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PRESENTED TO
THE LIBRARY
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PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN
OF THE
DEPARTMENT OF ITALIAN AND SPANISH
1906-1946
HISTORIA
DE LA
LITERATURA ESPAÑOLA
Y ANTOLOGÍA DE LA MISMA
POR
GUILLERMO JÜNEMANN
CON 27 RETRATOS Y UNA LAMINA-FRONTISPICIO
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FRIBURGO DE BRISGOVIA (ALEMANIA) 1913
B. HERDER
LIBRERO-EDITOR PONTIFICIO ^: í
BERLÍN, ESTRASBURGO, KAKLSRUHE, MUNICH, VIENA, LONDRES Y SAN LUIS
Kezeusiousexeiuplar
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HISTORIA
DE LA
LITERATURA ESPAÑOLA
Y ANTOLOGÍA
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HISTORIA
DE LA
LITERATURA ESPAÑOLA
Y antología de la misma
POR
GUILLERMO JÜNEMANN
CON 27 RETRATOS Y UNA LÁMINA-FRONTISPICIO
-X07-
435028
FRIBURGO DE BRISGOVIA (ALEMANIA) 1913
B. H E R D E R
LIBRERO-EDITOR PONTIFICIO
BERLÍN, ESTRASBURGO, KARLSRUHE, MUNICH, VIENA, LONDRES Y SAN LUIS
Es propiedad — Queda hecho el depósito que marca la ley
Tipografia de B. Heruer en Friburgo de Brisgovia. 1913
PROLOGO.
"TvTo cabe dentro del muy angosto marco de una historia literaria
general sino una miniatura de las letras de cada país. La
cual, por exacta que sea, si satisface a la verdad, no satisfará ni
a la admiración ni al amor del que la hace ni del que la ve, a
ser grandes ambos afectos y merecerlos aquél a quien se pro-
fesaren.
No cabe dentro de una miniatura una gran beldad. Por esto
no he podido menos de trazar un cuadro más amplio de las letras
españolas y, después de ofrecer al mundo hispano una miniatura
en mi Historia general de las letras, ofrecerle hoy un cuadro vasto
de las hispánicas.
Quien, como yo, mira tranquilo las letras universales y medita
sobre ellas, ve cada vez más grandes las españolas; y sin ver em-
pequeñecerse los grandes hombres de las otras, míralas a ellas
cada día más pequeñas: incompleta la latina, informe la inglesa,
heterogénea la alemana, frivola la francesa, la italiana vacia, nulas
las demás.
La única que permanece en su alto pedestal, es la griega. Pero
ella definitiva y , en general , acertadamente juzgada está. Por
eso, aunque desearía acercarla más al mundo español, y rectificar
uno que otro juicio menos recto que ha prevalecido en ella, re-
nuncio por ahora a mi deseo, en obsequio de la española. Los
días de la vida son breves y excesiva la labor.
He aquí lo que me ha impulsado a emprender el trabajo que
presento al público ; sin arrogancia, impropia de la investigación ;
sin timidez, más impropia todavía de ella.
Con criterio, esto es, con perfecto discernimiento de lo bueno
y de lo malo, hay que escribir la historia. Escribirla con amor
y con odio : con odio a lo malo, con amor a lo bueno.
JüNEMANN, Lit. y Ant. esp. 3
VI PRÓLOGO.
Historias hay de la literatura española escritas sin criterio. Las
hay donde no habla sino el amor; y alguna también donde el
amor está casi siempre mudo y donde el odio habla como suele.
No sé si existen de otro tipo : el de la impasibilidad ; ni sé
si pueden existir. Tan grande es la literatura de España que no
es dado mirarla con indiferencia.
He intentado escribir su historia, discerniendo, amando, odiando,
pero siempre sereno, siempre en altura adonde no suban ni nieblas
que ofusquen ni grita que perturbe.
En cuanto a mi Antología de la Literatura española, que va
agregada a esta Historia, la norma a que ella se ajusta se halla
expresada en la Advertencia que la precede.
Acoja el noble mundo hispánico su obra. Que obra suya es,
y eminentemente suya. Porque, si con tanto amor a la verdad y
con tanta benevolencia no hubiese acogido mi primer trabajo,
nunca emprendiera yo este otro.
Franco, cual soy y debo ser, le confesaré que no tengo cómo
agradecerle: su amor de la verdad, tantas veces amarga, me ha
conmovido; que no hay bajo el sol nada que enaltezca tanto,
nada que tanto conmue\a como tal amor.
El autor.
ÍNDICE SINÓPTICO.
HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA.
Introducción ......
Consideraciones generales sintéticas .
Análisis de las consideraciones generales
A. Dotes de la literatura española
B. Defecto ......
C. Objeción . . . . .
Pág.
3
3
4
4
9
PRIMER CICLO. TIEMPOS ANTIGUOS.
(Siglos XII — XVI.)
Primer Período. Orígenes. (Siglo xii.)
Noción previa
Poesía ....
Prosa ....
Segundo Período. (Siglo xiii.)
Poesía ....
Prosa ....
Tercer Período. (Siglo xiv.)
Poesía ....
Prosa ....
Cuarto Período. (Siglo xv.)
Poesía ....
Cancioneros — Romanceros
Prosa ....
SEGUNDO CICLO. EDAD DE ORO.
(Siglos XVI y XVII.)
Renacimiento
Lírica
Garcilaso de la Vega .
Fray Luis de León
Fernando de Herrera .
Francisco de Rioja
Luis de Góngora y Argote
Juan de Jáuregui
Los hermanos Argensola
. Epopeya .
Consideración
Cap.
I.
Cap.
II.
§
I.
§
2.
§
3-
§
4-
§
5-
§
6.
§
7-
Cap.
§
III
I.
13
13
13
17
17
17
18
20
20
21
22
22
24
26
28
30
34
35
35
36
37
37
37
ÍNDICE SINÓPIICO.
í; 2.
.Moiiso de Ercilla y Ziiñ
igí
.
S 3-
Pablo de Céspedes y otros
Cap. n
. Dramática
íí I-
Obsenaciones previas
A.
Defectos
K.
Objeciones .
C.
Dotes .
§ 2.
Vagos preludios .
§3.
Lope de Vega
§4.
Tirso de Molina
§ 5-
Juan Ruiz de Alarcón
§6.
Francisco de Rojas
§ 7.
Agustín Moreto .
§ 8.
Castro y Salustrio del Poyo
§ 9.
Otros dramáticos y dramas notables
§ lo
. Calderón de la Barca
Paralelo entre Calderón
y Lope
Cap. V.
Mística
§ I.
Observaciones generales
§ 2.
Fray Luis de Granada
8 3-
Fray Luis de León
Paralelo entre León y G
ranada .
§4.
Santa Teresa
§ 5.
El beato Juan de Ávila
§6.
San Juan de la Cruz .
§ 7.
Otros místicos
Cap. VI
. Epistolario
Cap. VII. Historia .....
Cap. VIH. Política. Sátira. Moralismo
§ I. Política . . .
§ 2. Sátira. Francisco Gómez de Quevedo
§ 3. Moralismo .....
IX. Novela . .
I. Observaciones generales
Cap.
2. Novela primitiva: pastoril, fantástica.
3 Novela picaresca
4. Novela híbrida ....
5. Novela histórica. Ginés Pérez de Hita
6. Novela satírica. Cervantes .
7. Novelistas posteriores a Cervantes
Cuen
TERCER CICLO. DECADENCIA.
(Siglo xviii.)
Observaciones generales .
NEOCLASICISMO.
Cap. l.
§ I.
§ 2.
Cap. II
§ «•
§ 2.
Postración
Renacimiento
Novela. Ensayo
José Francisco de Isla
Ga-par Melchor de Jovellanos
Pág.
38
38
39
39
39
40
45
49
49
58
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64
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78
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Si
81
82
83
85
85
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93
94
97
97
99
109
109
109
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I II
I 12
ÍNUICE SINÓPIICU.
IX
Ca]). III. Lírica
§ 3
§ 4
§ 5
l.os Moralín
Juan Meléndez Valdés
Ramón de la Cruz .
Tomás de Iriarte
Cienfuegos. Huerta .
l'ág.
114
114
H5
iiS
ii8
ii8
CUARTO CICLO.
Cap.
Cap.
§
§
Cap.
§
§
§
REFLORECIMIENTO.
DE ORO.
SEGUxXDO SIGLO
Cap.
L^ap.
§
§
§
Cap.
§
§
Cap.
Cap.
(Siglo XIX.)
I. Observaciones generales . . . Il8
II. Publicismo ....
120
1. Mariano José de Larra
120
2. Manuel José Quintana
121
III. Novela
121
I. Fernán Caballero
121
2. Antonio de Trueba .
123
3. Benito Pérez Galdós
125
4. José María de Pereda
125
5. Luis Coloma ....
127
Paralelo entre Fernán, Trueba, Pere(
la y
Coloma
128
IV. Oratoria ....
129
I. Observación general
129
2. Emilio Castelar
129
3. Juan Vásquez de Mella
129
V. Historia .....
129
I. Modesto Lafuente
129
2. Consideración ....
130
3. Marcelino IMenéndez y Pelayo .
131
VI. Épica
•32
I. El Duque de Rivas .
132
2. José Zorrilla ....
132
VII. Lírica
•37
I. Observación general .
137
2. José Espronceda
137
3. Gustavo Adolfo Bécquer .
138
4. Gaspar Núñez de Arce
138
5. Ramón de Campoamor
138
VIH. Dramática ....
138
I. Martínez de la Rosa.
138
2. Manuel Tamayo y Baus
139
3. Adelardo López de Ayala
139
Paralelo entre Tamayo y Ayala
140
4. José de Echegaray .
140
5. Jacinto Verdaguer
141
6. Ojeada sobre la literatura española durante el siglo xi.\ 141
Epílogo .....
142
INHICK SINOI'IICO.
antología.
Del I'ucro Juzgo
De las Siete Partidas
Amadís de Caula
Romances
I. Moriscos novelescos
II. Caballeresco .
III. Romances del Cid
IV. Romances eróticos
Juan del Encina
Epístolas :
Fernán Gómez de Cibdarreal
Antonio de Guevara
Beato Juan de Avila
Antonio Pérez
Garcilaso de la Vega
Luis de Góngora
Canciones sagradas .
Ercilla
Lope de Vega .
Tirso de Molina
Ruiz de Alarcón
Calderón de la Barca
Fray Luis de Granada
í'ray Luis de León .
Santa Teresa
Saavedra y Fajardo .
Quevedo .
Hurtado de Mendoza
Vicente Espinel
Agustín de Rojas
Ginés Pérez de Hita
José Francisco de Isla
Jovellanos
Nicolás Fernández Moralín
Leandro Fernández Morat
Meléndez Valdés
Fernán Caballero
Trueba
Pereda
Zorrilla
Manuel Tamayo y Baus
Adclardo López de Ayala
índice alfabético
LISTA DE LAS LÁMINAS.
Miguel de Cervantes Saavedra. (Lámina-frontispicio. ) Grabado de Manuel
Salvador y Carmena según dibujo de J. del Castillo. Munich, Co-
lección Gráfica.
1. Alfonso X, el Sabio. Pintura de J. Bécquer. Sevilla, (íalcría de San
Telmo (Fot. Lacoste.) .........
2. Frontispicio del Amadís de Gatda, edición de 1533
3. López de Mendoza: Proverlnos. Frontispicio de la edición hecha en 1486
por Pedro Hagenbach, en Toledo .......
4. Garcilaso de la V^ega. Pintura de un maestro florentino. Cassel, Galería
de Pinturas. (Fot. F. Hanfstaengl.) ......
5. Fray Luis de León. Grabado de Barcelón según dibujo de J. Maca
6. I^tiis de Góngora y Argote. Pintura atribuida a Velázquez. Madrid, Museo
del Prado. (Fot. Lacosie.) ........
7. L^ope de Vega. Grabado de Geyer. Munich, Colección Gráfica
8. Tirso de Molina. Estatua por J. Vancell. (Fot. Lacoste.) .
9. Pedro Calderón. Pintura de un maestro desconocido. Madrid. Iglesia
de los Naturales de S. Pedro. (Fot. Lacoste.) . . . .
10. Fray Luis de Granada. Grabado de M. Gambarino según dibujo de J. Maca
I t. S. Teresa de Jesús. Grabado de Wieri.x. Munich, Colección Gráfica
12. B. Juan de Avila. Grabado de Carmona según dibujo de J. Maca
13. Diego Hurtado de Mendoza. Grabado de ' Navia según dibujo de
J. L. Engurdanos .........
14. Francisco Gómez de Quevedo. Pintura de Murillo. París, Museo de!
Louvre. (Fot. Neurdein.) .......
15. Vicente Fspinel. Grabado de L. Noceret según dibujo de J. Maca
16. Una ilustración del Quijote, por Gustavo Doré (libro i, cap. 7) .
17. Gaspar Melchor de Jovellanos. Pintura de Franc. Goya. Madrid, Pa
lacio de las Cortes. (Fot. Lacoste ).....
18. Leandro Fernández de Moratín. Pintura de Franc. Goya. Madrid, Acá
demia de San Fernando. (Fot. Lacoste.) ....
19. Juan MelendezValdés. Pintura de Franc. Goya. l^onáres, fíowes Muscum
(Fot. F. Hanfstaengl.) ........
20. Fernán Caballero (Cecilia Btuhl de Faber). Pintura de F. de Madrazo
Sevilla, Galería de San Telmo. (Fot. Lacoste.)
21. Antonio de Trueba. Cabeza de una estatua del mismo, por Fed. Masfiero
22. José María de Pereda. (P'ot. original.) .....
23. Luis Coloma. (Fot. Marqués de Villafuerle.j ...
24. Modesto Lafucnte. Litografía de Santos González según dibujo de K. Mosquera
25. Marcelino Mencndez y Pelayo. (Fot. original.) . . . .
26. José Zorrilla. Pintura de J. Diéguez . .
27. Manuel Tamayo y Batís. Dibujo de Vázquez
PáR.
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36
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79
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123
124
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133
139
HISTORIA
DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
JüNEMANN, Lit. y Ant. esp.
INTRODUCCIÓxX.
JpOR historia de la literatura se ha de entender sólo la de
las bellas letras y sus principales obras; y por bellas letras,
las creadas por la fantasía artística. Las demás son meros pro-
ductos de la erudición, esto es, de la inteligencia y la memoria,
no de la imaginativa.
Míranse como obras literarias principales aquellas en que la
imaginación crea algo, de alguna manera; en donde, por tanto,
hay gran novedad, cierto tinte genial, cuando menos.
Tales límites fuerza es asignar a esta historia, si no se la quiere
convertir en vasta enciclopedia literaria ; para no hacerla intermi-
nable, hay que fijarle alguna linde.
CONSIDERACIONES GENERALES SINTÉTICAS.
Nacida en el siglo Xll, crece la literatura española, hasta llegar
a su apogeo en los siglos XVI y XVII; decae hasta casi morir en
el XVIII; renace vigorosa en el Xix.
De estos cuatro ciclos el i° es de fluctuaciones; el 2? nacional;
el 3? de imitación ; el 4? nuevamente nacional.
Siendo la literatura de España del todo nacional, para com-
prenderla bien hay que atender al carácter de la nación, formado
por los tres grandes pueblos que, en dominación secular, le im-
primieron indeleblemente su sello: los romanos, los godos, los
árabes.
Al español más que a los otros latinos hízole romano el ro-
mano: hízole fuerte. Más que a los otros góticos, hízole godo
el godo : hízole generoso. Hízole más árabe que a los otros aga-
renos el árabe : hízole fantástico.
Así, el español y sus letras son de eminente robustez, de un
patriotismo y lealtad a toda prueba, admirable en algunos de sus
excesos mismos; son de una religiosidad profundísima; de una
4 INTRODICCIÓN.
hidal<;uia y pundonor que frisan con lo inverosímil, aunque siempre
sublimes; son, en fin, pueblo y letras, de una fantasía y de una
ponijia y magnificencia de formas que, si bien traspasan a menudo
las leyes del buen gusto, crean y derrochan, aun entonces, mara-
villas sobre maravillas.
Todo ;por qué?
Sangre germánica y sangre arííbiga circulan poderosas por las
venas del español, y nació en Roma, la grande, la soberbia, la
despreciadora de los hombres, la temerosa de los dioses.
ANÁLISIS DE LAS CONSIDERACIONES GENERALES.
A. DOTES DE LA LITERATUR.'^ ESPAÑOLA.
Originalidad.
Nada hay que tanto enaltezca las letras y toda obra del hu-
mano entendimiento como la originalidad. La originalidad es el
genio, el poder creador, el que en los dominios infinitos de la
inteligencia y de lo bello imita de algún modo la grandeza di-
vina. El genio helénico es el portento humano de la tierra, y
siempre lo será, porque sacó del caos intelectual el mundo espíen
dido de la belleza, hizo brotar la luz que dividió entre la noche
de la barbarie y el día del arte — del arte, que es la flor de la
civilización.
Desapareció la musa helénica, mas no la luz por ella encen-
dida. Inmortal creyóse la luz : a la musa, muerta para siempre. A la
verdad, ni en Roma revivió ni en los largos siglos que corrieron
sobre sus ruinas.
A España estaba reservado verla resucitar, no ciertamente con
la delicada gracia helena, ni con sus finísimas proporciones, ni con
aquel gusto que, por incomparable, se denomina ático ; sino con
belleza, a su modo también deslumbradora, menos ideal que la
otra; mucho más terrena y aun española, pero luciendo terrenales
atractivos, poderosos para inflamar al alma más fría, y, entre estos
atractivos, un reflejo de lo alto, un fulgor de la idea cristiana,
que compensa con creces muchos vacíos y muchas quiebras.
Xin::juna otra literatura, ni la del Lacio ni las modernas, son
originales; sino todas de imitación. Genios y talentos originales
hay en ellas muchísimos. Las literaturas, empero, como tales, esto
es, la inmensa maj-oría de los literatos, no lo son.
CONSIDERACIONES GENERALES. 5
Sonlo, en cambio, la casi totalidad de los españoles.
Original es el teatro de España, y originalísimo ; original su
mística; original su novela; original su sátira.
Sólo en la lírica y en la historia imitó. Generalmente, puédese
decir que no penetra el cercado ajeno, ni nada toma de prestado.
Y si algo toma, como lo mitológico, que tanto desfiguró y contra-
hizo las letras modernas, no le permite la pujanza propia asimilár-
selo; sino que al punto se desvía de ese terreno imposible de
atravesar, toma por cualquier atajo y luego se vuelve a encaminar.
Nada pide prestado; da, empero, sin tasa, sin medida. ;Qué
literatura moderna no es deudora de la españolar Cuál más, cuál
menos, todas le deben. Cortar y adornar, no siempre bien, mu-
chas veces mal, suelen los extranjeros las ricas telas y brocados
de seda y oro hechos en la península.
Universalidad.
De admirar es también la singular extensión, la universalidad,
de la literatura peninsular. Las otras abarcan mucho menos. Unas
descuellan en unos géneros; otras en otros; sólo la griega en
todos. La cual, es verdad, aventaja mucho a la nuestra en la
épica y la lírica, é incomparablemente en la elocuencia y la historia.
Podríamos decir que, aunque fragmentarias, en mil trozos di-
versos, esparcidas acá y allá por los otros géneros, hallamos ver-
daderas riquezas épicas en los dramas históricos — por ejemplo,
en «La prudencia en la mujer» — ■; líricas en todos, y oratorias por
doquiera. Pero no hagamos caudal de estas dispersas preciosidades,
de estas perlas por ensartar: que, ricos, no necesitamos de ellas.
Confesemos, aun faltando a la verdad, carecer de estos géneros,
materialmente considerados. Confesemos que, en rigor, es la helénica
la única literatura universal — universal en todo lo que pudo serlo,
en todo lo de la tierra ; aunque se remonta sobre las nubes, hasta
donde al espíritu le es dable remontarse. Universal en todo lo
profano. Hasta el cielo pudo llegar, hasta sus primeras lindes:
más allá, no. Que no le era dado penetrar sus misteriosas y ful-
gentes penumbras, henchidas de fragancias embriagadoras, las que
no le cupo más que adivinar, cegada de sus esplendores y anona-
dada de su dicha. Por lo cual, universales las letras helenas en
lo profano, son nulas en lo sagrado. Pero las hispánicas son propia-
mente universales, pues comprenden también todo lo sagrado. Por
todo lo sagrado van; por todo ello penetra su mística y donde-
quiera crea bellezas nunca vistas y del más consumado primor.
6 INTRODUCCIÓN.
j'Qué literatura es, cual ella, jiara todos, para todas las edades,
todas las épocas, los momentos todos de la vida? ¿Dónde, sino
en el mundo español, nace y crece el niño y vive el hombre y
muere sin dejar nunca de la mano las joyas de las letras? ¿Dónde
acompañan ellas hasta el templo, hasta el ara, hasta la muerte,
hasta la tumba? Solo en España.
Sólo aquí revestido está de belleza cuanto habla y suspira el
alma en sus más hondas profundidades, en su comercio inefable
con el cielo : desde la más sencilla plegaria hasta el más fér-
vido ruego; desde la más llana instrucción religiosa a la más ín-
tima meditación; del afecto más tierno e infantil al éxtasis más
seráfico.
Siempre se está en tierra tan feliz rodeado y acariciado de
suavísimo ambiente estético. ¡ Qué potencia la del genio español,
que pudo lo que no pudieron ni las más ilustres edades cris-
tianas, ni sus mayores ingenios, ni todos sus siglos ; esto es : crear
una mística universal y universalmente perfecta! Donde, modestí-
sima, de sencillez arrobadora, se atavía la piedad con las más
ricas galas de la tierra y en ellas envuelta preséntase, sin temor
y sin rubor y orguUosa de ellas, delante del mismo Dios.
Catolicismo.
Católicas, eminentemente católicas son las letras españolas;
caracterízalas el espíritu católico, que las informa, que anima a los
autores, que alienta en sus obras, hasta en las más profanas y de
suyo menos accesibles a él.
Menester es llegar al siglo XIX, el de la apostasía religiosa y,
por ende, nacional — que el catolicismo fué el alma de la nación
hispana — , hasta ahí es menester subir, de siglo en siglo, para en-
contrar unos pocos autores, más que impíos, escépticos, de es-
cepticismo y arte deletéreos, sombríos, helados, decadentes, no
nacidos en tierra ibérica, sino importados, por decirlo así, de la
frivola, burlona Galia, y, en primer término, de la sombría, ne-
bulosa Albión y la racionalista, soberbia Germania. Pero, aun en
estos malaventurados discípulos del extranjero se descubre algún
fondo de fe y de reminiscencias patrias, que de cuando en cuando
llega a despedir luz y fulgores: tan poderosa ha alentado en Es-
paña la fe católica y tan inagotable es su patrimonio aun en
manos de hijos raquíticos y dilapidadores.
Gloria de la Iglesia católica son por tanto las letras españolas;
que a su sombra nacieron, florecieron y fructificaron con tanta
CONSIDERACIONES GENERALES. y
majínificcncia. Al paso que en los otros países católicos, si bien
son católicas las mayores obras, distan las literaturas de serlo,
por las muchas producciones acatólicas y anticatólicas, que les
quitan tal carácter.
El sacerdocio lite?ano.
Timbre es igualmente de honor para la Iglesia el que sus mi-
nistros mismos no sólo no huyeran de las letras profanas, ni las
desdeñaran, sino que las tuvieran en tan alta estima y las juzgaran
tan compatibles con su sagrado carácter y las funciones del san-
tuario, que ellos mismos las crearon, cultivaron, adelantaron y le-
vantaron a la cumbre de la perfección.
Fuera de los numerosos eclesiásticos que brillaron en las letras,
sacerdotes fueron, todos tres, sus mayores dramáticos, que son de
los mayores del mundo : Lope, Calderón y Tirso.
Y la Iglesia, por su parte, como grande y magnánima amiga
y fautora, según siempre ha sido, de toda humana cultura, hizo
mucho más que tolerar en sus representantes tan nuevo y pere-
grino empleo de la vida y de los talentos recibidos del cielo para
el cielo : glorióse de él : estimulólo con sus elogios y consagrólo
con sus recompensas.
La Inquisición réspede de las letras.
Y aquí es del caso preguntar por qué sólo en la tierra ibérica
realizó el espíritu católico tamañas esplendideces.
; Sería efecto únicamente de la raza o de quién sabe qué cú-
mulo de felices circunstancias:
Siendo evidente que el espíritu religioso es la luz y el calor
de las letras y artes: la luz del entendimiento, el calor del co-
razón, luz y calor sin los cuales, por propicio y fértil que sea el
suelo, no han crecido nunca ni podrán crecer plantas poéticas
lozanas, provechosas; siendo esto evidente, como lo es, eslo tam-
bién que ningún espíritu favorece tanto a las letras como el ca-
tólico, pues ningún otro es tan pura y altamente religioso. Es asi-
mismo de primera evidencia que, cuanto más impere dicho espíritu,
más benéfico será a la literatura.
Pues bien, cual en ninguna otra parte, imperó en España.
¿Merced a qué.- Merced, sin duda a la Inquisición.
¿Hizo ella mucho malo? — Condenémoslo indignados.
;Hizo mucho bueno? Aplaudámoslo alborozados.
INTRODUCCIÓN.
ijHizo lo malo de suyo, cómo institución? — No; sino abusiva-
mente.
I'esado en justa balanza lo bueno y lo malo, ;cuál prepondera .-
IMucho, sin disputa, lo bueno. Luego : la institución no es con-
denable ni en sí misma ni por sus consecuencias. — Indulgentísima
en lo tocante a la moral, rigidísima, tiránicamente rígida, en orden
al dogma, ¿quién duda que, en vez de aherrojar a las letras, las
encauzó y apartó de la ruina del desenfreno heterodoxo?
Serenidad.
Del genio, dueño siempre de sí mismo y siempre inspirado y
dirigido por el espíritu de la fe, fluye la serenidad ; que es una
de las dotes más envidiables y preciosas de una obra. — Sólo
causas tan pujantes como el genio, el dominio perfecto sobre sí
propio, el espíritu religioso — que a partir de la era cristiana no
puede ser otro que el católico — estas causas son las que pro-
ducen aquella calma, alegría, transparencia , que constituyen la
serenidad. Así como ellas constituyen la de los cielos; de la cual
es vivo reflejo la del alma; que a su vez se refleja y fulgura en
el verbo, que de ella dimana vivo.
Tan sólo merced a estas tan poderosas fuerzas unidas entre
sí, fórmase en el espíritu la serenidad; se transmite a la palabra
escrita, y reina en ella una serenidad que serena. — Sin genio, el
alma no concibe con potencia capaz de comunicarse. Sin dominio
sobre sí mismo, no callan sus pasiones, ni sosiegan las grandes y
pequeñas ondas del corazón. Sin espíritu católico, o al menos pro-
fundamente religioso, ni un titán domina y conjura tanta tempes-
tad, zozobra y movimiento como sin cesar levanta la pasión en
el pecho humano Nadie logra serenarse si no mira la vida con
amor, la muerte sin sobresalto, la tumba sin espanto, la eternidad
con alegría. — La fe sola vive serena.
No es por tanto extraño que, siendo tan sinceramente católico
el genio español, y siendo tanta su fuerza intelectual y moral, esté
siempre sereno ; que razone sereno ; que ría sereno, que gima y
llore sereno.
En esta peregrinísima dote es igual el español al griego. Pero
solo el español ; fuera de él ninguno.
En el Lacio serenos son no más que Cicerón, doquiera, y
Ovidio, en sus obras serias. — En lo moderno, apenas saben de
serenidad las obras extranjeras.
CONSIDERACIONES GENERALES. <j
Ni el Dante, con todo su genio y catolicismo, lo es; porque
no logró dominarse a sí propio : culpa suya fué que no aquietara
la fe, en él, las pasiones.
Pues sobrada eficacia tiene ella para aquietarlas. Y nada se le
opone tanto como la misantropía, natural y punto menos que ne-
cesaria en el incrédulo talentoso; pero casi inexplicable en el creyente;
quien, estando muy lejos de odiar al hombre, compadécele en sus
mayores extravíos, y mirando en él la imagen y amor divinos, no
puede menos de amarle.
Humor.
Incomparable es en el humor la literatura española. En él las
aventaja a todas. — Desde aquel inmenso arranque humorístico
sublime que se llama el Quijote, hasta las más fugitivas notas
literarias, durante todo el imperio del genio español, hasta muy
entrado ya el siglo XIX, juguetea el humor por dondequiera, en
la mística misma, no pocas veces harto risueño aun en el graví-
simo Avila y el grave Granada, arrebatado aquél del torrente de
su fervor, éste del de su elocuencia.
Ni en la sátira, donde tan fácilmente suelen reinar sin contra-
peso la amargura, el mal humor, la saña, y donde en toda otra
parte reinan, jamás faltó a los ingenios, ibéricos su buen humor.
Mordaz y cáustica acostumbra volar y herir la flecha, ya que tal
ha nacido; pero nunca va envenenada, ni sangrienta.
Xo se ensaña ni con el vicio ; mucho menos con el hombre.
Aborrece a aquél, zahiérelo, hácelo ridículo. Pero el vicioso, al
mirar a su vapuleador y verle tan risueño, tan sin hiél, }' cómo,
cansado de reírse de él, se ríe de sí propio, desármase; y a las
veces, lo que parecía duelo feroz y a muerte, acaba en mutua
carcajada y mutuo abrazo.
Vitalidad.
Del todo extraordinaria, única, finalmente, es su vitalidad. Por-
que a diferencia de todas las otras literaturas, tanto antiguas como
modernas, que no tienen sino una sola edad de oro, tiene la es-
pañola dos: la clásica y la neoclásica del siglo XlX. Esto realza
su grandeza, ya que vitalidad significa fuerza; fuerza, imperio; im-
perio, grandeza.
B. DEFECTO.
Mal gusto.
Padece — digámoslo sin ambages ni reticencias — la literatura
española entera este grave defecto. Pues, salvo uno que otro autor,
lO INTRODUCCIÓN.
uno que otro libro, plagada está por entero y en parte viciada
por él. Sobre todo la lírica; donde muy pocas son las obras y
menos aún los poetas de gusto irreprochable. Y aquí, por no ser
ni profundamente inspirados ni profundamente sentidos la mayor
parte de ellos, es más funesto este vicio. Que en la dramática,
en que, a excepción de Lope, también se espacia, no campa, por
no afectar al fondo mismo de ella; que son los hechos, los ca-
racteres, el diálogo; donde el genio inspira, mueve y arrastra al
dramaturgo con tanta y tan ingénita y como instintiva fuerza, que
de ella queda señoreada y ahogada esa especie de falaz reflexión
y vuelta violenta sobre sí mismo, que ha menester el espíritu ele-
vado y robusto para entretenerse en ese linaje de brillantes
bagatelas y cometer , a su brillo y por amor suyo, tales des-
aciertos.
De esta suerte, como a pesar suyo y olvidados de sí mismos,
evitan los dramáticos el correr la triste fortuna de los líricos.
;Qué explicación tiene este al parecer inexplicable fenómeno
del predominio del mal gusto? ¿Cómo se compadece la inteligencia
con tan lamentables descarríos de ella.^ ¿No es una de sus más
primordiales manifestaciones el criterio.' Y ¿puede coexistir el cri-
terio con la perversión del gusto?
Suponen el criterio y el gusto cierta delicadeza }' finura inte-
lectuales, que suelen faltar a los espíritus vigorosos, y en primer
término, a los poetas. Que se dejan arrastrar de su numen ; y
aun parecen a veces conocer sus propios dislates, sin osar elimi-
narlos de sus obras, por hallar en ellos — como de ordinario la
hay — alguna belleza ; o por un excesivo e irracional amor no se
atreven a sacrificarla en aras del gusto.
Pero fuerza es decir — no por disculpar sino por atenuar —
que cuantos genios no han frecuentado la escuela única del gusto,
la helénica, han pecado contra él como los españoles, y aun más
que ellos. El mal gusto del solo Shakespeare suma el de Lope,
Calderón y Tirso.
Todas las especies principales del mal gusto: declamación, agu-
dezas, afectación, padeciólas, hasta en sus mejores tiempos, la litera-
tura española. Recorrió estos tres estadios, que acostumbra recorrer
el gusto cuando degenera.
Primero, para simular estro y elocuencia, declama con pala-
bras rimbombantes y frases sonorosas y de efecto.
CONSIDERACIO.NKS GENERALES. ¡ \
Luego se ingenia en antítesis, juegos de palabra y toda suerte
de rebuscados artificios, para ostentar talento y disimular la va-
ciedad y falta de interno calor poético.
Y cuando ya ha tocado en tan escabroso terreno el ingenio,
no se detiene, sino que, confundiendo la belleza ficticia, aparente,
ilusoria con la real, va resbalando velozmente hasta dar en hon-
duras de donde es casi imposible salir; esto es, en la afectación
completa, la hinchazón y pedantería, que es la muerte de las
letras.
Padeció España estas dolencias literarias tanto más fácilmente
cuanto ellas, para imponerse al público, suponen imaginación y
talento, los que la península siempre ha poseído abundosos.
Sin embargo, su mucho empuje intelectual preservóla de que
pereciera su literatura, esterilizada y agostada de cierzo tan aso-
lador. El cual arruinó por siglos a las otras literaturas europeas.
Una prueba más de la invicta fuerza del genio español.
C. OBJECIÓN.
Es el mal gusto el único defecto notable que achacarse puede
a nuestra literatura. Los demás que se le suelen achacar, no lo
son. — Tíldasela de crédula, supersticiosa, fanática, y en ella al
pueblo que encarnó en sus letras, como pocos, su ser entero.
Viejos, viejísimos cargos. Con todo, la protesta y la impiedad,
que no han podido nunca perdonar a España su catolicismo, no
cesan de imputárselos.
Si se les contesta que lo sobrenatural y milagroso, cualquiera
que sea su verdad absoluta, probado o no, puede tener, y tiene
de hecho en los poetas españoles, de ordinario, mucha verdad re-
lativa, verdad que siempre ha bastado y basta a la poesía y que,
además, muy a menudo es legendaria y muchísimas otras veces
histórica; — si se les dice todo esto, que en crítica es inconcuso,
callan a todo y prosiguen impertérritos repitiendo el cargo. En
vano es asimismo notarles que la fe en lo maravilloso está fun-
dada en la naturaleza misma y tan hondamente en ella radicada
que ningún esfuerzo ni todo el afán de los que se precian de in-
crédulos — que comúnmente son los más crédulos del mundo —
es poderoso a arrancarla de ella.
En vano les añadís que, aun dado caso — lo que es imposible —
que la voz de la naturaleza mintiese, la poesía y el arte no tratan
sino de reflejar la naturaleza y de tomar de ella lo conducente a
12 INTRODUCCIÓN.
SU intento ; y que nadie pone en duda que lo es, y sobre manera,
lo maravilloso.
En vano es redargüirles que el alma exaltada .se forja a cada
paso fantasmas, que adquieren en la fantasía todas las formas y
consistencia de la más viva realidad ; como la memorable sombra
de Banquo ante los ojos de Macbeth.
Ni vale rebatir a los detractores de las letras hispanas con sus
mismas armas, recordándoles que ni ellos, ni crítico alguno de la
tierra han echado en cara a Shakespeare el u.so frecuentísimo que
hace de cuanto prodigioso y aun absurdo pueden inventar la igno-
rancia y superstición más crasas y vulgares.
Ni les abre los ojos el ejemplo de los antiguos, que emplean
lo sobrenatural sin tasa ni medida, conforme a su religión. ¿Quién
nunca, ni de los mismos que denigran por supersticiosos a los
poetas españoles, se ha atrevido a censurar por ello a los clásicos
latinos o griegos? De consiguiente, aun suponiendo que lo mara-
villoso del cristianismo no tuviese fundamento alguno histórico
— y los tiene tantos y tan indestructibles — ¿sería justo increpar
por crédulos a los españoles y no a los clásicos? ¿Dónde están
la justicia y la lógica?
Empero, bastante vindicada, podríamos decir, está por sí misma
la literatura española, y no necesita de otras vindicaciones.
Porque, así como la clásica prueba la verdad relativa de sus
prodigios por la fuerza poética con que avasalla todos los enten-
dimientos; así también la prueba la española, avasallando a sus
detractores mismos — como más de una vez ha acontecido — , si
se ponen de alguna manera en contacto con su mágico poder.
PRIMER CICLO. TIEMPOS ANTIGUOS.
(Siglos XII — XVI.)
PRIMER PERÍODO.
(Siglo xir.)
KOCIÓX PREVIA.
1 . Rápida, muy rápidamente pasaremos por la época primera : la formación de
la literatura española. No escribo un tratado erudito. Aun en ellos la erudición
suele dañar más que aprovechar : fatiga, agobia al espíritu ; y, por esto, con irre-
sistible fuerza repulsiva, retráele del objeto que el erudito le ha intentado acercar,
ilustrar, hacer amar.
Quiero escribir un libro lítil, y, en la medida de mis fuerzas, agradable.
2. Contentémonos por tanto con esbozar sumariamente la infancia literaria de
España; para satisfacción de nuestra curiosidad,' que pregunta de dónde ha venida
y cómo ha crecido el ser que se nos presenta desarrollado, de recia, atlética com-
plexión, de bellas y graciosas proporciones, revestido de hermosura.
3. Pero, más que mera curiosidad, es el deseo de conocer esta infancia; es el
de seguir su crecimiento : ver cómo, cuándo, por qué creció ; cuándo empezó a
desenvolverse ; cuánto tardó ; quién le nutrió y cuidó ; qué impulsos recibió de fuera :
qué es propio y qué es extraño en él.
4. Sólo así se le comprenderá bien : se sabrá dónde está su fuerza y dónde su
flaqueza; qué ha de buscar y qué huir. Se sabrá en qué edad se halla de la vida,
y si ésta ha de ser efímera o larga ; qué vejez le espera, o si puede — lo que
comúnmente se niega — prometerse la inmortalidad, y qué ha de hacer para al-
canzarla o resucitar a ella.
Cuestiones a cuál más interesantes.
Desflorémoslas; y con la última, terminemos nuestra labor.
ORÍGENES.
Poesía.
I. Con el romano imperio cayó, así en España como donde-
quiera, la romana civilización. Por la espada, únicamente por la
espada, habíase alzado: por la espada hubo de caer. Que la es-
pada llama a la espada, y no hay fábrica tan débil como la que
ella fabrica.
14 PRIMER CICLO: TIEMPOS ANTIGUOS.
Cayó Roma al hierro de los bárbaros, y no hubiera dejado
en pos de sí más que huellas sangrientas, de no salvar el cris-
tianismo lo que, en el inmenso y súbito naufragio, era dable
salvar.
2. Ni se diga que, vencidos los griegos, vencieron por su civi-
lización a los vencedores; y que no aconteció otro tanto con los
bárbaros, por ser ellos más difíciles de civilizar que Roma. No fué
la pérdida de la civilización romana culpa de los invasores, sino
de los invadidos. Eran aquéllos por ventura, en orden a inteli-
gencia, índole y costumbres, incomparablemente mejores que esos
romanos fieros y feroces, hasta que, en cuanto eran suavizables,
los suavizió la cultura helénica.
3. En España alcanzaron una breve florescencia las letras la-
tinas cristianas; que segó la invasión gótica.
4. Apenas hubo ésta dominado y asimiládose el elemento ro-
mano, cuando, sin dar tiempo a la idea cristiana de coronar con
las letras su obra civilizadora, asomó la terrible cimitarra del árabe ;
que devastó y anonadó lo que había quedado en pie de la civili-
zación de Roma.
5. Luego comenzó, desde las montañas septentrionales, lenta,
pero segura, aquella incomparable, gloriosa y siete veces secular
guerra de reconquista : la hazaña nacional más grandiosa y sublime
que registra la historia.
Con el acero en la mano todo el día, todo el año, toda la
vida; durmiendo sobre él en la noche, sobre él en la tumba,
¿pudo ese pueblo heroico cual ninguno, cual ninguno batallador,
tener tiempo, tener calma, tener fuerzas para modular algún acento
poético .'
6. Y los moduló. Aunque tarde; o más bien: temprano. Por-
que, aun en medio del estrépito de las armas y el fragor de los
combates, empezó a cantar, cantar sus cantares de gesta, de ha-
zañas; a celebrar sus armas y sus triunfos. Otra nación tal vez
hubiera necesitado muchos siglos más para darse a las letras, o
acaso hubiera permanecido muda por siempre. España, empero,
soltó la lengua al estruendo mismo de su propio batallar y trocó
sobre el campo de la lid en cantares la grita de la lucha.
7. Despertó ya para la poesía en el siglo xn. En lengua ro-
mánica o romance habíase ido convirtiendo el latín. Y esta nueva
lengua, formada en el transcurso de tan turbulentos siglos, ates-
tigua con su incesante desenvolvimiento y creciente perfección
que la inteligencia del pueblo y la finura de su oído no sólo no
PRIMER PERIODO: SIGLO XII.
'5
sucumbía al rigor de las armas, pero sobreponíase a ellas y a
despecho suyo iba creciendo y perfeccionándose.
Porque el idioma, su belleza o deformidad intrínsecas y eu-
fónicas, es irrefragable testimonio de las dotes intelectuales del
pueblo que lo forma. Una lengua pobre, inflexible, dura, arguye
dureza, inflexibilidad, indigencia intelectual de la gente que la
habla.
Si no tuviésemos otra prueba de ser el pueblo helénico el primero
del mundo, bastaría la belleza y perfección de su idioma para pro-
barlo. Así también basta el español, con su riqueza inexhausta,
su flexibilidad, claridad, justo equilibrio entre vocales y consonantes,
su sonora majestad y armonía — basta el idioma español a pa-
tentizar la superioridad de la nación. Que él, en perfección y eu-
fonía, supera a las lenguas modernas, al latín mismo, y mucho se
avecina al griego.
8. Al paso que el habla se va desarrollando y atravesando la
infancia, va despertando más y más el ingenio poético, apacible-
mente, con aquel lento despertar que suelen los talentos vigorosos.
Apenas adquirió forma el idioma; apenas pudo en él expresarse
la idea, cuando ya porrumpió en acentos infantiles, pero enér-
gicos y a menudo felices.
Son acentos narrativos o épicos los primeros : la naciente musa
canta a los héroes nacionales y sus proezas.
9. Sus hermanas románicas, la itálica y franca, gracias a la
paz y prosperidad seculares de que gozaban, habiánsele adelan-
tado mucho, y hablaban cuando ella a duras penas balbuceaba.
Natural era que aprendiese de las otras; y aprendió, parti-
cularmente de su vecina, la francesa.
10. Pero tan felices eran sus disposiciones y precoz su talento,
que lo que aprendió, ni lo quiso retener, ni lo copió, ni lo imitó
a guisa de los que carecen de fuerza intelectual congénita, sino
que lo desechó al punto, y en virtud del impulso recibido creó
luego y prosiguió creando algo mucho mejor.
Y de tal suerte aventajó a sus maestras, que ellas en breve, maravi-
lladas de los dotes de la discípula, comenzaron a su v^ez a aprender
de ella; sin jamás acabar de aprender, ni de comprender las ha-
bilidades y el arte de la que ni para aprender ni para seguir
había nacido, sino para enseñar y capitanear.
11. Más bien que lecciones, pues, diéronle sólo el primer im-
pulso los trovadores provenzales y épicos franceses; ayudaron a
andar a la que, dotada de firmísima planta, era capaz ya de andar
l6 PRIMER ciclo: tiempos ANTIGUOS.
por sí sola; aunque tardara por ventura más y anduviera trope-
zando y cayendo.
12. A cantares de la cuna del t^enio español, entretejida con
humildes mimbres y juncos, cantares entonados en torno de ella
y para ella, nos suenan los cinco vetustísimos poemas del siglo xii:
los de los Reyes Magos, el de Sa?¡ta Alaría Egipcíaca, la Crónica
del Cid y el Poema del Cid.
13. En ellos }'a se ostentan hermosa e indisolublemente her-
manadas, como preludiando lo porvenir y las glorias de las letras
castellanas, sus dos grandes y eternamente arrebatadoras notas, que
son las de toda verdadera y alta poesía: la religión y la patria;
el amor a Dios y el amor al hombre.
¡ Hermosa iniciación la del genio ibérico el celebrar el amable
misterio de la infancia del Salvador y la vocación de las gentes a
su cuna y a su amor ! el celebrar al inmortal y un tanto miítico héroe
castellano, como celebrándose en él a sí propio y sus propias vir-
tudes: su patriotismo, su lealtad, su indómita bravura! el cele-
brar, por fin, a la famosa y legendaria penitente del desierto!
A la cual ni el anticatólico Gcethe pudo menos de rendir un
testimonio de sincera admiración a la postre de su vida y de su
«Fausto».
14. Religión, patria, romantismo piadoso: estas ideas genera-
trices de la poesía española, y de toda poesía, hanse de ver realzadas
en esos poemas, prescindiendo de su frialdad, monotonía, ausencia
total de arte. Por tanto, interés relativo, extrínseco, excitan y pueden
excitar ellos por sí. Las ideas dominantes, la fuerza poética que las
produce; los esfuerzos desplegados; la futura facundia del infante,
anunciada en su balbucir: esto y no otra cosa se ha de buscar
en las edades infantiles de las letras. Lo que es no poco, ni de'
poco interés.
15. Hasta ahora la épica ha sido sólo vulgar: hala cultivado
sólo el vulgo.
Con.servará durante el siglo XTII su carácter popular, pero se
le asociará el erudito. Y esta amalgama poética se realizará en dos
narraciones épicas: Poema de Alejandro el Grande por Juan
Lorenzo de Segura, y el anónimo Poema de Apolonio.
Fantastico-heroicos, inclínanse estos poemas fuertemente al
género caballeresco, que anuncian.
Entrambos son toscos ensayos; así como el anónimo Poema
de Femar González, héroe popular castellano.
SEGUNDO PERIODO: SIGLO XIII. I7
16. Por entonces se percibe una nueva nota: la bíblico-maho-
nietana, en el Poema de Yussuff (= José).
17. Aquí ya principia a advertirse otro fenómeno característico
de la literatura ibérica y que más tarde, durante todo su apogeo,
será un sello suyo privativo: el de ser sus más fervientes y prin-
cipales cultivadores los eclesiásticos.
Lo son, en efecto, Juan Lorenzo de Segura, y otro poeta re-
presentante asimismo del movimiento vulgar erudito : Gonzalo de
Berceo.
Prosa.
18. Con muy propia fisonomía está, en el Fuero Jiczgo,
totalmente ya desprendido de su corteza latina el nuevo idioma :
el español. Al par que preciosa reliquia de la sabia legislación
visigoda es el Fuero el monumento más antiguo de la prosa cas-
tellana.
Concisa, clara, enérgica y suave, hasta con ciertas formas su-
periores a las clásicas, rompe aquí a hablar, en la república de
las letras y en la de la ciencia, la lengua castellana, sonando
como el código a rudeza y blandura, imperio y suavidad.
19. Rompe a hablar cuando los demás idiomas occidentales
aun no lo saben, cuando apenas articulan lenta y laboriosamente.
SEGUNDO PERÍODO.
(Siglo XIII.)
Poesía.
1. Natural e invenciblemente propenso a la sátira el espíritu
español, como el de toda la raza latina, pero mucho más in-
genioso en ella que las otras naciones románicas, había tardado
no poco en despertar para las letras, atendida, no la fecha de su
despertar, sino su espontánea inclinación y notabilísimas apti-
tudes.
2. Y, ¡cosa singular! dio principio a la sátira en España un
sacerdote, cuyo grave miinisterio no parece a primera vista ser muy
compatible con tal ejercicio.
Mas, residiendo la cultura principalmente en el clero, que la
había salvado de su ruina, y bullendo y pugnando el potente
genio hispano por romper las ligaduras con que los seculares y
hondos trastornos de la nación habíanle tenido encadenado, ;no
era también natural que desde luego diese todos sus primeros
frutos en el clero? ¿No iba él, como siempre fué y va, a la
Jü.NE.MANN, Lit. y Ant. esp. -
l8 PRIMER CICLO: TIF-MPOS ANTIGIOS.
vanguardia de la civilización? ;Xo ha sabido él siempre seleccionar
atinadamente a los suyos, formarlos atinadamente, cual nadie? ^No
es su estado favorabilísimo al cultivo de las letras, cuando no lo
inhibe alguna estrechez de criterio moral?
3. Ninguna lo inhibió afortunadamente en España. — Antes
libérrimo siempre, a veces sobrado libre, fué el criterio del clero
español literato en orden a la mí)ralidad.
Sobrado libre fué también el del padre de la sátira hispánica,
Juan Ruiz, llamado comúnmente el Arcipreste de Hita — de
donde lo fué — ; el cual en el Libro de biioi amor coleccionó, en
revuelto y monstruoso conjunto, sus poesías, donde buenos rasgos
satíricos alternan con patochadas e insulseces; con cínico desen-
freno, acentos de piedad : trasunto fiel, así moral como literario,
de aquella época de transición ; época en que luchan fuerzas c
inclinaciones opuestas, que producen un \iolcnt() desconcierto y
mortal antagonismo.
4. Al lado de la Iglesia y en noble consorcio con ella — pues
a la sazón lo estaba en España — dióse también la Sinagoga a
cultivar la literatura castellana; y fué uno de los buenos poetas
del siglo el rabino Don Sem Tob, de Carrión; personaje ilustre e
influyente en la corte, ün tratado didáctico-poético de moral : Co7i-
scjos y documentos al rey Dou Pedro, se le atribuye con bastante
fundamento, y con poco la Danza de la muerte; escritos que no
carecen de poesía.
5. Xo carecen tampoco de ella las Cantigas a la Virgen, com-
puestas en gallego por Alfonso X de Castilla.
Prosa.
6. Por este mismo famoso rey (grab. i) alcanzó la prosa
mayores y más visibles progresos que la poesía , merced al
fortísimo impulso que él le dio por medio de sus Siete Parti-
das, el más célebre código medieval, y que hace cumplido
honor al soberano a quien, no obstante la falta de tino político
y doméstico, que le hundieron en doble infortunio, apellidó «el
Sabio» .su siglo, admirado de sus luces y de su saber.
Base son las Partidas de la legislación española, dictadas de
consuno por la ciencia y la experiencia; por un profundo buen
sentido, por la reflexión y el cabal conocimiento de los hombres
de su tiempo. Es una como enciclopedia del saber político y re-
ligioso d- la época. No se limita el legislador a legislar grave
SEGUNDO PERIODO: SIiH-O XIII.
Ij
e imperioso : imperioso y grave razona dondequiera y funda sus
leyes.
Este paso atrevido de querer unir las letras a la ciencia - - el
que ya hemos visto en el Fuero Juzgo y que en las Partidas va
subiendo de punto — marca la medida de los altos vuelos del
ingenio de la raza. Inconciliable será la forma artística, y lo
es, sin género de duda, con la árida legislación y otros ramos
de la descarnada ciencia; que tendrán, de grado o por fuerza,
que contentarse con la correcta y, a lo sumo, elegante dic-
ción. De aquí no les es permitido pasar.
Pasó el Rey Sabio,
y merced a haber audaz-
mente pa.sado, nos dejó
una obra, no por cierto
propiamente de arte ni
de perfecta literatura,
pero de cierta gracia
en el decir y sem-
brada de frases robus-
tas y elocuentes. En
ella toma un incremento
nuevo y asombroso el
idioma; el cual, aun-
que no resplandece to-
davía con la riqueza y
perfección de los siglos
de oro, muéstrase ya
con belleza clásica y
apto para cuanta laboi-
literaria de prosa llana
se quiera hacer en él.
7. Avanzando aun
más en la carrera de las letras, Alfonso X, crítico e investigador
de los hechos, creó también la historia patria en su Crónica ge-
neral de España; introdujo en las letras hispanas el elemento
parabólico oriental, e hízose tan benemérito de ellas y de la cul-
tura nacional, que en la edad media no se levanta en la Península
figura alguna que con él pueda compararse.
8. Del elemento oriental no tardó en aprovecharse el infante Don
Juan Manuel, magnate castellano, de esclarecido ingenio y tan
marcial espíritu, que desde los doce años de su edad empuñó las
Grab. I. Alfonso el Sabio.
20 PRIMER ciclo: TIEMPOS ANTIGUOS.
armas : las cuales no absorbieron su actividad ni embotaron los
filos de su talento. Antes bien, partiendo de libros de oriente,
patria de la parábola, escribió el Conde Ljicanov o el Libro de
Patronio: que tal se llama el consejero y maestro del Conde,
quien le plantea problemas morales y políticos, que aquél resuelve
por medio de cuentos y apólogos.
Escribe no sin pulcritud; y observa con originalidad, sal y
agudeza.
TERCER PERÍODO.
(Siglo XIV.)
Poesía.
1. Es el siglo del Dante; cuyo genio ilumina al siglo y cuyo
reflejo reverbera intensamente en España, la cual intenta imitarle;
sin reparar en que, por la índole de su poema y la suya propia,
es de los poetas más inimitables del mundo : aprender pueden de
él todos mucho : imitar nadie nada.
2. Imitáronle sin tino los españoles; y más sin tino todavía, y
con especialidad, al Petrarca; que es fácil de imitar, pero de quien,
salvo la perfectísima y admirable forma, nada se puede razonable-
mente aprender. Como nacidos para la imitación, aun más que
aquél, eran los galantes trovadores provenzales; cuyo secreto único
no consistía ni siquiera en la forma, que siempre vale muchísimo,
sino en sutilezas eróticas, con las cuales envolvían su vaciedad,
como con telarañas simulando filigrana.
3. De esta triple imitación, caracterizada por el predominio de
la provenzal y la jietrarquesca, nació la familia poética denomi-
nada gaya (gaudiosa) ciencia, que se apoderó del campo de la
poesía española.
4. En vano trató de defenderle el eminente procer castellano Pedro López de
Ayala (1332, Murcia, — 1407, Calahorra), rompiendo intrépidamente lanzas por la
poesía nacional y contra la invasión de las musas forasteras. Pero su poema didáctico,
el Rimado de palacio, fué un descalabro : áspero y tosco de estilo el libro, puso
más de manifiesto la superioridad de la forma italiana, su blandura y armonía; que,
halagando al oído, arrastraron en pos de sí las inteligencias y la opinión del mundo
literario.
5. Tami)oco el estudio de la antigüedad clásica, que a la sazón
empezaba, pudo contrarrestar las influencias extranjeras; pues,
sobre ser imperfecto, no versaba .sino sobre los escritores de Roma;
que no son potentes, cual los de Atenas, para enmendar e im-
primir rumbos por piélagos vastos y tormentosos.
TERCER PERÍODO: SIGLO XIV.
Prosa.
6. Más feliz que en su «Rimado de palacio» fué López de Ayala en su Cró-
nica de las contiendas civiles entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastamara.
7. Pero la historia y la prosa seria, y por poco toda la litera-
tura, fueron acalladas por un linaje nuevo de libros, los más sin-
gulares aparecidos sobre la haz de la tierra y que arrastraron con
sigo al público y maleáronle el gusto; y tanto se dilataron por
doquiera y tanto camparon, que, a no venir un nuevo Hércules y
triturar con su clava a este monstruo asolador, quién sabe adonde
llegaran sus estragos y cuánto ^^^ , ^-*^
duraran. Refiéreme a los jílUl^uí^ Í)C í^^áUlj»
libros de caballería : esas ab-
surdísimas novelas, nacidas,
por muy extraña manera, de
una de las más hermosas y
poéticas instituciones socia-
les : la caballería, que, nacida
a su vez de un doble culto :
el del valor y el de la mu-
jer, inspirados por la idea
cristiana, fué el alma de la
edad media y su más rica
presea.
8. La poesía comprendió
estos dos cultos y no des-
ligó lo que tan natural y bella-
mente había unido el cristia-
nismo ; mientras la novela,
olvidada de tal unión y dando
rienda suelta a la más loca
fantasía, separó el valor del
amor; y engolfóse en aquél. Pero, como el valor sea un elemento
pobre, aunque poderoso, una vez engolfada en él, quiso salvar su
pobreza e hízole hacer mil suertes de hazañas que ni soñadas.
9. Dos son los ciclos en que se agrupan estos libros: el bre-
tón, con su rey Artús (Arturo^ y Merlín el encantador; y el cario-
vingio, con las hazañas de Carlomagno y sus Doce Pares.
A éste pertenece el Amadis de Gaula (grab. 2), uno de los más famosos y
menos extravagantes.
10. Sin embargo, si servicio llamarse puede, a los libros ca-
ballerescos débenle el más inapreciable las letras, por haber sido
xosqiutrolibíosce
2lni4di9í)g4iil4nue
uamenreimp^efl'os
•7 1?yílo:udo0.
Grab. 2. Frontispicio del 'Amadis^, de 1533
22 l'RIMKK CICI.O: TIEMPOS ANTIOUOS.
la causa ocasional del Ouijotc; que los barrió de la faz del orbe
con su cla\a hercúlea, con la sátira mas imperecedera, las risadas
más felices que han alegrado a la tierra )- que con altísimas creces
compensan cuanto daño acarreó a la literatura el género caballeresco.
CUARTO PERÍODO.
(SÍ£t1o XV.)
Poesía.
1. A más de la guerra de reconquista, envuelve a Castilla por
este tiempo una sangrienta guerra civil.
Sin embargo, tanto estrépito y tanto horror no hacen enmu-
decer a la musa castellana: tan facunda, tan pujante ha nacido.
Juan II con toda su lucida corte de sabios y poetas cultivan
la literatura. Imperan allí las influencias provenzal, italiana y clá-
sica ; mas sigue en su predominio la primera.
2. Dos poetas descollaron en esta pléyada real: Juan de Mena (141 1, Cór-
doba,— 1456, Torrelaguna), e Iñigo López de Mendoza (1398, Carrión, — 1458,
Guadalajara), marqués de Santillana.
Imitador Mena del Dante, hace en su poema, Laberinto, un viaje alegórico. Be-
lona llévale en su carro de alados dragones ; y la Providencia, que se le aparece
en forma de rutilante doncella, guíale por entre los luctuosos acontecimientos de
su tiempo, representados por sendas figuras simbólicas. No alcanzan sus páginas
poéticas a animar la monotoiu'a del libro.
3. El marqués de Santillana — como se le suele llamar — , personaje pro-
minente y generoso mecenas de los letrados, anduvo en su juventud por las huellas
de los provenzales en sus Canciones y Decires y las Serranillas.
Ya hombre, compuso, en grave y robusto estilo, tres poemas didascálicos :
primero, el Diálogo de Bias y la Fortuna, en que expone la doctrina estoica sobre
la instabilidad de las cosas humanas; segundo, el Doctrinal de privados o docu-
mentos morales, sugeridos por la caída y el suplicio del famoso favorito Don Al-
varo de Luna; y tercero. Proverbios o Centiloquio (grab. 3), así llamado por con-
tener cien sentencias o refranes.
Al Dante imitó el marqués en la Comedieta de Ponza, especie de drama ele-
giaco, relativo al desastre de la armada aragonesa cerca de la isla de Ponza.
4. Si estos poetas representan la escuela moderna y alegórica, representa a la
antigua Fernán Pérez de Guzmán.
Es el Lójjez de Ayala de este período. Ambos, en efecto, caminan perfecta-
mente paralelos : paralelos por sus inclinaciones, paralelos por su escaso resultado,
paralelos por sus obras. Pérez también escribió un poema didáctico : Loores de
los claros varones de España, y un libro histórico : Generaciones y semblanzas de es-
pañoles coetáneos célebres.
5. Continúan los proceres de Castilla siéndolo de las letras.
Sobresale entre ellos Jorge Manrique(c 1450? — 1497) poi" sus Coplas: son una elegía
a la muerte de su padre ; pero, más que esto, un poema elegiaco sobre la nada de las
cosas human .s. Sentimentales e inspiradas a veces las Coplas, son en exceso largas
CUARTO PERIODO: SIGLO X \
y generalmente monótonas; pero de muy enérgico y conciso estilo. Su mayor mé-
rito estriba en el notabilísimo perfeccionamiento del lenguaje poético, (jue fijan y
(¡ue en ellas se reviste ya de cierta galanura moderna.
6. La sátira, estacionaria desde el Arcipreste de Hita, progresa
asimismo atrevida y mordaz en las dialogadas anónimas Coplas
de Mingo Re vulgo ^
7. Estas coplas van ya preludiando el teatro, que también co-
menzó en esta época. De la religión, y como probando la abso-
luta necesidad que de ella tiene la poesía, nació el teatro es-
pañol ; cual de ella han
nacido todos los grandes
teatros antiguos y mo-
dernos.
Religiosos fueron en
España los primeros ar-
gumentos dramáticos, lla-
mados por esto misterios
o autos, y eclesiásticos
fueron sus primeros au-
tores y actores.
8. Pronto invadió a
este teatro sagrado el pro-
fano, y, luchando entre
sí, disgregáronse de las
tablas religiosas las secu-
lares. Trabaron la lid y
efectuaron la segregación
los dos padres del teatro
nacional: Juan del Encina
(;i469.\ Encina, — 1534,
Salamanca) y Gil Vicente
(-•1480—1575.^ Lisboa), verdaderos talentos dramáticos, aunque
todavía en ciernes; cuyos ensayos escénicos, chispeantes de in-
ventiva y sal, ya anuncian la edad de oro. Taha adereza la es-
cena; complácese desde ahora en ensayar a sus rústicos actores,
y mira en lontananza, con atenta y cariñosa mirada, a un niño
prodigioso 2 cuyos ojos relampaguean al encontrarse con los suyos
y a quien educará con todo desvelo para rey de la escena his-
pánica y la del mundo.
•^:oucrbl09 Oe Do rníQo
lopc5 oe mendosa: con üii rracrado
oe remedio contra fonmu que eftsí
pneftoenfm
(irab. 3. López de Mendoza: Proverbios.
Frontispicio de la edición de 1486.
' De Domingo Vulgo, uno de los interlocutores.
Lope de Vega.
34 PRIMER CICLO: TIKMPOS ANTIGUOS.
Cancioneros.
9. Colecciones son estos de antiguas poesías, por lo común
lírico-eróticas, más eruditas y cortesanas que populares; como que
procedieron de las cortes poéticas de Juan I, Enrique III y sobre
todo de Juan II, todos de Castilla; y de la de Alfonso V de Aragón.
El Cancionero de Bacna contiene las canciones de estas cortes.
10. Aunque poco espontáneas, no escasea en ellas la poesía.
Sentido habla, canta, suspira y llora a menudo el amor; desaho-
gándose ya en alegres pinturas, ya en tiernos madrigales, o en
doloridas elegías.
Edic. : Cancionero de Baena, ed. por Gayangos y Pidal, Madrid 1851; Cando
ñero genera!, de Fernando del Castillo, Valladolid 151 1 . . .
Romanceros.
11. Muchas son estas colecciones de romances: desde la primera anónima de
Amberes, reimpresa en 1550, hasta la de Duran, que es la más completa.
12. La erótica mezclada con lirismo y rasgos épicos domina en
los romances moriscos novelescos. En ellos, entre muchas insulseces,
resuenan, aunque fatigosamente repetidos, muchos acentos hermosos.
13. La manía que fué predominando entre los poetas de fin-
girse moros ellos mismos y hacerlo todo moro, produjo i a serie
de romances moriscos satíricos ; en que Góngora y otros se burlan
bonitamente de esa morisma, hasta dar al través con ella.
14. Los romances más débiles del romancero son los caballe-
rescos e históricos generales.
Pero aun en ellos hay, de cuando en cuando, pasajes nada
despreciables.
15. Con sus galas, en cambio, aparece la poesía en los his-
tóricos tiacionales ; y va creciendo su entonación, hasta tocar a la
meta en los del Cid.
16. Cuya vida se narra episódica y fragmentariamente en esta
larga serie de romances, de diversos autores y muy diverso mérito.
Pues, si bien es cierto que los relativos a su fin y funerales
son misérrimos, hay entre los demás algunos poco menos que homé-
ricos; muy inferiores, sin embargo, al hazañoso campeón castellano,
uno de los guerreros históricos más eminentes y amables, y, como
carácter y espada harto superior al Aquiles de la Ufada y a los
héroes de todas las otras epopeyas.
Edic: Amberes 1550 . . .; Romancero general de Agustín Duran, 5 t., Madrid
185 1 ; Bibl. de aut. esp. t. X y XVI.
17. Muy por encima de la canción está el romance español.
CUARTO PERIODO: SIGLO XV. 2$
Poesía popular reformada.
18. A pesar de su aspecto vetusto, muchos romances son rela-
tivamente modernos, o probablemente antiguos reformados; todos
ellos obra de buenos poetas.
Porque la poesía popular, nacida del pueblo mismo, aun cuando
sea verdadera poesía, no puede menos de estar plagada de mal
gusto, vulgarismos, flojedades e incorrecciones ; y nece.sita, de con-
siguiente, ser reformada por la poesía culta.
La popular, así como sale de los labios del bajo pueblo, es
vulgar y chabacana, por muchos pensamientos felices que tenga;
que de ordinario ni son muchos ni muy felices. Buena podrá
ser para anticuarios y eruditos: las bellas letras la rechazan de
plano, porque son bellas y ella no lo es: artísticas como son,
no pueden admitir más que lo artístico.
19. Lo ideal en poesía popular es lo popular tratado popular-
mente, pero con arte y gusto por hombres de gusto y de arte ; como
en los romances y canciones hispánicos, en gran parte, se ha realizado.
De lo contrario, resultan ridiculas extravagancias literarias ; que (coleccionadas
a lo Arnim-Brentano en Alemania) forman un enorme haz de sandeces, que bastan
y sobran para desacreditar y condenar la poesía plebeya Si de esa colección ale-
mana ', que pasa en mala hora por clásica, se hiciese una antología y se la tra-
dujese a cualquier idioma civilizado, daría, entre los profanos, mortal golpe a la
fama de que con razón goza entre los extranjeros el gusto germánico.
Lo propio, aunque en menor escala, por haber sido más poético
el pueblo español, aconteciera en la Península, si no se hubieran
o rehecho o atildado los cantos del vulgo.
Si aun así, más o menos mejorados como lo están casi todos
los salidos de la plebe, se hallan todavía bastante inficionados de
sus culpas originales, ;qué fuera, si no los desbastara la lima.'
20. Pero, tengan los defectos que tuvieren; sean auténticos o
reformados; lo cierto es que los romances expresan genuinamente
la entonación y el sentimiento del pueblo. Y como tales, aun
más que los españoles, los admiran los extranjeros.
La forma romancesca.
21. El romance mismo, mirado en su estructura y ritmo, es la
forma poética española por excelencia.
En la justa y cabal vocalización de la lengua está fundada
la asonancia, este invento rítmico hispano de los más geniales que
ha hecho la poesía.
' «Des Knaben "Wunderhorn».
26 l'RIMICR CICLO : TIKMTOS ANTIGUOS.
SiiaxeniLMitc perceptible, variadísima, jamás la asonancia fatiga
al oído : es un murmurar de aguas cristalinas entre guijas; un canto
de aves lejano, cu}'as armonías llegan en alas de la brisa vaga-
rosa.
Perfecto término medio entre la lengua prosaica atildada y la
poética sencilla, es la asonancia una bella fusión de entrambas.
No hay consonancia, que continuada, por varia que sea, no
canse el oído : es demasiado viva y penetrante.
22. Pero lo que corona a la forma romanesca, es el verso a
ella consagrado : el octosílabo, el más natural y espontáneo de los
versos ; bello, muy flexible, proporcionadísimo : ni corto, ni largo,
un remedo perfecto de la conversación, que no gu.sta de frases ni
muy breves ni muy extensas.
Por eso tanto se acomoda al drama, que es el verso dramático
por antonomasia.
Muy bello y flexible es también el endecasílabo, pero mucho
menos español : es planta exótica, aunque maravillosamente aclima-
tada en suelo hispánico.
Síntesis.
23. Venero de metales riquísimos, entre ellos mucho oro y dia-
mante, bien que con frecuencia ocultos en tosca piedra, encierran
sobre todo los romanceros: mucho oro lírico; muchísimo dia-
mante épico.
Prosa.
24. Menos que la poesía, adelanta en el siglo XV la prosa, que,
falta aún de elasticidad, anda como a tientas, lentísima entre un
continuo tropezar.
25. Bien es verdad que no son escritos despreciables, un tratado de moral :
Trabajos de Hércules, y el Aríe de trovar, ambos de un cortesano de Juan II )■
pariente próximo suyo : Enrique de Aragón, marqués de Villena.
26. Ni son literariamente despreciables las importantes historias: daros varoiu- .
de Caslilla y la Crónica de los Reyes Caiólicos, de Hernán Pérez del Pulgar, can
ciller e historiógrafo de Fernando e Isabel.
27. Aun menos despreciable es la historia secreta coetánea en forma de caria >
C105J, vigorosas y de ingenio, llamada el Centón epistolario de Fernán Pérez de
Cibdarreal, médico de Juan II.
28. La Visión deleitable de Alfonso de la Torre, en cambio, no vale sino filo
lógicamente.
La novela La Celestina».
29. Aparece la novela de costumbres, que ya propende a picaresca en
la Tragicomedia de Calisto y Melibea, más conocida con el nombre
CIARTO PERIODO: Í-IGLO .W. 27
de Celestina ; cuyo plan y parte primera son probablemente de Rodrigo
Cota (el viejo), y el resto de Fernando de Rojas.
Novela dramática, afectada, inmoral, rufianesca, es la Celestina de
rebuscada concisión, de poca inventiva- pero de bellísimo lenguaje y
muchas frases felices.
Desenvuélvese la acción principalmente en un lenocinio; cuya dueña,
Celestina, sirve de tercera entre Calisto, joven sin honestidad ni con-
ciencia, y Melibea, muchacha nada mejor, antes aun más repugnante
por sus melindres. Entrambos ni sueñan siquiera en legitimar su unión
e invocan, para colmo de cinismo e impiedad, a Dios en ayuda de sus
liviandades y agradécenle su goce.
Así se comprende el porqué del entusiasmo por la Celestina y que
no falte quien la pregone por una de las más altas creaciones de la
novelística española.
Afortunadamente, no necesita ésta de tales elogios; que le sobran
novelas que los merezcan y por las que puede aceptarlos sin ruborizarse.
La Mística.
30. Ensayóse igualmente la mística; y aunque todavía no brota flor
alguna, vanse ya hinchando las yemas, que en breve se abrirán con la
más lozana y exuberante florescencia.
EPÍLOGO.
Al terminar este primer ciclo, si echamos una mirada panorá-
mica a la senda recorrida, hallamos que, aun bregando la nave
contra viento y marea, entre un eterno luchar con todo linaje de
arrecifes y enemigos, ha ido siempre avanzando.
Hanla ayudado, es verdad, marineros vecinos; pero su ayuda
ha sido no pocas veces réjnora. A menudo, desplegando esfuerzos
violentos, se ha acercado a tierra; aunque no ha podido aportar
sino una sola vez y en costa propia : en la de sus héroes nacio-
nales, en la del Cid, que le han suministrado víveres y preciados
tesoros.
Acaba, por fin, de tocar en los postreros límites de los mares
borrascosos.
Luego la acudirán, de refuerzo, pilotos más expertos y pode-
rosos; que la armarán rápidamente, y a la moderna: se lanzarán
de consuno al timón, al remo, a la vela y conduciránla al grande
océano, el de la paz; recorrerán todas las playas conocidas; sur-
carán piélagos ignorados, donde descubrirán nuevos mundos, y se
enriquecerán y enriquecerán al orbe con todos los frutos de la
tierra, todas las preciosidades del suelo, y todas las perlas de
todos los mares.
28 SEGUNDO ciclo: SIGLOS XVI Y XVII.
SEGUNDO CICLO. EDAD DE ORO.
(Siglos XVI V XVII.)
CAPÍTULO I.
RENACIMIENTO.
1. Hasta a las tranquilas playas españolas alcanzó, aunque ya
casi moribundo, el furioso oleaje de aquel cataclismo universal,
religioso a la vez y literario, que, inflado de soberbia, se apellidó
a sí propio Renacimiento: la más honda, vasta y fatal convulsión
del espíritu humano; de la que nació la protesta luterana, madre
del racionalismo; que seguirá sembrando de ruinas la civilización
moderna y no caerá sino con ella.
2. Pero, mientras los necios y fatuos humanistas, con Erasmo,
su rey, a la cabeza, se empeñaban locamente en resucitar el
latín de Roma, como si en el Foro hubiese todavía estado
arengando Marco Tulio ; mientras, por querer resucitarlo, no per-
feccionaban el de su época, salvándolo y conservándolo como
idioma universal — lo que, sin duda alguna, sería hasta hoy — ;
mientras ellos copiaban a Cicerón, remedaban a Horacio, tradu-
cían servilmente a Virgilio, todo esto en afectado latín; los es-
pañoles, como de más fuerte numen, se descarriaron muchísimo
menos.
3. Verdad que tampoco ellos, excepción hecha de los drama-
turgos y místicos, distinguían entre aprender e imitar. Pero ha-
cíanlo siquiera entre imitar y copiar. Porque aprender se puede
y se debe siempre; nunca empero, imitar; mil veces menos,
copiar.
Aquéllos copiaron, éstos imitaron ; el drama y la mística es-
pañoles aprendieron.
Aprendieron admirablemente: antes de saber leer, ya escri-
bían, dictando. En aprendiendo a leer, sabían más que sus maes-
tros, y pasaron éstos a discípulos, y aun para discípulos no
valían.
4. Los líricos, empero, y los historiadores, que tal vez hubieran
podido hacer otro tanto, contentáronse con imitar. Pero imitaron
con talento, y a las veces, con muchísimo; con tanto que tienen cierta
originalidad.
Imitaron siempre modestos; no como el hinchado humanismo
extranjero que, copiando malamente, porque no era para más, er-
EDAD DE ORO.
29
guiase soberbio; tan soberbio que tenía por enanos a los titanes
helénicos y a sí mismo por el único titán.
5. Sigamos ya a los nuestros en su afanosa labor de imi-
tación.
Dos imitaciones diséñanse con claridad y dispútan.se el campo
de la poesía: la de Virgilio y la de Horacio.
Los apacibles y afectuosos, los eróticos y elegiacos, siguen las
huellas virgilianas; las horacianas, los de vehemente fantasía.
Estos salieron menos airosos en sus afanes; aquéllos, más.
¿Por qué.^
6. Virgilio siente: resuena en él, aunque empañada, mucha
nota bucólica de Teócrito, y de cuando en cuando también, aun-
que lejanísimo, el clarín de Homero ; mientras Horacio, que tiene
estro eminente y es gran maestro de la forma, carece de calor in-
terno; encubre la falta de él con estotros dotes: declama a su
favor maravillosamente, y ha enseñado y enseña como nadie,
no la poesía, sino la elocuencia poética. Agrada, admira; con-
mueve la fantasía, pero no el corazón. No tiene una sola oda,
un solo pasaje patético nacido del sentimiento de las honduras
del alma.
7. No hablo ciertamente del afecto sensible, de aquel que se
resuelve en lágrimas tiernas; sino de la conmoción sublime del
alma, de la conmoción pindárica, homérica, de todos los ingenios
y todos los verdaderos poetas, de aquella fuerza misteriosa que,
partiendo de las regiones altas del espíritu, resuélvese finalmente
también en lágrimas de júbilo, de asombro, que son las más in-
definibles y gratas lágrimas, y que llamaría yo : del alma ; así
como aquéllas: del corazón.
8. Las del corazón excítalas a veces Virgilio; Horacio ni unas
ni otras.
De aquí que tampoco sus discípulos, o sólo rarísima vez.
La lírica española de la edad de oro nació y creció al amor
de la escasa lumbre horaciana, y lleva impreso y muy visible en
la frente el sello de su origen: abunda en sus excelencias y en
sus vacíos y flaquezas. Porque es concisa, enérgica, entonada, elo-
cuente, de irreprochable forma; pero declamatoria, de entusiasmo
ficticio, y por tanto monótona, fría y tal cual vez de hielo: digna
de ser leída por los letrados y estudiada por los poetas, es nula
para el resto del mundo sabio ; muerta para el pueblo ; para el ex-
tranjero, como si nunca existiera.
JO SEGUNDO CICLO : SICLOS XVI Y XVII.
Obra es, en suma, de la reflexión, no del corazón, y como tal
no para el corazón, sino para la reflexión.
Esta es, con cortas excepciones, la fisonomía de la lírica es-
pañola horaciana, y ésta ha sitio su fortuna.
Analicemos, discernamos, exceptuemos.
CAPÍTULO II.
LÍRICA.
1. Fluctúan aun entre la imitación petrarquesca y la clásica
los dos iniciadores del lenguaje poético moderno en España: Boscán
de Almogáver y (larcilaso de la Vega.
2. Juan Boscán de Almogávar (¿iSOOr — 1542), barcelonés rico, fué siempre
amigo lie las letras y del retiro ; del que sólo salió para educar al duque de Alba.
En tareas poéticas gastó su vida. Aunque falto de inspiración, y pesada y áspera
su pluma, débele, con lodo, mucho el verso castellano ; y tienen cierto valor formal
sus sonetos y canciones imitados del Petrarca.
Í5 I. Garcilaso de la Vega.
3. Hizo triunfar definitivamente la forma nueva su íntimo amigo
Garcilaso de la Vega (1503, Toledo, — 1536, Niza; grab. 4). De
noble familia, siguió con brillo la carrera de las armas en los
ejércitos de Carlos V. Denodadamente peleó en Italia; en Viena,
contra los turcos; en Tiánez, donde recibió dos graves heridas;
y en la Provenza, donde, cerca de Fréjus, asaltando como héroe
una pequeña torre, fué mortalmente herido y murió en los brazos
del duque de Gandía, San Francisco de Borja.
4. ¡Breve, pero muy gloriosa carrera!
Pasar, hermoso y cumplido caballero, tan rápidamente por la
vida, con la espada en una mano, con la cítara de oro en la otra,
coronado de sangrientos laureles marciales, entretejidos con los
apolíneos; sucumbir sobre ellos en brazos de un hombre como
el duque de Gandía, y ser llorado por él, y por uno de los grandes
monarcas que ha visto el mundo y por su invicto ejército. Mucho
menos bello que esta realidad soñó el poeta de los Nibelungos a
su celebérrimo Volker, cantando y matando ; al cual no se cansan
de admirar justamente los alemanes.
5. Con todo, la figura del hombre supera en Garcilaso a la del
vate, por interesante que ésta sea.
Muy benéfica fué su influencia, y muy maléfica: benéfica para
la forma de la poesía castellana; maléfica para su fondo.
KDAD DE ORO.
Su forma: el escogido lenguaje, el verso fácil, suave, armonioso,
sedujo y seduce. Sedujo a sus coetáneos, que con jubilo le ape-
llidaban el Petrarca español ; sedujo a Carlos V, que llamaba su
lengua la de los dioses; y en los buenos pasajes nos seduce toda-
vía a nosotros; y seducirá siempre. Pues, a pesar de su constante
dulzura, mucho más femenina que viril y tan antitética de su bra-
vura y heroísmo, que, a no constar la autenticidad de sus poesías,
cualquiera la negara; a pesar de su habitual imitacicjn de Horacio,
Sannazaro, Petrarca y de
Virgilio sobre todo; a pe-
sar de esto, tiene alguna
originalidad y es verdadero
poeta; más que los líricos
españoles del siglo de oro
y más que sus modelos.
6. Ciertamente adolece
hasta su forma de frecuen-
tísimas flojedades, insulse-
ces, vulgaridades , pasajes
de mala prosa.
Están en él como en
incesante pugna la lengua
poética y la prosaica. Pero
aquélla eclipsa a ésta, y
marcó clarísimamente el
rumbo al mundo poético,
el cual imitó de él lo bello,
censuró o desdeñó lo de-
forme y depuró de sus es-
corias el metal precioso.
7. Harto más funestos y más difíciles de conocer y de evitar
que los prosaísmos, son los otros defectos de Garcilaso : el con-
ceptismo y la declamación melódica y altisonante ; que tan re-
ñidos están hasta con la naturalidad de su lenguaje: defectos en
que imitó a los italianos, y especialmente al Petrarca, el padre del
conceptismo, y por tanto del culteranismo, que es el exterminador
del buen gusto y de toda genuina poesía.
Por desgracia, el vulgo de nuestros poetas imitó también a
Garcilaso en esos defectos, que nunca debiera imitar.
8. Mas, aunque, pesados en justa balanza los buenos y malos
servicios hechos por este poeta al parnaso patrio, se incline fuerte-
Grab. .\. C.Trc
3a SEGUNDO CICLO: SU'.LOS W 1 V XVII.
niciitc el platillo de los malos; no es equitativo hacer responsable
de ellos a un hombre que ni fué sabio ni literato de profesión ni
pudo madurar ni depurar su gusto ; que no vivió en medio am-
biente poético, sino entre el fragor del combate, donde enmudecen
todas las musas y de donde huyen pavoridas; un hombre que
fué segado por la muerte en la flor de los años; cuando aun los
hombres dados a las letras y al reposo apenas comienzan a tra-
bajar para la inmortalidad.
9. V sin" embargo, para la inmortalidad trabajó; e inmor-
tales son sus poesías, no las menores, insípidas todas, ni la se-
gunda égloga, desmesurada y mala, no obstante algunos rasgos
de mucha naturalidad y gracia; sino sus otras dos églogas, sin-
gularmente la tercera. La cual — eliminadas las siete primeras
octavas y uno que otro verso flojo del resto — es una obra
maestra ; un precioso idilio, donde el sentimiento, el colorido y
las galas formales hermánanse a maravilla.
Alto ha de ser, sin duda, el precio de esos pocos centenares
de versos buenos de Garcilaso, cuando ellos han bastado a darle
fama imperecedera.
Cual, princ. : creación de la forma poética ; armonía; seníimic?tto.
Def. princ. : co7tcepíismo ; prosaísmos.
Edic. : 1543 .. . 1886, Madrid.
§ 2. Fray Luis de León.
10. De filiación literaria diversa, diversa índole, contrario ca-
rácter, diversa vida, el reverso de Garcilaso, en una palabra, fué
Fray Luis de León.
Horaciano, y muy horaciano éste; virgiliano, muy virgiliano
el otro. El uno de blanda índole poética y personal; de fuerte,
violenta el otro. Este esgrime las armas del saber y de la po-
lémica; las de la guerra aquél; aquél sucumbe a las suyas; éste
triunfa tras de violentísima lucha.
Veámosle.
11. Luis Penca de León (1527, Belmonte, — 1591, Madri-
gal; grab. 5), de noble estirpe, cuidadosamente educado en
la virtud y la ciencia, hízose agustino ya en 1544. De esclare-
cidos talentos; de acrisolada virtud, aunque sobre manera violento;
versado en la literatura clásica, menos en la griega; teólogo y
exégeta, catedrático notabilísimo de la universidad salmantina,
idolatrado de la juventud estudiosa; no podían faltarle émulos y
envidiosos.
EDAD DE ORO.
12. Éstos se aprovecharon de sus reparos contra la Vulgata;
los cuales en aquellos turbulentos tiempos de desenfreno intelectual
eran mirados con ju.sto recelo dogmático; y le delataron a la In-
quisición, que inicuamente le encarceló, atormentó y mantuvo preso
de 1572 a 1577. Con noble entereza y cristiana resignación, sin
rencores ni odios, toleró tan larga y dura prueba. Probada, al fin,
su inocencia, volvió a la cátedra con júbilo unánime de la uni-
versidad. Murió, siendo provincial de su orden ; que con razón le
venera entre sus hijos eminentes.
13. En la Mística le vol-
veremos a hallar, cultivando
allí la prosa : ahora mire-
mos al poeta.
Horacio (lo dije) fué su
maestro y modelo en la lírica.
Pero su criterio y alto en-
tendimiento no le consin-
tieron detenerse en el poeta
latino. Dulce sonábale su
lira, pero poco profunda;
profundísima la bíblica.
Intentó, pues, aliar y re-
fundir ambas armonías.
14. Hízolo con superior
habilidad y no corta for-
tuna, sencillo, enérgico, bre-
vísimo; vigoroso hasta en
sus frecuentes flojedades y
prosaísmos.
1 5 . Así vaga fantástico
en la Noche serena, aun-
que distraído un tanto en imágenes mitológicas. Así canta sen-
tidamente en Vida del cielo a Cristo, pastoreando glorioso y arro-
bando con el plectro a su grey. Así llora en la Ascensión del Señor :
donde, empero, debiera entonar el himno de júbilo que la Iglesia
naciente, la tierra y los cielos cantaron al triunfo y la gloria del Cristo.
16. Magistralmente imita a Horacio en la Vida del campo, la
Profecía del Tajo, en A Don Pedro de Portocarrero, A Felipe
Ruis, Al licenciado Juan de Grial.
17. Muy bien, aunque algo parafrásticamente, traduce al Ve-
nusino; y del mismo modo vierte de la Biblia; paráfrasis del todo
JÜNEMANN, Lit. y Ant. esp. 3
Luis de León.
34 SEGUNDO ClCl.O : Sir.l.OS X\ I Y XVII.
inadmisible, como lo es tothi versión bíblica libre. Porque, en \ez
de mejorar, desmejoran necesariamente el texto.
1 8. Pero donde aquilata León su numen; donde patentiza que
la imitación horaciana le dañó mucho, puesto que trabó y debi-
litó sus alas aguileñas, es en su oda inmortal A la música. Oda
que — quitándole la impertinente penúltima estrofa — es de lo
mas bello y profundo de cuanto bello y profundo se ha cantado
en honor de esta hija misteriosa de los cielos.
Dotes princ. : soicillez. fuerza, Í7ispiración.
Def. princ. : prosaísmos, flojedades.
Edic. : Poesías, Madr. 1631; Obras, 6 t., Madr. 1804 — 1816. Bibl. de aut.
esp. t XXXVII.
i^ 3. Fernando de Herrera.
(1534, .Sevilla, — 1597-)
19. Fué clérigo minorista, hombre estudioso, sabio y de arregladas
costumbres.
Más platónico que sensual parece su amor a la condesa Luz de
Gelves. Imitador en la erótica, del Petrarca, aun en esto le imitó \ bien
que tales amores harto desdicen del carácter eclesiástico y mucho más,
cuando, como en el caso presente, se refieren a mujeres casadas.
20. Puédese, y hasta se debe, alegar por circunstancia atenuante
el carácter de ficciones poéticas que parece predominar en esta especie
de erótica. Porque son incompatibles con el afecto verdadero, y mayor-
mente con el amor, aquellas continuas sutilezas, aquel continuo jugar
con el vocablo y el ingenio, que llenan por entero tal erótica. ¿Cómo
explicar que un poeta gaste su talento y su vida en cantar a una mujer
amada, sin que ni al azar se le escape nunca un solo acento sincero,
nacido del corazón? Nunca es mudo el amor, y cuando habla, imposible
le es de toda imposibilidad ocultarse. Por tanto, razón hay para su-
poner a ese amor una pura ficción y símbolo poético, escogido con
reflexión para lisonjear, para inmortalizarse, inmortalizando la hermo-
sura de determinada beldad.
Tal celebró Petrarca a su Laura, y al lauro y todas las lauras y
lauréolas, desde la Dafne apolínea hasta ... i lástima que no conociera
el fragante dafne de nuestros jardines ! Tal celebró su discípulo Herrera
a esa Luz de Gelves: a su luz, su lumbre y todas las lumbreras y
luces, desde la estelar hasta . . . ¡lástima que no brillara todavía la
eléctrica! Tal celebraron ambos, prolijos, interminables, alambicados:
aquél almibarado; éste altisonante.
Ésta no es erótica ; es importuna y empalagosa galantería poética :
un inocente, aunque necio, pasatiempo, muy poco grato a las musas,
EDAD DE ORO.
35
muy poco digno de ellas, ni de un hombre, no diré de talento, pero ni
de mucho juicio.
2 1. Obras acabadas de versificación, siempre sonora, elegante, robusta,
son todas las de Herrera; con especialidad las dos mejores: la oda
A la victoria de Lepante y la elegía A la pérdida del rey Don Sebas-
tióti; ambas de fingido calor, bien que de cierto aire de magnificencia,
el que deben a sus ideas culminantes, que son bíblicas; pero no feliz-
mente desarrolladas, ni aplicadas felizmente.
Poca es la poesía de Herrera, mucha y muy bella su forma.
Cual, princ: belleza de lengua y verso.
Def: culteranismo , declamación.
Edic. : Sevilla 1582 . . .; Bib!. de aut. esp. t. XXXII.
§ 4. Francisco de Rioja.
(1580/90, Sevilla, — 1659, Madrid. j
22. Con subido esmero versifica también, más (}ue poetiza, Rioja, inquisidor y
canónigo de Sevilla; preso injustamente varios años.
23. De una de sus preseas: la canción elegiaca A las ruinas de Itálica, ha
des])ojado a Rioja la crítica, demostrando no ser suya sino de Rodrigo Caro ; y
pretende quitarle asimismo la mejor que tenía : la Epístola tnoral a Fabio.
Esta, aunque falta de unidad y afeada de mal guslo y vaciedades, encierra
trozos de moral bellísimos. La canción «A las ruinas de Itálica», elegiacamente de-
clamatoria, monótona, de conjunto inartístico, de extravagante final, es, al par de
la Epístola, de finísima labor métrica.
Edic. : Bibl. de aut. csp. t. XXXII.
§ 5. Luis de Góngora y Argote.
(1561, Córdoba, — 1627, ib.; grab. 6).
24. Fué jurisconsulto, sacerdote más tarde y canónigo y capellán de
honor de í>lipe III.
Acabó Góngora de estragar el gusto, y, en la lírica, de arruinarlo.
25. Descollando entre los líricos del siglo por su talento formal, su
fantasía, su agudeza, y llevado de los aplausos y de su propio talante,
fué quitando al lenguaje poético la tiltima sombra de naturalidad y ver-
dad y creó el estilo culto, culteranismo o gongorismo : la quinta esencia
de las palabras y figuras más rebuscadas e ininteligibles, un verdadero
delirio poético entre incesantes accesos de fiebre y convulsiones de la
imaginativa.
26. Tal, y no otra cosa, parecen y son sus Soledades y su Polifemo.
Eso no obstante, algunas de sus poesías juveniles no pecan de amane-
radas; por el contrario, las hay que están henchidas de gracia.
27. Sin embargo, con ser sus poesías lo que son, muestran privile-
giadas dotes poéticas y contienen bellezas numerosas de detalle. Las
36
SEGUNDO ciclo: SIGLOS XVI Y XVH.
(irab. 6. Luis de Góngora y Argote.
que permiten presumir que,
a no haber Góngora ambi-
cionado la corona de los
pedantes, fuera, en vez de
ser hoy el rey de ellos, un
respetaljle príncipe del par-
naso lírico. La misma ce-
lebridad inmensa que ob-
tuvo, lo testifica. Porque un
ingenio vulgar no habría
corrompido tanto el gusto,
ni contagiado como él con-
tagió toda la literatura patria
y la europea entera, hasta
a los mayores genios.
Cual, princ. : fantasía.
Def. princ. : suma hincha-
zón.
Edic. : Obras co7npl., Madrid
1627 . . . ; O/mis escog., ibid,
1854-
§ 6. Juan de Jáuregui.
(-:157o? Sevilla, — 1650, Madrid?)
28. El haber trasladado en buen verso castellano la Aininta del Tasso, es el
único mérito literario del lírico gongorino Jáuregui; mérito demasiado escaso para
contarle entre los poetas ; mayormente en una literatura, cual la española, donde
casi no hay escritor que no sobresalga pur fecundo y original.
Edic. : Bibl. de aut. esp. t. XI.II
29. Hasta ahora sólo al Horacio lírico han imitado los líricos
de España. \' como el modelo no fuese inalcanzable, lo han al-
canzado, y sobrepujádole varios de ellos, como Fray Luis de León
y Herrera mismo. Los cuales, si estilistas muy inferiores a él, eran
más poetas; bien que, por modestia, no se lo soñasen, creyendo dios
al que durante tantos siglos se mirara como tal, no siendo, en
hecho de verdad, más que un hombre, y no de los mayores. i
30. Vuelve en esta época a despertar con nuevos bríos el espíritu
satírico, y se empieza a imitar al Horacio satírico; que lo es, y
bueno. Aunque de nuevo siguen, sin necesidad y con detrimento
propio, pisadas ajenas, quien son de más vigoroso andar y más
diestros ^ara orientarse que el Venusino.
EDAD DE ORO.
37
Siguiéronlas
§ 7. Los hermanos Argensola.
31. Bartolomé Leonardo ( 1566 — 1631 ), canónigo zaragozano, y Lupercio Leo-
nardo (;i565r — 1613), denominados los «Horacios españoles» ; satíricos, de agudo
ingenio, gran soltura de verso, elegantísimos. Algo afectada es su sátira, y mucho
más su lirismo ; donde no hay sino estéril y fatigosa declamación.
Edic. : Rif7ias de ambos, Zaragoza 1634; Bibl. de aut. esp. t. XLIII.
CAPÍTULO III.
EPOPEYA.
§ I. Consideración.
1. Extraño es e inexplicable a primera vista el que, siendo cual
era el genio español, y siendo cual era el imperio de España y
sus héroes y hazañas casi fabulosos, y teniendo España la hege
monía del mundo : la hegemonía de la espada y la hegemonía de
la inteligencia, y eclipsando su gloria la de las grandes naciones
de la época ; — no parece, digo, fácil de explicar que faltasen
a pesar de todo esto cantores épicos de tal magnificencia y de
tanta proeza.
2. Innegable es que faltaron épicos; innegable que .sobraron
otros que, como Lope y los dramáticos, celebraron las grandezas
nacionales, mejor quizá que si fueran buenos épicos. Innegable es
asimismo que la riqueza e impetuosidad de la fantasía ibérica son
mucho más para el drama que para la tranquila y pacienzuda me-
ditación y estudio que supone la epopeya.
3. Pero innegables son también estas otras dos cosas : primera,
que la falta de poesía estrictamente épica en la Península no es,
como se ha dicho, efecto de la raza; porque la única epopeya
nacional y la mayor después de las homéricas son los Lusíadas
de Camoens; y segunda, que la épica no es, en manera alguna,
como suele creerse, la poesía más perfecta : lo es la dramática,
porque se aproxima mucho más a la realidad. Aquélla narra una
acción interesante; ésta la representa, convirtiendo, cuanto es dable,
en realidad lo ideal.
En la épica misma, lo tánico esencial es, como en toda obra
de arte, el arte : el efecto artístico, que de mil maneras puede al-
canzarse. Accidentalísimo es todo lo demás : tono, héroe, unidades,
extensión tanto extrínseca cuanto intrínseca.
4. En sana crítica, no se puede sino sentar que una epopeya
homérica es lo más acabado en su género y el prototipo de la
épica nacional.
38 SEGUNDO CICI.O: SIGLOS XVI Y XVII.
Caben, de consiguiente, muy bien dcnlio de lo épico, la crónica
\- el simple diario, como sean poéticos, como agraden artísticamente.
5. Así miró la epopeya
§ 2. Alonso de Ercilla y Zúñiga
('533—1594),
describiendo en su Araucana la tenacísima y heroica lucha de
los españoles contra los indómitos araucanos de Chile.
6. Tan noble e intrépido en el manejo del acero cuanto en el
de la pluma, narra con la viveza y verdad del testigo presencial
y del actor — que fué lo uno y lo otro — y con profunda sim-
patía por ese gran pueblo ; que en lid secular sucumbe, nadando
en la propia sangre, con que inundó el suelo querido de la
patria.
La llaneza del relato realza las heroicidades relatadas; y, sin
lo maravilloso y episódico, fueran perdonables sus defectos.
Ercilla narra bien, y rima a veces muy bien; particularmente
en las arengas y caracteres.
Mirada la Araucana, cual debe mirarse, esto es: como diario
militar poético, si bien dista mucho de la meta, no carece de
poesía y es una novedad interesantísima, y única en su especie.
Cual, princ. : phitiira de caracteres; arengas.
Def. princ: máquina y episodios; prosaísmos.
Edic. princ. : Madr. 1S28, 2 t.
§ 3. Pablo de Céspedes y otros.
7. Algunos fragmentos de forma épica, pero de poca monta, dejó el pintor
Pablo de Céspedes (1538 — 1608), de un poema que pensó componer sobre la
pintura; el que en manera alguna resultó épico, sino descriptivo o didascálico ;
pintura poética de pinturas, no poesía.
8. Aunque insípidos y descomunales productos de una imaginación desvariada,
lucen sin embargo rasgos descriptivos y galas de lenguaje y versificación : el Bcr
nardo o victoria de Koncesvalles, del juvenil Bernardo de Valbuena, después obisj
de Puerto Rico ; la Mosquea de José de Villaviciosa, oliras de notable fantasía ;
aun la Ciiitiada, del dominico Diego de Hojeda, y la Historia del Mofisetraíe, del
capitán Cristóbal de Virués.
Noía. En Tunja del reino de Nueva Granada y a mediados del siglo XVI parece
haber nacido un mal llamado poeta: Juan de Castellanos; militar que tomó parle
en varias expediciones guerreras y fué illtimamente beneficiado en su ciudad natal.
Escribió las Elegías de varones ilustres de Indias, poema histórico de su conquisi.i,
monstruoso rior sus dimensiones, y mucho más monstruoso todavía por su falta <le
EDAD DE OKO.
39
inspiración, interés y forma poética. Quien sea bastante titán para leer unas
5.500 ociavas, nada mejores, y antes peores, que ésta:
Las naciones más altas y excelentes
Callen con el valor de la española,
Pues van con intenciones de hallar gentes,
Que pongan pies contrarios en la bola;
Espanto no les dan inconvenientes.
Ni temen del dragón la ardiente cola.
Deseando hacer en su corrida
De más precio la fama que la vida — ;
i[uien sea fuerte para tal empresa, ése lea las Elegías de Castellanos y piense que
él — excepto acaso el autor — es el primero y postrero que las lee.
CAPÍTULO IV.
DRAMÁTICA.
¿> I. Observaciones previas.
1. De los defectos reales y de las imperfecciones del teatro es-
pañol, pasaremos a los cargos que la ignorancia y el sectarismo
extranjeros suelen hacerle; y de los cargos y por los cargos mis-
mos vendremos a las excelencias.
A. DEFECTOS.
2. ;Los tiene reales.^ — Tiénelos, y muy graves. Desde luego,
la inmoralidad de ese eterno pelear, de esas tablas siempre llenas
de espadachines, de príncipe a escudero, siempre salpicadas de
sangre por motivos a menudo fútilísimos.
Un batirse no menos inestético que inmoral y anticristiano.
¿Es un riquísimo recurso dramático.'
Ningiin recurso vale contra la moral, la ley eterna.
¿Miraban, prácticamente al menos, como lícito el duelo las
gentes de entonces? -"Batíanse en tal convicción.^
Píntelos así el dramaturgo, pero condenándolos, sin moralizar
mucho, sin disertar; que una palabra basta para ello, y a veces
ni ésta es menester : la sola manera de exponer los hechos puede
implicar su condenación.
3. Por censurable que sea la frecuente obscenidad, en oca-
siones muy grosera, no merece, con todo, mencionarse como un
defecto de la escena española; porque no es general ni intencionada:
el exceso de realismo y el espíritu bufón, no la malicia ni el
deseo de escándalo y el desprecio de la moral, como acontece en
las tablas modernas, arrastran a tales extremos al dramático
español.
40 SEGUNDO (ICIO: SIGLOS XVI Y XVII.
Esto vale — según veremos — aun con respecto a Tirso, el
único dramaturgo hispánico obsceno.
4. Estéticamente, adolece de culteranismo el drama español.
Culterano, y no poco, es Calderón ; culterano, Tirso ; culteranos,
salvo Lope y Alarcón, los demás. Culteranos son los dramáticos,
no ciertos personajes solamente ; que muy bien se pueden sacar a
las escenas como tales, sea histórico-crítica, sea satíricamente.
5. Sin embargo, este vicio que tanto contagia y deslustra, es
por otra parte una de las mayores y más luminosas pruebas, si
no la mayor y más luminosa, de la fuerza espontánea, indómita
del genio dramático de España. Pues una dolencia tan funesta y
tan mortal, que postra y mata siempre hasta los mejores talentos,
que mató el lirismo español, mató su épica, infestó de muerte su
prosa misma, hasta la austera historia; un vicio tan fatal, que hizo
y hace idénticos estragos en todas partes y en todos los géneros,
no logró ni ahogar el drama ni dañarle notablemente. Cada vez
que el gongorismo se enseñorea del dramaturgo y parece ya
tenerle mortalmente preso, levántase éste contra él: rompe y sa-
cude lejos las ataduras, dialogando libremente, y tal cual vez con
las ataduras mismas y estrechado por ellas: siempre es Hércules,
que, jugando, ahoga las serpientes enviadas para perderle.
6. No obstante la riqueza de caracteres, échase de menos cierta
mayor generalidad de ellos. La ancianidad está pobremente repre-
sentada; más pobremente todavía la niñez. Aunque luce con de-
rroche de tipos, matices y condiciones la amante y, si no con de-
rroche, ricamente al menos, la casada, la madre y la viuda ; falta
la niña y en particular la doncella: caracteres todos, y más aún
este último, no sólo muy dramatizables, sino también de mucho
nervio escénico. Para pintar con perfección el amor mismo, indis-
pensables son ellos, por simbolizar las más sencillas y puras formas
de él, que con facilidad pueden llegar a ser sobre manera paté-
ticas. El amor del niño embelesa; el del anciano conmueve; el
virginal eleva a las regiones de que desciende y donde reside e
impera la caridad infinita; de la cual el amor virgíneo es la imagen
humana más visible y más hermosa. Hermosa y visible más que el
materno, que es menos puro, menos profundo, menos sublime.
B. OBJECIONES.
Preponderancia de la forma.
7. Que prepondera, dicen los detractores del teatro es-
pañol, en él de tal modo la forma, que la forma es lo más,
EDAD DE ORO.
41
y que, despojado de ella, el drama hispano pierde su mayor
belleza.
Pierde, sin duda; pierde una belleza grande; pero no la mayor,
ni de las. mayores. Que la mayor es la vida ; y las mayores, las
principales manifestaciones de esta vida son la acción, los carac-
teres, el diálogo. ¿Qué drama hay que no pierda enormemente si
le quitan su forma.- El genio poético es también casi siempre
genialmente formal. De aquí la dificultad suma de traducirle, ni
en prosa. Excepto los de Shakespeare, genio puramente escénico
y no formal, todos los grandes dramas son malamente traducibles;
los griegos apenas. Todos, hasta los en prosa, pierden muy con-
siderable parte de su hermosura : los que menos, los de España.
El hecho, facilísimo de comprobar, lo demuestra.
Españolismo.
8. Demasiado español les parece el drama español : españoles
y España, no hombres ni mundo, ven salir a las tablas de España.
Un grano de verdad hay en este reparo ; pero nada más que
un grano. Pues el teatro necesariamente ha de ser nacional : para
su pueblo dramatiza el poeta; a su pueblo quiere interesar, a su
pueblo mejorar, interesándole. ¿No es nobilísimo este fin.' ;No es
fin de todo drama, de toda poesía, de todo arte? ;Se lo consigue
de otra manera, a lo menos eficaz y fácilmente.^ En otro pueblo
de hábitos muy diversos ; encuéntrase copiado el pueblo a sí pro-
pio.' ¿reconócese del todo.- ¿interésase vivamente.^ Porque, no lo
olvidemos: tan sólo nos atrae con fuerza lo propio, lo conforme
con nuestra manera de ser, de pensar, de sentir.
¿Qué hará, pues, el dramaturgo? En vez de andar por Es-
paña ¿emigrará a regiones lejanas? ¿pintará hombres de otras zonas
y siglos? ¿ Despañolizará a los españoles?
Injusta y necia pretensión.
Ningún talento ha hecho ni hará nunca tal.
A sí propia, siempre a sí propia, se pintó la Helada: sus pro-
pios hábitos, su propia alma, su propia historia; nada ajeno, nada
bárbaro.
En sí mismo, pues, no tiene fundamento alguno el cargo. Hay
en él, con todo, este grano de verdad : que los dramáticos es-
pañoles pudieron haber explotado menos, no lo genuinamente,
sino lo accidentalmente español ; no la altivez y profundidad del
carácter nacional, sino los hábitos de la época, que pasan con la
época y no dejan tras sí otra cosa que cierta disonancia histórica.
42 SEGUNDO CICLO: SIGLOS XVI Y XVII.
El poeta no sólo ha de pensar en lo presente: es el hombre de
la inmortalidad. Ha de pensar también, y acaso con preferencia,
en lo porvenir, y, convencido de su eternidad, eliminar de sus
obras lo transitorio y efímero.
Pero, más modestos tal vez que poco reflexivos, más enamorados
de lo propio que deseosos de gloria ajena, españoles ante todo y
en todo, no pensaron sino en sí mismos, en España, y pintáronla
y retratáronla en mil formas, de mil maneras, con mil cambiantes,
siempre nueva, siempre opulenta, siempre espléndidamente.
Y novedad inagotable, y opulencia y esplendidez había en
aquella gran nación, de las mayores que ha alumbrado de sol.
Esto aminora el exceso de nacionalismo en su dramática. Y
quién sabe si le disimula, si le disculpa, le borra.
Contando yo sólo lo mío, siendo lo mío interesante y contán
dolo yo con interés, ¿qué censura merezco? ."Porque no conté tam-
bién lo ajeno? En el peor caso será egoísmo de mi parte: nada
más. Será el no hacer todo lo que puedo. Pero ;y si no puedo?
;si no alcanzo?
Aun cuando España no hubiese pintado más que a sí misma;
si hubiese, cual Narciso, quedado enajenada de su propia hermo-
sura, ¿merecería reproche? Podría sólo reprochársele no haber
sido más universal, no haber aprovechado en toda la posible am-
plitud sus talentos, caso de poderlo.
Pero ;es tan cierto que España no pinte más que a españoles?
;Qué hay en el mundo entero, español y no español, antiguo
y moderno, que no haya pintado el solo Lope con su pincel que
reúne y refunde con duplicado encanto la gracia de Rafael y el
genio de Miguel Ángel? El solo Lope está ahí para confirmar
brillantísimamente cuanto se diga en honor del teatro español;
está ahí para rebatir y pulverizar cuanto se diga en su contra.
Credulidad.
9. ¿Credulidad se le achaca? ¿Qué se entiende por creduli-
dad? ;el creer en la otra vida, en el otro mundo? ¿en la comuni-
cación del otro con el nuestro, én visiones, en apariciones? ¿Qué
dramaturgo, comenzando por Esquilo hasta llegar a Shakespeare,
no ha derramado sus resplandores más vivos a la luz de tales
resplandores ?
¿No está fundada en la naturaleza humana esta fe? ¿honda,
indestructiblemente fundada en ella? ¿No tiene, por tanto, realidad?
EDAD DE ORO.
43
; realidad viva, potente? Si no la tiene lo que dimana del fondo
mismo de la razón, ¿qué la tendrá?
Y ¿qué pensar de la catolicidad, con que se le da en rostro?
¿Será defecto el pintar esencialmente católica a la nación que lo es?
Exageración del honor ; intrigas eróticas estereotípicas.
Todo capa y espada.
I O. Mucho de verdad hay en lo del honor exagerado.
Pero también mucho de poética, muchísimo de dramática tiene
tal exageración. Sentimiento nobilísimo el honor, uno de los más
nobles, preséntase respetable, elevado hasta en sus mayores des-
varios. Es uno de los rasgos más propios, más salientes y amables
del carácter de la nación, y por eso mismo, uno de los nervios
vitales más poderosos de su dramática.
;Es toda ella de intrigas amorosas? ;toda de capa y espada?
Campea en ella este tipo. Repítense ciertamente infinitas veces
las intrigas eróticas de embozados, tapadas, estocadas. Pero la re-
petición literaria es una de aquellas cuestiones que sólo en la
práctica pueden resolverse.
¿Cansa la repetición? — Es mala.
¿No cansa? — Es buena.
¿Agrada? — Es excelente.
El genio se repite a menudo, ya sin advertirlo, ya advirtién-
dolo. Repítese, pero no se copia. Repite caracteres, situaciones,
ideas, mas siempre con novedad ; con pormenores, con inspiración
y colorido tan varios y tan nuevos que, si materialmente hay al-
guna repetición, intelectual y poéticamente no la hay. Repeticiones
hay que valen más que invenciones. Dibuja indefinidamente
Greuze caras de niña en la florescencia primera; siempre del mismo
tipo, pero siempre de muy varias facciones y expresión, siempre
de mucha belleza. ¿Quién le criticará sus repeticiones?
¿Ni quién las suyas al teatro de España? ¿No son sus intrigas
eróticas, a pesar de su uniformidad, muy ricas en inventiva, muy
ricas en poesía? ¿No hay en esa uniformidad la mayor variedad;
en medio de la quietud, movimiento incesante? Y esto mismo ¿no
prueba con evidencia suma la energía vital del genio?
Frivolidad del amor.
1 1. ¿Por qué? ¿Porque el amor gime aquí poco, no gimotea, ni
lloriquea, al modo que suele en el teatro moderno extranjero?
44 SEGUNDO CICI.O: SIGLOS XVI Y XVII.
Alaban/a, no censura, merece por esto el español. Nada hastía
tanto ni está tan reñido con el arte como el más ligero recargc^
de nubes, de tristeza, de lloro.
De frivolo tachan también al amor escénico hispano, porque
se detiene y se pierde en la celebración de la belleza física femenina.
No se harta, es verdad, de celebrarla. Mas ¡ con qué perennes,
opulentos, arrebatadores rasgos de fantasía!
En apariencia, de pura fantasía. Bajo de ella, sin embargo, se
agita el sentimiento, poco exteriorizado si se quiere, latente
muchas veces, pero no por eso menos real. Demuéstralo clara-
mente la abundancia misma y el color de las imágenes con que
se adorna, se viste, juega; que vierte risueña y caprichosamente, con
loca alegría, con inmensa profusión en torno de sí. Cuando de tal
modo juega y se enloquece de dicha la fantasía, no juega ni se
enloquece de suyo: de fuerza extraña, de fuerza poderosísima ne-
cesita para caldearse y entrar en tal estado de arrobamiento y
éxtasis. Y ¿cuál será esta fuerza sino el sentimiento, el amor."
Quien no lo sienta, no sabe de arte ni de poesía, y absténgase-
de murmurar de lo que no entiende.
Timbre altísimo de gloria, es, por el contrario, para las letras
y sobre todo las tablas españolas este culto de la belleza. En él
aseméjase el genio hispano al helénico y muéstrase muy superior
al de los otros pueblos modernos.
¿Ha creado algo más portentoso Dios en la naturaleza visible
que la belleza? El sentirla, el quedarse ante ella suspenso, arguye
delicadeza y profundidad de entendimiento y de corazón.
Los graciosos.
12. Esos graciosos, que la cortedad de vista crítica ha cen-
surado tanto a España, ¿son o no son personajes dramáticos.? De
tal manera lo son, que hasta Sófocles en su más patética tragedia,
la «Antígona», los conoce; que los conoce, los multiplica a veces
hasta el exceso, hasta la impertinencia, Shakespeare.
¿Que no faltan en ningún drama español?
Y ¿dónde faltan en el gran dramaturgo inglés? ¿Dónde faltan
en la vida real, que ha de reflejar el drama? ¿Dónde falta un
tonto? ¿Dónde no obra, no habla como tal?
Característica débil.
13. En las comedias de amor no puede ésta, naturalmente, ser
muy fuert'^. Ni hay necesidad alguna de que lo sea. No son piezas
EDAD DE ORO. 45
de carácter, ni históricas, ni de costumbres. En la intriga, sólo en
ella, está su fuerza.
Aunque en estas mismas comedias no falta tampoco la caracte-
rística. Personas, no abstracciones; seres vivos, vivísimos, no
ideales, aparecen doquiera.
Esos galanes, esas damas, cuya acción rebosa de vida, no
tienen tampoco caras iguales: tiénenlas a cada paso muy dife-
rentes. Diferentes las tienen hasta esos graciosos, con ser personas
tan accesorias.
Falta de caracteres.
14. Ningún cargo más infundado se ha hecho ni hacerse puede
a nuestra escena.
;Que no sólo es débil, que es pobre en caracteres, dicen .^
¿Cuál es entonces, o cuál ha sido rica en ellos?
Y aquí llegamos ya a los dotes del teatro hispánico.
C. DOTES.
Caracteres.
15. Caracteres cómicos, ninguna escena, ni todas las otras jun-
tas, tiene tantos, tan varios, tan típicos, tan imperecederos como
la española.
Ni en dramáticos ni trágicos cede tampoco a ninguna. Y si
dijera que ninguna llega a ella, no exageraría.
Analícense, uno por uno, estrictamente uno por uno, cuantos
caracteres ostenta el teatro heleno, el teatro shakespearino, y dí-
gase dónde hay mayor número, dónde mayores ni más inmortales
que los Tellos de Meneses, que el Mejor Alcalde, que el Duque
de Viseo; que infinitos otros de Lope, que la Doña María, que
la Tamar de Tirso; que el Alcalde de Zalamea, que el Médico
de su honra, que la Hija del aire, que innumerables otros de Cal-
derón y de tantos otros.
Donaire. Serenidad.
16. No tienen los dramáticos españoles igual en el donaire, ni
en la espontánea alegría y donosa jovialidad, ni en el espíritu sa-
tírico. Pero, si en todo esto cabe comparación entre el teatro de
España y los restantes teatros; en tres cosas no la cabe: en la
serenidad, la universalidad, la inventiva.
La serenidad y transparencia peculiares a la literatura de Es-
paña son peculiarísimas a su teatro, que no conoce ni desespe-
raciones ni misantropías, ni languideces melancólicas ; que no
46 SECUNDO CICI.<^: SIGLOS XVI Y XVII.
conoce luula de lo que casi doquiera hace tan repulsivo, tan in-
grato el arte escénico moderno.
No ionora ni las sombras espesas, ni las torturas dest^arradoras
ni las borrascas deshechas del corazón; pero sabe triunfar de todas,
sujetarlas rendidamente al imperio de una voluntad inquebrantable;
iluminarlas con las claridades de la fe, y lo que es más: mirarlas
con ojos serenos, con alma risueña.
Tanta \- tan increíble es esta energía de alma y genio en los
dramaturgos españoles, que en vano se buscará, en sus obras tan
hondamente sentidas, huella ni la más leve de las tempestades
(¡ue durante años enteros agitaron, angustiaron y quebrantaron sus
corazones. ¿ Dónde aparece vestigio alguno, en el teatro de Lope,
de las crueles amarguras que le agobiaron en la postrer época de
su vida?
Grandes hombres y grandes genios: así suben siempre a las
tablas los españoles.
Nada hay que en el mundo se les asemeje en el espíritu so-
beranamente sereno, etéreo, que flota a inmensurable altura sobre
las brumas y las frías ráfagas de la tierra. Imperturbable serenidad,
gracia y juego escénicos tan vivaces, que han hecho creer a gentes
poco avisadas que es un mero pasatiempo el teatro en España.
Aun cuando lo fuera, sería un divertimiento artístico, y esos
divertimientos recrean, solazan, elevan. ¿Qué más se puede pedir
al arte.' jQue enseñe? Pues el drama español enseña también;
enseña mucho, divirtiendo mucho. Lo que es el ideal artístico.
No son, afortunadamente, los españoles, ni sobre las tablas ni
fuera de ellas, maestros pedantescos: ni Calderón ni Alarcón, no
obstante moralizar a veces demasiado, no dan nunca en pedantes,
mucho menos en aquellos pedantes tiesos, filosofástricos que inundan
las tablas extranjeras.
Universalidad.
17. Asombra igualmente la universalidad de sus dotes poéticas:
universalidad sin ejemplo en lo moderno, y sin rival en lo an-
tiguo. Pues los dramáticos griegos, aunque son también todos,
Aristófanes mismo, excelentes líricos en sus coros , no abarcan,
como los españoles, todo el campo de la lírica; ni se explayan
épicamente, ni satirizan, cual doquiera y con instintiva facilidad y
gracia los españoles.
Entre ellos y los otros modernos no hay en este punto cotejo
posible. P'-rque los pocos dramáticos de las demás naciones, o lo
EDAD DE OKO.
47
son exclusivamente, o sólo han sobresalido en otros géneros poé-
ticos. Shakespeare, por ejemplo, es lastimoso en su lírica.
Pero los españoles, con ser tan incomparablemente dramáticos,
aparecen en las tablas siempre también grandes poetas. En ellas,
que no en los líricos propiamente dichos, hay que buscar la ver-
dadera lírica hispana. Pues todas las cuerdas de la cítara apolínea
se tocan allí sin cesar y con destreza acabada, desde la más fina
hasta la más profunda; desde el son más pastoril y más anacreón-
tico al más elegiaco y pindárico; del travieso trino del jilguero al
sublime sollozar del ruiseñor.
No escasean tampoco acentos perfectamente épicos, como en
las insuperables octavas de Tirso en la «Prudencia en la mujer».
Y ¿qué decir de los cuentos y apólogos que pululan.- ;ni qué
de tanta risada, ora franca, ya burlona o sardónica, que resuena
al través de tanta sátira? ¿ni qué del cruzarse y chispear de la
lluvia de epigramas.^
Inventiva.
1 8. Si no hay ejemplo en lo moderno de una fecundidad li-
teraria como la española, ¿qué pensar de aquel raudal escénico,
de aquella portentosa inventiva, de aquella facilidad de dramatizar,
de poner perfectísima y artísticamente en escena cualquier suceso,
desde el más común y vulgar al más abstruso y filosófico; de
aquella facilidad de inventar, de improvisar, de hacer salir, por
decirlo así, de la nada, como por ensalmo, fábula tras fábula, a
cuál más nuevas, atrayentes, primorosas? facilidad que celebró en Lope
su más excelso triunfo, que llegó con él a la más elevada cúspide
a que es dado lleguen la fantasía humana y el genio dramático.
¿Qué pensar de esto, que sobrecoge al esteticista, a manera
de un verdadero portento?
¿Dónde queda, con la hispánica, la restante inventiva moderna?
¿Dónde la de Shakespeare mismo? ¿Qué argumentos inventa éste?
Casi ninguno. ¿Cuál es su fecundidad? Apenas la de los dramá-
ticos españoles de segundo orden.
Si saber dramatizar acertadamente un hecho más o menos dra-
mático revela genio escénico, ¿qué será dramatizar acertada, ad-
mirablemente no sólo un hecho dramático de suyo, sino cualquier
hecho, inventar cualquier hecho, y dramatizarlo a maravilla, cual
lo hace Lope cada veinticuatro horas?
Hasta las nubes es ensalzada la fuerza caracterizadora de Shakes-
peare. Ensálcesela enhorabuena, pero no se olvide ni lo que
4$ SEr.UNDO CICI.O: siglos XVI Y XVII.
hemos dicho ilc la característica dramática española, ni que la in-
ventiva \ale más cjuc ella: ]iara pintar un carácter basta un genio
observador de la realidad y hábil en copiar; para inventar, para
crear una acción, que supone muchos caracteres, una complicadí-
sima trama, para esto no basta un esfuerzo grande de genio: es
menester uno potentísimo, una fuerza, elasticidad, hondura y vi-
veza de fantasía rayanas en maravilla.
Y si, después de todo esto, se considera aquella abundancia,
aquel lozanear de vida dramática que embellece la escena hispana
a guisa de vegetación y flora más que tropicales; si se pondera
aquel diálogo, aquella espontaneidad de la conversación dramá-
tica, aquella soltura, viveza, rapidez, aquel verso, aquellas formas
estróficas, muy variadas y primorosamente artísticas, dificilísimas,
que se pliegan, con todo, al hablar dialogado y le siguen con una
flexibilidad que en otro idioma, en español mismo, a duras penas
pudiera la más dúctil prosa ; si se considera luego que el diálogo
es la mayor y casi insu[)erable dificultad dramática; y se le ve
en la comedia ibérica tan maravilloso que es la maravilla de sus
maravillas, ¿quién no confesará que el teatro ibero, más aún: que
el sólo Lope es el más grande, el más estupendo ejemplar del
genio moderno?
19. Sí; por poco gusto dramático que se tenga y por poco
que se conozca la dramática de España, en una cosa hay que con-
venir, y es en que supera inmensamente ella sola a todo el teatro
moderno ; y supera, no en genio ni arte, mas en naturalidad y
vida dramáticas, en extensión y riqueza, a cuanto ha llegado a
nosotros de la escena griega.
De lo cual se deduce que, si ésta ha de enseñar el arte y el
gusto, el enseñar el fondo y el nervio, el poner en escena, el ani-
marla ; el diálogo ; el drama, en una palabra, reservado queda al
teatro español.
Y tanto es así que los nativos talentos escénicos extranjeros
que se han formado en la escuela española, han descollado según
su capacidad para comprender y utilizar sus luminosas en.señanzas.
Ln nadie es esto más visible que en Grillparzer, el mejor dra-
mático de Alemania. Nacido para el drama, nada, sin embargo,
produjo sino retórica teatral, pesada como plomo, mientras le ins-
piró la retórica teatral de Schiller. Pero tan pronto como cayó en
sus manos el gran Lope, despertó su genio y enmendó entera-
mente el rumbo. Enmienda que no logró con el estudio de los
maestros helénicos, aunque ellos despertaron su talento y le hi-
EDAD DE ORO. 49
cieron abandonar por siempre el énfasis y aquel dialogar acadé-
mico y estudiado, que no es conversación, sino un malo y monó-
tono remedo de ella.
Los modernos dramaturgos extranjeros, en efecto, no son maes-
tros capaces de enseñar al alumno de Melpómene : sonlo de en-
tusiasmarle por ella. Si los toma por modelos, le extravían.
Los griegos son los que orientan y enseñan el camino. Pero
tampoco ellos encaminan : son inimitables por su alto ingenio, de
sello propio y personal. Los españoles solos señalan la senda,
ponen en ella y por ella conducen. Pues miran la vida y la natura-
leza con tanta claridad e inmediación, que le abren los ojos a cual-
quiera que tenga alma dramática. De esta suerte, hácense imitables;
aunque la luz y la profundidad de su mirada son inimitables, como
las del genio helénico; inimitables, no menos que la claridad del
día, que la hondura del firmamento.
§ 2. Vagos preludios.
Vengamos ya a la historia del drama y consideremos con al-
guna detención a sus principales representantes.
Cultivado no sin cierta fortuna en el anterior período por Gil
Vicente y Juan del Encina, fué notablemente adelantado en éste
por Bartolonné Torres Naharro y Lope de Rueda.
De festiva gracia, no escasas de sal de invención, donosas de
estilo, no se levantan, con todo, sus obras sobre el nivel de farsas
cómicas inartísticas, inintencionadas, mero y tosco pasatiempo de
la turbamulta, ajenas y muy distantes de reflejar el genio nacional.
§ 3. Lope de Vega.
(1562, Madrid, —1635, Madrid; grab. 7.)
1. Castellanos viejos, de vieja aristocracia, fueron los padres
de Lope Félix de Vega Carpió; oriundos sus antepasados, de As-
turias, del valle de Carriedo ; donde, en la aldea de la Vega, se
alzó su antiguo solar.
Tradiciones hay de la precocidad de Lope : de cinco años,
hablaba el castellano y el latín ; y antes de saber escribir, ya hacía
versos, que dictaba a sus compañeros. Él mismo confiesa haber
compuesto versos cuando aun no hablaba. Portento que se explica
si se atiende a que se desarrollaron tarde en él los órganos vocales.
2. De diez años, fué enviado a estudiar en Alcalá de Henares.
Aquí se perfeccionó en el latín. Del griego, empero, sólo aprendió
JÜNEMANN, Lit. y Ant. esp. 4
5°
SK(^.UNr)0 ciclo: SU.LOS XVI Y XVII.
los ruiiiiiicntos. Por esto tlana más tarde a su hijo el singular
consejo ile no estudiar griego.
A estudiarlo el mismo y conocer la literatura helénica, sus
grandes dramáticos, sobre todo; hubiérase, sin duda alguna, desen-
vuelto aun mas temprano y mejor su genio, afinándose su gusto,
allanándosele y dilatándosele el camino hasta las mayores alturas
de la escena.
Los pobres modelos cómicos latinos nada pudieron enseñarle:
de niño, snhí.i c\ v:\ nuiclm mrí^. Kl lastimoso trágico Séneca si
algo pudo , fué corromper su
gusto y alejarle de la tragedia.
3. Pero volvamos al niño
poeta.
De trece o catorce años,
quedó huérfano. Parece que él }'
un hermano y una hermana ma-
yores fueron desposeídos de su
herencia por un malvado. Su her-
mano, que era militar, no podía
socorrerle. Diéronle , según se
dice, algún socorro unos parien-
tes lejanos.
A la sazón asaltóle a él y a
un condiscípulo súbitamente el
es[)íritu aventurero. Juntaron, en
dinero y joyas, lo que pudieron
y marcháronse a pie a correr
tierras. En Segovia compraron un
caballo y llegaron hasta Astorga.
Aquí echan de ver que el dinero
se les ha acabado, y van a em-i
penar una cadena de oro. Por sospechosos de hurto tiénelos el
platero y los entrega en poder del alcalde; que seguros remite
a sus parientes en Madrid a los noveles aventureros.
4. Ouince años tiene Lope. El poco dinero que poseía, ga.s-
tado está; .se ve en la mayor miseria y se hace soldado enl ]
Portugal.
Después de un año, deja el servicio y llega a ser, por for-,
tuna suya, .secretario de Jerónimo Manrique de Lara, obispo de| j
Avila, inquisidor general y legado pontificio de la armada contra
los turcc j. Con la mayor veneración recuérdale Lope, y a su palabra
ra\i. 7. I^jpe de Vega
EDAD DE ORO.
5'
alentadora se atribuyen los primeros trabajos literarios del adoles-
cente : una égloga y el drama pastoril Jacinto, escritos por los
años de 1578.
5. Pasado un año, dejó la secretaría, arrastrado, a lo que pa-
rece, por las nacientes pasiones; que le fueron lanzando acá y allá
por mucho tiempo.
6. Reaparece en 1583, peleando como soldado en las Azores;
en 1587 es acusada de calumniosa una comedia suya: y tiene el
autor que marchar desterrado a Valencia. Recién casado, alístase
en la «armada invencible» en 1588. De aquí pasa al servicio del
duque de Alba; después al del marqués de Malpica, y en 1595
al del duque de Sessa.
Reside alternativamente en Madrid, Sevilla, Granada, Toledo,
y desde 1610 de fijo en Madrid.
Muerta su segunda mujer, arrepentido de sus extravíos y vuelto
seriamente en sí, ordenóse de sacerdote en 1614.
7. Su fama de poeta había ido volando, no sólo por España,
sino por el mundo entero, y convirtiéndole, aunque no sin contra-
dicciones y acres polémicas, en arbitro de la escena ibérica y de
la europea.
Urbano VIII le condecoró; príncipes y reyes colmáronle, a
porfía, de distinciones y honores. La admiración pública fué pa-
sando a asombro, el asombro a pasmo, y el pasmo a un aplau-
dir, mimar y endiosar nunca visto.
Más todavía que sus funerales, magníficos como los de un
gran rey, comparables sólo con los de Klopstock, atestiguan estos
fervores del público atónito el atrepellarse las gentes por las calles
y a las puertas, y el bendecirle las mujeres, cada vez que salía de
su casa. Y casi tanto como esto atestigüenlo aquellos dictados pom-
posos que el pueblo y los aristócratas del talento comúnmente le
daban, por el renacer continuo y la portentosa fuerza de su numen,
llamándole el «Fénix de los ingenios» y el «Monstruo de la na-
turaleza».
8. Ni podía pensarse de otra suerte, viendo esa su fecundidad
verdaderamente monstruosa. Él mismo había perdido la cuenta
hasta de sus comedias: en una parte dice haber compuesto 1070,
en otra 900: conservamos 413 y 40 autos sacramentales: un tercio
tal vez tan sólo de su producción escénica. Compuestas fueron
muchas de sus comedias en un solo día; él propio dice que
«Más de ciento en horas veinticuatro
pasaron de las musas al teatro».
4*
52 SEGUNDO CICLO: SIGLOS XVI V XVIL
9. Ni se supo contener dentro de los anchurosos límites del
drama su rica inventiva: todos los géneros literarios los cultivó:
\- aun puede decirse que creó el auto sacramental.
Poemas históricos son su Dragontca (1598), sobre Francisco
Drake, y la Corona trágica {162^), sobre María Estuardo; épicos
son: la Aiigclica (1602), congénere del «Orlando furioso»; la ^.r-
rusaltn co7iquistada (1609), en que emula al Tasso; el San Isidro
(1599), en que canta, en tono popular, al santo labrador; la Gato-
maquia \\6i^, y una novela pastoril en prosa, la ^;r¿Zí//í? (i599\
De fondo autobiográfico son un poema, El Peregrino en su
patria (1604) y un drama en prosa, la Dorotea (1632).
10. Añádase a tan asombrosa fecundidad el corazón levantado,
noble, patriótico y desprendido, caritativo y piadoso del poeta, y
se comprenderá que su nación le convirtiera en ídolo y se le per-
donaran los tristes deslices morales, hasta de sus últimos años;
así como aquella mezquina envidia y enemistad con Cervantes ^ y
aquellas diatribas virulentas contra él y el Quijote mismo. Enemistad
que hizo estallar Cervantes, más tal vez que por emulación, por
la dura necesidad de ganarse la vida con sus comedias, y en la
cual, no obstante haberse también propasado a torpes invectivas,
supo al fin perdonar; lo que Lope, menos blando de corazón,
no supo.
Competencias y envidias dignas de la más severa censura. Pues,
si, por bajos, en almas grandes no caben tales sentimientos, ;qué
será si, a pesar de todo, les dan entrada .•* ¿qué, si se envidian dos
talentos como aquéllos, capaces, no ya sólo de inmortalizarse cien
veces, sino también de inmortalizar a otros ciento.' ¿qué, si cul-
tivan tan diversos géneros como ellos?
Un astro es cada genio, inmensa su órbita, inmensos sus do-
minios; nunca verán sus confines; jamás chocarán. Para admirarse
entre sí y para amarse han nacido, no para envidiarse ; mil veces
menos, para odiarse.
11. Pero, perdonemos a Lope sus extravíos, pues que tan sin-
ceramente los reconoció y lloró en muchos y conmovedores arran-
ques líricos, que han inmortalizado su dolor. Perdonémosle su mal-
querencia para con Cervantes. Y olvidemos, después de censu-
rarlos cual lo merecen, sus muchos errores literarios: esa precipi-]
tación vertiginosa con que escribía y que es la principal causa,
' V éa;e a yosé M Asetjsio, Desavenencia entre Miguel de Cervantes y Lope
de Vega.
KDAD DE ORO.
53
si no la única, de la falta de composición, simetría, desenvolvi-
miento y verosimilitud de muchas de sus comedias.
Olvidemos aquel anhelo suyo, muy natural, pero muy censurable,
de complacer al vulgo; del cual anhelo también se originaron, sin
duda alguna, muchas de sus faltas.
Omitamos el culteranismo, que afea sus obras no dramáticas.
Disimulemos, en obsequio a la moralidad general de su teatro,
las escenas lúbricas que escribe de cuando en cuando muy al vivo
y aun con cierta complacencia.
12. No le juzguemos tampoco por sus obras prosaicas; mucho
menos por sus novelas, destituidas de valor ; ni por su lírica, donde
con todo ya campea un poeta de grande aliento. No le juzguemos
siquiera por sus poemas mayores: obras, no obstante sus graves
lunares, de un ingenio de altísimo vuelo, no del todo indignas de
sus dramas y suficientes para hacerle inmortal.
13. Empecemos a juzgarle por un poema en que despunta por
todas partes su fantasía, donaire, experiencia y fuerza poética; su
canto de cisne, pero no melancólico — t^ué sabe ni supo nunca
Lope de melancolías.' — ni triste, sino risueño, casi diría, sublime-
mente risueño : la epopeya burlesca más bella de toda la litera-
tura: su Gatomaquia.
14. ¡Qué tropel de amores, celos, peleas, arañazos, vuelcos y
revuelcos, venturas, desventuras y aventuras gatunas y gatuní-
simas ! ¡ Qué correr, brincar y saltar de verso, del más lindo, capri-
choso y atrevido verso ! Vertiginoso , arrastra vertiginosamente
consigo.
Embebecida, corre hasta cansarse materialmente la vista; corre
por esos enormes y desmazalados cuanto artísticos períodos, donde
entre el verbo y su complemento se amontonan incidentes sobre
incidentes, rasgos poéticos sobre rasgos poéticos ; pero que se su-
ceden con tal rapidez que, así como el poeta pasó por encima de
ellos como saltando, sin perder de vista el sujeto, no lo pierde
tampoco de vista el lector, y sálvalos con la elasticidad que el.
15. Es la Gatomaquia un inacabable y deliciosamente revuelto
jugar, reir, divertir, satirizar y filosofar, un continuo tirar de flores;
donde van a cada paso pedrezuelas traviesa y certeramente dis-
paradas contra cuanto divisa merecedor de ellas.
16. Si con las obras dichas terminara la labor literaria de Lope,
razón habría muy suficiente para contarle entre los ingenios po-
tentes. Pero con aquéllas y otras muchas no hace más que em-
pezar. Pues empieza y no acaba nunca. Peregrinísimo y único
54
SF.r.UNDt> ciclo: siglos XVI Y XVII.
portento, que consideraremos después de enumerar algunas de sus
principales comedias. Que son:
Los Tellos de Mcncses.
Los comendadores de Córdoba.
La estrella de Sevilla.
Los milagros del desprecio.
El villano en su rincón.
Las paces de los reyes.
Del nial lo menos.
Los pleitos de Inglaterra.
Los porceles de Murcia.
El Duque de Viseo.
La obediencia laureada y el primer
Carlos de Hungría.
El hombre de bien.
El castigo del discreto.
El mejor alcalde el rey.
El castigo sin venganza.
La mal casada.
El rey Wamba.
El casamiento en la muerte.
Amar sin saber a quién.
El perseguido.
La resistencia honrada.
Los tres diamantes.
La boba para los otros y discreta
para sí.
El príncipe despeñado.
El perro del hortelano.
El ausente en el lugar.
La niña de plata.
El primer Fajardo.
La serrana de la Vera.
Porfiar hasta morir.
La venganza venturosa.
El caballero de Olmedo.
La envidia de la nobleza.
El robo de Dina.
Guardar y guardarse.
Embustes de Fabia.
La llave de la honra.
El juez en su causa.
Las batuecas del Duque de Alba.
Las cuentas del Gran Capitán.
Venus y Adonis.
El piatloso veneciano.
¡Larga enumeración y, sin embargo, la más corta po.sible!
;Ni cómo abreviarla más, cuando de sus comedias, ni de aquellas
que se publicaron contra su voluntad, ni de las otras poquísimas
que escribió enteramente distraído ; — cuando de todas ellas no hay
ninguna que no merezca leerse, ninguna que de algún modo no
admire, ninguna por donde no rompan con rayos claros sus po-
tentes facultades dramáticas; que, teniendo luz propia y abundan-
tísima, no podían menos de alumbrar aun al través de vapores y
nieblas r
17. Y no sólo da luz Lope: su luz es benéfica, porque enseña,
serena y alegra. Enseña con su agudísimo entendimiento y el cuan-
tioso caudal de su experiencia. Serena con la inalterable apacibi-
lidad de su numen. Y alegra con su inexhausta cuanto graciosa
fantasía.
18. Pocos hombres, en efecto, más conocedores del mundo y
de los hombres; del corazón y del espíritu humanos; de la socie-
dad y de la historia nacional, de la provincial, de la lugareña; de
las tradiciones patrias, de la mitología y toda la cultura humana.
Ninguno ha abarcado tanto en sus dramas, pues todos sus co-
nocimiencos vertiólos en ellos, tan naturalmente, tan sin ninguna
EDAD DE OKO. 55
afectación, que es menester reflexionar para caer en la cuenta de
que instruye. Pero, aun más que con lo aprendido en los libros,
enseña con la propia experiencia. Muy justamente dice de él Grill-
parzer, el mejor conocedor de Lope y el gran dramático alemán :
«Espantóme a veces de la riqueza de pensamientos de Lope de
Vega. No hay poeta tan observador como él ni tan rico en ad-
vertencias prácticas» (Estudios sobre el teatro español).
De tales observaciones y documentos da, en cada página, tes-
timonio hasta la Gatomaquia.
A más de la forma poética, en que es consumado maestro, en-
seña Lope a hablar. No hay castellano más bello que el suj'o.
Insuperable es su lenguaje. Yo le llamaría el primer hablista
español.
19. Todas estas dotes, aunque peregrinas y excelentes, no
salen todavía de la esfera de los talentos superiores. Salen ya de
ella y pasan a otra más alta y casi inaccesible la serenidad y la
gracia, que nunca le abandonan.
Parece como si viviera o al menos se alzara a placer a una
región extraterrena, donde no soplara cierzo alguno, donde enmu-
decieran los ayes y las olas de la vida.
Tan habitual y tanta es su serenidad, que serena y abre el
alma a gozar de la gracia indefinible que profusamente derrama por
doquiera que va, a doquiera que mira. Y ¿adonde no va y
adonde no mira aquella fantasía, rica como las más ricas, y ri-
sueña como la del más risueño poeta de la antigüedad: Ovidio?
Pero lo que siempre y siempre la enajena, es lo idílico. Ora
bulla y travesee con cuantas flores cría la primavera, con cuantos
frutos el estío y el otoño, con cuantas escarchas y copos de nieve
el invierno; ora retoce entre abrojos y zarzas, por pantanos, pára-
mos y precipicios; ya se remonte por las tempestades hasta las
estrellas y de allí por los cielos: ¿dónde no está con los labios
llenos y rebosando de risa?
20. ¿Dónde, sobre todo, no es natural, con sencilla na-
turalidad, aquel hondo sentimiento de la naturaleza, que en él
no pasa primero por el entendimiento, como casi siempre acon-
tece, sino que va directo, digámoslo así, del objeto sentido a la
fantasía, rozando de paso ligeramente con el corazón?
¿Quién - — y valga este ejemplo por los infinitos que citar pu-
diera — quién siente lo natural con la intensidad que revela este
pasaje y con que él lo siente siempre? «Aunque es verdad que
los celos no discurrían en el mal por venir con ansia de remediar
56 SECUNDO CICLO: sir.i.os xvr y xvii.
el presente; porque son como /as vuuios que, por defender el
rostro, dejan descubierto el pecho. »
21. -Tan inmediato es este sentimiento, que parece el poeta
itlentiticarse con la naturaleza misma : las palabras solas dalas el
arte. Nosotros, empero, no sabemos qué hacernos con la natura-
leza sana: los extremos, a lo sumo, excitan nuestro interés»
(^Grillparzer, Estud. sobre el teatro esp.).
22. No necesita Lope de tales extremos: el término medio, la
sana medianía, le basta siempre para despertar y mantener fuerte- |
mente el interés. ;Y no es éste el mayor de todos los artes?
Fáltele, si se quiere, ese otro arte de la composición dra- i
mática, del desarrollo y desenlace simétricos de la fábula; arte |
que también tiene muy a menudo, y portentoso, cuando así lo t
quiere. No tenga, enhorabuena, ninguna fábula bien conducida
y desenlazada; y tiene muchas conducidas y desenlazadas al par
de las mejores del mundo.
Defectos serían éstos muy graves en todos los demás; en él
levísimos. Que él tiene un arte y unas bellezas únicas, que con nadie
comparte y que superan tanto a esos defectos suyos y tanto a
aquellas altas bellezas de composición, que hacen olvidar unas y y
otros. c'Quc pesan unas y otros al lado de su riqueza, que surte '
a propios y extraños, riqueza inagotable y deslumbradora?
Si hubiese querido, o podido componer, proporcionar, limar 1
cada una de sus piezas, no escribiera la mitad de las que escribió. '
Y ¿cuál de entrambas cosas vale más: un número relativa-
mente corto de dramas artísticos o un sinnúmero de creaciones
dramáticas un tanto inartísticas, pero sembradas de escenas asom-
brosas? Huelga la respuesta.
23. Pero — diría entre sí alguna o más de alguna vez el
poeta — pero los miopes de hoy y los de mañana ¿no me til-
darán de negligente? ¿de poco dramático? Soy maestro: no nece-
sito probarlo; ba.stante probado lo tengo. Mas, por si alguien lo
dudara, ahí va otra prueba de que lo soy. Y como tengo prisa,
como siempre la tengo, pues ni el público ni la inspiración me
dan punto de reposo, seré breve. — Dice, y saltando loca por
el papel la pluma, traza una serie de aquellas escenas, uno, y
dos también, de aquellos actos henchidos de naturalidad y vida,
que valen por un drama y aun por varios dramas enteros de la
mejor estampa.
24. Sin embargo, el .ser muchas de sus comedias tan imper-
fectas y muchísimas de ellas tan viciosas, consideradas como un
EDAD DE ORO. 57
todo, y el ser tantas: esto, y el no haber hecho, por la misma
causa, su apoteosis los extranjeros, cual la hicieron de Calderón ;
es lo que más ha dañado a la fama y popularidad de Lope y
le ha tenido, casi hasta nuestros días, desterrado del mundo literario.
Se comprende.
El arte de Calderón, así como el de todos los otros drama-
turgos, facilísimo es de conocer y de admirar. Basta para ello
examinar cualquiera de sus dramas.
Aquel otro arte de Lope, en cambio, arte peculiar suyo, no
está tanto en el conjunto: está en las partes y en los pormenores.
No está tampoco en un número más o menos considerable de dra-
mas: está esparcido irregular y caprichosamente por todos ellos.
Todos ellos forman, en Lope, el conjunto: un mundo inmenso en
que brillan innumerables por toda parte las más ricas preseas; y,
que forman, diría, el todo artístico.
Pocos , muy pocos , tienen fuerzas , gusto e imparcialidad
suficientes para recorrerlo. Porque, ni tras de leer cincuenta o
cien comedias se conoce al poeta: necesario es leerle íntegro.
25. Que el Fénix muere para renacer; parece agotarse en cada
drama, morir en cada uno, para renacer en el siguiente.
El solo es el dramaturgo nato. Los demás, todos se han hecho
tales, y unos pocos, dotados de muy felices disposiciones, han
convertido el drama en su segunda naturaleza. Solo el Fénix de
los ingenios nació sólo para la escena. Todos los otros, aun los
más gigantes, son árboles que crecieron en bien cultivado huerto,
hasta tocar las nubes y las estrellas. Lope solo nació y creció en
la floresta ; y ella bastóle para llegar a ser el gigante de los gigantes.
Bien sé que toma de todas partes sus argumentos; que no
está su genio en la inventiva propiamente dicha: la de los hechos
subalternos, las ramificaciones de la acción capital, unidas estrecha-
mente con el tronco, por mucho que de él se aparten, por re-
vueltas que lozaneen. En esto aventajante todos los príncipes de
las tablas; en particular, Calderón.
Pero nadie se le acerca siquiera en aquella otra inventiva : la
dramática; la facultad de dramatizar cualquier hecho, cualquiera
situación.
Nadie se le acerca, sino que todos quedan a inmensa distancia
de él en el diálogo, que es el nervio vital más importante del
drama. El diálogo de Lope es incomparable: es su mayor triunfo.
Los personajes de los otros o hablan lo que han aprendido
58
SEGUNDO CICLO: SIGLOS XVI Y XVII.
— que son los más — o lo que han reflexionado ; los lopianos, lo
que espontáneamente se les viene a los labios.
Todo manifiesta que era su propia naturaleza el drama; y
tanto lo era, tan como instintiva e inconscientemente trabajaba, y
tan poco tligna parecíale, por esto mismo, su labor, que su do-
rado sueño era llegar a ser cronista de la Corona de España.
¡Inconcebibles aberraciones de la inteligencia y del corazón!
Xo se realizó su anhelo; o, por mejor decir, se realizó de otra
manera, l'uc el cronista más prodigioso de su pueblo: de toda
la historia y del alma españolas, el mayor cronista del corazón de
la mujer, el gran cronista y el primer dramático del mundo.
Mer. princ: Invetitiva dramática y diálogo.
Def. princ. (en sus obras no dramáticas) : atltcranismo.
Edic. princ: la de la Academia, 1890.
¿j 4. Tirso de Molina.
(1572, Madrid, — 1648, Soria; grab. 8.)
1. Sucédense y atro-
pcllanse las glorias de la
escena española. Llenán-
dola todavía entera el
genio de Lope , aparece
en ella otro luminar tan
fulguroso que todo el es-
plendor de aquél no le
eclipsa: es Tirso de Mo-
lina.
2. Con este seudónimo
escribió todas sus obras
Fray Gabriel Téllez ; mer-
cedario desde 1610 y co-
mendador del convento de
Soria desde 1645. Hizo
excelentes estudios en la
universidad de Alcalá de
Henares; fué maestro de
teología y descolló como
predicador y erudito.
3. A éstas limítanse, por desgracia, las noticias biográficas de
Tirso. Ni es posible, cual sucede con otros autores, completarlas
Grab. 8. Tirso de Molina.
EOAD DE ORO. 59
en cierto modo con lo autobiográfico de que, más o menos ve-
ladamente , suelen sembrar sus obras. Ni el estudio de éstas
— como luego veremos — arroja suficiente luz sobre sus costum-
bres y carácter.
4. Asombrosamente fecundo, compuso cerca de 300 comedias;
de las que se conservan unas 70.
Sobresalen entre éstas: La prudencia en la mujer; Don Gil
de las calzas verdes ; El vergonzoso en palacio ; El burlador de
Sevilla; Cómo han de ser los amigos; Escarmieiito para el cuerdo;
Palabras y plumas ; La villana de Vallecas ; Amar por razón de
estado; La gallega Mari-HernÚJidez ; Marta la piadosa; No
hay peor sordo que el que no quiere oir, etc.
Célebre auto sacramental es El condenado por desconfiado.
5. Los Cigarrales, miscelánea de comedias, novelas y poesías
líricas, nos le muestran también eximio prosador; sobre todo en
Los tres maridos burlados honesta y asaz divertidamente por
sus mujeres, donde pinta con la maestría y travesura que suele
las ingeniosas trazas de las mujeres para salir con la suya.
Los «Tres maridos burlados» son otros tantos cuentos saladí-
simos, muy dramáticamente narrados: una pequeña trilogía cómica,
que basta por sí sola a calificar a Tirso de eminente dramaturgo.
6. Con mucha habilidad tomó y transformó en tragedia el epi-
sodio bíblico de Tamar, hermana de Absalón (2 Reyes cap. 13).
La venganza de Tamar, con empequeñecer el carácter de David y
comenzar y rozar de cuando en cuando con el tono de comedia de
capa y espada, adquiere, sin embargo, en el acto tercero toda la gran-
deza de la verdadera tragedia y de las mayores tragedias. Y sos-
tenida por la soberbia pintura de Tamar y realzada por un cuadro
idílico maravillosamente contrastado con las profundas sombras,
donde aparece; llega a tal punto esta grandeza, que se comunica
al todo, trocándolo en una de las mejores tragedias hispánicas,
digna de figurar con honor entre las mejores de la literatura,
7. A su pesar manifestólo Calderón, pretendiendo mejorarla en sus CaheUos
de Absalón ; pues la refundió lastimosamente ; quitóle la perfecta unidad que tiene
y mudóla en altisonante drama, cuyas únicas bellezas son los pasajes de Tirso, y
sobre todo el acto tercero, que se vio forzado a copiar íntegros '.
' Cabal idea dan de la naturalidad del uno y de la énfasis del otro, las dos
piezas desde su comienzo mismo.
El de Calderón es así:
Salomón: Vuelva felicemente,
De laurel coronada la alta frente.
6o SEGINDO CICLO. SUil-OS XVI Y XVII.
8. Lo más característico de Tirso es su copia directa, pero
bella, de la vida; su llaneza, espontaneidad, sencillez de palabra,
idea, escena, raramente afeadas de culteranismo y declamación ; su
fuerza dramática sinj^ular; su diálogo de soltura y elasticidad in- ¡
comparables; su habla y versificación de lo más hermoso que |
ha producido la musa castellana; sus muchísimas y muy visibles
afinidades con Lope, a cuya escuela pertenece.
V tanto se le acerca a menudo en genial concepción dramática
y naturalidad, y tanto le suele aventajar en arte escénico, que se |
lee con deleite al discípulo después de leer al maestro. Porque,
salvo Tirso, hasta los mayores dramáticos, hasta Calderón y Shakes-
peare y los griegos mismos, fatigan algún tanto, por la falta de
aquella encantadora naturalidad lopiana.
9. Si en la «Tamar» compite Tirso con Lope, y en algunos de
su pasajes con el grandilocuente énfasis calderoniano; alcanza en
su obra maestra. La prudencia en la mujer, uno de los mayores
triunfos que ha podido alcanzar dramaturgo alguno.
10. En estas dos piezas, en la última sobre todo, hay que estu-
diar al maestro, si se quiere aquilatar sus talentos; más aún, si se :
le quiere comprender. Dígolo, porque casi me parece que no se
le comprende bien.
Pasa, y ha pasado siempre, por uno de los mejores cómicos,
^ Quién se atreverá a negarlo? Resaltan y relumbran tan intensa-
mente su inimitable sal cómica, su viveza y chispa, que creo poder
afirmar sin temor de equivocarme, que él es, a lo menos, el primer
cómico moderno. ¿Quién puede comparársele en la comedia, es-
trictamente considerada? Lope es sin comparación más dramático
que cómico; en lo que más flaquea Calderón, es en el donaire;
Shakespeare no es fuerte en él tampoco.
El campeón israelita,
Azote del sacrilego moabila.
Adonias: Cifia su blanca nieve,
De la rama inmortal círculo breve
Al defensor de Dios y su ley pía,
Horror de la gentil idolatría.
El comienzo de Tirso, en cambio, es éste :
Anión : Quitadme aquestas espuelas
Y descalzadme estas botas.
Eliecer : Ya de ver murallas rotas,
Por cuyas escalas vuelas,
Debes de venir cansado.
EDAD DE ORO. 6l
11. He dicho que estimo no se le comprende bien. Pues no se
le tiene por gran dramático; menos aún por gran trágico.
Se dirá que una tragedia y un drama desaparecen ante el sin-
número de sus comedias.
En manera alguna desaparecen ; antes brillan más, por el arte
perfecto y el atildamiento en ellos desplegados.
Es en efecto tan magnífica esa tragedia, y tan maravillosa-
mente bello y tan sin disputa el más grande de la literatura ese
drama histórico, que aun cuando nada más escribiera, sería Tirso
un astro escénico de primera magnitud.
12. Y algo más infiero que revelan los dos dramas.
¿No revelarán el carácter, lo más íntimo del autor? Ese bufón
tantas veces tan obsceno y tan procaz como atropellado e invero-
símil en sus fábulas; ese truhán formidable que arrastra, al pa-
recer con la más cínica e inaudita complacencia, por el lodo
singularmente a la mujer; ese truhán, ¿lo será en realidad, por sus
naturales e íntimas inclinaciones.^ ¿despreciará tan indignamente el
corazón femenil.? O, llevado de su prodigioso y flexibilísimo in-
genio, ¿hará del truhán y del obsceno como el más consumado
actor, la más consumada actriz, debajo de cuyas lascivas apariencias
palpita a veces un corazón pudoroso y virginal? ¿No acontecerá
algo semejante con Tirso? ¿No nos querrá pintar, no al linaje hu-
mano, mucho menos a la mujer, y menos aún a la española, sino
la mucha corrupción de su siglo y, más en particular, la de
Madrid ?
A no admitir esto, ¿cómo se explica la profunda y gran-
diosa inspiración que le ha dictado tal tragedia y tal drama?
¿cómo el amor tierno y sublime que tiene a esa desventurada y
amable Tamar? ¿a esa arrobadora Doña María, gloria de España
y de su sexo? ¿No es esto como decirnos: «He ahí a la mujer
que existe en el mundo, que alienta viva en él y entre nosotros.
He ahí a la doncella que ama y defiende como lo más sacro y
celestial su pudor y que llora con desgarradores ayes cuando un
infame se lo aja por la violencia. He ahí a la viuda casta, que
contra todos los azares guarda inviolable su amor al único que ha
amado y podido amar en el mundo. Esas son las mujeres que yo
admiro : sed todas como ellas. Las que no son así, las que son
lo contrario, las de mis comedias, las escarnezco yo así, porque
vosotros también las escarnezcáis» ?
13. Esto es, en mi sentir, lo que enseñan y patentizan los dos
inmortales dramas; y me lisonjea la esperanza de que, cualquiera
6j segundo ciclo: siglos XVI Y XVII.
que atentamente los leyere y reflexionare luego sobre el teatro
cómico lie Tirso, llegará a la misma convicción, y aun amará a
ese soberano ingenio; a quien, de otra suerte, no se puede sino
admirar. Y a hombres de su talla no se contenta el ánimo con
admirarlos, con darles aun cuando sea un testimonio elocuente,
bien cjue tácito , de asombro , cual todo un genio como Cal-
derón se vio — lo dijimos — obligado a rendirle, queriendo me-
jorar su «Tamar», y no pudiéndolo en modo alguno y teniendo
que copiar un acto íntegro ; — con nada de esto se contenta el
ánimo : quiere amarles. Contentémonos con poder, así, amar a Tirso.
Cual, princ. : sal cómica; fuerza dramática.
Def. princ. : obscenidad.
Edic. : Uartzcnbusch, 12 t., 1842; Bibl. de aut. e.'^p. t. V. IX. XVII. LVIII.
§ 5. Juan Ruiz de Alarcón.
(¿ 1580"- Tasco, Méjico, — 1639, Madrid.)
1. Pocos autores menos conocidos biográficamente que Alarcón.
Casi es el caso de estudiarle en sus obras, cual ocurre con
Homero, y colegir de ellas su índole y corazón ; que, dada la
llana sinceridad y el calor moral de sus piezas, deben de haber
sido altos, al revés de su estatura, que era corta, triste, joro-
bada ; por lo cual fué el blanco de toda clase de indignas sá-
tiras. Sátiras tanto más difíciles de soportar cuanto que solían
venir hasta de los mejores y más hidalgos ingenios, y que, con
todo, parece haber soportado con ánimo superior.
2. Esto es casi lo único que sabemos de su persona. Ni de
su vida sabemos sino que nació Q1580?) en Tasco de Méjico; que
estudió primero en su país y luego en España ; que aquí, tras de
una juventud llena de desengaños, llegó por fin a ser relator del
Consejo de Indias; lo que fué hasta su muerte.
3. Más justa que los contemporáneos ha sido con él la pos-
teridad ; bien que no del todo.
Los de su tiempo, además de acribillarle a pullas por su figura, j
tacháronle de plagiario. ¿Por qué? ¡Quién ha podido señalar los
plagios? ¿O serán las semejanzas, las analogías? Si ellas fuesen
plagio, plagiarios serían todos los dramaturgos, desde Esquilo hasta
Lope; hasta, sobre todo, Calderón.
Fáltanle, ciertamente, la poderosa originalidad, la rica fantasía,
el entendimiento elevado y penetrante, el fino y vasto análisis psí- ,
quico de los mayores y aun de los grandes dramáticos.
EDAD DE ORO.
4. Pero no carece de altas dotes para la escena. Y el no ha-
berse visto enteramente olvidado , mientras imperaba absoluto
el rey del teatro, Lope; y el haber escrito más de una vein-
tena de buenas comedias — algunas de ellas acabadas y de lo
más magistral que posee el teatro {La verdad sospechosa, por
ejemplo; El examen de maridos, Los favores del mundo) — ^no
es lícito inferir de ambos hechos su originalidad? Sin inventiva,
sin mucha y lozana vida propia, ; hubiera podido florecer y fructi-
ficar a la sombra del coloso de Lope.' •
5. Vida dramática lozana tiene a la verdad; vivos, palpitantes
son sus argumentos; palpitantes de vida, sus caracteres; palpi-
tante su arte escénico; palpitantes de naturalidad, llaneza, gracia
espontánea, perfecto gusto ^ y ejemplar clasicismo, su verso, estilo
y habla. Tan sin tacha, como, a excepción del Lope dramático,
los de ningún otro poeta español.
6. Otro mérito tiene todavía Alarcón, que no comparte con
los demás dramaturgos nacionales y extranjeros; mérito relevan-
tísimo, suficiente él solo para asegurarle, en el reino de la escena,
un sitial muy honroso, inmediato al de los tres mayores dramá-
ticos de la nación y muy superior al de Rojas y muchísimo al de
Moreto. Quiero decir: la filosofía moral de sus comedias; que, sin
ostentación, sin tendencias manifiestas, sin dañar al arte y su es-
pontaneidad, conviértenlas en elevada escuela ética.
Flscuela tan elevada como provechosa, de útilísimas e indelebles
enseñanzas; donde el autor inculca, con solidísimo razonamiento y
deliciosa elocuencia, las principales virtudes; fustiga los principales
vicios; desenmascara al mundo; señala el camino de la vida.
7. Filósofo observador y agudo, penetra la naturaleza humana
y zahiere vigoroso sus flaquezas y extravíos. Con todo, no da en
pesimismo ni en odio ni amargura alguna. Prueba evádente, así de
su rara fuerza moral y nobleza de corazón como de su potencia
poética y honda calma de espíritu.
Difícilmente se hallará en la historia de las letras semejante
ejemplo. Porque las ingratitudes del mundo, sus injusticias, perse-
cuciones y, más que todo, sus gratuitas y torpes sátiras producen
necesariamente en la víctima de ellas un fondo de acrimonia, que
no está casi en su mano reprimir y dominar de tal suerte que no
se trasluzca en sus obras; dado que no las informe o sugiera.
' No es suya la primera pane del Tejedor de Segovia, comedia de las más
gongorinas.
64 sr.GUNKi) cu lo: sici.os xvi y xvii.
8. Mas, por Lírandes que sean estos títulos a la inmortalidad,
ninguno tan grande tiene Alarcón como el de haber creado en
cierto modo la comedia de carácter y trocádola a la vez en filo-
sófica. Creación para la cual no basta im talento poético eminente,
sino que hace falta uno extraordinario y de una fuerza y origina-
liilad no muy inferiores al genio.
9. Genio, sin embargo, no llega a ser; pues si bien perfeccionó
y ensanchó la comedia de carácter moralizador en términos que
puede ser tenido como su inventor, no fué ella, con todo, estricta-
mente creación suya, sino de Lope, que compuso más de una
comedia de carácter y alguna filosófica.
10. Esto no obstante, mirado será siempre, que harto lo me-
rece, como insigne dramático, robustísimo, lógico, perfecto en la
característica, forjador de fisonomías escénicas vivísimas, inolvidables,
indelebles, rebosantes de verdad y realismo. Mirado será siempre
como ameno, donoso y hábil filosofador y maestro, sin un rasgo
de pedantería, ni de gusto depravado, ni de rebuscadas o bus-
cadas enseñanzas. Maestro amable: en quien el magisterio linda-
mente se hermana con la gracia.
Cual, princ : caracteres, filosofía.
Edic. princ: 1634 . . . 1886, Madrid.
§ 6. Francisco de Rojas.
(1607, Toledo, — ¿1660?).
1. Toledano fué Francisco de Rojas y Zorrilla. Toda su bio-
grafía, salvo noticias sobrado inciertas, se reduce a esto — lo cual
ni en España acontece con ningún otro autor célebre.
2. Sin duda alguna merece Rojas ser contado entre los céle-
bres; y entre los cómicos de la era de oro, viene luego después
de Alarcón.
3. En el drama se funda hoy día su celebridad; aunque sobre
fundamentos bien endebles, que no tardarán en ceder totalmente.
Al García del Castañar, que sostiene su renombre en el género,
y al que no falta alguna grandeza ni brillantez formal, fáltanle
verdad, vida, gusto; y sóbrale pedantería. Por lo cual no puede
menos de ser una pieza, si no mala, mediocrísima.
4. Su ficticia fama dramática cederá a la verdadera, que me-
rece en la comedia. Menos afectado que en el dr-ama, muéstrase
en ella poderoso poeta; sobre todo en los pasajes cómicos del
mismo «García del Castañar», llamado también Del rey abajo nin-
EDAD DE ORO. 65
(pino. Es Rojas de inventiva, de hábil característica, rico en sal.
Dotes que le aproximan bastante a Alarcón y mucho lo levantan
sobre Moreto.
Edic. princ. : 1640 . . .; Hibl. de aut. esp. t. LIV.
§ 7. Agustín Moreto.
(1618, Madrid, — 1669, Toledo.)
1. Agustín Moreto y Cabana, virtuoso sacerdote madrileño, obtuvo mucha
reputación por sus comedias, señaladamente por el Desdén con el desden.
Sabe conducir diestramente bien pensadas fábulas. De resabios culteranos y algo
sutilizador, no se pierde, sin embargo, en nebulosidades, merced a la sencillez y
claridad de sus argumentos, a su lengua expedita y fácil verso.
De una parte señálase por su elegancia, cultura, rigoroso moralismo ; y de otra,
por cierto aire académico y de aristocrática tertulia.
Cualidades todas, así las buenas como las malas, que le han valido el aura po-
pular y los encomios de la crítica.
2. ¿Los merece? — Lo negamos.
Desde luego, ni el culteranismo, por leve y fino que sea; ni la sutileza, por
mucho que aparente y por bien que remede al ingenio (aplaúdalos cuanto quiera
el vulgo culto, mirándolos como fruto del talento y rasgos artísticos, ciégúese cuanto
quiera, con el vulgo, la crítica y palmetee admirada) ; — ni el culteranismo ni la
sutileza, aun cuando reverberen al modo que un ascua de oro, jamás dejarán de ser
defectos, y gravísimos defectos.
3. Y entre los méritos de Moreto, -cuál puede conquistarle una corona?
¿La buena disposición de sus fábulas? — Para ello no es menester un talento
levantado.
¿La inteligencia, cultura, la severidad moral ? Valen ellas, estéticamente, menos
todavía.
¿ El aire académico, el tono de selecta sociedad ? En el drama son vicios, por-
que le quitan la naturalidad, la animación, la vida. Múdanlo en fríos y fastidiosos
diálogos de gentes que piensan y estudian lo que van a decir y que no hablan a
impulsos del sentimiento y del corazón.
4. Por esto, falto de inventiva, falto de característica, falto de fuerza, falto de
riqueza en el diálogo, en el verso, escribe Moreto comedias muy francesas, in-
coloras y desleídas, muy femeniles y de salón.
El preludió en suelo español algo como la comedia transpirenaica : la más per-
fecta antítesis de la genuina española. Esta exhibe en la escena hombres vivos,
robustos, hermosos ; aquélla, lindos y bien afeitados títeres.
Cual, princ. : fábulas bien dispuestas.
Def. princ. : debilidad dratnática.
Edic. princ: 1654; Bibl. de aut. esp. t. XXXIX.
§ 8. Castro y Salustrio del Poyo.
I. Mucho menos conocido que Moreto, supérale, con todo,
grandemente en originalidad dramática el valenciano Guillen de
Castro (1569 — 163 1), que, después de ser gobernador de Segano,
en el reino de Ñapóles, murió en la miseria.
JüNE.MANN, Lit. y Ant. esp. 5
66 SEGUNDO CICLO. SIGLOS XVI Y XVII.
2. C()ad\-uvó eficazmente a Lope en la fundación del teatro
nacional y compuso comedias y dramas de alto vuelo. Entre éstos
se ha hecho famosa la dilogía ñloccdadcs del Cid; drama fortí-
simo ; imitado y notoriamente desmejorado por Corneille.
3. Damián Salustrio del Poyo. Otra dilogía nacional esplén-
dida: la Prospera y la Adversa foríiuia de Ruy Lope de Áralos,
debemos a este dramático, por lo demás desconocido; concepción
genial el todo; sube la segunda parte hasta la sublimidad.
i? g. Otros dramáticos y dramas notables.
I. ] «ramas y dram.-iticos son los siguientes, que en cualquiera otra tierra menos
rica en teatro serían de primer orden, y que por sí casi lo son; pero que en Es-
paña no alcanzan sino al segundo y tercero :
Gaspar de Aguilar: E/ mercader amante.
YA canónigo Tarraga.
Antonio de Solís : El alcázar del secreto.
Alvaro Cubillo de Aragón: El Conde de Saldaña (dilogía);
Francisco de Leiva.
Ramírez de Arellano.
Diego y José Figueroa.
Antonio Enríquez Gómez.
Fernando de Zarate.
Mira de Mescua: A'o hay burlas con las mujeres; La Fénix de Salamanca;
El Marqués de las Navas.
Tomás Ossorio : El rebelde al beneficio.
Guedejo Quiroga : En el sueño está la fnucrle.
Francisco de Villegas: El' rey Don Sebastián.
Juan Bautista Diamante: El honrador de su padre.
Juan Coello y Arias: El robo de las Sabinas.
Gaspar de Ávila : La sentencia sin firma.
Luis de Guzmán: F.l fuero de las cien doncellas.
Jerónimo de la Fuente: Engañar con la verdad.
Juan de Villegas: L.a morica garrida.
Juan Matos Fragoso: Estados anudan costumbres.
Rodrigo de Herrera : Del cielo viene el buen rey.
Juan Pérez de Montalván : Gravedad en Villaverde.
Luis Vélez de Guevara: Los hijos de la barbuda; Líl espejo del mundo.
Juan Grajales: la Próspera y Adversa fortuna del caballero del Espíritu Santo.
Felipe Godínez : Aun de noche alumbra el sol.
Luis de Belmonte Bermúdez : El diablo predicador.
Antonio Hurtado de Mendoza.
Sor Juana Inés de la Cruz : Los empeños de una casa.
Doña Ana Caro : /■/ Conde Partinuplés.
José de Cañizares.
2. I erminemos ya esta lista, que podríamos continuar indefirudamentc, y que, si
hubiera de ser algo semejante a un catálogo, llenaría un grueso volumen : tan sobre
manera y umero fecunda es la escena española.
EÜAD DE ORO.
67
$ 10. Pedro Calderón de la Barca.
(1600, Madrií
i6<Si, ib. ; grab. 9.)
1 . Réstanos, para finalizar esta ojeada sobre los tiempos clásicos de
la escena española, mirar atentos al que, durante su postrer período,
la dominó enteramente. Genio tras genio habían venido alzándose sin
interrupción. Pues, mientras imperaba todavía en la escena Lope, que
¡no dejó de imperar en ella los días de su vida; ya Tirso habíase le-
Ivantado también allí soberano. Y grandemente soberano, levantóse
¡a par de ellos otro genio,
jcuya popularidad los ha-
bía de eclipsar parcial-
I mente y cuya fama, por
' singular manera y rara for-
ituna, traspasando los lí-
mites de la patria , toca-
ría a los del mundo ;
^cuando de aquellos otros
dos geniales dramaturgos
apenas llegaría a ellos el
nombre.
Este genio , grande
como pocos y afortunado
como tal vez ninguno, fué
Pedro Calderón de la
Barca.
2. De noble y virtuosa
familia, recibió, de nueve
¡años, la primera educación
en un colegio de jesuítas,
y descolló por su inteli-
gencia desde la más temprana edad. En Salamanca cursó venta-
josamente historia, filosofía y letras, derecho civil y canónico.
Parece que de trece años compuso una comedia. El carro del
cielo, y al volver a Madrid, de diecinueve, era ya un poeta célebre,
estimado por Felipe 111; y a los veinte, escribía versos tan bellos
como éstos, dirigidos a Madrid en la justa poética con que la
villa celebró la canonización de su ilustre hijo, San Isidro La-
brador :
Dichosa, insigne villa, y más dichosa
Cuanto por más piadosa te señalas :
Grab. 9. Pedro Calderón.
68 SEGUNDO CICI-O: SIGLOS XVI Y XVII.
Vuele tu fama al viento licenciosa :
Sirviendo a tu piedad de amor las alas.
Vive, oli, más que la muerte poderosa;
Pues no sólo el arado al cetro igualas,
Pero aun exceden por divinas leyes
Tus pobres labradores a tus reyes.
Es ya, como en capullo, Calderón entero.
Sentidamente felicitóle entonces el anciano Lope.
En 1622 escribió En esta vida todo es verdad y todo vieittira.
3. No dejó de correr, por estos años, alguna aventura amo-
rosa y lance de honor, según se infiere de un romance donde dice: I
En la sien izquierda tengo
Cierta descalabradura ;
Que al encaje de unos celos
Vino pegada esta punta.
4. De 1625 a 1635 militó valerosamente en Milán y en Flan!
des. El ruido y la agitación de las armas, tan enemigos del so-j
siego y recogimiento que requieren las musas, no impidieron quej
en este lapso de tiempo hiciese y enviase a España catorce co-'
medias, algunas de ellas magistrales, como: Casa con dos puertas\
mala es de guardar, La dama duende (1629); La devoción de la
cruz. La vida es sueño (1633), El médico de su honra (1635).
Fecundidad que prueba con evidencia la pujanza de su ingenio;'
a quien tan adversas circunstancias parece que daban más alas y¡
lanzábanle en ellas a mayor altura.
5. En 1635 llamóle a su corte e hízole poeta cesáreo Fe-
lipe IV, que siempre le apreció sinceramente : aprecio que es un
verdadero timbre de gloria para un rey como él, que presumía
de dramaturgo.
6. En 1649 hallamos al poeta con su amigo el duque de Alba.
De allí por real decreto le llama el rey nuevamente a Madrid,
para que trace y describa los arcos triunfales de Doña María de¡
Austria a su entrada en la capital.
En Guárdate del agua mansa pinta bellamente Calderón aquellasj
.suntuosas fiestas.
7. Memorable es en su vida el año de 165 1. En él tocó al
apogeo su fecundo numen. Señálanlo El alcalde de Zalamea, El
pintor de su deshonra, También hay duelo en las damas, La niña
de Gómez Arias y Amar después de la muerte.
En el mismo año le llevó al sacerdocio su alma profunda yi
piadosa, conocedora y anhelosa de aquel alto estado en que el'
EDAD DK ORO. 69
hombre une el comercio humano con el divino. Demasiado reli-
gioso era Calderón para no suspirar por éste, y demasiado poeta
para dar de mano a aquél.
8. Verdad que las exageradas opiniones de algunos de sus
cofrades le hacen vacilar un momento acerca de si se compadece
o no con el sacerdocio el ser dramaturgo. Pero luego se convence
de que, sabia y generosamente, no ha trazado la Iglesia al ingenio
i poético, ni a ningún otro ingenio, de sus ministros, más estrechas
! lindes que las anchurísimas de la ley divina. Entiende — como siempre
I se ha entendido — que no sólo no estorba el carácter sagrado al
j cultivo de la poesía, pero lo facilita, rectifica y ensancha.
— Mas ¿es propio del sacerdote el pintar con la viveza que el
drama lo exige, las malas pasiones, y sobre todo el amor.^
— Nadie mejor que él conoce el corazón humano ; nadie como
él está llamado a velar y abogar por los fueros eternos de la
moral y de la pureza del más divino de todos los humanos senti-
mientos, cual es el amor.
Luego, ¿qué le veda, ni qué, por el contrario, no le aconseja
el ejercicio de la poesía y mayormente el del drama, que es la
más perfecta, provechosa y moralizadora poesía? ¿Quién puede
con un corazón puro o con inteligencia esclarecida de lo alto y
de lo bajo como la suya penetrar en los hondos misterios del
alma, o acierta como él a pintar el amor venido de los cielos y
elevándose a ellos?
Y no sólo cae bajo su dominio todo lo casto : lo obsceno
mismo — que en tal caso deja de serlo — cae, a ejemplo y norma
de la Biblia, debajo de él, como sea de necesidad moral o artís-
tica y se exprese castamente.
Por todo lo cual gloríase la Iglesia de que fuesen ministros
suyos Lope, Calderón y Tirso, los mayores dramáticos españoles;
cuya dramática, a lo menos mirada en conjunto, supera, como dije,
la de todos los siglos.
9. Volvamos de esta necesaria digresión , y aplaudamos al
poeta que, resplandeciendo por sus virtudes sacerdotales, pro-
sigue tranquilamente enriqueciendo las tablas con catorce come-
dias. La postrera que escribió es Hado y divisa, y pertenece al
año 1680.
Rodeado de gloria y de la admiración universal, y modestí-
simo como había vivido, cerró muy plácidamente sus ojos a la
luz, reposando de su larga y riquísima jornada, este grande e infati-
gable obrero de las letras, del bien y de la virtud.
70 SEGUNDO CICLO: SIC.LOS X\ I V XVII.
Modestísimos, conforme a su deseo, aunque enormemente con-
curridos, fueron sus funerales.
I o. Su gloria, después del momentáneo eclipse inferido a ella
por el malaventurado clasicismo francés en España, no ha hecho
sino crecer.
Más aún por odio a aquél que por amor a su ingenio, popu-
larizáronle \' ensalzáronle en Alemania y toda Europa los ro-
mánticos.
11. Sobremanera fecundo, aparte de unos 8o autos sacramen-
tales y unos looo saínetes y 200 loas, casi totalmente perdidos,
compuso cerca de I20 comedias. De éstas se conservan iio; de
sus autos 73.
Más todavía que Lope, recorre todas las especies y matices del
drama, desde el juguete cómico hasta la más severa y sobrecoge-
dora tragedia; desde las intrigas e intriguillas femeniles, en las
comedias de capa y espada, hasta las especulaciones más delicadas,
sublimes y místicas, en los autos.
Doquiera ha dejado su genio imborrables y atrevidas huellas,
doquiera obras maestras.
12. Añadamos algunas otras, de las más principales, a las ya
mencionadas:
Tragedias: La hija del aire; El mayor monstruo los celos; De un castigo tres
venganzas ; El cisma de Inglaterra.
Dramas románticos: El. príncipe constante; Luis Pérez el gallego; El mayor
encanto amor; Los tres mayores prodigios; Eco y Narciso; La puente de Man-
tibie.
Dramas religiosos: El gran príncipe de Fez; El purgatorio de San Patricio.
.hilos: La vifia del Señor; La cena de Baltasar; El divino Orfeo ; Las espigas
de Rut ; El primero y el segundo Isaac ; La serpiente de bronce ; Veneno y contra-
veneno ; La primera flor del Carmelo.
Comedias de capa y espada: Antes que todo es mi dama; Mañanas de abril y
mayo ; El secreto a voces ; El alcaide de sí mismo.
^3- ¡Qué variedad, diferencias y opo.sición de materias! ¡Qué
potencia intelectual para abarcar tanto, para penetrar tanto mundo !
Pues ¿qué mundo no penetra? Por el real corre como por lo pro
pió; suyo es el ideal; el fantá.stico no le oculta ribera alguna ni
la más remota; el histórico revive ante él; el mitológico truécase
en tangible; el invisible no tiene para él secretos; el espiritual
toma forma, figura, color, esplendores a su mágica mirada.
14. Único es Calderón en la elasticidad altamente genial de
su e.spíritu dramático; dramático, no poético Porque, como poeta,
abarca Lope mucho más; como dramático, mucho menos: ni la
EDAD DE ORO. 7 1
tragedia, ni el drama filosófico, ni el religioso, ni el auto con la
profundidad y extensión calderonianas.
15. Grande al par de los mayores, levántase Calderón en la
pintura de los caracteres; no por cierto en las comedias de capa
y espada, que poco necesitan de ella, sino en el drama y la tra-
gedia. El «Ótelo» de Shakespeare, si iguala al sombrío «Médico
de su honra», no le excede. La Lady Macbeth shakespeariana es
inferior a la Semíramis; inferior el Rey Lear al Segismundo de
«La vida es sueño». Ninguna figura tan típica ha creado aquél
como el alcalde de Zalamea.
Rica, riquísima y muy original es su característica. Sus gra-
ciosos mismos — que de ordinario tan poco lo son — • parecen
fases diversas de una misma mentecatez más o menos aguda.
Ningún cargo más gratuito se ha hecho a Calderón que el de
no saber pintar caracteres.
Y cuenta que los suyos no sólo no quedan inferiores, en con-
tornos y colorido, a los de aquel caracterizador, sino que los
sobrepujan en algo capitalísimo, que es la simpatía. Admirables
como los que más suelen ser los del inglés, pero no amables.
Salvo unos pocos tipos femeninos, que no son todos tampoco tan
angelicales como sus fanáticos admiradores pretenden, ¿dónde hay
en todo el teatro suyo un hombre tan sencillo, rústico, encanta-
doramente sublime como ese alcalde? ¿Dónde un Segismundo.'
;una Hija del aire.'
16. Y en la descripción y el hondo análisis de las pasiones,
-■quién raya, a mayor altura.^
17. ¿Quién le iguala en el drama filosófico, en aquella natural
y i)rofunda filosofía, tan omnímodamente subordinada al arte y
tan no rebuscada, que no aparece huella ninguna de ninguna inten-
ción moralizadora .? Aquí es sobre todo donde el ingenio calde-
roniano campea maravilloso.
18. Campea también, y más por ventura que el de otros di-
sertos dramáticos, por la elocuencia, en que a veces compite con
los grandes oradores.
19. Insuperable es la habilidad con que desenvuelve y conduce
la acción; insuperable su arte escénico.
20. Sin par su grandiosidad y aquella grandilocuencia poética
y versificación esplendorosa con que reviste y embellece en cierta
manera su culteranismo hiperbólico.
21. Cualquiera de sus obras maestras hace resaltar estos dotes.
Pero ninguna acaso mejor que en la que parece haber querido
72 SEGl'NDO ciclo: SIGLOS XVI Y XVII.
verter todo su espíritu: La Hija del aire: la Semíramis de Niño;
hasta el punto de convertirla en síntesis de su ^enio y, con ser tra-
gedia, en cifra del arte dramático entero. Lo dramático sucede aquí
a lo cómico ; a lo dramático lo tráí^ico ; y fuertemente tráo;ico tórnase
el todo. Juguetón y cómico empieza el poeta; continúa risueño y
fantástico; llega a embelesar en la pintura de la bella heroína.
Continúa y acaba altamente dramática la primera parte. Empieza y
sigue más alta aún la segunda, tan alta como subir puede el
drama; prosigue con una lindísima intriga a lo capa y espada;
y concluye en sublime tragedia. Tragedia es en efecto, con rasgos
esquileanos. Pero, desmembrándola, resultaría, además de ella, un
drama sofocleo y otro euripidiano.
Así, no es propiamente dilogía, como quiere el autor, sino tri-
logía. Y para que lo fuese perfecta y la más bella que existe
— pues consta de comedia, drama y tragedia — no le faltaría sino
un más amplio desenlace trágico; que, atendida la extensión del
drama y la grandeza de la heroína, es demasiado breve el que
tiene.
Como Tirso su «Prudencia en la mujer», compuso Calderón
su «Hija del aire» con amor y predilección visibles, infun-
diéndole de lleno su espíritu cómico - fantástico , dramático y
trágico.
De esta suerte, así como aquélla refleja el realismo poético de
Tirso, refléjanse el idealismo realístico y el genio calderonianos en
el bellísimo tipo de esa Semíramis altiva, soberbia, radiante; que
halla estrecha su esfera dilatada y estréllase tristemente contra las
lindes férreas de la realidad. A la Doña María de Tirso bás-
tanle y sóbranle las de su hogar: a la Semíramis no le bastan
las del mundo.
22. Tampoco le bastan a Calderón. Ni los del mundo fantás-
tico le bastan : necesita del mundo de los espíritus, de Dios, su
reino y su gloria. De aquí el sinnúmero de sus autos sacramen-
tales; en que empleó con preferencia su talento, después de in-
gresar en el sacerdocio; en los que desplegó con mayor esplen-
didez su inagotable inventiva y fantasía; los que miró con afecto
singular. Pues, no contento con escribirlos con particular esmero,
accedió también a publicarlos en correcta edición. Lo cual des-
graciadamente no hizo con sus otros dramas, que poseemos llenos
de errores tipográficos, alteraciones substanciales, lagunas, y lo
que es harto más lamentable, plagados — según parece y él mismo
lo indica — de interpolaciones.
EDAD DE ORO. 73
Por donde se ve que en los autos hay que estudiar con es-
pecialidad al poeta, si se quiere aquilatar toda la extensión y poder
de su estro.
Ciertamente que Lope, con aquel genio que creó el teatro na-
cional, y creara el teatro mismo, a no haberlo hecho los griegos,
había ya creado el auto, elevándolo de informes comienzos escé-
nicos a la altura del drama. Pero a Calderón cúpole perfeccio-
narlo, engrandecerlo y dilatarlo. Arrojóse, tras Lope, a un campo
cruzado de abismos: el de la alegoría y del dogma, esencial-
mente antidramáticos; adonde solos ellos pudieron arrojarse sin
perecer y del cual hará bien en guardarse todo el que no sea tan
fuerte como ellos.
Arrojóse con todo el poderío de su numen, con toda la va-
lentía de su fe, con todo el ardor de su piedad ; y recorriólo con
pie casi tan firme y veloz como los otros campos escénicos; por
más que al lado de sus dramas tengan que palidecer sus autos,
pagando tributo a la flaqueza del linaje.
Perfeccionó el auto cuanto es dable; engrandeciólo hasta los
cielos; dilatólo por todos los ámbitos de la creación.
No neguemos que a las veces se distrae, mirando a los reyes de
la tierra y lisonjeándolos. Pero al punto vuelve de nuevo los ojos
a donde tiene puesto el corazón entero : al ara santa, al pan de
los ángeles, al rey de los reyes, a la maravilla de las maravillas,
al encanto de los encantos. Y ¡ cómo se extasía ante él ! ¡ Cómo
vuela en alas del éxtasis a coger cuantas flores germina la tierra,
cuantos rayos de luz brota el cielo, cuanta ternura nace del alma
para deponerlo todo ante el ara, cantando enajenado de júbilo !
Dote princ. : arte y grandilocuencia.
Def. princ. : culteranismo hiperbólico.
Edic. : 9 t,, Madrid 1682; 4 t., ib. 1872.
PARALELO ENTRE CALDERÓN Y LOPE.
No hay con quién comparar a Calderón si no es con Lope
de Vega.
Ambos, en efecto, son los grandes poetas católicos, tan grandes
y acaso mayores que el Dante mismo, menos teólogos que él, pero
de más amplia doctrina y piedad. Grandes católicos entrambos;
aunque más Calderón que Lope.
Entrambos grandes dramaturgos, nada inferiores a Shakespeare,
y, mirado en todas sus fases el talento dramático, superiores a él.
74 SEGUNno ciclo: siglos XVI V XVII.
Entrambos íjrandes, pero de grandeza muy diversa. Grande es
Lope por la índole; por el arte, Calderón. Este, por tanto, es más
admirable; más amable aquél. Aquél un arroyo manso, parlero y
cristalino; éste un sonoro e impetuoso torrente henchido por lluvias
de tormenta. Entatico-hiperbólico el uno; natural y sencillo el
otro. Uno busca el efecto; el otro huye de él. El uno es esencial-
mente idílico; lírico, el otro. Calderón, en el drama, es aun más
poeta que dramático; Lope, más dramático que poeta. Atlético
éste, pero de estatura y proporciones delicadas ; de titánicas, aquél ;
majestuosos entrambos; entrambos soberanos, por nacimiento el
uno, por conquista el otro.
CAPÍTULO V.
MÍSTICAS
i? I. Observaciones generales.
Después de las que acerca de la mística en la ojeada general
sobre la literatura española hicimos, cábenos, antes de entrar a
mirarla detalladamente, añadir aquí otras dos.
Primera : Peca esta mística, la ascética sobre todo, de poco
crítica en lo histórico y anecdótico. Peca de poco teológica,
y muy a menudo, de muy poco exegética , amoldando el
texto bíblico a su intento y a placer, torciéndolo, desfigurán-
dolo.
Vicios éstos de los más capitales; que, si — como de hecho
acontece — no anulan el valor de muchas obras místicas, y apenas
distraen y perturban, demuestran una vez más su exuberante é
indestructible vitalidad.
Segunda: Al par que la riqueza y excelencia, asombra el crecido r
número de los que, cuál más cuál menos, han sobresalido en el
género. Cerca de trescientos son los místicos hispanos; cuyos es-
critos forman una vasta biblioteca, donde todas las ramas literarias
están con brillo representadas.
V^enero abundoso e inagotable de ciencia divina y aun humana,
y el más augusto monumento alzado a la prosa más opulenta,
más varia, más gentil del mundo.
Esta voz se extiende de la ciencia del amor divino, que es el objeto propií
de la nustica, a la ascéika (o ciencia de la purificación del alma) y la literatur:i
sagrada en general.
EDAD DE ORO.
75
§ 2. Fray Luis de Granada.
(1504, (Jranada, — 1588, Lisboa; grab. 10.)
1 . Creó la mística española y la moderna fray Luis de Granada.
Luis Sarria — que éste es su verdadero nombre — nació en
Granada. Quedó huérfano en su primera niñez, y su madre tan
pobre que como lavandera de los dominicos granadinos ganaba
su pan y el de su familia; pan que de limosna le daban los Pa-
dres cuando el trabajo le faltaba.
2. Como un día luchase el niño Luis con un compañero a par
de la Alhambra y desde ella los reprendiese el conde de Ten-
dilla, se justificó Luis con
tanto despejo y tan buenas
razones que, prendado el
conde del ingenio del niño,
se encargó de su educa-
ción.
3. A los diecinueve años
de edad entró en la orden
de Santo Domingo; donde
resplandeció por sus grandes
talentos y virtudes.
Llevóle su celo a la pre-
dicación, y durante cuarenta
años avasalló dondequiera
con el irresistible poder de
su elocuencia a sus nume-
rosos y selectos auditorios,
haciendo fruto copiosísimo
en las almas.
4. Más son homilías im-
provisadas, que no oraciones
propiamente dichas, los dis-
cursos sagrados que de él conservamos. Sembrados están, empero,
de rasgos elocuentes y llenos de unción.
5. Llamado a Portugal por el cardenal infante Don Enrique,
fué elegido, en 1557, provincial de su orden, e hízole confesor
suyo y consejero la reina Catalina, mujer de Juan III. Laque, a pesar
de las más vivas instancias, no pudo determinarle a aceptar el
arzobispado de Braga. Aceptó, sí, gustoso su encargo de designar
al nuevo arzobispo.
Grab. 10. Frav Luis de Granada.
y6 SEGUNDO ciclo: SIGLOS XVI V XVII.
6. Terminado su período, retiróse a su amada soledad, ocu-
pado en meditar, practicar y enseñar de viva voz y por escrito
aquellas verdades divinas y eternas, tan severas como suaves, tan
sencillas y luminosas como profundas y sublimes, que atraían y
llenaban su espíritu y que han atraído y llenado en la gentilidad
misma a todos los espíritus superiores.
Apacible y santa fué su vida; apacible y santa su muerte.
7. Testimonios de respetuosa admiración como ya en váda él
los recibió, nui\- pocos santos y sabios los han recibido después
de muertos.
Santa Teresa, la insigne maestra de la vida espiritual, le es-
cribe: «De las muchas personas que aman a V. P. en el Señor,
por haber escrito tan santa y provechosa doctrina, y dan gracias
a su Majestad por haberla dado a V". P. para tan grande y uni-
versal bien de las almas, soy yo una.»
San Carlos Borromeo escribe al papa Gregorio XIII, pidién-
dole aliente en sus piadosas tareas a Fray Luis, por «no haber
visto él a ninguno que haya escrito libros ni en mayor nú-
mero ni más escogidos y provechosos que el P. Fray Luis de
Granada».
A lo cual contesta el papa dirigiendo al humilde fraile uno de
los breves más honrosos que nunca haya dirigido a persona par-
ticular el supremo jerarca de la Iglesia. En el cual le dice :
«Mucho has predicado, y publicado muchos libros henchidos
de doctrina y piedad ; y esto mismo continúas haciendo sin
cesar. . . . Nos regocijamos de este tan excelente bien y fruto así
ajeno como tuyo propio. Pues cuantos han aprovechado con tus
sermones y escritos — y cierto es que muy muchos han aprove-
chado y aprovechan todos los días — , otros tantos hijos has engen-
drado para Cristo ; y les has hecho un bien mucho mayor que si,
ciegos, les impetraras de Dios la vista, y, muertos, la vida ... y
para ti mismo has ganado de Dios muchísimas coronas ...»
«Príncipe de los escritores místicos», llámale San Francisco
de Sales.
Testimonio elocuente en su pro, entre los infinitos, a cual más
elocuentes, es también el del Duque de Alba, que tanto admiraba
las obras de Granada, que costeó una soberbia edición, en 14 vo-
lúmenes, por las renombradas prensas de Plantino.
8. Publicada su celebérrima Gnía de pecadores, en 1556, donde
enseña a huir de la culpa y practicar la virtud, sucedieron a ésta
rápidamente sus otras grandes obras místicas : De la oración y
EDAD DE ORO. 77
consideración, el Memorial de la vida cristiana con las Adiciones
al Memorial, etc., complementarias; libros en que traza todo el ca-
mino de la perfección cristiana ; y finalmente, el tratado dogmático-
místico De la introducción del símbolo de la fe.
Aparte de estas obras capitales, compuso muchos sermones, y
en latín siete tomos de obras predicables; una Retórica eclesiás-
tica, una colección de sentencias filosófico-morales de autores an-
tiguos; un tratado Del oficio y costumbres de los obispos, total-
mente perdido (escritas igualmente en latín estas tres obras); una
Institución y regla de bien vivir; un Compendio de la doctrina
cristiana, en portugués, etc.
9. Más que suficiente es esta sola enumeración de sus obras
para comprender la flexibilidad, la fecundidad inagotable, la ilus-
tración superior de Granada. Apenas basta la vida de un hombre
para escribir, no diré, bien, sino meramente para escribir lo que él
escribió.
Increíble parecerá esta labor si se advierte que gastó cuarenta
años en predicación continua, que era muy contemplativo, que
ejercía sin cesar el ministerio, que fué provincial de su orden,
confesor de la reina de Portugal, consejero suyo en los negocios
más graves de Estado.
10. ¿De dónde, pues, todo el tiempo para tanto escribir? ¿De
dónde el reposo y la calma.- ¿de dónde tan vasta erudición teo-
lógica y universal como resplandece en todos sus escritos? ;de
dónde esa suma elocuencia? ;De dónde, sobre todo, y ésta es una
maravilla donde su ingenio confina con el de Lope; ;de dónde
todo aquel atildamiento, aquella elegancia, aquella armonía arre-
batadora y rotundidad de su período, siempre varia, siempre
nueva, siempre admirable?
¿Cómo descifrar este enigma, sino por el don de un ingenio
muy semejante al del Fénix de los ingenios? ¿por un don por-
tentoso para la prosa cual lo tuvo Cicerón, cual aquél lo tuvo
para el verso?
En hecho de verdad, no hay con quién compararle, si no es
con estos dos maestros incomparables de la forma.
Fluido, natural, armonioso le resulta siempre a Lope el verso,
ora lo medite, lo haga y rehaga, lo lime y relime, como a las
veces lo hace ; ora lo escriba, como casi siempre, con la velocidad
taquigráfica que puede volar la pluma.
Así escribe Cicerón, y así Granada. Si de esta suerte no es-
cribiera, imposible sería de conciliar la extensión enorme de sus
78 SKGUNDO CICLO: SIGLOS XVI Y XVII.
obras jirincipalcs con el tiempo de que pudo disponer y la per-
fección insuperable que las caracteriza.
r^ sin disputa el mayor místico, el Cicerón cristiano, el primer
prosador moderno, todo un genio.
Cual, princ. : elocuencia, unción, elegancia.
Edic. : Obras, 19 t., Madrid 1786/89; 6 t., 1788 — 1800; Bibl. de aut. esp.
t. VI. VIII. XI.
sí 3. Fray Luis de León.
1. liemos visto a Fray Luis de León poeta i; veámosle ya
místico.
Grave, solemne, sonora, elocuente; rica, más de lengua que de
estilo, más de fuerza que de gracia; camina su prosa lenta, raras
veces rápida, nunca precipitada; no muy expedita; segura, de
recha, infatigable, y sin embargo algún tanto fatigosa y fatigadora;
2. hasta en los Nombres de Cristo, su obra principal, donde
explica los dictados bíblicos del Salvador, en innumerables páginas
hermosas; hermosísimas no pocas, algunas sublimes; un tanto fati-
gosa, aunque no fatigadora, en su mejor obra La perfecta casada:
fatigosa y fatigadora en sus demás escritos: los Comentarios de
Job, los del Caiitar. en donde hay, no obstante, mucho bueno,
mucho bello.
Cual, princ. : grandilocuencia .
Def. princ. : falsa éxégesis, monotonía.
Edic. princ: 6 t., Madrid 1804— 1816; Bibl. de aut. esp. t. XXXVII.
PARALELO ENTRE LP:ÓN Y GRANADA.
La antítesis precisa de Granada es León.
Cuando a éste le falta la éxégesis — lo que a menudo acon-
tece — , deja de interesar y no se le perdonan tales yerros.
Cuando le falta a aquél — lo que no sucede a menudo — ,
interesa siempre y sin querer se le perdona; se le perdona en la
misma Introducción del simbolo, en que el atraso de las ciencias
naturales tanto le daña.
Perdónasele e interesa, porque es todo sentimiento, unción, es-
pontaneidad, elegancia, todo soltura de lengua y estilo; todo elo-
cuencia vehemente y suave a la vez.
León, en cambio, es todo gravedad, fuerza, vehemencia enér-
gica, todo frase meditada; todo reflexión.
• Pág. 3^.
EDAD DE ORO.
79
Éste llega muchas veces a dominar al lector, pero como por
fuerza. Aquel domínale siempre con la blandura del amor. El uno
es esencialmente maestro ; el otro esencialmente amigo. Al uno se
le respeta; al otro se le ama. Uno razona, teologiza; el otro di-
serta como cantando.
Y, sin embargo, más ciencia sagrada tiene el cantor que el teólogo.
Este parece más sabio de lo que es; aquél es más sabio de lo que
parece.
§ 4. Santa Teresa.
(1515, Avila, — 1582, Alba de Tormes ; grab. 11.)
1. Muy diferente de los dos Luises, ni grave, cual el uno, ni
elocuente, cual el otro, compite aún con ellos en ciencia propia-
mente mística Santa
Teresa de Jesús (Te-
resa de Cepeda y
Ahumada).
2. Sus hechos,
sus virtudes, talen-
tos y escritos ha-
cen de ella una de
las más levantadas
figuras femeniles, no
sólo dentro , sino
también fuera de la
Iglesia.
Pocas santas pre-
séntanse más ama-
bles a cualesquiera
ojos que la miren
y sean cuales fue-
ren con los que se
la mire y por lejos
que de ella se esté.
3. Alianza mis-
teriosa es Teresa y
deliciosísima de las
más diversas y aun
opuestas condicio-
nes: corazón de mujer y carácter e inteligencia de hombre;
corazón muy blando, agradecido, afectuoso; pero que señorea del
todo sus humanas, aunque inocentísimas ternuras, después que el
Santa Teiesa de Jesús.
gO SEGUNDO CICLO.
Señor de la belleza y de la "loria con larga y visible presencia
por entero la avasalla.
4. Aventajado, fino, observador y frío entendimiento; carácter
enérgico y emprendedor, que, ayudado del ciclo, realiza una obra
humanamente irrealizable: la fundación o reforma de las carmelitas
descalzas y luego de los descalzos y la erección de no pocos con-
ventos de unas y otros, a despecho de innumerables y enormes
dificultades, oposiciones tenaces y encarnizadas persecuciones.
5. No pretendo yo ni nadie pretenda calificar de obras artís-
ticas las suyas. El arte supone trabajo y reflexión ; supone, por
espontáneo que sea, estudio y conocimiento de la tradición artís-
tica; supone imaginativa fuerte y no poco talento plástico. Nada
de esto había ni pudo haber en un alma como la suya, que tenía
una misión tan laboriosa y ardua que cumplir.
6. Mas, si no son propiamente obras del arte literario como
tantas otras producciones místicas españolas, hay esparcidas por
ellas muchísimas piedras muy buenas para la mejor fábrica de
arte, poco labradas si se quiere, pero de primera calidad, de gra-
nito excelente y de mármol parió de la más delicada veta.
7. Sus mismas frecuentes incorrecciones gramaticales, desaliños
o incoherencias, están en cierto modo compensadas con la pas-
mosa naturalidad de su estilo, con lo castizo de su lenguaje, la
propiedad de la expresión y las frases felices y gráficas, de que,
sin quererlo ni advertirlo, va sembrando sus páginas.
8. Miremos sus obras como de ciencia: de la difícil y altísima
ciencia mística, que lo son, y las admiraremos sin poder menos
de admirarlas.
Admiraremos su candorosa Vida; que es la autobiografía que
la obediencia la obligó a escribir, obra magistral, de la que es
complemento la Historia de las fundaciones.
Admiraremos sus Relaciones, o relatos de su vida interior.
Admiraremos sus mejores tratados: Camino de la perfección,
Conceptos del amor de Dios y El castillo interior o las Moradas,
a que el alma se va remontando en alas de la oración.
Admiraremos, por fin, sus hermosas Exclamaciones ; sus llaní-
simas e improvisadas poesías; sus escritos sueltos y su vasta corres-
pondencia epistolar, tan importante para la historia como deleitable.
9. Luminosa, llana y risueñamente enseña la grande y amable
maestra, como inspirada de lo alto, los secretos de la más sublime
de las ciencias: la planta virginal firme siempre y fija en la tierra,
la miradtx y el corazón en el cielo.
Er)AÜ VE ORO.
8i
§ 5.
El beato Juan
de Ávila.
(¿1500? Almodóvar del Campo,
— 1569, Montilla; grab. 12.)
1. Tan renombrado como
predicador y director de
almas, que mereció ser lla-
mado el «apóstol de Anda-
lucía», no descuella menos
por la pluma el beato Juan
de Avila.
2. Sus muchas cartas es-
pirituales, algunas de ellas
extensísimas, forman sendos
tratados ascético -místicos,
tan completos y vastos como
amenos, de la más íntima
unción y de gallarda elo-
cuencia Grab. 12. Beato Juan de Avila.
Todas ellas son perlas finas de la prosa castellana.
§ 6. San Juan de la Cruz.
(1543, Toledo, — 1591, Ubeda.)
1. Reformó, juntamente con Santa Teresa, el orden del Carmelo.
De altísima ciencia mística, ostentan rica prosa, no desprovista de
imaginación, sus escritos: Subida del mofite Carmelo; Noche obscura del
alma; Declarado ri del cántico espiritual ; Llama de amor viva.
2. Prescíndase de la parte estrictamente exegética del Cantar salo-
mónico ; la cual ocasiona sus bellas disertaciones sobre el amor divino ;
considérense ellas solas, desprendidas de esta especie de corteza, y se
verá que son primorosísimas.
§ 7. Otros místicos.
I. Sobresale no poco entre los místicos de segunda clase el jesuíta Juan Eu-
sebio Nieremberg (1595 — 1658), de sólido y a menudo profundo pensar, de no
escaso sentir, de decir muy galano; sobre todo en su obra principe: De la her-
mosura de Dios.
JÜNEMANN, Lit. y Ant. esp. 6
82 SE(.UNI>0 CICLO: SIGLOS XVI Y XVII.
2. Chispas frecuente* de ingenio gasla en su Ti atado de la Magdalena el agus-
tino Pedro Malón de Chaide (¿1530—?), insufrible gongorino.
3. En muchos otros místicos, literariamente inferiores a los dichos, hállanse a
cada paso, fuera de la castiza forma, pensamientos y rasgos de notorio talento,
páginas nutridas de arte, dignas de lucir en -cualquiera buena antología.
CAPÍTULO VI.
EPISTOLARIO.
1. Bien merecido tiene un asiento, y no el último, en las letras
peninsulares y las extranjeras el epistolario español. En él cam-
pea, con amable desaliño, pero asaz gracioso, el donaire de la
raza, vestido de opulenta prosa; que luce con una flexibilidad
serpentina, ora en giro veloz, ora en sinuoso repliegue, o en lento
y prolongado tenderse y avanzar, aparecer y reaparecer entre
variadas y floridas hierbas; entre incesantes solaces, en busca de
insectillos que devorar o tal vez en maligno y envenenado morder
a algún atrevido pie.
2. Así muerde, serpenteando, caprichosamente, por en medio
del césped mas rico, aquel grande carteador Antonio de Guevara ',
prosista de la más noble cepa, genio quisquilloso, irritable, chis-
peante más que el fósforo.
Cada una de sus innumerables cartas compite con lo mejor de
su género. Insípidas resultan al lado de ellas las de Madama de
Sévigné.
Cada una es autofotográfica, en que el autor se retrata en di-
versa actitud, diverso ropaje, diversa y siempre original expresión.
3. Aunque ninguna es acabada; que, largas en exceso, ventilan
cuestiones a menudo nimias, pesadamente eruditas. Pero las cues-
tiones vienen bien prologadas ; y en estos prólogos es en donde
se espacia y retrata, bromeando, divirtiendo, fustigando a sus mo-
lestos cuestionadores el insignísimo cartero.
4. Cartea también a lo Cicerón y es perfectísimo en el ramo
Antonio Pérez'-'; que suele allí satirizar al mundo y filosofar sobre
él con alguna acrimonia, reflejo de sus propios infortunios.
5. Donairosa con su habitual y fino donaire, cartea a menudo
acerca del cielo, desde la tierra, Teresa de Jesús '\
6. Y acerca del mismo, pero no desde el suelo, sino encima
de él, con grave, castiza y elocuentísima pluma el beato Juan de
Avila. Cuyo inmenso repertorio epistolar es, más que cartas, un
' Véase pág. 86. * Véase pág. 86. ' Véase pág. 79.
EDAD DE ORO. 83
vasto y muy completo tratado ascético-místico; por lo que es su
propio lugar la mística.
7. En suma: a partir del ingenuo, punzante y nervioso Fernán
Gómez de Cibdarreal y su Centón epistolario hasta las salpimen-
tadas Cartas mar mecas de Cadalso, ha sabido manejar en todo
tiempo el ingenio ibérico habilísimamente la péñola escribiendo
esta especie de menudas hojas volantes, humildes al par que pre-
ciosas, retratos vivos de sus autores y de la época; hojas al pa-
recer tan fáciles y en realidad tan difíciles de escribir; las que,
bellamente escritas, son de irresistibles e imperecederos atractivos
CAPÍTULO vil.
HISTORIA.
1. En medio de tanta plenitud de riqueza y gallardía, resalta
en nuestras letras clásicas un vacío : el de la historia.
El único, afortunadamente. Porque, si bien, como vimos, ni la
i épica ni la lírica puras, consideradas como ramas literarias, suben
I ni con mucho a la altura de los demás géneros; con todo suben
I hasta allá mezcladas, sobre todo con el drama.
2. ¿El porqué de tan raro fenómeno.'
¿Falta de espíritu investigador crítico en los españoles?
— ¡Pero, si en ninguna otra parte les falta!
¿Incapacidad para la pacienzuda labor científica.^
— Pero en las ciencias de pura especulación, antes que faltar-
les, sóbrales.
¿Poco amor a la historia .f'
— Y, ¿cómo tanto a la novela .f*
¿Escaso patriotismo? ¿Escaso entusiasmo por las grandezas, las
hazañas, las glorias, el inmenso poder de la nación?
— Huelga la respuesta.
¿Pobreza de talento y de talentos?
— De nuevo huelga.
¿Carencia de dotes narrativas, descriptivas?
— Fulgentes las ostenta la novela, incomparables el drama.
¿De dónde, pues, que no produjera España grandes, ni siquiera
buenos historiadores, ni siquiera nacionales en la edad de oro,
en que todas las letras iberas eran oro puro, de los más subidos
, quilates?
La causa principal, por no decir única, paréceme que no puede
ser sino la falta de orientación histórica, de mentores, de modelos.
6*
84
SEGUNDO ciclo: SIGLOS XVI Y XVII.
Sin ellos, dificilísimo, imposible digamos, es que dé con la
senda hasta el mayor ingenio. Que ingenio es menester para ello ;
ingenio tan grande como de lo alto lo recibieron los griegos.
A haberlo tenido los españoles para la historia, cual lo tuvieron
para la dramática, hubiéranles probablemente bastado para aquélla
modelos tan insuficientes como les bastaron para ésta.
3. Xo conociendo, desgraciadamente, a los inmortales historia-
dores helénicos, y prescindiendo del inmortal César, imitaron, pla-
giaron, copiaron, remedaron
a los demás latinos; a Salus-
tio, en primer término. Pla-
giaron, remedaron la conci
sión salustiana, la afectación
salustiana, la frase salustiana;
a despecho de la tanto o ma-
hermosa frase española, a
despecho del español mismo.
Lo imitaron de los romanos
todo, menos lo que imitar
debieran : el interés, la ani-
mación, el afecto, lo dramá-
tico, el reflejar al vivo, en su
estilo, la índole de su pue-
blo, la índole de su idioma.;
4. Tal latiniza violenta
)• pesadamente el sabio je-
suíta Juan de Mariana (1536'
a 1623) en su Historia ge-\
?ieral de España.
5. Latiniza, pedantea,
novela, en su Historia dc'^
la conquista de Méjico, el sacerdote y cronista de Indias Antonio |
de Solís y Rivadeneyra (1610 — 1686).
C). Latiniza torpemente Diego Hurtado de Mendoza (grab. 13
en su Historia de la guerra de los moriscos de Granada.
7. Algo más expedito camina el conde de Osuna y virrey de
Flandes Francisco de Moneada (1586 — 1635) en su Expedición
de catalanes y aragoneses contra turcos y griegos.
8. Luis del Mármol Carvajal, en su Rebelión y castigo de los
moriscos de Granada, y el militar y diplomático Francisco Manuel
de Meló, en su Historia de los movimientos de separación y guerra
Grab. 13. Diego Hurtado de Mendoza.
EDAD DE ORO. 85
, de Cataluña, en tiempo de Felipe \\\ escriben ya con cierta
i libertad.
9. Todo.s — cosa peregrina — escriben con descarnado, desa-
. brido estilo, a guisa, no de hijos del sol meridional, sino de sa-
bios septentrionales, minuciosos, exactísimos, impasibles, adustos;
jueces severos, que no atinan a descender nunca de las alturas
de una gravedad natural, majestuosa; que no conversan jamás;
que no abren paréntesis alguno familiar en su seria tarea; que
no miran en torno de sí; que no ven la naturaleza; para quien
no luce el sol ni las estrellas, ni estalla la tormenta ; que no
sonríen nunca; mudos y sordos al mundo entero; absortos en
lo que narran. Sabios, en una palabra, muy sabios, aunque
faltos de criterio histórico; cronistas respetabilísimos; enteramente
inhábiles como narradores, como dramatizadores de los hechos,
¡como artistas; amontonadores insignes de materiales históricos,
, más bien que historiógrafos.
j CAPÍTULO VIII.
i POLÍTICA. SÁTIRA. MORALISiMO.
§ I. Política.
1. La prosa de los escritores políticos fluctúa entre la histórica
y la mística ; inclinándose más a ésta. En cierta afectada conci-
sión y frasear alatinado aseméjase a aquélla; a ésta en la abun-
dancia del estilo, en el habla gallarda.
2. De giro brevísimo, original, elegantemente lapidaria a las
veces, otras lata, facunda, majestuosa, pliégase íntima al pensa-
miento la forma, hasta identificarse en alguna manera con él.
3. Pensadores, opulentos, altos y profundos pensadores mués-
transe aquí, sobre todo aquí, los españoles.
Sólo una supina y lastimosa ignorancia puede calificarlos de
superficiales, al mismo tiempo que proclama raza de pensadores a
la teutónica. Esta hasta cierto punto acreedora es al elogio; pero
tanto o más que ella lo es la española.
4. Sin querer, atestigúalo irrecusablemente Schopenhauer, el filósofo del moderno
pesimismo e incredulidad. I>o atestigua con su admiración ferviente hacia el P. Gra-
cian, al cual en España apenas de nombre se le conoce, y que entre los ingenios
peninsulares realmente no ocupa ni merece ocupar un puesto preeminente.
5. Cultivaron otros el género con mejor estilo.
En el Reloj de los principes o Marco Aurelio razona grave y
juicioso uno de los grandes y más antiguos prosadores : el francis-
S6 ^Kr.lNDO CICLO : SIGLOS XVI Y XVII.
cano Antonio de Guevara (;i490? — 1545")!, cuando joven, cro-
nista tic Carlos \' }• más tarde obispo de Mondoñedo.
6. Grave y sesudo reflexiona sobre la república, en sus Ki/a-
í/of/í's. el celebre político Antonio Pérez (1559 — 1611)2, ya de
veinticinco años ministro omni[)Otentc de Felipe II y tan hábil en
el manejo de los negocios y de la intriga como en el de la péñola.
7. Político asimismo notable, pero de limpia conducta, emba-
jador en Ratisbona y Münster, fué Diego Saavedra y Fajardo
(1584 — 1648), la mejor pluma política de España y una de las
mejores del mundo.
Obra magistral es su Idea de un príncipe cristiano, nutridí-
sima de doctrina, de estilo conciso, epigramático, elegantísimo;
curiosa y nada despreciable su República literaria, una historia
crítica de las letras. Para distraer sus ocios embajadoriles y como
ensayo escribió la Corona gótica; de poco mérito histórico, pero
de buen estilo, animado, y por lo fluido, casi opuesto al lapidario
de la <Idea».
Edic. princ. : Münster 1640; Bibl. de aul. esp. t. XXV.
§ 2. Sátira.
Francisco Gómez de Quevedo y Villegas.
(1580, Madrid, — 1645, Villanueva de los luíanles; grab. 14.)
1. Pedro Gómez, secretario de la reina Ana de Austria, fué
su padre. Huérfano en temprana edad, creció Quevedo en la corte;
donde mujeres desenvueltas estragaron su corazón, el cual jamás'
acabó de sanar ni de sus heridas ni de cierta misoginia, que se
reflejan en sus obras.
De precoz y flexibilísimo talento, brilló en todas las facultades
de Alcalá; graduóse de teólogo a los quince años de edad y a
los veintitrés era ya todo un sabio, que se carteaba con hombres
como Justo Lipsio.
2. Destierros y prisiones le acarreó su genio altivo y caba-
lleroso. Injuriando un día en una iglesia cierto caballero a una
dama, que ni conocía Quevedo, retó en el acto a duelo al ofensor
y le mato en la puerta del templo. Fugitivo por esta causa desde
161 1, volvió a Madrid; y fué de 1613 hasta 1619 secretario y
confidente del duque de Osuna. Desde 1623 gozó de la confianza
del conde-duque de Olivares. En 1632 fué secretario del rey.
• Véase pág. 82. * Véase pág. 82.
EDAD DE ORO.
87
3. En 1639 atribuyéronle dos epigramas tan mordaces cuanto
verdaderos, dignos de su ingenio y lanzados contra Felipe I\", a
quien empezaban a adular con el dictado de el graiide, en el que
<i)bre manera se complacía el inepto rey.
En uno de estos epigramas comparábasele a un barranco tanto
más grande cuanto más tierra le quitaji. Decía el otro así:
No nos queda otra señal
De nuestro rey soberano,
Que en nada pone la mano
Que no le suceda mal.
El atribuirse ellos a
' 'uevedo bastó al despo-
tismo real para detenerle
por dos años en húmeda
mazmorra, que para siem-
pre quebrantó su salud.
4. Pero de todas las
\icisitudes triunfó la indo-
mable valentía de su es-
|)íritu.
Así halló siempre calma
\ tiempo para componer
los más variados libros; ya
de grave y profunda espe-
culación, como La política
de Dios ; La vida de Marco
Bruto, y la de San Pablo ;
ya de humor y de sátira.
5. Empero muy diver-
sos son éstos de aquéllos.
Allí camina torpe y pesada-
mente, y a pesar de ser
enemigo declarado del culteranismo — que combatió en La culta
latiniparla — - inficiónase más de él que en sus restantes obras.
Aquí, en cambio, vuela alado sin tropezar nunca, sin cansarse
nunca, bullendo y rebulléndose maligno y risueño por la región
del verso ; por toda la de la prosa : en la Historia de la vida
del Buscón, la mejor novela picaresca ; en las Cartas del caballero
de la Te7iaza; en Cuento de Cuentos, Perinola, y en sus famosos
y doquiera conocidos y admirados Sueños, la mejor obra de la
pluma de este incansable polígrafo.
Grab. 14. Fr.incisco Gómez de Quevedo.
i
88 SEGUNDO CICLO: Sir.lOS XVI Y XVII.
6. Con elevado criterio moral, desde el alto punto de mira de
la eternidad y la fe, zahiere y fustiga desapiadadamente las ridi-
culeces, ruiíuiades y \ icios humanos en esta serie de sueños y vi-
siones:
Kn Kl S/U-//0 de las calaveras traza una chistosísima escena del
juicio final; la que particulariza en El alguacil alguacilado, vapu-
lando a la administración de justicia.
Kn Las zahúrdas de Fluían — que es el más flojo de los
sueños y, generalmente, monótono — pinta los diversos tipos de
los condenados.
Eln El Diuiido por de dentro alza otra vez el vuelo y aun llega
a la altura de gravísima sátira filosófica.
Decae nuevamente en La visita de los chistes, una especie de
comedia, algo insípida en el conjunto.
Casa de locos de amor termina con felicidad estos cuadros
fantásticos, donde campean rica la imaginativa y riquísima la
sátira.
Estas juegan prodigiosas en sus romances y jácaras. Bien pro-
vista de toda suerte de flechas, tiene siempre la aljaba el fle- í
chero, llena de saetas; de oro y de plata, muchísimas; de acero,
las más; muchas envenenadas; algunas también vedadas y de
mala ley. Pero siempre las dispara honrada, caballerosamente, y
nunca a la inocencia. ¡Y con qué destreza y rapidez tira! En
tanta muchedumbre de malvados, en el no pequeño número de
necios, no hay uno solo a quien no le clave en parte sensible y
vital la que merece: al malo matadora, sanativa al necio. Si se
le quiere ver tirar, véanse esos lindos prólogos de los sueños.
y. Muy bello es su estilo: muy conciso, preciso, original, per-
sonal, enteramente diverso del de los demás clásicos españoles;
.sobre todo por la brevedad de la frase y el corte del período.
Brevísima vuela su expresión, violenta a menudo, siempre feliz
y enérgica. Breves atropéllanse los períodos; muchas veces rotos,
dislocados, materialmente : lógicamente, muy unidos. Casi lapidaria
es su frase, que recuerda — más acaso que la de los escritores
modernos más concisos — aquella brevedad encantadora, aunque
algo afectada, de Tácito.
Por más que los franceses se lo arroguen, el estilo cortado
moderno es creación de Quevedo. Quien .sobresale doquiera como
gran prosista, buen poeta, uno de los mayores satíricos; un ver-
dadero y genial humorista; que zahiere sin odio, sin saña, sin
misantropía, con mal contenida ri.sa y ojos luminosos.
EDAD DE ORO. 89
Mér. princ. : ingenio, concisión.
Def. princ. : afectación.
Edic. : 3 t., Madrid 1858; Bibl. de aut. esp. t. I. XIX.
§ 3. Moralismo.
Cierra esta serie de penetrantes pensadores y severos estilistas una
inteligencia tan penetrante como ellos, pero de perverso gusto: el je-
suíta Baltasar Gracián (1601 — 1658), rector del colegio de Zaragoza.
En el Héroe enseña el heroísmo ; la cortesanía, en el Discreto ; la vida
práctica, en el Oráculo manual. En el Criticón, novela alegórico-didác-
tica, pinta la vida humana.
Edic. princ: 2 t., Madrid 1664 . . .; igoo ib.
CAPÍTULO IX.
NOVELA.
§ I. Observaciones generales.
1. Después del drama, en nada se ha ejercitado el genio his-
pano con tanta fortuna y brillantez como en la novela, ni en nada
ha probado tanto su fuerza creadora, su conocimiento del mundo
y del alma, sus facultades analíticas, descriptivas y narrativas, su
elasticidad, calma, placidez, donaire, audacia.
2. Fuerza creadora. Pues ¿quién creó la novela moderna, casi
podríamos decir: la novela, sino él?
Antes de él ;qué era la novela.?* ¿Qué la antigua: la bizantina.'
Nada más que un pequeño y estrecho tejido de aventuras eró-
ticas, falto de universalidad, de pintura del hombre, de pintura del
mundo.
¿Qué produjo ni qué podía producir tal novelística.^
Cierto que era un germen. Pero ese germen, para desenvol-
verse, florecer, fructificar, necesitaba de hábil mano cultivadora,
suelo muy feraz, mucha lluvia, muchísimo sol. Y ¿dónde hallar
todo esto en el mundo moderno fuera de España.^
¿Qué era la novela francesa, la italiana? ¿Eran otra cosa que
cuentos, ya frivolos, ya lascivos, insubstanciales siempre?
¿Cómo edificar con tan pobres, endebles e inconsistentes ma-
teriales ?
Menester eran otros; que no existían. De profunda y misteriosa
mina extrájolos el genio español.
90 SEGUNDO ciclo: SIGLOS XVI Y XVII.
Creó, con potentísima, inagotable inventiva, arí^jumentos sobre
arj^umentos: argumentos eróticos y no eróticos, históricos y fan-
tásticos, ideales y reales. Con inagotable, potentísima inventiva,
creó caracteres sobre caracteres: caracteres humildes y sublimes,
cómicos, dramáticos, trágicos, mortales e inmortales.
3. ConocimÍ€7ito del nimtdo. Cabal, profundamente conócele el
genio español ; no sólo al mundo de España, que ya era por
cierto un mundo, sino al orbe entero. ; Dónde, en qué hemisferio,!
continente, zona, no imperaba entonces la reina de la tierra y del
mar, España.^ ¿Dónde no enriquecían, dilataban, acrisolaban el;
caudal de la experiencia sus ingenios .f* De penetrante entendimiento!
y de viva fantasía, notan, e.stampan y graban en su interior eb
mundo externo, para retratarle directa, vivida, fúlgidamente en la'
novela, animada, iluminada, transfigurada por el arte.
4. Cowciviicnto del alma. Por los dilatados ámbitos de este otro
mundo, el del alma, mil veces más grande, más interesante aún y más
maravilloso que el mundo visible y el visible agitarse de los hombres,
se espacia fácil y seguro el genio novelador hispánico, y seguro y fácil
escudriña su fondo, desciende a sus honduras y mide sus abismos.
Novelas españolas hay en apariencia muy reñidas con lo psí-
quico, pero que atesoran en llanas y ásperas hojas más psico-
logía que tanta novela psicológica moderna, ostentosa, escrita sobre
seda y artificialmente perfumada.
5. Facultades analíticas. Y así, modesta y, con frecuencia,
traviesa y desenfadadamente hablando, suele el genio español de-
rramar en la novela no poca ciencia psíquica, y analizar luego,
con el mayor tino y finura, pasiones, inclinaciones, afectos, senti-
mientos, toda suerte de fenómenos del alma.
Analizar, no con el grave ademán y el aparato científico de
los analizadores de hoy, ni con sus lentes, microscopios, escalpe-
los; sino con los instrumentos naturales de un sano juicio, de un
ojo sano, agudo, experto, que entre las densas brumas del mar
de las pasiones suele ver más que los mejores anteojos, y hallar
menudencias y finuras del corazón, que los instrumentos cientí-
ficos abultan muchas veces en demasía, desfigurándolas y presen-
tándolas al ojo de forma que el juicio se extravía y sueña que ve
un monte donde no hay sino un grano de arena, un monstruo
donde no se extiende sino una delicada fibra.
6. Facultades descriptivas. Mas hábiles todavía que en el aná-
lisis o descripción interior manifiéstanse en la exterior nuestros
novelistas, habilísimos en todo linaje de descripciones.
EDAD DE ORO. 9 1
Y j'qué no es descriptible?
Cuanto tiene forma o se concibe dotado o capaz de ella: lo
sujeto a los sentidos, como sujeto a ellos; lo sujeto a la razón
como enlazado con ellos: todo se puede describir y pintar; y
todo lo describe y pinta la novela española con sus propios colores;
al vivo, muy al vivo; a veces demasiado al vivo, mas siempre con
interés, con fuerza. Gózase en trasladar los colores aéreos, vapo-
rosos, las tintas delicadas; pero aun mucho más se goza en las
ricas, luminosas, resaltantes; en las sombrías también de tarde en
tarde. Plácele la luna : encántale el sol : la tormenta no le des-
place.
7. Facultades Jiarrativas. Advierte, con todo, el talento no-
velístico ibero que lo descriptivo no es esencial a la novela, sino
sólo de adorno, y que los adornos, cualesquiera que fueren su im-
portancia, valor, gusto, oportunidad, han de ser, necesariamente,
parcos, pequeños, sencillos. Advierte que en la novela prepondera
lo narrativo : el hecho, el interés del hecho, la mejor y más in-
teresante exposición del hecho.
A ella encamina, de consiguiente, sus esfuerzos: en ella gasta
su energía; en ella derrocha la habilidad inexhausta de su in-
genio narrativo. Y tanto la derrocha, que parece a cada paso
agotarla.
Pero siendo el genio español esencialmente dramático, imposible
es que agote su venero narrativo: agotaríase a sí mismo; que sin
arte narrativo, expositivo, no hay arte dramático.
Riquísimo en situaciones, expone, desenvuelve, interrumpe y
i anuda el argumento con la mayor naturalidad y la más perfecta
reflexión.
No gusta de intrigas embrolladas e inextricables, ni de situa-
ciones atormentadoras; cosas entrambas tan extrañas al arte como
propias de la medianía.
Sencillo enlaza y sencillo desenlaza; sencillo empieza y sen-
cillo termina. Xo busca lo extraordinario, lo raro, lo aparatoso.
Todo esto lo buscan los intrusos y falsos noveladores. Los ver-
daderos artistas desprécianlo y míranlo como indigno de sí.
8. Calma. Tienen los artistas por primera ley del arte la ver-
dad; por fin primero el levantar la mente de I04 demás, mediante
el inefable goce artístico que les ofrecen.
Por eso el genio novelístico hispano procede siempre con
la profunda calma que constituye una de sus más preciosas con-
diciones.
Q2 SECl'NDO CICLO : SIllLOS XVI V XVII.
Calma, no impasibilidad; imperio sobre sí propio, no apatía.
Calma, que es fruto del poder de su espíritu, no efecto de
natural indolencia.
Calma que domina las olas del corazón, no que de ellas ca-
rece. Pues, careciendo de ellas, no fuera calma, sino insensibilidad;
y la insensibilidad no es vida, sino muerte. Y el arte es vida, la
total negación de la muerte.
La calma del ingenio es la del mar después de la tempestad :
dominadas están las olas, calladas están; pero el suave y majes-
tuoso vaivén con que sube y baja la inmensa planicie, atestigua,
recuerda y retrata la magnitud y los terrores de la pasada tor-
menta.
Así refleja el ingenio las pasiones. Así las doma. No sucumbe
a ellas, ni hace presa de ellas al lector, atormentándole; sino que
le conmueve dulcemente, excitándoselas con los afectos que bullen
en sus invenciones. La novela extranjera, de ordinario, desagrada
y aflige con el desenfreno de la pasión, cuando no divierte mala-
mente con la lubricidad o hastía con el artificio y con la aridez.
Siente el novelista, mas no sabe templar su sentimiento; arde,
mas no sabe aplacar sus llamas : abrásanle tristemente a él y que-
man a cuantos se le acercan.
9. Placidez. Tanta calma reina en la novela española, tanto
sosiego de espíritu y de corazón, que por ella se extiende cierta
suave tranquilidad ; que doquiera se sonríe, olvidada del mundo y
de sus miserias y tristezas. Feliz olvido, semejante al del niño que
juega y juega en todas partes y siempre, ante la muerte misma,
sobre la tumba, al borde del abismo.
Olvido que, al par de la calma, procede de la fuerza del in- I
genio. Que solo el ingenio puede trasportar al hombre a un como
asilo extraterreno, donde ríe la alegría perpetua en inmarcesible
primavera.
10. Donaire. Tan conocido y célebre es en el mundo entero
el donaire de las letras españolas y en particular de su novela, ■
que casi no necesito señalarlo.
; Quién no le conoce.^ ¿Quién no le celebra.^ ; Quién no le debe
horas del más puro, más íntimo solaz?
; Quién no le llama privativo de España? ;no se lo envidia?
;no le juzga inimitable, sin par ni semejante en las letras del
mundo?
De tal manera se impone el esplendor de la gracia española
en la novela, que nadie se ha atrevido a desconocerle, a negarle
1
EDAD DE ORO. 93
SU admiración, ni los que, ciegos y fanáticos, se afanan por menos-
cabar sus innúmeras e imperecederas glorias.
11. Elasticidad. ¿Qué ingenio novelador más flexible, elástico,
universal? ; Adonde no ha ido, no ha trepado, volado.' ; Adonde
no ha descendido?
De loco a sabio, de fregona rufianesca a pudorosa doncella,
de gran capitán a bandido, de granuja a rey: ;qué tipo novelesco
no ha inventado?
¿Quién creó la novela picaril? ; Quién la satírica? ; Quién la
histórica? ;la de costumbres? la realista, naturalista, ; quién?
¿Los franceses, los ingleses del siglo XIX? ¿Éstos la histórica,
aquéllos la realista?
Tres siglos antes había Pérez de Hita inventado la novela his-
tórica ; tres siglos antes existía en España la novela picaril, cruda-
mente realista.
12. Audacia. Y aquí es de maravillar la increíble audacia de
su ingenio.
¿O no raya con lo inverosímil mudar en héroes de novela a
unos harapientos, en asunto de novela sus mezquinas aventuras,
mudar en oro de arte tan vil metal?
Y mudado está en oro; no ciertamente macizo ni de muchos
quilates, mas en oro, al fin.
Mientras la pocilga del realismo )• naturalismo franceses no
muestra ni un grano de oro : a lo sumo algún trozo de hierro en-
mohecido, de cobre oxidado, venenosísimo. Pues allí falta del todo
I lo que en España sobra, esto es : la vara mágica del ingenio, que
mejora, trasforma, finge, obra todo linaje de maravillas.
§ 2. Novela primitiva: pastoril, fantástica. Cuentos.
1. De los límites de cierta continuación de la novela erótica
pastoril bizantina no sale la análoga española, fundada por Jorge
de Montemayor (1520 — I56i\ militar; de vida medio novelesca,
muerto en un duelo.
2. Famosísima se hizo en toda Europa y fué traducida e imi-
tada por dondequiera su Diana, novela pastoril, un tanto auto-
biográfica, en que celebra a una dama valenciana homónima, muy
célebre por su belleza; que a los setenta años conservaba aún
todo su esplendor.
Aunque es lánguida y retórica la «Diana», atesora no pequeñas
ni escasas hermosuras de sentimiento, fantasía y forma.
<)4 shüinuo CICLO: siglos xvi y xvii.
3. Pero su mayor mérito está en las pinturas autobiográficas
e históricas, que le clan originalidad, dilatan las angostas lindes
pastoriles y crean un género dentro del género.
4. Incompleta la obra, fué ingeniosamente continuada, hasta
el matrimonio de la heroína, por el profesor valenciano Gil Polo
U516-1572).
5. A esta misma época de la primitiva novela pertenecen :
la Cárcel de amor, de Diego de San Pedro ;
la Cuestión de amor de dos enamorados ;
el Diálogo que {raía de ¡as iransformaáones de Pitágoras, «le Cristóbal de Villalón ;
el Crotaldo, de Cristóphoro Gnósopho ;
el Pastor de FUida. lic Luis Gálvez de Montalvo ; y
los Coloquios satíneos, de Antonio de Torquemada.
6. Tras de estos tempranos gérmenes brotó luego una lozana vegetación, que
produjo cuentos, novelitas y novelas, de pesada forma todavía y sin arte, pero de
inventiva notoria y, a veces, de buena narración.
Esta es la segunda etapa de la novela antecervantina.
Donde son dignas de notarse :
Los Amores de Clareo y Florisea, de Alfonso Núñez de Reinóse; y la Selva de
aventuras, de Jerónimo deContreras; selvas, ambas, impenetrables; de todo linaje
de malezas y zarzales, con unos pocos árboles de provecho.
Al lado de tales marañas hay, en cambio, algunos pequeños prados de cierta
amenidad. Son ellos el Patrañuelo y Sobremesa y Alivio de caminantes de Juan de
Timoneda; y Doce cuentos de Juan Aragonés. Timoneda manifiesta mucha inven-
ción en su Patrañuelo, que contiene 22 patrañas o novelitas; en las que hay no poco
novelable y dramatizable. — Schiller transformó no muy felizmente la patraña 17
en su célebre «Ida a la fundición».
No les falta sal tampoco a muchos de los 88 cuentos de la primera y de los
73 de la segunda parte de la Sobremesa.
¿í 3. Novela picaresca.
I. A tientas ha andado hasta ahora el genio novelador hispano,
orientándose.
Ha intentado avanzar por la senda conocida de la erótica pas-
toril en la esperanza de descubrir alguna región nueva afortunada.
Pero muy presto se ha desengañado; que la senda desemboca
en estéril desierto.
Luego se ha aventurado por los caminos peligrosos y sombríos
de las aventuras fantásticas y por las ciegas y estrechas callejuelas
de los cuentos, y convencídose asimismo de que por allí no se
llega a término venturoso.
Reflexiona, y penetrase de la importancia, del incomparable
interés, de los argumentos infinitos que ofrece al arte la vida
real.
EDAD DE ORO.
95
Penetrase de ello, y como para probar toda la verdad de su
^reflexión y el alcance de sus propias fuerzas, húndese atrevidísimo
en la más tangible, resaltante, pero también más deforme de cuantas
¡realidades presenta el bajo suelo, para ver si hasta en ella hay
¡hermosura; si hasta en ella puede el arte sacarla de la honda
¡ciénaga, hasta hacerla florecer sobre su haz, ramificarse y ocultar
la hondura; al modo que, sobre estanque de aguas pútridas, suele
hacerlo el nenúfar.
2. Y ¡caso extraño! Un magnate y diplomático, embajador de
Carlos V en Inglaterra, plenipotenciario suyo en el concilio tridentino,
Diego Hurtado de Mendoza (;i503? Granada, — ^1575, Madrid) 1,
fué quien con el Lazarillo de J orines dio tan atrevido paso hasta
la esfera social diametralmente opuesta a la suya; creó la novela
picaril: la más realista de las composiciones literarias; abrió des-
conocidos horizontes y la era de la novela moderna.
En España y en Europa fué muy celebrado el Lazarillo.
Lástima que su autor abandonase la novela por la historia y la
poesía; para las cuales no había nacido.
Pero esa pequeña novela escrita al correr de la pluma, sin ufanía
ni jactancia, y en hora de buen humor, ha bastado para inmortalizarle.
Obra juvenil, estudiantil, travesea y satiriza divertidamente, en
forma agradable, cautivadora a veces.
Edic. princ. : 1610, Madrid ... 1877, 1881, ib.
3. Plugo sobre manera el género; y hasta agotarlo, ya que
no es muy rico, siguen cultivándole.
¿Imitando?
No; sino yendo al mismo punto, pero por diverso camino, tan
diverso que, quien va con los otros, ni se acuerda de la diminuta
senda por donde fué Lázaro.
Distinto, muy distinto derrotero lleva el Guzínán de Alfarache,
de Mateo Alemán (1547, Sevilla, — 1610), empleado público, que
murió en Méjico; adonde huyó por peculados.
Derrotero el del Guzmán no muy llano, ni muy expedito, ni
muy limpio, sin hermosas perspectivas; antes trillado, desmesurada-
mente largo, lleno de populacho, de canalla, de bestias; pero tam-
bién de cosas curiosísimas y de cuantas gentes alumbra el sol.
Cual, princ. : pintura del mundo.
Def. princ. : monotonía, vulgaridad, inmoralistno.
Edic. princ: 1599 . . . 1846, Madrid.
' Véase pág. 84.
96
SKC-.INDO ciclo: SU.LOS XVI Y XVII.
4. Diferente fué la vía del Buscón de Quevedo 1 : mucho más
breve, mas entretenida; aunque no mucho más aseada.
5. Mucho más pulcro, empero, que sus congéneres y más bello
en la forma que ellos, y harto más ameno que el Guzman es el
Esauiero Marceas de Ohregón de Vicente Espinel (1544, Ronda,
— 1634, Madrid; grab. 15), sacerdote, músico notable y maestro
de Lope de Vega.
Ayudando a aquilatar un original el compararle con una copia
famosa, comparemos el Marcos de Obregón con su trasunto: el
•Gil Blas- de Lesage.
Léese la novela francesa
gracias a lo bien hilado de la
fábula, al tono, a los episodios
capitales : todo prestado, por
no decir robado, de P2spaña,
sobre todo del «Escudero».
Compárese la aventura
del barberillo de éste con
la de Gil Blas, y se podrá
comparar obra con obra.
No mejora el Gil Blas
lo que toma de España;
antes lo desmejora. Su in
ventiva es nula; su origina-
lidad, aun la relativa, la ar-
tística : la de aprovechar y
combinar y pulir bien ma-
teriales ajenos, escasísima.
Si el Escudero se lee
con fatiga, y casi sin ella
el Gil Blas, es únicamente
por el mucho y largo mo-
ralizar de aquél.
Un moralizar que, por lo demás, es uno de sus principales atrac-
tivos: ¡que belleza y novedad de pensamiento! ¡qué concisión,
galanura y elocuencia!
6. Dos libros pueden formarse de él ; que en realidad hay
en él dos libros, cada uno perfectísimo : uno de máximas y
discursos morales, que resultaría bello, en su línea, como
Grab. 15. Vicente Espinel.
' Véase pág. 87.
EDAD DE ORO. 97
pocos; y otro, de lo novelístico, bellísimo también y de lo más
sabroso.
Para cotejar entrambas novelas, póngase el antologo más opti-
mista a coger algo del Gil Blas : algún episodio, alguna narración,
detalle, sentencia, frase notable y feliz; y a buen seguro que,
por más que busque y rebusque, no hallará, y asombrado se
quedará de la increíble medianía del libro y de la total falta de
lo dramático, de pensamiento, de estilo y aun de lenguaje.
Abra, en cambio, el más rígido y pesimista antologo el Marcos
de Obregón, y no hallará casi página que no transcribir íntegra :
tan henchidas están todas de sal, de ideas, de frases gráficas, de
la más linda y pulida lengua.
Cual, princ. : Jiioralisnio.
Def. princ: exte?isiÓ7i; iniperíinencia de las reflexiones.
Edic. princ: 1618 — 1891, Barcelona.
7. Pobres imitaciones de las precedentes son las otras novelas
picariles: la Pícara Justina; la Garduña de Sevilla; el Siglo pi-
tagórico, obra de algún ingenio; etc.
§ 4. Novela híbrida.
Cuádrale tal nombre a una especie de novela revuelta dialo-
L^ada: el Viaje efitreienido, del aventurero madrileño Agustín de
Rojas (;i5;7? ; — ?).
Amasijo de loas compuestas por el propio Rojas y que él mismo
va recitando a tres amigos en un viaje; loas casi todas malas,
detestables muchas; no carece de vida el Viaje, ni de alguna no-
vedad su plan.
i En medio de indigestísima erudición, hay esparcidos verdaderos
¡diamantes poéticos: la comedieta entre Rojas y María y la incon-
clusa novela de Leonardo y Camila; donde a ésta canta aquél un
idilio todo primores.
Primores de estilo atesora el libro entero.
Cual, princ. : estilo.
Def. princ. : Jieterogeneidad, pedantería.
Edic. princ. : . . . 1901, Madrid.
§ 5. Novela histórica.
Ginés Pérez de Hita.
Esto, es decir, su nombre, y nada más, sabríamos de la vida
de tan esclarecido escritor, si él mismo, en la segunda parte de
JÜNFMANN, Lit. y Ant. esp. 7
gg SEGUNDO CICLO: SICLOS XVI Y XVIT.
SU obra, no nos dijese incidentalmente haber militado más de
tres años con el marqués de los Vélez contra la insurrección
morisca de las Alpujarras; donde, en la horrorosa matanza qu^
en Félix hicieron alzados los de Lorca, salvó la vida a varios ino
centes y desvalidos.
Esta encarnizada guerra (1568 — 1570), con sus muchas y no-
tables peripecias, concluida por Don Juan de Austria y rematada
con la impolítica, aunque no arbitraria, expulsión de los moriscos,
es la que, con fácil y ameno estilo, narra en la segunda parte de
su Historia de las guerras civiles de Granada.
Facilidad y amenidad caracterizan igualmente a la primera;
la cual, en lo demás, difiere muchísimo de aquélla. Aquélla es
historia novelesca, tanto que le cuadra el nombre de novela his- '
tórica ; ésta es historia ribeteada de novela. Por tanto, ni la una '
ni la otra son lo que debieran ser: ésta puramente historia,
aquélla puramente novela.
2. Por lo mismo, no tiene la segunda sino cierto valor líistóncí
y el de la narración; aquélla, en cambio, fuera de haber abierto
brecha, iniciando con toda felicidad el género, preséntase como
un libro sobre manera cautivador, lleno de animación y de lozana
vida, con vivísimos colores, con tonos casi siempre nuevos y deli-
cados, con exuberante riqueza artística.
Quien guste — ¿y quién no gusta .^ — de torneos, a cuál más
brillantes, de escaramuzas, y escaramuzas a cuál más porfiadas \
atrevidas, referido todo con la llaneza y mesura del historiador;
lea la primera parte de las Guerras civiles, y quedará embelesado;
embelesado con aquella pompa de fiestas granadinas, de las damas,
de sus levantados amores; embelesado con aquella sultana, mujer
del rey Chico, vilmente calum.niada por los zegríes, vindicada
gloriosamente con las armas de la flor de los caballeros cristianos;
esa sultana que de suyo descuella tanto en el libro y entre los
acontecimientos, que debiera ser la protagonista de la obra; con
lo cual tendría ésta la unidad que le falta.
Embelesado quedará con la nobleza y valentía de los aben-
cerrajes, dignas de las de aquellos insignes caballeros cristianos,
aquellos maestres de Calatrava y de Santiago; embelesado con
esos campeones tan valerosos y osados como humanos y gene-
ro.sos, con sus tan verosímiles como desaforados combates sin- i
guiares.
Suspenso y aterrado quedará ante las terribles facciones grana-
dinas : la lucha mortal suscitada entre abencerrajes y zegríes por
EDAD DE ORO. 99
la mortal envidia de éstos a aquellos y que hundió en la sangre
y en el abismo a entrambos partidos y con ello a la desventurada
y poderosísima ciudad.
Efectos y afectos todos que produce con irresistible fuerza
este libro en el ánimo más indiferente; prueba clarísima de
su valía.
Es una como epopeya caballeresca, muy superior a sus con-
géneres de otras partes. Los bellos romances solos, que suelen re-
sumir bellamente las escenas principales, valen harto más que esa
enorme bufonada del Orlando Furioso, de todos los Orlandos y
parentela francesa y germánica.
En pueblo menos rico de Hteratura que el español y más re-
conocido que él con sus ingenios, monumentos tendría Pérez de
Hita, y le celebrarían como a un gran novelista; lo que sobrado
merece. En España apenas se le conoce; el extranjero le ignora:
injusticia lamentable y que reclama pronta y entera reparación.
Cual, princ. : Inventiva y colorido.
Def. princ. : Falta de unidad.
Edic. : Zaragoza 1595 . . . ; Madrid 1833.
§. 6. Novela satírica.
Miguel de Cervantes Saavedra.
(1547, Alcalá de Henares, — 1616, Madrid; véase frontispicio.)
1. Escasísimas, como las de casi todos los ingenios españoles,
son las noticias biográficas acerca de Cervantes.
Irreparable mal, y descuido lamentable, ante todo, de sus com-
patriotas y suyo propio también. Pues, por poco que a sí mismo
se conozca un talento eminente, debe escribir su autobiografía o
dejar al menos copiosos apuntes relativos a su vida, su formación
intelectual, la idea de sus obras, a no hacerlo sus coetáneos, par-
tiendo de datos y secretos por él suministrados.
2. Pero demasiado indolentes eran aquellas generaciones no
bastante admiradoras de lo bello ; asaz modestos los ingenios, asaz
desconfiados de su inmortalidad.
Hombres vulgarísimos, muertos en vida, escriben hoy sus me-
morias; entonces no le ocurría tal ni a un Cervantes.
A falta de ellas y de biografías completas, hay que recons-
truir, por el estudio de sus escritos, laboriosamente su retrato,
y vida.
7*
I
lOO SEGUNDO ciclo: SIGLOS XVI Y XVII.
Apuntemos los pocos datos biográficos de sus primeros años,
los ya no tan pocos de su edad madura; y por sus obras conje-
turemos lo demás.
3. Con decir que nació en Alcalá de Henares, el 9 de octubre
de 1547; que su padre fué Rodrigo de Cervantes, su madre
Doña Leonor de Cortinas, nobles pero pobres; que tuvo a un
sacerdote por maestro y que fué desde su más temprana edad
aficionado a la poesía; está dicho lo que sabemos de los primeros
veintiún años de su vida.
4. Luego empiezan los azares; que hacen casi novelesca su
historia.
Escribe en i 568 unos malos versos necrológicos en los funerales
de Isabel de Valois, mujer de Felipe II; y llévale de paje a Italia
el juvenil Julio Aquaviva, mecenas de los letrados y cardenal a
los 24 años de edad.
Ya en 1571 le ha arrastrado a las armas su espíritu ardoroso,
y sirve en los famosos tercios, gloria de España y terror de Europa;
con ellos en poderosa escuadra vuela contra la formidable de los
turcos. Don Juan de Austria el 7 de octubre del mismo año cae
sobre ella en la rada de Lepanto, donde se dio aquella sangrienta
batalla, la más memorable acaso del mundo y que, al par de sus
naves, hundió en el abismo la omnipotencia aterradora de la Media
Luna.
5. Postrado con violenta fiebre yacía en cama Cervantes. Pero,
a vista de la grandeza de la jornada y en alas de su alma enérgica,
levantóse atropellando las instancias de superiores y compañeros
diciendo: «Más vale pelear en servicio de Dios e de Su Ma-
jestad e morir por ellos, que no bajarme so cubierta» ; exigió el
puesto de mayor peligro y peleó en él al frente de doce soldados
hasta recibir tres balas: dos en el pecho y una que le mancó de la
mano izquierda.
El ilustre vencedor mismo le atendió y dio el parabién por
su heroica bravura.
Después de larga convalecencia, y volviendo a España, cae en
poder de corsarios berberiscos, bárbaros e inhumanos.
6. Aquí toma su vida las apariencias de novela, aquí empieza
el esclavo a tocar cuantos resortes ingeniarse pueden para recobrar
la libertad. A durísima servidumbre y tormento se le sujeta ; pues
las cartas de recomendación, hasta de Don Juan de Austria, que
se encuentran en su poder, hacen se le considere persona muy
princijjal y capaz de pagar opimo rescate.
EDAD DE ORO.
Logra evadirse; pero, en mitad de la fuga, abandónale el
guía y tiene que volver al cautiverio; cuyos rigores se doblan.
Vende su pobre familia cuanto puede vender e impónese toda
suerte de privaciones por rescatarle a él y a su hermano. Mas el
rescate sólo alcanza para éste, quien, libre ya, envía por el cau-
tivo un bajel.
Dispone y dirige Cervantes con habilidad suma la evasión pro-
pia y la de sus compañeros.
Aparece la nave libertadora. Ocúltanse ellos en una cueva para
embarcarse. Pero son de nuevo traicionados. Conducidos ante el
cruel rey, échase, intrépido e hidalgo, Cervantes a sí mismo toda
la culpa de la fuga.
7. Continúan novelescas por lo varias y atrevidas las tenta-
tivas: tan atrevidas que proyectó nada menos que una insurrec-
ción general de los innúmeros cautivos cristianos de Argel.
Por fin, hace en pro de él la caridad cristiana de los frailes
trinitarios lo que una y cien veces debió hacer su mal agradecida
patria: redímenle; prestando a la república de las letras acaso el
mayor servicio que se le haya prestado en el transcurso de los
siglos.
8. Después de estos cinco años de cautiverio vuelve a las
armas y sirve en tres campañas; hasta que finalmente, tras de
quince años de trabajos y desventuras, se casa con Doña Catalina
de Salazar, y dedícase ya a las letras, aunque sin obtener nunca,
no obstante todos sus esfuerzos, méritos y servicios, ni una posi-
ción medianamente holgada y libre; y lidiando siempre con la
pobreza y miseria, entre empleíllos por demás tristes, como el de
recaudar impuestos. El cual, amén de los sinsabores a él anexos
y de sus míseros emolumentos, le acarrea, para colmo de males,
una larga cuanto injusta prisión, por un pequeño déficit en las
cuentas.
9. Pero, lidiando sin cesar contra la adversidad, jamás fué de
ella vencido ; antes vencióla siempre y tan completamente, que en
vez de rendirse o al menos abatirse a sus rigores, como por lo
regular acontece hasta a los pechos más acerados, y sin des-
ahogarse en quejas y lamentos, cual acaece a todos los que ella
acosa como a Cervantes; parece que la contraria fortuna no hizo
sino serenar más a su alma, dilatar más su corazón, alegrar y en-
cender su fantasía, esforzar y afinar la perpetua y naturalísima son-
risa, que es el distintivo de su ingenio; y ponerle acaso en el camino
de la inmortalidad y empujarle blanda y vigorosamente por éh
lOa SECUNDO CICLO : SIGLOS XVI Y XVII.
I O. A no mediar este cúmulo de reveses y de esperanzas frus-
tradas, de servicios desconocidos, de todo género de amargas de-
cepciones; a no haberse visto lanzado de la carrera militar, más
que por las balas, por las injusticias humanas; a no haber palpado
tanto el frío egoísmo y sentido tanto, en medio de él y a vista de
él, la propia hidalguía y generosidad de corazón; ¿hubiera puesto,
hubiera podido poner en escena, cual lo hizo, a ésta y a aquél?
.'hubiera, refugiado en el apacible asilo de su grande alma, po-
dido pintar, cual lo hizo, cual solo él lo ha hecho, ese regocijo
sublime del espíritu que señorea todas las iniquidades, bajezas y
pequeneces humanas? ¿hubiera, para pintar tal regocijo y en alas
de él, creado su fantasía tan regocijada y grandiosa urdimbre de
fábulas como las creó la suya? -"Tendríamos, en suma, el Quijote?
Difícilmente.
11. .\ no estar agobiado por la miseria, ¿abandonara la comedia,
para la cual no había nacido y en la cual emuló, no obstante, a
Lope de Vega, tanto que, a despecho de su carácter, se dejó
arrastrar a la malquerencia, siendo éste uno de los poquísimos lu-
nares de su vida? ¿renunciara a la poesía, de la que, según propia
confesión, estaba tan perdidamente enamorado que «siempre tra-
bajó y se desveló por parecer que tenía de poeta la gracia que
no quiso darle el cielo»? (Viaje al Parnaso i.) ¿Renunciara a tan
malaventurado amor si sus comedias le hubiesen producido con
qué vivir? ¿si su mujer, su hija natural, su hermana y las otras
mujeres de su casa, no hubiesen tenido que sufragar con sus la-
bores los gastos domésticos? ¿Si un librero, negándose a comprarle
sus comedias, no le asegurara «haberle dicho un hombre de in-
genio que de su prosa podía esperarse mucho, de su verso, nada»?
12. Afortunadamente para las letras y su gloria, la indigencia,
la necesidad de ganarse el pan cotidiano fuéle llevando a la prosa.
En ésta anduvo todavía por algún tiempo a tientas, como en
busca del camino para llegar a tierra llana, propia y de exube-
rante vegetación.
Así, después de escribir en su juventud malas poesías líricas,
y probablemente sus malos romances; después de pasar en 1583
a la indigesta novela pastoril en su indigestísima, ramplona, re-
vuelta y amanerada Calatea, que, con mostrar ingenio, es su peor
obra en prosa; después de componer en los años siguientes una
veintena o treintena de pésimas comedias, de las que sólo .se con-
servan los Tratos de Argel y la Numancia ; siguió, finalmente, su
temperamento satírico en la prosa; aunque no sin extraviarse de
EDAD DE ORO.
103
nuevo tal vez en alguna novela seria; no sin volver, aun en 161 4,
al para él enteramente vedado terreno poético, con el pesadísimo
Viaje al Parnaso, poema sobre la literatura española coetánea, tan
destituido de criterio como de belleza; no sin terminar su vida
con la grave, desgraciada, inverosímil e incoherente novela eró-
tica Los trabajos de Pérsiles y Segismunda ; de bello y pulido
lenguaje, y de no escasa inventiva; dotes que paralogizaron de
tal suerte a su autor y hasta a algunos contemporáneos, que la lle-
garon a considerar como superior al Quijote.
Todo lo cual manifiesta que Cervantes nunca tuvo conciencia
clara ni de su talento ni de los dominios propios de él ni de sus
límites. Lamentable desgracia para las letras; porque, dada su
inagotable imaginación y su humor no menos inagotable, que, en
vez de declinar, crecían con los años y la ancianidad, si en lugar
de malgastar sin provecho para la literatura tantos años en esas
voluminosas obras, los empleara en el género ligero, escribiendo
novelas, cuadros de costumbres, o tal vez comedias en prosa, en-
riqueciera enormemente más a las buenas letras.
Pero contentémonos y juzguémonos felices con lo que hizo,
pues basta y sobra para su gloria propia y para la de España;
y sigámosle en esta su senda, gloriosa, es verdad, pero llena tam-
bién de desilusiones y amarguras.
13. Por los años de 1600 tenía acabada la primera parte del
Quijote, y buscaba a algún magnate a cuya sombra publicarla.
Dirigióse para ello al duque de Béjar, protector de las letras,
quien se negó desde luego a que se la dedicase. Pero Cervantes
le suplicó se dignara oir un capítulo de la obra. Leyóselo ; y fué
tanto lo que agradó a todos los presentes, que hubo de leerles
íntegro el libro.
Publicóse éste en 1605, y fué recibido con tal entusiasmo por
el público, que en ese mismo año se hicieron de él cuatro edi-
ciones.
14. No faltaron, sin embargo, escritores que murmuraran de
él, entre ellos Góngora, ni bastó su popularidad a sacar de la
miseria al autor.
15- No bastaron tampoco las que por su moralidad llamó
Novelas ejemplares, narraciones acabadas, de la más rica inven-
tiva; que había ido escribiendo poco a poco y publicó después
del Quijote; en el que, para sondar al público, insertó inoportuna-
mente una de las más hermosas de ellas: la del «Curioso imper-
tinente».
104 SEGl'NDO CICLO: SIGLOS XVI V XVII.
Forman la serie de las «ejemplares» : la Gííanilla^ la Fuerza
df la saní:;ri\ Rinconete y Cortadillo , la Española inglesa, el
Amante liberal, el Licenciado Vidriera, el Celoso extremeño, las
Dos doncellas, la Ilustre frego7ia, la Señora Cor?ielia, el Casa-
miento engañoso, el Coloquio de los perros y la Tía fingida.
1 6. A pesar de hallarse en suelo tan propio y lan feraz,
cedió nuevamente a la malhadada tentación de versificar y com-
puso ocho comedias pobrísimas; cuyos entremeses tienen, con todo,
algún valor.
17. Por suerte pronto volvió a su Quijote, que estaba incon-
cluso; y si no volviera, hubiérale obligado a volver el malinten-
cionado y malaventurado Avellaneda con su segunda parte
de él.
Iba Cervantes en el capítulo 59 de la suya, cuando se publicó
esa otra obra. Detúvose un momento; rióse donosamente de ella
y siguió su tranquilo y raudo vuelo hasta terminar el libro, im-
preso en 161 5.
18. En 1 61 6, pocos meses después, murió. Murió grande y
cristiano como había vivido, risueño ante la muerte : murió pobre,
ignorado y solitario como vivió; silenciosamente fué conducido a
su humilde tumba y en la triste fosa común se han perdido sus
despojos.
Tardía, muy tardía, ha venido para él la justicia, la recom-
pensa, el reconocimiento.
19. ¿Cómo conciliar la admiración pública de la obra con la
indiferencia, la dureza para con el autor? ¿Cómo explicar que un
grande e inteligente pueblo, entusiasta y amante del arte, un pueblo
que enriqueció y divinizó a un Lope de Vega, dejase perecer en
la pobreza a un Cervantes.'' ¿Sería sólo porque lo poético es de
suyo más propio para hacerse admirar, porque una fecundidad como
la de Lope es un portento, y un portento lo comprenden todos
y a todos se impone.' ¿No sería una extravagancia popular com-
parable a la de los atenienses, que se extasiaban ante las obras
de arte y consideraban como a simples artesanos a los artistas?
¿una extravagancia explicable en cierto modo por el tempera-
mento esencialmente artístico del pueblo, donde cada cual se sen-
tiría artista y capaz de obras eminentes.^ ¿explicable tal vez tam-
bién en cierto modo en el pueblo español, quinta esencia del
humor y donaire?
20. Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que esta quinta
esencia del carácter nacional ha encontrado su más completa, más
EDAD DE ORO.
105
perfecta y más rara expresión en el Quijote; así como la ha en-
contrado generalmente el carácter de la nación en los imperece-
deros tipos de Don Quijote y Sancho Panza; tipos de tan po-
tente originalidad, tan prototipos de su especie y aun del universo
linaje humano, que parecen más idealizados y menos palpables que
los del teatro francés, y son, con todo, tan perfectamente reales,
tan de carne y hueso, tan vivos que dondequiera nos imaginamos
verlos, encontrando, naturalmente, por cada Quijote cien Sanchos
(grab. 16).
¡Y qué de Sanchos [^
vería Cervantes! ¡Y qué
de Quijotes, y en su pro-
pia casa, aun antes de
darles cuerpo e infundir-
les un espíritu inmortal !
2 1 . Figúraseme así,
sobre poco más o me-
nos, la idea del Quijote
en la mente del autor.
Pensaría :
¿Cómo acabar con es-
tos disparatados libros ca-
ballerescos? Para darles
el golpe de gracia, no
hay sino pintar cómo
trastornan el seso a uno
de sus lectores furibun-
dos y las aventuras que, ^1^
una vez trastornado, corre Crab. 16. Una ilustración del Quijote, por Gustavo Doré
por realizar las desatina- <'"''° '- "p- 7'-
das pero nobles hazañas de los andantes caballeros.
He aquí a mi Quijote.
Mas tales aventuras serían monótonas y menos cómicas sin
un carácter que contraste fuertemente con el loco. A un hom-
bre que se pierde por las regiones lunares fuerza es oponerle
doquiera otro que no se levante un palmo de la tierra; que
contemple tranquilo y con ingenua y socarrona sonrisa las
embestidas aéreas y los consiguientes porrazos y estropeaduras
y las rechiflas de los espectadores. Fuerza es oponer, asociar
a un Quijote un Sancho Panza; dar a tal caballero tal escu-
dero.
f
I06 SEGUNOO CICI.o : SIGLOS XVI Y XVII.
Y de esta clase de Sanchos ¿no está lleno el mundo? ¿No son
ellos los que, conocedores de la gran ciencia de la holganza y
del buen comer y vivir, medran, señorean y gobiernan a! mundo?
Y esos Quijotes, esos ilusos, no menos nobles que fatuos, no
menos risibles que respetables ¿no los hay también? ¿No soy yo
uno de ellos? Mis elevadas aspiraciones, mis heridas y sangre vertida
por la patria y por mi rey, tantas fatigas y desventuras sobre-
llevadas en su servicio, tantos años, los mejores de mi vida, en
él perdidos ¿qué me han valido? ¿No estoy pereciendo de hambre f
Pero ¡ lejos estas reflexiones, amarguras y tristezas ! j Me rein
de todo! ¡Me reiré de mí mismo! No odio, ni puedo odiar a na-
die ; los amo a todos, a todos esos rechonchos y venturosos Panzas.
Su ventura, como todo lo de acá, es breve, y la felicidad vcrda
dera comienza donde los trabajos de la vida acaban, donde lo.'-
Quijotes gozarán, y gozará también mi Sancho.
Entre tanto, sigamos cabalgando, descuidados y olvidados de
todo esto, él en su bien comido rucio, yo en mi pobre y escuá-
lido Rocinante; cabalgando siempre risueños hasta el fin de la
jornada ; risueños entre palos y molimientos, entre desaires y des-
precios; risueños ante el umbral de la muerte y aun más risueños
al pasarlo.
22. Lo pensó, sintió y cumplió a la letra Cervantes. Sin pre-
tenderlo infundió al Quijote toda su alma e hizo de sus aventuras
el fiel trasunto de su vida.
Pero ¡qué infusión y qué trasunto! ¡qué monumento se ha
erigido Cervantes a sí propio en su obra y con su obra!
23. ¿Qué es, con él, el «Fausto» de Goethe? ¿Qué sino el
triste, bien que fiel, retrato de un espíritu triste y digno de com-
pasión? PLste, mitad sabio y mitad embrollado soñador, mitad titán
y mitad enano, más semeja caricatura interesante que verdadero
retrato ; aquél es copia perfecta de un alma entera y superior.
Don Quijote es caballero intachable, «soberbio con los soberbios,
humilde con los humildes» ; el P'austo dista mucho de serlo. El
uno es amparador intrépido de doncellas perseguidas; el otro, per-
seguidor de doncellas. El uno, hijo sumiso de la Iglesia católica,
lleno de fe, siempre sereno, siempre derramando en torno suyo
serenidad y alegría; el otro, hijo de la protesta, de la duda, de
la .soberbia, y, por tanto, del desasosiego, de la nostalgia, del te-
dio, de la desesperación.
¡Qué apología del dogma católico y de la estética en él fundada
no entraña semejante parangón !
EDAD DE ORO.
107
24. Pero volvamos al monumento incomparable que Cervantes
se ha levantado en su Quijote; y considerémoslo en la otra de
sus figuras principales y en su conjunto.
Ahí está su escudero ; ahí, ese contraste insuperable, que es lo
más magistral en un libro donde nada hay que no lo sea : desde
los caracteres principales hasta los más subalternos; desde el diá-
logo que, por su naturalidad y viveza, es una maravilla dramática
estupenda, hasta aquel lenguaje inimitable; hasta los defectillos mis-
mos: descuidos y olvidos que se suelen achacar y atribuir a la
precipitación con que escribía, y que yo atribuyo a la altura ar-
tística desde la cual miraba su obra. — Que se perdió , por
ejemplo, el asno y a vuelta de esquina aparece Sancho cabalgando
bonitamente otra vez en él. — «cQ^^^é se me da a mí de eso.^
idice Cervantes. «Yo necesito que parta Sancho luego. Pues que
jsuba en su rucio.» ¡Qué menudencias de buscar y hallar al
asno ! Muy mal haría en hacer caso de bagatelas. . . . Fuera
como lo de la correa mal hecha en la sandalia de la Minerva
de Fidias.
25. He dicho que el contraste de los caracteres constituye el
mayor triunfo artístico del Quijote.
26. ¿Prueba.^
Si los contrastes son — como no pueden menos de serlo —
una de las fuentes más ricas e inagotables de la belleza artística,
y quién sabe si la primera de todas; cual lo es en la naturaleza,
donde el mayor de los contrastes, el del día y de la noche, de
la luz y de las tinieblas, es también la mayor y más sublime de
sus infinitas, grandes y sublimes hermosuras; — si esto es así,
-'dónde hallar, en el mundo literario ni en el artístico, un con-
traste tan nuevo, tan natural, tan profundo, tan soberbio, inex-
haustamente rico y de tan gigantesca extensión como el de los
protagonistas del Quijote .^^ ¿QiJé son, a su lado, los más intensos
y extensos contrastes shakesperianos sino pequeñísimos y fugaces ?
í'Qué es una pieza escénica, qué la más vasta trilogía al lado de
aquella inmensa comedia cervantesca? dQué sino una miniatura al
lado de un coloso.'
27. La mayor y más visible de las bellezas del Quijote es la
de los contrastes. Pero fuera de ésta y las ya citadas, tiene toda-
vía otras de inapreciable valor.
¿O no será inapreciable ese don celestial suyo de agradar y ale-
grar.' ¡Qué horas y cuántas del más puro e íntimo placer hace
pasar! ¿Quién ha gozado más o tanto, leyendo el mejor, el más
lüS SEGUNDO CICLO : SIGLOS XVI Y XV[.
divertido, bello, elevado de los libros como leyéndole a el? V
;no vendrá del cielo, no es el fin de nuestra vida el regocijo puro:
;Xo es él nuestro perpetuo anhclru?
28. íQué libro hay en el mundo que regocije como el Don
Quijote ?
Ríese con el, con el alma entera, el niño; ríese el joven ; ríese
el anciano, la doncella, la matrona, el ignorante, el sabio, el
triste.
La causa principal de este gozo es siempre la misma: ese
donaire único, sublime entre lo más sublime creado por el ingenio
del hombre. Idéntica es siempre la causa; el efecto, en cambio,
enteramente diverso. Todos ríen leyéndole, pero todos de dis-
tinta manera. No parece sino una especie de maná intelectual,
purísimo, diferente de los demás manjares humanos. A cada cual
le sabe a lo que quiere. Le sabe todavía cuando casi todo otro
libro ha dejado de saber. Todos los otros, dado que alguno de
ellos no canse y que convide a releerle, no se pueden leer en
cualquiera edad , estado y condición de la vida ni releer in-
definidamente con el mismo, y mil veces menos, con mayor placer.
Solo el Quijote se lee y se relee; nunca fatiga; embelesa siem-
pre, cada vez más.
29. ; Citas antológicas?
Único cual es el libro, haré con él también una excepción
única: la de no copiar nada de él, en la Antología.
;Por qué?
Huelga la respuesta: necesitaría para ello más de 800 páginas;
tendría que trascribirlo íntegro; renglón por renglón.
30. Obras iguales hay muy pocas; en lo moderno, ninguna;
superior, ninguna en ningún tiempo.
Puede — hasta será probable — que la Ilíada primitiva, ge-
nuina, fuera superior. La tan interpolada que ha llegado a nos-
otros, no lo es; es acaso inferior. No tiene la perfecta unidad que
el Quijote. No pinta al hombre entero como el Quijote : al hombre
ideal y al hombre real; al de altísimos vuelos, al de bajísimos
instintos; al de espíritu, al de carne.
Ni satisface la Ilíada, como el Quijote, aquella ansia y ley de
nuestra alma: el querer siempre gozar; llorar y reir a la vez de
entusiasmo y arrobamiento intelectual.
Inmortales son entrambas obras; y tan inmortales que comu-
nican su inmortalidad a sus idiomas. El griego no perecerá, por-
TERCER CICLO: SIGLO XVIII. DECADENCIA. NEOCLASICISMO. I09
que no puede perecer la Ilíada; ni el español perecerá, porque
no puede perecer el Quijote.
La Ilíada es el libro de los sabios; el Quijote, el libro de todos.
La Ilíada, el libro de la grande y eterna Hélade; el Quijote, el
libro del mundo.
§ 7. Novelistas posteriores a Cervantes.
1. Débil, flaquísimo, sin carácter, sin vida, debe el Quijote de Avellaneda
(de Luis de Aliaga O. Pr. ?) la supervivencia únicamente a su grande original ;
que remeda del modo más lastimoso.
2. Inventiva, caracteres y materiales nada malos de una buena no-
vela ofrece el madrileño Gonzalo de Céspedes y Manases en el
Español Gerardo y en el Soldado Píndaro ; mejor éste que aquél.
3. En buen lenguaje y rasgos de interés abunda la por lo demás
monótona novela dialogada, el Donado hablador, del médico segoviano
Jerónimo de Alcalá (1563 — 1632).
4. Semblanzas de costumbres, satírico-novelísticas, nerviosas de estilo
y agudas traza Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo en el Curioso
V sabio Alejatidro.
5. Sobresaliente dramático, de más ingenio que gusto, Luis
Vélez da Guevara (1570 — 1644), ujier de Felipe IV, sobresale
todavía más en la novela satírica, el Diablo cejuela. En el cual
lleva a un estudiante y le asoma a todas las alcobas a presenciar
la infinita maldad y necedad humanas.
Libro de los más originales, vigoroso, tan breve de razones
como largo de sátira y chiste.
Edic. : 1641 . . .; Bibl. de aut. esp. t. XLV.
TERCER CICLO. DECADENCIA. NEOCLASICISMO.
(Siglo XVIII.)
CAPÍTULO I.
OBSERVACIONES GENERALES.
§ I. Postración.
1. Asombrosa había sido la fecundidad literaria de España;
asombrosa fué su repentina esterilidad de más de setenta años.
Y aun después de ellos, sólo lentamente se empezó a recobrar
íie su larguísima postración.
2. ¿Las causas del hecho .^
TERCER CICLO: SK^.LO XVllI.
;Se impondría el genio calderoniano en tales términos a las
inteligencias, que, medrosas del gigante, callaran y se acogieran a
la sombra?
V ¿cómo no callaron ni se acogieron a ella ante aquel titán
mucho mayor, mucho más inimitable que Calderón: Lope?
;Cómo, no sólo nada tímidas delante de el, sino, muy por el,
contrario, más valerosas y audaces cantaban y dramatizaban a por-
fía, sin que él con toda su grandeza las oprimiera, las eclipsara ?
3. El ingenio es una fuerza natural e irresistible que aspira a 1
la publicidad con más vehemencia que la belleza, que la planta;
a la luz; de suerte que no tiembla a veces del peligro ni de la j
muerte; cual acontece a los satíricos, que no se amedrentan ni
ante los tiranos y desafían sus furores.
4. Si pues la musa española enmudeció y permaneció muda,
sería sólo porque no hallaba ni qué cantar ni qué decir.
;Por qué no hallaba?
-•Quién puede saberlo sino Dios; quien parece que envía e!
talento a la tierra, como a ella envía la hermosura, cuando, como
y donde le place? Porque suyos son; porque es bueno.
5. Déjese, una vez por todas, aquella gastada y absurda teorí
del influjo decisivo, o principalmente causal, de la política en la>
letras.
¿En el apogeo de Roma florecieron las latinas?
En su decadencia, en la época de sus más sangrientas pertur-
baciones internas, en tiempo del despotismo, entonces florecieron.
Las inglesas ¿cuándo tuvieron su edad de oro? ¿Tuviéronla en
el siglo XIX, el de toda la grandeza política de Inglaterra?
¿Cuándo rayaron a mayor altura las alemanas? ¿No fué cuando I
yacía postrada Alemania?
Grecia misma, España misma, Italia, bien miradas, en vez de
confirmar dicha teoría, la desmienten.
Puede sin duda mucho la grandeza, muchísimo la libertad ;j
mucho los mecenas. Pero, ni todas las grandezas y libertades jun-
tas, ni todos los mecenas juntos, pueden, no diré ya crear, ni
criar siquiera un .solo genio, un solo talento ni mediano; y si se j
empeñan en criarle y formarle, criarán, no un genio ni un talento,
sino un pedante, corruptor de las letras.
§ 2. Renacimiento.
I . Con estas reflexiones, y no otras, que serían menos acer- 1
tadas y más desconsoladoras, es menester atravesar ese gran pá-
DECADENCIA. NEOCLASICISMO.
ramo de la literatura nacional, de 1681 a 1758, o sea, desde la
muerte de Calderón hasta el «Fray Gerundio».
Gran páramo ; donde no crece planta literaria alguna.
Que no lo son las míseras composiciones de Ignacio de
Luzán (1702, Zaragoza, — 1754, Madrid) ni las insípidas de Fray-
Jerónimo de Feijoó (1701 — 1764).
2. A mediados del siglo xviil resucita lentamente el ingenio. Este
renacer fué, sin género de duda, impedido por el predominio del
espíritu francés en Europa y, particularmente, en España, con el
advenimiento de los Borbones al trono.
El estrecho convencionalismo literario transpirenaico empezó a
tenerse por la expresión de la naturaleza y del buen gusto. Y,
midiendo con tan falsa, tan mala y tan corta medida las creaciones
.gigantescas de la literatura patria, y en primer lugar, de la escena,
I comenzaron los noveles críticos y legisladores del parnaso español
la mirar como toscas y bárbaras las grandiosas y deslumbradoras
fábricas del genio ibérico; condenando por tosco y descomunal lo
¡grandioso, que eran incapaces de comprender; por bárbaro e insó-
lito, lo deslumbrador, que no soportaba la enfermiza y creciente
debilidad de sus ojos.
3. Tal pensaban y tal legislaban con perfecta candidez y gra-
vedad aquellos pigmeos — entre ellos los Moratín, el hijo sobre
todo; y hasta el juicioso Jovellanos — que se imaginaban reforma-
dores de la literatura nacional; para quienes Lope y los otros
genios no existían ni habían existido; para quienes Calderón era
un coplero; todos, unos bufones; y el genio grande, el predilecto
de Talía, el primer cómico del mundo : Moliere.
Sigamos en sus hombres y fases más salientes el nuevo mo-
vimiento.
CAPÍTULO II.
NOVELA. ENSAYO.
§ I. José Francisco de Isla.
(1703, Vallavidanes, — ijSi, Bolonia.)
I. Extraño a esta reacción (pues su claro juicio y criterio literario
lo repugnaban), permaneció el jesuíta José Francisco de Isla, de
inocentes costumbres, acrisolada virtud, ameno trato, a quien sor-
prendió dolorosísimamente la supresión de la orden ; que enfermo
n
112 TERCER CICI.O : SIOT.O XVIII.
como estaba, quiso compartir con sus hermanos las penalidades )•
estrecheces del destierro y que murió en Bolonia ^
2. Campeón del buen gusto, salió denodado a su defensa en
su Famoso Prcdicadof Fray Genindio de Campazas, ridiculizando ,
y zahiriendo implacablemente el gongórismo del pulpito, hasta
acabar con el ; y zahiriéndose en cierto modo a sí mismo ; por-
que sus sermones son también bastante gongorinos.
3. Novela de mucho ingenio, harta sal, buen estilo, Ínteres
vivo en muchos capítulos, fatiga, sin embargo, por ser asaz larga
y sembrada de muy largas y tal vez muy impertinentes e indige-
ribles disertaciones.
Además tiene el gravísimo defecto de quedar enteramente i
inconclusa, un verdadero torso; pues- — fuera de ser el ñn un re-
curso gastado y bien pobre — termina cuando Fray Gerundio
apenas empieza su carrera oratoria.
La conclusión natural y lógica habría sido una de estas dos
(menos feliz la primera que la segunda): o el predicador se con
vierte a la razón y buen gusto, o muere impenitente.
Todo lo cual no quita que la obra sea muy notable, niuj-
nueva, muy digna de leerse y no poco gustosa.
4. Erizadas de sátira ingeniosa también están sus Cartas de\
y¡ia)i de la Encina y el Dia grande de Navarra. j
5. Belleza y sentimiento no poco muestra su correspondencia!
familiar; primeramente, la que tiene con su hermana.
Cual, princ. : ingenio, sátira.
Def. princ. : extensión e inconcliisión del Fray Gerundio.
Edic: Fray Gerundio, Madrid 1758; Leipzig 1885; Bibl. de aul. csp. t. XV
(Obras).
i^ 2. Gaspar Melchor de Jovellanos.
(1744, Clijón, — 1 81 I, Vega; grab. 17.)
I. Más fácil, más elegante, más clásico que Isla, resucítala prosa
castellana de los mejores tiempos el ilustre procer astur Gaspar
Melchor de Jovellanos — Jove-Llanos — , alternativamente alto
magistrado, y honra de la magistratura; ministro benemérito de la
patria y del bienestar del pueblo, levantando con poderoso im-
pulso la agricultura y la industria; perseguido más tarde injusta-
* Allí aguardan sus cenizas a que España agradecida las repatríe ; como noble
«nente lo ha hecho con las de Mclcndez Valdés y Leandro Moratín.
DECADENCIA. NEOCLASICISMO.
H3
mente e injustamente preso (1802 — 1808), en el Castillo de Bellver,
de Mallorca.
Amigo abnegado y generoso, protector decidido de los ta-
lentos, inaccesible a la envidia, a ninguna pasión baja ni a nada
bajo; todo corría bellamente parejas en él: corazón, alma, inteli-
gencia, hasta figura. Gran carácter, grande estadista, y grande es-
critor, elocuente como pocos, del más atildado neoaticismo de
estilo y habla, uno de los mejores modelos de la prosa moderna
genuinamente castellana.
2. Modelo es su Memoria
del castillo de Bellver : mo-
delo su obra capital, el lu-
minoso y elocuente Informe
sobre la ley agraria; mo-
delos sus discursos (el Elogio
de las bellas artes; el de
Carlos III, por ejemplo);
modelos, sus cartas fami-
liares (v. '^., las Romerías
de Asturias) ; idílica su epís-
tola a Batilo (MeléndezVal-
dés); sentida su elegía a
Anfriso ; grave y punzante
su primera sátira a Ar-
nesto ; cáustica su segunda
al mismo ; — muy mediocre,
en cambio, su comedia El
honrado delinaiente , enfá-
tica y falta de nervio.
N« , . <..t:uu. 17. i.ia^iiar iMeiciior de Joveiiaoos.
o bastan ciertamente
sus cortos trabajos poéticos para apellidarle poeta; mas para
llamarle uno de los grandes prosadores modernos, sobran sus in-
numerables obras en prosa, a cual más elegantes y de una ri-
queza y gracia en el decir que se extiende hasta a lo más acce-
sorio, a las notas mismas.
Cual, princ. : elegancia, elocuencia.
Edic: 1811, 7 t., Madrid 1830. . .; Bibl. de aut. esj). t. XI. VI y I..
JüNEMANN, Lit. y Ant. es^
114 TERCER CICLO: SIGLO XVIII.
CAPÍTULO III.
LÍRICA.
¿> I. Los Moratín.
1. Introducido el clasicismo francés en España por Luzán, fueron,
más en la teoría que en la práctica, sus abanderados, aunque afor-
tunadamente sólo en el teatro, los Moratines: Nicolás Fernández,
el padre (1737 — 1780), y Leandro Fernández (grab. 18), el hijo
(1760—1828).
2. Nicolás F. de Moratín, abogado, profesor de retórica, supo, a
despecho de su empleo en la corte, guardar su independencia y
natural hidalguía.
3. Nada vale su come-
dia (Fetimetra), pero hállanse
acentos épicos en el canto
a ¡as JVaz'es de Cortés des-
truidas; acentos épico-román
ticos en la magistral balada
Fiesta de toros en Madrid :\
acentos no altos ni hondos,
pero de cierto sentimiento
y de gracioso abandono;
particularmente en lo que,
mejor manejaba : la anacreón- 1
tica.
Cual, princ. : grada.
Def. princ: poca poesía.
Edic. : Libl. de aut. esp.
i. II
4. Leandro F. de Mora-
tín. — Perseguido por parti-
dario de los franceses usurpa-
dores ; muerto en París, en el ■
destierro; poeta neciamente
endiosado por GómezHermo-l
silla ; fué Moratín joyero poeta |
y — la asociación de ideas se impone — poeta joyero, fabricante
de lindos y acabados versos; miniaturas muy pulcras y a veces de
cuanto arte cabe en la miniatura; pero siempre del arte menudo,
que no sube a las regiones de la fantasía, que no baja a laá pro-
fundidades del corazón ; que, en suma, no es verdadero arte ni poesía
verdadera.
Con 'jenti miento afectado declama en los Padres del limbo, en Sombra
de Nelson, etc. Desentona de ordinario en la lírica, mas haljia suelta y
I
Gíalj. 10. Lcatidro Fernández de Moratín.
DECADENCIA. NEOCLASICISMO. II5
chistosamente en la sátira, la epístola, el romance, donde muestra ta-
lento cómico.
5. No lo muestra en la comedia ; ni en El si de ¡as niñas, pieza en que todo
es flojo: floja la fábula, flojo el interés, flojo el estilo y el lenguaje; una flojedad
sin igual, una comedia cursi. Sus numerosas representaciones en aquella época, si algo
prueban, es el gusto enteramente depravado, o más bien perdido, de un público y
de unos autores que, teniendo en casa la mayor abundancia del más sabroso pan
dramático, iban a mendigar en F'rancia unos mendrugos y migajas que en el siglo
de oro no comieran regalados en España ni los mendigos más hambrientos.
Cual, princ. : forma.
Def. princ. : carencia de poesia.
Edic. : Madrid 1830 . . .; París 1882; Liibl. de aut. csp. t. II.
§ 2. Juan Meléndez Valdés.
(1754, Ribera del Fresno, — 1817, Montpeller; grab. 19.)
1. Xo eran bastantes los Moratín a levantar la abatida
j poesía ni menos a traspasar con su fama las fronteras de la patria.
Otra fuerza poética, nativamente poética, otro empuje de inspira-
ción eran menester para ello.
Entrambas cosas las tuvo el primer poeta del mundo románico
durante el siglo XVlii, Juan Meléndez Valdés.
2. Desde temprano mostró muy felices disposiciones para el
estudio y la poesía. Fué su maestro Cadalso, y notoria su aplica-
ción a las letras y ciencias.
Ya en 1780, en un certamen poético de la Real Academia,
venció, con su égloga Batilo, a Iriarte, quien, en su despecho, fué
su primer detractor literario; preludiando a Hermosilla, que, no
obstante lo pedantesco y ridículo de su crítica, ha perjudicado
sobre manera a la justísima fama de Meléndez.
En 1 78 1 fué profesor en Salamanca. Desde entonces ligóle es-
trecha amistad personal y literaria con Jovellanos.
En 1784 venció en otra justa con sus Bodas de CamacJio,
drama pastoril de buenos cuadros idílicos, pero dramáticamente
malo, escénicamente un fracaso.
De epigramas acribilláronle por ello sus émulos.
El, en respuesta, publicó el primer tomo de sus poesías; con
el que los acalló, señoreando a la opinión piiblica y dilatando por
Europa su nombre.
Fué un gran acontecimiento la publicación.
Mas por su desgracia, aunque para bien de la magistratura,
ingresó en la Audiencia de Zaragoza.
8*
Il6 TERCER CICLO: SIGLO XVIU.
Su elevado carácter, su integridad y vasta ilustración legal, la
brillantez y facundia de su pluma jurídica, grave, elocuente, cice-
roniana, dejaron por cierto huellas profundas en la carrera.
En esto sobrevinieron las guerras napoleónicas, y las convulsiones
civiles, para las cuales no había nacido ni el poeta ni el juris-
consulto.
Por un momento, sonrióle todavía la fortuna, cuando Jovellanos
fué llamado al ministerio. Derribáronle pronto las intrigas de la
corte, y con él cayó Meléndez ; procesósele luego inicuamente y
despojósele de la fiscalía y de su renta.
Para felicidad de las letras, fuéle ésta restituida íntegra en
1812; y se le permitió establecerse donde quisiese. Retiróse a
Salamanca; donde permaneció seis años, empleados en el cultivo
de la poesía.
Luego vino sobre él una nueva tormenta, la más recia de su
vida : cediendo a los deseos de Napoleón, fué presidente de la
junta de instrucción pública durante la invasión francesa. Después
de ella, cogióle la chusma y llegó a tenerle ya atado para fusilarle.
Tristemente murió en el destierro, en P'rancia. Tarde se le
hizo justicia: en 1900 repatrió la nación sus cenizas a Madrid.
3. Su gloria, empañada por tantas nubes y nublados, empieza
a desanublarse, e irradiará más de día en día.
A la verdad: para lírico, para gran lírico nada le falta; antes
sóbrale casi todo lo que, para serlo grande, es menester: fortí-
sima fantasía, más grácil, dúctil, móvil, que alta y reposada ; vivo,
vivísimo sentimiento de la naturaleza; fuente única y perenne de
toda poesía y mucho más que de las otras, de la lírica. La cual
es esencialmente subjetiva, psíquica, y por eso misteriosa, impal-
pable, intraducibie, tan rica en movimiento, en toda suerte de
accidentes, en sempiterno vaivén como el mar; y tan rica en
afectos como pobre en palabras para expresarlos.
Necesita, sobre todo, la lírica de un corazón sensible, delica-
dísimo, que sienta con intensidad; y necesita de una inteligencia
bastante rápida para dar forma al sentimiento antes que decaiga o
se enfríe; darle forma en el {)unto de su mayor fuerza.
En faltando cualquiera de estos requisitos, no habrá lirismo;
habrá a lo sumo, como suele haberla, más o menos hermosa de-
clamación , que alguna vez podrá ser cierta elocuencia ; jamás,
poesía.
Lo diré sin reticencias: Meléndez también declama. Declama en
sus elegías; declama mucho e ineptamente en la Oda a las artes;
DECADENCIA. NEOCLASICISMO.
117
declama, de cuando en cuando, en otros parajes. Pero sólo de
cuando en cuando; que, de ordinario y casi siempre, canta.
4. Canta afinadísimo: A una fuente ; A un ruiseñor; De unas
palomas; De mis niñeces; Mis ilusiones; Las penas; en la Oda
sexta: A Filis; Regalando, etc.; A Filis recién casada; El co-
lorÍ7i; La vuelta del colorín; La kertnosura ; A las musas; El
zagal del Formes; Que la felicidad, etc.; La noche de invierno;
A las estrellas (desde «Decid, globos»); El hojnbre.
Primorosamente canta
en El canto de la alondra :
La corderita : La lluvia :
El convite ; La mañana :
Los aradores; Al céfiro;
Durmiendo, etc. ; Las flo-
res; Que no son flaqueza,
etc. ; A Jovellanos ; A un
ministro; El filósofo ; A
Don AntoJiio Favira.
Sonesadmirablesarran-
ca a su lira en : De Do-
rila; El céfiro; El jil-
guero ; La incertidumbre ;
Los segadores; La vuelta
al campo; El mediodía.
5. Dondequiera suenan
en Meléndez notas líricas ;
alguna hasta en sus peores
cantos. Dondequiera habla
el corazón ; mira el poeta
con ojo claro y esplendente
las hermosuras mágicas de la naturaleza; compenétranse íntima,
gratísimamente ambos sentimientos: el del alma, el de la natura-
leza; y, compenetrándose, resultan esas armonías embelesadoras
de la verdadera lírica: ora como de arpa cólica, indecisas, vaga-
rosas, gemidoras; ya claras, vibrantes, como de lira; ya profundas,
melancólicas, cual de cítara; pero siempre viniendo rectas del co-
razón; y yendo rectas al alma; siempre, ora leve, ora grave, ya
risueña o tristemente conmovedoras.
Supera en gracia Meléndez a Anacreonte; y gran bucólico y
lírico, el mayor del mundo latino, tañe, entre los grandes tañe-
dores, su cítara de oro con afecto y melodía arrebatadora.
Grab. ig. Juan Meléndez Valdés.
I
ii8 CUARTO CICLO : sun.o xix.
Cual, princ. : ¿gracia; setitimiento.
Def. princ. : dec/ainacnm (en parte de sus poesías).
Edic. : 4 t., Madrid 1824 . . .; 31., Valencia 1897; Kibl. de aut. csp. t. I.XllI
§ 3. Ramón de la Cruz.
(1731, Madrid, — 1795-)
Contrastan fuertemente con la poesía de Meléndez, y, como caricaturando,
señalan la mayor decadencia del teatro clásico, los chabacanos y, ética y estética-
mente, groseros sainetes de Ramón de la Cruz, un Zola escénico, un fotógrafo de
la canalla.
§ 4. Tomás de Iriarte.
(1750, Orotava, — 1791, San Lucas de Barrameda.)
Erudito, no poeta, a pesar de sus muchos versos, ganóse
renombre duradero creando un género nuevo : la fábula literaria.
La que manejó muy bien : sobria, intencionada, agudamente.
Edic; 6 t, Madrid 1787 . . ; Bibl. de aut. esp. t. LXIII.
§ 5. Cienfuegos. Huerta.
Pedantea el afrancesado lírico Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764 ^
1809) ; y, aunque de ingenio, no poetiza el jurado enemigo de la escuela francés,
Vicente García de la Huerta (1729 — 1797).
CUARTO CICLO.
REFLORECIMIENTO. SEGUNDO SIGLO DE ORO.
(Siglo XIX.)
CAPÍTULO I.
OBSERVACIONES GENERALES.
I. Menos que cometa: estrella filante, fué la gloria de la revo-
lución francesa y del imperio napoleónico. Cayó ruidosamente, y
con ella la influencia perniciosa de las letras francesas en la Pen-
ínsula y el mundo.
Las ibéricas continuaron creciendo, pero siempre con lentitud,!
con planta incierta; no a su propio impulso, que hubiera bastado,
ni sostenidas por mano amiga, pronta y ansiosa de socorrerlas, sus-
tentarlas, levantarlas, restituirlas a su antiguo soberbio hogar, a su
antiguo soberbio trono. No así quisieron renacer; antes apoyadas en
manos extranjeras, que llamaron en su ayuda; en mano inglesa: la-
de Byron, fría, débil, nervio-sa, rígida; en mano francesa, raquí-|
tica, afeminada; en mano alemana, caprichosa, violenta.
reflorecimiento: segundo siglo de oro. 119
2. Perniciosísima ha sido, en efecto, la influencia de las li tera-
turas inglesa y alemana en España ; pero sobre todo la del poeta
del pesimismo, Byron ; influencia que alcanza desde Larra hasta
Núñez de Arce.
Pues el mal humor connatural a la raza anglosajona pugna
con todas las inclinaciones y el instinto mismo de la española,
cuyo fondo es la serena alegría: un ánimo siempre jovial y rego-
cijado.
3. Por donde, si la declamación patética, despechada, descreída,
hastía por lo violenta, continua, pedantesca, en los extranjeros, con
ser en ellos poco menos que segunda naturaleza; -qué será en el
español, donde lucha con todo su natural.'
4. Por esto la atmósfera que reina en esa generación literaria
exótica: en Larra, Espronceda, Bécquer, Núñez de Arce, Campoamor,
carga y rechaza, de pesada, irrespirable, asfixiadora.
5. Tanto más cuanto que a fuerza de declamar con voz cavernosa,
sentimental, henchida de ayes, llegan ellos mismos, por fin, tal
cual vez, a impresionarse superficialmente de puro sacudidos y
aturdidos por sus propias quejumbres.
6. Y tanto más funestos son estos llorones del lirismo cuanto
aquella final y pasajera conmoción, mucho más desagradable que
agradable, paréceles a los novicios, a los inexpertos e incautos ver-
dadera pasión, calor, sentimiento y por tanto lírica genuina, digna
de imitarse. Y, por lo mismo que es facilísima de imitar, remé-
danla, de todas suertes y en todos tonos, estos papagayos del
lirismo, apostrofando, gimoteando, clamoreando.
Esto cuanto a los secuaces de Byron, a la escuela patético-
declamatoria.
7. Que aun peores servicios ha prestado a la literatura patria la
otra escuela, fantástico-declamatoria de Quintana. Bien que su in-
flujo, como proveniente de menor poeta y menor poesía, ha pre-
valecido mucho menos.
8. Tal ha sido, desde Meléndez hasta el día de hoy, la suerte
de la lírica.
La dramática recuperó, aunque por desgracia sólo efímera-
mente su antiguo esplendor, con Tamayo y López de Ayala, para
decaer de nuevo y seguir torturada por Echegaray.
9. La novela tomó, con Fernán Caballero, definitivamente di-
verso rumbo, refloreció, y a despecho de tanto aire y cierzo mal-
sanos prosigue floreciendo.
líO CIAR I o ciclo: siglo XIX.
I o. Considerada generalmente esta cuarta edad de las letras
hispánicas, se ha de llamarla, sin vacilar, la segunda de oro. No
de tanto ni de tan fino, a la verdad, como la primera; pero de
mucho, sin embargo, y de muy buena ley.
De mucho , porque son muchos los poetas, muchos los pro-
sadores de esta época, y muchos los géneros que cultivan,
con muy buen suceso. Cultivan cuantos cultivaron los antiguos
clásicos de España, y aun alguno más, que aquéllos o no cono-
cieron o no trataron con superioridad, como la historia, como la
crítica, como el ensayo.
Oro de excelente ley también el de esta última edad ; no obs-
tante la muchísima escoria de la escuela extranjera.
Rico oro, ingenios de oro: ¿O no merecerán ser así llamados
un Meléndez, un Zorrilla; un Ayala, Tamayo, Fernán, Pereda,
Trueba, y otros?
Sobrado lo merecen; que oro mejor no le hay ni le hubo en
la redondez de la tierra.
CAPÍTULO II.
PUBTJCISMO.
§ I. Mariano José de Larra.
(1809, Madrid, —1837, ibid.)
1. Empieza la mala simiente de la incredulidad a dar su fruto en
el suelo literario de España.
Encabeza el por fortuna no muy numeroso ni lucido grupo un
desventurado libertino y suicida: Mariano José de Larra, el primer
español descastado, reñido con Dios y con los hombres, con la patria
y consigo mismo; el primer español que, con tener vivo y penetrante
ingenio satírico, no sabe ya reírse, sino hacer muecas sardónicas y con-
torsiones, que ahora lastiman, ahora ofenden, ya excitan risa ahogada,
abortada, nunca íntima, cordial, franca, nacida del alma y que se des-
ahoga en las sonoras carcajadas que produce la sátira clásica, nativa-
mente española.
2. En una serie de artículos periodísticos publicados con el seudó-
nimo de < Fígaro» — su único bagaje literario de monta — hace armas
contra la propia patria: de la cual se mofa, a la cual zahiere, no por
corregirla, mejorarla, ni siquiera por darse a sí mismo el placer de reir,
sino únicamente por odio, por odio mortal; que de todo se olvida,
hasta del decoro.
Edic. : 3 t., Madrid 1837 .. .; Barcelona 1844.
!
reflorecimiento: segundo siglo de oro. 121
§ 2. Manuel José Quintana.
(1772, Madrid, — 1859, ibidj
1. Discípulo y amigo de Meléndez Valdés fué Manuel José Quin-
tana. Quien, después de haber sido desterrado político como él, gozó
de los más singulares favores de la fortuna en la postrer época de su
vida. Pues la reina Isabel II, cuyo maestro había sido, hízole coronar
como poeta (1855).
2. Esta coronación distaba, por cierto, inmensamente de merecerla un lírico de
pura forma como él ; que labra rotundos, sonoros y relumbrantes versos y declama
con arte, con alta y a veces soberbia entonación; haciendo tan inauditos esfuerzos
por conmoverse y conmover, que muchos le creen inspirado, y él mismo suele con-
moverse ligeramente.
3. Más que entre los poetas ha de contársele entre los prosistas;
particularmente por sus cartas políticas a Lord Holland y por muchos
de sus estudios crítico-literarios; donde, entre bastantes inexactitudes y
juicios erróneos, corren muchas páginas muy bien y sentidamente tra-
zadas. Ue su sobria, sobrísima, y elegante prosa desdice mucho la afec-
tación de su verso.
Cual. : elegancia de la prosa.
Def : afectación de la poesía.
Edic. : 3 t., 1897, Madrid.
CAPÍTULO III.
NOVELA.
§ I. Fernán Caballero.
(1796 — 1877, Sevilla; grab. 20.)
1. No se puede dar mayor contraste que el que hay entre Larra
y Fernán Caballero (Cecilia Boehl de Faber), la creadora de la
novela realística de costumbres, la gran noveladora española y la
más grande del mundo.
De profunda fe, católica hasta la tela última del corazón, vir-
tuosa, caritativa; modesta, sencilla, a pesar de su alcurnia y sin-
gular belleza; alma benevolentísima, alto espíritu, escritora de la
mejor raza : atinó a dibujarse, reflejarse en el limpidísimo cristal
de sus muchas novelas, a vaciar en ellas su carácter entero, las
luces de su entendimiento, los abundosos tesoros de su corazón.
2. Y tanto los derrama, tan sinceramente, tan a manos llenas,
que esto mismo, al par que constituye una riqueza y un fuerte
atractivo de sus libros; constituye, artísticamente, su único lunar;
que son las frecuentes y prolongadas digresiones: aquellos dis-
cursos morales, que interrumpen la narración ; que a lo menos
122 CrARTO CICLO: SICLO XIX.
deberían ponerse en boca de los héroes, pues así no interrum-
pieran tanto; que bien podrían entresacarse, con ganancia y sin
el más mínimo perjuicio para el hilo narrativo, y formarse con
ellas un libro bello y provechoso; que por sí solo sustentaría la
fama de cualquier buen pendolista, acreditándole de excelente pen-
sador.
3. Andaluza, enamorada, no sin razón, perdidamente del sol de
esa tierra y de su ardoroso reflejo en el alma de sus moradores,
no se cansa de pintar novelísticamente entrambos; y con ser algo
prolija, no cansa al lector.
4. De sol, en verdad, y de luz teje sus libros, c hínchelos de
colores vividos y de la fragancia de los azahares y de las infinitas
flores que esmaltan y abruman los huertos y cármenes de aquella
privilegiada comarca. Satúralos del riente humor y de la inimi-
table gracia andaluces.
Así como, ni entre todos los mimos del cariño y los esplen-
dores del opulento hogar hamburgués de su abuela, pudo en la
infancia hacerse a las frías brumas del septentrión; así tampoco
gusta de ellas en sus obras. Aunque también sábelas sentir y sá-
belas estampar, cuando quiere, pero sin amarlas.
Sabe asimismo sentir y estampar nubes y tempestades: las
nubes y tempestades que obscurecieron el año (18 16 — 18 17) que
duró su primer enlace; el cual le hizo contraer su madre irre
flexiva.
Penas crueles, que describe en su famosa novela autobiográfica,
Clemencia.
Pero española y andaluza de pura sangre y alma pura, álzase
siempre al través de tales nieblas y brumas hasta muy encima
de ellas y lánzase recta al sol, donde se cierne tranquila, serena,
y desde donde, transfigurado ya el dolor y centelleando las lá-
grimas a sus rayos, contempla lastimada pero sonriente las pe-
queneces, miserias y congojas de la vida.
Poetizar la realidad sin alterarla», éste es su lema. Fiel a él,
retrata en fotografías, muy artísticas y afiligranadas, la realidad,
todo género de realidades, pequeñas y grandes, vulgares y aristo-
cráticas, psíquicas y físicas de su querida tierra.
Traslada con pasmosa verdad, con naturalidad pasmosa y con
gracia, vida y característica no menos pasmosas.
5. Dotes que no hay novela suya que no las ostente; a partir de
La Gaviota, sus primicias (1849), hasta las más celebradas, más
dignas de celebrarse por su profunda psicológica, su delicado arte:
REFLORECIMIENTO: SEGUNDO SIGLO DE ORO. I23
Elia, Lágrimas, hasta La familia de Alvar eda; hasta las nove-
litas Una €71 otra y Con el mal y con el bien a los tuyos te ten,
tan poco aplaudidas, tan finas, sin embargo; hasta sus cuentos y
cuadros de costumbres.
6. Generalmente, en todas partes y de todas maneras, poetiza
Fernán Caballero la realidad. Poetízala con rica paleta, con gracia
espontánea, con exuberante
sentimiento, con sin par
nobleza de alma. Porque
la ve bien; no opaca, noc-
turna, subterránea, repul-
siva, cual la suelen ver
ojos enfermos, nublados,
inflamados, sino que la mira
al través de una pupila sa-
nísima, rutilante.
Siempre la realidad en-
tera, sin la menor altera-
ción, pero poetizada; reves-
tida de la luz del cielo,
nadando en la luz del
cielo , flotando sobre ella
la luz del cielo, como con
la suya baña la naturaleza
y transfigura maravillosa-
mente las más tristes y flé-
biles realidades. Orab. 20. Fernán Caballero.
Dotes princ. : sentimiento; realismo poético.
Def. princ. : digresiones.
Edic. : 19 t., Madrid 1S56 . . .; 11 t., ibid. 1860.
§ 2. Antonio de Trueba.
(1819, Montellana, — 1889, Bilhao ; grab. 21.)
I. De idéntica filiación intelectual, moral, religiosa que Fernán
Caballero, pero de un realismo aun más infantil, idílico, risueño,
todo alma también y sentimiento, copia iluminados los paisajes,
hogares, y corazones de su querido terruño Antonio de Trueba
y la Quintana, primero comerciante, periodista después y por
124
CI'ARTO CICLO: SIGLO XIX,
último archivero y cronista de Vizcaya. Agradecida su tierra, le
ha levantado un monumento en Hilbao.
2. Y muy bien lo merece, por sólo su Libro de los cantares.
Donde, es cierto, no hay más obras maestras que La niña de
ojos azules; La 7iiña de ojos negros; La mancha de la mora:
Carlos el de lava pies; La casa donde vivió.
Hay, en compensación, muchos acentos maestros: sentimen-
tales, como: La romería (6); El labrador; Glorias de la mujer
(3. 4\ Amor inmortal; acentos maestros ligeros y donairosos,
como : La perejilera ; La
sanjuanada ; Corazones
partidos; La gorra de
pelo; La vida de Juan
soldado.
Acentos ricos en espon
tánea poesía y de suaves
tonalidades brótanle siem-
pre de la fina zampona a
este verdadero trovador de!
pueblo ; quien como nadie
ha sentido latir el corazón
del pueblo sobre el propio
corazón.
3. En sus numerosas
series de Cue7itos: de co-
lor de rosa (la mejor), cam-
pesinos, populares, de vivos
y muertos, etc., hay narra-
ciones buenas y malas, óp-
timas y pésimas; obras
maestras, como La resu-
rrección del alma, e intolerables sandeces, como El príncipe des-
memoriado. Feliz cuando toca la cuerda religiosa; muy feliz,
cuando la patriótico-regional, no lo es casi nunca en desenvolver
sus argumentos; que suelen ser muy buenos, como el de La ena-
morada. Generalmente dañan a su narración las muchas y muy
impertinentes digresiones.
En suma: Trueba inventa poco, pero divierte no poco; narra
bien (menos en sus novelas históricas del Cid), siente mejor, pinta
hermo.samente.
(jrab. 21. Antonio de Trueba.
REFLORECIMIENTO: SEGUNDO SIGLO DE ORO. 1 25
Cual, princ. : colorido; sentimiento.
Def. princ. : falta de arte; digresiones.
Edic. : 1859 . . . ; 1905, Madrid.
§ 3. Benito Pérez Galdós.
(1845, Las Palmas.)
1. Siguen los contrastes; aun más notorios por existir entre dos
autores congéneres : entre Fernán y Benito Pérez Galdós, muy leído
y renombrado, muy buen e.xplorador de los vientos de la fortuna,
muy fecundo.
Que éste de la fecundidad es el único punto de contacto que tiene
con Fernán ; lo tínico en que le supera. Pues amén de sus novelas de
tesis y guerra: Gloria, Doña Perfecta, etc., lleva publicados más de treinta
volúmenes de Episodios nacionales de la primera mitad del siglo xix.
Pero hay fecundidad y fecundidad. — Fecundidades hay naturales,
físicas, que son esterilidades artísticas.
2. Comparemos. — Salvo la fecundidad, todo lo demás es opuesto
en los dos : talento, espíritu, finalidad, arte, estilo.
Las novelas de Fernán son creaciones; transformaciones y amal-
gamas las de Galdós : las de éste imaginadas ; sentidas las de aquélla :
las de aquélla psicológicamente profundas; las otras superficiales: obra
de la virtud y maestras de la virtud, las de Fernán; obra del secta-
rismo las de Galdós. En éstas subordínase el arte a la tendencia,
hasta el punto de ser su víctima: en aquéllas la tendencia somé-
tese de suyo y repliégase al arte, hasta refundirse con él, desaparecer
en él.
Fernán medita, selige, corrige, pule; (ialdós escribe precipitada-
mente, desatentadamente, entre serio y truhanesco; entre charlador
ameno y charlatán cargante, entre historiógrafo talentoso (como en la
pintura de la batalla de Bailen) y novelista churrigueresco, pintor de
figurines y figurones; que se llevan la atención, sin fijarla ni retenerla;
que divierten, sin aprovechar ; que agradan, sin engendrar amor ; y que,
de ordinario, si algo sugieren, es desprecio, odio.
En conclusión : Galdós escribe para el día, y lo que para el día se
escribe, con el día muere.
Dot. princ. : amenidad.
Def. princ. : tendencias y forma inartística.
§ 4. José María de Pereda.
(1834, Polanco, — 1906, Santander; grab. 22.)
I. No para el día, pero no siempre tampoco para la eterni-
dad, novela José María de Pereda, diputado carlista, de patriar-
126
Cl'ARTO CICLO: SICLO XIX
cales costumbres, amigo del retiro y de la naturaleza, enamorado
ciegamente de su tierra y la montaña. Que con tanta ihasta un
tanto excesiva) predilección fotografía, pero con el mayor arte, en
su magistral Soíi/íza, en El sabor de la ticrruca, en Escenas iiion-
íañesas, y en tantos otros agradables e ingeniosos libros.
2. No cabe duda: Pereda había nacido para pintar, de pn
ferencia y casi únicamente su tierra. Cuando dibuja otras, no
acierta del todo, como en el algo lánguido Pedro Sánchez; o.
desacierta, como en el repulsivo Bney suelto; o fracasa, como en
la cruda Montálvcz; todos tres libros, además, pesimistas.
3. Para pintar su tierra
había nacido; pintarla, no i
en novelas largas, como Nu- '
bes de estío. Peñas arriba, \
y otras (donde o por su
prurito descriptivo u otras
flojedades decae); sino en
novelas breves.
4. Porque, más que no-
\elador costumbrino, es cos-
tumbrista novelador. No ,
tiene el don (ni importa, y
acaso valga más que no lo
tenga) de desenvolver lata-
mente sus argumentos, casi
todos muy felices y sus-
ceptibles de amplio desen-
volvimiento ; que en otras
manos (francesas, verbigracia) ,
dieran materia para volú-
menes de volúmenes.
Con demasiado cariño e
intensidad fija su mirada hondamente observadora en los carac-
teres, las costumbres y la naturaleza, para que puedan interesarle
gran cosa las peripecias, que excitan y mantienen la curiosidad
del lector.
Acabada extensión y acabadas proporciones luce toda su no-
velística costumbrina, o sea, sus inexactamente llamados cuadros
de costumbres.
5. Muchas de sus novelas cortas (y no en postrer término
la hermosa Mujer de Cesar, la patética Leva, el trágico Ein de
Jo~c .M^
REFLORECIMIENTO: SEGUNDO SIGLO DE ORO. 1 27
una raza)^ serían más que suficientes para proclamar a Pereda
uno de los mayores novelistas y pintores de costumbres. Tan
viva resplandece su verdad ; tan pasmosamente naturales apa-
recen y viven y hablan sus personajes; tantos y tan diversos,
y (salvo «El Buey suelto» y «La Montálvez») tan atrayen-
tes son.
Hasta sobre los granujas de ínfima estofa sabe, a manera de
Murillo, arrojar un rayo de sol, que los trasfigura. Es el rayo
del amor con que los mira, no de aquel amor femenino y tierno
de Fernán, sino de un amor poco sensible, pero no poco intenso;
mucho menos patético, pero no menos agradable ni artístico que
el de la grande andaluza.
6. Quien quiera conocer a fondo, en poco tiempo y del modo
más placentero posible, al novelador montañés, lea Blasones y ta-
legas. Allí le conocerá, admirará y amará. Excepto el Quijote,
nada más perfecto posee la novelística mundial.
Es la lucha y victoria de las talegas sobre los blasones; guerra
pintada con un pincel de lo más mágico : parece el libro un pe-
queño Quijote, pequeño sólo por sus dimensiones; el cual no se
avergonzaría de haber escrito el mismo Cervantes y que vivirá lo
que el de la Mancha.
Cual, princ. : vivo realismo.
Def princ. : prolijidad, sobre todo descriptiva.
§ 5. Luis Coloma.
(1851, Jerez de la Frontera; grab. 23.)
I. Amigo y discípulo de Fernán Caballero, muéstrase el
jesuíta Luis Coloma novelista de mucha originalidad , vuelo,
fuerza y fecundidad, a pesar de su complexión sobre manera en-
fermiza.
Universal y justísima celebridad ha alcanzado su valiente novela
de costumbres Pequeneces, valiente como literatura, por su carac-
terística enérgica, su vivido colorido y su extraordinaria animación
e interés; y valiente asimismo por haberse atrevido el autor con
loable entereza a afrontar las iras de la aristocracia madrileña,
cuyas miserias y decrepitud traza al natural y al vivo con un
pincel como el de Velázquez. •
Después de esta gran novela de vida duradera, ha escrito
muchas otras interesantes y coloridas, pero ninguna como Jerojuin
128
CUARTO CICLO: SIGLO XIX.
(Don Juan de Austria), un espléndido cuadro histórico en toda
su fülp;ida luz y sus sombras densísimas.
2. De caracteres y ar-
gumento potentes, cautiva
el Boj. Pero, sobre todo
por sombrío y algún tanto
tendencioso , no satisface
enteramente.
Cautivadoras también
son sus páginas historico-
literaria.s , Rec7ierdos de
Fernán Caballero.
3. El resaltar a veces
en Coloma la tendencia
con daño del arte, no
quita que debamos mirarle
como uno de los buenos
novelistas de su siglo )'
la mejor pluma de su
orden.
Dot. princ. : caracterís-
tica.
(irab. 2^. Luis Colonia
Def. princ. : tende7icia.
PARALELO ENTRE FERNÁN, TRUEBA, PEREDA Y COLOMA.
Todos ellos grandes novelistas de costumbres, pintores de la
España moderna; que completándose, de cierto modo, entre sí
completan el gigantesco y refulgente cuadro ; todos ellos de
extraordinaria inventiva y originalidad, de riquísima característica,
de los más altos vuelos y del más cristiano sentir; difieren, sin
embargo, notablemente entre sí.
Fernán pinta a la España tradicional, caballerosa, cristiana;
Trueba a la España campesina, patriarcal; Pereda a la España
plebeya; Coloma a la aristocrática.
Dramático es F"ernán ; Trueba, idílico ; Pereda, cómico ; trágico.
Coloma.
Llora y ríe Fernán ; Trueba sonríe y llora ; Pereda ríe franco
y alegre: Coloma ahoga adusto risas y llantos.
FLORECIMIENTO: SEGUNDO SIGLO DE ORO. I29
CAPÍTULO IV.
ORATORIA.
§ I. Observación general.
Siendo elocuente de suyo el español, no hay género literario
donde no hable con elocuencia. Y sin embargo, no gusta de
discursos propiamente dichos, de piezas oratorias artísticas.
Indudablemente por esto no tiene grandes predicadores, te-
niendo tanta y tan diserta mística.
Su tribuna tampoco ostenta muchos oradores de fuerza.
§ 2. Emilio Castelar.
(1832, Cádiz, — 1899, ^- Pedro de Pinatar.)
1. El conocido político republicano Emilio Castelar, con lucir mucha
forma retórica, mucha flor y florón, y con ser, de tarde en tarde, también
elocuente ; está muy lejos de la verdadera oratoria ; puesto que le falta calor
íntimo ; fáltale fuerza de convicción. Y así no pasa de un hábil, verboso, brillan-
tísimo retórico; un orador decadente, grato al oído, que halaga con sus períodos
sonorosos ; pero frío, campanudo, quemador de luces y fuegos bengalinos, asombro
para la niñez y el populacho; lampos curiosos y ruido molesto para gente sensata.
2. No alcanza tamj)oco a la talla de los verdaderos oradores el diplomático y
político Juan Donoso Cortés (1807 — 1853), mucho más pomposo que profundo,
mucho más efectista que enérgico ; ni exento de fraseología.
§ 3. Juan Vásquez de Mella.
(1862, Cangas de Onis.)
Este gran tradicionalista y católico puede figurar dignamente
al lado de los mayores tribunos y parlamentarios modernos, por
su facundia extraordinaria, nutrida de sólido y no pocas veces
profundo razonamiento y animada de un calor y una grandi-
locuencia que electriza a amigos y enemigos y domina todos los
comicios, asambleas y parlamentos.
CAPÍTULO V.
HISTORIA.
§ I. Modesto Lafuente.
(1806 — 1866, Valladolid ; grab. 24.)
I. Modesto Lafuente, político, periodista y director de ar-
chivos y bibliotecas, el linico historiógrafo español de elevada
talla, supo en su Historia gctieral de España investigar los he-
chos y narrarlos con interés, calor y dramatismo en estilo y.
lengua neoclásicos; en que sobresale (casi al igual de Jovellanos);
JuNEMANN, L¡1. y Ant. esp. 9
130
ClARTí» CICLO : SIGLO XIX.
estilo y lengua que, si bien distan de la majestuosa pompa del cas-
tellano de la edad áurea i^inemediablemcnte muerto), lo superan
en flexibilidad y viveza.
Eilic: 30 t, Madrid 1S66...; 6 t., liarcelona 1882, continuada por Jua/i l'akni.
i> 2. Consideración.
I. El único historiador de elevada talla he llamado a La-
fuente. Porque los antiguos de la edad de oro no suben del nivel
de ilegibles, aunque consultables cronistas; y los pocos modernos,
antes que historiadores, son monógrafos.
2. jDe dónde tan la
mentable desidia, y en un
siglo en que a porfía se
cultiva la historia? ¿en que
se le da una importancia
que sería excesiva, a caber
xceso en el culto de la
gran maestra, luz y conso-
ladora de la vida?
¿De dónde tanto aban-
dono, y en la tierra nativa
de los escritores, de los he
roes, de las hazañas, de la
más memorable historia? ;en
la tierra donde muchos in-
genios superiores dábanse
a las disciplinas históricas,
cuando en Europa casi nadie
se daba aún a ellas?
¿No es humillante para
España un abandono tal? ¿No es una humillación el que no sólo no
se escriban en ella historias extranjeras, historias universales, como
en todas partes se escriben, pero ni siquiera los propios fastos?
;No humilla el que España tenga que aprenderlos en el extran
jero, aprender allí hasta los de sus propias letras, y en fuentes
paupérrimas y no muy cristalinas ?i
3. La causa de tan imperdonable vacío literario es no conocer
cuánto vale la historia; cuánta gloria se gana en su cultivo;'
cuánto ingenio, cuánto arte requiere.
' I. as Historias de la literatura española de Tickuor y la de la dramática española I
de Schafk son deficientísimas, y están plagadas de grandes errores históricos y crítico'^
Grab. 24. Modesto Lafucnte.
FLORECIMIENTO: SEGUNDO SIGLO DE ORO.
'31
¿Remedio del mal?
Conocer, enseñar, enaltecer el valor de la historia. Que in-
genios nunca han faltado en España ni faltarán.
§ 3. Marcelino Menéndez y Pelayo.
(1836, Santander, — 1912, ibid. ; grab. 25.)
I. Con potente empuje abre camino a los estudios históricos y
críticos Marcelino Menéndez y Pelayo, profesor universitario de
¡ Madrid ; que era ya un sabio cuando otros empiezan a estudiar.
Llamado, como pocos, a
I entrar y dominar todas las
I dilatadas re^^iones de la his-
i toria, escribiendo obras de
interés general y permanen-
te, que fueran inmortales y
marcasen rumbos al espíritu
I humano; gastó, por des-
i gracia , todo su inmensu-
rable saber, actividad y ta-
i lentos en asuntos inmensa-
¡ mente inferiores a su in-
genio, y, llevado de un
patriotismo tan noble como
I mal entendido, se consagró
j por entero y con un amor
I cada vez más pasional y
' pernicioso para su alto cri-
'terio, a explorar antigüe-
I dades hispánicas , por la
I mayor parte de escasa va-
lía, y momias aun menos valiosas ; escuálidas muchas (como en
la Historia de los heterodoxos españoles); muy raquíticas otras
(como en Horacio en España)\ unas pocas dignas de un museo;
las más, de volver a las sombras de donde salieron y adonde
volverán.
2. Hasta su principal libro, la Historia de las ideas estéticas
en España (ese enorme e interesantísimo fragmento de una obra
punto menos que irrealizable), semeja exhumación y tira a momia.
Y, por ende, ni esta misma Historia, por más de un con-
cepto digna de llamarse grande, está segura de inmortalidad.
9*
Grab.
Marcelino Menéndez y Pelayo.
132
CUARTO CICLO : SIGLO XIX.
Porque milagros como el de resucitar muertos no los puede
hacer ni un Menéndez.
3. Portentoso, eso sí, brilla siempre su poder evocador (poder
crenial, único, lo más saliente en su fisonomía intelectual), y niara
villosa fulgura aquella linterna mágica de su fantasía y viveza dr
estilo, con que irradia tantas y tan opacas figuras y las hace como
revivir ante nuestros ojos asombrados.
Dot. princ. : potencia evocadora literaria.
Def. princ: nimiedad de asuntos; criterio optimista.
CAPÍTULO VI.
ÉPICA.
§ I. El Duque de Rivas.
(1791, Córdoba, — 1865, Madrid.)
Impulsó el movimiento romántico el Duque de Rivas (Ángel de Saavedra),
militar y estadista.
Pero, aunque era poeta de talento, faltábale el suficiente para hacerlo triunfar.
La selecta forma y los pasos poéticos no logran prevalecer sobre la aridez de
su epopeya, El moro expósito, de sus dramas y restantes poesías.
§ 2. José Zorrilla.
(1817, Valladolid, — 1893, Madrid; g'ab. 26.)
1 . Abierta por Meléndez Valdés una nueva edad de oro a la^
letras peninsulares. Zorrilla, siguiendo las huellas de las nacionales
clásicas, volvió los ojos a los gloriosos sucesos históricos de la
nación y creó la épica.
2. Educado en el seminario de nobles en Madrid con la sui)er-
hcial cultura escolástica de la época, y llevado de su instinto
literario, dióse furtivamente a la lectura de los novelistas coetáneos:
Scott, Chateaubriand, Cooper.
3. Después, refractario a la jurisprudencia, huyó a Madrid, donde
vivió precariamente del dibujo y la pluma. Reñido con toda po-
lítica, sociedad, religión, y rev^olucionario furibundo, no se pudo,
con todo, sustraer del irresistible encanto de las musas. Arrastrado
por su fuerte fantasía y por la corriente romántica, era uno de sus
placeres predilectos vagar por los cementerios entre las tinieblas de
la media noche.
4. Kl primer fruto de sus ideas desquiciadoras, al par que la
revelación de su talento, fué una elegía a la muerte de Mariano
florecimiento: secundo siglo de oro.
133
José de Larra. Elegía que, falto hasta de tinta y pluma, escribió
con un mimbre y la tintura azul de un cestero, con quien vivía
en un desván. En el entierro de Larra, íbase ya a retirar la co-
mitiva fúnebre, cuando de pronto la recitó, y con tal emoción que
no pudo acabar la lectura; la cual otro terminó por él.
5. Desde aquel día empieza su vida de poeta. Pronto entabló
relaciones amistosas con los principales ingenios de la capital y
dióse a imitar a Lamartine y Víctor Hugo.
6. Pero la lucidez de
su juicio y la fuerza de
su talento convenciéronle,
a poco, de que era malo
y extraviado el camino
que llevaba. Volvió a la
historia y la religión pa-
trias; y su afición a la
leyenda hízole buscar y
poetizar las innumerables
y bellísimas nacionales, y
escribir una crecida can-
tidad de dramas. Entre
éstos fué singularmente
aplaudido el Don Juan
Tenorio; que él mismo
sin embargo, censuró \
zahirió toda su vida.
7. En París y Bruselas
escribió (1852) su poema
Granada, que el público
acogió con frialdad.
8. Pesares e infortunios hiciéronle emigrar (en 1855) a Méjico.
Allí vivió muy honrado por la nación, pero inactivo, ora en los
palacios que se disputaban el honor de albergarle, ora en las
chozas de los indios. El postrer año de su estancia en América
pasólo en la corte del emperador Maximiliano.
9. En 1866 tornó por fin a España, que le recibió con jú-
bilo como a un príncipe; le inspiró (en 187 1) la Leyenda del Cid:
asignóle pensiones, extensivas a su mujer; y últimamente, en un
grandioso desborde de entusiasmo nacional (único en la historia
y un monumento para el pueblo y el héroe) le coronó, el 24 de
junio de 1889, en la Alhambra granadina, con corona de oro,
134 CUARTO CICLO: SIGLO XIX.
entre fiestas magnificentísimas, realzadas por las deniostraciones
de cariño con que su querida Granada colmó y abrumó al cantor
de su hermosura y sus glorias.
10. Merecidísimos homenajes: amor con amor se paga, y poco
es una corona de oro para sienes circuidas de inmortal aureola.
V lo están las de Zorrilla, mal que pese a una crítica ciega,
que no ve sino los desaciertos y j^or ellos juzga a los autores.
11. Desaciertos, a no dudarlo, tiene Zorrilla; muchos desa-
ciertos, y grandes.
Desacertado es, generalmente su teatro, y desacertadas son,
en parte, sus leyendas. Mas en estas mismas (como en «Azucena
silvestre», por ejemplo) acierta mucho y pinta cuadros y escenas
de lo más bello.
E insuperables cuadros y escenas (v. g. : Introducción; III, IV
y caracteres originales pinta (v. g. : III, IV) en los Jicos de las
movtañas.
Donde ya sube a las grandes alturas épicas, narrando maestra
bien que no muy límpidamente el trágico fin de Genoveva de
Aquitania, víctima pura de su primera decepción amorosa.
Epopeya semiclásica, semiromántica, abundosa de primores, ki
Ecos, a pesar de su desenlace no del todo satisfactorio, arrastran
por su peregrina potencia de inspiración.
12. Empero, prescindamos de esta labor poética; aunque ella
sola vale más que todo Espronceda, Bécquer, y otros muy renom-
brados vates; prescindamos de ella y fijemos nuestra atención en
sus dos grandes poemas Granada y la Leyenda del Cid, y pre-
guntemos si dos verdaderas, grandes y soberbias epopeyas no
bastan a inmortalizar a un hombre y apellidarle genio.
Genios apellidamos, con razón, a otros que han escrito menos
bien y menos que él.
13. Vastas epopeyas entrambas de Tortísima inspiración, no
dañan considerablemente, ni al «Cid» las intempestivas cuanto pro-
saicas digresiones morales (en especial la sobre la superstición: 5),
ni a «Granada» las introducciones poéticas digresivas de cada libro
(cantares líricos, por lo demás, valentísimos casi todos ellos).
14. F!popeyas magistrales entrambas, sólo en lo magistral no
difieren: en todo lo restante son opuestas; en el ritmo mismo, uní-
sono en el «Cid» ; polimétrico, ricamente polífono en «Granada». La
fluidez narrativa del «Cid», su sencilla elegancia, su dramatismo elo-
cuente, son la antítesis del lirismo épico, la magnificencia, la escasa
y siempre interrumpida narración de «Granada».
florecimiento: segundo siglo de oro. 135
15. Epopeya romancesca el «Cid», y la obra más monumental
escrita en romance; clásica, empero, sencillísimamente clásica;
romántica, altamente romántica «Granada» ; luce cada cual su pro-
pia hermosura : griega aquélla, sin otro adorno que su beldad
misma; moderna ésta, hija del sol de Andalucía y profusamente
engalanada de flores. Ambas a dos encantan; si más ésta, efecto
es, no de sus atavíos, sino de su mayor gracia y sensibilidad.
16. La asombrosa, casi descarnada sobriedad narrativa, poé-
tica, estilística del «Cid» está muy reñida con la inmensa fantasía
de «Granada», que es un perfecto ejemf)lar de romanticismo; pues
se sobrepone a todas las reglas y tradiciones épicas. Salta, al pa-
recer, con frenético capricho acá y allá; aparenta burlarse de todo
orden, de toda unidad, de todo arte. Y sin embargo (abstracción
hecha del libro final : una especie de epílogo ; aunque hermoso,
enteramente inútil y casi nocivo al poema), hay perfecta unidad,
hay orden dondequiera ; dondequiera campea el arte.
17. Su unidad llega a maravillar; porque están refundidos aquí
en uno dos poetas y dos hombres del todo diferentes: el árabe
y el cristiano. El árabe hace olvidar al cristiano; el cristiano, al
árabe. Oriental es el poema, mas no desmiente su índole occidental.
18. La fantasía oriental ha obrado aquí, por fin, un prodigio
único: el de aliarse con el gusto más fino y someterse a él. Los in-
genios orientales búrlanse de la razón ordenadora y refrenadora. El de
Zorrilla cárgase también a veces de esencias que por un momento
embriagan. Pero ¿quién se quejará de la embriaguez causada por
la exuberancia de flores; sobre todo si por entre ellas bulle siem-
pre el aura fresca, disipadora del exceso de aromas.' ¿Quién se
quejará de las flores de «Granada», no dejando allí de alentar las
brisas de la reflexión moderada, sosegada y serena.^
19. Siempre se subordina la fantasía al asunto.
Quiere el poeta celebrar las glorias de la Granada mora y las
glorias de sus vencedores. No es su propósito narrar la guerra
granadina íntegra, sino sólo reflejada y concentrada admirable-
mente en dos grandes episodios con que ella comenzó.
20. Ábrese el poema con una fantasía muy patética, dantesca.
Preludia luego y preludia, subiendo y subiendo la mente y el
tono; y antes de terminar el preludio, toca ya en los lindes de
la sublimidad, en una espléndida autobiografía psíquica, entre sones
de cítara, de arpa, de zampona, de trompeta ; que alternan, se
confunden, dispersan y reúnen de nuevo en un raudal plácido y
poderoso de armonía.
136 CUARTO CICLO: SIGLO XIX.
2 1. Cuenta luego la muy poética leyenda de Alhamar, en un
poema introductorio a la epopeya y le pinta con fantasía tan ri-
sueña cuanto gigantesca, engrandeciendo a Granada, fabricando la
Alhambra; hallando convertidas en perlas las gotas de rocío; so-
ñando afanosamente en glorias, cada vez mayores para la patria
amada, y sucumbiendo al pesar que le causan sus nacientes disen-
siones civiles, precursoras de su próxima ruina.
22. Esta agonía del noble rey forma el núcleo de Alhamar.
Son visiones que ve como con febril paroxismo, sobre toda ponde-
ración espléndidas: primero la «carrera», cuando la fiebre sube y
le abrasan sus ardores; luego las «nieves», cuando declina y viene
el frío de la muerte. Dos grandiosas escenas, que llegan, sin tras-
pasarlo un punto, al más lejano límite adonde ha llegado y puedi
llegar la fantasía: precipitándose ya por entre escarpadas rocas, )..
por un lecho de flores, al son de indefinible, sentida y arrebata-
dora armonía.
23. Tras de una invocación magnífica, ábrese «Granada» en toda
la llaneza y vaga majestad épicas.
El episodio de Gonzalo Arias de Saavedra (lll, 2), al par que
una tragedia esquileana, vale por sí solo toda una epopeya, y su
héroe más que ninguno de las otras epopeyas humanas.
24. Con el más delicado tacto ameniza la narración, variando
no sólo de metro, sino también de estilo y tono. Para dar reposo
al espíritu, desciende tal vez de las alturas de la pompa épica
hasta el idilio familiar (p. ej., V, i) y vuelve al punto a encumbrarse.
25. Aunque no eran menester tales sitios de reposo; que la
narración camina y vuela muy amena y dramática, relevada por la
honda y luminosa antítesis de las dos civilizaciones en lucha: la ^
islámica y la cristiana, personificadas en dos tipos fúlgidamente i
coloreados: la sultana favorita, Zoraya, e Isabel la Católica. j
26. En dilatada galería, empezando por la incomparable figura ¡
del ángel Azael, exhibe Zorrilla las fisonomías más varias y opuestas;
de bien marcados contornos todas, todas muy propias para atraer la
atención y, la mayor parte, el cariño ; de capitán a paje ; desde la
gentil Moraima hasta su muy simpático esclavo: el enano Kael.
27. Al través del poema entero vibra mucho de la espontaneidad
y riente gracia ovidianas. De embeleso en embeleso va llevando
el poeta al alma, estremeciéndola también de tarde en tarde pro-
fundamente, hasta despedirse de ella entre las lágrimas que vierte
y hace verter la infortunada Moraima, en el canto final, cuya
belleza sube hasta donde puede subir la de la fantasía humana.
I
FLORECIMIENTO: SEGUNDO SIGLO DE ORO. 1 37
28. El sitial de «Granada» no es, en consecuencia, el que
ignorante y groseramente suelen asignarle: su sitial es entre los
grandes poemas, entre los más radiantes y mágicos de la tierra.
El parnaso español ni parnaso alguno ostenta versos más fá-
ciles, más primorosos, de más cautivadora melodía.
Con las maravillas de la forma corre parejas el fondo.
No es presunción o vanidad poética la virtud de deleitar y
consolar que el poeta atribuye a su poema. Que él suaviza, de-
leita, arrulla, eleva mucho más que otras creaciones profundas,
sentimentales, sublimes.
Si tales afectos causa, evidente es que algo de muy pro-
fundo, muy patético, muy sublime (por indefinible, por impalpable
que sea) alienta en él. Quien lo leyere cual leerse debe, tendrá
que sentirlo, como lo sintió el pueblo español, cuando, enajenado
de asombro, puso la corona de los reyes en la cabeza del humilde y
modesto poeta y esparció ante sus pies todas las flores de la tierra.
Dotes Y^únc: fantasía sentimental; melodía.
Def. de «Granada» y del «Cid» : digresiones, epilogo de «Gra-
nada»; de los poemas menores: mal gusto.
Edic. : Granada 1852 . . . Madrid y París . . .; .Obras, 4 t., Madrid 1905.
CAPÍTULO VII.
LÍRICA.
§ I. Observación general.
Imitadores, uno más, otro menos, son los líricos del siglo XIX.
Malos discípulos de malos maestros, no se limita esta raza de
¡descastados vates a imitar al poeta del pesimismo, Byron; imita
¡asimismo a Goethe; imita aun al imitador y descarado plagiario
del parnaso alemán entero : Heine. Divinizado en Alemania, para
baldón de ella, este caricaturista y caricatura de la legítima poesía,
la España incrédula o candida no quiso irle en zaga ; y todavía
suele sahumar a tan deforme ídolo y admirar todavía a sus discí-
pulos, con desdoro de la crítica y del buen sentido.
§ 2. José Espronceda.
(1810, Almendralejo, — 1S42, Madrid.)
I. Revolucionario y cínico al igual de su modelo, Byron, aunque mucho menos
poeta y sin tener ninguna de las principales dotes de tal, acércase José Espronceda
mucho más que Quintana , a la poesía verdadera. Remeda con mayor habilidad
el sentimiento ; y como le domina el pesimismo, con que no llegó a contagiarse
I3S CUARTO CICLO: SIGLO XIX.
aquél, y le domina la misanlropía, y le tiene el corazón dañado y herido el vicio;
está empapado en odio y hastío su énfasis.
2. Desafina a cada momento su lira con disonancias ingratas y chillonas.
Su poema fantástico, el Diablo mundo, ganóle mucha fama, a pesar de ser,
o mejor dicho : por ser un haz mal atado y quimérico de agudo gongorismo, de im-
precaciones un si es no es frenéticas, de casi ninguna poesía.
Menos irregular, menos impoético y mal rimado, si algo vale el Estudiante de\
Salamanca, no consigue salvar los límites de la vulgaridad ; ni consigue salvarlos
ninguna parte el poeta, agítese cuanto quiera, haga el ruido que hiciere, ad
renle como quieran sus ya escasos y pobres admiradores.
i>> 3. Gustavo Adolfo Bécquer.
(1836, Sevilla, — 1 870, Madrid.)
No le excede en valor Gustavo Adolfo Bécquer, cuyas Rimas a lo Heií
(descartado de ellas el gongorismo, las muchísimas tonterías, vaciedades, impiedadea
redúcense punto menos que a nada.
s< 4. Gaspar Núñez de Arce.
(1834, Valladolid, — 1903, Madrid.)
Político versátil, pero impertérrito byroniano, más original y de más
estro que los otros líricos españoles de su tiempo; no ha dejado, con
todo, tras sí ninguna obra imperecedera. Algunas puede que vivan una
centuria o más. Aunque difícilmente.
Porque luego se apagan acordes elegiacos como los suyos: som-
bríos, pesimistas, enfáticos más que sentidos; escépticos, no obstante
sus celajes de fe.
Acordes tales fatigan, y con toda su sonoridad y armonía tienen
que morir.
Los que vivirán más, serán sus poemitas narrativos; donde, coraoi
en la Pesca, suelen caer, entre las brumas, algunos gratos rayos
de sol.
§ 4. Ramón de Campoamor.
(1817, Navia, — 1901, Madrid.)
Como Núñez de Arce, es, o por mejor decir, fué, poeta de moda Ramón '
Campoamor, y ya se sabe cuánto dura ésta.
Unos pocos epigramas, unas cuantas miniaturas dramáticas de sus Dolaras: no|
es otro su caudal poético. Pues sus poemas son joyas falsas, y la mayor parte burda-
mente falsificadas.
CAPÍTULO VIII.
DRAMÁTICA.
ij I. Francisco Martínez de la Rosa.
(1789, Granada, — 1862, Madrid.)
En vano se esforzó Martínez de la Rosa por conciliar en su insulso Edipo y
su insulso y decrépito teatro el clasicismo francés con el naciente romanticismo.
Era conciliar la esclavitud con la libertad desenfrenada.
FLORECIMIENTO: SEGUNDO SIGLO DE ORO.
139
§ 2. Manuel Tamayo y Baus.
(1829, Madrid, — 1898, Madrid; grab. 27.)
1. De pronto renace la gloria del teatro clásico español, muy
itinadamente modernizado por los dos grandes dramaturgos del
iiglo: Tamayo y López de Ayala.
Sabio, modesto, cristiano, tan amable en su trato como en
ju dramática, infunde Tamayo a ésta su corazón y personalidad,
mimados por un ingenio natural y fuertemente escénico. Tan
latural y tan fuertemente escénico , que en Juana de Arco
una de sus obras juveni-
les, donde hasta en el triste
y antihistórico empequeñe-
:imiento de tan alta figura
mita a Schiller), supera, I^^^M ^^^^^^^R \
iin embargo , al drama-
:urgo alemán en viveza dra-
nática y soltura de diá- ^^^^W '^r -^ ^Kr \
logo.
2. Distínguenle siempre
la originalidad, la fuerza, la
sencillez. Originales, fuer-
tes y sencillos son sus ar-
gumentos; natural y fuerte
les la composición escénica,
¡natural y fuerte el diálogo;
¡fuerte y natural la forma
misma: una prosa de aca-
jbada hermosura.
I 3. Salvo la Lucrecia^
tragedia flojísima, en que C^^^. 27. -M'nuel Tamayo y Baus.
se aparta de su habitual llaneza, casi todo su teatro compónese
de producciones originales y maestras. Entre ellas hácense viva-
mente notar la Locura de amor y Un drama nuevo.
Dotes princ. : origijialidad, sencillez, vigor.
Edic: 4 t., Madrid 1898.
§ 3. Adelardo López de Ayala.
(1829, Gradalcanal, — 1879, Madrid.)
I . Estadista y ministro de Alfonso XII, no cede a Tamayo en bondad
•ie corazón, ni en altura moral, ni en nativo y cristiano españolismo.
140 CUARTO CICLO: SIGLO XIX.
2. Kn ['// hombre de Estado traza un profundo, patético y su-
blime cuadro de la ambición viril que ciega y despeña, así como
del amor femenino que se sacrifica; estudiados el hombre y la
mujer en los dos protagonistas con análisis maravilloso.
Magistralmente analiza asimismo en Consuelo, en El tejado di
vidrio, el Tanto por ciento y doquiera.
Dotes princ. : invc7itiva, psicología.
Edic. : 7 t., Madrid 1887.
PARALELO ENTRE TAMAYO Y AYALA.
1 . Dramaturgos ambos a dos de nobles principios y encumbrado
vuelo, habla sencilla y galana ; prosista consumado Tamayo, versi-
ficador insuperable Ayala; continuadores ambos del drama clásico
y por antonomasia español ; modernos, sin embargo, ambos e intér-
pretes de su siglo, al par que los antiguos lo fueron del suyo.
No difieren sino en el grado de ingenio.
2. En inventiva, potencia dramática, análisis del corazón, viva-
cidad de diálogo, hermosura formal, excede Ayala a Tamayo,
quien en todas estas dotes no deja tampoco de resplandecer in-
tensamente en cada una de sus obras.
3. Señalados maestros del arte, correspóndeles a entrambos,
no el puesto secundario que una crítica por demás ciega ha so-
lido darles, sino otro mucho mayor. La crítica verdadera, que pro-
ceda con rectitud, ha de colocarlos necesariamente entre Tirso y
Alarcón. Sus creaciones aproxímanse mucho a las de aquél y aven-
tajan a las de éste, y a las de Rojas y sobre toda ponderación
mucho a las de los otros inferiores a ellos.
4. Son más que talentos : su inventiva y poder dramáticos los
suben a la categoría de genios.
Con la audacia del genio bajan a las honduras y abismos del
alma humana, y con igual audacia remóntanse de allí a las zonas
altísimas de la luz inextinguible e inmensa, arrastrando consigo al
tardo a una y otra parte con irresistible pujanza, y llevando al
animoso con suavidad suma sobre sus potentísimas alas.
§ 4. José de Echegaray.
(1833, Madrid.)
El polígrafo y político José Echegaray y Eisaguirre ha logrado, estudiando
hábilmente al público, señorearle con sus dramas, de cierta buena disposición es-
cénica. j)ero efectistas y horripilantes, de estruendo, crímenes y horrores, de sangre
florecimiento: secundo si(;lo de uro. 141
y de cadáveres, que, al fin, a fuerza de amontonarse en las tablas, y no del todo
muertos, paran con frecuencia en comedia.
No hay en el teatro de España cosa peor : ni peor pensada ni peor escrita, que
el Gran Galeota. El cual señala el confín postrero de la perversión a que puede
tocar el gusto público en la privilegiada tierra del drama.
§ 5. Jacinto Verdaguer.
(1845, Fülgarolas, — 1902, \'alvidrera.)
En catalán escribió este sacerdote un poema lírico-épico, la
Atlántida, en que canta el hundimiento de este continente. Mons-
truosa, gongorina, hácese, con todo, admirar la «Atlántida» por
lenguaje y verso espléndidos y la esplendidez de los episodios :
el «Sueño de Isabel» y el «Coro de las Cicladas».
§ 6. Ojeada sobre la literatura española durante
el siglo XIX.
1. Paralelas han caminado durante el siglo XIX y prosiguen
aún caminando las dos generaciones enemigas: la incontable, que
maldice impía, ríe forzada, y sarcástica, llora de rabia y desespe-
ración : los Larras, Esproncedas, Bécquer, Niiñez de Arce, Cam-
poamor; y la generación diminuta, que bendice creyente, que juega
y ríe hasta a la faz de la muerte, que, cuando llora, llora sin
amargura, y a menudo de dicha: los Fernán, Pereda, Trueba,
Coloma, Zorrilla, Tamayo, Ayala, Menéndez.
2. Paralelas van ambas: la creyente, vigorosa, alborozada, co-
ronada de flores; la impía, pálida, demacrada, taciturna, enferma,
revelando apenas el común origen en alguna marchita facción, en
algún fugitivo relampaguear de la mirada; enfermos, uno de his-
panofobia, otro de nostalgia; todos de misantropía, todos de in-
curable tristeza.
3. Y sin embargo, los pocos escritores de la generación sana
y española han sido poderosos para ilustrar a España durante el
siglo y para levantar durante él sus letras sobre las de todas las
otras naciones.
¿Cuál de ellas, en efecto, puede presentar en el decurso de
la centuria simultáneamente cuatro genios: Fernán, Zorrilla, Ta-
mayo, Ayala, y en tan diversos géneros.'
4. Allegada la belleza poética producida en el mismo tiempo
por los pocos escritores geniales del extranjero: por Chateau-
briand, Brentano, Eichendorft', Tolstoi, no alcanza a igualar la
142 EPÍLOGO.
r¡i]uis¡ma y centelleante de estos cuatro í^randes hijos de la tierra
poética por excelencia.
Que por dondequiera hasta en un siglo tan estéril para las|
letras como el decimonono ha brotado profusión de preciadas!
plantas y de exquisitas flores.
5. Xo han desmentido su origen ni su vitalidad literaria las n
públicas hispano-americanas; que no pocos signos y no cortas es-
peranzas dan de germinación y pronta florescencia. Muchos in-
genios de fuerza ha habido y hay: poetas en Centro-América;
periodistas e historiadores en Chile; escritores apreciables en todas i
partes. |
Prosador animado y polemista vigoroso es, en su Venida del
Mesías en gloria y majestad, el jesuíta chileno Manuel Lacunza.
Es poeta de gran soltura y chispeante, en su original paráfrasis del
^< Orlando furioso», el sabio venezolano Andrés Bello.
Doquiera, a uno y otro lado de los mares, vivo está el genio
ibérico y aspira a dominar.
Epílogo.
Trazado está el cuadro de las letras españolas, parte en notas
taquigráficas, apuntadas en la lectura de los libros criticados y al
volar de la pluma; parte en siluetas y perfiles; alguna parte tam-
bién en miniaturas fotográficas; todo en obsequio de la sinopsis,
para poder contemplar de una ojeada el gran cuadro, el inmenso 1
panorama ; todo en obsequio de la brevedad y en interés del lector.
El que toma uno de estos libros, tómalo, no para leerlo al
igual que una novela o una narración, sino con el fin de estudiar,
de orientarse, de consultar, para dejar el libro en seguida de la
mano y volverlo a coger oportunamente.
Rápidas y escritas en estilo de apuntes y casi lapidario, hanj
de .ser esta clase de obras, que son para muchos, pues sólo así
pueden muchos consultarlas y adquirirlas.
Breves y comprensivas han de ser y presentar la mayor con-j
centración posible, para que de golpe, sin pérdida de tiempo y
sin fatiga, se pueda abarcar la desmedida extensión con que se
dilata el horizonte de toda una literatura, sobre todo, como la,
española; que es un mundo, mundo henchido de todo linaje de
riquezas y prodigios; un mundo, el más grandioso y soberbio que,
después del helénico, han visto y verán los siglos.
EPILOGO. 143
He trazado a grandes rasgos el enorme ciclorama. Toca al
lector inteligente (que sólo para él he escrito) analizarlo y medi-
tarlo. Hágalo, y verá cómo irán creciendo los objetos, avivándose
los colores, aclarándose los contornos, multiplicándose las distancias
y perspectivas. Y entonces cada uno de los grandes libros, y
luego, el inmenso todo comenzarán a esplender más y más, no
Icón la luz prestada y lánguida de un minucioso análisis, sino con
¡la propia, intensa, inextinguible de la concentración y la síntesis.
El análisis más es para el vulgo y el ocio : la síntesis, para
los sabios y la labor. Una síntesis, aunque no sea de primer
borden, se vuelve a leer; el mejor análisis, una vez leído, leído está
!para siempre. El análisis cuadra más a las cosas pequeñas : la sín-
Itesis, a las grandes, como las letras helénicas, como las peninsu-
llares. Cosas diminutas, si no se examinan en detalle, si no se pon-
jderan sus excelencias, no se aprecian ; las grandes, empero, cuanto
con mirada más amplia y general se dominan, tanto más grandes
se ven.
De un gentil arbusto se goza mirándolo detallada y prolija-
mente; de un árbol gigantesco, abarcándolo (en cuanto es dable)
de una sola mirada. De aquél se goza una vez; de éste, en cam-
bio, siempre.
Y árbol gigante son las letras de España; son el árbol de las
manzanas de oro en el jardín de las Hespérides.
ADVERTENCIA.
Salvo los aun vivos, y Cervantes, cuyo Quijote es tan acabado que casi no
se puede señalar lo mejor de él, componen esta Antología los mayores ingenios es-
pañoles, representados por algunas de sus más felices y características páginas.
La norma a que ella se ajusta, es elegir lo más propio para caracterizar el ta-
lento y la fisonomía literaria de cada autor.
Por tanto no puede (como por lo regular ha de hacerlo la historia) propor-
cionar a la importancia del escritor la extensión con que le trata; pues hay au-
tores que se pintan, como de cuerpo entero, en una sola página, cuando otros,
acaso de menos valer, apenas lo hacen en muchas.
DEL FUERO JUZGO.
VIRTUDES DEL REY.
Así como el sacerdote ye dicho de sacrificar, así del rey ye dicho de
regnar piadosamientre ; mes aquél non regna piadosamientre, quin non
a misericordia. Doñeas, faciendo derecho el rey, deve aver nomne de
rey, et faciendo torto, pierde nomne de rey. Onde los antiguos dicen
tal proverbio: «Rey serás, si fecieres derecho, et si non fecieres de-
j recho, non serás rey. » Onde el rey deve aver duas virtudes en si, mayor-
! mientre iusticia et verdat. Mes mais ye loado el rey por piedat, que
por cada una destas; ca la iusticia a verdat consigo de so (= suyo).
(I- 3.)
FIRMEZA DE LOS ESPONSALES.
Deste día adelantre establescemos que después que andar el pleytea-
miento de las bodas ante testimonias entre aquellos que se quieren des-
posar, o entre sus padres o entre sus propinquos, e la sortiia fuere dada
e recibida por nombre de arras, maguer que otro escripto non sea ende
fecho; por nenguna manera el prometimiento non sea crebantado, ni
nenguna de las partes non pueda mudar el pleyto, si el otra parte non
quisiere; mas las bodas sean fechas, e las arras sean complidas segund
cuerno es pleyteado. (III, i, 3)
MATRIMONIOS DESIGUALES.
Aquella cosa non puede nascer en paz la cual es fecha por dis-
cordia. Ca nos viemos ya algunos que eran engannados por grand
JÜNE.MANN, Lit. y Ant. esp. lO
146 ANTOLOGÍA.
cobdicia que rasaban sus fiios tan desordenamientre, que en el casa-
miento non se acordaban las personas en edad ni en costumbres.
(in, I, 4-)
DE LAS SIETE PARTIDAS .
Dios es comienzo e medio e acabamiento de todas las cosas, e sin
él ninguna cosa jiuede ser, ca por el su poder son fechas e por el
su saber son gouernadas e por la su bondad son mantenidas. ( )ndc
todo ome que algún buen fecho quisiere comenzar, prmiero deue poner
e adelantar a Dios en él, rogándole e pidiéndole merced, que le de
saber, e voluntad, e poder, porque lo pueda bien acabar. (Prólogo.)
LEV VII: CU.VLES DEBEN SER LAS LEYES EN SÍ.
Cumplidas han de ser las leyes, e muy cuidadas e catadas, de guisa
que sean con razón, e sobre cosa que pueden ser segund natura, i
las palabras dellas que sean buenas e llanas e paladinas, de manera
que todo ome las pueda entender e retener. E otrosí han de ser sin
escatima e sin punto ; porque no puedan de el derecho sacar razón
torticera por su mal entendimiento, queriendo mostrar la mentira por
verdad, o la verdad por mentira; e que no sean contrarias las unas de
las otras. (I, i.)
LEV L\: CUÁL DEBE SER EL FACEDOR DE LAS LEVES.
El facedor de las leyes debe amar a Dios e tenerle ante sus ojos,
cuando las ficiere, porque sean derechas e complidas. E otrosí debe
amar iusticia e procomunal de todos. E debe ser entendido para saber
departir el derecho del tuerto, e no debe haber vergüenza en mudar e
enmendar sus leyes quando entendiere o le mostraren razón porque lo
deba facer; que gran derecho es, (jue el que a los otros ha de ende-
rezar, e enmendar, que lo sepa hacer a sí mismo quando errare. (I, i.)
AMADÍS DE GAULA.
NIÑECES DE ESPLAXDI.VN.
Habiendo Esplandián cuatro años que naciera, Nasciano el ermitaño
envió por él que gelo trujesen, y él vino bien criado de su tiempo; e
violo tan fermoso, que fué maravillado, e santiguándolo, lo llegó a sí,
y el niño lo abrazaba como si lo conociera. Entonces hizo volver al ama,
e quedando allí un fijo que de la leche criara a Esplandián ; y entram-
bos estos niños andaban jugando cabe la ermita; de que el santo hom-
bre era muy alegre, e daba gracias a Dios porque había querido guar-
dar tal criatura. Pues así acaeció que, siendo Esplandián cansado de
foigar, echóse a dormir debajo de un árbol, e la leona — que ya oiste
que algunas veces venía al ermitaño, y él le daba de comer, cuando lo
había — vio al niño e fuese a él e andovo un poco al derredor olién-
I
I
f
• DE LAS SIETE PARTIDAS. — AMADÍS DE CAULA. — ROMANCES. I47
j
1 dolo, y después echóse cabe él ; y el otro niño fué, llorando, al hombre
j bueno, diciendo cómo un can grande quería comer a Esplandián. El
hombre bueno salió e vio la leona, e fué allá. Mas ella se vino a él, fala-
j gándolo; e tomó el niño en sus brazos, que era ya despierto, e como
i vio la leona, dijo: «Padre, fermoso can es éste. ¿Ks nuestro?' — «No',
¡ dijo el hombre bueno, «sino de Dios, cuyas son todas las cosas.» —
«Mucho querría, padre, que fuese nuestro. ' El ermitaño hobo placer e
díjole: 'Fijo, ¿ queréisle dar de comer?» — «Sí», dijo él. Entonces trajo
una pierna de gamo que unos ballesteros le dieran; y el niño dióla a
la leona y llegóse a ella e poníale las manos por las orejas e por la boca.
E sabed que de allí adelante siempre la leona venía cada día e aguar-
j dábalo, en tanto que fuera de la ermita andaba. E de que más cre-
cido fué, dióle el ermitaño un arco a su medida, e otro a su sobrino ;
e con aquéllos, después de haber leído, tiraban, e la leona iba con
ellos, e, si herían algún ciervo, ella gelo tomaba; e algunas veces ve-
nían allí algunos ballesteros, amigos del ermitaño, e íbanse con Esplan-
dián a cazar por amor de la leona, que les alcanzaba la caza, y de en-
tonces aprendió Esplandián a cazar. {III, 8.)
ROMANCES.
I. MOKLSCOS NOVELESCOS.
MORIANA.
Rodillada está Moriana, i Ojalá viese mi alma
que la quieren degollare, cómo vos poder librare,
de SUS' ojos envendados para libertar dos vidas,
non cesando de llorare; que las veo aquí penare I»
atada de pies y manos, Moriana dijo: «Moro,
que era lástima mirare ; lo que te quiero rogare,
los cabellos de oro puro, es que cumplas con tu oficio,
que al suelo quieren llegare, sin un punto más tardare.»
y los pechos descubiertos, Estando los dos en esto,
más blancos que non cristale. el esposo fué a asomare
De ver el verdugo moro matando y firiendo moros,
en ella tanta beldade, que nadie le osa esperare,
de su amor estando preso. Caballero en su caballo,
sin poderlo más celare, ¡unto de ella fué a llegare,
hablóle en algarabía El verdugo la desata
como a aquella que la sabe : . y le ayuda a cabalgare ;
«Perdónedesme, Moriana ; los tres van de compañía
querádesme perdonare, sin ningún contrario hallare ;
que mandado soy, señora, en el castillo de Breña
por el rey moro Galvane. se fueron a posentare.
ABENÁMAR.
Por arrimo su albornoz y con las riendas trabadas
y por alfombra su adarga, su yegua entre dos linderos,
la lanza llana en el suelo, porque no se pierda y pazca ;
que es mucho allanar su lanza; mirando un florido almendro
colgado el freno al arzón con la flor mustia y quemada
lO*
I4S
antología.
por l;i inclemencia del cierzo,
a todas (lores contraria,
en la vega de Tolcilo
estaba el fuerte Abcnáinar,
frontero de los palacios
de la bella Galiana.
Las aves que en las almenas
al aire extienden sus alas,
desde lejos le parecen
almaizares de su dama.
Con esta imaginación,
que fácilmente le engaña,
se recrea el moro ausente,
haciendo de ella esperanzas:
"(íaliana, amada mía,
¿quién te puso tantas guardas!
i Quién ha hecho mentirosa
mi ventura y tu palabra?
Ayer me llamaste tuyo ;
hoy me ves y no me hablas.
Al paso de estas desdichas.
¿qué será de mí mañana "
i Dichoso a(]uel moro libre
que en mullida o dura cania,
sin desdenes, ni favores
puede dormir hasta el alba!
¡ Ay almendro I ¡ cómo muestras
que la dicha anticipada
no nació cuando debiera,
y así debe y nunca paga !
Pues eres ejemplo triste
de lo que en mi dicha pasa,
yo prometo de traerte
por divisa de mi adarga ;
que abrasado y florecido
aquí como mi esperanza,
bien te cuadrará esta letra :
«Del tiempo ha sido la falla. '-
Dijo, y enfrenando el moro
su yegua, mas no sus ansias,
por la ribera del Tajo
se fué camino de Ocaña.
II. CAl'.ALLEKESCO.
EL INFANTE VENGADOR.
Helo, helo por do viene
el infante vengador,
caballero a la jineta
en caballo corredor,
su manto revuelto al brazo,
demudada la color,
y en la su mano derecha
un venablo cortador.
Con la punta del venablo
sacaría un arador.
Siete veces fué templado
en la sangre de un dragón
y otras tantas fué afilado
porque corlase mejor:
el hierro fué hecho en Francia
y el asta en Aragón.
Perfilándoselo iba
en las alas de su halcón,
iba a buscar a Don Cuadros,
a Don Cuadros, el traidor;
y allá le fuera a hallar
junto del emperador.
La vara tiene en la mano,
que era justicia mayor.
Siete veces lo pensaba
si le tiraría o no,
y al cabo de las ocho,
el venable le arrojó.
Por lar al dicho Don Cuadros
dado ha al emperador:
pasado le ha manto y sayo,
que era de un tornasol ;
por el suelo ladrillado
más de un palmo le metió.
Allí le habló el rey;
bien oiréis lo que habló :
«{Por qué me tiraste, infante?
¿Por qué me tiras, traidor-»
— «Perdóneme la tu Alteza,
que no tiraba a ti, no :
tiraba al traidor de Cuadros,
ese falso engañador,
que de siete hermanos que tenía,
no ha dejado si a mí no.
Por eso delante ti,
buen rey, lo desafío yo.»
Todos fían a Don Cuadros,
y al infante no fían, no;
si no fuera una doncella,
hija es del emperador,
que los tomó por la mano,
y en el cam;)0 los metió.
A los primeros encuentros.
Cuadros en tierra cayó.
Apeárase el infante,
la cabeza le corló,
y tomárala en su lanza,
y al buen rey la presentó.
De que aquesto vido el rey,
Con su hija le casó.
ROMANCES.
149
III. ROMANCES DEL CID.
( I'.l Ciii, a los diez años de edad, ejerce el oficio de juez.)
Non me culpedes, si he fecho
mi justicia y mi deber,
maguer que siendo pequeño
me nombrastes por juez.
Entre todos me escogistes
por de más madura sien,
porque ficiese derecho
de lo fecho mal y bien.
Non fagáis desaguisado
si al robador enforqué,
que en bornes este delito
no causa ninguna prez.
Como de veras me pago,
de las burlas non curé,
que el que pugna por la honra,
enemigo de ella fué.
Atended que la justicia,
en burlas y en veras, fué
vara tan firme y derecha,
que non se pudo torcer.
II.
(Prueba Diego Laínez a sus hijos para saber a
que le hizo el conde
Cuidando Diego Laínez
en la mengua de su casa,
fidalga, rica y antigua
antes que Iñigo Abarca ;
y viendo que le fallescen
fuerzas para la venganza,
porque, por sus luengos días,
por sí no puede tomalla,
no puede dormir de noche,
nin gustar de las viandas,
ni alzar del suelo los ojos,
ni osar salir de su casa,
nin fablar con sus amigos ;
antes les niega la fabla,
temiendo que los ofenda
el aliento de su infamia.
Estando, pues, combatiendo
con estas honrosas bascas,
para usar de esta experiencia,
que no le salió contraria,
mandó llamar a sus hijos,
y sin decilles palabra,
les fué apretando uno a uno
las fidalgas tiernas palmas :
no para mirar en ellas
las quiroinánticas rayas;
Verdad, entre burla y juego,
como es fija de la fe,
es peña que al agua y viento
para siempre está de un ser.
Miémbraseme (jue mi abuelo,
(en buen siglo su alma eitéj,
muchas veces me decía
aquesto que agora oiréis :
«El home en sus mancebías
siempre debiera aprender
a facer siempre derecho,
cuando en más burlas esté.»
Así fice esta vegada,
yo cuido que fice bien,
que sigo un abuelo honrado,
que nadie se quejó del. —
Esto decía Rodrigo
afinojado ante el rey,
delante los que juzgaba
antes de los años diez.
cuál fiará la venganza de la afrenta
Lozano.)
que este fechicero abuso
no era nacido en España.
Mas prestando el honor fuerzas,
a pesar del tiempo y canas,
a la fría sangre y venas,
nervios y arterias heladas,
les apretó de manera
que dijeron : «Señor, basta,
¿qué intentas o qué pretendes -
suéltanos ya, que nos matas.»
Mas, cuando llegó a Rodrigo,
casi muerta la esperanza
del fruto que pretendía,
que a do no piensan se halla;
encarnizados los ojos,
cual furiosa tigre hircana,
con mucha furia y denuedo
le dice aquestas palabras:
«Soltedes, padre, en mal hora,
soltedes, en hora mala,
que, a no ser padre, no hiciera
satisfacción de palabras,
antes con la mano mesma
vos sacara las entrañas,
faciendo lugar el dedo
en vez de puñal o daga.»
ISO
AN rOLOGIA.
Llorando ile gozo el viejo,
dijo: «Kijo de mi alma,
tu enojo me desenoja,
y lu indignación me agrada.
Esos bríos, mi Rodrigo,
muéstralos en la demanda
de mi honor, (|iie está perdido,
si en ti no se cobra y gana.»
Contóle su agravio, y dióle
su bendición, y la espada,
con que dio al conde ia muerte,
y principio a sus fazañas.
III.
f i:i i /// Si prepara a vciii^a
Pensativo estaba el Cid,
viéndose de pocos años
jiara vengar a su padre,
matando al conde Lozano.
Miral)a el bando temido
del ]ioderoso contrario,
que tenía en las montañas
mil amigos asturianos ;
miraba cómo en las Cortes
del rey de León Fernando
era su voto el primero,
y en guerras mejor su brazo.
Todo le parece poco
respecto de aquel agravio,
el primero que se ha fecho
a la sangre de Laín Calvo.
Al cielo pide justicia,
a la tierra pide campo,
al viejo padre licencia
y a la honra esfuerzo y brazo.
Non cuida de su niñez ;
que, en naciendo, es costumbrado
a morir por casos de honra
el valiente fijodalgo.
Descolgó una espada vieja
de Mudarra el castellano,
que estaba vieja y mohosa
por la muerte de su amo :
la afrenta hecha a su padre. )
y pensando que ella sola
bastaba para el descargo,
antes que se la ciñese,
así le dice turbado :
«Faz cvienta, valiente espada,
que es de Mudarra mi brazo,
y que con su brazo riñes,
porque suyo es el agravio.
Bien sé que te correrás
de verte así en la mi mano ;
mas no te podrás correr
de volver atrás un paso.
Tan fuerte como tu acero
me verás en campo armado ;
tan bueno como el primero,
segundo dueño has cobrado,
y cuando alguno te venza,
del torpe fecho enojado
fasta la cruz en mi pecho
te esconderé muy airado.
Vamos al campo, que es hora
de dar al conde Lozano
el castigo que merece
tan infame lengua y mano.»
Determinado va el Cid,
y va tan determinado,
que en espacio de una hora
quedó del conde vengado.
(Reto del Cid al conde
•Non es de sesudos homes,
ni de infanzones de pro,
facer denuesto a un fidalgo,
que es lenudo más que vos:
non los fuertes barraganes
del vuestro ardid tan feroz
prueban en homes ancianos
el su juvenil furor :
no son buenas fechorías,
que los homes de León
fieran en el rostro a un viejo,
y no el pecho a un infanzón.
Cuidarais que era mi ])adre
de Laín Calvo sucesor.
IV.
Lozano v muerte de éste.)
y que no sufren los tuertos
los que han de buenos blasón.
Mas ¿ cómo vos atrevisteis
a un home, que solo Dios,
siendo yo su fijo, puede
facer aquesto, otro non ?
La su noble faz nublasteis
con nube de deshonor;
mas yo desfaré la niebla,
que es mi fuerza la del sol ;
que la sangre dispercude
mancha que finca en la honor,
y ha de ser, si bien me leinbrn
con sangre del malhechor:
ROMANCES.
151
la vuesa, conde tirano,
lo será, pues su fervor
os inovió a desaguisado
privándovos de razón.
Mano en mi padre pusisteis
delante el rey con furor,
cuida que lo denostasteis,
y que soy su fijo yo.
Mal fecho ficisteis, conde,
yo vos reto de traidor,
y catad si vos atiendo,
si me causareis pavor.
Diego Laínez me fizo
bien cendrado en su crisol ;
probaré en vos mi fiereza,
y en vuesa falsa intención.
Non vos valdrá el ardimiento
de mañero lidiador,
pues para vos combatir
traigo mi espada y trotón."
Aquesto al conde Lozano
dijo el buen Cid Cainjieador ;
que después por sus fazañas
este nombre mereció.
Dióle la muerte, y vengóse,
la cabeza le cortó,
y con ella ante su padre
contento se afinojó.
V.
(Quéjase yimciia al Cid de que
Al arma, al arma, sonaban
los pifaros y tambores :
«¡Guerra, fuego, sangre!» dicen
sus espantosos clamores.
El Cid apresta su gente,
todos se ponen en orden,
cuando llorosa y humilde
le dice Jimena Gómez:
«Rey de mi alma, y desta tierra conde,
¿porqué me dejas? ¿Dónde vas? ¿adonde -
«Que si eres Marte en la guerra,
eres Apolo en la corte,
donde matas bellas damas,
como allá meros feroces
ante tus ojos se postran
y de rodillas se ponen
los reyes moros, las hijas
de reyes cristianos nobles.
Rey de mi alma, y desta tierra conde,
i ¿por qué me dejas? ¿Dónde vas? ¿adonde?
la deja por acudir a las batallas.)
«Ya truecan todos las galas
por lucidos morriones,
por arneses de Milán
los blandos paños de Londres:
las calzas por duras grebas,
por mallas guantes de flores;
mas nosotros trocaremos
las almas y corazones.
Rey de mi alma, y desta tierra conde,
¿por queme dejas? ¿Dónde vas? ¿adonde?»
Viendo las duras querellas
de su querida consorte,
no puede sufrir el Cid
que no la consuele y llore.
«Enjugad, señora», dice,
«los ojos hasta que torne.»
Ella mirando los suyos
su pena publica a voces :
«Rey de mi alma, y desta tierra conde,
¿porqué me dejas? ¿Dónde vas? ¿adonde?»
(Quéjase yimena de que el
La noble Jimena Gómez,
hija del con<le Lozano,
con el Cid, marido suyo,
sobre mesa estaba hablando,
triste, quejosa y corrida
en ver que el Cid haya dado
en despreciar su compaña
por preciarse de soldado.
Sospechaba que el enojo
del muerto conde Lozano
vengaba de nuevo en ella,
aunque estaba bien vengado ;
y con este sentimiento,
tiernamente suspirando,
VL
Cid acude más a las batallas que no a ella.)
con lágrimas amorosas
así le dijo llorando:
«¡Desdichada la dama cortesana
que casa lo mejor que casar puede,
y dichosa en extremo la aldeana,
pues no hay quien de su bien la desherede !
Pues si amanece sola a la mañana,
no hay sueño por la tarde que la vede
de anochecer al lado de su cuyo,
segura de la ausencia y daño suyo
No la despiertan sueños de pelea,
sino el sediente hijuelo por el pecho ;
con dársele y mecerle se recrea,
dejándole dormido y satisfecho ;
'52
antología.
piensa que todo el inundo está en su aldea,
y debajo un pajizo y pobre techo,
de dorados palacios no se cura,
que no consiste en oro la ventura.
Viene el di-santo, múdase camisa,
y la saya de boda alegremente,
corales y patena por divisa
de gozo y libertad que el alma siente :
vase al solaz, y en él con gozo y risa
a la vecina encuentra o al pariente,
«le cuyas rudas pláticas se goza,
y en años de vejez la juzgan moza.
No quiso el Cid que Jimcna
se le aqueje y duela tanto,
y en la cruz de su tizona,
espada que ciñe al lado,
le jura de no volver
más al fronterizo campo,
y vivir gozando de ella
y de su noble condado.
VIL
(Carta de y ¡mena ai rey, quejándose de que, ocupándole en guerras, tiene siempre
al Cid apartado de ella: pídele se lo suelte siquiera para que la asista en su
próximo parto.)
En los solares de Burgos
a su Rodrigo aguardando,
tan en cinta está Jimena,
que muy cedo aguarda el parto.
Cuando, además dolorida,
una mañana en di-santo,
bañada en lágrimas tiernas,
tomó la pluma en la mano,
y después de haberle escrito
mil quejas a su velado,
bastantes a domeñar
unas entrañas de mármol,
de nuevo tomó la pluma
y de nuevo tornó al llanto ;
y de esta guisa le escribe
al noble rey Uon Feriíando :
»A vos, mi Señor el Rey,
el bueno, el aventurado,
el magno, el conqueridor,
el agradecido, el sabio,
la vuesa sierva Jimena,
fija del conde Lozano,
a quien vos marido disteis
bien así como burlando ;
desde Burgos os saluda,
donde vive lacerando:
las vuesas andanzas buenas
Uévevoslas Dios al cabo.
Perdonadme, mi Señor,
si no os fablo muy en salvo,
que, si mal talante os tengo,
no puedo disimulallo.
¿Qué ley de Dios vos enseña
que podáis por tiempo tanto,
cuando afincáis en las lides,
descasar a los casados?
(Qué buena razón consiente
que a un garzón bien domeñado,
íalagütAo y homildoso
le mostréis a ser león bravo ?
c y que de noche y de día
le traigáis atraillado
sin soltaile para mí
sino una vez en el año?
V ésa que me le soltáis,
fasta los pies del caballo,
tan teñido en sangre viene,
que pone pavor mirallo;
y cuando mis brazos toca,
luego se duerme en mis brazos ;
en sueños gime y forceja,
que cuida que está lidiando.
Apenas el alba rompe,
cuando lo están acuciando
los esculcas y adalides
para que se vuelva al campo.
Llorando vos lo pedí,
y en mi soledad cuidando
de cobrar padre y marido,
ni uno tengo, ni otro alcanzo;
que como otro bien no tengo,
y me lo habedes quitado,
en guisa le lloro vivo,
cual si estuviera finado.
Si lo facéis por honralle,
mi Rodrigo es tan honrado
que no tiene barba y tiene
cinco reyes por vasallos.
Yo finco. Señor, en cinta,
que en nueve meses he entrado.
y me podrán empecer
las lágrimas que derramo.
Non permitáis se malogren
prendas del mejor vasallo
que tiene cruces Ijermejas,
ni a rey ha besado mano.
Respondedme en puridad
con letras de vuesa mano,
ROMANCES.
'53
aunque al vueso mandadero
le pague yo su aguinaldo.
Dad este escrito a las llamas ;
vni.
(Rcspuesla ilel ley a la
Pidiendo a las diez del día
papel a su secretario,
a la carta de Jimena
responde el rey por su mano.
Después de facer la cruz,
con cuatro puntos y un rasgo,
aquestas palabras finca
a guisa de cortesano :
«A vos, Jimena la noble,
la del marido envidiado,
la homildosa, la discreta
la que cedo espera el parto,
el Rey que nunca vos tuvo
talante desmesurado,
vos envía sus saludes
en fe de quereros tanto.
Decísme que soy mal rey
y que descaso casados,
y que por los mis provechos
non curo de vuesos daños:
que estáis de mí querellosa
decís en vuesos despachos ;
que non vos suelto el marido
sino una vez en el año,
y que, cuando vos le suelto,
en lugar de falagaros,
en vuesos brazos se duerme,
como viene tan cansado.
Si supiérades, señora,
que vos quitaba el velado
por mis enamoramientos,
fuera con razón quejaros ;
mas si sólo vos lo quito
para lidiar en el campo
con los moros convecinos,
non vos fago mucho agravio.
A non vos tener en cinta,
señora, el vueso velado,
creyera de su dormir
lo que me habedes contado;
pero, si os tiene, señora,
con el brial levantado . . .
no se ha dormido en el lecho,
si espera en vos mayorazgo.
non se faga de palacio,
que a malos Ijarruntadores
non me será hiien contado.
carta de J i me na.)
Y si en el parto primero
un marido os ha fallado,
no importa, que sobra un rey,
que os fará cien mil regalos.
Non le escribades que venga,
porque, aunque esté a vueso lado,
en oyendo el alambor,
será forzoso dejaros.
Si non hubiera yo puesto
las mis huestes a su cargo,
ni vos fuerais más que dueña,
ni él fuera más que un fidalgo
Decís que vueso Rodrigo
Tiene reyes por vasallos :
i Ojalá, como son cinco
fueran cinco veces cuatro I
Porque teniéndolos él
sujetos a su mandado,
mis castillos y los vuesos
no hubieran tantos contrarios.
Decís que entregue a las llamas
la -carta que me habéis dado :
a contener herejías
fuera digna de tal pago ;
mas si contiene razones
dignas de los siete sabios,
mejor es para mi archivo
que no para el fuego ingrato:
y porque guardéis la mía
y non la fagáis pedazos,
por ella a lo que parierdes
prometo buen aguinaldo.
Si fijo, prometo dalle
una espada y un caballo,
y dos mil maravedís
para ayuda de su gasto.
Si fija, para su dote
prometo poner en cambio
desde el día que naciere,
de plata cuarenta marcos.
Con esto ceso, señora,
y no de estar suplicando
a la Virgen, vos alumbre
en los peligros del parto."
IV. ROMAN'CES ERÓTICOS.
LA HERMOSA PASTORA.
Orillas de un claro río, entre una fresca arboleda
cuyas márgenes sagradas
diversas flores esmaltan.
»54
ANTOLOGÍA.
jjozando lie su frescura
estaba cierta iiiai"\ana,
cuando turbó mi sosiego
una novedad extraña.
Noté en las plantas y flores
maravillosas mudanzas :
cobraban color las flores,
y nuevo fruto las plantas;
el sol eclipsó la luz ;
detuvo el río su plata;
el céfiro embelesado
se suspendió entre las ramas.
Y, deseando saber
de tai novedad la causa,
tendí por el prado ameno
la vista medio turbada;
y aunque la perdí del todo,
al resplandor de sus llamas,
vi una pastora divina,
de tales milagros causa.
Eran sus madejas rubias
del oro fino de Arabia,
su frente blanca y hermosa,
como nieve no pisada ;
sus cejas graciosos arcos
por donde el amor dispara ;
sus ojos tales que el sol
toma de ellos su luz clara.
De divina proporción
era su nariz mediana,
donde nos descubre amor
de su alcázar dos ventanas.
Kubís o finos corales
eran sus labios de grana,
que descubren ricas perlas
entre la color rosada.
Sus mejillas ricas eran
cristal y leche cuajada;
su cuello firme coluna
que este cielo sustentaba.
Sus manos blancas y hermosas,
largas, lisas, torneadas,
son de marfil soberano,
si algún marfil las iguala.
Yo, pues, que la vi salir
de una dichosa cabaiTa,
quisiera besar el suelo
donde ella puso las plantas.
(Anónimo/
ABANDONADO.
¿Dónde estás, señora mía,
que no te duele mi mal ?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.
De mis pequeñas heridas
compasión solías mostrar;
y ahora, ¿ de las mortales
no tienes ningún pesar ?
¿Cómo acudiste a lo menos
y me faltaste en lo más?
Que en los mayores peligros
se conoce la amistad.
El crisol de las verdades
suele ser la adversidad.
-;En qué memoria ocupada,
tan sorda a mi llanto estás?
Acuerdóme bien, si penas
me dejan bien acordar,
que en un tronco de un aliso,
(jue el Tajo bañando está,
cuando yo era más dichoso
y tu más firme y leal,
escribió tu mano un día :
«Yo te doy mi libertad,
y antes que de ti la mude.
Tajo el curso mudará.»
Río, vuelve atrás las aguas,
pues la fe se vuelve atrás.
Aquesto Tirsi decía,
cantando en su soledad
memorias de su señora
y testigos de su mal.
(Anónimo )
ABANDONADA.
Una bella pastorcilla
de doce años no cabales,
tierna edad, hermosos ojos,
vivo retrato de un ángel,
herida de un tierno amor,
dejando a su anciano padre,
desgreñada va corriendo
por las riberas del (Jange.
El cabello de oro fino,
hebra a hebra, esparce al aire,
que al sol eclipsa sus rayos,
y uno solo alumbra el valle.
Una piel lleva vestida
de un oso, teñida en sangre,
sobre una corta sayuela
de un grueso sayal de herbaje.
ROMANCES.
155
Descalza va por la arena,
y eslampando el pie, deshace
lo que es tierra, y queda cielo,
si el cielo en la tierra cabe.
Sus ojos bellos, serenos,
hechos los lleva dos mares,
vertiendo divinas perlas
entre arroyos de cristales.
A voces dice: «¡Cruel!
¡ por el cielo, que me aguardes !
Óyeme : i por qué me ofendes,
pues no me ofende el buscarte ■
¿Cómo puedes, di, enemigo
romper el pleito homenaje ?
FLORA.
Los diamantes de la noche
la blanca aurora cubría
con tornasoles dorados
y con doradas cortinas.
Ya las sombras tenebrosas
tiernas luces esparcían,
enriqueciendo los campos
con aljófar y con risa :
ya los caballos de fuego
luceros de nieve pisan,
y el niño sol, entre sueños,
hacia el oriente los guía :
ya las rosas y jazmines
a saludarse salían:
ellos vestidos de plata,
y ellas de nácar vestidas :
ya sus amorosas quejas
cantaban las avecillas,
«Flora, mucho deben
al sol las flores ;
pero más a tus ojos,
que son dos soles.
Da el sol a los campos,
entre flores varias,
mosquetas de nieve
y rosas de grana ;
Canta7-cillo.
Mas a quien falta la fe,
no es mucho a palabras falte.
Mis suspiros van tras ti:
¡ ay que temo no te abrasen I
Mas no, ¡que de hielo eres,
y helado en mi pecho ardes I
Fiera me muestras a ser;
pero ya me enseñas larde,
pues que, cuando pude, fui
blanda cera, y tú diamante.»
Corrida de aquesta suerte,
vio del río a la otra parte
su ingrato pastor que huye,
y tras él se arroja al Gange.
(Anónimo.)
porque se duerma la noche
y porque despunte el día :
ya los árboles sus frentes
a la santa luz humillan
y en los espejos del río
se componen y remiran:
ya el Betis al sol sagrado
porque sus márgenes pinta
perlas y piedras preciosas
en fuentes de plata envía :
cuando al Prado sale Flora,
dando luz y nueva vista
a las plantas y a las aves,
al sol y a sus maravillas.
Viola el pastor que la adora,
dando vida a cuanto pisa,
y porque el sol la envidiase,
esto le cantó en su lira :
lAncnimo.)
y entre rayos de oro
que los montes bañan,
esparcen sus luces
jazmines de plata.
Plata, grana y nieve
le deben los montes,
pero más a tus ojos
que son dos soles.
(Anónimo )
LA CAZADORA.
Ya viene la primavera
y no viene en el abril,
sino en la beldad de Filis,
de la tierra un serafín.
Ya viene de aquellos montes
la cazadora gentil,
dejando viva a la fiera
que tiene dentro de sí.
Los despojos de la caza
está mirando venir:
a sus ojos uno a uno,
a sus manos mil a mil.
Miréla, y con tanto miedo
he quedado de vivir,
que no me atrevo a buscarlos
donde sé que me perdí.
156
antología.
Selvas, si veis a las aves
de nácar y de jazmín,
INÉS.
informadla de mis ansias
con decir que ya la vi.
i Por (]ué tan firme os adoro ?
Inés, me pregunta amor.
Yo no sé lo que tenéis,
y tenéis el que sé yo.
El no sé qué de las lindas
es un oculto primor
que lo conocen los ojos
y lo ignora la razón.
Toda la razón de amaros
está en agradarme vos ;
que los gustos no disputan
la bondad, sino el sabor.
Yo sé, Inés, que sois mi vida,
y no sé por qué lo sois ;
que es buscar razón al gusto
muy golosa discreción.
Oh, ¡qué tempestad de llore>
viene por tu cara, Inés !
i Oh, qué nubes de jazmín !
i Oh, qué rayos de clavel!
¡ Bien ha nevado en tu frente I
Si bien, Inesilla, bien,
en dos arroyos tu boca
la nieve partió después.
Una nube es cada mano,
relámpago cada V)ie,
tan breve que no me ciega,
porque no se deja ver.
¡ Ay Dios, y qué de centellas
me has arrojado esta vez !
Luces van, centellas cruzan —
¡y qué centellas! — de Argel.
(Anónimo.)
JUAN DEL ENCINA.
En su «Égloga» de Carnestolendas, no mal dialogada, unos pastores, temerosos primero de que su I
amo parta a la guerra de Francia, celebran luego, en hermoso cantar, la nueva de la paz.)
Roguemos a Dios por paz ;
pues que del solo se espera,
gui'/ es la paz verdadera.
El que vino desde el cielo,
a ser la paz, a la tierra,
él quiera ser desta guerra
nuestra paz en este suelo ;
él nos dé paz y consuelo,
pues que del solo se espera,
(juél es la paz verdadera.
Mucha paz nos quiera dar
el que a los cielos da gloria.
El nos quiera dar victoria,
si es forzado guerrear.
Mas si se puede excusar,
dénos paz muy placentera;
quél es la paz verdadera
Si guerras forzadas son,
él nos dé tanta ganancia,
que a la flor de lis de Francia,
la venza nuestro León.
Mas, por justa petición,
pidámosle paz entera,
qucl es la paz verdadera.
epístolas.
FERNÁN GÓMEZ DE CIBDARREAL.
CENTÓN EPIST., CARTA XXXVI: AL DOCTO VARÓN JUAN DE MENA.
Desque vine a esta villa de Trojillo no ha sido en mi poder escri-
biros, maguer que de nnuy aína lo he tenido en volunta, para demandar
a Vm., si el macho que del Arcipreste comprastes era de pelo i)ardo, la-
grimón del ojo izquierdo, e cálido de ríñones, e si por esto amagaba
de meterse en todos los charcos, e tropezador de a cada diez estropiezos
enfilar una caída: ca si éstas eran sus mañas, el macho vino a poder
del Adelantado, e me lo donó para que ficiese el camino a buscar el
JUAN DEL EN'CINA. — EPÍSTOLAS: GÓMEZ DE CIBDARREAL. (ÍUEVARA. 1:7
Condestable, que mejor me lo pudiera donar para facer el camino del
otro siglo; ca tantas son las bacadas que ha dado conmigo, que el
cuerpo con magullas, e las piernas con trapajos, han fecho ese colo-
quio, ([ue os mando para que se lo leades al Rey e al Adelantado:
que de sus machos libera nos Domine.
I.
Cuerpo.
El colchón e el cabezal
me dan fastidio e reproche,
mal pecado :
tan acuitado es mi mal
que me viene día e noche
adelantado.
Piernas.
(Quién sois vos, que lamentáis,
como sumido en cavernas,
tristes fastos,
e parlero no acatáis
que yacen aquí unas piernas
con emplastos?
3-
Cuerpo,
Yo soy aquel que bien creo
(que demolido e quebrado)
de no ser;
que en tal miseria me veo
por un macho adelantado
en mal caer.
4-
Piernas.
Desa misma enfermedá,
e por otro macho ruin
adolescemos
unas piernas ; e en verdá
cuerpo, que yo e vos un fin
mismo habremos.
5-
Cuerpo.
i Qué fuera, si por ventura
fuésedes, mis piernas tristes
e quebradas,
que desta cabalgadura
por tantas caídas fuistes
magulladas -
6.
Piernas.
(i Qué fuera, si fueseis vos
por un caso tan bestial
el cuerpo nuestro ?
Bien sería para nos ;
quel bachiller Cidarreal
en cura es diestro.
7-
Cuerpo.
¡ Oh mis piernas muy amadas !
Piernas.
i Oh mi cuerpo muy querido
e magullado !
Cuerpo.
Contemos estas vegadas
al Rey ; porque sea punido
r Adelantado.
8.
Piernas.
Oh buen Rey, que la iniquicia
non vos face dar contienda
a lo loable,
facednos haber justicia ;
e tomad también enmienda,
condestable.
9-
Daquel que fué robador
primeramente, e no el Fraire,
a Juan de Mena
de su bestia, la peor
que nació, e de peor aire
en la Burena.
10.
E después, para matar
al físico que curara
sus achaques,
otra bestia le fué a dar,
que la alma le desterrara
con sus baques.
ANTONIO DE GUEVARA.
epístola XI: A DON ANTONIO DE LA CUEVA.
Magnífico Señor, y muy particular dilecto: Alonso de Espinel me
dio una letra de vuestra Señoría aquí en Toledo, la fecha de la cual
158 ANTOLOGÍA.
era de 12 de ina\o, y son ya 17 de junio; de manera que a vuestra
carta ni la podíamos condenar de rancia, ni aun loar de fresca. Mu-
chos de muchas partes me escriben, y a las veces son tales las cartas ,
(jue de leerlas me im])ortuno, y de responderlas me enojo. Ver una
larta mal escrita y peor notada, ni se puede sufrir ni dejar della mur
murar. Revéese un labrador en arar derecho y igual una tierra, ¿ y no
se preciará un hombre de notar y escribir bien una carta? Muchos j
hombres hay que tan fácilmente toman la péñola para escribir, como j
la taza para beber, y lo que es peor de todo, que se precian de estar i
parlando y escribiendo; lo cual se le parece bien a sus cartas; porque I
la letra es inlegible y el papel borrado, los renglones tuertos y las ra- i
zones necias. Para conocer un hombre si es cuerdo o loco, mucha parte |
es mirarle si escribe sobre acuerdo y habla sobre pensado ; porque no ¡
ha de escribir el hombre lo que le viene a la memoria, sino lo que le '■
dicta la razón. Plutarco dice de Fálaris el tirano, que jamás escribió
sino estando solo y retraído, y de su propia mano. De lo cual se le ,
siguió que, aunque blasfemaban todos de sus tiranías, eran por todo el !
mundo loadas sus cartas. Miento si no me escribió una vez un caba- !
llero pariente mío una carta de dos pliegos de papel : y como escribió I
tan largo y no tornó a leer lo que había escrito, las mismas razones y |
las mismas palabras que había puesto al principio, tornó a poner en el
cabo. De lo cual me enojé tanto, que la carta quemé y a él no res-
pondí. No son por cierto desta calidad vuestras cartas, las cuales son
para mí dulces de leer y no pesadas de responder, porque en las burlas I
son muy jocosas y en las veras son muy prudentes. . . .
EPÍSTOLA LXV: AL CAPITÁN CERECEDA.
Notable Capitán y lastimado Señor: No sé si estos vuestros criados
han sido correos o vienen de vos amenazados, o quedan allí enamo-
rados; porque vienen cada vez tan apriesa y danme tanta importunidad
por la respuesta, que no me dan lugar a buscar lo que pedís ni aun a
responder a lo que me escribís. Es el donaire que, para les dar luego
la respuesta, me dan vuestra carta mojada, rota y borrada, de manera
que, para haberla de entender, la hube primero de construir. Y pues
vuestra carta viene tan mal tratada y yo lo estoy peor de la cuartana,
pídoos. Señor, de especial gracia, me tengáis en servicio, no lo que os
resjjondiere, sino lo que os respondo. Ha diez meses que estoy cuartanario
y ando con ella tan desabrido y desganado, que ni estoy para matar
moro ni que moro me mate a mí. Porque, hablando la verdad, bien se
llama ella cuartana, pues a todos los que con ella moran y tratan,
cuartea. Aunque quiera, no puedo responder a vuestra carta sino muy
breve y aun brevísimo, así por no responder de mi mano, como por
no escribir sobre pensado. Lo cual yo no suelo hacer, ni aun a mis
amigos aconsejar ; porque jamás escribí carta de importancia de que no
hiciese primero la minuta. — Escribísme, Señor, que os escriba si he
Kl'ÍSTOLAS ; HE ATO JUAN DE ÁVIIA. I59
oído o leído en algún libro de filosofía o en el Arte de medicina qué
sean las señales más evidentes para atinar en un enfermo peligroso, si
ha de vivir o si ha de morir; porque tenéis una hija muy mala, y que-
rríades saber qué será en esta enfermedad della. Para deciros, Señor,
la verdad, esta cuestión y demanda era más para el doctor de la Reina
y para el Dr. Cartagena, que no para Don Antonio de Guevara ; por-
que yo oí teología y no medicina, y aprendí a predicar y no a me-
dicinar. ],o que en este caso osaré deciros como cristiano y juraros
como caballero, es que, si Dios nuestro Señor quisiere, vuestra hija vi-
virá, y si no es su voluntad que viva, ella morirá; porque no sólo es
el que nos da la vida, mas aun es nuestra vida. . . .
BEATO JUAN DE ÁVILA.
Lili. II, CARTA XXV: A UNA DONCELLA ATRIBULADA.
Muy amada Hermana en Jesucristo : El cuidado que me pone Dios
de vuestra ánima, tengo por seña de merced. Porque, allende de ser
obhgado a ello por la ley de la caridad, espero ser participante en el
gozo que de su mano os ha de venir, pues me da alguna compasión
el desconsuelo que agora tenéis. ¡ Dios sea en todo bendito, sus juicios
adorados! que, por donde a nosotros parece pérdida, por allí con su
alto saber nos gana ; y esto para darnos a entender nuestro poco saber
e insuficiencia y para que de corazón nos ofrezcamos, llenos de fe, en
sus manos, esperando remedio, sin saber el modo por donde ha de
venir. Grandes combates tendréis, con los cuales recibirá alguna turba-
ción vuestra ánima, porque, mirando a la vida pasada, pareceros ha que
merece castigo, y los consuelos que habéis tenido, también os des-
mayarán, temiendo el regalo pasado no se os torne en ocasión de cas-
tigo, viendo que lo perdistes; y no os faltará escrúpulo que os haga
entender que por vuestra culpa; y juntarse ha con esto la tristeza que
de presente sentís, y las angustias que de todas partes os cercan, y lo
que adelante teméis que os vendrá. Todo esto junto os pondrá en tan
grande aprieto que os parezca estar en el angustia que el pueblo de Israel
estuvo, cuando saliendo de Egipto se vio cercado por los lados de al-
tísimos montes, y por delante con la mar; y los enemigos que por la
espalda venían. Y sentiréis muchas veces lo que dijo David y sintió en
sí mismo (Salmo xxx) : «Yo dije en el ajenamiento de mi ánima: Des-
echado soy delante la faz de tus ojos» ; y no faltarán demonios que os
digan lo que a él: t^ue no tenéis salud en vuestro Dios; veros heis tal
que gustéis muchas veces angustias de muerte, y, aunque aquéllas tenéis
en poco, atemorizada de la obscura sospecha de pensar que Dios os
desama. Y tras esto suele venir dureza y apretura tan grande de co-
razón, que le parece a la persona participar ya de la obstinación y muerte
que en el infierno tienen los (jue allá están. Y acaeceros ha llamar,
y no ser oída; y en lo que buscábades y esperábades remedio, allí
1 6o ANTOLOC'.ÍA.
sucederos mayor desconsuelo, no hallando prenda de amor, mas desvíos '
al parecer desamorados. Y con estas y otras cosas que se suelen sentir
en aijuesta enfermedad, estaréis tan descontenta de vos, que tomaríades
por ganancia la muerte.
Mas entre estas cosas ¿qué os parece que se debe hacer? ¿Perde-
remos quizá la confianza de nuestro remedio, que tan muchas veces nos
mandó tener Cristo? ¿Seguiremos los desmayos que el demonio y nues-
tra carne nos traen? ¿o la esperanza que podemos cobrar de la benigni-
dad de aquel que, cuando estuviere airado, se acordará de su miseri-
cordia? No hay, hermana, en este mimdo que deliberar, mas que
ejecutar ; no hay por qué desmayar, mas por qué esforzar. No os llaméis
desdichada por lo que de presente sentís, mas bienaventurada por el
amor que Dios os tiene ; el cual no sentís. ¿ Para qué queréis vivir en
arrimo de vuestro sentido, pues es cosa que tan presto es engañado y I
engaña ? No es justificado quien piensa que lo está, ni está fuera de '
serlo quien sospecha que no lo está. «No me juzgo yo a mí», dijo San
Pablo (i Cor. cap. 4), «mas Dios es el que me juzga.» Y estaños bien
muchas veces el pensar que no somos amados, o no tan amados; porcjue
es tan grande nuestra locura, que está mejor aprisionada con desabri-
mientos y tristeza, desmayos y angustias que nos parezcan semejanza
de infierno, que no andar sueltos con la libertad y regocijo que suelen
traer los regalados de Dios. El cual, como buen padre, esconde el amor
que tiene a sus hijos, porque no se hagan flojos y falsamente seguros.
mas tengan siempre un poco de recelo con que no se descuiden y pier
dan el regalo y herencia que en el cielo les tiene guardado. Y aunc|ue
él sabe cuan gran trabajo es para ellos sentir de él que no está sabroso y
cuántas tentaciones se les levantan, cuando él parece que vuelve la cara, I
con todo esto quiere que pasen por estas angustias, y viéndolos y aman-
dolos, disimula el amor cjue les tiene, y enséñales lo que, aunque les |
duele, los tiene seguros. Y lo que más es de maravillar, que no sólo |
los deja padecer persecuciones levantadas por el demonio y otras per- !
sonas, mas el mismo Padre de las misericordias y verdadero amador de
sus hijos sobre cuantos padres hay; — el cual sólo sabe ser padre; en ,
cuya comparación los padres no saben amar ni amparar ; y por eso i
nos mandó que no llamásemos padres sobre la tierra sino a él, linico i
amparo nuestro, y tan rico en amor y tan vigilante en cuidado de lo
que nos cumple, que hinche de lleno en lleno — y aun sobra — todo
aquel regalo (\ue el nombre de padre significa; — esté tan cuidadoso de lo
que nos cumple, que no sólo ve lo que padecemos de nuestros enemigos
y calla, mas él mismo nos levanta los trabajos y nos mete en la guerra.
LIB. Iir, CARTA X: A UNA SEÑORA DE TÍTULO ,
(en que la enseña la tierra donde Dios fue aheleado, para ir adonde hay toda dulcedumbre y descanso), j
Bien va así, ilustrísima Señora; bien va así. Más vale hiél que miel
en la tierra donde Dios fué aheleado. Así van a la tierra que mana •
epístolas: ANTONIO I'ERKZ. l6i
leche y miel ; donde Dios será visto faz a faz, y no habrá gemido ni
dolor; porque el Señor omnipotente enjugará las lágrimas que acá hizo
llorar. Y como supo acá entristecer, nos sabrá allá alegrar. Pase vuestra
Señoria con esfuerzo su carrera, no como quien corre de burla, sino
los ojos puestos en la joya, enamorada de la hermosura de ella, diga
que no son dignas las pasiones de esta vida para la gloria que se des-
cubrirá en nosotros. Y pues ya está avisada que conviene morir a todas
las cosas, no quiera ella vivir a lo que Dios quiere que muera, sino
viva a aquel que por comprarle su vida y amor perdió él la suya por
amor. ¿Qué hay que pensar en esto? Dios se dio por ella y se ha dado
a ella: ¿quedarse ha ella consigo alzándose con su corazón y hur-
tando su amor a quien tan justo se le debe? San Pablo dice (2 Cor.
cap. v) que para esto murió Jesucristo : para ser señor de vivos y muer-
tos, para que los que viven, no vivan para sí mismos, sino para aquel
que por ellos murió. Y pues el título de nuestra compra es tan justo,
seamos, por amor, de aquel que nos compró, y no, cierto, para ma-
tarnos ni maltratarnos, sino para hacernos participantes de él.
¿Dónde mejor podremos estar que en él? ¿Cuyos mejor podremos
ser que de él ? Él es la bondad y todos los bienes ; y si de otros somos,
ni aun mantenernos no podremos, cuanto más ser bienaventurados. Mas,
quien de él fuere, alégrese; que escrito está (Salmo xxxii): «Bienaven-
turada la gente de la cual el Señor es su Dios, y el pueblo que escogió
para heredad suya.» Mire vuestra Señoría, quién tendrá mejor labrada
la heredad : Dios o la criatura. Y aunque él dé golpes y meta la reja
del arado y rompa la tierra, tierra es, y para que acuda con mucho
fruto, lo hace; porque, si le perdonan el hierro, quitarle han la biena,
venturanza de la fertilidad. Vuestra Señoría tenga los ojos en el Señor:
esté colgada de su contentamiento. Y pues en tan buenas manos está-
descanse el corazón de ella ; que el ánima que en Dios ha puesto su
fe y amor, entre los peligros tiene su paz. Él sea esfuerzo de vuestra
ilustrísima Señoría y todo su amor.
ANTONIO PÉREZ.
CARTA XXXIII: A MILORD ARRY.
A cargo de vuestra Señoría será el atrevimiento de enviarle eSe
libro ' ; que me mostró deseo del ; que de otra manera yo no me
atreviera, por tratar de mí. Que basta ser tan perseguido para desear
no ser conoscido, y porque la envidia me olvide ; que, si no es escon-
diéndome, no me puedo escapar della; que es destino mío.
De donde algunas veces, cierto, viéndome acosado de su persecu-
ción, he vuelto y revuelto, para ver qué es lo que hay en mí que le
remueva el ánimo esta hormiga, para arrojárselo, y entregárselo, como
' Sus «Relaciones».
JcNEMANN, Lit. y Ant. esp.
1 62 ANTOLOGÍA.
el castor. Y no hallo qué sino que Dios permite que se ejercite aquella
bestia en sujeto tan inútil porque aprendan los hombres de méritos a
temerla y a no fiarse en sí.
CARTA XXXVl: A UN GENTILHOMBRE VENECIANO.
S¡ vuestra Señoría no me hubiera conoscido, quizá no me holgara
que viera ese libro de Rafael Peregrino '. Pero ya que el daño está
recibido — como dicen en español — •, ya que vuestra Señoría ha conoscido
al vivo, o, por mejor decir, al muerto, tan perseguido ; que a muertos se
acostumbra ya a perseguir el poder humano — mejor dijera: la flaqueza
humana débelos de temer, como niños a fantasmas; no importa, ¡vaya con
el diablo ! que vea mi retrato ; que más imperfecciones habrá descubierto
en mí la discreción de vuestra Señoría y la comunicación ordinaria — es-
pía privilegiada — que el ojo y arte de un buen pintor en una persona
fea. Ahí se le envío; que no hay pincel que tan bien retrate como la
pluma. Y así habrían de temer más las imperfecciones humanas que
tienen \ ergüenza, a los historiadores verdaderos, que a los grandes pin-
tores las feas mujeres, que temen ser conoscidas de galanes. Pero, ojo,
Señor, tiento en el juzgar, sea por advertimiento a cada uno; porque
suelen los pintores retratar, sin que lo piensen, a quien los están mi-
rando y juzgando.
CARTA XXXVII: A OTRO AMIGO FAMILIAR.
Probada tengo la naturaleza de los que aman al descubierto; que,
como de caza herida no se cura el cazador ; que en las selvas de Venus
no huye el herido, como en las de Diana, sino que sigue al matador.
A la buena hora vuestra Señoría no me escriba; aunque yo le siga
con mis cartas, pues hágole saber que saetas son enherboladas las que-
jas. Y de ahí debió de venir, porque hiriesen más en lo vivo que se
perfeccionen con pluma las saetas. Por ventura dígame V. S., ¿no les
lastima la vergüenza del corazón, que no me haya dicho palabra des-
pués de partido? Aquí acabo y dejo lo demás al procurador del amor,
que es la vergíienza. Envío a V. S. ese libro para (jue con melancolía
de tal lectura haga la penitencia de tal olvido.
CARTA XXXVIII: A UN PRÍNCIPE MAVOR.
Si los peregrinos y romeros, por privilegio de la naturaleza y de la
fortuna, pueden presentar una venera de la mar, bien podré yo atre-
verme como peregrino a presentar a V. S. ese libro, que concha es
desta fortuna. No dije bien; que la concha en otras cosas es lo insen-
sible, y a(|UÍ es la que habla, y el cuerpo muerto. Mándesele leer
V. S. y óigale, que, aunfjue la materia es humilde, pues soy yo el su-
jeto, el monarca es rey grande. Y es bien que V. S. vea que, si los
' Seudónimo del autor.
GARCILASO DE LA VEGA. 163
reyes se descuidan de sí y olvidan de su grandeza, se abaten como mi-
lanos, poco a poco, a sabandijas y cazas menores, indignas de tanta
honra como perseguidos dellos. Que Dios en levantar lo humilde se
ocupa y no en ])erseguirlo ni en deshacerlo. Y aun el rayo, por ser de
casta alta y noble, no hiere ni ceba en lo blando y flaco, sino en lo
duro y fuerte.
GARCILASO DE LA VEGA.
SIESTA.
Nuestro ganado pace; el viento espira; Preséntanos a colmo el prado flores,
filomena sospira en dulce canto y esmalta en mil colores su verdura ;
y en amoroso llanto sa amancilla ; La fuente clara y pura murmurando
gime la tortolilla, sobre el olmo. nos está convidando a dulce trato.
(Égloga segunda.;
CARIÑO INFANTIL.
i No se te acuerda de los dulces juegos
ya de nuestra niñez, que fueron leña
destos dañosos y encendidos fuegos,
Cuando la encina desta espesa breña ¿Cuándoenvalleflorido, espeso, umbroso
de sus bellotas dulces despojaba, metí jamás el pie que del no fuese
que íbamos a comer sobre esta peña ? cargado a ti de flores y oloroso ?
¿Quién las castañas tiernas derrocaba Jurábasme, si ausente yo estuviese,
del árbol al subir dificultoso? que ni el agua sabor, ni olor la rosa,
(¡Quién en su limpia falda las llevaba? ni el prado hierba para ti tuviese.
(Égloga segunda.)
SALEN A BORDAR LAS NINFAS.
Cerca del Tajo en soledad amena Habiendo contemplado una gran pieza
de verdes sauces hay una espesura, ateniamenie aquel lugar sombrío,
toda de hiedra revestida y llena, somorgijó de nuevo la cabeza,
que por el tronco va hasta la altura, y al fondo se dejó calar del río.
y así la teje arriba y encadena A sus hermanas a contar empieza
que el sol no halla paso a la verdura. del verde sitio el agradable frío.
El agua baña el prado con sonido y que vayan las ruega y amonesta
alegrando la hierba y el oído. allí con su labor a estar la siesta.
Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba. Poniendo ya en lo enjuto las pisadas
que pudieran los ojos el camino escurrieron del agua sus cabellos;
determinar apenas que llevaba. los cuales esparciendo, cobijadas
Peinando su cabello de oro fino, las hermosas espaldas fueron dellos.
una ninfa del agua do moraba, Luego sacando telas delicadas,
la cabeza sacó, y el' prado ameno que en delgadeza competían con ellos,
vido de flores y de sombra lleno. en lo más escondido se metieron
Moviólaelsitioumbroso,elmansoviento, y a su labor atentas se pusieron.
el suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento Estaba figurada la hermosa
vio descansar del trabajoso vuelo. Eurídice, en el blanco pie mordida
Secaba entonces el terreno aliento de la pequeña sierpe ponzoñosa,
el sol subido en la mitad del cielo. entre la hierba y flores escondida;
En el silencio sólo se escuchaba descolorida estaba como rosa
un susurro de abejas que sonaba. que ha sido fuera de sazón cogida,
II *
1 64
ANTOI.Or.IA.
y el ánima — los ojos ya volvienJo —
lie la hermosa carne despidiendo.
Climene llena de destreza y maña,
del oro y los colores muizando
iba, de hayas una gran montaña,
de robles y de ]icfias variando ;
un puerco entre ellas de braveza exlrafia
estaba los colmillos aguzando
contra un mozo, no menos animoso
— (-(.II ~i \i-n:iMni-n mnno — <iuc hermoso.
Tras esio el puerco allí se vía hcriii
de aquel mancebo, por su mal valienir
y el mozo en tierra estaba ya tendidu,
abierto el pecho del rabioso diente ;
con el cabello de oro desparcido
barriendo el suelo miserablemente,
las rosas blancas por allí sembradas
tornaba con su sangre coloradas.
(Égloga tercera.)
CANTAN SU AMOR DOS PASTORES.
Titrcno.
Flérida, para mí dulce y sabrosa
mas que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche y más hermosa
que el jjrado por abril de flores lleno :
si tii respondes, pura y amorosa,
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás primero
que el cielo nos amuestre su lucero.
Alcino.
Hermosa Filis, siempre yo te sea
amargo al gusto más que la retama,
y de ti despojado yo me vea,
cual queda el tronco de su verde rama,
si más que yo el murciélago desea
la escuridad ni más la luz desama,
por ver el fin de un término tamaño
deste día, para mí mayor que un año.
7'incno.
Cual suele, acompañada de su bando,
aparecer la dulce primavera,
cuando Favonio y Céfiro soplando
al campo tornan su beldad primera.
y van artificiosos csmahando
de rojo, azul y blanco la ribera :
en tal manera a mí, Flérida mía,
viniendo, reverdece mi alearía.
Alcmo.
¿Ves el furor del animoso viento,
embravecido en la fragosa sierra,
que los antiguos robles ciento a ciento
y los pinos altísimos atierra,
y, de tanto destrozo aun no contento,
al espantoso mar mueve la guerra .-
Pequeña es esta furia comparada
a la (le Filis, con Alcino airada.
Tirreno.
El blanco trigo multiplica y crece,
produce el campo en abundancia tierno
pasto al ganado; el verde monte ofrece
a las fieras salvajes su gobierno.
A doquiera que miro, me parece
que derrama la copia todo el cuerno;
mas todo se convertirá en abrojos,
si dello aparta Flérida sus ojos.
(Égloga tercera )
LUIS DE GONGORA.
LA CAZADORA Y EL HALCÓN.
Una bella cazadora
cebando estaV)a un halcón,
cuyo dueño fugitivo
lal oficio le dejó.
De una simple corderilla
le está dando el corazón
y, componiendo las alas,
que mudaba a la sazón,
"¡Cómo le pareces», dice,
»a af^uel falso que huyó,
en el comer corazones
y en mudar la fe y amor '
Come de este corazón ;
pues el que se fué,
te dejó su condición.
Si tu dueño se te ha ido
y el corazón me robó,
porque tú no le parezcas,
mi corazón no te doy.
Porque til, \)Ot imitalle,
serás segundo ladrón,
y sin corazón o alma.
GARCILASO DE LA VEGA. LUIS DE GÓNGOKA.
i6;
triste, ¡cuál quedara yo!»
I'or consolarse con él
en la mano le tomó,
y regalándole el pico,
le repite esta canción :
«Come de este corEzón;
pues el fiue se fué,
te dejó su condición.
Préí-lame, amigo, tus alas
para alcanzar al traidor,
tu pico para prenderlo,
tus uñas para prisión.
A pie lleva un escudero
con mis armas y blasón ;
que el tiempo í|ue fué mi esclavo
bien pude hermanarle yo.
Come de este corazón ;
pues el que se fué,
te dejó su condición »
Este pájaro es de Tirsi,
admirable cazador,
que en los álamos de Chipre
tiene su nido y nación.
DESENGAÑOS.
Ciego que apuntas y atina=,
caduco dios y rapaz,
vendado que me has vendido
y niilo mayor de edad:
por el alma de tu madre
que murió, siendo inmortal,
de envidia de mi señora,
que no me persigas más.
Déjame en paz, amor tirano ;
déjame en paz.
Baste el tiempo mal gastado
que he seguido a mi pesar
tus inquietas banderas,
forajido capitán.
Perdóname, amor, aquí,
pues yo te perdono allá
cuatro escudos de paciencia,
diez de ventaja en amar.
Déjame en paz, amor tirano ;
déjame en paz.
Amadores desdichados
que seg ís milicia tal,
decidme : i Qué buena guía
de un ciego podréis sacar?
de un pájaro ; qué firmeza?
¿qué esperanza de un rapaz :
¿qué galardón de un desnudo:
de un tirano ¿qué piedad?
Déjame en paz, amor tirano;
déjame en paz.
Diez años despcrdic é,
los mejores de mi edad,
en ser labrador de amor,
a cosía de mi caudal.
Como aré y sembré, cogí :
aré un alterado mar,
sembré en estéril arena;
cogí vergüenza y afán.
Déjame en paz, amor tirano ;
déiame en paz.
Una torre fabriqué
del viento en la vanidad,
mayor que la de Nembrot
y de confusión igual.
Gloria llamaba a la pena,
cárcel a la libertad,
miel dulce al amargo acíbar,
principio al fin, bien al mal.
Déjame en paz, amor tirano;
déjame en paz.
LAS SERRANAS DE CUENCA.
En los pinares de Júcar
vi bailar unas serranas
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas.
No es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua
o las que venera el bosque,
seguidoras de Diana:
serranas eran de Cuenca,
honor de aquella montaña,
cuyo pie besan dos ríos,
por besar de ellas las plantas.
Alegres coros tejían,
dándose las manos blancas,
de amistad, c,uizá temiendo
no la truequen las mudanzas,
i Qué bien bailan las serranas !
¡ qué bien bailan !
El cabello en crespos nudos
luz da al sol, oro a la Arabia,
cuál de flores impedido,
cuál de cordones de p'ata.
Del color visten del cielo,
si no son de la esperanza,
palmillas que menosprecian
al zafiro y la esmeralda.
El pie, cuando le permite
la brújula de la falda.
1 66
AN rOl.OGlA.
lazos calza, y mirar deja
pedazos de nieve y nácar.
Ellas cuyo movimiento
honestamenie levanta
el cristal de la colima
sobre la pequeña basa ;
¡qué bien bailan las serranas!
i qué bien bailan !
Una, entre los blancos dedos
hiriendo lisas pizarras,
instrumento de marfil,
que las musas lo envidiaran,
las aves enmudeció
y enfrenó el curso del agua :
no se movieron las hojas
por no impedir lo que cania.
Camal .
Serranas de Cuenca
iban al pinar,
unas por piñones,
otras por bailar.
Bailando y partiendo
las serranas bellas
un piñón por otro,
si ya no es de perlas,
de amor las saetas
huelgan de trocar,
unas i)or piñones,
otras ])or bailar.
EL BESO-VENENO
Entre rama y rama,
cuando el ciego dios
pide al sol los ojos
por verlas mejor,
los ojos del sol
las veréis pisar:
unas por piñones,
otras por bailar.
La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas destilado
y a no envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
Amantes, no toquéis, si queréis vida ;
porque, entre un labio y otro colorado
amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierjie escondida.
No os engañen las rosas, que al aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpiíreo seno :
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan hora,
y sólo del amor queda el veneno.
CANCIONES SAGRADAS.
A SANTA TERESA DE JESÚS,
Engastado en rizos de oro
la bella frente nevada,
descubriendo más tesoro
que cuando sale de oriente
Febo con mayor decoro ;
el cuerpo de nieve pura,
que excede toda blancura,
vestido del sol los rayos,
vertiendo abriles y mayos
de la blanca vestidura;
En la diestra refulgente,
que mil aromas derrama,
un dardo resplandeciente,
que lo remata la llama
de un globo de fuego ardiente ;
batienflo en ligero vuelo
la pluma que al oro afrenta;
bajó un serafín del cielo,
y a lo^ ojos se presenta
del Serafín del Carmelo.
EN SU BEATIFICACIÓN.
Y puesto ante la doncella,
mirando el extremo de ella,
dudara cualquier sentido
si él la excede en lo encendido
o ella le excede en ser bella.
Mas, viendo tanta excelencia
como en ella puso Dios,
])udiera dar por sentencia
que en el amor de los dos
es poca la diferencia.
En su rostro celestial
mezclando el carmín de Tiro
con alabastro y cristal,
en sus ojos el zafiro,
y en sus labios el coral;
y por dar más perfección
a tan angélico intento,
el que bajó de Sión,
con el ardiente instrumento
la atravesó el corazón.
CANCIONES SAGRADAS.
167
Dejóla el dolor profundo
de aquel fuego sin segundo
con que el corazón le inflama,
y la fuerza de su llama,
viva a Dios y muerta al mundo.
Que para mostrar mejor
cuánto esta prenda le agrada,
el universal Señor
la quiere tener sellada
con el sello de su amor.
V que es a Francisco igual
de tan gran favor se arguya,
pues el Pastor celestial,
para que entiendan que es suya,
la marca con su señal.
Y así, desde allí adelante,
al serafín semejante
quedó de Teresa el pecho,
y unido con lazo estrecho
al de Dios, si amada ante.
(Cristobalina Fernández de Alarcón j
SANTA INÉS.
Vuestra soy, mi Dios,
y al fuego estoy sentevciada ;
no tengo el morir en nada,
pues doy mi vida por Vos.
Soy tan vuestra, de tal suerte,
que nunca pude ser mía ;
viviendo con Vos vivía ;
que lo demás todo es muerte.
Toda me tenéis, mi r-)ios,
de vuestro amor tan llagada,
que el morir no tengo en nada,
pues doy mi vida por Vos.
i\li vida vida no fuera,
si en ley de amor verdadero,
muriendo por mí el Cordero,
no muriera la cordera.
Ya voy a morir, mi Dios ;
y en tan gloriosa jornada,
no tengo la vida en nada,
pues doy mi vida por Vos.
El trocar vida por muerte
es de todos tan temido,
que no querría el más subido
le cupiese eso por suerte.
Mas yo estoy tan adornada
con- vuestra sangre, mi Dios,
que el morir no tengo en nada,
pues doy mi vida por Vos.
(Úbeda.;
ERCILLA.
ARENGA Y HAZAÑA
Ln hijo de un cacique conocido,
que a Valdivia de paje le servía,
acariciado del y favorido
en su servicio, a la sazón venía.
Del amor de su patria conmovido,
viendo que a más andar se retraía,
comienza a grandes voces a animarla
y con tales razones a incitarla :
«¡Oh ciega gente del temor guiada I
¿a dó volvéis los temerosos pechos?
Que la fama en mil años alcanzada
aquí perece y todos vuestros hechos.
La fuerza pierden hoy jamás violada
vuestras leyes, los fueros y derechos.
De señores, de libres, de temidos,
quedáis siervos, sujetos y abatidos.
«Mancháis la clara estirpe y descendencia,
y engerís en el tronco generoso
una incurable plaga, una dolencia,
un deshonor perpetuo, ignominioso.
Mirad de los contrarios la impotencia.
DE UN ARAUCANO.
la falla del aliento y el fogoso
latir de los caballos, las ijadas
llenas de sangre, y de sudor bañadas.
«No os desnudéis del hábito y costumbre
que de nuestros abuelos mantenemos,
ni el araucano nombre de la cumbre
a estado tan infame derribemos.
Huid el grave yugo y servidumbre,
al duro hierro osado pecho demos.
-:Por qué mostráis espaldas esforzadas
que son de los peligros reservadas?
«Fijad esto que digo en la memoria;
que el ciego y torpe miedo os va turbando :
Dejad de vos al mundo eterna historia,
vuestra sujeta patria libertando.
Volved, no rehuséis tan gran vitoria;
que os está el hado próspero llamando.
A lo menos fijad el pie ligero :
veréis cómo en defensa vuestra muero.»
En esto una nervosa y gruesa lanza
contra Valdivia, sa señor, blandía;
n
i6S
antología.
dando de si gran muestra y esperanza,
por más los persuadir, arremetía ;
y entre el hierro español así se lanza,
como con gran calor en agua fría
se arroja el ciervo en el caliente estío
para templar el sol con algún frío.
De sólo el primer bote uno atraviesa,
otro apunta por medio del costado,
y aunque la dura lanza era muy gruesa,
salió el hierro sangriento al otro lado.
Salta, vuelve, revuelve con gran priesa,
y barrenando el muslo a otro soldado,
en él la fuerte pica fué rompida,
quedando un grueso trozo en la herida.
Rota la fiera asta, luego afierra
del suelo una pesada y dura maza.
Mata, hiere, destronca .y echa a tierra,
haciendo en breve espacio larga plaza.
En él se resumió toda la guerra ;
cesa el alcance y dan en él la caza
Mas él aquí y allí va tan liviano,
que hieren, por herirle, el aire vano.
i De quién prueba se oyó tan espanlos.i
ni en antigua escritura se ha leído,
que estando de la parte vitoriosa
se pase a la contraria del vencido ?
¿ y que sólo valor, y no otra cosa,
de un bárbaro muchacho haya podido
arrebatar por fuerza a los cristianos
una tan gran vitoria de las manos?
;La Araucana lu, 34 — 43.;
La tempestad cesó, y el raso cielo
vistió el húmido campo de alegría,
cuando con claro y presuroso vuelo
en una nube una mujer venía,
cubierta de un hermoso y limpio velo,
con tanto resplandor, que al mediodía
la claridad del sol delante della
es la que cerca del tiene una estrella.
Desterrando el temor la faz sagrada,
a todos confortó en su venida.
Venía de un viejo cano acompañada,
al parecer de grave y santa vida.
Con una blanda voz y delicada
les dice: "; Dónde andáis, gente perdida ?
Volved, volved el paso a vuestra tierra ;
no vais a la Imperial a mover guerra.
«Que Dios quiere ayudar a sus cristianos
y darles sobre vos mando y potencia ;
pues ingratos, rebeldes, inhumanos,
así le habéis negado la obediencia.
Mirad, no vais allá ; porque en sus manos
pondrá Dios el cuchillo y la sentencia.»
Diciendo esto y dejando el bajo suelo,
por el aire espacioso subió al cielo.
UNA APARICIÓN,
Los araucanos la visión gloriosa,
de aquel velo blanquísimo cubierta,
siguen con vista fija y codiciosa,
casi sin alentar, la boca abierta.
Ya que despareció, fué extraña cosa
que, como quien atónito despierta,
los unos a los otros se miraban
y ninguna palabra se hablaban.
Todos de un corazón y pensamiento,
sin esperar mandato ni otro ruego,
como si solo aquél fuera su intento,
el camino de Arauco toman lufgo.
Van sin orden, ligeros, como el viento,
paréceles que, de un sensible fuego
por detrás las espaldas se encendían,
y así con mayor ímpetu corrían.
Heme, señor, de nuichos informado,
porque con más autoridad se cuente:
a veintitrés de abril — que hoy es mediado —
hará cuatro años cierta y justamente
que el caso milagroso aquí contado,
aconteció, un ejército presente;
el año de quinientos y cincuenta
y cuatro sobre mil por cierta cuenta,
(ix, 13 — 19 '
ARRIBO A PENCO.
En esto, la cerrada niebla escura
por el furioso viento derramada,
descubrimos al este la Herradura,
y al sur la isla de Talca levantada.
Reconocida ya nuestra ventura
y la araucana tierra deseada,
viendo el morro de Penco descubierto,
arríbame^ a popa sobre el puerto.
El cual Pitá amparado de una isleta,
que resiste al furor del norte airado,
y los continuos golpes de mareta
que le baten furiosos de aquel lado.
La corva y larga punta una caleta
hace y seno tranquilo y sosegado,
do las cansadas naves, como digo,
hallan seguro albergue y dulce abrigo.
La nave sin gobierno destrozada
surgió al alto reparo de una sierra,
en gruesa amarra y áncora afirmada,
que con tenace diente aferró tierra.
ERCILLA. LOPE DE VEGA.
169
Apenas la alta vela fué amainada,
cuando el alegre estruendo de la guerra
nos extendió, tocando en los oídos,
los ánimos y niervos encogidos.
La isleta es habitada de una gente
esforzada, robusta y belicosa ;
la cual, viendo una nave solamente
venida allí por suerte venturosa,
gritando: «¡Guerra, guerra!» alegremente
toma las fieras armas, y furiosa.
con gran rebato y priesa repentina,
corre en tropel confuso a la marina.
En la falda de un áspero recuesto
en formado escuadrón se representa ;
y nosotros con ánimo dispuesto
a cualquiera peligro y grande afrenta,
arremetimos a las armas presto ;
que el trabajo pasado y la tormenta
nos hizo a todos estin.ar en nada
cualquiera otro peligro y gran jornada.
ÍXVI, t8— 22.)
LOPE DE VEGA.
AMOR Y OLVIDO.
En una peña sentado,
que el mar con soberbia furia
convertir pensaba en agua
y la descubrió más dura,
Fabio miraba en las olas
cómo la playa les hurta
a las que vienen, la plata,
a las que se van, la espuma.
Contemplando está las penas
de amor y de olvido juntas :
el olvido, en las que mueren,
y el amor, en las que duran.
Verdades de largo amor
no hay olvido que las cubra,
ni diligencias humanas
a desdeñosas injurias.
En vano ruegos humildes
las deidades importunan,
porque se ríen los cielos
de los amantes que juran.
Desea amor olvidar
y no quiere que se cumpla,
porque nunca e?tá más firme
(Jue pensando que se muda.
Naturaleza se alabe
de discretas hermosuras;
pero, cuando son tiranas,
no se alabe de ninguna.
Tomó Fabio su instrumento
y dijo a las peñas mudas
sus locuras en sus cuerdas,
porque pareciesen suyas.
LA BARQUILLA.
¡Pobre barquilla mía,
entre peñascos rota,
sin velas desvelada
y entre las olas sola !
¿Adonde vas perdida?
¿Adonde, di, te engolfas:
Que no hay deseos cuerdos
con esperanzas locas.
Como las altas naves,
te apartas animosa
de la vecina tierra,
y al fiero mar te arrojas.
Igual en las fortunas,
mayor en las congojas,
pequeña en las defensas,
incitas a las ondas.
Advierte que te llevan
a dar entre las rocas
de la soberbia envidia,
naufragio de las honras.
muerte de su mujer.)
Cuando por las riberas
andabas costa a costa,
nunca del mar temiste
las iras procelosas.
Segura navegabas,
que por la tierra propia
nunca el peligro es mucho
adonde el agua es poca.
Verdad es que en la patria
no es la virtud dichosa,
ni se estimó la perla
hasta dejar la concha.
Dices que muchas barcas,
con el favor en popa,
saliendo desdichadas,
volvieron venturosas.
No mires los ejemplos
de las que van y tornan;
que a muchas ha perdido
la dicha dé las otras.
170
ANTOLOGÍA.
Para los altos mares
no llevas cautelosa
ni velas de mentiras
ni remos de lisonjas.
;(|)uién te engañó, barquilla?
Vuelve, vuelve la proa ;
que presumir de nave
fortunas ocasiona.
¿Qué jarcias te entretejen?
c qué ricas banderolas
azote son del viento
y de las aguas sombra?
i En qué gavia descubres
del árbol alta copa,
la tierra en perspectiva
del mar incultas orlas?
,; En qué celajes fundas
que es bien echar la sonda,
cuando, perdido el rumbo,
erraste la derrota?
Si te sepulta arena,
¿qué sirve fama heroica?
Que nunca desdichados
sus pensamientos logran.
¿Qué importa que te ciñan
ramas verdes o rojas,
que en selvas de corales
salado césped brota ?
Laureles de la orilla
solamente coronan
navios de alto bordo
que jarcias de oro adornan.
No quieras que yo sea
por tu soberbia pompa,
Faetonte de barqueros
que los laureles lloran.
Pasaron ya los tiempos
cuando, lamiendo rosas,
el céfiro bullía
y suspiraba aromas.
Ya fieros huracanes
tan arrogantes soplan,
que salpicando estrellas,
del sol la frente mojan.
Ya los valientes rayos
de la vulcana forja,
en vez de torres altas,
abrasan pobres chozas.
Contenta con tus redes,
a la playa arenosa
mojado me sacabas;
pero vivo — ¿qué importa? —
Cuando de rojo nácar
se afeitaba la aurora,
más peces te llenaban
que ella lloraba aljófar.
Al bello sol que adoro,
enjuta ya la ropa,
nos daba una caballa
la cama de sus hojas.
Esposo me llamaba;
yo la llamaba esposa,
parándose de envidia
la celestial antorcha.
Sin pleito, sin disgusto,
la muerte nos divorcia :
¡ ay de la pobre barca
que en lágrimas se ahoga !
j Quedad sobre la arena,
inútiles escotas,
que no ha menester velas
quien a su bien no torna.
Si con eternas plantas
las fijas luces doras,
oh dueño de mi barca,
y en dulce paz reposas,
merezca que le pidas
al Bien que eterno gozas,
que adonde estás, me lleve,
más pura y más hermosa.
Mi honesto amor te obligue ;
que no es digna victoria
para quejas humanas
ser las deidades sordas.
Mas ¡ ay que no me escuchas ! —
Pero la vida es corta :
viviendo todo falta;
muriendo lodo sobra.
AGUINALDO.
(Égloga.)
Dato, Er gasto y el Rústico.
Ergasto. Mientras el alba de sus blancos nácares
aljófar vierte, dad silencio, dríades,
entre estas flores y olorosos búcares.
Rústico. Parad las hojas verdes, hamadríades,
en tanto que hoy mostramos Bato y Riístico
a qué pueden llegar sacras tespíades.
LOPE DE VEGA.
171
Bato. De la playa de Tiro al mar ligústico,
haré sonar en canto dialogístico,
el dulce son de mi instrumento rústico.
Rústico. Filósofo no soy, no soy sofístico,
ni entiendo lo que llaman alegórico
ni sé qué es literal sentido o místico.
Bato. Cantaba en esta selva un sabio histórico
que a Dios agrada un simple ingenio tépido
más que las elocuencias del retórico.
Rústico. Tal vez mostraba Job ánimo intrépido,
sin perder la paciencia melancólico;
tal vez David cantaba humilde y trépido.
Bato. Cubra el estilo rústico y bucólico
la sacra majestad, digna de crónica;
o el docto y numeroso estilo argólico.
Rústico. La pluma aristotélica y platónica
en esta parte es fábula ridicula,
ni canta a Dios la lira babilónica.
Bato. Hoy a la filosófica matrícula
estos secretos íntimos escóndense :
no entienden una mínima panícula
Rústico. Los hombres y los ángeles respóndense ;
que, aunque en naturaleza son disímiles,
en la parte del alma correspóndense.
Bato, i Quién tuviera por cosas verisímiles
un hombre y Dios, a no lo ver tocándolo,
y la virginidad y el parto símiles?
Rústico. ¿Quién lo puede dudar, si está mirándolo,
si no es alfjuna fiera vista, incrédula,
del cielo maldición, del mundo escándalo?
Bato. La que es piadosa, el alma pura y crédula,
adora en esa Madre al Hijo, a título
de que él de Dios es firma, y ella es cédula.
Rústico. Díganos Isaías su capítulo,
y verás con qué espíritu profético
de Dios y redentor le escribe el título.
Bato. El trujo a Adán salud, que enfermo y hético
se halló con tantos males, y tan tísico
que no los cuenta número arismélico.
Rústico. Nació en Belén su antídoto y el tísico
bien de su mal, de su veneno cáustico
(hablando con estilo metafísico).
Bato. Mezcla lo pastoril y lo escolástico ;
la cuna alaba deste rey pacífico,
que afrenta los palacios del fantástico.
Rústico. Canta con plectro espléndido y mirífico,
que de Belén y las remotas hélices
venga el rudo pastor y el rey científico.
Balo. ¡ Oh virgen planta que con ramas felices
hiciste a María fuente salutífera,
y dulces nuestras lágrimas iniélices !
Rústico. Alta, florida vara, que odorífera
llegaste al cielo y al impíreo cúmulo,
paloma bella, candida, olivífera.
172
AN roí. OCIA.
/>',//().
Á'fi/.rc
/.'./Ai
Kúsiiio.
Bato.
Rústico.
Balo.
Rústico.
Bato.
Rui tico.
Bato.
Rústico.
Bato.
Rústico.
Bato.
Rústico.
Bato.
Ergasto.
¡ Oh más <]ue el ave que en florido túmulo
nace otra vez, hermosa Virgen única,
de gracias llena, de virtudes cúmulo!
¡ Quién le llevara una purpúrea túnica,
y al Niño un cesto de camuesa pálida,
idúmeo dátil y granada púnica !
\o un limpio tarro de la leche cálida
de mis ovejas, que ando previniéndola ;
que, con la voluntad, no hay prenda inválida.
Yo un nido de una pájara, en cogiéndola,
que estuve en unos olmos acechándola,
y, si no es ruiseñor, será oropéndola.
l.levaréle una cuna, en acabándola,
de leña de ciprés del monte Ménalo,
que espira olor, moviéndola y dejándola.
Coge aquel potro, aunque cerril, y enfrénalo,
y de presentes, aunque pobres, cúbrele
y encima de jazmín y rosa enllénalo.
¿ No ves aquél garlito ? Pues descúbrele ;
verás los peces, ya del agua tántalos,
y, si no hay muchos, otra vez encúbrele.
Tú conoces los juncos, tú levántalos ;
no me digas después, que soy selvático ;
pues es tuyo el garlito. Bato, espántalo?.
Todas las aguas son de humor lunático ;
auméntanse en sus rayos o resuélvense ;
soy pescador, de sus mudanzas prático.
Con la luna las aguas vanse y vuélvense ;
no sé si peces hay, pero presúmolo,
que en estas ovas frágiles envuélvense.
Pesco este arroyo, Rú-tico, y consumólo,
que nace de este monte, y no es canópico ;
que todo en una red tal vez resúmelo.
Bebérselo pudiera algún hidrópico ;
perdóname, si en esto voy satírico,
y de tu arroyo soy el lobo esópico.
Tú curas mi ignorancia, sabio empírico ;
tus burlas mezclas con el vano apólogo;
pues compite conmigo en verso lírico.
Si fueras irismegístico teólogo,
no respetara tu furor colérico,
aunque comienzas con soberbio prólogo.
Pues ¿quién me iguala en todo el orbe esférico?
Di, Rústico, tus versos — y convídanos —
famosos del Jordán al Tajo ibérico.
Apolo, entre estos árboles olvídanos ;
que, según la hinchazón de aquestos lógicos,
para tantos íaetontes no hay erídanos.
Yo no escribo mis versos trojjológicos,
ni me precio de máquinas versátiles,
ni vivo de aforismos astrológicos.
Pastoref, de tratar cosas portátiles,
como candida leche y verdes pámpanos,
grana a la Virgen, y al Dios-hombre dátiles,
LOPE DE VEGA.
•73
no es bien hecho reñir. Tú, Bato, estámpanos
tus versos; pues los pintas beneméritos,
y de tu furia y tempestad escámpanos.
Tú, Rústico, también, pues tienes méritos,
copia los tuyos; funda tu propósito;
que de la eternidad no sois inméritos.
Yo dejaré dos toros en depósito
para quien deste Niño y Dios santísimo
mejor cantare, el uno al otro opósito.
Yo, cuando canto del, soy humildísimo,
respétele, veneróle y adoróle,
y juzgóme, pastores, indignísimo;
con apacibles versos enamoróle,
y más que piedras y tesoros libares
en mis propias entrañas atesoróle.
La envidia en el cantar baña de acíbares
las cuerdas y la voz ; pero el buen ánimo
en ambrosía, en néctares y almíbares.
Es el vengarse de hombre pusilánimo ;
es el odio noctivago murciélago,
y el justo amor un sol, un rey magnánimo.
Este divino Niño es archipiélago
de gracias, que cantéis con beneplácito
de aquella Virgen, de virtudes piélago.
Quedad, pues, juntos en silencio tácito.
DE «EL MEJOR ALCALDE EL REY .
ACTO IIL ESCENA XII.
'onde. Con menos información
pudieras tener por cierto
que no te ha engañado Sancho;
porque la inocencia déstos
es la prueba más bastante
Kty (aparte a Ñuño). Haced traer de secreto
un clérigo y un verdugo.
ESCENA XIII.
'ancho, Ñuño, Fe/ayo, juliana, Leonor,
Biito, Fileno.
\'uño. Sancho . . . (aparte a él)
•anche. Señor . . .
^'uño. Yo no entiendo
este modo de jticz :
sin cabeza de proceso,
pide clérigo y verdugo.
ancho. Ñuño, yo no sé su intento.
\'uño. Con un escuadrón armado
aun no pudiera prendello ;
cuanto más con dos personas.
ancho. Démosle a comer; que luego
se sabrá si puede o no.
'i^vño. ¿Comerán juntos?
<inc/io. Yo creo
que el juez comerá solo,
y después comerán ellos.
Sancho
iVuí/o.
jfiíatia.
Auno.
A'iiño. Escribano y alguacil
deben de ser.
Eso pienso.
(Vase.)
Juana . . .
Señor . . .
Adereza
ropa limpia, y al momento
matarás cuatro gallinas
y asarás un buen torrezno.
Y, pues estaba pelado,
pon aquel pavillo nuevo
a que se ase también,
mientras que baja Fileno
a la bodega por vino.
¡ \'oto al sol. Ñuño, que tengo
de comer hoy con el juez !
Este ya no tiene seso.
(Vaso.)
Sólo es desdicha en los reyes
comer solos, y por eso
tienen siempre al rededor
los bufones y los perros.
(Patio en la quinta de Don Tello. Pared o
verja en el fondo )
ESCENA XIV.
E/vil a, huyendo de Don Tcllo ; Feliciana.
deteniéndole.
Pelayo
N^uño.
Felayo
•74
antología.
Elvira. \ Favor, ciclo soberano !
pues en la tierra no espero
remedio.
(Vase )
Dott TtHo. Matarla quiero.
Feliciana. Deten la furiosa mano.
Don Tello. Mira que le he de perder
el respeto, I'eliciana.
Feliciana. Merezca, por ser tu hermana,
lo que no por ser mujer.
Don Tello. \ Pese a la loca villana !
¿ Que por un villano amor
no respete a su señor,
de puro soberbia y vana ?
l'ues no se canse en jiensar
que se podrá resistir;
que la tengo de rendir
o la tengo de matar.
ESCENA XV.
Celio. Felicia7ia.
Celio. No sé si es vano temor,
señora, el que me ha engañado :
a Ñuño he visto en cuidado
de huéspedes de valor.
Sancho ha venido a la villa,
todos andan con recato ;
con algún fingido trato
le han despachado en Castilla.
No los he visto jamás
andar con tanto secreto.
Feliciana. No fuiste, Celio, discreto,
si en esa sospecha estás ;
que ocasión no te faltara
para entrar y ver lo que es.
Celio. Temí que Ñuño, después
de verme entrar, se enojara;
que a todos nos quiere mal.
Feliciana. Quiero avisar a mi hermano;
porque tiene este villano
bravo ingenio y natural.
Tú, Celio, quédale aquí
para ver si alguno viene.
(Vase.)
Celio. Siempre la conciencia tiene
este temor contra sí ;
demás, que tanta crueldad
al cielo pide castigo.
ESCENA XVI.
El Rey, el Conde, Don Enrique-^ Sattcho,qvie
aparecen al otro lado de la verja. — Celio.
Rey. Entrad y haced lo que digo.
Celio. {Qué gente es ésta?
Rty- Llamad.
(Llaman ; t.jre un criado y pasan al patio el
Rey, el Conde, Don Enrique y Sancho.)
Sancho. Éste, señor, es criado
de Don Tello.
Rey. i Ah, hidalgo!
Celio. cQué me queréis?
Oi.l
Rey.
Celio.
Rey.
Celio.
Rey.
Celio.
Advertid
a Don Tello que he llegado
de Castilla, y (¡uiero hablallc.
Y (¡quién diré que sois?
Yo.
i No tenéis más nombre ?
No.'
Yo no más; y con buen talle '
Puéstome habéis en cuidado.
Yo voy a decir que Yo
está en la puerta.
(Vase.)
Enrique. Ya entró.
Conde. Temo que responda airado,
y era mejor declararte.
Rcv- No era ; porque su miedo
le dirá que solo puedo
llamarme Yo en esta parte.
(Vuelve Celio.)
Celio. A Don Tello, mi señor,
dije cómo Yo os llamáis,
y me dice que os volváis ;
que él solo es Yo por rigor;
que, quien dijo Yo por ley
justa del cielo y del suelo,
es solo Dios en el cielo
y en el suelo solo el rey.
Rey. Pues un alcalde, decid,
de su casa y corte.
Celio (túrbase). Iré,
y ese nombre le diré. j
Rey. En lo que os digo advertid. j
(V^ase Celio.)
Conde. Parece que el escudero
se ha turbado. ¡
Enrique. El nombre ha sido|
la causa.
Sancho. Ñuño ha venido.
Licencia, señor, espero
para que llegue, si es gusto
vuestro.
Rey. Llegue, porque sea
en todo lo que desea
parte, de lo que es tan justo,
como del pesar lo ha sido.
ESCENA XVIL
Ñuño, Pelayo, yuana y villanos fuera de
la verja. — El Rey, el Conde, Don Enti
que, Sancho.
Sancho. Llegad, Ñuño, y desde afuera
mirad.
LOPE DE VEGA.
«75
Ñuño. Sólo ver me altera
la casa deste atrevido.
Estad todos con silencio.
Juana. Hable Pelayo, que es loco.
Pdayo. Vosotros veréis cuan poco
de un mármol me diferencio.
Ñuño. ¡ Que con dos hombres no más
viniese! ¡Extraño valor!
ESCENA XVIII.
Dotí Tello, Feliciana, criados. Dichos.
Feliciana. Mira lo que haces, señor . . .
Tente, hermano: ¿dónde vas?
Don Tello (al rey):
í Sois, por dicha, hidalgo, vos
el alcalde de Castilla
que me busca ?
Rey. i Es maravilla ?
Don Tello. \ Y no pequeña, por Dios !
Si sabéis quién soy aquí.
Rey. Pues ¿qué diferencia tiene
del rey quien en nombre viene
suyo ?
Don Tello. Mucha contra mí.
Y vos ¿adonde traéis
la vara ?
Rey. En la vaina está,
de donde presto saldrá,
y lo que pasa, veréis.
DonTello. ¿Varaen la vaina? ¡Oh, qué bien I
No debéis de conocerme.
Si el rey no viene a prenderme,
no hay en todo el mundo quién.
Rey. Pues yo soy el rey, villano.
Pelayo. i San'o Domingo de Silos!
Don Tello. Pues, señor ¿tales estilos
tiene el poder castellano?
¡Vos mismo! ¡Vos en persona;
Que me perdonéis os ruego.
Rey. Quitadle las armas luego.
(Desarman a Don Tello; pasan la verja Ñuño
y los villanos.)
Villano, i por mi corona!
que os he de hacer respetar
las cartas del rey.
Feliciana. Señor,
que cese tanto rigor
os ruego.
Rey. No hay que rogar.
Venga luego la mujer
deste pobre labrador.
iVase un criado.)
Don Tello. No fué su mujer, señor.
Rey. Basta que lo quiso ser.
Y ¿ no está su padre aquí,
que ante mí se ha querellado ?
Don Tello (aparte).
Mi justa muerte ha llegado.
A Dios y al rey ofendí.
ESCENA XIX.
Elvira, sueltos los cabellos. Dichos.
Elvira. Luego que tu nombre
oyeron mis quejas,
castellano Alfonso,
que a España gobiernas,
salí de la cárcel,
donde estaba presa,
a pedir justicia
a tu real clemencia.
Hija soy de Ñuño
de Aibar, cuyas prendas
son bien conocidas
por toda esta tierra.
Amor me tenía
Sancho de Roelas.
Siipolo mi padre,
casarnos intenta.
Sancho que servía
a Tello de Neira,
para hacer la boda
le pidió licencia;
vino con su hermana ;
los padrinos eran.
Vióme y codicióme ;
la traición concierta.
Difiere la boda
y viene a mi puerta
con hombres armados
y máscaras negras.
IJevóme a su casa,
donde con promesas
derribar pretende
mi casta firmeza.
Y desde su casa
a un bosque me lleva,
cerca de una quinta,
un cuarto de legua ;
allí, donde sólo
la arboleda espesa,
que al sol no dejaba
que testigo fuera,
escuchar podía
mis tristes endechas.
Digan mis cabellos
— pues saben las hierbas
que dejé en sus hojas
infinitas hebras —
qué defensas hice
contra sus ofensas.
Y mis ojos digan,
qué lágrimas, tiernas,
176
ANTOLOGÍA.
que a un duro peñasco
ablandar pudieran.
Viviré llorando,
pues no es bien que tenga
comento ni gusto
quien sin honra queda.
Sólo soy dichosa
en que pedir pueda
al mejor alcalde,
(jue gobierna y reina,
justicia y piedad
de maldad tan fiera.
Esta pido, Alfonso,
a tus pies, que besan
mis humildes labios.
Ansí libres vean
descendientes tuyos
las partes sujetas
de los fieros moros,
con felice guerra.
Que si no te alaba
mi turbada lengua,
famas hay y historias
que la harán eterna.
Rey. Pésame de llegar tarde :
llegar a tiempo quisiera
que pudiera remediar
de Sancho y Ñuño las quejas;
pero puedo hacer justicia,
cortándole la cabeza
a Tello. Venga el verdugo.
Feliciana. Señor, tu real clemencia
tenga piedad de mi hermano.
Rey. Cuando esta causa no hubiera,
el desprecio de mi caria,
mi firma, mi propia letra,
¿no era bastante delito?
Hoy veré yo tu soberbia,
Don Tello, jiuesta a mis pies
Don Tello. Cuando hubiera mayor f)eiui
invictísimo señor,
que la muerte que me espera,
confieso que la merezco.
Don Enritjue.
Si- puedo en presencia vuestra . .
Conde. Señor, muévaos a piedad
que f s crié ea aquesta tierra.
Feliciana. Señor, el conde Don l'edro
de vos por merced merezca
la vida de Tello.
Rev- Kl conde
merece que yo le tenga
por padre ; pero también
es justo que el conde advierta
que ha de estar a mi justicia
obligado de manera
que no me ha de replicar.
Conde. Pues, la piedad ¿es bajeza?
Rey. Cuando pierde de su punto
la justicia, no se acierta
en admitir la piedad.
Divinas y humanas letras
dan ejemp'os : es traidor
lodo hombre que no respeta
a su rey y que habla mal
de su persona en ausencia.
Da, Tello, a Elvira la matu-
para que pagues la ofensa
con ser su esposo ; y después
que te corten la cabeza,
podrá casarse con Sancho,
con la mitad de tu hacienda
en dote. — Y vos, Feliciana,
seréis dama de la reina,
en tanto que os doy marido
conforme a vuestra nobleza.
Ñuño. Temblando estoy.
Pelayo. \ üravo rey !
DE LA BOBA PARA LOS OTROS Y DISCRETA PARA SI».
.■\CTO I. ESCENA I.
Diana (de labradora).
Pues ¿tú de amores conmigo,
ignorante labrador?
Dirás — que yo no lo digo —
que el amor, en cuanto amor,
nunca mereció castigo.
No porque es mi rustiqueza
tanta, que ignore el grosero
estilo de mi rudeza
que amor fué el hijo primero
que tuvo naturaleza.
Deste amor han procedido
cuantos son, cuantos han sido.
Pero no me persuado
a tenerle en bajo estado
a ningún hombre nacido.
Aquí destas peñas vivas
quisiera romper las hiedras,
no porque trepan altivas,
mas porque abrazan sus piedras,
amorosas y lascivas ;
y aquí, con violentos brazos,
los enredos destas parras,
los embustes de sus lazos,
que de pámpanos bizarros,
dan a los olmos abrazos.
Si de celos o de antojos
LOPE DE VEGA.
177
canta a la primera luz
algún ave sus enojos,
quisiera ser arcabuz
o inatalla con los ojos.
Y tú, grosero villano,
¿vienes a decir amores
a quien por el aire vano
un nido de ruiseñores
derribó con diestra mano?
Tú, ni el de más brío y talle,
no me habléis; que si en el valle,
donde más lejos se esconde,
sólo el eco me responde,
le suelo decir que calle.
No os fiéis en que esta aldea
me dio padre labrador;
que el alma que se pasea
por mi pecho, y el valor,
me dice que no lo crea.
Tengo tan altos intentos,
que si pudieran con arte
subir trepando elementos,
pasaran de la otra parte
del cielo mis pensamientos.
¿ Es posible que yo fui
parto de un monte y nací
de un rudo y tosco villano ?
;■ Un alma tan grande en vano
deposita el cielo en mí?
Son tales mis presunciones
y discursos naturales,
que en todas las ocasiones
aborrezco mis iguales
y aspiro a ilustres acciones.
Ayer — aunque no es fiel
intérprete la osadía —
tuve un sueño y vi que en él
un águila me ponía
sobre la frente un laurel.
Con esto tan vana estoy,
que pienso, por más que voy
reprendiendo mi bajeza,
que se erró naturaleza,
o soy más de lo que soy.
Aires, corred más aprisa ;
no bulliciosos peinéis
las hierbas que el alba pisa.
Fuentes, no me murmuréis:
tened un poco la risa.
Y si un alto pensamiento
en bajo sujeto os calma,
parad con advertimiento ;
que son narcisos del alma
los locos de entendimiento.
Porque, si posible fuera,
que el autor del cielo diera
JÜNEMANN, Lit. y Ant. esp.
al entendimiento cara,
loca de verle quedara,
si en vuestro cristal le viera.
DE LA ESCENA III.
Diana (aparte) .
i Oh ingenio ! aquí me ayuda ;
fingirme quiero simplemente ruda,
que es el mejor camino a un grande
intento.
ESCENA VI.
Diana, Camilo, Liseno Teodora, yulio.
Camilo (a Diana).
¿No le agrada a vuestra
alteza la ciudad?
Diatia. Es linda pieza ;
mas ¡ recibirme con truenos !
Ca7?iilo. Aquélla es artillería,
que os hace la salva así.
Diana. Con los relámpagos vi
estrellas a mediodía.
En tocando las campanas
en mi tierra el sacristán,
como los nublos se van,
vuelven a cantar las ranas.
Camilo (aparte;. ¡A propósito!
Liseno (aparte). En mi vida
vi cosa tan ignorante.
Diana. Esta casa relumbrante,
de blanco mármol vestida,
¿qué contiene?
Ca?nilo. Es el palacio
de vuestra Alteza.
Diana. El lugar
puede todo aposentar
su grande y vistoso espacio,
con ovejas y borricos.
Camilo. Veréis aposentos llenos
de pintura, en que es lo menos
telas y brocados ricos.
Diana, i Qué es aquello que está allí ?
Camilo. El reloj.
Diana. ¡ Válarne Dios !
Camilo. Allí señala las dos.
Diana. ¡ Bueno I < A Teodora y a mí ?
Camilo. ¡ Brava respuesta !
Liseno. Gallarda.
Diana. Y ¿ quién es, Camilo, aquel
que está en aquel chapitel ?
Camilo. Es el ángel de la guarda.
Diana. Bien le habernos menester.
Pero es grave desvarío
12
178
ANTOLOGÍA.
tenerle al calor y al frío,
si nos ha de defender.
Caniilo (aparte a Liseno).
No la entiendo.
Liseno. Vo tampoco.
Teodora. Mil veces venga en buen hora
a su casa vuestra Alteza.
Diana. Señora, ya yo decía
(¡ue en mi borrico andador
pudiera venir mejor
y llegar a mediodía.
Pero por esas veredas,
con mucho polvo y ruido,
arrastrando me han traído
en una casa con ruedas.
Echad acá vuesa mano,
que vos la quiero besar.
Teodora (aparte a él).
i Qué es esto, Camilo ?
Camilo. Hablar
en el estilo aldeano.
No os espantéis; que ninguno
nace enseñado.
Teodora. Es ansí —
<Qué dices, Julio? (Aparte a él.)
Julio. Que aquí
alma y cuerpo todo es uno,
y que no hay que tener pena
del tratado pensamiento ;
pues su mismo entendimiento
en el pleito la condena,
o a lo menos será eterno,
pues no es justicia, Teodora,
que den a Urbino señora
inhábil para el gobierno.
Teodora (aparte). Hoy mi esperanza nació.
Diana. Muy linda está su mercé,
y dígame, ¿no tendré
uno como aqueste yo ?
Teodora. Agora, Señora mía,
vuestras damas os darán
galas y joyas.
Diana. No harán.
Teodora (aparte). ¡ Qué notable bebería !
Ahora bien, venid, Diana,
a tomar la posesión
de vuestra casa.
(Aparte a Julio). El mesón
le diera de mejor gana.
Julio. Y yo la caballeriza.
Camilo (b. Jo). ¡ Corrido estoy !
Julio (aparte). ; \o turbado !
ACTO II. ESCF.NA X.
Diana y Teodora.
Diana. ¿Qué es celos?
Teodora. Sospechas
de que hay diferente dueño.
Diana. ¿V si le hay?
Teodora. Es agravio;
que los celos, sólo celos,
son una sombra de noche,
que del propio movimiento
de la persona se cau?a
Son una pintura en lejos,
que finge montañas altas
los (|ue son rasgos pequeños.
¿ No has pasado alguna vez
por un espejo de presto,
que eres tú, y piensas que es otro?
Pues eso mismo son celos.
Diana. ¿Que son celos tantas cosas?
Teodora. Líbrete Dios de tenerlos.
ESCENA XI.
Diatta (sola). Dulces empeños de amor,
¿ quién os mandó ser empeños
de prendas no conocidas?
Fié de Fabio el secreto
de buscarme un defensor;
y cuando tenerle pienso,
hallo que todo es engaño,
traiciones y atrevimientos.
Determíneme a querer
a tan noble caballero
como Alejandro, y, corrida
de mi engaño, me arrepiento.
I Quién sino yo pudo hallar
la desdicha en el remedio?
i Quién sino yo ser pudiera
dichosa para no serlo?
/■ Ay, mi querida aldea !
¡ Ay, campo ameno !
¡ Quien me irujo a la corte,
muera de celos!
¡ Ay, mis dulces soledades,
donde escuchaba requiebros
de las aves en sus flores,
de las aguas en los hielos I
No allí lisonjas, no engaños,
no traiciones, no desprecios,
adonde teme la vida,
si no la espada, el veneno.
Nunca yo supe en mi aldea
de qué color era el miedo :
agora a mi sombra misma
por cualquiera parte temo.
l.OPE DE VEGA.
179
Allá todos eran simple? ;
aquí todos son discretos ;
achaque es de la mentira
por ser más los que son menos.
¡ Ay, mi (¡Herida aldea!
¡ Ay, cavipo anieiio !
¡ Qtden me trujo a la corte,
muera de celos!
DE LO QUE
ACTO I. ESCENA XVI.
Mihicos.
■^alicj la niña en cabello
a coger flores de azahar;
y ella y el aurora a un tiempo
mirando las flores van.
Siguiéndola viene amor,
que tras de un verde arrayán,
contemplando su hermosura,
codició su libertad.
En el nácar de una rosa
HA DE SER .
iba a poner su cristal,
cuando, viéndola amor, dijo,
para enamorarla más :
«Ofendido me tienen
tus ojos bellos,
pues me ponen la culpa
que tienen ellos.
Toma el arco, la niña,
que yo no quiero
ser amor, pues que matas
a amor con ellos. «
ACTO III.
DEL
ESCENA XX.
DUQUE DE VISEO».
'iseo. i Ay noche! nunca te vi
tan negra. Mas para mí
¿ cuándo tu luz no lo fué ?
Luna, si escondes tu cara
para que el rey no me vea,
sal, porque este papel lea,
y máteme tu luz clara.
Una cruz pienso que está
en aquella esquina, y creo
que tiene lumbre : deseo,
vamos caminando allá. —
No me engañé ; ya se ven
los rayos trémulos de ella. —
Lámpara más clara y bella
que el sol, albricias os den
con alabanzas ahora
mis ya despiertos sentidos,
como suelen en sus nidos
los pájaros al aurora.
Leer quiero, oh luz, con vos
el papel. . . . Divina cruz,
no se ofenda vuestra luz,
que esto es servicio de Dios.
Casarme quiero, cruz santa,
y a vos os hago testigo
que algún traidor, falso amigo,
que yo lo soy, me levanta.
Por el divino Señor
que en vos sus espaldas puso,
que adoro al rey :
Suena dentro ruido de cadenas y una trompeta
bronca, y espántase el duque.)
; Qué confuso,
Hué ronco y triste rumor!
No acierto a leer. . . . i Qué haré )
Temblando estoy. Cruz que adoro,
yo os ofrezco cubrir de oro,
si pediros la luz fué
ofender vuestro valor. . . .
Allí .cantan. . . . ¡ Ay de mí !
¿Si es mujer? Pienso que sí,
que está haciendo su labor.
ESCENA XXI.
(Una voz canta dentro tristemente.;
Voz. Don Juan, rey de Portugal,
ése que llaman el Bravo,
quejoso vive en Lisboa
de sus deudos y vasallos.
Con su fuerte condición
piensa que quieren matarlo
los portugueses famosos,
cuatro inocentes hermanos.
Al condestable destierra ;
también al conde de Faro
y a Don Alvaro el menor ;
que la envidia puede tanto.
Viseo. Y, i cómo, si envidias pueden
hacer un hombre pedazos,
desde los cercos del sol
hasta el mar de sus agravios !
Voz (dentro). Al duque de Guimarans
mandó en público teatro
cortar la honrada cabeza,
digna de roble y de lauro.»
Viseo. Temblando estoy, y esta cruz
me pone mayor espanto.
Irme quisiera, y no puedo.
Su luz me parece un rayo.
12*
I So
ANTOLOGÍA.
J'oz (dentro). Del buen duque de Viseo,
mancebo fuerte y gallardo,
tiene mil quejas el rey,
con ser su primo y cuñado.
Guárdate, duque inocente ;
guárdate, Abel desdichado ;
que malas informaciones
ensangrientan nobles manos.
J'iseo. i Que me guarde yo? ¿Por qué?
¿Porqué he de guardarme, estando
inocente como estoy ?
ESCENA XXII.
£/ Duque de Gnimarans. difunto, con
manto blanco y la cruz de la orden de
Cristo, pasa por delante del Duqtie de Viseo.
Guimatans. Duque . . .
]^iseo. ¡ Ay cielos soberanos!
Guiniarans. Duque . . .
Viseo. ¿Qué es esto que veo?
Gvimaraiis. Duque . . .
Viseo. Todo estoy temblando.
Guiíuaratis. Guárdate del rey.
Viseo. i Qué dices ?
Gvimarans. Que te guardes.
(Desaparécese.)
]'iseo. i Cielo santo,
dad favor a un inocente !
(Cae, puesta la mano en la espada, la media
defuera.)
ESCENA XXIir.
Brito, Viseo, caído en el suelo.
Brilo. \ Con qué temerosos pasos
busqué la luz, que más presto
dará el día hermoso y claro,
porque ya por el oriente
se miran celajes blancos !
Aquí está el duque. — i Ay de mí ! —
¿Señor, estás desmayado?
¿Qué tienes, señor? Responde;
vuelve en ti, mira tu daño.
Mira que se acerca el día.
¿Has caído?
Viseo. ¡ Ay, Brito ! Vamos ;
vamos a la mar.
Brito. ¿Qué tienes?
Vjseo. Allá lo sabrás de espacio.
(Vanse.)
ESCENA XXIV.
(Orillas del mar.)
Viseo. Brito.
Brito. Por esta calle se ve,
señor, la orilla del mar.
Viseo, i Ay, Brito! no ]iuedo andar.
Brito ¿ Cómo caíste ?
Viseo. Xo sé . . .
Pero si ocasión no fué
el ver lo que entonces vi
para estar fuera de mí,
en mi vida tendré pena.
Brito. Noche de tinieblas llena,
¿ qué peligros no hay en ti ?
¡Qué bien de tus confusiones
los escarmientos dijeron
que tus tinieblas se hicieron
para amantes y ladrones !
i Oh luz divina que pones
gobierno y paz en el suelo 1
¡ Oh luz, divino consuelo i
tú dices tu valor mismo.
Noche eterna es el abismo
y luz inmortal el cielo.
Si la luz no te faltara,
por la escuridad cruel,
para leer el papel,
nunca de ti me apartara.
í"uí por luz hermosa y clara,
y cuando con luz volví
tan desmayado te vi,
que aun ahora estás sin seso.
Viseo. ¿ A quién tan triste suceso
no le sacará de sí ?
En aquella encrucijada,
donde me dejaste, Brito,
tiene todo aquel distrito
una lámpara colgada
a la imagen venerada
de la santísima cruz.
Quise leer en su luz
el papel ; y cuando llego
sale de ella un trueno y fuego,
como si fuera arcabuz.
Luego . . — que apenas resisto
las lágrimas y el espanto. . .
veo con el blanco manto
y la roja cruz de Cristo
el que de mis ojos visto
fué en palacio degollado,
aquel duque desdichado
de Guimarans. Mas al punto
él fué el vivo, yo el difunto. . . .
Todo el cabello erizado,
pálido el rostro y sangriento
«¡ay!» dijo no más, turbada
la voz Yo entonces la espada
con manos de hielo tiento;
y, aunque con atrevimiento
tal vez el cuello ha cortado
del toro en Duero criado,
o del africano moro.
LOPE DE VEGA. TIRSO DE MOLINA.
I8l
allí cayó mi decoro
por la tierra desmayado.
Brito. Todo el cabello me erizas
y como un alambre pones. .
Pero son estas visiones
quimeras antojadizas.
Como tanto sutilizas,
lu pensamiento del viento
hace visiones.
Viseo. Vo siento
que no es sin gran ocasión ;
aunque las visiones son
sombra que hace el pensamiento.
TIRSO DE MOLINA.
DE «LA PRUDENCIA EN LA MUJER;
ACTO I. ESCENA I.
El Infante Don Enrique, el Infante Don
Juan, Don Diego de Haro.
Don Enrique.
Será la viuda reina esposa mía
y daráme Castilla s-u corona;
o España volverá a llorar el día
que al conde Don Julián traidor pre-
gona.
¿Con quién puede casar Doña María,
si de valor y hazañas se aficiona,
como conmigo, sin hacerme agravio?
Enrique soy ; mi hermano, Alfonso el
Sabio.
Don ytian.
La reina y la corona pertenece
a Don Juan, de Don Sancho el Bravo
hermano.
Mientras el niño rey Fernando crece,
yo he de regir el cetro castellano.
Pruebe, si algiín traidor se desvanece,
a quitarme la espada de la mano ;
que, mientras gobernare su cuchilla,
sólo Don Juan gobernará a Castilla.
Don Diego. Está vivo Don Diego López
de Haro,
que vuestras pretensiones tendrá a raya,
y, dando al tierno rey seguro amparo,
casará con su madre ; y cuando vaya
algún traidor contra el derecho claro
que defiendo, señor soy de Vizcaya :
minas son las entrañas de sus cerros,
que hierro dan con que castigue yerros.
Don Enrique.
;Qué es esto, infante? ¿Vos osáis
conmigo
oponeros al reino ? { Y vos, Don Diego,
conmigo competís, y sois mi amigo?
Doii Juan.
\o de mi parte la justicia alego.
Don Diego.
De mi lealtad a España haré testigo.
Don Enrique. A la reina pretendo.
Don ytian. De su fuego
soy mariposa.
Don Diego. Vo del sol que miro
hierba amorosa que a sus rayos giro.
Do?i Enrique.
Tío, Don Juan, soy vuestro, y de Fer-
nando
el Santo, que ganó a Sevilla, hijo.
Don ytian.
Vo nieto suyo ; Alfonso me está dando
sangre y valor con que reinar colijo.
Don Diego.
Primo soy del rey muerto ; pero cuando
no alegue el árbol real con que prolijo
el coronista mi ascendencia pinta,
alegaré el acero de la cinta.
Do7i Enrique.
Vos, caballero pobre, cuyo Estado
cuatro silvestres son, toscos y rudos,
montes de hierro, para el vil arado,
hidalgos por Adán, como él desnudos,
adonde, en vez de Baco sazonado,
manzanos llenos de groseros ñudos
dan mosto insulso, siendo silla rica,
en vez de trono, el árbol de Ciarnica;
¿intentáis de la reina ser consorte,
sabiendo que pretende Don Enrique
casar con ella, ennoblecer su corte,
y (jue por rey Esp:iña le publique r
Don ytian.
Cuando su intento loco no reporte
y edificios quiméricos fabrique,
mientras el reino gozo y su hermosura,
se podrá desposar con su locura.
Don Diego.
Infantes, de mi Estado la aspereza
conserva limpia la primera gloria
que la dio, en vez del rey, naturaleza,
sin que sus rayas pase la vitoria.
Un nieto de Noé la dio nobleza;
que su hidalguía no es de ejecutoria,
ni mezcla con su sangre, lengua o traje,
mosaica infamia que la suya ultraje.
182
antología.
Cuatro bárbaros tengo por vasallos,
a quien Roma ¡aínas comiuistar ]iuilo,
ijuc sin armas, sin muros, sin caballos,
libres conservan su valor desnudo.
Montes de hierro habitan, que a esti-
mallos,
valiente en obras, y en palabras mudo,
a sus miras guardárades decoro ;
pues, por su hierro, España goza su oro.
Si su aspereza tosca no cultiva
aranzadas a Baco, hazas a Ceres,
es porque Venus huya, que, lasciva,
hipoteca en sus frutos sus pliceres.
La encina hercúlea, no la blanda oliva,
teje coronas para sus mujeres,
que, aunque diversas en el se.xo y
nombres,
en guerra y paz se igualan a sus
hombres.
El árbol de Cárnica ha conservado
la antigüedad que ilustra a sus señores,
sin que tiranos le hayan deshojado,
ni haga sombra a confesos ni a traidores.
En su tronco, no en silla real sentado,
nobles, puesto que pobres electores
tan sólo un señor juran, cuyas leyes
libres conservan de tiranos reyes.
Suyo lo soy agora, y del rey tío,
leal en defendelle, y pretendiente
de su madre, a quien dar la mano fío,
aunque la deslealtad su ofensa intente.
Infantes, si a la lengua iguala el brío,
intérprete es la es])ada del valiente ;
vizcaíno es el hierro que os encargo,
corlo en palabras, pero en obras largo.
ESCENA II.
La Reina Doña Alaría, de viuda. — Don
Emiijue, Don Juan, Don Diego.
Reina. ^ Qué es aquesto, caballeros,
defensa y valor de España,
espejos de lealtad,
gloria y luz de las hazañas?
Cuando, muerto el rey Don Sancho,
mi esposo y señor, las galas
truecan León y Castilla
por jergas negras y bastas;
cuando el moro granadino
moriscos pendones saca
contra el reino sin cabeza,
y las fronteras asalta
por la lealtad defendidas,
y abriéndose su Granada,
por las católicas vegas
blasfemos granos derrama;
¡ en civiles comjietcncias.
pretensiones mal tundadas,
bandos que la paz destruyen,
ambiciosas arrogancias,
cubrís de temor los reinos,
tiranizáis vuestra patria,
dando en vuestra ofensa lenguas
a las naciones contrarias!
i Ser mis esposos queréis,
y como mujer ganada
en buena guerra, al derecho
me reducís de las armas !
¡ Casarme intentáis por fuerza,
e ilustrándoos sangre hidalga,
la libertad de mi gusto
hacéis pechera y villana !
¿Qué veis en mí, ricos hombres -
¿Qué liviandad en mí mancha
la conyugal continencia
que ha inmortalizado a tantas?
i Tan poco amor tuve al rey ?
i Viví con él mal casada ?
¿Quise bien a otro, doncella?
¿A quién, viuda, di palabra?
Ayer murió el rey mi esposo,
aun no está su sangre helada
de suerte que no conserve
reliquias vivas del alma.
Pues cuando en viudez llorosa
la mujer más ordinaria
al más ingrato marido
respeto un año le guarda;
cuando apenas el monjil
adornan las tocas blancas,
y juntan con la tristeza
la gloria de vivir casta;
yo que soy reina, y no menos
al rey Don Sancho obligada,
que Artemisa a su Mauseolo,
que a su l'ericles Aspasia,
¿ queréis, grandes de Castilla,
que desde el túmulo vaya
al tálamo incontinente ?
¿de la virtud a la infamia?
¿ Conocéisine, ricos hombres?
¿Sabéis que el mundo me llama
la reina Doña María ?
¿ que soy legítima rama
del tronco real de León
y como tal, si me agravian,
seré leona ofendida,
que, muerto su esposo, brama?
Ya yo sé que no el amor,
sino la codicia avara
del reino que pretendéis,
os da bárbara esperanza
de que he de ser vuestra esposa;
TIRSO DE MOLINA.
•83
que al \cr la corona sacra
sobre las sienes pueriles
de un niño, a ([uien su rey llama
Castilla, y en quien Don Sancho
su valor cifra y retrata ;
aunque yo su madre sea,
me tendréis por tan liviana,
que al torpe amor reducida,
en fe de una infame hazaña,
dalle la muerte consienta
porque reinéis con su falta.
Engañáisos, caballeros,
que no está desamparada
destos reinos la corona,
ni del rey la tierna infancia.
Don Sancho el Bravo aun no es muerto;
que como me entregó el alma,
en mi pecho se conservan
fieles y amorosas llamas.
Si, porque es el rey un niño
y una mujer quien le ampara,
os atrevéis ambiciosos
contra la fe castellana ;
tres almas viven en mí :
la de Sancho, que Dios haya,
la de mi hijo, que habita
en mis maternas entrañas,
y la mía, en quien se suman
esotras dos : ved si basta
a la defensa de un reino
una mujer con tres almas.
Intentad guerras civiles,
sacad gentes en campaña ;
vuestra deslealtad pregonen
contra vuestro rey las cajas;
que aunque mujer, yo sabré,
en vez de las tocas largas
y el negro monjil, vestirme
el arnés y la celada.
Infanta soy de León ;
salgan traidores a caza
del hijo de una leona,
que el reino ha puesto en su guarda;
veréis si en vez de la aguja
sabré ejercitar la espada,
y abatir lienzos de muros
quien labra lienzos de Holanda.
(Descúbrese sobre un trono el rey Don Fer-
nando, niño y coronado.)
ESCENA III.
El Rey Don Fernando, Acompañantiento. —
La reina, Don Enrique, Don J^iiafi, Do?i
Diego.
Reina. Vuestro natural señor
es éste, y la semejanza
de Don Sancho de Castilla ;
Fernando cuarto se llama.
Al sello real obedecen,
sólo por tener sus armas,
los que su lealtad estiman,
con ser un poco de plata ;
el que veis es sello vivo
en quien su ser mismo graba
vuestro rey, que es padre suyo :
su sangre las armas labran.
Respetalde, aunque es pequeño ;
que el sello nunca se iguala
al dueño en la cantidad ;
que tenga su forma basta.
Forma es suya el niño rey:
llegue el traidor a borralla,
rompa el desleal el sello,
conspire la envidia ingrata.
Ea, lobos ambiciosos,
un cordero simple bala ;
haced presa en su inocencia,
probad en él vuestra rabia,
despedazad el vellón
con que le ha cubierto España,
y privalde de la vida,
si a esquilmar venís su lana ;
pues cuando vivan Caínes,
al cielo la sangre clama
de Abeles a traición muertos,
que apresuran su venganza.
Si muere, morirá rey ;
y yo con él abrazada,
sin ofender las cenizas
de mi esposo, siempre casta,
daré la vida contenta,
antes que el mundo en mi infamia
diga que otro que Don Sancho
esposa suya me llama.
Do?i Juan. Infanta, ya no reina, la
licencia
que de mujer tenéis os da seguro
para hablar arrogante y sin prudencia,
de donde vuestro daño conjeturo.
Quise casar con vos, porque la he-
rencia
del reino me compete ; que procuro,
dispensándolo el Papa, de mi hermano
el llanto consolar, que hacéis en vano.
Pero pues despreciáis la buena suerte
con que mi amor vuestra hermosura
estima,
guardad vuestra viudez; llorad su
muerte ;
que es loable el respeto que os anima.
Pero advertid también que el reino ad-
vierte
i84
ANTOLOr.lA.
que, siendo ^•os del rey Don Sancho
prima
y sin dispensación con él casada,
perdéis la acción del reino deseada.
Vuestro hijo el infante no le iiereda,
de matrimonio ilícito nacido ;
que la Iglesia hasta el cuarto grado
veda
el título amoroso de marido.
No siendo pues legítimo, ya queda
Fernando de la acción real excluido,
y yo amparado en ella, como hermano
del rey Don Sancho en deudo más
cercano.
Del reino desistid , si es que sois
cuerda ;
que yo le daré Estados en que viva,
como hacen los infantes de la Cerda,
aunque su acción en más derecho es-
triba ;
y no intente que aquí la vida pierda
en tiernos años, la ambición que os
priva
de la razón, ni pretendáis (¡ue afrente
la sangre mi valor de un inocente.
Reina. Muera ; que no será el Abel pri-
mero
que al cielo contra vos venganza pida
Id a Tarifa ; que el Guzmán cordero
ofrece a la lealtad la cara vida.
Si el padre noble os arrojó el acero
con que a la hazaña bárbara os con-
vida
que hicistes en favor del sarraceno,
dando a Guzmán el título de Bueno;
honrándoos con el título de malo,
dad muerte a vuestro rey tierno y
sencillo ;
que yo, que a su español valor me
igualo,
arrojaros también sabré el cuchillo,
mas no la libertad con que señalo
el alma que a mi muerto esposo hu-
millo,
pues no he de dar la mano a quien la
toma
contra Dios en ayuda de Mahoma,
Legítimo es mi hijo, y ya dispensa
el Papa, vice-Dios, en el prohibido
grado: si en él fundáis vuestra de-
fensa,
a mi poder las bulas han venido.
Traidor y desleal es el que piensa,
por verse rey, llamarse mi marido.
Sed todos contra aquesta intención
casta ;
que como Dios me ampare, él solo
basta.
Don ynan. Alto, pues; la justicia (\y.i-
me esfuerza,
a Castilla conquiste, pues la heredo ,
que mi esposa seréis de grado o fuerza,
y lo que amor no hizo lo hará c!
miedo.
Yo haré que vuestra voluntad se luer;
cuando veáis la vega de Toledo
llena de moros, y en mi ayuda todos
asentarme en la silla de los godos.
(Vasc.)
Don Enrique. El rey de Portugal es mi
sobrino;
el derecho que tengo al reino ampara.
Pues que juzgáis mi amor a desatino
cuando creí que cuerda os obligara,
enarbolar las quinas determino,
triunfando en ellas mi justicia clara,
aunque fueran sus muros de diamantes,
contra tu alcázar real v San Cervantes.
(Vase ) '
Don Diego. Reina, Aragón mi intento
favorece,
Vizcaya es mía, y de Navarra espero
ayuda cierta : si mi amor merece
la mano hermosa que adoré primero,
favor seguro al niño rey ofrece
contra Enrique, Don Juan, y el mundo
entero.
Despacio consultad vuestro cuidado,
mientras por la respuesta vuelvo ar-
mado.
(Vase )
ESCENA IV.
La Reina, el Rey, Acompañamiento.
Reina. Y.a., vasallos, una mujer sola,
y un niño rey que apenas hablar sabe,
hoy prueban la lealtad en que acri-
sola
el oro del valor con que os alabe.
La traición sus banderas enarbola.
Si amor de ley en vuestros pechos
cabe,
volved por los peligros que amenazan
a un cordero que lobos despedazan.
Si la memoria de Fernando el Sanio
os obliga a amparar a su biznieto,
Fernando como él ; si puede tanto
de un Sabio Alfonso el natural res-
peto ;
si un rey Don Sancho os mueve, 8Í
mi llanto.
TIRSO DE MOLINA.
185
si un ángel tierno a vuestro amor su-
jeto ;
conservalde leales en su silla.
(Gritan dentro.)
Unos. ¡Viva Enrique!
Oíros. i Don Juan, rey
de Castilla !
Reina. Por Don Enrique y por Don Juan
pregona
la deslealtad el reino alborotado.
Rey. Madre, infinito pesa esta corona.
Abájeme de aquí, que estoy cansado.
(La reina le baja.)
Reina. ¿Pesa, hijo? Decís bien, pues oca-
siona
su peso la lealtad, que os ha negado
el interés que a la razón cautiva,
(Dentro.)
Unos, i Castilla por Don Juan !
Otros. j Enrique viva !
Rey. Diga, madre, ¿ qué voces serán éstas ?
i Está mi corte acaso alborotada ?
Reina. Sí, mi Fernando.
Rey. Haránme todos fiestas,
porque ven mi cabeza coronada.
Reina. Traidores contra vos las dan mo-
lestas.
Rey. i Traidores contra mí? Déme una
espada.
Por vida de quien soy . . .
Reina. ¡ Ay hijo mío !
De vuestro padre el Rey es ese brío.
ESCENA V.
El Criado primero. — Dichos.
Criado pr. i Qué aguarda, gran señor, ya
vuestra Alteza ?
Del alcázar Don Juan se ha apode-
rado,
y Don Enrique de la fortaleza
de San Cervantes, y han determinado
prenderos.
Rey. Cortaréles la cabeza,
i por vida de mi padre!
Reina. ¡ Ay, hijo amado !
Huyamos a León, que es patria mía.
Rey. Pagármelo han , traidores , algiín
día.
(Van se.)
ACTO II. ESCENA VI.
Za Reina, Don yuan, Bcnavides, Don
Pedro, el Mayordomo
Reina. El rey piensa
de Aragón que no ha de haber
castigo para su ofensa.
Partid, Benavides, vos ;
que si descercáis a Soria,
dando salud al Rey Dios,
yo os seguiré, y la viloria
vendrá a correr por los dos.
Dineros me pediréis
con que se pague la gente.
Benavides. Mientras con villas me veis
que empeñe o venda . . .
Reina. El prudente
valor mostráis que tenéis.
Rico os quiero ver y honrado ;
de vuestra lealtad me fío ;
no es bien que estéis empeñado.
Aunque vendí el dote mío,
joyas, Don Juan, me han quedado :
llévense a la platería.
Benavides. Muy mal, gran señora, trata
vuestra Alteza la fe mía.
Reina. Con sólo un vaso de plata
he de quedarme e=te día.
Vajillas de Talavera
son limpias, y cuestan poco.
Mientras la codicia fiera
vuelve a algiín vasallo loco,
• (mira al infante Don Juan)
pasaré desta manera.
Haceldas todas dinero,
y a Benavides lo dad,
mayordomo.
Mayordomo. Voy.
Benavides. Primero
que eso a Vuestra Majestad
consienta, venderme quiero.
Reina. Nunca la prudencia yerra.
Haced esto, mayordomo ;
que mientras dure la guerra,
si en platos de tierra como,
no se destruirá mi tierra.
Procurad partiros luego,
y id con Dios.
Be7iavidcs. Iré corrido,
pues tan poco a valer llego,
que aun el ser agradecido
me niegan.
Reina. Don Juan, no niego.
Aumentad vuestro caudal,
que sois vasallo de ley,
y no me estará a mi mal,
si es depósito del rey
la hacienda del que es leal.
(Vanse Benavides y el mayordomo.)
1 86
antología.
E'íCF.NA Vil.
La Reina, Don Juan, Don redro.
Reina. En Valladoliil fabrico
las Huelgas; que para Dio?
el más pobre esiado es rico.
Sed su sobrestante vos
del teinjilo que a Dios dedico,
Don Pedro, y estaré yo
contenta si por vos medra ;
que Dios, que el reino me dio,
sobre un Pedro, en vez de piedra,
nuestra Iglesia edificó.
Id luego, y daréis señal
del valor que en vos se encierra,
y que cristiano y leal
mostráis en la paz y guerra
la sangre Caravajal.
(Vase Don Pedro.)
ESCENA VIII.
La Reina, Don ynan, el Mercader-
Reina, i Falta más ?
Don Juan. Señora, sí.
La gente de Extremadura,
que da Portugal por mí,
y la frontera asegura
de su rey, me escribe aquí
que ha un año que no recibe
pagas, y la desampara ;
que sin dineros no vive
el soldado. . . .
Reina. Es cosa clara.
Razón pide el que os escribe.
Va no tengo que vender :
sólo un vaso me ha quedado
de plata para beber.
Mi patrimonio he empeñado ;
mas buscadme un mercader,
que sobre una sola prenda
que me queda supla agora
esta falta con su hacienda.
Mercader. Cuanto yo tengo, señora,
aunque mujer y hijos venda,
está a serviros disjiuesto.
Reina. { Sois mercader ?
Mercader. Segoviano.
Mi hacienda os doy, no os la presto ;
que vuestro valor cristiano
es bien f|ue me obligue a esto.
Reina. En Segovia ya yo sé
que hay mercaderes leales,
de tanto caudal y fe,
que hacen edificios reales,
como en sus templos se ve.
Vuestras limosnas la han dado
una catedral iglesia,
que el nombre y fama ha borrado
con que la máquina efcsia
su memoria ha celebrado.
Y siendo esto ansí, no hay duda
que quien a su Dios y ley
con tanta largueza ayuda,
al servicio de su rey
y honra de su patria acuda.
No quiero yo que me deis
de gracia ninguna cosa,
pues harto me serviréis
que sobre una prenda honrosa
cuento y medio me prestéis.
Estas tocas os empeño,
(va a (jiiitárselaai
si es que estimáis el valor
que reciben de su dueño.
Alcrcadcr. El tesoro que hay mayor
para tal joya es pequeño.
Gran señora, no provoque
vuestra Alteza mi humildad,
ni su cabeza destoque,
que no es mi felicidad
digna que tal prenda toque.
Porque si Segovia alcanza
que a sus tocas el respeto
perdió mi poca confianza,
por avaro y indiscreto,
de mí tomará venganza.
No me afrente vuestra Alteza
cuando puede darme ser;
que una reina no es nobleza
que hable con un mercader,
descubierta la cabeza.
ReÍ7ia. Capitán, he leído yo,
que para pagar su gente,
cuando sin joyas se vio,
cortó la barba prudente
y a un mercader la empeñó.
Las tocas son, en efeto,
como la barba en el hombre,
de autoridad y respeto ¡
y ansí no es bien que os asombre
lo que veis, si sois discreto,
ni que murmuren las bocas
extranjeras, si lastiman
con lenguas libres y locas
a capitanes que estiman
(mira al infante Don Juan)
más sus barbas que mis locas.
Tomad, y a mi tesorero
daréis esa cantidad.
Mercader. Como reliquias las quiero
guardar de la santidad
de tal reina. (Vase.)
TIRSO DE MOLINA.
187
ESCENA IX.
La Reina, Don yiuin.
Don Juan (aparte). Alegre espero
del Rey la agradable muerte.
{Si habrá el veneno mortal
asegurado mi suerte ?
i Oh corona! ¡oh trono real!
(¡cuándo tengo de poseerte?
Reina. Primo.
Don y lían. Señora.
Reina. Bien sé
que desde que os redujistes
a vuestro rey, y volvistes
por vuestra lealtad y fe,
a saber que algún rico hombre
a su corona aspirara
y darle muerte intentara
a costa de un traidor nombre,
que pusiérades por él
vida y hacienda.
Don Juan. Es ansí.
(Aparte.) (¿Si dice aquesto por mí?)
Creed de mi pecho fiel,
gran señora, que prefiero
la vida, el ser y el honor
por el Rey nuestro señor.
Pero el propósito espero
a que me habláis desa suerte.
Reina. Solos estamos los dos :
fiarme quiero de vos.
Don Juan (aparte).
Angustias siento de muerte.
Reina. Sabed que un grande, y tan grande
como vos . . . ¿De qué os turbáis?
Don Juan. Temóme que ocasionáis
que algiín traidor se desmande
contra mí, y descomponerme
con vuestra Alteza procure.
Reina. No hay contra vos quien inurmurc,
que el leal seguro duerme.
Digo, pues, que un grande intenta
(y por su honra el nombre callo)
subir a rey de vasallo,
y sus culpas acrecienta.
Quisicrale reducir
por algún medio discreto,
y porque tendréis secreto,
con vos le intento escribir ;
que por querelle bien vos
mejor le reduciréis.
Don y na II. i Vo bien ?
Reina. Tan bien le queréis
como a vos mismo.
Don yuan. Por Dios,
que el corazón me sacara
a mí mismo, si supiera
que en él tal traición cupiera.
Reina. Eso, primo, es cosa clara;
que a no teneros por tal,
no os descubriera su pecho.
El mío está satisfecho
de si sois o no leal.
Aquí hay recado : escribid.
Don yuan (aparte).
¿Qué enigmas, cielos, son éstas?
i Ay, reino, lo que me cuestas !
Reina. Tomad la pluma.
Don yuan. Decid.
Reina. — Infaiiie . . .
Don yuan. Señora . . .
Reina. Digo
que así. Infante, escribáis.
Don yuan. Si por Infante empezáis,
claro está que habláis conmigo;
pues si Don Enrique no,
no hay en Castilla otro infante.
Algún privado arrogante
mi nobleza desdoró ;
y mentira el desleal
que me impute tal traición.
Reina. .¿No hay infantes de Aragón,
de Navarra y Portugal?
¿De qué escribiros servía
estando juntos los dos?
Haced más caso de vos.
Don yuan (aparte).
i Qué traidor no desconfía !
(Paseándose la reina, va dictando, y Don Juan
escribe.)
ReÍ7ia. — Infante : como un fey tiene
dos ángeies en su guarda,
poco en saber quié?i es tarda
el que a hacelle traición viene.
Vuestra ambiciÓ7i se re/rene;
que se acabará algún día
la 7ioble paciencia mía ;
y os cortará mi aspereza
esperanzas y cabeza. —
La reina Doña María.
Leedme agora el papel ;
que no es de importancia poca,
y por la parte que os toca,
advertid, infante, en él.
(Léele Don Juan.)
Cerralde y dalde después.
Don yuan. ¿ A quién ? Que sabello intento.
Reina. El que está en ese aposento
os dirá para quién es.
, (Vase.)
i8S
antología.
ESCENA X.
Dotí jfuan.
"¡El que esl;í en ese aposento
os dirá jiara quién es!»
Misterios me habla, después
que matar al Rey intento.
¡ Escribe el papel conmigo,
y remite a otro el decirme
para quién es ! Prevenirme
intenta con el castigo.
; Si hay aquí gente cerrada,
para matarme en secreto?
Ea, temor indiscreto,
averiguad con la espada
la verdad desta sospecha.
(Saca la espada, abre la puerta del fondo y
descubre al judio muerto con el vaso eu la
mano )
i Ay cielos ! mi daño es cierto ;
el doctor está aquí muerto
y la esperanza deshecha
que en su veneno estribó.
Todo la reina lo sabe ;
que en un vil pecho no cabe
el secreto. Él le contó
la determinación loca
de mi intento depravado.
El veneno que ha quedado
he de aplicar a la boca. (Toma el vaso.)
Pagaré ansí mi delito,
pues que colijo de aquí
que sois, papel, para mí,
siendo un muerto el sobrescrito
Si deste vano interés
duda vuestro pensamiento,
«El que está en este aposento,
os dirá para quién es.»
Mudo dice que yo soy ;
muerto está por desleal.
i Quién fué en la traición igual,
séalo en la muerte hoy !
Que por no ver la presencia
de quien ofendí otra vez,
a un tiempo verdugo y juez
he de ser de mi sentencia.
(Quiere beber, sale la reina, y quítale el vaso.)
ESCENA XI.
La Reina, Don Juan.
A'eina. l'rimo. Infante, i estáis en vos ?
Tened la bárbara mano.
:' Vos sois noble? ¿vos cristiano?
Don Juan, ^ vos teméis a Dios?
-; (^ué frenesí, qué locura
os mueve a desesperaros r
Don Junn. Si no hay para aseguraros
satisfacción más segura
sino es con que muerto quede,
quiero ponerlo por obra ;
que quien mala fama cobra,
larde restauralla puede.
Reina. Vos no la perdéis conmigo ;
ni aunque desleal os llame
un hebreo vil e infame,
que no vale por testigo,
le he de dar crédito yo.
El fué quien dar muerte quiso
al Rey. Tuve dello aviso,
y aunque la culpa os echó,
ni sus engaños creí,
ni a vos, Don Juan, noble primo,
menos que antes os estimo.
El papel que os escribí,
es para daros noticia
de que en cualquier yerro o falla
ve mucho, por ser tan alta,
la vara de la justicia ;
y lo que su honra daña
quien fieles amigos deja,
con traidores se aconseja,
y a ruines acompaña.
De la amistad de un judío
i qué podía resultaros,
sino es, infante, imputaros
tal traición, tal desvarío?
Escarmentad, primo, en él,
mientras que seguro os dejo;
y si estimáis mi consejo,
guardad mucho ese papel,
porque contra la ambición
sirva, si acaso os inquieta,
a la lealtad de receta,
de epítima al corazón ;
que siendo contra el honor
la traición mortal veneno,
no hay antídoto tan bueno.
Infante, como el temor.
Don yuan. No tengo lengua, señora,
para ensalzar al presente
la prudencia que en vos . . .
Reina. Gente
viene : dejad eso agora.
ACTO III. FSCENA I
El Rey Don Fernando (ya mancebo),
la Reina.
Reina. Pues los deseados días,
hijo y señor, se han llegado
en que el cielo os ha sacado
hoy de las tutelas mías,
y, de diez y siete años.
TIRSO DE MOLINA.
a vuestro cargo tomáis
el gobierno, y libre estáis
de peligros y de daños
(que no pocos lian querido
ofender vuestra niñez,
aunque mi amor cada vez
cual madre os ha defendido) ;
haciendo una suma breve
del estado en que os le dejo,
con el último consejo
que dar una madre debe,
me despediré de vos,
y del reino que os desea,
y siglos largos os vea
ensanchar la ley de Dios.
Cuando el rey Don Sancho el Bravo,
vuestro padre y mi señor,
dejó por otro mejor
el reino ((jue aquí es esclavo
de sus vasallos quien reina),
y en Castilla, que aun le llora,
por el de gobernadora
el nombre troqué de reina ;
de solamente tres años
comenzastes a reinar,
y juntamente a probar
trabajos y desengaños,
cual veréis por tiempos largos
que los reinos interesan ;
pues por lo mucho que pesan,
les dieron nombre de cargos.
Un solo ])almo de tierra
no hallé a vuestra devoción :
alzóse Castilla y León,
Portugal os hizo guerra,
el granadino se arroja
por extender su alcorán,
Aragón corre a Almazán,
el navarro la Rioja;
pero lo que el reino abrasa,
hijo, es la guerra interior ;
que no hay contrario mayor
que el enemigo de casa.
Todos fueron contra vos ;
y aunque por tan varios modos
os hicieron guerra todos,
fué de nuestra parte Dios,
a cuyo decreto sumo,
Babeles de confusión,
que levantó la ambición,
se resolvieron en humo.
Pues en el tiempo presente,
porque al cielo gracias deis
del reino que le debéis,
le hallaréis tan diferente,
que parias el moro os paga ;
el Navarro, el de Aragón,
hijo, amigos vuestros son;
y para que os satisfaga
Portugal, si lo admitís,
a Doña Constanza hermosa
os ofrece por esposa
su padre el rey Don Dionís.
No hay guerra que el reino inquiete,
insulto con que se estrague,
villa que no os peche y pague,
vasallo que no os respete :
de que salgo tan contenta
cuanto pobre ; pues, por vos,
de treinta no tengo dos
villas que me paguen renta.
Pero bien rica he quedado,
pues tanta mi dicha ha sido,
que el reino que hallé perdido,
hoy os le vuelvo ganado.
Rey. El y yo, madre y señora,
con desamparo y tristeza
quedamos si vuestra Alteza
se ausenta y nos deja agora.
Porque del gobierno mío,
,; cómo se puede esperar
que mozo llegue a llenar,
ausente vos, tal vacío ?
Vuestra Alteza no permita
dejarme en esta ocasión.
Reina. Ya es, hijo y señor, razón
que la viudez, que limita
del gobierno la inquietud,
halle en mí la autoridad
que pide la soledad
y ejercita la virtud.
Cerca tengo de Palencia
a Becerril, pueblo mío.
jNlientras de vos me desvío,
porque no sintáis mi ausencia,
si la consideración
pasáis por el arancel
que os deja mi amor, por él
verá España un Salomón
contra lisonjas y engaños
que traen los vicios en peso ;
pues las canas en el seso
consisten más que en los años.
El culto de vuestra 'ey,
Fernando, encargaros quiero ;
que éste es el móvil primero
que ha de llevar tras sí al rey ;
y guiándoos por él vos,
vivid, hijo, sin cuidado,
porque no hay razón de Estado
como es el servir a Dios.
Nunca os dejéis gobernar
ü
190
antología.
de privados, de manera
que salgáis de vuestra esfera,
ni les lleguéis tanto a dar,
que se arrojen de tal modo
al cebo del interés,
que os fuercen, hijo, después
a que se lo quitéis todo.
Con lodos los grandes sed
tan igual y generoso,
que nadie quede quejoso
de que a otro hacéis más merced :
tan apacible y discreto,
que a todos seáis amable ;
mas no tan comunicable
que os pierdan, hijo, el respeto.
Alegrad Maestros vasallos,
saliendo en público a vellos ;
que no os estimarán ellos,
si no os preciáis de estimallos.
Cobraréis de amable fama
con quien vuestra vista goce ;
que lo que no se conoce,
aunque se teme, no se ama.
De juglares lisonjeros,
si no podéis excusaros,
no uséis para aconsejaros,
sino para entreteneros.
Sea por vos estimada
la milicia en vuestra tierra,
porque más vence en la guerra
el amor que no la espada.
Recebid médicos sabios,
hidalgos y bien nacidos,
de solares conocidos,
sin raza, nota o resabios
de ajena y contraria ley;
que si no hace confianza
de quien nobleza no alcanza,
cuando un castillo da, el Rey,
i cuánta más solicitud
poner en esto es razón,
pues que los médicos son
alcaides de la salud I
Hablo en esto de experiencia,
y sé en cualquier facultad
que suele la cristiandad
alcanzar más que la ciencia.
A Don Juan, señor, dcbéir,
de Benavides, la silla
en que os corona Castilla.
Y es bien que se la paguéis.
A los dos Caravajales
con el mismo cargo os dejo,
tan cuerdos en dar consejo,
como en serviros leales.
Ejercitad su prudencia,
conoceréis su valor;
y con esto, hijo y señor,
dadme brazos y licencia.
(Abrázanse.)
Rey. Vamos ; acompañaré
a vuestra Alteza.
Reina. Asistid
a las Cortes de Madrid ;
que es de importancia que esté
en ellas vuestra presencia ;
que en mi compañía irán
los dos hermanos, Don Juan
y Don Pedro, hasta Falencia ;
y en acabándose iréis
a ver al de Portugal,
porque con amor igual
la mano a la Infanta deis,
que con su padre os espera
cerca de Ciudad-Rodrigo.
Quedaos.
Rey. Vuestro gusto sigo,
aunque más gusto tuviera
en iros acompañando.
Reina. Hágaos tan dichoso el cielo
como a vuestro bisabuelo,
y tan santo, mi Fernando.
Rey. Como yo os imite a vos,
no habrá bien que no me cuadre.
Servid los dos a mi madre.
Reina. Adiós.
Rey. Gran señora, adiós.
(Vase la Reina con Don Alonso y Don Pedro.)
EPIGRAMAS.
Dad al diablo la mujer
que viste galas sin suma,
porque ave de mucha pluma
tiene poco que comer.
Al mol!. 10 del amor
alegre la niña va,
Dos días tienen de gusto
las mujeres — si no yerran
los que sus acciones tasan —
y son el eu que se casan
y el que a su marido entierran.
CANCIÓN.
a moler sus esperanzas ;
quiera Dios que vuelva en paz.
TIRSO DE MOLINA.
Kjl
En la rueda de los celos
el amor muele su pan,
que desmenuzan la harina
y la sacan candeal.
Ríos son sus pensamientos,
que unos vienen y otros van ;
y apenas llegó a su orilla,
cuando ansí escuchó cantar:
«BorboUicos hacen las aguas,
cuando ven a mi bien pasar ;
cantan, brincan, bullen y corren
entre conchas de coral.
Y los pájaros dejan sus nidos
y en las ramas del arrayán
vuelan, cruzan, saltan y pican
toronjil, murta y azahar.»
Los bueyes de las sospechas
el río agotando van ;
que, donde ellas se confirman,
pocas esperanzas hay.
V viendo que a falta de agua,
parado el molino está,
de esta suerte le pregunta
la niña que empieza a amar :
«Molinico, c por qué no mueles?»
«Porque me beben el agua los bueyes.
Vio al amor lleno de harina
moliendo la libertad
de las almas que atormenta,
y ansí le cantó al llegar:
«Molinero sois, amor,
y sois moledor.»
«Si lo soy, apártese,
que le enharinaré.»
(De «Don Gil de las calzas verdes».)
CELOS CURADOS.
Sancho. Acercaos a mí, Tirrena.
Tiñería. ¡ Qué vida tan enfadosa !
¿Siempre he de estar junto a ti?
Sancho. Sois mi mujer, y con todas
habían de ser maridos
ella el cuerpo y él la sombra.
Si no lo sabéis, Tirrena,
sabed que la mujer propia
siempre ha de andar en el pecho,
como la ajena en la bolsa.
Tirrena. Tu necia desconfianza,
Sancho, me tiene quejosa ;
tu cuidado me da pena,
y tus recelos me enojan.
En estos campos desiertos
habito una pobre choza,
cubierta de humildes pajas
entre cuatro peñas solas.
La música de las aves,
que me despierta a la aurora,
a quien ayudan las fuentes
y el aire en aquellas hojas
de aquellos copudos olmos,
ni me llama ni enamora,
porque no entiendo la letra,
por más que las voces oiga.
Estos árboles que viste
el cielo de verdes ropas,
son galanes solamente
de la primavera hermosa,
y a mí jamás me dijeron
amores, con verme sola
mil veces dormir la siesta
sobre esta pintada alfombra.
Por estos montes paseo,
no en las calles espaciosas
de la corte, que a los ojos
tantas veces ocasionan.
Si estás triste, no me alegro ;
lo que te enoja, me enoja ;
contigo gozo los bienes ;
conmigo mis males lloras.
Sancho, Sancho, necios celos
poco excusan la deshonra
del marido desdichado
que escogió liviana esposa.
De la mano de Dios viene
la buena, y a poca costa
de cuidados asegura
a su dueño por sí sola.
Esto advierto, Sancho mío ;
y ven a segar ahora,
que se va pasando el día ;
(]ue, al paso que tú las cortas,
cogeré yo las espigas,
para que en mis brazos cojas
el fruto de tus amores,
libres de penas celosas.
Sancho. Ponlos, Tirrena, en mi cuello;
que tus palabras de alcorza
me han azucarado el alma.
Vamos, y esta mano toma
de que no me verás más
pedir celos desde ahora.
Tirrena. ¡ Qué necedad es pedirlos !
Sancho. Y darlos ¡qué mala cosa!
192
antología.
»
RUIZ DE ALARCON.
DE «LAS PAREDES OYEN-^.
Doña
Celia.
DEL ACTO I. ESCENA XVII. Celia.
Don Metido. Ésta es la Calle Mayor.
Don Juan. Las Indias de nuestro polo.
Don Mendo. Si hay Indias de empobrecer,
yo también Indias la nombro.
Don Juan. Es gran tercera de gustos.
Don Alendo. V gran corsaria de tontos.
Don Juan. Aquí compran las mujeres.
Don Mendo. Y nos venden a nosotros.
Duqtie. c Quién habita en estas casas?
Don Juan. Don Lope de Lara, un mozo
muy rico, pero más noble.
Don Mendo. Y menos noble que tonto.
(Hacen dentro ruido de baile.)
Duque. Tened, que bailan allí.
Don Juan. San Juan es fiesta de todos.
Don Mendo. Yo aseguro que van éstos
más alegres que devotos.
Duque. ¿ Quién vive aquí ?
Don Juan. Una viuda,
muy honrada y de buen rostro.
Don Memio. Casta es la que no es rogada ;
alegres tiene los ojos.
Beltrán (ap.). ¡ Bien haya tan buena lengua !
i Vive Cristo, que es un Momo !
Don Juan. Esta imagen puso aquí
un extranjero devoto.
Do7i Mendo. Y entre aquestas devociones
no le sabe mal un logro.
Don Juan. Un regidor desta villa
hizo este hospital famoso.
Don Mendo. Y primero hizo los pobres.
Beltrán (ap.). Por Dios que lo arrasa todo.
DEL ACTO II, ESCENA IV.
Doña Ana. No pienses que está ya en mí
tan poderoso y entero
el gigante amor primero
a quien tanto me rendí ;
desde la noche que oí Doña
mis agravios, la memoria
en tan afrentosa historia Celia.
tan rabiosamente piensa,
que entre el amor y la ofensa
dudaba ya la vitoria.
Pero con tan gran pujanza Doña
la nueva injuria ha venido,
que del todo se ha Vendido Celia.
el amor a la venganza.
Celia. -; Será" firme en la mudanza?
Doña Ana. O el cielo mi mal aumente.
Tus venturas acreciente,
como contento me ha dado
tu pensamiento, mudado
de un hombre tan maldiciente.
Que desde que estando un día
viéndote por una reja,
la cerré, y me llamó vieja,
sin pensar que yo lo oía,
tal cual soy, no lo querría
si él fuese del mundo Adán.
Ana. Que eran botes mi Jordán
dijo de mí : i qué te altera
que a tus años se atreviera ?
i Cuan diferente es Don Juan !
ofendido y despreciado,
es honrar su condición,
cuando el lengua de escori)ión
ofende siendo estimado,
l'na vez desesperado
Don Juan se quejaba así :
«¿Qué delito cometí
en quererte, ingrata fiera?
¡ Quiera Dios ! . . . Pero no quiera;
que te quiero más que a mí.»
i Si vieras la cortesía
y humildad con que me habló,
cuando licencia pidió
para verte el otro día !
i Si vieras lo que decía
en mi defensa a un criado,
que porfiaba arrojado
que si yo dificultaba
la visita, lo causaba
ser él pobre y desdichado !
¡ Si vieras ! . . . Pero i qué vieras
que igualase a lo que viste,
cuando del traidor le oisle
defenderte tan de veras?
Ya te ablandaras, si fueras
formada de pedernal.
Ana. i Qué le obliga a que tan mal
te parezca mi desdén ?
Tener a (juien habla bien
inclinación natural;
y sin ella, me obligara
la razón a que lo hiciera.
Ana. Celia, i si Don Juan tuviera
mejor talle y mejor cara ! . . .
Pues ¡cómo! ¿en eso re[)ara
una tan cuerda mujer?
En el hombre no has de ver
la hermosura o gentileza;
\
RUIZ DE ALARCÓN.
193
SU hermosura es la nobleza,
su gentileza el saber.
Lo visible es el tesoro
de mozas faltas de seso,
y las más veces por eso
topan con un asno de oro.
Por eso no tiene el moro
ventanas : y es cosa clara
que, aunque al principio repara
la vista, con la costumbre
pierde el gusto o pesadumbre
de la buena o mala cara.
DEL ACTO III, ESCENA V.
Don Belirán. Si ella es salsa, es muy costosa,
señora ; que bien mirado
ni hay más inútil pecado
ni salsa más peligrosa.
Después que uno ha dicho mal,
¿saca de hacerlo algún bien?
Los que le escuchan más bien,
ésos le quieren más mal ;
que cada cual entre sí
dice, oyendo al maldiciente :
«Este, cuando yo me ausente,
lo mismo dirá de mí.»
Pues si aquel de quien murmura
lo sabe, que es fácil cosa,
jqué mesa tiene gustosa?
¿qué cama tiene segura?
Viciosos hay de mil modos
que no aborrece la gente ;
y sólo del maldiciente
huyen con cuidado todos.
Del malo más pertinaz
lastima la desventura :
solamente al que murmura
lleva el diablo en haz y en paz.
DE «LOS FAVORES DEL MUNDO'
ACTO I. ESCENA IX.
García. La daga y brazo levanto,
que ardiente furia gobierna ;
y él ', viendo que ya en el suelo
ningún remedio le queda,
«¡Válgame la Virgen!» dice.
«Valga), digo; y la sentencia
revoco en el mismo instante
que al golpe empezado resta.
Este es el caso: Don Juan,
pues he hablado en su presencia,
me puede enmendar agora
lo que mi memoria yerra.
Don Juan. Este, señor, es el caso.
Príncipe. Garci-Ruiz de Alarcón,
claras vuestras obras son :
desde el oriente al ocaso
da envidia vuestra opinión.
Las más ilustres historias
en vuestras altas Vitorias
el non plus tiltra han tenido;
mas la que hoy ganáis, ha sido
flus tdira de humanas glorias.
Vuestra dicha es tan extraña,
que quisiera, vive Dios,
más haber hecho la hazaña
que hoy. García, hicistes vos,
que ser príncipe de España.
Porque Alejandro decía
(¡ved cuánto lo encarecía!)
que más ufano quedaba
si un rendido perdonaba,
que si un imperio rendía.
Que en los pechos valerosos,
bastantes por sí a emprender
los casos dificultosos,
en alcanzar y vencer
consiste el ser venturosos ;
mas en que un hombre perdone,
viéndose ya vencedor,
a quien le quitó el honor,
nada la fortuna pone ;
todo se debe al valor.
Si vos de matar, García,
tanta costumbre tenéis,
matar i qué hazaña sería ?
Vuestra mayor valencia
viene a ser que no matéis.
En vencer está la gloria,
no en matar; que es vil acción
seguir la airada pasión,
y deslustra la vitoria
la villana ejecución.
Quien venció, pudo dar muerte ;
pero quien mató, no es cierto
que pudo vencer ; que es suerte
que le sucede al más fuerte,
sin ser vencido, ser muerto.
V así no os puede negar,
quien más pretenda morder.
que más honra os vino a dar
el vencer y no matar,
que el matar y no vencer.
' Don Juan.
JüNEMANN, Lit. y Ant. esp.
194
ANTOLOGÍA.
Dar la muerte al enemigo,
de temello es argumento ;
dcspreciallo es más castigo,
pues que vive a ser testigo
contra sí del vencimiento.
La Vitoria el matador
abrevia, y el que ha sabido
perdonar, la hace mayor,
pues mientras vive el vencido,
venciendo está el vencedor.
Y más donde a cobardía
no puede la emulación
interpretar el perdón,
pues tiene el mundo. García,
de vos tal satisfacción.
Dadme los brazos.
García. Señor,
con que a vuestros pies me abaj
premiáis mi hazaña mayor.
Príncipe. Esos pide el vasallaje,
y esotros debo al valor.
García. Como rey sabéis honrar.
Príncipe. Alzad, Alarcón, del suelo ;
que en el suelo no ha de estar
quien ha sabido obligar
la misma Reina del cielo.
Y que pago considero
por libranza suya a vos
las honras que daros quiero ;
que es el rey un tesorero
que tiene en la tierra Dios.
(Abrázale.)
Libre de ser derribado
ahora me juzgo yo;
que bien seré sustentado
de un brazo a quien, levantado,
tal furia no derribó.
Y así, en mi casa, García,
os quedad : desde este día
andemos juntos los dos ;
que quiero aprender de vos
la piedad y valentía.
Cientilhombre de mi boca
os hago.
García. Dadme esos pies.
Príncipe. El servirme de vos es
para vos merced muy poca,
porque es mi propio interés.
Y yo no pretendo hacer
desto premio o beneficio ;
porque el cargo ni el oficio
no premia al que ha menester
el rey para su servicio.
El un hábito escoged
de los tres.
García. < Cuándo, señor,
serviré tanta merced ?
(Arrodillase Donjuán.)
Príftcipe. Aquesto a vuestro valor,
y no a mí, lo agradeced.
Lo mucho que habéis servido,
el hábito manifiesta.
Pues i qué merced habrá sido
la que a mí nada me cuesta,
y vos habéis merecido? —
¿Por qué estás, Don Juan, así?
Don Juan. Estas honras que le das
a (iarci-Ru'íz, por mí
agradezco.
Príncipe. Debo más
a quien hoy me ha dado a ti.
A pagarle me apercibo
esta vida con que vivo,
en la que hoy, Don Juan, te dic
que eres, amigo, otro yo,
y en ti la vida recibo.
Don Juan. A todos sabes honrar.
CALDERÓN DE LA BARCA.
DE «LA HIJA DEL AIRE».
Parte I, Jornada II.
ESCENA VII.
Menón.
Digo, señor, que en el centro
hallé de una obscura cueva
bruto el más bello diamante,
bastarda la mejor perla,
tibio el más ardiente rayo,
y la más viva luz muerta.
Estab.. de toscas pieles
vestida, para que hicieran
lo inculto y florido a un t¡cmj)o
armonía más perfecta;
bien como un bello jardín
en una riística selva:
más bello está cuanto está
de la oposición más cerca.
Suelto el cabello tenía,
que en dos bien partidas crenchas, i
golfo de rayos, al cuello
inundaba ; y de mantra
CALDERÓN DE LA BARCA.
195
con la libertad vivía
lanta república de hebras
ufana, que inobediente
a la mano que las peina,
daba a entender que el precepto
a la hermosura no aumenta,
pues todo aquel pueblo estaba
hermoso sin obediencia.
Ni bien rubio ni bien negro
su variado color era,
sino un medio entre los dos:
como en la estación primera
del día luces y sombras
confusamente se mezclan,
que ni bien sombras ni luces
se distinguen; así, hecha
del azabache y del oro
una mal distinta mezcla,
crepúsculo era el cabello,
siendo sus neutrales trenzas,
para ser negras, muy rubias,
para ser rubias, muy negras.
No de espaciosa te alabo
la frente ; que antes en esta
parte sójo anduvo avara
la siempre liberal maestra ;
y fué sin duda porque,
queriendo, señor, hacerla
de una nieve que hubo acaso,
la hubo de dejar pequeña,
porque no le fué posible
que entre la más pura y tersa
se hallase ya un poco más
de una nieve como aquélla.
Usurpábale el cabello
su imperio a la frente, y era
que a las cejas acechaba,
como diciendo : «Estas cejas
hijas son de mi color,
y quiero bajar por ellas,
porque el amor no se alabe
de que las llevó por muestra.»
Los ojos negros tenía :
¿Quién pensara, quién creyera
que reinasen en los Alpes
los etíopes ? Pues piensa
que allí se vio, pues se vieron
de tanta nevada esfera
reyes dos negros bozales,
y tan bozales, que apenas
política conocían.
Su barbaridad se muestra
en que mataban no más
([ue por matar, sin que fuera
por rencor, sino por uso
de sus disparadas flechas.
Para que no se abrasasen
los dos en civiles guerras,
su jurisdicción partía,
proporcionada y bien hecha,
una valla de cristal,
sin que zozobrase en ella
la perfección, siendo así
que la nariz más perfecta,
en el mar de las facciones,
escollo es, donde las velas
del bajel de la hermosura
corren la mayor tormenta.
De sus mejillas la tez
era otra unión de diversas
colores. ¿Viste la rosa
más encendida y sangrienta
en la púrpura de Adonis "-
¿La azucena viste en ella
con el candor de la aurora?
Pues tú allá te considera
esa azucena, esa rosa,
ajadas entre sí mesmas,
y sus mejillas verás
al mismo instante que veas
a la rosa desteñida,
o teñida la azucena.
La boca, corte del alma,
donde la hermosura reina,
ya severamente grave,
ya dulcemente risueña,
era, no digo una joya
de corales y de perlas
(que esta alabanza común
ya es particular ofensa),
sino un archivo de todo
cuanto la naturaleza
pudo atesorar; y así
grande hubo de ser por fuerza.
El cuello, blanca columna
que este edificio sustenta,
era de marfil al torno :
de cuya hermosa materia
sobró para hacer las manos,
a emulación de sí mesma.
Este, pues, monstruo divino,
Venus mandó que estuviera
oculto, porque Diana
le amenazó con tragedias.
Nació de una ninfa suya ;
y entregándola a las fieras,
la defendieron las aves,
de quien el nombre conserva.
Pues Semíramis se llama,
que quiere en la siria lengua
decir, la hija del aire.
Éste es su nombre y sus señas.
196
antología.
Parte II, lomada I.
ESCENA III.
Sentiramis.
No sé como mi %alor
ha tenido sufrimiento
hoy para haberte escuchado
tan locos delirios necios,
sin que su cólera ardiente
haya abortado el incendio
que en derramadas cenizas
te esparciese por el viento.
Pero ya que esta vez sola
templada me he visto, quiero
ir, no por ti, mas por mí,
a esos cargos respondiendo.
Dices que ignoras si fué,
aquel eclipse sangriento
del día que me juraron,
o favorable o adverso ;
y bien la causa pudieras
inferir por los efectos,
pues no agüero, vaticinio
sería, el que dio sucesos
tan favorables a Siria
desde que yo en ella reino.
Díganlo tantas victorias
como he ganado en el tiempo
que esposa de Niño he sido,
sus ejércitos rigiendo,
Belona suya; pues cuando
la Siria se alteró, vieron
las castigados rebeldes
en mi espada su escarmiento.
Sobre los muros de Caria,
cuando estaba puesto el cerco,
¿quién fué la ¡¡rimera que
la plaza escaló, poniendo
el estandarte de Siria
en su homenaje soberbio,
sino yo? ¿Quién esguazó
el Nilo (ese monstruo horrendo
que es con siete bocas hidra
de cristal) en seguimiento
de la rota que le di
al gitano Tolomeo ?
En la paz, ¿quién las dio más
esplendor, lustre y aumento
a las políticas doctas
con leyes y con preceptos?
l'ues cuando Marte dormía
en el regazo de Venus,
velaba yo en cómo hacer
más dilatado mi imperio.
Babilonia, esta ciudad
que desde el primer cimiento
fabri(|uc, lo diga; hablen
sus muros de quien j)tndiendo
jardtines están, a quien
llaman pensiles por eso.
Sus altas torres que son
columnas del firmamento,
también lo digan, en tanto
niímero, que el sol saliendo,
por no rasgarse la luz,
va de sus puntas huyendo.
Pero ¿ para qué me canso,
cuando mis obras refiero,
si ellas mismas de sí mismas
son las corónicas? Luego
recibirme a mí con salva,
al jurarme, todo el cielo;
padecer de asombro el sol
y de horror los elementos,
pues siguieron favorables
a esta causa los efectos ;
bien claro está que serían
vaticinios, y no agüeros.
Decir que xMenón lo diga,
es otro blasón, si advierto
que ninguno pudo ser
mayor ; pues ¿ qué más trofeo
que morir desesperado
de mi amor y de sus celos ?
En cuanto a que di a mi espo-
muerte, ¿no es vano argumento
decir que, porque me dio
antes de morir el reino
por seis días, le maté ?
¿ No alega en mi favor eso
más que en mi daño ? Sí ; pues
si vivía tan sujeto,
tan amante y tan rendido
Niño a mi amor, ¿ a qué efecto
había de reinar matando,
si ya reinaba viviendo ?
Y cuánto le adoré vivo
como a rey, esposo y dueño,
¿ no lo dice un mausoleo
que hice a sus cenizas muerto?
Decir que a Ninias mi hijo
de mí retirado tengo,
y que, siendo mi retrato,
parece que le aborrezco,
es verdad lo uno y lo otro ;
que, como has dicho tú mesmo,
no me parece en el alma
y me parece en el cuerjjo.
Y aunque tú, que en lo mejor
me parece, has dicho, es cierto
CALDERÓN DE LA BARCA.
197
que en lo peor me parece,
pues sería más perfecto
si hubiera de mi imitado
lo animoso que lo bello.
Es Ninias, según me dicen,
temeroso por extremo,
cobarde y afeminado ;
porque no hizo sólo un yerro
naturaleza en los dos
(si es que lo es el parecemos),
sino dos yerros : el uno
trocarse con su concepto,
y el otro, habernos trocado
tan totalmente el afecto,
que yo mujer y él varón,
yo con valor y él con miedo,
yo animosa y él cobarde,
yo con brío, él sin esfuerzo,
vienen a estar en los dos
violentados ambos sexos.
Esta es la causa por que
de mí apartado le tengo,
y porque del reino suyo
no le doy corona y cetro
hasta que, disciplinado
en el militar manejo
de las armas y en las leyes
políticas del gobierno,
capaz esté de reinar. —
Mas ya que murmuran eso,
(a uno del acompañamiento;)
parte, Licio, y di a Lisias,
ayo suyo, que al momento
Ninias venga a Babilonia :
verán su ignorancia, viendo
que es próvido en esta parte,
y no tirano, mi intento.
Y ahora a la conclusión
de tus discursos volviendo,
de que vienes destos cargos,
Lidoro, a ponerme pleito,
ya que no me dé a prisión ;
sólo responderte quiero
que eches bien de ver que aquí
has entrado a hablarme a tiempo
que estaba con mis mujeres
consultando en ese espejo
mi hermosura, lisonjeada
de voces y de instrumentos ¡
y así en esta misma acción
has de dejarme, volviendo
las espaldas ; pues aqueste
peine, que en la mano tengo,
no ha de acabar de regir
el vulgo de mi cabello,
antes que en esa campaña,
o quedes rendido o muerto.
Laurel de aquesta victoria
ha de ser ; porque no quiero
que corone mi cabeza
hoy más acerado yelmo
que este dentado penacho,
que es femenil instrumento;
y así me le dejo en ella,
entre tanto que te venzo.
Y auncjue pudiera esperar,
fiada en aquesos inmensos
muros, el asalto, no
me consiente el ardimiento
de mi cólera que apele
a lo prolijo del cerco.
A la campana saldré
a buscarte ; pues es cierto
que, cuando no hubiera tanto
número de gentes dentro
de Babilonia, ni en ella
por Atlante de su peso
estuviesen Friso y Licas,
hermanos en el aliento
como en la sangre, y los dos
generales por sus hechos
de mar y tierra ; yo sola
hoy con mis mujeres creo
que- te diera la batalla,
porque un instante, un momento
sitiada no me tuvieras.
Y así, vete, vete presto
a formar tus escuadrones ;
(jue si te detienes, temo
que la ley de embajador
su inmunidad pierda, haciendo
que vuelvas por ese muro
tan breves pedazos hecho,
que seas materia ociosa
de los átomos del viento.
Lidoro. Pues si a la batalla intentas
salir, en ella te espero.
Licas. Y en ella verás que tiene
vasallos cuyos esfuerzos
sus laureles aseguran.
Lidoro. En el campo lo veremos.
Friso. Sí verás, tan a tu costa,
que llores, Lidoro, el verlo.
Lidoro. Quien menos habla, obra más.
Licas. Pues ¡ a obrar más !
Friso. A hablar menos.
Lidoro. Toca al arma.
Licas. Al arma toca.
Semiraviis. Dadme ese bruñido acero;
seguidme todos, y tú,
Licas, ostenta hoy tu esfuerzo.
I9S
ANTOLOGÍA.
Mira iiuc anda por hacerle
dichoso un atrevimiento.
Licas. No entiendo a (jué fin persuades
a mi valor, conociendo
ya mi valor.
Semiramis. No te admires ;
que yo tampoco lo entiendo.
Tocad al arma, y en tanto
vosotras tenedme puesto
mientras salgo a la campaña,
el tocador y el espejo,
porque, en dando la batalla,
al punto a tocarme vuelvo.
(Vanse.)
Campos de Babilonia.
ESCENA IV.
Soldados ; después Lidoro.
(Óyense cajas, trompetas y ruido de armas.)
Unos (dentro). ¡ Arma, arma !
Otros (dentro). ¡ Guerra, Guerra !
Unos (dentro;. ¡ Viva Semiramis !
Oíros (dentro). ¡Viva!
Otros (dentro). ¡ Viva Lidoro, y reciba
la posesión de esta tierra !
(Salen (.idoro y soldados.)
Soldado prim. Ya de los muros salieron
diversas tropas, y ya
tu gente dispuesta está.
Lidoro. i Adonde, cielos, cupieron
tantas gentes? ¿Qué ciudad
tener pudo, sin espanto,
en sus entrañas, a tanto
número capacidad ?
Cuerpos tomaron sutiles,
sin duda, a tantos combates
las arenas del Eufrates,
las hojas de los pensiles.
Del sol el nuevo arrebol
las luces mira deshechas;
que las nubes de sus flechas
son noche alada del sol.
Soldados (dentroj. \ Guerra, guerra !
Lidoro. Ya hacia allí
trabada la lid se ve.
A morir matando iré.
(Entrase y dase la batalla )
ESCENA V.
Licas, Lidoro y soldados ; Friso y Semiramis.
Licas (dentro). ^ Dónde estás, Lidoro?
Lidoro 'dentro). Aquí
me hallarás; que nunca yo.
aunque me siga la suerte,
la espalda volví a la muerte.
Soldado pr. (dentro). El rey en la liil entr-
seguidle, no le dejéis.
(Sale Lidoro herido cayendo, y tras él Lica-, _,
Friso; y por otra parte sale Semiramis.)
Friso. Mía será esta victoria.
Licas. Mía ha de ser esta gloria.
Semiramis. Esperad, no le matéis.
Friso. ¿Tú le defiendes?
Semiramis. Sí, que hoy.
más que verle muerto, quiero
de mis armas prisionero.
Lidoro. Rendido a tus pies estoy,
ya que mis desdichas son
tales, y ya que ninguna
vez se puso la fortuna
de parte de la razón.
Semiramis. Haced que de la batalla
el alcance no se siga.
Friso. Apenas de la enemiga
hueste en el campo se llalla
más ([ue ruina ; que, en sumas
tragedias, ya del Eufrates
las arenas son granates,
y corales las espumas ;
y huyendo por los desiertos
de tus rigores esquivos,
los que han escapado vivos,
van tropezando en los muertos.
Setniramis. Que yo me diese a prisión,
fué su intento; y siendo así,
será prenderte yo a ti
debida satisfacción.
Fiera ingrata me llamaste
hoy, cuando a ti can leal :
luego si con nombre tal
me ofendiste y te ilustraste,
tiranías no serán
que yo en esta parte quiera,
procediendo como fiera,
tratarte a ti como can.
De mi palacio al umbral
atado te he de tener :
allí has de estar; que he de ver
si me le guardas leal
y vigilante desde hoy ;
que si del can es empeño
el ser leal con su dueño,
desde aquí tu dueño soy.
Parte II, Jornada III.
ESCENA IV. .Semiramis. ¡ Valedme, cielos !
Sale, Semiramis, sangriento el rostro, y í7,^<7/í? (aparte). Y así acuda yo a esconderme,
con flechas en el cuerpo, cayendo. Chato. y él a morirse.
CALDERÓN I>E LA BARCA.
«99
, Semíramis. i Ah ! ¡ qué presto
has acabado, fortuna!
con mi vida y con mis hechos.
Chato (aparte). La voz quiero conocer,
aunque es verdad que no quiero.
Semíramis. En fin, Diana, has podido,
más que la deidad de Venus,
pues sólo me diste vida
hasta cumplir los severos
hados que me amenazaron
con prodigios, con portentos,
a ser tirana, cruel,
homicida y de soberbio
espíritu, hasta morir
despeñada de alto puesto.
Chaio (ap.). Tanto miedo tengo, que aun
para huir valor no tengo.
(Tocan cajas dentro.)
ESCENA XV.
Soldados, Lidoro. Sejrn'raniis, Chaio.
Soldados (dentro), i Viva Lidia!
Lidoro (dentro). La victoria
Seguid, que hoy es el día nuestro.
Semíramis.
í Qué es vivir? Aunque no es mucho
que ella viva, si yo muero ;
mas lo poco que me queda
de vida, lograrlo pienso;
DE LA
Medea. ¡ Que esto escuche ! ¡ Que esto vea !
Por la boca y por los ojos,
áspid soy : ponzoña vierto ;
Etna soy : llamas arrojo.
Asírea. Poca ocasión has tenido
para el despecho que noto.
Sirene. i Qué importa que a Marte ofrezca
ese sagrado despojo ?
Medea. Si soy, bellísima Astrea,
si soy, Sirene divina,
yo la singular Medea,
y en la esfera cristalina
no hay deidad que mayor sea,
c por qué ha de llegar aquí
tan errado peregrino,
que no me consagre a mí
el dorado vellocino
y a Marte tremendo sí ?
¿No le supiera ayudar
yo, mejor que él, en la guerra ?
¿No le supiera librar
de las tormentas del mar
y los riesgos de la tierra ?
que a costa de muchas muertes
morir bien vengada intento.
Chato (aparte). No tropiece con la mía.
(Suena la cadena de Chato.)
Semíramis. ¿Qué triste, ronco y funesto
son de prisiones se mezcla
con los marciales estruendos'
Chato (aparte). Es la cadena de un galgo,
que anda por aquesos cerros
a caza de liebres, y es
el galgo y la liebre a un tiempo.
Semíramis. ¿Qué quieres, Menón, de mí,
de sangre el rostro cubierto ?
¿Qué quieres. Niño, el semblante
tan pálido y macilento?
¿ Qué quieres, Ninias, que vienes
a afligirme triste y preso?
Chato (aparte). Sin duda que ve fantasmas
éste que se está muriendo. (Vase.)
Semíramis. Yo no te saqué los ojos,
yo no te di aquel veneno ;
yo, si el reino te quité,
ya te restituyo el reino.
Dejadme, no me aflijáis:
vengados estáis, pues muero,
pedazos del corazón
arrancándome del pecho.
Hija fui del aire, ya
en él hoy me desvanezco. (Muere.
MEDEA».
Libia. Si fué voto que ofreció
cuando no te conoció. . . .
Medea. \ Que nunca el voto cumpliera,
pues Marte no le ofendiera,
cuando le amparara yo I
Astrea. No desprecies con rigor
la deidad de Marte fuerte,
que castigará tu error.
Sirene. Que en Marte ofendes advierte
a Marte, Venus y Amor.
Medea. Ni Marte con su poder,
ni con su hermosura pura
Venus, ni Amor con su ser,
han de humillar ni vencer
mi ser, poder y hermosura.
¿ Qué hará Marte ?
Astrea. Ver postrada
tu fuerza.
Medea. ¿V Venus?
Sirene. Hacer
tu hermosura desdichada.
Medea. ¿Y amor?
Libia. Que llegues a ver
tu altivez enamorada.
antología.
Medca. I'ucs muestro Marte el furor,
Venus y Amor el rigor,
que no hayas niieilo (juc tuerza
mi altivez, beldad y íucrza
jior Marte, Venus ni Amor.
DE
Liríope. Mil veces infeliz fui.
Febc. Oye.
Sileno. Aguarda.
Eco. Escucha.
Silvio. Espera.
Nise. Mira.
Anteo. Advierte
Sirene. Considera.
Liriope. No hay consuelo para mí,
habiéndome sucedido
una desdicha tan nueva,
pues Narciso de la cueva
falta. Jamás ha salido
della, sino sólo hoy,
y ya su muerte recelo. —
¡ Narciso ! ¡ Narciso ! Al cielo
en vano estas voces doy.
Sin duda el haber tardado
tanto en venir aquí yo,
de la cueva le sacó.
¡ Oh ! máteme mi cuidado.
Anteo. No te aflijas, que, pues él
en este monte ha de estar,
yo te le sabré buscar.
Todos. Todos iremos
Liriope. Cruel
fortuna ha sido la mía ;
i Narciso ¡ yo estoy mortal.
Sileno. ¡ Ay dioses ! c cuándo cabal
sucederá una alegría?
Silvio. Discurriendo el monte vamos,
llamándole, pues será
cierto el responder.
Liriope. No hará ;
porque si así le buscamos,
el que nunca gente vio,
más es fuerza que se esconda,
que no a las voces responda.
Mas cid lo que pensó
mi ingenio : para que venga
buscándonos, ha de haber
una industria.
Todos. ; Qué ha de ser ?
Liriope. No hay cosa que con él tenga
más fuerza, para atraelle,
que oir música ; y siendo así,
divididos desde aquí,
cantando para movelle,
todos iu.
ECO Y NARCISO .
Jornad.i II.
Febo. Con Laura esta
falda al monte correré.
Silvio. "S' yo con Sirene iré
penetrando esa floresta.
Anteo. Yo con Libia hasta la cumbre
deste monte he de subir.
Sileno. Yo con Eco he de medir
su más alta pesadumbre.
Bato. Y yo con Nise también
he de entrar a ese jaral,
y si cantaremos mal.
por Eco aullaremos bien.
Liriope. Yo sin ley y sin aviso,
por todas partes iré.
Cada uno cante lo que
sepa. — ¡ Narciso ! ¡ Narciso !
Laura (canta). Pues del monte la falda
tocó a mis ^■oces,
díganme de Narciso
fuentes y flores.
Nise (canta). Pues a mí de la selva,
tocó lo alegre,
de Narciso me digan
flores y fuentes.
Sirene (canta). Pues le tocó a mi acento
medir la cumbre,
díganme de Narciso
sombras y luces.
Eco (canta). Y pues a mis acentos
los riscos tocan,
de Narciso me digan
luces y sombras.
Laura. A la falda.
Nise. A la
Sirene. A la cumbre.
Eco. Al
Liriope. Oiga a todos y
decir. . . .
Ella, Música y todos. ¡ Narciso !
A la falda, a la selva
a la cumbre, al risco.
(Vanse, y sale Narciso.)
Narciso. Aunque la suave voz
de mi madre me parece
que oigo, sombra es que me ofrece
sin cuerpo el aire veloz,
pues hallarla no he podido,
por más rjue al monte he bajado.
Ya el aliento me ha faltado.
selva.
risco,
todas
CALDERÓN DE LA BARCA.
Aquí moriré rendido
al cansancio, aunque no es
él lo que más me fatiga,
sino la sed ; y así siga
de aquella agua el ruido, pues
para darme alivio,
diciendo corre. . . .
Laura y Música (dentro).
Díganme de Narciso
fuentes y flores.
Narciso. Pero ¿ qué voz es ésta
que me suspende ?
Nise (dentro). Díganme de Narciso
flores y fuentes.
Narciso. Como ya en dos partes
quiere que escuche. . . .
Sirene (dentro). De Narciso me digan
sombras y luces.
Azaroso. V aun en tres, supuesto
que dice estotra. . . .
Eco (dentro). Díganme de Narciso
luces y sombras.
Narciso. Por seguir a todas,
ninguna sigo.
Toda ¡a Mtisica (dentro).
A la falda, a la selva,
a la cumbre, al risco.
Liríope (dentro). Oiga a todos y todas
decir. . . .
Ella y toda la Música (dentro).
i Narciso !
Narciso. -; Cómo, si a mí me llamáis,
sonoras, hermosas voces,
volvéis huyendo veloces,
y no sólo no le dais
un alivio a mi sentido.
mas trocándole en agravio,
me embarazáis el del labio
por irme tras del oído ?
Y pues de vosotras mal
puedo percibir las señas,
el ruido que entre estas peñas,
no menos dulce, el cristal
hace, su aliento me dé,
siendo la primer vez ésta
que afán el llegar me cuesta
al agua ; pues no dejé
nunca la cueva hasta hoy,
donde un alcornoque era
taza menos lisonjera,
que la que mirando estoy,
guarnecida de hierbas
y ramos donde. . . .
Laura (dentro cantando).
Díganme de Narciso
fuentes y flores.
Narciso. Mas la voz a pararme
diciendo vuelve. . . .
Nise (dentro). líe Narciso me digan
flores y fuentes.
Narciso. Si es que a mí me buscas,
i Por qué me huyes ?
Sirene (dentro). Díganme de Narciso
sombras y luces.
Narciso. Puesto que no me alivias,
i por qué me estorbas ?
Eco (dentro). Díganme de Narciso
luces y sombras.
Liríope (dentro). Repitiendo a un tiempo
tonos distintos,
oiga a todos y todas
decir. . . .
Ella, Música y lodos (dentro). ¡ Narciso !
Narciso. Pues a todos escucho,
y a nadie veo,
vuelvo al agua. Mas ¿cómo?
¿si oigo este acento?
Laura. Es el engaño traidor.
y el desengaño leal,
el uno dolor sin mal,
y el otro mal sin dolor.
Narciso. Sólo aquella voz pudiera
ser remora de un sediento,
seguir quiero de su acento
la miísica lisonjera.
Nise (dentro). Si acaso mis desvarios
llegaren a tus umbrales,
la lástima de ser males
quite el horror de ser míos.
Narciso. Pero más cerca ésta suena,
aunque una y otra me encanta ;
si aquélla tan dulce canta,
mas estotra me enajena
de mí mismo, porque tiene
más agrado y más dulzura.
Por esta verde espesura
el buscarla me conviene.
Sirene (dentro). Ven, muerte, tan escondida,
que no te sienta venir,
porque el placer del morir
no me vuelva a dar la vida.
Narciso. En lo alto de aquellas peñas
otra dulce voz sonó,
que nuevamente borró
de las pasadas las señas.
Eco (dentro). Solo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento,
y aun no cabe lo que siento
en todo lo que no digo.
Narciso. \ Válgame el cielo I Esta sí
que es reina de todas ellas ;
que aunque por dulces y bellas,
antología.
juzgue las que hasta ahora oí,
con más fuerza ha suspendido
ésta, con mayor empeño.
¡ Qué hermoso será su dueño,
pues vence por el oído
dos afectos, que en rigor
son con fuerza desigual. . . .
Laura (dentro). El uno dolor sin mal
y el otro mal sin dolor.
Narciso. Vos, que postrando mis bríos,
mis males creces mortales. . .
Nise (dentro). La lástima de ser males
quite el horrror de ser míos.
Narciso. No quisiera ver rendida
la vida a tanto sentir. . . .
Sirene (dentro). Porque el placer del morir
no me vuelva a dar la vida.
Narciso. Lo que siento, mal me obligo
a que lo diga mi aliento. . . .
Eco (dentro). Y aun no cabe lo que siento
en todo lo que no digo.
N'arciso. En mil partes divididos
mis cuidados son despojos
del viento. Ved algo, ojos,
o no escuchéis tanto, oídos.
(Vuelve a cantar cada una su copla y sale Eco.)
Eco. Hacia aquesta parte yo
he de penetrar lo ameno
destas intrincadas breñas,
una y otra vez diciendo. . . .
(Canta:) Solo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento,
y aun no cabe lo que siento
en todo lo que no digo.
Narciso. Pájaro destas montañas,
que con suaves acentos
tan sonoramente eres
dulce confusión del viento :
si entre el oído y el labio
dudoso, absorto y suspenso
me vi, sin saber quién es
mi más poderoso afecto,
pues al oir el cristal,
que me llamaba sediento,
sediento también me llama
el aire que a beber vuelvo;
i cómo de una sed y otra
tanto has trocado el afecto,
que en vez que labios y oídos
beban agua y aire, has hecho
que beban fuego los ojos,
y tan venenoso fuego,
que para explicarle es fuerza
pensar que en tu estilo mesmo. . .
El y Eco ícantan). Sólo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento.
Eco. Bruto diamante, que mal
pulido dése grosero
tosco traje, brillar dejas
el alma (jue ocultas dentro,
no menos suspensa yo
quedé al mirarte, supuesto
que absorta, helada y confusa,
sólo a responderte acierto
con lo mismo que cantaba. . . .
(canta:) Y aun no cabe lo que siento
en todo lo que no digo.
Narciso. Parecidas, según eso,
son nuestras dos suspensiones,
tanto que los dos diremos,
tú, por si a mí me respondes,
yo, por si a ti me parezco. . . .
Los dos (cantan:) Sólo el silencio testigo
ha de ser de mi tormento.
Narciso. ¿Quién eres?
Eco. Una mujer.
Narciso. I^a segunda eres que veo,
y aun la primera pudiera
decir, pues a lo que entiendo
no era mujer para mí
la primera que vi, puesto
que en mi pecho no encendió
nunca tan activo fuego,
como tu voz y tu vista
han encendido en mi pecho.
i Adonde vas por aquí ?
Eco. A sólo buscarte vengo,
y con desear hallarle,
estimara, a lo que entiendo,
no haberte hallado, porque
hoy en ti más que hallo, pierdo.
Narciso. ¿ Conocíasme ?
Eco. Yo no.
Narciso. Pues ¿ cómo en este desierto
a quien no conoces, buscas ?
¿ Usase en el mundo eso
de que busquen las mujeres
a quien no conocen ?
Eco. Presto
la causa que me ha traído
sabrás.
Narciso. Dila pues.
Eco (llamando). i Sileno !
Narciso, i A quién llamas ? i Qué pretendes
Eco. i Febo, P)ato, Silvio, Anteo ¡
Narciso. Tú quieres matarme, como
si ya no me hubieras muerto.
Eco. ¡ Sirene, Liríope, Nise !
venid todos a este puesto,
que ya he llegado a Narciso.
(Salen todos.)
Si/vio. Llamado de tu voz vengo.
1-RAV LL'IS DE GRANADA.
203
.I//U0. De tu voz vengo traído. N^arciso. ¿Pues, cómo, madre, a buscarme
Siicno. Alas me ha dado tu acento. vienes con todos aquestos?
l-cl'o. A(iuí Eco hermosa llamaba. Sueno. Pedazos del corazón,
Baíc y Sircne. Pues todos llegan. He- dadme los brazos.
guemos. Narciso. Teneos,
Xtirciso. ¿Tanta gente hay en el mundo? y si me ha de abrazar alguien,
[ai iope. i Felice yo que te veo ! sea aquella que estoy viendo.
FRAY LUIS DE GRANADA 1.
DE LA «GUÍA DE PECADORES".
REMEDIOS CONTRA LA AVARICLV.
Considera . . . que donde hay muchas riquezas, también hay muchos
que las consuman : muchos que las gasten, muchos que las desperdicien
y hurten.
i Qué tiene el más rico del mundo de sus riquezas más que lo necesario
para la vida? Pues desto te podrías descuidar si pusieses tu esperanza en
Dios y te encomendases a su providencia; porque nunca desampara a los
que esperan en él. Porque quien hizo al hombre con necesidad de comer,
no consentirá que perezca de hambre, i Cómo puede ser que, manteniendo
Dios a los pajaricos y vistiendo los lirios, desampare al hombre ; mayor-
mente siendo tan poco lo que basta para remedio de la necesidad?
La vida es breve, y la muerte se apresura a más andar: ¿qué nece-
sidad tienes de tanta provisión para tan corto camino? ^Para qué
quieres tantas riquezas, pues cuantas menos tuvieres tanto más libre y
desembarazado caminarás? Y cuando llegares al fin de la jornada, no te
irá menos bien si llegares pobre, que a los ricos que llegaren más car-
gados ; sino que, acabado el camino, te quedará menos que sentir lo
que dejas y menos de que dar cuenta a Dios; como quiera que los
muy ricos, al fin de la jornada, no sin grande angustia dejarán los
montones de oro que mucho amaron, y no sin mucho peligro darán
cuenta de lo mucho que poseyeron.
Considera otrosí, ¡ oh avariento ! para quién amontonas tantas rique-
zas; pues es cierto que, así como viniste a este mundo desnudo, así
también has de salir del. Pobre naciste en esta vida: pobre la dejarás.
Esto debrías pensar muchas veces; porque, como dice San Hierónirrio,
fácilmente desprecia todas las cosas quien se acuerda de que ha de
morir. En el artículo de la muerte dejarás todos los bienes temporales
y llevarás contigo solamente las obras que hiciste, buenas o malas:
donde perderás todos los bienes celestiales, si, teniéndolos en poco en
cuanto viviste, todo tu trabajo empleaste en los temporales. Porque tus
cosas serán entonces divididas en tres partes: el cuerpo se entregará
a los gusanos; y el ánima a los demonios; y los bienes temporales a los
I
' Siendo conocidísimas las obras de los grandes místicos españoles, será suh-
ciente poner aquí una página que caracterice a cada uno de ellos.
204 antología.
herederos; que por ventura serán desagradecidos o pródigos o malos.
Fue9 luego mejor será, según el consejo del Salvador, distribuirlos a los
pobres, cjue te los lleven delante (como hacen los grandes señores
cuando caminan, que envían delante sus tesoros). Porque ¿qué mayor
desatino que dejar tus bienes adonde nunca tornarás y no enviarlos
a donde para siempre vivirás? (ti, 5.)
SOBRE EL NO DEBER.
Préciate de no deber nada a nadie, y así tendrás el sueño quieto,
la conciencia reposada, la vida pacífica y la muerte descansada. Y
para que puedas salir con esto, el medio es que pongas freno a tus
apetitos y deseos, y ni hagas todo lo que deseas ni gastes más de lo
que tienes; y desta manera, midiendo el gasto, no con la voluntad, sino
con la posibilidad, nunca tendrás por (jué deber. Todas nuestras deudas
nacen de nuestros apetitos, y la moderación destos vale más que mu-
chos cuentos de renta. Ten por sumas y verdaderas riquezas aquellas
que dice el Apóstol : piedad y contentamiento con la suerte que Dios
te dio. Si los hombres no quisiesen ser más de lo que Dios quiere
que sean, siempre vivirían en paz. Mas, cuando quieren pasar esta raya,
siempre han de perder mucho de su descanso ; porque nunca tiene buen
suceso lo que se hace contra la divina voluntad. (Ibid.)
DE LA "INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO».
FE Y RAZÓN HERMANADAS.
La fe nos esfuerza con su firmeza, y la razón alegra con su claridad.
La fe nos enseña lo que debemos creer, y la razón hace que con ale-
gría lo creamos. Estas dos lumbreras juntas deshacen todas las nieblas,
serenan las conciencias, cjuietan los entendimientos, quitan las dudas,
remontan los nublados, allanan los caminos y hácennos abrazar esta
soberana verdad. (P. i, 3 : De la existencia de Dios.)
FRAY LUIS DE LEÓN.
DE LOS 'NOMBRES DE CRISTO».
LA PAZ.
<'E1 risco», dice el salmo, «es refugio de los conejos.» Y en ti, oh ^
\ erdadera guarida de los pobrecitos amedrentados, Cristo Jesús, y en ;
ti, oh amparo dulce y seguro, oh acogida llena de fidelidad, los afligidos
y acosados del mundo nos escondemos. Si vertieren agua las nubes y
se abrieren los canales del cielo, y saliendo la mar de madre se ane-
garen las tierras y sobrepujaren, como en el diluvio, sobre los montes
las aguas; en este monte que se asienta sobre la cumbre de todos los
montes, no las tememos. Y si los montes, como dice David, trastor-
nados de sus lugares, cayeren en el corazón de la mar, en este monte
no mutable enriscados carecemos de miedo.
FRAY LUIS DE LEÓN. 205
(Viene el día: escóndanse las fieras y sale el hombre a su labor.)
Así el desenfrenamiento fiero del cuerpo y la rebeldía alborotada de
sus movimientos, que, cuando estaba en la noche de su miseria la volun-
tad nuestra caída, discurrían con libertad y lo metían todo a sangre y a
ftiego; en comenzando a lucir el rayo del buen amor y en mostrán-
dose el día del bien, vuelve luego el pie atrás y se esconde en su cueva,
y deja que lo que es hombre en nosotros salga a luz ; y haga su oficio
sosegada y pacíficamente, y de sol a sol.
Porque, a la verdad, ¿qué es lo que hay en el cuerpo (jue sea po-
deroso para desasosegar a quien es regido por una voluntad y razón
semejante? ;Por ventura el deseo de los bienes de esta vida le solici-
tará, o el temor de los males de ella le romperá su reposo? t Alte-
rarse ha con ambición de honras o con amor de riquezas? -;o, con la
afición de los ponzoñosos deleites desalentado, saldrá de sí mismo? -^Cómo
le turbará la pobreza al que desta vida no quiere más de una
estrecha pasada? ¿Cómo le inquietará con su hambre el grado alto de
dignidades y honras al que huella sobre todo lo que se desprecia en el
suelo? ¿Cómo la adversidad, la contradicción, las mudanzas diferentes
y los golpes de la fortuna le podrán hacer mella al que a todos sus
bienes los tiene seguros y en sí?
Ni el bien le azozobra, ni el mal le amedrenta, ni el alegría lo en-
gríe, ni el temor le encoge, ni las promesas lo llevan, ni las amenazas
le desquician, ni es tal que lo próspero o lo adverso le mude. Si se
pierde la hacienda, alégrase, como libre de una carga pesada. Si le
faltan los amigos, tiene a Dios en su alma, con quien de continuo se
abraza. Si el odio o si la envidia arma los corazones ajenos contra él,
como sabe que no le pueden quitar su bien, no los teme ; en las mu-
danzas está quedo y entre los espantos seguro, y cuando todo a la re-
donda de él se arruine, él permanece más firme, y como dijo aquel grande
elocuente, «luce en las tinieblas, y empellido de su lugar, no se mueve».
A la verdad, los que sin esta paz viven, por más bien afortunados
que vivan, no comen lo apurado del pan. Salvados son sus manjares;
el desecho del bien es aquello por quien andan golosos ; su gusto y su
mantenimiento es lo grosero, y lo moreno, y lo feo, y sin duda las es-
corias de lo que es substancia y verdad; y aun eso mismo, tal cual es
y en la manera que es, no se les da con hartura. El pacífico sólo es
el que come con abundancia y el que come lo apurado del bien ; para
él nace el día bueno, y el sol claro ; él es el que solamente le ve. En
la vida, en la muerte, en lo adverso, en lo próspero, en todo halla su
gusto, y el manjar de los ángeles es su perpetuo manjar, y goza del
alegre y sin miedo que nadie le robe. Y, sin enemigo que le pueda
ser enemigo, vive en dulcísima y abundosísima paz. ¡ Divino bien y ex-
celente merced hecha a los hombres solamente por Cristo !
Por lo cual, tornando a lo primero del salmo (cxxvi, 4), le de-
bemos celebrar con continuos y soberanos loores, porque él salió a
2o6 ANTOLOGÍA.
nuestra causa perdida, y tomó sobre sí nuestra guerra, y puso nuestra)
desconcierto en su orden, y nos amistó con el cielo, y encarceló a
nuestro enemigo, el demonio, y nos libertó de la codicia y del miedo,
y nos aquietó y pacificó cuanto hay de enemigo y de adverso en la
tierra; y el gozo y el reposo, y el deleite de su divina y riquísima paz
el nos le dio ; el cual es la fuente y el manantial de donde nace, y su
autor único; por donde con justísima razón es llamado su príncipe.
(Lib. II, § 3.)
SANTA TERESA.
Acaecióme con algún confesor, que siempre (|uiero mucho a los
que gobiernan mi alma : como los tomo en lugar de Dios tan de ver-
dad, paréceme que es siempre donde mi voluntad más se emplea; v
como yo andaba con seguridad, mostrábales gracia; ellos, como tenn
rosos y siervos de Dios, temíanse no me asiese en alguna manera \
me atase a (juererlos, aunque santamente, y mostrábanme desgracia. Esto
era después que yo estaba tan sujeta a obedecerlos ; que antes no los co-
braba ese amor. Yo me reía entre mí de ver cuan engañados estaban ;
aunque no todas veces trataba tan claro lo poco que me ataba a nadie,
como lo tenía en mí, mas asegurábalos ; y tratándome más, conocían lo
que debía al Señor; que estas sospechas que traían de mí, siempre eran
a los principios. Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este
Señor en viéndole, como con quien tenía conversación tan contina.
Vía que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las
flaquezas de los hombres; que entiende nuestra miserable compostura
sujeta a muchas caídas, por el primer pecado, que él había venido a
reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor, porque entiendo
no es como los que acá tenemos por señores, que todo el señorío ponen en
autoridades postizas, ha de haber hora de hablar, y señaladas personas
que les hable: si es algún pobrecito que tiene algún negocio, más
rodeos y favores y trabajos le ha de costar tratarlo. ¡ Oh, que si es con
el rey! Aquí no hay tocar gente pobre y no caballerosa, sino pre
guntar quién son los más privados; y a buen seguro que no sean per-
sonas que tengan al mundo debajo de los pies, porque éstos hablan
verdades, que no temen ni deben; no son para palacio, que allí no
se deben usar, sino callar lo que mal les parece, que aun pensarlo no
deben osar, por no ser desfavorecidos.
i Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes ! ¡ Cómo no c>
vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin ! ¡ Cómo no son
menester terceros para vos! Con mirar vuestra persona, se ve luego
que sois solo el qué merecéis que os llamen Señor. Según la majestad
mostráis, no es menester gente de acompañamiento ni de guarda, para
que conozran que sois rey ; porque acá un rey solo, mal se conocerá
por sí : aunque él más quiera ser conocido por rey, no le creerán, que
SANTA TERESA. SAAVEDRA Y FAJARDO. 207
no tiene más que los otros ; es menester que se vea por qué lo creer.
Y ansí es razón tenga estas autoridades postizas; porque si no las tu-
viese, no le temían en nada, porque no sale de sí el parecer poderoso:
de otros le ha de venir la autoridad. ¡ Oh, Señor mío ! i Oh Rey mío !
¿Quién supiera ahora representar la majestad que tenéis? Es imposible
dejar de ver que sois grande emperador en vos mesmo, que espanta
mirar esta majestad: más, más espanta. Señor mío, mirar con ella
vuestra humildad y el amor que mostráis a una como yo.
(Vida, cap. xxxvii.)
SAAVEDRA Y FAJARDO.
IDEA DE UN PRÍNCIPE POLÍTICO CRISTIANO.
CONTRA LA AP^EMINACIÓN.
Con la asistencia de una mano delicada, solícita en los regalos del
riego y en los reparos de las ofensas del sol y del viento, crece la
rosa, y suelto el nudo del botón, extiende por el aire la pompa de sus
hojas. Hermosa flor, reina de las demás, pero solamente lisonja de los
ojos, y tan achacosa que peligra en su delicadez. El mismo sol que la
vio nacer, la ve morir, sin más fruto que la ostentación de su belleza,
dejando burlada la fatiga de muchos meses y aun lastimada tal vez la
misma mano que la crió; porque tan lasciva cultura no podía dejar de
producir espinas.
No sucede así al coral, nacido entre los trabajos, que tales son las
aguas, y combatido de las olas y tempestades, porque en ellas hace
más robusta su hermosura; la cual, endurecida después con el viento,
queda a prueba de los elementos para ilustres y preciosos usos del
hombre.
Tales efectos contrarios entre sí nacen del nacimiento y creci-
miento deste árbol y de ac^uella ñor, por lo mórbido o duro en que
se criaron ; y tales se ven en la educación de los príncipes, los cuales,
si se crían entre los armiños y las delicias, que ni los visite el sol ni
el viento, ni sienten otra aura que la de los perfumes, salen achacosos
e inútiles para el gobierno; como, al contrario, robusto y hábil quien
se entrega a las fatigas y trabajos.
Con éstos se alarga la vida : con los deleites se abrevia. A un vaso
de vidrio formado a soplos, un soplo lo rompe: el de oro, hecho a
martillo, resiste al martillo. Quien ociosamente ha de pasear sobre el
mundo, poco importa que sea delicado ; el que le ha de sustentar sobre
sus hombros, conviene que los críe robustos. No ha menester la repú-
blica a un príncipe entre viriles, sino entre el polvo y las armas. Por
castigo da Dios a los vasallos un rey afeminado. (Empresa 3.)
CONTRA LA ADULACIÓN.
i Qué prevenidos están los príncipes contra los enemigos externos í
. i Qué desarmados contra los domésticos ! Entre las cuchillas de la guarda
20S ANTOLOGÍA.
les acompañan, y no reparan en ellos. Éstos son los aduladores y lison-
jeros, no menos peligrosos sus halagos que las armas de los enemigos.
A más príncipes ha destruido la lisonja que la fuerza. 1 Qué púrpura
real no roe esta polilla ! ¡ Qué cetro no barrena esta carcoma ! En el
más levantado cedro se introduce, y poco a poco le taladra el corazón,
y da con él en tierra. Daño es que se descubre con la misma ruina;
primero se ve su efecto que su causa : disimulado gusano que habita Ú
en los artesones dorados de los palacios. (Empresa 48.)
SEMBLANZA DE FERNANDO EL CATÓLICO.
T-as niñeces deste gran rey fueron adultas y varoniles. Lo que
en él no pudo perfeccionar el arte y el estudio, perfeccionó la ex-
periencia, empleada su juventud en los ejercicios militares. Su ociosidad !
era negocio, y su divertimiento, atención. Fué señor de sus afectos, go-
bernándose más por dictámenes políticos que por inclinaciones natu-
rales. Reconoció de Dios su grandeza y su gloria de las acciones pro
pias, no de las heredadas. Tuvo el reinar más por oficio que j)oi
sucesión. Sosegó su corona con la celeridad y la presencia. Levantó la
monarquía con el valor y la prudencia; la afirmó con la religión y la
justicia; la conservó con el amor y el respeto; la adornó con las artes;
la enriqueció con la cultura y el comercio ; y la dejó perpetua con fun-
damentos e institutos verdaderamente políticos. Fué tan rey de su pa-
lacio como de sus reinos, y tan ecónomo en él como en ellos. Mezcló
la liberalidad con la parsimonia, la benignidad con el respeto, la mo-
destia con la gravedad, y la clemencia con la justicia. Amenazó con el
castigo de pocos a muchos, y con el premio de algunos cebó las espe-
ranzas de todos. Perdonó las ofensas hechas a la persona, pero no a la
dignidad real. Vengó como ])ropias las injurias de sus vasallos, siendo
padre dellos. Antes aventuró el estado que el decoro. Ni le en-
soberbeció la fortuna próspera, ni le humilló la adversa. En aquélla
se prevenía para ésta, y en ésta se industriaba para volver a aquélla.
Sirvióse del tiempo , no el tiempo del. Obedeció a la necesidad
y se valió della, reduciéndola a su conveniencia. Se hizo amar
y temer. Fué fácil en las audiencias. Oía para saber y preguntaba
para ser informado. No se fiaba de sus enemigos y se recataba
de sus amigos. Su amistad era conveniencia; su parentesco razón
de estado; su confianza cuidadosa; su difidencia advertida; su cau-
tela conocimiento; su recelo circunspección; su malicia defensa; y su
disimulación reparo. No engañaba; pero se engañaban otros en lo equí-
voco de sus palabras y tratados; haciéndolos de suerte (cuando con-
venía vencer la malicia con la advertencia) que pudiese desempe-
ñarse sin faltar a la fe pública. Ni a su majestad se atrevió la mentira,
ni a su conocimiento ])ropio la linsonja. Se valió, sin valimiento, de sus
ministros. Dellos se dejaba aconsejar, pero no gobernar. Lo que pudo
obrar por sí, no fiaba de otros. Consultaba despacio y ejecutaba de
SAAVEDRA Y FAJARDO. QUEVEDO. 209
prisa. En sus resoluciones antes se veían los efectos que las causas.
Encubría a sus embajadores sus designios, cuando quería que, enga-
ñados, persuadiesen mejor lo contrario. Supo gobernar a medias con
la reina y obedecer a su yerno. Impuso tributos para la necesidad, no
para la codicia o el lujo. Lo que quitó a las iglesias obligado de la
necesidad, restituyó cuando se vio sin ella. Respetó la jurisdicción
eclesiástica y conservó la real. No tuvo corte fija, girando como el sol
por los orbes de sus reinos. Trató la paz con la templanza y entereza, y
la guerra con la fuerza y la astucia. Ni afectó ésta, ni rehusó aquélla.
Lo que ocupó el pie, mantuvo el brazo y el ingenio, quedando más
poderoso con los despojos. Tanto obraban sus negociaciones como sus
armas. Lo que pudo vencer con el arte, no remitió a la espada.
Ponía en ésta la ostentación de su grandeza, y su gala en lo feroz de
los escuadrones. En las guerras dentro de su reino se halló siempre pre-
sente. Obraba lo mismo que ordenaba. Se confederaba para quedar ar-
bitro, no sujeto. Ni victorioso se ensoberbeció, ni desesperó vencido.
Firmó las paces debajo del escudo. Vivió para todos y murió para sí,
quedando presente en la memoria de los hombres, para ejemplo de los
príncipes, y eterno en el deseo de sus reinos. (Empresa loi.)
QUEVEDO.
DE LOS «SUEÑOS».
EXPECTACIÓN DEL JUICIO.
El trono era obra donde trabajaron la omnipotencia y el milagro.
Júpiter estaba vestido de sí mismo, hermoso para los unos y enojado
para los otros ; el sol y las estrellas colgando de su boca ; el viento tu-
llido y mudo; el agua recostada en sus orillas, suspensa la tierra, te-
merosa en sus hijos los hombres. Algunos amenazaban al que les en-
señó, con su mal ejemplo, peores costumbres. Todos, en general,
pensativos : los piadosos , en qué gracias le darían, cómo rogarían por
sí; y los malos en dar disculpas. (Sueño de las calaveras.)
EL AVARO DISCULPÁNDOSE.
Llegó un avariento a la puerta y fué preguntado qué quería, dicién-
dole que los preceptos guardaban aquella puerta de quien no los había
guardado ; y él dijo que, en cosas de guardar, era imposible que hu-
biese pecado. Leyó el primero: «Amar a Dios sobre todas las cosas^> —
y dijo que él solo aguardaba a tenerlas todas, para amar a Dios sobre
ellas. «No jurar» — dijo que, aun jurando falsamente, siempre había
sido por muy grande interés; y que así no había sido en vano. «Guar-
dar las fiestas» — éstas y aun los días de trabajo, guardaba y escondía.
«Honrar padre y madre>^ — siempre les quité el sombrero. < No ma-
tar» — por guardar esto, no comía, por ser matar la hambre comer.
«T^e mujeres» — en cosas que cuestan dineros, ya está dicho. < No
JÜNEMANN, Lit. y Ant. esp. 1 4
antología.
levantar falso testimonio \ «Acjin», dijo un verdugo, «es el negocio,
avariento : que, si confiesas haberle levantado, te condenas, y si no, de
lante del juez te le levantarás a ti mismo.» Enfadóse el avariento y
dijo: «Si no he de entrar, no gastemos tiempo» — que hasta aíiuelio
rehusó de gastar. Convencióse con su vida, y fué llevado adonde
merecía. Entraron en esto muchos ladrones, y salváronse dellos algimos
ahorcados. V fué de manera el ánimo que tomaron los escribanos que
estaban delante de Mahoma, I .útero y Judas — viendo salvar ladrones —
que entraron de golpe a ser sentenciados ; de que les tomó a los ver-
dugos muy gran risa. Los procuradores comenzaron a esforzarse y ;i
llamar abogados. . . .
Elstaba engordando la mentira a i)uros enredos; y vi a Judas
y a Mahoma y a Lutero recatar desta vecindad : el uno la bolsa
y el otro el zancarrón. Lutero decía: «Lo mismo hago yo escri-
biendo.» . . .
En esto que era todo acabado, quedaron descubiertos Judas, Ma-
homa y Martín Lutero ; y preguntando un ministro cuál de los tres era
Judas; Lutero y Mahoma dijeron cada uno que él; y corrióse Judas
tanto que dijo en altas voces: «Señor, yo soy Judas, y bien conocéis
vos que soy mucho mejor ([ue éstos, porque si os vendí, remedié al
mundo, y éstos, vendiéndose a sí y a vos, lo han destruido todo.»
(Ibid.)
EL ALGUACIL-DIABLO.
Se ha de advertir que los diablos en los alguaciles estamos por fuerza
y de mala gana. Por lo cual, si queréis acertarme, debéis llamarme a
mí demonio enalguaciiado, y no a éste alguacil endemoniado ; y avenísos
mejor los hombres con nosotros que con ellos ; si bien nuestra cárcel es
peor, nuestro agarro perdurable. Verdugos y alguaciles malos parece
que tenemos un mismo oficio ; pues, bien mirado, nosotros procuramos
condenar, y los alguaciles también ; nosotros, que haya vicios y pecados
en el mundo, y los alguaciles lo desean y procuran al parecer con más
ahinco, porque ellos lo han menester para su sustento y nosotros para
nuestra compañía. Y es mucho más de culpar este oficio en los algua-
ciles que en nosotros, pues ellos hacen mal a hombres como ellos y a
los de su género, y nosotros no. Fuera desto, los demonios lo fuimos
jjor querer ser como Dios, y los alguaciles son alguaciles por querer ser
menos que todos. Persuádete que alguaciles y nosotros somos de una
profesión; sino que ellos son diablos con varilla, como cohetes, y nos-
otros alguaciles sin vara, que hacemos áspera vida en el infierno. -
Admiráronme las sutilezas del diablo; enojóse Calabrés, revolvió sus
conjuros, quísole enmudecer, y no pudo, y al echarle agua bendita, co- ,
menzó a huir y a dar voces diciendo: «Clérigo, cata que no hace estos j
sentimientos el alguacil por la parte de bendita, sino por ser agua: no |
hay cosa que tanto aborrezca.» (El alguacil alguacilado.)
QUEVEDO. 211
LA JUSTICIA DESTERRADA.
«¿I>uego algunos jueces hay allá?»
«¡Pues no!» dijo el espíritu. «I.os jueces son nuestros faisanes,
nuestros platos regalados y la simiente que más provecho y fruto nos
da a los diablos; porque de cada juez que sembramos, cogemos seis
procuradores, dos relatores, cuatro escribanos, cinco letrados y cinco
mil negociantes, y esto cada día. De cada escribano cogemos veinte ofi-
ciales, de cada oficial treinta alguaciles, de cada alguacil diez corche-
tes; y si el año es fértil de trampas, no hay trojes en el infierno donde
recoger el fruto de un mal ministro.»
«¿También querrás decir que no hay justicia en la tierra, rebelde
a los dioses?»
«Y ¡cómo que no hay justicia! Pues ¿no has sabido lo de Astrea,
que es la justicia, cuando huyendo de la tierra se subió al cielo? Pues,
por si no lo sabes, te lo quiero contar.
«Vinieron la verdad y la justicia a la tierra. La una no halló como-
didad, por desnuda, ni la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo
así, hasta que la verdad, de puro necesitada, asentó con un mudo.
«La justicia, desacomodada, anduvo por la tierra, rogando a todos,
y viendo que no hacían caso della y que le usurpaban su nombre para
honrar tiranías, determinó volverse huyendo al cielo. Salióse de las
grandes ciudades y cortes, y fuese a las aldeas de villanos, donde por
algunos días, escondida en su pobreza, fué hospedada de la simplicidad,
hasta que envió contra ella requisitorias la malicia. Huyó entonces de
todo punto y fué de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Pregun-
taban todos quién era; y ella, que no sabe mentir, decía que la jus-
ticia. Respondíanle todos: 'Justicia, y no por mi casa: vaya por otra.'
Y así no entraba en ninguna. Subióse al cielo y apenas dejó acá pi-
sadas.» (Ibid.)
NO VAN LOS POBRES AL INFIERNO.
«Querría saber si hay en el infierno muchos pobres.» — «Qué es
pobres?» replicó. — «El hombre», dije yo, «que no tiene nada
de cuanto tiene el mundo.» — «Hablara yo para mañana», dijo el
diablo: «si lo que condena a los hombres, es lo que tienen del
mundo, y ésos no tienen nada, ¿cómo se condenan? Por acá los libros
nos tienen en blanco. Y no os espantéis, porque aun diablos les faltan
a los pobres ; y a veces más diablos sois unos para otros que nosotros
mismos. ¿Hay diablo como un adulador, como un envidioso, como
un amigo falso y como una mala compañía? Pues todos estos le faltan
al pobre; que no le adulan, ni le envidian, ni tiene amigo malo ni
bueno, ni le acompaña nadie. ¡Éstos son los ([ue verdaderamente viven
bien y mueren mejor!» ■ (Ibid.)
14*
ANTOLOGÍA.
ABORRECEN I.üS DIABLOS A LOS ALGUACILES.
«Y los alguaciles malos ¿no están en el infierno?» — «Ninguno estn
en el infierno», dijo el demonio. — «¿Cómo puede ser, si se condenan
algunos malos entre muchos buenos que hay?» — «Dígoos que no es-
tán en el infierno porque en cada alguacil malo, aun en vida, estn
todo el infierno en él.» Santigüeme y dije: «¡Brava cosa es lo mal qut
los queréis los diablos a los alguaciles!» — «¿No los habemos de
querer mal, pues, según son endiablados los malos alguaciles, tememos
que han de venir a hacer que sobremos nosotros para lo que es m;;
teria de condenar almas, y que se nos han de levantar con el oficio
de demonios y que ha de venir Lucifer a ahorrarse de diablos y despe-
dirnos a nosotros por recibirlos a ellos?» (Las zahúrdas.)
FUGACIDAD DEL TIEMPO.
¿Has examinado el valor del tiempo? Cierto es que no, pues así
alegre le dejas pasar hurtado de la hora, que fugitiva y secreta te lleva
preciosísimo robo. ¿ Quién te ha dicho que lo que ya fué, volverá,
cuando lo hayas menester, si lo llamares? Dime: ¿has visto algunas
pisadas de los días? No por cierto; que ellos sólo vuelven la cabeza a
reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte
y ellos están eslabonados y en una cadena; y que, cuando más caminan
los días que van delante de ti, tiran hacia ti y te acercan a la muerte;
que quizá la aguardas y es ya llegada, y, según vives, antes será pa-
sada que creída. Por necio tengo al que toda la vida se muere de
miedo que se ha de morir; y por malo al que vive tan sin miedo della
como si no la hubiese; que éste la viene a temer, cuando la padece,
y, embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a
su fin. Cuerdo es solo el que vive cada día como quien cada día y
cada hora puede morir. (Mundo por de dentro.)
VENECIA MALVADA.
«Dime: ¿hay todavía Venecia en el mundo?» — «Sí, la hay», dije
yo; «no hay otra cosa sino Venecia y venecianos.» — «¡Oh! doila al
diablo», dijo el nigromántico, «por vengarme del mismo diablo ; que no
sé que pueda darla a nadie sino por hacerle mal. Es república ésa que,
mientras que no tuviere conciencia, durará ; porque si restituye lo ajeno,
no le queda nada. ¡Linda gente! la ciudad fundada en el agua, el te-
soro y la libertad en el aire, la honestidad en el fuego; y al fin es
gente de quien huyó la tierra, y son narices de las naciones y el al-
banal de las monarquías por donde purgan las inmundicias de la paz
y de la guerra. El turco los permite por hacer mal a los cristianos;
los cristianos por hacer mal a los turcos ; y ellos, por poder hacer mal
a unos y otros, no son moros ni cristianos. Y así dijo uno dellos mis-
'JUEVEDO. 213
mos en una ocasión de guerra, para animar a los suyos contra los cris-
tianos: Ea, que antes fuisteis venecianos que cristianos.»
(Visita de los chistes.)
EL MANICOMIO. DIVERSOS TIPOS DE EROTÓMANOS.
Vi en medio del prado un maravilloso edificio, con una gran por-
tada de fábrica dórica y de excelente artífice labrada. En los pedes-
tales, en las basas, colunas, cornisas, capiteles, arquitrabes, frisos y
demás partes de que se componía la fachada, estaban mil triunfos de
amor imaginados, de medio relieve, ([ue juntamente con muy graciosos
bnitescos hacían historia y ornato, y representaban misterio.
Debajo del chapitel, en una bizarra tarjeta, se veían con letras de
oro tallados estos versos:
Casa de locos de amor,
do al que más sabe de amar,
se le da mejor lugar.
La variedad de piedras y diversidad de colores de que se componía,
la hacían vistosa mucho. Era bien capaz y estaban sus puertas abiertas
siempre a todos los que por ellas querían entrar, que eran infinitos.
Hacía oficio de portero una mujer de rara hermosura. Su rostro era
celestial y hechizo de los hombres; su talle airoso, y su cuerpo bien
proporcionado, adornado de ricas y costosísimas telas y joyas. Tal, al
fin, era toda, que convidaba a amar, y decía su nombre, que era Belleza.
A ninguno negaba el paso, ni la pedía ninguno más licencia que mi-
rarla.
Yo, que no era ciego, aficionado de tan peregrino palacio, con
esta licencia, me entré también al primer patio, donde hallé infinidad
de gente, y a todos tan trocados de lo que antes fueron — y a mí
con ellos — que apenas unos a otros se conocían : los trajes mudados,
los rostros melancólicos, penados, pensativos y amarillos.
Allí no se guardaba fe a los amigos, lealtad a los señores ni res-
peto a los parientes. Las primas se hacían terceras y éstas primas; las
criadas señoras, y los señores, criados. . . .
Esto estaba yo contemplando, cuando por medio de todos atravesó
un hombre de extraña forma, lleno de ojos y oídos y al parecer as-
tuto. Porque no me ganara por la mano, le quise preguntar primero
yo quién era y qué hacía allí. A ambas cosas me respondió así: «Mi
nombre es Celos, y muy bien me conocéis vos, porque, a no ser así,
no estuviérades en este patio. Yo, aunque soy grande parte de acre-
centar el número de los enfermos y furiosos que aquí hay, soy loquero y
sirvo de castigarlos, no de curarlos; que antes suelo acrecentarles el
mal. Si queréis saber más de las cosas desta casa, no me lo preguntéis
a mí, que, por milagro, digo verdad; porque dejo de ser quien soy,
en diciéndola. Soy gran invencionero y contaros he.mil mentiras.. . .
214 antología.
No estaban los locos en cuartos diferentes, porque las acciones
de cada uno decían, a quien atentamente los mirase, su inclina-
ción, su tema y su locura. ] Cuántos vi muy galanes y sin camisa '.
i Cuántos con caballos para pasear y sin un cuarto para comer '.
i Cuántos que no tenían pan, y los tentaba la carne 1 Uno iba a un
discreto a que le notase los papeles, y otro le notaba que era un gran
majadero. Otro quería enamorar por lindo, muy preciado de tufos y
guedejas, manos blancas y pies chicos, siendo un lucifer en la cara \
un escuerzo en el talle, sin saber que siempre quieren ellas ser las lind.i
de casa. Otro, por lo valiente — gran personaje del trago y de la taba-
quera — ; no considerando que las más son medrosas. Unos vi que
salían de noche a no más que a salir de noche, y otros que se ena-
moraban porque veían a otros enamorados. Éste iba a todas las fiestas
a enamorarse, haciéndolas días de trabajo, y aquél andaba de casa en
casa, como pieza de ajedrez, sin poder coger nunca la dama. Unos de-
cían más que sentían, y otros sentían y no decían palabra. A estos
locos mudos tuve gran lástima y les aconsejara yo que se enamoraran
de unos adivinos; mas, como los locos nunca oyen, no les dije nada.
Los desvanecidos se enamoraban de personas tan altas que nunca las
alcanzaban. Destos hay muchos en palacio, galanes obligados a ena-
morar las mejores damas, sin más caudal que sus cuerpos gentiles y
cual o cual faltilla personal que se les ve a tiro de arcabuz. Los des-
confiados — gente de juicio y seso y por la mayor parte necesitados
— se pagaban de mujeres tan bajas que los dejaban alcanzados.
(Casa de locos de amor.)
Romances.
DICHA DE ADÁN.
Padre Adán, no lloréis duelos, Un higo sólo os vedaron,
Dejad, buen viejo, el llorar, sea manzana, si gustáis;
pues que fuisteis en la tierra que yo, para comer una,
el más dichoso mortal. Dios me lo había de mandar.
De la variedad del mundo Tuvistes mujer sin madre :
entrastes vos a gozar, ¡Grande suerte y de envidiar'
sin sastres ni mercaderes, Gozastes mundo sin viejas,
plaga que trajo otra edad. ni suegrecita inmortal.
Para daros compañía Si os quejáis de la serpiente,
quiso el Señor aguardar que os hizo a entrambos mascar,
hasta que llegó la hora ¡ cuánto es mejor la culebra
que sentistes soledad. que la suegra, preguntad !
Costóos la mujer que os dieron La culebra, por lo menos,
una costilla, y acá os da a los dos que comáis;
todos los huesos nos cuestan, si suegra fuera, os comiera
aunque ellas nos ponen más. a los dos, y más y más.
Dormistes, y una mujer Si Eva tuviera madre,
hallastes al despertar ; como tuvo a Satanás,
y hoy, '»n durmiendo un marido, comiérase el paraíso,
halla a su lado otro Adán. no de un pero la mitad.
QUEVEDO.
215
Las culebras mucho saben ;
mas una suegra infernal
más sabe que las culebras :
así lo dice el refrán.
Llegaos a que aconsejara
suegra de este temporal
comer un bocado solo,
aunque fuera rejalgar.
Consejo fué del demonio
que anda en ayunas lo más ;
que las suegras, de un almuerzo
la tierra engullen y el mar.
¡ Señor Adán I menos ([uejas
y dejad el lamentar ;
sabe estimar la culebra
y no la tratéis tan mal.
V si gustáis de trocarla
a suegras, de este lugar,
ved lo que queréis encima ;
que mil os la tomarán. —
Esto dijo un ensuegrado
llevándole a conjurar,
para salir de la suegra,
un cura y un sacristán.
EL CARACOL.
Riéndose está el ratón
en el umbral de su cueva,
del caracol ganapán,
que va con su casa a cuestas.
Y viendo cómo arrastrando,
por su corcova la lleva,
muy camello de poquito,
le dijo de esta manera :
«Dime, cornudo, vecino
de un cuerno, en que te hospedas,
i qué callo de pie trazó
una alcoba tan estrecha r
Tú vives emparedado
sin castigo o penitencia,
y hecho chirrión de tu casa,
la mudas y la trasiegas.
Vestirse de un edificio
invención de sastre es nueva :
tú, albañil enjerto en sastre,
te vistes y te aposentas.
El vivir un lobanillo,
es de podre y de materia ;
y nunca salir de casa,
de persona muy enferma.
Verruga andante pareces
que ha producido la tierra,
muy preciado de que solo
tu todo un palacio llevas.
Si le viniese algún huésped,
i qué aposento le aparejas,
tú, que en la mano de un gato,
por no admitirle, te encierras?
Yo te llevaré a la corte ',
en donde no te defienda
de tercera parte o huésped
tu casilla tan estrecha.
i No te fuera más descanso
andarte por estas selvas
y en estos agujerillos
tener tu cama y tu mesa r
Riéndose están de ti
los lagartos en las peñas,
los pájaros en los nidos,
las ranas en las acequias.
Si esa casa es tu mortaja,
i de buena cosa te precias,
pues vives en ataúd,
donde es forzoso que mueras 1
De una fábrica presumes
que Vitruvio no la entienda ;
y si vale un caracol ''j
en dos ninguno la precia.
Y citar puedo a Vitruvio,
porque soy ratón de letras,
que en casa de un arquitecto
comí a Vignola una nesga.
Sacar los cuernos al sol
ningún marido lo aprueba,
aunque de ellos coma, y tú
muy en ayunas los muestra?.
Dirás que me caza el gato
con todas estas arengas ;
y ¿a ti no te echan la uña
los viernes y las cuaresmas •
¿No te guisan y te comen
entre abadejo y lentejas ?
¿Y hay, después de estar guisado.
alfiler que no te prenda ? '
Pero de matraca baste,
que yo espero gran respuesta ;
y aunque soy más cortesano,
ine he de correr más apriesa.-
1 Madrid. Ofrecieron los propietarios madrileños sus casas a ciertos empleados
de palacio a fin de conseguir se trasladase la corte a su ciudad.
^ = comino. ^ Para sacarlos de la concha..
2i6 antología.
HURTADO DE MENDOZA.
DEL «LAZARILLO DE TORMES .
TRATADO V.
Cómo Lázaro se asentó con un biildero, y de las cosas que con él pasó.
En el quinto por mi ventura di, que fué un buldero el más desen-
vuelto y desvergonzado, y el mayor echador dellas que jamás yo vi, ni
ver espero, ni pienso nadie vio; i)orque tenía y buscaba modos y
maneras y muy sutiles invenciones. En entrando en los lugares do
habían de presentar la bulla , primero presentaba a los clérigos o
curas algunas cosillas, no tampoco de mucho valor ni substancia:
una lechuga murciana si era por el tiempo, un par de limas o na-
ranjas, un melocotón, un par de duraznos, cada sendas peras ver-
dinales. Así procuraba tenerlos propicios, porque favoreciesen su negocio
y llamasen sus feligreses a tomar la bulla ; ofreciéndosele a él las gracias,
informábase de la suficiencia dellos; si decían que entendían, no hablaba
palabra en latín por no dar tropezón, mas aprovechábase de un gentil
y bien cortado romance y desenvoltísima lengua. Y si sabía que los
dichos clérigos eran de los reverendos, hacíase entre ellos un santo
Tomás, y hablaba dos horas en latín, a lo menos que lo parecía auní^ue
no lo era. Cuando por bien no le tomaban las bullas, buscaba cómo
por mal se las tomasen, y para aquello hacía molestias al pueblo. Y
otras veces con mañosos artificios, y porque todos los que le veía hacer
sería largo de contar, diré uno muy sutil y donoso, con el cual probaré
bien su suficiencia.
En un lugar de la Sagra de Toledo había predicado dos o tres días
haciendo sus acostumbradas diligencias, y no le habían tomado bulla,
ni a mi ver tenían intención de se la tomar. Estaba dado al diablo con
aquello, y pensando (¡ué hacer, se acordó de convidar al pueblo para
otro día de mañana despedir la bulla. Y esa noche, después de cenar,
pusiéronse a jugar la colación él y el alguacil, y sobre el juego vinieron
a reñir y a haber malas palabras. Él llamó al alguacil ladrón, y el otro
a él falsario; sobre esto el señor comisario, mi señor, tomó un lanzón,
que en el portal do jugaban estaba. El alguacil puso mano a su espada
que en la cinta tenía: al ruido y voces que todos dimos, acuden los
huéspedes y vecinos, y métense en medio, y ellos muy enojados procu-
rándose desembarazar de los que en medio estaban, para se matar ; mas
como la gente al gran ruido cargase, y la casa estuviese llena della,
viendo que no podían afrentarse con las armas, decíanse palabras in-
juriosas, entre las cuales el alguacil dijo a mi amo que era falsario, y
las bullas que predicaba eran falsas; finalmente, que los del pueblo,
viendo que no bastaban ponellos en paz, acordaron de llevar al alguacil
de la posada a otra parte. Y así quedó mi amo muy enojado, y después
HURTADO DE MENDOZA.
217
que los huéspedes y vecinos le hubieron rogado (jue perdiese el enojo
y se fuese a dormir, así nos echamos todos.
La mañana venida, mi amo se fué a la iglesia, y mandó tañer a misa
y al sermón para despedir la bulla. Y el pueblo se juntó, el cual andaba
murmurando de las bullas diciendo, como eran falsas, y que el mismo
alguacil riñendo lo había descubierto. De manera que atrás que tenían
mala gana de tomalla, con aquello del todo la aborrecieron. El señor
comisario se subió al pulpito y comienza su sermón, y a animar la
gente a que no quedasen sin tanto bien y indulgencia como la santa
bulla traía. Estando en lo mejor del sermón, entra por la puerta de la
iglesia el alguacil, y desque hizo oración, levantóse, y con voz alta y
pausada cuerdamente comenzó a decir: «Buenos hombres, oidme una
palabra, que después oiréis a quien quisierdes. Yo vine aquí con este
echacuervo que os predica, el cual me engañó, y dijo que le favore-
ciese en este negocio, y que partiríamos la ganancia, y agora visto el
daño que haría a mi conciencia y a vuestras haciendas, arrepentido de
lo hecho, os declaro claramente que las bullas que predica son falsas,
y que no le creáis ni las toméis, y que yo directe ni indirecte no soy
parte en ellas, y que desde agora dejo la vara y doy con ella en el
suelo; y si en algún tiempo éste fuese castigado por la falsedad, que
vosotros me seáis testigos, como yo no soy con él, ni le doy a ello
ayuda, antes os desengaño y declaro su maldad.» Y acabó su razo-
namiento. Algunos hombres honrados que allí estaban se quisieron le-
vantar y echar al alguacil fuera de la iglesia por evitar escándalo ; mas
mi amo fué a la mano y mandó a todos que so pena de excomunión
no le estorbasen, mas que le dejasen decir todo lo que quisiese: y así
él también tuvo silencio mientras el alguacil dijo todo lo que he dicho.
Como calló, mi amo le preguntó que si quería decir más que lo dijese.
El alguacil dijo: «Harto más hay que decir de vos y de vuestra falsedad;
mas por agora basta.» El señor comisario se hincó de rodillas en el pul-
pito, y puestas las manos, y mirando al cielo, dijo así: «Señor Dios, a
quien ninguna cosa es escondida, antes todas manifiestas, y a quien
nada es imposible, antes todo posible, tú sabes la verdad, y cuan in-
justamente yo soy afrentado ; en lo que mí toca, yo le perdono, porque
tú. Señor, me perdones; no mires aquel que no sabe lo que hace ni
dice ; mas la injuria a ti hecha, te suplico, y por justicia te pido, no
disimules, porque alguno que está aquí, que tal vez pensó tomar aquesta
santa bulla, dando crédito a las falsas palabras de aquel hombre lo dejará
de hacer ; y pues es tanto perjuicio del prójimo, te suplico yo. Señor, no
lo disimules, mas luego muestra aquí milagro, y sea desta manera: que si
es verdad lo que aquél dice, y que yo traigo maldad y falsedad, este pul-
pito se hunda conmigo, y meta siete estados debajo de tierra, do él ni yo
jamás parezcamos. Y si es verdad lo que yo digo, y aquél, persuadido del
demonio (por quitar y privar a los que están presentes de tan gran bien),,
dice maldad, también sea castigado, y de todos conocida su malicia.»
2lS ANTOLOGÍA.
Apenas había acabado su oración el devoto señor mío, cuando el
negro alguacil cae de su estado, y da tan gran golpe en el suelo, que |
la iglesia toda hizo resonar, }■ comenzó a bramar y echar espumajos i
por la boca, y torcella y hacer visajes con el gesto, dando de pie y '
de mano, revolviéndose por aquel suelo a una parte y a otra. Fl
estruendo y voces de la gente era tan grande, que no se oían unos a
otros; algunos estaban espantados y temerosos; unos decían: El Señor
le socorra y valga; otros: Bien se le emplea, pues levantaba tan falso
testimonio. Finalmente, algunos que allí estaban, y a mi ])arecer no sin ■
harto temor, se llegaron y trabaron de los brazos, con los cuales daba 1
fuertes puñadas a los que cerca del estaban ; otros le tiraban por las j
piernas, y tuvieron reciamente, porque no había muía falsa en el mundo \
que tan recias coces tirase. Y así le tuvieron un gran rato, porque más ,
de quince hombres estaban sobre él, y a todos daba las manos llenas, ,
y si se descuidaban, en los hocicos. A todo esto el señor mi amo |
estaba en el pulpito de rodillas, las manos y los ojos puestos en el
cielo, trasportado en la divina esencia, que él plantó, y ruido y voi
que en la iglesia había no eran parte para apartalle de su divina con
templación. Aquellos buenos hombres llegaron a él, y dando voces le |
despertaron y le suplicaron quisiese socorrer a aquel pobre, que estaba I
muriendo, y que no mirase a las cosas pasadas, ni a sus dichos malos, |
pues ya dellos tenía el pago ; mas si en algo podía aprovechar para j
librarle del peligro y pasión que padecía, por amor de Dios lo hiciese, I
pues ellos veían clara la culpa del culpado, y la verdad y bondad suya, |
pues a su petición y venganza el Señor no alargó el castigo. El señor '
comisario, como quien despierta de un dulce sueño, los miró, y miró al delin-
cuente y a todos los que alrededor estaban, y muy pausadamente les j
dijo: «Buenos hombres, vosotros nunca habíades de rogar por un hombre j
en quien Dios tan señaladamente se ha señalado. Mas pues él nos manda '
que no volvamos mal por mal y perdonemos las injurias, con confianza .
podremos suplicarle que cumpla lo que nos manda, y su Majestad per- !
done a éste que le ofendió poniendo en su santa fe obstáculo ; vamos |
todos a suplicalle.» Y así bajó del pulpito y encomendó aquí muy devota-
mente supHcasen a nuestro Señor tuviese por bien perdonar a aquel
pecador, y volverle en su salud y sano juicio, y lanzar del el demonio,
si su Majestad había permitido que por su pecado en él entrase.
Todos se hincaron de rodillas, y delante del altar con los clérigos
comenzaban a cantar con voz baja una letanía, y viniendo él con la
cruz y agua bendita, después de haber sobre él cantado, el señor mi
amo, puestas las manos al cielo, y los ojos que casi nada se le parecía
sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que de-
vota, con la cual hizo llorar a toda la gente, como suelen hacer en los
sermones de pasión de predicador y auditorio devoto, suplicando a nuestro
Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepen
timiento, que aquel encaminado por el demonio y persuadido de la
HURTADO DE MENDOZA. VICENTE ESPINEL
219
muerte y pecado, le quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se
arrepintiese y confesase sus pecados; y esto hecho mandó traer la bulla,
y púsosela en la cabeza, y luego el pecador del alguacil comenzó poco
a poco a estar mejor y a tornar en sí, y desque fué bien vuelto en su
acuerdo, echóse a los pies del señor comisario, y demandándole perdón,
confesó haber dicho aquello por la boca y mandamiento del demonio,
lo uno por hacer a él daño y vengarse del enojo, lo otro y más prin-
cipal, porque el demonio recibía mucha pena del bien que allí se hiciera
en tomar la bulla. El señor mi amo le perdonó, y fueron hechas las
amistades entre ellos, y a tomar la bulla hubo tanta priesa, que casi
ánima viviente en el lugar no ([uedó sin ella, marido y mujer, y hijos,
y hijas, mozos y mozas. Divulgóse la nueva de lo acaecido por los lu-
gares comarcanos, y cuando a ellos llegábamos no era menester sermón
ni ir a la iglesia, que a la posada la venían a tomar como si fueran
peras que se dieran de balde. De manera que en diez o doce lugares
de aquellos alrededores donde fuimos, echó el señor mi amo otras
tantas mil bullas sin predicar sermón.
Cuando se hizo el ensayo, confieso mi pecado, que también fui
dello espantado, y creí que así era, como otros muchos. Mas con ver
después la risa y burla que mi amo y el alguacil llevaban y hacían
del negocio, conocí cómo había sido industriado por el industrioso y
inventivo de mi amo, y aunque muchacho . cayóme mucho en gracia,
y dije entre mí: «¡Cuántas déstas deben de hacer estos burladores
entre la inocente gente!» Finalmente, estuve con este mi quinto amo
cerca de cuatro meses, en los cuales pasé también hartas fatigas.
VICENTE ESPINEL.
DEL «ESCUDERO MARCOS DE OBREGÓN».
MARCOS A DOÑA MERGELINA.
Yo le decía: «Mire, señora, que, ya que no responda bien, a lo
menos tiene obligación de callar como mujer principal; que en el si-
lencio no puede haber que notar.» — «No soy yo mujer», decía ella, «a
quien nadie ha de perder el respeto.» Si alguno le decía que era muy
hermosa, ella le decía: «Y él hermoso majadero.» Díjole un día un mo-
zalbillo no de mal talle: < Así se me tornen las pulgas en la cama.>' Al
cual muy de propósito respondió: «Debe dormir en alguna zahúrda el
lechón. »
Era tan descortés y sacudida, que todos lo iban de sus respuestas,
y ella lo quedaba de mis reprensiones. A cierto clérigo de San An-
drés, pequeño de cuerpo y grande de ánimo, conocido mío, que yendo
muy pulido con una sobrepelliz muy blanca, porque le dijo que no se
I saliese de casa a hacer el oficio de la muerte, le replicó: «¿También,
habla el escarabajo hinchado ?>: Que, con aquel sacudimiento, tenía
220 antología.
mucho donaire y gusto en cualquiera materia. Yo, entre muchas veces
que \a reprendí su vanidad, me arrojé una a decirle todo lo que me
pareció, que, aunque ella estaba confiada en su buen parecer, quise ver
si podía enmendalla con el mío, y le dije: «Vuesa merced usa de su
hermosura lo peor del mundo, porque, pudiendo ser querida y loadn
de cuantos andan en él, quiere ser aborrecida de todos. Quien dii i
hermosura, dice apacibilidad, dulzura, suavidad de condición y trato, \
me/xlándola con soberbia y desapacibilidad, se viene a convertir en odio
lo que había de ser amor. Que un don tan excelente como la hermo-
sura, concedido por merced de Dios, es razón que tenga alguna corres-
pondencia con el ánimo. Que si no parece lo uno a lo otro, arguye
mal entendimiento o poco agradecimiento a la merced que Dios hiuv
a quien lo da. Hermosura con mala condición es una fuente clarísima
que tiene por guarda una víbora, y es sobrescrito y carta de recomen-
dación que, en abriéndola, tiene un demonio dentro. ¿ Hay en el mundo
quien quiera ser aborrecido? ¿Hay quien quiera ser estimado en poco?
Xo por cierto. Pues quien tiene consigo porque le amen y estimen,
i por qué quiere que le aborrezcan y menosprecien ? i Es por fuerza que
la hermosura ha de estar acompañada con vanidad, desdorada con igno-
rancia y conservada con locura? . . . ¿Qué hermosura se ha visto que
no se estrague con el tiempo? ¿Qué vanidad que no venga a dar en
mil bajíos? ¿Qué estimación propia que no padezca mil azares? Cierto
que fuera bien que, como hay para las mujeres maestros de danzar
y bailar, los hubiese también de desengaño. . . . Mire no la castigue su
presunción y demasiada estimación de su persona.»
(Relación 1, descanso 2.)
MARCOS Y DOÑA MERGELINA.
«¿No queréis que sienta ofensa hecha a un corderillo como éste, i
a una paloma sin hiél, a un mocito tan humilde y apacible que aun
quejarse no sabe de una cosa tan mal hecha ? Cierto que quisiera ser
hombre en este punto, para vengarle, y luego mujer, para regalarle y
acariciarle.»
«Señora», le dije yo, «¿(jué novedad es ésta? ¿Qué mudanza de
rigor en blandura? ¿De cuándo acá piadosa? ¿ De cuándo acá sensible?
¿De cuándo acá blanda y amorosa?»
«Desde que vos», respondió ella, «venisteis a mi casa, que trujisteis
este veneno envuelto en una guitarra-, desde que me reprendisteis mis
desdenes; desde que, viendo mi bronca y áspera condición, quise ver
si podía (juedar en un medio lícito y honesto, he venido de un ex-
tremo a otro : de áspera y desdeñosa a mansa y amorosa ; de desamo-
rada y tibia, a tierna de corazón; de sacudida y soberbia, a humilde
y apacible; de altiva y desvanecida, a rendida y sujeta.»
«i Oh pobre de mí!» dije yo, que ahora me quedaba i)or llevar
una carga tan pesada como ésta. «¿Qué culpa puedo yo tener en sus ac-
VICENTK ESPINEL. 22 1
(idcntes de vuesa merced o qué parte en sus inclinaciones? ; Hay quien
sea superior en voluntades ajenas? ¿Hay quien pueda ser profeta en
las cosas que han de suceder a los gustos y apetitos ? Pero, pues por
mí comenzó la culpa, por mí se atajará el daño, porque no venga a
>Lr mayor, con hacer que él no vuelva más a esta casa o irme yo a
otra; que, si con la ocasión creció lo que yo no pude pensar, con ata-
jarla tornarán las cosas a su principio.»
«No lo digo», dijo ella, «por tanto, padre de mi alma; que la culpa
\(> la tengo (si hay culpa en los actos de voluntad). No os enojéis por
ir.is inadvertencias, que estoy en tiempo de hacer y decir muchas. Antes
os admirad de las pocas que viéredes y oyéredes en mí. Ni hagáis lo
que habéis dicho, si queréis mi vida como queréis mi honra. Porque
e>toy en tiempo que con poca más contradicción haré algún borrón
ijue tizne mi reputación y la deje más negra que mi ventura. No estoy
para que me desamparéis ni para admitir reprensión, sino para pedir
socorro y ayuda. Bien me decíades vos que mi presunción y vanidad
habían de caer de su trono. Cuanto me podéis repetir y traer a la me-
moria, yo lo doy por dicho y lo confieso. Favorecedme, y no me desam-
¡laréis en esta ocasión, y no me matéis con decir que os iréis de esta
'■asa.»
Y con esto y otras cosas que dijo, lloró tan tiernamente, cubriendo
el rostro con un lienzo, que por poco fuera menester quien nos con-
solara a entrambos. Y si fué grande la reprensión que le di por so-
berbia, mayor fué el consuelo que le di por afligida. ISIas, animándome
en lo que era más razón, acudiendo a mi obligación, a su consuelo y
honra de su casa, le dije con la mayor demostración que pude:
«¿Es posible que en tan extraordinaria condición ha podido caber
tanta mudanza, y que por ojos tan llenos de hermosura y desdenes hayan
salido tan piadosas lágrimas, y que por mejillas tan recatadas haya co-
rrido un licor tan precioso, que siendo bastante a enternecer las en-
trañas de Dios, se haya derramado y echado a mal por un miserable
hombre ; y ya que se había de precipitar, y arrojarse, y desdecir de sí
propia, no hiciera elección de una persona de muchas partes y mereci-
mientos? Ya que se rinda quien no podía ser rendida, ¿había de ser
a una sabandija tan desventurada? Que se rinda la hermosura a la feal-
dad, la limpieza a la inmundicia y asquerosidad, no sé qué me diga
de tal elección y tan abominable gusto.»
«Oh ¡cuan engañados», dijo ella, «están los hombres en pensar que
las mujeres se enamoran por elección, ni por gentileza de cuerpo o
hermosura de rostro, ni por más o menos partes, grandeza de linaje,
soberbia de estado, abundancia de riqueza — trato de lo que verdadera-
mente es amor. Pues, para que se desengañen, sepan que en las
mujeres el amor es una voluntad continuada que de la vista crece y
con la comunicación se cría y conserva, sin hacer elección déste
ni de aquél. Y la que no se guardare desto, caerá sin duda. Desta
2 22 ANTOLOGÍA.
continuación ha nacido mi llama, y con ella se ha criado hasta ser tan
grande, que me tiene ciegos los ojos para ver otra cosa, y las orejas
cerradas para admitir reprensión, y la voluntad incapaz de recibir otro
sello. Y cuanto más lo deshacéis y aniquiláis, tanto más se enciende
la voluntad y el deseo. ¿Por ventura los barberos son de diferente
metal que los demás hombres, para que aniquiléis un oficio que tanta
merced hace a los hombres en tornallos de viejos, mozos? ¿Llamáisle I
sarnoso por unas rascadurillas que tiene en las muñecas, que parecen ¡
hojas de clavel: <No echáis de ver aquella honestidad de rostro, la
humildad de sus ojos, la gracia con que mueve aquella voz y garganta :
No me le deshagáis, ni reprendáis mi gusto, que no está para contra-
decillo, ni para rechazallo.»
«¡Ojalá», dije yo, «fuera pelota! que yo la chazara y rechazara. —
Pero, pues ha llegado a tan estrecho paso, haré con vuesa merced lo
que con mis amigos : que es, en la elección, aconsejarles lo mejor (juc
sé y en la determinación, ayudarles lo mejor que puedo.»
Díjele esto por no desconsolarla, hasta que, poco a poco, fuese perdiendo
el cariño que pudiera traer la ofensa de Dios. (Descanso 2, fin.)
MARCOS DELANTE DE MÁLAGA.
Habiendo descansado aquella noche lo que parecía que bastaba
para los trabajos de mi macho, fui a rogarle que se animase; y gru
ñendo alzó la pata, y al mismo tiempo dile un palo con que se le
acordó el trabajo pasado. Sosegóse luego, y échele la silla ; caminé a
Benamejí, que estaba muy cerca. Y aunque quise pasar sin que me
viese el señor de Benamejí, el bellaco del macho se arrojó en su casa,
y fué forzoso descansar allí un rato. Al fin, por abreviar el cuento, lle-
gué a Málaga, o, por mejor decir, páreme a vista della en un alto
que llaman la cuesta de Zambara. Fué tan grande el consuelo que re-
cibí de la vista della, y la fragancia que traía el viento, regalándose
por aquellas maravillosas huertas, llenas de todas especies de naranjos
y limones, llenas de azahar todo el año, que me pareció ver un pedazo
de paraíso. Porque no hay en toda la redondez de aquel horizonte
cosa que no deleite los cinco sentidos. Los ojos se entretienen con la
vista de mar y tierra, llena de tanta diversidad de árboles hermosí-
simos como se hallan en todas las partes que producen semejantes plantas;
con la vista del sitio y edificios, así de casas particulares como de
templos excelentísimos, especialmente la iglesia mayor, que no se conoce
más alegre templo en todo lo descubierto. A los oídos deleita con grande
admiración la abundancia de los pajarillos, que, imitándose unos a otros,
no cesan en todo el día y la noche su dulcísima armonía, con un arte
sin arte; que como no tienen consonancia ni disonancia, es una con-
fusión dulcísima que mueve a contemplación del universal Hacedor de
todas las rosas. Los mantenimientos, abundantes y substanciosos para el
gusto y la salud. (Cap. xvii.)
AGUSTÍN DE ROJAS.
223
AGUSTÍN DE ROJAS.
DEL «VIAJE ENTRETENIDO».
Los campos de Manzanares
saben quién son mis abuelos;
cuya apacible ribera
conoce mi nacimiento.
Las sombras de sus alisos
ni las sombras de sus cedros
no se acuerdan, porque entonces
me vieron dorados techos.
Yo, aunque de la gran nobleza
de mis padres estoy lejos,
cualquiera que me conoce
me dice que los parezco.
No digo que esto es verdad ;
mas con ella decir puedo,
si serlo el deseo arguye,
que son nobles mis deseos.
Es oficio de pastor,
pastora hermosa, el que tengo ;
el más feliz de la tierra
y el que más parece al cielo.
Tiene el año doce meses,
y el mes treinta días enteros,
veinticuatro horas el día,
que a mi gusto se las cuento.
Levantóme de mañana,
y al alba, que está riendo,
la saludo, acompañando
a los pintados jilgueros.
Llamo entonces mi familia,
que, habiendo vencido el sueño,
sin pereza y sin cuidado
deja el apacible lecho.
Después de estar en pie todos
es de mirar el contento
que alrededor de la lumbre
tienen al sol del torrezno.
Y en habiendo reforzado
las fuerzas con el almuerzo,
acuden a su ejercicio
más que los rayos ligeros.
Unos ponen con presteza
al arado el corvo hierro,
otros al buey perezoso
uncen con el compañero.
Van al campo a sus trabajos
a pagar el grave censo
que puso Dios por sus culpas
a nuestros padres primeros.
Y después de haber medido
los campos y los oteros,
vuelven el ganado a casa
con los veladores perros.
El labrador da a sus bueyes
con francas manos el heno ;
que aun hasta en los animales
se sigue al trabajo el premio.
Pero el pastor codicioso
coge al tierno corderuelo
y a la madre se le pone,
que bala por darle el pecho.
Y a la cabra, que codicia
el recién nacido hijuelo,
saca el cabrito que en casa
se quedó por ser tan tierno.
Este es todo su cuidado ;
después, de todos ajenos,
más contentos que los reyes
ponen a la mesa cerco.
Para vencer a la hambre,
que- es el contrario más recio,
no faltan dulces manjares,
sin envidiar a los cetros.
La manteca regalada
ocupa el primer asiento,
que en vez de aziícar la comen
con panal reciente y fresco.
Y cuando de su dulzura
están harto satisfechos,
tienen, como le desean,
el tierno y grueso carnero.
De los mejores del hato
cogen un cabrito grueso,
y, sin reparar en gastos,
le comen, cuando es su tiempo.
Cuando viene el San Martín,
de los más cebados puercos
rechinan los chicharrones
y trasciende el entrecuesto.
Y si para hartar la sed
no bastan los arroyuelos,
en casa del mayoral
no les falta el vino añejo.
Ésta es la vida que paso,
señora, y la que te ofrezco
por víctima y por primicias
de nuestro dulce himeneo.
224
ANTOLOGÍA.
GINÉS PÉREZ DE HITA.
DE LAS «GUERRAS CIVILES DE GRANADA».
No preguntes en cjlic cntiemlo,
EL MAESTRE DE CALATRAVA.
(Abenámar tiene)
Por arrimo su albornoz
y jior alfombra su adarga,
la lanza llana en el suelo,
que es mucho allanar su lanza.
¡ Ay Dios I ¡ qué buen caballero
es el maestre de Caltrava,
y cuan bien corre los moros
por la vega de Granada
desde la fuente del Pino
hasta la Sierra Nevada;
y en esas puertas de Elvira
mete el puñal y la lanza ;
las puertas eran de hierro :
de parte a parte las pasa.
ZAIDE Y ZAIDA.
Por la calle de su dama
paseándose anda Zaide,
aguardando que sea hora
que se asome para hablarle.
Desesperado anda el moro
en ver que tanto se tarde ;
que piensa con sólo verla
aplacar el fuego en que arde.
Viola salir a un balcón
más bella que cuando sale
la luna en la obscura noche
y el sol en sus tempestades.
ZAIDE A ZAIDA '.
Lágrimas que no pudieron
tanta dureza ablandar,
yo las volveré a la mar,
pues que de la mar salieron.
Hicieron en duras peñas
mis lágrimas sentimiento,
tanto que de su tormento
dieron unas y otras señas.
\ pues ellas no pudieron
tanta dureza ablandar,
yo las volveré a la mar,
pues que de la mar salieron.
ZAIDA A ZAIDE.
Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle,
ni hables con mis criadas,
ni con mis cautivos trates.
' A la cual ha conocido en el mar.
ni quien viene a visitarme,
ni qué fiestas me dan gusto,
ni ([ué colores me placen.
Basta que son por tu causa
las (jue en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes,
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre.
Que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentil hombre bien criado
cuanto puede imaginarse.
Blanco y rubio por extremo,
esclarecido en linaje,
el gallo de las bravatas
la gala de los donaires.
CJue pierdo mucho en perderte
que gano mucho en ganarte,
y que, si nacieras mudo,
fuera posible adorarte.
Y por este inconveniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades.
Habrá menester ponerte
fjuien quisiere sustentarte,
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide.
Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque los quieren briosos,
que hiendan y que desgarren.
^' con esto, Zaide amigo,
si algún banquete las haces,
del plato de tus favores
quieres que coman y callen.
Costoso fué el que me hiciste;
venturoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras,
como supiste obligarme.
Pero no saliste apenas
de los jardines de Tarfe,
cuando hiciste de la tuya
y de mi desdicha alarde.
A un morillo mal nacido
me dijeron que enseñaste
GINES PÉREZ DE HITA.
la trenza de mis cabellos
que te puse en el turbante.
No pido que me la des,
ni que tampoco la guardes;
mas fjuiero que entiendas, moro,
que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo ;
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río:
i qué donoso disparate !
no guardas tú tu secreto,
¿ y quieres que otro lo guarde ?
No fiuiero admitir disculpa ;
otra vez vuelvo a avisarte :
ésta será la postrera
que me veas y te hable. —
Dijo la discreta mora
al altivo abencerraje,
y al despedirse replica :
Quien tal hace, que tal pague.
ZAIDE A ZAIDA.
Di, Zaida, ¿de qué me avisas?
¿Quieres que mire y que calle?
No des crédito a mujeres
ni a mal fundadas verdades.
Que si pregunto en qué entiendes
o quién viene a visitarte,
fiestas son de mi contento
las colores que te salen.
Si dices, son por mi causa,
consuélate con mis males,
que mil veces con mis ojos
tengo regadas tus calles.
Si dices que estás corrida
de que Zaide poco sabe,
no supe poco, pues supe
conocerte y adorarte.
Conoces que soy valiente
y tengo otras muchas partes ;
no las tengo, pues no puedo
de una mentira vengarme.
Mas, si ha querido mi suerte
que ya en quererme le canses,
no pongas inconvenientes
más de que quieres dejarme.
No entendí que eras mujer
a fiuien novedad aplace;
mas son tales mis descuidos
que aun en lo imposible hacen.
Vo soy quien pierdo en perderte,
y gano mucho en amarte,
y aunque hables en mi ofensa,
no dejaré de adorarte.
Dices que, si fuera mudo,
fuera posible adorarme;
si en mi daño no lo he sido,
enmudezco en disculparme.
¿líate ofendido mi vida?
¿Quieres, señora, matarme?
Que no te hable me mandas,
para que el pesar me acabe.
Es mi jiecho calabozo
de tormentos inmortales ;
mi boca la del silencio
que no ha menester alcaide.
El hacer plato y banquete
es de hombres principales;
mas el hacer disfavores
sólo pertenece a infames.
Zaida cruel, hasme dicho
que no supe conservarte;
mejor supe yo quererte
que tú supiste obligarme.
Mienten los moros y moras
y miente el villano Tarfe,
que, si yo le amenazara,
bastara para matarle.
Ese perro mal nacido
a quien yo mostré el turbante,
no le fío yo secretos,
que en bajo pecho no caben.
Vo he de (juilarle la vida
y he de escribir con su sangre
lo que tú, Zaida, replicas :
Quien ial hace, qtie tal pague.
FIESTAS.
Llegado ya el celebrado día de la grandiosa fiesta, mandó el rey
(de Granada) traer veinticuatro toros de los mejores que había en la sierra
de Ronda, que eran allí muy bravos. Y puesta la plaza de Vivarrambla
como verdaderamente convenía para tal fiesta, el rey, acompañado de
muchos caballeros, ocupó los miradores reales, que para aquellas fiestas
estaban diputados. La reina con muchas damas se puso en otros mi-,
radores con la misma orden que el rey,
JÜNEMANN, Lit. y Ant. esp. I 5
226 ANTOLOGÍA.
Todos los ventanajes de las casas de Vivarrambla estaban ocupados
de bellísimas damas. Acudió tanta gente, que no había sitio donde estu-
viesen, y vinieron muchos de fuera del reino, como fué de loledo y
de Sevilla, y la flor de los caballeros desta ciudad se hallaron en
("i ranada a la fama de tan grandes fiestas.
Los caballeros abencerrajes andaban corriendo los toros con tanta
gallardía y brío, ciue daban a todos mucho contento en mirarlos; y, en
verlos hacer aquellas gentilezas, les daban mil alabanzas; y particular-
mente se llevaban tras de sí los ojos de todas las damas, porque eran
tan favorecidos dellas que no se tenía por dama quien no amalea
abencerraje. Y donde quiera que había caballeros deste linaje, eran
tan tenidos, estimados y queridos de todos, que causaban envidia a los
otros caballeros. Y con mucha razón eran queridos de las damas,
porque todos ellos eran galanes y gentiles hombres, hermosos y dotados
de discreción, y muy bien criados y de muchos respetos. Ninguno lle-
gaba a cualquiera dellos con necesidad que no se la remediase, aunque
fuese muy a su costa. Eran deshacedores de agravios, acjuictadores de
la república, padres de huérfanos, amigos por extremo de la conserva-
ción y obediencia a sus reyes debida. Eran muy amigos de cristianos,
porque ellos mismos iban a las mazmorras a visitar a los cautivos, y los
consolaban, daban limosnas y les enviaban de comer. Y por estas y
otras muchas causas eran tan queridos de todo el reino. Jamás en ellos
se halló temor, aunque se les ofreciesen casos muy arduos. Daban tanto
contento con su bizarría y nobleza, que las damas y toda la gente no
apartaban su vista dellos. No menos galas llevaban los gallardos ala-
beces. Procuraron mostrar su valor los zegríes, porque alancearon ocho
toros muy bien, sin recibir daño ningún zegrí ni los caballos.
A la una de la tarde ya estaban corridos doce toros, y el rey mandó
tocar los clarines y dulzainas ; que era señal para que todos los caba-
lleros que habían de jugar, se juntasen en el mirador. Y juntos, muy
gozoso el rey les hizo dar colación. Lo mismo hizo la reina a sus
damas, las cuales tenían galas y trajes nunca vistos; a que daba más
ser la hermosura de quien los tenía puestos. Llevó la reina ima rica
marlota de brocado, con muy ricas labores de oro y pedrería fina.
Tenía un tocado muy costoso y encima de la frente una rosa encar-
nada y en medio de ella un carbunclo precioso. En volviendo el rostro
la reina, era tanto el resplandor y claridad que echaba de sí el car-
bunclo, que quitaba la vista a quien lo miraba. La bella Daraja salió
de azul, la marlota de damasco picada, forrada de tela de plata, que
descubría por las picaduras la fineza de la tela; en el tocado dos plu-
mas : una azul y otra blanca, divisa de los abencerrajes. instábale muy
bien la gala, por ser hermosa, (jue ninguna dama podía competir con ella.
Serían las dos de la tarde, cuando los caballeros y damas acabaron
de córner las colaciones y soltaron un toro de los más bravos que ha-
GINKS PÉREZ DE HITA. JOSÉ FRANCISCO DE ISLA. 22?
bíu entre todos ; que no seguía homl)re a quien no volteaba ; ni la lige-
(reza de los caballos ni de las yeguas l)astal)a a escaparse de sus
' veloces cornadas. Kra tanta su braveza y ligereza, que en breve espacio
le desocuparon la plaza todos los de a pie, aunque contra su voluntad.
Como vio su braveza el rey, dijo a los caballeros: «Bien será lancear
ese toro.» Malique Alabez pidió licencia para hacer algún lance, y el
rey se la dio. . . . Bajó de los miradores Alabez . . . dio vuelta a toda
la plaza, y llegando al balcón donde estaba su señora Cobayda, hizo
que se arrodillase el caballo y él humilló la cabeza, haciendo cortesía
a su dama y a todas las demás que estaban allí. La dama enamorada
de su Alabez, se levantó y le hizo el acatamiento. Él muy gozoso de
haber visto a su querida señora, y tan favorecido, espoleó al caballo y
partió más veloz que un rayo. Tanta era la ligereza del caballo que
apenas se le veía en la carrera. El rey y los caballeros se holgaron de
verle: a los zegríes les pesó, porque era mortal la envidia.
Era tanta la gritería de la gente que ponía grima, y era la causa
que el toro había dado vuelta por toda la plaza, habiendo volteado y
derribado mucha gente y muerto cinco o seis personas ; y venía, como
el viento, a donde estaba Alabez. Y como le vio venir, quiso hacer una
gentileza, y fué que saltó del caballo y aguardó al toro con ánimo osado,
el albornoz en la mano izquierda. Y, cuando bajó el toro la cabeza
para hacer su golpe y darle un bote, le echó tan bien el albornoz de-
lante de los ojos que dio gran contento a todos. Y asiéndole de ambos
cuernos, le hizo estar quedo a su pesar, porque era grande la fuerza
i que tenía. El toro procuraba desasirse para matarle, y Alabez se de-
|fendía con el valor de su persona, aunque con mucho peligro. Y pa-
reciéndole al valiente moro que duraba mucho aquella pelea, enojado
y con cólera que tenía, le torció el pescuezo y con fuerza increíble le
derribó en tierra como si fuera muy débil oveja. Y como lo vio en el
'suelo, se fué poco a poco, con semblante apacible, y sin poner el pie
jen el estribo saltó en su caballo, dejando al toro molido y tal que no
se pudo levantar de allí; quedando todos muy admirados de su es-
fuerzo, valor y fortaleza invencible, dándole mil loores. El rey llamó a
Alabez, y fué como si no hubiera hecho cosa alguna. (Cap. vi.)
JOSÉ FRANCISCO DE ISLA.
HISTORIA DEL FAMOSO PREDICADOR FRAY GERUNDIO
DE CAMPAZAS, ALIAS ZOTES.
CAPÍTULO VI DEL LIBRO I.
En que se parte el capítulo quinto, porque ya va largo.
I. Pues con este cuidado que el maestro tenía de Gerundico, con
la aplicación del niño y con su viveza e ingenio, que realmente le tenía,
aprendió fácilmente v presto todo cuanto le enseñaban. Su desgracia
15*
antología.
fué, que siempre le deparó la suerte maestros estrafalarios y estram-
bóticos, como el Cojo, (^ue en todas las facultades le enseñaron mil san-
deces, formándole desde niño un gusto tan particular a todo lo ridículo, I
impertinente y extravagante, que jamás hubo forma de quitársele, y aun-
que muchas veces encontró con sujetos hábiles, cuerdos y maduros, (jul
intentaron abrirle los ojos para que distinguiese lo bueno de lo malo :
(como se verá en el decurso de esta puntual historia), nunca fué po-i
sible apearle de su capricho: tanta impresión habían hecho en su ánimo!
los primeros disparates. El Cojo los inventaba cada día mayores; y hn
biendo leído en un libro que se intitula Maestro del maesiro de nih
que éste debe poner particular cuidado en enseñarlos la lengua propia,
nativa y materna, con pureza y con propiedad, por cuanto enseña la'
experiencia que la incongruidad, barbarismos y solecismos con que la'
hablan toda la vida muchos nacionales, dependen de los malos modos,
impropiedades y frases desacertadas que se les pegan cuando niños,
hacía grandísimo estudio de enseñarlos a hablar bien la lengua casit-
llana. Pero era el caso que él mismo no la podía hablar peor ; porque, i
como era tan presumido y tan exótico en el modo de concebir, así |
como había inventado extravagantísima ortografía, así también se le :
había puesto en la cabeza que podía inventar una lengua, no menos
extravagante.
2. Mientras fué escribiente del notario de San Millán, había notado j
en varios procesos que se decía así : «cuarto testigo examinado, María
Gavilán; octavo testigo examinado, Sebastiana Palomo.» Esto «le cho-
caba infinitamente»; porque decía que si los hombres eran testigos, las
mujeres se habían de llamar testigos, pues lo contrario era confundir los
sexos y parecía romance de vizcaíno. De la misma manera no podía
sufrir que el autor de la Vida de Santa Catalina dijese: «Catalina, su-
jeto de nuestra historia» : pareciéndole (pie Catalina y sujeto eran
mala concordancia, pues venía a ser lo mismo que si dijera: «Catalina,
el hombre de nuestra historia», siendo cosa averiguada que solamente
los hombres se deben llamar sujetos, y las mujeres sujetas. — Pues < qué,
cuando encontraba en un libro: «era una mujer no común, era un gi-
gante» : Entonces perdía los estribos de la paciencia, y decía a sus chicos
todo en cólera y furioso: «Ya no falta más sino que nos quiten las barbas
y los calzones, y se los pongan a las mujeres. ¿Por qué no se dirá:
Era una mujer no comuna, era una giganta ?» Y por esta misma regla
los enseñaba que nunca dijesen «el alma, el arte, el agua», sino «la
alma, la arte, la agua», pues lo contrario era ridicularia, como dice el
indigesto y docto Barbadiño.
3. Sobre todo estaba de malísimo humor con aquellos verbos y nombres
de la lengua castellana que comenzaban con arre, como «arrepentirse,
arremangarse, arreglarse, arreo, etc., jurando y perjurando que no había
de parar hasta desterrarlos de todos los dominios de España; porque
era imposible que no los hubiesen introducido en ella algunos arrieros de
JOSÉ FRANCISCO DE ISLA. 22g
los que conducían el bagaje de los godos y de los árabes. Decía a
-11- niños que hablar de esta manera era mala crianza, porque era tratar
de burros o de machos a las personas. Y a este propósito los contaba
que yendo un Padre Maestro de cierta religión por Salamanca, y lle-
vando por compañero a un frailecito irlandés, recién trasplantado de Ir-
landa, que aun no entendía bien nuestra lengua, encontraron en la calle
del Río muchos aguadores con sus burros delante, que iban diciendo:
«arre, arre». Preguntó el irlandesillo al Padre Maestro qué quería decir
are, pronunciando la r blandamente, como lo acustumbran los extranjeros.
Respondióle el Maestro que aquello cjuería decir que anduviesen los
burros adelante. A poco trecho después encontró el Maestro a un amigo
suyo, con quien se paró a parlar en medio de la calle : la conversación
iba algo larga ; cansábase el irlandés, y no sabiendo otro modo de ex-
plicarse, cogió de la manga a su compañero y le dijo con mucha gracia ;
«Are, Padre Maestro, are» ; lo cual se celebró con grande risa en Sala-
manca. Pues ahora, decía el Cojo hecho un veneno, que el arre vaya
solo, ([ue vaya con la comitiva o acompañamiento de otras letras, siempre
es arre, y siempre es una grandísima desvergüenza y descortesía que
a los nacionales nos traten de esa manera; y así tenga entendido todo
aquel que me arreare las orejas, que yo le he de arrear a él el cu...
y acabólo de pronunciar redondamente. A este tiempo le vino gana de
j hacer cierto menester a un niño que todavía andaba en sayas: fuese
delante de la mesa donde estaba el maestro, puso las manicas y le pidió
la caca con grandísima inocencia; pero le dijo que no sabía arreman-
garse. «Pues yo te enseñaré, grandísimo bellaco», le respondió el Cojo
enfurecido; y diciendo y haciendo le levantó las faldas y le asentó
unos buenos azotes, repitiendo a cada uno de ellos: «Anda, para que
otra vez no vengas a arremangarnos los livianos.»
4. Todas estas lecciones las tomaba de memoria admirablemente
nuestro Gerundico ; y como por otra parte en poco más de un año
laprendió a leer por libro, por carta y por proceso, y aun a hacer pa-
lotes y a escribir de a ocho, el maestro se empeñó en cultivarle más
y más, enseñándole lo más recóndito que él mismo sabía, y con lo que
le había lucido en más de dos convites de cofradía, asistiendo a la
mesa algunos curas que eran tenidos por los mayores moralistones de
toda la comarca ; y uno que tenía en la uña todo el Lárraga y era un
hombre cjue se perdía de vista, se quedó embobado habiéndole oído en
cierta ocasión.
5. Fué, pues, el caso que, como la fortuna o la mala trampa de-
paraban al buen Cojo todas las cosas ridiculas, y él tenía tanta habilidad
para que lo fuesen en su boca las más discretas, por no saber enten-
derlas ni aprovecharse de ellas, llegó a sus manos, no se sabe cómo,
luna comedia castellana intitulada El villano caballero, que es copia mal
ísacada y peor zurcida de otra que escribió en francés el incomparable .
VIoliére, casi con el mismo título. En ella se hace una grandísima
antología.
burla de atjuellos maestros pedantes que pierden el tiempo en enseñar
a los niños cosas impertinentes y ridiculas, que tanto importa ignorarlas
como saberlas; y para esto se introduce al maestro o al preceptor del
repentino caballero, que con grande aparato y ostentación de voces le
enseña cómo se pronuncian las letras vocales y ¡as consonantes. El
Cojo de mis pecados tomó de memoria todo aquel chistosísimo pasaje;
y como era tan cojo de entendederas como de pies, entendióle con la
mayor seriedad del mundo; y la que en realidad no es más que una
delicadísima sátira, se le presentó como una lección tan importante, que
sin ella no podía haber maestro de niños que en Dios y en conciencin
mereciese serlo.
6. Un día, pues, habiendo corregido las planas más aprisa de lo
acostumbrado, llamó a Gerundico, hízole poner en pie delante de la
mesa, tocó la campanilla a silencio, intimó atención a todos los mu-
chachos, y dirigiendo la palabra al niño Gerundio, le preguntó con
mucha gravedad: < Dime, hijo, ¿cuántas son las letras?» Respondió el niño
prontamente: «Señor maestro, yo no lo sé, porque no las he contado
«Pues has de saber», continuó el Cojo, «que son veinte y cuatro, y si no
cuéntalas.» Contólas el niño y dijo con intrepidez: «Señor maestro, en
mi cartilla salen veinte y cinco.» «Eres un tonto», le replicó el maestro,
«porque las dos A a primeras no son más que una letra con forma o
con figura diferente.» Conoció que se había cortado el chico, y paral
alentarle añadió: «No extraño que siendo tú un niño y no habiendo más!
que un año que andas a la escuela, no supieses el número de las letras,
porque hombres conozco yo que están llenos de canas, y se llaman
doctísimos, y se ven en grandes puestos, y no saben cuántas son las
letras del abecedario; ¡pero así anda el mundo!» Y al decir esto arrancó]
un profundísimo suspiro. — «La culpa de esta fatal ignorancia la tienen las'
repúblicas y los magistrados, que admiten para maestros de escuela a
unos idiotas que no valían ni aun para monacillos ; pero esto no es
para vosotros ni para aquí ; tiempo vendrá en que sabrá el Rey lo que
pasa. Vamos adelante.»
7. «De estas veinte y cuatro letras, unas se llaman vocales y otras
consonantes. Las vocales son cinco: a, e, i, o, u; llámanse vocales por-
que se pronuncian con la boca.» «¿Pues acaso las otras, señor maestro»,
le interrumpió Gerundico con su natural viveza, «se pronuncian con el
cu...?» y díjolo por entero. Los muchachos se rieron mucho: el Cojo
se corrió un poco; pero tomándolo a gracia, se contentó con ponerse
un poco serio, diciéndole: «No seas intrépido, y déjame acabar lo que
iba a decir. Digo, pues, que las vocales se llaman así porque se pro-
nuncian con la boca, y puramente con la voz ; pero las consonantes se
pronuncian con otras vocales. Esto se explica mejor con los ejemplos:
a, primera vocal, se pronuncia abriendo mucho la boca, a.» Luego que
oyó esto Gerundico, abrió su boquita, y mirando a todas partes re-
petía muchas veces : <ia,a,a\ tiene razón el señor maestro.» Y éste pro-
JOSÉ FRANCISCO DE ISLA.
231
siguió : «La e se pronuncia acercando la mandíljula inferior a la superior,
esto es, la quijada de abajo a la de arriba, ^.» — «A ver, a ver cómo lo
hago yo, señor maestro», dijo el niño: <i-e, e, e: a, a, a, e : ¡Jesús, y qué
cosa tan buena!» — : «La / se pronuncia acercando más las quijadas una a
otra, y retirando igualmente las dos extremidades de la boca hacia las
orejas: /, z.» — «Deje usted a ver si yo sé hacerlo: i, i, z.» — «Ni más ni
menos, hijo mío, y pronuncias la / a perfección.... La o se forma
abriendo las quijadas, y después juntando los labios por los extremos,
sacándolos un poco hacia fuera y formando la misma figura de ellos,
como una cosa redonda que representa una <?.» Gerundio, con su
acostumbrada intrepidez, luego comenzó a hacer la prueba y a gritar
o, o, o. El maestro quiso saber si los demás muchachos habían apren-
dido también las importantísimas lecciones que los acababa de enseñar,
y mandó que todos a un tiempo y en voz alta pronunciasen las letras
que les había explicado. Al punto se oyó una gritería, una confusión y
una algarabía de todos los diantres: imos gritaban a, a\ otros e, e\
otros /, z; otros o, o. El Cojo andaba de banco en banco, mirando a
unos, observando a otros y enmendando a todos: a éste le abría más
las mandíbulas, a aquél se las cerraba un poco; a uno le plegaba los
labios, a otro se los descosía; y en fin, era tal la gritería, la confusión
y la zambra, que parecía la escuela ni más ni menos al coro de la
santa iglesia de Toledo en las vísperas de la Expectación.
8. Bien atestada la cabeza de estas impertinencias, y muy apro-
vechado en necedades y en extravagancias, leyendo mal y escribiendo
peor, se volvió nuestro Gerundio a Campazas; porque el maestro había
dicho a sus padres que ya era cargo de conciencia tenerle más tiempo
en la escuela, siendo un muchacho que se perdía de vista, y encargán-
doles que no dejasen de ponerle luego a la gramática, porque había de
ser la honra de la tierra. La misma noche que llegó hizo nuestro escolín
ostentación de sus habihdades y de lo mucho que había aprendido en
la escuela, delante de sus padres, del cura del lugar y de un fraile que
iba con obediencia a otro convento; porque de éstos apenas se lim-
piaba la casa. Gerundico preguntó al cura: «¿A que no sabe usted
cuántas son las letras de la cartilla?» El cura se cortó oyendo una pre-
gunta que jamás se la habían hecho, y respondió: «Hijo, yo nunca las
he contado.» — «Pues cuéntelas usted», prosiguió el chico; «¿y va un ochavo
a que, aun después de haberlas contado, no sabe cuántas son?» Contó
el cura veinte y cinco, después de haberse errado dos veces en el ab c;
y el niño, dando muchas palmadas, decía: «¡Ay, ay! que le cogí, que
le gané, porque cuenta por dos letras las dos A a primeras, y no es
más que una letra escrita de dos modos diferentes.» Después preguntó
al Padre: «¿Vaya otro ochavo a que no me dice usted cómo se es-
cribe burro, con b pequeña o con agrande?» — «Hijo», respondió el buen
religioso, «yo siempre lo he visto escrito con b pequeña.» — <No señor, no
señor», le replicó el muchacho : «si ei burro es pequeñito y anda todavía
232 ANTOLOGÍA.
a la escuela, se escribe con /' pequeña; pero si es un burro grande,
como el burro de mi padre, se escribe con B grande; poríjue dice
señor maestro que las cosas se han de escribir como ellas son, y que
por eso una pierna de vaca se ha de escribir con una /' mayor que
una pierna de carnero.» A todos les hizo gran fuerza la razón, y no
quedaron menos admirados de la profunda sabiduría del maestro, que
del adelantamiento del discípulo; y el buen Padre confesó que aunque
había cursado en las dos universidades de Salamanca y Valladolid,
jamás había oído en ellas cosa semejante; y vuelto a Antón Zotes y a
su mujer, los dijo muy ponderado: «Señores hermanos, no tienen que
arrepentirse de lo que han gastado con el maestro de Villaornate; por-
que lo han empleado bien.» Cuando el niño o^'d arrepentirse, comenzó
a hacer grandes aspamientos, y a decir: «¡Jesús, lesús, qué mala pa-
labra, arrepentirse \ No señor, no señor, no se dice arrepejítirse, ni cosa
que lleve arre, que eso dice señor maestro que es bueno para los bu-
rros o para las ruecas. {«-Recuas querrás decir, hijo», le interrumpió
Antón Zotes, cayéndosele la baba.) : Sí señor, para las recuas, y no para
los cristianos, los cuales debemos decir: enrcpeniir, ctiremangar, enreglar
el papel y cosas semejantes.» El cura estaba aturdido, el religioso se
hacía cruces, la buena de la Catanla lloraba de gozo, y Antón Zotes
no se pudo contener sin exclamar: «¡Vaya, que es bobada!» que es la
frase con que se pondera en Campos una cosa nunca vista ni oída.
9. Como Gerundico vio el aplauso con que se celebraban sus agu-
dezas, quiso echar todos los registros, y volviéndose segunda vez al
cura le dijo: «Señor cura, pregúnteme usted de las vocales y de las
consonantes.» El cura, que no entendía palabra de lo que el niño
quería decir, le respondió ? «¿De qué brocales, hijo? ¿Del brocal del
pozo del Humilladero y del otro que está junto a la ermita de San
Blas?» — «No señor, de las letras consonantes y de las vocales.»
Cortóse el buen cura, confesando que a él nunca le habían enseñado
cosas tan hondas. «Pues a mí sí», continuó el niño; y de rabo a oreja,
sin faltarle punto ni coma, los encajó la ridicula arenga que había oído
al cojo de su maestro sobre las letras vocales y consonantes; y en aca-
bando, para ver si la habían entendido, dijo a su madre: «Madrica,
¿cómo se pronuncia la «;?» — «Hijo, ¿cómo se ha de pronunciar? Así,
a, abriendo la boca.» — «No, madre, pero ¿cómo se abre la boca?
«¿Cómo se ha de abrir, hijo? De esta manera: íz.» — «Que no es eso,
señora; pero cuando usted la abre para pronunciar la a, ¿qué es lo
que hace?» — «Abrirla, hijo mío», respondió la bonísima Catanla.
«¡Abrirla! eso cualquiera lo dice: también se abre para pronunciar la e,
y para pronunciar /, o, u, y entonces no se pronuncia a. Mire usted,
para pronunciar a se baja una quijada y levanta otra, de esta manera»;
y cogiendo con sus manos las mandíbulas de la madre, la bajaba la
inferior y la subía la superior, diciéndola que cuanto más abriese la
boca, mayor sería la a que pronunciaría. Hizo después que el padre
JOSÉ FRANCISCO DE ISLA. JoVELLANOS. 233
])ronunciase la c, el cura la /, el fraile la o, y él escogió por la más
dificultosa de todas la pronunciación de la u, encargándoles que todos
a un tiempo pronunciasen la letra que tocaba a cada uno, levantando
la voz cuanto pudiesen, y observando unos a otros la postura de la
boca, para que viesen la puntualidad de las reglas que le había en-
señado el señor maestro. Kl metal de las voces era muy diferente;
porque la tía Catanla la tenía hombruna y carraspeña , Antón Zotes
clueca y algo aternerada, el cura gangosa y tabacuna, el Padre, que
estaba ya aperdigado para vicario de coro, corpulenta y becerril; Ge-
rundico atiplada y de chillido. Comenzó cada uno a representar su
papel y a pronunciar su letra, levantando el grito a cual más podía:
hundíase el cuarto, atronábase la casa. Era noche de verano, y todo
el lugar estaba tomando el fresco a las puertas de la calle. Al estruendo
\ a la algazara de la casa de Antón Zotes, acudieron todos los vecinos,
( reyendo que se quemaba o que había sucedido alguna desgracia: entran
en la sala, prosiguen los gritos descompasados, ven aquellas figuras, y
como ignoraban lo c^ue había pasado, juzgan que todos se han vuelto
locos. Ya iban a atarlos, cuando sucedió una cosa nunca creída ni ima-
Li;inada, que hizo cesar de repente la gritería y por poco no convirtió
l;i música en responsos. Como la buena de la Catanla abría tanto la
lioca para pronunciar su a, y naturaleza liberal la había proveído de
este órgano abundantísimamente, siendo mujer que de un bocado se
engullía una pera de donguindo hasta el pezón, quiso su desgracia que
se la desencajó la mandíbula inferior tan descompasadamente, que se
quedó hecha un mascarón de retablo, viéndosela toda la entrada del
esófago y de la traqui-arteria con los conductos salivales, tan clara y
distintamente, que el barbero dijo descubría hasta los vasos linfáticos
donde excretaba la respiración. Cesaron las voces, asustáronse todos,
hiciéronse mil diligencias para restituir la mandíbula a su lugar; pero
todas sin fruto, hasta que al barbero le ocurrió cogerla de repente y
darla por debajo de la barba un cachete tan furioso, que se la volvió
a encajar en su sitio natural, bien que, como estaba desprevenida, se
mordió un poco la lengua y escupió algo de sangre. Con esto paró en
risa la función ; y habiéndose instruido los concurrentes del motivo de
ella, quedaron pasmados de lo que sabía el niño Gerundio, y todos
dijeron a su padre que le diese estudios; porque sin duda había de
ser obispo.
JOVELLANOS.
INTRODUCCIÓN A UN ESCRITO PRESENTADO AL TRIBUNAL
en un pleito que se litiga entre Don Mariano Colón y el Duque de Veraguas.
Entre los grandes y tristes ejemplos con que acredita la historia de
las naciones cultas cuan mal pagadas han sido siempre las fatigas de
los hombres célebres que consagraron su vida y su reposo al bien de
234 ANTOLOr.[A.
los hermanos, ninguno se presenta tan señalado como el del incompa-
rable Don Cristóbal Colón, primer descubridor y conquistador de las
Indias Occidentales. Ora se gradúe la importancia de los servicios (|ue
hizo a la nación española por el aumento de esplendor y riqueza a
que la levantó, ora por la suma de conocimientos y virtudes cpie desen-
volvió en la ejecución de sus maravillosas empresas, su mérito había
subido a aquel punto de heroicidad y alteza a que no puede negarse
sin escándalo la veneración universal. Tan admirable por la grandeza
de los designios que concibió, como por la sabiduría con que los con-
certó y la constancia con que los llevó al cabo, Colón debió arrancar
a sus contemporáneos aquel tributo de respeto y benevolencia, que es
la más infalible así como la más sabrosa recompensa del heroísmo.
Mas no fué tal ciertamente la suerte de este primer descubridor de
las Indias. Despreciado antes como un soñador en su patria, en la corte
de Lisboa, y aun en la de España, que le acogió después arrepentida,
si logró al fin concillarse la protección de esta última, parece que fué
sólo para acreditar al mundo la injusticia con que debían ser premiadas
sus grandes hazañas. A la vuelta de su famosa expedición, cuando
España le vio llegar triunfante de los riesgos del mar y de la envidia,
apareció por algún tiempo en ella como un genio bienhechor, destinado
por el cielo para labrar su gloria y su felicidad. Entonces, seguido de
la admiración y del respeto, y en medio de las aclamaciones de los
pueblos, que le rodeaban atónitos, venía modesto y confiado a poner
ante el trono español un nuevo y opulento mundo, que había des-
cubierto y sujetado a su imperio. 1 Grande espectáculo por cierto, si se
mira a la luz de las ideas que forma el vulgo de las cosas humanas!
Pero mucho mayor todavía a los ojos de la filosofía, que al compararle
con la serie de injusticias y desprecios que le siguieron, no puede
dejar de contemplar en él la inanidad de semejantes aplausos.
Pocos años después que el entusiasmo los había derramado tan pró-
digamente sobre Colón, empezó a ser objeto de los celos y de la des-
confianza de la corte el mismo que lo había sido antes de su admira-
ción y sus caricias, y abierta una vez la puerta a la emulación y a la
envidia, ya no tuvieron límite sus amarguras y desgracias. Vendido por
sus compañeros, abandonado de sus amigos, censurado de sus émulos,
y perseguido de una de aquellas facciones de envidiosos que rara vez
dejan de esconderse en los palacios, Colón se vio al fin pesquisado,
procesado, preso, conducido a F.spaña entre cadenas, despojado de
todos sus honores y enteramente privado del fruto de sus grandes trabajos.
¡Qué importa que su constancia le hubiese hecho superior a ellos,
si al fin vio la Europa, llena de lástima y asombro, al conquistador del
Nuevo Mundo morir desairado y pobre en la capital de la misma nación
cu\a gloria había tanto ensalzado, y llevar por única recompensa al
sepulcro los hierros con que le había infamado la ingratitud y oprimido
la calumnia ;
JOVELLANOS. 235
Por una circunstancia bien singular se distinguirá siempre en la
historia la suerte de Colón de la de todos los hombres grandes que nos
presenta. Si es cierto que apenas hay entre ellos uno que no experi-
mentase semejante ingratitud de sus coetáneos, no lo es menos que al
fin vino para todos un tiempo en (jufe la posteridad los vengase. Parece
(jue esta imparcial vengadora del mérito, atenta siempre a desagraviarlos,
sólo olvidó a Colón en el desempeño de tan piadoso oficio. Los nom-
bres de los héroes aparecen todavía en la historia cubiertos del esplendor
de sus hazañas, y sus familias gozan hoy tranquilamente del fruto de-
bido a ellas y a la conservación de su memoria. Pero Colón no ha re-
cibido todavía de su posteridad la justicia ni la recompensa a que se
hizo más acreedor que otro alguno.
Apenas había muerto, cuando la suerte empezó a combatir su volun-
tad y su memoria. Sus testamentos rotos, redargüidos o sepultados en
tinieblas, negado a su familia el cumplimiento de las más ricas y solemnes
promesas, privada por varios accidentes de la escasa fortuna que le
liabía dejado su heroico fundador, deslucido y aun manchado el lustre
de su estirpe, dispersos y obscurecidos sus nietos y descendientes, fué pre-
ciso que pasase el largo período de ciento cincuenta años para que
lograse reivindicar la pequeña parte de recompensa destinada a tan altas ac-
ciones, única señal en que está hoy vinculada la conservación de su memoria.
Xo fué menos funesta a la gloria de Colón la conducta de sus mis-
mos descendientes. Olvidados unos del gran nombre que debían con-
servar, dados otros a obscurecerle con una conducta tenebrosa y disi-
pada, y divididos los demás en eternas discordias, sólo atentos a ro-
barse el fruto de los trabajos de aquel grande hombre, apenas pudo
alguno disfrutarle con tranquilidad. Multiplicadas demandas, artículos
innumerables, recíprocos insultos y recriminaciones, injurias, perjurios,
suplantaciones y todo cuanto ha podido inventar la codicia litigiosa y
la superchería curial en menoscabo de la verdad, tanto se puso en obra
para destruir el orden de una sucesión, tan sabiamente dispuesta y tan
claramente señalada por el fundador.
A la muerte de su nieto Don Cristóbal, y cuando apenas se habían
enfriado las cenizas del heroico abuelo, ya se quiso poner en duda el
derecho de su bisnieto Don Diego, único llevador de tan ilustre nombre.
Treinta y seis años de tan reñidos htigios, seguidos con imponderables
dispendios en la Audiencia de Santo Domingo y en los supremos Con-
sejos de Castilla e Indias, costó la determinación del juicio posesorio
ejecutoriado en favor del número 38; dilación enorme si no estuviera
disculpada con tantos ejemplos, pero sobre todo con el del juicio de
propiedad, en que fué preciso alterar las fórmulas más solemnes de los
juicios, atropellar las leyes que las fijaron, y desairar escandalosamente
la autoridad de los tribunales sus depositarios, para prolongar la instancia
por espacio de cincuenta y seis años, y cerrarla con la sentencia in-
justa, cuya revocación se pide.
236 ANTOLOGÍA.
Temería el señor Don Mariano Colón tiue se tratase de arrogante
esta censura si no la hallase tan claramente confirmada en los autos.
La historia del foro no ofrecerá en país alguno de la tierra ejemplo
m.1s escandaloso que el que en ellos se registra. Un pleito concluso y
visto en 1622, vuelto a ver solemnemente en 1623, prolongado el jilazo
de indecisión hasta 1627, abierta entonces la puerta a nuevos litigantes
y franqueado el paso al intrincado laberinto de nuevas demandas, ex-
cepciones, artículos y pruebas, se declaró por fin otra vez concluso en
1 65 1 y se repitió su solemne vista en 1652. Tres años de importunos
esfuerzos y de maliciosos e ilegales artículos costó el solo señalamiento
del día para la votación, fijando no menos que por sentencias ejecutorias
para el primer día hábil después de San Juan de 1655, abriéndose con
esta condescendencia a la malicia una ancha avenida, que por fortuna
se cerró después para siempre, pues ya no permitirán abrirla de nuevo
la ilustración y la inteligencia de nuestro siglo.
Pero la astucia del interés conoce muchos caminos, y cuando halla
cerrados los de la justicia, sabe buscar un paso a sus torpes fines por
las sendas tenebrosas del favor. En efecto, apuradas ya todas las estra-
tagemas forenses, el duque de Veraguas recurrió a las de la política,
y hallándose a la sazón fuera de España, se valió de este accidente
para gritar que estaba indefenso, y prolongar la resolución de una ins-
tancia cuyo mal suceso le hacía temer la misma debilidad de su de-
recho. Lograban entonces los parientes del Duque gran iufluencia con
el parcial y prepotente ministro del señor Don Felipe IV, ante quien
les fué fácil hacer valer este pretexto, por más despreciable que fuese
a los ojos de la razón y. de las leyes. A fuerza, pues, de importuni-
dades lograron arrancar en aquel año una real orden, que trasladó la
votación del pleito para el 15 de enero de 1656, con calidad de que
si entonces no hubiese vuelto el Duque a España, continuase suspensa
la votación, por no dejarle indefenso.
Tres años de inacción indujo la monstruosa calidad que contenía
esta orden, y aun después de ellos ni el tenor de su letra ni las más
vivas instancias de los litigantes lograron verificar la deseada deter-
minación.
Restituido el Duque a España en 1659, una nueva y mal forjada
cadena de efugios y de ardides tan indecorosos al litigante que los in-
ventó como al tribunal que tuvo la paciencia de tolerarlos, fué sucesiva-
mente trasladando por medio de artículos, sentencias y ejecutorias los
señalamientos para la votación al mayo de 1660, al primer día después de
Cuasimodo del 1661, al octubre del mismo año, al enero y al abril de 1662,
y finalmente, después de otros dos años de maliciosas discusiones, al mayo
de 1664, día en que sin nueva vista, sin ninguno de los jueces que
asistieron a las dos primeras, las únicas que se pudieron llamar legales
y solemnes, y sin concurrencia de ocho de los catorce nombrados para
la decisión : seis solos jueces, los dos ausentes y que votaron por es-
JOVELLANOS. 237
crito, y los cuatro restantes que asistieron a pronunciar sus votos, for-
maren la injusta sentencia de vista, único y débil testimonio que tiene
en su favor el Duque de Veraguas.
i Cuánta consternación no debió causar esta sentencia en los demás
litigantes, en unos litigantes tan surtidos de buen derecho como escasos
de influjo y conveniencias para promoverle; en unos litigantes que
librando todas sus esperanzas sobre el santo patrocinio de la justicia,
tenían el desconsuelo de verle profanado por el favor y la prepotencia !
Sin embargo, el primer impulso de su resentimiento les hizo tomar las
armas para defenderse, y llevados de él, suplicaron en tiempo oportuno
de la sentencia de vista. Pero muy luego el escarmiento de las pasadas
angustias y la horrible perspectiva de las inquietudes, dispendios y amar-
guras con que les amenazaba en la nueva instancia un enemigo tan
poderoso y tan protegido, las derribó de sus manos, contentándose
todos con dejar preservados sus derechos en aquella reclamación para
un tiempo en que la justicia pudiese más libremente asegurarlos.
Este tiempo llegó por fin, bajo de un monarca que dispensa con
religiosa igualdad su protección a todos sus subditos, y en un tribunal
ante cuyos íntegros y sabios ministros, siempre atentos a hacer respe-
table la justicia por medio de la inflexible imparcialidad con que la
distribuyen, desaparecen todas las distinciones de la riqueza y el poder.
Un siglo entero hubo de pasar para que se formase esta favorable re-
volución, y tanto fué menester para inspirar aquella justa seguridad,
que animó a los legítimos sucesores del gran Colón al uso de sus dor-
midos derechos.
Este ejemplo de ilustrada firmeza se debió a un magistrado tan res-
petable por su probidad como por su sabiduría. Don Pedro Colón,
sexto nieto del descubridor de las Indias, se presentó en 1765 a seguir
la súplica de la sentencia de vista interpuesta un siglo antes. Sin más
apoyo que la protección de unas leyes que tan bien conocía y sabía
dispensar, emprendió este largo litigio, sacrificando a la justicia de sus
derechos la escasa fortuna que ellos mismos le dieron, y que apenas
era suficiente a tanta empresa, aunque aumentada con la recompensa
de las fatigas de su honroso ministerio. Cuántos y cuan maliciosos
estorbos se le hubiesen opuesto para detenerle desde el primer paso,
constan menudamente del memorial ajustado; y si las intrigas forenses
no pudieron debilitar su constancia, lograron a lo menos prolongar
extraordinariamente la conclusión del nuevo juicio, y robarle el con-
suelo de asegurar a sus hijos el fruto de los trabajos de tan ilustre
abuelo.
i\Ias al fin, si no pudo dejarles tan rica sucesión, les traspaso en su
probidad y constancia una legítima harto más digna de un padre tan
virtuoso. Su primogénito, el señor Don :Mariano Colón, siguiendo sus
huellas y más arrastrado de su ejemplo que del deseo de mendigar
del foro un esplendor que el lustre de su cuna. y la dignidad de su
238
antología.
ministerio le hacen mirar sin envidia, promovió con más celo que im-
paciencia la conclusión de la instancia de revista, y al cabo de tantas
y tan reñidas contiendas ha logrado por fin colocar sus esperanzas en
la augusta balanza de la justicia.
Si hubo un tiempo en que los legítimos sucesores del gran Colón
pudieron temer la influencia de aquellos artificios con que se suele obs-
curecer la verdad o torcer la justicia, el señor Don Mariano, tan ajeno
de temor como de presunción, se presenta hoy tranquilo ante el tribunal
respetable destinado a desagraviarle. La sabiduría de los magistrados
que le componen, la religiosa entereza con que el gobierno protege la
libertad de los juicios, la generosa buena fe de los contendedores con
quien hoy litiga, y la copia de documentos y raciocinios que han es-
clarecido la presente discusión, le inspiran la más justa confianza, pero
la tiene sobre todo en los robustos e ineluctables fundamentos de su
derecho.
Donde quiera que el señor Don Mariano Colón vuelve los ojos, en-
cuentra en su favor la razón y la autoridad. Los hechos que sirven de
apoyo a su justicia han llegado al más alto punto de certidumbre legal.
El derecho ofrece copiosamente los más claros fundamentos a su in-
tención ; y sobre todo la voluntad del fundador, ley suprema, a cuya
fuerza todo debe rendirse en esta especie de juicios, le señala la
sucesión como con el dedo. Pudiera por lo mismo desentenderse de
muchas cuestiones agitadas en las antiguas instancias, que en el día han
venido a ser iniitiles y reducirse a una sola, la única acaso que puede
parecer todavía digna de discusión. Sin embargo, porque no se crea
que desprecia las armas con que ha sido combatido, se hará cargo de
casi todas ellas, y tendrá la satisfacción de persuadir a sus jueces que
no hay punto alguno de cuantos se han puesto en disputa, que no esté
concluyentcmente demostrado en su favor.
NICOLÁS FERNANDEZ MORATIN.
FIESTA DE TOROS EN MADRID.
Madrid, castillo famoso,
que al rey moro alivia el miedo,
arde en fiestas en su coso
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo.
Su bravo alcaide Aliatar,
de la hermosa Zaida amante,
las ordena celebrar,
por si la puede ablandar
el corazón de diamante.
Pasó, vencida a sus ruegos,
desde Aravaca a Madrid ;
hubo pandorgas y fuegos,
con otros nocturnos juegos,
que dispuso el adalid.
Y en adargas y colores,
en las cifras y libreas,
mostraron los amadores,
y en pendones y preseas,
la dicha de sus amores.
Vinieron las moras bellas
de toda la cercanía,
y de lejos muchas de ellas:
las más apuestas doncellas
que España entonces tenía.
Aja de Jetafe vino,
y Zahara la de Alcorcón,
en cuyo obsequio muy fino
corrió de un vuelo el camino
el moraicel de Alcabón.
NICOLÁS FERNANDEZ MORATÍN.
239
Jarifa de Alinonacid,
que de la Alcarria en que habita
llevó a asombrar a Madrid
su amante Audalla, adalid
del castillo de Zorita.
De Adamuz y la famosa
Meco llegaron allí
dos, cada cual más hermosa,
y Fátima, la preciosa
hija de Alí el alcadí.
El ancho circo se llena
de multitud clamorosa,
que atiende a ver en su arena
la sangrienta lid dudosa,
y todo en torno resuena.
La bella Zaida ocupó
sus dorados miradores
que el arte afiligranó
y con espejos y flores
y damascos adorno.
Añafiles y atabales,
con militar armonía,
hicieron salva y señales
de mostrar su valentía
los moros más principales.
No en las vegas de Jarama
pacieron la verde grama
nunca animales tan fieros,
junto al puente que se llama,
por sus peces, de Viveros,
Como los que el vulgo vio
ser lidiados aquel día,
y en la fiesta que gozó,
la popular alegría
muchas heridas costó.
Salió un toro del toril,
y a Tarfe tiró por tierra,
y luego a Benalguacil,
después con Hamete cierra
el temerón de Conil.
Traía un ancho listón
con uno y otro matiz,
hecho un lazo por airón,
sobre la inhiesta cerviz
clavado con un arpón
Todo galán pretendía
ofrecerle vencedor
a la dama que sers'ía :
por eso perdió Almanzor
el potro que más quena.
El alcaide muy zambrero
de Guadalajara, huyó
mal herido al golpe fiero,
y desde un caballo overo
el moro de Horche cavó.
Todos miran a Alialar,
«jue aunque tres toros ha muerto,
ne se quiere aventurar;
porque en lance tan incierto
el caudillo no ha de entrar.
Mas viendo se culparía,
va a ponérsele delante :
la fiera le acometía,
y sin que el rejón le plante
le mató una yegua pía.
Otra monta acelerado :
le embiste el toro de un vuelo,
cogiéndole entablerado ;
rodó el bonete encarnado
con las plumas por el suelo.
Dio vuelta hiriendo y matando
a los de a pie que encontrara,
el circo desocupando ;
y emplazándose, se para,
con la vista amenazando.
Nadie se atreve a salir :
la plebe grita indignada,
las damas se quieren ir,
porque la fiesta empezada
no puede ya proseguir.
Ninguno al riesgo se entrega
y .está en medio el toro fijo ;
cuando un portero que llega
de la puerta de la Vega,
hincó la rodilla, y dijo :
«Sobre un caballo alazano,
cubierto de galas y oro,
demanda licencia urbano
para alancear un toro
un caballero cristiano.»
Mucho le pesa a Alialar ;
pero Zaida dio respuesta
diciendo que puede entrar ;
porque en tan solemne fiesta
nada se debe negar.
Suspenso el concurso entero
entre dudas se embaraza,
cuando en un potro ligero
vieron entrar por la plaza
un bizarro caballero,
Sonrosado, albo color,
belfo labio, juveniles
alientos, inquieto ardor,
en el florido verdor
de sus lozanos abriles.
Cuelga la rubia guedeja
por donde el almete sube,
cual mirarse tal vez deja
del sol la ardiente madeja
entre cenicienta nube.
240
ANTOLOGÍA.
Gorgnera de anchos follajes,
de una cristiana primores,
en el yelmo los plumajes
por los visos y celajes
verjel de diversas flores.
En la cuja gruesa lanza,
con recamado pendón,
y una cifra a ver se alcanza
que es de desesperación
o a lo menos de venganza.
En el arzón de la silla
ancho escudo reverbera
con blasones de Castilla,
y el mote dice a la orilla :
Nunca mi espada venciera.
Era el caballo galán,
el bruto más generoso,
de más gallardo ademán :
cabos negros y brioso,
muy tostado, y alazán.
Larga cola recogida
en las piernas descarnadas,
cabeza pequeña, erguida,
las narices dilatadas,
vista feroz y encendida.
Nunca en el ancho rodeo
que da Betis con tal fruto
pudo fingir el deseo
más bella estampa de bruto,
ni más hermoso paseo.
Dio la vuelta alrededor;
los ojos que le veían
lleva prendados de amor:
¡ Alah te salve ! decían,
i Déte el Profeta favor !
Causaba lástima y grima
su tierna edad floreciente;
todos quieren que se exima
del riesgo, y él solamente
ni recela, ni se estima.
Las doncellas, al pasar,
hacen de ámbar y alcanfor
pebeteros exhalar,
vertiendo pomos de olor,
de jazmines y azahar.
Mas cuando en medio se para,
y de más cerca le mira
la cristiana esclava Aldara,
con su señora se encara,
Y así le dice, y suspira :
«Señora, sueños no son :
así los cielos vencidos
de mi ruego y aflicción,
acerquer a mis oídos
las campanas de León,
Como ese doncel, que ufano
tanto asombro viene a dar
a todo el pueblo africano,
es Rodrigo de \'ivar,
el soberbio castellano.»
Sin descubrirle quién es,
la Zaida desde una almena
le habló una noche cortés :
por donde se abrió después
el cubo de la Almádena.
V supo que fugitivo
de la corte de Fernando,
el cristiano, apenas vivo,
está a Jimena adorando
y en su memoria cautivo.
Tal vez a Madrid se acerca
con frecuentes correrías,
y todo en torno la acerca ;
observa sus saetías,
arroyadas y ancha alberca.
Por eso le ha conocido;
que en medio de aclamaciones,
el caballo ha detenido
delante de sus balcones,
y la saluda rendido.
La mora se puso en pie,
y sus doncellas detrás ;
el alcaide fjue lo ve,
enfurecido, además,
muestra cuan celoso esté.
Suena un rumor placentero
entre el vulgo de Madrid.
No habrá mejor caballero,
dicen, en el mundo entero,
y algunos le llaman Cid.
Crece la algazara, y él
torciendo las riendas de oro,
marcha al combate cruel;
alza el galope, y al loro
busca en sonoro tropel.
El bruto se le ha encarado
desde que le vio llegar,
de tanta gala asombrado,
y alrededor le ha observado
sin moverse de un lugar.
Cual flecha se disparó
despedida de la cuerda,
de tal suerte le embistió;
detrás de la oreja izquierda
la aguda lanza le hirió.
Brama la fiera burlada ;
segunda vez acomete,
de espuma y sudor bañada,
y segunda vez le mete
sutil la punta acerada.
NICOLÁS FERNÁNDEZ MORATÍN.
241
l'ero ya Rodrigo espera
con heroico atrevimiento,
el pueblo mudo y atento ;
se engalla el toro y altera,
y finge acometimiento.
La arena escarba ofendido,
sobre la espalda la arroja
con el hueso retorcido;
el suelo huele y le moja
en ardiente resoplido.
La cola inquieto menea,
la diestra oreja mosquea,
vase retirando atrás,
para que la fuerza sea
mayor, y el ímpetu más.
El que en esta ocasión viera
de Zaida el rostro alterado,
claramente conociera
cuánto la cuesta cuidado
el que tanto riesgo espera.
Mas ¡ ay, que le embiste horrendo
el animal espantoso !
Jamás peñasco tremendo
del Cáucaso cavernoso
se desgaja estrago haciendo,
Ni llama así fulminante
cruza en negra obscuridad
con relámpagos delante,
al estrépito tronante
de sonora tempestad ;
Como el bruto se abalanza
en terrible ligereza.
Mas rota con gran pujanza
la alta nuca, la fiereza
y el último aliento lanza.
La confusa vocería
que en tal instante se oyó
fué tanta que parecía
que honda mina reventó,
o el monte y valle se hundía.
A caballo como estaba
Rodrigo, el lazo alcanzó
con que el toro se adornaba ;
en su lanza le clavó,
y a los balcones llegaba.
V alzándose en los estribos,
le alarga a Zaida, diciendo :
«Sultana, aunque bien entiendo
ser favores excesivos,
mi corto don admitiendo;
Si no os dignáredes ser
con él benigna, advertid
que a mí me basta saber
que no le debo ofrecer
a otra persona en Madrid.»
JÜNEMANN, Lil. y Ant. esp.
Ella, el rostro placentero,
dijo, y turbada: "Señor,
yo le admito y le venero,
por conservar el favor
de tan gentil caballero.»
Y besando el rico don,
para agradar al doncel,
le prende con afición
al lado del corazón,
por brinquiño y por joyel.
Pero Aliatar el caudillo
de envidia ardiendo se ve,
y trémulo y amarillo,
sobre un tremecén rosillo
lozaneándose fué.
Y en ronca voz, «Castellano»,
le dice, «con más decoros
suelo yo dar de mi mano,
si no penachos de toros,
las cabezas del cristiano,
Y si vinieras de guerra
cual vienes de fiesta y gala,
vieras que en toda la tierra,
al valor que dentro encierra
Madrid, ninguno se iguala.»
«Así», dijo el de Vivar,
«respondo», y la lanza al ristre
pone, y espera a Aliatar ;
mas sin que nadie administre
orden, tocaron a armar.
Ya fiero bando con gritos
su muerte o prisión pedía,
cuando se oyó en los distritos
del monte de Leganitos
del Cid la trompetería
Entre la Monclova y Soto
tercio escogido emboscó,
que viendo como tardó,
se acerca, oyó el alboroto,
y al muro se abalanzó.
Y si no vieran salir
por la puerta a su señor
y Zaida a le despedir,
iban la fuerza a embestir :
tal era ya su furor.
El alcaide, recelando
que en Madrid tenga partido,
se templó disimulando ;
y por el parque florido
salió con él razonahdo.
Y es fama, que a la bajada
juró por la cruz el Cid
de su vencedora espada,
de no quitar la celada
hasta que gane a Madrid.
16
24:
ANTOLOGÍA.
LEANDRO FERNANDEZ MORATIN.
A UN MINISTRO.
Ayer salí ilc mi casa
muy afeilado y muy puesto,
encaminado a la vuestra,
como de costumbre tengo,
para anunciaros felices
Pascuas, salud y contento,
buen remate de diciembre
y buen principio de enero.
Pues, señor, hizo Patillas
que me saliera al encuentro
un hablador de los muchos
que hay por desgracia en el pueblo;
de esos que lo saben todo,
que de todo hacen misterio,
que almuerzan chismes, y vivCn
de mentiras y embelecos ;
infatigable escritor
de arbitrios y de proyectos,
entremetido estadista
y, Dios nos libre, coplero.
El al verme comenzó
a dar voces desde lejos,
y a correr y a chichear,
y en suma, no hubo remedio,
me abrazó, me refregó
las manos, me dio mil besos,
y entre los dos empezamos
este diálogo molesto:
«Moratín, hombre, ¡qué caro
se vende usted ! . . . ¿ Qué hay de nuevo?
Vaya, mejor que el verano
le trata a usted el invierno.
i Con que va bien ■ . . . — Lindamente.
— Sí, se conoce ; me alegro.
Pero :" cómo tan temprano ?
— Tengo que hacer. — Ya lo entiendo:
vaya, el barrio es achacoso,
usted un poco travieso . . .
digo, será la andaluza
de ahí alojo. — No por cierto.
— i Con que no ? . . . — ¡ Qué bobería I
Ni la conozco, ni quiero;
ni estoy de humor, ni esta cara
es cara de galanteos.
— Pues, amigo, linda moza.
; Cáspita ! Mucho salero,
alta, colorada, fresca,
Vjoca pequeña, ojos negros,
petimetrona ... La trajo
de Cádiz Don Hemeterio,
y en un b'.o le ha roído
cinco barcos de abadejo.
¿Y qué sucede? Que acaba
de plantarle. — Buen provecho ;
pero, a más ver, porque ahora
voy de prisa, y hace fresco.
— Hombre, para ir a palacio
es temprano. — Estoy en eso,
pero no voy. — i No ? Pues qué,
i nunca va usted ? — Yo me entiendo.
— i Ah ! ya caigo ; con que siempre. .
es muy justo ... ya lo veo.
Bien, muy bien. El señor conde
le estima a usted. — A lo menos
me tolera, disimula,
como quien es, mis defectos,
y suple con su bondad
mi escaso merecimiento.
— Sí, yo sé de buena tinta
que a usted le eslima. Un sujeto
que va allí mucho ? . . Y ,; qué tal ?
¿ Con que ya no quiere versos ?
i Es verdad, eh ? — No es verdad,
no, señor : si no son buenos,
no los quiere, y hace bien :
si son fáciles, ligeros,
alegres, claros, suaves,
y castizos madrileños,
le gustan mucho. Los míos
suelen tener algo de esto,
y por eso los prefiere
tal vez entre muchos de ellos,
que serán casi divinos,
pero que le agradan menos.
— Ya, ya ; pero usted debía
mudar de tono. ... — En efecto,
escribir disertaciones
sobre puntos de gobierno,
enseñar lo que no sé,
ni he de practicar, ni quiero;
decirle lo que se ha dicho
a todos, darle consejos
que no me pide, y a fuerza
de alambicados conceptos,
en versos flojos y obscuros,
y en lenguaje verdinegro,
entre gótico y francés,
hacerle dormir despierto ;
no, señor, yo nunca paso
los límites del respeto,
y entre muchas faltas, sólo
la de ser audaz no tengo.
— Bien está; pero ¿qué diantres
se le ha de decir de nuevo,
LEANDRO FERNÁNDEZ MORATIN. MEI.ÉNDEZ VAI.DÉS.
243
(jue le pueda contentar?
; Siempre borrando y temiendo ?
i Siempre una cosa? ... — Una cosa
dicha por modos diversos
pueda agradar, y tal vez
anuncia mayor ingenio,
siempre le diré que admiro
su bondad y su talento ;
que no estimo yo las bandas,
los bordados, los empleos;
dones (jue da la fortuna,
brillan, pero todo es viento;
sus buenas prendas me inclinan,
las aplaudo y las venero,
y con ellas nada pueden
la suerte ciega ni el tiempo.
Y adiós, que es tarde. — Oiga usted.
— Que voy de prisa. — Un momento.
Mire usted . . . yo . . . la verdad . . .
También ... ya se ve . . . yo tengo
algo de vena ; y en fin. . . .
— i Tiene usted vena ? Me alegro.
c De qué ? — Digo que a las veces
a mis solas me divierto,
y escribo algunas coplillas
tales cuales. Yo no quiero
darlas a luz, porque ... — Bien.
¡ Admirable pensamiento !
— Aquí traigo unas endechas,
un romance, dos sonetos,
y quiero que usted me diga
en amistad, sin rodeos,
qué tales son. Venga usted
a aquel portal. — Nos veremos.
— Pero un instante. — Otro día.
— Y una canción que he compuesto,
filosófica. — Al diario.
— Y una tragedia que pienso
acabar hoy. — A los Caños.
— Y un arbitrio. — A los infiernos.»
Esto dicho, le dejé,
apresuro el paso y llego,
y llegué tarde, según
el informe del portero.
Renegué del trapalón,
de su prosa y de sus versos,
y de mi estrella, que siempre
me depara majaderos.
¡ Ay, señor ! entre las dichas
que para vos pido al cielo,
la de no conocer nunca
a este verdugo os deseo ;
que si una vez os alcanza,
segiín es osado y terco,
por no verle la segunda,
os vais a habitar al yermo.
melende;z valdes.
Al prado fué por flores
la muchacha Dorila,
alegre como el mayo,
como las gracias linda.
Tornó llorando a casa,
turbada y pensativa ;
mal trenzado el cabello
y la color perdida.
DE DORILA.
Pregüntanla qué tiene ;
y ella llora afligida:
Habíanla ; no responde.
Ríñenla; no replica.
Pues ¿qué mal será el suyo?
Las señales indican
que cuando fué por flores,
perdió la que tenía.
LA INCERTIDUMBRE.
¡ Oh ! i cuan hermosa al piano
te ostentas, Calatea 1
1 Cómo a par que el oído
tras ti los ojos llevas !
i Con qué inefable gracia
al preludiar despliegas
tus manos enarcadas
sobre las albas teclas !
¡ Cómo los sueltos dedos
en el marfil se asientan,
y en concertado giro
van, vienen, saltan, ruedan!
Mientras con aire noble
revuelves la cabeza,
y al auditorio absorto
sublime enseñoreas.
En mil donosos rizos
la blonda cabellera,
cual la alba y clara luna
tu frente se despeja.
Los rutilantes ojos
con timidez modesta
parece que sus luces
cobardes escasean.
Mas súbito animada
la celestial hoguera
de sus brillantes rayos,
no hay quien fijarlos pueda.
i6»
244
ANTOLOGÍA.
Tú, afable sobre todas,
de nuevo los rodeas,
como agraciar queriendo
los pechos que sujetas ;
V todos de tal dueño
el yugo dulce anhelan,
y siervos venturosos
adoran sus cadenas.
Una sonrisa grata
sobre tu rostro juega ;
y que ya el estro sientes
en tu inquietud se muestra.
Abres en fin el labio ;
¡ oh quién, mi bien, pudiera
pintar cuál nos sojuzga
su armónica cadencia !
¡ Cuánto agitado el pecho
con tu reir se alegra,
con tus suspiros gime,
con tu trinar se eleva !
Muy lejos y eclipsado
con su impresión se queda
cuanto el ingenio un día
fingió de las sirenas.
Extático el oído,
de gloria el alma llena,
y el corazón parado
aun a alentar se niega.
Mientras, ¡ oh de tus voces
irresistible fuerza !
cual gustas nos inflamas,
concitas o serenas.
No hay cláusula que un dardo
dulcísimo no sea,
ni afecto, pausa o fuga,
que el seno no conmueva.
El tuyo turbulento
retrata la tormenta
que en lo interior te agita,
y el canto ardiente expresa.
Un débil ¡ay! lo abate,
un trino lo revela,
y otro y otros más vivos
su ondulación aumentan.
La nieve de tu rostro,
la grana en que risueñas
se tiñen tus mejillas,
se inflaman y se alteran.
Tornátil la garganta
reluce muy más bella
del lleno que a su lampo
la firme voz le presta.
V toda tú pareces
a Clío allá en las mesas
de Jove, en lira de oro
cantando su grandeza.
(lalatea adorada,
reina en el piano, reina ;
y con tu voz y gracias
cautiva y embelesa.
Reina ; que entre una y otras
el alma duda incierta,
cuál en ti es más sublime,
tu labio, o tu belleza.
Te ve, y a la hermosura
la palma le presenta ;
te escucha, y a tus trinos
absorta se la entrega.
MI VUELTA AL CAMPO.
Va vuelvo a ti, pacífico retiro;
altas colinas, valle silencioso,
término a mis deseos,
faustos me recibid ; dadme el reposo
por que en vano suspiro
entre el tumulto y tristes devaneos
de la corte engañosa.
Con vuestra sombra amiga
mi inocencia cubrid, y en paz dichosa
dadme esperar el golpe doloroso
de la Parca enemiga,
que lento alcance a mi vejez cansada,
cual de otoño templado
en deleitosa tarde, desmayada
huye su luz del cárdeno occidente
el rubio sol con paso sosegado.
i Oh, cómo, vegas plácidas, ya siente
vuestro influj feliz el alma mía!
Os tengo, os gozaré ; ccín libre ])lanta
discurriré por vos; veré la aurora,
bañada en perlas que riendo llora,
purpúrea abrir la puerta al nuevo día,
su dudoso esplendor vago esmaltando
del monte que a las nubes se adelanta
la opuesta negra cumbre ;
del sol naciente la benigna lumbre
veré alentar, vivificar el suelo,
que en nublosos vapores
adormeciera de la noche el hielo;
del aura matinal el soplo blando,
de vida henchido y olorosas flores,
aspiraré gozoso ;
el himno de alborada bullicioso
oiré a las sueltas aves,
extático en sus cantos suaves ;
y mi vista encantada,
libre vagando en inquietud curiosa
por la inmensa llanada,
MELENDEZ VALDKS.
245
aquí verá los fértiles sembrados
ceder en ondas fáciles al viento,
de sus plácidas alas regalados ;
sobre la esteva honrada
allí cantar al arador contento
en la esperanza de la mies futura ;
alegre en su inocencia y su ventura
más allá un pastorcillo
lento guiar sus candidas corderas
a las frescas praderas,
tañendo el concertado caramillo ;
y el río ondisonante,
entre copados árboles torciendo,
engañar en su fuga circulante
los ojos que sus pasos van siguiendo,
lento aquí sobre un lecho de verdura,
allí celando su corriente pura ;
cerrando el horizonte
el bosque impenetrable y arduo monte.
¡ Oh vida ! ¡ oh bienhadada
situación ! ¡ oh mortales
desdeñados y obscuros ! ¡ oh ignorada
felicidad, alivio de mis males !
¿Cuándo porsiempreenvuestro dulce abrigo
los graves hierros, que aherrojada siente,
el alma romperá? ¿cuándo el amigo
de la naturaleza
fijará en medio de ella su morada,
para admirar contino su belleza,
y celebrarla en su entusiasmo ardiente ?
Otros gustos entonce, otros cuidados
más gratos llenarán mis faustos días.
De mis rústicas manos cultivados
los campos que labraron mis abuelos,
las esperanzas mías
colmarán y mis próvidos desvelos ;
mi huerta abandonada,
que apenas ora del colono siente
, en su seno la azada,
de hortaliza sabrosa
verá poblar sus niveladas eras;
mi mano diligente
apoyará oficiosa
ya el vastago a la vid, ya la caída
rama al frutal, que al paladar convida
doblada al peso de doradas peras;
veráme mi ganado
a su salud, a su custodia atento,
solícito contarle cuando lento
torna al redil de su pacer sabroso ;
o en ocio afortunado,
mientras su ardiente faz el sol inclina,
solitario filósofo el umbroso,
bosque, en la mano un libro, discurriendo,
llenar mi pecho de tu luz divina,
angélica verdad, las celestiales
sagradas voces respetoso oyendo,
que en himnos inmortales,
en medio de las selvas silenciosas
do segura reposas,
al sencillo mortal para consuelo
tal vez dictaste del lloroso suelo.
De las aves el trino melodioso
allí mi dulce voz despertaría ;
y armónica a las suyas se uniría
cantando solo el campo y mi ventura ;
allí del campo hablara
con el pobre colono ; y en las penas
de su estado afanoso
con blandas voces de consuelo llenas,
humano le alentara;
o bien, sentado a la corriente pura,
viva, fresca esplendente,
del plácido arroyuelo, bullicioso,
que entre guijuelas huye fugitivo,
si del vicio tal vez la imagen fiera
mi memoria afligiera,
el ánimo doliente
se conhortara en su dolor esquivo ;
y en sus rápidas linfas contemplando
de la vida fugaz el presto vuelo,
calmara el triste anhelo
de la loca ambición y ciego mando.
Imagon, ¡oh arroyuelo!
del tiempo volador y de la nada
de nuestras mundanales alegrías,
una de otra apremiada,
tus ondas al nacer se desvanecen ;
y en raudo curso en el vecino río
tu nombre y tus cristales desparecen.
Así se abisman nuestros breves días
en la noche del tiempo ; así la gloria,
el alto poderío,
la ominosa riqueza,
y lumbre de belleza,
do ciega corre juventud liviana,
pasan cual sombra vana,
su dolor dejando en la memoria.
¡ Oh, cuántas veces mi azorada mente
en tu margen florida,
contemplando tu rápida corriente,
lloró el destino de mi frágil vida !
¡ Cuántas en paz sabrosa
interrumpí tu plácido ruido
con mi voz, ¡oh arroyuelo! dolorosa,
y en dulces pensamientos embebido,
a tu corriente pura
las lágrimas mezclé de mi ternura !
¡ Cuántas, cuántas me viste
querer de ti apenado separarme ;
y moviendo la planta perezosa,
cien veces revolver la vista triste
246 ANTOLOGÍA.
hacia li al alejarme, por la odiosa grandeza,
oyendo tu murmullo regalado, por siempre a tu sagrado se retira ¡
y exclamar conmovido ¡ Afortunado el que en humilde choza
con balbuciente acento : mora en los campos, en seguir se goza
¡Aquí moran la dicha y el contento! los rústicos trabajos, compañeros
¡oh campo! j oh soledad! j oh grato olvido! de virtud e inocencia;
¡oh libertad feliz! ¡Oh afortunado y salvar logra con feliz prudencia
el que por ti de lejos no suspira ; del mar su barca y huracanes fieros !
mas trocando tu plácida llaneza
FERNÁN CABALLERO.
UNA EN OTRA. (Carta xi.)
CASTA.
«No soy», prosiguió el peruano, «hombre (}ue hace discursos; me
gusta venir cuanto antes al grano. Así, sin más preámbulos, señora, sepa
Ud. que a lo que vengo es a pedirla su hija para mi muchacho. Ud., esto
lo extrañará, pero íqué quiere Ud. ? el hombre propone y Dios dispone.
Tenía otra boda para él a la vista; eran otras mis miras. Pero el se-
ñorito dice que no : se ha puesto triste y malo. ¡ Qué demonios ! Es mi
hijo único, y, cuando le veo triste o enfermo, no sé decirle que no.»
Mientras el viejo Miranda pedía de esta manera humillante la mano
de Casta, ésta se había puesto alternativamente encendida como el sol,
y pálida como la luna.
Doña Mónica, fuera de sí de alegría, respondió algunas palabras
corteses, mirando a su hija con inquietud. Estaba ésta impasible y sin
levantar los ojos de su costura.
No se hallará, quizás, entre las jóvenes españolas criadas en el
mundo, esa ciega inocencia, esa temblorosa timidez, esa exagerada cir-
cunspección de las jóvenes del norte. Tiene la española el entendimiento
demasiado penetrante, el carácter demasiado enérgico, la imaginación
demasiado viva, el alma demasiado vasta para poder quedar en ese ca-
pullo de seda. La idea de afectar una sencillez infantil, cuyo atractivo
no concibe, la haría encogerse de hombros y se reiría de usarle, como
una princesa de ponerse el traje de una pastora de Arcadia.
En lugar de aquel suave velo rosado con que se cubren las vír-
genes del norte, tiene ella su orgullo. Con su orgullo la española no
se encoge, sino que se alza. Por su orgullo no es coqueta, porque des-
deña los homenajes que no halagan su corazón : a su orgullo confía
su virtud. Y esto hace que ninguna mujer comprenda como ella la
dignidad de la mujer. Así, ella hace de los españoles los hombres
más apasionados, más galantes, más delicados, más respetuosos del
mundo.
«Hijo mío», dijo el viejo Miranda, después de haber mirado a Casta,
«por lo que toca a la persona, no hay pero que ponerle: esto está a
la vista. Doña Mónica, me parece que, sin que nos ciegue la parciali-
FERNÁN CABALLERO. TRUEBA.
24:
dad, los nietos nuestros serán bonitos. — -:Qué está Ud. ahí cosiendo,
Castita?»
«Un vestido de guinga», contestó Casta. «Vamos, vamos, suelte Ud.
la costura», dijo el suegro futuro; «de aquí en adelante no coserá Ud.;
no gastará mas vestidos de guingán.»
«¡Ay! sí, señor; los gastaré; es la tela que prefiero.»
«Y si su marido de Ud. no quisiera? ¿Si no quiere sino que gaste
Ud. vestidos de seda?»
«No llegará ese caso», dijo Casta con voz firme; «pues no pienso
casarme.»
Al oir esta brusca y terminante declaración, el señor Miranda quedó
estupefacto ; su hijo miró a Casta con angustia, cruzando las manos ; la
pobre madre palideció, gritando: «¡Casta, Casta! no partas de ligero y
piensa antes de decidirte.»
Casta seguía cosiendo tranquilamente y sin levantar la cabeza.
«¿Qué es esto?» exclamó al fin el señor Miranda. «¡Mi hijo es re-
husado! ¡Mi hijo, mi hijo! el mejor mozo, el más distinguido de los
muchachos de Cádiz, criado en L.ondres y París, que debe heredar mi
caudal; gentilhombre de Su Majestad. ...»
«Que, por consiguiente», dijo Casta con sonrisita burlona, «gasta
una llave de oro con que abre todas las puertas. ¿No es ver-
dad?»
«i Señorita!» interrumpió el viejo Miranda encendido en cólera,
«¿cuáles son vuestras miras? ¿A qué aspira Ud. ? ¿Al infante Don Fran-
cisco o al infante Don Enrique?»
«No aspiro a cosa tan alta», respondió Casta con calma. «No as-
piro sino a ser feliz.»
Al oir esta respuesta, el joven Miranda se levantó y dijo con digni-
dad: «Basta, padre; vamonos.»
TRUEBA.
DEL LIBRO DE LOS CANTARES.
CORAZONES PARTIDOS.
III. — «Pues bien, usaré símiles
«(La conquisto con cuatro no menos lógicos,
lisonjas cucas.) si a Usted son antipáticos
Me da Usted su permiso? . . .« los mitológicos.
— «Pase Usted, Lucas.» La azucena, la rosa,
— «Salve, hermosa Diana, la clavellina,
lumbre febea, la . . nada falta en esa
envidia de la diosa cara divina,
de Citerea. ...» pues no hay jardín que tantas
— «¿Por San Juan y San Pedro, flores encierre.. . ."
somos paganos? — «i Según eso, mi cara
Hable Usted como se habla será un parierre\» ...
entre cristianos.» — «Es .el edén, el cielo
24«
ANTOLOGÍA.
por (|uc suspiro. . . .
Ay, como no le alcance,
me pego un tiro.»
— ¡El Señor nos asista!»
— «Los cachorrillos
traigo ya preparados
en los bolsillos,
y éstas no son fanfarrias
de un botarate. . . .»
— «¡ Pues a ver si evitamos
que Usted se mate !
c Conque Usted solicita . . . "-
— «Su mano blanca. ''
— «A dársela estoy pronta,
que no soy manca ;
pero antes necesito
que Usted me diga
si algún lazo con otra
mujer le liga. •'
— "Ni nuflca me ha ligado.
Solo las musas
y Usted han merecido
mis garatusas.
— «¿Y su amor a las musas
es muy de bulto r»
— «Como que día y noche
les rindo culto.» *
— «No me atrevo con nueve
competidoras,
pues temo que me arañen
esas señoras ;
}' un corazón partido
yo no le quiero,
qtie, cuando doy el tnío,
le doy entero.»
I.
i Qué noche ! . . . en la chimenea
sopla el viento sin cesar,
y son ríos las canales
y hace un frío que ya, ya!
«Hijos, avivad la lumbre;
más leña . . . aunque sea una haz,
para que así se caliente
y se seque el militar.
Tií, Soledad, entre tanto
baja un pernil del varal,
y haz al militar la cena,
que buena gana tendrá
— «Gracias, patroncita, gracias,
por su infinita bondad.»
— «¡Eh! déjese Usted de gracias;
no hacemos nada de más.
En este mundo, hoy por ti
mañana por mí, y en paz.
Como dice el señor cura,
el que siembra, cogerá,
que mañana u otro día
tal vez mis hijos irán
por esos mundos de Dios
como Usted ahora va,
y Dios les dará patronas
que no me los traten mal. . . .
i Hijitos de mis entrañas.
Dios los tenga por acá!»
Así dice la patrona ;
y el honrado militar,
de negro y largo bigote,
de continente marcial,
de ojos negros, tez morena,
algo rudo en el hablar,
pero de aquellos que llaman
LA VIDA DE JUAN SOLDADO.
vino al vino y pan al pan ;
siente una lágrima tierna
por su mejilla rodar,
aunque el silbo de las balas
no le conmovió jamás.
Y los dos hermosos niños
que ocho o diez años tendrán,
no se cansan de echar leña,
leña seca en el hogar,
ni se cansa de partir
rico jamón Soledad,
que es una chica morena
llena de gracia y de sal;
ni se cansa la patrona
huevos frescos de cascar.
«Vendí lo poco que había
y me vine por acá
desengañado del mundo,
buscando ... la soledad.
Con que, Soledad, si Usted
me quisiera consolar. . . .
— «¡Yo ... si mi madre quisiera....»
— « ¡ Pues no he de querer ! Con tal
que sea a tu gusto. ...»
— <-Diga,
Usted que sí, señor Juan,
que el otro día mi hermana,
y la Saturia, y la Paz,
y la Juana se metieron
en el cuarto para hablar
de novios, y les decía
a las otras Soledad :
'Chicas, yo todas las noches
»^ueño con el militar.'
— «i Embiustero ! ¿yo dije eso?»
249
— «¡Sí, sí, rabia, rabia! Va
que no me ([uieren abrir,
dije, se han de fastidiar,
que he de escuchar lo que dicen.»
— "¡Anda cucharón!"
— «iMe da
la gana !»
— «Déjale, hija.
Ya lo oye Usted, señor Juan.-i
— "Patrona, ¡qué feliz soy!»
GLORIAS DE LA MUJER.
III.
i Oh niña, niña donosa !
c no consideras, no ves
que está en la unión de dos almas
la fuente de todo bien ?
Pues, cuando el amor profundo
une a un ser con otro ser,
es una tlor cada espina
y es este mundo un edén,
donde los ojos no vierten
más llanto que el del placer.
¿No anhelas hallar una alma,
espejo límpido y fiel
donde a todas horas puedas
la tuya gozosa ver ?
i una alma noble que tenga
por un mentido oropel
el oro, la gloria, el fausto,
la libertad, el poder,
comparados con la prenda
de tu ilimitada fe?
IV.
¡Oh niña, niña donosa!
¿no piensas alguna vez
que tiene la enredadera
necesidad de sostén ;
pues si no hay un arbolilo
que la sostenga, se ve
derribada en la vereda
donde el pastor y la res
la enlodan y la deshacen
sin compasión con el pie ?
cque, siendo débil como ella,
tií como ella has menester
a tu lado un arbolito
que apoyo y sombra te dé ?
i Y no ves que el dolor carga
tan pesada suele ser,
que si no le compartimos
con un compañero fiel,
podemos en la jornada
desfallecidos caer?
¿No sabes que en este mundo
hasta compartiendo el bien,
encuentran las almas nobles
un santo y dulce placer ?
EL ADOLESCENTE.
I.
II.
Quince años cumplidos tiene,
y no sé cómo llamarle,
no sé si infante o mancebo,
no sé si mortal o ángel;
pues las pasiones del hombre
comienzan a dominarle,
y aun su corazón perfuma
la inocencia del infante.
Mirad con cuánta ternura
da un dulce beso a su madre,
y mirad cómo sus ojos
buscan, tímidos y amantes,
al mismo tiempo a esa virgen
que asoma entre los rosales.
No sabe lo que ambiciona,
mas la ambición le combate ;
no sabe lo que desea,
mas que algo desea sabe. . . .
/ --()' si pudiera volar
como las ás:uilas reales!
Allá abajo en la arboleda
discurre un inquieto enjambre
de niños que en los dos lustros
acaso ninguno raye.
Allí hay fuentes crislahnas,
allí hay flores odorantes,
allí hay pájaros cantores,
allí hay toldos de ramaje,
y desde allí se ve el sol
en occidente ocultarse ;
pero los niños enturbian
los cristalinos raudales,
no hacen caso de las flores
que huella su planta errante,
mandan a los pajaritos
con la música a otra parte,
y dejan que el sol se esconda
sin detenerse a mirarle.
Pero el bello adolescente
se despide de su madre
250
antología.
y vaga por la arboleda
con languidez inefable
Fuentes, flores, pajaritos,
ramas, sol, todo le place,
todo lo contempla, todo
tiene para él un lenguaje
que no comprende y le encanta,
que le anima y que le abate,
que le hace ansiar otro mundo
y bendecir éste le hace.
LA CASA DONDE
I.
En esa casita blanca
oculta en un pabellón
de guindos y de manzanos
donde canta el ruiseñor,
alegre cuando el sol nace,
triste cuando muere el sol ;
en esa casita blanca
vivía un tiempo mi amor,
vivía la dulce niña
que amaba mi corazón. . . .
La niña está ya en el cielo,
que era un ángel del Señor,
y para morar con ángeles
tan puros, ¡ quién era yo 1
Mas vagar en estos sitios
es toda mi diversión,
que me divierte la jaula,
aunque el pájaro voló.
IL
¡Cuántas veces asomados
a aquel airoso balcón,
cubierto de enredaderas,
de enredaderas en flor,
en brazos de la esperanza
nos adormimos los dos !
Me parece que estoy viendo
a la prenda de mi amor
exclamar allí, mostrando
la timidez en su voz,
la ternura en su mirada,
la dicha en su corazón :
«Dichosos, mi dulce amado,
seremos aquí tú y yo,
así que un sagrado vínculo
eternice nuestra unión ;
Ved aquí la diferencia
que separa a ambas edades
alma pequeña, la infancia :
la adolescencia, alma grande ;
la una sin aspiraciones
indefinibles, constantes:
¡a otra, quisiera volar
covto las ás;uilas reales.
VIVIÓ.
pues esta casita blanca
que mi niñez cobijó,
y ofrece, lejos del mundo,
paz y alegría y amor ;
amor y paz y alegría
nos ofrecerá a los dos.»
Como la flor del almendro
nuestra esperanza se heló ;
mas vagar en estos sitios
es toda mi diversión :
que tne divierte la jaula,
aunque el pájaro voló.
III.
Casita, casita blanca,
donde mi amada vivió,
de rayos, de huracanes
te guarde por siempre Dios ;
los guindos y los manzanos,
te den sombra y protección ;
nunca se seque la fuente
que te da en julio frescor;
entonen en tu tejado
los pájaros su canción;
enredaderas te adornen,
y flores te den su olor.
Yo vendré cuando el sol nazca,
yo vendré al morir el sol,
a fecundar con mi llanto
los campos de alrededor,
fijos los dolientes ojos
en tu desierto balcón ;
que, como fuiste morada,
de la prenda de mi amor,
con la jaula me divierto,
aunque el pájaro voló.
DESDE LA PATRIA AL CIELO.
SU PROGRAMA. TERESA.
— <-'Qué manojito de rosas y de claveles se ha posado en mi
hombro ?
¡Ah! ¡Es tu cara de pascua florida 1 ¿Qué hacías tii aquí, amor mío?*'
IKUKBA. 2CI
— «Leer por encima de tu hombro lo que vas escribiendo.»
— «¿Y qué tal te parece?»
— «Mal, rematadamente mal.»
— «¡Gracias por la lisonja! ¿Y por qué te parece mal?»
— «Porque no me gusta la ironía.»
— «Sin embargo, bien usada, es un género que ...»
— «Es un género que hiere, que hace daño, que tú no puedes
cultivar.»
— «¿Y por qué no puedo?»
— «Porque no tienes hiél en el alma.»
— «En cuanto a eso, poco a poco. Cosas pasan en el mundo que
aun en el alma de una blanca paloma engendran hiél, y vinagre, y ajo,
y mostaza, y guindilla.»
— «Sí; pero a pesar de eso, el mundo es hermoso, como lo son
las rosas a pesar de las espinas.»
— «¡Ah! Sí, tienes razón; el mundo es hermoso para los que no
nos creemos desterrados en él.
Pasemos por el mundo derramando una bendición sobre cada flor
y cada espina que encontremos a nuestro paso.
Cuando, terminado nuestro viaje, tornemos al seno de Dios, las
puertas del paraíso nos serán abiertas, si podemos decir : '¡ Señor, hemos
hecho noblemente nuestra jornada; los moradores de la tierra lloran
nuestra ausencia, porque hemos sembrado bendiciones en nuestro ca-
mino!'»
Es verdad ; la ironía es indigna de las almas que carecen de hiél. —
Lector despreocupado, no quiero dirigirme a ti, porque tú no me
comprendes. No quiero escribir para ti, porque soy pobre de espíritu
y rico de corazón, y sólo para los pobres de espíritu y ricos de co-
razón escribo.
Aunque mi corazón sólo sabe amar y mis labios sólo saben ben-
decir, (quisiera tener mil corazones para aborrecerte y mil labios para
maldecirte.
¿Ves esa lágrima que ha borrado un amargo «¡te detesto!» que mi
pluma acababa de estampar en el papel ? Pues ha caído de esos dulces
ojos que, posados sobre mi hombro, siguen, arrasados en lágrimas de
ternura y de alegría, el Mielo de mi pluma.
Esas lágrimas busco, que no tus aplausos y tus riquezas. Pobre y
obscuro quiero seguir mi jornada llevando por compañeros a los pobres
de espíritu y ricos de corazón, porque ellos me guiarán al reino de los
cielos.
¡ Virgen de ojos azules y rostro de azucena y rosa, a ti me dirigiré,
porque tú me comprendes! Sí, sí, tienes razón: el mundo es hermoso
para los que no nos creemos desterrados en él.
Has de saber que Teresa, aquella que plantó el rosal en S . . .,
ofreciendo a la Virgen regalarle todas las rosas que produjera si se
252 antología.
salvaba su hijo de una grave enfermedad, perdió a su marido Juan,
aquel que plantó un árbol en memoria del nacimiento de su hijo Pedro.
Pedro era aun muy niño cuando murió su padre, y la pobre Te-
resa se encontró sin amparo en el mundo.
Como aquellos pobres aldeanos tienen la costumbre de acogerse al
amparo de los moradores del cielo en todas sus tribulaciones, Teresa
se acordó de la Madre de Dios cuando se hallaba más desconsolada.
Era una hermosa mañana de mayo ; todo cantaba y reía : el sol aso-
mando por oriente, los pájaros en la enramada, las campanas en la
torre y las flores en el huerto. Todo cantaba y reía, menos el corazón
de la pobre Teresa, que estaba desconsolado.
Teresa se fué al huerto a ver si el rosal tenía rosas para engalanar
el altar de la Virgen. Cargadito de ellas estaba, y nunca las había os-
tentado tan hermosas como aquella mañana. Lo único que les faltaba
eran algunas gotas de rocío que abrillantasen sus frescas hojas, refle-
jando los primeros rayos del sol de Dios que empezaba a bañar el
horizonte.
Teresa empezó a coger rosas, llorando mientras las cogía. Hizo con
ellas un lindo ramillete, y se encaminó a la iglesia, que el sacristán
había dejado abierta, mientras subía a la torre a tocar a misa primera.
El primer rayo del sol penetraba por una ventana del templo y
bañaba con su dorada luz el altar de la Madre de Dios.
Teresa colocó en el altar aquel ramo de rosas coronadas de lágri-
mas, y de repente un resplandor divino deslumbró sus ojos e inundó
de luz el templo: el sol, reflejando en las lágrimas que coronaban las
rosas, había trocado cada lágrima en un diamante, rico de luz y her-
mosura.
La pobre aldeana alzó sus atónitos ojos a la Virgen, y creyó ver
una sonrisa, llena de amor y gratitud, en los labios de la Reina del cielo.
Poco después salió del templo con el corazón henchido de santa
esperanza, y se dirigió presurosa a su casa para hacer partícipe de su
alegría al hijo de sus entrañas.
Al pasar junto al palacio del indiano oyó una voz que la llamaba,
y alzó los ojos al balcón del palacio.
«Teresa», la dijo el indiano, «sube, que deseo hablar contigo.»
Teresa se apresuró a subir, llena, sin saber por qué, de gratísima
esperanza.
«Enjuga tus lágrimas, Teresa», añadió el indiano, «que yo voy a
proporcionaros la subsistencia a ti y a tu hijo.»
«¡Hijo de mi alma!» exclamó la aldeana, pensando en la dicha
de su hijo antes que en la propia.
SOÑANDO CON MI PAÍS,
Muchas veces, soñando con mi país, que ése es mi sueño perpetuo,
me figuro el momento en que Dios me permita tornar al valle en que
TRUEBA. PERKDA.
253
nací. Cuando eso suceda, me digo, habrá ya arrugas en mi frente y
canas en mi cabeza. Será un día de fiesta aquel en que yo torne a mi
valle nativo, y al trasponer la colina desde la cual se descubre por
completo, oiré repicar las campanas a misa mayor. ¡ Qué dulcemente
resonarán en mi oído aquellas campanas que tantas veces me llenaron
de alborozo en mi niñez ! Penetraré en el valle con el corazón palpi-
tante, la respiración difícil y los ojos arrasados en lágrimas de regocijo.
Allí estará, con su blanco y sonoro campanario, la iglesia donde ver-
tieron sobre la frente de mis padres y la mía el agua santa del bau-
tismo \ — allí estarán los nogales y los castaños a cuya sombra bailá-
bamos los domingos por la tarde; ■ — allí estará la sebe donde mis
hermanos y yo buscábamos nidos de pájaros y hacíamos silbos con la
corteza del castaño y del nogal ; — allí, sobre las estradas, estarán los
manzanos cuya fruta derribábamos a pedradas mis compañeros y yo
cuando íbamos a la escuela; — allí estará la casita blanca donde na-
cimos, mis abuelos, y mi padre, y mis hermanos y yo; — allí estará todo
lo que no siente ni respira. Pero ¿dónde estarán, Dios mío, todos
aquellos que con lágrimas en los ojos me dieron la despedida tantos
años ha? Seguiré por el valle abajo. ¡Conoceré el valle, pero no sus
moradores! ¡Ved si habrá entre los dolores un dolor más grande que
el mío ! Las gentes reunidas en el pórtico de la iglesia esperando el
momento de entrar a misa, se asomarán al pretil que da sobre la cal-
zada, y otras gentes se asomarán a las ventanas, todas para ver pasar
al forastero. Y ni ellas me conocerán, ni yo las conoceré, que aquellos
niños y aquellos mancebos y aquellos ancianos no serán los ancianos
ni los mancebos ni los niños cjue yo dejé en mi valle nativo. Seguiré,
seguiré tristemente por el valle abajo. «Todo lo que sentía», exclamaré,
«se ha modificado o ha muerto. ¿Qué es lo que conserva aquí puros
e inmaculados los sentimientos que yo infundir» Y entonces alguna al-
deana entonará uno de aquellos cantares en que yo encerré los senti-
mientos más hondos de mi alma, y al oírla, mi corazón querrá saltar
del pecho, y caeré de rodillas, y si la emoción y los sollozos no em-
bargan mi voz, exclamaré: «¡Santa, y tres veces santa, bendita, y tres
veces bendita, la poesía que inmortaliza el sentimiento humano!»
(Del prólogo del «Libro de los cantares».)
PEREDA.
DE «PEDRO SÁNCHEZ.
IMPRESIONES DURANTE UNA MISA.
No me maravilló el templo con sus tres naves góticas, no su coro bajo
frente al altar mayor, su suelo de mármoles y sus capillas sombrías; pues,
si he de hablar con verdad, cosa más grande y más rica me había ima-
ginado yo para una catedral de población tan renombrada e impor-
254 antología.
tante '. Pero comenzó la misa, y ya el ir y venir de los canónigos
arrastrando las negras colas; el solemne, ostentoso ceremonial del pres-
biterio ; los preludios del órgano ; las nubes y el olor de los incensarios
agitados por los inquietos monaguillos, vestidos de rojo y blanco, y la
templada luz que se descomponía en todos los colores del prisma al
atravesar los vidrios de las ojivas, imprimieron un nuevo rumbo a mis
ideas, sacándolas de sus ordinarios y naturales cauces. Después, a me-
dida que la misa adelantaba, crecía la fuerza de mi atención, por-
que nuevas ceremonias y no soñadas impresiones la sorprendían y la
cautivaban, sin poder yo darme cuenta todavía de si aquel arroba-
miento en que comenzaba a caer, era solamente una inesperada excita-
ción de mis sentimientos religiosos en ocasión y sitio tan señalados;
o si en él influía también un exceso de curiosidad. Pero llegó im mo-
mento en que a las voces estentóreas de los chantres y a las ati-
pladas de los niños de coro, y al sonar de las campanillas de los mo-
nagos, y al cántico trémulo e inseguro del oficiante, se unió el estruendo
de toda la trompetería del órgano, formando el conjunto un verdadero
torrente de armonías (^ue se desbordaba de las naves del templo, pa-
recía estrellarse en inmensas oleadas contra los fustes, y saltar con ecos
resonantes desde los mármoles del pavimento hasta los rosetones de
las bóvedas. Entonces sentí un extraño cosquilleo que se deslizaba por
todas las fibras de mi cuerpo ; perdí la noción racional de cuanto tenía
delante y en derredor de mí; hundí la cabeza en el pecho: parecióme
que los haces de columnas se alargaban y crecían hasta perderse de
vista, diáfanos y aéreos, y que la tempestad de sonidos se extendía por
todo el espacio hasta llenar los ámbitos del mundo, como la voz te-
rrible de Jehová ... y le vi ; sí, le vi, flotando sobre nubes de incienso
y de armonías, entre las disueltas bóvedas del templo; y le sentí en
mi corazón y en mi conciencia ; y crecieron en ella las más leves faltas
hasta la magnitud de enormes culpas ; al ardor de la fe, que también
crecía en mi pecho, humillé mi cabeza . . . (creo que toqué con la
frente el duro mármol en que se hincaban mis rodillas) ; negóse mi labio
trémulo a pronunciar las plegarias que salían de mi corazón ; brotaron
mudas lágrimas de mis ojos, y, al verme en presencia de juez tan
grande y majestuoso, avergonzóme la altura del suelo que me sostenía,
y envidié la obscuridad y bajeza del mísero gusano que se arrastra bajo
las costras de la tierra. (Cap. ii.)
CARMEN.
Oyónos Carmen desde dentro y saHó a recibirnos. ¡ Qué monísima
estaba! Jurara yo que se le enrojecieron un poco las mejillas al ence-
rrarse conmigo. Parece que la estoy viendo todavía: con su cabellera
abundosa, un poquito rizada naturalmente; los labios húmedos y rosa-
dos; los dientes como la más limpia porcelana; los ojos dulces y
* Santander.
PEREDA. ZORRILLA.
255
rasgados; la nariz un si es no es aguileña; en cada carrillo un hoyuelo;
el cutis fino y trasparente, y el cuello como de rosas y azucenas; después
una pañoleta azul sobre el seno túrgido, y un vestidito de percal, fresco
y almidonado, cuyos pliegues descendían del esbelto talle hasta el suelo,
formando cola por detrás, y no tan largos por delante que, al andar,
los pisaran unos pies como dos almendras, prisioneros en sendos zapa-
titos bajos, sobre unas medias como el ampo de la nieve. . . . Rei-
ríanse de ello, si a leerlo acertaran los libertinos al uso ; pero la verdad
es que sólo me atreví a tocar ligeramente con la mía, la suavísima y
ebúrnea mano que me tendió, un poquillo ruborizada, la hija de Don
Serafín. Tal respeto me infundió la irradiación de su fragante y casta
hermosura en aquella lóbrega mansión de la pobreza. (Cap. xii.)
ZORRILLA.
(DEL LIBRO DE LAS NIEVES, «LEYENDA DE ALHAMAR..)
AZAEL.
V he ahí que en este punto,
del fondo transparente
del agua, donde siente
la música sonar,
de un ser resplandeciente
el rostro, que ilumina
la linfa cristalina,
se comenzó a elevar.
Tocó en el haz del agua
su cabellera blonda ;
quebró la frágil onda
su frente virginal ;
dejó el agua mil hebras
entre sus rizos rotas,
y a unirse volvió en gotas
al limpio manantial.
Aéreo, puro, leve,
cual nube vaporosa
que mansa el aura mueve
y transparente el sol,
ciñendo de oro y rosa
tlotante vestidura,
como el del alba pura,
suavísimo arrebol.
La paz en el semblante,
la gloria en la sonrisa,
apareció radiante
el ángel Azael ;
y sus mortales ojos
fijando en la improvisa
aparición, de hinojos
cayó Alhamar ante él.
Del agua se alzó fuera
y, al esparcir el viento
su blonda caballera,
el aire perfumó ;
dejó escapar su aliento,
y cuanto allí existía
su aliento de ambrosía
con ansia respiró.
Del suelo a la techumbre
el místico palacio
reverberó la lumbre
de su divina faz.
Cuya fulgente aureola
purpúrea tornasola
el aire del espacio
y de las aguas la haz.
DE «GRANADA».
¡ Salve, ciudad del sol, Granada bella,
amor de Boabdil, huerto florido,
que entre nieves estériles descuella,
taza de nardos, de palomas nido,
diamante puro que sin luz destella,
edén entre peñascos escondido,
ilusión de esperanza y sueño de oro
que halaga aún al corazón del moro !
i Salve, verjel en donde el alba nace
y donde el sol poniente se reclina,
donde la niebla en perlas se deshace
y las perlas en plata cristalina;
donde el placer sobre laureles yace
y Dios sonríe y la salud domina !
Divino objeto de mi canto rudo:
yo al empezar nji canto te saludo.
256
ANTCiI.OGlA.
Heme aquí, vuelto hacia ti los ojos,
descubierta al nombrarte la cabeza,
con amoroso afán puesto de hinojos,
rendido adorador de tu belleza,
ofrecerte mis cantos por despojos,
si dignos son de tu inmortal grandeza ;
tiéndeme, pues, bellísima Granada,
al elevar mi voz, una mirada.
Y i plegué a Dios que mi amoroso acento,
por cima de los montes y los mares,
lleve a tu Alhambra sonoroso viento,
que armonía mejor dé a mis cantares !
\ si te dan a ti contentamiento
y algiín premio por ellos me buscares,
dame a tu vez, ¡oh flor de mis amores!
sepultura al morir entre tus flores.
GONZALO ARIAS DE SAAVEDRA.
(I, I.
¡Tremenda noche! La lluvia,
desgajándose a torrentes
por las quebradas vertientes
de la Sierra, con fragor
a la hondura de sus valles
consigo arrastrando baja
los árboles que descuaja
del vendaval el furor.
¡ Tremenda noche ! Iracundos
los rebeldes elementos
amagan de sus cimientos
las montañas arrancar.
Y en la cresta de la roca,
donde se halla suspendida,
con ímpetu sacudida
tiembla Zahara sin cesar.
A una aspillera asomado
de su antigua ciudadela,
el buen Arias está en vela,
ocupado en escuchar
los rumores que a su oído
en sus alas trae el viento,
y un fatal presentimiento
no le deja sosegar.
Nada sus tenaces ojos
ven en noche tan cerrada ;
no percibe ni oye nada
en la densa lobreguez,
más que el velo tenebroso
y la voz de la tormenta,
cuya furia se acrecienta
con horrible rapidez.
A sus pies reposa Zahara :
sus tejados ve, a la lumbre
del relámpago, en la cumbre
donde el pueblo se fundó.
Mas la roja llamarada
que el relámpago refleja
le deslumhra y no le deja
comprender lo que a ella vio.
Al resplandor instantáneo
con que el pueblo se ilumina,
cree tal 'cz ver la colina
con el pueblo vacilar;
y a veces, en el instante
de iluminarse de lleno,
cree ver de Zahara en el seno
vagas visiones errar.
Blancos bultos, misteriosas
sombras, móviles reflejos
tras los muros a lo lejos
moverse y lucir cree ver;
cual si, haciendo de ellas vallas,
los espíritus del m.onte
de sus torres y murallas
se quisieran guarecer.
i Delirios vanos ! ¡ quimeras
de su débil fantasía !
Pasa el pobre noche y día
en continua agitación,
y con fe supersticiosa
creyendo en su fatalismo,
recela hasta de sí mismo,
trastornando su razón.
¡ Ilusiones ! Arias sólo
oye el vendaval que brama,
y el agua que se derrama
por los tejados rodar,
y en los muros del castillo
el rumor acelerado
de los pasos del soldado
que acaban de relevar.
Oye el sordo remolino
con que rueda la tormenta
haciendo girar violenta
las veletas de metal,
y zumbar estremecida
la mal sujeta campana,
y temblar en la ventana
el desprendido cristal.
Todos reposan en Zahara,
la atalaya de Castilla ;
sólo se oyen por la villa,
en la densa obscuridad,
el agua de la goteras
y el rumor del vago viento,
que ruge con el acento
de la ronca tempestad.
ZORRILLA.
257
Sólo en apartada torre
del mal guardado castillo,
con el fulgor amarillo
de una lámpara al morir,
velan algunos soldados,
y se siente desde fuera
el rumor de una quimera
y jurar y maldecir.
Oyense sus carcajadas,
sus apodos insolentes ;
pues en esto han tales gentes
contentamiento y placer;
se juntan en borracheras
para acabarlas riñendo,
y vuelven en concluyendo
desde reñir a beber.
Y en el calor de la orgía
y el vapor de los licores,
disertan de sus amores
en obsceno platicar;
pues su lengua irreligiosa,
sin respetos y sin vallas,
sólo de sangre y batallas
o mujeres ha de hablar.
De éstas se miran algunas
con los soldados más mozos
en impúdicos retozos
y deshonesto ademán,
que osadas y decompuestas,
o blasfemando o riñendo,
hasta embriagarse bebiendo
desatinadas están.
La trémula llamarada
de una hoguera agonizante
presta a su rudo semblante
una expresión más feroz ;
y, recibiendo la bóveda
la algazara en su ancho hueco,
remeda con largo eco
la desentonada voz.
Harto de vino y de amores,
en dos bancos apoyado,
cantaba un viejo soldado
al son de un roto rabel,
e hiriendo a compás la mesa
con plato, jarra o cuchillo,
aullaban el estribillo
ellos y ellas con él.
Brindaban, y a cada brindis
insensatos blasfemaban,
y reían y danzaban
completando la embriaguez ;
y sus sombras, en silencio,
gigantescas, agitadas,
cual fantasmas convidadas
erraban por la pared.
JÜNEM.\NN, L¡t. y Ant. esp.
«¡A ellos!» gritaron voces,
y entraron al aposento,
diez a diez y ciento a ciento,
los moros del rey Hasán ;
y apenas a las espadas
acudieron los cristianos,
les cercenaron las manos
en donde tan mal están.
Lidiaron acaso algunos;
pero tantos les entraron,
que al fm los acuchillaron
con las hembras a la par.
A los gritos de los moros
los cristianos despertaban ;
i pero los tristes se hallaban
cautivos al despertar !
La soñolienta pupila
prestaba crédito apenas
a las cuerdas y cadenas,
con que atados dos a dos
por los árabes se vieron;
a quienes con lengua y ojos
pedían piedad de hinojos
en el nombre de su Dios.
Las lágrimas de las madres,
de los niños los sollozos,
los esfuerzos de los mozos,
el dolor de la vejez,
son inútil resistencia ;
porque a todos, ios infieles,
atados como lebreles,
los arrastran a la vez.
En vano lucha la virgen
desesperada con ellos,
que con sus propios cabellos
mordaza o cordel le dan ;
en vano niños y enfermos
yacen sin fuerzas postrados,
en tropel como ganados
todos a los hierros van.
Fueron tristísimas horas
las de noche tan sangrienta.
¡ A quien de ella pidan cuenta
malas cuentas ha de dar!
Mas no Arias, a quien el mundo
con su fe abandona en Zahara,
porque Dios no desampara
a quien de él se va a amparar.
Corazones como el suyo,
almas cual la que le anima.
Dios tan sólo las estima
en su prístino valor;
aniquilado bien pronto
el cuerpo que les encierra,
vuelve su polvo a la tierra
y su esencia al Criador.
258
ANTOLOGÍA.
Creyó al fin Gonzalo Arias,
desde la torre en que vela,
sentir en la ciudadela
un verdadero rumor
de voces y de pisadas,
y distinguir en la sombra
muchas gentes agolpadas
a la muralla exterior.
Iba el caracol de piedra
a tomar del muro, cuando
por él su escudero entrando
dijo: «Los moros, señor!»
Asió al punto Arias Saavedra
un hacha y un triple escudo,
que halló a mano, y torvo y mudo
lanzóse hacia el corredor.
Por el caracol torcido
se hundió como una callada
sombra, y la puerta ferrada
de las almenas abrió.
Confuso tropel de moros
llenaba el adarve estrecho ;
Gonzalo Arias derecho
a los moros se lanzó.
Tendió del primer hachazo
los dos que halló delanteros,
y al querer tirar del brazo
la mano de otro segó.
A tan repentino ataque
la morisma, acorralada,
abrió círculo espantada
y en el centro le dejó.
Mas Arias, que no veía,
de vergüenza y de ira ciego,
cerróse con ellos luego
con ímpetu asolador ;
y al ver el horrendo estrago
qué en ellos su brazo hacía,
ninguno se le atrevía,
embargados de pavor.
Pero sobre ellos cargaba
Gonzalo Arias con tal brío,
que adelante les llevaba
sin dejarles revolver;
y uno que frente arrestado
le hizo, entre dos almenas
le derribó atravesado;
y en el foso fué a caer.
Aquel hombre despechado,
de mirada centelleante,
de colérico semblante,
y de fuerzas de titán,
sin más que un broquel y un hacha,
pálido y medio desnudo,
peleando solo y mudo
con desesperado afán;
Aquel hombre aparecido
de repente en medio de ellos,
erizados los cabellos,
cual de un vértigo infernal
])oseído, hizo a los moros
concebir honda pavura,
contemplando en su figura
algo sobrenatural.
Un instinto irresistible
de temor supersticioso
de aquel hombre misterioso
en tropel les hizo huir,
cual si vieran, bajo el rostro
de aquel hombre temerario,
un espíritu contrario
de Mahoma combatir.
Abandonó, pues, el muro
todo el pelotón alarbe,
y dejó sobre el adarve
solo a aquel hombre fatal.
Crispado, calenturiento,
a las almenas de piedra
asomóse Arias Saavedra,
presa de angustia mortal.
Allá abajo, en las tinieblas,
por las calles de la villa
en la lengua de Castilla
invocar a Dios oyó.
«¡A Dios (dijo con desprecio),
a Dios invocáis ahora !
i Miserables ! ya no es hora :
sucumbid, pues, como yo.»
Y a largos pasos tomando
del castillo la escalera,
fué a dar como una pantera
en el patio principal.
Un capitán de Granada
allí amarrados tenía
cuantos perdonado había
la cimitarra fatal.
Arias, de un salto, se puso
delante del africano
y, asiendo con una mano
las bridas de su corcel,
le dio en el frontal de acero
tan descomunal hachazo,
que caballo y caballero
vinieron a tierra de él.
Los árabes que más cerca
del capitán se encontraron
sobre Gonzalo cargaron
con gritería infernal ;
pero dieron con un hombre ;
y el primero que imprudente
se llegó a Arias, en la frente
recibió el golpe mortal.
ZORRILLA.
259
El capitán, desenvuelto
de su caballo caído,
vino como tigre herido
sobre el alcaide a su vez ;
recibió su corvo alfange
el castellano forzudo
dos veces en el escudo
con serena intrepidez.
Y al verle ebrio de coraje,
descargarle el tercer tajo,
metióle el hacha por bajo
y el brazo le cercenó.
Saltó el pedazo partido
con la cimitarra al suelo,
y el moro con un aullido
de dolor se desmayó.
Saltó Arias de él por encima
y, del caballo tendido
quedándose guarecido,
volvió la lid a empezar.
Acométenle los moros ;
mas ningún golpe le ofende
por delante, y se defiende
la espalda con un pilar.
Entraba en esto en el patio
el viejo rey de Granada ;
mas detúvose a la entrada
a admirar el varonil
aliento de aquel hombre
que sin casco ni armadura
tiene a raya la bravura
de los hijos del Genil.
Estaba Gonzalo Arias,
de sangre y sudor cubierto,
tras del caballo, que muerto
a sus plantas derribó,
anhelante de fatiga,
descolorido y rasgado,
como un espectro evocado
del panteón que le guardó.
Al ver con cuánta destreza
de tantos se defendía,
de tan alta bizarría
pagado el viejo Muley,
«¡Teneos!» gritó a los moros;
y, yéndose al castellano,
le dijo afable: «Cristiano,
ríndete: yo soy el rey.»
No pudo Arias de cansancio
contestar. «Quien quier que fueres
(añadió el rey), valiente eres:
ríndete a mí y saho irás.»
Arias, ronco de fatiga,
pero con alma serena,
dijo : «Muerto, enhorabuena ;
pero rendido, jamás.»
«Cristiano», repuso el moro,
«yo soy Muley, y rendirte
a mí no será desdoro.»
V Arias dijo : «V yo, Muley,
soy Gonzalo Arias Saavedra,
y mientras me quede aliento
y en Zahara quede una piedra
la mantendré por mi rey."
Ahogó la piedad del moro
respuesta tan arrogante,
y, colérico, «¡Adelante,
saeteros I » exclamó.
Atravesado de flechas
hincó Arias una rodilla
gritando « ¡Cristo y Castilla
por los Arias!» Y expiró.
Cortáronle la cabeza,
y en el arzón delantero
la ató un negro de Baeza
por trofeo de valor.
Tal fué el fin desventurado
del bravo alcaide de Zahara ;
la suerte le negó, avara,
todo, menos el honor.
(III, 2.)
DELIRIO DE MORAIMA.
Más pálida que el mármol de la fuente
donde apoya su brazo nacarino,
más triste que la voz con que doliente
gime en la costa el pájaro marino,
cuando cercano el temporal presiente,
en la ancha pila del jardín vecino
contemplaba Moraima silenciosa
1" .riste imagen de su faz llorosa.
Suelto el cabello, que a merced del viento
por los desnudos hombros ondulaba,
en el agua, al reflejo amarillento
de una lámpara de oro, se miraba.
Su cuerpo sin acción, sin movimiento,
sus enclavados ojos, semejaba
su blanca y melancólica figura
añadida a la fuente una escultura.
A la luz que su lámpara destella
su rostro con asombro contemplaron
Aixa y Kaleb, y con callada huella
a la infeliz Moraima se acercaron
solícitos ; mas i ay ! inmóvil ella
ni les vio ni sintió cuando llegaron :
«Duerme", dijo Aixa, que tenaz la mira
iNo duerme», dijo el árabe, «delira.-
17*
26o
antología.
Delirando, Moraima el ojo atento
de la taza de mármol no quitaba,
la imagen de su rostro macilento
contemplando que el agua reflejaba ;
y al fin con un suspiro y con acento
cuya tristeza el alma traspasaba,
con el mirar en ella siempre fijo
así a su imagen transparente dijo :
«¿Quién eres tú, que pálida me miras
debajo de la trémula corriente ?
¿Quién eres tú, que como yo suspiras
con triste faz y en ademán doliente ?
¿ Eres algún espíritu que giras
por los senos del agua transparente,
en pos del bien a quien perdido lloras
y que el lugar en que se oculta ignoras^
' i Ay ! no le busques, sombra enamorada ;
no te fatigues más, alma perdida.
Vete, sombra : ya amor no hay en Granada ;
alma, vete : en Granada ya no hay vida.
Mira : yo estoy también abandonada
como tú, y en el alma estoy herida :
i Ay ! yo busco también a los que adoro
y el sitio en donde están como tú ignoro.
«Mas ¿por ventura buscas a tu esposo?
¿ A tu padre tal vez? Los dos se han ido.
El cielo estaba obscuro y tempestuoso,
rugía el huracán cuando han partido.
Iban a pelear : era forzoso ;
la temjiestad allá les ha cogido. . .
¿Padres y esposo buscas? ¡insensata!
Míralos ... el Genil les arrebata.
«Vete pues : aun no han vuelto de Lucena.
Mas ¿porqué así me miras, sombra vana?
No me mires así : me causa pena.
¿ Quién eres ? ... mas ¿ te ríes ? ¡ Ah villana !
i Tú eres alguna esclava nazarena.
Sí, sí : tú eres la pérfida cristiana,
(jue me le hechiza el corazón ahora
con su infernal amor ! . . , toma, traidora.»
Dijo y tiró la lámpara a la fuente ;
con hueco son al sumergirse en ella,
el agua helada salpicó su frente.
Quedó en tinieblas el jardín ; la bella
y enamorada aparición doliente
se disipó, sintiéndose su huella
primero del jardín entre las flores,
y luego en los sombríos corredores.
(VIII, lo.)
TAMAYO Y BAUS.
DE «LOCURA DE AMOR».
ACTO IV. ESCENA X.
La Reina y Doña Elvira.
Reina. No me había engañado : mira la carta de esa mujer. Derecha fui a donde
estaba.
Doña Elvira. ¿ Será posible ?
Reina. He querido leerla. Mis ojos se han clavado en ella, pero nada han visto.
Doña Elvira. No la leáis.
Reina. ¿Que no la lea? i Dios mío! Tú no has amado, nunca; nunca has es-
tado celosa; no tienes corazón. ¿Que no la lea? ¿Para qué la he buscado entonces?
Mira, mira cómo te obedezco. (Leyendo:) «Señor: que yo sería dama de la reina,
en cuanto os lo pidiese, me fué concedido por vos. Quien del palacio, buscándome
solícito, descendió a la posada, súbame hoy de la posada al palacio. La dama del
mesón.» Y el rey contestó ... Y esa mujer está aquí. ... V porque ella está ahora
a mi lado, estaba ahora siempre a mi lado Felipe. ... ¿Lo entiendes ya ? No ; no
lo creo . . . No lo quiero creer.
Doña Elvira. Sosegaos, señora.
Reina. Parece que no sabes decir más que eso. ¿No oyes que está aquí? ¿No
oyes que me la ha traído a mi propia casa ? Por fuerza ese hombre ha olvidado
que yo aquí soy la reina ; que ni él mismo se librará de mi furor. ¡ Y supuse que
me amaba, que tenía celos de mí ! t Hay simpleza como la de una mujer enamo-
rada ? i Qué bien se habrá reído a mi costa ! De ambos debo tomar venganza.
i Por cuál empezaré ? . . . Una venganza que no desmerezca del agravio. Corre ;
llama al rey. . . . No: escucha . . . (DetcnU-odola.) Antes conviene . . . Vamos, va-
mos . . ., si no me tranquilizo, no haremos cosa de provecho. Maldito corazón que
jamás ha de obedecer. ... Sí; ya estoy tranquila . . . Conviene . . . ¿Qué te
decía yo ? . . .
TAMAYO Y BAUS. 20 1
Doña Elvira. (Acabarán con su razón y con su vida.)
Reina. Conviene ... l Ah ! (Como recordando.) Conviene descubrir cuál de mis
damas es la amiga del rey. Casi todas aquí en Burgos han entrado a ser\'irme.
Esta carta me pone en camino de dar con ella. Haciendo que todas escriban de-
lante de mí . . ., cotejando las letras ... Va ves que aun puedo discurrir. Anda,
corre; que al punto vengan a esta cámara, al punto. . . . Dime (deteniéndola otra
vez) : lo que esa mujer ha hecho es un crimen. Debe haber alguna ley que castigue
estos delitos; debe haberla. ¿No es cierto? Seguramente que la habrá en un país
donde mandan mujeres. Y si no la hay, yo la haré. ¿ No soy la reina ? Para algo
ha de servirle a una ser soberana de un reino compuesto de muchos, y de un
nuevo mundo además. Se han burlado de la mujer virtuosa y amante. Por Cristo,
¡que se van a llevar chasco muy solemne cuando la vean convertirse en reina ven-
gativa! ¿Qué me vas a decir? (A Doña Elvira que hace ademán de ir a hablar.) ¿Otro
desatino ? Calla, no quiero oírle. Vuela : trae a todas mis damas. ¡ Ay de ti, si me
vendes ! . . . ¿ Quién viene ? ¿ Qué hombres son ésos ? (Viendo aparecer en el foro el
Almirante y los Grandes.)
Doña Elvira: Son los grandes que desean hablaros. (Vase por la izquierda.)
Reina. \ Ah, sí, ya me acuerdo ! (Cambiando repentinamente de tono.) Adelante, se-
ñores, adelante, y seáis bien venidos.
ACTO V. ESCENA V.
Dichos y la Reina, con manto, corona y cetro.
Reina. \ Plaza a la reina !
(Subiendo al trono antes que el rey.)
Rey. ¡ La reina !
(Prolongados rumores, sorpresa general.)
Marqués. \ Doña Juana !
Don Alvar. (Esto es más de lo que esperábamos.)
(Pausa.)
Reina. ¿Qué os turba y sorprende? ¿No contabais con mi presencia? Pues mal
lo imaginasteis. Cerradas estaban las puertas de mi aposento ; mas diz que para
todo hay remedio en el mundo, si no es para la muerte. Que las cerrasen mandó
el rey; la reina mandó que las abriesen de par en par; pudo más que la perfidia
flamenca la lealtad castellana, y aquí me tenéis.
Dotí jfuan Manuel. Fuerza es obrar con energía. (Bajo al rey.)
Rey. Dignaos de volver a vuestra estancia, señora.
Reina. No hay para qué. Sé de qué graves negocios estabais tratando. Trátase
de recluirme en alguna buena fortaleza por todo el resto de mi vida; trátase de
hacer propiedad de Don Felipe de Austria la corona que a mí sola me pertenece.
Acuerdo es éste de todo punto necesario ; tal lo juzgo yo propia, y vengo por lo
tanto, a endulzar la pena que, a no dudar, oprime el tierno corazón de mi esposo ;
a pagar el noble celo que en pro del piíblico bien habéis casi todos vosotros mani-
festado ; a decir en seguida un adiós eterno al trono de mis padres. V noticiosa de
que ya ibais cobrando ojeriza a mi pobre vestido negro, para contentaros, y si-
quiera una vez pareceros reina, me he echado encima, como veis, mis galas más
deslumbradoras. (Desciende del trono y apostrofa a Don Juan Manuel y a los otros grandes con
delicada ironía.) Guárdeos el cielo, Don Juan Manuel, señor de Belmonte de Campo
y de Cevico de la Torre, embajador en Roma, maestresala de mi madre Doña Isa-
bel, primer caballero español del Toisón de Oro de la casa de Borgoña, y presi-
dente de mi Consejo. Gloria mayor la vuestra que la de aquel otro Don Juan
Manuel, cuya docta pluma hizo su nombre tan famoso, y cuyo invicto acero rindió
y desbarató al fuerte Ozmín, general de la casa de Granada, a orillas del río Gua-
dalferce. He aquí, señores, a un nieto del rey San Femando y de los emperadores
de Constantinopla, convertido hoy en agente de los excesos de un archiduque de
Austria.
Don ynan Manuel. \ Señora !
i7*»
202 ANTOLOGÍA.
Keina. ¡ Oh ! que también está por aquí el noble manjués de Villena, duque de
Escalona. Cuentan que vuestro ascendiente, el caballero portugués Diego López
l'acheco, fué por ansia de medro uno de los asesinos de Doña Inés de Castro ;
que vuestro noble padre dio veneno al príncipe Don Alfonso, de quien era parcial ;
para volver a la gracia de su legítimo señor, mi tío Don Enrique, al cual después,
no sabiendo ya qué ([uitar, (juitó el entierro (jue el buen monarca para sí destinaba en
el Parral de Segovia ; que vos hicisteis matar a vuestra ¡irimera mujer, la condesa
de Santisteban, nieta del condestable Don Alvaro de Luna ; que ahora, desposeído,
por la voluntad de mis padres, de Trujilio, Chinchilla, Albacete, San Clemente,
Rota y demás pueblos del marquesado de Villena, de la ciudad de Alcázar y de
la tenencia de Madrid, queréis recobrarlos a toda costa, pronto, por conseguirlo, a
matarme a mí y a diez mujeres más. A ser esto cierto, señor marqués de Villena,
¡gloriosa raza la vuestra, por vida mía!
Marqués. (¡Conténgame Dios!)
Kcina. Loor a todos vosotros, señores. Natural es que así procuréis el ultraje
de vuestra reina y la ignominia de vuestra patria, cuál por un aumento de terri-
torio, cuál por una dignidad que ha tiempo codiciaba, cuál por un Toisón de Oro
para deslumbrar a sus inferiores, cuál por diez oficios para diez de sus allegados.
No hay por qué nadie se maraville : constantemente fué vuestro anhelo empo-
brecer al pechero y al monarca ; siempre fuisteis enemigos naturales del trono y
del pueblo.
Noble primero. Nos insultáis.
Don yttan Matiiiel. Insultáis a la Grandeza de Castilla.
Reina. Bueno fuera que os dieseis por ofendidos. ¿ Sabe una loca lo que se
dice ? Y yo estoy loca hasta más no poder. Como que estos señores, que son mis
médicos, quieren encerrarme. (Dirigiéndose a los médicos.) Sólo que yo no quiero de-
jarme encerrar. Matad a la gente, señores míos; tal es vuestro derecho: para en-
terrarla viva aun no tenéis licencia. Pero c' qué ? c También vosotros os enojáis ?
i Todos malvados! (Coq acento de cólera.) ¡Todos necios! (Riéndose.)
Rey. Ved que yo por más tiempo no puedo tolerar. . . .
Reina. Y a ti, Felipe, i. qué te podré decir para consuelo de tu pena ? (Apar-
tándole de los demás, y en voz baja.) Que harto bien pagada está la corona de Castilla
con tus Estados de Borgoña y de Flandes ; que aun necesitas reposo y vigor en el
espíritu para terminar la obra que bajo tan buenos auspicios has comenzado : hacer
tuyo el trono de la madre, ha sido empezarla ; quitárselo al hijo legítimo para dár-
selo a un bastardo infame, será concluirla.
Rey. ¡ Doña Juana !
Reina. \ Bah ! ¡ Si ya sabes y acabas de oir que estoy rematadamente loca !
Rey. Señores, esto es ya demasiado : llegó el momento . . .
Reina. Sí, i por Cristo ! sonó la hora de que yo empezase a reinar. Demencia
y crimen era en mí anteponer otro amor al amor de mi pueblo. Yo expié mi culpa:
de hoy más no lloraré torpes ingratitudes. Amar como todas las mujeres, es amar
a un hombre; a semejanza de Dios, debe amar una reina amando a un pueblo
entero.
Rey. (i Me vence, me humilla!)
(Los Grandes se acercan, como ofreciéndole amparo contra Doña Juana.)
Reina. Ni penséis vosotros romper de nuevo el freno de las leyes, con que os
sujetó la mano poderosa de la católica Isabel. Temblad ante la hija, como tembla-
bais ante la madre. Vuelvan al reino los bienes que le arrebató vuestra codicia;
vuelva la fuerza, que es suya, a la corona ; deponed del todo vuestros cetros usur-
pados. Ya vosotros no sois Castilla: Castilla es el pueblo; Castilla es el monarca.
Rey. Salid de aquí. No me obliguéis a emplear la violencia.
Reina, i Quién se atreverá a tocarme ?
Almirante. Conteneos, señor, si no queréis encender oprobiosa guerra.
Don Alva, . No hagáis que la sangre española corra por mano española vertida.
Rey. La rebelión estalla dentro de mi propio palacio.
TAMAYO Y HAUS. LÓPEZ DE AVALA.
263
Marqués. ¡ Viva el rey !
Nobles, i Viva I
Rey. ¿Oís, señora, como la Grandeza de Castilla aclama al rey?
Pueblo, i Viva la reina ! ¡ Viva la reina ! (Dentro.)
Reina. Oye tú cómo el pueblo español aclama a su reina.
Reina. Gracias, hijos míos Nada temáis ; no saldré de Burgos. Fío en vuestra
constancia. (Desde el balcón.)
Pueblo. ¡ Viva la reina ! ¡ Mueran los flamencos !
Reiría. ¿Qué queréis, Felipe.^ Mi pueblo ha perdido el juicio como yo.
(Volviendo al lado del rey.)
Rey. i Oh rabia!
Almirante. La justicia prevalece.
Don Alvar. ¡ La reina triunfa !
Reina. Parece que esos gritos no os suenan bien : pues yo quiero oírlos más
de cerca. (Asómase al balcón.)
Pueblo. jViva la reina! ¡Viva la reina! (Dentro.)
Rey. Soldados, dispersad esa turba.
Capitán. Si la reina lo manda.
Reina. Calla, ¿éstos también.- Con razón asegura el refrán que un loco hace
ciento. Ya lo veis : los locos abundamos en Burgos que es una maravilla. Réstame
advertiros que no es cordura jugar con ellos. Felipe, señores, a Dios quedad. La reina
loca os saluda.
(Hace una reverencia y se va.)
LÓPEZ DE AYALA.
DE UN HOMBRE DE ESTADO^
ACTO IV. ESCENA VI.
Don Rodrigo. Dichoso muriendo fuera,
si la imagen de mi vida
alguna acción me ofreciera
que digna mi muerte hiciera
de ser de todos sentida. . . . (Pausa.)
i Matilde ! ¡ Matilde mía !
¿Me perdonas? i Oh tormento!
Dios te ha vengado este día,
haciendo que en mi agonía
no pueda escuchar tu acento.
ESCENA VII.
Don Rodrigo, Doña Matilde, Don Manuel.
Don Manuel. Vedle.
Doña Matilde.
1 Ay ! i El es ! ¡ Desventurado !
Don Manuel. El mundo
envidió su ventura, y vedle ahora.
Llegad . . .
Doña Matilde. ¡Oh Dios!
Don Manuel. Que alivia a moribundo
la tierna voz de la mujer que llora.
Doña Matilde. Yo me siento morir.
Don Mattuel. ¡ Valor, señora !
(Don Manuel se retira, después de un momento
en que Matilde hace visibles esfuerzos para se-
renarse.)
¡ Cielos, perdón !
¿ Rodrigo ?
¿ Qué he escuchado •
Sí.
Don Rodrigo.
Doña Matilde.
Don Rodrigo.
¡Matilde!
Doña Matilde.
Don Rodrigo ¡ Gran Dios ! i yo te bendigo !
Voy a morir.
Doña Alatilde. Lo sé.
Don Rodrigo. ¿Me has perdonado?
Doña Matilde.
Dios te perdone, como yo, Rodrigo.
(Momento de silencio en que lloran ambos.)
Don Rodrigo.
¿Por qué no te creí, Matilde mía?
Doña Matilde. Olvida ya. . . .
Don Rodrigo. Si nunca te ofendiera,
nunca tampoco a Dios ofendería.
Doña Matilde.
Olvida lo pasado, y corra entera
la vida de los dos en este día.
(Rodrigo la contempla un momento.)
Don Rodrigo.
i Oh, cuan grandea mis ojos te presentas,
amado nuncio del perdón celeste !
Hoy que la luz que alumbra mis sentidos,
la luz de la verdad sublime y santa,
su resplandor esparce per el mundo,
en medio de sus ídolos caídos
264
antología.
consoladora y grande se le\anta
la imagen sola de tu amor profundo.
Doña Matilde. ¡ Ah !
Don Rodrigo. Ten \alor.
Doña Matilde. ¡ Rodrigo !
Do7i Rodrigo. Sí, i la muerte !
Doña Matilde.
Olvidémoslo lodo; al mundo olvida,
y recuerda no más que ni un momento
mi amor sincero te faltó en la vida.
Si alguna vez el hado turbulento
de mi pasión profunda te apartaba,
mi alma, que en la tuya penetraba,
a ti más infeliz en ofenderme,
que a mí en ser ofendida, te juzgaba.
Do7i Rodrigo.
Sí; tú, que viste el fondo de mi alma,
me amaste sin cesar. ¡ Gracias I Ya al
mundo,
que sofocó mi instinto generoso,
la muerte ante mis ojos lo ha deshecho,
y mis nobles pasiones comprimidas
triunfantes llenan mi agitado pecho.
(Exaltándose.)
Doña Matilde. \ Dios me escuchó !
Don Rodrigo. Caí; mas no vencido
que, a pesar de mi vida detestable,
la grandeza del hombre he comprendido ;
del hombre, que, inspirado, conociendo
que, cuanto no es eterno es miserable,
los ojos fija en la mansión divina,
y en paz, en medio del mundano es-
truendo,
hacia su fin sin inquietud camina;
sin envidiar su mísera riqueza;
que en su calma consiste su ventura,
y en ser hombre consiste su grandeza.
Sí; lo comprendo ya, Matilde mía,
y Dios por ti su bendición me envía,
y mi eterna inquietud ya no me aflige,
y el alma crece de su dicha ufana.
Voy a morir: ¿qué importa? ¿quién exige
mayor ventura de la vida humana ?
Doña Matilde.
¡Bien hayan nuestras penas, que, un
momento,
nuestras almas al fin han confundido.
Don Rodrigo.
¿Tú sientes la ventura que yo siento?
Doña Matilde.
Y el que antes no la hubieras com-
prendido,
la causa fué de mi mayor tormento.
Don Rodrigo.
Mas i ay ! eres tan joven todavía. . . .
El mundo, que fué siempre mi enemigo,
borrará de tu mente mi agonía,
y al fin me olvidarás.
Doña Matilde. Por Dios, Rodrigo ;
no me ofendas siquiera en este día.
Don Rodrigo. ¿No me olvidarás nunca?
Doña Matilde. Yo lo fio ;
y antes que dejes para siempre el mundo,
comprende, ¡ j^or piedad ! el amor mío.
Yo te amé ; mas no pienses que te amaba
horas futuras de placer fingiendo ;
(¡ue, cuando amor eterno te juraba,
y más segura de tu amor me viste,
el corazón fatídico latiendo,
su fin cercano me anunciaba y triste.
Mi amor nació de conocer tu vida.
Miraba con profundo desconsuelo
tu grande alma por su error perdida
a la ventura, y al amor y al cielo;
y de sublime compasión movida,
quise pararte al borde del abismo.
Y, aunque la voz de la ambición impía
me arrastraba a sufrir contigo mismo,
sólo en pensar (|ue mi perenne llanto
quizá lograse que tuviera un día
tu grande corazón dicha y reposo,
gozaba el alma de mayor encanto
que hallar pudiera en el amor dichoso.
Ya que verte sereno y penetrado
de la santa verdad he conseguido,
sin otro afán, en reclusión sombría,
tranquila y sin dolor veré cumplido
el noble fin de la existencia mía.
Don Rodrigo.
¡ Matilde I ¡ Bendición !...Sí ; túhasnacido
{)ara mostrarme la piedad divina.
De mi vida el misterio se esclarece ;
mi puro amor en tu presencia crece
y allá en el seno del Creador termina
Ante mi Dios la mente se ilumina;
y aunque abatido y en prisión me veo,
jamás, ministro, me sentí tan grande
como ahora, jjobre y miserable reo.
El alma, ya del polvo desprendida,
en sentirse a sí misma se recrea.
Doña Matilde, j Rodrigo !
Don Rodrigo. Sí ; y en venturosa calma
la eternidad se extiende ante mi vista
y su presencia me engrandece el alma.
Doña Matilde. ¡ Gracias, señor !
Don Rodrigo. Ya anhelo que ese mundo,
que ahora me juzga desgraciado y triste,
de mi paz y contento sea testigo,
y aprenda de una vez en qué consiste
la dicha verdadera.
Don ./l/<7«7/í/ (entrando). ¡Don Rodrigo!
I^oña Matilde (enternecida), j Ah !
LÓPEZ DE AVALA.
265
l'>07i Rodrigo. Ten valor.
J)oña Matilde. i Tan pronto !
Don Manuel. Un caballero
pretende hablaros.
Don Rodrigo. Si le dais licencia . . .
Doña Matilde. ¡ Ah ! i Quién será ?
Don Rodrigo. No tiembles : su presencia
sin esperanza y sin temor espero.
Entra y ora por mí.
Doña Matilde. Por Dios, Rodrigo :
no te vayas sin verme.
Don Rodrigo (ocultando su emoción).
Pasos siento.
Doña Matilde.
¡Oh! ¡por Dios! que es mi súplica
postrera.
(Vase.)
Don Rodrigo.
\ Ay de mí ! sólo siento que su mano
no ha de cerrar mis ojos, cuando muera.
ESCENA VIH.
Don Rodrigo y Don Baltasar.
Don Rodrigo. ¡ Ztíñiga !
Don Baltasar. Sí, Don Rodrigo.
Contened el pensamiento.
Sólo me mueve el intento
de mostrarme vuestro amigo.
Don Rodrigo. [Ah! (Tendiéndole los brazos.)
Don Baltasar. Vuestro fin se acelera :
i queréis la vida salvar ?
Don Rodrigo. ¿Qué decís, Don Baltasar?
Vo querré le que Dios quiera.
Don Baltasar. Hoy que Madrid os alaba
y pide a Dios que os perdone,
también sus iras depone
el bando (jue os detestara.
Don Rodrigo, i De eso me habláis ?
J)on Baltasar. Perdonad
que os hable yo de esta suerte ;
que delante de la muerte
es fuerza decir verdad.
Me mandan, pues, avisaros
que intentan llegar al rey,
porque revoque la ley,
y, si es posible, salvaros.
Mas, antes que al rey acudan,
a persuadirle el perdón,
como en diversa ocasión
los pensamientos se mudan,
exigen, con gran secreto,
y lo siento, ¡juro a Dios I
prendas seguras de vos
para teneros sujeto.
Don Rodrigo. Morir, Züñiga, es rigor,
y yo en morir no vacilo ;
que el instante más tranquilo
es el instante mejor.
En vano el hombre se afana
la existencia en dilatar;
pues su fin ha de llegar,
lo mismo es hoy í|ue mañana.
I. a muerte me halla propicio,
y aun tengo a felicidad
entrar en la eternidad
por la puerta del suplicio.
Y porque se satisfagan
los que os han mandado ahora
de cuánto yerra e ignora
ese mundo a quien halagan ;
decidles, Züñiga, que hoy
que en la prisión me han juzgado
abatido y desgraciado,
grande y venturoso soy.
Si alguna ofensa me han hecho,
mi muerte no han de impedir,
pues, con dejarme morir,
me dejarán satisfecho.
Y a vos que estáis en la vida
sujeto a su desventura,
hoy, como prenda segura
de mi eterna despedida,
daros un consejo quiero,
qu£ yo, Ziífiiga, aprendí,
viviendo como viví,
y muriendo como muero :
Sabed que dentro del alma
la mayor grandeza existe
y la ventura consiste
en saber gozar de calma.
Viviendo en paz, sin violencia
nuestro fin llegar se advierte,
y ver en calma la muerte
hace feliz la existencia.
Don Baltasar. Vivid, y amigos lo'^ dos
seremos en adelante.
Don Rodrigo. Bástenos serlo un instante
en la presencia de Dios.
Don Baltasar. ¡Oh ! dilatad la existencia :
vivid al menos y orad.
Don Rodrigo. Suple la eterna piedad
mi falta de penitencia.
Don Baltasar.
Mandadme, pues que anhelante
mi afecto os quiero mostrar.
Don Rodrigo. Con ver a todos llorar
tengo, Züñiga, bastante.
Vuestro perdón sólo ansio.
Don Baltasar. Con el alma y corazón.
Don Rodrigo. Y en cambio de este perdón,
tomad el ejemplo mío.
266
ANTOLOOIA.
ESCENA IX.
Dicho. El confesor de Don Rodrigo
y Acompañamiento.
Confesor. Hijo, ya es hora.
Don Rodrigo (mirando a la capilla).
i Ah ! los dos
que me han amado. . . . ¡ Oh ! quería. . . .
(Lucha y se detiene.)
¡ Enrique ! i Matilde mía I
i Ay ! ¡ Adiós ! ¡ Zúñiga, adiós !
ESCENA ÚLTIMA.
Don Baltasar ; después Enrique y Doña
Matilde.
Don Baltasar (pausa).
Ha dejado en este espacio
grandes pensamientos. ... Sí . . .
y mirando desde atpií,
me infunde miedo el palacio
Doña Matilde. \ Ah ! Quizás . . . { Zúñiga?
Don Baltasar. ¡Cielo!
c Matilde ?
Doña Matilde. < Cómo ? i Aquí vos ?
Don Baltasar (con ansiedad).
Tened presente, por Dios,
que salvarle fué mi anhelo.
Doña Matilde. ¿ Se fué ?
Don Baltasar. Señora . . .
Doña Matilde. ¡ Ay de mí i —
Enrique, llora su muerte.
iSe desmaya; Enrique la sostiene.)
DonBaltasar. Morir del hombre es la suerte,
i Dichoso el que muere así !
índice alfabético.
Aguilar 66.
Alarcón 62, A. 192.
Alcalá (Jer. de) 109.
Alejandroel Grande (poema
de) 16.
Alemán (Mateo) 95.
Alfonso X 18.
Aliaga (Fr. Luis de) 109.
Almogáver (Boscán de) 30.
Alvarez de Cienfuegos 118.
AmadísdeGaula 21, A. 146.
Apolonio (poema de) 16.
Aragón (Cubillo de) 66.
Aragón (Enrique de) 26.
Aragonés (Juan) 94.
Arcipreste de Hita 18.
Argensola (Bart. L.) 37.
Argensola (Lup. L.) 37.
Autos (dram.) 23.
Avellaneda 104 109.
Ávila (B.Juan de) 81 82,
, A. 159.
Avila (Gaspar de) 66.
Baena (cancionero de) 24.
Bécquer 138.
Belmente Bermúdez 66.
Bello 142.
Berceo 17.
Brehl de Faber v. Caballero.
Boscán de Almogáver 50.
Caballero (Fernán) 121,
A. 246.
Cadalso 83.
Calderón 67, A. 194.
Campoamor 138.
Cancioneros 24.
Cañizares 66.
Caro (D. Ana) 66.
Caro (Rodrigo) 35.
Carvajal 84.
Castelar 129.
(A. = Antología.)
Castellanos (Juan de) 38.
Castillo (Fernando del) 24.
Castro 65.
Celestina (La) 26.
Cepeda y Ahumada (Te-
resa de) 79.
Cervantes 99.
Céspedes 38.
Céspedes y Meneses 109.
Cibdarreal (Gómez de) 83,
A. 156.
Cibdarreal (Pérez de) 26.
Cid 16 24.
Cienfuegos 118.
Coello y Arias 66. •
Coloma 127.
Consejos y documentos al
rey Don Pedro 18.
Contreras 94.
Cota 27.
Cruz (S Juan de la) 81.
Cruz (Sor Juana Inés) 66.
Cruz (Ramón de la) 118.
Cubillo de Aragón 66.
Diamante (Juan Baut.) 66.
Donoso Cortés 129.
Don Sem Tob 18.
Echegaray 140.
Encina 23.
Enríquez Gómez 66.
Ercilla y Züñiga 38, A. 167.
Espinel 96, A. 219.
Espronceda 137.
Feijoó(Fr .Jerónimo de) 1 1 1.
Fernán González (poema
de) 16.
Figueroa 66.
Fuero Juzgo 17, A. 145.
Galdós 125.
Gal vez de Montalvo 94.
García de la Huerta 11 8.
Garcilaso de la Vega 30,
A. 163.
Gaya ciencia 20.
Gesta (cantares de) 14.
Gil Polo 94.
Gil Vicente 23.
Gnósopho (Cristóphoro) 94.
Godínez 66.
Gómez de Cibdarreal 83,
A. 156.
Góngora y Argote 35,
A. 164.
Gracían (P.Baltasar) 85 89.
Grajales 66.
Granada (Fr. Luis de)
75, A. 203.
Guedejo Quiroga 66.
Guevara 82 86, A. 157.
Guzmán (Luis de) 66.
Guzmán (Pérez de) 22.
Herrera (Fern. de) 34.
Herrera (Rodr. de) 66.
Hita (Arcipreste de) 18.
Hita (Pérez de) 93 97,
A. 224.
Hojeda 38.
Hurtado de Mendoza (Ani.)
66.
Hurtado de Mendoza
(Diego) 84 95, A. 216.
Iriarte 1 18.
Isla (P. José Frc° de) iii,
A. 227.
Jáuregui 36.
Jovellanos 112, A. 233.
Juan II de Castilla 22.
Juan Manuel (Infante) 19.
juana Inés (Sor) de . la
Cruz 66.
26S
IMMCE ALKAliETICO.
Lacunza 142.
I.a P'uente (Jcr. de) 66.
Lafuente (Mod.) 129.
Larra 1 20.
Leiva 66.
León (Fr. Luis de) 32 78,
A. 204.
Libros de caballería 21.
Lope de Vega 49, A, 169.
López de Ayala (Adelardo)
139, A. 263.
López de Ayala (Pedro) 20.
López de Mendoza 22.
Luis de Granada 75, A. 203.
Luis de León 32 78, A. 204.
Luzán III.
Malón de Chaide 82.
Manrique 22.
María Egipcíaca (poema
de) 16.
Mariana (Juan de) 84.
Mármol y Carvajal 84.
Martínez de la Rosa 138.
Matos Fragoso 66.
Meléndez Valdés 115,
A. 243.
Meló 84.
Mena 22.
Menéndez y Pelayo 13 1.
Mingo Revulgo (Coplas de)
23.
Mira de Mescua 66.
Misterios (dram.) 23.
Molina 58, A. 181.
Moneada 84.
Montalván (Pérez de) 66.
^lontemayor 93.
Moralín (Leandro F.) 114,
A. 242.
Moratín (Nicolás F.) 114,
A. 238.
Morcto 65.
Muerte (Danza de la) 18.
Nieremberg 81.
Niíiíez de Arce 138.
Nüñez de Reinoso 94.
Ossorio 66.
Pereda 125, A. 253.
Pérez (Ant.) 82 86,
A. 161.
Pérez de Cibdarreal 26.
Pérez Caldos 125.
Pérez de Guznián 22.
Pérez de Hita 93 97,
A. 224.
Pérez de Montalván 66.
Pérez del Pulgar 26.
Ponce de 1-eón v. León
(Fr. Luis de).
Pulgar (Pérez del) 26.
Quevedo 86 96, A. 209.
Quintana 121.
Ramírez de Arellano 66.
Reyes Magos (poema) 16.
Rioja 35.
Rivas (Duque de) 132.
Rojas (Ag.) 97, A. 223,
Rojas (P'ern.) 27.
Rojas y Zorrilla 64.
Romance (lengua) 14.
Romances 24, A. 147.
Rueda 49.
Ruiz (Juan) v. Arcipreste
de Hita.
Ruiz de Alarcóp 62, A. 192.
Salusirio del Poyo 66.
San Pedro (Diego de) 94.
Santillana (Marqués de)
22
Sarria (Luis de Granada)
75-
Schack 130.
Segura 16 17.
Sem Tob 18.
Siete Partidas 18, A. 146.
Solís 66 84.
Tamayo y Baus 1 39, A . 260.
Tárrega 66.
Téllez (Fr. Gabriel) 5ÍÍ.
Teresa (Santa) 79 82,
A. 206.
Ticknor 130.
Timoneda 94.
Tirso de Molina 58. A. 18 1.
Torquemada 94.
Torre (Alf. de la) 26.
Torres Naharro 49.
Trueba 123, A. 247.
Valbuena 38.
Vásquez de Mella 129.
Vega (Garcilaso de la) 30.
Vega (Lope de) 49, A. 169.
Vélez de Guevara 66 109.
Verdaguer 141.
Villalón 94.
Villaviciosa 38.
Villegas (Frco de) 66.
Villegas (Juan de) 66.
Villena (Marqués de) 26.
Virués 38.
Saavedra (Ángel de) 132. YussulY (poema de) 17.
Saavedra y Fajardo 85,
A. 207. Zarate 66.
, Salas Barbadillo 109. Zorrilla 132, A. 255.
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