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.F33 (iBlURlA ^H
1861 ^H
BUHE '"' ,
ALZAMIiTO DE LOS MISCOS,
su ESPULSinX DB ESPA^\
1 SIS rowírirvrus \\ tobiü hs vBonvrH'i di.i. nfno
eOH JOSÉ MUÑOZ Y SAVlBíA.
liCosDR no S.t J*viF.li. Abocabo m; losTíiim •íiLK* NwinM-
Lts. iMinimo oBus Ueílks AcAn^ns w, Anoitínir,,.,, ,
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SERViaO DE REPRODUCCIÓN DE LIBROS.
'Colección Biblioteca Valenciana.
Librerías "PARÍS- VALENCIA",
Pelayo, 7. Valencia-7.
Depósito Legal : V. 1352- 1980,
H* del Alzamiento de los Moriscos y la,«««
Copia Facsimil.
HISTORIA
Dfii mmmn de ios mmm.
t
HISTORIA
DEL
ILLlilTO i IOS llORISCOS,
- SU ESPULSION DE ESPAÑA
T SIS CONSECUENCIAS l\ TODAS L\S PROYINCIAS DEL REINO-
POR
^m joss mumz y iAV^BiAr ^^
Vizconde de Sa^t Javier, Abogado de los Tribunales Naciona-
les, Individuo de las Reales Academias de Arqiteologix ^
NrMISMATICA DE MaDRID Y DE TARRAGONA, CABALLERO DE LA
ÍNCLITA ¥ Militar Orden de San Juan, Administrador de
TODAS RENTAS DE LA ISLA DE FERNANDO PÓO Y DEMÁS POSE-
f«lONES ESPAÑOLAS EN EL OOLFO DE Gl'IMBA.
f'HÍ^Sí*^'?
MADRID: 1861.
ESTADLECI3IIENT0 TIPOGRÁFICO DE HV.U.K\\^
caíle de Sta. Teresa, núm %.
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cr \<r
Kt'vt ,
ÁL EXCMO. SEÑOR
DON LEOPOLDO O'DONNELL T JORIS.
Gra.xde de España de pbimera clase , Gentil-hombre de Cá-
mara DE S. M., Duque de Tbtuan, Conde de Lucbiía , Viz-
i:oM)E DE Aliaga, Senador dcl Reino, Capitán General de
Ejercito, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro
de la Guerra y de Ultramar , Gran Cruz de las Reales y
Militares ordenes de San Fernando y San Hermenegildo,
DE LA distinguida DE CaRLOS 111, DE LA AMERICANA DE ISA-
BEL LA Católica , de la de San Mauricio y San Lázaro de
Cerdeña , de San Fernando de Mérito de Ñapóles , de la
DE San Esteban de Hungría, de la del León de Bélgica, ue
la del Gran Ducado de Hesse , t de la de la Torre y Es-
pada de Portugal, Gran cordón de la Legión de Honor de
Francia, y Cruz de Gran Oficial de la orden de los Se-
rafines Y del cordón azul de Suecia, Caballero de la de
segunda Y tercera clase de San Fernando» etc., etc., etc.
En el momento en que la Europa con-
templa asombrada el triunfo de las annas
españolas en África, y en que trem^ci\a.N^w.-
eedora sobre los muros de \u eSxsA^^ '?í^^>x.^
VI
del islamismo, sobro Tetuan, esa ciudad,
fundada por los moriscos, antes espulsados
do Kspaña, la bandera de castillos y leones,
no snrá fuera do propósito dar a conocer la
druniiUica historia do un pueblo que, venci-
do por Isabel I la Católica, después de siete
siglos do costosas lides, vivió largo tiempo
aun entre nosotros, hasta que un gran error
político le hizo espulsar de nuestro suelo,
marchando al África á aumentar el número
do nuestros enemigos.
Hoy, mas feliz que Isabel la Católica, hi
Segunda Isabel ha hecho tremolar el estan-^
darte de la Cruz allende el mar, y sobre la
ciudad santa, do nunca se habia aclamado
el nombre de Cristo.
Vuecencia ha tenido la gloria do escri-
bir con su espada esta bella página en la
historia del siglo XIX.
Lo que en tiempo de ^elipe II ejecutaron
con los moriscos el marqués de los Velez, oj
de Mondejar, y don Juan de Austria ph los
Alpuj arras, y en tiempo de .Felipe 111 en
Valencia don Sancho de Lima, don Agustin
A/e//cj, y é\ con^t de Castellá, Vuecencia io
vil
lia lioclio con mas rapidez, mejor íorUina y
mas gloria para España, en las regiones del
África.
La historia del Alzamiento de los Mo-
riscos, Y su KSPULSION DE TODOS LOS REINOS
DE España, y sus consecuencias, es la obra
de un jóven^ pero fjiie ha invertido mucho
estudio en ella registrando concienzuda-
mente los doc\nueníos originales en el mis-
mo archivo de Simancas.
admirador de Vuecencia, que tan alto
ha sabido colocar hoy el nombre español,
le suplico admítala dedicatoria de esta obra,
que adquirira^oin gran brillo llevando á su
frente e^ ilustre nombre del vencedor en
África.
JOSB mUÑOZ T OAVIRIA,
v^¿co^Dk: de sa.n jayier.
HISTORIA
DEL ALMnieNTO Di LOS IIORISCOS,
SU ESPÜLSION DE ESPAÑA
¥ SUS COKSEGIIENCUS EN TOBAS LiS PRftVINCUS BEL REIllid.
La espulsion de los moriscos fué el coa-
sejo mss osado j bárbaro de que hace
mención la bistoria de todos los aolerio-
res siglos.
{Mtmoriat del Cardenal Richelieu^tO'
mo X. pág. 231.)
Yo naci para orar: un solo dia
Quise mostrarme rey, y de sus lares
A las arenas líbicas laniados
Un millón de mis subditos se vieron.
Los campos todos huérfanos gimieron,
Llore la industria su viudei iqué imporla?
Su voz no llega á mi.
(QuiMTAHA, Oda al Eteorial.)
T.
INTRODUCCIÓN.
En el momento en que la Europa contempla
asombrada el glorioso triunfo de las armas españolas
en África, y en que tremola vencedot^ ^^Vst^V^^^ss^- .
ros de la ciudad santa déV \s\ot\\^vv\o^ ^ricí^^"^^-
— 2 ~
tuan» esa ciudad, fundada por los moriscos, antes
espulsados de España, la bandera de castillos y
leones, no será fuera de propósito dar á conocer la
dramática historia de ese pueblo, que vencido por
Isabel I, la Católica, después de siete siglos de costo-
sas luchas, vivió lai^o tiempo entre nosotros, hasta
que un gran error político los hizo espulsar del modo
mas injusto é inhumano de nuestro suelo, marchan-
do al África á aumentar el número de nuestros ene-
u)igos y abriendo una honda herida en el seno co-
mún de la patria.
Hoy mas feliz que Isabel la Católica, la Segunda
Isabel ha hecho tremolor el estandarte de la cruz
allende el mar, y sobre la ciudad santa de nuevo se
ha aclamado el nombre de Cristo.
Dominada y ocupada sucesivamente la España
por los cartagineses, por los romanos del tiempo de
ios Escipiones, por los godos del IV ai VIII siglo, y
por los moros, estos fueron de entre todos los
conquistadores los que dejaron mas útiles huellas en
el terreno que dominaron.
Su brillante civílizaciorí tiene por monumentos
esos nobles y preciosos edificios que han sembrado
en unas provincias: revelando en otras su importan-
cia social por instituciones agrícolas é industriales»
que se han conservado hasta nosotros: por un sistema
de riego, que es aun el asombro de los viagcros, y á
cuyas equitativas é imparciales leyes acuden todavía
psra áecídh sus cuestiones los labradores valencia-
- 3 —
nos. Aunque capital de un reino independiente, auft-
que mansión real. Valencia no recibió ni una mez*
quita como Córdoba, ni una Alhambra como Grana*
da, ni una Giralda como Sevilla; empero en sus in-
numerables canales de riego, esparciendo por todas
partes las fecundas aguas del Guadalaviar y del Jü-
car, apropiaron los moros estériles terrenos: y la im-
portación de estraílns plantas, naturalizó alli las ri-
quezas vegetales de otros climas, dando sabias leyes
para proteger la esplotacion de estos nuevos manan-
tiales de prosperidad, y para que fuesen el patrimo^
nio igual de todos.
Si el naranjo, el limonero, la higuera chumba, lla-
mada todavía hoy en algunos paises higuera de mo-
ros, la granada, cuyo nombre recuerda hoy la es-
pléndida corte de Boabdil, el níspero, el algodón, el
membrillo, el azufaifo, la palma y otras plantas me-
dicinales y aromáticas, derraman la riqueza y la opu-
lencia en las deliciosas llanuras de Valencia, en los
deliciosos cármenes de Granada y jardines de Sevilla,
si una buena legislación 'especial vela en su conser-
vación, si estos productos de su suelo reciben un
aumento de valor al elaborarse en numerosas fábri-
cas, si las sedas labradas producen hoy muchos mi-
llones, el pensamiento reconocido de los españoles
debe remontarse á los moros. A ellos son deu-
dores de estos beneñcios, porque ellos fueron los ^
primeros autores, porque lo que .ellos mismos no
crearon, se ha hecho después k «»w \vsv\\a¿v5ícv ^
\
— 4 —
bajo la inspiración de los recuerdos que dejaron.
Vencidos los moros en Granada por Isabel I, que-
daron como subditos fieles suyos, bajo ciertos pactos
solemnes. Mas tarde, una falsa política los impulsó á
la rebelión. Fueron vencidos, y la intolerancia de un
clero poco ilustrado, la debilidad de Felipe III, y el
interés de un ministro venal , causaron una honda
herida en la población, en la industria y agricultu-
ra de España .
II.
IXPOSIBIUDAD DE F05DIISE UL ÜACIONALIDAD ESPAÑOLA
£!f OTIA. ^ÜO BASTAIC A LOGRARLO LAS COXQCISTAS DE
LOS CARTAGINESES» Hl LaS DE LOS ROMANOS, MI LA DE
LOS GODOS. INTASION DE LOS ÁRABES.
Uoa circunstaDcia digna del profundo estudio del
observador presenta la historia de España, y es la de
que las naciones de índole y de clima diversos, que
han venido á dirimir sns querellas en el suelo espa-
ñol, jatnás ha desaparecido por la furion de los si-
glos: ó las ha esterminado la guerra, ó han tenido
que ir á otras comarcas á buscar una suerte mas pro*
picia.
Ocupada en un priqcipio por los fenicios la Espa-
ña,, el Mediterráneo vio con orgullo surcar sus flotas,
trasportando en ellas las riquezas de este privilegia-
do pais, y un pueblo de marineros, pilotos y n^^tc;^-
deres, estendieron su comercio pot e\ xsxxvtA»^
— 6 —
fenicios fueron espulsados por los rudos iberos, á
quienes puso las armas en la mano la perfidia de los
cartagineses. Sucumbieron estos mas tarde al valor
de las legiones romanas. Nnda quedó de ellos en Es-
paña, mas que la reminiscencia de las gloriosas ha-
zanas de Annibal y de los Asdrúbales.
Apareció Roma, ciudad en un principio de pasto-
res y de bandidos, sus belicosos hijos se prepararon
á la conquista del universo, y avanzan paso á paso.
La Italia primero, después la Sicilia, la Cerdena, la
Córcega se le someten. La Macedonia, la Grecia y el
Epiro sufren su yugo. La España y la Galia sucum-
ben; y la Gran Bretaüa, que semejante á un bagel
dormido sobre sus áncoras, podia contar con el mar
para detener á los vencedores, ve las águilas roma-
nas penetrar en su recinto.
Como un vasto coloso estiende Roma sus inmen-
sos brazos, del Danubio al Atlas, y desde el Océano
al Eufrates.
Europa, Asia, África, todo obedece la ley de Ro-
ma, cuando de las llanuras centrales del Asia se ade-
lanta lentamente un pueblo bárbaro y feroz. Los
Hunos, empujados por otros pueblos desconocidos,
se precipitan á su vez sobre los Alanos, los Alanos so-
bre los Godos, los Godos sobre los Germanos, y est 3
terrible huracán de pueblos bárbaros, arrojados los
uftos sobre los otros, viene á caer sobre Roma y so-
bre las provincias sujetas á su poder.
Boma, como se ve en sus leyes, vee.ov\oció los
fueros de las primitivas razas españolas, y cuando á
Tuerza de tiempo y perseverancia llevaba mas ade-
lantada la obra de una cumplida. reconciliación, la
entrada de los bárbaros vino á sepultar los vestigios
de la civilización latina.
España, una de las mas hermosas provincias ro-
manas, vio erigirse en señores y tiranos de su suelo
á las tribus errantes que la invadieron. Vio á los ala-
nos perecer por el hierro entre el Tajo y el Guadia-
na: á los vándalos terminar sus incursiones devasta-
doras en las playas de África: presenció la lucha con
que los Silingos, que llegaron á dominar á Galicia, se
esterminan entre sí con insaciable encono, y espian
la barbarie con que habian afligido á los indígenas.
Los godos fueron los únicos que lograron dominar
con estabilidad la España, consolidando su poder, no
tanto por la fuerza de las armas, como por el carác-
ter de valedores y de amigos de los pueblos, abando-
nados á merced de aquellos bárbaros turbulentos y
crueles.
Cerca de tres siglos vivió feliz y tranquila la Es.
paña bajo el cetro de los reyes visigodos, empero la
fusión de estos pueblos no pudo realizarse sin ven-
cer crandísimos obstáculos. Fermentaba contra los
dominadores una antipatía peligrosa. A juzgar por al-
gunas leyes del código visigodo, fué necesario auto-
rizar y declarar honrosos los enlaces de las familias
góticas con las de estirpe española. ComenzahacL^^\v
esta nueva ley á estrechárselos \v\\q\í.^% ^^>^\¿\^^>^
— 8 —
á estinguirse los rencores hereditarios, cuando una
nueva raza vino á producir una revolución inespera-
da y una lucha que no había visto igual, y tal vez no
volverá á ver el mundo.
En aquel tiempo Dios habia permitido que todo
el Oriente recibiese la palabra de Mahoma, y dobla-
se la cerviz bnjo su espada, y los califas sus suceso-
res habian conquistado reinos é imperios.
El belicoso árabe atraviesa sobre su ligero corcel
los abrasadores desiertos del África , viene á sentar-
se sobre la roca de Ceuta, y desde allí, midiendo
con un golpe de envidiosa vista la distancia que le
separa de la otra columna de Hércules , se apresta á
hacer de la España su presa y su conquista. Tan rá-
pido como el águila, la comarca que intenta invadir
queda á su espalda. Los montes no ofrecen sino un
débil obstáculo á su inmenso vuelo; salva las alturas,
y se deja caer sobre Castilla.
El entusiasmo ardiente é irresistible que señaló
los primeros días de la religión musulmana, bastaría
solo para esplicar la rapidez de la conquista , sin las
facciones en que se hallaban divididos ios godos, el
resentimiento y traición del conde don Julián, y la
imprudente temeridad que comprometió en las már-
genes del Guadalete, en una sola batalla, la suerte
de todo un imperio.
El hermoso cielo de España , su sol menos abra-
sador, habia agradado á los infieles.
¡Con qué entusiasmo no bajaron sobre las deli-
— 9 —
ciosas cosías de la Andalucía! Allí no vcian (rislcs y
abrasadoras playas, sino hermosas sombras, y límpi-
das aguas. ¿Qué se hizo del viento de África que de-
vora las plantas y los hombres? ¡Que sople todavía
en el desierto, que agole el tibio manantial donde el
viagero puede apenas aplacar su ardiente sed! Eu Es-
pana por do quiera hallaban frescas y perfumadas
brisas, por do quiera flores y ^utos y hermosas ciu-
dades, Sevilla y Toledo , Granada y Córdoba , Mur-
cia y la encantadora Valencia!
Asi habian saludado los moros las playas españo-
las. La fama habia llevado <í su pais la relación de
las estranas maravillas que la España vendida por
uno de sus hijos habia ostentado ante sus ojos. En-
tonces no hubo en toda la Mauritania un solo jóvea
que no saltase sobre su corcel , y blandiendo su ci-
mitarra viniese á aumentar las numerosas bandadas
de aventureros ardientes, intrépidos, que cual enjam-
bres de abejas llegaban al campo de Tarik á fin de
someter la España al califa y á las leyes del Coran.
Pelayo , unido por los vínculos de la sangre ai
rey don Rodrigo , á quien había acompañado en la
batalla del Guadalete habia combatido á su lado, y
no pudiendo evitar á aquel príncipe su funesta suer-
te, emprendió salvar la España. Pelayo, ese soldado
de brazo de hierro , marcha á los montes de Asturias
y acepta entonces la corona de España, cual hubiera
aceptado el martirio con una santa resignación.
Con un puñado de valientes , sm mas t^\)^^^ ^S^^
- 10 —
las profundas cavernas, y las inaccesibles rocas de
Asturias , detiene el ímpetu victorioso de los árabes
dueños de toda la España , y comienza una admira-
ble resistencia, una lucha de ocho siglos que debia
formar de los pueblos con tanto tiempo y sangre re-
conquistados un imperio mas grande y poderoso que
el de los godos. Asi como Moisés no pudo entrar en
la tierra prometida á su pueblo , asi el santo y va -
líente Pelayo no pudo realizar estos grandes desig-
nios de Dios.
Estaba reservado su cumplimiento á una muger
fuerte, á una gran reina, á Isabel la Católica!!!
III.
CONDICIÓN SOCIAL DE LOS CRISTIANOS SOMETIDOS A LOS ARA-
BES.— ORIGEN DE LOS MOZÁRABES. — SEPARACIÓN DEL ELE'
MENTÓ POLÍTICO Y RELIGIOSO.
Ochocientos años no bastaron para fundir en una
la nacionalidad española y la nacionalidad musulma-
na. La misma repulsión que esperimentaron siglos an-
tes los fenicios, los cartagineses, los romanos y los *
godos, esperimentaron los árabes vencedores de la
líspaíla. Las poblaciones cristianas dejaban pasar al
vencedor, pagaban sus tributos y conservaban obs-
tinadamente su fé y sus costumbres. Esto produjo un
nuevo sistema político, ó para ser mas exactos, esta-
bleció la primera separación entre el elemento políti-
co y* el elemento religioso. Es un error el creer que
los árabes iban en su marcha conquistadora señalau-
do su tránsito con el incendio , c\ ;v?>e¿\vAwV^ >i ^\ \\-
^^''ígc, como han escrito ali;unos ex^ve^ev^^V^^ c,\cs\n\^'
tas. La España se hubiera convertido en una vasla
soledad, y no hubiera quedado monumento, ni señal
alguna de las glorias que la raza oriental supo alcan-
zar en nuestro suelo.
La resistencia aunque vana que hallaron los ven-
cedores en Ecija, Córdoba, Mérida, los confines de
Granada y Murcia, inspiraron á un tiempo recelo y
templanza á los caudillos musulmanes, y les obliga-
ron á mostrarse como hombres de condición mas
blanda y tolerante que aquella con que la historia
nos pinta á los terribles sectarios de Mahoma. Es una
vulgaridad el suponer que los árabes impusieron á
los españoles vencidos la alternativa de abrazar el
islamismo ó la muerte. La conquista, en lugar de ser
una propaganda, fué una simple adquisición de ter-
ritorio. Tales fueron los principios que tomaron por
base los soldados de Tarik y de Muza en la domi-
nación de España. Los españoles que se sometieron
(le grado ó por fuerza, fueron llamados Mixti-Arabes,
y por corrupción de esta palabra Mozárabes.
Los mozárabes conservaron sus propiedades, por
las que pagaban los mismos impuestos y contribucio-
nes que los musulmanes, aunque se hallaban escep-
tuados del servicio militar; es decir que pagaban
el cinco por ciento sohre los bienes muebles y el
diezmo de la renta de los inmuebles. Además los va-
rones pagaban por una sola vez la capitación por res-
ígate de sangre. Los árabes tomaron para sí todas las
rV'n)nsy los caballos considerados como pertrechos de
— 13 —
guerra: se adjudicaron con las propiedades de los
que emigraban , las del fisco y una parte de los bie-
nes de las iglesias. Algunas de estas fueron transfor-
madas en mezquitas, las mas permanecieron consa-
gradas al culto cristiano. Las ciudades tomadas á viva
fuerza sufrieron el saqueo y pagaron dobladas las
contribuciones. Nada se cambió en el ejercicio del
culto que practicaban los cristianos sin vejación al-
guna. Las iglesias pagaban su tributo. Estaba prohi-
bido levantar nuevos templos , empero podían re-
parar y reconstruir los antiguos sin darles mayores
dimensiones. Las ceremonias de la religión se verifi-
caban en lo interior de las iglesias h puerta cerrada,
sin ser vigiladas por los musulmanes. Estaban prohi-
bidas las procesiones, y en general toda manifesta-
ción esterior del culto cristiano. Solo los mozárabes
de Córdoba tenian el privilegio de tañer sus campa-
nas para el culto divino.
A cambio de esta tolerancia , los vencedores pre-
cavieron todas las tentativas de los cristianos contra
la religión de su profeta. El musulmán renegado era
castigado con la pena de muerte. Bastaba para ser
reputado musulmán, que un cristiano, aun en el es-
ceso de la embriaguez, pronunciase la tan sabida
fórmula ¡La ilah illa Allah rra Mohamei rasonl Allah!
¡No hay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta!
El cristiano que impedia á otro el apostatar, era cas-
tigado con la muerte. El que injv.\vv*iLVi^ ^\ ^\^\Oc\^^
el que mantcnia comercio i\íc\lo eow v\v\^ vv\vv&v^'^'^-
— la-
na, tenia que optar entre el islamismo, ó la muerte.
Bajo el régimen de la conquista , los mozárabes
conservaron pura la organización civil y política de
los godos, en tanto que una nueva constitución se
iba elaborando en las montanas de Asturias y de
León. Asi cuando se reconquista Toledo por Alfon-
so VI, los mozárabes que tanto habian contribuido á
recuperar la antigua capital del imperio godo, recla-
maron la conservación de loque llamaban sus privi-
legios; y obtuvieron el derecho de gobernarse sepa-
radamente por sus propios magistrados, en tanto
que los castellanos eran regidos por los suyos. Prue-
ba clara de que los árabes dejaron subsistente, va-
ledero y en pie cuanto de una manera directa no ata<
caba á su dominación.
Los diversos gobiernos que se sucedieron en la
líspaHa musulmana hasta los Almorávides, protegie-
ron á los mozárabes. El pueblo bajo musulmán le?
fué siempre hostil, y los cristianos nada hicieron por
disminuir esta hostilidad. Cifraban su orcullo en
desaliarlos. Religión, instituciones, costumbres, há-
bitos, todo lo toleraron los árabes en sus subditos
cristianos sin adoptar nada de ellos. Cuando la vic-
toria inclinó la balanza en favor de los cristianos,
los mozárabes comenzaron á revolverse en favor de
sus hermanos. Entonces los Almorávides, sin odio,
sin crueldad, los deportaron convencidos de que
usaban de un derecho de legítima defensa.
IV.
RECONQUISTA PROGRESIVA DE LA ESPAÑA CAUSA DE SO RE-
TRASO DE SIETE SIGLOS.
Deslumhrados con el éxito de sus triunfos, su-
midos en una engañosa seguridad , los monarcas
árabes se entregan á las delicias de Córdoba y Gra-
nada en el seno de las ciencias, y rodeados de los
obras maestras de esa rica arquitectura que embe-
llccia sus palacios y mezquitas, desdeñan en un
principio un enemigo pobre, pero atrevido. Los su-
cesores de Pelayo abandonan el sistema de defensa;
bajan de los montes, invaden las ciudades , y en el
curso de los siglos clavaron la cruz de Cristo en los
muros de las principales capitales do España. Las
tierras sucesivamente arrancadas á los moros pasan
*il dominio do los caballeros cristvav\v>^ ^ ^\^.\í!c=vV:^.
tili-ían con su /ntiustria. Los cov\(\v\\'¿U^\<^^^^ ^^ ^'^^"
— 16 —
vierten por derecho propio en señores del terreno
conquistado, y la esperanza de estas adquisiciones
inflama la ambición de los nobles, y especialmente
de los que moraban en las fronteras de los estados
árabes. Creáronse las órdenes de Santiago, Calatra-
va y Alcántara, que fueron terror de la morisma, un
grande elemento para la reconjuista, y cuyos gefes,
los grandes maestres, tan importante papel hicieron
en las revueltas y discordias civiles de los si-
glos XIV y XV.
Alfonso V[[ tiene la imprudencia de dividir sus
estados entre sus hijos, y las coronas de León y de
Castilla quedan scparailas, hasta que en Fernan-
do III se reúnen para siempre estas dos ramas de la
monarquía goda. La guerra contra los árabes recibe
un nuevo impulso, y Fernando el Santo clava la cruz
de Cristo sobre los minaretes de la mezquita de
Córdoba y en los muros de Sevilla.
Jaime I de Aragón, el Conquistador, somete al
mismo tiempo á Valencia, Murcia y las islas Ba-
leares.
Difícil era pensar á mediados del siglo XIII y des-
pués do las brillantes conquistas de Fernando III y
Jaime I de Aragón , que debían trascurrir aun dos-
cientos cincuenta años antes de someter el reino de
Granada y de libertar enteramente la patria del yugo
musulmán!....
No se podia suponer que la ambición , el celo re-
ligioso, el odio nacional debiesen pararse en una
— 17 —
carrera que no ofrecía mas que obstáculos, en la
apariencia tan fáciles de vencer. Al contrario, los
esfuerzos de los españoles comienzan á debilitarse y
á ser mas raras sus conquistas. Una de las causas
que contra toda esperanza prolongaron esta memo-
rable lucha fué la inmensa ventaja que enconlraron
los moros en su retirada. Su población , derramada
antes sobre toda la superficie de la España, se halló
entonces condensada en un solo punto, y ocupando
el menor espacio posible. Habian estado confundidos
en las provincias del Norte y del centro con los cris-
tianos mozárabes , que vasallos y tributarios suyos,
aunque tratados con benignidad, no dejaban por
eso de ser sus naturales é irreconciliables enemigos.
Cuando Toledo y Zaragoza cayeron en poder de un
príncipe cristiano, estaban llenas estas ciudades de
esos degenerados cristianos que á consecuencia de
un largo trato con sus dominadores habian introdu-
cido, según dice Mariana, el dialecto de la Arabia
en la lengua castellana.
En el siglo XII , exasperados los moros con los
reveses que sufren sus armas, comenzaron á perse-
guir á sus subditos cristianos, cuyo secreto údio
sospechaban, y los forzaron á huir ó á abjurar de
su religión.
jUiandü Fernando III se precipitó sobre la Anda-
lucía, y en dos victoriosas campanas ocupó á líaeza
y sitió áriórdohn, tan cólchro [)ov Ia tvvVV\\\*\^^^\'^'5^
ciencias (^a In Anibia , y por \os womWc?» v\e. Kn\^^^*^
— 18 —
y Averroes , como por los espléndidos trabajos de
una dinastía opulenta y magníQca, ya el cristianis-
mo habia casi enteramente desaparecido de las pro-
vincias meridionales. El hambre y el hierro hicie-
ron capitular (16 de julio de 1236) , á Córdol^a, la
gran ciudad que ciento veinte y dos anos habia sido
la capital de los califas. El culto de la cruz se cele-
bró en su magnífica mezquita solemnemente purifi-
cada, y el rey de Castilla y de León descansó en el
suntuoso palacio que Abderraman habia construido
tres siglos antes. Grande fué el dolor de los musul-
manes al saber la pérdida de Córdoba. Dos insur-
recciones estallan casi al mismo tiempo contra los
africanos , la una en Valencia , de que aprovechán-
dose hábilmente Jaime I de Aragón, llamado el
Conquistador, se apodera de aquel reino y las Ba-
leares, y la otra en Granada, donde destronado
Abou-Said busca en el campo cristiano un asilo y
seguridad para su amenazada existencia. Abandonó
el destronado monarca al implorar la generosidad de
Fernando el reino de Jaén , y ofreció seguir al rey
cristiano con la mitad de la renta de sus estados y
sus tropas todas, para auxiliarle en sus ulteriores
enipresas. Fernando restableció á Abou-Said sobre
el trono de Granada.
. La cruz de Cristo y las lunas africanas marchan
juntas por primera vez , y se presentan delante de
Sevilla. Los moros de Sevilla vieron con indignación
el estandarte de Cristo y el de Mahoma desplcí^ado^
— 19 —
en un mismo campo para someterlos. Diez y seis
meses duró el sitio. La ciudad fué tomada por asal-
to el 21 de diciembre de 1248.
Cuando Zaragoza y otras ciudades habian caído
en poder de los españoles, se habia permitido á los
moros continuar habitando en ellas, como habita-
ban antes los cristianos en la condición de subditos,
no de esclavos ; empero después de la toma de Se-
villa fueron todos arrojados de ella á las posesiones
que aun conservaban ó al África , y se invitó á que
nuevos habitantes de todas las partes de Espaila vi-
niesen á 6jar allí su residencia.
Las ciudades fuertes de Andalucía, como GibraU
lar, Algeciras y Tarifa, opusieron á los príncipes
cristianos una resistencia que no habian encontrado
en Castilla. Exigian penosos sitios, eran algunas ve-
ces reconquistadas por el enemigo, y espuestas
siempre á sus ataques. Lo que constituia la gran
fuerza de los mahometanos de España, eran la alian-
za y los socorros de sus hermanos de Ultramar. Acos-
tumbrados hoy á asociar la idea de piratas al nom-
bre de los moros de África, no concibe fácilmente
nuestra imaginación aquellas poderosas dinastías,
aquellos belicosos caudillos, aquellos numerosos ejér-
citos que durante ocho siglos ilustraron los anales de
esta nación. Jamás invocaron en vano su asistencia
los árabes de España , empero al reclamarla temían
les efectos de su ambición.
Probablemente debieron Iostc'^cs Afc C^x^sx'^^'^X'^
— 20 —
ventaja de mantenerse por tanto tiempo en su reino
á la indolencia qué insensiblemente se apoderó de
sus enemigos , y que constituye uno de los rasgos
distintivos del carácter español. La cesión del reino de
Murcia hecha á la corona de Castilla, privaba á Ara-
gón de toda posibilidad de estender las conquistas
que habían ilustrado á sus primeros soberanos, y
sus sucesores igualmente emprendedores llevaron
sus ambiciosas miras allende los límites de la Penín-
sula. El castellano, sufrido é incontrastable en los re-
veses, vio disminuir su energía á medida que sintió
menos la presión de la adversidad. Después de haber
libertado con sus armas la mayor parte de su pais,
quiso mejor dejar á sus enemigos señores de una
sola provincia, que esponerse á la fatiga de completar
su triunfo.
Si no se hubiera visto en épocas anteriores que el
espíritu de revueltas civiles y de insubordinación no
había sido un obstáculo para el engrandecimiento de
la monarquía castellana, podríamos atribuir» la falta
de brillantes conquistas contra los moros á la pertur-
bación que agitó á la nación por mas de un siglo des-
pués de la muerte de Fernando III, en quien la Es-
pafia admiró un héroe, el trono un gran rey , y la
Iglesia un santo.
A Fernando el Santo sucede Alfonso X, llamado
el Sabio, por los progresos que hizo en las ciencias,
sobre todo en la astronomía. Los errores de la admi-
njsiracion, hs niales que no supo )[iievemt Kvclecoa
~ 21 —
decir que constantemente ocupado de las cosas del
cielo descuidaba las de la tierra. Como legislador
Alfonso, en el código de las Siete Partidas, sacrificó
los derechos de su corona á las usurpaciones de Ro-
ma y su filosofía no le impidió ser bastante insensato
para dejarse seducir durante veinte años con la ilu-
soria perspectiva del trono imperial. Corriendo tras
del trono imperial de Alemania que le disputa Ricar-
do de Inglaterra, abandonó á Castilla. Las cortes se
opusieron mandándole volver y renunciar á esta te-
meraria espedicion que le hubiese costado el trono.
En estas ilusorias pretensiones musulmanes tributa-
rios de Murcia y otras provincias, sublevados bajo la
protección del rey de Granada, invocan los socor-
ros del Miramamolin , rey de Fez, Abou-Jusouf-Ja-
coub (1257) y resuelven la conquista de toda la Es-
paña, que hubieran llevado á efecto sin el valor y la
intrepidez de su hijo don Sancho que salvó la patria,
y á quien sus hazañas valieron el sobrenombre del
Bravo. En los últimos años de su tempestuoso reina-
do tuvo Alfonso que luchar contra su hijo. El dere-
cho de sustitución en las herencias era desconocido
hasta entonces en Castilla. Por la regla establecida en
el orden de las sucesiones, el pariente mas próximo
era preferido siempre al mas lejano, el hijo tenia me-
jor derecho que los nietos. Alfonso habia introducido
el principio de la sustitución en su código de las Siete
Partidas. El infante don Fernando, el d^i \a. ^'^^viVx
manó dejando dos hijos varones. S>;ii\q\\q> ^w^^^^ V\-
— 22 —
20 valer sus derechos fundados en la antigua ley de
la sucesión en Castilla. Los descendientes de don
Fernando, llamados los infantes de la Cerda, sosteni-
dos por la Francia, de cuyo rey eran parientes, y
por Aragón dispuesto siempre á tomar parte en las
turbulencias de Castilla, continuaron por mas de me-
dio siglo reclamando sus derechos y perturbando la
tranquih'dad publica.
Don Sancho, ídolo del ejército por su valor, ama-
do del pueblo por su liberalidad, convocó cortes en
Valladolid, que declararon á su favor la cuestión de
sucesión, y le invistieron.de la autoridad real con el
título de regente. Las principales ciudades le siguie-
ron. Alfonso invocó entonces contra su propio hijo el
auxilio del rey de Marruecos, que cercó á Córdoba,
pero que libertó don Sancho haciendo reembarcar
para África al Miramamolin.
La autoridad de los papas estaba entonces en su
mayor poder. Lanzó sus rayos el pontífice, y el hijo
rebelde que habia resistido las fuerzas combinadas
de su padre y el rey de Marruecos, inclinó su frente
al anatema de la Iglesia y pidió perdón.
Los anales de Sancho IVy de sus dos sucesores
inmediatos Fernando IV y Alonso XI, presentan una
serie de turbaciones civiles vergonzosas y deplora-
bles. En Fernando el IV comienzan las largas mino-
rías, las regencias tempestuosas, los odios fraternales,
las guerras civiles que debian durar dos siglos.
los nobks, ¡os ricos hombres scteVid^t^ VoA^n^t.
— 23 —
que creen haber recibido un agravio de su rey. Tie-
nen el derecho, ó mas bien están en posesión de ab-
jurar la obediencia por un acto solemne, que los libra
de incurrir en la pena y nota de traidores. Llámase
este acto el desnaturalizarse. Un pequeño número de
familias compone una oligarquía, el peor de todos
los estados. Los mismos hombres son alternativamen-
te ministros y favoritos de los reyes, ó sus enemigos
armados en campo abierto. Muchas veces cuando no
pueden defenderse en sus villas y castillos, ó son
escasos sus parciales, se retiran á las fronteras de
Granada, y se alian con los árabes, combatiendo al
lado de los enemigos de su patria y de su religión.
Don Pedro I sube al trono después de la muerte
de su padre Alfonso X. La historia le ha dado el so-
brenombre de el Cruel. Los poetas le han llamado el
Justiciero. Se supone que el espíritu de partido ha
exagerado gravemente sus crímenes. La historia está
llena de calumnias, y calumnias que no se horran
jamás, pero la historia no ha calumniado á don Pe-
dro. La historia de su reinado, trazada, es verdad, en
gran parte por la pluma de uno de sus mas violentos
enemigos, hace una larga enunciación de los asesina-
tos cometidos á la faz del mundo, á la luz del día,
recientes en la memoria de una multitud de perso-
nas que vivían en la época del cronista Ayala.
La posteridad que hace justicia de las preven-
ciones de los contemporáneos, aee^l^ ^ ^•^vvv¿v«s\'íí.Vs^
juicios dictados por la verdad itn^^xcX^. \^^n\^^^^^
— 24 —
el Cruel recibe el trono bajo los mejores auspicios;
domada la altivez de la nobleza castellana, destruido
el poder de los moros.
Comienza su reinado asesinando á la querida de
su padre doña Leonor de Guzman, sacrifica á la ino-
cente Blanca de Borbon, su esposa, para arrojarse
en los brazos de la hermosa María Padilla; hace dar
muerte á tres de sus hermanos, presenciando él mis-
mo la de don Fadrique. Manda degollar alevosamen-
te al rey de Granada Alhamar, que se acoge á su hos-
pitalidad, y hace espirar bajo el puHal de sus verdu-
gos al maestre de Calatrava y otros personagesde los
mas distinguidos. Enrique de Trastamara venga á su
madre y sus hermanos y á la humanidad entera,
matando con sus propias manos á su hermano y á su
rey, cuyo trono ocupa.
Su reinado da un respiro á Castilla, fatigada con
tantas guerras civiles. Los reinados sucesivos do
Juan I y Enrique III no son tan pacíficos, en parti-
cular el de este último, que comienza por una mi-
noría.
De un año sube después al trono Juan II. Su rei-
nado es una serie de conspiraciones y guerras civi-
les. Rey débil, fué dominado por su favorito don Al-
varo de Luna. Don Alvaro justifica la confianza de su
monarca, haciendo respetar la dignidad real tan lar-
go tiempo envilecida. Se apodera con audacia de la
espada de condestable* arrancada á uno de los íjcfcs
déla facción vencida, la empuña con mano firme y
— 25 —
valerosa, y las victorias de Figuera y Guadix hacen
estremecer en sus cimientos el trono de los árabes de
Granada.
Los enemigos de don Alvaro escítan la codicia de
don Juan H, que para apoderarse de su riqueza, dé-
bil monarca entrega al verdugo en Yalladolid la ca-
beza del ministro, que durante cuarenta y cinco afios
liabia llevado sobre sus hombros todo el peso de la
dignidad real.
Juan II no sobrevive largo tiempo á su favorito.
Sucede en el trono Enrique IV el Impotente. Si el pa-
dre no fué respetado, el hijo fué despreciado. El mar-
qués de Villena ejerce sobre el hijo el mismo imperio
que sobre el padre ejerciera don Alvaro de Luna. Un
nuevo favorito, don Beltran de la Cueva, derriba al
marqués de Villena! Posee la confianza del rey y de
la reina. Nacen nuevos y mas grandes disturbios.
Pénese en duda la legitimidad del nacimiento de la
hija del rey, doña Juana heredera del reino, á quien
llaman por escarnio la Beltraneja, nombre que le ha
conservado la historia. Alzan por reina á doña Isabel,
hermana del rey , casada con don Fernando , prínci-
pe de Aragón, que ocupa el trono después de la
fuerte de Enrique y de haber vencido á los parcia-
les de la Beltraneja.
TOMA DE GRANADA POR LOS REYES CATÓLICOS. CONDICIÓN
SOCIAL DE LOS MOROS.
Isabel 1 y Fernando de Aragón con su enlace, re-
constituyen el poder real, y los antiguos reinos riva-
les siempre, de Castilla y Aragón, se reunieron para
siempre y formaron la monarquía española. Apenas
terminaron* la guerra civil y se afirmaron en el trono,
resolvieron dar á la Europa una insigne muestra del
vigor que la monarquía española iba á desplegar en
su reinado. El armisticio concluido con los moros de
Granada, no había sido interrumpido en una larga
serio de años; las circunstancias no habían permití-
do á Juan 11 y Enrique IV comenzar el ataque , y los
moros mismos destrozados como sus enemigos los
cristianos, por guerras civiles y por las disensiones
de la familia de sus reyes, se contentaban con chozar
sin oj)osic¡on de la mas hermosa proMiicía de la Pe-
— 27 —
nínsula. A creer á nuestros historiadores los monar*
cas de Granada eran en general usurpadores y tíra-
nos, pero no es fácil concebir esa grandeza , esa
magniñcencia que distinguía los reinos mahometanos
de España, sin atribuir á sus gobiernos algunas me-
didas sabias y benéficas. Esas hermosas provincias
del Mediodía han perdido después su antiguo esplen-
dor, circunstancia demasiado humillante para el or-
gullo nacional , es el que este pais nada ofrezca mas
interesante á la admiración del viagero, que los mo-
numentos que ha dejado en pos de sí una raza es-
irangera y odiada, una raza de conquistadores.
Aunque en todos los ailos, cristianos y moros
corrían alternativamente el pais talando los campos,
no se reputaba roto el armisticio porque existia un
singular tratado. Entendíase duraba la tregua entro
cristianos y moros , aun cuando estos so apoderasen
de alguna plaza con tal que hubiese sido ocupada sin
aparato de guerra , sin desplegar banderas ni tocar
trompetas y en menos de tres dias. Zahara tomada
asi por los moros fué el protesto de la guerra.
Hasta entonces los cristianos se habian contenta-
do en caso semejante con usar de represalias; empe-
ro Isabel y Fernando conocieron que la conquista de
Cranada no era superior á sus fuerzas, y que pondría
fin á una lucha que babia durado cerca de ocho si-
glos. Los castellanos invadieron el reino de Granada,
animados por su reina Isabel, única á c{uv^^ ^^\v^ti
obedecer. Wéronse en este ejérdVo \<» 5wV\^tw^ ^^^*
— 28 —
quistadores de Berbería y Ñapóles, Pedro Navarro y
Gonzalo de Córdoba el Gran Capitán.
En la misma decadencia del poder de los moros,
abierta Granada por todos puntos á la invasión, de-
bilitada por facciones intestinas, que llevaron á uña
de las facciones á favorecer al común enemigo , no
pudo este reino ser sometido sino después de diez
años sucesivos de una guerra obstinada y sangrienta.
Los cristianos en los diez ailos, se hicieron dueños
de Alhama, el baluarte y antemural de Granada.
Tomaron á Málaga, el depósito del comercio de Es-
paña con el África, ocuparon á Baza, ciudad entonces
de cincuenta mil habitantes, y llegaron al fin con
ochenta mil á poner sitio á Granada, presa de las
mas funestas discordias. El hijo se habia armado allí
contra el padre , el hermano contra el hermano.
Abdalah y su tio se habian dividido los restos de esta
soberanía agonizante, y el último habia vendido su
parte á los españoles por una rica indemnización en
dinero. Quedaba Boabdil, que se habia reconocido
vasallo de Isabel y de Fernando, y que seguia , mas
bien que dirigia, el obstinado furor del pueblo.
La reina Isabel, ídolo de los castellanos, impulsaba
con su presencia el sitio que duró nueve meses. Un
moro fanático intentó dardo puñaladas á la reina. Un
incendio destruyó el campo de los crislianos; poro la
reina Isabel, á quiqn nada dosanimaha, que no co-
nocia obstáculos, para pn^scrvar á sus soldoilos de los
rigores de la estación , hizo construir sülidaniciitc do
-r 29 —
piedra un nuevo campo en ochenta días, y alzando
á vista de los moros la población de Santa Fé , mos-
tró á los musulmanes que el sitio sería eterno, y no
se levantarla jamás.
Granada sufría todos los horrores del hambre.
Amotinado el pueblo contra su rey, abrió sus puer-
tas á Fernando y á Isabel , bajo la promesa formal
de una solemne capitulación que firmaron el rey,
la reina, los infantes, sus herederos, diez y ocho
obispos y diez y nueve grandes capitanes, nueve
duques, cinco marqueses, quince condes, seis gran-
des maestres, comendadores ó priores de las órde-
nes militares, por último, los cuatro notarios ma-
yores de los reinos de Castilla , León y Aragón, en
una palabra , cuanto podía representar todos los po-
deres del Estado.
En este estenso tratado que contenia cincuen-
ta y cinco capítulos, se conservaba á los moros de
Granada su libertad, su religión, su lengua, sus
costumbres, trages y usos, sus propiedades, sus le-
yes, sus tribunales. Debían ser juzgados por em-
pleados de su nación, protegidos por las autorida-
des cristianas. Todas estas inmunidades se esten-
dian á los renegados y á los hijos de éstos, conside-
rados en todo como musulmanes de origen. Los pri-
sioneros hechos durante la guerra y los esclavos gra-
nadinos, debían ser inmediatamente puestos en li-
bertad. El territorio de Granada era declaradc^ V.\ftx\^
de asilo y de franquía para los esc\aiVO^ xcvvítq>s w^¿\-
— 30 —
dos en las provincias de Castilla y de Aragón que lo-
grasen refugiarse en él. Todos los habitantes musul-
manes de este territorio, quedaban perpetuamente
exentos del servicio militar, sin mas gabelas y con-
tribuciones ordinarias que las que les habian impues-
to los reyes moros. Los moros de Granada quedaban
facultados para emigrar libremente al África á costa
de los reyes , durante únicamente los tres primeros
años, y pasados estos, en cualquier tiempo pero á
su costa , conservando sus propiedades , adminis-
trándolas y percibiendo sus rentas, sin que estas tu-
viesen que pagar contribución por razón de su des-
tino. La facultad de viajar á los paises berberiscos y
permanecer temporalmente allí, se les otorgaba. Los
beneíicios de esta capitulación so hacían estcnsivosá
los moros de todo el reino que sometiesen su terri-
torio en el término de treinta días, debiendo gozar
de la misma libertad , privilegios y franquicias que
los de Granada , como á los moros granadinos que
en aquella época residieren en África y volviesen an-
tes de tres arios á España.
La capitulación de Granada en que Isabel y Fer-
nando estamparon sus regias firmas vo el rey, yo la.
REINA, en el centro de la rueda que formaban ios
nombres de los grandes dignatarios del Estado , fué
el ú'.timo acto diplomático espedido en esta forma, el
úllmo privileíjio rodado, Isabel que libertó al trono de
la tutela de los ricos-hombres en que por tantos si-
glos, con gran detrimento de la patria liabia estado,
— si-
se eximió de la obligación de hacer confirmar por los
grandes los tratados y capitulaciones. Los firmó des-
de entonces solamente con el rey su marido.
En 2 de enero de 1492 se rindió Granada , é hizo
su entrada triunfal la reina Isabel con el rey don Fer-
nando. Asi se vieron cumplidos los votos que los es-
pañoles habian formado, y se cerró la lucha que
habia comenzado al pie de la roca de Calpe siete si-
glos, ochenta afios y dos dias antes , el jueves 30 de
abril de 711. El 2 de enero de 1492 , que terminó la
regeneración do España , fué un viernes. A la hora
tercera de la tarde la cruz de plata del arzobispo de
Toledo, el estandarte de Santiago y el pendón real
de Castilla, aparecieron uno tras otro en la cumbre de
la mas alta torre de la Alhambra , á la misma hora ea
que mil cuatrocientos cincuenta y nueve añosah*
tes se alzaba en el Gólgota la cruz de Cristo , signo
de la redención y de la libertad del género hu-
manoül....
Isabel y Fernando entraron triunfantes en Grana^
da. El rey moro les presentó las llaves del palacio y
fortalezas, y obtuvo el permiso de retirarse con gran
parte de sus riquezas á un pequeño principado, si-
tuado en las montañas de la Alpujarra, que abando-
nó muy pronto para ir á morir con sus correligiona-
rios en África.
Al divisar por última vez desde una altura su an«
tigua capital lloró, y la sultana su madre^ lcvdv%^?A^
de su debilidad, Llora ^ le diio, llora como utvoi mw^^st
— S2 —
la pérdida de nn reino por cuya defensa no has sabido
morir como un hombre.
Isabel y Fernando entraron en Granada, la ciu-
dad de las cien torres, cuyas catorce puertas ocupa-
ba el ejército cristiano, y pasearon por sus calles
desiertas, delante de sus cerradas casas, en medio
del estupor, de la desconfianza de los vencidos y de
una calma tan alarmante como solemne. Entregaron
las llaves y el mando de la ciudad al conde de Tendi-
lla, y se volvieron á su campamento de Santa Fé,
para hacer después su entrada pública y solemne tres
días después, el dia 5 de enero.
Casi toda la Europa tomó parte en la alegría de
España, celebrando con magníficos regocijos tan fe-
liz é importante acontecimiento: el papa Alejan-
dro VI concedió á Fernando é Isabel el iíiuh de Reyes
Católicos^ título con que son conocidos en la histo'-ia,
y que han trasmitido á sus sucesores.
La toma de Granada no fué solo un triunfo glo-
rioso para Espafia, sino para toda la cristiandad. Pa-
reció en la lucha política de las dos religiones con-
trabalancear la pérdida de Constantinopla, tomada
por los turcos en 1453.
VI.
BAUTISMO FORZADO DB LOS MOROS. ORIGEN DB LOS MO
RISCOS. — FUERO DB MOROS BN YALB29GIA.
Con la rendición de Granada y la estensa y so-
lemne capitulación que Isabel y Fernando concedie-
ron á los moros quedaron estos asociados en cierto
modo á la nacionalidad española, empero conservan*
do terminantemente su religión y sus leyes, sus tra-
gos, usos y costumbres. En el mismo día 5 de ene-
ro, en que hicieron su entrada solemne en Granada
los Reyes Católicos, empezó ya á violarse su capitula-
ción. Un caballero, don Pedro García de Avila,
apartándose de la regia comitiva, y penetrando en
lo interior de la ciudad, se abandonó á los mayores es-
cesos contra ios míseros vencidos. Quejáronse éstos,
y el rey Fernando pronunció contra él la pena de
muerte; pero su sentencia no se e\ecxxU>^ ^ ^ ^>^-
MORISCOS.
— 34 —
pable continuó al servicio de la reina, y disfrutando
de su favor.
En el mismo 5 de enero se apoderaron los reyes
de la mezquita de Attaybin, una de las principales,
y la hicieron consagrar al cuitó cristiano, bajo la in-
vocación de San Sahador.
Mostraba Isabel el mayor ardor por la es tensión
de la fé, y aunque el rey don Fernando no era me-
nos piadoso, templaba su ceb la prudencia. Ya
aflos antes, cediendo á las exigencias del clero y al
espíritu intolerante de sus pueblos, habían estable-
cido en 1480 en Sevilla, en virtud de autorización
del papa Sixto IV, para reprimir el incremento y au-
dacia de los judíos, contra los que se alzaba un cla-
mor general, el tribunal de la Inquisición, existente
ya en Francia y en Italia, y cuya fundación preten-
den algunos hacer subir al concilio de Verona en 1 148,
en el que se mandaba á los obispos que por sí, ó por
medio de sus delegados, inquiriesen todas las perso-
nas sospechosas en la fé, para castigarlas primero
espiritualmente, y luego con penas temporales si es-
to no bastaba.
Los Reyes Católicos establecieron en Espaila la
Inquisición, tribunal que destruyó por largo tiempo
la felicidad de los pueblos, que sofocó el genio y las
luces l)«i¡o un odioso despotismo. El establecimiento
de la Inquisición encontró grandes obstáculos princi-
pabnentc en Aragón. Asesinaron en Zaraí:;oza en el
m'ismo templo á un inquisidor para aterrar á los do-
c/Uf "
más. Todo fué en vano: el nuevo establecimienlo,
dirigido en un principio contra ios judíos y los moros,
era demasiado conforme á las ideas religiosas y de
intolerancia de la mayor parte de los españoles, pa-
ra no triunfar de estos ataques. El título de familiar
de la Inquisición, que llevaba consigo la esencion de
los cargos municipales, fué de tal modo solicitado,
que en ciertas ciudades sobrepujaba el número de
ios familiares al de los habitantes, y las Cortes tuvie-
ron que poner orden en la concesión de esos títulos.
Hasta los mismos grandes, tan altivos, y que mas
ele * cien veces - habian hecho temblar á los re-
yes, se honraban con los otícios mas viles de es-
te tribunal sangriento de la Fé, y contaron entre los
dictados de su grandeza, el de alguacil de este tri-
bunal!.. Cuando una nación se halla asi preparada no
hay que maravillarse de cómo ha podido existir el
tribunal de la Inquisición, y veriñcarse esas espul-
siones en masa de millares de sus mas industriosos
habitantes, dejando en gran parte despoblado su
suelo, yermos sus campos, y arruinada su industria.
Esta intolerancia, encarnada en el carácter espa-
ñol, hizo que algunos prelados y altos personages,
con indiscreto celo, tratasen de persuadir á los Re-
yes Católicos, que prescindiendo de la capitulación
solemne, del decoro debido á sus promesas, de la fé
jurada, obligasen á los moros de Granada inmedia-
tamente á aceptar el bautismo ó á vender sus bie-
nes y emigrar al África.
— 3G —
•
Debatióse en el consejo de la reina este proyec*
to, cuya sola enunciación era un insulto á la. lealtad
de aquella católica princesa, y el célebre domintco
fray Tomás de Torquemada, primer inquisidor ge-
neral, y que también habia sido confesor de Isa-
bel, se mostró en él el defensor inesperado de la li-
bertad de cultos. Torquemada sabia por el ejerci-
cio de sus terribles funciones que toda conversión
impuesta por mundanales motivos, solo sirve para
hacer apóstatas, y perpetuar con las generaciones la
hipocresía sacrilega de los padres.
Los Reyes Católicos, que habian agotado en la
larga guerra de diez años contra Granada los recur-
sos todos de la España , se determinaron á no rom-
per del todo y de pronto las capitulaciones, sabien-
do que la primera violación de los tratados engendra
otras, y que asi la capitulación de Granada so iría
con el tiempo rasgando artículo por artículo, y
que para ejecutar inmediatamente aquel proyecto á
que so inclinaba mucho el ánimo fervoroso de la rei-
na Isabel , se hubieran necesitado mas hombres y
dinero que para la conquista de Granada. Organi-
zados , armados todavía se hallaban los moros en las
Alpujarras , con su rey Boabdil , que podia volver
á ponerse á su cabeza , y que al verse atacados en
el sagrado de la conciencia se hallarian mas firmes,
que en los tiempos en que el amor á la patria y el
temor á la servidumbre no les habian impedido des-
¿rozarse entre sí.
— 37 —
Para acallar las exigencias de los prelados, para
contentar en algo la impaciente intolerancia de al-
gunos magnates , y halagar el fanatismo de las ma-
sas, tal vez para hacer un ensayo* se dio el 36 de
marzo de aquel mismo año de 1492 en Granada un
edicto que mandaba á los judíos que saliesen de Es-
paña en el término de tres meses, bajo pena de
muerte y de confiscación de bienes, con prohibi-
ción espresa de que se llevasen el oro y la plata.
Ciento setenta mil familias que componian la pobla*
cion de ochocientas mil almas, vendieron apresura-
damente sus bienes y huyeron á Portugal,. ¿ Italia^
á África y hasta Levante. Entonces se vio dar una
casa por un caballo , una viña y un olivar por un
pedazo de tela ó de paño.
Esta espulsion fué el primer golpe terrible que
llev<S la población y la industria de EspaQa.
Los reyes creyeron sin faltar á las capitulacio-
nes de Granada erigir en aquella ciudad un arzo-
bispado para los nuevos habitantes cristianos del
territorio conquistado y para la conversión de los
moros , dando la reina Isabel aquella silla á su confe-
sor fray Hernando de Talavera, obispo de Avila.
Granada habia tenido antes de la invasión de los
moros una silla episcopal. Los Reyes Católicos en-
contraron en su restablecimiento un medio político
de unir los moros al resto de la España por la re«
ligion cristiana. Rehusaron obligar á los moros por
la violencia á hacerse crisUauoa^ i^^^Nax^^w. '«cis.
— 38-
lisos, y hasta les dejaron vestirse de seda cuando ú
los subditos de Isabel, para combatir el lujo que do-
minaba en a ¡uella época , se les prohibía usar de .
a(|uolla clase de vestidos. El establecimiento de un
obispado católico fué en Granada el establecimiento
de una misión pacífica.
Fernando é Isabel tuvieron que marchar á Ca-
laluila, donde les llamaban negocios políticos inte-
resantes con la Francia, y dejaron la noble misión
de conservar su conquista á don Iñigo López de
Mendoza , segundo conde de Tendilla , que se habia
mostrado protector decidido de los moros como ca-
pitán general; al nuevo arzobispo fray Hernando
de Talavera, y para la estricta observancia é inter-
pretación de las capitulaciones á Fernando de Zafra,
su secretario.
Nacido en humilde condición en Talavera el frai-
le Gerónimo Hernando, habia llegado por su virtud
y por su sabiduría á ser confesor de los Reyes Cató-
licos y obispo de Avila. Unido con el conde de Ten-
dilla formaba con este noble caballero , según la es-
presion de un cronista de aquella época, un alma en
dos cuerpos. Como cristiano y como obispo miraba
al bien espiritual de las paises nuevamente con-
quistados. La conversión de los moros era todo su
anhelo, el objeto supremo de sus deseos. Auiyjue de
edad avanzada aprende él mismo el árabe, reco- •
mienda al clero su estudio , hace traducir á este idio-
ma el Nuevo Testamento, la liturgia y el Catecismo,
— 39 —
para que sirvan de base á la instrucción que quiere
dar á los moros. Distribuye entre ellos sus rentas,
y la pureza de sus costumbres: su angelical dulzura
atrae poco á poco á Jesucristo el pueblo conquista-
do. El número de los nuevos cristianos crecia de dia
endia, y nadie qra mas amado ea Granada que el
gran Alfaquide los cristianos, como llamaban los mo-
ros á Tala vera.
Apoyaban los reyes esta misión con las ventajas
que concedian á los convertidos. Siete años pasaron
tranquilos y felices para los moros de Granada, en
que los tres nobles varones Tendilla, Talavera y Za-
fra que allí habían dejado los Reyes Católicos, cimen"
laban la paz entre dos pueblos rivales que siempre
se habian odiado, y que comenzaban ya á deponer
sus antiguos odios.
Al salir de las Cortes de Ocafia los Reyes Católicos
fueron á Granada ea setiembre de 1499 para ver con
sus propios ojos aquel pueblo que siete años antes
habian sometido. Llevaron consigo al arzobispo de
Toledo, el célebre fray Francisco Jiménez de Cisne-
ros, á quien la reina Isabel habia confiado la direc-
ción de su conciencia al separarse en Granada de su
santo confesor fray Hernando de Talavera.
Cisneros era uno de esos caracteres estraordina-
rios que raras veces se presentan en la escena del
mundo. Hijo del pueblo se consagra á]a carrera ecle*
siáslica, prefiere á los altos empleos á que puede
aspirar, la oscuridad de, un cláLVX^Uci ^ \.^tí\."^ ^Vn\-
— 40 —
míldc bábílo de Francisco de Asís. La austeridad de
sus costumbres y su talento llaman la atención de
Isabel, que sabia distinguir todo lo grande, y lo elige
para confesor. En vanóse resiste, cede, pero conser-
va en medio de la corte la dureza de su carácter, la
severa austeridad de religioso. Nombrado arzobispo
de Toledo, la dignidad mas alta de la Iglesia enton-
ces después del pontificado, la recibe después de rehu-
sarla, porque el papa le compele á ello. Mientras mas
trata de aislarse, mas estudia los intereses y las mi-
ras humanas, y domina con su talento las pasiones
de los hombres sin tomar sus costumbres. Ministro
de Isabel y de Fernando, desplega aunque con du-
reza en el gobierno talentos superiores en la admi-
nistración, fidelidad incorruptible, desinterés y espa-
Üolísmo puro.
AI marchar los Reyes Católicos para Sevilla, en
noviembre del mismo año de 1499 dejaron en Gra-
nada á Cisneros para que ayudase al piadoso Talaye-
ra en la santa misión de convertir á los moros, reco-
mendando á los dos prelados la continuación de su
• sistema de mansedumbre adoptado por Tala vera.
Antes Jiménez de Cisneros había hecho dar la ley
de 31 de octubre de 1499, ley cuya moderación ha
sido elogiada por todos y en la que se prohibia á un
moro desheredar á su hijo por haberse convertido al
catolicismo señalando dotes á costa del Estado y de
los bienes procedentes de la conquista de Granada á
}as doncéíhs moras que s? convirtiesen ái la fé de
— 41 ~
Cristo. También se mandaba rescatar á costa del era-
rio público á los esclavos moros convertidos.
En cuanto salieron los reyes de Granada, tomó
Jiménez de Cisneros una autoridad absoluta. No dice
la historia con qué título. Si fué una usurpación, el
crédito que gozaba con los reyes y en el pueblo, bas-
ta para esplicar como nadie se le opuso. El arzobispo
Hernando Talavera consintió con tanta mas voluntad
cuanto que lo único que le interesaba era el honor
de Dios, la salvación de las almas y no su autoridad
esclusiva en su diócesis. El arzobispo de Toledo mas
enérgico, menos tolerante que el de Granada, co-
menzó la conversión de los moros por los mismos
medios que tan buen resultado habian dado á Tala-
vera, empero pervirtiéndolos para darles una acción
mas pronta. Llamó al palacio de la Alcazaba á los
principales alfaquíes ó sacerdotes moros, asi como á
sus sabios promoviendo con ellos conferencias religio-
sas, dejándoles entrever los favores del gobierno si
abrazaban el cristianismo y sus rigores si persistían
en conservar la fé de Islán. Para acrecentar la in-
fluencia de sus palabras hacia á los mas sensuales ri-
cos regalos de telas y vestidos de púrpura y de se-
da á la usanza mora, ó de muebles y trages al estilo
español. El arzobispo, Jiménez de Cisneros, á pesar
de las cuantiosas rentas de su obispado, no pudo
sostener tanta generosidad sin hipotecar para muchos
años después las rentas de su mitra. Ensalzábase con
entusiasmo la pródiga generosidad d^\ ^^Ov'íA^^^'^^-
_ .]2 ~
Icdi). La conversión do un gran número de alfaquíes
arrastro Iras si la de muchísimos moros que á porfía
enviaban aquellos á Cisneros para merecer masgran«
de rcTompensí, siendo tanto el número de prosélitos
(|uc se hicieron de este modo, que en un solo dia,
el 18 do diciembre de U99, bautizó Cisneros en la
iglesia del Salvador á cuatro mil personas.
Como en las grandes misiones Cisneros confirió
este sacramento, no por ablución, sino por asper-
sión, y datando orgullosamente desde este dia la
conversión de Granada, instituyó anualmente una
festividad en su memoria, que se celebraba en Tole-
do y en Granada al mismo tiempo que la de la de la
'\spectacion al parto de la Virgen María. En poco
tiempo una parte considerable de Granada adoptó el
cristianismo, y comenzó á presentar un esterior en-
hM amento cristiano. Entonces comenzó á dejarse oir
el sonido de las campanas, prohibido á los sarrace-
nos bajo pena de multa, y el arzobispo Jimenez^^de
Cisneros, á quien se atribuía esta mudanza, fué lla-
mado por los moros el alfaqui campanero.
Semejantes resultados habían necesariamente do
provocar una reacción de parte de los moros mas fer-
vorosos. Mientras algunos alfaquíes abandonaban asi
la causa del profeta, otros, y con ellos las personas
mas distinguidas, viendo con profundo dolor la rui-
na deque se hallaba amenazada la fé de sus padres y
«lucriendo impedir la deserción de los suyos al cris-
lianismo, trataron de predicar al pueblo la fidelidad
— 43 —
al culto de Mahoma. Las predicaciones de los docto-
res de la ley musulmana, se hallaban prohibi-
das por las leyes de Castilla, en la ley segunda, tí-
tulo veinticinco, libro sesto de la séptima Partida.
Granada se hallaba, sin embargo, bajo un régimen
escepcional. Al capitular no habian comprendido
fuese prohibido á sus sacerdotes afirmarlos con su
palabra en la íé de Mahoma, Trataron, pues, de opo-
ner tribuna á tribuna. Cisneros, cuyo genio no se
arredraba ante ningún género de oposición hizo en*
carcelar á los que levantaban mas alto la voz. Pasan-
do con indiscreto celo los límites del tratado entre la
corona y los moros, hizo instruir por fuerza á los
presos en la fé cristiana por medio de sus capellanes,
tratando con severidad á los que se resistían. El ze-
grí Azaalor, rico y altivo moro de los que mas se ha-
bian distinguido durante la guerra, descendiente de
la célebre familia de Abenhamar, tan celebrada por
los poetas, y que gozaba de gran consideración en-
tre los suyos, fué encerrado en un calabozo, y el en-
cargado de su conversión, Pedro León, capellán del
arzobispo, lo trató cargándolo de grillos, y hacién-
dolo ayunar de tal modo y con tal rigor que, depues-
ta su arrogancia, con humildad mas ó menos verda-
dera, pklió el bautismo, y haciendo alusión al nom*
bre del que le habia catequizado, decía que Cisneros
no tenia mas que soltar sa Leon^ y en pocos dias que-
daría convertido el moro mas obstinado. El ^e(JJ:v^
que en el bautismo recibió "el nomV^Ye A«^ C^v^ta^^ ^^
~ u —
rcmandcz, en memoria de un combate que habia te-
nido antes en los llanos de Granada con Gonzalo Fer-
nandez de Córdoba, se mostró toda su vida un celo-
so defensor de la relipion cristiana. Se unió con fide-
lidad inviolable á Jiménez de Cisneros y el arzobispo
le empleó en una multitud de negocios, que exigian
un celo ardiente y consumada prudencia. El ejem-
plo del zegrí y sus palabras causaron sensación tan
profunda, que muchos se apresuraron á abrazar el
cristianismo. Estos resultados hicieron concebir á Ji-
ménez la esperanza de estirpar muy pronto el isla-
mismo en Granada.
Desdeñó los consejos de los que menos impa-
cientes querian aguardar del porvenir la victoria
completa de la fé. Creyó qué tardar y aguardar, era
hacerse culpable con los moros de la condenación de
sus almas. Quiso con un solo golpe anonadar el isla-
mismo. Hizo quemar en medio de la plaza pública
de Bivarrambla cuantos libros árabes pudo recoger
de las bibliotecas públicas, de las librerías particula-
res, y los que le habian entregado los alfaquíes, sin
tener en cuenta que algunos eran preciosos monu-
mentos de caligrafía, maravillas de pintura, y prodi-
gios de encuademación. Solo se salvaron de las lla-
mas trescientas obras de medicina, que mas tarde
fueron depositadas en la universidad de Alcalá.
Asi perecieron en un solo diales tesoros intelectua-
les de toda una nación. Desde entonces no pudo un
moro granadino trasmitir á la posteridad el menor
~ ib -
dato de las cosas de su tiempo. El mas sabio de los
orientalistas, Conde, dice que fueron ochenta mil los
volúmenes incendiados, siendo muy sensible que es-
la acción, comparable con la del incendio de la bi-
blioteca de Alejandría por el califa Ornar, no hubiera
sido esta vez cometida por un bárbaro ignorante,
sino por uno de los mas grandes amigos de las cien-
cias, y esto precisamente en los momentos en que
con sus propios recursos alzaba una nueva universi-
dad en Alcalá de Henares....
Enconáronse los ánimos en los moros que se sen -
tian humillados y proclamaban en alta voz que se
faltaba á las promesas reales, á los privilegios que se
les habiaa concedido. Creció este odio con los me-
dios que desplegó Cisneros, que se babia hecho con-
ferir poderes especiales por el inquisidor general fray
Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, sucesor del cé-
lebre Torquemada, contra los renegados y sus hijos, á
quien los moros llamaban ekhes. Creia que por ser
hijos de renegados cristianos podía reclamarlos por
fuerza la Iglesia ; y por otra parte les hacían arre-
batar sus hijos para educarlos en la religión cristiana
contra la voluntad de sus padres. Atesorábase el odio
en el corazón de los moros; debía estallar de un rno*
monto á otro.
Dos familiares del arzobispo Císneiw, de los que
diariamente prendían y maltrataban á los moros*
fueron un día al Albaycia para conducir á la cárcel
4 una joven sirviente, á una elche. A los ^v^í» ^
— íg —
aquella desgraciada corre á salvarla un grupo de nio«
ros; las con (estaciones insolentes de los familiares
irritan mas los ánimos; el uno de ellos salva su vida
ocultándose; menos afortunado el otro, cae aplastado
bajo el peso de una piedra que sobre él lanzan des-
de una ventana.
La muerte del alguacil fué la señal de la insurrec-
ción de todo el cuartel del Albaycin, cuyas cinco mil
casas habitaban esclusivamente los mahometanos.
Corrieron á las armas, y reforzados por los moros
(le los otros puntos de la ciudad, se precipitaron en
p;ran tumulto hacia la Alcazaba, donde habitaba Cis-
ncros,. para acabar con el opresor de su libertad y
sus agentes. Algunos dias antesa inellos mismos mo-
ros quizá habian celebrado su generosidad por aque-
llas mismas calles que atravesaban entonces rugien-
do y sedientos de su sangre. El arzobispo Cisneros
mostró una heroica serenidad que revelaba su ca-
rácter. A los que trataban de llevarle por un camino
secreto á la ciudadela de Granada, la célebre Alham-
bra, contestaba que aguardaría en supuesto la corona
del martirio y que jamás abandonaria á los que había
comprometido. Animó con su ejemplo á sus gentes á
una valerosa resistencia, y arregló con prudencia y
COTÍ la mayor calma los preparativos de la defensa de
su casa. Logró resistir á los asaltos del pueblo duran-
te toda la noche. A la mañana siguiente, al amane-
cer, el noble conde de Tendilla trajo de la Alham-
bra doscientos arqueros que salvaron al arzobispo
— /í7
del peligro llevándoselo a aquella fortaleza. Sin em-
bargo, duro nueve días todavía la revuelta.
El conde de Tendilla veia el peligro que habia eQ
contemporizar y la imposibilidad de obrar en que se
hallaba. Después de haber calculado sus fuerzas, cre-
yó prudente parlamentar. Envió en señal de paz al
Albaycin el escudo de sus armas con un mensagero.
Hirieron al mensagero y apedrearon el escudo. Atrin-
cherados en los puntos en que en otro tiempo en las
guerras civiles Boabdil habia desafiado á su padre y
á su tio, se creian dueños de dictar sus condiciones.
Improvisaron un gobierno con cuarenta gefes para
dirigir el movimiento con orden. El verdadero rey
de Granada era entonces Cisneros; hizo llamar de nue- w
vo á los alfaqjiíes y trató de calmar con amistosas
palabras á la muchedumbre. La conmoción no se
aplacaba. Entonces el arzobispo fray Hernando de
Talavera hizo una tentativa tan feliz como peligrosa.
Fiado en el prestigio de su nombre se presentó en
medio de las enfurecidas turbas de los moros, acom-
pañado de uu solo capellán que llevaba delante de
él la cruz arzobispal. A imitación del papa San León
saliendo al encuentro de Atila, entró á pie en el cuar-
tel de los sublevados infieles con el aire tan tranquilo
y sereno cual si fuese á predicar las verdades de la
fé á hombres deseosos de su salvación. La vista de
un prelado tan afable, tan generalmente querido,
aplacó inmediatamente el furor de aquellas gentes
irritadas agrupándose las masas eu A^u^^^t ^^^'ííjx*'
— 48 —
to alfaquí de los cristianos, para besar con reveren*
cia la orla de sus vestiduras.
Aprovechó el conde de Tendilla aquella momen"
tánea calma enmedio de un furioso huracán , para
presentarse también ante la muchedumbre , cual un
mensagero de paz para mostrar sus benévolas inten-
ciones. Al llegar á la plaza arrojó al pueblo su gorro
de grana : el pueblo le contestó con una aclamación
de inmensa alegría. Aquellos dos hombres populares
hicieron ver entonces á los moros lo inútil de su em-
presa contra todo el poder de España , y que solo
podia ser origen para ellos de calamidades, mientras
que si se sometían inmediatamente, emplearian el
conde y el arzobispo toda su influencia para hacer
ver que solo se habian alzado en favor de las reales
promesas ; y para prueba de la sinceridad de sus in-
tenciones, el conde dejó en rehenes en el Albaycin,
su esposa y sus dos hijos pequeños.
El pueblo quedó sosegado y tranquilo , y el cadí
Cídi-Ceibona dio una satisfacción á los gobernadores
cristianos, mandando demoler las barricadas y en-
tregando á cuatro d«^ los culpados en el asesinato del
familiar del arzobispo, los que fueron brevísiraamen •
te juzgados y ahorcados.
Gran disgusto recibieron los Reyes Católicos al sa-
ber las noticias de Granada: creían ver perder el fru-
to de tantas sangrientas guerras, del trabajo de tan-
tos años; empero Cisneros marcha á Sevilla y defien-
de sus actos con tanta elocuencia y habilidad , que no
— 49 —
solamente merece la aprobación de la reina Isabel,
sino sus elogios redoblando el favor que dispensaba á
su confesor. Entonces « por consejo suyo se mandó á
Granada un juez comisario , para proponer á los ha-
bitantes del rebelado cuartel la alternativa de recibir
el bautismo ó ser castigados como culpables de alta
traición. El resultado de esta medida en que se holla-
ba abiertamente la fé de los tratados , fué que casi
todos los moros de la ciudad y de los alrededores dé
Granada pasaron al cristianismo, algunos huyeron á
Berbería, y otros fueron á encastillarse en las áspe-
ras cumbres de la Alpujarra, declarándose en rebe-
lión abierta y tremolando el antiguo pendón de sus
reyes para defender la creencia de sus antepasados.
Ni los ruegos ni las promesas del capitán general,
ni del arzobispo Talavera , ni los rehenes tan caros á
su corazón que habia entregado á los moros heroica-
mente el conde de Tendilla , pudieron doblegar tan
inflexible tenacidad de Isabel y de Fernando, que
contrastaba con la admirable moderación, el discerni-
miento de los moros granadinos, que devolvieron sa-
nas y salvas á su protector las preciosas prendas de
una palabra sincera pero imprudente.
Esta conversión esterior y forzada en que Maho-
ma vivia siempre en el corazón de aquellos cuyos la-
bios confesaban el nombre de Jesucristo, la miraron
los Reyes Católicos como una medida política, cuyo
resultado no debia esperarse de la generación pre-
sente, sino de la posteridad de esta..
MORISCOS V
— 50 -
El nuevo y célebre historiador nortc-amérícano
Prescott, en su historia de Fernando y de Isabel,
emite sobre Cisneros un severo juicio con motivo de
esta conversión forzada de los moros, llamando á su
modo de obrar obra maestra de casuística monacal , por-
que alegó la rebelión de los moros como un motivo
justo para violar los tratados. Fundábase el arzobispo
Cisneros en que los moros habian sido los primeros
en violar con su rebelión los tratados, y que ningún
gobierno se hallaba obligado á mantener á subditos
rebeldes las ventajas que les hubiera concedido en la
condición de una sumisión pacífica y fiel.
El sultán de Egipto, de Siria y de Palestina , á
quien en su conflicto habian acudido los moros de
Granada viendo la opresión religiosa que pesaba en
Espaüa sobre los que profesaban sus creencias , ame-
nazó á los Reyes Católicos con represalias y con hacer
abrazar el islamismo á los numerosos subditos cris-
tianos que tenia en sus reinos. Para precaver tamaña
desgracia envió la reina Isabel al soberano musulmán
como embajador estraordinario , al docto Pedro Már-
tir de Angleria , prior de la iglesia de Granada , el
que desplegó tanto talento en su difícil misión, que
aplacó la cólera del sultán dejando á los cristianos de
sus estados en la libertad de sus creencias.
Huyeron muchos habitantes de Granada, y refu-
giándose en las Alpujarras, hicieron temer á los in-
domables hijos de las montañas igual suerte que á
/os déla antigua capital. Tomatotv hs atavas , se apo-
- 51 —
deraron de las plazas fronterizas , y según su antigua
usanza hicieron correrías y devastaciones en las co-
marcas habitadas por los cristianos , sin pensar qu€
ese era precisamente el medio de atraer sobre sí la
calamidad que deseaban evitar.
Fernando é Isabel trataron de prevenir el alza-
miento por medio de la siguiente carta que les diri-
gieron desde Sevilla :
«Don Fernando é doña Isabel, etc. A vos Alí
Dordux, Cadí mayor de los moros de la Jarquia é
Garbia, é á vos, cadix, alguaciles, viejos é buenos
hombres, moros, nuestros vasallos de los Villas é lo-
gares de la dicha Jarquia é Garbia del obispado de
Málaga é serranía de Ronda, é cada uno de vos, sa-
lud é gracia. Sepades, que nos es fecha relación que
algunos vos han dicho que nuestra voluntad era de
vos mandar tornar, é haceros por fuerza cristianos: é
porque nuestra voluntad nunca fué, ha sido, ni es
que ningún moro tornen cristiano por fuerza, por la
presente vos aseguramos é prometemos por nuestra
fé é palabra real, que no habemos de consentir ni
dar logar á que aingun moro por fuerza torne cris-
tiano: é nos queremos que los moros nuestros vasa-
llos sean asegurados é mantenidos en toda justicia
como vasallos é servidores nuestros. Dada en la du-
dad de Sevilla á veintisiete dias del mes de enero de
1500 años.— YO EL REY.— YO LA REINA.— Yo
Fernando de Zafra, secretario.
Una costosa esperiencia había hecVio ^Y^^!w5vfc\ V
\
— 52 -^
os moros lo que valían las palabras de los reyes. No
depusieron las armas, y el conde de Tendilla, de
acuerdo con el Gran capitán Gonzalo de Córdoba que
se hallaba en Granada, salió á combatir á los rebel-
des, á quienes arrancó la fortaleza de Güejar, siendo
el primero Gonzalo de Córdoba, que escaló el muro.
El pueblo fué entrado á saco, y dos mil trescientos es-
clavos fueron llevados en triunfo á Granada con los
sangrientos despojos de los rebeldes. A pesar de este
escarmiento para aterrará los alpujarreños, continuó
la sublevación, y el mismo rey Fernando el Católico
con un poderoso ejército, tuvo que entrar en las Al-
pujarras tomándoles la orgullosa Lanjaron, plaza casi
inespugnable, mientras los generales se apoderaban
sucesivamente de otras plazas, imponiendo á los re-
beldes terribles castigos.
Asustados y desanimados los habitantes de otras
partes de las Alpujarras, se rindieron sucesivamente
en el trascurso del ano 1500, y fueron tratados con
dulzura por el Rey Católico. Tuvieron, sin embargo,
que entregar sus armas y sus plazas fuertes y pagar
bajo el nombre de farda una enorme contribución de
guerra. Se confiscaron á favor de las iglesias las ren-
tas y propiedades de las mezquitas y se sometió á los
moros á las mismas contribuciones que pagaban los
castellanos y de que se hallaban exentos por la capi-
tulación de Granada. Se les obligó á recibir misione-
ros cristianos, empero á ninguno se forzó á recibir el
bautismo, por respeto sin duda á la carta real que
-^ 53 —
pocos meses antes habían escrito los Reyes Católicos.
La sabiduría de estas medidas, llenas de moderación,
dice Prescott, fué cada dia mas evidente, no soüo
para la conversión de los montañeses aislados, sino
para casi toda la población de las grandes ciudades
de Baza, Guadix y Almería.
En la división de autoridad que los Reyes Católi-
cos habían hecho al principio de su reinado, Isab^l
se habia reservado ía absoluta dirección de los negp«
cios eclesiásticos, el derecho de nombrar los obispéis,
de que usaba con una firmeza contraría muchas veces
álos deseos de su mismo esposo y aun del papa. Don
Fernando no tenia medio de oponerse á los proyec-
tos de la reina en lo concerniente á los intereses de
la religión. No pudo ni impedir á la reina hacer en-
viar por el arzobispo de Sevilla misioneros á los mo-
ros de las Alpujarras ni intervenir en las instruccio-
nes que se dieron á aquellos sacerdotes. De presumir
es que estos misioneros estaban encargados de hablar
otro lenguaje que el de la persuasión , porque fué
asombroso el éxito que consiguió su predicación enu
tre aq jellos hombres que acababan de tomar las ar«
mas por la defensa del Coran. La reina marchó á
fines de julio á Granada á fin de activar con su pre-
sencia la obra de la conversión, y en los tres mese;?
siguientes todos los habitantes de la Alpujarra, los de
Guadix, Almería y Baza recibieron el bautismo.
El 20 de setiembre de aquel mhcno año de 15QQ
se pubVicó una pragmática Tea\ cjoe c»w^v^"^\^ Vjx-
-^ 54 -
ma de gobierno de Granada y la constituía definitiva,
mente bajo el mismo pie que las demás ciudades de
España. En su consecuencia cesó el gobierno pater-
nal de aquellos tres distinguidos triunviros, Tendilla,
Talavera y Zafra. Se constituyó un ayuntamiento y
se trasladó á Granada la chancillería de Ciudad-
Real. No bastaron estas providencias para impedir
que estallase una nueva y mas terrible rebelión en
otro punto de las montañas moriscas.
Los habitantes de la Sierra Bermeja, al Oeste de
Granada, irritados de la defección de sus hermanos
del Este, se vengaron en la sangre de los cristianos, y
á despecho de las pacíficas protestas del gobierno,
asesinaron á los misioneros, aterraron á los pueblos
de la comarca con robos, cautiverios y muertes. El
rey Fernando en persona marchó de nuevo contra
los rebeldes, y después de haberlos arrollado á su
entrada en la serranía, fué destrozada en los desfila-
deros de la montaña una gran parte de su ejército.
Allí pereció heroicamente el hermano mayor del Gran
Capitán, don Alonso de Aguilar, el 21 de marzo
de 1501. Allí cayeron también otros muchos nobles,
y hubo pocas grandes familias en Castilla que no se
cubrieran de luto en aquel infausto dia!...
Los moros mismos se llenaron de espanto cuando
pensaron en la venganza que iba á caer sobre ellos,
y asustados de su propia victoria solicitaron la paz al
presentarse el Rey Católico, á principios de abril, de*
¡twle de Ronda.
— oa —
Aunque profundamente herido en sus sentiraien*
tos de nacionalidad española Fernando , en su pru-
dencia vio la imposibilidad de reducirlos por la fuer-
za de las armas, y cortó la efusión de sangre per-.
mitiendo pasar á África á los que no quisiesen, re-í
cibiendo el bautismo, vivir entre los cristianos, su-
ministrándoles buques para su transporte mediante-
veinte ducados por familia. Solo un corto número
quiso emigrar, y Fernando fiel á su palabra real los
hizo trasportar al África. Casi todos se declararon
dispuestos á adoptar la religión cristiana , y en breve
no se halló en todo el reino de Granada un {>olo moro
que no hubiese recibido el bautismo , en tanto qué
los de las otras provincias de España continuaban
profesando su antigua creencia.
Los descendientes de los antiguos moros conver-<
tidos al cristianismo, llevaron desde entonces el nom-
bre de moriscos, y fueron objeto de compasión por e|
destino ulterior que les reservaba la suerte. No pode^
mos negar, sin embargo, que mas de una vez atra-
jeron la calamidad sobre su cabeza , por continuar
secretamente adheridos al islamismo y conspirar fre^
cuentemente contra su pais.
El sistema de Cisneros habia triunfado completa-
mente; los Reyes Católicos le dispensaban todo su ía-
voi*, le aposentaron en su mismo palacio de la Alham-
bra, y reclamaron sus consejos en los negocios mas
secretos y mas importantes.
Como existían todavía moros en ^\vV^^T^\^/Lv
— 56 ~
mora y otros puntos de Castilla , se dio el 20 de julio
de 1501 un edicto que prohibia á los moros de Gra-
nada todo trato y comunicación con los aun no con-
verlidos de las provincias de Castilla , para preser-
varlos de los peligros de la recaída.
No se creyó esto suficiente para estirpar de raiz
el culto mahometano, y se espidió en Sevilla el 14
de febrero de 1502 otra pragmática calcada sobre el
famoso edicto de espulsion de los judíos. En ella se
mandaba que todos los moros no bautizados de los
reinos de Castilla y de León, mayores de catorce
años los varones, y de doce las hembras,. emigrasen
antes de terminar el mes de abril. Se les permitía
como antes á los judíos enagenar sus bienes, pero á
condición de no llevarse su valor en oro y plata , y
de no emigrar al territorio de África y Turquía con
quien se hallaba la España en guerra. Mas tarde un
edicto de 17 de setiembre de 1502 , no les permitió
emigrar sino á Aragón y á Portugal. Pocos hicieron
uso del derecho de emigración, y la mayor parte
recordando los trabajos que habian sufrido los judíos
que prefirieron el abandono de su patria al de su
culto , recibieron el bautismo á imitación de los de
•Granada.
En Aragón al contrario, el islamismo fué tolera-'
do hasta el tiempo de Carlos V. Los nobles señores
aragoneses y valencianos , comprendiendo bien sus
intereses , conociendo que entre la riqueza del señor
y el contento de ios vasallos hay uua ícvtiraa córrela-
- 57 —
cion, se anticipaban á las prudentes ideas que don
Fernando el Católico en vano intentaba prevaleciesen
en Castilla. Hacían mas aun, las provocaban. Teme-
rosos de que las sugestiones de la reina Isabel hicie-
sen ceder al rey don Fernando y decretase el bau-
tismo de los moros como ley general , obtuvieron de
éste la promesa de no alterar cosa alguna en materia
de moros de lo acordado en las cortes de Orihuela en
el año 1488 , en que á petición de los tres brazos se
mejoró la condición de los moros. A cambio de esta
promesa consintieron en recibir la Inquisición que
tanto faabian repugnado admitir en sus reinos.
En 1510, muerta ya la reina Isabel, en las cor-
tes de Monzón preocupados siempre los señores ara-
goneses y valencianos de la suerte de sus vasallos»
pidieron en cambio de- una contribución de cien mil
ducados, destinada á la guerra de África, y obtuvie-
ron con otras ventajas la sanción legal de la promesa
que el rey les habia hecho ocho años antes. Entonces
se estableció un nuevo fuero para los moros , decla-
rando que no podrían ser espulsados , desterrados»
arrojados del reino de Valencia ni de las ciudades y
villas reales de aquel reino, ni forzados á tornarse
cristianos. Decía además el rey en este notable docu-
mento , que no quería y que tal era su voluntad, que
ni por él ni por sus sucesores se pusiese impedimen-
to alguno al comercio y negociación de los moros del
dicho reino; ni á sus contrataciones con y entre los
cristianos, gozando de la mas ámplv^^ ^vs^wv^^'^^V-
— 58 ~
benad. Este documento escrito en valenciano existe
en la colección de fueros de Valencia. Fori Regni Va-
lentie. in estravaganti^ folio 73.
Así se consagró la libertad del culto mahometano
en el reino de Valencia, y por un acto enteramente
semejante en el de Aragón, precisamente en el mo-
mento en que el islamismo se hallaba proscripto en
Castilla. Cada uno de estos dos pueblos seguia su ca-
mino, tenia su legislación diferente; empero iba á
sonar la hora en que iban á quedar confundidos para
siempre. En que se iba á consumar la reunión de los
dos reinos, y que se iba á fundar la monarquía espa-
ñola y dejarse sentir en Valencia el predominio fatal
de los castellanos.
VIL
LAS GBRSIANIAS EN VALENCIA. — BAUTISMO FORZADO DE LOS
MOROS.
La felicidad interior de los Reyes Católicos no
correspondia á la gloria que habian alcanzado en su
reinado. La muerte de su hijo el príncipe de Astu-
rias, fué seguida inmediatamente de la de su herma-
na la reina de Portugal, que murió de parto en Tole-
do. Esta princesa dio á luz un príncipe, que no tar-
dó en seguirla al sepulcro. Doña Juana, que se habia
casado con Felipe el Hermoso, archiduque de Aus-
tria, hijo de Maximiliano, emperador de Alemania,
era la única hija que quedaba á los reyes Isabel y
Fernando, la que debía sucederles en las coronas de
Castilla y de Aragón.
Jsa reina Isabel, esta gran reina, adorada del pue-
blo castcllauo, cuyo noble carácter tan bien repre-
sentaba, y de quien defendia la independencia contra
- 60 —
su esposo, no pudo resistir á las desgracias de fami*
lia. Una mortal languidez minaba lentamente su exis-
tencia. El triste estado del único hijo que le quedaba,
la princesa doQa Juana, llenaba sus dias de pesar.
La indiferencia del archiduque su esposo habia alte^
rado su razón. Con verdad podia quejarse Isabel de
que sus pesares como madre, habian igualado ásu
prosperidad como reina. Estos pesares, unidos á una
enfermedad del pecho, debilitaron su constitución
física. Murió en Madrid (1504) á los setenta y ocho
anos de edad. Horada de sus subditos, admirada de
la Europa.
A la muerte de Isabel, Juana heredó la Castilla
bajo la regencia de Fernando; empero Felipe el Her-
moso, que maltrataba á su muger, tanto como era
amado de ella, vino á Castilla á despecho de su sue-
gro, y le arrebató toda la autoridad.
A este tiempo (1506) murió en tres dias, de re-
sultas de un esceso, á la edad de veintiocho años, y
doña Juana quedó en posesión del poder real; empe-
ro la muerte de su esposo acabó de hacerla perder
del todo la razón. Vio entonces la España cuantas
estravagancias pueden caber en la imaginación de
una muger apasionada. Hizo sacar de la tumba el
cadáver de su esposo, colocarlo como en vida en su
aposento; viajar con él; evitar celosa la presencia de
toda muger, y prodigarle todas las señales de amor y
ternura, esperando la infeliz con la mayor confianza
que algún dia tornaría su querido esposo á la vida.
— 61 —
Doña Juaaa quedó incapaz de ocuparse en los
negocios del estado. La historia la ha conservado el
nombre de su terrible enfermedad; ¡La ¿oca/. La ma.
yoría de los castellanos llamó, cou urgencia á don
Fernando á la regencia.
Don Fernando que se hallaba entonces en Ñápeles,
que habian conquistado sus armas, viene á Castilla;
se apodera de sa regencia, y ocupa también la Na-
varra, bajo protesto de que Juan II de Albret habia
negado el paso á las tropas que quería enviar á
Francia para la guerra de la Santa Liga, bailándose
así soberano de toda la España.
Aquel i;ey tan. prudente y previsor, con.ocia cuan
funesto iba á ser para la España pasar bajo una do-
minación estrangera, y sentia vivamente dejar al
Austria. tar^ hermosa herencia- Se casó con doña
Germana de Foix, sobrina de Luis XII, rey de Fran-
cia, para privar á su hija doña Juana y á su posteri-
dad de las coronas de Aragón y de Navarra. Por un
momento creyó ver realizados sus deseos coa el na-
cimiento de un hijo; pero en breve pasó éste desde
la cuna al sepulcro. .
También aspiró por su testamento á, restringir la
herencia de Carlos de Austria; pero al fin 1^ dejó por
universal heredero, instituyendo al cardenal Jiménez
de Cisneros regente de Castilla, y á don Alfonso, ar-
zobispo de Zaragoza, su hijo natural, regente de Ara-
Son, al morir á la edad de setenta y cuatro aOos,
(1516)
- 62 -
Por la muerte de Fernando el Católico, heredó
su nieto las coronas de España, Ñapóles, Sicilia y
Cerdeña. Carlos tenia diez y seis años, se hallaba en*
tonces en Flandes, jamás habia visto la España, y se*
guia esclusivamente los consejos de Guillermo de
Croi, señor de Chievres, y de Adriano de Utrech,
deán de Lobayna, hombre de humilde cuna, hijo de
un tejedor, y á quien mas tarde elevó al pontificado.
Carlos, apenas supo en Bruselas la muerte de su
abuelo, se declaró de propia autoridad rey de Casti-
lla y de Aragón, á lo que se oponian las leyes de Es-
paña, pues la reina era su madre doña Juana, cuya
incapacidad no habia sido declarada por las cortes.
Nombró por regente á Adriano; empero en breve re-
vocó los poderos de éste, dejando al cardenal Jimé-
nez de Cisneros el ejercicio de la regencia, á pesar
de hallarse en la edad de ochenta años. El cardenal
Cisneros juntó el Consejo real y los grandes, y con
su energía que arrojó en la balanza política, cual la
espada de Breno, el título de rey de Carlos fué re-
conocido, precediendo en todos los actos el nombre
de la reina doña Juana al suyo. Cisneros procuró
afirmarle en el trono contra las pretensiones de la
nobleza con un vigor y una fuerza de voluntad y
energía superiores, increíbles en su avanzada edad.
« Yo llevaré delante del rcy^ decia, á todos los nobles de
» Castilla amarrados á la punta de mi cordón de (rancia
íicano.íi Y cuando una diputación de la grandeza dis-
cütía con él la validez de los aclos c\\ie l^ habían
- 63 —
cooferido la regencia, ensenaba á los grandes desde
el balcón de su casa las tropas que él habia creado,
formadas en batalla, con un formidable tren de ar-
tillería; «Mirada les dijo con voz firme y altiva, esos
})Son mis podereSy con ellos gobierno á Castilla^ y la go-
Hibernaré hasta que vuestro amo y el mió venga á tomar
nposesion de su reino,y> En aquel dia cesó en España
el poder qiie hasta entonces habían ejercida los
grandes.
Diez y nueve meses duró la regencia del cardenal
Cisneros; en ella quedó sujeta la turbulenta grande-
za; disminuida la influencia política que daban á las
ciudades sus fueros y privilegios; el poder militar
que el sistema feudal colocaba en la grandeza pasó
al pueblo creando un ejército permanente; mandan-
do á las ciudades levantar cuerpos que llevaban su-
mismo nombre, y que se Ihm^hdih milicia efectiva,
arma de dos filos , como todas las instituciones popu-
lares. Cisneros se habia servido de ella solamente
contra la nobleza ; Carlos la vuelve contra la nobleza
y contra el pueblo : y muy pronto debiera él á su vez
verla vuelta contra él mismo.
Al año siguiente 1517, Carlos seguido de una
brillante corte de seüores flamencos, desembarca en
Villaviciosa de Asturias, y mata con su injusto des-
den al anciano regente que con tantos esfuerzos le
'^abia asegurado la sucesión del trono.
El archiduque de Austria, poseedor de tantos
estados, cargada la frente coa Uwl^s q.^\^ks.';íjí» , >^5^
— Bi-
vio nunca en la España mas que una provincia, una
porción de su vasta monarquía ; gobernó mas como
una fracción de su vastísimo imperio, que como un
estado distinto, al pueblo del mundo menos á propó-
sito para ser confundido con los demás pueblos. Pen-
sando ya en sus brillantes destinos y en la púrpura
imperial, no venia á España á administrarla según
sus leyes , sino á esplotar en el interés de su propia
grandeza el primer pueblo que le habia hecho llevar
una corona real. Así la historia jamás le designa por
su nombre español de don Carlos I, le llama siempre
con razón Carlos V!...
Nombrado emperador de Alemania, resuelve Car-
los pasar á tomar posesión de la corona imperial,
convoca á las cortes de Castilla en Santiago de Gali-
cia , cosa hasta entonces desusada : exige de las cor-
tes un subsidio mas cuantioso, y antes de haberse
pagado el anterior. Niéganse á su concesión los di-
putados por Toledo, pero son violentamente dester-
rados, y trasladadas las cortes á la Coruña, donde
la intriga, la seducción y las amenazas arrancan á
los diputados débiles ó vendidos la concesión de un
subsidio de doscientos millones de maravedises. Ma-
drid, Córdoba, Toro, Salamanca, Toledo y Murcia,
protestaron contra este don gratuito. Obtenido de
cualquier modo de las cortes el dinero necesario para
presentarse con esplendor en Alemania , Garlos no
difiere su partida. Nombra regente de los reinos de
Castilla y de León al cardenal Adriano de Utrech , y
- 65 —
capitán general á don Antonio Fonseca, confiriendo
los gobiernos de Aragón y de Valencia á don Juan de
Lanuza , y don Diego de Mendoza conde de Mélito.
Estos dos último-i nombramientos merecieron la apro-
bación general.
El nombramiento de regente en Adriano, hirió el
orgullo nacional, viéndose con escándalo, preferido
un estrangero á ti)da la nobleza de España. En vano
se suplica la revocación de este nombramiento. Car-
los, sin dar oídos á las quejas de España , se embar-
có en la Coruña el 22 de mayo de 1520 , para ir á
tomar posesión de la corona imperial, sin cuidarse
de que dejaba detrás de sí una terrible revolución!
Mientras Carlos se ceñía la corona imperial, y en
lejanas regiones navegantes y soldados españoles
descubrían y conquistaban para ella mundos y teso-
ros, su tranquilidad interior se turbaba, se formaban
comunidades en Castilla y germanías en Valencia, y
estallaba una violenta insurrección que debia acabar
para siempre con su libertad política.
Tres años, desde 1519 á 1522, duraron las lu-
chas intestinas, las discordias civiles.
En Castilla veia con indignación el pueblo, que á
pesar de los subsidios que las Cortes habian concedi-
do á Carlos, el monarca no accedia á las peticiones
que se le habian presentado.
Alzáronse las principales ciudades del reino. To-
ledo fud la primera y levantó tropas á cuya cabeza
puso á don Juan do l^adilla. Sci^ovia ^ Y.^vwvíxtv ^w^s^-
%¡OIUS(:o:s.
— 66 —
tran á sus diputados por haber vendido en las Corles
sus derechos. La insurrección cunde á todas las ciu-
dades de Castilla, Andalucía y Galicia. Los gefes po-
pulares reunieron en poco tiempo un fuerte ejército
estableciendo entre ellos una forma de unión, asocia-
ción ó comunidad, de donde tomaron el nombre de
Comuneros. Formaron una junta en Avila, donde en-
viaron las ciudades sus diputados , y tomando el
nombre de la Santa Liga comenzaron á deliberar so-
bre los negocios del estado, atacando el nombramien-
to de un estrangero para la regencia de Castilla, co-
mo contrario á las leyes fundamentales del reino, y
deponiéndole de sus funciones.
Padilla intenta poner al frente de las comunida-
des á la reina doña Juana, retirada en Tordesillas
desde la muerte de su esposo, empero aquella pobre
loca no dio señales de salir de su antigua sombría
melancolía, y no pudo con sus actos prestar apoyo
alguno á la revolución. Carlos hace algunas conce-
siones desde Alemania, ofrece un perdón general,
exhorta á la nobleza á sostener su causa y la de la
aristocracia contraías pretensiones de los comuneros,
y nombra al almirante y condestable de Castilla re-
gente del reino con Adriano.
Los comuneros formularon en un fam^ memo-
rial sus peticiones, entre ellas , que las propiedades
de los nobles se sometiesen á las mismas contribu-
ciones y cargas que las del pueblo. La nobleza que
entró en la liga, cuando se trataba so\o d^.cooirl^r la
— 67 —
autoridad real, abandonó un partido cuyo triunfo le
hubiera sido funesto porque proclamaba la libertad
y la igualdad ante la ley, y se colocó al lado del tro-
no. El mando del ejército comunero se dio á don Pe-
dro Girón, uno de los grandes de Castilla, desairando
á Padilla, preferencia singular cuando se trataba de
ensalzar al pueblo sobre los grandes. El desgraciado
éxito de sus primeras operaciones le hacen en breve
dejar el mando. Padilla vuelve á ser proclamado ge-
neral, toma por asalto á Torrelobaton y lo entrega al
pillage. Empiezan á conferenciar realistas y comune-
ros. Disgustada de la inacción una parte de las tropas
de Padilla, y deseosa de gozar eri pa2 el botin de
Torrelobaton, abandona el campo de la liga. Los re-
gentes avanzan contra Padilla, cuyo campo había
debilitado la defección. En vano intentó retirarse so-
bre Toro y evitar la batalla. Alcanzado en los cam-
pos de Villalar, en vano hace prodigios de valor. Su
artillería colocada por malicia ó por impericia en un
terreno fangoso, le es inútil, quedando completa-
mente derrotado. Padilla, Bravo y Maldonado, dos
de los gefes mas principales, capitanes de las tropas
de Segovia y de Salamanca, cayeron prisioneros, y
fueron degollados como traidores. La mayor parte d«
las provincias pidieron gracia, dando Valladolid el
ejemplo.. Publicóse una amnistía general escep-
tuando á las cabezas, que fueron todos presos y
muertos.
Aunque c¡ espíritu de reVieWovv vvo i\¿\^ ^^ \vk<5»Y\-
- 68 —
garseá Aragón, don Juan de Lanuza impidió que
degenerase en una insurrección positiva.
AI mismo tiempo que ardía en los campos de Cas-
tilla la guerra de las comunidades, otra asociación de
tendencias y de índole diametralmente opuesta, se
formaba en medio de arroyos de sangre en el reino
de Valencia bajo el nombre de Germania^ asociación
formada por los plebeyos y dirigida especialmente
contraía nobleza. Tendió la mano á los comuneros
por una de esas contradicciones que explican bastan-^
te los espedientes ordinarios de la política.
Los estragos de una fatal epidemia tenia conster-
nada á Valencia. Abandonaron la ciudad huvendode
la peste las autoridades y casi todos los nobles y
personas mas notables. Corría la voz al mismo tiem-
po de que se preparaba en Argel un desembarco de
los moros en las costas valencianas. Con arreglo á
las disposiciones de Fernando el Católico se pusieron
sobre las armas los artesanos y las gentes del puebla
para prepararse á la defensa. Atribuíanse las calami-
dades que afligían á Valencia á la cólera dirina irri-
tada por los vicios que se cometían, especialmente
el de sodomía, que miraba el pueblo con horror.
El 7 de agosto, de 1519, predicando en la catedral
un fraile francisco, tomó por testo lo horrendo de es-
te pecado y el castigo que Dios enviaría á los pueblos
que contasen en su seno á ios manchados con el cri-
men que en la antigua ley hizo llover el fuego del
cielo sobre las malditas ciudades de Sodoma v Go-
— 69 —
morra. Inflamóse el faDático celó de los Dyentes cons-
ternados con las calamidade» de íá peste.
Concluido el sermón » corrieron á cdsa de un pa-
nadero á quien* la voz piíblica designaba como man^
ciliado con aquel delito , se apoderaron, de él y lo ap>
rastraron á la plaza dé la catedral , donde hicieron
una hoguera y lo quemaron vivo, rechazando la in-
tervención del clenyque en procesión y con la hostia *
sagrada saKó en vano á arrancarles su. víctima.. A I
dia siguiente. el gobernador don Luis Cabanillas, que
se hallaba en Murviedro, vino á Valencia para ins-
truir el proceso. Sucedió lo que acontece siempre,
que cuando la masa de una poblacioo ha tornado parr
té, no se obtiene prueba alguna contra los particu-
lares.
Orgullosos los del pueblo con aquel triunfo , co^
menzaron á formarse ea escuadras y armarse bajo el
modelo déla milicia efectiva y creada por el cardenal
Cisneros^ y tomaron en su lenguage el nombre de la
santa- germania^ calificándose asi su asociación ó her«
mandad. El pretesto que tomaron para esta asocia^
cion, debía concillarles, asi como su nombre^ las
simpatías da las gentes religiosa, y sobre todo de
los frailes, de los que muchos se alistaron en ella.
Proclamaron armarse contra los moros, proporcio-
nándose asi el medio dj alzarse contra los protecto-
res de los moros, los nobles, á quienes odiaban de
muerte.
Las clases del pueblo eslab&tv eu\^^Vl¿v^'v^^*5^\^\-
— To-
zadas por la clase noble, hacia algunos aílos. Había
el pueblo atesorado en el sufrimiento y en el silencio,
caudal inmenso de odio , porque era inútil toda que-
ja, y escusada toda demanda de justicia. Las leyes
no tenían ninguna fuerza, y el obispo Sandoval, al
hacer una pintura de las vejaciones que los nobles
hacían sufrir á los del pueblo dice: a Si un oficial hacia
y>una ropa^ bs caballeros le daban de palos, porque pedia
nque le pagasen la hechura: y si se iba á quejar á la jus^
y^licia^ costábale mas la querella que el principal.»
Estos agravios hubieran bastado para disculpar á
la germanía , si se hubiese limitado á no ser mas que
una asociación para la reparación legal de las inju-
rias, por lo que muchas personas honradas y pacífi-
cas adoptaron desde luego la idea de aquella herman-
dad ó cofradía. El gran vicio de las asociaciones po-
pulares, es que concluyen siempre por separarse de
su objeto.
Una vez puesta la máquina en movimiento, las
gentes aviesas y de malas pasiones se apoderan de
su dirección. Muy á los principios comenzaron á des-
cubrir su verdadero objeto. Al entrar los agermana-
dos, juraban sostenerse mutuamente contra la noble-
za, y sacrificar á este fin sus bienes y sus haciendas.
Un cardador anciano llamado Juan Lorenzo , á
quien el pueblo miraba con singular deferencia, pro-
puso en memoria de Cristo y de sus doce apóstoles»
que se formase una junta de trece artesanos que di-
¡iqiosQñ todos los negocios para \a dftfewsa^ dal vevao
— 71 —
contra los moros, y del pueblo contra los nobles,
obligándose todo raiembro de la germanía á llevar
sus causas y procesos al tribunal arbitral de los trece
síndicos, sin apelar á los fueros del reino. Uno de los
síndicos nombrados fué Guillen Sorolla, tejedor de
lana, que debia de ser el alma de la germanía , hom-
bre violento, de valor á prueba, y que no carecía de
cierta habilidad. Sucedia esto á últimos de diciembre
de 1519.
Alarmados los nobles, enviaron ocho comisiona-
dos al rey, que se hallaba en Barcelona, donde aca-
baba de prestar juramento como conde de Cataluña,
después de haber jurado en Zaragoza los fueros como
rey de Aragón , para suplicarle que viniese lo mas
pronto posible á jurar los fueros de Valencia en per-
sona , según lo exigía su constitución , porque su
presencia sería la única capaz de restablecer el or-
den. Carlos mandó que se congregaran las cortes de
Valencia bajo la presidencia del cardei.::! Adriano , y
que en ellas prestaría su juramento por .medio de
tres comisarios, no siéndole posible el ir personal-
* mente á Valencia, por urgírle el ir á las cortes de Cas-
tilla en Santiago, y querer marchar inmediatamente
á Alemania. Al mismo tiempo prohibió á los agerma-
nados presentarse armados y celebrar sus reuniones
sin permiso del gobernador. La germanía mandó tam-
bién sus representantes al rey , haciendo ver la ne-
cesidad que habían tenido de armarsqí para evitar
una inminente invasión de los tftoxo^, ^ ^wv^t^<^ 'íí.
— 72 ~
'Cubierto de las ÍDJusticias y tropelías de los nobles.
Sorolla aprovechó hábilmente esta ocasión, para hacer
entender al rey que. estaban resueltos á sostener su
voluntad de prestar por comisarios su juramento .^n
las Cortes,
Esta hábil maniobra valió á la germania un privi-
legio en forma , una carta real fechada en Fraga , en
que el rey la reconocía como asociación regular y la
facultaba para pasar en cada año cuatro revistas ge-
nerales. Inmenso fué el efecto de este privilegio,
cuya copia comunicó Sorolla activamente á todas las
ciudades y villas del reino.
El cardenal Adriano, el vice-canciller don Anto-
nio Agustín y el regente de la chancillería de Ara-
gón, llegaron á Valencia para prestar el juramento de
sus fueros en nombre del rey. La nobleza reunida en
Cortes rehusó de acuerdo con el brazo eclesiástico,
recibir á los delegados. Dos veces persistieron en su
negativa los estamentos, á pesar de dos órdenes rei-
teradas del rey. El cardenal Adriano puso entonces
en acción la germanía. Los agermanados prepararon
una revista pira el domingo 29 de febrero do 1520,
á la que invitaron á los delegados del rey, el car-
denal Adriano y el vice-canciller. Ocho mil agerma-
nados desfilaron con su bandera desplegada , todos
armados y gritando al pasar por fronte de los regios
comisarios ¡vim el reijl El cardonal los aplaudía salu-
dando graciosamente á la bandera do los tejedores que
^c recordaba 6U antiiíuo on'aecv v oCvcio» Al dia si-
^ 73 -
guíente llevó su complacencia hasta recibir afable á
una comisión de los plebeyos que fueron á cumplí--
mentarle. Las Cortes no se dejaron intimidar; no
mostraron la debilidad y servil complacencia de que
iban á dar un vergonzoso testimonio las Cortes de Cas- *
tilla en la CoruHa.
Los tres comisarios salieron de Valencia sin haber
prestado en ellas el juramento á nombre del rey, y
el cardenal Adriano marchó á Galicia á recibir de
Carlos el nombramiento de regente que debia ser oca-
sión de tantas revueltas.
A punto de embarcarse ya en la Corufla para
Alemania, llegaron los comisionados de los nobles
de Valencia y los enviados de la gemianía con sus
últimas súplicas al rey. Solicitaban los nobles un
edicto para disolver la germanía: los agermanados
aspiraban á tener en lo sucesivo las plazas de jurados
ó regidores en el ayuntamiento de Valencia, para sí
ó para los gremios á que pertenecian. El rey no de-
cidió la cuestión ; ofreció á los nobles nombrar un
virey con plenos poderes, lo que hizo eligiendo á
don Diego de Mendoza conde de Mélito, y dio al
mismo tiempo á Juan Caro, representante de la ger-
manía, una carta de recomendación para el futuro
virey de Valencia , á quien tres dias después el mis-
mo Garlos dio por escrito opuestas instrucciones.
Conducta inconcebible en un monarca que en 7 de
ínayo recomendaba álos agermanados, y con fecha 10
del mismo mes reducía á \a m\\\A^ÍL\^s v'^^Vfctávs^^s^
-74 -
' que no se atrevió á negar franca y lealmente!!..*
Entró en Valencia el 9 de mayo el nuevo virey.
Las Cortes le prestaron juramento el mismo dia, pero
reservando sus derechos por una protesta. La auda-
cia de los agermanados habia crecido hasta el punto
de que al hacer su entrada pública en Valencia el vi-
rey y acompañado de toda la nobleza dirigirse por el
caniino mas corto á la catedral , Guillen de SoroUa
rodeado de los Trece y de gran número de agerma-
nados cogió las bridas de la muía que montaba el vi-
rey, y le dijo: <iLos reyes y los principes no buscan atajos
hen sus entradas solemnes, » El audaz plebeyo marcó la
ruta que habia de seguir el representante de uno de
los monarcas mas poderosos del mundo y aquella ruta
se siguió. Sorolla reclamó del virey la entrada dedos
jurados de la clase plebeya, fundado en la carta del
rey. El virey queria negar su petición; Sorolla ame-
nazó con que habría dos jurados plebeyos, ó la san-
gre inundaría el pavimento de la Casa de la ciudad.
El día 26 de mayo se hizo la elección y resultaron
nombrados los indicados i)or los Trece y sin un solo
voto los propuestos á nombre del rey. El virey rehusó
ratificar la elección, empero los nuevos jurados en-
traron en el ejercicio de sus funciones. En aquel mis-
mo (lia para celebrar su triunfó hizo la Junta de los
írcce un alarde de sus fuerzas pasando una gran re-
visla y desfilando por delante del palacio del \ iroy,
sobre cuyas j)uertas dispararon insolentemente algu-
/Jos arcahuzíizos.
— 75 —
El éxito que iban obteniendo las pretensiones de
los agermanados y la publicación de la carta real de
7 de mayo, en que se anunciaba y recomendaba al
virey la germanía, hizo que se levantaran en su favor
casi todos los pueblos de Valencia. Játiva se alza,
Murviedro sigue el movimiento, forma su junta y
asalta su castillo donde se habían refugiado los no-
bles, pasándolos bárbaramente á cuchillo, sin respe-
tar á sus inofensivas mugeres ni á los inocentes ni*
nos. La lucha quedó francamente declarada entre el
pueblo y la nobleza. Los nobles para atender á su
propia defensa nombraron veinte representantes, que
con omnímodo poder proveyesen á la seguridad de
todos. Asi la fuerza popular de los Trece y la de los
nobles se colocaron frente á frente.
El menor protesto iba á hacer correr arroyos de
sangre en la hermosa ciudad del Cid. Los agermana-
dos lo buscaban y lo hallaron pronto. Iba á espiar en
el patíbulo un criminal sus delitos por sentencia del
tribunal y orden del virey. Sorolla y sus parciales lo
arrebatan á la justicia á pretesto de que no ha sido
condenado según los fueros, y lo conduce á la cate-
dral á pretesto de ser tonsurado. Ataca á la cabeza
de tres mil agermanados el palacio del virey, resuelto
á apoderarse de su persona. No logra su intento por
la heroica resistencia que hace la guardia, y enton-
ces se esconde y hace que sus amigos propalen la no-
ticia de que el virey lo habia hecho asesinar secreta-
^nente. No conoció entonces Umllea d ív»ci\ ^^xia:^ ^
— 7() -
corearon el palacio y con frenéticos gritos amenaza-
híin matar al vircy y á cuantos nobles con él se halla-
ban si noparecia Sorolla. El obispo de Scgorbe descu-
bre el sitio donde se oculta, le busca, se arroja á sus
pies que baña de lágrimas, y le conjura á que con Su
presencia evite las calamidades que van á caer sobre
la ciudad. El feroz agermanado cede al llanto del an-
ciano prelado, monta á ¡a grupa de su muía, se
presenta en el sitio del combate y el pueblo como
pí)r encanto depone las armas á los gritos de ; Viva el
rcjjl ; Viva Sorolla!
Los tres dias que habla durado el tumulto, aco-
hnrdaron de tal modo al vircy conde de Mélito que,
aprovechando el momento de la espansion popular
por haber i3arecido Sorolla , huyó secretamente de
Valencia (6 de junio) fué después á Concentaina y
de allí á Játiva, á cuyo castillo se retiró el 23 de julio,
empero espulsado también por los plebeyos pidió un
asilo al duque de Gandía que mantenia en orden su
distrito.
Con la cobarde retirada del virey , quedó aban-
donada Valencia á los Trece, y los nobles y sus fa-
Miilia? tuvieron que huirá buscar un asilo en lospo-
í os luintos (]ae no habían alzado el pendón de lager-
maníiK Mordía, así como en Castilla Simancas habia
sido el único pueblo (pie se hal ia sostenido contra la^»'
comunidades, resistió los halagos, las persuasiones y
hasta las arma^ de los agcrmanados. llabia jurado, y
lo cumplió, permanecer fiel al rey, por lo (|ue el rey
— 77 —
escribió á Morella desde Aquisgram dándole las gra«
fias (en 22 de octubre de 1520).
Era tal la anarquía de Valencia y los crímenes que
se cometian, que los mismos Trece comenzaron á ver
que eran instrumentos de algunos malvados y que do
eran bastantes á reprimir al pueblo, y trataron de
entablar negociaciones con el virey. El conde de
Mélito asustado de la situación que babia creado su
debilidad é impericia, no tenia la conciencia de stt
verdadero poder, temia comprometerse en todo y asi
rechaza lasescitacionesde los nobles para la resisten-
cia, como los avances que para una avenencia le ha-
cian los Trece.
Al fin llamó á la nobleza á Yaldigua (17 de agos-
to.) Acude ésta, forma un ejército, y en vez de lanzar-
se con ella á campaña, envia á Alemania una dipu-
tación al rey para pedirle instrucciones. Mientras se
iba tan lejos á buscar un remedio urgente, pasóse el
resto del año y los cuatro primeros meses del si-
i^uiente 1521. Los agermanados habian variado h
administración pública, repartídose los cargos y em-
pleos, y habian establecido el reinado del terror.
Un secretario del rey viene al cabo de tanto
tiempo á anunciar desde Alemania las órdenes seve-
ras del rey emperador. Tiene que huir á escape de
Valencia el 29 de abril donde habia sido recibido á
pedradas.
Despejábase la situación ; los agermanados se de-
claraban francamente enemigos Ae\ te^ • \a ti-^xívKi'
— 78 —
iba á combatir por el trono, y al mismo tiempo por
su seguridad. Los moros de Valencia dependían de
los señores, y dejando la azada y el arado con que cul-
tivaban las tierras, empuñaron la pica y el mosquete
para defender á sus amos, y formando numerosos
cuerpos, acudieron á oponerse á la devastación que
en pus de sí llevaban las improvisadas huestes de los
artesanos, cardadores y pelaires de Valencia.
Llega al mas alto punto la exasperación contra los
moros; estalla en Valencia con violento tumulto á la
vista de los dos cadáveres de dos agermanados que
se encontraron ahogados en las acequias de Murvie-
dro, y cuya muerte se les atribuye; ármase el pueblo,
recorren los frailes las calles con un crucitijo en la
mano, predicando la guerra santa contra los infieles,
y se saca la bandera que se enarbolaba en las lides
contra los musulmanes colocándola sobre la puerta
de Serranos. Saquean el barrio de los moros y los
Trece con seis mil sicarios se resuelven á tomar la
ofensiva.
El carpintero Miguel Eslelles marcha sobre More-
11a para hacerla entrar en la gemianía; el terciopele-
ro Vicente Peris se dirige á atacar el ejército de los
nobles que el virey habia reunido en Valdigua. Los
dos para justificar el título de Santa Germania procla-
man que van á eslerminar á los moros ó á hacer que
reciban el baulismo..
Estoik'K intima en vano su sumisión á Morella, v>
lierroíado en su retirada por don Alonso de Arapon,
--79 —
duque de Segorbe, cae prisionero y es descuartizado.
Peris marcha sobre el ejército del virey: á su vis-
ta» éste tan poco militar como politico vacila, y se re-
tira el 22 de julio á la fortaleza de Gandía. Al ña sale
de ella el 25 y presenta la batalla. En medio de ella
es abandonado por la artillería castellana que se pasa
al campo enemigo, y huye precipitadamente áDenia,
V los nobles ó se retiran á sus castillos ó se internan
en Castilla.
Gandía es ocupada por los agermanados; los mo-
ros pagaron muy caro el valor, la fidelidad que ha-
bían mostrado en la batalla: sus casas fueron saquea-
das, incendiadas, violadas sus mugeres é hijas, y en
medio de los escombros de sus casas v sobre los ca-
dáveres calientes aun de sus familias, se arrodillaron
para recibir el bautismo á cambio de la vida. Los
agermanados ebrios de sangre hacian el oficio de sa-
cerdotes pronunciando Us palabras sacramentales ro-
ciándolos con escobas y ramas mojadas en el aguado
las acequias.
Los agermanados se derramaron por todo el pais,
saqueando y bautizando á las poblaciones moriscas,
que no tenian mas delito que ser vasallos de sus ene-
migos. En algunas partes desplegaron una atrocidad
sin ejemplo. Seiscientos moros se defendían en el
^*aslillo do Polopcon heroica resistencia, y solo por el
hambre capitularon con las tropas del feroz Peris, baja
'í^s garantías de sus vidas y la conservación de sus
'bagajes. Fiados en la capitulación bíi^íiVQU ^«t^i^LW^a.-
— 80 —
dos al llano donde recibieron por aspersión el sacra^
mentó del Bautismo. Terminada la ceremonia se arro-
jaron sobre ellos los agermanados cuando se prepa-
raban á marcharse, diciendo, según cuenta Escolano
en sus Décadas de Valencia : lique jamás estarían mejor
y)preparados para morir, y que aquello era echar almas al
ncielo y dineros en sus bolsas, yy En un instante fueron
asesinados los seiscientos moros.
Peris volvió á Valencia desde Polop dejando tras
de sí el castillo de Orihuela cuando se hallaba ya pró-
ximo á rendirse á los plebeyos, falta que cometió por
el temor de verse desobedecido de sus indisciplina-
das huestes.
Mientras pasaba esto al otro lado del Jiícar, el
duque dé Segorbe , cuyas fuerzas consistían princi-
palmente en la infantería morisca, en número de
cuatro mil hombres y en mil quinientos peones cris-
tianos á lo mas, con una pequeña tropa de caballe-
ros, saliendo de su campo de Almenara marchó al
encuentro de los agermanados de Murviedro, min-
dados por el mesonero Juan Sisón. Les presentó la
batalla, que perdida en un principio por haber huido
la caballería de los señores , fué ganada por la firme-
za de la infantería mora, que dejó sembrado de ca-
dáveres el terreno, y rechazó á Sisón , que á pesar de
haberse conducido cual hábil y valiente capitán, es-
perimcntó la suerte de los gefes populares que n«»
vencen , siendo acusado por los suyos do traición y
asesinado á su vuelta á Murviedro. Cara costó la vio-
— 81 —
^)ría de Almenara al duque de Segorbe, porque habia
perecido casi toda la infantería mora , y tuvo que re-
tirarse condenado á la ioaccíon, á Nales.
El aspecto que iban tomando desfavorable á la
causa del pueblo ^ los sucesos de las comunidades de
Castilla, influyó poderosamente en los destinos de la
germanía d'^ Valencia.
El duque de Gandía se avistó con el condestable
y el almirante de Castilla, á quien el rey con el car.
denal Adriano acababa de nombrar nuevamente re-
gentes de aquel reino. Comprendieron los nuevos
gobernadores, que aun cuando eran bastante terri-
bles los comuneros, su poder sería irresistible el dia
en que pudieran contar con la activa cooperación de
los agermanados de Valencia. El marqués de los Ve-
loz, virey de Murcia, invadió el reino de Valencia
por sus fronteras meridionales. Se apoderó sucesiva-
mente de Aspe, Crevillente y Alicante, y para socor-
rer el castillo de Orihuela batió á los agermanados
que osaron presentarle la batalla el ^0 de agosto,
ahorcando á su caudillo el escribano Pedro Paloma*
res y á los trece que formaban la junta de la ciudad
de Orihuela.
Las rápidas y continuas ventajas del marqués de
los Velez, exasperaron en Valencia á los mas revol^
losos y díscolos , empero el partido de los hombre^
de bien, comprimido hasta entonces, alzó la cabeza.
Algunos plebeyos que no habian toncado parte en los
desórdenes, que temian verse ^unví^Mcí^ ^wV\ ^^'«n^jx
— 82 —
rijína de su partido , tuvieron bastante fuerza para
hacer llamar á Valencia como único medio de salva-
ción al infante don Enrique de Aragón , padre de
aquel duque de Segorbe que desde su retiro de Nules.
había avanzado ya á sitiar á iMurviedro. El infante
aceptó su proposición ; llegó el 20 de setiembre á
Valencia, y se alojó en el palacio del arzobispo.
Nació con su llegada una escisión entre los parti-
darios de SoroUa, y Peris y los miembros mas ino-
fensivos y honrados de la germanía. Crecieron los des-
órdenes y la confusión. Peris que osaba apellidarse
capitán general^ se colocó frente á frente del infante.
En el dia 9 de octubre, en que se celebraba en
Valencia el aniversario de su gloriosa conquista por
don Jaime I de Aragón, escitó Peris un tumulto, y
como las cosas mas leves sirven de pretesto para las
grandes revoluciones, al ver á unos muchachos que
jugaban en la calle de Caldereros, inmediato al cuartel
de los moros,' con un cuadro viejo de un San Miguel
hollando bajo sus plantas al dragón infernal, y que con
aire amenazador" y marcial continente lo paseaban,
les arrebata el cuadro, y arrastrando tras de sí al pue-
blo, fué á colgarle en la única mezquita de Valencia.
Los frailes y eclesiásticos de la germanía proclamaron
que en aquel acto se mostraba visiblemente el dedo
de Dios ; bendijeron inmediatamente la mezquita
destinándola al culto, y hoy es la iglesia de San Mi-
guel. El pueblo invadió después las casas de los mo-
ros, y como habia hecho en Gandía, Polop y tanta?
— 83 —
otras partes, mezcló el agua santa del bautismo con
la sangre. Las mismas manos vertieron una y otra,
retirándose satisfechos de haber convertido de este
modo al cristianismo á los que no hablan tenido e i
valor suficiente para arrostrar el martirio por la reli-
gión de su falso profeta.
En tanto Murviedro se rendia y entraba en ella
el 16 de octubre el vlrey conde de Mélito con el du.
que de Segorbe. Desde allí amenazaba á la capital,
mientras por otro lado el marqués de los Velez, el de
Moya y los señores de Albatera y de Mogente, con
siete mil infantes y ochocientos caballos, avanzaban
sobre la misma.
Sorolla y Peris abandonan la ciudad y se retiran
á mantener aun la guerra en el valle de Júcar, si-
tuándose en Alcira. Valencia en tanto capitula el 18
de octubre, y trece dias después entra el virey conde
de Mélito en el palacio que tan vergonzosamente ha-
bla abandonado. El ejército quedó acantonado en
los pueblos de la comarca. Los auxiliares castellanos
se portan como enemigos, y tratan á los moros como
pudieran haberlo hecho los agermanados.
Alcira y Játiva alzaban todavía rebeldes la ban-
dera de la gorman ía. Marchaba contra la primera el
virey; la asedia inútilmente durante veintidós dias,
y rechazado, va á buscar mejor fortuna á Játiva,
donde tampoco es mas próspera su suerte. Bloquea á
Játiva, y á pesar de ocho mil hombres ^ \iw W^\s.
tren de batirt no da n¡ un so\o assWo.^^ N.^ti \^^^\ft %
— -Si —
que se deja engfinar por el astuto SoroUa que le ofre-
ce entregar la ciudad á su hermano el marqnés de Cé-
nete, si se retira el ejército. Con esta simple ce ' -un-
ción verbal, se retira á Montesa, y el hermano del
virey, cuando so presenta para apoderarse de la pla-
za, es hecho prisionero, á pesar de haberse defendi-
do briosamente, por la deslealtad de los agermana-
dos. Valencia á una voz reclama contra aquella trai-
ción, y hasta los plebeyos mismos y Sorolla pone en
libertad al marqués de Cénete.
El terrible Peris sale de Játiva con alguna gente,
y se dirige á Valencia á reanimar á sus parciales. A
pesar de una columna de cien caballos, que ronda
por las afueras de la ciudad, para prenderle ó impe-
dirle la entrada, logra introducirse una noche en ella
el 18 de febrero de 1522. Se instala tranquilamente
en su propia casa, en la calle de Gracia, convoca á
sus parciales, m^^dita los planes de volver á estable-
cer su dominación en Valencia, y juran estos morir
por defenderle. Cinco mil hombres pone el gobierno
sóbrelas armas, y divididos en tres cuerpos, ata-
can simultáneamente por diferentes puntos la calle
eij que vivia Peris. Penetran las tropas del rey á ün
tiempo en la calle de Gracia, y una espantosa lluvia
de piedras, jJe muebles y de agua hirviendo, les ar-
rojaban las mugeres, que desde las ventanas caia so- .
bre los soldados.
Después de tres horas de combate, llena la callo
de muertos, heridos v mor\buudos,\W¿^Tv ^Vx ^-íisaL
_ 85 —
los soldados y la incendian. Al ir á salir Peris en-
tre las llamas, fué muerto por uno de los gru*
pos del pueblo, y arrastrado su cadáver es colgado
en la horca en la plaza del Mercado, y cortada su
cabeza, colocada primero en una ventana y clavada
después en la puerta de San Vicente. Diez y nueve
compañeros mas del feroz Peris fueron ahorcados
en las cárceles secretamente en aquel dia, y coloca-
dos después sus miembros en los caminos reales»
Fué arrasada hasta en sus cimientos la casa de Peris,
y su solar es hoy la plazuela de Galindo.
En este dia puede decirse que terminó la germa-
nía en Valencia, no obstante que aun continuaron
por algún tiempo los encuentros y combates entre
las tropas reales y los agermanados. En todas estas
espediciones se distinguieron los moros, especial-
mente los de la baronía de Cortes. Dos veces se pre-
sentaron los agermanados en campo raso, y dos ve-
ces fueron batidos: ellS de abril, en Carlet, y el 2
de setiembre, en Bellus. Con esto, y los refuerzos que
el emperador, vuelto ya á España, envió al virey, y
con sus órdenes terminantes, tornó á comenzar el si-
tio de Játiva, cuando se hallaban solas las mugeres
en la población, el 6 de setiembre de 1522, hicieron
tan varonil defensa, que dieron tiempo y lugar á
que volvieran los agermanados, que andaban recor-
riendo la comarca. El famoso Guillen Sorolla cayó en
manos del virey, entregado por un moro, vasallo d^
un noble, que sin dnda quiso \et\?,^t ^¿\\5is ^^\^^^^v-
— 86 —
clones terribles que habían sufrido sus hermanos.
Fué ahorcado en Játiva, el 18 de noviembre, y dos
dias después se rindió el castillo de aquella ciudad.
Privada Alcira del apoyo de Játiva, imitó su ejemplo.
Perecieron en el cadalso la mayor parte de los gefes
de la germanía , habiendo costado mas de catorce
mil víctimas esta temeraria rebelión á los artesanos y
plebeyos de Valencia. La clase popular sucumbió en
Castilla y en Valencia, y en ambos reinos quedó po-
deroso el trono, y prepotente la nobleza.
Los moros que con tanta lealtad habian servido
el partido del rey, iban á ver renovar de un modo
mas cruel, después de terminada aquella sangrienta
y porfiada guerra, las llagas que esperaban con fun-
damento cicatrizase el poder vencedor del monarca.
VIII.
rmOSCBIPCIOR DIL islamismo EH YALBNGIA. — IlfSURREC-
CiOIf.— TEIMINA LA GUERRA Á LAS IDEAS, Y COMIENZA Á
LOS USOS T COSTUMBRES,
A mas de diez y seis mil ascendía el numero de
los moros bautizados por los agermanados de Valen-
cia, á quienes estos habían colocado entre el hacha
del verdugo y el agua sacrosanta del bautismo. Los
moriscos bautizados así, no eran verdaderamente
cristianos, conservaron apego á las prácticas musul-
manas, y continuaron ejecutándolas bajo la toleran-
cia de los caballeros y nobles de quien habían sido
tan decididos defensores, pagándoles dobles tributos
á cambio de no renunciar á sus creencias. El empe-
rador Carlos V, cuyas ideas eran favorables á la pro-
paganda religiosa, quiso someter á la opinión del pon
-- 88 — .
tíüce y (Je los teólogos españoles la cuestión de la
validez del bautismo conrerido á los moros por
los ogermanados de Valencia. El papa Clemen-
te Vil ocupaba entonces la silla de San Pedro. A
ella había sido elevado el 19 de noviembre de 1523*
La ¡níluencia del emperador era grande con la silla
apostólica, así es que el 12 de mayo de 1524, á ins-
tancias del embajador español en Roma, el duque de
Sesa, Armó el papa una bula relevando al rey de sus
juramentos, invitándole á ocuparse de la conversión
de los moros de la corona de Aragón, no obstante los
fueros de Monzón, confiriéndole el poder de reducir
á esclavitud á los moros si se negaban á abrazar el
cristianísimo. Elapso termino, serví tui sint et esse inte-
¡Ugantur^ decia la bula. Familias enteras de moros,
escarmentadas con los desmanes de las germanías, y
recelosas de un mas triste porvenir, habian emigrado
al África. Solo en el año 1523 habian salido cinco
mil familias. Aplazó el rey la cuestión de proceder
contra los moros que no se convirtiesen al cristianis-
mo, para resolver antes la de si debia considerarse
á los bautizados por los agermanados como cristia-
nos ó como moros. ^
En febrero de 1525, se reunió en el convento de
San Francisco de Madrid una junta compuesta
inquisidor general, de los miembros de los consejos
de Castilla y de Aragón y de algunos teólogos. Vein-
/ef dos sesiones celebró la junU. íl Víl \ill\vcva. m^tió
e/ emperador Carlos V. Todos cotvtesl^Totv ^.^\vfta!C\NV
<y.
t —
mente no influyendo poco para esta decisión la opi-
nión personal de Garlos V; sin embargo, no bastó á
mudar el parecer del sabio fraile gerónimo Jaime Be-
net, que por espacio de treinta y ocho aftos habia
ocupado con grande gloria de las ciencias y utilidííd
de la Iglesia una cátedra de derecho canónico en la
universidad de Lérida, el que sostuvo con inflexible
lógica y con las doctrinas mas puras de la Iglesia la
nulidad de aquellos forzados bautismos diciendo, que
el reputar á los moros asi bautizados como cristianos
era el medio de considerarlos después como apósta-
tas. Fray Jaime Bleda, que ha escrito una obra titula-
da Defensio fidei in causa neophitorum sive Moriscorum
Regni ValenticB, totiusque Fispanie, rebuscando cuan-
tas argucias puede sugerir el mas inconsiderado fana-
tismo, sostiene la validez del sacramento, porque pa-
ra sustraerse á sus efectos era preciso pronunciar, no
mental sino abierta y claramente estas palabras , «no
quiero» noloy y los moros no la habian pronunciado.
Verdad es que el hierro de los verdugos no les hubie-
ra dejado acabar de articular esta palabra!!...
Triunfaba el sistema de intolerancia inaugurado
por la política del cardenal Jiménez de Cisneros.
En 4 de abril de 1525 espidió el emperador una real
cédula declarando válido el bautismo impuesto á los
moros en tiempo de las germanías y envió á Valen-
cia al obispo de Guadix, comisario del inquisidor ge-
neral con otros dos eclesiásticos, para que conürma-
sen á los cristianos moros de Valencia, Y recoacUv?^-
— 90 —
sen sin imponer penitencia alguna á los apóstatas
arrepentidos, y bautizasen á sus hijos. Adjudicó al
culto católico las mezquitas en que se hubiese cele-
brado el sacrificio santo de la Misa. El obispo de Gua.
dix, don Gaspar de Abales y los dos eclesiásticos que
le acompañaban, los famosos predicadores el fran-
ciscano fray Antonio de Guevara y el dominico fray
Juan de Salamanca, llegan el 10 de mayo á Valencia^
y el 14 publican desde el pulpito, pregonan y citan
por carteles á todos los moros para que acudan á re.
conciliarse y á gozar de la amnistía real en el tér-
mino de treinta dias imponiendo la pena de muerte y
confiscación de bienes á los rebeldes y contumaces.
Los dos predicadores recorrieron todos los pueblos
de Valencia, y los nuevos cristianos al ver que se les
reconciliaba con la Iglesia sin penitencia, acudian en
tropel á los comisarios, que daban la absolución á los
apóstatas, bautizaban á sus hijos y pasaban de largo
sin instruirlos en el catecismo. En cuatro meses y
medio fueron visitados todos los pueblos y aldeas de
un reino tan dilatado como Valencia, por aquellos dos
celosos predicadores que volvieron á entraren la ca-
pí tal el 28 de setiembre.
Ilabia llegado el momento en que el emperador
Carlos V, queria usar de la bula que le habia concedi-
do Clemente VII. Habia dado el 13 de setiembre
una real cédula para obligar á todos los moros de Va-
lencia á abrazar el ¡cristianismo. Invitaba en ellaá los
moros á no lachar contra los desÁgcivos d^\ívQ!&>^^\3?}>
— 91 -
Dspiracion divina atribuia su resolución, prometien*
do tratarlos como cristianos sí obedecía n, y castigar-
los severamente de lo contrario, empero sin espresar
los premios y los castigos. Los tres comisarios de la
Inquisición y del Rey, hicieron saber el 8 de octu-
bre á todos los pueblos que les concedían el término
únicamente de diez diaspara deliberar, pasado el cual
cesarían en el lenguaje de la persuasión, mandando
entretanto que ningún musulmán se apartase de
su domicilio, bajo pena de ser reducido á esclavitud.
Pasaron losjdiez días y no respondieron los moros.
Aprestábanse, no á recibir el bautismo, sino á huir^
vendiendo por cualquier precio sus bienes y muebles.
ün edicto de 21 octubre, prohibió toda venta á
los moros.
El 16 de noviembre, se promulgó la cédu-
la del rey que abolía definitivamente el culto maho-
metano* Mandaba en ella el rey á los señores bajo su
responsabilidad y bajo pena de la confiscación de sus
bienes, desarmar á los moros sin dejarles mas que un
cuchillo sin punta, inventariar sus armas y entregar-
las álos comisarios bajo pena al moro que las usase, de
cien azotes y la esclavitud; que en el término del ter-
cero día se cerrasen todas las mezquitas y no pudiesen
practicar, ni en público ni en secreto, ceremonia al-
guna de su antiguo rito; que llevasen en sus sombre-
ros los moros, el distintivo de una medía luna azul;
que fuesen obligados á asistir á todas \^^^Q\fcxs\^\^^^^
religiosas, y concurrir á los setmoti^^ ^^ ^>\^\fí¿^^^*
_ no-
qiiias, y que no trabajasen ios domingos. La ¡nrrac*
cion de cada uno de estos artículos, escepto la de tra-
bajar en domingo que solo so castigaba con una mul-
la, tenia sus penas particulares, ademas de la escla-
vitud.
Al dia siguiente los inquisidores de Valencia, pu-^
blicaron un decreto dado el 3 de noviembre en To-
ledo por cl inquisidor general, que se llamó el edicto
de la delación. En él se mandaba bajo pena de esco-
munion reservada, que toda persona delatase á su
tribunal á los que faltasen á cualquiera de estos man-
damientos. El 25 de noviembre se publicó por úl-
timo solemnemente un edicto mandando que todos
los moros, hombres, mugeres y niños, no bautiza-
dos, debian salir del reino de Valencia para fines de
diciembre; de toda España para últimos de enero
del siguiente año de 1526, bajo pena de esclavitud,
debiendo de embarcarse precisamente en el puerto de
la Coruña. Se les marcaba el itinerario que debian se-
guir por líequena, Utiel, Madrid, Villafranca y la Co-
ruña. Dice Escolano en sus Décadas de la historia de
Valencia, que el objeto de esta medida de inconcebi-
ble rigor, en los detalles de su ejecución, era el que no
«se quedasen en las fronteras de África y queconsu-
«mieran en tan largo camino el dinero que llevaban,
wcuando no tuviera el de que con algún movimien-
«to, dieran ocasión á que los degollarart en Castilla.»
Dos dias después, los comisarios publicaron
cscomunion reservada y una fuerte xuvMíl cwiVwi
o'\
cualquiera persona que, requerida por ellos, no les
prestase auxilio, y conminaron al mismo tiempo
con la multa de cinco mil ducados á cualquier señor
que conservase en sgs tierras y posesiones un solo
moro, pasado el 31 de diciembre.
Estas medidas llenaron de estupor á los moros,
redujeron al silencio á sus protectores. Acudieron en
tamaño apuro los moros á la reina doña Germana,
lugarteniente y gobernadora del reino de Valencia,
que habia sucedido al conde de Mélito, para que les
autorizase para enviar una embajada al emperador.
Germana de Foix, la ilustre viuda de Fernando el
Católico, que tenia los nobles sentimientos de este
gran rey, les firmó un seguro el 19 de setiembre; y
doce síndicos délas aljamías se presentaron en Tole-
do delante de Carlos V, A su primera demanda, de
que les diese cinco años de tiempo para hacerse cris-
tianos, ofreciendo asistirle con cincuenta mil ducados,
respondió ásperamente el emperador, que él los da-
ria de buen grado porque acelerasen su marcha. L¡-
Hiitáronse entonces á pedir la facultad de embarcar-
se en Alicante, y también les fué negado, á pretesto
<lue desde allí pasarian fácilmente á África. Cono-
tiendo la necesidad de abrazar el cristianismo, pi-
dieron que en ese caso no pudiese juzgarlos en cua-
í'Gnta años el tribunal de la Inquisición. Carlos V se
'^^gü también á esta condición, remitiéndoles al in-
4^isidor general, prorogándoles por toda gracia el
pfüzo de su salida hasta el 15 d^ ^wet^. V\ 'b^vi ^s^
— 04 —
alcázar real de Toledo* se dirigíeroa al inquisidor
general, el arzobispo de Sevilla don Alonso Manrique.
Kstc prelado acogió las demandas de los moros con
la mayor afabilidad. Se constituyó en su abogado
con el rey, y obtuvo de él mas que habian osado pe-
dirle los delegados de la población musulmana. Les
prometió el 16 de enero en contestación á un
memorial que le habian entregado, que la Inqui-
sición los trataria como á los moros nuevos
da Granada, á quienes no se perseguía sino por
apostasía formal, y debidamente probada. Prometía
que el legado del papa revalidaría los matrimonios
incestuosos, contraidos según la ley musulmana;
que tendrían cementerios separados, y según su con-
ducta se les concederia ó negaría el permiso de salir
de sus pueblos los domingos, tolerándose durante
diez años todavía el uso de la lengua árabe y las
vestíduras moriscas. En orden á la administración
temporal, el emperador revocaba la orden del desar-
me, nivelándolos en las cargas y contribuciones con
los Cristíanes viejos, haciendo que las universidades
moriscas de Valencia, Játiva, Alcira, Villareal y Cas-
tellón de la Plana, contínuasen administrando sus
bienes separadamente» sin contribuir á los gastos
municipales.
Llevaron los comisionados esta contestación á Va- .
lencia, y ora movidos por el cambio favorable é ines-
peraáo de su suerte, ora convencidos de la imposibi*
//dad de resistir, Ja mayor parte de Vos \riOtc\% ^^w
— 95 —
eiilaron álos comisarios, que los bautizaron solemne*
nenie usando de la aspersión con el hisopo, por ser
an crecido número que no era pasible hacerlo de
)tro modo. Solo fray Antonio de Guevara, dice en
>us Epístolas áureas y familiares, haber dado el bautis-
no á veinte y siete mil casas de moros.
Los moros de Benaguacil, no cedieron tan Tacil-
mente á los deseos del emperador, cerraron la puerta
¡L los comisarios eclesiásticos, se fortificaron en su vi-
lia V corrieron á unirse con ellos los vecinos de los
pueblos inmediatos. Menester fué que el gobernador
de Valencia con dos mil hombres y artillería, fuese á
reducirlos. Rindiéronse después de un sitio de un mes
el 15 de febrero de 1526, sometiéndose á recibir el bau-
tismo y pagar en vez de la penado confiscación y es-
clavitud, en que habian incurrido, una multa de doce
mil ducados. Muchos lograron sin embargo fugarse y
llegar á la sierra de Espadan, una de las mas conside-
rables de la cadena de montañasque separa los reinos
de Aragón y de Valencia.
ahí acudieron cuantos moros querían conservarla
fé del profeta. Mas de cuatro mil hombres, decididos
á morir peleando, se reunieron en las gargantas de
aquella áspera sierra. Arrojaron el guante al empera-
dor Carlos V, nombrando para llevar la corona de Ab-
der-Rahman y de Jacouf á un labrador vecino de Al-
gar, llamado Carbaio, que aceptó sin vacilar aquel pe-
ligroso puesto, cambiando su nombve^ot ^V^^?ri<\\s^
Almanzorfel víctoriosoj.
-« % —
Fortificó en escalones todas las laderas de la sier-
ra, cortó peñascos, labró lo que llamaban galgas y
muelas para derrumbarlas por las cuestas ab<njo; mul-
tiplicó losobslácülos bástalo infinito y erizó de fortifi-
caciones aquella áspera comarca. La lentitud del go-
bierno de Valencia, le dio tiempo para perfeccionar
todas estas obras con la poca gente que tenia. Falta-
ban soldados al poderoso monarca que llenaba la Eu-
ropa con la fama de sus triunfos, y hubo necesidad
de tomar dinero á préstamo, reembolsable después de
la victoria con los productos de los bienes confiscados
á nombre del emperador que disponía de las minas
de Méjico y del Perú,
Con este empréstito se levantaron tres mil infantes
á los que se reunió la nobleza delpaisal mando del du-
que de Segorbc, y marcharon á atacará los moros, en
sus rudas fortalezas. En el primer asalto que intenta-
ron (abril 1526), recibieron tanto daño los cristianos
con las piedras y muelas que desde lo alto de los ris-
cos sobre ellos se desgajaban que tuvieron que reti-
rarse á Scgorbe con pérdida de sesenta hombres y
doscientos heridos.
Murmuraban los soldados del duque suponiendo
hacia flojamente la guerra, porque la mayor parte
délos rebeldes eran sus vasallos. Esta idea y el terror
que inspiraron al ejército las enormes piedras roda-
das desde lo alto de los picos inaccesibles disgustaron
á todos. El ejército se desbandó, el duque se retiró a
>Y/5 tierras, v ios nobles se vo\\\e,vciti 'oiN^X^^^v^.
^ 97 -
Selim Almanzor prepara las brechas do su agreste
fortaleza, arranca nuevos peñascos para precipitarlos
sobre nuevos enemigos, y aprovecha la retirada de
los cristianos que malgastan un tiempo precioso en Va-
lencia en consejos inútiles de guerra, para bajar á los
pueblos inmediatos á la sierra á buscar bastimentos
y sacar recursos en el valle de Mijares. En una de
estas escursiones, acompaFiadas siempre de la devas-
tación, entró Selim en el pueblo marítimo de Chuches,
.saqueó las casas, degolló á cuantos vecinos cristianos
no pudieron huir, destruyó la iglesia y arrebatando
sus alhajas y copón con las sagradas formas, se las
llevó á lo alto de sus montañas.
Grande fué, indecible, la consternación que so .
apoderó de Valencia á la noticia de este sacrilego
crimen. Al ver la hostia santa en manos de los mo-
ros todos quisieron correr á la sierra de Espadan a
rescatar el precioso cuerpo de Jesucristo. El clero,
á quien no se permitió, cual deseaba, ir á la guerra,
?e limitó á las oraciones como Moisés cuando Josué
rombatia á los enemigo? del pueblo de Dios. Los
altares se cubrieron de luto cual en la Semana de
Pasión, y en todas las iglesias del arzobispado solo
se emplearon los ornamentos negros en todos los
oficios divinos. Cerráronse los tribunales, se des-
plegó el estandarte de la ciudad al lado del de la
cruzada , y acompañadas de una pompa lúgubre se
fijaron estas banderas en la puerta de Se^c^xvo^* llv-
c/éronse cuantiosos donativos píira ^We^^t WA^%%^
MOttISCOS. 1
\
— 98 —
numerosos voluntarios agregados á la multitud d
nobles y señores de todo el reino formaron un entu
siasmado ejército.
El saqueo de Chuches se habia verificado
últimos de mayo, el dia 1.** de julio seis mil vo
luntarios se acampaban alrededor de la sierra d
Espadan. El duque de Segorbe se puso á la cshez
de estaespedicion, batió á los moros que andabaí
fuera de la montaña, los persiguió hasta hacerlos re
plegar á la sierra de Espadan, cogiéndoles un botii
de valor de 30,000 ducados. El legado del papa Cíe
mente VII concedió desde la corte, á nombre del so
berano pontífice, indulgencia plenaria á cuantos to
masen parte en la guerra contra los moros de Es
padan.
Dos meses pasaron los cristianos trepando con e
mayor entusiasmo por aquellos cerros y bajando lo
mas rodando mezclados con las enormes peñas qu<
los moros arrojaban desde la cumbre, sin poder gana
las trincheras de aquella sierra tan vasta, enriscad;
y fortalecida. El duque de Segorbe, que veia estrc
liarse su repulacion militar ante aquellas rocas, ^
que oia atribuir á tibieza lo que era deseo de evita
pérdidas inútiles, pidió al emperador diese orden pa-
ra que un cuerpo de alemanes que habia Iraido d(
los Paises Bajos y que iban á embarcarse para Itali;
se reuniesen al ejército valenciano.
El 17 de setiembre llegaron tres mil alemanes a
cnmpo de los valencianos, coT\A\iCAdiQ& ^^ tí»^ <ifisR
— 99 —
bre coronel Uocandolf, y á la mañana siguiente se
apoderaron de una sierra contrapuesta á la de Espa-
dan y que servia como de paso para ella. Selim no les
esperaba por aquel lado y lo abandonó después de
una corta resistencia, tomando desde entonces aquel
punto el nombre de Montaña de los Crislianos, El du-
(jue de Segorbe con el apoyo de la posición tomada
resolvió dar una batida general á la sierra por cuatro
diferentes puntos á un tiempo, dividiendo todas sus
tropas en cuatro cuerpos.
Al amanecer del 19 de setiembre las tres colum-
nas españolas y la alemana se ponen en movimiento.
Diez mil cristianos trepaban á la vez por aquellas ás-
peras montañas para someter á los moros que con
los anteriores ataques se habian reducido á tres mil.
Parecia que la montaña se hundia y desmoronaba.
Las piedras rodando abrian brecha en las ñlas cris-
lianas que inmediatamente eran cubiertas con nuevos
guerreros pero que daban tiempo á los moros para
replegarse. Cada posición costaba un nuevo combate.
Peleábase con igual ardor por anibas partes, los cris-
lianos no daban cuartel, los moros tampoco lo pe-
dian. De posición en posición fueron retrocediendo
los moros hasta el castillo que tenian en la cumbre
donde se hallaron concentrados. Las cuatro colum-
nas cristianas llegaron al mismo tiempo y entonces
comenzó una horrible escena de matanza y carnice-
ria. Selim Almanzor pereció con las armas en la to%>
no, dos mil moros quedaron mueilos, íAx^^ ^\^6.^v-
- 100 —
tándose por la sierra huyeron á ia Muela de Cortes,
donde ihas adelante se rindieron el 10 de octubre.
Cara costó la victoria á los cristianos porque dejaron
iondidos en el campo considerable número de muer-
tos y heridos, entre ellos muchos nobles y caballe-
ros. El bolindcesta victoria, vendido después públi-
camente, valió 200,000 ducados. El ejército vence-
dor hizo su entrada en Valencia, pascó triunfante sus
calles para ir á depositar el estandarte de la ciudad
on el ayuntamiento, y el de la cruzada en la cate-
dral. Los alemanes se embarcaron pocos dias después
para Italia. Se mandaron bautizar los pocos moros
que aun quedaban sin recibir el agua santa y se que-
maron como en otro tiempo en la plaza de Di bar-
rambla de Granada todos los libros árabes en la del
Mercado de Valencia.
Al mismo tiempo que se agitaban los moros va-
lencianos intentaron también sublevar el reino de
Aragón y tomaron las armas los de Villafeliz, Riela,
Calanda, Muel y otros puntos. Fueron reducidos al
4;r¡stianismo por el mismo sistema adoptado en Va-
lencia: se les hizo optar entre la espulsion sin medios
para vivir en otra parte y el bautismo. En vano el
conde Ribagorza y otros señores aragoneses repre-
sentaron al monarca el ningún peligro que ofrecía la ,
permanencia de los moros y lo útiles é indispensables
que eran para la prosperidad del pais. Carlos V per-
maneció inflexible. En el año 1326 desaparecieron
en todas las provincias de España los signos estcrio-
- 101 —
res del islamismo. Los moros no fueron ya conocidos
bajo este nombre, sino que en todos los actos oficia*
les y en todos los documentos públicos se les ll<rmó
cristianos nuevos ó moriscos.
Triste fué su condición: como cristianos nuevos la
Inquisición tenia siempre fijo sobre ellos su ojo vigi-
lante, como sospechosos de heregía; como moriscos
el pueblo los odiaba viendo en ellos á sus enemigos.
Era imposible su fusión con el pueblo espafiol.
Los descendientes de Muza y de Tarif estaban con-
denados al esterminio, ni el signo santo de la reli-
gión que á la fuerza se habia estampado sobre su
frente debia bastar á salvarlos. Habia concluido una
persecución é iba á abrirse otra. Habia terminado la
guerra á las ideas, iba á comenzar la guerra á los
usos y á las costumbres, á la intolerancia de las pa-
siones religiosas iba á unirse la intolerancia de la ci-
vilización europea. _
Los moros de Granada no habian sido menos fie-
les al emperador Carlos V que lo habian sido los de
Valencia, No debian tampoco ser mas felices en la
recompensa á su lealtad. Cuando los comuneros en
Castilla tremolaron el estandarte de la libertad, y los
agermanados de Valencia, se levantaron contra la
nobleza , se conmovió el reino de Granada co-
mo estremecido, por el mismo sacudimiento que agi-
taba aquellas provincias. Habia ev( él razas cJ\\^\-
sas, autoridades discordes y masas ^totvVaa» k %^u}i\x
cualquier bandera contraria a\ g^oVAexw^* ^^ ^^
— 102 —
parle oriental del reino de Granada, en los con^
Gnes de Murcia , se alza , en 1520 , un audaz
aventurero llamado Mercadillo, que proclama los mis-
mos principios que los comuneros de Castilla , se
apodera de Huesear, logra que Baza y su estenso
territorio a|>oyen su movimiento. Entonces el mar-
qués de Mondejar, capitán general de Granada, con
algunos tercios de soldados y cuatro mil moriscos
mandados por don Fernando de Córdoba , don Diego
López Abenajar y don Diego López , moros nueva-
mente bautizados atacan bizarramente y destruyen á
los comuneros que habían tenido la imprudencia de
abandonar las murallas de Huesear y aceptar la ba -
talla que les ofrecieron los castellanos y los moriscos.
Mientras el duque de Segorbe reducía á los rebel-
des de Espadan, el emperador Carlos V había ido á
Granada, donde hacia el 3 de junio de 1526 una en-
trada verdaderamente magnífica en compaQía de la
emperatriz Isabel de Portugal con quien acababa de
casarse en Sevilla. Juró en la catedral guardar los
fueros y privilegios de aquel reino, entre los que se
hallaban los derechos tan poco respetados de los nio-
ros consignados en las capitulaciones de los Reyes Ca-
tólicos. Desde su llegada comenzó á oír las quejas de
los cristianos viejos contra los moriscos culpándolos
del aumento de los monfis ó salteadores que infesta-
ban los caminos, del abuso que hacían del permiso
de tener armas con virtiendo sus casas en arsenales,
de donde se proveían los monfis. Al mismo tiempo
— 103 -.
los moriscos presentaron al emperador un chemoríal
de los agravios que les hacían los clérigos, escriba-»,
nos y alguaciles. El emperador lo remitió todo al
Consejo, el cual propuso el nombramiento de cinco
visitadores para veriQcar la certeza de los agravios,
asi como el proceder de los moriscos en materia de
religión.
2 Esta apariencia de imparcialidad ocultaba un
' proyecto concebido de antemano. Los cinco visitado-
res eran personas interesadas en la cuestión. Era el
presidente de ellos don Gaspar de Abalos, obispo de
Guadix, cuyo modo de proceder hemos visto en la
comisión inquisitorial que acababa de desempeñar
en Valencia. Los demás visitadores eran el francis-
cano fray Antonio de Guevara, cuyo fanático celo
tanto habia brillado también en las forzadas conver-
siones de los moros de aquel reino y los doctores
Quintana, Pedro López, y el licenciado Utiel, perte-
necientes todos al cabildo eclesiástico de Granada*
I A hombres de este tempfe no habia necesidad de
recomendarles severidad en el examen de las cos-
tumbres y religión de los moriscos. De la visita re-
sultó ser muy fundadas y graves las quejas espues-
tas por los moriscos, empero también resultó que de
todos los bautizados veinte y siete años antes, no ha*
hiendo tenido la voluntad parte en su conversión,
«ran interiormente mahometanos, que volvian públi-
camente á la práctica de sus auú^wo^ VxVwSk^^^^^-
Zíer^ií/or, para e Vitar este escáuda\o^ e\m^^ ^^n^^^
\
]
— 101 —
pudiera presen tarsc en aquella época de reacción y
proselitísmo religioso, hizo convocar en la capilla de
su palacio una junta de trece miembros eclesiásticos y
lec;os. El arzobispo de Sevilla, inquisidor general; el
arzobispo de Granada; los obispos de Guadix, y Al-
mería sus sufragáneos; el obispo de Osma, como
confesor del rey; los obispos de Mondoñedo y Oren-
se; el comendador mavor de Calatrava don García de
Padilla; el presidente del Consejo de Castilla, arzobisp(
de Santiago, con (res ministros mas de aquel supre-
mo tribunal, fueron llamados á fijar la suerte de lof
moriscos de Granada. En la capilla real, al lado de
sepulcro de los Reyes Católicos, se discutió en diez se
sienes la suerte y el bienestar de medio millón de al
mas. Entonces se decidió que la Inquisición de Jaei
se trasladase á Granada para freno y terror de lo
conversos. Entonces se borró hasta la última líne
del tratado que habia abierto á los Reyes Católicos la
puertas de Granada. Aprobando el rey todos losar
tículos que le presentaba formulados la junta, lo
convirtió en ley el 7 de diciembre, mandando po
ima pragmática-sanción que dejasen | la lengua, (
trage y el apellido morisco, que las mugeres llevase
el rostro descubierto, que los hombres solicitasen d(
corregidor el permiso para llevar espada, que toda
las escrituras se hiciesen en lengua española, qu
los sastres no les cortaran vestidos, ni los platero
les labraran joyas á su usanza y estilo, que á los par
tos de las moriscas aslsücYí^iv m^Vr^^^s cvistian?
— 105 -
viejas para que no usaran de ceremonias musulma-
nas. Se mandaba también erigir en Granada, Guadix
y Almería colegios para la educación y enseñanza
cristiana de los hijos de los moriscos.
Apenas habiacasi firmado el emperador Carlos V
la pragmática de 7 de diciembre, mandó á instancias
de los moriscos, y mediante un servicio de 80,000 du-
cados que le ofrecieron ademas de sus ordinarios tri-
butos, se suspendiesen sus efectos por todo el tiempo
que fuese su real beneplácito, pudiendo usar el len-
guaje, el trage morisco, espada y pufial en poblado,
y lanza en el campo, haciéndoles ademas merced de
que jamás pudiera el tribunal de la Inquisición, con-
fiscar sus bienes.
Con aquellos 80,000 d ucados comen zóá levantar-
se al año siguiente en el recinto de la Alhambra un
suntuoso edificio, que no llegó nunca á concluirse, el
palacio de Carlos V.
En Valencia después de la victoria de Espadan y
la sumisión de Cortes, los moriscos solo pensaron en
congraciarse con sus amos, y en ocultarse para verifi-
car en la sombra y en el silencio, las ceremonias del
islamismo. Temblaban á la Inquisición, á punto de
hacérseles intolerable la mansión en su patria. En Gra-
nada las víctimas de la persecución no abandonaban
el pais, y huián á reunirse cenias bandas organizadas
de los mentís ó salteadores que dominaban hacia mu-
cho tiempo, los ásperos riscos déla Sierra Nevada.En •
el reino de Valencia donde las cosl^?» ex^w ^sx'^'s» ^^^^-
~ 106 —
sibics, tomaron el partido de emigrar. Los corsarios
de Barbaroja que infestaban las costas de Valencia,
entre los moriscos reclutaron los remeros para sus
galeras y encontraron guias cuando penetraban en lo
interior. Los cabreros moriscos, desde lo alto de las
montanas, descubrían mas lejos sus barcos que los vi-
gías de los cristianos en sus torres colocadas de legua
en legua en la costa, y les hacian señales convenidas.
Los señores valencianos temblaban por sus inte-
reses, al ver la emigración desús moriscos, y tembla-
ban igualmente al verles en connivencia con los pira-
tas berberiscos, porque preveían posible según el es-
píritu de la época, la terrible medida de la espulsion.
Los moriscos constituian la riqueza, la fortuna de los
señores valencianos. Habia un antiguo refrán que es-
presaba esta idea: quien tiene moro tiene oro. Asilos no-
bles valencianos trataron de evitar átoda costa la per-
secución de los moriscos. En las Cortes de 1528, otor-
garon al emperador los subsidios exigiendo que el vi-
rey su representante, proclamase en las Cortes de Mon-
zón una amnistía general. Solicitaron que la confisca-
ción de los bienes impuesta en virtud de sentencia de
la Inquisición se entendiese en provecho de los here-
deros del morisco apóstata. Esta proposición pasó en
las Cortes de 1533, y la aprobó el emperador.
Ostigados por los inquisidores huian los moriscos
ó no pagaban sus rentas : los señores reclamaron en
1537 y el emperador accedió á que las multas que
por la Inquisición se impusvesetv ^ \qs ts\Qt\s^<i^^ las
— 107 -
pagasen ellos, sometiéndolas al juicio del gobernador
de Valencia, pagando el duplo los inquisidores gi se
declaraban las multas mal impuestas. Obtuvieron en
1528 para indemnizarse de sus pérdidas conservar
la jurisdicción que poseian sóbrelos moros musulma-
nes, sobre los moros convertidos, manteniendo el pago
de los antiguos tributos. La Inquisición luchó en este
terreno ventajosamente contra los grandes, obtuvo
del papa una bula datada el 15 de julio de 1531, en
la que se mandaba á los señores bajo pena de esco^
munion, descargasen á sus vasallos de todos los tri-
butos vejatorios á 6n de que no tomasen horror á la
religión cristiana, viéndose tratar de una manera dis-
tinta de los cristianos viejos. En esta innoble lucha
de intereses los inquisidores y los nobles entraron en
una composición. Convinieron los inquisidores en que
los señores heredasen los bienes confiscados con de-
trimento de los herederos naturales, y que la renta
inquisitorial se pagase por las aljamas una parte, y la
otra por los apóstatas, con los que se entendería el
Santo Tribunal para redimir pecuniariamente las pe-
nas leves corporales, es decir, la pena de azotes y
la temporal de galeras. La prohibición del lenguaje y
del vestido árabe que tanto empeño ponian en obte-
ner los españoles, se decretó en Valencia el 5 de di-
ciembre de 1528. Cuatro años fué el plazo señalado
por Carlos V á los moriscos de Valencia. Este decreto
se estendió en el mes de enero de 1529 á los moris-
cos de Castilla. Hemos visto el stve\\Cv:.\ft v^^'^'^^'^^'^
— 408 —
con que compraron su indefinida suspensión los mo-
riscos de Granada. La Inquisición con ese espíritu in-
vasor que formaba el carácter distintivo de su existen-
cia, se hizo adjudicar el conocimiento de las causas
por infracción á este decreto, como si el idioma árabe
V los vestidos de hechura musulmana fuesen una he-
regía, recogiendo el beneficio de las multas que por
ollas imponia.
Se adoptó también otra medida en las Cortes
de 1537 : se prohibió á los moriscos el aproximar-
se á las costas, y cambiar de domicilio, y via-
jar sin permiso de los señores. Se prohibió también
bajo pena de muerte ó de galeras á todo morisco res-
catar de la esclavitud á ningún pariente, aunque fue-
se el padre á su hijo, para que no se disminuyese asi
su caudal, v esta medida bárbara, atroz, fué recia-
mada por los tres brazos de las Cortes: el eclesiástico,
el militar y el de la nobleza. Dudaríamos hoy de su
existencia á no leerla en el Fornm valentinum. In estra-
vrtfjañti, folio 87.
Se exigia de los moriscos profesasen sinceramen-
te la religión cristiana y no se cuidaba de proporcio-
narles los medios de instrucción. Los curas en las al-
deas apenas rcsiJian, porque su asignación era muy
corta y sacada de los antiguos beneficios eclesiásti-
cos, cuyos poseedores resistian y escatimaban su pa-
go. El 14 de enero de 1534 nombró dos comisarios
ol emperador Carlos Vpara que cortasen este mal de
raiz, mandando á lodos las autoridades del reino les
— 109 —
prestasen el auxilio que pudieran necesitar, y el 7 de
mayo previno á los moriscos recibiesen bien á ¡oscu-
ras que estos comisarios instalasen en los pueblos. El
ília 3 de julio se abrieron doscientas cincuenta y una
nuevas iglesias, edificadas á espensas del clero va-
lenciano y aragonés, y bajo la vigilancia del rey y
de los inquisidores. Los nuevos curas catequizaron y
predicaron como buenos pastores í\ sus ovejas. En
1536 se fundaron dos colegios en Valencia el uno, en
Tortosa el otro, que mermaron las rentas de la mesa
episcopal y disminuyeron los productos que perci-
bian algunos conventos y monasterios. Mas tarde ve-
remos si con estos esfuerzos del emperador Carlos V
ilebidos al ilustrado celo del inquisidor general don
Alonso Manrique, que tuvo que sufrir mil sinsabores
del clero á quien mermaba sus rentas y hasta una de-
nuncia al papa, se consiguió la instrucción do los
moriscos y hacerlos verdaderamente cristianos.
IX.
REFORMA D£ LOS MORISCOS DE GRANADA. ALZAMIENTO
EX LAS ALPUJARRAS.
A Carlos V, descendiendo voluntariamente del
trono, y humillando en un claustro su frente fatiga-
da con tantas coronas, sucedió su hijo Felipe 11. Este
habia nacido en España, habia habitado constante-
mente en ella, habia adoptado sus costumbres, su?
hábitos, su lengua ^ Fijó en ella la capital de su go-
bierno, el centro de su política, el objeto de sus pro-
vectos V cuidados. Religioso hasta la intolerancia,
fué causa de la sublevación de las provincias flamen-
cas, donde corrió á torrentes la sangre para sofocar
las ideas protestantes, que allí habian encontrado
eco. La intolerancia religiosa, que concluyó por ha-
cer perder aquellas hermosas provincias a la corona
— 111 -
(le España, debia producir también en su reinado la
sublevación de los moriscos de Granada. A los agrá-
viosque sufrían estos con el grave peso de los tribuios,
la rapacidad de los recaudadores, ylainsolenciadelos
que, á protesto de perseguir delincuentes, se aloja-
ban en sus alquerías, vivian á su costa, y comelian
mil desafueros, siendo como dice el historiador Már-
mol: urnas eran los delitos qiie ellos cometían^ que los de-
lincuentes que prendían. ii> se unieron las providencias
que adoptó contra ellos el rey Felipe II. En las pri-
meras cortes que celebró este rey en Castilla, á su
regreso de los Paises Bajos en 1560, prohibió á los
moriscos el servirse de esclavos negros, por los nu-
merosos inconvenientes que se seguian de tolerarles
este tráfico, aumentándose así la población morisca y
el peligro de que estos esclavos, que venían de su
pais sin idea alguna de religión, fuesen instruidos se-
cretamente en el mahometismo, imponiendo una
multa de diez mil maravedises y la confiscación del
esclavo. Al mismo tiempo se les prohibió hacer el co-
mercio del oro, plata y minerales en barra. Quejá-
ronse los moriscos porque se les privaba de una pro-
piedad, sin indemnización alguna, y les arrebataban
los brazos necesarios para el cultivo de los campos,
haciéndoles aparecer como sospechosos, cuando mu-
chos de ellos se preciaban de buenos cristianos. El
rey no revocó enterameute su decreto; por una ce-
dula real se concedió el favor á las personas no sos-
pcchosas, cosí ando el cou^\)to\í^\ ^^V^ \:ás\ísa¿^ nsí«&
— 112 ~
gastos y disgustos que los beneficios que proporcionaba.
En 1563, el 14 de mayo dirigió Felipe II al ca-
pitán general una real cédula en que se obligaba á
los moriscos á presentar sus armas y las licencias do
usarlas en el término de cincuenta dias, bajo la pena
de seis anos de galeras, debiendo estamparse en las
armas el sello del capitán general, y dejando á su ar-
bitrio el castigo de los que falsificasen su sello. Pocas
armas se presentaron; escondíanse porque ya co-
menzaba á gernjinar el pensamieuto de una próxima
rebelión. Muchos moriscos de ilustre nacimiento,
descendientes algunos de sus antiguos reyes, renun-
nunciaron á llevar armas por no hacer poner en el
puño de su espada el timbre de las armas de Mondc-
jar. Multiplicábanse con esta medida los procesos y
los castigos, y cual si el objeto fuese lanzar á los
moriscos á lo rebelión, se cerró á estos la única espe-
ranza que tenian para eludir el castigo, dos asilos in-
violables: los .templos y las tierras de señorío. Una
real provisión en 1564 abolió la inmunidad de las
tierras señoriales, y restringió la de las iglesias á so-
los tres dias. Rota esta barrera, los pobres moriscos
se vieron perseguidos con ardor por las gentes de la
curia, que hicieron revivir viejos procesos, que dor-
mían en el polvo de los archivos, y que llevaron la
inseguridad y la alarma al seno de las familias. Mar-
charon muchos á las montañas, y losmonfís y saltea-
dores, recibieron gran refuerzo y camparon libres en
//ís Alpujarras v /a serranía de Wotvd^.
- 1Í3 -
Cuándo era mas preciso el acuerdo de las autori»
dadespara concluir con los nuevos bandidos, se acalo*
raron mas que nunca las disputas de jurisdicción y de
prerogati vas entre el capitán general y la chancillería.
En vez de concentrar la fuerza en una sola mano el rey
para dirimir la competencia la repartió entre los dos
poderes. El presidente de la audiencia y los alcaldes
podian levantar y luandar tropas, el capitán general
teníala inspección de la costa marítima. Las pequeñas
cuadrillas que formaron los alcaldes no eran, como dice
el historiador Mendoza, en su guerra de Granada, ni bas-
tantes para asegurar ni fuertes para resistir. La justicia mi-
litar, la justicia civil, la justicia eclesiástica, hallaban
por dó quiera culpables donde nolos había. Todos eran
á reclutar para los monfís ó salteadores, cuyo numero
llegó á ser mayor que el de los moradores pacíficos
(lelos pueblos.. Adoptáronse varias providencias rigo-
rosas pero ineficaces para reprinvir á estos salteadores
cuya audacia llegaba hasta penetrar en Granada. En-
trabando noche en el Albaycin, robaban las mugeres
y los niños de 1 js cristianos y asesinaban á los hombres-.
Llegó eJ caso de que los cristianos no osascú salir á la
calle de noche, ni á la voga de día sino en número
suficiente. Muchos jóvenes cristiano» viejos, se arma-
ron también, salían de nocl>e á cazar los moriscos en
las calles, y el alba del nuevo dia dejaba ver sus ca-
dáveres tendidos en las calles y en los jardines. Tal
era el triste aspecto que prcscuUb<yV^V\^\^^'^^Ck*;^^-
da á fínes del año de 1566.
MíORISCOS. "^
— 114 —
Don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, uno
de los teólogos que mas habian brillado por la sabidu-
ría de sus doctrinas en el concilio de Trento, habla re-
presentado á Felipe II, en nombre del papa Pió IV, la
necesidad de tratar con rigor á los moriscos y no tole-
rar en sus estados subditos manchados con la heregía.
Al ver el estado de Granada convoca en sínodo pro-
vincial á los obispos sus sufragáneos y proponen al
rey la aplicación de la pragmática de 1526, suspendida
por el emperador C irlos V. El rey, si bien religioso has-
ta el fanatismo, celosísimo por los derechos de la co-
rona, después de hacer entender al arzobispo que el
sínodo provincial no podia entrometerse en los ne-
gocios políticos sino en materias puramente eclesiás-
ticas, reprobando la forma y adoptando el fondo desu
representación considerándola como hecha por unos
particulares y no por un concilio, la remitió á una
junta especial. Formaron esta junta don Diego de Es-
pinosa, obispo de Sigüenza, presidente del consejo de
Castilla; el duque de Alba; el prior de San Juan, don
Antonio de Toledo; el vice -canciller de Aragón, don
Bernardo de Bolea; ei obispo de Orihuela; el inquisi-
dor, don Pedro Deza, y el licenciado Menchaca; el
doctor Velasco del consejo y cámara real.
Esta junta se conformó con lo propuesto por el ar-
zobispo Guerrero yaconsejó reproducir con mas rigor
la pragmática de Carlos Vi aquella famosa pragmá-
tica en que se prohibia la lengua arábiga en público y
en secreto f en que se condenaban losU^isji?», tvQwvbres
- 115 -
y costumbres moriscas, en que ni se les permitia for-
mar una nación aparte, ni se les dejaba que se creye-
sen parte déla española.
Firmó el rey esta pragmática que tan funestos re-
sult'idos iba á dar, el 17 de noviembre de 1566.
Para ejecutar estas disposiciones se nombró pre-
sidente de la chancillería de Granada al inquisidor
don Pedro Deza. Hace imprimir éste secretamente la
pragmática, y dispone pregonarla simultáneamente
en Granada y en todos los pueblos del reino con des-
usada pompa al son de trompetas y timbales, el 1 .® de
enero de 1567, la víspera del dia en que hacia se-
tenta y cinco aüos, bajo la fé de los tratados, habian
abierto sus puertas los moros á los Reyes Católicos.
No aterrados, sino indignados y ardiendo en ira,
quedaron los moriscos, dispuestos á morir antes que
sufrir tantas humillaciones. En vano los moriscos
mas ancianos, ricos é influyentes, apoyados dolos
mas nobles caballeros, hablaron al presidente Deza,
para que apartase tanta calamidad del pueblo c^-^n-
verso. En vano se dirigieron al mismo Felipe II, y el
mismo capitán general marqués de Mondejar marcha
á Madrid para pedir la suspensión de la pragmática,
como un acto de justicia, y para evitar la conflagra-
ción que amenazaba. El rey oyó los informes apasio-
nados del inquisidor Deza, é hizo volver á Granada
al capitán general, para que apoyase con las anuas
sus disposiciones.
Acercábase el último dia de diciembre de 1567,
- 116 -
en que las mugorcs debían dejar sus ropas de
seda y árabes atavíos, y se mandó á los curas que
en todas las iglesias lo anunciasen así, empadronan-
do á todos los niños y niñas de tres á quince
arlos, para obligarlos á ir á las escuelas á aprender
la lengua espafiola y doctrina cristiana. Se destruye-
ron los barios que formaban las delicias de los mo-
riscos, y se cs¡)uls(i á todos los forasteros de la ciu-
dad, haciéndolos que regresasen á sus casas.
Acudieron al presidente nuevas comisiones, que-
jándose de estos nuevos agravios, y no hallaron en él,
ni afabilidad en el modo de recibirlos, ni acogida en
sus demandas. Marcharon entonces á la corte los co-
misionados, conducidos por don Juan Enriquez, una
de las personas de mas prestigio de Granada. Don
Pedro Deza escribió al presidente del Consejo, el car-
denal Espinosa, enemigo mortal de los moriscos.
Ante dos bonetes se estrellan todas las reflexiones
mas prudentes, los cálculos mas fundados de unapolíli-
ca previsora, como decia con tanta gracia como oportu-
nidad, el capitán general marqués de Mondejar, alu-
diendo al inquisidor Deza y al presidente del Conse-
jo, Espinosa. El rey, influido por Espinosa, ni aun
abrió el memorial que se le presentaba, decretando
que acudiesen al presidente don Pedro Deza.
Sin esperanza de remedio en su aflicción, los
moros, de suyo supersticiosos, después de haber con-
sultado varias profecías, llamadas loforcs, conserva-
das en algunos de los libros árabes que habian podi-
~ 117 —
do salvar de las hogueras del arzobispo Jiménez de
Cisneros, proyectaron la atrevida empresa de resis-
tir con las armas. Un tintorero, llamado Farax-Aven* .
Faráxv de la noble familia de los Abencerrajes, hom-
bre sagaz, de genio ardiente y atrevido, concibió el
proyecto de la rebelión. Este tuvo conferencias con
otros moriscos principales, que por casualidad se ha-
llaban en Granada siguiendo pleitos en su chancille-
ría, y formaron el proyecto de la conjuración. El se¿
creto fué el alma de sus operaciones, y antes de lle-
var á efecto su plan, resolvieron esplorar la voluntad
de los habitantes de las Alpujarras. Para hacerlo con
mas disimulo, mandaron á tres moriscos de su ma-
yor confianza á recorrer el pais á pretesto de hacer
una colecta general para la construcción de un hos-
pital fuera de la ciudad, para los pobres enfermos
cristianos, habiéndoles concedido el gobierno licen-
cia para obra de tanta piedad.
Recorrieron los comisionados los pueblos, las
ciudades y toda la costa; se pusieron de acu^'^o
con los caudillos de los monfis ó salteadores, és-
celente base para la formación de un ejército; se
infgrmaron exactamente de la disposición de los
habitantes, de Ihs armas que tenian, de los sitios
de las costas donde mas fácilmente podrían desem-
barcar los socorros que se lisonjeaban recibir de
los moros del África y de los turcos. Volvieron los
comisionados, después de haber llenado su misión
con la mayor puntualidad y secreto. Concertaron los
- 118 -
conjurados dar el golpe para el dia de Jueves Santot
14 de abril de 1568, como dia en que, ocupados los
cristianos en los misterios mas santos de su religión^
deberian estar mas desapercibidos.
Ese vago rumor que precede siempre á las tor-
mentas y convulsiones políticas, la altivez de algunos
moriscos, reveló al gobierno la proximidad de algún
peligro. El presidente Deza hizo prender en rehenes
el 5 de abril un gran número de vecinos sospechosos
entre los mas ricos é influyentes de la raza morisca t
y retiró la licencia de usar armas de fuego á lodos
cuantos hasta entonces las habían obtenido. El capi-
tán general marqués de Mondejar, siguiendo siempre
un sistema de templanza y de moderación, se pre-
sentó en el Albaycin, recomendando á sus habitantes
la quietud y la tranquilidad.
Viendo los conspiradores receloso al gobierno,
aplazaron para mas adelante la ejecución de su pro-
yecto, y para alejar de sí toda sospecha, hicieron
que los habitantes mas influyentes y mas ricos, se
presentasen al presidente Deza á manifestarle su sen*
timiento por las prevenciones que se tomaban, y á
protestar de su sincero cristianismo y lealtad. El
presidente Deza, como inquisidor, mantuvo en alar-
ma y sobresalto á los cristianos de Granada. Era tal
la inseguridad, que la indiscreta ligereza de un solo
soldado bastó para poner en un conflicto la tranqui-
lidad pública. En la noche del 21 de abril, creyendo
ei^centinela de la Alhambra que eran moriscos unos
— 119 —
soldados cristianos que subían con hachas de viento
al cerro del Albaycio, tocó á rebato la campana de la
Vela. Las inugeres corrieron á refugiarse á los tem*
píos y á las fortalezas; los hombres» sobresaltados,
salían por las calles y plazas, á medio vestir, con es*
padas y arcabuces, y hasta los frailes de San Fran-
cisco, abandonando sus celdas, se presentaron arma*
dos en la Plaza Nueva, El presidente y el corregidor
ocuparon las bocas calles del Albaycin, preparándose
á rechazar por la noche á los moriscos, que entre
tanto temblaban encerrados en sus casas, por miedo
de ser asesinados.
La conjuración de los moriscos había sido solo
aplazada, y cuando creyeron mas dormida la vigilan-
cia de las autoridades, volvieron á reanudar los hilos
de su trama. Celebraron los del Albaycin un conciliá-
bulo en casa.de un cerero llamado Adelet, y se re-
solvieron á dar el grito (!e la insurrección en la no-
che del 1.0 de enero de 1569, porque las profecías
que habían consultado en sus libros, prometían que
Granada seria reconquistada por los hijos de Islam
en el mismo día en que se había perdido. Enviaron
emisarios para alistar hasta ocho mil hombres en los
lugares del valle de Lecrin y de Orjiba, recorriendo
aquellos pueblos, á protesto de vender albardas. A
una serial convenida, y que debía hacérseles desde
el Pico de Santa Elena, debían dos mil monfís, ó
salteadores, emboscados en unos cañaverales junto á
Cenes, escalar el muro de la \\V\;\m\iT^ ^^ Na. ^-í^Cvs^
— 120 -
del Generalife. En el Albiycin debía estallar la in-
surrección por tres puntos á la vez. Tres grandes
grupos con sus banderas de diversos colores, carme-
sí la del que debía apoderarse de la puerta de Faja-
lauza; amarilla la del que debia ocupar la plaza de
Bib-al-Bonut (hoy San Agustín el Alto); y otra azul
turquí de los que debían situarse en la puerta de
Guadix. A la voz y señales convenidas, correría ca-
da facción á pasar á degollar á cuantos cristianos
residiesen en su parroquia respectiva, y luego baja-
ría el primero por el camino de Fajalauza al Hospital
Real, entraría por la puerta Elvira, atacaría el edifi-
cio de la Inquisición, y pondría en libertad á los mo-
riscos, y en prisión y tormento ú los inquisidores. El
segundo correría por la Cuesta de San Gregorio y
Calderería, á la cárcel; y el tercero bajaría por la
Cuesta del Chapiz y Carrera del Darro, á la chanci-
Hería en busca del presidente, que debía ser asesi-
nado. Después se reunirían todos en Bíbarrambla, y
auxiliados por los ocho mil hombres del alistamiento,
se pondría la ciudad en estado de defensa.
Toda esta trama se habia urdido con tanto secre-
to, que el gobierno no habia podido penetrarlo, por-
que sus juntas se habian tenido con protestos plau-
sibles, y solo los habitantes de las Alpujarras se ha-
bían armado. El marqués de Mondejar, entrando en
algunas sospechas por la audacia que mostraban al-
gunos moriscos, por los insultos y sarcasmos con que
menospreciaban á los alguaciles y agentes cristianos
-• 121 —
de justicia, y sobre todo, por la insolente jactancia
con que publicaban que antes de cumplirse el 31 de
diciembre, término fatal de la pragmática, habría
mundo nuevo, representó al rey que necesitaba mayor
número de tropas; empero Deza, que era enemigo
suyo, por algunas competencias que habian tenido
sobre los derechos de su jurisdicción, le aseguró que
no habia que temer ninguna rebelión; que los moros
no estaban descontentos como el virey decia; que
el último edicto era bastante para contenerlos, y los
magistrados tenian autorid.d y fuerzas para reducir-
los á la obediencia; que el marqués deseaba la guer-
ra, porque se prometia que el mando se habia de dar
á él y á su hijo el conde de Tendilla. I n vista de es-
ta representación se despreció la prudente esposicion
del marqués, y no se le enviaron refuerzos para
Granada.
No cabia en la cabeza del presidente don Pedro
Deza, que pudiera haber un levantamiento general:
Juzgaba que todo eran maquinaciones de gente per-
dida, impotente, interesada en revolver el pais. Ni
aun llegó á persuadirse de la inminencia de la rebe-
lión y de la guerra, cuando el 23 de diciembre, un
jesuita, el padre Albotodo, le dio cuenta de que un
morisco arrepentido le habiti revelado en la confe-
sión el proyecto de la insurrección. Se contentó con
mandar reforzar las guardias aquella noche, y ron-
dar por sí mismo la ciudad. A la mañana siguiente
llegó la noticia de que aquella misma noche una par-
- 122 —
tida de monfís habia asesinado en Poqueira á varios
escríbanos y alguaciles de la audiencia, que habiaa
salido á la sierra á pasar lis vacaciones de Pascua, y
que los caballeros Diego de Herrera y Juan de Hur-
tado, que subian desde Motril con cincuenta solda-
dos y una carga de arcabuces, para guarnecer el
castillo de Ferreira, al pernoctar en Cadiar habian
sido degollados en sus mismos alojamientos. Antes
que á las autoridades cristianas, llegó la noticia de
estos asesinatos al Albaycin, trasmitida por fieles es-
pías.
Tanta era la ceguedad del presidente Deza , que
ni aun se alarmó con este fatal suceso, atribuyén-
dolo á algunos moros berberiscos que habrían des-
embarcado en la costa, y reunídose con los monfíes
como tantas otras veces para atacar algún pueblo.
No se aumentaron las precauciones en la ciudad,
salvóse esta por un hecho providencial. Una gran
nevada interceptando los pasos y las veredas de los
montes, impidió llegar en la noche del 24 de di-
ciembre al pié de. los muros de Granada, á un cuer-
po de seis mil moriscos montañeses, concertados de
antemano. Su gefe Aben-Farax, sin reparar en lo
crudo déla noche, con so!o doscientos salteadores que
pudo reclutar en los lugares de Pinos, Cenes y al-
querías inmediatas, diciendo á los alpujarreílosque
los del Albaycin se le reunirían , y afirmando á los
del Albaycin que llegarían los ocho mil hombres de Le-
crin y de la Vega, llegó á la media nocljc á los mu-
- 123 —
ros de Granada , penetró en la ciudad agujereando
el muro, sorprendiendo una guardia de soldados
cristianos» recorriendo con su gente, dividida en
dos turbas, varias callos, despertando á los morado*
res del Albaycin al grito sacramental de los árabes:
tíNo hay mas Dios que Dios^ y Mahoma es su profeta.»
S\ ver tan poca gente los del Albaycin , no solo no
les siguieron sino que se encerraron en sus casas.
Bl toque de las campanas de San Salvador, con que
lieron la alarma los cristianos, le hizo salir con su
¡ente por el mismo portillo por donde habia entrado
f retirarse á Cenes, despechado y lamentando el
compromiso á que le habían conducido los que tan
íobardes se mostraban ; desesperado al verse priva-
io de los auxilios de los montañeses de la Alpujarra,
I quienes la nieve habia cerrado el paso de la sierra.
A la mañana siguiente los cristianos no podian
larse cuenta de lo que había pasado durante la no-
he. Se reconoció el Albaycin con muchas precau-
iones, y todo se halló tranquilo, sosegado y encer-
ados los moros en sus casas. Salió el capitán gene-
ai en seguimiento de los monfís, hacía la falda de
•ierra Nevada , á donde le decían haberse dirigido,
ío logró alcanzarlos, ni aun verlos. Aben-Farax y sus
trevidos compañeros, habían desaparecido entre las
ierras cubiertas de nieve.
Creyeron los íiioriscos llegado el momento de
-emolar francamente la bandera de la insurrección,
ieunidos los monfís y moriscos mouUu^?»^^ ^ ^Vx^\<^^
— 124 —
por su rey aun joven de notable valor , descen-
diente de los antiguos califas Omniadas, llamado en-
tre los moriscos Aben^Humeva; bautizado con el
nombre de don Fernando de Valor y Córdoba. Habia
sido caballero veinte y cuatro de la ciudad de Gra-
nada, empero su desarreglada juventud le habia he-
cho vender el cargo para poder pagar sus deudas.
Hallábase preso en Granada y la noche de la víspera
de Navidad, en que Aben-Farax habia hecho su ra-
pidísima invasión en la ciudad, huyó acompañado
de un esclavo negro, y de una morisca viuda, su
querida , y fué á reunirse en Veznar con sus parien-
tes los Valor , á quienes debió su ilusoria corona.
Al segundo dia de ser elevado Aben-Humeya al
efímero tror^o sobre el que le colocaron los monta-
ñeses, se presentó Faráx con sus compañías de sal-
teadores, y al saber la elección de rey que acababa
de hacerse, reclamó para sí aquel honor, por ser
también de la noble familia de los Abencerrajes, te-
ner mas esperiencia en el arte de la guerra , y haber
sido el primero que habia lanzado en medio del
pueblo morisco el grito santo de la libertad. Los de
Veznar sostuvieron decididamente la elección, v
cuando estaban á punto de combatir, ?e acordó por
todos para evitar rivalidades que don Fernando Va-
lor fuese el rey, y Faráx su alguacil mayor, la dig-
nidad mas alta que después de la del rey conocieron
los moros.
Fará}i marchó e\ 31 c\e dvcx^tvAiT^ c^w ojiv^leator
— 125 —
monfís ó salteadores , á propagar la Insurrección por
todo el pais montuoso del reino de Granada, desde las
playas de Vera hasta los confines de Gibraltar. Pro-
clamaron á Mahoma, degollaron á cuantos cristianos
caían en sus manos, incendiaron las iglesias, roba-
ron las casas de los que huian á refugiarse en las
torres ó en los templos , de donde el hambre ó el
fuego los hacia salir para encontrar una muerte len-
ta y cruel. Por todas partes sembraron el martirio,
la desolación y la muerte, ensañándose mas parti-
cularmente con los sacerdotes , añadiendo al marti-
rio de estos el escarnio y la pública afrenta.
Aben-Humeya desaprobó y trató de impedir tan-
ta crueldad , proponiéndose desde lu^go organizar
su gente, pedir socorros al África y seguir una nue-
va política. Mas de tres mil españoles perecieron en el
espacio de seis dias, de un modo bárbaro, por or-
den y á la vista del feroz Aben-Faráx, que ni perdo-
nó á los amigos personales del rey Aben-Humeya.
Al llegar al castillo de Laujar, el 29 de diciem-
bre, morada en otro tiempo del destronado Coabdil,
hizo Aben-Humeya separar cautelosamente á Faráx
de sus terribles monfís, y mandando le diese cuen-
tas de sus robos , le depuso del cargo de alguacil
mayor que trasladó á Abcn-Jahunar el Zagüer, su
tio. Asi si bien no se atrevió á arrostrar la impopu-
laridad de quitar la vida á aquel monstruo, inutilizó
completamente su influencia. Mandó dar un pregón
para que en lo sucesivo no se pud\^TaL ^^\ \s\\\^kV^V
- 126 —
lús njr.^crcs y á los niños, y que á los hombres 2
de condenarlos se les sometiese á un juicio.
El desaliento y la confusión reinaron en Grai
con la noticia del levantamiento general de los
riscos, con «la organización que habian tomado
giendo un rey, y el terror que inspiraban los i
tirips y cruelísimos suplicios que en todas part
imponian á los cristianos viejos. Entonces los par
ríos mas acérrimos de las medidas severas, se i
pintieron aunque tarde de haber provocado ce
temeridad tantas desgracias, y una guerra tanc
El prudente y animoso marqués de Mondejar
habia visto condenado su plan de moderación y
planza y que habia previsto las consecuencias d
inoportuno rigor, puso á Granada al abrigo d
golpe de mano de los rebeldes, y marchó el <
de enero á atacarlos en sus mismas montañas
un reducido ejército de dos mil infantes y cuatroc
tos caballos, únicos que pudo juntar en todas las
dadesy villas de su capitanía general. Elmarqu<
Mondejar pasó al Padul , é hizo alto en aquella p
cion, la primera del valle de Lecrin.
En la noche del 4 de enero es atacada su vaní
día por los moriscos, á las órdenes de un rico h
dor del valle llamado el Xaba, empero fueron n
zadüs los moriscos, (cniendo que retirarse á Poqu
donde se hallaba Aben-IIumeya, que condei
muerte al Xaba por el mal éxito de su ataque
turno. Permaneció en Durcal algunos dias el raai
— 127 —
de Mondejar, y después de haber recibido refuerzos
de Ubeda y Baeza y de otros puntos, penetró en el
centro de la Alpujarra. Rechazó el 19 de enero á los
moriscos que atrincherados en la mesta de Lanjaron,
habian cortado el puente de Tablate que facilita el
paso de un profundísimo barranco.
Un fraile franciscano, fray Cristóbal Molina, con
un Crucifijo en la mano izquierda , una espada en la
derecha , los hábitos recogidos en el cordón y una
rodela á la espalda, llegó al paso, se apoyó en un
madero y saltó. Siguiéronle varios soldados entusias-
mados , cayeron algunos rodando y murieron en el
hondo del abismo , salváronse otros mas afortunados
y recompusieron el puente, y por alli pasó todo el
ejército.
Forzado aquel paso que parecia inespugna-
ble, marchó el marqués á Lanjaron, socorrió á Orji-
ba, en cuya torre se habian sostenido los cristianos
diez y ¿iete dias, peleando continuamente. Socorrida
Orjiba se dirigió á Poqueira, en la que entró des-
pués de haber derrotado á Aben-Humeya, que
con cuatro mil hombres trató de impedirle el paso de
Alfajarabin. Grande fué el botin que alli cogió, muchas
las mugeres y los niños que quedaron cautivos.
Al mismo tiempo sufrió un desastre que conster-
nó al ejército. La compañía que dejó el marqués do
Mondejar guardando el puente de Tablate, fué sor-
prendida porquinientos moriscos, que degollaron á los
cristianos, y á unos cuantos que buscaron su salva*
— Í28 —
cion en Una iglesia , los quemaron inhurnanamenl^'
dentro del edificio. El tio y general del rey Aben-
Humeya, el Zagüer, quiso entrar en tratos con el w-
pitan general marqués de Mondejar, ofreciendo
entregársele si se les ofrecia urv seguro para sus
personas. Nada les ofreció al pronta el capitán ge-
neral , y dirigiéndose sobre el grueso de los rebeldes
con un tiempo horroroso de nieves y de aguas, de-
jando helados en el camino á muchos de sus solda-
dos llegó eH7 de enero á Jubiles > cuyo castillo se
le rindió, siendo trescientos los soldados que en él ha-
bía^ con mas doscientas mugeresquealli se habian re-
fugiado. Mandó el marqués por mas seguridad poner
á las mugeres dentro de la iglesia , mas como todas
no cupiesen , se las colocó en el campo cercadas
por una línea de tropa. Era la noche del 18 de enero.
Un soldado cristiano quiso á media noche apartar
una mora; la doncella se resistió y el raptor la ame*
nazaba; un joven, amante suyo, que la seguía dis-
frazado de muger, acudió, dio un golpe al soldado,
le arrebató su espada, le hirió y acometió á los de-
más cristianos: cundió la voz de que entre aquellas
mugeres venian varones disfrazados. A esta voz se
irritó la soldadesca en la oscuridad déla noche / y
asesinó al mancebo y á las demás mugcres< AI cen-
tellear del acero, y al siniestro resplandor de las ar-
mas de fuego, dice un historiador, fueron inmoladas
las infelices, que no tenian mas defensa que sus
lágrimas y dolorosos getmdo^. \a carcÁc^tía duró
— 129 —
hasta ei amanecer. El marqués irritado, mandó
ahorcar á tres de los mas culpables ; pequeño castigo
de tamaño desmán , pero que marcaba la reproba-
ción del general á aquel acto de barbarie. Bien era
necesario esta reprobación, porque las tropas indis*
ciplinadas y sedientas de rapiña é irritadas con la
resistencia , saqueaban las casas de los moriscos , los
pasaban á cuchillo, en su. furor lo mismo trataban á
los moros que hacian la guerra, que á los que vivian
pacíficos y apartados de la lucha.
El marqués que habia comenzado sus tratos , para
someter por medio de un indulto á los principales
caudillos y terminar con una política conciliadora y no
por las armas una guerra tan costosa á la España, para
borrar en parte la impresión de la horrible matanza de
Jubiles mandó dar un salvoconducto á los que habian
entregado voluntariamente las armas, desoyendo las
murmuraciones de sus capitanes, que querían llevar
la guerra á saogre y fuego, y le culpaban de dema-
siado blando y tolerante con los moriscos. Se puso
en comunicación con Aben-Humeya , á quien hizo le
escribiera su grande amigo don Alonso de Granada,
escitándole á que se sometiera con un ejército situa-
do en Andaráx, Ugijar y las Cuajaras; empero la
imprudencia de un capitán cristiano, que sin orden
alguna atacó y puso en fuga aun escuadrón de mo-
ros , en la cuesta de Iniza cerca de Paterna , el 27
de enero, precisamente en los momentos en í|up
Aben-IIumeya estaba leyendo la vx\Wvwi e.^\V^ ^>^
MOHISCOS. ^ ^
— 130 -
marqués de Mondejar, s()bre su sumisión, le
no solo desconfiar y rehusar rendirse aventura
su fortuna á la suerte de las armas, sino que hat
do entrado en recelos de su propia familia , hizo
sinar á su suegro y repudió á su muger.
Los cristianos arrollaron las tropas de Al
Humeya, se apoderaron de Paterna, cautivaron i
la madre y á las hermanas del rey Aben-Humej
multitud de mugeres moriscas, cogieron un rice
tin, y dieron libertad á ciento cincuenta cristi;
que tenian cautivas. Ignorante el marqués de Mo
jar del efecto que habia producido en Aben-Hun
el imprudente ataque de Paterna cuando se halla
punto de rendirse, mandó hacer alto á su gentee
encinar, aguardando de un momento á otro el
llegar á Aben «Humeya para hacer su sumisión
El ejército, no sabedor délos tratosque medis
entre su general y el caudillo de los rebeldes, mur
raba de que no se le dejase marchar en persecu
del enemigo. Al dia siguiente continuó su marcl
marqués de Mondejar , siguió á los fugitivos y oc
á Andaráx, donde, siguiendo su política, dejó en
casas á los moros que vinieron á sometérsele, y no
dó entregar á tres alguaciles de la tierra mas de
morisC'^s de las que llevaba cautivas, para que e
las devolviesen á sus familias.
Volvió el marqués á Ugijar, permaneció
cinco dias preparando una espcdicion á las C
jíiras, tierra de SalobrctVaí ^ Mtnuftecar, farai
— 131 —
por el Peñón de Cuajar Alto, sitio fuerte en la cum-
bre de un escarpado monte, accesible solo por
una vereda angosta y prolongada durante un cuarto
de legua. Allí habia mil hombres valientes y deci-
didos, á las órdenes del Zamar, alguacil de Ja*
lar. El 11 de febrero, después de tres ataques en que
las tropas cristianas hicieron prodigios de valor, lie»
garon casi ¿ la cumbre, empero indecisa la victoria, *
defirió el marqués de Mondejar el postrer ataque pa-
ra el dia siguiente. Aprovecharon aquella noche el
Zamar y los suyos para salir con muchas mugeresque
quisieron seguirlos, y calladamente y por sendas y
despeñaderos se deslizaron hacia las Albuñueias. AI
amanecer del dia 12 de febrero ocuparon las tropas
cristianas el fuerte, y el marqués, para desmentir la
reputación de blando con los vencidos, de que le
motejaban en el ejército y en Granada, permitió
fuesen degollados los viejos, las mugeres y los niños,
que confiados en la clemencia del vencedor, habian
permanecido en el fuerte. El Zamar, cargado con '
una hija suya de trece aíios, desmayada con el can-
sancio de la huida, fué alcanzado por la caballería
cristiana que salió á perseguir á los fugitivos, se de-
fendió heroicamente, pero herido en un muslo, fué
preso, llevado á Granada, y condenado á morir
atenaceado. El marqués repartió el botin entre los
soldados, é hizo asolar el fuerte. La victoria de las
Gutijaras acabó de reducir la AIpnjarra. Faltaba so-
lo para completar su triunfo al marqués de Mocide-
- 132 —
jar apoderarse del rey de los moriscos Aben«Humeya
y de su tio el ZagUer. '
Supo por sus espías que se retirabaQ por la no-
che á Mecina ea casa de Aben-AboOt moro ¡n-
fluyente que alli vivía con la salvaguardia del mar-
qués. Mandó con seiscientos hombres al capitán
don Gaspar Maldonado para sorprenderlos. A un
soldado al estar cerca de la casa se le escapó el tiro
de su arcabuz y dio la alarma. El Zagüer con
otros moros se arrojaron por la ventana y ganaron
la sierra. Aben-IIumeya que se hallaba durmiendo»
salta de la cama y encuentra la casa cercada de los
cristianos. Trabajaban para derribar la puerta. Abre-
la de pronto Aben-Humeya, precipítanse en tropel
adentro los soldados con grande oscuridad, y él que-
da escondido tras del umbral, escapando á la muerte
por este ardid y su gran serenidad.
En tanto que el marqués de Mondejar batía á los
rebeldes por la parte de Orgiba, el marqués délos Ve-
lez con sus capitanes penetró con las tropas'que sa-
có de Murcia por la parte de Lorca, adelantándose
hasta Oria, recorriendo la tierra de Filabres, y sen«
tando el día 13 de enero sus reales en la villa de Ta-
bernas.
El movimiento del marqués de los Velez en
un territorio en que no ejercía mando, fué una es-
pecie de desaire que se hizo por el rey á instigación
del presidente Deza, al prudente y esforzado capitán
general de Granada. El marqués d^ los Veleí con tí-
— 133 —
nuó sus operaciones recorriendo á Filix, Andaráx y
Ohanes» batiendo en todas partes á los moriscos»
llevándolo todo á sangre y fuego, repartiendo entro
su indisciplinada hueste el botin, reemplazando con
el incentivo de la ganancia los que después de las
batallas huian con los despojos y esclavas á gozar
por aquellos cerros el fruto de sus rapitlas.
Las ventajas de los cristianos no bastaban á sofocar *
la rebelión. El trato inicuo que se daba á los que ha-
bian depuesto las armas bajo la buena fé de un salvo-
conducto, irritaba y exasperaba á los rebeldes. Hubo
momentos en que en la corte alarmados de lo grave
y prolongado de la lucha se pensó en que el mismo
Felipe II marchase á Granada á ponerse al frente del
ejército y con su presencia y autoridad redujese aquel
reino, como antes lo habia hecho el rey don Fernan-
do el Católico. Prevaleció la opinión del cardenal Es-
pinosa y de los que creyeron que bastaba enviar á
Granada á don Juan de Austria, hermaoo bastardo,
del rey Felipe II, que se presenta por primera vez
en la escena política á los veintidós a&os de su edad,
para que asistido de un consejo de guerra que se ha-
bia de formar en Granada, determinase todo lo reía-
tivo á la pacificación de aquel reino, sin poder resol-
ver nada de por sí sin consultarlo antes con el Con*
sejo.
Este nombramiento lo hizu el rey el dia 17 de
marzo. Apenas cundió entre las tropas que comba-
tían en las Alj^ujarras la noticia de o^vic ibaiv & c^<^
— 134 —
mand)ados por un príncipe» cuando rompieron el frer
no de la disciplina militar, faltaron al nsspeto y con-
sideración á sus gefes, abandonándose en el país
teatro de la guerra á los mas bárbaros escesos^ Sa«
queaban las aldeas, asesinaban á sus moradores, vio-
laban las mugeres, y produjeron tal exasperación,
que muchos que basta entonces no habian tomado
parteen la lucha, empuñaron las armas y salieron al
campo á vengar tantas afrentas. Recurrieron de
nuevo á su rey Aben-Humeya, ofreciéndole esta vez
no abandonarle y pelear hasta morir. Aben-Humeya
aceptó sus ofertas y los animó con la esperanza de
socorros del Gran Turco, que habia ido á solicitar su
hermano Abdallad.
En Granada el dia 17 de marzo , se cometió un
gran crimen que debía acrecer la indignación de los
moriscos, y proporcionarles nuevos y mas implaca-
bles partidarios. Existian detenidos en calidad de
rehenes crento diez moros de los mas ricos é influ-
yentes, aunque inhábiles para la guerra, entre ellos
don Antonio y don Francisco de Valor, padi^e y her-
mano de Aben-Humeya.
Hallábanse encerrados en la cárcel de la chancí-
Hería, y en el silencio de la noche, de improviso
fueron acometidos por los mismos cristianos que los
custodiabnn , y aunque aquellos infelices en siete
horas de desesperada defensa y agonía arrojaron so-
bre sus asesinos palos, ladrillos, muebles, cuanto
hubieron á las manos, fueron todos inhumanamente
— 135 —
degollad s, sjivándose solo el padre y el hermano
de Aben-Humeya, á quienes aquella noche se habla
separado de las habitaciones destinadas á la matanza.
Exasperados con estos ultrages los moriscos mas
dóciles y sumisos , corrían á las armas y peleaban
hasta morir ó vengarse. Asiocurrió en Valor, donde
los mismos vecinos, tranquilos el dia antes, derro-
taron á ochocientos hombres, la flor del ejército,
acaudillados por los capitanes Alvaro de Flores y An-
tonio de Avila, y pasaron á cuchillo á estos dos ge-
fes y á casi toda su tropa. En Turón mataron tam-
bién al capitán de Adra, Diego de Gasea. Asi iban
pereciendo miserablemente insignes capitanes, y á
cambio de esto, los cristianos con implacable odio
asesinaban sin compasión á los ancianos , las muge-
res y los niños de los vencidos.
Aguardaban con ansia todos la presencia de don
Juan de Austria, creyendo ver en él el remedio de
tantos desórdenes. Despidióse el príncipe del rey su
hermano en Aranjuez , el 6 de abril de 1569 , mar-
chando á Granada acompañado de don Luis Quijada
que le habia criado en su infancia, y á quien habla
mirado como padre hasta el momento en que en
Valladolid le reveló Felipe II, abrazándole como her-
mano, lo escclso de su nacimiento. Entró en Grana-
da el 13 de abril por entre las filas de diez mil hom-
bres, y con el ceremonial que habia arreglado el
mismo Felipe II.
Alli en medio del triunfo se eacocvUó co'cv vv^ ^^-
— 136 —
pcctác'úlo artificiosamente preparado por ellmplaca-*
ble presidente de la chancillería, don Pedro Deza.
iMas de cuatrocientas mugeres cristianas viejas, ves-
tidas de luto, destrenzados los cabellos y llorosas,
viudas y huérfanas víctimas de la rebelión , le pidie-
ron venganza contra los autores de su desgracia.
Al dia siguiente , una comisión de los moriscos
mas ricos é influyentes, se le presentó quejándose
de los agravios de las autoridades cristianas, y de
los insultos y desmanes con que la soldadesca mal-
trataba á los de su raza. Ofreció don Juan protección
á los que permaneciesen fieles, y prometió tomar en
consideración los agravios de que se quejaban para
remediarlos. Congregó inmediatamente el consejo
que el rey le habia nombrado, y con el cual debia
i'onlar para todo, compuesto del duque de Sesa,
nieto del Gran Capitán, del arzobispo de Granada,
del presidente de la chancillería Deza, del marqués
de Mondejar, y de don Luis de Requesens, comen-
dador mayor de León.
En el consejo predominaban opuestas opiniones,
luchaban encontrados sistemas. El marqués de Mon-
dejar opinaba por proseguir la reducción que los mis-
mos moriscos deseaban ; el presidente Dezaproponia
hacer salir del Albaycin y de la Vega á todos los mo-
riscos, internándolos en los pueblos de Castilla.
Mientras tan discordes pareceres se agitaban y se
aguardaba la resolución de Felipe II, don Juan de
Austria, absteniéndose de dar su voto sobre la des*
— 137 ~
población de Granada « se limitó á reforzar las guar-
niciones que ocupaban los cristianos en torno de la
Alpujarra, á nombrar capitanes, á refrenar con vi«
gor la licencia del soldado , y á establecer la mas se-
vera disciplina.
En tanto que* se perdía en Granada un tiempo
precioso en las disensiones del consejo, Abcn-
Humeya, situado en el corazón de la Alpujarra hacia
Ugíjar , se preparaba no solo á resistir sino á tomar la
iniciativa en el ataque. Recibió algunos refuerzos de
moros de Argel al mando del turco Husseyn , y dan-
do el mando á los capitanes de su mayor confianza,
les encargó que esquivando batallas campales fatiga-
sen incesantemente á las tropas cristianas con mar-
chas rápidas, y con una continua movilidad.
En breve se derramaron sus partidas por los térmi-
nos de Almería, Málaga, y la sierra de Bentomiz, ame-
nazando con sus correrías la florida vega de Granada,
derrotando á las compañías cristianas y pasando á
cuchillo á todos los cristianos que caian en sus manos.
El corregidor de Velez, Arévalo de Zuazo, reunien-
do un numeroso cuerpo de la gente del territorio de
su jurisdicción de Málaga, intentó en el mes de mayo
apoderarse del peflon de Frigiliana , en cuya forta-
leza natural se habian establecido los moriscos. Ba-
tído completamente con pérdida de muchos soldados
é intrépidos capitanes, tuvo que retirarse vergonzo-
samente á Velez para ser testigo de los progresos de
la insurrección. El marques de los V^\<^t ^ ^^s^í^^^^ ^^
— 138 —
acrcdíiarse con un hecho señalado á los ojos de don
Juan de Austria « rechaza en Berja á Aben-Humeya,
que con diez mil hombres de la flor de su ejército y
asistido de su tio el ZngUer, y sus mejores generales,
«cometió á aquel pueblo por tres puntos á la vez.
Mil quinientos moriscos quedaron tendidos en
el campo de batalla. Aben*Hnmeya se retiró á
Cadiar á rehacerse de tan fuerte derrota. El co-
mendador mayor de León, don Luis de de Re-
quesens, que venia & tomar asiento en el conse-
jo de don Juan de Austria en Granada, llegó á la
costa desde Italia con una escuadra de veinte y cinco
galeras. Hizo desembarcar los tercios viejos de Ña-
póles, y el 11 de junio, después de una ruda pelea
en que perecieron los mas ilustres y esforzados capi-
tanes de sus tercios, se apoderó del famoso peñón de -
Frigi^iana , donde un mes antes se habían estrellado
las fuerzas de Arévalo de Zuazo. La guarnición fué
pasada á cuchillo, quedando cautivas tres mil perso-
nas de ambos sexos , cogiéndose un riquísimo botín
de oro, plata, perlas, sedería, granos y ganados.
Aben*IIumeya, cuyo ánimo varonil no decaía por
estos desastres , dispuso una espedicion hacia el rio
Almanzora, insurreccionando toda la comarca y apo-
derándose de los castillos de Oria, lasGuevas, y Serón»
Serón, la mas importante de laa fortalezas de
aquella tierra, se rindió el 11 de julio, después de .
haber sido completamente batido don Enrique Enri-
qaez, que acudió de Baza & socorcecla.
— 139 —
Blientras corría á torrentes la sangre en los cam-
pos de las Alpujarras, don Juan de Austria se veía
con impaciencia detenido en Granada, condenado á
la inacción que tan mal se avenia con su carácter im-
petuoso y guerrero , asistiendo á las discusiones del
consejo que le habia impuesto su hermano Felipe II,
y en el que veia tan encontrados intereses y tan
opuestas inclinaciones.
Llegó al fin la respuesta de Felipe II á la medida
terrible que le propuso el consejo , y cuya rápida eje-
cución encomendaba á su hermano don Juan. El 23
de junio amanecieron sobre las armas todas las tro- '
pas de Granada, y los destacamentos de los pueblos
de la Vega. Se mandó por pregón que todos los mo-
riscos acudiesen á sus parroquias. Obedecieron todas
las familias llenas de lerror y temiendo la muerte.
El presidente Deza les dio seguridades de la vida,
empero conocían el carácter duro de aquel inquisi •
dor, no se tranquilizaron los moriscos, y mas al per-
manecer encerrados en las iglesias toda la noche con
crecidas guardias en sus puertas. A la mañana si-
guiente trasladándolos entre gente armada á los sa-
lones del hospicio, creyeron que los iban á degollar,
al ver que el capitán de Sevilla, Alonso de Arellano,
dispuso llevar los moriscos de la parroquia de\ SaN
vador, precedidos de un Crucifijo en ei asta de una
lanza cubierto con un negro crespón. Desde el hos-
picio fueron saliendo por listas y bajo partida de re-
gistro, entregados á las iusl\cv^% Aa V» \í\^S^^^ '^
— lio —
donde iban á ser internados. Tres mil quinientos mo-
riscos que vivian pacíficamente en Granada , fueron
cspulsados de su patria.
Miserable espectáculo , dice el historiador Már-
mol , fué el contemplar tantos hombres de todas eda-
des, las cabezas bajas, las manos cruzadas y los
rostros bañados en lágrimas, con semblante doloroso
y triste, viendo que dejaban sus regaladas casas, su
patria, su naturaleza, sus haciendas y tanto bien
como tenian , y aun no sabian cierto lo que se haría
de sus cabezas.
Los caminos por donde transitaron estos misera-
bles espulsados quedaron cubiertos de cadáveres.
Perecieron unos de fatiga y cansancio, otros después
de ser robados, por los golpes y maltratamiento de
sus mismos conductores. Quedaron en espantosa so-
ledad muchos barrios, destruidos sus magníficos ba-
ños, y los hermosos cármenes, que embellecian la
vega de Granada y que habian creado los árabes.
Los soldados alojados en las casas que habian que-
dado desocupadas, las robaron y destruyeron á su
placer, y sin que sus gefes por miedo al motin ó á
la deserción hiciesen nada ni les reconvinieran.
Mientras don Juan de Austria y sus consejeros se
ocupaban en espulsar de Granada á inofensivos ancia-
nos y débiles mugeres, Aben-Humeya habia con-
quistado todos los fuertes y él territorio del rio Al-
manzora donde podia reclutar armas y caballos. Or-
/fu lioso con su triunfo, escr\bv6 i don. Juan de Aus-
— lií ~
tria una carta quejándose de que la Inquisición hu-
biese dado tormentoá don Antonio de Valor supadre^
y á don Francisco su hermano. Se confesaba el ünico
responsable de la guerra que sostenia, y ofrecia en-
tregar por su rescate ochenta cautivos cristianos, ó
mas si se le exigiesen, aun cuando estuviesen en po-
der del Gran Turco. Amenazaba con tomar crueles re-
presalias si no se suspendia la persecución á su
familia.
Grandes debates ocasionó en el consejo de don
Juan de Austria la lectura de esta carta. Se acordó
no responderle y que su padre don Antonio de. Valor
escribiese á su propio hijo, aconsejándole se aparta-
se de su mal camino y diciéndole era falso se le hu-
biese dado tormento.
Las disensiones que se notaban en el consejo
paralizaban la acción de las operaciones de la guerra,
y asi el rey, bajo el pretesto de enterarse de cuanto
ocurrid llamó á la corte al marqués de Mondejar, el
que ya no volvió mas á Granada .
Eliminado del consejo el único obstáculo que se
oponia al sistema del terror, se prescindió de toda
consideración de templanza , y se pregonó por bando
general el 19 de octubre de 1565, la orden para
llevar la guerra á sangre y fuego en Granada y en
toda la Andalucía.
Cuando la guerra se hallaba mas ensangrentada,
cuando los moros acababan de hacer sus correrías
victoriosas por el valle de Lecrin « un suceso inesige-
— lib-
rado vino á cambiar el aspecto de la rebelión. Ena«
morado Aben-Humeya de la joven viuda con quien
habia huido de Granada al ir á ponerse al frente de
la insurrección , habia escitado violentamente los ce-
los do un morisco vecino de Albacete de Ugijar, lla-
mado Diego Alguacil. Mientras compartia con Aben-
Ilumeya el trono de las Alpujarras , seguia comuni-
cándose con su primo Diego Alguacil esta nueva Da-
lila, siendo el instrumento de una traición en que
entraron algunos moriscos agraviados por los casti-
gos que Aben-Humeya les habia impuesto por su
falta de valor en las acciones de guerra.
Diego López Aben-Aboo y el capitán de los tur-
cos Husseyn, que habia venido de Argel, seducido
por medio de una carta fingida en que se suponia
que trataba de venderlos, le sorprendieron en los
brazos de la hermosa morisca. Aben-Aboo y Algua-
cil se arrojaron sobre él y lo estrangularon.
Mostró Aben-IIumeya gran serenidad, despreció
á sus asesinos, y declaró morir satisfecho por haber
vengado las injurias que los ministros del rey Felipe
habian hecho á su esclarecida familia. Su casa fué
saqueada y repartidas sus mugeres, muriendo en
afeminado lecho sin tiempo para tomar las armas, á
impulsos de la venganza de un celoso , el que titu-
lándose rey de Granada y de Andalucía habia dado
un carácter de grandeza al alzamiento , que de otro •
modo hubiera sido considerado como una insurroc-
cion de los moDÍis ó salteadores.
- 143 -^
A la maerte de Aben -Ilumeya » es elegido rey
Diego López Aben-Aboo , que recibe la confirmacioa
de su título del virey de Argel que le manda algu-
nos socorros. Fueron prósperas sus primeras opera-
ciones en la guerra. El nuevo rey cerca la villa y
fuerte de Orjiba; rechaza entre Acequia y Lanjaron
al duque de Sesa , que acude en socorro de los sitia*
dos desde Granada. Se apodera do la villa fuerte de
Galera, tenida por inexpugnable, y derrota á lastro*
pas que desde Huesear acudían á socorrer á los cris-
tianos. No solo sorprendían sus partidas convoyes y
rendian las escoltas cristianas, sino qiie con insolen*
cia se mostraban hasta en la wisma Vega de Gra-
nada.
Don Juan de Austria , á quien las órdenes del rey
teoian hacia ocho meses clavado en Granada, repre-
sentó á su hermano cuan tibiamente se hacia la guer-
ra, el peligro de que la rebelión cundiera á los rei-
nos de Valencia y de Murcia , y su ansia por salir de
Granada á dirigir en persona las operaciones milita-
res. Accedió Felipe II á los deseos de su hermano,
mandando que se formasen dos ejércitos , uno á la
parte del río Almanzora , al mando de don Juan de
Austria, y otro con destino á la Alpujarra, á las ór-
denes del duque de Sesa.
Con gran júbilo fué recibido en el ejército don
Juan de Austria por la gente de guerra, acompañan-'
dolé muchos caballeros de los que basta entonces evo
se habían movido. La pr\met^ etív^t^^'^ ^^ ^\V^^"'"
— Hí —
fué apoderarse de GUejar, desalojando de ella á los mo-
riscos que interceptaban los convoyes que iban á las
Alpujarras, corrían la Vega, y se presentaban hasta
en las puertas de Granada. Libre de estos» enemigos,
y habiendo recibido refuerzos en Baza, con un ejér-
cito ya de doce mil hombres, cercó el fuerte de Gale-
ra, que en tanto tiempo no habia podido rendir el
marqués de los Velez. Colocó baterías, hizo minas, y
haciendo saltar los pénaseos y conmoviendo la po-
blación, asentada sobre el cerro, dio un asalto gene-
ral, ganando palmo á palmo el terreno, dejándolo
sembrado de cadáveres. No se dio cuartel y fueron
pasados á cuchillo dos mil cuatrocientos moriscos, y
lo que es mas doloroso , cuatrocientas mugeres y ni-
fios. Aquel dia, el 10 de febrero de 1570, dejó de
existir la villa de Galera, que mandó asolar don Juan
de Austria y sembrar de sal. Necesitaba vengar las
grandes pérdidas que durante su sitio habia espe-
rímentado su ejército.
Menos feliz fué don Juan de Austria en el reco-
nocimiento que hizo el dia 19 de febrero de 1570 en
la fortaleza de Serón. Alli estuvo á punto de perecer
por una bala que le dio en la celada, y que por ser
demasiado fuerte le preservó la vida. Alli entre va-
rios valientes capitanes vio morir de una bala de ar-
cabuz en el hombro á don Luis Quijada, el antiguo
amigo y confidente de Garlos V, el hombre á quien
por tantos anos habia tenido por padre y que amaba
como á tal.
— 145 —
Reforzado su ejército, volvió el 5 de marzo
sobre Serón. Los moriscos no le esperaron.
Ellos mismos incendiaron la población y el castillo,
y en número de siete mil hombres se subieron á la
sierra.
Dirigióse á combatir á Tijola: los moriscos se
salieron silenciosamente por la noche, y solo halla-
ron los cristianos cuatrocientas mugeres y niftos y
un rico botin que tenian alli guardado. Don Juan
asoló aquella villa, y con no poca sorpresa del
mismo ejército se apoderó de las fortalezas de Pur«
chena, Cantoria y Tahalí y otras que iban abando*
nando los moriscos. Fernando el Ilabaquí se habiau
puesto en comunicación coa don Juan de Austria
con el objeto de proporcionar la sumisión de los mo-
riscos y hacer consentir en ella al rey Aben-Aboo.
Mandaba las fuerzas de aquella comarca y se propo-
nia abandonar á los cristianos las fortalezas del rio
Almanzora, persuadiendo á los moriscos que eran
insostenibles, replegándose á la Alpujarra para facili-
tar después mejor la sumisión.
Don Juan de Austria publicó un bando hacien*
do merced de la vida y prometiendo hacer justicia á
los que probaran las violencias y opresiones que los
habian provocado á levantarse, á condición de que
pusieran sus personas en manos de su magestad ó de
don Juan de Austria. Se ofreció premiar á los que de
edad de quince á cincuenta años se presentasen den-'
tro de dicho plazo, armados de >wv ^\v:.?íaNyLN n^''^'^'^-
MORISCOS. \^
— HG —
llesta, con que pudiesen hacer libres á dos' de sus
parientes. Se señalaban como puntos para hacer la
sumisión el campo de don Juan de Austria ó el del
duque de Sesa. Se condenaba á los que dentro de di-
cho término no se sometiesen á la pena de muerte
que irremisiblemente habrían de sufrir.
Al mismo tiempo se fingieron por el licenciado
Castillo, que poseia perfectamente el árabe, varias
cartas, figurando ser de algún alfaqui, en que per-
suadía á los sublevados para que se sometiesen al
rey« á fin de evitar tantas calamidades como sobre el
pais atraía la temeridad de Aben-Aboo y de sus par-
ciales.
Entretanto el duque de Sesa conseguía descon-
certar á los rebeldes con sus victorias, y reducir con
su prudencia á muchos de los mas bravos moriscos.
Se apoderó durante el mes de marzo del castillo de
Velez, de Benaudalla y Lentegí: fortificaba á Compe-
ta, á Maro, y á Nerja, pacificando la costa de Almu-
flecar, y espulsaba y hacia emigrar al interior de
España á los de Borje, Comares, Cutar y Bena mar-
gosa.
Coincidió con estos sucesos la espulsion que se
hizo el 19 de marzo de todos los moros de paz, sa-
cándolos del reino de Granadra, internándolos en los
pueblos de la Mancha y de ambas Castillas. Se les
indemnizó del valor de los bienes muebles y gana-
dos gue poseían, imponiéndose pena de la vida á
-cualquiera de ¡os moriscos que se qvxedi^x^^v ^^>\\v^^
— 147 —
en la ciudad, en las alquerías y cortijos. Este fué el
primer ensayo que se hizo de espulsion.
Don Juan de Austria y ei duque de Sesa, que habla
visto á pesar de sus victorias, mermado por la deser-
ción su ejército, se reunieron en el mes de abril en
los Padules, y continuaron con actividad la guerra sin
abandonar los tratos para la reducción. Dispusieron
que escribiese don Alonso de Granada Venegas di-
rectamente al mismo Aben-Aboo las condiciones
ventajosas que le ofrecían para su sumisión. Contes-
tó éste sosteniendo la justicia del alzaniiento y en-
cargándole se viese con el Habaquí, á quien habla
dado comisión para aquel negocio.
Se reunieron en el Fondón de Andarás el 13 de
mayo de 1570, el Habaquí y los comisarios de don
Juan de Austria. Propuso el Habaq\u' las condiciones
para la reducción. Enviadas á don Juan de Austria y
oido su consejo, se acordó responder que ante todo
trajese poderes de Aben-Aboo, en cuyo nombre iban
á rendirse, y que presentasen un memorial suplican-
do lo que únicamente se les había de conceder. Re-
dactóse para evitar dudas este memorial allí mismo,
por el secretario de don Juan de Austria. El Habaquí
prometió estar de vuelta antes de ocho dias con pie-
nos poderes de Aben-Aboo.
Volvió en efecto, ell9 de miyo otra vez, al
Fondón de Andaráx , mostró sus poderes , y queda-
ron convenidos los términos en que habia de hacerse;
la sumisión.
(
— l/t8 —
Verificóse esta solemnemente en los Padules
el 22 de mayo , llegando el Habaquí y arrojándose á
los pies de don Juan de Austria, que se hallaba en
su tienda rodeado de sus consejeros y capitanes.
Rindió á sus pies su espada y una bandera en nom-
bre de Aben-Aboo y de todos los aliados cuyos pode-
res traia. Don Juan de Austria le devolvió la espada,
y le dio seguro de que nadie sería molestado , roba-
do ni perseguido, y que á todos se les dejaria vivir
con sus mugeres é hijos en el reino , escepto en la
Alpujarra.
Terminada la solemne ceremonia del convenio,
marchó el Habaquí á la Alpujarra á dar cuenta de
haberse celebrado.
El dia 25 de mayo, con el consentimiento de
Aben-Aboo y de todos los capitanes y soldados mo-
riscos, señaló don Juan de Austria los comisarios que
habian de recibir los moriscos que Tuesen á reducir-
se. Aben-Aboo , resentido de no haber sacado en el
convenio grandes ventajas para su persona , ó pesa-
roso de tener que dejar el título de rey, se negó á
cumplir el convenio de reducción, á pretesto deque
el Habaquí no habia mirado por los intereses de su
pueblo, y habia faltado á la lealtad. Indignado el
Habaquí, ofreció á don Juan de Austria que él haría
cumplir el convenio , ó traería atado á su presencia
á Aben-Aboo.
Marchó decidido á cumplir su propósito con al-
ff una gente, en busca del que acaWbíi d^ %^x ^w so-
- 149 -
berano. Aben-Aboo mandó contra él los moros de su
guardia, batieron su escolta, lo cogieron, y Aben-
Aboo lo hizo ahogar secretamente enterrándolo en
un muladar, sin que en mas de treinta dias supiese
nadie de su muerte.
Intentó todavía Aben-Aboo engañar á don Juan
de Austria, prometiéndole verificar su sumisión.
Don Juan de Austria le envió el 30 de julio un
mensagero, para que tratase directamente con él.
Entonces con arrogancia le declaró, que habien-
do sido elegido rey, aun cuando quedase él solo
en la Alpujarra, jamás se daria á partido, te-
niendo para un apuro una cueva provista de agua y
víveres para seis aílos, en cuyo tiempo no le falta-
ria una barca con que poder pasar á Berbería.
Entonces volvieron á formarse nuevamente otros
dos cuerpos de ejército ; con el uno entró el comen-
dador mayor Requesens en la Alpujarra, y don Juan
de Austria , y el duque de Sesa con el otro por la
parte de Guadix, debiendo de encontrarse enmedio
de las sierras.
En el mes de setiembre el comendador mayor
Requesens, hizo una batida general en la Alpujarra.
Lo llevó todo á sangre y fuego, destruyó !os sembra-
dos, pasó á cuchillo á cuantos hombres encontró,
cautivó á las mugcres y á los niños, y los repartió
entre sus capitanes y soldados. Buscó á los moriscos
en las cuevas donde se ocultaban ei/itre las breñas,
haciéndolos salir de ellas por la fuerza de las arava&^
— 150 —
^) encendiendo hogueras en sus bocas para abrasar-
los con el fuego ó sofocarlos con el humo. Millares
de moriscas , de viejos y de niílos se cautivaron en
estas correrías. Vendíasen por esclavos, y por ser
tantos, á muy vil y bajo precio.
El 28 de octubre mandó el rey á don Juan de
Austria y al presidente de Granada don Pedro Deza,
que á la mayor brevedad posible se sacaran del reino
de Granada é internasen en Castilla y Andalucía t^
lodos los moriscos, así los de paz como los nueva-
mente reducidos.
Hizo ocupar don Juan de Austria todos los pasosde
la sierra, y el dia 1.^ de noviembre fueron espulsados
de todos los pueblos y de todas las partes del reino
de Granada los moriscos, hubieran ó no sido rebeldes.
Dividiéronse en escuadras de á mil quinientos, y
fueron conducidos los de la ciudad de Granada, valle
de Lecrin, sierra de Bentomiz, Hoya de Málaga, y
serranía de Ronda á Córdoba, y repartidos luego por
Estremadura y Galicia. Los de Baza, Huesear, Gua-
dix y rio Almanzora, á la Mancha y Castilla la Vieja.
Los de Almería y su territorio, embarcados para el
reino de Sevilla. No se destinó ninguno al reino de
Murcia, ni á las cercanías de Valencia por evitar el
peligro del trato y comunicación con los moriscos de
aquellas tierras. Asi en un solo dia quedó despobla-
do de moriscos el reif\o de Graocida, habiendo cos-
tado dos anos y dos sangrientas campañas el hacer-
/es doblar su cerviz.
— 151 —
Don Juan de Austria, el comendador mayor,
y el duque de Sesa entraron triunfantes en Gra-
nada. Licenciaron las tropas de las ciudades, y el
30 de noviembre salió para Madrid don Juan de
Austria, dejando al duque de Arcos el cargo do
concluir con algunas partidas de moriscos quo
vagaban por la serranía de Ronda y la Alpujar-
ra, entre otras una de cuatrocientos hombres, quo
mandaba todavía Aben-Aboo. Puesta á precio su ca-
beza, y conjurados para su pérdida los parientes de
Aben-Humeya, que tenian que vengar su alevosa
muerte, lograron que dos de sus mas íntimos confi-
dentes le asesinasen el dia 15 de marzo en una cue-
va entre Berchul y Mecinade Bombaron, dándole un
golpe en la cabeza con la culata de un arcabuz.
¡Asi concluyó el último Omniada! Su matador
rellenó el cadáver de sal, y entablillado para que
pudiera sostenerse caballero en una muía, cubierto
con sus mas ricos vestidos, entró en Granada y pre-
sentó el cadáver al duque de Arcos en el palacio de
la chancillería. El cuerpo del ex-rey de la montaña
fué arrastrado, descuartizado, y colocada su cabeza
en una jaula de hierro, sobre la puerta del Rastro
que da salida para las Alpujarras, con esta inscrip-
ción: (iEsta es la cabeza del traidor Aben-Aboo, nadie la
(¡Hite bajo pena de muerte. y>
El reino de Granada quedó despoblado, tuvieron
í|ue reclutarse en Galicia, Asturias, montanas de
León y de Burgos coloaos, ^ W?»e.?ct ^;^xv\$!<^^ n^ «^^^^^^
- 152 —
ros de labor, con objeto de distribuirlos á los nuevos
moradores, pero estos no sirvieron para el objeto.
Los moriscos se habían llevado consigo el secreto de
su industria; el pats quedó arruinado para mucho
tiempo por la devastación de los soldados. Los nue*
vos colonos, á quienes se les dieron las tierras bajo
un reducido canon, no encontraron medios para vivir.
Los que consintieron en abandonar su antiguo pais,
ó eran inhábiles para la labranza Jos unos, ó habían
tenido los otros un género de vida licenciosa y poco
apegada ai trabajo. No cumplieron las condiciones
bajo las cuales aceptaran las suertes ó porciones de
territorio, y se fugaron ose hicieron bandoleros. Ape-
nas pudieron juntarse doce mil quinientas cuarenta y
dos familias, con las cuales s"? poblaron doscientos
setenta lugares, á que quedaron reducidos mas de
cuatrocientos que habia en tiempo de los moros.
El pais quedp empobrecido, despoblado, habituado
á la inmoralidad, y aun hoy, después de haber pa-
sado mas de tres siglos, no se ha levantado todavía
Granada de la postración en quo la dejó la espulsion
de los moriscos.
>*>-3Í>f«««-
GUEllA T ESPULSiOX DE LOS MOIISOOS DI VAL£NCU.
Sube al trono Felipe III , á !os 21 afios de edad.
Su ¡nesperíencia , la debilidad de su carácter « no le
hacen apropósíto para contener la decadencia que en
los últimos años de su padre comenzó á sentir la
monarquía española ; esta monarquía que había dado
la ley y llenado de consternación á todas las poten*
cias de Europa. No heredó de su padre la ambición,
empero heredó el faho celo religioso y el fanatismo.
Do n Francisco de Rojas Sandoval , marqués de
Denia, caballerizo de Felipe III, cuando solo era
príncipe de Asturias, conservó el ascendiente que
tenía sobre él, y creado duque de Lerma y primer
ministro , rigió á su arbitrio esta vas^ monarquía.
Hombre tan poco apto para el gobierno como el rey*
Fué el verdadero monarca Ae\^ ^«^^Tv^^ ^ x\^\\^í^>^
— 154 —
,(Je unir á esta los moriscos, cuando la batian en bre-
cha tres reinos á la vez; Enrique IV de Francia,
Isabel de Inglaterra y Mauricio de Nasau.
Con el tratado de Verwinks de 1578 , el de Lon-
dres de 1604 , y la tregua de doce anos ajustada en
abril de 1609, habia ¡do comprando con mas ó me-
nos honra el duque de Lerma la paz con Francia,
con Inglaterra y con las Provincias Unidas, guerras
tan fatales para la prosperidad de Espada, particu-
larmente la guerra de los Países Bajosquedurócuarenfa
allos , y que costó á España mas de dos mil millones
de reales, la flor de sus ejércitos y que anonadó á
su comercio , sus recursos y su poder marítimo , pero
al terminar esta guerra iba á recibir otra herida mas
honda la prosperidad de la nación española, por la
ineptitud también y la codicia del primer ministro
duque de Lerma.
Esclavo Felipe III de una superstición y devoción
poco ilustradas, aborrecía á los moriscos, á quienes
su primer ministro el duque de Lerma, había ya
tratado con dureza y prevención cuando fué virey de
Valencia en tiempo de su padre. Infestadas las costas
valencianas por los piratas berberiscos, acusaban de
mantener correspondencia secreta con ellos , y osci-
larlos y animarlos en sus espediciones, á los moriscos
españoles, especialmente á los de las costas valen-
cianas donde solían aproximarse aquellos piratas.
Como conspiradores contra la seguridad del estado
so/cs p/ntabn especialmente por el clero. Ya en el
A ^' 9^
— ' loo —
mismo año eo que Felipe III fué á Valencia á celebrar
su matrimonio con Margarita de Austria, hija del
archiduque Garlos y de María de Baviera, trató el
rey de que los obispos con pastoral solicitud, se
consagrasen á mejorar la condición de los moriscos,
y procurando la publicación de un edicto de gracia,
concediendo perdón general á cuantos abjuraren
de sus errores y pidiesen la absolución de .^'us pe-
cados.
El 22 de junio del aHo de 1599, anunció el in-
quisidor general á todos los moriscos del reino, que
el papa todavía les había concedido un edicto de gra-
cia por el término de un aiio. El arzobispo de Valen- ~
cia y los sufragáneos nombraron misioneros estrnños
á la Inquisición , á los que se encomendó el cargo do
publicar el edicto de gracia y el jubileo secular en su
diócesi. El arzobispo don Juan de Rivera, encargó
á los que mandaba á anunciar las palabras de benig-*
nidad del pontífice á los moriscos, que hiciesen saber
á sus señores que aquel era el último plazo, y que
si no correspondian cual era debido, el rey adopta*
ría otros medios para vencer su obstinación.
En vano se empeñó el venerable arzobispo, en vano
predicáronlos misioneros, en vano los inquisidores
se apoderaron de los moriscos reputados por alfa-
quíes, y lossiimieron en las cárceles queriendo ca-
tequizarlos de este modo. En su celo el piadoso
patriarca consagraba sus rentas á aumentar los re-
cursos del colegio de los monscos ^ '^ «g\%\ib ^x^^^^*^
— JO(> —
mil libras en fundar otro para las mugcrcs. En su
impaciencia religiosa no aguardó á que germinasen
las semillas del bien, y en el mismo año en que ha-
cia aquella fundación, casi en el mismo mes, se de-
cidió á reclamar la espulsion.
En 1G02, elevó un memorial al rey reclamando
la espulsion de la raza conversa. En él manifestaba
el arzobispo que todos los moriscos eran apóstatas,
pertinaces é incorregibles; que se correspondian los
unoseon los otros, y todos con los moros de Argel,
los corsarios berberiscos y los turcos; que los obis-
pos al permitir bautizarse sus hijos, tenian el dolor
de pensar que se tornarían apóstatas ; que todos lo?
dias profanaban los sacramentos, perturbaban el cui-
to de los cristianos viejos , desapareciendo del reino
una cantidad de personas cristianas, imaginándose
que estas eran asesinadas , y que las mugeres y los
niños eran robados por los corsarios para aumentar
el número de infieles en África; que las conspira-
ciones eran continuas, y se hallaba próxima España
á su ruina como en los tiempos del rey don Rodrigo,
habiendo sido los descalabros sufridos en el reinado )
anterior, como la pérdida de la armada invencible,
y el mal éxito de la empresa de Argel, lecciones con
que Dios avisaba á los reyes de España que debian
emplear sus fuerzas, no fuera, sino dentro de ella,
donde se hallaban sus mayores enemigos.
El rey y el duque de Lerma y su confesor fray
Gn^pnr de Córdoba , contestaron al ^prelado elogiando
— 157 —
su celo por la religión t empero no tomaron disposi-
ción alguna.
Una vez orillada la cuestión religiosa, importaba
poco á Felipe III la cuestión política. En su indolen-
cia dejaba el gobierno completamente abandonado
en las manos del duque de Lerma, y éste se hallaba
ocupado en los negocios de comprar tregua y des-
canso para la Espafia, que estaba en guerra á la vez
con tres poderosas naciones.
No le alarmaba por otra parte el temor de una re-
belión de los moriscos, hecho con que amenazaba el
arzobispo Rivera, porque la proporción de los cris-
tianos con los moriscos era bastante á tranquilizarle.
En el censo de 1599 , habia mostrado el reino de Va-
lencia tener veinte y ocho mil setenta y una familias
moriscas, por setenta y tres mil setecientas veinte y
una cristianas.
Sin embargo, el infatigable arzobispo dirigió una
segunda memoria mas fuerte todavía que la primera,
volviendo á ponderar al rey la obligación en que se
hallaba de esterminar á los infieles , haciéndole ver
las consecuencias de la conducta de Carlos V y de
Felipe II, que en vano habian intentado convertir á
hombres á quienes debieron esterminar ó espulsar
como único medio para limpiar el reino de su per-
versa raza. La idea de esterminioy matanza de un
millón de hombres horrorizaba al prelado; mas per-
suadido de la necesidad de deshacerse del pueblo
morisco, proponía la espu\s\oti c.QXSkQ ^fecm^'^i^j^^^^
— 158 —
indicando que comenzase por Castilla y Andalucía;
que se vendieran los hombres , y los jóvenes se des-
tinasen á los talleres ó al trabajo de las minas, con-
servando á los niños menores de siete años; que en
Aragón y en el reino de Valencia se hiciese desapa-
recer la población con medidas análogas, empero
gradualmente, porque los moriscos de aquellos paí-
ses vivian aislados, no ponían en peligro la fé de los
cristianos viejos, y eran enteramente los dueños de
la agricultura, como de toda especie de industria y
de arte, y arrojándolos á la vez habría esposicion de
que sobreviniese una grande carestía, la miseria , y
el hambre, por la desaparícion súbita del comercio y
de los objetos de primera necesidad , en tanto que
los moriscos de Castilla diseminados por las provin-
cias, confundidos con los cristianos, hablando el cas*
tellano, teniendo una grande inteligencia, eran ene-
migos mas temibles para la fé y el estado , al paso que
los otros eran útiles al cultivo de las tierras, y esplo-
tacion de las fábricas.
La laboriosidad y la economía de Iob moriscos la
presentaba el arzobispo como un grave cargo. La so-
briedad , la frugalidad en su trato, el ningún lujo que
tenian en sus casas y en los vestidos, y el
afán con que á pesar de los impuestos que pa-
gaban iban allegando el dinero y proporcionándose
una situación mas ventajosa que la de muchos cris«
I janos viejos, la rapidez con que se multiplicaban por
no admitir entre ellos el ceVibalo ^ c^s^t?»^ tciv^i \óYe-
— 159 —
nes,el do contribuir al servicio de las armas , de que
estaban eximidos, sin perder gente en las costosas guer-
ras que entonces mantenia la España , y el no emi-
grar en busca de riquezas al Nuevo Mundo, lodo es-
to habia aumentado prodigiosamente su población.
La población morisca del reino de Valencia iba
en efeclo ascendiendo en tan prodigiosa proporción
que á principios del siglo XVII, ó petición de las cor-
tes del reino se suspendió la formación de los censos
para no revelar á los moriscos la fuerza que tenian.
No solo la intolerancia .del clero culpaba á los mo-
riscos de lo que eran escelenles cualidades y virtu-
des que debian haber procurado infundir en los cris-
tianos viejos, sino que uno de los ingenios mas gran-
des de su siglo, el célebre Miguel de Cervantes Saa-
vedra , en su coloquio de los perros de Maudes, con
su tono festivo, al describir á los moriscos los pinta
de esta manera:
aTodo su intentóos acuHar y guardar dinero acu-
Dnado,ypara conseguirlo trabajan y no comen:
«entrando el real en su poder, como no sea sencillo
))le condenan á cárcel perpetua y á oscuridad eterna;
»de modo que ganando siempre , llegan y amontonan
»la mayor cantidad de dinero que hay en Espafia;
Dellos son su lepra , su polilla , sus picazas y sus co-
nmadrejas: todo lo allegan , todo lo esconden y todo
»lo tragan: considérese que ellos son muchos, y que
))cada dia ganan y esconden poco ó mucho, y que
>»una calentura lenta acaba la \vd^ c^\:cv^ \a.dfc. w^v^-
— 100 —
)»bar(Jillo, y cómo van creciendo, fiC van aumentan-
ndo los escondedores, que crecen y han de crecer
»inñn¡to como la esperiencia lo muestra; entre ellos
j>no hay castidad, ni entran en religión ni ellos ni
» ellas; todos se casan, todos multiplican, porque el vi-
»vir sobriamente aumenta las causas de la gencra-
))cion ; ni los consume la guerra , ni ejercicio que de-
»>mas¡adamente los trabaje, róbannos á pie quedo, y
))Con los frutos de nuestras heredades , que nos re-
))venden, se hacen ricos; no tiímen criados porque
))todos lo son de sí mismos; no gastan con sus hijos
))en los estudios , por que su ciencia no es otra que
» la de robarnos.» ¡Véase como cj| inmortal autor del
Quijote se dejaba dominar de bm vulgares preocu-
paciones de su época!
AI apasionado memorial del arzobispo Rivera
contestaron los nobles y señores valencianos intere-
sados en la conservación de los moriscos que tanta
utilidad les prestaban , y que con las crecidas rentas
(jue como colonos de las tierras les pagaban soste-
nían su opulencia. Negaron las conjuraciones de los
moriscos , que suponían inventadas por los frailes;
exigieron pruebas jurídicas do sus acusaciones, y
acusaron á su vez al clero de descuidar la instrucción
de los moriscos, y de la odiosa invención de estable-
cer diferencias entre los cristianos viejos y los cristia-
nos nuevos.
Una y otra memoria fuoron presentadas á las
caries en 1604; pero m\as c.óxV\i's u\ d ve^ toma-
ron providencia alguna» peraianecieado en la irreso*
lucion.
Guando los nobles valencianos negaban tan ter*
minanteménte las conjuraciones queso imputaban á
sus vasallos , y salían garantes de su fidelidad , esta-
ban los moriscos en inteligencias con los francescsj
habian recibido en sus tierras á unos enviados del
ministro francés, duque de la Forcé, habiendo fija-
do para el alzamiento el Jueves Santo: cuatro buques
franceses debian presentarse aquella noche, llegar
al Grao de Valencia; desembarcar soldados disfraza-
dos que escalasen la muralla, y hacer el movimiento
al amanecer. Esta conspiración fué descubierta por
un morisco á quien al salir de una grave enfermedad
habia convertido fray Jaime de Bleda, religioso do«-
minico, y uno de los hombres mas infatigables en la
persecución de los moriscos. Reveló la conjuración
al rey, y descubierta se prendió y ahorcó á los prin-
cipales autores y cómplices, que fueron Pascual de
Santisteban, Martin de Iriondo, Fernando de Cha--
rínt Pedro de San Julián, Miguel Alamin, y Pedro
Cortés.
Ya no era posible dudar d6 que conspiraban los
moriscos. El descubrimiento dd esta conspiración,
unido con el que poco tiempo antes se habia hecho
en Sevilla, hallando su Asistente ocultos en un bar-
rio doscientos barriles de pólvora, y mxichas armas
escondidas para alzarse ios moriscos de Andalucía en
combinación con los demás de España y de África,
MORISCOS. 1 1
.1
— 1C2 —
revelaron el peligro, y escilaron los clamores del cle-
ro para que el rey tomase una medida de estermínío
contra la raza inorísca.
No todos los prelados opinaban de este modo, ni
Icnian cl indiscreto celo que el arzobispo de Valen-
cia, y el arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sando-
val y Rojas, tio del duque de Lernia. El obispo de
Segorbe, don Feliciano Figueroa, con espíritu evan-
gélico y verdadera tolerancia cristiana, en vez de
aconsejar medidas duras y crueles, cuyas fatales con-
secuencias para el comercio y la agricultura conocia,
impetró del papa Paulo V, que mandase álos prela-
dos del reino se congregasen para tratar de asunto
hn grave. El papa Paulo V otorgó un breve para que
los prelados se reuniesen á tratar de este interesante
asunto, y no quiso oir hablar de espulsibn, única-
mente se limitó á la conversión oomo padre común
de los fieles.
De común acuerdo, el papa y el rey, escribieron
al arzobispo de Valencia, mandándole que, convocan-
do en sínodo á los obispos de Orihuela, Segorbe y
^ Tortosa, en unión de ellos y los eclesiásticos que cre-
vesen mas convenientes, discurriesen los medios mas
justos y apropósito, para convertir á los moriscos y
cristianos nuevos. Como las materias que debian tra-
tarse en este sínodo afectaban á los intereses del Esta-
do y á los derechos de la Inquisición, el rey mandó
que asistiese áél un inquisidor, el doctor Bartolo San-
cAez, y el marqués de Caiacena, capitán general vi-
— IG.i —
rey de Valencia, y ademas nueve teuloi^os consultores,
deellosseis regulares y tres del clero seglar, nombran-
do por secretario al cronista é historiador de Valencm,
Gaspar Escolano, de cuyas interesantes Decadas he-
mos sacado muchas noticias.
El sínodo tomó entonces el nombre de junta, y
comenzó sus sesiones en el palacio del virey el 22 de
noviembre de 1606. Las graves é importantes cues-
tiones que se sometieron á la deliberación de la Junta
fueron las siguientes:
1.a Silos cristianos nuevos eran heregesó após-
tatas.
2.* Si se podia bautizar á sus hijos y dejarlos en
poder de sus padres.
3.* ¿Se debe obligar, ó dejar en libertad á los
moriscos de confesar y recibir los sacramentos?
4.* ¿Se les permitiría declarar sus dudas en ma-
teria de fé, sin que los que los oyesen incurriesen en
pena no teniendo obligación de denunciarlos?
Sobre cada uno de estos puntos hubo largos y aca-
lorados debates. Las sesiones de la junta duraron
tres meses, hasta marzo de 1607, en cuya época se
enviaron á la junta suprema establecida en Madrid,
para tratar de estas materias, todos los memoriales y
respuestas que álos capítulos había dado la junta de
Valencia. Dividiéronse los pareceres de ésta en los
tres primeros puntos, y en el último estuvo unánime-
mente confonme en que era inútil discutir con los mo-
riscos porque el Koran les prohibia las disputas reli-
. — 164 —
glosas y jamás se atrevían á confesar sus infidelidad
des por miedo á la Inquisición.
El arzobispo decidió por sí las cuestiones que los
teólogos DO se habian atrevido á resolver: declaró que
los moriscos eran apóstatas; dijo que no se les debia
permitir bautizar á sus hijos ni se les podia recibir á
la comunión. Entonces llegó hasta esponerse por el
dominico fray Jaime de Bleda la opinión de que no
siendo verdadera confesión la délos moriscos, no es-
taban los confesores obligados á guardarles el secre-
to. ¡Qué modo de estimular á los nuevos cristianos á
frecuentar los santos sacramentos! 11.»
El resumen de las resoluciones de la junta de Va-
lencia, se terminaba con esta sentencia: se debe reite-
rar á los moriscos el bautismo, obtener por última
vez un edicto de gracia, instruirlos, y si no solicitan
de nuevo ser bautizados, espulsarlos del reino.
Las sesiones prolongadas de la junta, el secreto
no siempre bien guardado en corporaciones numero-
sas, agitaron y alarmaron á los moriscos. Comenzaron
á reanudar sus relaciones con Francia y los Paises B:.-
jos, se descubrieron algunas conjuraciones, ó al me-
nos se aparentó descubrirlas, y el padre Bleda, que en
su obra de La defensa de la féy espuküm de los moriscos
se califica jactanciosamente á sí mismo de azote de los
moriscos^ y que babia estado en un continuo movi-
miento para su persecución yendo desde España á
Roma, de donde habian tenido que espulsarle, se
dirigió con sus denuncias aV dvicjofede Lerma.
— 165 —
Este ministro, cuya ineptitud tan costosa fué para
laEspaüa, hizo creeral rey que una vasta conjuración
se estendia por todo su reino, apoyada en los moris-
cos. Atemorizó el ánimo débil y apocado de Felipe III,
le persuadió de que era indispensable la espulsion
total de los morisl:os de sus estados. Acostumbrado á
plegarse á la voluntad de su ministro favorito, el rey,
al proponerle la medida mas grave y que iba á carac-
terizar de una manera bien poco ventajosa todo su rei-
nado, ^Grande resolución^ contestó al duque de Lerma;
kacedhvoSf duque» (6 de junio de 1600). Asi se adoptó
el consejo mas osado y bárbaro de que hace mención la
historia de todos los anteriores siglos.
Coincidió el tomar esta atrevida y audaz resolución
con la tregua de los doce años, hecha con las Pro-
vincias-Unidas de Flandes; de modo que quedaban
disponibles todas las fuerzas de España para el osado
y terrible golpe que se propon ia dar el duque de
Lerma.
La pragmática de espulsion de los moriscos
de Valencia, se firmó en Segovia el 4 de julio del
mismo año. Antes de ejecutarla, el duque de Lerma
tomó todas las precauciones necesarias para asegurar
aquel golpe. Pusiéronse sobre las armas las milicias
efectivas de Valencia, Castilla y León; se dieron ór-
denes reservadas á los vireyes y capitanes generales
de Ñápeles, Sicilia y Milán, para que con sus gale^
ras, compañías y tercios, viniesen á cruzar en las
costas de Valencia. Se hicievou l^xvVoe^ >^ Vasi ^^sA^e^
— IGtí —
aprestos, cual si se proyectara la conquista de un
gran reino. Se encargó la dirección de esta ardua
empresa á un valiente veterano, don Agustin Mejía,
maestre de campo, el cual fué ¿ Valencia el 20 de
agosto, y presentó cartas al arzobispo y al virey para
que en un todo se entendiesen con él. A la llegada
de Mejía á Valencia, comenzó éste á celebrar miste-
riosas conferencias con el virey y el arzobispo, ¿ ins-
peccionar los cuarteles, á visitar las fortalezas y cas-
tillos y las plazas de las costas, pertrechándolas de
todo lo necesario.
No dejó de sorprender al arzobispo Rivera que
la cspulsion de los moriscos empezase precisamente
por Valencia, cuando lo que él proponía era el que
fuese por Andalucía. El P. fray Jaime Bleda en su
crónica, cuenta que, desahogando con él su dolor el
venerable arzobispo, le decia: aPadres, bien podemos
de aqui en adelante comer pan é yerba, é remendar los za*
}7ato5,» aludiendo á las grandes pérdidas que iban á
sufrir las rentas del clero valenciano con la es-
pulsion.
Por mucho que se quiso guardar el secreto, no
podia menos de transpirarse una resolución de tania*
na importancia. Veíase en los Alfaques, en Denia y
en Alicante, desembarcar de las galeras de España
varias tropas, mientras las galeras de la armada cru*
zaban las aguas de Valencia. Veíase también que don
Pedro de Toledo, que mandaba la armada española,
^¿fhia saltado en tierra y se había eus^tvote^^^ d^ \^
— 107 —
sierra de Espadan, inaccesible goarida» doode años
antes habían desafiado los moriscos d poder de Cár^
los V. Los nobles valencianos presenten sa ruina» el
pueblo sospecha la proximidad de una gran catastro*»
fe, al observar que los moriscos se retraen de fre*
cuentar el mercado, produciendo una grao carestía»
que amenaza convertirse en hambre. Entonces la
nobleza en cuerpo se presenta al virey, y se lamen*
ta de que no se les avise de lo que se proyecta, es-
tando dispuestos como- siempre á defender al rey
con sus vidas y sus haciendas El marqués de Cara-
cena responde que nada tiene que comunicarles, que
nada puede hacer, que se dirijan al rey. Marchan
los comisionados de la nobleza, y hablan á Felipe 111;
le pintan la ruina de sus propiedades, la pérdida in-
rlfiensa que los monasterios y las universidades van á
tener, porque se sosten ian con los censos que paga-
ban los moriscos, y que ascendían á mas de doce
millones. Le hicieron presente el menoscabo que
iban á sufrir las rentas reales y la desesperada re-
sistencia á que podia lanzarse aquella raza. Hasta lie*
garon á ofrecer hacer contribuir á los moriscos al
mantenimiento de las galeras, consintiendo en la es-
pulsión de los niarítimosr El duque de Lerma perma-
neció sordo. Tal vez pensaba en el futuro capelo que
habia de poner á cubierto su cabeza del hacha del
verdugo, y cubrir sus concusiones, y quería mostrar-
se el defensor intolerante del cristianismo. El re^t
quelos oyó al parecer afablemente,, les dio por toda
— 108 —
respuesta: <iEl marqués de Caracena os hará conocer ni
voluntad. »
La voluntad del rey era conocida. El 21 de se-
tiembre, al volver los diputados de la nobleza de Va-
lencia, son convocados por el virey, que les lee un
real decreto, de fecha 11 de aquel mes, por el que
se les manda concurrir con todas sus fuerzas á la
ejecución de las medidas que iban á adoptarse. En-
tonces dio la nobleza valenciana un grande ejemplo
de abnegación y sumisión á la monarquía. Escribie-
ron al rey que podia pedirlos hasta su último ducado
y su última gota de sangre, seguro de ser obedecido,
aun en lo que iba á causar la ruina de sus rentas y
la pérdida de su influencia social.
El dia 23, en las calles y plazas de Valencia se
pregonó la pragmática de espulsion, en la que el rey
apellidando hereges, apóstatas y traidores á los mo-
riscos, decia que, usando de clemencia, no les con-
denaba á muerte, ni confiscaba sus bienes, con tal
que se apresurasen á ser embarcados en el términode
tres dias, y dejasen para siempre las tierras de Es-
paña. Los principales capítulos de aquella bárbara
pragmática eran:
En el término de tres dias todos ios moriscos
y mugeres, bajo pena de la vida, habian de dirigir-
se para ser embarcados á los puertos que cada comi-»
sario les señalasen.
No se les permitía sacar de su casa mas que los
A/enes muebles que pudieran Wevav solver sus cuerpos.
Se prevenía no fuesen- maltratados, vejados, ni
molestados de obra ni de palabra.
Se proveia durante la embarcación á su manteni-
roiento.
Se autorizaba á cualquiera que encontrase á un
morisco desbandado fuera de su lugar, pasados los
tres dias del edicto, para poder apoderarse de lo que
llevara, prenderle y darle muerte si se resistía.
Se imponia la pena capital á todos los vecinos de
cualquier pueblo en que se averiguase haber quema-
do los moriscos, ocultado ó enterrado alguna parte
de su hacienda.
Se ordenaba que en cada pueblo de cien vecinos
quedasen seis de los moriscos mas ancianos, á elec-
ción de los señores, entre los que fuesen reputados
por mejores cristianos, para que pudiesen ensenar á
los nuevos pobladores á cultivar la caña de azúcar y
los arrozales.
Los niños menores de cuatro años podian que-
darse si sus padres lo consentian. Los menores de
seis, hijos de cristiana vieja, debían quedarse con
sus madres, siendo espulsado el padre si era mo-
risco.
Los que quisiesen ir á otros reinos podrían hacer-
lo, pero sin atravesar ninguna de las provincias de
España.
No es fácil describir la sorpresa que ocasionó en
los moriscos este desatentado bando. Los padres, las
madres, los hijos, los hermanos/\6v^wes»>^\^^%^'íiSN.-
— 170. —
ciaiius^ todos quedaron sumidos en la mayor consler-
nación y llanto. Ilacíaseles abandonar la patria en
que habian nacido ellos y sus antepasados, el suelo
que habian regado con el sudor de su frente, y que
Iiabian fertilizado con su industria. La piedad había
desaparecido del corazón de todos; el terrible fallo
lanzado por el débil monarca y el duque de Lerma,
ministro inexorable, que iba á encontrar un nuevo
venero de riqueza en esta audaz disposición , debía
cumplirse.
Pusiéronse de acuerdo los vecinos y nobles que
tenian vasallos moriscos, las justicias de los pueblos
con loscomisarios nombrados por Mejía, para reunir
á los que se iban á espulsar, y comenzaron estos á
dirigirse en cuadrillas mas ó menos numerosas, á los
puntos donde debian ser embarcados al África. Ade-
más de las setenta y tres galeras y galeones, se ha-
bian procurado gran número de buques de todos los
puertos de España por medio de un embargo. -Nin-
guno quiso aprovecharse de la libertad que les con-
cedía el bando para trasladarse á tierras de cristia-
nos. Fingieron al contrario, en su despecho, alegría
por abandonar la tierra que de sí tan cruelmente los
rechazaba. Sin embargo, aun hicieron un último y
supremo esfuerzo, aun intentaron medios de conci-
liación, recordando que los moriscos de Granada en
tiempo de Carlos V habian comprado á peso de oro la
suspensión de los terribles decretos con que se quiso
nnonadarsa nacionalidad.
Los í^'ofcs (lo !as aljn)iifi^, do>[>uos do ¡laber hecho
magníficas ofertas al vircy de Valencia para que sus-
pendiese la medida de la espuIsion> proponiéndole
mantener la escuadra» los fuertes» pagar una gran/br*
f da 6 contribución, y rescatar en todo tiempo á su cos-
ta á los cristianos que cautivasen los piratas berbe«
riscos, meditaron si debían de tomar las armas ó so-
meterse pacíficamente á las duras medidas del virey*
Determinaron marchar é impedir que las familias que
necesitaban los señores para formar nuevos colonos y
que debian quedaren España, permaneciesen en ella.
Conocida esta decisión de la aljama sq pusieron
en movimiento para la mar las poblaciones moriscas
de Valencia. Veintidós mil quinientas personas so
embarcaron en diezdias en el Grao de Valencia; cinco
mil quinientas cincuenta y cinco de una sola vez en
Denía; catorce mil seiscientas tres en Alicante; mas
de diez mil en Vinaróz. Desde allí eran transporta-
das á Argel, Túnez, Oran, y otras ciudades do África,
en que hallaban muy buena acogida y hospitalidad.
El mayor peirgro para los moriscos estaba en He*
gar á los puertos de mar, porque deseosos los cristía-
nos viejos de vengarse, y atraídos por el amor al pilla*
ge, formaban cuadrillas en los caminos, que asaltaban^
n)baban y asesinaban á los infelices moriscos, siendo
preciso que el virey tomase fuertes medidai, levan-
^ndo horcas en los caminos para castigar á los cris-
tianos viejos que á tamaños crímenes se abando*
naban.
— Í72 —
No bastaban estas severas medidas para evitar
los escesos que, produciendo irritación en los moris-
cos, paralizaban los embarques. Soldados y paisanos
rivalizaban en codicia y crueldad. Los paisanos se
quejaban de que no se aceleraba la espulsion, y reu*
nidos en cuadrilla salian á caza de moriscos.
El historiador de Valencia, Escolano, en una de
sus Décadas, para probar el fanatismo que desplega-
ban los cristianos viejos, cuenta que un vecino de
Palma andaba por los montes con su arcabuz á caza
de moriscos; encontraba á alguno estraviado, lo ma-
taba, y en seguida echaba á andar muy tranquilo y
mesurado, con un rosario en. la mano cual si andu-
viese haciendo penitencia por aquellos desiertos.
liOS soldados, no solo deseaban que hubiese una
rebelión, sino es que con falsas noticias de que los
moriscos eran maltratados en África, procuraron es-
citarla. Era menester que fuertes escoltas acompaña-
sen á los moriscos hasta los puertos donde tenían
que embarcarse. Muchos señores con laudable celo,
acompañaron hasta el mar á sus vasallos. El duque
de Gandía, el marqués de Albaida, el condede Almay,
el de Buñol y el de Goncentaina fueron con sus va-
sallos hasta dejarlos dentro de las embarcaciones. El
duque de Maqueda llevó su generosidad hasta ir con
sus vasallos de Aspe y de Crevillente, y dejar-'
los en Oran, cerciorado del buen recibimiento que se
les hacia.
El estado constante de persecución que se des-
-^- 173 -^
plegó contra los moriscos les hizo tener impaciencia
por embarcarse, y sin aguardar á que dieran la
vuelta los buques del estado, en que marchaban ha-
cinados los moriscos, pues que solo en dos viages
trasladaron á Berbería setenta mil, fletaron por su
cuenta buques particulares, vendiendo para poder
pagar su pasage sus mejores efectos. Asi en el Grao
de Valencia se vio vender por dos ducados objetos
de un primoroso trabajo, vestidos, velos, bordados
de oro, que habian costado doscientos ducados la
víspera. Muchas de las familias, que creyéndose mas
seguras, habian fletado por sí buques para ser tras-
ladadas á África, perecieron en el camino víctimas de
la avaricia y de la brutalidad de los patrones. Muchas
fueron robadas y degolladas durante su travesía, y
arrojadas al mar después que los marineros se habian
abandonado brutalmente con sus mugeres y sus hi-
jas á los mas execrables escesos.
Entre otros lances que manchan de una manera
indeleble el bárbaro golpe de la espu'sion, y el modo
con que se verificó, refieren los historiadores el co-
metido por el patrón de un buque, Juan Bautista
Riera, á quien en castigo se le impuso la pena de
cortarle la mano derecha y hacerle después morir en
la horca. Llevaba éste en su buque una joven bella,
á quien para que no descubriese su maldad al llegar
á Barcelona, arrojó al mar en la embocadura del Lio*
bregat; cuando la infeliz, batallando con las ansias
de la muerte, trataba de mauten^t^ %^V^\^ \»& ^^^^^
~ 174 —
y asirse á la lancha, el feroz maríaero la quebrantó
la cabeza con un remo, y desapareció su cabeza de*
bajo de las aguas.
Semejantes escasos y crímenes hicieron que el vi-
rey prohibiese el que ningún morisco pudiera ser
transportado á áfrica en buques particulares.
La sed de oro aquejaba de tal manera á los que
ordenaban la espulsion, que viendo que á pesar déla
pragmática, por la connivencia bienhechora de los
señores, los primeros emigrados habian llevado mu-
chos de sus efectos muebles, que no tenian derecho
¿ llevar, habiendo vendido sus ganados, sus granos,
y aun algunos sus casas y sus tierras, valuándose en
mas de un millón de ducados la suma que hicieron
salir del reino, el 1.^ de octubre, conforme con el dic-
tamen de la chancillería, prohibió el virey todas las
ventas de granos, aceites, casas, tierras, derechos y
acciones, no peraiitiendo tampoco comprarlas á los
cristianos viejos.
Esta disposidoQ fué una de las causas que impul-
saron á la rebelión á muchos de los moriscos que
aun quedaban en el reino, porque este bando cruel
dejaba á los moriscos , á quienes había cogido ivor
provisada la espubion, faltos de metálico, sin medios
para proveerse de él, pasando en un instante, ade-
más de todas las calamidades que pesaban sobre so
raza, desde el seno de la comodidad y de la abun-
dancia al de la miseria y de la pobreza.
Besüélveose, al fin, acosados cou tanta vejación
— 175 —
á la resistencia los moriscos. El gobernador de Denia
tiene que recurrir á la amenaza para hacer partir á
tres mil individuos que habia reunido con trabajo en
aquel punto. Los jóvenes se lanzaron á las montafias:
formóse una facción cerca de Gandía: otra entre De-
nia y Alcoy, que dándose la mano, reclutaron gente
rápidamente. Veinte poblaciones de la sierra de Ber-
nia se bailaban ya levantadas el 25 de octubre, y el 29
se sublevó toda la sierra. Disimularon al pronto las au-
toridades para embarcar los que ya tenian reunidos,
viendo una ventaja en luchar con aquellos menos re-
beldes.
Los insurrectos en número de quince á veinte mil
hombres, se establecieron en el valle de AUiar,
que defendian varios castillos. A sus pies s^-ballaba
Murlai pequeña población ocupada por, cuento treinta
y seis soldados cristianos. Como no tenian artillería
ni armas de fuego, se limitaron á bloquear aquel
punto en lugar de sitiarlo y asaltarlo con valor.
En el valle del Jucar se organizó tambienJa re*
sistencia. Asesinaron en Dos-Aguas» el 15 dd octu-
bre, al comisario encargado de verificar la espul-
sion. Los moriscos de Gofrentes, Jalance, siguieron
al alfaquí Amira, que hizo sublevar á los de la
Muela de Cortes. Allí levantaron por rey á UQ rico
moro del lugar de Gatadam, parroquia aaéja ¿ la
de Lombay, llamado Turigí, hombro enérgico y va*
liento.
Este 9 á la cabeza de un millac d^ ^ext^\^%v^s^-
- 176 -
lando los caminos que conducian á la Muela i se dis-
puso á combatir. En vano el gobernador del distrito
de Játiva , don Francisco Milán , fué á parlamentar
en persona con él , ofreciéndole un amplio salvo-
conducto y una entrevista para arreglar á su satis-
facción con el virey los puntos concernientes á su
suerte.
Turigí rechazó todo, exigiendo que se dilatase el
embarque hasta la primavera , y se les dejase vender
sus tierras y propiedades.
Por su parte los insurgentes del valle de Alhar,
eligieron también otro rey, y dieron este nombre á
un molinero de Confrides, llamado Gerónimo Millini.
Hombre vulgar , cercado á poco en el valle de Alhar,
reducido á la escasez por haber sido interceptados
todos sus convoyes, pidió el 16 de noviembre capi-
tular.
Don Sancho de Luna, que mandaba el ejército
en ausencia de don Agustín Mejía, después de mu-
chas conferencias le propuso condiciones tan duras,
que el molinero se resolvió á morir antes que acep-
tarlas. Esperaba socorros de los moriscos de Anda-
lucía, y los esperó en vano.
Vuelto Mejía ) no quiso este esperimentado ca-
pitán edponer su gente en un ataque mortal, como
sería preciso para apoderarse á viva fuerza de la
posición que ocupaba el reyezuelo Mellini- En el
casíiUo de Beni-Maurel se habia refugiado con gran
numero de familias, niños, y parte Ae sv^^Tx^^L^a.
4 >»->~*
— i ; / —
Mellini » on Un , es atacado en su agreste baluar*
te por las tropas de Mejía, quien marchaba á su ca-
beza calzado con alpargatas como sus soldados, ani^»
mándelos con sus palabras y con su valor. En vano
los moriscos derrumban sobre él y su hueste enor-
mes peñascos : Mellini muere combatiendo á manos
del sargento Francisco Gallardo» que lo traspasa con
su alabarda. Al ver muerto á su rey se desbanda el
ejército, corriendo algunos á encerrarse en el casti-
llo de Beni-Maurel. Ocho dias permaneció don Agus-
tin Mejía al pié de aquella fortaleza, aguardando que
se la entregase el hambre: torció la corriente de las
aguas, y quitó á los sitiados todo medio de propor-
cionárselas, triunfando asi de su constancia. Al cabo,
estenuados por el hambre y abrasados por la sed, los
moriscos pidieron capitulación, debiendo deren^Jirse
V embarcarse inmediatamente.
Para formar una idea de los tormentos que su-*
fririan aquellos infelices, baste decir „ que cuando
aseguradas sus vidas por don Agustín Méjía, salie-
ron de sus rústicas fortificaciones, se arrojaron se-
dientos á los arroyos que salían de una fuente, be^
hiendo tanto y con tal ansia, que muchos perecieron
por la cantidad escesiva de agua.
La capitulación en virtud de la cual se habían
rendido el 26 de noviembre, fuá violada. El histo*
riador de Valencia Escolano , dice que Dios lo permi-»
tío asi para que no se hubieran marchado impunes'
después de tantos delitos. Al ser conducidos qara
MORISCOS. v^
\
— 17« -^
embarcarse , fueron asaltados en el camino por los
cristianos, que los mataban, no siendo poderosos
los bandos y amenazas para escusarlos y librarles de
aquella desventura. Llegó á tanto la miseria, que
desesperados los padres vendían á sus hijos , por no
verlos morir de hambre y desesperados de poderlos
embarcar, no llegando á diez los que arribaron sanos
y salvos á los puertos donde hablan de encontrar sus
naves.
Dice el historiador don Antonio de Rojas y Cor-
ral, en su relación de la rebelión y espulsion de los
moriscos del reino de Valencia :
«Vinieron desnudos desvalijados, enfermos, mi-
serables, sin dinero ni matalotage. De esta suerte se
embarcaron en Denia y en Javea trece mil doscientos
de los rebeldes. En los pocos dias que estuvieron en
los puertos aguardando tiempo, murieron muchos
miserablemente , y es de creer que muy pocos vivie
ron después, considerada su necesidad y desven-
tura.))
La insurrección de la Muela de Cortes, no tuvo
los resultados que prometia en su principio. Abando-
nado por los suyos, que se rindieron sin haber com-
batido el 21 de noviembre, y que fueron embarca-
dos en número de« tres mil el 26 , pasó el Júcar el
reyezuelo Turigí , y con un puñado de hombres va-
lientes, no admitiendo el salvoconducto que le ofre-
cía e] virey, continúa haciendo la guerra sorpren-
diendo las partidas de tropa » Y\^e\^udo ^recer á
— 179^ —
muchos soldados, y con rapidez increíble aparecien-
do tan pronto en un punto como en otro. Pregonada
y puesta á talla su cabeza , como lo habia sido en
Granada la de Ben-Aboo , fué en el dia 6 de diciem-
bre sorprendido por un morisco, Gaspar Bodes, re-
sentido por haberle robado una hija. Deseoso de ven-
garse, guió los pasos de los que le buscaban , les en-
señó la cueva en que se refugiaba, y preso y condu-
cido á Valencia, fué el 16, después de paseado sobre
un asno , sentenciado á cortarte la mano derecha , y
á ser ahorcado y descuartizado. Turigí murió protes-
tando ser cristiano, y su cabeza fué colocada en la
puerta de San Vicente. Dispersóse su cuadrilla, com-
puesta aun de mas de cuatrocientos hombres. Don
Felipe Boiri los atrajo por la persuasión, y á fines
de 1609 solo quedaba una veintena, contra los que
fué inútil todas las persuasiones y laá batidas que les
dieron las tropas. Dos hermanos, Simón y Pedro Za-
pata, se dedicaron á sacarlos de las montañas. Simón
pasó sesenta y tres dias exhortándoles á rendirse, y
Pedro fué á ponerse él mismo en rehenes á Argel.
Asi los decidieron á embarcarse.
Aun después de la muerte de Turigí ; se hi¿o una
requisición para recoger á los que andaban dispersos
y ocultos. En esta segunda espulsion, cediendo ef
rey á los deseos del marqués de Caracena y ólroa va-
rios señores, decretó que solo se obligase á salir á
los mayores de doce años.
El arzobispo de VakucA^ ^vn^x^> ^^^^"^ ^^"^^
- 180 —
principal hemos visto en el fatal golpe de la espul« >
sion , instó fuertemente para que fueran comprendi-
dos hasta los de siete , haciéndoles bautizar sub con^
diHone^ por sospechas que suponía tenia de no haber
sido bautizados bien la primera vez.
Desde el 26 de setiembre de 1609 hasta marzo
de 1610 salieron del reino de Valencia mas de cien-
to cincuenta mil moriscos, y mas de la mitad no lle-
garon á los puertos á que fueron destinados, pere-*
ciendo víctimas del furor de los soldados en los ca-
minos, ó de la brutalidad de los marineros en los
mares. El rey Felipe III se apropió las haciendas de
los moriscos cogidos con las armas en la mano, ó que
se rindieron^ y á los que no se dio muerte se les en-
vió á galeras.
Las consecuencias de la espulsion de los moris-
cos se hicieron sentir inmediatamente en Valencia;
empero no detuvieron en su fatal carrera al codicioso
duque de Lerma, que obtuvo para sí y sus hijos de
la parte que se apropió del producto en la venta de
]as casas de los moriscos , la cantidad de quinientos
mil ducados, ó sean cinco millones de reales. El codi.
cioso ministro estaba acostumbrado á esplotar en
provecho propio las grandes medidas políticas. La
traslación de la capital á Madrid. en 1606, le había .
valido tres aDos antes un millón de reales, y una
magnífica casa, pagando además la villa de Madrid
/os a/quileres de Jas casas en que vivían todos sus
— 181 —
Para perpetuar la memoria de la espulsion de lo»
moriscos de Valencia, suceso que llenaba de orgullo á
aquel imbécil y corrompido ministro, se puso, y aun
se conserva, en la sala capitular de Valencia una gran
lápida de mármol el 21 de setiembre de 1609.
¡En esa lápida, mentiroso monumento para enga-
ñar á la posteridad, si con sangre no lo desmintiese
la historia, se dice, después de satisfacer la vanidad
délos que intervinieron en la espulsion, grabando
en ella sus nombres, que este grande acontecimiento
se verificó casi sin ruido, sine ulh pene tumultu. Los tor-
rentes de sangre que corrieron en Valencia, el horror
de la Europa culta, el grito de reprobación, que no
ha bastado á acallar el trascurso de dos siglos y me-
dio se alzan para desmentir tan servil adulación.
El historiador Gaspar Escolano , este hombre tan
autorizado que habia presenciado la mayor parte de
los sucesos, para terminar la relación de ellos, dice
estas memorables palabras: ay por tanto qtteda dado
fin alas antigüedades del reino de Valencia, con el nuem
estado en que se * halla^ hecho de reino el mas fiorido de Es^
paña en un páramo seco y deslucido por la espulsion de los
moriscos. »
También el arzobispo Rivera quiso consagrar con
un acto religioso este gran suceso, estableciendo una
procesión todos los años, y señalando para esto una
parle de sus rentas.
XI.
ESPULSION DK LOS MORISCOS EN LOS DEMÁS RBIXOS DB
ESrXÑA.
Espulsados los moriscos de Valencia, se dio un
decreto para espulsar los de Andalucía y Murcia el 9
de diciembre de 1609» y otro el día 18 de enero de
1610. Se encargó su ejecución al marqués de San
(jerman, el cual de autoridad propia abrevió el plazo
de treinta dias que el rey liabia concedido, á veinte.
Los moriscos andaluces se habían prevenido con
tiempo y habian pasado mas de veinte mil secreta-
mente al reino de Fez. Permitíanseles llevar los hijos
de cualquiera edad, si marchaban á países católicos;
empero si preferían emigrar á África, tenían que de-
jar en España á los menores de siete años. Con estas
condiciones salieron de las Andalucías ochenta mil
moriscos.
En vano los diputados de Murcia se dirigen al
- 183 —
rey, pidiendo la suspensión de la salida de los mo-
riscos del reino, para no ver perdidas las arles y
abandonada la agricultura ; el rey y el duque de
I^rma no oían reclamaciones^ ni atendian á razón al-
guna. Los moriscos de Murcia fueron espulsados por
don Luis Fajardo en número de mas de quince mil
personas.
Los de Aragón fueron también arrojados del suelo
que los vio nacer, y el encargado de la ejecución del
decreto que les lanzaba del reino , espedido en 27 de
abril de 1610, fué el marqués de Aytona, que le eje-
cutó sin que el rey ni el ministro oyesen á los comi-
sionados que los diputados de Aragón les mandaron
pjra que lo revocase. Todas las fuerzas marítimas y
terrestres de Valencia concurrieron A la espulsion de
los moriscos aragoneses, en quienes se temia mas
fuerte resistencia que en los valencianos, y que, sin
embargo, se dejaron mansamente conducir por los
comisarios, que abusaron de tal modo de ellos que,
como dice fray Marco de Guadalajara Xavierre en su
Memorable espulsion yjustisimo destierro de los moriscos di
España, hasta tuvieron que pagar el agua que bebian
en los rios y la sombra á que so cobijaban bajo de los
árboles. Setenta y cuairo u)il fueron los moriscos es-
pulsados de Aragón, pertenecientes á ticce mil ocho-
cientas noverita y tres familias. Embarcáronse en los
Alfaques, y otros entraron en Francia por Navarra v
Canfranc, teniendo que pagar diez. e&cvi<i<;N% >^vík.
cabeza.
— 184 —
Los moriscos catalanes fueron también espulsa*
dos, dándoles el plazo de tres dias para evacuar el
pais, autorizando á cualquiera que encontrase alguno
de ellos por los caminos ó fuera de población, para
que pudiera capturarlos, desbalijarlos, y matarlos en
caso de resistencia, sin incurrir en pena alguna. As'
salieron de Cataluña cincuenta mil moriscos por el
puerto de la Rápita desde el 29 de mayo al 10 de se-
tiembre.
Los de Castilla, la Mancha y Estremadura, que
se hallaban mas confundidos con los cristianos viejos
y eran menos sospechosos y temibles, parecía que
podían haberse salvado de la dura pena de ser lanza-
dos de Espafla. Mas la estincion de la raza morisca se
hallaba decretada. Se determinó, pues, su espulsion,
mandándoles que no pasasen por Valencia, Aragón,
ni Andalucía. Concedióseles, sin embargo^ por una
gracia muy especial, el que los obispos pudieran dar
licencia para quedarse en España á aquellos que se
hubiesen hecho notar por cristianos viejos en su len*
guage, en su trage, en las costumbres y en la obser-
vancia de la religión y frecuencia de los sacramen-
tos. Aun con estas escepciones, salieron de las Casti-
llas cien mil moriscos.
Por último, dos poblaciones aisladas, que habían
sido esceptuadas aun en el edicto de 22 de marzo de
1612» fueron comprendidas en la espulsion. El conde
de Salazar arrojó del valle de Ricote, en el reino de
Murcia, dos mil íjuiníentos moriscos, '^ d^l C^m^o de
— 185 -
Calatrava, mil ciento, á pesar de que gozaban privi-
legio de cristianos viejos desde los tiempos de la
reina Isabel la Católica.
i s absolutamente imposible determinar á punto
fijo el número de los moriscos que salieron de Espa*
ña. Los autores están discordes desde doscientos se-
tenta mil á un millón. Escolano y el P. Guadalajara
le fijan en seiscientos mil; fray Jaime Bleda en qui-
nientos mil; Salazar y Mendoza en trescientos sesen-
ta mil, y Fonseca en setenta mil. Los cálculos mas
fundados son de que el número mas aproximado fue
el de un millón, debiendo contarse los que antes so
habian fugado á Fez y los que habian perecido víc-
timas de la barbarie y de la codicia de los soldados,
muriendo otros ajusticiados en los patíbulos, ó se-
pultados en los calabozos de la Inquisición.
XII
L\ RSPULSIOM De LOS MORISCOS CONStDBR.iDÁ BAJO RL AS*
PEGTO ECONÓMICO, POLÍTICO Y RELIGIOSO, Y SUS CONSRGURN-
GIAS PARA KSPAÑA.
No fué tanto el mal que originó á España la pér-
dida de esta crecidísima parte de su población , por su
número como por la dase y la índole de la población
cspulsada, que era precisamente la de los agriculto-
res, comerciantes é industriales, la población en fin
mas productora y la mas contribuyente. El cultivo
del azúcar, del algodón y de los cereales, la cria del
gusano de la .seda en que tan aventajados eran los
moriscos, quedó enteramente abandonada en las férti-
les campiñas de Valencia, Murcia y Granada. Las fá-
bricas de papel, de sedas, de paños que tenían en los
castillos, tuvieron que cerrarse, porque no habitua-
dos Jos españoles á las artes y á la industria, mira-
ían con desden y desprecio e\ ejerdm ^^-^^tí^V^s
— 187 —
artes que habían acaparado para sí y coo gran pro*
vecho los moriscos.
No solo aquellos infelices sufrieron persecución
bajo el pretesto religioso en España, sino que tam«
bien se vieron espuestos á los ultrages, y hasta al .
martirio en algunas regiones de África. Eran poco
cristianos para la España: eran demasiado cristianos
para África. La situación de estos desgraciados era
violenta, terrible, insoportable.
Los males que ocasionó á la España la espulsioa
de los moriscos fueron tan graves, tan intensos, que
el trascurso de dos siglos y medio no ha bastado pa-
ra reponerla enteramente de ellos.
Los efectos de la espulsion se hicieron sentir po
derosamente en el orden económico, en el político, y
en el religioso.
En er orden económico se> vio privada la na-
ción de la población mas útil, productora y con-
tribuyente; vio desaparecer con aquella emigra-
ción mas de cien millones de reales que llevó consigo la
raza proscripta, y ocasionó sobre la escasez del nu-
merario que ya padecia España un gran mah Costó
el trasporte de los moriscos al África ochocientos mil
ducados, y á pesar de la prohibición favorecidos los
moriscos por el embajador de Francia que les dio en
secreto letras, espertaron al marchar muchos millo-
nes, dejando gran cantidad de moneda falsa que
afectó al comercio, y la fortuna pública. Los campos
quedaron sin cultivo, y etv v^\d^ ^^ V.x^'átoa. ^^ ^2»^^
— 188 —
los nuevos colonos aprendieran el cultivo de tas tier*
ras porque los que habian dejado para este objeto,
según la pragmática de la espulsion, triste y vergon-
zosa confesión por cierto para el pais, no se presta-
h'Atí á enseñarlos de buena fé, ni ellos tenían el amor
al trabajo, ni ponian en las labores la afición que los
antiguos propietarios del terreno.
Los señores territoriales perdieron mucho de sus
rentas, y Espaila, falla de labradores, no reemplazó
jamás los que perdió en la espulsion. Una triste y
pronta esperiencia vino á comprobar el funesto error
cometido con aquella medida. El hambre se hizo sen*
tir de una manera horrorosa en el afio inmediato
de 1610. El clero vio perdidas gran parte de sus ren-
tas, y hubo hasta diez y ocho señores de los mas con-
siderables á quienes tuvo el rey que señalar pensío*
nes alimenticias porque habían quedado arruinados.
En vano el marqués de Garacena ofreció á los labra-
dores, que se hicieron venir de Galicia y otros pun-
tos á poblar los lagares desiertos, todas las ventajas
posibles. Ni los labradores llegaban en número sufi-
dente, ni sabían dar la cultura conveniente á las tier-
ras; y en vez de las poblaciones ricas que antes ocu-
paban el reino de Valencia hubo que escribir en el
mapa de este hermoso pais la palabra despoblado. Dis-
minuido considerablemente el patrimonio de losgran-
des« dejaron desiertos sus castillos, que fueron el al-
bergue de los ladrones que se establecieron allí con
una seguridad espantosa. E\ robo ^e ox^imt^ ^^si^x^sccv
— 189 -
profesión ordÍQaria« y el contrabando, su ínsepara*
ble compañero, levantó á su lado su frente con tanta
audacia como éxito. Las fortalezas feudales habian si*
do derribadas, y sus dueños, que no podian defen«
derse en sus estados por la falta de vasallos, se con-
centraron en las ciudades. La industria falta de los
brazos inteligentes que la animaban se arruinó cer* •
rándose las fábricas, quedando parados los talleres.
Fué pues la espulsion de los moriscos económicamen-
te considerada una medida calamitosa.
Como medida política y de seguridad para el Es-
tado, en vano se buscará la justificación en las cons-
piraciones supuestas que. fraguaron los moriscos, de
que les acusó el arzobispo Rivera y que tanto hizo
valer en el ánimo débil del supersticioso Felipe III, la
codicia de un ministro inepto como el duque de Leis
ma. No era, como se vio, el poder de los moriscos
valencianos tan grande, que hubiese podido hacer va-
cilar nunca los fundamentos de la monarquía cspa- •
ñola, ni tampoco estas conspiracioues tenían tanta es-
tension y medios que hubieran podido ser indoma-
bles. No era este, pues, un motivó para condenar al
esterminio á una raza entera, á tantas genera-
ciones.
Además, los moriscos espulsados produjeron otra
clase de males á España mas funestos que los que se
pretendía evitar con su espulsion, males que cubrie-
ron sus costas de luto y desolación por muchos
años. Animados los moriscos d^\ vftw^ ^^W^^^ víiy^
— 190 —
conira ios españoles, tratados de la manera horroro-
sa que hemos visto antes y en los momentos desú es*
pulsión, muchos de ellos entraron al servicio de los
otomanos en sus galeras y se dedicaron á ejercer la
piratería, recorriendo con preferencia las costas de Es-
paña. Los fastos de los bárbaros corsarios nos presen-
tan ejemplos de esta verdad. Ámurates Bayobi, na-
tural de Albacete de la Mancha, fué un pirata célebre,
cogido en las costas de Sicilia el 21 de octubre
de 1623; mandaba diez galeras del Gran Señor con
cuatro mil hombres que sembraban el terror en las
costas del Mediterráneo, en España y en Sicilia.
Hasta que se estinguió completamente la raza de
los moriscos españoles, adquirió gran preponderan-
cia la piratería en el Mediterráneo. Arráez Blanquillo
devastó durante diez años las costas de España hasta
que cayó en manos de sus enemigos el año 1623. Al
mismo tiempo un carbonero, que vivía antes pacífica-
mente en Osuna, Aboul-Alí,era el terror del Mediter-
ráneo poniendo en consternación repetidas veces las
costas de Valencia, habiendo convertido laespulsion de
su pais á un pobre carbonero en un terrible marino..
En 1624 tres galeotas, mandadas por un zapatero de
Ciudad-Real, Ámurates Quibir-Guadiano, saquearon
todas las costas del reino de Valencia y de la Italia.
Estos ejemplos prueban que si á los. moriscos los cre-
yó Felipe Ili peligrosos en España, lo fueron mas es-
jsulsados de ella. Si tan enemigos los creía el monar-
ca y su Imbécil ministro, fué vm ercot cjc^tvde de\ar-
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los en libertad en país estrangero para que pudiesen
venir á causar los males que originaron en Espafia.
Los moriscos arrojados de España, su patria, se
dispersaron en gran parte sobre las costas de África.
Las familias mas importantes se refugiaron en Mar-
ruecos , donde encontraron correligionarios, dispues-
tos á secundar sus deseos de venganza, animados
ya, como se hallaban antes, de un odio eterno contra
el nombre cristiano. Alli fundaron ciudades, entre
otras Tetuan.
Una familia llamada Paez, tomó un terreno á
las márgenes del rio Guad-el-Jelií , empero temiendo
el furor de las kábilas , que los miraban con rencor
como estrangeros, aunque profesaban su propia re-
ligión , construyeron sus moradas en las vertientes
de un cerro, cuya posición les ofrecia ventajas para
su defensa. Poco á poco fueron alzando alli casáis,
que llegaron á formar una ciudad. Esta ciudad es
Tetuan, ó como la llaman los moros Cotaquenf la ciu-
dad sagrada de los muslimes.
La llegada de los nuevos emigrados que tan mal
habian sido tratados en España, atizó los senti-
mientos hostiles que reinaban en el corazón de
los árabes, de los rífenos, de los bereberes, que
forman ¡a parte mas notable de la población marf-
roquí, y durante una larga serie de afios, el
imperio de Marruecos estuvo en- abierta guerra, ora
con el Portugal ó la España , ora coo cualquiera otra
potencia déla cristiandad.
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, Esta incesante guerra ofreció períodos diversos;
unas veces las armas españolas triunfaban con su
valor, otras veces al contrario, los bárbaros á favor
de audaces maquinaciones , arrancaban al vencedor
lo que con valor les habia conquistado.
De esta larga lucha resultó apoderarse lá España
de algunas posesiones en la costado África. Alli posee
aun la España, en aquella costa inhospitalaria áMelilIa,
el Peñón de Velez, Alhucemas y Ceuta, situada enfren-
te de Gibraltar , y que, como ésta, domina la entrada
del Estrecho.
. Un artículo del tratado de Lisboa en 1668 , cedió
Ceuta á la España. Objeto constantemente esta plaza
de los ataques de los marroquíes, sufrió, cosa inau-
dita en la historia , un sitio de 26 años , desde el
tiempo de Carlos II, hasta que Felipe Y hizo en
1720 que levantase este largo sitio, un ejército
de diez y seis mil hombres , al mando del marqués
de Lede.
En 1732, el mismo Felipe V tuvo que man-
dar otro ejército á las órdenes del conde de
Montemar para salvar á Ceuta, que el emperr.
dor do Marruecos, instigado por el famoso aventurero,
el duque de Riperdá , intentaba arrancar á la corona
de España.
En tiempo de Carlos III, en 1774, también los
marroquíes atacan á la vez las plazas do Melilla,
Alhucemas, el Peñón y Ceuta. Carlos III les declara
^3 guerra. Nuestras tropas les obUganen 1775 á im-
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plorar la paz y dar nuevas seguridades para lo fu-
turo.
Herederos del terreno donde en otro tiempo so
alzó la famosa Cartago, son también herederos de la
fé pilnica proverbial en Roma.. Infieles á sus pro-
mesas , siempre vencidos, vuelven al cabo de algún
tiempo con mas ardor al insulto. No tienen el menor
escrúpulo en violarlos mas sagrados juramentos, los
tratados mas solemnes. Todos los reyes de España
han tenido que ejercer terribles represalias sobre es-
tas poblacioues pérfidas , y el estado de la guerra
puede decirse que jamás ha cesado por completo entre
España y sus bárbaros vecinos.
La situación de Ceuta y deMelílIa es un estado de
bloqueo perpetuo , interrumpido apenas por algunos
períodos de paz sin cesar violada; y si durante largo
tiempo ha esperado la España hacerlo cesar con ne-
gociaciones, los recientes insultos inferidos por los
bárbaros á la España han venido á demostrar lo
contrario.
Una gloriosa campaña de cinco meses^ llevada de
victoria en victoria por el general don Leopoldo 0*Don-
•f^:l, y en que se ha plantado el estandarte español,
msultado en Ceuta, sobre la ciudad sagrada de ¡os
muslimes, Tetuan, ha demostrado al mundo en el
año de 1860, que aun tenían los españoles la ener-
gía y. el valor qu©' en aquellas mismos regiones. ha-
bian mostrado sus padres, en los brillantes tiempos
de la monarquía de Felipe V. y deGidos lll.L<?á3.\<\<:i-
MORISCOS. ** v^
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ros han hecho la paz, cediendo una parte de su ter-
ritorio cerca de Ceuta y sobre la costa del OccéanOt
pagando una crecida indemnización de guerra (cua-
trocientos millones) quedando la ciudad sagrada de
Tetuan en poder de la España hasta su completa
satisfacción.
No entra en nuestro propósito referir estos gran-
des hechos de nuestras armas, esta bella página de
la historia de nuestro siglo, la hemos citado
únicamente , al hablar del estado de hostilidad per-
manente de los árabes , á quienes ha sido siempre
necesario escarmentar con la fuerza, y que hace
doscientos cincuenta y dos años recibieron un po-
deroso refuerzo con la espulsion de los moriscos « que
fué un gran mal para la nación española, considerada
económica y políticamente.
Solo bajo el aspecto religioso produjo un bien.
El de la unidad religiosa, la identidad de creen-
cias en todos sus habitantes. Compró España esta uni-
dad religiosa á costa de su prosperidad interior, es-
pulsando primero á los judíos, después á las moris-
cos, y á costa de su engrandecimiento esterior, per-
diendo las ricas y hermosas provincias de Flandes,
después de sepultar alli sus tesoros y sus ejércitos,
por sostener la pureza de su religión.
¡ Y á la nación española que tan caro ha com-
prado su unidad religiosa, que todo lo ha sacrificado
á ella , hasta un millón de sus habitantes , hay toda-
v/a quien la propone en este sig\o> (\ue renuncie á
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ella, no á cambio de la posesión de un reino como el
<lc los Paises Bajos, ó la conservación de un millón de
habitantes con su floreciente industria y riqueza , sino
á trueque de estériles palabrerías 1 ! !
FIN.
:3cn
-,.(.