.) 

I.  Extraño  a  esta  reacción  (pues  su  claro  juicio  y  criterio  literario 
lo  repugnaban),  permaneció  el  jesuíta  José  Francisco  de  Isla,  de 
inocentes  costumbres,  acrisolada  virtud,  ameno  trato,  a  quien  sor- 
prendió dolorosísimamente  la  supresión  de  la  orden ;  que  enfermo 


n 


112  TERCER    CICI.O  :    SIOT.O    XVIII. 

como  estaba,  quiso  compartir  con  sus  hermanos  las  penalidades  )• 
estrecheces  del  destierro  y  que  murió  en  Bolonia  ^ 

2.  Campeón  del  buen  gusto,  salió  denodado  a  su  defensa  en 
su  Famoso  Prcdicadof  Fray  Genindio  de  Campazas,  ridiculizando  , 
y    zahiriendo    implacablemente    el    gongórismo    del    pulpito,    hasta 
acabar   con    el ;    y  zahiriéndose  en  cierto  modo  a  sí  mismo ;    por- 
que sus  sermones  son  también  bastante  gongorinos. 

3.  Novela  de  mucho  ingenio,  harta  sal,  buen  estilo,  Ínteres 
vivo  en  muchos  capítulos,  fatiga,  sin  embargo,  por  ser  asaz  larga 
y  sembrada  de  muy  largas  y  tal  vez  muy  impertinentes  e  indige- 
ribles disertaciones. 

Además    tiene    el    gravísimo    defecto    de    quedar    enteramente  i 
inconclusa,  un  verdadero  torso;   pues- —  fuera  de  ser  el  ñn  un  re- 
curso gastado   y    bien    pobre    —    termina    cuando    Fray  Gerundio 
apenas  empieza  su  carrera  oratoria. 

La  conclusión  natural  y    lógica    habría    sido    una  de  estas  dos 
(menos  feliz  la  primera  que  la  segunda):    o  el  predicador  se  con 
vierte  a  la  razón  y  buen  gusto,  o  muere  impenitente. 

Todo  lo  cual  no  quita  que  la  obra  sea  muy  notable,  niuj- 
nueva,  muy  digna  de  leerse  y  no  poco  gustosa. 

4.  Erizadas    de  sátira  ingeniosa    también    están  sus   Cartas   de\ 
y¡ia)i  de  la  Encina  y  el  Dia  grande  de  Navarra.  j 

5.  Belleza   y  sentimiento  no  poco  muestra  su  correspondencia! 
familiar;   primeramente,   la  que  tiene  con  su  hermana. 

Cual,   princ. :  ingenio,  sátira. 

Def.  princ. :  extensión  e  inconcliisión  del  Fray  Gerundio. 

Edic:  Fray  Gerundio,  Madrid  1758;  Leipzig  1885;  Bibl.  de  aul.  csp.  t.  XV 
(Obras). 

i^  2.   Gaspar  Melchor  de  Jovellanos. 

(1744,    Clijón,   — 1 81  I,   Vega;   grab.    17.) 

I.  Más  fácil,  más  elegante,  más  clásico  que  Isla,  resucítala  prosa 
castellana  de  los  mejores  tiempos  el  ilustre  procer  astur  Gaspar 
Melchor  de  Jovellanos  —  Jove-Llanos  — ,  alternativamente  alto 
magistrado,  y  honra  de  la  magistratura;  ministro  benemérito  de  la 
patria  y  del  bienestar  del  pueblo,  levantando  con  poderoso  im- 
pulso la  agricultura  y  la   industria;    perseguido  más  tarde  injusta- 


*  Allí  aguardan  sus  cenizas  a  que  España  agradecida   las  repatríe  ;   como  noble 
«nente  lo  ha  hecho  con  las  de  Mclcndez  Valdés  y  Leandro  Moratín. 


DECADENCIA.    NEOCLASICISMO. 


H3 


mente  e  injustamente  preso  (1802  — 1808),  en  el  Castillo  de  Bellver, 
de  Mallorca. 

Amigo  abnegado  y  generoso,  protector  decidido  de  los  ta- 
lentos, inaccesible  a  la  envidia,  a  ninguna  pasión  baja  ni  a  nada 
bajo;  todo  corría  bellamente  parejas  en  él:  corazón,  alma,  inteli- 
gencia, hasta  figura.  Gran  carácter,  grande  estadista,  y  grande  es- 
critor, elocuente  como  pocos,  del  más  atildado  neoaticismo  de 
estilo  y  habla,  uno  de  los  mejores  modelos  de  la  prosa  moderna 
genuinamente  castellana. 

2.  Modelo  es  su  Memoria 
del  castillo  de  Bellver :  mo- 
delo su  obra  capital,  el  lu- 
minoso y  elocuente  Informe 
sobre  la  ley  agraria;  mo- 
delos sus  discursos  (el  Elogio 
de  las  bellas  artes;  el  de 
Carlos  III,  por  ejemplo); 
modelos,  sus  cartas  fami- 
liares (v.  '^.,  las  Romerías 
de  Asturias) ;  idílica  su  epís- 
tola a  Batilo  (MeléndezVal- 
dés);  sentida  su  elegía  a 
Anfriso ;  grave  y  punzante 
su  primera  sátira  a  Ar- 
nesto ;  cáustica  su  segunda 
al  mismo ;  —  muy  mediocre, 
en  cambio,  su  comedia  El 
honrado  delinaiente ,  enfá- 
tica y  falta  de  nervio. 

N«         ,  .  <..t:uu.    17.    i.ia^iiar  iMeiciior  de  Joveiiaoos. 

o    bastan    ciertamente 

sus  cortos  trabajos  poéticos  para  apellidarle  poeta;  mas  para 
llamarle  uno  de  los  grandes  prosadores  modernos,  sobran  sus  in- 
numerables obras  en  prosa,  a  cual  más  elegantes  y  de  una  ri- 
queza y  gracia  en  el  decir  que  se  extiende  hasta  a  lo  más  acce- 
sorio, a  las  notas  mismas. 

Cual,  princ. :  elegancia,  elocuencia. 

Edic:    1811,    7   t.,  Madrid    1830.  .  .;   Bibl.   de  aut.   esj).   t.   XI. VI   y    I.. 


JüNEMANN,  Lit.  y  Ant.  es^ 


114  TERCER    CICLO:    SIGLO    XVIII. 

CAPÍTULO  III. 
LÍRICA. 

¿>  I.    Los  Moratín. 

1.  Introducido  el  clasicismo  francés  en  España  por  Luzán,  fueron, 
más  en  la  teoría  que  en  la  práctica,  sus  abanderados,  aunque  afor- 
tunadamente sólo  en  el  teatro,  los  Moratines:  Nicolás  Fernández, 
el  padre  (1737 — 1780),  y  Leandro  Fernández  (grab.  18),  el  hijo 
(1760—1828). 

2.  Nicolás  F.  de  Moratín,  abogado,  profesor  de  retórica,  supo,  a 
despecho  de  su  empleo  en  la  corte,  guardar  su  independencia  y 
natural  hidalguía. 

3.  Nada   vale   su    come- 
dia (Fetimetra),  pero  hállanse 
acentos   épicos   en    el   canto 
a   ¡as   JVaz'es   de    Cortés   des- 
truidas;  acentos  épico-román 
ticos    en  la  magistral  balada 
Fiesta    de   toros   en   Madrid  :\ 
acentos    no  altos  ni    hondos, 
pero    de    cierto    sentimiento 
y     de     gracioso    abandono; 
particularmente    en    lo    que, 
mejor  manejaba :  la  anacreón- 1 
tica. 

Cual,  princ. :  grada. 
Def.  princ:  poca  poesía. 
Edic. :      Libl.     de  aut.     esp. 
i.   II 

4.  Leandro  F.  de  Mora- 
tín. —  Perseguido  por  parti- 
dario de  los  franceses  usurpa- 
dores ;  muerto  en  París,  en  el  ■ 
destierro;  poeta  neciamente 
endiosado  por  GómezHermo-l 
silla ;  fué  Moratín  joyero  poeta  | 

y  —  la  asociación  de  ideas  se  impone  —  poeta  joyero,  fabricante 
de  lindos  y  acabados  versos;  miniaturas  muy  pulcras  y  a  veces  de 
cuanto  arte  cabe  en  la  miniatura;  pero  siempre  del  arte  menudo, 
que  no  sube  a  las  regiones  de  la  fantasía,  que  no  baja  a  laá  pro- 
fundidades del  corazón ;  que,  en  suma,  no  es  verdadero  arte  ni  poesía 
verdadera. 

Con  'jenti miento  afectado  declama  en  los  Padres  del  limbo,  en  Sombra 
de  Nelson,  etc.  Desentona  de  ordinario  en  la  lírica,  mas  haljia  suelta  y 


I 


Gíalj.   10.    Lcatidro  Fernández  de  Moratín. 


DECADENCIA.      NEOCLASICISMO.  II5 

chistosamente   en  la  sátira,    la  epístola,   el  romance,  donde  muestra  ta- 
lento cómico. 

5.  No  lo  muestra  en  la  comedia  ;  ni  en  El  si  de  ¡as  niñas,  pieza  en  que  todo 
es  flojo:  floja  la  fábula,  flojo  el  interés,  flojo  el  estilo  y  el  lenguaje;  una  flojedad 
sin  igual,  una  comedia  cursi.  Sus  numerosas  representaciones  en  aquella  época,  si  algo 
prueban,  es  el  gusto  enteramente  depravado,  o  más  bien  perdido,  de  un  público  y 
de  unos  autores  que,  teniendo  en  casa  la  mayor  abundancia  del  más  sabroso  pan 
dramático,  iban  a  mendigar  en  F'rancia  unos  mendrugos  y  migajas  que  en  el  siglo 
de  oro  no  comieran  regalados  en   España  ni   los  mendigos  más   hambrientos. 

Cual,  princ. :  forma. 

Def.   princ. :   carencia  de  poesia. 

Edic. :   Madrid    1830  .  .  .;  París    1882;    Liibl.   de   aut.   csp.   t.    II. 

§  2.   Juan  Meléndez  Valdés. 

(1754,  Ribera  del   Fresno,   — 1817,   Montpeller;   grab.    19.) 

1.  Xo    eran     bastantes    los    Moratín     a     levantar    la    abatida 
j  poesía  ni  menos  a  traspasar  con  su  fama  las  fronteras  de  la  patria. 

Otra  fuerza  poética,  nativamente  poética,    otro  empuje  de  inspira- 
ción eran  menester  para  ello. 

Entrambas  cosas  las  tuvo  el  primer  poeta  del  mundo  románico 
durante  el    siglo  XVlii,  Juan  Meléndez  Valdés. 

2.  Desde  temprano  mostró  muy  felices  disposiciones  para  el 
estudio  y  la  poesía.  Fué  su  maestro  Cadalso,  y  notoria  su  aplica- 
ción a  las  letras  y  ciencias. 

Ya  en  1780,  en  un  certamen  poético  de  la  Real  Academia, 
venció,  con  su  égloga  Batilo,  a  Iriarte,  quien,  en  su  despecho,  fué 
su  primer  detractor  literario;  preludiando  a  Hermosilla,  que,  no 
obstante  lo  pedantesco  y  ridículo  de  su  crítica,  ha  perjudicado 
sobre  manera  a  la  justísima  fama  de  Meléndez. 

En  1 78 1  fué  profesor  en  Salamanca.  Desde  entonces  ligóle  es- 
trecha amistad  personal  y  literaria  con  Jovellanos. 

En  1784  venció  en  otra  justa  con  sus  Bodas  de  CamacJio, 
drama  pastoril  de  buenos  cuadros  idílicos,  pero  dramáticamente 
malo,  escénicamente  un  fracaso. 

De  epigramas  acribilláronle  por  ello  sus  émulos. 

El,  en  respuesta,  publicó  el  primer  tomo  de  sus  poesías;  con 
el  que  los  acalló,  señoreando  a  la  opinión  piiblica  y  dilatando  por 
Europa  su  nombre. 

Fué  un  gran  acontecimiento  la  publicación. 

Mas  por  su  desgracia,  aunque  para  bien  de  la  magistratura, 
ingresó  en  la  Audiencia  de  Zaragoza. 

8* 


Il6  TERCER    CICLO:    SIGLO    XVIU. 

Su  elevado  carácter,  su  integridad  y  vasta  ilustración  legal,  la 
brillantez  y  facundia  de  su  pluma  jurídica,  grave,  elocuente,  cice- 
roniana, dejaron  por  cierto  huellas  profundas  en  la  carrera. 

En  esto  sobrevinieron  las  guerras  napoleónicas,  y  las  convulsiones 
civiles,  para  las  cuales  no  había  nacido  ni  el  poeta  ni  el  juris- 
consulto. 

Por  un  momento,  sonrióle  todavía  la  fortuna,  cuando  Jovellanos 
fué  llamado  al  ministerio.  Derribáronle  pronto  las  intrigas  de  la 
corte,  y  con  él  cayó  Meléndez ;  procesósele  luego  inicuamente  y 
despojósele  de  la  fiscalía  y  de  su  renta. 

Para  felicidad  de  las  letras,  fuéle  ésta  restituida  íntegra  en 
1812;  y  se  le  permitió  establecerse  donde  quisiese.  Retiróse  a 
Salamanca;  donde  permaneció  seis  años,  empleados  en  el  cultivo 
de  la  poesía. 

Luego  vino  sobre  él  una  nueva  tormenta,  la  más  recia  de  su 
vida :  cediendo  a  los  deseos  de  Napoleón,  fué  presidente  de  la 
junta  de  instrucción  pública  durante  la  invasión  francesa.  Después 
de  ella,  cogióle  la  chusma  y  llegó  a  tenerle  ya  atado  para  fusilarle. 

Tristemente  murió  en  el  destierro,  en  P'rancia.  Tarde  se  le 
hizo  justicia:  en   1900   repatrió   la  nación  sus  cenizas  a  Madrid. 

3.  Su  gloria,  empañada  por  tantas  nubes  y  nublados,  empieza 
a  desanublarse,  e  irradiará  más  de  día  en  día. 

A  la  verdad:  para  lírico,  para  gran  lírico  nada  le  falta;  antes 
sóbrale  casi  todo  lo  que,  para  serlo  grande,  es  menester:  fortí- 
sima  fantasía,  más  grácil,  dúctil,  móvil,  que  alta  y  reposada ;  vivo, 
vivísimo  sentimiento  de  la  naturaleza;  fuente  única  y  perenne  de 
toda  poesía  y  mucho  más  que  de  las  otras,  de  la  lírica.  La  cual 
es  esencialmente  subjetiva,  psíquica,  y  por  eso  misteriosa,  impal- 
pable, intraducibie,  tan  rica  en  movimiento,  en  toda  suerte  de 
accidentes,  en  sempiterno  vaivén  como  el  mar;  y  tan  rica  en 
afectos  como  pobre  en  palabras  para  expresarlos. 

Necesita,  sobre  todo,  la  lírica  de  un  corazón  sensible,  delica- 
dísimo, que  sienta  con  intensidad;  y  necesita  de  una  inteligencia 
bastante  rápida  para  dar  forma  al  sentimiento  antes  que  decaiga  o 
se  enfríe;   darle  forma  en  el  {)unto  de  su  mayor  fuerza. 

En  faltando  cualquiera  de  estos  requisitos,  no  habrá  lirismo; 
habrá  a  lo  sumo,  como  suele  haberla,  más  o  menos  hermosa  de- 
clamación ,  que  alguna  vez  podrá  ser  cierta  elocuencia ;  jamás, 
poesía. 

Lo  diré  sin  reticencias:  Meléndez  también  declama.  Declama  en 
sus  elegías;   declama  mucho  e  ineptamente  en  la  Oda  a  las  artes; 


DECADENCIA.    NEOCLASICISMO. 


117 


declama,    de   cuando   en    cuando,    en  otros  parajes.    Pero  sólo  de 
cuando  en  cuando;  que,  de  ordinario  y  casi  siempre,  canta. 

4.  Canta  afinadísimo:  A  una  fuente ;  A  un  ruiseñor;  De  unas 
palomas;  De  mis  niñeces;  Mis  ilusiones;  Las  penas;  en  la  Oda 
sexta:  A  Filis;  Regalando,  etc.;  A  Filis  recién  casada;  El  co- 
lorÍ7i;  La  vuelta  del  colorín;  La  kertnosura ;  A  las  musas;  El 
zagal  del  Formes;  Que  la  felicidad,  etc.;  La  noche  de  invierno; 
A  las  estrellas  (desde   «Decid,  globos»);   El  hojnbre. 

Primorosamente  canta 
en  El  canto  de  la  alondra  : 
La  corderita :  La  lluvia  : 
El  convite ;  La  mañana  : 
Los  aradores;  Al  céfiro; 
Durmiendo,  etc. ;  Las  flo- 
res; Que  no  son  flaqueza, 
etc. ;  A  Jovellanos ;  A  un 
ministro;  El  filósofo ;  A 
Don  AntoJiio   Favira. 

Sonesadmirablesarran- 
ca  a  su  lira  en :  De  Do- 
rila;  El  céfiro;  El  jil- 
guero ;  La  incertidumbre ; 
Los  segadores;  La  vuelta 
al  campo;   El  mediodía. 

5.  Dondequiera  suenan 
en  Meléndez  notas  líricas ; 
alguna  hasta  en  sus  peores 
cantos.  Dondequiera  habla 
el  corazón ;  mira  el  poeta 
con  ojo  claro  y  esplendente 
las  hermosuras  mágicas  de  la  naturaleza;  compenétranse  íntima, 
gratísimamente  ambos  sentimientos:  el  del  alma,  el  de  la  natura- 
leza; y,  compenetrándose,  resultan  esas  armonías  embelesadoras 
de  la  verdadera  lírica:  ora  como  de  arpa  cólica,  indecisas,  vaga- 
rosas, gemidoras;  ya  claras,  vibrantes,  como  de  lira;  ya  profundas, 
melancólicas,  cual  de  cítara;  pero  siempre  viniendo  rectas  del  co- 
razón; y  yendo  rectas  al  alma;  siempre,  ora  leve,  ora  grave,  ya 
risueña  o  tristemente  conmovedoras. 

Supera  en  gracia  Meléndez  a  Anacreonte;  y  gran  bucólico  y 
lírico,  el  mayor  del  mundo  latino,  tañe,  entre  los  grandes  tañe- 
dores, su  cítara  de  oro  con  afecto  y  melodía  arrebatadora. 


Grab.    ig.   Juan   Meléndez  Valdés. 


I 


ii8  CUARTO  CICLO :  sun.o  xix. 

Cual,   princ. :  ¿gracia;  setitimiento. 

Def.  princ. :  dec/ainacnm  (en  parte  de  sus  poesías). 

Edic. :  4  t.,   Madrid   1824  .  .  .;   31.,  Valencia   1897;  Kibl.  de  aut.  csp.  t.  I.XllI 

§  3.    Ramón  de  la  Cruz. 

(1731,   Madrid,   — 1795-) 

Contrastan  fuertemente  con  la  poesía  de  Meléndez,  y,  como  caricaturando, 
señalan  la  mayor  decadencia  del  teatro  clásico,  los  chabacanos  y,  ética  y  estética- 
mente, groseros  sainetes  de  Ramón  de  la  Cruz,  un  Zola  escénico,  un  fotógrafo  de 
la  canalla. 

§  4.    Tomás  de  Iriarte. 

(1750,  Orotava,   — 1791,  San  Lucas  de  Barrameda.) 
Erudito,    no    poeta,    a    pesar    de    sus    muchos    versos,    ganóse 
renombre  duradero   creando  un  género  nuevo :    la  fábula  literaria. 
La  que  manejó  muy  bien :  sobria,  intencionada,  agudamente. 

Edic;   6   t,   Madrid    1787  .  .     ;   Bibl.   de  aut.   esp.   t.   LXIII. 

§  5.    Cienfuegos.  Huerta. 

Pedantea    el    afrancesado    lírico    Nicasio     Álvarez    de     Cienfuegos    (1764    ^ 
1809)  ;   y,   aunque  de   ingenio,   no  poetiza  el  jurado  enemigo  de  la  escuela  francés, 
Vicente  García  de  la  Huerta  (1729 — 1797). 


CUARTO  CICLO. 
REFLORECIMIENTO.    SEGUNDO   SIGLO   DE  ORO. 

(Siglo   XIX.) 
CAPÍTULO  I. 

OBSERVACIONES  GENERALES. 

I.  Menos  que  cometa:  estrella  filante,  fué  la  gloria  de  la  revo- 
lución francesa  y  del  imperio  napoleónico.  Cayó  ruidosamente,  y 
con  ella  la  influencia  perniciosa  de  las  letras  francesas  en  la  Pen- 
ínsula y  el  mundo. 

Las  ibéricas  continuaron  creciendo,  pero  siempre  con  lentitud,! 
con  planta  incierta;  no  a  su  propio  impulso,  que  hubiera  bastado, 
ni  sostenidas  por  mano  amiga,  pronta  y  ansiosa  de  socorrerlas,  sus- 
tentarlas, levantarlas,  restituirlas  a  su  antiguo  soberbio  hogar,  a  su 
antiguo  soberbio  trono.  No  así  quisieron  renacer;  antes  apoyadas  en 
manos  extranjeras,  que  llamaron  en  su  ayuda;  en  mano  inglesa:  la- 
de  Byron,  fría,  débil,  nervio-sa,  rígida;  en  mano  francesa,  raquí-| 
tica,  afeminada;   en   mano  alemana,   caprichosa,   violenta. 


reflorecimiento:  segundo  siglo  de  oro.  119 

2.  Perniciosísima  ha  sido,  en  efecto,  la  influencia  de  las  li  tera- 
turas  inglesa  y  alemana  en  España ;  pero  sobre  todo  la  del  poeta 
del  pesimismo,  Byron ;  influencia  que  alcanza  desde  Larra  hasta 
Núñez  de  Arce. 

Pues  el  mal  humor  connatural  a  la  raza  anglosajona  pugna 
con  todas  las  inclinaciones  y  el  instinto  mismo  de  la  española, 
cuyo  fondo  es  la  serena  alegría:  un  ánimo  siempre  jovial  y  rego- 
cijado. 

3.  Por  donde,  si  la  declamación  patética,  despechada,  descreída, 
hastía  por  lo  violenta,  continua,  pedantesca,  en  los  extranjeros,  con 
ser  en  ellos  poco  menos  que  segunda  naturaleza;  -qué  será  en  el 
español,  donde  lucha  con  todo  su  natural.' 

4.  Por  esto  la  atmósfera  que  reina  en  esa  generación  literaria 
exótica:  en  Larra,  Espronceda,  Bécquer,  Núñez  de  Arce,  Campoamor, 
carga  y  rechaza,   de  pesada,  irrespirable,  asfixiadora. 

5.  Tanto  más  cuanto  que  a  fuerza  de  declamar  con  voz  cavernosa, 
sentimental,  henchida  de  ayes,  llegan  ellos  mismos,  por  fin,  tal 
cual  vez,  a  impresionarse  superficialmente  de  puro  sacudidos  y 
aturdidos  por  sus  propias  quejumbres. 

6.  Y  tanto  más  funestos  son  estos  llorones  del  lirismo  cuanto 
aquella  final  y  pasajera  conmoción,  mucho  más  desagradable  que 
agradable,  paréceles  a  los  novicios,  a  los  inexpertos  e  incautos  ver- 
dadera pasión,  calor,  sentimiento  y  por  tanto  lírica  genuina,  digna 
de  imitarse.  Y,  por  lo  mismo  que  es  facilísima  de  imitar,  remé- 
danla,  de  todas  suertes  y  en  todos  tonos,  estos  papagayos  del 
lirismo,  apostrofando,  gimoteando,  clamoreando. 

Esto  cuanto  a  los  secuaces  de  Byron,  a  la  escuela  patético- 
declamatoria. 

7.  Que  aun  peores  servicios  ha  prestado  a  la  literatura  patria  la 
otra  escuela,  fantástico-declamatoria  de  Quintana.  Bien  que  su  in- 
flujo, como  proveniente  de  menor  poeta  y  menor  poesía,  ha  pre- 
valecido mucho  menos. 

8.  Tal  ha  sido,  desde  Meléndez  hasta  el  día  de  hoy,  la  suerte 
de  la  lírica. 

La  dramática  recuperó,  aunque  por  desgracia  sólo  efímera- 
mente su  antiguo  esplendor,  con  Tamayo  y  López  de  Ayala,  para 
decaer  de  nuevo  y  seguir  torturada  por  Echegaray. 

9.  La  novela  tomó,  con  Fernán  Caballero,  definitivamente  di- 
verso rumbo,  refloreció,  y  a  despecho  de  tanto  aire  y  cierzo  mal- 
sanos prosigue  floreciendo. 


líO  CIAR  I  o    ciclo:    siglo    XIX. 

I  o.  Considerada  generalmente  esta  cuarta  edad  de  las  letras 
hispánicas,  se  ha  de  llamarla,  sin  vacilar,  la  segunda  de  oro.  No 
de  tanto  ni  de  tan  fino,  a  la  verdad,  como  la  primera;  pero  de 
mucho,  sin  embargo,  y  de  muy  buena  ley. 

De  mucho ,  porque  son  muchos  los  poetas,  muchos  los  pro- 
sadores de  esta  época,  y  muchos  los  géneros  que  cultivan, 
con  muy  buen  suceso.  Cultivan  cuantos  cultivaron  los  antiguos 
clásicos  de  España,  y  aun  alguno  más,  que  aquéllos  o  no  cono- 
cieron o  no  trataron  con  superioridad,  como  la  historia,  como  la 
crítica,  como  el  ensayo. 

Oro  de  excelente  ley  también  el  de  esta  última  edad ;  no  obs- 
tante la  muchísima  escoria  de  la  escuela  extranjera. 

Rico  oro,  ingenios  de  oro:  ¿O  no  merecerán  ser  así  llamados 
un  Meléndez,  un  Zorrilla;  un  Ayala,  Tamayo,  Fernán,  Pereda, 
Trueba,   y  otros? 

Sobrado  lo  merecen;  que  oro  mejor  no  le  hay  ni  le  hubo  en 
la  redondez  de  la  tierra. 

CAPÍTULO  II. 

PUBTJCISMO. 
§  I.   Mariano  José  de  Larra. 

(1809,   Madrid,  —1837,   ibid.) 

1.  Empieza  la  mala  simiente  de  la  incredulidad  a  dar  su  fruto  en 
el  suelo  literario  de  España. 

Encabeza  el  por  fortuna  no  muy  numeroso  ni  lucido  grupo  un 
desventurado  libertino  y  suicida:  Mariano  José  de  Larra,  el  primer 
español  descastado,  reñido  con  Dios  y  con  los  hombres,  con  la  patria 
y  consigo  mismo;  el  primer  español  que,  con  tener  vivo  y  penetrante 
ingenio  satírico,  no  sabe  ya  reírse,  sino  hacer  muecas  sardónicas  y  con- 
torsiones, que  ahora  lastiman,  ahora  ofenden,  ya  excitan  risa  ahogada, 
abortada,  nunca  íntima,  cordial,  franca,  nacida  del  alma  y  que  se  des- 
ahoga en  las  sonoras  carcajadas  que  produce  la  sátira  clásica,  nativa- 
mente española. 

2.  En  una  serie  de  artículos  periodísticos  publicados  con  el  seudó- 
nimo de  <  Fígaro»  —  su  único  bagaje  literario  de  monta  —  hace  armas 
contra  la  propia  patria:  de  la  cual  se  mofa,  a  la  cual  zahiere,  no  por 
corregirla,  mejorarla,  ni  siquiera  por  darse  a  sí  mismo  el  placer  de  reir, 
sino  únicamente  por  odio,  por  odio  mortal;  que  de  todo  se  olvida, 
hasta  del  decoro. 

Edic. :  3  t.,   Madrid   1837  ..  .;  Barcelona   1844. 


! 


reflorecimiento:    segundo    siglo    de    oro.  121 

§  2.    Manuel  José  Quintana. 

(1772,   Madrid, — 1859,   ibidj 

1.  Discípulo  y  amigo  de  Meléndez  Valdés  fué  Manuel  José  Quin- 
tana. Quien,  después  de  haber  sido  desterrado  político  como  él,  gozó 
de  los  más  singulares  favores  de  la  fortuna  en  la  postrer  época  de  su 
vida.  Pues  la  reina  Isabel  II,  cuyo  maestro  había  sido,  hízole  coronar 
como  poeta  (1855). 

2.  Esta  coronación  distaba,  por  cierto,  inmensamente  de  merecerla  un  lírico  de 
pura  forma  como  él ;  que  labra  rotundos,  sonoros  y  relumbrantes  versos  y  declama 
con  arte,  con  alta  y  a  veces  soberbia  entonación;  haciendo  tan  inauditos  esfuerzos 
por  conmoverse  y  conmover,  que  muchos  le  creen  inspirado,  y  él  mismo  suele  con- 
moverse ligeramente. 

3.  Más  que  entre  los  poetas  ha  de  contársele  entre  los  prosistas; 
particularmente  por  sus  cartas  políticas  a  Lord  Holland  y  por  muchos 
de  sus  estudios  crítico-literarios;  donde,  entre  bastantes  inexactitudes  y 
juicios  erróneos,  corren  muchas  páginas  muy  bien  y  sentidamente  tra- 
zadas. Ue  su  sobria,  sobrísima,  y  elegante  prosa  desdice  mucho  la  afec- 
tación de  su  verso. 

Cual. :  elegancia  de  la  prosa. 
Def :  afectación  de  la  poesía. 
Edic. :   3   t.,    1897,  Madrid. 

CAPÍTULO  III. 

NOVELA. 
§  I.    Fernán  Caballero. 

(1796 — 1877,   Sevilla;   grab.   20.) 

1.  No  se  puede  dar  mayor  contraste  que  el  que  hay  entre  Larra 
y  Fernán  Caballero  (Cecilia  Boehl  de  Faber),  la  creadora  de  la 
novela  realística  de  costumbres,  la  gran  noveladora  española  y  la 
más  grande  del  mundo. 

De  profunda  fe,  católica  hasta  la  tela  última  del  corazón,  vir- 
tuosa, caritativa;  modesta,  sencilla,  a  pesar  de  su  alcurnia  y  sin- 
gular belleza;  alma  benevolentísima,  alto  espíritu,  escritora  de  la 
mejor  raza :  atinó  a  dibujarse,  reflejarse  en  el  limpidísimo  cristal 
de  sus  muchas  novelas,  a  vaciar  en  ellas  su  carácter  entero,  las 
luces  de  su    entendimiento,    los  abundosos  tesoros  de  su  corazón. 

2.  Y  tanto  los  derrama,  tan  sinceramente,  tan  a  manos  llenas, 
que  esto  mismo,  al  par  que  constituye  una  riqueza  y  un  fuerte 
atractivo  de  sus  libros;  constituye,  artísticamente,  su  único  lunar; 
que  son  las  frecuentes  y  prolongadas  digresiones:  aquellos  dis- 
cursos morales,    que  interrumpen    la    narración ;    que    a    lo    menos 


122  CrARTO    CICLO:    SICLO    XIX. 

deberían  ponerse  en  boca  de  los  héroes,  pues  así  no  interrum- 
pieran tanto;  que  bien  podrían  entresacarse,  con  ganancia  y  sin 
el  más  mínimo  perjuicio  para  el  hilo  narrativo,  y  formarse  con 
ellas  un  libro  bello  y  provechoso;  que  por  sí  solo  sustentaría  la 
fama  de  cualquier  buen  pendolista,  acreditándole  de  excelente  pen- 
sador. 

3.  Andaluza,  enamorada,  no  sin  razón,  perdidamente  del  sol  de 
esa  tierra  y  de  su  ardoroso  reflejo  en  el  alma  de  sus  moradores, 
no  se  cansa  de  pintar  novelísticamente  entrambos;  y  con  ser  algo 
prolija,  no  cansa  al  lector. 

4.  De  sol,  en  verdad,  y  de  luz  teje  sus  libros,  c  hínchelos  de 
colores  vividos  y  de  la  fragancia  de  los  azahares  y  de  las  infinitas 
flores  que  esmaltan  y  abruman  los  huertos  y  cármenes  de  aquella 
privilegiada  comarca.  Satúralos  del  riente  humor  y  de  la  inimi- 
table gracia  andaluces. 

Así  como,  ni  entre  todos  los  mimos  del  cariño  y  los  esplen- 
dores del  opulento  hogar  hamburgués  de  su  abuela,  pudo  en  la 
infancia  hacerse  a  las  frías  brumas  del  septentrión;  así  tampoco 
gusta  de  ellas  en  sus  obras.  Aunque  también  sábelas  sentir  y  sá- 
belas estampar,  cuando  quiere,  pero  sin  amarlas. 

Sabe  asimismo  sentir  y  estampar  nubes  y  tempestades:  las 
nubes  y  tempestades  que  obscurecieron  el  año  (18 16 — 18 17)  que 
duró  su  primer  enlace;  el  cual  le  hizo  contraer  su  madre  irre 
flexiva. 

Penas  crueles,  que  describe  en  su  famosa  novela  autobiográfica, 
Clemencia. 

Pero  española  y  andaluza  de  pura  sangre  y  alma  pura,  álzase 
siempre  al  través  de  tales  nieblas  y  brumas  hasta  muy  encima 
de  ellas  y  lánzase  recta  al  sol,  donde  se  cierne  tranquila,  serena, 
y  desde  donde,  transfigurado  ya  el  dolor  y  centelleando  las  lá- 
grimas a  sus  rayos,  contempla  lastimada  pero  sonriente  las  pe- 
queneces, miserias  y  congojas  de  la  vida. 

Poetizar  la  realidad  sin  alterarla»,  éste  es  su  lema.  Fiel  a  él, 
retrata  en  fotografías,  muy  artísticas  y  afiligranadas,  la  realidad, 
todo  género  de  realidades,  pequeñas  y  grandes,  vulgares  y  aristo- 
cráticas, psíquicas  y  físicas  de  su  querida  tierra. 

Traslada  con  pasmosa  verdad,  con  naturalidad  pasmosa  y  con 
gracia,  vida  y  característica  no  menos  pasmosas. 

5.  Dotes  que  no  hay  novela  suya  que  no  las  ostente;  a  partir  de 
La  Gaviota,  sus  primicias  (1849),  hasta  las  más  celebradas,  más 
dignas  de  celebrarse  por  su  profunda  psicológica,  su  delicado  arte: 


REFLORECIMIENTO:    SEGUNDO    SIGLO    DE    ORO.  I23 

Elia,  Lágrimas,  hasta  La  familia  de  Alvar eda;  hasta  las  nove- 
litas  Una  €71  otra  y  Con  el  mal  y  con  el  bien  a  los  tuyos  te  ten, 
tan  poco  aplaudidas,  tan  finas,  sin  embargo;  hasta  sus  cuentos  y 
cuadros  de  costumbres. 

6.  Generalmente,  en  todas  partes  y  de  todas  maneras,  poetiza 
Fernán  Caballero  la  realidad.  Poetízala  con  rica  paleta,  con  gracia 
espontánea,  con  exuberante 
sentimiento,  con  sin  par 
nobleza  de  alma.  Porque 
la  ve  bien;  no  opaca,  noc- 
turna, subterránea,  repul- 
siva, cual  la  suelen  ver 
ojos  enfermos,  nublados, 
inflamados,  sino  que  la  mira 
al  través  de  una  pupila  sa- 
nísima,  rutilante. 

Siempre  la  realidad  en- 
tera, sin  la  menor  altera- 
ción, pero  poetizada;  reves- 
tida de  la  luz  del  cielo, 
nadando  en  la  luz  del 
cielo ,  flotando  sobre  ella 
la  luz  del  cielo,  como  con 
la  suya  baña  la  naturaleza 
y  transfigura  maravillosa- 
mente las  más  tristes  y  flé- 
biles   realidades.  Orab.  20.    Fernán  Caballero. 

Dotes  princ. :  sentimiento;  realismo  poético. 
Def.   princ. :  digresiones. 

Edic. :    19   t.,   Madrid    1S56  .  .  .;    11    t.,   ibid.    1860. 

§  2.    Antonio  de  Trueba. 

(1819,   Montellana, — 1889,   Bilhao  ;   grab.   21.) 

I.  De  idéntica  filiación  intelectual,  moral,  religiosa  que  Fernán 
Caballero,  pero  de  un  realismo  aun  más  infantil,  idílico,  risueño, 
todo  alma  también  y  sentimiento,  copia  iluminados  los  paisajes, 
hogares,  y  corazones  de  su  querido  terruño  Antonio  de  Trueba 
y  la   Quintana,    primero    comerciante,    periodista    después   y   por 


124 


CI'ARTO    CICLO:    SIGLO    XIX, 


último  archivero  y  cronista  de  Vizcaya.    Agradecida  su  tierra,    le 
ha  levantado  un  monumento  en   Hilbao. 

2.  Y  muy  bien  lo  merece,  por  sólo  su  Libro  de  los  cantares. 
Donde,  es  cierto,  no  hay  más  obras  maestras  que  La  niña  de 
ojos  azules;  La  7iiña  de  ojos  negros;  La  mancha  de  la  mora: 
Carlos  el  de  lava  pies;  La  casa  donde  vivió. 

Hay,  en  compensación,  muchos  acentos  maestros:  sentimen- 
tales, como:  La  romería  (6);  El  labrador;  Glorias  de  la  mujer 
(3.  4\    Amor   inmortal;   acentos    maestros    ligeros   y   donairosos, 

como :  La  perejilera ;  La 
sanjuanada ;     Corazones 
partidos;    La     gorra     de 
pelo;    La    vida    de    Juan 
soldado. 

Acentos  ricos  en  espon 
tánea  poesía  y  de  suaves 
tonalidades  brótanle  siem- 
pre de  la  fina  zampona  a 
este  verdadero  trovador  de! 
pueblo ;  quien  como  nadie 
ha  sentido  latir  el  corazón 
del  pueblo  sobre  el  propio 
corazón. 

3.  En  sus  numerosas 
series  de  Cue7itos:  de  co- 
lor de  rosa  (la  mejor),  cam- 
pesinos, populares,  de  vivos 
y  muertos,  etc.,  hay  narra- 
ciones buenas  y  malas,  óp- 
timas y  pésimas;  obras 
maestras,  como  La  resu- 
rrección del  alma,  e  intolerables  sandeces,  como  El  príncipe  des- 
memoriado. Feliz  cuando  toca  la  cuerda  religiosa;  muy  feliz, 
cuando  la  patriótico-regional,  no  lo  es  casi  nunca  en  desenvolver 
sus  argumentos;  que  suelen  ser  muy  buenos,  como  el  de  La  ena- 
morada. Generalmente  dañan  a  su  narración  las  muchas  y  muy 
impertinentes  digresiones. 

En  suma:  Trueba  inventa  poco,  pero  divierte  no  poco;  narra 
bien  (menos  en  sus  novelas  históricas  del  Cid),  siente  mejor,  pinta 
hermo.samente. 


(jrab.  21.    Antonio  de  Trueba. 


REFLORECIMIENTO:    SEGUNDO    SIGLO    DE   ORO.  1 25 

Cual,  princ. :  colorido;  sentimiento. 
Def.   princ. :  falta  de  arte;  digresiones. 
Edic. :    1859  .  .  .  ;    1905,  Madrid. 

§  3.    Benito  Pérez  Galdós. 

(1845,   Las  Palmas.) 

1.  Siguen  los  contrastes;  aun  más  notorios  por  existir  entre  dos 
autores  congéneres :  entre  Fernán  y  Benito  Pérez  Galdós,  muy  leído 
y  renombrado,  muy  buen  e.xplorador  de  los  vientos  de  la  fortuna, 
muy  fecundo. 

Que  éste  de  la  fecundidad  es  el  único  punto  de  contacto  que  tiene 
con  Fernán ;  lo  tínico  en  que  le  supera.  Pues  amén  de  sus  novelas  de 
tesis  y  guerra:  Gloria,  Doña  Perfecta,  etc.,  lleva  publicados  más  de  treinta 
volúmenes  de  Episodios  nacionales   de   la  primera  mitad  del  siglo  xix. 

Pero  hay  fecundidad  y  fecundidad.  —  Fecundidades  hay  naturales, 
físicas,  que  son  esterilidades  artísticas. 

2.  Comparemos.  —  Salvo  la  fecundidad,  todo  lo  demás  es  opuesto 
en  los  dos :  talento,  espíritu,  finalidad,  arte,  estilo. 

Las  novelas  de  Fernán  son  creaciones;  transformaciones  y  amal- 
gamas las  de  Galdós :  las  de  éste  imaginadas ;  sentidas  las  de  aquélla : 
las  de  aquélla  psicológicamente  profundas;  las  otras  superficiales:  obra 
de  la  virtud  y  maestras  de  la  virtud,  las  de  Fernán;  obra  del  secta- 
rismo las  de  Galdós.  En  éstas  subordínase  el  arte  a  la  tendencia, 
hasta  el  punto  de  ser  su  víctima:  en  aquéllas  la  tendencia  somé- 
tese de  suyo  y  repliégase  al  arte,  hasta  refundirse  con  él,  desaparecer 
en  él. 

Fernán  medita,  selige,  corrige,  pule;  (ialdós  escribe  precipitada- 
mente, desatentadamente,  entre  serio  y  truhanesco;  entre  charlador 
ameno  y  charlatán  cargante,  entre  historiógrafo  talentoso  (como  en  la 
pintura  de  la  batalla  de  Bailen)  y  novelista  churrigueresco,  pintor  de 
figurines  y  figurones;  que  se  llevan  la  atención,  sin  fijarla  ni  retenerla; 
que  divierten,  sin  aprovechar ;  que  agradan,  sin  engendrar  amor ;  y  que, 
de  ordinario,  si  algo  sugieren,  es  desprecio,  odio. 

En  conclusión :  Galdós  escribe  para  el  día,  y  lo  que  para  el  día  se 
escribe,  con  el  día  muere. 

Dot.  princ. :  amenidad. 

Def.  princ. :  tendencias  y  forma  inartística. 

§  4.  José  María  de  Pereda. 

(1834,   Polanco, — 1906,  Santander;   grab.   22.) 

I.  No  para  el  día,  pero  no  siempre  tampoco  para  la  eterni- 
dad,  novela  José  María  de  Pereda,    diputado  carlista,  de   patriar- 


126 


Cl'ARTO    CICLO:    SICLO    XIX 


cales  costumbres,  amigo  del  retiro  y  de  la  naturaleza,  enamorado 
ciegamente  de  su  tierra  y  la  montaña.  Que  con  tanta  ihasta  un 
tanto  excesiva)  predilección  fotografía,  pero  con  el  mayor  arte,  en 
su  magistral  Soíi/íza,  en  El  sabor  de  la  ticrruca,  en  Escenas  iiion- 
íañesas,  y  en  tantos  otros  agradables  e  ingeniosos  libros. 

2.    No    cabe    duda:    Pereda  había  nacido  para  pintar,    de  pn 
ferencia    y    casi    únicamente    su    tierra.     Cuando    dibuja    otras,    no 
acierta    del    todo,    como   en    el    algo    lánguido   Pedro  Sánchez;   o. 
desacierta,  como  en  el  repulsivo  Bney  suelto;  o  fracasa,  como  en 
la  cruda  Montálvcz;  todos  tres  libros,  además,  pesimistas. 

3.  Para  pintar  su    tierra 

había    nacido;    pintarla,    no  i 

en  novelas  largas,  como  Nu- ' 

bes  de  estío.   Peñas  arriba,  \ 

y    otras    (donde    o    por    su 

prurito    descriptivo    u    otras 

flojedades    decae);     sino    en 

novelas  breves. 

4.  Porque,  más  que  no- 
\elador  costumbrino,  es  cos- 
tumbrista novelador.  No , 
tiene  el  don  (ni  importa,  y 
acaso  valga  más  que  no  lo 
tenga)  de  desenvolver  lata- 
mente sus  argumentos,  casi 
todos  muy  felices  y  sus- 
ceptibles de  amplio  desen- 
volvimiento ;  que  en  otras 
manos  (francesas,  verbigracia) , 
dieran  materia  para  volú- 
menes de  volúmenes. 

Con  demasiado  cariño  e 
intensidad  fija  su  mirada  hondamente  observadora  en  los  carac- 
teres, las  costumbres  y  la  naturaleza,  para  que  puedan  interesarle 
gran  cosa  las  peripecias,  que  excitan  y  mantienen  la  curiosidad 
del  lector. 

Acabada  extensión  y  acabadas  proporciones  luce  toda  su  no- 
velística costumbrina,  o  sea,  sus  inexactamente  llamados  cuadros 
de  costumbres. 

5.  Muchas  de  sus  novelas  cortas  (y  no  en  postrer  término 
la  hermosa  Mujer  de  Cesar,  la  patética  Leva,   el  trágico  Ein  de 


Jo~c  .M^ 


REFLORECIMIENTO:    SEGUNDO    SIGLO    DE    ORO.  1 27 

una  raza)^  serían  más  que  suficientes  para  proclamar  a  Pereda 
uno  de  los  mayores  novelistas  y  pintores  de  costumbres.  Tan 
viva  resplandece  su  verdad ;  tan  pasmosamente  naturales  apa- 
recen y  viven  y  hablan  sus  personajes;  tantos  y  tan  diversos, 
y  (salvo  «El  Buey  suelto»  y  «La  Montálvez»)  tan  atrayen- 
tes  son. 

Hasta  sobre  los  granujas  de  ínfima  estofa  sabe,  a  manera  de 
Murillo,  arrojar  un  rayo  de  sol,  que  los  trasfigura.  Es  el  rayo 
del  amor  con  que  los  mira,  no  de  aquel  amor  femenino  y  tierno 
de  Fernán,  sino  de  un  amor  poco  sensible,  pero  no  poco  intenso; 
mucho  menos  patético,  pero  no  menos  agradable  ni  artístico  que 
el  de  la  grande  andaluza. 

6.  Quien  quiera  conocer  a  fondo,  en  poco  tiempo  y  del  modo 
más  placentero  posible,  al  novelador  montañés,  lea  Blasones  y  ta- 
legas. Allí  le  conocerá,  admirará  y  amará.  Excepto  el  Quijote, 
nada  más  perfecto  posee  la  novelística  mundial. 

Es  la  lucha  y  victoria  de  las  talegas  sobre  los  blasones;  guerra 
pintada  con  un  pincel  de  lo  más  mágico :  parece  el  libro  un  pe- 
queño Quijote,  pequeño  sólo  por  sus  dimensiones;  el  cual  no  se 
avergonzaría  de  haber  escrito  el  mismo  Cervantes  y  que  vivirá  lo 
que  el  de  la  Mancha. 

Cual,  princ. :  vivo  realismo. 

Def   princ. :  prolijidad,  sobre  todo  descriptiva. 

§  5.    Luis  Coloma. 

(1851,  Jerez  de  la  Frontera;   grab.    23.) 

I.  Amigo  y  discípulo  de  Fernán  Caballero,  muéstrase  el 
jesuíta  Luis  Coloma  novelista  de  mucha  originalidad ,  vuelo, 
fuerza  y  fecundidad,  a  pesar  de  su  complexión  sobre  manera  en- 
fermiza. 

Universal  y  justísima  celebridad  ha  alcanzado  su  valiente  novela 
de  costumbres  Pequeneces,  valiente  como  literatura,  por  su  carac- 
terística enérgica,  su  vivido  colorido  y  su  extraordinaria  animación 
e  interés;  y  valiente  asimismo  por  haberse  atrevido  el  autor  con 
loable  entereza  a  afrontar  las  iras  de  la  aristocracia  madrileña, 
cuyas  miserias  y  decrepitud  traza  al  natural  y  al  vivo  con  un 
pincel  como  el  de  Velázquez.  • 

Después  de  esta  gran  novela  de  vida  duradera,  ha  escrito 
muchas  otras  interesantes  y  coloridas,  pero  ninguna  como  Jerojuin 


128 


CUARTO    CICLO:    SIGLO    XIX. 


(Don  Juan  de  Austria),    un    espléndido    cuadro    histórico    en    toda 
su    fülp;ida   luz   y  sus   sombras   densísimas. 

2.  De  caracteres  y  ar- 
gumento potentes,  cautiva 
el  Boj.  Pero,  sobre  todo 
por  sombrío  y  algún  tanto 
tendencioso ,  no  satisface 
enteramente. 

Cautivadoras  también 
son  sus  páginas  historico- 
literaria.s ,  Rec7ierdos  de 
Fernán  Caballero. 

3.  El  resaltar  a  veces 
en  Coloma  la  tendencia 
con  daño  del  arte,  no 
quita  que  debamos  mirarle 
como  uno  de  los  buenos 
novelistas  de  su  siglo  )' 
la  mejor  pluma  de  su 
orden. 

Dot.  princ. :  caracterís- 


tica. 


(irab.    2^.     Luis  Colonia 


Def.  princ. :    tende7icia. 


PARALELO  ENTRE  FERNÁN,  TRUEBA,  PEREDA  Y  COLOMA. 

Todos  ellos  grandes  novelistas  de  costumbres,  pintores  de  la 
España  moderna;  que  completándose,  de  cierto  modo,  entre  sí 
completan  el  gigantesco  y  refulgente  cuadro ;  todos  ellos  de 
extraordinaria  inventiva  y  originalidad,  de  riquísima  característica, 
de  los  más  altos  vuelos  y  del  más  cristiano  sentir;  difieren,  sin 
embargo,  notablemente  entre  sí. 

Fernán  pinta  a  la  España  tradicional,  caballerosa,  cristiana; 
Trueba  a  la  España  campesina,  patriarcal;  Pereda  a  la  España 
plebeya;  Coloma  a  la  aristocrática. 

Dramático  es  F"ernán ;  Trueba,  idílico ;  Pereda,  cómico ;  trágico. 
Coloma. 

Llora  y  ríe  Fernán ;  Trueba  sonríe  y  llora ;  Pereda  ríe  franco 
y  alegre:  Coloma  ahoga  adusto  risas  y  llantos. 


FLORECIMIENTO:    SEGUNDO    SIGLO    DE    ORO.  I29 

CAPÍTULO  IV. 

ORATORIA. 
§  I.    Observación  general. 

Siendo  elocuente  de  suyo  el  español,  no  hay  género  literario 
donde  no  hable  con  elocuencia.  Y  sin  embargo,  no  gusta  de 
discursos  propiamente  dichos,  de  piezas  oratorias   artísticas. 

Indudablemente  por  esto  no  tiene  grandes  predicadores,  te- 
niendo tanta  y  tan  diserta  mística. 

Su  tribuna  tampoco  ostenta  muchos  oradores  de  fuerza. 

§  2.    Emilio  Castelar. 

(1832,   Cádiz,  — 1899,  ^-   Pedro  de  Pinatar.) 

1.  El  conocido  político  republicano  Emilio  Castelar,  con  lucir  mucha 
forma  retórica,  mucha  flor  y  florón,  y  con  ser,  de  tarde  en  tarde,  también 
elocuente ;  está  muy  lejos  de  la  verdadera  oratoria ;  puesto  que  le  falta  calor 
íntimo ;  fáltale  fuerza  de  convicción.  Y  así  no  pasa  de  un  hábil,  verboso,  brillan- 
tísimo retórico;  un  orador  decadente,  grato  al  oído,  que  halaga  con  sus  períodos 
sonorosos ;  pero  frío,  campanudo,  quemador  de  luces  y  fuegos  bengalinos,  asombro 
para  la  niñez  y  el   populacho;   lampos  curiosos  y  ruido  molesto  para  gente  sensata. 

2.  No  alcanza  tamj)oco  a  la  talla  de  los  verdaderos  oradores  el  diplomático  y 
político  Juan  Donoso  Cortés  (1807 — 1853),  mucho  más  pomposo  que  profundo, 
mucho  más  efectista  que  enérgico ;  ni  exento  de  fraseología. 

§  3.    Juan  Vásquez  de  Mella. 

(1862,   Cangas  de   Onis.) 

Este  gran  tradicionalista  y  católico  puede  figurar  dignamente 
al  lado  de  los  mayores  tribunos  y  parlamentarios  modernos,  por 
su  facundia  extraordinaria,  nutrida  de  sólido  y  no  pocas  veces 
profundo  razonamiento  y  animada  de  un  calor  y  una  grandi- 
locuencia que  electriza  a  amigos  y  enemigos  y  domina  todos  los 
comicios,  asambleas  y  parlamentos. 

CAPÍTULO  V. 

HISTORIA. 
§  I.    Modesto  Lafuente. 

(1806 — 1866,    Valladolid  ;   grab.    24.) 

I.   Modesto    Lafuente,    político,    periodista    y  director    de    ar- 
chivos y    bibliotecas,    el    linico    historiógrafo    español    de    elevada 
talla,    supo    en  su  Historia  gctieral  de  España  investigar    los  he- 
chos   y    narrarlos    con    interés,    calor    y    dramatismo    en    estilo    y. 
lengua  neoclásicos;   en  que  sobresale  (casi  al  igual  de  Jovellanos); 

JuNEMANN,   L¡1.   y  Ant.   esp.  9 


130 


ClARTí»    CICLO  :    SIGLO    XIX. 


estilo  y  lengua  que,  si  bien  distan  de  la  majestuosa  pompa  del  cas- 
tellano de  la  edad  áurea  i^inemediablemcnte  muerto),  lo  superan 
en  flexibilidad  y  viveza. 

Eilic:   30  t,  Madrid  1S66...;  6  t.,  liarcelona  1882,   continuada  por  Jua/i  l'akni. 

i>  2.    Consideración. 

I.  El  único  historiador  de  elevada  talla  he  llamado  a  La- 
fuente.  Porque  los  antiguos  de  la  edad  de  oro  no  suben  del  nivel 
de  ilegibles,  aunque  consultables  cronistas;  y  los  pocos  modernos, 
antes  que  historiadores,  son  monógrafos. 

2.  jDe  dónde  tan  la 
mentable  desidia,  y  en  un 
siglo  en  que  a  porfía  se 
cultiva  la  historia?  ¿en  que 
se  le  da  una  importancia 
que  sería  excesiva,  a  caber 
xceso  en  el  culto  de  la 
gran  maestra,  luz  y  conso- 
ladora de  la  vida? 

¿De  dónde  tanto  aban- 
dono, y  en  la  tierra  nativa 
de  los  escritores,  de  los  he 
roes,  de  las  hazañas,  de  la 
más  memorable  historia?  ;en 
la  tierra  donde  muchos  in- 
genios superiores  dábanse 
a  las  disciplinas  históricas, 
cuando  en  Europa  casi  nadie 
se  daba  aún  a  ellas? 

¿No  es  humillante  para 
España  un  abandono  tal?  ¿No  es  una  humillación  el  que  no  sólo  no 
se  escriban  en  ella  historias  extranjeras,  historias  universales,  como 
en  todas  partes  se  escriben,  pero  ni  siquiera  los  propios  fastos? 
;No  humilla  el  que  España  tenga  que  aprenderlos  en  el  extran 
jero,  aprender  allí  hasta  los  de  sus  propias  letras,  y  en  fuentes 
paupérrimas  y  no  muy  cristalinas  ?i 

3.  La  causa  de  tan  imperdonable  vacío  literario  es  no  conocer 
cuánto  vale  la  historia;  cuánta  gloria  se  gana  en  su  cultivo;' 
cuánto  ingenio,  cuánto  arte  requiere. 

'  I. as  Historias  de  la  literatura  española  de  Tickuor  y  la  de  la  dramática  española  I 
de  Schafk  son  deficientísimas,  y  están  plagadas  de  grandes  errores  históricos  y  crítico'^ 


Grab.   24.    Modesto  Lafucnte. 


FLORECIMIENTO:    SEGUNDO    SIGLO    DE    ORO. 


'31 


¿Remedio  del  mal? 

Conocer,    enseñar,    enaltecer    el    valor   de  la  historia.     Que    in- 
genios nunca  han  faltado  en  España  ni  faltarán. 

§  3.  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo. 

(1836,   Santander,   — 1912,   ibid.  ;    grab.   25.) 

I.   Con  potente  empuje  abre  camino  a  los  estudios  históricos  y 
críticos  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo,    profesor  universitario    de 

¡  Madrid ;    que    era    ya  un  sabio  cuando  otros  empiezan   a  estudiar. 
Llamado,  como  pocos,  a 

I  entrar  y  dominar  todas  las 

I  dilatadas  re^^iones  de  la  his- 

i  toria,  escribiendo  obras  de 
interés  general  y  permanen- 
te, que  fueran  inmortales  y 
marcasen  rumbos  al  espíritu 

I  humano;     gastó,    por    des- 

i  gracia ,  todo  su  inmensu- 
rable saber,  actividad  y  ta- 

i  lentos  en  asuntos  inmensa- 

¡  mente  inferiores  a  su  in- 
genio, y,  llevado  de  un 
patriotismo  tan  noble  como 

I  mal  entendido,  se  consagró 

j  por  entero  y  con  un  amor 

I  cada    vez    más    pasional    y 

'  pernicioso  para  su  alto  cri- 

'terio,    a    explorar    antigüe- 

I  dades    hispánicas ,     por    la 

I  mayor  parte  de  escasa  va- 
lía, y  momias  aun  menos  valiosas ;  escuálidas  muchas  (como  en 
la  Historia  de  los  heterodoxos  españoles);  muy  raquíticas  otras 
(como  en  Horacio  en  España)\  unas  pocas  dignas  de  un  museo; 
las  más,  de  volver  a  las  sombras  de  donde  salieron  y  adonde 
volverán. 

2.  Hasta  su  principal  libro,   la  Historia  de  las  ideas  estéticas 
en  España  (ese  enorme  e   interesantísimo    fragmento    de  una  obra 
punto  menos  que  irrealizable),  semeja  exhumación  y  tira  a  momia. 
Y,    por    ende,    ni    esta    misma  Historia,    por    más    de    un   con- 
cepto digna  de  llamarse  grande,  está  segura  de  inmortalidad. 

9* 


Grab. 


Marcelino  Menéndez  y  Pelayo. 


132 


CUARTO    CICLO  :    SIGLO    XIX. 


Porque  milagros  como  el  de  resucitar  muertos  no  los  puede 
hacer  ni  un  Menéndez. 

3.  Portentoso,  eso  sí,  brilla  siempre  su  poder  evocador  (poder 
crenial,  único,  lo  más  saliente  en  su  fisonomía  intelectual),  y  niara 
villosa  fulgura  aquella  linterna  mágica  de  su  fantasía  y  viveza  dr 
estilo,  con  que  irradia  tantas  y  tan  opacas  figuras  y  las  hace  como 
revivir  ante  nuestros  ojos  asombrados. 

Dot.   princ. :  potencia  evocadora  literaria. 

Def.  princ:  nimiedad  de  asuntos;  criterio  optimista. 

CAPÍTULO  VI. 

ÉPICA. 
§  I.    El  Duque  de  Rivas. 

(1791,   Córdoba,  — 1865,  Madrid.) 

Impulsó  el  movimiento  romántico  el  Duque  de  Rivas  (Ángel  de  Saavedra), 
militar  y  estadista. 

Pero,   aunque  era  poeta  de  talento,   faltábale   el   suficiente   para  hacerlo   triunfar. 

La  selecta  forma  y  los  pasos  poéticos  no  logran  prevalecer  sobre  la  aridez  de 
su  epopeya,   El  moro  expósito,  de  sus  dramas  y  restantes  poesías. 

§  2.  José  Zorrilla. 

(1817,   Valladolid,   — 1893,   Madrid;   g'ab.    26.) 

1 .  Abierta  por  Meléndez  Valdés  una  nueva  edad  de  oro  a  la^ 
letras  peninsulares.  Zorrilla,  siguiendo  las  huellas  de  las  nacionales 
clásicas,  volvió  los  ojos  a  los  gloriosos  sucesos  históricos  de  la 
nación  y  creó  la  épica. 

2.  Educado  en  el  seminario  de  nobles  en  Madrid  con  la  sui)er- 
hcial  cultura  escolástica  de  la  época,  y  llevado  de  su  instinto 
literario,  dióse  furtivamente  a  la  lectura  de  los  novelistas  coetáneos: 
Scott,  Chateaubriand,  Cooper. 

3.  Después,  refractario  a  la  jurisprudencia,  huyó  a  Madrid,  donde 
vivió  precariamente  del  dibujo  y  la  pluma.  Reñido  con  toda  po- 
lítica, sociedad,  religión,  y  rev^olucionario  furibundo,  no  se  pudo, 
con  todo,  sustraer  del  irresistible  encanto  de  las  musas.  Arrastrado 
por  su  fuerte  fantasía  y  por  la  corriente  romántica,  era  uno  de  sus 
placeres  predilectos  vagar  por  los  cementerios  entre  las  tinieblas  de 
la  media  noche. 

4.  Kl  primer  fruto  de  sus  ideas  desquiciadoras,  al  par  que  la 
revelación  de  su  talento,  fué  una  elegía   a  la  muerte    de  Mariano 


florecimiento:  secundo  siglo  de  oro. 


133 


José  de  Larra.  Elegía  que,  falto  hasta  de  tinta  y  pluma,  escribió 
con  un  mimbre  y  la  tintura  azul  de  un  cestero,  con  quien  vivía 
en  un  desván.  En  el  entierro  de  Larra,  íbase  ya  a  retirar  la  co- 
mitiva fúnebre,  cuando  de  pronto  la  recitó,  y  con  tal  emoción  que 
no  pudo  acabar  la  lectura;  la  cual   otro  terminó  por  él. 

5.  Desde  aquel  día  empieza  su  vida  de  poeta.  Pronto  entabló 
relaciones  amistosas  con  los  principales  ingenios  de  la  capital  y 
dióse  a  imitar  a  Lamartine  y  Víctor  Hugo. 

6.  Pero  la  lucidez  de 
su  juicio  y  la  fuerza  de 
su  talento  convenciéronle, 
a  poco,  de  que  era  malo 
y  extraviado  el  camino 
que  llevaba.  Volvió  a  la 
historia  y  la  religión  pa- 
trias; y  su  afición  a  la 
leyenda  hízole  buscar  y 
poetizar  las  innumerables 
y  bellísimas  nacionales,  y 
escribir  una  crecida  can- 
tidad de  dramas.  Entre 
éstos  fué  singularmente 
aplaudido  el  Don  Juan 
Tenorio;  que  él  mismo 
sin  embargo,  censuró  \ 
zahirió  toda  su  vida. 

7.  En  París  y  Bruselas 
escribió  (1852)  su  poema 
Granada,  que  el  público 
acogió  con   frialdad. 

8.  Pesares  e  infortunios  hiciéronle  emigrar  (en  1855)  a  Méjico. 
Allí  vivió  muy  honrado  por  la  nación,  pero  inactivo,  ora  en  los 
palacios  que  se  disputaban  el  honor  de  albergarle,  ora  en  las 
chozas  de  los  indios.  El  postrer  año  de  su  estancia  en  América 
pasólo  en  la  corte  del  emperador  Maximiliano. 

9.  En  1866  tornó  por  fin  a  España,  que  le  recibió  con  jú- 
bilo como  a  un  príncipe;  le  inspiró  (en  187 1)  la  Leyenda  del  Cid: 
asignóle  pensiones,  extensivas  a  su  mujer;  y  últimamente,  en  un 
grandioso  desborde  de  entusiasmo  nacional  (único  en  la  historia 
y  un  monumento  para  el  pueblo  y  el  héroe)  le  coronó,  el  24  de 
junio  de   1889,    en    la  Alhambra    granadina,    con    corona    de    oro, 


134  CUARTO    CICLO:    SIGLO    XIX. 

entre  fiestas  magnificentísimas,  realzadas  por  las  deniostraciones 
de  cariño  con  que  su  querida  Granada  colmó  y  abrumó  al  cantor 
de  su  hermosura  y  sus  glorias. 

10.  Merecidísimos  homenajes:  amor  con  amor  se  paga,  y  poco 
es  una  corona  de  oro  para  sienes  circuidas  de  inmortal  aureola. 
V  lo  están  las  de  Zorrilla,  mal  que  pese  a  una  crítica  ciega, 
que  no  ve  sino  los  desaciertos  y  j^or  ellos  juzga  a  los  autores. 

11.  Desaciertos,  a  no  dudarlo,  tiene  Zorrilla;  muchos  desa- 
ciertos, y  grandes. 

Desacertado  es,  generalmente  su  teatro,  y  desacertadas  son, 
en  parte,  sus  leyendas.  Mas  en  estas  mismas  (como  en  «Azucena 
silvestre»,  por  ejemplo)  acierta  mucho  y  pinta  cuadros  y  escenas 
de  lo  más  bello. 

E  insuperables  cuadros  y  escenas  (v.  g. :  Introducción;  III,  IV 
y    caracteres   originales    pinta    (v.  g. :    III,   IV)  en  los  Jicos  de  las 
movtañas. 

Donde  ya  sube  a  las  grandes  alturas  épicas,  narrando  maestra 
bien  que  no  muy  límpidamente  el  trágico  fin  de  Genoveva  de 
Aquitania,  víctima  pura  de  su  primera  decepción  amorosa. 

Epopeya  semiclásica,  semiromántica,  abundosa  de  primores,   ki 
Ecos,  a  pesar  de  su  desenlace  no  del  todo  satisfactorio,  arrastran 
por  su  peregrina  potencia  de  inspiración. 

12.  Empero,  prescindamos  de  esta  labor  poética;  aunque  ella 
sola  vale  más  que  todo  Espronceda,  Bécquer,  y  otros  muy  renom- 
brados vates;  prescindamos  de  ella  y  fijemos  nuestra  atención  en 
sus  dos  grandes  poemas  Granada  y  la  Leyenda  del  Cid,  y  pre- 
guntemos si  dos  verdaderas,  grandes  y  soberbias  epopeyas  no 
bastan  a  inmortalizar  a  un  hombre  y  apellidarle  genio. 

Genios  apellidamos,  con  razón,  a  otros  que  han  escrito  menos 
bien  y  menos  que  él. 

13.  Vastas  epopeyas  entrambas  de  Tortísima  inspiración,  no 
dañan  considerablemente,  ni  al  «Cid»  las  intempestivas  cuanto  pro- 
saicas digresiones  morales  (en  especial  la  sobre  la  superstición:  5), 
ni  a  «Granada»  las  introducciones  poéticas  digresivas  de  cada  libro 
(cantares  líricos,  por  lo  demás,  valentísimos  casi  todos  ellos). 

14.  F!popeyas  magistrales  entrambas,  sólo  en  lo  magistral  no 
difieren:  en  todo  lo  restante  son  opuestas;  en  el  ritmo  mismo,  uní- 
sono en  el  «Cid»  ;  polimétrico,  ricamente  polífono  en  «Granada».  La 
fluidez  narrativa  del  «Cid»,  su  sencilla  elegancia,  su  dramatismo  elo- 
cuente, son  la  antítesis  del  lirismo  épico,  la  magnificencia,  la  escasa 
y  siempre  interrumpida  narración  de  «Granada». 


florecimiento:  segundo  siglo  de  oro.  135 

15.  Epopeya  romancesca  el  «Cid»,  y  la  obra  más  monumental 
escrita  en  romance;  clásica,  empero,  sencillísimamente  clásica; 
romántica,  altamente  romántica  «Granada» ;  luce  cada  cual  su  pro- 
pia hermosura :  griega  aquélla,  sin  otro  adorno  que  su  beldad 
misma;  moderna  ésta,  hija  del  sol  de  Andalucía  y  profusamente 
engalanada  de  flores.  Ambas  a  dos  encantan;  si  más  ésta,  efecto 
es,  no  de  sus  atavíos,  sino  de  su   mayor  gracia  y  sensibilidad. 

16.  La  asombrosa,  casi  descarnada  sobriedad  narrativa,  poé- 
tica, estilística  del  «Cid»  está  muy  reñida  con  la  inmensa  fantasía 
de  «Granada»,  que  es  un  perfecto  ejemf)lar  de  romanticismo;  pues 
se  sobrepone  a  todas  las  reglas  y  tradiciones  épicas.  Salta,  al  pa- 
recer, con  frenético  capricho  acá  y  allá;  aparenta  burlarse  de  todo 
orden,  de  toda  unidad,  de  todo  arte.  Y  sin  embargo  (abstracción 
hecha  del  libro  final :  una  especie  de  epílogo ;  aunque  hermoso, 
enteramente  inútil  y  casi  nocivo  al  poema),  hay  perfecta  unidad, 
hay  orden  dondequiera ;  dondequiera  campea  el  arte. 

17.  Su  unidad  llega  a  maravillar;  porque  están  refundidos  aquí 
en  uno  dos  poetas  y  dos  hombres  del  todo  diferentes:  el  árabe 
y  el  cristiano.  El  árabe  hace  olvidar  al  cristiano;  el  cristiano,  al 
árabe.   Oriental  es  el  poema,  mas  no  desmiente  su  índole  occidental. 

18.  La  fantasía  oriental  ha  obrado  aquí,  por  fin,  un  prodigio 
único:  el  de  aliarse  con  el  gusto  más  fino  y  someterse  a  él.  Los  in- 
genios orientales  búrlanse  de  la  razón  ordenadora  y  refrenadora.  El  de 
Zorrilla  cárgase  también  a  veces  de  esencias  que  por  un  momento 
embriagan.  Pero  ¿quién  se  quejará  de  la  embriaguez  causada  por 
la  exuberancia  de  flores;  sobre  todo  si  por  entre  ellas  bulle  siem- 
pre el  aura  fresca,  disipadora  del  exceso  de  aromas.'  ¿Quién  se 
quejará  de  las  flores  de  «Granada»,  no  dejando  allí  de  alentar  las 
brisas  de  la  reflexión  moderada,  sosegada  y  serena.^ 

19.  Siempre  se  subordina  la  fantasía  al  asunto. 

Quiere  el  poeta  celebrar  las  glorias  de  la  Granada  mora  y  las 
glorias  de  sus  vencedores.  No  es  su  propósito  narrar  la  guerra 
granadina  íntegra,  sino  sólo  reflejada  y  concentrada  admirable- 
mente  en  dos  grandes  episodios  con  que  ella  comenzó. 

20.  Ábrese  el  poema  con  una  fantasía  muy  patética,  dantesca. 
Preludia  luego  y  preludia,  subiendo  y  subiendo  la  mente  y  el 

tono;  y  antes  de  terminar  el  preludio,  toca  ya  en  los  lindes  de 
la  sublimidad,  en  una  espléndida  autobiografía  psíquica,  entre  sones 
de  cítara,  de  arpa,  de  zampona,  de  trompeta ;  que  alternan,  se 
confunden,  dispersan  y  reúnen  de  nuevo  en  un  raudal  plácido  y 
poderoso  de  armonía. 


136  CUARTO    CICLO:    SIGLO    XIX. 


2  1.  Cuenta  luego  la  muy  poética  leyenda  de  Alhamar,  en  un 
poema  introductorio  a  la  epopeya  y  le  pinta  con  fantasía  tan  ri- 
sueña cuanto  gigantesca,  engrandeciendo  a  Granada,  fabricando  la 
Alhambra;  hallando  convertidas  en  perlas  las  gotas  de  rocío;  so- 
ñando afanosamente  en  glorias,  cada  vez  mayores  para  la  patria 
amada,  y  sucumbiendo  al  pesar  que  le  causan  sus  nacientes  disen- 
siones civiles,  precursoras  de  su  próxima  ruina. 

22.  Esta  agonía  del  noble  rey  forma  el  núcleo  de  Alhamar. 
Son  visiones  que  ve  como  con  febril  paroxismo,  sobre  toda  ponde- 
ración espléndidas:  primero  la  «carrera»,  cuando  la  fiebre  sube  y 
le  abrasan  sus  ardores;  luego  las  «nieves»,  cuando  declina  y  viene 
el  frío  de  la  muerte.  Dos  grandiosas  escenas,  que  llegan,  sin  tras- 
pasarlo un  punto,  al  más  lejano  límite  adonde  ha  llegado  y  puedi 
llegar  la  fantasía:  precipitándose  ya  por  entre  escarpadas  rocas,  ).. 
por  un  lecho  de  flores,  al  son  de  indefinible,  sentida  y  arrebata- 
dora armonía. 

23.  Tras  de  una  invocación  magnífica,  ábrese  «Granada»  en  toda 
la  llaneza  y  vaga  majestad  épicas. 

El  episodio  de  Gonzalo  Arias  de  Saavedra  (lll,  2),  al  par  que 
una  tragedia  esquileana,  vale  por  sí  solo  toda  una  epopeya,  y  su 
héroe  más  que  ninguno  de  las  otras  epopeyas  humanas. 

24.  Con  el  más  delicado  tacto  ameniza  la  narración,  variando 
no  sólo  de  metro,  sino  también  de  estilo  y  tono.  Para  dar  reposo 
al  espíritu,  desciende  tal  vez  de  las  alturas  de  la  pompa  épica 
hasta  el  idilio  familiar  (p.  ej.,  V,  i)  y  vuelve  al  punto  a  encumbrarse. 

25.  Aunque    no  eran  menester  tales  sitios  de  reposo;    que   la 
narración  camina  y  vuela  muy  amena  y  dramática,   relevada  por  la 
honda  y  luminosa  antítesis  de   las    dos  civilizaciones  en  lucha:    la  ^ 
islámica  y  la  cristiana,    personificadas    en    dos   tipos    fúlgidamente  i 
coloreados:  la  sultana  favorita,  Zoraya,  e  Isabel  la  Católica.  j 

26.  En  dilatada  galería,  empezando  por  la  incomparable  figura  ¡ 
del  ángel  Azael,  exhibe  Zorrilla  las  fisonomías  más  varias  y  opuestas; 
de  bien  marcados  contornos  todas,  todas  muy  propias  para  atraer  la 
atención  y,  la  mayor  parte,  el  cariño ;   de  capitán  a  paje ;   desde  la 
gentil  Moraima  hasta  su   muy  simpático   esclavo:    el   enano  Kael. 

27.  Al  través  del  poema  entero  vibra  mucho  de  la  espontaneidad 
y  riente  gracia  ovidianas.  De  embeleso  en  embeleso  va  llevando 
el  poeta  al  alma,  estremeciéndola  también  de  tarde  en  tarde  pro- 
fundamente, hasta  despedirse  de  ella  entre  las  lágrimas  que  vierte 
y  hace  verter  la  infortunada  Moraima,  en  el  canto  final,  cuya 
belleza   sube    hasta    donde    puede  subir  la  de  la  fantasía  humana. 


I 


FLORECIMIENTO:    SEGUNDO    SIGLO    DE    ORO.  1 37 

28.  El  sitial  de  «Granada»  no  es,  en  consecuencia,  el  que 
ignorante  y  groseramente  suelen  asignarle:  su  sitial  es  entre  los 
grandes  poemas,    entre    los  más  radiantes  y  mágicos  de  la  tierra. 

El  parnaso  español  ni  parnaso  alguno  ostenta  versos  más  fá- 
ciles, más  primorosos,  de  más  cautivadora  melodía. 

Con  las  maravillas  de  la  forma  corre  parejas  el  fondo. 

No  es  presunción  o  vanidad  poética  la  virtud  de  deleitar  y 
consolar  que  el  poeta  atribuye  a  su  poema.  Que  él  suaviza,  de- 
leita, arrulla,  eleva  mucho  más  que  otras  creaciones  profundas, 
sentimentales,  sublimes. 

Si  tales  afectos  causa,  evidente  es  que  algo  de  muy  pro- 
fundo, muy  patético,  muy  sublime  (por  indefinible,  por  impalpable 
que  sea)  alienta  en  él.  Quien  lo  leyere  cual  leerse  debe,  tendrá 
que  sentirlo,  como  lo  sintió  el  pueblo  español,  cuando,  enajenado 
de  asombro,  puso  la  corona  de  los  reyes  en  la  cabeza  del  humilde  y 
modesto  poeta  y  esparció  ante  sus  pies  todas  las  flores  de  la  tierra. 

Dotes  Y^únc:  fantasía  sentimental;  melodía. 

Def.  de  «Granada»  y  del  «Cid» :  digresiones,  epilogo  de  «Gra- 
nada»;  de  los  poemas  menores:  mal  gusto. 

Edic.  :   Granada    1852  .  .  .  Madrid  y  París  .  .  .;  .Obras,  4   t.,   Madrid    1905. 
CAPÍTULO  VII. 

LÍRICA. 

§  I.    Observación  general. 

Imitadores,  uno  más,  otro  menos,  son  los  líricos  del  siglo  XIX. 
Malos  discípulos  de  malos  maestros,  no  se  limita  esta  raza  de 
¡descastados  vates  a  imitar  al  poeta  del  pesimismo,  Byron;  imita 
¡asimismo  a  Goethe;  imita  aun  al  imitador  y  descarado  plagiario 
del  parnaso  alemán  entero :  Heine.  Divinizado  en  Alemania,  para 
baldón  de  ella,  este  caricaturista  y  caricatura  de  la  legítima  poesía, 
la  España  incrédula  o  candida  no  quiso  irle  en  zaga ;  y  todavía 
suele  sahumar  a  tan  deforme  ídolo  y  admirar  todavía  a  sus  discí- 
pulos, con  desdoro  de  la  crítica  y  del  buen  sentido. 

§  2.  José  Espronceda. 

(1810,   Almendralejo,    — 1S42,   Madrid.) 

I.  Revolucionario  y  cínico  al  igual  de  su  modelo,  Byron,  aunque  mucho  menos 
poeta  y  sin  tener  ninguna  de  las  principales  dotes  de  tal,  acércase  José  Espronceda 
mucho  más  que  Quintana ,  a  la  poesía  verdadera.  Remeda  con  mayor  habilidad 
el  sentimiento ;    y  como    le  domina    el  pesimismo,   con   que    no    llegó  a  contagiarse 


I3S  CUARTO    CICLO:    SIGLO    XIX. 

aquél,  y  le  domina  la  misanlropía,  y  le  tiene   el  corazón   dañado  y  herido  el  vicio; 
está  empapado  en  odio  y  hastío  su  énfasis. 

2.   Desafina  a  cada  momento  su  lira  con  disonancias  ingratas  y  chillonas. 

Su  poema  fantástico,  el  Diablo  mundo,  ganóle  mucha  fama,  a  pesar  de  ser, 
o  mejor  dicho :  por  ser  un  haz  mal  atado  y  quimérico  de  agudo  gongorismo,  de  im- 
precaciones un  si  es  no  es  frenéticas,  de  casi  ninguna  poesía. 

Menos  irregular,  menos  impoético  y  mal  rimado,    si  algo  vale  el  Estudiante  de\ 
Salamanca,  no  consigue  salvar  los  límites  de  la  vulgaridad ;  ni  consigue  salvarlos 
ninguna  parte  el  poeta,    agítese    cuanto    quiera,    haga  el    ruido  que    hiciere,    ad 
renle  como  quieran  sus  ya  escasos  y  pobres  admiradores. 

i>>  3.   Gustavo  Adolfo  Bécquer. 

(1836,   Sevilla,   — 1 870,    Madrid.) 

No  le  excede  en  valor  Gustavo  Adolfo  Bécquer,  cuyas  Rimas  a  lo  Heií 
(descartado  de  ellas  el  gongorismo,  las  muchísimas  tonterías,  vaciedades,  impiedadea 
redúcense  punto  menos  que  a  nada. 

s<  4.  Gaspar  Núñez  de  Arce. 

(1834,   Valladolid,   — 1903,   Madrid.) 

Político  versátil,  pero  impertérrito  byroniano,  más  original  y  de  más 
estro  que  los  otros  líricos  españoles  de  su  tiempo;  no  ha  dejado,  con 
todo,  tras  sí  ninguna  obra  imperecedera.  Algunas  puede  que  vivan  una 
centuria  o  más.    Aunque  difícilmente. 

Porque  luego  se  apagan  acordes  elegiacos  como  los  suyos:  som- 
bríos, pesimistas,  enfáticos  más  que  sentidos;  escépticos,  no  obstante 
sus  celajes  de  fe. 

Acordes  tales  fatigan,  y  con  toda  su  sonoridad  y  armonía  tienen 
que  morir. 

Los  que  vivirán  más,  serán  sus  poemitas  narrativos;  donde,  coraoi 
en  la  Pesca,  suelen  caer,  entre  las  brumas,  algunos  gratos  rayos 
de  sol. 

§  4.    Ramón  de  Campoamor. 

(1817,   Navia,   — 1901,    Madrid.) 

Como  Núñez  de  Arce,  es,  o  por  mejor  decir,  fué,  poeta  de  moda  Ramón  ' 
Campoamor,  y  ya  se  sabe  cuánto  dura  ésta. 

Unos  pocos  epigramas,  unas  cuantas  miniaturas  dramáticas  de  sus  Dolaras:  no| 
es  otro  su  caudal  poético.  Pues  sus  poemas  son  joyas  falsas,  y  la  mayor  parte  burda- 
mente falsificadas. 

CAPÍTULO  VIII. 

DRAMÁTICA. 
ij  I.   Francisco  Martínez  de  la  Rosa. 

(1789,   Granada,  — 1862,  Madrid.) 

En  vano  se  esforzó  Martínez  de  la  Rosa  por  conciliar  en  su  insulso  Edipo  y 
su  insulso  y  decrépito  teatro  el  clasicismo  francés  con  el  naciente  romanticismo. 
Era  conciliar  la  esclavitud  con  la  libertad  desenfrenada. 


FLORECIMIENTO:    SEGUNDO    SIGLO    DE    ORO. 


139 


§  2.   Manuel  Tamayo  y  Baus. 

(1829,   Madrid,   — 1898,  Madrid;  grab.   27.) 

1.  De  pronto  renace  la  gloria  del  teatro  clásico  español,  muy 
itinadamente  modernizado  por  los  dos  grandes  dramaturgos  del 
iiglo:  Tamayo  y  López  de  Ayala. 

Sabio,  modesto,  cristiano,  tan  amable  en  su  trato  como  en 
ju  dramática,  infunde  Tamayo  a  ésta  su  corazón  y  personalidad, 
mimados  por  un  ingenio  natural  y  fuertemente  escénico.  Tan 
latural  y  tan  fuertemente  escénico ,  que  en  Juana  de  Arco 
una  de  sus  obras  juveni- 
les, donde  hasta  en  el  triste 
y  antihistórico  empequeñe- 
:imiento  de  tan  alta  figura 

mita    a    Schiller),    supera,        I^^^M  ^^^^^^^R       \ 

iin    embargo ,     al    drama- 
:urgo  alemán  en  viveza  dra- 

nática   y   soltura    de    diá-    ^^^^W    '^r  -^  ^Kr  \ 

logo. 

2.  Distínguenle  siempre 
la  originalidad,  la  fuerza,  la 
sencillez.  Originales,  fuer- 
tes y  sencillos  son  sus  ar- 
gumentos; natural  y  fuerte 
les  la  composición  escénica, 
¡natural  y  fuerte  el  diálogo; 
¡fuerte  y  natural  la  forma 
misma:  una  prosa  de  aca- 
jbada  hermosura. 
I       3.    Salvo    la    Lucrecia^ 

tragedia     flojísima,     en     que  C^^^.  27.    -M'nuel  Tamayo  y  Baus. 

se  aparta  de  su  habitual  llaneza,  casi  todo  su  teatro  compónese 
de  producciones  originales  y  maestras.  Entre  ellas  hácense  viva- 
mente notar  la  Locura  de  amor  y  Un  drama  nuevo. 

Dotes  princ. :   origijialidad,  sencillez,  vigor. 

Edic:   4  t.,   Madrid    1898. 

§  3.   Adelardo  López  de  Ayala. 

(1829,    Gradalcanal,  — 1879,    Madrid.) 

I .  Estadista  y  ministro  de  Alfonso  XII,  no  cede  a  Tamayo  en  bondad 
•ie  corazón,  ni  en  altura  moral,  ni  en  nativo  y  cristiano  españolismo. 


140  CUARTO    CICLO:    SIGLO    XIX. 

2.  Kn  ['//  hombre  de  Estado  traza  un  profundo,  patético  y  su- 
blime cuadro  de  la  ambición  viril  que  ciega  y  despeña,  así  como 
del  amor  femenino  que  se  sacrifica;  estudiados  el  hombre  y  la 
mujer  en  los  dos  protagonistas  con  análisis  maravilloso. 

Magistralmente  analiza  asimismo  en  Consuelo,  en  El  tejado  di 
vidrio,  el    Tanto  por  ciento  y  doquiera. 

Dotes  princ. :  invc7itiva,  psicología. 

Edic. :   7  t.,  Madrid    1887. 

PARALELO  ENTRE  TAMAYO  Y  AYALA. 

1 .  Dramaturgos  ambos  a  dos  de  nobles  principios  y  encumbrado 
vuelo,  habla  sencilla  y  galana ;  prosista  consumado  Tamayo,  versi- 
ficador insuperable  Ayala;  continuadores  ambos  del  drama  clásico 
y  por  antonomasia  español ;  modernos,  sin  embargo,  ambos  e  intér- 
pretes de  su  siglo,  al  par  que  los  antiguos  lo  fueron  del  suyo. 
No  difieren  sino  en  el  grado  de  ingenio. 

2.  En  inventiva,  potencia  dramática,  análisis  del  corazón,  viva- 
cidad de  diálogo,  hermosura  formal,  excede  Ayala  a  Tamayo, 
quien  en  todas  estas  dotes  no  deja  tampoco  de  resplandecer  in- 
tensamente en  cada  una  de  sus  obras. 

3.  Señalados  maestros  del  arte,  correspóndeles  a  entrambos, 
no  el  puesto  secundario  que  una  crítica  por  demás  ciega  ha  so- 
lido darles,  sino  otro  mucho  mayor.  La  crítica  verdadera,  que  pro- 
ceda con  rectitud,  ha  de  colocarlos  necesariamente  entre  Tirso  y 
Alarcón.  Sus  creaciones  aproxímanse  mucho  a  las  de  aquél  y  aven- 
tajan a  las  de  éste,  y  a  las  de  Rojas  y  sobre  toda  ponderación 
mucho  a  las   de  los  otros  inferiores  a  ellos. 

4.  Son  más  que  talentos :  su  inventiva  y  poder  dramáticos  los 
suben  a  la  categoría  de  genios. 

Con  la  audacia  del  genio  bajan  a  las  honduras  y  abismos  del 
alma  humana,  y  con  igual  audacia  remóntanse  de  allí  a  las  zonas 
altísimas  de  la  luz  inextinguible  e  inmensa,  arrastrando  consigo  al 
tardo  a  una  y  otra  parte  con  irresistible  pujanza,  y  llevando  al 
animoso  con  suavidad  suma  sobre  sus  potentísimas  alas. 

§  4.  José  de  Echegaray. 

(1833,  Madrid.) 

El  polígrafo  y  político  José  Echegaray  y  Eisaguirre  ha  logrado,  estudiando 
hábilmente  al  público,  señorearle  con  sus  dramas,  de  cierta  buena  disposición  es- 
cénica.  j)ero  efectistas  y   horripilantes,   de  estruendo,   crímenes  y  horrores,   de  sangre 


florecimiento:  secundo  si(;lo  de  uro.  141 

y  de  cadáveres,   que,   al   fin,   a  fuerza  de  amontonarse    en   las  tablas,  y  no  del   todo 
muertos,  paran  con  frecuencia  en  comedia. 

No  hay  en  el  teatro  de  España  cosa  peor :  ni  peor  pensada  ni  peor  escrita,  que 
el  Gran  Galeota.  El  cual  señala  el  confín  postrero  de  la  perversión  a  que  puede 
tocar  el  gusto  público  en   la  privilegiada  tierra  del   drama. 

§  5.  Jacinto  Verdaguer. 

(1845,   Fülgarolas,    — 1902,    \'alvidrera.) 

En  catalán  escribió  este  sacerdote  un  poema  lírico-épico,  la 
Atlántida,  en  que  canta  el  hundimiento  de  este  continente.  Mons- 
truosa, gongorina,  hácese,  con  todo,  admirar  la  «Atlántida»  por 
lenguaje  y  verso  espléndidos  y  la  esplendidez  de  los  episodios : 
el   «Sueño  de  Isabel»   y  el    «Coro  de  las  Cicladas». 

§  6.   Ojeada  sobre  la  literatura  española  durante 
el  siglo  XIX. 

1.  Paralelas  han  caminado  durante  el  siglo  XIX  y  prosiguen 
aún  caminando  las  dos  generaciones  enemigas:  la  incontable,  que 
maldice  impía,  ríe  forzada,  y  sarcástica,  llora  de  rabia  y  desespe- 
ración :  los  Larras,  Esproncedas,  Bécquer,  Niiñez  de  Arce,  Cam- 
poamor;  y  la  generación  diminuta,  que  bendice  creyente,  que  juega 
y  ríe  hasta  a  la  faz  de  la  muerte,  que,  cuando  llora,  llora  sin 
amargura,  y  a  menudo  de  dicha:  los  Fernán,  Pereda,  Trueba, 
Coloma,  Zorrilla,  Tamayo,  Ayala,  Menéndez. 

2.  Paralelas  van  ambas:  la  creyente,  vigorosa,  alborozada,  co- 
ronada de  flores;  la  impía,  pálida,  demacrada,  taciturna,  enferma, 
revelando  apenas  el  común  origen  en  alguna  marchita  facción,  en 
algún  fugitivo  relampaguear  de  la  mirada;  enfermos,  uno  de  his- 
panofobia,  otro  de  nostalgia;  todos  de  misantropía,  todos  de  in- 
curable tristeza. 

3.  Y  sin  embargo,  los  pocos  escritores  de  la  generación  sana 
y  española  han  sido  poderosos  para  ilustrar  a  España  durante  el 
siglo  y  para  levantar  durante  él  sus  letras  sobre  las  de  todas  las 
otras  naciones. 

¿Cuál  de  ellas,  en  efecto,  puede  presentar  en  el  decurso  de 
la  centuria  simultáneamente  cuatro  genios:  Fernán,  Zorrilla,  Ta- 
mayo, Ayala,  y  en  tan  diversos  géneros.' 

4.  Allegada  la  belleza  poética  producida  en  el  mismo  tiempo 
por  los  pocos  escritores  geniales  del  extranjero:  por  Chateau- 
briand,   Brentano,    Eichendorft',    Tolstoi,    no    alcanza    a   igualar    la 


142  EPÍLOGO. 

r¡i]uis¡ma  y  centelleante  de  estos  cuatro  í^randes  hijos  de  la  tierra 
poética  por  excelencia. 

Que  por  dondequiera  hasta  en  un  siglo  tan  estéril  para  las| 
letras  como  el  decimonono  ha  brotado  profusión  de  preciadas! 
plantas  y  de  exquisitas  flores. 

5.  Xo  han  desmentido  su  origen  ni  su   vitalidad  literaria  las  n 
públicas  hispano-americanas;  que  no  pocos  signos  y  no  cortas  es- 
peranzas   dan    de    germinación    y  pronta  florescencia.     Muchos  in- 
genios   de    fuerza  ha    habido    y    hay:    poetas    en  Centro-América; 
periodistas  e  historiadores  en  Chile;   escritores  apreciables  en  todas  i 
partes.  | 

Prosador  animado  y  polemista  vigoroso  es,  en  su  Venida  del 
Mesías  en  gloria  y  majestad,  el  jesuíta  chileno  Manuel  Lacunza. 
Es  poeta  de  gran  soltura  y  chispeante,  en  su  original  paráfrasis  del 
^< Orlando  furioso»,  el  sabio  venezolano  Andrés  Bello. 

Doquiera,  a  uno  y  otro  lado  de  los  mares,  vivo  está  el  genio 
ibérico  y  aspira  a  dominar. 

Epílogo. 

Trazado  está  el  cuadro  de  las  letras  españolas,  parte  en  notas 
taquigráficas,  apuntadas  en  la  lectura  de  los  libros  criticados  y  al 
volar  de  la  pluma;  parte  en  siluetas  y  perfiles;  alguna  parte  tam- 
bién en  miniaturas  fotográficas;  todo  en  obsequio  de  la  sinopsis, 
para  poder  contemplar  de  una  ojeada  el  gran  cuadro,  el  inmenso  1 
panorama ;  todo  en  obsequio  de  la  brevedad  y  en  interés  del  lector. 

El  que  toma  uno  de  estos  libros,  tómalo,  no  para  leerlo  al 
igual  que  una  novela  o  una  narración,  sino  con  el  fin  de  estudiar, 
de  orientarse,  de  consultar,  para  dejar  el  libro  en  seguida  de  la 
mano  y  volverlo  a  coger  oportunamente. 

Rápidas  y  escritas  en  estilo  de  apuntes  y  casi  lapidario,  hanj 
de  .ser  esta  clase  de  obras,  que  son  para  muchos,  pues  sólo  así 
pueden  muchos  consultarlas  y  adquirirlas. 

Breves  y  comprensivas  han  de  ser  y  presentar  la  mayor  con-j 
centración  posible,  para  que  de  golpe,  sin  pérdida  de  tiempo  y 
sin  fatiga,  se  pueda  abarcar  la  desmedida  extensión  con  que  se 
dilata  el  horizonte  de  toda  una  literatura,  sobre  todo,  como  la, 
española;  que  es  un  mundo,  mundo  henchido  de  todo  linaje  de 
riquezas  y  prodigios;  un  mundo,  el  más  grandioso  y  soberbio  que, 
después  del   helénico,  han  visto  y  verán  los  siglos. 


EPILOGO.  143 

He  trazado  a  grandes  rasgos  el  enorme  ciclorama.  Toca  al 
lector  inteligente  (que  sólo  para  él  he  escrito)  analizarlo  y  medi- 
tarlo. Hágalo,  y  verá  cómo  irán  creciendo  los  objetos,  avivándose 
los  colores,  aclarándose  los  contornos,  multiplicándose  las  distancias 
y  perspectivas.  Y  entonces  cada  uno  de  los  grandes  libros,  y 
luego,  el  inmenso  todo  comenzarán  a  esplender  más  y  más,  no 
Icón  la  luz  prestada  y  lánguida  de  un  minucioso  análisis,  sino  con 
¡la  propia,  intensa,  inextinguible  de  la  concentración  y  la  síntesis. 

El  análisis  más  es  para  el  vulgo  y  el  ocio :  la  síntesis,  para 
los  sabios  y  la  labor.  Una  síntesis,  aunque  no  sea  de  primer 
borden,  se  vuelve  a  leer;  el  mejor  análisis,  una  vez  leído,  leído  está 
!para  siempre.  El  análisis  cuadra  más  a  las  cosas  pequeñas :  la  sín- 
Itesis,  a  las  grandes,  como  las  letras  helénicas,  como  las  peninsu- 
llares.  Cosas  diminutas,  si  no  se  examinan  en  detalle,  si  no  se  pon- 
jderan  sus  excelencias,  no  se  aprecian ;  las  grandes,  empero,  cuanto 
con  mirada  más  amplia  y  general  se  dominan,  tanto  más  grandes 
se  ven. 

De  un  gentil  arbusto  se  goza  mirándolo  detallada  y  prolija- 
mente; de  un  árbol  gigantesco,  abarcándolo  (en  cuanto  es  dable) 
de  una  sola  mirada.  De  aquél  se  goza  una  vez;  de  éste,  en  cam- 
bio,  siempre. 

Y  árbol  gigante  son  las  letras  de  España;  son  el  árbol  de  las 
manzanas  de  oro  en  el  jardín  de  las  Hespérides. 


ADVERTENCIA. 

Salvo  los  aun  vivos,  y  Cervantes,  cuyo  Quijote  es  tan  acabado  que  casi  no 
se  puede  señalar  lo  mejor  de  él,  componen  esta  Antología  los  mayores  ingenios  es- 
pañoles, representados  por  algunas  de  sus  más  felices  y  características  páginas. 

La  norma  a  que  ella  se  ajusta,  es  elegir  lo  más  propio  para  caracterizar  el  ta- 
lento y  la   fisonomía   literaria  de  cada  autor. 

Por  tanto  no  puede  (como  por  lo  regular  ha  de  hacerlo  la  historia)  propor- 
cionar a  la  importancia  del  escritor  la  extensión  con  que  le  trata;  pues  hay  au- 
tores que  se  pintan,  como  de  cuerpo  entero,  en  una  sola  página,  cuando  otros, 
acaso   de  menos  valer,  apenas  lo  hacen   en   muchas. 

DEL  FUERO  JUZGO. 

VIRTUDES  DEL  REY. 

Así  como  el  sacerdote  ye  dicho  de  sacrificar,  así  del  rey  ye  dicho  de 
regnar  piadosamientre ;  mes  aquél  non  regna  piadosamientre,  quin  non 
a  misericordia.  Doñeas,  faciendo  derecho  el  rey,  deve  aver  nomne  de 
rey,  et  faciendo  torto,  pierde  nomne  de  rey.  Onde  los  antiguos  dicen 
tal  proverbio:  «Rey  serás,  si  fecieres  derecho,  et  si  non  fecieres  de- 
j  recho,  non  serás  rey. »  Onde  el  rey  deve  aver  duas  virtudes  en  si,  mayor- 
!  mientre  iusticia  et  verdat.  Mes  mais  ye  loado  el  rey  por  piedat,  que 
por  cada  una  destas;   ca   la   iusticia  a  verdat  consigo  de  so  (=  suyo). 

(I-  3.) 
FIRMEZA  DE  LOS  ESPONSALES. 

Deste  día  adelantre  establescemos  que  después  que  andar  el  pleytea- 
miento  de  las  bodas  ante  testimonias  entre  aquellos  que  se  quieren  des- 
posar, o  entre  sus  padres  o  entre  sus  propinquos,  e  la  sortiia  fuere  dada 
e  recibida  por  nombre  de  arras,  maguer  que  otro  escripto  non  sea  ende 
fecho;  por  nenguna  manera  el  prometimiento  non  sea  crebantado,  ni 
nenguna  de  las  partes  non  pueda  mudar  el  pleyto,  si  el  otra  parte  non 
quisiere;  mas  las  bodas  sean  fechas,  e  las  arras  sean  complidas  segund 
cuerno  es  pleyteado.  (III,   i,  3) 

MATRIMONIOS   DESIGUALES. 
Aquella    cosa   non    puede   nascer   en  paz  la  cual  es  fecha  por  dis- 
cordia.   Ca   nos   viemos   ya    algunos  que  eran    engannados   por   grand 

JÜNE.MANN,   Lit.   y  Ant.   esp.  lO 


146  ANTOLOGÍA. 

cobdicia  que  rasaban  sus  fiios  tan   desordenamientre,    que   en    el    casa- 
miento   non    se    acordaban    las    personas    en    edad    ni   en    costumbres. 

(in,  I,  4-) 

DE  LAS     SIETE  PARTIDAS  . 

Dios  es  comienzo  e  medio  e  acabamiento  de  todas  las  cosas,  e  sin 
él  ninguna  cosa  jiuede  ser,  ca  por  el  su  poder  son  fechas  e  por  el 
su  saber  son  gouernadas  e  por  la  su  bondad  son  mantenidas.  ( )ndc 
todo  ome  que  algún  buen  fecho  quisiere  comenzar,  prmiero  deue  poner 
e  adelantar  a  Dios  en  él,  rogándole  e  pidiéndole  merced,  que  le  de 
saber,  e  voluntad,  e  poder,  porque  lo  pueda  bien  acabar.   (Prólogo.) 

LEV  VII:  CU.VLES  DEBEN  SER  LAS  LEYES  EN  SÍ. 

Cumplidas  han  de  ser  las  leyes,  e  muy  cuidadas  e  catadas,  de  guisa 
que  sean  con  razón,  e  sobre  cosa  que  pueden  ser  segund  natura,  i 
las  palabras  dellas  que  sean  buenas  e  llanas  e  paladinas,  de  manera 
que  todo  ome  las  pueda  entender  e  retener.  E  otrosí  han  de  ser  sin 
escatima  e  sin  punto ;  porque  no  puedan  de  el  derecho  sacar  razón 
torticera  por  su  mal  entendimiento,  queriendo  mostrar  la  mentira  por 
verdad,  o  la  verdad  por  mentira;  e  que  no  sean  contrarias  las  unas  de 
las  otras.  (I,   i.) 

LEV  L\:  CUÁL  DEBE  SER  EL  FACEDOR  DE  LAS  LEVES. 

El  facedor  de  las  leyes  debe  amar  a  Dios  e  tenerle  ante  sus  ojos, 
cuando  las  ficiere,  porque  sean  derechas  e  complidas.  E  otrosí  debe 
amar  iusticia  e  procomunal  de  todos.  E  debe  ser  entendido  para  saber 
departir  el  derecho  del  tuerto,  e  no  debe  haber  vergüenza  en  mudar  e 
enmendar  sus  leyes  quando  entendiere  o  le  mostraren  razón  porque  lo 
deba  facer;  que  gran  derecho  es,  (jue  el  que  a  los  otros  ha  de  ende- 
rezar, e  enmendar,  que  lo  sepa  hacer  a  sí  mismo  quando  errare.    (I,  i.) 

AMADÍS  DE  GAULA. 

NIÑECES  DE  ESPLAXDI.VN. 

Habiendo  Esplandián  cuatro  años  que  naciera,  Nasciano  el  ermitaño 
envió  por  él  que  gelo  trujesen,  y  él  vino  bien  criado  de  su  tiempo;  e 
violo  tan  fermoso,  que  fué  maravillado,  e  santiguándolo,  lo  llegó  a  sí, 
y  el  niño  lo  abrazaba  como  si  lo  conociera.  Entonces  hizo  volver  al  ama, 
e  quedando  allí  un  fijo  que  de  la  leche  criara  a  Esplandián ;  y  entram- 
bos estos  niños  andaban  jugando  cabe  la  ermita;  de  que  el  santo  hom- 
bre era  muy  alegre,  e  daba  gracias  a  Dios  porque  había  querido  guar- 
dar tal  criatura.  Pues  así  acaeció  que,  siendo  Esplandián  cansado  de 
foigar,  echóse  a  dormir  debajo  de  un  árbol,  e  la  leona  —  que  ya  oiste 
que  algunas  veces  venía  al  ermitaño,  y  él  le  daba  de  comer,  cuando  lo 
había  —  vio  al  niño  e  fuese  a  él  e  andovo  un  poco  al  derredor  olién- 


I 
I 

f 

•  DE    LAS    SIETE    PARTIDAS.  — AMADÍS    DE    CAULA.  —  ROMANCES.  I47 

j 

1  dolo,  y  después  echóse  cabe  él ;  y  el  otro  niño  fué,  llorando,  al  hombre 
j  bueno,    diciendo  cómo  un  can  grande  quería  comer   a  Esplandián.    El 
hombre  bueno  salió  e  vio  la  leona,  e  fué  allá.  Mas  ella  se  vino  a  él,  fala- 
j  gándolo;  e  tomó  el  niño  en  sus  brazos,    que  era  ya  despierto,  e  como 
i  vio  la  leona,  dijo:   «Padre,  fermoso  can  es  éste.  ¿Ks  nuestro?'  — «No', 
¡  dijo  el  hombre  bueno,    «sino   de  Dios,    cuyas  son  todas  las    cosas.»  — 
«Mucho  querría,  padre,  que  fuese  nuestro. '  El  ermitaño  hobo  placer  e 
díjole:   'Fijo,  ¿ queréisle  dar  de  comer?»  —  «Sí»,  dijo  él.  Entonces  trajo 
una  pierna  de  gamo  que  unos  ballesteros  le  dieran;  y  el  niño  dióla  a 
la  leona  y  llegóse  a  ella  e  poníale  las  manos  por  las  orejas  e  por  la  boca. 
E  sabed  que  de  allí  adelante  siempre  la  leona  venía  cada  día  e  aguar- 
j  dábalo,    en  tanto  que  fuera  de  la  ermita  andaba.    E  de  que   más   cre- 
cido fué,  dióle  el  ermitaño  un  arco  a  su  medida,  e  otro  a  su  sobrino ; 
e  con  aquéllos,  después  de   haber   leído,  tiraban,    e   la   leona   iba   con 
ellos,  e,    si  herían  algún  ciervo,  ella  gelo  tomaba;    e  algunas  veces  ve- 
nían allí  algunos  ballesteros,  amigos  del  ermitaño,  e  íbanse  con  Esplan- 
dián a  cazar  por  amor  de  la  leona,  que  les  alcanzaba  la  caza,  y  de  en- 
tonces aprendió  Esplandián  a  cazar.  {III,  8.) 

ROMANCES. 

I.  MOKLSCOS  NOVELESCOS. 
MORIANA. 

Rodillada   está  Moriana,  i  Ojalá  viese  mi   alma 

que   la  quieren  degollare,  cómo  vos  poder  librare, 

de  SUS'  ojos  envendados  para  libertar  dos  vidas, 

non  cesando  de   llorare;  que   las  veo  aquí  penare  I» 

atada  de  pies  y  manos,  Moriana   dijo:    «Moro, 

que  era  lástima  mirare ;  lo  que  te  quiero  rogare, 

los  cabellos  de  oro   puro,  es  que  cumplas  con   tu  oficio, 

que  al  suelo  quieren  llegare,  sin   un   punto  más  tardare.» 

y  los  pechos  descubiertos,  Estando  los  dos  en  esto, 

más  blancos  que  non  cristale.  el  esposo   fué  a    asomare 

De  ver  el  verdugo   moro  matando  y  firiendo  moros, 

en  ella  tanta  beldade,  que   nadie   le  osa  esperare, 

de  su  amor  estando  preso.  Caballero   en   su   caballo, 

sin  poderlo   más  celare,  ¡unto  de  ella  fué  a  llegare, 

hablóle   en   algarabía  El  verdugo  la  desata 

como  a   aquella  que   la   sabe  :       .  y  le  ayuda  a   cabalgare  ; 

«Perdónedesme,   Moriana  ;  los  tres  van   de   compañía 

querádesme   perdonare,  sin   ningún   contrario   hallare ; 

que   mandado  soy,   señora,  en   el  castillo  de   Breña 

por  el  rey  moro  Galvane.  se  fueron  a  posentare. 

ABENÁMAR. 

Por  arrimo  su  albornoz  y  con   las  riendas  trabadas 

y  por  alfombra  su  adarga,  su  yegua  entre  dos  linderos, 

la  lanza  llana  en   el  suelo,  porque  no  se  pierda  y  pazca ; 

que  es  mucho  allanar  su  lanza;  mirando  un   florido  almendro 

colgado  el  freno  al  arzón  con   la  flor  mustia  y  quemada 

lO* 


I4S 


antología. 


por  l;i   inclemencia   del   cierzo, 

a   todas   (lores  contraria, 

en   la   vega   de  Tolcilo 

estaba  el   fuerte  Abcnáinar, 

frontero  de  los  palacios 

de  la   bella   Galiana. 

Las  aves  que  en   las  almenas 

al  aire  extienden   sus  alas, 

desde  lejos  le  parecen 

almaizares  de  su  dama. 

Con  esta   imaginación, 

que   fácilmente  le   engaña, 

se  recrea  el  moro  ausente, 

haciendo  de  ella  esperanzas: 

"(íaliana,   amada   mía, 

¿quién   te  puso  tantas  guardas! 

i  Quién   ha  hecho  mentirosa 

mi  ventura  y   tu  palabra? 

Ayer  me  llamaste  tuyo ; 

hoy  me  ves  y  no  me  hablas. 

Al  paso  de  estas   desdichas. 


¿qué  será  de  mí  mañana  " 
i  Dichoso  a(]uel   moro  libre 
que   en   mullida  o  dura   cania, 
sin   desdenes,   ni   favores 
puede   dormir   hasta  el   alba! 
¡  Ay  almendro  I    ¡  cómo   muestras 
que   la   dicha  anticipada 
no   nació   cuando  debiera, 
y  así  debe  y  nunca  paga ! 
Pues  eres  ejemplo  triste 
de  lo  que  en   mi   dicha  pasa, 
yo  prometo  de   traerte 
por  divisa  de  mi   adarga  ; 
que  abrasado  y  florecido 
aquí  como  mi  esperanza, 
bien   te   cuadrará  esta  letra  : 
«Del   tiempo   ha  sido  la  falla. '- 
Dijo,   y  enfrenando  el   moro 
su  yegua,  mas  no  sus  ansias, 
por  la  ribera  del  Tajo 
se  fué  camino  de  Ocaña. 


II.  CAl'.ALLEKESCO. 
EL  INFANTE  VENGADOR. 


Helo,  helo  por  do  viene 

el  infante   vengador, 

caballero  a   la  jineta 

en   caballo  corredor, 

su   manto  revuelto  al  brazo, 

demudada   la  color, 

y   en  la  su  mano  derecha 

un   venablo  cortador. 

Con   la  punta  del   venablo 

sacaría  un   arador. 

Siete  veces  fué  templado 

en  la  sangre  de  un  dragón 

y  otras  tantas  fué  afilado 

porque  corlase  mejor: 

el  hierro  fué   hecho   en   Francia 

y  el  asta  en  Aragón. 

Perfilándoselo  iba 

en  las  alas  de   su   halcón, 

iba  a  buscar  a  Don   Cuadros, 

a   Don   Cuadros,  el   traidor; 

y  allá  le   fuera  a   hallar 

junto  del    emperador. 

La  vara  tiene  en  la  mano, 

que  era  justicia  mayor. 

Siete  veces  lo  pensaba 

si   le   tiraría  o  no, 

y  al  cabo  de  las  ocho, 

el  venable  le  arrojó. 

Por    lar  al  dicho  Don   Cuadros 

dado  ha   al   emperador: 


pasado   le   ha   manto  y   sayo, 
que  era  de  un   tornasol ; 
por  el  suelo  ladrillado 
más  de  un   palmo  le  metió. 
Allí  le  habló  el  rey; 
bien  oiréis  lo  que   habló  : 
«{Por  qué  me  tiraste,   infante? 
¿Por  qué  me  tiras,   traidor-» 
—   «Perdóneme   la   tu   Alteza, 
que  no  tiraba  a   ti,   no  : 
tiraba  al  traidor  de  Cuadros, 
ese  falso  engañador, 
que  de  siete  hermanos  que  tenía, 
no  ha  dejado  si  a  mí  no. 
Por  eso  delante  ti, 
buen  rey,  lo  desafío  yo.» 
Todos  fían   a  Don   Cuadros, 
y  al   infante  no  fían,   no; 
si  no  fuera  una  doncella, 
hija   es  del   emperador, 
que  los  tomó   por  la  mano, 
y  en  el  cam;)0  los  metió. 
A  los  primeros  encuentros. 
Cuadros  en   tierra   cayó. 
Apeárase  el  infante, 
la  cabeza  le  corló, 
y   tomárala  en   su  lanza, 
y  al   buen  rey  la  presentó. 
De  que  aquesto  vido  el  rey, 
Con   su   hija  le   casó. 


ROMANCES. 


149 


III.    ROMANCES  DEL  CID. 


( I'.l  Ciii,  a  los  diez  años  de  edad,  ejerce  el  oficio  de  juez.) 


Non   me   culpedes,   si   he  fecho 
mi  justicia  y  mi   deber, 
maguer  que   siendo  pequeño 
me  nombrastes  por  juez. 
Entre   todos  me  escogistes 
por  de   más  madura  sien, 
porque   ficiese  derecho 
de   lo   fecho  mal   y  bien. 
Non   fagáis  desaguisado 
si  al  robador  enforqué, 
que  en   bornes  este  delito 
no  causa  ninguna   prez. 
Como  de  veras  me  pago, 
de  las  burlas  non  curé, 
que  el  que  pugna  por  la  honra, 
enemigo  de  ella  fué. 
Atended  que  la  justicia, 
en   burlas  y  en  veras,   fué 
vara  tan  firme  y  derecha, 
que  non  se  pudo  torcer. 


II. 


(Prueba  Diego   Laínez  a  sus  hijos  para   saber  a 
que  le  hizo  el  conde 

Cuidando  Diego   Laínez 
en  la  mengua   de  su  casa, 
fidalga,  rica  y  antigua 
antes  que   Iñigo  Abarca  ; 
y  viendo  que  le  fallescen 
fuerzas  para  la  venganza, 
porque,   por  sus  luengos  días, 
por  sí  no  puede   tomalla, 
no  puede  dormir  de   noche, 
nin  gustar  de  las  viandas, 
ni  alzar  del  suelo  los  ojos, 
ni  osar  salir  de  su  casa, 
nin  fablar  con  sus  amigos  ; 
antes  les  niega  la  fabla, 
temiendo  que  los  ofenda 
el  aliento  de  su  infamia. 
Estando,  pues,   combatiendo 
con  estas   honrosas  bascas, 
para  usar  de  esta  experiencia, 
que  no  le  salió  contraria, 
mandó  llamar  a  sus  hijos, 
y  sin   decilles  palabra, 
les  fué  apretando  uno  a  uno 
las  fidalgas  tiernas  palmas : 
no  para  mirar  en   ellas 
las  quiroinánticas  rayas; 


Verdad,   entre  burla  y  juego, 
como  es  fija  de  la  fe, 
es  peña  que  al  agua  y  viento 
para  siempre  está  de  un  ser. 
Miémbraseme  (jue  mi  abuelo, 
(en  buen   siglo  su  alma  eitéj, 
muchas  veces  me  decía 
aquesto  que  agora  oiréis : 
«El   home  en  sus  mancebías 
siempre  debiera  aprender 
a  facer  siempre   derecho, 
cuando  en   más  burlas  esté.» 
Así  fice  esta  vegada, 
yo  cuido  que  fice  bien, 
que  sigo  un   abuelo  honrado, 
que  nadie  se  quejó  del.  — 
Esto  decía  Rodrigo 
afinojado  ante  el   rey, 
delante  los   que  juzgaba 
antes  de  los  años  diez. 


cuál  fiará  la  venganza  de  la  afrenta 
Lozano.) 

que  este  fechicero  abuso 

no  era  nacido  en  España. 

Mas  prestando  el   honor  fuerzas, 

a  pesar  del  tiempo  y  canas, 

a  la  fría  sangre  y  venas, 

nervios  y  arterias  heladas, 

les  apretó  de  manera 

que  dijeron :   «Señor,  basta, 

¿qué  intentas  o  qué  pretendes - 

suéltanos  ya,   que  nos  matas.» 

Mas,  cuando  llegó  a  Rodrigo, 

casi   muerta  la  esperanza 

del  fruto  que  pretendía, 

que  a  do  no  piensan  se  halla; 

encarnizados  los  ojos, 

cual   furiosa  tigre  hircana, 

con   mucha  furia  y  denuedo 

le  dice  aquestas  palabras: 

«Soltedes,   padre,   en   mal   hora, 

soltedes,   en  hora  mala, 

que,   a  no  ser  padre,   no  hiciera 

satisfacción   de  palabras, 

antes  con   la  mano  mesma 

vos  sacara  las  entrañas, 

faciendo   lugar  el  dedo 

en  vez   de  puñal   o  daga.» 


ISO 


AN  rOLOGIA. 


Llorando  ile  gozo  el   viejo, 
dijo:    «Kijo  de  mi   alma, 
tu  enojo  me  desenoja, 
y  lu   indignación   me  agrada. 
Esos  bríos,   mi   Rodrigo, 
muéstralos  en   la   demanda 


de   mi   honor,   (|iie  está  perdido, 
si   en   ti   no  se  cobra   y   gana.» 
Contóle  su  agravio,   y   dióle 
su   bendición,   y   la  espada, 
con  que  dio  al  conde  ia  muerte, 
y  principio  a  sus  fazañas. 


III. 


f  i:i    i  ///  Si  prepara   a   vciii^a 

Pensativo  estaba   el  Cid, 

viéndose  de  pocos  años 

jiara  vengar  a  su   padre, 

matando  al   conde   Lozano. 

Miral)a  el  bando  temido 

del  ]ioderoso  contrario, 

que  tenía  en   las  montañas 

mil  amigos  asturianos ; 

miraba  cómo  en   las   Cortes 

del   rey   de   León  Fernando 

era  su  voto  el   primero, 

y  en   guerras  mejor  su  brazo. 

Todo  le  parece  poco 

respecto  de  aquel  agravio, 

el  primero  que  se  ha  fecho 

a  la  sangre  de  Laín  Calvo. 

Al  cielo  pide  justicia, 

a  la   tierra  pide  campo, 

al  viejo  padre  licencia 

y  a   la  honra  esfuerzo  y  brazo. 

Non  cuida  de  su  niñez ; 

que,  en  naciendo,  es  costumbrado 

a   morir  por  casos  de   honra 

el   valiente   fijodalgo. 

Descolgó   una   espada   vieja 

de  Mudarra  el  castellano, 

que  estaba  vieja  y  mohosa 

por  la  muerte  de  su  amo : 


la  afrenta  hecha  a  su  padre. ) 

y  pensando   que   ella  sola 
bastaba  para   el   descargo, 
antes  que  se   la   ciñese, 
así  le   dice   turbado : 
«Faz  cvienta,   valiente  espada, 
que  es  de  Mudarra  mi   brazo, 
y  que  con  su  brazo  riñes, 
porque  suyo  es  el  agravio. 
Bien   sé  que   te   correrás 
de  verte  así  en   la  mi  mano ; 
mas  no  te  podrás  correr 
de  volver  atrás  un   paso. 
Tan  fuerte  como  tu  acero 
me  verás   en   campo   armado ; 
tan  bueno  como  el  primero, 
segundo  dueño   has  cobrado, 
y   cuando  alguno   te  venza, 
del  torpe  fecho   enojado 
fasta  la  cruz   en   mi   pecho 
te  esconderé   muy  airado. 
Vamos  al  campo,   que  es  hora 
de   dar  al   conde   Lozano 
el  castigo   que  merece 
tan   infame   lengua   y   mano.» 
Determinado  va  el   Cid, 
y  va  tan   determinado, 
que  en   espacio  de  una   hora 
quedó  del   conde  vengado. 


(Reto  del  Cid  al  conde 

•Non  es  de  sesudos  homes, 
ni  de  infanzones  de  pro, 
facer  denuesto  a  un  fidalgo, 
que  es  lenudo  más  que  vos: 
non  los  fuertes   barraganes 
del   vuestro  ardid   tan   feroz 
prueban  en  homes  ancianos 
el   su  juvenil   furor : 
no  son  buenas  fechorías, 
que  los  homes  de  León 
fieran  en  el  rostro  a  un  viejo, 
y  no  el  pecho  a  un   infanzón. 
Cuidarais  que  era  mi  ])adre 
de  Laín  Calvo  sucesor. 


IV. 

Lozano  v  muerte  de  éste.) 

y   que  no  sufren   los  tuertos 
los  que  han   de  buenos  blasón. 
Mas  ¿  cómo  vos  atrevisteis 
a  un  home,  que  solo  Dios, 
siendo  yo  su  fijo,   puede 
facer  aquesto,   otro  non  ? 
La  su   noble   faz  nublasteis 
con   nube  de  deshonor; 
mas  yo  desfaré   la   niebla, 
que   es  mi  fuerza   la  del  sol ; 
que  la  sangre  dispercude 
mancha   que   finca   en   la   honor, 
y   ha  de  ser,   si  bien   me  leinbrn 
con   sangre  del   malhechor: 


ROMANCES. 


151 


la  vuesa,  conde  tirano, 
lo  será,  pues  su  fervor 
os  inovió  a  desaguisado 
privándovos   de   razón. 
Mano  en   mi  padre  pusisteis 
delante  el  rey  con  furor, 
cuida  que  lo  denostasteis, 
y  que  soy  su   fijo  yo. 
Mal  fecho  ficisteis,  conde, 
yo  vos  reto  de  traidor, 
y  catad  si  vos  atiendo, 
si   me  causareis  pavor. 
Diego  Laínez  me  fizo 
bien   cendrado  en  su  crisol ; 


probaré  en  vos  mi  fiereza, 
y  en  vuesa  falsa   intención. 
Non   vos  valdrá  el  ardimiento 
de  mañero   lidiador, 
pues  para  vos  combatir 
traigo  mi  espada  y    trotón." 
Aquesto  al  conde  Lozano 
dijo  el  buen  Cid  Cainjieador ; 
que  después  por  sus  fazañas 
este  nombre  mereció. 
Dióle  la  muerte,   y  vengóse, 
la  cabeza   le  cortó, 
y  con  ella  ante  su  padre 
contento  se  afinojó. 


V. 


(Quéjase  yimciia  al  Cid  de  que 

Al  arma,  al  arma,  sonaban 
los  pifaros  y  tambores : 
«¡Guerra,   fuego,   sangre!»   dicen 
sus  espantosos   clamores. 
El  Cid  apresta  su  gente, 
todos  se  ponen   en   orden, 
cuando   llorosa  y  humilde 
le  dice  Jimena  Gómez: 
«Rey  de  mi  alma,  y  desta  tierra  conde, 
¿porqué  me  dejas?  ¿Dónde  vas?  ¿adonde - 

«Que  si  eres  Marte  en  la  guerra, 
eres  Apolo  en  la  corte, 
donde  matas  bellas  damas, 
como  allá  meros  feroces 
ante  tus  ojos  se  postran 
y  de  rodillas  se  ponen 
los  reyes  moros,  las   hijas 
de  reyes   cristianos  nobles. 
Rey  de  mi  alma,   y  desta  tierra  conde, 
i  ¿por  qué  me  dejas?  ¿Dónde  vas?  ¿adonde? 


la  deja  por  acudir  a  las  batallas.) 

«Ya  truecan  todos  las  galas 
por  lucidos  morriones, 
por  arneses  de   Milán 
los  blandos  paños  de   Londres: 
las   calzas  por  duras  grebas, 
por  mallas  guantes  de  flores; 
mas  nosotros  trocaremos 
las   almas  y   corazones. 
Rey   de   mi   alma,  y  desta  tierra  conde, 
¿por  queme  dejas?  ¿Dónde  vas?  ¿adonde?» 

Viendo  las  duras  querellas 
de  su  querida  consorte, 
no  puede  sufrir  el  Cid 
que   no  la  consuele  y  llore. 
«Enjugad,  señora»,  dice, 
«los  ojos  hasta  que  torne.» 
Ella  mirando  los  suyos 
su  pena  publica  a  voces  : 
«Rey  de  mi  alma,  y  desta  tierra  conde, 
¿porqué  me  dejas?  ¿Dónde  vas?  ¿adonde?» 


(Quéjase  yimena  de  que  el 
La  noble  Jimena  Gómez, 
hija  del  con<le  Lozano, 
con  el   Cid,   marido  suyo, 
sobre  mesa  estaba  hablando, 
triste,  quejosa  y  corrida 
en  ver  que   el   Cid  haya  dado 
en  despreciar  su  compaña 
por  preciarse  de  soldado. 
Sospechaba  que  el  enojo 
del  muerto  conde  Lozano 
vengaba  de  nuevo  en  ella, 
aunque  estaba  bien  vengado ; 
y  con  este  sentimiento, 
tiernamente  suspirando, 


VL 

Cid  acude  más  a  las  batallas  que  no  a  ella.) 

con  lágrimas  amorosas 
así  le  dijo  llorando: 
«¡Desdichada  la  dama   cortesana 
que  casa  lo  mejor  que  casar  puede, 
y  dichosa  en   extremo  la  aldeana, 
pues  no  hay  quien  de  su  bien  la  desherede  ! 
Pues  si   amanece  sola  a  la  mañana, 
no   hay  sueño  por  la  tarde  que  la  vede 
de  anochecer  al  lado  de  su  cuyo, 
segura  de  la  ausencia  y  daño  suyo 
No  la   despiertan  sueños  de  pelea, 
sino  el   sediente  hijuelo  por  el  pecho ; 
con  dársele  y  mecerle  se  recrea, 
dejándole  dormido  y  satisfecho ; 


'52 


antología. 


piensa  que  todo  el  inundo  está  en  su  aldea, 
y  debajo   un   pajizo  y  pobre  techo, 
de   dorados  palacios  no  se  cura, 
que  no  consiste  en  oro  la  ventura. 
Viene  el  di-santo,  múdase  camisa, 
y   la  saya  de  boda  alegremente, 
corales  y  patena  por  divisa 
de  gozo  y  libertad  que    el  alma  siente : 
vase  al   solaz,    y    en   él  con  gozo  y  risa 
a   la  vecina  encuentra  o  al   pariente, 


«le  cuyas  rudas  pláticas  se   goza, 

y  en  años  de  vejez  la  juzgan  moza. 

No  quiso  el  Cid  que  Jimcna 

se  le  aqueje  y  duela   tanto, 

y  en  la  cruz  de  su  tizona, 

espada  que   ciñe  al   lado, 

le  jura  de  no  volver 

más  al  fronterizo   campo, 

y  vivir  gozando  de   ella 

y  de   su  noble  condado. 


VIL 

(Carta   de  y  ¡mena  ai  rey,   quejándose  de  que,   ocupándole  en  guerras,   tiene  siempre 
al    Cid  apartado  de  ella:   pídele    se    lo    suelte    siquiera   para    que    la    asista    en    su 

próximo  parto.) 


En   los  solares  de   Burgos 

a  su  Rodrigo  aguardando, 

tan  en  cinta   está  Jimena, 

que  muy  cedo  aguarda  el  parto. 

Cuando,   además  dolorida, 

una  mañana  en   di-santo, 

bañada  en   lágrimas  tiernas, 

tomó  la  pluma  en  la    mano, 

y  después  de  haberle  escrito 

mil  quejas  a  su  velado, 

bastantes  a  domeñar 

unas  entrañas  de  mármol, 

de  nuevo  tomó  la  pluma 

y  de  nuevo  tornó  al  llanto ; 

y  de  esta  guisa  le  escribe 

al   noble  rey   Uon  Feriíando : 

»A  vos,  mi  Señor  el  Rey, 

el  bueno,   el  aventurado, 

el   magno,   el   conqueridor, 

el  agradecido,   el  sabio, 

la  vuesa  sierva  Jimena, 

fija  del  conde   Lozano, 

a  quien  vos  marido  disteis 

bien  así  como  burlando ; 

desde  Burgos  os  saluda, 

donde  vive  lacerando: 

las  vuesas  andanzas  buenas 

Uévevoslas  Dios  al  cabo. 

Perdonadme,  mi  Señor, 

si  no  os  fablo   muy  en  salvo, 

que,  si   mal  talante  os  tengo, 

no  puedo  disimulallo. 

¿Qué  ley  de  Dios  vos  enseña 

que  podáis  por  tiempo  tanto, 

cuando  afincáis  en  las  lides, 

descasar  a  los  casados? 

(Qué  buena  razón  consiente 

que  a  un   garzón   bien   domeñado, 

íalagütAo  y  homildoso 


le   mostréis  a  ser  león   bravo  ? 

c  y  que  de  noche   y   de  día 

le   traigáis  atraillado 

sin  soltaile  para  mí 

sino  una  vez  en   el  año? 

V  ésa  que  me  le  soltáis, 

fasta  los  pies  del   caballo, 

tan  teñido  en  sangre  viene, 

que  pone  pavor  mirallo; 

y  cuando  mis  brazos  toca, 

luego  se  duerme  en  mis  brazos ; 

en  sueños  gime  y  forceja, 

que  cuida  que  está  lidiando. 

Apenas  el  alba  rompe, 

cuando  lo  están   acuciando 

los  esculcas  y  adalides 

para  que  se  vuelva   al   campo. 

Llorando  vos  lo  pedí, 

y  en   mi  soledad   cuidando 

de  cobrar  padre  y  marido, 

ni   uno  tengo,   ni   otro  alcanzo; 

que  como  otro  bien   no   tengo, 

y  me  lo   habedes  quitado, 

en  guisa  le  lloro  vivo, 

cual  si  estuviera  finado. 

Si   lo  facéis  por  honralle, 

mi   Rodrigo  es  tan   honrado 

que   no   tiene  barba  y  tiene 

cinco  reyes  por  vasallos. 

Yo  finco.   Señor,  en   cinta, 

que  en   nueve  meses  he  entrado. 

y   me  podrán  empecer 

las  lágrimas  que  derramo. 

Non   permitáis  se  malogren 

prendas  del  mejor  vasallo 

que   tiene  cruces  Ijermejas, 

ni  a  rey  ha  besado  mano. 

Respondedme  en  puridad 

con  letras  de  vuesa  mano, 


ROMANCES. 


'53 


aunque  al   vueso  mandadero 
le  pague  yo  su  aguinaldo. 
Dad  este  escrito  a  las  llamas  ; 

vni. 

(Rcspuesla  ilel  ley  a  la 
Pidiendo  a  las  diez  del   día 
papel  a  su  secretario, 
a  la  carta  de  Jimena 
responde  el  rey  por  su  mano. 
Después  de  facer  la  cruz, 
con  cuatro  puntos  y  un   rasgo, 
aquestas  palabras  finca 
a  guisa  de  cortesano : 
«A  vos,  Jimena  la   noble, 
la  del   marido  envidiado, 
la  homildosa,   la  discreta 
la  que   cedo  espera  el   parto, 
el  Rey  que  nunca  vos  tuvo 
talante  desmesurado, 
vos  envía  sus  saludes 
en  fe  de  quereros  tanto. 
Decísme  que  soy  mal  rey 
y  que  descaso  casados, 
y  que  por  los  mis  provechos 
non   curo  de  vuesos  daños: 
que  estáis  de  mí  querellosa 
decís  en  vuesos  despachos ; 
que  non  vos  suelto  el  marido 
sino  una  vez  en  el  año, 
y  que,  cuando  vos  le  suelto, 
en  lugar  de   falagaros, 
en   vuesos  brazos  se  duerme, 
como  viene  tan   cansado. 
Si  supiérades,   señora, 
que  vos  quitaba  el  velado 
por  mis  enamoramientos, 
fuera  con  razón   quejaros ; 
mas  si   sólo   vos  lo  quito 
para  lidiar  en   el  campo 
con  los  moros  convecinos, 
non  vos  fago  mucho  agravio. 
A  non  vos  tener  en   cinta, 
señora,   el  vueso  velado, 
creyera  de  su  dormir 
lo  que  me  habedes  contado; 
pero,   si   os  tiene,   señora, 
con  el  brial   levantado  . . . 
no  se  ha  dormido  en   el   lecho, 
si  espera  en  vos  mayorazgo. 


non  se  faga  de  palacio, 
que   a   malos   Ijarruntadores 
non   me   será  hiien  contado. 


carta  de  J i  me  na.) 

Y  si  en  el   parto  primero 

un   marido  os  ha  fallado, 

no  importa,  que  sobra  un   rey, 

que  os  fará  cien   mil  regalos. 

Non   le  escribades  que  venga, 

porque,   aunque  esté  a  vueso  lado, 

en   oyendo  el   alambor, 

será  forzoso  dejaros. 

Si  non  hubiera  yo  puesto 

las  mis  huestes  a  su  cargo, 

ni  vos   fuerais  más  que  dueña, 

ni  él  fuera  más  que  un    fidalgo 

Decís  que  vueso  Rodrigo 

Tiene  reyes  por  vasallos : 

i  Ojalá,    como  son   cinco 

fueran  cinco  veces  cuatro  I 

Porque  teniéndolos  él 

sujetos  a  su  mandado, 

mis  castillos  y  los  vuesos 

no  hubieran   tantos  contrarios. 

Decís  que  entregue  a  las  llamas 

la  -carta  que  me  habéis  dado : 

a  contener  herejías 

fuera  digna  de  tal  pago ; 

mas  si   contiene  razones 

dignas  de  los  siete  sabios, 

mejor  es  para  mi    archivo 

que  no  para  el  fuego  ingrato: 

y  porque  guardéis  la  mía 

y   non   la  fagáis  pedazos, 

por  ella  a   lo  que  parierdes 

prometo  buen  aguinaldo. 

Si   fijo,  prometo  dalle 

una  espada  y  un   caballo, 

y  dos  mil   maravedís 

para  ayuda  de  su  gasto. 

Si   fija,   para  su  dote 

prometo  poner  en   cambio 

desde  el  día  que  naciere, 

de  plata  cuarenta  marcos. 

Con  esto  ceso,   señora, 

y  no  de  estar  suplicando 

a  la  Virgen,   vos  alumbre 

en  los  peligros  del  parto." 


IV.  ROMAN'CES  ERÓTICOS. 
LA  HERMOSA  PASTORA. 

Orillas  de  un   claro  río,  entre  una   fresca  arboleda 


cuyas  márgenes  sagradas 


diversas  flores  esmaltan. 


»54 


ANTOLOGÍA. 


jjozando  lie  su   frescura 

estaba   cierta   iiiai"\ana, 

cuando  turbó  mi   sosiego 

una   novedad   extraña. 

Noté  en  las  plantas  y  flores 

maravillosas  mudanzas  : 

cobraban  color  las  flores, 

y  nuevo  fruto  las  plantas; 

el  sol  eclipsó  la  luz ; 

detuvo  el  río  su  plata; 

el   céfiro   embelesado 

se  suspendió  entre   las  ramas. 

Y,  deseando  saber 

de   tai   novedad  la   causa, 

tendí  por  el   prado  ameno 

la  vista   medio   turbada; 

y  aunque  la   perdí  del   todo, 

al  resplandor  de  sus  llamas, 

vi   una  pastora   divina, 

de   tales  milagros  causa. 

Eran  sus  madejas  rubias 

del  oro  fino  de  Arabia, 

su  frente   blanca   y    hermosa, 

como   nieve  no  pisada  ; 


sus   cejas   graciosos  arcos 
por   donde   el   amor  dispara ; 
sus   ojos   tales  que  el  sol 
toma  de  ellos  su  luz   clara. 
De  divina  proporción 
era   su   nariz   mediana, 
donde  nos  descubre  amor 
de  su   alcázar  dos  ventanas. 
Kubís  o  finos  corales 
eran  sus  labios  de  grana, 
que  descubren  ricas  perlas 
entre   la   color  rosada. 
Sus   mejillas  ricas  eran 
cristal  y  leche  cuajada; 
su   cuello   firme  coluna 
que   este   cielo  sustentaba. 
Sus  manos   blancas  y   hermosas, 
largas,   lisas,   torneadas, 
son   de   marfil   soberano, 
si   algún   marfil  las  iguala. 
Yo,    pues,   que   la  vi  salir 
de   una   dichosa  cabaiTa, 
quisiera  besar  el  suelo 
donde  ella  puso  las  plantas. 

(Anónimo/ 


ABANDONADO. 


¿Dónde  estás,  señora  mía, 
que  no  te  duele  mi  mal  ? 
O  no  lo  sabes,  señora, 
o  eres  falsa  y  desleal. 
De  mis  pequeñas  heridas 
compasión  solías  mostrar; 
y  ahora,   ¿  de  las  mortales 
no  tienes  ningún  pesar  ? 
¿Cómo  acudiste  a  lo  menos 
y  me  faltaste  en   lo  más? 
Que  en   los  mayores  peligros 
se  conoce  la  amistad. 
El   crisol   de  las  verdades 
suele  ser  la  adversidad. 
-;En  qué  memoria  ocupada, 
tan  sorda  a  mi  llanto  estás? 


Acuerdóme  bien,  si  penas 
me  dejan  bien   acordar, 
que  en  un  tronco  de  un  aliso, 
(jue   el  Tajo  bañando  está, 
cuando  yo  era   más  dichoso 
y   tu   más  firme  y  leal, 
escribió  tu  mano  un   día  : 
«Yo   te  doy  mi  libertad, 
y  antes  que  de   ti   la  mude. 
Tajo  el  curso  mudará.» 
Río,   vuelve   atrás  las  aguas, 
pues  la  fe  se  vuelve  atrás. 
Aquesto  Tirsi   decía, 
cantando  en   su  soledad 
memorias  de  su  señora 
y  testigos  de  su  mal. 

(Anónimo  ) 


ABANDONADA. 


Una  bella    pastorcilla 
de  doce  años  no  cabales, 
tierna  edad,   hermosos  ojos, 
vivo  retrato  de  un  ángel, 
herida  de  un   tierno  amor, 
dejando  a  su  anciano   padre, 
desgreñada  va   corriendo 
por  las  riberas  del  (Jange. 


El   cabello  de  oro  fino, 

hebra  a  hebra,   esparce  al   aire, 

que  al  sol  eclipsa  sus  rayos, 

y  uno  solo  alumbra  el  valle. 

Una  piel   lleva  vestida 

de  un  oso,  teñida  en  sangre, 

sobre  una  corta  sayuela 

de  un  grueso  sayal  de  herbaje. 


ROMANCES. 


155 


Descalza   va  por  la  arena, 
y  eslampando   el   pie,   deshace 
lo  que   es   tierra,   y  queda   cielo, 
si  el   cielo  en   la   tierra  cabe. 
Sus  ojos  bellos,   serenos, 
hechos  los  lleva  dos  mares, 
vertiendo   divinas  perlas 
entre  arroyos  de  cristales. 
A  voces  dice:    «¡Cruel! 
¡  por  el  cielo,  que  me  aguardes ! 
Óyeme :  i  por  qué  me  ofendes, 
pues   no  me  ofende  el  buscarte  ■ 
¿Cómo  puedes,   di,  enemigo 
romper  el   pleito   homenaje  ? 


FLORA. 


Los  diamantes  de  la  noche 
la  blanca   aurora  cubría 
con   tornasoles  dorados 
y  con   doradas   cortinas. 
Ya   las  sombras  tenebrosas 
tiernas  luces  esparcían, 
enriqueciendo   los   campos 
con  aljófar  y  con  risa : 
ya  los  caballos  de  fuego 
luceros  de   nieve   pisan, 
y  el  niño  sol,  entre   sueños, 
hacia  el   oriente  los  guía  : 
ya  las  rosas  y  jazmines 
a  saludarse  salían: 
ellos  vestidos   de   plata, 
y   ellas  de  nácar  vestidas  : 
ya   sus  amorosas  quejas 
cantaban   las  avecillas, 


«Flora,   mucho  deben 
al  sol   las  flores ; 
pero  más  a  tus  ojos, 
que  son  dos  soles. 
Da  el  sol  a  los  campos, 
entre   flores  varias, 
mosquetas   de   nieve 
y  rosas  de   grana ; 


Canta7-cillo. 


Mas  a  quien   falta  la  fe, 
no  es  mucho  a   palabras   falte. 
Mis  suspiros  van   tras  ti: 
¡  ay  que   temo  no  te  abrasen  I 
Mas  no,    ¡que   de  hielo  eres, 
y  helado  en   mi  pecho   ardes  I 
Fiera  me  muestras  a  ser; 
pero  ya  me  enseñas   larde, 
pues  que,   cuando  pude,   fui 
blanda  cera,   y  tú  diamante.» 
Corrida  de  aquesta  suerte, 
vio  del   río  a  la  otra  parte 
su   ingrato  pastor    que   huye, 
y  tras  él   se   arroja  al   Gange. 

(Anónimo.) 


porque  se   duerma  la   noche 
y  porque   despunte  el   día  : 
ya  los  árboles  sus    frentes 
a  la  santa  luz  humillan 
y  en  los  espejos  del  río 
se  componen  y  remiran: 
ya  el  Betis  al   sol  sagrado 
porque  sus  márgenes  pinta 
perlas  y  piedras  preciosas 
en  fuentes  de  plata  envía  : 
cuando  al   Prado   sale  Flora, 
dando  luz  y   nueva  vista 
a  las  plantas  y  a  las  aves, 
al  sol  y  a  sus   maravillas. 
Viola  el  pastor  que  la  adora, 
dando  vida  a  cuanto  pisa, 
y  porque  el  sol  la  envidiase, 
esto  le  cantó  en  su  lira : 

lAncnimo.) 

y  entre  rayos  de  oro 
que   los  montes  bañan, 
esparcen   sus  luces 
jazmines  de   plata. 
Plata,   grana  y  nieve 
le  deben   los  montes, 
pero  más  a  tus  ojos 
que  son   dos  soles. 


(Anónimo  ) 


LA  CAZADORA. 


Ya  viene   la  primavera 
y  no  viene  en   el   abril, 
sino   en   la  beldad   de   Filis, 
de  la   tierra   un   serafín. 
Ya  viene  de   aquellos  montes 
la  cazadora  gentil, 
dejando  viva  a  la   fiera 
que   tiene   dentro  de  sí. 


Los  despojos   de    la  caza 
está  mirando  venir: 
a  sus  ojos  uno  a  uno, 
a  sus  manos  mil  a  mil. 
Miréla,  y  con  tanto  miedo 
he  quedado  de  vivir, 
que  no  me  atrevo  a   buscarlos 
donde  sé  que  me  perdí. 


156 


antología. 


Selvas,  si  veis  a  las  aves 
de  nácar  y  de  jazmín, 


INÉS. 


informadla  de  mis  ansias 
con   decir  que  ya  la   vi. 


i  Por  (]ué  tan   firme   os  adoro  ? 

Inés,   me  pregunta  amor. 

Yo  no  sé  lo  que  tenéis, 

y  tenéis  el  que  sé  yo. 

El   no  sé  qué   de   las   lindas 

es  un  oculto  primor 

que   lo  conocen  los  ojos 

y  lo  ignora  la  razón. 

Toda  la  razón  de  amaros 

está  en  agradarme  vos ; 

que  los  gustos  no  disputan 

la  bondad,  sino  el   sabor. 

Yo  sé,  Inés,  que  sois  mi  vida, 

y  no  sé  por  qué  lo  sois ; 

que  es  buscar  razón  al  gusto 

muy  golosa  discreción. 


Oh,   ¡qué   tempestad   de   llore> 

viene  por  tu  cara,    Inés ! 

i  Oh,   qué  nubes  de  jazmín  ! 

i  Oh,   qué   rayos  de   clavel! 

¡  Bien   ha  nevado  en   tu   frente  I 

Si  bien,   Inesilla,   bien, 

en   dos  arroyos  tu  boca 

la  nieve  partió   después. 

Una  nube  es  cada  mano, 

relámpago  cada  V)ie, 

tan  breve  que  no  me  ciega, 

porque  no  se  deja  ver. 

¡  Ay  Dios,  y  qué  de  centellas 

me  has  arrojado  esta  vez  ! 

Luces  van,   centellas  cruzan  — 

¡y  qué  centellas!    —  de  Argel. 

(Anónimo.) 


JUAN  DEL  ENCINA. 


En  su  «Égloga»  de  Carnestolendas,  no  mal  dialogada,  unos  pastores,  temerosos  primero  de  que  su    I 
amo  parta  a  la  guerra  de  Francia,  celebran  luego,  en  hermoso  cantar,  la  nueva  de  la  paz.) 


Roguemos  a  Dios  por  paz ; 
pues  que  del  solo  se  espera, 
gui'/  es  la  paz  verdadera. 

El  que  vino  desde  el   cielo, 
a  ser  la  paz,  a  la    tierra, 
él  quiera  ser  desta  guerra 
nuestra  paz  en  este  suelo ; 
él  nos  dé  paz  y  consuelo, 
pues  que  del  solo  se  espera, 
(juél  es  la  paz  verdadera. 

Mucha  paz  nos  quiera  dar 
el  que  a  los  cielos  da  gloria. 


El   nos  quiera  dar  victoria, 
si  es  forzado  guerrear. 
Mas  si  se  puede  excusar, 
dénos  paz  muy  placentera; 
quél  es  la  paz  verdadera 

Si  guerras  forzadas  son, 
él  nos  dé  tanta  ganancia, 
que  a  la   flor  de   lis  de  Francia, 
la  venza  nuestro  León. 
Mas,  por  justa  petición, 
pidámosle  paz   entera, 
qucl  es  la  paz  verdadera. 


epístolas. 

FERNÁN  GÓMEZ  DE  CIBDARREAL. 

CENTÓN  EPIST.,  CARTA  XXXVI:  AL  DOCTO  VARÓN  JUAN  DE  MENA. 

Desque  vine  a  esta  villa  de  Trojillo  no  ha  sido  en  mi  poder  escri- 
biros, maguer  que  de  nnuy  aína  lo  he  tenido  en  volunta,  para  demandar 
a  Vm.,  si  el  macho  que  del  Arcipreste  comprastes  era  de  pelo  i)ardo,  la- 
grimón del  ojo  izquierdo,  e  cálido  de  ríñones,  e  si  por  esto  amagaba 
de  meterse  en  todos  los  charcos,  e  tropezador  de  a  cada  diez  estropiezos 
enfilar  una  caída:  ca  si  éstas  eran  sus  mañas,  el  macho  vino  a  poder 
del  Adelantado,    e  me  lo  donó  para  que  ficiese   el  camino  a  buscar  el 


JUAN    DEL    EN'CINA.  —  EPÍSTOLAS:    GÓMEZ    DE    CIBDARREAL.      (ÍUEVARA.  1:7 


Condestable,  que  mejor  me  lo  pudiera  donar  para  facer  el  camino  del 
otro  siglo;  ca  tantas  son  las  bacadas  que  ha  dado  conmigo,  que  el 
cuerpo  con  magullas,  e  las  piernas  con  trapajos,  han  fecho  ese  colo- 
quio, ([ue  os  mando  para  que  se  lo  leades  al  Rey  e  al  Adelantado: 
que  de  sus  machos  libera  nos  Domine. 


I. 

Cuerpo. 
El   colchón   e   el   cabezal 
me  dan   fastidio  e  reproche, 

mal  pecado : 
tan   acuitado  es  mi   mal 
que  me   viene   día  e  noche 

adelantado. 


Piernas. 
(Quién  sois  vos,   que   lamentáis, 
como  sumido  en  cavernas, 

tristes  fastos, 
e  parlero  no  acatáis 
que  yacen  aquí  unas  piernas 

con  emplastos? 

3- 

Cuerpo, 
Yo  soy  aquel  que  bien  creo 
(que  demolido  e  quebrado) 

de  no  ser; 
que  en   tal  miseria  me  veo 
por  un   macho   adelantado 

en  mal  caer. 

4- 
Piernas. 
Desa  misma  enfermedá, 
e  por  otro  macho  ruin 

adolescemos 
unas  piernas ;   e  en  verdá 
cuerpo,  que  yo  e  vos  un  fin 
mismo  habremos. 

5- 
Cuerpo. 
i  Qué   fuera,   si  por  ventura 
fuésedes,   mis  piernas  tristes 

e  quebradas, 
que  desta   cabalgadura 
por  tantas  caídas  fuistes 
magulladas - 


6. 
Piernas. 
(i  Qué  fuera,  si  fueseis  vos 
por  un  caso  tan  bestial 

el  cuerpo  nuestro  ? 
Bien  sería  para  nos ; 
quel   bachiller  Cidarreal 
en   cura  es  diestro. 

7- 

Cuerpo. 

¡  Oh   mis  piernas  muy  amadas ! 

Piernas. 

i  Oh  mi   cuerpo  muy  querido 

e  magullado ! 

Cuerpo. 

Contemos  estas  vegadas 

al  Rey ;   porque  sea  punido 

r  Adelantado. 

8. 
Piernas. 
Oh  buen   Rey,  que  la  iniquicia 
non  vos  face  dar  contienda 

a  lo  loable, 
facednos  haber  justicia  ; 
e   tomad  también  enmienda, 
condestable. 

9- 
Daquel  que  fué  robador 
primeramente,   e  no  el  Fraire, 

a  Juan  de  Mena 
de  su  bestia,   la  peor 
que  nació,  e   de  peor  aire 
en  la  Burena. 
10. 
E  después,   para  matar 
al   físico  que  curara 

sus  achaques, 
otra  bestia  le  fué  a  dar, 
que  la  alma  le  desterrara 
con   sus  baques. 


ANTONIO  DE  GUEVARA. 

epístola  XI:  A  DON  ANTONIO  DE  LA  CUEVA. 
Magnífico  Señor,    y  muy  particular  dilecto:    Alonso  de  Espinel  me 
dio  una  letra  de  vuestra  Señoría  aquí  en  Toledo,    la   fecha   de  la  cual 


158  ANTOLOGÍA. 

era  de   12  de  ina\o,    y  son  ya   17    de  junio;    de  manera  que  a  vuestra 
carta  ni  la  podíamos  condenar  de  rancia,    ni  aun  loar  de    fresca.    Mu- 
chos de  muchas  partes  me  escriben,    y  a  las  veces  son  tales  las  cartas  , 
(jue  de  leerlas  me  im])ortuno,    y  de   responderlas   me   enojo.    Ver   una 
larta  mal  escrita  y  peor  notada,  ni  se  puede  sufrir  ni  dejar  della  mur 
murar.  Revéese  un  labrador  en  arar  derecho  y  igual  una  tierra,  ¿  y  no 
se  preciará  un  hombre  de   notar   y   escribir   bien   una   carta?    Muchos  j 
hombres  hay  que  tan  fácilmente  toman  la  péñola   para   escribir,    como  j 
la  taza  para  beber,  y  lo  que  es  peor  de  todo,  que  se  precian  de  estar  i 
parlando  y  escribiendo;  lo  cual  se  le  parece  bien  a  sus  cartas;  porque  I 
la  letra  es  inlegible  y  el  papel  borrado,  los  renglones  tuertos  y  las  ra-  i 
zones  necias.  Para  conocer  un  hombre  si  es  cuerdo  o  loco,  mucha  parte  | 
es  mirarle  si  escribe  sobre  acuerdo  y  habla  sobre  pensado ;  porque  no  ¡ 
ha  de  escribir  el  hombre  lo  que  le  viene  a  la  memoria,  sino  lo  que  le  '■ 
dicta  la  razón.    Plutarco  dice    de    Fálaris    el  tirano,    que  jamás  escribió 
sino  estando  solo  y  retraído,  y  de  su  propia    mano.    De   lo   cual  se  le  , 
siguió  que,  aunque  blasfemaban  todos  de  sus  tiranías,  eran  por  todo  el  ! 
mundo   loadas   sus   cartas.   Miento   si  no  me  escribió  una  vez  un  caba-  ! 
llero  pariente  mío  una  carta  de  dos  pliegos  de  papel :  y  como  escribió  I 
tan  largo  y  no  tornó  a  leer  lo  que  había  escrito,  las  mismas  razones  y  | 
las  mismas  palabras  que  había  puesto  al  principio,  tornó  a  poner  en  el 
cabo.    De   lo  cual    me  enojé  tanto,  que  la  carta  quemé  y  a  él  no  res- 
pondí.   No   son  por  cierto  desta  calidad  vuestras  cartas,  las  cuales  son 
para  mí  dulces  de  leer  y  no  pesadas  de  responder,  porque  en  las  burlas  I 
son  muy  jocosas  y  en  las  veras  son  muy  prudentes.  .  .  . 

EPÍSTOLA  LXV:   AL  CAPITÁN  CERECEDA. 

Notable  Capitán  y  lastimado  Señor:  No  sé  si  estos  vuestros  criados 
han  sido  correos  o  vienen  de  vos  amenazados,  o  quedan  allí  enamo- 
rados; porque  vienen  cada  vez  tan  apriesa  y  danme  tanta  importunidad 
por  la  respuesta,  que  no  me  dan  lugar  a  buscar  lo  que  pedís  ni  aun  a 
responder  a  lo  que  me  escribís.  Es  el  donaire  que,  para  les  dar  luego 
la  respuesta,  me  dan  vuestra  carta  mojada,  rota  y  borrada,  de  manera 
que,  para  haberla  de  entender,  la  hube  primero  de  construir.  Y  pues 
vuestra  carta  viene  tan  mal  tratada  y  yo  lo  estoy  peor  de  la  cuartana, 
pídoos.  Señor,  de  especial  gracia,  me  tengáis  en  servicio,  no  lo  que  os 
resjjondiere,  sino  lo  que  os  respondo.  Ha  diez  meses  que  estoy  cuartanario 
y  ando  con  ella  tan  desabrido  y  desganado,  que  ni  estoy  para  matar 
moro  ni  que  moro  me  mate  a  mí.  Porque,  hablando  la  verdad,  bien  se 
llama  ella  cuartana,  pues  a  todos  los  que  con  ella  moran  y  tratan, 
cuartea.  Aunque  quiera,  no  puedo  responder  a  vuestra  carta  sino  muy 
breve  y  aun  brevísimo,  así  por  no  responder  de  mi  mano,  como  por 
no  escribir  sobre  pensado.  Lo  cual  yo  no  suelo  hacer,  ni  aun  a  mis 
amigos  aconsejar ;  porque  jamás  escribí  carta  de  importancia  de  que  no 
hiciese  primero  la  minuta.  —  Escribísme,  Señor,    que  os  escriba  si  he 


Kl'ÍSTOLAS  ;    HE  ATO   JUAN    DE    ÁVIIA.  I59 

oído  o  leído  en  algún  libro  de  filosofía  o  en  el  Arte  de  medicina  qué 
sean  las  señales  más  evidentes  para  atinar  en  un  enfermo  peligroso,  si 
ha  de  vivir  o  si  ha  de  morir;  porque  tenéis  una  hija  muy  mala,  y  que- 
rríades  saber  qué  será  en  esta  enfermedad  della.  Para  deciros,  Señor, 
la  verdad,  esta  cuestión  y  demanda  era  más  para  el  doctor  de  la  Reina 
y  para  el  Dr.  Cartagena,  que  no  para  Don  Antonio  de  Guevara ;  por- 
que yo  oí  teología  y  no  medicina,  y  aprendí  a  predicar  y  no  a  me- 
dicinar. ],o  que  en  este  caso  osaré  deciros  como  cristiano  y  juraros 
como  caballero,  es  que,  si  Dios  nuestro  Señor  quisiere,  vuestra  hija  vi- 
virá, y  si  no  es  su  voluntad  que  viva,  ella  morirá;  porque  no  sólo  es 
el  que  nos  da  la  vida,  mas  aun  es  nuestra  vida.  .  .  . 

BEATO  JUAN  DE  ÁVILA. 

Lili.  II,  CARTA  XXV:   A   UNA  DONCELLA  ATRIBULADA. 

Muy  amada  Hermana  en  Jesucristo :  El  cuidado  que  me  pone  Dios 
de  vuestra  ánima,  tengo  por  seña  de  merced.  Porque,  allende  de  ser 
obhgado  a  ello  por  la  ley  de  la  caridad,  espero  ser  participante  en  el 
gozo  que  de  su  mano  os  ha  de  venir,  pues  me  da  alguna  compasión 
el  desconsuelo  que  agora  tenéis.  ¡  Dios  sea  en  todo  bendito,  sus  juicios 
adorados!  que,  por  donde  a  nosotros  parece  pérdida,  por  allí  con  su 
alto  saber  nos  gana ;  y  esto  para  darnos  a  entender  nuestro  poco  saber 
e  insuficiencia  y  para  que  de  corazón  nos  ofrezcamos,  llenos  de  fe,  en 
sus  manos,  esperando  remedio,  sin  saber  el  modo  por  donde  ha  de 
venir.  Grandes  combates  tendréis,  con  los  cuales  recibirá  alguna  turba- 
ción vuestra  ánima,  porque,  mirando  a  la  vida  pasada,  pareceros  ha  que 
merece  castigo,  y  los  consuelos  que  habéis  tenido,  también  os  des- 
mayarán, temiendo  el  regalo  pasado  no  se  os  torne  en  ocasión  de  cas- 
tigo, viendo  que  lo  perdistes;  y  no  os  faltará  escrúpulo  que  os  haga 
entender  que  por  vuestra  culpa;  y  juntarse  ha  con  esto  la  tristeza  que 
de  presente  sentís,  y  las  angustias  que  de  todas  partes  os  cercan,  y  lo 
que  adelante  teméis  que  os  vendrá.  Todo  esto  junto  os  pondrá  en  tan 
grande  aprieto  que  os  parezca  estar  en  el  angustia  que  el  pueblo  de  Israel 
estuvo,  cuando  saliendo  de  Egipto  se  vio  cercado  por  los  lados  de  al- 
tísimos montes,  y  por  delante  con  la  mar;  y  los  enemigos  que  por  la 
espalda  venían.  Y  sentiréis  muchas  veces  lo  que  dijo  David  y  sintió  en 
sí  mismo  (Salmo  xxx) :  «Yo  dije  en  el  ajenamiento  de  mi  ánima:  Des- 
echado soy  delante  la  faz  de  tus  ojos»  ;  y  no  faltarán  demonios  que  os 
digan  lo  que  a  él:  t^ue  no  tenéis  salud  en  vuestro  Dios;  veros  heis  tal 
que  gustéis  muchas  veces  angustias  de  muerte,  y,  aunque  aquéllas  tenéis 
en  poco,  atemorizada  de  la  obscura  sospecha  de  pensar  que  Dios  os 
desama.  Y  tras  esto  suele  venir  dureza  y  apretura  tan  grande  de  co- 
razón, que  le  parece  a  la  persona  participar  ya  de  la  obstinación  y  muerte 
que  en  el  infierno  tienen  los  (jue  allá  están.  Y  acaeceros  ha  llamar, 
y  no  ser   oída;    y    en    lo    que    buscábades  y   esperábades  remedio,    allí 


1 6o  ANTOLOC'.ÍA. 

sucederos  mayor  desconsuelo,  no  hallando  prenda  de  amor,  mas  desvíos ' 
al  parecer  desamorados.  Y  con  estas  y  otras  cosas  que  se  suelen  sentir 
en  aijuesta  enfermedad,  estaréis  tan  descontenta  de  vos,  que  tomaríades 
por  ganancia  la  muerte. 

Mas  entre  estas  cosas  ¿qué  os  parece  que  se  debe  hacer?    ¿Perde- 
remos quizá  la  confianza  de  nuestro  remedio,  que  tan  muchas  veces  nos 
mandó  tener  Cristo?  ¿Seguiremos  los  desmayos  que  el  demonio  y  nues- 
tra carne  nos  traen?  ¿o  la  esperanza  que  podemos  cobrar  de  la  benigni- 
dad de  aquel  que,    cuando  estuviere  airado,    se  acordará   de  su  miseri- 
cordia?   No   hay,    hermana,    en    este    mimdo   que   deliberar,    mas   que 
ejecutar ;  no  hay  por  qué  desmayar,  mas  por  qué  esforzar.  No  os  llaméis 
desdichada  por  lo  que  de  presente  sentís,    mas   bienaventurada   por   el 
amor  que  Dios  os  tiene ;  el  cual  no  sentís.  ¿  Para  qué  queréis  vivir  en 
arrimo  de  vuestro  sentido,    pues  es  cosa  que  tan  presto  es  engañado  y  I 
engaña  ?    No  es  justificado   quien    piensa   que   lo  está,    ni  está  fuera  de ' 
serlo  quien  sospecha  que  no  lo  está.   «No  me  juzgo  yo  a  mí»,  dijo  San 
Pablo  (i  Cor.  cap.  4),   «mas  Dios  es  el  que  me  juzga.»  Y  estaños  bien 
muchas  veces  el  pensar  que  no  somos  amados,  o  no  tan  amados;  porcjue 
es  tan  grande  nuestra  locura,    que  está  mejor  aprisionada  con  desabri- 
mientos y  tristeza,    desmayos    y   angustias    que  nos  parezcan  semejanza 
de  infierno,  que  no  andar  sueltos  con  la  libertad  y  regocijo  que  suelen 
traer  los  regalados  de  Dios.  El  cual,  como  buen  padre,  esconde  el  amor 
que  tiene  a  sus  hijos,  porque  no  se  hagan  flojos  y  falsamente  seguros. 
mas  tengan  siempre  un  poco  de  recelo  con  que  no  se  descuiden  y  pier 
dan  el  regalo  y  herencia  que  en  el  cielo  les  tiene  guardado.  Y  aunc|ue 
él  sabe  cuan  gran  trabajo  es  para  ellos  sentir  de  él  que  no  está  sabroso  y 
cuántas  tentaciones  se  les  levantan,  cuando  él  parece  que  vuelve  la  cara,  I 
con  todo  esto  quiere  que  pasen  por  estas  angustias,  y  viéndolos  y  aman- 
dolos,   disimula  el  amor  cjue  les  tiene,  y  enséñales  lo    que,    aunque  les  | 
duele,    los   tiene   seguros.    Y  lo  que  más  es  de  maravillar,  que  no  sólo  | 
los  deja  padecer  persecuciones  levantadas  por  el  demonio  y  otras  per- ! 
sonas,  mas  el  mismo  Padre  de  las  misericordias  y  verdadero  amador  de 
sus  hijos  sobre  cuantos  padres  hay;  —  el  cual  sólo  sabe  ser  padre;  en  , 
cuya  comparación  los  padres  no  saben    amar   ni    amparar ;   y   por   eso  i 
nos  mandó  que  no  llamásemos  padres   sobre  la  tierra  sino  a  él,   linico  i 
amparo  nuestro,  y  tan  rico  en  amor  y  tan  vigilante    en    cuidado  de  lo 
que  nos  cumple,  que  hinche  de  lleno  en  lleno  —  y  aun  sobra  —  todo 
aquel  regalo  (\ue  el  nombre  de  padre  significa;  —  esté  tan  cuidadoso  de  lo 
que  nos  cumple,  que  no  sólo  ve  lo  que  padecemos  de  nuestros  enemigos 
y  calla,  mas  él  mismo  nos  levanta  los  trabajos  y  nos  mete  en  la  guerra. 

LIB.  Iir,  CARTA  X:  A  UNA  SEÑORA  DE  TÍTULO  , 

(en  que  la  enseña  la  tierra  donde  Dios  fue  aheleado,  para  ir  adonde  hay  toda  dulcedumbre  y  descanso),   j 

Bien  va  así,  ilustrísima  Señora;  bien  va  así.  Más  vale  hiél  que  miel 
en  la  tierra   donde  Dios    fué    aheleado.    Así   van  a  la  tierra  que  mana  • 


epístolas:    ANTONIO    I'ERKZ.  l6i 

leche  y  miel ;  donde  Dios  será  visto  faz  a  faz,  y  no  habrá  gemido  ni 
dolor;  porque  el  Señor  omnipotente  enjugará  las  lágrimas  que  acá  hizo 
llorar.  Y  como  supo  acá  entristecer,  nos  sabrá  allá  alegrar.  Pase  vuestra 
Señoria  con  esfuerzo  su  carrera,  no  como  quien  corre  de  burla,  sino 
los  ojos  puestos  en  la  joya,  enamorada  de  la  hermosura  de  ella,  diga 
que  no  son  dignas  las  pasiones  de  esta  vida  para  la  gloria  que  se  des- 
cubrirá en  nosotros.  Y  pues  ya  está  avisada  que  conviene  morir  a  todas 
las  cosas,  no  quiera  ella  vivir  a  lo  que  Dios  quiere  que  muera,  sino 
viva  a  aquel  que  por  comprarle  su  vida  y  amor  perdió  él  la  suya  por 
amor.  ¿Qué  hay  que  pensar  en  esto?  Dios  se  dio  por  ella  y  se  ha  dado 
a  ella:  ¿quedarse  ha  ella  consigo  alzándose  con  su  corazón  y  hur- 
tando su  amor  a  quien  tan  justo  se  le  debe?  San  Pablo  dice  (2  Cor. 
cap.  v)  que  para  esto  murió  Jesucristo :  para  ser  señor  de  vivos  y  muer- 
tos, para  que  los  que  viven,  no  vivan  para  sí  mismos,  sino  para  aquel 
que  por  ellos  murió.  Y  pues  el  título  de  nuestra  compra  es  tan  justo, 
seamos,  por  amor,  de  aquel  que  nos  compró,  y  no,  cierto,  para  ma- 
tarnos ni  maltratarnos,  sino  para  hacernos  participantes  de  él. 

¿Dónde  mejor  podremos  estar  que  en  él?  ¿Cuyos  mejor  podremos 
ser  que  de  él  ?  Él  es  la  bondad  y  todos  los  bienes ;  y  si  de  otros  somos, 
ni  aun  mantenernos  no  podremos,  cuanto  más  ser  bienaventurados.  Mas, 
quien  de  él  fuere,  alégrese;  que  escrito  está  (Salmo  xxxii):  «Bienaven- 
turada la  gente  de  la  cual  el  Señor  es  su  Dios,  y  el  pueblo  que  escogió 
para  heredad  suya.»  Mire  vuestra  Señoría,  quién  tendrá  mejor  labrada 
la  heredad :  Dios  o  la  criatura.  Y  aunque  él  dé  golpes  y  meta  la  reja 
del  arado  y  rompa  la  tierra,  tierra  es,  y  para  que  acuda  con  mucho 
fruto,  lo  hace;  porque,  si  le  perdonan  el  hierro,  quitarle  han  la  biena, 
venturanza  de  la  fertilidad.  Vuestra  Señoría  tenga  los  ojos  en  el  Señor: 
esté  colgada  de  su  contentamiento.  Y  pues  en  tan  buenas  manos  está- 
descanse  el  corazón  de  ella ;  que  el  ánima  que  en  Dios  ha  puesto  su 
fe  y  amor,  entre  los  peligros  tiene  su  paz.  Él  sea  esfuerzo  de  vuestra 
ilustrísima  Señoría  y  todo  su  amor. 

ANTONIO  PÉREZ. 

CARTA  XXXIII:  A   MILORD  ARRY. 

A  cargo  de  vuestra  Señoría  será  el  atrevimiento  de  enviarle  eSe 
libro  ' ;  que  me  mostró  deseo  del ;  que  de  otra  manera  yo  no  me 
atreviera,  por  tratar  de  mí.  Que  basta  ser  tan  perseguido  para  desear 
no  ser  conoscido,  y  porque  la  envidia  me  olvide ;  que,  si  no  es  escon- 
diéndome, no  me  puedo  escapar  della;  que  es  destino  mío. 

De  donde  algunas  veces,  cierto,  viéndome  acosado  de  su  persecu- 
ción, he  vuelto  y  revuelto,  para  ver  qué  es  lo  que  hay  en  mí  que  le 
remueva  el  ánimo  esta  hormiga,  para  arrojárselo,  y  entregárselo,  como 


'   Sus   «Relaciones». 
JcNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp. 


1 62  ANTOLOGÍA. 

el  castor.  Y  no  hallo  qué  sino  que  Dios  permite  que  se  ejercite  aquella 
bestia  en  sujeto  tan  inútil  porque  aprendan  los  hombres  de  méritos  a 
temerla  y  a  no  fiarse  en  sí. 

CARTA  XXXVl:    A  UN  GENTILHOMBRE  VENECIANO. 

S¡  vuestra  Señoría  no  me  hubiera  conoscido,  quizá  no  me  holgara 
que  viera  ese  libro  de  Rafael  Peregrino '.  Pero  ya  que  el  daño  está 
recibido  —  como  dicen  en  español  —  •,  ya  que  vuestra  Señoría  ha  conoscido 
al  vivo,  o,  por  mejor  decir,  al  muerto,  tan  perseguido ;  que  a  muertos  se 
acostumbra  ya  a  perseguir  el  poder  humano  —  mejor  dijera:  la  flaqueza 
humana  débelos  de  temer,  como  niños  a  fantasmas;  no  importa,  ¡vaya  con 
el  diablo !  que  vea  mi  retrato ;  que  más  imperfecciones  habrá  descubierto 
en  mí  la  discreción  de  vuestra  Señoría  y  la  comunicación  ordinaria  —  es- 
pía privilegiada  —  que  el  ojo  y  arte  de  un  buen  pintor  en  una  persona 
fea.  Ahí  se  le  envío;  que  no  hay  pincel  que  tan  bien  retrate  como  la 
pluma.  Y  así  habrían  de  temer  más  las  imperfecciones  humanas  que 
tienen  \  ergüenza,  a  los  historiadores  verdaderos,  que  a  los  grandes  pin- 
tores las  feas  mujeres,  que  temen  ser  conoscidas  de  galanes.  Pero,  ojo, 
Señor,  tiento  en  el  juzgar,  sea  por  advertimiento  a  cada  uno;  porque 
suelen  los  pintores  retratar,  sin  que  lo  piensen,  a  quien  los  están  mi- 
rando y  juzgando. 

CARTA  XXXVII:  A  OTRO  AMIGO  FAMILIAR. 

Probada  tengo  la  naturaleza  de  los  que  aman  al  descubierto;  que, 
como  de  caza  herida  no  se  cura  el  cazador ;  que  en  las  selvas  de  Venus 
no  huye  el  herido,  como  en  las  de  Diana,  sino  que  sigue  al  matador. 
A  la  buena  hora  vuestra  Señoría  no  me  escriba;  aunque  yo  le  siga 
con  mis  cartas,  pues  hágole  saber  que  saetas  son  enherboladas  las  que- 
jas. Y  de  ahí  debió  de  venir,  porque  hiriesen  más  en  lo  vivo  que  se 
perfeccionen  con  pluma  las  saetas.  Por  ventura  dígame  V.  S.,  ¿no  les 
lastima  la  vergüenza  del  corazón,  que  no  me  haya  dicho  palabra  des- 
pués de  partido?  Aquí  acabo  y  dejo  lo  demás  al  procurador  del  amor, 
que  es  la  vergíienza.  Envío  a  V.  S.  ese  libro  para  (jue  con  melancolía 
de  tal  lectura  haga  la  penitencia  de  tal  olvido. 

CARTA  XXXVIII:  A   UN  PRÍNCIPE  MAVOR. 

Si  los  peregrinos  y  romeros,  por  privilegio  de  la  naturaleza  y  de  la 
fortuna,  pueden  presentar  una  venera  de  la  mar,  bien  podré  yo  atre- 
verme como  peregrino  a  presentar  a  V.  S.  ese  libro,  que  concha  es 
desta  fortuna.  No  dije  bien;  que  la  concha  en  otras  cosas  es  lo  insen- 
sible, y  a(|UÍ  es  la  que  habla,  y  el  cuerpo  muerto.  Mándesele  leer 
V.  S.  y  óigale,  que,  aunfjue  la  materia  es  humilde,  pues  soy  yo  el  su- 
jeto,   el  monarca  es  rey  grande.    Y  es  bien  que  V.  S.  vea  que,    si  los 


'   Seudónimo  del   autor. 


GARCILASO    DE    LA    VEGA.  163 

reyes  se  descuidan  de  sí  y  olvidan  de  su  grandeza,  se  abaten  como  mi- 
lanos, poco  a  poco,  a  sabandijas  y  cazas  menores,  indignas  de  tanta 
honra  como  perseguidos  dellos.  Que  Dios  en  levantar  lo  humilde  se 
ocupa  y  no  en  ])erseguirlo  ni  en  deshacerlo.  Y  aun  el  rayo,  por  ser  de 
casta  alta  y  noble,  no  hiere  ni  ceba  en  lo  blando  y  flaco,  sino  en  lo 
duro  y  fuerte. 

GARCILASO  DE  LA  VEGA. 

SIESTA. 

Nuestro  ganado  pace;   el  viento   espira;        Preséntanos  a   colmo  el   prado  flores, 
filomena  sospira  en  dulce  canto  y  esmalta  en  mil  colores  su  verdura ; 

y  en   amoroso  llanto  sa  amancilla  ;  La  fuente   clara  y   pura  murmurando 

gime   la  tortolilla,   sobre  el  olmo.  nos  está  convidando  a  dulce  trato. 

(Égloga  segunda.; 

CARIÑO  INFANTIL. 

i  No  se   te   acuerda  de  los   dulces  juegos 
ya  de  nuestra   niñez,  que  fueron  leña 
destos  dañosos  y  encendidos  fuegos, 
Cuando  la  encina    desta  espesa  breña  ¿Cuándoenvalleflorido,  espeso,  umbroso 

de  sus  bellotas  dulces  despojaba,  metí  jamás  el  pie  que  del  no  fuese 

que  íbamos  a  comer  sobre  esta  peña  ?  cargado  a  ti  de  flores  y  oloroso  ? 

¿Quién   las  castañas  tiernas  derrocaba  Jurábasme,   si  ausente  yo   estuviese, 

del   árbol   al  subir  dificultoso?  que  ni  el  agua  sabor,   ni  olor  la  rosa, 

(¡Quién  en   su  limpia   falda  las  llevaba?         ni   el   prado   hierba  para  ti  tuviese. 

(Égloga  segunda.) 

SALEN  A  BORDAR  LAS  NINFAS. 

Cerca   del  Tajo  en   soledad  amena  Habiendo  contemplado  una  gran   pieza 

de  verdes  sauces  hay  una    espesura,  ateniamenie  aquel  lugar  sombrío, 

toda  de   hiedra  revestida  y  llena,  somorgijó  de  nuevo  la  cabeza, 

que  por  el  tronco  va   hasta  la  altura,  y  al   fondo  se  dejó  calar  del  río. 

y  así   la   teje  arriba  y  encadena  A  sus  hermanas  a  contar  empieza 

que  el  sol   no  halla  paso  a  la  verdura.  del  verde  sitio  el  agradable   frío. 

El  agua  baña  el  prado  con  sonido  y  que  vayan  las  ruega  y  amonesta 

alegrando  la   hierba  y  el  oído.  allí  con  su  labor  a  estar  la  siesta. 

Con   tanta  mansedumbre  el   cristalino  

Tajo  en   aquella  parte    caminaba.  Poniendo  ya  en  lo  enjuto  las  pisadas 

que  pudieran   los  ojos  el  camino  escurrieron   del  agua  sus  cabellos; 

determinar  apenas  que  llevaba.  los  cuales  esparciendo,   cobijadas 

Peinando  su  cabello  de    oro  fino,  las  hermosas  espaldas   fueron  dellos. 

una  ninfa  del  agua  do  moraba,  Luego  sacando  telas  delicadas, 

la  cabeza  sacó,   y   el'  prado  ameno  que  en   delgadeza  competían  con    ellos, 

vido  de   flores  y  de  sombra  lleno.  en   lo  más  escondido  se  metieron 

Moviólaelsitioumbroso,elmansoviento,  y  a  su  labor  atentas  se  pusieron. 

el  suave  olor  de  aquel  florido  suelo. 

Las  aves  en   el  fresco  apartamiento  Estaba  figurada   la   hermosa 

vio   descansar  del   trabajoso  vuelo.  Eurídice,   en   el  blanco  pie  mordida 

Secaba  entonces  el   terreno  aliento  de  la  pequeña  sierpe  ponzoñosa, 

el  sol  subido  en   la  mitad  del  cielo.  entre   la   hierba  y  flores  escondida; 

En  el  silencio  sólo  se  escuchaba  descolorida  estaba  como  rosa 

un   susurro  de  abejas  que  sonaba.  que   ha  sido   fuera  de  sazón   cogida, 

II  * 


1 64 


ANTOI.Or.IA. 


y  el  ánima   —   los  ojos  ya   volvienJo  — 
lie  la  hermosa  carne  despidiendo. 

Climene  llena  de  destreza   y  maña, 
del  oro  y  los  colores  muizando 
iba,   de  hayas  una  gran   montaña, 
de  robles  y  de  ]icfias  variando ; 
un   puerco  entre  ellas  de  braveza  exlrafia 
estaba   los  colmillos  aguzando 
contra   un   mozo,   no  menos  animoso 
—  (-(.II  ~i  \i-n:iMni-n  mnno  —  <iuc  hermoso. 


Tras  esio  el  puerco  allí  se  vía  hcriii 
de  aquel   mancebo,   por  su  mal  valienir 
y  el   mozo  en   tierra  estaba  ya   tendidu, 
abierto  el  pecho  del  rabioso  diente ; 
con   el   cabello  de  oro  desparcido 
barriendo  el  suelo  miserablemente, 
las  rosas  blancas  por  allí   sembradas 
tornaba  con   su  sangre  coloradas. 

(Égloga  tercera.) 


CANTAN  SU  AMOR  DOS  PASTORES. 


Titrcno. 
Flérida,  para  mí  dulce  y  sabrosa 
mas  que  la  fruta  del   cercado  ajeno, 
más  blanca  que  la   leche  y  más  hermosa 
que  el   jjrado  por  abril  de    flores  lleno : 
si  tii  respondes,   pura   y  amorosa, 
al  verdadero  amor  de  tu  Tirreno, 
a  mi   majada  arribarás  primero 
que  el  cielo  nos  amuestre  su  lucero. 

Alcino. 

Hermosa  Filis,  siempre  yo  te  sea 
amargo  al  gusto  más  que  la  retama, 
y  de  ti  despojado  yo  me  vea, 
cual   queda   el   tronco  de  su  verde  rama, 
si  más  que  yo  el  murciélago  desea 
la  escuridad   ni   más  la  luz  desama, 
por  ver  el   fin   de   un   término  tamaño 
deste  día,    para   mí  mayor  que  un   año. 

7'incno. 
Cual   suele,   acompañada   de  su   bando, 
aparecer  la  dulce  primavera, 
cuando  Favonio  y   Céfiro  soplando 
al  campo   tornan  su  beldad   primera. 


y  van   artificiosos  csmahando 
de  rojo,   azul  y  blanco  la  ribera  : 
en   tal  manera   a  mí,  Flérida   mía, 
viniendo,   reverdece  mi   alearía. 


Alcmo. 
¿Ves  el  furor  del  animoso  viento, 
embravecido  en   la  fragosa  sierra, 
que   los  antiguos  robles    ciento  a  ciento 
y  los  pinos  altísimos  atierra, 
y,   de  tanto  destrozo  aun   no   contento, 
al   espantoso  mar  mueve  la  guerra  .- 
Pequeña  es  esta  furia  comparada 
a  la   (le  Filis,   con   Alcino  airada. 

Tirreno. 
El  blanco   trigo   multiplica  y  crece, 
produce  el  campo  en   abundancia  tierno 
pasto  al  ganado;  el  verde  monte  ofrece 
a   las  fieras  salvajes  su  gobierno. 
A  doquiera  que  miro,   me  parece 
que  derrama  la  copia  todo  el  cuerno; 
mas  todo  se  convertirá  en  abrojos, 
si   dello  aparta  Flérida  sus  ojos. 

(Égloga  tercera  ) 


LUIS  DE  GONGORA. 

LA   CAZADORA   Y   EL   HALCÓN. 


Una  bella  cazadora 
cebando  estaV)a  un   halcón, 
cuyo  dueño  fugitivo 
lal  oficio  le  dejó. 
De  una   simple  corderilla 
le  está  dando  el  corazón 
y,   componiendo  las  alas, 
que  mudaba   a   la   sazón, 
"¡Cómo  le  pareces»,  dice, 
»a  af^uel   falso  que  huyó, 
en  el  comer  corazones 


y  en  mudar  la  fe  y  amor ' 
Come   de   este  corazón ; 
pues  el   que  se   fué, 
te  dejó  su   condición. 
Si   tu   dueño  se   te  ha   ido 
y  el   corazón   me  robó, 
porque   tú   no   le  parezcas, 
mi   corazón   no  te   doy. 
Porque   til,   \)Ot  imitalle, 
serás  segundo  ladrón, 
y  sin   corazón   o  alma. 


GARCILASO    DE    LA    VEGA.       LUIS    DE    GÓNGOKA. 


i6; 


triste,    ¡cuál  quedara  yo!» 
I'or  consolarse  con  él 
en   la   mano  le   tomó, 
y  regalándole   el  pico, 
le   repite  esta   canción  : 
«Come   de   este   corEzón; 
pues  el   fiue   se   fué, 
te  dejó  su  condición. 
Préí-lame,   amigo,   tus  alas 
para   alcanzar  al   traidor, 
tu   pico   para  prenderlo, 
tus  uñas   para   prisión. 


A  pie  lleva  un  escudero 

con   mis  armas  y  blasón  ; 

que  el  tiempo  í|ue  fué  mi  esclavo 

bien   pude   hermanarle  yo. 

Come  de  este  corazón  ; 

pues  el  que  se  fué, 

te  dejó   su  condición  » 

Este  pájaro  es  de  Tirsi, 
admirable   cazador, 
que  en   los  álamos  de   Chipre 
tiene  su  nido  y  nación. 


DESENGAÑOS. 


Ciego  que  apuntas  y  atina=, 
caduco  dios  y  rapaz, 
vendado  que  me  has  vendido 
y  niilo  mayor  de  edad: 
por  el  alma  de   tu  madre 
que  murió,  siendo   inmortal, 
de  envidia  de  mi  señora, 
que   no  me  persigas  más. 
Déjame  en   paz,   amor  tirano  ; 
déjame   en  paz. 

Baste  el   tiempo  mal   gastado 
que  he  seguido  a  mi  pesar 
tus  inquietas  banderas, 
forajido   capitán. 
Perdóname,   amor,   aquí, 
pues  yo  te   perdono  allá 
cuatro  escudos  de  paciencia, 
diez   de  ventaja  en  amar. 
Déjame  en  paz,  amor  tirano ; 
déjame  en  paz. 

Amadores  desdichados 
que   seg  ís  milicia  tal, 
decidme  :   i  Qué  buena  guía 
de   un   ciego  podréis  sacar? 
de  un   pájaro   ;  qué  firmeza? 


¿qué  esperanza   de  un  rapaz  : 
¿qué  galardón   de   un  desnudo: 
de   un   tirano  ¿qué  piedad? 
Déjame  en   paz,   amor  tirano; 
déjame  en  paz. 

Diez  años  despcrdic  é, 
los  mejores  de  mi   edad, 
en  ser  labrador  de  amor, 
a  cosía  de  mi  caudal. 
Como  aré  y  sembré,  cogí  : 
aré  un  alterado   mar, 
sembré  en  estéril  arena; 
cogí  vergüenza  y  afán. 
Déjame  en   paz,   amor  tirano ; 
déiame  en  paz. 

Una  torre  fabriqué 
del  viento  en   la  vanidad, 
mayor  que  la  de  Nembrot 
y  de   confusión   igual. 
Gloria  llamaba  a  la  pena, 
cárcel  a  la  libertad, 
miel  dulce  al   amargo  acíbar, 
principio  al  fin,   bien   al  mal. 
Déjame  en   paz,   amor  tirano; 
déjame  en  paz. 


LAS  SERRANAS   DE  CUENCA. 


En   los  pinares   de  Júcar 
vi  bailar  unas  serranas 
al  son   del  agua  en  las  piedras 
y  al  son   del  viento  en   las  ramas. 
No  es  blanco  coro  de  ninfas 
de  las  que  aposenta  el  agua 
o  las  que  venera  el  bosque, 
seguidoras  de   Diana: 
serranas  eran  de   Cuenca, 
honor  de  aquella  montaña, 
cuyo  pie  besan   dos  ríos, 
por  besar  de  ellas  las  plantas. 
Alegres  coros  tejían, 
dándose   las  manos  blancas, 


de  amistad,   c,uizá  temiendo 
no  la  truequen   las   mudanzas, 
i  Qué  bien   bailan   las  serranas  ! 
¡  qué  bien  bailan  ! 

El  cabello  en  crespos  nudos 
luz  da  al  sol,   oro  a   la  Arabia, 
cuál   de  flores  impedido, 
cuál   de  cordones  de  p'ata. 
Del  color  visten  del  cielo, 
si  no  son  de  la  esperanza, 
palmillas  que  menosprecian 
al   zafiro  y  la  esmeralda. 
El  pie,  cuando  le  permite 
la   brújula  de   la  falda. 


1 66 


AN  rOl.OGlA. 


lazos  calza,  y  mirar  deja 
pedazos  de  nieve  y  nácar. 
Ellas  cuyo  movimiento 
honestamenie  levanta 
el  cristal  de  la   colima 
sobre   la   pequeña  basa ; 
¡qué  bien   bailan   las  serranas! 
i  qué  bien  bailan  ! 


Una,  entre  los  blancos  dedos 
hiriendo  lisas  pizarras, 
instrumento  de    marfil, 
que   las  musas  lo  envidiaran, 
las  aves  enmudeció 
y  enfrenó   el   curso  del   agua  : 
no  se   movieron   las  hojas 
por  no   impedir  lo  que   cania. 


Camal . 
Serranas  de  Cuenca 
iban   al  pinar, 
unas  por  piñones, 
otras  por  bailar. 
Bailando  y  partiendo 
las  serranas  bellas 
un   piñón   por  otro, 
si  ya   no  es  de  perlas, 
de  amor  las  saetas 
huelgan   de    trocar, 
unas  i)or  piñones, 
otras  ])or  bailar. 

EL  BESO-VENENO 


Entre   rama  y  rama, 
cuando  el  ciego  dios 
pide  al  sol  los  ojos 
por  verlas  mejor, 
los  ojos  del  sol 
las  veréis  pisar: 
unas  por  piñones, 
otras  por  bailar. 


La  dulce  boca  que  a  gustar  convida 
un  humor  entre  perlas  destilado 
y  a  no  envidiar  aquel  licor  sagrado 
que  a  Júpiter  ministra  el  garzón  de  Ida, 

Amantes,  no  toquéis,    si  queréis  vida ; 
porque,    entre   un   labio  y  otro  colorado 
amor  está,  de  su  veneno   armado, 
cual  entre  flor  y  flor  sierjie  escondida. 


No  os  engañen  las  rosas,  que  al  aurora 
diréis  que,   aljofaradas  y  olorosas, 
se  le  cayeron  del  purpiíreo  seno : 

Manzanas  son  de  Tántalo,  y  no  rosas, 
que  después  huyen  del  que  incitan  hora, 
y  sólo  del  amor  queda   el  veneno. 


CANCIONES  SAGRADAS. 


A   SANTA   TERESA   DE  JESÚS, 

Engastado  en  rizos  de  oro 
la  bella   frente  nevada, 
descubriendo  más  tesoro 
que  cuando  sale  de  oriente 
Febo  con  mayor  decoro ; 
el   cuerpo  de  nieve  pura, 
que  excede  toda  blancura, 
vestido  del  sol  los  rayos, 
vertiendo  abriles  y  mayos 
de   la  blanca  vestidura; 

En   la  diestra  refulgente, 
que  mil  aromas  derrama, 
un   dardo  resplandeciente, 
que  lo  remata  la  llama 
de  un  globo  de  fuego  ardiente ; 
batienflo  en  ligero  vuelo 
la  pluma  que  al  oro  afrenta; 
bajó  un  serafín  del  cielo, 
y  a  lo^    ojos  se  presenta 
del   Serafín   del  Carmelo. 


EN   SU   BEATIFICACIÓN. 

Y   puesto  ante   la  doncella, 
mirando  el  extremo  de  ella, 
dudara  cualquier  sentido 
si  él  la   excede  en   lo  encendido 
o  ella  le  excede  en  ser  bella. 
Mas,  viendo  tanta  excelencia 
como  en  ella  puso  Dios, 
])udiera  dar  por  sentencia 
que  en  el   amor  de  los  dos 
es  poca  la  diferencia. 

En   su  rostro  celestial 
mezclando   el   carmín   de   Tiro 
con   alabastro  y   cristal, 
en  sus  ojos  el  zafiro, 
y  en   sus  labios  el  coral; 
y   por  dar  más  perfección 
a  tan  angélico   intento, 
el  que  bajó  de  Sión, 
con  el   ardiente  instrumento 
la  atravesó   el   corazón. 


CANCIONES    SAGRADAS. 


167 


Dejóla  el  dolor  profundo 
de  aquel  fuego  sin  segundo 
con   que  el  corazón  le   inflama, 
y  la  fuerza  de  su  llama, 
viva  a  Dios  y  muerta  al   mundo. 
Que  para  mostrar  mejor 
cuánto  esta  prenda  le   agrada, 
el  universal  Señor 
la  quiere  tener  sellada 
con  el  sello  de  su  amor. 


V  que  es  a  Francisco   igual 
de  tan  gran   favor  se  arguya, 
pues  el  Pastor  celestial, 
para  que  entiendan  que  es  suya, 
la   marca  con  su  señal. 
Y  así,  desde  allí  adelante, 
al  serafín  semejante 
quedó  de  Teresa  el  pecho, 
y  unido  con  lazo  estrecho 
al   de  Dios,   si   amada  ante. 

(Cristobalina  Fernández  de  Alarcón  j 


SANTA  INÉS. 

Vuestra  soy,  mi  Dios, 
y  al  fuego  estoy  sentevciada  ; 
no  tengo  el  morir  en  nada, 
pues  doy  mi  vida  por  Vos. 


Soy  tan  vuestra,  de  tal  suerte, 
que  nunca  pude  ser  mía ; 
viviendo  con   Vos  vivía  ; 
que   lo  demás  todo  es  muerte. 
Toda  me   tenéis,   mi   r-)ios, 
de  vuestro  amor  tan  llagada, 
que  el   morir  no  tengo  en   nada, 
pues  doy  mi  vida  por  Vos. 

i\li   vida  vida  no   fuera, 
si   en   ley  de  amor  verdadero, 
muriendo  por  mí  el   Cordero, 
no  muriera  la  cordera. 


Ya  voy  a  morir,  mi  Dios ; 
y  en  tan  gloriosa  jornada, 
no  tengo  la  vida  en  nada, 
pues  doy  mi  vida  por  Vos. 

El  trocar  vida  por  muerte 
es  de  todos  tan  temido, 
que  no  querría  el  más  subido 
le  cupiese  eso  por  suerte. 
Mas  yo  estoy  tan  adornada 
con-  vuestra  sangre,   mi  Dios, 
que  el  morir  no  tengo  en  nada, 
pues  doy  mi  vida  por  Vos. 

(Úbeda.; 


ERCILLA. 


ARENGA  Y   HAZAÑA 

Ln  hijo   de   un   cacique   conocido, 
que  a  Valdivia  de  paje  le  servía, 
acariciado  del  y  favorido 
en  su  servicio,  a  la  sazón  venía. 
Del  amor  de  su  patria  conmovido, 
viendo  que  a  más  andar  se  retraía, 
comienza  a  grandes  voces  a  animarla 
y  con   tales  razones  a   incitarla : 

«¡Oh   ciega  gente  del  temor  guiada  I 
¿a  dó  volvéis  los  temerosos  pechos? 
Que  la  fama  en  mil   años  alcanzada 
aquí  perece  y  todos  vuestros  hechos. 
La  fuerza  pierden   hoy  jamás  violada 
vuestras  leyes,   los  fueros  y  derechos. 
De  señores,   de  libres,   de  temidos, 
quedáis  siervos,   sujetos  y  abatidos. 

«Mancháis  la  clara  estirpe  y  descendencia, 
y  engerís  en  el  tronco  generoso 
una   incurable  plaga,  una  dolencia, 
un  deshonor  perpetuo,   ignominioso. 
Mirad  de  los  contrarios  la  impotencia. 


DE   UN  ARAUCANO. 

la  falla  del  aliento  y  el  fogoso 
latir  de  los  caballos,  las  ijadas 
llenas  de  sangre,   y  de  sudor  bañadas. 

«No  os  desnudéis  del  hábito  y  costumbre 
que   de  nuestros  abuelos  mantenemos, 
ni  el  araucano  nombre  de  la  cumbre 
a  estado   tan   infame  derribemos. 
Huid  el  grave  yugo  y  servidumbre, 
al  duro  hierro  osado  pecho  demos. 
-:Por  qué  mostráis  espaldas  esforzadas 
que  son   de  los  peligros  reservadas? 

«Fijad  esto  que  digo  en  la  memoria; 
que  el  ciego  y  torpe  miedo  os  va  turbando  : 
Dejad  de  vos  al  mundo    eterna  historia, 
vuestra  sujeta  patria  libertando. 
Volved,   no  rehuséis  tan  gran  vitoria; 
que  os  está  el   hado  próspero  llamando. 
A  lo  menos  fijad  el  pie  ligero : 
veréis  cómo  en   defensa  vuestra  muero.» 

En  esto  una   nervosa  y  gruesa  lanza 
contra  Valdivia,  sa  señor,    blandía; 


n 


i6S 


antología. 


dando  de  si  gran  muestra  y  esperanza, 

por  más  los  persuadir,  arremetía  ; 

y  entre  el   hierro  español  así  se   lanza, 

como  con   gran   calor  en  agua   fría 

se  arroja  el  ciervo  en  el   caliente  estío 

para   templar  el  sol   con   algún   frío. 

De  sólo  el   primer  bote  uno  atraviesa, 
otro  apunta  por  medio  del  costado, 
y   aunque   la  dura   lanza  era  muy  gruesa, 
salió  el   hierro    sangriento  al   otro  lado. 
Salta,   vuelve,   revuelve  con   gran    priesa, 
y  barrenando  el   muslo  a  otro  soldado, 
en  él  la  fuerte  pica   fué  rompida, 
quedando  un  grueso   trozo  en   la  herida. 

Rota   la   fiera  asta,   luego  afierra 
del   suelo  una  pesada  y  dura  maza. 


Mata,  hiere,  destronca  .y  echa  a  tierra, 
haciendo  en  breve  espacio  larga  plaza. 
En  él  se  resumió  toda  la  guerra ; 
cesa  el  alcance  y  dan   en   él   la  caza 
Mas  él  aquí  y  allí  va   tan  liviano, 
que  hieren,  por  herirle,  el  aire  vano. 

i  De  quién  prueba  se  oyó  tan  espanlos.i 
ni   en   antigua  escritura  se   ha  leído, 
que  estando  de  la  parte  vitoriosa 
se  pase  a  la  contraria  del  vencido  ? 
¿  y  que  sólo  valor,    y  no  otra  cosa, 
de   un  bárbaro   muchacho  haya  podido 
arrebatar  por  fuerza  a   los  cristianos 
una  tan   gran  vitoria  de  las  manos? 

;La  Araucana  lu,  34 — 43.; 


La  tempestad  cesó,  y  el  raso  cielo 
vistió  el  húmido  campo  de  alegría, 
cuando  con   claro  y  presuroso  vuelo 
en  una   nube  una  mujer  venía, 
cubierta  de  un   hermoso  y  limpio  velo, 
con   tanto  resplandor,   que  al   mediodía 
la  claridad  del  sol   delante  della 
es  la  que  cerca  del  tiene  una  estrella. 

Desterrando  el   temor  la  faz  sagrada, 
a  todos  confortó  en  su  venida. 
Venía  de  un  viejo  cano  acompañada, 
al   parecer  de  grave  y  santa  vida. 
Con  una  blanda  voz  y  delicada 
les  dice:  ";  Dónde  andáis,  gente  perdida  ? 
Volved,   volved  el   paso  a  vuestra  tierra  ; 
no  vais  a   la  Imperial  a  mover  guerra. 

«Que  Dios  quiere  ayudar  a  sus  cristianos 
y   darles  sobre  vos  mando  y  potencia ; 
pues  ingratos,   rebeldes,   inhumanos, 
así   le   habéis  negado   la  obediencia. 
Mirad,  no  vais  allá ;  porque  en  sus  manos 
pondrá  Dios  el  cuchillo  y  la  sentencia.» 
Diciendo  esto  y  dejando  el  bajo  suelo, 
por  el  aire  espacioso  subió  al  cielo. 


UNA  APARICIÓN, 

Los  araucanos  la  visión  gloriosa, 
de  aquel  velo  blanquísimo  cubierta, 
siguen   con  vista   fija   y  codiciosa, 
casi   sin   alentar,   la  boca  abierta. 
Ya  que  despareció,  fué  extraña  cosa 
que,   como  quien  atónito  despierta, 
los  unos  a  los  otros  se   miraban 
y  ninguna  palabra  se   hablaban. 

Todos  de  un   corazón  y   pensamiento, 
sin   esperar  mandato   ni  otro  ruego, 
como  si  solo  aquél   fuera  su   intento, 
el   camino  de   Arauco  toman   lufgo. 
Van  sin  orden,  ligeros,  como  el  viento, 
paréceles  que,  de  un   sensible  fuego 
por  detrás  las  espaldas  se  encendían, 
y  así   con   mayor  ímpetu  corrían. 

Heme,   señor,   de   nuichos  informado, 
porque  con   más  autoridad  se  cuente: 
a  veintitrés  de  abril — que  hoy  es  mediado  — 
hará  cuatro  años  cierta  y  justamente 
que  el  caso  milagroso  aquí  contado, 
aconteció,  un  ejército  presente; 
el  año   de  quinientos  y  cincuenta 
y  cuatro  sobre  mil  por  cierta   cuenta, 
(ix,  13 — 19  ' 


ARRIBO   A  PENCO. 


En  esto,   la  cerrada  niebla  escura 
por  el  furioso  viento  derramada, 
descubrimos  al  este   la  Herradura, 
y  al  sur  la  isla  de   Talca   levantada. 
Reconocida  ya  nuestra  ventura 
y  la  araucana  tierra  deseada, 
viendo  el  morro  de  Penco  descubierto, 
arríbame^  a  popa  sobre  el  puerto. 

El  cual  Pitá  amparado  de   una  isleta, 
que  resiste  al   furor  del  norte  airado, 


y   los  continuos  golpes  de  mareta 
que  le   baten   furiosos  de  aquel  lado. 
La  corva  y  larga  punta  una  caleta 
hace  y  seno  tranquilo  y  sosegado, 
do  las  cansadas  naves,   como  digo, 
hallan   seguro  albergue  y  dulce   abrigo. 

La  nave  sin  gobierno  destrozada 
surgió   al   alto  reparo  de   una  sierra, 
en  gruesa  amarra  y  áncora  afirmada, 
que   con   tenace   diente  aferró  tierra. 


ERCILLA.      LOPE    DE    VEGA. 


169 


Apenas  la  alta  vela  fué  amainada, 
cuando  el  alegre  estruendo  de  la  guerra 
nos  extendió,   tocando  en   los  oídos, 
los  ánimos  y  niervos  encogidos. 

La  isleta  es   habitada  de  una  gente 
esforzada,  robusta  y  belicosa  ; 
la  cual,   viendo  una  nave  solamente 
venida  allí   por  suerte   venturosa, 
gritando:  «¡Guerra,  guerra!»  alegremente 
toma  las  fieras  armas,  y  furiosa. 


con   gran   rebato  y  priesa  repentina, 
corre  en   tropel   confuso  a  la   marina. 
En  la  falda  de  un  áspero  recuesto 
en  formado  escuadrón  se  representa  ; 
y  nosotros  con  ánimo  dispuesto 
a  cualquiera  peligro  y  grande  afrenta, 
arremetimos  a  las  armas  presto ; 
que  el   trabajo  pasado  y  la  tormenta 
nos  hizo  a  todos  estin.ar  en  nada 
cualquiera  otro  peligro    y  gran  jornada. 

ÍXVI,     t8— 22.) 


LOPE  DE  VEGA. 


AMOR  Y  OLVIDO. 


En  una   peña  sentado, 
que  el  mar  con   soberbia   furia 
convertir  pensaba   en   agua 
y  la  descubrió   más  dura, 
Fabio  miraba  en   las  olas 
cómo  la  playa  les  hurta 
a  las  que  vienen,   la  plata, 
a  las  que  se  van,   la   espuma. 

Contemplando  está  las  penas 
de  amor  y  de  olvido  juntas : 
el  olvido,  en  las  que  mueren, 
y  el  amor,   en  las  que   duran. 
Verdades  de  largo  amor 
no  hay  olvido  que  las  cubra, 
ni  diligencias   humanas 
a  desdeñosas  injurias. 


En   vano  ruegos  humildes 
las  deidades  importunan, 
porque  se  ríen  los  cielos 
de  los  amantes  que  juran. 
Desea  amor  olvidar 
y  no   quiere  que  se  cumpla, 
porque   nunca  e?tá  más  firme 
(Jue  pensando  que  se  muda. 

Naturaleza  se   alabe 
de  discretas  hermosuras; 
pero,   cuando  son   tiranas, 
no  se  alabe  de  ninguna. 
Tomó   Fabio  su    instrumento 
y  dijo  a  las  peñas  mudas 
sus  locuras  en  sus  cuerdas, 
porque  pareciesen  suyas. 


LA  BARQUILLA. 


¡Pobre  barquilla   mía, 
entre  peñascos  rota, 
sin  velas  desvelada 
y  entre  las  olas  sola  ! 
¿Adonde  vas  perdida? 
¿Adonde,   di,   te  engolfas: 
Que   no  hay  deseos  cuerdos 
con  esperanzas  locas. 

Como  las  altas  naves, 
te  apartas  animosa 
de  la  vecina  tierra, 
y  al   fiero   mar  te  arrojas. 
Igual  en   las  fortunas, 
mayor  en   las  congojas, 
pequeña  en   las  defensas, 
incitas  a   las  ondas. 

Advierte  que  te  llevan 
a  dar  entre  las  rocas 
de  la  soberbia  envidia, 
naufragio  de   las  honras. 


muerte  de  su  mujer.) 

Cuando  por  las   riberas 
andabas   costa  a  costa, 
nunca  del  mar  temiste 
las  iras  procelosas. 

Segura  navegabas, 
que  por  la  tierra  propia 
nunca  el   peligro  es  mucho 
adonde   el  agua  es  poca. 
Verdad  es  que  en  la   patria 
no   es  la  virtud  dichosa, 
ni  se  estimó  la  perla 
hasta  dejar  la  concha. 

Dices  que   muchas  barcas, 
con   el  favor  en   popa, 
saliendo  desdichadas, 
volvieron  venturosas. 
No  mires  los  ejemplos 
de  las  que  van   y  tornan; 
que  a  muchas  ha  perdido 
la  dicha  dé  las  otras. 


170 


ANTOLOGÍA. 


Para  los  altos  mares 
no  llevas  cautelosa 
ni  velas  de  mentiras 
ni   remos  de   lisonjas. 
;(|)uién  te  engañó,   barquilla? 
Vuelve,   vuelve   la   proa ; 
que  presumir  de   nave 
fortunas  ocasiona. 

¿Qué  jarcias  te  entretejen? 
c  qué  ricas  banderolas 
azote  son  del  viento 
y  de  las  aguas  sombra? 
i  En  qué  gavia  descubres 
del  árbol   alta  copa, 
la  tierra  en  perspectiva 
del   mar  incultas  orlas? 

,;  En  qué  celajes  fundas 
que  es  bien  echar  la   sonda, 
cuando,   perdido  el   rumbo, 
erraste  la  derrota? 
Si  te  sepulta  arena, 
¿qué  sirve   fama   heroica? 
Que  nunca  desdichados 
sus  pensamientos  logran. 

¿Qué   importa  que   te  ciñan 
ramas   verdes  o  rojas, 
que  en  selvas  de  corales 
salado  césped  brota  ? 
Laureles  de  la  orilla 
solamente  coronan 
navios  de  alto  bordo 
que  jarcias  de  oro  adornan. 

No  quieras  que  yo  sea 
por  tu  soberbia  pompa, 
Faetonte  de  barqueros 
que  los  laureles   lloran. 
Pasaron  ya   los   tiempos 
cuando,  lamiendo  rosas, 
el  céfiro  bullía 
y  suspiraba  aromas. 

Ya  fieros   huracanes 
tan  arrogantes  soplan, 
que  salpicando  estrellas, 
del  sol  la  frente  mojan. 


Ya  los  valientes  rayos 
de  la  vulcana   forja, 
en  vez  de  torres  altas, 
abrasan   pobres  chozas. 

Contenta  con  tus  redes, 
a  la   playa  arenosa 
mojado  me  sacabas; 
pero  vivo  —  ¿qué  importa?  — 
Cuando  de  rojo  nácar 
se  afeitaba  la  aurora, 
más  peces  te  llenaban 
que  ella   lloraba  aljófar. 

Al  bello  sol  que  adoro, 
enjuta  ya  la  ropa, 
nos  daba  una  caballa 
la  cama  de  sus  hojas. 
Esposo  me  llamaba; 
yo  la  llamaba  esposa, 
parándose  de  envidia 
la  celestial  antorcha. 

Sin  pleito,  sin  disgusto, 
la  muerte  nos  divorcia : 
¡ ay  de   la  pobre   barca 
que  en   lágrimas  se   ahoga ! 
j  Quedad  sobre  la  arena, 
inútiles  escotas, 
que  no  ha  menester  velas 
quien   a  su  bien   no  torna. 

Si   con  eternas  plantas 
las  fijas  luces  doras, 
oh  dueño  de  mi  barca, 
y  en  dulce  paz  reposas, 
merezca  que  le  pidas 
al  Bien   que  eterno  gozas, 
que  adonde  estás,  me  lleve, 
más  pura  y  más  hermosa. 

Mi  honesto  amor  te  obligue ; 
que   no  es  digna  victoria 
para  quejas  humanas 
ser  las  deidades  sordas. 
Mas   ¡  ay  que  no  me  escuchas  !  — 
Pero  la  vida  es  corta : 
viviendo  todo  falta; 
muriendo  lodo  sobra. 


AGUINALDO. 

(Égloga.) 
Dato,  Er gasto  y  el  Rústico. 

Ergasto.    Mientras  el  alba  de  sus  blancos  nácares 
aljófar  vierte,  dad  silencio,  dríades, 
entre  estas  flores  y  olorosos  búcares. 

Rústico.    Parad  las  hojas  verdes,  hamadríades, 

en  tanto  que  hoy  mostramos  Bato  y  Riístico 
a  qué  pueden  llegar  sacras  tespíades. 


LOPE    DE    VEGA. 


171 


Bato.    De  la  playa  de  Tiro  al  mar  ligústico, 
haré  sonar  en   canto  dialogístico, 
el  dulce  son  de  mi  instrumento  rústico. 

Rústico.    Filósofo  no  soy,  no  soy  sofístico, 

ni  entiendo  lo  que   llaman  alegórico 
ni  sé  qué  es  literal  sentido  o  místico. 
Bato.     Cantaba  en   esta  selva  un  sabio   histórico 

que  a  Dios  agrada  un   simple  ingenio  tépido 
más  que  las  elocuencias  del  retórico. 

Rústico.    Tal  vez  mostraba  Job   ánimo   intrépido, 
sin  perder  la  paciencia  melancólico; 
tal  vez  David   cantaba  humilde  y  trépido. 
Bato.    Cubra  el  estilo  rústico  y  bucólico 

la  sacra  majestad,   digna  de  crónica; 
o  el  docto  y  numeroso  estilo  argólico. 

Rústico.    La  pluma  aristotélica  y  platónica 
en  esta  parte  es  fábula  ridicula, 
ni  canta   a  Dios  la  lira  babilónica. 
Bato.    Hoy  a  la  filosófica  matrícula 

estos  secretos  íntimos  escóndense  : 
no  entienden  una  mínima  panícula 

Rústico.    Los  hombres  y  los  ángeles  respóndense ; 
que,   aunque  en   naturaleza  son   disímiles, 
en  la  parte  del   alma  correspóndense. 
Bato,     i  Quién   tuviera  por  cosas  verisímiles 

un   hombre  y   Dios,  a  no  lo  ver  tocándolo, 
y   la  virginidad  y  el  parto  símiles? 

Rústico.    ¿Quién  lo  puede  dudar,  si  está  mirándolo, 
si   no  es  alfjuna   fiera  vista,   incrédula, 
del  cielo  maldición,  del  mundo  escándalo? 
Bato.    La   que  es  piadosa,   el   alma   pura  y  crédula, 
adora  en  esa  Madre  al   Hijo,   a   título 
de  que  él   de   Dios  es  firma,   y  ella  es  cédula. 

Rústico.    Díganos  Isaías  su  capítulo, 

y  verás  con   qué   espíritu  profético 
de  Dios  y  redentor  le   escribe  el   título. 
Bato.    El   trujo  a   Adán   salud,   que  enfermo  y  hético 
se   halló   con   tantos  males,   y  tan   tísico 
que   no   los  cuenta  número  arismélico. 

Rústico.    Nació  en  Belén  su  antídoto  y  el  tísico 
bien   de  su  mal,   de  su  veneno   cáustico 
(hablando  con  estilo   metafísico). 
Bato.    Mezcla   lo  pastoril   y  lo  escolástico ; 
la  cuna  alaba  deste   rey  pacífico, 
que  afrenta  los  palacios  del   fantástico. 

Rústico.    Canta  con   plectro  espléndido  y  mirífico, 
que  de  Belén   y  las  remotas  hélices 
venga  el   rudo   pastor  y  el   rey  científico. 
Balo.     ¡  Oh  virgen   planta  que  con  ramas  felices 
hiciste  a  María   fuente  salutífera, 
y  dulces  nuestras  lágrimas  iniélices ! 

Rústico.    Alta,   florida  vara,   que  odorífera 

llegaste  al   cielo  y  al  impíreo   cúmulo, 
paloma  bella,   candida,   olivífera. 


172 


AN  roí. OCIA. 


/>',//(). 


Á'fi/.rc 


/.'./Ai 


Kúsiiio. 


Bato. 


Rústico. 


Balo. 


Rústico. 


Bato. 


Rui  tico. 


Bato. 


Rústico. 


Bato. 


Rústico. 


Bato. 


Rústico. 


Bato. 


Ergasto. 


¡  Oh  más  <]ue  el  ave  que  en  florido  túmulo 

nace  otra  vez,   hermosa  Virgen  única, 

de  gracias  llena,   de  virtudes  cúmulo! 

¡  Quién   le  llevara   una  purpúrea  túnica, 

y  al   Niño  un   cesto  de   camuesa  pálida, 

idúmeo  dátil   y  granada  púnica  ! 

\o  un   limpio   tarro  de  la  leche   cálida 

de  mis  ovejas,   que  ando  previniéndola  ; 

que,   con  la  voluntad,   no   hay  prenda  inválida. 

Yo  un   nido  de  una  pájara,   en  cogiéndola, 

que  estuve  en   unos  olmos  acechándola, 

y,   si   no  es  ruiseñor,  será  oropéndola. 

l.levaréle   una  cuna,   en   acabándola, 

de  leña  de  ciprés  del  monte  Ménalo, 

que  espira  olor,   moviéndola  y  dejándola. 

Coge   aquel  potro,   aunque   cerril,   y  enfrénalo, 

y  de   presentes,   aunque  pobres,   cúbrele 

y  encima  de  jazmín  y  rosa  enllénalo. 

¿  No  ves  aquél  garlito  ?  Pues  descúbrele ; 

verás  los  peces,   ya  del  agua  tántalos, 

y,   si   no  hay  muchos,  otra  vez  encúbrele. 

Tú  conoces  los  juncos,  tú  levántalos ; 

no  me  digas  después,  que  soy  selvático ; 

pues  es  tuyo  el  garlito.   Bato,   espántalo?. 

Todas  las  aguas  son  de  humor  lunático  ; 

auméntanse  en  sus  rayos  o  resuélvense ; 

soy  pescador,   de  sus  mudanzas  prático. 

Con  la  luna  las  aguas  vanse  y  vuélvense ; 

no  sé  si  peces  hay,  pero  presúmolo, 

que  en  estas  ovas  frágiles  envuélvense. 

Pesco  este  arroyo,  Rú-tico,  y  consumólo, 

que   nace   de   este  monte,   y  no  es  canópico ; 

que   todo  en   una  red  tal  vez  resúmelo. 

Bebérselo  pudiera  algún  hidrópico ; 

perdóname,   si   en  esto  voy  satírico, 

y  de  tu  arroyo  soy  el  lobo  esópico. 

Tú  curas  mi   ignorancia,  sabio  empírico ; 

tus  burlas  mezclas  con  el  vano  apólogo; 

pues  compite   conmigo  en  verso  lírico. 

Si  fueras  irismegístico  teólogo, 

no   respetara   tu   furor  colérico, 

aunque  comienzas  con  soberbio  prólogo. 

Pues  ¿quién  me  iguala  en  todo  el  orbe  esférico? 

Di,  Rústico,  tus  versos  —  y  convídanos  — 

famosos  del  Jordán  al  Tajo  ibérico. 

Apolo,  entre  estos  árboles  olvídanos ; 

que,  según   la   hinchazón   de  aquestos  lógicos, 

para  tantos  íaetontes  no  hay  erídanos. 

Yo  no  escribo   mis  versos  trojjológicos, 

ni  me  precio  de  máquinas  versátiles, 

ni   vivo   de  aforismos  astrológicos. 

Pastoref,   de   tratar  cosas  portátiles, 

como  candida   leche  y  verdes  pámpanos, 

grana  a   la   Virgen,   y  al   Dios-hombre   dátiles, 


LOPE    DE    VEGA. 


•73 


no  es  bien  hecho  reñir.  Tú,   Bato,  estámpanos 

tus  versos;   pues  los  pintas  beneméritos, 

y  de  tu  furia  y  tempestad  escámpanos. 

Tú,  Rústico,   también,  pues  tienes  méritos, 

copia  los  tuyos;  funda  tu  propósito; 

que  de  la  eternidad  no  sois  inméritos. 

Yo  dejaré  dos  toros  en  depósito 

para  quien   deste   Niño  y  Dios  santísimo 

mejor  cantare,   el  uno  al  otro  opósito. 

Yo,   cuando  canto  del,   soy  humildísimo, 

respétele,   veneróle  y  adoróle, 

y  juzgóme,   pastores,   indignísimo; 

con   apacibles  versos  enamoróle, 

y  más  que  piedras  y  tesoros  libares 

en   mis  propias  entrañas  atesoróle. 

La  envidia  en  el  cantar  baña  de  acíbares 

las  cuerdas  y  la  voz ;  pero  el  buen  ánimo 

en  ambrosía,   en   néctares  y  almíbares. 

Es  el  vengarse  de  hombre  pusilánimo ; 

es  el   odio  noctivago  murciélago, 

y  el  justo  amor  un   sol,   un  rey  magnánimo. 

Este  divino  Niño  es  archipiélago 

de  gracias,   que  cantéis  con  beneplácito 

de  aquella  Virgen,   de  virtudes  piélago. 

Quedad,  pues,  juntos  en  silencio  tácito. 

DE    «EL   MEJOR  ALCALDE   EL   REY   . 


ACTO  IIL    ESCENA  XII. 

'onde.  Con  menos  información 
pudieras  tener  por  cierto 
que   no   te   ha  engañado   Sancho; 
porque  la   inocencia  déstos 
es  la  prueba  más  bastante 

Kty  (aparte  a  Ñuño).  Haced  traer  de  secreto 
un  clérigo  y  un   verdugo. 

ESCENA  XIII. 

'ancho,  Ñuño,    Fe/ayo,    juliana,    Leonor, 
Biito,  Fileno. 

\'uño.   Sancho  .  .  .    (aparte  a  él) 

•anche.  Señor  .  .  . 

^'uño.  Yo  no  entiendo 

este   modo    de  jticz  : 

sin   cabeza  de  proceso, 

pide  clérigo  y  verdugo. 
ancho.  Ñuño,   yo   no  sé  su   intento. 
\'uño.  Con   un  escuadrón   armado 

aun  no   pudiera   prendello ; 

cuanto   más  con   dos  personas. 
ancho.  Démosle  a  comer;   que   luego 

se  sabrá  si  puede  o  no. 
'i^vño.   ¿Comerán  juntos? 
<inc/io.  Yo  creo 

que  el  juez  comerá  solo, 

y  después  comerán   ellos. 


Sancho 

iVuí/o. 

jfiíatia. 

Auno. 


A'iiño.   Escribano  y  alguacil 
deben  de  ser. 

Eso  pienso. 
(Vase.) 
Juana  .  .  . 

Señor  .  .  . 

Adereza 
ropa  limpia,   y   al   momento 
matarás  cuatro   gallinas 
y   asarás  un   buen   torrezno. 
Y,   pues  estaba  pelado, 
pon  aquel  pavillo  nuevo 
a   que  se  ase   también, 
mientras  que  baja   Fileno 
a  la   bodega  por  vino. 
¡  \'oto  al  sol.   Ñuño,   que   tengo 
de  comer  hoy  con  el  juez  ! 
Este  ya  no  tiene  seso. 

(Vaso.) 
Sólo  es  desdicha  en  los  reyes 
comer  solos,  y  por   eso 
tienen  siempre  al  rededor 
los  bufones  y  los  perros. 

(Patio    en    la    quinta   de   Don    Tello.     Pared    o 
verja  en  el  fondo  ) 

ESCENA  XIV. 

E/vil  a,  huyendo  de  Don  Tcllo  ;  Feliciana. 

deteniéndole. 


Pelayo 
N^uño. 
Felayo 


•74 


antología. 


Elvira.  \  Favor,  ciclo  soberano  ! 

pues  en  la  tierra  no  espero 
remedio. 

(Vase  ) 

Dott   TtHo.         Matarla  quiero. 
Feliciana.   Deten   la  furiosa  mano. 
Don   Tello.  Mira  que  le  he  de  perder 

el  respeto,    I'eliciana. 
Feliciana.  Merezca,  por  ser  tu  hermana, 

lo  que  no  por  ser  mujer. 
Don    Tello.  \  Pese  a  la  loca  villana ! 

¿  Que  por  un  villano  amor 

no   respete  a  su  señor, 

de  puro  soberbia  y  vana  ? 

l'ues  no  se  canse  en  jiensar 

que  se  podrá  resistir; 

que   la  tengo  de  rendir 

o  la  tengo  de  matar. 

ESCENA  XV. 
Celio.  Felicia7ia. 

Celio.  No  sé  si  es  vano  temor, 

señora,   el  que  me  ha  engañado : 
a  Ñuño  he  visto  en  cuidado 
de  huéspedes  de  valor. 
Sancho  ha  venido  a  la  villa, 
todos  andan   con  recato  ; 
con   algún   fingido  trato 
le  han  despachado  en   Castilla. 
No  los  he  visto  jamás 
andar  con  tanto  secreto. 

Feliciana.  No  fuiste,  Celio,  discreto, 
si  en  esa  sospecha  estás ; 
que  ocasión   no  te  faltara 
para  entrar  y  ver  lo   que  es. 

Celio.  Temí  que  Ñuño,  después 

de  verme  entrar,  se  enojara; 
que  a  todos  nos  quiere  mal. 

Feliciana.  Quiero  avisar  a  mi  hermano; 
porque  tiene  este  villano 
bravo  ingenio  y  natural. 
Tú,  Celio,  quédale  aquí 
para  ver  si  alguno  viene. 
(Vase.) 

Celio.  Siempre  la  conciencia  tiene 
este  temor  contra  sí ; 
demás,   que   tanta  crueldad 
al  cielo  pide  castigo. 

ESCENA  XVI. 

El  Rey, el  Conde,  Don  Enrique-^  Sattcho,qvie 
aparecen  al  otro  lado  de  la  verja.  —  Celio. 
Rey.  Entrad  y  haced  lo  que  digo. 
Celio.   {Qué  gente  es  ésta? 
Rty-  Llamad. 

(Llaman ;    t.jre   un  criado  y  pasan    al   patio   el 
Rey,  el  Conde,   Don  Enrique  y  Sancho.) 


Sancho.  Éste,   señor,   es  criado 

de  Don  Tello. 
Rey.  i  Ah,  hidalgo! 

Celio.   cQué  me  queréis? 


Oi.l 


Rey. 


Celio. 

Rey. 

Celio. 

Rey. 

Celio. 


Advertid 
a  Don  Tello  que  he  llegado 
de   Castilla,   y  (¡uiero   hablallc. 
Y   (¡quién   diré  que  sois? 

Yo. 
i  No  tenéis  más  nombre  ? 


No.' 


Yo  no  más;  y  con  buen  talle ' 
Puéstome  habéis  en  cuidado. 
Yo  voy  a  decir  que    Yo 
está  en  la  puerta. 
(Vase.) 

Enrique.  Ya  entró. 

Conde.  Temo  que  responda  airado, 
y  era  mejor  declararte. 

Rcv-  No  era ;  porque  su  miedo 
le   dirá  que  solo  puedo 
llamarme    Yo  en  esta  parte. 
(Vuelve  Celio.) 

Celio.  A  Don  Tello,  mi  señor, 
dije  cómo    Yo  os   llamáis, 
y  me  dice  que  os  volváis ; 
que  él  solo  es    Yo  por  rigor; 
que,   quien   dijo    Yo  por  ley 
justa  del  cielo  y  del  suelo, 
es  solo  Dios  en  el  cielo 
y  en  el  suelo  solo  el  rey. 

Rey.  Pues  un  alcalde,  decid, 
de  su  casa  y  corte. 

Celio    (túrbase).  Iré, 

y  ese  nombre  le  diré.  j 

Rey.   En   lo  que  os  digo   advertid.  j 

(V^ase  Celio.) 

Conde.  Parece  que  el  escudero 

se   ha  turbado.  ¡ 

Enrique.  El   nombre  ha  sido| 

la  causa. 

Sancho.  Ñuño  ha  venido. 

Licencia,  señor,  espero 
para  que  llegue,  si  es  gusto 
vuestro. 

Rey.  Llegue,   porque  sea 

en   todo  lo  que  desea 
parte,  de  lo  que  es  tan  justo, 
como  del  pesar  lo  ha  sido. 

ESCENA  XVIL 
Ñuño,  Pelayo,  yuana  y  villanos  fuera  de 
la  verja.  —  El  Rey,  el  Conde,   Don  Enti 

que,  Sancho. 
Sancho.   Llegad,  Ñuño,  y  desde  afuera 
mirad. 


LOPE    DE    VEGA. 


«75 


Ñuño.  Sólo  ver  me  altera 

la  casa  deste  atrevido. 

Estad  todos  con   silencio. 
Juana.  Hable   Pelayo,   que  es  loco. 
Pdayo.  Vosotros  veréis  cuan  poco 

de  un  mármol  me  diferencio. 
Ñuño.  ¡  Que  con   dos  hombres  no  más 

viniese!   ¡Extraño  valor! 

ESCENA  XVIII. 

Dotí    Tello,  Feliciana,  criados.    Dichos. 

Feliciana.  Mira  lo  que   haces,   señor  .  .  . 

Tente,   hermano:   ¿dónde  vas? 
Don    Tello    (al  rey): 

í  Sois,   por  dicha,   hidalgo,   vos 

el  alcalde  de   Castilla 

que   me  busca  ? 
Rey.  i  Es  maravilla  ? 

Don   Tello.   \  Y  no  pequeña,  por  Dios ! 

Si  sabéis  quién   soy  aquí. 
Rey.  Pues  ¿qué  diferencia  tiene 

del  rey  quien   en   nombre   viene 

suyo  ? 
Don   Tello.  Mucha  contra  mí. 

Y  vos  ¿adonde  traéis 
la  vara  ? 

Rey.  En  la  vaina  está, 

de  donde  presto  saldrá, 

y  lo   que  pasa,  veréis. 
DonTello.  ¿Varaen  la  vaina?  ¡Oh,  qué  bien  I 

No  debéis  de  conocerme. 

Si  el  rey  no  viene  a  prenderme, 

no  hay  en   todo  el   mundo  quién. 
Rey.  Pues  yo  soy  el  rey,  villano. 
Pelayo.   i  San'o  Domingo  de  Silos! 
Don   Tello.   Pues,  señor  ¿tales  estilos 

tiene  el  poder  castellano? 

¡Vos  mismo!    ¡Vos  en  persona; 

Que  me  perdonéis  os  ruego. 
Rey.  Quitadle  las  armas  luego. 
(Desarman  a  Don  Tello;    pasan    la   verja  Ñuño 
y  los  villanos.) 

Villano,    i  por  mi   corona! 

que  os  he  de  hacer  respetar 

las  cartas  del  rey. 
Feliciana.  Señor, 

que  cese   tanto  rigor 

os  ruego. 
Rey.  No  hay  que  rogar. 

Venga  luego  la   mujer 

deste  pobre   labrador. 
iVase  un  criado.) 

Don   Tello.  No  fué  su  mujer,  señor. 
Rey.  Basta  que  lo   quiso  ser. 

Y  ¿  no  está  su  padre  aquí, 
que  ante  mí  se  ha  querellado  ? 


Don    Tello  (aparte). 

Mi  justa  muerte  ha  llegado. 
A  Dios  y  al  rey  ofendí. 

ESCENA  XIX. 
Elvira,  sueltos  los  cabellos.   Dichos. 
Elvira.   Luego  que   tu  nombre 
oyeron   mis  quejas, 
castellano  Alfonso, 
que  a  España  gobiernas, 
salí  de  la  cárcel, 
donde  estaba  presa, 
a  pedir  justicia 
a  tu  real  clemencia. 
Hija  soy  de  Ñuño 
de  Aibar,   cuyas  prendas 
son  bien  conocidas 
por  toda  esta  tierra. 
Amor  me  tenía 
Sancho  de  Roelas. 
Siipolo  mi  padre, 
casarnos  intenta. 
Sancho  que  servía 
a  Tello  de  Neira, 
para  hacer  la  boda 
le  pidió  licencia; 
vino  con  su  hermana ; 
los  padrinos  eran. 
Vióme  y  codicióme ; 
la   traición   concierta. 
Difiere   la  boda 
y  viene  a  mi  puerta 
con   hombres  armados 
y  máscaras  negras. 
IJevóme  a  su  casa, 
donde  con  promesas 
derribar  pretende 
mi   casta  firmeza. 

Y  desde  su  casa 

a   un  bosque  me  lleva, 

cerca  de  una  quinta, 

un  cuarto  de  legua ; 

allí,   donde  sólo 

la  arboleda  espesa, 

que  al  sol  no  dejaba 

que  testigo  fuera, 

escuchar  podía 

mis  tristes   endechas. 

Digan   mis  cabellos 

—  pues  saben  las  hierbas 

que  dejé  en  sus  hojas 

infinitas  hebras  — 

qué  defensas  hice 

contra  sus  ofensas. 

Y  mis  ojos  digan, 
qué  lágrimas,  tiernas, 


176 


ANTOLOGÍA. 


que  a   un   duro  peñasco 

ablandar  pudieran. 
Viviré   llorando, 

pues  no  es  bien  que   tenga 

comento  ni  gusto 

quien  sin  honra  queda. 

Sólo  soy  dichosa 

en  que  pedir  pueda 

al  mejor  alcalde, 

(jue  gobierna  y   reina, 

justicia  y  piedad 

de  maldad  tan  fiera. 

Esta  pido,  Alfonso, 

a  tus  pies,  que  besan 

mis  humildes  labios. 

Ansí  libres  vean 

descendientes  tuyos 

las  partes  sujetas 

de  los  fieros  moros, 

con  felice  guerra. 

Que  si   no   te  alaba 

mi  turbada  lengua, 

famas  hay  y  historias 

que  la  harán  eterna. 
Rey.  Pésame  de  llegar  tarde  : 

llegar  a  tiempo  quisiera 

que  pudiera  remediar 

de  Sancho  y  Ñuño  las  quejas; 

pero  puedo   hacer  justicia, 

cortándole  la  cabeza 

a  Tello.   Venga  el  verdugo. 
Feliciana.  Señor,  tu  real  clemencia 

tenga  piedad   de  mi   hermano. 
Rey.   Cuando  esta  causa  no  hubiera, 

el  desprecio  de  mi  caria, 

mi   firma,   mi   propia  letra, 

¿no  era  bastante  delito? 
Hoy  veré  yo  tu  soberbia, 

Don  Tello,   jiuesta  a  mis  pies 


Don    Tello.   Cuando   hubiera  mayor  f)eiui 
invictísimo  señor, 
que  la   muerte   que   me  espera, 
confieso  que   la  merezco. 

Don  Enritjue. 

Si-  puedo  en  presencia  vuestra  . . 

Conde.   Señor,   muévaos  a  piedad 

que  f  s  crié  ea  aquesta   tierra. 

Feliciana.   Señor,  el  conde  Don   l'edro 
de  vos  por  merced   merezca 
la  vida   de  Tello. 

Rev-  Kl  conde 

merece  que  yo  le  tenga 
por  padre ;   pero  también 
es  justo  que  el  conde  advierta 
que   ha   de  estar  a  mi  justicia 
obligado  de  manera 
que  no  me  ha  de  replicar. 

Conde.   Pues,  la  piedad  ¿es  bajeza? 

Rey.  Cuando  pierde  de  su  punto 
la  justicia,  no  se  acierta 
en  admitir  la  piedad. 
Divinas  y  humanas  letras 
dan  ejemp'os :  es  traidor 
lodo  hombre  que  no  respeta 
a  su  rey  y  que  habla  mal 
de  su  persona  en  ausencia. 

Da,   Tello,   a   Elvira  la   matu- 
para  que  pagues  la  ofensa 
con  ser  su  esposo ;  y  después 
que  te  corten  la  cabeza, 
podrá  casarse  con   Sancho, 
con  la  mitad  de  tu  hacienda 
en  dote.  —  Y  vos,  Feliciana, 
seréis  dama  de  la  reina, 
en   tanto  que  os  doy  marido 
conforme  a  vuestra   nobleza. 

Ñuño.  Temblando  estoy. 

Pelayo.  \  üravo  rey  ! 


DE  LA  BOBA  PARA  LOS  OTROS  Y  DISCRETA  PARA  SI». 


.■\CTO  I.    ESCENA  I. 
Diana   (de  labradora). 

Pues  ¿tú  de  amores  conmigo, 

ignorante  labrador? 

Dirás  —   que  yo  no  lo   digo  — 

que  el  amor,  en  cuanto  amor, 

nunca  mereció  castigo. 

No  porque  es  mi  rustiqueza 

tanta,   que  ignore  el   grosero 

estilo  de  mi   rudeza 

que  amor  fué  el  hijo  primero 

que  tuvo   naturaleza. 

Deste  amor  han   procedido 

cuantos  son,   cuantos   han   sido. 


Pero  no  me  persuado 

a   tenerle   en   bajo  estado 

a   ningún  hombre   nacido. 

Aquí  destas  peñas  vivas 

quisiera  romper  las  hiedras, 

no  porque  trepan   altivas, 

mas  porque  abrazan   sus  piedras, 

amorosas  y  lascivas ; 

y  aquí,   con  violentos  brazos, 

los  enredos  destas  parras, 

los  embustes  de  sus  lazos, 

que  de  pámpanos  bizarros, 

dan  a  los  olmos  abrazos. 

Si   de  celos  o  de  antojos 


LOPE    DE    VEGA. 


177 


canta  a  la  primera  luz 

algún   ave  sus  enojos, 

quisiera  ser  arcabuz 

o  inatalla  con   los   ojos. 

Y  tú,  grosero  villano, 

¿vienes  a  decir  amores 

a  quien   por  el  aire  vano 

un  nido  de  ruiseñores 

derribó  con   diestra  mano? 

Tú,   ni   el   de  más  brío  y  talle, 

no  me  habléis;  que  si  en  el  valle, 

donde  más  lejos  se  esconde, 

sólo  el  eco  me  responde, 

le  suelo  decir  que  calle. 

No  os  fiéis  en  que  esta  aldea 

me  dio  padre  labrador; 

que  el  alma  que  se  pasea 

por  mi   pecho,   y  el   valor, 

me  dice  que   no  lo  crea. 

Tengo  tan   altos  intentos, 

que  si   pudieran   con  arte 

subir  trepando   elementos, 

pasaran  de  la  otra  parte 

del  cielo  mis  pensamientos. 

¿  Es  posible  que  yo  fui 

parto  de  un  monte  y  nací 

de  un   rudo  y  tosco  villano  ? 

;■  Un  alma  tan  grande  en  vano 

deposita  el  cielo  en   mí? 

Son  tales  mis  presunciones 

y  discursos  naturales, 

que  en   todas  las  ocasiones 

aborrezco  mis  iguales 

y  aspiro  a  ilustres  acciones. 

Ayer  —   aunque  no  es  fiel 

intérprete  la  osadía  — 

tuve  un  sueño  y  vi   que  en   él 

un  águila  me  ponía 

sobre  la  frente  un  laurel. 

Con  esto  tan  vana  estoy, 

que  pienso,   por  más  que  voy 

reprendiendo  mi  bajeza, 

que  se  erró   naturaleza, 

o  soy  más  de  lo  que  soy. 

Aires,   corred  más  aprisa ; 

no  bulliciosos  peinéis 

las  hierbas  que  el  alba  pisa. 

Fuentes,   no   me  murmuréis: 

tened  un  poco  la  risa. 

Y  si  un  alto  pensamiento 

en  bajo  sujeto  os  calma, 

parad  con  advertimiento  ; 

que  son  narcisos  del  alma 

los  locos  de   entendimiento. 

Porque,   si  posible  fuera, 

que  el  autor  del  cielo  diera 

JÜNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp. 


al  entendimiento  cara, 
loca  de  verle  quedara, 
si  en  vuestro  cristal  le  viera. 

DE  LA  ESCENA  III. 
Diana    (aparte) . 

i  Oh   ingenio !   aquí  me  ayuda ; 
fingirme  quiero  simplemente   ruda, 
que  es  el   mejor  camino  a  un  grande 
intento. 


ESCENA  VI. 
Diana,  Camilo,  Liseno    Teodora,  yulio. 
Camilo   (a   Diana). 

¿No  le  agrada  a  vuestra 

alteza  la  ciudad? 
Diatia.  Es  linda   pieza  ; 

mas  ¡  recibirme  con  truenos  ! 
Ca7?iilo.  Aquélla  es  artillería, 

que  os  hace  la  salva  así. 
Diana.  Con  los  relámpagos  vi 

estrellas  a  mediodía. 

En   tocando  las    campanas 

en   mi   tierra  el  sacristán, 

como  los  nublos  se  van, 

vuelven  a  cantar  las  ranas. 
Camilo  (aparte;.  ¡A  propósito! 
Liseno   (aparte).  En  mi  vida 

vi  cosa  tan  ignorante. 
Diana.   Esta  casa  relumbrante, 

de  blanco   mármol  vestida, 

¿qué   contiene? 
Ca?nilo.  Es  el  palacio 

de  vuestra  Alteza. 
Diana.  El  lugar 

puede  todo  aposentar 

su  grande  y  vistoso  espacio, 

con  ovejas  y  borricos. 
Camilo.  Veréis  aposentos  llenos 

de  pintura,   en   que  es  lo  menos 

telas  y  brocados  ricos. 
Diana,  i  Qué  es  aquello  que  está  allí  ? 
Camilo.  El  reloj. 
Diana.  ¡  Válarne  Dios  ! 

Camilo.  Allí  señala  las  dos. 
Diana.   ¡  Bueno  I    <  A  Teodora  y  a  mí  ? 
Camilo.  ¡  Brava  respuesta  ! 
Liseno.  Gallarda. 

Diana.  Y  ¿  quién  es,  Camilo,  aquel 

que  está  en  aquel  chapitel  ? 
Camilo.  Es  el  ángel  de  la  guarda. 
Diana.  Bien  le  habernos  menester. 

Pero  es  grave   desvarío 
12 


178 


ANTOLOGÍA. 


tenerle  al  calor  y  al  frío, 

si  nos  ha  de  defender. 
Caniilo  (aparte  a  Liseno). 

No  la  entiendo. 
Liseno.  Vo   tampoco. 

Teodora.  Mil  veces  venga  en  buen  hora 

a  su  casa  vuestra  Alteza. 
Diana.   Señora,  ya  yo  decía 

(¡ue  en  mi   borrico  andador 

pudiera  venir  mejor 

y  llegar  a  mediodía. 

Pero  por  esas  veredas, 

con  mucho  polvo  y  ruido, 

arrastrando  me  han  traído 

en  una  casa  con  ruedas. 

Echad  acá  vuesa  mano, 

que  vos  la  quiero  besar. 
Teodora   (aparte  a  él). 

i  Qué  es  esto,  Camilo  ? 
Camilo.  Hablar 

en  el  estilo  aldeano. 

No  os  espantéis;  que  ninguno 

nace   enseñado. 
Teodora.  Es  ansí  — 

<Qué  dices,  Julio?  (Aparte  a  él.) 
Julio.  Que  aquí 

alma  y  cuerpo  todo  es  uno, 

y  que  no  hay  que  tener  pena 

del  tratado  pensamiento ; 

pues  su  mismo  entendimiento 

en  el  pleito  la  condena, 

o  a  lo  menos  será  eterno, 

pues  no  es  justicia,  Teodora, 

que  den  a  Urbino  señora 

inhábil  para  el  gobierno. 
Teodora  (aparte).   Hoy  mi  esperanza  nació. 
Diana.  Muy  linda  está  su  mercé, 

y  dígame,  ¿no  tendré 

uno  como  aqueste  yo  ? 
Teodora.  Agora,   Señora  mía, 

vuestras  damas  os  darán 

galas  y  joyas. 
Diana.  No   harán. 

Teodora  (aparte).   ¡  Qué    notable  bebería ! 

Ahora  bien,  venid,  Diana, 

a  tomar  la  posesión 

de  vuestra  casa. 
(Aparte  a  Julio).     El    mesón 

le  diera  de  mejor  gana. 
Julio.  Y  yo  la  caballeriza. 
Camilo  (b.  Jo).    ¡  Corrido  estoy  ! 
Julio   (aparte).  ;  \o   turbado  ! 


ACTO  II.   ESCF.NA  X. 
Diana  y   Teodora. 
Diana.  ¿Qué  es  celos? 
Teodora.  Sospechas 

de  que  hay  diferente  dueño. 
Diana.   ¿V  si   le   hay? 
Teodora.  Es  agravio; 

que  los  celos,  sólo  celos, 

son  una  sombra  de  noche, 

que   del  propio  movimiento 

de  la  persona  se  cau?a 

Son   una  pintura  en   lejos, 

que   finge  montañas  altas 

los  (|ue  son  rasgos  pequeños. 

¿  No  has  pasado  alguna  vez 

por  un  espejo  de  presto, 

que  eres  tú,    y  piensas  que  es  otro? 

Pues  eso  mismo  son  celos. 
Diana.  ¿Que  son  celos  tantas  cosas? 
Teodora.  Líbrete  Dios  de  tenerlos. 

ESCENA  XI. 
Diatta  (sola).  Dulces  empeños  de  amor, 
¿  quién  os  mandó  ser  empeños 
de   prendas  no  conocidas? 
Fié  de  Fabio  el  secreto 
de  buscarme  un   defensor; 
y   cuando   tenerle  pienso, 
hallo  que   todo  es  engaño, 
traiciones  y  atrevimientos. 
Determíneme  a  querer 
a  tan   noble  caballero 
como  Alejandro,  y,  corrida 
de  mi  engaño,  me  arrepiento. 
I  Quién  sino  yo  pudo  hallar 
la  desdicha  en  el  remedio? 
i  Quién  sino  yo  ser  pudiera 
dichosa  para   no   serlo? 
/■  Ay,  mi  querida  aldea  ! 
¡  Ay,  campo  ameno ! 
¡  Quien  me  irujo  a  la  corte, 
muera  de  celos! 
¡  Ay,   mis  dulces  soledades, 
donde  escuchaba  requiebros 
de  las  aves  en   sus   flores, 
de  las  aguas  en   los   hielos  I 
No  allí   lisonjas,   no  engaños, 
no  traiciones,   no  desprecios, 
adonde   teme   la  vida, 
si  no  la  espada,  el  veneno. 
Nunca    yo  supe  en   mi   aldea 
de  qué   color  era  el   miedo : 
agora  a  mi  sombra  misma 
por  cualquiera  parte  temo. 


l.OPE    DE    VEGA. 


179 


Allá  todos  eran  simple? ; 
aquí  todos  son  discretos ; 
achaque  es  de  la  mentira 
por  ser  más  los  que  son  menos. 


¡  Ay,  mi  (¡Herida  aldea! 
¡  Ay,  cavipo  anieiio  ! 
¡  Qtden  me  trujo  a  la  corte, 
muera  de  celos! 


DE     LO   QUE 

ACTO  I.    ESCENA  XVI. 
Mihicos. 
■^alicj   la  niña  en    cabello 
a   coger  flores  de  azahar; 
y  ella  y  el   aurora   a  un   tiempo 
mirando  las  flores  van. 
Siguiéndola  viene  amor, 
que   tras  de   un   verde  arrayán, 
contemplando  su   hermosura, 
codició   su   libertad. 
En   el   nácar  de   una  rosa 


HA   DE   SER   . 


iba  a  poner  su   cristal, 

cuando,   viéndola  amor,   dijo, 

para  enamorarla  más  : 

«Ofendido  me   tienen 

tus  ojos  bellos, 

pues  me  ponen   la  culpa 

que   tienen   ellos. 

Toma  el  arco,   la  niña, 

que  yo  no  quiero 

ser  amor,  pues  que  matas 

a  amor  con  ellos. « 


ACTO  III. 


DEL 
ESCENA  XX. 


DUQUE   DE   VISEO». 


'iseo.   i  Ay  noche!  nunca  te  vi 
tan   negra.   Mas  para  mí 
¿  cuándo  tu  luz  no  lo   fué  ? 
Luna,   si   escondes  tu   cara 
para  que  el  rey  no  me  vea, 
sal,  porque  este  papel  lea, 
y  máteme  tu  luz  clara. 
Una  cruz  pienso  que  está 
en  aquella  esquina,   y  creo 
que  tiene  lumbre  :   deseo, 
vamos  caminando  allá.   — 
No  me  engañé  ;   ya  se  ven 
los  rayos  trémulos  de  ella.   — 
Lámpara  más  clara  y  bella 
que   el  sol,   albricias  os  den 
con  alabanzas  ahora 
mis  ya  despiertos  sentidos, 
como  suelen   en   sus  nidos 
los  pájaros  al  aurora. 
Leer  quiero,  oh  luz,  con  vos 
el  papel.  .  .  .  Divina  cruz, 
no  se  ofenda  vuestra  luz, 
que  esto  es  servicio  de  Dios. 
Casarme  quiero,   cruz  santa, 
y  a  vos  os  hago  testigo 
que  algún   traidor,   falso   amigo, 
que  yo  lo  soy,   me  levanta. 
Por  el  divino  Señor 
que  en  vos  sus  espaldas  puso, 
que  adoro  al  rey : 

Suena  dentro  ruido  de  cadenas  y  una  trompeta 
bronca,  y  espántase  el  duque.) 

;  Qué  confuso, 
Hué  ronco  y   triste  rumor! 


No  acierto  a  leer.  .  .  .  i  Qué  haré ) 
Temblando  estoy.    Cruz  que  adoro, 
yo  os  ofrezco  cubrir  de  oro, 
si  pediros  la  luz  fué 
ofender  vuestro  valor.  .  .  . 
Allí  .cantan.  .  .  .   ¡  Ay  de  mí ! 
¿Si  es  mujer?  Pienso  que  sí, 
que  está  haciendo  su  labor. 

ESCENA  XXI. 
(Una  voz  canta  dentro  tristemente.; 

Voz.  Don  Juan,  rey  de  Portugal, 
ése  que  llaman  el  Bravo, 
quejoso  vive  en  Lisboa 
de   sus  deudos  y  vasallos. 
Con  su  fuerte   condición 
piensa  que  quieren  matarlo 
los  portugueses  famosos, 
cuatro   inocentes  hermanos. 
Al  condestable  destierra ; 
también   al   conde  de  Faro 
y  a  Don  Alvaro  el  menor ; 
que  la  envidia  puede   tanto. 

Viseo.  Y,   i  cómo,   si  envidias  pueden 
hacer  un  hombre  pedazos, 
desde  los  cercos  del  sol 
hasta  el  mar  de  sus  agravios ! 

Voz  (dentro).  Al  duque  de  Guimarans 
mandó  en  público  teatro 
cortar  la  honrada  cabeza, 
digna  de  roble  y  de  lauro.» 

Viseo.  Temblando  estoy,  y  esta  cruz 
me  pone  mayor  espanto. 
Irme  quisiera,  y  no  puedo. 
Su  luz  me  parece  un  rayo. 
12* 


I  So 


ANTOLOGÍA. 


J'oz   (dentro).   Del  buen  duque  de  Viseo, 
mancebo  fuerte  y  gallardo, 
tiene  mil  quejas  el  rey, 
con  ser  su  primo  y  cuñado. 
Guárdate,   duque  inocente  ; 
guárdate,  Abel  desdichado ; 
que   malas  informaciones 
ensangrientan   nobles  manos. 

J'iseo.  i  Que  me  guarde  yo?  ¿Por  qué? 
¿Porqué  he  de  guardarme,  estando 
inocente  como  estoy  ? 

ESCENA  XXII. 
£/  Duque   de   Gnimarans.    difunto,    con 
manto  blanco  y  la  cruz  de  la  orden  de 
Cristo,  pasa  por  delante  del  Duqtie  de  Viseo. 

Guimatans.   Duque  .  .  . 
]^iseo.  ¡  Ay   cielos  soberanos! 

Guiniarans.  Duque  .  .  . 
Viseo.  ¿Qué  es  esto  que  veo? 

Gvimaraiis.  Duque  .  .  . 
Viseo.  Todo  estoy  temblando. 

Guiíuaratis.   Guárdate   del   rey. 
Viseo.  i  Qué   dices  ? 

Gvimarans.   Que  te  guardes. 
(Desaparécese.) 

]'iseo.  i  Cielo  santo, 

dad  favor  a  un  inocente ! 

(Cae,   puesta   la  mano   en  la  espada,    la  media 
defuera.) 

ESCENA  XXIir. 

Brito,  Viseo,  caído  en  el  suelo. 
Brilo.  \  Con  qué  temerosos  pasos 

busqué   la  luz,   que  más  presto 

dará  el   día  hermoso  y  claro, 

porque  ya  por  el   oriente 

se  miran  celajes  blancos ! 

Aquí  está  el  duque.  —  i  Ay  de  mí !  — 

¿Señor,   estás  desmayado? 

¿Qué  tienes,  señor?  Responde; 

vuelve  en  ti,  mira  tu  daño. 

Mira  que  se  acerca  el  día. 

¿Has  caído? 
Viseo.  ¡  Ay,   Brito  !  Vamos ; 

vamos  a  la  mar. 
Brito.  ¿Qué  tienes? 

Vjseo.  Allá  lo  sabrás  de  espacio. 
(Vanse.) 

ESCENA  XXIV. 
(Orillas  del  mar.) 
Viseo.  Brito. 
Brito.  Por  esta  calle  se  ve, 

señor,   la  orilla   del  mar. 
Viseo,   i  Ay,   Brito!   no   ]iuedo  andar. 


Brito    ¿  Cómo  caíste  ? 

Viseo.  Xo  sé  .  .  . 

Pero  si  ocasión  no  fué 
el  ver  lo  que  entonces  vi 
para  estar  fuera  de  mí, 
en   mi  vida  tendré  pena. 

Brito.  Noche  de  tinieblas  llena, 
¿  qué  peligros  no  hay  en  ti  ? 
¡Qué  bien  de  tus  confusiones 
los  escarmientos  dijeron 
que  tus   tinieblas  se   hicieron 
para  amantes  y  ladrones  ! 
i  Oh  luz  divina  que  pones 
gobierno  y  paz  en  el  suelo  1 
¡  Oh  luz,  divino  consuelo  i 
tú  dices  tu  valor  mismo. 
Noche  eterna  es  el  abismo 
y  luz  inmortal  el   cielo. 
Si   la  luz  no  te  faltara, 
por  la  escuridad  cruel, 
para  leer  el  papel, 
nunca  de  ti  me  apartara. 
í"uí  por  luz  hermosa  y  clara, 
y  cuando   con   luz  volví 
tan   desmayado  te  vi, 
que  aun  ahora  estás  sin  seso. 

Viseo.  ¿  A  quién   tan  triste   suceso 
no  le  sacará  de  sí  ? 
En  aquella  encrucijada, 
donde  me  dejaste,  Brito, 
tiene  todo  aquel  distrito 
una  lámpara    colgada 
a  la  imagen  venerada 
de  la  santísima   cruz. 
Quise  leer  en  su  luz 
el  papel ;  y  cuando  llego 
sale  de  ella  un  trueno  y  fuego, 
como  si   fuera  arcabuz. 
Luego  .  .     —  que  apenas  resisto 
las  lágrimas  y  el  espanto.  .  . 
veo  con  el  blanco  manto 
y  la  roja  cruz  de  Cristo 
el  que  de  mis  ojos  visto 
fué  en  palacio  degollado, 
aquel  duque  desdichado 
de  Guimarans.  Mas  al  punto 
él  fué  el  vivo,  yo  el  difunto.  .  .  . 
Todo  el  cabello  erizado, 
pálido  el  rostro  y  sangriento 
«¡ay!»   dijo  no  más,   turbada 
la  voz    Yo  entonces  la  espada 
con  manos  de   hielo   tiento; 
y,   aunque   con  atrevimiento 
tal  vez  el  cuello   ha  cortado 
del  toro  en   Duero  criado, 
o  del  africano  moro. 


LOPE    DE    VEGA.      TIRSO    DE    MOLINA. 


I8l 


allí  cayó   mi  decoro 
por  la  tierra   desmayado. 
Brito.  Todo  el  cabello  me  erizas 
y  como  un  alambre  pones.  . 
Pero  son  estas  visiones 
quimeras  antojadizas. 
Como   tanto  sutilizas, 


lu  pensamiento  del   viento 
hace  visiones. 
Viseo.  Vo  siento 

que  no  es  sin   gran   ocasión  ; 

aunque  las  visiones  son 

sombra  que  hace  el   pensamiento. 


TIRSO  DE  MOLINA. 


DE   «LA  PRUDENCIA  EN  LA  MUJER; 


ACTO  I.    ESCENA  I. 

El  Infante  Don  Enrique,  el  Infante  Don 
Juan,  Don  Diego  de  Haro. 

Don  Enrique. 

Será  la  viuda   reina  esposa   mía 
y  daráme   Castilla  s-u   corona; 
o  España  volverá  a   llorar  el  día 
que  al   conde   Don  Julián   traidor  pre- 
gona. 
¿Con  quién  puede  casar  Doña  María, 
si  de  valor  y  hazañas  se  aficiona, 
como  conmigo,    sin   hacerme  agravio? 
Enrique   soy ;   mi  hermano,   Alfonso  el 
Sabio. 

Don  ytian. 

La  reina  y   la  corona  pertenece 

a  Don  Juan,   de  Don  Sancho  el  Bravo 

hermano. 
Mientras  el  niño  rey  Fernando  crece, 
yo  he  de  regir  el  cetro  castellano. 
Pruebe,   si   algiín  traidor  se  desvanece, 
a  quitarme  la  espada  de   la  mano ; 
que,   mientras  gobernare  su  cuchilla, 
sólo  Don  Juan  gobernará   a  Castilla. 

Don  Diego.  Está  vivo  Don  Diego  López 
de  Haro, 
que  vuestras  pretensiones  tendrá  a  raya, 
y,  dando  al  tierno  rey  seguro  amparo, 
casará  con  su  madre ;  y  cuando  vaya 
algún  traidor  contra  el  derecho  claro 
que  defiendo,  señor  soy  de  Vizcaya  : 
minas  son  las  entrañas  de  sus  cerros, 
que  hierro  dan  con  que  castigue  yerros. 

Don  Enrique. 

;Qué  es  esto,    infante?     ¿Vos  osáis 
conmigo 
oponeros  al  reino  ?  {  Y  vos,  Don  Diego, 
conmigo  competís,   y  sois  mi  amigo? 

Doii  Juan. 

\o  de  mi  parte  la  justicia  alego. 

Don   Diego. 

De  mi   lealtad  a  España   haré   testigo. 

Don  Enrique.  A  la  reina  pretendo. 


Don  ytian.  De  su  fuego 

soy  mariposa. 

Don   Diego.  Vo  del  sol   que  miro 

hierba  amorosa  que  a  sus  rayos  giro. 

Do?i  Enrique. 

Tío,   Don  Juan,  soy  vuestro,  y  de  Fer- 
nando 
el   Santo,   que  ganó  a  Sevilla,   hijo. 

Don  ytian. 

Vo  nieto  suyo ;  Alfonso  me  está  dando 
sangre  y  valor  con  que  reinar    colijo. 

Don   Diego. 

Primo  soy  del  rey  muerto  ;  pero  cuando 
no  alegue  el  árbol  real  con  que  prolijo 
el   coronista  mi  ascendencia  pinta, 
alegaré  el  acero  de  la  cinta. 

Do7i  Enrique. 

Vos,   caballero  pobre,   cuyo  Estado 
cuatro  silvestres  son,   toscos  y  rudos, 
montes  de  hierro,   para  el  vil  arado, 
hidalgos  por  Adán,   como  él  desnudos, 
adonde,   en  vez  de  Baco  sazonado, 
manzanos  llenos  de  groseros  ñudos 
dan   mosto  insulso,    siendo  silla   rica, 
en  vez  de  trono,   el  árbol  de  Ciarnica; 
¿intentáis  de   la  reina  ser  consorte, 
sabiendo  que  pretende   Don   Enrique 
casar  con   ella,  ennoblecer  su  corte, 
y  (jue   por  rey   Esp:iña  le  publique  r 

Don  ytian. 

Cuando    su  intento  loco   no  reporte 
y  edificios  quiméricos  fabrique, 
mientras  el  reino  gozo  y  su  hermosura, 
se   podrá  desposar  con  su  locura. 

Don   Diego. 

Infantes,   de  mi    Estado  la  aspereza 
conserva  limpia  la  primera  gloria 
que  la  dio,   en  vez  del  rey,   naturaleza, 
sin  que  sus  rayas  pase  la  vitoria. 
Un  nieto  de  Noé  la  dio  nobleza; 
que  su  hidalguía  no  es  de  ejecutoria, 
ni  mezcla  con  su  sangre,  lengua  o  traje, 
mosaica   infamia  que  la  suya  ultraje. 


182 


antología. 


Cuatro  bárbaros   tengo  por  vasallos, 
a  quien  Roma  ¡aínas  comiuistar  ]iuilo, 
ijuc  sin  armas,  sin  muros,  sin  caballos, 
libres  conservan  su   valor  desnudo. 
Montes  de   hierro  habitan,   que  a  esti- 

mallos, 
valiente  en  obras,  y  en  palabras  mudo, 
a  sus  miras  guardárades  decoro ; 
pues,  por  su  hierro,  España  goza  su  oro. 
Si  su  aspereza  tosca   no  cultiva 
aranzadas  a  Baco,   hazas  a  Ceres, 
es  porque  Venus  huya,  que,  lasciva, 
hipoteca  en   sus  frutos  sus  pliceres. 
La  encina  hercúlea,  no  la  blanda  oliva, 
teje  coronas  para  sus  mujeres, 
que,    aunque    diversas    en    el    se.xo  y 

nombres, 
en    guerra    y    paz    se    igualan    a    sus 

hombres. 
El  árbol  de   Cárnica  ha   conservado 
la  antigüedad  que  ilustra  a  sus  señores, 
sin  que   tiranos  le  hayan    deshojado, 
ni  haga  sombra  a  confesos  ni  a  traidores. 
En  su  tronco,   no  en  silla  real  sentado, 
nobles,  puesto  que  pobres  electores 
tan  sólo  un  señor  juran,   cuyas  leyes 
libres  conservan  de  tiranos  reyes. 
Suyo  lo  soy  agora,  y  del  rey  tío, 
leal  en  defendelle,   y  pretendiente 
de  su  madre,  a  quien  dar  la  mano  fío, 
aunque  la  deslealtad  su  ofensa  intente. 
Infantes,   si  a  la  lengua  iguala  el  brío, 
intérprete  es  la  es])ada  del  valiente ; 
vizcaíno  es  el   hierro  que  os  encargo, 
corlo  en  palabras,  pero  en  obras  largo. 

ESCENA  II. 
La  Reina  Doña  Alaría,  de  viuda. — Don 

Emiijue,  Don  Juan,  Don  Diego. 
Reina.  ^  Qué  es  aquesto,  caballeros, 

defensa  y  valor  de  España, 

espejos  de  lealtad, 

gloria  y  luz  de  las  hazañas? 

Cuando,  muerto  el  rey  Don  Sancho, 

mi   esposo  y  señor,   las  galas 

truecan   León   y  Castilla 

por  jergas  negras  y  bastas; 

cuando  el   moro  granadino 

moriscos  pendones  saca 

contra  el  reino  sin  cabeza, 

y  las  fronteras  asalta 

por  la   lealtad  defendidas, 

y  abriéndose  su   Granada, 

por  las  católicas  vegas 

blasfemos  granos  derrama; 

¡  en  civiles  comjietcncias. 


pretensiones  mal   tundadas, 

bandos  que  la  paz  destruyen, 

ambiciosas  arrogancias, 

cubrís  de  temor  los  reinos, 

tiranizáis  vuestra  patria, 

dando  en  vuestra  ofensa  lenguas 

a  las  naciones  contrarias! 

i  Ser  mis  esposos  queréis, 

y  como  mujer  ganada 

en  buena  guerra,   al  derecho 

me  reducís  de  las  armas ! 

¡  Casarme  intentáis  por  fuerza, 

e   ilustrándoos  sangre  hidalga, 

la   libertad   de   mi   gusto 

hacéis  pechera  y  villana  ! 

¿Qué  veis  en  mí,  ricos  hombres - 

¿Qué  liviandad  en   mí  mancha 

la  conyugal  continencia 

que  ha  inmortalizado  a   tantas? 

i  Tan  poco  amor  tuve  al  rey  ? 

i  Viví  con   él  mal  casada  ? 

¿Quise  bien  a  otro,  doncella? 

¿A  quién,   viuda,   di   palabra? 

Ayer  murió  el  rey  mi  esposo, 

aun  no  está  su  sangre  helada 

de  suerte  que  no  conserve 

reliquias  vivas  del   alma. 

Pues  cuando  en  viudez  llorosa 

la  mujer  más  ordinaria 

al   más  ingrato  marido 

respeto  un  año  le  guarda; 

cuando  apenas  el   monjil 

adornan   las  tocas   blancas, 

y  juntan   con   la  tristeza 

la  gloria  de  vivir   casta; 

yo  que  soy  reina,  y  no  menos 

al   rey  Don   Sancho  obligada, 

que  Artemisa  a  su  Mauseolo, 

que  a  su   l'ericles  Aspasia, 

¿  queréis,  grandes  de  Castilla, 

que  desde  el   túmulo  vaya 

al  tálamo    incontinente  ? 

¿de  la   virtud   a   la  infamia? 

¿  Conocéisine,   ricos  hombres? 

¿Sabéis  que  el   mundo   me   llama 

la   reina  Doña  María  ? 

¿  que  soy  legítima  rama 

del  tronco  real  de  León 

y  como   tal,   si   me  agravian, 

seré  leona  ofendida, 

que,  muerto  su  esposo,  brama? 

Ya  yo  sé  que   no  el  amor, 

sino  la  codicia  avara 

del  reino  que  pretendéis, 

os  da  bárbara  esperanza 

de   que  he   de  ser  vuestra  esposa; 


TIRSO    DE    MOLINA. 


•83 


que  al   \cr  la  corona  sacra 
sobre  las  sienes  pueriles 
de  un  niño,  a  ([uien  su  rey  llama 
Castilla,  y  en   quien   Don   Sancho 
su  valor  cifra  y  retrata  ; 
aunque  yo  su  madre  sea, 
me  tendréis  por  tan   liviana, 
que  al   torpe  amor  reducida, 
en  fe  de  una  infame  hazaña, 
dalle  la  muerte  consienta 
porque  reinéis  con   su  falta. 
Engañáisos,   caballeros, 
que  no  está  desamparada 
destos  reinos  la  corona, 
ni  del  rey  la  tierna  infancia. 
Don  Sancho  el  Bravo  aun  no  es  muerto; 
que  como  me   entregó  el   alma, 
en  mi   pecho  se   conservan 
fieles  y  amorosas  llamas. 
Si,  porque  es  el  rey  un  niño 
y  una  mujer  quien   le   ampara, 
os  atrevéis  ambiciosos 
contra  la  fe   castellana  ; 
tres  almas  viven   en  mí : 
la  de  Sancho,   que  Dios  haya, 
la  de  mi   hijo,   que   habita 
en   mis  maternas  entrañas, 
y  la  mía,  en  quien  se  suman 
esotras  dos :  ved  si  basta 
a  la  defensa  de  un  reino 
una   mujer  con  tres  almas. 
Intentad   guerras  civiles, 
sacad  gentes  en   campaña ; 
vuestra  deslealtad  pregonen 
contra  vuestro   rey  las  cajas; 
que  aunque  mujer,  yo  sabré, 
en  vez  de  las  tocas  largas 
y  el  negro  monjil,  vestirme 
el  arnés  y   la   celada. 
Infanta  soy  de   León  ; 
salgan  traidores  a   caza 
del  hijo  de  una   leona, 
que  el  reino  ha  puesto  en  su  guarda; 
veréis  si   en   vez  de  la  aguja 
sabré  ejercitar  la   espada, 
y  abatir  lienzos  de  muros 
quien  labra  lienzos  de  Holanda. 
(Descúbrese    sobre    un    trono   el    rey   Don    Fer- 
nando, niño  y  coronado.) 

ESCENA  III. 

El  Rey  Don  Fernando,  Acompañantiento.  — 
La  reina,  Don  Enrique,  Don  J^iiafi,   Do?i 

Diego. 
Reina.   Vuestro  natural  señor 
es  éste,  y  la  semejanza 


de  Don  Sancho  de  Castilla ; 

Fernando  cuarto  se   llama. 

Al  sello  real   obedecen, 

sólo  por  tener  sus  armas, 

los  que  su  lealtad  estiman, 

con  ser  un  poco   de  plata ; 

el  que  veis  es  sello  vivo 

en  quien  su  ser  mismo  graba 

vuestro  rey,   que  es  padre  suyo : 

su  sangre  las  armas  labran. 

Respetalde,  aunque  es  pequeño ; 

que  el  sello  nunca  se  iguala 

al  dueño  en  la  cantidad ; 

que  tenga  su  forma  basta. 

Forma  es  suya  el  niño  rey: 

llegue   el  traidor  a    borralla, 

rompa  el  desleal  el  sello, 

conspire  la  envidia  ingrata. 

Ea,  lobos  ambiciosos, 

un  cordero  simple  bala ; 

haced  presa  en   su   inocencia, 

probad  en  él  vuestra  rabia, 

despedazad  el   vellón 

con  que  le  ha  cubierto  España, 

y  privalde   de  la  vida, 

si  a  esquilmar  venís  su  lana ; 

pues  cuando  vivan   Caínes, 

al   cielo  la  sangre  clama 

de  Abeles  a  traición  muertos, 

que  apresuran  su  venganza. 

Si  muere,  morirá  rey ; 

y  yo  con  él  abrazada, 

sin  ofender  las  cenizas 

de  mi  esposo,    siempre  casta, 

daré  la  vida  contenta, 

antes  que  el  mundo  en   mi   infamia 

diga  que  otro  que  Don  Sancho 

esposa  suya  me  llama. 
Do?i    Juan.     Infanta,    ya    no    reina,    la 
licencia 

que  de  mujer  tenéis  os  da  seguro 

para  hablar  arrogante  y  sin  prudencia, 

de  donde  vuestro  daño  conjeturo. 

Quise  casar    con    vos,    porque    la   he- 
rencia 

del  reino  me  compete ;   que  procuro, 

dispensándolo  el  Papa,  de  mi  hermano 

el  llanto  consolar,   que  hacéis  en  vano. 

Pero  pues  despreciáis  la  buena  suerte 

con  que  mi    amor   vuestra    hermosura 
estima, 

guardad    vuestra    viudez;     llorad     su 
muerte ; 

que  es  loable  el  respeto  que  os  anima. 

Pero  advertid  también  que  el  reino  ad- 
vierte 


i84 


ANTOLOr.lA. 


que,  siendo   ^•os  del  rey  Don  Sancho 

prima 
y  sin  dispensación  con  él  casada, 
perdéis  la  acción  del  reino  deseada. 
Vuestro  hijo  el  infante  no  le  iiereda, 
de  matrimonio   ilícito  nacido ; 
que  la  Iglesia  hasta    el    cuarto    grado 

veda 
el  título  amoroso  de  marido. 
No  siendo  pues  legítimo,  ya  queda 
Fernando  de  la  acción   real    excluido, 
y  yo  amparado  en  ella,   como  hermano 
del    rey  Don   Sancho    en    deudo    más 

cercano. 
Del    reino    desistid ,    si    es    que    sois 

cuerda ; 
que  yo  le  daré  Estados  en  que  viva, 
como  hacen  los  infantes  de  la  Cerda, 
aunque  su  acción  en  más  derecho  es- 
triba ; 
y  no  intente  que  aquí  la  vida  pierda 
en  tiernos  años,    la    ambición    que  os 

priva 
de  la  razón,  ni  pretendáis  (¡ue  afrente 
la  sangre  mi  valor  de  un  inocente. 
Reina.  Muera ;  que  no  será  el  Abel  pri- 
mero 
que  al  cielo  contra  vos  venganza  pida 
Id  a  Tarifa ;    que  el  Guzmán  cordero 
ofrece  a  la  lealtad  la  cara  vida. 
Si  el  padre  noble  os  arrojó  el  acero 
con  que  a  la  hazaña  bárbara  os  con- 
vida 
que  hicistes  en  favor  del  sarraceno, 
dando  a  Guzmán  el  título  de  Bueno; 
honrándoos  con  el  título  de  malo, 
dad    muerte    a    vuestro    rey    tierno    y 

sencillo ; 
que  yo,    que    a    su  español    valor    me 

igualo, 
arrojaros  también  sabré  el  cuchillo, 
mas  no  la  libertad  con  que  señalo 
el  alma  que  a  mi    muerto  esposo  hu- 
millo, 
pues  no  he  de  dar  la  mano  a  quien  la 

toma 
contra  Dios  en  ayuda   de  Mahoma, 
Legítimo  es  mi  hijo,  y  ya  dispensa 
el  Papa,  vice-Dios,  en  el  prohibido 
grado:    si    en  él   fundáis    vuestra    de- 
fensa, 
a  mi  poder  las  bulas  han  venido. 
Traidor  y  desleal  es  el  que  piensa, 
por  verse  rey,  llamarse  mi  marido. 
Sed    todos    contra    aquesta    intención 
casta ; 


que    como  Dios    me    ampare,    él    solo 

basta. 

Don  ynan.    Alto,    pues;    la  justicia  (\y.i- 

me  esfuerza, 

a  Castilla  conquiste,  pues  la    heredo  , 

que  mi  esposa  seréis  de  grado  o  fuerza, 

y  lo    que    amor    no    hizo    lo    hará    c! 

miedo. 
Yo  haré  que  vuestra  voluntad  se  luer; 
cuando  veáis  la  vega  de  Toledo 
llena  de  moros,  y  en  mi  ayuda  todos 
asentarme  en  la  silla  de  los  godos. 

(Vasc.) 

Don  Enrique.  El  rey  de  Portugal  es  mi 
sobrino; 
el  derecho  que  tengo  al  reino  ampara. 
Pues  que  juzgáis    mi  amor  a  desatino 
cuando  creí  que  cuerda  os  obligara, 
enarbolar  las  quinas  determino, 
triunfando  en  ellas  mi  justicia  clara, 
aunque  fueran  sus  muros  de  diamantes, 
contra  tu  alcázar  real  v  San  Cervantes. 
(Vase  )  ' 

Don  Diego.    Reina,    Aragón    mi    intento 
favorece, 
Vizcaya  es  mía,  y  de  Navarra  espero 
ayuda  cierta :  si  mi  amor  merece 
la  mano  hermosa  que    adoré  primero, 
favor  seguro  al  niño  rey  ofrece 
contra  Enrique,  Don  Juan,  y  el  mundo 

entero. 
Despacio  consultad  vuestro  cuidado, 
mientras  por  la    respuesta    vuelvo    ar- 
mado. 
(Vase  ) 

ESCENA  IV. 

La  Reina,  el  Rey,  Acompañamiento. 

Reina.  Y.a.,  vasallos,  una  mujer  sola, 
y  un   niño  rey  que  apenas  hablar  sabe, 
hoy  prueban   la  lealtad    en    que    acri- 
sola 
el  oro  del  valor  con  que  os  alabe. 
La  traición   sus  banderas  enarbola. 
Si    amor   de    ley    en  vuestros    pechos 

cabe, 
volved  por  los  peligros  que  amenazan 
a  un   cordero  que  lobos  despedazan. 
Si  la  memoria  de  Fernando   el  Sanio 
os  obliga  a  amparar  a  su  biznieto, 
Fernando  como  él ;  si  puede  tanto 
de  un  Sabio  Alfonso    el    natural    res- 
peto ; 
si  un  rey  Don  Sancho    os    mueve,   8Í 
mi   llanto. 


TIRSO    DE    MOLINA. 


185 


si   un   ángel   tierno  a  vuestro  amor  su- 
jeto ; 
conservalde  leales  en   su  silla. 
(Gritan  dentro.) 

Unos.   ¡Viva   Enrique! 

Oíros.  i  Don    Juan,     rey 

de  Castilla ! 
Reina.   Por  Don  Enrique  y  por  Don  Juan 
pregona 
la  deslealtad  el  reino  alborotado. 
Rey.  Madre,   infinito  pesa  esta  corona. 
Abájeme   de  aquí,   que  estoy  cansado. 
(La  reina  le  baja.) 

Reina.  ¿Pesa,  hijo?  Decís  bien,  pues  oca- 
siona 
su  peso  la  lealtad,   que  os  ha  negado 
el  interés  que  a  la  razón  cautiva, 
(Dentro.) 

Unos,   i  Castilla  por  Don  Juan  ! 

Otros.  j  Enrique  viva  ! 

Rey.  Diga,  madre,  ¿  qué  voces  serán  éstas  ? 

i  Está  mi   corte  acaso  alborotada  ? 
Reina.   Sí,   mi   Fernando. 
Rey.  Haránme  todos  fiestas, 

porque  ven  mi   cabeza  coronada. 
Reina.  Traidores  contra  vos  las  dan  mo- 
lestas. 
Rey.    i  Traidores  contra  mí?     Déme  una 
espada. 

Por  vida  de  quien  soy  .  .  . 
Reina.  ¡  Ay  hijo  mío ! 

De  vuestro  padre  el  Rey  es  ese  brío. 

ESCENA  V. 
El  Criado  primero.   —  Dichos. 
Criado  pr.   i  Qué  aguarda,  gran  señor,  ya 
vuestra  Alteza  ? 
Del    alcázar  Don  Juan    se    ha    apode- 
rado, 
y  Don  Enrique  de  la  fortaleza 
de  San  Cervantes,   y  han   determinado 
prenderos. 
Rey.  Cortaréles  la  cabeza, 

i  por  vida  de  mi   padre! 
Reina.  ¡  Ay,  hijo  amado  ! 

Huyamos  a  León,    que  es  patria  mía. 
Rey.    Pagármelo    han  ,    traidores ,    algiín 
día. 
(Van  se.) 

ACTO  II.   ESCENA  VI. 
Za  Reina,    Don    yuan,    Bcnavides,    Don 

Pedro,  el  Mayordomo 
Reina.  El  rey  piensa 

de  Aragón  que  no  ha  de   haber 


castigo  para  su  ofensa. 

Partid,  Benavides,   vos ; 

que  si  descercáis  a  Soria, 

dando  salud  al  Rey  Dios, 

yo  os  seguiré,  y  la  viloria 

vendrá  a  correr  por  los  dos. 

Dineros  me  pediréis 

con  que  se  pague  la  gente. 
Benavides.  Mientras  con  villas  me  veis 

que  empeñe  o  venda  .  .  . 
Reina.  El  prudente 

valor  mostráis  que  tenéis. 

Rico  os  quiero  ver  y  honrado  ; 

de  vuestra  lealtad  me  fío ; 

no  es  bien  que  estéis  empeñado. 

Aunque  vendí  el  dote  mío, 

joyas,   Don  Juan,   me  han  quedado : 

llévense  a  la  platería. 
Benavides.   Muy  mal,  gran  señora,   trata 

vuestra  Alteza  la  fe  mía. 
Reina.   Con  sólo  un  vaso  de  plata 

he  de  quedarme  e=te  día. 

Vajillas  de  Talavera 

son   limpias,  y  cuestan   poco. 

Mientras  la   codicia  fiera 

vuelve  a  algiín  vasallo  loco, 
•  (mira  al  infante  Don  Juan) 

pasaré  desta  manera. 

Haceldas  todas  dinero, 

y  a  Benavides   lo  dad, 

mayordomo. 

Mayordomo.       Voy. 

Benavides.  Primero 

que   eso  a  Vuestra  Majestad 
consienta,  venderme  quiero. 

Reina.  Nunca  la  prudencia  yerra. 
Haced   esto,   mayordomo  ; 
que  mientras  dure  la  guerra, 
si  en  platos  de  tierra  como, 
no  se   destruirá  mi   tierra. 
Procurad  partiros  luego, 
y  id   con   Dios. 

Be7iavidcs.  Iré  corrido, 

pues  tan  poco  a  valer  llego, 
que  aun  el  ser  agradecido 
me  niegan. 

Reina.  Don  Juan,   no  niego. 

Aumentad  vuestro  caudal, 
que  sois  vasallo  de  ley, 
y  no  me  estará  a  mi  mal, 
si  es  depósito  del  rey 
la  hacienda  del  que  es  leal. 
(Vanse  Benavides  y  el  mayordomo.) 


1 86 


antología. 


E'íCF.NA  Vil. 
La  Reina,  Don  Juan,   Don   redro. 
Reina.  En  Valladoliil  fabrico 
las   Huelgas;   que  para   Dio? 
el  más  pobre  esiado  es  rico. 
Sed  su  sobrestante  vos 
del  teinjilo  que  a  Dios  dedico, 
Don   Pedro,   y  estaré   yo 
contenta  si  por  vos  medra ; 
que  Dios,  que  el  reino  me  dio, 
sobre  un  Pedro,  en  vez  de  piedra, 
nuestra  Iglesia  edificó. 
Id  luego,  y  daréis  señal 
del  valor  que  en  vos  se  encierra, 
y  que  cristiano  y  leal 
mostráis  en   la  paz  y  guerra 
la  sangre  Caravajal. 

(Vase  Don  Pedro.) 

ESCENA  VIII. 

La  Reina,  Don  ynan,  el  Mercader- 
Reina,  i  Falta  más  ? 
Don  Juan.  Señora,  sí. 

La  gente  de  Extremadura, 

que  da  Portugal  por  mí, 

y  la  frontera  asegura 

de  su  rey,   me  escribe  aquí 

que  ha   un   año  que   no  recibe 

pagas,   y  la  desampara  ; 

que  sin  dineros  no  vive 

el  soldado.  .  .  . 
Reina.  Es  cosa  clara. 

Razón  pide  el  que  os  escribe. 

Va  no  tengo  que  vender : 

sólo  un   vaso  me  ha  quedado 

de  plata  para  beber. 

Mi   patrimonio   he   empeñado ; 

mas  buscadme  un   mercader, 

que  sobre  una  sola   prenda 

que  me  queda  supla  agora 

esta  falta   con  su   hacienda. 
Mercader.   Cuanto  yo  tengo,  señora, 

aunque  mujer  y  hijos  venda, 

está  a  serviros  disjiuesto. 
Reina.  {  Sois  mercader  ? 
Mercader.  Segoviano. 

Mi  hacienda  os  doy,  no  os  la  presto ; 

que  vuestro  valor  cristiano 

es  bien  f|ue  me  obligue  a  esto. 
Reina.   En   Segovia  ya  yo   sé 

que  hay  mercaderes  leales, 

de   tanto  caudal   y  fe, 

que  hacen  edificios  reales, 

como  en  sus  templos  se  ve. 

Vuestras  limosnas  la  han  dado 


una  catedral    iglesia, 
que  el  nombre   y  fama  ha  borrado 
con  que  la   máquina   efcsia 
su  memoria   ha  celebrado. 
Y  siendo  esto  ansí,   no   hay   duda 
que  quien  a  su  Dios  y  ley 
con   tanta  largueza  ayuda, 
al  servicio  de  su  rey 
y   honra   de  su  patria  acuda. 
No  quiero  yo  que  me  deis 
de  gracia  ninguna  cosa, 
pues  harto  me  serviréis 
que  sobre  una  prenda  honrosa 
cuento  y  medio  me  prestéis. 
Estas  tocas  os  empeño, 
(va  a  (jiiitárselaai 

si  es  que  estimáis  el  valor 
que  reciben  de  su  dueño. 

Alcrcadcr.   El  tesoro  que   hay  mayor 
para  tal  joya  es  pequeño. 
Gran  señora,  no  provoque 
vuestra  Alteza  mi   humildad, 
ni  su  cabeza  destoque, 
que  no  es  mi   felicidad 
digna  que  tal  prenda  toque. 
Porque  si  Segovia  alcanza 
que  a  sus  tocas  el  respeto 
perdió   mi   poca  confianza, 
por  avaro  y  indiscreto, 
de  mí  tomará  venganza. 
No  me  afrente  vuestra  Alteza 
cuando  puede  darme  ser; 
que  una  reina  no  es  nobleza 
que   hable  con  un   mercader, 
descubierta  la  cabeza. 

ReÍ7ia.  Capitán,  he  leído  yo, 
que  para  pagar  su  gente, 
cuando  sin  joyas  se  vio, 
cortó  la  barba  prudente 
y  a  un  mercader  la  empeñó. 
Las  tocas  son,  en  efeto, 
como  la  barba  en  el  hombre, 
de  autoridad  y  respeto  ¡ 
y  ansí  no  es  bien  que  os  asombre 
lo  que  veis,  si  sois  discreto, 
ni  que   murmuren   las  bocas 
extranjeras,   si   lastiman 
con   lenguas  libres  y  locas 
a  capitanes  que  estiman 

(mira  al  infante  Don  Juan) 

más  sus  barbas  que  mis   locas. 
Tomad,   y  a  mi   tesorero 
daréis  esa  cantidad. 
Mercader.   Como  reliquias  las  quiero 
guardar  de  la  santidad 
de   tal  reina.       (Vase.) 


TIRSO    DE    MOLINA. 


187 


ESCENA  IX. 

La  Reina,  Don  yiuin. 

Don  Juan  (aparte).    Alegre  espero 

del  Rey  la  agradable   muerte. 

{Si  habrá  el  veneno  mortal 

asegurado   mi  suerte  ? 

i  Oh  corona!   ¡oh   trono  real! 

(¡cuándo  tengo  de  poseerte? 
Reina.  Primo. 
Don  y  lían.       Señora. 
Reina.  Bien  sé 

que  desde  que  os  redujistes 

a  vuestro  rey,  y  volvistes 

por  vuestra  lealtad   y  fe, 

a  saber  que  algún  rico   hombre 

a  su   corona   aspirara 

y  darle  muerte  intentara 

a  costa  de  un  traidor  nombre, 

que  pusiérades  por  él 

vida  y  hacienda. 
Don  Juan.  Es  ansí. 

(Aparte.)   (¿Si   dice  aquesto  por  mí?) 

Creed  de  mi  pecho  fiel, 

gran   señora,   que  prefiero 

la  vida,   el   ser  y   el   honor 

por  el  Rey  nuestro  señor. 

Pero   el  propósito  espero 

a  que  me   habláis  desa  suerte. 
Reina.  Solos  estamos  los  dos : 

fiarme  quiero   de  vos. 
Don  Juan    (aparte). 

Angustias  siento  de    muerte. 
Reina.  Sabed  que  un  grande,  y  tan  grande 

como  vos  .  .  .  ¿De  qué   os  turbáis? 
Don  Juan.  Temóme   que  ocasionáis 

que  algiín   traidor  se   desmande 

contra  mí,   y  descomponerme 

con  vuestra  Alteza  procure. 
Reina.  No  hay  contra  vos  quien  inurmurc, 

que  el   leal   seguro  duerme. 

Digo,   pues,   que   un  grande   intenta 

(y  por  su  honra  el  nombre  callo) 

subir  a  rey  de  vasallo, 

y  sus  culpas  acrecienta. 

Quisicrale  reducir 

por  algún   medio  discreto, 

y  porque   tendréis  secreto, 

con  vos  le   intento  escribir ; 

que  por  querelle  bien  vos 

mejor  le   reduciréis. 
Don  y  na  II.   i  Vo  bien  ? 
Reina.  Tan  bien  le  queréis 

como   a  vos  mismo. 


Don  yuan.  Por  Dios, 

que   el  corazón   me  sacara 

a  mí  mismo,   si    supiera 

que  en   él   tal  traición  cupiera. 
Reina.  Eso,  primo,  es  cosa  clara; 

que  a  no   teneros  por  tal, 

no  os  descubriera  su  pecho. 

El  mío  está  satisfecho 

de  si  sois  o  no  leal. 

Aquí  hay  recado :   escribid. 
Don  yuan   (aparte). 

¿Qué   enigmas,   cielos,   son  éstas? 

i  Ay,  reino,  lo  que  me  cuestas ! 
Reina.  Tomad  la  pluma. 
Don  yuan.  Decid. 

Reina.  —   Infaiiie  .  .  . 
Don  yuan.  Señora  .  .  . 

Reina.  Digo 

que  así.  Infante,  escribáis. 
Don  yuan.  Si   por  Infante  empezáis, 

claro  está  que  habláis  conmigo; 

pues  si  Don  Enrique  no, 

no  hay  en  Castilla  otro  infante. 

Algún   privado  arrogante 

mi   nobleza  desdoró ; 

y  mentira  el  desleal 

que  me  impute  tal   traición. 
Reina.  .¿No  hay  infantes  de  Aragón, 

de  Navarra  y  Portugal? 

¿De  qué  escribiros  servía 

estando  juntos  los  dos? 

Haced  más  caso  de  vos. 
Don  yuan    (aparte). 

i  Qué  traidor  no  desconfía ! 
(Paseándose  la  reina,  va  dictando,   y  Don  Juan 
escribe.) 

ReÍ7ia.  —  Infante :  como  un  fey  tiene 

dos  ángeies  en  su  guarda, 

poco  en  saber  quié?i  es  tarda 

el  que  a  hacelle  traición  viene. 

Vuestra  ambiciÓ7i  se  re/rene; 

que  se  acabará  algún  día 

la  7ioble  paciencia  mía  ; 

y  os  cortará  mi  aspereza 

esperanzas  y  cabeza.  — 

La  reina  Doña  María. 

Leedme  agora  el  papel ; 

que  no  es  de  importancia  poca, 

y  por  la  parte   que  os  toca, 

advertid,   infante,  en  él. 

(Léele  Don  Juan.) 

Cerralde  y  dalde  después. 
Don  yuan.  ¿  A  quién  ?  Que  sabello  intento. 
Reina.  El  que  está  en  ese  aposento 

os  dirá  para  quién   es. 
,   (Vase.) 


i8S 


antología. 


ESCENA  X. 
Dotí  jfuan. 

"¡El  que  esl;í  en  ese  aposento 

os  dirá  jiara   quién   es!» 

Misterios  me  habla,   después 

que   matar  al   Rey  intento. 

¡  Escribe  el  papel  conmigo, 

y  remite  a  otro  el  decirme 

para  quién  es  !   Prevenirme 

intenta  con  el  castigo. 

;  Si   hay  aquí  gente  cerrada, 

para  matarme  en  secreto? 

Ea,  temor  indiscreto, 

averiguad  con   la  espada 

la  verdad  desta  sospecha. 
(Saca  la   espada,    abre    la    puerta    del    fondo   y 
descubre   al   judio   muerto    con    el    vaso    eu    la 
mano  ) 

i  Ay  cielos !  mi  daño  es  cierto ; 
el  doctor  está  aquí  muerto 
y  la  esperanza  deshecha 
que  en  su  veneno  estribó. 
Todo  la  reina  lo  sabe ; 
que  en  un  vil  pecho  no  cabe 
el  secreto.  Él  le  contó 
la  determinación   loca 
de  mi   intento  depravado. 
El  veneno  que   ha   quedado 
he  de  aplicar  a  la  boca.  (Toma  el  vaso.) 
Pagaré  ansí   mi   delito, 
pues   que  colijo  de  aquí 
que  sois,   papel,   para  mí, 
siendo  un  muerto  el  sobrescrito 
Si  deste  vano  interés 
duda  vuestro  pensamiento, 
«El   que  está  en  este  aposento, 
os  dirá  para  quién  es.» 
Mudo  dice  que  yo  soy ; 
muerto  está  por  desleal. 
i  Quién  fué  en  la  traición  igual, 
séalo  en  la  muerte  hoy ! 
Que  por  no  ver  la  presencia 
de  quien  ofendí  otra  vez, 
a  un  tiempo  verdugo  y  juez 
he  de  ser  de  mi  sentencia. 
(Quiere  beber,  sale  la  reina,  y  quítale  el  vaso.) 

ESCENA  XI. 
La  Reina,  Don  Juan. 
A'eina.  l'rimo.  Infante,  i  estáis  en  vos  ? 
Tened   la  bárbara  mano. 
:' Vos  sois  noble?  ¿vos  cristiano? 
Don  Juan,  ^  vos  teméis  a  Dios? 
-;  (^ué  frenesí,  qué  locura 
os  mueve  a  desesperaros  r 


Don  Junn.  Si   no  hay  para   aseguraros 

satisfacción  más  segura 

sino  es  con   que   muerto  quede, 

quiero  ponerlo  por  obra ; 

que  quien   mala  fama  cobra, 

larde  restauralla  puede. 
Reina.  Vos  no  la  perdéis  conmigo ; 

ni   aunque  desleal  os  llame 

un  hebreo  vil  e  infame, 

que  no  vale  por  testigo, 

le  he  de  dar  crédito  yo. 

El  fué  quien   dar  muerte  quiso 

al  Rey.  Tuve  dello  aviso, 

y  aunque  la   culpa  os  echó, 

ni  sus  engaños  creí, 

ni  a  vos,   Don  Juan,   noble   primo, 

menos  que  antes  os  estimo. 

El  papel  que  os  escribí, 

es  para  daros  noticia 

de  que  en   cualquier  yerro  o   falla 

ve  mucho,   por  ser  tan   alta, 

la  vara   de  la  justicia  ; 

y  lo  que  su   honra  daña 

quien  fieles  amigos  deja, 

con  traidores  se  aconseja, 

y  a  ruines  acompaña. 

De  la  amistad  de  un   judío 

i  qué  podía  resultaros, 

sino  es,   infante,  imputaros 

tal  traición,  tal  desvarío? 

Escarmentad,  primo,  en  él, 

mientras  que  seguro  os  dejo; 

y  si  estimáis  mi   consejo, 

guardad  mucho  ese  papel, 

porque  contra  la  ambición 

sirva,   si  acaso  os   inquieta, 

a  la  lealtad  de  receta, 

de  epítima  al   corazón  ; 

que  siendo   contra  el   honor 

la  traición   mortal  veneno, 

no  hay  antídoto  tan  bueno. 

Infante,   como  el   temor. 
Don  yuan.  No   tengo  lengua,   señora, 

para  ensalzar  al   presente 

la  prudencia  que  en  vos  .  .  . 
Reina.  Gente 

viene :   dejad   eso   agora. 

ACTO  III.    FSCENA  I 

El   Rey    Don    Fernando    (ya   mancebo), 

la  Reina. 
Reina.   Pues  los  deseados  días, 

hijo  y  señor,   se  han   llegado 

en   que  el   cielo  os  ha  sacado 

hoy  de   las  tutelas  mías, 

y,   de   diez  y  siete   años. 


TIRSO    DE    MOLINA. 


a  vuestro   cargo   tomáis 

el  gobierno,   y  libre  estáis 

de  peligros  y  de   daños 

(que  no  pocos   lian   querido 

ofender  vuestra  niñez, 

aunque   mi  amor  cada  vez 

cual  madre  os  ha  defendido) ; 

haciendo  una  suma  breve 

del  estado  en  que  os  le  dejo, 

con  el  último  consejo 

que  dar  una  madre  debe, 

me  despediré  de  vos, 

y  del  reino  que  os  desea, 

y  siglos  largos  os  vea 

ensanchar  la   ley  de  Dios. 

Cuando  el  rey  Don  Sancho  el  Bravo, 

vuestro  padre  y  mi  señor, 

dejó  por  otro  mejor 

el  reino   ((jue  aquí  es  esclavo 

de  sus  vasallos  quien   reina), 

y  en   Castilla,   que   aun  le   llora, 

por  el  de  gobernadora 

el   nombre   troqué   de   reina ; 

de  solamente  tres  años 

comenzastes  a   reinar, 

y  juntamente  a  probar 

trabajos  y  desengaños, 

cual  veréis   por  tiempos  largos 

que  los  reinos  interesan ; 

pues  por  lo  mucho  que  pesan, 

les  dieron  nombre  de  cargos. 

Un  solo  ])almo   de  tierra 

no  hallé  a  vuestra  devoción  : 

alzóse  Castilla  y  León, 

Portugal  os   hizo  guerra, 

el   granadino  se   arroja 

por  extender  su  alcorán, 

Aragón   corre  a  Almazán, 

el  navarro  la  Rioja; 

pero  lo   que   el  reino  abrasa, 

hijo,   es  la  guerra   interior ; 

que   no  hay  contrario   mayor 

que  el  enemigo  de  casa. 

Todos  fueron   contra  vos ; 

y  aunque  por  tan  varios  modos 

os  hicieron   guerra   todos, 

fué  de  nuestra  parte  Dios, 

a  cuyo   decreto  sumo, 

Babeles  de  confusión, 

que  levantó  la  ambición, 

se   resolvieron   en   humo. 

Pues  en  el  tiempo  presente, 

porque  al   cielo   gracias  deis 

del  reino  que   le  debéis, 

le  hallaréis   tan   diferente, 

que  parias  el   moro  os  paga ; 


el  Navarro,    el  de   Aragón, 

hijo,   amigos  vuestros  son; 

y  para  que  os  satisfaga 

Portugal,   si   lo  admitís, 

a  Doña  Constanza  hermosa 

os  ofrece  por  esposa 

su  padre  el  rey  Don  Dionís. 

No  hay  guerra  que  el  reino  inquiete, 

insulto  con  que  se  estrague, 

villa   que  no  os  peche  y  pague, 

vasallo  que  no  os  respete : 

de  que  salgo  tan  contenta 

cuanto  pobre ;   pues,   por  vos, 

de   treinta  no  tengo  dos 

villas  que   me  paguen  renta. 

Pero  bien   rica   he  quedado, 

pues  tanta  mi  dicha  ha  sido, 

que  el   reino  que  hallé  perdido, 

hoy  os  le  vuelvo  ganado. 
Rey.   El  y  yo,   madre  y  señora, 

con   desamparo  y  tristeza 

quedamos  si  vuestra  Alteza 

se  ausenta  y  nos  deja  agora. 

Porque  del  gobierno  mío, 

,;  cómo  se  puede  esperar 

que  mozo  llegue  a  llenar, 

ausente  vos,   tal  vacío  ? 

Vuestra  Alteza  no  permita 

dejarme  en  esta  ocasión. 
Reina.  Ya  es,   hijo  y  señor,   razón 

que  la  viudez,   que  limita 

del  gobierno  la  inquietud, 

halle  en  mí  la  autoridad 

que  pide  la  soledad 

y  ejercita  la  virtud. 

Cerca  tengo  de  Palencia 

a  Becerril,  pueblo  mío. 

jNlientras  de  vos  me  desvío, 

porque  no  sintáis  mi  ausencia, 

si  la  consideración 

pasáis  por  el  arancel 

que  os  deja  mi   amor,  por  él 

verá  España  un   Salomón 

contra  lisonjas  y  engaños 

que  traen  los  vicios  en  peso ; 

pues  las  canas  en  el  seso 

consisten  más  que  en  los  años. 

El  culto  de  vuestra  'ey, 

Fernando,   encargaros  quiero  ; 

que  éste  es  el   móvil  primero 

que   ha  de  llevar  tras  sí  al  rey ; 

y  guiándoos  por  él  vos, 

vivid,   hijo,   sin   cuidado, 

porque   no   hay  razón  de   Estado 

como  es  el  servir  a  Dios. 

Nunca  os  dejéis  gobernar 


ü 


190 


antología. 


de  privados,  de  manera 

que  salgáis  de  vuestra  esfera, 

ni  les  lleguéis  tanto  a  dar, 

que  se  arrojen  de  tal  modo 

al  cebo  del  interés, 

que  os  fuercen,  hijo,  después 

a  que  se  lo  quitéis   todo. 

Con  lodos  los  grandes  sed 

tan  igual  y  generoso, 

que   nadie  quede   quejoso 

de  que  a  otro  hacéis  más  merced : 

tan  apacible  y  discreto, 

que   a  todos  seáis  amable  ; 

mas  no  tan  comunicable 

que  os  pierdan,  hijo,  el  respeto. 

Alegrad  Maestros  vasallos, 

saliendo  en  público  a  vellos ; 

que  no  os  estimarán   ellos, 

si  no  os  preciáis  de  estimallos. 

Cobraréis  de  amable  fama 

con   quien  vuestra  vista  goce  ; 

que  lo  que  no  se  conoce, 

aunque  se  teme,  no  se  ama. 

De  juglares  lisonjeros, 

si  no  podéis  excusaros, 

no  uséis  para  aconsejaros, 

sino  para  entreteneros. 

Sea  por  vos  estimada 

la  milicia  en  vuestra  tierra, 

porque   más  vence  en   la  guerra 

el  amor  que  no  la  espada. 

Recebid  médicos  sabios, 

hidalgos  y  bien  nacidos, 

de  solares  conocidos, 

sin  raza,   nota  o  resabios 

de  ajena  y  contraria  ley; 

que  si   no  hace   confianza 

de  quien  nobleza  no  alcanza, 

cuando  un  castillo   da,   el  Rey, 

i  cuánta  más  solicitud 

poner  en  esto  es  razón, 

pues  que  los  médicos  son 

alcaides  de  la  salud  I 

Hablo  en  esto  de  experiencia, 


y  sé  en  cualquier  facultad 
que  suele   la  cristiandad 
alcanzar  más  que   la  ciencia. 
A  Don  Juan,  señor,  dcbéir, 
de  Benavides,  la  silla 
en  que  os  corona  Castilla. 
Y  es  bien  que  se  la  paguéis. 
A  los  dos   Caravajales 
con   el  mismo  cargo  os  dejo, 
tan  cuerdos  en  dar  consejo, 
como  en   serviros  leales. 
Ejercitad  su  prudencia, 
conoceréis  su  valor; 
y  con   esto,   hijo  y  señor, 
dadme  brazos  y  licencia. 
(Abrázanse.) 

Rey.  Vamos ;  acompañaré 

a  vuestra   Alteza. 
Reina.  Asistid 

a  las  Cortes  de  Madrid ; 

que  es  de  importancia  que  esté 

en  ellas  vuestra  presencia  ; 

que  en  mi  compañía  irán 

los  dos  hermanos,   Don  Juan 

y  Don  Pedro,  hasta  Falencia ; 

y  en  acabándose  iréis 

a  ver  al  de   Portugal, 

porque  con  amor  igual 

la   mano  a   la   Infanta  deis, 

que  con  su  padre  os  espera 

cerca  de  Ciudad-Rodrigo. 

Quedaos. 
Rey.  Vuestro  gusto  sigo, 

aunque   más  gusto   tuviera 

en   iros  acompañando. 
Reina.  Hágaos  tan  dichoso  el  cielo 

como  a  vuestro   bisabuelo, 

y   tan  santo,   mi   Fernando. 
Rey.   Como  yo  os  imite  a  vos, 

no  habrá  bien  que  no  me  cuadre. 

Servid  los  dos   a   mi   madre. 
Reina.  Adiós. 

Rey.  Gran  señora,  adiós. 

(Vase  la  Reina  con  Don  Alonso  y  Don  Pedro.) 


EPIGRAMAS. 


Dad  al  diablo  la  mujer 
que   viste  galas  sin  suma, 
porque  ave  de   mucha   pluma 
tiene  poco  que  comer. 


Al  mol!. 10  del  amor 
alegre  la  niña  va, 


Dos  días  tienen  de  gusto 

las  mujeres  —  si  no  yerran 

los  que  sus  acciones  tasan  — 

y  son  el  eu  que  se  casan 

y  el  que  a  su  marido  entierran. 


CANCIÓN. 


a   moler  sus  esperanzas ; 
quiera  Dios  que  vuelva  en   paz. 


TIRSO    DE    MOLINA. 


Kjl 


En  la  rueda   de  los  celos 
el  amor  muele  su  pan, 
que  desmenuzan  la   harina 
y  la  sacan   candeal. 
Ríos  son   sus  pensamientos, 
que  unos  vienen  y   otros  van  ; 
y  apenas  llegó   a  su  orilla, 
cuando  ansí  escuchó  cantar: 
«BorboUicos  hacen  las  aguas, 
cuando  ven  a  mi   bien   pasar ; 
cantan,  brincan,   bullen   y  corren 
entre  conchas  de  coral. 
Y   los  pájaros  dejan   sus  nidos 
y  en   las  ramas  del    arrayán 
vuelan,   cruzan,   saltan  y  pican 
toronjil,   murta  y  azahar.» 
Los  bueyes  de  las  sospechas 
el   río  agotando  van ; 


que,   donde  ellas  se  confirman, 

pocas  esperanzas  hay. 

V  viendo  que  a  falta   de   agua, 

parado  el   molino  está, 

de  esta  suerte  le  pregunta 

la  niña  que  empieza  a   amar : 

«Molinico,   c  por  qué   no  mueles?» 

«Porque  me  beben  el  agua  los  bueyes. 

Vio   al   amor  lleno  de   harina 

moliendo  la  libertad 

de   las  almas  que  atormenta, 

y   ansí  le  cantó  al  llegar: 

«Molinero  sois,   amor, 

y  sois  moledor.» 

«Si  lo  soy,  apártese, 

que  le  enharinaré.» 

(De  «Don  Gil  de  las  calzas  verdes».) 


CELOS  CURADOS. 


Sancho.   Acercaos  a  mí,   Tirrena. 

Tiñería.   ¡  Qué  vida  tan   enfadosa  ! 
¿Siempre  he   de  estar  junto   a  ti? 

Sancho.   Sois  mi   mujer,   y  con   todas 
habían   de  ser  maridos 
ella  el  cuerpo  y  él  la  sombra. 
Si  no  lo  sabéis,   Tirrena, 
sabed  que  la  mujer  propia 
siempre  ha  de  andar  en  el  pecho, 
como  la  ajena  en  la  bolsa. 

Tirrena.  Tu  necia  desconfianza, 
Sancho,  me  tiene  quejosa  ; 
tu  cuidado  me  da   pena, 
y  tus  recelos  me  enojan. 
En   estos   campos  desiertos 
habito  una  pobre  choza, 
cubierta  de   humildes  pajas 
entre  cuatro  peñas  solas. 
La  música   de  las  aves, 
que   me   despierta  a  la  aurora, 
a  quien   ayudan  las  fuentes 
y  el  aire  en   aquellas  hojas 
de  aquellos  copudos  olmos, 
ni   me  llama  ni  enamora, 
porque   no  entiendo  la  letra, 
por  más  que   las  voces  oiga. 
Estos  árboles  que  viste 
el  cielo  de  verdes  ropas, 
son  galanes  solamente 
de   la  primavera    hermosa, 
y  a  mí  jamás  me   dijeron 
amores,   con  verme  sola 
mil  veces  dormir  la  siesta 


sobre  esta  pintada   alfombra. 

Por  estos  montes  paseo, 

no  en  las  calles  espaciosas 

de  la  corte,   que  a  los  ojos 

tantas  veces  ocasionan. 

Si  estás  triste,  no  me  alegro ; 

lo  que  te  enoja,  me  enoja ; 

contigo  gozo  los  bienes ; 

conmigo  mis  males  lloras. 

Sancho,  Sancho,  necios  celos 

poco  excusan  la  deshonra 

del  marido  desdichado 

que  escogió  liviana  esposa. 

De  la  mano  de  Dios  viene 

la  buena,   y  a  poca  costa 

de  cuidados  asegura 

a  su  dueño  por  sí  sola. 

Esto  advierto,  Sancho  mío ; 

y  ven  a  segar  ahora, 

que  se  va  pasando  el  día ; 

(]ue,   al  paso   que  tú  las  cortas, 

cogeré  yo  las  espigas, 

para   que  en   mis  brazos  cojas 

el  fruto  de  tus  amores, 

libres  de  penas  celosas. 
Sancho.  Ponlos,  Tirrena,  en  mi  cuello; 

que  tus  palabras  de  alcorza 

me  han   azucarado   el  alma. 

Vamos,   y   esta  mano  toma 

de  que  no  me  verás  más 

pedir  celos  desde  ahora. 
Tirrena.   ¡  Qué  necedad  es  pedirlos ! 
Sancho.  Y   darlos   ¡qué  mala  cosa! 


192 


antología. 


» 


RUIZ  DE  ALARCON. 


DE   «LAS  PAREDES   OYEN-^. 


Doña 


Celia. 


DEL  ACTO  I.  ESCENA  XVII.  Celia. 

Don  Metido.  Ésta  es  la  Calle  Mayor. 
Don  Juan.  Las  Indias  de  nuestro  polo. 
Don  Mendo.  Si  hay  Indias  de  empobrecer, 

yo  también   Indias  la   nombro. 
Don  Juan.   Es  gran  tercera  de  gustos. 
Don  Alendo.   V   gran   corsaria  de   tontos. 
Don  Juan.  Aquí  compran  las  mujeres. 
Don  Mendo.  Y  nos  venden  a  nosotros. 
Duqtie.   c  Quién   habita  en   estas  casas? 
Don  Juan.  Don  Lope  de  Lara,   un  mozo 

muy  rico,  pero  más  noble. 
Don  Mendo.   Y  menos  noble  que  tonto. 

(Hacen  dentro  ruido  de  baile.) 

Duque.  Tened,  que  bailan  allí. 

Don  Juan.   San  Juan  es  fiesta  de  todos. 

Don  Mendo.  Yo   aseguro  que  van  éstos 

más  alegres  que  devotos. 
Duque.  ¿  Quién  vive  aquí  ? 
Don  Juan.  Una  viuda, 

muy  honrada  y  de  buen  rostro. 
Don  Memio.  Casta  es  la  que  no  es  rogada ; 

alegres  tiene  los  ojos. 
Beltrán  (ap.).  ¡  Bien  haya  tan  buena  lengua  ! 

i  Vive  Cristo,    que  es  un  Momo ! 
Don  Juan.   Esta   imagen  puso  aquí 

un  extranjero  devoto. 
Do7i  Mendo.  Y  entre  aquestas  devociones 

no  le  sabe  mal  un  logro. 
Don  Juan.  Un  regidor  desta  villa 

hizo  este  hospital  famoso. 
Don  Mendo.  Y  primero  hizo  los  pobres. 
Beltrán  (ap.).  Por  Dios  que  lo  arrasa  todo. 

DEL  ACTO  II,  ESCENA  IV. 

Doña  Ana.  No  pienses  que  está  ya  en  mí 

tan  poderoso  y  entero 

el  gigante  amor  primero 

a  quien   tanto  me  rendí ; 

desde  la  noche  que  oí  Doña 

mis  agravios,   la   memoria 

en   tan  afrentosa  historia  Celia. 

tan  rabiosamente  piensa, 

que  entre  el  amor  y  la  ofensa 

dudaba  ya  la  vitoria. 

Pero  con   tan  gran  pujanza  Doña 

la  nueva   injuria  ha  venido, 

que  del  todo  se  ha  Vendido  Celia. 

el  amor  a  la  venganza. 
Celia.   -;  Será"  firme  en  la  mudanza? 
Doña  Ana.  O  el  cielo  mi  mal  aumente. 


Tus  venturas  acreciente, 
como  contento  me   ha  dado 
tu  pensamiento,   mudado 
de  un   hombre  tan   maldiciente. 
Que  desde  que  estando  un  día 
viéndote  por  una  reja, 
la  cerré,  y  me  llamó  vieja, 
sin  pensar  que  yo  lo  oía, 
tal  cual  soy,  no  lo  querría 
si  él  fuese  del  mundo  Adán. 

Ana.   Que  eran  botes  mi  Jordán 
dijo  de  mí :   i  qué  te  altera 
que  a  tus  años  se  atreviera  ? 

i  Cuan  diferente  es  Don  Juan  ! 
ofendido  y  despreciado, 
es  honrar  su  condición, 
cuando  el  lengua  de  escori)ión 
ofende  siendo  estimado, 
l'na  vez  desesperado 
Don   Juan  se  quejaba  así : 
«¿Qué   delito  cometí 
en  quererte,   ingrata  fiera? 
¡  Quiera  Dios  ! . . .  Pero  no  quiera; 
que   te  quiero  más  que  a  mí.» 
i  Si  vieras  la  cortesía 
y  humildad  con  que  me   habló, 
cuando  licencia  pidió 
para  verte  el  otro  día ! 
i  Si  vieras  lo  que  decía 
en  mi  defensa  a  un   criado, 
que  porfiaba  arrojado 
que  si  yo  dificultaba 
la  visita,   lo  causaba 
ser  él  pobre  y  desdichado  ! 
¡  Si  vieras !  .  .  .  Pero  i  qué  vieras 
que  igualase  a  lo  que  viste, 
cuando  del  traidor  le  oisle 
defenderte   tan   de  veras? 
Ya  te  ablandaras,   si   fueras 
formada  de   pedernal. 

Ana.   i  Qué  le  obliga  a  que  tan  mal 
te  parezca  mi  desdén  ? 

Tener  a  (juien  habla  bien 
inclinación   natural; 
y  sin  ella,   me  obligara 
la  razón   a  que   lo   hiciera. 

Ana.   Celia,   i  si  Don  Juan  tuviera 
mejor  talle  y  mejor  cara !  .  .  . 

Pues   ¡cómo!   ¿en  eso  re[)ara 
una  tan  cuerda  mujer? 
En  el  hombre  no  has  de  ver 
la   hermosura  o  gentileza; 


\ 


RUIZ    DE    ALARCÓN. 


193 


SU  hermosura  es  la   nobleza, 
su  gentileza  el  saber. 
Lo  visible  es  el  tesoro 
de  mozas  faltas  de  seso, 
y  las  más  veces  por  eso 
topan  con   un   asno  de  oro. 
Por  eso  no  tiene  el  moro 
ventanas :  y  es  cosa  clara 
que,   aunque  al  principio  repara 
la  vista,   con   la  costumbre 
pierde  el  gusto  o  pesadumbre 
de  la  buena  o  mala  cara. 

DEL  ACTO  III,  ESCENA  V. 

Don  Belirán.  Si  ella  es  salsa,  es  muy  costosa, 
señora  ;  que  bien  mirado 
ni   hay  más  inútil   pecado 
ni  salsa  más  peligrosa. 
Después  que  uno  ha  dicho  mal, 


¿saca  de   hacerlo  algún   bien? 
Los  que  le  escuchan  más  bien, 
ésos  le  quieren  más  mal ; 
que   cada  cual   entre  sí 
dice,   oyendo  al   maldiciente : 
«Este,   cuando  yo  me  ausente, 
lo  mismo  dirá  de   mí.» 
Pues  si  aquel  de  quien  murmura 
lo  sabe,   que  es  fácil  cosa, 
jqué  mesa  tiene  gustosa? 
¿qué   cama  tiene  segura? 
Viciosos  hay  de  mil  modos 
que   no  aborrece  la  gente  ; 
y  sólo  del  maldiciente 
huyen   con   cuidado  todos. 
Del  malo  más  pertinaz 
lastima  la   desventura  : 
solamente  al  que  murmura 
lleva  el  diablo  en  haz  y  en  paz. 


DE   «LOS  FAVORES   DEL  MUNDO' 


ACTO  I.    ESCENA  IX. 

García.  La  daga  y  brazo   levanto, 
que  ardiente  furia  gobierna  ; 
y  él  ',   viendo  que  ya  en  el  suelo 
ningún  remedio  le  queda, 
«¡Válgame  la  Virgen!»   dice. 
«Valga),   digo;   y  la  sentencia 
revoco  en  el  mismo  instante 
que  al  golpe  empezado  resta. 
Este  es  el  caso:   Don  Juan, 
pues   he  hablado  en  su  presencia, 
me  puede  enmendar  agora 
lo  que  mi  memoria  yerra. 

Don  Juan.  Este,  señor,  es  el  caso. 

Príncipe.  Garci-Ruiz  de  Alarcón, 
claras  vuestras  obras  son  : 
desde  el  oriente  al   ocaso 
da  envidia  vuestra  opinión. 
Las  más  ilustres  historias 
en  vuestras  altas  Vitorias 
el  non  plus  tiltra  han   tenido; 
mas  la  que  hoy  ganáis,   ha  sido 
flus  tdira  de  humanas  glorias. 
Vuestra  dicha  es  tan   extraña, 
que  quisiera,   vive  Dios, 
más  haber  hecho  la  hazaña 
que  hoy.   García,   hicistes  vos, 
que  ser  príncipe  de   España. 
Porque  Alejandro  decía 
(¡ved   cuánto  lo   encarecía!) 
que  más  ufano  quedaba 


si  un  rendido  perdonaba, 

que  si  un  imperio  rendía. 

Que  en  los  pechos  valerosos, 

bastantes  por  sí  a  emprender 

los  casos  dificultosos, 

en  alcanzar  y  vencer 

consiste  el  ser  venturosos ; 

mas  en  que  un   hombre  perdone, 

viéndose  ya  vencedor, 

a  quien   le  quitó   el   honor, 

nada  la  fortuna  pone  ; 

todo  se  debe  al  valor. 

Si  vos  de  matar,   García, 

tanta  costumbre   tenéis, 

matar  i  qué   hazaña  sería  ? 

Vuestra  mayor  valencia 

viene  a  ser  que  no  matéis. 

En   vencer  está  la  gloria, 

no  en  matar;   que  es  vil  acción 

seguir  la  airada  pasión, 

y  deslustra  la  vitoria 

la  villana  ejecución. 

Quien  venció,  pudo  dar  muerte ; 

pero  quien  mató,    no  es  cierto 

que  pudo  vencer ;  que  es  suerte 

que  le  sucede   al  más  fuerte, 

sin  ser  vencido,   ser  muerto. 

V  así  no  os  puede  negar, 

quien   más  pretenda  morder. 

que  más  honra  os  vino  a  dar 

el  vencer  y  no  matar, 

que  el  matar  y  no  vencer. 


'  Don  Juan. 
JüNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp. 


194 


ANTOLOGÍA. 


Dar  la  muerte  al  enemigo, 
de  temello  es  argumento ; 
dcspreciallo  es  más  castigo, 
pues  que  vive  a  ser  testigo 
contra  sí  del  vencimiento. 
La  Vitoria  el   matador 
abrevia,  y  el  que  ha  sabido 
perdonar,  la  hace  mayor, 
pues  mientras  vive  el  vencido, 
venciendo  está  el  vencedor. 

Y  más  donde  a   cobardía 
no  puede  la  emulación 
interpretar  el   perdón, 

pues  tiene  el  mundo.   García, 
de  vos  tal   satisfacción. 
Dadme  los  brazos. 

García.  Señor, 

con  que  a  vuestros  pies  me  abaj 
premiáis  mi   hazaña  mayor. 

Príncipe.  Esos  pide  el  vasallaje, 
y  esotros  debo  al  valor. 

García.  Como  rey  sabéis  honrar. 

Príncipe.  Alzad,  Alarcón,   del   suelo ; 
que  en   el  suelo   no   ha  de  estar 
quien  ha  sabido  obligar 
la  misma  Reina  del  cielo. 

Y  que  pago  considero 
por  libranza  suya  a  vos 

las  honras  que  daros  quiero ; 
que  es  el  rey  un  tesorero 
que  tiene  en  la  tierra  Dios. 
(Abrázale.) 

Libre  de  ser  derribado 

ahora  me  juzgo  yo; 

que  bien  seré  sustentado 

de  un  brazo  a  quien,  levantado, 

tal  furia  no  derribó. 

Y  así,  en  mi  casa,   García, 
os  quedad :  desde  este  día 


andemos  juntos  los  dos ; 

que  quiero  aprender  de  vos 

la  piedad  y  valentía. 

Cientilhombre  de  mi  boca 

os  hago. 
García.  Dadme  esos  pies. 

Príncipe.  El  servirme  de  vos  es 

para  vos  merced  muy  poca, 

porque  es  mi  propio  interés. 

Y  yo  no  pretendo  hacer 

desto   premio  o  beneficio ; 

porque  el   cargo  ni  el   oficio 

no  premia  al  que  ha  menester 

el  rey  para  su  servicio. 

El  un   hábito  escoged 

de   los  tres. 
García.  <  Cuándo,  señor, 

serviré  tanta  merced  ? 

(Arrodillase  Donjuán.) 

Príftcipe.   Aquesto  a  vuestro  valor, 
y  no  a  mí,   lo  agradeced. 
Lo  mucho   que   habéis  servido, 
el   hábito  manifiesta. 
Pues  i  qué  merced  habrá  sido 
la  que  a  mí  nada  me  cuesta, 
y  vos  habéis  merecido?  — 
¿Por  qué  estás,  Don  Juan,  así? 

Don  Juan.   Estas  honras  que   le  das 
a   (iarci-Ru'íz,  por  mí 
agradezco. 

Príncipe.  Debo  más 

a  quien  hoy  me   ha  dado   a   ti. 

A  pagarle  me  apercibo 

esta  vida  con   que  vivo, 

en  la  que  hoy,   Don  Juan,  te  dic 

que  eres,  amigo,  otro  yo, 

y  en  ti  la  vida  recibo. 

Don  Juan.   A   todos  sabes  honrar. 


CALDERÓN  DE  LA  BARCA. 


DE    «LA   HIJA   DEL  AIRE». 
Parte  I,  Jornada  II. 


ESCENA  VII. 
Menón. 

Digo,  señor,  que  en   el  centro 
hallé   de  una  obscura  cueva 
bruto  el  más  bello  diamante, 
bastarda  la  mejor  perla, 
tibio  el  más  ardiente  rayo, 
y  la  más  viva   luz  muerta. 
Estab..  de  toscas  pieles 
vestida,   para  que   hicieran 


lo  inculto  y  florido  a  un   t¡cmj)o 

armonía  más  perfecta; 

bien  como  un  bello  jardín 

en   una  riística  selva: 

más  bello   está  cuanto  está 

de  la  oposición  más  cerca. 

Suelto  el  cabello  tenía, 

que  en  dos  bien  partidas  crenchas,  i 

golfo   de  rayos,   al  cuello 

inundaba ;   y  de   mantra 


CALDERÓN    DE    LA    BARCA. 


195 


con  la  libertad  vivía 

lanta  república  de  hebras 

ufana,   que   inobediente 

a  la  mano  que  las  peina, 

daba   a  entender  que  el   precepto 

a  la  hermosura  no  aumenta, 

pues  todo  aquel   pueblo  estaba 

hermoso  sin   obediencia. 

Ni   bien   rubio   ni   bien   negro 

su  variado  color  era, 

sino  un  medio  entre  los  dos: 

como  en  la  estación  primera 

del  día  luces  y  sombras 

confusamente  se  mezclan, 

que   ni   bien   sombras  ni   luces 

se  distinguen;  así,  hecha 

del  azabache  y  del  oro 

una  mal    distinta   mezcla, 

crepúsculo  era  el  cabello, 

siendo  sus  neutrales  trenzas, 

para  ser  negras,   muy  rubias, 

para  ser  rubias,   muy  negras. 

No  de  espaciosa  te  alabo 

la  frente ;   que  antes  en  esta 

parte  sójo  anduvo  avara 

la  siempre   liberal  maestra ; 

y  fué  sin   duda  porque, 

queriendo,   señor,   hacerla 

de   una  nieve  que   hubo  acaso, 

la  hubo  de   dejar  pequeña, 

porque  no  le  fué  posible 

que  entre   la  más  pura  y  tersa 

se  hallase  ya  un  poco  más 

de  una  nieve  como   aquélla. 

Usurpábale  el  cabello 

su  imperio  a  la  frente,   y  era 

que   a  las  cejas  acechaba, 

como  diciendo  :  «Estas  cejas 

hijas  son  de  mi  color, 

y  quiero  bajar  por  ellas, 

porque  el  amor  no  se  alabe 

de  que  las  llevó  por  muestra.» 

Los  ojos  negros  tenía : 

¿Quién   pensara,   quién   creyera 

que  reinasen  en  los  Alpes 

los  etíopes  ?   Pues  piensa 

que  allí  se  vio,   pues  se  vieron 

de   tanta  nevada  esfera 

reyes  dos  negros  bozales, 

y  tan  bozales,   que  apenas 

política  conocían. 

Su  barbaridad   se   muestra 

en  que  mataban   no   más 

([ue  por  matar,   sin  que   fuera 

por  rencor,   sino  por  uso 

de  sus  disparadas  flechas. 


Para  que  no  se  abrasasen 

los  dos  en  civiles  guerras, 

su  jurisdicción  partía, 

proporcionada   y  bien   hecha, 

una  valla  de   cristal, 

sin  que  zozobrase  en  ella 

la  perfección,  siendo  así 

que  la  nariz  más  perfecta, 

en   el  mar  de  las  facciones, 

escollo  es,  donde  las  velas 

del  bajel  de  la  hermosura 

corren   la  mayor  tormenta. 

De  sus  mejillas  la  tez 

era  otra  unión  de  diversas 

colores.  ¿Viste  la  rosa 

más  encendida  y  sangrienta 

en  la  púrpura  de  Adonis  "- 

¿La  azucena  viste  en  ella 

con  el  candor  de  la  aurora? 

Pues  tú  allá  te  considera 

esa  azucena,  esa   rosa, 

ajadas  entre  sí  mesmas, 

y  sus  mejillas  verás 

al  mismo  instante   que  veas 

a  la  rosa  desteñida, 

o   teñida   la  azucena. 

La  boca,   corte  del  alma, 

donde  la  hermosura  reina, 

ya  severamente  grave, 

ya  dulcemente  risueña, 

era,  no  digo  una  joya 

de  corales  y  de  perlas 

(que   esta  alabanza   común 

ya  es  particular  ofensa), 

sino  un  archivo  de  todo 

cuanto  la  naturaleza 

pudo  atesorar;  y  así 

grande  hubo  de  ser  por  fuerza. 

El  cuello,   blanca  columna 

que  este  edificio  sustenta, 

era  de  marfil   al  torno : 

de  cuya  hermosa  materia 

sobró  para  hacer  las  manos, 

a  emulación   de  sí  mesma. 

Este,  pues,  monstruo  divino, 

Venus  mandó  que  estuviera 

oculto,  porque  Diana 

le  amenazó  con   tragedias. 

Nació  de  una  ninfa  suya ; 

y  entregándola  a   las  fieras, 

la   defendieron  las  aves, 

de  quien  el   nombre  conserva. 

Pues  Semíramis  se  llama, 

que  quiere  en  la  siria  lengua 

decir,   la  hija  del  aire. 

Éste  es  su  nombre  y  sus  señas. 


196 


antología. 


Parte   II,   lomada  I. 


ESCENA  III. 

Sentiramis. 

No  sé  como  mi  %alor 

ha   tenido  sufrimiento 

hoy  para  haberte  escuchado 

tan  locos  delirios  necios, 

sin  que  su  cólera  ardiente 

haya  abortado  el   incendio 

que  en   derramadas  cenizas 

te  esparciese  por  el  viento. 

Pero  ya  que  esta  vez  sola 

templada  me  he  visto,   quiero 

ir,   no  por  ti,   mas  por  mí, 

a  esos  cargos   respondiendo. 

Dices  que  ignoras  si  fué, 

aquel  eclipse   sangriento 

del  día  que  me  juraron, 

o  favorable  o  adverso ; 

y  bien   la  causa  pudieras 

inferir  por  los  efectos, 

pues  no  agüero,  vaticinio 

sería,  el  que  dio  sucesos 

tan   favorables  a  Siria 

desde  que  yo  en  ella  reino. 

Díganlo   tantas  victorias 

como  he  ganado  en  el  tiempo 

que  esposa  de  Niño   he  sido, 

sus  ejércitos  rigiendo, 

Belona  suya;   pues  cuando 

la  Siria  se  alteró,  vieron 

las  castigados  rebeldes 

en   mi  espada  su  escarmiento. 

Sobre  los  muros  de  Caria, 

cuando  estaba  puesto  el   cerco, 

¿quién  fué  la  ¡¡rimera  que 

la  plaza  escaló,   poniendo 

el   estandarte  de  Siria 

en   su   homenaje  soberbio, 

sino  yo?  ¿Quién  esguazó 

el  Nilo  (ese  monstruo  horrendo 

que  es  con  siete  bocas  hidra 

de  cristal)  en  seguimiento 

de  la  rota  que  le  di 

al  gitano  Tolomeo  ? 

En  la  paz,   ¿quién  las  dio  más 

esplendor,  lustre  y  aumento 

a   las  políticas  doctas 

con  leyes  y  con  preceptos? 

l'ues  cuando  Marte  dormía 

en  el  regazo  de  Venus, 

velaba  yo  en   cómo   hacer 

más  dilatado   mi   imperio. 

Babilonia,  esta  ciudad 

que  desde  el  primer  cimiento 


fabri(|uc,  lo  diga;   hablen 
sus  muros  de  quien   j)tndiendo 
jardtines  están,  a  quien 
llaman  pensiles  por  eso. 
Sus  altas  torres  que  son 
columnas  del   firmamento, 
también  lo  digan,  en  tanto 
niímero,  que  el  sol  saliendo, 
por  no  rasgarse  la  luz, 
va   de  sus  puntas  huyendo. 
Pero  ¿  para  qué  me  canso, 
cuando  mis  obras  refiero, 
si   ellas   mismas  de  sí  mismas 
son   las  corónicas?   Luego 
recibirme  a  mí  con   salva, 
al   jurarme,   todo  el   cielo; 
padecer  de  asombro  el  sol 
y  de  horror  los  elementos, 
pues  siguieron  favorables 
a  esta  causa  los  efectos ; 
bien  claro  está  que  serían 
vaticinios,  y  no  agüeros. 
Decir  que  xMenón  lo  diga, 
es  otro  blasón,   si  advierto 
que  ninguno  pudo  ser 
mayor ;   pues  ¿  qué  más  trofeo 
que  morir  desesperado 
de  mi  amor  y  de  sus  celos  ? 
En  cuanto  a  que  di  a  mi  espo- 
muerte,   ¿no  es  vano  argumento 
decir  que,  porque  me  dio 
antes  de  morir  el  reino 
por  seis  días,   le  maté  ? 
¿  No  alega  en  mi  favor  eso 
más  que  en   mi  daño  ?   Sí ;   pues 
si  vivía  tan  sujeto, 
tan  amante  y  tan  rendido 
Niño  a   mi  amor,    ¿  a  qué  efecto 
había  de  reinar  matando, 
si  ya  reinaba  viviendo  ? 

Y  cuánto  le  adoré  vivo 
como  a  rey,   esposo  y  dueño, 
¿  no  lo  dice  un  mausoleo 

que  hice  a  sus  cenizas  muerto? 
Decir  que  a   Ninias  mi   hijo 
de  mí  retirado  tengo, 
y  que,   siendo  mi   retrato, 
parece  que  le  aborrezco, 
es  verdad  lo  uno  y  lo  otro ; 
que,   como   has  dicho  tú  mesmo, 
no  me  parece  en   el   alma 
y  me  parece  en  el  cuerjjo. 

Y  aunque  tú,  que  en  lo  mejor 
me  parece,  has  dicho,  es  cierto 


CALDERÓN    DE    LA    BARCA. 


197 


que   en   lo  peor  me  parece, 
pues  sería  más  perfecto 
si  hubiera  de   mi   imitado 
lo  animoso  que  lo  bello. 
Es  Ninias,  según  me  dicen, 
temeroso  por  extremo, 
cobarde  y  afeminado ; 
porque   no   hizo  sólo  un  yerro 
naturaleza  en  los  dos 
(si  es  que  lo  es  el  parecemos), 
sino  dos  yerros :  el  uno 
trocarse  con   su  concepto, 
y  el  otro,   habernos    trocado 
tan   totalmente   el   afecto, 
que  yo  mujer  y  él  varón, 
yo  con  valor  y  él  con  miedo, 
yo  animosa  y  él  cobarde, 
yo  con  brío,  él  sin  esfuerzo, 
vienen  a  estar  en  los  dos 
violentados  ambos  sexos. 
Esta  es  la  causa  por  que 
de  mí  apartado  le  tengo, 
y  porque   del  reino  suyo 
no  le  doy  corona  y   cetro 
hasta  que,   disciplinado 
en  el   militar  manejo 
de  las  armas  y  en  las  leyes 
políticas  del  gobierno, 
capaz  esté  de  reinar.   — 
Mas  ya  que  murmuran   eso, 
(a  uno  del  acompañamiento;) 

parte,  Licio,  y  di  a  Lisias, 
ayo  suyo,   que  al  momento 
Ninias  venga  a   Babilonia  : 
verán   su  ignorancia,   viendo 
que  es  próvido  en  esta  parte, 
y  no   tirano,   mi  intento. 
Y  ahora  a  la  conclusión 
de   tus  discursos  volviendo, 
de  que  vienes  destos  cargos, 
Lidoro,   a  ponerme  pleito, 
ya  que   no  me  dé  a  prisión  ; 
sólo  responderte  quiero 
que  eches  bien  de  ver  que  aquí 
has  entrado   a  hablarme  a  tiempo 
que  estaba  con   mis  mujeres 
consultando  en  ese  espejo 
mi   hermosura,   lisonjeada 
de  voces  y  de  instrumentos  ¡ 
y  así  en  esta   misma  acción 
has  de  dejarme,   volviendo 
las  espaldas ;   pues  aqueste 
peine,   que  en   la   mano   tengo, 
no  ha  de   acabar  de  regir 
el  vulgo  de  mi  cabello, 
antes  que   en   esa  campaña, 


o  quedes  rendido  o   muerto. 
Laurel  de  aquesta  victoria 
ha  de  ser ;  porque  no  quiero 
que  corone  mi   cabeza 
hoy  más  acerado  yelmo 
que  este  dentado  penacho, 
que  es  femenil  instrumento; 
y  así  me  le  dejo  en   ella, 
entre   tanto  que   te  venzo. 

Y  auncjue  pudiera  esperar, 
fiada  en  aquesos  inmensos 
muros,   el   asalto,   no 

me  consiente  el  ardimiento 

de   mi   cólera  que  apele 

a   lo  prolijo  del   cerco. 

A   la  campana  saldré 

a  buscarte ;  pues  es  cierto 

que,   cuando  no   hubiera  tanto 

número  de  gentes  dentro 

de  Babilonia,  ni  en  ella 

por  Atlante  de  su  peso 

estuviesen  Friso  y  Licas, 

hermanos  en  el  aliento 

como  en  la  sangre,   y  los  dos 

generales  por  sus  hechos 

de  mar  y  tierra ;   yo  sola 

hoy  con  mis  mujeres  creo 

que-  te  diera  la  batalla, 

porque  un   instante,   un   momento 

sitiada  no  me  tuvieras. 

Y  así,  vete,  vete  presto 

a  formar  tus  escuadrones ; 
(jue  si  te  detienes,  temo 
que   la  ley  de  embajador 
su   inmunidad  pierda,   haciendo 
que  vuelvas  por  ese  muro 
tan  breves  pedazos  hecho, 
que  seas  materia  ociosa 
de  los  átomos  del  viento. 

Lidoro.   Pues  si   a  la  batalla  intentas 
salir,   en   ella  te  espero. 

Licas.  Y  en  ella  verás  que  tiene 
vasallos  cuyos  esfuerzos 
sus  laureles  aseguran. 

Lidoro.  En  el  campo  lo  veremos. 

Friso.   Sí  verás,   tan  a  tu  costa, 
que  llores,  Lidoro,  el  verlo. 

Lidoro.   Quien  menos  habla,  obra  más. 

Licas.   Pues   ¡  a  obrar  más ! 

Friso.  A  hablar  menos. 

Lidoro.  Toca  al  arma. 

Licas.  Al   arma  toca. 

Semiraviis.  Dadme  ese  bruñido  acero; 
seguidme  todos,  y  tú, 
Licas,  ostenta  hoy  tu  esfuerzo. 


I9S 


ANTOLOGÍA. 


Mira  iiuc   anda   por  hacerle 

dichoso  un   atrevimiento. 
Licas.   No  entiendo  a  (jué   fin   persuades 

a  mi   valor,   conociendo 

ya   mi  valor. 
Semiramis.  No  te  admires ; 

que  yo  tampoco  lo  entiendo. 

Tocad  al   arma,   y  en   tanto 

vosotras  tenedme  puesto 

mientras  salgo  a   la   campaña, 

el   tocador  y  el  espejo, 

porque,   en   dando  la   batalla, 

al   punto  a   tocarme  vuelvo. 
(Vanse.) 

Campos  de  Babilonia. 
ESCENA  IV. 

Soldados ;  después  Lidoro. 
(Óyense   cajas,    trompetas   y   ruido   de    armas.) 
Unos  (dentro).    ¡  Arma,   arma  ! 
Otros  (dentro).   ¡  Guerra,   Guerra  ! 
Unos  (dentro;.  ¡  Viva  Semiramis  ! 
Oíros  (dentro).  ¡Viva! 
Otros  (dentro).  ¡  Viva  Lidoro,  y  reciba 

la  posesión  de  esta  tierra ! 
(Salen  (.idoro  y  soldados.) 
Soldado  prim.   Ya  de  los  muros  salieron 

diversas  tropas,   y  ya 

tu  gente  dispuesta  está. 
Lidoro.  i  Adonde,  cielos,  cupieron 

tantas  gentes?  ¿Qué  ciudad 

tener  pudo,  sin  espanto, 

en  sus  entrañas,  a  tanto 

número  capacidad  ? 

Cuerpos  tomaron   sutiles, 

sin  duda,  a  tantos  combates 

las  arenas  del   Eufrates, 

las  hojas  de  los  pensiles. 

Del  sol  el  nuevo  arrebol 

las  luces  mira  deshechas; 

que  las  nubes  de  sus  flechas 

son  noche  alada  del  sol. 
Soldados  (dentroj.  \  Guerra,  guerra  ! 
Lidoro.  Ya   hacia  allí 

trabada  la   lid  se  ve. 

A   morir  matando  iré. 

(Entrase  y  dase  la  batalla  ) 

ESCENA  V. 
Licas,  Lidoro  y  soldados  ;  Friso  y  Semiramis. 
Licas  (dentro).  ^  Dónde  estás,  Lidoro? 
Lidoro  'dentro).  Aquí 

me  hallarás;   que  nunca  yo. 


aunque  me  siga  la  suerte, 
la   espalda  volví   a  la   muerte. 

Soldado  pr.  (dentro).  El  rey  en  la  liil  entr- 
seguidle,   no  le  dejéis. 

(Sale  Lidoro  herido  cayendo,  y  tras  él  Lica-,  _, 
Friso;  y  por  otra  parte  sale  Semiramis.) 

Friso.  Mía  será  esta  victoria. 
Licas.  Mía  ha  de  ser  esta  gloria. 
Semiramis.  Esperad,  no  le  matéis. 
Friso.  ¿Tú  le  defiendes? 
Semiramis.  Sí,   que   hoy. 

más  que  verle   muerto,   quiero 

de  mis  armas  prisionero. 
Lidoro.  Rendido  a  tus  pies  estoy, 

ya  que  mis  desdichas  son 

tales,   y  ya   que   ninguna 

vez  se  puso  la  fortuna 

de  parte  de  la  razón. 
Semiramis.  Haced  que   de   la   batalla 

el  alcance  no  se  siga. 
Friso.  Apenas  de  la   enemiga 

hueste  en   el   campo  se   llalla 

más  ([ue  ruina ;   que,   en   sumas 

tragedias,   ya  del   Eufrates 

las  arenas  son  granates, 

y  corales  las  espumas ; 

y  huyendo  por  los  desiertos 

de  tus  rigores  esquivos, 

los  que  han  escapado  vivos, 

van  tropezando  en  los  muertos. 
Setniramis.  Que  yo  me  diese  a  prisión, 

fué  su  intento;  y  siendo  así, 

será  prenderte  yo  a  ti 

debida  satisfacción. 

Fiera   ingrata  me   llamaste 

hoy,   cuando  a  ti   can   leal : 

luego  si  con  nombre  tal 

me  ofendiste  y  te  ilustraste, 

tiranías  no  serán 

que   yo  en  esta  parte   quiera, 

procediendo  como   fiera, 

tratarte   a  ti   como  can. 

De   mi   palacio  al   umbral 

atado   te   he   de   tener : 

allí  has  de  estar;  que  he  de  ver 

si  me  le  guardas  leal 

y  vigilante  desde  hoy ; 

que  si  del  can  es  empeño 

el  ser  leal  con  su  dueño, 

desde  aquí  tu  dueño  soy. 


Parte  II,  Jornada  III. 
ESCENA  IV.  .Semiramis.   ¡  Valedme,  cielos  ! 

Sale,  Semiramis,  sangriento  el  rostro,  y         í7,^<7/í?  (aparte).  Y  así  acuda  yo  a  esconderme, 
con  flechas  en  el  cuerpo,  cayendo.  Chato.  y  él  a  morirse. 


CALDERÓN    I>E    LA    BARCA. 


«99 


,  Semíramis.  i  Ah  !  ¡  qué  presto 

has  acabado,   fortuna! 

con  mi  vida  y  con  mis  hechos. 
Chato  (aparte).  La  voz  quiero  conocer, 

aunque  es  verdad  que   no  quiero. 
Semíramis.   En   fin,   Diana,   has  podido, 

más  que  la  deidad  de   Venus, 

pues  sólo  me   diste  vida 

hasta  cumplir  los  severos 

hados  que  me  amenazaron 

con  prodigios,  con  portentos, 

a  ser  tirana,  cruel, 

homicida  y  de  soberbio 

espíritu,   hasta  morir 

despeñada  de  alto  puesto. 
Chaio  (ap.).  Tanto  miedo  tengo,   que  aun 

para  huir  valor  no  tengo. 
(Tocan  cajas  dentro.) 

ESCENA  XV. 
Soldados,  Lidoro.    Sejrn'raniis,   Chaio. 
Soldados  (dentro),  i  Viva  Lidia! 
Lidoro  (dentro).    La  victoria 

Seguid,   que   hoy  es  el   día  nuestro. 
Semíramis. 

í  Qué  es  vivir?  Aunque  no  es  mucho 

que  ella  viva,   si  yo  muero  ; 

mas  lo  poco  que   me    queda 

de  vida,  lograrlo  pienso; 

DE   LA 

Medea.  ¡  Que  esto  escuche !  ¡  Que  esto  vea ! 

Por  la  boca  y   por  los  ojos, 

áspid  soy  :   ponzoña  vierto ; 

Etna  soy  :   llamas  arrojo. 
Asírea.  Poca  ocasión  has  tenido 

para  el  despecho  que  noto. 

Sirene.  i  Qué  importa  que  a  Marte  ofrezca 
ese  sagrado  despojo  ? 

Medea.  Si  soy,  bellísima  Astrea, 
si  soy,   Sirene  divina, 
yo  la  singular  Medea, 
y  en   la  esfera  cristalina 
no  hay  deidad  que   mayor  sea, 
c  por  qué  ha    de   llegar  aquí 
tan  errado  peregrino, 
que  no  me  consagre   a  mí 
el   dorado  vellocino 
y  a  Marte   tremendo  sí  ? 
¿No  le  supiera  ayudar 
yo,   mejor  que  él,   en   la  guerra  ? 
¿No  le  supiera  librar 
de  las  tormentas  del  mar 
y  los  riesgos  de  la  tierra  ? 


que  a  costa  de   muchas  muertes 

morir  bien  vengada  intento. 
Chato  (aparte).  No  tropiece  con  la  mía. 

(Suena  la  cadena  de  Chato.) 
Semíramis.  ¿Qué  triste,  ronco  y  funesto 

son   de  prisiones  se  mezcla 

con  los  marciales  estruendos' 
Chato  (aparte).   Es  la  cadena  de  un  galgo, 

que   anda  por  aquesos  cerros 

a  caza  de   liebres,   y  es 

el  galgo  y  la  liebre  a  un   tiempo. 
Semíramis.   ¿Qué  quieres,   Menón,  de  mí, 

de   sangre  el  rostro  cubierto  ? 

¿Qué   quieres.   Niño,   el   semblante 

tan  pálido  y  macilento? 

¿  Qué   quieres,   Ninias,   que  vienes 

a  afligirme  triste  y  preso? 
Chato  (aparte).   Sin  duda  que  ve  fantasmas 

éste  que  se  está  muriendo.  (Vase.) 
Semíramis.  Yo  no  te  saqué  los  ojos, 

yo  no  te  di  aquel  veneno  ; 

yo,   si  el  reino  te  quité, 

ya   te   restituyo  el  reino. 

Dejadme,   no  me  aflijáis: 

vengados  estáis,   pues  muero, 

pedazos   del  corazón 

arrancándome  del  pecho. 

Hija  fui  del  aire,  ya 

en   él  hoy  me   desvanezco.   (Muere. 

MEDEA». 

Libia.   Si   fué  voto  que  ofreció 

cuando  no  te   conoció.  .  .  . 
Medea.   \  Que  nunca  el  voto  cumpliera, 

pues  Marte  no  le  ofendiera, 

cuando  le  amparara  yo  I 
Astrea.  No  desprecies  con  rigor 

la  deidad  de  Marte   fuerte, 

que   castigará  tu  error. 
Sirene.   Que   en  Marte  ofendes  advierte 

a  Marte,   Venus  y  Amor. 
Medea.  Ni  Marte  con  su  poder, 

ni  con  su   hermosura  pura 

Venus,  ni  Amor  con  su  ser, 

han  de   humillar  ni  vencer 

mi  ser,  poder  y  hermosura. 

¿  Qué   hará  Marte  ? 
Astrea.  Ver  postrada 

tu  fuerza. 
Medea.  ¿V  Venus? 

Sirene.  Hacer 

tu  hermosura  desdichada. 
Medea.   ¿Y  amor? 
Libia.  Que  llegues  a  ver 

tu  altivez  enamorada. 


antología. 


Medca.   I'ucs  muestro   Marte  el   furor, 
Venus  y  Amor  el  rigor, 
que   no   hayas  niieilo  (juc   tuerza 


mi   altivez,   beldad   y  íucrza 
jior  Marte,  Venus  ni  Amor. 


DE 


Liríope.  Mil  veces  infeliz  fui. 

Febc.  Oye. 

Sileno.         Aguarda. 

Eco.  Escucha. 

Silvio.  Espera. 

Nise.  Mira. 

Anteo.  Advierte 

Sirene.  Considera. 

Liriope.  No  hay  consuelo  para  mí, 

habiéndome   sucedido 

una  desdicha  tan  nueva, 

pues  Narciso  de  la  cueva 

falta.  Jamás  ha  salido 

della,   sino   sólo  hoy, 

y  ya  su  muerte   recelo.  — 

¡  Narciso  !   ¡  Narciso  !  Al  cielo 

en  vano  estas  voces  doy. 

Sin  duda  el  haber  tardado 

tanto  en  venir  aquí  yo, 

de  la  cueva  le  sacó. 

¡  Oh  !  máteme  mi  cuidado. 
Anteo.  No  te  aflijas,  que,  pues  él 

en  este  monte  ha  de  estar, 

yo  te  le  sabré  buscar. 
Todos.  Todos  iremos 
Liriope.  Cruel 

fortuna  ha  sido  la  mía ; 

i  Narciso  ¡  yo  estoy  mortal. 
Sileno.  ¡  Ay  dioses  !  c  cuándo  cabal 

sucederá  una  alegría? 
Silvio.  Discurriendo  el  monte  vamos, 

llamándole,  pues  será 

cierto  el  responder. 
Liriope.  No  hará ; 

porque  si  así  le  buscamos, 

el  que  nunca  gente  vio, 

más  es  fuerza  que  se  esconda, 

que  no  a  las  voces  responda. 

Mas  cid  lo  que  pensó 

mi   ingenio :  para  que  venga 

buscándonos,  ha  de   haber 

una  industria. 
Todos.  ;  Qué  ha  de  ser  ? 

Liriope.    No  hay  cosa  que  con  él  tenga 

más  fuerza,   para  atraelle, 

que  oir  música ;   y  siendo  así, 

divididos  desde  aquí, 

cantando  para  movelle, 

todos  iu. 


ECO  Y   NARCISO  . 

Jornad.i  II. 

Febo.  Con  Laura  esta 

falda  al  monte  correré. 
Silvio.  "S'  yo  con   Sirene  iré 

penetrando  esa  floresta. 
Anteo.  Yo  con   Libia  hasta  la  cumbre 

deste  monte  he  de  subir. 
Sileno.  Yo  con  Eco  he  de  medir 

su   más  alta  pesadumbre. 
Bato.  Y  yo  con  Nise  también 

he  de  entrar  a  ese  jaral, 

y  si   cantaremos    mal. 

por  Eco  aullaremos  bien. 
Liriope.  Yo  sin  ley  y  sin  aviso, 

por  todas  partes  iré. 

Cada  uno   cante  lo  que 

sepa.   —  ¡  Narciso  !   ¡  Narciso  ! 
Laura  (canta).    Pues  del  monte  la  falda 

tocó  a  mis  ^■oces, 

díganme  de   Narciso 

fuentes  y  flores. 
Nise  (canta).  Pues  a  mí  de  la  selva, 

tocó  lo  alegre, 

de  Narciso  me  digan 

flores  y  fuentes. 
Sirene  (canta).   Pues  le  tocó  a  mi  acento 

medir  la   cumbre, 

díganme   de  Narciso 

sombras  y  luces. 
Eco  (canta).   Y  pues  a  mis  acentos 

los  riscos  tocan, 

de  Narciso  me  digan 

luces  y  sombras. 
Laura.  A  la  falda. 
Nise.  A  la 

Sirene.  A  la  cumbre. 
Eco.  Al 

Liriope.  Oiga  a   todos  y 

decir.  .  .  . 
Ella,  Música  y  todos.  ¡  Narciso ! 

A  la  falda,   a  la  selva 

a  la  cumbre,  al  risco. 

(Vanse,  y  sale  Narciso.) 

Narciso.  Aunque  la  suave  voz 
de  mi  madre  me  parece 
que  oigo,  sombra  es  que  me  ofrece 
sin   cuerpo  el   aire  veloz, 
pues  hallarla   no   he   podido, 
por  más  rjue   al   monte   he  bajado. 
Ya  el   aliento  me   ha   faltado. 


selva. 


risco, 
todas 


CALDERÓN    DE    LA    BARCA. 


Aquí  moriré  rendido 
al  cansancio,  aunque  no  es 
él  lo  que  más  me   fatiga, 
sino  la  sed ;  y  así  siga 
de  aquella  agua  el  ruido,  pues 
para  darme  alivio, 
diciendo  corre.  .  .  . 
Laura  y  Música  (dentro). 

Díganme  de  Narciso 

fuentes  y  flores. 
Narciso.  Pero  ¿  qué  voz  es  ésta 

que  me  suspende  ? 
Nise  (dentro).  Díganme  de  Narciso 

flores  y  fuentes. 
Narciso.  Como  ya  en  dos  partes 

quiere  que  escuche.  .  .  . 
Sirene  (dentro).   De  Narciso  me  digan 

sombras  y  luces. 
Azaroso.  V  aun  en  tres,   supuesto 

que  dice  estotra.  .  .  . 
Eco  (dentro).  Díganme  de  Narciso 

luces  y  sombras. 
Narciso.  Por  seguir  a   todas, 

ninguna   sigo. 
Toda  ¡a  Mtisica   (dentro). 

A  la   falda,   a  la  selva, 

a  la  cumbre,  al  risco. 
Liríope  (dentro).   Oiga  a  todos  y  todas 

decir.  .  .  . 
Ella  y  toda  la  Música  (dentro). 

i  Narciso ! 
Narciso.  -;  Cómo,   si   a  mí  me   llamáis, 

sonoras,    hermosas  voces, 

volvéis  huyendo  veloces, 

y  no  sólo  no  le  dais 

un   alivio  a   mi  sentido. 

mas  trocándole  en   agravio, 

me  embarazáis  el   del   labio 

por  irme  tras  del  oído  ? 

Y  pues  de  vosotras  mal 

puedo  percibir  las  señas, 

el  ruido  que  entre  estas  peñas, 

no  menos  dulce,  el  cristal 

hace,   su   aliento  me  dé, 

siendo   la  primer  vez  ésta 

que  afán  el   llegar  me  cuesta 

al  agua  ;   pues  no  dejé 

nunca  la  cueva  hasta  hoy, 

donde  un   alcornoque  era 

taza  menos  lisonjera, 

que  la  que  mirando  estoy, 

guarnecida  de   hierbas 

y  ramos  donde.  .  .  . 
Laura    (dentro  cantando). 

Díganme   de  Narciso 

fuentes  y  flores. 


Narciso.  Mas  la  voz  a  pararme 

diciendo  vuelve.  .  .  . 
Nise  (dentro).  líe  Narciso  me  digan 

flores  y  fuentes. 
Narciso.   Si   es  que  a  mí  me  buscas, 

i  Por  qué  me  huyes  ? 
Sirene  (dentro).   Díganme  de  Narciso 

sombras  y  luces. 
Narciso.  Puesto  que  no  me  alivias, 

i  por  qué  me  estorbas  ? 
Eco  (dentro).  Díganme  de  Narciso 

luces  y  sombras. 
Liríope  (dentro).    Repitiendo  a  un  tiempo 

tonos  distintos, 

oiga  a  todos  y  todas 

decir.  .  .  . 
Ella,  Música  y  lodos  (dentro).   ¡  Narciso ! 
Narciso.  Pues  a  todos  escucho, 

y  a  nadie  veo, 

vuelvo  al  agua.   Mas  ¿cómo? 

¿si  oigo  este  acento? 
Laura.   Es  el  engaño  traidor. 

y  el   desengaño  leal, 

el  uno  dolor  sin  mal, 

y  el  otro  mal  sin  dolor. 
Narciso.   Sólo  aquella  voz  pudiera 

ser  remora  de  un  sediento, 

seguir  quiero  de  su  acento 

la  miísica  lisonjera. 
Nise  (dentro).   Si  acaso  mis  desvarios 

llegaren    a  tus  umbrales, 

la   lástima  de  ser  males 

quite  el   horror  de  ser  míos. 
Narciso.  Pero  más  cerca  ésta  suena, 

aunque  una   y  otra  me  encanta ; 

si  aquélla   tan   dulce  canta, 

mas  estotra  me  enajena 

de  mí  mismo,  porque  tiene 

más  agrado  y  más  dulzura. 

Por  esta  verde  espesura 

el  buscarla  me  conviene. 
Sirene  (dentro).  Ven,  muerte,  tan  escondida, 

que  no  te  sienta  venir, 

porque  el  placer  del  morir 

no  me  vuelva  a  dar  la  vida. 
Narciso.   En   lo  alto  de  aquellas  peñas 

otra  dulce  voz  sonó, 

que  nuevamente  borró 

de  las  pasadas  las  señas. 
Eco  (dentro).  Solo  el  silencio  testigo 

ha  de  ser  de  mi   tormento, 

y  aun   no  cabe    lo  que  siento 

en  todo  lo  que  no  digo. 
Narciso.    \  Válgame  el  cielo  I   Esta  sí 

que  es  reina  de  todas  ellas ; 

que  aunque  por  dulces  y  bellas, 


antología. 


juzgue   las  que   hasta  ahora  oí, 

con   más   fuerza  ha  suspendido 

ésta,  con  mayor  empeño. 

¡  Qué   hermoso  será  su  dueño, 

pues  vence  por  el  oído 

dos  afectos,   que   en   rigor 

son  con  fuerza  desigual.  .  .  . 
Laura  (dentro).  El  uno  dolor  sin  mal 

y  el  otro  mal  sin  dolor. 
Narciso.    Vos,  que  postrando  mis  bríos, 

mis  males  creces  mortales.  .  . 
Nise  (dentro).  La  lástima  de  ser  males 

quite  el  horrror  de  ser  míos. 
Narciso.  No  quisiera  ver  rendida 

la  vida  a  tanto  sentir.  .  .  . 
Sirene  (dentro).   Porque  el  placer  del  morir 

no  me  vuelva  a   dar  la  vida. 
Narciso.    Lo  que  siento,  mal  me  obligo 

a  que  lo  diga  mi   aliento.  .  .  . 
Eco  (dentro).   Y  aun  no  cabe  lo  que  siento 

en   todo  lo  que   no  digo. 
N'arciso.  En  mil  partes  divididos 

mis  cuidados  son  despojos 

del  viento.  Ved  algo,  ojos, 

o  no  escuchéis  tanto,  oídos. 
(Vuelve  a  cantar  cada  una  su  copla  y  sale  Eco.) 

Eco.  Hacia  aquesta  parte  yo 
he  de  penetrar  lo  ameno 
destas  intrincadas  breñas, 
una  y  otra  vez  diciendo.  .  .  . 
(Canta:)  Solo  el  silencio  testigo 
ha  de  ser  de  mi  tormento, 
y  aun   no  cabe   lo  que  siento 
en   todo  lo  que  no  digo. 

Narciso.   Pájaro  destas  montañas, 
que  con  suaves  acentos 
tan  sonoramente  eres 
dulce  confusión   del  viento : 
si  entre  el  oído  y  el  labio 
dudoso,  absorto  y  suspenso 
me  vi,   sin  saber  quién   es 
mi  más  poderoso   afecto, 
pues  al  oir  el  cristal, 
que   me  llamaba  sediento, 
sediento  también  me  llama 
el  aire  que  a  beber  vuelvo; 
i  cómo  de  una  sed  y  otra 
tanto  has  trocado  el  afecto, 
que  en  vez  que  labios  y  oídos 
beban   agua  y  aire,   has  hecho 
que  beban  fuego  los  ojos, 
y  tan  venenoso  fuego, 
que  para  explicarle  es  fuerza 
pensar  que  en  tu  estilo  mesmo.     .  . 

El  y  Eco  ícantan).   Sólo  el  silencio  testigo 
ha  de  ser  de  mi  tormento. 


Eco.   Bruto  diamante,    que  mal 
pulido  dése  grosero 
tosco   traje,   brillar  dejas 
el   alma   (jue  ocultas  dentro, 
no  menos  suspensa  yo 
quedé  al   mirarte,   supuesto 
que  absorta,   helada  y  confusa, 
sólo  a  responderte  acierto 
con   lo  mismo  que  cantaba.  .  .  . 
(canta:)   Y  aun  no  cabe  lo  que  siento 
en  todo  lo  que  no  digo. 

Narciso.  Parecidas,  según  eso, 

son  nuestras  dos  suspensiones, 
tanto  que   los  dos  diremos, 
tú,  por  si  a  mí  me  respondes, 
yo,  por  si  a  ti  me  parezco.  .  .  . 

Los  dos  (cantan:)  Sólo  el  silencio  testigo 
ha  de  ser  de  mi  tormento. 

Narciso.  ¿Quién  eres? 

Eco.  Una  mujer. 

Narciso.  I^a  segunda  eres  que  veo, 
y  aun   la  primera  pudiera 
decir,  pues  a  lo  que  entiendo 
no  era  mujer  para  mí 
la  primera  que  vi,   puesto 
que  en  mi  pecho  no  encendió 
nunca  tan  activo  fuego, 
como  tu  voz  y  tu   vista 
han  encendido   en   mi   pecho. 
i  Adonde  vas  por  aquí  ? 

Eco.   A  sólo  buscarte  vengo, 
y  con   desear  hallarle, 
estimara,   a  lo  que  entiendo, 
no  haberte  hallado,   porque 
hoy  en   ti  más  que   hallo,   pierdo. 

Narciso.  ¿  Conocíasme  ? 

Eco.  Yo  no. 

Narciso.  Pues  ¿  cómo  en  este  desierto 
a   quien   no   conoces,   buscas  ? 
¿  Usase  en   el  mundo  eso 
de  que  busquen   las  mujeres 
a  quien  no  conocen  ? 

Eco.  Presto 

la  causa  que   me  ha  traído 
sabrás. 

Narciso.       Dila  pues. 

Eco   (llamando).  i  Sileno  ! 

Narciso,  i  A  quién  llamas  ?  i  Qué  pretendes 

Eco.   i  Febo,   P)ato,   Silvio,  Anteo  ¡ 

Narciso.  Tú  quieres  matarme,  como 
si  ya  no  me  hubieras  muerto. 

Eco.   ¡  Sirene,   Liríope,  Nise ! 
venid  todos  a  este  puesto, 
que  ya  he  llegado  a  Narciso. 
(Salen  todos.) 

Si/vio.  Llamado  de   tu  voz  vengo. 


1-RAV    LL'IS    DE    GRANADA. 


203 


.I//U0.  De  tu  voz  vengo   traído.  N^arciso.   ¿Pues,  cómo,  madre,  a  buscarme 

Siicno.   Alas  me   ha  dado   tu   acento.  vienes  con   todos  aquestos? 

l-cl'o.   A(iuí  Eco  hermosa  llamaba.  Sueno.   Pedazos  del   corazón, 

Baíc  y    Sircne.    Pues    todos    llegan.  He-                 dadme  los  brazos. 

guemos.  Narciso.                            Teneos, 

Xtirciso.   ¿Tanta  gente  hay  en  el  mundo?  y  si   me  ha  de  abrazar  alguien, 

[ai  iope.   i  Felice  yo  que  te  veo !  sea  aquella  que  estoy  viendo. 

FRAY  LUIS  DE  GRANADA  1. 

DE  LA  «GUÍA  DE  PECADORES". 

REMEDIOS  CONTRA  LA  AVARICLV. 

Considera  .  .  .  que  donde  hay  muchas  riquezas,  también  hay  muchos 
que  las  consuman :  muchos  que  las  gasten,  muchos  que  las  desperdicien 
y  hurten. 

i  Qué  tiene  el  más  rico  del  mundo  de  sus  riquezas  más  que  lo  necesario 
para  la  vida?  Pues  desto  te  podrías  descuidar  si  pusieses  tu  esperanza  en 
Dios  y  te  encomendases  a  su  providencia;  porque  nunca  desampara  a  los 
que  esperan  en  él.  Porque  quien  hizo  al  hombre  con  necesidad  de  comer, 
no  consentirá  que  perezca  de  hambre,  i  Cómo  puede  ser  que,  manteniendo 
Dios  a  los  pajaricos  y  vistiendo  los  lirios,  desampare  al  hombre ;  mayor- 
mente siendo  tan  poco  lo  que  basta  para  remedio  de  la  necesidad? 

La  vida  es  breve,  y  la  muerte  se  apresura  a  más  andar:  ¿qué  nece- 
sidad tienes  de  tanta  provisión  para  tan  corto  camino?  ^Para  qué 
quieres  tantas  riquezas,  pues  cuantas  menos  tuvieres  tanto  más  libre  y 
desembarazado  caminarás?  Y  cuando  llegares  al  fin  de  la  jornada,  no  te 
irá  menos  bien  si  llegares  pobre,  que  a  los  ricos  que  llegaren  más  car- 
gados ;  sino  que,  acabado  el  camino,  te  quedará  menos  que  sentir  lo 
que  dejas  y  menos  de  que  dar  cuenta  a  Dios;  como  quiera  que  los 
muy  ricos,  al  fin  de  la  jornada,  no  sin  grande  angustia  dejarán  los 
montones  de  oro  que  mucho  amaron,  y  no  sin  mucho  peligro  darán 
cuenta  de  lo  mucho  que  poseyeron. 

Considera  otrosí,  ¡  oh  avariento !  para  quién  amontonas  tantas  rique- 
zas; pues  es  cierto  que,  así  como  viniste  a  este  mundo  desnudo,  así 
también  has  de  salir  del.  Pobre  naciste  en  esta  vida:  pobre  la  dejarás. 
Esto  debrías  pensar  muchas  veces;  porque,  como  dice  San  Hierónirrio, 
fácilmente  desprecia  todas  las  cosas  quien  se  acuerda  de  que  ha  de 
morir.  En  el  artículo  de  la  muerte  dejarás  todos  los  bienes  temporales 
y  llevarás  contigo  solamente  las  obras  que  hiciste,  buenas  o  malas: 
donde  perderás  todos  los  bienes  celestiales,  si,  teniéndolos  en  poco  en 
cuanto  viviste,  todo  tu  trabajo  empleaste  en  los  temporales.  Porque  tus 
cosas  serán  entonces  divididas  en  tres  partes:  el  cuerpo  se  entregará 
a  los  gusanos;  y  el  ánima  a  los  demonios;  y  los  bienes  temporales  a  los 


I 


'  Siendo  conocidísimas  las    obras    de  los  grandes  místicos  españoles,   será  suh- 
ciente  poner  aquí  una  página  que  caracterice  a  cada  uno  de  ellos. 


204  antología. 

herederos;  que  por  ventura  serán  desagradecidos  o  pródigos  o  malos. 
Fue9  luego  mejor  será,  según  el  consejo  del  Salvador,  distribuirlos  a  los 
pobres,  cjue  te  los  lleven  delante  (como  hacen  los  grandes  señores 
cuando  caminan,  que  envían  delante  sus  tesoros).  Porque  ¿qué  mayor 
desatino  que  dejar  tus  bienes  adonde  nunca  tornarás  y  no  enviarlos 
a  donde  para  siempre  vivirás?  (ti,   5.) 

SOBRE  EL  NO  DEBER. 

Préciate  de  no  deber  nada  a  nadie,  y  así  tendrás  el  sueño  quieto, 
la  conciencia  reposada,  la  vida  pacífica  y  la  muerte  descansada.  Y 
para  que  puedas  salir  con  esto,  el  medio  es  que  pongas  freno  a  tus 
apetitos  y  deseos,  y  ni  hagas  todo  lo  que  deseas  ni  gastes  más  de  lo 
que  tienes;  y  desta  manera,  midiendo  el  gasto,  no  con  la  voluntad,  sino 
con  la  posibilidad,  nunca  tendrás  por  (jué  deber.  Todas  nuestras  deudas 
nacen  de  nuestros  apetitos,  y  la  moderación  destos  vale  más  que  mu- 
chos cuentos  de  renta.  Ten  por  sumas  y  verdaderas  riquezas  aquellas 
que  dice  el  Apóstol :  piedad  y  contentamiento  con  la  suerte  que  Dios 
te  dio.  Si  los  hombres  no  quisiesen  ser  más  de  lo  que  Dios  quiere 
que  sean,  siempre  vivirían  en  paz.  Mas,  cuando  quieren  pasar  esta  raya, 
siempre  han  de  perder  mucho  de  su  descanso ;  porque  nunca  tiene  buen 
suceso  lo  que  se  hace  contra  la  divina  voluntad.  (Ibid.) 

DE   LA   "INTRODUCCIÓN   DEL  SÍMBOLO». 

FE  Y  RAZÓN  HERMANADAS. 

La  fe  nos  esfuerza  con  su  firmeza,  y  la  razón  alegra  con  su  claridad. 
La  fe  nos  enseña  lo  que  debemos  creer,  y  la  razón  hace  que  con  ale- 
gría lo  creamos.  Estas  dos  lumbreras  juntas  deshacen  todas  las  nieblas, 
serenan  las  conciencias,  cjuietan  los  entendimientos,  quitan  las  dudas, 
remontan  los  nublados,  allanan  los  caminos  y  hácennos  abrazar  esta 
soberana  verdad.  (P.  i,  3 :  De  la  existencia  de  Dios.) 

FRAY  LUIS  DE  LEÓN. 

DE  LOS    'NOMBRES   DE   CRISTO». 
LA  PAZ. 
<'E1  risco»,  dice  el  salmo,   «es  refugio  de  los  conejos.»  Y  en  ti,  oh  ^ 
\  erdadera  guarida  de  los  pobrecitos   amedrentados,    Cristo  Jesús,    y  en  ; 
ti,  oh  amparo  dulce  y  seguro,  oh  acogida  llena  de  fidelidad,  los  afligidos 
y  acosados  del  mundo  nos  escondemos.    Si  vertieren  agua  las  nubes  y 
se  abrieren  los  canales  del  cielo,   y  saliendo  la  mar  de    madre  se  ane- 
garen las  tierras  y  sobrepujaren,  como  en  el  diluvio,    sobre  los  montes 
las  aguas;  en  este  monte  que  se  asienta  sobre  la  cumbre  de  todos  los 
montes,   no  las  tememos.    Y   si   los  montes,  como  dice  David,    trastor- 
nados de  sus  lugares,  cayeren  en  el  corazón  de  la  mar,  en  este  monte 
no  mutable  enriscados  carecemos  de  miedo. 


FRAY    LUIS    DE    LEÓN.  205 

(Viene  el  día:  escóndanse  las  fieras  y  sale  el  hombre  a  su  labor.) 
Así  el  desenfrenamiento  fiero  del  cuerpo  y  la  rebeldía  alborotada  de 
sus  movimientos,  que,  cuando  estaba  en  la  noche  de  su  miseria  la  volun- 
tad nuestra  caída,  discurrían  con  libertad  y  lo  metían  todo  a  sangre  y  a 
ftiego;  en  comenzando  a  lucir  el  rayo  del  buen  amor  y  en  mostrán- 
dose el  día  del  bien,  vuelve  luego  el  pie  atrás  y  se  esconde  en  su  cueva, 
y  deja  que  lo  que  es  hombre  en  nosotros  salga  a  luz ;  y  haga  su  oficio 
sosegada  y  pacíficamente,  y  de  sol  a  sol. 

Porque,  a  la  verdad,  ¿qué  es  lo  que  hay  en  el  cuerpo  (jue  sea  po- 
deroso para  desasosegar  a  quien  es  regido  por  una  voluntad  y  razón 
semejante?  ;Por  ventura  el  deseo  de  los  bienes  de  esta  vida  le  solici- 
tará, o  el  temor  de  los  males  de  ella  le  romperá  su  reposo?  t Alte- 
rarse ha  con  ambición  de  honras  o  con  amor  de  riquezas?  -;o,  con  la 
afición  de  los  ponzoñosos  deleites  desalentado,  saldrá  de  sí  mismo?  -^Cómo 
le  turbará  la  pobreza  al  que  desta  vida  no  quiere  más  de  una 
estrecha  pasada?  ¿Cómo  le  inquietará  con  su  hambre  el  grado  alto  de 
dignidades  y  honras  al  que  huella  sobre  todo  lo  que  se  desprecia  en  el 
suelo?  ¿Cómo  la  adversidad,  la  contradicción,  las  mudanzas  diferentes 
y  los  golpes  de  la  fortuna  le  podrán  hacer  mella  al  que  a  todos  sus 
bienes  los  tiene  seguros  y  en  sí? 

Ni  el  bien  le  azozobra,  ni  el  mal  le  amedrenta,  ni  el  alegría  lo  en- 
gríe, ni  el  temor  le  encoge,  ni  las  promesas  lo  llevan,  ni  las  amenazas 
le  desquician,  ni  es  tal  que  lo  próspero  o  lo  adverso  le  mude.  Si  se 
pierde  la  hacienda,  alégrase,  como  libre  de  una  carga  pesada.  Si  le 
faltan  los  amigos,  tiene  a  Dios  en  su  alma,  con  quien  de  continuo  se 
abraza.  Si  el  odio  o  si  la  envidia  arma  los  corazones  ajenos  contra  él, 
como  sabe  que  no  le  pueden  quitar  su  bien,  no  los  teme ;  en  las  mu- 
danzas está  quedo  y  entre  los  espantos  seguro,  y  cuando  todo  a  la  re- 
donda de  él  se  arruine,  él  permanece  más  firme,  y  como  dijo  aquel  grande 
elocuente,   «luce  en  las  tinieblas,  y  empellido  de  su  lugar,  no  se  mueve». 

A  la  verdad,  los  que  sin  esta  paz  viven,  por  más  bien  afortunados 
que  vivan,  no  comen  lo  apurado  del  pan.  Salvados  son  sus  manjares; 
el  desecho  del  bien  es  aquello  por  quien  andan  golosos ;  su  gusto  y  su 
mantenimiento  es  lo  grosero,  y  lo  moreno,  y  lo  feo,  y  sin  duda  las  es- 
corias de  lo  que  es  substancia  y  verdad;  y  aun  eso  mismo,  tal  cual  es 
y  en  la  manera  que  es,  no  se  les  da  con  hartura.  El  pacífico  sólo  es 
el  que  come  con  abundancia  y  el  que  come  lo  apurado  del  bien ;  para 
él  nace  el  día  bueno,  y  el  sol  claro ;  él  es  el  que  solamente  le  ve.  En 
la  vida,  en  la  muerte,  en  lo  adverso,  en  lo  próspero,  en  todo  halla  su 
gusto,  y  el  manjar  de  los  ángeles  es  su  perpetuo  manjar,  y  goza  del 
alegre  y  sin  miedo  que  nadie  le  robe.  Y,  sin  enemigo  que  le  pueda 
ser  enemigo,  vive  en  dulcísima  y  abundosísima  paz.  ¡  Divino  bien  y  ex- 
celente merced  hecha  a  los  hombres  solamente  por  Cristo ! 

Por  lo  cual,  tornando  a  lo  primero  del  salmo  (cxxvi,  4),  le  de- 
bemos celebrar   con    continuos   y   soberanos   loores,    porque   él  salió  a 


2o6  ANTOLOGÍA. 

nuestra  causa  perdida,  y  tomó  sobre  sí  nuestra  guerra,  y  puso  nuestra) 
desconcierto  en  su  orden,  y  nos  amistó  con  el  cielo,  y  encarceló  a 
nuestro  enemigo,  el  demonio,  y  nos  libertó  de  la  codicia  y  del  miedo, 
y  nos  aquietó  y  pacificó  cuanto  hay  de  enemigo  y  de  adverso  en  la 
tierra;  y  el  gozo  y  el  reposo,  y  el  deleite  de  su  divina  y  riquísima  paz 
el  nos  le  dio ;  el  cual  es  la  fuente  y  el  manantial  de  donde  nace,  y  su 
autor  único;  por  donde  con  justísima  razón  es  llamado  su  príncipe. 

(Lib.  II,  §  3.) 

SANTA  TERESA. 

Acaecióme  con  algún  confesor,  que  siempre  (|uiero  mucho  a  los 
que  gobiernan  mi  alma :  como  los  tomo  en  lugar  de  Dios  tan  de  ver- 
dad, paréceme  que  es  siempre  donde  mi  voluntad  más  se  emplea;  v 
como  yo  andaba  con  seguridad,  mostrábales  gracia;  ellos,  como  tenn 
rosos  y  siervos  de  Dios,  temíanse  no  me  asiese  en  alguna  manera  \ 
me  atase  a  (juererlos,  aunque  santamente,  y  mostrábanme  desgracia.  Esto 
era  después  que  yo  estaba  tan  sujeta  a  obedecerlos ;  que  antes  no  los  co- 
braba ese  amor.  Yo  me  reía  entre  mí  de  ver  cuan  engañados  estaban ; 
aunque  no  todas  veces  trataba  tan  claro  lo  poco  que  me  ataba  a  nadie, 
como  lo  tenía  en  mí,  mas  asegurábalos ;  y  tratándome  más,  conocían  lo 
que  debía  al  Señor;  que  estas  sospechas  que  traían  de  mí,  siempre  eran 
a  los  principios.  Comenzóme  mucho  mayor  amor  y  confianza  de  este 
Señor  en  viéndole,  como  con  quien  tenía  conversación  tan  contina. 
Vía  que,  aunque  era  Dios,  que  era  hombre,  que  no  se  espanta  de  las 
flaquezas  de  los  hombres;  que  entiende  nuestra  miserable  compostura 
sujeta  a  muchas  caídas,  por  el  primer  pecado,  que  él  había  venido  a 
reparar.  Puedo  tratar  como  con  amigo,  aunque  es  Señor,  porque  entiendo 
no  es  como  los  que  acá  tenemos  por  señores,  que  todo  el  señorío  ponen  en 
autoridades  postizas,  ha  de  haber  hora  de  hablar,  y  señaladas  personas 
que  les  hable:  si  es  algún  pobrecito  que  tiene  algún  negocio,  más 
rodeos  y  favores  y  trabajos  le  ha  de  costar  tratarlo.  ¡  Oh,  que  si  es  con 
el  rey!  Aquí  no  hay  tocar  gente  pobre  y  no  caballerosa,  sino  pre 
guntar  quién  son  los  más  privados;  y  a  buen  seguro  que  no  sean  per- 
sonas que  tengan  al  mundo  debajo  de  los  pies,  porque  éstos  hablan 
verdades,  que  no  temen  ni  deben;  no  son  para  palacio,  que  allí  no 
se  deben  usar,  sino  callar  lo  que  mal  les  parece,  que  aun  pensarlo  no 
deben  osar,  por  no  ser  desfavorecidos. 

i  Oh  Rey  de  gloria  y  Señor  de  todos  los  reyes !  ¡  Cómo  no  c> 
vuestro  reino  armado  de  palillos,  pues  no  tiene  fin !  ¡  Cómo  no  son 
menester  terceros  para  vos!  Con  mirar  vuestra  persona,  se  ve  luego 
que  sois  solo  el  qué  merecéis  que  os  llamen  Señor.  Según  la  majestad 
mostráis,  no  es  menester  gente  de  acompañamiento  ni  de  guarda,  para 
que  conozran  que  sois  rey ;  porque  acá  un  rey  solo,  mal  se  conocerá 
por  sí :  aunque  él  más  quiera  ser  conocido  por  rey,  no  le  creerán,  que 


SANTA    TERESA.    SAAVEDRA    Y    FAJARDO.  207 

no  tiene  más  que  los  otros ;  es  menester  que  se  vea  por  qué  lo  creer. 
Y  ansí  es  razón  tenga  estas  autoridades  postizas;  porque  si  no  las  tu- 
viese, no  le  temían  en  nada,  porque  no  sale  de  sí  el  parecer  poderoso: 
de  otros  le  ha  de  venir  la  autoridad.  ¡  Oh,  Señor  mío !  i  Oh  Rey  mío ! 
¿Quién  supiera  ahora  representar  la  majestad  que  tenéis?  Es  imposible 
dejar  de  ver  que  sois  grande  emperador  en  vos  mesmo,  que  espanta 
mirar  esta  majestad:  más,  más  espanta.  Señor  mío,  mirar  con  ella 
vuestra  humildad  y  el  amor  que  mostráis  a  una  como  yo. 

(Vida,  cap.  xxxvii.) 

SAAVEDRA  Y  FAJARDO. 

IDEA  DE   UN   PRÍNCIPE   POLÍTICO   CRISTIANO. 
CONTRA  LA  AP^EMINACIÓN. 

Con  la  asistencia  de  una  mano  delicada,  solícita  en  los  regalos  del 
riego  y  en  los  reparos  de  las  ofensas  del  sol  y  del  viento,  crece  la 
rosa,  y  suelto  el  nudo  del  botón,  extiende  por  el  aire  la  pompa  de  sus 
hojas.  Hermosa  flor,  reina  de  las  demás,  pero  solamente  lisonja  de  los 
ojos,  y  tan  achacosa  que  peligra  en  su  delicadez.  El  mismo  sol  que  la 
vio  nacer,  la  ve  morir,  sin  más  fruto  que  la  ostentación  de  su  belleza, 
dejando  burlada  la  fatiga  de  muchos  meses  y  aun  lastimada  tal  vez  la 
misma  mano  que  la  crió;  porque  tan  lasciva  cultura  no  podía  dejar  de 
producir  espinas. 

No  sucede  así  al  coral,  nacido  entre  los  trabajos,  que  tales  son  las 
aguas,  y  combatido  de  las  olas  y  tempestades,  porque  en  ellas  hace 
más  robusta  su  hermosura;  la  cual,  endurecida  después  con  el  viento, 
queda  a  prueba  de  los  elementos  para  ilustres  y  preciosos  usos  del 
hombre. 

Tales  efectos  contrarios  entre  sí  nacen  del  nacimiento  y  creci- 
miento deste  árbol  y  de  ac^uella  ñor,  por  lo  mórbido  o  duro  en  que 
se  criaron ;  y  tales  se  ven  en  la  educación  de  los  príncipes,  los  cuales, 
si  se  crían  entre  los  armiños  y  las  delicias,  que  ni  los  visite  el  sol  ni 
el  viento,  ni  sienten  otra  aura  que  la  de  los  perfumes,  salen  achacosos 
e  inútiles  para  el  gobierno;  como,  al  contrario,  robusto  y  hábil  quien 
se  entrega  a  las  fatigas  y  trabajos. 

Con  éstos  se  alarga  la  vida :  con  los  deleites  se  abrevia.  A  un  vaso 
de  vidrio  formado  a  soplos,  un  soplo  lo  rompe:  el  de  oro,  hecho  a 
martillo,  resiste  al  martillo.  Quien  ociosamente  ha  de  pasear  sobre  el 
mundo,  poco  importa  que  sea  delicado ;  el  que  le  ha  de  sustentar  sobre 
sus  hombros,  conviene  que  los  críe  robustos.  No  ha  menester  la  repú- 
blica a  un  príncipe  entre  viriles,  sino  entre  el  polvo  y  las  armas.  Por 
castigo  da  Dios  a  los  vasallos  un  rey  afeminado.  (Empresa  3.) 

CONTRA  LA  ADULACIÓN. 

i  Qué  prevenidos  están  los  príncipes  contra  los  enemigos  externos  í 
.  i  Qué  desarmados  contra  los  domésticos !  Entre  las  cuchillas  de  la  guarda 


20S  ANTOLOGÍA. 

les  acompañan,  y  no  reparan  en  ellos.  Éstos  son  los  aduladores  y  lison- 
jeros, no  menos  peligrosos  sus  halagos  que  las  armas  de  los  enemigos. 
A  más  príncipes  ha  destruido  la  lisonja  que  la  fuerza.  1  Qué  púrpura 
real  no  roe  esta  polilla !  ¡  Qué  cetro  no  barrena  esta  carcoma !  En  el 
más  levantado  cedro  se  introduce,  y  poco  a  poco  le  taladra  el  corazón, 
y  da  con  él  en  tierra.  Daño  es  que  se  descubre  con  la  misma  ruina; 
primero  se  ve  su  efecto  que  su  causa :  disimulado  gusano  que  habita  Ú 
en  los  artesones  dorados  de  los  palacios.  (Empresa  48.) 

SEMBLANZA  DE  FERNANDO  EL  CATÓLICO. 

T-as  niñeces  deste  gran  rey  fueron  adultas  y  varoniles.  Lo  que 
en  él  no  pudo  perfeccionar  el  arte  y  el  estudio,  perfeccionó  la  ex- 
periencia, empleada  su  juventud  en  los  ejercicios  militares.  Su  ociosidad  ! 
era  negocio,  y  su  divertimiento,  atención.  Fué  señor  de  sus  afectos,  go- 
bernándose más  por  dictámenes  políticos  que  por  inclinaciones  natu- 
rales. Reconoció  de  Dios  su  grandeza  y  su  gloria  de  las  acciones  pro 
pias,  no  de  las  heredadas.  Tuvo  el  reinar  más  por  oficio  que  j)oi 
sucesión.  Sosegó  su  corona  con  la  celeridad  y  la  presencia.  Levantó  la 
monarquía  con  el  valor  y  la  prudencia;  la  afirmó  con  la  religión  y  la 
justicia;  la  conservó  con  el  amor  y  el  respeto;  la  adornó  con  las  artes; 
la  enriqueció  con  la  cultura  y  el  comercio ;  y  la  dejó  perpetua  con  fun- 
damentos e  institutos  verdaderamente  políticos.  Fué  tan  rey  de  su  pa- 
lacio como  de  sus  reinos,  y  tan  ecónomo  en  él  como  en  ellos.  Mezcló 
la  liberalidad  con  la  parsimonia,  la  benignidad  con  el  respeto,  la  mo- 
destia con  la  gravedad,  y  la  clemencia  con  la  justicia.  Amenazó  con  el 
castigo  de  pocos  a  muchos,  y  con  el  premio  de  algunos  cebó  las  espe- 
ranzas de  todos.  Perdonó  las  ofensas  hechas  a  la  persona,  pero  no  a  la 
dignidad  real.  Vengó  como  ])ropias  las  injurias  de  sus  vasallos,  siendo 
padre  dellos.  Antes  aventuró  el  estado  que  el  decoro.  Ni  le  en- 
soberbeció la  fortuna  próspera,  ni  le  humilló  la  adversa.  En  aquélla 
se  prevenía  para  ésta,  y  en  ésta  se  industriaba  para  volver  a  aquélla. 
Sirvióse  del  tiempo ,  no  el  tiempo  del.  Obedeció  a  la  necesidad 
y  se  valió  della,  reduciéndola  a  su  conveniencia.  Se  hizo  amar 
y  temer.  Fué  fácil  en  las  audiencias.  Oía  para  saber  y  preguntaba 
para  ser  informado.  No  se  fiaba  de  sus  enemigos  y  se  recataba 
de  sus  amigos.  Su  amistad  era  conveniencia;  su  parentesco  razón 
de  estado;  su  confianza  cuidadosa;  su  difidencia  advertida;  su  cau- 
tela conocimiento;  su  recelo  circunspección;  su  malicia  defensa;  y  su 
disimulación  reparo.  No  engañaba;  pero  se  engañaban  otros  en  lo  equí- 
voco de  sus  palabras  y  tratados;  haciéndolos  de  suerte  (cuando  con- 
venía vencer  la  malicia  con  la  advertencia)  que  pudiese  desempe- 
ñarse sin  faltar  a  la  fe  pública.  Ni  a  su  majestad  se  atrevió  la  mentira, 
ni  a  su  conocimiento  ])ropio  la  linsonja.  Se  valió,  sin  valimiento,  de  sus 
ministros.  Dellos  se  dejaba  aconsejar,  pero  no  gobernar.  Lo  que  pudo 
obrar  por   sí,    no  fiaba  de  otros.    Consultaba  despacio   y    ejecutaba  de 


SAAVEDRA    Y    FAJARDO.     QUEVEDO.  209 

prisa.  En  sus  resoluciones  antes  se  veían  los  efectos  que  las  causas. 
Encubría  a  sus  embajadores  sus  designios,  cuando  quería  que,  enga- 
ñados, persuadiesen  mejor  lo  contrario.  Supo  gobernar  a  medias  con 
la  reina  y  obedecer  a  su  yerno.  Impuso  tributos  para  la  necesidad,  no 
para  la  codicia  o  el  lujo.  Lo  que  quitó  a  las  iglesias  obligado  de  la 
necesidad,  restituyó  cuando  se  vio  sin  ella.  Respetó  la  jurisdicción 
eclesiástica  y  conservó  la  real.  No  tuvo  corte  fija,  girando  como  el  sol 
por  los  orbes  de  sus  reinos.  Trató  la  paz  con  la  templanza  y  entereza,  y 
la  guerra  con  la  fuerza  y  la  astucia.  Ni  afectó  ésta,  ni  rehusó  aquélla. 
Lo  que  ocupó  el  pie,  mantuvo  el  brazo  y  el  ingenio,  quedando  más 
poderoso  con  los  despojos.  Tanto  obraban  sus  negociaciones  como  sus 
armas.  Lo  que  pudo  vencer  con  el  arte,  no  remitió  a  la  espada. 
Ponía  en  ésta  la  ostentación  de  su  grandeza,  y  su  gala  en  lo  feroz  de 
los  escuadrones.  En  las  guerras  dentro  de  su  reino  se  halló  siempre  pre- 
sente. Obraba  lo  mismo  que  ordenaba.  Se  confederaba  para  quedar  ar- 
bitro, no  sujeto.  Ni  victorioso  se  ensoberbeció,  ni  desesperó  vencido. 
Firmó  las  paces  debajo  del  escudo.  Vivió  para  todos  y  murió  para  sí, 
quedando  presente  en  la  memoria  de  los  hombres,  para  ejemplo  de  los 
príncipes,  y  eterno  en  el  deseo  de  sus  reinos.  (Empresa  loi.) 

QUEVEDO. 

DE  LOS  «SUEÑOS». 
EXPECTACIÓN  DEL  JUICIO. 
El  trono  era  obra  donde  trabajaron  la  omnipotencia  y  el  milagro. 
Júpiter  estaba  vestido  de  sí  mismo,  hermoso  para  los  unos  y  enojado 
para  los  otros ;  el  sol  y  las  estrellas  colgando  de  su  boca ;  el  viento  tu- 
llido y  mudo;  el  agua  recostada  en  sus  orillas,  suspensa  la  tierra,  te- 
merosa en  sus  hijos  los  hombres.  Algunos  amenazaban  al  que  les  en- 
señó, con  su  mal  ejemplo,  peores  costumbres.  Todos,  en  general, 
pensativos :  los  piadosos ,  en  qué  gracias  le  darían,  cómo  rogarían  por 
sí;  y  los  malos  en  dar  disculpas.  (Sueño  de  las  calaveras.) 

EL  AVARO  DISCULPÁNDOSE. 

Llegó  un  avariento  a  la  puerta  y  fué  preguntado  qué  quería,  dicién- 
dole  que  los  preceptos  guardaban  aquella  puerta  de  quien  no  los  había 
guardado ;  y  él  dijo  que,  en  cosas  de  guardar,  era  imposible  que  hu- 
biese pecado.  Leyó  el  primero:  «Amar  a  Dios  sobre  todas  las  cosas^>  — 
y  dijo  que  él  solo  aguardaba  a  tenerlas  todas,  para  amar  a  Dios  sobre 
ellas.  «No  jurar»  —  dijo  que,  aun  jurando  falsamente,  siempre  había 
sido  por  muy  grande  interés;  y  que  así  no  había  sido  en  vano.  «Guar- 
dar las  fiestas»  —  éstas  y  aun  los  días  de  trabajo,  guardaba  y  escondía. 
«Honrar  padre  y  madre>^  —  siempre  les  quité  el  sombrero.  <  No  ma- 
tar» —  por  guardar  esto,  no  comía,  por  ser  matar  la  hambre  comer. 
«T^e   mujeres»    —  en   cosas   que  cuestan  dineros,   ya  está  dicho.    <  No 

JÜNEMANN,  Lit.   y  Ant.  esp.  1 4 


antología. 


levantar  falso  testimonio  \  «Acjin»,  dijo  un  verdugo,  «es  el  negocio, 
avariento :  que,  si  confiesas  haberle  levantado,  te  condenas,  y  si  no,  de 
lante  del  juez  te  le  levantarás  a  ti  mismo.»  Enfadóse  el  avariento  y 
dijo:  «Si  no  he  de  entrar,  no  gastemos  tiempo»  —  que  hasta  aíiuelio 
rehusó  de  gastar.  Convencióse  con  su  vida,  y  fué  llevado  adonde 
merecía.  Entraron  en  esto  muchos  ladrones,  y  salváronse  dellos  algimos 
ahorcados.  V  fué  de  manera  el  ánimo  que  tomaron  los  escribanos  que 
estaban  delante  de  Mahoma,  I  .útero  y  Judas  —  viendo  salvar  ladrones  — 
que  entraron  de  golpe  a  ser  sentenciados ;  de  que  les  tomó  a  los  ver- 
dugos muy  gran  risa.  Los  procuradores  comenzaron  a  esforzarse  y  ;i 
llamar  abogados.  .  .  . 

Elstaba  engordando  la  mentira  a  i)uros  enredos;  y  vi  a  Judas 
y  a  Mahoma  y  a  Lutero  recatar  desta  vecindad :  el  uno  la  bolsa 
y  el  otro  el  zancarrón.  Lutero  decía:  «Lo  mismo  hago  yo  escri- 
biendo.» .  .  . 

En  esto  que  era  todo  acabado,  quedaron  descubiertos  Judas,  Ma- 
homa y  Martín  Lutero ;  y  preguntando  un  ministro  cuál  de  los  tres  era 
Judas;  Lutero  y  Mahoma  dijeron  cada  uno  que  él;  y  corrióse  Judas 
tanto  que  dijo  en  altas  voces:  «Señor,  yo  soy  Judas,  y  bien  conocéis 
vos  que  soy  mucho  mejor  ([ue  éstos,  porque  si  os  vendí,  remedié  al 
mundo,  y  éstos,  vendiéndose  a  sí  y  a  vos,  lo  han  destruido  todo.» 

(Ibid.) 
EL  ALGUACIL-DIABLO. 

Se  ha  de  advertir  que  los  diablos  en  los  alguaciles  estamos  por  fuerza 
y  de  mala  gana.  Por  lo  cual,  si  queréis  acertarme,  debéis  llamarme  a 
mí  demonio  enalguaciiado,  y  no  a  éste  alguacil  endemoniado ;  y  avenísos 
mejor  los  hombres  con  nosotros  que  con  ellos ;  si  bien  nuestra  cárcel  es 
peor,  nuestro  agarro  perdurable.  Verdugos  y  alguaciles  malos  parece 
que  tenemos  un  mismo  oficio ;  pues,  bien  mirado,  nosotros  procuramos 
condenar,  y  los  alguaciles  también ;  nosotros,  que  haya  vicios  y  pecados 
en  el  mundo,  y  los  alguaciles  lo  desean  y  procuran  al  parecer  con  más 
ahinco,  porque  ellos  lo  han  menester  para  su  sustento  y  nosotros  para 
nuestra  compañía.  Y  es  mucho  más  de  culpar  este  oficio  en  los  algua- 
ciles que  en  nosotros,  pues  ellos  hacen  mal  a  hombres  como  ellos  y  a 
los  de  su  género,  y  nosotros  no.  Fuera  desto,  los  demonios  lo  fuimos 
jjor  querer  ser  como  Dios,  y  los  alguaciles  son  alguaciles  por  querer  ser 
menos  que  todos.  Persuádete  que  alguaciles  y  nosotros  somos  de  una 
profesión;  sino  que  ellos  son  diablos  con  varilla,  como  cohetes,  y  nos- 
otros alguaciles  sin  vara,  que  hacemos  áspera  vida  en  el  infierno.  - 
Admiráronme  las  sutilezas  del  diablo;  enojóse  Calabrés,  revolvió  sus 
conjuros,  quísole  enmudecer,  y  no  pudo,  y  al  echarle  agua  bendita,  co-  , 
menzó  a  huir  y  a  dar  voces  diciendo:  «Clérigo,  cata  que  no  hace  estos  j 
sentimientos  el  alguacil  por  la  parte  de  bendita,  sino  por  ser  agua:  no  | 
hay  cosa  que  tanto  aborrezca.»  (El  alguacil  alguacilado.) 


QUEVEDO.  211 

LA  JUSTICIA  DESTERRADA. 

«¿I>uego  algunos  jueces  hay  allá?» 

«¡Pues  no!»  dijo  el  espíritu.  «I.os  jueces  son  nuestros  faisanes, 
nuestros  platos  regalados  y  la  simiente  que  más  provecho  y  fruto  nos 
da  a  los  diablos;  porque  de  cada  juez  que  sembramos,  cogemos  seis 
procuradores,  dos  relatores,  cuatro  escribanos,  cinco  letrados  y  cinco 
mil  negociantes,  y  esto  cada  día.  De  cada  escribano  cogemos  veinte  ofi- 
ciales, de  cada  oficial  treinta  alguaciles,  de  cada  alguacil  diez  corche- 
tes; y  si  el  año  es  fértil  de  trampas,  no  hay  trojes  en  el  infierno  donde 
recoger  el  fruto  de  un  mal  ministro.» 

«¿También  querrás  decir  que  no  hay  justicia  en  la  tierra,  rebelde 
a  los  dioses?» 

«Y  ¡cómo  que  no  hay  justicia!  Pues  ¿no  has  sabido  lo  de  Astrea, 
que  es  la  justicia,  cuando  huyendo  de  la  tierra  se  subió  al  cielo?  Pues, 
por  si  no  lo  sabes,  te  lo  quiero  contar. 

«Vinieron  la  verdad  y  la  justicia  a  la  tierra.  La  una  no  halló  como- 
didad, por  desnuda,  ni  la  otra  por  rigurosa.  Anduvieron  mucho  tiempo 
así,  hasta  que  la  verdad,  de  puro  necesitada,  asentó  con  un  mudo. 

«La  justicia,  desacomodada,  anduvo  por  la  tierra,  rogando  a  todos, 
y  viendo  que  no  hacían  caso  della  y  que  le  usurpaban  su  nombre  para 
honrar  tiranías,  determinó  volverse  huyendo  al  cielo.  Salióse  de  las 
grandes  ciudades  y  cortes,  y  fuese  a  las  aldeas  de  villanos,  donde  por 
algunos  días,  escondida  en  su  pobreza,  fué  hospedada  de  la  simplicidad, 
hasta  que  envió  contra  ella  requisitorias  la  malicia.  Huyó  entonces  de 
todo  punto  y  fué  de  casa  en  casa  pidiendo  que  la  recogiesen.  Pregun- 
taban todos  quién  era;  y  ella,  que  no  sabe  mentir,  decía  que  la  jus- 
ticia. Respondíanle  todos:  'Justicia,  y  no  por  mi  casa:  vaya  por  otra.' 
Y  así  no  entraba  en  ninguna.  Subióse  al  cielo  y  apenas  dejó  acá  pi- 
sadas.» (Ibid.) 

NO  VAN  LOS  POBRES  AL  INFIERNO. 

«Querría  saber  si  hay  en  el  infierno  muchos  pobres.»  —  «Qué  es 
pobres?»  replicó.  —  «El  hombre»,  dije  yo,  «que  no  tiene  nada 
de  cuanto  tiene  el  mundo.»  —  «Hablara  yo  para  mañana»,  dijo  el 
diablo:  «si  lo  que  condena  a  los  hombres,  es  lo  que  tienen  del 
mundo,  y  ésos  no  tienen  nada,  ¿cómo  se  condenan?  Por  acá  los  libros 
nos  tienen  en  blanco.  Y  no  os  espantéis,  porque  aun  diablos  les  faltan 
a  los  pobres ;  y  a  veces  más  diablos  sois  unos  para  otros  que  nosotros 
mismos.  ¿Hay  diablo  como  un  adulador,  como  un  envidioso,  como 
un  amigo  falso  y  como  una  mala  compañía?  Pues  todos  estos  le  faltan 
al  pobre;  que  no  le  adulan,  ni  le  envidian,  ni  tiene  amigo  malo  ni 
bueno,  ni  le  acompaña  nadie.  ¡Éstos  son  los  ([ue  verdaderamente  viven 
bien  y  mueren  mejor!»  ■  (Ibid.) 

14* 


ANTOLOGÍA. 


ABORRECEN  I.üS  DIABLOS  A  LOS  ALGUACILES. 

«Y  los  alguaciles  malos  ¿no  están  en  el  infierno?»  —  «Ninguno  estn 
en  el  infierno»,  dijo  el  demonio.  —  «¿Cómo  puede  ser,  si  se  condenan 
algunos  malos  entre  muchos  buenos  que  hay?»  —  «Dígoos  que  no  es- 
tán en  el  infierno  porque  en  cada  alguacil  malo,  aun  en  vida,  estn 
todo  el  infierno  en  él.»  Santigüeme  y  dije:  «¡Brava  cosa  es  lo  mal  qut 
los  queréis  los  diablos  a  los  alguaciles!»  —  «¿No  los  habemos  de 
querer  mal,  pues,  según  son  endiablados  los  malos  alguaciles,  tememos 
que  han  de  venir  a  hacer  que  sobremos  nosotros  para  lo  que  es  m;; 
teria  de  condenar  almas,  y  que  se  nos  han  de  levantar  con  el  oficio 
de  demonios  y  que  ha  de  venir  Lucifer  a  ahorrarse  de  diablos  y  despe- 
dirnos a  nosotros  por  recibirlos  a  ellos?»  (Las  zahúrdas.) 

FUGACIDAD  DEL  TIEMPO. 

¿Has  examinado  el  valor  del  tiempo?  Cierto  es  que  no,  pues  así 
alegre  le  dejas  pasar  hurtado  de  la  hora,  que  fugitiva  y  secreta  te  lleva 
preciosísimo  robo.  ¿  Quién  te  ha  dicho  que  lo  que  ya  fué,  volverá, 
cuando  lo  hayas  menester,  si  lo  llamares?  Dime:  ¿has  visto  algunas 
pisadas  de  los  días?  No  por  cierto;  que  ellos  sólo  vuelven  la  cabeza  a 
reírse  y  burlarse  de  los  que  así  los  dejaron  pasar.  Sábete  que  la  muerte 
y  ellos  están  eslabonados  y  en  una  cadena;  y  que,  cuando  más  caminan 
los  días  que  van  delante  de  ti,  tiran  hacia  ti  y  te  acercan  a  la  muerte; 
que  quizá  la  aguardas  y  es  ya  llegada,  y,  según  vives,  antes  será  pa- 
sada que  creída.  Por  necio  tengo  al  que  toda  la  vida  se  muere  de 
miedo  que  se  ha  de  morir;  y  por  malo  al  que  vive  tan  sin  miedo  della 
como  si  no  la  hubiese;  que  éste  la  viene  a  temer,  cuando  la  padece, 
y,  embarazado  con  el  temor,  ni  halla  remedio  a  la  vida  ni  consuelo  a 
su  fin.  Cuerdo  es  solo  el  que  vive  cada  día  como  quien  cada  día  y 
cada  hora  puede  morir.  (Mundo  por  de  dentro.) 

VENECIA  MALVADA. 

«Dime:  ¿hay  todavía  Venecia  en  el  mundo?»  —  «Sí,  la  hay»,  dije 
yo;  «no  hay  otra  cosa  sino  Venecia  y  venecianos.»  —  «¡Oh!  doila  al 
diablo»,  dijo  el  nigromántico,  «por  vengarme  del  mismo  diablo ;  que  no 
sé  que  pueda  darla  a  nadie  sino  por  hacerle  mal.  Es  república  ésa  que, 
mientras  que  no  tuviere  conciencia,  durará ;  porque  si  restituye  lo  ajeno, 
no  le  queda  nada.  ¡Linda  gente!  la  ciudad  fundada  en  el  agua,  el  te- 
soro y  la  libertad  en  el  aire,  la  honestidad  en  el  fuego;  y  al  fin  es 
gente  de  quien  huyó  la  tierra,  y  son  narices  de  las  naciones  y  el  al- 
banal  de  las  monarquías  por  donde  purgan  las  inmundicias  de  la  paz 
y  de  la  guerra.  El  turco  los  permite  por  hacer  mal  a  los  cristianos; 
los  cristianos  por  hacer  mal  a  los  turcos ;  y  ellos,  por  poder  hacer  mal 
a  unos  y  otros,  no  son  moros  ni  cristianos.  Y  así  dijo  uno  dellos  mis- 


'JUEVEDO.  213 

mos  en  una  ocasión  de  guerra,  para  animar  a  los  suyos  contra  los  cris- 
tianos: Ea,  que  antes  fuisteis  venecianos  que  cristianos.» 

(Visita  de  los  chistes.) 

EL  MANICOMIO.    DIVERSOS  TIPOS  DE  EROTÓMANOS. 

Vi  en  medio  del  prado  un  maravilloso  edificio,  con  una  gran  por- 
tada de  fábrica  dórica  y  de  excelente  artífice  labrada.  En  los  pedes- 
tales, en  las  basas,  colunas,  cornisas,  capiteles,  arquitrabes,  frisos  y 
demás  partes  de  que  se  componía  la  fachada,  estaban  mil  triunfos  de 
amor  imaginados,  de  medio  relieve,  ([ue  juntamente  con  muy  graciosos 
bnitescos  hacían  historia  y  ornato,  y  representaban  misterio. 

Debajo  del  chapitel,  en  una  bizarra  tarjeta,  se  veían  con  letras  de 
oro  tallados  estos  versos: 

Casa  de  locos  de  amor, 

do  al  que  más  sabe  de  amar, 

se   le   da  mejor  lugar. 

La  variedad  de  piedras  y  diversidad  de  colores  de  que  se  componía, 
la  hacían  vistosa  mucho.  Era  bien  capaz  y  estaban  sus  puertas  abiertas 
siempre  a  todos  los  que  por  ellas  querían  entrar,  que  eran  infinitos. 
Hacía  oficio  de  portero  una  mujer  de  rara  hermosura.  Su  rostro  era 
celestial  y  hechizo  de  los  hombres;  su  talle  airoso,  y  su  cuerpo  bien 
proporcionado,  adornado  de  ricas  y  costosísimas  telas  y  joyas.  Tal,  al 
fin,  era  toda,  que  convidaba  a  amar,  y  decía  su  nombre,  que  era  Belleza. 
A  ninguno  negaba  el  paso,  ni  la  pedía  ninguno  más  licencia  que  mi- 
rarla. 

Yo,  que  no  era  ciego,  aficionado  de  tan  peregrino  palacio,  con 
esta  licencia,  me  entré  también  al  primer  patio,  donde  hallé  infinidad 
de  gente,  y  a  todos  tan  trocados  de  lo  que  antes  fueron  —  y  a  mí 
con  ellos  —  que  apenas  unos  a  otros  se  conocían :  los  trajes  mudados, 
los  rostros  melancólicos,  penados,  pensativos  y  amarillos. 

Allí  no  se  guardaba  fe  a  los  amigos,  lealtad  a  los  señores  ni  res- 
peto a  los  parientes.  Las  primas  se  hacían  terceras  y  éstas  primas;  las 
criadas  señoras,  y  los  señores,  criados.  .  .  . 

Esto  estaba  yo  contemplando,  cuando  por  medio  de  todos  atravesó 
un  hombre  de  extraña  forma,  lleno  de  ojos  y  oídos  y  al  parecer  as- 
tuto. Porque  no  me  ganara  por  la  mano,  le  quise  preguntar  primero 
yo  quién  era  y  qué  hacía  allí.  A  ambas  cosas  me  respondió  así:  «Mi 
nombre  es  Celos,  y  muy  bien  me  conocéis  vos,  porque,  a  no  ser  así, 
no  estuviérades  en  este  patio.  Yo,  aunque  soy  grande  parte  de  acre- 
centar el  número  de  los  enfermos  y  furiosos  que  aquí  hay,  soy  loquero  y 
sirvo  de  castigarlos,  no  de  curarlos;  que  antes  suelo  acrecentarles  el 
mal.  Si  queréis  saber  más  de  las  cosas  desta  casa,  no  me  lo  preguntéis 
a  mí,  que,  por  milagro,  digo  verdad;  porque  dejo  de  ser  quien  soy, 
en  diciéndola.  Soy  gran  invencionero  y  contaros  he.mil  mentiras..  .  . 


214  antología. 

No  estaban  los  locos  en  cuartos  diferentes,  porque  las  acciones 
de  cada  uno  decían,  a  quien  atentamente  los  mirase,  su  inclina- 
ción, su  tema  y  su  locura.  ]  Cuántos  vi  muy  galanes  y  sin  camisa '. 
i  Cuántos  con  caballos  para  pasear  y  sin  un  cuarto  para  comer '. 
i  Cuántos  que  no  tenían  pan,  y  los  tentaba  la  carne  1  Uno  iba  a  un 
discreto  a  que  le  notase  los  papeles,  y  otro  le  notaba  que  era  un  gran 
majadero.  Otro  quería  enamorar  por  lindo,  muy  preciado  de  tufos  y 
guedejas,  manos  blancas  y  pies  chicos,  siendo  un  lucifer  en  la  cara  \ 
un  escuerzo  en  el  talle,  sin  saber  que  siempre  quieren  ellas  ser  las  lind.i 
de  casa.  Otro,  por  lo  valiente  —  gran  personaje  del  trago  y  de  la  taba- 
quera — ;  no  considerando  que  las  más  son  medrosas.  Unos  vi  que 
salían  de  noche  a  no  más  que  a  salir  de  noche,  y  otros  que  se  ena- 
moraban porque  veían  a  otros  enamorados.  Éste  iba  a  todas  las  fiestas 
a  enamorarse,  haciéndolas  días  de  trabajo,  y  aquél  andaba  de  casa  en 
casa,  como  pieza  de  ajedrez,  sin  poder  coger  nunca  la  dama.  Unos  de- 
cían más  que  sentían,  y  otros  sentían  y  no  decían  palabra.  A  estos 
locos  mudos  tuve  gran  lástima  y  les  aconsejara  yo  que  se  enamoraran 
de  unos  adivinos;  mas,  como  los  locos  nunca  oyen,  no  les  dije  nada. 
Los  desvanecidos  se  enamoraban  de  personas  tan  altas  que  nunca  las 
alcanzaban.  Destos  hay  muchos  en  palacio,  galanes  obligados  a  ena- 
morar las  mejores  damas,  sin  más  caudal  que  sus  cuerpos  gentiles  y 
cual  o  cual  faltilla  personal  que  se  les  ve  a  tiro  de  arcabuz.  Los  des- 
confiados —  gente  de  juicio  y  seso  y  por  la  mayor  parte  necesitados 
—  se  pagaban  de  mujeres  tan  bajas  que  los  dejaban  alcanzados. 

(Casa  de  locos  de  amor.) 

Romances. 

DICHA   DE   ADÁN. 

Padre  Adán,  no  lloréis  duelos,  Un  higo  sólo  os  vedaron, 

Dejad,  buen  viejo,  el  llorar,  sea  manzana,  si  gustáis; 

pues  que   fuisteis  en   la   tierra  que  yo,   para  comer  una, 

el  más  dichoso  mortal.  Dios  me  lo  había  de  mandar. 

De  la  variedad  del  mundo  Tuvistes  mujer  sin  madre : 

entrastes  vos  a  gozar,  ¡Grande  suerte  y  de  envidiar' 

sin  sastres  ni  mercaderes,  Gozastes  mundo  sin  viejas, 

plaga  que   trajo  otra   edad.  ni   suegrecita   inmortal. 

Para   daros   compañía  Si   os  quejáis  de  la  serpiente, 

quiso  el   Señor  aguardar  que  os  hizo  a  entrambos  mascar, 

hasta  que  llegó  la  hora  ¡  cuánto  es  mejor  la  culebra 

que  sentistes  soledad.  que  la  suegra,  preguntad ! 

Costóos  la  mujer  que  os  dieron  La  culebra,  por  lo  menos, 

una  costilla,  y  acá  os  da  a  los  dos  que  comáis; 

todos  los  huesos  nos  cuestan,  si  suegra  fuera,  os  comiera 

aunque  ellas  nos  ponen  más.  a  los  dos,  y  más  y  más. 

Dormistes,  y  una  mujer  Si  Eva  tuviera  madre, 

hallastes  al   despertar ;  como  tuvo  a  Satanás, 

y  hoy,  '»n  durmiendo  un  marido,  comiérase  el   paraíso, 

halla  a  su   lado  otro  Adán.  no  de  un   pero  la  mitad. 


QUEVEDO. 


215 


Las   culebras   mucho  saben ; 
mas  una  suegra  infernal 
más  sabe  que  las  culebras : 
así  lo  dice  el  refrán. 
Llegaos  a  que  aconsejara 
suegra  de  este  temporal 
comer  un   bocado  solo, 
aunque  fuera  rejalgar. 
Consejo  fué  del  demonio 
que  anda   en  ayunas  lo   más ; 
que   las  suegras,   de  un  almuerzo 
la  tierra  engullen   y  el   mar. 


¡  Señor  Adán  I   menos  ([uejas 
y  dejad  el   lamentar ; 
sabe   estimar  la  culebra 
y  no  la  tratéis  tan   mal. 
V  si  gustáis  de   trocarla 
a  suegras,  de  este   lugar, 
ved  lo  que  queréis  encima ; 
que  mil  os  la  tomarán.   — 
Esto  dijo  un  ensuegrado 
llevándole  a   conjurar, 
para  salir  de  la  suegra, 
un   cura   y  un   sacristán. 


EL  CARACOL. 


Riéndose  está  el  ratón 

en  el  umbral  de  su  cueva, 

del  caracol  ganapán, 

que  va  con  su  casa  a  cuestas. 

Y  viendo  cómo  arrastrando, 

por  su   corcova  la  lleva, 

muy  camello  de  poquito, 

le  dijo  de  esta  manera : 

«Dime,  cornudo,  vecino 

de  un  cuerno,  en  que  te  hospedas, 

i  qué  callo  de   pie   trazó 

una  alcoba  tan   estrecha  r 

Tú  vives  emparedado 

sin  castigo  o   penitencia, 

y  hecho  chirrión  de  tu   casa, 

la  mudas  y  la   trasiegas. 

Vestirse  de  un  edificio 

invención  de  sastre  es  nueva : 

tú,  albañil  enjerto  en  sastre, 

te  vistes  y  te  aposentas. 

El  vivir  un  lobanillo, 

es  de  podre  y  de  materia ; 

y  nunca  salir  de   casa, 

de  persona  muy  enferma. 

Verruga  andante  pareces 

que  ha  producido  la   tierra, 

muy  preciado  de  que  solo 

tu  todo  un  palacio   llevas. 

Si  le  viniese  algún  huésped, 

i  qué  aposento  le  aparejas, 

tú,   que  en  la  mano  de  un  gato, 

por  no  admitirle,   te  encierras? 

Yo   te  llevaré   a  la  corte  ', 

en   donde  no  te  defienda 

de  tercera  parte  o  huésped 

tu   casilla  tan   estrecha. 


i  No  te  fuera  más  descanso 

andarte  por  estas  selvas 

y  en  estos  agujerillos 

tener  tu  cama  y  tu  mesa  r 

Riéndose  están  de  ti 

los  lagartos  en  las  peñas, 

los  pájaros  en  los  nidos, 

las  ranas  en  las  acequias. 

Si  esa  casa  es  tu  mortaja, 

i  de  buena  cosa  te  precias, 

pues  vives  en  ataúd, 

donde  es  forzoso  que  mueras  1 

De  una  fábrica  presumes 

que   Vitruvio  no  la  entienda  ; 

y  si   vale  un  caracol  ''j 

en  dos  ninguno  la  precia. 

Y  citar  puedo  a  Vitruvio, 

porque  soy  ratón   de  letras, 

que  en  casa  de  un  arquitecto 

comí  a  Vignola   una  nesga. 

Sacar  los  cuernos  al  sol 

ningún  marido  lo  aprueba, 

aunque   de  ellos  coma,  y  tú 

muy  en  ayunas  los  muestra?. 

Dirás  que  me  caza  el  gato 

con  todas  estas  arengas ; 

y  ¿a  ti  no  te  echan  la  uña 

los  viernes  y  las  cuaresmas  • 

¿No  te  guisan  y  te  comen 

entre  abadejo  y  lentejas  ? 

¿Y  hay,  después  de  estar  guisado. 

alfiler  que  no   te  prenda  ?  ' 

Pero  de  matraca   baste, 

que  yo  espero  gran  respuesta ; 

y  aunque  soy  más  cortesano, 

ine   he  de  correr  más  apriesa.- 


1  Madrid.  Ofrecieron  los  propietarios  madrileños  sus  casas  a  ciertos  empleados 
de  palacio  a  fin  de  conseguir  se  trasladase  la  corte  a  su  ciudad. 
^  =  comino.  ^  Para  sacarlos  de  la  concha.. 


2i6  antología. 

HURTADO  DE  MENDOZA. 

DEL   «LAZARILLO   DE  TORMES  . 

TRATADO  V. 
Cómo  Lázaro  se  asentó  con  un  biildero,  y  de  las  cosas  que  con  él  pasó. 

En  el  quinto  por  mi  ventura  di,  que  fué  un  buldero  el  más  desen- 
vuelto y  desvergonzado,  y  el  mayor  echador  dellas  que  jamás  yo  vi,  ni 
ver  espero,  ni  pienso  nadie  vio;  i)orque  tenía  y  buscaba  modos  y 
maneras  y  muy  sutiles  invenciones.  En  entrando  en  los  lugares  do 
habían  de  presentar  la  bulla ,  primero  presentaba  a  los  clérigos  o 
curas  algunas  cosillas,  no  tampoco  de  mucho  valor  ni  substancia: 
una  lechuga  murciana  si  era  por  el  tiempo,  un  par  de  limas  o  na- 
ranjas, un  melocotón,  un  par  de  duraznos,  cada  sendas  peras  ver- 
dinales. Así  procuraba  tenerlos  propicios,  porque  favoreciesen  su  negocio 
y  llamasen  sus  feligreses  a  tomar  la  bulla ;  ofreciéndosele  a  él  las  gracias, 
informábase  de  la  suficiencia  dellos;  si  decían  que  entendían,  no  hablaba 
palabra  en  latín  por  no  dar  tropezón,  mas  aprovechábase  de  un  gentil 
y  bien  cortado  romance  y  desenvoltísima  lengua.  Y  si  sabía  que  los 
dichos  clérigos  eran  de  los  reverendos,  hacíase  entre  ellos  un  santo 
Tomás,  y  hablaba  dos  horas  en  latín,  a  lo  menos  que  lo  parecía  auní^ue 
no  lo  era.  Cuando  por  bien  no  le  tomaban  las  bullas,  buscaba  cómo 
por  mal  se  las  tomasen,  y  para  aquello  hacía  molestias  al  pueblo.  Y 
otras  veces  con  mañosos  artificios,  y  porque  todos  los  que  le  veía  hacer 
sería  largo  de  contar,  diré  uno  muy  sutil  y  donoso,  con  el  cual  probaré 
bien  su  suficiencia. 

En  un  lugar  de  la  Sagra  de  Toledo  había  predicado  dos  o  tres  días 
haciendo  sus  acostumbradas  diligencias,  y  no  le  habían  tomado  bulla, 
ni  a  mi  ver  tenían  intención  de  se  la  tomar.  Estaba  dado  al  diablo  con 
aquello,  y  pensando  (¡ué  hacer,  se  acordó  de  convidar  al  pueblo  para 
otro  día  de  mañana  despedir  la  bulla.  Y  esa  noche,  después  de  cenar, 
pusiéronse  a  jugar  la  colación  él  y  el  alguacil,  y  sobre  el  juego  vinieron 
a  reñir  y  a  haber  malas  palabras.  Él  llamó  al  alguacil  ladrón,  y  el  otro 
a  él  falsario;  sobre  esto  el  señor  comisario,  mi  señor,  tomó  un  lanzón, 
que  en  el  portal  do  jugaban  estaba.  El  alguacil  puso  mano  a  su  espada 
que  en  la  cinta  tenía:  al  ruido  y  voces  que  todos  dimos,  acuden  los 
huéspedes  y  vecinos,  y  métense  en  medio,  y  ellos  muy  enojados  procu- 
rándose desembarazar  de  los  que  en  medio  estaban,  para  se  matar ;  mas 
como  la  gente  al  gran  ruido  cargase,  y  la  casa  estuviese  llena  della, 
viendo  que  no  podían  afrentarse  con  las  armas,  decíanse  palabras  in- 
juriosas, entre  las  cuales  el  alguacil  dijo  a  mi  amo  que  era  falsario,  y 
las  bullas  que  predicaba  eran  falsas;  finalmente,  que  los  del  pueblo, 
viendo  que  no  bastaban  ponellos  en  paz,  acordaron  de  llevar  al  alguacil 
de  la  posada  a  otra  parte.  Y  así  quedó  mi  amo  muy  enojado,  y  después 


HURTADO    DE    MENDOZA. 


217 


que  los  huéspedes  y  vecinos  le  hubieron  rogado  (jue  perdiese  el  enojo 
y  se  fuese  a  dormir,  así  nos  echamos  todos. 

La  mañana  venida,  mi  amo  se  fué  a  la  iglesia,  y  mandó  tañer  a  misa 
y  al  sermón  para  despedir  la  bulla.  Y  el  pueblo  se  juntó,  el  cual  andaba 
murmurando  de  las  bullas  diciendo,  como  eran  falsas,  y  que  el  mismo 
alguacil  riñendo  lo  había  descubierto.  De  manera  que  atrás  que  tenían 
mala  gana  de  tomalla,  con  aquello  del  todo  la  aborrecieron.  El  señor 
comisario  se  subió  al  pulpito  y  comienza  su  sermón,  y  a  animar  la 
gente  a  que  no  quedasen  sin  tanto  bien  y  indulgencia  como  la  santa 
bulla  traía.  Estando  en  lo  mejor  del  sermón,  entra  por  la  puerta  de  la 
iglesia  el  alguacil,  y  desque  hizo  oración,  levantóse,  y  con  voz  alta  y 
pausada  cuerdamente  comenzó  a  decir:  «Buenos  hombres,  oidme  una 
palabra,  que  después  oiréis  a  quien  quisierdes.  Yo  vine  aquí  con  este 
echacuervo  que  os  predica,  el  cual  me  engañó,  y  dijo  que  le  favore- 
ciese en  este  negocio,  y  que  partiríamos  la  ganancia,  y  agora  visto  el 
daño  que  haría  a  mi  conciencia  y  a  vuestras  haciendas,  arrepentido  de 
lo  hecho,  os  declaro  claramente  que  las  bullas  que  predica  son  falsas, 
y  que  no  le  creáis  ni  las  toméis,  y  que  yo  directe  ni  indirecte  no  soy 
parte  en  ellas,  y  que  desde  agora  dejo  la  vara  y  doy  con  ella  en  el 
suelo;  y  si  en  algún  tiempo  éste  fuese  castigado  por  la  falsedad,  que 
vosotros  me  seáis  testigos,  como  yo  no  soy  con  él,  ni  le  doy  a  ello 
ayuda,  antes  os  desengaño  y  declaro  su  maldad.»  Y  acabó  su  razo- 
namiento. Algunos  hombres  honrados  que  allí  estaban  se  quisieron  le- 
vantar y  echar  al  alguacil  fuera  de  la  iglesia  por  evitar  escándalo ;  mas 
mi  amo  fué  a  la  mano  y  mandó  a  todos  que  so  pena  de  excomunión 
no  le  estorbasen,  mas  que  le  dejasen  decir  todo  lo  que  quisiese:  y  así 
él  también  tuvo  silencio  mientras  el  alguacil  dijo  todo  lo  que  he  dicho. 
Como  calló,  mi  amo  le  preguntó  que  si  quería  decir  más  que  lo  dijese. 
El  alguacil  dijo:  «Harto  más  hay  que  decir  de  vos  y  de  vuestra  falsedad; 
mas  por  agora  basta.»  El  señor  comisario  se  hincó  de  rodillas  en  el  pul- 
pito, y  puestas  las  manos,  y  mirando  al  cielo,  dijo  así:  «Señor  Dios,  a 
quien  ninguna  cosa  es  escondida,  antes  todas  manifiestas,  y  a  quien 
nada  es  imposible,  antes  todo  posible,  tú  sabes  la  verdad,  y  cuan  in- 
justamente yo  soy  afrentado ;  en  lo  que  mí  toca,  yo  le  perdono,  porque 
tú.  Señor,  me  perdones;  no  mires  aquel  que  no  sabe  lo  que  hace  ni 
dice ;  mas  la  injuria  a  ti  hecha,  te  suplico,  y  por  justicia  te  pido,  no 
disimules,  porque  alguno  que  está  aquí,  que  tal  vez  pensó  tomar  aquesta 
santa  bulla,  dando  crédito  a  las  falsas  palabras  de  aquel  hombre  lo  dejará 
de  hacer ;  y  pues  es  tanto  perjuicio  del  prójimo,  te  suplico  yo.  Señor,  no 
lo  disimules,  mas  luego  muestra  aquí  milagro,  y  sea  desta  manera:  que  si 
es  verdad  lo  que  aquél  dice,  y  que  yo  traigo  maldad  y  falsedad,  este  pul- 
pito se  hunda  conmigo,  y  meta  siete  estados  debajo  de  tierra,  do  él  ni  yo 
jamás  parezcamos.  Y  si  es  verdad  lo  que  yo  digo,  y  aquél,  persuadido  del 
demonio  (por  quitar  y  privar  a  los  que  están  presentes  de  tan  gran  bien),, 
dice  maldad,   también    sea  castigado,  y  de  todos  conocida  su  malicia.» 


2lS  ANTOLOGÍA. 

Apenas   había   acabado  su  oración  el  devoto  señor  mío,    cuando  el 
negro  alguacil  cae  de  su  estado,  y  da  tan  gran  golpe  en  el  suelo,  que  | 
la  iglesia   toda   hizo   resonar,    }■  comenzó  a  bramar   y  echar  espumajos  i 
por  la   boca,    y  torcella   y  hacer   visajes  con  el  gesto,    dando  de  pie  y  ' 
de   mano,    revolviéndose   por   aquel   suelo    a   una   parte   y    a    otra.    Fl 
estruendo  y  voces  de  la  gente  era  tan  grande,  que  no  se  oían  unos  a 
otros;  algunos  estaban  espantados  y  temerosos;  unos  decían:  El  Señor 
le  socorra  y  valga;   otros:  Bien  se  le  emplea,  pues  levantaba  tan  falso 
testimonio.  Finalmente,  algunos  que  allí  estaban,  y  a  mi  ])arecer  no  sin  ■ 
harto  temor,  se  llegaron  y  trabaron  de  los  brazos,  con  los  cuales  daba  1 
fuertes  puñadas   a  los  que  cerca  del  estaban ;    otros   le   tiraban  por  las  j 
piernas,  y  tuvieron  reciamente,  porque  no  había  muía  falsa  en  el  mundo  \ 
que  tan  recias  coces  tirase.  Y  así  le  tuvieron  un  gran  rato,  porque  más , 
de  quince  hombres  estaban  sobre  él,  y  a  todos  daba  las  manos  llenas, , 
y  si    se   descuidaban,    en  los   hocicos.    A   todo   esto   el    señor   mi   amo  | 
estaba   en   el   pulpito   de   rodillas,    las   manos   y  los   ojos  puestos  en  el 
cielo,  trasportado  en  la  divina  esencia,    que  él  plantó,   y  ruido  y  voi 
que  en  la  iglesia  había  no  eran  parte  para  apartalle  de  su  divina  con 
templación.    Aquellos  buenos  hombres  llegaron  a  él,    y  dando  voces  le  | 
despertaron  y  le  suplicaron  quisiese  socorrer  a  aquel  pobre,  que  estaba  I 
muriendo,  y  que  no  mirase  a  las  cosas  pasadas,  ni  a  sus  dichos  malos,  | 
pues    ya   dellos   tenía  el  pago ;   mas  si   en   algo  podía  aprovechar  para  j 
librarle  del  peligro  y  pasión  que  padecía,  por  amor  de  Dios  lo  hiciese,  I 
pues  ellos  veían  clara  la  culpa  del  culpado,  y  la  verdad  y  bondad  suya,  | 
pues  a  su  petición  y  venganza  el  Señor  no  alargó  el  castigo.  El  señor  ' 
comisario,  como  quien  despierta  de  un  dulce  sueño,  los  miró,  y  miró  al  delin- 
cuente y  a  todos  los  que  alrededor  estaban,    y  muy   pausadamente   les  j 
dijo:   «Buenos  hombres,  vosotros  nunca  habíades  de  rogar  por  un  hombre  j 
en  quien  Dios  tan  señaladamente  se  ha  señalado.  Mas  pues  él  nos  manda  ' 
que  no  volvamos  mal  por  mal  y  perdonemos  las  injurias,  con  confianza  . 
podremos  suplicarle  que  cumpla  lo  que  nos  manda,  y  su  Majestad  per- ! 
done  a  éste  que  le  ofendió   poniendo  en  su  santa  fe  obstáculo ;   vamos  | 
todos  a  suplicalle.»  Y  así  bajó  del  pulpito  y  encomendó  aquí  muy  devota- 
mente  supHcasen   a   nuestro  Señor   tuviese   por   bien  perdonar  a  aquel 
pecador,  y  volverle  en  su  salud  y  sano  juicio,  y  lanzar  del  el  demonio, 
si  su  Majestad  había  permitido  que  por  su  pecado  en  él  entrase. 

Todos  se  hincaron  de  rodillas,  y  delante  del  altar  con  los  clérigos 
comenzaban  a  cantar  con  voz  baja  una  letanía,  y  viniendo  él  con  la 
cruz  y  agua  bendita,  después  de  haber  sobre  él  cantado,  el  señor  mi 
amo,  puestas  las  manos  al  cielo,  y  los  ojos  que  casi  nada  se  le  parecía 
sino  un  poco  de  blanco,  comienza  una  oración  no  menos  larga  que  de- 
vota, con  la  cual  hizo  llorar  a  toda  la  gente,  como  suelen  hacer  en  los 
sermones  de  pasión  de  predicador  y  auditorio  devoto,  suplicando  a  nuestro 
Señor,  pues  no  quería  la  muerte  del  pecador,  sino  su  vida  y  arrepen 
timiento,   que   aquel   encaminado   por   el   demonio    y  persuadido   de  la 


HURTADO    DE    MENDOZA.      VICENTE    ESPINEL 


219 


muerte  y  pecado,  le  quisiese  perdonar  y  dar  vida  y  salud,  para  que  se 
arrepintiese  y  confesase  sus  pecados;  y  esto  hecho  mandó  traer  la  bulla, 
y  púsosela  en  la  cabeza,  y  luego  el  pecador  del  alguacil  comenzó  poco 
a  poco  a  estar  mejor  y  a  tornar  en  sí,  y  desque  fué  bien  vuelto  en  su 
acuerdo,  echóse  a  los  pies  del  señor  comisario,  y  demandándole  perdón, 
confesó  haber  dicho  aquello  por  la  boca  y  mandamiento  del  demonio, 
lo  uno  por  hacer  a  él  daño  y  vengarse  del  enojo,  lo  otro  y  más  prin- 
cipal, porque  el  demonio  recibía  mucha  pena  del  bien  que  allí  se  hiciera 
en  tomar  la  bulla.  El  señor  mi  amo  le  perdonó,  y  fueron  hechas  las 
amistades  entre  ellos,  y  a  tomar  la  bulla  hubo  tanta  priesa,  que  casi 
ánima  viviente  en  el  lugar  no  ([uedó  sin  ella,  marido  y  mujer,  y  hijos, 
y  hijas,  mozos  y  mozas.  Divulgóse  la  nueva  de  lo  acaecido  por  los  lu- 
gares comarcanos,  y  cuando  a  ellos  llegábamos  no  era  menester  sermón 
ni  ir  a  la  iglesia,  que  a  la  posada  la  venían  a  tomar  como  si  fueran 
peras  que  se  dieran  de  balde.  De  manera  que  en  diez  o  doce  lugares 
de  aquellos  alrededores  donde  fuimos,  echó  el  señor  mi  amo  otras 
tantas  mil  bullas  sin  predicar  sermón. 

Cuando  se  hizo  el  ensayo,  confieso  mi  pecado,  que  también  fui 
dello  espantado,  y  creí  que  así  era,  como  otros  muchos.  Mas  con  ver 
después  la  risa  y  burla  que  mi  amo  y  el  alguacil  llevaban  y  hacían 
del  negocio,  conocí  cómo  había  sido  industriado  por  el  industrioso  y 
inventivo  de  mi  amo,  y  aunque  muchacho .  cayóme  mucho  en  gracia, 
y  dije  entre  mí:  «¡Cuántas  déstas  deben  de  hacer  estos  burladores 
entre  la  inocente  gente!»  Finalmente,  estuve  con  este  mi  quinto  amo 
cerca  de  cuatro  meses,    en  los  cuales  pasé  también  hartas  fatigas. 

VICENTE  ESPINEL. 

DEL   «ESCUDERO  MARCOS  DE   OBREGÓN». 
MARCOS  A  DOÑA  MERGELINA. 

Yo  le  decía:  «Mire,  señora,  que,  ya  que  no  responda  bien,  a  lo 
menos  tiene  obligación  de  callar  como  mujer  principal;  que  en  el  si- 
lencio no  puede  haber  que  notar.»  —  «No  soy  yo  mujer»,  decía  ella,  «a 
quien  nadie  ha  de  perder  el  respeto.»  Si  alguno  le  decía  que  era  muy 
hermosa,  ella  le  decía:  «Y  él  hermoso  majadero.»  Díjole  un  día  un  mo- 
zalbillo no  de  mal  talle:  <  Así  se  me  tornen  las  pulgas  en  la  cama.>'  Al 
cual  muy  de  propósito  respondió:  «Debe  dormir  en  alguna  zahúrda  el 
lechón. » 

Era  tan  descortés  y  sacudida,  que  todos  lo  iban  de  sus  respuestas, 
y  ella  lo  quedaba  de  mis  reprensiones.  A  cierto  clérigo  de  San  An- 
drés, pequeño  de  cuerpo  y  grande  de  ánimo,  conocido  mío,  que  yendo 
muy  pulido  con  una  sobrepelliz  muy  blanca,  porque  le  dijo  que  no  se 
I  saliese  de  casa  a  hacer  el  oficio  de  la  muerte,  le  replicó:  «¿También, 
habla   el    escarabajo   hinchado ?>:     Que,    con    aquel   sacudimiento,    tenía 


220  antología. 

mucho  donaire  y  gusto  en  cualquiera  materia.  Yo,  entre  muchas  veces 
que  \a  reprendí  su  vanidad,  me  arrojé  una  a  decirle  todo  lo  que  me 
pareció,  que,  aunque  ella  estaba  confiada  en  su  buen  parecer,  quise  ver 
si  podía  enmendalla  con  el  mío,  y  le  dije:  «Vuesa  merced  usa  de  su 
hermosura  lo  peor  del  mundo,  porque,  pudiendo  ser  querida  y  loadn 
de  cuantos  andan  en  él,  quiere  ser  aborrecida  de  todos.  Quien  dii  i 
hermosura,  dice  apacibilidad,  dulzura,  suavidad  de  condición  y  trato,  \ 
me/xlándola  con  soberbia  y  desapacibilidad,  se  viene  a  convertir  en  odio 
lo  que  había  de  ser  amor.  Que  un  don  tan  excelente  como  la  hermo- 
sura, concedido  por  merced  de  Dios,  es  razón  que  tenga  alguna  corres- 
pondencia con  el  ánimo.  Que  si  no  parece  lo  uno  a  lo  otro,  arguye 
mal  entendimiento  o  poco  agradecimiento  a  la  merced  que  Dios  hiuv 
a  quien  lo  da.  Hermosura  con  mala  condición  es  una  fuente  clarísima 
que  tiene  por  guarda  una  víbora,  y  es  sobrescrito  y  carta  de  recomen- 
dación que,  en  abriéndola,  tiene  un  demonio  dentro.  ¿  Hay  en  el  mundo 
quien  quiera  ser  aborrecido?  ¿Hay  quien  quiera  ser  estimado  en  poco? 
Xo  por  cierto.  Pues  quien  tiene  consigo  porque  le  amen  y  estimen, 
i  por  qué  quiere  que  le  aborrezcan  y  menosprecien  ?  i  Es  por  fuerza  que 
la  hermosura  ha  de  estar  acompañada  con  vanidad,  desdorada  con  igno- 
rancia y  conservada  con  locura?  .  .  .  ¿Qué  hermosura  se  ha  visto  que 
no  se  estrague  con  el  tiempo?  ¿Qué  vanidad  que  no  venga  a  dar  en 
mil  bajíos?  ¿Qué  estimación  propia  que  no  padezca  mil  azares?  Cierto 
que  fuera  bien  que,  como  hay  para  las  mujeres  maestros  de  danzar 
y  bailar,  los  hubiese  también  de  desengaño.  .  .  .  Mire  no  la  castigue  su 
presunción  y  demasiada  estimación  de  su  persona.» 

(Relación  1,  descanso  2.) 

MARCOS  Y  DOÑA  MERGELINA. 

«¿No  queréis  que   sienta   ofensa    hecha   a  un  corderillo  como  éste,  i 
a  una  paloma  sin  hiél,    a   un    mocito   tan  humilde  y  apacible  que  aun 
quejarse  no  sabe  de  una  cosa  tan  mal  hecha  ?    Cierto  que  quisiera  ser 
hombre  en  este  punto,  para  vengarle,    y  luego  mujer,  para  regalarle  y 
acariciarle.» 

«Señora»,  le  dije  yo,  «¿(jué  novedad  es  ésta?  ¿Qué  mudanza  de 
rigor  en  blandura?  ¿De  cuándo  acá  piadosa?  ¿  De  cuándo  acá  sensible? 
¿De  cuándo  acá  blanda  y  amorosa?» 

«Desde  que  vos»,  respondió  ella,  «venisteis  a  mi  casa,  que  trujisteis 
este  veneno  envuelto  en  una  guitarra-,  desde  que  me  reprendisteis  mis 
desdenes;  desde  que,  viendo  mi  bronca  y  áspera  condición,  quise  ver 
si  podía  (juedar  en  un  medio  lícito  y  honesto,  he  venido  de  un  ex- 
tremo a  otro :  de  áspera  y  desdeñosa  a  mansa  y  amorosa ;  de  desamo- 
rada y  tibia,  a  tierna  de  corazón;  de  sacudida  y  soberbia,  a  humilde 
y  apacible;  de  altiva  y  desvanecida,  a  rendida  y  sujeta.» 

«i Oh  pobre  de  mí!»  dije  yo,  que  ahora  me  quedaba  i)or  llevar 
una  carga  tan  pesada  como  ésta.   «¿Qué  culpa  puedo  yo  tener  en  sus  ac- 


VICENTK    ESPINEL.  22  1 

(idcntes  de  vuesa  merced  o  qué  parte  en  sus  inclinaciones?  ;  Hay  quien 
sea  superior  en  voluntades  ajenas?  ¿Hay  quien  pueda  ser  profeta  en 
las  cosas  que  han  de  suceder  a  los  gustos  y  apetitos  ?  Pero,  pues  por 
mí  comenzó  la  culpa,  por  mí  se  atajará  el  daño,  porque  no  venga  a 
>Lr  mayor,  con  hacer  que  él  no  vuelva  más  a  esta  casa  o  irme  yo  a 
otra;  que,  si  con  la  ocasión  creció  lo  que  yo  no  pude  pensar,  con  ata- 
jarla tornarán  las  cosas  a  su  principio.» 

«No  lo  digo»,  dijo  ella,  «por  tanto,  padre  de  mi  alma;  que  la  culpa 
\(>  la  tengo  (si  hay  culpa  en  los  actos  de  voluntad).  No  os  enojéis  por 
ir.is  inadvertencias,  que  estoy  en  tiempo  de  hacer  y  decir  muchas.  Antes 
os  admirad  de  las  pocas  que  viéredes  y  oyéredes  en  mí.  Ni  hagáis  lo 
que  habéis  dicho,  si  queréis  mi  vida  como  queréis  mi  honra.  Porque 
e>toy  en  tiempo  que  con  poca  más  contradicción  haré  algún  borrón 
ijue  tizne  mi  reputación  y  la  deje  más  negra  que  mi  ventura.  No  estoy 
para  que  me  desamparéis  ni  para  admitir  reprensión,  sino  para  pedir 
socorro  y  ayuda.  Bien  me  decíades  vos  que  mi  presunción  y  vanidad 
habían  de  caer  de  su  trono.  Cuanto  me  podéis  repetir  y  traer  a  la  me- 
moria, yo  lo  doy  por  dicho  y  lo  confieso.  Favorecedme,  y  no  me  desam- 
¡laréis  en  esta  ocasión,  y  no  me  matéis  con  decir  que  os  iréis  de  esta 
'■asa.» 

Y  con  esto  y  otras  cosas  que  dijo,  lloró  tan  tiernamente,  cubriendo 
el  rostro  con  un  lienzo,  que  por  poco  fuera  menester  quien  nos  con- 
solara a  entrambos.  Y  si  fué  grande  la  reprensión  que  le  di  por  so- 
berbia, mayor  fué  el  consuelo  que  le  di  por  afligida.  ISIas,  animándome 
en  lo  que  era  más  razón,  acudiendo  a  mi  obligación,  a  su  consuelo  y 
honra  de  su  casa,  le  dije  con  la  mayor  demostración  que  pude: 

«¿Es  posible  que  en  tan  extraordinaria  condición  ha  podido  caber 
tanta  mudanza,  y  que  por  ojos  tan  llenos  de  hermosura  y  desdenes  hayan 
salido  tan  piadosas  lágrimas,  y  que  por  mejillas  tan  recatadas  haya  co- 
rrido un  licor  tan  precioso,  que  siendo  bastante  a  enternecer  las  en- 
trañas de  Dios,  se  haya  derramado  y  echado  a  mal  por  un  miserable 
hombre ;  y  ya  que  se  había  de  precipitar,  y  arrojarse,  y  desdecir  de  sí 
propia,  no  hiciera  elección  de  una  persona  de  muchas  partes  y  mereci- 
mientos? Ya  que  se  rinda  quien  no  podía  ser  rendida,  ¿había  de  ser 
a  una  sabandija  tan  desventurada?  Que  se  rinda  la  hermosura  a  la  feal- 
dad, la  limpieza  a  la  inmundicia  y  asquerosidad,  no  sé  qué  me  diga 
de  tal  elección  y  tan  abominable  gusto.» 

«Oh  ¡cuan  engañados»,  dijo  ella,  «están  los  hombres  en  pensar  que 
las  mujeres  se  enamoran  por  elección,  ni  por  gentileza  de  cuerpo  o 
hermosura  de  rostro,  ni  por  más  o  menos  partes,  grandeza  de  linaje, 
soberbia  de  estado,  abundancia  de  riqueza  —  trato  de  lo  que  verdadera- 
mente es  amor.  Pues,  para  que  se  desengañen,  sepan  que  en  las 
mujeres  el  amor  es  una  voluntad  continuada  que  de  la  vista  crece  y 
con  la  comunicación  se  cría  y  conserva,  sin  hacer  elección  déste 
ni  de  aquél.    Y  la  que  no  se  guardare   desto,    caerá   sin   duda.    Desta 


2  22  ANTOLOGÍA. 

continuación  ha  nacido  mi  llama,  y  con  ella  se  ha  criado  hasta  ser  tan 
grande,  que  me  tiene  ciegos  los  ojos  para  ver  otra  cosa,  y  las  orejas 
cerradas  para  admitir  reprensión,  y  la  voluntad  incapaz  de  recibir  otro 
sello.  Y  cuanto  más  lo  deshacéis  y  aniquiláis,  tanto  más  se  enciende 
la  voluntad  y  el  deseo.  ¿Por  ventura  los  barberos  son  de  diferente 
metal  que  los  demás  hombres,  para  que  aniquiléis  un  oficio  que  tanta 
merced  hace  a  los  hombres  en  tornallos  de  viejos,  mozos?  ¿Llamáisle  I 
sarnoso  por  unas  rascadurillas  que  tiene  en  las  muñecas,  que  parecen  ¡ 
hojas  de  clavel:  <No  echáis  de  ver  aquella  honestidad  de  rostro,  la 
humildad  de  sus  ojos,  la  gracia  con  que  mueve  aquella  voz  y  garganta : 
No  me  le  deshagáis,  ni  reprendáis  mi  gusto,  que  no  está  para  contra- 
decillo,  ni  para  rechazallo.» 

«¡Ojalá»,  dije  yo,  «fuera  pelota!  que  yo  la  chazara  y  rechazara. — 
Pero,  pues  ha  llegado  a  tan  estrecho  paso,  haré  con  vuesa  merced  lo 
que  con  mis  amigos :  que  es,  en  la  elección,  aconsejarles  lo  mejor  (juc 
sé  y  en  la  determinación,  ayudarles  lo  mejor  que  puedo.» 

Díjele  esto  por  no  desconsolarla,  hasta  que,  poco  a  poco,  fuese  perdiendo 
el  cariño  que  pudiera  traer  la  ofensa  de  Dios.         (Descanso  2,  fin.) 

MARCOS  DELANTE  DE  MÁLAGA. 

Habiendo  descansado  aquella  noche  lo  que  parecía  que  bastaba 
para  los  trabajos  de  mi  macho,  fui  a  rogarle  que  se  animase;  y  gru 
ñendo  alzó  la  pata,  y  al  mismo  tiempo  dile  un  palo  con  que  se  le 
acordó  el  trabajo  pasado.  Sosegóse  luego,  y  échele  la  silla ;  caminé  a 
Benamejí,  que  estaba  muy  cerca.  Y  aunque  quise  pasar  sin  que  me 
viese  el  señor  de  Benamejí,  el  bellaco  del  macho  se  arrojó  en  su  casa, 
y  fué  forzoso  descansar  allí  un  rato.  Al  fin,  por  abreviar  el  cuento,  lle- 
gué a  Málaga,  o,  por  mejor  decir,  páreme  a  vista  della  en  un  alto 
que  llaman  la  cuesta  de  Zambara.  Fué  tan  grande  el  consuelo  que  re- 
cibí de  la  vista  della,  y  la  fragancia  que  traía  el  viento,  regalándose 
por  aquellas  maravillosas  huertas,  llenas  de  todas  especies  de  naranjos 
y  limones,  llenas  de  azahar  todo  el  año,  que  me  pareció  ver  un  pedazo 
de  paraíso.  Porque  no  hay  en  toda  la  redondez  de  aquel  horizonte 
cosa  que  no  deleite  los  cinco  sentidos.  Los  ojos  se  entretienen  con  la 
vista  de  mar  y  tierra,  llena  de  tanta  diversidad  de  árboles  hermosí- 
simos como  se  hallan  en  todas  las  partes  que  producen  semejantes  plantas; 
con  la  vista  del  sitio  y  edificios,  así  de  casas  particulares  como  de 
templos  excelentísimos,  especialmente  la  iglesia  mayor,  que  no  se  conoce 
más  alegre  templo  en  todo  lo  descubierto.  A  los  oídos  deleita  con  grande 
admiración  la  abundancia  de  los  pajarillos,  que,  imitándose  unos  a  otros, 
no  cesan  en  todo  el  día  y  la  noche  su  dulcísima  armonía,  con  un  arte 
sin  arte;  que  como  no  tienen  consonancia  ni  disonancia,  es  una  con- 
fusión dulcísima  que  mueve  a  contemplación  del  universal  Hacedor  de 
todas  las  rosas.  Los  mantenimientos,  abundantes  y  substanciosos  para  el 
gusto  y  la  salud.  (Cap.  xvii.) 


AGUSTÍN    DE    ROJAS. 


223 


AGUSTÍN  DE  ROJAS. 

DEL    «VIAJE  ENTRETENIDO». 


Los  campos  de  Manzanares 
saben  quién  son  mis  abuelos; 
cuya  apacible  ribera 
conoce  mi  nacimiento. 

Las  sombras  de  sus  alisos 
ni  las  sombras  de  sus  cedros 
no  se  acuerdan,   porque  entonces 
me  vieron  dorados  techos. 

Yo,  aunque  de  la  gran  nobleza 
de  mis  padres  estoy  lejos, 
cualquiera  que  me  conoce 
me  dice  que  los  parezco. 

No  digo  que  esto  es  verdad ; 
mas  con  ella  decir  puedo, 
si  serlo  el  deseo  arguye, 
que  son  nobles  mis  deseos. 

Es  oficio  de  pastor, 
pastora  hermosa,  el  que  tengo ; 
el  más  feliz  de  la  tierra 
y  el  que  más  parece  al  cielo. 

Tiene  el  año  doce  meses, 
y  el  mes  treinta  días  enteros, 
veinticuatro  horas  el  día, 
que  a  mi  gusto  se  las  cuento. 

Levantóme  de  mañana, 
y  al   alba,   que  está  riendo, 
la  saludo,   acompañando 
a  los  pintados  jilgueros. 

Llamo  entonces  mi  familia, 
que,  habiendo  vencido  el  sueño, 
sin  pereza  y  sin  cuidado 
deja  el  apacible  lecho. 

Después  de  estar  en  pie  todos 
es  de  mirar  el  contento 
que  alrededor  de   la  lumbre 
tienen  al  sol  del   torrezno. 

Y  en  habiendo  reforzado 
las  fuerzas  con   el   almuerzo, 
acuden  a  su  ejercicio 
más  que  los  rayos  ligeros. 

Unos  ponen   con  presteza 
al  arado   el  corvo  hierro, 
otros  al  buey  perezoso 
uncen  con  el  compañero. 

Van  al  campo  a  sus  trabajos 
a  pagar  el  grave   censo 
que  puso  Dios  por  sus  culpas 
a  nuestros  padres  primeros. 


Y  después  de  haber  medido 
los  campos  y  los  oteros, 
vuelven  el  ganado  a  casa 

con  los  veladores  perros. 

El  labrador  da  a  sus  bueyes 
con  francas  manos  el  heno ; 
que  aun  hasta  en  los  animales 
se  sigue  al  trabajo  el   premio. 

Pero  el  pastor  codicioso 
coge  al   tierno  corderuelo 
y  a  la  madre  se  le  pone, 
que  bala  por  darle  el  pecho. 

Y  a  la  cabra,   que  codicia 
el   recién   nacido  hijuelo, 
saca   el   cabrito  que  en  casa 
se  quedó  por  ser  tan  tierno. 

Este  es  todo  su  cuidado ; 
después,   de   todos  ajenos, 
más  contentos  que  los  reyes 
ponen  a  la  mesa  cerco. 

Para  vencer  a  la  hambre, 
que- es  el   contrario  más  recio, 
no  faltan  dulces  manjares, 
sin  envidiar  a  los  cetros. 

La  manteca  regalada 
ocupa  el  primer  asiento, 
que  en  vez  de  aziícar  la  comen 
con  panal  reciente  y  fresco. 

Y  cuando  de  su  dulzura 
están   harto  satisfechos, 
tienen,  como  le  desean, 

el  tierno  y  grueso  carnero. 

De  los  mejores  del  hato 
cogen   un  cabrito  grueso, 
y,   sin  reparar  en  gastos, 
le  comen,  cuando  es  su  tiempo. 

Cuando  viene  el  San  Martín, 
de   los  más  cebados  puercos 
rechinan  los  chicharrones 
y  trasciende  el  entrecuesto. 

Y  si  para  hartar  la  sed 
no  bastan  los  arroyuelos, 
en   casa  del  mayoral 

no  les  falta  el  vino  añejo. 

Ésta  es  la  vida  que  paso, 
señora,  y  la  que  te  ofrezco 
por  víctima  y  por  primicias 
de  nuestro  dulce   himeneo. 


224 


ANTOLOGÍA. 


GINÉS  PÉREZ  DE  HITA. 

DE   LAS   «GUERRAS   CIVILES   DE   GRANADA». 

No   preguntes  en   cjlic   cntiemlo, 


EL  MAESTRE  DE  CALATRAVA. 

(Abenámar  tiene) 
Por  arrimo  su  albornoz 
y  jior  alfombra  su  adarga, 
la  lanza  llana  en  el  suelo, 
que  es  mucho  allanar  su  lanza. 

¡  Ay  Dios  I   ¡  qué  buen  caballero 
es  el  maestre  de  Caltrava, 
y   cuan  bien   corre   los   moros 
por  la  vega  de  Granada 
desde  la  fuente  del  Pino 
hasta  la  Sierra  Nevada; 
y  en  esas  puertas  de  Elvira 
mete  el  puñal  y  la  lanza ; 
las  puertas  eran  de  hierro : 
de  parte  a  parte  las  pasa. 

ZAIDE  Y  ZAIDA. 

Por  la  calle  de  su  dama 
paseándose  anda  Zaide, 
aguardando  que  sea  hora 
que  se  asome  para  hablarle. 

Desesperado  anda  el  moro 
en  ver  que  tanto  se  tarde ; 
que  piensa  con  sólo  verla 
aplacar  el  fuego  en  que  arde. 

Viola  salir  a  un  balcón 
más  bella  que  cuando  sale 
la  luna  en  la  obscura  noche 
y  el  sol  en  sus  tempestades. 

ZAIDE  A  ZAIDA  '. 

Lágrimas  que  no  pudieron 
tanta  dureza  ablandar, 
yo  las  volveré  a  la  mar, 
pues  que  de   la  mar  salieron. 

Hicieron  en  duras  peñas 
mis  lágrimas  sentimiento, 
tanto  que  de  su  tormento 
dieron  unas  y  otras  señas. 

\    pues  ellas  no  pudieron 
tanta  dureza  ablandar, 
yo  las  volveré  a  la  mar, 
pues  que  de  la  mar  salieron. 

ZAIDA  A  ZAIDE. 
Mira,  Zaide,  que  te  aviso 
que  no  pases  por  mi  calle, 
ni  hables  con  mis  criadas, 
ni   con  mis  cautivos  trates. 

'   A    la  cual   ha   conocido  en  el   mar. 


ni  quien  viene  a  visitarme, 
ni  qué  fiestas  me  dan  gusto, 
ni  ([ué  colores  me  placen. 

Basta  que   son  por  tu  causa 
las  (jue  en  el  rostro  me  salen, 
corrida  de  haber  mirado 
moro  que  tan  poco  sabe. 

Confieso  que  eres  valiente, 
que  hiendes,  rajas  y  partes, 
y  que  has  muerto  más  cristianos 
que  tienes  gotas  de  sangre. 
Que  eres  gallardo  jinete, 
que  danzas,   cantas  y  tañes, 
gentil   hombre  bien   criado 
cuanto  puede  imaginarse. 

Blanco  y  rubio  por  extremo, 
esclarecido  en   linaje, 
el  gallo  de  las  bravatas 
la  gala  de  los  donaires. 

CJue  pierdo  mucho  en  perderte 
que  gano  mucho  en  ganarte, 
y  que,  si  nacieras  mudo, 
fuera  posible  adorarte. 

Y  por  este  inconveniente 
determino  de  dejarte, 
que  eres  pródigo  de  lengua 
y  amargan  tus  libertades. 

Habrá  menester  ponerte 
fjuien  quisiere  sustentarte, 
un  alcázar  en  el  pecho 
y  en  los  labios  un  alcaide. 

Mucho  pueden  con  las  damas 
los  galanes  de  tus  partes, 
porque  los  quieren  briosos, 
que  hiendan  y  que  desgarren. 

^'  con  esto,  Zaide  amigo, 
si  algún  banquete  las  haces, 
del  plato  de  tus  favores 
quieres  que  coman  y  callen. 

Costoso  fué  el  que  me  hiciste; 
venturoso  fueras,   Zaide, 
si  conservarme  supieras, 
como  supiste  obligarme. 
Pero  no  saliste  apenas 
de  los  jardines  de  Tarfe, 
cuando   hiciste  de   la   tuya 
y  de  mi  desdicha  alarde. 

A  un  morillo  mal  nacido 
me  dijeron  que  enseñaste 


GINES    PÉREZ    DE    HITA. 


la  trenza   de   mis   cabellos 
que  te  puse  en  el  turbante. 

No  pido  que  me  la  des, 
ni  que  tampoco  la  guardes; 
mas  fjuiero  que  entiendas,   moro, 
que  en   mi   desgracia   la   traes. 

También   me  certificaron 
cómo  le  desafiaste 
por  las  verdades  que  dijo ; 
que  nunca  fueran  verdades. 

De  mala  gana   me   río: 
i  qué   donoso  disparate  ! 
no  guardas  tú  tu  secreto, 
¿  y  quieres  que  otro  lo  guarde  ? 

No  fiuiero  admitir  disculpa ; 
otra  vez  vuelvo  a  avisarte  : 
ésta  será  la  postrera 
que  me  veas  y  te  hable.  — 

Dijo  la  discreta  mora 
al   altivo  abencerraje, 
y  al  despedirse  replica : 
Quien  tal  hace,  que  tal  pague. 

ZAIDE  A  ZAIDA. 

Di,  Zaida,  ¿de  qué  me  avisas? 
¿Quieres  que  mire  y  que  calle? 
No  des  crédito  a  mujeres 
ni  a  mal   fundadas  verdades. 

Que  si  pregunto  en  qué  entiendes 
o  quién  viene  a  visitarte, 
fiestas  son   de  mi  contento 
las  colores  que  te  salen. 

Si   dices,  son  por  mi  causa, 
consuélate  con  mis  males, 
que  mil  veces  con  mis  ojos 
tengo  regadas  tus  calles. 

Si   dices  que  estás  corrida 
de  que  Zaide  poco  sabe, 
no  supe  poco,  pues  supe 
conocerte  y  adorarte. 

Conoces  que  soy  valiente 
y  tengo  otras  muchas  partes ; 
no  las  tengo,  pues  no  puedo 
de   una  mentira  vengarme. 


Mas,   si  ha  querido  mi  suerte 
que  ya  en  quererme  le  canses, 
no  pongas  inconvenientes 
más  de  que  quieres  dejarme. 

No  entendí  que   eras  mujer 
a  fiuien  novedad  aplace; 
mas  son  tales  mis  descuidos 
que  aun  en  lo  imposible  hacen. 

Vo  soy  quien  pierdo  en  perderte, 
y  gano   mucho  en   amarte, 
y  aunque   hables  en   mi  ofensa, 
no  dejaré   de  adorarte. 

Dices  que,   si  fuera  mudo, 
fuera  posible  adorarme; 
si  en  mi  daño  no  lo  he  sido, 
enmudezco  en   disculparme. 

¿líate  ofendido  mi  vida? 
¿Quieres,  señora,  matarme? 
Que  no  te  hable  me  mandas, 
para  que  el  pesar  me  acabe. 

Es  mi  jiecho  calabozo 
de  tormentos  inmortales ; 
mi  boca  la  del  silencio 
que  no  ha  menester  alcaide. 

El  hacer  plato  y  banquete 
es  de  hombres  principales; 
mas  el   hacer  disfavores 
sólo  pertenece  a  infames. 

Zaida  cruel,  hasme  dicho 
que  no  supe  conservarte; 
mejor  supe  yo  quererte 
que  tú  supiste  obligarme. 

Mienten   los  moros  y   moras 
y  miente  el  villano  Tarfe, 
que,   si  yo  le  amenazara, 
bastara  para  matarle. 

Ese  perro  mal  nacido 
a  quien   yo  mostré  el   turbante, 
no  le   fío  yo  secretos, 
que  en  bajo  pecho  no  caben. 

Vo  he  de  (juilarle  la  vida 
y  he  de  escribir  con  su  sangre 
lo  que  tú,   Zaida,   replicas : 
Quien  ial  hace,  qtie  tal  pague. 


FIESTAS. 

Llegado  ya  el  celebrado  día  de  la  grandiosa  fiesta,  mandó  el  rey 
(de  Granada)  traer  veinticuatro  toros  de  los  mejores  que  había  en  la  sierra 
de  Ronda,  que  eran  allí  muy  bravos.  Y  puesta  la  plaza  de  Vivarrambla 
como  verdaderamente  convenía  para  tal  fiesta,  el  rey,  acompañado  de 
muchos  caballeros,  ocupó  los  miradores  reales,  que  para  aquellas  fiestas 
estaban  diputados.  La  reina  con  muchas  damas  se  puso  en  otros  mi-, 
radores  con  la  misma  orden  que  el  rey, 

JÜNEMANN,  Lit.  y  Ant.  esp.  I  5 


226  ANTOLOGÍA. 

Todos  los  ventanajes  de  las  casas  de  Vivarrambla  estaban  ocupados 
de  bellísimas  damas.  Acudió  tanta  gente,  que  no  había  sitio  donde  estu- 
viesen, y  vinieron  muchos  de  fuera  del  reino,  como  fué  de  loledo  y 
de  Sevilla,  y  la  flor  de  los  caballeros  desta  ciudad  se  hallaron  en 
("i ranada  a  la  fama  de  tan  grandes  fiestas. 

Los  caballeros  abencerrajes  andaban  corriendo  los  toros  con  tanta 
gallardía  y  brío,  ciue  daban  a  todos  mucho  contento  en  mirarlos;  y,  en 
verlos  hacer  aquellas  gentilezas,  les  daban  mil  alabanzas;  y  particular- 
mente se  llevaban  tras  de  sí  los  ojos  de  todas  las  damas,  porque  eran 
tan  favorecidos  dellas  que  no  se  tenía  por  dama  quien  no  amalea 
abencerraje.  Y  donde  quiera  que  había  caballeros  deste  linaje,  eran 
tan  tenidos,  estimados  y  queridos  de  todos,  que  causaban  envidia  a  los 
otros  caballeros.  Y  con  mucha  razón  eran  queridos  de  las  damas, 
porque  todos  ellos  eran  galanes  y  gentiles  hombres,  hermosos  y  dotados 
de  discreción,  y  muy  bien  criados  y  de  muchos  respetos.  Ninguno  lle- 
gaba a  cualquiera  dellos  con  necesidad  que  no  se  la  remediase,  aunque 
fuese  muy  a  su  costa.  Eran  deshacedores  de  agravios,  acjuictadores  de 
la  república,  padres  de  huérfanos,  amigos  por  extremo  de  la  conserva- 
ción y  obediencia  a  sus  reyes  debida.  Eran  muy  amigos  de  cristianos, 
porque  ellos  mismos  iban  a  las  mazmorras  a  visitar  a  los  cautivos,  y  los 
consolaban,  daban  limosnas  y  les  enviaban  de  comer.  Y  por  estas  y 
otras  muchas  causas  eran  tan  queridos  de  todo  el  reino.  Jamás  en  ellos 
se  halló  temor,  aunque  se  les  ofreciesen  casos  muy  arduos.  Daban  tanto 
contento  con  su  bizarría  y  nobleza,  que  las  damas  y  toda  la  gente  no 
apartaban  su  vista  dellos.  No  menos  galas  llevaban  los  gallardos  ala- 
beces.  Procuraron  mostrar  su  valor  los  zegríes,  porque  alancearon  ocho 
toros  muy  bien,  sin  recibir  daño  ningún  zegrí  ni  los  caballos. 

A  la  una  de  la  tarde  ya  estaban  corridos  doce  toros,  y  el  rey  mandó 
tocar  los  clarines  y  dulzainas ;  que  era  señal  para  que  todos  los  caba- 
lleros que  habían  de  jugar,  se  juntasen  en  el  mirador.  Y  juntos,  muy 
gozoso  el  rey  les  hizo  dar  colación.  Lo  mismo  hizo  la  reina  a  sus 
damas,  las  cuales  tenían  galas  y  trajes  nunca  vistos;  a  que  daba  más 
ser  la  hermosura  de  quien  los  tenía  puestos.  Llevó  la  reina  ima  rica 
marlota  de  brocado,  con  muy  ricas  labores  de  oro  y  pedrería  fina. 
Tenía  un  tocado  muy  costoso  y  encima  de  la  frente  una  rosa  encar- 
nada y  en  medio  de  ella  un  carbunclo  precioso.  En  volviendo  el  rostro 
la  reina,  era  tanto  el  resplandor  y  claridad  que  echaba  de  sí  el  car- 
bunclo, que  quitaba  la  vista  a  quien  lo  miraba.  La  bella  Daraja  salió 
de  azul,  la  marlota  de  damasco  picada,  forrada  de  tela  de  plata,  que 
descubría  por  las  picaduras  la  fineza  de  la  tela;  en  el  tocado  dos  plu- 
mas :  una  azul  y  otra  blanca,  divisa  de  los  abencerrajes.  instábale  muy 
bien  la  gala,  por  ser  hermosa,  (jue  ninguna  dama  podía  competir  con  ella. 

Serían  las  dos  de  la  tarde,  cuando  los  caballeros  y  damas  acabaron 
de  córner  las  colaciones  y  soltaron  un  toro  de  los  más  bravos  que  ha- 


GINKS    PÉREZ    DE    HITA.     JOSÉ    FRANCISCO    DE    ISLA.  22? 

bíu  entre  todos ;  que  no  seguía  homl)re  a  quien  no  volteaba ;  ni  la  lige- 
(reza  de  los  caballos  ni  de  las  yeguas  l)astal)a  a  escaparse  de  sus 
'  veloces  cornadas.  Kra  tanta  su  braveza  y  ligereza,  que  en  breve  espacio 
le  desocuparon  la  plaza  todos  los  de  a  pie,  aunque  contra  su  voluntad. 
Como  vio  su  braveza  el  rey,  dijo  a  los  caballeros:  «Bien  será  lancear 
ese  toro.»  Malique  Alabez  pidió  licencia  para  hacer  algún  lance,  y  el 
rey  se  la  dio. . . .  Bajó  de  los  miradores  Alabez  .  .  .  dio  vuelta  a  toda 
la  plaza,  y  llegando  al  balcón  donde  estaba  su  señora  Cobayda,  hizo 
que  se  arrodillase  el  caballo  y  él  humilló  la  cabeza,  haciendo  cortesía 
a  su  dama  y  a  todas  las  demás  que  estaban  allí.  La  dama  enamorada 
de  su  Alabez,  se  levantó  y  le  hizo  el  acatamiento.  Él  muy  gozoso  de 
haber  visto  a  su  querida  señora,  y  tan  favorecido,  espoleó  al  caballo  y 
partió  más  veloz  que  un  rayo.  Tanta  era  la  ligereza  del  caballo  que 
apenas  se  le  veía  en  la  carrera.  El  rey  y  los  caballeros  se  holgaron  de 
verle:  a  los  zegríes  les  pesó,  porque  era  mortal  la  envidia. 

Era  tanta  la  gritería  de  la  gente  que  ponía  grima,  y  era  la  causa 
que  el  toro  había  dado  vuelta  por  toda  la  plaza,  habiendo  volteado  y 
derribado  mucha  gente  y  muerto  cinco  o  seis  personas ;  y  venía,  como 
el  viento,  a  donde  estaba  Alabez.  Y  como  le  vio  venir,  quiso  hacer  una 
gentileza,  y  fué  que  saltó  del  caballo  y  aguardó  al  toro  con  ánimo  osado, 
el  albornoz  en  la  mano  izquierda.  Y,  cuando  bajó  el  toro  la  cabeza 
para  hacer  su  golpe  y  darle  un  bote,  le  echó  tan  bien  el  albornoz  de- 
lante de  los  ojos  que  dio  gran  contento  a  todos.  Y  asiéndole  de  ambos 
cuernos,  le  hizo  estar  quedo  a  su  pesar,  porque  era  grande  la  fuerza 
i  que  tenía.  El  toro  procuraba  desasirse  para  matarle,  y  Alabez  se  de- 
|fendía  con  el  valor  de  su  persona,  aunque  con  mucho  peligro.  Y  pa- 
reciéndole  al  valiente  moro  que  duraba  mucho  aquella  pelea,  enojado 
y  con  cólera  que  tenía,  le  torció  el  pescuezo  y  con  fuerza  increíble  le 
derribó  en  tierra  como  si  fuera  muy  débil  oveja.  Y  como  lo  vio  en  el 
'suelo,  se  fué  poco  a  poco,  con  semblante  apacible,  y  sin  poner  el  pie 
jen  el  estribo  saltó  en  su  caballo,  dejando  al  toro  molido  y  tal  que  no 
se  pudo  levantar  de  allí;  quedando  todos  muy  admirados  de  su  es- 
fuerzo, valor  y  fortaleza  invencible,  dándole  mil  loores.  El  rey  llamó  a 
Alabez,  y  fué  como  si  no  hubiera  hecho  cosa  alguna.  (Cap.  vi.) 

JOSÉ  FRANCISCO  DE  ISLA. 

HISTORIA  DEL  FAMOSO   PREDICADOR  FRAY   GERUNDIO 
DE   CAMPAZAS,  ALIAS  ZOTES. 

CAPÍTULO  VI  DEL  LIBRO  I. 

En  que  se  parte  el  capítulo  quinto,  porque  ya  va  largo. 

I.  Pues   con  este  cuidado  que  el  maestro  tenía  de  Gerundico,   con 

la  aplicación  del  niño  y  con  su  viveza  e  ingenio,  que  realmente  le  tenía, 

aprendió   fácilmente    v  presto   todo  cuanto  le  enseñaban.    Su  desgracia 

15* 


antología. 


fué,    que   siempre   le   deparó   la  suerte  maestros   estrafalarios   y  estram- 
bóticos, como  el  Cojo,  (^ue  en  todas  las  facultades  le  enseñaron  mil  san- 
deces, formándole  desde  niño  un  gusto  tan  particular  a  todo  lo  ridículo,  I 
impertinente  y  extravagante,  que  jamás  hubo  forma  de  quitársele,  y  aun- 
que muchas  veces  encontró  con  sujetos  hábiles,  cuerdos  y  maduros,  (jul 
intentaron   abrirle    los    ojos  para  que  distinguiese  lo  bueno  de  lo  malo  : 
(como  se   verá   en    el   decurso  de  esta  puntual  historia),    nunca  fué  po-i 
sible  apearle  de  su  capricho:  tanta  impresión  habían  hecho  en  su  ánimo! 
los  primeros  disparates.  El  Cojo  los  inventaba  cada  día  mayores;  y  hn 
biendo  leído   en   un   libro  que  se  intitula  Maestro  del  maesiro  de  nih 
que  éste  debe  poner  particular  cuidado  en  enseñarlos  la  lengua  propia, 
nativa  y  materna,    con    pureza  y  con  propiedad,    por  cuanto  enseña  la' 
experiencia  que    la  incongruidad,    barbarismos  y  solecismos  con  que  la' 
hablan  toda  la  vida  muchos  nacionales,  dependen  de  los  malos  modos, 
impropiedades  y  frases  desacertadas  que  se  les  pegan  cuando  niños, 
hacía   grandísimo   estudio   de  enseñarlos  a  hablar  bien  la  lengua  casit- 
llana.  Pero  era  el  caso  que  él  mismo  no  la  podía  hablar  peor ;  porque,  i 
como    era   tan    presumido   y  tan    exótico   en  el  modo  de  concebir,   así  | 
como   había   inventado    extravagantísima   ortografía,    así   también   se   le : 
había   puesto    en   la   cabeza   que  podía  inventar  una  lengua,  no  menos 
extravagante. 

2.  Mientras  fué  escribiente  del  notario  de  San  Millán,  había  notado  j 
en  varios  procesos  que  se  decía  así :  «cuarto  testigo  examinado,  María 
Gavilán;  octavo  testigo  examinado,  Sebastiana  Palomo.»  Esto  «le  cho- 
caba infinitamente»;  porque  decía  que  si  los  hombres  eran  testigos,  las 
mujeres  se  habían  de  llamar  testigos,  pues  lo  contrario  era  confundir  los 
sexos  y  parecía  romance  de  vizcaíno.  De  la  misma  manera  no  podía 
sufrir  que  el  autor  de  la  Vida  de  Santa  Catalina  dijese:  «Catalina,  su- 
jeto de  nuestra  historia» :  pareciéndole  (pie  Catalina  y  sujeto  eran 
mala  concordancia,  pues  venía  a  ser  lo  mismo  que  si  dijera:  «Catalina, 
el  hombre  de  nuestra  historia»,  siendo  cosa  averiguada  que  solamente 
los  hombres  se  deben  llamar  sujetos,  y  las  mujeres  sujetas.  —  Pues  <  qué, 
cuando  encontraba  en  un  libro:  «era  una  mujer  no  común,  era  un  gi- 
gante» :  Entonces  perdía  los  estribos  de  la  paciencia,  y  decía  a  sus  chicos 
todo  en  cólera  y  furioso:  «Ya  no  falta  más  sino  que  nos  quiten  las  barbas 
y  los  calzones,  y  se  los  pongan  a  las  mujeres.  ¿Por  qué  no  se  dirá: 
Era  una  mujer  no  comuna,  era  una  giganta  ?»  Y  por  esta  misma  regla 
los  enseñaba  que  nunca  dijesen  «el  alma,  el  arte,  el  agua»,  sino  «la 
alma,  la  arte,  la  agua»,  pues  lo  contrario  era  ridicularia,  como  dice  el 
indigesto  y  docto  Barbadiño. 

3.  Sobre  todo  estaba  de  malísimo  humor  con  aquellos  verbos  y  nombres 
de  la  lengua  castellana  que  comenzaban  con  arre,  como  «arrepentirse, 
arremangarse,  arreglarse,  arreo,  etc.,  jurando  y  perjurando  que  no  había 
de  parar  hasta  desterrarlos  de  todos  los  dominios  de  España;  porque 
era  imposible  que  no  los  hubiesen  introducido  en  ella  algunos  arrieros  de 


JOSÉ    FRANCISCO    DE    ISLA.  22g 

los  que  conducían  el  bagaje  de  los  godos  y  de  los  árabes.  Decía  a 
-11-  niños  que  hablar  de  esta  manera  era  mala  crianza,  porque  era  tratar 
de  burros  o  de  machos  a  las  personas.  Y  a  este  propósito  los  contaba 
que  yendo  un  Padre  Maestro  de  cierta  religión  por  Salamanca,  y  lle- 
vando por  compañero  a  un  frailecito  irlandés,  recién  trasplantado  de  Ir- 
landa, que  aun  no  entendía  bien  nuestra  lengua,  encontraron  en  la  calle 
del  Río  muchos  aguadores  con  sus  burros  delante,  que  iban  diciendo: 
«arre,  arre».  Preguntó  el  irlandesillo  al  Padre  Maestro  qué  quería  decir 
are,  pronunciando  la  r  blandamente,  como  lo  acustumbran  los  extranjeros. 
Respondióle  el  Maestro  que  aquello  cjuería  decir  que  anduviesen  los 
burros  adelante.  A  poco  trecho  después  encontró  el  Maestro  a  un  amigo 
suyo,  con  quien  se  paró  a  parlar  en  medio  de  la  calle :  la  conversación 
iba  algo  larga  ;  cansábase  el  irlandés,  y  no  sabiendo  otro  modo  de  ex- 
plicarse, cogió  de  la  manga  a  su  compañero  y  le  dijo  con  mucha  gracia ; 
«Are,  Padre  Maestro,  are»  ;  lo  cual  se  celebró  con  grande  risa  en  Sala- 
manca. Pues  ahora,  decía  el  Cojo  hecho  un  veneno,  que  el  arre  vaya 
solo,  ([ue  vaya  con  la  comitiva  o  acompañamiento  de  otras  letras,  siempre 
es  arre,  y  siempre  es  una  grandísima  desvergüenza  y  descortesía  que 
a  los  nacionales  nos  traten  de  esa  manera;  y  así  tenga  entendido  todo 
aquel  que  me  arreare  las  orejas,  que  yo  le  he  de  arrear  a  él  el  cu... 
y  acabólo  de  pronunciar  redondamente.  A  este  tiempo  le  vino  gana  de 
j hacer  cierto  menester  a  un  niño  que  todavía  andaba  en  sayas:  fuese 
delante  de  la  mesa  donde  estaba  el  maestro,  puso  las  manicas  y  le  pidió 
la  caca  con  grandísima  inocencia;  pero  le  dijo  que  no  sabía  arreman- 
garse. «Pues  yo  te  enseñaré,  grandísimo  bellaco»,  le  respondió  el  Cojo 
enfurecido;  y  diciendo  y  haciendo  le  levantó  las  faldas  y  le  asentó 
unos  buenos  azotes,  repitiendo  a  cada  uno  de  ellos:  «Anda,  para  que 
otra  vez  no  vengas  a  arremangarnos  los  livianos.» 

4.  Todas  estas  lecciones  las  tomaba  de  memoria  admirablemente 
nuestro  Gerundico ;  y  como  por  otra  parte  en  poco  más  de  un  año 
laprendió  a  leer  por  libro,  por  carta  y  por  proceso,  y  aun  a  hacer  pa- 
lotes y  a  escribir  de  a  ocho,  el  maestro  se  empeñó  en  cultivarle  más 
y  más,  enseñándole  lo  más  recóndito  que  él  mismo  sabía,  y  con  lo  que 
le  había  lucido  en  más  de  dos  convites  de  cofradía,  asistiendo  a  la 
mesa  algunos  curas  que  eran  tenidos  por  los  mayores  moralistones  de 
toda  la  comarca ;  y  uno  que  tenía  en  la  uña  todo  el  Lárraga  y  era  un 
hombre  cjue  se  perdía  de  vista,  se  quedó  embobado  habiéndole  oído  en 
cierta  ocasión. 

5.  Fué,  pues,  el  caso  que,  como  la  fortuna  o  la  mala  trampa  de- 
paraban al  buen  Cojo  todas  las  cosas  ridiculas,  y  él  tenía  tanta  habilidad 
para  que  lo  fuesen  en  su  boca  las  más  discretas,  por  no  saber  enten- 
derlas ni  aprovecharse  de  ellas,  llegó  a  sus  manos,  no  se  sabe  cómo, 
luna  comedia  castellana  intitulada  El  villano  caballero,  que  es  copia  mal 
ísacada  y  peor  zurcida  de  otra  que  escribió  en  francés  el  incomparable  . 
VIoliére,    casi    con   el   mismo  título.     En   ella   se   hace   una  grandísima 


antología. 


burla  de  atjuellos  maestros  pedantes  que  pierden  el  tiempo  en  enseñar 
a  los  niños  cosas  impertinentes  y  ridiculas,  que  tanto  importa  ignorarlas 
como  saberlas;  y  para  esto  se  introduce  al  maestro  o  al  preceptor  del 
repentino  caballero,  que  con  grande  aparato  y  ostentación  de  voces  le 
enseña  cómo  se  pronuncian  las  letras  vocales  y  ¡as  consonantes.  El 
Cojo  de  mis  pecados  tomó  de  memoria  todo  aquel  chistosísimo  pasaje; 
y  como  era  tan  cojo  de  entendederas  como  de  pies,  entendióle  con  la 
mayor  seriedad  del  mundo;  y  la  que  en  realidad  no  es  más  que  una 
delicadísima  sátira,  se  le  presentó  como  una  lección  tan  importante,  que 
sin  ella  no  podía  haber  maestro  de  niños  que  en  Dios  y  en  conciencin 
mereciese  serlo. 

6.  Un   día,    pues,    habiendo   corregido   las  planas  más  aprisa  de  lo 
acostumbrado,   llamó   a  Gerundico,    hízole   poner   en  pie  delante  de  la 
mesa,   tocó    la   campanilla    a  silencio,    intimó    atención  a  todos  los  mu- 
chachos,   y  dirigiendo   la   palabra    al   niño    Gerundio,    le   preguntó  con 
mucha  gravedad:  <  Dime,  hijo,  ¿cuántas  son  las  letras?»  Respondió  el  niño 
prontamente:   «Señor  maestro,  yo  no  lo  sé,  porque  no  las  he  contado 
«Pues  has  de  saber»,  continuó  el  Cojo,   «que  son  veinte  y  cuatro,  y  si  no 
cuéntalas.»  Contólas  el  niño  y  dijo  con  intrepidez:  «Señor  maestro,  en 
mi  cartilla  salen  veinte  y  cinco.»   «Eres  un  tonto»,  le  replicó  el  maestro, 
«porque  las  dos  A  a  primeras  no  son   más  que  una  letra  con  forma  o 
con   figura  diferente.»    Conoció  que  se  había  cortado  el  chico,    y  paral 
alentarle  añadió:   «No  extraño  que  siendo  tú  un  niño  y  no  habiendo  más! 
que  un  año  que  andas  a  la  escuela,  no  supieses  el  número  de  las  letras, 
porque   hombres   conozco   yo   que    están    llenos  de  canas,    y  se  llaman 
doctísimos,   y  se   ven   en   grandes  puestos,    y  no  saben  cuántas  son  las 
letras  del  abecedario;  ¡pero  así  anda  el  mundo!»  Y  al  decir  esto  arrancó] 
un  profundísimo  suspiro.  —  «La  culpa  de  esta  fatal  ignorancia  la  tienen  las' 
repúblicas  y  los  magistrados,    que    admiten  para  maestros  de  escuela  a 
unos   idiotas   que   no   valían   ni    aun    para  monacillos ;  pero  esto  no  es 
para  vosotros  ni  para  aquí ;  tiempo  vendrá  en  que  sabrá  el  Rey  lo  que 
pasa.    Vamos  adelante.» 

7.  «De  estas  veinte  y  cuatro  letras,  unas  se  llaman  vocales  y  otras 
consonantes.  Las  vocales  son  cinco:  a,  e,  i,  o,  u;  llámanse  vocales  por- 
que se  pronuncian  con  la  boca.»  «¿Pues  acaso  las  otras,  señor  maestro», 
le  interrumpió  Gerundico  con  su  natural  viveza,  «se  pronuncian  con  el 
cu...?»  y  díjolo  por  entero.  Los  muchachos  se  rieron  mucho:  el  Cojo 
se  corrió  un  poco;  pero  tomándolo  a  gracia,  se  contentó  con  ponerse 
un  poco  serio,  diciéndole:  «No  seas  intrépido,  y  déjame  acabar  lo  que 
iba  a  decir.  Digo,  pues,  que  las  vocales  se  llaman  así  porque  se  pro- 
nuncian con  la  boca,  y  puramente  con  la  voz ;  pero  las  consonantes  se 
pronuncian  con  otras  vocales.  Esto  se  explica  mejor  con  los  ejemplos: 
a,  primera  vocal,  se  pronuncia  abriendo  mucho  la  boca,  a.»  Luego  que 
oyó  esto  Gerundico,  abrió  su  boquita,  y  mirando  a  todas  partes  re- 
petía muchas  veces :   <ia,a,a\    tiene  razón  el  señor  maestro.»  Y  éste  pro- 


JOSÉ    FRANCISCO    DE    ISLA. 


231 


siguió  :  «La  e  se  pronuncia  acercando  la  mandíljula  inferior  a  la  superior, 
esto  es,  la  quijada  de  abajo  a  la  de  arriba,  ^.»  —  «A  ver,  a  ver  cómo  lo 
hago  yo,  señor  maestro»,  dijo  el  niño:  <i-e,  e,  e:  a,  a,  a,  e :  ¡Jesús,  y  qué 
cosa  tan  buena!»  — :  «La  /  se  pronuncia  acercando  más  las  quijadas  una  a 
otra,  y  retirando  igualmente  las  dos  extremidades  de  la  boca  hacia  las 
orejas:  /,  z.»  —  «Deje  usted  a  ver  si  yo  sé  hacerlo:  i,  i,  z.»  —  «Ni  más  ni 
menos,  hijo  mío,  y  pronuncias  la  /  a  perfección....  La  o  se  forma 
abriendo  las  quijadas,  y  después  juntando  los  labios  por  los  extremos, 
sacándolos  un  poco  hacia  fuera  y  formando  la  misma  figura  de  ellos, 
como  una  cosa  redonda  que  representa  una  <?.»  Gerundio,  con  su 
acostumbrada  intrepidez,  luego  comenzó  a  hacer  la  prueba  y  a  gritar 
o,  o,  o.  El  maestro  quiso  saber  si  los  demás  muchachos  habían  apren- 
dido también  las  importantísimas  lecciones  que  los  acababa  de  enseñar, 
y  mandó  que  todos  a  un  tiempo  y  en  voz  alta  pronunciasen  las  letras 
que  les  había  explicado.  Al  punto  se  oyó  una  gritería,  una  confusión  y 
una  algarabía  de  todos  los  diantres:  imos  gritaban  a,  a\  otros  e,  e\ 
otros  /,  z;  otros  o,  o.  El  Cojo  andaba  de  banco  en  banco,  mirando  a 
unos,  observando  a  otros  y  enmendando  a  todos:  a  éste  le  abría  más 
las  mandíbulas,  a  aquél  se  las  cerraba  un  poco;  a  uno  le  plegaba  los 
labios,  a  otro  se  los  descosía;  y  en  fin,  era  tal  la  gritería,  la  confusión 
y  la  zambra,  que  parecía  la  escuela  ni  más  ni  menos  al  coro  de  la 
santa  iglesia  de  Toledo  en  las  vísperas  de  la  Expectación. 

8.  Bien  atestada  la  cabeza  de  estas  impertinencias,  y  muy  apro- 
vechado en  necedades  y  en  extravagancias,  leyendo  mal  y  escribiendo 
peor,  se  volvió  nuestro  Gerundio  a  Campazas;  porque  el  maestro  había 
dicho  a  sus  padres  que  ya  era  cargo  de  conciencia  tenerle  más  tiempo 
en  la  escuela,  siendo  un  muchacho  que  se  perdía  de  vista,  y  encargán- 
doles que  no  dejasen  de  ponerle  luego  a  la  gramática,  porque  había  de 
ser  la  honra  de  la  tierra.  La  misma  noche  que  llegó  hizo  nuestro  escolín 
ostentación  de  sus  habihdades  y  de  lo  mucho  que  había  aprendido  en 
la  escuela,  delante  de  sus  padres,  del  cura  del  lugar  y  de  un  fraile  que 
iba  con  obediencia  a  otro  convento;  porque  de  éstos  apenas  se  lim- 
piaba la  casa.  Gerundico  preguntó  al  cura:  «¿A  que  no  sabe  usted 
cuántas  son  las  letras  de  la  cartilla?»  El  cura  se  cortó  oyendo  una  pre- 
gunta que  jamás  se  la  habían  hecho,  y  respondió:  «Hijo,  yo  nunca  las 
he  contado.»  —  «Pues  cuéntelas  usted»,  prosiguió  el  chico;  «¿y  va  un  ochavo 
a  que,  aun  después  de  haberlas  contado,  no  sabe  cuántas  son?»  Contó 
el  cura  veinte  y  cinco,  después  de  haberse  errado  dos  veces  en  el  ab c; 
y  el  niño,  dando  muchas  palmadas,  decía:  «¡Ay,  ay!  que  le  cogí,  que 
le  gané,  porque  cuenta  por  dos  letras  las  dos  A  a  primeras,  y  no  es 
más  que  una  letra  escrita  de  dos  modos  diferentes.»  Después  preguntó 
al  Padre:  «¿Vaya  otro  ochavo  a  que  no  me  dice  usted  cómo  se  es- 
cribe burro,  con  b  pequeña  o  con  agrande?»  —  «Hijo»,  respondió  el  buen 
religioso,  «yo  siempre  lo  he  visto  escrito  con  b  pequeña.»  —  <No  señor,  no 
señor»,  le  replicó  el  muchacho :   «si  ei  burro  es  pequeñito  y  anda  todavía 


232  ANTOLOGÍA. 

a  la  escuela,  se  escribe  con  /'  pequeña;  pero  si  es  un  burro  grande, 
como  el  burro  de  mi  padre,  se  escribe  con  B  grande;  poríjue  dice 
señor  maestro  que  las  cosas  se  han  de  escribir  como  ellas  son,  y  que 
por  eso  una  pierna  de  vaca  se  ha  de  escribir  con  una  /'  mayor  que 
una  pierna  de  carnero.»  A  todos  les  hizo  gran  fuerza  la  razón,  y  no 
quedaron  menos  admirados  de  la  profunda  sabiduría  del  maestro,  que 
del  adelantamiento  del  discípulo;  y  el  buen  Padre  confesó  que  aunque 
había  cursado  en  las  dos  universidades  de  Salamanca  y  Valladolid, 
jamás  había  oído  en  ellas  cosa  semejante;  y  vuelto  a  Antón  Zotes  y  a 
su  mujer,  los  dijo  muy  ponderado:  «Señores  hermanos,  no  tienen  que 
arrepentirse  de  lo  que  han  gastado  con  el  maestro  de  Villaornate;  por- 
que lo  han  empleado  bien.»  Cuando  el  niño  o^'d  arrepentirse,  comenzó 
a  hacer  grandes  aspamientos,  y  a  decir:  «¡Jesús,  lesús,  qué  mala  pa- 
labra, arrepentirse  \  No  señor,  no  señor,  no  se  dice  arrepejítirse,  ni  cosa 
que  lleve  arre,  que  eso  dice  señor  maestro  que  es  bueno  para  los  bu- 
rros o  para  las  ruecas.  {«-Recuas  querrás  decir,  hijo»,  le  interrumpió 
Antón  Zotes,  cayéndosele  la  baba.) :  Sí  señor,  para  las  recuas,  y  no  para 
los  cristianos,  los  cuales  debemos  decir:  enrcpeniir,  ctiremangar,  enreglar 
el  papel  y  cosas  semejantes.»  El  cura  estaba  aturdido,  el  religioso  se 
hacía  cruces,  la  buena  de  la  Catanla  lloraba  de  gozo,  y  Antón  Zotes 
no  se  pudo  contener  sin  exclamar:  «¡Vaya,  que  es  bobada!»  que  es  la 
frase  con  que  se  pondera  en  Campos  una  cosa  nunca  vista  ni  oída. 

9.  Como  Gerundico  vio  el  aplauso  con  que  se  celebraban  sus  agu- 
dezas, quiso  echar  todos  los  registros,  y  volviéndose  segunda  vez  al 
cura  le  dijo:  «Señor  cura,  pregúnteme  usted  de  las  vocales  y  de  las 
consonantes.»  El  cura,  que  no  entendía  palabra  de  lo  que  el  niño 
quería  decir,  le  respondió ?  «¿De  qué  brocales,  hijo?  ¿Del  brocal  del 
pozo  del  Humilladero  y  del  otro  que  está  junto  a  la  ermita  de  San 
Blas?»  —  «No  señor,  de  las  letras  consonantes  y  de  las  vocales.» 

Cortóse  el  buen  cura,  confesando  que  a  él  nunca  le  habían  enseñado 
cosas  tan  hondas.  «Pues  a  mí  sí»,  continuó  el  niño;  y  de  rabo  a  oreja, 
sin  faltarle  punto  ni  coma,  los  encajó  la  ridicula  arenga  que  había  oído 
al  cojo  de  su  maestro  sobre  las  letras  vocales  y  consonantes;  y  en  aca- 
bando, para  ver  si  la  habían  entendido,  dijo  a  su  madre:  «Madrica, 
¿cómo  se  pronuncia  la  «;?»  —  «Hijo,  ¿cómo  se  ha  de  pronunciar?  Así, 
a,  abriendo  la  boca.»  —  «No,  madre,  pero  ¿cómo  se  abre  la  boca? 
«¿Cómo  se  ha  de  abrir,  hijo?  De  esta  manera:  íz.»  —  «Que  no  es  eso, 
señora;  pero  cuando  usted  la  abre  para  pronunciar  la  a,  ¿qué  es  lo 
que  hace?»  —  «Abrirla,  hijo  mío»,  respondió  la  bonísima  Catanla. 
«¡Abrirla!  eso  cualquiera  lo  dice:  también  se  abre  para  pronunciar  la  e, 
y  para  pronunciar  /,  o,  u,  y  entonces  no  se  pronuncia  a.  Mire  usted, 
para  pronunciar  a  se  baja  una  quijada  y  levanta  otra,  de  esta  manera»; 
y  cogiendo  con  sus  manos  las  mandíbulas  de  la  madre,  la  bajaba  la 
inferior  y  la  subía  la  superior,  diciéndola  que  cuanto  más  abriese  la 
boca,    mayor  sería  la  a  que  pronunciaría.    Hizo   después  que  el  padre 


JOSÉ    FRANCISCO    DE    ISLA.     JoVELLANOS.  233 

])ronunciase  la  c,  el  cura  la  /,  el  fraile  la  o,  y  él  escogió  por  la  más 
dificultosa  de  todas  la  pronunciación  de  la  u,  encargándoles  que  todos 
a  un  tiempo  pronunciasen  la  letra  que  tocaba  a  cada  uno,  levantando 
la  voz  cuanto  pudiesen,  y  observando  unos  a  otros  la  postura  de  la 
boca,  para  que  viesen  la  puntualidad  de  las  reglas  que  le  había  en- 
señado el  señor  maestro.  Kl  metal  de  las  voces  era  muy  diferente; 
porque  la  tía  Catanla  la  tenía  hombruna  y  carraspeña ,  Antón  Zotes 
clueca  y  algo  aternerada,  el  cura  gangosa  y  tabacuna,  el  Padre,  que 
estaba  ya  aperdigado  para  vicario  de  coro,  corpulenta  y  becerril;  Ge- 
rundico  atiplada  y  de  chillido.  Comenzó  cada  uno  a  representar  su 
papel  y  a  pronunciar  su  letra,  levantando  el  grito  a  cual  más  podía: 
hundíase  el  cuarto,  atronábase  la  casa.  Era  noche  de  verano,  y  todo 
el  lugar  estaba  tomando  el  fresco  a  las  puertas  de  la  calle.  Al  estruendo 
\  a  la  algazara  de  la  casa  de  Antón  Zotes,  acudieron  todos  los  vecinos, 
(  reyendo  que  se  quemaba  o  que  había  sucedido  alguna  desgracia:  entran 
en  la  sala,  prosiguen  los  gritos  descompasados,  ven  aquellas  figuras,  y 
como  ignoraban  lo  c^ue  había  pasado,  juzgan  que  todos  se  han  vuelto 
locos.  Ya  iban  a  atarlos,  cuando  sucedió  una  cosa  nunca  creída  ni  ima- 
Li;inada,  que  hizo  cesar  de  repente  la  gritería  y  por  poco  no  convirtió 
l;i  música  en  responsos.  Como  la  buena  de  la  Catanla  abría  tanto  la 
lioca  para  pronunciar  su  a,  y  naturaleza  liberal  la  había  proveído  de 
este  órgano  abundantísimamente,  siendo  mujer  que  de  un  bocado  se 
engullía  una  pera  de  donguindo  hasta  el  pezón,  quiso  su  desgracia  que 
se  la  desencajó  la  mandíbula  inferior  tan  descompasadamente,  que  se 
quedó  hecha  un  mascarón  de  retablo,  viéndosela  toda  la  entrada  del 
esófago  y  de  la  traqui-arteria  con  los  conductos  salivales,  tan  clara  y 
distintamente,  que  el  barbero  dijo  descubría  hasta  los  vasos  linfáticos 
donde  excretaba  la  respiración.  Cesaron  las  voces,  asustáronse  todos, 
hiciéronse  mil  diligencias  para  restituir  la  mandíbula  a  su  lugar;  pero 
todas  sin  fruto,  hasta  que  al  barbero  le  ocurrió  cogerla  de  repente  y 
darla  por  debajo  de  la  barba  un  cachete  tan  furioso,  que  se  la  volvió 
a  encajar  en  su  sitio  natural,  bien  que,  como  estaba  desprevenida,  se 
mordió  un  poco  la  lengua  y  escupió  algo  de  sangre.  Con  esto  paró  en 
risa  la  función ;  y  habiéndose  instruido  los  concurrentes  del  motivo  de 
ella,  quedaron  pasmados  de  lo  que  sabía  el  niño  Gerundio,  y  todos 
dijeron  a  su  padre  que  le  diese  estudios;  porque  sin  duda  había  de 
ser  obispo. 

JOVELLANOS. 

INTRODUCCIÓN  A  UN  ESCRITO   PRESENTADO  AL  TRIBUNAL 

en   un   pleito  que   se  litiga  entre   Don   Mariano  Colón   y  el   Duque  de  Veraguas. 

Entre  los  grandes  y  tristes  ejemplos  con  que  acredita  la  historia  de 
las  naciones  cultas  cuan  mal  pagadas  han  sido  siempre  las  fatigas  de 
los  hombres  célebres   que  consagraron   su  vida  y  su  reposo  al  bien  de 


234  ANTOLOr.[A. 

los  hermanos,  ninguno  se  presenta  tan  señalado  como  el  del  incompa- 
rable Don  Cristóbal  Colón,  primer  descubridor  y  conquistador  de  las 
Indias  Occidentales.  Ora  se  gradúe  la  importancia  de  los  servicios  (|ue 
hizo  a  la  nación  española  por  el  aumento  de  esplendor  y  riqueza  a 
que  la  levantó,  ora  por  la  suma  de  conocimientos  y  virtudes  cpie  desen- 
volvió en  la  ejecución  de  sus  maravillosas  empresas,  su  mérito  había 
subido  a  aquel  punto  de  heroicidad  y  alteza  a  que  no  puede  negarse 
sin  escándalo  la  veneración  universal.  Tan  admirable  por  la  grandeza 
de  los  designios  que  concibió,  como  por  la  sabiduría  con  que  los  con- 
certó y  la  constancia  con  que  los  llevó  al  cabo,  Colón  debió  arrancar 
a  sus  contemporáneos  aquel  tributo  de  respeto  y  benevolencia,  que  es 
la  más  infalible  así  como  la  más  sabrosa  recompensa  del  heroísmo. 

Mas  no  fué  tal  ciertamente  la  suerte  de  este  primer  descubridor  de 
las  Indias.  Despreciado  antes  como  un  soñador  en  su  patria,  en  la  corte 
de  Lisboa,  y  aun  en  la  de  España,  que  le  acogió  después  arrepentida, 
si  logró  al  fin  concillarse  la  protección  de  esta  última,  parece  que  fué 
sólo  para  acreditar  al  mundo  la  injusticia  con  que  debían  ser  premiadas 
sus  grandes  hazañas.  A  la  vuelta  de  su  famosa  expedición,  cuando 
España  le  vio  llegar  triunfante  de  los  riesgos  del  mar  y  de  la  envidia, 
apareció  por  algún  tiempo  en  ella  como  un  genio  bienhechor,  destinado 
por  el  cielo  para  labrar  su  gloria  y  su  felicidad.  Entonces,  seguido  de 
la  admiración  y  del  respeto,  y  en  medio  de  las  aclamaciones  de  los 
pueblos,  que  le  rodeaban  atónitos,  venía  modesto  y  confiado  a  poner 
ante  el  trono  español  un  nuevo  y  opulento  mundo,  que  había  des- 
cubierto y  sujetado  a  su  imperio.  1  Grande  espectáculo  por  cierto,  si  se 
mira  a  la  luz  de  las  ideas  que  forma  el  vulgo  de  las  cosas  humanas! 
Pero  mucho  mayor  todavía  a  los  ojos  de  la  filosofía,  que  al  compararle 
con  la  serie  de  injusticias  y  desprecios  que  le  siguieron,  no  puede 
dejar  de  contemplar  en  él  la  inanidad  de  semejantes  aplausos. 

Pocos  años  después  que  el  entusiasmo  los  había  derramado  tan  pró- 
digamente sobre  Colón,  empezó  a  ser  objeto  de  los  celos  y  de  la  des- 
confianza de  la  corte  el  mismo  que  lo  había  sido  antes  de  su  admira- 
ción y  sus  caricias,  y  abierta  una  vez  la  puerta  a  la  emulación  y  a  la 
envidia,  ya  no  tuvieron  límite  sus  amarguras  y  desgracias.  Vendido  por 
sus  compañeros,  abandonado  de  sus  amigos,  censurado  de  sus  émulos, 
y  perseguido  de  una  de  aquellas  facciones  de  envidiosos  que  rara  vez 
dejan  de  esconderse  en  los  palacios,  Colón  se  vio  al  fin  pesquisado, 
procesado,  preso,  conducido  a  F.spaña  entre  cadenas,  despojado  de 
todos  sus  honores  y  enteramente  privado  del  fruto  de  sus  grandes  trabajos. 

¡Qué  importa  que  su  constancia  le  hubiese  hecho  superior  a  ellos, 
si  al  fin  vio  la  Europa,  llena  de  lástima  y  asombro,  al  conquistador  del 
Nuevo  Mundo  morir  desairado  y  pobre  en  la  capital  de  la  misma  nación 
cu\a  gloria  había  tanto  ensalzado,  y  llevar  por  única  recompensa  al 
sepulcro  los  hierros  con  que  le  había  infamado  la  ingratitud  y  oprimido 
la  calumnia ; 


JOVELLANOS.  235 

Por  una  circunstancia  bien  singular  se  distinguirá  siempre  en  la 
historia  la  suerte  de  Colón  de  la  de  todos  los  hombres  grandes  que  nos 
presenta.  Si  es  cierto  que  apenas  hay  entre  ellos  uno  que  no  experi- 
mentase semejante  ingratitud  de  sus  coetáneos,  no  lo  es  menos  que  al 
fin  vino  para  todos  un  tiempo  en  (jufe  la  posteridad  los  vengase.  Parece 
(jue  esta  imparcial  vengadora  del  mérito,  atenta  siempre  a  desagraviarlos, 
sólo  olvidó  a  Colón  en  el  desempeño  de  tan  piadoso  oficio.  Los  nom- 
bres de  los  héroes  aparecen  todavía  en  la  historia  cubiertos  del  esplendor 
de  sus  hazañas,  y  sus  familias  gozan  hoy  tranquilamente  del  fruto  de- 
bido a  ellas  y  a  la  conservación  de  su  memoria.  Pero  Colón  no  ha  re- 
cibido todavía  de  su  posteridad  la  justicia  ni  la  recompensa  a  que  se 
hizo  más  acreedor  que  otro  alguno. 

Apenas  había  muerto,  cuando  la  suerte  empezó  a  combatir  su  volun- 
tad y  su  memoria.  Sus  testamentos  rotos,  redargüidos  o  sepultados  en 
tinieblas,  negado  a  su  familia  el  cumplimiento  de  las  más  ricas  y  solemnes 
promesas,  privada  por  varios  accidentes  de  la  escasa  fortuna  que  le 
liabía  dejado  su  heroico  fundador,  deslucido  y  aun  manchado  el  lustre 
de  su  estirpe,  dispersos  y  obscurecidos  sus  nietos  y  descendientes,  fué  pre- 
ciso que  pasase  el  largo  período  de  ciento  cincuenta  años  para  que 
lograse  reivindicar  la  pequeña  parte  de  recompensa  destinada  a  tan  altas  ac- 
ciones, única  señal  en  que  está  hoy  vinculada  la  conservación  de  su  memoria. 

Xo  fué  menos  funesta  a  la  gloria  de  Colón  la  conducta  de  sus  mis- 
mos descendientes.  Olvidados  unos  del  gran  nombre  que  debían  con- 
servar, dados  otros  a  obscurecerle  con  una  conducta  tenebrosa  y  disi- 
pada, y  divididos  los  demás  en  eternas  discordias,  sólo  atentos  a  ro- 
barse el  fruto  de  los  trabajos  de  aquel  grande  hombre,  apenas  pudo 
alguno  disfrutarle  con  tranquilidad.  Multiplicadas  demandas,  artículos 
innumerables,  recíprocos  insultos  y  recriminaciones,  injurias,  perjurios, 
suplantaciones  y  todo  cuanto  ha  podido  inventar  la  codicia  litigiosa  y 
la  superchería  curial  en  menoscabo  de  la  verdad,  tanto  se  puso  en  obra 
para  destruir  el  orden  de  una  sucesión,  tan  sabiamente  dispuesta  y  tan 
claramente  señalada  por  el  fundador. 

A  la  muerte  de  su  nieto  Don  Cristóbal,  y  cuando  apenas  se  habían 
enfriado  las  cenizas  del  heroico  abuelo,  ya  se  quiso  poner  en  duda  el 
derecho  de  su  bisnieto  Don  Diego,  único  llevador  de  tan  ilustre  nombre. 
Treinta  y  seis  años  de  tan  reñidos  htigios,  seguidos  con  imponderables 
dispendios  en  la  Audiencia  de  Santo  Domingo  y  en  los  supremos  Con- 
sejos de  Castilla  e  Indias,  costó  la  determinación  del  juicio  posesorio 
ejecutoriado  en  favor  del  número  38;  dilación  enorme  si  no  estuviera 
disculpada  con  tantos  ejemplos,  pero  sobre  todo  con  el  del  juicio  de 
propiedad,  en  que  fué  preciso  alterar  las  fórmulas  más  solemnes  de  los 
juicios,  atropellar  las  leyes  que  las  fijaron,  y  desairar  escandalosamente 
la  autoridad  de  los  tribunales  sus  depositarios,  para  prolongar  la  instancia 
por  espacio  de  cincuenta  y  seis  años,  y  cerrarla  con  la  sentencia  in- 
justa, cuya  revocación  se  pide. 


236  ANTOLOGÍA. 

Temería  el  señor  Don  Mariano  Colón  tiue  se  tratase  de  arrogante 
esta  censura  si  no  la  hallase  tan  claramente  confirmada  en  los  autos. 
La  historia  del  foro  no  ofrecerá  en  país  alguno  de  la  tierra  ejemplo 
m.1s  escandaloso  que  el  que  en  ellos  se  registra.  Un  pleito  concluso  y 
visto  en  1622,  vuelto  a  ver  solemnemente  en  1623,  prolongado  el  jilazo 
de  indecisión  hasta  1627,  abierta  entonces  la  puerta  a  nuevos  litigantes 
y  franqueado  el  paso  al  intrincado  laberinto  de  nuevas  demandas,  ex- 
cepciones, artículos  y  pruebas,  se  declaró  por  fin  otra  vez  concluso  en 
1 65 1  y  se  repitió  su  solemne  vista  en  1652.  Tres  años  de  importunos 
esfuerzos  y  de  maliciosos  e  ilegales  artículos  costó  el  solo  señalamiento 
del  día  para  la  votación,  fijando  no  menos  que  por  sentencias  ejecutorias 
para  el  primer  día  hábil  después  de  San  Juan  de  1655,  abriéndose  con 
esta  condescendencia  a  la  malicia  una  ancha  avenida,  que  por  fortuna 
se  cerró  después  para  siempre,  pues  ya  no  permitirán  abrirla  de  nuevo 
la  ilustración  y  la  inteligencia  de  nuestro  siglo. 

Pero  la  astucia  del  interés  conoce  muchos  caminos,  y  cuando  halla 
cerrados  los  de  la  justicia,  sabe  buscar  un  paso  a  sus  torpes  fines  por 
las  sendas  tenebrosas  del  favor.  En  efecto,  apuradas  ya  todas  las  estra- 
tagemas forenses,  el  duque  de  Veraguas  recurrió  a  las  de  la  política, 
y  hallándose  a  la  sazón  fuera  de  España,  se  valió  de  este  accidente 
para  gritar  que  estaba  indefenso,  y  prolongar  la  resolución  de  una  ins- 
tancia cuyo  mal  suceso  le  hacía  temer  la  misma  debilidad  de  su  de- 
recho. Lograban  entonces  los  parientes  del  Duque  gran  iufluencia  con 
el  parcial  y  prepotente  ministro  del  señor  Don  Felipe  IV,  ante  quien 
les  fué  fácil  hacer  valer  este  pretexto,  por  más  despreciable  que  fuese 
a  los  ojos  de  la  razón  y. de  las  leyes.  A  fuerza,  pues,  de  importuni- 
dades lograron  arrancar  en  aquel  año  una  real  orden,  que  trasladó  la 
votación  del  pleito  para  el  15  de  enero  de  1656,  con  calidad  de  que 
si  entonces  no  hubiese  vuelto  el  Duque  a  España,  continuase  suspensa 
la  votación,  por  no  dejarle  indefenso. 

Tres  años  de  inacción  indujo  la  monstruosa  calidad  que  contenía 
esta  orden,  y  aun  después  de  ellos  ni  el  tenor  de  su  letra  ni  las  más 
vivas  instancias  de  los  litigantes  lograron  verificar  la  deseada  deter- 
minación. 

Restituido  el  Duque  a  España  en  1659,  una  nueva  y  mal  forjada 
cadena  de  efugios  y  de  ardides  tan  indecorosos  al  litigante  que  los  in- 
ventó como  al  tribunal  que  tuvo  la  paciencia  de  tolerarlos,  fué  sucesiva- 
mente trasladando  por  medio  de  artículos,  sentencias  y  ejecutorias  los 
señalamientos  para  la  votación  al  mayo  de  1660,  al  primer  día  después  de 
Cuasimodo  del  1661,  al  octubre  del  mismo  año,  al  enero  y  al  abril  de  1662, 
y  finalmente,  después  de  otros  dos  años  de  maliciosas  discusiones,  al  mayo 
de  1664,  día  en  que  sin  nueva  vista,  sin  ninguno  de  los  jueces  que 
asistieron  a  las  dos  primeras,  las  únicas  que  se  pudieron  llamar  legales 
y  solemnes,  y  sin  concurrencia  de  ocho  de  los  catorce  nombrados  para 
la  decisión :   seis   solos  jueces,   los  dos   ausentes  y  que  votaron  por  es- 


JOVELLANOS.  237 

crito,  y  los  cuatro  restantes  que  asistieron  a  pronunciar  sus  votos,  for- 
maren la  injusta  sentencia  de  vista,  único  y  débil  testimonio  que  tiene 
en  su  favor  el  Duque  de  Veraguas. 

i  Cuánta  consternación  no  debió  causar  esta  sentencia  en  los  demás 
litigantes,  en  unos  litigantes  tan  surtidos  de  buen  derecho  como  escasos 
de  influjo  y  conveniencias  para  promoverle;  en  unos  litigantes  que 
librando  todas  sus  esperanzas  sobre  el  santo  patrocinio  de  la  justicia, 
tenían  el  desconsuelo  de  verle  profanado  por  el  favor  y  la  prepotencia ! 
Sin  embargo,  el  primer  impulso  de  su  resentimiento  les  hizo  tomar  las 
armas  para  defenderse,  y  llevados  de  él,  suplicaron  en  tiempo  oportuno 
de  la  sentencia  de  vista.  Pero  muy  luego  el  escarmiento  de  las  pasadas 
angustias  y  la  horrible  perspectiva  de  las  inquietudes,  dispendios  y  amar- 
guras con  que  les  amenazaba  en  la  nueva  instancia  un  enemigo  tan 
poderoso  y  tan  protegido,  las  derribó  de  sus  manos,  contentándose 
todos  con  dejar  preservados  sus  derechos  en  aquella  reclamación  para 
un  tiempo  en  que  la  justicia  pudiese  más  libremente  asegurarlos. 

Este  tiempo  llegó  por  fin,  bajo  de  un  monarca  que  dispensa  con 
religiosa  igualdad  su  protección  a  todos  sus  subditos,  y  en  un  tribunal 
ante  cuyos  íntegros  y  sabios  ministros,  siempre  atentos  a  hacer  respe- 
table la  justicia  por  medio  de  la  inflexible  imparcialidad  con  que  la 
distribuyen,  desaparecen  todas  las  distinciones  de  la  riqueza  y  el  poder. 
Un  siglo  entero  hubo  de  pasar  para  que  se  formase  esta  favorable  re- 
volución, y  tanto  fué  menester  para  inspirar  aquella  justa  seguridad, 
que  animó  a  los  legítimos  sucesores  del  gran  Colón  al  uso  de  sus  dor- 
midos derechos. 

Este  ejemplo  de  ilustrada  firmeza  se  debió  a  un  magistrado  tan  res- 
petable por  su  probidad  como  por  su  sabiduría.  Don  Pedro  Colón, 
sexto  nieto  del  descubridor  de  las  Indias,  se  presentó  en  1765  a  seguir 
la  súplica  de  la  sentencia  de  vista  interpuesta  un  siglo  antes.  Sin  más 
apoyo  que  la  protección  de  unas  leyes  que  tan  bien  conocía  y  sabía 
dispensar,  emprendió  este  largo  litigio,  sacrificando  a  la  justicia  de  sus 
derechos  la  escasa  fortuna  que  ellos  mismos  le  dieron,  y  que  apenas 
era  suficiente  a  tanta  empresa,  aunque  aumentada  con  la  recompensa 
de  las  fatigas  de  su  honroso  ministerio.  Cuántos  y  cuan  maliciosos 
estorbos  se  le  hubiesen  opuesto  para  detenerle  desde  el  primer  paso, 
constan  menudamente  del  memorial  ajustado;  y  si  las  intrigas  forenses 
no  pudieron  debilitar  su  constancia,  lograron  a  lo  menos  prolongar 
extraordinariamente  la  conclusión  del  nuevo  juicio,  y  robarle  el  con- 
suelo de  asegurar  a  sus  hijos  el  fruto  de  los  trabajos  de  tan  ilustre 
abuelo. 

i\Ias  al  fin,  si  no  pudo  dejarles  tan  rica  sucesión,  les  traspaso  en  su 
probidad  y  constancia  una  legítima  harto  más  digna  de  un  padre  tan 
virtuoso.  Su  primogénito,  el  señor  Don  :Mariano  Colón,  siguiendo  sus 
huellas  y  más  arrastrado  de  su  ejemplo  que  del  deseo  de  mendigar 
del    foro   un    esplendor   que   el   lustre   de  su  cuna. y  la  dignidad  de  su 


238 


antología. 


ministerio  le  hacen  mirar  sin  envidia,  promovió  con  más  celo  que  im- 
paciencia la  conclusión  de  la  instancia  de  revista,  y  al  cabo  de  tantas 
y  tan  reñidas  contiendas  ha  logrado  por  fin  colocar  sus  esperanzas  en 
la  augusta  balanza  de  la  justicia. 

Si  hubo  un  tiempo  en  que  los  legítimos  sucesores  del  gran  Colón 
pudieron  temer  la  influencia  de  aquellos  artificios  con  que  se  suele  obs- 
curecer la  verdad  o  torcer  la  justicia,  el  señor  Don  Mariano,  tan  ajeno 
de  temor  como  de  presunción,  se  presenta  hoy  tranquilo  ante  el  tribunal 
respetable  destinado  a  desagraviarle.  La  sabiduría  de  los  magistrados 
que  le  componen,  la  religiosa  entereza  con  que  el  gobierno  protege  la 
libertad  de  los  juicios,  la  generosa  buena  fe  de  los  contendedores  con 
quien  hoy  litiga,  y  la  copia  de  documentos  y  raciocinios  que  han  es- 
clarecido la  presente  discusión,  le  inspiran  la  más  justa  confianza,  pero 
la  tiene  sobre  todo  en  los  robustos  e  ineluctables  fundamentos  de  su 
derecho. 

Donde  quiera  que  el  señor  Don  Mariano  Colón  vuelve  los  ojos,  en- 
cuentra en  su  favor  la  razón  y  la  autoridad.  Los  hechos  que  sirven  de 
apoyo  a  su  justicia  han  llegado  al  más  alto  punto  de  certidumbre  legal. 
El  derecho  ofrece  copiosamente  los  más  claros  fundamentos  a  su  in- 
tención ;  y  sobre  todo  la  voluntad  del  fundador,  ley  suprema,  a  cuya 
fuerza  todo  debe  rendirse  en  esta  especie  de  juicios,  le  señala  la 
sucesión  como  con  el  dedo.  Pudiera  por  lo  mismo  desentenderse  de 
muchas  cuestiones  agitadas  en  las  antiguas  instancias,  que  en  el  día  han 
venido  a  ser  iniitiles  y  reducirse  a  una  sola,  la  única  acaso  que  puede 
parecer  todavía  digna  de  discusión.  Sin  embargo,  porque  no  se  crea 
que  desprecia  las  armas  con  que  ha  sido  combatido,  se  hará  cargo  de 
casi  todas  ellas,  y  tendrá  la  satisfacción  de  persuadir  a  sus  jueces  que 
no  hay  punto  alguno  de  cuantos  se  han  puesto  en  disputa,  que  no  esté 
concluyentcmente  demostrado  en  su  favor. 


NICOLÁS  FERNANDEZ  MORATIN. 

FIESTA  DE  TOROS  EN  MADRID. 


Madrid,   castillo  famoso, 
que  al  rey  moro  alivia  el  miedo, 
arde  en  fiestas  en  su  coso 
por  ser  el  natal  dichoso 
de  Alimenón  de  Toledo. 

Su  bravo  alcaide  Aliatar, 
de  la  hermosa  Zaida   amante, 
las  ordena  celebrar, 
por  si   la  puede  ablandar 
el  corazón  de  diamante. 

Pasó,  vencida  a  sus  ruegos, 
desde  Aravaca  a  Madrid ; 
hubo  pandorgas  y  fuegos, 
con  otros  nocturnos  juegos, 
que  dispuso  el   adalid. 


Y  en  adargas  y  colores, 
en   las  cifras  y  libreas, 
mostraron   los  amadores, 
y  en  pendones  y  preseas, 
la  dicha  de  sus  amores. 

Vinieron  las  moras  bellas 
de   toda  la  cercanía, 
y  de  lejos  muchas  de  ellas: 
las  más  apuestas  doncellas 
que  España  entonces  tenía. 

Aja  de  Jetafe  vino, 
y   Zahara  la  de  Alcorcón, 
en   cuyo  obsequio  muy   fino 
corrió  de  un  vuelo  el  camino 
el   moraicel  de  Alcabón. 


NICOLÁS    FERNANDEZ    MORATÍN. 


239 


Jarifa   de  Alinonacid, 
que  de  la  Alcarria  en  que  habita 
llevó  a  asombrar  a   Madrid 
su  amante  Audalla,   adalid 
del  castillo  de  Zorita. 

De  Adamuz  y  la  famosa 
Meco  llegaron  allí 
dos,  cada  cual  más  hermosa, 
y  Fátima,  la  preciosa 
hija  de  Alí  el  alcadí. 

El  ancho   circo  se   llena 
de   multitud  clamorosa, 
que  atiende  a   ver  en   su  arena 
la  sangrienta  lid   dudosa, 
y  todo  en  torno  resuena. 

La  bella  Zaida  ocupó 
sus  dorados  miradores 
que  el  arte  afiligranó 
y  con  espejos  y  flores 
y  damascos  adorno. 

Añafiles  y  atabales, 
con  militar  armonía, 
hicieron  salva  y  señales 
de   mostrar  su  valentía 
los  moros  más  principales. 

No  en  las  vegas  de  Jarama 
pacieron  la  verde  grama 
nunca  animales  tan  fieros, 
junto  al  puente  que  se  llama, 
por  sus  peces,  de  Viveros, 

Como  los  que  el  vulgo  vio 
ser  lidiados   aquel  día, 
y  en  la  fiesta  que  gozó, 
la  popular  alegría 
muchas  heridas  costó. 

Salió  un  toro  del  toril, 
y  a  Tarfe  tiró  por  tierra, 
y  luego  a  Benalguacil, 
después  con  Hamete  cierra 
el  temerón  de  Conil. 

Traía  un  ancho  listón 
con  uno  y  otro  matiz, 
hecho  un  lazo  por  airón, 
sobre  la  inhiesta  cerviz 
clavado  con   un  arpón 

Todo  galán   pretendía 
ofrecerle  vencedor 
a  la  dama  que  sers'ía : 
por  eso  perdió  Almanzor 
el   potro  que   más  quena. 

El  alcaide  muy  zambrero 
de   Guadalajara,   huyó 
mal  herido  al   golpe  fiero, 
y  desde  un   caballo  overo 
el  moro  de  Horche  cavó. 


Todos  miran   a   Alialar, 
«jue  aunque  tres  toros  ha  muerto, 
ne  se  quiere  aventurar; 
porque  en   lance  tan   incierto 
el   caudillo  no   ha   de  entrar. 

Mas  viendo  se   culparía, 
va  a  ponérsele  delante : 
la  fiera  le  acometía, 
y  sin  que  el  rejón  le  plante 
le  mató   una  yegua  pía. 

Otra  monta  acelerado : 
le  embiste  el  toro  de  un  vuelo, 
cogiéndole  entablerado ; 
rodó  el  bonete  encarnado 
con  las  plumas  por  el  suelo. 

Dio  vuelta  hiriendo  y  matando 
a  los  de   a  pie  que  encontrara, 
el  circo  desocupando ; 
y  emplazándose,   se  para, 
con  la  vista  amenazando. 

Nadie  se  atreve  a  salir : 
la  plebe  grita  indignada, 
las  damas  se  quieren  ir, 
porque   la  fiesta  empezada 
no  puede  ya  proseguir. 

Ninguno  al  riesgo  se  entrega 
y  .está  en  medio  el  toro  fijo ; 
cuando  un   portero  que  llega 
de  la  puerta  de  la  Vega, 
hincó  la  rodilla,  y  dijo : 

«Sobre  un   caballo  alazano, 
cubierto  de  galas  y  oro, 
demanda  licencia  urbano 
para  alancear  un   toro 
un   caballero  cristiano.» 

Mucho  le  pesa  a  Alialar ; 
pero  Zaida  dio  respuesta 
diciendo  que  puede  entrar ; 
porque  en  tan  solemne  fiesta 
nada  se  debe  negar. 

Suspenso  el  concurso  entero 
entre  dudas  se  embaraza, 
cuando  en  un  potro  ligero 
vieron  entrar  por  la  plaza 
un  bizarro  caballero, 

Sonrosado,  albo  color, 
belfo  labio,  juveniles 
alientos,   inquieto  ardor, 
en  el  florido  verdor 
de  sus  lozanos  abriles. 

Cuelga  la  rubia  guedeja 
por  donde  el  almete  sube, 
cual   mirarse   tal  vez  deja 
del  sol   la  ardiente  madeja 
entre  cenicienta  nube. 


240 


ANTOLOGÍA. 


Gorgnera  de  anchos  follajes, 
de   una  cristiana  primores, 
en  el  yelmo  los  plumajes 
por  los   visos  y  celajes 
verjel  de  diversas  flores. 

En  la  cuja  gruesa  lanza, 
con   recamado  pendón, 
y  una  cifra  a  ver  se  alcanza 
que  es  de  desesperación 
o  a   lo  menos  de  venganza. 

En  el  arzón  de  la  silla 
ancho  escudo  reverbera 
con  blasones  de  Castilla, 
y  el  mote  dice  a  la  orilla  : 
Nunca  mi  espada  venciera. 

Era  el  caballo  galán, 
el  bruto  más  generoso, 
de   más  gallardo  ademán  : 
cabos  negros  y  brioso, 
muy  tostado,   y  alazán. 

Larga  cola  recogida 
en  las  piernas  descarnadas, 
cabeza  pequeña,  erguida, 
las  narices  dilatadas, 
vista  feroz  y  encendida. 

Nunca  en  el  ancho  rodeo 
que  da  Betis  con   tal  fruto 
pudo  fingir  el  deseo 
más  bella  estampa  de  bruto, 
ni  más  hermoso  paseo. 

Dio  la  vuelta  alrededor; 
los  ojos  que  le  veían 
lleva  prendados  de  amor: 
¡  Alah  te  salve  !  decían, 
i  Déte  el  Profeta  favor ! 

Causaba  lástima  y  grima 
su  tierna  edad  floreciente; 
todos  quieren  que  se  exima 
del  riesgo,  y  él  solamente 
ni  recela,   ni  se  estima. 

Las  doncellas,   al   pasar, 
hacen   de  ámbar  y  alcanfor 
pebeteros  exhalar, 
vertiendo  pomos  de  olor, 
de  jazmines  y  azahar. 

Mas  cuando  en  medio  se  para, 
y  de  más  cerca  le  mira 
la  cristiana  esclava  Aldara, 
con  su  señora  se  encara, 
Y  así  le  dice,  y  suspira : 

«Señora,  sueños  no  son  : 
así  los  cielos  vencidos 
de  mi  ruego  y  aflicción, 
acerquer  a  mis  oídos 
las  campanas  de  León, 


Como  ese  doncel,  que  ufano 
tanto  asombro  viene  a  dar 
a   todo  el   pueblo  africano, 
es  Rodrigo  de   \'ivar, 
el  soberbio  castellano.» 

Sin   descubrirle  quién   es, 
la  Zaida  desde  una  almena 
le  habló  una  noche  cortés : 
por  donde  se  abrió  después 
el  cubo  de  la  Almádena. 

V  supo  que  fugitivo 
de  la  corte  de  Fernando, 
el  cristiano,  apenas  vivo, 
está  a  Jimena  adorando 
y  en  su  memoria   cautivo. 

Tal  vez  a  Madrid  se  acerca 
con  frecuentes  correrías, 
y  todo  en  torno  la  acerca ; 
observa  sus  saetías, 
arroyadas  y  ancha  alberca. 

Por  eso  le  ha  conocido; 
que  en  medio  de  aclamaciones, 
el  caballo  ha  detenido 
delante  de  sus  balcones, 
y  la  saluda  rendido. 

La  mora  se  puso  en  pie, 
y  sus  doncellas  detrás ; 
el  alcaide  fjue  lo  ve, 
enfurecido,   además, 
muestra  cuan  celoso  esté. 

Suena  un  rumor  placentero 
entre  el  vulgo  de  Madrid. 
No  habrá  mejor  caballero, 
dicen,  en  el  mundo  entero, 
y  algunos  le  llaman  Cid. 

Crece  la  algazara,  y  él 
torciendo  las  riendas  de  oro, 
marcha  al  combate  cruel; 
alza  el  galope,  y  al  loro 
busca   en   sonoro  tropel. 

El  bruto  se  le  ha  encarado 
desde  que  le  vio  llegar, 
de  tanta  gala  asombrado, 
y  alrededor  le  ha  observado 
sin  moverse  de  un  lugar. 

Cual  flecha  se  disparó 
despedida  de  la  cuerda, 
de  tal  suerte  le  embistió; 
detrás  de  la  oreja   izquierda 
la  aguda  lanza  le  hirió. 

Brama   la  fiera  burlada ; 
segunda  vez  acomete, 
de  espuma  y  sudor  bañada, 
y  segunda   vez  le   mete 
sutil   la  punta  acerada. 


NICOLÁS    FERNÁNDEZ    MORATÍN. 


241 


l'ero  ya  Rodrigo  espera 
con  heroico  atrevimiento, 
el   pueblo  mudo  y  atento ; 
se  engalla  el  toro  y  altera, 
y   finge  acometimiento. 

La  arena  escarba  ofendido, 
sobre  la  espalda  la  arroja 
con  el  hueso  retorcido; 
el  suelo  huele  y  le  moja 
en  ardiente  resoplido. 

La  cola  inquieto  menea, 
la  diestra  oreja  mosquea, 
vase  retirando   atrás, 
para  que  la  fuerza  sea 
mayor,   y  el  ímpetu  más. 

El  que  en   esta  ocasión  viera 
de  Zaida  el  rostro  alterado, 
claramente  conociera 
cuánto  la  cuesta  cuidado 
el  que  tanto  riesgo  espera. 

Mas  ¡  ay,  que  le  embiste  horrendo 
el  animal  espantoso  ! 
Jamás  peñasco  tremendo 
del   Cáucaso  cavernoso 
se  desgaja  estrago  haciendo, 

Ni  llama  así  fulminante 
cruza  en  negra  obscuridad 
con  relámpagos  delante, 
al   estrépito  tronante 
de   sonora  tempestad  ; 

Como  el  bruto  se  abalanza 
en   terrible  ligereza. 
Mas  rota  con  gran  pujanza 
la  alta  nuca,  la  fiereza 
y  el  último  aliento  lanza. 

La  confusa   vocería 
que  en  tal  instante  se  oyó 
fué  tanta  que  parecía 
que  honda  mina  reventó, 
o  el  monte  y  valle  se  hundía. 

A  caballo  como  estaba 
Rodrigo,  el  lazo  alcanzó 
con  que  el  toro  se  adornaba ; 
en   su  lanza  le  clavó, 
y  a  los  balcones  llegaba. 

V  alzándose  en  los  estribos, 
le   alarga  a  Zaida,   diciendo : 
«Sultana,  aunque  bien   entiendo 
ser  favores  excesivos, 
mi   corto  don  admitiendo; 

Si  no  os  dignáredes  ser 
con  él  benigna,    advertid 
que  a  mí  me  basta  saber 
que  no  le   debo  ofrecer 
a  otra  persona  en    Madrid.» 
JÜNEMANN,   Lil.  y  Ant.   esp. 


Ella,   el   rostro  placentero, 
dijo,  y  turbada:    "Señor, 
yo  le  admito  y  le  venero, 
por  conservar  el  favor 
de  tan  gentil   caballero.» 

Y  besando  el  rico  don, 
para  agradar  al  doncel, 

le  prende  con  afición 
al  lado  del  corazón, 
por  brinquiño  y  por  joyel. 
Pero  Aliatar  el  caudillo 
de  envidia  ardiendo  se   ve, 
y  trémulo  y  amarillo, 
sobre  un   tremecén  rosillo 
lozaneándose  fué. 

Y  en  ronca  voz,    «Castellano», 
le  dice,    «con  más  decoros 
suelo  yo  dar  de  mi  mano, 

si  no  penachos  de  toros, 
las  cabezas  del  cristiano, 

Y  si  vinieras  de  guerra 
cual  vienes  de  fiesta  y  gala, 
vieras  que   en   toda  la  tierra, 
al  valor  que  dentro  encierra 
Madrid,  ninguno  se  iguala.» 

«Así»,  dijo  el  de  Vivar, 
«respondo»,  y  la  lanza  al  ristre 
pone,  y  espera  a  Aliatar ; 
mas  sin   que  nadie  administre 
orden,   tocaron   a  armar. 

Ya  fiero  bando  con  gritos 
su  muerte  o  prisión  pedía, 
cuando  se  oyó  en  los  distritos 
del  monte  de  Leganitos 
del  Cid  la  trompetería 

Entre  la  Monclova  y  Soto 
tercio  escogido  emboscó, 
que  viendo  como  tardó, 
se  acerca,  oyó  el  alboroto, 
y  al  muro  se  abalanzó. 

Y  si  no  vieran  salir 
por  la  puerta  a  su  señor 
y  Zaida  a  le  despedir, 
iban  la  fuerza  a  embestir : 
tal  era  ya  su  furor. 

El  alcaide,  recelando 
que  en  Madrid   tenga  partido, 
se  templó  disimulando ; 
y  por  el   parque  florido 
salió  con  él  razonahdo. 

Y  es  fama,    que  a  la   bajada 
juró  por  la  cruz  el  Cid 

de  su  vencedora  espada, 
de  no  quitar  la  celada 
hasta  que  gane  a  Madrid. 
16 


24: 


ANTOLOGÍA. 


LEANDRO  FERNANDEZ  MORATIN. 

A  UN   MINISTRO. 


Ayer  salí   ilc   mi   casa 
muy  afeilado  y    muy  puesto, 
encaminado  a  la  vuestra, 
como  de  costumbre  tengo, 
para  anunciaros  felices 
Pascuas,   salud   y  contento, 
buen  remate  de   diciembre 
y  buen  principio  de  enero. 
Pues,  señor,   hizo  Patillas 
que  me  saliera  al  encuentro 
un   hablador  de  los  muchos 
que  hay  por  desgracia  en  el  pueblo; 
de  esos  que  lo  saben   todo, 
que  de  todo  hacen  misterio, 
que  almuerzan  chismes,  y  vivCn 
de  mentiras  y  embelecos ; 
infatigable  escritor 
de  arbitrios  y   de  proyectos, 
entremetido  estadista 
y,  Dios  nos  libre,  coplero. 
El   al  verme   comenzó 
a  dar  voces  desde  lejos, 
y  a  correr  y  a  chichear, 
y  en  suma,   no  hubo  remedio, 
me  abrazó,  me  refregó 
las  manos,   me  dio  mil   besos, 
y  entre  los  dos  empezamos 
este  diálogo  molesto: 
«Moratín,  hombre,   ¡qué  caro 
se  vende  usted  !  . . .  ¿  Qué  hay  de  nuevo? 
Vaya,  mejor  que  el  verano 
le  trata  a  usted  el  invierno. 
i  Con  que  va  bien  ■ . . .  —  Lindamente. 

—  Sí,  se  conoce ;  me  alegro. 
Pero  :"  cómo  tan  temprano  ? 

—  Tengo  que  hacer.  —  Ya  lo  entiendo: 
vaya,   el   barrio  es  achacoso, 

usted  un  poco  travieso  .  .  . 

digo,   será  la  andaluza 

de  ahí  alojo.  —  No  por  cierto. 

—  i  Con  que  no  ? . . .  —  ¡  Qué  bobería  I 
Ni  la  conozco,   ni  quiero; 

ni   estoy  de   humor,   ni  esta  cara 
es  cara  de   galanteos. 

—  Pues,   amigo,   linda  moza. 
;  Cáspita  !  Mucho  salero, 
alta,   colorada,   fresca, 

Vjoca  pequeña,  ojos  negros, 
petimetrona  ...  La  trajo 
de  Cádiz  Don  Hemeterio, 
y  en  un  b'.o  le  ha  roído 
cinco  barcos  de  abadejo. 


¿Y   qué   sucede?  Que  acaba 
de  plantarle.  —  Buen   provecho  ; 
pero,  a  más  ver,  porque  ahora 
voy  de  prisa,  y  hace  fresco. 

—  Hombre,  para  ir  a  palacio 
es  temprano.  —  Estoy  en  eso, 
pero  no  voy.  —  i  No  ?  Pues  qué, 

i  nunca  va  usted  ?  —  Yo  me  entiendo. 

—  i  Ah  !   ya  caigo  ;   con  que  siempre.   . 
es  muy  justo  ...  ya  lo  veo. 

Bien,  muy  bien.  El  señor  conde 

le  estima  a  usted. — A  lo  menos 

me  tolera,  disimula, 

como  quien  es,  mis  defectos, 

y  suple  con  su   bondad 

mi  escaso  merecimiento. 

—  Sí,   yo  sé   de  buena  tinta 

que  a  usted  le  eslima.  Un  sujeto 

que  va  allí  mucho  ?  .  .  Y  ,;  qué  tal  ? 

¿  Con  que  ya  no  quiere  versos  ? 

i  Es  verdad,  eh  ?  —  No  es  verdad, 

no,  señor :  si  no  son  buenos, 

no  los  quiere,  y  hace  bien : 

si  son  fáciles,   ligeros, 

alegres,   claros,   suaves, 

y  castizos  madrileños, 

le  gustan  mucho.  Los  míos 

suelen  tener  algo  de  esto, 

y  por  eso  los  prefiere 

tal  vez  entre  muchos  de  ellos, 

que  serán  casi  divinos, 

pero  que  le  agradan   menos. 

—  Ya,  ya ;  pero  usted  debía 
mudar  de  tono.  ...  —  En  efecto, 
escribir  disertaciones 

sobre  puntos  de   gobierno, 
enseñar  lo  que  no  sé, 
ni  he  de  practicar,  ni  quiero; 
decirle  lo  que  se  ha  dicho 
a  todos,  darle  consejos 
que  no  me  pide,  y  a  fuerza 
de  alambicados  conceptos, 
en  versos  flojos  y  obscuros, 
y  en   lenguaje  verdinegro, 
entre  gótico  y  francés, 
hacerle  dormir  despierto ; 
no,   señor,   yo  nunca  paso 
los  límites  del  respeto, 
y  entre  muchas  faltas,   sólo 
la  de  ser  audaz   no  tengo. 

—  Bien  está;  pero  ¿qué  diantres 
se   le   ha   de   decir  de   nuevo, 


LEANDRO    FERNÁNDEZ    MORATIN.     MEI.ÉNDEZ    VAI.DÉS. 


243 


(jue   le   pueda  contentar? 

;  Siempre   borrando  y  temiendo  ? 

i  Siempre  una  cosa?  ...  —  Una  cosa 

dicha  por  modos  diversos 

pueda  agradar,   y  tal  vez 

anuncia  mayor  ingenio, 

siempre  le  diré  que  admiro 

su  bondad  y  su  talento ; 

que   no  estimo  yo  las  bandas, 

los  bordados,    los  empleos; 

dones  (jue  da  la  fortuna, 

brillan,  pero  todo  es  viento; 

sus  buenas  prendas  me  inclinan, 

las  aplaudo  y  las  venero, 

y  con  ellas  nada  pueden 

la  suerte  ciega  ni  el  tiempo. 

Y  adiós,   que   es  tarde.  —  Oiga  usted. 

—  Que  voy  de  prisa.  —  Un  momento. 
Mire  usted  .  .  .  yo  .  .  .   la  verdad  .  .  . 
También  ...  ya  se  ve  .  .  .  yo  tengo 
algo  de  vena  ;  y  en   fin. . . . 

—  i  Tiene  usted  vena  ?  Me  alegro. 
c  De  qué  ?  —  Digo  que  a  las  veces 
a  mis  solas  me  divierto, 

y  escribo  algunas  coplillas 
tales  cuales.   Yo   no   quiero 
darlas  a  luz,   porque  ...  —  Bien. 
¡  Admirable  pensamiento ! 


—  Aquí  traigo  unas  endechas, 
un   romance,   dos  sonetos, 

y  quiero  que  usted  me  diga 
en  amistad,  sin  rodeos, 
qué  tales  son.  Venga  usted 
a  aquel  portal.  —  Nos  veremos. 

—  Pero  un   instante.  —  Otro  día. 

—  Y  una  canción  que  he   compuesto, 
filosófica.  —  Al  diario. 

—  Y  una  tragedia  que  pienso 
acabar  hoy.  —  A  los  Caños. 

—  Y  un  arbitrio.  —  A  los  infiernos.» 
Esto  dicho,   le  dejé, 

apresuro  el  paso  y  llego, 
y  llegué  tarde,  según 
el  informe  del   portero. 
Renegué   del   trapalón, 
de  su  prosa   y  de  sus  versos, 
y  de  mi  estrella,   que  siempre 
me  depara  majaderos. 
¡  Ay,   señor !   entre  las  dichas 
que  para  vos  pido  al  cielo, 
la   de  no  conocer  nunca 
a  este  verdugo  os  deseo ; 
que  si  una  vez  os  alcanza, 
segiín  es  osado  y  terco, 
por  no  verle  la  segunda, 
os  vais  a  habitar  al  yermo. 


melende;z  valdes. 


Al  prado  fué  por  flores 
la  muchacha   Dorila, 
alegre   como  el  mayo, 
como  las  gracias  linda. 

Tornó  llorando  a   casa, 
turbada  y  pensativa ; 
mal  trenzado  el  cabello 
y  la  color  perdida. 


DE  DORILA. 

Pregüntanla  qué  tiene ; 
y  ella  llora  afligida: 
Habíanla ;   no  responde. 
Ríñenla;   no  replica. 

Pues  ¿qué  mal  será  el  suyo? 
Las  señales  indican 
que  cuando  fué  por  flores, 
perdió  la  que  tenía. 


LA  INCERTIDUMBRE. 


¡  Oh  !    i  cuan   hermosa  al  piano 
te  ostentas,   Calatea  1 
1  Cómo  a  par  que  el  oído 
tras  ti  los  ojos  llevas ! 

i  Con  qué  inefable  gracia 
al  preludiar  despliegas 
tus  manos  enarcadas 
sobre  las  albas  teclas ! 

¡  Cómo  los  sueltos  dedos 
en  el  marfil  se  asientan, 
y  en  concertado  giro 
van,   vienen,   saltan,    ruedan! 

Mientras  con  aire  noble 
revuelves  la  cabeza, 


y  al   auditorio    absorto 
sublime  enseñoreas. 

En  mil  donosos  rizos 
la  blonda  cabellera, 
cual   la  alba  y  clara  luna 
tu  frente  se  despeja. 

Los  rutilantes  ojos 
con  timidez  modesta 
parece  que  sus  luces 
cobardes  escasean. 

Mas  súbito  animada 
la  celestial  hoguera 
de  sus  brillantes  rayos, 
no  hay  quien  fijarlos  pueda. 
i6» 


244 


ANTOLOGÍA. 


Tú,  afable  sobre   todas, 
de    nuevo  los  rodeas, 
como  agraciar  queriendo 
los  pechos  que  sujetas ; 

V   todos  de  tal   dueño 
el  yugo  dulce  anhelan, 
y  siervos  venturosos 
adoran  sus  cadenas. 

Una  sonrisa   grata 
sobre  tu  rostro  juega ; 
y  que  ya  el  estro  sientes 
en  tu  inquietud  se  muestra. 

Abres  en   fin  el  labio ; 
¡  oh  quién,   mi  bien,  pudiera 
pintar  cuál   nos  sojuzga 
su   armónica   cadencia ! 

¡  Cuánto  agitado  el  pecho 
con  tu  reir  se  alegra, 
con  tus  suspiros  gime, 
con  tu  trinar  se  eleva ! 

Muy  lejos  y  eclipsado 
con  su  impresión  se  queda 
cuanto  el   ingenio  un   día 
fingió   de  las  sirenas. 

Extático  el  oído, 
de  gloria  el  alma  llena, 
y  el  corazón  parado 
aun  a  alentar  se  niega. 

Mientras,  ¡  oh  de  tus  voces 
irresistible  fuerza ! 
cual  gustas  nos  inflamas, 
concitas  o  serenas. 

No  hay  cláusula  que  un  dardo 
dulcísimo  no  sea, 


ni  afecto,   pausa   o  fuga, 
que  el  seno   no  conmueva. 

El  tuyo   turbulento 
retrata  la   tormenta 
que  en   lo   interior  te  agita, 
y  el  canto  ardiente  expresa. 

Un   débil   ¡ay!   lo  abate, 
un  trino  lo   revela, 
y  otro  y  otros  más  vivos 
su  ondulación  aumentan. 

La  nieve  de  tu  rostro, 
la  grana  en   que  risueñas 
se  tiñen   tus  mejillas, 
se   inflaman  y  se  alteran. 

Tornátil   la  garganta 
reluce  muy  más  bella 
del  lleno  que  a  su  lampo 
la   firme  voz  le  presta. 

V  toda  tú  pareces 
a  Clío  allá  en  las  mesas 
de  Jove,  en   lira  de  oro 
cantando  su   grandeza. 

(lalatea   adorada, 
reina  en   el  piano,   reina ; 
y  con   tu  voz   y  gracias 
cautiva  y  embelesa. 

Reina ;   que  entre  una  y  otras 
el  alma  duda  incierta, 
cuál  en  ti  es  más  sublime, 
tu  labio,  o  tu  belleza. 

Te  ve,   y  a  la   hermosura 
la  palma  le  presenta ; 
te  escucha,   y  a  tus  trinos 
absorta   se  la  entrega. 


MI  VUELTA  AL  CAMPO. 


Va  vuelvo  a  ti,   pacífico  retiro; 

altas  colinas,    valle  silencioso, 

término  a  mis  deseos, 

faustos  me  recibid ;  dadme  el  reposo 

por  que  en  vano  suspiro 

entre  el  tumulto  y  tristes  devaneos 

de  la  corte  engañosa. 

Con  vuestra  sombra  amiga 

mi   inocencia   cubrid,   y  en   paz  dichosa 

dadme  esperar  el  golpe  doloroso 

de  la  Parca  enemiga, 

que  lento  alcance  a  mi  vejez  cansada, 

cual  de  otoño  templado 

en  deleitosa  tarde,  desmayada 

huye  su  luz  del  cárdeno  occidente 

el  rubio  sol  con  paso  sosegado. 

i  Oh,  cómo,  vegas  plácidas,  ya  siente 

vuestro  influj     feliz  el  alma  mía! 

Os  tengo,  os  gozaré  ;  ccín  libre  ])lanta 


discurriré  por  vos;   veré  la  aurora, 

bañada  en   perlas  que  riendo  llora, 

purpúrea  abrir  la  puerta  al   nuevo  día, 

su  dudoso  esplendor  vago  esmaltando 

del   monte  que  a   las  nubes  se  adelanta 

la  opuesta  negra  cumbre ; 

del  sol   naciente  la  benigna   lumbre 

veré  alentar,   vivificar  el  suelo, 

que  en  nublosos  vapores 

adormeciera  de  la  noche  el  hielo; 

del  aura  matinal  el  soplo  blando, 

de  vida  henchido  y  olorosas  flores, 

aspiraré  gozoso ; 

el   himno  de  alborada  bullicioso 

oiré  a  las  sueltas  aves, 

extático  en  sus  cantos  suaves ; 

y  mi  vista  encantada, 

libre  vagando  en   inquietud  curiosa 

por  la   inmensa   llanada, 


MELENDEZ    VALDKS. 


245 


aquí  verá  los   fértiles  sembrados 
ceder  en  ondas  fáciles  al  viento, 
de  sus  plácidas  alas  regalados ; 
sobre  la  esteva  honrada 
allí  cantar  al  arador  contento 
en  la  esperanza  de  la  mies  futura ; 
alegre  en  su  inocencia  y  su  ventura 
más  allá  un   pastorcillo 
lento  guiar  sus  candidas  corderas 
a  las  frescas  praderas, 
tañendo   el  concertado  caramillo ; 
y  el   río  ondisonante, 
entre  copados  árboles  torciendo, 
engañar  en   su  fuga  circulante 
los  ojos  que  sus  pasos  van  siguiendo, 
lento  aquí  sobre  un  lecho  de  verdura, 
allí  celando  su  corriente  pura ; 
cerrando  el  horizonte 
el  bosque    impenetrable    y  arduo  monte. 
¡  Oh  vida  !    ¡  oh   bienhadada 
situación !   ¡  oh  mortales 
desdeñados  y  obscuros !   ¡  oh   ignorada 
felicidad,   alivio  de  mis  males ! 
¿Cuándo  porsiempreenvuestro  dulce  abrigo 
los  graves  hierros,   que  aherrojada  siente, 
el  alma  romperá?   ¿cuándo  el  amigo 
de  la  naturaleza 

fijará  en  medio  de  ella  su  morada, 
para   admirar  contino  su  belleza, 
y  celebrarla    en  su  entusiasmo  ardiente  ? 
Otros  gustos  entonce,   otros  cuidados 
más  gratos  llenarán   mis  faustos  días. 
De  mis  rústicas  manos  cultivados 
los  campos  que  labraron  mis  abuelos, 
las  esperanzas  mías 
colmarán  y  mis  próvidos  desvelos ; 
mi   huerta  abandonada, 
que  apenas  ora  del  colono  siente 
,   en  su  seno  la  azada, 
de  hortaliza  sabrosa 
verá  poblar  sus  niveladas  eras; 
mi  mano  diligente 
apoyará  oficiosa 

ya  el   vastago   a  la  vid,  ya  la  caída 
rama  al   frutal,   que   al   paladar  convida 
doblada  al  peso  de  doradas  peras; 
veráme  mi  ganado 
a  su  salud,    a  su  custodia  atento, 
solícito  contarle   cuando  lento 
torna  al  redil  de  su  pacer  sabroso ; 
o  en  ocio  afortunado, 
mientras  su  ardiente   faz  el  sol   inclina, 
solitario   filósofo  el  umbroso, 
bosque,  en  la  mano  un  libro,  discurriendo, 
llenar  mi  pecho  de   tu  luz  divina, 
angélica  verdad,  las  celestiales 


sagradas  voces   respetoso  oyendo, 

que  en  himnos   inmortales, 

en  medio  de  las  selvas  silenciosas 

do  segura  reposas, 

al  sencillo  mortal   para  consuelo 

tal  vez  dictaste  del  lloroso  suelo. 

De  las  aves  el   trino  melodioso 

allí  mi  dulce  voz  despertaría ; 

y  armónica  a  las  suyas  se  uniría 

cantando  solo  el  campo  y  mi  ventura ; 

allí   del  campo  hablara 

con   el  pobre  colono ;   y  en  las  penas 

de  su  estado  afanoso 

con  blandas  voces  de  consuelo  llenas, 

humano  le  alentara; 

o  bien,   sentado  a  la  corriente  pura, 

viva,  fresca  esplendente, 

del  plácido  arroyuelo,   bullicioso, 

que  entre  guijuelas  huye  fugitivo, 

si  del  vicio  tal  vez  la  imagen  fiera 

mi  memoria  afligiera, 

el  ánimo  doliente 

se  conhortara  en  su  dolor  esquivo ; 

y   en  sus  rápidas  linfas  contemplando 

de  la  vida  fugaz  el  presto  vuelo, 

calmara  el   triste  anhelo 

de   la  loca  ambición  y  ciego  mando. 

Imagon,   ¡oh   arroyuelo! 

del  tiempo   volador  y  de  la  nada 

de  nuestras  mundanales  alegrías, 

una  de   otra  apremiada, 

tus  ondas  al  nacer  se  desvanecen  ; 

y  en  raudo  curso  en  el  vecino  río 

tu  nombre   y  tus  cristales  desparecen. 

Así  se  abisman  nuestros  breves  días 

en  la  noche  del  tiempo ;  así  la  gloria, 

el  alto  poderío, 

la  ominosa  riqueza, 

y  lumbre  de  belleza, 

do  ciega  corre  juventud  liviana, 

pasan   cual  sombra  vana, 

su  dolor  dejando  en  la  memoria. 

¡  Oh,  cuántas  veces  mi  azorada  mente 

en  tu  margen  florida, 

contemplando  tu   rápida  corriente, 

lloró   el  destino   de  mi  frágil  vida ! 

¡  Cuántas  en   paz  sabrosa 

interrumpí  tu   plácido  ruido 

con   mi  voz,   ¡oh  arroyuelo!   dolorosa, 

y  en   dulces  pensamientos  embebido, 

a  tu  corriente  pura 

las  lágrimas  mezclé   de  mi   ternura ! 

¡  Cuántas,   cuántas  me  viste 

querer  de  ti  apenado  separarme ; 

y  moviendo  la  planta  perezosa, 

cien  veces  revolver  la  vista  triste 


246  ANTOLOGÍA. 

hacia   li  al   alejarme,  por  la  odiosa  grandeza, 

oyendo  tu   murmullo  regalado,  por  siempre  a  tu  sagrado  se  retira  ¡ 

y  exclamar  conmovido  ¡  Afortunado  el  que  en  humilde  choza 

con  balbuciente  acento :  mora  en   los  campos,    en  seguir  se  goza 

¡Aquí  moran  la  dicha  y  el  contento!  los  rústicos  trabajos,  compañeros 

¡oh  campo!  j  oh  soledad!  j  oh  grato  olvido!  de  virtud  e  inocencia; 

¡oh   libertad  feliz!    ¡Oh   afortunado  y  salvar  logra  con   feliz  prudencia 

el  que  por  ti  de  lejos  no  suspira ;  del  mar  su  barca   y  huracanes  fieros ! 

mas  trocando  tu  plácida  llaneza 

FERNÁN  CABALLERO. 

UNA  EN   OTRA.  (Carta  xi.) 
CASTA. 

«No  soy»,  prosiguió  el  peruano,  «hombre  (}ue  hace  discursos;  me 
gusta  venir  cuanto  antes  al  grano.  Así,  sin  más  preámbulos,  señora,  sepa 
Ud.  que  a  lo  que  vengo  es  a  pedirla  su  hija  para  mi  muchacho.  Ud.,  esto 
lo  extrañará,  pero  íqué  quiere  Ud.  ?  el  hombre  propone  y  Dios  dispone. 
Tenía  otra  boda  para  él  a  la  vista;  eran  otras  mis  miras.  Pero  el  se- 
ñorito dice  que  no :  se  ha  puesto  triste  y  malo.  ¡  Qué  demonios !  Es  mi 
hijo  único,    y,    cuando  le  veo  triste  o  enfermo,  no  sé  decirle  que  no.» 

Mientras  el  viejo  Miranda  pedía  de  esta  manera  humillante  la  mano 
de  Casta,  ésta  se  había  puesto  alternativamente  encendida  como  el  sol, 
y  pálida  como  la  luna. 

Doña  Mónica,  fuera  de  sí  de  alegría,  respondió  algunas  palabras 
corteses,  mirando  a  su  hija  con  inquietud.  Estaba  ésta  impasible  y  sin 
levantar  los  ojos  de  su  costura. 

No  se  hallará,  quizás,  entre  las  jóvenes  españolas  criadas  en  el 
mundo,  esa  ciega  inocencia,  esa  temblorosa  timidez,  esa  exagerada  cir- 
cunspección de  las  jóvenes  del  norte.  Tiene  la  española  el  entendimiento 
demasiado  penetrante,  el  carácter  demasiado  enérgico,  la  imaginación 
demasiado  viva,  el  alma  demasiado  vasta  para  poder  quedar  en  ese  ca- 
pullo de  seda.  La  idea  de  afectar  una  sencillez  infantil,  cuyo  atractivo 
no  concibe,  la  haría  encogerse  de  hombros  y  se  reiría  de  usarle,  como 
una  princesa  de  ponerse  el  traje  de  una  pastora  de  Arcadia. 

En  lugar  de  aquel  suave  velo  rosado  con  que  se  cubren  las  vír- 
genes del  norte,  tiene  ella  su  orgullo.  Con  su  orgullo  la  española  no 
se  encoge,  sino  que  se  alza.  Por  su  orgullo  no  es  coqueta,  porque  des- 
deña los  homenajes  que  no  halagan  su  corazón :  a  su  orgullo  confía 
su  virtud.  Y  esto  hace  que  ninguna  mujer  comprenda  como  ella  la 
dignidad  de  la  mujer.  Así,  ella  hace  de  los  españoles  los  hombres 
más  apasionados,  más  galantes,  más  delicados,  más  respetuosos  del 
mundo. 

«Hijo  mío»,  dijo  el  viejo  Miranda,  después  de  haber  mirado  a  Casta, 
«por  lo  que  toca  a  la  persona,  no  hay  pero  que  ponerle:  esto  está  a 
la  vista.  Doña  Mónica,  me  parece  que,  sin  que  nos  ciegue  la  parciali- 


FERNÁN    CABALLERO.    TRUEBA. 


24: 


dad,  los  nietos  nuestros  serán  bonitos.  —  -:Qué  está  Ud.  ahí  cosiendo, 
Castita?» 

«Un  vestido  de  guinga»,  contestó  Casta.  «Vamos,  vamos,  suelte  Ud. 
la  costura»,  dijo  el  suegro  futuro;  «de  aquí  en  adelante  no  coserá  Ud.; 
no  gastará  mas  vestidos  de  guingán.» 

«¡Ay!  sí,  señor;  los  gastaré;  es  la  tela  que  prefiero.» 

«Y  si  su  marido  de  Ud.  no  quisiera?  ¿Si  no  quiere  sino  que  gaste 
Ud.  vestidos  de  seda?» 

«No  llegará  ese  caso»,  dijo  Casta  con  voz  firme;  «pues  no  pienso 
casarme.» 

Al  oir  esta  brusca  y  terminante  declaración,  el  señor  Miranda  quedó 
estupefacto ;  su  hijo  miró  a  Casta  con  angustia,  cruzando  las  manos ;  la 
pobre  madre  palideció,  gritando:  «¡Casta,  Casta!  no  partas  de  ligero  y 
piensa  antes  de  decidirte.» 

Casta  seguía  cosiendo  tranquilamente  y  sin  levantar  la  cabeza. 

«¿Qué  es  esto?»  exclamó  al  fin  el  señor  Miranda.  «¡Mi  hijo  es  re- 
husado! ¡Mi  hijo,  mi  hijo!  el  mejor  mozo,  el  más  distinguido  de  los 
muchachos  de  Cádiz,  criado  en  L.ondres  y  París,  que  debe  heredar  mi 
caudal;  gentilhombre  de  Su  Majestad.  ...» 

«Que,  por  consiguiente»,  dijo  Casta  con  sonrisita  burlona,  «gasta 
una  llave  de  oro  con  que  abre  todas  las  puertas.  ¿No  es  ver- 
dad?» 

«i Señorita!»  interrumpió  el  viejo  Miranda  encendido  en  cólera, 
«¿cuáles  son  vuestras  miras?  ¿A  qué  aspira  Ud.  ?  ¿Al  infante  Don  Fran- 
cisco o  al  infante  Don  Enrique?» 

«No  aspiro  a  cosa  tan  alta»,  respondió  Casta  con  calma.  «No  as- 
piro sino  a  ser  feliz.» 

Al  oir  esta  respuesta,  el  joven  Miranda  se  levantó  y  dijo  con  digni- 
dad:  «Basta,  padre;  vamonos.» 

TRUEBA. 

DEL   LIBRO   DE   LOS  CANTARES. 

CORAZONES  PARTIDOS. 

III.  —   «Pues  bien,  usaré  símiles 

«(La  conquisto  con   cuatro  no  menos  lógicos, 

lisonjas    cucas.)  si  a  Usted  son   antipáticos 

Me  da  Usted  su  permiso?  .  .  .«                       los  mitológicos. 

—  «Pase  Usted,  Lucas.»  La  azucena,  la  rosa, 

—  «Salve,   hermosa  Diana,  la  clavellina, 

lumbre  febea,  la   .  .      nada  falta  en   esa 

envidia   de  la  diosa  cara  divina, 

de   Citerea.  ...»  pues  no  hay  jardín   que   tantas 

—  «¿Por  San  Juan   y  San  Pedro,                     flores  encierre..  .  ." 
somos  paganos?  —    «i  Según   eso,   mi  cara 
Hable  Usted  como  se  habla                             será  un  parierre\»  ... 
entre  cristianos.»  —   «Es  .el  edén,  el  cielo 


24« 


ANTOLOGÍA. 


por  (|uc  suspiro.  .  .  . 
Ay,  como  no  le  alcance, 
me  pego  un  tiro.» 

—  ¡El  Señor  nos  asista!» 

—  «Los  cachorrillos 
traigo  ya  preparados 
en  los  bolsillos, 

y  éstas  no  son  fanfarrias 
de  un  botarate.  .  .  .» 

—  «¡  Pues  a  ver  si  evitamos 
que  Usted  se  mate ! 

c  Conque  Usted  solicita  .  .  . "- 

—  «Su  mano  blanca. '' 

—  «A  dársela  estoy  pronta, 
que  no  soy  manca ; 

pero  antes  necesito 
que  Usted  me  diga 
si  algún   lazo  con   otra 


mujer  le   liga.  •' 

—  "Ni   nuflca   me   ha  ligado. 
Solo  las  musas 

y  Usted  han  merecido 
mis  garatusas. 

—  «¿Y  su  amor  a  las  musas 
es  muy  de  bulto  r» 

—  «Como  que  día  y  noche 
les  rindo  culto.»  * 

—  «No  me  atrevo  con   nueve 
competidoras, 

pues  temo  que  me  arañen 

esas  señoras ; 

}'  un  corazón  partido 

yo  no  le  quiero, 

qtie,  cuando  doy   el  tnío, 

le  doy  entero.» 


I. 


i  Qué  noche  !  .  .  .  en  la  chimenea 
sopla  el  viento  sin  cesar, 
y  son  ríos  las  canales 
y  hace  un   frío  que  ya,   ya! 
«Hijos,  avivad  la  lumbre; 
más  leña  .  .  .  aunque  sea  una  haz, 
para   que   así   se  caliente 
y  se  seque  el  militar. 
Tií,  Soledad,  entre  tanto 
baja  un  pernil  del  varal, 
y  haz  al  militar  la  cena, 
que  buena  gana  tendrá 

—  «Gracias,   patroncita,   gracias, 
por  su  infinita  bondad.» 

—  «¡Eh!  déjese  Usted  de  gracias; 
no  hacemos  nada  de  más. 

En  este  mundo,  hoy  por  ti 

mañana  por  mí,   y  en   paz. 

Como  dice  el  señor  cura, 

el  que  siembra,   cogerá, 

que  mañana  u  otro  día 

tal  vez   mis  hijos  irán 

por  esos  mundos  de  Dios 

como  Usted  ahora  va, 

y  Dios  les  dará  patronas 

que  no  me  los  traten  mal.  .  .  . 

i  Hijitos  de  mis  entrañas. 

Dios  los  tenga   por  acá!» 

Así  dice   la  patrona ; 

y  el   honrado  militar, 

de  negro  y  largo  bigote, 

de   continente  marcial, 

de  ojos  negros,   tez  morena, 

algo  rudo  en   el   hablar, 

pero  de  aquellos  que  llaman 


LA  VIDA   DE  JUAN   SOLDADO. 

vino  al  vino  y  pan  al  pan ; 


siente  una  lágrima  tierna 
por  su  mejilla  rodar, 
aunque  el  silbo  de  las  balas 
no  le  conmovió  jamás. 
Y  los  dos  hermosos  niños 
que  ocho  o  diez  años  tendrán, 
no  se  cansan  de  echar  leña, 
leña  seca  en  el  hogar, 
ni  se  cansa  de  partir 
rico  jamón  Soledad, 
que  es  una  chica  morena 
llena  de  gracia  y  de  sal; 
ni   se  cansa   la  patrona 
huevos  frescos  de  cascar. 

«Vendí  lo  poco   que   había 
y  me   vine   por  acá 
desengañado  del  mundo, 
buscando   ...   la  soledad. 
Con  que,  Soledad,  si  Usted 
me  quisiera  consolar.  .  .  . 

—  «¡Yo   ...  si  mi   madre  quisiera....» 

—  «  ¡   Pues  no  he  de  querer !  Con  tal 
que  sea  a  tu  gusto.  ...» 

—   <-Diga, 
Usted  que  sí,  señor  Juan, 
que  el  otro   día  mi    hermana, 
y  la  Saturia,   y  la   Paz, 
y  la  Juana  se  metieron 
en   el  cuarto  para  hablar 
de  novios,  y  les  decía 
a  las  otras  Soledad : 
'Chicas,  yo  todas  las  noches 
»^ueño  con  el  militar.' 

—  «i  Embiustero !   ¿yo  dije  eso?» 


249 


—  «¡Sí,   sí,   rabia,  rabia!   Va 
que  no  me  ([uieren   abrir, 
dije,  se   han  de  fastidiar, 

que  he  de  escuchar  lo  que  dicen.» 

—  "¡Anda  cucharón!" 

—    «iMe   da 


la  gana !» 

—    «Déjale,  hija. 
Ya  lo  oye  Usted,  señor  Juan.-i 
—    "Patrona,   ¡qué  feliz  soy!» 


GLORIAS   DE   LA  MUJER. 


III. 


i  Oh   niña,   niña   donosa  ! 

c  no  consideras,  no  ves 

que  está  en  la  unión  de  dos  almas 

la  fuente  de  todo  bien  ? 

Pues,  cuando  el  amor  profundo 

une  a  un  ser  con  otro  ser, 

es  una   tlor  cada  espina 

y  es  este  mundo  un  edén, 

donde  los  ojos  no  vierten 

más  llanto  que  el  del  placer. 

¿No  anhelas  hallar  una  alma, 

espejo  límpido  y  fiel 

donde  a  todas  horas  puedas 

la  tuya  gozosa  ver  ? 

i  una  alma  noble  que  tenga 

por  un  mentido  oropel 

el  oro,  la  gloria,  el  fausto, 

la  libertad,  el  poder, 

comparados  con   la  prenda 

de  tu    ilimitada  fe? 


IV. 


¡Oh    niña,   niña  donosa! 
¿no  piensas  alguna  vez 
que  tiene  la  enredadera 
necesidad  de  sostén  ; 
pues  si  no  hay  un  arbolilo 
que  la  sostenga,  se  ve 
derribada  en  la  vereda 
donde  el  pastor  y  la  res 
la  enlodan  y  la  deshacen 
sin  compasión   con    el  pie  ? 
cque,   siendo  débil   como  ella, 
tií  como  ella   has   menester 
a  tu  lado  un  arbolito 
que  apoyo  y  sombra  te  dé  ? 
i  Y  no  ves  que  el  dolor  carga 
tan  pesada  suele  ser, 
que  si   no  le  compartimos 
con  un  compañero  fiel, 
podemos  en  la  jornada 
desfallecidos  caer? 
¿No  sabes  que  en  este  mundo 
hasta  compartiendo  el  bien, 
encuentran  las  almas  nobles 
un   santo  y  dulce  placer  ? 


EL  ADOLESCENTE. 


I. 


II. 


Quince  años  cumplidos  tiene, 
y  no  sé  cómo  llamarle, 
no  sé  si   infante  o  mancebo, 
no  sé  si   mortal  o  ángel; 
pues  las  pasiones   del   hombre 
comienzan  a  dominarle, 
y  aun   su  corazón  perfuma 
la   inocencia   del  infante. 
Mirad   con   cuánta  ternura 
da  un   dulce   beso  a  su  madre, 
y  mirad  cómo  sus  ojos 
buscan,   tímidos  y  amantes, 
al  mismo  tiempo  a  esa  virgen 
que  asoma  entre  los  rosales. 
No  sabe  lo  que   ambiciona, 
mas  la  ambición  le  combate ; 
no  sabe  lo  que  desea, 
mas  que  algo  desea  sabe.  .  .  . 
/  --()'  si  pudiera  volar 
como  las  ás:uilas  reales! 


Allá  abajo  en   la  arboleda 

discurre  un  inquieto  enjambre 

de  niños  que  en  los  dos  lustros 

acaso  ninguno  raye. 

Allí  hay  fuentes  crislahnas, 

allí  hay  flores  odorantes, 

allí  hay  pájaros  cantores, 

allí  hay  toldos  de  ramaje, 

y  desde  allí  se  ve  el  sol 

en  occidente  ocultarse ; 

pero  los  niños  enturbian 

los  cristalinos  raudales, 

no  hacen   caso  de  las    flores 

que   huella  su  planta  errante, 

mandan  a  los  pajaritos 

con   la  música  a  otra   parte, 

y  dejan  que  el  sol  se  esconda 

sin   detenerse  a  mirarle. 

Pero  el  bello  adolescente 

se  despide  de  su  madre 


250 


antología. 


y  vaga   por  la  arboleda 
con  languidez  inefable 
Fuentes,   flores,  pajaritos, 
ramas,   sol,   todo   le  place, 
todo  lo  contempla,   todo 
tiene  para  él  un  lenguaje 
que  no  comprende  y  le  encanta, 
que  le  anima  y  que  le  abate, 
que  le  hace  ansiar  otro  mundo 
y  bendecir  éste  le  hace. 


LA  CASA  DONDE 


I. 


En  esa  casita  blanca 
oculta  en   un  pabellón 
de  guindos  y  de  manzanos 
donde  canta  el  ruiseñor, 
alegre  cuando  el  sol  nace, 
triste  cuando  muere  el  sol ; 
en   esa   casita  blanca 
vivía   un   tiempo  mi  amor, 
vivía  la  dulce  niña 
que  amaba  mi  corazón.   .  .  . 
La  niña  está  ya  en  el  cielo, 
que  era  un  ángel  del  Señor, 
y  para  morar  con  ángeles 
tan  puros,   ¡  quién   era  yo  1 
Mas  vagar  en  estos  sitios 
es  toda  mi  diversión, 
que  me  divierte  la  jaula, 
aunque  el  pájaro  voló. 

IL 
¡Cuántas  veces  asomados 
a  aquel   airoso  balcón, 
cubierto  de  enredaderas, 
de  enredaderas  en  flor, 
en  brazos  de  la  esperanza 
nos  adormimos  los  dos ! 
Me  parece  que  estoy  viendo 
a   la  prenda  de   mi  amor 
exclamar  allí,   mostrando 
la   timidez  en   su  voz, 
la  ternura  en  su  mirada, 
la   dicha  en  su  corazón : 
«Dichosos,  mi  dulce  amado, 
seremos  aquí   tú  y  yo, 
así  que  un  sagrado  vínculo 
eternice  nuestra  unión ; 


Ved  aquí  la  diferencia 
que  separa  a  ambas  edades 
alma   pequeña,   la  infancia : 
la  adolescencia,   alma   grande ; 
la   una  sin  aspiraciones 
indefinibles,  constantes: 
¡a  otra,  quisiera  volar 
covto  las  ás;uilas  reales. 


VIVIÓ. 

pues  esta  casita  blanca 
que  mi  niñez  cobijó, 
y  ofrece,  lejos  del  mundo, 
paz  y  alegría  y  amor ; 
amor  y  paz  y  alegría 
nos  ofrecerá  a  los  dos.» 
Como  la  flor  del  almendro 
nuestra  esperanza  se  heló ; 
mas  vagar  en  estos  sitios 
es  toda  mi  diversión : 
que  tne  divierte  la  jaula, 
aunque  el  pájaro   voló. 

III. 
Casita,   casita  blanca, 
donde   mi   amada  vivió, 
de  rayos,   de  huracanes 
te   guarde   por  siempre   Dios ; 
los  guindos  y  los  manzanos, 
te  den  sombra  y  protección  ; 
nunca  se  seque   la  fuente 
que  te  da  en  julio  frescor; 
entonen   en  tu  tejado 
los  pájaros  su  canción; 
enredaderas  te  adornen, 
y  flores  te  den  su  olor. 
Yo  vendré  cuando  el  sol   nazca, 
yo  vendré   al   morir  el  sol, 
a  fecundar  con  mi  llanto 
los  campos  de  alrededor, 
fijos  los  dolientes  ojos 
en  tu  desierto  balcón ; 
que,  como  fuiste  morada, 
de  la  prenda  de  mi   amor, 
con  la  jaula  me  divierto, 
aunque  el  pájaro  voló. 


DESDE  LA  PATRIA  AL  CIELO. 

SU  PROGRAMA.    TERESA. 

—   <-'Qué  manojito  de   rosas   y   de   claveles   se   ha   posado  en  mi 
hombro  ? 

¡Ah!  ¡Es  tu  cara  de  pascua  florida  1  ¿Qué  hacías  tii  aquí,  amor  mío?*' 


IKUKBA.  2CI 

—  «Leer  por  encima  de  tu  hombro  lo  que  vas  escribiendo.» 

—  «¿Y  qué  tal  te  parece?» 

—  «Mal,  rematadamente  mal.» 

—  «¡Gracias  por  la  lisonja!  ¿Y  por  qué  te  parece  mal?» 

—  «Porque  no  me  gusta  la  ironía.» 

—  «Sin  embargo,  bien  usada,  es  un  género  que  ...» 

—  «Es  un  género  que  hiere,  que  hace  daño,  que  tú  no  puedes 
cultivar.» 

—  «¿Y  por  qué  no  puedo?» 

—  «Porque  no  tienes  hiél  en  el  alma.» 

—  «En  cuanto  a  eso,  poco  a  poco.  Cosas  pasan  en  el  mundo  que 
aun  en  el  alma  de  una  blanca  paloma  engendran  hiél,  y  vinagre,  y  ajo, 
y  mostaza,  y  guindilla.» 

—  «Sí;  pero  a  pesar  de  eso,  el  mundo  es  hermoso,  como  lo  son 
las  rosas  a  pesar  de  las  espinas.» 

—  «¡Ah!  Sí,  tienes  razón;  el  mundo  es  hermoso  para  los  que  no 
nos  creemos  desterrados  en  él. 

Pasemos  por  el  mundo  derramando  una  bendición  sobre  cada  flor 
y  cada  espina  que  encontremos  a  nuestro  paso. 

Cuando,  terminado  nuestro  viaje,  tornemos  al  seno  de  Dios,  las 
puertas  del  paraíso  nos  serán  abiertas,  si  podemos  decir :  '¡  Señor,  hemos 
hecho  noblemente  nuestra  jornada;  los  moradores  de  la  tierra  lloran 
nuestra  ausencia,  porque  hemos  sembrado  bendiciones  en  nuestro  ca- 
mino!'» 

Es  verdad ;  la  ironía  es  indigna  de  las  almas  que  carecen  de  hiél.  — 

Lector  despreocupado,  no  quiero  dirigirme  a  ti,  porque  tú  no  me 
comprendes.  No  quiero  escribir  para  ti,  porque  soy  pobre  de  espíritu 
y  rico  de  corazón,  y  sólo  para  los  pobres  de  espíritu  y  ricos  de  co- 
razón escribo. 

Aunque  mi  corazón  sólo  sabe  amar  y  mis  labios  sólo  saben  ben- 
decir, (quisiera  tener  mil  corazones  para  aborrecerte  y  mil  labios  para 
maldecirte. 

¿Ves  esa  lágrima  que  ha  borrado  un  amargo  «¡te  detesto!»  que  mi 
pluma  acababa  de  estampar  en  el  papel  ?  Pues  ha  caído  de  esos  dulces 
ojos  que,  posados  sobre  mi  hombro,  siguen,  arrasados  en  lágrimas  de 
ternura  y  de  alegría,  el  Mielo  de  mi  pluma. 

Esas  lágrimas  busco,  que  no  tus  aplausos  y  tus  riquezas.  Pobre  y 
obscuro  quiero  seguir  mi  jornada  llevando  por  compañeros  a  los  pobres 
de  espíritu  y  ricos  de  corazón,  porque  ellos  me  guiarán  al  reino  de  los 
cielos. 

¡  Virgen  de  ojos  azules  y  rostro  de  azucena  y  rosa,  a  ti  me  dirigiré, 
porque  tú  me  comprendes!  Sí,  sí,  tienes  razón:  el  mundo  es  hermoso 
para  los  que  no  nos  creemos  desterrados  en  él. 

Has  de  saber  que  Teresa,  aquella  que  plantó  el  rosal  en  S  .  .  ., 
ofreciendo  a  la  Virgen  regalarle   todas   las   rosas   que   produjera   si   se 


252  antología. 

salvaba  su  hijo  de  una  grave  enfermedad,  perdió  a  su  marido  Juan, 
aquel  que  plantó  un  árbol  en  memoria  del  nacimiento  de  su  hijo  Pedro. 

Pedro  era  aun  muy  niño  cuando  murió  su  padre,  y  la  pobre  Te- 
resa se  encontró  sin  amparo  en  el  mundo. 

Como  aquellos  pobres  aldeanos  tienen  la  costumbre  de  acogerse  al 
amparo  de  los  moradores  del  cielo  en  todas  sus  tribulaciones,  Teresa 
se  acordó  de  la  Madre   de  Dios  cuando  se  hallaba   más   desconsolada. 

Era  una  hermosa  mañana  de  mayo ;  todo  cantaba  y  reía :  el  sol  aso- 
mando por  oriente,  los  pájaros  en  la  enramada,  las  campanas  en  la 
torre  y  las  flores  en  el  huerto.  Todo  cantaba  y  reía,  menos  el  corazón 
de  la  pobre  Teresa,  que  estaba  desconsolado. 

Teresa  se  fué  al  huerto  a  ver  si  el  rosal  tenía  rosas  para  engalanar 
el  altar  de  la  Virgen.  Cargadito  de  ellas  estaba,  y  nunca  las  había  os- 
tentado tan  hermosas  como  aquella  mañana.  Lo  único  que  les  faltaba 
eran  algunas  gotas  de  rocío  que  abrillantasen  sus  frescas  hojas,  refle- 
jando los  primeros  rayos  del  sol  de  Dios  que  empezaba  a  bañar  el 
horizonte. 

Teresa  empezó  a  coger  rosas,  llorando  mientras  las  cogía.  Hizo  con 
ellas  un  lindo  ramillete,  y  se  encaminó  a  la  iglesia,  que  el  sacristán 
había  dejado  abierta,  mientras  subía  a  la  torre  a  tocar  a  misa  primera. 

El  primer  rayo  del  sol  penetraba  por  una  ventana  del  templo  y 
bañaba  con  su  dorada  luz  el  altar  de  la  Madre  de  Dios. 

Teresa  colocó  en  el  altar  aquel  ramo  de  rosas  coronadas  de  lágri- 
mas, y  de  repente  un  resplandor  divino  deslumbró  sus  ojos  e  inundó 
de  luz  el  templo:  el  sol,  reflejando  en  las  lágrimas  que  coronaban  las 
rosas,  había  trocado  cada  lágrima  en  un  diamante,  rico  de  luz  y  her- 
mosura. 

La  pobre  aldeana  alzó  sus  atónitos  ojos  a  la  Virgen,  y  creyó  ver 
una  sonrisa,  llena  de  amor  y  gratitud,  en  los  labios  de  la  Reina  del  cielo. 

Poco  después  salió  del  templo  con  el  corazón  henchido  de  santa 
esperanza,  y  se  dirigió  presurosa  a  su  casa  para  hacer  partícipe  de  su 
alegría  al  hijo  de  sus  entrañas. 

Al  pasar  junto  al  palacio  del  indiano  oyó  una  voz  que  la  llamaba, 
y  alzó  los  ojos  al  balcón  del  palacio. 

«Teresa»,  la  dijo  el  indiano,    «sube,  que  deseo  hablar  contigo.» 

Teresa  se  apresuró  a  subir,  llena,  sin  saber  por  qué,  de  gratísima 
esperanza. 

«Enjuga  tus  lágrimas,  Teresa»,  añadió  el  indiano,  «que  yo  voy  a 
proporcionaros  la  subsistencia  a  ti  y  a  tu  hijo.» 

«¡Hijo  de  mi  alma!»  exclamó  la  aldeana,  pensando  en  la  dicha 
de  su  hijo  antes  que  en  la  propia. 

SOÑANDO   CON   MI   PAÍS, 

Muchas  veces,  soñando  con  mi  país,  que  ése  es  mi  sueño  perpetuo, 
me  figuro  el  momento  en  que  Dios  me  permita  tornar  al  valle  en  que 


TRUEBA.      PERKDA. 


253 


nací.  Cuando  eso  suceda,  me  digo,  habrá  ya  arrugas  en  mi  frente  y 
canas  en  mi  cabeza.  Será  un  día  de  fiesta  aquel  en  que  yo  torne  a  mi 
valle  nativo,  y  al  trasponer  la  colina  desde  la  cual  se  descubre  por 
completo,  oiré  repicar  las  campanas  a  misa  mayor.  ¡  Qué  dulcemente 
resonarán  en  mi  oído  aquellas  campanas  que  tantas  veces  me  llenaron 
de  alborozo  en  mi  niñez !  Penetraré  en  el  valle  con  el  corazón  palpi- 
tante, la  respiración  difícil  y  los  ojos  arrasados  en  lágrimas  de  regocijo. 
Allí  estará,  con  su  blanco  y  sonoro  campanario,  la  iglesia  donde  ver- 
tieron sobre  la  frente  de  mis  padres  y  la  mía  el  agua  santa  del  bau- 
tismo \  —  allí  estarán  los  nogales  y  los  castaños  a  cuya  sombra  bailá- 
bamos los  domingos  por  la  tarde;  ■ —  allí  estará  la  sebe  donde  mis 
hermanos  y  yo  buscábamos  nidos  de  pájaros  y  hacíamos  silbos  con  la 
corteza  del  castaño  y  del  nogal ;  —  allí,  sobre  las  estradas,  estarán  los 
manzanos  cuya  fruta  derribábamos  a  pedradas  mis  compañeros  y  yo 
cuando  íbamos  a  la  escuela;  —  allí  estará  la  casita  blanca  donde  na- 
cimos, mis  abuelos,  y  mi  padre,  y  mis  hermanos  y  yo;  —  allí  estará  todo 
lo  que  no  siente  ni  respira.  Pero  ¿dónde  estarán,  Dios  mío,  todos 
aquellos  que  con  lágrimas  en  los  ojos  me  dieron  la  despedida  tantos 
años  ha?  Seguiré  por  el  valle  abajo.  ¡Conoceré  el  valle,  pero  no  sus 
moradores!  ¡Ved  si  habrá  entre  los  dolores  un  dolor  más  grande  que 
el  mío !  Las  gentes  reunidas  en  el  pórtico  de  la  iglesia  esperando  el 
momento  de  entrar  a  misa,  se  asomarán  al  pretil  que  da  sobre  la  cal- 
zada, y  otras  gentes  se  asomarán  a  las  ventanas,  todas  para  ver  pasar 
al  forastero.  Y  ni  ellas  me  conocerán,  ni  yo  las  conoceré,  que  aquellos 
niños  y  aquellos  mancebos  y  aquellos  ancianos  no  serán  los  ancianos 
ni  los  mancebos  ni  los  niños  cjue  yo  dejé  en  mi  valle  nativo.  Seguiré, 
seguiré  tristemente  por  el  valle  abajo.  «Todo  lo  que  sentía»,  exclamaré, 
«se  ha  modificado  o  ha  muerto.  ¿Qué  es  lo  que  conserva  aquí  puros 
e  inmaculados  los  sentimientos  que  yo  infundir»  Y  entonces  alguna  al- 
deana entonará  uno  de  aquellos  cantares  en  que  yo  encerré  los  senti- 
mientos más  hondos  de  mi  alma,  y  al  oírla,  mi  corazón  querrá  saltar 
del  pecho,  y  caeré  de  rodillas,  y  si  la  emoción  y  los  sollozos  no  em- 
bargan mi  voz,  exclamaré:  «¡Santa,  y  tres  veces  santa,  bendita,  y  tres 
veces  bendita,  la  poesía  que  inmortaliza  el  sentimiento  humano!» 

(Del  prólogo  del  «Libro  de  los  cantares».) 

PEREDA. 

DE   «PEDRO  SÁNCHEZ. 
IMPRESIONES  DURANTE  UNA  MISA. 

No  me  maravilló  el  templo  con  sus  tres  naves  góticas,  no  su  coro  bajo 
frente  al  altar  mayor,  su  suelo  de  mármoles  y  sus  capillas  sombrías;  pues, 
si  he  de  hablar  con  verdad,  cosa  más  grande  y  más  rica  me  había  ima- 
ginado yo  para  una   catedral   de   población   tan    renombrada   e   impor- 


254  antología. 

tante  '.  Pero  comenzó  la  misa,  y  ya  el  ir  y  venir  de  los  canónigos 
arrastrando  las  negras  colas;  el  solemne,  ostentoso  ceremonial  del  pres- 
biterio ;  los  preludios  del  órgano ;  las  nubes  y  el  olor  de  los  incensarios 
agitados  por  los  inquietos  monaguillos,  vestidos  de  rojo  y  blanco,  y  la 
templada  luz  que  se  descomponía  en  todos  los  colores  del  prisma  al 
atravesar  los  vidrios  de  las  ojivas,  imprimieron  un  nuevo  rumbo  a  mis 
ideas,  sacándolas  de  sus  ordinarios  y  naturales  cauces.  Después,  a  me- 
dida que  la  misa  adelantaba,  crecía  la  fuerza  de  mi  atención,  por- 
que nuevas  ceremonias  y  no  soñadas  impresiones  la  sorprendían  y  la 
cautivaban,  sin  poder  yo  darme  cuenta  todavía  de  si  aquel  arroba- 
miento en  que  comenzaba  a  caer,  era  solamente  una  inesperada  excita- 
ción de  mis  sentimientos  religiosos  en  ocasión  y  sitio  tan  señalados; 
o  si  en  él  influía  también  un  exceso  de  curiosidad.  Pero  llegó  im  mo- 
mento en  que  a  las  voces  estentóreas  de  los  chantres  y  a  las  ati- 
pladas de  los  niños  de  coro,  y  al  sonar  de  las  campanillas  de  los  mo- 
nagos, y  al  cántico  trémulo  e  inseguro  del  oficiante,  se  unió  el  estruendo 
de  toda  la  trompetería  del  órgano,  formando  el  conjunto  un  verdadero 
torrente  de  armonías  (^ue  se  desbordaba  de  las  naves  del  templo,  pa- 
recía estrellarse  en  inmensas  oleadas  contra  los  fustes,  y  saltar  con  ecos 
resonantes  desde  los  mármoles  del  pavimento  hasta  los  rosetones  de 
las  bóvedas.  Entonces  sentí  un  extraño  cosquilleo  que  se  deslizaba  por 
todas  las  fibras  de  mi  cuerpo ;  perdí  la  noción  racional  de  cuanto  tenía 
delante  y  en  derredor  de  mí;  hundí  la  cabeza  en  el  pecho:  parecióme 
que  los  haces  de  columnas  se  alargaban  y  crecían  hasta  perderse  de 
vista,  diáfanos  y  aéreos,  y  que  la  tempestad  de  sonidos  se  extendía  por 
todo  el  espacio  hasta  llenar  los  ámbitos  del  mundo,  como  la  voz  te- 
rrible de  Jehová  ...  y  le  vi ;  sí,  le  vi,  flotando  sobre  nubes  de  incienso 
y  de  armonías,  entre  las  disueltas  bóvedas  del  templo;  y  le  sentí  en 
mi  corazón  y  en  mi  conciencia ;  y  crecieron  en  ella  las  más  leves  faltas 
hasta  la  magnitud  de  enormes  culpas ;  al  ardor  de  la  fe,  que  también 
crecía  en  mi  pecho,  humillé  mi  cabeza  .  .  .  (creo  que  toqué  con  la 
frente  el  duro  mármol  en  que  se  hincaban  mis  rodillas) ;  negóse  mi  labio 
trémulo  a  pronunciar  las  plegarias  que  salían  de  mi  corazón ;  brotaron 
mudas  lágrimas  de  mis  ojos,  y,  al  verme  en  presencia  de  juez  tan 
grande  y  majestuoso,  avergonzóme  la  altura  del  suelo  que  me  sostenía, 
y  envidié  la  obscuridad  y  bajeza  del  mísero  gusano  que  se  arrastra  bajo 
las  costras  de  la  tierra.  (Cap.  ii.) 

CARMEN. 
Oyónos  Carmen  desde  dentro  y  saHó  a  recibirnos.  ¡  Qué  monísima 
estaba!  Jurara  yo  que  se  le  enrojecieron  un  poco  las  mejillas  al  ence- 
rrarse conmigo.  Parece  que  la  estoy  viendo  todavía:  con  su  cabellera 
abundosa,  un  poquito  rizada  naturalmente;  los  labios  húmedos  y  rosa- 
dos;  los   dientes   como   la    más   limpia   porcelana;    los    ojos    dulces   y 

*  Santander. 


PEREDA.    ZORRILLA. 


255 


rasgados;  la  nariz  un  si  es  no  es  aguileña;  en  cada  carrillo  un  hoyuelo; 
el  cutis  fino  y  trasparente,  y  el  cuello  como  de  rosas  y  azucenas;  después 
una  pañoleta  azul  sobre  el  seno  túrgido,  y  un  vestidito  de  percal,  fresco 
y  almidonado,  cuyos  pliegues  descendían  del  esbelto  talle  hasta  el  suelo, 
formando  cola  por  detrás,  y  no  tan  largos  por  delante  que,  al  andar, 
los  pisaran  unos  pies  como  dos  almendras,  prisioneros  en  sendos  zapa- 
titos  bajos,  sobre  unas  medias  como  el  ampo  de  la  nieve.  .  .  .  Rei- 
ríanse  de  ello,  si  a  leerlo  acertaran  los  libertinos  al  uso ;  pero  la  verdad 
es  que  sólo  me  atreví  a  tocar  ligeramente  con  la  mía,  la  suavísima  y 
ebúrnea  mano  que  me  tendió,  un  poquillo  ruborizada,  la  hija  de  Don 
Serafín.  Tal  respeto  me  infundió  la  irradiación  de  su  fragante  y  casta 
hermosura  en  aquella  lóbrega  mansión  de  la  pobreza.        (Cap.  xii.) 


ZORRILLA. 

(DEL   LIBRO   DE   LAS   NIEVES,    «LEYENDA   DE   ALHAMAR..) 

AZAEL. 


V   he   ahí   que  en   este   punto, 
del   fondo  transparente 
del   agua,  donde  siente 
la  música  sonar, 
de  un  ser  resplandeciente 
el  rostro,   que  ilumina 
la  linfa  cristalina, 
se  comenzó  a  elevar. 

Tocó  en  el  haz  del  agua 
su  cabellera  blonda ; 
quebró  la  frágil  onda 
su  frente  virginal ; 
dejó  el   agua  mil  hebras 
entre  sus  rizos  rotas, 
y  a  unirse   volvió  en   gotas 
al   limpio  manantial. 

Aéreo,  puro,  leve, 
cual   nube  vaporosa 
que  mansa   el  aura  mueve 
y  transparente  el  sol, 
ciñendo   de  oro  y   rosa 
tlotante  vestidura, 
como  el   del  alba  pura, 
suavísimo  arrebol. 


La  paz  en   el   semblante, 
la  gloria  en   la  sonrisa, 
apareció  radiante 
el  ángel  Azael ; 
y  sus  mortales  ojos 
fijando  en  la  improvisa 
aparición,   de  hinojos 
cayó  Alhamar  ante  él. 

Del   agua  se  alzó  fuera 
y,  al  esparcir  el  viento 
su  blonda  caballera, 
el  aire  perfumó ; 
dejó  escapar  su  aliento, 
y  cuanto  allí  existía 
su  aliento  de  ambrosía 
con  ansia   respiró. 

Del  suelo  a  la  techumbre 
el  místico  palacio 
reverberó  la  lumbre 
de  su  divina  faz. 
Cuya  fulgente  aureola 
purpúrea  tornasola 
el  aire  del  espacio 
y  de  las  aguas  la  haz. 


DE   «GRANADA». 


¡  Salve,   ciudad  del  sol,   Granada  bella, 
amor  de  Boabdil,  huerto   florido, 
que  entre   nieves  estériles  descuella, 
taza  de  nardos,   de  palomas  nido, 
diamante  puro  que  sin  luz  destella, 
edén  entre  peñascos  escondido, 
ilusión  de  esperanza  y  sueño  de  oro 
que   halaga  aún   al   corazón   del  moro ! 


i  Salve,  verjel  en  donde  el  alba  nace 
y  donde  el  sol  poniente  se  reclina, 
donde  la  niebla  en  perlas  se  deshace 
y  las  perlas  en  plata  cristalina; 
donde  el  placer  sobre  laureles  yace 
y  Dios  sonríe  y  la  salud  domina ! 
Divino  objeto  de  mi  canto  rudo: 
yo  al  empezar  nji  canto  te  saludo. 


256 


ANTCiI.OGlA. 


Heme   aquí,   vuelto   hacia  ti   los  ojos, 
descubierta  al   nombrarte   la   cabeza, 
con   amoroso  afán   puesto  de   hinojos, 
rendido  adorador  de  tu  belleza, 
ofrecerte  mis  cantos  por  despojos, 
si  dignos  son  de  tu  inmortal    grandeza ; 
tiéndeme,  pues,   bellísima  Granada, 
al  elevar  mi  voz,  una  mirada. 


Y  i  plegué  a  Dios  que  mi  amoroso  acento, 
por  cima  de  los  montes  y  los  mares, 
lleve  a  tu  Alhambra  sonoroso  viento, 
que  armonía  mejor  dé  a  mis  cantares ! 
\    si  te  dan  a  ti  contentamiento 
y  algiín  premio  por  ellos  me  buscares, 
dame  a  tu  vez,  ¡oh  flor  de  mis  amores! 
sepultura   al   morir  entre   tus  flores. 


GONZALO  ARIAS  DE  SAAVEDRA. 


(I,  I. 


¡Tremenda  noche!  La  lluvia, 
desgajándose  a  torrentes 
por  las  quebradas  vertientes 
de  la  Sierra,  con  fragor 
a   la  hondura   de  sus  valles 
consigo   arrastrando  baja 
los  árboles  que  descuaja 
del  vendaval   el  furor. 

¡  Tremenda  noche  !  Iracundos 
los  rebeldes  elementos 
amagan  de  sus  cimientos 
las  montañas  arrancar. 
Y  en  la  cresta  de  la  roca, 
donde  se  halla  suspendida, 
con  ímpetu  sacudida 
tiembla  Zahara  sin   cesar. 

A   una  aspillera  asomado 
de  su  antigua  ciudadela, 
el  buen  Arias  está  en  vela, 
ocupado  en   escuchar 
los  rumores  que  a  su  oído 
en  sus  alas  trae  el  viento, 
y  un  fatal  presentimiento 
no  le  deja  sosegar. 

Nada  sus  tenaces  ojos 
ven  en  noche  tan  cerrada  ; 
no  percibe  ni  oye  nada 
en  la  densa  lobreguez, 
más  que  el  velo  tenebroso 
y  la  voz  de  la  tormenta, 
cuya  furia  se  acrecienta 
con  horrible  rapidez. 

A  sus  pies  reposa  Zahara : 
sus  tejados  ve,  a  la  lumbre 
del  relámpago,  en  la  cumbre 
donde  el  pueblo  se  fundó. 
Mas  la  roja    llamarada 
que  el  relámpago  refleja 
le  deslumhra  y  no  le  deja 
comprender  lo  que  a  ella  vio. 

Al  resplandor  instantáneo 
con  que  el  pueblo  se  ilumina, 
cree  tal  'cz  ver  la  colina 
con   el   pueblo  vacilar; 


y  a   veces,   en   el   instante 

de  iluminarse  de  lleno, 

cree  ver  de  Zahara  en  el  seno 

vagas  visiones  errar. 

Blancos  bultos,  misteriosas 
sombras,  móviles  reflejos 
tras  los  muros  a   lo  lejos 
moverse  y  lucir  cree  ver; 
cual  si,  haciendo  de  ellas  vallas, 
los  espíritus  del  m.onte 
de  sus  torres  y   murallas 
se   quisieran   guarecer. 

i  Delirios  vanos  !   ¡  quimeras 
de   su  débil  fantasía  ! 
Pasa  el  pobre  noche  y  día 
en  continua  agitación, 
y  con  fe  supersticiosa 
creyendo  en  su  fatalismo, 
recela  hasta  de  sí  mismo, 
trastornando  su  razón. 

¡  Ilusiones !  Arias  sólo 
oye  el  vendaval  que  brama, 
y  el  agua  que  se  derrama 
por  los  tejados  rodar, 
y  en  los  muros  del  castillo 
el  rumor  acelerado 
de  los  pasos  del  soldado 
que  acaban   de  relevar. 

Oye  el  sordo  remolino 
con  que  rueda  la  tormenta 
haciendo  girar  violenta 
las  veletas   de  metal, 
y   zumbar  estremecida 
la   mal   sujeta  campana, 
y  temblar  en  la  ventana 
el   desprendido  cristal. 

Todos  reposan  en  Zahara, 
la  atalaya  de  Castilla ; 
sólo  se  oyen  por  la  villa, 
en  la  densa  obscuridad, 
el  agua  de  la  goteras 
y  el  rumor  del  vago  viento, 
que  ruge  con  el  acento 
de  la  ronca  tempestad. 


ZORRILLA. 


257 


Sólo   en   apartada   torre 
del  mal  guardado  castillo, 
con   el   fulgor  amarillo 
de  una  lámpara  al   morir, 
velan  algunos  soldados, 
y  se  siente  desde  fuera 
el   rumor  de  una  quimera 
y  jurar  y  maldecir. 

Oyense  sus  carcajadas, 
sus  apodos   insolentes  ; 
pues  en  esto   han   tales  gentes 
contentamiento  y  placer; 
se  juntan   en   borracheras 
para  acabarlas  riñendo, 
y  vuelven  en  concluyendo 
desde  reñir  a  beber. 

Y  en  el  calor  de  la  orgía 
y  el  vapor  de  los  licores, 
disertan  de  sus  amores 
en  obsceno  platicar; 
pues  su  lengua  irreligiosa, 
sin   respetos  y  sin  vallas, 
sólo  de  sangre  y  batallas 
o  mujeres   ha  de  hablar. 

De  éstas  se   miran  algunas 
con  los  soldados  más  mozos 
en  impúdicos  retozos 
y  deshonesto   ademán, 
que  osadas  y  decompuestas, 
o  blasfemando  o   riñendo, 
hasta  embriagarse  bebiendo 
desatinadas  están. 

La   trémula  llamarada 
de   una   hoguera  agonizante 
presta  a  su  rudo  semblante 
una  expresión   más  feroz ; 
y,  recibiendo  la  bóveda 
la  algazara  en   su   ancho   hueco, 
remeda  con   largo  eco 
la   desentonada  voz. 

Harto  de  vino  y  de  amores, 
en   dos  bancos  apoyado, 
cantaba  un  viejo   soldado 
al   son   de   un  roto   rabel, 
e   hiriendo  a  compás  la  mesa 
con   plato,  jarra  o  cuchillo, 
aullaban   el    estribillo 
ellos  y  ellas   con   él. 

Brindaban,   y  a  cada  brindis 
insensatos  blasfemaban, 
y  reían   y  danzaban 
completando   la  embriaguez  ; 
y  sus  sombras,   en   silencio, 
gigantescas,    agitadas, 
cual  fantasmas  convidadas 
erraban   por  la   pared. 
JÜNEM.\NN,   L¡t.   y  Ant.   esp. 


«¡A  ellos!»    gritaron   voces, 
y  entraron  al  aposento, 
diez  a   diez  y  ciento  a   ciento, 
los   moros  del  rey   Hasán  ; 
y  apenas  a   las  espadas 
acudieron  los  cristianos, 
les  cercenaron   las  manos 
en  donde  tan  mal  están. 

Lidiaron  acaso  algunos; 
pero  tantos  les  entraron, 
que  al  fm  los  acuchillaron 
con  las  hembras  a  la  par. 
A  los  gritos  de  los  moros 
los  cristianos  despertaban  ; 
i  pero  los  tristes  se  hallaban 
cautivos  al  despertar ! 

La  soñolienta  pupila 
prestaba  crédito  apenas 
a  las  cuerdas  y  cadenas, 
con   que  atados  dos  a  dos 
por  los  árabes  se  vieron; 
a  quienes  con  lengua  y  ojos 
pedían  piedad   de  hinojos 
en  el  nombre  de  su  Dios. 

Las  lágrimas  de  las  madres, 
de  los  niños  los  sollozos, 
los  esfuerzos  de  los  mozos, 
el  dolor  de  la  vejez, 
son   inútil  resistencia  ; 
porque  a  todos,  ios  infieles, 
atados  como  lebreles, 
los  arrastran   a  la  vez. 

En   vano  lucha  la  virgen 
desesperada  con  ellos, 
que  con  sus  propios  cabellos 
mordaza  o  cordel   le  dan ; 
en  vano  niños  y  enfermos 
yacen  sin  fuerzas  postrados, 
en   tropel  como  ganados 
todos  a  los  hierros    van. 

Fueron   tristísimas  horas 
las  de   noche   tan  sangrienta. 
¡  A   quien   de  ella  pidan  cuenta 
malas  cuentas  ha  de  dar! 
Mas  no  Arias,  a   quien   el  mundo 
con   su  fe  abandona   en  Zahara, 
porque   Dios  no  desampara 
a  quien   de   él  se  va  a  amparar. 

Corazones  como  el   suyo, 
almas  cual  la  que   le  anima. 
Dios  tan   sólo  las  estima 
en   su  prístino  valor; 
aniquilado  bien  pronto 
el   cuerpo  que  les  encierra, 
vuelve  su  polvo  a  la  tierra 
y  su  esencia  al  Criador. 


258 


ANTOLOGÍA. 


Creyó  al  fin  Gonzalo  Arias, 
desde  la  torre  en  que  vela, 
sentir  en  la  ciudadela 
un   verdadero  rumor 
de  voces  y  de  pisadas, 
y  distinguir  en  la  sombra 
muchas  gentes  agolpadas 
a   la  muralla  exterior. 

Iba  el   caracol   de   piedra 
a  tomar  del   muro,   cuando 
por  él  su  escudero  entrando 
dijo:   «Los  moros,  señor!» 
Asió  al  punto  Arias  Saavedra 
un  hacha  y  un  triple  escudo, 
que  halló  a   mano,   y  torvo  y  mudo 
lanzóse  hacia  el  corredor. 

Por  el   caracol   torcido 
se  hundió  como  una  callada 
sombra,  y  la  puerta   ferrada 
de  las  almenas  abrió. 
Confuso  tropel  de  moros 
llenaba  el  adarve  estrecho ; 
Gonzalo  Arias  derecho 
a  los  moros  se  lanzó. 

Tendió  del  primer  hachazo 
los  dos  que  halló  delanteros, 
y  al  querer  tirar  del  brazo 
la  mano  de  otro  segó. 
A  tan  repentino  ataque 
la  morisma,   acorralada, 
abrió  círculo  espantada 
y  en  el  centro  le  dejó. 

Mas  Arias,  que  no  veía, 
de  vergüenza  y  de  ira  ciego, 
cerróse  con  ellos  luego 
con   ímpetu   asolador ; 
y  al  ver  el  horrendo  estrago 
qué  en  ellos  su  brazo  hacía, 
ninguno  se  le  atrevía, 
embargados  de   pavor. 

Pero  sobre  ellos  cargaba 
Gonzalo  Arias  con    tal  brío, 
que  adelante  les  llevaba 
sin  dejarles  revolver; 
y  uno  que  frente  arrestado 
le  hizo,  entre  dos  almenas 
le  derribó  atravesado; 
y  en  el  foso  fué  a  caer. 

Aquel  hombre  despechado, 
de  mirada  centelleante, 
de  colérico  semblante, 
y  de  fuerzas  de  titán, 
sin  más  que  un  broquel  y  un  hacha, 
pálido  y  medio  desnudo, 
peleando  solo  y  mudo 
con  desesperado  afán; 


Aquel    hombre  aparecido 
de  repente  en  medio  de  ellos, 
erizados  los  cabellos, 
cual   de   un   vértigo  infernal 
])oseído,  hizo  a  los  moros 
concebir   honda  pavura, 
contemplando  en  su   figura 
algo  sobrenatural. 

Un   instinto  irresistible 
de  temor  supersticioso 
de  aquel  hombre  misterioso 
en  tropel  les  hizo  huir, 
cual   si  vieran,   bajo  el  rostro 
de  aquel   hombre   temerario, 
un   espíritu  contrario 
de   Mahoma  combatir. 

Abandonó,  pues,  el  muro 
todo  el  pelotón  alarbe, 
y  dejó  sobre   el  adarve 
solo  a  aquel   hombre  fatal. 
Crispado,   calenturiento, 
a  las  almenas  de  piedra 
asomóse  Arias  Saavedra, 
presa  de   angustia   mortal. 

Allá  abajo,   en   las  tinieblas, 
por  las  calles  de  la  villa 
en  la  lengua  de  Castilla 
invocar  a  Dios  oyó. 
«¡A  Dios  (dijo  con  desprecio), 
a  Dios  invocáis  ahora ! 
i  Miserables  !  ya  no  es  hora  : 
sucumbid,   pues,  como  yo.» 

Y  a  largos  pasos  tomando 
del  castillo  la  escalera, 
fué  a  dar  como   una  pantera 
en  el   patio   principal. 
Un   capitán   de   Granada 
allí  amarrados  tenía 
cuantos  perdonado   había 
la  cimitarra    fatal. 

Arias,   de  un  salto,  se  puso 
delante  del  africano 
y,   asiendo  con  una  mano 
las  bridas  de  su  corcel, 
le  dio  en  el  frontal  de  acero 
tan   descomunal   hachazo, 
que   caballo  y  caballero 
vinieron  a  tierra  de   él. 

Los  árabes  que   más  cerca 
del   capitán   se  encontraron 
sobre   Gonzalo  cargaron 
con  gritería  infernal ; 
pero  dieron  con  un  hombre ; 
y  el  primero  que   imprudente 
se   llegó  a   Arias,   en   la  frente 
recibió  el  golpe  mortal. 


ZORRILLA. 


259 


El  capitán,  desenvuelto 
de  su  caballo  caído, 
vino  como  tigre  herido 
sobre  el  alcaide  a  su  vez ; 
recibió  su  corvo  alfange 
el  castellano  forzudo 
dos  veces  en  el  escudo 
con  serena  intrepidez. 

Y  al  verle  ebrio  de  coraje, 
descargarle  el  tercer  tajo, 
metióle  el  hacha  por  bajo 
y  el  brazo  le  cercenó. 
Saltó  el  pedazo  partido 
con  la  cimitarra  al  suelo, 
y  el  moro  con  un  aullido 
de   dolor  se  desmayó. 

Saltó  Arias  de  él  por  encima 
y,   del   caballo   tendido 
quedándose  guarecido, 
volvió   la  lid  a   empezar. 
Acométenle  los  moros ; 
mas  ningún  golpe  le  ofende 
por  delante,  y  se  defiende 
la  espalda  con   un  pilar. 

Entraba   en   esto  en   el   patio 
el  viejo  rey   de   Granada  ; 
mas  detúvose  a  la   entrada 
a  admirar  el   varonil 
aliento  de  aquel  hombre 
que  sin  casco   ni   armadura 
tiene  a  raya   la  bravura 
de  los  hijos  del   Genil. 

Estaba  Gonzalo  Arias, 
de  sangre  y  sudor   cubierto, 
tras  del   caballo,   que  muerto 
a  sus  plantas  derribó, 
anhelante  de  fatiga, 
descolorido  y  rasgado, 
como  un  espectro  evocado 
del  panteón   que  le  guardó. 


Al  ver  con  cuánta  destreza 
de  tantos  se  defendía, 
de  tan  alta  bizarría 
pagado  el  viejo  Muley, 
«¡Teneos!»   gritó  a  los  moros; 
y,   yéndose  al  castellano, 
le  dijo  afable:   «Cristiano, 
ríndete:   yo  soy  el  rey.» 

No  pudo  Arias  de  cansancio 
contestar.    «Quien  quier  que  fueres 
(añadió  el  rey),   valiente  eres: 
ríndete  a   mí  y  saho  irás.» 
Arias,  ronco  de  fatiga, 
pero  con  alma  serena, 
dijo  :    «Muerto,   enhorabuena  ; 
pero  rendido,  jamás.» 

«Cristiano»,  repuso  el  moro, 
«yo  soy  Muley,  y  rendirte 
a  mí  no  será  desdoro.» 
V   Arias  dijo :    «V  yo,   Muley, 
soy  Gonzalo  Arias  Saavedra, 
y  mientras  me  quede  aliento 
y  en   Zahara   quede  una  piedra 
la  mantendré  por  mi  rey." 

Ahogó   la  piedad  del  moro 
respuesta  tan   arrogante, 
y,  colérico,   «¡Adelante, 
saeteros  I »   exclamó. 
Atravesado  de   flechas 
hincó  Arias  una  rodilla 
gritando   «  ¡Cristo  y  Castilla 
por  los  Arias!»    Y  expiró. 

Cortáronle   la  cabeza, 
y  en  el   arzón   delantero 
la  ató  un   negro  de  Baeza 
por  trofeo  de  valor. 
Tal  fué  el  fin  desventurado 
del  bravo  alcaide  de  Zahara ; 
la  suerte  le  negó,   avara, 
todo,   menos  el  honor. 

(III,  2.) 


DELIRIO  DE  MORAIMA. 


Más  pálida  que  el  mármol  de  la  fuente 
donde   apoya  su  brazo   nacarino, 
más  triste  que  la  voz  con   que   doliente 
gime   en   la  costa  el  pájaro  marino, 
cuando  cercano  el   temporal   presiente, 
en  la  ancha  pila  del  jardín   vecino 
contemplaba  Moraima  silenciosa 
1"    .riste   imagen   de  su   faz   llorosa. 

Suelto  el  cabello,  que  a  merced  del  viento 
por  los  desnudos  hombros  ondulaba, 
en   el   agua,   al  reflejo  amarillento 
de   una  lámpara   de  oro,   se  miraba. 


Su  cuerpo  sin  acción,  sin  movimiento, 
sus  enclavados  ojos,   semejaba 
su   blanca  y  melancólica   figura 
añadida  a  la  fuente   una  escultura. 

A  la  luz   que  su  lámpara   destella 
su  rostro  con  asombro  contemplaron 
Aixa  y  Kaleb,   y   con   callada  huella 
a  la  infeliz  Moraima  se  acercaron 
solícitos  ;   mas  i  ay  !   inmóvil  ella 
ni  les  vio  ni  sintió  cuando  llegaron  : 
«Duerme",  dijo  Aixa,  que  tenaz  la  mira 
iNo  duerme»,  dijo  el  árabe,    «delira.- 
17* 


26o 


antología. 


Delirando,   Moraima   el   ojo   atento 
de  la  taza  de  mármol  no  quitaba, 
la  imagen  de  su  rostro  macilento 
contemplando  que  el  agua  reflejaba ; 
y  al  fin  con  un  suspiro  y  con  acento 
cuya  tristeza  el  alma  traspasaba, 
con  el  mirar  en  ella  siempre  fijo 
así  a  su  imagen  transparente  dijo : 

«¿Quién  eres  tú,  que  pálida  me  miras 
debajo  de  la  trémula  corriente  ? 
¿Quién  eres  tú,   que  como  yo  suspiras 
con  triste  faz  y  en  ademán  doliente  ? 
¿  Eres  algún  espíritu  que  giras 
por  los  senos  del   agua   transparente, 
en   pos  del  bien   a  quien    perdido   lloras 
y  que  el  lugar  en  que  se  oculta   ignoras^ 

'  i  Ay !  no  le  busques,  sombra  enamorada  ; 
no   te   fatigues  más,   alma  perdida. 
Vete,  sombra :  ya  amor  no  hay  en  Granada ; 
alma,   vete :   en  Granada  ya   no  hay  vida. 
Mira :   yo  estoy  también   abandonada 
como  tú,  y  en  el  alma  estoy  herida : 
i  Ay  !   yo  busco  también  a  los  que  adoro 
y  el  sitio  en  donde  están  como  tú  ignoro. 


«Mas  ¿por  ventura  buscas  a  tu  esposo? 
¿  A  tu  padre  tal  vez?  Los  dos  se  han  ido. 
El  cielo  estaba  obscuro  y  tempestuoso, 
rugía   el   huracán   cuando   han  partido. 
Iban  a  pelear :   era  forzoso ; 
la  temjiestad   allá  les   ha  cogido.  .  . 
¿Padres  y  esposo  buscas?   ¡insensata! 
Míralos  ...  el  Genil  les  arrebata. 

«Vete  pues  :  aun  no  han  vuelto  de  Lucena. 
Mas  ¿porqué  así  me  miras,  sombra  vana? 
No  me  mires  así :  me  causa  pena. 
¿  Quién  eres  ?  ...  mas  ¿  te  ríes  ?  ¡  Ah  villana  ! 
i  Tú  eres  alguna  esclava  nazarena. 
Sí,   sí :   tú   eres  la  pérfida  cristiana, 
(jue  me  le   hechiza   el  corazón  ahora 
con  su  infernal  amor  ! . .  ,  toma,  traidora.» 

Dijo  y  tiró  la  lámpara  a  la  fuente ; 
con  hueco  son  al  sumergirse  en  ella, 
el   agua   helada  salpicó  su  frente. 
Quedó  en  tinieblas  el  jardín  ;  la  bella 
y  enamorada  aparición  doliente 
se  disipó,   sintiéndose  su   huella 
primero  del  jardín  entre  las  flores, 
y  luego  en  los  sombríos  corredores. 
(VIII,  lo.) 


TAMAYO  Y  BAUS. 

DE    «LOCURA  DE  AMOR». 

ACTO  IV.    ESCENA  X. 

La  Reina  y  Doña  Elvira. 

Reina.  No  me  había  engañado  :  mira  la  carta  de  esa  mujer.  Derecha  fui  a  donde 
estaba. 

Doña  Elvira.  ¿  Será  posible  ? 

Reina.   He   querido  leerla.   Mis  ojos  se  han  clavado  en  ella,   pero  nada  han  visto. 

Doña   Elvira.  No  la   leáis. 

Reina.  ¿Que  no  la  lea?  i  Dios  mío!  Tú  no  has  amado,  nunca;  nunca  has  es- 
tado celosa;  no  tienes  corazón.  ¿Que  no  la  lea?  ¿Para  qué  la  he  buscado  entonces? 
Mira,  mira  cómo  te  obedezco.  (Leyendo:)  «Señor:  que  yo  sería  dama  de  la  reina, 
en  cuanto  os  lo  pidiese,  me  fué  concedido  por  vos.  Quien  del  palacio,  buscándome 
solícito,  descendió  a  la  posada,  súbame  hoy  de  la  posada  al  palacio.  La  dama  del 
mesón.»  Y  el  rey  contestó  ...  Y  esa  mujer  está  aquí.  ...  V  porque  ella  está  ahora 
a  mi  lado,  estaba  ahora  siempre  a  mi  lado  Felipe.  ...  ¿Lo  entiendes  ya  ?  No ;  no 
lo  creo  .  .  .  No  lo  quiero  creer. 

Doña  Elvira.  Sosegaos,  señora. 

Reina.  Parece  que  no  sabes  decir  más  que  eso.  ¿No  oyes  que  está  aquí?  ¿No 
oyes  que  me  la  ha  traído  a  mi  propia  casa  ?  Por  fuerza  ese  hombre  ha  olvidado 
que  yo  aquí  soy  la  reina ;  que  ni  él  mismo  se  librará  de  mi  furor.  ¡  Y  supuse  que 
me  amaba,  que  tenía  celos  de  mí !  t  Hay  simpleza  como  la  de  una  mujer  enamo- 
rada ?  i  Qué  bien  se  habrá  reído  a  mi  costa !  De  ambos  debo  tomar  venganza. 
i  Por  cuál  empezaré  ?  .  .  .  Una  venganza  que  no  desmerezca  del  agravio.  Corre ; 
llama  al  rey.  .  .  .  No:  escucha  .  .  .  (DetcnU-odola.)  Antes  conviene  .  .  .  Vamos,  va- 
mos .  .  .,  si  no  me  tranquilizo,  no  haremos  cosa  de  provecho.  Maldito  corazón  que 
jamás  ha  de  obedecer.  ...  Sí;  ya  estoy  tranquila  .  .  .  Conviene  .  .  .  ¿Qué  te 
decía   yo  ?  .  .  . 


TAMAYO    Y    BAUS.  20  1 

Doña  Elvira.   (Acabarán   con  su  razón   y  con  su  vida.) 

Reina.  Conviene  ...  l  Ah !  (Como  recordando.)  Conviene  descubrir  cuál  de  mis 
damas  es  la  amiga  del  rey.  Casi  todas  aquí  en  Burgos  han  entrado  a  ser\'irme. 
Esta  carta  me  pone  en  camino  de  dar  con  ella.  Haciendo  que  todas  escriban  de- 
lante de  mí  .  .  .,  cotejando  las  letras  ...  Va  ves  que  aun  puedo  discurrir.  Anda, 
corre;  que  al  punto  vengan  a  esta  cámara,  al  punto.  .  .  .  Dime  (deteniéndola  otra 
vez) :  lo  que  esa  mujer  ha  hecho  es  un  crimen.  Debe  haber  alguna  ley  que  castigue 
estos  delitos;  debe  haberla.  ¿No  es  cierto?  Seguramente  que  la  habrá  en  un  país 
donde  mandan  mujeres.  Y  si  no  la  hay,  yo  la  haré.  ¿  No  soy  la  reina  ?  Para  algo 
ha  de  servirle  a  una  ser  soberana  de  un  reino  compuesto  de  muchos,  y  de  un 
nuevo  mundo  además.  Se  han  burlado  de  la  mujer  virtuosa  y  amante.  Por  Cristo, 
¡que  se  van  a  llevar  chasco  muy  solemne  cuando  la  vean  convertirse  en  reina  ven- 
gativa! ¿Qué  me  vas  a  decir?  (A  Doña  Elvira  que  hace  ademán  de  ir  a  hablar.)  ¿Otro 
desatino  ?  Calla,  no  quiero  oírle.  Vuela :  trae  a  todas  mis  damas.  ¡  Ay  de  ti,  si  me 
vendes !  .  .  .  ¿  Quién  viene  ?  ¿  Qué  hombres  son  ésos  ?  (Viendo  aparecer  en  el  foro  el 
Almirante  y  los  Grandes.) 

Doña  Elvira:  Son   los  grandes   que  desean   hablaros.   (Vase  por  la  izquierda.) 

Reina.  \  Ah,  sí,  ya  me  acuerdo !  (Cambiando  repentinamente  de  tono.)  Adelante,  se- 
ñores, adelante,  y  seáis  bien  venidos. 

ACTO  V.    ESCENA  V. 
Dichos  y  la  Reina,   con   manto,   corona  y  cetro. 

Reina.   \  Plaza  a   la  reina ! 

(Subiendo  al  trono  antes  que  el  rey.) 

Rey.   ¡  La  reina  ! 

(Prolongados  rumores,  sorpresa  general.) 

Marqués.   \  Doña  Juana  ! 

Don  Alvar.   (Esto  es  más  de  lo  que  esperábamos.) 

(Pausa.) 

Reina.  ¿Qué  os  turba  y  sorprende?  ¿No  contabais  con  mi  presencia?  Pues  mal 
lo  imaginasteis.  Cerradas  estaban  las  puertas  de  mi  aposento ;  mas  diz  que  para 
todo  hay  remedio  en  el  mundo,  si  no  es  para  la  muerte.  Que  las  cerrasen  mandó 
el  rey;  la  reina  mandó  que  las  abriesen  de  par  en  par;  pudo  más  que  la  perfidia 
flamenca   la  lealtad  castellana,   y  aquí  me  tenéis. 

Dotí  jfuan  Manuel.   Fuerza  es  obrar  con   energía.    (Bajo  al  rey.) 

Rey.  Dignaos  de  volver  a  vuestra  estancia,  señora. 

Reina.  No  hay  para  qué.  Sé  de  qué  graves  negocios  estabais  tratando.  Trátase 
de  recluirme  en  alguna  buena  fortaleza  por  todo  el  resto  de  mi  vida;  trátase  de 
hacer  propiedad  de  Don  Felipe  de  Austria  la  corona  que  a  mí  sola  me  pertenece. 
Acuerdo  es  éste  de  todo  punto  necesario  ;  tal  lo  juzgo  yo  propia,  y  vengo  por  lo 
tanto,  a  endulzar  la  pena  que,  a  no  dudar,  oprime  el  tierno  corazón  de  mi  esposo ; 
a  pagar  el  noble  celo  que  en  pro  del  piíblico  bien  habéis  casi  todos  vosotros  mani- 
festado ;  a  decir  en  seguida  un  adiós  eterno  al  trono  de  mis  padres.  V  noticiosa  de 
que  ya  ibais  cobrando  ojeriza  a  mi  pobre  vestido  negro,  para  contentaros,  y  si- 
quiera una  vez  pareceros  reina,  me  he  echado  encima,  como  veis,  mis  galas  más 
deslumbradoras.  (Desciende  del  trono  y  apostrofa  a  Don  Juan  Manuel  y  a  los  otros  grandes  con 
delicada  ironía.)  Guárdeos  el  cielo,  Don  Juan  Manuel,  señor  de  Belmonte  de  Campo 
y  de  Cevico  de  la  Torre,  embajador  en  Roma,  maestresala  de  mi  madre  Doña  Isa- 
bel, primer  caballero  español  del  Toisón  de  Oro  de  la  casa  de  Borgoña,  y  presi- 
dente de  mi  Consejo.  Gloria  mayor  la  vuestra  que  la  de  aquel  otro  Don  Juan 
Manuel,  cuya  docta  pluma  hizo  su  nombre  tan  famoso,  y  cuyo  invicto  acero  rindió 
y  desbarató  al  fuerte  Ozmín,  general  de  la  casa  de  Granada,  a  orillas  del  río  Gua- 
dalferce.  He  aquí,  señores,  a  un  nieto  del  rey  San  Femando  y  de  los  emperadores 
de  Constantinopla,  convertido  hoy  en  agente  de  los  excesos  de  un  archiduque  de 
Austria. 

Don  ynan  Manuel.   \  Señora  ! 

i7*» 


202  ANTOLOGÍA. 

Keina.  ¡  Oh !  que  también  está  por  aquí  el  noble  manjués  de  Villena,  duque  de 
Escalona.  Cuentan  que  vuestro  ascendiente,  el  caballero  portugués  Diego  López 
l'acheco,  fué  por  ansia  de  medro  uno  de  los  asesinos  de  Doña  Inés  de  Castro ; 
que  vuestro  noble  padre  dio  veneno  al  príncipe  Don  Alfonso,  de  quien  era  parcial ; 
para  volver  a  la  gracia  de  su  legítimo  señor,  mi  tío  Don  Enrique,  al  cual  después, 
no  sabiendo  ya  qué  ([uitar,  (juitó  el  entierro  (jue  el  buen  monarca  para  sí  destinaba  en 
el  Parral  de  Segovia ;  que  vos  hicisteis  matar  a  vuestra  ¡irimera  mujer,  la  condesa 
de  Santisteban,  nieta  del  condestable  Don  Alvaro  de  Luna  ;  que  ahora,  desposeído, 
por  la  voluntad  de  mis  padres,  de  Trujilio,  Chinchilla,  Albacete,  San  Clemente, 
Rota  y  demás  pueblos  del  marquesado  de  Villena,  de  la  ciudad  de  Alcázar  y  de 
la  tenencia  de  Madrid,  queréis  recobrarlos  a  toda  costa,  pronto,  por  conseguirlo,  a 
matarme  a  mí  y  a  diez  mujeres  más.  A  ser  esto  cierto,  señor  marqués  de  Villena, 
¡gloriosa  raza  la  vuestra,   por  vida   mía! 

Marqués.  (¡Conténgame  Dios!) 

Kcina.  Loor  a  todos  vosotros,  señores.  Natural  es  que  así  procuréis  el  ultraje 
de  vuestra  reina  y  la  ignominia  de  vuestra  patria,  cuál  por  un  aumento  de  terri- 
torio, cuál  por  una  dignidad  que  ha  tiempo  codiciaba,  cuál  por  un  Toisón  de  Oro 
para  deslumbrar  a  sus  inferiores,  cuál  por  diez  oficios  para  diez  de  sus  allegados. 
No  hay  por  qué  nadie  se  maraville :  constantemente  fué  vuestro  anhelo  empo- 
brecer al  pechero  y  al  monarca ;  siempre  fuisteis  enemigos  naturales  del  trono  y 
del  pueblo. 

Noble  primero.  Nos  insultáis. 

Don  yttan  Matiiiel.  Insultáis  a  la  Grandeza   de   Castilla. 

Reina.  Bueno  fuera  que  os  dieseis  por  ofendidos.  ¿  Sabe  una  loca  lo  que  se 
dice  ?  Y  yo  estoy  loca  hasta  más  no  poder.  Como  que  estos  señores,  que  son  mis 
médicos,  quieren  encerrarme.  (Dirigiéndose  a  los  médicos.)  Sólo  que  yo  no  quiero  de- 
jarme encerrar.  Matad  a  la  gente,  señores  míos;  tal  es  vuestro  derecho:  para  en- 
terrarla viva  aun  no  tenéis  licencia.  Pero  c'  qué  ?  c  También  vosotros  os  enojáis  ? 
i  Todos   malvados!    (Coq  acento  de  cólera.)     ¡Todos    necios!    (Riéndose.) 

Rey.  Ved  que  yo  por  más  tiempo  no  puedo  tolerar.  .  .  . 

Reina.  Y  a  ti,  Felipe,  i.  qué  te  podré  decir  para  consuelo  de  tu  pena  ?  (Apar- 
tándole de  los  demás,  y  en  voz  baja.)  Que  harto  bien  pagada  está  la  corona  de  Castilla 
con  tus  Estados  de  Borgoña  y  de  Flandes ;  que  aun  necesitas  reposo  y  vigor  en  el 
espíritu  para  terminar  la  obra  que  bajo  tan  buenos  auspicios  has  comenzado  :  hacer 
tuyo  el  trono  de  la  madre,  ha  sido  empezarla ;  quitárselo  al  hijo  legítimo  para  dár- 
selo a  un  bastardo  infame,   será  concluirla. 

Rey.   ¡  Doña  Juana  ! 

Reina.   \  Bah  !    ¡  Si  ya  sabes  y  acabas  de   oir  que   estoy  rematadamente   loca ! 

Rey.   Señores,   esto  es  ya  demasiado  :   llegó  el   momento  .  .  . 

Reina.  Sí,  i  por  Cristo !  sonó  la  hora  de  que  yo  empezase  a  reinar.  Demencia 
y  crimen  era  en  mí  anteponer  otro  amor  al  amor  de  mi  pueblo.  Yo  expié  mi  culpa: 
de  hoy  más  no  lloraré  torpes  ingratitudes.  Amar  como  todas  las  mujeres,  es  amar 
a  un  hombre;  a  semejanza  de  Dios,  debe  amar  una  reina  amando  a  un  pueblo 
entero. 

Rey.   (i  Me  vence,  me  humilla!) 

(Los  Grandes  se  acercan,  como  ofreciéndole  amparo  contra  Doña  Juana.) 

Reina.  Ni  penséis  vosotros  romper  de  nuevo  el  freno  de  las  leyes,  con  que  os 
sujetó  la  mano  poderosa  de  la  católica  Isabel.  Temblad  ante  la  hija,  como  tembla- 
bais ante  la  madre.  Vuelvan  al  reino  los  bienes  que  le  arrebató  vuestra  codicia; 
vuelva  la  fuerza,  que  es  suya,  a  la  corona ;  deponed  del  todo  vuestros  cetros  usur- 
pados. Ya  vosotros  no  sois  Castilla:   Castilla  es  el  pueblo;    Castilla  es  el  monarca. 

Rey.  Salid  de  aquí.  No  me  obliguéis  a  emplear  la  violencia. 

Reina,   i  Quién  se  atreverá  a  tocarme  ? 

Almirante.  Conteneos,  señor,  si  no  queréis  encender  oprobiosa  guerra. 

Don  Alva, .   No  hagáis  que  la  sangre  española  corra  por  mano  española  vertida. 

Rey.  La  rebelión   estalla  dentro  de  mi   propio  palacio. 


TAMAYO    Y    HAUS.     LÓPEZ    DE    AVALA. 


263 


Marqués.   ¡  Viva  el  rey ! 

Nobles,   i  Viva  I 

Rey.   ¿Oís,  señora,   como  la  Grandeza  de   Castilla  aclama  al  rey? 

Pueblo,   i  Viva  la  reina !   ¡  Viva  la  reina !   (Dentro.) 

Reina.   Oye  tú  cómo  el  pueblo  español  aclama  a  su  reina. 

Reina.  Gracias,  hijos  míos  Nada  temáis ;  no  saldré  de  Burgos.  Fío  en  vuestra 
constancia.    (Desde  el  balcón.) 

Pueblo.   ¡  Viva  la  reina !   ¡  Mueran   los  flamencos ! 

Reiría.  ¿Qué  queréis,  Felipe.^  Mi  pueblo  ha  perdido  el  juicio  como  yo. 
(Volviendo  al  lado  del  rey.) 

Rey.    i  Oh  rabia! 

Almirante.  La  justicia  prevalece. 

Don  Alvar.   ¡  La  reina  triunfa ! 

Reina.  Parece  que  esos  gritos  no  os  suenan  bien  :  pues  yo  quiero  oírlos  más 
de    cerca.    (Asómase  al  balcón.) 

Pueblo.   jViva  la  reina!    ¡Viva  la  reina!   (Dentro.) 

Rey.  Soldados,  dispersad  esa  turba. 

Capitán.   Si   la  reina  lo  manda. 

Reina.  Calla,  ¿éstos  también.-  Con  razón  asegura  el  refrán  que  un  loco  hace 
ciento.  Ya  lo  veis :  los  locos  abundamos  en  Burgos  que  es  una  maravilla.  Réstame 
advertiros  que  no  es  cordura  jugar  con  ellos.  Felipe,  señores,  a  Dios  quedad.  La  reina 
loca  os  saluda. 

(Hace  una  reverencia  y  se  va.) 


LÓPEZ  DE  AYALA. 


DE     UN   HOMBRE   DE    ESTADO^ 


ACTO  IV.  ESCENA  VI. 

Don  Rodrigo.  Dichoso  muriendo  fuera, 
si   la   imagen   de   mi  vida 
alguna  acción   me  ofreciera 
que  digna  mi   muerte   hiciera 
de  ser  de  todos  sentida.  .  .  .   (Pausa.) 
i  Matilde  !   ¡  Matilde  mía  ! 
¿Me  perdonas?    i  Oh   tormento! 
Dios  te  ha  vengado  este  día, 
haciendo  que  en   mi  agonía 
no  pueda  escuchar  tu  acento. 

ESCENA  VII. 
Don  Rodrigo,  Doña  Matilde,  Don  Manuel. 

Don  Manuel.  Vedle. 
Doña  Matilde. 

1  Ay  !   i  El   es  !    ¡  Desventurado  ! 
Don  Manuel.  El  mundo 

envidió  su   ventura,   y  vedle  ahora. 

Llegad  .  .  . 
Doña  Matilde.   ¡Oh  Dios! 
Don  Manuel.   Que  alivia  a  moribundo 

la  tierna  voz   de  la  mujer  que  llora. 
Doña  Matilde.  Yo  me  siento  morir. 
Don  Mattuel.  ¡  Valor,   señora  ! 

(Don  Manuel  se  retira,  después  de  un  momento 
en  que  Matilde  hace  visibles  esfuerzos  para  se- 
renarse.) 


¡  Cielos,   perdón  ! 
¿  Rodrigo  ? 
¿  Qué  he  escuchado  • 

Sí. 


Don  Rodrigo. 
Doña  Matilde. 
Don  Rodrigo. 

¡Matilde! 
Doña  Matilde. 
Don  Rodrigo  ¡  Gran  Dios  !  i  yo  te  bendigo ! 

Voy  a  morir. 
Doña  Alatilde.     Lo  sé. 
Don  Rodrigo.  ¿Me   has  perdonado? 

Doña  Matilde. 

Dios  te  perdone,   como  yo,    Rodrigo. 
(Momento  de  silencio  en  que  lloran  ambos.) 

Don  Rodrigo. 

¿Por  qué   no  te  creí,   Matilde  mía? 
Doña  Matilde.  Olvida  ya.  .  .  . 

Don  Rodrigo.     Si   nunca  te  ofendiera, 

nunca  tampoco  a   Dios  ofendería. 
Doña  Matilde. 

Olvida  lo  pasado,   y  corra  entera 

la  vida   de  los  dos  en  este  día. 
(Rodrigo  la  contempla  un  momento.) 

Don  Rodrigo. 

i  Oh,  cuan  grandea  mis  ojos  te  presentas, 
amado  nuncio  del  perdón  celeste  ! 
Hoy  que  la  luz  que  alumbra  mis  sentidos, 
la  luz  de  la  verdad  sublime  y  santa, 
su  resplandor  esparce  per  el  mundo, 
en   medio  de  sus  ídolos  caídos 


264 


antología. 


consoladora  y  grande  se  le\anta 

la   imagen   sola   de  tu   amor  profundo. 

Doña  Matilde.   ¡  Ah  ! 

Don  Rodrigo.  Ten   \alor. 

Doña  Matilde.  ¡  Rodrigo  ! 

Do7i  Rodrigo.  Sí,   i  la  muerte  ! 

Doña  Matilde. 

Olvidémoslo   lodo;   al   mundo  olvida, 
y  recuerda  no  más  que  ni  un  momento 
mi   amor  sincero   te  faltó  en   la  vida. 
Si   alguna  vez  el   hado   turbulento 
de   mi   pasión   profunda  te  apartaba, 
mi   alma,   que  en   la  tuya  penetraba, 
a  ti  más  infeliz  en  ofenderme, 
que  a  mí  en  ser  ofendida,   te  juzgaba. 

Do7i  Rodrigo. 

Sí;   tú,  que  viste  el  fondo  de  mi  alma, 
me  amaste  sin   cesar.   ¡  Gracias  I   Ya  al 

mundo, 
que  sofocó  mi  instinto  generoso, 
la  muerte  ante  mis  ojos  lo  ha  deshecho, 
y  mis  nobles  pasiones  comprimidas 
triunfantes  llenan   mi   agitado  pecho. 
(Exaltándose.) 

Doña  Matilde.       \  Dios  me  escuchó  ! 

Don  Rodrigo.      Caí;   mas  no  vencido 
que,   a  pesar  de  mi  vida  detestable, 
la  grandeza  del  hombre  he  comprendido ; 
del  hombre,  que,  inspirado,  conociendo 
que,   cuanto  no  es  eterno  es  miserable, 
los  ojos  fija  en   la  mansión   divina, 
y  en  paz,   en   medio  del   mundano  es- 
truendo, 
hacia  su  fin   sin   inquietud  camina; 
sin   envidiar  su  mísera  riqueza; 
que  en  su  calma    consiste  su  ventura, 
y  en  ser  hombre  consiste  su  grandeza. 
Sí;   lo  comprendo  ya,   Matilde  mía, 
y  Dios  por  ti   su  bendición  me  envía, 
y  mi  eterna  inquietud  ya  no  me  aflige, 
y  el   alma  crece  de  su  dicha  ufana. 
Voy  a  morir:  ¿qué  importa?  ¿quién  exige 
mayor  ventura   de  la  vida  humana  ? 

Doña  Matilde. 

¡Bien    hayan  nuestras    penas,  que,  un 

momento, 
nuestras  almas  al   fin   han  confundido. 

Don  Rodrigo. 

¿Tú  sientes  la  ventura  que  yo  siento? 

Doña  Matilde. 

Y  el   que   antes    no  la    hubieras    com- 
prendido, 
la  causa  fué  de   mi   mayor  tormento. 

Don  Rodrigo. 

Mas   i  ay !   eres  tan  joven   todavía.  .  .  . 
El  mundo,  que  fué  siempre  mi  enemigo, 


borrará  de   tu  mente  mi   agonía, 
y  al   fin   me  olvidarás. 

Doña  Matilde.       Por  Dios,   Rodrigo  ; 
no  me  ofendas  siquiera  en  este  día. 

Don  Rodrigo.   ¿No  me  olvidarás  nunca? 

Doña  Matilde.  Yo  lo  fio ; 

y  antes  que  dejes  para  siempre  el  mundo, 
comprende,   ¡  j^or  piedad  !   el  amor  mío. 
Yo  te  amé ;  mas  no  pienses  que  te  amaba 
horas  futuras  de  placer  fingiendo ; 
(¡ue,   cuando  amor  eterno  te  juraba, 
y  más  segura  de  tu  amor  me  viste, 
el  corazón   fatídico    latiendo, 
su  fin   cercano  me  anunciaba  y  triste. 
Mi  amor  nació  de  conocer  tu  vida. 
Miraba   con   profundo  desconsuelo 
tu   grande  alma  por  su  error   perdida 
a  la  ventura,   y  al   amor  y  al   cielo; 
y  de  sublime  compasión   movida, 
quise  pararte  al  borde  del   abismo. 
Y,  aunque  la  voz  de  la  ambición  impía 
me  arrastraba  a  sufrir  contigo  mismo, 
sólo  en   pensar  (|ue  mi   perenne  llanto 
quizá  lograse  que  tuviera  un  día 
tu  grande  corazón  dicha  y  reposo, 
gozaba  el   alma  de   mayor  encanto 
que   hallar  pudiera  en  el  amor  dichoso. 
Ya  que  verte  sereno  y  penetrado 
de  la  santa  verdad    he  conseguido, 
sin   otro  afán,   en   reclusión  sombría, 
tranquila  y  sin   dolor  veré   cumplido 
el  noble  fin  de  la  existencia  mía. 

Don   Rodrigo. 

¡  Matilde  I  ¡  Bendición  !...Sí ;  túhasnacido 
{)ara   mostrarme  la  piedad  divina. 
De  mi  vida  el  misterio  se  esclarece ; 
mi  puro  amor  en  tu  presencia  crece 
y  allá  en  el  seno  del  Creador  termina 
Ante  mi  Dios  la  mente  se  ilumina; 
y  aunque  abatido  y  en  prisión  me  veo, 
jamás,   ministro,   me  sentí  tan   grande 
como  ahora,   jjobre  y  miserable  reo. 
El   alma,  ya  del  polvo  desprendida, 
en   sentirse  a  sí  misma  se  recrea. 

Doña  Matilde,    j  Rodrigo  ! 

Don  Rodrigo.  Sí ;  y  en  venturosa  calma 
la  eternidad  se  extiende  ante  mi  vista 
y  su  presencia  me  engrandece  el  alma. 

Doña  Matilde.   ¡  Gracias,  señor ! 

Don  Rodrigo.  Ya  anhelo  que  ese  mundo, 
que  ahora  me  juzga  desgraciado  y  triste, 
de  mi  paz  y  contento  sea  testigo, 
y  aprenda  de  una  vez  en  qué  consiste 
la  dicha  verdadera. 

Don  ./l/<7«7/í/ (entrando).    ¡Don   Rodrigo! 

I^oña    Matilde   (enternecida),     j  Ah  ! 


LÓPEZ    DE    AVALA. 


265 


l'>07i   Rodrigo.     Ten   valor. 

J)oña  Matilde.  i  Tan  pronto  ! 

Don  Manuel.  Un   caballero 

pretende  hablaros. 
Don  Rodrigo.     Si  le  dais  licencia  .  .  . 
Doña  Matilde.       ¡  Ah  !   i  Quién  será  ? 
Don  Rodrigo.  No  tiembles :   su  presencia 

sin  esperanza  y  sin  temor  espero. 

Entra  y  ora  por  mí. 
Doña  Matilde.  Por  Dios,  Rodrigo : 

no  te  vayas  sin  verme. 
Don  Rodrigo  (ocultando  su  emoción). 

Pasos  siento. 
Doña  Matilde. 

¡Oh!    ¡por  Dios!    que    es    mi    súplica 
postrera. 
(Vase.) 

Don  Rodrigo. 

\  Ay  de  mí !   sólo  siento  que  su  mano 
no  ha  de  cerrar  mis  ojos,  cuando  muera. 

ESCENA  VIH. 
Don  Rodrigo  y  Don   Baltasar. 
Don  Rodrigo.   ¡  Ztíñiga  ! 
Don   Baltasar.  Sí,   Don   Rodrigo. 

Contened  el   pensamiento. 

Sólo  me  mueve  el   intento 

de  mostrarme  vuestro  amigo. 
Don  Rodrigo.    [Ah!    (Tendiéndole  los  brazos.) 
Don  Baltasar.  Vuestro  fin  se  acelera : 

i  queréis  la  vida  salvar  ? 
Don  Rodrigo.   ¿Qué  decís,   Don  Baltasar? 

Vo  querré  le  que  Dios  quiera. 
Don  Baltasar.  Hoy  que  Madrid  os  alaba 

y  pide  a  Dios  que  os  perdone, 

también   sus  iras  depone 

el  bando  (jue  os  detestara. 
Don  Rodrigo,   i  De  eso  me  habláis  ? 
J)on  Baltasar.  Perdonad 

que  os  hable  yo  de   esta  suerte  ; 

que   delante  de   la  muerte 

es  fuerza  decir  verdad. 

Me  mandan,   pues,   avisaros 

que  intentan  llegar  al  rey, 

porque  revoque  la  ley, 

y,  si  es  posible,  salvaros. 

Mas,  antes  que  al  rey  acudan, 

a  persuadirle  el  perdón, 

como  en   diversa  ocasión 

los  pensamientos  se   mudan, 

exigen,  con  gran  secreto, 

y  lo  siento,   ¡juro  a  Dios  I 

prendas  seguras  de   vos 

para   teneros  sujeto. 
Don   Rodrigo.  Morir,   Züñiga,   es  rigor, 

y  yo  en  morir  no  vacilo ; 


que  el   instante   más  tranquilo 

es  el   instante  mejor. 

En  vano  el   hombre  se  afana 

la  existencia  en   dilatar; 

pues  su   fin   ha  de   llegar, 

lo  mismo  es  hoy  í|ue   mañana. 

I. a  muerte  me   halla  propicio, 

y  aun   tengo  a  felicidad 

entrar  en   la   eternidad 

por  la  puerta  del   suplicio. 

Y  porque  se  satisfagan 

los  que  os  han   mandado  ahora 

de  cuánto  yerra  e  ignora 

ese  mundo  a  quien  halagan ; 

decidles,   Züñiga,   que   hoy 

que  en   la  prisión  me  han  juzgado 

abatido  y  desgraciado, 

grande  y  venturoso  soy. 

Si   alguna  ofensa   me  han   hecho, 

mi  muerte  no  han  de   impedir, 

pues,   con   dejarme  morir, 

me  dejarán   satisfecho. 

Y  a  vos  que  estáis  en   la  vida 
sujeto  a  su  desventura, 

hoy,   como  prenda  segura 

de  mi  eterna  despedida, 

daros  un  consejo  quiero, 

qu£  yo,   Ziífiiga,  aprendí, 

viviendo  como   viví, 

y  muriendo  como  muero : 

Sabed  que   dentro  del  alma 

la  mayor  grandeza  existe 

y  la  ventura  consiste 

en   saber  gozar  de  calma. 

Viviendo  en  paz,  sin  violencia 

nuestro   fin  llegar  se  advierte, 

y  ver  en   calma  la  muerte 

hace  feliz  la  existencia. 
Don  Baltasar.   Vivid,   y  amigos  lo'^  dos 

seremos  en   adelante. 
Don  Rodrigo.  Bástenos  serlo  un  instante 

en  la  presencia  de  Dios. 
Don  Baltasar.  ¡Oh  !  dilatad  la  existencia  : 

vivid  al   menos  y  orad. 
Don  Rodrigo.   Suple  la  eterna  piedad 

mi  falta  de  penitencia. 
Don  Baltasar. 

Mandadme,   pues  que  anhelante 

mi   afecto  os  quiero  mostrar. 
Don   Rodrigo.  Con  ver  a  todos  llorar 

tengo,   Züñiga,   bastante. 

Vuestro  perdón  sólo  ansio. 
Don  Baltasar.  Con  el  alma  y  corazón. 
Don  Rodrigo.  Y  en  cambio  de  este  perdón, 

tomad  el  ejemplo  mío. 


266 


ANTOLOOIA. 


ESCENA  IX. 

Dicho.   El  confesor  de  Don  Rodrigo 
y  Acompañamiento. 
Confesor.  Hijo,  ya  es  hora. 
Don   Rodrigo   (mirando  a  la  capilla). 

i  Ah  !  los  dos 
que  me  han  amado.  .  .  .  ¡  Oh  !  quería. . . . 
(Lucha  y  se  detiene.) 

¡  Enrique  !   i  Matilde  mía  I 

i  Ay  !   ¡  Adiós  !   ¡  Zúñiga,  adiós  ! 

ESCENA  ÚLTIMA. 

Don  Baltasar ;  después   Enrique  y  Doña 

Matilde. 
Don  Baltasar  (pausa). 

Ha  dejado  en  este  espacio 


grandes   pensamientos.  ...   Sí  .  .  . 

y   mirando  desde  atpií, 

me  infunde  miedo  el  palacio 
Doña  Matilde.   \  Ah  !   Quizás  .  .  .  {  Zúñiga? 
Don  Baltasar.  ¡Cielo! 

c  Matilde  ? 
Doña  Matilde.     <  Cómo  ?  i  Aquí  vos  ? 
Don   Baltasar  (con  ansiedad). 

Tened  presente,  por  Dios, 

que  salvarle  fué  mi  anhelo. 
Doña  Matilde.  ¿  Se  fué  ? 
Don   Baltasar.  Señora  .  .  . 

Doña  Matilde.  ¡  Ay  de  mí  i  — 

Enrique,   llora   su   muerte. 

iSe  desmaya;   Enrique  la  sostiene.) 

DonBaltasar.  Morir  del  hombre  es  la  suerte, 
i  Dichoso  el   que   muere  así ! 


índice  alfabético. 


Aguilar  66. 
Alarcón   62,   A.    192. 
Alcalá   (Jer.   de)    109. 
Alejandroel  Grande  (poema 

de)    16. 
Alemán   (Mateo)  95. 
Alfonso  X   18. 
Aliaga  (Fr.  Luis  de)  109. 
Almogáver  (Boscán  de)  30. 
Alvarez  de  Cienfuegos  118. 
AmadísdeGaula  21,  A.  146. 
Apolonio   (poema    de)    16. 
Aragón   (Cubillo  de)  66. 
Aragón   (Enrique  de)   26. 
Aragonés  (Juan)  94. 
Arcipreste  de  Hita   18. 
Argensola   (Bart.   L.)  37. 
Argensola  (Lup.  L.)  37. 
Autos   (dram.)   23. 
Avellaneda    104   109. 
Ávila  (B.Juan  de)  81   82, 
,   A.    159. 
Avila  (Gaspar  de)   66. 

Baena  (cancionero  de)  24. 

Bécquer    138. 

Belmente  Bermúdez  66. 

Bello   142. 

Berceo   17. 

Brehl  de  Faber  v.  Caballero. 

Boscán  de   Almogáver  50. 

Caballero     (Fernán)     121, 

A.  246. 
Cadalso   83. 
Calderón   67,   A.   194. 
Campoamor    138. 
Cancioneros  24. 
Cañizares  66. 
Caro   (D.  Ana)    66. 
Caro   (Rodrigo)   35. 
Carvajal  84. 
Castelar   129. 


(A.  =  Antología.) 

Castellanos  (Juan    de)  38. 

Castillo  (Fernando  del)  24. 

Castro  65. 

Celestina  (La)   26. 

Cepeda  y  Ahumada  (Te- 
resa de)   79. 

Cervantes  99. 

Céspedes  38. 

Céspedes  y  Meneses   109. 

Cibdarreal  (Gómez  de)  83, 
A.    156. 

Cibdarreal   (Pérez  de)   26. 

Cid   16  24. 

Cienfuegos    118. 

Coello  y  Arias  66.  • 

Coloma    127. 

Consejos  y  documentos  al 
rey  Don  Pedro   18. 

Contreras  94. 

Cota   27. 

Cruz  (S  Juan  de  la)   81. 

Cruz  (Sor  Juana  Inés)  66. 

Cruz  (Ramón  de  la)    118. 

Cubillo  de  Aragón  66. 

Diamante  (Juan  Baut.)  66. 
Donoso  Cortés   129. 
Don  Sem  Tob    18. 

Echegaray  140. 
Encina   23. 
Enríquez   Gómez  66. 
Ercilla  y  Züñiga  38,  A.  167. 
Espinel  96,  A.   219. 
Espronceda    137. 

Feijoó(Fr .Jerónimo de)  1 1 1. 
Fernán    González    (poema 

de)    16. 
Figueroa  66. 
Fuero  Juzgo   17,   A.    145. 

Galdós   125. 

Gal  vez  de  Montalvo  94. 


García  de    la  Huerta    11 8. 
Garcilaso    de   la  Vega  30, 

A.    163. 
Gaya  ciencia  20. 
Gesta  (cantares  de)    14. 
Gil  Polo  94. 
Gil  Vicente  23. 
Gnósopho  (Cristóphoro)  94. 
Godínez  66. 
Gómez   de    Cibdarreal    83, 

A.    156. 
Góngora     y     Argote     35, 

A.    164. 
Gracían (P.Baltasar)  85  89. 
Grajales  66. 
Granada  (Fr.   Luis  de) 

75,   A.   203. 
Guedejo  Quiroga  66. 
Guevara  82  86,  A.    157. 
Guzmán  (Luis  de)   66. 
Guzmán  (Pérez  de)   22. 

Herrera  (Fern.  de)  34. 
Herrera  (Rodr.  de)  66. 
Hita  (Arcipreste  de)    18. 
Hita  (Pérez  de)  93  97, 

A.   224. 
Hojeda  38. 
Hurtado  de  Mendoza  (Ani.) 

66. 
Hurtado    de    Mendoza 

(Diego)  84  95,  A.  216. 

Iriarte    1 18. 

Isla  (P.  José  Frc°  de)  iii, 
A.  227. 

Jáuregui  36. 
Jovellanos   112,   A.   233. 
Juan  II  de   Castilla  22. 
Juan   Manuel   (Infante)  19. 
juana    Inés    (Sor)    de .  la 
Cruz  66. 


26S 


IMMCE    ALKAliETICO. 


Lacunza    142. 

I.a  P'uente  (Jcr.  de)  66. 

Lafuente  (Mod.)    129. 

Larra    1 20. 

Leiva  66. 

León   (Fr.  Luis  de)  32  78, 

A.  204. 
Libros  de  caballería   21. 
Lope  de  Vega  49,  A,  169. 
López  de  Ayala  (Adelardo) 

139,   A.   263. 
López  de  Ayala  (Pedro)  20. 
López   de   Mendoza   22. 
Luis  de  Granada  75,  A.  203. 
Luis  de  León  32  78,  A.  204. 
Luzán    III. 

Malón  de  Chaide  82. 

Manrique   22. 

María     Egipcíaca     (poema 

de)   16. 
Mariana  (Juan   de)   84. 
Mármol  y  Carvajal   84. 
Martínez  de    la  Rosa   138. 
Matos  Fragoso  66. 
Meléndez    Valdés     115, 

A.   243. 
Meló  84. 
Mena  22. 

Menéndez   y  Pelayo    13 1. 
Mingo  Revulgo  (Coplas  de) 

23. 
Mira  de  Mescua  66. 
Misterios  (dram.)   23. 
Molina   58,   A.    181. 
Moneada  84. 

Montalván  (Pérez   de)  66. 
^lontemayor  93. 
Moralín  (Leandro  F.)   114, 

A.  242. 
Moratín  (Nicolás  F.)    114, 

A.  238. 


Morcto  65. 

Muerte   (Danza    de    la)   18. 

Nieremberg  81. 
Niíiíez  de  Arce   138. 
Nüñez  de  Reinoso  94. 

Ossorio  66. 

Pereda   125,  A.  253. 
Pérez     (Ant.)     82     86, 

A.    161. 
Pérez  de   Cibdarreal    26. 
Pérez  Caldos   125. 
Pérez  de  Guznián  22. 
Pérez     de    Hita     93     97, 

A.   224. 
Pérez  de  Montalván   66. 
Pérez  del  Pulgar  26. 
Ponce    de    1-eón    v.    León 

(Fr.  Luis  de). 
Pulgar  (Pérez  del)  26. 

Quevedo  86  96,  A.   209. 
Quintana   121. 

Ramírez   de   Arellano   66. 

Reyes  Magos  (poema)  16. 

Rioja   35. 

Rivas  (Duque  de)    132. 

Rojas  (Ag.)   97,   A.   223, 

Rojas  (P'ern.)   27. 

Rojas  y  Zorrilla   64. 

Romance   (lengua)    14. 

Romances  24,  A.    147. 

Rueda  49. 

Ruiz  (Juan)    v.  Arcipreste 

de  Hita. 
Ruiz  de  Alarcóp  62,  A.  192. 


Salusirio   del   Poyo  66. 
San   Pedro  (Diego  de)  94. 
Santillana     (Marqués     de) 

22 

Sarria    (Luis   de  Granada) 

75- 
Schack    130. 
Segura   16    17. 
Sem  Tob   18. 
Siete   Partidas  18,   A.  146. 
Solís  66  84. 

Tamayo  y  Baus  1 39,  A .  260. 
Tárrega  66. 

Téllez  (Fr.   Gabriel)   5ÍÍ. 
Teresa      (Santa)      79     82, 

A.  206. 
Ticknor   130. 
Timoneda  94. 
Tirso  de  Molina  58.  A.  18 1. 
Torquemada   94. 
Torre  (Alf.  de  la)   26. 
Torres  Naharro  49. 
Trueba   123,   A.   247. 

Valbuena  38. 
Vásquez  de  Mella    129. 
Vega  (Garcilaso  de  la)  30. 
Vega  (Lope  de)  49,  A.  169. 
Vélez  de  Guevara  66  109. 
Verdaguer   141. 
Villalón   94. 
Villaviciosa   38. 
Villegas   (Frco  de)    66. 
Villegas  (Juan  de)  66. 
Villena  (Marqués  de)    26. 
Virués   38. 


Saavedra  (Ángel  de)    132.  YussulY  (poema  de)    17. 
Saavedra     y     Fajardo     85, 

A.  207.  Zarate  66. 

,  Salas  Barbadillo    109.  Zorrilla   132,   A.   255. 


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