Skip to main content

Full text of "Historia del alzamiento de los moriscos: Su ESPULSION[SIC] de España y sus consecuencias en ..."

See other formats


Google 



This is a digital copy of a book that was prcscrvod for gcncrations on library shclvcs bcforc it was carcfully scannod by Google as parí of a projcct 

to make the world's books discoverablc onlinc. 

It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject 

to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books 

are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover. 

Marks, notations and other maiginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journcy from the 

publisher to a library and finally to you. 

Usage guidelines 

Google is proud to partner with libraries to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the 
public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to 
prcvcnt abuse by commercial parties, including placing lechnical restrictions on automated querying. 
We also ask that you: 

+ Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for 
personal, non-commercial purposes. 

+ Refrainfivm automated querying Do nol send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine 
translation, optical character recognition or other áreas where access to a laige amount of text is helpful, picase contact us. We encouragc the 
use of public domain materials for these purposes and may be able to help. 

+ Maintain attributionTht GoogXt "watermark" you see on each file is essential for informingpcoplcabout this projcct and hclping them find 
additional materials through Google Book Search. Please do not remove it. 

+ Keep it legal Whatever your use, remember that you are lesponsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just 
because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other 
countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can'l offer guidance on whether any specific use of 
any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner 
anywhere in the world. Copyright infringement liabili^ can be quite severe. 

About Google Book Search 

Google's mission is to organizc the world's information and to make it univcrsally accessible and uscful. Google Book Search hclps rcadcrs 
discover the world's books while hclping authors and publishers rcach ncw audicnccs. You can search through the full icxi of this book on the web 

at |http: //books. google .com/l 



Google 



Acerca de este libro 

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido 

cscancarlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo. 

Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de 

dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es 

posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embaigo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras 

puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir. 

Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como 

tesümonio del laigo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted. 

Normas de uso 

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles 
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un 
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros 
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas. 
Asimismo, le pedimos que: 

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares: 
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales. 

+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a 
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar 
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos 
propósitos y seguro que podremos ayudarle. 

+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto 
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine. 

+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de 
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de 
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La l^islación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no 
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en 
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de 
autor puede ser muy grave. 

Acerca de la Búsqueda de libros de Google 



El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de 
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas 
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página |http : / /books . google . com| 



r 


.F33 (iBlURlA ^H 

1861 ^H 
BUHE '"' , 




ALZAMIiTO DE LOS MISCOS, 




su ESPULSinX DB ESPA^\ 




1 SIS rowírirvrus \\ tobiü hs vBonvrH'i di.i. nfno 




eOH JOSÉ MUÑOZ Y SAVlBíA. 




liCosDR no S.t J*viF.li. Abocabo m; losTíiim •íiLK* NwinM- 
Lts. iMinimo oBus Ueílks AcAn^ns w, Anoitínir,,.,, , 

iMUTi » MM.iT*n Omi-EN i>rS*iJi \%, AnMiM^Ti..ti».r. »i 
umvs Bf;:»TAa br u* rsn vr. KKi,:«A-in.. I'óo i nr»!.^ n-r- 


' co 




8 




1 ^ 

18 

1 a 

; GD 


MAOIllLl: ISr.l. 


(D 


«lie d» Sií T»r«a, núm 8 



Si^^^f^ir^ 




^R^'9^'^'' 




f 



I 
I 



• '.' 



> 



«i 



'••"., 



: r^ \ 



. »•. 



' c 



• # í • « 









• # í • * • 


















•í A;r.> -■ 



I 



\ 



\ 



SERViaO DE REPRODUCCIÓN DE LIBROS. 

'Colección Biblioteca Valenciana. 

Librerías "PARÍS- VALENCIA", 

Pelayo, 7. Valencia-7. 

Depósito Legal : V. 1352- 1980, 

H* del Alzamiento de los Moriscos y la,««« 

Copia Facsimil. 



HISTORIA 



Dfii mmmn de ios mmm. 



t 



HISTORIA 



DEL 



ILLlilTO i IOS llORISCOS, 

- SU ESPULSION DE ESPAÑA 

T SIS CONSECUENCIAS l\ TODAS L\S PROYINCIAS DEL REINO- 

POR 



^m joss mumz y iAV^BiAr ^^ 






Vizconde de Sa^t Javier, Abogado de los Tribunales Naciona- 
les, Individuo de las Reales Academias de Arqiteologix ^ 

NrMISMATICA DE MaDRID Y DE TARRAGONA, CABALLERO DE LA 

ÍNCLITA ¥ Militar Orden de San Juan, Administrador de 

TODAS RENTAS DE LA ISLA DE FERNANDO PÓO Y DEMÁS POSE- 
f«lONES ESPAÑOLAS EN EL OOLFO DE Gl'IMBA. 



f'HÍ^Sí*^'? 



MADRID: 1861. 



ESTADLECI3IIENT0 TIPOGRÁFICO DE HV.U.K\\^ 

caíle de Sta. Teresa, núm %. 






\ 






cr \<r 



Kt'vt , 



ÁL EXCMO. SEÑOR 



DON LEOPOLDO O'DONNELL T JORIS. 



Gra.xde de España de pbimera clase , Gentil-hombre de Cá- 
mara DE S. M., Duque de Tbtuan, Conde de Lucbiía , Viz- 
i:oM)E DE Aliaga, Senador dcl Reino, Capitán General de 
Ejercito, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro 
de la Guerra y de Ultramar , Gran Cruz de las Reales y 
Militares ordenes de San Fernando y San Hermenegildo, 

DE LA distinguida DE CaRLOS 111, DE LA AMERICANA DE ISA- 
BEL LA Católica , de la de San Mauricio y San Lázaro de 
Cerdeña , de San Fernando de Mérito de Ñapóles , de la 
DE San Esteban de Hungría, de la del León de Bélgica, ue 
la del Gran Ducado de Hesse , t de la de la Torre y Es- 
pada de Portugal, Gran cordón de la Legión de Honor de 
Francia, y Cruz de Gran Oficial de la orden de los Se- 
rafines Y del cordón azul de Suecia, Caballero de la de 
segunda Y tercera clase de San Fernando» etc., etc., etc. 



En el momento en que la Europa con- 
templa asombrada el triunfo de las annas 
españolas en África, y en que trem^ci\a.N^w.- 
eedora sobre los muros de \u eSxsA^^ '?í^^>x.^ 



VI 

del islamismo, sobro Tetuan, esa ciudad, 
fundada por los moriscos, antes espulsados 
do Kspaña, la bandera de castillos y leones, 
no snrá fuera do propósito dar a conocer la 
druniiUica historia do un pueblo que, venci- 
do por Isabel I la Católica, después de siete 
siglos do costosas lides, vivió largo tiempo 
aun entre nosotros, hasta que un gran error 
político le hizo espulsar de nuestro suelo, 
marchando al África á aumentar el número 
do nuestros enemigos. 

Hoy, mas feliz que Isabel la Católica, hi 
Segunda Isabel ha hecho tremolar el estan-^ 
darte de la Cruz allende el mar, y sobre la 
ciudad santa, do nunca se habia aclamado 
el nombre de Cristo. 

Vuecencia ha tenido la gloria do escri- 
bir con su espada esta bella página en la 
historia del siglo XIX. 

Lo que en tiempo de ^elipe II ejecutaron 
con los moriscos el marqués de los Velez, oj 
de Mondejar, y don Juan de Austria ph los 
Alpuj arras, y en tiempo de .Felipe 111 en 
Valencia don Sancho de Lima, don Agustin 
A/e//cj, y é\ con^t de Castellá, Vuecencia io 



vil 

lia lioclio con mas rapidez, mejor íorUina y 
mas gloria para España, en las regiones del 
África. 

La historia del Alzamiento de los Mo- 
riscos, Y su KSPULSION DE TODOS LOS REINOS 

DE España, y sus consecuencias, es la obra 
de un jóven^ pero fjiie ha invertido mucho 
estudio en ella registrando concienzuda- 
mente los doc\nueníos originales en el mis- 
mo archivo de Simancas. 

admirador de Vuecencia, que tan alto 
ha sabido colocar hoy el nombre español, 
le suplico admítala dedicatoria de esta obra, 
que adquirira^oin gran brillo llevando á su 
frente e^ ilustre nombre del vencedor en 
África. 

JOSB mUÑOZ T OAVIRIA, 

v^¿co^Dk: de sa.n jayier. 



HISTORIA 



DEL ALMnieNTO Di LOS IIORISCOS, 



SU ESPÜLSION DE ESPAÑA 



¥ SUS COKSEGIIENCUS EN TOBAS LiS PRftVINCUS BEL REIllid. 



La espulsion de los moriscos fué el coa- 
sejo mss osado j bárbaro de que hace 
mención la bistoria de todos los aolerio- 
res siglos. 

{Mtmoriat del Cardenal Richelieu^tO' 
mo X. pág. 231.) 

Yo naci para orar: un solo dia 
Quise mostrarme rey, y de sus lares 
A las arenas líbicas laniados 
Un millón de mis subditos se vieron. 
Los campos todos huérfanos gimieron, 
Llore la industria su viudei iqué imporla? 
Su voz no llega á mi. 

(QuiMTAHA, Oda al Eteorial.) 



T. 



INTRODUCCIÓN. 

En el momento en que la Europa contempla 
asombrada el glorioso triunfo de las armas españolas 
en África, y en que tremola vencedot^ ^^Vst^V^^^ss^- . 
ros de la ciudad santa déV \s\ot\\^vv\o^ ^ricí^^"^^- 



— 2 ~ 

tuan» esa ciudad, fundada por los moriscos, antes 
espulsados de España, la bandera de castillos y 
leones, no será fuera de propósito dar á conocer la 
dramática historia de ese pueblo, que vencido por 
Isabel I, la Católica, después de siete siglos de costo- 
sas luchas, vivió lai^o tiempo entre nosotros, hasta 
que un gran error político los hizo espulsar del modo 
mas injusto é inhumano de nuestro suelo, marchan- 
do al África á aumentar el número de nuestros ene- 
u)igos y abriendo una honda herida en el seno co- 
mún de la patria. 

Hoy mas feliz que Isabel la Católica, la Segunda 
Isabel ha hecho tremolor el estandarte de la cruz 
allende el mar, y sobre la ciudad santa de nuevo se 
ha aclamado el nombre de Cristo. 

Dominada y ocupada sucesivamente la España 
por los cartagineses, por los romanos del tiempo de 
ios Escipiones, por los godos del IV ai VIII siglo, y 
por los moros, estos fueron de entre todos los 
conquistadores los que dejaron mas útiles huellas en 
el terreno que dominaron. 

Su brillante civílizaciorí tiene por monumentos 
esos nobles y preciosos edificios que han sembrado 
en unas provincias: revelando en otras su importan- 
cia social por instituciones agrícolas é industriales» 
que se han conservado hasta nosotros: por un sistema 
de riego, que es aun el asombro de los viagcros, y á 
cuyas equitativas é imparciales leyes acuden todavía 
psra áecídh sus cuestiones los labradores valencia- 



- 3 — 

nos. Aunque capital de un reino independiente, auft- 
que mansión real. Valencia no recibió ni una mez* 
quita como Córdoba, ni una Alhambra como Grana* 
da, ni una Giralda como Sevilla; empero en sus in- 
numerables canales de riego, esparciendo por todas 
partes las fecundas aguas del Guadalaviar y del Jü- 
car, apropiaron los moros estériles terrenos: y la im- 
portación de estraílns plantas, naturalizó alli las ri- 
quezas vegetales de otros climas, dando sabias leyes 
para proteger la esplotacion de estos nuevos manan- 
tiales de prosperidad, y para que fuesen el patrimo^ 
nio igual de todos. 

Si el naranjo, el limonero, la higuera chumba, lla- 
mada todavía hoy en algunos paises higuera de mo- 
ros, la granada, cuyo nombre recuerda hoy la es- 
pléndida corte de Boabdil, el níspero, el algodón, el 
membrillo, el azufaifo, la palma y otras plantas me- 
dicinales y aromáticas, derraman la riqueza y la opu- 
lencia en las deliciosas llanuras de Valencia, en los 
deliciosos cármenes de Granada y jardines de Sevilla, 
si una buena legislación 'especial vela en su conser- 
vación, si estos productos de su suelo reciben un 
aumento de valor al elaborarse en numerosas fábri- 
cas, si las sedas labradas producen hoy muchos mi- 
llones, el pensamiento reconocido de los españoles 
debe remontarse á los moros. A ellos son deu- 
dores de estos beneñcios, porque ellos fueron los ^ 
primeros autores, porque lo que .ellos mismos no 
crearon, se ha hecho después k «»w \vsv\\a¿v5ícv ^ 



\ 



— 4 — 

bajo la inspiración de los recuerdos que dejaron. 
Vencidos los moros en Granada por Isabel I, que- 
daron como subditos fieles suyos, bajo ciertos pactos 
solemnes. Mas tarde, una falsa política los impulsó á 
la rebelión. Fueron vencidos, y la intolerancia de un 
clero poco ilustrado, la debilidad de Felipe III, y el 
interés de un ministro venal , causaron una honda 
herida en la población, en la industria y agricultu- 
ra de España . 



II. 



IXPOSIBIUDAD DE F05DIISE UL ÜACIONALIDAD ESPAÑOLA 

£!f OTIA. ^ÜO BASTAIC A LOGRARLO LAS COXQCISTAS DE 

LOS CARTAGINESES» Hl LaS DE LOS ROMANOS, MI LA DE 
LOS GODOS. INTASION DE LOS ÁRABES. 



Uoa circunstaDcia digna del profundo estudio del 
observador presenta la historia de España, y es la de 
que las naciones de índole y de clima diversos, que 
han venido á dirimir sns querellas en el suelo espa- 
ñol, jatnás ha desaparecido por la furion de los si- 
glos: ó las ha esterminado la guerra, ó han tenido 
que ir á otras comarcas á buscar una suerte mas pro* 
picia. 

Ocupada en un priqcipio por los fenicios la Espa- 
ña,, el Mediterráneo vio con orgullo surcar sus flotas, 
trasportando en ellas las riquezas de este privilegia- 
do pais, y un pueblo de marineros, pilotos y n^^tc;^- 
deres, estendieron su comercio pot e\ xsxxvtA»^ 



— 6 — 

fenicios fueron espulsados por los rudos iberos, á 
quienes puso las armas en la mano la perfidia de los 
cartagineses. Sucumbieron estos mas tarde al valor 
de las legiones romanas. Nnda quedó de ellos en Es- 
paña, mas que la reminiscencia de las gloriosas ha- 
zanas de Annibal y de los Asdrúbales. 

Apareció Roma, ciudad en un principio de pasto- 
res y de bandidos, sus belicosos hijos se prepararon 
á la conquista del universo, y avanzan paso á paso. 
La Italia primero, después la Sicilia, la Cerdena, la 
Córcega se le someten. La Macedonia, la Grecia y el 
Epiro sufren su yugo. La España y la Galia sucum- 
ben; y la Gran Bretaüa, que semejante á un bagel 
dormido sobre sus áncoras, podia contar con el mar 
para detener á los vencedores, ve las águilas roma- 
nas penetrar en su recinto. 

Como un vasto coloso estiende Roma sus inmen- 
sos brazos, del Danubio al Atlas, y desde el Océano 
al Eufrates. 

Europa, Asia, África, todo obedece la ley de Ro- 
ma, cuando de las llanuras centrales del Asia se ade- 
lanta lentamente un pueblo bárbaro y feroz. Los 
Hunos, empujados por otros pueblos desconocidos, 
se precipitan á su vez sobre los Alanos, los Alanos so- 
bre los Godos, los Godos sobre los Germanos, y est 3 
terrible huracán de pueblos bárbaros, arrojados los 
uftos sobre los otros, viene á caer sobre Roma y so- 
bre las provincias sujetas á su poder. 

Boma, como se ve en sus leyes, vee.ov\oció los 



fueros de las primitivas razas españolas, y cuando á 
Tuerza de tiempo y perseverancia llevaba mas ade- 
lantada la obra de una cumplida. reconciliación, la 
entrada de los bárbaros vino á sepultar los vestigios 
de la civilización latina. 

España, una de las mas hermosas provincias ro- 
manas, vio erigirse en señores y tiranos de su suelo 
á las tribus errantes que la invadieron. Vio á los ala- 
nos perecer por el hierro entre el Tajo y el Guadia- 
na: á los vándalos terminar sus incursiones devasta- 
doras en las playas de África: presenció la lucha con 
que los Silingos, que llegaron á dominar á Galicia, se 
esterminan entre sí con insaciable encono, y espian 
la barbarie con que habian afligido á los indígenas. 
Los godos fueron los únicos que lograron dominar 
con estabilidad la España, consolidando su poder, no 
tanto por la fuerza de las armas, como por el carác- 
ter de valedores y de amigos de los pueblos, abando- 
nados á merced de aquellos bárbaros turbulentos y 
crueles. 

Cerca de tres siglos vivió feliz y tranquila la Es. 
paña bajo el cetro de los reyes visigodos, empero la 
fusión de estos pueblos no pudo realizarse sin ven- 
cer crandísimos obstáculos. Fermentaba contra los 
dominadores una antipatía peligrosa. A juzgar por al- 
gunas leyes del código visigodo, fué necesario auto- 
rizar y declarar honrosos los enlaces de las familias 
góticas con las de estirpe española. ComenzahacL^^\v 
esta nueva ley á estrechárselos \v\\q\í.^% ^^>^\¿\^^>^ 



— 8 — 

á estinguirse los rencores hereditarios, cuando una 
nueva raza vino á producir una revolución inespera- 
da y una lucha que no había visto igual, y tal vez no 
volverá á ver el mundo. 

En aquel tiempo Dios habia permitido que todo 
el Oriente recibiese la palabra de Mahoma, y dobla- 
se la cerviz bnjo su espada, y los califas sus suceso- 
res habian conquistado reinos é imperios. 

El belicoso árabe atraviesa sobre su ligero corcel 
los abrasadores desiertos del África , viene á sentar- 
se sobre la roca de Ceuta, y desde allí, midiendo 
con un golpe de envidiosa vista la distancia que le 
separa de la otra columna de Hércules , se apresta á 
hacer de la España su presa y su conquista. Tan rá- 
pido como el águila, la comarca que intenta invadir 
queda á su espalda. Los montes no ofrecen sino un 
débil obstáculo á su inmenso vuelo; salva las alturas, 
y se deja caer sobre Castilla. 

El entusiasmo ardiente é irresistible que señaló 
los primeros días de la religión musulmana, bastaría 
solo para esplicar la rapidez de la conquista , sin las 
facciones en que se hallaban divididos ios godos, el 
resentimiento y traición del conde don Julián, y la 
imprudente temeridad que comprometió en las már- 
genes del Guadalete, en una sola batalla, la suerte 
de todo un imperio. 

El hermoso cielo de España , su sol menos abra- 
sador, habia agradado á los infieles. 

¡Con qué entusiasmo no bajaron sobre las deli- 



— 9 — 

ciosas cosías de la Andalucía! Allí no vcian (rislcs y 
abrasadoras playas, sino hermosas sombras, y límpi- 
das aguas. ¿Qué se hizo del viento de África que de- 
vora las plantas y los hombres? ¡Que sople todavía 
en el desierto, que agole el tibio manantial donde el 
viagero puede apenas aplacar su ardiente sed! Eu Es- 
pana por do quiera hallaban frescas y perfumadas 
brisas, por do quiera flores y ^utos y hermosas ciu- 
dades, Sevilla y Toledo , Granada y Córdoba , Mur- 
cia y la encantadora Valencia! 

Asi habian saludado los moros las playas españo- 
las. La fama habia llevado <í su pais la relación de 
las estranas maravillas que la España vendida por 
uno de sus hijos habia ostentado ante sus ojos. En- 
tonces no hubo en toda la Mauritania un solo jóvea 
que no saltase sobre su corcel , y blandiendo su ci- 
mitarra viniese á aumentar las numerosas bandadas 
de aventureros ardientes, intrépidos, que cual enjam- 
bres de abejas llegaban al campo de Tarik á fin de 
someter la España al califa y á las leyes del Coran. 

Pelayo , unido por los vínculos de la sangre ai 
rey don Rodrigo , á quien había acompañado en la 
batalla del Guadalete habia combatido á su lado, y 
no pudiendo evitar á aquel príncipe su funesta suer- 
te, emprendió salvar la España. Pelayo, ese soldado 
de brazo de hierro , marcha á los montes de Asturias 
y acepta entonces la corona de España, cual hubiera 
aceptado el martirio con una santa resignación. 

Con un puñado de valientes , sm mas t^\)^^^ ^S^^ 



- 10 — 

las profundas cavernas, y las inaccesibles rocas de 
Asturias , detiene el ímpetu victorioso de los árabes 
dueños de toda la España , y comienza una admira- 
ble resistencia, una lucha de ocho siglos que debia 
formar de los pueblos con tanto tiempo y sangre re- 
conquistados un imperio mas grande y poderoso que 
el de los godos. Asi como Moisés no pudo entrar en 
la tierra prometida á su pueblo , asi el santo y va - 
líente Pelayo no pudo realizar estos grandes desig- 
nios de Dios. 

Estaba reservado su cumplimiento á una muger 
fuerte, á una gran reina, á Isabel la Católica!!! 



III. 



CONDICIÓN SOCIAL DE LOS CRISTIANOS SOMETIDOS A LOS ARA- 
BES.— ORIGEN DE LOS MOZÁRABES. — SEPARACIÓN DEL ELE' 
MENTÓ POLÍTICO Y RELIGIOSO. 



Ochocientos años no bastaron para fundir en una 
la nacionalidad española y la nacionalidad musulma- 
na. La misma repulsión que esperimentaron siglos an- 
tes los fenicios, los cartagineses, los romanos y los * 
godos, esperimentaron los árabes vencedores de la 
líspaíla. Las poblaciones cristianas dejaban pasar al 
vencedor, pagaban sus tributos y conservaban obs- 
tinadamente su fé y sus costumbres. Esto produjo un 
nuevo sistema político, ó para ser mas exactos, esta- 
bleció la primera separación entre el elemento políti- 
co y* el elemento religioso. Es un error el creer que 
los árabes iban en su marcha conquistadora señalau- 
do su tránsito con el incendio , c\ ;v?>e¿\vAwV^ >i ^\ \\- 
^^''ígc, como han escrito ali;unos ex^ve^ev^^V^^ c,\cs\n\^' 



tas. La España se hubiera convertido en una vasla 
soledad, y no hubiera quedado monumento, ni señal 
alguna de las glorias que la raza oriental supo alcan- 
zar en nuestro suelo. 

La resistencia aunque vana que hallaron los ven- 
cedores en Ecija, Córdoba, Mérida, los confines de 
Granada y Murcia, inspiraron á un tiempo recelo y 
templanza á los caudillos musulmanes, y les obliga- 
ron á mostrarse como hombres de condición mas 
blanda y tolerante que aquella con que la historia 
nos pinta á los terribles sectarios de Mahoma. Es una 
vulgaridad el suponer que los árabes impusieron á 
los españoles vencidos la alternativa de abrazar el 
islamismo ó la muerte. La conquista, en lugar de ser 
una propaganda, fué una simple adquisición de ter- 
ritorio. Tales fueron los principios que tomaron por 
base los soldados de Tarik y de Muza en la domi- 
nación de España. Los españoles que se sometieron 
(le grado ó por fuerza, fueron llamados Mixti-Arabes, 
y por corrupción de esta palabra Mozárabes. 

Los mozárabes conservaron sus propiedades, por 
las que pagaban los mismos impuestos y contribucio- 
nes que los musulmanes, aunque se hallaban escep- 
tuados del servicio militar; es decir que pagaban 
el cinco por ciento sohre los bienes muebles y el 
diezmo de la renta de los inmuebles. Además los va- 
rones pagaban por una sola vez la capitación por res- 
ígate de sangre. Los árabes tomaron para sí todas las 
rV'n)nsy los caballos considerados como pertrechos de 



— 13 — 

guerra: se adjudicaron con las propiedades de los 
que emigraban , las del fisco y una parte de los bie- 
nes de las iglesias. Algunas de estas fueron transfor- 
madas en mezquitas, las mas permanecieron consa- 
gradas al culto cristiano. Las ciudades tomadas á viva 
fuerza sufrieron el saqueo y pagaron dobladas las 
contribuciones. Nada se cambió en el ejercicio del 
culto que practicaban los cristianos sin vejación al- 
guna. Las iglesias pagaban su tributo. Estaba prohi- 
bido levantar nuevos templos , empero podían re- 
parar y reconstruir los antiguos sin darles mayores 
dimensiones. Las ceremonias de la religión se verifi- 
caban en lo interior de las iglesias h puerta cerrada, 
sin ser vigiladas por los musulmanes. Estaban prohi- 
bidas las procesiones, y en general toda manifesta- 
ción esterior del culto cristiano. Solo los mozárabes 
de Córdoba tenian el privilegio de tañer sus campa- 
nas para el culto divino. 

A cambio de esta tolerancia , los vencedores pre- 
cavieron todas las tentativas de los cristianos contra 
la religión de su profeta. El musulmán renegado era 
castigado con la pena de muerte. Bastaba para ser 
reputado musulmán, que un cristiano, aun en el es- 
ceso de la embriaguez, pronunciase la tan sabida 
fórmula ¡La ilah illa Allah rra Mohamei rasonl Allah! 
¡No hay mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta! 
El cristiano que impedia á otro el apostatar, era cas- 
tigado con la muerte. El que injv.\vv*iLVi^ ^\ ^\^\Oc\^^ 
el que mantcnia comercio i\íc\lo eow v\v\^ vv\vv&v^'^'^- 



— la- 
na, tenia que optar entre el islamismo, ó la muerte. 

Bajo el régimen de la conquista , los mozárabes 
conservaron pura la organización civil y política de 
los godos, en tanto que una nueva constitución se 
iba elaborando en las montanas de Asturias y de 
León. Asi cuando se reconquista Toledo por Alfon- 
so VI, los mozárabes que tanto habian contribuido á 
recuperar la antigua capital del imperio godo, recla- 
maron la conservación de loque llamaban sus privi- 
legios; y obtuvieron el derecho de gobernarse sepa- 
radamente por sus propios magistrados, en tanto 
que los castellanos eran regidos por los suyos. Prue- 
ba clara de que los árabes dejaron subsistente, va- 
ledero y en pie cuanto de una manera directa no ata< 
caba á su dominación. 

Los diversos gobiernos que se sucedieron en la 
líspaHa musulmana hasta los Almorávides, protegie- 
ron á los mozárabes. El pueblo bajo musulmán le? 
fué siempre hostil, y los cristianos nada hicieron por 
disminuir esta hostilidad. Cifraban su orcullo en 
desaliarlos. Religión, instituciones, costumbres, há- 
bitos, todo lo toleraron los árabes en sus subditos 
cristianos sin adoptar nada de ellos. Cuando la vic- 
toria inclinó la balanza en favor de los cristianos, 
los mozárabes comenzaron á revolverse en favor de 
sus hermanos. Entonces los Almorávides, sin odio, 
sin crueldad, los deportaron convencidos de que 
usaban de un derecho de legítima defensa. 



IV. 



RECONQUISTA PROGRESIVA DE LA ESPAÑA CAUSA DE SO RE- 
TRASO DE SIETE SIGLOS. 



Deslumhrados con el éxito de sus triunfos, su- 
midos en una engañosa seguridad , los monarcas 
árabes se entregan á las delicias de Córdoba y Gra- 
nada en el seno de las ciencias, y rodeados de los 
obras maestras de esa rica arquitectura que embe- 
llccia sus palacios y mezquitas, desdeñan en un 
principio un enemigo pobre, pero atrevido. Los su- 
cesores de Pelayo abandonan el sistema de defensa; 
bajan de los montes, invaden las ciudades , y en el 
curso de los siglos clavaron la cruz de Cristo en los 
muros de las principales capitales do España. Las 
tierras sucesivamente arrancadas á los moros pasan 
*il dominio do los caballeros cristvav\v>^ ^ ^\^.\í!c=vV:^. 
tili-ían con su /ntiustria. Los cov\(\v\\'¿U^\<^^^^ ^^ ^'^^" 



— 16 — 

vierten por derecho propio en señores del terreno 
conquistado, y la esperanza de estas adquisiciones 
inflama la ambición de los nobles, y especialmente 
de los que moraban en las fronteras de los estados 
árabes. Creáronse las órdenes de Santiago, Calatra- 
va y Alcántara, que fueron terror de la morisma, un 
grande elemento para la reconjuista, y cuyos gefes, 
los grandes maestres, tan importante papel hicieron 
en las revueltas y discordias civiles de los si- 
glos XIV y XV. 

Alfonso V[[ tiene la imprudencia de dividir sus 
estados entre sus hijos, y las coronas de León y de 
Castilla quedan scparailas, hasta que en Fernan- 
do III se reúnen para siempre estas dos ramas de la 
monarquía goda. La guerra contra los árabes recibe 
un nuevo impulso, y Fernando el Santo clava la cruz 
de Cristo sobre los minaretes de la mezquita de 
Córdoba y en los muros de Sevilla. 

Jaime I de Aragón, el Conquistador, somete al 
mismo tiempo á Valencia, Murcia y las islas Ba- 
leares. 

Difícil era pensar á mediados del siglo XIII y des- 
pués do las brillantes conquistas de Fernando III y 
Jaime I de Aragón , que debían trascurrir aun dos- 
cientos cincuenta años antes de someter el reino de 
Granada y de libertar enteramente la patria del yugo 
musulmán!.... 

No se podia suponer que la ambición , el celo re- 
ligioso, el odio nacional debiesen pararse en una 



— 17 — 

carrera que no ofrecía mas que obstáculos, en la 
apariencia tan fáciles de vencer. Al contrario, los 
esfuerzos de los españoles comienzan á debilitarse y 
á ser mas raras sus conquistas. Una de las causas 
que contra toda esperanza prolongaron esta memo- 
rable lucha fué la inmensa ventaja que enconlraron 
los moros en su retirada. Su población , derramada 
antes sobre toda la superficie de la España, se halló 
entonces condensada en un solo punto, y ocupando 
el menor espacio posible. Habian estado confundidos 
en las provincias del Norte y del centro con los cris- 
tianos mozárabes , que vasallos y tributarios suyos, 
aunque tratados con benignidad, no dejaban por 
eso de ser sus naturales é irreconciliables enemigos. 
Cuando Toledo y Zaragoza cayeron en poder de un 
príncipe cristiano, estaban llenas estas ciudades de 
esos degenerados cristianos que á consecuencia de 
un largo trato con sus dominadores habian introdu- 
cido, según dice Mariana, el dialecto de la Arabia 
en la lengua castellana. 

En el siglo XII , exasperados los moros con los 
reveses que sufren sus armas, comenzaron á perse- 
guir á sus subditos cristianos, cuyo secreto údio 
sospechaban, y los forzaron á huir ó á abjurar de 
su religión. 

jUiandü Fernando III se precipitó sobre la Anda- 
lucía, y en dos victoriosas campanas ocupó á líaeza 
y sitió áriórdohn, tan cólchro [)ov Ia tvvVV\\\*\^^^\'^'5^ 
ciencias (^a In Anibia , y por \os womWc?» v\e. Kn\^^^*^ 



— 18 — 

y Averroes , como por los espléndidos trabajos de 
una dinastía opulenta y magníQca, ya el cristianis- 
mo habia casi enteramente desaparecido de las pro- 
vincias meridionales. El hambre y el hierro hicie- 
ron capitular (16 de julio de 1236) , á Córdol^a, la 
gran ciudad que ciento veinte y dos anos habia sido 
la capital de los califas. El culto de la cruz se cele- 
bró en su magnífica mezquita solemnemente purifi- 
cada, y el rey de Castilla y de León descansó en el 
suntuoso palacio que Abderraman habia construido 
tres siglos antes. Grande fué el dolor de los musul- 
manes al saber la pérdida de Córdoba. Dos insur- 
recciones estallan casi al mismo tiempo contra los 
africanos , la una en Valencia , de que aprovechán- 
dose hábilmente Jaime I de Aragón, llamado el 
Conquistador, se apodera de aquel reino y las Ba- 
leares, y la otra en Granada, donde destronado 
Abou-Said busca en el campo cristiano un asilo y 
seguridad para su amenazada existencia. Abandonó 
el destronado monarca al implorar la generosidad de 
Fernando el reino de Jaén , y ofreció seguir al rey 
cristiano con la mitad de la renta de sus estados y 
sus tropas todas, para auxiliarle en sus ulteriores 
enipresas. Fernando restableció á Abou-Said sobre 
el trono de Granada. 

. La cruz de Cristo y las lunas africanas marchan 
juntas por primera vez , y se presentan delante de 
Sevilla. Los moros de Sevilla vieron con indignación 
el estandarte de Cristo y el de Mahoma desplcí^ado^ 



— 19 — 

en un mismo campo para someterlos. Diez y seis 
meses duró el sitio. La ciudad fué tomada por asal- 
to el 21 de diciembre de 1248. 

Cuando Zaragoza y otras ciudades habian caído 
en poder de los españoles, se habia permitido á los 
moros continuar habitando en ellas, como habita- 
ban antes los cristianos en la condición de subditos, 
no de esclavos ; empero después de la toma de Se- 
villa fueron todos arrojados de ella á las posesiones 
que aun conservaban ó al África , y se invitó á que 
nuevos habitantes de todas las partes de Espaila vi- 
niesen á 6jar allí su residencia. 

Las ciudades fuertes de Andalucía, como GibraU 
lar, Algeciras y Tarifa, opusieron á los príncipes 
cristianos una resistencia que no habian encontrado 
en Castilla. Exigian penosos sitios, eran algunas ve- 
ces reconquistadas por el enemigo, y espuestas 
siempre á sus ataques. Lo que constituia la gran 
fuerza de los mahometanos de España, eran la alian- 
za y los socorros de sus hermanos de Ultramar. Acos- 
tumbrados hoy á asociar la idea de piratas al nom- 
bre de los moros de África, no concibe fácilmente 
nuestra imaginación aquellas poderosas dinastías, 
aquellos belicosos caudillos, aquellos numerosos ejér- 
citos que durante ocho siglos ilustraron los anales de 
esta nación. Jamás invocaron en vano su asistencia 
los árabes de España , empero al reclamarla temían 
les efectos de su ambición. 

Probablemente debieron Iostc'^cs Afc C^x^sx'^^'^X'^ 



— 20 — 

ventaja de mantenerse por tanto tiempo en su reino 
á la indolencia qué insensiblemente se apoderó de 
sus enemigos , y que constituye uno de los rasgos 
distintivos del carácter español. La cesión del reino de 
Murcia hecha á la corona de Castilla, privaba á Ara- 
gón de toda posibilidad de estender las conquistas 
que habían ilustrado á sus primeros soberanos, y 
sus sucesores igualmente emprendedores llevaron 
sus ambiciosas miras allende los límites de la Penín- 
sula. El castellano, sufrido é incontrastable en los re- 
veses, vio disminuir su energía á medida que sintió 
menos la presión de la adversidad. Después de haber 
libertado con sus armas la mayor parte de su pais, 
quiso mejor dejar á sus enemigos señores de una 
sola provincia, que esponerse á la fatiga de completar 
su triunfo. 

Si no se hubiera visto en épocas anteriores que el 
espíritu de revueltas civiles y de insubordinación no 
había sido un obstáculo para el engrandecimiento de 
la monarquía castellana, podríamos atribuir» la falta 
de brillantes conquistas contra los moros á la pertur- 
bación que agitó á la nación por mas de un siglo des- 
pués de la muerte de Fernando III, en quien la Es- 
pafia admiró un héroe, el trono un gran rey , y la 
Iglesia un santo. 

A Fernando el Santo sucede Alfonso X, llamado 
el Sabio, por los progresos que hizo en las ciencias, 
sobre todo en la astronomía. Los errores de la admi- 
njsiracion, hs niales que no supo )[iievemt Kvclecoa 



~ 21 — 

decir que constantemente ocupado de las cosas del 
cielo descuidaba las de la tierra. Como legislador 
Alfonso, en el código de las Siete Partidas, sacrificó 
los derechos de su corona á las usurpaciones de Ro- 
ma y su filosofía no le impidió ser bastante insensato 
para dejarse seducir durante veinte años con la ilu- 
soria perspectiva del trono imperial. Corriendo tras 
del trono imperial de Alemania que le disputa Ricar- 
do de Inglaterra, abandonó á Castilla. Las cortes se 
opusieron mandándole volver y renunciar á esta te- 
meraria espedicion que le hubiese costado el trono. 
En estas ilusorias pretensiones musulmanes tributa- 
rios de Murcia y otras provincias, sublevados bajo la 
protección del rey de Granada, invocan los socor- 
ros del Miramamolin , rey de Fez, Abou-Jusouf-Ja- 
coub (1257) y resuelven la conquista de toda la Es- 
paña, que hubieran llevado á efecto sin el valor y la 
intrepidez de su hijo don Sancho que salvó la patria, 
y á quien sus hazañas valieron el sobrenombre del 
Bravo. En los últimos años de su tempestuoso reina- 
do tuvo Alfonso que luchar contra su hijo. El dere- 
cho de sustitución en las herencias era desconocido 
hasta entonces en Castilla. Por la regla establecida en 
el orden de las sucesiones, el pariente mas próximo 
era preferido siempre al mas lejano, el hijo tenia me- 
jor derecho que los nietos. Alfonso habia introducido 
el principio de la sustitución en su código de las Siete 
Partidas. El infante don Fernando, el d^i \a. ^'^^viVx 
manó dejando dos hijos varones. S>;ii\q\\q> ^w^^^^ V\- 



— 22 — 

20 valer sus derechos fundados en la antigua ley de 
la sucesión en Castilla. Los descendientes de don 
Fernando, llamados los infantes de la Cerda, sosteni- 
dos por la Francia, de cuyo rey eran parientes, y 
por Aragón dispuesto siempre á tomar parte en las 
turbulencias de Castilla, continuaron por mas de me- 
dio siglo reclamando sus derechos y perturbando la 
tranquih'dad publica. 

Don Sancho, ídolo del ejército por su valor, ama- 
do del pueblo por su liberalidad, convocó cortes en 
Valladolid, que declararon á su favor la cuestión de 
sucesión, y le invistieron.de la autoridad real con el 
título de regente. Las principales ciudades le siguie- 
ron. Alfonso invocó entonces contra su propio hijo el 
auxilio del rey de Marruecos, que cercó á Córdoba, 
pero que libertó don Sancho haciendo reembarcar 
para África al Miramamolin. 

La autoridad de los papas estaba entonces en su 
mayor poder. Lanzó sus rayos el pontífice, y el hijo 
rebelde que habia resistido las fuerzas combinadas 
de su padre y el rey de Marruecos, inclinó su frente 
al anatema de la Iglesia y pidió perdón. 

Los anales de Sancho IVy de sus dos sucesores 
inmediatos Fernando IV y Alonso XI, presentan una 
serie de turbaciones civiles vergonzosas y deplora- 
bles. En Fernando el IV comienzan las largas mino- 
rías, las regencias tempestuosas, los odios fraternales, 
las guerras civiles que debian durar dos siglos. 

los nobks, ¡os ricos hombres scteVid^t^ VoA^n^t. 



— 23 — 

que creen haber recibido un agravio de su rey. Tie- 
nen el derecho, ó mas bien están en posesión de ab- 
jurar la obediencia por un acto solemne, que los libra 
de incurrir en la pena y nota de traidores. Llámase 
este acto el desnaturalizarse. Un pequeño número de 
familias compone una oligarquía, el peor de todos 
los estados. Los mismos hombres son alternativamen- 
te ministros y favoritos de los reyes, ó sus enemigos 
armados en campo abierto. Muchas veces cuando no 
pueden defenderse en sus villas y castillos, ó son 
escasos sus parciales, se retiran á las fronteras de 
Granada, y se alian con los árabes, combatiendo al 
lado de los enemigos de su patria y de su religión. 

Don Pedro I sube al trono después de la muerte 
de su padre Alfonso X. La historia le ha dado el so- 
brenombre de el Cruel. Los poetas le han llamado el 
Justiciero. Se supone que el espíritu de partido ha 
exagerado gravemente sus crímenes. La historia está 
llena de calumnias, y calumnias que no se horran 
jamás, pero la historia no ha calumniado á don Pe- 
dro. La historia de su reinado, trazada, es verdad, en 
gran parte por la pluma de uno de sus mas violentos 
enemigos, hace una larga enunciación de los asesina- 
tos cometidos á la faz del mundo, á la luz del día, 
recientes en la memoria de una multitud de perso- 
nas que vivían en la época del cronista Ayala. 

La posteridad que hace justicia de las preven- 
ciones de los contemporáneos, aee^l^ ^ ^•^vvv¿v«s\'íí.Vs^ 
juicios dictados por la verdad itn^^xcX^. \^^n\^^^^^ 



— 24 — 

el Cruel recibe el trono bajo los mejores auspicios; 
domada la altivez de la nobleza castellana, destruido 
el poder de los moros. 

Comienza su reinado asesinando á la querida de 
su padre doña Leonor de Guzman, sacrifica á la ino- 
cente Blanca de Borbon, su esposa, para arrojarse 
en los brazos de la hermosa María Padilla; hace dar 
muerte á tres de sus hermanos, presenciando él mis- 
mo la de don Fadrique. Manda degollar alevosamen- 
te al rey de Granada Alhamar, que se acoge á su hos- 
pitalidad, y hace espirar bajo el puHal de sus verdu- 
gos al maestre de Calatrava y otros personagesde los 
mas distinguidos. Enrique de Trastamara venga á su 
madre y sus hermanos y á la humanidad entera, 
matando con sus propias manos á su hermano y á su 
rey, cuyo trono ocupa. 

Su reinado da un respiro á Castilla, fatigada con 
tantas guerras civiles. Los reinados sucesivos do 
Juan I y Enrique III no son tan pacíficos, en parti- 
cular el de este último, que comienza por una mi- 
noría. 

De un año sube después al trono Juan II. Su rei- 
nado es una serie de conspiraciones y guerras civi- 
les. Rey débil, fué dominado por su favorito don Al- 
varo de Luna. Don Alvaro justifica la confianza de su 
monarca, haciendo respetar la dignidad real tan lar- 
go tiempo envilecida. Se apodera con audacia de la 
espada de condestable* arrancada á uno de los íjcfcs 
déla facción vencida, la empuña con mano firme y 



— 25 — 

valerosa, y las victorias de Figuera y Guadix hacen 
estremecer en sus cimientos el trono de los árabes de 
Granada. 

Los enemigos de don Alvaro escítan la codicia de 
don Juan H, que para apoderarse de su riqueza, dé- 
bil monarca entrega al verdugo en Yalladolid la ca- 
beza del ministro, que durante cuarenta y cinco afios 
liabia llevado sobre sus hombros todo el peso de la 
dignidad real. 

Juan II no sobrevive largo tiempo á su favorito. 
Sucede en el trono Enrique IV el Impotente. Si el pa- 
dre no fué respetado, el hijo fué despreciado. El mar- 
qués de Villena ejerce sobre el hijo el mismo imperio 
que sobre el padre ejerciera don Alvaro de Luna. Un 
nuevo favorito, don Beltran de la Cueva, derriba al 
marqués de Villena! Posee la confianza del rey y de 
la reina. Nacen nuevos y mas grandes disturbios. 
Pénese en duda la legitimidad del nacimiento de la 
hija del rey, doña Juana heredera del reino, á quien 
llaman por escarnio la Beltraneja, nombre que le ha 
conservado la historia. Alzan por reina á doña Isabel, 
hermana del rey , casada con don Fernando , prínci- 
pe de Aragón, que ocupa el trono después de la 
fuerte de Enrique y de haber vencido á los parcia- 
les de la Beltraneja. 



TOMA DE GRANADA POR LOS REYES CATÓLICOS. CONDICIÓN 

SOCIAL DE LOS MOROS. 



Isabel 1 y Fernando de Aragón con su enlace, re- 
constituyen el poder real, y los antiguos reinos riva- 
les siempre, de Castilla y Aragón, se reunieron para 
siempre y formaron la monarquía española. Apenas 
terminaron* la guerra civil y se afirmaron en el trono, 
resolvieron dar á la Europa una insigne muestra del 
vigor que la monarquía española iba á desplegar en 
su reinado. El armisticio concluido con los moros de 
Granada, no había sido interrumpido en una larga 
serio de años; las circunstancias no habían permití- 
do á Juan 11 y Enrique IV comenzar el ataque , y los 
moros mismos destrozados como sus enemigos los 
cristianos, por guerras civiles y por las disensiones 
de la familia de sus reyes, se contentaban con chozar 
sin oj)osic¡on de la mas hermosa proMiicía de la Pe- 



— 27 — 

nínsula. A creer á nuestros historiadores los monar* 
cas de Granada eran en general usurpadores y tíra- 
nos, pero no es fácil concebir esa grandeza , esa 
magniñcencia que distinguía los reinos mahometanos 
de España, sin atribuir á sus gobiernos algunas me- 
didas sabias y benéficas. Esas hermosas provincias 
del Mediodía han perdido después su antiguo esplen- 
dor, circunstancia demasiado humillante para el or- 
gullo nacional , es el que este pais nada ofrezca mas 
interesante á la admiración del viagero, que los mo- 
numentos que ha dejado en pos de sí una raza es- 
irangera y odiada, una raza de conquistadores. 

Aunque en todos los ailos, cristianos y moros 
corrían alternativamente el pais talando los campos, 
no se reputaba roto el armisticio porque existia un 
singular tratado. Entendíase duraba la tregua entro 
cristianos y moros , aun cuando estos so apoderasen 
de alguna plaza con tal que hubiese sido ocupada sin 
aparato de guerra , sin desplegar banderas ni tocar 
trompetas y en menos de tres dias. Zahara tomada 
asi por los moros fué el protesto de la guerra. 

Hasta entonces los cristianos se habian contenta- 
do en caso semejante con usar de represalias; empe- 
ro Isabel y Fernando conocieron que la conquista de 
Cranada no era superior á sus fuerzas, y que pondría 
fin á una lucha que babia durado cerca de ocho si- 
glos. Los castellanos invadieron el reino de Granada, 
animados por su reina Isabel, única á c{uv^^ ^^\v^ti 
obedecer. Wéronse en este ejérdVo \<» 5wV\^tw^ ^^^* 



— 28 — 

quistadores de Berbería y Ñapóles, Pedro Navarro y 
Gonzalo de Córdoba el Gran Capitán. 

En la misma decadencia del poder de los moros, 
abierta Granada por todos puntos á la invasión, de- 
bilitada por facciones intestinas, que llevaron á uña 
de las facciones á favorecer al común enemigo , no 
pudo este reino ser sometido sino después de diez 
años sucesivos de una guerra obstinada y sangrienta. 
Los cristianos en los diez ailos, se hicieron dueños 
de Alhama, el baluarte y antemural de Granada. 
Tomaron á Málaga, el depósito del comercio de Es- 
paña con el África, ocuparon á Baza, ciudad entonces 
de cincuenta mil habitantes, y llegaron al fin con 
ochenta mil á poner sitio á Granada, presa de las 
mas funestas discordias. El hijo se habia armado allí 
contra el padre , el hermano contra el hermano. 
Abdalah y su tio se habian dividido los restos de esta 
soberanía agonizante, y el último habia vendido su 
parte á los españoles por una rica indemnización en 
dinero. Quedaba Boabdil, que se habia reconocido 
vasallo de Isabel y de Fernando, y que seguia , mas 
bien que dirigia, el obstinado furor del pueblo. 

La reina Isabel, ídolo de los castellanos, impulsaba 
con su presencia el sitio que duró nueve meses. Un 
moro fanático intentó dardo puñaladas á la reina. Un 
incendio destruyó el campo de los crislianos; poro la 
reina Isabel, á quiqn nada dosanimaha, que no co- 
nocia obstáculos, para pn^scrvar á sus soldoilos de los 
rigores de la estación , hizo construir sülidaniciitc do 



-r 29 — 

piedra un nuevo campo en ochenta días, y alzando 
á vista de los moros la población de Santa Fé , mos- 
tró á los musulmanes que el sitio sería eterno, y no 
se levantarla jamás. 

Granada sufría todos los horrores del hambre. 
Amotinado el pueblo contra su rey, abrió sus puer- 
tas á Fernando y á Isabel , bajo la promesa formal 
de una solemne capitulación que firmaron el rey, 
la reina, los infantes, sus herederos, diez y ocho 
obispos y diez y nueve grandes capitanes, nueve 
duques, cinco marqueses, quince condes, seis gran- 
des maestres, comendadores ó priores de las órde- 
nes militares, por último, los cuatro notarios ma- 
yores de los reinos de Castilla , León y Aragón, en 
una palabra , cuanto podía representar todos los po- 
deres del Estado. 

En este estenso tratado que contenia cincuen- 
ta y cinco capítulos, se conservaba á los moros de 
Granada su libertad, su religión, su lengua, sus 
costumbres, trages y usos, sus propiedades, sus le- 
yes, sus tribunales. Debían ser juzgados por em- 
pleados de su nación, protegidos por las autorida- 
des cristianas. Todas estas inmunidades se esten- 
dian á los renegados y á los hijos de éstos, conside- 
rados en todo como musulmanes de origen. Los pri- 
sioneros hechos durante la guerra y los esclavos gra- 
nadinos, debían ser inmediatamente puestos en li- 
bertad. El territorio de Granada era declaradc^ V.\ftx\^ 
de asilo y de franquía para los esc\aiVO^ xcvvítq>s w^¿\- 



— 30 — 

dos en las provincias de Castilla y de Aragón que lo- 
grasen refugiarse en él. Todos los habitantes musul- 
manes de este territorio, quedaban perpetuamente 
exentos del servicio militar, sin mas gabelas y con- 
tribuciones ordinarias que las que les habian impues- 
to los reyes moros. Los moros de Granada quedaban 
facultados para emigrar libremente al África á costa 
de los reyes , durante únicamente los tres primeros 
años, y pasados estos, en cualquier tiempo pero á 
su costa , conservando sus propiedades , adminis- 
trándolas y percibiendo sus rentas, sin que estas tu- 
viesen que pagar contribución por razón de su des- 
tino. La facultad de viajar á los paises berberiscos y 
permanecer temporalmente allí, se les otorgaba. Los 
beneíicios de esta capitulación so hacían estcnsivosá 
los moros de todo el reino que sometiesen su terri- 
torio en el término de treinta días, debiendo gozar 
de la misma libertad , privilegios y franquicias que 
los de Granada , como á los moros granadinos que 
en aquella época residieren en África y volviesen an- 
tes de tres arios á España. 

La capitulación de Granada en que Isabel y Fer- 
nando estamparon sus regias firmas vo el rey, yo la. 
REINA, en el centro de la rueda que formaban ios 
nombres de los grandes dignatarios del Estado , fué 
el ú'.timo acto diplomático espedido en esta forma, el 
úllmo privileíjio rodado, Isabel que libertó al trono de 
la tutela de los ricos-hombres en que por tantos si- 
glos, con gran detrimento de la patria liabia estado, 



— si- 
se eximió de la obligación de hacer confirmar por los 
grandes los tratados y capitulaciones. Los firmó des- 
de entonces solamente con el rey su marido. 

En 2 de enero de 1492 se rindió Granada , é hizo 
su entrada triunfal la reina Isabel con el rey don Fer- 
nando. Asi se vieron cumplidos los votos que los es- 
pañoles habian formado, y se cerró la lucha que 
habia comenzado al pie de la roca de Calpe siete si- 
glos, ochenta afios y dos dias antes , el jueves 30 de 
abril de 711. El 2 de enero de 1492 , que terminó la 
regeneración do España , fué un viernes. A la hora 
tercera de la tarde la cruz de plata del arzobispo de 
Toledo, el estandarte de Santiago y el pendón real 
de Castilla, aparecieron uno tras otro en la cumbre de 
la mas alta torre de la Alhambra , á la misma hora ea 
que mil cuatrocientos cincuenta y nueve añosah* 
tes se alzaba en el Gólgota la cruz de Cristo , signo 
de la redención y de la libertad del género hu- 
manoül.... 

Isabel y Fernando entraron triunfantes en Grana^ 
da. El rey moro les presentó las llaves del palacio y 
fortalezas, y obtuvo el permiso de retirarse con gran 
parte de sus riquezas á un pequeño principado, si- 
tuado en las montañas de la Alpujarra, que abando- 
nó muy pronto para ir á morir con sus correligiona- 
rios en África. 

Al divisar por última vez desde una altura su an« 
tigua capital lloró, y la sultana su madre^ lcvdv%^?A^ 
de su debilidad, Llora ^ le diio, llora como utvoi mw^^st 



— S2 — 

la pérdida de nn reino por cuya defensa no has sabido 
morir como un hombre. 

Isabel y Fernando entraron en Granada, la ciu- 
dad de las cien torres, cuyas catorce puertas ocupa- 
ba el ejército cristiano, y pasearon por sus calles 
desiertas, delante de sus cerradas casas, en medio 
del estupor, de la desconfianza de los vencidos y de 
una calma tan alarmante como solemne. Entregaron 
las llaves y el mando de la ciudad al conde de Tendi- 
lla, y se volvieron á su campamento de Santa Fé, 
para hacer después su entrada pública y solemne tres 
días después, el dia 5 de enero. 

Casi toda la Europa tomó parte en la alegría de 
España, celebrando con magníficos regocijos tan fe- 
liz é importante acontecimiento: el papa Alejan- 
dro VI concedió á Fernando é Isabel el iíiuh de Reyes 
Católicos^ título con que son conocidos en la histo'-ia, 
y que han trasmitido á sus sucesores. 

La toma de Granada no fué solo un triunfo glo- 
rioso para Espafia, sino para toda la cristiandad. Pa- 
reció en la lucha política de las dos religiones con- 
trabalancear la pérdida de Constantinopla, tomada 
por los turcos en 1453. 



VI. 



BAUTISMO FORZADO DB LOS MOROS. ORIGEN DB LOS MO 

RISCOS. — FUERO DB MOROS BN YALB29GIA. 



Con la rendición de Granada y la estensa y so- 
lemne capitulación que Isabel y Fernando concedie- 
ron á los moros quedaron estos asociados en cierto 
modo á la nacionalidad española, empero conservan* 
do terminantemente su religión y sus leyes, sus tra- 
gos, usos y costumbres. En el mismo día 5 de ene- 
ro, en que hicieron su entrada solemne en Granada 
los Reyes Católicos, empezó ya á violarse su capitula- 
ción. Un caballero, don Pedro García de Avila, 
apartándose de la regia comitiva, y penetrando en 
lo interior de la ciudad, se abandonó á los mayores es- 
cesos contra ios míseros vencidos. Quejáronse éstos, 
y el rey Fernando pronunció contra él la pena de 
muerte; pero su sentencia no se e\ecxxU>^ ^ ^ ^>^- 



MORISCOS. 



— 34 — 

pable continuó al servicio de la reina, y disfrutando 
de su favor. 

En el mismo 5 de enero se apoderaron los reyes 
de la mezquita de Attaybin, una de las principales, 
y la hicieron consagrar al cuitó cristiano, bajo la in- 
vocación de San Sahador. 

Mostraba Isabel el mayor ardor por la es tensión 
de la fé, y aunque el rey don Fernando no era me- 
nos piadoso, templaba su ceb la prudencia. Ya 
aflos antes, cediendo á las exigencias del clero y al 
espíritu intolerante de sus pueblos, habían estable- 
cido en 1480 en Sevilla, en virtud de autorización 
del papa Sixto IV, para reprimir el incremento y au- 
dacia de los judíos, contra los que se alzaba un cla- 
mor general, el tribunal de la Inquisición, existente 
ya en Francia y en Italia, y cuya fundación preten- 
den algunos hacer subir al concilio de Verona en 1 148, 
en el que se mandaba á los obispos que por sí, ó por 
medio de sus delegados, inquiriesen todas las perso- 
nas sospechosas en la fé, para castigarlas primero 
espiritualmente, y luego con penas temporales si es- 
to no bastaba. 

Los Reyes Católicos establecieron en Espaila la 
Inquisición, tribunal que destruyó por largo tiempo 
la felicidad de los pueblos, que sofocó el genio y las 
luces l)«i¡o un odioso despotismo. El establecimiento 
de la Inquisición encontró grandes obstáculos princi- 
pabnentc en Aragón. Asesinaron en Zaraí:;oza en el 
m'ismo templo á un inquisidor para aterrar á los do- 



c/Uf " 



más. Todo fué en vano: el nuevo establecimienlo, 
dirigido en un principio contra ios judíos y los moros, 
era demasiado conforme á las ideas religiosas y de 
intolerancia de la mayor parte de los españoles, pa- 
ra no triunfar de estos ataques. El título de familiar 
de la Inquisición, que llevaba consigo la esencion de 
los cargos municipales, fué de tal modo solicitado, 
que en ciertas ciudades sobrepujaba el número de 
ios familiares al de los habitantes, y las Cortes tuvie- 
ron que poner orden en la concesión de esos títulos. 
Hasta los mismos grandes, tan altivos, y que mas 
ele * cien veces - habian hecho temblar á los re- 
yes, se honraban con los otícios mas viles de es- 
te tribunal sangriento de la Fé, y contaron entre los 
dictados de su grandeza, el de alguacil de este tri- 
bunal!.. Cuando una nación se halla asi preparada no 
hay que maravillarse de cómo ha podido existir el 
tribunal de la Inquisición, y veriñcarse esas espul- 
siones en masa de millares de sus mas industriosos 
habitantes, dejando en gran parte despoblado su 
suelo, yermos sus campos, y arruinada su industria. 
Esta intolerancia, encarnada en el carácter espa- 
ñol, hizo que algunos prelados y altos personages, 
con indiscreto celo, tratasen de persuadir á los Re- 
yes Católicos, que prescindiendo de la capitulación 
solemne, del decoro debido á sus promesas, de la fé 
jurada, obligasen á los moros de Granada inmedia- 
tamente á aceptar el bautismo ó á vender sus bie- 
nes y emigrar al África. 



— 3G — 

• 

Debatióse en el consejo de la reina este proyec* 
to, cuya sola enunciación era un insulto á la. lealtad 
de aquella católica princesa, y el célebre domintco 
fray Tomás de Torquemada, primer inquisidor ge- 
neral, y que también habia sido confesor de Isa- 
bel, se mostró en él el defensor inesperado de la li- 
bertad de cultos. Torquemada sabia por el ejerci- 
cio de sus terribles funciones que toda conversión 
impuesta por mundanales motivos, solo sirve para 
hacer apóstatas, y perpetuar con las generaciones la 
hipocresía sacrilega de los padres. 

Los Reyes Católicos, que habian agotado en la 
larga guerra de diez años contra Granada los recur- 
sos todos de la España , se determinaron á no rom- 
per del todo y de pronto las capitulaciones, sabien- 
do que la primera violación de los tratados engendra 
otras, y que asi la capitulación de Granada so iría 
con el tiempo rasgando artículo por artículo, y 
que para ejecutar inmediatamente aquel proyecto á 
que so inclinaba mucho el ánimo fervoroso de la rei- 
na Isabel , se hubieran necesitado mas hombres y 
dinero que para la conquista de Granada. Organi- 
zados , armados todavía se hallaban los moros en las 
Alpujarras , con su rey Boabdil , que podia volver 
á ponerse á su cabeza , y que al verse atacados en 
el sagrado de la conciencia se hallarian mas firmes, 
que en los tiempos en que el amor á la patria y el 
temor á la servidumbre no les habian impedido des- 
¿rozarse entre sí. 



— 37 — 

Para acallar las exigencias de los prelados, para 
contentar en algo la impaciente intolerancia de al- 
gunos magnates , y halagar el fanatismo de las ma- 
sas, tal vez para hacer un ensayo* se dio el 36 de 
marzo de aquel mismo año de 1492 en Granada un 
edicto que mandaba á los judíos que saliesen de Es- 
paña en el término de tres meses, bajo pena de 
muerte y de confiscación de bienes, con prohibi- 
ción espresa de que se llevasen el oro y la plata. 
Ciento setenta mil familias que componian la pobla* 
cion de ochocientas mil almas, vendieron apresura- 
damente sus bienes y huyeron á Portugal,. ¿ Italia^ 
á África y hasta Levante. Entonces se vio dar una 
casa por un caballo , una viña y un olivar por un 
pedazo de tela ó de paño. 

Esta espulsion fué el primer golpe terrible que 
llev<S la población y la industria de EspaQa. 

Los reyes creyeron sin faltar á las capitulacio- 
nes de Granada erigir en aquella ciudad un arzo- 
bispado para los nuevos habitantes cristianos del 
territorio conquistado y para la conversión de los 
moros , dando la reina Isabel aquella silla á su confe- 
sor fray Hernando de Talavera, obispo de Avila. 
Granada habia tenido antes de la invasión de los 
moros una silla episcopal. Los Reyes Católicos en- 
contraron en su restablecimiento un medio político 
de unir los moros al resto de la España por la re« 
ligion cristiana. Rehusaron obligar á los moros por 
la violencia á hacerse crisUauoa^ i^^^Nax^^w. '«cis. 



— 38- 

lisos, y hasta les dejaron vestirse de seda cuando ú 
los subditos de Isabel, para combatir el lujo que do- 
minaba en a ¡uella época , se les prohibía usar de . 
a(|uolla clase de vestidos. El establecimiento de un 
obispado católico fué en Granada el establecimiento 
de una misión pacífica. 

Fernando é Isabel tuvieron que marchar á Ca- 
laluila, donde les llamaban negocios políticos inte- 
resantes con la Francia, y dejaron la noble misión 
de conservar su conquista á don Iñigo López de 
Mendoza , segundo conde de Tendilla , que se habia 
mostrado protector decidido de los moros como ca- 
pitán general; al nuevo arzobispo fray Hernando 
de Talavera, y para la estricta observancia é inter- 
pretación de las capitulaciones á Fernando de Zafra, 
su secretario. 

Nacido en humilde condición en Talavera el frai- 
le Gerónimo Hernando, habia llegado por su virtud 
y por su sabiduría á ser confesor de los Reyes Cató- 
licos y obispo de Avila. Unido con el conde de Ten- 
dilla formaba con este noble caballero , según la es- 
presion de un cronista de aquella época, un alma en 
dos cuerpos. Como cristiano y como obispo miraba 
al bien espiritual de las paises nuevamente con- 
quistados. La conversión de los moros era todo su 
anhelo, el objeto supremo de sus deseos. Auiyjue de 
edad avanzada aprende él mismo el árabe, reco- • 
mienda al clero su estudio , hace traducir á este idio- 
ma el Nuevo Testamento, la liturgia y el Catecismo, 



— 39 — 

para que sirvan de base á la instrucción que quiere 
dar á los moros. Distribuye entre ellos sus rentas, 
y la pureza de sus costumbres: su angelical dulzura 
atrae poco á poco á Jesucristo el pueblo conquista- 
do. El número de los nuevos cristianos crecia de dia 
endia, y nadie qra mas amado ea Granada que el 
gran Alfaquide los cristianos, como llamaban los mo- 
ros á Tala vera. 

Apoyaban los reyes esta misión con las ventajas 
que concedian á los convertidos. Siete años pasaron 
tranquilos y felices para los moros de Granada, en 
que los tres nobles varones Tendilla, Talavera y Za- 
fra que allí habían dejado los Reyes Católicos, cimen" 
laban la paz entre dos pueblos rivales que siempre 
se habian odiado, y que comenzaban ya á deponer 
sus antiguos odios. 

Al salir de las Cortes de Ocafia los Reyes Católicos 
fueron á Granada ea setiembre de 1499 para ver con 
sus propios ojos aquel pueblo que siete años antes 
habian sometido. Llevaron consigo al arzobispo de 
Toledo, el célebre fray Francisco Jiménez de Cisne- 
ros, á quien la reina Isabel habia confiado la direc- 
ción de su conciencia al separarse en Granada de su 
santo confesor fray Hernando de Talavera. 

Cisneros era uno de esos caracteres estraordina- 
rios que raras veces se presentan en la escena del 
mundo. Hijo del pueblo se consagra á]a carrera ecle* 
siáslica, prefiere á los altos empleos á que puede 
aspirar, la oscuridad de, un cláLVX^Uci ^ \.^tí\."^ ^Vn\- 



— 40 — 

míldc bábílo de Francisco de Asís. La austeridad de 
sus costumbres y su talento llaman la atención de 
Isabel, que sabia distinguir todo lo grande, y lo elige 
para confesor. En vanóse resiste, cede, pero conser- 
va en medio de la corte la dureza de su carácter, la 
severa austeridad de religioso. Nombrado arzobispo 
de Toledo, la dignidad mas alta de la Iglesia enton- 
ces después del pontificado, la recibe después de rehu- 
sarla, porque el papa le compele á ello. Mientras mas 
trata de aislarse, mas estudia los intereses y las mi- 
ras humanas, y domina con su talento las pasiones 
de los hombres sin tomar sus costumbres. Ministro 
de Isabel y de Fernando, desplega aunque con du- 
reza en el gobierno talentos superiores en la admi- 
nistración, fidelidad incorruptible, desinterés y espa- 
Üolísmo puro. 

AI marchar los Reyes Católicos para Sevilla, en 
noviembre del mismo año de 1499 dejaron en Gra- 
nada á Cisneros para que ayudase al piadoso Talaye- 
ra en la santa misión de convertir á los moros, reco- 
mendando á los dos prelados la continuación de su 
• sistema de mansedumbre adoptado por Tala vera. 
Antes Jiménez de Cisneros había hecho dar la ley 
de 31 de octubre de 1499, ley cuya moderación ha 
sido elogiada por todos y en la que se prohibia á un 
moro desheredar á su hijo por haberse convertido al 
catolicismo señalando dotes á costa del Estado y de 
los bienes procedentes de la conquista de Granada á 
}as doncéíhs moras que s? convirtiesen ái la fé de 



— 41 ~ 

Cristo. También se mandaba rescatar á costa del era- 
rio público á los esclavos moros convertidos. 

En cuanto salieron los reyes de Granada, tomó 
Jiménez de Cisneros una autoridad absoluta. No dice 
la historia con qué título. Si fué una usurpación, el 
crédito que gozaba con los reyes y en el pueblo, bas- 
ta para esplicar como nadie se le opuso. El arzobispo 
Hernando Talavera consintió con tanta mas voluntad 
cuanto que lo único que le interesaba era el honor 
de Dios, la salvación de las almas y no su autoridad 
esclusiva en su diócesis. El arzobispo de Toledo mas 
enérgico, menos tolerante que el de Granada, co- 
menzó la conversión de los moros por los mismos 
medios que tan buen resultado habian dado á Tala- 
vera, empero pervirtiéndolos para darles una acción 
mas pronta. Llamó al palacio de la Alcazaba á los 
principales alfaquíes ó sacerdotes moros, asi como á 
sus sabios promoviendo con ellos conferencias religio- 
sas, dejándoles entrever los favores del gobierno si 
abrazaban el cristianismo y sus rigores si persistían 
en conservar la fé de Islán. Para acrecentar la in- 
fluencia de sus palabras hacia á los mas sensuales ri- 
cos regalos de telas y vestidos de púrpura y de se- 
da á la usanza mora, ó de muebles y trages al estilo 
español. El arzobispo, Jiménez de Cisneros, á pesar 
de las cuantiosas rentas de su obispado, no pudo 
sostener tanta generosidad sin hipotecar para muchos 
años después las rentas de su mitra. Ensalzábase con 
entusiasmo la pródiga generosidad d^\ ^^Ov'íA^^^'^^- 



_ .]2 ~ 

Icdi). La conversión do un gran número de alfaquíes 
arrastro Iras si la de muchísimos moros que á porfía 
enviaban aquellos á Cisneros para merecer masgran« 
de rcTompensí, siendo tanto el número de prosélitos 
(|uc se hicieron de este modo, que en un solo dia, 
el 18 do diciembre de U99, bautizó Cisneros en la 
iglesia del Salvador á cuatro mil personas. 

Como en las grandes misiones Cisneros confirió 
este sacramento, no por ablución, sino por asper- 
sión, y datando orgullosamente desde este dia la 
conversión de Granada, instituyó anualmente una 
festividad en su memoria, que se celebraba en Tole- 
do y en Granada al mismo tiempo que la de la de la 
'\spectacion al parto de la Virgen María. En poco 
tiempo una parte considerable de Granada adoptó el 
cristianismo, y comenzó á presentar un esterior en- 
hM amento cristiano. Entonces comenzó á dejarse oir 
el sonido de las campanas, prohibido á los sarrace- 
nos bajo pena de multa, y el arzobispo Jimenez^^de 
Cisneros, á quien se atribuía esta mudanza, fué lla- 
mado por los moros el alfaqui campanero. 

Semejantes resultados habían necesariamente do 
provocar una reacción de parte de los moros mas fer- 
vorosos. Mientras algunos alfaquíes abandonaban asi 
la causa del profeta, otros, y con ellos las personas 
mas distinguidas, viendo con profundo dolor la rui- 
na deque se hallaba amenazada la fé de sus padres y 
«lucriendo impedir la deserción de los suyos al cris- 
lianismo, trataron de predicar al pueblo la fidelidad 



— 43 — 

al culto de Mahoma. Las predicaciones de los docto- 
res de la ley musulmana, se hallaban prohibi- 
das por las leyes de Castilla, en la ley segunda, tí- 
tulo veinticinco, libro sesto de la séptima Partida. 
Granada se hallaba, sin embargo, bajo un régimen 
escepcional. Al capitular no habian comprendido 
fuese prohibido á sus sacerdotes afirmarlos con su 
palabra en la íé de Mahoma, Trataron, pues, de opo- 
ner tribuna á tribuna. Cisneros, cuyo genio no se 
arredraba ante ningún género de oposición hizo en* 
carcelar á los que levantaban mas alto la voz. Pasan- 
do con indiscreto celo los límites del tratado entre la 
corona y los moros, hizo instruir por fuerza á los 
presos en la fé cristiana por medio de sus capellanes, 
tratando con severidad á los que se resistían. El ze- 
grí Azaalor, rico y altivo moro de los que mas se ha- 
bian distinguido durante la guerra, descendiente de 
la célebre familia de Abenhamar, tan celebrada por 
los poetas, y que gozaba de gran consideración en- 
tre los suyos, fué encerrado en un calabozo, y el en- 
cargado de su conversión, Pedro León, capellán del 
arzobispo, lo trató cargándolo de grillos, y hacién- 
dolo ayunar de tal modo y con tal rigor que, depues- 
ta su arrogancia, con humildad mas ó menos verda- 
dera, pklió el bautismo, y haciendo alusión al nom* 
bre del que le habia catequizado, decía que Cisneros 
no tenia mas que soltar sa Leon^ y en pocos dias que- 
daría convertido el moro mas obstinado. El ^e(JJ:v^ 
que en el bautismo recibió "el nomV^Ye A«^ C^v^ta^^ ^^ 



~ u — 



rcmandcz, en memoria de un combate que habia te- 
nido antes en los llanos de Granada con Gonzalo Fer- 
nandez de Córdoba, se mostró toda su vida un celo- 
so defensor de la relipion cristiana. Se unió con fide- 
lidad inviolable á Jiménez de Cisneros y el arzobispo 
le empleó en una multitud de negocios, que exigian 
un celo ardiente y consumada prudencia. El ejem- 
plo del zegrí y sus palabras causaron sensación tan 
profunda, que muchos se apresuraron á abrazar el 
cristianismo. Estos resultados hicieron concebir á Ji- 
ménez la esperanza de estirpar muy pronto el isla- 
mismo en Granada. 

Desdeñó los consejos de los que menos impa- 
cientes querian aguardar del porvenir la victoria 
completa de la fé. Creyó qué tardar y aguardar, era 
hacerse culpable con los moros de la condenación de 
sus almas. Quiso con un solo golpe anonadar el isla- 
mismo. Hizo quemar en medio de la plaza pública 
de Bivarrambla cuantos libros árabes pudo recoger 
de las bibliotecas públicas, de las librerías particula- 
res, y los que le habian entregado los alfaquíes, sin 
tener en cuenta que algunos eran preciosos monu- 
mentos de caligrafía, maravillas de pintura, y prodi- 
gios de encuademación. Solo se salvaron de las lla- 
mas trescientas obras de medicina, que mas tarde 
fueron depositadas en la universidad de Alcalá. 

Asi perecieron en un solo diales tesoros intelectua- 
les de toda una nación. Desde entonces no pudo un 
moro granadino trasmitir á la posteridad el menor 



~ ib - 

dato de las cosas de su tiempo. El mas sabio de los 
orientalistas, Conde, dice que fueron ochenta mil los 
volúmenes incendiados, siendo muy sensible que es- 
la acción, comparable con la del incendio de la bi- 
blioteca de Alejandría por el califa Ornar, no hubiera 
sido esta vez cometida por un bárbaro ignorante, 
sino por uno de los mas grandes amigos de las cien- 
cias, y esto precisamente en los momentos en que 
con sus propios recursos alzaba una nueva universi- 
dad en Alcalá de Henares.... 

Enconáronse los ánimos en los moros que se sen - 
tian humillados y proclamaban en alta voz que se 
faltaba á las promesas reales, á los privilegios que se 
les habiaa concedido. Creció este odio con los me- 
dios que desplegó Cisneros, que se babia hecho con- 
ferir poderes especiales por el inquisidor general fray 
Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, sucesor del cé- 
lebre Torquemada, contra los renegados y sus hijos, á 
quien los moros llamaban ekhes. Creia que por ser 
hijos de renegados cristianos podía reclamarlos por 
fuerza la Iglesia ; y por otra parte les hacían arre- 
batar sus hijos para educarlos en la religión cristiana 
contra la voluntad de sus padres. Atesorábase el odio 
en el corazón de los moros; debía estallar de un rno* 
monto á otro. 

Dos familiares del arzobispo Císneiw, de los que 
diariamente prendían y maltrataban á los moros* 
fueron un día al Albaycia para conducir á la cárcel 
4 una joven sirviente, á una elche. A los ^v^í» ^ 



— íg — 

aquella desgraciada corre á salvarla un grupo de nio« 
ros; las con (estaciones insolentes de los familiares 
irritan mas los ánimos; el uno de ellos salva su vida 
ocultándose; menos afortunado el otro, cae aplastado 
bajo el peso de una piedra que sobre él lanzan des- 
de una ventana. 

La muerte del alguacil fué la señal de la insurrec- 
ción de todo el cuartel del Albaycin, cuyas cinco mil 
casas habitaban esclusivamente los mahometanos. 
Corrieron á las armas, y reforzados por los moros 
(le los otros puntos de la ciudad, se precipitaron en 
p;ran tumulto hacia la Alcazaba, donde habitaba Cis- 
ncros,. para acabar con el opresor de su libertad y 
sus agentes. Algunos dias antesa inellos mismos mo- 
ros quizá habian celebrado su generosidad por aque- 
llas mismas calles que atravesaban entonces rugien- 
do y sedientos de su sangre. El arzobispo Cisneros 
mostró una heroica serenidad que revelaba su ca- 
rácter. A los que trataban de llevarle por un camino 
secreto á la ciudadela de Granada, la célebre Alham- 
bra, contestaba que aguardaría en supuesto la corona 
del martirio y que jamás abandonaria á los que había 
comprometido. Animó con su ejemplo á sus gentes á 
una valerosa resistencia, y arregló con prudencia y 
COTÍ la mayor calma los preparativos de la defensa de 
su casa. Logró resistir á los asaltos del pueblo duran- 
te toda la noche. A la mañana siguiente, al amane- 
cer, el noble conde de Tendilla trajo de la Alham- 
bra doscientos arqueros que salvaron al arzobispo 



— /í7 



del peligro llevándoselo a aquella fortaleza. Sin em- 
bargo, duro nueve días todavía la revuelta. 

El conde de Tendilla veia el peligro que habia eQ 
contemporizar y la imposibilidad de obrar en que se 
hallaba. Después de haber calculado sus fuerzas, cre- 
yó prudente parlamentar. Envió en señal de paz al 
Albaycin el escudo de sus armas con un mensagero. 
Hirieron al mensagero y apedrearon el escudo. Atrin- 
cherados en los puntos en que en otro tiempo en las 
guerras civiles Boabdil habia desafiado á su padre y 
á su tio, se creian dueños de dictar sus condiciones. 
Improvisaron un gobierno con cuarenta gefes para 
dirigir el movimiento con orden. El verdadero rey 
de Granada era entonces Cisneros; hizo llamar de nue- w 
vo á los alfaqjiíes y trató de calmar con amistosas 
palabras á la muchedumbre. La conmoción no se 
aplacaba. Entonces el arzobispo fray Hernando de 
Talavera hizo una tentativa tan feliz como peligrosa. 
Fiado en el prestigio de su nombre se presentó en 
medio de las enfurecidas turbas de los moros, acom- 
pañado de uu solo capellán que llevaba delante de 
él la cruz arzobispal. A imitación del papa San León 
saliendo al encuentro de Atila, entró á pie en el cuar- 
tel de los sublevados infieles con el aire tan tranquilo 
y sereno cual si fuese á predicar las verdades de la 
fé á hombres deseosos de su salvación. La vista de 
un prelado tan afable, tan generalmente querido, 
aplacó inmediatamente el furor de aquellas gentes 
irritadas agrupándose las masas eu A^u^^^t ^^^'ííjx*' 



— 48 — 

to alfaquí de los cristianos, para besar con reveren* 
cia la orla de sus vestiduras. 

Aprovechó el conde de Tendilla aquella momen" 
tánea calma enmedio de un furioso huracán , para 
presentarse también ante la muchedumbre , cual un 
mensagero de paz para mostrar sus benévolas inten- 
ciones. Al llegar á la plaza arrojó al pueblo su gorro 
de grana : el pueblo le contestó con una aclamación 
de inmensa alegría. Aquellos dos hombres populares 
hicieron ver entonces á los moros lo inútil de su em- 
presa contra todo el poder de España , y que solo 
podia ser origen para ellos de calamidades, mientras 
que si se sometían inmediatamente, emplearian el 
conde y el arzobispo toda su influencia para hacer 
ver que solo se habian alzado en favor de las reales 
promesas ; y para prueba de la sinceridad de sus in- 
tenciones, el conde dejó en rehenes en el Albaycin, 
su esposa y sus dos hijos pequeños. 

El pueblo quedó sosegado y tranquilo , y el cadí 
Cídi-Ceibona dio una satisfacción á los gobernadores 
cristianos, mandando demoler las barricadas y en- 
tregando á cuatro d«^ los culpados en el asesinato del 
familiar del arzobispo, los que fueron brevísiraamen • 
te juzgados y ahorcados. 

Gran disgusto recibieron los Reyes Católicos al sa- 
ber las noticias de Granada: creían ver perder el fru- 
to de tantas sangrientas guerras, del trabajo de tan- 
tos años; empero Cisneros marcha á Sevilla y defien- 
de sus actos con tanta elocuencia y habilidad , que no 



— 49 — 

solamente merece la aprobación de la reina Isabel, 
sino sus elogios redoblando el favor que dispensaba á 
su confesor. Entonces « por consejo suyo se mandó á 
Granada un juez comisario , para proponer á los ha- 
bitantes del rebelado cuartel la alternativa de recibir 
el bautismo ó ser castigados como culpables de alta 
traición. El resultado de esta medida en que se holla- 
ba abiertamente la fé de los tratados , fué que casi 
todos los moros de la ciudad y de los alrededores dé 
Granada pasaron al cristianismo, algunos huyeron á 
Berbería, y otros fueron á encastillarse en las áspe- 
ras cumbres de la Alpujarra, declarándose en rebe- 
lión abierta y tremolando el antiguo pendón de sus 
reyes para defender la creencia de sus antepasados. 

Ni los ruegos ni las promesas del capitán general, 
ni del arzobispo Talavera , ni los rehenes tan caros á 
su corazón que habia entregado á los moros heroica- 
mente el conde de Tendilla , pudieron doblegar tan 
inflexible tenacidad de Isabel y de Fernando, que 
contrastaba con la admirable moderación, el discerni- 
miento de los moros granadinos, que devolvieron sa- 
nas y salvas á su protector las preciosas prendas de 
una palabra sincera pero imprudente. 

Esta conversión esterior y forzada en que Maho- 
ma vivia siempre en el corazón de aquellos cuyos la- 
bios confesaban el nombre de Jesucristo, la miraron 
los Reyes Católicos como una medida política, cuyo 
resultado no debia esperarse de la generación pre- 
sente, sino de la posteridad de esta.. 

MORISCOS V 



— 50 - 

El nuevo y célebre historiador nortc-amérícano 
Prescott, en su historia de Fernando y de Isabel, 
emite sobre Cisneros un severo juicio con motivo de 
esta conversión forzada de los moros, llamando á su 
modo de obrar obra maestra de casuística monacal , por- 
que alegó la rebelión de los moros como un motivo 
justo para violar los tratados. Fundábase el arzobispo 
Cisneros en que los moros habian sido los primeros 
en violar con su rebelión los tratados, y que ningún 
gobierno se hallaba obligado á mantener á subditos 
rebeldes las ventajas que les hubiera concedido en la 
condición de una sumisión pacífica y fiel. 

El sultán de Egipto, de Siria y de Palestina , á 
quien en su conflicto habian acudido los moros de 
Granada viendo la opresión religiosa que pesaba en 
Espaüa sobre los que profesaban sus creencias , ame- 
nazó á los Reyes Católicos con represalias y con hacer 
abrazar el islamismo á los numerosos subditos cris- 
tianos que tenia en sus reinos. Para precaver tamaña 
desgracia envió la reina Isabel al soberano musulmán 
como embajador estraordinario , al docto Pedro Már- 
tir de Angleria , prior de la iglesia de Granada , el 
que desplegó tanto talento en su difícil misión, que 
aplacó la cólera del sultán dejando á los cristianos de 
sus estados en la libertad de sus creencias. 

Huyeron muchos habitantes de Granada, y refu- 
giándose en las Alpujarras, hicieron temer á los in- 
domables hijos de las montañas igual suerte que á 
/os déla antigua capital. Tomatotv hs atavas , se apo- 



- 51 — 

deraron de las plazas fronterizas , y según su antigua 
usanza hicieron correrías y devastaciones en las co- 
marcas habitadas por los cristianos , sin pensar qu€ 
ese era precisamente el medio de atraer sobre sí la 
calamidad que deseaban evitar. 

Fernando é Isabel trataron de prevenir el alza- 
miento por medio de la siguiente carta que les diri- 
gieron desde Sevilla : 

«Don Fernando é doña Isabel, etc. A vos Alí 
Dordux, Cadí mayor de los moros de la Jarquia é 
Garbia, é á vos, cadix, alguaciles, viejos é buenos 
hombres, moros, nuestros vasallos de los Villas é lo- 
gares de la dicha Jarquia é Garbia del obispado de 
Málaga é serranía de Ronda, é cada uno de vos, sa- 
lud é gracia. Sepades, que nos es fecha relación que 
algunos vos han dicho que nuestra voluntad era de 
vos mandar tornar, é haceros por fuerza cristianos: é 
porque nuestra voluntad nunca fué, ha sido, ni es 
que ningún moro tornen cristiano por fuerza, por la 
presente vos aseguramos é prometemos por nuestra 
fé é palabra real, que no habemos de consentir ni 
dar logar á que aingun moro por fuerza torne cris- 
tiano: é nos queremos que los moros nuestros vasa- 
llos sean asegurados é mantenidos en toda justicia 
como vasallos é servidores nuestros. Dada en la du- 
dad de Sevilla á veintisiete dias del mes de enero de 
1500 años.— YO EL REY.— YO LA REINA.— Yo 
Fernando de Zafra, secretario. 

Una costosa esperiencia había hecVio ^Y^^!w5vfc\ V 



\ 



— 52 -^ 

os moros lo que valían las palabras de los reyes. No 
depusieron las armas, y el conde de Tendilla, de 
acuerdo con el Gran capitán Gonzalo de Córdoba que 
se hallaba en Granada, salió á combatir á los rebel- 
des, á quienes arrancó la fortaleza de Güejar, siendo 
el primero Gonzalo de Córdoba, que escaló el muro. 
El pueblo fué entrado á saco, y dos mil trescientos es- 
clavos fueron llevados en triunfo á Granada con los 
sangrientos despojos de los rebeldes. A pesar de este 
escarmiento para aterrará los alpujarreños, continuó 
la sublevación, y el mismo rey Fernando el Católico 
con un poderoso ejército, tuvo que entrar en las Al- 
pujarras tomándoles la orgullosa Lanjaron, plaza casi 
inespugnable, mientras los generales se apoderaban 
sucesivamente de otras plazas, imponiendo á los re- 
beldes terribles castigos. 

Asustados y desanimados los habitantes de otras 
partes de las Alpujarras, se rindieron sucesivamente 
en el trascurso del ano 1500, y fueron tratados con 
dulzura por el Rey Católico. Tuvieron, sin embargo, 
que entregar sus armas y sus plazas fuertes y pagar 
bajo el nombre de farda una enorme contribución de 
guerra. Se confiscaron á favor de las iglesias las ren- 
tas y propiedades de las mezquitas y se sometió á los 
moros á las mismas contribuciones que pagaban los 
castellanos y de que se hallaban exentos por la capi- 
tulación de Granada. Se les obligó á recibir misione- 
ros cristianos, empero á ninguno se forzó á recibir el 
bautismo, por respeto sin duda á la carta real que 



-^ 53 — 

pocos meses antes habían escrito los Reyes Católicos. 
La sabiduría de estas medidas, llenas de moderación, 
dice Prescott, fué cada dia mas evidente, no soüo 
para la conversión de los montañeses aislados, sino 
para casi toda la población de las grandes ciudades 
de Baza, Guadix y Almería. 

En la división de autoridad que los Reyes Católi- 
cos habían hecho al principio de su reinado, Isab^l 
se habia reservado ía absoluta dirección de los negp« 
cios eclesiásticos, el derecho de nombrar los obispéis, 
de que usaba con una firmeza contraría muchas veces 
álos deseos de su mismo esposo y aun del papa. Don 
Fernando no tenia medio de oponerse á los proyec- 
tos de la reina en lo concerniente á los intereses de 
la religión. No pudo ni impedir á la reina hacer en- 
viar por el arzobispo de Sevilla misioneros á los mo- 
ros de las Alpujarras ni intervenir en las instruccio- 
nes que se dieron á aquellos sacerdotes. De presumir 
es que estos misioneros estaban encargados de hablar 
otro lenguaje que el de la persuasión , porque fué 
asombroso el éxito que consiguió su predicación enu 
tre aq jellos hombres que acababan de tomar las ar« 
mas por la defensa del Coran. La reina marchó á 
fines de julio á Granada á fin de activar con su pre- 
sencia la obra de la conversión, y en los tres mese;? 
siguientes todos los habitantes de la Alpujarra, los de 
Guadix, Almería y Baza recibieron el bautismo. 

El 20 de setiembre de aquel mhcno año de 15QQ 
se pubVicó una pragmática Tea\ cjoe c»w^v^"^\^ Vjx- 



-^ 54 - 

ma de gobierno de Granada y la constituía definitiva, 
mente bajo el mismo pie que las demás ciudades de 
España. En su consecuencia cesó el gobierno pater- 
nal de aquellos tres distinguidos triunviros, Tendilla, 
Talavera y Zafra. Se constituyó un ayuntamiento y 
se trasladó á Granada la chancillería de Ciudad- 
Real. No bastaron estas providencias para impedir 
que estallase una nueva y mas terrible rebelión en 
otro punto de las montañas moriscas. 

Los habitantes de la Sierra Bermeja, al Oeste de 
Granada, irritados de la defección de sus hermanos 
del Este, se vengaron en la sangre de los cristianos, y 
á despecho de las pacíficas protestas del gobierno, 
asesinaron á los misioneros, aterraron á los pueblos 
de la comarca con robos, cautiverios y muertes. El 
rey Fernando en persona marchó de nuevo contra 
los rebeldes, y después de haberlos arrollado á su 
entrada en la serranía, fué destrozada en los desfila- 
deros de la montaña una gran parte de su ejército. 
Allí pereció heroicamente el hermano mayor del Gran 
Capitán, don Alonso de Aguilar, el 21 de marzo 
de 1501. Allí cayeron también otros muchos nobles, 
y hubo pocas grandes familias en Castilla que no se 
cubrieran de luto en aquel infausto dia!... 

Los moros mismos se llenaron de espanto cuando 
pensaron en la venganza que iba á caer sobre ellos, 
y asustados de su propia victoria solicitaron la paz al 
presentarse el Rey Católico, á principios de abril, de* 
¡twle de Ronda. 



— oa — 

Aunque profundamente herido en sus sentiraien* 
tos de nacionalidad española Fernando , en su pru- 
dencia vio la imposibilidad de reducirlos por la fuer- 
za de las armas, y cortó la efusión de sangre per-. 
mitiendo pasar á África á los que no quisiesen, re-í 
cibiendo el bautismo, vivir entre los cristianos, su- 
ministrándoles buques para su transporte mediante- 
veinte ducados por familia. Solo un corto número 
quiso emigrar, y Fernando fiel á su palabra real los 
hizo trasportar al África. Casi todos se declararon 
dispuestos á adoptar la religión cristiana , y en breve 
no se halló en todo el reino de Granada un {>olo moro 
que no hubiese recibido el bautismo , en tanto qué 
los de las otras provincias de España continuaban 
profesando su antigua creencia. 

Los descendientes de los antiguos moros conver-< 
tidos al cristianismo, llevaron desde entonces el nom- 
bre de moriscos, y fueron objeto de compasión por e| 
destino ulterior que les reservaba la suerte. No pode^ 
mos negar, sin embargo, que mas de una vez atra- 
jeron la calamidad sobre su cabeza , por continuar 
secretamente adheridos al islamismo y conspirar fre^ 
cuentemente contra su pais. 

El sistema de Cisneros habia triunfado completa- 
mente; los Reyes Católicos le dispensaban todo su ía- 
voi*, le aposentaron en su mismo palacio de la Alham- 
bra, y reclamaron sus consejos en los negocios mas 
secretos y mas importantes. 

Como existían todavía moros en ^\vV^^T^\^/Lv 



— 56 ~ 

mora y otros puntos de Castilla , se dio el 20 de julio 
de 1501 un edicto que prohibia á los moros de Gra- 
nada todo trato y comunicación con los aun no con- 
verlidos de las provincias de Castilla , para preser- 
varlos de los peligros de la recaída. 

No se creyó esto suficiente para estirpar de raiz 
el culto mahometano, y se espidió en Sevilla el 14 
de febrero de 1502 otra pragmática calcada sobre el 
famoso edicto de espulsion de los judíos. En ella se 
mandaba que todos los moros no bautizados de los 
reinos de Castilla y de León, mayores de catorce 
años los varones, y de doce las hembras,. emigrasen 
antes de terminar el mes de abril. Se les permitía 
como antes á los judíos enagenar sus bienes, pero á 
condición de no llevarse su valor en oro y plata , y 
de no emigrar al territorio de África y Turquía con 
quien se hallaba la España en guerra. Mas tarde un 
edicto de 17 de setiembre de 1502 , no les permitió 
emigrar sino á Aragón y á Portugal. Pocos hicieron 
uso del derecho de emigración, y la mayor parte 
recordando los trabajos que habian sufrido los judíos 
que prefirieron el abandono de su patria al de su 
culto , recibieron el bautismo á imitación de los de 

•Granada. 

En Aragón al contrario, el islamismo fué tolera-' 
do hasta el tiempo de Carlos V. Los nobles señores 
aragoneses y valencianos , comprendiendo bien sus 
intereses , conociendo que entre la riqueza del señor 

y el contento de ios vasallos hay uua ícvtiraa córrela- 



- 57 — 

cion, se anticipaban á las prudentes ideas que don 
Fernando el Católico en vano intentaba prevaleciesen 
en Castilla. Hacían mas aun, las provocaban. Teme- 
rosos de que las sugestiones de la reina Isabel hicie- 
sen ceder al rey don Fernando y decretase el bau- 
tismo de los moros como ley general , obtuvieron de 
éste la promesa de no alterar cosa alguna en materia 
de moros de lo acordado en las cortes de Orihuela en 
el año 1488 , en que á petición de los tres brazos se 
mejoró la condición de los moros. A cambio de esta 
promesa consintieron en recibir la Inquisición que 
tanto faabian repugnado admitir en sus reinos. 

En 1510, muerta ya la reina Isabel, en las cor- 
tes de Monzón preocupados siempre los señores ara- 
goneses y valencianos de la suerte de sus vasallos» 
pidieron en cambio de- una contribución de cien mil 
ducados, destinada á la guerra de África, y obtuvie- 
ron con otras ventajas la sanción legal de la promesa 
que el rey les habia hecho ocho años antes. Entonces 
se estableció un nuevo fuero para los moros , decla- 
rando que no podrían ser espulsados , desterrados» 
arrojados del reino de Valencia ni de las ciudades y 
villas reales de aquel reino, ni forzados á tornarse 
cristianos. Decía además el rey en este notable docu- 
mento , que no quería y que tal era su voluntad, que 
ni por él ni por sus sucesores se pusiese impedimen- 
to alguno al comercio y negociación de los moros del 
dicho reino; ni á sus contrataciones con y entre los 
cristianos, gozando de la mas ámplv^^ ^vs^wv^^'^^V- 



— 58 ~ 

benad. Este documento escrito en valenciano existe 
en la colección de fueros de Valencia. Fori Regni Va- 
lentie. in estravaganti^ folio 73. 

Así se consagró la libertad del culto mahometano 
en el reino de Valencia, y por un acto enteramente 
semejante en el de Aragón, precisamente en el mo- 
mento en que el islamismo se hallaba proscripto en 
Castilla. Cada uno de estos dos pueblos seguia su ca- 
mino, tenia su legislación diferente; empero iba á 
sonar la hora en que iban á quedar confundidos para 
siempre. En que se iba á consumar la reunión de los 
dos reinos, y que se iba á fundar la monarquía espa- 
ñola y dejarse sentir en Valencia el predominio fatal 
de los castellanos. 



VIL 



LAS GBRSIANIAS EN VALENCIA. — BAUTISMO FORZADO DE LOS 

MOROS. 



La felicidad interior de los Reyes Católicos no 
correspondia á la gloria que habian alcanzado en su 
reinado. La muerte de su hijo el príncipe de Astu- 
rias, fué seguida inmediatamente de la de su herma- 
na la reina de Portugal, que murió de parto en Tole- 
do. Esta princesa dio á luz un príncipe, que no tar- 
dó en seguirla al sepulcro. Doña Juana, que se habia 
casado con Felipe el Hermoso, archiduque de Aus- 
tria, hijo de Maximiliano, emperador de Alemania, 
era la única hija que quedaba á los reyes Isabel y 
Fernando, la que debía sucederles en las coronas de 
Castilla y de Aragón. 

Jsa reina Isabel, esta gran reina, adorada del pue- 
blo castcllauo, cuyo noble carácter tan bien repre- 
sentaba, y de quien defendia la independencia contra 



- 60 — 

su esposo, no pudo resistir á las desgracias de fami* 
lia. Una mortal languidez minaba lentamente su exis- 
tencia. El triste estado del único hijo que le quedaba, 
la princesa doQa Juana, llenaba sus dias de pesar. 
La indiferencia del archiduque su esposo habia alte^ 
rado su razón. Con verdad podia quejarse Isabel de 
que sus pesares como madre, habian igualado ásu 
prosperidad como reina. Estos pesares, unidos á una 
enfermedad del pecho, debilitaron su constitución 
física. Murió en Madrid (1504) á los setenta y ocho 
anos de edad. Horada de sus subditos, admirada de 
la Europa. 

A la muerte de Isabel, Juana heredó la Castilla 
bajo la regencia de Fernando; empero Felipe el Her- 
moso, que maltrataba á su muger, tanto como era 
amado de ella, vino á Castilla á despecho de su sue- 
gro, y le arrebató toda la autoridad. 

A este tiempo (1506) murió en tres dias, de re- 
sultas de un esceso, á la edad de veintiocho años, y 
doña Juana quedó en posesión del poder real; empe- 
ro la muerte de su esposo acabó de hacerla perder 
del todo la razón. Vio entonces la España cuantas 
estravagancias pueden caber en la imaginación de 
una muger apasionada. Hizo sacar de la tumba el 
cadáver de su esposo, colocarlo como en vida en su 
aposento; viajar con él; evitar celosa la presencia de 
toda muger, y prodigarle todas las señales de amor y 
ternura, esperando la infeliz con la mayor confianza 
que algún dia tornaría su querido esposo á la vida. 



— 61 — 

Doña Juaaa quedó incapaz de ocuparse en los 
negocios del estado. La historia la ha conservado el 
nombre de su terrible enfermedad; ¡La ¿oca/. La ma. 
yoría de los castellanos llamó, cou urgencia á don 
Fernando á la regencia. 

Don Fernando que se hallaba entonces en Ñápeles, 
que habian conquistado sus armas, viene á Castilla; 
se apodera de sa regencia, y ocupa también la Na- 
varra, bajo protesto de que Juan II de Albret habia 
negado el paso á las tropas que quería enviar á 
Francia para la guerra de la Santa Liga, bailándose 
así soberano de toda la España. 

Aquel i;ey tan. prudente y previsor, con.ocia cuan 
funesto iba á ser para la España pasar bajo una do- 
minación estrangera, y sentia vivamente dejar al 
Austria. tar^ hermosa herencia- Se casó con doña 
Germana de Foix, sobrina de Luis XII, rey de Fran- 
cia, para privar á su hija doña Juana y á su posteri- 
dad de las coronas de Aragón y de Navarra. Por un 
momento creyó ver realizados sus deseos coa el na- 
cimiento de un hijo; pero en breve pasó éste desde 
la cuna al sepulcro. . 

También aspiró por su testamento á, restringir la 
herencia de Carlos de Austria; pero al fin 1^ dejó por 
universal heredero, instituyendo al cardenal Jiménez 
de Cisneros regente de Castilla, y á don Alfonso, ar- 
zobispo de Zaragoza, su hijo natural, regente de Ara- 
Son, al morir á la edad de setenta y cuatro aOos, 
(1516) 



- 62 - 

Por la muerte de Fernando el Católico, heredó 
su nieto las coronas de España, Ñapóles, Sicilia y 
Cerdeña. Carlos tenia diez y seis años, se hallaba en* 
tonces en Flandes, jamás habia visto la España, y se* 
guia esclusivamente los consejos de Guillermo de 
Croi, señor de Chievres, y de Adriano de Utrech, 
deán de Lobayna, hombre de humilde cuna, hijo de 
un tejedor, y á quien mas tarde elevó al pontificado. 

Carlos, apenas supo en Bruselas la muerte de su 
abuelo, se declaró de propia autoridad rey de Casti- 
lla y de Aragón, á lo que se oponian las leyes de Es- 
paña, pues la reina era su madre doña Juana, cuya 
incapacidad no habia sido declarada por las cortes. 
Nombró por regente á Adriano; empero en breve re- 
vocó los poderos de éste, dejando al cardenal Jimé- 
nez de Cisneros el ejercicio de la regencia, á pesar 
de hallarse en la edad de ochenta años. El cardenal 
Cisneros juntó el Consejo real y los grandes, y con 
su energía que arrojó en la balanza política, cual la 
espada de Breno, el título de rey de Carlos fué re- 
conocido, precediendo en todos los actos el nombre 
de la reina doña Juana al suyo. Cisneros procuró 
afirmarle en el trono contra las pretensiones de la 
nobleza con un vigor y una fuerza de voluntad y 
energía superiores, increíbles en su avanzada edad. 
« Yo llevaré delante del rcy^ decia, á todos los nobles de 
» Castilla amarrados á la punta de mi cordón de (rancia 
íicano.íi Y cuando una diputación de la grandeza dis- 
cütía con él la validez de los aclos c\\ie l^ habían 



- 63 — 

cooferido la regencia, ensenaba á los grandes desde 
el balcón de su casa las tropas que él habia creado, 
formadas en batalla, con un formidable tren de ar- 
tillería; «Mirada les dijo con voz firme y altiva, esos 
})Son mis podereSy con ellos gobierno á Castilla^ y la go- 
Hibernaré hasta que vuestro amo y el mió venga á tomar 
nposesion de su reino,y> En aquel dia cesó en España 
el poder qiie hasta entonces habían ejercida los 
grandes. 

Diez y nueve meses duró la regencia del cardenal 
Cisneros; en ella quedó sujeta la turbulenta grande- 
za; disminuida la influencia política que daban á las 
ciudades sus fueros y privilegios; el poder militar 
que el sistema feudal colocaba en la grandeza pasó 
al pueblo creando un ejército permanente; mandan- 
do á las ciudades levantar cuerpos que llevaban su- 
mismo nombre, y que se Ihm^hdih milicia efectiva, 
arma de dos filos , como todas las instituciones popu- 
lares. Cisneros se habia servido de ella solamente 
contra la nobleza ; Carlos la vuelve contra la nobleza 
y contra el pueblo : y muy pronto debiera él á su vez 
verla vuelta contra él mismo. 

Al año siguiente 1517, Carlos seguido de una 
brillante corte de seüores flamencos, desembarca en 
Villaviciosa de Asturias, y mata con su injusto des- 
den al anciano regente que con tantos esfuerzos le 
'^abia asegurado la sucesión del trono. 

El archiduque de Austria, poseedor de tantos 
estados, cargada la frente coa Uwl^s q.^\^ks.';íjí» , >^5^ 



— Bi- 
vio nunca en la España mas que una provincia, una 
porción de su vasta monarquía ; gobernó mas como 
una fracción de su vastísimo imperio, que como un 
estado distinto, al pueblo del mundo menos á propó- 
sito para ser confundido con los demás pueblos. Pen- 
sando ya en sus brillantes destinos y en la púrpura 
imperial, no venia á España á administrarla según 
sus leyes , sino á esplotar en el interés de su propia 
grandeza el primer pueblo que le habia hecho llevar 
una corona real. Así la historia jamás le designa por 
su nombre español de don Carlos I, le llama siempre 
con razón Carlos V!... 

Nombrado emperador de Alemania, resuelve Car- 
los pasar á tomar posesión de la corona imperial, 
convoca á las cortes de Castilla en Santiago de Gali- 
cia , cosa hasta entonces desusada : exige de las cor- 
tes un subsidio mas cuantioso, y antes de haberse 
pagado el anterior. Niéganse á su concesión los di- 
putados por Toledo, pero son violentamente dester- 
rados, y trasladadas las cortes á la Coruña, donde 
la intriga, la seducción y las amenazas arrancan á 
los diputados débiles ó vendidos la concesión de un 
subsidio de doscientos millones de maravedises. Ma- 
drid, Córdoba, Toro, Salamanca, Toledo y Murcia, 
protestaron contra este don gratuito. Obtenido de 
cualquier modo de las cortes el dinero necesario para 
presentarse con esplendor en Alemania , Garlos no 
difiere su partida. Nombra regente de los reinos de 
Castilla y de León al cardenal Adriano de Utrech , y 



- 65 — 

capitán general á don Antonio Fonseca, confiriendo 
los gobiernos de Aragón y de Valencia á don Juan de 
Lanuza , y don Diego de Mendoza conde de Mélito. 
Estos dos último-i nombramientos merecieron la apro- 
bación general. 

El nombramiento de regente en Adriano, hirió el 
orgullo nacional, viéndose con escándalo, preferido 
un estrangero á ti)da la nobleza de España. En vano 
se suplica la revocación de este nombramiento. Car- 
los, sin dar oídos á las quejas de España , se embar- 
có en la Coruña el 22 de mayo de 1520 , para ir á 
tomar posesión de la corona imperial, sin cuidarse 
de que dejaba detrás de sí una terrible revolución! 

Mientras Carlos se ceñía la corona imperial, y en 
lejanas regiones navegantes y soldados españoles 
descubrían y conquistaban para ella mundos y teso- 
ros, su tranquilidad interior se turbaba, se formaban 
comunidades en Castilla y germanías en Valencia, y 
estallaba una violenta insurrección que debia acabar 
para siempre con su libertad política. 

Tres años, desde 1519 á 1522, duraron las lu- 
chas intestinas, las discordias civiles. 

En Castilla veia con indignación el pueblo, que á 
pesar de los subsidios que las Cortes habian concedi- 
do á Carlos, el monarca no accedia á las peticiones 
que se le habian presentado. 

Alzáronse las principales ciudades del reino. To- 
ledo fud la primera y levantó tropas á cuya cabeza 
puso á don Juan do l^adilla. Sci^ovia ^ Y.^vwvíxtv ^w^s^- 



%¡OIUS(:o:s. 



— 66 — 

tran á sus diputados por haber vendido en las Corles 
sus derechos. La insurrección cunde á todas las ciu- 
dades de Castilla, Andalucía y Galicia. Los gefes po- 
pulares reunieron en poco tiempo un fuerte ejército 
estableciendo entre ellos una forma de unión, asocia- 
ción ó comunidad, de donde tomaron el nombre de 
Comuneros. Formaron una junta en Avila, donde en- 
viaron las ciudades sus diputados , y tomando el 
nombre de la Santa Liga comenzaron á deliberar so- 
bre los negocios del estado, atacando el nombramien- 
to de un estrangero para la regencia de Castilla, co- 
mo contrario á las leyes fundamentales del reino, y 
deponiéndole de sus funciones. 

Padilla intenta poner al frente de las comunida- 
des á la reina doña Juana, retirada en Tordesillas 
desde la muerte de su esposo, empero aquella pobre 
loca no dio señales de salir de su antigua sombría 
melancolía, y no pudo con sus actos prestar apoyo 
alguno á la revolución. Carlos hace algunas conce- 
siones desde Alemania, ofrece un perdón general, 
exhorta á la nobleza á sostener su causa y la de la 
aristocracia contraías pretensiones de los comuneros, 
y nombra al almirante y condestable de Castilla re- 
gente del reino con Adriano. 

Los comuneros formularon en un fam^ memo- 
rial sus peticiones, entre ellas , que las propiedades 
de los nobles se sometiesen á las mismas contribu- 
ciones y cargas que las del pueblo. La nobleza que 
entró en la liga, cuando se trataba so\o d^.cooirl^r la 



— 67 — 

autoridad real, abandonó un partido cuyo triunfo le 
hubiera sido funesto porque proclamaba la libertad 
y la igualdad ante la ley, y se colocó al lado del tro- 
no. El mando del ejército comunero se dio á don Pe- 
dro Girón, uno de los grandes de Castilla, desairando 
á Padilla, preferencia singular cuando se trataba de 
ensalzar al pueblo sobre los grandes. El desgraciado 
éxito de sus primeras operaciones le hacen en breve 
dejar el mando. Padilla vuelve á ser proclamado ge- 
neral, toma por asalto á Torrelobaton y lo entrega al 
pillage. Empiezan á conferenciar realistas y comune- 
ros. Disgustada de la inacción una parte de las tropas 
de Padilla, y deseosa de gozar eri pa2 el botin de 
Torrelobaton, abandona el campo de la liga. Los re- 
gentes avanzan contra Padilla, cuyo campo había 
debilitado la defección. En vano intentó retirarse so- 
bre Toro y evitar la batalla. Alcanzado en los cam- 
pos de Villalar, en vano hace prodigios de valor. Su 
artillería colocada por malicia ó por impericia en un 
terreno fangoso, le es inútil, quedando completa- 
mente derrotado. Padilla, Bravo y Maldonado, dos 
de los gefes mas principales, capitanes de las tropas 
de Segovia y de Salamanca, cayeron prisioneros, y 
fueron degollados como traidores. La mayor parte d« 
las provincias pidieron gracia, dando Valladolid el 
ejemplo.. Publicóse una amnistía general escep- 
tuando á las cabezas, que fueron todos presos y 
muertos. 

Aunque c¡ espíritu de reVieWovv vvo i\¿\^ ^^ \vk<5»Y\- 



- 68 — 

garseá Aragón, don Juan de Lanuza impidió que 
degenerase en una insurrección positiva. 

AI mismo tiempo que ardía en los campos de Cas- 
tilla la guerra de las comunidades, otra asociación de 
tendencias y de índole diametralmente opuesta, se 
formaba en medio de arroyos de sangre en el reino 
de Valencia bajo el nombre de Germania^ asociación 
formada por los plebeyos y dirigida especialmente 
contraía nobleza. Tendió la mano á los comuneros 
por una de esas contradicciones que explican bastan-^ 
te los espedientes ordinarios de la política. 

Los estragos de una fatal epidemia tenia conster- 
nada á Valencia. Abandonaron la ciudad huvendode 
la peste las autoridades y casi todos los nobles y 
personas mas notables. Corría la voz al mismo tiem- 
po de que se preparaba en Argel un desembarco de 
los moros en las costas valencianas. Con arreglo á 
las disposiciones de Fernando el Católico se pusieron 
sobre las armas los artesanos y las gentes del puebla 
para prepararse á la defensa. Atribuíanse las calami- 
dades que afligían á Valencia á la cólera dirina irri- 
tada por los vicios que se cometían, especialmente 
el de sodomía, que miraba el pueblo con horror. 
El 7 de agosto, de 1519, predicando en la catedral 
un fraile francisco, tomó por testo lo horrendo de es- 
te pecado y el castigo que Dios enviaría á los pueblos 
que contasen en su seno á ios manchados con el cri- 
men que en la antigua ley hizo llover el fuego del 
cielo sobre las malditas ciudades de Sodoma v Go- 



— 69 — 

morra. Inflamóse el faDático celó de los Dyentes cons- 
ternados con las calamidade» de íá peste. 

Concluido el sermón » corrieron á cdsa de un pa- 
nadero á quien* la voz piíblica designaba como man^ 
ciliado con aquel delito , se apoderaron, de él y lo ap> 
rastraron á la plaza dé la catedral , donde hicieron 
una hoguera y lo quemaron vivo, rechazando la in- 
tervención del clenyque en procesión y con la hostia * 
sagrada saKó en vano á arrancarles su. víctima.. A I 
dia siguiente. el gobernador don Luis Cabanillas, que 
se hallaba en Murviedro, vino á Valencia para ins- 
truir el proceso. Sucedió lo que acontece siempre, 
que cuando la masa de una poblacioo ha tornado parr 
té, no se obtiene prueba alguna contra los particu- 
lares. 

Orgullosos los del pueblo con aquel triunfo , co^ 
menzaron á formarse ea escuadras y armarse bajo el 
modelo déla milicia efectiva y creada por el cardenal 
Cisneros^ y tomaron en su lenguage el nombre de la 
santa- germania^ calificándose asi su asociación ó her« 
mandad. El pretesto que tomaron para esta asocia^ 
cion, debía concillarles, asi como su nombre^ las 
simpatías da las gentes religiosa, y sobre todo de 
los frailes, de los que muchos se alistaron en ella. 
Proclamaron armarse contra los moros, proporcio- 
nándose asi el medio dj alzarse contra los protecto- 
res de los moros, los nobles, á quienes odiaban de 
muerte. 

Las clases del pueblo eslab&tv eu\^^Vl¿v^'v^^*5^\^\- 



— To- 
zadas por la clase noble, hacia algunos aílos. Había 
el pueblo atesorado en el sufrimiento y en el silencio, 
caudal inmenso de odio , porque era inútil toda que- 
ja, y escusada toda demanda de justicia. Las leyes 
no tenían ninguna fuerza, y el obispo Sandoval, al 
hacer una pintura de las vejaciones que los nobles 
hacían sufrir á los del pueblo dice: a Si un oficial hacia 
y>una ropa^ bs caballeros le daban de palos, porque pedia 
nque le pagasen la hechura: y si se iba á quejar á la jus^ 
y^licia^ costábale mas la querella que el principal.» 

Estos agravios hubieran bastado para disculpar á 
la germanía , si se hubiese limitado á no ser mas que 
una asociación para la reparación legal de las inju- 
rias, por lo que muchas personas honradas y pacífi- 
cas adoptaron desde luego la idea de aquella herman- 
dad ó cofradía. El gran vicio de las asociaciones po- 
pulares, es que concluyen siempre por separarse de 
su objeto. 

Una vez puesta la máquina en movimiento, las 
gentes aviesas y de malas pasiones se apoderan de 
su dirección. Muy á los principios comenzaron á des- 
cubrir su verdadero objeto. Al entrar los agermana- 
dos, juraban sostenerse mutuamente contra la noble- 
za, y sacrificar á este fin sus bienes y sus haciendas. 
Un cardador anciano llamado Juan Lorenzo , á 
quien el pueblo miraba con singular deferencia, pro- 
puso en memoria de Cristo y de sus doce apóstoles» 
que se formase una junta de trece artesanos que di- 
¡iqiosQñ todos los negocios para \a dftfewsa^ dal vevao 



— 71 — 

contra los moros, y del pueblo contra los nobles, 
obligándose todo raiembro de la germanía á llevar 
sus causas y procesos al tribunal arbitral de los trece 
síndicos, sin apelar á los fueros del reino. Uno de los 
síndicos nombrados fué Guillen Sorolla, tejedor de 
lana, que debia de ser el alma de la germanía , hom- 
bre violento, de valor á prueba, y que no carecía de 
cierta habilidad. Sucedia esto á últimos de diciembre 
de 1519. 

Alarmados los nobles, enviaron ocho comisiona- 
dos al rey, que se hallaba en Barcelona, donde aca- 
baba de prestar juramento como conde de Cataluña, 
después de haber jurado en Zaragoza los fueros como 
rey de Aragón , para suplicarle que viniese lo mas 
pronto posible á jurar los fueros de Valencia en per- 
sona , según lo exigía su constitución , porque su 
presencia sería la única capaz de restablecer el or- 
den. Carlos mandó que se congregaran las cortes de 
Valencia bajo la presidencia del cardei.::! Adriano , y 
que en ellas prestaría su juramento por .medio de 
tres comisarios, no siéndole posible el ir personal- 
* mente á Valencia, por urgírle el ir á las cortes de Cas- 
tilla en Santiago, y querer marchar inmediatamente 
á Alemania. Al mismo tiempo prohibió á los agerma- 
nados presentarse armados y celebrar sus reuniones 
sin permiso del gobernador. La germanía mandó tam- 
bién sus representantes al rey , haciendo ver la ne- 
cesidad que habían tenido de armarsqí para evitar 
una inminente invasión de los tftoxo^, ^ ^wv^t^<^ 'íí. 



— 72 ~ 

'Cubierto de las ÍDJusticias y tropelías de los nobles. 
Sorolla aprovechó hábilmente esta ocasión, para hacer 
entender al rey que. estaban resueltos á sostener su 
voluntad de prestar por comisarios su juramento .^n 
las Cortes, 

Esta hábil maniobra valió á la germania un privi- 
legio en forma , una carta real fechada en Fraga , en 
que el rey la reconocía como asociación regular y la 
facultaba para pasar en cada año cuatro revistas ge- 
nerales. Inmenso fué el efecto de este privilegio, 
cuya copia comunicó Sorolla activamente á todas las 
ciudades y villas del reino. 

El cardenal Adriano, el vice-canciller don Anto- 
nio Agustín y el regente de la chancillería de Ara- 
gón, llegaron á Valencia para prestar el juramento de 
sus fueros en nombre del rey. La nobleza reunida en 
Cortes rehusó de acuerdo con el brazo eclesiástico, 
recibir á los delegados. Dos veces persistieron en su 
negativa los estamentos, á pesar de dos órdenes rei- 
teradas del rey. El cardenal Adriano puso entonces 
en acción la germanía. Los agermanados prepararon 
una revista pira el domingo 29 de febrero do 1520, 
á la que invitaron á los delegados del rey, el car- 
denal Adriano y el vice-canciller. Ocho mil agerma- 
nados desfilaron con su bandera desplegada , todos 
armados y gritando al pasar por fronte de los regios 
comisarios ¡vim el reijl El cardonal los aplaudía salu- 
dando graciosamente á la bandera do los tejedores que 
^c recordaba 6U antiiíuo on'aecv v oCvcio» Al dia si- 



^ 73 - 

guíente llevó su complacencia hasta recibir afable á 
una comisión de los plebeyos que fueron á cumplí-- 
mentarle. Las Cortes no se dejaron intimidar; no 
mostraron la debilidad y servil complacencia de que 
iban á dar un vergonzoso testimonio las Cortes de Cas- * 
tilla en la CoruHa. 

Los tres comisarios salieron de Valencia sin haber 
prestado en ellas el juramento á nombre del rey, y 
el cardenal Adriano marchó á Galicia á recibir de 
Carlos el nombramiento de regente que debia ser oca- 
sión de tantas revueltas. 

A punto de embarcarse ya en la Corufla para 
Alemania, llegaron los comisionados de los nobles 
de Valencia y los enviados de la gemianía con sus 
últimas súplicas al rey. Solicitaban los nobles un 
edicto para disolver la germanía: los agermanados 
aspiraban á tener en lo sucesivo las plazas de jurados 
ó regidores en el ayuntamiento de Valencia, para sí 
ó para los gremios á que pertenecian. El rey no de- 
cidió la cuestión ; ofreció á los nobles nombrar un 
virey con plenos poderes, lo que hizo eligiendo á 
don Diego de Mendoza conde de Mélito, y dio al 
mismo tiempo á Juan Caro, representante de la ger- 
manía, una carta de recomendación para el futuro 
virey de Valencia , á quien tres dias después el mis- 
mo Garlos dio por escrito opuestas instrucciones. 

Conducta inconcebible en un monarca que en 7 de 
ínayo recomendaba álos agermanados, y con fecha 10 
del mismo mes reducía á \a m\\\A^ÍL\^s v'^^Vfctávs^^s^ 



-74 - 

' que no se atrevió á negar franca y lealmente!!..* 
Entró en Valencia el 9 de mayo el nuevo virey. 
Las Cortes le prestaron juramento el mismo dia, pero 
reservando sus derechos por una protesta. La auda- 
cia de los agermanados habia crecido hasta el punto 
de que al hacer su entrada pública en Valencia el vi- 
rey y acompañado de toda la nobleza dirigirse por el 
caniino mas corto á la catedral , Guillen de SoroUa 
rodeado de los Trece y de gran número de agerma- 
nados cogió las bridas de la muía que montaba el vi- 
rey, y le dijo: <iLos reyes y los principes no buscan atajos 
hen sus entradas solemnes, » El audaz plebeyo marcó la 
ruta que habia de seguir el representante de uno de 
los monarcas mas poderosos del mundo y aquella ruta 
se siguió. Sorolla reclamó del virey la entrada dedos 
jurados de la clase plebeya, fundado en la carta del 
rey. El virey queria negar su petición; Sorolla ame- 
nazó con que habría dos jurados plebeyos, ó la san- 
gre inundaría el pavimento de la Casa de la ciudad. 
El día 26 de mayo se hizo la elección y resultaron 
nombrados los indicados i)or los Trece y sin un solo 
voto los propuestos á nombre del rey. El virey rehusó 
ratificar la elección, empero los nuevos jurados en- 
traron en el ejercicio de sus funciones. En aquel mis- 
mo (lia para celebrar su triunfó hizo la Junta de los 
írcce un alarde de sus fuerzas pasando una gran re- 
visla y desfilando por delante del palacio del \ iroy, 
sobre cuyas j)uertas dispararon insolentemente algu- 
/Jos arcahuzíizos. 



— 75 — 

El éxito que iban obteniendo las pretensiones de 
los agermanados y la publicación de la carta real de 
7 de mayo, en que se anunciaba y recomendaba al 
virey la germanía, hizo que se levantaran en su favor 
casi todos los pueblos de Valencia. Játiva se alza, 
Murviedro sigue el movimiento, forma su junta y 
asalta su castillo donde se habían refugiado los no- 
bles, pasándolos bárbaramente á cuchillo, sin respe- 
tar á sus inofensivas mugeres ni á los inocentes ni* 
nos. La lucha quedó francamente declarada entre el 
pueblo y la nobleza. Los nobles para atender á su 
propia defensa nombraron veinte representantes, que 
con omnímodo poder proveyesen á la seguridad de 
todos. Asi la fuerza popular de los Trece y la de los 
nobles se colocaron frente á frente. 

El menor protesto iba á hacer correr arroyos de 
sangre en la hermosa ciudad del Cid. Los agermana- 
dos lo buscaban y lo hallaron pronto. Iba á espiar en 
el patíbulo un criminal sus delitos por sentencia del 
tribunal y orden del virey. Sorolla y sus parciales lo 
arrebatan á la justicia á pretesto de que no ha sido 
condenado según los fueros, y lo conduce á la cate- 
dral á pretesto de ser tonsurado. Ataca á la cabeza 
de tres mil agermanados el palacio del virey, resuelto 
á apoderarse de su persona. No logra su intento por 
la heroica resistencia que hace la guardia, y enton- 
ces se esconde y hace que sus amigos propalen la no- 
ticia de que el virey lo habia hecho asesinar secreta- 
^nente. No conoció entonces Umllea d ív»ci\ ^^xia:^ ^ 



— 7() - 

corearon el palacio y con frenéticos gritos amenaza- 
híin matar al vircy y á cuantos nobles con él se halla- 
ban si noparecia Sorolla. El obispo de Scgorbe descu- 
bre el sitio donde se oculta, le busca, se arroja á sus 
pies que baña de lágrimas, y le conjura á que con Su 
presencia evite las calamidades que van á caer sobre 
la ciudad. El feroz agermanado cede al llanto del an- 
ciano prelado, monta á ¡a grupa de su muía, se 
presenta en el sitio del combate y el pueblo como 
pí)r encanto depone las armas á los gritos de ; Viva el 
rcjjl ; Viva Sorolla! 

Los tres dias que habla durado el tumulto, aco- 
hnrdaron de tal modo al vircy conde de Mélito que, 
aprovechando el momento de la espansion popular 
por haber i3arecido Sorolla , huyó secretamente de 
Valencia (6 de junio) fué después á Concentaina y 
de allí á Játiva, á cuyo castillo se retiró el 23 de julio, 
empero espulsado también por los plebeyos pidió un 
asilo al duque de Gandía que mantenia en orden su 
distrito. 

Con la cobarde retirada del virey , quedó aban- 
donada Valencia á los Trece, y los nobles y sus fa- 
Miilia? tuvieron que huirá buscar un asilo en lospo- 
í os luintos (]ae no habían alzado el pendón de lager- 
maníiK Mordía, así como en Castilla Simancas habia 
sido el único pueblo (pie se hal ia sostenido contra la^»' 
comunidades, resistió los halagos, las persuasiones y 
hasta las arma^ de los agcrmanados. llabia jurado, y 
lo cumplió, permanecer fiel al rey, por lo (|ue el rey 



— 77 — 

escribió á Morella desde Aquisgram dándole las gra« 
fias (en 22 de octubre de 1520). 

Era tal la anarquía de Valencia y los crímenes que 
se cometian, que los mismos Trece comenzaron á ver 
que eran instrumentos de algunos malvados y que do 
eran bastantes á reprimir al pueblo, y trataron de 
entablar negociaciones con el virey. El conde de 
Mélito asustado de la situación que babia creado su 
debilidad é impericia, no tenia la conciencia de stt 
verdadero poder, temia comprometerse en todo y asi 
rechaza lasescitacionesde los nobles para la resisten- 
cia, como los avances que para una avenencia le ha- 
cian los Trece. 

Al fin llamó á la nobleza á Yaldigua (17 de agos- 
to.) Acude ésta, forma un ejército, y en vez de lanzar- 
se con ella á campaña, envia á Alemania una dipu- 
tación al rey para pedirle instrucciones. Mientras se 
iba tan lejos á buscar un remedio urgente, pasóse el 
resto del año y los cuatro primeros meses del si- 
i^uiente 1521. Los agermanados habian variado h 
administración pública, repartídose los cargos y em- 
pleos, y habian establecido el reinado del terror. 

Un secretario del rey viene al cabo de tanto 
tiempo á anunciar desde Alemania las órdenes seve- 
ras del rey emperador. Tiene que huir á escape de 
Valencia el 29 de abril donde habia sido recibido á 
pedradas. 

Despejábase la situación ; los agermanados se de- 
claraban francamente enemigos Ae\ te^ • \a ti-^xívKi' 



— 78 — 

iba á combatir por el trono, y al mismo tiempo por 
su seguridad. Los moros de Valencia dependían de 
los señores, y dejando la azada y el arado con que cul- 
tivaban las tierras, empuñaron la pica y el mosquete 
para defender á sus amos, y formando numerosos 
cuerpos, acudieron á oponerse á la devastación que 
en pus de sí llevaban las improvisadas huestes de los 
artesanos, cardadores y pelaires de Valencia. 

Llega al mas alto punto la exasperación contra los 
moros; estalla en Valencia con violento tumulto á la 
vista de los dos cadáveres de dos agermanados que 
se encontraron ahogados en las acequias de Murvie- 
dro, y cuya muerte se les atribuye; ármase el pueblo, 
recorren los frailes las calles con un crucitijo en la 
mano, predicando la guerra santa contra los infieles, 
y se saca la bandera que se enarbolaba en las lides 
contra los musulmanes colocándola sobre la puerta 
de Serranos. Saquean el barrio de los moros y los 
Trece con seis mil sicarios se resuelven á tomar la 
ofensiva. 

El carpintero Miguel Eslelles marcha sobre More- 
11a para hacerla entrar en la gemianía; el terciopele- 
ro Vicente Peris se dirige á atacar el ejército de los 
nobles que el virey habia reunido en Valdigua. Los 
dos para justificar el título de Santa Germania procla- 
man que van á eslerminar á los moros ó á hacer que 
reciban el baulismo.. 

Estoik'K intima en vano su sumisión á Morella, v> 
lierroíado en su retirada por don Alonso de Arapon, 



--79 — 

duque de Segorbe, cae prisionero y es descuartizado. 

Peris marcha sobre el ejército del virey: á su vis- 
ta» éste tan poco militar como politico vacila, y se re- 
tira el 22 de julio á la fortaleza de Gandía. Al ña sale 
de ella el 25 y presenta la batalla. En medio de ella 
es abandonado por la artillería castellana que se pasa 
al campo enemigo, y huye precipitadamente áDenia, 
V los nobles ó se retiran á sus castillos ó se internan 
en Castilla. 

Gandía es ocupada por los agermanados; los mo- 
ros pagaron muy caro el valor, la fidelidad que ha- 
bían mostrado en la batalla: sus casas fueron saquea- 
das, incendiadas, violadas sus mugeres é hijas, y en 
medio de los escombros de sus casas v sobre los ca- 
dáveres calientes aun de sus familias, se arrodillaron 
para recibir el bautismo á cambio de la vida. Los 
agermanados ebrios de sangre hacian el oficio de sa- 
cerdotes pronunciando Us palabras sacramentales ro- 
ciándolos con escobas y ramas mojadas en el aguado 
las acequias. 

Los agermanados se derramaron por todo el pais, 
saqueando y bautizando á las poblaciones moriscas, 
que no tenian mas delito que ser vasallos de sus ene- 
migos. En algunas partes desplegaron una atrocidad 
sin ejemplo. Seiscientos moros se defendían en el 
^*aslillo do Polopcon heroica resistencia, y solo por el 
hambre capitularon con las tropas del feroz Peris, baja 
'í^s garantías de sus vidas y la conservación de sus 
'bagajes. Fiados en la capitulación bíi^íiVQU ^«t^i^LW^a.- 



— 80 — 

dos al llano donde recibieron por aspersión el sacra^ 
mentó del Bautismo. Terminada la ceremonia se arro- 
jaron sobre ellos los agermanados cuando se prepa- 
raban á marcharse, diciendo, según cuenta Escolano 
en sus Décadas de Valencia : lique jamás estarían mejor 
y)preparados para morir, y que aquello era echar almas al 
ncielo y dineros en sus bolsas, yy En un instante fueron 
asesinados los seiscientos moros. 

Peris volvió á Valencia desde Polop dejando tras 
de sí el castillo de Orihuela cuando se hallaba ya pró- 
ximo á rendirse á los plebeyos, falta que cometió por 
el temor de verse desobedecido de sus indisciplina- 
das huestes. 

Mientras pasaba esto al otro lado del Jiícar, el 
duque dé Segorbe , cuyas fuerzas consistían princi- 
palmente en la infantería morisca, en número de 
cuatro mil hombres y en mil quinientos peones cris- 
tianos á lo mas, con una pequeña tropa de caballe- 
ros, saliendo de su campo de Almenara marchó al 
encuentro de los agermanados de Murviedro, min- 
dados por el mesonero Juan Sisón. Les presentó la 
batalla, que perdida en un principio por haber huido 
la caballería de los señores , fué ganada por la firme- 
za de la infantería mora, que dejó sembrado de ca- 
dáveres el terreno, y rechazó á Sisón , que á pesar de 
haberse conducido cual hábil y valiente capitán, es- 
perimcntó la suerte de los gefes populares que n«» 
vencen , siendo acusado por los suyos do traición y 
asesinado á su vuelta á Murviedro. Cara costó la vio- 



— 81 — 

^)ría de Almenara al duque de Segorbe, porque habia 
perecido casi toda la infantería mora , y tuvo que re- 
tirarse condenado á la ioaccíon, á Nales. 

El aspecto que iban tomando desfavorable á la 
causa del pueblo ^ los sucesos de las comunidades de 
Castilla, influyó poderosamente en los destinos de la 
germanía d'^ Valencia. 

El duque de Gandía se avistó con el condestable 
y el almirante de Castilla, á quien el rey con el car. 
denal Adriano acababa de nombrar nuevamente re- 
gentes de aquel reino. Comprendieron los nuevos 
gobernadores, que aun cuando eran bastante terri- 
bles los comuneros, su poder sería irresistible el dia 
en que pudieran contar con la activa cooperación de 
los agermanados de Valencia. El marqués de los Ve- 
loz, virey de Murcia, invadió el reino de Valencia 
por sus fronteras meridionales. Se apoderó sucesiva- 
mente de Aspe, Crevillente y Alicante, y para socor- 
rer el castillo de Orihuela batió á los agermanados 
que osaron presentarle la batalla el ^0 de agosto, 
ahorcando á su caudillo el escribano Pedro Paloma* 
res y á los trece que formaban la junta de la ciudad 
de Orihuela. 

Las rápidas y continuas ventajas del marqués de 
los Velez, exasperaron en Valencia á los mas revol^ 
losos y díscolos , empero el partido de los hombre^ 
de bien, comprimido hasta entonces, alzó la cabeza. 
Algunos plebeyos que no habian toncado parte en los 
desórdenes, que temian verse ^unví^Mcí^ ^wV\ ^^'«n^jx 



— 82 — 

rijína de su partido , tuvieron bastante fuerza para 
hacer llamar á Valencia como único medio de salva- 
ción al infante don Enrique de Aragón , padre de 
aquel duque de Segorbe que desde su retiro de Nules. 
había avanzado ya á sitiar á iMurviedro. El infante 
aceptó su proposición ; llegó el 20 de setiembre á 
Valencia, y se alojó en el palacio del arzobispo. 

Nació con su llegada una escisión entre los parti- 
darios de SoroUa, y Peris y los miembros mas ino- 
fensivos y honrados de la germanía. Crecieron los des- 
órdenes y la confusión. Peris que osaba apellidarse 
capitán general^ se colocó frente á frente del infante. 
En el dia 9 de octubre, en que se celebraba en 
Valencia el aniversario de su gloriosa conquista por 
don Jaime I de Aragón, escitó Peris un tumulto, y 
como las cosas mas leves sirven de pretesto para las 
grandes revoluciones, al ver á unos muchachos que 
jugaban en la calle de Caldereros, inmediato al cuartel 
de los moros,' con un cuadro viejo de un San Miguel 
hollando bajo sus plantas al dragón infernal, y que con 
aire amenazador" y marcial continente lo paseaban, 
les arrebata el cuadro, y arrastrando tras de sí al pue- 
blo, fué á colgarle en la única mezquita de Valencia. 
Los frailes y eclesiásticos de la germanía proclamaron 
que en aquel acto se mostraba visiblemente el dedo 
de Dios ; bendijeron inmediatamente la mezquita 
destinándola al culto, y hoy es la iglesia de San Mi- 
guel. El pueblo invadió después las casas de los mo- 
ros, y como habia hecho en Gandía, Polop y tanta? 



— 83 — 

otras partes, mezcló el agua santa del bautismo con 
la sangre. Las mismas manos vertieron una y otra, 
retirándose satisfechos de haber convertido de este 
modo al cristianismo á los que no hablan tenido e i 
valor suficiente para arrostrar el martirio por la reli- 
gión de su falso profeta. 

En tanto Murviedro se rendia y entraba en ella 
el 16 de octubre el vlrey conde de Mélito con el du. 
que de Segorbe. Desde allí amenazaba á la capital, 
mientras por otro lado el marqués de los Velez, el de 
Moya y los señores de Albatera y de Mogente, con 
siete mil infantes y ochocientos caballos, avanzaban 
sobre la misma. 

Sorolla y Peris abandonan la ciudad y se retiran 
á mantener aun la guerra en el valle de Júcar, si- 
tuándose en Alcira. Valencia en tanto capitula el 18 
de octubre, y trece dias después entra el virey conde 
de Mélito en el palacio que tan vergonzosamente ha- 
bla abandonado. El ejército quedó acantonado en 
los pueblos de la comarca. Los auxiliares castellanos 
se portan como enemigos, y tratan á los moros como 
pudieran haberlo hecho los agermanados. 

Alcira y Játiva alzaban todavía rebeldes la ban- 
dera de la gorman ía. Marchaba contra la primera el 
virey; la asedia inútilmente durante veintidós dias, 
y rechazado, va á buscar mejor fortuna á Játiva, 
donde tampoco es mas próspera su suerte. Bloquea á 
Játiva, y á pesar de ocho mil hombres ^ \iw W^\s. 
tren de batirt no da n¡ un so\o assWo.^^ N.^ti \^^^\ft % 



— -Si — 

que se deja engfinar por el astuto SoroUa que le ofre- 
ce entregar la ciudad á su hermano el marqnés de Cé- 
nete, si se retira el ejército. Con esta simple ce ' -un- 
ción verbal, se retira á Montesa, y el hermano del 
virey, cuando so presenta para apoderarse de la pla- 
za, es hecho prisionero, á pesar de haberse defendi- 
do briosamente, por la deslealtad de los agermana- 
dos. Valencia á una voz reclama contra aquella trai- 
ción, y hasta los plebeyos mismos y Sorolla pone en 
libertad al marqués de Cénete. 

El terrible Peris sale de Játiva con alguna gente, 
y se dirige á Valencia á reanimar á sus parciales. A 
pesar de una columna de cien caballos, que ronda 
por las afueras de la ciudad, para prenderle ó impe- 
dirle la entrada, logra introducirse una noche en ella 
el 18 de febrero de 1522. Se instala tranquilamente 
en su propia casa, en la calle de Gracia, convoca á 
sus parciales, m^^dita los planes de volver á estable- 
cer su dominación en Valencia, y juran estos morir 
por defenderle. Cinco mil hombres pone el gobierno 
sóbrelas armas, y divididos en tres cuerpos, ata- 
can simultáneamente por diferentes puntos la calle 
eij que vivia Peris. Penetran las tropas del rey á ün 
tiempo en la calle de Gracia, y una espantosa lluvia 
de piedras, jJe muebles y de agua hirviendo, les ar- 
rojaban las mugeres, que desde las ventanas caia so- . 
bre los soldados. 

Después de tres horas de combate, llena la callo 
de muertos, heridos v mor\buudos,\W¿^Tv ^Vx ^-íisaL 



_ 85 — 

los soldados y la incendian. Al ir á salir Peris en- 
tre las llamas, fué muerto por uno de los gru* 
pos del pueblo, y arrastrado su cadáver es colgado 
en la horca en la plaza del Mercado, y cortada su 
cabeza, colocada primero en una ventana y clavada 
después en la puerta de San Vicente. Diez y nueve 
compañeros mas del feroz Peris fueron ahorcados 
en las cárceles secretamente en aquel dia, y coloca- 
dos después sus miembros en los caminos reales» 
Fué arrasada hasta en sus cimientos la casa de Peris, 
y su solar es hoy la plazuela de Galindo. 

En este dia puede decirse que terminó la germa- 
nía en Valencia, no obstante que aun continuaron 
por algún tiempo los encuentros y combates entre 
las tropas reales y los agermanados. En todas estas 
espediciones se distinguieron los moros, especial- 
mente los de la baronía de Cortes. Dos veces se pre- 
sentaron los agermanados en campo raso, y dos ve- 
ces fueron batidos: ellS de abril, en Carlet, y el 2 
de setiembre, en Bellus. Con esto, y los refuerzos que 
el emperador, vuelto ya á España, envió al virey, y 
con sus órdenes terminantes, tornó á comenzar el si- 
tio de Játiva, cuando se hallaban solas las mugeres 
en la población, el 6 de setiembre de 1522, hicieron 
tan varonil defensa, que dieron tiempo y lugar á 
que volvieran los agermanados, que andaban recor- 
riendo la comarca. El famoso Guillen Sorolla cayó en 
manos del virey, entregado por un moro, vasallo d^ 
un noble, que sin dnda quiso \et\?,^t ^¿\\5is ^^\^^^^v- 



— 86 — 

clones terribles que habían sufrido sus hermanos. 
Fué ahorcado en Játiva, el 18 de noviembre, y dos 
dias después se rindió el castillo de aquella ciudad. 
Privada Alcira del apoyo de Játiva, imitó su ejemplo. 
Perecieron en el cadalso la mayor parte de los gefes 
de la germanía , habiendo costado mas de catorce 
mil víctimas esta temeraria rebelión á los artesanos y 
plebeyos de Valencia. La clase popular sucumbió en 
Castilla y en Valencia, y en ambos reinos quedó po- 
deroso el trono, y prepotente la nobleza. 

Los moros que con tanta lealtad habian servido 
el partido del rey, iban á ver renovar de un modo 
mas cruel, después de terminada aquella sangrienta 
y porfiada guerra, las llagas que esperaban con fun- 
damento cicatrizase el poder vencedor del monarca. 



VIII. 



rmOSCBIPCIOR DIL islamismo EH YALBNGIA. — IlfSURREC- 
CiOIf.— TEIMINA LA GUERRA Á LAS IDEAS, Y COMIENZA Á 

LOS USOS T COSTUMBRES, 



A mas de diez y seis mil ascendía el numero de 
los moros bautizados por los agermanados de Valen- 
cia, á quienes estos habían colocado entre el hacha 
del verdugo y el agua sacrosanta del bautismo. Los 
moriscos bautizados así, no eran verdaderamente 
cristianos, conservaron apego á las prácticas musul- 
manas, y continuaron ejecutándolas bajo la toleran- 
cia de los caballeros y nobles de quien habían sido 
tan decididos defensores, pagándoles dobles tributos 
á cambio de no renunciar á sus creencias. El empe- 
rador Carlos V, cuyas ideas eran favorables á la pro- 
paganda religiosa, quiso someter á la opinión del pon 



-- 88 — . 

tíüce y (Je los teólogos españoles la cuestión de la 
validez del bautismo conrerido á los moros por 
los ogermanados de Valencia. El papa Clemen- 
te Vil ocupaba entonces la silla de San Pedro. A 
ella había sido elevado el 19 de noviembre de 1523* 
La ¡níluencia del emperador era grande con la silla 
apostólica, así es que el 12 de mayo de 1524, á ins- 
tancias del embajador español en Roma, el duque de 
Sesa, Armó el papa una bula relevando al rey de sus 
juramentos, invitándole á ocuparse de la conversión 
de los moros de la corona de Aragón, no obstante los 
fueros de Monzón, confiriéndole el poder de reducir 
á esclavitud á los moros si se negaban á abrazar el 
cristianísimo. Elapso termino, serví tui sint et esse inte- 
¡Ugantur^ decia la bula. Familias enteras de moros, 
escarmentadas con los desmanes de las germanías, y 
recelosas de un mas triste porvenir, habian emigrado 
al África. Solo en el año 1523 habian salido cinco 
mil familias. Aplazó el rey la cuestión de proceder 
contra los moros que no se convirtiesen al cristianis- 
mo, para resolver antes la de si debia considerarse 
á los bautizados por los agermanados como cristia- 
nos ó como moros. ^ 

En febrero de 1525, se reunió en el convento de 

San Francisco de Madrid una junta compuesta 

inquisidor general, de los miembros de los consejos 

de Castilla y de Aragón y de algunos teólogos. Vein- 

/ef dos sesiones celebró la junU. íl Víl \ill\vcva. m^tió 

e/ emperador Carlos V. Todos cotvtesl^Totv ^.^\vfta!C\NV 



<y. 



t — 



mente no influyendo poco para esta decisión la opi- 
nión personal de Garlos V; sin embargo, no bastó á 
mudar el parecer del sabio fraile gerónimo Jaime Be- 
net, que por espacio de treinta y ocho aftos habia 
ocupado con grande gloria de las ciencias y utilidííd 
de la Iglesia una cátedra de derecho canónico en la 
universidad de Lérida, el que sostuvo con inflexible 
lógica y con las doctrinas mas puras de la Iglesia la 
nulidad de aquellos forzados bautismos diciendo, que 
el reputar á los moros asi bautizados como cristianos 
era el medio de considerarlos después como apósta- 
tas. Fray Jaime Bleda, que ha escrito una obra titula- 
da Defensio fidei in causa neophitorum sive Moriscorum 
Regni ValenticB, totiusque Fispanie, rebuscando cuan- 
tas argucias puede sugerir el mas inconsiderado fana- 
tismo, sostiene la validez del sacramento, porque pa- 
ra sustraerse á sus efectos era preciso pronunciar, no 
mental sino abierta y claramente estas palabras , «no 
quiero» noloy y los moros no la habian pronunciado. 
Verdad es que el hierro de los verdugos no les hubie- 
ra dejado acabar de articular esta palabra!!... 

Triunfaba el sistema de intolerancia inaugurado 
por la política del cardenal Jiménez de Cisneros. 
En 4 de abril de 1525 espidió el emperador una real 
cédula declarando válido el bautismo impuesto á los 
moros en tiempo de las germanías y envió á Valen- 
cia al obispo de Guadix, comisario del inquisidor ge- 
neral con otros dos eclesiásticos, para que conürma- 
sen á los cristianos moros de Valencia, Y recoacUv?^- 



— 90 — 

sen sin imponer penitencia alguna á los apóstatas 
arrepentidos, y bautizasen á sus hijos. Adjudicó al 
culto católico las mezquitas en que se hubiese cele- 
brado el sacrificio santo de la Misa. El obispo de Gua. 
dix, don Gaspar de Abales y los dos eclesiásticos que 
le acompañaban, los famosos predicadores el fran- 
ciscano fray Antonio de Guevara y el dominico fray 
Juan de Salamanca, llegan el 10 de mayo á Valencia^ 
y el 14 publican desde el pulpito, pregonan y citan 
por carteles á todos los moros para que acudan á re. 
conciliarse y á gozar de la amnistía real en el tér- 
mino de treinta dias imponiendo la pena de muerte y 
confiscación de bienes á los rebeldes y contumaces. 
Los dos predicadores recorrieron todos los pueblos 
de Valencia, y los nuevos cristianos al ver que se les 
reconciliaba con la Iglesia sin penitencia, acudian en 
tropel á los comisarios, que daban la absolución á los 
apóstatas, bautizaban á sus hijos y pasaban de largo 
sin instruirlos en el catecismo. En cuatro meses y 
medio fueron visitados todos los pueblos y aldeas de 
un reino tan dilatado como Valencia, por aquellos dos 
celosos predicadores que volvieron á entraren la ca- 
pí tal el 28 de setiembre. 

Ilabia llegado el momento en que el emperador 
Carlos V, queria usar de la bula que le habia concedi- 
do Clemente VII. Habia dado el 13 de setiembre 
una real cédula para obligar á todos los moros de Va- 
lencia á abrazar el ¡cristianismo. Invitaba en ellaá los 
moros á no lachar contra los desÁgcivos d^\ívQ!&>^^\3?}> 



— 91 - 

Dspiracion divina atribuia su resolución, prometien* 
do tratarlos como cristianos sí obedecía n, y castigar- 
los severamente de lo contrario, empero sin espresar 
los premios y los castigos. Los tres comisarios de la 
Inquisición y del Rey, hicieron saber el 8 de octu- 
bre á todos los pueblos que les concedían el término 
únicamente de diez diaspara deliberar, pasado el cual 
cesarían en el lenguaje de la persuasión, mandando 
entretanto que ningún musulmán se apartase de 
su domicilio, bajo pena de ser reducido á esclavitud. 

Pasaron losjdiez días y no respondieron los moros. 
Aprestábanse, no á recibir el bautismo, sino á huir^ 
vendiendo por cualquier precio sus bienes y muebles. 

ün edicto de 21 octubre, prohibió toda venta á 
los moros. 

El 16 de noviembre, se promulgó la cédu- 
la del rey que abolía definitivamente el culto maho- 
metano* Mandaba en ella el rey á los señores bajo su 
responsabilidad y bajo pena de la confiscación de sus 
bienes, desarmar á los moros sin dejarles mas que un 
cuchillo sin punta, inventariar sus armas y entregar- 
las álos comisarios bajo pena al moro que las usase, de 
cien azotes y la esclavitud; que en el término del ter- 
cero día se cerrasen todas las mezquitas y no pudiesen 
practicar, ni en público ni en secreto, ceremonia al- 
guna de su antiguo rito; que llevasen en sus sombre- 
ros los moros, el distintivo de una medía luna azul; 
que fuesen obligados á asistir á todas \^^^Q\fcxs\^\^^^^ 
religiosas, y concurrir á los setmoti^^ ^^ ^>\^\fí¿^^^* 



_ no- 

qiiias, y que no trabajasen ios domingos. La ¡nrrac* 
cion de cada uno de estos artículos, escepto la de tra- 
bajar en domingo que solo so castigaba con una mul- 
la, tenia sus penas particulares, ademas de la escla- 
vitud. 

Al dia siguiente los inquisidores de Valencia, pu-^ 
blicaron un decreto dado el 3 de noviembre en To- 
ledo por cl inquisidor general, que se llamó el edicto 
de la delación. En él se mandaba bajo pena de esco- 
munion reservada, que toda persona delatase á su 
tribunal á los que faltasen á cualquiera de estos man- 
damientos. El 25 de noviembre se publicó por úl- 
timo solemnemente un edicto mandando que todos 
los moros, hombres, mugeres y niños, no bautiza- 
dos, debian salir del reino de Valencia para fines de 
diciembre; de toda España para últimos de enero 
del siguiente año de 1526, bajo pena de esclavitud, 
debiendo de embarcarse precisamente en el puerto de 
la Coruña. Se les marcaba el itinerario que debian se- 
guir por líequena, Utiel, Madrid, Villafranca y la Co- 
ruña. Dice Escolano en sus Décadas de la historia de 
Valencia, que el objeto de esta medida de inconcebi- 
ble rigor, en los detalles de su ejecución, era el que no 
«se quedasen en las fronteras de África y queconsu- 
«mieran en tan largo camino el dinero que llevaban, 
wcuando no tuviera el de que con algún movimien- 
«to, dieran ocasión á que los degollarart en Castilla.» 
Dos dias después, los comisarios publicaron 
cscomunion reservada y una fuerte xuvMíl cwiVwi 



o'\ 

cualquiera persona que, requerida por ellos, no les 
prestase auxilio, y conminaron al mismo tiempo 
con la multa de cinco mil ducados á cualquier señor 
que conservase en sgs tierras y posesiones un solo 
moro, pasado el 31 de diciembre. 

Estas medidas llenaron de estupor á los moros, 
redujeron al silencio á sus protectores. Acudieron en 
tamaño apuro los moros á la reina doña Germana, 
lugarteniente y gobernadora del reino de Valencia, 
que habia sucedido al conde de Mélito, para que les 
autorizase para enviar una embajada al emperador. 
Germana de Foix, la ilustre viuda de Fernando el 
Católico, que tenia los nobles sentimientos de este 
gran rey, les firmó un seguro el 19 de setiembre; y 
doce síndicos délas aljamías se presentaron en Tole- 
do delante de Carlos V, A su primera demanda, de 
que les diese cinco años de tiempo para hacerse cris- 
tianos, ofreciendo asistirle con cincuenta mil ducados, 
respondió ásperamente el emperador, que él los da- 
ria de buen grado porque acelerasen su marcha. L¡- 
Hiitáronse entonces á pedir la facultad de embarcar- 
se en Alicante, y también les fué negado, á pretesto 
<lue desde allí pasarian fácilmente á África. Cono- 
tiendo la necesidad de abrazar el cristianismo, pi- 
dieron que en ese caso no pudiese juzgarlos en cua- 
í'Gnta años el tribunal de la Inquisición. Carlos V se 
'^^gü también á esta condición, remitiéndoles al in- 
4^isidor general, prorogándoles por toda gracia el 
pfüzo de su salida hasta el 15 d^ ^wet^. V\ 'b^vi ^s^ 



— 04 — 

alcázar real de Toledo* se dirigíeroa al inquisidor 
general, el arzobispo de Sevilla don Alonso Manrique. 
Kstc prelado acogió las demandas de los moros con 
la mayor afabilidad. Se constituyó en su abogado 
con el rey, y obtuvo de él mas que habian osado pe- 
dirle los delegados de la población musulmana. Les 
prometió el 16 de enero en contestación á un 
memorial que le habian entregado, que la Inqui- 
sición los trataria como á los moros nuevos 
da Granada, á quienes no se perseguía sino por 
apostasía formal, y debidamente probada. Prometía 
que el legado del papa revalidaría los matrimonios 
incestuosos, contraidos según la ley musulmana; 
que tendrían cementerios separados, y según su con- 
ducta se les concederia ó negaría el permiso de salir 
de sus pueblos los domingos, tolerándose durante 
diez años todavía el uso de la lengua árabe y las 
vestíduras moriscas. En orden á la administración 
temporal, el emperador revocaba la orden del desar- 
me, nivelándolos en las cargas y contribuciones con 
los Cristíanes viejos, haciendo que las universidades 
moriscas de Valencia, Játiva, Alcira, Villareal y Cas- 
tellón de la Plana, contínuasen administrando sus 
bienes separadamente» sin contribuir á los gastos 
municipales. 

Llevaron los comisionados esta contestación á Va- . 
lencia, y ora movidos por el cambio favorable é ines- 
peraáo de su suerte, ora convencidos de la imposibi* 
//dad de resistir, Ja mayor parte de Vos \riOtc\% ^^w 



— 95 — 

eiilaron álos comisarios, que los bautizaron solemne* 
nenie usando de la aspersión con el hisopo, por ser 
an crecido número que no era pasible hacerlo de 
)tro modo. Solo fray Antonio de Guevara, dice en 
>us Epístolas áureas y familiares, haber dado el bautis- 
no á veinte y siete mil casas de moros. 

Los moros de Benaguacil, no cedieron tan Tacil- 
mente á los deseos del emperador, cerraron la puerta 
¡L los comisarios eclesiásticos, se fortificaron en su vi- 
lia V corrieron á unirse con ellos los vecinos de los 
pueblos inmediatos. Menester fué que el gobernador 
de Valencia con dos mil hombres y artillería, fuese á 
reducirlos. Rindiéronse después de un sitio de un mes 
el 15 de febrero de 1526, sometiéndose á recibir el bau- 
tismo y pagar en vez de la penado confiscación y es- 
clavitud, en que habian incurrido, una multa de doce 
mil ducados. Muchos lograron sin embargo fugarse y 
llegar á la sierra de Espadan, una de las mas conside- 
rables de la cadena de montañasque separa los reinos 
de Aragón y de Valencia. 

ahí acudieron cuantos moros querían conservarla 
fé del profeta. Mas de cuatro mil hombres, decididos 
á morir peleando, se reunieron en las gargantas de 
aquella áspera sierra. Arrojaron el guante al empera- 
dor Carlos V, nombrando para llevar la corona de Ab- 
der-Rahman y de Jacouf á un labrador vecino de Al- 
gar, llamado Carbaio, que aceptó sin vacilar aquel pe- 
ligroso puesto, cambiando su nombve^ot ^V^^?ri<\\s^ 
Almanzorfel víctoriosoj. 



-« % — 

Fortificó en escalones todas las laderas de la sier- 
ra, cortó peñascos, labró lo que llamaban galgas y 
muelas para derrumbarlas por las cuestas ab<njo; mul- 
tiplicó losobslácülos bástalo infinito y erizó de fortifi- 
caciones aquella áspera comarca. La lentitud del go- 
bierno de Valencia, le dio tiempo para perfeccionar 
todas estas obras con la poca gente que tenia. Falta- 
ban soldados al poderoso monarca que llenaba la Eu- 
ropa con la fama de sus triunfos, y hubo necesidad 
de tomar dinero á préstamo, reembolsable después de 
la victoria con los productos de los bienes confiscados 
á nombre del emperador que disponía de las minas 
de Méjico y del Perú, 

Con este empréstito se levantaron tres mil infantes 
á los que se reunió la nobleza delpaisal mando del du- 
que de Segorbc, y marcharon á atacará los moros, en 
sus rudas fortalezas. En el primer asalto que intenta- 
ron (abril 1526), recibieron tanto daño los cristianos 
con las piedras y muelas que desde lo alto de los ris- 
cos sobre ellos se desgajaban que tuvieron que reti- 
rarse á Scgorbe con pérdida de sesenta hombres y 
doscientos heridos. 

Murmuraban los soldados del duque suponiendo 
hacia flojamente la guerra, porque la mayor parte 
délos rebeldes eran sus vasallos. Esta idea y el terror 
que inspiraron al ejército las enormes piedras roda- 
das desde lo alto de los picos inaccesibles disgustaron 
á todos. El ejército se desbandó, el duque se retiró a 
>Y/5 tierras, v ios nobles se vo\\\e,vciti 'oiN^X^^^v^. 



^ 97 - 

Selim Almanzor prepara las brechas do su agreste 
fortaleza, arranca nuevos peñascos para precipitarlos 
sobre nuevos enemigos, y aprovecha la retirada de 
los cristianos que malgastan un tiempo precioso en Va- 
lencia en consejos inútiles de guerra, para bajar á los 
pueblos inmediatos á la sierra á buscar bastimentos 
y sacar recursos en el valle de Mijares. En una de 
estas escursiones, acompaFiadas siempre de la devas- 
tación, entró Selim en el pueblo marítimo de Chuches, 
.saqueó las casas, degolló á cuantos vecinos cristianos 
no pudieron huir, destruyó la iglesia y arrebatando 
sus alhajas y copón con las sagradas formas, se las 
llevó á lo alto de sus montañas. 

Grande fué, indecible, la consternación que so . 
apoderó de Valencia á la noticia de este sacrilego 
crimen. Al ver la hostia santa en manos de los mo- 
ros todos quisieron correr á la sierra de Espadan a 
rescatar el precioso cuerpo de Jesucristo. El clero, 
á quien no se permitió, cual deseaba, ir á la guerra, 
?e limitó á las oraciones como Moisés cuando Josué 
rombatia á los enemigo? del pueblo de Dios. Los 
altares se cubrieron de luto cual en la Semana de 
Pasión, y en todas las iglesias del arzobispado solo 
se emplearon los ornamentos negros en todos los 
oficios divinos. Cerráronse los tribunales, se des- 
plegó el estandarte de la ciudad al lado del de la 
cruzada , y acompañadas de una pompa lúgubre se 
fijaron estas banderas en la puerta de Se^c^xvo^* llv- 
c/éronse cuantiosos donativos píira ^We^^t WA^%%^ 

MOttISCOS. 1 



\ 



— 98 — 

numerosos voluntarios agregados á la multitud d 
nobles y señores de todo el reino formaron un entu 
siasmado ejército. 

El saqueo de Chuches se habia verificado 
últimos de mayo, el dia 1.** de julio seis mil vo 
luntarios se acampaban alrededor de la sierra d 
Espadan. El duque de Segorbe se puso á la cshez 
de estaespedicion, batió á los moros que andabaí 
fuera de la montaña, los persiguió hasta hacerlos re 
plegar á la sierra de Espadan, cogiéndoles un botii 
de valor de 30,000 ducados. El legado del papa Cíe 
mente VII concedió desde la corte, á nombre del so 
berano pontífice, indulgencia plenaria á cuantos to 
masen parte en la guerra contra los moros de Es 
padan. 

Dos meses pasaron los cristianos trepando con e 
mayor entusiasmo por aquellos cerros y bajando lo 
mas rodando mezclados con las enormes peñas qu< 
los moros arrojaban desde la cumbre, sin poder gana 
las trincheras de aquella sierra tan vasta, enriscad; 
y fortalecida. El duque de Segorbe, que veia estrc 
liarse su repulacion militar ante aquellas rocas, ^ 
que oia atribuir á tibieza lo que era deseo de evita 
pérdidas inútiles, pidió al emperador diese orden pa- 
ra que un cuerpo de alemanes que habia Iraido d( 
los Paises Bajos y que iban á embarcarse para Itali; 
se reuniesen al ejército valenciano. 

El 17 de setiembre llegaron tres mil alemanes a 
cnmpo de los valencianos, coT\A\iCAdiQ& ^^ tí»^ <ifisR 



— 99 — 

bre coronel Uocandolf, y á la mañana siguiente se 
apoderaron de una sierra contrapuesta á la de Espa- 
dan y que servia como de paso para ella. Selim no les 
esperaba por aquel lado y lo abandonó después de 
una corta resistencia, tomando desde entonces aquel 
punto el nombre de Montaña de los Crislianos, El du- 
(jue de Segorbe con el apoyo de la posición tomada 
resolvió dar una batida general á la sierra por cuatro 
diferentes puntos á un tiempo, dividiendo todas sus 
tropas en cuatro cuerpos. 

Al amanecer del 19 de setiembre las tres colum- 
nas españolas y la alemana se ponen en movimiento. 
Diez mil cristianos trepaban á la vez por aquellas ás- 
peras montañas para someter á los moros que con 
los anteriores ataques se habian reducido á tres mil. 
Parecia que la montaña se hundia y desmoronaba. 
Las piedras rodando abrian brecha en las ñlas cris- 
lianas que inmediatamente eran cubiertas con nuevos 
guerreros pero que daban tiempo á los moros para 
replegarse. Cada posición costaba un nuevo combate. 
Peleábase con igual ardor por anibas partes, los cris- 
lianos no daban cuartel, los moros tampoco lo pe- 
dian. De posición en posición fueron retrocediendo 
los moros hasta el castillo que tenian en la cumbre 
donde se hallaron concentrados. Las cuatro colum- 
nas cristianas llegaron al mismo tiempo y entonces 
comenzó una horrible escena de matanza y carnice- 
ria. Selim Almanzor pereció con las armas en la to%> 
no, dos mil moros quedaron mueilos, íAx^^ ^\^6.^v- 



- 100 — 

tándose por la sierra huyeron á ia Muela de Cortes, 
donde ihas adelante se rindieron el 10 de octubre. 
Cara costó la victoria á los cristianos porque dejaron 
iondidos en el campo considerable número de muer- 
tos y heridos, entre ellos muchos nobles y caballe- 
ros. El bolindcesta victoria, vendido después públi- 
camente, valió 200,000 ducados. El ejército vence- 
dor hizo su entrada en Valencia, pascó triunfante sus 
calles para ir á depositar el estandarte de la ciudad 
on el ayuntamiento, y el de la cruzada en la cate- 
dral. Los alemanes se embarcaron pocos dias después 
para Italia. Se mandaron bautizar los pocos moros 
que aun quedaban sin recibir el agua santa y se que- 
maron como en otro tiempo en la plaza de Di bar- 
rambla de Granada todos los libros árabes en la del 
Mercado de Valencia. 

Al mismo tiempo que se agitaban los moros va- 
lencianos intentaron también sublevar el reino de 
Aragón y tomaron las armas los de Villafeliz, Riela, 
Calanda, Muel y otros puntos. Fueron reducidos al 
4;r¡stianismo por el mismo sistema adoptado en Va- 
lencia: se les hizo optar entre la espulsion sin medios 
para vivir en otra parte y el bautismo. En vano el 
conde Ribagorza y otros señores aragoneses repre- 
sentaron al monarca el ningún peligro que ofrecía la , 
permanencia de los moros y lo útiles é indispensables 
que eran para la prosperidad del pais. Carlos V per- 
maneció inflexible. En el año 1326 desaparecieron 
en todas las provincias de España los signos estcrio- 



- 101 — 

res del islamismo. Los moros no fueron ya conocidos 
bajo este nombre, sino que en todos los actos oficia* 
les y en todos los documentos públicos se les ll<rmó 
cristianos nuevos ó moriscos. 

Triste fué su condición: como cristianos nuevos la 
Inquisición tenia siempre fijo sobre ellos su ojo vigi- 
lante, como sospechosos de heregía; como moriscos 
el pueblo los odiaba viendo en ellos á sus enemigos. 
Era imposible su fusión con el pueblo espafiol. 
Los descendientes de Muza y de Tarif estaban con- 
denados al esterminio, ni el signo santo de la reli- 
gión que á la fuerza se habia estampado sobre su 
frente debia bastar á salvarlos. Habia concluido una 
persecución é iba á abrirse otra. Habia terminado la 
guerra á las ideas, iba á comenzar la guerra á los 
usos y á las costumbres, á la intolerancia de las pa- 
siones religiosas iba á unirse la intolerancia de la ci- 
vilización europea. _ 

Los moros de Granada no habian sido menos fie- 
les al emperador Carlos V que lo habian sido los de 
Valencia, No debian tampoco ser mas felices en la 
recompensa á su lealtad. Cuando los comuneros en 
Castilla tremolaron el estandarte de la libertad, y los 
agermanados de Valencia, se levantaron contra la 
nobleza , se conmovió el reino de Granada co- 
mo estremecido, por el mismo sacudimiento que agi- 
taba aquellas provincias. Habia ev( él razas cJ\\^\- 
sas, autoridades discordes y masas ^totvVaa» k %^u}i\x 
cualquier bandera contraria a\ g^oVAexw^* ^^ ^^ 



— 102 — 

parle oriental del reino de Granada, en los con^ 
Gnes de Murcia , se alza , en 1520 , un audaz 
aventurero llamado Mercadillo, que proclama los mis- 
mos principios que los comuneros de Castilla , se 
apodera de Huesear, logra que Baza y su estenso 
territorio a|>oyen su movimiento. Entonces el mar- 
qués de Mondejar, capitán general de Granada, con 
algunos tercios de soldados y cuatro mil moriscos 
mandados por don Fernando de Córdoba , don Diego 
López Abenajar y don Diego López , moros nueva- 
mente bautizados atacan bizarramente y destruyen á 
los comuneros que habían tenido la imprudencia de 
abandonar las murallas de Huesear y aceptar la ba - 
talla que les ofrecieron los castellanos y los moriscos. 
Mientras el duque de Segorbe reducía á los rebel- 
des de Espadan, el emperador Carlos V había ido á 
Granada, donde hacia el 3 de junio de 1526 una en- 
trada verdaderamente magnífica en compaQía de la 
emperatriz Isabel de Portugal con quien acababa de 
casarse en Sevilla. Juró en la catedral guardar los 
fueros y privilegios de aquel reino, entre los que se 
hallaban los derechos tan poco respetados de los nio- 
ros consignados en las capitulaciones de los Reyes Ca- 
tólicos. Desde su llegada comenzó á oír las quejas de 
los cristianos viejos contra los moriscos culpándolos 
del aumento de los monfis ó salteadores que infesta- 
ban los caminos, del abuso que hacían del permiso 
de tener armas con virtiendo sus casas en arsenales, 
de donde se proveían los monfis. Al mismo tiempo 



— 103 -. 
los moriscos presentaron al emperador un chemoríal 
de los agravios que les hacían los clérigos, escriba-», 
nos y alguaciles. El emperador lo remitió todo al 
Consejo, el cual propuso el nombramiento de cinco 
visitadores para veriQcar la certeza de los agravios, 
asi como el proceder de los moriscos en materia de 
religión. 
2 Esta apariencia de imparcialidad ocultaba un 
' proyecto concebido de antemano. Los cinco visitado- 
res eran personas interesadas en la cuestión. Era el 
presidente de ellos don Gaspar de Abalos, obispo de 
Guadix, cuyo modo de proceder hemos visto en la 
comisión inquisitorial que acababa de desempeñar 
en Valencia. Los demás visitadores eran el francis- 
cano fray Antonio de Guevara, cuyo fanático celo 
tanto habia brillado también en las forzadas conver- 
siones de los moros de aquel reino y los doctores 
Quintana, Pedro López, y el licenciado Utiel, perte- 
necientes todos al cabildo eclesiástico de Granada* 
I A hombres de este tempfe no habia necesidad de 
recomendarles severidad en el examen de las cos- 
tumbres y religión de los moriscos. De la visita re- 
sultó ser muy fundadas y graves las quejas espues- 
tas por los moriscos, empero también resultó que de 
todos los bautizados veinte y siete años antes, no ha* 
hiendo tenido la voluntad parte en su conversión, 
«ran interiormente mahometanos, que volvian públi- 
camente á la práctica de sus auú^wo^ VxVwSk^^^^^- 
Zíer^ií/or, para e Vitar este escáuda\o^ e\m^^ ^^n^^^ 



\ 



] 



— 101 — 

pudiera presen tarsc en aquella época de reacción y 
proselitísmo religioso, hizo convocar en la capilla de 
su palacio una junta de trece miembros eclesiásticos y 
lec;os. El arzobispo de Sevilla, inquisidor general; el 
arzobispo de Granada; los obispos de Guadix, y Al- 
mería sus sufragáneos; el obispo de Osma, como 
confesor del rey; los obispos de Mondoñedo y Oren- 
se; el comendador mavor de Calatrava don García de 
Padilla; el presidente del Consejo de Castilla, arzobisp( 
de Santiago, con (res ministros mas de aquel supre- 
mo tribunal, fueron llamados á fijar la suerte de lof 
moriscos de Granada. En la capilla real, al lado de 
sepulcro de los Reyes Católicos, se discutió en diez se 
sienes la suerte y el bienestar de medio millón de al 
mas. Entonces se decidió que la Inquisición de Jaei 
se trasladase á Granada para freno y terror de lo 
conversos. Entonces se borró hasta la última líne 
del tratado que habia abierto á los Reyes Católicos la 
puertas de Granada. Aprobando el rey todos losar 
tículos que le presentaba formulados la junta, lo 
convirtió en ley el 7 de diciembre, mandando po 
ima pragmática-sanción que dejasen | la lengua, ( 
trage y el apellido morisco, que las mugeres llevase 
el rostro descubierto, que los hombres solicitasen d( 
corregidor el permiso para llevar espada, que toda 
las escrituras se hiciesen en lengua española, qu 
los sastres no les cortaran vestidos, ni los platero 
les labraran joyas á su usanza y estilo, que á los par 
tos de las moriscas aslsücYí^iv m^Vr^^^s cvistian? 



— 105 - 

viejas para que no usaran de ceremonias musulma- 
nas. Se mandaba también erigir en Granada, Guadix 
y Almería colegios para la educación y enseñanza 
cristiana de los hijos de los moriscos. 

Apenas habiacasi firmado el emperador Carlos V 
la pragmática de 7 de diciembre, mandó á instancias 
de los moriscos, y mediante un servicio de 80,000 du- 
cados que le ofrecieron ademas de sus ordinarios tri- 
butos, se suspendiesen sus efectos por todo el tiempo 
que fuese su real beneplácito, pudiendo usar el len- 
guaje, el trage morisco, espada y pufial en poblado, 
y lanza en el campo, haciéndoles ademas merced de 
que jamás pudiera el tribunal de la Inquisición, con- 
fiscar sus bienes. 

Con aquellos 80,000 d ucados comen zóá levantar- 
se al año siguiente en el recinto de la Alhambra un 
suntuoso edificio, que no llegó nunca á concluirse, el 
palacio de Carlos V. 

En Valencia después de la victoria de Espadan y 
la sumisión de Cortes, los moriscos solo pensaron en 
congraciarse con sus amos, y en ocultarse para verifi- 
car en la sombra y en el silencio, las ceremonias del 
islamismo. Temblaban á la Inquisición, á punto de 
hacérseles intolerable la mansión en su patria. En Gra- 
nada las víctimas de la persecución no abandonaban 
el pais, y huián á reunirse cenias bandas organizadas 
de los mentís ó salteadores que dominaban hacia mu- 
cho tiempo, los ásperos riscos déla Sierra Nevada.En • 
el reino de Valencia donde las cosl^?» ex^w ^sx'^'s» ^^^^- 



~ 106 — 

sibics, tomaron el partido de emigrar. Los corsarios 
de Barbaroja que infestaban las costas de Valencia, 
entre los moriscos reclutaron los remeros para sus 
galeras y encontraron guias cuando penetraban en lo 
interior. Los cabreros moriscos, desde lo alto de las 
montanas, descubrían mas lejos sus barcos que los vi- 
gías de los cristianos en sus torres colocadas de legua 
en legua en la costa, y les hacian señales convenidas. 
Los señores valencianos temblaban por sus inte- 
reses, al ver la emigración desús moriscos, y tembla- 
ban igualmente al verles en connivencia con los pira- 
tas berberiscos, porque preveían posible según el es- 
píritu de la época, la terrible medida de la espulsion. 
Los moriscos constituian la riqueza, la fortuna de los 
señores valencianos. Habia un antiguo refrán que es- 
presaba esta idea: quien tiene moro tiene oro. Asilos no- 
bles valencianos trataron de evitar átoda costa la per- 
secución de los moriscos. En las Cortes de 1528, otor- 
garon al emperador los subsidios exigiendo que el vi- 
rey su representante, proclamase en las Cortes de Mon- 
zón una amnistía general. Solicitaron que la confisca- 
ción de los bienes impuesta en virtud de sentencia de 
la Inquisición se entendiese en provecho de los here- 
deros del morisco apóstata. Esta proposición pasó en 
las Cortes de 1533, y la aprobó el emperador. 

Ostigados por los inquisidores huian los moriscos 

ó no pagaban sus rentas : los señores reclamaron en 

1537 y el emperador accedió á que las multas que 

por la Inquisición se impusvesetv ^ \qs ts\Qt\s^<i^^ las 



— 107 - 

pagasen ellos, sometiéndolas al juicio del gobernador 
de Valencia, pagando el duplo los inquisidores gi se 
declaraban las multas mal impuestas. Obtuvieron en 
1528 para indemnizarse de sus pérdidas conservar 
la jurisdicción que poseian sóbrelos moros musulma- 
nes, sobre los moros convertidos, manteniendo el pago 
de los antiguos tributos. La Inquisición luchó en este 
terreno ventajosamente contra los grandes, obtuvo 
del papa una bula datada el 15 de julio de 1531, en 
la que se mandaba á los señores bajo pena de esco^ 
munion, descargasen á sus vasallos de todos los tri- 
butos vejatorios á 6n de que no tomasen horror á la 
religión cristiana, viéndose tratar de una manera dis- 
tinta de los cristianos viejos. En esta innoble lucha 
de intereses los inquisidores y los nobles entraron en 
una composición. Convinieron los inquisidores en que 
los señores heredasen los bienes confiscados con de- 
trimento de los herederos naturales, y que la renta 
inquisitorial se pagase por las aljamas una parte, y la 
otra por los apóstatas, con los que se entendería el 
Santo Tribunal para redimir pecuniariamente las pe- 
nas leves corporales, es decir, la pena de azotes y 
la temporal de galeras. La prohibición del lenguaje y 
del vestido árabe que tanto empeño ponian en obte- 
ner los españoles, se decretó en Valencia el 5 de di- 
ciembre de 1528. Cuatro años fué el plazo señalado 
por Carlos V á los moriscos de Valencia. Este decreto 
se estendió en el mes de enero de 1529 á los moris- 
cos de Castilla. Hemos visto el stve\\Cv:.\ft v^^'^'^^'^^'^ 



— 408 — 

con que compraron su indefinida suspensión los mo- 
riscos de Granada. La Inquisición con ese espíritu in- 
vasor que formaba el carácter distintivo de su existen- 
cia, se hizo adjudicar el conocimiento de las causas 
por infracción á este decreto, como si el idioma árabe 
V los vestidos de hechura musulmana fuesen una he- 
regía, recogiendo el beneficio de las multas que por 
ollas imponia. 

Se adoptó también otra medida en las Cortes 
de 1537 : se prohibió á los moriscos el aproximar- 
se á las costas, y cambiar de domicilio, y via- 
jar sin permiso de los señores. Se prohibió también 
bajo pena de muerte ó de galeras á todo morisco res- 
catar de la esclavitud á ningún pariente, aunque fue- 
se el padre á su hijo, para que no se disminuyese asi 
su caudal, v esta medida bárbara, atroz, fué recia- 
mada por los tres brazos de las Cortes: el eclesiástico, 
el militar y el de la nobleza. Dudaríamos hoy de su 
existencia á no leerla en el Fornm valentinum. In estra- 
vrtfjañti, folio 87. 

Se exigia de los moriscos profesasen sinceramen- 
te la religión cristiana y no se cuidaba de proporcio- 
narles los medios de instrucción. Los curas en las al- 
deas apenas rcsiJian, porque su asignación era muy 
corta y sacada de los antiguos beneficios eclesiásti- 
cos, cuyos poseedores resistian y escatimaban su pa- 
go. El 14 de enero de 1534 nombró dos comisarios 
ol emperador Carlos Vpara que cortasen este mal de 
raiz, mandando á lodos las autoridades del reino les 



— 109 — 

prestasen el auxilio que pudieran necesitar, y el 7 de 
mayo previno á los moriscos recibiesen bien á ¡oscu- 
ras que estos comisarios instalasen en los pueblos. El 
ília 3 de julio se abrieron doscientas cincuenta y una 
nuevas iglesias, edificadas á espensas del clero va- 
lenciano y aragonés, y bajo la vigilancia del rey y 
de los inquisidores. Los nuevos curas catequizaron y 
predicaron como buenos pastores í\ sus ovejas. En 
1536 se fundaron dos colegios en Valencia el uno, en 
Tortosa el otro, que mermaron las rentas de la mesa 
episcopal y disminuyeron los productos que perci- 
bian algunos conventos y monasterios. Mas tarde ve- 
remos si con estos esfuerzos del emperador Carlos V 
ilebidos al ilustrado celo del inquisidor general don 
Alonso Manrique, que tuvo que sufrir mil sinsabores 
del clero á quien mermaba sus rentas y hasta una de- 
nuncia al papa, se consiguió la instrucción do los 
moriscos y hacerlos verdaderamente cristianos. 



IX. 



REFORMA D£ LOS MORISCOS DE GRANADA. ALZAMIENTO 

EX LAS ALPUJARRAS. 



A Carlos V, descendiendo voluntariamente del 
trono, y humillando en un claustro su frente fatiga- 
da con tantas coronas, sucedió su hijo Felipe 11. Este 
habia nacido en España, habia habitado constante- 
mente en ella, habia adoptado sus costumbres, su? 
hábitos, su lengua ^ Fijó en ella la capital de su go- 
bierno, el centro de su política, el objeto de sus pro- 
vectos V cuidados. Religioso hasta la intolerancia, 
fué causa de la sublevación de las provincias flamen- 
cas, donde corrió á torrentes la sangre para sofocar 
las ideas protestantes, que allí habian encontrado 
eco. La intolerancia religiosa, que concluyó por ha- 
cer perder aquellas hermosas provincias a la corona 



— 111 - 

(le España, debia producir también en su reinado la 
sublevación de los moriscos de Granada. A los agrá- 
viosque sufrían estos con el grave peso de los tribuios, 
la rapacidad de los recaudadores, ylainsolenciadelos 
que, á protesto de perseguir delincuentes, se aloja- 
ban en sus alquerías, vivian á su costa, y comelian 
mil desafueros, siendo como dice el historiador Már- 
mol: urnas eran los delitos qiie ellos cometían^ que los de- 
lincuentes que prendían. ii> se unieron las providencias 
que adoptó contra ellos el rey Felipe II. En las pri- 
meras cortes que celebró este rey en Castilla, á su 
regreso de los Paises Bajos en 1560, prohibió á los 
moriscos el servirse de esclavos negros, por los nu- 
merosos inconvenientes que se seguian de tolerarles 
este tráfico, aumentándose así la población morisca y 
el peligro de que estos esclavos, que venían de su 
pais sin idea alguna de religión, fuesen instruidos se- 
cretamente en el mahometismo, imponiendo una 
multa de diez mil maravedises y la confiscación del 
esclavo. Al mismo tiempo se les prohibió hacer el co- 
mercio del oro, plata y minerales en barra. Quejá- 
ronse los moriscos porque se les privaba de una pro- 
piedad, sin indemnización alguna, y les arrebataban 
los brazos necesarios para el cultivo de los campos, 
haciéndoles aparecer como sospechosos, cuando mu- 
chos de ellos se preciaban de buenos cristianos. El 
rey no revocó enterameute su decreto; por una ce- 
dula real se concedió el favor á las personas no sos- 
pcchosas, cosí ando el cou^\)to\í^\ ^^V^ \:ás\ísa¿^ nsí«& 



— 112 ~ 

gastos y disgustos que los beneficios que proporcionaba. 
En 1563, el 14 de mayo dirigió Felipe II al ca- 
pitán general una real cédula en que se obligaba á 
los moriscos á presentar sus armas y las licencias do 
usarlas en el término de cincuenta dias, bajo la pena 
de seis anos de galeras, debiendo estamparse en las 
armas el sello del capitán general, y dejando á su ar- 
bitrio el castigo de los que falsificasen su sello. Pocas 
armas se presentaron; escondíanse porque ya co- 
menzaba á gernjinar el pensamieuto de una próxima 
rebelión. Muchos moriscos de ilustre nacimiento, 
descendientes algunos de sus antiguos reyes, renun- 
nunciaron á llevar armas por no hacer poner en el 
puño de su espada el timbre de las armas de Mondc- 
jar. Multiplicábanse con esta medida los procesos y 
los castigos, y cual si el objeto fuese lanzar á los 
moriscos á lo rebelión, se cerró á estos la única espe- 
ranza que tenian para eludir el castigo, dos asilos in- 
violables: los .templos y las tierras de señorío. Una 
real provisión en 1564 abolió la inmunidad de las 
tierras señoriales, y restringió la de las iglesias á so- 
los tres dias. Rota esta barrera, los pobres moriscos 
se vieron perseguidos con ardor por las gentes de la 
curia, que hicieron revivir viejos procesos, que dor- 
mían en el polvo de los archivos, y que llevaron la 
inseguridad y la alarma al seno de las familias. Mar- 
charon muchos á las montañas, y losmonfís y saltea- 
dores, recibieron gran refuerzo y camparon libres en 
//ís Alpujarras v /a serranía de Wotvd^. 



- 1Í3 - 

Cuándo era mas preciso el acuerdo de las autori» 
dadespara concluir con los nuevos bandidos, se acalo* 
raron mas que nunca las disputas de jurisdicción y de 
prerogati vas entre el capitán general y la chancillería. 
En vez de concentrar la fuerza en una sola mano el rey 
para dirimir la competencia la repartió entre los dos 
poderes. El presidente de la audiencia y los alcaldes 
podian levantar y luandar tropas, el capitán general 
teníala inspección de la costa marítima. Las pequeñas 
cuadrillas que formaron los alcaldes no eran, como dice 
el historiador Mendoza, en su guerra de Granada, ni bas- 
tantes para asegurar ni fuertes para resistir. La justicia mi- 
litar, la justicia civil, la justicia eclesiástica, hallaban 
por dó quiera culpables donde nolos había. Todos eran 
á reclutar para los monfís ó salteadores, cuyo numero 
llegó á ser mayor que el de los moradores pacíficos 
(lelos pueblos.. Adoptáronse varias providencias rigo- 
rosas pero ineficaces para reprinvir á estos salteadores 
cuya audacia llegaba hasta penetrar en Granada. En- 
trabando noche en el Albaycin, robaban las mugeres 
y los niños de 1 js cristianos y asesinaban á los hombres-. 
Llegó eJ caso de que los cristianos no osascú salir á la 
calle de noche, ni á la voga de día sino en número 
suficiente. Muchos jóvenes cristiano» viejos, se arma- 
ron también, salían de nocl>e á cazar los moriscos en 
las calles, y el alba del nuevo dia dejaba ver sus ca- 
dáveres tendidos en las calles y en los jardines. Tal 
era el triste aspecto que prcscuUb<yV^V\^\^^'^^Ck*;^^- 
da á fínes del año de 1566. 

MíORISCOS. "^ 



— 114 — 

Don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, uno 
de los teólogos que mas habian brillado por la sabidu- 
ría de sus doctrinas en el concilio de Trento, habla re- 
presentado á Felipe II, en nombre del papa Pió IV, la 
necesidad de tratar con rigor á los moriscos y no tole- 
rar en sus estados subditos manchados con la heregía. 
Al ver el estado de Granada convoca en sínodo pro- 
vincial á los obispos sus sufragáneos y proponen al 
rey la aplicación de la pragmática de 1526, suspendida 
por el emperador C irlos V. El rey, si bien religioso has- 
ta el fanatismo, celosísimo por los derechos de la co- 
rona, después de hacer entender al arzobispo que el 
sínodo provincial no podia entrometerse en los ne- 
gocios políticos sino en materias puramente eclesiás- 
ticas, reprobando la forma y adoptando el fondo desu 
representación considerándola como hecha por unos 
particulares y no por un concilio, la remitió á una 
junta especial. Formaron esta junta don Diego de Es- 
pinosa, obispo de Sigüenza, presidente del consejo de 
Castilla; el duque de Alba; el prior de San Juan, don 
Antonio de Toledo; el vice -canciller de Aragón, don 
Bernardo de Bolea; ei obispo de Orihuela; el inquisi- 
dor, don Pedro Deza, y el licenciado Menchaca; el 
doctor Velasco del consejo y cámara real. 

Esta junta se conformó con lo propuesto por el ar- 
zobispo Guerrero yaconsejó reproducir con mas rigor 
la pragmática de Carlos Vi aquella famosa pragmá- 
tica en que se prohibia la lengua arábiga en público y 
en secreto f en que se condenaban losU^isji?», tvQwvbres 



- 115 - 

y costumbres moriscas, en que ni se les permitia for- 
mar una nación aparte, ni se les dejaba que se creye- 
sen parte déla española. 

Firmó el rey esta pragmática que tan funestos re- 
sult'idos iba á dar, el 17 de noviembre de 1566. 

Para ejecutar estas disposiciones se nombró pre- 
sidente de la chancillería de Granada al inquisidor 
don Pedro Deza. Hace imprimir éste secretamente la 
pragmática, y dispone pregonarla simultáneamente 
en Granada y en todos los pueblos del reino con des- 
usada pompa al son de trompetas y timbales, el 1 .® de 
enero de 1567, la víspera del dia en que hacia se- 
tenta y cinco aüos, bajo la fé de los tratados, habian 
abierto sus puertas los moros á los Reyes Católicos. 

No aterrados, sino indignados y ardiendo en ira, 
quedaron los moriscos, dispuestos á morir antes que 
sufrir tantas humillaciones. En vano los moriscos 
mas ancianos, ricos é influyentes, apoyados dolos 
mas nobles caballeros, hablaron al presidente Deza, 
para que apartase tanta calamidad del pueblo c^-^n- 
verso. En vano se dirigieron al mismo Felipe II, y el 
mismo capitán general marqués de Mondejar marcha 
á Madrid para pedir la suspensión de la pragmática, 
como un acto de justicia, y para evitar la conflagra- 
ción que amenazaba. El rey oyó los informes apasio- 
nados del inquisidor Deza, é hizo volver á Granada 
al capitán general, para que apoyase con las anuas 
sus disposiciones. 

Acercábase el último dia de diciembre de 1567, 



- 116 - 

en que las mugorcs debían dejar sus ropas de 
seda y árabes atavíos, y se mandó á los curas que 
en todas las iglesias lo anunciasen así, empadronan- 
do á todos los niños y niñas de tres á quince 
arlos, para obligarlos á ir á las escuelas á aprender 
la lengua espafiola y doctrina cristiana. Se destruye- 
ron los barios que formaban las delicias de los mo- 
riscos, y se cs¡)uls(i á todos los forasteros de la ciu- 
dad, haciéndolos que regresasen á sus casas. 

Acudieron al presidente nuevas comisiones, que- 
jándose de estos nuevos agravios, y no hallaron en él, 
ni afabilidad en el modo de recibirlos, ni acogida en 
sus demandas. Marcharon entonces á la corte los co- 
misionados, conducidos por don Juan Enriquez, una 
de las personas de mas prestigio de Granada. Don 
Pedro Deza escribió al presidente del Consejo, el car- 
denal Espinosa, enemigo mortal de los moriscos. 

Ante dos bonetes se estrellan todas las reflexiones 
mas prudentes, los cálculos mas fundados de unapolíli- 
ca previsora, como decia con tanta gracia como oportu- 
nidad, el capitán general marqués de Mondejar, alu- 
diendo al inquisidor Deza y al presidente del Conse- 
jo, Espinosa. El rey, influido por Espinosa, ni aun 
abrió el memorial que se le presentaba, decretando 
que acudiesen al presidente don Pedro Deza. 

Sin esperanza de remedio en su aflicción, los 
moros, de suyo supersticiosos, después de haber con- 
sultado varias profecías, llamadas loforcs, conserva- 
das en algunos de los libros árabes que habian podi- 



~ 117 — 

do salvar de las hogueras del arzobispo Jiménez de 
Cisneros, proyectaron la atrevida empresa de resis- 
tir con las armas. Un tintorero, llamado Farax-Aven* . 
Faráxv de la noble familia de los Abencerrajes, hom- 
bre sagaz, de genio ardiente y atrevido, concibió el 
proyecto de la rebelión. Este tuvo conferencias con 
otros moriscos principales, que por casualidad se ha- 
llaban en Granada siguiendo pleitos en su chancille- 
ría, y formaron el proyecto de la conjuración. El se¿ 
creto fué el alma de sus operaciones, y antes de lle- 
var á efecto su plan, resolvieron esplorar la voluntad 
de los habitantes de las Alpujarras. Para hacerlo con 
mas disimulo, mandaron á tres moriscos de su ma- 
yor confianza á recorrer el pais á pretesto de hacer 
una colecta general para la construcción de un hos- 
pital fuera de la ciudad, para los pobres enfermos 
cristianos, habiéndoles concedido el gobierno licen- 
cia para obra de tanta piedad. 

Recorrieron los comisionados los pueblos, las 
ciudades y toda la costa; se pusieron de acu^'^o 
con los caudillos de los monfis ó salteadores, és- 
celente base para la formación de un ejército; se 
infgrmaron exactamente de la disposición de los 
habitantes, de Ihs armas que tenian, de los sitios 
de las costas donde mas fácilmente podrían desem- 
barcar los socorros que se lisonjeaban recibir de 
los moros del África y de los turcos. Volvieron los 
comisionados, después de haber llenado su misión 
con la mayor puntualidad y secreto. Concertaron los 



- 118 - 

conjurados dar el golpe para el dia de Jueves Santot 
14 de abril de 1568, como dia en que, ocupados los 
cristianos en los misterios mas santos de su religión^ 
deberian estar mas desapercibidos. 

Ese vago rumor que precede siempre á las tor- 
mentas y convulsiones políticas, la altivez de algunos 
moriscos, reveló al gobierno la proximidad de algún 
peligro. El presidente Deza hizo prender en rehenes 
el 5 de abril un gran número de vecinos sospechosos 
entre los mas ricos é influyentes de la raza morisca t 
y retiró la licencia de usar armas de fuego á lodos 
cuantos hasta entonces las habían obtenido. El capi- 
tán general marqués de Mondejar, siguiendo siempre 
un sistema de templanza y de moderación, se pre- 
sentó en el Albaycin, recomendando á sus habitantes 
la quietud y la tranquilidad. 

Viendo los conspiradores receloso al gobierno, 
aplazaron para mas adelante la ejecución de su pro- 
yecto, y para alejar de sí toda sospecha, hicieron 
que los habitantes mas influyentes y mas ricos, se 
presentasen al presidente Deza á manifestarle su sen* 
timiento por las prevenciones que se tomaban, y á 
protestar de su sincero cristianismo y lealtad. El 
presidente Deza, como inquisidor, mantuvo en alar- 
ma y sobresalto á los cristianos de Granada. Era tal 
la inseguridad, que la indiscreta ligereza de un solo 
soldado bastó para poner en un conflicto la tranqui- 
lidad pública. En la noche del 21 de abril, creyendo 
ei^centinela de la Alhambra que eran moriscos unos 



— 119 — 

soldados cristianos que subían con hachas de viento 
al cerro del Albaycio, tocó á rebato la campana de la 
Vela. Las inugeres corrieron á refugiarse á los tem* 
píos y á las fortalezas; los hombres» sobresaltados, 
salían por las calles y plazas, á medio vestir, con es* 
padas y arcabuces, y hasta los frailes de San Fran- 
cisco, abandonando sus celdas, se presentaron arma* 
dos en la Plaza Nueva, El presidente y el corregidor 
ocuparon las bocas calles del Albaycin, preparándose 
á rechazar por la noche á los moriscos, que entre 
tanto temblaban encerrados en sus casas, por miedo 
de ser asesinados. 

La conjuración de los moriscos había sido solo 
aplazada, y cuando creyeron mas dormida la vigilan- 
cia de las autoridades, volvieron á reanudar los hilos 
de su trama. Celebraron los del Albaycin un conciliá- 
bulo en casa.de un cerero llamado Adelet, y se re- 
solvieron á dar el grito (!e la insurrección en la no- 
che del 1.0 de enero de 1569, porque las profecías 
que habían consultado en sus libros, prometían que 
Granada seria reconquistada por los hijos de Islam 
en el mismo día en que se había perdido. Enviaron 
emisarios para alistar hasta ocho mil hombres en los 
lugares del valle de Lecrin y de Orjiba, recorriendo 
aquellos pueblos, á protesto de vender albardas. A 
una serial convenida, y que debía hacérseles desde 
el Pico de Santa Elena, debían dos mil monfís, ó 
salteadores, emboscados en unos cañaverales junto á 
Cenes, escalar el muro de la \\V\;\m\iT^ ^^ Na. ^-í^Cvs^ 



— 120 - 

del Generalife. En el Albiycin debía estallar la in- 
surrección por tres puntos á la vez. Tres grandes 
grupos con sus banderas de diversos colores, carme- 
sí la del que debía apoderarse de la puerta de Faja- 
lauza; amarilla la del que debia ocupar la plaza de 
Bib-al-Bonut (hoy San Agustín el Alto); y otra azul 
turquí de los que debían situarse en la puerta de 
Guadix. A la voz y señales convenidas, correría ca- 
da facción á pasar á degollar á cuantos cristianos 
residiesen en su parroquia respectiva, y luego baja- 
ría el primero por el camino de Fajalauza al Hospital 
Real, entraría por la puerta Elvira, atacaría el edifi- 
cio de la Inquisición, y pondría en libertad á los mo- 
riscos, y en prisión y tormento ú los inquisidores. El 
segundo correría por la Cuesta de San Gregorio y 
Calderería, á la cárcel; y el tercero bajaría por la 
Cuesta del Chapiz y Carrera del Darro, á la chanci- 
Hería en busca del presidente, que debía ser asesi- 
nado. Después se reunirían todos en Bíbarrambla, y 
auxiliados por los ocho mil hombres del alistamiento, 
se pondría la ciudad en estado de defensa. 

Toda esta trama se habia urdido con tanto secre- 
to, que el gobierno no habia podido penetrarlo, por- 
que sus juntas se habian tenido con protestos plau- 
sibles, y solo los habitantes de las Alpujarras se ha- 
bían armado. El marqués de Mondejar, entrando en 
algunas sospechas por la audacia que mostraban al- 
gunos moriscos, por los insultos y sarcasmos con que 
menospreciaban á los alguaciles y agentes cristianos 



-• 121 — 

de justicia, y sobre todo, por la insolente jactancia 
con que publicaban que antes de cumplirse el 31 de 
diciembre, término fatal de la pragmática, habría 
mundo nuevo, representó al rey que necesitaba mayor 
número de tropas; empero Deza, que era enemigo 
suyo, por algunas competencias que habian tenido 
sobre los derechos de su jurisdicción, le aseguró que 
no habia que temer ninguna rebelión; que los moros 
no estaban descontentos como el virey decia; que 
el último edicto era bastante para contenerlos, y los 
magistrados tenian autorid.d y fuerzas para reducir- 
los á la obediencia; que el marqués deseaba la guer- 
ra, porque se prometia que el mando se habia de dar 
á él y á su hijo el conde de Tendilla. I n vista de es- 
ta representación se despreció la prudente esposicion 
del marqués, y no se le enviaron refuerzos para 
Granada. 

No cabia en la cabeza del presidente don Pedro 
Deza, que pudiera haber un levantamiento general: 
Juzgaba que todo eran maquinaciones de gente per- 
dida, impotente, interesada en revolver el pais. Ni 
aun llegó á persuadirse de la inminencia de la rebe- 
lión y de la guerra, cuando el 23 de diciembre, un 
jesuita, el padre Albotodo, le dio cuenta de que un 
morisco arrepentido le habiti revelado en la confe- 
sión el proyecto de la insurrección. Se contentó con 
mandar reforzar las guardias aquella noche, y ron- 
dar por sí mismo la ciudad. A la mañana siguiente 
llegó la noticia de que aquella misma noche una par- 



- 122 — 

tida de monfís habia asesinado en Poqueira á varios 
escríbanos y alguaciles de la audiencia, que habiaa 
salido á la sierra á pasar lis vacaciones de Pascua, y 
que los caballeros Diego de Herrera y Juan de Hur- 
tado, que subian desde Motril con cincuenta solda- 
dos y una carga de arcabuces, para guarnecer el 
castillo de Ferreira, al pernoctar en Cadiar habian 
sido degollados en sus mismos alojamientos. Antes 
que á las autoridades cristianas, llegó la noticia de 
estos asesinatos al Albaycin, trasmitida por fieles es- 
pías. 

Tanta era la ceguedad del presidente Deza , que 
ni aun se alarmó con este fatal suceso, atribuyén- 
dolo á algunos moros berberiscos que habrían des- 
embarcado en la costa, y reunídose con los monfíes 
como tantas otras veces para atacar algún pueblo. 
No se aumentaron las precauciones en la ciudad, 
salvóse esta por un hecho providencial. Una gran 
nevada interceptando los pasos y las veredas de los 
montes, impidió llegar en la noche del 24 de di- 
ciembre al pié de. los muros de Granada, á un cuer- 
po de seis mil moriscos montañeses, concertados de 
antemano. Su gefe Aben-Farax, sin reparar en lo 
crudo déla noche, con so!o doscientos salteadores que 
pudo reclutar en los lugares de Pinos, Cenes y al- 
querías inmediatas, diciendo á los alpujarreílosque 
los del Albaycin se le reunirían , y afirmando á los 
del Albaycin que llegarían los ocho mil hombres de Le- 
crin y de la Vega, llegó á la media nocljc á los mu- 



- 123 — 

ros de Granada , penetró en la ciudad agujereando 
el muro, sorprendiendo una guardia de soldados 
cristianos» recorriendo con su gente, dividida en 
dos turbas, varias callos, despertando á los morado* 
res del Albaycin al grito sacramental de los árabes: 
tíNo hay mas Dios que Dios^ y Mahoma es su profeta.» 
S\ ver tan poca gente los del Albaycin , no solo no 
les siguieron sino que se encerraron en sus casas. 
Bl toque de las campanas de San Salvador, con que 
lieron la alarma los cristianos, le hizo salir con su 
¡ente por el mismo portillo por donde habia entrado 
f retirarse á Cenes, despechado y lamentando el 
compromiso á que le habían conducido los que tan 
íobardes se mostraban ; desesperado al verse priva- 
io de los auxilios de los montañeses de la Alpujarra, 
I quienes la nieve habia cerrado el paso de la sierra. 

A la mañana siguiente los cristianos no podian 
larse cuenta de lo que había pasado durante la no- 
he. Se reconoció el Albaycin con muchas precau- 
iones, y todo se halló tranquilo, sosegado y encer- 
ados los moros en sus casas. Salió el capitán gene- 
ai en seguimiento de los monfís, hacía la falda de 
•ierra Nevada , á donde le decían haberse dirigido, 
ío logró alcanzarlos, ni aun verlos. Aben-Farax y sus 
trevidos compañeros, habían desaparecido entre las 
ierras cubiertas de nieve. 

Creyeron los íiioriscos llegado el momento de 
-emolar francamente la bandera de la insurrección, 
ieunidos los monfís y moriscos mouUu^?»^^ ^ ^Vx^\<^^ 



— 124 — 

por su rey aun joven de notable valor , descen- 
diente de los antiguos califas Omniadas, llamado en- 
tre los moriscos Aben^Humeva; bautizado con el 
nombre de don Fernando de Valor y Córdoba. Habia 
sido caballero veinte y cuatro de la ciudad de Gra- 
nada, empero su desarreglada juventud le habia he- 
cho vender el cargo para poder pagar sus deudas. 
Hallábase preso en Granada y la noche de la víspera 
de Navidad, en que Aben-Farax habia hecho su ra- 
pidísima invasión en la ciudad, huyó acompañado 
de un esclavo negro, y de una morisca viuda, su 
querida , y fué á reunirse en Veznar con sus parien- 
tes los Valor , á quienes debió su ilusoria corona. 
Al segundo dia de ser elevado Aben-Humeya al 
efímero tror^o sobre el que le colocaron los monta- 
ñeses, se presentó Faráx con sus compañías de sal- 
teadores, y al saber la elección de rey que acababa 
de hacerse, reclamó para sí aquel honor, por ser 
también de la noble familia de los Abencerrajes, te- 
ner mas esperiencia en el arte de la guerra , y haber 
sido el primero que habia lanzado en medio del 
pueblo morisco el grito santo de la libertad. Los de 
Veznar sostuvieron decididamente la elección, v 
cuando estaban á punto de combatir, ?e acordó por 
todos para evitar rivalidades que don Fernando Va- 
lor fuese el rey, y Faráx su alguacil mayor, la dig- 
nidad mas alta que después de la del rey conocieron 
los moros. 

Fará}i marchó e\ 31 c\e dvcx^tvAiT^ c^w ojiv^leator 



— 125 — 

monfís ó salteadores , á propagar la Insurrección por 
todo el pais montuoso del reino de Granada, desde las 
playas de Vera hasta los confines de Gibraltar. Pro- 
clamaron á Mahoma, degollaron á cuantos cristianos 
caían en sus manos, incendiaron las iglesias, roba- 
ron las casas de los que huian á refugiarse en las 
torres ó en los templos , de donde el hambre ó el 
fuego los hacia salir para encontrar una muerte len- 
ta y cruel. Por todas partes sembraron el martirio, 
la desolación y la muerte, ensañándose mas parti- 
cularmente con los sacerdotes , añadiendo al marti- 
rio de estos el escarnio y la pública afrenta. 

Aben-Humeya desaprobó y trató de impedir tan- 
ta crueldad , proponiéndose desde lu^go organizar 
su gente, pedir socorros al África y seguir una nue- 
va política. Mas de tres mil españoles perecieron en el 
espacio de seis dias, de un modo bárbaro, por or- 
den y á la vista del feroz Aben-Faráx, que ni perdo- 
nó á los amigos personales del rey Aben-Humeya. 

Al llegar al castillo de Laujar, el 29 de diciem- 
bre, morada en otro tiempo del destronado Coabdil, 
hizo Aben-Humeya separar cautelosamente á Faráx 
de sus terribles monfís, y mandando le diese cuen- 
tas de sus robos , le depuso del cargo de alguacil 
mayor que trasladó á Abcn-Jahunar el Zagüer, su 
tio. Asi si bien no se atrevió á arrostrar la impopu- 
laridad de quitar la vida á aquel monstruo, inutilizó 
completamente su influencia. Mandó dar un pregón 
para que en lo sucesivo no se pud\^TaL ^^\ \s\\\^kV^V 



- 126 — 

lús njr.^crcs y á los niños, y que á los hombres 2 
de condenarlos se les sometiese á un juicio. 

El desaliento y la confusión reinaron en Grai 
con la noticia del levantamiento general de los 
riscos, con «la organización que habian tomado 
giendo un rey, y el terror que inspiraban los i 
tirips y cruelísimos suplicios que en todas part 
imponian á los cristianos viejos. Entonces los par 
ríos mas acérrimos de las medidas severas, se i 
pintieron aunque tarde de haber provocado ce 
temeridad tantas desgracias, y una guerra tanc 
El prudente y animoso marqués de Mondejar 
habia visto condenado su plan de moderación y 
planza y que habia previsto las consecuencias d 
inoportuno rigor, puso á Granada al abrigo d 
golpe de mano de los rebeldes, y marchó el < 
de enero á atacarlos en sus mismas montañas 
un reducido ejército de dos mil infantes y cuatroc 
tos caballos, únicos que pudo juntar en todas las 
dadesy villas de su capitanía general. Elmarqu< 
Mondejar pasó al Padul , é hizo alto en aquella p 
cion, la primera del valle de Lecrin. 

En la noche del 4 de enero es atacada su vaní 
día por los moriscos, á las órdenes de un rico h 
dor del valle llamado el Xaba, empero fueron n 
zadüs los moriscos, (cniendo que retirarse á Poqu 
donde se hallaba Aben-IIumeya, que condei 
muerte al Xaba por el mal éxito de su ataque 
turno. Permaneció en Durcal algunos dias el raai 



— 127 — 

de Mondejar, y después de haber recibido refuerzos 
de Ubeda y Baeza y de otros puntos, penetró en el 
centro de la Alpujarra. Rechazó el 19 de enero á los 
moriscos que atrincherados en la mesta de Lanjaron, 
habian cortado el puente de Tablate que facilita el 
paso de un profundísimo barranco. 

Un fraile franciscano, fray Cristóbal Molina, con 
un Crucifijo en la mano izquierda , una espada en la 
derecha , los hábitos recogidos en el cordón y una 
rodela á la espalda, llegó al paso, se apoyó en un 
madero y saltó. Siguiéronle varios soldados entusias- 
mados , cayeron algunos rodando y murieron en el 
hondo del abismo , salváronse otros mas afortunados 
y recompusieron el puente, y por alli pasó todo el 
ejército. 

Forzado aquel paso que parecia inespugna- 
ble, marchó el marqués á Lanjaron, socorrió á Orji- 
ba, en cuya torre se habian sostenido los cristianos 
diez y ¿iete dias, peleando continuamente. Socorrida 
Orjiba se dirigió á Poqueira, en la que entró des- 
pués de haber derrotado á Aben-Humeya, que 
con cuatro mil hombres trató de impedirle el paso de 
Alfajarabin. Grande fué el botin que alli cogió, muchas 
las mugeres y los niños que quedaron cautivos. 

Al mismo tiempo sufrió un desastre que conster- 
nó al ejército. La compañía que dejó el marqués do 
Mondejar guardando el puente de Tablate, fué sor- 
prendida porquinientos moriscos, que degollaron á los 
cristianos, y á unos cuantos que buscaron su salva* 



— Í28 — 

cion en Una iglesia , los quemaron inhurnanamenl^' 
dentro del edificio. El tio y general del rey Aben- 
Humeya, el Zagüer, quiso entrar en tratos con el w- 
pitan general marqués de Mondejar, ofreciendo 
entregársele si se les ofrecia urv seguro para sus 
personas. Nada les ofreció al pronta el capitán ge- 
neral , y dirigiéndose sobre el grueso de los rebeldes 
con un tiempo horroroso de nieves y de aguas, de- 
jando helados en el camino á muchos de sus solda- 
dos llegó eH7 de enero á Jubiles > cuyo castillo se 
le rindió, siendo trescientos los soldados que en él ha- 
bía^ con mas doscientas mugeresquealli se habian re- 
fugiado. Mandó el marqués por mas seguridad poner 
á las mugeres dentro de la iglesia , mas como todas 
no cupiesen , se las colocó en el campo cercadas 
por una línea de tropa. Era la noche del 18 de enero. 
Un soldado cristiano quiso á media noche apartar 
una mora; la doncella se resistió y el raptor la ame* 
nazaba; un joven, amante suyo, que la seguía dis- 
frazado de muger, acudió, dio un golpe al soldado, 
le arrebató su espada, le hirió y acometió á los de- 
más cristianos: cundió la voz de que entre aquellas 
mugeres venian varones disfrazados. A esta voz se 
irritó la soldadesca en la oscuridad déla noche / y 
asesinó al mancebo y á las demás mugcres< AI cen- 
tellear del acero, y al siniestro resplandor de las ar- 
mas de fuego, dice un historiador, fueron inmoladas 
las infelices, que no tenian mas defensa que sus 
lágrimas y dolorosos getmdo^. \a carcÁc^tía duró 



— 129 — 

hasta ei amanecer. El marqués irritado, mandó 
ahorcar á tres de los mas culpables ; pequeño castigo 
de tamaño desmán , pero que marcaba la reproba- 
ción del general á aquel acto de barbarie. Bien era 
necesario esta reprobación, porque las tropas indis* 
ciplinadas y sedientas de rapiña é irritadas con la 
resistencia , saqueaban las casas de los moriscos , los 
pasaban á cuchillo, en su. furor lo mismo trataban á 
los moros que hacian la guerra, que á los que vivian 
pacíficos y apartados de la lucha. 

El marqués que habia comenzado sus tratos , para 
someter por medio de un indulto á los principales 
caudillos y terminar con una política conciliadora y no 
por las armas una guerra tan costosa á la España, para 
borrar en parte la impresión de la horrible matanza de 
Jubiles mandó dar un salvoconducto á los que habian 
entregado voluntariamente las armas, desoyendo las 
murmuraciones de sus capitanes, que querían llevar 
la guerra á saogre y fuego, y le culpaban de dema- 
siado blando y tolerante con los moriscos. Se puso 
en comunicación con Aben-Humeya , á quien hizo le 
escribiera su grande amigo don Alonso de Granada, 
escitándole á que se sometiera con un ejército situa- 
do en Andaráx, Ugijar y las Cuajaras; empero la 
imprudencia de un capitán cristiano, que sin orden 
alguna atacó y puso en fuga aun escuadrón de mo- 
ros , en la cuesta de Iniza cerca de Paterna , el 27 
de enero, precisamente en los momentos en í|up 
Aben-IIumeya estaba leyendo la vx\Wvwi e.^\V^ ^>^ 

MOHISCOS. ^ ^ 



— 130 - 

marqués de Mondejar, s()bre su sumisión, le 
no solo desconfiar y rehusar rendirse aventura 
su fortuna á la suerte de las armas, sino que hat 
do entrado en recelos de su propia familia , hizo 
sinar á su suegro y repudió á su muger. 

Los cristianos arrollaron las tropas de Al 
Humeya, se apoderaron de Paterna, cautivaron i 
la madre y á las hermanas del rey Aben-Humej 
multitud de mugeres moriscas, cogieron un rice 
tin, y dieron libertad á ciento cincuenta cristi; 
que tenian cautivas. Ignorante el marqués de Mo 
jar del efecto que habia producido en Aben-Hun 
el imprudente ataque de Paterna cuando se halla 
punto de rendirse, mandó hacer alto á su gentee 
encinar, aguardando de un momento á otro el 
llegar á Aben «Humeya para hacer su sumisión 

El ejército, no sabedor délos tratosque medis 
entre su general y el caudillo de los rebeldes, mur 
raba de que no se le dejase marchar en persecu 
del enemigo. Al dia siguiente continuó su marcl 
marqués de Mondejar , siguió á los fugitivos y oc 
á Andaráx, donde, siguiendo su política, dejó en 
casas á los moros que vinieron á sometérsele, y no 
dó entregar á tres alguaciles de la tierra mas de 
morisC'^s de las que llevaba cautivas, para que e 
las devolviesen á sus familias. 

Volvió el marqués á Ugijar, permaneció 

cinco dias preparando una espcdicion á las C 

jíiras, tierra de SalobrctVaí ^ Mtnuftecar, farai 



— 131 — 

por el Peñón de Cuajar Alto, sitio fuerte en la cum- 
bre de un escarpado monte, accesible solo por 
una vereda angosta y prolongada durante un cuarto 
de legua. Allí habia mil hombres valientes y deci- 
didos, á las órdenes del Zamar, alguacil de Ja* 
lar. El 11 de febrero, después de tres ataques en que 
las tropas cristianas hicieron prodigios de valor, lie» 
garon casi ¿ la cumbre, empero indecisa la victoria, * 
defirió el marqués de Mondejar el postrer ataque pa- 
ra el dia siguiente. Aprovecharon aquella noche el 
Zamar y los suyos para salir con muchas mugeresque 
quisieron seguirlos, y calladamente y por sendas y 
despeñaderos se deslizaron hacia las Albuñueias. AI 
amanecer del dia 12 de febrero ocuparon las tropas 
cristianas el fuerte, y el marqués, para desmentir la 
reputación de blando con los vencidos, de que le 
motejaban en el ejército y en Granada, permitió 
fuesen degollados los viejos, las mugeres y los niños, 
que confiados en la clemencia del vencedor, habian 
permanecido en el fuerte. El Zamar, cargado con ' 
una hija suya de trece aíios, desmayada con el can- 
sancio de la huida, fué alcanzado por la caballería 
cristiana que salió á perseguir á los fugitivos, se de- 
fendió heroicamente, pero herido en un muslo, fué 
preso, llevado á Granada, y condenado á morir 
atenaceado. El marqués repartió el botin entre los 
soldados, é hizo asolar el fuerte. La victoria de las 
Gutijaras acabó de reducir la AIpnjarra. Faltaba so- 
lo para completar su triunfo al marqués de Mocide- 



- 132 — 

jar apoderarse del rey de los moriscos Aben«Humeya 
y de su tio el ZagUer. ' 

Supo por sus espías que se retirabaQ por la no- 
che á Mecina ea casa de Aben-AboOt moro ¡n- 
fluyente que alli vivía con la salvaguardia del mar- 
qués. Mandó con seiscientos hombres al capitán 
don Gaspar Maldonado para sorprenderlos. A un 
soldado al estar cerca de la casa se le escapó el tiro 
de su arcabuz y dio la alarma. El Zagüer con 
otros moros se arrojaron por la ventana y ganaron 
la sierra. Aben-IIumeya que se hallaba durmiendo» 
salta de la cama y encuentra la casa cercada de los 
cristianos. Trabajaban para derribar la puerta. Abre- 
la de pronto Aben-Humeya, precipítanse en tropel 
adentro los soldados con grande oscuridad, y él que- 
da escondido tras del umbral, escapando á la muerte 
por este ardid y su gran serenidad. 

En tanto que el marqués de Mondejar batía á los 
rebeldes por la parte de Orgiba, el marqués délos Ve- 
lez con sus capitanes penetró con las tropas'que sa- 
có de Murcia por la parte de Lorca, adelantándose 
hasta Oria, recorriendo la tierra de Filabres, y sen« 
tando el día 13 de enero sus reales en la villa de Ta- 
bernas. 

El movimiento del marqués de los Velez en 
un territorio en que no ejercía mando, fué una es- 
pecie de desaire que se hizo por el rey á instigación 
del presidente Deza, al prudente y esforzado capitán 
general de Granada. El marqués d^ los Veleí con tí- 



— 133 — 

nuó sus operaciones recorriendo á Filix, Andaráx y 
Ohanes» batiendo en todas partes á los moriscos» 
llevándolo todo á sangre y fuego, repartiendo entro 
su indisciplinada hueste el botin, reemplazando con 
el incentivo de la ganancia los que después de las 
batallas huian con los despojos y esclavas á gozar 
por aquellos cerros el fruto de sus rapitlas. 

Las ventajas de los cristianos no bastaban á sofocar * 
la rebelión. El trato inicuo que se daba á los que ha- 
bian depuesto las armas bajo la buena fé de un salvo- 
conducto, irritaba y exasperaba á los rebeldes. Hubo 
momentos en que en la corte alarmados de lo grave 
y prolongado de la lucha se pensó en que el mismo 
Felipe II marchase á Granada á ponerse al frente del 
ejército y con su presencia y autoridad redujese aquel 
reino, como antes lo habia hecho el rey don Fernan- 
do el Católico. Prevaleció la opinión del cardenal Es- 
pinosa y de los que creyeron que bastaba enviar á 
Granada á don Juan de Austria, hermaoo bastardo, 
del rey Felipe II, que se presenta por primera vez 
en la escena política á los veintidós a&os de su edad, 
para que asistido de un consejo de guerra que se ha- 
bia de formar en Granada, determinase todo lo reía- 
tivo á la pacificación de aquel reino, sin poder resol- 
ver nada de por sí sin consultarlo antes con el Con* 
sejo. 

Este nombramiento lo hizu el rey el dia 17 de 
marzo. Apenas cundió entre las tropas que comba- 
tían en las Alj^ujarras la noticia de o^vic ibaiv & c^<^ 



— 134 — 

mand)ados por un príncipe» cuando rompieron el frer 
no de la disciplina militar, faltaron al nsspeto y con- 
sideración á sus gefes, abandonándose en el país 
teatro de la guerra á los mas bárbaros escesos^ Sa« 
queaban las aldeas, asesinaban á sus moradores, vio- 
laban las mugeres, y produjeron tal exasperación, 
que muchos que basta entonces no habian tomado 
parteen la lucha, empuñaron las armas y salieron al 
campo á vengar tantas afrentas. Recurrieron de 
nuevo á su rey Aben-Humeya, ofreciéndole esta vez 
no abandonarle y pelear hasta morir. Aben-Humeya 
aceptó sus ofertas y los animó con la esperanza de 
socorros del Gran Turco, que habia ido á solicitar su 
hermano Abdallad. 

En Granada el dia 17 de marzo , se cometió un 
gran crimen que debía acrecer la indignación de los 
moriscos, y proporcionarles nuevos y mas implaca- 
bles partidarios. Existian detenidos en calidad de 
rehenes crento diez moros de los mas ricos é influ- 
yentes, aunque inhábiles para la guerra, entre ellos 
don Antonio y don Francisco de Valor, padi^e y her- 
mano de Aben-Humeya. 

Hallábanse encerrados en la cárcel de la chancí- 
Hería, y en el silencio de la noche, de improviso 
fueron acometidos por los mismos cristianos que los 
custodiabnn , y aunque aquellos infelices en siete 
horas de desesperada defensa y agonía arrojaron so- 
bre sus asesinos palos, ladrillos, muebles, cuanto 
hubieron á las manos, fueron todos inhumanamente 



— 135 — 

degollad s, sjivándose solo el padre y el hermano 
de Aben-Humeya, á quienes aquella noche se habla 
separado de las habitaciones destinadas á la matanza. 

Exasperados con estos ultrages los moriscos mas 
dóciles y sumisos , corrían á las armas y peleaban 
hasta morir ó vengarse. Asiocurrió en Valor, donde 
los mismos vecinos, tranquilos el dia antes, derro- 
taron á ochocientos hombres, la flor del ejército, 
acaudillados por los capitanes Alvaro de Flores y An- 
tonio de Avila, y pasaron á cuchillo á estos dos ge- 
fes y á casi toda su tropa. En Turón mataron tam- 
bién al capitán de Adra, Diego de Gasea. Asi iban 
pereciendo miserablemente insignes capitanes, y á 
cambio de esto, los cristianos con implacable odio 
asesinaban sin compasión á los ancianos , las muge- 
res y los niños de los vencidos. 

Aguardaban con ansia todos la presencia de don 
Juan de Austria, creyendo ver en él el remedio de 
tantos desórdenes. Despidióse el príncipe del rey su 
hermano en Aranjuez , el 6 de abril de 1569 , mar- 
chando á Granada acompañado de don Luis Quijada 
que le habia criado en su infancia, y á quien habla 
mirado como padre hasta el momento en que en 
Valladolid le reveló Felipe II, abrazándole como her- 
mano, lo escclso de su nacimiento. Entró en Grana- 
da el 13 de abril por entre las filas de diez mil hom- 
bres, y con el ceremonial que habia arreglado el 
mismo Felipe II. 

Alli en medio del triunfo se eacocvUó co'cv vv^ ^^- 



— 136 — 

pcctác'úlo artificiosamente preparado por ellmplaca-* 
ble presidente de la chancillería, don Pedro Deza. 
iMas de cuatrocientas mugeres cristianas viejas, ves- 
tidas de luto, destrenzados los cabellos y llorosas, 
viudas y huérfanas víctimas de la rebelión , le pidie- 
ron venganza contra los autores de su desgracia. 

Al dia siguiente , una comisión de los moriscos 
mas ricos é influyentes, se le presentó quejándose 
de los agravios de las autoridades cristianas, y de 
los insultos y desmanes con que la soldadesca mal- 
trataba á los de su raza. Ofreció don Juan protección 
á los que permaneciesen fieles, y prometió tomar en 
consideración los agravios de que se quejaban para 
remediarlos. Congregó inmediatamente el consejo 
que el rey le habia nombrado, y con el cual debia 
i'onlar para todo, compuesto del duque de Sesa, 
nieto del Gran Capitán, del arzobispo de Granada, 
del presidente de la chancillería Deza, del marqués 
de Mondejar, y de don Luis de Requesens, comen- 
dador mayor de León. 

En el consejo predominaban opuestas opiniones, 
luchaban encontrados sistemas. El marqués de Mon- 
dejar opinaba por proseguir la reducción que los mis- 
mos moriscos deseaban ; el presidente Dezaproponia 
hacer salir del Albaycin y de la Vega á todos los mo- 
riscos, internándolos en los pueblos de Castilla. 

Mientras tan discordes pareceres se agitaban y se 
aguardaba la resolución de Felipe II, don Juan de 
Austria, absteniéndose de dar su voto sobre la des* 



— 137 ~ 

población de Granada « se limitó á reforzar las guar- 
niciones que ocupaban los cristianos en torno de la 
Alpujarra, á nombrar capitanes, á refrenar con vi« 
gor la licencia del soldado , y á establecer la mas se- 
vera disciplina. 

En tanto que* se perdía en Granada un tiempo 
precioso en las disensiones del consejo, Abcn- 
Humeya, situado en el corazón de la Alpujarra hacia 
Ugíjar , se preparaba no solo á resistir sino á tomar la 
iniciativa en el ataque. Recibió algunos refuerzos de 
moros de Argel al mando del turco Husseyn , y dan- 
do el mando á los capitanes de su mayor confianza, 
les encargó que esquivando batallas campales fatiga- 
sen incesantemente á las tropas cristianas con mar- 
chas rápidas, y con una continua movilidad. 

En breve se derramaron sus partidas por los térmi- 
nos de Almería, Málaga, y la sierra de Bentomiz, ame- 
nazando con sus correrías la florida vega de Granada, 
derrotando á las compañías cristianas y pasando á 
cuchillo á todos los cristianos que caian en sus manos. 
El corregidor de Velez, Arévalo de Zuazo, reunien- 
do un numeroso cuerpo de la gente del territorio de 
su jurisdicción de Málaga, intentó en el mes de mayo 
apoderarse del peflon de Frigiliana , en cuya forta- 
leza natural se habian establecido los moriscos. Ba- 
tído completamente con pérdida de muchos soldados 
é intrépidos capitanes, tuvo que retirarse vergonzo- 
samente á Velez para ser testigo de los progresos de 
la insurrección. El marques de los V^\<^t ^ ^^s^í^^^^ ^^ 



— 138 — 

acrcdíiarse con un hecho señalado á los ojos de don 
Juan de Austria « rechaza en Berja á Aben-Humeya, 
que con diez mil hombres de la flor de su ejército y 
asistido de su tio el ZngUer, y sus mejores generales, 
«cometió á aquel pueblo por tres puntos á la vez. 

Mil quinientos moriscos quedaron tendidos en 
el campo de batalla. Aben*Hnmeya se retiró á 
Cadiar á rehacerse de tan fuerte derrota. El co- 
mendador mayor de León, don Luis de de Re- 
quesens, que venia & tomar asiento en el conse- 
jo de don Juan de Austria en Granada, llegó á la 
costa desde Italia con una escuadra de veinte y cinco 
galeras. Hizo desembarcar los tercios viejos de Ña- 
póles, y el 11 de junio, después de una ruda pelea 
en que perecieron los mas ilustres y esforzados capi- 
tanes de sus tercios, se apoderó del famoso peñón de - 
Frigi^iana , donde un mes antes se habían estrellado 
las fuerzas de Arévalo de Zuazo. La guarnición fué 
pasada á cuchillo, quedando cautivas tres mil perso- 
nas de ambos sexos , cogiéndose un riquísimo botín 
de oro, plata, perlas, sedería, granos y ganados. 

Aben*IIumeya, cuyo ánimo varonil no decaía por 
estos desastres , dispuso una espedicion hacia el rio 
Almanzora, insurreccionando toda la comarca y apo- 
derándose de los castillos de Oria, lasGuevas, y Serón» 

Serón, la mas importante de laa fortalezas de 
aquella tierra, se rindió el 11 de julio, después de . 
haber sido completamente batido don Enrique Enri- 
qaez, que acudió de Baza & socorcecla. 



— 139 — 

Blientras corría á torrentes la sangre en los cam- 
pos de las Alpujarras, don Juan de Austria se veía 
con impaciencia detenido en Granada, condenado á 
la inacción que tan mal se avenia con su carácter im- 
petuoso y guerrero , asistiendo á las discusiones del 
consejo que le habia impuesto su hermano Felipe II, 
y en el que veia tan encontrados intereses y tan 
opuestas inclinaciones. 

Llegó al fin la respuesta de Felipe II á la medida 
terrible que le propuso el consejo , y cuya rápida eje- 
cución encomendaba á su hermano don Juan. El 23 
de junio amanecieron sobre las armas todas las tro- ' 
pas de Granada, y los destacamentos de los pueblos 
de la Vega. Se mandó por pregón que todos los mo- 
riscos acudiesen á sus parroquias. Obedecieron todas 
las familias llenas de lerror y temiendo la muerte. 

El presidente Deza les dio seguridades de la vida, 
empero conocían el carácter duro de aquel inquisi • 
dor, no se tranquilizaron los moriscos, y mas al per- 
manecer encerrados en las iglesias toda la noche con 
crecidas guardias en sus puertas. A la mañana si- 
guiente trasladándolos entre gente armada á los sa- 
lones del hospicio, creyeron que los iban á degollar, 
al ver que el capitán de Sevilla, Alonso de Arellano, 
dispuso llevar los moriscos de la parroquia de\ SaN 
vador, precedidos de un Crucifijo en ei asta de una 
lanza cubierto con un negro crespón. Desde el hos- 
picio fueron saliendo por listas y bajo partida de re- 
gistro, entregados á las iusl\cv^% Aa V» \í\^S^^^ '^ 



— lio — 

donde iban á ser internados. Tres mil quinientos mo- 
riscos que vivian pacíficamente en Granada , fueron 
cspulsados de su patria. 

Miserable espectáculo , dice el historiador Már- 
mol , fué el contemplar tantos hombres de todas eda- 
des, las cabezas bajas, las manos cruzadas y los 
rostros bañados en lágrimas, con semblante doloroso 
y triste, viendo que dejaban sus regaladas casas, su 
patria, su naturaleza, sus haciendas y tanto bien 
como tenian , y aun no sabian cierto lo que se haría 
de sus cabezas. 

Los caminos por donde transitaron estos misera- 
bles espulsados quedaron cubiertos de cadáveres. 
Perecieron unos de fatiga y cansancio, otros después 
de ser robados, por los golpes y maltratamiento de 
sus mismos conductores. Quedaron en espantosa so- 
ledad muchos barrios, destruidos sus magníficos ba- 
ños, y los hermosos cármenes, que embellecian la 
vega de Granada y que habian creado los árabes. 
Los soldados alojados en las casas que habian que- 
dado desocupadas, las robaron y destruyeron á su 
placer, y sin que sus gefes por miedo al motin ó á 
la deserción hiciesen nada ni les reconvinieran. 

Mientras don Juan de Austria y sus consejeros se 
ocupaban en espulsar de Granada á inofensivos ancia- 
nos y débiles mugeres, Aben-Humeya habia con- 
quistado todos los fuertes y él territorio del rio Al- 
manzora donde podia reclutar armas y caballos. Or- 
/fu lioso con su triunfo, escr\bv6 i don. Juan de Aus- 



— lií ~ 

tria una carta quejándose de que la Inquisición hu- 
biese dado tormentoá don Antonio de Valor supadre^ 
y á don Francisco su hermano. Se confesaba el ünico 
responsable de la guerra que sostenia, y ofrecia en- 
tregar por su rescate ochenta cautivos cristianos, ó 
mas si se le exigiesen, aun cuando estuviesen en po- 
der del Gran Turco. Amenazaba con tomar crueles re- 
presalias si no se suspendia la persecución á su 
familia. 

Grandes debates ocasionó en el consejo de don 
Juan de Austria la lectura de esta carta. Se acordó 
no responderle y que su padre don Antonio de. Valor 
escribiese á su propio hijo, aconsejándole se aparta- 
se de su mal camino y diciéndole era falso se le hu- 
biese dado tormento. 

Las disensiones que se notaban en el consejo 
paralizaban la acción de las operaciones de la guerra, 
y asi el rey, bajo el pretesto de enterarse de cuanto 
ocurrid llamó á la corte al marqués de Mondejar, el 
que ya no volvió mas á Granada . 

Eliminado del consejo el único obstáculo que se 
oponia al sistema del terror, se prescindió de toda 
consideración de templanza , y se pregonó por bando 
general el 19 de octubre de 1565, la orden para 
llevar la guerra á sangre y fuego en Granada y en 
toda la Andalucía. 

Cuando la guerra se hallaba mas ensangrentada, 
cuando los moros acababan de hacer sus correrías 
victoriosas por el valle de Lecrin « un suceso inesige- 



— lib- 
rado vino á cambiar el aspecto de la rebelión. Ena« 
morado Aben-Humeya de la joven viuda con quien 
habia huido de Granada al ir á ponerse al frente de 
la insurrección , habia escitado violentamente los ce- 
los do un morisco vecino de Albacete de Ugijar, lla- 
mado Diego Alguacil. Mientras compartia con Aben- 
Ilumeya el trono de las Alpujarras , seguia comuni- 
cándose con su primo Diego Alguacil esta nueva Da- 
lila, siendo el instrumento de una traición en que 
entraron algunos moriscos agraviados por los casti- 
gos que Aben-Humeya les habia impuesto por su 
falta de valor en las acciones de guerra. 

Diego López Aben-Aboo y el capitán de los tur- 
cos Husseyn, que habia venido de Argel, seducido 
por medio de una carta fingida en que se suponia 
que trataba de venderlos, le sorprendieron en los 
brazos de la hermosa morisca. Aben-Aboo y Algua- 
cil se arrojaron sobre él y lo estrangularon. 

Mostró Aben-IIumeya gran serenidad, despreció 
á sus asesinos, y declaró morir satisfecho por haber 
vengado las injurias que los ministros del rey Felipe 
habian hecho á su esclarecida familia. Su casa fué 
saqueada y repartidas sus mugeres, muriendo en 
afeminado lecho sin tiempo para tomar las armas, á 
impulsos de la venganza de un celoso , el que titu- 
lándose rey de Granada y de Andalucía habia dado 
un carácter de grandeza al alzamiento , que de otro • 
modo hubiera sido considerado como una insurroc- 
cion de los moDÍis ó salteadores. 



- 143 -^ 

A la maerte de Aben -Ilumeya » es elegido rey 
Diego López Aben-Aboo , que recibe la confirmacioa 
de su título del virey de Argel que le manda algu- 

nos socorros. Fueron prósperas sus primeras opera- 
ciones en la guerra. El nuevo rey cerca la villa y 
fuerte de Orjiba; rechaza entre Acequia y Lanjaron 
al duque de Sesa , que acude en socorro de los sitia* 
dos desde Granada. Se apodera do la villa fuerte de 
Galera, tenida por inexpugnable, y derrota á lastro* 
pas que desde Huesear acudían á socorrer á los cris- 
tianos. No solo sorprendían sus partidas convoyes y 
rendian las escoltas cristianas, sino qiie con insolen* 
cia se mostraban hasta en la wisma Vega de Gra- 
nada. 

Don Juan de Austria , á quien las órdenes del rey 
teoian hacia ocho meses clavado en Granada, repre- 
sentó á su hermano cuan tibiamente se hacia la guer- 
ra, el peligro de que la rebelión cundiera á los rei- 
nos de Valencia y de Murcia , y su ansia por salir de 
Granada á dirigir en persona las operaciones milita- 
res. Accedió Felipe II á los deseos de su hermano, 
mandando que se formasen dos ejércitos , uno á la 
parte del río Almanzora , al mando de don Juan de 
Austria, y otro con destino á la Alpujarra, á las ór- 
denes del duque de Sesa. 

Con gran júbilo fué recibido en el ejército don 
Juan de Austria por la gente de guerra, acompañan-' 
dolé muchos caballeros de los que basta entonces evo 
se habían movido. La pr\met^ etív^t^^'^ ^^ ^\V^^"'" 



— Hí — 



fué apoderarse de GUejar, desalojando de ella á los mo- 
riscos que interceptaban los convoyes que iban á las 
Alpujarras, corrían la Vega, y se presentaban hasta 
en las puertas de Granada. Libre de estos» enemigos, 
y habiendo recibido refuerzos en Baza, con un ejér- 
cito ya de doce mil hombres, cercó el fuerte de Gale- 
ra, que en tanto tiempo no habia podido rendir el 
marqués de los Velez. Colocó baterías, hizo minas, y 
haciendo saltar los pénaseos y conmoviendo la po- 
blación, asentada sobre el cerro, dio un asalto gene- 
ral, ganando palmo á palmo el terreno, dejándolo 
sembrado de cadáveres. No se dio cuartel y fueron 
pasados á cuchillo dos mil cuatrocientos moriscos, y 
lo que es mas doloroso , cuatrocientas mugeres y ni- 
fios. Aquel dia, el 10 de febrero de 1570, dejó de 
existir la villa de Galera, que mandó asolar don Juan 
de Austria y sembrar de sal. Necesitaba vengar las 
grandes pérdidas que durante su sitio habia espe- 
rímentado su ejército. 

Menos feliz fué don Juan de Austria en el reco- 
nocimiento que hizo el dia 19 de febrero de 1570 en 
la fortaleza de Serón. Alli estuvo á punto de perecer 
por una bala que le dio en la celada, y que por ser 
demasiado fuerte le preservó la vida. Alli entre va- 
rios valientes capitanes vio morir de una bala de ar- 
cabuz en el hombro á don Luis Quijada, el antiguo 
amigo y confidente de Garlos V, el hombre á quien 
por tantos anos habia tenido por padre y que amaba 
como á tal. 



— 145 — 

Reforzado su ejército, volvió el 5 de marzo 
sobre Serón. Los moriscos no le esperaron. 
Ellos mismos incendiaron la población y el castillo, 
y en número de siete mil hombres se subieron á la 
sierra. 

Dirigióse á combatir á Tijola: los moriscos se 
salieron silenciosamente por la noche, y solo halla- 
ron los cristianos cuatrocientas mugeres y niftos y 
un rico botin que tenian alli guardado. Don Juan 
asoló aquella villa, y con no poca sorpresa del 
mismo ejército se apoderó de las fortalezas de Pur« 
chena, Cantoria y Tahalí y otras que iban abando* 
nando los moriscos. Fernando el Ilabaquí se habiau 
puesto en comunicación coa don Juan de Austria 
con el objeto de proporcionar la sumisión de los mo- 
riscos y hacer consentir en ella al rey Aben-Aboo. 
Mandaba las fuerzas de aquella comarca y se propo- 
nia abandonar á los cristianos las fortalezas del rio 
Almanzora, persuadiendo á los moriscos que eran 
insostenibles, replegándose á la Alpujarra para facili- 
tar después mejor la sumisión. 

Don Juan de Austria publicó un bando hacien* 
do merced de la vida y prometiendo hacer justicia á 
los que probaran las violencias y opresiones que los 
habian provocado á levantarse, á condición de que 
pusieran sus personas en manos de su magestad ó de 
don Juan de Austria. Se ofreció premiar á los que de 
edad de quince á cincuenta años se presentasen den-' 
tro de dicho plazo, armados de >wv ^\v:.?íaNyLN n^''^'^'^- 

MORISCOS. \^ 



— HG — 

llesta, con que pudiesen hacer libres á dos' de sus 
parientes. Se señalaban como puntos para hacer la 
sumisión el campo de don Juan de Austria ó el del 
duque de Sesa. Se condenaba á los que dentro de di- 
cho término no se sometiesen á la pena de muerte 
que irremisiblemente habrían de sufrir. 

Al mismo tiempo se fingieron por el licenciado 
Castillo, que poseia perfectamente el árabe, varias 
cartas, figurando ser de algún alfaqui, en que per- 
suadía á los sublevados para que se sometiesen al 
rey« á fin de evitar tantas calamidades como sobre el 
pais atraía la temeridad de Aben-Aboo y de sus par- 
ciales. 

Entretanto el duque de Sesa conseguía descon- 
certar á los rebeldes con sus victorias, y reducir con 
su prudencia á muchos de los mas bravos moriscos. 
Se apoderó durante el mes de marzo del castillo de 
Velez, de Benaudalla y Lentegí: fortificaba á Compe- 
ta, á Maro, y á Nerja, pacificando la costa de Almu- 
flecar, y espulsaba y hacia emigrar al interior de 
España á los de Borje, Comares, Cutar y Bena mar- 
gosa. 

Coincidió con estos sucesos la espulsion que se 
hizo el 19 de marzo de todos los moros de paz, sa- 
cándolos del reino de Granadra, internándolos en los 
pueblos de la Mancha y de ambas Castillas. Se les 
indemnizó del valor de los bienes muebles y gana- 
dos gue poseían, imponiéndose pena de la vida á 
-cualquiera de ¡os moriscos que se qvxedi^x^^v ^^>\\v^^ 



— 147 — 

en la ciudad, en las alquerías y cortijos. Este fué el 
primer ensayo que se hizo de espulsion. 

Don Juan de Austria y ei duque de Sesa, que habla 
visto á pesar de sus victorias, mermado por la deser- 
ción su ejército, se reunieron en el mes de abril en 
los Padules, y continuaron con actividad la guerra sin 
abandonar los tratos para la reducción. Dispusieron 
que escribiese don Alonso de Granada Venegas di- 
rectamente al mismo Aben-Aboo las condiciones 
ventajosas que le ofrecían para su sumisión. Contes- 
tó éste sosteniendo la justicia del alzaniiento y en- 
cargándole se viese con el Habaquí, á quien habla 
dado comisión para aquel negocio. 

Se reunieron en el Fondón de Andarás el 13 de 
mayo de 1570, el Habaquí y los comisarios de don 
Juan de Austria. Propuso el Habaq\u' las condiciones 
para la reducción. Enviadas á don Juan de Austria y 
oido su consejo, se acordó responder que ante todo 
trajese poderes de Aben-Aboo, en cuyo nombre iban 
á rendirse, y que presentasen un memorial suplican- 
do lo que únicamente se les había de conceder. Re- 
dactóse para evitar dudas este memorial allí mismo, 
por el secretario de don Juan de Austria. El Habaquí 
prometió estar de vuelta antes de ocho dias con pie- 
nos poderes de Aben-Aboo. 

Volvió en efecto, ell9 de miyo otra vez, al 
Fondón de Andaráx , mostró sus poderes , y queda- 
ron convenidos los términos en que habia de hacerse; 
la sumisión. 



( 



— l/t8 — 

Verificóse esta solemnemente en los Padules 
el 22 de mayo , llegando el Habaquí y arrojándose á 
los pies de don Juan de Austria, que se hallaba en 
su tienda rodeado de sus consejeros y capitanes. 
Rindió á sus pies su espada y una bandera en nom- 
bre de Aben-Aboo y de todos los aliados cuyos pode- 
res traia. Don Juan de Austria le devolvió la espada, 
y le dio seguro de que nadie sería molestado , roba- 
do ni perseguido, y que á todos se les dejaria vivir 
con sus mugeres é hijos en el reino , escepto en la 
Alpujarra. 

Terminada la solemne ceremonia del convenio, 
marchó el Habaquí á la Alpujarra á dar cuenta de 
haberse celebrado. 

El dia 25 de mayo, con el consentimiento de 
Aben-Aboo y de todos los capitanes y soldados mo- 
riscos, señaló don Juan de Austria los comisarios que 
habian de recibir los moriscos que Tuesen á reducir- 
se. Aben-Aboo , resentido de no haber sacado en el 
convenio grandes ventajas para su persona , ó pesa- 
roso de tener que dejar el título de rey, se negó á 
cumplir el convenio de reducción, á pretesto deque 
el Habaquí no habia mirado por los intereses de su 
pueblo, y habia faltado á la lealtad. Indignado el 
Habaquí, ofreció á don Juan de Austria que él haría 
cumplir el convenio , ó traería atado á su presencia 
á Aben-Aboo. 

Marchó decidido á cumplir su propósito con al- 
ff una gente, en busca del que acaWbíi d^ %^x ^w so- 



- 149 - 

berano. Aben-Aboo mandó contra él los moros de su 
guardia, batieron su escolta, lo cogieron, y Aben- 
Aboo lo hizo ahogar secretamente enterrándolo en 
un muladar, sin que en mas de treinta dias supiese 
nadie de su muerte. 

Intentó todavía Aben-Aboo engañar á don Juan 
de Austria, prometiéndole verificar su sumisión. 
Don Juan de Austria le envió el 30 de julio un 
mensagero, para que tratase directamente con él. 
Entonces con arrogancia le declaró, que habien- 
do sido elegido rey, aun cuando quedase él solo 
en la Alpujarra, jamás se daria á partido, te- 
niendo para un apuro una cueva provista de agua y 
víveres para seis aílos, en cuyo tiempo no le falta- 
ria una barca con que poder pasar á Berbería. 

Entonces volvieron á formarse nuevamente otros 
dos cuerpos de ejército ; con el uno entró el comen- 
dador mayor Requesens en la Alpujarra, y don Juan 
de Austria , y el duque de Sesa con el otro por la 
parte de Guadix, debiendo de encontrarse enmedio 
de las sierras. 

En el mes de setiembre el comendador mayor 
Requesens, hizo una batida general en la Alpujarra. 
Lo llevó todo á sangre y fuego, destruyó !os sembra- 
dos, pasó á cuchillo á cuantos hombres encontró, 
cautivó á las mugcres y á los niños, y los repartió 
entre sus capitanes y soldados. Buscó á los moriscos 
en las cuevas donde se ocultaban ei/itre las breñas, 
haciéndolos salir de ellas por la fuerza de las arava&^ 



— 150 — 

^) encendiendo hogueras en sus bocas para abrasar- 
los con el fuego ó sofocarlos con el humo. Millares 
de moriscas , de viejos y de niílos se cautivaron en 
estas correrías. Vendíasen por esclavos, y por ser 
tantos, á muy vil y bajo precio. 

El 28 de octubre mandó el rey á don Juan de 
Austria y al presidente de Granada don Pedro Deza, 
que á la mayor brevedad posible se sacaran del reino 
de Granada é internasen en Castilla y Andalucía t^ 
lodos los moriscos, así los de paz como los nueva- 
mente reducidos. 

Hizo ocupar don Juan de Austria todos los pasosde 
la sierra, y el dia 1.^ de noviembre fueron espulsados 
de todos los pueblos y de todas las partes del reino 
de Granada los moriscos, hubieran ó no sido rebeldes. 

Dividiéronse en escuadras de á mil quinientos, y 
fueron conducidos los de la ciudad de Granada, valle 
de Lecrin, sierra de Bentomiz, Hoya de Málaga, y 
serranía de Ronda á Córdoba, y repartidos luego por 
Estremadura y Galicia. Los de Baza, Huesear, Gua- 
dix y rio Almanzora, á la Mancha y Castilla la Vieja. 
Los de Almería y su territorio, embarcados para el 
reino de Sevilla. No se destinó ninguno al reino de 
Murcia, ni á las cercanías de Valencia por evitar el 
peligro del trato y comunicación con los moriscos de 
aquellas tierras. Asi en un solo dia quedó despobla- 
do de moriscos el reif\o de Graocida, habiendo cos- 
tado dos anos y dos sangrientas campañas el hacer- 
/es doblar su cerviz. 



— 151 — 

Don Juan de Austria, el comendador mayor, 
y el duque de Sesa entraron triunfantes en Gra- 
nada. Licenciaron las tropas de las ciudades, y el 
30 de noviembre salió para Madrid don Juan de 
Austria, dejando al duque de Arcos el cargo do 
concluir con algunas partidas de moriscos quo 
vagaban por la serranía de Ronda y la Alpujar- 
ra, entre otras una de cuatrocientos hombres, quo 
mandaba todavía Aben-Aboo. Puesta á precio su ca- 
beza, y conjurados para su pérdida los parientes de 
Aben-Humeya, que tenian que vengar su alevosa 
muerte, lograron que dos de sus mas íntimos confi- 
dentes le asesinasen el dia 15 de marzo en una cue- 
va entre Berchul y Mecinade Bombaron, dándole un 
golpe en la cabeza con la culata de un arcabuz. 

¡Asi concluyó el último Omniada! Su matador 
rellenó el cadáver de sal, y entablillado para que 
pudiera sostenerse caballero en una muía, cubierto 
con sus mas ricos vestidos, entró en Granada y pre- 
sentó el cadáver al duque de Arcos en el palacio de 
la chancillería. El cuerpo del ex-rey de la montaña 
fué arrastrado, descuartizado, y colocada su cabeza 
en una jaula de hierro, sobre la puerta del Rastro 
que da salida para las Alpujarras, con esta inscrip- 
ción: (iEsta es la cabeza del traidor Aben-Aboo, nadie la 
(¡Hite bajo pena de muerte. y> 

El reino de Granada quedó despoblado, tuvieron 
í|ue reclutarse en Galicia, Asturias, montanas de 
León y de Burgos coloaos, ^ W?»e.?ct ^;^xv\$!<^^ n^ «^^^^^^ 



- 152 — 

ros de labor, con objeto de distribuirlos á los nuevos 
moradores, pero estos no sirvieron para el objeto. 
Los moriscos se habían llevado consigo el secreto de 
su industria; el pats quedó arruinado para mucho 
tiempo por la devastación de los soldados. Los nue* 
vos colonos, á quienes se les dieron las tierras bajo 
un reducido canon, no encontraron medios para vivir. 
Los que consintieron en abandonar su antiguo pais, 
ó eran inhábiles para la labranza Jos unos, ó habían 
tenido los otros un género de vida licenciosa y poco 
apegada ai trabajo. No cumplieron las condiciones 
bajo las cuales aceptaran las suertes ó porciones de 
territorio, y se fugaron ose hicieron bandoleros. Ape- 
nas pudieron juntarse doce mil quinientas cuarenta y 
dos familias, con las cuales s"? poblaron doscientos 
setenta lugares, á que quedaron reducidos mas de 
cuatrocientos que habia en tiempo de los moros. 
El pais quedp empobrecido, despoblado, habituado 
á la inmoralidad, y aun hoy, después de haber pa- 
sado mas de tres siglos, no se ha levantado todavía 
Granada de la postración en quo la dejó la espulsion 
de los moriscos. 



>*>-3Í>f«««- 



GUEllA T ESPULSiOX DE LOS MOIISOOS DI VAL£NCU. 



Sube al trono Felipe III , á !os 21 afios de edad. 
Su ¡nesperíencia , la debilidad de su carácter « no le 
hacen apropósíto para contener la decadencia que en 
los últimos años de su padre comenzó á sentir la 
monarquía española ; esta monarquía que había dado 
la ley y llenado de consternación á todas las poten* 
cias de Europa. No heredó de su padre la ambición, 
empero heredó el faho celo religioso y el fanatismo. 

Do n Francisco de Rojas Sandoval , marqués de 
Denia, caballerizo de Felipe III, cuando solo era 
príncipe de Asturias, conservó el ascendiente que 
tenía sobre él, y creado duque de Lerma y primer 
ministro , rigió á su arbitrio esta vas^ monarquía. 
Hombre tan poco apto para el gobierno como el rey* 
Fué el verdadero monarca Ae\^ ^«^^Tv^^ ^ x\^\\^í^>^ 



— 154 — 

,(Je unir á esta los moriscos, cuando la batian en bre- 
cha tres reinos á la vez; Enrique IV de Francia, 
Isabel de Inglaterra y Mauricio de Nasau. 

Con el tratado de Verwinks de 1578 , el de Lon- 
dres de 1604 , y la tregua de doce anos ajustada en 
abril de 1609, habia ¡do comprando con mas ó me- 
nos honra el duque de Lerma la paz con Francia, 
con Inglaterra y con las Provincias Unidas, guerras 
tan fatales para la prosperidad de Espada, particu- 
larmente la guerra de los Países Bajosquedurócuarenfa 
allos , y que costó á España mas de dos mil millones 
de reales, la flor de sus ejércitos y que anonadó á 
su comercio , sus recursos y su poder marítimo , pero 
al terminar esta guerra iba á recibir otra herida mas 
honda la prosperidad de la nación española, por la 
ineptitud también y la codicia del primer ministro 
duque de Lerma. 

Esclavo Felipe III de una superstición y devoción 
poco ilustradas, aborrecía á los moriscos, á quienes 
su primer ministro el duque de Lerma, había ya 
tratado con dureza y prevención cuando fué virey de 
Valencia en tiempo de su padre. Infestadas las costas 
valencianas por los piratas berberiscos, acusaban de 
mantener correspondencia secreta con ellos , y osci- 
larlos y animarlos en sus espediciones, á los moriscos 
españoles, especialmente á los de las costas valen- 
cianas donde solían aproximarse aquellos piratas. 
Como conspiradores contra la seguridad del estado 
so/cs p/ntabn especialmente por el clero. Ya en el 



A ^' 9^ 

— ' loo — 

mismo año eo que Felipe III fué á Valencia á celebrar 
su matrimonio con Margarita de Austria, hija del 
archiduque Garlos y de María de Baviera, trató el 
rey de que los obispos con pastoral solicitud, se 
consagrasen á mejorar la condición de los moriscos, 
y procurando la publicación de un edicto de gracia, 
concediendo perdón general á cuantos abjuraren 
de sus errores y pidiesen la absolución de .^'us pe- 
cados. 

El 22 de junio del aHo de 1599, anunció el in- 
quisidor general á todos los moriscos del reino, que 
el papa todavía les había concedido un edicto de gra- 
cia por el término de un aiio. El arzobispo de Valen- ~ 
cia y los sufragáneos nombraron misioneros estrnños 
á la Inquisición , á los que se encomendó el cargo do 
publicar el edicto de gracia y el jubileo secular en su 
diócesi. El arzobispo don Juan de Rivera, encargó 
á los que mandaba á anunciar las palabras de benig-* 
nidad del pontífice á los moriscos, que hiciesen saber 
á sus señores que aquel era el último plazo, y que 
si no correspondian cual era debido, el rey adopta* 
ría otros medios para vencer su obstinación. 

En vano se empeñó el venerable arzobispo, en vano 
predicáronlos misioneros, en vano los inquisidores 
se apoderaron de los moriscos reputados por alfa- 
quíes, y lossiimieron en las cárceles queriendo ca- 
tequizarlos de este modo. En su celo el piadoso 
patriarca consagraba sus rentas á aumentar los re- 
cursos del colegio de los monscos ^ '^ «g\%\ib ^x^^^^*^ 



— JO(> — 

mil libras en fundar otro para las mugcrcs. En su 
impaciencia religiosa no aguardó á que germinasen 
las semillas del bien, y en el mismo año en que ha- 
cia aquella fundación, casi en el mismo mes, se de- 
cidió á reclamar la espulsion. 

En 1G02, elevó un memorial al rey reclamando 
la espulsion de la raza conversa. En él manifestaba 
el arzobispo que todos los moriscos eran apóstatas, 
pertinaces é incorregibles; que se correspondian los 
unoseon los otros, y todos con los moros de Argel, 
los corsarios berberiscos y los turcos; que los obis- 
pos al permitir bautizarse sus hijos, tenian el dolor 
de pensar que se tornarían apóstatas ; que todos lo? 
dias profanaban los sacramentos, perturbaban el cui- 
to de los cristianos viejos , desapareciendo del reino 
una cantidad de personas cristianas, imaginándose 
que estas eran asesinadas , y que las mugeres y los 
niños eran robados por los corsarios para aumentar 
el número de infieles en África; que las conspira- 
ciones eran continuas, y se hallaba próxima España 
á su ruina como en los tiempos del rey don Rodrigo, 
habiendo sido los descalabros sufridos en el reinado ) 
anterior, como la pérdida de la armada invencible, 
y el mal éxito de la empresa de Argel, lecciones con 
que Dios avisaba á los reyes de España que debian 
emplear sus fuerzas, no fuera, sino dentro de ella, 
donde se hallaban sus mayores enemigos. 

El rey y el duque de Lerma y su confesor fray 
Gn^pnr de Córdoba , contestaron al ^prelado elogiando 



— 157 — 

su celo por la religión t empero no tomaron disposi- 
ción alguna. 

Una vez orillada la cuestión religiosa, importaba 
poco á Felipe III la cuestión política. En su indolen- 
cia dejaba el gobierno completamente abandonado 
en las manos del duque de Lerma, y éste se hallaba 
ocupado en los negocios de comprar tregua y des- 
canso para la Espafia, que estaba en guerra á la vez 
con tres poderosas naciones. 

No le alarmaba por otra parte el temor de una re- 
belión de los moriscos, hecho con que amenazaba el 
arzobispo Rivera, porque la proporción de los cris- 
tianos con los moriscos era bastante á tranquilizarle. 
En el censo de 1599 , habia mostrado el reino de Va- 
lencia tener veinte y ocho mil setenta y una familias 
moriscas, por setenta y tres mil setecientas veinte y 
una cristianas. 

Sin embargo, el infatigable arzobispo dirigió una 
segunda memoria mas fuerte todavía que la primera, 
volviendo á ponderar al rey la obligación en que se 
hallaba de esterminar á los infieles , haciéndole ver 
las consecuencias de la conducta de Carlos V y de 
Felipe II, que en vano habian intentado convertir á 
hombres á quienes debieron esterminar ó espulsar 
como único medio para limpiar el reino de su per- 
versa raza. La idea de esterminioy matanza de un 
millón de hombres horrorizaba al prelado; mas per- 
suadido de la necesidad de deshacerse del pueblo 
morisco, proponía la espu\s\oti c.QXSkQ ^fecm^'^i^j^^^^ 



— 158 — 

indicando que comenzase por Castilla y Andalucía; 
que se vendieran los hombres , y los jóvenes se des- 
tinasen á los talleres ó al trabajo de las minas, con- 
servando á los niños menores de siete años; que en 
Aragón y en el reino de Valencia se hiciese desapa- 
recer la población con medidas análogas, empero 
gradualmente, porque los moriscos de aquellos paí- 
ses vivian aislados, no ponían en peligro la fé de los 
cristianos viejos, y eran enteramente los dueños de 
la agricultura, como de toda especie de industria y 
de arte, y arrojándolos á la vez habría esposicion de 
que sobreviniese una grande carestía, la miseria , y 
el hambre, por la desaparícion súbita del comercio y 
de los objetos de primera necesidad , en tanto que 
los moriscos de Castilla diseminados por las provin- 
cias, confundidos con los cristianos, hablando el cas* 
tellano, teniendo una grande inteligencia, eran ene- 
migos mas temibles para la fé y el estado , al paso que 
los otros eran útiles al cultivo de las tierras, y esplo- 
tacion de las fábricas. 

La laboriosidad y la economía de Iob moriscos la 
presentaba el arzobispo como un grave cargo. La so- 
briedad , la frugalidad en su trato, el ningún lujo que 
tenian en sus casas y en los vestidos, y el 
afán con que á pesar de los impuestos que pa- 
gaban iban allegando el dinero y proporcionándose 
una situación mas ventajosa que la de muchos cris« 
I janos viejos, la rapidez con que se multiplicaban por 
no admitir entre ellos el ceVibalo ^ c^s^t?»^ tciv^i \óYe- 



— 159 — 

nes,el do contribuir al servicio de las armas , de que 
estaban eximidos, sin perder gente en las costosas guer- 
ras que entonces mantenia la España , y el no emi- 
grar en busca de riquezas al Nuevo Mundo, lodo es- 
to habia aumentado prodigiosamente su población. 

La población morisca del reino de Valencia iba 
en efeclo ascendiendo en tan prodigiosa proporción 
que á principios del siglo XVII, ó petición de las cor- 
tes del reino se suspendió la formación de los censos 
para no revelar á los moriscos la fuerza que tenian. 

No solo la intolerancia .del clero culpaba á los mo- 
riscos de lo que eran escelenles cualidades y virtu- 
des que debian haber procurado infundir en los cris- 
tianos viejos, sino que uno de los ingenios mas gran- 
des de su siglo, el célebre Miguel de Cervantes Saa- 
vedra , en su coloquio de los perros de Maudes, con 
su tono festivo, al describir á los moriscos los pinta 
de esta manera: 

aTodo su intentóos acuHar y guardar dinero acu- 
Dnado,ypara conseguirlo trabajan y no comen: 
«entrando el real en su poder, como no sea sencillo 
))le condenan á cárcel perpetua y á oscuridad eterna; 
»de modo que ganando siempre , llegan y amontonan 
»la mayor cantidad de dinero que hay en Espafia; 
Dellos son su lepra , su polilla , sus picazas y sus co- 
nmadrejas: todo lo allegan , todo lo esconden y todo 
»lo tragan: considérese que ellos son muchos, y que 
))cada dia ganan y esconden poco ó mucho, y que 
>»una calentura lenta acaba la \vd^ c^\:cv^ \a.dfc. w^v^- 



— 100 — 

)»bar(Jillo, y cómo van creciendo, fiC van aumentan- 
ndo los escondedores, que crecen y han de crecer 
»inñn¡to como la esperiencia lo muestra; entre ellos 
j>no hay castidad, ni entran en religión ni ellos ni 
» ellas; todos se casan, todos multiplican, porque el vi- 
»vir sobriamente aumenta las causas de la gencra- 
))cion ; ni los consume la guerra , ni ejercicio que de- 
»>mas¡adamente los trabaje, róbannos á pie quedo, y 
))Con los frutos de nuestras heredades , que nos re- 
))venden, se hacen ricos; no tiímen criados porque 
))todos lo son de sí mismos; no gastan con sus hijos 
))en los estudios , por que su ciencia no es otra que 
» la de robarnos.» ¡Véase como cj| inmortal autor del 
Quijote se dejaba dominar de bm vulgares preocu- 
paciones de su época! 

AI apasionado memorial del arzobispo Rivera 
contestaron los nobles y señores valencianos intere- 
sados en la conservación de los moriscos que tanta 
utilidad les prestaban , y que con las crecidas rentas 
(jue como colonos de las tierras les pagaban soste- 
nían su opulencia. Negaron las conjuraciones de los 
moriscos , que suponían inventadas por los frailes; 
exigieron pruebas jurídicas do sus acusaciones, y 
acusaron á su vez al clero de descuidar la instrucción 
de los moriscos, y de la odiosa invención de estable- 
cer diferencias entre los cristianos viejos y los cristia- 
nos nuevos. 

Una y otra memoria fuoron presentadas á las 
caries en 1604; pero m\as c.óxV\i's u\ d ve^ toma- 



ron providencia alguna» peraianecieado en la irreso* 
lucion. 

Guando los nobles valencianos negaban tan ter* 
minanteménte las conjuraciones queso imputaban á 
sus vasallos , y salían garantes de su fidelidad , esta- 
ban los moriscos en inteligencias con los francescsj 
habian recibido en sus tierras á unos enviados del 
ministro francés, duque de la Forcé, habiendo fija- 
do para el alzamiento el Jueves Santo: cuatro buques 
franceses debian presentarse aquella noche, llegar 
al Grao de Valencia; desembarcar soldados disfraza- 
dos que escalasen la muralla, y hacer el movimiento 
al amanecer. Esta conspiración fué descubierta por 
un morisco á quien al salir de una grave enfermedad 
habia convertido fray Jaime de Bleda, religioso do«- 
minico, y uno de los hombres mas infatigables en la 
persecución de los moriscos. Reveló la conjuración 
al rey, y descubierta se prendió y ahorcó á los prin- 
cipales autores y cómplices, que fueron Pascual de 
Santisteban, Martin de Iriondo, Fernando de Cha-- 
rínt Pedro de San Julián, Miguel Alamin, y Pedro 
Cortés. 

Ya no era posible dudar d6 que conspiraban los 
moriscos. El descubrimiento dd esta conspiración, 
unido con el que poco tiempo antes se habia hecho 
en Sevilla, hallando su Asistente ocultos en un bar- 
rio doscientos barriles de pólvora, y mxichas armas 
escondidas para alzarse ios moriscos de Andalucía en 
combinación con los demás de España y de África, 

MORISCOS. 1 1 



.1 



— 1C2 — 

revelaron el peligro, y escilaron los clamores del cle- 
ro para que el rey tomase una medida de estermínío 
contra la raza inorísca. 

No todos los prelados opinaban de este modo, ni 
Icnian cl indiscreto celo que el arzobispo de Valen- 
cia, y el arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sando- 
val y Rojas, tio del duque de Lernia. El obispo de 
Segorbe, don Feliciano Figueroa, con espíritu evan- 
gélico y verdadera tolerancia cristiana, en vez de 
aconsejar medidas duras y crueles, cuyas fatales con- 
secuencias para el comercio y la agricultura conocia, 
impetró del papa Paulo V, que mandase álos prela- 
dos del reino se congregasen para tratar de asunto 
hn grave. El papa Paulo V otorgó un breve para que 
los prelados se reuniesen á tratar de este interesante 
asunto, y no quiso oir hablar de espulsibn, única- 
mente se limitó á la conversión oomo padre común 
de los fieles. 

De común acuerdo, el papa y el rey, escribieron 
al arzobispo de Valencia, mandándole que, convocan- 
do en sínodo á los obispos de Orihuela, Segorbe y 

^ Tortosa, en unión de ellos y los eclesiásticos que cre- 
vesen mas convenientes, discurriesen los medios mas 
justos y apropósito, para convertir á los moriscos y 
cristianos nuevos. Como las materias que debian tra- 
tarse en este sínodo afectaban á los intereses del Esta- 
do y á los derechos de la Inquisición, el rey mandó 
que asistiese áél un inquisidor, el doctor Bartolo San- 

cAez, y el marqués de Caiacena, capitán general vi- 



— IG.i — 
rey de Valencia, y ademas nueve teuloi^os consultores, 
deellosseis regulares y tres del clero seglar, nombran- 
do por secretario al cronista é historiador de Valencm, 
Gaspar Escolano, de cuyas interesantes Decadas he- 
mos sacado muchas noticias. 

El sínodo tomó entonces el nombre de junta, y 
comenzó sus sesiones en el palacio del virey el 22 de 
noviembre de 1606. Las graves é importantes cues- 
tiones que se sometieron á la deliberación de la Junta 
fueron las siguientes: 

1.a Silos cristianos nuevos eran heregesó após- 
tatas. 

2.* Si se podia bautizar á sus hijos y dejarlos en 
poder de sus padres. 

3.* ¿Se debe obligar, ó dejar en libertad á los 
moriscos de confesar y recibir los sacramentos? 

4.* ¿Se les permitiría declarar sus dudas en ma- 
teria de fé, sin que los que los oyesen incurriesen en 
pena no teniendo obligación de denunciarlos? 

Sobre cada uno de estos puntos hubo largos y aca- 
lorados debates. Las sesiones de la junta duraron 
tres meses, hasta marzo de 1607, en cuya época se 
enviaron á la junta suprema establecida en Madrid, 
para tratar de estas materias, todos los memoriales y 
respuestas que álos capítulos había dado la junta de 
Valencia. Dividiéronse los pareceres de ésta en los 
tres primeros puntos, y en el último estuvo unánime- 
mente confonme en que era inútil discutir con los mo- 
riscos porque el Koran les prohibia las disputas reli- 



. — 164 — 
glosas y jamás se atrevían á confesar sus infidelidad 
des por miedo á la Inquisición. 

El arzobispo decidió por sí las cuestiones que los 
teólogos DO se habian atrevido á resolver: declaró que 
los moriscos eran apóstatas; dijo que no se les debia 
permitir bautizar á sus hijos ni se les podia recibir á 
la comunión. Entonces llegó hasta esponerse por el 
dominico fray Jaime de Bleda la opinión de que no 
siendo verdadera confesión la délos moriscos, no es- 
taban los confesores obligados á guardarles el secre- 
to. ¡Qué modo de estimular á los nuevos cristianos á 
frecuentar los santos sacramentos! 11.» 

El resumen de las resoluciones de la junta de Va- 
lencia, se terminaba con esta sentencia: se debe reite- 
rar á los moriscos el bautismo, obtener por última 
vez un edicto de gracia, instruirlos, y si no solicitan 
de nuevo ser bautizados, espulsarlos del reino. 

Las sesiones prolongadas de la junta, el secreto 
no siempre bien guardado en corporaciones numero- 
sas, agitaron y alarmaron á los moriscos. Comenzaron 
á reanudar sus relaciones con Francia y los Paises B:.- 
jos, se descubrieron algunas conjuraciones, ó al me- 
nos se aparentó descubrirlas, y el padre Bleda, que en 
su obra de La defensa de la féy espuküm de los moriscos 
se califica jactanciosamente á sí mismo de azote de los 
moriscos^ y que babia estado en un continuo movi- 
miento para su persecución yendo desde España á 
Roma, de donde habian tenido que espulsarle, se 
dirigió con sus denuncias aV dvicjofede Lerma. 



— 165 — 

Este ministro, cuya ineptitud tan costosa fué para 
laEspaüa, hizo creeral rey que una vasta conjuración 
se estendia por todo su reino, apoyada en los moris- 
cos. Atemorizó el ánimo débil y apocado de Felipe III, 
le persuadió de que era indispensable la espulsion 
total de los morisl:os de sus estados. Acostumbrado á 
plegarse á la voluntad de su ministro favorito, el rey, 
al proponerle la medida mas grave y que iba á carac- 
terizar de una manera bien poco ventajosa todo su rei- 
nado, ^Grande resolución^ contestó al duque de Lerma; 
kacedhvoSf duque» (6 de junio de 1600). Asi se adoptó 
el consejo mas osado y bárbaro de que hace mención la 
historia de todos los anteriores siglos. 

Coincidió el tomar esta atrevida y audaz resolución 
con la tregua de los doce años, hecha con las Pro- 
vincias-Unidas de Flandes; de modo que quedaban 
disponibles todas las fuerzas de España para el osado 
y terrible golpe que se propon ia dar el duque de 
Lerma. 

La pragmática de espulsion de los moriscos 
de Valencia, se firmó en Segovia el 4 de julio del 
mismo año. Antes de ejecutarla, el duque de Lerma 
tomó todas las precauciones necesarias para asegurar 
aquel golpe. Pusiéronse sobre las armas las milicias 
efectivas de Valencia, Castilla y León; se dieron ór- 
denes reservadas á los vireyes y capitanes generales 
de Ñápeles, Sicilia y Milán, para que con sus gale^ 
ras, compañías y tercios, viniesen á cruzar en las 
costas de Valencia. Se hicievou l^xvVoe^ >^ Vasi ^^sA^e^ 



— IGtí — 

aprestos, cual si se proyectara la conquista de un 
gran reino. Se encargó la dirección de esta ardua 
empresa á un valiente veterano, don Agustin Mejía, 
maestre de campo, el cual fué ¿ Valencia el 20 de 
agosto, y presentó cartas al arzobispo y al virey para 
que en un todo se entendiesen con él. A la llegada 
de Mejía á Valencia, comenzó éste á celebrar miste- 
riosas conferencias con el virey y el arzobispo, ¿ ins- 
peccionar los cuarteles, á visitar las fortalezas y cas- 
tillos y las plazas de las costas, pertrechándolas de 
todo lo necesario. 

No dejó de sorprender al arzobispo Rivera que 
la cspulsion de los moriscos empezase precisamente 
por Valencia, cuando lo que él proponía era el que 
fuese por Andalucía. El P. fray Jaime Bleda en su 
crónica, cuenta que, desahogando con él su dolor el 
venerable arzobispo, le decia: aPadres, bien podemos 
de aqui en adelante comer pan é yerba, é remendar los za* 
}7ato5,» aludiendo á las grandes pérdidas que iban á 
sufrir las rentas del clero valenciano con la es- 
pulsion. 

Por mucho que se quiso guardar el secreto, no 
podia menos de transpirarse una resolución de tania* 
na importancia. Veíase en los Alfaques, en Denia y 
en Alicante, desembarcar de las galeras de España 
varias tropas, mientras las galeras de la armada cru* 
zaban las aguas de Valencia. Veíase también que don 
Pedro de Toledo, que mandaba la armada española, 
^¿fhia saltado en tierra y se había eus^tvote^^^ d^ \^ 



— 107 — 

sierra de Espadan, inaccesible goarida» doode años 
antes habían desafiado los moriscos d poder de Cár^ 
los V. Los nobles valencianos presenten sa ruina» el 
pueblo sospecha la proximidad de una gran catastro*» 
fe, al observar que los moriscos se retraen de fre* 
cuentar el mercado, produciendo una grao carestía» 
que amenaza convertirse en hambre. Entonces la 
nobleza en cuerpo se presenta al virey, y se lamen* 
ta de que no se les avise de lo que se proyecta, es- 
tando dispuestos como- siempre á defender al rey 
con sus vidas y sus haciendas El marqués de Cara- 
cena responde que nada tiene que comunicarles, que 
nada puede hacer, que se dirijan al rey. Marchan 
los comisionados de la nobleza, y hablan á Felipe 111; 
le pintan la ruina de sus propiedades, la pérdida in- 
rlfiensa que los monasterios y las universidades van á 
tener, porque se sosten ian con los censos que paga- 
ban los moriscos, y que ascendían á mas de doce 
millones. Le hicieron presente el menoscabo que 
iban á sufrir las rentas reales y la desesperada re- 
sistencia á que podia lanzarse aquella raza. Hasta lie* 
garon á ofrecer hacer contribuir á los moriscos al 
mantenimiento de las galeras, consintiendo en la es- 
pulsión de los niarítimosr El duque de Lerma perma- 
neció sordo. Tal vez pensaba en el futuro capelo que 
habia de poner á cubierto su cabeza del hacha del 
verdugo, y cubrir sus concusiones, y quería mostrar- 
se el defensor intolerante del cristianismo. El re^t 
quelos oyó al parecer afablemente,, les dio por toda 



— 108 — 

respuesta: <iEl marqués de Caracena os hará conocer ni 
voluntad. » 

La voluntad del rey era conocida. El 21 de se- 
tiembre, al volver los diputados de la nobleza de Va- 
lencia, son convocados por el virey, que les lee un 
real decreto, de fecha 11 de aquel mes, por el que 
se les manda concurrir con todas sus fuerzas á la 
ejecución de las medidas que iban á adoptarse. En- 
tonces dio la nobleza valenciana un grande ejemplo 
de abnegación y sumisión á la monarquía. Escribie- 
ron al rey que podia pedirlos hasta su último ducado 
y su última gota de sangre, seguro de ser obedecido, 
aun en lo que iba á causar la ruina de sus rentas y 
la pérdida de su influencia social. 

El dia 23, en las calles y plazas de Valencia se 
pregonó la pragmática de espulsion, en la que el rey 
apellidando hereges, apóstatas y traidores á los mo- 
riscos, decia que, usando de clemencia, no les con- 
denaba á muerte, ni confiscaba sus bienes, con tal 
que se apresurasen á ser embarcados en el términode 
tres dias, y dejasen para siempre las tierras de Es- 
paña. Los principales capítulos de aquella bárbara 
pragmática eran: 

En el término de tres dias todos ios moriscos 
y mugeres, bajo pena de la vida, habian de dirigir- 
se para ser embarcados á los puertos que cada comi-» 
sario les señalasen. 

No se les permitía sacar de su casa mas que los 
A/enes muebles que pudieran Wevav solver sus cuerpos. 



Se prevenía no fuesen- maltratados, vejados, ni 
molestados de obra ni de palabra. 

Se proveia durante la embarcación á su manteni- 
roiento. 

Se autorizaba á cualquiera que encontrase á un 
morisco desbandado fuera de su lugar, pasados los 
tres dias del edicto, para poder apoderarse de lo que 
llevara, prenderle y darle muerte si se resistía. 

Se imponia la pena capital á todos los vecinos de 
cualquier pueblo en que se averiguase haber quema- 
do los moriscos, ocultado ó enterrado alguna parte 
de su hacienda. 

Se ordenaba que en cada pueblo de cien vecinos 
quedasen seis de los moriscos mas ancianos, á elec- 
ción de los señores, entre los que fuesen reputados 
por mejores cristianos, para que pudiesen ensenar á 
los nuevos pobladores á cultivar la caña de azúcar y 
los arrozales. 

Los niños menores de cuatro años podian que- 
darse si sus padres lo consentian. Los menores de 
seis, hijos de cristiana vieja, debían quedarse con 
sus madres, siendo espulsado el padre si era mo- 
risco. 

Los que quisiesen ir á otros reinos podrían hacer- 
lo, pero sin atravesar ninguna de las provincias de 
España. 

No es fácil describir la sorpresa que ocasionó en 
los moriscos este desatentado bando. Los padres, las 
madres, los hijos, los hermanos/\6v^wes»>^\^^%^'íiSN.- 



— 170. — 

ciaiius^ todos quedaron sumidos en la mayor consler- 
nación y llanto. Ilacíaseles abandonar la patria en 
que habian nacido ellos y sus antepasados, el suelo 
que habian regado con el sudor de su frente, y que 
Iiabian fertilizado con su industria. La piedad había 
desaparecido del corazón de todos; el terrible fallo 
lanzado por el débil monarca y el duque de Lerma, 
ministro inexorable, que iba á encontrar un nuevo 
venero de riqueza en esta audaz disposición , debía 
cumplirse. 

Pusiéronse de acuerdo los vecinos y nobles que 
tenian vasallos moriscos, las justicias de los pueblos 
con loscomisarios nombrados por Mejía, para reunir 
á los que se iban á espulsar, y comenzaron estos á 
dirigirse en cuadrillas mas ó menos numerosas, á los 
puntos donde debian ser embarcados al África. Ade- 
más de las setenta y tres galeras y galeones, se ha- 
bian procurado gran número de buques de todos los 
puertos de España por medio de un embargo. -Nin- 
guno quiso aprovecharse de la libertad que les con- 
cedía el bando para trasladarse á tierras de cristia- 
nos. Fingieron al contrario, en su despecho, alegría 
por abandonar la tierra que de sí tan cruelmente los 
rechazaba. Sin embargo, aun hicieron un último y 
supremo esfuerzo, aun intentaron medios de conci- 
liación, recordando que los moriscos de Granada en 
tiempo de Carlos V habian comprado á peso de oro la 
suspensión de los terribles decretos con que se quiso 
nnonadarsa nacionalidad. 



Los í^'ofcs (lo !as aljn)iifi^, do>[>uos do ¡laber hecho 
magníficas ofertas al vircy de Valencia para que sus- 
pendiese la medida de la espuIsion> proponiéndole 
mantener la escuadra» los fuertes» pagar una gran/br* 
f da 6 contribución, y rescatar en todo tiempo á su cos- 
ta á los cristianos que cautivasen los piratas berbe« 
riscos, meditaron si debían de tomar las armas ó so- 
meterse pacíficamente á las duras medidas del virey* 
Determinaron marchar é impedir que las familias que 
necesitaban los señores para formar nuevos colonos y 
que debian quedaren España, permaneciesen en ella. 
Conocida esta decisión de la aljama sq pusieron 
en movimiento para la mar las poblaciones moriscas 
de Valencia. Veintidós mil quinientas personas so 
embarcaron en diezdias en el Grao de Valencia; cinco 
mil quinientas cincuenta y cinco de una sola vez en 
Denía; catorce mil seiscientas tres en Alicante; mas 
de diez mil en Vinaróz. Desde allí eran transporta- 
das á Argel, Túnez, Oran, y otras ciudades do África, 
en que hallaban muy buena acogida y hospitalidad. 

El mayor peirgro para los moriscos estaba en He* 
gar á los puertos de mar, porque deseosos los cristía- 
nos viejos de vengarse, y atraídos por el amor al pilla* 
ge, formaban cuadrillas en los caminos, que asaltaban^ 
n)baban y asesinaban á los infelices moriscos, siendo 
preciso que el virey tomase fuertes medidai, levan- 
^ndo horcas en los caminos para castigar á los cris- 
tianos viejos que á tamaños crímenes se abando* 
naban. 




— Í72 — 

No bastaban estas severas medidas para evitar 
los escesos que, produciendo irritación en los moris- 
cos, paralizaban los embarques. Soldados y paisanos 
rivalizaban en codicia y crueldad. Los paisanos se 
quejaban de que no se aceleraba la espulsion, y reu* 
nidos en cuadrilla salian á caza de moriscos. 

El historiador de Valencia, Escolano, en una de 
sus Décadas, para probar el fanatismo que desplega- 
ban los cristianos viejos, cuenta que un vecino de 
Palma andaba por los montes con su arcabuz á caza 
de moriscos; encontraba á alguno estraviado, lo ma- 
taba, y en seguida echaba á andar muy tranquilo y 
mesurado, con un rosario en. la mano cual si andu- 
viese haciendo penitencia por aquellos desiertos. 

liOS soldados, no solo deseaban que hubiese una 
rebelión, sino es que con falsas noticias de que los 
moriscos eran maltratados en África, procuraron es- 
citarla. Era menester que fuertes escoltas acompaña- 
sen á los moriscos hasta los puertos donde tenían 
que embarcarse. Muchos señores con laudable celo, 
acompañaron hasta el mar á sus vasallos. El duque 
de Gandía, el marqués de Albaida, el condede Almay, 
el de Buñol y el de Goncentaina fueron con sus va- 
sallos hasta dejarlos dentro de las embarcaciones. El 
duque de Maqueda llevó su generosidad hasta ir con 
sus vasallos de Aspe y de Crevillente, y dejar-' 
los en Oran, cerciorado del buen recibimiento que se 
les hacia. 

El estado constante de persecución que se des- 



-^- 173 -^ 

plegó contra los moriscos les hizo tener impaciencia 
por embarcarse, y sin aguardar á que dieran la 
vuelta los buques del estado, en que marchaban ha- 
cinados los moriscos, pues que solo en dos viages 
trasladaron á Berbería setenta mil, fletaron por su 
cuenta buques particulares, vendiendo para poder 
pagar su pasage sus mejores efectos. Asi en el Grao 
de Valencia se vio vender por dos ducados objetos 
de un primoroso trabajo, vestidos, velos, bordados 
de oro, que habian costado doscientos ducados la 
víspera. Muchas de las familias, que creyéndose mas 
seguras, habian fletado por sí buques para ser tras- 
ladadas á África, perecieron en el camino víctimas de 
la avaricia y de la brutalidad de los patrones. Muchas 
fueron robadas y degolladas durante su travesía, y 
arrojadas al mar después que los marineros se habian 
abandonado brutalmente con sus mugeres y sus hi- 
jas á los mas execrables escesos. 

Entre otros lances que manchan de una manera 
indeleble el bárbaro golpe de la espu'sion, y el modo 
con que se verificó, refieren los historiadores el co- 
metido por el patrón de un buque, Juan Bautista 
Riera, á quien en castigo se le impuso la pena de 
cortarle la mano derecha y hacerle después morir en 
la horca. Llevaba éste en su buque una joven bella, 
á quien para que no descubriese su maldad al llegar 
á Barcelona, arrojó al mar en la embocadura del Lio* 
bregat; cuando la infeliz, batallando con las ansias 
de la muerte, trataba de mauten^t^ %^V^\^ \»& ^^^^^ 



~ 174 — 

y asirse á la lancha, el feroz maríaero la quebrantó 
la cabeza con un remo, y desapareció su cabeza de* 
bajo de las aguas. 

Semejantes escasos y crímenes hicieron que el vi- 
rey prohibiese el que ningún morisco pudiera ser 
transportado á áfrica en buques particulares. 

La sed de oro aquejaba de tal manera á los que 
ordenaban la espulsion, que viendo que á pesar déla 
pragmática, por la connivencia bienhechora de los 
señores, los primeros emigrados habian llevado mu- 
chos de sus efectos muebles, que no tenian derecho 
¿ llevar, habiendo vendido sus ganados, sus granos, 
y aun algunos sus casas y sus tierras, valuándose en 
mas de un millón de ducados la suma que hicieron 
salir del reino, el 1.^ de octubre, conforme con el dic- 
tamen de la chancillería, prohibió el virey todas las 
ventas de granos, aceites, casas, tierras, derechos y 
acciones, no peraiitiendo tampoco comprarlas á los 
cristianos viejos. 

Esta disposidoQ fué una de las causas que impul- 
saron á la rebelión á muchos de los moriscos que 
aun quedaban en el reino, porque este bando cruel 
dejaba á los moriscos , á quienes había cogido ivor 
provisada la espubion, faltos de metálico, sin medios 
para proveerse de él, pasando en un instante, ade- 
más de todas las calamidades que pesaban sobre so 
raza, desde el seno de la comodidad y de la abun- 
dancia al de la miseria y de la pobreza. 

Besüélveose, al fin, acosados cou tanta vejación 



— 175 — 

á la resistencia los moriscos. El gobernador de Denia 
tiene que recurrir á la amenaza para hacer partir á 
tres mil individuos que habia reunido con trabajo en 
aquel punto. Los jóvenes se lanzaron á las montafias: 
formóse una facción cerca de Gandía: otra entre De- 
nia y Alcoy, que dándose la mano, reclutaron gente 
rápidamente. Veinte poblaciones de la sierra de Ber- 
nia se bailaban ya levantadas el 25 de octubre, y el 29 
se sublevó toda la sierra. Disimularon al pronto las au- 
toridades para embarcar los que ya tenian reunidos, 
viendo una ventaja en luchar con aquellos menos re- 
beldes. 

Los insurrectos en número de quince á veinte mil 
hombres, se establecieron en el valle de AUiar, 
que defendian varios castillos. A sus pies s^-ballaba 
Murlai pequeña población ocupada por, cuento treinta 
y seis soldados cristianos. Como no tenian artillería 
ni armas de fuego, se limitaron á bloquear aquel 
punto en lugar de sitiarlo y asaltarlo con valor. 

En el valle del Jucar se organizó tambienJa re* 
sistencia. Asesinaron en Dos-Aguas» el 15 dd octu- 
bre, al comisario encargado de verificar la espul- 
sion. Los moriscos de Gofrentes, Jalance, siguieron 
al alfaquí Amira, que hizo sublevar á los de la 
Muela de Cortes. Allí levantaron por rey á UQ rico 
moro del lugar de Gatadam, parroquia aaéja ¿ la 
de Lombay, llamado Turigí, hombro enérgico y va* 
liento. 

Este 9 á la cabeza de un millac d^ ^ext^\^%v^s^- 



- 176 - 

lando los caminos que conducian á la Muela i se dis- 
puso á combatir. En vano el gobernador del distrito 
de Játiva , don Francisco Milán , fué á parlamentar 
en persona con él , ofreciéndole un amplio salvo- 
conducto y una entrevista para arreglar á su satis- 
facción con el virey los puntos concernientes á su 
suerte. 

Turigí rechazó todo, exigiendo que se dilatase el 
embarque hasta la primavera , y se les dejase vender 
sus tierras y propiedades. 

Por su parte los insurgentes del valle de Alhar, 
eligieron también otro rey, y dieron este nombre á 
un molinero de Confrides, llamado Gerónimo Millini. 
Hombre vulgar , cercado á poco en el valle de Alhar, 
reducido á la escasez por haber sido interceptados 
todos sus convoyes, pidió el 16 de noviembre capi- 
tular. 

Don Sancho de Luna, que mandaba el ejército 
en ausencia de don Agustín Mejía, después de mu- 
chas conferencias le propuso condiciones tan duras, 
que el molinero se resolvió á morir antes que acep- 
tarlas. Esperaba socorros de los moriscos de Anda- 
lucía, y los esperó en vano. 

Vuelto Mejía ) no quiso este esperimentado ca- 
pitán edponer su gente en un ataque mortal, como 
sería preciso para apoderarse á viva fuerza de la 
posición que ocupaba el reyezuelo Mellini- En el 
casíiUo de Beni-Maurel se habia refugiado con gran 
numero de familias, niños, y parte Ae sv^^Tx^^L^a. 



4 >»->~* 

— i ; / — 

Mellini » on Un , es atacado en su agreste baluar* 
te por las tropas de Mejía, quien marchaba á su ca- 
beza calzado con alpargatas como sus soldados, ani^» 
mándelos con sus palabras y con su valor. En vano 
los moriscos derrumban sobre él y su hueste enor- 
mes peñascos : Mellini muere combatiendo á manos 
del sargento Francisco Gallardo» que lo traspasa con 
su alabarda. Al ver muerto á su rey se desbanda el 
ejército, corriendo algunos á encerrarse en el casti- 
llo de Beni-Maurel. Ocho dias permaneció don Agus- 
tin Mejía al pié de aquella fortaleza, aguardando que 
se la entregase el hambre: torció la corriente de las 
aguas, y quitó á los sitiados todo medio de propor- 
cionárselas, triunfando asi de su constancia. Al cabo, 
estenuados por el hambre y abrasados por la sed, los 
moriscos pidieron capitulación, debiendo deren^Jirse 
V embarcarse inmediatamente. 

Para formar una idea de los tormentos que su-* 
fririan aquellos infelices, baste decir „ que cuando 
aseguradas sus vidas por don Agustín Méjía, salie- 
ron de sus rústicas fortificaciones, se arrojaron se- 
dientos á los arroyos que salían de una fuente, be^ 
hiendo tanto y con tal ansia, que muchos perecieron 
por la cantidad escesiva de agua. 

La capitulación en virtud de la cual se habían 
rendido el 26 de noviembre, fuá violada. El histo* 
riador de Valencia Escolano , dice que Dios lo permi-» 
tío asi para que no se hubieran marchado impunes' 
después de tantos delitos. Al ser conducidos qara 

MORISCOS. v^ 



\ 



— 17« -^ 

embarcarse , fueron asaltados en el camino por los 
cristianos, que los mataban, no siendo poderosos 
los bandos y amenazas para escusarlos y librarles de 
aquella desventura. Llegó á tanto la miseria, que 
desesperados los padres vendían á sus hijos , por no 
verlos morir de hambre y desesperados de poderlos 
embarcar, no llegando á diez los que arribaron sanos 
y salvos á los puertos donde hablan de encontrar sus 
naves. 

Dice el historiador don Antonio de Rojas y Cor- 
ral, en su relación de la rebelión y espulsion de los 
moriscos del reino de Valencia : 

«Vinieron desnudos desvalijados, enfermos, mi- 
serables, sin dinero ni matalotage. De esta suerte se 
embarcaron en Denia y en Javea trece mil doscientos 
de los rebeldes. En los pocos dias que estuvieron en 
los puertos aguardando tiempo, murieron muchos 
miserablemente , y es de creer que muy pocos vivie 
ron después, considerada su necesidad y desven- 
tura.)) 

La insurrección de la Muela de Cortes, no tuvo 
los resultados que prometia en su principio. Abando- 
nado por los suyos, que se rindieron sin haber com- 
batido el 21 de noviembre, y que fueron embarca- 
dos en número de« tres mil el 26 , pasó el Júcar el 
reyezuelo Turigí , y con un puñado de hombres va- 
lientes, no admitiendo el salvoconducto que le ofre- 
cía e] virey, continúa haciendo la guerra sorpren- 
diendo las partidas de tropa » Y\^e\^udo ^recer á 



— 179^ — 

muchos soldados, y con rapidez increíble aparecien- 
do tan pronto en un punto como en otro. Pregonada 
y puesta á talla su cabeza , como lo habia sido en 
Granada la de Ben-Aboo , fué en el dia 6 de diciem- 
bre sorprendido por un morisco, Gaspar Bodes, re- 
sentido por haberle robado una hija. Deseoso de ven- 
garse, guió los pasos de los que le buscaban , les en- 
señó la cueva en que se refugiaba, y preso y condu- 
cido á Valencia, fué el 16, después de paseado sobre 
un asno , sentenciado á cortarte la mano derecha , y 
á ser ahorcado y descuartizado. Turigí murió protes- 
tando ser cristiano, y su cabeza fué colocada en la 
puerta de San Vicente. Dispersóse su cuadrilla, com- 
puesta aun de mas de cuatrocientos hombres. Don 
Felipe Boiri los atrajo por la persuasión, y á fines 
de 1609 solo quedaba una veintena, contra los que 
fué inútil todas las persuasiones y laá batidas que les 
dieron las tropas. Dos hermanos, Simón y Pedro Za- 
pata, se dedicaron á sacarlos de las montañas. Simón 
pasó sesenta y tres dias exhortándoles á rendirse, y 
Pedro fué á ponerse él mismo en rehenes á Argel. 
Asi los decidieron á embarcarse. 

Aun después de la muerte de Turigí ; se hi¿o una 
requisición para recoger á los que andaban dispersos 
y ocultos. En esta segunda espulsion, cediendo ef 
rey á los deseos del marqués de Caracena y ólroa va- 
rios señores, decretó que solo se obligase á salir á 
los mayores de doce años. 

El arzobispo de VakucA^ ^vn^x^> ^^^^"^ ^^"^^ 



- 180 — 

principal hemos visto en el fatal golpe de la espul« > 
sion , instó fuertemente para que fueran comprendi- 
dos hasta los de siete , haciéndoles bautizar sub con^ 
diHone^ por sospechas que suponía tenia de no haber 
sido bautizados bien la primera vez. 

Desde el 26 de setiembre de 1609 hasta marzo 
de 1610 salieron del reino de Valencia mas de cien- 
to cincuenta mil moriscos, y mas de la mitad no lle- 
garon á los puertos á que fueron destinados, pere-* 
ciendo víctimas del furor de los soldados en los ca- 
minos, ó de la brutalidad de los marineros en los 
mares. El rey Felipe III se apropió las haciendas de 
los moriscos cogidos con las armas en la mano, ó que 
se rindieron^ y á los que no se dio muerte se les en- 
vió á galeras. 

Las consecuencias de la espulsion de los moris- 
cos se hicieron sentir inmediatamente en Valencia; 
empero no detuvieron en su fatal carrera al codicioso 
duque de Lerma, que obtuvo para sí y sus hijos de 
la parte que se apropió del producto en la venta de 
]as casas de los moriscos , la cantidad de quinientos 
mil ducados, ó sean cinco millones de reales. El codi. 
cioso ministro estaba acostumbrado á esplotar en 
provecho propio las grandes medidas políticas. La 
traslación de la capital á Madrid. en 1606, le había . 
valido tres aDos antes un millón de reales, y una 
magnífica casa, pagando además la villa de Madrid 
/os a/quileres de Jas casas en que vivían todos sus 



— 181 — 

Para perpetuar la memoria de la espulsion de lo» 
moriscos de Valencia, suceso que llenaba de orgullo á 
aquel imbécil y corrompido ministro, se puso, y aun 
se conserva, en la sala capitular de Valencia una gran 
lápida de mármol el 21 de setiembre de 1609. 

¡En esa lápida, mentiroso monumento para enga- 
ñar á la posteridad, si con sangre no lo desmintiese 
la historia, se dice, después de satisfacer la vanidad 
délos que intervinieron en la espulsion, grabando 
en ella sus nombres, que este grande acontecimiento 
se verificó casi sin ruido, sine ulh pene tumultu. Los tor- 
rentes de sangre que corrieron en Valencia, el horror 
de la Europa culta, el grito de reprobación, que no 
ha bastado á acallar el trascurso de dos siglos y me- 
dio se alzan para desmentir tan servil adulación. 

El historiador Gaspar Escolano , este hombre tan 
autorizado que habia presenciado la mayor parte de 
los sucesos, para terminar la relación de ellos, dice 
estas memorables palabras: ay por tanto qtteda dado 
fin alas antigüedades del reino de Valencia, con el nuem 
estado en que se * halla^ hecho de reino el mas fiorido de Es^ 
paña en un páramo seco y deslucido por la espulsion de los 
moriscos. » 

También el arzobispo Rivera quiso consagrar con 
un acto religioso este gran suceso, estableciendo una 
procesión todos los años, y señalando para esto una 
parle de sus rentas. 



XI. 



ESPULSION DK LOS MORISCOS EN LOS DEMÁS RBIXOS DB 

ESrXÑA. 



Espulsados los moriscos de Valencia, se dio un 
decreto para espulsar los de Andalucía y Murcia el 9 
de diciembre de 1609» y otro el día 18 de enero de 
1610. Se encargó su ejecución al marqués de San 
(jerman, el cual de autoridad propia abrevió el plazo 
de treinta dias que el rey liabia concedido, á veinte. 
Los moriscos andaluces se habían prevenido con 
tiempo y habian pasado mas de veinte mil secreta- 
mente al reino de Fez. Permitíanseles llevar los hijos 
de cualquiera edad, si marchaban á países católicos; 
empero si preferían emigrar á África, tenían que de- 
jar en España á los menores de siete años. Con estas 
condiciones salieron de las Andalucías ochenta mil 
moriscos. 

En vano los diputados de Murcia se dirigen al 



- 183 — 

rey, pidiendo la suspensión de la salida de los mo- 
riscos del reino, para no ver perdidas las arles y 
abandonada la agricultura ; el rey y el duque de 
I^rma no oían reclamaciones^ ni atendian á razón al- 
guna. Los moriscos de Murcia fueron espulsados por 
don Luis Fajardo en número de mas de quince mil 
personas. 

Los de Aragón fueron también arrojados del suelo 
que los vio nacer, y el encargado de la ejecución del 
decreto que les lanzaba del reino , espedido en 27 de 
abril de 1610, fué el marqués de Aytona, que le eje- 
cutó sin que el rey ni el ministro oyesen á los comi- 
sionados que los diputados de Aragón les mandaron 
pjra que lo revocase. Todas las fuerzas marítimas y 
terrestres de Valencia concurrieron A la espulsion de 
los moriscos aragoneses, en quienes se temia mas 
fuerte resistencia que en los valencianos, y que, sin 
embargo, se dejaron mansamente conducir por los 
comisarios, que abusaron de tal modo de ellos que, 
como dice fray Marco de Guadalajara Xavierre en su 
Memorable espulsion yjustisimo destierro de los moriscos di 
España, hasta tuvieron que pagar el agua que bebian 
en los rios y la sombra á que so cobijaban bajo de los 
árboles. Setenta y cuairo u)il fueron los moriscos es- 
pulsados de Aragón, pertenecientes á ticce mil ocho- 
cientas noverita y tres familias. Embarcáronse en los 
Alfaques, y otros entraron en Francia por Navarra v 
Canfranc, teniendo que pagar diez. e&cvi<i<;N% >^vík. 
cabeza. 



— 184 — 

Los moriscos catalanes fueron también espulsa* 
dos, dándoles el plazo de tres dias para evacuar el 
pais, autorizando á cualquiera que encontrase alguno 
de ellos por los caminos ó fuera de población, para 
que pudiera capturarlos, desbalijarlos, y matarlos en 
caso de resistencia, sin incurrir en pena alguna. As' 
salieron de Cataluña cincuenta mil moriscos por el 
puerto de la Rápita desde el 29 de mayo al 10 de se- 
tiembre. 

Los de Castilla, la Mancha y Estremadura, que 
se hallaban mas confundidos con los cristianos viejos 
y eran menos sospechosos y temibles, parecía que 
podían haberse salvado de la dura pena de ser lanza- 
dos de Espafla. Mas la estincion de la raza morisca se 
hallaba decretada. Se determinó, pues, su espulsion, 
mandándoles que no pasasen por Valencia, Aragón, 
ni Andalucía. Concedióseles, sin embargo^ por una 
gracia muy especial, el que los obispos pudieran dar 
licencia para quedarse en España á aquellos que se 
hubiesen hecho notar por cristianos viejos en su len* 
guage, en su trage, en las costumbres y en la obser- 
vancia de la religión y frecuencia de los sacramen- 
tos. Aun con estas escepciones, salieron de las Casti- 
llas cien mil moriscos. 

Por último, dos poblaciones aisladas, que habían 

sido esceptuadas aun en el edicto de 22 de marzo de 

1612» fueron comprendidas en la espulsion. El conde 

de Salazar arrojó del valle de Ricote, en el reino de 

Murcia, dos mil íjuiníentos moriscos, '^ d^l C^m^o de 



— 185 - 

Calatrava, mil ciento, á pesar de que gozaban privi- 
legio de cristianos viejos desde los tiempos de la 
reina Isabel la Católica. 

i s absolutamente imposible determinar á punto 
fijo el número de los moriscos que salieron de Espa* 
ña. Los autores están discordes desde doscientos se- 
tenta mil á un millón. Escolano y el P. Guadalajara 
le fijan en seiscientos mil; fray Jaime Bleda en qui- 
nientos mil; Salazar y Mendoza en trescientos sesen- 
ta mil, y Fonseca en setenta mil. Los cálculos mas 
fundados son de que el número mas aproximado fue 
el de un millón, debiendo contarse los que antes so 
habian fugado á Fez y los que habian perecido víc- 
timas de la barbarie y de la codicia de los soldados, 
muriendo otros ajusticiados en los patíbulos, ó se- 
pultados en los calabozos de la Inquisición. 



XII 



L\ RSPULSIOM De LOS MORISCOS CONStDBR.iDÁ BAJO RL AS* 
PEGTO ECONÓMICO, POLÍTICO Y RELIGIOSO, Y SUS CONSRGURN- 

GIAS PARA KSPAÑA. 



No fué tanto el mal que originó á España la pér- 
dida de esta crecidísima parte de su población , por su 
número como por la dase y la índole de la población 
cspulsada, que era precisamente la de los agriculto- 
res, comerciantes é industriales, la población en fin 
mas productora y la mas contribuyente. El cultivo 
del azúcar, del algodón y de los cereales, la cria del 
gusano de la .seda en que tan aventajados eran los 
moriscos, quedó enteramente abandonada en las férti- 
les campiñas de Valencia, Murcia y Granada. Las fá- 
bricas de papel, de sedas, de paños que tenían en los 
castillos, tuvieron que cerrarse, porque no habitua- 
dos Jos españoles á las artes y á la industria, mira- 
ían con desden y desprecio e\ ejerdm ^^-^^tí^V^s 



— 187 — 

artes que habían acaparado para sí y coo gran pro* 
vecho los moriscos. 

No solo aquellos infelices sufrieron persecución 
bajo el pretesto religioso en España, sino que tam« 
bien se vieron espuestos á los ultrages, y hasta al . 
martirio en algunas regiones de África. Eran poco 
cristianos para la España: eran demasiado cristianos 
para África. La situación de estos desgraciados era 
violenta, terrible, insoportable. 

Los males que ocasionó á la España la espulsioa 
de los moriscos fueron tan graves, tan intensos, que 
el trascurso de dos siglos y medio no ha bastado pa- 
ra reponerla enteramente de ellos. 

Los efectos de la espulsion se hicieron sentir po 
derosamente en el orden económico, en el político, y 
en el religioso. 

En er orden económico se> vio privada la na- 
ción de la población mas útil, productora y con- 
tribuyente; vio desaparecer con aquella emigra- 
ción mas de cien millones de reales que llevó consigo la 
raza proscripta, y ocasionó sobre la escasez del nu- 
merario que ya padecia España un gran mah Costó 
el trasporte de los moriscos al África ochocientos mil 
ducados, y á pesar de la prohibición favorecidos los 
moriscos por el embajador de Francia que les dio en 
secreto letras, espertaron al marchar muchos millo- 
nes, dejando gran cantidad de moneda falsa que 
afectó al comercio, y la fortuna pública. Los campos 
quedaron sin cultivo, y etv v^\d^ ^^ V.x^'átoa. ^^ ^2»^^ 



— 188 — 

los nuevos colonos aprendieran el cultivo de tas tier* 
ras porque los que habian dejado para este objeto, 
según la pragmática de la espulsion, triste y vergon- 
zosa confesión por cierto para el pais, no se presta- 
h'Atí á enseñarlos de buena fé, ni ellos tenían el amor 
al trabajo, ni ponian en las labores la afición que los 
antiguos propietarios del terreno. 

Los señores territoriales perdieron mucho de sus 
rentas, y Espaila, falla de labradores, no reemplazó 
jamás los que perdió en la espulsion. Una triste y 
pronta esperiencia vino á comprobar el funesto error 
cometido con aquella medida. El hambre se hizo sen* 
tir de una manera horrorosa en el afio inmediato 
de 1610. El clero vio perdidas gran parte de sus ren- 
tas, y hubo hasta diez y ocho señores de los mas con- 
siderables á quienes tuvo el rey que señalar pensío* 
nes alimenticias porque habían quedado arruinados. 
En vano el marqués de Garacena ofreció á los labra- 
dores, que se hicieron venir de Galicia y otros pun- 
tos á poblar los lagares desiertos, todas las ventajas 
posibles. Ni los labradores llegaban en número sufi- 
dente, ni sabían dar la cultura conveniente á las tier- 
ras; y en vez de las poblaciones ricas que antes ocu- 
paban el reino de Valencia hubo que escribir en el 
mapa de este hermoso pais la palabra despoblado. Dis- 
minuido considerablemente el patrimonio de losgran- 
des« dejaron desiertos sus castillos, que fueron el al- 
bergue de los ladrones que se establecieron allí con 
una seguridad espantosa. E\ robo ^e ox^imt^ ^^si^x^sccv 



— 189 - 

profesión ordÍQaria« y el contrabando, su ínsepara* 
ble compañero, levantó á su lado su frente con tanta 
audacia como éxito. Las fortalezas feudales habian si* 
do derribadas, y sus dueños, que no podian defen« 
derse en sus estados por la falta de vasallos, se con- 
centraron en las ciudades. La industria falta de los 
brazos inteligentes que la animaban se arruinó cer* • 
rándose las fábricas, quedando parados los talleres. 
Fué pues la espulsion de los moriscos económicamen- 
te considerada una medida calamitosa. 

Como medida política y de seguridad para el Es- 
tado, en vano se buscará la justificación en las cons- 
piraciones supuestas que. fraguaron los moriscos, de 
que les acusó el arzobispo Rivera y que tanto hizo 
valer en el ánimo débil del supersticioso Felipe III, la 
codicia de un ministro inepto como el duque de Leis 
ma. No era, como se vio, el poder de los moriscos 
valencianos tan grande, que hubiese podido hacer va- 
cilar nunca los fundamentos de la monarquía cspa- • 
ñola, ni tampoco estas conspiracioues tenían tanta es- 
tension y medios que hubieran podido ser indoma- 
bles. No era este, pues, un motivó para condenar al 
esterminio á una raza entera, á tantas genera- 
ciones. 

Además, los moriscos espulsados produjeron otra 
clase de males á España mas funestos que los que se 
pretendía evitar con su espulsion, males que cubrie- 
ron sus costas de luto y desolación por muchos 
años. Animados los moriscos d^\ vftw^ ^^W^^^ víiy^ 



— 190 — 

conira ios españoles, tratados de la manera horroro- 
sa que hemos visto antes y en los momentos desú es* 
pulsión, muchos de ellos entraron al servicio de los 
otomanos en sus galeras y se dedicaron á ejercer la 
piratería, recorriendo con preferencia las costas de Es- 
paña. Los fastos de los bárbaros corsarios nos presen- 
tan ejemplos de esta verdad. Ámurates Bayobi, na- 
tural de Albacete de la Mancha, fué un pirata célebre, 
cogido en las costas de Sicilia el 21 de octubre 
de 1623; mandaba diez galeras del Gran Señor con 
cuatro mil hombres que sembraban el terror en las 
costas del Mediterráneo, en España y en Sicilia. 

Hasta que se estinguió completamente la raza de 
los moriscos españoles, adquirió gran preponderan- 
cia la piratería en el Mediterráneo. Arráez Blanquillo 
devastó durante diez años las costas de España hasta 
que cayó en manos de sus enemigos el año 1623. Al 
mismo tiempo un carbonero, que vivía antes pacífica- 
mente en Osuna, Aboul-Alí,era el terror del Mediter- 
ráneo poniendo en consternación repetidas veces las 
costas de Valencia, habiendo convertido laespulsion de 
su pais á un pobre carbonero en un terrible marino.. 
En 1624 tres galeotas, mandadas por un zapatero de 
Ciudad-Real, Ámurates Quibir-Guadiano, saquearon 
todas las costas del reino de Valencia y de la Italia. 
Estos ejemplos prueban que si á los. moriscos los cre- 
yó Felipe Ili peligrosos en España, lo fueron mas es- 
jsulsados de ella. Si tan enemigos los creía el monar- 
ca y su Imbécil ministro, fué vm ercot cjc^tvde de\ar- 



— 191 -. 

los en libertad en país estrangero para que pudiesen 
venir á causar los males que originaron en Espafia. 
Los moriscos arrojados de España, su patria, se 
dispersaron en gran parte sobre las costas de África. 
Las familias mas importantes se refugiaron en Mar- 
ruecos , donde encontraron correligionarios, dispues- 
tos á secundar sus deseos de venganza, animados 
ya, como se hallaban antes, de un odio eterno contra 
el nombre cristiano. Alli fundaron ciudades, entre 

otras Tetuan. 

Una familia llamada Paez, tomó un terreno á 
las márgenes del rio Guad-el-Jelií , empero temiendo 
el furor de las kábilas , que los miraban con rencor 
como estrangeros, aunque profesaban su propia re- 
ligión , construyeron sus moradas en las vertientes 
de un cerro, cuya posición les ofrecia ventajas para 
su defensa. Poco á poco fueron alzando alli casáis, 
que llegaron á formar una ciudad. Esta ciudad es 
Tetuan, ó como la llaman los moros Cotaquenf la ciu- 
dad sagrada de los muslimes. 

La llegada de los nuevos emigrados que tan mal 
habian sido tratados en España, atizó los senti- 
mientos hostiles que reinaban en el corazón de 
los árabes, de los rífenos, de los bereberes, que 
forman ¡a parte mas notable de la población marf- 
roquí, y durante una larga serie de afios, el 
imperio de Marruecos estuvo en- abierta guerra, ora 
con el Portugal ó la España , ora coo cualquiera otra 
potencia déla cristiandad. 



— 192 - 

, Esta incesante guerra ofreció períodos diversos; 
unas veces las armas españolas triunfaban con su 
valor, otras veces al contrario, los bárbaros á favor 
de audaces maquinaciones , arrancaban al vencedor 
lo que con valor les habia conquistado. 

De esta larga lucha resultó apoderarse lá España 
de algunas posesiones en la costado África. Alli posee 
aun la España, en aquella costa inhospitalaria áMelilIa, 
el Peñón de Velez, Alhucemas y Ceuta, situada enfren- 
te de Gibraltar , y que, como ésta, domina la entrada 
del Estrecho. 

. Un artículo del tratado de Lisboa en 1668 , cedió 
Ceuta á la España. Objeto constantemente esta plaza 
de los ataques de los marroquíes, sufrió, cosa inau- 
dita en la historia , un sitio de 26 años , desde el 
tiempo de Carlos II, hasta que Felipe Y hizo en 
1720 que levantase este largo sitio, un ejército 
de diez y seis mil hombres , al mando del marqués 

de Lede. 

En 1732, el mismo Felipe V tuvo que man- 
dar otro ejército á las órdenes del conde de 
Montemar para salvar á Ceuta, que el emperr. 
dor do Marruecos, instigado por el famoso aventurero, 
el duque de Riperdá , intentaba arrancar á la corona 
de España. 

En tiempo de Carlos III, en 1774, también los 

marroquíes atacan á la vez las plazas do Melilla, 

Alhucemas, el Peñón y Ceuta. Carlos III les declara 

^3 guerra. Nuestras tropas les obUganen 1775 á im- 



— 193 — 

plorar la paz y dar nuevas seguridades para lo fu- 
turo. 

Herederos del terreno donde en otro tiempo so 
alzó la famosa Cartago, son también herederos de la 
fé pilnica proverbial en Roma.. Infieles á sus pro- 
mesas , siempre vencidos, vuelven al cabo de algún 
tiempo con mas ardor al insulto. No tienen el menor 
escrúpulo en violarlos mas sagrados juramentos, los 
tratados mas solemnes. Todos los reyes de España 
han tenido que ejercer terribles represalias sobre es- 
tas poblacioues pérfidas , y el estado de la guerra 
puede decirse que jamás ha cesado por completo entre 
España y sus bárbaros vecinos. 

La situación de Ceuta y deMelílIa es un estado de 
bloqueo perpetuo , interrumpido apenas por algunos 
períodos de paz sin cesar violada; y si durante largo 
tiempo ha esperado la España hacerlo cesar con ne- 
gociaciones, los recientes insultos inferidos por los 
bárbaros á la España han venido á demostrar lo 
contrario. 

Una gloriosa campaña de cinco meses^ llevada de 
victoria en victoria por el general don Leopoldo 0*Don- 
•f^:l, y en que se ha plantado el estandarte español, 
msultado en Ceuta, sobre la ciudad sagrada de ¡os 
muslimes, Tetuan, ha demostrado al mundo en el 
año de 1860, que aun tenían los españoles la ener- 
gía y. el valor qu©' en aquellas mismos regiones. ha- 
bian mostrado sus padres, en los brillantes tiempos 
de la monarquía de Felipe V. y deGidos lll.L<?á3.\<\<:i- 

MORISCOS. ** v^ 



— 194 — 

ros han hecho la paz, cediendo una parte de su ter- 
ritorio cerca de Ceuta y sobre la costa del OccéanOt 
pagando una crecida indemnización de guerra (cua- 
trocientos millones) quedando la ciudad sagrada de 
Tetuan en poder de la España hasta su completa 
satisfacción. 

No entra en nuestro propósito referir estos gran- 
des hechos de nuestras armas, esta bella página de 
la historia de nuestro siglo, la hemos citado 
únicamente , al hablar del estado de hostilidad per- 
manente de los árabes , á quienes ha sido siempre 
necesario escarmentar con la fuerza, y que hace 
doscientos cincuenta y dos años recibieron un po- 
deroso refuerzo con la espulsion de los moriscos « que 
fué un gran mal para la nación española, considerada 
económica y políticamente. 

Solo bajo el aspecto religioso produjo un bien. 
El de la unidad religiosa, la identidad de creen- 
cias en todos sus habitantes. Compró España esta uni- 
dad religiosa á costa de su prosperidad interior, es- 
pulsando primero á los judíos, después á las moris- 
cos, y á costa de su engrandecimiento esterior, per- 
diendo las ricas y hermosas provincias de Flandes, 
después de sepultar alli sus tesoros y sus ejércitos, 
por sostener la pureza de su religión. 

¡ Y á la nación española que tan caro ha com- 
prado su unidad religiosa, que todo lo ha sacrificado 
á ella , hasta un millón de sus habitantes , hay toda- 
v/a quien la propone en este sig\o> (\ue renuncie á 



- 195 — 

ella, no á cambio de la posesión de un reino como el 
<lc los Paises Bajos, ó la conservación de un millón de 
habitantes con su floreciente industria y riqueza , sino 
á trueque de estériles palabrerías 1 ! ! 



FIN. 



:3cn 



-,.(.