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PRINCETON • NEW JERSEY
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LOS PATRIARCAS
Y LA PRIMITIVA
LEGISLACION HEBREA
CELEDONIO NIN Y SO.
LOS PATRIARCAS
Y LA PRIMITIVA
LEGISLACION HEBREA
LIBRERIA "LA BOLSA DE LOS UBROS"
DE CLAUDIO GARCIA Y CIA.
CALLE SARANDI 443
MONTEVIDEO '
Tomo VII de la
HISTDRIA DE LA RELIGION DE ISRAEL
SEGUN LA BIBLIA, LA DRTQDDXIA Y LA CIENCIA
Obra escrita expresamente para la juventud
española e hispano-americana.
Es propiedad de su autor
Dirección:
Dr. Pablo de María, 1382
Montevideo
(Rep. del Uruguay)
Queda hecho el depósito que establece la ley N9 9739
Compañía Impresora S. A. (C.I.S.A.)
Isla de Flores 1580 bis - Montevideo
A la memoria de mis queridos padres,
CELEDONIO NIN (1841-1899)
y
MERCEDES SILVA DE NIN (1847- 1938),
quienes me enseñaron a amar la virtud, el trabajo y la verdad.
Y a la memoria también de mi eximio maestro de la escuela
primaria,
Dn. GUILLERMO TALLON,
quien en su celo ortodoxo de páfetor metodista, me hizo amar
la Biblia, a cuyo estudio he consagrado la mayor parte de mi
ya larga vida.
DEL MISMO AUTOR
HISTORIA DE LA RELIGION DE ISRAEL, SEGUN LA BI-
BLIA, LA ORTODOXIA Y LA CIENCIA. 1935 - 1940. Mon-
tevideo. De esta obra se han publicado los siguientes volú-
menes:
Tomo I. Moisés y su dios (480 págs. con 25 grabados y
2 mapas).
Tomo II. Los Jueces y el comienzo de la 'monarquía israelita
(445 págs. con 8 grabados).
Tomo III. El rey David (500 págs. con 7 grabados).
Tomo IV. Salomón y su pretendida obra literaria. 1^ parte.
El Cantar de los Cantares (280 págs. con 6 gra-
bados) .
Tomo V. Salomón y su pretendida obra literaria. 2^ parte.
Proverbios, Eclesiastés y Sabiduría de Salomón
(342 págs.).
Tomo VI. El Cisma. Los comienzos de la literatura bíblica.
El origen del hombre (368 págs. con 24 graba-
dos). Los 6 tomos $ 12.00
Próximamente se publicará el tomo VIII: Los profetas del
siglo VIH.
LA DEMOCRACIA Y LA IGLESIA, folleto. 1939. Editores:
Claudio García y Cía. Calle Sarandí, 443. Montevideo .. $ 0.50
LA LIBERTAD A TRAVES DE LA HISTORIA. ¿Libres o
esclavos? (Mimdo Antiguo, España y Francia) Un tomo
de 488 págs. Editorial Independencia. Rondeau, 1440. Mon-
tevideo. 1943 $ 4.00
HISTORIA POLITICA DE LOS PAPAS, DESDE LA REVO-
LUCION FRANCESA A NUESTROS DIAS. 1^ parte: De
Pío VI a León XIII (inclusive) , 202 págs. con 6 grabados.
Editorial Independencia, Rondeau, 1440. Montevideo. 1943. $ 2.00
INTRODUCCION AL ESTUDIO DE LAS RELIGIONES. Un
tomo de 496 págs. Editorial Claridad, San José, 1621. Buenos
Aires. 1946 $ 2.50
LA REPUBLICA DEL URUGUAY EN SU PRIMER CENTENA-
RIO. 2^ edición. 1930. Montevideo. 234 págs $ 1.00
CODIGO CIVIL DE LA REPUBLICA O. DEL URUGUAY,
ANOTADO Y CONCORDADO. 2* edición. 1022 págs. Li-
brería A. Monteverde y Cía., 25 de Mayo, 577. Montevideo.
1943. (Colaboración del Br. Mario Nin Pomoli) Agotada
Estas obras pueden adquirirse en sus respectivas casas editoriales, lo
mismo que en las principales librerías de Montevideo, y en algunas de
las más importantes de Buenos Aires. Los precios indicados son en moneda
nraguaya.
PROLOGO
CON el presente volumen, reanudo, al cabo de nueve años,
la publicación de mi HISTORIA DE LA RELIGION DE IS-
RAEL, interrumpida por distintas causas, desde el 1940. QuiO-
TO dejar expresa constancia aquí, para el que no haya leído
la ADVERTENCIA PRELIMINAR ni el PROLOGO del tomo I
de dicha obra, que con ésta no persigo propósitos proselitis-
tas, sino tan sólo realizar labor de investigación científica en
el estudio de la evolución de la religión hebrea y en el de
la íormación de la literatura bíblica, analizada en su orden
cronológico. Como consecuencia de tal estudio, efectuado im-
parcialmente con el único fin de descubrir la verdad en esa
materia, he tenido y tengo que mostrar los errores y absur-
dos de que adolecen las religiones modernas que se basan ert
la citada literatura, que se conceptúa inspirada por la divi-
nidad.
Más de un creyente sincero — de aquellos que lo son de-
bido a las enseñanzas que les fueron inculcadas en la niñez,
cuando carecían aún del suficiente espíritu de discernimiento,
— se sen/irán quizá conturbados al comprobar, por la lectura
de éste y de los anteriores volúmenes, que son erróneas sus
creencias religiosas. Se me ha observado que es mejor tratar
de consolidar la fe, que sembrar la incertidumbre y la duda
en los corazones. Cierto cristiano me dijo una vez : "¿Qué
pone Vd. en lugar de lo que combate?". A esto respondo :
Combato el error y la falsedad, y expongo, junto con los argu-
mentos de la ortodoxia, los resultados de la crítica bíblica
independiente a que ella ha llegado actualmente, después de
largo proceso secular para despejar el camino de la verdad,
dejando librado al criterio del lector la vía que, en vista de
tales resultados, juzgue que más le convenga seguir.
Los opositores a mi obra histórica: los que consideran
malo que se compruebe, p. ej., que los relatos del Génesis
sobre Adán y Eva son meras leyendas: los que creen a pie
júntalas en la historicidad de las narraciones patriarcales, en
las que iigura el dios israelita visitando o inspirando a los
patriarcas, y se resisten a ver en estos personajes mitos etno-
gráficos, a pesar de que en más de una ocasión asi lo de-
clara expresamente el texto bíblico; los ingenuos ortodoxos
como los que hacen arriesgadas exploraciones en el monte
Ararat para buscar los restos de la fabulosa arca de Noé; los
que censuran en fin, que luzca la luz en ese tejido de tradi-
ciones más o menos novelescas, — se hallan en la misma si-
tuación de aquellos que en nombre de la poesía y del senti-
mentalismo, atacan a los que hacen comprender a sus hijos
que los juguetes que éstos reciben en Navidad o a principio
de año, no son traídos por seres fantásticos, llamados Noel,
Santa Claus o los Reyes Magos, sino que proceden de regalos
de sus padres o parientes, quienes de ese modo les manifies-
tan su cariño.
¿Es preferible enseñar lisa y simplemente la verdad o de-
jar que se persista en el error, por más encantadora que sea
la forma en que se presente? ¿Es preferible p. ej., enseñar a
los jóvenes cómo se produce realmente la procreación huma-
na, o dejarlos que continúen creyendo lo que se les dijo en
su infancia, que los niñitos vienen al mundo traídos en el
pico de una cigüeña? Cuando hace casi medio siglo escribí
mi libro de instrucción sexuah "LA IMPUREZA", no faltaron
personas en mi pueblo nativo que propalaban que yo había
publicado un libro inmoral, ya que para ellas constituía una
inmoralidad aclarar las mentes juveniles sobre tan espinoso
asunto.
Si la verdad que divulgo, derrumba prejuicios religiosos,
a despecho de su existencia secular o de su difusión mundial,
no es mía la culpa ( si alguna hubiera en ello }; y por lo con-
trario, creo que faltaría a mi deber si no trabajara en ese
sentido por ilustrar a la juventud. No puede haber verdadero
progreso moral, si no hay alguien que se consagre tesonera-
mente a la búsqueda de la verdad; y ésta, para que triunfe,
tiene a menudo que luchar con las fuerzas de la reacción,
empeñadas en sofocar todo lo que se oponga a sus mengua-
dos intereses. Recuérdese que a Galilea, por difundir las ideas
de Copérnico sobre nuestro sistema planetario y el movimien-
to de la Tierra, le notificó el cardenal Belarmino, por orden
del papa Pablo IV, que SUS ENSEÑANZAS ERAN HERETICAS
EN TEOLOGIA Y ABSURDAS EN FILOSOFIA, y luego la Con-
gregación del Index condenó el libro de Copérnico declarando
solemnemente que LA OPINION DEL DOBLE MOVIMIENTO
DE LA TIERRA ERA FALSA Y COMPLETAMENTE CONTRA-
RIA A LAS SAGRADAS ESCRITURAS. ( Véase nuestra INTRO-
DUCCION, § 64 ). Si la verdad, pues, destruye conceptos equi-
vocados e ilusiones arraigadas, en cambio fortalece el carác-
ter, fundamenta serias convicciones, y hasta ennoblece nues-
tra moral, ya que nos hace amar el bien y nos induce a prac-
ticarlo, no por el deseo de obtener un puesto en el cielo o por
el temor de escapar a los UawMS del infierno, sino tan sólo,
porque es nuestro deber de hombres conscientes y en virtud
de nuestra solidaridad social el proceder así, obrando siempre
con desinteresado altruismo.
Y para concluir, anticiparé aquí la siguiente anécdota, ya
que viene al caso, y que detallo en el tomo IX ( aún inédito;
§ 3276 ) : El célebre sabio francés, Salomón Reinach, de ori-
gen judío, fué censurado en una revista israelita, porque con
sus trabajos sobre tew.as religiosos, "quitaba al pobre el pan
del alma". A esto contestó extensamente Reinach, diciendo
entre otras cosas, que con ese argumento sentimental jamás
hubiera sido posible ninguna reforma religiosa; que muchas
supersticiones corrientes sobre santos o vírgenes también pue-
den ser calificadas de "pan del alma", y que "EL UNICO ALI-
MENTO CONVENIENTE AL ALMA ES LA VERDAD, HIJA DE
LA RAZON".
CELEDONIO NIN Y SILVA.
Montevideo, octubre de 1949.
OBSERVACIONES
1* Recomendamos que antes de comenzar la lectura del
análisis que hacemos de cualquier capítulo del Génesis, se lea
ese mismo capítulo en una Biblia hebrea, católica o protes-
tante. No teniéndola, aconsejamos comprar un ejemplar de la
Versión Moderna publicada por la Sociedad Bíblica Ameri-
cana, edición que es económica y bastante aceptable, a pesar
de las alteraciones que suele sufrir el texto por la ortodoxia
de su traductor, H. B. Pratt.
2^ Cuando citamos un autor del que sólo se menciona
una obra en la Bibliografía, al final o en la de los tomos III,
V y VI. nos limitamos a indicar la página de la cita corres-
pondiente a dicha obra. Si en la Bibliografía figuran dos o
más libros del autor que se menciona, entonces se indica el
libro citado, con las primeras palabras de su título. Por ejem-
plo. Lods, Les Prophétes, se refiere a la obra de Lods, Les
Prophétes d'Israél et les débuts du judaísme,
3^ Citamos generalmente los libros bíblicos por las pri-
meras letras de su nombre; así, p.ej., Sal, quiere decir: el
libro de Salmos ; I Rey. : el primer libro de Reyes. Los nú-
meros en redonda, que siguen a esas citas, indican los capí-
tulos, y los en negrita, los versículos.
4^ Las palabras marcadas con un asterisco son voca-
blos ignorados por el Diccionario de la Academia de la Len-
gua Española, en su 15^ edición, año 1925. Recordamos a los
puristas, que el léxico lo formamos los escritores, y que el
papel de las Academias se reduce, por lo general, a catalogar
voces que, usadas en buenos libros, cuentan con el asenso del
público culto. Como el autor ha sido profesor de literatura
y de idioma castellano, no deben sorprender las notas grama-
ticales que suelen aparecer en éste y otros de sus libros.
5^ Más de una vez encontrará el lector reflexiones sobre
los sucesos de actualidad que ocurrían en Palestina, a medida
que íbamos escribiendo, las que, con la fecha respectiva, he-
mos conservado, sin retocarlas.
6^ Las abreviaturas que más usamos, son las siguientes:
V.A. — Versión alejandrina o de los LXX.
T.M. — Texto masorético o recibido.
n.e. — nuestra era. No llevando esa indicación el nú-
mero del siglo o año que se mencione en el texto, debe en-
14
OBSERVACIONES
tenderse que se refiere a época anterior a nuestra era (lo que
a veces también solemos indicar con las letras, a.n.e.), a no
ser que otra cosa resulte claramente del contexto.
L.B.A. — La Bible Annotée, 9 tomos. Neuchatel
(1889-1900).
L.B.d.C. — La Bible du Centenaire, obra monumental,
comenzada a publicar en 1916 con motivo del primer cente-
nario de la Sociedad Biblica de París, bajo la dirección del
profesor Adolfo Lods, y terminada en 1948, poco antes del
fallecimiento de este sabio hebraísta. Obra que merece plena,
confianza, pues sus traductores, según lo declaran, "han tra-
tado de dar una versión escrupulosamente fiel, por lo que nO'
han procurado armonizar los textos o disfrazar sus difi-
cultades".
L.B.d.R.F. — La Bible du Rabbinat Frangais. 2 tomos,
publicados bajo la dirección del Gran Rabino Zadoc Kahn,
París. 1930.
V.S. — Versión Sinodal de la Biblia, publicada por la So-
ciedad Bíblica de Francia, 1929, en francés.
R.H.R. — Revue d'Histoire des Religions.
R.H.Ph.R. — Revue d'Histoire et de Philosophie reli-
gieuses.
R.H.L.R. — Revue d'Histoire et de Litterature Religieu-
ses, 6 tomos.
Dict. Encyc. — Dictionnaire Encyclopédique de la Bible^
2 tomos, publicado bajo la dirección del Dr. Alejandro West-
phal. 1932- 1935.
. . . (sin otra indicación). — Expresa el tomo corres-
pondiente de esta Historia de la Religión de Israel, de la que
se habían impreso 6 tomos hasta el año 1940. Después de
esa fecha hemos publicado otros libros, cuyo detalle figura
en la lista que antecede, titulada "Del mismo autor". Téngase
esto presente en las citaciones, pues, p.ej., cuando decimos:
nuestra Introducción, § . . . nos referimos a la Introducción al
Estudio de las Religiones y al párrafo que indique el citado.
7^ Finalmente, al mencionar a Scío, aludimos al obispo
Felipe Scío de San Miguel (1738-1796), primer traductor de
la Vulgata latina al español, cuyas notas transcribimos o
comentamos.
CAPITULO 1
La ortodoxia y el origen mosaico
del Pentateuco
TEORIA DE LA UNIDAD DEL PENTATEUCO. —
2221. AI estudiar en el capítuhj VI del tomo anterior los co-
mienzos de la historiografía bíblica, examinamos los documen-
tos yahvista y elohista que ha descubierto la crítica moderna
en su detenido análisis de los libros históricos del Antiguo Tes-
tamento. Parte de esos documentos, o la obra refundida JE,
combinada, en el siglo V a. n. e., con el Deuteronomio y el
Código Sacerdotal (P) han formado nuestro actual Hexateu-
co. Concretándonos a los cinco primeros libros bíblicos, la or-
todoxia, tanto judía como católica o protestante, impugna en ge-
neral los aludidos resultados de la crítica, y atribuye tales li-
bros a Moisés, sosteniendo en consectieacia la teoría de la uni-
dad del Pentateuco. El Diccion?rio de la Lengua Española por
la Real Academia, corporación compuesta de conspicuos cató-
licos, define así el Pentateuco: "Parte de la Biblia, que com-
prende los cinco primeros libros canónicos del Antiguo Tes-
tamento, escritos por Moisés, y son el Génesis, el Exodo, el
Levítico, los Números y el Deuteronomio". Esta teoría es cier-
ta tan sólo en el hecho de que el Pentateuco es realmente un
libro dividido en cinco rollos o volúmenes (§ 28) ; pero, como
dice L. Gautier, "esa unidad no excluye toda diversidad ; los
elementos que constituyen la obra no son todos homogéneos,
de la misma fecha, ni de la misma procedencia; en otros tér-
minos, no deben ser referidos a una sola época y a un único
autor. El análisis, que revela la complejidad de la obra, mues-
tra que ella es la ensambladura de una pluralidad de fuentes o
documentos, diversos en cuanto a su origen, su fecha y su
carácter, cada uno de los cuales tuvo su existencia indepen-
diente" (I, p. 45). Conviene, pues, que haciendo un paréntesis a
16
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
nuestro estudio de la evolución religiosa de Israel, examine-
mos los argumentos que formula al respecto la ortodoxia, y
veamos qué grado de verdad encierran.
LA ORTODOXIA PROTESTANTE. — 2222. El pas-
tor inglés Juan Urquhart, en su obra sobre "La Alta Crítica",
se indigna porque los críticos con sus trabajos hacen dudar de
la inspiración de la Palabra inmaculada de Dios (p. 55) ; tra-
ta de "imaginarios" los referidos documentos descubiertos en
la composición del Pentateuco, y por lo tanto de que hayan sido
retocados y hábilmente soldados por sucesivos redactores
(p. 129), y hace gran caud?d de las variaciones y tanteos de
la crítica, como p. ej., del hecho de que el obispo Colenso ha-
ya sostenido primeramente que E es más antiguo que J, y
después, al final de su vida, haya llegado a convencerse de
lo contrario (ps. 126, 127). Impugna que el empleo de dis-
tintos nombres divinos, Yahvé y Elohim, sea indicio de diver-
sidad de documentos. Jehovah o Yavéh significa, según ese
autor, "El lo hará ser. El lo hará suceder", de modo que la
expresión a menudo usada: "Yo soy Jehovah", quiere decir:
"Yo soy Aquel que lo hará suceder". "Los nombres El, Eloah,
Elohim se refieren tan claramente al poder de Dios, como Jeho-
váh se refiere a su fidelidad. El, es el Poderoso, Eloah significa
poder o potestad, y Elohim, su plural, potestades. No hay nin-
gún misterio en estas palabras: Elohim, es el equivalente de "el
Todopoderoso"; Jehovah es "El que ejecuta o cumple", el Dios
de la Alianza, el que ha prometido y que hará, el que ha amena-
zado y que castigará. La sola presencia de estos nombres ha-
ce brillar la perfecta exactitud. la plenitud y la infinita clari-
dad de pensamiento que caracterizan a la Escritura" (ps. 128,
129).
2223. El pretendido descubrimiento de; Astruc, sigue
diciendo Urquhart, fué un colosal error, y su aceptación ge-
neral y prolongada es quizá el ejemplo más asombroso en es-
tas materias de ignorancia y de irreflexión combinadas. Se ha
conside^ndo como punto adquirido que allí donde un autor es-
cribió J ■ ohim, otro hubiera podido escribir Jehovah... Esa
suposici '. 1 de que tales nombres son perfectamente sinónimos
es la úr.ica base en que reposa la teoría. Quitadla y todo el
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
17
andamiaje se derrumba. Y sin embargo, esto es precisamente
lo que hay que hacer. Esos nombres nunca han sido sustitui-
bles. Existen veintenas y veintenas de pasajes en los cuales
ringún critico se atreverá a poner Jehovah en el lugar de
Elohim. Cualquiera que posea la menor noción de hebreo sabe
que Jehovah no tiene articulo. Se encuentra la expresión el
Elohim; pero nunca, en ninguna épcca y en ningún libro: el
Jehovah. Tampoco se usa este noml.-re con adjetivos posesi-
vos; así ni una 3oIa ve? en todo el Antiguo Testamento se ve
un combinación como mi Jehovah, vuestro Jehovah, mientras
que se encuentra mi Elohim, nuestro Elohim, vuestro Elohim.
Esto es fácil de explicar: Jehovah, nombre que llevaba en sí
como la sombra del juicio, tenía que impresionar vivamente la
conciencia (?). Probablemente fué el sentimiento de temor que
inspiraba ese nombre, lo que i.os ha privado de conocer con
certeza su pronunciación. Las vocales impresas ahora en nues-
tras Biblias hebraicas son las de Adonai (Señor) y algunas ve-
ces de Elohim, palabras que eran sustituidas a las de Jehovah
en la lectura pública o privada. Sea cual fuere la explicación
de esta costumbre judia, cierto f:s que nunca perdieron de vista
los redactores de las Escrituras el sentido de esos nombres, y
que algo había en su significado que obligaba a enip^ear
Elohim con los artículos y .'.os adjetivos posesivos y que rigu-
rosamente impedia tales combinaciones con Jehovah. Se ob-
serva esta distinción desde el Génesis hasta Malaquías. Esto,
lo repetimos, es porque esos nombres no eran sustituibles entre
si, y por consiguiente, la teoría que se basa sobre esa po.-".iIii-
lidad de sustitución debe ser abandonada por todo el que quie-
ra Icalmente tener en cuenta los hechos" (ps. 128-132).
2224. Antes de pasar adelante, para ver los argumentos
de la ortodoxia católica, haremos a Urquhart las siguientes
observaciones : 1^ La etimología que nos da del nombre Yahvé
o Jehovah dista mucho de tener el asentimiento de los en.en-
didos en la materia. Así- para los jesuítas Cornely y Mcrk,
"Yahvé viene del verbo hebreo ser, a imitación de las f jru'as
hebreas que expresan un estado perpetuo, continuo, y desig-
na, por lo tanto, el que era, es y será, o sea, el que es absolu-
tamente y por sí solo" (p. 426, nota 2). Meyer (III, p. 74)
cree que Yahvé puede significar: "El sopla"; y L.B.d.C.
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
anotando el texto Ex. 3, 14 dic^': "El término Yo soy — los is-
raelitas dirán "El es" (hebreo, Yahvé; § 124) — es, según E,
un nombre convencional por el qre Dios consiente en que se le
designe; pero que no expresa el fondo de la esencia divina.
Esta explicación de E no nos da, sm duda, el sentido pruni-
tivo de la palabra Yahvé, la cual antes de designar al Dios
de Israel, era el nombre, según se cree, de una divinidad de
la naturaleza adorada entre los madianitas. Podía significar :
"El sopla", o "El destruye", o "El hace caer", etc." Y final-
mente, opina Piepenbring (p. 52 53) que a pesar de todo el
trabajo que se han tomado los sabios para resolver el pro-
blema del significado de la palabra Yahvé, recurriendo tanto
al hebreo como a otras lenguas, no se ha dado hasta ahora
una explicación bastante satisfactoria que se imponga a todo
el mundo ; y que por los simples medios filológicos de que
disponemos, es de presumir que nunca se logre dilucidar ese
problema. Agrega que no es ciertamente admisible la traduc-
ción ordinaria de ese nombre por el Eterno, basándose en que
según Ex. 3, 14, Yahvé provendría de la raíz hebraica haíah o
havah, "ser".
2225. 2^ En cuanto al gran argumento de Urquhart de
que Yahvé, a la inversa de Elohim, no admite artículos ni po-
sesivos, carece de toda importancia si se tiene en cuenta que
Yahvé es un nombre propio, mientras que Elohim es el plural
del nombre común El o Eloah con el que se expresa un ser
divino, dios o la divinidad en general, bien que a veces, se
use también como el nombre propio: Dios (§71). Con Elohim
pasa algo parecido a lo que nos ocurre con el vocablo Faraón.
Este es un nombre común con el que, desde la XVIII dinas-
tía, se designa a los soberanos egipcios ; pero puede tomar el
carácter de propio cuando se le emplea para individualizar un
rey determinado: "Mira que hagas delante de Faraón todas
estas maravillas ... y dirás a Faraón" (Ex. 4, 21, 22, etc.). Así,
pues, la palabra faraón admite artículos y posesivos ; lo que no
ocurre con los verdaderos nombres propios de esos sobera-
nos, como Tutmosis, Ramsés y Tutankamón. Lo mismo pasa
con el nombre dios, que es común en su acepción de una dei-
dad o divinidad cualquiera, en cuyo caso se escribe con mi-
núscula y puede llevar artículos y posesivos ; mientras que
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
19
cuando con él queremos expresar el dios único, o sea, el Ser
Supremo, entonces se convierte en nombre propio, y como
tal, debe ir con mayúscula. Los cananeos, según hemos visto
(§71-73), emplearon también el apelativo el, "dios", como
nombre propio de la principal de sus divinidades ; y lo mis-
mo pasaba con el nombre común baal, "amo o señor", que
cuando iba sin determinativo, se referia al Baal por excelen-
cia. Hadad, dios de la tempestad, que cabalga sobre las nu-
bes, utiliza o maneja el rayo y provoca la lluvia. Sin embargo,
hay que advertir que estos nombres comunes, que por anto-
nomasia se transforman en propios, admiten determinativos,
como p.ej.: ¡Oh mi Dios!, ¡Oyenos Dios nuestro!, porquf en
realidad, en tales casos, recuperan su primitiva significación
de comunes, y así vendrían a expresar en el citado ejemplo : ¡ Oh
el dios mío! ¡Oyenos, dios de nosotros!, es decir, que el que
hace esas invocaciones, implícitamente considera a la deidad
invocada, como una entre las existentes, la que en particular
nos pertenece exclusivamente.
2226. 3^ Cree Urquhart haber pulverizado los resultados
de la crítica al afirmar que los nombres divinos Yahvé y
Elohim no son sustituíbles. Sin embargo, — prescindiendo de
su propia confesión de que "las palabras Adonai y Elohim
ERAN SUSTITUIDAS a las de Jehovah en la lectura públi-
ca o privada de la Biblia hebraica", — tenemos que los hechos
se encargan de dar el más rotundo desmentido a tan ligera
afirmación. De la Biblia hebrea poseemos, entre otros ejem-
plares, el texto masorético (T.M.) y la traducción griega de
los LXX o versión alejandrina (V. A.; § 29, 34). Pues bien,
según Cornely y Merk, la distribución de los nombres divinos
en T.M. y V.A. presenta grandes diferencias. "En general,
dicen, la V.A. prefiere el nombre Elohim, que se encuentra
en ella 147 veces, cuando T.M. trae Yahvé" (p. 424). A con-
tinuación mostramos en columnas paralelas algunos de los
muchos textos idénticos que se encuentran en diversos libros
de la Biblia, en los cuales se reemplaza Yahvé por Elohim
o viceversa. Recuérdese que en las versiones españolas, se
traduce Elohim por la palabra Dios; mientras que la palabra
Yahvé se vierte en las francesas, por el Eterno y en griego,
latín, inglés y alemán por el Señor. "Ninguna de esas expre-
20
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
sionís, dice el hebraísta L. Gautier (I. p. 49), reproduce el
•original, que es un verdadero nombre propio. En cuanto a la
transcripción tradicional Jehová, reposa sobre un error en la
interpretación de la vocalización. Hay casi unanimidad en
nuestros días, para considerar la forma Yahvé como la verda-
dera" (§ 355).
David y todos los hijos de
Israel bailaban delante de
Yahvé (II Sam. 6, 5).
David temió a Yahvé en
aquel día y dijo: ¿Cómo po-
drá venir a mí el arca de
Yahvé? Y no quiso David
hacer entrar en su casa, el
arca Yahvé ... Y el arca
de Yakvé quedó en casa de
Obed - Edom (II Sam. 6,
9-11, Traducciones de Va-
lera, Dhorme, L.B.A., y
L.B.d.C).
La casa que el rey Salomón
edificó a Yahvé tenía 60 co-
.dos de largo, etc. (I Rey.
6, 2).
David y todo Israel baila-
ban delante de Elohim (I
Crón. 13, 8).
David temió a Elohim en
aquel día, y dijo: ¿Cómo
traeré a mi el arca de Elohim?
Por lo cual David no hizo
traer a sí, el arca de Elohim...
Y el arca de Elohim se que-
dó con la famülia de Obed -
Edom (I Crón. 13, 12 - 14).
Estas son las medidas pres-
critas a Salomón para edifi-
car la casa de Elohim: la lon-
gitud 60 codos, etc. (II Crón.
3,3).
2227. Y finalmente hay una serie de salmos yahvistas
convertidos en otras partes del Salterio, en salmos elohistas.
A título de ejemplo, véase este caso:
Salmo 14
2. Yahvé desde el cielo
tiende la vista sobre los hi-
jos de los hombres.
4. ¿No saben esto todos
los obradores de iniquidad,
los que comen a mi pueblo,
Salmo 53
2. Elohim desde el cielo
tiende la vista sobre los hi-
jos de los hombres.
4. ¿No saben esto los
obradores de iniquidad, los
que comen a mi pueblo, cual
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
21
cual comen el pan, y a Yahvé comen el pan, y a Elohim no
no invocan? invocan?
7. ¡Ah, pueda de Sión ve- 7. ¡Ah, pueda de Sión ve-
nir la salvación de Israel! nir la salvación de Israel!
cuando Yahvé restablezca a cuando Elohim restablezca a
su pueblo, se gozará Jacob, se su pueblo, se gozará Jacob,
alegrará Israel. se alegrará Israel.
2228. Comprueban, pues, acabadamente estos ejemplos
que los nombres divinos Yahvé (nombre israelita de su dios
nacional, aplicado después al Ser Supremo) y Elohim (la
Divinidad) son perfectamente sustituibles, y por lo tanto es
más de notar que encontremos en los primeros libros históri-
cos del A.T. trozos distintos caracterizados por peculiarida-
des de lenguaje o de estilo, que siempre usan exclusivamente,
para designar al dios nacional : unos, el nombre Yahvé, mien-
tras que otros tan sólo, el nombre Elohim. Es indudable que
solamente la existencia de varios documentos, entre ellos una
yahvista y otro elohista empleados en la composición del
Pentateuco, explica acabadamente esos hechos, corroborados
por esta circunstancia que reconocen los mismos ortodoxos
Corneíy y Merk, a saber, que "tanto en T.M. como en los
LXX, el nombre Elohim se encuentra mucho más a menudo
en el Génesis, o sea, antes de Exodo 3, 14, que en los otros
libros del Pentateuco, más a menudo aún que en todo el A.Tí.
con excepción de los salmos elohistas y del Eclesiastés""
(p. 42Ó).
2229. Y 4*^ Carece de todo valor el argumento de Ur-
quhart, de que si los críticos varían en sus conclusiones, y si
un mismo crítico como Colenso (autor ya muy antiguo) llega
al fin de su vida a modificar su opinión sobre puntos que
antes aceptaba, debemos rechazar como inconsistente el tra-
bajo por ellos realizado. Lo que hay de verdad en esto, es
que los laboriosos investigadores que desde Astruc a nues-
tros días se han consagrado al examen histórico y literario de
la Biblia para saber cómo ésta ha sido formada, ni son infa-
libles, ni menos han pretendido nunca serlo. De buena fe
exponen los resultados de sus investigaciones, creyendo que
son los que más se aproximan a la verdad, sin perjuicio de
22
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
que nuevos estudios vengan a modificar los puntos débiles o
equivocados de tales conclusiones. Gracias a ese trabajo pa-
ciente realizado sobre todo en el último siglo por numerosos
sabios, principalmente de Alemania, Inglaterra, Francia y Ho-
landa, por el cual a la vez que se analizan los textos, se so-
meten a severa crítica los resultados de los demás investiga-
dores, es que se ha llegado hoy a considerar como definitiva-
mente adquirido para la ciencia (no decimos para la teología
ortodoxa) que el Pentateuco ni es obra de Moisés, ni de un
solo autor, sino que es una compilación de diferentes docu-
mentos de diversos escritores y de distintas épocas, coordi-
nados por uno o más redactores que los han ido retocando
■o modificando hasta darle, al final del siglo V, la forma que
actualmente tiene. Y después, esas variaciones de que hace
caudal Urquhart, se encuentran en todas las ramas de la in-
vestigación científica, y ofrece clarísimos ejemplos de ellas,
hasta la misma ortodoxia, en cosas tan simples, como contar
-el número de veces que se encuentran los citados nombres di-
vinos en los libros del Pentateuco, como se ve a continuación
comparando los datos que al respecto nos da Urquhart
(ps. 135, 136) con los idénticos que traen Cornely y Merk
<p. 421).
Yahvé
Yahvé
Elohim
Elohiíii
Urquhart
Cor. y Merk
Urquhart
Cor. y Merk
Génesis
162
143
228
165
Exodo
397
394
118
56
Levítico
311
310
52
Números
395
387
38
10
Deuteronomio 550
517
352
8
Cornely y Merk notan, además, en el Génesis, 20 veces
Yahvé Elohim y agregan que, a partir de Ex. 24, casi ya no
se encuentra el nombre Elohim, no apareciendo ni una sola
vez en el Levítico. Ante las notables diferencias que arroja
-el precedente cuadro, la ortodoxia debe ser más modesta, y
no hacer cuestión de las diversas conclusiones a que arriban
XL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
23
muchos críticos, por ejemplo., cuando algunos de ellos, como
Renán y Montet, consideran que E es más antiguo que J,
mientras que la generalidad opina lo contrario.
LA ORTODOXIA CATOLICA. — 2230. Pasemos
ahora a los argumentos de la ortodoxia católica, expuestos
por sus autorizados portavoces los jesuítas Cornely y Merk.
Aceptan éstos, en general, los expuestos razonamientos de
Urquhart, y así para ellos, "el autor del Pentateuco (indu-
bitablemente, Moisés) tuvo en cuenta al escribirlo, la signi-
ficación auténtica de los nombres divinos, y empleó Elohim
para designar comúnmente al Dios creador, que gobierna to-
das las cosas, señor absoluto; y el nombre Yahvé (ellos no
dicen Jehovah, como el pastor inglés) para designar a Dios
cuando se manifiesta como el legislador y el protector espe-
cial del pueblo elegido. Otros cambios en el empleo de esos
nombres deben atribuirse a las diversas fuentes a las que re-
currió Moisés o a la costumbre de las épocas posteriores. Si
en párrafos algo largos se halla empleado un nombre divino
solo o casi solo (p-ej.: Gén. 40- 50 donde el nombre Yahvé se
presenta una sola vez), esto se puede explicar por las fuentes
ya escritas, ya orales, que utilizó Moisés, y en las que, antes
de él, se encontraba comúnmente el nombre Elohim, o por
el uso litúrgico de la época posterior que estableció cierta
v.niíormidad en esos párrafos más largos, cuya lectura era
frecuentemente renovada. Añadamos, para las alteraciones
menores, estas otras razones: transmisión menos prolija del
texto, negligencia de los copistas, empleo de expresiones que
variaban con las épocas, en fin, todas las causas que pueden
contribuir a m.odificar un texto. Con esto basta para explicar
el texto actual y no hay necesidad de recurrir a la hipótesis
de las dos fuentes elohista y yahvista, que no explica nada"
(ps. 427 - 428).
2231. Expresan Cornely y Merk que cuando en Ex. 3, 14
y 6, 2 ss, fué solemnemente proclamado el nombre Yahvé, se
concibe que después haya sido casi exclusivamente empleado
{p. 429). Pero si existió una proclamación solemne, oficial del
iTombre de Yahvé, (proclamación que, según esos textos, es
sólo un acto subjetivo de Moisés), lo natural y lógico es que
24
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
en adelante siempre se usara Yahvé y nunca más Elohim,
regla ésta a la cual han tratado de ajustarse E y P. ¿Y por
qué antes de tal proclamación, ciertos relatos bien caracteri-
zados, usan sólo el nombre Yahvé, cuando el autor inspirado
afirma rotundamente que este dios le dijo a Moisés: "Yo no
me di a conocer a Abraham, Isaac y Jacob, con mi nombre de
Yahvé, sino que me aparecí a ellos como El Shaddai"? (Ex.
6, 3). En cuanto a que el uso litúrgico posterior introdujo en
los párrafos largos del Génesis, cierta uniformidad en el em-
pleo de determinado nombre divino, es un argumento que
está en pugna con el primeramente citado de esos autores,
pues, de aceptarlo, resultaría evidente entonces que los que
tal cosa hicieron, cambiando un nombre por otro para esta-
blecer uniformidad entre ellos, no descubrieron ni creyeron
que la designación de la divinidad con los vocablos Yahvé o
Elohim, en el texto sagrado, tuviera nada que ver con el sig-
nificado propio de cada uno de esos nombres. Los mismos
autores reconocen que "esa explicación no da una solución
única y general del problema propuesto", y que "de modo
general se puede decir que la tradición de los nombres divi-
nos ha sufrido influencias subjetivas, como lo muestra la di-
ferencia de los textos masorético, griego y samaritano" p. 429).
DECRETO CATOLICO SOBRE LA AUTENTICIDAD
MOSAICA DEL PENTATEUCO. — 2232. La ortodoxia
católica se mueve en un círculo más estrecho aún que la orto-
doxia protestante; pues la primera está obligada a pensar lo
que de antemano le prefija su iglesia. El concilio de Trento
en su primer decreto dogmático, enumeró los libros de la Bi-
blia y ordenó que, bajo pena de excomunión, deben ser recibi-
dos como sagrados y canónicos, íntegramente, todos los que
se encuentran en la antigua Vulgata latina. El concilio del Va-
ticano confirmó el referido decreto del de Trento, declarando:
"Si alguno no admite como sagrados y canónicos los libros
enteros y todas sus partes, tales como el Santo Concilio de
Trento los ha enumerado, si se niega que estos libros sean
divinamente inspirados, que sea anatema" (CORN. y MERK,
ps. 29 y 30). Por último la Comisión Bíblica de la Iglesia Ca-
tólica Romana, dictó el 27 de junio de 1906, el decreto "De
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
25
la autenticidad mosaica del Pentateuco" declarando en qué
sentido y en qué límites pueden los intérpretes católicos dis-
tinguir en el Pentateuco, diversas fuentes y reconocer poste-
riores adiciones. Ese decreto fué dictado con el fin de com-
batir el modernismo, o sea, la tendencia que se había mani-
festado, a principios de este siglo, entre muchos sacerdotes
estudiosos, de aceptar las conclusiones de la crítica bíblica
independiente. Como esto ponía en peligro la doctrina de la
inspiración literal de las Sagradas Escrituras, en que se basa
dicha iglesia, se trató de remediarlo con el citado decreto,
por el cual la autoridad eclesiástica precisó cuáles son las.
conclusiones de la crítica que los católicos pueden admitir y
cuáles las que deben rechazar.
2233. En la primera parte de ese decreto se estableció
que no son suficientes las razones dadas para probar que los
libros del Pentateuco han sido formados de diversas fuentes
posteriores en su mayor parte a la época mosaica. En la se-
gunda, se hicieron sutiles distingos sobre lo que debe enten-
derse por la palabra autor. "No se pretende, dicen Cornely y
Merk, que Moisés haya escrito todo de su mano o que todo
lo haya dictado ; pero se admite como legítima la hipótesis
de los secretarios, siempre que se acepte que es Moisés el
autor principal e inspirado, cuyos pensamientos son relatados
fiel, integra y exclusivamente por los secretarios, y que la
obra asi compuesta fué aprobada por él. No se menciona el
número de tales secretarios, ni la parte de trabajo confiada
a cada uno de ellos. Así que si se notan diferencias de lengua,
de carácter, se puede atribuirlas a la diversidad de secreta-
rios. Tampoco dice nada el decreto sobre si esos diversos do-
cumentos escritos ya por Moisés mismo, ya en su nombre,
mucho tiempo quizás después de la muerte de Moisés, han
podido ser ordenados y retocados por un redactor posterior,
con los cuales habría éste formado el Pentateuco. Tal hipó-
tesis debe presentarse con precaución, pues se requiere siem-
pre esta condición fundamental: que dicha hipótesis deje in-
tactas la autenticidad y la integridad mosaicas para la obra
entera y para todos los documentos" (ps. 396, 397).
2234. En la parte tercera del referido decreto se fijan las
condiciones que deben observarse para admitir tales fueutes.
26
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
El fia particular del autor del Pentateuco es la historia sa-
grada de la revelación y de la legislación del pueblo escogido,
por lo tanto, quedan excluidas las fuentes de carácter mítico,
fabuloso. Debe suponerse que el autor sagrado hace suyas las
aserciones de las fuentes ... Es evidente que la diversidad de
fuentes a las cuales se ha recurrido, puede explicar las dife-
rencias del estilo y de las ideas principales, si se establecen
verdaderamente. Si se trata de explicar el Génesis, que narra
hechos muy anteriores a Moisés y que no han podido llegar
a su conocimiento sino por la tradición oral o escrita — salvo
el^ caso en que se deba suponer una revelación hecha a Moi-
sés— se llegará fácilmente a las fuentes. Lo que se dice del
Génesis, puede aplicarse a los otros libros, al Exodo y a los
Números. Si en efecto se admite — lo que es muy probable—
que Moisés escribió estos tres libros al fin del viaje, se puede
pensar que fuera de las cosas ya escritas por él, recurrió a
docum.entos de diversos géneros escritos por otros en el cur-
s-.o del viaje, y que aquél los hizo entrar en su obra. Para con-
firmar esta suposición, hasta se podria citar "El libro de las
Guerras de Yahvé" (Núm. 21, 14), libro que parece haber
contado los combates felizmente librados por el pueblo con
la ayuda divina, en la época del éxodo, y no hay inconvenien-
te en suponer que Moisés siguió esas fuentes. Es curiosa esta
concesión de ia ortodoxia católica, por dos razones: 1^ por-
que no se puede negar que el autor de Números utilizó otros
documentos, pues al hacer la cita de 21, 14, se expresa así:
"Por lo tanto se dice en El Libro de las guerras de Yahvé:...";
y 2^ porque las guerras de Yahvé no comenzaron sino en el
último año de la vida de Moisés y deben haber dado materia
para ¡a formación de un libro "poético" sólo cuando Canaán
quedó subyugado. El poema inserto en el cap. 15 del Exodo,
y que el texto supone haber sido compuesto cuando el pasaje
del Mar Rojo, menciona la entrada victoriosa de los israe-
litas en Canaán y el santuario de Jerusalén (§ 169). En ge-
neral todas las composiciones poéticas insertas en el Penta-
teuco (Gén. 49; Núm. 23; Deut. 32) datan del período de la
monarquía (REUSS, L'Hist. Sainte, I, p. 128).
2235^ El N9 4° del decreto expresa que se pueden admi-
tir modificaciones posteriores: a) en las mismas narraciones.
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
27
sea adiciones que el autor inspirado hubiera unido a ellas,
sea por glosas y explicaciones (bastante cortas, parece) y no
inspiradas ; b) en la forma exterior del libro, por retoques
hechos al lenguaje o por faltas como las que se introducen
en !a historia de un texto. Una sola condición, un solo límite
se impone a estas modificaciones : que se mantengan la auten-
ticidad y la integridad mosaicas. ¿ Hasta dónde se extienden
éstas? En un caso concreto será a veces difícil definirlo. Por
esto corresponde a la Iglesia sola el pronunciarse, y bajo la
conducta de la Iglesia los intérpretes católicos, apoyándose
en los fundamentos de la religión, prosiguen sus trabajos crí-
ticos y someten a examen lo que se presenta, según los prin-
cipios evolucionistas, como conclusiones de la ciencia"
(ps. 397-398).
2236. Vese por esta larga transcripción que los escritores
católicos si no quieren incurrir en el anatema de su Iglesia,
^ como les pasó a Loisy, Turmel y Buonaiuti, deben ceñirse es-
trictamente a lo que ésta les prescribe de antemano, y some-
ter sus trabajos al examen y censura de la misma. No hay
para qué insistir, porque ello es. evidente, que con tal sistema
no se realiza obra científica alguna. Para esto se requiere
libertad de pensamiento, y lo que aquí se establece, es el tri-
bunal de la inquisición de la conciencia. No se acallan las
protestas de la razón con argumentos, sino por el medio bru-
tal de la excomunión. A toda costa, aún contra toda evidencia
histórica, hay que declarar que el Pentateuco fué escrito por
Moisés, o por sus secretarios, hipótesis esta última emitida
en el siglo XVII por el sacerdote Ricardo Simón y que fué
entonces vivamente combatida por Bossuet, y a la cual se ve
hoy obligada la Iglesia a recurrir, como áncora de salvación,
para explicar las variaciones, repeticiones y contradicciones
que innegablemente presentan los textos bíblicos a todos aque-
llos que no quieran cerrar los ojos a la realidad. Pero aun
admitiendo la hipótesis de R. Simón, debe forzosamente afir-
marse que "el autor principal e inspirado del Pentateuco fué
Moisés, cuyos pensamientos han relatado fiel, íntegra y ex-
clusivamente sus secretarios, y que la obra así compuesta fué
aprobada por él". ¿ Por qué no sostener entonces que esos
secretarios fueron inspirados a su vez por el espíritu divino.
28
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
como se afirma que lo fué Moisés? En resumen, a todo tran-
ce, hay que mantener la autenticidad y la integridad mosai-
cas de la obra, porque tal idea es dogma de la Iglesia, y ésta,
poseedora de la verdad absoluta, no puede equivocarse. ¿Aca-
so el concilio de Trento no llamó al Pentateuco "los cinco li-
bros de Moisés"? Por eso, pues, la iglesia católica siempre
ha considerado como una evidente prueba de incredulidad el
dudar del origen mosaico de los primeros cinco libros bíblicos.
Los jesuítas Cornely y Merk, que conocen bien las dificul-
tades del problema del Pentateuco, no se atreven a decir cla-
ramente que es ésta una cuestión dogmática ; pero llegan a
esa conclusión por un rodeo. "Todos reconocen, escriben ellos^
que no hay ninguna definición formal de la Iglesia sobre el
origen mosaico. El asunto no es, pues, de fide definiía. Pero»
por otra parte, el testimonio ya de la tradición, ya de la Es-
critura, presenta tal carácter que la cuestión no puede con-
siderarse cuestión libre, sino que debe admitirse que el ori-
gen mosaico, relativamente al Pentateuco entero, es, por lo
menos, teológicamente cierto. Aun más, esta verdad parece
a muchos autores deducirse tan bien de las fuentes teológi-
cas, que se puede considerarla de fide divina. Si dogmática-
mente es cierta la autenticidad mosaica del Pentateuco, his-
tóricamente no puede ser prudentemente negada" (ps. 398,
399).
ARGUMENTOS DE LA ORTODOXIA CATOLICA. —
2237. Los argumentos teológicos a que se refieren Cornely
3' Merk (ps. 399 - 407) son éstos : 1° Testimonio de Jesucristo
y de los Apóstoles: Hay unos 25 pasajes del Nuevo Testa-
mento, en los cuales se atribuye la obra literaria del Penta-
teuco a Moisés. Jesús confirmó esa creencia diciendo en tér-
minos formales: "De mí escribió Moisés" (Juan, 5,46). Lue-
go, a menos de pretender que el Cristo aprobó el error, debe
afirmarse, que, por su testimonio, puso fuera de duda el ori-
gen mosaico del Pentateuco. 2° Testimonio de los otros libros
del A.T. : En la historia de Israel no hay un solo período ea
el cual haya sido desconocido el Pentateuco, y en que éste
no se haya atribuido a Moisés, a) Los libros de la Ley son
a veces atribuidos expresamente a Moisés por los libros pro-
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
29
féticos e históricos (Mal. 4, 4; Dan. 9, 11, 13; Esd. 3, 2, etc.;
Neh. 8. 1, etc.; II Crón. 17. 9, etc.; II Rey. 2, 23 ; I Rey. 2, 3
(§ 1286); Jue. 3. 4; Jos. 1. 7). b) El Pentateuco siempre fué
conocido por los israelitas ; así Oseas y Amos mencionan la
liberación de la servidumbre en Egipto, aluden al largo viaje
en el desierto, enseñan que Israel es castigado porque ha re-
chazado la ley de Yahvé (Os. 4, 6; Am. 2, 4), suponen o citan
preceptos mosaicos (Os. 12, 9 ; Am. 4, 4) ; Oseas dice que
Yahvé ha dado la ley por escrito (8, 12) (1) ; y otros profetas
antes que los citados muestran que los libros mosaicos eran
conocidos en el reino de Israel, — compárese el sacrificio de
Elias y la degollación de los falsos profetas (I Rey. 18 con
Lev. 1, 6-9; 9, 24; Deut. 18, 20); la historia de Naboth
(I Rey. 21, 3 con Lev. 25, 13; I Rey. 21, 10 y Deut. 17, 5, 6);
y las palabras de Sedecías (I Rey. 22, 11) con Deut. 33, 17.
c) Los testimonios son más frecuentes en el reino de Judá.
En los libros de los Reyes, como en el II de Crónicas casi no se
relata la vida de un monarca cjue no suponga la Ley. Así
Josafat envió sacerdotes para enseñar al pueblo el libro de la
ley de Yahvé (II Crón. 17, 7-9); al proclamar rey a Joas,
le pusieron la diadema y le entregaron "el testimonio", o sea
el libro de la ley (II Rey. 11, 12; II Crón. 23, 11) (2); en
tiempo de Josías, el libro de la Ley, escrito por mano de Moi-
sés, fué encontrado en el templo^ (II Rey. 22. 8-13; II Crón.
34, 14; § 3207-3212). d) Las exhortaciones de los profetas
del reino de Judá no pueden comprenderse, sino suponiendo
ya conocida la ley de Moisés. Tómese, p. ej., el capítulo 1 de
Isaías y compárense los vs. 1, 2 con Deut. 32. 1, 6, 10
(1) Oseas no dice eso. El texto citado se expresa en estos tér-
minos: "Aun cuando yo le diera mil veces por escrito mis enseñanzas
(a Efraim), éste las consideraría como ley extranjera" o "como cosas
que no le conciernan".
(2) El pasaje citado de II Rey. 11. 12 dice así. según la traduc-
ción de L.B.d.C: "Entonces Joiada sacó al joven príncipe, le puso la
^:crona y los brazaletes. Lo proclamaron rey, lo ungieron y lo aplau-
dieron gritando: ¡Viva el rey!". El T.M. trae "la ley", allí donde
L.B.d.C. traduce el vocablo hebreo: hasse'adot por "brazaletes", y ésta
«xpresa que se trata de "dos de las insignias de la reyecía en el antiguo
Israel (II Sam. 1, 10)". El texto paralelo de II Crón. 23, 11, lo vierte
L.B.d.C, así: "Entonces sacaron al joven príncipe, lo coronaron y (se
30
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
(§ 304 - 313) ; Ex. 4. 22 ; Gén. 12, 2 ; Deut. 26. 29 ; los vs. 1, 3, 4
con Gén. 32, 26. ss. ; Ex. 19, 6; Deut. 26, 18, etc.; los vs. 1, 5-7
con Deut. 28, 33. 35. 50; Lev. 26. 33; los vs. 1, 9 con Gén. 18»
23, ss.; los vs. 1, 10- 15 con las leyes sobre los sacrificios, las
fiestas, etc. e) En tiempo de los primeros reyes antes de la
división del Reino, era igualmente conocido el Pentateuco,
como lo prueban estos ejemplos: Salomón, en su plegaria
(I Rey. 8, 23, ss.) emplea las palabras del Deuteronomio y se
refiere continuamente a las promesas del Levítico (8, 29 y
Deut. 12. 11; 8, 31, 32 y Lev. 5, 1, etc.) ; construyó el templo
para que fuera la imagen del tabernáculo mosaico (I Rey. 6
y Ex. 26, 8, ss: cfr. II Crón. 3, 10 ss. y Ex. 25, 18; 26. 31;
véase nuestro t^ IV, cap. VIII y § 1394-1406). Para agra-
decer a Dios el reino eterno que le ha prometido, David se
sirve de palabras del Deut. 4, 7; 10, 21; 13, 16 (II Sam. 7,
22-24; véase nuestro t^ III, § 1092- 1094). Samuel y Saúl
manifiestan conocer también el Pentateuco (I Sam. 12, 6-8»
14. — § 804, 805—; Deut. 7. 12 ss. ; I Sam. 15, 29. (1) cf. Núm. 23,
19). f) En la época de los Jueces estaban en uso las leyes
del Pentateuco (comp. 3, 6, 7 con Ex. 34. 16; 13, 4-14 con
Núm. 6, 2, 3) ; los relatos eran sabidos (11, 12 ss. con Núm. 21,
24- 26: 4. 11 con Núm. 10, 29; 1, 20 con Núm. 14, 24; Deut. 1,
36) (2) ; y todo esto era conocido, no por la sola tradición
le entregó) la ley. Lo proclamaron rey. Joiada y sus hijos lo ungieroiv
y gritaron: ¡Viva el rey!". Y luego anota: "La palabra, empleada para
designar la ley y que propiamente significa "declaración solemne, esta-
tuto (charte)" es un término característico de la legislación levítica.
El texto primitivo sin duda hablaba de una de las insignias reales, pro-
bablemente los brazaletes (II Rey. 11, 12). Pero el Cronista quiere
que se trate del manuscrito de la torá, que debía ser copiado por el
nuevo rey, del de los sacerdotes levitas, según Deut. 17, 18-20 (§ 793»
795). Es indudable que la variante "ley" pasó de las Crónicas al texto
de los Reyes".
(1) Este V. 29 es una glosa correctiva del v. 11 del mismo cap. 15
(DHORME).
(2) Los textos del Pentateuco citados para comparar con pasajes
de los Jueces, en este párrafo f) no los traen Cornely y Merk; los
indicamos nosotros para comodidad del lector, porque nos figuramos
que a ellos habrán querido referirse aquellos escritores. Omitimos mu-
chas citas de los mismos, porque son traídas por los cabellos, sin casi
asomo de analogía con pasajes del Pentateuco.
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
31
oral, sino por el mismo Pentateuco, así como lo muestra la
semejanza de las palabras en muchos pasajes (comp. 2, 1, ss.
y 23. 32. ss. con Ex. 34, 12 .ss. ; 6, 8 con Ex. 20, 2; 6, 16 con
Ex. 3, 12). g) El autor del libro de Josué recurre continua-
mente a los preceptos y a las palabras de Moisés (1, 3, 13;
4, 12; 9, 24) ; el último discurso de Josué es un resumen del
relato hecho en el Pentateuco (24, 2, ss.) ; y todo lo que se
narra de la sepultura de José no se comprende, si no se su-
ponen los libros de Moisés (24. 32; comp. con Gén. 50. 24;
33, 19; Ex. 13, 19).
2238. — 3^ Testimonio del mismo Pentateuco. —
Algunos textos tanto históricos como legislativos, se atri-
buyen tan formalmente a Moisés, que su origen mosaico,
dogmáticamente, es cierto en absoluto. El Deuteronomio se
le atribuye (Deut. 31, 9, 24). Aunque es cierto que el Penta-
teuco habla de Moisés en tercera persona, esto no impide
que él sea el autor de esa obra, pues los escritores griegos y
latinos y los orientales en sus inscripciones hablan a menudo
de ellos en tercera persona. Se dice que fueron escritos por
Moisés : A) el relato de la victoria obtenida contra los ama-
lecitas (Ex. 17, 14) ; B) el catálogo de los campamentos en
el desierto (Núm. 33, 2 - 13) ; C) las palabras de Yahvé, o
sea, el libro de la Alianza (Ex. 20, 4, 7; 20, 23 -23, 33); D)
las palabras de la alianza renovada (Ex. 34, 10-27); y E)
frecuentemente se menciona en el Deuteronomio que Moisés
escribió la ley (31, 9, 22, 24). Se recuerda a menudo ese "libro
de la ley", que ciertamente existía escrito (28, 58; 29, 20-25;
30. 10; 31. 26; comp. 28, 27 con Ex. 9, 9-11). En Deut. 17,
18 ss. (§ 787-797). se habla de una copia de la ley para el
monarca; y en 1, 5 y 27, 8, que Moisés esculpió o grabó en
piedras "esta ley", que, según ciertos autores, designa todo
el Pentateuco.
2239. A estos argumentos agregan Cornely y Merk otros
"internos", que, según ellos, prueban el origen mosaico del
Pentateuco, y de los cuales sólo mencionaremos algunos bre-
vemente, tales como : que el autor de esa obra demuestra co-
nocer bien el Egipto, que la legislación, en numerosos pun-
tos, va naciendo durante el viaje; que las leyes son promul-
32
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
gadas segfún las circunstancias ; que otras suponen el desier-
to y el campamento ; y que muchos detalles revelan un testigo
presencial de los sucesos relatados. Finalmente manifiestan
que el Pentateuco constituye una cierta unidad literaria, y
en cuanto a las innegables repeticiones que se notan en la
narración, esto no debe sorprender, porque así es la costum-
bre de los orientales.
REFUTACION DE LOS ARGUMENTOS DE LA OR-
TODOXIA CATOLICA. — 2240. Dentro de la brevedad,
hemos tratado de exponer con toda fidelidad y exactitud los
argumentos dogm.áticos que formulan Cornely y Merk, para
sostener el origen mosaico del Pentateuco, los cuales exami-
naremos por su orden.
19 El testimonio de Jesús y de los escritores del Nuevo
Testamento, quienes vivieron quince siglos, más o menos,
después de Moisés, no tiene mayor valor histórico, máxime
cuando hoy, hay fundados motivos para dudar de la auten-
ticidad de las palabras que se dan en los Evangelios como
pronunciadas por Jesús. Por supuesto que para quienes ad-
miten que éste es un dios, y que, como tal, no se puede equi-
vocar, la cuestión está resuelta de antemano en el sentido
que pretende la Iglesia ; pero entonces podía ella ahorrarse
argumentos : con alegar que Jesús reconoció que Moisés era
el autor del Pentateuco, el asunto estaba ya cerrado a toda
discusión. Pero para los que ven en Jesús sólo el último de
ios profetas judíos, es decir, un hombre tan falible como los
dem.ás hombres, que predicaba creyéndose inspirado e im-
pulsado por la divinidad, el argumento de la opinión de Jesús
y de sus discípulos no tiene mayor significación desde que no
se dan las razones que uno y otros tuvieron para emitirlas.
224L 2^ En cuanto al testimonio de los otros libros del
A. T., — además de las llamadas a diversos parágrafos de
esta obra, (§) que hemos indicado en la antedicha exposi-
ción de los autores jesuítas que comentamos, — debe tenerse
presente lo siguiente: a) que la crítica bíblica llega hoy a la
conclusión de que entre la mitad del siglo IX y la mitad del
VIII aparecieron las dos compilaciones que convencionalmen-
te se designan con los nombres de documento yahvista y do-
I
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
33
cumento elohista, compilaciones fusionadas quizá al comienzo
del siglo VII. Hemos expresado (§ 2074) que esta última
obra, JE, debió haberla conocido el redactor del Deuterono-
mio primitivo (siglo VII), como debió ser igualmente cono-
cida por los profetas escritores del siglo VIII. De modo que
las citas que libros posteriores hagan de J o de E o de JE,
no invalidan las conclusiones de la crítica independiente, b)
Que ni J ni E, ni ninguno de los otros documentos que más
tarde contribuyeron a formar el actual Pentateuco, no hicie-
ron sino poner por escrito tradiciones orales u ordenar y
combinar documentos anteriores o servirse de ellos para com-
poner las citadas compilaciones, a las que a la vez que les
dieron el sello de su estilo, les hicieron adiciones y retoques
de acuerdo con sus ideas. Así, el elohista incorporó a su
historia, el llamado "Libro de la Alianza" (Ex. 20. 22 -23, 19),
que estudiaremos más adelante en el cap. VII. En el Hexa-
teuco, se citan expresamente, como ya hemos dicho, dos li-
bros que fueron utilizados en esa obra : El Libro de las gue-
rras de Yahvé (Núm. 21, 14; § 382) y El Libro del Justo o
de Yaschar (Jos. 10, 13; § 1121), Lo que viene a significar
que aunque J y E no remontan más allá del siglo IX, con-
tienen tradiciones o documentos más antiguos, lo mismo que
pueden referirse a costumbres y prácticas rituales anteriores,
que sólo mucho más tarde fueron incorporadas a alguno de
los códig:os del Pentateuco. Por eso, es un absurdo deducir
del sacrificio de Elias (I Rey. 18, 30-33) la conclusión de que
en su época ya existía el Levítico, pues, aunque este libro es
exílico o postexílico, no quiere decir que muchos de los ritos
sobre los cuales legisla, no fueran sino prácticas consuetudi-
narias, algunas de ellas de la más remota antigüedad. Hacer
con piedras un altar, poner encima trozos de leña, y sobre
ésta pedazos del animal que se inmolaba a la divinidad, como
se dice hizo Elias, era, sin duda, uno de los más primitivos
procedimientos de ofrecer un holocausto al dios nacional. Pe-
ro nótese que si clesde Moisés hubiera estado en vigencia el
Levítico, Elias no hubiera debido haber realizado ese sacri-
ficio, como no hubieran podido ofrecerlos, tan buenos yah-
vistas como el vidente Samuel (I Sam. 9, 12; 10, 8), David
y Salomón, ninguno de los cuales era sacerdote (Lev. 1, 5-9).
34
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
c) Las citas de libros posteriores al siglo V, — época en que,
a estar a los resultados de la crítica, se formó el actual Pen-
tateuco, — tales como Malaquías, Daniel, Esdras, Nehemias
y sobre todo el fantástico libro de Crónicas, según hemos
tenido múltiples oportunidades de mostrarlo (§ 1095-1110),
nada prueban sobre el origen mosaico de aquella compilación.
2242. d) Después recuérdese que en el antiguo Israel
era postulado indiscutible que lo que allí existía en materia
de tradición legislativa y de preceptos religiosos, procedía de
Moisés, a quien se le consideraba en todo como el gran ini-
ciador. Era corriente en la civilización oriental juzgar como
antiguo lo particularmente venerable, y siendo el período mo-
saico la época ideal, todo lo que era costumbre ancestral, co-
mo todo lo que se refería a las bases de la sociedad, se hacía
remontar a dicho período. Así los profetas, que opinaban que
los sacrificios no podían coexistir con una religión elevada,
afirmaban que, por lo mismo, no podían haber sido practica-
dos en la época mosaica (Is. 1, 11-14; Jer. 7, 21-23; Os. 6, 6;
Ani. 5, 25). Por eso sostiene Mow^inckel, con razón, que lo que
los profetas expresan sobre la época y la obra de Moisés, es
pura teoría religiosa, y no el eco de una verdadera tradición
histórica. Separados los profetas de Moisés por un período no
menor de cinco siglos, es lo probable que sólo dispusieran co-
mo fuentes de información de las leyendas que circularon mu-
cho tiempo oralmente, antes de que fuesen a forman parte
de los documentos yahvista y elohista. — e) Por lo que res-
pecta a los testimonios de los libros de Josué a los de Reyes
inclusive, que señalan Cornely y Merk, ya hemos visto en el
curso de esta obra, lo infundado de las afirmaciones de la or-
todoxia, que éstos sustentan (§ 595 -610; 1281 - 1288).
2243. f) En cuanto a la mención de los pequeños tro-
zos que en el Exodo o en Números se dicen escritos por Moi-
sés, a ser cierto este hecho, sólo probaría que lo restante o
sea, la mayor parte de dichos libros no eran de ese autor. Cor-
nely y Merk (p. 407) tratan de aminorar el valor de esta con-
clusión lógica, alegando que a Moisés le ocurrió lo mismo que
■ a los profetas, pues éstos aun cuando escribían todas sus pro-
fecías, sin embargo, recibían expresamente de Yahvé la orden
de escribir algunas de ellas, según así lo atestiguan, en razón
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
35-
de su gravedad (Is. 30, 8; Jer. 30. 2; Ez. 43, 21; Hab. 2, 2).
Francamente que no vemos la importancia moral o religiosa
de alguno de los trozos que se dicen escritos por Moisés, co-
mo, por ejemplo, la lista de los campamentos de los israelitas
en el desierto (Núm. 33, 2-13), de la que en seguida hablare-
mos, para que el mismo Yahvé haya ordenado que se consig-
nara esa lista por escrito.
2244. Y después, como nota Reuss, si ¡a historia de la
emigración fué escrita por el mismo Moisés y si las leyes en-
cuadradas en esa historia fueron redactadas por él, habría
que admitir que en esa obra tenemos el diario del viaje de
Egipto a Canaán. A esa conclusión llegan Cornely y Merk^
pues afirman que "la legislación en numerosos puntos, va
naciendo durante el viaje ; que las leyes son promulgadas se-
gún las circunstancias", etc. Pero si esto fuera así, ¿cómo ex-
plicar que desde el comienzo se habla de cosas o sucesos que
no ocurren sino al fin de ese viaje? Asi, p. ej., en Ex. 16, 35
se lee que "los israelitas comieron (nótese el verbo en pasado y
no en futuro) el maná durante 40 años, hasta que llegaron a
las fronteras de Canaán", y en Jos. 5, 12 se confirma ese da-
to, diciendo qué a los 5 dias del pasaje del Jordán, o sea, unas
6 semanas después de la muerte de Moisés, cesó la lluvia del
maná. Moisés manda a Aarón que llene de maná una jarra,
y como recuerdo del milagro, la ponga delante de Yahvé, y
Aarón así lo hizo, poniéndola delante del "Testimonio", o sea,
delante del decálogo escrito en las tablas de piedra, que esta-
ban en el arca ; pero esas tablas y el arca sólo existieron mu-
cho después, según Ex. 34 y 37. Y lo mismo ocurre con el
censo de ¡os israelitas referido en el primer capítulo de Nú-
meros y cuyo resultado se menciona en Ex. 38, 26; con los
sacerdotes a quienes se manda que se santifiquen (Ex. 19, 22),.
cuando aún no había sacerdotes (Ex. 28), etc., etc.; pero, so-
bre todo, lo que demuestra más la inconsistencia de la teoría
del diario de viaje de Moisés, es que habiendo durado el via-
je a través del desierto, 40 años, hasta llegar a Canaán, hay
en ese relato, después del primer mes del año segundo, una
laguna de 38 años, que la ortodoxia no sabe cómo explicar.
(Núm. 10. 11 ; 20, 1, 22 - 28 ; 33, 38; 21, 12, Deut. 2, 14). Y ya que
se insiste sobre cuatro o cinco textos, en los cuales se men-
36
EL PENTATEUCO NO ES DE M0ISE3
ciona que Moisés escribió algunos relatos del Pentateuco,
bueno será recordar muchos otros que acusan que otra per-
sona redactó esa obra, pues se formulan juicios sobre Moisés,
o "sé habla de él en términos que no admiten su participación
en ese trabajo de redacción. Así, en el cap. 6 del Exodo, des-
pués de detallarse la geneaiogia de Leví, agrega el texto: "Es-
tos, pues, son aquel Aarón y aquel Moisés a quienes Yahvé
había dicho: Sacad del país de Egipto los ejércitos de los hi-
jos de Israel. Estos son los que hablaron al faraón, al rey
de Egipto, para sacar a los hijos de Israel de Egipto. Estos
son aquel Moisés y aquel Aarón", (vs. 25 y 27). En el cap.
11, 3, se lee: "Y Yahvé dió al pueblo gracia en los ojos de ios
egipcios; y también Moisés era muy grande varón en la tie-
rra de Egipto, delante de los siervos de Faraón y delante del
pueblo". En Núm. 12, 3: "Aquel varón Moisés era muy man-
so (no irritable), más que todos los hombres de la tierra". Es-
to no sólo no es de Moisés, sino que tampoco pertenece al
que escribió en el Exodo estos pasajes, que dejan tan mal
parada la mansedumbre mosaica : "Moisés miró por todos la-
dos, y no viendo a nadie, mató al egipcio y lo enterró en la
arena" (Ex. 2, 12). "Cuando se acercó al campamento, y vió
el becerro y las danzas, se encendió la ira de Moisés y arrojó
las tablas que llevaba en la mano y las quebró al pie de la
montaña Y Moisés se puso a la puerta del campamento y
gritó: "A mí, todos aquellos que estén "por Yahvé". Y se le
reunieron todos los hijos de Leví, y les dijo : "Cíñase cada
uno su espada, y pasad y repasad de puerta en puerta, por
entre el campamento, Y MATAD A TODOS, HERMANOS,
AMIGOS Y PARIENTES" (Ex. Z2, 19, 26, 27). Y finalmente
en Deuteronomio, aun prescindiendo del capítulo final, hay
pasajes como éstos que excluyen la intervención directa de
Moisés en la redacción de ese libro : "Y esta es la bendición
con que Moisés, el varón de Dios, bendijo a los hijos de Is-
rael, antes de su muerte . . . Moisés nos prescribió la ley"
(33,1,3).
LA LISTA DE LOS CAMPAMENTOS EN EL DE-
SIERTO. — 2245. Pero si se examinan con detención los
textos en que se expresa que Moisés escribió determinados
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
37
pasajes del Pentateuco, fácil es convencerse que se trata de
menciones falaces del redactor de la obra. Veamos, por ejem-
plo, el caso de la lista de los campamentos del capítulo 33 de
Números. Si hay alguna parte del Pentateuco que se podría
suponer fuera escrita por el mismo Moisés, sería ésta, pues
se trata de una monótona relación de jornadas en el desierto:
"Y levantaron el campamento en tal lado y acamparon en tal
otro" (vs. 5-49). Pero pronto nos convencemos de la false-
dad de tal atribución. En efecto, nótese primero el uso de los
verbos en tercera persona de plural: si Moisés hubiera escri-
to esa lista de estaciones, lo natural es que siendo él el jefe
de la expedición, hubiese dicho : "LEVANTAMOS el campa-
mento y ACAMPAMOS, etc."., empleando la primera perso-
na del plural, lenguaje que usan los escritores bíblicos cuan-
do suponen que es Moisés el que habla; así en Deut. 1,19 se
ponen en boca de ese jefe estas palabras : "LEVANTAMOS
el campamento de Horeb, ANDUVIMOS por todo aquel de-
sierto grande y terrible .. como NOS mandaba Yahvé, NUES-
TRO dios, y asi LLEGAMOS a Cades-Earnea". Pero puede
decirse que esa manera de expresarse haya sido usada por un
redactor que utilizó escritos originales del propio Moisés.
Bien, aceptado; pero entonces si esa lista contiene anotacio-
nes originales del jefe del éxodo, esos datos deben ser la ex-
presión fiel de la verdad. Sin embargo, el análisis de dicho ca-
pítulo 33 nos revela que ese detalle de jornadas del viaje a
través del desierto no puede ser la obra de un testigo ocular.
Llama ante todo la atención la curiosa coincidencia de que
desde la partida de Ramesés, en Egipto, hasta llegar a los
llanos de Moab, sólo se hayan efectuado 40 campamentos du-
rante los 40 años de estada en la península del Sinaí y en la
Arabia Pétrea, región toda ella no mayor del doble del país
de Canaán, que más tarde ocupó Israel. Después, los sitios de
esos campamentos que se han podido identificar, no son lu-
gares habitables para multitudes, sino que se trata de pozos,
parajes de pastoreo y otras localidades semejantes, donde só-
lo un grupo no muy grande de personas podría vivir por cor-
to tiempo, y por lo tanto, donde no habría medios de subsis-
tencia para la caravana de más de dos millones de almas
(§ 161) que, se dice, eran los israelitas, sin contar sus nu-
38
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
merosos ganados (Ex. 12, 37, 38; Núm. 11, 21 ; 32, 26). Además,
en la obra que se pretende mosaica, hay dos listas de esos
campamentos que "no concuerdan en la nomenclatura de las
estaciones, listas que en su estado actual, parecen ser el re-
sultado de la combinación de varias tradiciones originariamen-
te diferentes. Nada es, pues, menos justificado que la idea,
frecuentemente expresada, que en esas listas, sobre todo en
la del cap. 33 de Números poseemos un escrito auténtico de
Moisés" (REUSS, I, 89).
2246. Poniendo esas listas una frente a otra, se notará
fácilmente que no pueden ser la obra del mismo autor.
Lista de Números 33
1. Sucot
2. Etam
3. Pihahirot
4. Mará
5. Eürn
6. Junto al Mar Rojo ...
7. Desierto de Sin
8. Dofca
9. Alush
10. Refidim. (§ 173- 174)
11. Desierto del Sinaí
12. Kibrot - Hataava
13. Hazerot
Lista de otras partes del
Pentateuco
Sucot (Ex. 12, 37)
Etam (Ex. 13, 20)
Pihahirot (Ex. 14, 2, 9)
Del otro lado del Mar Rojo
(Ex. 14, 15; 15. 22)
Mará (Ex. 15, 22, 23)
Elim (Ex. 15. 27)
Desierto de Sin (Ex. 16, 1)
Refidim, que tomó el nombre
de Massa o Meriba por
las murmuraciones del
pueblo (Ex. 17, 1, 7)
Desierto del Sinaí (Ex. 19, 2)
Desierto de Parán (Núm. 10,
12)
Taberah (Núm. 11, 3)
Kibrot - Hataava (Núm. 11,
34)
Hazerot (Núm. 11, 35)
Cadés en el desierto de Pa-
rán (Núm. 12, 16; 13, 26)
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
39
14. Ritma
15. Rimón - Farés
16. Libna
17.. Rissa
18. Kehelatha
19. Monte de Sefer
20. Harada
21. Makhelot
22. Tahat
23. Tarach
24. Mithca
25. Hasmona
26. Moseroth Bené - Yaacán (Deut. 10, 6)
27. Bené - Yaacán Moserah, donde murió Aarón
30. Abronah
31. Etsion - Gueber
32. Cadés (Desierto de Sin) De Horeb a Cades o Cades
33. Monte Hor, donde murió Monte Hor, donde murió Aa-
28. Hor - Haguidgad
29. Yotbatha
(Deut. 10, 6)
Gudgodah
Yotbatha
Barnea (Deut. 1, 19;
Núm. 20, 1), lugar éste
que se llamó Meriba, por
las murmuraciones del
pueblo (Núm. 20, 13)
Aarón
34. Zalmonah
rón (Núm. 20, 22 ; § 256)
35. Punón
36. Obot
Obot (1) (Núm. 21, 10)
37. Yyé - Abarim
lyé-Abarim (Núm. 21, 11)
Zared (Núm. 21, 12)
Más allá del Arnón (Núm. 21,
38. Dibón-Gad
13)
(1) Obot u Oboth, que significa "espíritus de los muertos", debería
ser un lugar sagrado donde se invocaban estos espíritus, (§ 971).
40
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
39. Almón - Diblataim Beer (Núm. 21, 16)
Matanah (Núm. 21, 18)
Nahaliel (Núm. 21, 19)
Bamot (Núm. 21, 19)
40. Montañas de A b a r i m, Monte Pisga (Núm. 21, 20)
frente al monte Nebo .... donde muí', i ó Moisés
(Deut. 34, 1, 5)
2247. Examinando este cuadro, se observa : 1^ que hay
20 estaciones o campamentos cuyos nombres concuerdan, aun-
que algunos de ellos no muy exactamente, como Moseroth y
Moserah, Hor-Haguidgad y Gudgodah; 2^ que entre las es-
taciones 3 y 7 hay un campamento junto al mar Rojo que en
la primera lista ocupa el 6^ lugar, y en la otra el 4° ; 3° que
las N.os 26 y 27 están invertidas en la 2^ lista ; 4° que en
Núm. 33 se nombran 20 campamentos, hasta el de las mon-
tañas de Abarim, donde están el Nebo y el Pisga, campamen-
tos que no se encuentran mencionados en otras partes del
Pentateuco; 5° que en la 2* lista hay 10 estaciones (consi-
derando como una distinta a Tabera, (Deut. 9, 22) aunque no
se dice que de allí se haya levantado el campamento, y pare-
ce que fuese la misma que Kibrot-Hataava - Núm. 11,34)
que no figuran en la de Núm. 33; 6° que en esa 2^ lista, a
Refidim se le cambió el nombre por el de Massa y Meriba
(§ 173) a causa de haber allí altercado el pueblo con Moisés,
pidiendo agua para beber (Ex. 17,1-7); pero resulta que el
nombre de Meriba (querella § 174), se le dió a Cadés Har-
nea, por la misma causa, y donde se produjo el mismo mila-
gro, 22 campamentos después del de Refidim (Núm. 20,13;
§ 177) ; 7° si Horeb y Sinaí son dos nombres del mismo mon-
te del desierto de Sinaí, como se pretende (§ 122,359) enton-
ces tenemos que, según Deut. 1,19, el pueblo recorrió el tra-
yecto de Horeb a Cadés Barnea, en una sola jornada, — aun-
que hay 11 días de viaje entre ambos puntos, Deut. 1,2,—
mientras que, según Núm. 33, el pueblo acampó 21 veces des-
de el Sinaí, antes de llegar a Cadés ; y 8° que, según Deut.
10,6, Aarón murió en el campamento de Moserah, o sea, en
el campamento N^ 26 de Núm. 33, mientras que según los vs.
38 y 39 de este último capítulo, y Núm. 20,22, Aarón murió
FL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
41
en el monte Hor, campamento N° 33. Todo esto nos prueba,
sin lugar a duda, que si Moisés fué el autor de la lista de
Núm. 33, no puede ser el autor de la lista que figura en los
otros capítulos de Números, Exodo y Deuteronomio, o vice-
versa, ya que ambas listas presentan entre sí notables di-
vergencias.
2248. Además según la 2^ lista, la caravana israelita lle-
gó en cinco etapas del Sinaí hasta Cadés en el desierto de Pa-
rán (Núm. 10,12; 11,3,34,35; 12,16; 13,26), y de allí envia-
ron espías a reconocer el país de Canaán (Núm. 13). Vuel-
tos los exploradores al cabo de 40 días, el pueblo se asusta
con sus informes, se subleva, quiere elegirse un jefe que los
vuelva a Egipto, y casi apedrean a Josué y a Caleb que tra-
taban de reanimar su valor. Yahvé se irrita entonces y les da
como castigo que ninguno de aquellos israelitas, salvo Josué
y Caleb, entrarían en Canaán. Como consecuencia de esa con-
dena, permaneció el pueblo 38 años más en el desierto, hasta
que murieron todos sus primitivos componentes (Núm. 18,
25-14,38; Deut. 2,14). Pero, según Núm. 20, 1,14-22; 33,36-38,
los israelitas llegaron a Cadés, al final de su estada en el de-
sierto, al comienzo del año 40^ de la salida de Egipto, de mo-
do que habían estado en aquel oasis sólo unos meses. En
otros términos, según unos textos, el pueblo estuvo en Ca-
dés al comienzo del viaje en el desierto ; según otros, esa
permanencia en Cadés fué después de 37 años de vida nó-
made, durante los cuales murió toda la generación salida de
Egipto con Moisés. Esto obliga a los ortodoxos, principal-
mente a los no católicos, a admitir la existencia de los do-
cumentos yahvista y elohista que tanto combaten Cornely y
Merk, teoría a la cual, según estos, no hay necesidad de re-
currir, porque no explica nada! (p. 428). Así L. B. A., de in-
sospechable ortodoxia, al comentar el pasaje de las aguas de
Meriba (Núm. 20, 1-13) escribe: "Este relato es el producto
de la combinación de las narraciones encerradas en los do-
cumentos elohista y yahvista. Nos transporta de una mane-
ra brusca al momento decisivo en que. después de los 38 años
de morada en el desierto, el pueblo renovado se prepara a
emprender la conquista de Canaán". Hablando del «itinerario
que siguieron los israelitas después de su partida del Sinaí,
42
EL PENTATEUCO NO ES DE MOISES
dice la misma obra: "Casi todos los nombres mencionados
nos son desconocidos, y es difícil a veces conciliar los dife-
rentes relatos que han entrado en el tejido del texto sagra-
do" (II. p. 172).
2249. Lo que se saca en limpio de los datos tan diferen-
tes o contradictorios de las dos listas de la referencia es que
ninguna de ellas proviene de un testigo ocular, ni menos del
jefe de la expedición israelita a través del desierto, sino que
ambas reflejan diversas tradiciones, que, muchos siglos des-
pués de esos sucesos, se fijaron por escrito en distintos do-
cumentos, a los cuales llamamos hoy, J. E. y P. Con toda ra-
?ón, pues, Reuss se expresa así al respecto: "Con semejantes
datos no es de extrañar que las innumerables cartas topográ-
ficas que se han levantado de la marcha de esa expedición,
no sólo no concuerdan entre sí y fijan muy arbitrariamente
la posición de los diversos campamentos, sino que todas for-
man zigzags tan singulares, que a primera vista se apercibe
que los hechos no pueden haber pasado de ese modo, si cier-
to fuera que la emigración tuvo la finalidad que se le supone.
Una de dos : si se partió de Egipto para apoderarse de Ca-
naán, esas correrías a la aventura, en todas direcciones, — Es-
te, Sur, Norte y otra vez Este, — no tenían razón de ser; si
por el contrario, esos datos fueran ciertos, entonces se tra-
taría de correrías de algunas pequeñas hordas de nómades,
que no pensaban en el mañana, y la invasión de Canaán fué
ima empresa posterior e independiente de la emigración. En
ningún caso fué un contemporáneo el que redactó esas listas
discordantes". (L'Histoire Sainte, I, p. 91). Por eso quizá no
esté lejos de la verdad Toussaint cuando opina que los dife-
rentes itinerarios dados por las fuentes J, E y P, parecen
más bien haber sido formados con datos provenientes de ca-
ravaneros de los siglos VIII o VI, que no con documentos
escritos en el siglo XIII (p. 65).
2250. Con el ejemplo que antecede, queda, pues, bien
evidenciado el poco crédito que deben merecernos los pasa-
jes en que se nos dice que Moisés escribió tal o cual de los
relatos que leemos en la Biblia. Igualmente resulta claro que
el Pentateuco es. según dijimos (§ 2221), la ensambladura
de una pluralidad de docuifientos diversos, tanto en su ori-
í;l pentateuco no es de moisés
43
j^en, como en su fecha y carácter. Luciano Gautier, en una
feliz comparación, manifiesta que lo ocurrido con el Penta-
teuco es semejante a lo que ha pasado con los Evangelios ca-
nónicos, que son cuatro relatos paralelos de la vida de Je-
sús, a los que, en diversas oportunidades se ha tratado de ar-
monizar en una sola obra. La primera de esas tentativas y la
áe mayor éxito, fué la realizada por Taciano, discípulo de
Justino, quien por el año 160, compuso una Armonía de los
Evangelios, titulada el Diatessarón, (que significa obra com-
puesta "por medio de cuatro") destinada a suplantar a éstos
€n el uso de la iglesia. Pero mientras nosotros poseemos los
cuatro Evangelios y el Diatessarón, o cualesquiera de las otras
Armonías que los reúnen en un texto único, en cambio, en el
Pentateuco tenemos el texto armonizado, sin los documentos
anteriores e independientes, perdidos, con los cuales ha sido
aquél formado. Por eso, dice con razón Gautier, que "el Pen-
tateuco es el Diatessarón del Antiguo Testamento; pero un
Diatessarón que ha sobrevivido solo y que ha relegado defi-
nitivamente a la sombra, las obras que lo precedieron y de
las que ha salido". (I. ps. 45-48).
CAPITULO II
Los relatos patriarcales del Génesis.
Abraham
LOS ANTECESORES DE ABRAHAM. TERAH. —
2251. Pasaremos ahora a estudiar las historias de los pa-
triarcas, como nos las dan a conocer principalmente el yah-
vista (J) y el elohista (E), tan completamente fusionadas,
que es muy difícil, a veces, distinguir hoy los elementos de
la narración que pertenecen a uno u otro de esos documen-
tos (JE, § 2068-2070). Los tres grandes patriarcas del Géne-
sis, antecesores del pueblo de Israel, son Abraham, Isaac y
Jacob. Antes de detallar la vida de Abraham (12-25,18), nos
da el Génesis dos cuadros etnográficos, bajo la forma de ge-
nealogías familiares : en el cap. 10, la de los descendientes de
Sem, Cam y Jafet. los tres hijos de Noé (J mezclado' con P) ;
y en el 11, a partir del v. 10, la de la descendencia de Sem,
hasta el v. 32, versículos éstos en los cuales la crítica bíblica
sólo reconoce como de J, los vs. 28-30. Esta última genealo-
gía termina con la historia de Terah, quien, después de los
70 años (v. 26), engendró a Abram, Nacor (o Nahor — >
L.B.d.C.) y Harán, en Ur - Kasdim o Ur de los Caldeos.
2252. Esas listas genealógicas hasta Terah, son indis-
cutiblemente mitos etnográficos. En el cap. 10, el hecho es
tan evidente, que el redactor no se preocupó de disfrazar la
ficción, porque en la genealogía de familias que nos da, de-
signa a menudo los pueblos por nombres en plural, o con
artículo. Así. p. ej., Cam tiens por hijos a Cus o Cush (la
Etiopia), Mizraim (el Egipto), Put (el Punt de los egipcios,,
costa de Somal o de Somalia) y Canaán. Canaán engendra a
Sidón, su primogénito (el conocido puerto del Mediterráneo
oriental con cuyo nombre se quiere representar a los fenicios.
XOS ANTECESORES DE ABRAHAM
45
en general ; a Het (los hititas, que no eran de la misma raza
que los cananeos, pero que en los siglos XIII y XIV a. n. e.
ocuparon el mismo país que éstos) ; al Jebuseo, al Amorreo, al
Gergeseo, al Hivvita, al Arquita, al Sineo, al Arvadeo, al Ce-
mareo y al Hamateo, o sea, a los jebuseos, amorreos, etc., co-
mo traduce L. B. d. C. con el artículo en plural (vs. 6, 15, 18).
Los cuatro primeros de esos nombres con artículo, designan
pueblos de Palestina ; los otros designan habitantes del Nor-
te de Fenicia y de la Siria. Mizraim engendra a Ludim, Ana-
mim, Lehabim (los libios), Naftuhim, Patrusim, Casluhim
(de donde salieron los filisteos) — todas poblaciones egipcias,
— y Caftorim (vs. 13,' 14). Como im es la terminación plural
de los nombres en hebreo, muchos traducen asi : los Ludim o
lu-ditas, los Ansmim o anamitas, etc. La mención entre parén-
tesis, que trae el texto (v. 14) que de los Casluhim salieron
los filisteos, está contradicha por otros pasajes, más de acuer-
do con los datos históricos, que indican que los filisteos pro-
cedían de Caftor, o sea, de la isla de Creta (Am. 9, 7) ; Jer...
47, 4). Entre los hijos de Jafet están: Madai (la Media) y Ja-
rán o Yaván (Grecia, los jonios ; y los hijos de Yaván son
islas o pueblos ribereños del Mediterráneo; Tarsis (España),
Kittim (Chipre), Rodanim (Rodas), etc. Si indudablemente
«p interesantísimo para el historiador esta remota clasifica-
ción de los pueblos de aquella época, no es menos innegable
que para ello se ha utilizado la forma del mito, personificando
■naciones, y estableciendo entre ellas relaciones de parentesco
para justificar la similitud de sus costumbres, de su lengua,
grado de civilización, etc. Fué ese el procedimiento seguido
por la mayor parte de las naciones antiguas para explicar sus
orígenes. Así p. ej., los griegos sostenían que los diversos
pueblos que poblaban la Hélada o Grecia, procedían de Deu-
calión (el Noé griego), quien fué padre de Heleno, el que en-
gendró a Dorio, Eolo y Xuto, habiendo tenido este último
■dos hijos : Yon o Jon y Aqueo. Por la genealogía de los epó-
nimos- se explicaba pues, la división de la ra."a helénica en
cuatro ramas principales : dorios, eolios, jonios y aqueos,
aún cuando esos pueblos se diferenciaban entre sí por sus dia-
lectos, usos, costumbres e instituciones. Pronto veremos que
los historiógrafos israelitas apelaron al mismo recurso para
46
LOS ANTECESORES DE ABRAHAIÍ
expresar el origen de las doce tribus hebreas, suponiendo que
éstas procedían de los doce hijos de Jacob.
2253. Otro tanto podemos decir de la genealogía de ios
descendientes de Sem, del cap. 11. El carácter mítico de este
relato se revela no sólo porque parte de él es una repetición
del capítulo mítico anterior, sino, además, por las edades mul-
ticentenarias de esos imaginarios individuos, (en contra del
dicho de Yahvé de que en adelante la edad humana no exce-
dería de 120 años, 6, 3) y porque muchos de ellos son tam-
bién pueblos o localidades, como Heber (Jos hebreos), Serug,
(una ciudad del Norte de Siria), etc. La finalidad del autor de
esta última genealogía era indicar el lapso de tiempo (1) trans-
currido desde el diluvio hasta el nacimiento de Abraham ; pera
la duración tan corta de ese período, que sólo alcanza a 290
años, da lugar, según hemos dicho, a absurdos como éste:
que Sem, testigo del diluvio, habría muerto 35 años después
de Abraham, y 50 después del nacimiento de Jacob. Para
obviar estas dificultades, los LXX aumentaron el período en-
tre el diluvio y Abraham, a 1072 años y el Pentateuco sama-
ritano lo elevó a 942, acrecentando en 100 años la edad de
(1) Habiéndome preguntado un ilustrado lector residente en la
Argentina, el porqué empleo la expresión "lapso de tiempo", he res-
pondido de este modo: "Según puede verse en el Diccionario de la
Academia Española, el vocablo lapso viene del latín lapsus; y en este
idioma se le usaba principalmente, entre otras acepciones, con las
siguientes: 1^, caída, como en lapsus scalarxim, "caída de una esca-
lera"; 2^, curso, como en lapsus fluminum, "curso de los ríos"; y 3*^
error, como en lapsus linguae, expresión que todavía empleamos hoy
para expresar "error de lenguaje". Estas acepciones han pasado al
castellano: la 1* en el sentido de "caída en culpa o error"; y la 2^,
unida a la palabra tiempo, formando el modismo "lapso de tiempo",
para indicar "el curso de un espacio de tiempo". Al dar esta última,
definición en su Diccionario, la Academia Española olvidó manifestar
que ella se aplica únicamente al citado modismo; olvido que no co-
metió al definir el vocablo similar transcurso, pues aunque a éste le
da como significado: "paso o carrera del tiempo", agrega: "úsase co-
múnmente con la misma voz tiempo o con las que expresan sus divi-
siones, como año, siglo, &". Igual cosa ocurre con lapso-, pues aunque
casi siempre va unida a la palabra tiempo, suele alguna vez ir con ctras-
voces equivalentes o sinónimas de ésta, como p. ej., con término, que
entre sus acepciones, tiene la de "tiempo determinado", y así Juan dfr
TERAH, PADRE DE ABRAHAM
47
los patriarcas desde Arfaxad a Serug, al nacerles a cada uno
su primogénito, lo que nos prueba el gradó de verdad histó-
rica que debemos conceder a tales relatos. En cuanto al pa-
triarca Teráh (nombre traducido por Taré) es un héroe rela-
cionado con el culto lunar de Ur, o un dios, según las leyen-
das de Ras Shamrá (LODS, R. H. Ph. R., t<^ 20, p. 100),
cuyo nombre de formación cananea, proviene de yeráh, "luna"
o "mes". Teráh tenía dos mujeres, las diosas Shin (tras-
posición del dios lunar Sin) y Nikkar, variante de Nikkal
(Nin-Gal, la consorte de Sin), según este antiguo texto tra-
ducido por Virolleaud.
Teráh hizo levantar la luna nueva.
Echó a Shin, su mujer,
Y a Nikkar, su muy amada, diciendo:
"Habitaréis, como las cigarras, el llano,
Y como las langostas, los confines del desierto".
Este rasgo de que Teráh echó a sus mujeres, recuerda el epi-
sodio idéntico de Abraham y Agar (DUSSAUD, en R. H. R.,
t° 108. ps. 33, 34). En cuanto a Nacor -(Nahor) era también
el nombre de un dios adorado en el Norte de Siria.
2254. Según P, Teráh con su hijo Abram (Abraham),
su nuera Sarai, mujer de éste, y su sobrino Lot, hijo de
Solórzano escribe: "quedan prescriptos por el lapso del término legal"
(Dic. Encicl. Hispano - Americano. Art. Lapso). Con lapso sucede,
pues, lo mismo que con la voz latina transcursus, que aunque signi-
fica "tránsito o pasaje", se ha castellanizado en transcurso, limitándose
su significado a "pasaje o paso del tiempo" o de las divisiones de
éste; pero debiendo llevar el complemento temporal correspondiente.
El francés ha conservado lapsus en el sentido de "falta, error", y ha
formado el vocablo derivado laps, "espacio"; pero indicando que no
se emplea sino en la locución: laps de temps, nuestro "lapso de tiempo".
Esta nota la envié al Secretario Perpetuo de la Real Academia
Española, Sr. Julio Casares, solicitándole su opinión sobre lo que en
ella sostengo, y dicho señor, con fecha febrero 4 de 1949, entre otras
cosas, me contestó: "No tengo nada que objetar a lo que Vd. expone
en la página del original que me envía, salvo la afirmación de que
"lapso de tiempo" sea un modismo, puesto que la palabra "lapso", se-
gún ya usted mismo ha observado, se emplea en otras combinaciones,
como se ve en la cita de Solórzano. Nuestro Código Civil de 1888 habla
también de "el lapso del término señalado por el testador".
48
TERAH. PADRE DE ABRAHAM
Harán muerto en Ur (1), partieron de esta ciudad para ir al
país de Canaán ; pero se quedaron en Carán o Harán al N. O.
de la Mesopotamia (§ 2319, n.), donde murió Teráh, a los
205 años de edad, según el T. M. (§ 34), o a los 145 años,
según el Pentateuco samariíano. De Nacor sólo se dice en
este capítulo 11, que se había casado con su prima Milca,
hija de Harán; pero a estar a lo que se expresa en 24, 10 pa-
rece que Nacor se estableció en Aram - Naharaim (traducido
generalmente por Mesopotamia), región del medio Eufrates,
y según 22, 20 - 24, tuvo ocho hijos con Milca, y cuatro con
su concubina Reúma. Los hijos de Nacor con Milca fueron :
Huz, Buz, Kemuel, padre de Aram. Kesed, Razo, Pildash,
Yidlaf y Betuel, el padre de Rebeca, siendo los hijos de
Reúma : Tebáh, Gaham, Tahash y Maaca. Aquí, como en
los casos anteriores, los nombres de los hijos de Nacor son,
en su mayor parte, nombres de tribus o países de la región
aranica, ocupando los hijos de Milca el desierto de Siria, y
los hijos de Reúma, la comarca del Líbano. Recuérdese que
las tribus consideradas como de sangre mezclada o de dig-
nidad inferior, se representaban por hijos de concubinas.
2255. La ciudad de Ur, célebre mucho antes del tercer
milenario, y una de las más venerables metrópolis del país
de Sumer, estaba consagrada al culto del dios - luna Sin o
Nannar - Sin. Este dios, como todos los dioses de Sumer y
de Accad, tenía familia, a saber: su esposa, Nin - gal y sus
hijos Shamash (§ 80), el dios - sol, Istar (§ 75) y Nuskú, el
dios del fuego. Como en la ciudad de Harán (2) o Carán
(1) La generalidad de los intérpretes ubican la ciudad de Ur-Kasdim
o Ur de los Caldeos en el Bajo Eufrates, en la colina llamada hoy
El - Miijhdr, que ha explorado, con notable éxito, C. L. Woolley, en
este último cuarto de siglo. Lods, en cambio, (Israel, ps. 187 - 9) se
inclina a localizar Ur - Kasdim en la Alta Mesopotamia, en la región
de Aram - Naharaim. Moret (Hist. Anc, p. 632), Dussaud (Les Dé-
ccyuvertes, ps. 156-7), y E. Bhorme (L'Evolution, p. 69), siguen al
respecto la opinión general, diciendo que esa Ur era la antigua ciudad
sumeria real que adoraba al dios - luna Sin.
(2) Harán o Harrán se escribe con h aspirada, que se prenuncia
casi como c, por lo que se suele escribir Carán. Lo mismo pasa con
la h de Nahor, por lo que aparece este nombre con dicha letra cam-
biada en c.
TERAH, PADRE DE ABHAHAM
49
se adoraban las raismas deidades, y hasta existía tanto en
ella como en Ur, un templo idéntico elevado en honor de
Nin - gal, con el mismo nombre, bit - gipari (casa de campa-
ña), hoy, la crítica independiente se inclina a creer que el
dato bíblico de la emigración de Teráh con parte de su fa-
milia de Ur a Carán, sea un eco del transporte, por un clan
o grupo de individuos, de las creencias religiosas de aquella
ciudad sumeria a ésta aramea, al Norte, entre los dos gran-
des ríos mesopotámicos. "Cuando la Biblia, escribe Dhorme,
hace salir la familia de Teráh del país de Sumer para con-
ducirla a Harán, concuerda con la historia de los orígenes
religiosos de esta última ciudad... La tradición del pasaje
<ie los hebreos de Ur a Harán quedó fijada fuertemente en
los espíritus. Añadamos que los primeros capítulos del Gé-
nesis reproducen el eco de las leyendas que circulaban en
Caldea, sobre los orígenes del mundo, de la humanidad, de
las civilizaciones. Indudablemente que estas tradiciones pu-
dieron ser recogidas en el país de Canaán, donde fué pre-
ponderante la influencia de la literatura babilónica desde la
mirad del 2° milenario a. n. e., como lo prueban los fragmen-
tos de mitos que se han encontrado entre las tabletas de
El Amarna (§ 20, 25, 86) ; pero se puede también suponer
que esas tradiciones ya se habían extendido en la vecindad
de los grandes santuarios que frecuentaban los nómades de
la primera generación". El dios - luna Sin, agente de enlace
■entre las citadas dos metrópolis, al naturalizarse como arameo
en Carán, tomó el nombre de Shahar, según se ve en distin-
tas y muy antiguas inscripciones. Los textos de Ras Shamrá
atestiguan la difusión del culto lunar tanto en los países
árameos como en la Fenicia del Norte. Ese dios, transfor-
mado en "wSeñor de Harán" (§ 72), y que en sus peregrina-
ciones va acompañado por su familia, "es esencialmente el
dios de los nómades; el que guía, a través de la estepa, la
marcha nocturna de los pastores que temen los calores del
día ; el que les mide el tiempo, marcando en el cielo los días,
semanas y meses ; y por el cual conocen la época en que
darán cría las ovejas. Los antecesores de los hebreos segui-
rán las etapas del dios, y así después de la estación de Ha-
rán, pasarán el Eufrates. Su emigración está estrechamente
50
EL PATRIARCA ABRAHAM
ligada a la de los Aramú y los Kaldú (nombres que los textos
cuneiformes, dan a los árameos y a los caldeos, respectiva-
mente) por lo cual los genealogistas no trepidaron en trans-
formar en parentesco esa unión que permitía suponer la si-
militud de idiomas. Por eso el hermano de Abram, Nacor,
viene a ser el padre de Aram, epónimo de los árameos o
siríacos, y de Kesed (cuyo plural es Kasdim), epónimo de
los caldeos. Bien que insistiendo en el hecho de que los ha-
bitantes de Harán como Betuel y Labán (Gen. 25, 20; 28, 5;
31, 20, 24) son árameos y se expresan en arameo (31, 47, ss.),
es, sin embargo, a casa de ellos que los narradores del Gé-
nesis envían a buscar esposas para Isaac y Jacob (24 - J ;
28 -P). Nada se opone a que los hebreos primeramente ha-
yan practicado el mismo culto que los árameos, sus congé-
neres. Cuando Raquel lleva los terafim, es decir, los ídolos
domésticos de su padre Labán (31, 19 ss. -E), se convierte
en símbolo de ese traspaso de religiones, cuyos testimonios
históricos hemos investigado" (DHORME. L'Evolution,
ps. 88-95).
VOCACION DE ABRAHAM. — 2256. Con la ge-
nealogía de Teráh llegamos a Abraham, el más célebre pa-
triarca, considerado como fundador del pueblo hebreo. El
redactor utiliza primeramente el relato de J, en el que inter-
cala una que otra frase de P, como en 12, 4'', 5. Comienza
así su narración: 12. 1. Yahvé dijo a Abram: (1) "Abandona
tu país, tu parentela y la casa de tu padre, y vete al país que
te mostraré. 2. Haré nacer de ti una gran nación; te ben-
deciré, y engrandeceré tanto tu nombre que serás ejemplo
en las bendiciones. 3. Bendeciré a los que te bendigan, y mal-
deciré a los que te maldigan; y todos los pueblos de la Tie-
rra desearán ser bendecidos como tú".
2257. El redactor olvidó aquí que el país de Abraham
no era la Naharina, (ver en t*^ I, mapa de p. 65), donde se
(1) Recuér-dese que hasta Gen. 17, 5 el patriarca es llamado
Abram, pasaje de P, en el que se expresa que Yahvé le cambió es*
nombre por el de Abrahami, (de ab, "padre", y hamón, "multitud"),
para indicar que sería padre de multitud de naciones.
EL PATRIARCA ABRAHAM
51
encontraba la ciudad de Carán, lugar de la residencia del
patriarca cuando recibió la orden divina, sino Ur de los Cal-
deos ; lo mismo que no tuvo en cuenta que el país de destino,
"el que te mostraré", era el país de Canaán al que Teráh
con su mencionada comitiva se dirigían, cuando les ocurrid
cambiar de opinión y establecerse en Carán (11, 27, 28, 31).
Una persona antes de emprender viaje, debe saber adonde
va, por lo menos a los efectos del rumbo que tiene que to-
mar ; aquí ocurre a la inversa : el interesado parte con toda
la familia y sus bienes, ignorando adonde se dirige ; el ca-
mino y el fin del viaje se los mostrará el dios que da la
orden. Este contrasentido, a lo que la ortodoxia llama "la
fe de Abraham", porque "partió sin saber adonde iba" (Heb.
11, 8), sólo puede admitirse en los relatos míticos en que
intervienen dioses que conversan con los hombres, como
aquí en el Pentateuco o como pasaba en la antigua Grecia.
En el seno de lo maravilloso en que se mueven estos rela-
tos infantiles, todo es posible, como en las fábulas en que
hablan los animales (Gén. 3, l-r5; Núm. 22, 28-30). Para J,.
pues, Abraham es un fiel creyente en Yahvé, que conoce
su voz, y cumple sin titubear la orden de marcharse a lo
desconocido con su familia y bienes tan sólo porque así se
lo pide aquella divinidad ; pero E se hace eco, más adelante,
de otra tradición, según la cual la familia de Teráh, lo mis-
mo que los demás parientes de Abraham adoraban otros dio-
ses (Jos. 24, 2; Gén. 31, 19; 35, 4; § 308). En cuanto a la
promesa que hace Yahvé en el pasaje que comentamos, de
que de Abraham hará nacer una gran nación, la encontrare-
mos repetida tres veces más en el mismo Génesis (13, 14-17;
15, 5; 17, 1-8). Estas dos últimas provienen de E y P res-
pectivamente ; la otra es del redactor, quien quería destacar
que los hebreos debían su país no tan sólo a la elección de
Lot, — el que al separarse de su tío Abraham eligió para si
la Transjordania (§ 2264) — sino a la manifiesta voluntad
del dios nacional.
ABRAHAM EN CANAAN. — 2258. Abraham avanzó
a través de Canaán y llegó a Siquem, y se detuvo junto a la
encina de Moré (v. 6). L.B.d.C. escribe al respecto: "Moré
52
EL PATRIARCA ASHAHAM
<]uiere decir "el que emite un oráculo", "el que da una instruc-
ción divina", como el sacerdote o el adivino. La encina de
Moré significa, pues, "la encina del adivino" o "la encina
■que da oráculos" (cf. las encinas de Dodona en Grecia, y
2 Sam. 5, 24). La palabra elón, que se traduce por "encina"
o por "terebinto", designa ante todo un árbol sagrado en el
cual, originariamente, se consideraba que residía un dios
(el; § 71). Era célebre el de Siquem (Gén. 35, 4; Deut. 11,
30; Jos. 24, 26; Jue. 9, 6). Resulta de nuestro pasaje y de
Jue. 9, G, que era venerada dicha encina por los cananeos,
antes de serlo por los israelitas. Estos, al establecerse en Pa-
lestina, a menudo adoptaron, para rendir culto a Yahvé, los
mismos sitios en que habían adorado los antiguos habitantes
del país (Siquem, Bethel. Hebrón, etc.). Las tradiciones to-
cante a las visitas de los patriarcas a esos lugares, tendían
a justificar ante los israelitas, su carácter -sagrado". Por eso
expresa J que en la encina de Moré, "ss le apareció Yahvé
a Abraham, y le dijo: "Daré este país a tu posteridad". Y
Abraham edificó allí un a^tar a Yahvé, que se le había apa-
recido. 8. Y partiendo de alH, tomó por la montaña, al Este
de Bethel, y plantó su tienda entre Bethel al occidente y
Hai (1) al oriente; y edificó allí un altar a Yahvé e invocó
el nombre de Yahvé. 9. Y Abraham continuó su marcha de
etapa en etapa, hacia el Megueb" (el Sur).
2259. Sobre el citado v. 8 escribe Dussaud : "Existían
muy antiguamente dos ciudades vecinas : una de las cuales
consagrada al culto del dios El. se llamaba Beth - El (Beth
significa "casa"; § 92), mientras que la otra consagrada al
(1) Hai, antigua ciudad real cananea del principio del III mile-
nario, se llamaba antiguameriíe, según Rene Dussaud, Beth - Hadad,
consagrada al culto del dios Kadad (§ 78), cuyo nombre los escribas
de los libros de Josué y de Samuel, cambiaron en Beth - A vén (casa
de la mentira, por las mismas razones que cambiaron baal por boshet
en otras palabras, § 618). Beth - Hadad fué destruida antes del año
2100, según las recientes exploraciones de Mme. Marquet - Krause, y
ruando entraren los israelitas en Palestina, llamaron aquel paraje
desolado Ha-Ay, o sea, "La Ruina". Este nombre le quedó a la ciu-
dad posteriormente edificada junto al emplazamiento de Beth - Avén
<R.H.R., t<? CXV, ps. 125-141).
EL PATRIARCA AERAHAM
53
culto de Kadad, se llamaba Beth - Hadad. En Géu. 12, 8 no
se trata, como se ha creído, de instituir el culto de Yahvé
en Beth - El, sino de entronizar a Yahvé en el país entre sus
dos poderosos rivales El y Hadad, de lo c]ue se desprende
que el centro religioso de Beth - Hadad (Hai) no cedía en
importancia al de Beth -El. Este relato de la erección de un
altar a Yahvé por Abraham no puede tener ningún fondo
histórico. Como toda la parte yahvista de la gesta de
Abraham, constituj'e una adaptación al culto de Yahvé de
leyendas más antiguas, y a veces, como en este caso, aparece
netamente una oposición de doctrina y de culto. En efecto,,
una tradición más antigua está ligada al nombre de Jacob,
patriarca no sin razón llamado Israel, porque se declara
campeón de El. Cuando regresa del país de Aram, — viaje
que señala la trashumancia establecida desde larga fecha en-
tre Bersabé (Beerseba) y Carán (Gén. 28, 10) — , se detiene
Jacob en Siquem donde consagra un altar, que denomina "El
es el dios de Israel" (Gén. 33, 18-20), y luego en Beth - El,
donde erige otro altar (35, 1-7), en cumplimiento del voto
formulado en el mismo lugar" (28, 16-22; R.H.R., t^ 115^
ps. 139-140).
ABRAHAM EN EGIPTO. — 2260. Utilizando otro do-
cum^ento de la misma escuela de J, el redactor inserta en
seguida el relato del viaje y de la estada de Abraham en
Egipto (1). Acosado por el hambre que reinaba en el país,
Abraham decidió irse a Egipto ; pero antes de penetrar en
este país, le dijo a su esposa Sarai : "Sé que eres hermosa,
12, y que luego que te vean los egipcios, dirán: "Es su mu-
jer", y a mí me matarán, mientras que a ti te conservarán
la vida. 13 Di, pues, que eres mi hermana, a fin de que yo
sea bien tratado por causa tuya, y salve la vida gracias a
ti". 14 Luego que Abram entró en Egipto, vieron los egip-
cios que su mujer era muy bella. 15 Y viéndola también los
(1) Este relato, dice L.B.d.C, ha sido sacado de otra fuente que.
el conjunto de los caps. 12 y 13, porque para insertarlo en éstos, el
redactor debió agregar enlaces (12, 9; 13, 1, 3-4) a efecto de hacer
volver Abraham al punto donde lo había dejado 12, 8.
54
EL PATRIARCA ABRAIIAM
cortesanos del Faraón, se la alabaron a éste, y ella fué lle-
vada al palacio del Faraón. 16 A causa de ella, trató bien
a Abram, quien recibió ovejas, vacas, asnos, esclavos y es-
clavao, asnas y camellos. 17 Pero Yahvé hirió al Faraón y
a su casa con grandes plagas, a causa de Sarai, mujer de
Abram. 18 Entonces el Faraón llamó a Abram y le dijo:
"¿Qué es lo que me has hecho? ¿Por qué no me declaraste
que era tu mujer? 19 ¿Por qué dijiste: "Es mi hermana",
de manera que la tomé por mi mujer? Ahora, pues, he ahí
a tu mujer; tómala y vete". 20 Y el Faraón ordenó que lo
expulsaran a él y su mujer, con todo lo que le pertenecía".
2261. Sobre este relato, contado por E con notables va-
riantes, léase lo que al respecto hemos dicho en § 2069. "La
misma tradición, anota L.B.d.C, se encuentra con variacio-
nes en los caps. 20 y 26, 7-11. Su finalidad consiste a la
vez en mostrar que Yahvé preservó a la mujer del patriarca
de un grave peligro, y en celebrar la hermosura de la abuela
de Israel, así como la habilidad del marido. Sobre este últi-
mo punto, las generaciones ulteriores parecen haber tenido es-
crúpulos, porque las formas más recientes de la tradición
(caps. 20 y 26) atenúan la mentira y los cálculos interesados
del patriarca". Debe tenerse presente que, según la narración
transcripta de J, la mujer de Abraham, cuando el viaje de
éste a Egipto, tendría que hallarse en la flor de la edad, en
la época en que la belleza femenil se expande en todo su
esplendor, lo que no concuerda con los datos cronológicos
de P. según los cuales Sara tenía 65 años a su llegada a
Canaán (v. 4 y 17, 17). Aquí, como en los cuentos, cuando
se principia con la conocida frase : "Había una vez un rey...",
que no hay el porqué nombrarlo, porque no hace al caso,
aquí, decimos, no se expresa el nombre del soberano egipcio,
al igual que en las historietas de José y del nacimiento de
Moisés (§ 113 al final, 276). Después, a los corifeos de la
intolerancia, católica que despotrican contra la escuela laica
por su neutralidad en materia religiosa y que sostienen que
no hay moral sin religión, podemos manifestarles que si en
la enseñanza religiosa que imparten en sus colegios confe-
sionales* y sectarios, dan a conocer las biografías de los
grandes personajes bíblicos, como Abraham, tal cual la na-
EL PATRIARCA ABRAHAM
55
rran las Santas Escrituras, sin falsear lo que éstas expresan,
dicha enseñanza tendrá que ejercer perniciosa influencia ;>o-
bre los jóvenes estudiantes que la reciban. En efecto, sin una
palabra de censura por parte del autor sagrado, se nos re-
fiere que Abraham, el prototipo del hombre justo, el modelo
de fe para los creyentes, se vale de una burda mentira para
escapar a un peligro, fácil de evitar por otros medios más
correctos ; y luego se nos muestra aquél como un vulgar pro-
xeneta, que vive holgadamente en Egipto, enriqueciéndose a
expensas de su hermosa mujer Sara, gracias a la munificen-
cia del Faraón, que hacía vida marital con ella, teniéndola
en su harem (12, 14-16). Si Abraham viviera hoy f.Ttre
nosotros, y explotara a su mujer de ese modo, tolerando que
otro hombre cohabitara con ella, lucrando así con el honor de
su esposa, caería bajo la sanción de nuestra ley "N^ 8080, del
27 de mayo de 1927, e incurriría en pena de dos a ocho años
de penitenciaría (1).
2262. Por supuesto que estas lógicas consecuencias exas-
peran a la ortodoxia, la que a toda costa se esfuerza en de-
mostrar que lo negro es blanco, a efecto de salvar la morali-
dad del patriarca. Así Scio trata de probar que Abraham no
mintió al enseñar a Sara que dijese que era su hermana, por-
que "los hebreos llamaban hermanos y hermanas a los pa-
rientes más cercanos", y luego basándose en el testimonio de
San Agustín, agrega que "Abraham se portó aquí con una
sabiduría llena de luz. Se miraba puesto entre dos extremos:
el primero de desconfiar de la protección de Dios ; el segundo
de tentarle por una confianza mal entendida ; esto es, de es-
perar de él una protección extraordinaria y milagrosa, cuando
podía evitar el peligro por medios ordinarios y naturales. Se
trataba al mismo tiempo de conservar dos cosas, que para él
eran de la mayor estimación: el honor de su mujer y su propia
conservación. La prudencia no le sugería medio alguno para
impedir que Ic arrebatasen a Sarai; y así por lo que tocaba
a esto, se abandonó en manos de la divina Providencia. Tenía
(1) Vernes califica de mediocre la historia de Abraham en Egipto,
agregando que no honra ni a la facultad de invención, ni a la delica-
deza moral de su autor (p. 28).
56
EL PATRIARCA ABRAHAM
a mano un medio de poderla librar sin esperar un milagro»
y éste era responder, sin faltar a la verdad, que Sarai era
su hermana. Lo contrario hubiera sido tentar a Dios, y ex-
poner a Faraón a un homicidio". La afirmación de San Agus-
tín de que, sin faltar a la verdad, Abraham podia decir que
Sara era su hermana, se base en lo que, según la tradición
recogida por E, contesta el patriarca a Abimelec : "Ciertamen-
te ella es mi hermana, hija de mi padre; pero no es hija de
mi madre, y ha podido así ser mi mujer" (Gén. 20, 12) — pre-
tendido parentesco inventado para excusar la patente mentira
del patriarca — , lo cual no concuerda con los datos genealó-
gicos de P, documento que afirma que Teráh tuvo tres hijos,
y que Sarai era su nuera, mujer de Abram su hijo (Gén. 11,
26-31). El considerar lícito el matrimonio entre dos medio
hermanos está en pugna con la legislación de Lev. 20, 17 (Deut.
27, 22), la que impone la pena de muerte a los culpables de tales
uniones, lo cual prueba la diversidad de documentos que uti-
lizó el redactor, cuyas contradicciones no siempre supo evitar.
Debe recordarse que tanto en época de David (II Sam. 13,
13), como entre los egipcios y griegos, era considerado como
legítimo el matrimonio entre hermano y hermana no uterinos.
2263. En cuanto a que Sara, a estar al relato que co-
mentamos, cohabitó con el Faraón, lo niega la ortodoxia pie-
tista, con argumentos como éste que emplea Scío al anotar
el V. 15: "Aunque Faraón dió orden que llevasen a Sarai a
su palacio con el fin de desposarla, no llegó este caso, porque
era costumbre que las mujeres destinadas para esposas de
los reyes, fuesen prej^aradas largo tiempo antes con perfu-
mes y con baños (Ester 2, 12). Y en este tiempo fué en el
que trataron con tanto agasajo a Abram por respeto de Sarai,
y en el que Dios envió sus plagas contra Faraón y su fami-
lia, las que le hicieron conocer su falta y que Sarai era mujer
de Abram ; y así se la restituyó sin haberla tocado, y los
hizo acompañar hasta sacarlos fuera de su reino con todo,
lo que poseían". Por supuesto que para hacer esta alegación
no tiene en cuenta Scío: 1^ que ante el poderoso soberano
de Egipto, no habría sido Abraham, sino uno de tantos jefe-
zuelos que acudían de las regiones del desierto oriental en
EL PATRIARCA ABRAHAM
57
busca de alimentos, y no el rey de un país con el cual hu-
biera tenido interés de emparentar; y que, por lo tanto, una
mujer hermosa de la familia de aquel extranjero, era uiia
más que, si le venía en gana, podía engrosar su harén y nada
más ; 2^ que la cita de Ester se refiere a costun^bres persas
y no egipcias, posteriores en quince siglos a la época en que,
por lo general, se sitúa la de Abraham ; y 3° que el texto
bíblico es claro 3^ no admite subterfugios cuando el Faraón
le dice a Abraham: "¿Por qué dijiste: "Es mi hermana"?,
de manera que la tomé por mi mujer" (v. 19). El narrador
yahvista le hace desempeñar un triste papel al dios Yahvé,
al cual se le ocurre intervenir después que ya había pasado
un tiempo el Faraón cohabitando con Sara, y entonces lo
hiere con grandes plagas a él y a su casa, sin explicar qué
relación había entre aquél y este suceso ; mientras que el
narrador elohista refiriendo una tradición semejante, pero
con Abimelec, rey de Gerar, expresa que Yahvé amonestó en
sueño a dicho monarca tan luego como éste hubo hecho rap-
tar a Sara (Gén. 20, 2-7).
2264. Después de la estada de Abraham en Egipto, el
redactor lo hace retornar a Canaán y volver a Bethel, donde
invoca nuevamenet a Yahvé, ante el altar que con anterio-
ridad había allí erigido. Luego ocurre la separación de Lot,
quien con todas sus haciendas se dirige al valle del Jordán,
llevando sus tiendas hasta Sodoma, mientras que Abraham
va a establecerse cerca de la encina de Mamré, en Hebrón,
paraje en el que constru3'e también un altar a Yahvé. Es
interesante notar la forma cómo se efectuó esa separación
entre tío y sobrino, que se dice motivada, según el documen-
to P. por la gran cantidad de ganado que ambos tenían
(v. 6), mientras que, según J, ello se debió a querellas entre
sus pastores (v. 7). Abram le expresa a Lot: "¿Todo el país
no está (libre) delante de ti? Apártate de mí, te ruego: si
fueres a la izquierda, yo tomaré la derecha ; si tú escogieres
la derecha, yo me iré a la izquierda" (13, 9). Ahram dispone
aquí del país de Canaán, como si estuviera despoblado ; sin
embargo, otro escritor recuerda poco antes que los cananeos
y los perezeos o perezitas habitaban entonces en dicho país
ero
EL PATRIARCA ABRAKAM
encJitr^'sotf eT'^^- '''^ ^^^^^^^ se
bir.i Mo, í ""'f™" ^2. 6 sería incomprensi-
ble SI Moisés fuera el autor del Génesis, como pretende h
0 toaoxia, prescindiendo de esto, repetimos, tenemos que d
pa 3 estaba ocupado por los cananeos, habit;ntes de a costa
1 ¡ &^Tcb^'et'c1'"'"r ^Pi-nVoVt^or í:
nnK ; ' "^"^ primeros vivían en las ciudades o
poblactoncs, mientras que los últimos habitaban en el camoo
~ V rn:s%"'^"'°%"^^ ^^"^'^^ " este e;i:X;
e.cnoe Vernes. es muy claro: transporta en un lejano pasado
cL:"p:r Abfanf '"V^?^^^'^^ '^^ israelitas, ^;:rso'ni ea
cados^?;or Lot ' ií . .-""-onitas - moabitas,^ personifi-
esfheC d^de^l ''r'", ^P" ^^^^ ^^^^s comenta
ese fte.ho diciendo: Las dos ramas de los semitas que habían
pasado el Eufrates (cap. 12), se separan amigablemente v e"
patriarca de los israelitas queda solo en Canaán, fí urí patrl
momo de su raza Sa Abram y Lot hubieran sido realmeiíe \ñ
dmduos, hubiera habido bastante lugar para ellos, a pe Í de
aron del: í-.— neos. Las querellas de las pastores pa^
saron de la experiencia diaria al cuadro poético del mito"
Abram se establece en Hebrón "donde existía un lugar sa 'ra:
M n 1 k'"' ''''' ^'■^^^^"^^ alta "'''(DHOR-
¡ santuario de Yahvé, a 31 Kms. al S O de
Jerusalen, fue tan célebre que "aún en el siglo IV n e ju
tL BrcTF/T'""°%"'"^^^'^^'^ un'-árbol sagrado"
tt.t r'h ^ santuario, dice Dhorme (L'EvoIu-
tion, p. 65), la naturaleza lo embellece, el hombre lo consagra.
ABRAHAM GUERRERO — ??r^^
ahoi. con el cap. 14 del Genesjque sfgS la^Z:^S
¿Lo de "^dependientes, no puede ser atribuido a nin-
guno de los cuatro documentos que han formado el Pentateu
co (§ 62 nota; 2068-2074). En él se expresa que en íicmpo"
'LrsT de K^edo^ ^"^^^ Arioc,\ey de eS
Laisa), de Kedor - Laomer, rey de Elam, y de Tideal rev
de Goyim, estos reyes emprendieron una campaña tue^rera
bo^rO.^ ¡71 '^nT'i de Sodoma, Gomorr'a. Idma Ze-
boim (Os. 11, 8) y Bela, hoy Zoar en la extremidad S E del
mar Muerto. Estos cinco reinos habían estado sometidos,' du-
Els PATRIARCA ABRAHAM
59
rante 12 años, al rey de Elam, Kedor - Laomer (Kudur - Laga-
mar, o sea, servidor de Lagamar, dios de Elam) ; en el año
décimotercero se rebelaron, y en el decimocuarto fueron ata-
cados en el valle de Sidim, que es ahora el mar Salado o Muer-
to, donde se habían concentrado, y fueron vencidos por la ex-
pedición punitiva del citado rey elamita y sus aliados. El va-
lle de Sidim estaba lleno de pozos de asfalto, en los que al
huir, cayeron los reyes de Sodoma y Gomorra. Los vencedores
se apoderaron de todos los bienes de los de estos reinos, y a
su regreso, se llevaron cautivo a Lot, que habitaba en Sodo-
ma (1), cuyas haciendas también habían tomado. Un fugitivo
comunicó estos sucesos a Abram el Hebreo, quien vivía cerca
de la encina del amorreo Mamré, hermano de Escol y de Aner,
aliados de Abram. Este, al recibir tal noticia, pasó en revista
a sus 318 es(^lavos más aguerridos, nacidos en su casa, y con
ellos atacó y derrotó a los enemigos, en Dan, persiguiéndolos
hasta el N. de Damasco, recuperando el botín que aquéllos
llevaban, y volviendo a traer a Lot, con sus bienes, así como
las mujeres y todos los cautivos. Regresa victorioso Abram, y
en el Valle del Llano, hoy el Valle del Rey, salió a recibirlo
el rey de Sodoma, quien le pidió que le devolviera las perso-
nas rescatadas y se quedara con el botín recuperado. A lo que
respondió Abram : '^'Levanto la mano a El Eiyon, creador de
los cielos y de la Tierra (fórmula de juramento que consistía
en levantar la mano hacia el cielo) : no tomaré nada de lo que
es tuyo, ni un hilo, ni un cordón de sandalia, para que no di-
gas : He enriquecido a Abram. Nada quiero para mí ; todo te
lo devuelvo, salvo lo que han comido mis esclavos y la parte
de los hombres que conmigo vinieron, Aner, Escol y Mamré.
¡Ellos que tomen su parte!" (vs. 22-24).
2266. Intercalado en el relato de la entrevista de Abra-
ham con el rey de Sodoma, se halla el célebre episodio del en-
cuentro con Melquisedec, que interrumpe dicho relato, episo-
(1) "Anteriormente, nota Verncs, nos había sido presentado Lot
como un rico propietario de ganados, llevando la vida pastoral en el
valle del Jordán, donde habitaba en tienda o carpa (13, 5-12); pero
aquí tenemos una concepción diferente: Lot mora en la misma ciudad
de Sodoma. Esto es también lo que pretende el escritor que nos cuen-
ta la ruina de esa ciudad" (p. 29).
60
EL PATRIARCA ABRAHAM
dio que le sirve de tema al autor de la Epístola a los Hebreos
para largas disquisiciones cristológicas (caps. 5-7). Dice así
esa intercalación : "Melquisedec, rey de Salem, hizo traer pan
y vino. Era sacerdote de El Elyon (§ 92). Bendijo a Abraham
y dijo:
Bendito sea Abram por El Elyon,
que ha creado los cielos y la Tierra.
Bendito sea El Elyon,
que ha entregado tus enemigos en tus manos.
Y Abram le dió el diezmo de todo" (vs. 18 - 20).
2267. Este cap. 14, que hemos tratado de resumir fiel-
mente en los dos parágrafos que anteceden, es en realidad un
midrach o relato anecdótico edificante, cuya finalidad es en-
salzar el valor guerrero de Abrahain y justificar los diezmos
que debían pagarse a los sacerdotes jerosolimitanos en la épo-
ca postexílica, relato que probablemente fué escrito por el
tiempo en que se le dió al Pentateuco su forma actual, como lo
prueba, según los hebraístas, el carácter de la lengua en que
está escrito. Quizá en este midrach todo no sea fantasía, pues
es posible que repose sobre antiguas tradiciones relativas a
conflictos armados entre reyes de Sumer, Babilonia y Elam,
en la Baja Mesopotamia, con reyezuelos cananeos, dominados
por aquéllos y que, por lo tanto, les pagaban tributo. De todos
modos, el nombre del rey Kedor - Laomer, jefe de la expedi-
ción contra las ciudades palestinas sublevadas, aunque de ori-
gen y forma elamita, no ha podido ser hallado en las numero-
sas inscripciones descubiertas, que nos han hecho conocer ca-
si todos los nombres de los antiguos reyes del Elam. Este mi-
drach parece haber sido redactado por un extranjero o tomado
de una fuente no nacional, porque presenta a Abraham como un
desconocido, al que para caracterizarlo, lo califica de "el He-
breo" (v. 13), nombre gentilicio no usado por los israelitas pa-
ra designarse a sí mismos. Entre las inverosimilitudes históri-
cas del relato, se pueden señalar éstas : 1^ J y E pintan a Abra-
ham como un nómade pacífico, dueño de gran hacienda, que
mantiene relaciones cordiales con los pueblos con los que en-
tra en contacto ; mientras aquí aparece como una especie de
reyezuelo con aliados, siendo además hábil y valeroso general»
EL PATRIARCA ABRAHAM
61
que no trepida en ir en busca de un poderoso enemigo para
combatirlo, al que fácilmente derrota. 2° Abraham con 318
hombres y los que pudieron proporcionarles sus aliados, triun-
fa de uno de los más poderosos imperios del mundo antiguo,
si es que se quiere identificar a Amrafel con el célebre Ham-
murabí, como algunos pretenden, identificación que los histo-
riadores imparciales consideran falsa. Hammurabí no fué alia-
do de Elam, sino que combatió contra este reino y lo derrotó
totalmente hasta el punto que su historia nos es casi descono-
cida en los 70 años posteriores (CAMERON, ps. 99 y 100).
3° Se dice que el mar Muerto o mar Salado (v. 3) no existía en-
tonces, y que en el lugar de su ubicación o emplazamiento* se
habían concentrado los reyezuelos cananeos. Ahora bien, los
geólogos hacen remontar dicho mar, por lo menos, al período
pleistoceno (§ 2188), y suponen que sus aguas fueron gradual-
mente descendiendo al fin del período glaciar. Si a esto se
agrega que los nombres de los pretendidos aliados de Abra-
ham: Mamré (Gén. 23, 17-19), Escol (Núm. 13, 23 -24) y
Aner (I Crón. 6,70) eran nombres de parajes, transformados
aquí en personas, concluiremos de convencernos que es absur-
do darle valor histórico a esta narración. En cuanto al dato de
que los guerreros de Abraham eran 318, escribe L.B.d.C. :
"Esta cifra ha podido ser deducida del nombre de Eliezer (15,
2), pues el número de este nombre, es decir, la suma de los va-
lores numéricos de las letras que lo componen, era en efecto
318, como lo han notado los rabinos. Este modo de especular
con los nombres (gematría) era corriente entre los judíos (cf.
Apoc. 13, 18)".
2268. Al intercalar en dicho midrach el episodio de la en-
trevista de Melquisedec con Abraham, proveniente quizá de
una tradición local de Jerusalén, no observó el redactor la con-
tradicción en que incurría, pues en esa entrevista aparece
Abraham dando a Melquisedec el diezmo de todo (v. 20), lo
que significa que se reservó para sí el 90 o|o del botín obteni-
do, mientras que en seguida el patriarca le jura al rey de So-
doma, que él no se ha quedado con nada: "Nada quiero para
mí" (v. 24). Esa contradicción corre pareja con esta otra: Se-
gún el V. 10, el valle de Sidín estaba lleno de pozos de betún
o asfalto, y al huir, después de su derrota, los reyes de Sodo-
62
EL PATRIARCA ABRAHAM
ma y Gomorra cayeron y perecieron en ellos, pues de lo con-
trario carecería de objeto la simple mención de la caída; pero
en el v. 17, el rey de Sodoma sale al encuentro del victorioso
Abraham para solicitarle la entrega de los cautivos rescatados.
La ortodojda, que todo lo armoniza, pretende salvar esta difi-
cultad suponiendo que el que salió a recibir a Abraham fué el
sucesor del rey de Sodoma perecido en la expresada forma, lo
que no es la opinión de Scío, quien manifiesta al respecto: "No
parece verosímil que en tan poco tiempo (el hijo) estuviera
ya coronado y reconocido por rey, como se le llama aquí".
2269. Melquisedec era rey de Salem o Jerusalén (Sal.
72, 2), ciudad que, según las cartas de Tell el Amarna (§ 20),
existía ya en el siglo XV, siendo llamada Urusalim (§ 1067).
El nombre Melquisedec o Melqui - Sedee, en hebreo Malki -
Sedee, significa "mi rey es Sedee", siendo Sedee una deidad
fenicia o cananea, que se encuentra en otros nombres teó-
foros*, (§ 618-9) como Adoni - Sedee, "mi Señor es Sedee"
(Jos. 10, 1). "Una inscripción fenicia nos da el nombre pro-
pio Sidki - Melek, (Sidki equivale a Sedee con sufijo) que
es el de Melqui - Sedee al revés, y una inscripción cuneiforme
presenta el nombre propio Sidki - ilú (Ylú = El, nombre de
la divinidad; véase § 17). El nombré olvidado de ese dios
llegó a ser un sustantivo que expresa la idea de corrección,
derecho, justicia (en hebreo, sedee). Por esto el historiador
Josefo y la Epístola a los Hebreos (7, 2) traducen- el nom-
bre de Melquisedec por "Rey justo" o "Rey de justicia"
(Dict. Encyc. art. Melchisédee).
2270. El citado Melquisedec, no sólo era rey de Salem,
sino que además era sacerdote del dios El - Elyon (§ 92),
cuyo nombre se traduce en nuestras Biblias por el Dios Al-
tísimo. La ortodoxia no acierta a explicarse de donde salió,
en una época en que reinaba el más completo politeísmo, este
sacerdote al parecer monoteísta, cuyo dios era creador de los
cielos y la Tierra. Pero del relato en cuestión (vs. 18-20) no
se desprende que Melquisedec fuera monoteísta, sino que era
adorador y sacerdote de un dios semítico llamado El - Elyon,
idéntico al El - Elíún Kaloumenos de los fenicios, que- tam-
bién era creador del cielo y de la Tierra, como El - Ilanú,
dios de Taanac, es llamado "Señor de los dioses" (§ 92), al
EL PATRIARCA ABRAHAM
63
igual que los dioses babilónicos, Anú, "rey de los dioses",
y Enlil, "rey de las tierras, rey de los dioses, rey del cielo y
de la Tierra". Al respecto escribe Toussaint: "Ha descubier-
to la arqueología que el El - Elyón de Abraham y de Mel-
quisedec es el nombre de una antigua divinidad semítica. En
boca de los cananeos, El - Elyón es un dios determinado, qui-
zá el dios Sedee, nombre que lleva el sumo sacerdote, rey de
Jerusalem, o el dios Salem (§ 78-80), que dió su nombre a
la ciudad. La expresión El - Elyón debe ser, pues, tomada
con el sentido que le daban los cananeos, asi como los babi-
lonios, asirlos, fenicios, sábeos, en una palabra todos los
principales representantes de la raza semítica. Ahora bien,
en ninguna parte designa ese apelativo la divinidad abstrac-
ta, sino un dios determinado, el dios que se considera como
el que está a la cabeza de un panteón local o nacional . . .
Sólo se puede concluir de una tal locución (creador del cielo
y de la Tierra, o rey o Señor de los dioses), que se había
llegado en Canaán, lo mismo que en Babilonia, a ese período
del desarrollo religioso que se caracteriza con el nombre de
politeísmo monárquico. Así el El - Elyón al cual ofrecen sa-
crificios Abraham y Melquisedec, no es sino el jefe del pan-
teón de la ciudad de Salem, que quizá sea el mismo Salem,
dios protector de la ciudad" (ps. 204-6). En realidad.
El - Elyón o Eliún es un dios de Fenicia, el antecesor de to-
dos los dioses de ese país, al que Filón de Biblos considera
como el Altísimo, denominándolo Hipsistos. Dussaud en su
reciente obra Les Religions des Hittites, Phéniciens, &,
(ps. 359-360), y confirmando lo que ya había sostenido en
Les Découvertes (ps. 155- 156), expresa: "Eliún es el Elyón
del A. T., de ¡os textos de Ras Shamrá y de otras inscrip-
ciones. Hay probablemente que encontrarlo en el Baal - Shamim
de textos más recientes ; en todo caso, es una entidad muy
antigua, que parece haber sido suplantada por El. Es lo que
a su modo comprueba Deut. 32, 8, cuando nos dice que Elyón
repartió los territorios entre las naciones según el número
de los hijos de El: se trata evidentemente de las nacione» de
Siria - Palestina. En el salmo 82 vemos a Yahvé (el texto
primitivo traía quizá Elohim) presidir la asamblea de los
dioses y apostrofar a estos últimos diciéndoles:
64
EL PATRIARCA ABRAHAM
Yo me había dicho que erais dioses,
Que erais hijos de Elyón;
Pero no, vosotros moriréis como hombres,
Y caeréis como cualquier príncipe (vs. 6-7).
Estas menciones en el A. T. habían sugerido que Elyón era
una divinidad relativamente tardía en Fenicia, probablemen-
te tomada de los judíos ; pero se ve que esto no es así. El
A. T. buscó identificar Elyón y El, que primitivamente eran
perfectamente distintos, como aún lo atestigua la inscripción
de Sefirá - Sudjín".
2271. La forma misteriosa en que, en el relato del
cap. 14 del Génesis aparece Melquisedec, cuya vida se des-
conoce, ha excitado la imaginación de judíos y cristianos,
quienes han sostenido a su respecto las más variadas inter-
pretaciones. Sobre el célebre v. 4 del salmo 110: "Lo juró
Yahvé y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempire,
a la manera de Melquisedec", véase lo dicho en § 1233 - 1238.
Los escritores del Nuevo Testamento lo consideran como
una profecía mesiánica. Para el autor de la Epístola de los
Hebreos, xJelquisedec no es un personaje histórico, sino me-
ramente alegórico, que prefigura al Cristo : "Su sacerdocio,
como dice A. Segond, es superior al sacerdocio levítico, por-
que él bendice a Abraham y éste le paga diezmo ; no tiene
principio ni fin, porque no se le conoce padre ni madre y no
se menciona su muerte, mientras que los levitas nacen y
mueren ; el nombre de su ciudad es Paz o Salvación ; y él es
rey de justicia". Para Filón de Alejandría (siglo I a.n.e.)
Melquisedec era imagen del Logos divino que funciona como
sacerdote del alma humana y le proporciona delicioso alimen-
to espiritual. Orígenes creía que Melquisedec era un ángel,
porque carecía de padres ; mientras que para la secta de los
Melquisediquitas era la encarnación de una potestad superior
al Cristo. Para Lutero y Melanctón, era Melquisedec el mis-
mo patriarca Sem, que, según la cronología bíblica, alcanzó
a vivir 135 años después que Abraham emigró a Canaán.
Teodoreto (387 - 458) y Ensebio (siglo III) conceptuaban
que Melquisedec fué un príncipe cananeo, que por milagro
de la gracia divina se conservó justo y santo en medio de
EL PATRIARCA ABRAHAM
65
la impiedad y la abominación. De manera que, como se ve, hay-
opiniones para todos los gustos. Concluiremos esta breve re-
seña, recordando que en la iglesia de los Apóstoles, en Je-
rusa'.én, existe un altar que se dice haber sido de Melqui-
4sedec.
«
LA ALIANZA DE YAHVE CON ABRAHAM. —
2272. En el cap. 15 del Génesis encontramos las primeras
huellas del documento E empleado por el redactor, documen-
to fácil de reconocer por expresiones propias de su lenguaje
(§ 2069). Nos relata ese capítulo la alianza de Yahvé con
Abraham. No es aquí el hombre quien busca a Dios, sino
ocurre a la inversa, éste busca a aquél. Según E, Yahvé en
una visión de Abraham, le habla prometiéndole descendencia
directa, lo conduce fuera de la tienda donde dormía el pa-
triarca, y le dice: "Mira los cielos y cuenta, si puedes, las
estrellas: así será tu posteridad". 6 Abram tuvo confianza
en Yahvé, quien se lo imputó a justicia (1). 7 Y di jóle: "Yo
S03/ Y ahvé que te he hecho salir de Ur Kasdim, para darte la
posesión de este país". 8 Abraham respondió: "Señor Yahvé,
¿en qué reconoceré que lo he de poseer?". 9 Yahvé le dijo:
"Tráeme una vaca de tres años, una cabra de tres años, un
carnero de tres años, una tórtola y un palomino". 10 Abram
le trajo todos estos animales, los partió por la mitad y puso
cada mitad enfrente de la otra; pero no partió las aves. 11 Y
descendieron las aves de rapiña sobre los cadáveres ; pero
A.bram las ahuyentó. 17 Cuando se ocultó el sol y hubo so-
brevenido completa oscuridad, apareció un fuego muy ar-
diente que humeaba, y una tea encendida que pasaban entre
los animales divididos. 18 En aquel día hizo Yahvé alianza
con Abram, diciendo: "Doy a tu posteridad este país, desde
el torrente de Egipto (el uadí Mizraim) hasta el gran río, el
Eufrates, (véanse los mapas de págs. 48 y 64, del t^ I) :
19 los países de los Keniías, los Kenizitas, los cadmoneos,
20 los hititas, los perizitas, los refaim, (§ 68), 21 los amorreos,
los cananeos, los gergeseos y los jebuseos".
(1) Véanse las disquisiciones del apóstol Pablo sobre este v. 6,
en Rom. 4 y Gál. 3. 1-9.
66
EL PATRIARCA ABRAHAM
2273. Tal es el relato de la primera alianza celebrada
por Yahvé con Abraham. Léanse las consideraciones que, so-
bre las alianzas divinas, formulamos en § 1776- 1777. La
alianza (en hebreo, berith) es un pacto por medio del cual
personas, naciones o entidades cualesquiera, unen sus inte-
reses, o convienen en las condiciones de su actividad común.
En la antigüedad, la celebración de una alianza venía a es-
tablecer entre los contratantes una especie de parentesco in-
disoluble, y que aseguraba a cada una de las partes la ayuda
de la otra. Romper una alianza era un grave pecado, y los
profetas creían que las calamidades que pesaban sobre Israel,
se debían a que este pueblo había faltado al pacto que sus
antepasados habían realizado con el dios nacional (Os. 6, 7 ;
8, 1). El sostener la existencia de alianzas divinas con un
determinado pueblo o con la humanidad, equivalía a una
ingenua transposición de las costumbres humanas a las rela-
ciones con Dios. Así, p. ej., como. a veces se solía erigir un
monumento rústico para conmemorar una alianza, o que sir-
viera de testigo perpetuo del pacto convenido, según se ve
en el acuerdo entre Labán y Jacob (Gen. 31, 44-54), así
también el dios Yahvé sigue un procedimiento semejante al
pactar con Noé, después del diluvio, y establecer el arco iris
en el cielo, como señal de que cumplirá lo prometido (Gén.
9, 8-17).
2274. Distintos eran los medios que se empleaban para
celebrar alianzas, y uno de los más primitivos fué el de ha-
cerse los contratantes, incisiones en sus brazos, y beber re-
cíprocamente la sangre que de ellas salía. Otras veces se for-
malizaba la alianza entre los contratantes, efectuando juntos
sacrificios seguidos de una comida : los sacrificios, para ase-
gurarse la intervención divina, mientras que la comida re-
forzaba el pacto, dado que la comunión alimenticia acarrea-
ba comunión de vida, ya que, como observa Toussaint, "según
la fisiología antigua, comer y beber con alguno, era parti-
cipar en la misma fuente de vida y llegar a ser consanguí-
neos, puesto que se recibía la misma sangre, producida por
alimentos comidos en común" (p. 166). Así se cita el caso
de un árabe que se negó a matar un ladrón, porque éste la
noche anterior había bebido leche en la taza robada a su
EL PATRIARCA ABRAHAM
(ir
padre. Ahora bien, al dios Yalivé la tradición israelita le hace
celebrar alianza con Abraham empleando para ello un rita
bárbaro, muy generalizado en muchos pueblos antiguos, con
fines de purificación, y cjue en este caso especial, reviste to-
dos los caracteres de una ceremonia mágica. En efecto,
Yahvé, le exige a Abraham íjue le traiga tres animales de
tres años cada uno, a saber, una vaca, una cabra y un car-
nero, que los parta por la mitad, — tarea nada fácil ■ — , y
que ponga las dos mitades una frente a la otra, para pasar
él personalmente, en medio de ellas, y en forma de un fuega
muy vivo que humeaba y de una antorcha encendida. La ex-
traña forma en que se le ocurre a Yahvé manifestarse no
debe sorprendernos, porque era esencialmente un dios del
fuego (§ 368-370). También le había solicitado al patriarca,
una tórtola y un palomino, no se dice con qué objeto. Los
tres cuadrúpedos requeridos tenían que ser de tres años cada
uno, para que la ceremonia surtiera efecto : no hubieran ser-
vido si hubiesen tenido más o menos de dicha edad, porque
de lo contrario no se hubiera ésta mencionado. El tres era
uno de los varios números sagrados de los hebreos, y más
tarde lo fué también de los cristianos, sobre todo después
de la invención del dogma de la Trinidad. Así Yahvé le da
a elegir a David entre tres castigos de una duración respec-
tiva de tres años, tres meses, o tres días (I Crón. 21, 12;
§ 1056) ; Elias para resucitar al hijo de la viuda de Sarepta,
se extendió tres veces sobre el cadáver del niño (I Rey.
17, 21; § 2006-2007); Daniel oraba tres veces al día (Dan.
6, 10) ; Yahvé le enseña a Moisés que los sacerdotes al ben-
decir a Israel, han de repetir tres veces su nombre (Núm.
6, 24 - 26) ; los serafines, cada uno de los cuales tenía tres
pares de alas, repiten: "Santo, santo, santo es Yahvé Se-
baoth" (Is. 6, 2 -3) ; § 2862, 2866) ; etc.
2275. En cuanto al rito de cortar en dos partes más o-
meuos iguales la víctima inmolada, y hacer pasar por media
de ellas a los que se quería ligar por un compromiso o puri-
ficar de sus contaminaciones, era una forma muy extendida
entre los israelitas para los juramentos, y en otros pueblos
para las lustraciones. Jeremías en nombre de Yahvé amenaza
con afrentosa muerte a "los que han transgredido mi alianza^
68
EL PATRIARCA ABRAHAM
los qus no han cumplido con las palabras del pacto que hi-
cieron delante de mí, cuando cortaron en dos partes el toro
y pasaron entre sus dos mitades" (34, 18). Ese pasaje a
través de las dos mitades del animal, constituía una impreca-
■ción o llamado a la maldición divina sobre el que violara sus
compromisos o promesas, vale decir, que al contratante que
rompiera la alianza le esperaría la misma suerte que al ani-
mal partido (cf. § 761). Bertholet recuerda un contrato asirio
celebrado por los años 755 - 745 a.n.e., entre dos personas
llamadas Assur - nirarí y Mati - ilú, que contenía la siguiente
cláusula : "Si Mati - ilú falta a estas obligaciones, así como
ha sido cortada la cabeza de este macho cabrío, así será cor-
tada la cabeza de Mati - ilú" (p. 258). En nuestro texto, v. 17,
Yahvé pasa solo entre las mitades de las víctimas, porque
él es quien contrae un compromiso con-Abraham. En Persia,
Grecia y otros países se usaba la aludida práctica, para las
purificaciones. Cuenta, en efecto, Herodoto que Jerjes hizo
cortar en dos al hijo mayor del lidio Pitios y pasar su ejér-
cito entre las dos mitades del cadáver. Tito Livio (XL, 6)
narra así la manera de proceder a la lustración anual del
ejército macedonio: "Se corta en dos una perra, después se
coloca a la derecha del camino la parte anterior con la ca-
beza, y a la izquierda, la parte posterior con las entrañas,
y luego las tropas en armas desfilan entre las dos mitades de
la víctima", y en ese desfile participaban igualmente el rey
y su familia, según Quinto Curcio. Probablemente este rito
se repetía antes de las expediciones guerreras. Según Plu-
tarco, los beocios practicaban una ceremonia de expiación pú-
blica, que también consistía en pasar entre las mitades de
un perro cortado en dos. Tratándose de ceremonias mágicas,
cuya finalidad era la de captar las influencias malignas, que
hubieran podido comprometer la fuerza del ejército o la sa-
lud á? la nación, se entendía que eran de mayor eficacia si se
sacrificaba un ser humano. Refiere Diodoro que el rey de
Egipto, Eocoris, supo en un sueño que no podría proseguir
felizmente su reinado, si no hacía hender en dos a todos los
sacerdotes, para pasar entre las mitades de sus cuerpos. Fi-
nalmente recordaremos que durante la persecución de Sa-
por II. el año 342, en Persia, dos hermanas del obispo de
EL PATRIARCA ABRAHAM
69-
Seleucia, Ctesifón, fueron acusadas de maleficio hacia la reina
enferma y divididas con una sierra en dos partes para que la
reina pasase entre las mitades de sus cuerpos (LOISY, Le
Sacrifice, ps. 334 - 5 ; y CUMONT, R.H.R., t^ 114, ps. 23-24).
LAS PROMESAS DE YAHVE A ABRAHAM. —
2276. En el relato del rito mágico empleado por Yahvé para
celebrar su alianza con Abraham, se intercalan los vs. 12 - 16,
en los que el dios expresa al patriarca que los descendientes
de éste vivirán en tierra extranjera durante 400 años, donde
serán reducidos a servidumbre; pero él los sacará de allí con
grandes bienes, a la cuarta generación, "porque aun no ha
llegado a su colmo el pecado de los amorreos". En cuanto
a Abraham, le promete que irá a unirse en paz con sus pa-
dres, y que será sepultado después de una feliz vejez. Estas
profecías escritas después de ocurridos los sucesos vaticina-
dos, y hasta indicando fechas y nombres de personajes muy
posteriores a la época del pretendido vaticinio, abundan en la
Biblia, y eran antes, para la ingenua ortodoxia, acabada prue-
ba de la revelación divina. Tocante al detalle del v. 11 de
que las aves de rapiña descendían sobre los cadáveres de
los tres animales cortados por Abraham y que éste los ahu-
yentaba, expresa L.B.d.C: "Los incidentes que marcaban la
celebración de un sacrificio eran considerados en toda la an-
tigüedad, como presagios. La interpretación de la llegada, y
después, de la desaparición de las aves de rapiña se da sin
duda en los vs. 13 y 14, donde Yahvé anuncia la servidumbre
y luego la liberación de los israelitas".
2277. Conviene notar algunos detalles que comprueban
la diversidad de documentos empleados por el redactor. 1^ El
relato de E parte de la base que la conversación de Yahvé
con Abraham ocurrió en sueños, "en una visión" (v. 1) y
que aquél hizo levantar a éste para que, fuera de su tienda,,
viera el cielo completamente estrellado (v. 5). En cambio la
narración de J ocurre de día, y sólo cuando estaba por en-
trar el Sol, después de sacrificados los animales, un gran
terror se apodera del patriarca, ante una espesa oscuridad
que sobrevino (vs. 12, 17; en el v. 12 hay una frase de E:
"cayó sobre Abram un profundo sueño"). 2^ A fin de intro-
70
EL PATRIARCA ABRAHAM
ducir el relato de J sobre el rito mágico referido para cele-
brar la alianza que buscaba Yahvé, el redactor se ve obligado
a emplear un giro brusco, que no cuadra con una charla
racional. Así, cuando el dios le expresa al patriarca que lo
hizo salir de Ur Kasdim (en realidad, de Carán) para darle
la posesión del país de Canaán, Abraham le pregunta: "¿en
qué reconoceré que yo poseeré ese país?" (vs. 7 y 8). y en
vez de darle la respuesta pertinente, Yahvé sale ordenán-
dole que haga el aludido sacrificio. No hay que insistir sobre
-el hecho cjuiitiérico de que Abraham tuviera a mano las cinco
clases de animales pedidos por el dios con todos los detalles
de edad requeridos, porque estas dificultades nunca se tienen
presentes en los cuentos. Además no deja de ser curioso que
luego de la promesa de Yahvé de ciarle a Abraham la pose-
sión del país donde éste se encontraba, sale aquél manifes-
tándole C!ue sólo se lo dará a sus descendientes, después de
400 años (frase ésta de P), es decir, después de la cuarta
generación, generaciones seculares en aquella época, según
el texto divino. 3^ Luego que Yahvé, indiferente ante ios
sufrimientos que habían padecido las tres bestias que tan
inhumanamente había mandado matar, se dió un paseíto por
entre ios restos de aquellas víctimas de su barbarie, aparece
dándole a Abraham dos promesas que no concuerdan, por la
sencilla razón que proceden de dos autores diferentes. Uno
de éstos le hace prometer a Yahvé algo que estuvo entre las
aspiraciones de la casta sacerdotal ; pero que nunca se cum-
plió, a saber: que daría a los descendientes de Abraham no
sólo la Palestina y la Transjordania, sino también el Líbano,
la Fenicia y la Siria, o sea, desde el uadí Mizraim (hoy uadí
el - Arich, el torrente de Egipto) en la frontera Sur con el
desierto de la península sinaítica, hasta el Eufrates (el gran
río), territorio que nunca, ni aun en épocas de David y Sa-
lomón llegó a poseer Israel (§ 415-421; Ex. 23, 31; Deut.
11, 24; Jos. 1, 4). El otro autor utilizado modera esos límites
ideales, y se limita a decir que los israelitas ocuparán el
país de Canaán, nombrando al efecto, los pueblos que lo ha-
bitaban y algunos más. Anotando ese texto, escribe L.B.d.C. :
"Los vs. 18^-21 que precisan la extensión del territorio
prometido a Abraham, son adiciones que provienen de dos
EL PATRIARCA ABRAHAM
71
autores: el primero(18'') reivindica para Israel toda la Siria;
el segundo (19-21) se limita a la Palestina; pero parece
haber acumulado en su lista, sin gran discernimiento, todos
los nombres de pueblos que pudo conseguir, pues hasta cita
a los Kcnitas y a los Kenizitas, amigos de los israelitas, y
que sólo con éstos entraron en' el país de Canaán".
AGAR E ISMAEL. — 2278. El redactor nos refiere
después el nacimiento de Ismael, utilizando para ello los
documentos J y P. Sara, la mujer de Abraham, no tenia hi-
jos, y entonces le da a su marido como concubina, a su es-
clava egipcia Agar, lo que no era entonces censurable, pues-
to que, según anota L.B.d.C, "cuando la mujer legítima era
estéril, la costumbre autorizaba a dar a su marido, como
concubina, su esclava particular, y los hijos de ésta eran
considerados como hijos de su ama (cf. Gén. 30, 3 y ss.;
Código de Hammurabí, 144 y 146)". Consumada, pues, la
unión de Abraham con Agar, al sentirse encinta la esclava,
mira con desdén a Sara, y entonces ésta, indignada y con el
consentimiento de Abraham, la maltrata a tal punto, que la
obliga a huir al desierto. Agar se detiene junto a un pozo
o manantial, y allí se le aparece el maleak de Yahvé, quien
le aconseja vuelva a casa de sus señores y se humille ante
su ama, prometiéndole a la vez, en primera persona, — pues
3'a sabemos que el maleak de Yahvé era la misma cosa que
este dios (§ 365 -367) — : "Yo haré que tu posteridad sea
tan extremadamente numerosa, que no podrá ser contada".
Luego le anuncia que el hijo que ella dará a luz, deberá lla-
marse Ismael, "porque Yahvé ha oído tus gritos de angustia.
12 Ese niño será como un asno montés; su mano se levan-
tará centra todos, y la mano de todos contra él; y alzará sus
tiendas frente a todos sus hermanos". 13 Agar dió a Yahvé
que Ic había hablado, el nombre de El - Roi (§ 92), porque,
decía ella, en verdad he visto a aquel que me ve (1). 14 Por
(1) Nota L.B.d.C. que el texto está aquí alterado, pues el origi-
nal trae: después aquel que me ve. "La palabra después (aharé) es
quizá una antigua glosa que debía leerse ahoré (la espalda de), pues
€l glosador querría que Agar no hubiese visto a Dios, sino por detrás,
como Aíoisés" (Ex. 33, 23; § 364). La Vulgata trae en el final de este
72
EL PATRIARCA ABRAHAM
eso aquel pozo se ha llamado el pozo de Lahai - Roi, el que
se encuentra entre Cadés y Bered" (cap. 16). Los dos últi-
mos vs. de ese capítulo, — los que como el cap. 17, pertene-
cen a P • — , expresan que cuando Agar dió a luz, Abraham
tenía 86 años, siendo éste el que puso a su hijo el nombre
de Ismael, mientras que, según J, ese nombre le fué puesta
por el malcak de Yahvé (v. 11).
2279. He aquí otro relato etnográfico y etiológico a la
vez, pues coa él se trata de explicar por medio de la unión
de personas el origen de una tribu o de un pueblo, al niismO'
tiempo que la denominación de la fuente de Lahai - Roi, cer-
ca de Cadés (§ 359- 361), y el porque era ésta objeto de
veneración. El dios cananeo El - Roi fué después asimilado
a Yahvé por los historiógrafos hebreos (§ 92). Con la histo-
rieta en cuestión se buscaba explicar la procedencia de la
tribu de los ismaelitas, nómades cuyos caracteres se dan en
el V. 12, procedimiento este último familiar a los primitivos
poetas, quienes en un dístico o en una pequeña estrofa, sin-
tetizaban ios rasgos más salientes de una agrupación (§ 2049 -
2063). Por el detalle que nos da P más adelante (Gén. 25,
12-17), se ve que doce tribus del Norte de Arabia eran
consideradas como descendientes de Ismael, aunque, como
dice el profesor F. Kocher, se ignora la naturaleza de las
relaciones históricas que unían esa confederación de tribus
a la antigua del mismo nombre.
2280. Varias circunstancias de lá referida historieta
guardan relación con la etimología de los nombres Ismael y
Agar. Ismael o Yichma - El en hebreo, significa: El oye
(§ 71, 92) o Dios oye, de modo que ese nombre provendría
de que Yahvé oyó ios gritos de angustia de Agar en el de-
sierto (16, 11), o de que oyó el llanto del niño, cuando aquélla
arrojó a éste bajo un arbusto para no verlo morir, al termi-
nársele el agua del odre (21, 15-17). En cuanto al nombre
V. 13: "Ciertamente he visto aquí las espaldas del que me ve". Y comen-
tando este texto, expresa Scío: "El ángel que representaba a Dios,
sólo se dejó ver de Agar por las espaldas. La misma idea tenían los
gentiles, los cuales creían que sus dioses jamás descubrían el rostro^
a los mortales; y que si alguna vez los veian, en el mismo punto; lea
sobrevenía algún grande mal o trabajo".
EL PATRIARCA ABRAHAM
73
Agar, parece que deriva de una raíz árabe que se encuentra,
también en el vocablo Hégira (recuérdese la huida de Maho-
ma, de la Meca a Medina) y que significa huir. Para narrar
la historia de Agar e Ismael, fueron utilizados los documen-
tos J y E, los que completó el redactor sacerdotal (P), agre-
gando datos cronológicos, y lo relativo a la circuncisión y
la descendencia de Ismael. Ahora bien, los datos tradicio-
nales de J y E no siempre concuerdan, y en el texto actual
no han sido bien armonizados, por lo que revelan fácilmente
su procedencia originaria. Así, p.ej., según J, Agar se mar-
chó al desierto estando encinta, porque Sara la maltrató en
virtud del menosprecio que aquélla le demostraba a causa
de su esterilidad. Allí, junto al pozo de Lahai - Roi, se le
aparece Yahvé (o su maleak, que es lo mismo), le dice el
nombre que debe ponerle al hijo que dará a luz, y las cua-
lidades que éste tendría. Según E, esa partida al desierto se
produjo a causa del enojo de Sara, porque el día del destete
de Isaac (es decir, cuando el chico tendría unos tres años),
vió que Ismael jugaba con éste o se burlaba de él, según los
distintos traductores, y entonces pide a su marido que eche
a la esclava y a su hijo. El patriarca no estaba dispuesto a
acceder a tan injusta pretensión, dicho sea en su honor; pero
intervino Yahvé (al que E llama Elohim o Dios) y le orde-
na haga lo que le solicita su celosa mujer. En consecuencia,
Abraham comete la iniquidad de despedir a Agar, limitán-
dose a darle pan y un odre lleno de agua ; "después puso al
niño sobre su hombro (1), y la despidió y ella anduvo erran-
te por el desierto de Beerseba" (v. 14). Terminada el agua
del odre, Agar echa al niño debajo de un arbusto (siempre
(1) "Esta acción es muy natural en el relato de E, para quien
Ismael es aún muy niño; pero era inadmisible para el que se atu-
viera a la cronología de P, pues, según ésta, el hijo de Agar habría
tenido entonces más de 15 años (cf. 16, 16 con 21, 5, 8). Para hacer
desaparecer tal contradicción, un corrector cambió el orden de las
palabras, y de ahí la frase mal construida que hoy se lee en el texto
hebraico: "y dió a Agar poniendo sobre su hombro, y el niño'*
(L.B.d.C). Esta frase con la que antecede y la que sigue, las traducen
tanto Scío, Valera, Pratt, la Versión Synodale, y en general, casi
todas las versiones, expresando que "Abraham tomó pan y un odr^
de agua y lo dió a Agar, poniéndolo sobre su hombro; le dió también
74
EL PATRIARCA ABRAHAM
la idea de que el hijo era un chico de corta edad y no joven
de unos 15 años, como lo quiere P, ^ cf. 16, 16; 17, 17; 21, 8)
y se aleja a la distancia de un tiro de arco, para no verlo
morir. El niño se pone a llorar, lo oye el maleak de Yahvé,
— al que E llama el ángel de dios — , y desde los cielos llamó
a Agar y le dice que ha escuchado la voz (el llanto) del
niño, que se levante, lo alce y lo sostenga con la mano, "por-
que yo haré (nacer) de él una gran nación". Después, pres-
cindiendo del eufemismo del maleak, agrega E: 19 "Dios (1)
abrió los ojos de Agar, y ella vió un pozo, y fué y llenó el
odre y dió de beber al niño. 20 Dios fué con el niño, y éste
creció, habitó en el desierto y se hizo tirador de arco (hábil
cazador. 21 Habitó en el desierto de Parán (al O. de Edom,
en la península de Sinaí), y su madre le escogió mujer ori-
ginaria del país de Egipto". Para conciliar en lo posible el
relato de J con el de E, el redactor de JE. en 16, 9, hace que
el maleak de Yahvé ordene a Agar que retorne a la casa de
Abraham y se humille ante Sara; pero siempre quedan en
pie las demás contradicciones o innecesarias repeticiones: dos
huidas al desierto por causas distintas, dos apariciones del
mismo maleak junto a un pozo, y dos promesas idénticas de
que de Ismael saldrá una gran nación. Conviene recordar
que de acuerdo con la tradición de los rabinos, (que acepta
como verdadera el apóstol Pablo), la expulsión de Agar y
su hijo de la casa de Abraham, se debió a que Ismael "el
hijo de la esclava nacido según la carne", perseguía a Isaac,
"el hijo de la mujer libre nacido según el espíritu" (Gál. 4,
22, 23, 29). Esa persecución a estar lo que manifiesta el Be-
reschit rabba, 53, 15, consistió en que Ismael, jugando, había
querido traspasar con sus flechas a Isaac.
2281. Sobre lo que opinaba el apóstol Pablo de la his-
toria de Agar, hablaremos más adelante (§ 2660-2661), re-
el niño y la despidió" En cambio L.B.R.F. (Biblia hebrea en francés)
traduce así este v. 14: "Abraham se levantó temprano, tomó pan y
un odre lleno de agua, los entregó a Agar, poniéndoselos en el hom-
bro, así como el niño, y la despidió. Ella se fué y se extravió en el
desierto de Bersabé".
(1) Recuérdese que el vocablo Dios, en los relatos de E, figura
en el original con la palabra Elohim.
3SL PATRIARCA ABRAHAM
75
cordando ahora tan sólo, con el profesor Víctor Baroni, que
"la crítica moderna ve en los tres relatos del Génesis sobre
Agar, variantes de un mismo mito etnológico, cuyo sentido
sería el siguiente: los ismaelitas descienden de Abraham co-
mo los israelitas; pero son hijos ilegítimos; además su san-
gre está mezclada a la de los egipcios, no teniendo derecho,
en consecuencia, a la herencia del pueblo elegido". Agrega
el mismo escritor que "tradiciones árabes, más recientes que
las de Israel, hacen de Agar la esposa legítima de Abraham,
siendo su hijo primogénito el que debió ser sacrificado por
el patriarca y el que recibió la mayor parte de la herencia.
Los musulmanes veneran en la Meca, en el recinto de la
Kaaba, el pozo Zemzem, junto al cual el ángel se le apareció
a Agar, así como la tumba de ésta a la que consideran como
la antecesora de los árabes". Finalmente, nota Scío que "de
Agar tomó nombre la ciudad de Agrá, o de Petra en la Arabia
Pétrea, de donde aquellos pueblos fueron llamados antigua-
ment agarenos, 3^ en el día, sarracenos". El Diccionario de la
Real Academia Española da esta definición de agareno: "Des-
cendiente de Agar".
LA CIRCUNCISION. — 2282. Ya hemos visto que
Yahvé, por dos veces, le prometió a Abraham que de él haría
nacer una gran nación (§ 2256, 2272), con quien celebró alian-
za por medio de la ceremonia mágica de pasar por entre las
mitades de tres animales de tres años cada uno, que previa-
mente hizo partir por aquel patriarca (§ 2274). Ahora al
llegar al cap. 17 del Génesis que analizamos, — que expresa
otra tradición, la conservada por P, el escritor sacerdotal — ,
nos encontramos con una tercera promesa de Yahvé idéntica
a las dos citadas, con el agregado de que a su amigo (II Crón.
20, 7; Is. 41, 8; Sant. 2, 23) le amplía el nombre, llamándolo
en adelante Abraham, en vez de Abram, "porque haré de ti
el padre de una multitud de naciones" (17, 5; § 2256 n.),
promesa todavía incumplida, porque a Abraham sólo se le
conoce como el antecesor legendario de los israelitas y de
los árabes (§ 2305). Y luego no le basta a Yahvé con su
aludida anterior alianza, sino que celebra una nueva con el
mismo patriarca, la que tendrá por señal, la circuncisión de
76
EL PATRIARCA ABRAHAM
todos los varones de la casa de éste y los de su posteridad, at
octavo día de su nacimiento, con el agravante, que aquel dioa
bárbaro (entiéndase bien, que los bárbaros eran los sacer-
dotes que ponían en boca de su dios tales enormidades) ter-
mina dicha ordenanza con estas palabras : "El incircunciso,
el varón a quien no se le haya cortado la carne del prepucio,^
será cortado (o suprimido) de entre los suyos: habrá que-
brantado mi alianza" (v. 14). O dicho en otros términos: El
incircunciso sufrirá la pena de muerte, ya que "cortado de
su pueblo" o "cortado de entre los suyos", es, como anota
Reuss, una fórmula muy usada en la ley para designar la
pena de muerte, y no la excomunión, lo que así reconoce
también el ortodoxo Pratt. Aclara este mandamiento divino»
el hecho que refiere J en Ex. 4, 24-26 (§ 138), de que el
mismo Yahvé, una noche quiso matar a Moisés, cuando éste
iba con su familia a Egipto, porque parece que, según la cos-
tumbre de Madián (recuérdese que Moisés era casado con la
madianita Séfora o Zípora, § 117-8), el citado libertador he-
breo hubiera debido circuncidarse inmediatamente antes de
su matrimonio (cf. Gén. 34, 14). No habiéndolo hecho, Yahvé,
que no andaba con chicas, pretendió matar al incircunciso,
lo que no pudo realizar, con ser dios y todo, gracias a la
entereza de Séfora, la que salvó a su marido, circuncidando
en seguida a un hijo suyo con una piedra afilada, y luego
con el prepucio sangriento "tocó las partes de Moisés (1),.
diciendo: Ciertamente me eres un esposo de sangre, Y Yahvé
lo dejó". "La circuncisión, según esto, dice Reuss, es un acto
sacramental en el cual la sangre del hijo rescata la vida del
padre, una especie de inmolación simbólica que obtiene el
favor divino". Comentando el transcrito precepto draconiano
de Gén. 17, 14, escribe Scío : "Estas palabras abrazan tres
castigos. Primero se entiende de una especie de excomunión
o separación del resto del pueblo, como si dijera: será sepa-
rado del cuerpo del pueblo y de la Iglesia de los Judíos,
Núm. 19, 13, 20. El segundo es de la muerte temporal, Ex.
(1) Seguimos la traducción de L.B.d.C. (t"? I, p. 49). Las otras
Tersiones traen refiriéndose al prepucio cortado por Séfora: "lo arrojó
a los pies de Moisés".
EL PATRIARCA ABRAHAM
77
21, 14 (texto que emplea las mismas palabras que el que
comentamos: "la tal persona será cortada de entre los suyos"
— será muerta irremisiblemente, se dice antes de esa frase).
Y últimamente, de la muerte espiritual o del alma, que se-
^ún el sentimiento de San Agustín^ comprendía también a
los niños, que morían después del octavo día sin haber reci-
bido la circuncisión, no habiendo causa legítima que obligase
a dilatarla. Ciudad de Dios, Lib. XVI, cap. 27".
2282 bis. La frecuencia con que la legislación llamada
mosaica de los tiempos postexílicos, prodiga la pena de muer-
te, — como en nuestro caso que se aplica al incircunciso por
el solo hecho de "no tener cortada la carne de su prepucio"
(v. 14) — , le sugiere a Loisy las consideraciones siguientes:
'"En esa legislación subsiste algo de la mentalidad primitiva.
No se ahorra en ella la pena de muerte, y si se quiere buscar
el principio que la justifique, se verá que no es el de la pro-
tección social, en el sentido en el que se lo entendería hoy
por la supresión de los malhechores incorregibles, ni ordina-
riamente el del castigo merecido por la aplicación del tallón
al culpable de una fechoría (1), principio que se coordina al
precedente, sino la constante preocupación de salvaguardar
la santidad del pueblo elegido ; de eliminar una influencia
peligrosa por sí misma, abstracción hecha de la actividad per-
sonal malintencionada y maléfica de. los individuos; de pre-
venir el contagio de impureza, mil veces más temible en sus
consecuencias, que las operaciones criminales de un facinero-
so. "El que tocare un muerto, un cadáver humano cualquiera,
y no se purificare (con el agua en que están mezcladas las ce-
nizas de la vaca roja, sacrificada y quemada con este fin, —
véase § 165 de nuestra Introducción), contaminará la morada
de Yahvé : el tal individuo será exterminado de Israel ; pues-
to que no ha sido rociado con las aguas de purificación, es im-
puro; conserva aún su impureza" (Núm. 19, 11-13). Para
nosotros el caso no sería digno de severo castigo ; pero del
(1) Es de lo más curioso la definición que da el Diccionario
de la Academia Española del vocablo fechoría: lo considera sinónimo
de acción, agregando: "tomase por lo común en mala parte"; en vez
de expresar lisa y llanamente que "fechoría es una mala acción, falta
o delito". Corresponde a la palabra francesa méfait.
78
EL PATRIARCA ABRAHAM
punto de vista de la mentalidad israelita, el hombre que toca
un cadáver cae bajo un interdicto especial, porque participa
en el muerto, está bajo su influencia, y por lo tanto, en un
estado desagradable a Yahvé. A su disposición se encuentran
medios para salir de ese estado anormal y peligroso que lo
Jiiere de incapacidad religiosa : si descuida esos medios, si no
se purifica el tercero y séptimo días, con agua preparada a
ese fin, llega a ser un foco de infección perniciosa para todo
el pueblo y para el templo mismo donde se concentra la san-
tidad del pueblo con la de su dios. Es una amenaza, un pe-
ligro actual y enorme para la vida nacional : debe morir. Asi
ocurre también, por ejemplo, con el israelita que no hubiera
sido circuncidado, y con el que consumiera sangre en su ali-
mentación : ellos también son condenados a la pena de muer-
te (Gén. 17, 14; Lev. 7, 27; 17, 14). Como en el precedente
caso, la falta y el motivo de la pena son de orden puramente
religioso. La negligencia o el acto son considerados eminen-
temente peligrosos para la comunidad. El incircunciso ha
contaminado a Israel con su presencia, ya que la circuncisión
hubiera debido asociarlo al pueblo santo. Es abominable, de-
be desaparecer para la salvación de la sociedad, que pone en
peligro por el solo hecho de su existencia; y lo mismo pasa
con el que se ha atrevido a violar el tabú de la sangre: re-
sulta más peligroso que un pestífero. Por eso tiene interés
Yahvé en esas ejecuciones, y así puede servirle la muerte
violenta de tales hombres" (R.H.L.R., t"? 1^, ps. 356-358).
2282 ter. Al final de este cap. 17 de Génesis (vs. 23-27)
se dice que después de la conversación de Elohim con Abra-
ham en que aquél instituyó el rito de la circuncisión, el mis-
mo día, el patriarca, a pesar de sus 99 años de edad, fué cir-
cuncidado, y en igual fecha, circuncidó él a su hijo Ismael, que
tenía 13 años y a todos los hombres nacidos en su casa y a
todos sus esclavos "los que había comprado con su dinero".
Estas circuncisiones al por mayor le hacen exclamar a Scío:
"Es digna de admirarse y de imitarse la alegría y prontitud de
ánimo con que Abraham ejecutó en su persona y en la de
todos sus domésticos el mandamiento que había recibido del
Señor". Y luego hace notar que por el hecho de haber sido
circuncidado Ismael a los trece años, los árabes se hacen cir-
EL PATRIARCA ABRAHAM
79
cuncidar a esa edad, costumbre que igualmente observan en el
día de hoy, muchos sarracenos y mahometanos.
2283. Cada uno de los tres documentos ; J, E y P, trae
su explicación particular de la introducción de la práctica de
la circuncisión en el pueblo hebreo. Para P, la circuncisión
es anterior a la Ley, como la guarda del sábado y la prohi-
bición de comer sangre; es el signo distintivo del israelita;
es la señal de fidelidad a la alianza celebrada por Yahvé con
Abraham : "así será marcada en vuestra carne la alianza per-
petua que concluyo con vosotros" (17, 13''). Quiere decir,
pues, que P se representaba la circuncisión como una nove-
dad, que serviría para particulizar o distinguir a los descen-
dientes de Abraham. Pero, como hemos dicho anteriormente
(§ 90), ese rito, ya desde la más alta antigüedad — compro-
bada por el hecho de usarse cuchillos de piedra para efec-
tuarlo — , se encontraba en otros pueblos, principalmente afri-
canos y semitas de Arabia, Fenicia y Siria. Buena prueba de
la extensión de esa práctica entre los puel>los que poblaron
la Palestina, se tiene en que los filisteos son los únicos lla-
mados incircuncisos en el Antiguo Testamento. Una muti-
lación tan generalizada no podía, pues, servir de signo pecu-
liar de los componentes del pueblo escogido por Yahvé, co-
mo una misma señal no es posible que sea empleada por to-
dos los estancieros de un departamento, para distinguir sus
ovejas de las de sus vecinos departamentales. Por esto, ob-
serva Loisy, que fué solamente después del destierro, cuan-
do los judíos vivían en medio de incircuncisos, que se pudo
considerar la circuncisión como signo característico del pue-
blo elegido. Agrega el mismo escritor que este signo fué in-
ventado por salvajes que andaban desnudos, y entra en la ca-
tegoría de los ritos y costumbres por los cuales en las socie-
dades primitivas, se consagraba el paso de la adolescencia a
la edad viril y realizaba la iniciación en la vida tribal. Cuando
el régimen de clan fué reemplazado por un estado social más
avanzado, la circuncisión, arraigada en las costumbres, ee
mantuvo cambiando de sentido. En la tradición israelita, con-
cluyó por prevalecer el sentido religioso, y mantenida como
obligación universal, llegó a ser el sacramento de iniciación
en el culto nacional. Quizá la elección del octavo día después
80
EL PATRIARCA ABRAHAM
del nacimiento haya estado en relación con el término fija-
do para e] sacrificio de los primog-énitos^ (Ex. 22, 30) : trans-
ferencia de ritos en los que aparecería una supervivencia de
propiciación con respecto a una divinidad celosa, a la vez
que constituye un rito de purificación, ya que al incircunciso
se le considera impuro para el servicio del dios y por lo que
mira al pueblo que le es consagrado (La Reí. d'Isr.,
ps. 105- 107). El punto discutible es saber cuándo fué que
se introdujo la circuncisión en Israel, y aquí difieren los
datos tradicionales recogidos al respecto en la Biblia. P la
hace remontar a Abraham ; J, a la madianita Séfora, para
salvar a sn marido Moisés, en el citado pasaje de Ex. 4,24 - 26 ;
y E, a Josué, quien luego de circuncidar a su ejército (1),
oye de boca de Yahvé estas palabras : "Hoy, he separado
de vosotros el menosprecio de Egipto" (Jos. 5, 9), pues los
egipcios, que eran circuncidados, menospreciaban a los he-
breos, que todavía no lo eran.
2283 bis. Estos distintos relatos sobre el origen de la
circuncisión en Israel, nos dan serios argumentos contra la
tesis ortodoxa de que el Pentateuco hubiera sido escrito por
Moisés. 1° Este no pudo escribir lo que se refiere en Gén.
17, 9 - 14, porque siendo él tan privilegiado creyente, que
conversaba cara a cara con Yahvé (Ex. 33, 11), — quien
le dió la facultad de hacer portentosos milagros, — no podía
dejar de cumplir Con la elemental obligación que le imponía
el mencionado pacto del dios nacional con Abraham. 2^ El
relato de Ex. 4, 24 - 26 muestra claramente que Moisés igno-
raba dicha obligación. Sin embargo, la ortodoxia pretende
negar esta lógica deducción, alegando con Scío, de acuerdo
con San Agustín, que "Moisés no había aún circuncidado
a su hijo Eliezer, porque habiendo nacido pocos días antes,
y siendo tierno todavía^ temió que la fatiga del camino, aña-
dida a la circuncisión, pudiera ocasionarle la muerte". Todo
esto es pura imaginación : Ex. 4. 24 - 26 nada dice de Eliezer,
(1) En el cap. 5 de Josué, las palabras de nuevo y por segunda vez
(vuelve otra vez, trae Pratt) del v. 2 y las explicaciones de los vs. 4-7,
son de algún corrector que trató de conciliar este pasaje con los rela-
tos divergentes de Gén. 17 y de Ex. 4, 24-26 (L.B.dC.)
El. PATRIARCA ABRAHAM
81
ni de un niño recién nacido, ni de que Moisés hubiera dejado
de circuncidarlo por la razón que expone Scío, fuera de que
si Moisés se decidió a emprender e! viaje a Egipto, después
de una larga estada de muchos años en Madián. fué con el
objeto de ver si todavía vivían sus hermanos que habían que-
dado en aquel país (Ex. 4, 18), y por lo tanto nada lo apu-
raba para realizarlo con un niñito de tan corta edad. Lo que
se ve claramente es que el episodio de Ex. 4, 24 - 26, que no
concuerda bien con el pasaje en que se le ha injertado (1), es
de otra mano que lo narrado en Gén. 17, 9-14, ninguno de
cuyos textos puede ser de Moisés. 3° En el relato del cap. 5
de Josué, se afirma que, antes de la toma de Jericó, Yahvé
mandó a dicho jefe que se hiciera cuchillos de pedernal y
circuncidara a los israelitas, lo c[ue así hizo Josué, porque
todos los varones que habían salido de Egipto y que estaban
cricuncidados, murieron en los 40 años que anduvieron en
el desierto; pero a los hijos de ellos, que los sucedieron, fué
Josué quien los circuncidó, porque eran incircuncisos, pues
nadie los había circuncidado en el camino (vs. 2-7). ¿Puede
admitirse que Moisés, el heraldo de Yahvé, no hiciera cum-
plir durante los 40 años de peregrinación en el desierto, el
precepto más fundamental y más antiguo de la ley, que se
asevera le había sido dado a él mismo, antes de la salida de
Egipto (Ex. 12, 48), y que era. según el cap,. 17 de Génesis,
el signo distintivo de la alianza de Yahvé con su pueblo?
(1) La arcaica narración de Ex. 4, 24-25 (que es de J.) está en
contradicción con datos anteriores, según los cuales, los hijos de Moi-
sés deberían tener cerca de 40 años, porque éste se casó con Séfora en
seguida de su llegada a Madián (Ex. 2, 18-23), mientras que aquí, en
el cap. 4, aparecen como niños, que, con su madre, los hizo Moisés ca-
balgar en el mismo asno para realizar el largo viaje a Egipto. Ade-
más en el v. 25 figura un solo hijo, al cual circuncida apresuradamente
Séfora para salvar a su marido del dios homicida, cuando poco antes
se dice que Moisés realizaba ese viaje con su mujer y sus h'.jos (v. 20),
llamados uno Gersom, y el otro, Eliezer (Ex. 18, 3, 4). Si Moisés
tenía dos hijos pequeños durarite el aludido viaje, es lógico preguntar-
se: ¿por qué se dió Yahvé por satisfecho con que Séfora circuncidara
a uno solo de ellos? Y si el otro ya estaba circuncidado, ¿por qué Moi-
sés no había hecho lo mismo con éste del episodio relatado en Ex.
4, 24-26?
82
EL PATRIARCA ABRAHAM:
En manera alguna ; tal afirmación seria contraria al natural
buen sentido: ni Moisés conoció el cap. 17 de Génesis, ni el
precepto obligatorio de la circuncisión como ordenanza de
su dios, ni menos el episodio de su viaje de Madián a Egipto,
pues si realmente los hubiera conocido, y si realmente lo
hubiera querido matar Yahvé por su negligencia en dejar de
circuncidar a un hijo suyo, entonces no hubiera habido nin-
gún incircunciso entre los israelitas que, a su muerte, se
aprestaban a atravesar el Jordán para conquistar la tierra
prometida.
ANUNCIO DIVINO DEL INás'. 'MíEMTO DE ISAAC.
— 2284. En tren de cambio de nombres, Yahvé, que ya le
había cambiado el suyo a Abram (17, 5). le cambia también
el de la esposa de éste, diciéndole: "En cuanto a Sarai, ta
mujer, no la llamarás más Sarai, sino Sara. Yo la bendeciré,
y de ella, también, te daré un hijo. La bendeciré, engendrará
naciones, y reyes nacerán de ella" (vs. 15, 16). ¿En qué se
basaba Yahvé para efectuar esta sustitución de nombre? Nada
mejor que acudir a un autor ortodoxo para que nos explique
estos misterios teológicos, ya que se trata de asuetos en que
interviene personalmente una divinidad. Oigamos, pues, al
obispo Scío, quien se expresa asi: "Sarai quiere decir: Prin-
cesa o Señora mía, y Sara, solametite Princesa. Porque no^
debía ser mirada como señora de una familia particular, cual
era la de Abraham, sino como madre de naciones enteras por
medio de Isaac, y del Cristo que debía proceder de Isaac. Al
mismo tiempo se amonesta a los maridos, que no inviertan el
orden que Dios ha puesto, teniendo presente que son cabezas
de sus mujeres, y que aunque han de tener con éstas una
honesta condescendencia, honrándolas como es debido, esto
no obstante no deben permitir que sean sus señoras y cabezas".
2285. Abraham, aunque después ha sido considerado co-
mo el prototipo del hombre de fe, se mostró incrédulo en
este caso, y se rió de la» promesa de su amigo Yahvé, dicién-
dose para sí: "¿Podrá nacer un hijo a un hombre de cien,
años? ¿Y Sara, a los 90 años podrá dar a luz?" (v. 17). Se
conoce que Abraham no conocía la historia de sus antepa-
sados, quienes sin la ayuda de Yahvé, demostraron extraor-
EL PATRIARCA ABRAHAM
83
diñaría virilidad, en una época de la vida que nosotros, como
aquel patriarca, conceptuamos de vejez, rayana en la decre-
pitud. Así. Enos, a los 90 años engendró a Cainán (Gen. 5, 9) ;
Sem, a los 100, engendró a Arfaxad (11, 10); Set, a los 105^
engendró a Enos (5. 6) ; Jared. a los 162, engendró a Enoc
(5, 18) ; Matusalem, a los 187, engendró a Lamec (5, 25) ; pero
a todos les mató el punto Noé, engendrando a Sem, Cam y
Jafet, a los 500 años (5, 32). De la avanzada edad de Sara
no debía preocuparse Abraham, — avm cuando el texto sa-
grado, que suele ser muy minucioso en determinados deta-
lles, por escabrosos que sean, nos informa gravemente de que
"Sara no tenía ya lo que las mujeres tienen costumbre de
tener" (18, 11) — , pups su fecundación corría por cuenta de
Yahvé, quien, según la Sagrada Escritura, visitó a Sara, la
que concibió y dió a luz un hijo a Abraham en su vejez, al
plazo fijo que le había dicho aquel dios (21, 1, 2). Respecto
a esta cualidad de Yahvé, como dios de la fecundidad, léase
lo dicho en § 385, 386, 645, 646. Aprovecha la oportunidad
Yahvé, para indicar el nombre que se le debería poner a aquel
hijo, aun no concebido, agregando que con él también cele-
brará una alianza perpetua, bien que ya había realizado dos
alianzas con Abraham, las que había extendido a la posteridad
del mismo (15, 18; 17, 19).
LA VISITA DE YAHVE A ABRAHAM. — 2286.
Cuenta la mitología griega, que en una región de Frigia, ha-
bitada por gente perversa, vivían Filemón y Baucis, matri-
monio anciano y pobre, que eran fieles a los dioses. Deseando
Júpiter castigar a los habitantes de aquella malvada comarca,
sin perjudicar a los dos citados, se dirigió a la misma con
Mercurio, ambos disfrazados de peregrinos, y no encontraron
hospitalidad sino en la cabaña de Filemón y Baucis. Para
recompensarlos, Júpiter los condujo a la cumbre de un monte^
desde donde les mostró la comarca que había acabado de
inundar, y su cabaña libre y convertida en magnífico templo.
Más tarde para evitarles el que tuvieran que lamentar el uno
la muerte del otro, cuando estaban ambos por morir, Júpiter
transformó a la vez a Baucis en tilo y a Filemón en encina,,
ante el pórtico del mismo templo. Esta historieta de dioses
84
EL PATRIARCA ABRAHAM
disfrazados de hombres, que bajaban a la Tierra para premiar
a algunos hombres buenos y castigar a otros malos, se hallaba
bastante difundida entre los antiguos, y particularmente en
Canaán, de donde la tomaron los narradores hebreos, haciendo
aparecer a Yahvé como el héroe principal del relato, y con-
virtiendo a sus acompañantes en ángeles. Pero parece que
las tradiciones no estaban acordes a este respecto, y así figu-
ran en los relatos de los capítulos 18 y 19 del Génesis, tan
pronto uno, como dos, como tres personajes divinos en la vi-
sita que hicieron primero a Abrahan: y luego a Lot, para
castigar a las pervertidas ciudades cananeas de Sodoma y
Gomorra. En efecto, comienza la historieta con estas palabras :
"Yahvé apareció a Abraham, cerca de la encina de Mamré,
estando éste sentado a la entrada de su tienda, durante las
horas cálidas del día" (18, 1). Pero Abraham, al levantar los
ojos, no se encuentra, como otras veces, frente sólo a su
amigo Yahvé, sino ante tres hombres, a los cuales se apresura
a obsequiar con toda la afectuosidad y cortesía que exigía la
hospitalidad oriental (vs. 2-9). Después que los tres hubieron
hecho honor a una apetitosa comida en la que figuraba "carne
de ternera tierna y buena, manteca, leche, con panes recién
cocidos" (vs. 6-8), Yahvé habla con Abraham como si fuera
el único interlocutor de éste (vs. 10- 15). Los hombres parten
para Sodoma, mientras que Yahvé, de pie, se queda junto a
Abraham (§ 34), y los dos ángeles llegan al atardecer, a
Sodoma, a cuya puerta estaba sentado Lot (19, 1, 15). Este
los recibió en forma tan obsequiosa, conro lo había hecho poco
antes su nombrado tío, pues los llevó a su casa, les preparó
un banquete, y comieron (19, 1-3); mas después ya no se
les llama ángeles, sino "los hombres" (vs. 8, 10, 12, 16), los
que obran y hablan conjuntamente. Estos toman por la mano
a Lot, su mujer y sus dos hijas y los hacen salir de Sodoma,
porque iban a destruir esta ciudad (vs. 13, 16). "Y como los
hubieren sacado fuera, EL le dijo: Huye, si quieres salvar tu
vida... Y Lot LES respondió..." (vs. 17, 18). ¿Quién era
él, y cómo es que Lot no le responde, sino que les responde?
Por último, aun cuando ios hombres o los ángeles le habían
manifestado a Lot que habían venido para "destruir este lu-
gar" (v. 13), resulta que fue Yahvé el que consumó esa des-
Eí. PATRIARCA ABRAHAM
85
trucción, haciendo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Go-
morra (v. 24).
2287. ¿Cómo explicar la incoherencia de esa narración?
Contesta L.B.d.C: "Se ha supuesto que el texto tal como se
lee hoy, resultaba de la combinación de dos relatos, de los
cuales, uno hacía aparecer tres visitantes y el otro, sólo uno.
Según otros, el relato actual reposa en antiguas tradiciones
cananeas, que ponían en escena muchos elohim, "dioses" ; y
los narradores israelitas habrían reemplazado a éstos por
Yahvé; pero sin hacer en todas partes tal sustitución. El re-
dactor que coml)inó el texto definitivo parece haber querido
indicar que Yahvé era uno de los tres hombres, y que los otros
dos eran ángeles". Esta es también la opinión del circuns-
pecto hebraísta e historiador de Israel, profesor Adolfo Lods,
quien manifiesta que muchas de las tradiciones patriarcales
tendían a explicar el origen de los diversos santuarios de Pa-
lestina, "y eran la adaptación de las que circulaban ya en
estos mismos lugares sagrados, antes de la llegada de Israel.
Nótanse en ellas supervivencias . de! polidenionismo cananeo,
tales como la pluralidad de los visitantes divinos de Abraham
y de Lot (Gén. 18 y 19), y la multiplicidad de ángeles ■ —
primitivamente dioses — que pueblan los santuarios de Bethel
y de Mahanaim (Gén. 28, 12; 32, 1, 2)" (Isr. p. 182).
2288. El autor de la Epístola a los Hebreos, aunc[ue sin
mencionar expresamente los referidos capítulos 18 y 19 del
Génesis, se refiere manifiestamente a ellos cuando escribe :
"No os olvidéis de la hospitalidad, porque practicándola algu-
nos han hospedado ángeles, sin saberlo" (13, 2). Para ese es-
critor, pues, los tres hombres de dichos capítulos eran ángeles.
Cuando se inventó el dogma de la Trinidad divina, se creyó
que los tres personajes en cuestión representaban dicha en-
tidad. Scío, citando el testimonio de San Agustín, manifiesta
que "la Iglesia dice de Abraham, que vió a tres y adoró a sólo
uno. Y ha venerado siempre este símbolo augusto de la Tri-
nidad Santísima". Pero siendo ángeles esos representantes del
dios trino, ¿cómo fué que hicieron honor a los banquetes que
les ofrecieron primero Abraham y después Lot? ¿Cómo seres
inmateriales ingirieron alimentos materiales? Para la orto-
doxia no hay dificultad alguna a ese respecto. Efectivamente, el
S6
EL PATRIARCA ABRAHAM
docto Scío nos informa que "los ángeles, formando un cuerpo
del aire que los rodeaba, y mezclando en él algunas exhala-
ciones, que pudiesen representar unos cuerpos sólidos, colo-
res verdaderos y la configuración de los miembros humanos,
aparecían de este modo a los hombres, sin que éstos pudieran
discernirlo, y con la misma facilidad desaparecían. Los ángeles,
pues, comieron por elección y voluntad, de manera que el ali-
mento que tomaban, se resolvía en un aire muy sutil: a la
manera que el sol resuelve en vapores y no convierte en sus-
tancia propia los humores que toma de la tierra. San. Agustín
y Santo Tomás sienten que no comieron en realidad, sino que
parecía que comían; pero que Abraham crey'ó que comían".
Ante esta explicación dada por tan santos doctores, uno no
puede menos de lamentar el trabajo que se tomó Sara en ama-
sar unos 36 kilos de harina para hacer panes tiernos, y Abra-
ham, en matar un ternero muy bueno y hacerlo cocer o asar,
y luego en traer manteca y leche, lo mismo que en la comida
que preparó Lot, calificada de banquete (19, 3), para ofrecer
todos esos alimentos a seres "que parecía que comían, pero
que no comían". Tentado se siente uno a concluir que de
ser cierta tan ortodoxa explicación, hubieran procedido más
correctamente aquellos ángeles disfrazados de hombres, di-
ciéndoles a los que los agasajaban, cjue no se molestaran en
obsequiarlos, porque no teñan apetito o no deseaban comer.
2289. Ya hemos visto en § 2272, que, según E, Yahvé le
promete a Abraham descendencia de su mujer legítima, y en
§ 2285, que, según P, después de establecer Yahvé el rito de
la circuncisión, le anunció a Abraham que su mujer Sara le
daría un hijo, que se llamaría Isaac (17, 15-19). Ahora J,
en el cap. 18, expresa que Yahvé renueva este anuncio al pa-
triarca, y Sara, que escuchaba a la entrada de la tienda dicha
conversación, se muestra incrédula, "se rió entre sí" (v. 12),
diciéndose en su interior cómo sería posible que una pareja
de ancianos pudieran procrear un hijo. El dios protesta por
esa incredulidad manifestando: "¿Acaso es ése un milagro
demasiado difícil para Yahvé? Volveré a tu casa dentro de
un año, y Sara tendrá un hijo" (v. 14). Yahvé tenía razón;
¿cómo podía pensarse que lo anunciado fuera una empresa
demasiado ardua para un dios de la fecundación como él?
:ZL PATRIARCA ABRAHAM
87
(§ 385 -6). Lo único que se le puede censurar a Yahvé es
que olvidó cumplir parte de su promesa, pues no regresó al
año de esa fecha, a visitar a su amigo Abraham, y si lo hizo,
el cronista J, tan meticuloso en anotar todas las incursiones
de aquel dios en la Tierra, olvidó el hacerla constar en su
relato. En cuanto a Sara, agravó su incredulidad con una men-
tira, que si no está bien en el común de los mortales, menos
lo está en personajes que conversan cara a cara con la divi-
nidad. En efecto, después de las transcritas palabras de Yahvé
(v. 14), Sara exclama: "Yo no me he reído", porque tuvo
miedo. Pero él (Yahvé) le dijo: "Sí, tú te has reído" (v. 15).
Tenemos, pues, que Sara fue incrédula y mentirosa; sin em-
bargo, un escritor divinamente inspirado por el Espíritu San-
to descubrió que es ella un modelo de fe, digno de ser imitado
por los cristianos, y así el autor de la Epístola a los Hebreos,
después de definir la fe, diciendo que es "la seguridad en lo
que se espera y la certeza de las cosas invisibles", enumera
una serie de ejeinplos de fe sacados del Antiguo Testamento,
3' entre ellos cita a la esposa de Abraham con estas palabras :
"Por fe también, Sara recibió el poder de concebir un hijo,
aun cuando ya había pasado la edad, porque creyó en la fide-
lidad de aquel que le había hecho la promesa. Así de un solo
hombre, y lo que es más, de un hombre decrépito, nació una
multitud semejante a las estrellas del cielo y a los innume-
rables granos de arena de las orillas del mar" (11, 1, 11, 12).
Quizá esta tergiversación de los hechos referidos en el Géne-
sis, se deba a que, según la tradición rabínica, Sara era la
madre de los creyentes judíos, como Kadidjah, la primer es-
posa de Mahoma, lo fue de los creyentes musulmanes.
2290. En el relato de la visita de Yahvé con sus dos
acompañantes, hecha a Abraham en Mamré, se ha intercalado
posteriormente el episodio de la intercesión de este patriarca
en favor de la ciudad de Sodoma, que aquel dios iba a des-
truir (18, 22 - 33). Ese episodio, aunque pertenece a la misma
escuela que el que redactó la referida narración, es de época
más reciente, por lo que los críticos lo señalan como de
(§ 2073). Su origen posterior lo revela el hecho de que se nota
en él la influencia de los grandes profetas, en frases como ésta :
*'¿E1 que juzga toda la Tierra, no ha de practicar la justicia?"
88
EL PATRIARCA ABRAHAlff
(v. 25^), lo que, como anota L.B.d.C, supone un desarrollo
religioso bastante avanzado. En lo tocante al ofrecimiento de
Lot, expresado en 19, 8, y que refleja la escasa moralidad de
un pueblo que admitía como meritorio un acto que tanto
repugna a nuestra sensibilidad moderna, véase lo dicho en
§ 571. En cuanto al final del cap. 19, vs. 30-38, que del punto
de vista moral es una de las páginas menos recomendables
de la Biblia, en las que se relata el incesto físicamente impo-
sible de las hijas de Lot con su padre ebrio, constituye una
de las tantas tradiciones étnicas, que abundan en el Génesis,
y cuya finalidad, en este caso, es la de denigrar a los moabitas
y ammonitas, pueblos enemigos de Israel, con los cuales a
menudo tuvo éste que combatir.
LA ALIANZA DE ABRAHAM CON ABIMELEC. —
2291. En el cap. 20 del Génesis, se reproduce el relato del
12, 10-20, por lo que remitimos al lector, a lo dicho en
§ 2261 -2263; véase también § 386 y 394. En el cap. 21, des-
pués de referirse al nacimiento de Isaac y de que Agar e
Ismael fueron echados al desierto, viene la historia de la
alianza de Abraham con Abimelec, rey de Gerar, ( 21, 22 - 34),
que nos es muy útil para comprobar cómo utilizó el redactor
los documentos J y E, que referían diversas tradiciones del
mismo tema. Transcribimos a continuación las dos aludidas
tradiciones, por separado, para que se aprecien mejor sus
diferencias.
E dice: "21, 22. Aconteció en aquel tiempo, que Abimelec,
acompañado de Picol, jefe de su ejército, le habló así a Abra-
ham: Dios (Elohim) es contigo en. todo lo que haces. 23 Júra-
me, pues, aquí, por el nombre de Dios, que no usarás de en-
gaños conmigo, ni con mis hijos, ni con mi posteridad, sino
que conforme a la benevolencia que te he demostrado, tú pro-
cederás del mismo modo conmigo y con el país en que has
venido a habitar". 24 Y respondió Abrahám: "Lo juro". 27 Y
Abraham tomó ovejas y vacas, y se las dió a Abimelec, e hi-
cieron los dos alianza. 31 Por esto se llamó aquel lugar Beer-
seba, porque allí juraron los dos".
De J son estos versículos del mismo capítulo: "25. Aho-
ra bien, habiendo reclamado Abraham a Abimelec por el pozo
EL PATRIARCA ABRAHAM
89.
de que se habían apoderado los siervos de éste, 26 respondió
Abimelec : "Ignoro quien haya hecho eso, de lo cual tú no me
habías informado y ni siquiera había oído yo hablar de ello
hasta ahora". 28 Pero Abraham puso aparte los siete corde-
ros. 29 Y Abimelec dijo a Abraham: "¿Qué significan estos
siete corderos que has apartado?" 30 Respondió Abraham:
"Estos siete corderos, tú los aceptarás de mi mano, para que
me sirvan de testimonio de que yo cavé este pozo". 32 Hicie-
ron alianza en Beerseba; y después se levantó Abimelec con
Picol, jefe de su ejército, y regresaron al país dk los filisteos.
33 Abraham plantó un tamarisco en Beerseba, e invocó allí a
Yahvé bajo el nombre de El Olam.
Y el redactor termina el relato con este agregado de su
propia cosecha : 34 Habitó Abraham largo tiempo en el país
de los filisteos.
2292. De lo transcrito resulta claramente que E tiende
a explicar sólo la antigua alianza de los israelitas con los
de Gerar, mientras que J busca además establecer los dere-
chos exclusivos de los hebreos sobre el pozo de Beerseba. Pa-
ra E. ¡a etimología de este último nombre proviene de que,
junto a ese pozo, Abraham v Abimelec juraron la referida
alianza: mientras que para J dicho nombre significa "el pozo
(beer) de los siete (seba)" y alude a los siete corderos que
Abraham dió allí a Abimelec. Finalmente, J comete el ana-
cronismo de expresar que Abimelec era un rey filisteo (26, 1)
y supone que el pozo de Beerseba estaba fuera del país de los
filisteos (21, 32). Ahora bien, éstos se instalaron, después de
los israelitas, en la costa S. O. de Palestina (país que de ellos
tomó ese nombre, § 23), en el siglo XII a. n. e., bajo Ram-
sés IIT (§ 163, 164, 422), mientras que los sucesos relativos a
Abraham. a quien la ortodoxia supone contemporáneo de Hain-
murabí, tendrían que haber ocurrido unos ocho siglos an-
tes. L.B.d.C, hace además estas observaciones - 1? en el v. 28,
el artículo los da a suponer que ya había sido cuestión de esos
corderos en el texto primitivo de J ; el redactor, por lo tanto,
no conservó sino un fragmento de ese relato. 2^ El v. 34 no
debe de ser ni de E, que no habla de ¡os filisteos en la época
patriarcal, ni de J, que coloca a Beerseba íuera de la Filistea,
pues dice que Abimelec y Pico!, después de la alianza del pri-
90
EL PATRIARCA ABRAHAM
mero con Abraham, regresaron al país de los 'ilisteos (v. 32).
2293. La parte final del v. 33 se stitle traducir corriente-
mentp: "e invocó allí el nombre de Yabvé, Dios de eternidad,
o el Dios eterno". Y anotando este pasaje, escribe L.B.d.C:
"Es decir, Abraham invocó a Yahvé, junto h.1 tamarisco sa-
grado de Beerseba. bajo el nombre de "Dio'- de eternidad"
(El Olam). Se aplicaba, pues, a Yahvé t'ii titulo especial en
cada lugar santo de la Palestina (cf. 33, 20, Jue. 6. 24: Ain. 8,
14)" Léa'=-.e § 462, 626. Toussaint, partiendo de la base que la
expresión hebraica invocar el nombre Je un dios equivale a
organizar un culto, expresa : "Todos los diversos cultos del
pasado se han basado en una revelación. I',] ^éroe, •: quien le
tocaba esa buena fortuna, no tenia sino q'j.' inscribir un nom-
bre más en la lista de los dioses que él va concci^, sin que
abandonase éstos para complacer a aquel. La conciencia an-
tigua, en materia religiosa, era esencialinciite sincretista. Se
acogía el culto de un nuevo dios, como s" rccil e en la Iglesia,
el de un santo que acaba de ser canoni.-.vido Esto no implicaba
por otra parte, cambio alguno de religión, sino a lo sumo un
renuevo de fervor y devoción por el dios a la moda. Abraham,
al recibir la revelación de El - Shaddai, no se consideraba que
cometía infidelidad hacia EI-Elyón u oti;o cualquier El, que
le pluguiera revelarse al mismo patriarca. Según el documento
yahvista (Gen. 21, 33). Abraham habría tenido en Beerseba otra
aparición, la del dios El - Olam, a consecuencia de la cual,
plantó un terebinto, lo que en suma quiere decir que, en ose
paraje, organizó un nuevo culto muy cornplí'to: altar, santua-
rio, aparatos divinatorios para dar orácuioí, ya que el terebin-
to tenía esta función en los más primitivos cultos cananeos
(Jue. 4, 5). Naturalmente, consideraron los raitores bíblicos
que la palabra olam podía asociarse a El, como un calificativo
metafísico que significara uno de los atvibu-.os divirios más
trsenciales. el de eterno. Pero, pensándolo bien, se descubre
que este epíteto no tiene más el valoi" de simple adjetivo que
sus predecesores, Elyón y Shaddai" (p. 207; § 92).
EL SACRIFICIO DE ISAAC. — 2294. Pasa en seguida
el redactor del Génesis a referirnos el sacrificio frustrado de
Isaac (cap. 22), tomando de E ese relato: 1 Después de estos
EL PATRIARCA ABRAHAM
91
sucesos. Dios (Elohim) sometió a prueba a Abraham, y le di-
jo: "¡Abraham!" y éste respondió: "Heme aquí". 2 Y dijo
Dios: "Toma a tu hijo, a Isaac, tu hijc único, a quien amas;
■vete en seguida al país de los amorreos, y ofrécele all* en ho-
locausto, sobre un monte que yo te indicaré" 3 Y al día si-
guiente, temprano, Abraham enalbardó su asno, tomó con é?
sus dos criados y a Isaac su hijo, cortó leña para el holocausto,
y partió para el paraje que Dios le había irdicado. 4 Al tercer
día, alzando los ojos Abraham, vió el paraje de lejos, 5 y dijo
a sus criados: "Quedaos aquí con el asno, nientras yo y el
niño vamos allá arriba, y después de haber adorado, volvere-
mos con vosotros". 6 Abraham tomó la leña para el holocaus-
to, la puso sobre Isaac, su hijo : tomó en su m^no el fuego y el
cuchillo, y marcharon los dos juntos. Por el ram' io Isaac le
pregunta a su padre dónde estaba la oveji prra el holocausto,
y Abraham le contesta que Dios la proveería. 9 Cuando hubie-
ron llegado al paraje que Dios le había indicado, Abraham
construyó allí el altar, arregló la leña, ató a Isaac, su hijo, y
lo puso sobre el altar, encima de la leña. 10 Luego tomó el
cuchillo y extendió la mano para degollar a su hijo 11 Pero
€l ángel de Dios lo llamó desde lo alto de los cielos y le dijo:
"¡Abraham! ¡Abraham!" Y él respondió: "'Heme aquí".
12' Y dijo el ángel: "No extiendas la mano sobre el nifío, ni
le hagas nada, porque ahora sé que temes a Dios, ya que no
me has rehusado tu hijo único". 13 Entonces Abraham levan-
tando los ojos, miró y he aquí un carnero enredado por los
cuernos en un zarzal, y tomándolo, ofreciólo tn holocausto en
lugar de su hijo. 14 Y llamó Abraham aquel ^-araje: "Yahvé -
Yiré" (Yahvé proveerá). Por esto es que se dice hoy: "Sobre
el monte en que Yahvé provee". 19 Volvióse Abrrham a sus
criados, y levantándose se fueron juntos a Beerscba, dorxde
Abraham habitó. Queda así terminada esta historieta, a la que
posteriormente se le agregaron los vs. 15 - 18, en lo.5 que .se
expresa que el ángel de Yahvé se le apareció nue\'ainente a
Abraham, para repetirle en nombre del dios por quinta vez
(12, 2; 13, 16; 15. 5; 17, 2-8). las promesas oue 1-j había he-
cho de que su posteridad sería innumerable y ext.'aordinaria-
mente bendecida por él.
2294 bis. Comentando el transcrito relato de Gen. 22, es-
92
EL PATRIARCA ABRAHAM
cribe Vernes, (ps. 40, 41) : "Esta página no corresponde a las
antiguas épocas de la literatura israelita, romo se ve por la
elección de la localidad, el monte, Moriah o Morija (í^ 1363,
1381), denominación de época reciente (II Crón. 3, 1), sobre el
que se alzaba el templo de jerusalén. El escritor, siguiendo un
procedimiento caro a los autores de la epopeya patriarcal,
juega con la palabra Moriah (Moriyah), que se puede inter-
pretar por visión de Yah (Yahvé) y que explica por los
vocablos : Yahvé verá, es decir, proveerá. Extiende aún a to-
dos los tiempos esta denominación }• este significado, nacidos
del hecho que refiere, citando una especie de proverbio: "En
la montaña de Yahvé, se provee" ("sobre el monte en que
Yahvé provee"). — Las versiones corrientes- siguiendo al T. M.
traen en el v. 2, "tierra o país de Moriah", en vez de "país de
los amorreos". como arriba expresamos de acuerdo con L.B.
d.C, la que defiende esta traducción diciendo: "La expre-
sión del TlM. (§ 34), Moriyya (Moriah) es una corrección ins-
pirada por el V. 14 en su forma actual: las versiones antiguas
(la siríaca Peschito, trae : "país de los amorreos", mientras que
la griega de Simmaco y la Vulgata traen: "tierra o país de la
visión") la ignoran, y el texto primitivo traía aquí el nombre
de un país y no el de una montaña . . . En el v. 14 el texto pri-
mitivo debía dar el nombre verdadero de la montaña, de! cual
"Yahvé proveerá" no es sino una interpretación, y una inter-
pretación retocada, porque el narrador (E) habría escrito
Elohim (Dios) y no Yahvé "proveerá". El nombre del paraje
sagrado debía estar formado de El (Dios) y de otra palabra
que significara "proveer", "ver", y en efecto, se ha propuesto
el vocablo Yeruel o Jeruel, nombre de un desierto, en las mon-
tañas de Judá, cerca de Tecoa (II Crón. 20, 16), que estaría a
la distancia indicada desde Beerseba, o sea, a tres días de mar-
cha". Como la Vulgata expresa el proverbio del v. 14, de este
modo: "El Señor verá en el monte", y como San Jerónimo
creía que una de las cumbres de éste, en el que debía ser sacri-
ficado Isaac, fué el Calvario, Scío anotando dicho proverbio,
escribe: "Siendo estas palabras misteriosas, es evidente que
el Señor proveería en el monte Moriah o Calvario, obrando
en él la redención del género humano. Cuya profecía es li-
teral".
EL PATRIARCA ABRAHAM
93
2295. Examinemos detenidamente y libres de prejuicios el
relato que antecede (§ 2294), que se nos presenta como la prueba
más acabada de fe que pueda un hombre alcanzar. Ya el au^or
de la Epístola a los Hebreos escribía : "Por fe Abraham, cuan-
do fué probado, ofreció en sacrificio a Isaac ; y ofrecía a su
hijo único, él, que había recibido las promesas, y a quien ha-
bía sido dicho: "En Isaac te será llamada posteridad", conside-
rando que aun de entre los muertos podía resucitarle Dios : de
donde viene también que lo conservó a manera de símbolo"
(11. 17-19). Pasando al análisis desapasionado del relato en
cuestión, se puede llegar a las siguientes conclusiones : 1° que
no se trata de un episodio histórico, sino de una narracivSn
imaginaria, como lo son todas aquellas en que intervienen dio-
ses conversando con seres humanos, y que imbuida de las ideas
de los grandes profetas, contrarias a los sacrificios sangrien-
tos, busca demostrar que Yahvé ya no reclamaba más los sa-
crificios humanos que antes exigía (Ex. 22, 29; § 379, 383, 508,
824. 1037- 1042. 1064). Como dice Lods : "La historia del sa-
crificio no realizado de Isaac pertenece a la misma familia de
relatos que las tradiciones sobre Ifigenia (Israel, p. 182).
2296. 2° La idea de que a Yahvé se le ocurrió un buen
día probar a Abraham, es absurda, principalmente tratándose
de un dios que "sondea los corazoties", que de su espontánea
voluntad había elegido a ese jeque semítico, haciéndolo aban-
donar su patria y familia, para constituirlo en progenitor de su
pueblo escogido, y con quien ya había celebrado alianzas y a
quien reiteradamente le había formulado repetidas promesas
de ventura personal y de bendecir a sus numerosos descen-
dientes. Ahora se le ocurre probarlo, como si desconfiara de
él, y para ello emplea un medio propio del jefe de la secta afri-
cana de Oswar, según lo descrito en § 426 - 428 de nuestra
''Introducción". Ese medio que tendía a comprobar la comple-
ta sumisión al dios, la obediencia pasiva a las más insensatas
órdenes de éste, en que se alaba y se premia al subordinado
que las\ recibe, porque no trepida para cumplirlas en aprestar-
se a cometer el más despiadado crimen, es lo que se ensalza
por judíos y cristianos como un acto meritorio y elogioso,
digno de servir de modelo y por lo tanto de ser imitado por
todos los creyentes. Sin embargo, la sana razón nos dice que
94
EL PATRIARCA ABRAHAIC
sólo un dios sanguinario y cruel, como lo fué Yahvé al co-
mienzo de su evolución, podía demandar fría y tranquilamente
a uno de sus secuaces, que degollaba y luego quemara total-
mente en su honor, a un tierno e itiocente hijo suyo. Si Yahvé
compareciera hoy, ante un tribunal civilizado imparcial, por
un delito de esa índole, su menor condena sería a prisión per-
petua, a despecho de todos los alegatos de sus ortodoxos
abogados.
2297. 3^ Ese padre, a quien su superior (en este caso, un
dios bárbaro) le pide, como la cosa más natural del mundo,
que cometa un filicidio, y que lejos de reaccionar indignado,
se apresura a realizar el crimen que se le ordena, es un mons-
truo moral, que debe causarnos repulsión y horror. Lo que se
dispone a cumplir Abraham, es un acto de salvajismo, a que
lo conduce su fanatismo religioso, y que no encuentra atenuan-
te ante ninguna conciencia honesta, no sectaria. El cor.ieter
un delito mandado por un jefe, no exime de responsabili'lad al
inculpado, como lo prueban las recientes condenaciones a la
horca de los subordinados de Hitler, (diciembre de 1945;, que
tan triste nombradía adquirieron en los campos de concentra-
ción alemanes.
2298. 49 Hay en el relato detalles de tan refinada cruel-
dad, que colman la barbarie del mismo, siendo uno de ellos,
el hacer cargar a la víctima con la leña sobre la cual se la ha
de inmolar y que luego servirá para su propia incineración.
El autor de este inmoral relato de ficción no tuvo en cuenta
que este detalle descubría la inverosimilitud que se trataba de
disfrazar con cubierta de anécdota real, pues es materialmen-
te imposible que un niño pudiera llevar sobre sus hombros
' toda la leña que requería un holocausto de esa naturaleza, y
luego ascender con tal carga hasta un lejano monte (v. 5),
tranquilamente, como si no estuviera agobiado por ella, lo que
le permitía dialogar con su impasible progenitor (vs. 6-9).
Para disimular la imposibilidad del aludido acto, los traducto-
res esi^añoles de la Biblia no emplean la palabra niño aplicán-
dola a Isaac, como trae el original (vs. 5, 12), sino que la re-
emplazan por la de muchacho, que bien que significa "niño
que no ha llegado a la adolescencia", también familiarmente
se usa ese vocablo en el sentido de "persona que se halla en
liL PATRIARCA ABRAHAM
95
la mocedad", o sea, de jovencito. El referido detalle no escue-
ce a la ortodoxia, y tratando de sacar partido de todo en pro
de sus concepciones dogmáticas, halla del repudiable acto qne
comentamos, la siguiente explicación simbólica, que nos da
Scio: "Esta es una viva imagen de Jesucristo, que cargando
sobre sus hombros el leño pesado de la Cruz, en que fué sacri-
ficado, tomó sobre sí los pecados de todos los hombres".
2299. 5° A fin de justificar el crimen que se le exige a
Abrahara, encubierto con el velo de ceremonia religiosa, se
dice que "esta historia muestra que Dios no reclama el sacri-
ficio efectivo del hijo primogénito, sino que se contenta con la
voluntad que se tiene de ofrecérselo, y acepta que sea resca-
tado por una víctima animal" (v. 13). Pero la idea misma de
rescate supone aceptada como válida la inmoralidad del sa-
crificio humano, el que sin embargo se puede eludir dando
un sustituto animal o pagando cierta suma. "El yahvismo an-
tiguo, escribe Lods, admitía la posibilidad y aún en principio
la obligación de sacrificar niños al dios de Israel. Esta obliga-
ción teórica es verosímilmente una atenuación de una obliga-
ción práctica anterior" (Isr. p. 330). En efecto, en el Exodo
se encuentran disposiciones terminantes como éstas : "Harás
pasar (o consagrarás) a Yahvé, todo lo que abre la matriz"
(13, 12), que equivale a "sacrifícame todo primogénito". Y en
el mismo libro, en el Código de la Alianza, Yahvé ordena sin
rodeos: "Me darás el primogénito de tus hijos" (22, 29''),
Esos primogénitos debían ser sacrificados en holocausto al
dios, ya que el fuego es el mensajero o intermediario entre el
hombre y la divinidad. Los sacrificios humanos, tan generali-
zados en el mundo antiguo, eran, como manifiesta Loisy, "sa-
crificios de propiciación dirigidos a divinidades temibles, ávi-
das de sangre humana y de vidas humanas", entre las que se
contaba Yahvé antes de la evolución que le hicieron sufrir los
profetas. Esa práctica abominable, expresada por la frase "ha-
cer pasar los hijos y las hijas por el fuego", estuvo muy exten-
dida en Israel, hasta la época del destierro (II Rey. 16, 3; 17»
17; 21, 6), por lo que los escritores del Deuteronomio la con-
denaron enérgicamente, y Jeremías sostuvo que ella "no había
sido mandada por Yahvé, ni le pasói por el pensamiento que
los israelitas hiciesen tal abominación" (7, 31; 19, 5; 32,
96
EL PATRIARCA ABRAHAM
35) (1). El primogénito, ofrecido como rescate por los padres,
según observa Dhorme, era la parte del dios (R.H.R., t^ 107,
p. 118). Cuando se suavizaron las costumbres, se trató de sus-
tituir con un animal o con una imagen representativa, al pri-
mogénito exigido por la divinidad sanguinaria, celosa de sus
derechos. La fórmula latina de esa sustitución era : ánima pro
ánima, sánguine pro sánguine, vita pro vita, "alma por alma,
sangre por sangre, vida por vida". "La idea que se encuentra
en la base de la sustitución, dice el citado exégeta, es que por
lui acto o por una palabra, se puede reemplazar una víctima
(1) En Jer. 32, 35, Yahvé declara: "Edificaron los altos de Baal
en el valle de Ben Hinnom para hacer pasar sus hijos y sus hijas por
el fuego LAMMOLEK, lo que yo no les había mandado, ni me había
venido al pensamiento . . . "El escritor alemán Otto Eissfeldt, en un
folleto que publicó en 1935 sobre El dios Moloc, sostiene que en éste
y otros pasajes por el estilo del A.T. la palabra hebrea molek o lemolek
(sustituyendo la vocalización niasorética de lammolek, con el artículo,
§ 34) no expresa el nombre de un dios, llamado Moloc, al que ciertos
israelitas ofrecían en sacrificio sus hijos, sino un noml)re común que
designa una clase de sacrificio prometido por voto, o sacrificio votivo.
Así, p. ej. en Lev. 20, 2, debiera leerse: "Todo israelita o extranjero
residente en Israel que entregue uno de sus hijos EN SACRIFICIO
VOTIVO (en vez de a Moloc), será castigado de muerte". Supone di-
cho autor que a causa de la reforma deuteronómica que condenó ca-
tegóricamente los sacrificios de niños, se transformó el sacrificio molk
(promesa) en un dios ham - molek, para aumentar lo más posible la
distancia entre Yahvé y las inmolaciones de niños. Respondiendo al
mismo propósito se insertaron las palabras "de Baal", o "a Baal" en
ciertos pasajes en los que se trataba de esos sacrificios (Jer. 19, 5;
32, 35), aunque en el texto original se reconocía que los israelitas que
los ofrecían, los dirigían a Yahvé. Refiriéndose a los citados pasajes,
escribe Lods: "Resulta claramente de ellos y de otros semejantes (Jer.
7, 31; Ez. 20, 25, 26), que los israelitas que sacrificaban sus hijos, creían
obedecer a un mandato de Yahvé (Ex. 22, 29, 30), y ofrecían las pe-
queñas víctimas al Dios de Israel (cf. Gén. 22; Jue. 11, 30- 40; Miq.
6, 7). En estas condiciones, hubiera sido inútil, de izarte de Jeremías,
declarar a esos piadosos yahvistas que su dios no les había mandado
inmolar sus niños a Moloc; eso hubiese sido anunciar una verdad que
en manera alguna discutían y que no les concernía. El argumento del
profeta es, por lo contrario, enteramente tópico si se traduce lammolek
(corregido en lemolek) por: en sacrificio votivo. Por la misma razón,
hay probablemente que considerar las palabras "de Baal" como extra-
ñas al tenor primitivo de ese pasaje" (R.H.Ph.R., t^ 20, ps. 93-97;
R.H.R., t? 113. ps. 276-278).
V.L PATRIARCA A3RAHAM
97
por otra, idea básica de todos los sacrificios semíticos, que
constituye la característica de los sacrificios sangrientos. La
ir.agia interviene como auxiliar de la religión". Pero nótese
bien, que la idea de la sustitución o del rescate, mantenía incó-
lume el principio bárbaro de que al dios le asistía el derecho
de exigir la vida de seres humanos. Al efecto, escribe Loisy ;
"El rescate de los primogénitos en Israel es un testimonio tan
involuntario como curioso de la costumbre antigua: afirma el
derecho de Yahvé a sacrificios de los cuales algunos sí atre-
ven a pretender a la vez que él nunca los ha querido" (Essai
sur le Sacrifice, p. 114). Recuérdese sobre esto último la jus-
tificación que trató de dar Ezequiel (20, 24- 26; § 383) de los
sacrificios humanos que figuran en la Thorá exigidos por el
mismo Yahvé. justificación que pone en boca de ese dio;í. en
estos términos : "También les he dado preceptos que les eran
funestos y leyes que no podían hacerlos vivir. Los contaminé
con sus ofrendas, cuando hacían pasar por el fuego todos los
primogénitos, a fin de castigarlos y de hacerles conocer que
yo soy Yahvé", Aquí bien podría decirse que la enmienda es
peor que el soneto, o sea, que la explicación del profeta presen-
ta al dios vengativo israelita, en una faz más odiosa, pues apa-
rece como el instigador del mal, como ordenando el más es-
pantoso de los crímenes, es decir, preceptuando que sus fieles
"hicieran pasar por el fuego a todos sus primogénitos", para
castigarlos por la desobediencia de su pueblo y a fin de que
tan inicuo acto redundara en la gloria de su nombre. Reuss
manifiesta: "No haciéndose nada sin la voluntad de Dios, esos
sacrificios de niños son considerados como el efecto de sus
órdenes. Cierto es que la ley escrita (Ex. 13, 12) habla de un
rescate a pagar por los primogénitos ; pero esto mismo presu-
pone una costumbre bárbara, que considera el profeta como el
efecto de la voluntad vengadora de Yahvé (cf. II Tes. 2. 11 ;
Act. 7. 42)".
2300. La generalidad de los creyentes criftianos nunca
han consagrado un momento a meditar que el cristianismo
descansa sobre la idea del valor del sacrificio humano, absur-
do llevado a su colmo, porque la víctima propiciatoria sacrifi-
cada para aplacar la bárbara justicia de un dios, que no es
otro que el viejo Yah\é, disfrazado con el nombre de Padre
98
EL PATRIARCA ABRAHAM
eterno, esa víctima, decimos, es un hombre - dios, calificado de
hijo del mismo Yahvé. Este, en el caso de Abraham, ie pide
al patriarca que inmole a su hijo Isaac ; mientras que aqui, en
el cristianismo, los teólogos de esta nueva religión supusieron,
enseñaron y siguen enseñando que Yahvé, para poder perdonar
a los hombres sus pecados, exigió ¡a muerte de su propio hijo,
el Verbo divino. Siempre nos encontramos ante I--^ concepción
atávica de una religión de sangre, hasta el punto que uno de
los escritores divinamente inspirados del Ñ.T'., sienta como
fundanicntal esta bárbara proposición: "Sin derramamiento de
sangra no hay perdón" (Heb. 9, 22). La humanidad viene, pues,
a comprar la felicidad de ultratumba al precio de 'a muerte de
Jesús, el supuesto hijo de Dios. Escribiendo sobre el mito cris-
tiano de salvación, dice Loisy: "Lo que caracteriza el sacrifi-
cio cristiano es el esfuerzo, por otra parte bastante infructuo-
so, del pensamiento creyente para moralizar una concepción
que en sí nada tiene de moral. Es sobre un mito de sacrificio
humano que reposa la economía de salvación cristiana, v por
ese mito de sacrificio humano se interpreta el sacramento eu-
carístico. La fuerza de la tradición religiosa universal ha ve-
nido así a imponer como imagen y dogma el tipo más odioso
de sacrificio a una religión que ignora las inmolaciones san-
grientas" (Essai, p. 115; nuestra Introducción § 321, 323 -326).
LA MUERTE DE SARA. — 2301. Poco nos detendre-
mos en el capítulo 23 del Génesis, que pertenece todo él al do-
cumento sacerdotal, P. Nos limitaremos a mencionar que trata
de las gestiones hechas por Abraham para adquirir de los hiti-
tas (los hijos de Het) la caverna de Macpela, donde poder en-
terrar a su esposa Sara, la primer persona de su familia, muer-
ta en Canaán. Según el relato, ese fallecimiento ocurrió en
Hebrón cuando Sara tenía 127 años de edad. Los hititas, (§ 17)
pueblo del Asia Menor y de la Alta Siria, no ocupaban Canaán
en la época que se asigna a Abraham. Sobre esta cuestión, ma-
nifiesta el arqueólogo católico, Dr. G. Contenau, lo siguiente :
"Nada nos autoriza a pensar que hubieran descendido los hi-
titas a Canaán. como poseedores del país desde el tiempo de
Abraham. Por el contrario los hurri (de los que formaban par-
te los mitanios o mitanís, pueblos emparentados con aquéllos
EL PATRIARCA ABRAHAM
99
en el período protohistórico) estaban extendidos en Canaán
durante el segundo milenario, de donde los echaron los hiti-
tas" (La civilisation des Hitites et des Mitanniens, p. 18). Ea
el relato de que se trata, está muy bien descrito el diálogo de
Abraham con el hitita Efrón para la compra de la caverna de
Macpela, diálogo que pinta fielmente la peculiar manera de
negociar de las gentes del Oriente, como observa Reuss, a sa-
ber: extremada cortesía de una y otra parte, ofertas genero-
sas hechas por pura fórmula ; pero no aceptadas, fijación del
precio expresado en una frase indirecta, ratificación del con-
trato convenido, no por escrito, sino ante varias personas que
servían d^ testigos, etc. (1). Algo semejante ocurre hoy entre
los esquimales, según puede verse en la descripción de las for-
malidades para realizar un negocio, empleadas por aquéllos,
que hace el explorador danés Peter Freuchen en su libro Es-
kimo, resumido en Selecciones del Reader's Digest (Noviem-
bre de 1945, ps. 108-110). En cuanto al fondo de la narración,
pertenece a los relatos patriarcales que llama Lods, justifica-
tivo - jurídicos, en los que se busca fundar un derecho o legi-
timar una reivindicación (Isr. p. 175), pues Abraham hubiera
podido enterrar a su esposa en cualquier parte donde se encon-
trara al acaecer esa muerte. Al establecer en forma solemne la
adquisición de la tumba familiar, se hacía coiistar que esa
propiedad era, como los lugares de las apariciones divinas, un
lugar sagrado, y daba base a los israelitas para reclamar el
suelo en que reposaban sus antepasados. L.B.d.C. escribe al
(1) Refiriéndose a la citada observación de Reuss, manifiesta Yer-
nas, que ella motiva esta exclamación de los partidarios de la autenti-
cidad literal de la Biblia: "Así no se inventa". No, contesta él, no se
inventa en esa forma, por la sencilla razón que tales costumbres se
han perpetuado durante siglos entre los israelitas, y que son aún las
dé los orientales de hoy, no teniendo el escritor sino que revestir del
color del tiempo de él los sucesos que se refieren a un pasado fabuloso.
Es ésta una advertencia de frecuente aplicación en los textos bíblicos.
En cuanto a que abonó Abraham al hitita Efrón, 400 sidos de plata
(unos 2-40 dólares, vs. 15 y 16) por el campo donde estaba la caverna
de Macpela, nota el aludido autor que ese dato constituye un nuevo
indicio de la fecha reciente de la redacción del relato, porque el siclo
no fué conocido por los israelitas, sino después de la cautividad de Ba-
bilonia (ps. 42, 43).
100
EL PATRIARCA ABRAHAM
respecto: "Insiste mucho el autor sobre esta adquisición (la
compra del campo y de la caverna de Macpela) ya sea porque
ve en ella la primera señal de la ocupación del país de Canaán
por los israelitas, ya sea que quiera establecer los derechos de
su pueblo sobre la caverna venerada de Hebrón, ciudad que, en
su época, se encontraba en poder de los edomitas. El "campo
de Abraham" se menciona ya en una inscripción del faraón
Sisak o Sheshonc C947 - 925 a. n. e.). contemporáneo , de Ro-
boam" (I Rey. 14. 25; § 1380, 1927).
EL CASAMIENTO DE ISAAC. — 2302. Relata J en
el cap. 24 del Génesis, que siendo Abraham ya muy anciano,
mandó al más viejo o mayordomo de sus esclavos (cuyo nom-
bre ignora J, pero que E llama Eliezer, 15, 2) que fuera r su
país, Aram - Naharaim, o sea, la Naharina, a la ciudad de
Nacor, entre su parentela y allí consiguiera esposa para su
hijo Isaac (vs. 1 -10). De modo que para este escritor, Abra-
ham no era oriundo de Ur - Kasdim (§ 2255 - 7). Antes de darle
tan importante comisión, el patriarca le exige al comisionado
un juramento en nombre de Yahvé, de cjue cumplirá fielmen-
te tal encargo, juramento precedido por esta extraña orden:
"Pon tu mano debajo de mi muslo" (o de mi cadera, como tra-
ducen Reuss y L.B.d.R.F. (v. 2). Esta forma de prestación de
juramento, que se repite cuando Jacob le pide a José que no lo
entierre en Egipto, sino en el sepulcro de sus padres (47, 29),
era muy usada en otros pueblos orientales antiguos, como
Egipto, Siria y Arabia, y aún se encuentran vestigios de ella
entre los beduinos egipcios y los cafres. Explica Reuss que la
expresión empleada en el texto es un eufemismo, pues, en rea-
lidad, el acto que ella expresa, consistía en tocar las partes
genitales, consideradas como sagradas; y según el x^astor Mau-
ricio Michaeli, dicho acto parece estar relacionado con el mis-
terio de la generación, cuya fuente es Dios, de modo que se
venía a cjuedar así ligado ante la posteridad del anciano o del
moribundo. Entre los hebreos, se consideraba que los hijos
de un hombre provenían de su muslo o cadera, Ío que no se
comprende en las corrientes traducciones de la Biblia, que
vierten ese vocablo por sus "lomos", o se limitan a decir: los
hijos salidos de tal o cual personaje, ocultando aú la forma
EL PATRIARCA ABRAHAM
101
de expresión original (Gén. 46, 26; Ex. 1, 5; Jue. 8, 30) Véase
en la Versión Moderna de Pratt, este último texto en que se
emplea la fórmula de "hijos salidos de sus lomos", aunque en
nota, pone el traductor que el hebreo dice : "eu muslo". En el
Dict. Encyc. en el artículo Cuisses, Hanches, refiriéndose a ese
modo de representarse la generación humana, que el autor
considera como eufemismo para designar los órganos de la
procreación, se lee : "Esto explica la costumbre de los jura-
mentos hechos colocando la mano bajo el muslo, es decir, bajo
las partes genitales, doblemente sagradas, porque conservan
las fuentes de la vida y son los testigos de la continuidad de
la especie: el perjuro debía temer la venganza de los descen-
dientes del hombre que él había tocado". Entre las curiosida-
des del simbolismo que la ortodoxia descubre en la? Sagradas
Escrituras, no es la menos interesante ésta que nos revela
Scío, al anotar el aludido v. 3: "Los Santos Padres común-
mente entienden que Abraham con esta ceremonia, que hizo
obi;ervar a Eliezer en este juramento, figuró al Mesías que de
él había de nacer".
2303. Gracias a Yahvé, cuya ayuda solicitó el comisio-
nado, éste obtuvo pleno éxito en su gestión, pues descubrió
que Rebeca, — hija de Nacor y Milca, y por lo tanto, sobrina
de Abraham, según J (24, 27, 48; 29, 5), aunque P la con-
sidera nieta de Nacor e hija del arameo Betuel (25, 20; 28, 2),
constancia ésta glosada en 22, 23 — , era la mujer destinada
a ser la esposa de Isaac, y por lo tanto, la madre del pueblo
de Israel. La divergencia relativa a la genealogía de Rebeca
se acrecienta por la inhabilidad de un corrector que en los
vs. 15 y 24 del cap. 24, donde el original decía: "hija de Milka,
mujer de Nacor", le intercaló entre "hija de" y "Milka", las
palabras : "Betuel, hijo de", resultando : "Rebeca hija de Be-
tuel, hijo de Milka, mujer de Nacor", intercalación que repro-
dujo en el v. 47 entre las palabras "hija de" y "Nacor y de
Milka", todo lo cual está en contradicción con los vs. 27 y 48,
en el primero de los cuales, el mensajero' da gracias a Yahvé,
¡Dorque lo condujo rectamente "a la casa del hermano de su
señor"; y en el segundo, donde el mismo repite: "Yahvé me
ha traído rectamente a tomar la hija del hermano de mí señor,
para el hijo de éste". De donde resulta que el mensajero de
102
EL PATRIARCA ABRAHAM
Abraham se dirigió a la mansión de Nacor, hermano del pa-
triarca, en cuya casa vivían dos hijos suyos: Rebeca y Labán,
l^ien que no se les nombra como tales, en el detalle de los
hijos de Nacor, que se encuentra en Gen. 22, 20 - 24. Nacor
«ra ya muerto, y sus dos nombrados hijos habitaban allí con
su madre Milka, obrando Labán como jefe de familia (vs. 28,
29, 55; 29, 5). El mismo inhábil corrector en el v. 50, después
■del nombre Labán, le agregó: "y Betuel", cuando la conver-
sación del esclavo de Abraham se realiza con Labán y su
madre Milka, a quienes aquél les hace regalos (vs. 53, 55),
los que venían a constituir el mohar o precio que se pagaba
-a los padres para obtener una mujer en matrimonio (cf. 34, 12;
Ex. 22, 16; I Sam. 18, 25; nuestra Libertad, p. 28).
2304. Termina el cap. 24 relatando que al regresar el
comisionado de Abraham, después de cumplida su misión,
Isaac, que habitaba en el Negeb o Negueb (extremo Sur de
la Palestina) recibió complacido a Rebeca y la hizo su mujer,
sin ceremonia alguna religiosa, como ocurre en toda la Biblia,
donde los matrimonios que se mencionan o describen, — aun
aquellos en los cuales interviene directamente Yahvé, como
■en este caso — , tienen un carácter completamente laico (véase
nuestra Hist. Pol. de los Papas, 1^ parte, p. 193). En cuanto
a Abraham, según el narrador, debía haber muerto en el in-
tervalo de la gestión matrimonial de la referencia, puesto que
no se le menciona más relativamente a este asunto, y en
cambio, Isaac aparece sólo, y a él es a quien el esclavo llama
""su señor" y le da cuenta del resultado de dicha gestión
(vs. 65 y 66), estando establecido en otra parte del país
(24, 62), y que como "señor o jefe" del lugar, era quien úni-
-camente podía disponer de la tienda vacía que había perte-
necido a su fallecida madre. En efecto, se lee en el v. 67 que
Isaac hizo entrar a Rebeca en la tienda de Sara, muerta largo
tiempo atrás, y "se consoló de la muerte de su padre" (v. 67),
siendo estas dos últimas palabras cambiadas posteriormente
por "su madre" que trae el texto actual, como nota L.B.d.C.
Observa Reuss que "esta parte del relato debió ser primiti-
vamente redactada por alguien que suponía que Abraham ya
había muerto, y que no tenía su domicilio habitual en He-
brón". En resumen, este capítulo, por las enmiendas y repe-
EL PATRIARCA ABRAHAM
103
ticiones que presenta, acusa ser el resultado de la fusión de
dos relatos paralelos, que reflejaban una misma tradición.
En lo tocante al fin perseguido por el escritor con el relato del
matrimonio de Isaac, podemos admitir con Reuss, que res-
ponde a la doble finalidad de establecer que la familia de
Abraham ya no debe retornar a su antigua patria, pues ha
fijado su residencia en la tierra prometida, y que no debe
unirse en matrimonio con los cananeos, idea esta última de
conservar la pureza de la sangre israelita, que es reciente y
tuvo su pleno desarrollo al comienzo del período postexílico.
Sin embargo, no deja de ser chocante el hecho de que Abra-
ham. que envía un mensajero suyo a la lejana tierra de sus
padres, para buscar esposa a su hijo Isaac, no haya tenido
inconveniente en unirse con la egipcia Agar y con la extran-
jera Ketura, unión ésta de la que en seguida hablaremos.
LA UNION DE ABRAHAM CON KETURA. — 2305.
Como los elementos de que se componen las leyendas patriar-
•cales no sólo proceden de distintos documentos, sino que
<;onstan además de diversos relatos que en un principio tu-
vieron vida propia, independiente, y más tarde fueron com-
binados en un conjunto total del que ahora son únicamente
partes fragmentarias, no deberá extrañarse el lector de que
en el capítulo siguiente, o sea, el 25, haya sido agregado un
trozo (vs. 1-6), que indiscutiblemente es un mito etnográ-
fico, en el que figura Abraham uniéndose a otra mujer lla-
mada Ketura, que le dió seis hijos, antecesores epónimos de
varias poblaciones árabes, de las cuales las más conocidas
son los madianitas, (1) establecidos al Este del golfo Ela-
mítico ; y los sábeos (procedentes de Seba, nieto de Abraham
(1) No siendo los hijos de Ketura personas, sino pueblos, debe
observarse que Madián y Medán son uno solo, según se ve en Gén,
37, 28, donde se habla de mercaderes madianitas que sacaron a Joisé
de la cisterna, y en el v. 36 del mismo capítulo se dice que los me-
•dianitas lo vendieron en Egipto a Potifar. Esta divergencia de deno-
minaciones se nota en la traducción de Reuss; pero no en las demás
versiones, que en el citado v. 35 también ponen madianitas. En cuantcv
a Seba y a Dedán (pueblo comerciante, vecino de Edom), se les da como
nietos de Abraham (hijos de Jocsán, 25,3), y sin embargo, se les con-
sidera como bisnietos de Cam. en 10, 6 y 7.
104
EL PATRIARCA ABRAHAM
por su hijo Jocsán), que hacia el siglo VIII a.n.e., fundaron
un reino importante al S.O. de la península arábiga, en el
Yemen o Arabia Feliz. Este antecesor de los sábeos aparece
en la Biblia con los nombres de Seba, Sheba, Saba o Sabá; en
Gen. IQ, 7* figura como hijo de Cus (la Etiopía), y en 7^ como
hijo de Raama, Raema, Rama o Regma, según los distintos
traductores; en 10, 28, es hijo de joctán, mientras que en 25, 3
es hijo de Jocsán. El profesor Carlos Bieler explica así tales
divergencias: "Desaparece la dificultad cuando se admite que
esas familias de numerosos hijos de Gén. 10 y 25, bajo forma
genealógica, representan grupos geográficos de tribus o de
pueblos más o menos de la misma raza. Si Seba aparece en
varios de esos grupos, hay que ver en ello el vestigio de mi-
graciones : todos los sábeos no habían quedado en el S.O. de
Arabia, pues unos habían emigrado al N. de esta península,
y otros al Africa". Por Ismael y por los hijos de Ketura, es
considerado Abraham como el padre de los árabes, al igual
que por Isaac, es el padre de los judíos. A pesar de tan estre-
cho parentesco, no se ve que esa vinculación consanguínea ha-
ya logrado establecer la armonía entre dichos pueblos sepa-
rados en la actualidad por tan profundos antagonismos.
2306. Hemo3 \isto que Abraham, a los cien años d"-.
edad, mostrándose incrédulo, se ríe, porque considera un ab-
surdo que un hombre decrépito, ya centenario como él pudie-
ra procrear un hijo (Gén. 17, 17; § 2285) ; pero según 25, 1 - 6,
cuarenta años más tarde, tomó otra mujer, y tuvo de ella seis
hijos. Mas no sólo esto, sino que además tuvo otros hijos con
varias concubinas (S 2254), a los que les hizo regalos, y los
mandó a vivir al Oriente, lejos de Isaac, a quien le dió todo
lo que poseía, dato éste que debía venir antes del cap. 24 (véa-
se 24, 36). TaK'ó inverosimilitudes muestran no sólo la diver-
sidad de ios do(-umentos empleados por el redactor, sino tara-
bién con qué rue^'as de molino tienen que comulgar los orto-
doxos, que adn-'iten sin vacilación que estamos aquí ante rela-
tos personales e históricos. "Los sarracenos (1) (nombre ára-
(1) Aunque sarracenos es el nombre adjetivo dé los naturales de
la Arabia Feliz, se extendió esa denominación en la Edad Media, es-
pecialmente en Is épcrta d_- las Cruzadas, a todos los musulmanes, y*
fueran árabes o mores.
KL PATRIARCA ABRAHAM
105
be), dice Reuss, o hijos del Oriente (nombre bíblico), son los
beduinos o árabes del desierto, bastardos de Abraham", y por
lo tanto heíiiianos naturales de los israelitas. Veamos ahora
la* leílexiories que a la ortodoxia católica le sugiere el pasaje
cu cuestión. "i?;^ndo Dios a Abraham tantos hijos de Cetura
(o Ketuia), uice Scio. quiso que por este medio se propa.eíí.ra
entre las naciones el conocimiento de su nombre y de su cul-
to. Abraham desposó a Agar, que era esclava, para que Ismael,
su hijo, figurase a los judíos, que en la Ley antigua sólo fue-
ron hijos de Abraham, según la carne. Desposó después tam-
bién a Cetura, que aunque libre, debía representar en sus hi-
jos a los malos cristianos de la Ley de Gracia. Agar, Ismael,
Cetura, y sus hijos solamente reciben de Abraham algunas
donaciones ; pero sin entrar a la parte de la herencia con Isaac,
que es el único y universal heredero de todos sus bienes . . .
La principal herencia que le dejó a éste, fué la de su fe y de
su esperanza: la disposición de dejarlo y sacrificarlo todo por
seguir a Dios, un deseo ardiente de la venida de Jesucristo,
y una entera persuasión de c[ue no había verdadera justicia,
sino por aquel que sólo había de ser el medianero, el Pontífi-
ce y la víctima por el pecado". Notará el lector que con las
gafas o antiparras de la fe, el creyente halla en la Biblia todo
lo que desea que ella encierre.
LA MUERTE DE ABRAHAM. — 2307. Cierra el re-
dactor su relato de la vida de Abraham, con un párrafo de P,
(vs. 7 - 11 a) en el que expresa que dicho patriarca murió a
los 175 años de edad, después de una feliz ancianidad, y que
"harto de días, (esto es, deseoso ya de salir de esta vida, - SCIO),
fué reunido a los suyos", aunque anota L.B.d.C, el original
trae literalmente: "fué reunido a sus padres", o sea, en el
sheol (§ 973 y ss.), la morada de los muertos, bien que pri-
mitivamente esa expresión significaba: "fué depositado en la
tumba de familia". Agrega el texto, que "sus hijos, Isaac e
Ismael, lo enterraron en la caverna de Macpela" (v. 9; § 2301),
observación que muestra que P no admitía que Ismael hubiera
sido echado por su padre de la casa paterna, como lo sostienen
las tradiciones recogidas por J y E (§ 2280).
CAPITULO III
El patriarca Isaac
NOMBRE Y CARACTER DE ISAAC. — 2308. En los
pintorescos relatos del Génesis, la figura de Isaac tiene menos
relieve que las de Abraham y Jacob, hasta el punto que en
varios pasajes no es sino un doble de su padre, y en muchos
otros aparece tan sólo por su relación con la vida de aquellos
patriarcas. Se le ubica en la parte más meridional del país,
ya en Gerar, ya en Beerseba. En cuanto al nombre de Isaac
(en hebreo, Isehac o Yisekhac) se le supone generalmente re-
lacionado con la raíz sahac, "reír", puesto que Abraham se
ríe cuando Yahvé le anuncia el nacimiento de ese hijo (17, 17;
§ 2285). Sara igualmente se ríe ante tal anuncio (18, 12; § 2289),
y más tarde (cap. 21) al producirse ese nacimiento manifies-
ta: 6a "Dios me ha dado motivo de risa". 7 Y ella dijo:
Quién hubiera predicho a Abraham
que Sara amamantaría hijos?
Sin embargo, le he dado un hijo a su vejez;
6'' cualquiera que lo sepa se reirá de mí". (1)
De acuerdo con esta pretendida etimología, el nombre
Isaac podría traducirse por "el Risueño". Pero luego, (v. 9),
el documento E relaciona el nombre de Isaac con el vocablo
jugar, otra acepción del verbo sahac (cf. 26, 8). Se trata, pues,
de ingenuas etimologías, producto de la imaginación popular
(1) Tal es la traducción de L.B.d.C., según la cual en 6* está
empleada la expresión "motivo de risa" en el sentido de objeto de gozo,
alusión al nombre de Isaac, mientras que en 6^ la misma palabra se
usa en o\ sentido de "burlarse", siempre aludiendo al nombre de Isaac.
Y agre i: "Estos dos textos no pueden, pues, ser del mismo autor,
por lo rn e hemos transpuesto 61" después del v. 7, al que se relaciona
mv.y bien por el sentido y del que tiene la forma rítmica".
PATRIARCA ISAAC
107
como tantas otras de que está lleno el relato biográfico de este
patriarca. Pasaremos ahora en sucinta revista los principales
episodios de esa narración.
NACIMIENTO DE LOS HIJOS DE ISAAC. — 2309.
Veinte años habían transcurrido desde la unión de Isaac con
Rebeca, sin que ésta le hubiera dado descendencia. Entonces
aquél recurre a Yahvé, que, como buen dios de la fecundidad
(§ 386), se apresuró a hacer concebir a la esposa estéril, dán-
dole mellizos. Parece que el embarazo fué muy molesto para
Rebeca, pues, los fetos se movían tan violentamente en su se-
no, que tenía la sensación que luchaban. Y tanto sufría que
exclamó: "Si esto es así, ¿a qué vivir?", por lo que fué a con-
sultar a Yahvé, hecho que motiva esta justa observación de
Lr.B.d.C: "Ingenuamente transporta el narrador a la época
patriarcal, los usos de su tiempo", en que había un lugar para
consultar a aquel dios. Siendo Yahvé también un dios de
sortilegios (§ 387-392), no demora en contestar, y, como en
sus ratos de buen humor cultivaba la poesía (§ 304), lo hace
en verso hebreo, diciendo :
Dos naciones hay en tu seno,
Y dos pueblos se separarán al salir de tus entrañas.
Uno de estos pueblos será más fuerte que el otro,
Y el mayor servirá al menor (25. 21 - 23).
Siendo el mayor, el pueblo de Edom, y el menor, el pue-
blo de Israel, estos versos debieron ser compuestos después de
la época de David, en que este rey subyugó a los edomitas
(II Sam. 8, 13, 14; § 1210-1212). Y llegó para Rebeca el mo-
mento del parto, y "25 el que nació primero era rojo, com-
pletamente velludo, como un manto de piel: se le dió el nom-
bre de Esaú. 26 En seguida nació su hermano, que tenía en
la mano el talón de Esaú, por lo cual se le llamó Jacob".
2310. En el citado v. 25 están mezcladas dos distintas
tradiciones etimológicas, pues según J, a Esaú se le dió ese
nombre, porque tenía la piel de color rojo, y como Esaú es
Edom (v. 30; 36, 1), esta última denominación vendría del
vocablo hebreo admoni (rojo) que tiene cierta semejanza ho-
mofónica con Edom; mientras que para E, a Esaú se le aplicó
108
EL PATRIARCA ISAAC
ese nombre, que significa velludo, porque tenía el cuerpo cu-
bierto de pelos como un manto de piel (en heb. sear, que re-
cuerda a Seir, región montañosa habitada por los edomitas).
Sin embargo, poco después en el mismo capítulo 25, se lee
que Esaú fue llamado Edom, porque era rojo el plato de
lentejas por el cual vendió a Jacob su derecho de primoge-
nitura (v. 30). En cuanto al nombre Jacob (en heb. ya'acob),
J lo hace derivar de akeb, "talón", porque nació ese patriarca
agarrando el calcañar de su hermano; mientras que E lo atri-
buye a que Jacob suplantó (acab en heb.) dos veces a Ebaú
(27, 36), por lo que Jacob quiere decir "engañador o suplan-
tador". Según otra tradición que recoge Oseas (12, 4) Jacob
ya había suplantado a su hermano en el seno materno.
ESCASA MORALIDAD DE JACOB. — 2311. Crecie-
ron Jacob y Esaú; éste de espíritu aventurero, fué un hábil
cazador, mientras que aquél — "hombre sencillo", dice la Escri-
tura, lo que parafrasea Scío añadiendo : "hombre de beüísí-
mas costumbres, irreprensible, pacífico, sincero, incapaz de en-
gañar a otro" — , prefirió la vida pastoril y permanecer en las
'tiendas o carpas (25. 27). Y según E, ocurrió que un buen
día, cuando Jacob hacía cocer un guiso de lentejas, llegó a su
carpa, cansado y hambriento, Esaú, y le pidió que le diera
parte de esa comida. Pero Jacob en vez de acceder a tan jus-
to pedido, creyó del caso aprovechar la oportunidad para reali-
zar un negocio usurario con su hermano, y le ofreció el plato de
lentejas que preparaba, a cambio del derecho de primogenitura,
que equivalía a heredar el total del patrimonio paterno, o por lo
menos, a obtener una parte doble de la herencia (Deut. 21, 17).
Accede Esaú, alegando que se estaba muriendo de hambre,
— como si no hubiera podido pedir alimento a sus padres o ad-
cjuirirlo de otras personas o por otros medios (1), — y quedó
celebrado el aludido contrato con el juramento prestado por
aquél. Ahora bien, si la conducta de Jacob pudo pasar como
(1) "¡Prodigiosa ingenuidad de la narración popular!, exclama
^'^e^nes. En la tienda del poderoso jeque Isaac, hijo de Abraham, no
hay otra cosa que comer sino el plato de Jacob, bien que bajo ese pla-
to se oculta un juego de palabras: es un guiso rojo, y Esaú lleva tam-
bién el nombre de Edom, es decir, rojo" (p. 45).
EL PATRIARCA ISAAC
109
iiuiestra de habilidad, hace 29 siglos cuando se escribió ese
relato, hoy, que tenemos más afinada la conciencia moral, me-
rece tal proceder los más acerbos reproches. Y aquí se le pve-
senta a la ortodoxia un serio problema: ¿cómo justificar tan
reprobable acto en un patriarca bendecido por Yahvé y que
tenía especiales reiaciones con este dios, que es hoy la divi-
nidad de la cristiandad? Oigamos lo que nos dice al respecto
Scío, sabio obispo de la iglesia romana: "Si Esaú fué culpa-
ble por haber hecho esta venta tan sacrilega (1), no parece
que Jacob pudo ser inocente, puesto que fué el que primero
le hizo la proposición, y el que le ob'igó a jurar. A esto se
responde, que en las cosas que yon visiblemente misteriosas,
y que debajo de velos y sombras ocultan grandes misterios
y verdades, no debemos atender tanto a lo que aparece por
de fuera, como a lo que quiso Dios ocultar debajo de aquellas
apariencias. (Una especie de juego de escondite, diríamos nos-
otros, que nos propone Dios para aguzar nuestra sagacidad).
Y así aplicándonos últimamente a entender el misterio que
Dios nos descubre, y a aprovecharnos de la instrucción que
nos presenta bajo de estas imágenes ; así como no nos es per-
mitido tomar semejantes acciones para que nos sirvan de mo-
delo y regla para obrar, así tampoco no podemos condenar a los
que las hicieron por una orden o inspiración particular de
Dios. Fuera de esto, Jacob, instruido por su madre, pudo saber
que Dios por una elección del todo gratuita había trasladado
a él el derecho de primogénitOj que pertenecía a Esaú ; y en
este caso no pedía ni solicitaba otra cosa, sino entrar en pose-
sión de lo que ya era suyo, y le pertenecía por el derecho que
Dios le había dado". El misterio es el gran recurso de la or-
(1) Scío aplica ese epíteto a la susodicha venta por "el poco apre-
cio que hizo Esaú de sus derechos, sabiendo que a la familia de Abra-
ham estaba vinculada una bendición particular, que se creía pertenecer
al primogénito de los hijos de Isaac. Esta bendición tenía por objeto
principal el nacimiento del Mesías. Y así renunciando Esaú a su derecho,
renunció a las promesas, al Mesías, y a la única esperar?.2a del Univer-
so. Por esto San Pablo le llama un profano (Heb. 12, 16) ; como si di-
jera un sacrilego, un simoníaco, por haber puesto eu precio y vendido
tan vilmente una cosa tan santa, que le pertenecía a él y a su descen-
dencia, como a primogénito de la familia".
110
EL PATRIARCA ISAAC
todoxia para sortear las dificuitades del relato bíblico. Nóte-
se, sin embargo, que la conciencia del exégeta le obliga a re-
conocer que el acto egoísta de Jacob no debe ser imitado, bien
que, según él, haya sido hecho "por inspiración particular de
Dios". No deja de ser muy sugestiva la suposición de Scía
relativa a lo que Rebeca pudo haber comunicado a Jacob, so-
bre la elección gratuita, por no decir arbitraria, hecha por
Yahvé para despojar a Esaú de sus derechos de primogenitu-
ra. Cabe aquí sólo agregar, cuánto tiempo perdido hay en pre-
tender interpretar un seudo misterio, que no es sino un clara
mito etimológico unido a un mito etnográfico tendiente a ex-
plicar el por qué el pueblo de Edom, más antiguo que el de Is-
rael, y que había tenido mucho antes que éste un gobierno
regular (36, 31), había quedado subordinado al mismo por las
conquistas de David (II Sam. 8, 14).
JACOB USURPA LA BENDICION DE ISAAC. —
2312. Otro mito de la misma índole, — que si fuera de nuestra
época, le atribuiríamos un origen o un propósito antisemita,
por el triste papel que en él desempeña el antecesor epónimo
del pueblo israelita — , es el que se refiere con lujo de deta-
lles en el cap. 27 del Génesis, en la forma sigiuente : Isaac, que
amaba preferentemente a Esaú, porque éste le traía animales
que cazaba, los que c^mía con gran deleite (25, 28), en su an-
cianidad había quedado ciego. Un día llamó a Esaú y le pidió
que le trajera alguna caza, con la que le preparara uno de los
suculentos platos que él tanto apetecía, "a fin, le dijo, de que
mi alma te bendiga, antes de que yo muera". Rebeca que sen-
tía predilección por Jacob, al escuchar esas manifestaciones de
Isaac, se apresuró a transmitirlas a su hijo preferido, a quien
aconsejó que le trajera dos buenos cabritos, los que ella adere-
zaría de acuerdo con los gustos de su marido, y luego Jacob
presentaría el plato suculento así preparado, a efecto de que
él consiguiera la prometida bendición que Isaac reservaba pa-
ra su primogénito. Jacob no se mostró indignado ante aque lla
superchería que le recomendaba su madre, sino que, como
hombre previsor, temió que ese plan le atrajera la maldición
paterna, si cuando él le llevase la comida a Isaac, éste llegara
a desconfiar de la suplantación, y al palparlo notara que no
EL PATRIARCA ISAAC
111
era el velludo Esaú. Pero esta objeción no disuadió a la in-
trigante Rebeca, la que calmó los escrúpulos de Jacob, dicicn-
dole que con tranquilidad hiciera lo que le aconsejaba, que ella
tomaría sobre si la maldición que pudiera ocasionarle tal ac-
ción. Jacob entonces le trajo los cabritos a Rebeca, la que
preparó el plato suculento que tanto agradaba a su marido, y.
antes de dárselo a su hijo para que lo llevara, lo hizo vestir
a éste con la mejor ropa de Esaú (1), y le cubrió el cuello y
las manos con las pieles de los cabritos. Y ahora dejamos la
palabra al texto sagrado, — con toda su repetición de las mis-
mas palabras, ciue hacen por momentos pesada su lectura. —
el que continúa el relato en esta forma: "18 Y Jacob fué a
donde estaba su padre y dijo: "¡Padre mío!"; e Isaac respon-
dió: "Heme aquí, ¿quién eres, hijo mío?" 19 Y Jacob dijo a su
padre: "Soy Esaú, tu primogénito. He hecho lo que me man-
daste; levántate, te ruego, siéntate y come de mi caza, para
que tu alma me bendiga". 20 Entonces dijo Isaac a su hijo:
"¿Cómo es que la hallaste tan pronto, hijo mío?" Y él res-
pondió : "Porque Yahvé, tu dios, la hizo venir delante de mí".
21 Isaac dijo a Jacob: "Aproxímate aquí y te palparé, para sa-
ber si eres en realidad mi hijo Esaú". 22 Jacob se acercó a su
padre Isaac, quien le palpó y dijo; "La voz es voz de Jacob;
pero las manos son manos de Esaú". 23 Y no lo reconoció,
porque sus manos eran velludas, como las de su hermano
Esaú. Y lo bendijo. 24 Dijo: "¿Eres en realidad mi hijo Esaú?"
Respondió Jacob: "Lo soy". 25 Entonces Isaac dijo: "Sírveme,
para que coma de tu caza, a fin de que mi alma te bendiga".
Jacob le sirvió y comió, y también le trajo vino y bebió.
26 Isaac, su padre, le dijo: "Acércate y bésame, hijo mío".
27 Al acercarse y besarlo, sintió Isaac el olor dd sus vestidos,
y lo bendijo, diciendo:
Sí. el olor de mi hijo
es como el olor de un rico campo
que ha bendecido Yahvé.
(1) En todo este relato, los dos hermanos son tratados como jo-
vencitos, cuya madre tiene en su cofre los trajes de día de fiesta, de
ellos.
112
EL PATRIARCA ISAAC
28 ¡Qvie Dios te dé el rocío de los cielos
una tierra fecunda
con abundancia de trigo y de vino!
29 ¡Sírvante pueblos,
y póstrense naciones ante ti!
¡Sé el ceñcr de tus hermanos,
y póstrense ante ti los hijos de tu madre!
¡Maldito sea el que te maldijere,
y bendito el que te bendijere!
30 Apenas hubo acabado Isaac de bendecir a Jacob, apenas
hubo salido Jacob de la casa de su padre, Isaac, cuando su her-
mano Esaú volvió de la caza. 31 Aderezó también un plato
apetitoso y lo trajo a su padre, y le dijo: "Levántese mi padre
y coma de la caza de su hijo, para que tu alma me bendiga".
32 Isaac, su padre, le dijo: "¿Quién eres tú?" Y él respondió:
"Soy Esaú, tu hijo primogénito". 33 Entonces tembló Isaac,
presa de violenta emoción, y dijo: "¿Quién es, pues, el que
ha tomado caza y me la ha traído? La he comido tranquila-
mente antes da tu llegada y lo he bendecido: por tanto será
bendito". 34 Al oír Esaú las palabras de su padre, dió un gran
grito, un grito lleno de amargura, y dijo a su padre: "¡Bendí-
ceme también, padre mío!" 35 Isaac respondió: "Ha venido
tu herm.ano maliciosamente y ha tomado tu bendición". 36 Di-
jo Esaú: "Con razón se le dió el nombre de Jacob (el sunhn-
tador), porque me ha suplantado ya dos veces: tomó r^ii pri-
mogenitura, y he aquí que ahora me arrebata mi bendición".
Y agregó: "¿No has reservado una bendición para mí?"
37 Isaac respondió a Esaú : "Le he constituido señor tuyo, y
le ha dado' por siervos a todos sus hermanos, lo he colmado
además de trigo y de vino. ¿Qué podría ahora hacer por ti,
hijo mío?" 38 Esaú dijo a su padre: "¿No tienes más que una
sola bendición, padre mío? ¡Bendíceme a mí también, padre
mío! Isaac guardó silencio, y entonces Esaú levantó la voz y
lloró. 39 Y volviendo a tomar la palabra Isaac su padre, le
dijo: , .
"El lugar de tu morada no tendrá tierra fecunda,
ni rocío que descienda de los cielos.
40 Vivirás de tu espada.
EL PATRIARCA ISAAC
113
y a tu hermano servirás.
Pero llegará tiempo en que sacudas
y quiebres su yugo de tu cerviz" (1)
Agrega el texto sagrado que a causa de ese proceder do-
loso de Jacob, lo odió Esaú, al punto de manifestar que lo
mataría, en cuanto muriera su padre, por lo que Rebeca man-
dó a aquél a Carán, a casa de su hermano Labán, aconseján-
dole que permaneciera allá algún tiempo hasta que se hubiera
aplacado la cólera de Esaú, y entonces ella lo mandaría buscar,
cuando hubiera desaparecido el peligro.
2313. El relato mitico que antecede, deja mal parada la
moral, pues, como manifiesta Reuss, "en la esfera en que ha
sido concebido el mito no era muy delicado el sentimiento
moral, y los ensayos más o menos ingeniosos de hacer con es-
to teologia cristiana (Rom. 9, 13; Hebr. 12, 17, e innumerables
comentadores) desconocen tanto el sentido propio (étnico) del
mito, como la intención del narrador". Dicho relato es una
combinación de los documentos J y E (véase, p. ej. el v. 30),
tendiente a explicar la supremacía de Israel sobre Edom, el
que ha sido bordado sobre el cañamazo de una tradición fol-
klórica. En efecto, como observa Lods : "El folklore orientrJ,
especialmente el de Palestina, constituye una mina que la
tradición israelita parece haber ampliamente utilizado en la
construcción de los pequeños relatos explicativos ancestrales.
Muy visible es la adaptación de una materia anterior en la
historia de Esaú y Jacob : se ha aplicado aquí a las relacioiaes
de Israel y de Edom el relato popular del procedimiento ma-
ñoso empleado por un pastor astuto para engañar a un caza-
dor violento y poco perspicaz (compárese Ulises y Polifemo)"
(1) Hemos traducido la parte del oráculo del v. 39, de acuerdo
con Reuss, la Versión Sinodal y L.B.d.C. En cambio, le dan a esa
parte sentido afirmativo Cipriano de Valera, La Vulgata, la Versión
Moderna de Pratt y L. B. de R. F. En cuanto al comienzo de 40 b,
cada traductor lo vierte a su modo, puesto que las palabras del origi-
nal: "cuando hayas errado de aquí para allá", no dan sentido satisfac-
torio, por lo que L.B.d.C. las reemplaza por puntos suspensivos, supo-
niendo además que esa frase final no siendo rimada, debe haber sido
añadida posteriormente.
114
EL PATRIARCA ISAAC
(Israel, p. 181). Probablemente, según anota L.B.d.C, esa tra-
dición tendía a celebrar la habilidad de Jacob y a poner en
ridiculo a Esaú; pero los escritores que nos la refieren parecen
haber sentido lo que tenía de moralmente reprehensible la con-
ducta de aquél, y han introducido algunos escrúpulos o aíe-
nuaciones (vs. 12- 13: 33 -36).
2314. Ciertos detalles revelan claramente el carácter ét-
nico del relato; así, p. ej., en el v. 29, se ponen en boca de
Isaac, al bendecir a Jacob, estas palabras: "Sé el señor de
tus hermanos", y Jacob no tenía otro hermano que Esaú : pero
en cambio, Israel consideraba como de la misma sangre, a
pueblos como los edomitas, los ammonitas y los moabitas, que
aquél logró tener bajo su dominio. Ese oráculo prueba que ze
escribió en la época del auge político de Israel, probablemente
en la época del rey israelita Joram (850 - 843 a. n. e ; nues-
tro t^ VI, p. 7). Después de la victoria del Valle de Vj. Sal
(§ 1211 ; II Sam. 8, 13), David sometió a Edom, depuso ai rey
y lo sustituyó por un gobernador israelita, transformando di-
cho país en una provincia de su reino, lo que equivalía, en
el simbolismo del mito, a que Edom perdía su derecho de pri-
mogenitura en beneficio de su hermano menor, Israel. Sin em-
bargo, como lo da a entender el v. 40 b, los edomitas hicieron
numerosas tentativas, a veces con éxito, para obtener su in-
dependencia (I Rey. 11, 14-22; II Rey. 8, 20-22; 14, 7, 22;
II Crón. 26, 2; 28, 17). El odio entre los edomitas y los israe-
litas persistió hasta el fin de sus respectivos países, así los
edomitas aplaudieron la destrucción de Jerusalén (siglo VII
a. n. e.), por lo que los profetas clamaron venganza contra
ellos. Cuando los nabateos se apoderaron de su capital
Petra, (por el 312 a. n. e.), los edomitas se extendieron por el S.
de Judá, se anexaron con Hebrón una parte de ese país ; y la
región por ellos ocupada se llamó desde entonces Idumea.
Andrés Parrot resume los últimos siglos de la existencia po-
lítica de este pueblo en el párrafo siguiente: "Perseverando en
su odio, los edomitas estuvieron constantemente en guerra con
los macábaos (I Mac. 5, 3, 65; II Mac. 10. 15; 12, 22 ss.), y
finalmente el año 109 a.n.e., Juan Hircán conquistó la Idu-
mea y la incorporó al Estado Judío. Herodes, hijo del idumea
-Antipater, llegó a ser rey de los judíos, y a la dinastía nacional
EL PATRIARCA ISAAC
115
de los macabeos, sucedió la de los extranjeros idumeos. En eí
Nuevo Testamento se menciona una vez la Idumea (Marc. 3,
8). Formó parte de los Estados de Arquelao hasta el año 7 y
y después, con Judea, se convirtió en provincia romana". Clara,
manifestación del odio ancestral contra Edom. se tier.e en la
leyenda talmúdica, que, como recuerda el profesor Víctor Ba-
roni, inspirada por fanático nacionalismo, se esforzó en de-
nigrar al antecesor epónimo edomita, expresando, p. ej., que
Esaú en vez de ofrecer a Isaac un trozo de delicada caza, le
preparó un perro, y en vez de besar a su hermano, cuando éste
regresó de casa de Labán, lo mordió.
2315. Este relato, a pesar de su clara finalidad étnica, eii
que los pueblos son representados por personajes ficticios, es
para la ortodoxia una verídica narración histórica. Poco im-
porta que el héroe epónimo de Israel se muestre en ella coma
un desvergonzado felón, que miente descaradamente a su pa-
dre, haciendo a su dios Yahvé cómplice de sus mentiras (v. 20) ;
ya se encargarán los teólogos de buscar explicación a todos
esos incómodos pasajes, a fin de dejar satisfecha la conciencia,
del creyente. Así la intervención de Rebeca en la dolosa estra-
tagema, de esa madre intrigante que para disipar ¡os escrúpu-
los de la mala acción que propone a Jacob, le dice que ella
tomará sobre sí la maldición que dicho acto pudiera acarrearle,
la justifica el obispo Scío expresando que Rebeca dijo tal co-
sa "no por desprecio a la maldición, sino porque estaba ase-
gurada del buen suceso, como que sabía los designios de Dios
sobre Jacob, y que él era quien principalmente la movía y di-
rigía para esta obra", vale decir, que se hace recaer en el
propio Yahvé al responsabilidad de aquella repudiable tramo-
ya. En cuanto a las reiteradas y descaradas mentiras de Ja-
cob, opinaban Orígenes, Casiano y otros Padres antiguos que
"Jacob en esta ocasión mintió; pero lícitamente y sin pecado' .
Mas, según Scío, ésta no es la doctrina de la Iglesia, la que
sigue la opinión de San Agustín, para quien "lo que dijo e
hizo Jacob no fué mentira, sino misterio". ¡ Oh inefable palabra
misterio!, si no existiera, habría que inventarla, pues ella allana
todos los obstáculos, soluciona todas las dificultades, y verda-
dero Deus ex máchina resuelve todos los conflictos sean o no
dramáticos. "Si nos detenemos solamente en lo exterior y en
116
EL PATRIARCA ISAAC
la corteza, manifiesta el citado traductor español de La Vnl-
gata, de lo que la Escritura nos cuenta de Jacob, no parecerá
posible justificar ni sus acciones ni sus palabras, porque la
mentira en ningúii caso es lícita ni permitida. Hablar y obrar
como hace aquí Jacob, sería en un hombre ordinario mentir
y obrar de mala fe. Mas en este Santo Patriarca, cuyas accio-
nes eran proféticas y dirigidas por una luz divina, nada hay
de mentira, TODO ES MISTERIO; y esto es lo que debía-
mos pensar, aun cuando nos fuera desconocido el misterio, que
se ocultaba debajo de estos velos". Y el mismo Scío se encar-
ga de revelarnos la explicación de los misterios que ¡a teolo-
gía católica ha descubierto en el suceso en cuestión, diciendo:
"Lo que hizo Jacob fué dirigido por el Espíritu Santo, apro-
bado por Isaac, y celebrado por el Apóstol, como lleno todo
y figurativo de los mayores misterios. Y así Jacob instruido
por su madre, e inspirado por el cielo, no pretendió hacer sino
lo que figuraba. Vestido de las pieles de los cabritos, repre-
sentaba a Jesucristo cubierto y cargado de los pecados ajenos.
El pueblo de los gentiles pudo decir con razón que era simien-
te de Abraham (Gál. 3, 29). Jacob, que lo representaba y fi-
guraba, pudo decir también del mismo modo : Yo soy tu pri-
mogénito Esaú. Allí los gentiles son llamados simiente de
Abraham, porque íué un pueblo escogido y sustituido al de
los judíos; y en nuestro caso Jacob fue escogido por Dios y
sustituido a Esaú . . . Jacob recibiendo la bendición de Isaac,
representa también a los escogidos, considerados en Jesucris-
to, que es su cabeza . . . quien se presentó a su Padre en traje
y figura de pecador, como Jacob en el de Esaú". Como se ve,
empleando el simbolismo se explican los hechos en la forma y
con el significado que se quiera (§ 1354, 2100) ; pero los que
utilizan estas interpretaciones alegóricas, a veces se pasan de
listos, y así Scío nos habla de Jacob vestido de las pieles de los
cabritos, cuando según la historieta comentada. Rebeca lo hi-
zo vestir con el mejor traje de Esaú fv. 15) y sólo le cubrió
las manos y el cuello con aquellas pieles (v. 16), De igual mo-
do se nos expresa que el pueblo de los gentiles pudo decir al-
go que es una expresión de San Pablo, cuando les gentiles es
un vocablo empleado por la Vulgata para traducir la palabra
hebrea goim o la griega ethné, con la que se significaba no ua
EL PATRIARCA ISAAC
117
pueblo, sino los extranjeros, las naciones o la humanidad, en
general, vale decir, todos los no judíos, o del punto de vista
cristiano, los paganos.
2316. Hay algunos otros detalles del mito en cuestión,
que merecen ser destacados. El relato hace presumir- que el
anciano Isaac, sintiendo próxima su muerte, pide a Esaú le
prepare por última vez su apetecido plato de caza, "para que
yo coma, dice, y mi alma te bendiga antes de que yo muera"
(v. 4). Pero como observa Scío, de acuerdo con los datos bí-
blicos, "Isaac vivió todavía 43 años, porque murió de 180"
(35, 28). Las dos bendiciones de Isaac son en verro, y en cuan-
to a la primera opina Reuss que "probabl-emcnte es un trozo
más antiguo que la redacción en la cual está eacuadrada". Con
respecto a las transcritas palabras del anciano patriarca (v. 4),
concordes con la del v. 19- y con la del v. 25 cuando dice al que
creía Esaú : "Sírveme, para que coma de tu caza, a fin de que
mi alma te bendiga", debe recordarse lo que heinos dicho an-
teriormente (§ 2078), a saber, que los israelita,; distinguían
en el ser humano el alma espiritual, que llamaban ruah, la que
suponían residía en el soplo o en la sangre, y p?r lo tanto en
el corazón ; y el alma vegetativa o nefesh, que localizaban en
el hígado, los ríñones o las entrañas en general. Esta creencia,
común con los pueblos cananeos, era la que impulsaba a de-
positar alimentos en la tumba, destinados a nuirir la nefesh,
que subsistía en la misma. Cita Dussaud, tratando de este te-
ma, la inscripción de Zendjirli (principio del siglo VTII a. n. e.)
en la que el rey Panammú recomienda al hijo que le sucederá
en el trono de Yadi, que sacrifique al dios Hadad (§ 78) pro-
nunciando estas palabras: "Coma contigo la nefesh de Panam-
mú y beba contigo la nefesh de Panammú". Y agrega el cita-
do escritor: "La autonomía, si así puede decirse de la nefesh
con relación al individuo, aparece en la bendición que Isaac
acuerda a Jacob, en virtud del fraude de este último. Tomán-
dolo por su primogénito Esaú, Isaac bendice a su segundo hi-
jo y agrega: "Sírveme para que coma de tu caza, a fin de que
mi nefesh te bendiga". Se traduce a menudo: "a fin de que
mi corazón te bendiga", verdadero contrasentido, porque la
nefesh se localiza en las entrañas, lo que explica que sea la ne-
fesh la que expresa su reconocimiento por un don alimeníi-
118
EL PATRIARCA ISAAC
cío" (La notion d'áme, p. 270). Esto nos hará comprender la
•acepción que debemos dar a expresiones bíblicas como las si-
guientes :
i
*'E1 (Yahvé) ha saciado el alma sedienta,
Ha colmado de bienes el alma hambrienta" (Sal. 107, 9),
"Yahvé no dejará hambrienta el alma del justo" (Prov. 10, 3*) ;
textos en los que se ve que el vocablo alma (en heb. nefesh)
expresa el asiento del apetito y de la sed, o sea, que es la
nefesh la que experimenta estas necesidades. Por eso anota
L.B.d.C: "una buena comida debía dar al alma del anciano
Isaac el necesario vigor para bendecir eficazmente".
EL CARACTER DE LAS BENDICIONES Y MALDI-
CIONES BIBLICAS. — 2317. Nótese que en el relato de
que se trata, Isaac no se siente con poder para dejar sin efec-
to una bendición suya arrancada con engaño y fraude. Esto
se debe a la mentalidad realista de los israelit-ís, quienes, lo
mismo que otros pueblos llamados "primitivos" creían que las
palabras tenían vida propia, independiente de 1h del objeto o
del ser al que se aplican. De aquí, el considerar las bendicio-
nes y maldiciones como fórmulas mágicas, de fuerza irresis-
tible y de carácter irrevocable, pues, como expresa L.B.d.C:
"el que la ha pronunciado (ya sea una u otra de aquéllas) ya
no podría recuperarla o enmendarla ; se la concibe como una
especie de fluido que, una vez emitido, no puede ya ser rete-
nido y realiza mecánicamente su efecto" (§ 266; Zac. 5, 3, 4;
Sal. 109, 17-19). Kreglinger, escribiendo sobre la fórmula
mágica en la religión de Israel, dice : "Al enunciar un nombre,
se crea un ser; al pronunciar ritualmente xma frase, se realiza
un acto. Depende así el mundo exterior de las palabras que
emite la boca del hombre, y al decirlas, se forja a sí mismo
los beneficios a que aspira : del uso de la palabra depende su
alimento; se alimenta del producto de sus labios (Prov. 18, 20,
cuya traducción está de acuerdo con la de L.B.d.R.F.). El hom-
bre que sabe con precisión manejar su voz, que conoce todas
las fórmulas creadoras, dispone de un poder prestigioso sobre
el mundo, y lo ejerce ante todo bendiciendo o maldiciendo.
EL PATRIARCA ISAAC
119
Las amenazas o las promesas litúrgicamente articuladas se
realizan ; las frases promulgadas adquieren una vida autóno-
ma, recorren irresistibles el universo; nada, ni los siglos las
detienen. (Recuérdese el caso de Canaán, § 266) . . . La inten-
ción del autor de la fórmula mágica es absolutamente inmo-
dificable, pues aun cuando hable imprudentemente o por error
o si un dios lo confunde y que aquél exprese lo contrario de
su pensamiento, no por eso dejarán de obrar si;s palabras, y
ya no podrá más anularlas. Isaac quiere bendecir a Esaú ; pe-
ro ciego y hábilmente engañado por las tretas de Rebeca, di-
rige a Jacob las bendiciones que destinaba a su primogénito,
y cometido este error, ya es irreparable. Jacob ha arrebatado
la bendición, y como si se tratara de un objeto material único,
Isaac, que la ha dado, no dispone más de ella, no puede repe-
tirla, ni darla a otro. Jacob es proclamado superior a sus her-
manos, y por consiguiente lo será ; a lo sumiO, podrá Isaac atri-
buir a Esaú ventajas secundarias, que no contradicen ni ami-
noran las obtenidas por Jacob" (La Relig. d'Israél, ps. 159-
161). Véase en § 266 y ss. el caso idéntico de las bendiciones de
Balaam, que dieron a las tribus israelitas el triunfo sobre el
rey moabita Balac; y en § 554 véase también el instrtictivo ca-
so de la madre de Mica. Dado el poder terrible de las palabras,
no es extraño que el Código de la Alianza haya castigado con
la última pena a los hijos que proferían maldiciones contra
sus padres (Ex. 21, 17).
DISTINTAS EXPLICACIONES DEL VIAJE DE JA-
COB A CASA DE LABAN. — 2318. Según J y E, a causa
del medio fraudulento empleado por Jacob para apoderarse
de la bendición paterna que no le pertenecía, Esaú trató de
matar a su indigno hermano, y entonces, ante el temor de ese
fratricidio, que habría aparejado también la muerte del ase-
sino (II Sam. 14, 6, 7), Rebeca envió a Jacob, a Carán, en la
Mesopotamia, a casa de Labán (Gén. 27, 41 -45). Pero el do-
cumento sacerdotal (P) explica de distinto modo tanto aque-
lla bendición como esta huida. La narración de P. que co-
mienza en 26, 34, 35, queda cortada por 27, 1 -45, y prosigue
en 27, 46 hasta 28, 9. La expondremos textualmente para que
el lector pueda por sí mismo comparar la diferencia de esta
120
EL PATRIARCA ISAAC
tradición con la recogida por los documentos J y E. P se ex-
presa así:
2319. 26, 34. A la edad de 40 años, Esaú tomó por mujeres
a Judit, hija de Beeri, el hitita, y Basemat, hija de Elón, el hi-
tita, 35 las cuales fueron motivo de amargura para Isaac y
Rebeca. 27, 46 Rebeca dijo a Isaac: "Fastidiada estoy de la
vida, a causa de las hijas de Het. Si Jacob toma por .nuj;r una
hija de Het, como éstas, ¿de qué me servirá ya la vida?" 28,
1. Llamó Isaac a Jacob, lo bendijo y le dió esta orden: "No to-
mes mujer de entre las hijas de Canaán, 2 Levántate, ve a
Padán - Aram (1), a casa de Betuel, el padre de tu madre, y
escoge allí mujer de las hijas de Labán, el hermano de tu ma-
dre. 3 Bendígate el Dios todopoderoso, y te haga fecundo y
multiplique tu descendencia de modo que vengas a ser multi-
tud de pueblos. 4 Que te conceda a ti y^ tu posteridad la ben-
dición de Abraham, a fin de que poseas esta tierra en que mo-
ras y que Dios ha dado a Abraham". 5 Hizo, pues, Isaac partir
a Jacob, el que se fué a Padán - Aram, a casa de Labán, hijo
de Betuel el arameo, hermano de Rebeca, la madre de Jacob
y de Esaú.
2320. Como se ve, el escritor sacerdotal P, — que escri-
bía por el siglo V, vale decir, unos cuatro siglos de3pués de
J y E, en una época en que el sentimiento moral estaba ya
más afinado, — prescinde de las historietas narradas por es-
(1) "Sobre el Balih, afluente del Eufrates, se encuentra la ciudad
de Harrán (§ 2254 - 5), que conserva aún ese antiguo nombre bíblico
(hoy en turco Eski - Harrán, "viejo Harrán") ; pero a una hora y me-
dia de marcha al N. O., es que se encuentra el emplazamiento * mis-
mo de la antigua ciudad ... En el tratado entre el rey de los hititas,
Subbiluliuma y Alattiwaza, rey del Aíitaní (§ 85; por los años 1380 -
1346 a. n. e.) se mencionan entre los dioses y fuerzas de la Naturaleza,,
que sirven de testigos o de garantías de lo pactado, a Teshub, señor
de los cielos y de la Tierra, y al dios Sin (dios Luna) de la ciudad de
Harrán. En los itinerarios asirios, esta ciudad es una de las etapas
del camino militar que va del Tigris al Eufrates, en dirección a la cíu-
dadela hitita de Karkemis, lo que no tiene nada de extraño, pues el
nombre mismo de harranu, significa en acadio * "el camino o la ruta"..
Esto nos ha permitido interpretar el término enigmático de Padán -
Aram, en Gén. 28, 2, 5-7 y 31, 18, etc., pasajes en que esa designación
reemplaza a Harán por el asirio padán Aram, "ruta de Aram" (DHOR-
ME. L'Evolution, ps. 90-91).
EL PATRIARCA ISAAC
121
tos documentos, en la que tan vergonzoso papel desempeñan
Rebeca y Jacob, y explica el viaje de éste a la región aramea
de Padán - Aram, no como medio de escapar a la venganza
de Esaú, indignado por la felonía que en su perjuicio había
aquél cometido, sino para escoger esposa entre sus primas,
las hijas de su tío Labán (1). Con motivo de ese viaje de Jacob,
lo bendice Isaac, pidiendo a El Shaddai (§ 92) el Dios todopo-
deroso (terminología de P) que multiplique su descendencia
de modo que venga a ser el padre o antecesor de las doce tri-
bus de Israel, a que alude la frase : "que multiplique tu des-
cendencia de modo que vengas a ser multitud de pueblos" (v.
3) o una reunión de tribus, según traduce Reuss. Lo que pre-
ocupaba a los sacerdotes israelitas del comienzo de la restau-
ración de su pueblo, en época de Esdras y de Nehemías, era
impedir las uniones de sus compatriotas con mujeres de otras
nacionalidades, de lo que dan fe los libros bíblicos que llevan
los nombres de esos personajes (Esd. 9, 10; Neh. 13, 23-30),
De ahí que P haga que Jacob emprenda viaje a Padán - Aram,
para buscar allá esposa, y no, entre las hititas de Canaán, olvi-
dando que en la familia del arameo Labán no imperaba la pu-
reza de la religión monoteísta, preconizada por aquel escritor
del siglo V (31, 30-35; Jos. 24, 2). En cuanto a la bendición
de Isaac, que no es aquí en verso, como en el cap. 27, P le
agrega el deseo del patriarca que Dios extienda o acuerde a
Jacob la bendición de Abraham, (17, 1-8), concebida, según
nota L.B.d.C, como don divino que se transmite de padre a
hijo.
LAS MUJERES DE ESAU. — 2321. Concluye P su
narración manifestando que habiendo visto Esaú que su pa-
dre habia bendecido a Jacob y lo había enviado a Padán - Aram,
para que se casara allá, comprendió que le desagradaban a
Isaac las cananeas, por lo que se fué a Ismael y tomó por
esposa a una hija de éste, su prima Mahalat, sin perjuicio de
(1) Nota Vernes (p. 48) la inverosimilitud de hechos como aque-
llos en que aparece Isaac enviando por el camino de Siria, a su hijo,
solo, sin escolta y sin recursos, que lo obligan a estar en una condición
servil en la casa de Labán, allí dondé hubiera debido ser recibido con
los agasajos propios al hijo de un hombre tan notable.
122
EL PATRIARCA ISAAC
-conservar sus anteriores mujeres (28, 6-9). Para P, pues,
Esaú no se indignó contra Jacob, porque éste hubiera recibido
la bendición paterna, que le correspondía a él como primogénito,
ni reclamó bendición para sí, como insistentemente lo solicitó en
el relato de E (27, 36), sino que ese hecho sólo lo indujo a bus-
carse otra mujer que fuese de su raza. Los relatos, como se ve,
difieren sustancialmente, diferencias que se acrecientan con la
variación de los nombres de las esposas de Esaú, hecho injus-
tificable en escritores divinamente inspirados. Así, según una
tradición, las mujeres de Esaú fueron estas tres: Judit, hija de
Beeri; Basemat, hija de Elón, — ambas hititas — ; y Mahalat,
hija de Ismael (26, 34; 28, 9). En cambio, según otra tradición
también recogida en el Génesis, las mujeres de Esaú fueron:
Ada, hija de Elón, el hitita, Oholibama o Aholibama hija de
Aná, hijo de Cibón o Zibeón, el horita o heveo ; y Basemat, hi-
ja de Ismael (36, 2, 3). Agréguese a esta discrepancia, que en
el mismo capítulo 36. Cibón y Aná figuran como hermanos,
hijos del horita Seir (v. 20).
QUIENES ERAN LOS HIJOS DE ISAAC. — 2322.
Todo esto nos revela con luz meridiana que no nos hallamos
aquí ante relatos biográficos, sino ante tradiciones más o me-
nos divergentes que tienden a explicar relaciones entre pue-
blos o tribus. Esaú es el país de Edom (36, 1), y Jacob es el
pueblo de Israel (35, 10). Los casamientos de Esaú explican
que los edomitas no son teráquidas puros (recuérdese que
Teráh era el padre de Abraham, 11, 26; § 2251), sino que, co-
mo indica L.B.d.C, ese pueblo, aunque con un fondo de raza
hebraica, encerraba elementos cananeos, hititas, horitas y ára-
bes por Ismael. Lo mismo ocurre con la descendencia de los
citados hijos de Isaac: los hijos, de Jacob son las doce tribus
israelitas; y los hijos y nietos de Esaú, que detalla el cap. 36,
son los doce clanes de Edom clasificados en forma de cuadro
genealógico (§ 2634-2635). Igual procedimiento sigue el es-
critor bíblico con la genealogía de los horitas, trogloditas (§ 67),
llamados los harú por los egipcios, antiguos habitantes de la
región de Seir, también personificada, y más conocida con el
nombre de país de Edom, desde que la ocuparon los edomitas
(32, 3; 36, 20-29). En esa genealogía aparecen primero como
EL PATRIARCA ISAAC
123
hijos de Seir, los antecesores tradicionales de los horitas: Aná.
y Disón (36, 20 y 21) ; pero luego resulta que Aná es nieto y
Disón bisnieto del mismo Seir (vs. 24 y 25), contradicción que
explica L.B.d.C. diciendo que Aná y Disón eran subclanes, co-
locados indudablemente entre los propios hijos de Seir (en
V. 20, 29 y 30), porque esos subclanes habían adquirido, con el
tiempo, igual importancia a la de los antiguos clanes. No se
oculta el carácter étnico de estas pretendidas personalidades,
en los vs. 29 y 30, que se traducen así : "He aquí los jefes de
clan de los horitas: el jefe Lotán, el jefe Sobal, el jefe Cibón
o Zibeón, el jefe Aná, el jefe Disón, el jefe Ecer, el jefe Disán.
Estos son los jefes de los horitas, ordenados por clanes en el
país de Seir".
EPISODIOS DE LA VIDA DE ABRAHAM ATRIBUI-
DOS A ISAAC, — 2323. Fuera de lo expresado anteriormen-
te, el Génesis sólo nos narra de la vida de Isaac, dos episodios
que se suponen ocurridos uno en Gerar y otro en Beerseba
(cap. 26), tomados ambos de la historia de Abraham ; y final-
mente unas cortas lineas de P, intercaladas en la historia de
Jacob, sobre la muerte de aquel patriarca (35. 27 - 29). Para
comprobar que los aludidos episodios constituyen un Joble, o,
como dicen los franceses, hacen double emploi con otros idén-
ticos de Abraham, basta poner frente unos a otros los relatos
<le los principales sucesos de los mismos. Ya hemos visto que
Abraham trató de hacer pasar a su esposa Sara, por su herma-
na, para evitar que lo matasen, lo que se narra dos veces :,in
variantes (12, 10-20; 20; § 2260- 1). Ahora la tradición de
ese suceso se cuenta por tercera vez; pero teniendo a Isaac por
héroe, en lugar de Abraham. Esa sustitución de actores ocurre
igualmente al tratar de explicar el origen de la denominación
"Beer - seba", dada a siete pozos de agua en el desierto, ü1 Sur
de Judá. Cotejemos, pues, los relatos similares de los capítulos
del Génesis 20 y 21 por un lado con el de 26 por otro, y obten-
-dremos el siguiente resultado:
Caps. 20 y 21
Cap. 26
Abraham mora en Gerar,
Isaac mora en Gerar, donde
124
EL PATRIARCA ISAAC
donde reinaba Abimelec, en
el país de los filisteos (20, 1 ;
21, 32. 34).
Abrahani, por temor de que
lo mataran para arrebatarle
su mujer, dice que ésta es su
hermana (20, 2, 11).
El rey Abimelec se apodera
de Sara, la mujer de Abraham ;
pero advertido por Dios
(Elohim) de que ésta era
casada, la devuelve a su ma-
rido, a quien reprocha su
mentira (20, 2, 3, 7, 9).
Después de esto, Abraham
hizo una alianza jurada con
Abimelec y su general Picol
(21, 22-27) y con Ahuzat
(según la versión de los
LXX).
A causa de disputas por un
pozo de agua con Abimelec,
Abraham le da a éste 7 corde-
ros, para atestiguar que el
había cavado ese pozo, por lo
cual se llamó aquel lugar
"Besr - seba" (de beer, "po-
zo", y seba, "siete o de los sie-
te" — explicación de J), 21,
28-31^ agregándose en 31^
que el nombre "Beer - seba"
se debe a que allí juraron los
dos (explicación de E, que
hace derivar seba, de la raíz
saba, de donde procede el ver-
bo nisba "jurar", L.B.d.C.)
reinaba Abimelec, rey de los
filisteos (vs. 1, 3, 6).
Isaac, por temor de que lo
mataran para arrebatarle su
mujer, dice que ésta es su her-
mana (v. 7).
El rey Abimelec se da cuen-
ta de que Rebeca es la mujer
de Isaac, por lo que reprocha
a éste su mentira, y dió la or-
den de que el que tocare a
Isaac o a Rebeca sería muer-
to (vs. 8-11).
Después de esto, Isaac hizo
una alianza jurada con Abi-
melec, su general Picol y su
amigo o consejero Ahuzat
(vs. 26-31).
En aquel mismo día, los es-
clavos de Isaac le comunica-
ron que acababan de encon-
trar agua en el pozo que es-
taban cavando. E Isaac lo lla-
mó Seba o Sebua, "juramen-
to", por eso el nombre de
aquella ciudad es Beer - seba,
"pozo del juramento", hasta
el día de hoy (vs. 32, 33).
2324. La similitud de los relatos colocados frente a fren-
te, que anteceden, muestra que se trata de la misma tradición
EL PATRIARCA ISAAC
125
aplicada por unos a Abraham, y por otros a Isaa,c. Además
de esta variante había distintas tradiciones sobre la etimolo-
gía del nombre "Beer - seba", puesto por Abraham : según una,
significaría "el pozo de los siete", por el número de corderos
que le dió ese patriarca a Abimelec ; y según otra, dicho nom-
bre significaría "pozo del juramento", porque allí juraron
Abraham y Abimelec su alianza; y por último, esa denomi-
nación de "pozo del juramento" provendría no de Abraham
sino de Isaac. Todas estas tradiciones son indiferentes a la cro-
nología, pues en la última aparece Isaac tratando con los mis-
mos personajes que con ellos había hecho alianza Abraham
125 años antes ; y no se repara en flagrantes anacronismos co-
mo el de expresar que Abimelec era rey de los filisteos, cuando
éstos se instalaron en Palestina, en el siglo XII, en época del
faraón Ramsés III, o sea, ocho siglos después de la época en
que se pretende que vivió aquel patriarca. Y con respecto al
nombre "Beer - seba", el asunto se complica más para la or-
todoxia, si se tiene presente que en el cap. 21, antes de que
Abraham pusiei^a tal denominación al citado pozo, de donde
salió el nombre de esa ciudad y paraje (§ 2291), ya se mencio-
na Eeer - seba como la región del desierto por donde anduvo
vagando Agar (v. 14; § 2280). Esas tradiciones recogidas por
J y E, tendían o bien a explicar la antigua alianza de los israe-
litas con los habitantes de, Gerífr, o bien a comprobar los de-
rechos exclusivos de aquéllos al pozo de Beer - seba (§ 2292).
Lo más curioso respecto a esto último es que en Beer - seba
no había un solo pozo, sino siete, que todavía existen en el día
de hoy y dan excelente agua a unos 13 metros de profundidad,
encontrándose la ciudad actual, llamada Tell - es - Sebaa, algo
al Oeste de la antigua, por todo lo cual juzgamos que la eti-
mología de aquel nombre bíblico en vez de proceder de "pozo
de los siete", derive de "los siete pozos".
2325. Creemos que será interesante para el lector cono-
cer los rebuscados medios empleados por la ortodoxia para de-
fender a toda costa la veracidad de los textos de las Sagradas
Escrituras. Scío — ortodoxo católico, que concuerda en este ca-
so con el ortodoxo protestante H. B. Pratt (t^ I, ps. 45, 48), —
anotando Gén. 26, 26, dice: "Cotéjese este lugar con el cap.
21, 22, 23, y parece que las mismas personas que visitaron a
126
EL PATRIARCA ISAAC
Abraham y que hicieron alianza con él, son las que se nom-
bran aquí. Solamente que allí no se lee Ochozat (Ahuzat), aun-
que en los LXX se halla en entrambos lugares. Por esto San
Agustín creyó que fué el mismo Rey el que hizo una alianza
tan estrecha con Abraham y con Isaac. Pero parece más vero-
símil que son dos personas diferentes. El nombre Abimelec,
que significa mi padre Rey, era común a todos los reyes de
Gerar (gratuita suposición), como ya hemos observado que
acontecía también con otros : y es creíble que no se permitía
subir al trono de Gerar, sino a los que podían decir: Mi padre
era Rey (véase § 466), esto es, a los Príncipes cuyos padres ha-
bían reinado. Del mismo modo el nombre Phicol era igualmen-
te común a los generales de ejército (otra suposición tan te-
meraria como la anterior). Significa la boca de todos o el que
hace rostro a todos, porque de su boca y de sus órdenes depen-
día todo un ejército. Y de la misma manera conviene a un ca-
pitán de guardias, como que está siempre al lado del Rey. Ul-
timamente el nombre Ochozat, según S. Jerónimo, significa
acompañamiento, como si dijera la corte de los que acompa-
ñaban a Abimelec (?), cuando pasó a visitar a Isaac y a fir-
mar con él un tratado de alianza". Como se ve, las más claras
y evidentes repeticiones del mismo suceso, así como las con-
tradicciones y los mayores absurdos de la Biblia, encuentran
fácil explicación en los prejuicios de la ortodoxia. Recuérdese
al efecto, la interpretación que el mencionado Scío da del vo-
cablo latino Vomens, manifiesto error de traducción de San
Jerónimo (§ 1641).
2326. J y E no nos dan más datos de Isaac; pero P, que
explica diversamente que aquéllos el viaje de Jacob a Padán -
Aram, (§ 2318-2320), manifiesta que después de 20 años, a
su regreso de ese viaje, "Jacob llegó junto a Isaac, su padre,
en Mamré, en Kiryat - Arba, hoy Hebrón, donde habían mo-
rado Abraham e Isaac. Isaac vivió 180 años y después expiró.
Murió y fué reunido a los suyos, viejo y harto de días, y lo
sepultaron sus hijos Esaú y Jacob" (35, 27 -29). Según J' y
E, Esaú hacía mucho que se había establecido en el país de
Edom o de Seir, donde era una especie de reyezuelo, que dis-
ponía de un ejército propio (32, 3-8; 33, 1), mientras que pa-
ra P, Esaú permanecía todavía en Hebrón, junto a su padre.
EL PATRIARCA ISAAC
127
al regreso de su hermano, con quien, juntos, sepultaron a
Isaac. Los relatos de unos y otros documentos bíblicos difie-
ren fundamentalmente sobre los referidos hechos relacionados
con ese patriarca. Reconoce Scío que sólo "una acción memo-
rable leemos en la vida de Isaac, y aun de ésta solamente Dios
y Abraham fueron los testigos ; todo el resto de sus acciones
quedó, como sepultado en el silencio y en el retiro", agregan-
do que algunos santos han dicho que sobresalieron : "la fe en
Abraham, la esperanza en Isaac, y los trabajos de la caridad y
de la paciencia en Jacob".
CAPITULO IV
El patriarca Jacob
EL SUEÑO DE JACOB EN BETHEL. — 2327. En el
capítulo anterior ya hemos hablado del nacimiento de Jacob
y del modo cómo obtuvo el derecho de primogenitura y la ben-
dición de su padre Isaac; así que ahora prosep:uiremos su his-
toria, — que nos es relatada con fragmentos principalmente de
J y E, — arrancando de su partida de Beerseba, en viaje para
Carán o Harán. En Gén. 28, se lee: "11 Jacob llegó casualmen-
te al lugar (sagrado), y se instaló allí para pernoctar, porque
ya se había puesto el sol, y tomando una de las piedras allí
existentes, se la puso de cabecera y se acostó en ese lugar.
12 Y soñó que veía una escalera apoyada en la tierra y cuyo
extremo tocaba en el cíelo; y ángeles de Elohím subían y ba-
jaban por ella, 13 Y he aquí Yahvé estaba de píe cerca de él,
y le dijo : "Yo soy Yahvé, el dios de Abraham tu padre, y el
dios de Isaac: la tierra en que estás acostado, te la daré a ti
y a tu posteridad. 14 Y será tu posteridad tan numerosa como
el polvo de la tierra: te extenderás hacía el occidente y hacia
el oriente, hacia el septentrión y hacia el mediodía, y todos los
pueblos de la Tierra anhelarán ser bendecidos como tú y como
tu posteridad. 15 Estaré contigo y te guardaré dondequiera
que vayas, y te haré volver a esta tierra, porque no te abando-
naré hasta que haya ejecutado lo que te he prometido". 16 Des-
pertóse Jacob de su sueño y dijo: "¡Ciertamente Yahvé está
en este lugar, y yo no lo sabía!". Y, atemorizado dijo: "¡Cuán
terrible es este lugar!, no puede ser sino la casa de Elohím.
Aquí está la puerta del cíelo". 18 Al día siguiente temprano,
tomó Jacob la piedra que había puesto como almohada, la eri-
gió como estela y derramó aceite en su parte superior. 19 Y
llamó a aquel lugar, Bethel; pero originariamente la ciudad
se llamaba Luz. 20 Después Jacob hizo este voto: "Sí estuvie-
EL PATRIARCA JACOB
129
re Elohim conmigo, si me guardare en el viaje que hago, si
me diere pan para comer y ropa para vestirme, 21 de modo
que vvielva en paz a la casa de mi padre, entonces Yahvé será
mi dios ; 22 y esta piedra que he erigido como estela será para
mí una casa de Elohim, y de todo lo que me dieres, te daré el
diezmo".
2328. Tal es el relato biblico del célebre sueño llamado
de "la escala de Jacob", en el que se han amalgamado dos dis-
tintas tradiciones tendientes a explicar el origen del venerado
santuario de Bethel, — origen que en 12, 8 se atribuye a Abra-
ham, § 2558-9 — : según J la santidad de ese lugar se debe a
que allí se le apareció Yahvé a Jacob ; mientras que según E,
este patriarca reconoció dicha santidad, porque allí estaba la
puerta del cielo, en virtud de la escalera que comunicaba^ di-
cha mansión con la Tierra. Sabido es que para los antiguos is-
raelitas, el cielo era- una bóveda sólida que descansaba en las
altas montañas del horizonte, bóveda encima de la cual esta-
ban los grandes depósitos de agua de Yahvé, la que éste arro-
jaba a la tierra, cuando abría las ventanas celestiales (Gén.
1. 6-8; 8, 11, 12; nuestra Introducción, § 45), región que una
vez los hombres tentaron de escalar, construyendo la torre de
Babel, lo que causó tan terrible susto al mencionado dios, que
no encontró otro medio de librarse del peligro que lo amenaza-
ba, que diversificar el lenguaje común utilizado por los primi-
tivos (§ 2178). Como en sueños no hay nada imposible, nos
encontramos ahora que Jacob vió una' altísima escalera que
partiendo del punto donde él dormía, se apoyaba en el cielo
y por allí subían y bajaban ángeles, de lo que lógicamente se
deduce que si éstos necesitaban de una escala o aparato con
peldaños para ascender al cielo o bajar de él, no habrían de-
bido tener alas, las que les hubieran ahorrado ese trabajo.
2329. Pero lo curioso del caso es que el texto original no
habla de ángeles, en el concepto moderno, sino de "manifesta-
ciones divinas", como traduce Reuss, o de "manifestaciones de
Elohim", como vierte Turmel (Hist. des Dogmes, t^ IV, p.
49). En la primitiva religión israelita, como en la de casi todos
los pueblos semíticos, con los vocablos El o Elohim se desig-
naban fuerzas divinas o espíritus misteriosos o divinidades
anónimas de vida colectiva (§ 71). Esos Elohim, generalmen-
130
EL PATRIARCA JACOB
te invisibles, solían a veces aparecerse a algún favorecido por
la divinidad, y entonces el que había recibido tal merced per-
petuaba el recuerdo del acontecimiento, erigiendo una estela
0 un santuario. Después que Moisés introdujo en las tribus
hebreas el culto de Yahvé (§ 362 - 4), este dios reemplazó a los
Elohim, y fué el que intervenía en todas las luchas de su
pueblo, hasta el extremo de exterminar a eucmicfos de Israel,
como los amorreos, apedreándolos desde el cicio (Jos. 10,11;
§ 374). Los Elohim se convirtieron entonces en servidores y
consejeros de Yahvé y constituyeron la corte o el ejército de
este dios nacional (I Rey. 22, 19-22; Job, 1, 6; 2,1; § 81). De
entre .-sos Elohim, se citan como clases aparte, los serafines
y los querubines. Los primeros, según una visión de Isaías (6,
1 -7; § 2866), son de forma humana, — lo mismo que Yahvé,
al que vió aquel profeta sentado en un trono, — )- estaban pro-
vistos de tres pares de alas: con un par de ellas se cubrían el
rostro, con otro las partes sexuales e inferiores (lo que por
eufemismo se traduce : "se cubrían los pies") ; y las dos alas
restantes les servían para volar. Esos Elohim revestidos de
tan fantástica librea eran, como dice Loisy, "los asesores o más
bien los chantres o cantores perpetuos de la divinidad, siéndo
su liturgia una sublimación de la del templo" (La Reí. d'Isr.
p. 167). Como su nombre deriva del verbo hebreo saraí, "que-
mar", o del substantivo saraf, "serpiente", ciertos autores rela-
cionan esos seres misteriosos con las serpientes ardientes en-
viadas por Yahvé contra su pueblo en el desierto, que le pedía
pan y agua (Núm. 21, 5, 6), a las que Isaías llama serpientes
ardientes voladoras (Is. 14, 29; 30, 6; § 262), por lo que Ch.
Autran escribe: "Los serafines son la palabra serafim, plural
de saraf, que designa una serpiente de veneno abrasador, por-
que saraf, verbo, significa quemar. Son serpientes angelizadas;
pero no son ángeles" (Mithra, p. 201). Sin embargo, nos pare-
ce más acertada la opinión de aquellos, como W. Corswant,
ex - Rector de la Universidad de Neuchatel, que creen que en
un principio los serafines personificaban ios relámpagos, con-
siderados como serpientes de fuego celestes, aun cuando en la
visión de Isaías constituyen un cuerpo de cantores en el cielo,
especie de guardia de corps al servicio de Yahvé (Dict. Encyc,
t° II, p. 658). En cuanto a los querubines, comenzaron por ser
EL PATRIARCA JACOB
131
esculturas de seres alados (Ex. 25, 18; I Rey. 6, 23 - 29; § 1370),
para luego transformarse en cabalgaduras, o bestias de tiro de
Yahvé (Sal. 18, 10; Ez. 9, 3; 10, 4, 19, 22; § 1139), y concluir
en seres celestiales, especie de gendarmes de este dios (Gén.
3, 24; § 2091). Los querubines, seres híbridos, semi-animales
alados, son de origen babilónico y comprueban el influjo de
las religiones extranjeras, — especialmente de las de los pue-
blos con los que los israelitas estuvieron en contacto, — sobre
la religión de estos últimos.
2330. Desde la época del destierro hizo grandes progre-
sos la angelología judia, gracias a la niiluencia babilónica y
persa, y a la mayor elevación que iba adquiriendo la teodicea
del pueblo cautivo. En efecto, afniado c-l seiitaniento religioso,
se corrigieron o enmendaron antiguo-; textos en los que mu-
chas veces intervenía Yahvé p^rs miluicnte en sus relaciones
con los hombres, sustiruyendo a este dios, — que en adelante
de nacional se convirtió en universal, — por una hipóstasis
suya, que desempeña el papel de mensajero de aquél, y al que
se denomina "el maleak o el ángel de Yahvé", (§ 365-6). En
todos los profetas posteriores a Ezequiel se reconoce la influen-
cia babilónica y del Irán. En Ezequiel, los seis ángeles verdu-
gos y el que llevaba un tintero en la cintura (9, 2-11), recuer-
dan a Nabú, el séptimo dios - escriba de Babilonia. En Zaca-
rías, contemporáneo de Darío I, aparece el ángel que le explica
al profeta sus visiones y le sirve de guía, o sea, el ángel exé-
geta, como en Persia (1, 9, 19, 21, etc.) ; sus ángeles carecen
de nombres propios ; y se acentúa la personalidad del elohim
Satán, como acusador o adversario, que se opone al ángel de
Yahvé, al sumo sacerdote Josué y al pueblo escogido que és-
te representa (Zac. 3, 1). "Los siete ojos de Yahvé, que reco-
rren toda la tierra" (Zac. 4, 10) equivalen a los siete aludidos
ángeles de Ezequiel, los cuales son, a su vez, un eco de los
siete Ameshas Spentas o genios benéficos persas. A estos úl-
timos se oponían simétricamente siete daevas o demonios, ca-
da uno con nombre propio, contándose entre ellos Aeshma
daeva, demonio de la sensualidad en el Avesta, convertido en
Asmodeo, en la literatura judía posterior (Xob. 3, 6, 8), y de-
nominado Asmedai en el Talmud. Con el escritor reciente de
Daniel (siglo II a. n. e.) llegamos al período de los grandes
132
EL PATRIARCA JACOB
ángeles, que tienen nombre: Gabriel y Miguel (Dan. 8, 16; 10,
21). Según el Talmud de Jerusalén, "los nombres de los ánge-
les fueron traídos por los judíos de Babilonia". Son también
postexílicos los ángeles de la guardia, de los cuales cada hom-
bre tiene el suyo, y cuyas funciones corresponden a las de los
genios de la religión irania, llamados fravashis (nuestra In-
troducción, § 350). El angelismo, escribe Ch. Autran, preva-
leció en la Haggada y en el Talmud (nuestro t° I, ps. 473 -4),
y cada vez adquirió mayor desarrollo en la literatura judía no
canónica, como en el libro de Enoc. "Ese proceso proseguirá
en adelante a través de toda la literatura apocalíptica, y nos
encamina por transición normal a las especulaciones angeloló-
gicas de los Padres de la Iglesia y de lo^ Doctores ; hacia esas
prestigiosas jerarquías de serafines, querubines, tronos, po-
testades, dominaciones, virtudes, etc., que serán uno de los
últimos reflejos literarios de la Babilonia mazdea en los es-
critos "inspirados" de la teología judeo - cristiana" (Mithra, p.
212; Col. 1, 16).
2331. Continuando con el examen de la parte del cap. 28
del Génesis transcrito en § 2327, notemos : 1° que la generalidad
de las traducciones ortodoxas alteran el comienzo del v. 13,
jDara que no aparezca el dios Yahvé de pie ante Jacob acosta-
do, y recuérdese al efecto las adulteraciones que le hizo su-
frir la Masora al texto bíblico para evitar heclios como el in-
dicado (§ 34). 2^ Que al felón de Jacob, Yahvé en vez de
castigarlo, se le aparece para bendecirlo y hacerle las mismas
portentosas promesas que a Abraham (Gén. 13, 14-17). ¡Y
sosténgase después que la religión es la base de la moral, y
que ésta no puede subsistir sin aquélla! 3^ En el v. 17 hay dos
tradiciones yuxtapuestas, como nota L.B.d.C: según una, la
más arcaica, el lugar santo de Bethel es la residencia misma
de Elohim ; mientras que según otra, Elohim mora en el cielo
y Bethel es la puerta de su palacio celestiai, porque de allí parte
la escala misteriosa que de la tierra llega a aquél. 4° Jacob,
al día siguiente de su sueño, tomó la piedra que había pues-
to como almohada, la plantó en el suelo a manera de pilar o
estela y la ungió o hizo sobre ella una libación de aceite, lo
que constituía un sacrificio a la divinidad que reconocía que
allí moraba. Este es un ejemplo típico del culto de las pie-
EL PATRIARCA JACOB
133
dras, tan generalizado en los antiguos pueblos semíticos
(§ 88, 89). Sobre esto escribe Lods lo siguiente: "El lugar
donde Jacob había dormido, era, sin que él lo supiese, un
lugar santo, una de las puertas del cielo, o, como lo explica
la versión paralela, más arcaica, del yahvista, una "casa de
elohim", un lugar habitado por uno o muchos seres divinos
(los que viera en su sueño). Esta propiedad maravillosa se
concentraba muy especialmente en la piedra que por azar
había tomado por almohada, pues es ella, aparentemente, la
que le provocara el sueño, y es a ella, en todo caso, que Ja-
cob aporta su ofrenda de aceite. Es a ella, por último, a la
que hace el voto de que, si le va bien en el viaje, la recono-
cerá por lo que es, una casa de elohim, la residencia de un
dios. Tenemos aquí, explícitamente formulada, una concep-
ción evidentemente muy antigua de la naturaleza y el papel
de las piedras santas El pensamiento primero de los se-
mitas, ai alzar una piedra — cuando una divinidad había ma-
nifestado su presencia en algún lugar — , era ofrecer al ser
sobrenatural una residencia donde el hombre pudiese en ade-
lante entrar en relación con él de modo permanente ; en par-
ticular, hacerle llegar la sangre de las víctimas" (La Reí. de
Israel, ps. 17-19).
2332. Termina el relato del sueño en Bethel, con el vo-
to que formula Jacob : si Elohim lo ayuda en adelante y le
permite regresar en paz a casa de su padre Isaac, entonces
Yahvé será su dios, y la estela erigida la considerará "casa
de Elohim", y dará diezmo a dicha divinidad. Esta es la pri-
mera vez que se habla de votos en la Biblia. El voto era una
práctica muy generalizada en la antigüedad, y que subsiste
aún en el día de hoy, la que consiste en prometer algo a una
divinidad, a cambio de un servicio que de ésta se solicita, ca-
si siempre en momentos críticos de la vida; y más raramen-
te consiste en la promesa hecha a aquélla, en agradecimien-
to por algún suceso feliz que el interesado atribuye a la
misma deidad. Salvo este último caso, el hacer votos se ins-
pira en una disposición de ánimo egoísta, carente de toda
elevación moral ; en el fondo, es el do ut des de los romanos,
o sea, un negocio que se hace con la divinidad, a la que se
promete alguna cosa en cambio de algo de mucho mayor
134
EL PATRIARCA JACOB
valor que ésta debe dar o realizar. Jacob se muestra aquí el
prototipo de su raza comerciante, cuyos descendientes, se-
^ún leyendas posteriores, — cuando Moisés convirtió en san-
gre las aguas de Egipto, menos las de sus compatriotas, —
aprovecharon la oportunidad para vender agua a los egip-
cios (§ 147). Entre las promesas que formula Jacob al Elo-
him de Bethel, — que resulta ser Yahvé, en la forma que es-
tá redactado el relato — , hay una que conviene destacar: Ja-
cob a cambio de que se ie ayude en su viaje a Padán - Aram,
y de que se le provea de alimentos y vestido, promete que
"Yahvé será su dios" en adelante, de donde se deduce lógi-
camente que no lo era hasta entonces. Este dato de la leyen-
da está de acuerdo con antiguas tradiciones de que los pa-
triarcas "al otro lado del Eufrates, servían a otros dioses"
(Jos. 24. 2).
2333. Pretendiendo desconocer el carácter de negocio
que tiene el voto de Jacob, expresa Scío que la partícula si
del V. 20 "no es condicional: Jacob no duda de las promesas
de Dios, y está muy distante de hacer que dependa del cum-
plimiento de éstas, la obligación en que se pone Es co-
mo si dijera: Señor, después que hubiéreis estado conmigo,
y me hubiéreis acompañado y guardado " El ortodoxo
protestante Pratt, en su obra "El Génesis", no se atreve a
negar que la aludida partícula si es condicional ; pero se es-
fuerza en cambiarle de sentido al voto de Jacob, para llegar
a la misma conclusión que Scío. Y así escribe : "La condi-
cional hebrea im, que se traduce si, expresa también otras va-
rias relaciones, como ya que, puesto que, etc., y es más vaga
y extensiva en su aplicación que si en castellano" (p. 333).
Aceptando que la partícula hebrea im tenga las acepciones
-que indica Pratt, lo cierto e indiscutible para cualquier espí-
ritu imparcial, es que aquí tiene un sentido claramente con-
dicional, y la mejor prueba de ello la ofrece el mismo escri-
tor traduciendo en su Versión Moderna, aquella conjunción
por la condicional si, como Cipriano de Valera y Scío, en
castellano, y como lo hacen los demás traductores en los dis-
tintos idiomas. Lo que se saca en consecuencia de todo esto,
es que la ortodoxia no trepida en retorcer el sentido de Jas
EL PATRIARCA JACOB
135
palabras del texto bíblico, cuando no las puede alterar, para
adaptarlas a sus ideas o prejuicios.
2334. En cuanto al final del v. 22, es un agregado del
redactor tendiente a darle carácter patriarcal a la institución
levítica de los diezmos. Según el Dict. Encyc, muchos pue-
blos de raza indo-germánica así como semítica, ofrecían a sus
divinidades la décima parte de los rebaños, de los productos
del suelo y del botín de guerra. El diezmo israelita se inspi-
raba en la idea de que Yahvé era el dueño de la tierra, de lo
que producía y de lo que vive en ella, y por lo tanto, los pas-
tores y labradores, considerados como arrendatarios de aquél,
debían pagar como renta al propietario el diezmo de los pro-
ductos que obtuvieran (Lev. 27, 30- 32). A ese principio fun-
damental se añadían : a) una idea de propiciación, ya que
convenía estar bien con el dueño, cumpliendo regularmente
con la obligación de abonarle lo que se le adeudaba, pues de
lo contrario se incurría en el riesgo de suscitar su cólera y
exponerse al castigo pertinente ; y b) una idea de reconoci-
miento por las bendiciones recibidas. Los fariseos, observan-
tes literales de la ley, daban hasta el diezmo de las hierbas
de la huerta destinadas a la cocina (Mat. 23, 23). Durante
los cuatro primeros siglos de la Iglesia primitiva, ésta se li-
mitó a recibir ofrendas voluntarias ; pero paulatinamente el
diezmo fué adquiriendo carácter obligatorio, el que fué san-
cionado por el segundo concilio de Macón en el año 585. En
Francia, el diezmo impuesto en beneficio de la iglesia roma-
na, fué abolido por la Revolución de 1789. El diezmo presu-
pone un beneficiario que debe recibirlo, y por lo tanto, la
existencia de un santuario con sacerdotes o de una casta sa-
cerdotal, como, p. ej., los levitas, de modo que no es razona-
ble la promesa que se atribuye a Jacob de ofrecer diezmos en
Bethel, donde en aquel momento del relato, sólo existía la
piedra santa que aquél había consagrado.
JACOB EN CASA DE LABAN. — 2335. Después de
su sueño en Bethel, nos dice el cap. 29 del Génesis, "Jacob
se puso en marcha y llegó al país de los hijos de Oriente" (v.
1). En Carán, junto a un pozo, donde los pastores abrevaban
sus rebaños, se encuentra con su prima Raquel, que venía
136
EL PATRIARCA JACOB
con las ovejas de su padre, Labán, y le manifiesta quien era.
Raquel corre a dar a su padre la noticia de aquel encuentro;
llega Labán y luego de abrazar y besar a su sobrino, lo lle-
va a su casa. Al cabo de un mes, le propone Labán a Jacob
que lo sirva mediante un salario que éste debía fijar, y Ja-
cob, que se había enamorado de Raquel, le dice que lo ser-
virá durante siete años, por Raquel, su hija menor, pues La-
bán tenía además otra hija mayor llamada Lea. Aceptada la
propuesta, "J^cob sirvió siete años por Raquel, y esos años
le parecieron como unos pocos días, por el amor que le te-
nía" (v. 20). Terminado el plazo estipulado, Jacob reclama
la paga convenida, es decir, pide que se le dé Raquel, y en
consecuencia, Labán invitó a las gentes del lugar para el ban-
quete de bodas, fiesta que duraba siete días. En la noche del
l>rimer día, cuando siguiendo prácticas que aún hoy subsis-
ten en el Oriente, se consumaba el matrimonio, Labán "to-
mó a su hija Lea y se la trajo a Jacob, quien se unió a ella"
(v. 23). Al darse cuenta, a la mañana siguiente, de la sustitu-
ción efectuada, Jacob increpó a su suegro por el engaño de que
lo había hecho víctima, y entonces Labán le responde: "No
se usa acá casar la menor antes que la mayor. Acaba la se-
mana de bodas de ésta, y después te daré también la otra,
por el servicio que me has de hacer durante otros siete años".
Consintió Jacob; acabó la semana de bodas de Lea; y des-
pués Labán le dió por mujer a su hija Raquel", por la que
prestó otros siete años de servicio (vs. 26-30). Como regalo
de bodas, dió Labán su esclava .Zilpa a su hija Lea, y su es-
clava Bilha a su hija Raquel.
2336. Examinando el relato que hemos condensado en
el parágrafo anterior, se observa: 1° Tenemos aquí tradicio-
nes divergentes respecto al lugar donde habitaba Labán. Se-
gún el V. 1, que pertenece al documento E, Jacob llegó al
país de los hijos de Oriente, como término de su viaje. Aho-
ra bien, con esa expresión se designaba la Transjordania re-
corrida por las tribus arameas o árabes del desierto (Jue. 6,
3, 33; 7, 12; 8, 10), de modo que para E, Labán no vía en
Carán, más allá del Eufrates (§ 2255), sino al Este de Pales-
tina. "Si tal era la tradición primitiva, se comprendería me-
jor el tratado concluido entre Jacob y Labán (cap. 31), que
EL PATRIARCA JACOB
137
coloca en Galaacl la frontera de sus respectivos países"
(L.B.d.C.) — 2° Nótese que la mujer, en aquella época de la
historieta, era considerada como simple cosa, a merced del
jefe de familia. El padre celebra un contrato de trabajo por
el cual paga con el matrimonio de sus hijas. Sobre el mohar
o precio que pagaba el novio por obtener esposa, véase nues-
tra obra "La libertad" p. 28. — 3° El matrimonio israelita era
un acto que hoy llamaríamos exclusivamente laico, es decir,
exento de toda ceremonia religiosa, que solía realizarse ante
testigos que bendecían a los novios deseándoles numerosa
descendencia (Gén. 24. 60; Rut 4. 9-12; nuestra Hist. Polí-
tica de los Papas, 1^ parte, p. 193). Se festejaba con un ban-
quete bullicioso, jolgorio que se prolongaba por una sema-
na (§ 514). — 4^ Toda la historia patriarcal, es decir, la de
aquellos individuos privilegiados que estaban en estrechas
relaciones con el dios Yahvé, nos muestra a esta divinidad
autorizando y bendiciendo la poligamia. Jacob se une a las
cuatro mujeres nombradas en § 2335, y en seguida veremos
cómo ese dios favoreció esas uniones. Este relato sirve tam-
bién para mostrarnos la evolución de las ideas sobre el ma-
trimonio, pues si aquí es considerada como natural y sin ob-
jeciones la unión del mismo hombre con dos hermanas, va-
rios siglos más tarde, en la época del destierro o postexílica,
el legislador sacerdotal, P, condena esas uniones, en nombre
de Yahvé, con pena de muerte (Lev. 18, 18, 24-29). El tex-
to Lev. 18, 18 dice: "No tomarás por segunda esposa la her-
mana de tu mujer, descubriendo su desnudez, viviendo aún
ella". En este precepto se basa la iglesia anglicana para pro-
hibir el matrimonio de un hombre con su cuñada, olvidando
el final del versículo : "viviendo aún ella", o sea, "durante la
vida de su mujer".
2337. Como una de tantas muestras de los curiosos sim-
bolismos que descubre la ortodoxia en la Escritura, oigamos
lo que nos dice Scío sobre el relato de que tratamos : "En la
historia de las dos hermanas reconocen los Padres aquel
grande misterio de la reprobación de la Sinagoga, y de la
elección de la Iglesia, tomada y compuesta de los gentiles.
Lía (Lea) siendo la primera que fué desposada, tuvo el grado
de verdadera esposa ; pero solamente logró el segundo lugar
138
EL PATRIARCA JACOB
en el amor del esposo. Raquel llegó la segunda; pero fué
preferida en el amor a la primera. Lía es figura de la sina-
goga, Raquel de la Iglesia, y Jacob, de Jesucristo. Se hace
siervo para llegar a ser esposo: Jacob compra a muy subido
precio una esposa, que hubiera podido tener desde luego, al
modo que Eliezer logró a Rebeca para esposa de Isaac ; a
Jacob le parecieron muy corto espacio de tiempo tantos años
de servicio, por el grande amor que tenía a Raquel. Cada
uno por sí puede ver que todo lo que hizo Jacob con Raquel,
es una imagen muy viva de lo que ejecutó Jesucristo con su
Iglesia". El mismo escritor nos informa que "era entonces
Jacob de edad de 84 años, y según otros, de 77". Como se
ve, un apetecible partido para dos jóvenes solteras.
2338. A continuación el narrador bíblico nos va rese-
ñando las andanzas de las mujeres de Jacob para darle a éste
los doce hijos, epónimos de las doce tribus de Israel, andan-
zas en las que tuvo principal participación Yahvé, como dios
de la fecundidad (§ 386). Lea, — al ver que ella no era ama-
da por su marido — , tuvo gracias a Yahvé, los siguientes hi-
jos : Rubén, Simeón, Leví y Judá. Raquel, celosa de la fecun-
didad de su hermana, pues era estéril, le dió a su marido su
esclava Bilha, diciéndole : "Unete a ella, y que dé a luz sobre
mis rodillas, y así yo tendré hijos por medio de ella" (30, 3).
Jacob, que nunca rechazaba tales invitaciones (vs. 4-12), tu-
vo de Bilha dos hijos : Dan y Neftalí ; y de Zilpa, la esclava
de Lea, otros dos : Gad y Aser. Las palabras transcriptas de
Raquel expresan una forma de adopción por la madre de fa-
milia (BUHL, p. 46), o por el jefe de la misma (Gén. 50, 23).
Raquel viendo un día que Rubén le llevaba a su madre Lea,
mandrágoras que había encontrado en el campo, convino con
su nombrada hermana en cederle a su marido por una noche,
a cambio de dichos frutos, que pasaban y pasan aún hoy en
Oriente, por favorecer la fecundidad fémenina (§ 1503). Por
eso, al regresar del campo Jacob, por la tarde, le salió al en-
cuentro Lea, y le dijo: "Debes venir a mi tienda, porque te
he alquilado (en hebreo sakar) por las mandrágoras de mi
hijo" (^■'. 16). Como consecuencia de ese alquiler, "Elohim
oyó a I-:a, la que concibió y dió a Jacob un quinto hijo", (v.
17) que ella llamó Isacar. Continuando Yahvé su eficaz in-
BL PATRIARCA JACOB
139
tervención, clióle a Lea otro hijo, al que ella le puso el nom-
bre de Zabulón, y una hija, Dina. En cuanto a Raquel, des-
pués del suceso de las mandrágoras, Yahvé "se acordó de
ella y le abrió la matriz" (v. 22), por lo que concibió y dió
■a luz a su hijo José. Según P, Raquel tuvo también en Pa-
dan-Aram, otro hijo, Benjamín (35, 23 -26); pero según E,
éste último, cuyo nacimiento le costó la vida a la madre, vi-
no al mundo en Efrata, hoy Bethlehem, al regreso de Jacob
en Palestina. En resumen, pues, prescindiendo de las hijas
(30, 21; 37, 35), Jacob tuvo los siguientes hijos varones:
De Lea : Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón.
De Zilpa, esclava de Lea: Gad y Aser.
De Raquel: José y Benjamín.
De Bilha, esclava de Raquel: Dan y Neftalí.
2339. Debemos destacar el empeño del narrador bíbli-
co en explicar el origen de los nombres de los patriarcas y de
su descendencia (§ 2308, 2310). He aquí cómo explica los
nombres de los hijos de Jacob :
1. Rubén, en heb. Re'ubén, provendría de las palabras
que, al darlo a luz, pronunció su madre Lea: "Yahvé vió mi
aflicción" o "mi humillación" (Gén. 29, 32; en heb. ra'a
be'onyi, que Scío traduce por "hijo de la visión o de la pro-
videncia).
2. Simeón, en heb. Sime'ón, porque Lea al darlo a luz,
dijo : "Yahvé ha oído o ha sabido que yo no era amada o que
era desdeñada" (v. 33, de sama o shama, oír).
3. Leví, porque al nacer, Lea exclamó : Esta vez mi ma-
rido se mantendrá unido a mí" (v. 34, de lavá, mantenerse
unido).
4. Judá, en heb. yehudá, porque cuando nació, su ma-
dre expresó : "Esta vez alabaré a Yahvé" (v. 35, de hodá, dar
gracias, alabar, § 2057).
5. Isacar, en heb. is sakar, "hombre de salario", porque
según J, Lea lo llamó a Jacob para que cohabitara con ella,
a causa, dijo, de que "yo te he alquilado por las mandrágo-
ras de mi hijo" (30, 16; del verbo sakar, alquilar); mientras
que, según E, Lea habría llamado Isacar a su quinto hijo,
porque "Elohim me ha dado mi salario" (30, 18, alusión al
referido significado hebreo de ese nombre propio).
140
EL PATRIARCA JACOB
6. Zabulón. Este nombre, anota L.B.d.C, se explica de
dos maneras distintas : por el verbo zabad, dar ("yo le he da-
do 6 hijos", E), y por el verbo zabal, habitar ("mi marido
habitará conmigo", J. 30, 20).
7. Gad, significa "ventura" o "buena fortuna", y este
nombre se debería a que Lea dijo, en su nacimiento: "¡Qué
buena fortuna!" (30. 11).
8. Aser, "dicha", se le supone derivado del nombre hebreo
oser, "felicidad" o del verbo isser "decirse feliz", porque Lea
cuando nació ese segundo hijo de su esclava Zilpa, exclamó:
"¡ Cuán feliz soy, pues las hijas me llamarán dichosa" (30, 13).
9. José, probable contracción de Yeosef (forma hebrea que
se encuentra en Sal. 81, 5). El escritor elohista lo hace pro-
venir del verbo asaf, "quitar", porque Raquel dijo: "Elohim
ha quitado mi oprobio" (30, 23) ; mientras que para el yah-
vista procede de yasaf, "aumentar, añadir", porque la citada
exclamó: "Quiera Yahvé añadirme otro hijo" (v. 24).
10. Benjamín, llamado Ben - Oni, "hijo de mi dolor", por
su madre Raquel, cuando se moria al darlo a luz, y por su
padre Jacob: Binyamin, "hijo de la derecha", probablemente
"hijo de ventura", porque era de buen augurio la derecha.
11. Dan, porque al nacer este hijo de Jacob, Raquel pro-
nunció estas palabras : "Elohim me ha juzgado" o "me ha he-
cho justicia" (en hebreo: danani, 30, 6). Tanto Dan como
Dina (30, 21) son vocablos relacionados con un verbo que
significa juzgar. En Asiria había nombres parecidos: Assur-
dan (Asur es juez). Akri - daña (el dios Luna es juez).
Y 12. Neftalí, del heb. naftulim, "luchas", porque cuan-
do nació este segundo hijo de la esclava Bilha, su ama Raquel
exclamó : "He luchado con mi hermana, luchas de Elohim, y he
triunfado" (30, 8), es decir, en luchas cuya apuesta debía ser
la maternidad.
2340. Tales son las etimologías orales de los nombres
de los hijos de Jacob, que nos da el escritor, considerado por
la ortodoxia como divinamente inspirado, y que, por lo tanto,
deben ser la expresión fiel de la verdad. Sin embargo, los
hebraístas independientes, aunque religiosos, opinan de dis-
tinto modo. Así. p. ej.. el anotador del Génesis en L.B.d.C.
considera que se trata de "aproximaciones ingeniosas que no
EL PATRIARCA JACOB
141
dan la etimología verdadera de los nombres de los hijos de
Jacob, la que es incierta y desconocida". Reuss en nota a
Gen. 29, 32 escribe: "Las etimologías que siguen, son en parte
imposibles, — como la de Judá, que debe significar alabanza — ,
y generalmente muy sujetas a caución : Rubén, ved un hijo ;
Simeón, pequeño entendedor; Leví, unido. Todos estos nom-
bres (de tribus!) son de origen desconocido e incierto, y el
autor se ha tomado un trabajo tan ingrato como superfino
para encontrar el valor de ellos en el lenguaje de su tiempo".
Hablando Lods de las etimologías de los relatos patriarcales,
que tendían a explicar el sentido de un nombre, expresa: "Eti-
mologías sin pretensión sabia, en las que se muestra la in-
geniosidad poética o maliciosa de la imaginación popular. Así
el nombre de Edom debe provenir del color rojo (en hebreo,
admoní) de los cabellos del abuelo de ese pueblo, o bien del
famoso plato de lentejas rojo, por el cual vendió su derecho
de primogenitura ; el de Israel, de la victoria que obtuvo el
antecesor de la nación sobre un dios en el vado de Jaboc
o Yabboc, Gén. 32. 28" (Israel, p. 176).
2341. A lo ya expresado sobre dichas etimologías
(§ 2053 -2061), agregaremos estas observaciones tocante a
algunos de los aludidos nombres: GAD. Opina L.B.d.C. que
el sentido primitivo de la exclamación que se le atribuye a
Lea (30, 11), quizá era: "Gracias a Gad", dios arameo de la
dicha, mencionado en Is. 65, 11. La asimilación del nombre
de Gad a una divinidad extranjera, como también es el caso
de Aser, Dan y Neftalí, todos hijos de esclavas (Bilha y
Zilpa, § 2254), hace suponer que cuando Israel ocupó Pales-
tina, se fusionaron con dicho pueblo clanes cananeos. — ASER.
Nota también L.B.d.C. que Aser "era el nombre de una lo-
calidad o de una tribu de Palestina desde la época de Tutmo-
sis III (antes de la llegada de los israelitas; § 19), y quizá
originariamente el de un dios cananeo de la dicha corres-
pondiente a la diosa Ashera". Al respecto escribe Lods: "En
uno de los poemas de Ras Shamrá y en diversos textos egip-
cios, Aser, Zabulón, Simeón, Leví y quizá Jacob y Josef
figuran entre los nombres de poblaciones o distritos de Pa-
lestina, en los siglos XV. XIV y XIII (§ 24). Pero nada
sugiere que sea cuestión de tribus no cananeas. Podría tra-
142
EL PATRIARCA JACOB
tarse de nombres geográficos indígenas, que habrían adop-
tado más tarde ciertas tribus hebreas, después de su instala-
ción en el país" (La Reí. de Isr. p. 38). Probablemente el
nombre Aser esté relacionado con la ubicación de la tribu,
que gozaba de envidiable prosperidad por hallarse próxima
a la costa del mar (Jue. 5, 17). — BENJAMIN. El sentido pri-
mitivo de este nombre debió ser "hijo del Sur", porque como
los hebreos para orientarse se ponían de frente al lugar de
la salida del Sol, quedaba el Sur a su derecha, y la tribu de
Benjamín era la más meridional de las tribus relacionadas
con Raquel (L.B.d.C; nuestro t° II, ps. 401-3). En cuanto
a que, según la tradición, Benjamín fué el único de sus her-
manos que nació en Canaán. eso significaría, a juicio de I.ods,
que esa tribu, a diferencia de las otras, no se constituyó sino
después de la instalación de Israel en Palestina (La Reí. de
Isr. p. 37).
EL ENRIQUECIMIENTO DE JACOB. — 2342. A
Jacob le nacieron, de sus distintas mujeres, once hijos, y por
lo menos una hija, (§ 2338; Gén. 30. 21) durante siete al.os
(29, 27; 31. 41), pues el final de éstos coincide con el naci-
miento de José (30, 25), con la agravante o curiosa circuns-
tancia de que en ese espacio de tiempo, Lea, a quien se atri-
buyen seis hijos y una hija, tuvo un período de esterilidad, que
la indujo a dar a su marido, su esclava Zilpa, a fin de que
ésta le procreara más descendencia (30, 9, 12). Los mitos no
paran mientes en estos detalles, que van revelando su in\ e-
rosimilitud, por lo cual limitándonos a mencionarlos, prose-
guiremos con el examen del relato de la biografía de nuestro
patriarca. Los narradores del Génesis, tanto J como E, se
complacen en detallar cómo Jacob, que había llegado despro-
visto de recursos a casa de su tío Labán, salió de allí al cabo
de 20 años, siendo un hombre extremadamente rico, pues
"tuvo numerosos rebaños, esclavas y esclavos, camellos y as-
nos" (30, 43 ; nótese que las esclavas y los esclavos figuran
en medio de la reseña de los animales obtenidos). Ese rápido
enriquecimiento en tan sólo 6 años, pues durante los 14 pri-
meros, Jacob trabajó únicamente para adquirir sus dos pri-
mas: Lea y Raquel, se debió, según J, (30, 37-43), a las
EL PATRIARCA JACOB
143
artimañas o procedimientos dolosos de aquel patriarca, los que
contaron con el beneplácito y la ayuda de Yahvé, y según E,
que idealiza a los patriarcas, se debió a la bendición divina
(31, 5-16). Veamos cómo se nos refieren estos sucesos.
2343. Nacido José, Jacob quiere marcharse con sus mu-
jeres e hijos; pero Labán le dice que habiendo consultado los
presagios, y visto que Yahvé lo había bendecido por su causa,
deseaba que continuara prestándole servicios, a cambio del
salario que fijara el mismo Jacob. Viene luego un relato con-
fuso, pues el redactor no supo armonizar los documentos con
los cuales trabajaba, y así, interpretando ese relato, expresa
L.B.d.C. : "Según E, Jacob pide por salario los animales man-
chados o listados, (es decir, que no fueran de color uniforme)
c[ue actualmente se encuentren en el rebaño de Labán, e in-
dudablemente también los que nacerán así en lo futuro : mo-
desta exigencia al parecer, porque en Oriente casi todas
las ovejas son blancas, y las cabras son negras u oscuras.
Según J, Jacob es más reservado aún: sólo reclama las crías
manchadas o rayadas que puedan nacer en el rebaño, después
que Labán hubiera separado todos los animales manchados
o rayados, los que éste confió al cuidado de sus hijos (vs. 35,
35)". Aceptada la propuesta de Jacob y efectuada la indicada
separación de haciendas, Jacob emplea tres medios fraudu-
lentos para obtener ganancias indebidas en perjuicio de su
tío, ya que un convenio por el estilo, hecho de buena fe, su-
ponía c[ue serían de Jacob en adelante, las ovejas o cabras
c|ue naturalmente nacieran manchadas o listadas, sin hecho
humano alguno que pudiera alterar o cambiar el curso de la
producción normal de esos animales. He aquí las estratage-
mas de Jacob : 1^ hace nacer corderos y cabritos manchados
de los rebaños de color uniforme, de Labán, por el siguiente
procedimiento : "37 Tomó Jacob varas verdes de álamo, de
almedro y de plátano, y descortezó en ellas listas blancas,
descubriendo lo blanco de su interior; 38 y puso las varas así
descortezadas a la vista de las ovejas, en los pilones, en los
abrevaderos a los cuales ellas iban a beber, las que entraban
en celo cuando iban a beber. 39 Y se apareaban las ovejas al
ver las varas y engendraban corderos manchados, salpicados
y rayados". 2^ Los animales abigarrados así obtenidos, los
144
EL PATRIARCA JACOB
Utilizaba Jacob con la misma finalidad que las varas descor-
tezadas a rayas, pues los ponía aparte, delante del resto del
rebaño, para que su vista ejerciera igual influencia que la
conseguida con dichas varas, según se desprende del v. 40:
"Y Jacob separaba esos corderos, y luego ponía los animales
frente a lo que era rajrado y de todo lo que era negro en el
rebaño de Labán. Se hizo así de rebaños para él, que no los
puso con el de Labán". 3^ No conforme con la cantidad, se
preocupa Jacob también de la calidad, tratando que los me-
jores y más vigorosos animales fueran suyos, dejando para
su suegro los más enclenques o ruines, pues "41 todas las
veces que andaban en celo las ovejas robustas, Jacob colocaba
las varas ante la vista de ellas, en los pilones, a fin de que
su apareamiento se hiciese cerca de esas varas; 42 pero no
las ponía, cuando las ovejas eran enclenques, de suerte que
los animales ruines eran para Labán, y los vigorosos para
Jacob. 43 Y de este modo Jacob se enriqueció prodigiosamen-
te; tuvo numerosos rebaños, esclavas y esclavos, camellos y
asnos".
2344. Todas estas estratagemas desleales de Jacob, hu-
bieran sido completamente infructuosas, — pues se trata de
meras supersticiones creídas en la antigüedad, según testimo-
nio de Aristóteles — ; pero si obtuvieron el extraordinario éxi-
to mencionado en el v. 43, se debió a la feliz cooperación del
■dios Yahvé, quien con tal de favorecer a sus protegidos, no
reparaba en la moralidad de los medios empleados. En efecto,
■explicando Jacob a Raquel y a Lea, la causa de su fabuloso/
enriquecimiento, lo atribuye a que Labán le había cambiado
diez veces el salario, y a que el citado dios, en castigo, le
había quitado a su suegro la mayor parte de su hacienda y
se la había dado a él. "10 En la época en que se apareaban
los animales, alcé mis ojos y vi en sueño que los carneros
que cubrían las ovejas eran rayados, salpicados y manchados.
11 Y el ángel de Elohim me dijo en sueño: ¡Jacob!, y le res-
pondí: Heme aquí. 12 Y dijo: Alza los ojos y observa que
todos los machos que cubren las hembras son rayados, sal-
picados y manchados, porque he visto todo lo que te hace
Labán. 13 Yo soy el dios Bethel, que te apareció en el lugar*
(sagrado), donde ungiste una estela y donde me hiciste un
EL PATRIARCA JACOB
145
voto. Ahora, levántate, sal de este país y vuelve al de tu na-
cimiento (cap. 31)". Sobre este párrafo, anota L.B.d.C. : "Los
vs. 10 y 12, que interrumpen el relato de E, son evidentemen-
te^ de otra mano. Este dato bastante oscuro es quizá el resu-
men de una versión diferente, según la cual Dios (Elohim)
revelaba cada vez a Jacob el medio de obtener la clase de
crías que Labán le atribuía como salario". Se ve, pues, cla-
ramente que en la narración de que se trata, han sido utili-
zados documentos o tradiciones discordes ; pero lo que resulta
con evidencia es que sólo milagrosamente, es decir, con la ayu-
da divina, pudo Jacob en el corto espacio de 6 años hacerse
inmensamente rico (30, 43; 31, 9). Observa Vernes que "ésta
es la tercera vez que los patriarcas "hacen fortuna", lo que
constituye un indicio, entre cien, de que la filiación tradicio-
nal Abraham, padre de Isaac, y éste, padre de Jacob, es una
construcción artificial, relativamente tardía, a la que los na-
rradores han prestado poco cuidado. Para ellos, ya se nombre
Abraham, Isaac o Jacob, se trata siempre de un solo y mismo
personaje: el antecesor o prototipo del pueblo israelita" (p. 51).
¿Qué dios fue el autor de tan prodigioso enriquecimiento?
Nos informa 31, 13, según el texto hebreo masorético y la
Vtrlgata (Ego sum Deus Bethel), que fué el dios Bethel (§ 92,
622), posteriormente fusionado con el dios israelita Yahvé o
Elohim, hoy, Dios, el Ser universal. La versión siríaca Pe-
chitto trae : "el Dios de Bethel", que es la forma usada en
las corrientes traducciones de la Biblia. El Targum de Onkelos
(nuestro t^ I, p. 474) vierte: "el Dios que te apareció en Be-
thel". Merece notarse que en 31, 11 se dice que el que se le
apareció en sueño a Jacob para explicarle la reproducción de
los animales en forma que lo favoreciera en perjuicio de La-
bán, fue el ángel de Elohim, mientras que el mismo divino
personaje declara en seguida que él es el dios Bethel (v. 13).
Dussaucl considera que este Beth - El es una notable hipósta-
sis del dios El, y que ambos nombres son intercambiables
(Les Religions, p. 361).
JACOB ÍIUYE A CANAAN. — 2345. Jacob se caracte-
riza por sus huidas como consecuencia de su conducta poco
escrupulosa : primero huye a Carán por temor de la venganza
146
EL PATRIARCA JACOB
de su hermano Esaú, a quien con indignas artimañas lo había
despojado de la bendición paterna ; ahora escapa de casa de
su tío Labán, después de haberse enriquecido a sus expensas
por procedimientos dolosos, y temiendo ser víctima de su có-
lera (31, 1, 2). Contaba para ello con la protección de Yahvé
(v. 3), quien todavía estaba lejos de ser un dios moral. Apro-
vechando que su suegro se había ido a esquilar sus ovejas,
que estaban a tres jornadas de marcha (30, 35, 36; 31, 19),.
Jacob se levantó, hizo subir a sus mujeres y a sus hijos en
los camellos, y se llevó todo el ganado y los bienes que había
adquirido en Padán - Aram, dirigiéndose a la casa de su padre
Isaac, en el país de Canaán . . . Raquel robó el terafim (o los
terafim) de su padre. Jacob engañó a Labán el arameo, al no
informarlo de que quería huir. Y huyó con todo lo que le
pertenecía; atravesó el río (Eufrates), y se dirigió al monte
de Galaad (31, 17-21). En estas líneas, en las que abundaa
las repeticiones, el redactor mezcló frases de los tres docu-
mentos, J, E y P. Nótese que, como si fuera un desconocido,
se habla del suegro de Jacob como de "Labán el arameo".
Sobre los terafim, véase § 556, 925.
2346. 22 El tercer día fué informado Labán de que Jacob
había huido. 23 Tomando consigo a sus hermanos, marchó
siete días en su persecución y lo alcanzó en el monte (en la se-
rranía - V.M.) de Galaad. 24 Pero Elohim visitó a Labán el
arameo, de noche, en un sueño, y le dijo: "Guárdate de decir
nada a Jacob". Hemos visto que Jacob en su huida, atravesá
el Eufrates y se dirigió al monte de Galaad, según datáis del
documento J ; pero, según lo que antecede, proveniente de E,
Jacob en 10 días de marcha, arriando (1) gran cantidad de
ovejas y cabras, había recorrido los 600 kilómetros de región
inhospitalaria que hay entre Carán O Padán - Aram y el monte
de Galaad en la Transjordania. Esas tradiciones recogidas por
J y por E. no concuerdan, pues, para este último, Labán no
vivía al Norte, más allá del Eufrates, sino en "el país de los
hijos de Oriente" (29, 1; § 2336), o sea,, en los desiertos orien-
(1) El Diccionario de la Academia Española ignora el significados
del verbo arriar, en el sentido que le damos, y que es el usual en lo»
píaíses del Río de la Plata: "llevar animales por delante".
EL PATRIARCA JACOB
147
tales de la Palestina. Labán alcanzó a Jacob, quien había
plantado su tienda sobre el monte, mientras que Labán, coa
sus hermanos, había plantado la suya sobre el monte de Galaad
(v. 25). Esto último, relativo a Labán, entiende L.B.d.C. que
es "glosa de un comentarista al que los dos nombres de Galed
(Galaad) y de Mizpa (vs. 47 - 49) le habrán hecho creer que
se trataba de dos montes". Reprocha Labán a Jacob su se-
creta huida, diciéndole que si lo hubiera informado de sus pro-
pósitos de marcharse, lo hubiese despedido con música, can-
tos y demás manifestaciones de regocijo y hubiera podidO'
abrazar a sus hijas y nietos. Agrega que podría causarle mu-
cho mal ; pero que si no lo hace, no es por falta de deseos,
sino por la referida intervención (v. 24) del elohim de su
padre, que se lo ha prohibido. Sin embargo, concluye su in-
vectiva preguntándole: "¿Por qué me has robado mi dios
(o mis dioses) ?" Jacob contesta que ha procedido por mieda
de que le quitara sus hijas; y en cuanto a la reclamación de
su suegro, le expresa que puede buscar su terafim entre los
que le acompañan, y que perderá la vida aquel que resultare
ser el ladrón, pues Jacob ignoraba el hurto efectuado por
Raquel. Labán revisa todas las tiendas, y Raquel, que había,
escondido el ídolo en el palanquín o litera de su camello, so-
bre el cual se había sentado, pide a su padre que la disculpe
si no se levanta, pues estaba con la menstruación. No encon-
trando Labán su terafim, Jacob se muestra entonces indig-
nado contra su suegro, a quien reprocha no sólo haberle hecho
un cargo gratuito, sino su comportamiento tiránico para con
él en los 20 años que lo había servido, concluyendo con estas
palabras : "Si el dios de mi padre, el dios de Abraham y el
Terror de Isaac no hubiese sido conmigo, me enviarías ahora
con las manos vacias. Elohim ha visto mi sufrimiento y el
trabajo de mis manos, y anoche pronunció su sentencia"
(v. 42). Fundadamente supone L.B.d.C. que las palabras de
este versículo : "el dios de Abraham y" constituyen una glosa,
pues el texto debió decir: "Si el dios de mi padre, el Terror
de Isaac", etc., dado que, según E, Jacob invoca al dios de
su padre Isaac, denominado "el Terror de Isaac", que es por
quien jura (53''). Esta divinidad cuyo nombre equivalía a "el
dios terrible de Isaac", probablemente designaba al dios de
148
EL PATRIARCA JACOB
Beerseba, siendo considerado Isaac como el fundador de su
culto.
2347. Labán propone entonces a Jacob que ambos cele-
bren un tratado, el que a la vez serviría para fijar la frontera
entre las gentes del uno y del otro, o sea, entre Israel y el
país de los árameos. Estos últimos llegaron a formar distin-
tos reinos en la Siria y en el Eufrates medio, los que fueron
destruidos por los asirlos, apareciendo después en Babilonia
como tribus de pastores, de comerciantes o de salteadores.
A partir de la época persa, el idioma arameo se extendió
desde Egipto y Arabia hasta el Asia Menor, y era la lengua
que se hablaba y escribía en Palestina, en tiempo de Jesús,
siendo finalmente desplazado por el árabe. En el texto del
cap. 31 del Génesis, donde se describen las ceremonias reali-
zadas para solemnizar el aludido tratado, y especialmente en
los vs. 45, 46 y 54, se atribuyen a Jacob hechos o acciones
([ue corresponden a Labán, lo que comprueba una vez más
la amalgama inhábil de distintos documentos. En efecto, des-
pués de la propuesta de Labán, se dice en el primero de esos
versículos, que "Jacob tomó una piedra y la erigió como es-
tela", cuando ese acto debió realizarlo Labán, que fué el de la
idea del tratado, y "el que da la significación de la estela"
(L.B.d.C.) Del mismo modo, el v. 46 expresa: "Jacob dijo
a sus hermanos: "Recoged piedras", y juntaron piedras, y con
ellas hicieron un montón o majano (1) sobre el cual comie-
ron", es decir, celebraron, como nota Reuss, "la comida de
alianza inaugurada por la inmolación de un animal, que
servía a ese fin" (§ 2274). Pero a renglón seguido, tanto de
la estela como del majano se declara autor Labán, diciéndole
a Jacob : "He aquí este majano y he aquí la estela que he
elevado entre nosotros. 52 Testigo sea este majano, y testigo
la estela de que yo no debo pasar este majano para ir hacia
ti, y de que tú no debes traspasar este majano ni esta estela
para venir hacia mí con intenciones hostiles. 53 ¡Que el dios
de Abraham y el dios de Nacor juzguen entre nosotros!".
(1) "Llámase majano el montón de piedras que se hace en los
campos con el fin de dejar limpias las tierras que abundan de ellas;
y se forma poniendo las piedras con tal orden, que remata en un plano"
(SCIO, nota a Gén. 31. 46).
EL PATRIARCA JACOB
149
Jacob juró por el Terror de Isaac, su padre, dios de que ya
hemos hablado (§ 2346). Tanto T.M., como la versión de los
LXX, como la Vulgata, en el v. 53, después de "juzguen en-
tre nosotros", traen "el dios de sus padres", lo que los mo-
dernos críticos consideran una glosa destinada a afirmar la
identidad del dios de Abraham (o sea, de los israelitas) y del
dios de Nacor (o sea, de los árameos). La idea del primitivo
narrador era expresar que Jacob y Labán concluyeron un
pacto de amistad, y en prueba de ello erigieron un majano o
una estela e hicieron allí sacrificios a los dioses de las dos fami-
lias ; pero más tarde un redactor posterior transformó a am-
bos personajes en los representantes de dos pueblos, los que,
en tal carácter, arreglaron una cuestión de fronteras, después
de haber invocado a los dioses, cuyo patronato reconocían.
Sin embargo, ese redactor no prestó atención a la inverosimi-
litud que suponía el hacer figurar a Labán, habitante del otro
Jado del Eufrates, según J, como representante de los sirios
de Damasco, con los cuales el arreglo de límites fronterizos,
sólo podía tener sentido (VERNES, p. 52) ; ^por eso es más
aceptable la ubicación que le da E a ese personaje, al Norte
de la Transjordania, o sea, "en el país de los hijos del Orien-
te" (§ 2336). El V. 54 añade que "entonces Jacob ofreció un
sacrificio en el monte, e invitó a sus hermanos a la comida.
Comieron y pasaron la noche en el monte". Se dice que
a Jacob lo acompañaban sus hermanos (§ 2314) ; este dato,
que también se encuentra en el v. 46, corresponde a Labán,
según se ve en el v. 23. El referido relato, en otros detalles,
comprueba igualmente la diversidad ée documentos utiliza-
dos por el redactor; así, 1^ en el v. 47 se dice que al majano
le dió Jacob el nombre de Galed (Galaad), mientras que en
el V. 48 se hace derivar esa denominación de palabras pro-
nunciadas por Labán ; 2° la comida sagrada que acompañaba
al pacto o tratado, se la menciona dos veces en diferentes cir-
cunstancias (vs. 46 y 54) ; y 3° el objeto o la finalidad del
majano, según los vs. 48-50, es de que sirva de testigo del
convenio concluido y de que Elohim velará por que Jacob
no maltrate a sus esposas, ni tome otras mujeres fuera de
las familias de los dos contratantes, mientras que, según los
vs. 51 y 52, dicho majano venia a desempeñar el papel de
150
EL PATRIARCA JACOB
mojón indicador del límite de las tierras de Labán y de Jacob,
o sea, la frontera entre las tribus arameas y las israelitas.
Conviene recordar que los Estados en que se convirtieron más
tarde dichas tribus, sostuvieron encarnizadas luchas durante
el siglo IX por la posesión de la región de Galaad (tomo IV,
págs. 6 y 10).
LOS ANGELES DE MAHANAIM. — 2348. Después
del referido pacto que con Labán celebró Jacob, éste "prosi-
guió su camino y encontró ángeles de Elohim. Y al verlos,
dijo Jacob: "Aquí está el campamento de Elohim", y llamó
aquel lugar Mahanaim" (Gén. 32, 1, 2). Esta breve mención
de un incidente en el viaje de Jacob, cuando éste entra en
Canaán. tiende a explicar tanto el origen del santuario de Ma-
hanaim, como la etimología del nombre de esta localidad. Se
trata de una antigua leyenda etiológica, en la que, como ob-
serva Lods, se notan supervivencias del polidemonismo ca-
naneo, ya que la multiplicidad de ángeles significa cantidad de
dioses que eran adorados en ese santuario. Suponiendo una
teofanía (1) de Yahvé en determinados parajes, se justificaba
así el carácter sagrado de los mismos, que les atribuía la
tradición. El citado autor escribe: "La principal razón de ser
de estas figuras subalternas (los ángeles) era indudablemen-
te el dar derecho de ciudadanía en el yahvismo, a las anti-
guas divinidades de los santuarios locales y a los genios de
las creencias populares" (Israel, ps. 182 y 534). Como Maha-
naim significa "dos campamentos", unos hacen provenir ese
nombre de que Jacob, junto al suyo, vió el campamento de
Elohim (Dios) ; mientras que otros lo relacionan con los dos
campamentos en que luego dividió Jacob la gente que lo
acompañaba y los animales que llevaba (vs. 7 y 8).
LA LUCHA DE JACOB CON YAHVE. — 2349. Jacob
antes de proseguir su viaje, (cap. 32) envió desde Mahanaim
mensajeros a su hermano Esaú, en el país de Edom, para
hacerle saber cuanto se había enriquecido durante su estada
(1) Teofanía, — palabra que ignora el Diccionario de la Academia
Española, — del gr. theos, "dios", y fainomai, "aparezco", significa,
pues, aparición de un dios o de una divinidad.
EL PATRIARCA JACOB
151
en casa de Labán, comunicación tendiente a congraciarse con
su hermano. Vuelven los mensajeros con la noticia de que
Esaú, al frente de 400 hombres, venía a su encuentro. Jacob,
temiendo por su vida y la de toda su familia, dividió, según J,
sus acompañantes y sus haciendas en dos campamentos, di-
ciéndose para si : "Si Esaú encuentra uno de los campamen-
tos y lo ataca, el otro campamento podrá escapar" (v. 8).
Otro escritor de la misma escuela J, aprovechó la oportunidad
para intercalar en el relato una oración a Yahvé, que supone
pronunciada en aquel trance por Jacob (vs. 9 - 12) ; pero co-
metió el descuido de expresar que éste ya estaba ante el río
Jordán (v. 10), cuando todavía se encontraba en Mahanaim,
a orillas del torrente Jaboc, afluente de aquél, que descen-
diendo de los montes de Galaad, atraviesa de Este a Oeste
por el medio de la Transjordania. Según E, Jacob siguió un
procedimiento distinto, enviando de regalo a su hermano cier-
ta cantidad de cabras, machos de cabrío, ovejas y carneros,
camellas con sus crías, vacas, toros, asnas y pollinos, haciendo
marchar separadamente cada manada, dejando un buen espa-
cio entre ellas, a fin de aplacar así la ira de Esaú ; pero él
se quedó en el campamento la noche de esa partida.
2350. Sentados estos antecedentes, veamos otro relato
mitológico — la lucha de un dios con un hombre — que in-
troduce el redactor en su exposición, tomándolo de los docu-
mentos J y E. 22 La misma noche se levantó Jacob, tomó
a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos, y pasó
el vado del Jaboc. 23 Los tomó, les hizo pasar el torrente, y
transportó del otro lado todo lo que le pertenecía. 24 Se
quedó solo detrás ; y entonces un hombre luchó con él hasta
el romper del alba; 25 el cual viendo que no podía vencerloj
le golpeó en la coyuntura de la cadera, y la cadera de Jacob
se dislocó durante la lucha con él. 25 Y le dijo: "Suéltame,
porque ya raya el alba". Respondió Jacob: "No te soltaré
hasta que me hayas bendecido". 27 El otro le preguntó:
"¿Cuál es tu nombre?" Y él contestó: "Jacob". 28 Entona-
ees le dijo: "No te llamarás más Jacob, sino Israel, porque
has luchado con Elohim y con los hombres y has sido ven-
cedor". 29 Entonces le interrogó Jacob, diciendo: "Te ruego
me hagas conocer tu nombre". Respondió: "¿Por qué pre-
152
EL PATRIARCA JACOB
guntas mi nombre?" Y lo bendijo allí. 30 Y llamó Jacob aquel
lugar Peniel, "porque, dijo, he visto un dios cara a cara, y
he quedado con vida". 31 Se levantó el sol al pasar Jacob cerca
de Penuel, y cojeaba a causa de su cadera. 32 Es por esto
que aun hoy, los hijos de Israel se abstienen de comer el tendón
que está en la coyuntura de la cadera (1), porque había
golpeado a Jacob en el tendón, en la articulación de la cadera.
Todas estas repeticiones están mostrando a las claras que el
redactor quiso conservar las mismas palabras que encontró
en los distintos documentos que utilizaba.
2351. Esta narración mitológica es una piedra de escán-
('alo en las páginas del libro sagrado del judaismo y del cris-
tianismo, por lo que la exégesis ortodoxa ha acudido como
siempre al simbolismo, o alegoría religiosa, para explicar lo
"(jue en aquélla le resulta misterioso e incomprensible. La or-
todoxia ve, pues, en lo transcripto, "la lucha del pecador con
Dios por la plegaria, o el conflicto interior en el alma, del que
el creyente sale a la vez vencedor y vencido, quebrado y ben-
decido". Refiriéndose a los teólogos o predicadores que des-
cubrieron en ese texto perturbador tal riqueza de ideas y de
sentimientos, escribe Alfredo B. Henry : "Les ha sido dado
ver lo invisible, de llamar la nada a la vida, cambiando de
buena fe y por santos motivos, una colección de mitos etimo-
lógicos injertados sobre creencias bárbaras, en un ejemplo de
crisis interior del más dramático efecto. El analista hebreo no
reconocería ciertamente su obra, si la contemplase así vesti-
da a la cristiana e idealizada por los teólogos católicos y pro-
testantes que han permanecido fieles a la hermenéutica oficial
de sus iglesias. Por una especie de choque de retroceso, el au-
tor bíblico recibiría de sus intérpretes la revelación de su pro-
fundidad, insospechada por él mismo" (ps. 3 y 4). Además,
(1) Otros traducen: "el nervio ciático" (nervus ischia'dicus). "Este
nervio, escribe L.B.A., el más grueso y largo de todo el cuerpo, parte de
la columna vertebral y va hasta el tobillo, pasando por la coyuntura
de la cadera, donde es particularmente grande . . . La costumbre aquí
mencionada (de abstenerse de comer ese nervio), no figura en parte
alguna de la ley, y sin embargo, siempre ha sido observada por el
pueblo hebreo. El Talmud la prescribe, prescripción a la cual, aun
hoy, se conforman los judíos".
EL PATRIARCA JACOB
153
es un absurdo pretender transformar una pelea material en
un combate moral interior, cuando, según el relato bíblico,
Jacob, a la mañana siguiente, se encontró con que cojeaba a
causa de su lucha nocturna, y como observa con razón Reuss,
"la contrición del pecador no tiene efectos' de esa clase".
2352. El primer problema que se le presenta a la orto-
doxia al analizar nuestro texto, es el do explicar quién fue el
personaje que luchó con Jacob. En el v. 24 se le llama "un
hombre" ; pero resulta que de tal sólo tenía la apariencia, pues
se trataba de un personaje divino, cuya bendición solicita y
obtiene Jacob (vs. 26, 29), personaje que él mismo declara
ser EIohim, o sea, un dios (vs. 28, 30). Oseas, único profeta
que menciona este relato, lo designa como el maleak de Yahvé
( 12. ¿ - 5 ; § 365 - 366) . Al respecto dice Oseas :
12, 3 Desde el seno materno, Jacob suplantó a su hermano,
Y en su edad madura, luchó con un dios,
4 Combatió con un ángel (el Maleak) y triunfó;
Lloró y le pidió gracia.
En Bethel lo encontró;
Y allí le habló.
5 Yahvé, dios de los ejércitos.
Aquel cuyo nombre es Yahvé (1).
De este pasaje (§ 2845 bis) resulta claro: 1^ que para el
profeta, el que luchó con Jacob fué el Maleak de Yahvé, o sea,
Yahvé mismo; 2° que el vencedor en esa lucha fué aquel pa-
triarca, de acuerdo con las palabras de Gén. 32, 27: "suéltame
o déjame ir", proferidas por el contrincante divino, quien con-
fiesa asi su derrota; y 3^ que por esta razón debe entenderse,
como así traduce L.B.d.R.F, que quien lloró y pidió gracia fue
el Maleak, acciones sólo comprensibles en el vencido y no en
el triunfador, lo que recalca Oseas para exaltar al epónimo na-
cional, y estimular el patriotismo de los efraimitas, mostran-
do que un pueblo cuyo antecesor venció a Yahvé, no necesita-
ba ayuda extranjera. Como en las usuales versiones de la Bi-
(1) El texto hebreo del cap. XII de Oseas, comienza con el v.
12 y último del capítulo anterior, de las versiones de Valera, Prett
y la Vulgata, que nosotros seguimos.
154
EL PATRIARCA JACOB
blia se traduce maleak por ángel, la ortodoxia explica la lu-
cha del vado del Jaboc diciendo que la realizó Jacob con un
ángel. Al respecto manifiesta Scío que "muchos Padres creen
que este Angel luchador representaba a Dios o al mismo Hijo
de Dios ; y dejándose vencer en esta lucha daba a Jacob una
firme esperanza de poder más fácilmente vencer no sólo a
Esaú, sino también a todos sus enemigos. San Jerónimo quie-
re que esta lucha de Jacob con el Angel figure la que tienen
los justos en todo el tiempo de esta vida contra las potestades
infernales". Y en cuanto al v. 25 en el que se dice que el ma-
leak no podía vencer a Jacob, expresa el mismo católicQ exé-
geta que "en este lugar el non posset (no podía) se ha de ex-
plicar en el mismo sentido en que se dice en S. Marcos, 6, 5,
hablando de Jesucristo : No podía hacer allí virtud ninguna,
(milagro alguno, dice el citado texto) esto es, no quería". Es-
te es un claro ejemplo del porqué la Iglesia católica no admi-
te la publicación de la Biblia sin notas, ya que en éstas da ella
a las palabras o a los pasajes que le molestan, el sentido que
le conviene.
2353. En realidad, este combate de Jacob con un ángel,
o con el Ser Supremo, como no trepida en aceptarlo L.B.A.,
tiene tanta realidad histórica como la lucha de los titanes con
Júpiter. Se trata de un mito guerrero y etimológico a la vez,
pues, como observa Henry, tiende a la glorificación de los he-
chos de armas realizados por el supuesto antecesor de la raza,
y al mismo tiempo busca explicar los nombres Israel, Jacob,
Jaboc y Penuel. Como en el nombre hebreo Israel existe la
radical del verbo luchar, el autor del relato atribuye a ese nom-
bre el significado de "el que lucha con Dios" (recuérdese lo
dicho sobre el dios El, § 92), bien que más adelante, en 35, 9,
se da otra versión sobre el origen de ese nombre. Del mismo
modo el narrador, según L.B.A., "emplea aquí (v. 24) la pa-
labra muy rara jeabek para establecer una relación entre este
hecho y el nombre del torrente Jabok, en cuya orilla tiene lu-
gar". El Jaboc, (hoy el uadi Zerka, "el arroyo azul") seria así
el arroyuelo de la lucha, cuando de acuerdo con la etimología
más probable, debe significar "el que se desborda o el que
inunda" (HENRY, p. 13). En cuando a Penuel o Peniel sig-
nifica "cara de dios", lo que da a suponer que este nombre, que
EL PATRIARCA JACOB
155
era el de una antigua ciudad a orillas del Jaboc, le prestó al
narrador el concurso de su significado que constituyó uno de
los elementos de su relato, el que ha sido formado, como di-
ce Hcnry, en su casi totalidad por la acción de las etimolo-
gías. Penuel arrasada por Gedeón (Jue. 8, 8, 9, 17), fue re-
construida por Jeroboam I (I Rey. 12, 25), y quizá debía su
nombre a algún baal cananeo que tuviera allí su santuario. En
lo tocante al carácter guerrero del mito, conviene notar que
si bien contrasta con el carácter pusilánime y apocado del Ja-
cob que venimos estudiando, quizá sea lejano eco de otra tra-
dición referente a la existencia de una antigua tribu belicosa,
los Bene-Yacob, anterior a la conquista de Canaán, de la que
se conserva recuerdo en el pasaje de Gén. 48, 22, cuando se
ponen en boca de Jacob estas palabras dirigidas a José: "Yo
te doy a ti una porción (en heb. un hombro) más que a tus
hermanos, la que conquisté de los amorraos, con mi espada y
mi arco". De esa conquista no sé tienen más noticias que esta
breve mención de luchas contra los amorreos de una tribu is-
raelita que llevaba el nombre de dicho patriarca. Por eso el
Jacob de nuestro relato es un héroe valeroso, que lucha con
un dios y lo vence.
2354. Sintetiza L.B.d.C. su juicio sobre el referido tex-
to mitológico, expresando que aquí "no se trata de una lu-
cha espiritual (por la plegaria), sino de un combate cuerpo a
cuerpo, como lo prueba la luxación de la cadera del patriar-
ca. Indudablemente, en la base de nuestro relato, hay una
leyenda cananea relativa al dios local de Peniel, ser temible
que se complacía en atacar por la noche, a los que pretendían
pasar el Jaboc. Pero los narradores hebreos (J y E) dieron
a esa antigua creencia una significación religiosa más elevada:
Jacob lucha con Dios para obtener sus bendiciones, en un mo-
mento crítico en el que tiene particularmente necesidad de su
ayuda". Esa pretensión de idealizar un mito bárbaro es a to-
das luces absurda y contraproducente, pues : 1° Jacob no bus-
có al dios "para obtener sus bendiciones", sino que se defen-
ilió de un ataque nocturno impensado, y luego al acorralar a
su adversario divino que clamaba por verse libre de él, sólo
entonces expresa que no lo soltará sino recibe su bendición.
Esta no es la consecuencia de la súplica de un inferior diri-
156
EL PATRIARCA JACOB
gida a un ser de superior categoría, sino la condición impues-
ta por el triunfador a un combatiente vencido. 2^ Se necesita
una fe que admita sin vacilación los mayores disparates, el su-
poner por un instante que el Sumo Hacedor del Universo, en
cierto momento se hubiera disfrazado de hombre para venir
a la Tierra a atacar a un pastor astuto e inescrupuloso, quien
lo derrotó en la lucha entablada con tal motivo. Ante la sana
razón, el relato de que se trata, es, pues, un mito no sólo con-
trario al buen sentido, sino también irreverente e inmoral.
2355. El examen del mito en cuestión sirve para ilus-
trarnos sobre las ideas religiosas de los israelitas, por los si-
glos IX y comienzos del VIII en que se formaron los docu-
mentos J y E. 1° Nos muestra el carácter del Yahvé de aque-
lla época: un dios impulsivo, feroz, que, como los djenún o
djinns árabes o los demonios babilónicos (§ 73, 81), atacaba
preferentemente de noche a los que se aventuraban a cruzar
sus dominios. Aquí, en este caso, se precipita sobre Jacob, sin
saber quien era, (v. 27) como en otra ocasión, atacó a Moisés,
cuando éste iba a Egipto, y trató de matarlo (Ex. 4, 24-26;
§ 138), sin que ni aquél ni éste lo hubieran provocado^ Véase
lo ocurrido a Balaam, que estuvo a punto de ser muerto por
Yahvé (Núm. 22, 23; § 269-271). 2^ Ese rasgo del dios, de
amar la oscuridad, de duendé' nocturno, está de acuerdo con
las palabras que se dan como de Salomón: "Yahvé ha dicho
que moraría er4 espesas tinieblas" (I Rey. 8, 12 ; § 1391). Por
eso en nuestro relato mitológico, el dios clama, urgiendo a
Jacob, que lo suelte, porque se aproxima la aurora, (v. 26),
y él como ser noctivago teme la llegada del día. 3° Jacob, sin-
tiéndose vencedor, impone como condición para soltarlo, el
que lo bendiga. Pero las bendiciones para aquellos pueblos
antiguos, eran fórmulas mágicas, según hemos visto (§ 2317),
de efectos irresistibles e irrevocables; por lo cual Jacob para
precaverse de nuevos ataques de aquel dios acometedor y co-
lérico, le exige una berakah, esto es, una bendrción, que co-
mo encantamiento eficaz, encadene su voluntad y le impida
dañarlo en lo futuro. 4° Jacob, al final de la lucha, le pregun-
ta a su adversario, cómo se llama ; pero éste relrusa compla-
cerlo, porque en los pueblos primitivos o de escasa civiliza-
ción se entendía que había tan íntima relación entre la per-
EL PATRIARCA JACOB
157
sona y su nombre, que conociéndose éste se podía obrar so-
bre aquélla (véase el cap. VI de nuestra Introducción, § 130).
Por eso Yahvé siempre se negó a dar a conocer su nombre
(Jue. 13, 17, 18), y cuando Moisés se lo pregunta, responde
c^n una especie de eufemismo, diciendo : "Yo soy el que es",
o sea "Yahvé", lo que en realidad es una tautología verbal,
indicadora sólo de existencia, aun cuando la fe la ha consi-
derado como fuente de profundas verdades metafísicas (§ 124;
Ex. 3, 14, 15). Sobre este tema escribe Henry: "El israelita que
pudiera usar a su antojo del nombre de Yahvé, gozaría de in-
menso poder, por lo que se generalizó la costumbre de no
pronunciar ni escribir el verdadero vocablo que designaba al
dios. Se le reemplazó por calificativos o por nombres abstrac-
tos y se desfiguró su verdadera ortografía. La idea del poder
mágico del nombre divino persistió mucho más que el anti-
guo yahvismo, y así un polemista judío, autor del Tholedoth
Yeshú, atribuía los milagros de Jesús al hecho de que éste
había robado el tetragrámaton sagrado (§ 355) en el templo
de Jerusalén. El nombre divino llegó a ser un talismán" (p. 34).
HIPOTESIS SOBRE EL CAMBIO DE NOMBRES:
JACOB POR ISRAEL. — 2356. En cuanto a la sustitución
del nombre del vencedor, operada por Yahvé (v. 28), recuér-
dese que este dios ya había cambiado el nombre de Abram
por el de Abraham, y el de Sarai por Sara (17, 5, 15; § 2282,
2284) denominaciones locales y muy poco diferentes de las
mismas personas, fáciles por lo tanto, de fundirse en una sola,
atribuyéndose este hecho a la intervención de dicha divinidad,
que consagró así aquellos de esos nombres, que eran los más
populares. Pero siendo total la diferencia entre Jacob e Israel,
no será aventurado suponer que estos nombres fueron los de
dos antiguas ramas del pueblo hebreo, luego fusionadas, con-
cluyendo por predominar este último nombre. Observa Hen-
ry que Jacob es un nombre teóforo incompleto, pues expre-
sando un verbo (ha suplantado) carece del sujeto, que, según
lo revela una inscripción de Tutmosis HI (§ 19), debe ser el
nombre divino El (§ 71), y por lo tanto el nombre completo del
patriarca sería Jacobel, ciudad o pueblo palestino del siglo
XVI (§ 24). Los jacobelitas o hijos de Jacob (los Bené - Ja-
158
EL PATRIARCA JACOB
cob) habrían sido una de las olas que las invasiones semíticas
arrojaron en el país de Canaán, más tarde seguidos por los hi-
jos de Israel (los Bené - Israel) , que adoraban a Yahvé. Las
relaciones entre esos dos grupos de la rama occidental de la
familia semítica, trajeron la asociación del nombre Jacob y
del nombre Israel, vocablos que se yuxtapusieron al igual que
los pueblos respectivos. Esta explicación de la sustitución de
aquel nombre étnico por el último citado, se corrobora por el
hecho de que persistió hasta baja época la costumbre, o bien
de usar indistintamente los dos nombres aplicados al mismo
pueblo, o bien de utilizarlos como denominaciones de agrupa-
ciones constituyentes de la misma nación. Citemos, en prueba
de ello, algunos ejemplos.
1' Sinonimia de dichos nombres:
Cuando Yahvé vuelva a traer los cautivos de su pueblo.
Se gozará Jacob, se alegrará Israel (Sal. 14. 7 b).
Yahvé, el Señor, ha jurado por sí mismo;
Yahvé, el dios Sebaoth (el dios de los Ejércitos) ha dicho:
"Detesto el orgullo de Jacob,
Y odio sus palacios.
Entregaré la ciudad con cuanto contiene" (Am. 6, 8).
2° Jacob e Israel, grupos distintos. — Un poeta del cautive-
rio, escribiendo por el año 540 y cuyas predicciones sobre la
próxima liberación por los medos (13, 17) del pueblo elegido
de Yahvé se han agregado al libro de Isaías, expresa:
Ciertamente Yahvé se apiadará de Jacob,
Y escogerá otra vez a Israel.
Los restablecerá en su país,
Y el extranjero se unirá a ellos
Y se juntará a la casa de Jacob (Is. 14, 1 ; § 2993).
Aquí en este último texto el poeta al mencionar que Yah-
vé los restablecerá en su país, y que el extranjero se unirá a
ellos, refiriéndose a Jacob y a Israel, los considera como gru-
pos distintos, pues de lo contrario carecería de sentido el em-
plear los pronombres en plural : los, a ellos.
KL PATRIARCA JACOB
159
LA RESTANTE BIOGRAFIA DE JACOB. — 2357.
Nos relata luego el Génesis los preparativos de Jacob para el
encuentro inevitable con su hermano Esaú, que venía al fren-
te de 400 hombres. Al apercibirlo, se postra, inclinándose siete
veces hasta el suelo, como en señal de sumisión ante un so-
berano, según costumbre del Oriente; pero Esaú corrió a su
encuentro, lo abrazó y lo besó, y ambos lloraron (33, 4). Esta
expresión : lo besó, está marcada en el texto hebreo, con un
punto encima de ella, en señal de duda o de que debe omitirse,
pues los masoretas (§ 34) parece que se resistían a creer en
los sentimientos afectuosos de Esaú hacia Jacob. "Los rabi-
nos, en efecto, dice L.B.A., no pudiendo creer en la sinceridad
de ese beso, imaginaron que Esaú había mordido a Jacob, y
que ambos habían Horado : éste por el dolor de la mordedura, y
aquél por el dolor causado en los dientes". Esaú no quiere al
principio recibir los animales de regalo que le había enviado
adelante Jacob (§ 2349) ; pero al fin aceptó dicho obsequio, an-
te la insistencia de éste, que le manifiesta que ha visto su cara
"como quien ve la de un elohim (un dios)", porque lo ha aco-
gido favorablemente (33, 10) — ^ lisonja oriental, anota L.B.d.C,
que contiene nueva alusión al sentido del nombre Penuel. Esaú
se ofrece a acompañar a su hermano ; pero éste, desconfiado,
temiendo que aquél cambie su trato benevolente, rehusa el
ofrecimiento alegando que su caravana prosigue muy lenta-
mente, porque sus hijos son chicos y delicados, y además lle-
va animales de cría cuya marcha no es posible acelerar, so pe-
na de hacerlos perecer : "Pase, pues, mi señor, delante de su
siervo, que yo avanzaré lentamente al paso del rebaño que lle-
vo ante mí, y al paso de los niños, hasta que llegue a casa de
mi señor, en Seir" (v. 14).
2358. Dos cosas son de notar en esta respuesta humillan-
te: 1° que según vimos (§ 2312; Gén. 27, 29), Isaac, por inspi-
ración divina, al bendecir a Jacob, le había dicho, entre otros
vaticinios : "¡ Sé el señor de tus hermanos, y póstrense o inclí-
nense ante ti los hijos de tu madre!". Pero ahora resulta que el
tal vaticinio se cumplió al revés, pues fué Jacob el que se pos-
tró y se humilló ante Esaú, en la forma más servil imaginable,
cuyoi rostro le parece como el de un dios, y al que trata lla-
mándolo repetidamente "mi señor". Nota además Reuss, que
160
EL PATRIARCA JACOB
"la conducta más bien abyecta que modesta de Jacob hacia
Esaú, acusa una concepción bien diferente de aquella que le
hace luchar victoriosamente con Dios". La ortodoxia no se
intimida ante este fracaso de las profecías inspiradas por Yah-
vé, fracaso al que le busca una explicación a su paladar, y así
Scío escribe: "Eli cumplimiento de las promesas hechas a Ja-
cob sólo se verificó en sus descendientes, y su mayor grandeza
fué la de que de su posteridad había de nacer aquél en quier
serían benditas todas las naciones de la Tierra. Fuera de es-
to, las grandezas que Dios da en esta vida a sus escogidos y
amigos, son aflicciones, que los hacen tanto mayores, cuanto
ellas más crecen y se aumentan. Mas por el contrario, la glo-
ria de los que, como Esaú. no tienen parte en la elección de
Dios, es como una flor, que dura pocos días, y se marchita y
seca a los primeros ardores del Sol. Dios en esta vida los col-
ma de honores y de riquezas, reservándolos para que en la otra
prueben todo el rigor de su justicia". Como se ve, estos bue-
nos señores ortodoxos han inventado un Dios que se compla-
ce en el mal y en el dolor, que a sus amigos los aflige en este
mundo, y a los que no lo son, los mortificíD en el otro mundo,
también de la invención de ellos. 2° La segunda observación
que merece el citado texto de J, es que Jacob le asegura a
Esaú que, aunque con lentitud, irá tras él hasta "la casa de mi
señor en Seir", o sea hasta Edom, y esa promesa nunca se
cumplió a estar al relato posterior. En efecto, Jacob se esta-
bleció después en Sucot, al Este del Jordán, entre este río
y Penuel (Jue 8, 4-9), donde se construyó una casa e hizo
también para su ganado chozas o galpones, lo que el narrador
deduce de la etimología de Sucot (chozas, v. 17). Allí debió el
patriarca permanecer muchos años, pues sus hijos que eran
pequeños, cuando el encuentro con Esaú, aparecen en el capí-
tulo siguiente como adultos, con hijas casaderas, y guerreros
que asesinan los habitantes de una ciudad y luego la saquean
(cap. 34). De Sucot pasó Jacob a Siquem, en el centro de Pa-
lestina, donde compró el lote de tierra en que había fijado sus
tiendas, y donde erigió un altar .que llamó El - Elohé - Israel
(vs. 18 - 20). De Siquem partió a Bethel y luego a Hebrón (35,
6, 16, 27), para terminar finalmente en Egipto (caps. 46 y 47) ;
pero no existe mención alguna de que Jacob haya ido nunca
EL PATRIARCA JACOB
161
a Seir. Reuss expresa que Jacob jamás tuvo la intención de
ir en esa dirección, por lo que le mintió a sabiendas a su her-
mano. Y como cada uno de ellos marchó por su lado — el uno
a Edom y el otro a Canaán — infiere aquel exégeta que "el
sentido de este mito es que los dos hermanos (los dos pueblos)
quedarán definitivamente separados, y que no habrá ya más
discusión entre ellos relativamente a sus establecimientos".
2359. Con respecto al altar erigido por Jacob en Siquem
(33, 20) y al que le puso el nombre de El - Elohé - Israel, ("El
es el dios de Israel") recuérdese lo dicho en § 92, 462, 626 y
2259. L.B.d.C. entiende que el texto parece indicar que se tra-
taba primitivamente de una estela, agregando que tanto las es-
telas como los altares podían recibir el nombre de una divini-
dad (Ex. 17, 15; Jue. 6, 24; Gén. 35, 7), porque se los consi-
deraba como la residencia o el cuerpo visible del dios. En
cuanto al relato de Gén. 34 encierra dos tradiciones distintas
que, armonizadas por el redactor, buscan explicar un hecho
probablemente ocurrido en la época de la conquista de Ca-
naán, que consistió en que las tribus de Simeón y de Leví' ata-
caron traidoramente a Siquem, mataron sin cuartel a sus ha-
bitantes y la saquearon ; pero habiéndose atraído las represa-
lías de los cananeos, fueron casi totalmente aniquiladas (§ 561,
2055). No es fácil separar en todos sus detalles cada una de las
referidas tradiciones, separación que, en opinión de L.B.d.C,
sería como sigue: "Según una (J), Siquem rapta a Dina y la
viola ; pide luego casarse con ella, a lo que se oponen los hi-
jos de Jacob si el raptor no se hace circuncidar; Simeón y Le-
ví aprovechan su estado de debilidad para matarlo con su fa-
milia y saquear su casa. Según otra tradición (E), Siquem
hace pedir la mano de Dina por Hamor. su padre ; éste al mis-
mo tiempo ofrece a la familia de Jacob que se fusione con
el pueblo de Siquem; los hijos de Jacob aceptan a condición
de que todos los siquemitas se hagan circuncidar ; pero duran-
te la enfermedad de éstos a causa de la operación, los hijos de
Jacob matan a todos los hombres adultos, y se apoderan de
las mujeres y de los niños, así com.o de todas las riquezas de
la ciudad".
2360. Varios detalles muestran que el redactor trató de
soldar esos relatos no concordantes, sin preocuparse mayor-
162
EL PATRIARCA JACOB
mente de las inverosimilitudes y de los anacronismos en que
incurría. Así, p. ej.: 1^ se dice que los hijos de Jacob, al re-
gresar del campo, y saber el estupro cometido en la persona
de Dina, se indignaron por "la infamia que Siquem había co-
metido en Israel" (v. 7), empleando el narrador este último
nombre como el de un pueblo, cuando aún éste no existía, nom-
bre mismo de muy reciente data (32, 28), o inexisíonte, según
otro documento, P, (35, 10). 2^ Se afirma que ios siquemiías
eran incircuncisos, cuando probablemente se circuncidaban co-
mo lo:'. demás cananeos, por lo que en el A. T. sólo se llaman
incirc-i.ncisos a los filisteos. Además, sólo P hace remontar la
circuncisión a Abraham (17.9-14; § 2282-3), pues según J
esa práctica se introdujo entre los hebreos por Séfora, mujer
de Moisés (Ex. 4, 24 -25; § 90, 138), y según E el tal rito es
posterior aún, pues se hace proceder de Josué (Jos. 5, 2), aun-
que se le agregó a. este versículo las palabras "de nuevo" y
'"por segunda vez", para conciliar dicho texto con los citados.
3° Dina, cuando la petición matrimonial de Hamor, está con
su familia, según E, (v. 17), mientras que para J aquélla per-
manecía en casa de su raptor (v. 26). 4^ J expresa que Simeón
y Leví, o sea dos hombres solos, mataron todos los varones
adultos de una ciudad, hecho inverosímil aunque éstos estu-
vn'eran recién circuncidados ; E da a entender que esa matan-
za, como el saqueo siguiente, fué obra de todos los hijos de
Jacob (vs. 25 - 29). No hay por qué insistir en lo que represen-
ta del punto de vista moral que los hijos de un favorecido de
Vahvé (hoy Dios universal), — quien recibía de esa divinidad,
revelaciones constantes a pesar de sus truhanerías, — perso-
nas que debieran ser modelos de religiosidad y de bondad,
fueran en la vida práctica unos asesinos y bandidos, que aJ
respecto nada tenían que envidiar de los más perversos ca-
naneos. Pero recuérdese que estamos en el terreno de los mi-
tos, y que los narradores, que reflejaban las costumbres bár-
baras de su época, no vacilaban en atribuir a sus personajes,
como a su dios mismo (§ 377-379), tales hechos desdorosos
e inhumanos. Aquí, en este caso, el dios, a pesar del crimen
odioso cometido contra los siquemitas, no dejó de favorecer a
los bárbaros agresores, pues cuando éstos partieron de aqueJ
paraje, "Elohim inspiró terror a las ciudades comarcanas, de
EL PATRIARCA JACOB
163
modo que los hijos de Jacob no fueron perseguidos" (35, 5 ;
§ 762. 764). Reuss se inclina a pensar que éste es un mito des-
tinado a poner en relieve el principio que los israelitas no de-
bían en manera alguna aliarse con los cananeos, sino más bien
exterminarlos ; lo mismo que entiende que la versión que ha-
bla de la violación de Dina, ha querido alegar circunstancias
atenuantes de la matanza y saqueo siguientes.
2361. El capítulo 35 de Génesis está formado con frag-
mentos de E y de P (salvo los vs. 21 y 22 que son de J). En
su primera mitad, — que es la única de que nos ocuparemos,
— se narra una revelación de Elohim a Jacob en Siquem, por
la que se le ordena que suba a Bethel; y luego — fviera de la
mención de la muerte de Débora (v. 8), — se repiten dos su-
cesos ya referidos, a saber: a) el origen del santuario de Be-
thel (§ 2327 - 8) ; y b) el que Yahvé le cambió a Jacob su nom-
bre por el de Israel (§ 2350, 2356). La citada revelación y sus
consecuencias se exponen en esta forma : "1 Elohim dijo a
Jacob : "Levántate, sube a Bethel, establécete allí y erige un
altar al Elohim que te apareció cuando huías de tu hermano
Esaú. 2 Entonces dijo Jacob a su familia y a todos los que con
él estaban: "Quitad los dioses extraños que están en medio de
vosotros; purificáos y cambiad de vestidos. 3 Luego nos le-
vantaremos y subiremos a Bethel, y allí erigiré un altar aL
Elohim que me escuchó en el día de mi angustia, y que ha es-
tado conmigo durante el viaje que he efectuado". 4 Ellos die^
ron a Jacob todos los dioses extraños que tenían en su poder
y los zarcillos (1), que llevaban en las orejas, y ios soterró
Jacob bajo el terebinto (o la encina) existente cerca de Si-
quem". 6 Jacob con toda la gente que con él estaba, llegó a
Luz, hoy llamada Bethel, en el país de Canaán. 7 Edificó allí
un altar, y llam.ó a ese lugar Bethel, porque era allí que
Eiohim se le había aparecido, cuando iba huyendo de su her-
mano.
2362. Como vemos, el redactor se muestra empeñado eu
demostrar que el antiguo santuario de Bethel, — de origen ca-
naneo, — era bien de procedencia yahvista, porque allí se le
(1) En los países del Río de la Plata, a los zarcillos les llamanioa
caravanas.
164
EL PATRIARCA JACOB
habia aparecido o revelado Yahvé al patriarca Jacob. Con tal
fin, repite que éste le dió a dicho lugar el nombre de Bethel
(v. 7), lo que había hecho anteriormente (28, 19), sin prestar
atención a que en los vs. 1 - 3 ya considera establecida y conoci-
da tal denominación. Pero este relato sirve para comprobar una
vez más que por lo menos una parte del primitivo pueblo de
Israel era politeísta, y que el culto de Yahvé fué una religión
importada en esa parte del pueblo compuesta por tribus idó-
latras (§ 343-353: Gén. 31, 19. 30-35; Jos. 24, 2). Es inten-
sante notar este rasgo del mito : Jacob, antes de consagrar to-
dos los suyos al nuevo culto, les ordena cjue abandonen los
otros dioses no - yahvistas que poseían, y que se purifiquen y
cambien de vestidos, para ir luego a erigir un altar al Elohim
que se le había aparecido cuando huía de Esaú, y que luego Jo
había ayudado hasta aquel momento. "Es regla general en las
religiones antiguas, anota L.B.d.C, que al aproximarse a un
dios, se deben apartar todos los efluvios profanos — y espe-
cialmente los elementos colocados bajo la acción de otras di-
vinidades — que uno pudiera llevar consigo: por esto Hay que
quitarse las sandalias, y cambiarse o por lo menos lavar los
vestidos (cf. Ex. 19, 10, 14; Lev. 16, 26; Núm. 8. 7)". Este
hecho es una de las tantas manifestaciones de la mentalidad
materialista de los pueblos primitivos, para quienes las cuali-
dades morales son cosas que se adquieren por contacto y se
eliminan por abluciones, purificaciones, etc., o se transmiten
a otros seres, como al chivo emisario de Israel (Lev. 16, 21,
22, 26; nuestra Introducción, § 125, 160- 170). No deja de ser
curiosa la siguiente enseñanza que encuentra el ortodoxo pro-
testante H. B. Pratt, al comentar el citado v. 2 de Gén. 35:
"Evangélicos he visto y no muy pobres, que ;ni siquiera saben
mudar sus vestidos en el "honorable" día del Señor, para ir a
la casa de Dios y tomar parte en su culto! Esio es un descui-
do fatal" (Génesis, p. 386). En cuanto al entierro que hizo Ja-
cob de los dioses y hasta de los zarcillos o caravanas ([ue le
entregaron sus familiares y demás acompañantes (v. 4), opi-
na L.B.d.C. respecto a lo último, que "los zarcillos (llamados
en siríaco cosa santa) eran amuletos, como las joyas en ge-
neral, que se llevaban cuando se iba a un santuario (Os. 2,
13; cf. Ex. 11, 2; 32. 2, 3; 35, 5-6), sea para santificarse, sea
EL PATRIARCA JACOB
165
para reavivar la eficacia del talismán. Esa costumbre aqui pa-
rece condenada, quizá porque esas alhajas llevaban a menudo
el emblema de un dios extranjero". Entiende L.B.A. que los
pendientes o caravanas eran primitivamente amuletos destina-
dos quizá a preservar las orejas de los sonidos y las oalabras
nefastas.
2363. Aíenciónase luego inopinadamente la Uiuerte de
Dé]>ora. nodriza de Rebeca, que había venido cju ésta a Ca-
naán. 60 años atrás, acompañándola cuando su •asamionto con
Isaac (24, 59). Como el redactor ha mezclado en su relato
fragmentos de varios documentos, sugiere L.B.d.C. que el
V. 14 que primitivamente debió decir: "Jacob erigió una estela
de piedra sobre la cual hizo una libación y derramó aceite",
f-ste versículo en el texto de E probablemente se referiría a
una estela erigida sobre la tumba de Débora, siendo la liba-
ción y la unción una ofrenda funeraria, dado que los dones de
alimentos y bebidas a los muertos se usaban entre los judíos,
igualmente que entre los babilonios, árabes, griegos y otros
pueblos (Deut. 26, 14; Sir. 7, 33; 30, 18; Tob. 4, 17). Des-
pués de la noticia de la muerte de Débora, sigue un trozo de
P (reconocible porque hace regresar a Jacob de Padán- Aram),
en que se explica de distinto modo el cambio de nombre de
este patriarca. Aquí nada de lucha con Yahvé, sino que sim-
plemente Elohim se le aparece otra vez a Jacob a su regreso
de Padán -Aram, lo bendice, y sin más le manifiesta: "10 Tu
nombre es Jacob; pero ya no serás llamado Jacob, sino que
tu nombre será Israel". Y para c]ue no dude cjuien es el que
efectúa aquel cambio, agrega el dios: 11 "Yo soy el Shaddai.
Sé fecundo y multiplícate. De ti nacerá un pueblo y hasta un
conjunto de pueblos, y reyes saldrán de tus ríñones. 12 El
país que di a Abraham y a Isaac, a ti te lo daré y a tu poste-
ridad". 13 Entonces lo dejó Eiohim, elevándose por encima de
é!, en el lugar donde le había hablado". Y después de la refe-
rida erección de la estela, Jacob dió a aquel lugar el nombre
de Bethel (v. 15). Aquí se ve, sin lugar a dudas, cómo han
sido utilizados por el redactor distintos documentos que ex-
presaban la misma cosa, aunque en distintas circunstancias:
cambio del nombre Jacob por el de Israel, y denominación de
Bethel al lugar donde a ese patriarca se le apareció un dios,
166
EL PATRIARCA JACOB
que aquí es El Shaddai transformado más tarde en El Todo-
poderoso, epíteto luego aplicado a Yahvé (§ 92). La mayor
bendición para los judíos era tener numerosa prole; pero aquí
la orden divina: "Sé fecundo y multiplícate", llegó tarde, es
-decir cuando Jacob ya era padre de 12 hijos nacidos en Padán -
-Aram (vs. 23 -26), según P, y después no tuvo ninguno más,
aunque, según E, el último: Benjamín, nació en Canaán
(vs. 16-20; § 2338). En cuanto a la predicción de que de
Jacob nacería un conjunto de pueblos, está aún por realizarse.
El V. 12 en el que Yahvé anuncia a Jacob que le dará el terri-
torio de Palestina a él y sus descendientes, le sugiere a Kre-
glinger esta observación: "Los términos mismos de ese ver-
sículo prueban que la leyenda de Jacob fue en un principio
por completo independiente de la de Abraham y de Isaac, que
nacieron en otra parte ; si se tratara de una historia seguida
y de un mismo pueblo, no hubiera podido ser cuestión de dar
nuevamente a Israel lo que ya había sido acordado a sus an-
tepasados y debía, por lo tanto, pertenecerle" (La Reí. d'Isr.
p. 116). Recordemos finalmente que la partida del dios, des-
•pués de sus apariciones, se efectuaba elevándose a la bóveda
celeste, como lo hizo con Abraham (17, 22; Jue. 6, 21 ; 13, 20).
La finalidad del mito está clara : reiterar una vez más que
la Palestina pertenecía al pueblo de Israel por derecho divino,
en virtud de una donación de su dios nacional, i Lástima gran-
de que Inglaterra, tan saturada de Biblia, olvide esa dona-
ción, y se niegue a devolver hoy (mayo de 1946) a los judíos
-su patria secular, que con tanta insistencia y justicia la
reclaman !
2364. El cap. 36 del Génesis está totalmente consagrado
;a Esaú y sus descendientes (§ 2321, 2322). Algunos autores
modernos lo consideran como formando parte — con otros
trozos del Génesis, como los capítulos 14, 34, 38 y parte del
19 y 35 — , de un documento de origen edomita, que se indica
por la letra S, inicial de Sur y de Seir, documento que co-
rrespondería en sus grandes líneas a J\ y que dataría de la
época de Salomón. Este capítulo — del que resulta que los
-edomitas, por su antepasado Esaú, tienen el mismo origen
-que los ammonitas, moabitas e israelitas — , es interesante,
«ntre otras cosas, porque comprueba una vez más la false-
EL PATRIARCA JACOB
167
dad de. la hipótesis del origen mosaico del Pentateuco. En
efecto, en los vs. 31 -39 se da una lista de reyes que reinaron
en Edom "antes que reinara allí un rey israelita" (v. 31), y
no "antes que reinase un rey sobre los israelitas" o sea antes
de Saúl, como generalmente se traduce. Se trata, pues, de
un documento que hace referencia a sucesos posteriores por
lo menos en tres siglos a la presunta época en que vivió
Moisés, o sea, que alude a David, conquistador del país de
Edom (II Sam. 8, 13, 14). Como dice L.B.d.C: "la conquista
israelita y no la fundación de la monarquía en Israel, es lo
que marca una fecha en la historia de Edom". Pero este
relato que echa por tierra la hipótesis de que pudiera ser
Moisés el autor del Génesis, no perturba a la ortodoxia, como se
ve por las siguientes líneas del obispo Scío : "Parece que los
que reinaron en la tierra de Edom, fueron después de la muer-
te de Moisés. Mas no por esto se infiere que Moisés no es-
cribió el fin de este capítulo, y que fue añadido por algún
otro historiador sagrado, que probablemente pudo ser Esdras.
Porque Moisés previo muy bien que reinarían en Edom des-
pués de sus días, como previó también que habría reyes en
Israel". Scío se engloba aquí entre los intérpretes que, según
su propia expresión "dicen que Moisés habló por espíritu pro-
fético, como que sabía por revelación que los israelitas ten-
drían reyes". Lo que hay es que esa revelación no se limitó a
hacerle saber a Moisés que Israel sería más tarde monarquía,
sino que la divinidad se encargó además de darle los nombres
de los ochos reyes que reinaron, del orden en que se sucedie-
ron, de sus ciudades capitales, de los nombres de sus padres,
pues el gobierno do era hereditario ; detalles interesantes co-
mo el de Hadad, hijo de Bedad (v. 35), de quien se dice no
que batiría a los madianitas, algo así como suceso futuro, sino
como hecho pasado, a saber, que "batió a Madián en el campo
de Moab", y el de otro Hadad o Hadar, de quien se expresa que
**su mujer se llamaba Mehetabel, hija de Matred, hija de
Me - Zahab". Todo esto se lo reveló por anticipado Yahvé
a Moisés, para que nos lo hiciera saber, según Scío. ¡Oh sancta
simplicitas! Con respecto al último Hadad citado, opina
L.B.d.C. que probablemente fuera padre o abuelo del Hadad
"de raza real edomita" que libertó a su país bajo Salomón
168 EL PATRIARCA JACOB
(I Rey. 11, 14-22, 25). L.B.A. cree que como no se men-
ciona su muerte, a la inversa de los demás reyes nombrados
debería vivir aún, cuando escribía el autor, por lo que se tie-
nen detalles más precisos sobre su familia, que indican evi-
dentemente un documento de origen edomita.
2365. Es también digno de notarse que en la citada lista
de ocho reyes edomitas, figura uno con el nombre de Baal -
Hanan, (vs. 38, 39), que significa "Baal perdona", lo que
iiulica que el baalismo era una religión extendida en Edom
En cuanto a la lista de jefes de Edom, ordenados según sus
clanes y sus territorios (vs. 40-43), refleja indudablemente
a JUICIO de L.B.d.C, la organización del pais edomita en épo-
ca relativamente reciente. Debe notarse que esta última lista
procede de otro documento, P, que no sólo no coincide con
las listas repetidas anteriormente por dos veces, a saber en
los vs. 10-14 y en 15-19 (véase además § 2321, 2322) ¡ino
que algunos de los que en aquélla figuran no tienen el mismo
sexo que en las de éstas, como p. ej.: Aholibama, que apa-
rece como mujer de Esaú (vs. 2, 5), es un jefe o caudillo en
el documento P (v. 41), y Timna. concubina de Elifaz, es otro
jefe en el citado P (v. 40). En cuanto a las dos aludidas
listas de 10 - 14 y de 15 - 19 concuerdan en los nombres de
las tres esposas de Esaú: Ada, Basemat y Aholibama u
Ohohbama; en los nombres de los hijos de ellas, a saber-
de Ada, Elifaz;. de Basemat, Reuel ; y de Aholibama, Jeús
o \ eus, Jalam o Yalam, y Coré o Korach ; y en los nombres
de los nietos de Elifaz. Temán, Omar, Cefo, Gatam y Kenaz ;
y de Ruel: Nahat, Zerá, Shammá y Miza. Además en eí
V. 12 se nombra a Amalee como hijo de Elifaz habido de su
concubina Timna, versículo que L.B.d.C. considera una adi-
ción. Ahora bien, observa L.B.A. que si se quita Coré del
V. 16, — que no está en el texto samaritano, y cuyo verda-
dero lugar está en el v. 18 — , y Amalee, que no tiene la
misma relación con Esaú que los otros, quedan doce nombres
de jefes de tribus. Así el pueblo edomita se dividía en doce
tribus, como los israelitas, los ismaelitas (25, 13-16) y los
descendientes de Nacor (22, 20-24). Si Abraham era Consi-
derado como el antecesor de los semitas del Sur, israelitas y
edomitas, a la vez que de los del Este, árabes, en cambio a
EL PATRIARCA JACOB
169
Nacor se le consideraba como el antepasado de los semitas
del Norte, o sea, los árameos. Pero nótese como en todas
estas genealogías de pueblos, personificados en individuos,
predomina el número sagrado doce cuyo valor simbólico quizá
proviniera de los doce meses del año solar (Apoc. 22, 2). Ob-
serva el Dic, Encyc, en su artículo Nombre, que desde muy
antiguo se miraba entre los hebreos como importantísimo el
que hubiera 12 tribus israelitas, puesto que a despecho de las
sustracciones o adiciones que pudieron producirse, se trató
de mantener intacto aquel número ; y así, cuando desapa-
rece una tribu, como la de Leví, se crea artificialmente otra,
subdividiendo la de José en Efraim y Manasés (Núm. 1,
4-16). Lo mismo ocurrió al comienzo del cristianismo, cuan-
do después de la muerte df. Jesús se juzgó que el problema
más urgente a resolver era el de designar un duodécimo após-
tol en reemplazo de Judas (Marc. 3, 14; Mat. 19, 28; Act. 1,
15-26).
2366. Después del nacimiento de Benjamín, — que E
lo sitúa cerca de Efrata, en Canaán (§ 2338) — , y la subsi-
guiente muerte de Raquel, sobre cuya tumba erigió Jacob
una estela o piedra del recuerdo, (35, 16 - 20) destinada pro-
bablemente a hacer sobre ella libaciones, como cree Lods
(Isr. p. 262; § 2363), el patriarca se instala con sus hijos en
Hebrón y Beerseba, en la Palestina meridional, donde habían
morado Abraham e Isaac (37, 1). A partir de ese momento, el
redactor del Génesis deja de lado a Jacob, para ocuparse
casi exclusivamente de su hijo José, — salvo el cap. 38 des-
tinado por completo a narrarnos un episodio de la vida de
Judá — , por lo que estudiaremos en el capítulo siguiente la
vida novelesca de José, con cuyo relato se termina el primer
libro del Pentateuco. (1)
(1) Per error en la numeración de los párrafos, después del 2366
viene el 2637, no existiendo, por lo tanto, los párrafos 2367 al 2636.
CAPITULO V
El patriarca José
ANTECEDENTES DE LA HISTORIA DE JOSE. —
2637. Aunque en la Biblia hebrea no se encuentre la palabra
patriarca, la aplicamos a José, porque en el lenguaje religioso
usual, con ella se designa a los antepasados de Israel, desde
Abraham hasta Moisés. En el Nuevo Testamento se la emplea
con más amplio sentido, pues no sólo se les da tal denominación
a los 12 hijos de Jacob (Act. 7, 8, 9), sino a personajes desco-
llantes como David (Act. 2, 29). En cuanto al nombre de José
(§ 2339) conocido por lo menos desde el siglo XVI a. n. e., para
distinguir ciertas ciudades o poblaciones de Canaán (§ 19, 24),
era el de las tribus que ocuparon el Norte de Palestina, por
oposición a Judá, o sea, el de las tribus del Sur. Opina Meyer
que esos grupos de tribus, separadas geográficamente, fueron
en su origen independientes y entraron en Palestina por dos
distintas fronteras. El esquema corriente de los doce hijos de
Jacob no puede haberse constituido sino en la época real. Es
seguro que las tribus de José, ya estaban instaladas en la mon-
taña de Efraim, en el centro de Canaán. en el siglo XIII y
probablemente provenían de las montañas de la Transjordania.
*'Su paso del Jordán, cerca de Jericó, y su conquista de esta
ciudad fueron trasportadas ficticiamente más tarde, en honor
de todo el pueblo israelita, que se supuso reunido para esta
empresa" (R. WEILL, p. 17). Por eso en la literatura hebrea
se usa a veces el nombre de José para designar el reino del
Norte, y la aludida separación de Judá explica la rapidez v
la persistencia del cisma. De ahí las palabras que se atribuyen
al pueblo, dirigidas a Roboam : "¿Qué obligación nos liga (o
qué ten "-^-ios que ver) con David? Nada tenemos de común con
el hijo C-: Isaí. ¡A tus tiendas, Israel!", — o sea, a tus tiendas,
tri! US (> José (I Rey. 12, 16; § 1914).
EL PATRIARCA JOSE
171
2638. Estos antecedentes bastan para hacernos compren-
der las tradiciones que se fueron formando sobre el legendario
antecesor José, en cuya historia entraron relatos novelescos, to-
mados algunos de literaturas extranjeras, como la acusación
cahmiuiosa de la mujer de Potifar, que probablemente viene
del cuento egipcio de Los dos hermanos. Meyer, que no admite
la realidad histórica de la estada de los israelitas en Egipto,
considera que la hermosa composición de la novela de José,
enteramente artificial, fué forjada como pieza esencial de la
síntesis narrativa del primer redactor de conjunto de los orí-
genes nacionales, pues ese compilador inteligente y de gran ta-
lento literario, trató de armonizar la leyenda de los patriarcas
fundadores con el relato de la ocupación verdadera del país en
época ulterior, e hizo la historia de la estada en Egipto para
permitir al pueblo de la fabulosa primera instalación en Pales-
tina, salir de allí a fin de que^ tuviesen la posibilidad de volver
a dicho país cuando la conquista histórica (R. WEILL, p. 13).
Sea esto como fuere, lo cierto es que la historieta de José sirve
de nexo entre el relato de la morada de los patriarcas Abraham,
Isaac y Jacob en Canaán, y la existencia de sus descendientes
en Egipto, que origina más tarde la obra liberadora de Moisés,
preliminar de la conquista palestina (§ 343-348).
UNA COMEDIA EN CINCO ACTOS. — 2639. Las
tradiciones sobre la personalidad de José fueron recogidas en
ios documentos J y E con notorias variantes, según en seguida
veremos (§ 2645) ; pero amalgamando sus distintas partes, el
redactor formó una interesante y conmovedora narración, que
puede dividirse en los siguientes cinco cuadros o actos y un
epílogo :
1er. ACTO. — José es vendido por sus hermanos. José, de
17 años de edad, siendo el hijo preferido de Jacob, por haberlo
tenido en su vejez de su amada Raquel, recibió de su padre una
túnica larga o de muchos colores, que contribuyó a aumentar
la aversión que ya sentían sus hermanos hacia él, porque le da-
ba malos informes sobre la conducta de éstos. Ese odio frater-
nal se fué aumentando a causa de los siguientes sueños que les
manifestó José que había tenido: a) "Estábamos atando gavi-
llas en el campo, y he aquí que se levantó mi gavilla, se tuvo
172
EL PATRIARCA JOSE
derecha, y entonces vuestras gavillas se postraron ante ella"
(37, 6, 7). b) "El sol, la luna y once estrellas se postraban ante
mi"' (37, 9). Estos sueños (1) que daban a suponer que José
tendría predominio sobre su familia, impulsaron a sus herma-
nos a desembarazarse de él cierta vez que, por mandato de su
padre, fué a verlos cuando apacentaban los ganados, a grin dis-
tancia de la casa paterna, y después de haber pensado en ma-
tarlo, decidieron, por consejo de uno de ellos, echarlo en una
cisterna vacía del desierto, luego de haberlo despojado de la
referida túnica, regalo de Jacob. Como acertó a pasar por allí
una caravana de traficantes que iban a Egipto a vender ge ma,
bálsamo y resinas, lo vendieron como esclavo, y así José fué a
parar a aquel país. Los hermanos vuelven a casa de su padre, a
quien entregan la túnica de José, y Jacob prorrumpe en lamen-
taciones, suponiendo que una bestia feroz había devorado a su
amado hijo.
2640. 29 ACTO. — Peripecias de José en Egipto, como
esclavo, — Los caravaneros, al llegar a Egipto, venden el
joven a un personaje llamado Potifar, cuya casa prosperó
desde la entrada de José en ella, dado que Yahvé lo -ayudaba
y bendecía, por lo que su amo le confió la administración de
la misma. Pero la mujer de Potifar se enamoró del joven y
hermoso esclavo, al que hizo proposiciones deshonestas, que
fueron resistidas por José, y entonces la desairada mujer, irri-
tada, lo acusó calumniosamente a su marido, de haber querido
violarla. Este tema de la mujer casada que trata vanamente
de seducir a un joven, se encuentra no sólo en el mencionado
cuento egipcio de Los dos hermanos, sino también en otras
literaturas, como en la griega: caso de Fedra, mujer de Teseo,
que acusa falsamente de incesto a su hijastro Hipólito, lo que
les sirvió a Eurípides, Séneca y Racine de argumento para
celebradas tragedias. Enfurecido Potifar contra José, lo arro-
ja a la cárcel, donde ayudado siempre por Yahvé, gana la
confianza y estima del alcaide de la prisión, quien le confio el
(1) Ob<;erva Reuss que el hecho de que esta historia, en todas sus
fases, se hace depender de sueños, ya nos predispone a considerarla co-
mo algo facticio (I, p. 107 - b).
EL PATRIARCA JOSE
173
cuidado de todos los presos que allí había. Entre ellos esta-
ban el copero y el panadero del faraón, quienes en la misma
noche tuvieron sueños, que supo interpretar José, gracias a
Yahvé, ya que, según ét, a Elohim (Dios) pertenece la inter-
pretación de los sueños (Gén. 40, 8; § 476 - 488). Nota L.B.d.C.
que "para los egipcios la interpretación de los sueños era
una ciencia, mientras c^ue para el escritor sagrado no se la
puede obtener sino por revelación divina". El sueño del co-
pero era éste : Vió una vid con tres sarmientos, cuyas flores
salían, apenas brotaban las yemas, y cuyos racimos producían
uvas maduras. José le explicó que el sueño significaba que
dentro de tres días el faraón lo restituiría en su cargo y vol-
vería por lo tanto a ejercer sus antiguas funciones. En re-
compensa le ruega que, al salir, lo recuerde al faraón y le
pida que lo saque de la prisión donde estaba injustamente
encerrado. Parecido fué el sueño del panadero : Vió que lle-
vaba sobre la cabeza tres canastos con delicados pasteles (o
con pan blanco, según las versiones), siendo los del canasto
superior destinados al faraón; pero los iban comiendo los pá-
jaros. He aquí la interpretación de ese sueño, dada por José :
"Los tres canastos representan tres días, dentro de los cuales
levantará el faraón tu cabeza: te colgará de la horca, y los pá-
jaros comerán tu carne" (40, 9-19). Los sueños se cumplie-
ron ; "pero el jefe de los coperos no se acordó de José, sino
que se olvidó de él" (v. 23). Como escribe un autor: el inte-
rés de los lectores u oyentes queda en suspenso.
2641. Ser. ACTO. — La elevación de José. — Pasan dos
años, y es ahora el faraón quien tiene un sueño doble que
lo perturba, por lo que hace llamar a todos los magos de Egip-
to y a todos sus sabios ,(1) a quienes se lo refiere; pero
no hay ninguno que se lo pueda interpretar. Entonces recuer-
da el jefe de los coperos lo que le había pasado con José y se
(1) "A todos los escribas de Egipto y a todos sus sabios, dice
Humbert; la expresión empleada aquí por el elohista nos parece que
es la exacta transposición hebraica de una expresión paralela egipcia
utilizada en el cuento de Los dos hermanos: "Se hizo venir a los
escribas y a los sabios de Faraón y le dijeron..." (Papiro de Orbiney,
pl. XI, 1. 4). La designación técnica y popular de los sabios egipcios
174
EL PATRIARCA JOSE
lo cuenta al faraón, quien de inmediato envía a buscar a
éste para que le explique su sueño, el que, según su relato,
era como sigue : "Estaba yo de pie a orillas del Nilo, y he aquí
que de él salían siete vacas gordas y hermosas, que se pusie-
ron a comer la yerba de los pantanos. Tras ellas salieron
otras siete vacas tan íeas y flacas, como nunca he visto otras
tales en el país de Egipto. Las vacas magras y feas devoraron
a las siete primeras vacas gordas, y aunque éstas hubiesen
pasado al vientre de aquéllas, nadie se apercibía de ello, pues
tenían un aspecto tan miserable como antes. Y desperté. En
un nuevo sueño, vi después siete espigas llenas y hermosas, que
salían de una sola caña. Y siete espigas vacías, delgadas y
quemadas por el solano, brotaron tras aquéllas, y las espigas
delgadas se tragaron a las siete espigas hermosas" (41, 17 - 24).
Nota L.B.d.C. que en el sueño faraónico las vacas salen del
Nilo, porque éste es la fuentf; de la prosperidad de Egipto.
José expresa al faraón que los dos sueños tienen el mismo
significado, a saber: las siete vacas gordas, como las siete
espigas llenas, representan siete años de abundancia, tras los
cuales vendrían siete años de hambre y miseria, figurados por
las vacas magras y las espigas vacías. Pero además de esta
interpretación, José propone al soberano que tome medidas
para juntar todos los víveres que se produzcan durante los
años prósperos, a fin de prevenir las consecuencias desastrosas
que se seguirían. El faraón encuentra aceptable la explicación
de los sueños y el plan propuesto, y nombra a José goberna-
dor de la Casa Real y de todo el Egipto, a la vez que le
cambia de nombre y lo casa con una rica heredera, que le
dió dos hijos: Manasés y Efraini. Los hechos ocurrieron como
había pronosticado José, y cuando llegaron los años terribles,
José abrió los graneros donde había juntado todo el trigo,
el que vendió a los egipcios y a los de países extranjeros, pues
1^ carestía era general.
2642. 49 ACTO. — El primer viaje a Egipto de los
era, pues, tan bien conocida en Palestina que naturalmente venía a la
pluma del narrador elohista, lo que a la vez prueba que había estrecho
contacto entre los medios literarios de Israel y los profesionales de ta.
Sabiduría egipcia" (Recherches, p. 176).
EL PATRIARCA JOSE
175
hermanos de José. — Entre los extranjeros que acosados por
el hambre acuden a Egipto en procura de sustento, aparecen
un día los hermanos de José, menos Benjamín, el menor, (|i:e
había quedado con su anciano padre. Al presentarse ante José,
a quien no reconocen, éste, que en seguida se dió cuenta de
quienes eran, los trató con dureza, para hacerles sentir su
pasada falta, y alegando que son espías, los hace aprisionar.
Al cabo de tres días los pone en libertad, y les permite regre-
sar a su país con la condición de que han de traer a Benja-
mín, guardando mientras tanto como rehén a Simeón. José
ordena que en cada una de sus nueve bolsas de trigo, se les
coloque el dinero que habían traído para comprar ese cereal,
y de ahí la sorpresa de ellos, cuando al abrirlas lo encontra-
ron, lo que los hace exclamar: "¿Qué es lo que Dios nos ha
hecho?" (42. 28).
2643. 5^ ACTO. — El segundo viaje a Egipto. — Jacob
se niega terminantemente a dejar marchar a Benjamín, hasta
ciue arreciando el hambre, consiente al fin en ello, en virtud,
de los razonamientos y seguridades que le da Judá. Parten
nuevamente para Egipto los diez hermanos ; José los recibe
en su palacio y les da un banquete, anotando el relato estas
circunstancias del mismo : "Se sirvió a José aparte, a sus her-
manos aparte, y aparte también a los egipcios que con él
comían, porque los egipcios no pueden comer con los hebreos,
lo que sería abominación para los egipcios. José les hizo dar
alimentos de su propia mesa; pero la porción de Benjamín fue
cinco veces mayor que la de todos los otros. Después bebieron
y se emborracharon con él" (43, 32, 34). Como esta última
expresión, traducida en la Vulgata por: "Biberuntque et ine-
briati sunt cum eo", no deja muy bien parada la conducta de
un personaje taii favorecido por Yahvé, como José, la orto-
doxia, siguiendo su procedimiento habitual en tales casos, le
cambia el sentido a las palabras, y así, p. ej., Scío escribe:
"La letra embriagáronse, es una expresión hebrea; quiere
decir: Y comiendo a su satisfacción, se holgaron, se regoci-
jaron y pasaron un buen rato en su compañía. En otros lu-
gares de la Escritura se toma en el mismo sentido". Scío cita
en apoyo de esa opinión, estos textos: Prov. 11, 35; Cant. 5, 1;
176
EL PATRIARCA JOSE
y Ageo. 1, 6; pero resulta que el primer pasaje no existe; en
el último, el profeta pinta irónicamente la miseria general en
Jerusalén, después que los judíos regresaron de su destierro
en Babilonia, diciendo: "Habéis sembrado mucho para reco-
ger poco ; coméis sin lograr hartaros ; bebéis sin riesgo de
embriagaros (o bebéis y no os embriagáis — versión de Va-
lera) ; os vestís y no os calentáis ; y el jornalero pone su
salario en saco roto", cita que, como se ve, está en contra-
dicción con lo que pretende Scío. Finalmente no es menos
infeliz la cita del Cantar de los Cantares, pues el poeta en
el pasaje aludido dice:
Comed, amigos, y bebed,
Embriagaos de amor (véase nuestro t^ IV. p. 181).
No se nos negará que hay alguna diferencia entre "embria-
garse de amor" v "embriagarse con vino". Continuando con
la interrumpida narración bíblica, se expresa en ella que al
día siguiente del mencionado banquete, se dejó partir a todos
los hermanos de José, con sus bolsas repletas de víveres ; pero
colocándose previamente en la de Benjamín la copa de plata
en que bebía José y con la que practicaba la adivinación
(lecanomancia ; véase § 151 de nuestra Introducción). Apenas
salidos de la ciudad, los alcanza el intendente de la casa de
José, quien siguiendo las indicaciones de su amo, les echa en
cara el robo de la aludida copa. Seguros de su inocencia, los
inculpados manifiestan : "Aquel de tus siervos a quien se le
encuentre la copa, que muera, y nosotros mismos seremos
esclavos de mi señor" (44, 9). Revisadas las bolsas, la copa
es hallada en la de Benjamín, con gran sorpresa y conster-
nación de todos ellos. Retornan, en consecuencia, ante José,
quien al enrostrarles su aparente delito, les dice si no sabían
que un hombre como él tenía la.facultad de adivinar (v. 15),
dado que entre los pueblos primitivos, a los jefes se les con-
sideraba como dotados del don de adivinación, creencia que
parece conservaban los egipcios. Judá intercede elocuente-
mente por Benjamín y sus demás hermanos, recordando todo
el trabajo que le había costado el conseguir que su anciano
padre permitiera que trajeran a aquél, el menor de todos ellos.
EL PATRIARCA JOSE
177
y termina ofreciéndose quedarse él como esclavo, a fin de
que los demás retornen a su casa y no descienda afligido Jacob
al sheol. Llegando aquí el relato al colmo de lo patético, José
hace retirar a todos los extraños que le rodeaban y se da a
<:onocer a sus turbados hermanos, a quienes abraza, besa y
llora con ellos, pidiéndoles que vayan a buscar a su padre,
para que habite con todos los suyos y sus haciendas en la
tierra de Gosén, pues aun quedaban cinco años de hambre
y él los mantendría a todos. Enterado del suceso el faraón,
no sólo confirma el ofrecimiento de José, sino que agrega que
se lleven carros para traer con Jacob, a los niños y a las mu-
jeres, y que no se preocupen por lo que tuvieran que dejar,
"porque lo que hay de mejor en todo el país de Egipto, será
vuestro" (45, 20).
2644. Epilogo. — De regreso, los once hermanos relatan
a su asombrado padre lo sucedido, y la sorprendente noticia:
"José vive aún, y es el gobernador de todo el país de Egipto"
(45, 26). Jacob se decide a partir para ver a su hijo José
antes de morir ; pero previamente va a ofrecer sacrificios al
dios de su padre Isaac (1) (§ 2346), con el propósito de con-
sultarlo, como se deduce de lo que sigue, pues la divinidad
en una visión nocturna le dice : "Yo soy Elohim, el dios de tu
padre; no temas ir a Egipto, porque en ese país haré nacer
de ti una nación grande. Yo mismo descenderé contigo a Egip-
to, y yo mismo también te haré volver a subir de allí ; y José
te cerrará los ojos" (46, 3, 4). Ante esas promesas del dios
de su padre, no titubea más, y parte para Egipto, con todos
sus descendientes, en los carros enviados por José. Llegan a
Egipto y después de un conmovedor encuentro entre Jacob
y José, y de una visita del primero al soberano, en la que
(1) Observa Vernes que si Jacob, antes de abandonar el país do
Canaán, ofrece sacrificios al dios nacional, en cambio José en ninguna
parte se nos aparece realizando una ceremonia religiosa. Su historia
ha sido concebida desde otro punto de vista distinto que la de Abraham,
Isaac y Jacob. Este mito no ha podido formarse sino en una época
en que los israelitas ya eran agricultores, porque en tribus pastoriles
no podía hacerse sentir el hambre tan intensamente como en pueblos
agrícolas (p. 65).
178
EL PATRIARCA JOSE
bendijo a éste, todo el clan de Jacob se estableció en el país
de Ramsés, donde fueron fecundos y llegaron a ser muy nu-
merosos. Cuando Jacob sintió que se le aproximaba la muerte,
le pidió a José que lo enterrara en la tumba de sus padres ;
y poco después éste le trajo sus hijos Manasés y Efraim para
que los bendijera, lo que asi hizo el moribundo patriarca,
diciendo que los aceptaba como hijos suyos, "serán a mis
ojos los iguales de Rubén y de Simeón ; pero loe hijos que has
tenido después de ellos, serán tuyos: sertin iiamados, bajo
el nombre de sus hermanos, a recibir su parte de herencia"
(48, 5'. 6). Y cruzando las manos, colocó la derecha sobre la
cabeza de Eíraim, aunque era el menor, y la izquierda sobre
la caljcza de Manasés, dando así la preeminencia a aquél,
manifestando que sería más grande que éste, o sea, mayor
sería su posteridad. Muerto Jacob, se le hicieron funerales
apoteósicos: primero fué embalsamado, lo que llevó 40 días;
los egipcios lo lloraron durante 70 días, y terminado este pe-
ríodo de llanto obligatorio, es decir, "cuando hubieron pasado
los días consagrados a llorarlo" (50, 4), José, autorizado por
el faraón, marchó a Canaán, a enterrar a su padre, al frente
de una enorme comitiva, en la cual, además de todos los va-
rones de la familia, iban también todos los siervos del monarca y
todos los ancianos del país de Egipto, gente en carro y a
caballo (vs. 7-9). Llegados a un paraje llamado "Goren -
Haatad, al otro lado del Jordán, hicieron allí grandes y so-
lemnes lamentaciones, y José ordenó, en honor de su padre,
un duelo de siete días" (v. 10), concluyendo, según P, por
enterrarlo en la caverna de Macpela, comprada por Abraham
(§ 2301). Regresada la comitiva a Egipto, José continuó ha-
bitando en ese país hasta la edad de 110 años, en que murió,
siendo embalsamado y depositado en un sarcófago, hasta que
Moisés marchó con sus restos, al partir para Canaán, al frente
del pueblo del éxodo (Ex. 13, 19).
DESACUERDOS EN LOS DATOS DE LA HISTORIA
DE JOSE. — 2645. Tal es en síntesis la historia de José,
que Loisy y Holscher califican de cuento, y que podemos cla-
sificar de comedia, por ser un relato dramático de desenlace
feliz. Los que concibieron los distintos episodios relatados.
EL PATRIARCA JOSE
179
pretendieron hacer una obra en honor del antepasado mítico
de las tribus septentrionales, al que trataron de ¡jlorificar
presentándolo como un ser que contaba con la especial ayuda
del dios de Isaac. Quizá las tradiciones relativas a ese per-
sonaje surgieron en el santuario de Siquem, como las de
Abraham en el de Hebrón, las de Isaac en el de Beerseba,
y las de Jacob en el de Bethel. Opina Lods que los sueños de
José suponen la creación del reino del Norte (Isr. p. 178).
Expresa Loisy cjue "Jacob y José son antiguos nombres pre-
israelitas de tribus, quizá nombres de dioses tribales, al prin-
cipio localizados y después transformados en héroes, antes
de ser adoptados como antecesores por Israel" ; y en nota
agrega que "bien que José sea principalmente una figura de
cuento, debió ser también epónimo de tribu, y podría aven-
turarse la idea de si su tumba no está en relación con el hipo-
geo de El-Berith, dios de Siquem" (La Reí. d'Isr. ps. 22, 23).
Esas tradiciones, al transmitirse oralmente, debieron ser au-
mentadas con nuevos episodios novelescos, y luego recogidas
por J y E, a las cuales P hizo nuevas adiciones, sobre todo
de orden cronológico, hasta que un redactor final con tales ele-
mentos compuso la historia que ahora poseemos, la que por
sus contradicciones, frases repetidas y sucesos inarmónicos
que contiene, revela a las claras las diversas fuentes de su
procedencia. Mostraremos a continuación algunas de esas par-
tes divergentes o que no concuerdan, lo que está en pugna
con la tesis ortodoxa de la unidad literaria del Pentateuco,
examinada en el capítulo primero.
Documento J (1) Documento E
Raquel al dar a luz a su pri-
mer hijo, lo llamó José, di-
ciendo: "Que Yahvé me dé
aún otro hijo" (30 24). Aquí
se hace derivar el nombre Jo-
Raquel al dar a luz a su
primer hijo, lo llamó José,
pues dijo : Elohim ha quitado
mi oprobio" (30, 23). Aquí se
hace derivar el nombre José
(1) . Cuando lo que figura en alguna de estas columnas paralelas,
no es de J o de E, respectivamente, hacemos constar en tal caso su
procedencia.
180
EL PATRIARCA JOSE
sé del verbo hebreo iasaf,
"añadir".
Israel (nombre que J da a
Jacob) amaba a José más que
<i todos sus otros hijos, por
ser el hijo de su vejez (37, 3).
En todo el relato, José figu-
ra como mucho más joven que
sus hermanos. P lo considera
-de 17 años, al comienzo de su
historia (37, 2).
Judá es el que se opone al
asesinato de José por sus her-
manos (37, 26).
Según P, la responsabilidad
del atentado contra José in-
cumbía sólo a los hijos de las
concubinas de Jacob (37, 2).
Por consejo de Judá, fué
vendido José por sus herma-
nos a una caravana de ismae-
litas, que iban a traficar en
Egipto (37, 25 -27).
Los ismaelitas vendieron
José a Potifar, eunuco del fa-
raón y jefe de la guardia (39,
1) (2).
del verbo hebreo asaf, "qui-
tar".
Jacob (E siempre lo llama
así) tuvo de Raquel a su hi-
jo José, al terminar los 14
primeros años de su estada
con Labán, de modo que él
y todos sus hermanos (menos
Benjamín) nacieron en el es-
pacio de siete años (cf. 30,
25, 26; 31, 41).
Rubén es el que se opone
al asesinato de José por sus
hermanos (37, 19 -22) (1).
Según J y E, esa responsa-
bilidad afectaba a todos los
hermanos mayores.
Por consejo de Rubén, que
quería salvarlo, José es echa-
do por sus hermanos en una
cisterna vacía (37, 22 -24).
Fué encontrado por una ca-
ravana de madianitas, que lo
sacaron de la cisterna, y sin
saberlo los hermanos de Jo-
sé, lo vendieron en Egipto a
Potifar, eunuco del faraón y
jefe de la guardia (37, 28% 36).
(n L.'B.d.C. opina que en el cap. 37, el v. 21, que es paralelo
^1 V. 22, debe pertenecer a J, fuente, según la cual, es Judá y no Rubén
quien se opone al asesinato de José (v. 26). El redactor debe haber
sustituido en el v. 21 Judá por Rubén para armonizar ese versículo
con el siguiente (v. 22).
(2) Según L.B.d.C, los detalles de 39, 1^ fueron tomados de E
(37, 36), pues en el relato de J, el amo de José no es un alto fun-
cionario, ni un eunuco, sino un simple particular casado. E parece
haber ignorado la tentación y la prisión de José y haber admitido
que éste llegó directamente a casa del alcaide, como esclavo.
EL PATRIARCA JOSE
181
José confirma este relato di-
ciendo a sus hermanos : "Yo
soy José, vuestro hermano, a
quien vendisteis para ser lle-
vado a Egipto" (45, 4).
Según una tradición, mez-
clada con la recogida por E,
el egipcio que compró a Jo-
sé — egipcio que se confundió
después con Potifar — no era
funcionario ni eunuco, sino
un simple particular casado,
quien por intrigas de su mu-
jer, hace encarcelar a José (39,
6^-20).
J supone que el faraón só-
lo tiene un copero y un pana-
dero (40. 1).
Rubén regresa a la cisterna
para sacar a José, y no en-
contrándolo, rasga sus vesti-
dos, y vuelto a sus hermanos,
les dice : "El niño no está allí ^
y yo, ¿a dónde iré?" (37, 29^
30), por tanto Rubén ignora-
ba la venta hecha por sus her-
manos.
José confirma el relato de
que los madianitas lo habían
sacado de la cisterna y luego-
vendido, diciendo al jefe de
los coperos del faraón : "FuL
robado en el país de los he-
breos" (lo último es un ana-
cronismo) - 40, 15 (1).
José obtiene la confianza de
su amo Potifar, quien, como
Jefe de la Guardia, era a la
vez el jefe de la cárcel donde
se encerraban los presos del
rey. Potifar sustituye en Jo-
sé sus tareas de alcaide de la
cárcel, de modo que todos los
presos dependían de éste (39^
21 -23).
Según E, los dos eunucos
presos, cuyos sueños interpre-
tó José, eran : uno, el jefe de
los coperos, y otro el jefe de
(1) El nombre de hebreos les fué dado por los cananeos a los
israelitas, porque éstos venían del otro ladto del Jordán (eber significa
"del otro lado"). Las tribus que habitaban a la izquierda del Eufrates,,
llamaban también a las de la margen derecha, los iberim o hebreos,
y les daban a Heber como antecesor epónimo (Gén. 10, 24). Carán
o Harán, de donde según la tradición, partió Abraham para Canaán
(Gén. 12, 4), estaba en la margen izquierda del Eufrates (Jos. 24^
2, 14; § 2253 - 4; Dhorme. L'Evolution, ps. 83-84).
182
EL PATRIARCA JOSE
José, al descifrar el sueño
■del faraón, le aconseja a éste
que nombre intendentes para
administrar el Egipto (41,
34).
Esos intendentes deberían
juntar todos los víveres de
Egipto en los 7 años buenos y
almacenarlos a disposición
faraón (41, 35).
José hizo poner en el costal
o bolsa de cada uno de sus
hermanos, el dinero que ca-
da uno traía para comprar
trigo. En el paraje donde de-
bían pasar la noche, uno de
ellos abrió su bolsa para dar
pienso a su asno, y en la boca
de ella halló su dinero. Los
demás abrieron entonces sus
respectivas bolsas, y "he aquí
él dinero de cada uno en la
boca de su costal" (42, 25-28;
43. 21).
Según un redactor de la es-
cuela de P, los hijos de Ru-
bén, en el momento en que
toda la familia se estableció
en Egipto, eran 4 y no 2 (46^
9)-
los panaderos del faraón (40,
2. 9. 16).
José, al descifrar el sueño
del faraón, le aconseja a éste
que busque un hombre inteli-
gente y sabio y lo establezca
sobre el Egipto. (41, 33).
Ese hombre, al frente del
Egipto, debería percibir la
quinta parte de las cosechas,
durante los 7 años de abun-
dancia (41, 34^ traducción de
L.B.d.C.)
Este impuesto accidental,
según E, pues debía limitarse
a un período de 7 años, es
presentado luego por J como
una institución permanente
(47, 24-26).
Cuando los hermanos re-
gresaron a Canaán, contaron
a Jacob lo que les había pasa-
do en el viaje; pero ignoraban
que se les hubiera devuelto
su dinero en los costales de
trigo. En efecto, "sucedió que
al vaciar sus costales, cada
uno encontró su bolsa de di-
nero en su costal, y cuando
ellos y su padre vieron las
bolsas de su dinero tuvieron
temor" (42, 29-35).
Jacob se resiste a dejar partir
a Egipto, al pequeño Benja-
mín ; pero Rubén le dice :
"Haz morir a mis dos hijos,
si yo no te devuelvo a Ben-
jamín" (42, 36, 37). Para di-
EL PATRIARCA JOSE
183
Después de la comida que
José dió a sus 11 hermanos,
en la cual tanto aquél como
éstos bebieron copiosamente
y se embriagaron, "José dió
esta orden a su intendente :
Llena de provisiones los cos-
tales de estos hombres, cuan-
to puedan llevar, y pon el di-
nero de cada uno en la boca
de su costal; y pon mi copa,
la copa de plata, en la boca
del costal del menor, junto
con el dinero de su trigo". Y
así se hizo (44, 1 2).
Vueltos los 11 hermanos
ante José, Judá le dirige un
largo discurso referente a su
padre Jacob, en el que expli-
ca las razones por las cuales
éste no quería dejar que tra-
jeran a Benjamín (44, 18-34).
José dice a sus hermanos
que se apresuren a hacer ve-
nir a su padre (45, 13) ; regre-
so que se realiza sin saberlo
el faraón. Por eso cuando Ja-
simular la contradicción de
este texto con el de 46, 9,
Pratt traduce en 42, 37: "Ru-
bén habló a su padre dicien-
do : A dos de mis hijos harás
morir".
El intendente sale después
tras los 11 hermanos, cuan-
do regresaban a Canaán, y
practica un registro en 1 os
costales de ellos, comenzando
por el del mayor y acabando
por el del menor, y en ningu-
no de los costales se halló el
dinero que en la boca de cada
uno de éstos había sido colo-
cado. Sólo fue hallada la co-
pa en el costal de Benjamín
(44, 11, 12). Como todo este
relato es de J, supone L.B.d.C.
que las palabras relativas al
dinero puesto en la boca de
cada costal, (que hemos sub-
rayado en 44, 1, 2) sean una
glosa posterior, ya que de ese
dinero no se vuelve a hablar
en el resto de la narración.
Después de ese discurso,
José se da a conocer a sus
hermanos, y les pregunta:
"¿Vive mi padre todavía?"
(45. 3).
Después que José se dió a
conocer a sus hermanos, la
noticia de la llegada de éstos
fue sabida por el faraón, quien
aconseja a aquél que haga
184
EL PATRIARCA JOSE
cob llega a Egipto con su fa-
milia, José les dice que va a
avisar al faraón de su llegada,
y les indica lo que deben con-
testar a éste cuando les pre-
gunte por su oficio, a fin de
que los deje habitar en el te-
rritorio de Gosén (46, 31 - 34).
Banjamin es presentado en
todo el relato como un niño o
jovencito, al que Jacob no
quería dejar ir a Egipto con
sus hermanos, por temor que
le ocurriera una desgracia.
Cuando José le pregunta a
Judá si tenían padre o her-
mano, éste responde : "Tene-
mos padre, anciano ya, y un
niño de su vejez, el menor de
todos" (44, 19, 20). Judá en
todo su discurso califica a
Benjamín de niño, muchacho
o mozo (42, 4; 44, 18-34).
En la lista de las 66 perso-
nas de la familia de Jacob
que fueron a establecerse en
Egipto, (pasaje propio de un
redactor de la escuela de P)
figuran los cinco hijos de Ju-
dá : Er, Onán, Sela, Perets
(Farés) y Zerach, (Zara) 46,
8. 12.
venir a Egipto a Jacob con
su familia, que les mande ca-
rros para los niños y las mu-
jeres, y que no se preocupen
por lo que dejen, pues les da-
rá lo mejor del país (45, 2,
16-20).
Pero cuando a instancias de
José, viene Jacob con toda su
familia a establecerse en Egip-
to, resulta que Benjamín era
un hombre casado y con diez
hijos, o sea, era el que t^nía
más prole de todos sus her-
manos (46, 8, 21). Esto com-
prueba la aserción de Reuss
de que los relatos del Géne-
sis se rehusan a toda crono-
logía racional, por lo que a
menudo se contradicen, pues
se han formado independien-
temente los unos de los otros,
siendo la ligazón en la cual
han concluido por encontrar-
se, el resultado de un proce-
dimiento artificial que ha ten-
dido a otra cosa que a hacer
desaparecer sus incongruen-
cias (I, p. 97).
Pero un copista posterior,
notando que en el cap. 38, se
dice que a Er y a Onán ios
había matado Yahvé, y que
por lo tanto no podían figu-
rar en la comitiva de Jacob
a Egipto, le agregó este pa-
réntesis : (pero Er y Onán
habían muerto en el país de
EL PATRIARCA JOSE
185
Los hermanos de José rue-
gan al faraón que les permita
establecerse en el país o tierra
de Gosén. El faraón accede
a tal solicitud (47, 4, 6).
José se había casado con
Asnat, y antes de que vinieran
los años de hambre, le habían
nacido 2 hijos : Manasés y
Eraím (41, 45, 50-52), los
que a la muerte de Jacob, de-
bían tener más de 17 años,
pues éste vivió en Egipto di-
cho espacio de tiempo, según
la cronología de P (47, 28).
Canaán). Si se confiesa, pues^
que esos individuos ya habíaa
muerto, ¿a qué hacerlos apa-
recer entre "los hijos de Is-
rael que fueron a Egipto"?
(46, 8, 12). Con la eliminación
de Er y Onán, según dicho
paréntesis, queda alterado el
número de descendientes de
Jacob que realizaron ese via-
je (46, 26).
José estableció a su padre
y a sus hermanos en lo mejor
del reino de Egipto, en la tie-
rra o el país de Ramsés (47,
11). ¿País de Gosén (J) y
país de Ramsés (P) eran si-
nónimos? Ramsés II, de quien
puede haber tomado nombre
esa región oriental del Delta
(quizá cerca del uadí Tumi-
lat) , vivió unos cuatro siglos,
por lo menos, después del es-
tablecimiento de los israelitas
en Egipto (cf. Ex. 12, 40).
Tenemos aquí, pues, indicios
de una doble redacción primi-
tiva (47, 27).
Encontrándose Jacob en-
fermo de muerte, José le lle-
va sus dos hijos para que los
bendiga. Jacob los vió, y pre-
gunta: "¿Quiénes son és-
tos?", lo que prueba que aqué-
lla era la primera vez que los
veía. Después los toma entre
sus rodillas, como niños, y
pide la bendición divina so-
bre esos niños (48, 1, 8, 12,
186
EL PATRIARCA JOSE
"Los ojos de Jacob estaban
oscurecidos por la vejez, has-
el punto que no veía más" (48,
10).
Según P, Jacob vivió
Egipto 17 años (47, 28).
en
16). Véase lo dicho anterior-
mente respecto al caso de
Benjamín.
Jacob vió a los hijos de Jo-
sé, cuando éste se los trajo a
su lecho de muerte, y le dijo:
"No pensaba volver a ver tu
rostro, y he aquí Elohim me
ha hecho ver también a tus
hijos" (48, 8, 11). (Pratt en
el v. 8 traduce : "alcanzó a ver
a los hijos de José", en vez
de: "vió a los hijos de José,
como así traen los demás tra-
ductores). El citado v. 11 ha-
ce suponer fundadamente que
esas palabras fueron pronun-
ciadas a la llegada de Jacob
a Egipto, lo que explicaría, en
contra de P (47, 28), el por-
qué Manasés y Efraim eran
niños en aquel momento (48,
12, 16).
De los dos párrafos que
anteceden, se desprende que
tanto J como E consideraban
que Jacob había muerto poco
después de llegar a Egipto.
Así E, en 50, 15-21, nos
muestra a los hermanos de
José, luego de la muerte de
su padre, solicitando el per-
dón de aquél, quien Ies dice
que nada teman, y agrega:
"yo proveeré a vuestra sub-
sistencia y a la de vuestras
familias", lo que indica que no
habían terminado aún los 7
años de hambre.
EL PATRIARCA JOSE
187
Jacob hace jurar a José lo
siguiente: "Entiérrame en la
sepultura que cavé para mí en
el país de Canaán" (50, 5). J
parece referirse en este pasa-
je al campo de Siquem com-
prado por Jacob a los hijos
de Hamor (33, 18-20), don-
de fue enterrado José (Josué
24, 32).
Según E, la comitiva fúne-
bre conduciendo el cuerpo de
Jacob, llegó a Goren - Haatad,
donde José celebró en honor
de su padre, un duelo de 7
días, por lo que los habitan-
tes del lugar dijeron: "¡Qué
gran duelo celebran allí los
egipcios!", por lo cual se dió
a ese lugar el nombre de
Abel - Mizraim (1) (el pra-
do de los egipcios) 50, 10,
11. Probablemente J y E con-
taban que alli fue enterrado
Jacob, después de tan prolon-
gadas lamentaciones rituales ;
pero el redactor prefirió la
versión de P, según la cual
Jacob fué enterrado, como sus
padres, en la caverna de Mac-
pela, en Hebrón (49, 29-32;
50, 12, 13).
LA ADMINISTRACION DE JOSE. — 2646. El lector,
libre de prejuicios, que estudie detenidamente las dos colum-
nas que anteceden, tiene forzosamente que llegar a la conclu-
sión que muchas fueron las fuentes utilizadas por el redactor
y los retocadores del Génesis para preparar la historieta de
José. Pero antes de terminar con este tema, debemos mencio-
nar el pasaje de 47, 13-25, que interrumpe la narración del
relato posterior a la instalación de la familia de José en Egip-
to, para informarnos de las medidas administrativas tomadas
por éste, durante su gobierno, y principalmente durante el pe-
(1) "Esta localidad, escribe L.B.d.C, debía encontrarse del lado
■de Eethel, porque Jacob, según el relato primitivo de E, había pedido
ser enterrado cerca de Raquel (48, 7; cf. 35, 16-20). Goren - Haatad
(la era de la espina) estaba situada, por lo contrario, según se nos dice,
del otro lado (al Este) del Jordán. El redactor que fusionó J y E,
identificó las dos localidades".
188
EL PATRIARCA JOSE
ríodo de las siete vacas magras. Nota L.B.d.C. que ese pasaje,
que, en J, debería venir después de 41, 55 - 56, presenta repe-
ticiones y oscuridades provenientes sin duda de la fusión de
varias fuentes en el texto actual. He aquí un resumen de di-
cho relato: El hambre se hacía sentir duramente tanto en Egip-
to como en la tierra de Canaán (1). Y José, a cambio del tri-
go que proporcionaba, obtiene todo el dinero que circulaba en
esos dos países, el que fué a aumentar el tesoro del faraón.
Cuando se hubo terminado ese dinero, los egipcios recurren
a José y le piden pan, porque si no, perecerían. José entonces
les contesta que si no tienen dinero, entreguen sus ganados,
lo que así hace el pueblo hambriento, y ese año "José les dió
pan en cambio de sus caballos, de sus rebaños, de sus ganados
vacunos y de sus asnos". Terminado el año, vuelven en el si-
guiente a demandar pan, ofreciendo por éste sus cuerpos y
sus tierras. "Y José compró todas las tierras de Egipto para
el faraón; los egipcios vendieron cada uno su campo, porque
el hambre los apretaba, y así todo el país llegó a ser propiedad
del faraón. En cuanto al pueblo, lo redujo a esclavitud, desde
un extremo al otro del territorio de Egipto. Solamente no ad-
quirió las tierras de los sacerdotes, porque éstos recibían del
faraón una porción de víveres determinada, con la cual se
nutrían". Luego José les dió semillas para que cultivaran sus
antiguas tierras, ahora de propiedad del faraón, imponiéndo-
les como tributo un 20 o\o de lo que cosecharan, a lo que el
pueblo manifestó su conformidad. Agrega el narrador que ese
convenio se convirtió en ley, la que regía aún en la época que
é) escribía.
2647. La inverosimilitud de este relato es evidente ante
hechos como éstos : 1° el hambre es tan extrema y tan gene-
ral, que están abocados a perecer todos los egipcios del pue-
blo, si no se les proporciona trigo para hacer pan, olvidando
que una gran parte de ellos, por lo menos, hubieran podido
plantar legumbres, contando para el riego con el agua del
(1) Opina con razón L.B.d.C. que esa mención de la tierra de
Canaán en los vs. 13 - 15, fué pi obabiemente introducida con posteriori-
dad, para relacionar el pasaje al contexto, pues al continuar el relato,
sólo se trata de Egipto. 4
EL PATRIARCA JOSE
189
Nilo. 2° Que es iucie.íble lo de haberse agotado todo el dine-
ro egipcio en la compra del trigo, durante un año. 3° Que es
igualmente absurdo admitir que al año siguiente los egipcios
fínagenaran todas sus haciendas con el mismo fin. 4^ Esa si-
metría de concluirse en un año todos los bienes de que se dis-
ponía para comprar tiigo, es un dato propio sólo de los cuen-
tos. 5° El ofrecimirnto de vender todo el pueblo sus tierras y
<le vender también sus propias personas para conseguir un
producto que aunque muy necesario no era tampoco impres-
cindible a gentes que tenían rebaños de ovejas y multitud de
vacunos, de modo que no les faltaba carne para nutrirse, fuera
de que había a su alcance otras fuentes de alimentación, como
p. cj., la pesca, colma la inverosimilitud de la narración. Lo
que hay en el fondo de ésta, es que en aquella monarquía, ba-
sada en que el faraón era un personaje divino, la tierra perte-
necía al soberano, y los del pueblo estaban adscritos a la tierra
como .siervos de la gleba, según lo hemos indicado en La liber-
tad a través de la historia, págs. 11 -15. Como dice L.B.d.C.
la tradición israelita se complacía en atribuir a José la insti-
tución de ese régimen social y agrario, con la fuerte contribu-
ción anual del 20 ojo de las cosechas, lo que causaba gran
íisombro a los habitantes de Palestina. Manifiesta Vernes tam-
bién que "este episodio estaba destinado a halagar la vanidad
nacional. En él se encuentra aún al narrador popular con su
pretensión de dar cuenta del régimen económico del Egipto,
más o menos bien comprendido, por el incidente de un ham-
bre, es decir, por un hecho de naturaleza fortuita" (p. 66). Las
inverosimilitudes del pasaje que examinamos, corren parejas
con otras que Reuss pone en evidencia, tales como éstas : "No
puede haber sido muy grande la necesidad de alimentos expe-
rimentada en Canaán por Jacob y su familia, cuando diez bol-
sas, cargadas en aiez asnos (42, 25), formaba toda la provisión
que se llevaba, la que tenía que verse reducida en el camino
para dar de comer a les animales (v. 27) ; o más bien, para ser
más exactos, recordemos que uno solo consideró esto necesa-
rio, puesto que los asnos de todos los otros nada recibieron
en el viaje, ya qtic los hermanos sólo abrieron sus costales
cuando llegaron a casa de su padre (v. 35) . . . Además el om-
nipotente visir, que era José, se ocupa él mismo de la venta al
190
EL PATRIARCA JOSE
detalle de todos los trigos de Egipto reunidos durante 7 años
y es a él directamente que se dirige una innumerable pobla-
ción de indígenas y extranjeros" (L'Hist. Sainte, I. p. 108).
Agreguemos a todo esto que el trigo y todo otro cereal no se
pueden guardar más de un aí'io, porque la acción de los gor-
gojos concluye coa ellos.
JOSE, FIGURA DE JESUCRISTO. — 2648. Para la
ortodoxia todos los detalles de la vida de José son auténticos,
y no le ofrecen el menor reparo. La figura de ese patriarca na
sólo es real e histórica, sino que además tiene estrecha seme-
janza con la de Jesús, como trata de demostrarlo Scio en el
siguiente párrafo suyo, que transcribimos: "José fué aborre-
cido de sus hermanos, porque los acusó de un delito vergon-
zoso, y porque su virtud condenaba sus desórdenes y vida li-
cenciosa; Jesucristo fué aborrecido de los judíos, que eran sus
hermanos según la carne, porque les daba en rostro con su hi-
pocresía, y porquej su santidad y doctrina condenaban sus cos-
tumbres depravadas. Jacob envió a José, que era el hijo más
amado, en busca de sus hermanos y para que le diesen cuenta
de su estado y del de los ganados; Jesucristo, el Hijo Unigé-
nito y amado del Padre, fué enviado a buscar a sus hermanos
y las ovejas de la casa de Krael, que se habían extraviado.
José obedeció prontamente a Jacob ; y Jesucristo dijo : Vedme
aquí. Señor, que vengo a hacer vuestra voluntad (Heb. 10, 9).
Luego que los heimanos descubrieron a José, resolvieron qui-
tarle la vida; luego que Jesucristo comenzó a descubrir a los
judíos su misión, resolvieron éstos quitarle la vida (Juan 11,.
47, 53). José despojado de su túnica, echado en una cisterna,
de donde salió después con vida, era imagen de la muerte, se-
pultura y resurrecc'óii de Jesucristo. José fue vendido por 20
sidos ; Jesucristo lo fué por 30. La ropa de José teñida de
sangre, representaba la Humanidad de Jesucristo teñida toda
y cubierta de su propia sangre. José esclavo y prisionero en
Egipto, era figura de Jesucristo humillado, abatido y hecho
esclavo por los hombres. La mujer de Putifar, que solicitó a
José a una maldad, no le puño persuadir; pero tampoco ella
quedó persuadida de sus poderosas razones; le quiso detener,
y se quedó con su capa entre las manos. La Sinagoga, esposa
EL PATRIARCA JOSE
191
infiel y adúltera, irritada de la pureza de doctrina y santidad
con que Jesucristo condenaba sus máximas corrompidas, se
asió, digámoslo así, del vesiidc de su carne, y le despojó de él
violentamente. José, calumniado falsamente, no abrió la boca
para defenderse, y fué condenado sin ser oído y contra toda
justicia ; Jesucristo, acusado por los Príncipes de los Sacerdo-
tes, guardó silencio tan grande, que causó admiración a su
mismo Juez, que lo condenó a morir, no obstante que conocía
su inocencia, y las calumnias y envidias de sus acusadores.
José en una cárcel entre los dos Oficiales de Faraón, anunció
al uno su restablecimiento, y al otro su suplicio; Jesucristo
en una cruz entre dos ladrones, concedió al uno la gracia de una
viva fe y de una verdadera conversión, y dejó al otro en sus
tinieblas e inipenitencia. José después, al tercer año de pri-
sión, salió de ella para ser engrandecido y elevado a la mayor
gloria ; Jesucristo al día tercero de la oscuridad de un sepul-
cro, resucitó glorioso para entrar en la posesión de su Reino.
Todos doblaban la rodilla delante de José, que fué hecho Su-
perintendente de todo Egipto ; toda rodilla se dobla al nom-
bre de Jesús, que fué hecho cabeza del cuerpo místico de su
Iglesia. José no tenía otro que le precediera, sino el Rey ; Je-
sucristo, en cuanto Hombre, no tiene otro que le preceda sino
el Padre (I Cor. 15, 27). Sólo se encontraba vino en Egipto,
donde José tenía la autoridad ; sólo hay salud en aquella Igle-
sia, donde reina Jesucristo. Faraón enviaba a José a todos los
que le pedían alimentos ; nada se puede conseguir sino por
Jesucristo, que es el Medianero. Todos, y de todas partes ve-
nían a Egipto y a José para comprar trigo ; Jesucristo abre
los tesoros de la gloria para todos los que quieran comprarla
a precio de una fe y piedad sincera, y sean estos los que .
fueren, sin aceptación de personas".
ENSEÑANZAS DE LA HISTORIA DE JOSE. — 2649.
Buscando enseñanzas morales y religiosas en la historia de
José, el pastor Andrés Eschimann halla las siguientes: "1^
Del punto de vista moral encontramos una ilustración infini-
tamente delicada del gran principio que, a la larga, el mal es
castigado y la fidelidad recompensada, y sobre todo una altí-
sima idea del perdón, que no es contrario a la justicia, sino que
192
EL PATRIARCA JÜSE
se superpone a ella. En la actitud de José, reconciliándose con
PUS hermanos, hay algo que anuncia la parábola del hijo pró-
digo. 2° Del punto de vista religioso, cierto es que están au-
sf;ntes las experiencias caracterizadas, profundas; pero un
gran pensamiento domina todo el conjunto, a saber, el de
Dios que dirige los sucesos y hace servir todas las cosas, aun
la maldad de los hombres, al cumplimiento de sus designios.
Con discreción está pronunciado el nombre de Dios; pero el
pensamiento de éste siempre está allí, y es lo que da a este
relato, además de su encanto, una innegable grandeza" (Dict.
Encyc, I. p. 680).
2650. Pero si hurgamos con más detención en las pági-
nas bíblicas que estudiamos, ese examen nos sugerirá conside-
raciones que no honran mucho al héroe que en aquéllas se
enaltece. Y en primer término hacemos nuestras estas sensa-
tas observaciones de Reuss : "Los detalles relativos a las en-
trevistas de José con sus hermanos son conmovedores hasta
el punto de hacernos derramar lágrimas de simpatía; pero des-
pués de reflexionar, uno no puede dejar de preguntarse, cómo
fué que durante los nueve años de su prosperidad y de su po-
der, nunca pensó José en dar noticias suyas a su anciano pa-
dre, de 120 años de edad, en la época de su elevación, a quien
su correo hubiera podido alcanzar en algunos días. Interroga
si vive todavía ; pero no siente prisa de tranquilizarlo a su
vez sobre su propio destino. Todo esto (con lo demás que el
autor ha dicho anteriormente — véase § 2647 al final) revela
lina formación más bien popular que artificial del mito" (I,
p. 108).
2651. Estas observaciones sobre el censurable proceder
de José no h^n escapado a la ortodoxia, y al efecto, veamos
cómo ella las expresa y cómo las justifica o resuelve. El cita-
do obispo Scío escribe al respecto, lo siguiente: "El espíritu
humano, contemplando toda la serie de los hechos de José
después de su elevación, el porte que tuvo con sus hermanos,
y también lo que aquí se dice (Gén. 45, 6), se halla natural-
mente prevenido de pensamientos e ideas poco favorables a la
grande virtud de José. No se dió a conocer José a sus herma-
nos, sino en el segundo año de la hambre, y por consiguiente
en el noveno de su elevación, cuando ya habían pasado los sie-
EL PATRIARCA JOSE
193
te de abundancia. ¿Pues por qué dilató tanto tiempo dar avi-
so a Jacob de que vivía y en tan alta dignidad aquel hijo a
quien tanto amaba y que creía muerto? ¿Por qué en lugar de
apresurarle una noticia de tan extraordinario placer, parece
que sólo atiende a redoblarle las penas, deteniendo en prisio-
nes a Simeón, y haciendo alarde de querer detener también
a aquel Benjamín, que era la vida de su padre? ¿Por qué no
acudir desde luego al mantenimiento de su familia en tiem-
po de una extrema carestía, que se extendía a Canaán, en don-
de sabía que moraba? ¿Sería acaso por temer algún peligro o
catástrofe, si descubría cuál era' su nación? Y aunque esto fue-
ra cierto, ¿no debía hacer sacrificio de unos lazos y obligacio-
nes tan estrechas y fiar el suceso a la Divina Providencia? Si
estas reflexiones recayesen sobre un hombre vulgar, conde-
naríamos sin balancear una timidez y una política que al pare-
cer prevalecen sobre los sentimientos de la religión y de la
naturaleza; pero teniendo por objeto a un hombre, favorecido
particularmente del cielo, como lo acreditan todos los sucesos
de su vida, bajando la cabeza, adoremos los ocultos juicios de
la Eterna Sabiduría, y conociendo nuestros cortos alcances,
confesemos nuestra ignorancia, y que José se gobernó en todo
por particular movimiento e inspiración del Señor".
2652. Este es un claro ejemplo de cómo la ortodoxia no
puede ser juez imparcial de lo que se expresa en la Biblia. El
prejuicio de que ésta es un libro divinamente inspirado, impi-
de que se formulen condenaciones sobre hechos censurables
contenidos en sus páginas que el autor acepta o admite implí-
citamente como aprobados o sugeridos por la divinidad. Me-
dítese detenidamente en lo que hemos subrayado en el trans-
crito párrafo de Scio, y se verá la diferencia que hay entre el
creyente que acalla las protestas de su conciencia ante notorias
indignidades, y el crítico independiente que sólo escucha y se
rige por los dictados de su razón. Por esto, al anotar el pasa-
je Gén. 44, 5 en el que José alecciona a su intendente para
que vaya tras sus hermanos, que regresan con Benjamín, y les
diga: "¿Por qué habéis vuelto mal por bien? La copa que ha-
béis hurtado es aquella en que bebe mi amo y con la cual prac-
tica la adivinación", — escribe Scío : "En todo este hecho que
aquí se nos refiere no mintió José. Mentir es hablar contra
194
EL PATRIARCA JOSE
lo mismo que se piensa, con el fin de engañar a aquel con
quien se habla . . . Esto no obstante es necesario confesar que
este proceder de José, aunque exento de mala fe, no es un
ejemplo que se deba autorizar generalmente para la práctica.
Hay grandes tesoros que se ocultan en esta superficie que aquí
registramos ; y el designio del Espíritu Santo en estos sucesos,
que leemos, no es tanto proponernos ejemplos que imitar, co-
mo misterios que debemos adorar, siendo cortas nuestras lu-
ces para formar idea de su grandeza". Como se ve, la ortodo-
xia, cuando encuentra en el libro para ella sagrado, algo que
choca su razón, se escuda en un refugio verbal : con la pala-
bra misterio (y ¡qué a menudo la repite!) resuelve todas sus
dificultades.
2653. De acuerdo, pues, con ese cómodo criterio de aca-
tar a pie juntillas todo lo que se enseña en las Sagradas Es-
crituras, confesando, por lo tanto, que "José se gobernó por
particular movimiento e inspiración del Señor", se compren-
derá que al considerar las medidas administrativas de este hi-
jo de Jacob, reseñadas en § 2646, formule Scío este juicio di-
tirámbico a su respecto: "José dió muestras en este lance del
más hábil y prudente Ministro que se ha conocido en todos los
siglos, cuyas luces le venían del cielo". Pero aquéllos que se
guían sólo por la razón, no pueden menos de discrepar con
semejante opinión. En efecto, todas las naciones civilizadas y
democráticas modernas aceptan hoy los principios sustenta-
dos en la "Declaración de los Derechos del Hombre" promul-
gada por la Asamblea Nacional Constituyente de la Revolución
Francesa, (1) según los cuales el fin de todo Estado es garan-
tizar y defender la libertad humana, reconociéndose a la vez
que la soberanía reside esencialmente en el pueblo. "Los hom-
bres nacen y permanecen libres e iguales en derechos", dice el
primer articulo de la citada Declaración. Pues bien, la célebre
administración de José, — el Ministro, que "se gobernó en to-
do por particular movimiento e inspiración del Señor" — con-
sistió en aprovechar la calamidad pública de un hambre es-
pantosa, persistente durante siete años, para concluir con las
libertades de los egipcios y transformarlos en esclavos del fa-
(1) Véase La Libertad a través de la Historia, págs, 242^ ss.
EL PATRIARCA JOSE
195
raón. Si admitimos la historicidad del relato de Gen. 47, 13 -26,
tenemos que llegar a la conclusión que, en contra del aludido
juicio de Scío, José fué el más grande explotador del pueblo
que "se haya conocido en todos los siglos", pues en vez de
ayudar a los individuos a salir airosos de sus dificultades tran-
sitorias conservándoles la dignidad de seres libres, utilizó en
cambio aquellas calamitosas circunstancias excepcionales pa-
ra esclavi?arlos y despojarlos de todos sus bienes. Resulta así
José un héroe digno de ser imitado por dictadores tipo Hitler,
Mussolini o Stalin, que menospreciando la libertad de los
hombres, persiguen sólo el endiosamiento del Estado. En opo-
sición con la inhumana conducta de José, recuérdese el noble
proceder de Nehemías, que en un caso idéntico de carestía»,
condenó acerbamente a aquellos judíos que obligaban a sus
compatriotas a vender sus propiedades y a esclavizar a sus.
hijos, para comprar trigo y poder vivir, obteniendo de tales
usureros la devolución de los bienes que habían adquirida
aprovechando la excepcional situación de miseria por la cual
éstos últimos atravesaban (Neh. 5, 1-13). Y tanto más irri-
tante aparece el proceder del engrandecido hijo de Jacob, cuan-
to que de su despiadada finalidad de mercachifle — pues bus-
caba únicamente apoderarse del dinero y demás bienes de sus
subordinados — , descartó o dejó de lado a los sacerdotes egip-
cios, que profesaban una religión distinta a la de su dios Yah-
A"é, que era su guía e inspirador ; pero que constituían, coma
todos los sacerdocios, un fuerte puntal de la autoridad del
soberano. A ellos, los privilegiados, que "recibían del faraón
una porción de víveres determinada", continuó José propor-
cionándoles el trigo, que se juzgaba indispensable para la vi-
da, "por lo que no tuvieron que vender sus tierras" (v. 22)»
viniendo, en consecuencia, a tenerse como resultado de esa
política económica de inspiración yahvista, que en adelante,
según el relato bíblico, — fuera del faraón de origen divina
y propietario de toda la tierra con excepción de la pertenecien-
te al clero, — hubo en Egipto dos castas sociales, a saber: la.
sacerdotal, que continuaba disfrutando de sus extensas pro-
piedades territoriales ; y la del común del pueblo esclavizado,,
mdividuos que habían vendido hasta sus propias personas a
causa del hambre, transformados luego en siervos de la gleba.
196
EL PATRIARCA JOSE
para que prosiguieran cultivando el suelo faraónico, a fin de
que aportaran al tesoro del monarca, la quinta parte de lo que
cosecharan. Hoy, en una época de hambre universal (junio de
1946) en que naciones como Inglaterra y Estados Unidos de
América reducen al mínimo sus propias reservas alimenticias,
para poder sustentar gratuitamente, o poco menos, a pueblos
amenazados de perecer de inanición, resulta chocante el con-
traste entre esa conducta altruista y humanitaria y la seguida
■en un caso parecido, por el poderoso José, "cuyas luces le ve-
nían del cielo". Convendrán con nosotros nuestros lectores,
que este encumbrado personaje no es un modelo que podamos
recomendar a la juventud de los modernos países democrá-
ticos.
CAPITULO VI
Las leyendas patriarcales
CARACTER ETNICO DE SUS PERSONAJES. —
2654. Hemos terminado sucintamente con el estudio de los
documentos J y,E escritos en los siglos IX y VIII a. n. e. res-
pectivamente, y con los cuales un redactor muy posterior,
aprovechando también el documento P y otros de menor im-
portancia, formó la primera parte del Pentateuco, que nos-
otros llamamos Génesis, de acuerdo con la versión griega de
los LXX, y que los judíos denominan Berechith, o sea, "Al
principio", palabra hebrea con que comienza dicho libro. En
los capítulos precedentes hemos examinado las historias de
Abraham, Isaac, Jacob y José, y ese estudio imparcialmente
realizado, nos ha comprobado que se trata de relatos inde-
pendientes, desprovistos de verdad histórica, que han sido sol-
dados o combinados en el correr del tiempo. ¿ Pero cuál es el
verdadero carácter de los personajes que figuran en tales na-
rraciones, y cómo es presumible que éstas se hayan formado?
Esto es lo que nos proponemos investigar en el presente ca-
pítulo.
2655. Comencemos por notar que ni en Palestina, ni en
Egipto, ni en ninguno de los otros países en los cuales se ase-
gura que estuvieron los citados patriarcas, no se ha encontra-
do la menor constancia de su existencia personal, a pesar de
las excavaciones e investigaciones de todo género hechas en
el último siglo y que han enriquecido nuestros conocimientos
sobre la historia y la prehistoria de esas regiones. Sentado es-
to, debemos agregar que de los capítulos anteriores resulta
evidente el carácter étnico de muchos de los que figuran como
personas físicas en las aludidas narraciones patriai'cales. Re-
cordemos, en efecto lo siguiente:
198
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
1^ En cuanto a los antecesores de Abraham, a partir de
Noé, que figuran en los capítulos 10 y 11, 10-26 del Génesis,
léase lo que dejamos dicho en § 2251-2254.
2° Los pretendidos sobrinos de Abraham, hijos de su her-
mano Nacor, son en su mayor parte denominaciones étnicas,
§ 2254.
3^ Abraham tenía un sobrino llamado Lot, hijo de su
hermano Harán (11, 27) con quien vino de Mesopotamia a
Canaán (12, 5). A causa de una contienda entre los pastores
de Abraham y los de Lot, se separaron tío y sobrino, quedán-
dose aquél en el centro de Canaán, y éste en las ciudades del
llano, al Sur del Jordán, (13, 5- 13). Pocos momentos antes de
la destrucción de Sodoma, Yahvé hace escapar a Lot y a sus
dos hijas de esta ciudad, quienes se fueron a habitar en una
•cueva de la montaña, donde, en virtud de un incesto, física-
mente imposible, "las dos hijas de Lot concibieron de su pa-
dre", y la mayor dió a luz a Moab (en hebreo, me'ab, "del pa-
dre"), padre de los moabitas ; y la menor, a Ammón (en heb.
ben'ammi, palabras que, en opinión de L.B.d.C, no deben sig-
rificar "hijo de mi pueblo", sino, según el árabe, "hijo de mi
padre"), padre de los ammonitas, que subsisten hasta hoy (19,
30-38). Tenemos aquí, pues, una vez más, dos nombres indi-
viduales, Moab y Ammón, en los que se ha personificado a dos
pueblos, enemigos de los israelitas, y con los cuales éstos es-
tuvieron en constante guerra, cuyos nombres, según la eti-
mología popular, permitía atribuir a esas naciones un origen
vergonzoso.
49 Ismael, el hijo que tuvo Abraham de la esclava Agar
(§ 2279), se casó con una egipcia (21, 21), y en 25, 13-15, se
nos da la lista de sus 12 hijos, designados según el orden de
su nacimiento: Nebayot, su primogénito, luego Kedar, Adbeel,
Mibsam, Mishma, Duma, Massa, Hadad o Hadar, Tema, Ye-
tur, Nafish y Kedma. Pero en seguida se agrega : "Estos son
ios hijos de Ismael, tales son sus nombres en sus aldeas o
ciudades y en sus campamentos o aduares: doce príncipes, je-
fes de otras tantas tribus" (v. 16). Resulta, pues, que primero
se reconoce que esos hijos son tribus: unas sedentarias, que
habitan en aldeas o ciudades; y otras nómades, que viven eu
campamentos o aduares; y al final, combinando la concepción
XAS LEYENDAS PATRIARCALES
199
individual y la colectiva, se los considera como príncipes, je-
ques o jefes de tríbus. Tales nombres se refieren realmente a
tribus que habitaban el Norte de Arabia, de las cuales las más
conocidas son : la de Nebayot, identificada con los nabateos,
<iue, en las épocas griega y romana, formaron un importante
reino al S.E. y al E. de Palestina; y Yetur o los itureos, que
Tíiás tarde colonizaron el Líbano (cf. Luc. 3, 1; L.B.d.C.)- Es-
te cai'ácter étnico de la descendencia de Ismael ya se deduce
de las palabras que le dirigió Yahvé a Agar, en el desierto re-
lativas a Ismael : "Será como un asno salvaje . . . morará en
frente (o al Este) de todos sus hermanos" (16, 11, 12), re-
produciéndose esta última parte de la predicción divina, des-
pués de indicarse la ubicación de las tribus que tenían a Is-
m.ael por antecesor : "Se estableció en frente de todos sus her-
manos" (25. 18).
5" Abraham tuvo de su mujer Ketura, seis hijos (25, 1,
2), que son tribus del desierto arábigo, las que se consideraban
parientas de los israelitas y de los ismaelitas (§ 2305). Entre
esas poblaciones, las más conocidas son : lYladián, o sea, los
madianitas, establecidos en la época mosaica al E. del golfo
Eleanítico; y las que figuran como hijos de Yocsán, o sea, nie-
tos dfí Abraham : Sheba o Seba, los sábeos, que por el siglo
VIII a. n. e. fundaron un reino importante al Sur de Arabia;
y Dedán, pueblo comerciante, vecino de Edom. Según 10, 28,
Sheba era hijo de Yoctán, descendiente de Sem ; pero según
10, 7, Sheba y Dedán eran bisnietos de Cam (L.B.d.C.)
6° Isaac tuvo de Rebeca dos hijos mellizos : Esaú y Ja-
cob. Antes de que ésta los diera a luz, Yahvé le anuncia que
€sos hijos son dos naciones, dos pueblos (Gén. 25, 23; § 2309,
2322), lo que se confirma con otros pasajes como los siguien-
tes: A) Esaú es el país de Edom (36, 1, 8, 19). Esaú tuvo' 12
descendientes legítimos divididos en 3 ramas ; 5 de la rama de
su esposa Ada, 4 de la de Basemat, y 3 de la do Oholibama
(§ 2321). Ahora bien estos 12 descendientes, que concuerdan
con los 12 hijos de Jacob, no son realmente personas, sino cla-
nes edomitas (en Gén. 36, 15 - 19, el redactor los denomina "je-
íes de clan de los hijos de Esaú"). En el v. 12 se cita además
otro nieto de Esaú, Amalee, o sea, los amalecitas; pero como
éstos eran una tribu nómade, que vivía del pillaje, aparece
200
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
Amalee, en el cuadro genealógico de Esaú, como descendiente
espurio del hijo de éste, llamado Eiifaz, con su concubina Tira-
na. Al final de ese cap. 36 se dice: "He aquí, con sus nombres,
la lista de los jefes de clan (1) de Esaú, ordenados según sus
clanes y sus lugares de residencia (y sigue una enumeración
de 12 nombres de jefes). Tales son los jefes de clan de Edom,
ordenados según sus residencias en el país que poseen. Esaú
es ei padre de los edomitas" (o idumeos. vs. <0 - •í3. iraducciiKi
de L.B.d.C.)- — B) Jacob es ei pueblo de Israel. Hemos visto
que dos veces Yahvé le cambió a aquél su nombre por éste
(32, 28; 35, Í0; § 2356, 2361). Los doce hijos de Jacob son las
doce tribus de Israel; en cuanto a la poderosa tribu de José
"la casa de José", se subdividió después en dos: la tribu de
Efraim y la de Manasés, por lo que ambas figuran como hijos
de José (§ 2049-20Ó3, 2322, 2338-2341, 2637). El capítulo 49
del Génesis que comienza expresando que Jacob llamó a sus
hijos para anunciarles lo que les ocurriría al fin de los días o
de los tiempos, después de relatar las supuestas palabras poé-
ticas del patriarca, añade al final de ese poema: "Todas éstas
son la tribus de Israel, en número de doce. Esto fue lo que les
habló su padre. Y los bendijo a cada uno con una bendición
particular" (v. 28). En la primera parte subrayada de este ver-
sículo se confiesa, pues, sin rodeos que los pretendidos hijos
de los vs. 1 y 2, son la tribus de Israel. Opina L.B.d.C. que esa
primera parte debe ser agregado de un glosador, y añadimos
nosotros : que el tal quiso corregir la ficción de personificar
colectividades; pero hizo una confusa amalgama con lo que
sigue, de modo que puede decirse que la enmienda le resultó
peor que el soneto.
2656. Del párrafo precedente resulta con luz meridiana
que los personajes nombrados, de las narraciones patriarcales,
no fueron individuos de carne y hueso, sino seres imaginarios
que representaban naciones, tribus, clanes o ciudades, seres
inventados para explicar el parentesco existente entre estas
agrupaciones humanas u otros hechos relacionados con las
mismas. Esa manera de proceder descansa en la errónea con-
(1) El Diccionario de la Academia Española ignora que clan es
una reducida tribu de pocas familias. Véase la obra de MORET y
DAVY, De los clanes a los imperios.
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
201
cepción histórica del origen de los pueblos, que los israelitas,
lo mismo que la mayor parte de las naciones de la antigüedad,
se habían formado, suponiendo que los Estados o las tribus
provenían del simple desarrollo de familias (§ 2252). "Esta
concepción, dice Kuenen, se muestra en el uso de expresiones
tales como éstas: la casa de Israel, los hijos de Edom, etc.
Cuanto más remontaban en el pasado, más disminuido se fi-
guraban el clan, hasta que al fin de cuentas llegaban al padre
de la tribu o del pueblo entero, progenitor al ciue naturalmen-
te conferían las mismas particularidades de carácter que ha-
bían notado en sus descendientes. A tal punto estaban acos-
tumbrados los israelitas a esta concepción genealógica de los
pueblos y de las tribus, que gran número de listas genealógicas
del Antiguo Testamento presentan nombres de países o de
ciudades como siendo personas" (VERNES, p. 72). Confir-
mando lo expuesto, escribe Bertholet de acuerdo con Ed. Me-
yer: "La reducción de toda la etnología a una genealogía, co-
mo si cada pueblo y cada ciudad proviniera del crecimiento de
una sola familia, tiene algo de puramente pueril. Es el resultado
de! pensamiento mítico que trata de comprender todo lo exis-
tente, — las relaciones sociales así como las cosas del mundo
exterior, — como producido por la procreación" (p. 322). Loa
héroes, pues, de las historias patriarcales son personalidades
étnicas, por lo general, epónimos de grupos, palabra ésta de
origen griego, que significa "el que da' su nombre- a algo", ya
sea pueblo, tribu, período, época, etc. Por lo tanto puede afir-
inarse, como dice Ragozín, c|ue cuando manifiesta la tradición
que el antepasado epónimo o fundador de la ciudad, dió su
nombre a ésta, lo contrario fue lo que realmente sucedió, pues
se aplicó a aquél el nombre de la ciudad. En cuanto a los nom-
bres de Abraham y de Isaac, nótese que si bien no son epó-
nimos, en cambio configuran también individualidades étnicas,
ya que de ellos proceden tribus o naciones. En consecuencia,
probado ampliamente como está, que los israelitas se valían
del procedimiento de ficticias genealogías humanas (p. ej. eu
Gen. 10), para indicar el origen o las relaciones de los pueblos
de su época, hay que llegar a la lógica conclusión de que
también Abraham e Isaac, son personajes míticos, como todos
los demás que hemos reseñado anteriormente (§ 2655).
202
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
HIPOTESIS DE WESTPHAL SOBRE LAS HISTO-
RIAS PATRIARCALES. — 2657. Un escritor ortodoxo mo-
derno, el profesor protestante y doctor en teología, Alejandro
Vs'cstphal, que trata de conciliar la fe bíblica con la ciencia, y
que admite la existencia de documentos de distintas épocas en
la formación del Pentateuco, se resiste a aceptar que los pa-
triarcas carezcan de realidad histórica. Se basa para ello en
la veracidad del cap. 14 del Génesis, diciendo: "¿Cómo admi-
tir que el autor hiciera historia cuando ocasionalmente habla-
ba de Amrafael o de Kador - Laomer, y novela cuando descri-
bía los héroes m.ismos de su raza y de su libro?"; y además en
esta otra consideración : "tiene que haber habido algún perso-
naje descollante anterior a Moisés, que para allanar el cami-
no de éste, hubiera elevado la mentalidad de los hebreos por
encima de las supersticiones contemporáneas, y hubiera fija-
do inmutablemente en los corazones, la fe en un Elohim justo
A' omnipotente : ese hombre fué Abraham" (Jehovah, ps. 108,
110).
2658. A esto contestamos : en cuanto a la verosimilitud
de! cap. 14 del Génesis, nos remitimos a lo dichoi a su respecto
en § 2265 -2271, recordando aquí tan sólo que dicho capitulo
proviene de distinta fuente que las demás páginas de los rela-
tos patriarcales. Y en cuanto al segundo argumento, observa-
remos únicamente: 1^ que entre Moisés y su pretendido pre-
cursor, hay por lo menos, cinco siglos, espacio demasiado
grande para que el pueblo no hubiera vuelto a caer en sus
supersticiones; 2° que sobre la religión de los hebreos en tiem-
po de Moisés nos atenemos a lo ya dicho, (cap. V del t° I) ;
3^ 3° que en ninguna parte de la historia de Abraham se nos
presenta éste como el fundador de una nueva religión, ni me-
nos realizando la obra que supone Westphal. Tan quimérica
€s esta suposición, que ni siquiera transmitió aquel patriarca
su fe a sus hijos, pues, con excepción de Isaac, todos los de-
más fueron paganos. Sin embargo, a pesar de sus argumentos,
Westphal no puede menos de confesar que "el carácter étnico
de la historia de los Abrahámidas es innegable en ciertas par-
tes. Se ve muy claramente que la preocupación del autor es,
en ellas, la de explicar y justificar la historia de los pueblos
por su origen". Y concluye diciendo: "Todo lo que la ciencia
lAS LEYENDAS PATRIARCALES
203
tiene el derecho de pedirnos, — y nosotros de buena gana lo
concedemos — es que dejemos de lado en nuestra reconstruc-
ción de la historia patriarcal, los relatos en los cuales se des-
cubre muy visiblemente la preocupación étnica, como por
ejemplo, ciertos episodios de la vida de Lot, de Agar y de Is-
mael, de Esaú, de Rubén y de Judá, de Simeón y de Leví"
(Ib. ps. 106. 110).
2659. Esta manera de razonar es completamente inacep-
table, pues si una buena parte de esa historia, según los ejem -
plos indicados, la constituyen mitos de carácter étnico, no se
ve con qué razón se va a considerar en otras partes del relato,
a esos mismos personajes, como seres reales, y que lo que de
«líos nos cuenta el Génesis, sea la biografía auténtica de los
mismos. Si Esaú es el país de Edom, y su hermano Jacob es
el país de Israel, ¿cómo vamos a aceptar que Rebeca, la ma-
dre de ellos era una mujer, y en consecuencia, todo lo que se
nos narra de los antecedentes de su matrimonio? ¿Por qué de-
jar de lado los episodios que revelan el- carácter étnico de los
personajes, y que tanto molestan a la ortodoxia, si son preci-
samente ellos los que nos muestran que los tales personajes
no fueron individuos reales, como nosotros, sino entes de fic-
ción creados para comprobar determinadas tesis? ¿No es ab-
surdo pretender que se acepte el extraño hibridismo de que
en una narración histórica, los héroes de la misma unas veces
«ean hombres y otras, tribus o pueblos?
LA OPINION DE SAN PABLO SOBRE LOS PA-
TRIARCAS. — 2660. Al sostener, pues, que los personajes
descollantes de la historia patriarcal son personificaciones de
lugares, clanes, tribus o pueblos, no formulamos una mera hi-
pótesis, sino que nos colocamos en el terreno firme de los he-
chos, puesto que eso es lo que nos dicen sin rodeos los textos,
y porque a ese resultado se llega estudiando con detención las
narraciones del Génesis. Indudablemente que esta conclusión
parecerá a algunos creyentes una herejía, habituados como
«stanios desde la infancia, en los países de civilización cristia-
na, a leer en los libros de Historia Sagrada o en los Manuales
•de Instrucción Religiosa, que los patriarcas fueron seres rea-
les, y que hay que tomar como verdades inconcusas, todos los
204
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
detalles que se nos dan en sus biografías. Esa también era la
creencia de los que las compilaron en el Génesis, y sin embar-
go, no es eso lo que se descubre en tales textos. I'ero a fin de
disipar los escrúpulos ortodoxos de más de un lector, recor-
demos que para ciertos escritores inspirados del Nuevo Testa-
mento, por lo menos algunos de los episodios de la historia
jiatriarcal, no encierran hechos reales, sino alegorías. Asi, pa-
ra el autor de la epístola a los Hebreos, el rey - sacerdote Mel-
quisedec, del cap. 14 del Génesis, no es una persona, sino un
símbolo, una idea (§ 2271), y lo mismo opina el apóstol Pablo
de Agar, Sara. Ismael e Isaac, que tan importante papel des-
empeñan en la historia de Abraham. En efecto, ese apóstol
escribe a los Gálatas, lo siguiente : "Decidme los que deseáis
estar bajo la Ley, ¿no oís la Ley? Porque está escrito que
Abraham tuvo dos hijos, el uno de la esclava (Ismael) y el
otro de la mujer libre (Isaac). Mas el de la esclava nació según
la carne ; empero el de la mujer Ubre, en virtud de la promesa.
LAS CUALES COSAS SON BICHAS ALEGORICAMEN-
TE, PORQUE ESTAS DOS MUJERES SON DOS PAC-
TOS; el uno que dimana del monte Sinaí, y engendra hijos
para servidumbre, es Agar. PORQUE AGAR ES EL MON-
TE SINAI, EN ARABIA, y corresponde a la Jerusalén ac-
tual, porque ésta es esclava con sus hijos. Empero la Jerusalén.
celestial es libre, la cual es nuestra madre'' (4, 21 - 26).
2661. Aun cuando éste sea un argumento de visionario,
como expresa Loisy, sin embargo, aquellos que acatan ciega-
mente las doctrinas de Pablo, tienen que reconocer que todo
lo que en el Génesis se nos describe con tan vivos colores de
la historia de Agar y de Sara, la mujer de Abraham, no son
hechos reales, sino ficticios, meras alegorías, con las cuales el
escritor inspirado del Génesis, envolvía profundos mist'n'ios
que se iban a poner en claro muchos siglos después. Sin duda
alguna que a nosotros los profanos, nunca se nos hubiera ocu-
rrido que Agar es el monte Sinaí en Arabia, que Sara es la
Jerusalén celestial, que estas dos mujeres son además dos pac-
tos o alianzas, y que Ismael, el nacido según la carne, el hijo
de la servidumbre, representa a los judíos, que siguen siendo
esclavos de la Ley, mientras que Isaac, que no nació de la car-
ne sino que nació de la promesa, es decir, por la intervención
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
205
<3irecta de Yahvé, representa a los cristianos, los cuales están
libres del yugo de la legislación mosaica. Y como Ismael, el
hijo según la carne, perseguía a Isaac (§ 2280), el hijo según
el Espíritu (persecución de la que no se habla en el Génesis, y
que es una adición a la leyenda de Agar tomada de la tradi-
ción rabínica), así también los judíos perseguían a los cristia-
nos cuando escribía Pablo, por lo cual éste declara justificado
lo que dice la Escritura : "Echa a la esclava y a su hijo, porque
■no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la mujer libre"
(4, 28-31). Acéptese o no la transcrita interpretación alegóri-
ca, lo cierto y positivo es que todos los que acatan la autoridad
doctrinaria del apóstol Pablo, tienen que reconocer que la bio-
grafía de Abraham es un cuento piadoso, y por lo tanto, no
siendo Sara una mujer, sino un pacto o una ciudad ideal, y
no siendo igualmente Agar una esclava, sino otro pacto o el
monte Sinaí de Arabia, forzoso nos es concluir que Abraham
tampoco es un ser real, como ya lo habíamos inferido al es-
tudiar los demás personajes de la narración patriarcal. Lo
que decimos de Abraham es aplicable a Isaac, cuya biografía
reproduce en gran parte episodios de la de Abraham o de la
de Jacob (§ 2323, 2324).
LOS PATRIARCAS CONSIDERADOS COMO HE-
ROES MITOLOGICOS Y FUNDADORES DE SANTUA-
RIOS. — 2262. Además del indiscutible carácter étnico de
muchos de los principales personajes de las leyendas patriar-
cales, gran parte de los escritores modernos que abordan con
criterio científico la crítica bíblica, entienden que las grandes
figuras de esas narracciones, fueron héroes de leyendas de
fundación de santuarios, llegando algunos hasta admitir que
fueran dioses de los mismos. Así, Lods, — estudiando los poe-
mas de Ras Shamrá (§ 79), y especialmente la leyenda de Ke-
ret (§ 2253), rey de los sidonios, al cual el dios supremo. El,
le ordena hacer la guerra a la mujer de un personaje divino
Teráh, dándose la batalla en el Negeb, al Sur de Palestina,
región en la que los relatos tradicionales colocan la residencia
preferida de los tres principales patriarcas — , se pregunta
si no es muy verosímil que Teráh, originariamente figura di-
vina, haya sido transformado por -la tradición israelita en un
206
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
héroe humano, antecesor de la raza. Se inclina dicho escritor
a una respuesta afirmativa, basándose en que el testimonio
de los citados poemas sobre Teráh dan nueva razón para pen-
sar que el elemento propiamente mitológico debió, en parte,
entrar en la formación dé los relatos que circulaban sobre los
antecesores de Israel. Corrobora esta solución, el hecho de
que los patriarcas figuran en la tradición como fundadores de
los antiguos "altos" o santuarios más venerados en Palestina^
H saber: Abraham funda el de Hebrón ; Isaac, el de Beer -
Seba o Beersabé ; Jacob, el de Bethel; y José, el de Siquem.
2663. Para Loisy, "la mayor parte de las leyendas pa-
triarcales son originariamente leyendas cultuales concernien-
tes a antiguos santuarios cananeos adoptados por los israeli-
tas. Cada santuario, tanto en Canaán como en otras partes,
tenía su dios propio y su leyenda de fundación (como ocurre
hoy, agregamos nosotros, con las Vírgenes locales del cato-
licismo). Nuestros colectores de tradiciones, que ignoraban la
centralización del culto de Yahvé en el templo de Jerusalén,
no temieron atribuir otros santuarios al dios de Israel y adap-
tarle la leyenda de ellos, ya identificando el antiguo dios con
Yahvé mismo, ya transfprmando un dios o un héroe local
en patriarca antecesor de Israel . . . Cualquiera que haya sido
el origen de los nombres patriarcales, éstos no fueron en un
principio los nombres de los antecesores de los israelitas; pero
llegaron a ser tales antecesores, ayudando así a construir la
genealogía del pueblo elegido. En esa calidad de héroes an-
cestrales es que se cuenta de ellos que levantaron aquí un.
altar, erigieron allá una estela, en otra parte plantaron un
árbol o ungieron una piedra, en honor de su dios, consagrando
así los lugares de culto que Yahvé, desde la conquista, había
usurpado a los dioses de Canaán" (La Relig. d'Isr. ps. 22, 23).
De acuerdo con lo expuesto, tendremos que esas leyendas
más o menos mitológicas se fueron convirtiendo con el trans-
curso del tieinpo, en aventuras heroicas o humanas, que inde-
pendientes al principio entre sí, se encargaron más tarde los
sacerdotes de los santuarios de unirlas por medio de ficticias
genealogías, procedimiento éste, como nota Moret, empleado
por los fenicios, cananeos y otros orientales para clasificar a
sus dioses. Es, pues, muy probable que tales mitos, de pro-
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
20^
cedencia popular, — con los que se trataba de explicar tanto
el parentesco de los pueblos, los hechos, las instituciones y la
denominación de parajes, como el origen de los santuarios
más venerados — , se desarrollaran en éstos más tarde, supo-
niéndose que la santidad de los mismos provenía de teofanías
o apariciones de la divinidad que allí habían tenido los pa-
triarcas fundadores.
LA HIPOTESIS DE WEILL. — 2664. El escritor con-
temporáneo Raimundo Weill, en su reciente estudio sobre "La
légende des patriarches et l'histoire" (1938), después de exa-
minar la literatura legendaria de los fenicios descubierta no
ha mucho en las copias de Ras Shamrá (§ 79) en el Norte
de Siria, y de analizar las últimas publicaciones de Dussaud
y de Dhorme sobre la materia, llega a las siguientes con-
clusiones :
1° En el personaje de Abraham, tal como resulta del
actual relato bíblico, se han fusionado por lo menos tres per-
sonajes diferentes, a saber: a) uno, antepasado del pueblo
israelita y revelador de santuarios palestinos, a la manera de
Jacob y de Isaac ; b) otro, un inmigrado del Norte relacio-
nado con transmisiones religiosas o mitológicas ; y c) uu
Abraham, héroe de leyenda divina.
2^ En alguno de los poemas fenicios de Ras Shamrá,
entre otros el poerna de Keret. figura un tal Terah o Etrah,
invadiendo a Canaán e investido de las funciones sobrena-
turales de Señor de la Luna (§ 2253, 2662). Dicho personaje
tiene un hijo llamado Seb'aní, fundador del santuario de Ca-
dés, al Sur de Palestina (§ 359- 363), y del santuario de Asdod
en la costa Sur de Fenicia, y cuyo nombre significa el Sépti-
mo, que recuerda a Beer - Seba el "Pozo de los siete" (§ 2292,
2324) santuario cuyo creador fue Isaac, según la tradición
israelita. Estos hechos dan a suponer la identidad del Térah
de la tradición fenicia con Teráh - Abraham de la tradición
israelita.
3° Las composiciones fenicias, de las cuales las descu-
biertas en Ras Shamrá son sólo copias, deben ser muy ante-
riores al año 1500 a.n.e. Los compiladores y compositores de
las primeras elaboraciones literarias en Israel conocían la lite-
208
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
ratura de la Fenicia próxima y se inspiraron en ella para enri-
quecer el tejido de sus propias historias míticas. Es muy proba-
ble que las tradiciones legendarias que Ras Shamrá y la Bi-
blia tienen en común, procedan de un original cananeo, que
quizá remonte muy alto en la primera mitad del II milenario.
De todos modos puede afirmarse que la leyenda teraquita -
abrahámica no es específicamente israelita, sino que ha lle-
gado a serlo en el último período de la misma.
4^ En los elementos de esa tradición cananea o pre -
fenicia ya estaban unidos los materiales de dos cuerpos legen-
darios primitivamente independientes : una leyenda de la fun-
dación de santuarios, y otra de la llegada de la migración
de la religión lunar de Mesopotamia. Tanto según la Biblia,
como según los poemas de Ras Shamrá, la elaboración de esa
fuente primitiva fue palestina, como lo revelan los datos geo-
gráficos de los lugares en que actúan Teráh y su' familia.
59 El hecho de la migración de Abraham, bien que pué-
da ser un eco del trasplante en Siria de los cultos de Ur en
Caldea, tiene un carácter mítico. El traspaso o transmisión
de religión no supone un correlativo desplazamiento de pue-
blos, y por lo tanto debe descartarse la hipótesis de Dhorme
de la realidad histórica de que los antecesores de los hebreos
partieron de Ur llevando a Harán el culto del dios Luna
(§ 2255). Prolongadas relaciones religiosas de las comunida-
des y transmisiones de tradiciones o cultos, no traen como
consecuencia cambios materiales de domicilio. Pero aun acep-
tando la realidad histórica de esa primera migración, nada
prueba que tales inmigrantes hayan sido los verdaderos an-
tecesores de los israelitas. La extensión o transferencia de
cultos y creencias, se efectúa, como la de todos los objetos
que constituyen la civilización, por la comunicación regular
entre los dos mundos interesados : el transmisor y el recep-
tor. Por esto, cuando se pretende que el traspaso de las reli-
giones lunares de Mesopotamia a Harán y de aquí a Canaán
fué realmente acompañado de una migración de personas, se
forja una hipótesis inútil, que debe abandonarse, pues obs-
taculiz-^. el terreno de la investigación.
Los teraquitas tienen el carácter de divinidades lu-
nares y de personajes étnicos, así Teráh es la misma Luna;
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
209
Harán, hijo de Teráh, es un nombre de ciudad ; Nacor o Nahor,
otro hijo de Teráh, que lleva el nombre del padre de éste,
es nombre idéntico a la ciudad Nahur, capital de distrito ates-
tiguada por los textos paleo - asirios del año 2000 y por los
documentos asirios de más baja época ; Serug, abuelo de Teráh,
nombre de la ciudad de Sarugi de recientes textos asirios, hoy
Sarug; Sarai, esposa de Abraham hijo de Teráh, y Milca
esposa de Nacor hermano de Abraham, son nombres que po-
drían designar a Nin - Gal, la Gran Señora del dios Luna
(Gén. 11, 22-29). En cuanto a la calidad esencial de Teráh
como dios lunar, está confirmada por varios de los poemas
de Ras Shamrá, de los que resulta además que la invasión
teraquita en Palestina descendió del Norte. Como se ve, de
toda su familia bíblica, Abraham es el único que no tiene
correspondencia con localidades o deidades del Eufrates, y
eso se debe a que es una figura local de Hebrón, el fundador
del santuario de esa ciudad. Fácil es entonces percibir que
el Abraham de Hebrón, en un período posterior, fue rela-
cionado con los personajes étnicos y lunares importados del
Eufrates, o sea, que la leyenda inmigrada y sus protagonis-
tas fueron soldados a la persona y a la leyenda del antiguo
fundador palestino.
7^ Seb'aní de la leyenda de Ras Shamrá, fundador de
los santuarios de Asdod y de Cadés, lo mismo que Abram o
Abraham, nunca fue un pueblo o ciudad de la región de Aram
en el Eufrates. Ambos son tan semejantes en la versión fe-
nicia y en la de la Biblia que casi se diría que constituyen
una sola figura, bajo dos nombres y en varios lugares, la
■de un fundador de santuario en la tradición autóctona del
Sur palestino, al que en determinado momento, se le impuso
como pa dre a Teráh, el dios Luna venido de Carán. El carác-
ter arbitrario y artificial de la sutura de estos dos cuerpos
legendarios independientes, muy alejados el uno del otro tanto
por la situación geográfica de los lugares de su procedencia
como por el significado de los episodios y de las figuras, está
acentuado por esta circunstancia: que los personajes así en-
lazados son por un lado, dioses de la religión lunar llegada
del Eufrates, mientras que por otro, son hombres, simples
héroes de las leyendas de fundación palestinas. Esa opera-
210
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
ción de sutura probablemente tendría por objeto legitimar o
naturalizar en Canaán la religión venida del Norte y sus
protagonistas.
8^ Los que hicieron ese trabajo de combinación lite-
raria, trataron de relacionar la historia del Abraham indígena
con otra paralela, similar y también de Palestina, a saber,
con la de Jacob, el héroe de la leyenda de fundación de Bethel.
introducida como la de aquél, en sub&rulviati-.'.u .'¿miliar e;i
el círculo de un dios lunar del Norte. El destino de Jacob
se fija entre las gentes arameas de Carán, adonde aquél va
a buscar esposa. Labán es otro nombre del mismo dios Luna :
la Ei'jüa se sirve del femenino Lebhanah, "blanca", para de-
signíir ia Luna, y de este personaje lunar de Carán sale su
hija Raquel, dada en matrimonio a Jacob. Raquel, bajo un
nombre distinto, aunque sinónimo, se encuentra en la misma
posición de diosa - hija en el panteón lunar del Aram del
Eufrates. En efecto, ya el escritor Jensen, en 1906, hizo notar
que Raquel, que significa "oveja" (§ 94), era idéntica a Istar
(§ 75), que también significa "oveja", y que los asiro - babiló-
nicos, la consideraban hija del dios - luna Sin, poseedor en
Carán de un santuario célebre. En esa combinación legenda-
ria, se hizo de Jacob, el yerno del dios Luna de Carán, — lla-
mado Sin en el Eufrates y Labán en la versión bíblica — , por
su casamiento con la hija de este dios, Istar aramea igual
a Raquel del Génesis. La historia, pues, de Jacob, yerno de
Labán, presenta una sorprendente analogía de construcción
con la historia de Abraham, hijo de Teráh, aunque habiéndo-
se organizado independientemente la combinación de la reli-
gión lunar con la religión local, resultó que en Hebrón se
tomó al dios Luna bajo su nonibre de Teráh, y se le entro-
nizó rodeado de su familia, como padre del héroe fundador
local, mientras que en Bethel el mismo dios fue recibido bajo
el nombre de Labán, haciéndose del fundador del santuario
no el hijo, sino el yerno de gran extranjero. Sin embargo,
tanto en una como en otra combinación, el dios Luna, Teráh
o Labán, era considerado como no habiendo abandonado per-
sonalmente su lejano Carán, mientras que en la versión feni-
cia de Ras Shamrá, Teráh llega a Palestina al frente de todo
un pueblo. Pero en ainbas combinaciones se siguió el sistema
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
211
uniforme de colocar al fundador local en posición de subor-
dinación familiar, a lo menos genealógica, respecto de las
grandes figuras divinas de la nueva religión inmigrada.
2665. Tal es a grandes rasgos, pero fielmente reprodu-
cida, la hipótesis de Weill, una de las últimas explicaciones
que se han dado de la formación de las leyendas patriarcales.
Confesamos lealmente que nunca nos han convencido los ar-
gumentos basados en la teología mitológica o astral, sino
cuando tienen un carácter tal de evidencia, que fuerzan su
razonable reconocim.iento. La construcción hipotética de Weill
nos resulta sumamente aventurada, pues descansa en un he-
cho no probado, a saber: que desde los comienzos del II mi-
lenario hasta época posterior a Moisés, en que se introdujo
el yahvismo en Canaán, la religión lunar fue la predominante
en Fenicia y Palestina. Sin esa base no se comprende el por-
qué los sacerdotes o teólogos de los más célebres santuarios
cananeos, como el de Hebrón y el de Bethel, se sintieran
obligados a modificar las leyendas locales de sus héroes de
fundación, relacionando a éstos con el dios - luna, que ya se
nos presenta con el nombre de Sin, ya con el de Teráh, ya
con el de Labán. Después, estos dos últimos personajes en
las narraciones bíblicas no se muestran con caracteres divi-
nos, sino meramente humanos, sin que desempeñen un papel
preponderante en el destino de los patriarcas Abraham y Ja-
cob, respectivamente. De Teráh sólo se expresa que un buen
día se le ocurrió partir con su familia de Ur de los caldeos
a la ciudad de Carán, donde se estableció y murió ; y en cuanto
a Labán, bien que en su casa se dice que Jacob pasó 20 años,
donde se casó y se enriqueció, ahí concluye su intervención
en la vida de este patriarca. Weill para apuntalar su tesis Üe
identificación de Raquel con la diosa Istar, tiene que soste-
ner que el casamiento de Jacob se desdobló, pues las mujeres
legítimas de éste fueron dos: Raquel y Lea. En cuanto a
negar por inútil el dato bíblico de la partida de Teráh y su
familia, o sea, el hecho de la inmigración de un conjunto de
personas de Ur a Carán, que sería el eco de la transferencia
de la religión lunar de aquella metrópoli a esta ciudad, tam-
poco nos parece aceptable tal negación, pues si bien son muy
razonables los argumentos de Weill al sostener que la trans-
212
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
misión de todos los frutos de la civilización no implica forzo-
samente cambio de residencia de las personas, es incuestio-
nable que este cambio trae aparejada aquella transmisión. Así
tenemos, p. ej., que los conquistadores españoles y portugue-
ses en América, con sus personas llevaron a ésta sus ideas,
■su catolicismo ; mientras que los inmigrantes sajones del
Norte, aportaron sus creencias protestantes. Esto no quiere
decir que sea histórico el relato bíblico, sino que muy bien
pudiera ser que en él se encontraran involucradas reminis-
cencias de sucesos de un lejano pasado nebuloso. En resumen,
pues, con Lods, — que admite como muy plausible que mu-
chos héroes de la historia patriarcal hayan sido primitivamen-
te dioses y que tal de sus aventuras haya sido, en el origen,
un relato mitológico — , podemos afirmar que : "hay que mar-
char en este terreno con extrema prudencia y guardarse de
las exageraciones quiméricas de ciertos sabios, que a cada
paso descubren en las historias patriarcales alusiones a la
teología astral o que creen encontrar en ellas, en sus más
menudos detalles, los mitos de muchos dioses egipcios. Hay,
en efecto, una cosa cierta y es que para los narradores israe-
litas, los personajes de las historias patriarcales son exclusi-
vamente seres históricos, antecesores humanos de los pueblos
y de las tribus actuales. La mitología, si la hay, noi les llegó,
pues, sino degradada ya al rango de aventura humana o a lo
más heroica" (Israel, p. 183).
FORMACION DE LAS LEYENDAS PATRIARCA-
LES. — 2666. Después de todo lo expuesto, y buscando una
solución clara, sencilla y racional del problema en cuestión,
se puede asegurar con grandes visos de veracidad, que las le-
yendas patriarcales deben haberse formado en los más vene-
rados santuarios de Palestina, lo que se comprueba por la
fidelidad de los datos geográficos que aquéllas contienen, en
contraste con la pobreza de los mismos, cuando se trata de
Mesopotamia o de Egipto. Son en su mayor parte, creaciones
de la musa popular, pues no debe olvidarse que tales historias
comenzaron por ser relatos rimados, que fueron aumentán-
dose con nuevos episodios en el curso de los siglos, tomados
a veces de las literaturas vecinas, como las de Fenicia o Egip-
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
215
to, hasta que más tarde fueron prosificados en las historias
que hoy llamamos documento yahvista y documento elohista.
No sería extraño que hayan tenido su origen y que adqui-
rieran después su mayor desarrollo en los santuarios cana-
neos, transformados posteriormente, cuando la instalación del
pueblo de Israel en Canaán, en santuarios nacionales, ya que
cada uno de éstos se jactaba de haber sido fundado por un
determinado patriarca. Opina Toussaint (p. 200) que así coma
en cada ciiidad de Roma y Grecia se evocaba anualmente la
memoria de su fundador, con ceremonias sagradas en el cursa
de las cuales se recitaba algún himno o poema en su honor,
así también es probable que lo mismo ocurriera en las ciu-
dades y santuarios de Canaán, y que de esos panegíricos hu-
bieran salido la mayor parte de las leyendas patriarcales, que
antes de formar parte de la historia de Israel, fueron cantadas
o recitadas en verso por los aedas y narradores de la nacióa
(Ex. 13, 14). Esos relatos están mezclados con reminiscen-
cias históricas, como los lejanos recuerdos de la primitiva vida
nómade y pastoril de los antecesores, y como las tradiciones de
que éstos provenían de Ur en Caldea, de donde habían traído
sus terafim, su culto y sus dioses, o como los relatos sobre
tratados y alianzas familiares celebrados entre los israelitas
y los árameos, alianzas que éstos tenían que efectuar con to-
dos los países desde Babilonia hasta Egipto, cuando reali-
zaban en grandes Caravanas el comercio entre estos imperios
(R. H. R. t*^ 108, ps. 35, 36). Quizá algún nombre no epóni-
mo, como el de Abraham, no sea nombre de fantasía, y haya
sido llevado por algún antiguo jefe, jeque o santón célebre,
cuya memoria se perpetuó a través de las edades, aureolada
con los brillantes resplandores que le prestó la imaginación
popular; pero, como dice muy bien Kuenen, "no se trata aho-
ra de saber si un día existieron individuos de ese nombre, sina
si Jos antecesores de Israel y de los pueblos vecinos que el
Génesis pone en escena, son personajes históricos ; y es a
esta cuestión a la cual respondemos negativamente". Loisy
supone en la base de los documentos yahvista y elohista,
antes de su amalgama en una redacción común, el trabajo de
un escritor que delineó un primer cuadro al combinar y re-
dactar, con más o menos originalidad, las leyendas conserva-
.214
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
das en la memoria de los recitadores, insertando en ellas los
antiguos cantos populares, y hasta reproduciendo algunas pie-
zas anteriormente escritas. Este primer esbozo habría sido
'después completado o retocado por personas animadas del
mismo espíritu que el primer redactor y que pertenecían, por
ásí decirlo, a su escuela (La Reí. d'Isr. ps. 23, 24).
2667. En los orígenes de la poesía épica francesa, encon-
tramos ejemplos que nos muestran claramente cómo remotas
tradiciones nacionales pueden originar en el comienzo de la
vida de los pueblos, leyendas maravillosas, de las cuales ha
desaparecido por completo la base histórica que pudieran te-
ner. Recuérdese, por ejemplo, el origen de los poemas del ci-
clo bretón. Según antiguas tradiciones, Arturo, rey de la Gran
Bretaña, en el siglo VI de nuestra era, luchó valientemente
-contra la invasión sajona, hasta que al fin fué vencido y
muerto en una batalla definitiva. "Los bretones, escribe Gre-
nier, se refugiaron después en el país de Gales, en Cornuailles
y en la península Armórica; y apegados piadosamente a los
recuerdos de su independencia, hicieron del rey Arturo el
símbolo de la resistencia nacional, la personificación viviente
de la patria perdida y siempre llorada. Concentradas en él
todas las leyendas preexistentes y posteriores, célticas u otras,
ese personaje llegó a ser el núcleo de un vasto movimiento
poético que terminó en la constitución de la epopeya bretona.
Según la leyenda, Arturo no murió en el combate contra los
sajones. Transportado por el hada Morgana a la isla de Ava-
lón, debe volver un día para libertar a los bretones. En la
ciudad de Caerleón fundó la orden caballeresca de la Tabla
Redonda, cuyos miembros, iguales entre sí en derechos y de-
beres, se sentaban sin distinción de linaje en torno de una
Tnesa circular. De su corte parten intrépidos y arriesgados
■caballeros, enderezadores de entuertos, vengadores del huér-
fano y de la viuda, defensores del derecho y de la verdad,
héroes místicos y galantes a la vez. Los prodigios nacen a
su paso: atraviesan bosques poblados de leones, leopardos
y tigres, valles habitados por escorpiones, culebras y serpien-
tes cuyas bocas echan llamas ; castillos encantados se levantan
ante ellos ; a su vida se mezcla todo un mundo de demonios,
hadas y encantadores. Van en busca del Santo Graal, vaso
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
215
misterioso en que José de Arimatea recogió la sangre del Sal-
vador y que sólo puede ser hallado por un caballero perfecta-
mente puro. Su descubrimiento debe presagiar la emancipa-
ción de la Gran Bretaña" (1). Nótese cómo la leyenda, en
el espacio de pocos siglos, ocultó completamente todo lo que
pudiera haber de real en la base de la misma.
2668. Pues bien, algo semejante debe haber ocurrido en
la formación de las leyendas patriarcales. Estando los epóni-
mos del pueblo o de la tribu expresados por individuos que
se casaron y cuya prole de nombre individual fueron otros
pueblos o tribus vecinos, era lógico llenar el cuadro, supo-
niendo que sus ocupaciones y su género de vida eran como
los del común de las personas de su época, aunque se distin-
guieran de éstas por la protección especial que les dispensaba
el dios nacional, quien conversaba y comía familiarmente con
ellos. La historia de Filemón y Baucis, como ya lo hemos di-
cho (§ 2286), tiene más de un punto de contacto con el relato
del capitulo 18 del Génesis, y la de Ifigenia, lo tiene con el
sacrificio de Isaac. "La forma misma de estos relatos, observa
Toussaint, llenos de episodios maravillosos, que se reducen
todos a incidentes personales, no difiere en nada de la manera
común a los historiadores de la antigüedad, i;omo Tito Livio,
Polibio y Tácito, cuando cuentan los orígenes de su pueblo.
En ambos casos se refieren sin crítica ni comentario los di-
chos que circulan desde innumerables generaciones en los me-
dios en que florecen el cuento y la anécdota y donde no agra-
da la realidad histórica, ni lo general, ni lo abstracto, sino,
por el contrario, los pequeños detalles de la vida privada, lo3
rasgos mordaces, los equívocos, las aliteraciones, las parano-
masias, las etimologías que resumen la vida de un personaje
y su destino. Los recuerdos de las tribus, tanto los de sus co-
mienzos como los de su evolución histórica, se concentran en
la persona de sus epónimos, del antecesor real o ficticio del
que pretenden salir por vía de filiación directa, artificio lite-
rario que está bien representado en la bendición de Jacob,
(Gén. 49; § 2049-2063). En la vida privada de ese personaje -
tipo se resumen o reflejan las fases del desarrollo de la tribu
(1) Historia d« la Literatura Francesa, ps. 12 y 13.
216
LAS LEYENDAS PATRIARCALES
y sus maneras de sentir tradicionales" (ps. 196, 197). Tal es
también nuestra opinión, y por eso terminaremos este tema,
manifestando con Reuss, que las historias patriarcales "son
el producto, no del estudio y la reflexión, sino de la necesi-
dad inconsciente de dar vida y colores a ideas más o menos
flotantes y nebulosas. Que en el fondo de esos idilios haya
algún vago recuerdo de antiguas relaciones, hostiles o amis-
tosas de las tribus entre sí, pudiera ser muy bien ; pero es
imposible de probarlo y de retraducir la poesía en historia"
(I, ps. 108. 109).
CAPITULO VII
El libro de la alianza
CODIGOS PRIMITIVOS. — 2669. Entre los documen-
tos insertos en las recopilaciones yahvista y elohista, hay dos
que por su especial importancia, merecen que les consagre-
mos capítulo aparte. En la primera de esas compilaciones se
encuentra el decálogo primitivo (Ex. 34, 10-27), al que se
le suele llamar el segundo decálogo, porque en el libro del
Exodo viene después del que se halla en el capítulo 20, que
es el clásico, o más conocido, al que por antonomasia se le
da ese nombre. Como al estudiar el uno, forzosamente tene-
mos que estudiar el otro, y como este último es posterior en
varios siglos a aquél, comenzaremos nuestro estudio por el
código que encierra el elohista (Ex. 20, 23 - 23, 19), que los
críticos designan por la letra C, y que es llamado el "Libro
de la Alianza" en Ex. 24, 7. Esta denominación es indudable-
mente equivocada, puesto que debe aplicarse en realidad al
citado decálogo primitivo, que en un principio había ocupado
el lugar de aquel código.
EL LIBRO DE LA ALIANZA. — 2670. Organizado
fuertemente el Estado israelita bajo los gobiernos de David
y Salomón, se sintió la necesidad de recopilar y poner por
escrito muchas disposiciones que de antaño se venían trans-
mitiendo oralmente y que eran aplicadas en los juicios como
derecho consuetudinario. A ellas se agregaron probablemente
muchas otras surgidas por el nuevo orden de cosas, y espe-
cialmente por la desigualdad social, que trajo la aparición de
una poderosa clase de personas enriquecidas en el comercio
y en la industria o en las fructuosas expediciones militares
de la época de David. Esa clase de ricos, cuyo lujo y poderío
contrastaba con la situación general del pueblo y con las
218
EL LIBRO DE LA ALIANZA
antiguas costumbres igualitarias, carecía de mayores escrú-
pulos para aumentar su fortuna, y de ahí la necesidad de
establecer en un código preceptos para proteger especialmente
a los dél)iles. Ya veremos que los grandes profetas del siglo
VIII iniciaron una vigorosa campaña en el mismo sentido,
para combatir esos abusos y hacer que primara la equidad y la
justicia en las relaciones sociales. La idea no era nueva: ya
al fin del tercer milenario el célebre rey Hammurabí, de Ba-
bilonia, promulgó su célebre código "para hacer prevalecer
la justicia en el país, para destruir al malvado y al perverso,
para impedir que el fuerte oprima al débil, y para dar segu-
ridad a los huérfanos y a las viudas" (§ 13).
2671. Es difícil clasificar las disposiciones del Código
de la Alianza, las que se encuentran hoy mezcladas en des-
orden, a causa de las modificaciones, adiciones, supresiones
y retoques que han sufrido al pasar por tantas manos, desde
que fueron redactadas, hasta tener su colocación actual en el
libro del Exodo. Se puede tentar el agruparlas bajo estas
rúbricas: 1° Leyes civiles; 2^ Leyes penales; 3° Recomen-
daciones a los testigos y jueces ; 4° Preceptos humanitarios
o de moral social; y 5° Preceptos relativos al culto o a la
religión en general. Las tres primeras clases de preceptos,
llamados mispatim (§ 184), son reglas de derecho principal-
mente tomadas de los cananeos, quienes a su vez los habían
sacado del referido Código del rey Hammurabí, que para la
formación de esa obra utilizó la antiquísima legislación de
los sumerios, ya en vigencia 1.500 años antes de Moisés, o
sea, las leyes de Urukagina, últim.o rey de Lagash, por los
años 2750 a 2800 (véase nuestra obra "La Libertad a través
de la historia", ps. 15-19). Esos preceptos jurídicos se ase-
mejan además por el fondo y por la forma al código de los
hititas, de mitad del siglo XIV, y a las leyes asirías recopila-
das (1400-1200). Corresponden a las leyes, mencionadas en
Ex. 24, 3, mientras que las demás prescripciones, o sea, los
debarim, corresponden a "las palabras de Yahvé", del mismo
texto. Es natural suponer que los divulgadores de los princi-
pios j' •'.'icos del Código de Hammurabí (del que se hicie-
ron nuircrosas copias, según lo comprueba el hecho de ha-
ber.oc c rontrado fragmentos de ellas en la biblioteca de Asur-
EL LIBRO DE LA ALIANZA
219
banipal) y de los de las demás recopilaciones citadas, hayan
sido los escribas palestinos, de los que hemos hablado ante-
riormente (§ 86). En efecto, los escribas por el hecho de saber
leer y escribir, (cosa rara en aquella época), eran funcionarios
■encargados, de la correspondencia política con los Estados ve-
cinos, a la vez que desempeñaban el cargo de archiveros y
podían cultivar y recoger muchas tradiciones históricas y di-
fundir prescripciones de legislaciones extranjeras. Había cier-
tas poblaciones donde debían prepararse para la profesión de
escribas, y así, nota Bertholet (p. 108), que del antiguo nom-
bre cananeo de una ciudad, Kiryat - Séfer (Jos. 15, 15, 16;
Jue. 1, 11), que significa "ciudad de la escritura", puede infe-
rirse que hubo centros en los que florecía este arte. En cuan-
to a los debarim, que tienen carácter imperativo, son manda-
mientos de origen sacerdotal que se refieren al culto, a los
ritos o prácticas religiosas, entre los que, junto a antiguos
tabúes, se encuentran también preceptos morales. Quizá cier-
tos de ellos se grabaron en planchas de piedra, luego expues-
tas en algunos santuarios muy concurridos, originando así
los llamados decálogos (§ 2683). Se cree que los mispatim
hayan sido redactados al fin del siglo IX, siendo muy poste-
riores los debarim, opinando Loisy que la reunión de ambos
para formar el Libro de la Alianza, como colección, debe
datar de los primeros tiempos del destierro. "El núcleo pri-
mitivo del Libro de la Alianza, dice este autor, es una colec-
ción preexílica de prescripciones relativas al derecho civil
y al derecho penal, que el editor sacerdotal encuadró dentro
de variados preceptos concernientes al culto y a la moral.
El conjunto, al que se le añadió una conclusión edificante
(Ex. 23, 20-23), fue atribuido a Moisés. Tanto el derecho
civil, como el penal, como la legislación cultual, están en re-
lación con las condiciones de la vida sedentaria en Canaán".
Agrega el mismo exégeta que bien que los preceptos del de-
recho civil y del penal incorporados a la legislación cultual,
nacieron de la religión, aunque no de la de Yahvé, sin embar-
go el yahvismo los moralizó e integró a la vez en el derecho
religioso (La Reí. d'Isr. p. 212). Lods expresa que los textos
de las leyes conservados en la Biblia hebrea, fueron redac-
tados en el período que va del VII al V siglo con excepción
220
EL LIBRO DE LA ALIANZA
del segundo decálogo (Ex. 34), que en su primera forma,
figuraba ya en el documento J (del IX al VIII siglo), y del
Libro de la Alianza que formaba parte de la colección E
(VIII siglo), redactado probablemente en esta época por los.
sacerdotes de algún santuario (Les Prophétes, ps. 10, 71).
Comenzaremos el estudio del Libro de la Alianza, examinan-
do primero sus reglas de derecho, para concluir con sus de-
más prescripciones relativas al culto o a la moral.
LEYES CIVILES. — ESCLAVITUD. — 2672. Las
disposiciones del Código de la Alianza, principalmente en ma-
teria civil y procesal, tienen un carácter fragmentario, pues
lo probable es que abarcaran mayor número de cuestiones,
de las que sólo se nos han conservado las relativas a los es-
clavos, depósitos, objetos perdidos, préstamos, prendas, y
unas brevisimas recomendaciones tocante a los testigos y a
los que les tocara actuar de jueces. Las referentes a los escla-
vos, dicen así: "21, 2 Cuando comprares un esclavo hebreo,
te servirá seis años; pero el séptimo año, saldrá libre gratui-
tamente. 3 Si hubiere entrado solo, saldrá solo; si fuese ca-
sado, su mujer se irá con él. 4 Si su amo le hubiera dado
mujer, de la cual haya tenido hijos o hijas, la mujer y sus
hijos pertenecerán a su amo. y él saldrá solo. 5 Pero si el
esclavo declara: Amo a mi señor, y a mi mujer y a mis hijos»
no quiero ser puesto en libertad, 6 entonces su señor lo hará
aproximar a Dios (§ 2280, n) y arrimándolo a la puerta, o al
poste de ella, le horadará la oreja con una lesna: el esclavo
entonces quedará para siempre a su servicio. 7 Cuando alguno
vendiere su hija como esclava, no saldrá libre en las mismas
condiciones que los otros esclavos. 8 Si desagrada a su amo,
después que éste se haya unido a ella, la hará rescatar (no
se dice por quien ; probablemente por un pariente de ella) ;
no tendrá el derecho de venderla a extranjeros, después de
haberle sido infiel. 9 Si la destina a su hijo, la tratará como
a una hija. 10 Si tomare otra concubina, no le disminuirá
nada a la primera, de su comida, de su vestido, ni de su de-
recho conyugal. 11 Si no le diere satisfacción sobre estos tres
puntos, entonces ella saldrá libre, gratuitamente, sin tener
nada que pagar" (Ex. 21).
£L LIBRO DE LA ALIANZA
221
2673. Los ortodoxos que consideran estas leyes como
provenientes de Yahvé mismo, quien se las dictó a Moisés,
según así se lee en el Exodo (20, 22; 21, 1), no podrán menos
que reconocer que Yahvé era un dios poco moral, pues tole-
raba y reglamentaba la esclavitud, lo mismo que autorizaba
la poligamia (21, 10) (1). Pero para quienes estudian la Bi-
blia, Ubres de prejuicios dogmáticos, el hecho de que la legis-
lación se considere como obra directa de la divinidad, es
algo que no sorprende, pues así se procedía en épocas remo-
tas, para darle carácter sagrado a las leyes y que fueran, por
lo tanto, más fácilmente cumplidas. "La idea de un dios le-
gislador, escribe Renán, es común a toda la antigüedad. La
humanidad en aquellas edades profundamente realistas, no po-
día concebir la ley moral sino como el mandamiento de un
ser superior. Objetivaba la voz de su conciencia en una voz
emanada del cielo" (p. 166). Hammurabí, p. ej., como hemos
dicho (§ 13), expresa que su legislación le fué revelada por
Shamash, el dios - sol, Señor de la justicia. De manera que
prescindiendo de las divinidades, de quienes se pretende que
proceden tales legislaciones, deben juzgarse esas leyes de
acuerdo con la civilización de la época en que fueron dicta-
das. La esclavitud, en el antiguo Israel, era una práctica san-
cionada por la costumbre secular y por el ejemplo de los
demás pueblos, que no chocaba la conciencia pública, por lo
que se suponía que el dios nacional la reglamentaba.
2674. En Israel, un individuo podía verse sometido a la
-esclavitud, por alguna de estas causas : 1*^ por venta volun-
taria del mismo (Lev. 25, 39, 40) ; 2° por venta judicial en
virtud de condena por delitos o deudas (Ex. 22, 3; II Rey.
4, 1; Neh. 5, 5, 8; Prov. 22, 7; Isa. 50, 1); 3? por haber
(1) Un escritor ortodoxo judío escribe al respecto: "Sin duda
-que hubiera sido mejor del punto de vista moral, que la ley mosaica
aboliera la esclavitud; pero romper de golpe con costumbres invete-
radas e ideas recibidas, hubiese sido empresa puramente quimérica,
porque una revolución jurídica encuentra siempre muchos obstáculos"
(R. SALOMON, p. 4). Este argumento relativamente bueno para un
legislador humano, es completamente inaceptable para un legislador
-divino. Un dios que solicita nuestra adhesión a él, no debe contem-
porizar con la inmoralidad. Léanse los parágrafos 535, 536 de nuestra
"Introducción" relativos a la esclavitud hebraica.
222
EL LIBRO DE LA ALIANZA
caído prisionero durante la guerra; 4° por nacimiento (Ex.
21, 4) ; y 5^ por voluntad del padre (Ex. 21, 7). Las reglas
relativas a los esclavos, su rescate, manumisión, etc., varia-
ban según se tratara de nacionales o de extranjeros. Conforme a
las disposiciones transcritas del Código de la Alianza, la es-
clavitud del hebreo estaba limitada a seis años de trabajo
real (v. 2) ; el séptimo debía ser puesto en libertad, gratuita-
mente, lo que tendía a disminuir en lo posible la esclavitud
de los nacionales. Esta regla parece que no se cumplía, pues
en la época del rey Sedéelas de Judá, cuando Jerusalén se
vió sitiada por Nabucodonosor (Nebucadnestar), trató el pue-
blo de propiciarse a Yahvé, poniendo en libertad a sus es-
clavos hebreos ; pero en cuanto el ejército babilónico aban-
donó por un tiempo el sitio para combatir a los egipcios, los
antiguos amos se apresuraron a volver a su dominio los escla-
vos manumitidos (Jer. 34, 8-16). Según el Talmud y los co-
mentaristas judíos (SALOMON, p. 92), la ley que limitaba
a seis años la duración de la esclavitud, no era general, sino
que se aplicaba tan sólo a los esclavos vendidos judicialmen-
te, lo que no resulta del texto. En los casos de esclavitud
por robo (Ex. 22, 3), el ladrón debía también ser libertado
al cabo de seis años, según una interpretación ulterior de la
ley, por lo que no podía ser vendido a un extranjero ; pero
Josefo afirma que Herodes el Grande abolió esa práctica
(BUHL, ps. 168-9). Al llegar el séptimo año de servidum-
bre, el esclavo hebreo debía ser libertado junto con su familia,
si era casado en el momento de dejar de ser libre; pero si su
amo le había dado mujer, tanto ésta como los hijos que de
ella hubiera tenido, quedaban siendo de pertenencia del amo,
y el esclavo tenía que marcharse solo. Es decir, que el pa-
trón hebreo, lo mismo que el señor romano, utilizaba al es-
clavo como lo hacía con un carnero o con un toro, a fin de
obtener de ellos, anualmente^ productos vernales, y aumentar
así su hacienda. Conviene recordar estos hechos, aprobados y
sancionados por Yahvé, pues, generalmente se dejan de lado^
para hacer creer que ese dios sólo dictaba preceptos morales.
2675. Pero podía ocurrir que el esclavo no quisiera aban-
"donar a la mujer, que se le había dado y a. los hijos que ella
le hubiera procreado, y entonces debería solicitarlo así al amo»
EL LIBRO DE LA ALIANZA
223
quien lo hacía "aproximar a Dios" (v. 6), frase oscura ésta
que se suele interpretar en el sentido de que debía hacer esa
declaración "delante de una autoridad, de un juez o en un
lugar consagrado al culto". Para comprender bien esa frase,
debe recordarse lo siguiente : 1° que el original hebreo,
dice "aproximar a Elohim", y Elohim significa "dios o dioses",
y nunca jueces. Scío, traduciendo la Vulgata, trae en ese pa-
saje: "El dueño lo presentará a los dioses"; pero después, en
nota, agrega : "a los jueces o a los magistrados", lo que es
contrario al texto. 2° Que el v. 6 después de expresar que el
amo hará aproximar el esclavo a Dios (Elohim), añade: "y
arrimándolo a la puerta, o al poste de ella ("a los postes de
la puerta", traduce Scío), le horadará la oreja con una lesna:
el esclavo entonces quedará para siempre a su servicio". Esta
práctica había sido un rompecabezas para los exégetas anti-
guos, quienes concluían explicándosela así : "era una marca
de ignominia por haber preferido el esclavo la servidumbre
a la libertad" (S. AGUSTIN, SCIO). Pero hoy se ha sabida
que los postes o montantes de las puertas de una casa eran
considerados por los antiguos israelitas y por los árabes, como
el asiento de las divinidades domésticas, de modo que parece
debe entenderse el citado pasaje, en el sentido de que al arri-
mar el amo a su esclavo, junto "a la puerta o al poste de ella"
lo aproximaba, a los Elohim. La sangre derramada al horadar
la oreja del esclavo, vendría a sellar el pacto ante las divi-
nidades domésticas, según el cual aquél, en adelante, sería
para siempre su señor. Kreglinger observa que ésta es una
manifestación del culto de las asheras o troncos sagrados,
considerados como receptáculos de fuerzas divinas. "Otra
manifestación de esa adoración, escribe dicho autor, era el
culto de ios pilares. Se les erigía a la entrada de cada habi-
tación ; estaban cargados de fuerzas misteriosas, que chekés
(o tabúes) para los no iniciados, rechazaban al extranjera
y preservaban la casa de toda intrusión hostil. Llegaron a ser,
en consecuencia, protectores y lugares de reunión de todos
los habitantes de la casa, a quienes los pilares conocían y aco-
gían familiarmente. Así, el esclavo introducido definitivamente
en el hogar, debía serles presentado: se le conducía junto
a ellos; el amo le horadaba la oreja con una lesna, lo arri-
224
EL LIBRO DE LA ALIANZA
tnaba al pilar que le trasmitía su substancia específica, y
creaba así materialmente entre la casa y su nuevo habitante,
una unión indispensable y perpetua, que le permitía a éste
penetrar impunemente en ella. Pilares semejantes se erigían
a la entrada de los templos en todo el mundo semítico, como
ocurría, p. ej.. en los de Pafos y de Hierápolis, conocidos gra-
cias a la numismática;, y sabido es el carácter sagrado que
se les atribuía a las dos columnas Boaz y Jakín, levantadas
por Salomón, cerca del pórtico del templo de Jerusalén" (La
Religión d'Israel, p. 87; § 1376).
2676. El texto que comentamos, supone también el caso
del israelita que vendía a su hija como esclava. Para compren-
der bien este caso, téngase presente que en el antiguo Israel,
la mujer y los hijos eran propiedad del jefe de la familia.
Véase lo que más adelante decimos sobre seducción de
una doncella (§ 2696). El padre podía disponer del cuerpo
de sus hijas, como se ve en la leyenda de Lot, quien no titu-
bea en sacrificar el honor de las suyas para mantener el buen
nombre de su hospitalidad (Gén. 19, 8; Jue. 19, 24). El hom-
bre que quería casarse, no consultaba a su futura, sino que
la compraba, abonando al padre de ella el mohar, o sea, una
suma en dinero, en especies o su equivalente en trabajo per-
sonal, como en el caso de Labán, que vendió a sus hijas Lea
y Raquel, a Jacob, por siete años de servicios prestados por
éste a aquél (Gén. 29, 18, 27; 31, 15; § 2335). Cuando no se
presentaba un candidato al matrimonio, y especialmente si
la indigencia apremiaba, el padre israelita no trepidaba en
vender a su hija como esclava, lo que configura una moda-
lidad del delito que hoy llamamos "trata de blancas". El com-
prador podía tomarla por concubina para sí o para alguno de
sus hijos. En este último caso debía tratarla como hija, y
darle los regalos acostumbrados (v. 9; Gén. 31, 15). Si al
comprador no le agradaba la nueva concubina, podía hacerla
rescatar; pero no venderla a extranjeros. No regía en cuanto
a la hija esclava, la manumisión después de un septenio, pues
la ley dice que ella "no saldrá libre en las mismas condÍQÍones
que los otros esclavos" (v.7). Siendo permitida la poligamia,
desde que nada obstaba a que se tuviesen tantas mujeres co-
mo uno pudiera alimentar, el amo podía comprar otra es-
EL LIBRO DE LA ALIANZA
225
clava, o sea, tomar otra concubina, de lo cual no podía que-
jarse la primera, siempre que aquél no disminuyera el alimen-
to y vestido y no la privara de su derecho conyugal. Si no
le diera satisfacción en estas tres cosas, entonces la esclava
podía marcharse libremente, sin tener que abonar rescate
alguno.
2677. Como se ve, era ésta una legislación propia de
aquella atrasada época, que, en general, poco honor le hace
a Yahvé, a pesar de algunos rasgos humanitarios que encie-
rra. Tiene gran semejanza con la legislación babilónica ins-
pirada igualmente en el principio de hacer lo menos gravosa
la condición de los esclavos. El código de Hammurabí, — del
que provienen muchos de los preceptos del Libro de la Alian-
za — , era en ciertas cuestiones más humano que éste, pues,
p. ej., establecía que la liberación del esclavo, por deudas,
debía producirse a los tres años (art. 117), mientras que la
legislación hebrea, según hemos visto, sólo la permitía a los
siete años. En otros puntos, poco diferían ambas legislacio-
nes ; así, según el código babilónico, la concubina de la que
un hombre ha tenido hijos, no puede ser vendida ; su amo
sólo tiene el derecho de darla en prenda como a su mujer
y a sus hijos; pero para estos últimos la servidumbre no po-
día prolongarse más de un trienio (DELAPORTE, p. 83).
No estará fuera de lugar, citar aquí las siguientes disposicio-
nes de El Corán, respecto a los esclavos : "32 Casad vuestros
solteros, los honestos entre vuestros esclavos y vuestras es-
clavas. Si son pobres, Alá los enriquecerá con su gracia, por-
que él es sabio y munífico. 33 Que aquellos (de los esclavos)
que no encuentren partido, vivan en la continencia hasta que
Alá los enriquezca con su gracia. Conceded a vuestros escla-
vos fieles, cuando os lo demanden, el documento que asegure
su libertad, y dadles una parte de vuestros bienes. No obli-
guéis a vuestras esclavas a prostituirse, para procuraros los
bienes pasajeros de la vida de este mundo, si ellas quieren
vivir en la castidad. Si alguno las forzara a ello, Alá las per-
donará, porque es compasivo, teniendo en cuenta la violencia
que se les hubiere hecho" (Surata 24). Parece que esta últi-
ma disposición aludía a un tal Abdaláh Ibn Ubbai, que tenía
seis esclavas a las que obligaba a entregarse a la prostitución.
226
DEPOSITO DE OBJETOS PERDIDOS
El proxenetismo, pues, no es mal sólo de nuestra época, sino
que tiene larga historia en el pasado.
DEPOSITO DE OBJETOS PERDIDOS. — 2678. Vea-
mos primero las disposiciones sobre el depósito. 22, 7 Si un
hombre diere a otro, dinero u objetos a guardar, y desaparecie-
ren de la casa de este último, el ladrón, si fuere descubierto, res-
tituirá el doble. 8 Si no se descubriere el ladrón, el dueño de
la casa se presentará ante Elohim para jurar que no ha me-
tido la mano en el bien de su prójimo. 10 Si alguno diere a
su prójimo para guardar, asno, buey, oveja o cualquier otro
' animal, y que éste muriera, fuese estropeado o arrebatado sin
que nadie lo viere; 11 intervendrá entre las dos partes jura-
mento en nombre de Yahvé, de que el depositario no ha ex-
tendido su mano sobre el bien del otro. El dueño del animal
aceptará este juramento y el otro no hará restitución. 12 Pero
si se lo hubieren robado, el depositario indemnizará al dueño.
13 Si el animal fuere destrozado por fieras, traiga sus testos
en testimonio: nada pagará por el animal destrozado (cap. 22).
De estos preceptos resulta pues: 1° que si el dinero u objeto
cualquiera dado a guardar desapareciere de la casa del depo-
sitario a causa de robo, podían presentarse dos casos, a saber:
a) si se descubriere el ladrón, éste debería restituir lo hur-
tado y tendría como pena pagar otro tanto de su valor; b) si
el ladrón no fuere descubierto, el depositario tenía que pre-
sentarse ante Elohim, es decir, presentarse en un santuario
y jurar allí que él era inocente de la desaparición del depó-
sito, con lo que se veía libre de toda responsabilidad ulterior,
quizá por ser depósito gratuito. El juramento, como dice Kre-
glinger, no es sino una maldición condicional que el que lo
profiere, dirige contra sí mismo en la eventualidad de que sus
afirmaciones contravinieran la verdad de los hechos (La Reí.
d'Isr. p .162; § 1407). En un caso semejante al que contem-
plan los citados vs. 7 y 8, el Código de Hammurabí (art. 125)
obligaba al depositario a indemnizar al depositante ; pero sub-
rogándose en los derechos de éste, podía hacerse reembolsar
por el ladrón, si llegaba a ser encontrado. Dicho Código esta-
blecía además que el depósito de valores debía hacerse en
presencia de testigos, pues de lo contrario, el juez no podía
DEPOSITO DE OBJETOS PERDIDOS
227
intervenir. 2^ Si se trataba de la custodia o guarda de ani-
males que se murieran, estropearan o desaparecieran, sin que
de estos hechos hubiera testigos, en las dos primeras cir-
cunstancias, bastaba el juramento en nombre de Yahvé, para
justificar la inocencia del depositario, quien no tenía que efec-
tuar restitución alguna; pero si el animal hubiere sido robado,
el depositario, como guardián negligente, debía indemnizar al
dueño, probablemente porque en este caso se trataba de depó-
sito oneroso, es decir, porque el depositario o guardián de los
animales percibía algún salario, ya que esa custodia exige
cuidados particulares que merecen ser remunerados. En cuan-
to al ladrón, para él regían las disposiciones de 22, 1-4, que
luego estudiaremos. 3*^ En caso de que el animal dado en cus-
todia pereciera por ataque de alguna bestia feroz, lo mismo
que en los citados de fuerza mayor (estropeo o muerte), el
guardián o depositario nada tenía que pagar por aquel acci-
dente, siempre que trajera los restos del animal, en prueba
de la verdad de su aseveración o de que había corrido a
tiempo o hecho lo posible para ahuyentar la fiera.
2679. Esta ley, llamada posteriormente "la ley de los
depósitos establecida por el cielo", fué especialmente invoca-
da por el sumo sacerdote Onías III (198- 175 a.n.e.), con mo-
tivo del siguiente suceso que nos refiere el II Libro de los
Macabeos : Un tal Simón, de la tribu de Benjamín, prefecto
del Templo, tuvo desavenencias con Onías a causa.de la po-
licía de los mercados de la ciudad. No pudiendo vencerlo, se
presentó ante Apolonio, gobernador de Celesiria y Fenicia,
y le contó que el erario de Jerusaién estaba lleno de inmensas
riquezas, y que era posible hacer que ellas pasaran a manos
del rey de Asia, Seleuco IV Filopator. Apolonio transmitió al
rey dichos datos, y entonces éste envió a su ministro Helio-
doro a Jerusaién, con orden de traerle las grandes sumas en
cuestión. Cuando Heliodoro le comunicó a Onías el objeto de
su viaje, el sumo sacerdote le expuso que el dinero existente
en el templo eran depósitos que pertenecían, parte a viudas
y huérfanos, — ya que entonces era usual el depositar tales
bienes en los templos, como medida de seguridad — , y otra
parte, era de Hircán, hijo de Tobías, hombre de eminente
j{OSÍción ; y que todo ascendía a unos 400 talentos de plata y
228
DEPOSITO DE OBJETOS PERDIDOS
200 talentos de oro, que en moneda hebraica, representarían
hoy cerca de cinco millones de dólares, y menos de la mitad
si se trataba de talentos siríacos. Agregó además, que "era
absolutamente imposible defraudar a los que habían deposi-
tado sus caudales en un Templo, que se honraba y veneraba
como santo en todo el mundo". Pero Heliodoro alegó las ór-
denes que tenía del rey, y fijó día para proceder a tomar re-
cuento de las riquezas del Templo. Esta decisión produjo
gran consternación en la ciudad. "Y los sacerdotes, revestidos
de sus vestiduras sacerdotales, se postraron delante del altar,
suplicando al cielo, que había establecido la ley de los depó-
sitos, (la que estudiamos, Ex. 22, 6-13) que conservara intac-
tos los bienes de los depositantes". Todo el pueblo dirigía ple-
garias en igual sentido, o sea, "todos invocaban al Dios todo-
poderoso que conservara a sus dueños, intactas e inviolables,
las sumas depositadas". Sin embargo, indiferente a todo esto,
Heliodoro, acompañado de su escolta, penetró en el Templo,
en busca del tesoro allí existente; pero entonces "el Señor de
los espíritus y de toda potencia suscitó una grandiosa apari-
ción, y todos los que habían tenido la audacia de entrar en
el lugar santo, derribados por la divina virtud, cayeron aba-
tidos y llenos de terror. Porque se Ies apareció un caballo, que
llevaba un jinete de espantosa vista y cubierto con magnifico
arnés ; y el caballo se precipitó sobre Heliodoro hiriéndolo con
sus patas delanteras. Y el jinete resplandecía bajo su arma-
dura de oro. Aparecieron también dos mancebos de gran fuer-
za y deslumbradora belleza, ricamente vestidos, los que de
pie, uno a la derecha y otro a la izquierda de Heliodoro, le
pegaban sin cesar, descargando sobre él una multitud de gol-
pes. Así cayó a tierra desvanecido, y hubo que llevarlo en una
litera. Y el que había entrado en el erario con tan numeroso
séquito y tan imponente escolta, era conducido, completamen-
te anonadado, reconociéndose así claramente el poder de Dios.
Mientras que Heliodoro, por efecto de la acción divina, yacía
mudo y sin esperanza de salud, los judíos bendecían al Señor
que había glorificado su templo ; y el santo lugar, que poco
antes estaba lleno de miedo y angustia, desbordaba ahora de
g"Ozo y alegría por la manifestación de\ Dios omnipotente. Ro-
garon entonces los compañeros de Heliodoro a Onías que in-
DEPOSITO DE OBJETOS PERDIDOS
229
vocara al Altísimo para que concediera la vida a acjuél redu-
cido a los últimos alientos. Y temiendo el sumo sacerdote que
el rey pudiera sospechar alguna trama urdida por los judíos
contra Heliodoro, ofreció un sacrificio para salvarle. Y mien-
tras efectuaba este acto de propiciación, aquellos mismos man-
cebos, vestidos de las mismas ropas, aparecieron a Heliodoro,
y poniéndose junto a él, le dijeron: "Agradece al sumo sacer-
dote Onías, porque a causa de él, el Señor te concede la vida.
Pero tú, que has sido castigado por el cielo, anuncia a todos
la grandeza del poder de Dios". Y dicho esto, desaparecie-
ron. Y Heliodoro, después de haber ofrecido un sacrificio a
Dios, y hecho grandes promesas a aquel que le había conce-
dido la vida, y dadas las gracias a Onías, retornó al rey. con
su escolta. Y daba a todos testimonio de las obras del gran
Dios, que él había contemplado. Y como el rey le preguntase
a quien podría enviar otra vez a Jerusalén, Heliodoro res-
pondió: "Si tienes un enemigo o un conspirador, envíale y
le recibirás azotado, si llega a escapar, porque verdaderamente
hay un poder divino en aquel lugar. Aquel que tiene su mo-
rada en el cielo, lo vigila y protege él mismo, y hiere y mata
a cualquiera que entra allí con malas intenciones". Y esto es
lo que !e pasó a Heliodoro y cómo fue conservado el erario"
(cap. 3).
2680. A pesar de su extensión hemos transcrito esta pá-
gina de la Vulgata o Biblia católica (§ 32), no sólo por su
interés, sino además porque ella seguramente es desconocida
de la generalidad de nuestros lectores. Scío, de acuerdo con
San Ambrosio, nos habla "de la importantísima doctrina y
escarmiento que en este capítulo se encierran. Los príncipes
y poderosos del mundo que ... no miran con el mayor respeto,
lo que una vez fue consagrado a Dios, que es como un depo-
sitario de lo que ha de servir para su culto y para sustento y
decencia de sus ministros, y para alivio y consuelo de las
viudas, huérfanos y pobres, pueden estar muy ciertos que cas-
tigará severísimamente todas las injusticias, atentados, usur-
paciones y violencias que en esta parte cometieren". Todo es-
to estaría muy bien, si no se viera desmentido por la historia.
Lea el lector el §1380, en el cjue encontrará un detalle de los
saqueos que sufrió el templo salomónico por parte de inva-
230
DEPOSITO DE OBJETOS PERDIDOS
sores extranjeros p de los mismos reyes de Judá, cuando en
ello encontraban conveniencia, sin que Yahvé hiciera nada
para impedir tales desmanes. Aquí, en el caso de Heliodoro,
dicho dios llamado "el Señor de los espíritus y de toda po-
tencia" (v. 24), suscitó una aparición espectacular para impe-
dir que fuera llevado un tesoro que no sólo era de las viudas
y huérfanos, sino que además pertenecía en gran parte a un
acaudalado judío, Hircán, "hombre de posición muy eminen-
te"' (v. 11), y otra parte era del propio templo, "al que enri-
quecían con muchos dones, los mismos reyes" (v. 2). Pero el
viejo Yahvé, después de esa aparatosa intervención, parece
que quedó sin energías, no sólo para impedir que su fiel sumo
sacerdote Onías, hombre de gran piedad (v. 1), fuera suplan-
tado por su impío hermano Jasón, y algo más tarde asesi-
nado, (4, 7-10, 34), sino además para continuar defendiendo
el citado erario del Templo, pues Jasón utilizó de él 360 ta-
lentos de plata para que Antioco, sucesor de Seleuco, le con-
firiera el pontificado (4, 7 - 10) ; Menelao suplantó en el cargo
a Jasón ofreciendo 300 talentos de plata más que éste (4, 23,
24) ; y finalmente el rey Antioco, tomó por la fuerza a Jeru-
salén, degolló allí a 40.000 personas y a otras tantas vendió
como esclavos, agregando el texto : "No contento con esto,
se atrevió a entrar en el Templo, el más santo de toda la
Tierra, conducido por Menelao, traidor a la Ley y a la pa-
tria, y tomando con sus manos impuras los vasos sagrados,
que numerosos reyes habían ofrecido para honrar el edificio
y aumentar su esplendor, los manoseaba indignamente y los
profanaba... y llevándose además 1-800 talentos sacados del
Templo, volvió prontamente a Antioquía" (II Mac. 5, 14 - 16,
21). Resulta, pues, que las riquezas acumuladas en el Templo
eran mucho mayores de lo que había afirmado Onías a He-
liodoro ; y que Yahvé se olvidó de emplear otra vez al gran
caballo, el jinete de espantosa vista y armadura de oro, y los
dos forzudos mancebos, todos los cuales hacía aparecer y
desaparecer a su antojo, y con los que había defendido el
erario del Templo, poco tiempo antes, en el reinado de Se-
leuco Filopator.
2681. Y después de esta digresión motivada por "la ley
de los depósitos establecida por el cielo", prosigamos exami-
PRESTAMO y PRENDA
231
nando la legislación civil del Libro de la Alianza. Veamos
ahora lo que se dispone sobre los objetos perdidos. "En toda
cuestión litigiosa respecto a buey, asno, oveja, ropa, o cual-
quier cosa perdida de que alguien dijere: "Esto es mío", el
litigio entre ambas partes será llevado ante Dios, y aquel que
Dios condenare, restituirá el doble al otro" (Ex. 22, 9). "Si
el buey o el asno de tu enemigo se extraviare y tú lo encon-
trares, procura llevárselo. 5 Si vieres caído debajo de su carga
el asno del que te aborrece, no pases de largo, sino que te
unirás a él para ayudar a alzarlo" (23, vs. 4-5). Las disposi-
ciones que vamos estudiando, muestran que no había en aque-
lla legislación una clara distinción entre derecho civil y de-
recho penal. Aquí se contempla el caso de un litigio relativo
a un objeto o animal perdido, que al ser hallado, dos indivi-
duos lo reclaman como suyo. Tal querella debe ser llevada
ante Elohim (Dios), es decir, a un santuario, donde se recu-
rría al juicio divino, cuya decisión se obtenía por un oráculo,
por la suerte sagrada o por alguna otra prueba judicial
(§ 387-392). El que perdía la cuestión, debía abonar al otro
litigante el doble del valor del objeto discutido. En cuanto al
precepto citado de 23, 4-5 pertenece al grupo de los debarim,
o sea, recomendaciones de moral social, sin sanción alguna, y
acusa ya evolución altruista de la conciencia, pues aconseja
hacer el bien hasta a los mismos enemigos.
PRESTAMO Y PRENDA. — 2682. 14 Si un hombre
toma prestado a otro un animal y éste se rompe una pata o
se muere, deberá hacer restitución si el propietario estuviera
ausente; 15 pero si el dueño estuviere presente, nó hará res-
titución (o no tendrá nada que pagar - V. S.). Si el animal
estuviere alquilado, el precio del alquiler hará las veces de
indemnización. 25 Si prestares dinero a alguno de mi pvieblo,
al pobre que está contigo, no te comportarás con él como
acreedor; vosotros no le exigiréis intereses. 26 Si tomares en
prenda el manto de otro, se lo devolverás antes de la entrada
del sol; 27 porque ése es su único abrigo; es el manto con
que cubre su desnudez; ¿sobre qué se acostará? Si me implora
lo escucharé, porque soy misericordioso (cap. 22). Notará fá-
cilmente el lector que se trata de disposiciones propias de un
232
PRESTAMO Y PRENDA
pueblo sedentario dado a la agricultura y a la industria pas-
toril. La regla del final del v. 15, que hace recaer en el arren-
dador los accidentes que sufrieren los animales arrendados,
se encuentra también en el Código hitita, art. 76, de donde
quizá provenga. En cuanto a los préstamos en dinero, que a
causa de malas cosechas, desgracias, o por cualquier otro mo-
tivo se veían obligados algunos a solicitar de los más pu-
dientes, los ponían a merced de éstos, sus acreedores, quienes
para cobrarse tenían el derecho de hacer vender no sólo todos
los bienes de su deudor, sino también a este mismo o a su
esposa e hijos (II Rey. 4, 1 ; Am. 2, 6 ; 8, 6 ; Job. 2^, 9 ; Neh. 5, 5,
8), costumbre que se perpetuó hasta la época de Jesús (Mat. 18,
25). De aquí que se diga con razón en los Proverbios: "El
rico domina sobre los pobres ; y el que toma prestado es escla-
vo de aquel que presta" (22,7). Por eso, los legisladores israe-
litas, bien que dictaron preceptos bastante humanos para su
tiempo, relativos a la esclavitud, trataron de trabar la de sus
compatriotas, y uno de los medios empleados fue el de prohi-
bir que se les cobrara interés, (1) a fin de facilitarles el pago
de sus deudas. El Deuteronomio autoriza se cobre interés sólo
a los extranjeros (23, 20). L.B.d.C. opina que la frase final
del V. 25 ha sido agregada posteriormente, como lo indica el
cambio de sujeto de los verbos: tú al principio y vosotros al
fin; y que ese agregado fué hecho conforme a las leyes ulte-
riores (Deut. 23, 19 y Lev. 25, 36-37); pero que excede de
las exigencias del legislador primitivo, que recomienda tan
sólo la mansedumbre hacia los deudores israelitas, en consi-
deración a Yahvé. La disposición de los vs. 26 y 27 se explica,
porque los mantos les servían a los pobres, ya de colchón, ya de
frazada, ya de ambas cosas a la vez, por lo cual el legislador Hu-
manitario manda devolver esa ropa, antes de la entrada del sol,
al que la hubiera dado en prenda, pues si no, "¿sobre qué se
acostará?" (Deut. 24, 12, 13; Am. 2, 8). Pero es del caso pre-
guntar: ¿esta exigencia no conspiraba contra la institución
de la prenda? ¿Habría, en efecto, algún prestamista que acep-
(1) La palabra con que en hebreo se expresa interés, significa
también mordisco o mordedura, quizá por entender que aquél era un
pedazo que se sacaba a la suma prestada (cf. la nota de Pratt, en la.
Versión Moderna de la Biblia, a Lev. 23, 19).
LEYES PENALES
233
tara como prenda un objeto que estaba obligado a devolver
al deudor, al anochecer del mismo día del contrato?
LEYES PENALES. — 2683. Hemos visto que son muy
escasas las dis})Osiciones civiles del Libro de la Alianza, a lo
menos, las que han llegado a nosotros; en cambio, son algo
más numerosas las penales, las que se refieren a los siguientes
delitos: homicidio, ataques a los padres, rapto (1) de hom-
bres, heridas, robos de animales, incendio, seducción, bestia-
lidad y sacrilegio. Examinándolas por este orden, comenza-
remos, pues, por el
HOMICIDIO. — 21, 12 El que hiriere mortalmente a un
hombre, será muerto irremisiblemente. 13 Si no le ha puesto
asechanzas, sino que Elohim (Dios) sólo lo haya hecho caer
bajo su mano, yo te señalaré el lugar donde podrá refugiarse.
14 Si alguno, obrando con premeditación, matare alevosamen-
te a su prójimo, lo arrancarás aún de mi altar para que mue-
ra (2). El legislador considera aqui dos casos de homicidio:
1^ el homicidio simple; y 2^ el alevoso y premeditado. En el
(1) Según el Diccionario de la Academia, el rapto es un delito
que se comete sólo contra mujeres, aunque agrega que es poco usado
en su acepción de robo. Debe ampliarse ese significado, expresándose
que "consiste en arrebatar a una persona cualquiera o apoderarse de
ella, llevándola de su domicilio, por fuerza o por medio de ruegos
y promesas engañosas". En los juicios de divorcio suelen producirse
casos de rapto de criaturas efectuados por alguno de los padres; y
con fines de extorsión o de lucro no es extraño, en las modernas so-
ciedades, que se produzcan casos de rapto o secuestro de individuos^
cometidos por bandas de criminales. Dicho Diccionario trae como
acepción americana del verbo plagiar la siguiente: "Apoderarse de una
persona para obtener rescate por su libertad"'. Ignoramos en qué país
de América se da tal significado a plagiar; pero podemos afirmar que
no es así en las Repúblicas del Plata, donde a tal hecho ilícito se le
llama raptar. Más bien empleamos en tal caso el vocablo secuestrar,
que el mismo Diccionario define: "Aprehender los ladrones a una
persona, exigiendo dinero por su rescate". Pero cuando con la aprehen-
sión de un individuo se persiguen otros fines, como privarlo sólo de
su libertad, o utilizar sus servicios en provecho propio, o arrebatarlo
del seno de su familia, etc., entonces el verbo más indicado para ex-
presar esa acción, es raptar.
(2) Sobre este v. 14, véase § 3255.
234
HOMICIDIO
primer caso, si bien se condena al homicida a la pena de muer-
te, — la que debía ser aplicada por e{ más próximo pariente
de la víctima, o sea, por el goel, el vengador de la sangre
(§ 289) — , aquél podía escapar a dicha pena si conseguía
albergarse en un santuario, como ocurría en Grecia, o en una
de las ciudades de refugio, y siempre que el homicidio hu-
biera sido casual o involuntario, o sea, "si Dios sólo lo haya
hecho caer bajo su mano", como se expone circunstanciada-
mente en Deut. 19, 2 - 6. Algunos autores como Bertholet,
opinan que el precepto del v. 13 se refiere a cualquier homi-
cidio no premeditado. Pero si el homicidio había sido come-
tido con premeditación y alevosía, el delincuente no gozaba
del mencionado privilegio y podía ser arrancado del santua-
rio y muerto, aunque se asiera de los cuernos del altar (I Rey.
1, 50; 2, 28 - 34; § 3255). La prescripción del v. 12 que esta-
blece que el que mata a otro, debe ser muerto, la reprodujo
más tarde el escritor sacerdotal, P, poniéndola en boca de
Yahvé al dirigirse a Noé y sus hijos, después de su salida
del arca, a la terminación del diluvio, a quienes dijo :
"El que derramare la sangre del hombre,
por el hombre será derramada su sangre" (Gén. 9, 60-
Para más detalles, remitimos al lector, a lo dicho en § 288
a 295.
2683 bis. Es interesante notar la evolución en la repre-
sión de los delitos contra las personas, tanto en Israel, como
■en otros antiguos pueblos de Oriente. Al efecto, reproduci-
:mos a continuación un resumen del estudio titulado "De la
•vendetta a la loi du talion", que el escritor Pedro Ducros pu-
Mcó en R.H.Ph.R. t^ VI, ps. 350-365. Primeramente, dice,
aparecen estos tres hechos característicos: 1^ la venganza de
la sangre; 2"? la responsabilidad colectiva; y 3^ la responsa-
biUdad objetiva, es decir, aquella en la que sólo se tiene en
cuenta el crimen, abstracción hecha de las circunstancias ^del
mismo y de las intenciones del culpable (§ 291 -293). Con
el desarrollo de la civiUzación se llega más tarde, a estos
otros tres hechos paralelos: 1^ la pena organizada; 2- la res-
ponsabilidad individual ; y 3*? la responsabilidad subjetiva. La
HOMICIDIO
235
venganza de la sangre nace en pequeños grupos autónomos,
no sometidos a ninguna autoridad superior y soberana, que
tienen que hacerse justicia por si mismos, como ocurre con
los nómades del desierto. En el interior de esos grupos, la
cohesión es muy grande y absorbe al individuo. Todos los
del grupo creen tener la misma sangre; asi entre los árabes,
cuando uno de los suyos es asesinado, dicen: "Nuestra san-
gre ha sido derramada". El clan lleva el nombre del antece-
sor, del cual todos sus miembros son hijos, p. ej, los del pue-
blo de Israel son los "Bene - Israel" ; todos son hermanos,
pensamiento que se halla en el fondo de las tradiciones pa-
triarcales. En consecuencia, el conjunto responde activa y pa-
sivamente por cada miembro. Por un atentado contra uno de
ellos, todo el grupo debe tomar las armas ; y por el contrario,
cuando el culpable es uno del grupo, el crimen puede ser ven-
gado en cualquiera de sus componentes. Una injuria es siem-
pre colectiva: un homicidio debilita todo el grupo; un robo
disminuye el patrimonio común. En esa época de responsabi-
lidad colectiva, dos razones impulsan a la vendetta: una, reli-
giosa, la necesidad de aplacar la sangre del muerto ; la otra,
humana, ocasionar en el clan culpable un debilitamiento equi-
valente al que se ha sufrido, siendo indiferente que el culpable
mismo sea castigado. Todo lo que reclama el clan vengador
es que un segundo asesinato compense al primero, por lo que
se hiere en el clan enemigo a cualquiera que de él se encuen-
tre a mano. Junto a la venganza colectiva entre grupos dis-
tintos, existía la autoridad muy fuerte y respetada del jefe de
familia, del patriarca, que en el seno de ella aplicaba casti-
gos, según la responsabilidad individual de sus miembros, co-
mo en el casO' de Judá, que ordena sea quemada su nuera
Tamar por entender que se había prostituido (Gén. 38, 24).
Cuando los israelitas nómades se fueron infiltrando en Ca-
naán (§ 63), se transformaron en pequeños grupos sedenta-
rios, conservándose la ficción de que los miembros de cada
uno de ellos descendían del mismo antecesor. Con el cambio
de estructura social se individualiza la venganza contra el
delincuente de otro clan o michpakha (§ 93), venganza que
en adelante incumbe sólo al goel (§ 289). El Libro de la
Alianza regla las relaciones entre familias sedentarias, dadas
236
HOMICIDIO
a la agricultura, y no conoce otra autoridad que la del jefe
de la michpakha, pues los casos delictuosos se tratan direc-
tamente entre víctima y culpable; pero ya en su época se
había estal)lecido la costumbre de imponer la misma sanción
en circunstancias semejantes, hiendo dicho código la expre-
sión de esas tradiciones penales. El triunfo definitivo de la
responsabilidad individual es obra de la ley deuteronómica,
la que también conoce la responsabilidad territorial (Deut.
21, 1-9; § 3256). El Libro de la Alianza se mantiene aún en
ia concepción objetiva del crimen, como lo prueba el consi-
derar delito y castigar con la lapidación al animal vacuno
que mata a un hombre (Ex. 21, 28; § 2689-2690), por la úni-
ca razón que había habido un muerto. La necesidad de con-
cluir con las interminables venganzas y el subsiguiente estado
de anarquía, contribuyó al nacimiento de la organización tu-
dicial, que tuvo un doble origen: 1° religioso, cuando se a:n-
día a los santuarios, para que los sacerdotes obraran como
arbitros o dieran la decisión en nombre de Yahvé, la thorá
(§ 349, 3247) ; y 2° civil, la de los ancianos, jeques del de-
sierto o jefes de familia de la aldea. Esas primitivas autori-
dades, para satisfacer los deseos de venganza e impedir las
contiiuias hostilidades, buscaron la solución del tallón (§ 268:')),-'
primera victoria del orden sobre la anarquía, de la razón so-
bre la pasión. Con el triunfo de esta pena, desaparece la res-
ponsabilidad colectiva, pues el culpable era castigado por su
crimen, y ningún otro en su lugar. Pero esta fórmula : vida
por vida, abría brecha en el grupo, y entonces se recurrió
a la composición, procedimiento por el cual el delincuente
salvaba su existencia, pagando a la víctima o a sus herede-
ros o parientes, daños y perjuicios (1). El precepto de E.x.
21, 29-30 (§ 2689-2690) sería testigo de esta época en que
se duda entre la muerte y la composición : si el dueño del
(1) "Los poemas homéricos, dice Paul Guiraud, muestran ya esta
práctica en pleno vigor (Ilíada, IX, 632, ss. y XVIII, 497, ss.) ... El
sistema de la composición desapareció con el tiempo, quedando, sin
embargo, huellas muy perceptibles en el derecho griego. Una ley de
Dracón, que no dejó nunca de ser aplicada en Atenas, proclamaba el
principio de que correspondía a la familia perseguir el castigo del ase-
sinato cometido sin premeditación en uno de los suyos. Los parientes
sujetos a esta obligación "estaban designados en cierto orden que re-
ATENTADO CONTRA LOS PADRES.— RAPTO
237
animal vacuno homicida ha sido negUgente, se le condena a
muerte ; pero se salvará si se allana a pagar todo lo que se
le imponga por el rescate de su vida. La consideración de 'as
personas interviene en la apreciación del delito y en el cálculo
de la pena, que varían según se trate de libres o esclavos.
El esclavo no goza ya del tallón a su favor. La sola manera
de castigar al amo cruel es la siguiente : si mata al esclavo
en el acto, deberá pagar una composición a la familia del
muerto, siendo ésta la venganza que reciba (Ex. 21, 20) ; si
sólo lo hiere, mutilándolo, deberá ponerlo en libertad, lo que
venía a constituir una composición indirecta (§ 2687-2688).
ATENTADO CONTRA LOS PADRES. — 2684. El
que pegare, hiriere o maldijere a su padre o a su madre,
será muerto irremisiblemente (21, 15, 17). El respeto a los
padres, fundamento de la familia, motivaba esa pena draco-
niana. La asimilación de las maldiciones contra los progeni-
tores, con los actos materiales que llegaban a ocasionarles Híb-
ridas, se explica por lo dicho anteriormente, § 2317. Nota
L.B.A. la posición elevada que la legislación hebraica da a
la madre, pues según la ley romana, sólo era castigado el
que hería al padre. En Babilonia, el código de Hammurabí
ordenaba que se cortasen las manos del hijo que hubiera
pegado a su padre.
RAPTO DE HOMBRES. — 2685. El que se apoderare
de un hombre, ya sea que lo vendiere, ya sea que lo conser-»
cuerda el que se observaba para las herencias. Eran primeramente los
parientes más cercanos, no llegando al grado de primo, es decir, el
padre, el hermano, los hijos; en segundo lugar los primos y los nacidos
de éstos; finalmente, a falta de estos últimos, diez personas elegidas
en la fratría de la víctima" (Dareste). Se ve por diversos textos que
estaban en libertad de transigir con el culpable, y de aceptar de él,
en pago de la sangre, una suma de dinero. "La acción de las partes
perjudicadas, dice Demóstenes, queda extinguida una vez que con-
sienten en perdonar. Esta regla es tan general, que después de haber
hecho condenar al autor de un homicidio involuntario, si el deman-
dante se reconcilia y perdona, no está ya en su mano obligarle al des-
tierro. Es más, si la víctima perdona a su asesino antes de morir, no
es lícito a los parientes que sobrevivan el perseguir". (Vida pública y
privada de los griegos, ps. 412-413).
\
238 RAPTO.— LESIONES CORPORALES
vare en su poder, será muerto irremisiblemente (21, 16). Una
de las consecuencias de la admisión de la esclavitud era la
de favorecer la comisión del delito que contempla este artícu-
lo. Aqui no se dice nada tocante a la nacionalidad del rapta-
do ; pero más adelante, el legislador deuteronomista circuns-
cribió el hecho condenable, al rapto de algún israelita (Daut.
24, 7).
LESIONES CORPORALES. — 2686. 18 Si riñen dos
hombres, y uno hiere al otro con una piedra o de un puñeta-
zo, sin ocasionarle la muerte; pero obligándolo a guardar
cama, 19 entonces, si este último puede levantarse y andar
apoyándose en un bastón, el heridor no será castigado; pero
le indemnizará por el tiempo perdido y lo hará cuidar hasta
que se cure. Estos preceptos, tan llenos de equidad, son seme-
jantes a los del art. 206 del Código de Hammurabi y al art. 10,
y IX del Código hitita, y con leves modificaciones lian
pasado a los códigos penales de las modernas naciones civi-
lizadas.
(1) 23 Pero si resultare un daño permanente, tendrá que
dar vida por vida, 24, ojo por ojo, diente por diente, mano por
mano, pie por pie, 25, quemadura por quemadura, herida por
herida, golpe por golpe. Estas disposiciones que constituyen
la ley del talión, proceden probablemente de los arts. 196,
197 y 200 del Código de Hammurabi.
22 Si riñendo dos hombres, uno de ellos hiere a una mu-
jer encinta, provocándole el aborto, sin causarle otro daño,
el culpable estará obligado a pagar la multa que le imponga
el marido de la mujer, con la intervención de árbitros. Según
el Código de Hammurabi, art. 209, la indemnización consiste
en diez sidos de plata, y según el Cód. hitita, arts. 17 y 18,
la multa era variable, aunque sometida a arancel. Las leyes
asirias (arts. 21, 51 - 53) establecen, además, penas corporales.
(1) Seguimos el orden establecido por L.B.d.C, que lo justifica
en estos términos: "En les versículos siguientes (del 19 al 28) resta-
blecemos el orden lógico del texto que parece invertido: 23-25 que
expresan un principio general deben ir antes del v. 22 (caso particu-
lar) ; 20-21 que hablan de golpes dados a los esclavos, deben ir juntos
con 26- 27".
LESIONES CORPORALES
239
que podrían llegar a la de muerte, y en ciertos casos, a im-
poner la sustitución del hijo (L.B.d.C). Probablemente el -^aso
que aquí se tiene en vista, debe ser, como en Deut.. 25, 11, el
de una mujer que interviene en favor de su marido cuando
éste riñe con otro, y estando ella encinta recibe un golpe que
le provoca el aborto.
2687. 20 Si alguno hiere a su esclavo o a su esclava con
un palo, y muriese bajo su mano, el muerto deberá ser
vengado. 21 Pero si el esclavo sobrevive un día o dos, no
se infligirá castiga al amo, por cuanto era su dinero. En
un caso semejante al del v. 20, es decir, cuando el es-
clavo por deudas hubiere muerto a causa de los golpes
o de miseria, el Cód. de Hammurabí (art. 116) prescribía
la muerte del hijo del culpable. Nótese que en el v. 20
no se indica la nacionalidad del esclavo o la esclava apaleados,
y que tampoco se establece cómo y por quién debía ser venga-
do el que resultare muerto a causa de esos castigos. Los in-
térpretes judíos entienden que el amo incurría en tal caso en
la pena de muerte ; mientras que muchos comentaristas cris-
tianos creen que la fijación de la pena quedaba librada al cri-
terio de los jueces. Si el maltratado sobrevivía un día o dos,
no recaía condenación sobre el amo brutal, por entenderse que
no había tenido el propósito de cometer un homicidio y que
ya quedaba suficientemente castigado con la pérdida de su
esclavo, que "era su dinero" (L.B.A.). 26 Si alguno al castigar
a su esclavo o a su sirvienta (a su esclava), lo hiriere en un
ojo, de modo que perdiere éste, deberá ponerlo en libertad en
compensación de esa pérdida; 27 si le hiciera saltar un diente,
deberá ponerlo en libertad para compensar la pérdida de ese
diente. Es decir que no existía el derecho del talión para el
esclavo, conceptuándose que la libertad era suficiente com-
pensación al daño sufrido.
2688. Como se ve por estas últimas prescripciones, a pe-
sar de los esfuerzos humanitarios del legislador, la condición
de los esclavos hebreos no era muy envidiable, pues sus amos
los podían apalear despiadadamente hasta dejarlos casi muer-
tos, pues bastaba que las víctimas sobrevivieran un día o dos
a tan brutales castigos, para que los victimarios quedaran exen-
tos de pena, por la razón de que el esclavo era, como en la
240
LESIONES CAUSADAS POR ANIMALES
ley romana, su cosa, su res, o sea, "era su dinero", avaluado
en 30 sidos (v. 32), y por lo tanto el dueño podía disponer de
él a su antojo. ¡Qué diferencia entre esta cruel realidad y el
cuadro idilico que en su afán apologético, nos presentan cier-
tos comentaristas cristianos, para hacernos creer que los es-
clavos eran, en general, del tipo del Eliezer de las leyendas
patriarcales, el hombre de confianza de su amo Abraham, a
quen éste encarga que haga un largo viaje para elegir esposa
para su hijo Isaac, y a quien si no hubiera tenido descendien-
tes, le iba a dejar toda su herencia! (Gén. 15, 3; 24). Sin
embargo, nada impide aceptar que algunos esclavos fueron
bien considerados, y hasta se encuentra el caso curioso de un
tal Sesán, que teniendo sólo hijas, casó una de éstas con un
esclavo egipcio suyo, para tener descendencia masculina (I
Crón. 2, 34-35). Todas las leyes penales que hemos transcrito,
y que se refieren a delitos de lesiones corporales, se encuen-
tran, ton variantes, en los códigos extranjeros que hemos ci-
tado siguiendo a L.B.d.C. En general, descansan en el princi-
pio de la ley del tallón (excepto el código hitita), o sea, que
el delincuente debía sufrir un daño igual al que había causado.
Así en Babilonia, si una casa mal construida se hundía y ma-
taba al propietario, el arquitecto de la misma incurría en la
pena capital ; si al hundirse, perecía el hijo del propietario, de-
bía morir el hijo del arquitecto. Los modernos penalistas con-
sideran hoy que, a pesar de la barbarie de la ley del tabón,
representaba ella un sensible progreso, sobre la venganza ins-
pirada por la cólera, que no reconocía límites. Al conseguir que
se aceptara el principio de que la venganza sólo era legítima
cuando no excedía del perjuicio ocasionado, se dió un gran paso
para evitar o apaciguar las guerras entre familias, clanes o
tribus.
I
LESIONES CAUSADAS POR ANIMALES. — 2689.
28 Si un buey corneare (1) a una persona y le produjere la
muerte, el buey será lapidado y no se comerá su carne; pero
(1) El Diccionario de la Academia prefiere el verbo acornear. En
las repúblicas del Plata se usa el vocablo cornear. Sobre condena de
animales en los países cristianos de la Edad Media, véase Selecciones
del Reader's Digest, de julio de 1948, ps. 79 - 81.
LESIONES CAUSADAS POR ANIMALES
241
el dueño del buey no será castigado. 29 Si el buey tenia ya la
costumbre de cornear, y se le hubiere avisado al dueño y no
lo hubiera encerrado, de modo que causare la muerte de una
persona, entonces ese buey será lapidado y su dueño será tam-
bién muerto. 30 Si solamente se le impusiera rescate, pagará
por rescatar su vida, todo lo que le fuere impuesto (no se
dice, si ese rescate debía ser fijado por los jueces o por el de-
mandante). 31 Si el buey corneare a un niño o a una niña, se
le aplicará la misma regla. 32 Si el buey corneare a un esclavo
o a una esclava, su dueño pagará 30 sidos de plata al amo de
la víctima, y el buey será lapidado.
2690. Tenemos aquí una serie de curiosos preceptos so-
bre la responsabilidad jurídica de los animales, idea corriente
entre los israelitas, admitida aún después del destierro (Lev.
20, 15, 16), y que se explica, porque uno de los rasgos más
característicos de la antigua noción del derecho en Israel era
el acentuado carácter objetivo del delito. Realizado el hecho
delictuoso, no se tenían en cuenta sus motivos determinantes,
ni el autor del mismo : el delito, como tal, tenía forzosamente
que. ser expiado, y en consecuencia, la pena alcanzaba tanto
al animal como al ser humano. Ya vimos (§ 94, 1885, 2149),
que el escritor sacerdotal (P), también de la misma época, ex-
presa que Elohim, después del diluvio, al bendecir a Noé y
a sus hijos, les dice, entre otras cosas: "Pediré cuenta de vues-
tra sangre A TODO ANIMAL" que la derramare (Gén. 9, 5).
Esta idea es conexa con la que a renglón seguido expresa el
mismo dios : "Establezco mi alianza con vosotros, con vues-
tra posteridad, y con todos los seres vivos que están con vos-
otros: aves, ganado y todas las bestias salvajes que están con
vosotros, todas las que salieron del arca" (ibid, 9, 10). La
mentalidad de Yahvé no era, según se ve, más elevada que ¡a
de los escritores que le suponían tales ideas. Así, pues si un
animal vacuno, no acostumbrado a cornear, mataba a una per-
sona, debería ser lapidado por su delito y no se podía comer
su carne ; el dueño, en cambio, aunque hubiera sido negligente
en el cuidado del animal, estaba exento de culpa. Como nota
Bertholet (p. 310), no se trataba en semejante caso de supri-
mir una bestia porque era peligrosa, sino que se quería casti-
garla, según de ello da fe el género de muerte que se le iníli-
242
LESIONES CAUSADAS POR ANIMALES
gía: se la lapidaba, siendo la lapidación el modo empleado pa-
ra matar al criminal, probablemente a fin de que su temido
espíritu fuera puesto en la imposibilidad de circular a causa
de la pesada carga de piedras que recubría el cadáver. De es-
te procedimiento contra un animal estaban a tal punto ausen-
tes las consideraciones utilitarias, que se prohibía formalmen-
te consumir su carne. "La naturaleza del castigo infligido, es-
cribe L.B.d.C, se explica por el temor de tocar a un ser al
que amenaza el alma irritada de la víctima, por eso se le mata
de lejos, a pedradas, y de ahí también la prohibición de comer
su carne. Por motivo análogo, no se permitía comer ni beber
nada de lo que hubiera en una casa al producirse en ella un
fallecimiento". De conformidad con ese mismo orden de ideas,
recuerda L.B.A., que el legislador Dracón, en Grecia, había
ordenado que aun mismo las cosas inanimadas que hubieran
causado la muerte de algún ser humano, debían ser echadas
fuera del país ; y según Lagarde, dicho legislador, que penaba
también con la lapidación el animal que hubiera muerto a un
ser humano, concedía al juez la facultad de condenar el animal
al destierro (p. 129).
2691. El aludido v. 29 nos proporciona un nuevo ejemplo
de que, a pesar de su mayor antigüedad, la legislación babiló-
nica era, en ciertos puntos, superior a la hebrea. En efecto,
esta última condenaba a la pena de muerte tanto al dueño co-
mo al vacuno corneador que mataba a una persona, si cono-
ciendo aquél el defecto de su animal, no lo tuviera debidamente
encerrado. En cambio, el Cód. de Hammurabí, al considerar el
mismo caso, no dicta pena alguna contra el vacuno, y sólo
impone al dueño una indemnización. Así, en sus artículos 250 -
252 establece : "Si un toro, al pasar por un camino, hiere o
mata a un hombre, esto no dará lugar a ninguna demanda. Si
el toro de alguno es indómito y se ha advertido a su dueño
la falta de ese animal indómito, y si a pesar de esto no le ha
cortado los cuernos al toro, o no lo ha atado, en caso de que
ese toro hiera o mate a mi hombre libre, su dueño pagará me-
dia mina de plata. Si el toro mata al esclavo de alguno, el due-
ño pagará un tercio de mina de plata". La penalidad he-
brea distinguía también si la víctima era hombre libre
o simple esclavo o esclava, pues en estos dos últimos casos.
DAÑOS CAUSADOS EN LA PROPIEDAD
243
el dueño del animal bravo sólo era condenado al pago de 30 ."-i-
clos de plata, unos 18 dólares de hoy), que era el precio me-
dio de un esclavo en la época en que fué redactado este artícu-
lo (cf. Lev. 27, 3, 4; Zac. 11, 11). Además, el animal debería
ser lapidado por el crimen que había cometido. Finalmente
observaremos que el caso que contempla el v. 30, es el único
de la ley en que se permitía la composición o sea el rescatar
la vida por un homicidio (L.B.d.C; § 2683 bis).
DAÑOS CAUSADOS EN LA PROPIEDAD. — 2692.
33 Cuando alguien dejare destapado un pozo, o cavare uno y
no lo cubriere, si cayese en él un buey o un asno, 34 el dueño
del pozo indemnizará al dueño del animal pagándole su valor;
pero el animal muerto le pertenecerá a aquél.
35 Si el buey de alguno hiriere mortalmente al buey de
su prójimo, ambos dueños venderán el buey vivo y se reparti-
rán el precio lo mismo que el buey muerto. 35 Pero si era no-
torio que el buey era corneador anteriormente, y que su due-
ño no lo vigiló (o encerró), éste deberá restituir buey por buey;
pero el animal muerto será suyo (Ex. 21).
Para abrevar sus haciendas, los habitantes de Palestina
tenían que abrir en el campo pozos, cuya boca se cubría ordi-
nariamente con una gran piedra lisa (Gén. 29, 2). Esos pozos
solían cavarse hasta encontrar agua de manantial o servían
para recoger aguas pluviales, o agua de fuentes llevada por
conductos o tubos, y entonces se llamaban cisternas. La pro-
longada estación de sequía, desde mayo a setiembre, obligaba
a construir cisternas o aljibes, tarea facilitada por el suelo ge-
neralmente calcáreo y rocoso. * El no tapar tales pozos, origi-
naba múltiples accidentes, y de ahí las disposiciones que an-
teceden de los vs. 33 y 34 tendientes a solucionarlos, cuando se
trataba de un animal ajeno que hubiera perecido ahogado, a
causa de dicha negligencia. En cuanto a los preceptos de los
vs. 35 y 36, contemplan dos casos : en el primero tratándose
de un accidente simple, el daño es repartido por mitad entre
ambos dueños ; en el segundo, como ha habido negligencia por
una de las partes — lo que ya revela que comenzaba a consi-
derarse el elemento subjetivo del daño para valorar la respon-
sabilidad humana, como en el caso de § 2696 — ella cargará
sola con las consecuencias de su descuido.
244
ROBO DE ANIMALES
ROBO DE ANIMALES. — 2693. De este tema tratan
los vs. 1 a 4 del cap. 22 ; pero al transcribirlos, seguiremos el
orden que, para mayor claridad, establece L.B.d.C, ya que
esas disposiciones aparecen desordenadas. Recuérdese también
que en algunas Biblias hebreas, el v. 1 constituye el último,
o sea, el 37 del cap. 21. 22, 1 Si alguno hurtare buey u oveja,
y los matare o vendiere, restituirá cinco bueyes por un buey,
y cuatro ovejas por una oveja. 4 Si el animal robado, — buey,
asno u oveja, — fuere hallado vivo en su poder, restituirá el
doble. 3'' El ladrón debe siempre restituir; pero si nada tiene,
se le venderá para la reparación de su hurto. La pena del ta-
llón, o sea, la que obligaba al delincuente a sufrir el mismo
daño que había causado, se ve agravada en el caso de robo de
animales, que han sido muertos o vendidos por el ladrón, pues
entonces éste debe resarcir con el cuádruple, si se trataba de
ganado menor (en heb. tson), oveja o cabra; y con el quíntuplo,
si se trataba de ganado mayor (en heb. bacar) , que comprendía,
el animal vacuno, camello, caballo, asno y mulo. Esos vocablos
hebreos, bacar y tson se traducen a menudo en nuestras Biblias
por "bueyes y ovejas". Si el robo no era irreparable por haber
sido encontrados vivos los animales hurtados, en poder de! la-
drón, este sólo debía restituir el doble. Nota L.B.d.C. que "se-
gún la costumbre actual del desierto, por un camello robado
se deben entregar cuatro. El Código hitita (arts. 57 - 73) exi-
ge tres, seis, siete o quince cabezas de ganado, según la es-
pecie, la edad y el empleo del animal hurtado". Más antigua-
mente que la época en que se redactaron estos preceptos, se
exigían siete ovejas por una robada. Así en II Sam. 12,
(§ 1024), cuando Natán en su apólogo, menciona que el rico
se apoderó de la corderita del pobre y la mató para obsequiar
a im huésped suyo, David se indigna, y exclama que el ladrón
del^erá restituir siete veces la oveja hurtada, dato éste que
aparece desfigurado en nuestras Biblias, las que traduciendo
del texto masorético traen el cuádruplo, o los cuatro tantos
(v. 6). Los masoretas cambiaron el séptuplo por el cuádruplo
del texto hebreo, (en los códices alejandrino y vaticano) para
armonizar II Sam. 12, 6, con Ex. 22, 1 (véase BERTHOLET,
p. 308, y DHORME, Les Livreá de Samuel, p. 358; cf. Prov.
6, 31). La ley israelita, a este respecto, es más benigna que
ROBOS.— INCENDIO
245
el Código de Hammurabí, que castiga con la pena de muerte
toda rapiña sin distinción, así como numerosos casos de robo
simple, estableciendo además la restitución de un valor de
diez a treinta veces superior (arts. 6- 10, 22, 34).
OTROS ROBOS. — 2694. 22, 2 Si un ladrón fuere ha-
llado forzando o socavando una casa (1), y fuere herido mor-
talmente, el heridor no será reo de homicidio. 3 Pero si ya hu-
biera salido el sol cuando fuere sorprendido, habrá homicidio.
Aquí se contemplan dos casos : 1° cuando era herido mortal-
mente el ladrón sorprendido de noche tratando de horadar la
pared de una casa — efracción no difícil de ejecutar, porque
en general esas paredes eran hechas de arcilla, algo asi coukj
nuestros ranchos — ; y 2^ cuando el mencionado hecho ocurría
de día, después de la salida del sol. En el primer caso, se en-
tendía que el heridor (que se supone fuera el dueño o habi -
tante de la casa) había obrado en defensa propia, y se precep-
tuaba que no había habido homicidio ; mientras que en el se-
gundo, sí, lo que, como se comprende, es muy discutible. El
Código de Hammurabí disponía en su art. 21 : "Si un hombre
ha perforado una casa, se le matará y se le enterrará frente
al boquete".
INCENDIO. — 2695. 22, 5 Cuando alguno prendiere
fuego en un campo o en una viña y dejare extender el incen-
dio de modo que consuma una parte del campo de otro, dará
en indemnización el mejor producto de su campo y de su viña.
6 Cuando el fuego, propagándose al exterior, encontrare ma-
torrales de espinas y consumiere un montón de gavillas, triga-
les en pie o todo un campo, el autor del incendio reembolsará
lo que hubiere sido quemado. Hemos tomado estos dos ver-
sículos de la versión que da L.B.d.C; pero nótese que el v. 5
(1) Esto es un caso que nosotros llamamos de tentativa de^obo
con efracción. Esta última palabra no la admite todavía la Academia,
aunque viene del participio effractus, a, um, del verbo latino effringo,
quebrantar con violencia. Efractor, pues, entre los latinos, era el que
rompe, quebranta, descerraja puerta, ventana, pared o arca violenta-
mente. En el t^ II del Boletín Judicial (Uruguay), ps. 341-3, hay una
sentencia de la Suprema Corte de Justicia (julio 22|1912) confirmando
otra sobre robo con efracción.
246
SEDUCCION
es por completo distinto en las traducciones corrientes, que
se basan en el T. M. Así en la Vulgata, traducida por Scío,
se lee : "5 Si alguno hiciere daño en campo o en viña, y dejare
ir su bestia a pastar lo ajeno, restituirá lo mejor que tuviere en
su campo o viña, según la tasa del daño". Aquí como se ve, no
se trata de incendio, sino que se pena al individuo negligente
que deja ir sus animales al terreno ajeno donde pacen o cau-
san daño en las plantaciones de otro, obligándolo a pagar al
damnificado lo mejor que tuviere en su propio campo, aun
cuando lo ramoneado fuera de calidad inferior, lo que estaría
de acuerdo con el art. 107 del Código hitita. Defiende L.B.d.C.
su traducción diciendo que las palabras hebreas que se en-
tienden en el sentido de "hacer pacer o pastorear" y de "su
bestia o su ganado", reaparecen en el v. 6 con las acepciones
de "incendiar" e "incendio" ; por eso les da la misma acepción
€n ambos versículos. Y con respecto al citado v. 6 expresa:
"La pena es algo menos grave que en el caso precedente, sin
duda porque esta vez el vecino había cometido la imprudencia
de dejar en su terreno materias muy inflamables, como monto-
nes de espinas. El Código hitita, más severo, exige la sustitu-
ción del campo o de los árboles incendiados, y en ciertos ca-
sos, una suma de dinero (arts. 105, 106).
SEDUCCION. — 2696. 22, 16 Si alguno sedujere a una
doncella no desposada, y se acostare con ella, entregará (al
padre) una suma de dinero igual al precio de compra (de la jo-
ven) y la tomará por mujer. 17 Si el padre rehusare dársela,
pagará en dinero lo que se da por el precio de compra de las
doncellas (1). El caso de seducción de una mujer virgen, que
entre nosotros se rige por la ley penal, era entre los israelitas
una simple cuestión de derecho civil. Siendo la mujer, esposa
o hija, propiedad del hombre, esposo o padre, la seducción de
una doncella causaba un perjuicio pecuniario a su progenitor,
que debía ser indemnizado con el mohar, esto es, con el im-
porte del precio generalmente establecido para la compra de
una mujer, estando obligado además el seductor a casarse con
(1) Los traductores ortodoxos ponen en estos versículos, dote en
vez de precio de compra, ocultando así el sentido del texto.
CRIMENES CONTRA YAHVE
247
ella, sin divorcio posible, si había empleado violencia para la
violación: "no podrá despedirla en todos sus días" (Deut. 22,
28, 29; § 3317). Si el matrimonio no se efectuaba por oposi-
ción del padre (o también de la hija, según el Talmud), el
seductor, no estaba menos obligado a pagarle el mohar. Este
precio era corrientemente de 50 sidos de plata (unos 30 dóla-
res, Deut. 22, 29), aun cuando las hijas de altos personajes,
como las princesas, costaban más caro (cf. I Sam. 18, 18, 23).
Manifiesta Bertholet (p. 178) gue el mohar se pagaba al ce-
lebrarse los esponsales, de modo que eran éstos y no el ma-
trimonio lo que jurídicamente hacía de la joven la esposa del
marido, aun cuando en la práctica, el matrimonio seguía in-
mediatamente al pago del mohar. Por eso el v. 16, que comen-
tamos, se refiere al caso de seducción de doncella no despos2-
da, porque si lo fuere, sería cuestión de adulterio, pues la jo-
ven se consideraba ya casada, y entonces el seductor y la vio-
lada debían ser lapidados, si el hecho había ocurrido en ciudad
donde la mujer hubiera podido demandar socorro; pero si el
estupro o violación hubiere sido en despoblado, el hombre su-
fría la pena de muerte, mientras que la mujer quedaba exenta
de toda condena, porque "aunque dió voces, no hubo quien
la librase" (Deut. 22, 23 -27). Como entre el Libro de la Alian-
za y el Deuteronomio medían unos dos o tres siglos, obsér-
vese cómo a la primitiva noción objetiva del delito se fué sus-
tituyendo la concepción subjetiva del mismo, adquiriendo así
mayor valor la responsabilidad humana, que termina por ser
exclusivamente personal (Deut. 24, 16).
BESTIALIDAD. — 2697. El comercio sexual con ani-
males se castigaba con la pena de muerte (Ex. 22, 19). Sobre
esta inmoralidad, frecuente entre los egipcios, cananeos y otros
pueblos de la antigüedad, legisló posteriormente, con más de-
tención, el Levítico, haciendo extensiva la pena de muerte,
también al animal (18, 23; 20, 15, 16).
CRIMENES CONTRA YAHVE. — 2698. Bajo este
epígrafe comprendemos: a) el culto de divinidades extranje-
ras ; y b) la hechicería, — considerados en el Libro de la Alian-
za como crímenes merecedores de la pena capital. Más tarde
248
CRIMENES CONTRA YAHVE
e] Deuteronomio y el Levítico aumentaron ese número con la
adoración de los astros (Deut. 17, 2-5), la evocación de los
espíritus o espiritismo y adivinación (Lev. 20, 27), la blasfe-
mia (Lev. 24, 15-16) y el falso profetismo (Deut. 18, 20-22),
hechos todos que motivaban la muerte por lapidación del cul-
pable, menos en este último caso, en que no se menciona la
forma de muerte a aplicarse. De la rriisma pena capital fueron
pasibles la inobservancia de ciertos ritos religiosos, tales co-
mo la violación del sábado (Ex. 31, 15; 35, 2), no celebrar
la pascua (Núm. 9, 13), no guardar el día de las expiaciones
(Lev. 23, 29), comer grasa o sebo de vaca, de oveja o de ca-
bra (Lev. 7, 23 -25), consumir cualquier clase de sangre (Lev.
7, 27; 17, 10), y fabricar el aceite de la unción santa, no siendo
sacerdote, o dar o aplicar dicho aceite al que no fuera de la
estirpe sacerdotal (Ex. 30, 31 -33).
a) Culto de divinidades extranjeras. — 2699. Ex. 22,
20 El que sacrificare a otros dioses, será exterminado (o hecho
anatema, o muerto, según los distintos traductores), salvo a
Yahvé solamente. Estas cuatro últimas palabras, que se en-
cuentran en el T.M. son consideradas una glosa por L.B.d.C,
dada su colocación ; pero de todos modos el versículo sancio-
na con la pena de muerte el culto de cualquier otro dios que
no fuera el que para sí había adoptado Israel. Nótese que el
precepto reconoce la existencia de otros dioses, vale decir, el
derecho de cada pueblo a tener el suyo o los suyos ; lo que
quiere el legislador es monopolizar para el dios nacional, Yah-
vé., la adoración de sus fieles. Léase lo que al respecto hemos
dicho con anterioridad, en § 393 a 395. Scío, que traduce de
la Vulgata ese versículo, en esta forma : "El que sacrifica a
dioses, excepto al solo Señor, será muerto", agrega en nota :
"El hebreo trae será cortado del pueblo con públicas execra-
ciones, será anatematizado. No sólo perdía la vida, sino que
se quemaban o vendían a voz de pregón todos sus bienes. Y
esta pena se extendía muchas veces a familias, a ciudades y a
naciones enteras (I Sam. 15, 3)". Los pueblos de la antigüe-
dad tenían su religión del Estado, pues se creía que éste no
podía desempeñar sus funciones sin que se realizaran los ri-
tos debidos,, por lo que todo miembro de la sociedad estaba
obligado a celebrarlos, so pena de incurrir en condenación de
CRIMENES CONTRA YAHVE
249
muerte, como traidor a la patria o elemento antisocial. El dios
patrono exigía, pues, que se le rindiera culto; pero por lo demás,
no era intolerante: el ciudadano podía generalmente adorar los
dioses que fueran más de su agrado, sin molestia alguna, lo
que^ como se ve, no ocurría en la época del Libro de la Alian-
za. En Atenas, sobre todo al fin del siglo V a.n.e., se casti-
gaba severamente la negación de la existencia de los dioses y
la profanación de su culto, como de ello dan fe los procesos de
impiedad, que nos han sido transmitidos, de los cuales el más
célebre es el que condenó a Sócrates a beber la cicuta (1). El
ateísmo en Grecia era el gran delito religioso, pues como dice
Decharme, "la presencia de un ateo era una mancha que había
que lavar ; constituía para el Estado una amenaza de conta-
gio que se debía conjurar, además de ser peligro de cólera ce-
lestial, del que era menester preservar a sus hijos" (p. 178).
El legislador israelita del siglo VIII exige que se sacrifique
sólo al dios nacional, estableciendo así una religión intoleran-
te de corte formalista, que no encuadra con los sentimientos
que era dable esperar en un dios transformado después por
judíos y cristianos en el Ser Supremo. Sentó así un culto m.o-
nolátrico, que sólo más tarde fué convertido por los grandes
profetas en monoteísmo (§ 352), religión colectiva, mero re-
sorte del Estado, muy lejos de aquélla individual e íntima que
busca sinceramente la comunión con la divinidad, como ocu-
rrió con ciertas formas posteriores de la piedad judía, que se
revelan especialmente en los salmos.
2700. Relacionado con esta prohibición punitiva de Ex.
22, 20, existen entre los debarim otros dos preceptos que la
complementan. El primero dice: No maldecirás a Elohim, (Ex.
22, 28) (2), que lo traduce la Vulgata : "No hablarás mal de
(1) P . DECHARME. La critique des traditior.s religieuses chez
Ies Grecs des origines au temps de Plutarque, cap. VI.
(2) Sobre la 2^ parte del v. 28 de Ex. 22: "y r.o maldecirás un
príncipe entre tu pueblo (o el jefe de tu pueblo" — V. S.), escribe
Causse: "No se trata en manera alguna del rey. La palabra 'am designa
aquí al clan, y la palabra príncipe, nasí (§ 3222), designa simplemente
a los jefes de clan (cf. Ex. 35, 27; Lev. 4, 22; Núm. 10, 4; 34, 18; Jos. 9,
18). Aunque el término nasí aparece sólo en documentos exílicos y
postexíticos, y particularmente en Ezequiel, Esdras y el Código sacer-
dotal, los nesüm de los textos citados corresponden a los sarim (§ 3231)
250
LA HECHICERIA
los dioses"; Valera: "No injuriarás a los dioses"; Pratt, en la
Versión Moderna : "No injuriarás a Dios", agregando en nota,
"o a los jueces"; Reuss, Causse, y la Versión Sinodal: "No
blasfemarás contra Dios". El traducir aquí Elohim (Dios) por
los dioses, procede de la versión griega de los LXX, traduc-
ción esa aceptada por Josefo y Filón, quienes basándose eu
este texto, ensalzaron la gran tolerancia de la religión de Moi-
sés, tolerancia que sería un anacronismo, y que estaría en
oposición con el v. 20 que comentamos, y con 23, 13, texto de
que en seguida nos ocuparemos. Esa interpretación por más ab-
surda que sea, se concibe, según manifiesta Reuss, en la situa-
ción en que se encontraba el judaismo en la época de aquellos
autores. También es inaceptable la traducción "los jueces",
pues el vocablo Elohim nunca tiene ese sentido. Se trata, agre-
ga L.B.d.C, de maldiciones proferidas contra Yahvé (véase
§ 357, 358; I Rey. 21, 10), y ya sabemos el poder que se les
confería a las maldiciones (§ 2317). El segundo precepto an-
teriormente aludido, es el siguiente : "No pronunciaréis el nom-
bre de otros dioses, ni se le escuchará en vuestra boca" (Ex.
23, 13''). Recuerda L.B.d.C. que el término hebreo traducido
en este pasaje por pronunciar tiene a menudo el matiz de ce-
lebrar, invocar, y que quizá fuera éste el sentido que aquí ha-
bría que darle ; pero de todos modos la prohibición de pro-
nunciar el nombre de otras divinidades distintas del dios na-
cional, se encuentra en la parte final del precepto. Según las
ideas de los antiguos pueblos, el pronunciar el nombre de un
ser divino equivalía a llamarlo, y de ahí la citada interdicción :
"el nombre de otros dioses no sea escuchado en vuestra boca".
Aún hoy, persisten tales ideas supersticiosas, y más de un cre-
yente no se atreve a nombrar al diablo, por temor de que se
le aparezca (véase nuestra Introducción, § 130).
2701. b) La hechicería. Ex. 22, 18 No permitirás vivir a
la hechicera. La Vulgata trae: "No permitirás que vivan los
hechiceros", y Scío anota: "El hebreo dice a la hechicera, y
usa del género femenino, porque este sexo es más propenso a
del cántico de Débora: "Los sarim (jefes o caudillos) de Isacar están
con Débora" (Jue. 5, 15). Tendríamos, pues, en la prohibición de Ex.
22, 27b, una alusión a la dignidad mística y a los poderes mágicos de
los jefes de clan" (R.H.Ph.R. t? 12. p, lU. n. 36).
LA HECHICERIA
251
estas artes y embustes ; pero Moisés sujeta aquí a pena de
muerte a todos los que se emplearen en sortilegios, hechice-
rías, maleficios, adivinaciones, etc., por ser éste un delito de
apostasía, por el que el hombre renuncia a Dios, y recurre al
demonio, que es su enemigo capital. Por esta misma razón,
y por considerarse los que se entregan a semejantes ejercicios,
como una peste la más perniciosa de la República, los con-
denan también las leyes civiles al último suplicio". Probable-
mente en esto último se refiere Scío a las leyes de Partidas,
vigentes en España, en la época en que él escribía, las que con-
denaban a los adivinos, agoreros, sorteros o hechiceros a la
pena de muerte; sus encubridores, a la de destierro perpetuo;
a los que acudían a ellos y los creían, a la de pérdida de la
mitad de sus bienes; y a los jueces negligentes en su castigo,
a la de privación del oficio y confiscación de la tercera parte
de la hacienda. Sin embargo, añade Escriche, que en la prác-
tica (quizá en su época) se conmutó la pena capital por la de
azotes a los hombres, y por la de sacar emplumadas y encoro-
zadas a las mujeres. Termina con muy buen tino ese juriscon-
sulto expresando que para destruir tales preocupaciones y erro-
res, vale más la ilustración que el castigo. Léase lo que, sobre
este tema, decimos en nuestra Introducción, § 146.
2702. La iglesia católica, a pesar del citado precepto de
Ex. 22, 18, no consideró, en general hasta mediados del siglo
XIV, a la hechicería, sino como un pecado ; pero fué Jvia.n
XXII, que ejerció el papado de 1316 a 1334, el que asimilándo-
la a la herejía, contribuyó a su difusión, al considerarla como
un hecho real, pasible de los más terribles castigos. El ex -
abate J. Franjáis escribe al respecto: "El siglo XIV juega ca-
pital papel en la historia de las represiones de la hechicería.
Bajo la influencia de Juan XXII, esa superstición popular cori-
denada hasta entonces, se transformó en verdadero dogmü.,
impuesto pronto por la fuerza a los últimos escépticos. En ade-
lante no se volverá más a predicar al pueblo que los hechice-
ros son charlatanes; sino al contrario que son crmiinales liga-
dos a Satán por un pacto y dignos de los mismos suplicios que
la herejía" (p. 25). Juan XXII, que padecía de la manía de
persecución, pues durante todo su pontificado se quejaba de
imaginarios enemigos que atentaban contra su vida con sus
252
LA HECHICERIA
operaciones mágicas, encargó a los inquisidores que persiguie-
ran especialmente a los magos y hechiceros, de quienes, en su
bula Super illius spécula, dice que "sacrifican a los demonios
y los adoran, fabrican o se procuran imágenes, anillos, redo-
mas, espejos y otros objetos más en !os que fijan a los demo-
nios por su arte mágica, obtienen de ellos respuestas, y les pi-
den su ayuda para ejecutar sus perversos designios, compro-
metiéndose a la más vergonzosa servidumbre para la más ver-
gonzosa de las cosas". Las penas fijadas por la bula para los
culpables eran la hoguera y demás aplicadas a los herejes, in-
cluso la confiscación de bienes.
2702 bis. El papa Inocencio VIII (1484-1492), de quien
afirma Gebhardt que en él habían desaparecido toda dignidad
y todo pudor, el mismo año de su ascensión al pontificado,
publicó su bula Summis desiderantes, contra los hechiceros,
bula en la que se inspiraron los autores del Malleus malefico-
rum, del que hablamos en § 146 de nuestra Introducción. En
esa bula, Inocencio VIII concedía amplia c^utorización a los
inquisidores dominicanos y profesores de teología, Enrique
Institor y Santiago Sprenger,, para que en Alemania pudieran
corregir, castigar y encarcelar a los hechiceros, de los que
afirma : "se entregan a excesos con los demonios íncubos y
súcnbos ; por sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y
otras supersticiones sacrilegas, por sus sortilegios, sus excesos,
sus crímenes y sus faltas, perecen y mueren las criaturas al
nacer, los productos de los rebaños, las cosechas, los racimos
de las viñas, las frutas de los árboles, los hombres, las muje-
res, los rebaños, el ganado, las diversas especies de animales,
las viñas, los prados, los vergeles, los campos de pastoreo, los
trigos y las otras producciones del suelo ; los hombres mismos,
las mujeres, las bestias de carga, los otros animales son ata-
cados y torturados por males y tormentos tanto internos como
externos ; a los hombres se les impide engendrar y a las mu-
jeres concebir, y a los maridos y a sus esposas ejercer respec-
tivamente sus actos conyugales. Hasta la misma fe que reci-
bieron en el santo bautismo, la reniegan sacrilegamente. A
instigación del enemigo del género humano, ya no temen co-
meter numerosos crímenes, otros excesos y maldades con pe-
ligro de sus almas, con menosprecio de la majestad divina y
PROCEDIMIENTO JUDICIAL
253
con escándalo de las multitudes". Siendo tan graves los daños
causados por los hechiceros, Inocencio VIII les da a los nom-
bres inquisidores amplios poderes para proceder contra aqué-
llos, y ordena al obispo de Estrasburgo que reprima toda ten-
tativa de obstrucción o de intervención^ imponiendo la excomu-
nión y otras penas más temibles aún, requiriendo, en caso
necesario, el concurso del brazo secular, y termina dicha bu-
la con estas palabras: "Que a nadie le sea, pues, permitido in-
fringir esta página de nuestra declaración, extensión de po-
deres, concesión y mandato, o de contradecirlos por audacia
temeraria. Si alguien pretendiera tentarlo, incurriría, sépalo
bien, en la indignación del Dios todopoderoso y de los bien-
aventurados apóstoles Pedro y Pablo". El célebre historiador
de la inquisición, Enrique Carlos Lea, comentando esta bula,
agrega : "Después de tal decisión, contestar la realidad de la
hechicería hubiera sido dudar de la autoridad del Vicario de
Cristo ; tratar de ayudar a algxin acusado, era obstaculizar a
la Inquisición. Armados de tales poderes, los dos inquisidores,
llenos de celo, atravesaron el país, dejando tras ú un reguero
de sangre y de fuego, inculcando a las poblaciones la creen-
cia absoluta en todos los horrores de la hechicería y despertan-
do en todos los corazones un terrible pavor. Ambos se jactaron
de haber quemado en el pueblito de Ravenspurg, 48 víctimas
en cinco años" (t° lll, p. 649). Tales fueron algunos de los de-
plorables frutos de la creencia en los demonios, y de los bár-
baros preceptos contra la hechicería, que se encuentran en el
Antiguo Testamento. Recordemos finalmente para concluir
con este tema, el caso del rey Saúl, que trató de extirpar de
Israel a los nigromantes y adivinos; pero concluyó al fin de
su vida, por utilizar él mismo las artes mágicas de la hechi-
cera de Endor (I Sam! 28, 3, 7 -25; § 968-972).
PROCEDIMIENTO JUDICIAL. — 2703. Ex., 23, l''
No prestarás tu concurso al malo, sirviéndole de testigo fal-
so. 2^ Cuando atestiguares en un proceso, no te pongas del
lado del mayor número para hacer doblegar la justicia. 5 No
favorecerás al pobre en su causa. 6 No atentarás contra el
derecho del pobre en su causa. 7 Abstente de toda palabra
mentirosa (o apártate de todo asunto fraudulento) : no vayas
254
PROCEDIMIENTO JUDICIAL
a causar la muerte del inocente y del justo, ni hacer absolver
al culpable. 8 No admitirás regalos, porque éstos ciegan a los
perspicaces y hacen aparecer malas las causas de los justos.
Estos preceptos relativos a los deberes de los testigos y los
jueces, junto con algunas referencias a juramentos } a asun-
tos que deben jore.sentarse ante Elohim (22, 8-11), es lo úni-
co que nos ofrece el Libro de la Alianza sobre procedimiento
judicial , lo que confirma el carácter fragmentario de esta co-
lección legislativa. L.B.d.C. observa que los vs. 4 y 5 que se-
paran dichas disposiciones, no pueden haber figurado en la
primitiva recopilación ; lo mismo que la repetición de las
prescripciones sobre los extranjeros (22, 21 y 23, 9) proba-
blemente indica que proceden de dos antiguas colecciones
de leyes diferentes. En el Israel nómade, las cuestiones que
se suscitaban entre sus miembros las resolvían los ancianos,
o personas que más se detacaban entre ellos por su rectitud
moral, o por su experiencia. Al pasar a la vida sedentaria, los
ancianos del clan o de la tribu fueron reemplazados por los
de la aldea o ciudad, en cuya puerta se celebraba la audien-
cia pública y se dictaban las sentencias, después de oidas
las partes y sus testigos. Paralelamente con esta jurisdicción
profana, existia la jurisdicción sagrada o sacerdotal, que se da-
ba por el sacerdote en un santuario en nombre de Yahvé (§ 347).
Al establecerse la monarquía, el rey es el juez supremo, que
falla en última instancia (II Sam. 14, 4-11); pero en otras
ocasiones fallaba en primera y única instancia (II Sam. 15, 2 - 6).
Salomón construyó una sala especial para administrar justicia
(I Rey. 7, 7). La institución de los ancianos era la más ve-
nerable, porque remontando a la época del desierto, se la con-
ceptuaba de origen mosaico, mientras que la justicia del rey
era más bien considerada como institución profana, mucho más
reciente y formada a imitación del extranjero. Sobre la orga-
nización judicial de los ancianos, establecida por Moisés, ha-
bía dos tradiciones: la de Ex. 18, 13-26 y la de Núm. 11,
16-30, que hemos estudiado en § 347 y en § 847-849 respecti-
vamente. La primera "la de Ex. 18, expresa Causse, según la
cual Moisés habría instalado a los ancianos como jueces, si-
guiendo el consejo de Jetró, su suegro, representa sin duda,
la tradición más antigua y seguramente la más sobria o pru-
PROCEDIMIENTO JUDICIAL
255
dente. En la vanante de Núm. 11, ya no es cuestión de Jetró,
sino que Moisés está solo y aparece como el profeta ¿upiemo
que lleva todo el peso de su pueblo, y en ella se especifica cla-
ramente que los ancianos, elegidos e inspirados para asistirlo
en su tarea, no tienen sino una pequeñísima parte de ?u esoí-
ritu" (R.H.Ph.R. t^ 12. ps. 114 - 115. n. 39) .
2704. Escribiendo sobre el Libro de la Alianza, dice así
el profesor Emilio Golay : "No es un código aplicable por un
tribunal debidamente constituido, sino más bien una colección
de preceptos que fijaban la costumbre que el legislador coloca
bajo la salvaguardia de la divinidad. Sin embargo, prevé la
existencia de un embrión de tribunal : los ancianos de la tribvi
o del clan que manifiestan el derecho (Ex. 21, 22); pero ese
tribunal no parece que fuera permanente. En este período de
la civilización, el individuo es en tealidad su propio juez y su
propio justiciero. Con toda naturalidad su clan se declara a
su favor, y la querella personal puede llegar a ser la de todo
un grupo contra otro grupo" (artículo Talion del Dict. Encyc).
En cuanto 3 los transcritos preceptos que comentamos (§ 2703),
nótese que son simples consejos o recomendaciones que entran
en la categoría de los debarim (§ 2671) y que tienden en pri-
mer término a recordar a los testigos su responsabilidad. Ge-
neralmente no existía juicio sin prueba testifical; pero no se
podía condenar a nadie a muerte por la declaración de una
sola persona (Núm. 35, 30; Deut. 17^ 6). Las recomendaciones
arriba expuestas están llenas de equidad y buen sentido: no
ayudar al inicuo dando a su favor un testimonio falso, testi-
monio que bien puede contribuir a la muerte del inocente co-
mo a la absolución del -culpable ; no dejarse llevar por la opi-
nión de la multitud, cuando al declarar o sentenciar se tiene
una opinión contraria; y a fin de evitar el cohecho, o sea, la
corrupción de los jueces, aconseja a éstos que no admitan dá-
divas, porque según un proverbio popular repetido en Deut.
16, 19, los regalos cierran los ojos de los sabios y falsean las
palabras de los justos, o dañan la causa de los inocentes. Nota
Causse que "la insistencia con la que el legislador recuerda
que no se debe hacer doblegar el derecho del indigente y que
los jueces no deben dejarse corromper por regalos, indica su-
ficientemente que cuando se redactó el Código de la Alianza
256
PRECEPTOS HUMANITARIOS
en su forma actual, se habían introducido muy graves abusos
en la práctica de los juicios, precisamente los abusos que re-
prochan los profetas a los jueces reales (Ex. 23, 1 -3, 6-9; cf.
Am. 2. 6-7: Is. 1. 26; 5. 23)". R.H.Ph.R. t'' 12, p. 114. En
cuanto al y. 3, L.B.d.C, siguiendo la indicación de Reuss, lo
traduce así : "No favorecerás al grande en su causa", en vez
de "al pobre", como trae el T.M. Expresa Reuss que de acuer-
do con Lev. 19, 15, uno se siente tentado a cambiar pobre por
grande, ya que se trata de la sustitución de una consonante a
otra que se le asemeja (gdl, grande, por wdl, pobre); obser-
vación que acepta y sigue L.B.d.C, justificándola con este ra-
zonamiento: "la parcialidad de los jueces israelitas, que ellos
mismos eran grandes, no se ejercía en favor de los pequeños"
o pobres. La organización judicial y el sistema procesal de
Babilonia, en época de Hammurabí, eran muy superiores a los
existentes en Israel doce siglos más tarde. Con respecto al ju-
ramento en aquel país del Eufrates, se defería a falta de docu-
mentos escritos, o si el contenido de éstos no permitía resolver
la dificultad, y se prestaba en el templo, por los dioses, o por
el nombre del rey, o por aquéllos y éste. Después de la sen-
tencia, los litigantes, bajo juramento, se comprometían ante
los dioses a respetar el fallo como definitivo e irrevocable
(DELAPORTE, ps. 113-124).
PRECEPTOS HUMANITARIOS. — 2705. 22, 21 No
■maltratarás al extranjero, ni lo oprimirás, porque extranjeros
fuisteis vosotros en el país de Egipto. 22 No haréis daño a la
viuda ni al huérfano. 23 Si les causáreis algún daño, y cla-
maren a mí, yo escucharé sus clamores, 24 y se encenderá mi
cólera, y os mataré a espada, y vuestras mujeres quedarán
viudas, y vuestros hijos, huérfanos. Estos preceptos origina-
¿riamente no contenían explicaciones y debían reducirse a los
-ys. 21^ y 22; pero redactores posteriores los ampliaron para
motivarlos. La protección a la viuda, al huérfano y al extran-
jero eran temas corrientes en la predicación de los profetas ;
pero nótese cuan bárbaro era todavía el Yahvé de aquellos
legisladores, que para proteger a los mencionados seres, sin
amparo, amenaza con matar a espada, — o con cuchillo, según
la Vulgata, — a los que les causaren daio, aumentando así el
PRECEPTOS HUMANITARIOS
257
número de los necesitados de protección, puesto que en caso
de cumplirse tales amenazas, se acrecentarían el número de
las viudas y huérfanos existentes. Es éste uno de los tantos
casos en que a las prescripciones bíblicas se les puede con jus-
ticia aplicar el proverbio vulgar de que es peor el remedio que
la enfermedad. En cuanto al mandato del v. 21, como el de
Ex. 23. 9, tocante a los extranjeros, véase § 1410.
2705 bis. Podemos considerar también como preceptos
humanitarios los relativos al reposo semanal y al reposo de
la tierra durante un año cada siete, según se ve a continuación:
10 Seis años sembrarás tu tierra y recogerás sus productos.
11 Pero el séptimo año la dejarás en barbecho y abandonarás
sus frutos, para que los coman los pobres de tu pueblo, y de
lo que ellos dejaren, se alimentarán las b3stias salvajes. De
igual manera harás con tu viña y tu olivar. 12 Seis días traba-
jarás en tus quehaceres; pero el séptimo reposarás, para que
descansen tu buey y tu, asno, para que puedan respirar el hijo
de tu esclava y el extranjero (Ex. 23). La prescripción de los
vs. 10 y 11 constitui^en lo que se llama el año sabático, porque
más tarde el escritor del Levítico relacionó ese precepto con el
sábado, denominándolo "sábado en honor de Yahvé" (Lev.
25, 2-7). Observa L.B.d.C. que en Ex. 23. 10, 11, el año que la
tierra de labranza debía quedar en barbecho no era necesaria-
mente el mismo para todos los campos, en contra de la fecha
uniforme para todo el país que exige el mandato del Levítico.
Antes del destierro, nunca se observó el año sabático, tal como
lo define Lev. 25 (Lev. 26, 34, 35; II Crón. 36, 21), pero, por
el contrario, existen ejemplos de su aplicación después del
regreso de la deportación (Neh. 10, 31 ; I Mac. 6, 49, 53, y citas
de Josefo). En el Levítico ese reposo se presenta como una
obligación de los habitantes hacia el país de Palestina, y del
país hacia Yahvé, siendo concebida la tierra como una deidad
a la cual había que dejar descansar, como se descansaba se-
manalmente en honor del dios nacional. Sobre esa antigua
concepción de la tierra como una personalidad divina, que te-
nía exigencias propias que debían ser satisfechas, so pena de
determinados castigos, véanse parágrafos § 293 y 2123. Y so-
bre el descanso que preceptúa el v. 12, véase lo que al respecto
decimos en el capítulo IX.
258
PRECEPTOS RELIGIOSOS
PRECEPTOS RELIGIOSOS. — 2706. 20, 22 Yahvé di-
jo a Moisés ... 23 No os haréis otros dioses para asociárme-
los; no os haréis dioses de plata, ni dioses de oro. 24 Me ha-
rás un altar de tierra para ofrecerme en él tus holocaustos y
tus sacrificios de paz, tus ovejas y tus vacas. En todo lugar,
donde invocares mi nombre, vendré a ti y te bendeciré. 25 Si
me eriges un altar de piedras, no lo construyas con piedras la-
bradas, porque aplicándoles tu cincel de hierro las profanarás.
26 No subirás por gradas a mi altar, para que no se descubra
allí tu desnudez. Estos son los preceptos con que comienza e.
Libro de la Alianza. Los correspondientes a los vs. 22 y 23
pertenecen al decálogo ritualista, sobre los cuales, junto con
los demás del mismo decálogo insertos en dicho Libro, habla-
remos en el capítulo siguiente (§ 2711 -2727). Con respecto a
los que dejamos transcritos, notaremos : 1° Yahvé prohibe que
se le asocien dioses de plata o de oro; pero no los esculpidos
en piedra o en madera. 2° En la época en que se publicó esta
colección de prescripciones, no existía la centralización del
culto, idea capital del Deuteronomio. En cualquier lugar, prin-
cipalmente en aquellos en que, según la tradición, había ocu-
rrido un hecho memorable, como una victoria, un milagro, la
aparición de la divinidad, etc., se alzaba un rústico altar, ori-
gen más tarde de un santuario. 3° Los sacrificios mencionados :
holocaustos (§ 958) y sacrificios de paz o de acción de gra-
cias (§ 664), son los únicos sacrificios sangrientos que se men-
cionan antes del destierro. 4° Esta ley desconoce la casta sa-
cerdotal. Cualquier israelita podía ofrecer sacrificios en el al-
tar, sin la intervención de sacerdote alguno (Ex. 24, 5; § 711 -
712). 5° La ordenanza de no emplear piedras labradas en la
construcción del altar se basaba en la creencia de que en las
piedras, sobre todo las del altar, consideradas como piedras
santas, residían elohim o fuerzas misteriosas, las que podrían
ser expulsadas, si se las hería con instrumentos de hierro. No-
ta L.B.d.C. que "el empleo de los metales, y especialmente del
hierro, cuyo descubrimiento era reciente, se prohibía a me-
nudo por las religiones antiguas (cf. Ex. 4, 25)". El precepto,
pues, del V. 25, es supervivencia de una supe_rstición de remo-
tas épocas (§ 99; 1436). 6^ La prescripción que ordena erigir
altares únicamente rústicos, constituía una protesta del yah-
PRECEPTOS RELIGIOSOS
259
vismo tradicional contra las lujosas innovaciones del culto en
el templo de Salomón, quien había hecho construir allí un al-
tar de bronce (§ 1377). Y 7^ La curiosa razón en virtud de
la cual se prohibe subir al altar por escalones (v. 26), tendía
a evitar escándalos como el que provocó David bailando alre-
dedor del arca (II Sam. 6. 14, 20; § 1073 - 1075, 1080) ; y expli-
ca el por qué el autor del Código Sacerdotal hizo que Yahvé
inventara los calzoncillos cortos (Ex. 28, 42; § 1437).
2707. Expresa Lods que todas las prescripciones religio-
sas del Libro de la Alianza, al sancionar la transformación
del yahvismo en culto agrario, tratan de restablecer en los
santuarios la antigua simplicidad. En cuanto a las leyes civi-
les y a los demás preceptos humanitarios citados, tendían a
perpetuar o a restaurar entre los habitantes de Palestina el
espíritu de solidaridad fraternal que existía entre los miem-
bros del clan nómade. Se explica fácilmente esa tendencia con-
servadora o reaccionaria de las leyes, porque el derecho era es-
pecialmente materia propia de los sacerdotes, guardianes titu-
lares de la costumbre de Israel, encargados de difundir "el
conocimiento de Yahvé", como dirá el profeta Oseas, es decir,
la thorá, el conocimiento de su voluntad revelada por sus
oráculos jurídicos (Israel, ps. 485-6). Refiriéndose a los alu-
didos preceptos humanitarios mezclados en el Libro de la
Alianza con las leyes ceremoniales del decálogo primitivo que
estudiaremos en el capítulo siguiente, escribe Piepenbring:
"Nos encaminamos hacia el momento en que los grandes pro-
fetas del siglo VIII elevarán su elocuente voz para relegar
completamente a un pasado lejano las ceremonias del culto y
hacer consistir el servicio de Dios, sino tan sólo a lo menos
principalmente en la práctica de la justicia y de la caridad.
Este valor real e importante de dicho código, explica la gran
influencia que ejerció sobre las legislaciones siguientes en Is-
rael, sirviendo de base a la del Deuteronomio y a la ley de
Santidad del Levítico (17-24)... Una tendencia ética exis-
tía, pues, antes d_e la aparición de los grandes profetas escrito-
res, y éstos se presentan como los abogados de la ley de Yahvé
ya anteriormente conocida" (ps. 294, 297).
RESUMEN. — 2708. Del estudio que acabamos de ha-
260
CONCLUSIONES DEL LIBRO DE LA ALIANZA
cer del Libro de la Alianza, se llega a las siguientes conclu-
siones:
1° Ese Libro supone una población sedentaria dedicada
tanto a la agricultura como a la cria del ganado. 2° Hoy lo co-
nocemos sólo en estado fragmentario ; pero es probable que
antes de su incorporación parcial a la historia elohista, haya
sido un Código independiente, cuyas disposiciones debieron es-
tar en vigor en el reino del Norte. 3° Sus prescripciones jurí-
dicas no han podido ser impuestas a los hebreos antes de su
instalación en Palestina, y la generalidad de ellas, tomadas a
los cananeos, proceden principalmente del Código de Hammu-
rabí; pero el legislador israelita al adoptar el derecho babiló-
nico, le agregó elementos su3'0s propios, provenientes de su vi-
da nómade, como por ej., la venganza de la sangre, desconoci-
da en dicho Código. 4^ Muchos de sus artículos notoriamente
tienen por origen la práctica diaria, con toda la variedad de
casos que ofrecía la vida social de la época. 5^ La justicia no
es uniforme: los preceptos son diferentes según se apliquen a
hombres libres o esclavos, a israelitas o extranjeros. Así la ley
del talión obligatoria para el individuo libre no lo era para el
esclavo (Ex. 21, 23-26). El préstaino de un israelita a un
compatriota suyo era un contrato de beneficencia ; sólo podía
cobrar interés al extranjero (22, 25). Siglos más tarde esta-
blecerá el Levítico : "Una misma ley tendréis tanto para el
extranjero como para el nacido en el país" (24, 22). 6° En el
Libro de la Alianza no hay penas colectivas, mientras que
se encuentran en el Deuteronomio, como aquella que con-
dena una ciudad a su total exterminio, incluso sus animales,
debiendo ser luego quemada y no pudiendo ser nunca más
reedificada, a causa del delito de apostasía o de adoración de
otros dioses, en que hubieren incurrido sus habitantes (Deut.
13, 12-18). 7° Entre las penas que se aplican en los casos
contemplados, no figura la de prisión. Y 8° Ni en ese Código
ni en los decálogos, se menciona para nada la Pascua (§ 2718),
ni la necesidad de la circuncisión, práctica ésta que sólo vino
a tener el carácter de signo distintivo, a la vez nacional y
religioso, de los israelitas, en la época del destierro, cuando
ya había caído en desuso en los demás pueblos.
2709. Observa Lods que no siendo indispensable el em-
TEXTOS LEGISLATIVOS ANTERIORES A JOSIAS
261
pleo de la escritura para la transmisión del derecho consue-
tudinario, ni para la revelación de la thorá, no es de extrañar
ciue la literatura israelita anterior a la reforma de Josías con-
tenga tan pocos textos legislativos : los dos decálogos (que
en seguida estudiaremos), el Libro de la Alianza, y algunas
breves instrucciones sobre la Pascua (Ex. 12, 21 - 23) y sobre
los panes sin levadura y la ofrenda de los primogénitos (Ex.
13, 3-16). Y atribuye esto a que entre los jueces y sacerdo-
tes, encargados de pronunciar el derecho, comenzaban a surgir
graves divergencias sobre el contenido real, auténtico de la cos-
tumbre nacional. Existían israelitas que se creían autorizados
a adorar estatuas, aún mismo de plata y de oro — como Ge-
deón (Jue. 8, 24-27), Mica (Jue. 17, 18). David (I Sam. 19,
13, 16) y Jeroboam I (I Rey. 12, 28 - 30) — , a servirse de
altares elevados a los que había que ascender por gradas
(I Rey. 1, 53; 12, 33), adornados en sus ángulos con cuernos
esculpidos (I Rey. 1, 50, 51; 2, 28-34; Am. 3, 14) o fabrica-
dos de bronce (I Rey. 8, 64; Ez. 9, 2). El segundo decálogo
y el libro llamado "de la alianza" protestan contra esta ma-
nera de concebir "el derecho de Yahvé", cuando afirman, con
evidente intención polémica, que Moisés había recibido una
thorá divina, prohibiendo los "dioses de metal fundido" (Ex.
34, 17), los altares no hechos de tierra o de piedras brutas,
y aquellos a los que hubiera que subir por gradas (Ex. 20,
24 - 26).. El profeta Oseas acusaba al clero de su tiempo de
haber olvidado la thorá de su Dios y rechazado el conoci-
miento del mismo, es decir, de no enseñar más el conocimien-
to de sus verdaderas voluntades (Os. 4, 6). Ahora bien, las
diversas tendencias que se enfrentaban así, recurrían apa-
rentemente, sobre todo desde el siglo VIII a.n.e., a la escri-
tura para fijar, cada una desde su punto de vista, la auténtica
tradición de Israel, o sea, la verdadera voluntad de Yahvé
(Les Prophétes, ps. 155-6). De ahí se habrían originado los
diversos textos legislativos, anteriormente enumerados. Sin
embargo, debe notarse que el profeta Oseas (760 - 737) es
muy posterior al Libro de la Alianza (del noveno o décimo
siglo; BERTHOLET, p. 311).
CAPITULO VIII
El decálogo primitivo ritual
CUATRO DECALOGOS. — 2710. Tanto en el libro
del Exodo como en el de Deuteronomio, se encuentran varias
series de preceptos religiosos, relativos al culto, o de carác-
ter moral, que se dicen formulados por Yahvé desde el Sinaí,
con carácter imperativo, a cada una de las cuales se les ha
dado el nombre griego de decálogo (de deca, "diez", y logoi,
"palabras") por expresar diez mandamientos divinos. Esos
decálogos son los cuatro siguientes: 1° el de Ex. 34, 14-26;
2° el que se encuentra mezclado con otros preceptos en el
Libro de la Alianza que acabamos de estudiar (Ex. 20, 22 - 23,
19); 3^ el detallado en Ex. 20, 1-17; y 4^ el de Deut. 5,
6-21. Los dos primeros son casi idénticos y los dos últi-
mos también, por lo que en realidad se puede asegurar,
como lo comprobaremos en seguida, que en el Pentateuco
existen repetidos dos decálogos diversos con ligeras variantes.
Esta disposición de ordenanzas en series de diez era preferida
en Israel, no sólo por la mayor facilidad para recordarlas, sino
además porque así se podían enumerar con los dedos. Los
israelitas combinaban el sistema de numeración decimal con
el duodecimal, según se ve en el Deuteronomio, que nos pre-
senta un interesante ejemplo de dodecálogo, en las doce mal-
diciones del cap. 27, 15-26.
EL DECALOGO PRIMITIVO. — 2711. Los preceptos
religiosos, con carácter imperativo, de los debarim del Libro
de la Alianza que se hallan mezclados con los mispatim
(§ 2671) o preceptos jurídicos del mismo, constituyen el más
antiguo decálogo israelita conocido. Esta serie de mandamien-
tos se encuentra repetida en Ex. 34; aunque en este último
capítulo, en su forma actual, encierra trece prescripciones.
EL DECALOGO PRIMITIVO
263
las que para encuadrarlas dentro del número diez, hay que
unificar todas las relativas a las fiestas, diseminadas en dis-
tintos versículos. Eliminando las glosas o explicaciones que
traen algunos de sus mandamientos, transcribimos a conti-
nuación ambos decálogos, uno frente al otro, para que se vea
cómo concuerdan.
DECALOGO DEL LIBRO
DE LA ALIANZA
I. No os haréis otros dio-
ses para asociármelos (Ex. 20,
23^).
II. No os haréis dioses de
plata, ni dioses de oro (20,
23'').
III. Me darás el primogé-
nito de tus hijos. De igual
manera harás con tuá vaca-
das y con tus rebaños (22,
29^ 30^).
IV. Ninguno podrá ver mi
faz con las manos vacías (23,
15^).
V. Seis días trabajarás en
tus quehaceres, mas el sépti-
mo descansarás (23, 12).
VI. Tres veces en el año
celebrarás fiestas en mi ho-
nor. Guardarás la fiesta de
los Panes sin levadura (Mat-
soth, en hebreo) ; también la
fiesta de la Siega de las pri-
micias de tu trabajo, de lo
que hayas sembrado en el
campo; y la fiesta de la Co-
secha, al fin del año. Tres ve-
ces al año, pues, vendrán to-
dos tus varones a ver la
DECALOGO DEL CAP. 34
DEL EXODO
I. No te postrarás ante
ningún otro dios (v. 14).
II. No te harás dioses de
fundición (v. 17).
III. Todo primogénito mío
es; lo mismo todo primer na-
cido de tu ganado, que fuere
macho, sea de vaca o de ove-
ja (v. 19; cí. Ex. 13, 2).
IV. Ninguno podrá ver mi
faz con las manos vacias
(v. 20"^).
V. Seis días trabajarás,
mas en el séptimo descansa-
rás (v. 2P).
VI. Guardarás la fiesta de
los Panes sin levadura. Cele-
brarás también la fiesta de
las Semanas, la de las primi-
cias de la siega del trigo; y
después la fiesta de la Cose-
cha, al fin del año. Tres ve-
ces ai año, pues, vendrán to-
dos tus varones a ver la faz
del Señor Yahvé, dios de
Israel (vs. 18% 22, 23).
264
EL DECALOGO PRIMITIVO
faz del Señor Yahvé (23,
14-17). (1)
VII. Cuando me sacrifi-
ques una víctima, no ofrece-
rás su sangre con pan leu-
dado (23. 18^).
VIII. No será guardada
toda la noche, hasta la ma-
ñana siguiente, la grasa del
animal ofrecido en mi fiesta
(23, 18^).
IX. Traerás a la casa de
Yahvé (2), tu dios, lo mejor
de los primeros frutos de tu
tierra (23, 19^).
X. No cocerás el cabrito
en la leche de su misma ma-
dre (23. 19^).
VII. Cuando me sacrifi-
ques una víctima, no ofrece-
rás su sangre con pan leuda-
do (v. 25^).
VIII. No será guardado
toda la noche, hasta la ma-
ñana siguiente, el animal sa-
crificado en la fiesta de la
Pascua (v. 25'').
IX. Traerás a la casa de
Yahvé tu dios, lo mejor de los
primeros frutos de tu tierra
(v. 26^).
X. No cocerás el cabrito
en la leche de su misma ma-
dre (v. 26'').
2712. Como se ve, tenemos aquí los mismos preceptos
religiosos, expuestos dos veces en el libro del Exodo, con
pequeñas diferencias. La mayor parte de ellos son ordenan-
zas relativas al culto, por lo cual es éste un decálogo esen-
cialmente ritualista, muy de acuerdo con la religión de los
antiguos israelitas, la que se caracterizaba por la celebración
de ceremonias y sacrificios, siendo por lo tanto, como la de
los demás pueblos primitivos, una religión exterior, colectiva
y formalista. Este decálogo arcaico, — que se suele llamar
yahvista - elohista (JE), porque el capítulo 34 del Exodo for-
ma parte de J, mientras que el Libro de la Alianza está in-
cluido en E — , debió en un principio encontrarse a conti-
nuación de Ex. 20, 22. Sin embargo, muy posteriormente, qui-
(1) Loisy no considera como original en este decálogo, la pres-
cripción: "Tres veces al año vendrán todos tus varones, etc.", por no
ser un precepto particular, sino más bien un comentario deuteronó-
mico de lo que se dice de las tres fiestas. Wellhausen considera tam-
bién como adición posterior tanto este mandato como el relativo al
sábado.
(2) La casa de Yahvé no es aquí el templo de Jerusalén, sino
cualquier santuario al que se podían llevar primicias a los sacerdotes.
SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL
265
zá a mediados del siglo V, se le eliminó, poniendo en su
lugar el ya estudiado Libro de la Alianza, y en cambio se
intercaló en el relato elohista del Sinaí el decálogo deutero-
nómico, ligeramente modificado. Esto resulta claramente si
se leen con detención los capítulos 19 y 20 del Exodo, previa
eliminación del fragmento yahvista 19, 20-25 y del Decá-
logo actual 20, 1-17. La descripción de 20, 18 continúa na-
turalmente y sin transición, la de 19, 19, como se comprueba
en la transcripción que hemos hecho de esos textos en § 184,
parágrafo al que remitimos al lector. Después de Ex. 20, 22^:
"Y habló Yahvé a Moisés : Así dirás a los hijos de Israel . , .",
sigue la serie de prescripciones, hasta 23, 19, estudiadas en
e! capitulo anterior, entre las cuales, como acabamos de ver,
se cuentan todas las ordenanzas del decálogo de Ex. 34, 14 - 26.
Lo agregado, pues, entre 19, 19 y 20, 18, es una interpola-
ción que altera el relato del autor primitivo. El redactor que
introdujo esa interpolación, para soldar ésta con el relato
anterior, puso en boca de Yahvé estas palabras : "Habéis visto
que yo mismo he hablado con vosotros desde el cielo" •'(20j
22''), lo que está en contradicción con lo expuesto en el v. 19,
cuando se dice que el pueblo, aterrado por los fenómenos que
detalla el v. 18, se dirige a Moisés exclamando: "¡Háblanos
tú mismo, y escucharemos; pero que no nos hable Elohim, no
sea que muramos!". El pueblo, pues, en el primitivo relato
elohista, ruega a Moisés que vaya a la nube negra donde
está Yahvé, y escuche las condiciones de la alianza que éste
expondrá, para que luego se las transmita a ellos ; pero si
el pueblo ya hubiera conocido esas condiciones en la forma
actual de los mandamientos de Ex. 20, 1 - 17, carecería de
sentido el diálogo de 20, 18 - 20 entre Moisés y el pueblo.
SACRIFICIOS HUMANOS. — 2713. Más o menos ex-
tensamente ya hemos tratado con anterioridad de algunos de
los mandamientos dgl decálogo primitivo, y así puede leerse
sobre los dos primeros lo dicho en § 2672 - 2673 y 2679 ; so-
bre el tercero, § 103, 383, 2299; sobre el cuarto, § 599; sobre
el quinto, § 104, 384; y sobre el sexto, § 150- 157, 599, 624,
707. Ampliaremos lo ya expuesto con algunas otras obser-
vaciones, comenzando con el tercer mandamiento relativo a
266
SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL
sacrificios humanos. Anotando Ex. 22, 29^, expresa L.B.d.C.
que antiguamente el sacrificio del hijo primogénito parece
que era concebido en Israel como acto de piedad extraordi-
nario y supererogatorio ; que el uso del rescate era proba-
blemente muy antiguo (Ex. 34, 19-20; Gén. 22); y que al
parecer la ley del Libro de la Alianza afirma tan sólo un
derecho teórico de Yahvé sobre los primogénitos humanos.
Indudablemente que en tal comentario se siente la influencia
de los sentimientos cristianos que tratan de restar importan-
cia a la bárbara disposición de Ex. 22, 29^. Pero en contra
de esa exégesis, está el texto bíblico claro, terminante, des-
piadado, incontrovertible : "Me darás el primogénito de tus
hijos", agregando : "lo mismo harás con tus vacadas y con
tus rebaños ; el primogénito permanecerá siete días con su
madre ; pero el octavo día me lo darás". Loisy, comentando
este texto, dice : "Su sentido es claro y la asimilación del
primogénito del hombre a los primogénitos del ganado es
suficientemente elocuente ; pero suponiendo que admita im-
plícitamente el rescate, como es probable, en manera alguna
lo impone" (La Reí. d'Isr. p. 213). Esa orden perentoria la
acepta sin discusión Ezequiel ; lo único que hace es tratar de
explicarla (§ 383). Esto prueba que el Yahvé primitivo, antes
de su evolución moral, era tan sanguinario como los demás
dioses semitas ; pero con el andar del tiempo esa inhumana
prescripción fué sustituida por la de Ex. 34, 20: "Rescatarás
todo primogénito de tus hijos", aunque la misma idea del
rescate prueba que es posterior a aquella bárbara práctica :
Abraham no trepida en disponerse a degollar a su hijo cuan-
do se lo exige el dios, bien que luego se reemplace esa inmo-
lación por la de un carnero.
2714. La inmolación de los primogénitos humanos co-
menzó por ser, como el sacrificio de las primeras crías de
los animales, una ofrenda al dios, a quien se estaba obligado
a consagrarle las primicias de la fecundidad. Aquella inmo-
lación se extendió después a los casos *^de fundación de edi-
ficios o ciudades; y luego quedó el sacrificio humano como
recurso extraordinario empleado únicamente en circunstan-
cias excepcionales, ya que la primitiva exigencia de la inmo-
lación del primogénito fue reemplazada por el rescate de éste
SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL
267
por un cordero o una oveja, cuando se suavizaron algo más
las costumbres (Ex. 13, 12, 13; 34, 19-20). "En todas partes,
dice Dhorme, el sentimiento de humanidad ha tratado de
sustituir un animal al primogénito exigido por la divinidad
celosa de sus derechos" (R.H.R., t^ 113, p. 278). El modo
empleado en esos sacrificios de niños era el quemarlos, lo
mismo que ocurria en Babilonia, donde se expresaba ese acto
por el verbo sharapú, que corresponde al hebreo saraf (que-
mar), con el que se expresa el acto de quemar niños en honor
de la divinidad, acto que en Jerusalén se realizaba en el valle
de los hijos de Hinnom, en el "alto" de Tofet, reservado para
estos ritos siniestros (§ 987; Jer. 7, 31). El fuego, agrega
Dhorme, es lo que sirve de mensajero o intermediario entre
la humanidad y la divinidad. Yahvé exigía, pues, "que se
hiciera pasar por el fuego, a todo el que abría el seno ma-
terno, a todos los que primero habían nacido (Ex. 13, 12),
y si más tarde, se- redujo a la primogenitura del animal las
exigencias del dios, lo innegable es que primitivamente el
primogénito de la mujer estaba incluido en la ley general,
al punto que el mismo Yahvé se excusa de ello en el curioso
pasaje de Ez. 20, 25, 26" (R.H.R., t*? 107, ps. 118-9). En
la época del escritor deuteronomista ya la conciencia pública
miraba con horror tales inmolaciones de inocentes seres hu-
manos, por lo que dicho escritor pone en boca de Yahvé
las siguientes palabras contrarias al precepto de Ex. 22, 29^:
"Silos (los cananeos) hicieron para servir a sus dioses todo
lo que aborrece Yahvé, todo lo que él detesta, pues en honor
de éstos hasta queman a sus hijos y a sus hijas : tú no obra-
rás así con respecto a Yahvé, tu dios" (Deut. 12, 31). Ade-
más, las indignadas protestas de Jeremías, Ezequiel y de
los autores del Código de Santidad (Lev. 18, 21; 20, 2), del
libro de Reyes y de Isaías 57, prueban que se continuaba en
Israel con tan horrible práctica. Esos sacrificios se hacían no
sólo en honor de Moloc (§ 2299, n.), sino del mismo Yahvé,
pues Jeremías pone en boca de este dios, que tales ritos son
"cosa que yo no he mandado, ni me ha pasado por el pen-
samiento" (7, 31), lo que quiere claramente decir que se reali-
zaban en su nombre. Y así Lods, a pesar de que le cuesta
aceptar que el precepto de Ex. 22, 29'' encierra la necesidad
268
SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL
de inmolar los primogénitos, concluye reconociendo que "el
yahvismo antiguo admitía la posibilidad, y aun en principio
la obligación de sacrificar niños al Dios de Israel. Esta obli-
gación teórica es verosimilmente atenuación de una obli-
gación práctica anterior" (Isr. p. 330).
2715. Según el testimonio de los arqueólogos, está com-
probado que en algunas regiones de Palestina, como en Gezer
(§ 67), en el VIII siglo a.n.c., se efectuaban inmolaciones hu-
manas en la fundación de edificios particulares, palacios, tem-
plos y ciudades (§ 88), probablemente con el objeto de con.s-
tituir genios protectores de las construcciones, para la segu-
ridad de los que en ellos habitaban o entraban. A este res-
pecto es muy instructivo el caso de un doble sacrificio humano
para la reedificación de Jericó, que encontramos mencionado
en la Biblia. Las modernas excavaciones han comprobado que
dicha ciudad fue completamente destruida en una época an-
terior a la entrada por conquista de los israelitas en Pales-
tina (§ 401) ; pero más tarde fue reconstruida, y ya existía
nuevamente en época de David (II Sam. 10, 5). En la primer
mitad del siglo IX, en el reinado del .rey Acab de Israel
(§ 1955 - 1957), se nos dice que "en su tiempo, Hiél de Bethel
reedificó a Jericó. En Abiram, su primogénito, la fundó, y
en Segub, su hijo menor, puso sus puertas, conforme a la pa-
labra de Yahvé, que había hablado por Josué, hijo de Nun"
(I Rey. 16, 34). La reedificación aquí mencionada debe ser
la de las murallas de Jericó (como trae la Versión Sinodal),
puesto que esta ciudad ya figuraba en los días del juez Ehud
(Jue. 3, 13 ; § 427) con la denominación de "Ciudad de las
Palmas", sobrenombre con que también era conocida Jericó
(Deut. 34, 3 y II Crón. 28, 15). Parece que lo que ocurrió
fue lo siguiente : Destruida Jericó por enemigos bárbaros, an-
teriores a la conquista israelita, estuvo largo tiempo deshabi-
tada y fue considerada ciudad maldita, como lo eran todas
las que quedaban reducidas a un montón de escombros, po-
bladas sólo por las fieras del desierto y los demonios de las
ruinas (Is. 13, 21; § 81). Reconstruir o habitar una ciudad
maldita pasaba por un sacrilegio (Deut. 13, 16). Pero un buen
día, una colonia de la cercana Bethel, dirigida por un indi-
viduo llamado Hiél, emprendió la reconstrucción de Jericó,
SACRIFICIOS HUMANOS EN ISRAEL
269
quien conformándose a las ideas corrientes en Palestina y en
los pueblos semíticos vecinos, y para asegurar su obra, sa-
crificó a su hijo primogénito Abiram, enterrándolo bajo los
cimientos, o sea, bajo la piedra fundamental que se colocó
según los ritos habituales; y por las mismas razones, al ter-
minarse las murallas, sepultó bajo sus puertas, como guardián
de sus umbrales (§ 682) a su hijo menor Segub, quizá el
único que le ciuedaba. Esto dió lugar a que se citaran los
nombres de las victimas como se citaba también el del padre,
no para censurar a éste por el bárbaro crimen cometido, sino
considerándolo como un héroe que no había vacilado en sa-
crificar a sus hijos en interés de la comunidad, al punto que
rápidamente se popularizó el siguiente refrán :
En Abiram (o al precio de Abiram), su primogénito, la
fundó ;
En Segub (o al precio de Segub), su hijo menor, puso las
puertas.
2716. Cree Loisy que "este dicho debe ser trozo de una
elegía o canto épico cuyo contexto se ha perdido. El dístico
es excelente, aunque esté ahora ahogado en la prosa edifi-
cante de los redactores bíblicos. Es la copla que se repetía
sobre el restaurador de Jericó, cuyo sentido natural todo el
mundo comprendía . . . Cuando se redactó la leyenda de Jo-
sué, se recogió este dato, y se supuso naturalmente que era
en virtud del anatema lanzado por aquel héroe israelita que
el desgraciado Hiél se había visto en la necesidad de sacri-
ficar a sus dos hijos. Por lo tanto, se puso en boca de Josué
una imprecación calcada en el refrán tradicional ; pero cuyo
comienzo está en prosa y descubre el artificio de la com-
binación". Así en Josué 6, 26 se lee : "En aquel tiempo (es
decir, después de la destrucción de Jericó), pronunció Josué
este anatema: ¡Maldito sea, delante de Yahvé, el hombre que
se levantare para reconstruir esta ciudad! ¡Que en su pri-
mogénito la funde, y en su hijo menor, asiente sus puertas!".
''Es posible, agrega Loisy, que el antiguo redactor de la le-
yenda haya comprendido todavía el verdadero sentido de la
tradición que utilizaba; pero el redactor del libro de Reyes,
270
EL REY MESA SACRIFICA A SU HIJO
probablemente no veía en ella sino una imprecación profé-
tica lanzada por Josué, vencedor de Jericó (1), como conse-
cuencia del anatema pronunciado contra la ciudad, y que ha-
bía tenido por efecto la muerte natural — si puede llamarse
natural un hecho que sobreviene para cumplir la maldición
de un hombre de Dios — , y no la inmolación de Abiram y
de Segub ... La Biblia supone que Hiél era israelita, y el
hecho habría ocurrido en una época en que los antiguos cul-
tos cananeos estaban mezclados al de Yahvé, como se mez-
claban también las poblaciones. Y aun cuando la leyenda del
doble sacrificio no hubiera sido otra cosa que la adaptación
de un mito, siempre probaría ella que la idea de sacrificios
humanos para las fundaciones era familiar al antiguo Israel,
cuya práctica éste conocía, según lo revelan ahora las exca-
vaciones palestinas" (R.H.L.R. t"? 19, ps. 567-571).
2717. Finalmente, se conservó el sacrificio humano du-
rante siglos, como un recurso extraordinario utilizado sólo
en las grandes y graves ocasiones. El caso de Mesa, rey de
Moab (11 Rey. 3; § 1961 - 1963) es muy instructivo, al efecto.
Viéndose perdido este monarca, en la ciudad donde estaba
sitiado por los reyes de Israel y de Judá (§ 1958- 1960),
"tomó a su hijo primogénito, que debía reinar después de él,
y lo Sacrificó en holocausto sobre la muralla". Siendo muy
grande en aquella época el prestigio de tales inmolaciones,
"luego estalló una gran cólera contra los israelitas, quienes
levantaron el sitio y regresaron a su país" (v. 27). El narra-
(1) Considera Loisy bastante verosímil la hipótesis de que la no-
ticia de Reyes, que pone la reconstrucción de Jericó en tiempo del
rey Acab de Israel, debe haber sido mal colocada, relacionándola a la
«poca de un rey maldito, por un redactor que no sabía justamente
a qué período de la historia israelita se refería: "Conviene observar
que en muchos manuscritos de la antigua versión griega la noticia
relativa a Hiél se lee en el libro de Josué, después de la imprecación,
mientras que no se menciona el texto de esa noticia en el libro de
Reyes, en la revisión de Luciano. El agregado del griego en Josué
tío contiene indicación alguna de tiempo, sólo dice: :"Y así hizo Ozán
(nombre alterado; debe restituirse Hiél) de Bethel. En Abirón (leer:
Abiram), su primogénito, la fundó; y en su último hijo, salvado (tra-
ducción inoportuna del nombre propio Segub), levantó o asentó las
puertas" (R.H.L.R., t? 1^, p. 569).
EL REY MESA SACRIFICA A SU HIJO
271
dor, aunque embarazosamente, atribuye el mal éxito de los
israelitas ante la plaza sitiada, a aquel sacrificio, pues Camos,
dios de Moab, solicitado por Mesa para que protegiera a su
pueblo, manifestó su poder, obligando a retirarse a los se-
cuaces de Yahvé. Del punto de vista moabita, las victorias
de Israel provenían de que Camos estaba encolerizado con
sus fieles ; pero aquel sacrificio humano habia cambiado sus
disposiciones, desencadenando ahora su furia contra los ene-
migos de Moab. "Este fragmento de historia, escribe Loisy,
demuestra indiscutiblemente que los israelitas del siglo IX
admitían la soberana eficacia del sacrificio humano. Ante la
vista de Israel, el rey de Moab hizo lo que la leyenda cuenta
de Jefté. Israel comprendió que Mesa recurría a los recursos
extremos, y que iba a cambiar la fortuna del combate. Ocu-
rrido el fracaso no dudó que ello era debido a aquel sacrificio.
¿Y acaso si esos mismos israelitas hubieran sido a su vez
sitiados en Samarla o en Jerusalén por el enemigo y se hu-
biesen encontrado sin auxilio, no hubieran puesto también su
última esperanza en un sacrificio como el del moabita Mesa
o el del héroe Jefté? En el caso de Mesa, la elección del
primogénito varón como víctima del sacrificio tiene su razón
de ser. También Isaac es un primogénito, hasta un hijo único,
porque para la leyenda, no se cuenta a Ismael ; y en cuanto
a Jefté, careciendo de descendiente masculino, su hija única
hace las veces de un primogénito. Estos sacrificios, sin em-
bargo, no deben considerarse tributo de ofrenda a la divi-
nidad, pues esos primogénitos no son inmolados como pri-
micias de la fecundidad humana, sino que lo son como víc-
timas más destacadas que cualesquiera otras, más represen-
tativas del oferente, si así puede decirse — y el oferente, tanto
en el caso de Jefté como en el de Mesa, es un pueblo que
obra por su rey o su jefe — , susceptibles de contener en sí
y de desprender por la inmolación el máximo de esta influen-
cia misteriosa, de esta virtud divina, que obra en el sacrificio.
Frazer, en Le Rameau d'Or, ha señalado la costumbre de
ciertas sociedades inferiores, en las que al rey considerado
como dios, se le sacrificaba precisamente en tal carácter. Se
le mataba cuando parecía que comenzaba a decaer su virtud
divina, que, como la de los dioses invisibles, se manifestaba
272
LAS 3 GRANDES FIESTAS ANUALES
en el buen orden de los fenómenos naturales, la fertilidad de
los campos, la fecundidad de los rebaños y el bienestar del
pueblo. Su muerte liberaba la virtud divina, que de él pasaba
a su sucesor. Acá o acullá, pudieron más tarde los reyes
darse sustitutos, cuya inmolación se consideraba que produ-
cía el mismo efecto que el sacrificio de la persona real; o
bien hicieron que el pueblo se contentara con un simulacro
de inmolación para rejuvenecer su reyecía. El enojoso pri-
vilegio del primogénito del rey como víctima sin par, tendría
quizá en esto su explicación. Por lo menos, de costumbres
análogas, en poblaciones bárbaras, es que han quedado vero-
símilmente en la tradición de ciertos pueblos serníticos, los
mitos de dioses sacrificados y los sacrificios demasiado reales
de hijos de reyes" (R.H.L.R., t*? I, ps. 564-566).
LAS TRES GRANDES FIESTAS ANUALES. — 2718.
En la antigüedad todos los pueblos celebraban fiestas, ya pri-
vadas, ya populares, para manifestar sus sentimientos religio-
sos. En el antiguo Israel nómade se contaban, entre otras, la
del esquileo de las ovejas, la del novilunio, la de la luna lle-
na y la fiesta de la primavera, que después se llamó de la Pas-
cua (§ 104, 151). Al establecerse en Canaán y transformarse
en pueblo sedentario, Israel tomó de los cananeos sus fiestas
agrícolas, a saber: la de las primeras espigas, la de la siega,
y la de la vendimia y recolección general de los demás pro-
ductos (§ 624). De estas tres grandes fiestas nos habla el VI
mandamiento arriba transcrito, siendo de notar que la Pas-
cua era una fiesta familiar, mientras las otras eran fiestas de
la comunidad en las que se agradecía a Yahvé por sus dones,
agradecimiento que sus antecesores, los cananeos, tributaban
a Baal, señor del suelo (Jue. 9, 27). Estas fiestas se celebra-
ban anualmente en los santuarios locales más importantes, o
junto a ellos, adonde se iba "a ver la faz del Señor Yahvé";
pero no en todas las partes del país en los mismos días, ni
necesariamente de la misma manera. De la Pascua no se ha-
bla en los libros históricos hasta la época de Josías (II Rey.
23, 21 -23), salvo en fragmentos del documento sacerdotal
postexílico, P, como en Jos. 5, 10 - 12, y en el libro novelesco
de baja época De las Crónicas. Tampoco se la menciona en
LA FIESTA DE LOS AZIMOS
273
el libro de la Alianza, pues los preceptos de los mandamien-
tos VII y VIII son, como dice L.B.d.C, de carácter general,
y los términos del v. IS** no se refieren a la victima de la
Pascua, fiesta en la que estaba prohibido conservar no sólo la
grasa, sino parte alguna del animal inmolado (Ex. 12, 10).
"No seria extraño que esta fiesta pastoril hubiera caído en
desuso en el reino del Norte, que no era país de cría de ove-
jas, mientras que se mantenía en Judá (§ 149- 159). Esa fies-
ta de la primavera, a la que probablemente se unía la de la
ofrenda de las primicias de las crías de los ganados, denomi-
nada más tarde la fiesta de la Pascua, le cambió su carácter
el Código Sacerdotal postexílico,. al establecer que había sido
instituida lo mismo que otras dos de las tres grandes festivi-
dades anuales referidas, para perpetuar el recuerdo de la li-
beración de la esclavitud en Egipto (Ex. 13, 1-16). "En épo-
ca reciente, escribe Piepenbring, se trató de imprimir a las
antiguas fiestas israelitas un carácter teocrático de esa clase.
Contrariamente a toda verosimilitud, se hizo depender de la
salida de Egipto, la ofrenda de las primeras crias de los ga-
nados. La comida en común de la víctima pascual, en el seno
de cada familia, es un uso completamente patriarcal, prove-
niente de la vida nómade y pastoril de los antiguos hebreos,
en la que cada padre de familia era el sacerdote de los suyos,
en que la comunidad religiosa se restringía a los miembros
de cada familia" (p. 39).
FIESTA DE LOS AZIMOS. — 2719. La primera de
las fiestas del ciclo agrícola que celebraron los hebreos des-
pués de su establecimiento en Canaán, es la de los Azimos o
Panes sin levadura, de los Matsoth o Massoth (§ 1421), nom-
bre éste que daban los israelitas a unas galletas de pasta no
leudada, y que aun hoy constituyen el pan del desierto. En
esta forma consumían los primeros productos de la cosecha
de la cebada, los que ofrecían a la divinidad en gratitud por
sus dones. En cuanto a que los panes o galletas debían ser
hechos sin levadura, eso procede, a juicio de Loisy, de que
en el primitivo culto de Yahvé no se empleaba el pan fer-
mentado. "La prohibición del pan leudado, dice, en la fiesta
de los Azimos es más bien un rito de renacimiento, pues la
274
LA FIESTA DE LOS AZIMOS
vieja levadura no debía obrar sobre el nuevo año" (La Reí.
d'Isr., p. 119, n. 6). La fiesta se realizaba en el mes de abib
(§ 150), sin indicación de la fecha exacta de sus comienzos,
porque eso dependía de la madurez de dicha cosecha, y según
el Deuteronomio, se iniciaba "cuando se empezaba a meter la
hoz en la mies" (16, 9). Posteriormente se fijó el principio de
ella, en el día 14 de dicho mes, llamado luego nisán, y duraba
ima semana, o sea, hasta el 21. Desde muy antiguo se unió
esta fiesta agrícola con la pastoril de la ofrenda de las primi-
cias de los rebaños y ganados, como lo da a entender Ex. 34,
25, texto que pertenece a J.
2720. Al respecto, escribe Vernes : "La fiesta tiene dos
nombres. Pascua y Azimos, y bajo ellos parecen discernirse
dos objetos completamente diferentes: por una parte, la pre-
sentación de víctimas sangrientas, y por la otra, el empleo de
panes sin levadura. El texto relativo a la salida de Egipto
(Ex. 12- 13, 16), asocia los dos, al hablar' de un cordero o ca-
brito comido con ázimos. Sin embargo, lejos de ser un acce-
sorio, los ázimos parecen haber sido lo esencial de la fiesta,
y el texto de Deut. 16, 1-8 prescribe abstenerse de pan fer-
mentado, no sólo a los israelitas reunidos en Jerusalén, sino
también a la población que ha permanecido en sus hogares.
El mismo texto habla de "víctimas de ganado mayor y menor"
(v. 2), y no solamente de un cordero o cabrito pascual, como
lo exige el Exodo (P) ... Creemos que hubo originariamen-
te dos fiestas, si no separadas por la época de su celebración^
a lo menos distintas por su objeto. Por un lado, una fiesta de
las primeras espigas, en la que se le darían las gracias a la Di-
vinidad, ofreciéndole algunas galletas rápidamente confeccio-
nadas con los primeros granos maduros. Por el otro, una fies-
ta de los primeros productos de los rebaños, en la que se sa-
crificaba a la Divinidad, un ternero o un cordero, primicias del
ganado mayor y menor. Estas fiestas reunían a la familia con
todos sus miembros, su clientela de esclavos, de mercenarios,
de acompañantes pobres, junto a los santuarios locales. Cuan-
do se tuvo la singular idea de restringir las ceremonias del
culto únicamente al templo de Jerusalén, hubo que modificar
aquella organización en adelante impracticable. Los que em-
prendían la peregrinación a Jerusalén, compraban un cordero
XA FIESTA DE LA SIEGA
275
O un cabrito, el que llegó a ser "el animal pascual". El mismo
nombre de Pascua podría muy bien no descansar en definiti-
va sino en una invención o explicación teológica, y no tener
raíces en lo pasado. Puede, pues, asegurarse que transporta-
da de las localidades provinciales a Jerusalén la fiesta agríco-
la )• pastoral de la primavera cambia absolutamente de sig-
nificado. Era una fiesta de familia; en adelante es una fiesta
nacional, a pesar del esfuerzo hecho para distribuir los pere-
grinos en grupos restringidos. Era una fiesta agronómica;
ahora es una solemnidad teológica, la conmemoración del su-
ceso por el cual anteriormente el pueblo fué arrancado de du-
ra servidumbre" (ps. 646-7). El texto de la fiesta de los
Azimos, en el Libro de la Alianza (Ex. 23, 15) revela los evi-
dentes retoques sufridos, pues es un agregado posterior todo
lo que sigue al precepto : "Guardarás la fiesta de los Panes sin
levadura" (comienzo del v. 15), lo mismo que el v. 17 es la
repetición, con algunas variantes del v. 14.
FIESTA DE LA SIEGA. — 2721. Esta ocupaba el se-
gundo lugar de las tres grandes fiestas nacionales, en la que
se ofrecían las primicias de la siega del trigo (Ex. 34, 22),
aunque se cree que su celebración ocurría cuando ya se había
cortado y puesto en gavillas todo el centeno y el trigo, por
lo que en la literatura judía se la suele designar con el nom-
bre arameo atsarta, que significa "clausura o cerramiento".
Era, pues, en realidad la fiesta de la clausura de la siega, co-
mo la de los Azimos, lo era de la inauguración de la misma.
En Ex. 34, 22 y Deut 16, 10 - 16, se la denomina también la
fiesta de las Semanas (en heb. Chebuoth o Chabuot), y en el
judaismo posterior recibió el nombre griego de Pentecostés,
que significa la "Quincuagésima", porque se celebraba cin-
cuenta días o siete semanas después de la de los Azimos o
Pascua. En Núm. 28, 26, es llamada "día de las primicias",
quizá porque sólo duraba un día, en el que se entregaban a
los santuarios "las primicias del trabajo", o sea, de todo lo
sembrado en el campo (Ex. 23, 16), menos las primicias del
centeno, ceremonia u ofrenda ésta ya efectuada en la fiesta
anterior. Esta festividad agrícola no aparece relacionada en
el Antiguo Testamento con la salida de Egipto, como las
276
LA FIESTA DE LA COSECHA
Otras ; pero la literatura talmúdica la consideró después como
la fiesta recordatoria de la promulgación de la Ley en el Si-
naí. En el judaismo más reciente duraba dos días, y en la
época de Jesús se celebraba el 6 del mes de siván, que corres-
ponde al mes de junio. Sobre esta fiesta escribe Vernes lo si-
guiente: "La de las Semanas o de la Siega no tiene carácter
bien definido. Las siete semanas de intervalo exigidas entre
la cosecha de las primeras espigas y la referida fiesta, no se
explican sino teniendo en cuenta diferencias del suelo y del
clima de Palestina, que establecen cierta distancia entre la épo-
ca de la siega en las llanuras expuestas al sol y en las regiones
montañosas. En todo caso es de notarse que ningún texto his-
tórico menciona una celebración solemne de la fiesta de las
Semanas. En cuanto a la pretendida conmemoración de la
promulgación de la ley en el Sinai, es una interpretación pos-
terior, desconocida de los libros bíblicos" (p. 650).
FIESTA DE LA COSECHA. — 2722. Era por antono-
masia la fiesta del antiguo Israel, como así se la llama sin
otro determinativo en I Rey. 8, 2, fiesta de las cosechas al fin
del año, después de la vendimia, de la recolección de las acei-
tunas, y de la trilla del trigo en las eras. Puede decirse que si
la primera de las tres grandes fiestas nacionales era la de la
cebada, y la segunda la del trigo, ésta última era la del aceite
y del vino. Esta fiesta que, a partir del Deuteronomio, se lla-
ma de las Enramadas, de los Tabernáculos, o de las Cabañas
(en heb. Sukkot), — y que según Dhorme, se relacionaba con
un antiguo rito de estación para obtener la lluvia — , se ce-
lebraba "durante siete días, cuando hayas recogido los pro-
ductos de tu era y de tu lagar", con gran regocijo popular,
pues : "te regocijarás con tu hijo, tu hija, tu esclavo, tu escla-
va, el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda establecidos
en tus ciudades (o que habitan dentro de tus puertas). Du-
rante siete días festejarás a Yahvé tu dios, en el lugar que él
escogiere (esto último es la constante preocupación del deu-
teronomista, de centralizar el culto en Jerusalén). Porque
Yahvé tu dios te bendecirá en todas tus cosechas y en todos
tus trabajos; así que te abandonarás por completo a la ale-
gría" (Deut. 16, 13-15). Muchos eran los que "abandonán-
LA FIESTA DE LA COSECHA
277
dose a la alegría" se embriagaban en esta fiesta del vino nue-
vo (cf. I Sam, 1, 13-15; Is. 28, 7), resonando cánticos y gri-
tos de alborozo en los santuarios o junto a ellos, y así, p. ej.,
el autor de Lamentaciones, refiriéndose a la destrucción de
Sión dice que "sus enemigos han lanzado gritos en el templo
de Yahvé, como en día de fiesta" (2, 7). Era la fiesta israelita
más importante, y la única que se menciona en los escritos
históricos (Jue. 9, 27; 21, 19-23), y a ella se refiere Oseas,
cuando manifiesta en nombre de Yahvé: "te haré habitar otra
vez en tiendas, como en los días de la fiesta" (12, 9).
2723. La fiesta de la Cosecha no tiene en el Libro de la
Alianza fecha exacta, simplemente se dice que sé celebrará
al fin de año (o a la renovación del año, L.B.R.F), el que en-
tonces terminaba en otoño (§ 150). "Es muy probable, expre-
sa el profesor Luis Aubert, que la fiesta de las cosechas mar-
case el comienzo del año nuevo y fuera una fiesta del Nuevo
Año, como la existente en Babilonia y Persia. Se ha supues-
to que había entonces una ceremonia de entronización de Yah-
vé, o sea, una solemne procesión, renovada cada año, con el
arca al frente, que era como una nueva toma de posesión de
la reyecía de Yahvé sobre Israel para el año que comenzaba.
Esto es posible; pero si ciertos salmos pueden interpretarse
en ese sentido (especialmente el 47), nada nos dicen de ello
los libros históricos. Más tarde el Nuevo Año de otoño se dis-
tinguió de la fiesta de las Cosechas (§ 186, 1245). En las an-
tiguas legislaciones no se indica la duración de dicha fiesta ;
pero I Rey. 8, 65 supone que era la misma que posteriormen-
te. Hasta la legislación sacerdotal no se relacionó la fiesta de
las Cosechas con la historia del pasado, siendo, pues, en el an-
tiguo Israel una fiesta agrícola . . . que, como la precedente,
existía en Canaán antes de la llegada de los israelitas", en
honor de los Baales, dispensadores de los dones del suelo.
Oseas se esfuerza en hacer comprender a sus compatriotas
que esos festejos, como el culto, en general, deben reservarlos
para Yahvé, quien es el verdadero dador del trigo, vino, acei-
te, lana, lino, vides, higueras, plata y oro de que ellos goza-
ban (Os. 2, 7 - 16, 21, 22). En lo tocante al uso de celebrar es-
ta fiesta bajo chozas de ramas (de donde el nombre de fiesta
de las Enramadas), se explica por su carácter campestre. El
278
EL DECIMO MANDAMIENTO PRIMITIVO
dogmatismo posterior interpretó esos improvisados abrigos
de ramas como un recuerdo de las tiendas bajo las cuales ha-
bían vivido los israelitas en el desierto, (Lev. 23, 42, 43), lo
que carece de fundamento histórico, siendo más probable, co-
mo piensa Vernes, que se hacían para preservarse de los ra-
yos solares. Debemos recordar finalmente estas sensatas ob-
servaciones de Piepenbring: "Lo que faltaba por completo
en las antiguas fiestas israelitas, era el sentimiento de triste-
za y de penitencia, que más tarde se tratará de imprimirles,
siendo, por el contrario, principalmente días de regocijo po-
pular (cf. Deut. 16, 11, 14). Los hebreos de aquellos tiempos
carecían del sentimiento de la culpabilidad, o sea, de un des-
acuerdo entre ellos y Yahvé, por lo cual era mucho más rara
la contrición en ellos que en sus descendientes, nutridos de
los principios del profetismo ético, que no cesaba de acentuar
la culpabilidad de Israel" (ps. 258, 259).
EL DECIMO MANDAMIENTO PRIMITIVO. — 2724.
El último mandamiento del decálogo del Libro de la Alian-
za : "No cocerás el cabrito en la leche de su misma madre", fue
considerado tan importante por los sacerdotes israelitas que
promulgaron la legislación ritual, que dándolo como precepto
expreso de Yahvé, lo reprodujeron tres veces en el Pentateu-
co, pues además de figurar en Ex. 23, 19** y en Ex. 32, 26'',
se halla también en Deut. 14, 21^. En el Pentateuco saman-
tano tiene el siguiente agregado : "El que hace esto es como
el que sacrificara un topo: es un objeto de indignación para el
Dios de Jacob". La ortodoxia le ha dado mil vueltas a este
texto aparentemente incomprensible, pues resulta de lo más
curioso que Yahvé reitere ese mandato en su primitivo código,
dejando de lado preceptos infinitamente más importantes co-
mo la prohibición de mentir, robar o asesinar. En su afán de
encontrarle explicación plausible, se ha dicho que esa orde-
nanza expresa un refinamiento de humanidad, que responde a
motivos de orden sentimental, y así Pratt escribe: "Su obje-
to particular sería cultivar sentimientos de humanidad entre
el pueblo, habiendo un algo de brutalidad en servirse de la
leche de la madre para guisar las carnes de su misma cría . . .
cosa repugnante a todo sentimiento justo y natural" (El Exo-
EL DECIMO MANDAMIENTO PRIMITIVO
279
do, ps. 290-1). A esto responde Frazer que tal precepto no
concuerda con el tono general del código en que figura, fuera
de que un legislador que, según resulta de ese decálogo, no
prestaba atención alguna a los sentimientos de los seres hu-
manos, debía sentirse muy poco inclinado a pensar en el senti-
miento materno de las cabras (Le Folklore, p. 316). "Lo que
aquí se prohibe, anota L.B.d.C, no es inmolar, ni comer ani-
males recién nacidos que todavía maman (cf. Lev. 22, 27; I
Sam. 7, 9), ni emplear manteca en la cocción de la carne, co-
mo lo pretende la interpretación judía tradicional, sino el pre-
parar un cabrito en la leche de su propia madre". Scío co-
menta esa prescripción en estos términos : "Esto es (o quie-
re decir) no tomarás para sacrificar en la Pascua cabrito o
cordero que no tenga otra sustancia que la que chupa de su
madre, y que asándolo para comer, sería como cocerlo en la
leche de su madre. Según esta exposición parece prohibirse
que se sacrificara un cordero que todavía estuviese mamando ;
y sería al mismo tiempo una excepción de la Ley, que permi-
te sacrificar los animales ocho días después de haber nacido
(22, 30; Lev. 22, 27)". La explicación de Scío es traída por los
cabellos, pues ni aquí se trata para nada de la Pascua, ni me-
nos se puede hacer creer a nadie que asar un cabrito es como
cocerlo en la leche de su madre. Esa exégesis descabellada se
encuentra en el mismo plano que la siguiente, que agrega el
mismo autor: "Algunos Padres registran en esta Ley una
profecía tocante a Jesucristo, verdadero Cordero Pascual, al
cual ni Heredes, ni los judíos habían de quitar la vida en sus
años tiernos, sino en edad más robusta y vigorosa".
2725. Dhorme, manifiesta que con este precepto formu-
lado "en el estilo de una orden dada a pastores, se trata in-
dudablemente de protestar contra una manera de aderezar el
cabrito atestiguada ahora entre los viticultores de Ugarit"
(L'Evolution, p. 58). En efecto en el poema fenicio El naci-
miento de los dioses graciosos y bellos, después de unas lí-
neas que hablan de la poda de la viña, se lee, según Virolleaud
y Dussaud, esta recomendación : "Guisa un cabrito en leche",
la que en opinión de este último sabio, no puede ser otra que
"la leche de la madre, lo cual será prohibido por la ley mosai-
ca", de donde deduce que tal prohibición "fue simplemente
280
EL DECIMO MANDAMIENTO PRIMITIVO
dictada en oposición con el culto cananeo y en época tardía"
(R.H.R, 108, ps. 7 y 8; Les Découvertes, p. 153). Dhorme,
basándose en ese texto, agrega: "Existía un rito entre los fe-
nicios del Norte, consistente en hacer cocer un cabrito en le-
che. De aquí la insistencia de los legisladores hebreos en pros-
cribir ese rito ... La antítesis entre la vida nómade y la vi-
da agrícola se reflejaría en la oposición entre el precepto po-
sitivo de Ras Sahmrá y los preceptos negativos del Exodo y
del Deuteronomio" (ps. 34 y 58). El descubrimiento del cita-
do texto del poema fenicio vendría a confirmar el siguiente pa-
saje de un escritor anónimo de la Edad Media, miembro de la
secta judía de los Caraítas, que transcribe Frazer : "Cuando
los antiguos paganos habían recogido toda la cosecha, acos-
tumbraban cocer un cabrito en la leche de su madre, y luego,
como rito mágico, hisopear con la leche los árboles, los cam-
pos, los jardines y los huertos, creyendo que así los volverían
más fecundos en el año siguiente" (Ib. p. 316). Ignoramos en
qué se basaba este escritor judío para hacer la transcrita afir-
mación ; pero de todos modos, en contra de lo sustentado por
ViroUeaud. Dussaud y Dhorme, podemos observar: 1° que el
texto de Ras Shamrá recomienda después de la poda de las
viñas, cocer o guisar un cabrito en leche, simplemente; 2° que
el legislador israelita prohibe cocer el cabrito en la leche de su
misma madre, lo que no constituye oposición al culto cana-
neo, pues no se opone a aquel rito, sino a una forma determi-
nada del mismo, es decir, que no combate el que se guise el
cabrito en leche, sino solamente el que se emplee para esa
cocción la leche de la madre del mismo animal; 3^ que resul-
ta inconcebible que en una colección de preceptos rituales pro-
venientes de hebreos nómades, se fuera a protestar por lo que
hacían, en prácticas agrícolas, alejados vecinos sedentarios
como si fuera asunto de trascendental importancia el que se
llegara a imitar el modo como éstos aderezaban sus cabritos,
cuando si de protesta se tratara, habría que esperar mayor nú-
mero de prescripciones contrarias a otras ceremonias religio-
sas de pueblos más cercanos (1) ; y 4° que a ser cierto lo que
(1) Dussaud ve en la prohibición, — en el sacrificio de los per-
fumes — del incienso puro (lebona), calificado de perfume extraño o
idolátrico (Lev. 10, 1 - 7), la intención de oponerse a una práctica ca-
EL DECIMO MANDAMIENTO PRIMITIVO
281
expone el aludido caraíta judío medioeval, todavía quedaría
por averiguar si sus aserciones se referían a los fenicios del
siglo XIV a. n. e., y aunque así lo fuera, siempre resultaría
que se habría combatido una superstición con otra de la mis-
ma índole, pues si era un rito mágico el que nos describe di-
cho autor, constituye un supersticioso tabú el precepto hebreo
de la referencia, sobre el cual dice Loisy, que el precepto^ que
"excluye de los sacrificios comidos los cabritos y corderos
mamones, es un antiguo tabú fundado probablemente sobre
un escrúpulo relativo a la especie" (La Ral. d'Isr. p. 210).
2726. Lo probable es quizá, como supone Frazer, que en
la base de dicho mandamiento haya una superstición muy ge-
neralizada entre los pueblos de escasa civilización, relativa a
la cocción de la leche. Este erudito escritor cita gran número
de casos, principalmente de poblaciones africanas, en que no
se hace hervir la leche por temor a que las vacas dejen de dar-
la ; otros en que la leche sólo puede ser ordeñada en vasijas
especiales, p. ej., que no sean de hierro; otros en que se toman
grandes precauciones para impedir que la leche se ponga en
contacto con la carne, ni aun en el estómago de los que la in-
gieren ; la creencia en los efectos perniciosos que tiene sobre
la vaca, el que se derrame la leche en el fuego, etc. Estos cu-
riosos hechos los explica Frazer por la magia simpática (véase
nuestra Introducción, § 149, 159), y al efecto, escribe: "Aun
después que la leche ha sido ordeñada, se considera que con-
serva una relación tan vital con la vaca, que todo mal hecho
a aquélla, lo sentiría simpáticamente ésta. Hacer hervir la le-
che en una cacerola es como hacerla hervir en las tetas de la
vaca ; es como secar el líquido en su fuente . . . Un temor aná-
logo es quizá lo que ha dictado el mandamiento hebreo de la
referencia. En este caso, se opondrían a hacer cocer o hervir
el cabrito en leche, porque la cabra sufriría, cualquiera que
fuese la madre del cabrito hervido o no. La razón por la cual
nanea. "El uso del incienso, dice, es antiguo en el culto de Israel; pe-
ro después del destierro, para diferenciar el culto israelita de los otros
cultos, se prescriliió una composición especial (Ex. 30, 34- 38), no
manteniéndose el uso del incienso puro, sino en el rito de la minsha
(§ 459)... Salvo este caso, el uso del incienso puro se proscribió en
el culto postexílico, parece que como reacción contra los cultos de los
pueblos vecinos y por la tendencia del judaismo a distinguirse de és-
tos" (Les Origines, p. 131; Les Découvertes, p. 153).
282
EL DECIMO MANDAMIENTO PRIMITIVO
se menciona especialmente la leche de la madre, quizá sea por-
que había más probabilidades de que se empleara la leche de
la madre que otra cualquiera, o porque el mal de que tendría
que sufrir la madre en este caso sería más cierto que en otro
alguno. Ligada a la olla por un doble lazo de simpatía, puesto
que tanto el cabrito como la leche venían de sus entrañas, la
cabra - madre tenía dos veces más probabilidad que otras ca-
bras de perder la leche o perecer por el calor de la ebullición"
(Le Folklore, ps. 317-320).
2727. En lo tocante a la superstición de las tribus africa-
nas que no consienten que se absorba leche junto con la carne
o en el mismo día, agrega Frazer: "Los israelitas observan
aún hoy reglas semejantes, aunque menos rigurosas, sobre la
separación de la carne y de la leche. Un judío que ha comido
carne o tomado caldo, debe durante una hora abstenerse de
queso o de cualquier otro alimento lácteo, llevando los rigo-
ristas a seis horas ese período de abstención. Además se sepa-
ra con cuidado la carne de la leche, y se les reserva recipien-
tes distintos, especialmente marcados, no pudiendo servir pa-
ra poner leche una olla empleada para carne. Tienen también
dos series de cuchillos : unos para comer la carne, y otros pa-
ra cortar el queso y el pescado. No hacen cocer en el mismo
horno la carne y la leche, y no las colocan a la vez sobre la
mesa, ni sobre los mismos manteles. Si una familia es dema-
siado pobre para tener dos manteles, debe sacar el único que
tenga antes de poner leche, si sobre él se ha servido carne. Es-
ta regla que la sutileza de los rabinos ha adornado con una
multitud de distinciones refinadas, desciende en línea recta
del mandamiento de no cocer el cabrito en la leche de su ma-
dre. Dados los hechos expuestos, parece evidente que esta re-
gla y dicho precepto forman parte de una herencia común,
transmitida a los judíos desde la época en que sus antepasados
eran pastores nómades, cuando bebían en cantidad leche de
su ganado y temían por lo tanto disminuir su rendimiento, co-
mo las tribus pastoriles del Africa actual" (Ib. ps. 322-323).
Tales son las más modernas conjeturas sobre el célebre man-
damiento en cuestión, el que de cualquier modo que se le con-
sidere, aconseja una práctica supersticiosa, impropia de un
dios concebido más tarde como fuente de la más elevada mo-
ral.
CAPITULO IX
El Decálogo tradicional
EL DECALOGO DEUTERONOMICO. — 2728. Diji-
mos anteriormente (§ 2710) que en contraste con el decálogo
ritual, estudiado en el capítulo anterior, tenemos en el Penta-
teuco otro Decálogo ético en dos versiones : una en Ex. 20,
1-17 V otra en Deut. 5. 6-21, que presentan algunas varian-
tes. Exponemos a continuación ambas versiones de dicho De-
cálogo (palabra ésta que en adelante la escribiremos con ma-
yúscula, para distinguirlo del decálogo primitivo), cuyas va-
riantes, para que destaquen a simple vista, no irán en negrita.
Ex. 20, 1-17 Deut. 5, 6-21
1 Entonces Dios pronunció
todas estas palabras : 2 Yo
soy Yahvé tu dios, que te sa-
qué del país de Egipto, de la
casa de servidumbre.
I. No tendrás otros dioses
delante de mí (v. 3).
II. No te harás imágenes es-
culpidas, ni representación al-
guna de las cosas que están
arriba en el cielo, ni abajo en
la tierra, ni en las aguas de-
bajo de la tierra. No te pos-
trarás ante ellas, ni les darás
culto, porque yo, Yahvé tu
dios, soy un dios celoso, que
por la falta de los padres, cas-
tigo a los hijos, y hasta la ter-
6 Yo soy Yahvé tu dios,
que te saqué del país de Egip-
to, de la casa de servidumbre.
I. v. 7. Igual al del Exodo..
IL Igual al del Exodo (vs.
8-10).
284
EL DECALOGO DEUTERONOMICO
cera y la cuarta generación de
los que me odian; pero que
concedo mi gracia hasta la
milésima generación de los
que me aman y guardan mis
mandamientos (vs. 4-6).
III. No pronunciarás el
nombre de Yahvé, tu dios, pa-
ra un uso criminal, porque
Yahvé no dejará impune al
que haya pronunciado su
nombre para un uso crimi-
nal (v. 7) (1).
IV. Acuérdate del día del
sábado para santificarlo. Seis
días trabajarás y harás toda
tu obra, mas el séptimo día
es un sábado en honor de
Yahvé tu dios. No harás en
él obra alguna, ni tú, ni tu hi-
jo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni
tu esclava, ni tu bestia, ni el
extranjero que esté dentro de
tus puertas; porque en seis
días hizo Yahvé los cielos y
la tierra, el mar y todo cuan-
to en ellos hay, y en el día
séptimo reposó. Es por esto
■que Yahvé bendijo el día del
.sábado y lo declaró santo.
<vs. 8-11).
í
III. (v. 11). Igual al del
Exodo.
IV. Guardarás el día del
sábado para santificarlo, co-
mo Yahvé tu dios te lo ha
mandado. Seis días trabajarás
y harás toda tu obra, mas el
séptimo día es un sábado en
honor de Yahvé tu dios. No
harás en él obra alguna, ni
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
esclavo, ni tu esclava, ni tu
buey, ni tu asno, ni ninguna
bestia tuya, ni el extranjero
que esté dentro de tus puer-
tas para que tu esclavo y tu
esclava puedan descansar co-
mo tú. Y acuérdate que tú
también fuiste esclavo en el
país de Egipto, y que Yahvé
tu dios te sacó de allá, con
mano poderosa y con brazo
extendido. Es por esto que
Yahvé tu dios te ha manda-
(1) L.B.R.F. traduce así el mandamiento III: "No invocarás el
nombre del Eterno tu Dios, en apoyo de la mentira; porque el Eterno
no deja impune al que invoca su nombre para la mentira".
EL D-ECALOGO SIN GLOSAS
285
V. Honra a tu padre y a tu
madre, para que se prolon-
guen tus días, en el pais que
Yahvé tu dios te da (v. 12).
VI. No asesinarás (v. 13).
VII. No cometerás adulte-
rio (v. 14).
VIII. No hurtarás (v. 15).
IX. No darás falso testimo-
nio contra tu prójimo (v. 16;
los vs. 14, 15 y 16 están in-
cluidos en el v. 13, en las Bi-
blias hebreas).
X. No codiciarás la casa de
tu prójimo : no codiciarás la
mujer de tu prójimo, ni su es-
clavo, ni su sirvienta, ni su
buey, ni su asno, ni cosa algu-
na que sea de tu prójimo (v.
17, o sea el 14 en las Biblias
hebreas).
do que guardes el día del sá-
bado (vs. 12-15).
V. Honra a tu padre y a
tu madre, como te lo ha man-
dado Yahvé tu dios, para que
se prolonguen tus días, y pa-
ra que seas feliz en el país
que Yahvé tu dios te da (v.
16).
VI. (v. 17). Igual al del
Exodo.
VII. (v. 18). Igual al del
Exodo.
VIII. (v. 19). Igual al del
Exodo.
IX. Igual al del Exodo (v.
20; los vs. 18, 19 y 20 forman
parte del v. 17, en las Biblias
hebreas).
X. No codiciarás la mujer
de tu prójimo, no desearás la
casa de tu prójimo, ni su cam-
po, ni su esclavo, ni su sir-
vienta, ni su buey, ni su as-
no, ni cosa alguna que sea
de tu prójimo (v. 21, el 18 en
las Biblias hebreas).
EL DECALOGO SIN GLOSAS. — 2729. La finalidad
de estas series de preceptos en forma de decálogo, consiste en
reunir prescripciones breves, en tono sentencioso y lapidario,
a efecto de que se fijen fácilmente en la memoria. Ahora bien,
a los mandamientos transcritos, que en un principio, reunían
esos caracteres, se les agregaron después glosas explicativas,
de modo que despojándolo de éstas, quedaría reducido el De-
cálogo, poco más o menos, a lo siguiente:
I. No tendrás otros dioses delante de mí.
II. No te harás imágenes esculpidas.
286
EL DECALOGO SIN GLOSAS
III. No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu dios, crimi-
nalmente.
IV. Acuérdate del sábado para santificarlo.
V. Honra a tu padre y a tu madre.
VI. No matarás (o no asesinarás).
VII. No cometerás adulterio.
VIII. No hurtarás.
IX. No darás falso testimonio contra tu prójimo.
X. No codiciarás la casa de tu prójimo.
Tenemos así, según la clasificación de Loisy : 5 precep-
tos religiosos, a saber, los que llevan los número I al V, por-
que el relativo a los padres formaba parte de la religión ; y
5 preceptos de moral social. Ninguna prescripción ritual, pues,
salvo la guarda del sábado, — "el único deber cultual del lai-
co", según expresa Holscher — , no se mencionan sacrificios,
ni fiestas a celebrarse en santuarios, ni ritos, sino sólo hacer
la voluntad de Yahvé, el dios nacional, protector de la fami-
lia y de los individuos. La iglesia católica romana, a pesar de
que denomina mandamientos de Dios a los preceptos del De-
cálogo, se ha arrogado la facultad de enmendarle la plana a
su dios israelita, modificando sus ordenanzas del Exodo y del
Deuteronomio, y dando el Decálogo en esta forma : 1^ Amar
a Dios sobre todas las cosas. 2° No jurar su santo nombre
en vano. 3^ Santificar las fiestas. 4° Honrar a padre y madre.
5° No matar. 6^ No fornicar. 7^ No hurtar. 8^ No levantar
falso testimonio, ni mentir. 9° No desear la mujer de tu próji-
mo. Y 10° No codiciar los bienes ajenos. Recordemos final-
mente el decálogo hindú del Manava - Dharma Sastra, que
mucho antes que el Decálogo hebreo resumía la moral en estos
diez preceptos : 1° La resignación. 2° La acción de devolver
bien por mal. 3° La templanza. 4° La probidad. 5° La dis-
creción. 6^ La pureza. 7° La represión de los sentidos. 8° La
benevolencia. 9° El conocimiento de los libros sagrados. Y
10° El conocimiento del Ser Supremo (PAUL GILLE. Historia
de las Ideas Morales, ps. 49 - 50) .
OBSERVACIONES SOBRE EL DECALOGO. 1^ EL
ORDEN DE LOS MANDAMIENTOS. — 2730. Notemos
primeramente que los preceptos del Decálogo están formula-
ORDEN DE LOS MANDAMIENTOS
287
dos en la segunda persona del singular, pues se supone que
fueron expresados por Yahvé, dirigiéndose al pueblo, conside-
rado como una sola personalidad. Después, no están de acuer-
do los creyentes judíos y cristianos sobre el orden de los trans-
critos mandamientos, o la manera de contarlos. Así, los judíos
}• ciertos teólogos cristianos consideran que el preámbulo del
V. 2 del cap. 20 del Exodo, constituye la primer declaración
solemne de Yahvé, o sea, el primer mandamiento ; y forman
el segundo fusionando el I y II (vs. 3-6). Los católico - roma-
nos, según hemos visto (§ 2729), y los luteranos, si bien, co-
mo los judíos, unen los mandamientos I y II, parten en cam-
bio el décimo en dos, para obtener la cifra diez. Las demás
iglesias cristianas, con Filón, Josefo y muchos Padres griegos
siguen la división arriba expuesta (§ 2728). La versión grie-
ga de los LXX invierte los mandamientos VI y VII, colocan-
do el relativo al adulterio primero, y el relativo al asesinato
después, (orden seguido también por la iglesia católica), lo
que explica por qué son citados en ese orden en los evange-
lios de Marcos (10, 19) (1), y de Lucas (18, 20, y por Pablo
en su Epístola a los Romanos (13, 9).
29 MOISES Y EL DECALOGO. — 2731. La ortodoxia
cristiana o judía acepta sin vacilar que aquí tenemos el texto
auténtico de los diez mandamientos que Yahvé escribió con
su dedo en dos tablas de piedra, las cuales entregó a Moisés
en el monte Sinaí (Ex. 31, 18). Pero esas dos tablas las rom-
pió Moisés a! bajar del monte y ver al pueblo entregado al
culto del becerro de oro (32, 19), por lo cual Yahvé ordenó a
aquél que labrara otras dos tablas de piedra sobre las cuales
volvería él a escribir las mismas palabras que había en las
anteriores (34, 1). Moisés hace lo que se le manda j y con las
nuevas tablas sube a la montaña (tarea pesadísima para un oc-
togenario, si no estuviéramos en el terreno de lo sobrenatural y
milagroso) y allí Yahvé renueva su alianza, y aunque primero
(1) En la Versión Moderna de Pratt está restablecido el orden
del Exodo, en este texto; pero en la de Valera, se nota el indicado
cambio. Jesús cita al final el V mandamiento de honrar a los padres;
pero reemplaza el X por éste que no figura en el Decálogo: "No de.
fraudes" o "No hagas mal a nadie".
288
MOISES Y EL DECALOGO
había manifestado que él mismo escribiría otra vez el Decálogo,
cambia después de opinión, y le da ese trabajo a Moisés. Este
permanece con Yahvé, en el monte, 40 días sin comer ni be-
ber y en ese lapso de tiempo realiza la obra que ese dios ic
había encomendado; pero ¡cosa sorprendente! lo que le dictó
Yahvé a Moisés no fué el Decálogo del cap. 20, sino el ritua-
lista, estudiado en el capítulo anterior (34, 4-28), que difiere
esencialmente de aquél. Esto que constituye un problema in-
soluble para los que creen que el Exodo fué escrito por Moi-
sés, y que defienden la unidad del Pentateuco, tiene una ex-
plicación sencillísima que hemos puesto de relieve en las pá-
ginas precedentes: nos encontramos aquí ante una inhábil
combinación de documentos de diversas épocas, que expresan
distintos procesos de la evolución religiosa, y distinta manera
de referir la alianza concluida entre Yahvé e Israel. Lo que
figura como escrito por Moisés en las segundas tablas de pie-
dra, es el decálogo yahvista; mientras que el Decálogo del
cap. 20, es el deuteronómico, con retoques bien visibles del
redactor sacerdotal, como en seguida lo demostraremos. Am-
bos decálogos no son del mismo autor, ni de la misma corrien-
te de ideas, sino que, como dice Mowinckel, representan dos
ensayos diferentes de formular la suma de los mandamientos
divinos, en frases lapidarias y fáciles de comprender y de re-
cordar. Ambos expresan dos concepciones distintas de la esen-
cia de la religión.
3^ LAS VARIANTES EN LAS DOS VERSIONES DEL
DECALOGO. — 2732. Las divergencias que se notan en el
Decálogo últimamente transcrito, muestran también que los
distintos autores de esas dos versiones, no tuvieron a la vista
el documento original procedente de Moisés, que se decía en-
cerraba el arca, porque ningún escritor religioso, creyente en
Yahvé, se hubiera atrevido a modificar a su antojo el texto
de un documento que se consideraba dictado por ese mismo
dios. Examinemos esas variantes. El cuarto mandamiento co-
mienza en el Decálogo del Exodo, por las palabras : "Acuér-
date del día del sábado . . ." con lo que parece que el autor
quiere dar a entender que el sábado era una institución ya an-
tigua cuando se promulgó esa ordenanza. En efecto ese pre-
VARIANTES EN LAS VERSIONES DEL DECALOGO
289
cepto está de acuerdo con el relato del otorgamiento del maná
en Ex. 16, 23-30, relato del escritor sacerdotal en que apa-
rece Moisés prohibiendo que se junte "el pan de Yahvé", el
día sábado (cf. § 384). Sin embargo, del hecho que el deute-
ronomista emplea al comienzo del IV mandamiento el verbo
"guardarás" u "observarás" en vez de "acuérdate", no se pue-
den sacar las consecuencias que pretenden algunos comenta-
ristas, porque agregada al precepto de la observancia del sá-
bado, se encuentra la frase "como Yahvé tu dios te lo ha man-
dado", que supone también un conocimiento anterior de di-
cho precepto. Pero de mayor importancia es la variante de
los motivos que se dan para justificar ese mandamiento. Se-
gún el Exodo, debe guardarse el sábado, "porque en seis días
hizo Yahvé los cielos y la tierra, el mar y todo cuanto en
ellos hay, y en el día séptimo reposó. Por tanto Yahvé bendi-
jo el día del sábado y lo declaró santo o lo santificó". Esos
motivos expresan no sólo la argumentación teológica y las
ideas, sino hasta las repeticiones, los pleonasmos, las expre-
siones todas propias de P, como se ve en Gén. 2, 3, de este
autor: "Y bendijo Elohim (Dios) el día séptimo y lo santi-
ficó, porque en ese día descansó Elohim (Dios) de toda su
obra de la creación".
2733. Estas razones teológicas (1), propias de un perío-
do de intensa especulación religiosa, como la época de la de-
portación o de Esdras, están en oposición con la causal senci-
lla, racional y humanitaria que expone el Deuteronomio : el
sábado se ha instituido para que los servidores descansen lo
(1) Un autor cristiano comentando esas razones, escribe: "La alu-
sión a la creación del mundo encierra elementos que no tienen signifi-
cación precisa para nosotros. ¿Qué son esos "días" de que habla el re-
lato del Génesis (cap. I) y de los que también se hace mención aquí?
¿Son verdaderos días o épocas? Los que prefieren adoptar esta se-
gunda concepción, pronto ven cuan difícil es aplicarla al "día del des-
canso". ¿Y qué es el reposo de Dios en el día séptimo? ¿Dura aún ese
reposo o bien ha cesado? ¿Y cuándo ha cesado? ¿No ha dicho Je-
sús: "Mi Padre hasta ahora está obrando?" (Juan 5, 17). En fin ¿el
discípulo de Jesucristo se siente libre y capaz de imitar en todo, el
ejemplo del Dios Omnipotente?" (LUCIEN GAUTIER. Notes sur
le Décalogue, pág. 18).
290
LA CASA DE TU PROJIMO
mismo que los patrones. Esta explicación está de acuerdo con
el precepto idéntico del Libro de la Alianza: "Seis días traba-
jarás en tus quehaceres, mas el séptimo reposarás para que
descansen tu buey y tu asno, y respiren el hijo de tu sierva
y "el extranjero" (Ex. 23, 12). El deuteronomista motiva, ade-
más, el precepto de la guarda del sábado en la esclavitud de
Egipto, es decir, en el recuerdo de las fatigas pasadas en ia
servidumbre, motivo también más humano y comprensible, que
no el reposo del Creador. Las otras divergencias entre los dos
Decálogos, no son tan importantes. En el V mandamiento del
deuteronomista se recuerda que Yahvé había mandado ya an-
tes honrar a los padres, y se agrega que ese precepto debe
cumplirse por dos razones utilitarias: para poder llegar a la
ancianidad, y para ser feliz. El escritor sacerdotal sólo men-
ciona la primera de esas razones, olvidando el desmentido de
la experiencia, pues llegan a viejos quienes han sido malos hi-
jos, 3' en cambio mueren jóvenes, hijos respetuosos y amantes
de sus progenitores.
2734. En el último mandamiento, el Exodo ordena "no
codiciarás la casa de tu prójimo", enumerando, en seguida, los
componentes de esa casa: la mujer, el esclavo, la esclava y los
animales domésticos. En cambio, el deuteronomista separa a
la mujer, no poniéndola al mismo nivel que los demás seres
irracionales mencionados, y emplea dos verbos distintos: "No
codiciarás la mujer de tu prójimo, y no desearás la casa, etc."
La casa aquí se refiere al lugar de habitación, y se agrega
también el campo del prójimo entre las cosas de éste que no
debea ser deseadas. Todo esto nos muestra los retoques que
han sufrido esos Decálogos al pasar por manos de diversos
redactores imbuidos de ideas más o menos adelantadas. Esos
mandamientos, como hemos dicho (§ 2729), debieron haber
sido redactados al principio, en forma concisa y sentenciosa,
como lo están el I y los cuatro penúltimos ; pero luego se les
fueron agregando adiciones y explicaciones, que no sólo des-
virtuaban la finalidad buscada de formar una serie de breves
preceptos de fácil recordación, sino que además no se tuvo
presente que, según el relato, esas ordenanzas tuvieron que
ser grabadas en dos tablas de piedra, con las cuales tendría
que poder cargar fácilmente un anciano como Moisés.
EL PRIMER MANDAMIENTO
291
EXAMEN DE LOS MANDAMIENTOS. EL PRIME-
RO. — 2735. Xos autores cristianos ortodoxos, creyendo sin-
ceramente que en el Decálogo tenían la expresión fiel de la
voluntad del Creador, han exagerado su valor, considerándo-
lo como el compendio de toda moral humana y la expresión
más elevada de la religión. El mismo Vernes, cristiano inde-
pendiente, que conceptúa que el Decálogo es postexílico, se
expresa en estos términos encomiásticos sobre esa composi-
ción : "Una religión que supo resumir sus obligaciones en
fórmulas tan breves y admirables, tuvo así las mejores pro-
babilidades para la conquista del mundo. El porvenir ha
probado que el judaismo calculó bien, y las escuelas de teolo-
gía judía que, después de algunos ensayos, acabaron con buen
éxito el establecimiento del Decálogo, merecerían que su nom-
bre fuese conservado con respeto en la memoria de los hom-
bres . . . Los dioses de Asiria y del Egipto, los de Atenas y de
Roma desaparecieron ; pero las "diez palabras de Yahvé", ela-
boradas por los teólogos judíos contemporáneos de Alejandro
el Grande, han llegado a ser los mandamientos de Dios" (ps.
680, 681). Sin embargo, un más detenido examen de esos pre-
ceptos nos comprueba que el aludido Decálogo no merece esas
alabanzas ditirámbicas, pues, como dice Piepenbring: "Lejos
están los diez mandamientos de encerrar toda la moral cris-
tiana, como muchos catecismos lo dan a suponer. No son ellos
sino la nomenclatura de algunos deberes muy elementales que
se imponen a toda sociedad un poco civilizada. Y aun mismo,
con excepción del precepto que manda honrar a los padres,
los demás sólo están formulados en forma negativa" (p. 295).
El profesor belga Paul Gille escribe al respecto : "La primi-
tiva moral del pueblo de Yahvé (Jehová) no difiere casi de la
que la necesidad y la fuerza de las cosas impusieron a todas
las grandes sociedades primitivas. Tal es el célebre Decálogo,
del que se ha hecho, desde hace 16 siglos, la base de toda mo-
ral, aunque no sea superior a las promulgaciones morales más
antiguas de la India y de Persia, y que con mucho sea infe-
rior al Ritual Funerario de los egipcios, que le es anterior de
más de 20 siglos" (ps. 98-99). Reuss se expresa en igual sen-
tido, diciendo : "Los teólogos protestantes del siglo XVI fue-
ron de singular ingenuidad al hacer servir el Decálogo, de tex-
292
EL SEGUNDO MANDAMIENTO
to a la moral cristiana . . . Esos diez mandamientos no contie-
nen sino los principios más elementales de la religión mono-
teísta (en realidad, de la monolatría) y de la moral social".
Veamos p. ej., el primer mandamiento. Generalmente se cree
que sienta el más absoluto monoteísmo, y sin embargo, nada
más lejos de la verdad que tal afirmación. Al expresar: "No
tendrás otros dioses delante de mí", se reconoce la existencia
de otras divinidades : lo que Yahvé exige es que a él sólo se
lo adore con exclusión de los demás colegas suyos. Por eso
proclama reiteradamente que es un dios celoso, que no le agra-
da compartir el culto con otros dioses. En resumen, de acuer-
do con las antiguas ideas, Yahvé quiere ser el único dios de
Israel, reconociendo implícitamente que tenían igual derecho
los otros dioses a la misma exigencia, en sus respectivos paí-
ses. Como manifiesta L.B.d.C. aquí "se prohibe al israelita
adorar cualquiera otra divinidad cuando está delante de la
faz o en la presencia de Yahvé, es decir, en Palestina, según
la antigua creencia. Cuando el antiguo israelita era echado
de delante de la faz de Yahvé, o sea, cuando se veía obligado
a dejar Palestina (II Rey. 13. 23; 17, 20; 24, 20; Jer. 7, 15;
Jon. 1, 3, 10; cf. Gén. 4, 14; etc.) se creía en la necesidad de
adorar a los dioses del país en que moraba (I Sam. 26, 19)".
Hemos comprobado la verdad de estas afirmaciones al estu-
diar la historia de David (§ 958, 959).
EL SEGUNDO MANDAMIENTO. — 2736. Este pre-
cepto se divide en dos partes : en la primera se condena ter-
minantemente la escultura ; en la segunda se expresan los lí-
mites hasta donde alcanzan los castigos y los favores del dios
israelita. La primera parte, constituye la más formal prohibi-
ción de hacer imágenes de cualquier clase de cosas o seres que
existan en las tres partes, en que según la concepción hebrai-
ca, estaba dividido el mundo, a saber : el cielo, la tierra y el
abismo (véase nuestra Introducción, § 45, fig. 2). Debido al
fiel acatamiento de esa prescripción es que entre los judíos
no ha habido escultores ni pintores. ¿A qué se debe tan ex-
traño mandato? Salomón Reinach, Frazer y Krappe, entre
otros, lo atribuyen a una reacción del legislador israelita con-
tra el empleo de imágenes por los magos para obligar a Ibs
EL SEGUNDO MANDAMIENTO
293
seres representados, ya se tratara de animales, hombres o dio-
ses, a que, sometiéndose a su voluntad, ejecutaran los actos
que ellos quisieran. Esa antigua creencia en que el poseedor
de una imagen puede ejercer influencia sobre lo que ella re-
presenta, explica satisfactoriamente tanto el segundo manda-
miento del Decálogo, como la aversión que tienen aún hoy
muchos incivilizados a hacerse o dejarse retratar. Al respecto
escribe Frazer lo siguiente : "No da una explicación suficien-
te la teoría de Renán sobre dicho mandamiento, según la cual
éste reposaba sobre la repugnancia natural experimentada por
una tribu, de sobrecargarse, en sus viajes, de una carga inú-
til de imágenes. ¿ Por qué prohibir con toda solemnidad a los
individuos el hacer lo que el simple cuidado de sus comodida-
des personales debía vedárselo espontáneamente? Por otra
parte, los magos creían verdaderamente, desde remotas épocas,
en que por sus imágenes mágicas, sus ceremonias y sus encan-
tamientos, podían constreñir a los dioses a la obediencia, y así
en el antiguo Egipto, por ejemplo, esta creencia no existía
como simple dogma teológico, sino que era lógicamente puesta
en práctica para obtener de la divinidad beneficios que ella no
quería conceder, y que sólo otorgaba por medio de la fuerza.
Las artes mágicas de sus poderosos vecinos eran indudable-
mente familiares a los hebreos, entre quienes habían podido
encontrar numerosos imitadores. Pero para espíritus profun-
damente religiosos, impregnados del sentimiento profundo de
la majestad y de la bondad divinas, tentativas de ese género
para tomar al cielo por asalto, forzosamente debieron revestir
el carácter de la blasfemia y la impiedad más negras ; por lo
tanto no tiene que sorprendernos el que una prohibición rigu-
rosa de todas las perniciosas prácticas de esta clase haya en-
contrado lugar prominente en el más antiguo código de los
hebreos" (L'Homme, ps. 168, 169). Sin embargo, en contra
de la tesis expuesta, debe recordarse que los antiguos israeli-
tas hacían imágenes de seres divinos, práctica que posterior-
mente, — ya por oposición a la magia, o ya por irse formando
una conciencia más elevada del carácter espiritual de su dios
nacional o por lo que expondremos en el párrafo siguiente
(§ 2736 bis), — fué paulatinamente combatida por los pro-
fetas, como también lo fué en otros pueblos por aquellos que
294
EL SEGUNDO MANDAMIENTO
se habían forjado una idea más alta y más inmaterial de la
divinidad (§ 1884 - 1895). Así, según Plutarco, el rey Numa
había prohibido en Roma las imágenes antropomórficas y zoo-
mórficas de los dioses, por lo que transcurrieron 170 años an-
tes de que los romanos, que construían templos, hiciesen fi-
gurar estatuas en ellos. Parece que tampoco las hacían los an-
tiguos celtas antes de la conquista de la Galia por César. Tá-
cito afirma que los germanos no encerraban sus dioses en tem-
plos y no los representaban en forma humana. Herodoto ma-
nifiesta igualmente que los persas no les erigían a sus dioses
estatuas, templos, ni altares, y que trataban de insensatos a
los que obraban en contrario. La doctrina pitagórica era tam-
bién adversa a las imágenes divinas, como lo comprueba el
hecho de que Pitágoras atacó a Hesíodo y a Homero por ha-
ber prestado a los dioses el aspecto exterior y las pasiones de
los hombres, y nos hace comprender la razón por la cual ios
miembros de la orden pitagórica no debían llevar la imagen de
un dios grabada en el anillo que usaban (S. REINACH, Cui-
tes, I, ps. 146 - 156).
2736 bis. Además de las razones dadas por Reinach, Fra-
zer y Krappe, que dejamos expuestas y que quizá puedan ha-
ber influido en la disposición del segundo mandamiento, debe
mencionarse también como causa de tal precepto, la propia
naturaleza de Yahvé. dios primitivamente volcánico o del fue-
go (§ 359-361), que aunque admitió imágenes en Israel, por
lo menos hasta la época del destierro (§ 2759), contó por lo
general con opositores a esa práctica, sobre todo entre los pro-
fetas, que la consideraron indigna de la idea que de aquél se
habían formado. Sus más fieles adoradores heredaron la aver-
sión de los nómades por las representaciones plásticas artís-
ticas de la divinidad, así como por todas las manifestaciones
de comodidad y adelanto de una civilización más adelantada,
como lo prueba la existencia de la cofradía de los recabitas,
aún en tiempo de Jeremías (Jer. 35, 6-10; § 629). La legisla-
ción hebrea conserva antes del destierro, huellas de la evolu-
ción de fabricar imágenes de Yahvé, y así tenemos que en
Ex. 34, 17, se prohiben los dioses de fundición; en Ex. 20, 23,
los dioses de plata o de oro; y en Ex. 20, 4, las imágenes
talladas o esculpidas, siendo posterior el agregado de "ni re-
EL SEGUNDO MANDAMIENTO
295
presentación alguna de las cosas que están arriba en el cielo,
ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra".
En el período postexílico, el Levitico confirma y refuerza esas
prohibiciones, mandando a los israelitas que no se hagan imá-
genes talladas, ni estatuas, ni levanten piedras pintadas o con
figuras, para postrarse ante ellas (26, 1). La condenación for-
mal de las imágenes comienza realmente en el siglo VIII,
con la predicación profética de Amos y de Oseas. Nota el
profesor Juan Reville, que los profetas se mostraron opuestos
al lujo de los santuarios, y que "durante largo tiempo, Yahvé,
dios del desierto, no había tenido un templo solemne. Piedras
sagradas, rústicos altares, antiguos fetiches convertidos en
símbolos, convenían mejor a la celebración de su culto que
los templos lujosos y los rituales complicados. La aversión
yahvista por los cultos extranjeros, con sus fiestas brillantes
y sensuales, fortifica aún el instinto iconoclasta de los pro-
fetas de Yahvé. Al mismo tiempo que hacen prevalecer el
culto de su dios, se esfuerzan también en que desaparezcan
no sólo los ídolos consagrados a las divinidades extrañas, sino
igualmente todo lo que todavía había de idolátrico en el culto
popular de Yahvé. Más tarde hará lo mismo el monoteísmo
islámico" (ps. 15-16). En consecuencia de lo expuesto, po-
demos concluir que todos los factores indicados deben haber
cooperado en el siglo VII, a la fijación del precepto icono-
clasta que comentamos, que tanta repercusión ha tenido entro
los judíos y los cristianos.
2/37. Este segundo mandamiento ha dado lugar a gran-
des discusiones y hasta a sangrientas controversias entre los
cristianos. Las iglesias católica, griega y rusa, interpretándolo
a su modo, llenan sus templos de imágenes sagradas, soste-
niendo que el precepto bíblico sólo prohibe el adorarlas como
dioses. Así .Scío entiende ese precepto en este sentido : "No
harás escultura, ni figura alguna para adorarlas y daries el
culto divino, que a mí sólo se debe. En donde se ve, que
Dios solamente prohibe las estatuas y figuras con Cc.ta re-
lación; y por consiguiente, que los católicos no son idóla-
tras, como pretenden los herejes, en la adoración y culto
que dan a la Cruz y a las imágenes del Señor, a las de la
Virgen, a las de los Santos y a sus reliquias. Por cuanto no
296
LA QUERELLA DE LAS IMAGENES
creemos que en dichas imágenes haya alguna divinidad o vir-
tud que deba reverenciarse, sino que todo el honor que les
hacemos, se refiere a los originales que representan, y en los
santos a Dios, que es el Autor de toda santificación y de
toda gracia". Esto mismo es lo que declaró el Concilio de
Trento en su sesión XXV, con otras recomendaciones tales
como : "que no se pinten ni adornen las imágenes con her-
mosura escandalosa", agregando que "si alguno enseñare o
sintiere lo contrario a estos decretos, sea excomulgado"
(BRAVO, t^ II, ps. 7-9). Para justificar esa contradicción
tan evidente con el mandato divino que prohibe terminante-
mente hacer cualquiera clase de imágenes, se alega que "no
ha de entenderse el texto en el sentido de la prohil)ición absoluta
de hacer imágenes, porque en tal caso aparecería Dios en
contradicción consigo mismo, por mandar en una parte, lo
que condena en otra" (GIBBONS, ps. 200-1), dándose en
prueba de ello, los ejemplos de los querubines de oro ma-
cizo en los extremos del propiciatorio (Ex. 25, 18), la ser-
piente de bronce que mandó hacer Moisés (Núm. 28, 8), y la
profusión de imágenes que contenía el templo de Salomón
(I Rey. 7, 15-48; 10, 18-20). Sobre estos ejemplos, léanse
§ 261 -263, 1438, y 1891 a 1893; fuera de que la contradicción
entre diferentes textos bíblicos, que cree imposible Gibbons,
existe realmente debido a la diversidad de documentos de
distintas épocas que contribuyeron a formar el libro sagrado,
como a cada paso, en nuestro estudio, lo vamos evidenciando.
2738. Pero además de estas discusiones propias de dis-
tintas confesiones religiosas, cada una de las cuales se cree
poseedora de la verdad absoluta, el segundo mandamiento ha
sido el causante de sangrientas reyertas, que durante un largo
lapso de tiempo alteraron la tranquilidad pública de ciertos
Estados. Así, por ejemplo, el imperio bizantino se vió con-
vulsionado durante 120 años, en los siglos VIII y IX, por la
controversia que ha pasado a la historia con el nombre de
"la querella de las imágenes". En efecto, el año 726, el gran
emperador León III, fundador de la dinastía isauria, promul-
gó el primer edicto contra las imágenes, ordenando que fue-
ran suspendidas bien alto, para obstaculizar así su adora-
ción. Esta medida dictada sin consultar a las autoridades
LA QUERELLA DE LAS IMAGENES
297
eclesiásticas, provocó intensa agitación, ocasionando violentos
incidentes en Constantinopla entre los partidarios de ese de-
creto, — los funcionarios, obispos y cortesanos, llamados ico-
noclastas (del gr. eikón, imagen; y Klao, quiebro), porque
después se dedicaron a destruir imágenes sagradas — , y los
iconudolos, sus adversarios, los monjes y la generalidad del
pueblo. Esos incidentes fueron seguidos por una revuelta en
Grecia, pronto reprimida, y un levantamiento general en Italia,
contribuyendo a esa situación, las vigorosas protestas del papa
Gregorio II y los anatemas de su sucesor Gregorio III, quien
además buscó el concurso de los lombardos contra el Empe-
rador. En realidad, la causa principal de tan lamentables su-
cesos residía en la estrecha unión de la Iglesia con el Estado,
la que estaba bajo la tutela de éste, de modo que ambas ins-
tituciones mantenían su recíproca armonía cuando las ideas
de los gobernantes estaban de acuerdo con las doctrinas co-
rrientes de la Iglesia; pero se producían serios conflictos entre
ellas, en caso contrario. El hijo y sucesor de León III, Cons-
tantino V, más teólogo que su padre, y hostil tanto al culto
Je las imágenes, como al de la Virgen y al de los santos,
reanudó la lucha con más aspereza y ardor, y reunió en Hieria,
en 753, un concilio que condenó solemnemente las imágenes,
de modo que pudo en adelante perseguir a los opositores
como rebeldes y herejes. Durante doce años, trató el Empe-
rador de convencer a sus adversarios ; pero en vista de la
inutilidad de sus esfuerzos pacíficos, apeló a los medios vio-
lentos a partir del año 765. En consecuencia, se destruyeron
las imágenes ; se cerraron o secularizaron los conventos, los
que fueron transformados en cuarteles y posadas ; se confis-
caron los bienes de los monasterios, y los monjes fueron apre-
.sados, maltratados o desterrados, sufriendo algunos la muerte,
como San Esteban el joven; y otros fueron expuestos en cor-
,tejos grotescos a la irrisión del pueblo reunido en el Hipó-
dromo. Muchos altos dignatarios fueron ejecutados o deste-
rrados, y hasta el patriarca Constantino sufrió la pena capi-
tal, continuando esta persecución durante cinco años en todo
el imperio.
2739. Escribiendo el profesor de la Universidad de Pa-
rís, Carlos Diehl, en su obra "Histoire de L'Empire Byzantin",
298
LA QUERELLA DE LAS IMAGENES
— de la que tomamos estos datos — , sobre la intención y el
alcance de esas medidas de los emperadores isaurios, dice:
"Las razones que las inspiraron fueron a la vez religiosas y
políticas. Muchas almas piadosas, al comienzo del siglo VIII,
se sentían disgustadas por los excesos de la superstición, y
particularmente por la importancia concedida al culto de las
imágenes, por los milagros que se esperaban de ellas, y por
el modo como se las mezclaba en todos los actos y en todos
los intereses humanos, y muchos buenos espíritus se preocu-
paban justamente del mal que esas prácticas causaban a la
religión. En Asia, sobre todo, eran poderosas las tendencias
hostiles a las imágenes, compartidas por León III, asiático
de origen. Ni él, ni su hijo fueron, como se ha creído, libre-
pensadores, racionalistas, precursores de la Reforma o de la
Revolución ; eran hombres de su tiempo, piadosos, creyentes,
hasta teólogos, interesados sinceramente en reformar la reli-
gión purificándola de lo que les parecía idolatría; pero a la
vez eran estadistas preocupados de la grandeza y de la tran-
quilidad del imperio. Ahora bien, el gran número de monas-
terios y el incesante crecimiento de la riqueza monástica crea-
ban serios peligros al Estado. La inmunidad de que gozaban
los bienes de la Iglesia, disminuía los recursos del tesoro ;
la multitud de , hombres que entraban al claustro, restaba tra-
bajadores a la agricultura, soldados al ejército, funcionarios
a los servicios públicos. Pero sobre todo la influencia que
ejercían los monjes sobre las almas y el poder que de ello
resultaba, los convertían en elemento de temible agitación.
Contra tal estado de cosas fue que los isaurios — principal-
mente Constantino V — trataron de reaccionar : al proscribir
las imágenes, tenían en vista a los monjes, que encontraban
en ellas y en su culto, uno de sus más poderosos medios de
:acción. Seguramente que por la lucha que así iniciaron, abrie-
ron los emperadores isaurios una larga era de perturbaciones, y
que de ese conflicto salieron gravísimas consecuencias políticas ;
pero no debe olvidarse, si se quiere juzgar equitativamente
a los soberanos iconoclastas, que en su empresa hallaron nu-
merosos apoyos en el alto clero, celoso de la influencia de los
monjes, en el ejército, compuesto en su mayoría por asiáti-
cos, y no sólo en el mundo oficial, sino también en una parte
LA QUERELLA DE LAS IMAGENES
299
del mismo pueblo, y que la obra que tentaron ni era desrazo-
nable, ni sin grandeza" (ps. 70-72).
2740. Recordemos finalmente para terminar con esta di-
gresión sobre la célebre "querella de las imágenes", que a
la muerte de Constantino V, su sucesor León IV continuó
la tradición de los anteriores gobiernos ; pero después de su
corto reinado (775 - 780), su viuda Irene, regente en nombre
de su hijo Constantino VI menor de edad, mujer ambiciosa
y sin escrúpulos, juzgó más conveniente a sus propósitos
apoj'arse en el partido monástico y restablecer el culto de
las imágenes. Y no contenta con esto, y luego de separar del
gobierno a todos los adversarios de esas ideas, con el con-
curso del patriarca Tarasios, hizo condenar la doctrina icono-
clasta en el concilio ecuménico de Nicea (787) y restauró el
culto de las imágenes. Diez años más tarde esta madre sin
corazón, derrocó a su hijo Constantino VI, quien ya en ese
entonces ejercía el poder, y le hizo saltar los ojos para con-
solidar su usurpación ; pero ella a su vez fue destronada por
el golpe de Estado de Nicéforo I en el año 802. Con este so-
berano comienza el segundo período de "la querella de las
imágenes", a causa de la intransigencia monacal. El gobierno
se vió obligado a tomar medidas de rigor contra los monjes
en el año 809; pero éstos acudieron al papa, manifestándose
dispuestos a reconocer la primacía de la iglesia romana, lo
que provocó una nueva reacción iconoclasta iniciada por
León V, el Armenio (813-820), y que durante 30 años trajo
grandes perturbaciones en el imperio. En 815, un concilio
reunido en Santa Sofía, proscribió otra vez las imágenes, y
puso en vigor los decretos iconoclastas del 753. En consecuen-
cia, se recomenzó la destrucción de los iconos, (1) y se re-
primió despiadadamente la oposición de los monjes. La per-
secución se hizo más dura aún bajo el gobierno del emperador
Teófilo (829-842), ardiente iconoclasta y obstinado teólogo.
Se promulgó en 832 un edicto riguroso contra los partidarios
de las imágenes, y el patriarca Juan, apodado Lecanomante, o
(1) Iconos, imágenes sagradas veneradas en las iglesias griegas
y rusas: — lo que pretende ignorar el Diccionario de la Academia de
la Lengua Española.
300
LA QUERELLA DE LAS IMAGENES
sea, el Mago, fué encargado de ejecutarlo. Nuevamente fueron
cerrados los conventos; aprisionados y perseguidos los mon-
jes; y volvió a reinar el terror. Pero, como dice Diehl, "tras
120 años de batalla, vino la lasitud de esta lucha agotadora
y vana. Luego de la muerte de Teófilo, su viuda la regente
Teodora, se decidió a restablecer la paz, restaurando el culto
de las imágenes, lo que fue la obra del concilio del año 843,
dirigido por el patriarca Método, cuyas decisiones fueron pro-
clamadas en una ceremonia solemne, y cuyo recuerdo aun
hoy celebra la iglesia griega, el 19 de febrero, en la fiesta
anual de la ortodoxia" (Ob. cit., ps. 80 - 82).
2741. Nos hemos extendido, al parecer, más de lo de-
bido sobre estas lejanas consecuencias del mandato del Decá-
logo, que prohibe fabricar y adorar imágenes, porque se trata
de páginas históricas quizá ignoradas o poco o mal conoci-
das por los jóvenes que puedan ser del número de nuestros
lectores. Réstanos ahora para concluir nuestras observacio-
nes sobre ese segundo mandamiento, decir algo sobre la últi-
ma parte del mismo. Esta sienta una inmoralidad al manifes-
tar el dios israelita que por la falta de los padres castigará
a los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de los culpables ;
lo mismo que la conciencia moderna rechaza por inmoral e
injusta la antigua práctica de la responsabilidad colectiva de
la familia, dek clan, de la tribu y hasta de la ciudad, según
nos ha dado últimamente tan tristes ejemplos la conducta
nazista en la reciente guerra mundial (1939- 1945). El autor
de ese agregado explicativo al segundo precepto del Decálogo
ignoraba en absoluto la absurda teoría augustiniana del pe-
cado original, según la cual por la falta de Adán toda la hu-
manidad — tanto la pasada, como la presente y la por V'-
nir — , ha sido inficionada y condenada eternamente. Yahvé
al limitar el castigo de los padres a la cuarta generación d
sus hijos, resulta todavía menos bárbaro que los teólogos
cristianos que no ponen límites a la responsabilidad culpable
de los descendientes de la primera pareja humana. En cambio,
con mayor comprensión y sentimiento de justicia, se expresa
en el Deuteronomio que "no han de morir los padres por los
hijos, ni los hijos han de morir por los padres, sino que cada
uno debe morir por su propio delito" (24, 16). Los teólogos
EL TERCER MANDAMIENTO
301
tratan de justificar la referida declaración del Decálogo di-
ciendo que se trata de la justicia providencial, y que el pre-
cepto del Deuteronomio se refiere a la justicia humana. Pobre
defensa, en verdad, porque la consecuencia a deducir de ese
argumento sería que la justicia de los hombres es superior
a la divina. En la época del destierro, el profeta Ezequiel
condenó la teoría del II mandamiento, haciendo reaccionar a
Yahvé, y proclamando en nombre de éste, el mismo principio
de la responsabilidad personal sentado por el deuteronomista.
"La persona culpable, ésa es la que morirá: el hijo no car-
gará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo; la
justicia del justo recaerá sobre él, como sobre el malo, su
maldad" (Ez. 18, 20). Suele alegarse en defensa de la segunda
parte del mandamiento que comentamos, "la ley misteriosa
e incontestable de la solidaridad y de la herencia" ; pero el
hecho de la solidaridad humana, resultado de la convivencia
social, y la ley de herencia en virtud de la cual se suelen trans-
mitir a los hijos, el temperamento, las inclinaciones y hasta
ciertas enfermedades de los padres, no justifica en manera algu-
na que a causa de los crímenes cometidos por éstos, sean aqué-
llos castigados hasta la cuarta generación. No existe hoy en el
mundo civilizado ningún Código Penal tan atrasado o tan
inhumano que establezca semejante monstruosidad. En cuanto
a la manifestación que se pone en boca de Yahvé, que él ex-
tiende sus bendiciones hasta mil generaciones del hombre pia-
doso que guarda sus mandamientos (Deut. 7, 9), es sólo una
promesa consoladora para los fieles, sin comprobación alguna
en la vida diaria, ni en la historia del pueblo de Israel, el cual,
según la teoría de los profetas, ha sido castigado implaca-
blemente, por el irritable y cruel dios nacional, a pesar de
existir muchísimos hebreos celosos guardadores de los pre-
ceptos del Decálogo.
EL TERCER MANDAMIENTO. — 2742. Prescindien-
do de su parte explicativa, este mandamiento lo traduce así
la Vulgata : "No tomarás el nombre del Señor tu Dios en
vano"; y la Biblia hebrea vertida por rabinos franceses
(L.B.R.F.) : "No invocarás el nombre del Eterno tu Dios, en
apoyo de la mentira"; y nosotros, de acuerdo con Loisy (La
302
EL TERCER MANDAMIENTO
Reí. d'Isr. p. 211) y con L.B.d.C, traducimos: "No pronuncia-
rás el nombre de Yahvé, tu dios, para un uso criminal (o cri-
minalmente)". La ortodoxia, con fines de enseñanza moral,
saca de este mandato las más curiosas consecuencias. Según
Scío, "se prohibe en él no solamente violar la santidad del
Nombre santo de Dios, jurando por él sin justicia, sin verdad
y sin necesidad, sino que en general se prohibe también pro-
nunciarle de cualquier manera que pueda ser injuriosa a la
profunda veneración que es debida al Nombre y a la Majes-
tad de Dios". En una obra católica titulada La Religión De
mostrada, escrita por el P. A. Hillaire, Superior de los Mi-
sioneros del S.C., se asevera que este mandamiento nos prohi-
be: 1^ jurar en vano; 2° blasfemar; 3° proferir imprecacio-
nes ; y 4° violar nuestros votos. Y al tratar la segunda de
esas prohibiciones, expresa: "Todas las blasfemias contra
Dios, si se pronuncian con advertencia, son pecados mortales,
porque ultrajan a la Majestad divina. En la Ley antigua, el
Señor había ordenado que los blasfemos fuesen apedreados.
San Luis les hacía atravesar la lengua con un hierro candente.
La blasfemia es un pecado sin excusa y sin provecho ; es el
crimen de los demonios; los que-se les parecen en esta vida,
merecen participar de los mismos castigos en el infierno".
Y en nota, el traductor español de esa obra francesa, Mons.
Agustín Piaggio, Vicario General de la Armada Argentina,
agrega: "El Libertador argentino, general D. José de San
Martín, al formar al pie de los Andes aquel ejército que de-
bía dar la libertad a medio continente, renovó las antiguas
ordenanzas españolas, e hizo notificar a los cuerpos lo si-
guiente: 1° Todo el que blasfemare el nombre de Dios o de
su adorable Madre, o insultare la religión, por primera vez
sufrirá cuatro horas de mordaza, atado a un palo, en público,
por el término de 8 días, y por segunda vez será atravesada
su lengua con un hierro candente y arrojado del cuerpo"
(ps. 500- 1). Si esta nota expresara la verdad de los hechos,
tal orden del general San Martín arrojaría una mancha sobre
su nombre, y mostraría hasta qué punto la intolerancia se
encuentra aún en los espíritus más esclarecidos.
2742 bis. El eminente hebraísta, Sr. Luciano Gautier,
profesor que fue de la Facultad de Teología de la Iglesia
EL TERCER MANDAMIENTO
303
Libre del Cantón de Vaud, en su opúsculo "Notes sur Le Dé-
calogue", — que con otras obras suyas nos regaló cuando lo
visitamos en Suiza, en setiembre de 1896 — , sostiene que
este tercer mandamiento proclama la santidad de Dios, agre-
gando que el precepto no habla sólo de "tomar el nombre de
Dios en vano", es decir, frivola o irrespetuosamente, sino
además de no emplear ese nombre "de manera mentirosa"
(o "para la mentira", como trae Reuss), es decir, fraudulen-
tamente, en espíritu de engaño, de duplicidad. Lo que aquí
se combate es, pues, la hipocresía, o sea, la contradicción
entre la profesión ostensible de hombre creyente y piadoso,
observando ritos y ordenanzas exteriores, y sus actos secretos
y sus pensamientos í-ntimos, es decir, lo que se llamó el fari-
seísmo, que, a los ©jos de Jesús, representaba la desobedien-
cia flagrante y constante a la voluntad de Dios. El manda-
miento añade que al que lo infrinja. Dios no lo tendrá por
inocente, lo que se aplica especialmente a aquellos que creen
que Dios no tomará en cuenta sus actos inicuos, si van cu-
biertos o protegidos por el nombre divino: el fin justifica los
medios. ¿No hay una orden célebre en la iglesia romana que
todo lo justifica, hasta los actos culpables, la mentira, la du-
plicidad, el falso juramente, con tal que estos pecados sean
cometidos "a la mayor gloria de Dios", ad majorem Dei glo-
riara? Así el tercer mandamiento tiene en vista tanto el fari-
seísmo como el jesuitismo. El hombre se deja ir fácilmente
a la ilusión que Dios le tendrá en cuenta su intención final ;
pero que cese de alimentar tan engañosa esperanza, pues el
pabellón no cubrirá la mercancía" (ps. 13-16).
2743. Todo esto que ve la ortodoxia en el tercer man-
damiento, será muy interesante para la educación humana ;
pero en realidad no responde a las ideas, ni al ambiente de
la época en que fue promulgado dicho precepto. Con razón
expresa Mowinckel que "no debe dársele al Decálogo inter-
pretación cristiana, sus mandamientos no tienen el alcance
universal que reciben en el Sermón de la Montaña o en el
catecismo de Lutero ; sino que el medio en que están en vigor
es restringido a los miembros de la tribu o del pueblo"
(p. 101). Es, pues, más aceptable esta sencilla explicación
que, en nota, da L.B.d.C: "Se trata ante todo de fórmulas má-
304
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAT
gicas y de sortilegios ; pero también de falsos juramentos y
blasfemias". Igualmente el profesor de la Facultad de Teolo-
gía Protestante de Estrasburgo, Fernando Menegoz, expresa
que en ese mandamiento se prohibe recurrir al temible nom-
bre de Yahvé para echar un maleficio contra un enemigo
(Dict, Encyc. II, p. 447). Y el profesor Alejandro H. Krap-
pe, en el mismo orden de ideas, manifiesta : "Todo hace su-
poner que originariamente el objeto de esta prescripción no
era en manera alguna suprimir las blasfemias : se servía del
nombre secreto de Yahvé en el arte mágico, siguiendo la muy
extendida costumbre que saber y pronunciar el nombre de
una persona o de una divinidad, es poder imponerle su propia
voluntad" (La Genése, p. 22). Estaremos, pues, más cerca de
la verdad interpretando el tercer mandamiento en el sentido
de: "No pronunciarás o evocarás el nombre de tu dios Yahvé,
para fines de la magia".
EL CUARTO MANDAMIENTO. — 2744. Este se re-
fiere a la estricta guarda del sábado o sabbat, motivada por
las distintas razones que se dan en las dos versiones del De-
cálogo que poseemos, y que ya hemos estudiado anterior-
mente (§ 2732-2733). El vocablo sabbat no ha sido siempre
usado con el mismo significado, según lo comprobó el escri-
tor Meinhold. Primitivamente se designaba el día de la luna
llena, que con el de la luna nueva o novilunio, constituían
dos de las fiestas más celebradas tanto en Babilonia, como
en Canaán y en las tribus nómades de los desiertos próximos
a Palestina, días festivos, y por lo tanto de abstención de
buena parte de su labor diaria, según era usual en Oriente
durante las fiestas, días en que el pueblo solía reunirse junto
a los santuarios para divertirse. Esa reunión está expresa-
mente ordenada en las tres grandes fiestas anuales (Ex. 22,
14; 34, 23). La citada acepción del vocablo sabbat, como de-
nominación del día del plenilunio, se conservó en el antiguo
Israel, y por eso vemos constantemente asociados los dos vo-
cablos 'novilunio y sábado", en pasajes como éstos: II Rey.
4, 23; Am. 8, 5: Os. 2. 11; Is. 1. 13. Durante su existencia
nómade y pastoril los israelitas no pudieron tener un día de
descanso, como el sabbat del Decálogo, porque los pastores
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAT
305
tienen que cuidar y abrevar incesantemente sus ganados, cu
las regiones áridas del desierto, lo que para ellos, como ob-
serva Lods, constituye su trabajo. Después de esa acepción
del sabbat aplicado a la fiesta de la luna llena, y que viene
de la época semítica primitiva, nos encontramos con que ese
vocablo designa el día séptimo de la semana lunar israelita.
Como resulta del prolijo estudio de este tema que hace Mo-
winckel en su obra Le Décalogue, la semana de siete días se
basa en las fases de la luna, cuyo ciclo regular de 28 días,
se dividía en períodos de siete días en Babilonia, lo que está
comprobado a lo menos para los dos meses llamados Elul II
y Marchesván. Los días correspondientes a las fases lunares
tenían allí sus nombres especiales : el séptimo del primer cuar-
to se denominaba sibutú; el 15^ de la luna llena, sabattú; y el
28^, bubbulú (de la luna negra), no habiéndose encontrado
aún el nombre correspondiente al día 21^. Siendo reconocido
por todos los autores, que el vocablo sabbat procede del ba-
bilonio sabattú, se explica así que en Israel con aquel vocablo
se haya designado el día de la luna llena, y que este pueblo
por intermedio de los cananeos, haya recibido de Babilonia
la semana de 7 días correspondiente a las 4 fases lunares.
Cree Mowinckel que debió existir cierto parentesco entre el
día del plenilunio, — en el que se celebraban la fiesta del
otoño tomada a los cananeos y la antigua fiesta israelita del
pasáh (§ 151) la principal de los nómades — , y los otros
días correspondientes a las demás fases lunares, y ese paren-
tesco explicaría la aplicación del término sabbat a todos esos
días, cuyo rasgo característico era el de ser considerados como
días críticos sometidos a diversas prohibiciones o reglas de
tabú, principalmente al reposo obligatorio. Los días 7, 14, 21
y 28 de los meses de Elul II y de Marchesván, — y quizá de
todos los meses — , en Babilonia, eran días malos o nefastos,
en los que no se podían ejecutar determinados actos, costum-
bres éstas luego introducidas en Canaán. Ese carácter fue ci
del primitivo sabbat israelita, día sometido al tabú para cier-
tas cosas y acciones, carácter que tuvo aún antes de recibii
ese nombre, cuando sólo se lo denominaba por su orden, o
sea, "el día séptimo", como así se le llama en el decálogo
ritual. En Ex. 34, 21, según hemos dicho, se ordena el des-
306
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAr
canso del día séptimo en el tiempo de arar y de segar; debien-
do a la vez notarse que el hecho de que el legislador israe-
lita se interese tan sólo en la cesación del trabajo del campo,
confirma la hipótesis de que ese día fue tomado a los cana-
neos, que era un pueblo agricultor. La aplicación del nombre
sabbat a todos los días críticos o de las fases lunares, pudo
además haber sido favorecida por la palabra babilónica sa-
battú, originaria de aquélla, que significa "cesar de crecer"
(la luna), acepción que luego se extendió a "cesar de traba-
jar'' (los seres humanos y sus animales de labor).
27-^5. Los israelitas, pues, del siglo IX, época de la re-
dacción del decálogo yahvista ritual, conocían la semana lu-
nar, y por eso daban el nombre de Fiesta de las Semanas
(§ 2721) a los regocijos que terminaban la recolección de los
rereales, y asignaban una duración dé 7 días tanto a los fes-
tejos de los casamientos (Gén. 29, 27), como al período de
duelo. Pero el pueblo de Israel al tomar la semana lunar ca-
naneo - babilónica con su sabbat, día de tabú para el trabajo
en general, modificó esas instituciones, como tantas creencias
o leyendas extranjeras que aumentaron su acervo nacional, de
acuerdo con sus hábitos, sentimientos y la índole de su pro-
pia religión. El sabbat fue adquiriendo el carácter de día de
Yahvé, y el descanso en ese día se convirtió en obligatorio,
como exigencia del mismo dios, basándose en razones de hu-
manidad, para que tanto las personas, como los animales uti-
lizados en el transporte o en el laboreo de las tierras, pudie-
ran reposar de sus fatigas (Ex. 23, 21). Y no sólo esto, sino
que poco antes del destierro, la semana lunar fue reempla-
zada por la semana periódica, desprendida de su base astro-
nómica, que se repite todo el año independientemente de las
fases de la luna, a lo que llama Mowinckel, "una invención
israelita", conceptuando que la semana periódica procede de
la observación ritual del sabbat (p. 81). El silencio que guarda
el Deuteronomio primitivo, cuyo núcleo lo constituyen los
capítulos 12 a 26, respecto al sabbat, indica que éste, cuando
se compvtso ese código, no era aún el día de Yahvé por ex-
celencia, según así lo es en el Decálogo, y hay que bajar
hasta el fin del período preexílico o al comienzo del destie-
rro, para encontrar textos donde se mencione el día del des-
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAT
307
canso semanal periódico con el nombre de sabbat, día que,
a causa de la deportación, llega a ser "el más importante y el
más característico de los tiempos sagrados de Yahvé" (LODS,
Israel, p. 510; Ez. 46, 1; Lev. 23, 3 ; y el 4^ precepto de am-
bas versiones del Decálogo). (1)
2746. Entiende Mowinckel que la prescripción del cuar-
to mandamiento tiende sólo a imponer un día de reposo se-
manal, con lo que así se honra a Yahvé ; pero no a conside-
rarlo como un día en que hubiera que acudir al templo o a
otros santuarios para hacer sacrificios, como así más ade-
lante lo entendió P, que ordena convocar en el día sabbat una
santa asamblea y ofrecer dos corderos de un aíío con una
oblación de dos décimos de efa de flor de harina amasada
con aceite, junto con su libación (Lev. 23, 3; Núm. 28, 9).
Como dice L. Aubert, "la cesación del trabajo es en sí mis-
ma una obra buena, agradable a Yahvé. Este reposó el día
séptimo; sus servidores deben santificar ese mismo día, de-
jando de lado todas las ocupaciones de los otros días de la
semana. En otros términos, el sábado no fue instituido para
que el hombre pueda descansar, sino que el hombre debe des-
cansar, porque el sábado fue instituido por Yahvé. Una con-
(1) Los ingenuos ortodoxos, que siguen creyendo que el mundo
fue creado hace unos cinco mil años, y que desde entonces existe el
sabbat, porque en ese día descansó Yahvé de su obra creadora, quien
después ordenó que se guardara estrictamente (Ex. 20, 10-11), están
alarmadísimos ante la perspectiva de que se implante el Calendario
Mundial el 31 de diciembre de 1950. Consideran que el ciclo senianal
tiene un origen religioso y sostienen que la religión se ve amenazada
por la probable reforma del calendario, cuyos efectos califican de fu-
nestos. En reciente publicación de un autor adventista, editada en
Buenos Aires, se afirma que la propuesta de esa reforma, que incluye
la intercalación de días en blanco "significa un ultraje para las con-
ciencias de muchos millones de personas"; y que tal modificación "sería
un ataque directo contra la conciencia y contra los fundamentos de
la moral del Decálogo". Y corrobora dicho autor su tesis, citando las
siguientes palabras de un discurso del papa León XIII, en el que se
proclama que la violación del día de reposo (como si eso fuera a
ocurrir con la proyectada reforma) "es el presagio de todas las des-
dichas, es la extinción de la fe, el abandono de la oración, es la su-
presión de Dios en la vida del hombre", algo así como la catástrofe
apocalíptica del fin del mundo. ¡Oh sancta simplícitas!
308
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAT
cepción análoga se encuentra ya en Ez. 20, 12-20 y en Jer.
17, 21-27 (no llevar cargas el día del sábado, ni conducirlas
de un lugar a otro) ; pero este último pasaje pertenece más
bien a la época de Neh. 13, 15-22" (Dict. Encyc. II, p. 592).
Se comprende bien leyendo Gén. 2, 3, texto en el que el
escritor sacerdotal manifiesta que Yahvé santificó el sábado,
porque en él descansó de su obra creadora, y leyendo luego
los últimos pasajes citados por L. Aubert, la razón que asiste
a Mowinckel al afirmar que "éste es el punto de vista de la
época exilica y postexílica, según el cual se santifica a Yahvé,
sus instituciones, sus tiempos, etc., observando estrictamente
todas las reglas impuestas ; la santificación consiste en se-
guir exactamente las prescripciones y los estatutos" (p. 76).
La expresión "guardarás el sábado para santificarlo", signi-
fica, pues, no la celebración de una fiesta cultual, sino la
rigurosa observancia de las prohibiciones concernientes al re-
poso sabático. Nehemías en el siglo V, como gobernador de
Judea, prohibió por la fuerza que se trabajara y se comer-
ciara en Jerusalén el día sábado (13, 15-22); y dos siglos
y medio más tarde, el rey de Siria, Antíoco Epifanes, que-
riendo unificar las religiones en su imperio, prohibió las prác-
ticas del judaismo, lo que originó la sublevación de los Ma-
cabeos. Con tal motivo, unos mil judíos huyeron de Jerusa-
lén y se refugiaron en las numerosas cavernas que se en-
cuentran al Oeste del mar Muerto. Perseguidos allí por las
tropas sirias, fueron atacados un sábado, y prefirieron morir
sin defenderse, antes que violar ese día sagrado. Al saber
este triste fin de aquellos sencillos creyentes, el jefe de la
insurrección, Matatías, y los que lo acompañaban, resolvieron:
"Si nos vienen a atacar en día del sábado, combatiremos y
no pereceremos todos como murieron nuestros hermanos en
sus cavernas" (I Mac. 1, 44 - 49 ; II, 29 - 41).
2747. El descanso semanal es un precepto altamente re-
comendable; pero en las modernas sociedades no se puede
llegar a los extremos que pretenden los judíos, los puritanos
y demás sectarios que se ciñen a la letra del IV manda-
miento y demás prescripciones sacerdotales de la Biblia, re-
cordando que el autor del Decálogo tenía sólo en vista una
población agrícola poco avanzada, y que la estricta aplica-
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAT
309
ción de tal ordenanza conduciría hoy a los mayores absurdos,
como por ejemplo, que los tripulantes de un transatlántico
en viaje suspendieran sus tareas en medio del mar, todos los
sábados. De una disposición humanitaria y muy conveniente
tanto para los individuos como para la sociedad, el fanatismo
religioso ha hecho una práctica supersticiosa, al considerar
como tabú o nefasto un determinado día de la semana. Es-
pecialmente la casuística rabínica transformó el sabbat en
una verdadera pesadilla para los judíos. Todo un tratado tal-
múdico, el Chabbath, está consagrado al estudio de lo que
constituye o no una violación del sábado. Para darse una lige-
ra idea de las minucias de ese tratado, recuérdese que "las
acciones prohibidas están repartidas en estos 39 epígrafes :
sembrar, cultivar, segar, atar las gavillas, golpear el grano,
aventar, limpiar, moler, cerner, amasar, cocer ; esquilar, blan-
quear, cardar, teñir, tejer, urdir, hacer dos hilos, trenzar dos
hilos, separar dos hilos de una cuerda, anudar, desanudar, co-
ser dos puntadas, cortar el hilo para coser dos puntadas ; ca-
zar el ciervo, matarlo, desollar (cuerear, decimos en el Río
de la Plata), salar la carne, preparar la piel, raer el pelo,
cortarlo en pedazos, escribir dos letras del alfabeto, borrar
para escribir dos letras; edificar, demoler; encender fuego,
apagarlo ; golpear con un martillo ; y llevar un objeto de un
sitio a otro. Cada una de las expresiones de esta enumera-
ción, manifiesta el expositor del Talmud, Dr. A. Cohén, sus-
citaba diversos problemas para aclarar su definición y se abría
la posibilidad de interminables discusiones para determinar
si tal caso particular entraba o no en la categoría encarada.
Consideremos el último epígrafe, que originaba dos series de
investigaciones. En primer lugar, ¿cómo definir un transpor-
te que sea una violación del sábado? Esto es el tema del pri-
mer capítulo del tratado Chabbath. La primera cláusula de la
Michna se formula así : "Hay dos acciones para transportar
objetos de un sitio a otro, y éstas vienen a ser cuatro en
cuanto al interior de los locales, y cuatro con respecto al
exterior. ¿De qué modo? Por ejemplo, un mendigo está en
el exterior y un portero en el interior; el primero extiende
la mano en el interior y coloca algo en la mano del portero
o toma de ella algo que lleva afuera. En este caso el men-
310
EL CUARTO MANDAMIENTO — EL SABBAT
digo es culpable (de una infracción a la ley sabática) y el
portero es inocente. Si por el contrario éste es el que tiende
la mano y pone algo en la del mendigo o toma de ella algo
que lleva a la casa, él es el culpable y el mendigo es inocente.
Si éste tiende la mano en el interior, y el portero toma de
ella o pone en ella algo, ambos son inocentes. Si el portero
extiende la mano al exterior y el mendigo toma de ella o
pone en ella algo que el portero llevará adentro, ambos son
culpables". Este ejemplo puede bastar para mostrar cuantas
complicaciones revestía la cuestión tal como la trataban los
rabinos. Por otra parte, había que determinar lo que consti-
tuía la carga que estaba prohibido transportar el día sábado.
Por ejemplo, un reglamento distinguía en los vestidos feme-
ninos lo que constituía el traje propiam.ente dicho y lo que
correspondía a los adornos, los que eran considerados como
cosa superfina. "Una mujer está autorizada a salir al patio
de su casa, el día sábado, llevando trenzas hechas con sus
propios cabellos o con los de otra mujer o con pelos de un
animal ; puede tener diversos adornos cosidos sobre el objeto
con el que se cubra la cabeza, o bien una redecilla o falsos
rizos. Puede tener algodón en las orejas o en sus zapatos,
o colocado por razón de salud ; puede tener en la boca un
grano de pimienta o sal o de lo que sea, si tiene esa costum-
bre y a condición que no lo haga por la primera vez un día
sábado, mas si se le cae de la boca, le queda prohibido reem-
plazarlo. En lo tocante a un diente reemplazado o en oro, lo
autoriza el rabí Judá; pero los sabios lo prohiben" (ps. 206-8).
2748. He aquí otros casos que contempla el mismo tra-
tado Chabbath o Schabbat, respecto a la guarda del sábado,
relacionados probablemente con el precepto de P, tomado qui-
zá de los persas, quienes lo practicaban, a saber, "no encen-
der fuego sn las casas, el día deli descanso" (Ex. 35, 3) : 1° "Si
alguien apaga una lámpara, porque teme a los no - judíos, a
los bandidos o a un mal espíritu, o porque un enfermo no
puede dormir, no es culpable ; pero si la apaga para econo-
mizar el aceite o la mecha, es culpable". 2° Tocante a la prohi-
bición de extinguir un fuego, rabí Simón ben Nannos dice :
"Puede extenderse una piel de cabra sob^e un cajón, baúl o
armario que haya comenzado a incendiarse, porque se consu-
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAT
311
me y no arde, y se puede con un recipiente cualquiera, lleno
o vacío, establecer una separación, para que el incendio no
continúe propagándose. Rabí José prohibe poner vasos nue-
vos como separación, porque no pueden soportar el fuego,
saltan y extinguen el incendio. Si un no - judío viene para
combatir el fuego, no se le debe decir: "Apaga" o "No apa-
gues", porque la ley del sábado no le concierne" (16, 5, 6),
debe dejársele hacer lo que quiera. Como el escritor sacer-
dotal de baja época escribió que Yahvé les dió a los israelitas
el sabbat, y para no contravenirlo, les proporcionó el día sex-
to maná o pan celestial para dos días, ordenándoles: "Qué-
dese cada uno donde se encuentre; no salga nadie de su casa
el séptimo día" (Ex. 16, 29), los doctores de la ley buscaron con-
ciliar esa molesta y esclavizante prescripción con las exigencias
de la vida, y así extendieron la noción de casa, morada o lugar,
hasta 2.000 codos, casi un Km., más allá de donde se habi-
taba, que era la caminata que se podía hacer el sábado (Act.
1, 12). No bastando aún esto, se trató de aumentar esa dis-
tancia por una estratagema llamada erub, que originó otro
tratado de la Michna, el Erubin o "amalgama", que se ocupa
del límite que no debe excederse el sábado, y cómo aquél
puede extenderse. Aplicando el erub, se procedía así: "La
víspera del sábado, se transportaban alimentos a un paraje
situado a 2.000 codos de la vivienda, y se consideraba ese si-
tio como un domicilio real, de donde se podía partir de nuevo
otros 2.000 codos a la redonda. Cuando varias familias que-
rían hacer una comida en común, sin infringir la ley que
prohibía transportar nada de un lugar a otro el sábado, cada
familia llevaba el viernes alimentos a un sitio diferente situa-
do a 2.000 codos; luego se reunían estos diversos lugares,
evidentemente bastante próximos los unos de los otros, por
postes y travesaños. de modo de hacer como una sola casa
grande, y cada familia, sin salir del recinto, podía llevar sus
víveres al salón elegido para la comida . . . Los saduceos, que
no admitían la tradición oral junto a la ley, condenaban el
erub, y solían fastidiar a los fariseos, llevando ellos también
alimentos a 2.000 codos en el mismo paraje, impidiéndoles así
crear una casa artificial común" (Dict. Encyc, II, p. 593).
2749. Cuando se leen esas nimiedades y futilezas, por
312
EL CUARTO MANDAMIENTO.— EL SABBAT
no llamarle tonterías, a las que conduce el fanatismo religioso
basado en la creencia de poseer un libro cuyos preceptos
por absurdos o inmorales que sean, se consideran dictados
por la divinidad, se comprende que muy a menudo la religión
desciende de su elevado pedestal de comunión íntima e in-
dividual con el Ser Supremo, en el que se cree o que se pre-
siente, para transformarse en mera superstición: una simple
superstición oficializada, como un dialecto se convierte en
idioma nacional cuando es adoptado por un Estado. Véase al
efecto nuestra Introducción, § 114-117. Los rabinos, pues,
de una gran !e^ de liberación social, como lo es la del des-
canso obligatorio semanal, hicieron una ley irrisoria de escla-
vitud, contra la cual protestó Jesús, sentando el sabio prin-
cipio de que "el sábado ha sido hecho para el hombre y no
el hombre para el sábado" (Marc. 2, 27). Como los días en
Israel, comenzaban a la hora 18, a la entrada del sol, resul-
taba que el sábado para los judíos principiaba en la tarde de
nuestro viernes y terminaba en la tarde de nuestro sábado.
El comienzo y el fin del sabbat se anunciaban por toques de
corneta : el viernes, al primer toque se dejaba de trabajar en
el campo: al segundo, en la ciudad; y al tercero, las mujeres
encendían las lámparas; de aquí la expresión de Lúas 23, 54:
"el sabbat comenzaba a brillar", traducido generalmente por
"el sábado iba a comenzar", porque, según hemos recordado,
no le es lícito al judío encender fuego, ni cocer, ni asar sus
alimentos el sábado (Ex. 16, 23; 35, 3). Nótese finalmente
que las iglesias cristianas, aún las más ortodoxas, — salvo
contadísimas excepciones, como los sabatistas, adventistas y
algunas otras — , han modificado por su cuenta el cuarto
mandamiento, que se da como dictado por Yahvé, pues hoy
los pueblos cristianos no guardan ya el sábado, sino el do-
mingo, por más que Jesús, ni escritor alguno del Nuevo Tes-
tamento, hayan autorizado tal cambio. Las razones que se
dan para ello, no pueden ser válidas para el que cree que la
Biblia hebraica es un libro divinamente inspirado, pues se
basan en la práctica de las primeras iglesias, práctica que
no debe invalidar un expreso mandamiento de Yahvé, quien
se tomó el trabajo de escribirlo con su propio dedo, en tablas
de piedra, precepto destinado a recordar su descanso después
EL QUINTO MANDAMIENTO
313
que formó el Universo (Gén. 2, 3; Ex. 20, 9-11; 31, 18; 32,
15, 16). Habiendo recibido el cristianismo como herencia del
judaismo, del cual procede, su literatura sagrada, no le es po-
sible sin evidente falta de lógica y sólo cometiendo una verda-
dera herejia, apartarse de lo terminantemente mandado por el
dios israelita (convertido más tarde en el Dios universal), al
que se han atrevido a enmendarle la plana, alterando así su
voluntad tan estruendosamente manifestada (Ex. 20, 18). La
guarda del día del descanso entre los cristianos no se efectúa
hoy, pues, el sabbat, sino el primer día de la semana, cuyo
nombre deriva en las lenguas latinas, de dies dominica, "el
día del Señor", mientras que en las lenguas germánicas se
continúa llamándolo como entre los greco - romanos, "el día
del Sol", a saber: Sonntag o Sunday, La palabra domingo, en
el sentido de "día del Señor", sólo se encuentra una vez en el
Nuevo Testamento (Apoc. 1, 10).
EL QUINTO MANDAMIENTO. — 2750. El quinto
mandamiento que ordena respetar a los padres, es una pres-
cripción de moral universal. Confucio (571 - 478 a.n.e.) enseña-
ba que el principal de los deberes sociales, aquel que domina
toda la ética china, es el de la piedad filial. El hijo debe obe-
decer a sus padres durante su vida y ofrecerles sacrificios des-
pués de su muerte. Holscher expresa con razón que nuestro
precepto estaba relacionado con el culto de los antepasados.
Así Fustel de Coulanges en su obra La Ciudad Antigua, en
que estudia el culto y las instituciones de Grecia y Roma, es-
cribe: "El hijo desempeña su papel en el culto, realiza una
función en las ceremonias religiosas, su presencia es tan ne-
cesaria en ciertos días, que el romano sin hijos se ve obligado
a aceptar uno ficticiamente para esos días, a fin de que los
ritos puedan celebrarse. ¡Y ved qué poderoso lazo establece
la religión entre el padre y el hijo! Se cree en una segunda
vida en la tumba, vida feliz y tranquila si las comidas fúnebres
se ofrecen regularmente. Asi, el padre está convencido de que
su destino tras esta vida dependerá del cuidado que su hijo
otorgue a la tumba; y el hijo por su parte, está persuadido de
que muerto su padre se convertirá en un dios al que habrá de
invocar. Puede suponerse lo que estas creencias inspiraban de
314
EL QUINTO MANDAMIENTO
respeto y afecto en la familia. Los antiguos daban a las vir-
tudes domésticas el nombre de piedad ; la obediencia del hijo
al padre, el amor que tributaba a su madre, era piedad, pietas
erga parantes; la solicitud del padre por el hijo, la ternura
de la madre, también era piedad, pietas erga ¡iberos. Todo era
divino en la familia. Sentimiento del deber, afecto natural,
idea religiosa, todo se confundía, formando una sola cosa, y
expresándose con el mismo nombre" (ps. 127-8). Algunas de
estas conclusiones de Fustal de Coulanges sobre la familia ro-
mana y la griega son aplicables a la familia israelita, pues hoy
se cree fundadamente que en épocas muy remotas, los he-
breos debieron practicar el culto de los antepasados. En efec-
to, señala Lods los siguientes vestigios de dicho culto: 1° pn
el período histórico, el israelita concedía extrema importancia
al hecho de ser enterrado en el sepulcro de sus padres, para no
verse privado de sacrificios ni libaciones. La tumba familiar
era el santuario en el que los antepasados recibían el culto de
sus descendientes, y la masebá o estela que sobre ella se eri-
gía estaba destinada tanto a representar o encarnar el espíritu
difunto como a recibir las libaciones que se le hicieren (Gén.
35, 8, 14; § 101, 102). 2° El duelo no era obligatorio sino para
con el padre, la madre y miembros de la familia contados en
línea estrictamente paterna. La Ley, p. ej., no autoriza al sa-
cerdote a hacer duelo por su mujer, la que no formaba parte
del círculo del culto ancestral. 3^ La mayor desgracia para
el israelita era morir sin hijos, y para evitarla, se recurría a la
^ adopción, como en Grecia y Roma (Gén. 15, 2, 3; 30, 3-^8), y
en el último caso, se contaba con el recurso del levirato (§ 3318,
nota de § 102). 4^ Finalmente hay otros hechos que indican
que muy remotamente los hebreos no sólo debieron rendir
culto a los antecesores de su familia, sino también a los de su
clan: tales son los homenajes religiosos de que se rodeaban,
en plena época yahvista, las sepulturas de los personajes que
pasaban por ser los antepasados de un clan o de todo el pue-
blo israelita. Recuérdese lo dicho sobre las sepulturas de Abra-
ham, Sara, Raquel y José. Indudablemente estos antecesores
fueron invocados y se solicitó su ayuda en las dificultades de
la vida, como resulta de la protesta que se lee en Is. 63, 16,
de que los israelitas no deben dirigirse sino a Yahvé tan sólo,
el único padre de Israel.
EL SEXTO MANDAMIENTO
315
2751. El autor de la Epístola a los Efesios, — conocida
con el nombre de Epístola a los Laodicenses en la época de
Marción — , que redactó esa carta para reemplazar a ésta úl-
tima que se ha perdido (Col. 4, 16), y que para hacer aceptar
su fraude se da como el apóstol Pablo, dice en el cap. 6: "Hi-
jos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es
justo", y luego cita el quinto precepto del Decálogo, en esta
forma : "Honra a tu padre y a tu madre — que es el primer
mandamiento con promesa — , para que te vaya bien y vivas
largo tiempo sobre la tierra" (vs. 1-3). Este mandato, que
no es el primero, sino el único con promesa, lo tomó el citado
escritor de la versión del Deuteronomio, modificándolo, pues
donde el escritor israelita trae : "para que se prolonguen tus
días y para que seas feliz en el país que Yahvé tu dios te da",
él pone : "para que te vaya bien y vivas largo tiempo sobre la
tierra". El escritor deuteronómico entendía referirse sólo a los
descendientes de Israel establecidos en Palestina ; mientras que
el escritor cristiano extiende o generaliza esa expresión a to-
da la Tierra. Además, se añade a esa promesa de larga vida,
la de ser feliz, lo que explica L. Gautier así: "Motiva ese agre-
gado la consideración muy justa de que una larga vida en el
sufrimiento y en la miseria no sería una bendición y una re-
compensa, pues para que una vejez prolongada sea un benefi-
cio, es menester que se vea coronada de paz y prosperidad" (p.
20). Pero nótese cuan mezquina es esa moral, que se pretende
tan elevada, pues en vez de ordenar lisa y llanamente : "Hon-
ra a tus padres", lo que supondría que ese acto de respetar a
los progenitores hay que cumplirlo por deber o por amor, en
cambio se rebaja su alcance y su valor al añadirse que se re-
quiere ejecutarlo en consideración al provecho que él nos re-
portará. Si se sostiene, según la ortodoxia, que estamos aquí
ante un mandato divino, tenemos lógicamente que concluir
que es muy superior la moderna moral de la razón, basada en
el deber, sobre la moral bíblica del interés, proclamada por el
antiguo dios israelita.
EL SEXTO MANDAMIENTO. — 2752. Este, general-
mente se traduce: "No matarás"; sin embargo, nosotros pone-
mos "No asesinarás", por estas razones que expone el hebraís-
316
EL SEXTO MANDAMIENTO
ta L. Gautier y con las cuales está de acuerdo L.B.d.C: "Se-
ría más exacto traducir el sexto mandamiento : No cometerás
homicidio, porque el verbo empleado en hebreo no es la pala-
bra general matar, sino la expresión técnica que se aplica a los
asesinos. Sería, pues, extender el alcance estricto de este man-
dato al interpretarlo como prohibiendo la guerra y la pena de
muerte para los criminales, una y otra sancionadas y aún pres-
critas por la ley del Pentateuco" (p. 20; § 371 -382). En la
colección de sentencias y enseñanzas encerradas en lo que se
llama el Sermón de la Montaña, aparece Jesús dando a este
precepto y a otros de los siguientes del Decálogo, un sentido
mucho más amplio que el contenido en sus palabras, y así se
trataría aquí no sólo de respetar la vida del prójimo, sino ade-
más de proscribir el odio, la cólera, la envidia y la injuria
grosera, como decirle a uno: raca, o sea ¡imbécil! (Mat. 5, 21 -
26). En conformidad con esas ideas, el autor de la primera
Epístola de Juan, afirma que "todo aquel que odia a su her-
mano es homicida" (3, 15). Realmente que más moral que
el "No asesinarás" es el "No matarás", pues salvo el caso ex-
tremo de la defensa personal, no hay razón valedera para que
un hombre mate a otro hombre. El derecho a la vida debiera
ser el más sagrado y más respetable de todos los derechos ;
pero el espíritu de odio, de venganza o de conquista ha impul-
sado e impulsa siempre al ser humano a menospreciarlo y vio-
larlo. Actualmente (noviembre de 1946) sería de desear, hoy
más que nunca y para honor del pueblo de Israel, que sus ra-
binos, maestros, doctores y periodistas, insistieran en que la
prohibición de este mandamiento fuera aceptada y estricta-
mente cumplida por los terroristas del Irgún Zvai Leumi y
los de la banda Stern, que tan triste espectáculo están dando
en la actualidad a todo el mundo civilizado. Ese mismo espí-
ritu inhumano y sanguinario hizo que en los comienzos del
cristianismo, se le atribuyeran al mismo Jesús en los Evange-
lios, junto a frases condenatorias de las armas para herir y
matar a nuestros semejantes, otras que expresan todo lo con-
trario. Así, p. ej., concomitantemente con las sentencias con-
denatorias de toda violencia, como las de : "Amad a vuestros
enemigos (Mat. 5, 44) ; al que te hiriere en la mejilla derecha,
preséntale también la otra (Ib. v. 39) ; todos los que tomaren
EL SEXTO MANDAMIENTO
317
espada, a espada perecerán'' (Ib. 26, 52), hay otras de sentido
opuesto, como : "No penséis que he venido a traer paz a la tie-
rra, no he venido a traer paz, sino espada (Ib. 10, 34) ; el que
no tenga espada (1), que venda su manto y compre una"
(Luc. 22/36).
2753. Quiere decir, pues, que cuando se formaron los
Evangelios, existían distintas opiniones sobre si era o no líci-
to el empleo de las armas para repeler la violencia y para par-
ticipar en el ejército y combatir en la guerra, y esas diver-
gencias se concretaron en frases contradictorias que se atri-
buyen a Jesús, quien aparece así unas veces como el más ex-
tremado campeón del pacifismo, y en otras, como fautor de
querellas y propagandista de tendencias belicosas. No sería
extraño que muchas de esas ideas pacifistas se debieran al cé-
lebre Marción, escritor cristiano de la primera mitad del si-
glo II, las cuales se infiltraron o introdujeron en numerosos
pasajes del Nuevo Testamento, entonces en formación, pues
dicho autor era decidido adversario del Yahvé guerrero de la
Biblia hebraica. La mayor parte de los escritores cristianos
del siglo II y del III interpretaban el sexto mandamiento del
Decálogo, en el sentido humanitario de que por ningún con-
cepto debía derramarse violentamente sangre humana. Así,
San Cipriano, muerto el año 258, escribía irónicamente : "El
homicidio cometido por un particular es un crimen ; pero toma
el nombre de virtud si es cometido en nombre del Estado. Lo
que asegura al crimen la impunidad, no es una consideración
de inocencia, sino la magnitud de la atrocidad". Tertuliano
(160-245) sostenía que "es permitido ser muerto; pero no
matar" ; que el cristiano no podía abrazar la carrera militar,
pues ¿cómo "el hijo de la paz tomaría parte en los combates?";
agregando finalmente que : "El Señor, al desarmar a Pedro,
ha desarmado a todos los soldados". Lactancio en sus Insti-
tuciones Divinas, obra publicada el año 308, escribe contra la
guerra y los conquistadores en el mismo sentido que San Ci-
priano, y refiriéndose especialmente al mandamiento que co-
mentamos, dice : "Tocante a este precepto de Dios, conviene
(1) Pratt, en su Versión Moderna, altera este texto, poniendo:
"el que no tiene bolsa, venda su capa y compre espada".
318
EL SEPTIMO MANDAMIENTO.— EL ADULTERIO
no hacer absolutamente ninguna excepción : matar a un hom-
bre es siempre un crimen impío, porque Dios ha querido que
fuera el hoinbre un ser sacrosanto". Estas opiniones pacifis-
tas que de haberse hecho carne en los cristianos, hubieran
transformado el mundo, fueron condenadas implícitamente en
el concilio que el año 314 hizo reunir Constantino, en la ciu-
dad de Arlés, al penar con la excomunión a aquellos soldados
cristianos que, por razones de conciencia, abandonaban las ar-
mas en tiempo de paz. Desde entonces la Iglesia ha admitido
que a sus fieles les es lícito derramar sangre humana ; predi-
có las cruzadas ; ha celebrado a los conquistadores que la fa-
vorecían ; ha impelido a las guerras de religión para extermi-
nar a los herejes y a los infieles ; en una palabra, dejó de lado el
precepto bíblico "No matarás", dándole una interpretación
adecuada a sus conveniencias religiosas o políticas, por más
opuesta que sea a la verdadera moral.
EL SEPTIMO MANDAMIENTO. — 2754. Las Partidas
definen el adulterio, como "yerro que home face yaciendo a
sabiendas con mujer que es casada con otro, et tomó este nom-
bre de dos palabras del latín alterius et torus, que quiere tan-
to decir en romance como lecho de otro, porque la mujer es
contada por lecho de su marido, et non él della". De acuerdo
con esta definición sería adulterio siempre la infidelidad de
la esposa y no la del marido con mujer no casada, acepción
ciue en igual sentido le daban a aquel vocablo los antiguos
hebreos, según en seguida veremos. "El adulterio, nos infor-
ma Escriche en su Diccionario, ha sido castigado con severi-
dad en casi todos los pueblos. Los antiguos egipcios imponían
por él la castración, creyendo hallar en esta barbarie cierta
especie de proporción entre el delito y la pena ; pero después
daban al hombre mil azotes y cortaban la nariz a la mujer.
Los lidios establecieron contra este delito la pena de muerte.
Los brainas condenaban a las mujeres adúlteras a ser comi-
das de los perros. Los antiguos sajones quemaban a la mujer,
y sobre sus cenizas levantaban un cadalso en que daban ga-
rrote a su cómplice. Los romanos imitaron a los antiguos egip-
cios, y después recurrieron a varias penas, inclusa la capital.
El Fuero Juzgo entregaba a los dos adúlteros a disposición
EL SEPTIMO MANDAMIENTO.— EL ADULTERIO
319
del marido. Las leyes de las Partidas imponían a la mujer
adúltera la pena de azotes públicos y reclusión en un monas-
terio de dueñas con pérdida de la dote, arras y bienes ganan-
ciales a favor del marido, y al cómplice o que adulteró con
ella la pena de muerte". Hoy las naciones de civilización más
avanzada no consideran el adulterio como crimen, sino como
acto censurable, que no depende del derecho, sino únicamente
de la moral, por lo cual va ya desapareciendo de todos los có-
digos penales. En cuanto al precepto del Decálogo : "no come-
terás adulterio", está relacionado también, como el quinto
mandamiento, con el culto doméstico o de los antepasados.
Fustel de Coulanges, refiriéndose a la antigua religión de los
griegos y romanos, escribe : "Esa religión vela asiduamente
por la pureza de la familia. Considera que la más grave falta
que pueda cometerse, es el adulterio, pues la primera regla
del culto es que el hogar se transmita del padre al hijo ; lue-
go el adulterio perturba el orden del nacimiento. Otra regla es
que la tumba sólo contenga los miembros de la familia; lue-
go el hijo del adulterio es un extraño que se enterrará en la
tumba. Todos los principios de la religión quedan violados ;
manchado el culto, el hogar deviene impuro; cada ofrenda a
la tumba se convierte en una impiedad. Hay más : la serie de
los descendientes se rompe con el adulterio; la familia se ex-
tingue, aun en relación con los hombres vivos, y ya no hay
felicidad divina para los antepasados. Así dice el indo: "El
hijo de la adúltera aniquila en esta vida y en la otra las ofren-
das dirigidas a los Manes". He aquí la razón por qué las leyes
de Grecia y de Roma conceden al padre el derecho de recha-
zar al hijo que acaba de nacer. He aquí también por qué esas
leyes son tan rigurosas, tan inexorables contra la adúltera. En
Atenas está permitido al marida ¿l matar a la culpable. En
Koma, el marido, juez de la mujer, la condena a muerte. Es-
ta religión era tan severa, que el hombre ni siquiera tenía el
derecho de perdonar completamente y, por lo menos, estaba
obligado a repudiar a su mujer" (ps. 125-6). Como sé ve, se
tenía en cuenta sólo el adulterio de la mujer, y sus funestas
consecuencias al introducir a su hogar un hijo ajeno. Igual-
mente que en Grecia y Roma, en el antiguo Israel no debía
extinguirse la familia, porque así lo exigía el culto de los an-
320
EL SEPTIMO MANDAMIENTO.— EL ADULTERIO
tepasados o culto doméstico de los tiempos primitivos. En
este último país parece que la costumbre matrimonial era la
bigamia (Gén. 4. 19; 26, 34; 29, 1 ; I Sam. 1, 2), aunque un
nunícroso harén era un privilegio de que únicamente podían
gozar los ricos y los reyes, como Gedeón, David y Salomón.
La fidelidad conyugal sólo se le exigía a la mujer, probable-
mente por las transcritas razones que da Fustel de Coulanges.
Como la ley permitía la poligamia, no regía, pues, para el
hombre la ordenanza del séptimo mandamiento, salvo en el
caso que atentara contra la integridad y pureza de otro hogar,
en cuyo caso ambos culpables debían ser lapidados (Deut. 22,
22 -27; Lev. 20, 10; §2696). La adúltera no sólo era condena-
da a esa pena, sino que su casa era quemada, según resulta
de Ez. 16, 38-41. La mujer acusada de adulterio, no habien-
do testigos del acto incriminado, podía probar su inocencia so-
metiéndose a la ordalia que detalla Núm. 5, 11 -31 (véase nues-
tra Introducción, §155 - 157).
2755. En la parte del Evangelio de Mateo, conocida por
Sermón de la Montaña, se ponen en boca de Jesús estas pa-
labras: "Habéis oído que fué dicho: No cometerás adulterio.
Pero yo os digo que todo aquel que mirare a una mujer con
codicia, ya cometió adulterio con ella en su corazón" (5, 27, 28).
Esta segunda antítesis, que sigue a la que ya hemos visto so-
bre el sexto mandamiento (§ 2752) es, como expresa Loisy,
más artificial que la anterior, porque la Ley condena expre-
samente tanto el mal deseo como el adulterio. En efecto, la
última prescripción del Decálogo manda no codiciar la mu-
jer del prójimo, de modo que lo que sólo habría de novedad
en el dicho de Jesús sería el asimilar el pensamiento pecami-
noso con el adulterio, o como dice Lagrange, "no se habría
proclamado aún que el pecado interior era tan grave como el
:^cto exterior, o más bien que el pecado consistía esencialmen-
te en la disposición del corazón". Escritores muy anteriores
ya. habían hecho comprender el peligro que hay en mirar a
las mujeres hermosas; y así Job, haciendo la apología de su
conducta, dice que ha sido tan escrupuloso que no dejó po-
sar su mirada sobre una doncella, porque en pos de los ojos
va el corazón (31, 1, 7). El autor del Eclesiástico, en el capí-
tulo que dedica al trato con las mujeres, escribe: "No pongas
EL NOVENO MANDAMIENTO
321
los ojos en una doncella, no sea que tropieces en su belleza.
Aparta tus ojos de la mujer hermosa, y no pongas tus mira-
das en la hermosura ajena" (9, 5, 8). En el Talmud se encuen-
tran también preceptos semejantes, y así se lee en él : "Recibe
el nombre de adúltero no sólo el que peca en su cuerpo, sino
también el que peca con sus ojos". Y para salvaguardar la
moralidad, rabinos misóginos hacen recomendaciones como
éstas : "No charles demasiado con las mujeres, tanto con tu pro-
pia esposa, como con mayor razón aún con la de tu vecino. Por
tanto dicen los sabios : El que charla demasiado con mujeres,
se acarrea la desgracia, descuida de estudiar la thorá y final-
mente hereda el gehena". En el tratado Berakhoth se encuen-
tra este pasaje : "El que paga dinero a una mujer y le va en-
tregando en la mano las monedas para complacerse en mirar-
la, aunque poseyera la thorá y tuviera tantas buenas acciones
como Moisés, nuestro maestro, no escapará al castigo del
gehena (§ 987). Mejor le es al hombre seguir a un león que
a una mujer" (A. COHEN, p. 146). Ante tales reflexiones, se
comprende la verdad de la sentencia que afirma que de lo su-
blime a lo ridiculo no hay más que un paso.
EL NOVENO MANDAMIENTO. — 2756. Dispone és-
te: No darás falso testimonio contra tu prójimo, de modo
que es un precepto de carácter procesal, que manda decir la
verdad en los juicios, ante los jueces o tribunales, por lo que
está intimamente relacionado con los debarim de Ex. 23, 1-3
(§ 2703-4). Sin embargo, los moralistas cristianos no confor-
mes con la estrechez de este mandato, lo amplían de acuerdo
con una ética más adelantada, y sostienen que también inclu-
ye en su prohibición la maledicencia, la falsedad en todas sus
formas, las promesas engañosas, "las ofertas falaces que no
tenemos intención de cumplir, los cumplimientos y halagos
en el trato social que no están fundados en la verdad y since-
ridad: cosas todas ellas que Dios aborrece y las condena de
mil maneras, atribuyéndolas a Satanás, como su autor y fau-
tor, a quien Jesús califica de "padre de la mentira" (Juan 8,
44), con quien todos los mentirosos tendrán su parte final.
Apoc. 21, 8". (PRATT. El Exodo, ps. 247-8). Y Gautier agre-
ga: "las mentiras interesadas, las calumnias, las perfidias de
322
EL DECIMO MANDAMIENTO
la lengua, ese pequeño miembro del que habla Santiago (3,
5-8), quien la llama "un mundo de iniquidad ... un mal que
no se puede reprimir" (p. 21). Todo esto está muy bien para
la enseñanza moral ; pero no se desprende del mandamiento
que estudiamos, ni está de acuerdo con otros pasajes bíblicos
en que Yahvé aprueba la mentira y favorece al mentiroso, co-
mo ocurre en la biografía de Jacob, examinada anteriormente
(§ 2312-2315). Lo que hay aquí en realidad, es que los auto-
res del Decálogo, que lo expusieron como pronunciado y es-
crito por su dios nacional, olvidaron incluir en él este senci-
llo precepto : "No mentirás", olvido que más tarde trataron de
subsanar los comentaristas, ajustando sus ampliaciones a la
moral de su época. Con respecto a la indisciplina de la len-
gua, de que habla Santiago en el pasaje precedentemente ci-
tado, recordemos lo que se dice en el tratado Arakhin del Tal-
mud, tocante a las excepcionales precauciones que tomó el
Creador al formarla: "El Santo Unico (¡sea él bendito!) di-
jo a la lengua : "Todos los miembros del cuerpo son verticales ;
pero tú, tú eres horizontal; todos están en el exterior del
cuerpo; pero tú, tú estás en el interior. Además te he rodeado
de dos paredes : una de hueso y la otra de carne". A fin de evi-
tar excesos en el lenguaje, los rabinos decían: "Una palabra
vale una sela (nombre de una moneda) ; pero el silencio vale
dos", que, como nota Cohén, equivale a nuestro proverbio: la
palabra es de plata ; pero el silencio es de oro". Cerraremos
este parágrafo, citando estas sensatas reflexiones que se leen
en el Talmud: "Séate el honor de tu vecino tan preciado como
el tuyo propio". "El Santo Unico (¡sea él bendito!) aborrece
al que pronuncia una palabra con su boca, mientras que dice
otra en su corazón". "El castigo del mentiroso consiste en que
no se le cree, aun cuando diga la verdad". "Nadie debería
nunca prometer a un niño darle algo sin cumplir su palabra,
porque, así le enseña la falsedad" (COHEN, ps. 148-9).
EL ULTIMO PRECEPTO DEL DECALOGO. — 2757.
Ya hemos hablado de las variantes que presenta este manda-
miento en las dos versiones que de él tenemos en el Exodo y
en el Deuteronomio (§ 2734). Notemos ahora que con él se
trata de salvaguardar la casa del israelita, que, con el hogar.
EL DECIMO MANDAMIENTO
323
comprendía antiguamente a su mujer, sus esclavos, sus ani-
males y demás cosas que le pertenecían. En un período más
avanzado de la moral, se separó la esposa de ese conjunto de
bienes del marido, y se estableció un precepto especial a su
favor, a saber, que no debía ser codiciada por otro que su le-
gítimo dueño, pues ya sabemos que el matrimonio hebreo con-
sistía en la compra de una mujer, con fines de reproducción,
cuyo precio era el mohar (§ 2303). Ahora bien ese mandamien-
to que prohibe codiciar la casa del prójimo, tenía un fondo
religioso, como ocurría con los otros anteriormente estudia-
dos (§ 2750, 2754), pues entre las virtudes de los antiguos se
incluía el amor a la casa, asiento del culto doméstico. El ya
citado Fustel de Coulanges — quien profundizó el estudio de
las remotas religiones con relación a las instituciones griegas
y romanas — , recuerda los casos de Anquises, que ante Tro-
ya ardiendo, no quiere abandonar su vieja morada, y el de Uli-
ses que todo lo desecha para volver a ver la llama de su ho-
gar. "La casa, escribe aquel autor, sólo es un domicilio para
nosotros, un albergue, sin gran pena la dejamos y olvidamos,
y si le tomamos afecto, es por la fuerza de los hábitos y de
los recuerdos, en lo que la religión no interviene para na-
da .. . Otra cosa muy distinta ocurría entre los antiguos; su
principal divinidad, su providencia, la que individualmente les
protegía, escuchaba sus oraciones y atendía sus votos, esta-
ba en el interior de sus casas. Fuera de la mansión, el hom-
bre ya no sentía al dios; el dios del vecino le era hostil. El
hombre amaba entonces su casa como hoy ama su iglesia . . .
amaba su morada fija y duradera, que había recibido de sus
abuelos y legado a sus hijos como un santuario" (ps. 128-9).
Como, según hemos visto con anterioridad, el culto de los an-
tepasados muy probablemente fué practicado por los antiguos
hebreos, se comprende que, como reminiscencia de esas prác-
ticas religiosas, cuando se convirtieron en agricultores seden-
tarios, se le diera una importancia capital a la casa, santuario
doméstico que con lo que encerraba debiera ser inviolable pa-
ra todos.
2757 bis. En este décimo mandamiento se encuentra re-
petida tres veces la palabra prójimo, pues en él se ordena: "No
codiciarás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo,
324
EL DECIMO MANDAMIENTO
ni cosa alguna que sea de tu prójimo". Ahora bien, es perti-
nente preguntar: ¿qué se entiende en esta ordenanza por pró-
jimo? Este vocablo tiene hoy para nosotros una acepción dis-
tinta que la que le daban los hebreos, pues, en efecto, para
éstos, el prójimo era únicamente el israelita, es decir, el com-
patriota, mientras que para nosotros, es un hombre cualquie-
ra. Nota Paul Gille que una de las taras fundamentales del
yahvismo era el de ser estrechamente nacionalista, y asi ob-
serva que en el precepto relativo al sábado, el ganado pasa
antes que el extranjero; y que el prójimo de que habla el De-
cálogo comprende sólo a los nacionales (p. 101). Igualmente
manifiesta A. Westphal que tanto "el Decálogo (Ex. 20) co-
mo la ley de amor (Lev. 19, 18), sólo conciernen al prójimo
israelita. Y por esto el mandamiento: "No matarás" no pue-
de en derecho ser invocado contra la guerra entre naciones.
La Ley prohibe todo sentimiento fraternal hacia los moabitas,
los amalecitas, los madianitas, etc. (Deut. 23, 3 ss ; Ex. 17, 16;
Núm. 25, 17), y Yahvé promete a Israel ser el enemigo de sus
enemigos (Ex. 23, 22) . . . En tiempo de los judíos se acen-
tuó el menosprecio y el odio contra todo lo que era extranje-
ro. Cuenta Josefo que ya en Susa, Amán acusaba a los judíos
de ser "un pueblo enemigo de todos los otros y odioso a todos
los hombres" (Ester. 3, 8; Dict. Encyc, Art. Prochain). Interro-
gado Jesús sobre quien es nuestro prójimo (Luc. 10, 29), con-
testa con la parábola del buen Samaritano, mostrando a su in-
terlocutor que un samaritano caritativo puede ser el prójimo
de un judio ; pero no precisa categóricamente que lo que ca-
racteriza la noción de prójimo es la calidad de ser humano,
sin distinción de nacionalidades. Ahora en cuanto al alcance
que puede dársele al décimo mandamiento, recuerda Lods
(Les Prophétes, p. 137) que, según una firme creencia de mu-
chos pueblos antiguos, el simple hecho de desear el bien aje-
no y de mirarlo con envidia — con mal ojo, como decían los
hebreos — , y hasta de alabarlo con exceso, daña positivamen-
te al prójimo, porque eso atrae sobre él los celos de las po-
tencias invisibles. Así se lee en Proverbios : "El que bendice
a su amigo, a grandes voces y muy de mañana, será conside-
rado como si lo maldijera" (27, 14). Y el arzobispo A. Le Roy
en La Religión des Primitifs (p. 299) cita esta fórmula de
FECHA DE LOS DECALOGOS
325
conjuro o exorcismo de los Wa-pokomo, habitantes de la ori-
lla derecha del Tana (Africa Oriental), que está de acuerdo
con el aludido proverbio: "¡Muera aquel que diga que esta
aldea es rica y que estos hombres son numerosos, pues quien
así hable, es un celoso!".
¿CUANDO SE ESCRIBIERON LOS DECALOGOS?
— 2758. La ortodoxia no vacila en responder que, tanto el
ritual como el deuteronómico, remontan a la época de Moi-
sés, pues así se expresa en el Pentateuco. Sin embargo, la
ciencia ha comprobado que tal tesis es insostenible, según lo
revela el contenido de sus preceptos (§ 2731). Mowinckel
que ha hecho un estudio metódico y profundo de esta cues-
tión, llega a las siguientes conclusiones que extractamos y re-
sumimos de su magistral obra Le Décalogue:
1^ El decálogo ritual (J - E) proviene de Canaán : las pri-
mitivas fiestas agrarias celebradas en honor de Baal fueron
transformadas en fiestas de Yahvé.
2° El Decálogo por antonomasia, o sea, el deuteronómi-
co, menos aún puede ser mosaico, pues es manifiestamente
posterior a J-E. La mención en el Decálogo de trabajos de
los campos, de propiedades inmuebles, de peregrinos o extran-
jeros que habitan dentro de "tus puertas" (Ex. 20, 10), es de-
cir, residentes en ciudades ; así como de bueyes y asnos em-
pleados como bestias de labor, todo esto presupone, sin duda
alguna, que Lsrael ya estaba establecido en Canaán.
2759. 3^ La actitud del Decálogo hacia las imágenes del
culto no puede ser mosaica. En efecto : a) el hecho de que el
Decálogo contiene una prohibición general, mientras que el
J-E sólo prohibe imágenes divinas de fundición o de oro o pla-
ta, prueba que este último es anterior a aquél, b) En la épo-
ca de la redacción de los documentos yahvista y elohista no
levantaban, pues, oposición las im.ágenes esculpidas o talla-
das, o los símbolos divinos en madera o piedra, que más tos-
cos y groseros, pertenecían quizá a la antigua civilización is-
raelita, c) El culto israelita oficial, durante un largo período,
y con la completa aprobación del pueblo y aun sin objeciones
de sus elementos distinguidos, como los profetas, utilizó imá-
genes, ya representando divinidades inferiores y ángeles, ya
326
FECHA DE LOS DECALOGOS
al mismo Yahvé. A la primera categoría pertenece el nehus-
tán o serpiente de bronce, la que fué objeto de culto hasta la
época de Ezequías (II Rey. 18, 4; Núm. 21, 6-9). En cuanto a
imágenes de Yahvé, debe mencionarse ante todo, el éfod,
(§ 387, 388), que era objeto de veneración cultual; la estatua
de fundición hecha por Mica, existente en el santuario de Dan,
y cuyos sacerdotes derivaban su sacerdocio de Gersón, hijo
de Moisés (Jue. 17; §551-569); las reprtsentaciones del mis-
mo dios en forma de becerro o toro, que Jeroboam hizo colo-
car en los santuarios de Dan y de Bethel (I Rey. 12, 28, 29) ;
y finalmente es muy probable que en el arca oficial, o en cada
una de las arcas que quizá tenía cada santuario, hubiera algu-
na otra imagen de Yahvé, como lo dan a entender los textos
en que se dice que en el santuario el fiel contempla la belleza
de Yahvé, que allí verá su rostro, que todo acto de culto se
efectúa ante la faz de Yahvé, etc. (Sal. 17,, 15; 24; 27, 4; 132;
Núm. 10, 35). Resulta, pues, que la afirmación de que en el
culto del templo no se hubieran usado imágenes, es sólo una
teoría exílica y postexílica. Jerusalén, cuyo culto oficial afir-
mó más expresamente su dignidad mosaica, tuvo su imagen
de Yahvé hasta la época de la deportación, d) En nombre del
yahvismo origina] se produjo en Judá, en el siglo VIII, una
reacción contra la influencia cananea predominante en el rei-
no del Norte, contra toda cultura y religión extranjeras, y en
pro de las costumbres ancestrales. Ese movimiento se originó
en los medios semi-nómades que mantenían contacto con las
tradiciones del desierto, medios de donde salieron Jonadab,
fundador de la orden de los Recabitas, y el pastor y profeta
Amós de Tecoa. Esta reacción, en un principio bastante mo-
derada, pues se dirigió sobre todo contra la idolatría propia-
mente dicha (I Rey. 15, 11 - 13) y contra las innovaciones de
origen cananeo (imágenes de fundición, de oro o de plata),
fue haciéndose cada vez más violenta, gracias a la influencia
de los grandes profetas escritores, para quienes era cosa vil y
degradante el representar a Yahvé en cualquier forma. En
consecuencia las prohibiciones parciales anteriores contra
imágenes de fundición y de animales, se interpretaron como
prohibiciones absolutas, y con ese carácter pasaron después
al Deuteronomio al finalizar la época preexílica. e) De lo
FECHA DE LOS DECALOGOS
327
expuesto se deduce que el culto sin imágenes erigido en prin-
cipio, no puede datar de la época) de Moisés, sino que corres-
ponde al período ulterior de la evolución que hemos indicado:
el Decálogo debe colocarse, pues, entre la predicación de los
grandes profetas y el Deuteronomio.
2760. 4° Las ordenanzas del Decálogo sobre el sábado
no pueden tampoco ser mosaicas, por las razones ya expues-
tas (§ 2744) fuera de que Moisés no pudp prescribir la obser-
vancia de un día semanal llamado sabbat, porque si él sufrió
la influencia de la religión de Egipto, ya que era egipcio, no
tuvo contacto alguno con los países de Mesopotamia, y la pa-
labra sabbat es indiscutiblemente caldea, pues, según hemos
dicho, procede de sabattú con lá que se designaba en Babilo-
nia, el 15'"' día del mes, o sea, el día de la luna llena. Final-
mente si Moisés hubiera ordenado que se observara el sábado
como fiesta semanal o hebdomadaria y lo hubiera considera-
do como el día de Yahvé, deberían existir en la más antigua
literatura israelita algunas huellas o rastros que probaran que
efectivamente desde la época mosaica el sabbat había tenido
esa importancia capital, lo que así no ocurre. Los libros his-
tóricos apenas si lo mencionan; y en los decálogos yahvista y
elohista, si bien es objeto de un precepto divino, comparte esa
dignidad con las tres grandes fiestas anuales. Nunca, en los
tiempos más antiguos, se menciona la observancia del sabbat
como el rasgo característico del fiel israelita; en cambio, para
los escritores exilíeos y postexílícos, la observancia y la san-
tificación del sábado, unida a veces a la circuncisión, es el sig-
no distintivo por excelencia que separa a los israelitas de los
paganos, a los fieles de los impíos. El Decálogo aparece así,
tomo de época reciente.
2761. 5*^ El Decálogo recalca sobre la moral social, pres-
cindiendo del culto, lo que lo distingue fundamentalmente de
los decálogos J-E, que insisten principalmente en prescripcio-
nes rituales. Esa actitud del Decálogo no es la del antiguo pue-
blo de Israel, para quien la religión coincidía con el culto. Si
el Decálogo fuera de origen mosaico, habría que admitir ne-
cesariamente que Moisés había fundado una religión neta y
conscientemente exenta de ceremonias y esencialmente moral.
Tal suposición es inverosímil, porque para que esa religión
328
FECHA DE LOS DECALOGOS
hubiera podido imponerse a las tribus nómades israelitas era
menester que el estado religioso y cultural de éstas fuera muy
elevado, y favorable ya en cierto modo, a ese sistema religioso. ,
Pero entonces sería incomprensible que después de haber echa-
do raices, hasta cierto punto, tan adelantada religión hubiera
desaparecido sin dejar el menor rastro, ha-sta el momento en
que aparece en los profetas la teoría según la cual, Israel en
el desierto no había conocido culto alguno. El predominio del
elemento moral sobre el elemento ritual se debe, como así lo
reconoce hoy casi unánimemente la crítica bíblica, a la influen-
cia de los grandes profetas de los siglos VIII y VIL Si se
considera, pues, al Decálogo como obra de la época mosaica,
resulta inexplicable, y en tal hipótesis, toda la historia israe-
lita subsiguiente sería incomprensible.
2762. Y 6^. Aunque indudablemente algunos de los man-
damientos del Decálogo, por ser normas de la vida moral y
social, — como no asesinar o no robar, — son, en realidad,
mucho más antiguos que esa recopilación, no es menos cierto
que de lo expuesto resulta que ésta es una obra muy alejada
de la época de Moisés. El Decálogo procede seguramente de
la comunidad de los discípulos de Isaías, en el período preexi-
lico anterior al Deuteronomio (1). En ese grupo, — que por
las analogías que nos ofrece el Oriente antiguo y moderno
debía ser un círculo cerrado y organizado, — se encuentran
todas las condiciones necesarias para la formación del Decá-
logo : por un lado, la fidelidad a las grandes ideas proféticas,
el predominio de las exigencias morales y la oposición contra
el culto sangriento de los sacrificios ; y por otro lado, un ami-
noramiento de la intransigencia primitiva y un creciente in-
terés por ritos y observancias orientados en el sentido de un
reavivamiento del espíritu nacional (Miq. 4-8; Hab. 1, 2;
Nah. 2, 3; Sof. 1, 3). Tales son los rasgos fundameniales de
la religión del Decálogo: sus mandamientos rituales (prohi-
bición de imágenes y observancia del sábado) forman el lazo
(1) Loisy, que acepta las conclusiones de Mowinckel sobre el De-
cálogo, considera sin embargo que "parece puramente conjetural la
atribución del Decálogo a los discípulos de Isaías" (La Reí. d'Isr, p.
210. n).
HIPOTESIS DE MOWINCKEL SOBRE LOS DECALOGOS
329
de unión entre el espíritu profético y el culto del pasado de
una parte, y de otra, el ritualismo del judaismo. Todo induce,
pues, a afirmar que el Decálogo de Deut. 5. 6-21 fue incor-
porado a ese libro, en las proximidades del año 600 a.n.e., y
que el de Ex. 20. 1-17 fué intercalado en el documento elohis-
ta un siglo o siglo y medio más tarde.
2763. Lods (Les Prophétes, ps. 135-8) cree también
que el Decálogo sin glosas, es anterior al año 622, y que fué
obra de un adepto de las ideas proféticas, probablemente un
sacerdote (dado que los sacerdotes eran los juristas de la épo-
ca), quien para ello tomó como base los decálogos rituales, de
los que conservó varios elementos, desarrollándolos — man-
damientos relativos a la monolatría, a las imágenes y al día del
descanso ; — eliminó todo lo que se relacionaba directamente
con el culto sacrifical, el que según los nuevos profetas no era
una de las exigencias primordiales del dios israelita; pero, en
cambio, introdujo lo que según sus maestros constituía el
contenido esencial de la voluntad divina, a saber, la moral
Sin embargo, el Decálogo no fué la expresión completa y ade-
cuada del ideal moral de los grandes profetas, por las siguien-
tes razones: 1^ Según éstos, Dios reclama una actitud general
del alma, — que denominan justicia, piedad o fe, — obligación
que falta en aquel resumen ; 2^ la moral del Decálogo se pre-
senta en forma casi exclusivamente negativa ; 3^ es una mezcla
de ley penal aplicable sólo a actos delictuosos, y de ley moral,
que se refiere hasta a las intenciones, como "no codiciar bie-
nes ajenos" ; y 4^ las prescripciones rituales conservadas, re-
lativas a prohibición de imágenes y al sabbat, no concuerdan
con las enseñanzas de los profetas, quienes intencionalmente
las habían excluido de las exigencias divinas, y así, p. ej., Oseas
e Isaías ponían la observ/ncia del sabbat en la misma catego-
ría de las demás prácticas religiosas (Os. 2, 13; Is. 1, 13).
HIPOTESIS DE MOWINCKEL SOBRE EL ORIGEN
DE LOS DECALOGOS. — 2763 bis. Hemos visto que
Mowinckel explica los detalles de la alianza de Yahvé con Is-
rael, poj los ritos de la fiesta de otoño y de año nuevo, en la
que se celebraba la entronización de Yahvé (§ 186). Este acto
debía asegurar al país la dicha en el año en que se entraba;
330
HIPOTESIS DE MOWINCKEL SOBRE LOS DECALOGOS
pero como eso generalmente no se realizaba, atribuyeron los
sacerdotes las desgracias nacionales a los pecados cometidos
por el pueblo, por lo que en esa gran fiesta anual se exhorta-
ba a éste que permaneciera fiel a la expresada alianza y se
enunciaban ciertos preceptos o mandamientos de Yahvé, que
debían ser cumplidos. Esos mandamientos o exhortaciones a
la fidelidad, que se encuentran en los salmos de renovación de
la alianza, eran introducidos por la fórmula de epifanía: "Yo
soy Yahvé, tu dios", idéntica a la empleada en la introducción
de los decálogos (Sal. 50. 7''; 81, 10; Ex. 20, 2; 34, 6*=; Deut, 5,
6; § 186, 5^), fórmula relacionada con la idea del dios que se
revela en el culto. En Deut. 31, 10- 13 se aconseja que se lean
cada siete años, leyes divinas, en la gran fiesta del culto israe-
lita, la de los Tabernáculos; pasaje reciente que sin duda codi-
fica una antigua costumbre : la de recitar anualmente leyes
mucho más breves, en la fiesta del otoño. Pretendiendo el
Deuteronomio ser la ley que Moisés recibió en el Sinaí y que
promulgó 40 años más tarde en los campos de Moab (4, 44-46;
5, 22; 6, 1).. resulta que precisamente las leyes consideradas
como los mandamientos de la alianza del Sinaí y, por lo tanto,
los más antiguos decálogos, eran anunciados al pueblo en la
citada fiesta otoñal, y confirma la hipótesis según la cual J
y E habrían tomado directamente sus decálogos de un ritual de
fiesta. ¿ En virtud de qué razones se produjo esa costumbre de
recitar mandamientos divinos en la liturgia de la renovación
de la alianza? La respuesta la halla Mowinckel en un rito im-
portante de la gran procesión solemne de dicha fiesta, y que
consistía en que los que tomaban parte en esa procesión, al
llegar a la puerta del templo, preguntaban si les era permitido
entrar )' participar de las bendiciones del santuario y de la
fiesta, según así lo dan a entender los salmos 15 y 24, que
revelan "la thorá de la entrada", por lo que aquél los llama
"las liturgias de la entrada". Estos salmos comienzan respec-
tivamente por estas preguntas : "¿quién podrá morar en tu
tienda (>1 Templo) ? o ¿quién será admitido como huésped en
tu tienda?" y "¿quién podrá subir al monte de Yahvé? o ¿quién
será admitido a subir al monte de Yahvé?". Y la contestación
enumera las condiciones que para ello debe llenar el fiel. Así
a la citada pregunta del salmo 24:
HIPOTESIS DE MOWINCKEL SOBRE LOS DECALOGOS
331
3 ¿Quién será admitido a subir al monte de Yahvé?
¿Quién podrá permanecer en su santuario?
se responde :
4 El que tiene las manos inocentes y el corazón puro,
(o el limpio de manos y limpio de corazón — Valera),
El que no inclina sus deseos hacia el mal,
Ni hace falsos juramentos,
5 Este recibirá de Yahvé bendición
Y felicidad de parte del dios que le salva.
6 Tal es la suerte de los que buscan a Yahvé.
De los que buscan la faz del dios de Jacob.
Este salmo se compone de tres partes distintas, primitiva-
mente independientes, y reunidas después en la liturgia del
Templo, a saber: la 1^ (v. 1-2) encarece el poder de Yahvé,
que ha creado la Tierra y lo que ella contiene; la 2^ (vs. 4-6),
que es la parte transcrita, indi-ca las condiciones morales para
tener acceso al santuario, comprendiéndose en la expresión
"las manos limpias", las lustraciones rituales necesarias, y
designándose por "el mal" o "la acción mala" todo lo vano y
perjudicial, toda relación con las potestades mágicas, demo-
niacas y con los dioses extranjeros ; y la 3^ es un antiguo can-
to que celebraba tanto el retorno del arca de Yahvé al templo
después de una procesión religiosa, como el regreso triunfal
de la misma después de una guerra; en la que hubieran salido
victoriosos los israelitas. Este salmo litúrgico, según L.B.d.C,
"debia ser cantado por dos coros, que se respondían ei imo al
otro, probablemente en el curso de una procesión". Mowinckel,
en cambio, supone que la respuesta a la pregunta del v, 3, la
daban los sacerdotes guardianes de la puerta.
2763 ter. Si la instrucción dada en el salmo 24 era ge-
neral, por el contrario es más detallada en el salmo 15, como
se ve a continuación :
1. Yahvé, ¿quién será admitido como huésped en tu
tienda?
¿Quién habitará en tu santo monte?
2. 1' El que marcha en la integridad y practica la justicia ;
HIPOTESIS DE MOWINCKEL SOBRE LOS DECALOGOS
2^ El que dice la verdad con el corazón (y no sólo
con la boca) ;
3^ El que no calumnia con su lengua;
49 El que no hace mal a su hermano;
9* Ei que no presta su dinero a interés;
6^ El que menosprecia al rechazado por Yahvé;
7* El que honra a los que temen a Yahvé;
8^ El que jura en su perjuicio y no se retracta;
9^ El que no presta su dinero a interés;
10' El que no admite cohecho contra el inocente.
El que obra así, nunca será sacudido.
Observa L.B.d.C. que las condiciones establecidas en este salmo
son todas de orden moral, agregando: "Las condiciones de pure-
za ritual o moral exigidas a aquel que deseaba entrar en un san-
tuario o tomar parte en el culto, eran en la antigüedad, recorda-
das a todos, ya por preguntas formuladas por los sacerdotes (I
Sam. 21, 4- 5; § 932, 943), ya por medio de una declaración im-
puesta al fiel (Deut. 26, 1-15), ya por una inscripción grabada
en la puerta del templo (p. ej. en Egipto), ya como aquí, por un
canto litúrgico, como en el salmo 24, 3 - 6". Nótese que este
salmo 15 concuerda con los decálogos tanto en la foi-ma bre-
ve de los mandamientos, como en el número de éstos, 10, no
aludiéndose en él a ningún texto de ley ya conocida. Como to-
do lo que se hace y deba hacerse en el culto está reglado por
una liturgia invariable, debieron los sacerdotes enseñar al pue-
blo las condiciones de entrada al santuario. De las preguntas
y respuestas concernientes a esas condiciones salieron las pri-
meras colecciones, muy breves en un principio, de leyes cultua-
les y religiosas, probablemente orales durante un tiempo,
antes de ser fijadas por escrito. Poco a poco concluyó por im-
ponerse la idea de que todo el pueblo estaba en relación cons-
tante y particular con Yahvé, y que por lo tanto, era una co-
munidad cultual obligada a realizar la santidad. En conse-
cuencia, las colecciones de mandamientos debieron enunciar
las condiciones que tenía que llenar el que quisiera ser miem-
bro del pueblo santo (cf. Deut. 23, 2, ss.). La formación de los
decálogos cultuales se explica por el hecho de que los bre-
ves preceptos (o torot) de entrada fueron relacionados con la
332
5.
4.
HIPOTESIS DE MOWINCKEL SOBRE LOS DECALOGOS
333
renovación de la alianza, tema característico de la misma fies-
ta de año nuevo, y de ahi que aquéllos contengan como preám-
bulo la fórmula de epifanía mencionada, contenida en la li-
turgia de dicha fiesta religiosa. Las reglas del santuario lle-
garon a ser, pues, los decálogos de la alianza, incorporados
más tarde a las leyendas del Sinaí. Recuérdese que los decá-
logos que conocemos, tanto E como J, provienen todos de je-
rusalén, de donde son en general, la mayor parte de las fuen-
tes de que disponemos. Ignoramos de qué manera y cuándo
las reglas y preceptos particulares penetraron en los dif>''ren-
tes santuarios. Es, sin embargo, muy probable que el Templo
de Yahvé en Jerusalén tomó muchas de sus particularidades
a un culto jebusita anterior, quizá al culto del dios cananeo
El-Olam (§ 92). Del decálogo de J, casi exclusivamente ri-
tual, se llegó al de E por modificaciones y agregados de crden
esencialmente moral y espiritual, evolución proveniente del
hecho indicado de irse admitiendo que Israel es una comuni-
dad cultual perpetuamente santa, acepta a Yahvé. Por lo de-
más, concluye Mowdnckel, es permitido suponer que las pala-
bras de la alianza contenidas en E, en su forma más reciente,
son tan sólo un producto literario, y que en esta forma nunca
fueron utilizadas en el culto (ps. 129- 155).
De lo ^xpuesto se deduce que Mowinckel atribuye un do-
ble origen a los decálogos: 1^ ve en ellos la proclamación de
un resumen de los mandamientos que formaban las condicio-
nes de la alianza, proclamación hecha en la fiesta de año nue-
vo, de la entronización de Yahvé, que era también fiesta de
renovación de la alianza; y 2^ los considera como la exposi-
ción de ciertas reglas que fijaban las condiciones de entrada
en el santuario y de participación en las ceremonias del culto.
El legislador deuteronómico le agrega a su Decálogo del cap.
5, un discurso complementario en el que anuncia que el pue-
blo será bendecido si guarda todos esos mandamientos (vs. 29 -
33), por lo cual, nota Causse, que "el fin de la recitación de
dichos torot, no era la enseñanza, ni la afirmación de un pro-
grama, o la proclamación de un estatuto, sino que el fin era
crear bendición y vida en los participantes en el culto y en los
ritos de la fiesta. Sal. 15, 5"^; 24, 5" (R.H.Ph.R., 13, ps. 20-21).
Fin del tomo VII
334
BIBLIOGRAFIA
Obras citadas en este tomo o en el VIII siguiente, que no
figuran en las Bibliografías de los tomos III, V y VI.
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DHORME, EDOUARD. Les Religions de Babylonie et d'As-
syrie, Presses Universitaires de France. París. 1945.
DUSSAUD, RENE. Les Religions des Hittites et des Hou-
rrites, des Phéniciens et des Syriens. Este libro forma
un solo tomo con el anteriormente citado de Ed. Dhorme.
DUSSAUD, RENE. Les Découvertes de Ras Shamrá et 1' An-
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ZIELINSKI, TH. La Sibylle. F. Rieder et Cié. París. 1924.
INDICE
de los capítulos comentados del Génesis y del Exodo
GENESIS
Capítulo Parágrafo (1)
10 2251 -2252
11 2253-2255
12 2256-2263
13 2264
14 2265 - 2271
15 2272-2277
16 2278-2281
17 2282 -2285
18 y 19 2286 - 2290
20 2291,2261 -2263
21 2291 - 2293, 2323 - 2326
22 2294 - 2300
23 2301
24 2302 - 2304
25 2305-2311
26 2319, 2323-2326
27 2312-2317
28 2319, 2321, 2327 -2334
29 : 2335 -2337
30 2338 - 2343
31 2344 - 2347
32 2348 - 2356
33 2357 - 2359
34 2359-2360
35 2361 - 2363
36 2364 - 2366
37, 39 - 50 2637 - 2653
EXODO
20, 1 - 17 y Deut. 5, 6-21 Cap. IX
20, 22-23, 19 Cap. VII
34, 14-26 Cap. VIII
(1) El Diccionario de ia Academia de la Lengua Española consi-
dera sinónimos los vocablos párrafo y parágrafo, decidiendo que debe
usarse el primero. Entiendo, por lo contrario, que no existe sinonimia,
y que si párrafo es cada una de las divisiones de un escrito, con que
se comienza renglón aparte después de un trozo de escritura, en cambio
parágrafo es de mayor amplitud, porque puede comprender varios pá-
rrafos, — como de ello se encuentran ejemplos en este libro — , y cons-
tituye una sección del capítulo, la que en imprenta se señala con este
signo: §.
En la pág. 332, linea 5* donde dice;
5. 9" El que no presta su dinero a interés;
debe decir:
5? El que no profiere ultraje contra su prójimo;
El buen criterio del lector sabrá salvar algunos cambios de letras
y otros pequeños errores como p. ej., en el dorso de la tapa que apa-
rece: historie por histoire, errores que se han deslizado, a pesar de
una prolija corrección.
Indice
Página
Prólogo
Observaciones
9
13
Capítulo I. — La ortodoxia y el origen mosaico del
Teoría de la unidad del Pentateuco, 15. — La orto-
doxia protestante, 16. — La ortodoxia católica, 23. —
Decreto católico sobre la autenticidad mosaica del Pen-
tateuco, 24. — Argumentos de la ortodoxia católica,
28. • — Testimonio de Jesucristo y de los Apósto-
les, 28. — 2^ Testimonio de los otros libros del A.T.,
28. — 3*^ Testimonio del mismo Pentateuco, 31. — Re-
futación de los argumentos de la ortodoxia católica,
32. — La lista de los campamentos en el desierto, 36.
Capítulo II. — Los relatos patriarcales del Génesis.
Abraham 44
Los antecesores de Abraham. Teráh, 44. — Vo-
cación de Abraham, 50. — Abraham en Canaán, 51. —
Abraham en Egipto, 53. — Abraham guerrero, 58. ■ —
La alianza de Yahvé con Abraham, 65. — Las promesas
de Yahvé a Abraham, 69. — Agar e Ismael, 71. — La
circuncisión, 75. — Anuncio divino del nacimiento de
Isaac, 82. — La visita de Yahvé a Abraham, 83. — • La
alianza de Abraham con Abimelec, 88. — El sacrificio
de Isaac. 90. — La muerte de Sara, 98. — El casamiento
de Isaac, 100. — La unión de Abraham con Ketura,
103. — La muerte de Abraham, 105.
Capítulo III. — El patriarca Isaac 106
Nombre y carácter de Isaac, 106. — Nacimiento de
los hijos de Isaac, 107. — Escasa moralidad de Jacob,
108. — Jacob usurpa la bendición de Isaac, 110. — El
carácter de las bendiciones y de las maldiciones bíbli-
Pentateuco
15
338
cas, 118. — Distintas explicaciones del viaje de Jacob a
casa de Labán, 119. — Las mujeres de Esaú, 121. —
Quiénes eran los hijos de Isaac, 122. — Episodios de la
vida de Abraham atribuidos a Isaac, 123.
Capítulo IV. — El patriarca Jacob 128
El sueño de Jacob en Bethel, 128. — Jacob en casa
de Labán. 135. — El enriquecimiento de Jacob, 142. —
Jacob huye a Canaán, 145. — Los ángeles de Mahanaim,
150. — La lucha de Jacob con Yahvé, 150. — Hipótesis
sobre el cambio de nombres: Jacob por Israel, 157. —
La restante biografía de Jacob, 159.
Capítulo V. — El patriarca José 170
Antecedentes de la historia de José, 170. — Una co-
media en 5 actos, 171. — Desacuerdo en los datos de
la historia de José, 178. — La administración de José,
187. — José, figura de Jesucristo, 190. — Enseñanzas de
la historia de José, 191.
Capítulo VI. — Las leyendas patriarcales 197
Carácter étnico de sus personajes, 197. — Hipótesis
de Westphal sobre las historias patriarcales, 202. — La
opinión de San Pablo sobre los patriarcas, 203. — Los
patriarcas considerados como héroes mitológicos y fun-
dadores de santuarios, 205. — La hipótesis de Weill,
207. — Formación de las leyendas patriarcales, 212.
Capítulo VII. — El Libro de la Alianza 217
Códigos primitivos, 217. — El Libro de la Alianza,
217. — Leyes civiles. Esclavitud, 220. — Depósito y
objetos perdidos, 226. — Préstamo y prenda, 231. —
Leyes penales. 233. — Homicidio, 233. — Atentado con-
tra los padres, 237. — Rapto de hombres, 237. — Lesiones
corporales, 238. — Lesiones causadas por animales,
240. — ■ Daños causados en la propiedad. 243. — Robo de
animales, 244. — Otros robos, 245. — Incendio, 245. —
.Seducción, 246. — Bestialidad, 247. — Crímenes contra
Yahvé, 247. — a) Culto de divinidades extranjeras,
248. — b) Ln hechicería, 250. — Procedimiento judicial,
253. — Preceptos humanitarios, 256. — Preceptos reli-
giosos, 258. — Resumen, 259.
Capítulo VIII. El decálogo primitivo ritual 262
339
Cuatro decálogos, 262. — El decálogo primitivo,
262. — Sacrificios humanos, 265. — Las tres grandes
fiestas anuales, 272. — Fiesta de los Azimos, 273. —
Fiesta de la siega, 275. — Fiesta de la Cosecha, 276. —
El décimo mandamiento primitivo, 278.
Capítulo IX. — El Decálogo tradicional 283
El Decálogo deuteronómico, 283. — El Decálogo sin
glosas, 285. — Observaciones sobre el Decálogo: 1^ El
orden de los mandamientos, 286. — 7P Moisés y el De-
cálogo, 287. — 3"=* Las variantes en las dos versiones
del Decálogo, 288. — Examen de los mandamientos.
El primero, 291. — El segundo mandamiento sobre las
imágenes, 292. — El tercer mandamiento sobre el uso
del nombre de Yahvé, 30L — El cuarto mandamiento
sobre el sábado, 304. — El quinto mandamiento : honrar
a los padres, 313. — El sexto mandamiento : no matar,
3LS. — El séptimo mandamiento, sobre el adulterio,
318. — El noveno mandamiento, sobre el falso testimo-
nio, 321. — El último precepto del Decálogo: no codi-
ciar la casa, ni la mujer del prójimo, 322. — ¿Cuándo
se escribieron los decálogos? 325. — Hipótesis de Mo-
winckel sobre el origen de los decálogos, 329.
Bibliografía v 335
Indice de capítulos comentados del Génesis y del Exodo 336
Este tomo VII se terminó de imprimir
en Montevideo, el 12 de diciembre de 1949,
por líi Compañia Impresora S. A. (C.I.S.A.)
Isla de Flores 1580 bis.
340
ALGUNAS OPINIONES
sobre el tomo VI de esta Historia, publicado
en mayo de 1940.
Antes de transcribir estas opiniones, quiero rendir aquí
mi emotivo homenaje a aquellos que, sin conocerme, me alen-
taron a proseguir esta obra, y que ya pagaron su tributo a la
muerte, a saber: los sabios exégetas, historiadores o profe-
sores, señores Alfredo Loisy, Adolfo Lods, José Turmel,
C. Toussaint, Carlos Guignebert y Enrique Roger, gloria,
todo ellos, de la 'ciencia francesa ; e igualmente al sabio pro-
fesor Dn. Clemente Ricci, al erudito Sr. Félix Walbott von
Bassenheim, y al que fué laborioso legislador argentino Dr.
Angel M. Giménez, a quienes conocí en Buenos Aires, don-
de residían.
Vaya también mi recuerdo afectuoso para todos aquellos
constantes subscriptores de esta obra, que fallecieron después
del 1940, cuyos nombres perdurarán en mi memoria.
De un juicio crítico del malogrado periodista, Sr. José
Pedro Bastitta, no ha mucho fallecido, publicado en "Tribuna
Salteña" (junio 9/1940), son estos párrafos:
"Con un conocimiento profundo de la materia que trata,
adquirido en largos y pacientes años de estudio ; una sere-
nidad propia del investigador de garra, dispuesto a trabajar,
ajeno a todas las sugestiones que no sean las de seguir infle-
xiblemente la ruta que se ha trazado y que conduce en línea
recta al esclarecimiento de los hechos, el Dr. Celedonio Nin
y Silva ha dado cima al tomo VI de su monumental "Historia
de la Religión de Israel". Hemos dicho "monumental" y tal
es el calificativo que corresponde, porque se trata de una
obra superior, en mucho, a las posibilidades de nuestro medio.
Es éste un libro cuya publicación honraría a países de avan-
zada y superior cultura, tales como Francia, Inglaterra, Esta-
dos Unidos, etc.
"La suma enorme de lecturas copiosas, de selección, de
búsqueda afanosa de datos exactos ; la tarea abrumadora de
sintetizar montañas de material recogido, para extraer el jui-
cio preciso — muchas veces sentencioso, — unido todo ello a
341
una honda meditación, que, forzosamente imponen trabajos
de esta índole, son cosas que se constatan a lo largo de los
seis tomos, en cada capítulo, en cada parágrafo, casi en cada
línea, viéndose surgir, en todos los casos, nítida y resplan-
deciente una conclusión inobjetable, porque está sólida y fir-
memente fijada en la verdad. Esta suma enorme de trabajo
ha sido realizada sin el mínimo espíritu de lucro, y, más toda-
vía, podemos asegurar que su autor ha puesto a su servicio
sumas cuantiosas, que ha debido extraer a otras actividades.
"Esto naturalmente, realza la generosidad del esfuerzo y
resulta en alto grado edificante que, en un medio pobre, y
más que pobre, hostil a toda especulación científica, ello no
sea óbice para que una obra de gran trascendencia y de tan
vasta repercusión, sea llevada a cabo, venciendo obstáculos de
todo orden, entre los cuales cabe señalar, en primer término,
como el más potente, el de orden religioso, que esta obra —
pura y meramente científica — ataca y desmenuza en sus más
vitales intereses, no porque sea ése, precisamente, su objeto
y causa determinante, sino porque al investigar la verdad a
través de la espesa sombra de las leyendas milenarias, surge
la luz radiante que había sido oscurecida por la mistificación
más grosera, llevada a sus formas más absurdas.
"Creemos sinceramente, que en estas épocas de increíbles
apocamientos y de claudicaciones vergonzantes, nada señala
con rasgo más típico lo que es el autor y lo que es la obra
que comentamos, como las frases que a uno y otro dedica el
Sr. Luciano Febvre, profesor en el Colegio de Francia, his-
toriador destacado y Director General de L'Encyclopédie
Frangaise: "Los progresos de la civilización se miden por el
retroceso del Miedo entre los hombres, y usted así lo ha com-
prendido". (Véase, tomo IV, pág. 286).
En "El Diario" de Montevideo (junio 12/1940) escribe
el periodista Sr. Arthur N. García, más conocido por su seu-
dónimo de Wimpi:
"Se^ impone reconocer, antes de abocarse al estudio o a
la lectura de esta obra, tan llena de talento y de honradez, que
pocas veces, si es que hubo alguna, se dió el caso de tan mo-
numental empresa en estas tierras de América. Con una vas-
342
tedacl de conocimientos realmente admirable, el doctor Nin y
Silva enfrenta dogmas, penetrando en su estructura e inspec-
cionando su mecanismo, con una seguridad en el paso y una
dignidad en el ademán, que invitan a seguirlo a través de las
más largas incursiones y de los exámenes más prolijos. Un
deseo de verdad, de toda la verdad, glosa a lo largo de la obra
de Nin y Silva y configura el preciso carácter teleológico de
la misma . . .
"No sólo ser buenos, sino también útiles", reza un lema
inscripto en la primera página de la obra. Contribución al
desarrollo y a la refirmación constante de aquella "función de
lo real" de que habla Janet, es, si bien se mira, esta inmensa
empresa que Nin y Silva acometió. Oposición de conceptos
de la cultura, por oposición de dos conceptos de la filosofía:
admitida ésta no en función de enciclopedia, sino en función
de dialéctica, viene a resultar que la cultura no es, precisa-
mente, una suma de conocimientos, sino una posición ante la
vida. Y todos cuantos, como Celedonio Nin y Silva, presen-
ten asi en las dos manos tendidas y abiertas, esa consecución
viva y caliente de su verdad, coadyuvan, por intermedio de la
palabra más digna y del ademán más honrado, a desbastar el
espíritu de los hombres y a despejar todas las posibilidades
de la condición humana".
De una carta del distinguido literato compatriota, Dr.
Carlos Martínez Vigil (f octubre 24 de 1949), publicada en
el diario montevideano "La Mañana" :
"Ratifico en todas sus partes mi juicio anterior acerca de
la obra trascendental que viene Ud. realizando con paciencia
verdaderamente benedictina, y uno mi voz al coro de aplau-
sos que de todas partes recibe.
"Con tenacidad implacable continúa Ud. bregando por el
triunfo de la verdad, de su verdad, de lo que es verdad para
su espíritu. Y esto es y será siempre noble y plausible, por la
convicción que supone, la sinceridad que involucra y el sacri-
ficio que implica. "La verdad es dura, ha dicho D. Ramiro de
Maetzu: primero, dura para el que la averigua; después, dura
para los que la oyen, y, por último y de rechazo, dura para
quien tiene el valor de decirla".
343
"Prosiga su valiente empresa, no se preocupe mayormen-
te de los empeñados en hacerle el vacío, y cuente siempre con
la invariable adhesión de su amigo y compañero. Carlos Mar-
tínez Vigil (Agosto 23 de 1940)".
Del escribano Dn. Ledo Arroyo Torres, ex - Ministro de
Hacienda del Uruguay, y actualmente Senador:
"Acabo de cerrar las últimas páginas del tomo VI de su
"Historia de la Religión de Israel". ¡Cuánto esfuerzo! Tengo
la seguridad que la consagración de esa obra, — desde ya im-
puesta entre la gente de estudio, — no la alcanzará Ud a ver.
La inquietud del momento que vivimos influye para que la
gente sólo mire hacia el presente y el porvenir, olvidando que
no hay forma de descubrir caminos del mañana, si no se co-
noce, con total verdad, lo andado en el día de ayer.
"Es una obra de excepción y doblemente excepcional, por
aparecer en Sud América, donde el sudamericano es tan poco
inclinado a los trabajos de erudición y documentación autén-
tica. Nuevamente, no ya mis felicitaciones, sino mi admira-
ción. Es una labor ejemplar". (Treinta y Tres, junio 17 de
1940).
Párrafos de cartas de destacadas personas, todas ellas
hoy fallecidas :
Del sabio profesor Dn. Clemente Ricci:
"Encuentro el volumen 6'^ de su Historia de la Religión
de Israel tan excelente como los anteriores. Tiene Ud. en gra-
do eminente el don que parecía exclusivo de los franceses. Los
más arduos e intrincados problemas bíblicos se simpli-
fican en sus manos, y las cerradas conclusiones a que Ud.
llega, entran así en la cultura general y hacen escuela". (Bue-
nos Aires, mayo 12/1940).
Del legislador argentino Dr. Angel M. Giménez:
"Reconozco en Ud. el historiador imparcial y erudito, que
ha emprendido una formidable obra a la altura de un Renán
y tantos otros estudiosos del pueblo de Israel. La obra al lle-
gar al tomo sexto toma cuerpo, se agiganta y anuncia lo que
344
liegará a ser, una monumental publicación que hará honor a
la R. O. del Uruguay, que tiene hombres como Ud. que no
piensan en novillos ni tropillas; pero que trabajan y piensan
en el seno de su gabinete, para darnos tan hermosos frutos".
(Buenos Aires, junio 1"? de 1940).
Del Sr. Félix Waldbott von Bassenheim:
"El profundo análisis histórico y científico con el selecto
material recogido, hacen de su t° VI una obra insuperable y
de sumo interés a la par que impone honda admiración hacia
su autor por la forma clara y precisa con que sabe exponer y
aclarar los hechos. La necesidad de semejante obra se hacía
sentir para todos aquellos que se dedican al estudio de las
fuentes de donde emanaron las religiones. ¡ Cuánta falta ha-
ría a la humanidad conocer y estudiar sus obras ! . . . En su
tomo VI ha tocado Ud. puntos realmente notables y esencia-
les que recalcan el hondo pensamiento con que lo ha concebido
y escrito". (Buenos Aires, julio 14 de 1940).
De la eximia maestra uruguaya Srta. Leonor Hourticou,
Vocal del Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Nor-
mal :
"Obra de tan gran aliento, interesante en todos sus as-
pectos, deleita con su lectura y suministra material abundan-
te a la meditación del estudioso. No he concluido aún de leer-
la; pero voy saboreándola en pequeñas dosis. Por el placer
que me ha proporcionado, muchas gracias". (Junio 14 de 1940).
Del farmacéutico compatriota Dn. Amoldo Macció:
"Es éste, como los anteriores, un libro notable que, por
ia seriedad de su documentación y por la fuerza irresistible de
su lógica, conduce al lector a liberarse de dogmatismos y pre-
juicios que tanto mal han causado y causan aún a la huma-
nidad. Libros de esta categoría deberían ser textos oficiales en
nuestra Universidad por ser a las generaciones jóvenes a quie-
nes más conviene su lectura . . . Debo agradecerle a la lectura
de sus libros la aclaración de muchas dudas y haber conse-
guido con ella llegar a ser un hombre de conciencia libre".
(Tala - Canelones, setiembre 2 de 1940).