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Full text of "Historia de la religión de Israel según la Biblia, la ortodoxia y la ciencia; obra escrita expresamente para la juventud española e hispano-americana .."

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LOS  PATRIARCAS 
Y  LA  PRIMITIVA 
LEGISLACION  HEBREA 


CELEDONIO  NIN  Y  SO. 


LOS  PATRIARCAS 
Y  LA  PRIMITIVA 
LEGISLACION  HEBREA 


LIBRERIA  "LA  BOLSA  DE  LOS  UBROS" 
DE  CLAUDIO  GARCIA  Y  CIA. 
CALLE  SARANDI  443 

MONTEVIDEO  ' 


Tomo  VII  de  la 


HISTDRIA  DE  LA  RELIGION  DE  ISRAEL 

SEGUN  LA  BIBLIA,  LA  DRTQDDXIA  Y  LA  CIENCIA 

Obra  escrita  expresamente  para  la  juventud 
española  e  hispano-americana. 


Es  propiedad  de  su  autor 

Dirección: 
Dr.  Pablo  de  María,  1382 
Montevideo 
(Rep.  del  Uruguay) 


Queda  hecho  el  depósito  que  establece  la  ley  N9  9739 
Compañía  Impresora  S.  A.  (C.I.S.A.) 
Isla  de  Flores  1580  bis  -  Montevideo 


A  la  memoria  de  mis  queridos  padres, 
CELEDONIO  NIN  (1841-1899) 
y 

MERCEDES  SILVA  DE  NIN  (1847-  1938), 
quienes  me  enseñaron  a  amar  la  virtud,  el  trabajo  y  la  verdad. 


Y  a  la  memoria  también  de  mi  eximio  maestro  de  la  escuela 

primaria, 

Dn.  GUILLERMO  TALLON, 

quien  en  su  celo  ortodoxo  de  páfetor  metodista,  me  hizo  amar 
la  Biblia,  a  cuyo  estudio  he  consagrado  la  mayor  parte  de  mi 

ya  larga  vida. 


DEL  MISMO  AUTOR 


HISTORIA  DE  LA  RELIGION  DE  ISRAEL,  SEGUN  LA  BI- 
BLIA, LA  ORTODOXIA  Y  LA  CIENCIA.  1935  -  1940.  Mon- 
tevideo. De  esta  obra  se  han  publicado  los  siguientes  volú- 
menes: 

Tomo  I.  Moisés  y  su  dios  (480  págs.  con  25  grabados  y 
2  mapas). 

Tomo  II.  Los  Jueces  y  el  comienzo  de  la  'monarquía  israelita 
(445  págs.  con  8  grabados). 

Tomo  III.  El    rey    David    (500    págs.   con    7  grabados). 

Tomo  IV.  Salomón  y  su  pretendida  obra  literaria.  1^  parte. 

El  Cantar  de  los  Cantares  (280  págs.  con  6  gra- 
bados) . 

Tomo  V.   Salomón  y  su  pretendida  obra  literaria.  2^  parte. 

Proverbios,  Eclesiastés  y  Sabiduría  de  Salomón 
(342  págs.). 

Tomo  VI.  El  Cisma.  Los  comienzos  de  la  literatura  bíblica. 

El  origen  del  hombre  (368  págs.  con  24  graba- 
dos). Los  6  tomos    $  12.00 

Próximamente  se  publicará  el  tomo  VIII:  Los  profetas  del 

siglo  VIH. 

LA  DEMOCRACIA  Y  LA  IGLESIA,  folleto.  1939.  Editores: 

Claudio  García  y  Cía.  Calle  Sarandí,  443.  Montevideo   ..     $  0.50 

LA  LIBERTAD  A  TRAVES  DE  LA  HISTORIA.  ¿Libres  o 
esclavos?  (Mimdo  Antiguo,  España  y  Francia)  Un  tomo 
de  488  págs.  Editorial  Independencia.  Rondeau,  1440.  Mon- 
tevideo. 1943   $  4.00 

HISTORIA  POLITICA  DE  LOS  PAPAS,  DESDE  LA  REVO- 
LUCION FRANCESA  A  NUESTROS  DIAS.  1^  parte:  De 
Pío  VI  a  León  XIII  (inclusive) ,  202  págs.  con  6  grabados. 
Editorial  Independencia,  Rondeau,  1440.  Montevideo.  1943.     $  2.00 

INTRODUCCION  AL  ESTUDIO  DE  LAS  RELIGIONES.  Un 
tomo  de  496  págs.  Editorial  Claridad,  San  José,  1621.  Buenos 
Aires.  1946   $  2.50 

LA  REPUBLICA  DEL  URUGUAY  EN  SU  PRIMER  CENTENA- 
RIO. 2^  edición.  1930.  Montevideo.  234  págs   $  1.00 


CODIGO  CIVIL  DE  LA  REPUBLICA  O.  DEL  URUGUAY, 
ANOTADO  Y  CONCORDADO.  2*  edición.  1022  págs.  Li- 
brería A.  Monteverde  y  Cía.,  25  de  Mayo,  577.  Montevideo. 
1943.  (Colaboración  del  Br.  Mario  Nin  Pomoli)    Agotada 

Estas  obras  pueden  adquirirse  en  sus  respectivas  casas  editoriales,  lo 
mismo  que  en  las  principales  librerías  de  Montevideo,  y  en  algunas  de 
las  más  importantes  de  Buenos  Aires.  Los  precios  indicados  son  en  moneda 
nraguaya. 


PROLOGO 


CON  el  presente  volumen,  reanudo,  al  cabo  de  nueve  años, 
la  publicación  de  mi  HISTORIA  DE  LA  RELIGION  DE  IS- 
RAEL, interrumpida  por  distintas  causas,  desde  el  1940.  QuiO- 
TO  dejar  expresa  constancia  aquí,  para  el  que  no  haya  leído 
la  ADVERTENCIA  PRELIMINAR  ni  el  PROLOGO  del  tomo  I 
de  dicha  obra,  que  con  ésta  no  persigo  propósitos  proselitis- 
tas,  sino  tan  sólo  realizar  labor  de  investigación  científica  en 
el  estudio  de  la  evolución  de  la  religión  hebrea  y  en  el  de 
la  íormación  de  la  literatura  bíblica,  analizada  en  su  orden 
cronológico.  Como  consecuencia  de  tal  estudio,  efectuado  im- 
parcialmente  con  el  único  fin  de  descubrir  la  verdad  en  esa 
materia,  he  tenido  y  tengo  que  mostrar  los  errores  y  absur- 
dos de  que  adolecen  las  religiones  modernas  que  se  basan  ert 
la  citada  literatura,  que  se  conceptúa  inspirada  por  la  divi- 
nidad. 

Más  de  un  creyente  sincero  — de  aquellos  que  lo  son  de- 
bido a  las  enseñanzas  que  les  fueron  inculcadas  en  la  niñez, 
cuando  carecían  aún  del  suficiente  espíritu  de  discernimiento, 
—  se  sen/irán  quizá  conturbados  al  comprobar,  por  la  lectura 
de  éste  y  de  los  anteriores  volúmenes,  que  son  erróneas  sus 
creencias  religiosas.  Se  me  ha  observado  que  es  mejor  tratar 
de  consolidar  la  fe,  que  sembrar  la  incertidumbre  y  la  duda 
en  los  corazones.  Cierto  cristiano  me  dijo  una  vez :  "¿Qué 
pone  Vd.  en  lugar  de  lo  que  combate?".  A  esto  respondo : 
Combato  el  error  y  la  falsedad,  y  expongo,  junto  con  los  argu- 
mentos de  la  ortodoxia,  los  resultados  de  la  crítica  bíblica 
independiente  a  que  ella  ha  llegado  actualmente,  después  de 
largo  proceso  secular  para  despejar  el  camino  de  la  verdad, 
dejando  librado  al  criterio  del  lector  la  vía  que,  en  vista  de 
tales  resultados,  juzgue  que  más  le  convenga  seguir. 

Los  opositores  a  mi  obra  histórica:  los  que  consideran 
malo  que  se  compruebe,  p.  ej.,  que  los  relatos  del  Génesis 


sobre  Adán  y  Eva  son  meras  leyendas:  los  que  creen  a  pie 
júntalas  en  la  historicidad  de  las  narraciones  patriarcales,  en 
las  que  iigura  el  dios  israelita  visitando  o  inspirando  a  los 
patriarcas,  y  se  resisten  a  ver  en  estos  personajes  mitos  etno- 
gráficos, a  pesar  de  que  en  más  de  una  ocasión  asi  lo  de- 
clara expresamente  el  texto  bíblico;  los  ingenuos  ortodoxos 
como  los  que  hacen  arriesgadas  exploraciones  en  el  monte 
Ararat  para  buscar  los  restos  de  la  fabulosa  arca  de  Noé;  los 
que  censuran  en  fin,  que  luzca  la  luz  en  ese  tejido  de  tradi- 
ciones más  o  menos  novelescas,  —  se  hallan  en  la  misma  si- 
tuación de  aquellos  que  en  nombre  de  la  poesía  y  del  senti- 
mentalismo, atacan  a  los  que  hacen  comprender  a  sus  hijos 
que  los  juguetes  que  éstos  reciben  en  Navidad  o  a  principio 
de  año,  no  son  traídos  por  seres  fantásticos,  llamados  Noel, 
Santa  Claus  o  los  Reyes  Magos,  sino  que  proceden  de  regalos 
de  sus  padres  o  parientes,  quienes  de  ese  modo  les  manifies- 
tan su  cariño. 

¿Es  preferible  enseñar  lisa  y  simplemente  la  verdad  o  de- 
jar que  se  persista  en  el  error,  por  más  encantadora  que  sea 
la  forma  en  que  se  presente?  ¿Es  preferible  p.  ej.,  enseñar  a 
los  jóvenes  cómo  se  produce  realmente  la  procreación  huma- 
na, o  dejarlos  que  continúen  creyendo  lo  que  se  les  dijo  en 
su  infancia,  que  los  niñitos  vienen  al  mundo  traídos  en  el 
pico  de  una  cigüeña?  Cuando  hace  casi  medio  siglo  escribí 
mi  libro  de  instrucción  sexuah  "LA  IMPUREZA",  no  faltaron 
personas  en  mi  pueblo  nativo  que  propalaban  que  yo  había 
publicado  un  libro  inmoral,  ya  que  para  ellas  constituía  una 
inmoralidad  aclarar  las  mentes  juveniles  sobre  tan  espinoso 
asunto. 

Si  la  verdad  que  divulgo,  derrumba  prejuicios  religiosos, 
a  despecho  de  su  existencia  secular  o  de  su  difusión  mundial, 
no  es  mía  la  culpa  ( si  alguna  hubiera  en  ello };  y  por  lo  con- 
trario, creo  que  faltaría  a  mi  deber  si  no  trabajara  en  ese 
sentido  por  ilustrar  a  la  juventud.  No  puede  haber  verdadero 
progreso  moral,  si  no  hay  alguien  que  se  consagre  tesonera- 
mente a  la  búsqueda  de  la  verdad;  y  ésta,  para  que  triunfe, 
tiene  a  menudo  que  luchar  con  las  fuerzas  de  la  reacción, 
empeñadas  en  sofocar  todo  lo  que  se  oponga  a  sus  mengua- 
dos intereses.  Recuérdese  que  a  Galilea,  por  difundir  las  ideas 
de  Copérnico  sobre  nuestro  sistema  planetario  y  el  movimien- 
to de  la  Tierra,  le  notificó  el  cardenal  Belarmino,  por  orden 


del  papa  Pablo  IV,  que  SUS  ENSEÑANZAS  ERAN  HERETICAS 
EN  TEOLOGIA  Y  ABSURDAS  EN  FILOSOFIA,  y  luego  la  Con- 
gregación del  Index  condenó  el  libro  de  Copérnico  declarando 
solemnemente  que  LA  OPINION  DEL  DOBLE  MOVIMIENTO 
DE  LA  TIERRA  ERA  FALSA  Y  COMPLETAMENTE  CONTRA- 
RIA A  LAS  SAGRADAS  ESCRITURAS.  ( Véase  nuestra  INTRO- 
DUCCION, §  64 ).  Si  la  verdad,  pues,  destruye  conceptos  equi- 
vocados e  ilusiones  arraigadas,  en  cambio  fortalece  el  carác- 
ter, fundamenta  serias  convicciones,  y  hasta  ennoblece  nues- 
tra moral,  ya  que  nos  hace  amar  el  bien  y  nos  induce  a  prac- 
ticarlo, no  por  el  deseo  de  obtener  un  puesto  en  el  cielo  o  por 
el  temor  de  escapar  a  los  UawMS  del  infierno,  sino  tan  sólo, 
porque  es  nuestro  deber  de  hombres  conscientes  y  en  virtud 
de  nuestra  solidaridad  social  el  proceder  así,  obrando  siempre 
con  desinteresado  altruismo. 

Y  para  concluir,  anticiparé  aquí  la  siguiente  anécdota,  ya 
que  viene  al  caso,  y  que  detallo  en  el  tomo  IX  ( aún  inédito; 
§  3276 ) :  El  célebre  sabio  francés,  Salomón  Reinach,  de  ori- 
gen judío,  fué  censurado  en  una  revista  israelita,  porque  con 
sus  trabajos  sobre  tew.as  religiosos,  "quitaba  al  pobre  el  pan 
del  alma".  A  esto  contestó  extensamente  Reinach,  diciendo 
entre  otras  cosas,  que  con  ese  argumento  sentimental  jamás 
hubiera  sido  posible  ninguna  reforma  religiosa;  que  muchas 
supersticiones  corrientes  sobre  santos  o  vírgenes  también  pue- 
den ser  calificadas  de  "pan  del  alma",  y  que  "EL  UNICO  ALI- 
MENTO CONVENIENTE  AL  ALMA  ES  LA  VERDAD,  HIJA  DE 
LA  RAZON". 


CELEDONIO  NIN  Y  SILVA. 


Montevideo,  octubre  de  1949. 


OBSERVACIONES 


1*  Recomendamos  que  antes  de  comenzar  la  lectura  del 
análisis  que  hacemos  de  cualquier  capítulo  del  Génesis,  se  lea 
ese  mismo  capítulo  en  una  Biblia  hebrea,  católica  o  protes- 
tante. No  teniéndola,  aconsejamos  comprar  un  ejemplar  de  la 
Versión  Moderna  publicada  por  la  Sociedad  Bíblica  Ameri- 
cana, edición  que  es  económica  y  bastante  aceptable,  a  pesar 
de  las  alteraciones  que  suele  sufrir  el  texto  por  la  ortodoxia 
de  su  traductor,  H.  B.  Pratt. 

2^  Cuando  citamos  un  autor  del  que  sólo  se  menciona 
una  obra  en  la  Bibliografía,  al  final  o  en  la  de  los  tomos  III, 
V  y  VI.  nos  limitamos  a  indicar  la  página  de  la  cita  corres- 
pondiente a  dicha  obra.  Si  en  la  Bibliografía  figuran  dos  o 
más  libros  del  autor  que  se  menciona,  entonces  se  indica  el 
libro  citado,  con  las  primeras  palabras  de  su  título.  Por  ejem- 
plo. Lods,  Les  Prophétes,  se  refiere  a  la  obra  de  Lods,  Les 
Prophétes  d'Israél  et  les  débuts  du  judaísme, 

3^  Citamos  generalmente  los  libros  bíblicos  por  las  pri- 
meras letras  de  su  nombre;  así,  p.ej.,  Sal,  quiere  decir:  el 
libro  de  Salmos ;  I  Rey. :  el  primer  libro  de  Reyes.  Los  nú- 
meros en  redonda,  que  siguen  a  esas  citas,  indican  los  capí- 
tulos, y  los  en  negrita,  los  versículos. 

4^  Las  palabras  marcadas  con  un  asterisco  son  voca- 
blos ignorados  por  el  Diccionario  de  la  Academia  de  la  Len- 
gua Española,  en  su  15^  edición,  año  1925.  Recordamos  a  los 
puristas,  que  el  léxico  lo  formamos  los  escritores,  y  que  el 
papel  de  las  Academias  se  reduce,  por  lo  general,  a  catalogar 
voces  que,  usadas  en  buenos  libros,  cuentan  con  el  asenso  del 
público  culto.  Como  el  autor  ha  sido  profesor  de  literatura 
y  de  idioma  castellano,  no  deben  sorprender  las  notas  grama- 
ticales que  suelen  aparecer  en  éste  y  otros  de  sus  libros. 

5^  Más  de  una  vez  encontrará  el  lector  reflexiones  sobre 
los  sucesos  de  actualidad  que  ocurrían  en  Palestina,  a  medida 
que  íbamos  escribiendo,  las  que,  con  la  fecha  respectiva,  he- 
mos conservado,  sin  retocarlas. 

6^    Las  abreviaturas  que  más  usamos,  son  las  siguientes: 

V.A.  —  Versión  alejandrina  o  de  los  LXX. 

T.M.  —  Texto  masorético  o  recibido. 

n.e.  —  nuestra  era.  No  llevando  esa  indicación  el  nú- 
mero del  siglo  o  año  que  se  mencione  en  el  texto,  debe  en- 


14 


OBSERVACIONES 


tenderse  que  se  refiere  a  época  anterior  a  nuestra  era  (lo  que 
a  veces  también  solemos  indicar  con  las  letras,  a.n.e.),  a  no 
ser  que  otra  cosa  resulte  claramente  del  contexto. 

L.B.A.  —  La  Bible  Annotée,  9  tomos.  Neuchatel 
(1889-1900). 

L.B.d.C.  —  La  Bible  du  Centenaire,  obra  monumental, 
comenzada  a  publicar  en  1916  con  motivo  del  primer  cente- 
nario de  la  Sociedad  Biblica  de  París,  bajo  la  dirección  del 
profesor  Adolfo  Lods,  y  terminada  en  1948,  poco  antes  del 
fallecimiento  de  este  sabio  hebraísta.  Obra  que  merece  plena, 
confianza,  pues  sus  traductores,  según  lo  declaran,  "han  tra- 
tado de  dar  una  versión  escrupulosamente  fiel,  por  lo  que  nO' 
han  procurado  armonizar  los  textos  o  disfrazar  sus  difi- 
cultades". 

L.B.d.R.F.  —  La  Bible  du  Rabbinat  Frangais.  2  tomos, 
publicados  bajo  la  dirección  del  Gran  Rabino  Zadoc  Kahn, 
París.  1930. 

V.S.  —  Versión  Sinodal  de  la  Biblia,  publicada  por  la  So- 
ciedad Bíblica  de  Francia,  1929,  en  francés. 

R.H.R.  —  Revue  d'Histoire  des  Religions. 

R.H.Ph.R.  —  Revue  d'Histoire  et  de  Philosophie  reli- 
gieuses. 

R.H.L.R.  —  Revue  d'Histoire  et  de  Litterature  Religieu- 
ses,  6  tomos. 

Dict.  Encyc.  —  Dictionnaire  Encyclopédique  de  la  Bible^ 

2  tomos,  publicado  bajo  la  dirección  del  Dr.  Alejandro  West- 
phal.  1932-  1935. 

. .  .  (sin  otra  indicación).  —  Expresa  el  tomo  corres- 
pondiente de  esta  Historia  de  la  Religión  de  Israel,  de  la  que 
se  habían  impreso  6  tomos  hasta  el  año  1940.  Después  de 
esa  fecha  hemos  publicado  otros  libros,  cuyo  detalle  figura 
en  la  lista  que  antecede,  titulada  "Del  mismo  autor".  Téngase 
esto  presente  en  las  citaciones,  pues,  p.ej.,  cuando  decimos: 
nuestra  Introducción,  §  .  . .  nos  referimos  a  la  Introducción  al 
Estudio  de  las  Religiones  y  al  párrafo  que  indique  el  citado. 

7^  Finalmente,  al  mencionar  a  Scío,  aludimos  al  obispo 
Felipe  Scío  de  San  Miguel  (1738-1796),  primer  traductor  de 
la  Vulgata  latina  al  español,  cuyas  notas  transcribimos  o 
comentamos. 


CAPITULO  1 


La  ortodoxia  y  el  origen  mosaico 
del  Pentateuco 

TEORIA  DE  LA  UNIDAD  DEL  PENTATEUCO.  — 

2221.  AI  estudiar  en  el  capítuhj  VI  del  tomo  anterior  los  co- 
mienzos de  la  historiografía  bíblica,  examinamos  los  documen- 
tos yahvista  y  elohista  que  ha  descubierto  la  crítica  moderna 
en  su  detenido  análisis  de  los  libros  históricos  del  Antiguo  Tes- 
tamento. Parte  de  esos  documentos,  o  la  obra  refundida  JE, 
combinada,  en  el  siglo  V  a.  n.  e.,  con  el  Deuteronomio  y  el 
Código  Sacerdotal  (P)  han  formado  nuestro  actual  Hexateu- 
co.  Concretándonos  a  los  cinco  primeros  libros  bíblicos,  la  or- 
todoxia, tanto  judía  como  católica  o  protestante,  impugna  en  ge- 
neral los  aludidos  resultados  de  la  crítica,  y  atribuye  tales  li- 
bros a  Moisés,  sosteniendo  en  consectieacia  la  teoría  de  la  uni- 
dad del  Pentateuco.  El  Diccion?rio  de  la  Lengua  Española  por 
la  Real  Academia,  corporación  compuesta  de  conspicuos  cató- 
licos, define  así  el  Pentateuco:  "Parte  de  la  Biblia,  que  com- 
prende los  cinco  primeros  libros  canónicos  del  Antiguo  Tes- 
tamento, escritos  por  Moisés,  y  son  el  Génesis,  el  Exodo,  el 
Levítico,  los  Números  y  el  Deuteronomio".  Esta  teoría  es  cier- 
ta tan  sólo  en  el  hecho  de  que  el  Pentateuco  es  realmente  un 
libro  dividido  en  cinco  rollos  o  volúmenes  (§  28)  ;  pero,  como 
dice  L.  Gautier,  "esa  unidad  no  excluye  toda  diversidad ;  los 
elementos  que  constituyen  la  obra  no  son  todos  homogéneos, 
de  la  misma  fecha,  ni  de  la  misma  procedencia;  en  otros  tér- 
minos, no  deben  ser  referidos  a  una  sola  época  y  a  un  único 
autor.  El  análisis,  que  revela  la  complejidad  de  la  obra,  mues- 
tra que  ella  es  la  ensambladura  de  una  pluralidad  de  fuentes  o 
documentos,  diversos  en  cuanto  a  su  origen,  su  fecha  y  su 
carácter,  cada  uno  de  los  cuales  tuvo  su  existencia  indepen- 
diente" (I,  p.  45).  Conviene,  pues,  que  haciendo  un  paréntesis  a 


16 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


nuestro  estudio  de  la  evolución  religiosa  de  Israel,  examine- 
mos los  argumentos  que  formula  al  respecto  la  ortodoxia,  y 
veamos  qué  grado  de  verdad  encierran. 

LA  ORTODOXIA  PROTESTANTE.  —  2222.  El  pas- 
tor inglés  Juan  Urquhart,  en  su  obra  sobre  "La  Alta  Crítica", 

se  indigna  porque  los  críticos  con  sus  trabajos  hacen  dudar  de 
la  inspiración  de  la  Palabra  inmaculada  de  Dios  (p.  55) ;  tra- 
ta de  "imaginarios"  los  referidos  documentos  descubiertos  en 
la  composición  del  Pentateuco,  y  por  lo  tanto  de  que  hayan  sido 
retocados  y  hábilmente  soldados  por  sucesivos  redactores 
(p.  129),  y  hace  gran  caud?d  de  las  variaciones  y  tanteos  de 
la  crítica,  como  p.  ej.,  del  hecho  de  que  el  obispo  Colenso  ha- 
ya sostenido  primeramente  que  E  es  más  antiguo  que  J,  y 
después,  al  final  de  su  vida,  haya  llegado  a  convencerse  de 
lo  contrario  (ps.  126,  127).  Impugna  que  el  empleo  de  dis- 
tintos nombres  divinos,  Yahvé  y  Elohim,  sea  indicio  de  diver- 
sidad de  documentos.  Jehovah  o  Yavéh  significa,  según  ese 
autor,  "El  lo  hará  ser.  El  lo  hará  suceder",  de  modo  que  la 
expresión  a  menudo  usada:  "Yo  soy  Jehovah",  quiere  decir: 
"Yo  soy  Aquel  que  lo  hará  suceder".  "Los  nombres  El,  Eloah, 
Elohim  se  refieren  tan  claramente  al  poder  de  Dios,  como  Jeho- 
váh  se  refiere  a  su  fidelidad.  El,  es  el  Poderoso,  Eloah  significa 
poder  o  potestad,  y  Elohim,  su  plural,  potestades.  No  hay  nin- 
gún misterio  en  estas  palabras:  Elohim,  es  el  equivalente  de  "el 
Todopoderoso";  Jehovah  es  "El  que  ejecuta  o  cumple",  el  Dios 
de  la  Alianza,  el  que  ha  prometido  y  que  hará,  el  que  ha  amena- 
zado y  que  castigará.  La  sola  presencia  de  estos  nombres  ha- 
ce brillar  la  perfecta  exactitud.  la  plenitud  y  la  infinita  clari- 
dad de  pensamiento  que  caracterizan  a  la  Escritura"  (ps.  128, 
129). 

2223.  El  pretendido  descubrimiento  de;  Astruc,  sigue 
diciendo  Urquhart,  fué  un  colosal  error,  y  su  aceptación  ge- 
neral y  prolongada  es  quizá  el  ejemplo  más  asombroso  en  es- 
tas materias  de  ignorancia  y  de  irreflexión  combinadas.  Se  ha 
conside^ndo  como  punto  adquirido  que  allí  donde  un  autor  es- 
cribió J ■  ohim,  otro  hubiera  podido  escribir  Jehovah...  Esa 
suposici  '.  1  de  que  tales  nombres  son  perfectamente  sinónimos 
es  la  úr.ica  base  en  que  reposa  la  teoría.  Quitadla  y  todo  el 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


17 


andamiaje  se  derrumba.  Y  sin  embargo,  esto  es  precisamente 
lo  que  hay  que  hacer.  Esos  nombres  nunca  han  sido  sustitui- 
bles.  Existen  veintenas  y  veintenas  de  pasajes  en  los  cuales 
ringún  critico  se  atreverá  a  poner  Jehovah  en  el  lugar  de 
Elohim.  Cualquiera  que  posea  la  menor  noción  de  hebreo  sabe 
que  Jehovah  no  tiene  articulo.  Se  encuentra  la  expresión  el 
Elohim;  pero  nunca,  en  ninguna  épcca  y  en  ningún  libro:  el 
Jehovah.  Tampoco  se  usa  este  noml.-re  con  adjetivos  posesi- 
vos; así  ni  una  3oIa  ve?  en  todo  el  Antiguo  Testamento  se  ve 
un  combinación  como  mi  Jehovah,  vuestro  Jehovah,  mientras 
que  se  encuentra  mi  Elohim,  nuestro  Elohim,  vuestro  Elohim. 
Esto  es  fácil  de  explicar:  Jehovah,  nombre  que  llevaba  en  sí 
como  la  sombra  del  juicio,  tenía  que  impresionar  vivamente  la 
conciencia  (?).  Probablemente  fué  el  sentimiento  de  temor  que 
inspiraba  ese  nombre,  lo  que  i.os  ha  privado  de  conocer  con 
certeza  su  pronunciación.  Las  vocales  impresas  ahora  en  nues- 
tras Biblias  hebraicas  son  las  de  Adonai  (Señor)  y  algunas  ve- 
ces de  Elohim,  palabras  que  eran  sustituidas  a  las  de  Jehovah 
en  la  lectura  pública  o  privada.  Sea  cual  fuere  la  explicación 
de  esta  costumbre  judia,  cierto  f:s  que  nunca  perdieron  de  vista 
los  redactores  de  las  Escrituras  el  sentido  de  esos  nombres,  y 
que  algo  había  en  su  significado  que  obligaba  a  enip^ear 
Elohim  con  los  artículos  y  .'.os  adjetivos  posesivos  y  que  rigu- 
rosamente impedia  tales  combinaciones  con  Jehovah.  Se  ob- 
serva esta  distinción  desde  el  Génesis  hasta  Malaquías.  Esto, 
lo  repetimos,  es  porque  esos  nombres  no  eran  sustituibles  entre 
si,  y  por  consiguiente,  la  teoría  que  se  basa  sobre  esa  po.-".iIii- 
lidad  de  sustitución  debe  ser  abandonada  por  todo  el  que  quie- 
ra Icalmente  tener  en  cuenta  los  hechos"  (ps.  128-132). 

2224.  Antes  de  pasar  adelante,  para  ver  los  argumentos 
de  la  ortodoxia  católica,  haremos  a  Urquhart  las  siguientes 
observaciones :  1^  La  etimología  que  nos  da  del  nombre  Yahvé 
o  Jehovah  dista  mucho  de  tener  el  asentimiento  de  los  en.en- 
didos  en  la  materia.  Así-  para  los  jesuítas  Cornely  y  Mcrk, 
"Yahvé  viene  del  verbo  hebreo  ser,  a  imitación  de  las  f jru'as 
hebreas  que  expresan  un  estado  perpetuo,  continuo,  y  desig- 
na, por  lo  tanto,  el  que  era,  es  y  será,  o  sea,  el  que  es  absolu- 
tamente y  por  sí  solo"  (p.  426,  nota  2).  Meyer  (III,  p.  74) 
cree  que  Yahvé  puede  significar:  "El  sopla";  y  L.B.d.C. 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


anotando  el  texto  Ex.  3,  14  dic^':  "El  término  Yo  soy  — los  is- 
raelitas dirán  "El  es"  (hebreo,  Yahvé;  §  124)  —  es,  según  E, 
un  nombre  convencional  por  el  qre  Dios  consiente  en  que  se  le 
designe;  pero  que  no  expresa  el  fondo  de  la  esencia  divina. 
Esta  explicación  de  E  no  nos  da,  sm  duda,  el  sentido  pruni- 
tivo  de  la  palabra  Yahvé,  la  cual  antes  de  designar  al  Dios 
de  Israel,  era  el  nombre,  según  se  cree,  de  una  divinidad  de 
la  naturaleza  adorada  entre  los  madianitas.  Podía  significar : 
"El  sopla",  o  "El  destruye",  o  "El  hace  caer",  etc."  Y  final- 
mente, opina  Piepenbring  (p.  52  53)  que  a  pesar  de  todo  el 
trabajo  que  se  han  tomado  los  sabios  para  resolver  el  pro- 
blema del  significado  de  la  palabra  Yahvé,  recurriendo  tanto 
al  hebreo  como  a  otras  lenguas,  no  se  ha  dado  hasta  ahora 
una  explicación  bastante  satisfactoria  que  se  imponga  a  todo 
el  mundo ;  y  que  por  los  simples  medios  filológicos  de  que 
disponemos,  es  de  presumir  que  nunca  se  logre  dilucidar  ese 
problema.  Agrega  que  no  es  ciertamente  admisible  la  traduc- 
ción ordinaria  de  ese  nombre  por  el  Eterno,  basándose  en  que 
según  Ex.  3,  14,  Yahvé  provendría  de  la  raíz  hebraica  haíah  o 
havah,  "ser". 

2225.  2^  En  cuanto  al  gran  argumento  de  Urquhart  de 
que  Yahvé,  a  la  inversa  de  Elohim,  no  admite  artículos  ni  po- 
sesivos, carece  de  toda  importancia  si  se  tiene  en  cuenta  que 
Yahvé  es  un  nombre  propio,  mientras  que  Elohim  es  el  plural 
del  nombre  común  El  o  Eloah  con  el  que  se  expresa  un  ser 
divino,  dios  o  la  divinidad  en  general,  bien  que  a  veces,  se 
use  también  como  el  nombre  propio:  Dios  (§71).  Con  Elohim 
pasa  algo  parecido  a  lo  que  nos  ocurre  con  el  vocablo  Faraón. 
Este  es  un  nombre  común  con  el  que,  desde  la  XVIII  dinas- 
tía, se  designa  a  los  soberanos  egipcios ;  pero  puede  tomar  el 
carácter  de  propio  cuando  se  le  emplea  para  individualizar  un 
rey  determinado:  "Mira  que  hagas  delante  de  Faraón  todas 
estas  maravillas  ...  y  dirás  a  Faraón"  (Ex.  4,  21,  22,  etc.).  Así, 
pues,  la  palabra  faraón  admite  artículos  y  posesivos ;  lo  que  no 
ocurre  con  los  verdaderos  nombres  propios  de  esos  sobera- 
nos, como  Tutmosis,  Ramsés  y  Tutankamón.  Lo  mismo  pasa 
con  el  nombre  dios,  que  es  común  en  su  acepción  de  una  dei- 
dad o  divinidad  cualquiera,  en  cuyo  caso  se  escribe  con  mi- 
núscula y  puede  llevar  artículos  y  posesivos ;  mientras  que 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


19 


cuando  con  él  queremos  expresar  el  dios  único,  o  sea,  el  Ser 
Supremo,  entonces  se  convierte  en  nombre  propio,  y  como 
tal,  debe  ir  con  mayúscula.  Los  cananeos,  según  hemos  visto 
(§71-73),  emplearon  también  el  apelativo  el,  "dios",  como 
nombre  propio  de  la  principal  de  sus  divinidades ;  y  lo  mis- 
mo pasaba  con  el  nombre  común  baal,  "amo  o  señor",  que 
cuando  iba  sin  determinativo,  se  referia  al  Baal  por  excelen- 
cia. Hadad,  dios  de  la  tempestad,  que  cabalga  sobre  las  nu- 
bes, utiliza  o  maneja  el  rayo  y  provoca  la  lluvia.  Sin  embargo, 
hay  que  advertir  que  estos  nombres  comunes,  que  por  anto- 
nomasia se  transforman  en  propios,  admiten  determinativos, 
como  p.ej.:  ¡Oh  mi  Dios!,  ¡Oyenos  Dios  nuestro!,  porquf  en 
realidad,  en  tales  casos,  recuperan  su  primitiva  significación 
de  comunes,  y  así  vendrían  a  expresar  en  el  citado  ejemplo :  ¡  Oh 
el  dios  mío!  ¡Oyenos,  dios  de  nosotros!,  es  decir,  que  el  que 
hace  esas  invocaciones,  implícitamente  considera  a  la  deidad 
invocada,  como  una  entre  las  existentes,  la  que  en  particular 
nos  pertenece  exclusivamente. 

2226.  3^  Cree  Urquhart  haber  pulverizado  los  resultados 
de  la  crítica  al  afirmar  que  los  nombres  divinos  Yahvé  y 
Elohim  no  son  sustituíbles.  Sin  embargo,  —  prescindiendo  de 
su  propia  confesión  de  que  "las  palabras  Adonai  y  Elohim 
ERAN  SUSTITUIDAS  a  las  de  Jehovah  en  la  lectura  públi- 
ca o  privada  de  la  Biblia  hebraica",  —  tenemos  que  los  hechos 
se  encargan  de  dar  el  más  rotundo  desmentido  a  tan  ligera 
afirmación.  De  la  Biblia  hebrea  poseemos,  entre  otros  ejem- 
plares, el  texto  masorético  (T.M.)  y  la  traducción  griega  de 
los  LXX  o  versión  alejandrina  (V.  A.;  §  29,  34).  Pues  bien, 
según  Cornely  y  Merk,  la  distribución  de  los  nombres  divinos 
en  T.M.  y  V.A.  presenta  grandes  diferencias.  "En  general, 
dicen,  la  V.A.  prefiere  el  nombre  Elohim,  que  se  encuentra 
en  ella  147  veces,  cuando  T.M.  trae  Yahvé"  (p.  424).  A  con- 
tinuación mostramos  en  columnas  paralelas  algunos  de  los 
muchos  textos  idénticos  que  se  encuentran  en  diversos  libros 
de  la  Biblia,  en  los  cuales  se  reemplaza  Yahvé  por  Elohim 
o  viceversa.  Recuérdese  que  en  las  versiones  españolas,  se 
traduce  Elohim  por  la  palabra  Dios;  mientras  que  la  palabra 
Yahvé  se  vierte  en  las  francesas,  por  el  Eterno  y  en  griego, 
latín,  inglés  y  alemán  por  el  Señor.  "Ninguna  de  esas  expre- 


20 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


sionís,  dice  el  hebraísta  L.  Gautier  (I.  p.  49),  reproduce  el 
•original,  que  es  un  verdadero  nombre  propio.  En  cuanto  a  la 
transcripción  tradicional  Jehová,  reposa  sobre  un  error  en  la 
interpretación  de  la  vocalización.  Hay  casi  unanimidad  en 
nuestros  días,  para  considerar  la  forma  Yahvé  como  la  verda- 
dera" (§  355). 


David  y  todos  los  hijos  de 
Israel  bailaban  delante  de 
Yahvé  (II  Sam.  6,  5). 

David  temió  a  Yahvé  en 
aquel  día  y  dijo:  ¿Cómo  po- 
drá venir  a  mí  el  arca  de 
Yahvé?  Y  no  quiso  David 
hacer  entrar  en  su  casa,  el 
arca  Yahvé ...  Y  el  arca 
de  Yakvé  quedó  en  casa  de 
Obed  -  Edom  (II  Sam.  6, 
9-11,  Traducciones  de  Va- 
lera,  Dhorme,  L.B.A.,  y 
L.B.d.C). 

La  casa  que  el  rey  Salomón 
edificó  a  Yahvé  tenía  60  co- 
.dos  de  largo,  etc.  (I  Rey. 
6,  2). 


David  y  todo  Israel  baila- 
ban delante  de  Elohim  (I 
Crón.  13,  8). 

David  temió  a  Elohim  en 
aquel  día,  y  dijo:  ¿Cómo 
traeré  a  mi  el  arca  de  Elohim? 
Por  lo  cual  David  no  hizo 
traer  a  sí,  el  arca  de  Elohim... 
Y  el  arca  de  Elohim  se  que- 
dó con  la  famülia  de  Obed  - 
Edom  (I  Crón.  13,  12  -  14). 


Estas  son  las  medidas  pres- 
critas a  Salomón  para  edifi- 
car la  casa  de  Elohim:  la  lon- 
gitud 60  codos,  etc.  (II  Crón. 

3,3). 


2227.  Y  finalmente  hay  una  serie  de  salmos  yahvistas 
convertidos  en  otras  partes  del  Salterio,  en  salmos  elohistas. 
A  título  de  ejemplo,  véase  este  caso: 


Salmo  14 

2.  Yahvé  desde  el  cielo 
tiende  la  vista  sobre  los  hi- 
jos de  los  hombres. 

4.  ¿No  saben  esto  todos 
los  obradores  de  iniquidad, 
los  que  comen  a  mi  pueblo, 


Salmo  53 

2.  Elohim  desde  el  cielo 
tiende  la  vista  sobre  los  hi- 
jos de  los  hombres. 

4.  ¿No  saben  esto  los 
obradores  de  iniquidad,  los 
que  comen  a  mi  pueblo,  cual 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


21 


cual  comen  el  pan,  y  a  Yahvé  comen  el  pan,  y  a  Elohim  no 

no  invocan?  invocan? 

7.  ¡Ah,  pueda  de  Sión  ve-  7.  ¡Ah,  pueda  de  Sión  ve- 
nir la  salvación  de  Israel!  nir  la  salvación  de  Israel! 
cuando  Yahvé  restablezca  a  cuando  Elohim  restablezca  a 
su  pueblo,  se  gozará  Jacob,  se  su  pueblo,  se  gozará  Jacob, 
alegrará  Israel.  se  alegrará  Israel. 

2228.  Comprueban,  pues,  acabadamente  estos  ejemplos 
que  los  nombres  divinos  Yahvé  (nombre  israelita  de  su  dios 
nacional,  aplicado  después  al  Ser  Supremo)  y  Elohim  (la 
Divinidad)  son  perfectamente  sustituibles,  y  por  lo  tanto  es 
más  de  notar  que  encontremos  en  los  primeros  libros  históri- 
cos del  A.T.  trozos  distintos  caracterizados  por  peculiarida- 
des de  lenguaje  o  de  estilo,  que  siempre  usan  exclusivamente, 
para  designar  al  dios  nacional :  unos,  el  nombre  Yahvé,  mien- 
tras que  otros  tan  sólo,  el  nombre  Elohim.  Es  indudable  que 
solamente  la  existencia  de  varios  documentos,  entre  ellos  una 
yahvista  y  otro  elohista  empleados  en  la  composición  del 
Pentateuco,  explica  acabadamente  esos  hechos,  corroborados 
por  esta  circunstancia  que  reconocen  los  mismos  ortodoxos 
Corneíy  y  Merk,  a  saber,  que  "tanto  en  T.M.  como  en  los 
LXX,  el  nombre  Elohim  se  encuentra  mucho  más  a  menudo 
en  el  Génesis,  o  sea,  antes  de  Exodo  3,  14,  que  en  los  otros 
libros  del  Pentateuco,  más  a  menudo  aún  que  en  todo  el  A.Tí. 
con  excepción  de  los  salmos  elohistas  y  del  Eclesiastés"" 
(p.  42Ó). 

2229.  Y  4*^  Carece  de  todo  valor  el  argumento  de  Ur- 
quhart,  de  que  si  los  críticos  varían  en  sus  conclusiones,  y  si 
un  mismo  crítico  como  Colenso  (autor  ya  muy  antiguo)  llega 
al  fin  de  su  vida  a  modificar  su  opinión  sobre  puntos  que 
antes  aceptaba,  debemos  rechazar  como  inconsistente  el  tra- 
bajo por  ellos  realizado.  Lo  que  hay  de  verdad  en  esto,  es 
que  los  laboriosos  investigadores  que  desde  Astruc  a  nues- 
tros días  se  han  consagrado  al  examen  histórico  y  literario  de 
la  Biblia  para  saber  cómo  ésta  ha  sido  formada,  ni  son  infa- 
libles, ni  menos  han  pretendido  nunca  serlo.  De  buena  fe 
exponen  los  resultados  de  sus  investigaciones,  creyendo  que 
son  los  que  más  se  aproximan  a  la  verdad,  sin  perjuicio  de 


22 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


que  nuevos  estudios  vengan  a  modificar  los  puntos  débiles  o 
equivocados  de  tales  conclusiones.  Gracias  a  ese  trabajo  pa- 
ciente realizado  sobre  todo  en  el  último  siglo  por  numerosos 
sabios,  principalmente  de  Alemania,  Inglaterra,  Francia  y  Ho- 
landa, por  el  cual  a  la  vez  que  se  analizan  los  textos,  se  so- 
meten a  severa  crítica  los  resultados  de  los  demás  investiga- 
dores, es  que  se  ha  llegado  hoy  a  considerar  como  definitiva- 
mente adquirido  para  la  ciencia  (no  decimos  para  la  teología 
ortodoxa)  que  el  Pentateuco  ni  es  obra  de  Moisés,  ni  de  un 
solo  autor,  sino  que  es  una  compilación  de  diferentes  docu- 
mentos de  diversos  escritores  y  de  distintas  épocas,  coordi- 
nados por  uno  o  más  redactores  que  los  han  ido  retocando 
■o  modificando  hasta  darle,  al  final  del  siglo  V,  la  forma  que 
actualmente  tiene.  Y  después,  esas  variaciones  de  que  hace 
caudal  Urquhart,  se  encuentran  en  todas  las  ramas  de  la  in- 
vestigación científica,  y  ofrece  clarísimos  ejemplos  de  ellas, 
hasta  la  misma  ortodoxia,  en  cosas  tan  simples,  como  contar 
-el  número  de  veces  que  se  encuentran  los  citados  nombres  di- 
vinos en  los  libros  del  Pentateuco,  como  se  ve  a  continuación 
comparando  los  datos  que  al  respecto  nos  da  Urquhart 
(ps.  135,  136)  con  los  idénticos  que  traen  Cornely  y  Merk 
<p.  421). 


Yahvé 

Yahvé 

Elohim 

Elohiíii 

Urquhart 

Cor.  y  Merk 

Urquhart 

Cor.  y  Merk 

Génesis 

162 

143 

228 

165 

Exodo 

397 

394 

118 

56 

Levítico 

311 

310 

52 

Números 

395 

387 

38 

10 

Deuteronomio  550 

517 

352 

8 

Cornely  y  Merk  notan,  además,  en  el  Génesis,  20  veces 
Yahvé  Elohim  y  agregan  que,  a  partir  de  Ex.  24,  casi  ya  no 
se  encuentra  el  nombre  Elohim,  no  apareciendo  ni  una  sola 
vez  en  el  Levítico.  Ante  las  notables  diferencias  que  arroja 
-el  precedente  cuadro,  la  ortodoxia  debe  ser  más  modesta,  y 
no  hacer  cuestión  de  las  diversas  conclusiones  a  que  arriban 


XL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


23 


muchos  críticos,  por  ejemplo.,  cuando  algunos  de  ellos,  como 
Renán  y  Montet,  consideran  que  E  es  más  antiguo  que  J, 
mientras  que  la  generalidad  opina  lo  contrario. 

LA  ORTODOXIA  CATOLICA.  —  2230.  Pasemos 
ahora  a  los  argumentos  de  la  ortodoxia  católica,  expuestos 
por  sus  autorizados  portavoces  los  jesuítas  Cornely  y  Merk. 
Aceptan  éstos,  en  general,  los  expuestos  razonamientos  de 
Urquhart,  y  así  para  ellos,  "el  autor  del  Pentateuco  (indu- 
bitablemente, Moisés)  tuvo  en  cuenta  al  escribirlo,  la  signi- 
ficación auténtica  de  los  nombres  divinos,  y  empleó  Elohim 
para  designar  comúnmente  al  Dios  creador,  que  gobierna  to- 
das las  cosas,  señor  absoluto;  y  el  nombre  Yahvé  (ellos  no 
dicen  Jehovah,  como  el  pastor  inglés)  para  designar  a  Dios 
cuando  se  manifiesta  como  el  legislador  y  el  protector  espe- 
cial del  pueblo  elegido.  Otros  cambios  en  el  empleo  de  esos 
nombres  deben  atribuirse  a  las  diversas  fuentes  a  las  que  re- 
currió Moisés  o  a  la  costumbre  de  las  épocas  posteriores.  Si 
en  párrafos  algo  largos  se  halla  empleado  un  nombre  divino 
solo  o  casi  solo  (p-ej.:  Gén.  40-  50  donde  el  nombre  Yahvé  se 
presenta  una  sola  vez),  esto  se  puede  explicar  por  las  fuentes 
ya  escritas,  ya  orales,  que  utilizó  Moisés,  y  en  las  que,  antes 
de  él,  se  encontraba  comúnmente  el  nombre  Elohim,  o  por 
el  uso  litúrgico  de  la  época  posterior  que  estableció  cierta 
v.niíormidad  en  esos  párrafos  más  largos,  cuya  lectura  era 
frecuentemente  renovada.  Añadamos,  para  las  alteraciones 
menores,  estas  otras  razones:  transmisión  menos  prolija  del 
texto,  negligencia  de  los  copistas,  empleo  de  expresiones  que 
variaban  con  las  épocas,  en  fin,  todas  las  causas  que  pueden 
contribuir  a  m.odificar  un  texto.  Con  esto  basta  para  explicar 
el  texto  actual  y  no  hay  necesidad  de  recurrir  a  la  hipótesis 
de  las  dos  fuentes  elohista  y  yahvista,  que  no  explica  nada" 
(ps.  427  -  428). 

2231.  Expresan  Cornely  y  Merk  que  cuando  en  Ex.  3,  14 
y  6,  2  ss,  fué  solemnemente  proclamado  el  nombre  Yahvé,  se 
concibe  que  después  haya  sido  casi  exclusivamente  empleado 
{p.  429).  Pero  si  existió  una  proclamación  solemne,  oficial  del 
iTombre  de  Yahvé,  (proclamación  que,  según  esos  textos,  es 
sólo  un  acto  subjetivo  de  Moisés),  lo  natural  y  lógico  es  que 


24 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


en  adelante  siempre  se  usara  Yahvé  y  nunca  más  Elohim, 
regla  ésta  a  la  cual  han  tratado  de  ajustarse  E  y  P.  ¿Y  por 
qué  antes  de  tal  proclamación,  ciertos  relatos  bien  caracteri- 
zados, usan  sólo  el  nombre  Yahvé,  cuando  el  autor  inspirado 
afirma  rotundamente  que  este  dios  le  dijo  a  Moisés:  "Yo  no 
me  di  a  conocer  a  Abraham,  Isaac  y  Jacob,  con  mi  nombre  de 
Yahvé,  sino  que  me  aparecí  a  ellos  como  El  Shaddai"?  (Ex. 
6,  3).  En  cuanto  a  que  el  uso  litúrgico  posterior  introdujo  en 
los  párrafos  largos  del  Génesis,  cierta  uniformidad  en  el  em- 
pleo de  determinado  nombre  divino,  es  un  argumento  que 
está  en  pugna  con  el  primeramente  citado  de  esos  autores, 
pues,  de  aceptarlo,  resultaría  evidente  entonces  que  los  que 
tal  cosa  hicieron,  cambiando  un  nombre  por  otro  para  esta- 
blecer uniformidad  entre  ellos,  no  descubrieron  ni  creyeron 
que  la  designación  de  la  divinidad  con  los  vocablos  Yahvé  o 
Elohim,  en  el  texto  sagrado,  tuviera  nada  que  ver  con  el  sig- 
nificado propio  de  cada  uno  de  esos  nombres.  Los  mismos 
autores  reconocen  que  "esa  explicación  no  da  una  solución 
única  y  general  del  problema  propuesto",  y  que  "de  modo 
general  se  puede  decir  que  la  tradición  de  los  nombres  divi- 
nos ha  sufrido  influencias  subjetivas,  como  lo  muestra  la  di- 
ferencia de  los  textos  masorético,  griego  y  samaritano"  p.  429). 

DECRETO  CATOLICO  SOBRE  LA  AUTENTICIDAD 
MOSAICA  DEL  PENTATEUCO.  —  2232.  La  ortodoxia 
católica  se  mueve  en  un  círculo  más  estrecho  aún  que  la  orto- 
doxia protestante;  pues  la  primera  está  obligada  a  pensar  lo 
que  de  antemano  le  prefija  su  iglesia.  El  concilio  de  Trento 
en  su  primer  decreto  dogmático,  enumeró  los  libros  de  la  Bi- 
blia y  ordenó  que,  bajo  pena  de  excomunión,  deben  ser  recibi- 
dos como  sagrados  y  canónicos,  íntegramente,  todos  los  que 
se  encuentran  en  la  antigua  Vulgata  latina.  El  concilio  del  Va- 
ticano confirmó  el  referido  decreto  del  de  Trento,  declarando: 
"Si  alguno  no  admite  como  sagrados  y  canónicos  los  libros 
enteros  y  todas  sus  partes,  tales  como  el  Santo  Concilio  de 
Trento  los  ha  enumerado,  si  se  niega  que  estos  libros  sean 
divinamente  inspirados,  que  sea  anatema"  (CORN.  y  MERK, 
ps.  29  y  30).  Por  último  la  Comisión  Bíblica  de  la  Iglesia  Ca- 
tólica Romana,  dictó  el  27  de  junio  de  1906,  el  decreto  "De 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


25 


la  autenticidad  mosaica  del  Pentateuco"  declarando  en  qué 
sentido  y  en  qué  límites  pueden  los  intérpretes  católicos  dis- 
tinguir en  el  Pentateuco,  diversas  fuentes  y  reconocer  poste- 
riores adiciones.  Ese  decreto  fué  dictado  con  el  fin  de  com- 
batir el  modernismo,  o  sea,  la  tendencia  que  se  había  mani- 
festado, a  principios  de  este  siglo,  entre  muchos  sacerdotes 
estudiosos,  de  aceptar  las  conclusiones  de  la  crítica  bíblica 
independiente.  Como  esto  ponía  en  peligro  la  doctrina  de  la 
inspiración  literal  de  las  Sagradas  Escrituras,  en  que  se  basa 
dicha  iglesia,  se  trató  de  remediarlo  con  el  citado  decreto, 
por  el  cual  la  autoridad  eclesiástica  precisó  cuáles  son  las. 
conclusiones  de  la  crítica  que  los  católicos  pueden  admitir  y 
cuáles  las  que  deben  rechazar. 

2233.  En  la  primera  parte  de  ese  decreto  se  estableció 
que  no  son  suficientes  las  razones  dadas  para  probar  que  los 
libros  del  Pentateuco  han  sido  formados  de  diversas  fuentes 
posteriores  en  su  mayor  parte  a  la  época  mosaica.  En  la  se- 
gunda, se  hicieron  sutiles  distingos  sobre  lo  que  debe  enten- 
derse por  la  palabra  autor.  "No  se  pretende,  dicen  Cornely  y 
Merk,  que  Moisés  haya  escrito  todo  de  su  mano  o  que  todo 
lo  haya  dictado ;  pero  se  admite  como  legítima  la  hipótesis 
de  los  secretarios,  siempre  que  se  acepte  que  es  Moisés  el 
autor  principal  e  inspirado,  cuyos  pensamientos  son  relatados 
fiel,  integra  y  exclusivamente  por  los  secretarios,  y  que  la 
obra  asi  compuesta  fué  aprobada  por  él.  No  se  menciona  el 
número  de  tales  secretarios,  ni  la  parte  de  trabajo  confiada 
a  cada  uno  de  ellos.  Así  que  si  se  notan  diferencias  de  lengua, 
de  carácter,  se  puede  atribuirlas  a  la  diversidad  de  secreta- 
rios. Tampoco  dice  nada  el  decreto  sobre  si  esos  diversos  do- 
cumentos escritos  ya  por  Moisés  mismo,  ya  en  su  nombre, 
mucho  tiempo  quizás  después  de  la  muerte  de  Moisés,  han 
podido  ser  ordenados  y  retocados  por  un  redactor  posterior, 
con  los  cuales  habría  éste  formado  el  Pentateuco.  Tal  hipó- 
tesis debe  presentarse  con  precaución,  pues  se  requiere  siem- 
pre esta  condición  fundamental:  que  dicha  hipótesis  deje  in- 
tactas la  autenticidad  y  la  integridad  mosaicas  para  la  obra 
entera  y  para  todos  los  documentos"  (ps.  396,  397). 

2234.  En  la  parte  tercera  del  referido  decreto  se  fijan  las 
condiciones  que  deben  observarse  para  admitir  tales  fueutes. 


26 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


El  fia  particular  del  autor  del  Pentateuco  es  la  historia  sa- 
grada de  la  revelación  y  de  la  legislación  del  pueblo  escogido, 
por  lo  tanto,  quedan  excluidas  las  fuentes  de  carácter  mítico, 
fabuloso.  Debe  suponerse  que  el  autor  sagrado  hace  suyas  las 
aserciones  de  las  fuentes  ...  Es  evidente  que  la  diversidad  de 
fuentes  a  las  cuales  se  ha  recurrido,  puede  explicar  las  dife- 
rencias del  estilo  y  de  las  ideas  principales,  si  se  establecen 
verdaderamente.  Si  se  trata  de  explicar  el  Génesis,  que  narra 
hechos  muy  anteriores  a  Moisés  y  que  no  han  podido  llegar 
a  su  conocimiento  sino  por  la  tradición  oral  o  escrita  — salvo 
el^  caso  en  que  se  deba  suponer  una  revelación  hecha  a  Moi- 
sés—  se  llegará  fácilmente  a  las  fuentes.  Lo  que  se  dice  del 
Génesis,  puede  aplicarse  a  los  otros  libros,  al  Exodo  y  a  los 
Números.  Si  en  efecto  se  admite  — lo  que  es  muy  probable— 
que  Moisés  escribió  estos  tres  libros  al  fin  del  viaje,  se  puede 
pensar  que  fuera  de  las  cosas  ya  escritas  por  él,  recurrió  a 
docum.entos  de  diversos  géneros  escritos  por  otros  en  el  cur- 
s-.o  del  viaje,  y  que  aquél  los  hizo  entrar  en  su  obra.  Para  con- 
firmar esta  suposición,  hasta  se  podria  citar  "El  libro  de  las 
Guerras  de  Yahvé"  (Núm.  21,  14),  libro  que  parece  haber 
contado  los  combates  felizmente  librados  por  el  pueblo  con 
la  ayuda  divina,  en  la  época  del  éxodo,  y  no  hay  inconvenien- 
te en  suponer  que  Moisés  siguió  esas  fuentes.  Es  curiosa  esta 
concesión  de  ia  ortodoxia  católica,  por  dos  razones:  1^  por- 
que no  se  puede  negar  que  el  autor  de  Números  utilizó  otros 
documentos,  pues  al  hacer  la  cita  de  21,  14,  se  expresa  así: 
"Por  lo  tanto  se  dice  en  El  Libro  de  las  guerras  de  Yahvé:..."; 
y  2^  porque  las  guerras  de  Yahvé  no  comenzaron  sino  en  el 
último  año  de  la  vida  de  Moisés  y  deben  haber  dado  materia 
para  ¡a  formación  de  un  libro  "poético"  sólo  cuando  Canaán 
quedó  subyugado.  El  poema  inserto  en  el  cap.  15  del  Exodo, 
y  que  el  texto  supone  haber  sido  compuesto  cuando  el  pasaje 
del  Mar  Rojo,  menciona  la  entrada  victoriosa  de  los  israe- 
litas en  Canaán  y  el  santuario  de  Jerusalén  (§  169).  En  ge- 
neral todas  las  composiciones  poéticas  insertas  en  el  Penta- 
teuco (Gén.  49;  Núm.  23;  Deut.  32)  datan  del  período  de  la 
monarquía  (REUSS,  L'Hist.  Sainte,  I,  p.  128). 

2235^  El  N9  4°  del  decreto  expresa  que  se  pueden  admi- 
tir modificaciones  posteriores:  a)  en  las  mismas  narraciones. 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


27 


sea  adiciones  que  el  autor  inspirado  hubiera  unido  a  ellas, 
sea  por  glosas  y  explicaciones  (bastante  cortas,  parece)  y  no 
inspiradas ;  b)  en  la  forma  exterior  del  libro,  por  retoques 
hechos  al  lenguaje  o  por  faltas  como  las  que  se  introducen 
en  !a  historia  de  un  texto.  Una  sola  condición,  un  solo  límite 
se  impone  a  estas  modificaciones :  que  se  mantengan  la  auten- 
ticidad y  la  integridad  mosaicas.  ¿  Hasta  dónde  se  extienden 
éstas?  En  un  caso  concreto  será  a  veces  difícil  definirlo.  Por 
esto  corresponde  a  la  Iglesia  sola  el  pronunciarse,  y  bajo  la 
conducta  de  la  Iglesia  los  intérpretes  católicos,  apoyándose 
en  los  fundamentos  de  la  religión,  prosiguen  sus  trabajos  crí- 
ticos y  someten  a  examen  lo  que  se  presenta,  según  los  prin- 
cipios evolucionistas,  como  conclusiones  de  la  ciencia" 
(ps.  397-398). 

2236.  Vese  por  esta  larga  transcripción  que  los  escritores 
católicos  si  no  quieren  incurrir  en  el  anatema  de  su  Iglesia, 
^  como  les  pasó  a  Loisy,  Turmel  y  Buonaiuti,  deben  ceñirse  es- 
trictamente a  lo  que  ésta  les  prescribe  de  antemano,  y  some- 
ter sus  trabajos  al  examen  y  censura  de  la  misma.  No  hay 
para  qué  insistir,  porque  ello  es.  evidente,  que  con  tal  sistema 
no  se  realiza  obra  científica  alguna.  Para  esto  se  requiere 
libertad  de  pensamiento,  y  lo  que  aquí  se  establece,  es  el  tri- 
bunal de  la  inquisición  de  la  conciencia.  No  se  acallan  las 
protestas  de  la  razón  con  argumentos,  sino  por  el  medio  bru- 
tal de  la  excomunión.  A  toda  costa,  aún  contra  toda  evidencia 
histórica,  hay  que  declarar  que  el  Pentateuco  fué  escrito  por 
Moisés,  o  por  sus  secretarios,  hipótesis  esta  última  emitida 
en  el  siglo  XVII  por  el  sacerdote  Ricardo  Simón  y  que  fué 
entonces  vivamente  combatida  por  Bossuet,  y  a  la  cual  se  ve 
hoy  obligada  la  Iglesia  a  recurrir,  como  áncora  de  salvación, 
para  explicar  las  variaciones,  repeticiones  y  contradicciones 
que  innegablemente  presentan  los  textos  bíblicos  a  todos  aque- 
llos que  no  quieran  cerrar  los  ojos  a  la  realidad.  Pero  aun 
admitiendo  la  hipótesis  de  R.  Simón,  debe  forzosamente  afir- 
marse que  "el  autor  principal  e  inspirado  del  Pentateuco  fué 
Moisés,  cuyos  pensamientos  han  relatado  fiel,  íntegra  y  ex- 
clusivamente sus  secretarios,  y  que  la  obra  así  compuesta  fué 
aprobada  por  él".  ¿  Por  qué  no  sostener  entonces  que  esos 
secretarios  fueron  inspirados  a  su  vez  por  el  espíritu  divino. 


28 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


como  se  afirma  que  lo  fué  Moisés?  En  resumen,  a  todo  tran- 
ce, hay  que  mantener  la  autenticidad  y  la  integridad  mosai- 
cas de  la  obra,  porque  tal  idea  es  dogma  de  la  Iglesia,  y  ésta, 
poseedora  de  la  verdad  absoluta,  no  puede  equivocarse.  ¿Aca- 
so el  concilio  de  Trento  no  llamó  al  Pentateuco  "los  cinco  li- 
bros de  Moisés"?  Por  eso,  pues,  la  iglesia  católica  siempre 
ha  considerado  como  una  evidente  prueba  de  incredulidad  el 
dudar  del  origen  mosaico  de  los  primeros  cinco  libros  bíblicos. 
Los  jesuítas  Cornely  y  Merk,  que  conocen  bien  las  dificul- 
tades del  problema  del  Pentateuco,  no  se  atreven  a  decir  cla- 
ramente que  es  ésta  una  cuestión  dogmática ;  pero  llegan  a 
esa  conclusión  por  un  rodeo.  "Todos  reconocen,  escriben  ellos^ 
que  no  hay  ninguna  definición  formal  de  la  Iglesia  sobre  el 
origen  mosaico.  El  asunto  no  es,  pues,  de  fide  definiía.  Pero» 
por  otra  parte,  el  testimonio  ya  de  la  tradición,  ya  de  la  Es- 
critura, presenta  tal  carácter  que  la  cuestión  no  puede  con- 
siderarse cuestión  libre,  sino  que  debe  admitirse  que  el  ori- 
gen mosaico,  relativamente  al  Pentateuco  entero,  es,  por  lo 
menos,  teológicamente  cierto.  Aun  más,  esta  verdad  parece 
a  muchos  autores  deducirse  tan  bien  de  las  fuentes  teológi- 
cas, que  se  puede  considerarla  de  fide  divina.  Si  dogmática- 
mente es  cierta  la  autenticidad  mosaica  del  Pentateuco,  his- 
tóricamente no  puede  ser  prudentemente  negada"  (ps.  398, 
399). 

ARGUMENTOS  DE  LA  ORTODOXIA  CATOLICA.  — 

2237.  Los  argumentos  teológicos  a  que  se  refieren  Cornely 
3'  Merk  (ps.  399  -  407)  son  éstos :  1°  Testimonio  de  Jesucristo 
y  de  los  Apóstoles:  Hay  unos  25  pasajes  del  Nuevo  Testa- 
mento, en  los  cuales  se  atribuye  la  obra  literaria  del  Penta- 
teuco a  Moisés.  Jesús  confirmó  esa  creencia  diciendo  en  tér- 
minos formales:  "De  mí  escribió  Moisés"  (Juan,  5,46).  Lue- 
go, a  menos  de  pretender  que  el  Cristo  aprobó  el  error,  debe 
afirmarse,  que,  por  su  testimonio,  puso  fuera  de  duda  el  ori- 
gen mosaico  del  Pentateuco.  2°  Testimonio  de  los  otros  libros 
del  A.T. :  En  la  historia  de  Israel  no  hay  un  solo  período  ea 
el  cual  haya  sido  desconocido  el  Pentateuco,  y  en  que  éste 
no  se  haya  atribuido  a  Moisés,  a)  Los  libros  de  la  Ley  son 
a  veces  atribuidos  expresamente  a  Moisés  por  los  libros  pro- 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


29 


féticos  e  históricos  (Mal.  4,  4;  Dan.  9,  11,  13;  Esd.  3,  2,  etc.; 
Neh.  8.  1,  etc.;  II  Crón.  17.  9,  etc.;  II  Rey.  2,  23 ;  I  Rey.  2,  3 
(§  1286);  Jue.  3.  4;  Jos.  1.  7).  b)  El  Pentateuco  siempre  fué 
conocido  por  los  israelitas ;  así  Oseas  y  Amos  mencionan  la 
liberación  de  la  servidumbre  en  Egipto,  aluden  al  largo  viaje 
en  el  desierto,  enseñan  que  Israel  es  castigado  porque  ha  re- 
chazado la  ley  de  Yahvé  (Os.  4,  6;  Am.  2,  4),  suponen  o  citan 
preceptos  mosaicos  (Os.  12,  9 ;  Am.  4,  4)  ;  Oseas  dice  que 
Yahvé  ha  dado  la  ley  por  escrito  (8,  12)  (1)  ;  y  otros  profetas 
antes  que  los  citados  muestran  que  los  libros  mosaicos  eran 
conocidos  en  el  reino  de  Israel,  —  compárese  el  sacrificio  de 
Elias  y  la  degollación  de  los  falsos  profetas  (I  Rey.  18  con 
Lev.  1,  6-9;  9,  24;  Deut.  18,  20);  la  historia  de  Naboth 
(I  Rey.  21,  3  con  Lev.  25,  13;  I  Rey.  21,  10  y  Deut.  17,  5,  6); 
y  las  palabras  de  Sedecías  (I  Rey.  22,  11)  con  Deut.  33,  17. 
c)  Los  testimonios  son  más  frecuentes  en  el  reino  de  Judá. 
En  los  libros  de  los  Reyes,  como  en  el  II  de  Crónicas  casi  no  se 
relata  la  vida  de  un  monarca  cjue  no  suponga  la  Ley.  Así 
Josafat  envió  sacerdotes  para  enseñar  al  pueblo  el  libro  de  la 
ley  de  Yahvé  (II  Crón.  17,  7-9);  al  proclamar  rey  a  Joas, 
le  pusieron  la  diadema  y  le  entregaron  "el  testimonio",  o  sea 
el  libro  de  la  ley  (II  Rey.  11,  12;  II  Crón.  23,  11)  (2);  en 
tiempo  de  Josías,  el  libro  de  la  Ley,  escrito  por  mano  de  Moi- 
sés, fué  encontrado  en  el  templo^  (II  Rey.  22.  8-13;  II  Crón. 
34,  14;  §  3207-3212).  d)  Las  exhortaciones  de  los  profetas 
del  reino  de  Judá  no  pueden  comprenderse,  sino  suponiendo 
ya  conocida  la  ley  de  Moisés.  Tómese,  p.  ej.,  el  capítulo  1  de 
Isaías  y  compárense   los   vs.   1,  2   con   Deut.  32.   1,  6,  10 

(1)  Oseas  no  dice  eso.  El  texto  citado  se  expresa  en  estos  tér- 
minos: "Aun  cuando  yo  le  diera  mil  veces  por  escrito  mis  enseñanzas 
(a  Efraim),  éste  las  consideraría  como  ley  extranjera"  o  "como  cosas 
que  no  le  conciernan". 

(2)  El  pasaje  citado  de  II  Rey.  11.  12  dice  así.  según  la  traduc- 
ción de  L.B.d.C:  "Entonces  Joiada  sacó  al  joven  príncipe,  le  puso  la 
^:crona  y  los  brazaletes.  Lo  proclamaron  rey,  lo  ungieron  y  lo  aplau- 
dieron gritando:  ¡Viva  el  rey!".  El  T.M.  trae  "la  ley",  allí  donde 
L.B.d.C.  traduce  el  vocablo  hebreo:  hasse'adot  por  "brazaletes",  y  ésta 
«xpresa  que  se  trata  de  "dos  de  las  insignias  de  la  reyecía  en  el  antiguo 
Israel  (II  Sam.  1,  10)".  El  texto  paralelo  de  II  Crón.  23,  11,  lo  vierte 
L.B.d.C,  así:  "Entonces  sacaron  al  joven  príncipe,  lo  coronaron  y  (se 


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EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


(§  304  -  313)  ;  Ex.  4.  22 ;  Gén.  12,  2 ;  Deut.  26.  29 ;  los  vs.  1,  3,  4 
con  Gén.  32,  26.  ss. ;  Ex.  19,  6;  Deut.  26,  18,  etc.;  los  vs.  1,  5-7 
con  Deut.  28,  33.  35.  50;  Lev.  26.  33;  los  vs.  1,  9  con  Gén.  18» 
23,  ss.;  los  vs.  1,  10-  15  con  las  leyes  sobre  los  sacrificios,  las 
fiestas,  etc.  e)  En  tiempo  de  los  primeros  reyes  antes  de  la 
división  del  Reino,  era  igualmente  conocido  el  Pentateuco, 
como  lo  prueban  estos  ejemplos:  Salomón,  en  su  plegaria 
(I  Rey.  8,  23,  ss.)  emplea  las  palabras  del  Deuteronomio  y  se 
refiere  continuamente  a  las  promesas  del  Levítico  (8,  29  y 
Deut.  12.  11;  8,  31,  32  y  Lev.  5,  1,  etc.)  ;  construyó  el  templo 
para  que  fuera  la  imagen  del  tabernáculo  mosaico  (I  Rey.  6 
y  Ex.  26,  8,  ss:  cfr.  II  Crón.  3,  10  ss.  y  Ex.  25,  18;  26.  31; 
véase  nuestro  t^  IV,  cap.  VIII  y  §  1394-1406).  Para  agra- 
decer a  Dios  el  reino  eterno  que  le  ha  prometido,  David  se 
sirve  de  palabras  del  Deut.  4,  7;  10,  21;  13,  16  (II  Sam.  7, 
22-24;  véase  nuestro  t^  III,  §  1092-  1094).  Samuel  y  Saúl 
manifiestan  conocer  también  el  Pentateuco  (I  Sam.  12,  6-8» 
14.  — §  804,  805—;  Deut.  7.  12  ss. ;  I  Sam.  15,  29.  (1)  cf.  Núm.  23, 
19).  f)  En  la  época  de  los  Jueces  estaban  en  uso  las  leyes 
del  Pentateuco  (comp.  3,  6,  7  con  Ex.  34.  16;  13,  4-14  con 
Núm.  6,  2,  3)  ;  los  relatos  eran  sabidos  (11,  12  ss.  con  Núm.  21, 
24-  26:  4.  11  con  Núm.  10,  29;  1,  20  con  Núm.  14,  24;  Deut.  1, 
36)  (2)  ;  y  todo  esto  era  conocido,  no  por  la  sola  tradición 


le  entregó)  la  ley.  Lo  proclamaron  rey.  Joiada  y  sus  hijos  lo  ungieroiv 
y  gritaron:  ¡Viva  el  rey!".  Y  luego  anota:  "La  palabra,  empleada  para 
designar  la  ley  y  que  propiamente  significa  "declaración  solemne,  esta- 
tuto (charte)"  es  un  término  característico  de  la  legislación  levítica. 
El  texto  primitivo  sin  duda  hablaba  de  una  de  las  insignias  reales,  pro- 
bablemente los  brazaletes  (II  Rey.  11,  12).  Pero  el  Cronista  quiere 
que  se  trate  del  manuscrito  de  la  torá,  que  debía  ser  copiado  por  el 
nuevo  rey,  del  de  los  sacerdotes  levitas,  según  Deut.  17,  18-20  (§  793» 
795).  Es  indudable  que  la  variante  "ley"  pasó  de  las  Crónicas  al  texto 
de  los  Reyes". 

(1)  Este  V.  29  es  una  glosa  correctiva  del  v.  11  del  mismo  cap.  15 
(DHORME). 

(2)  Los  textos  del  Pentateuco  citados  para  comparar  con  pasajes 
de  los  Jueces,  en  este  párrafo  f)  no  los  traen  Cornely  y  Merk;  los 
indicamos  nosotros  para  comodidad  del  lector,  porque  nos  figuramos 
que  a  ellos  habrán  querido  referirse  aquellos  escritores.  Omitimos  mu- 
chas citas  de  los  mismos,  porque  son  traídas  por  los  cabellos,  sin  casi 
asomo  de  analogía  con  pasajes  del  Pentateuco. 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


31 


oral,  sino  por  el  mismo  Pentateuco,  así  como  lo  muestra  la 
semejanza  de  las  palabras  en  muchos  pasajes  (comp.  2,  1,  ss. 
y  23.  32.  ss.  con  Ex.  34,  12  .ss. ;  6,  8  con  Ex.  20,  2;  6,  16  con 
Ex.  3,  12).  g)  El  autor  del  libro  de  Josué  recurre  continua- 
mente a  los  preceptos  y  a  las  palabras  de  Moisés  (1,  3,  13; 
4,  12;  9,  24)  ;  el  último  discurso  de  Josué  es  un  resumen  del 
relato  hecho  en  el  Pentateuco  (24,  2,  ss.)  ;  y  todo  lo  que  se 
narra  de  la  sepultura  de  José  no  se  comprende,  si  no  se  su- 
ponen los  libros  de  Moisés  (24.  32;  comp.  con  Gén.  50.  24; 
33,  19;  Ex.  13,  19). 

2238.  —    3^    Testimonio    del    mismo    Pentateuco.  — 

Algunos  textos  tanto  históricos  como  legislativos,  se  atri- 
buyen tan  formalmente  a  Moisés,  que  su  origen  mosaico, 
dogmáticamente,  es  cierto  en  absoluto.  El  Deuteronomio  se 
le  atribuye  (Deut.  31,  9,  24).  Aunque  es  cierto  que  el  Penta- 
teuco habla  de  Moisés  en  tercera  persona,  esto  no  impide 
que  él  sea  el  autor  de  esa  obra,  pues  los  escritores  griegos  y 
latinos  y  los  orientales  en  sus  inscripciones  hablan  a  menudo 
de  ellos  en  tercera  persona.  Se  dice  que  fueron  escritos  por 
Moisés :  A)  el  relato  de  la  victoria  obtenida  contra  los  ama- 
lecitas  (Ex.  17,  14)  ;  B)  el  catálogo  de  los  campamentos  en 
el  desierto  (Núm.  33,  2  -  13)  ;  C)  las  palabras  de  Yahvé,  o 
sea,  el  libro  de  la  Alianza  (Ex.  20,  4,  7;  20,  23  -23,  33);  D) 
las  palabras  de  la  alianza  renovada  (Ex.  34,  10-27);  y  E) 
frecuentemente  se  menciona  en  el  Deuteronomio  que  Moisés 
escribió  la  ley  (31,  9,  22,  24).  Se  recuerda  a  menudo  ese  "libro 
de  la  ley",  que  ciertamente  existía  escrito  (28,  58;  29,  20-25; 
30.  10;  31.  26;  comp.  28,  27  con  Ex.  9,  9-11).  En  Deut.  17, 
18  ss.  (§  787-797).  se  habla  de  una  copia  de  la  ley  para  el 
monarca;  y  en  1,  5  y  27,  8,  que  Moisés  esculpió  o  grabó  en 
piedras  "esta  ley",  que,  según  ciertos  autores,  designa  todo 
el  Pentateuco. 

2239.  A  estos  argumentos  agregan  Cornely  y  Merk  otros 
"internos",  que,  según  ellos,  prueban  el  origen  mosaico  del 
Pentateuco,  y  de  los  cuales  sólo  mencionaremos  algunos  bre- 
vemente, tales  como :  que  el  autor  de  esa  obra  demuestra  co- 
nocer bien  el  Egipto,  que  la  legislación,  en  numerosos  pun- 
tos, va  naciendo  durante  el  viaje;  que  las  leyes  son  promul- 


32 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


gadas  segfún  las  circunstancias ;  que  otras  suponen  el  desier- 
to y  el  campamento ;  y  que  muchos  detalles  revelan  un  testigo 
presencial  de  los  sucesos  relatados.  Finalmente  manifiestan 
que  el  Pentateuco  constituye  una  cierta  unidad  literaria,  y 
en  cuanto  a  las  innegables  repeticiones  que  se  notan  en  la 
narración,  esto  no  debe  sorprender,  porque  así  es  la  costum- 
bre de  los  orientales. 

REFUTACION  DE  LOS  ARGUMENTOS  DE  LA  OR- 
TODOXIA CATOLICA.  —  2240.  Dentro  de  la  brevedad, 
hemos  tratado  de  exponer  con  toda  fidelidad  y  exactitud  los 
argumentos  dogm.áticos  que  formulan  Cornely  y  Merk,  para 
sostener  el  origen  mosaico  del  Pentateuco,  los  cuales  exami- 
naremos por  su  orden. 

19  El  testimonio  de  Jesús  y  de  los  escritores  del  Nuevo 
Testamento,  quienes  vivieron  quince  siglos,  más  o  menos, 
después  de  Moisés,  no  tiene  mayor  valor  histórico,  máxime 
cuando  hoy,  hay  fundados  motivos  para  dudar  de  la  auten- 
ticidad de  las  palabras  que  se  dan  en  los  Evangelios  como 
pronunciadas  por  Jesús.  Por  supuesto  que  para  quienes  ad- 
miten que  éste  es  un  dios,  y  que,  como  tal,  no  se  puede  equi- 
vocar, la  cuestión  está  resuelta  de  antemano  en  el  sentido 
que  pretende  la  Iglesia ;  pero  entonces  podía  ella  ahorrarse 
argumentos :  con  alegar  que  Jesús  reconoció  que  Moisés  era 
el  autor  del  Pentateuco,  el  asunto  estaba  ya  cerrado  a  toda 
discusión.  Pero  para  los  que  ven  en  Jesús  sólo  el  último  de 
ios  profetas  judíos,  es  decir,  un  hombre  tan  falible  como  los 
dem.ás  hombres,  que  predicaba  creyéndose  inspirado  e  im- 
pulsado por  la  divinidad,  el  argumento  de  la  opinión  de  Jesús 
y  de  sus  discípulos  no  tiene  mayor  significación  desde  que  no 
se  dan  las  razones  que  uno  y  otros  tuvieron  para  emitirlas. 

224L  2^  En  cuanto  al  testimonio  de  los  otros  libros  del 
A.  T.,  —  además  de  las  llamadas  a  diversos  parágrafos  de 
esta  obra,  (§)  que  hemos  indicado  en  la  antedicha  exposi- 
ción de  los  autores  jesuítas  que  comentamos,  —  debe  tenerse 
presente  lo  siguiente:  a)  que  la  crítica  bíblica  llega  hoy  a  la 
conclusión  de  que  entre  la  mitad  del  siglo  IX  y  la  mitad  del 
VIII  aparecieron  las  dos  compilaciones  que  convencionalmen- 
te  se  designan  con  los  nombres  de  documento  yahvista  y  do- 


I 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


33 


cumento  elohista,  compilaciones  fusionadas  quizá  al  comienzo 
del  siglo  VII.  Hemos  expresado  (§  2074)  que  esta  última 
obra,  JE,  debió  haberla  conocido  el  redactor  del  Deuterono- 
mio  primitivo  (siglo  VII),  como  debió  ser  igualmente  cono- 
cida por  los  profetas  escritores  del  siglo  VIII.  De  modo  que 
las  citas  que  libros  posteriores  hagan  de  J  o  de  E  o  de  JE, 
no  invalidan  las  conclusiones  de  la  crítica  independiente,  b) 
Que  ni  J  ni  E,  ni  ninguno  de  los  otros  documentos  que  más 
tarde  contribuyeron  a  formar  el  actual  Pentateuco,  no  hicie- 
ron sino  poner  por  escrito  tradiciones  orales  u  ordenar  y 
combinar  documentos  anteriores  o  servirse  de  ellos  para  com- 
poner las  citadas  compilaciones,  a  las  que  a  la  vez  que  les 
dieron  el  sello  de  su  estilo,  les  hicieron  adiciones  y  retoques 
de  acuerdo  con  sus  ideas.  Así,  el  elohista  incorporó  a  su 
historia,  el  llamado  "Libro  de  la  Alianza"  (Ex.  20.  22  -23,  19), 
que  estudiaremos  más  adelante  en  el  cap.  VII.  En  el  Hexa- 
teuco,  se  citan  expresamente,  como  ya  hemos  dicho,  dos  li- 
bros que  fueron  utilizados  en  esa  obra :  El  Libro  de  las  gue- 
rras de  Yahvé  (Núm.  21,  14;  §  382)  y  El  Libro  del  Justo  o 
de  Yaschar  (Jos.  10,  13;  §  1121),  Lo  que  viene  a  significar 
que  aunque  J  y  E  no  remontan  más  allá  del  siglo  IX,  con- 
tienen tradiciones  o  documentos  más  antiguos,  lo  mismo  que 
pueden  referirse  a  costumbres  y  prácticas  rituales  anteriores, 
que  sólo  mucho  más  tarde  fueron  incorporadas  a  alguno  de 
los  códig:os  del  Pentateuco.  Por  eso,  es  un  absurdo  deducir 
del  sacrificio  de  Elias  (I  Rey.  18,  30-33)  la  conclusión  de  que 
en  su  época  ya  existía  el  Levítico,  pues,  aunque  este  libro  es 
exílico  o  postexílico,  no  quiere  decir  que  muchos  de  los  ritos 
sobre  los  cuales  legisla,  no  fueran  sino  prácticas  consuetudi- 
narias, algunas  de  ellas  de  la  más  remota  antigüedad.  Hacer 
con  piedras  un  altar,  poner  encima  trozos  de  leña,  y  sobre 
ésta  pedazos  del  animal  que  se  inmolaba  a  la  divinidad,  como 
se  dice  hizo  Elias,  era,  sin  duda,  uno  de  los  más  primitivos 
procedimientos  de  ofrecer  un  holocausto  al  dios  nacional.  Pe- 
ro nótese  que  si  clesde  Moisés  hubiera  estado  en  vigencia  el 
Levítico,  Elias  no  hubiera  debido  haber  realizado  ese  sacri- 
ficio, como  no  hubieran  podido  ofrecerlos,  tan  buenos  yah- 
vistas  como  el  vidente  Samuel  (I  Sam.  9,  12;  10,  8),  David 
y  Salomón,  ninguno  de  los  cuales  era  sacerdote  (Lev.  1,  5-9). 


34 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


c)  Las  citas  de  libros  posteriores  al  siglo  V,  —  época  en  que, 
a  estar  a  los  resultados  de  la  crítica,  se  formó  el  actual  Pen- 
tateuco, —  tales  como  Malaquías,  Daniel,  Esdras,  Nehemias 
y  sobre  todo  el  fantástico  libro  de  Crónicas,  según  hemos 
tenido  múltiples  oportunidades  de  mostrarlo  (§  1095-1110), 
nada  prueban  sobre  el  origen  mosaico  de  aquella  compilación. 

2242.  d)  Después  recuérdese  que  en  el  antiguo  Israel 
era  postulado  indiscutible  que  lo  que  allí  existía  en  materia 
de  tradición  legislativa  y  de  preceptos  religiosos,  procedía  de 
Moisés,  a  quien  se  le  consideraba  en  todo  como  el  gran  ini- 
ciador. Era  corriente  en  la  civilización  oriental  juzgar  como 
antiguo  lo  particularmente  venerable,  y  siendo  el  período  mo- 
saico la  época  ideal,  todo  lo  que  era  costumbre  ancestral,  co- 
mo todo  lo  que  se  refería  a  las  bases  de  la  sociedad,  se  hacía 
remontar  a  dicho  período.  Así  los  profetas,  que  opinaban  que 
los  sacrificios  no  podían  coexistir  con  una  religión  elevada, 
afirmaban  que,  por  lo  mismo,  no  podían  haber  sido  practica- 
dos en  la  época  mosaica  (Is.  1,  11-14;  Jer.  7,  21-23;  Os.  6,  6; 
Ani.  5,  25).  Por  eso  sostiene  Mow^inckel,  con  razón,  que  lo  que 
los  profetas  expresan  sobre  la  época  y  la  obra  de  Moisés,  es 
pura  teoría  religiosa,  y  no  el  eco  de  una  verdadera  tradición 
histórica.  Separados  los  profetas  de  Moisés  por  un  período  no 
menor  de  cinco  siglos,  es  lo  probable  que  sólo  dispusieran  co- 
mo fuentes  de  información  de  las  leyendas  que  circularon  mu- 
cho tiempo  oralmente,  antes  de  que  fuesen  a  forman  parte 
de  los  documentos  yahvista  y  elohista.  —  e)  Por  lo  que  res- 
pecta a  los  testimonios  de  los  libros  de  Josué  a  los  de  Reyes 
inclusive,  que  señalan  Cornely  y  Merk,  ya  hemos  visto  en  el 
curso  de  esta  obra,  lo  infundado  de  las  afirmaciones  de  la  or- 
todoxia, que  éstos  sustentan  (§  595  -610;  1281  -  1288). 

2243.  f)  En  cuanto  a  la  mención  de  los  pequeños  tro- 
zos que  en  el  Exodo  o  en  Números  se  dicen  escritos  por  Moi- 
sés, a  ser  cierto  este  hecho,  sólo  probaría  que  lo  restante  o 
sea,  la  mayor  parte  de  dichos  libros  no  eran  de  ese  autor.  Cor- 
nely y  Merk  (p.  407)  tratan  de  aminorar  el  valor  de  esta  con- 
clusión lógica,  alegando  que  a  Moisés  le  ocurrió  lo  mismo  que 

■  a  los  profetas,  pues  éstos  aun  cuando  escribían  todas  sus  pro- 
fecías, sin  embargo,  recibían  expresamente  de  Yahvé  la  orden 
de  escribir  algunas  de  ellas,  según  así  lo  atestiguan,  en  razón 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


35- 


de  su  gravedad  (Is.  30,  8;  Jer.  30.  2;  Ez.  43,  21;  Hab.  2,  2). 
Francamente  que  no  vemos  la  importancia  moral  o  religiosa 
de  alguno  de  los  trozos  que  se  dicen  escritos  por  Moisés,  co- 
mo, por  ejemplo,  la  lista  de  los  campamentos  de  los  israelitas 
en  el  desierto  (Núm.  33,  2-13),  de  la  que  en  seguida  hablare- 
mos, para  que  el  mismo  Yahvé  haya  ordenado  que  se  consig- 
nara esa  lista  por  escrito. 

2244.  Y  después,  como  nota  Reuss,  si  ¡a  historia  de  la 
emigración  fué  escrita  por  el  mismo  Moisés  y  si  las  leyes  en- 
cuadradas en  esa  historia  fueron  redactadas  por  él,  habría 
que  admitir  que  en  esa  obra  tenemos  el  diario  del  viaje  de 
Egipto  a  Canaán.  A  esa  conclusión  llegan  Cornely  y  Merk^ 
pues  afirman  que  "la  legislación  en  numerosos  puntos,  va 
naciendo  durante  el  viaje ;  que  las  leyes  son  promulgadas  se- 
gún las  circunstancias",  etc.  Pero  si  esto  fuera  así,  ¿cómo  ex- 
plicar que  desde  el  comienzo  se  habla  de  cosas  o  sucesos  que 
no  ocurren  sino  al  fin  de  ese  viaje?  Asi,  p.  ej.,  en  Ex.  16,  35 
se  lee  que  "los  israelitas  comieron  (nótese  el  verbo  en  pasado  y 
no  en  futuro)  el  maná  durante  40  años,  hasta  que  llegaron  a 
las  fronteras  de  Canaán",  y  en  Jos.  5,  12  se  confirma  ese  da- 
to, diciendo  qué  a  los  5  dias  del  pasaje  del  Jordán,  o  sea,  unas 
6  semanas  después  de  la  muerte  de  Moisés,  cesó  la  lluvia  del 
maná.  Moisés  manda  a  Aarón  que  llene  de  maná  una  jarra, 
y  como  recuerdo  del  milagro,  la  ponga  delante  de  Yahvé,  y 
Aarón  así  lo  hizo,  poniéndola  delante  del  "Testimonio",  o  sea, 
delante  del  decálogo  escrito  en  las  tablas  de  piedra,  que  esta- 
ban en  el  arca ;  pero  esas  tablas  y  el  arca  sólo  existieron  mu- 
cho después,  según  Ex.  34  y  37.  Y  lo  mismo  ocurre  con  el 
censo  de  ¡os  israelitas  referido  en  el  primer  capítulo  de  Nú- 
meros y  cuyo  resultado  se  menciona  en  Ex.  38,  26;  con  los 
sacerdotes  a  quienes  se  manda  que  se  santifiquen  (Ex.  19,  22),. 
cuando  aún  no  había  sacerdotes  (Ex.  28),  etc.,  etc.;  pero,  so- 
bre todo,  lo  que  demuestra  más  la  inconsistencia  de  la  teoría 
del  diario  de  viaje  de  Moisés,  es  que  habiendo  durado  el  via- 
je a  través  del  desierto,  40  años,  hasta  llegar  a  Canaán,  hay 
en  ese  relato,  después  del  primer  mes  del  año  segundo,  una 
laguna  de  38  años,  que  la  ortodoxia  no  sabe  cómo  explicar. 
(Núm.  10.  11 ;  20,  1,  22  -  28  ;  33,  38;  21,  12,  Deut.  2,  14).  Y  ya  que 
se  insiste  sobre  cuatro  o  cinco  textos,  en  los  cuales  se  men- 


36 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  M0ISE3 


ciona  que  Moisés  escribió  algunos  relatos  del  Pentateuco, 
bueno  será  recordar  muchos  otros  que  acusan  que  otra  per- 
sona redactó  esa  obra,  pues  se  formulan  juicios  sobre  Moisés, 
o  "sé  habla  de  él  en  términos  que  no  admiten  su  participación 
en  ese  trabajo  de  redacción.  Así,  en  el  cap.  6  del  Exodo,  des- 
pués de  detallarse  la  geneaiogia  de  Leví,  agrega  el  texto:  "Es- 
tos, pues,  son  aquel  Aarón  y  aquel  Moisés  a  quienes  Yahvé 
había  dicho:  Sacad  del  país  de  Egipto  los  ejércitos  de  los  hi- 
jos de  Israel.  Estos  son  los  que  hablaron  al  faraón,  al  rey 
de  Egipto,  para  sacar  a  los  hijos  de  Israel  de  Egipto.  Estos 
son  aquel  Moisés  y  aquel  Aarón",  (vs.  25  y  27).  En  el  cap. 
11,  3,  se  lee:  "Y  Yahvé  dió  al  pueblo  gracia  en  los  ojos  de  ios 
egipcios;  y  también  Moisés  era  muy  grande  varón  en  la  tie- 
rra de  Egipto,  delante  de  los  siervos  de  Faraón  y  delante  del 
pueblo".  En  Núm.  12,  3:  "Aquel  varón  Moisés  era  muy  man- 
so (no  irritable),  más  que  todos  los  hombres  de  la  tierra".  Es- 
to no  sólo  no  es  de  Moisés,  sino  que  tampoco  pertenece  al 
que  escribió  en  el  Exodo  estos  pasajes,  que  dejan  tan  mal 
parada  la  mansedumbre  mosaica :  "Moisés  miró  por  todos  la- 
dos, y  no  viendo  a  nadie,  mató  al  egipcio  y  lo  enterró  en  la 
arena"  (Ex.  2,  12).  "Cuando  se  acercó  al  campamento,  y  vió 
el  becerro  y  las  danzas,  se  encendió  la  ira  de  Moisés  y  arrojó 
las  tablas  que  llevaba  en  la  mano  y  las  quebró  al  pie  de  la 

montaña        Y  Moisés  se  puso  a  la  puerta  del  campamento  y 

gritó:  "A  mí,  todos  aquellos  que  estén  "por  Yahvé".  Y  se  le 
reunieron  todos  los  hijos  de  Leví,  y  les  dijo :  "Cíñase  cada 
uno  su  espada,  y  pasad  y  repasad  de  puerta  en  puerta,  por 
entre  el  campamento,  Y  MATAD  A  TODOS,  HERMANOS, 
AMIGOS  Y  PARIENTES"  (Ex.  Z2,  19,  26,  27).  Y  finalmente 
en  Deuteronomio,  aun  prescindiendo  del  capítulo  final,  hay 
pasajes  como  éstos  que  excluyen  la  intervención  directa  de 
Moisés  en  la  redacción  de  ese  libro :  "Y  esta  es  la  bendición 
con  que  Moisés,  el  varón  de  Dios,  bendijo  a  los  hijos  de  Is- 
rael, antes  de  su  muerte . . .  Moisés  nos  prescribió  la  ley" 
(33,1,3). 

LA  LISTA  DE  LOS  CAMPAMENTOS  EN  EL  DE- 
SIERTO. —  2245.  Pero  si  se  examinan  con  detención  los 
textos  en  que  se  expresa  que  Moisés  escribió  determinados 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


37 


pasajes  del  Pentateuco,  fácil  es  convencerse  que  se  trata  de 
menciones  falaces  del  redactor  de  la  obra.  Veamos,  por  ejem- 
plo, el  caso  de  la  lista  de  los  campamentos  del  capítulo  33  de 
Números.  Si  hay  alguna  parte  del  Pentateuco  que  se  podría 
suponer  fuera  escrita  por  el  mismo  Moisés,  sería  ésta,  pues 
se  trata  de  una  monótona  relación  de  jornadas  en  el  desierto: 
"Y  levantaron  el  campamento  en  tal  lado  y  acamparon  en  tal 
otro"  (vs.  5-49).  Pero  pronto  nos  convencemos  de  la  false- 
dad de  tal  atribución.  En  efecto,  nótese  primero  el  uso  de  los 
verbos  en  tercera  persona  de  plural:  si  Moisés  hubiera  escri- 
to esa  lista  de  estaciones,  lo  natural  es  que  siendo  él  el  jefe 
de  la  expedición,  hubiese  dicho :  "LEVANTAMOS  el  campa- 
mento y  ACAMPAMOS,  etc.".,  empleando  la  primera  perso- 
na del  plural,  lenguaje  que  usan  los  escritores  bíblicos  cuan- 
do suponen  que  es  Moisés  el  que  habla;  así  en  Deut.  1,19  se 
ponen  en  boca  de  ese  jefe  estas  palabras :  "LEVANTAMOS 
el  campamento  de  Horeb,  ANDUVIMOS  por  todo  aquel  de- 
sierto grande  y  terrible  ..  como  NOS  mandaba  Yahvé,  NUES- 
TRO dios,  y  asi  LLEGAMOS  a  Cades-Earnea".  Pero  puede 
decirse  que  esa  manera  de  expresarse  haya  sido  usada  por  un 
redactor  que  utilizó   escritos  originales  del  propio  Moisés. 
Bien,  aceptado;  pero  entonces  si  esa  lista  contiene  anotacio- 
nes originales  del  jefe  del  éxodo,  esos  datos  deben  ser  la  ex- 
presión fiel  de  la  verdad.  Sin  embargo,  el  análisis  de  dicho  ca- 
pítulo 33  nos  revela  que  ese  detalle  de  jornadas  del  viaje  a 
través  del  desierto  no  puede  ser  la  obra  de  un  testigo  ocular. 
Llama  ante  todo  la  atención  la  curiosa  coincidencia  de  que 
desde  la  partida  de  Ramesés,  en  Egipto,  hasta  llegar  a  los 
llanos  de  Moab,  sólo  se  hayan  efectuado  40  campamentos  du- 
rante los  40  años  de  estada  en  la  península  del  Sinaí  y  en  la 
Arabia  Pétrea,  región  toda  ella  no  mayor  del  doble  del  país 
de  Canaán,  que  más  tarde  ocupó  Israel.  Después,  los  sitios  de 
esos  campamentos  que  se  han  podido  identificar,  no  son  lu- 
gares habitables  para  multitudes,  sino  que  se  trata  de  pozos, 
parajes  de  pastoreo  y  otras  localidades  semejantes,  donde  só- 
lo un  grupo  no  muy  grande  de  personas  podría  vivir  por  cor- 
to tiempo,  y  por  lo  tanto,  donde  no  habría  medios  de  subsis- 
tencia para  la  caravana  de  más  de  dos  millones  de  almas 
(§  161)  que,  se  dice,  eran  los  israelitas,  sin  contar  sus  nu- 


38 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


merosos  ganados  (Ex.  12,  37,  38;  Núm.  11,  21 ;  32,  26).  Además, 
en  la  obra  que  se  pretende  mosaica,  hay  dos  listas  de  esos 
campamentos  que  "no  concuerdan  en  la  nomenclatura  de  las 
estaciones,  listas  que  en  su  estado  actual,  parecen  ser  el  re- 
sultado de  la  combinación  de  varias  tradiciones  originariamen- 
te diferentes.  Nada  es,  pues,  menos  justificado  que  la  idea, 
frecuentemente  expresada,  que  en  esas  listas,  sobre  todo  en 
la  del  cap.  33  de  Números  poseemos  un  escrito  auténtico  de 
Moisés"  (REUSS,  I,  89). 

2246.  Poniendo  esas  listas  una  frente  a  otra,  se  notará 
fácilmente  que  no  pueden  ser  la  obra  del  mismo  autor. 


Lista  de  Números  33 


1.  Sucot   

2.  Etam   

3.  Pihahirot   

4.  Mará   

5.  Eürn   

6.  Junto  al  Mar  Rojo  ... 

7.  Desierto  de  Sin   

8.  Dofca   

9.  Alush   

10.  Refidim.  (§  173-  174) 


11.   Desierto  del  Sinaí 


12.  Kibrot  -  Hataava 

13.  Hazerot   


Lista  de  otras  partes  del 
Pentateuco 

Sucot  (Ex.  12,  37) 
Etam  (Ex.  13,  20) 
Pihahirot  (Ex.  14,  2,  9) 
Del  otro  lado  del  Mar  Rojo 

(Ex.  14,  15;  15.  22) 
Mará  (Ex.  15,  22,  23) 
Elim  (Ex.  15.  27) 
Desierto  de  Sin  (Ex.  16,  1) 

Refidim,  que  tomó  el  nombre 
de  Massa  o  Meriba  por 
las  murmuraciones  del 
pueblo  (Ex.  17,  1,  7) 
Desierto  del  Sinaí  (Ex.  19,  2) 
Desierto  de  Parán  (Núm.  10, 
12) 

Taberah  (Núm.  11,  3) 
Kibrot  -  Hataava    (Núm.  11, 
34) 

Hazerot  (Núm.  11,  35) 
Cadés  en  el  desierto  de  Pa- 
rán (Núm.  12,  16;  13,  26) 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


39 


14.  Ritma   

15.  Rimón  -  Farés   

16.  Libna 
17..  Rissa 

18.  Kehelatha 

19.  Monte  de  Sefer 

20.  Harada 

21.  Makhelot 

22.  Tahat 

23.  Tarach 

24.  Mithca 

25.  Hasmona 

26.  Moseroth    Bené  -  Yaacán  (Deut.  10,  6) 

27.  Bené  -  Yaacán    Moserah,  donde  murió  Aarón 


30.  Abronah   

31.  Etsion  -  Gueber   

32.  Cadés  (Desierto  de  Sin)      De  Horeb  a  Cades  o  Cades 


33.  Monte  Hor,  donde  murió     Monte  Hor,  donde  murió  Aa- 


28.  Hor  -  Haguidgad 

29.  Yotbatha   


(Deut.  10,  6) 
Gudgodah 
Yotbatha 


Barnea  (Deut.  1,  19; 
Núm.  20,  1),  lugar  éste 
que  se  llamó  Meriba,  por 
las  murmuraciones  del 
pueblo  (Núm.  20,  13) 


Aarón   

34.  Zalmonah 


rón  (Núm.  20,  22 ;  §  256) 


35.  Punón 

36.  Obot 


Obot  (1)  (Núm.  21,  10) 


37.  Yyé  -  Abarim 


lyé-Abarim  (Núm.  21,  11) 

Zared  (Núm.  21,  12) 

Más  allá  del  Arnón  (Núm.  21, 


38.  Dibón-Gad 


13) 


(1)  Obot  u  Oboth,  que  significa  "espíritus  de  los  muertos",  debería 
ser  un  lugar  sagrado  donde  se  invocaban  estos  espíritus,  (§  971). 


40 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


39.  Almón  -  Diblataim    Beer  (Núm.  21,  16) 

Matanah  (Núm.  21,  18) 
Nahaliel  (Núm.  21,  19) 
Bamot  (Núm.  21,  19) 

40.  Montañas  de  A  b  a  r  i  m,     Monte  Pisga  (Núm.  21,  20) 
frente  al  monte  Nebo  ....  donde    muí',  i  ó  Moisés 

(Deut.  34,  1,  5) 

2247.  Examinando  este  cuadro,  se  observa :  1^  que  hay 
20  estaciones  o  campamentos  cuyos  nombres  concuerdan,  aun- 
que algunos  de  ellos  no  muy  exactamente,  como  Moseroth  y 
Moserah,  Hor-Haguidgad  y  Gudgodah;  2^  que  entre  las  es- 
taciones 3  y  7  hay  un  campamento  junto  al  mar  Rojo  que  en 
la  primera  lista  ocupa  el  6^  lugar,  y  en  la  otra  el  4° ;  3°  que 
las  N.os  26  y  27  están  invertidas  en  la  2^  lista ;  4°  que  en 
Núm.  33  se  nombran  20  campamentos,  hasta  el  de  las  mon- 
tañas de  Abarim,  donde  están  el  Nebo  y  el  Pisga,  campamen- 
tos que  no  se  encuentran  mencionados  en  otras  partes  del 
Pentateuco;  5°  que  en  la  2*  lista  hay  10  estaciones  (consi- 
derando como  una  distinta  a  Tabera,  (Deut.  9,  22)  aunque  no 
se  dice  que  de  allí  se  haya  levantado  el  campamento,  y  pare- 
ce que  fuese  la  misma  que  Kibrot-Hataava  -  Núm.  11,34) 
que  no  figuran  en  la  de  Núm.  33;  6°  que  en  esa  2^  lista,  a 
Refidim  se  le  cambió  el  nombre  por  el  de  Massa  y  Meriba 
(§  173)  a  causa  de  haber  allí  altercado  el  pueblo  con  Moisés, 
pidiendo  agua  para  beber  (Ex.  17,1-7);  pero  resulta  que  el 
nombre  de  Meriba  (querella  §  174),  se  le  dió  a  Cadés  Har- 
nea, por  la  misma  causa,  y  donde  se  produjo  el  mismo  mila- 
gro, 22  campamentos  después  del  de  Refidim  (Núm.  20,13; 
§  177)  ;  7°  si  Horeb  y  Sinaí  son  dos  nombres  del  mismo  mon- 
te del  desierto  de  Sinaí,  como  se  pretende  (§  122,359)  enton- 
ces tenemos  que,  según  Deut.  1,19,  el  pueblo  recorrió  el  tra- 
yecto de  Horeb  a  Cadés  Barnea,  en  una  sola  jornada,  —  aun- 
que hay  11  días  de  viaje  entre  ambos  puntos,  Deut.  1,2,— 
mientras  que,  según  Núm.  33,  el  pueblo  acampó  21  veces  des- 
de el  Sinaí,  antes  de  llegar  a  Cadés ;  y  8°  que,  según  Deut. 
10,6,  Aarón  murió  en  el  campamento  de  Moserah,  o  sea,  en 
el  campamento  N^  26  de  Núm.  33,  mientras  que  según  los  vs. 
38  y  39  de  este  último  capítulo,  y  Núm.  20,22,  Aarón  murió 


FL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


41 


en  el  monte  Hor,  campamento  N°  33.  Todo  esto  nos  prueba, 
sin  lugar  a  duda,  que  si  Moisés  fué  el  autor  de  la  lista  de 
Núm.  33,  no  puede  ser  el  autor  de  la  lista  que  figura  en  los 
otros  capítulos  de  Números,  Exodo  y  Deuteronomio,  o  vice- 
versa, ya  que  ambas  listas  presentan  entre  sí  notables  di- 
vergencias. 

2248.  Además  según  la  2^  lista,  la  caravana  israelita  lle- 
gó en  cinco  etapas  del  Sinaí  hasta  Cadés  en  el  desierto  de  Pa- 
rán  (Núm.  10,12;  11,3,34,35;  12,16;  13,26),  y  de  allí  envia- 
ron espías  a  reconocer  el  país  de  Canaán  (Núm.  13).  Vuel- 
tos los  exploradores  al  cabo  de  40  días,  el  pueblo  se  asusta 
con  sus  informes,  se  subleva,  quiere  elegirse  un  jefe  que  los 
vuelva  a  Egipto,  y  casi  apedrean  a  Josué  y  a  Caleb  que  tra- 
taban de  reanimar  su  valor.  Yahvé  se  irrita  entonces  y  les  da 
como  castigo  que  ninguno  de  aquellos  israelitas,  salvo  Josué 
y  Caleb,  entrarían  en  Canaán.  Como  consecuencia  de  esa  con- 
dena, permaneció  el  pueblo  38  años  más  en  el  desierto,  hasta 
que  murieron  todos  sus  primitivos  componentes  (Núm.  18, 
25-14,38;  Deut.  2,14).  Pero,  según  Núm.  20,  1,14-22;  33,36-38, 
los  israelitas  llegaron  a  Cadés,  al  final  de  su  estada  en  el  de- 
sierto, al  comienzo  del  año  40^  de  la  salida  de  Egipto,  de  mo- 
do que  habían  estado  en  aquel  oasis  sólo  unos  meses.  En 
otros  términos,  según  unos  textos,  el  pueblo  estuvo  en  Ca- 
dés al  comienzo  del  viaje  en  el  desierto ;  según  otros,  esa 
permanencia  en  Cadés  fué  después  de  37  años  de  vida  nó- 
made, durante  los  cuales  murió  toda  la  generación  salida  de 
Egipto  con  Moisés.  Esto  obliga  a  los  ortodoxos,  principal- 
mente a  los  no  católicos,  a  admitir  la  existencia  de  los  do- 
cumentos yahvista  y  elohista  que  tanto  combaten  Cornely  y 
Merk,  teoría  a  la  cual,  según  estos,  no  hay  necesidad  de  re- 
currir, porque  no  explica  nada!  (p.  428).  Así  L.  B.  A.,  de  in- 
sospechable ortodoxia,  al  comentar  el  pasaje  de  las  aguas  de 
Meriba  (Núm.  20,  1-13)  escribe:  "Este  relato  es  el  producto 
de  la  combinación  de  las  narraciones  encerradas  en  los  do- 
cumentos elohista  y  yahvista.  Nos  transporta  de  una  mane- 
ra brusca  al  momento  decisivo  en  que.  después  de  los  38  años 
de  morada  en  el  desierto,  el  pueblo  renovado  se  prepara  a 
emprender  la  conquista  de  Canaán".  Hablando  del  «itinerario 
que  siguieron  los  israelitas  después  de  su  partida  del  Sinaí, 


42 


EL  PENTATEUCO  NO  ES  DE  MOISES 


dice  la  misma  obra:  "Casi  todos  los  nombres  mencionados 
nos  son  desconocidos,  y  es  difícil  a  veces  conciliar  los  dife- 
rentes relatos  que  han  entrado  en  el  tejido  del  texto  sagra- 
do" (II.  p.  172). 

2249.  Lo  que  se  saca  en  limpio  de  los  datos  tan  diferen- 
tes o  contradictorios  de  las  dos  listas  de  la  referencia  es  que 
ninguna  de  ellas  proviene  de  un  testigo  ocular,  ni  menos  del 
jefe  de  la  expedición  israelita  a  través  del  desierto,  sino  que 
ambas  reflejan  diversas  tradiciones,  que,  muchos  siglos  des- 
pués de  esos  sucesos,  se  fijaron  por  escrito  en  distintos  do- 
cumentos, a  los  cuales  llamamos  hoy,  J.  E.  y  P.  Con  toda  ra- 
?ón,  pues,  Reuss  se  expresa  así  al  respecto:  "Con  semejantes 
datos  no  es  de  extrañar  que  las  innumerables  cartas  topográ- 
ficas que  se  han  levantado  de  la  marcha  de  esa  expedición, 
no  sólo  no  concuerdan  entre  sí  y  fijan  muy  arbitrariamente 
la  posición  de  los  diversos  campamentos,  sino  que  todas  for- 
man zigzags  tan  singulares,  que  a  primera  vista  se  apercibe 
que  los  hechos  no  pueden  haber  pasado  de  ese  modo,  si  cier- 
to fuera  que  la  emigración  tuvo  la  finalidad  que  se  le  supone. 
Una  de  dos :  si  se  partió  de  Egipto  para  apoderarse  de  Ca- 
naán,  esas  correrías  a  la  aventura,  en  todas  direcciones,  —  Es- 
te, Sur,  Norte  y  otra  vez  Este, —  no  tenían  razón  de  ser;  si 
por  el  contrario,  esos  datos  fueran  ciertos,  entonces  se  tra- 
taría de  correrías  de  algunas  pequeñas  hordas  de  nómades, 
que  no  pensaban  en  el  mañana,  y  la  invasión  de  Canaán  fué 
ima  empresa  posterior  e  independiente  de  la  emigración.  En 
ningún  caso  fué  un  contemporáneo  el  que  redactó  esas  listas 
discordantes".  (L'Histoire  Sainte,  I,  p.  91).  Por  eso  quizá  no 
esté  lejos  de  la  verdad  Toussaint  cuando  opina  que  los  dife- 
rentes itinerarios  dados  por  las  fuentes  J,  E  y  P,  parecen 
más  bien  haber  sido  formados  con  datos  provenientes  de  ca- 
ravaneros de  los  siglos  VIII  o  VI,  que  no  con  documentos 
escritos  en  el  siglo  XIII  (p.  65). 

2250.  Con  el  ejemplo  que  antecede,  queda,  pues,  bien 
evidenciado  el  poco  crédito  que  deben  merecernos  los  pasa- 
jes en  que  se  nos  dice  que  Moisés  escribió  tal  o  cual  de  los 
relatos  que  leemos  en  la  Biblia.  Igualmente  resulta  claro  que 
el  Pentateuco  es.  según  dijimos  (§  2221),  la  ensambladura 
de  una  pluralidad  de  docuifientos  diversos,  tanto  en  su  ori- 


í;l  pentateuco  no  es  de  moisés 


43 


j^en,  como  en  su  fecha  y  carácter.  Luciano  Gautier,  en  una 
feliz  comparación,  manifiesta  que  lo  ocurrido  con  el  Penta- 
teuco es  semejante  a  lo  que  ha  pasado  con  los  Evangelios  ca- 
nónicos, que  son  cuatro  relatos  paralelos  de  la  vida  de  Je- 
sús, a  los  que,  en  diversas  oportunidades  se  ha  tratado  de  ar- 
monizar en  una  sola  obra.  La  primera  de  esas  tentativas  y  la 
áe  mayor  éxito,  fué  la  realizada  por  Taciano,  discípulo  de 
Justino,  quien  por  el  año  160,  compuso  una  Armonía  de  los 
Evangelios,  titulada  el  Diatessarón,  (que  significa  obra  com- 
puesta "por  medio  de  cuatro")  destinada  a  suplantar  a  éstos 
€n  el  uso  de  la  iglesia.  Pero  mientras  nosotros  poseemos  los 
cuatro  Evangelios  y  el  Diatessarón,  o  cualesquiera  de  las  otras 
Armonías  que  los  reúnen  en  un  texto  único,  en  cambio,  en  el 
Pentateuco  tenemos  el  texto  armonizado,  sin  los  documentos 
anteriores  e  independientes,  perdidos,  con  los  cuales  ha  sido 
aquél  formado.  Por  eso,  dice  con  razón  Gautier,  que  "el  Pen- 
tateuco es  el  Diatessarón  del  Antiguo  Testamento;  pero  un 
Diatessarón  que  ha  sobrevivido  solo  y  que  ha  relegado  defi- 
nitivamente a  la  sombra,  las  obras  que  lo  precedieron  y  de 
las  que  ha  salido".  (I.  ps.  45-48). 


CAPITULO  II 


Los  relatos  patriarcales  del  Génesis. 

Abraham 

LOS  ANTECESORES  DE  ABRAHAM.  TERAH.  — 
2251.  Pasaremos  ahora  a  estudiar  las  historias  de  los  pa- 
triarcas, como  nos  las  dan  a  conocer  principalmente  el  yah- 
vista  (J)  y  el  elohista  (E),  tan  completamente  fusionadas, 
que  es  muy  difícil,  a  veces,  distinguir  hoy  los  elementos  de 
la  narración  que  pertenecen  a  uno  u  otro  de  esos  documen- 
tos (JE,  §  2068-2070).  Los  tres  grandes  patriarcas  del  Géne- 
sis, antecesores  del  pueblo  de  Israel,  son  Abraham,  Isaac  y 
Jacob.  Antes  de  detallar  la  vida  de  Abraham  (12-25,18),  nos 
da  el  Génesis  dos  cuadros  etnográficos,  bajo  la  forma  de  ge- 
nealogías familiares :  en  el  cap.  10,  la  de  los  descendientes  de 
Sem,  Cam  y  Jafet.  los  tres  hijos  de  Noé  (J  mezclado'  con  P)  ; 
y  en  el  11,  a  partir  del  v.  10,  la  de  la  descendencia  de  Sem, 
hasta  el  v.  32,  versículos  éstos  en  los  cuales  la  crítica  bíblica 
sólo  reconoce  como  de  J,  los  vs.  28-30.  Esta  última  genealo- 
gía termina  con  la  historia  de  Terah,  quien,  después  de  los 
70  años  (v.  26),  engendró  a  Abram,  Nacor  (o  Nahor  — > 
L.B.d.C.)  y  Harán,  en  Ur  -  Kasdim  o  Ur  de  los  Caldeos. 

2252.  Esas  listas  genealógicas  hasta  Terah,  son  indis- 
cutiblemente mitos  etnográficos.  En  el  cap.  10,  el  hecho  es 
tan  evidente,  que  el  redactor  no  se  preocupó  de  disfrazar  la 
ficción,  porque  en  la  genealogía  de  familias  que  nos  da,  de- 
signa a  menudo  los  pueblos  por  nombres  en  plural,  o  con 
artículo.  Así.  p.  ej.,  Cam  tiens  por  hijos  a  Cus  o  Cush  (la 
Etiopia),  Mizraim  (el  Egipto),  Put  (el  Punt  de  los  egipcios,, 
costa  de  Somal  o  de  Somalia)  y  Canaán.  Canaán  engendra  a 
Sidón,  su  primogénito  (el  conocido  puerto  del  Mediterráneo 
oriental  con  cuyo  nombre  se  quiere  representar  a  los  fenicios. 


XOS  ANTECESORES  DE  ABRAHAM 


45 


en  general ;  a  Het  (los  hititas,  que  no  eran  de  la  misma  raza 
que  los  cananeos,  pero  que  en  los  siglos  XIII  y  XIV  a.  n.  e. 
ocuparon  el  mismo  país  que  éstos)  ;  al  Jebuseo,  al  Amorreo,  al 
Gergeseo,  al  Hivvita,  al  Arquita,  al  Sineo,  al  Arvadeo,  al  Ce- 
mareo  y  al  Hamateo,  o  sea,  a  los  jebuseos,  amorreos,  etc.,  co- 
mo traduce  L.  B.  d.  C.  con  el  artículo  en  plural  (vs.  6,  15,  18). 
Los  cuatro  primeros  de  esos  nombres  con  artículo,  designan 
pueblos  de  Palestina ;  los  otros  designan  habitantes  del  Nor- 
te de  Fenicia  y  de  la  Siria.  Mizraim  engendra  a  Ludim,  Ana- 
mim,  Lehabim  (los  libios),  Naftuhim,  Patrusim,  Casluhim 
(de  donde  salieron  los  filisteos)  — todas  poblaciones  egipcias, 
—  y  Caftorim  (vs.  13,'  14).  Como  im  es  la  terminación  plural 
de  los  nombres  en  hebreo,  muchos  traducen  asi :  los  Ludim  o 
lu-ditas,  los  Ansmim  o  anamitas,  etc.  La  mención  entre  parén- 
tesis, que  trae  el  texto  (v.  14)  que  de  los  Casluhim  salieron 
los  filisteos,  está  contradicha  por  otros  pasajes,  más  de  acuer- 
do con  los  datos  históricos,  que  indican  que  los  filisteos  pro- 
cedían de  Caftor,  o  sea,  de  la  isla  de  Creta  (Am.  9,  7) ;  Jer... 
47,  4).  Entre  los  hijos  de  Jafet  están:  Madai  (la  Media)  y  Ja- 
rán o  Yaván  (Grecia,  los  jonios ;  y  los  hijos  de  Yaván  son 
islas  o  pueblos  ribereños  del  Mediterráneo;  Tarsis  (España), 
Kittim  (Chipre),  Rodanim  (Rodas),  etc.  Si  indudablemente 
«p  interesantísimo  para  el  historiador  esta  remota  clasifica- 
ción de  los  pueblos  de  aquella  época,  no  es  menos  innegable 
que  para  ello  se  ha  utilizado  la  forma  del  mito,  personificando 
■naciones,  y  estableciendo  entre  ellas  relaciones  de  parentesco 
para  justificar  la  similitud  de  sus  costumbres,  de  su  lengua, 
grado  de  civilización,  etc.  Fué  ese  el  procedimiento  seguido 
por  la  mayor  parte  de  las  naciones  antiguas  para  explicar  sus 
orígenes.  Así  p.  ej.,  los  griegos  sostenían  que  los  diversos 
pueblos  que  poblaban  la  Hélada  o  Grecia,  procedían  de  Deu- 
calión  (el  Noé  griego),  quien  fué  padre  de  Heleno,  el  que  en- 
gendró a  Dorio,  Eolo  y  Xuto,  habiendo  tenido  este  último 
■dos  hijos :  Yon  o  Jon  y  Aqueo.  Por  la  genealogía  de  los  epó- 
nimos-  se  explicaba  pues,  la  división  de  la  ra."a  helénica  en 
cuatro  ramas  principales :  dorios,  eolios,  jonios  y  aqueos, 
aún  cuando  esos  pueblos  se  diferenciaban  entre  sí  por  sus  dia- 
lectos, usos,  costumbres  e  instituciones.  Pronto  veremos  que 
los  historiógrafos  israelitas  apelaron  al   mismo  recurso  para 


46 


LOS  ANTECESORES  DE  ABRAHAIÍ 


expresar  el  origen  de  las  doce  tribus  hebreas,  suponiendo  que 
éstas  procedían  de  los  doce  hijos  de  Jacob. 

2253.  Otro  tanto  podemos  decir  de  la  genealogía  de  ios 
descendientes  de  Sem,  del  cap.  11.  El  carácter  mítico  de  este 
relato  se  revela  no  sólo  porque  parte  de  él  es  una  repetición 
del  capítulo  mítico  anterior,  sino,  además,  por  las  edades  mul- 
ticentenarias  de  esos  imaginarios  individuos,  (en  contra  del 
dicho  de  Yahvé  de  que  en  adelante  la  edad  humana  no  exce- 
dería de  120  años,  6,  3)  y  porque  muchos  de  ellos  son  tam- 
bién pueblos  o  localidades,  como  Heber  (Jos  hebreos),  Serug, 
(una  ciudad  del  Norte  de  Siria),  etc.  La  finalidad  del  autor  de 
esta  última  genealogía  era  indicar  el  lapso  de  tiempo  (1)  trans- 
currido desde  el  diluvio  hasta  el  nacimiento  de  Abraham ;  pera 
la  duración  tan  corta  de  ese  período,  que  sólo  alcanza  a  290 
años,  da  lugar,  según  hemos  dicho,  a  absurdos  como  éste: 
que  Sem,  testigo  del  diluvio,  habría  muerto  35  años  después 
de  Abraham,  y  50  después  del  nacimiento  de  Jacob.  Para 
obviar  estas  dificultades,  los  LXX  aumentaron  el  período  en- 
tre el  diluvio  y  Abraham,  a  1072  años  y  el  Pentateuco  sama- 
ritano  lo  elevó  a  942,  acrecentando  en  100  años  la  edad  de 


(1)  Habiéndome  preguntado  un  ilustrado  lector  residente  en  la 
Argentina,  el  porqué  empleo  la  expresión  "lapso  de  tiempo",  he  res- 
pondido de  este  modo:  "Según  puede  verse  en  el  Diccionario  de  la 
Academia  Española,  el  vocablo  lapso  viene  del  latín  lapsus;  y  en  este 
idioma  se  le  usaba  principalmente,  entre  otras  acepciones,  con  las 
siguientes:  1^,  caída,  como  en  lapsus  scalarxim,  "caída  de  una  esca- 
lera"; 2^,  curso,  como  en  lapsus  fluminum,  "curso  de  los  ríos";  y  3*^ 
error,  como  en  lapsus  linguae,  expresión  que  todavía  empleamos  hoy 
para  expresar  "error  de  lenguaje".  Estas  acepciones  han  pasado  al 
castellano:  la  1*  en  el  sentido  de  "caída  en  culpa  o  error";  y  la  2^, 
unida  a  la  palabra  tiempo,  formando  el  modismo  "lapso  de  tiempo", 
para  indicar  "el  curso  de  un  espacio  de  tiempo".  Al  dar  esta  última, 
definición  en  su  Diccionario,  la  Academia  Española  olvidó  manifestar 
que  ella  se  aplica  únicamente  al  citado  modismo;  olvido  que  no  co- 
metió al  definir  el  vocablo  similar  transcurso,  pues  aunque  a  éste  le 
da  como  significado:  "paso  o  carrera  del  tiempo",  agrega:  "úsase  co- 
múnmente con  la  misma  voz  tiempo  o  con  las  que  expresan  sus  divi- 
siones, como  año,  siglo,  &".  Igual  cosa  ocurre  con  lapso-,  pues  aunque 
casi  siempre  va  unida  a  la  palabra  tiempo,  suele  alguna  vez  ir  con  ctras- 
voces  equivalentes  o  sinónimas  de  ésta,  como  p.  ej.,  con  término,  que 
entre  sus  acepciones,  tiene  la  de  "tiempo  determinado",  y  así  Juan  dfr 


TERAH,  PADRE  DE  ABRAHAM 


47 


los  patriarcas  desde  Arfaxad  a  Serug,  al  nacerles  a  cada  uno 
su  primogénito,  lo  que  nos  prueba  el  gradó  de  verdad  histó- 
rica que  debemos  conceder  a  tales  relatos.  En  cuanto  al  pa- 
triarca Teráh  (nombre  traducido  por  Taré)  es  un  héroe  rela- 
cionado con  el  culto  lunar  de  Ur,  o  un  dios,  según  las  leyen- 
das de  Ras  Shamrá  (LODS,  R.  H.  Ph.  R.,  t<^  20,  p.  100), 
cuyo  nombre  de  formación  cananea,  proviene  de  yeráh,  "luna" 
o  "mes".  Teráh  tenía  dos  mujeres,  las  diosas  Shin  (tras- 
posición del  dios  lunar  Sin)  y  Nikkar,  variante  de  Nikkal 
(Nin-Gal,  la  consorte  de  Sin),  según  este  antiguo  texto  tra- 
ducido por  Virolleaud. 

Teráh  hizo  levantar  la  luna  nueva. 

Echó  a  Shin,  su  mujer, 

Y  a  Nikkar,  su  muy  amada,  diciendo: 
"Habitaréis,  como  las  cigarras,  el  llano, 

Y  como  las  langostas,  los  confines  del  desierto". 

Este  rasgo  de  que  Teráh  echó  a  sus  mujeres,  recuerda  el  epi- 
sodio idéntico  de  Abraham  y  Agar  (DUSSAUD,  en  R.  H.  R., 
t°  108.  ps.  33,  34).  En  cuanto  a  Nacor  -(Nahor)  era  también 
el  nombre  de  un  dios  adorado  en  el  Norte  de  Siria. 

2254.  Según  P,  Teráh  con  su  hijo  Abram  (Abraham), 
su  nuera  Sarai,  mujer  de  éste,  y  su  sobrino  Lot,  hijo  de 


Solórzano  escribe:  "quedan  prescriptos  por  el  lapso  del  término  legal" 
(Dic.  Encicl.  Hispano  -  Americano.  Art.  Lapso).  Con  lapso  sucede, 
pues,  lo  mismo  que  con  la  voz  latina  transcursus,  que  aunque  signi- 
fica "tránsito  o  pasaje",  se  ha  castellanizado  en  transcurso,  limitándose 
su  significado  a  "pasaje  o  paso  del  tiempo"  o  de  las  divisiones  de 
éste;  pero  debiendo  llevar  el  complemento  temporal  correspondiente. 
El  francés  ha  conservado  lapsus  en  el  sentido  de  "falta,  error",  y  ha 
formado  el  vocablo  derivado  laps,  "espacio";  pero  indicando  que  no 
se  emplea  sino  en  la  locución:  laps  de  temps,  nuestro  "lapso  de  tiempo". 

Esta  nota  la  envié  al  Secretario  Perpetuo  de  la  Real  Academia 
Española,  Sr.  Julio  Casares,  solicitándole  su  opinión  sobre  lo  que  en 
ella  sostengo,  y  dicho  señor,  con  fecha  febrero  4  de  1949,  entre  otras 
cosas,  me  contestó:  "No  tengo  nada  que  objetar  a  lo  que  Vd.  expone 
en  la  página  del  original  que  me  envía,  salvo  la  afirmación  de  que 
"lapso  de  tiempo"  sea  un  modismo,  puesto  que  la  palabra  "lapso",  se- 
gún ya  usted  mismo  ha  observado,  se  emplea  en  otras  combinaciones, 
como  se  ve  en  la  cita  de  Solórzano.  Nuestro  Código  Civil  de  1888  habla 
también  de  "el  lapso  del  término  señalado  por  el  testador". 


48 


TERAH.  PADRE  DE  ABRAHAM 


Harán  muerto  en  Ur  (1),  partieron  de  esta  ciudad  para  ir  al 
país  de  Canaán ;  pero  se  quedaron  en  Carán  o  Harán  al  N.  O. 
de  la  Mesopotamia  (§  2319,  n.),  donde  murió  Teráh,  a  los 
205  años  de  edad,  según  el  T.  M.  (§  34),  o  a  los  145  años, 
según  el  Pentateuco  samariíano.  De  Nacor  sólo  se  dice  en 
este  capítulo  11,  que  se  había  casado  con  su  prima  Milca, 
hija  de  Harán;  pero  a  estar  a  lo  que  se  expresa  en  24,  10  pa- 
rece que  Nacor  se  estableció  en  Aram  -  Naharaim  (traducido 
generalmente  por  Mesopotamia),  región  del  medio  Eufrates, 
y  según  22,  20  -  24,  tuvo  ocho  hijos  con  Milca,  y  cuatro  con 
su  concubina  Reúma.  Los  hijos  de  Nacor  con  Milca  fueron : 
Huz,  Buz,  Kemuel,  padre  de  Aram.  Kesed,  Razo,  Pildash, 
Yidlaf  y  Betuel,  el  padre  de  Rebeca,  siendo  los  hijos  de 
Reúma :  Tebáh,  Gaham,  Tahash  y  Maaca.  Aquí,  como  en 
los  casos  anteriores,  los  nombres  de  los  hijos  de  Nacor  son, 
en  su  mayor  parte,  nombres  de  tribus  o  países  de  la  región 
aranica,  ocupando  los  hijos  de  Milca  el  desierto  de  Siria,  y 
los  hijos  de  Reúma,  la  comarca  del  Líbano.  Recuérdese  que 
las  tribus  consideradas  como  de  sangre  mezclada  o  de  dig- 
nidad inferior,  se  representaban  por  hijos  de  concubinas. 

2255.  La  ciudad  de  Ur,  célebre  mucho  antes  del  tercer 
milenario,  y  una  de  las  más  venerables  metrópolis  del  país 
de  Sumer,  estaba  consagrada  al  culto  del  dios  -  luna  Sin  o 
Nannar  -  Sin.  Este  dios,  como  todos  los  dioses  de  Sumer  y 
de  Accad,  tenía  familia,  a  saber:  su  esposa,  Nin  -  gal  y  sus 
hijos  Shamash  (§  80),  el  dios  -  sol,  Istar  (§  75)  y  Nuskú,  el 
dios  del  fuego.  Como  en  la  ciudad  de  Harán  (2)  o  Carán 


(1)  La  generalidad  de  los  intérpretes  ubican  la  ciudad  de  Ur-Kasdim 
o  Ur  de  los  Caldeos  en  el  Bajo  Eufrates,  en  la  colina  llamada  hoy 
El  -  Miijhdr,  que  ha  explorado,  con  notable  éxito,  C.  L.  Woolley,  en 
este  último  cuarto  de  siglo.  Lods,  en  cambio,  (Israel,  ps.  187  -  9)  se 
inclina  a  localizar  Ur  -  Kasdim  en  la  Alta  Mesopotamia,  en  la  región 
de  Aram  -  Naharaim.  Moret  (Hist.  Anc,  p.  632),  Dussaud  (Les  Dé- 
ccyuvertes,  ps.  156-7),  y  E.  Bhorme  (L'Evolution,  p.  69),  siguen  al 
respecto  la  opinión  general,  diciendo  que  esa  Ur  era  la  antigua  ciudad 
sumeria  real  que  adoraba  al  dios  -  luna  Sin. 

(2)  Harán  o  Harrán  se  escribe  con  h  aspirada,  que  se  prenuncia 
casi  como  c,  por  lo  que  se  suele  escribir  Carán.  Lo  mismo  pasa  con 
la  h  de  Nahor,  por  lo  que  aparece  este  nombre  con  dicha  letra  cam- 
biada en  c. 


TERAH,   PADRE   DE  ABHAHAM 


49 


se  adoraban  las  raismas  deidades,  y  hasta  existía  tanto  en 
ella  como  en  Ur,  un  templo  idéntico  elevado  en  honor  de 
Nin  -  gal,  con  el  mismo  nombre,  bit  -  gipari  (casa  de  campa- 
ña), hoy,  la  crítica  independiente  se  inclina  a  creer  que  el 
dato  bíblico  de  la  emigración  de  Teráh  con  parte  de  su  fa- 
milia de  Ur  a  Carán,  sea  un  eco  del  transporte,  por  un  clan 
o  grupo  de  individuos,  de  las  creencias  religiosas  de  aquella 
ciudad  sumeria  a  ésta  aramea,  al  Norte,  entre  los  dos  gran- 
des ríos  mesopotámicos.  "Cuando  la  Biblia,  escribe  Dhorme, 
hace  salir  la  familia  de  Teráh  del  país  de  Sumer  para  con- 
ducirla a  Harán,  concuerda  con  la  historia  de  los  orígenes 
religiosos  de  esta  última  ciudad...  La  tradición  del  pasaje 
<ie  los  hebreos  de  Ur  a  Harán  quedó  fijada  fuertemente  en 
los  espíritus.  Añadamos  que  los  primeros  capítulos  del  Gé- 
nesis reproducen  el  eco  de  las  leyendas  que  circulaban  en 
Caldea,  sobre  los  orígenes  del  mundo,  de  la  humanidad,  de 
las  civilizaciones.  Indudablemente  que  estas  tradiciones  pu- 
dieron ser  recogidas  en  el  país  de  Canaán,  donde  fué  pre- 
ponderante la  influencia  de  la  literatura  babilónica  desde  la 
mirad  del  2°  milenario  a.  n.  e.,  como  lo  prueban  los  fragmen- 
tos de  mitos  que  se  han  encontrado  entre  las  tabletas  de 
El  Amarna  (§  20,  25,  86)  ;  pero  se  puede  también  suponer 
que  esas  tradiciones  ya  se  habían  extendido  en  la  vecindad 
de  los  grandes  santuarios  que  frecuentaban  los  nómades  de 
la  primera  generación".  El  dios  -  luna  Sin,  agente  de  enlace 
■entre  las  citadas  dos  metrópolis,  al  naturalizarse  como  arameo 
en  Carán,  tomó  el  nombre  de  Shahar,  según  se  ve  en  distin- 
tas y  muy  antiguas  inscripciones.  Los  textos  de  Ras  Shamrá 
atestiguan  la  difusión  del  culto  lunar  tanto  en  los  países 
árameos  como  en  la  Fenicia  del  Norte.  Ese  dios,  transfor- 
mado en  "wSeñor  de  Harán"  (§  72),  y  que  en  sus  peregrina- 
ciones va  acompañado  por  su  familia,  "es  esencialmente  el 
dios  de  los  nómades;  el  que  guía,  a  través  de  la  estepa,  la 
marcha  nocturna  de  los  pastores  que  temen  los  calores  del 
día ;  el  que  les  mide  el  tiempo,  marcando  en  el  cielo  los  días, 
semanas  y  meses ;  y  por  el  cual  conocen  la  época  en  que 
darán  cría  las  ovejas.  Los  antecesores  de  los  hebreos  segui- 
rán las  etapas  del  dios,  y  así  después  de  la  estación  de  Ha- 
rán, pasarán  el  Eufrates.  Su  emigración  está  estrechamente 


50 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


ligada  a  la  de  los  Aramú  y  los  Kaldú  (nombres  que  los  textos 
cuneiformes,  dan  a  los  árameos  y  a  los  caldeos,  respectiva- 
mente) por  lo  cual  los  genealogistas  no  trepidaron  en  trans- 
formar en  parentesco  esa  unión  que  permitía  suponer  la  si- 
militud de  idiomas.  Por  eso  el  hermano  de  Abram,  Nacor, 
viene  a  ser  el  padre  de  Aram,  epónimo  de  los  árameos  o 
siríacos,  y  de  Kesed  (cuyo  plural  es  Kasdim),  epónimo  de 
los  caldeos.  Bien  que  insistiendo  en  el  hecho  de  que  los  ha- 
bitantes de  Harán  como  Betuel  y  Labán  (Gen.  25,  20;  28,  5; 
31,  20,  24)  son  árameos  y  se  expresan  en  arameo  (31,  47,  ss.), 
es,  sin  embargo,  a  casa  de  ellos  que  los  narradores  del  Gé- 
nesis envían  a  buscar  esposas  para  Isaac  y  Jacob  (24  -  J ; 
28 -P).  Nada  se  opone  a  que  los  hebreos  primeramente  ha- 
yan practicado  el  mismo  culto  que  los  árameos,  sus  congé- 
neres. Cuando  Raquel  lleva  los  terafim,  es  decir,  los  ídolos 
domésticos  de  su  padre  Labán  (31,  19  ss. -E),  se  convierte 
en  símbolo  de  ese  traspaso  de  religiones,  cuyos  testimonios 
históricos  hemos  investigado"  (DHORME.  L'Evolution, 
ps.  88-95). 

VOCACION  DE  ABRAHAM.  —  2256.  Con  la  ge- 
nealogía de  Teráh  llegamos  a  Abraham,  el  más  célebre  pa- 
triarca, considerado  como  fundador  del  pueblo  hebreo.  El 
redactor  utiliza  primeramente  el  relato  de  J,  en  el  que  inter- 
cala una  que  otra  frase  de  P,  como  en  12,  4'',  5.  Comienza 
así  su  narración:  12.  1.  Yahvé  dijo  a  Abram:  (1)  "Abandona 
tu  país,  tu  parentela  y  la  casa  de  tu  padre,  y  vete  al  país  que 
te  mostraré.  2.  Haré  nacer  de  ti  una  gran  nación;  te  ben- 
deciré, y  engrandeceré  tanto  tu  nombre  que  serás  ejemplo 
en  las  bendiciones.  3.  Bendeciré  a  los  que  te  bendigan,  y  mal- 
deciré a  los  que  te  maldigan;  y  todos  los  pueblos  de  la  Tie- 
rra desearán  ser  bendecidos  como  tú". 

2257.  El  redactor  olvidó  aquí  que  el  país  de  Abraham 
no  era  la  Naharina,  (ver  en  t*^  I,  mapa  de  p.  65),  donde  se 


(1)  Recuér-dese  que  hasta  Gen.  17,  5  el  patriarca  es  llamado 
Abram,  pasaje  de  P,  en  el  que  se  expresa  que  Yahvé  le  cambió  es* 
nombre  por  el  de  Abrahami,  (de  ab,  "padre",  y  hamón,  "multitud"), 
para  indicar  que  sería  padre  de  multitud  de  naciones. 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


51 


encontraba  la  ciudad  de  Carán,  lugar  de  la  residencia  del 
patriarca  cuando  recibió  la  orden  divina,  sino  Ur  de  los  Cal- 
deos ;  lo  mismo  que  no  tuvo  en  cuenta  que  el  país  de  destino, 
"el  que  te  mostraré",  era  el  país  de  Canaán  al  que  Teráh 
con  su  mencionada  comitiva  se  dirigían,  cuando  les  ocurrid 
cambiar  de  opinión  y  establecerse  en  Carán  (11,  27,  28,  31). 
Una  persona  antes  de  emprender  viaje,  debe  saber  adonde 
va,  por  lo  menos  a  los  efectos  del  rumbo  que  tiene  que  to- 
mar ;  aquí  ocurre  a  la  inversa :  el  interesado  parte  con  toda 
la  familia  y  sus  bienes,  ignorando  adonde  se  dirige ;  el  ca- 
mino y  el  fin  del  viaje  se  los  mostrará  el  dios  que  da  la 
orden.  Este  contrasentido,  a  lo  que  la  ortodoxia  llama  "la 
fe  de  Abraham",  porque  "partió  sin  saber  adonde  iba"  (Heb. 
11,  8),  sólo  puede  admitirse  en  los  relatos  míticos  en  que 
intervienen  dioses  que  conversan  con  los  hombres,  como 
aquí  en  el  Pentateuco  o  como  pasaba  en  la  antigua  Grecia. 
En  el  seno  de  lo  maravilloso  en  que  se  mueven  estos  rela- 
tos infantiles,  todo  es  posible,  como  en  las  fábulas  en  que 
hablan  los  animales  (Gén.  3,  l-r5;  Núm.  22,  28-30).  Para  J,. 
pues,  Abraham  es  un  fiel  creyente  en  Yahvé,  que  conoce 
su  voz,  y  cumple  sin  titubear  la  orden  de  marcharse  a  lo 
desconocido  con  su  familia  y  bienes  tan  sólo  porque  así  se 
lo  pide  aquella  divinidad ;  pero  E  se  hace  eco,  más  adelante, 
de  otra  tradición,  según  la  cual  la  familia  de  Teráh,  lo  mis- 
mo que  los  demás  parientes  de  Abraham  adoraban  otros  dio- 
ses (Jos.  24,  2;  Gén.  31,  19;  35,  4;  §  308).  En  cuanto  a  la 
promesa  que  hace  Yahvé  en  el  pasaje  que  comentamos,  de 
que  de  Abraham  hará  nacer  una  gran  nación,  la  encontrare- 
mos repetida  tres  veces  más  en  el  mismo  Génesis  (13,  14-17; 
15,  5;  17,  1-8).  Estas  dos  últimas  provienen  de  E  y  P  res- 
pectivamente ;  la  otra  es  del  redactor,  quien  quería  destacar 
que  los  hebreos  debían  su  país  no  tan  sólo  a  la  elección  de 
Lot,  —  el  que  al  separarse  de  su  tío  Abraham  eligió  para  si 
la  Transjordania  (§  2264)  —  sino  a  la  manifiesta  voluntad 
del  dios  nacional. 

ABRAHAM  EN  CANAAN.  —  2258.  Abraham  avanzó 
a  través  de  Canaán  y  llegó  a  Siquem,  y  se  detuvo  junto  a  la 
encina  de  Moré  (v.  6).  L.B.d.C.  escribe  al  respecto:  "Moré 


52 


EL  PATRIARCA  ASHAHAM 


<]uiere  decir  "el  que  emite  un  oráculo",  "el  que  da  una  instruc- 
ción divina",  como  el  sacerdote  o  el  adivino.  La  encina  de 
Moré  significa,  pues,  "la  encina  del  adivino"  o  "la  encina 
■que  da  oráculos"  (cf.  las  encinas  de  Dodona  en  Grecia,  y 
2  Sam.  5,  24).  La  palabra  elón,  que  se  traduce  por  "encina" 
o  por  "terebinto",  designa  ante  todo  un  árbol  sagrado  en  el 
cual,  originariamente,  se  consideraba  que  residía  un  dios 
(el;  §  71).  Era  célebre  el  de  Siquem  (Gén.  35,  4;  Deut.  11, 
30;  Jos.  24,  26;  Jue.  9,  6).  Resulta  de  nuestro  pasaje  y  de 
Jue.  9,  G,  que  era  venerada  dicha  encina  por  los  cananeos, 
antes  de  serlo  por  los  israelitas.  Estos,  al  establecerse  en  Pa- 
lestina, a  menudo  adoptaron,  para  rendir  culto  a  Yahvé,  los 
mismos  sitios  en  que  habían  adorado  los  antiguos  habitantes 
del  país  (Siquem,  Bethel.  Hebrón,  etc.).  Las  tradiciones  to- 
cante a  las  visitas  de  los  patriarcas  a  esos  lugares,  tendían 
a  justificar  ante  los  israelitas,  su  carácter  -sagrado".  Por  eso 
expresa  J  que  en  la  encina  de  Moré,  "ss  le  apareció  Yahvé 
a  Abraham,  y  le  dijo:  "Daré  este  país  a  tu  posteridad".  Y 
Abraham  edificó  allí  un  a^tar  a  Yahvé,  que  se  le  había  apa- 
recido. 8.  Y  partiendo  de  alH,  tomó  por  la  montaña,  al  Este 
de  Bethel,  y  plantó  su  tienda  entre  Bethel  al  occidente  y 
Hai  (1)  al  oriente;  y  edificó  allí  un  altar  a  Yahvé  e  invocó 
el  nombre  de  Yahvé.  9.  Y  Abraham  continuó  su  marcha  de 
etapa  en  etapa,  hacia  el  Megueb"  (el  Sur). 

2259.  Sobre  el  citado  v.  8  escribe  Dussaud :  "Existían 
muy  antiguamente  dos  ciudades  vecinas :  una  de  las  cuales 
consagrada  al  culto  del  dios  El.  se  llamaba  Beth  -  El  (Beth 
significa  "casa";  §  92),  mientras  que  la  otra  consagrada  al 


(1)  Hai,  antigua  ciudad  real  cananea  del  principio  del  III  mile- 
nario, se  llamaba  antiguameriíe,  según  Rene  Dussaud,  Beth  -  Hadad, 
consagrada  al  culto  del  dios  Kadad  (§  78),  cuyo  nombre  los  escribas 
de  los  libros  de  Josué  y  de  Samuel,  cambiaron  en  Beth  -  A  vén  (casa 
de  la  mentira,  por  las  mismas  razones  que  cambiaron  baal  por  boshet 
en  otras  palabras,  §  618).  Beth  -  Hadad  fué  destruida  antes  del  año 
2100,  según  las  recientes  exploraciones  de  Mme.  Marquet  -  Krause,  y 
ruando  entraren  los  israelitas  en  Palestina,  llamaron  aquel  paraje 
desolado  Ha-Ay,  o  sea,  "La  Ruina".  Este  nombre  le  quedó  a  la  ciu- 
dad posteriormente  edificada  junto  al  emplazamiento  de  Beth  -  Avén 
<R.H.R.,  t<?  CXV,  ps.  125-141). 


EL  PATRIARCA  AERAHAM 


53 


culto  de  Kadad,  se  llamaba  Beth  -  Hadad.  En  Géu.  12,  8  no 
se  trata,  como  se  ha  creído,  de  instituir  el  culto  de  Yahvé 
en  Beth  -  El,  sino  de  entronizar  a  Yahvé  en  el  país  entre  sus 
dos  poderosos  rivales  El  y  Hadad,  de  lo  c]ue  se  desprende 
que  el  centro  religioso  de  Beth  -  Hadad  (Hai)  no  cedía  en 
importancia  al  de  Beth -El.  Este  relato  de  la  erección  de  un 
altar  a  Yahvé  por  Abraham  no  puede  tener  ningún  fondo 
histórico.  Como  toda  la  parte  yahvista  de  la  gesta  de 
Abraham,  constituj'e  una  adaptación  al  culto  de  Yahvé  de 
leyendas  más  antiguas,  y  a  veces,  como  en  este  caso,  aparece 
netamente  una  oposición  de  doctrina  y  de  culto.  En  efecto,, 
una  tradición  más  antigua  está  ligada  al  nombre  de  Jacob, 
patriarca  no  sin  razón  llamado  Israel,  porque  se  declara 
campeón  de  El.  Cuando  regresa  del  país  de  Aram,  —  viaje 
que  señala  la  trashumancia  establecida  desde  larga  fecha  en- 
tre Bersabé  (Beerseba)  y  Carán  (Gén.  28,  10)  — ,  se  detiene 
Jacob  en  Siquem  donde  consagra  un  altar,  que  denomina  "El 
es  el  dios  de  Israel"  (Gén.  33,  18-20),  y  luego  en  Beth  -  El, 
donde  erige  otro  altar  (35,  1-7),  en  cumplimiento  del  voto 
formulado  en  el  mismo  lugar"  (28,  16-22;  R.H.R.,  t^  115^ 
ps.  139-140). 

ABRAHAM  EN  EGIPTO.  —  2260.  Utilizando  otro  do- 
cum^ento  de  la  misma  escuela  de  J,  el  redactor  inserta  en 
seguida  el  relato  del  viaje  y  de  la  estada  de  Abraham  en 
Egipto  (1).  Acosado  por  el  hambre  que  reinaba  en  el  país, 
Abraham  decidió  irse  a  Egipto ;  pero  antes  de  penetrar  en 
este  país,  le  dijo  a  su  esposa  Sarai :  "Sé  que  eres  hermosa, 
12,  y  que  luego  que  te  vean  los  egipcios,  dirán:  "Es  su  mu- 
jer", y  a  mí  me  matarán,  mientras  que  a  ti  te  conservarán 
la  vida.  13  Di,  pues,  que  eres  mi  hermana,  a  fin  de  que  yo 
sea  bien  tratado  por  causa  tuya,  y  salve  la  vida  gracias  a 
ti".  14  Luego  que  Abram  entró  en  Egipto,  vieron  los  egip- 
cios que  su  mujer  era  muy  bella.  15  Y  viéndola  también  los 


(1)  Este  relato,  dice  L.B.d.C,  ha  sido  sacado  de  otra  fuente  que. 
el  conjunto  de  los  caps.  12  y  13,  porque  para  insertarlo  en  éstos,  el 
redactor  debió  agregar  enlaces  (12,  9;  13,  1,  3-4)  a  efecto  de  hacer 
volver  Abraham  al  punto  donde  lo  había  dejado  12,  8. 


54 


EL  PATRIARCA  ABRAIIAM 


cortesanos  del  Faraón,  se  la  alabaron  a  éste,  y  ella  fué  lle- 
vada al  palacio  del  Faraón.  16  A  causa  de  ella,  trató  bien 
a  Abram,  quien  recibió  ovejas,  vacas,  asnos,  esclavos  y  es- 
clavao,  asnas  y  camellos.  17  Pero  Yahvé  hirió  al  Faraón  y 
a  su  casa  con  grandes  plagas,  a  causa  de  Sarai,  mujer  de 
Abram.  18  Entonces  el  Faraón  llamó  a  Abram  y  le  dijo: 
"¿Qué  es  lo  que  me  has  hecho?  ¿Por  qué  no  me  declaraste 
que  era  tu  mujer?  19  ¿Por  qué  dijiste:  "Es  mi  hermana", 
de  manera  que  la  tomé  por  mi  mujer?  Ahora,  pues,  he  ahí 
a  tu  mujer;  tómala  y  vete".  20  Y  el  Faraón  ordenó  que  lo 
expulsaran  a  él  y  su  mujer,  con  todo  lo  que  le  pertenecía". 

2261.  Sobre  este  relato,  contado  por  E  con  notables  va- 
riantes, léase  lo  que  al  respecto  hemos  dicho  en  §  2069.  "La 
misma  tradición,  anota  L.B.d.C,  se  encuentra  con  variacio- 
nes en  los  caps.  20  y  26,  7-11.  Su  finalidad  consiste  a  la 
vez  en  mostrar  que  Yahvé  preservó  a  la  mujer  del  patriarca 
de  un  grave  peligro,  y  en  celebrar  la  hermosura  de  la  abuela 
de  Israel,  así  como  la  habilidad  del  marido.  Sobre  este  últi- 
mo punto,  las  generaciones  ulteriores  parecen  haber  tenido  es- 
crúpulos, porque  las  formas  más  recientes  de  la  tradición 
(caps.  20  y  26)  atenúan  la  mentira  y  los  cálculos  interesados 
del  patriarca".  Debe  tenerse  presente  que,  según  la  narración 
transcripta  de  J,  la  mujer  de  Abraham,  cuando  el  viaje  de 
éste  a  Egipto,  tendría  que  hallarse  en  la  flor  de  la  edad,  en 
la  época  en  que  la  belleza  femenil  se  expande  en  todo  su 
esplendor,  lo  que  no  concuerda  con  los  datos  cronológicos 
de  P.  según  los  cuales  Sara  tenía  65  años  a  su  llegada  a 
Canaán  (v.  4  y  17,  17).  Aquí,  como  en  los  cuentos,  cuando 
se  principia  con  la  conocida  frase :  "Había  una  vez  un  rey...", 
que  no  hay  el  porqué  nombrarlo,  porque  no  hace  al  caso, 
aquí,  decimos,  no  se  expresa  el  nombre  del  soberano  egipcio, 
al  igual  que  en  las  historietas  de  José  y  del  nacimiento  de 
Moisés  (§  113  al  final,  276).  Después,  a  los  corifeos  de  la 
intolerancia,  católica  que  despotrican  contra  la  escuela  laica 
por  su  neutralidad  en  materia  religiosa  y  que  sostienen  que 
no  hay  moral  sin  religión,  podemos  manifestarles  que  si  en 
la  enseñanza  religiosa  que  imparten  en  sus  colegios  confe- 
sionales* y  sectarios,  dan  a  conocer  las  biografías  de  los 
grandes  personajes  bíblicos,  como  Abraham,  tal  cual  la  na- 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


55 


rran  las  Santas  Escrituras,  sin  falsear  lo  que  éstas  expresan, 
dicha  enseñanza  tendrá  que  ejercer  perniciosa  influencia  ;>o- 
bre  los  jóvenes  estudiantes  que  la  reciban.  En  efecto,  sin  una 
palabra  de  censura  por  parte  del  autor  sagrado,  se  nos  re- 
fiere que  Abraham,  el  prototipo  del  hombre  justo,  el  modelo 
de  fe  para  los  creyentes,  se  vale  de  una  burda  mentira  para 
escapar  a  un  peligro,  fácil  de  evitar  por  otros  medios  más 
correctos ;  y  luego  se  nos  muestra  aquél  como  un  vulgar  pro- 
xeneta, que  vive  holgadamente  en  Egipto,  enriqueciéndose  a 
expensas  de  su  hermosa  mujer  Sara,  gracias  a  la  munificen- 
cia del  Faraón,  que  hacía  vida  marital  con  ella,  teniéndola 
en  su  harem  (12,  14-16).  Si  Abraham  viviera  hoy  f.Ttre 
nosotros,  y  explotara  a  su  mujer  de  ese  modo,  tolerando  que 
otro  hombre  cohabitara  con  ella,  lucrando  así  con  el  honor  de 
su  esposa,  caería  bajo  la  sanción  de  nuestra  ley  "N^  8080,  del 
27  de  mayo  de  1927,  e  incurriría  en  pena  de  dos  a  ocho  años 
de  penitenciaría  (1). 

2262.  Por  supuesto  que  estas  lógicas  consecuencias  exas- 
peran a  la  ortodoxia,  la  que  a  toda  costa  se  esfuerza  en  de- 
mostrar que  lo  negro  es  blanco,  a  efecto  de  salvar  la  morali- 
dad del  patriarca.  Así  Scio  trata  de  probar  que  Abraham  no 
mintió  al  enseñar  a  Sara  que  dijese  que  era  su  hermana,  por- 
que "los  hebreos  llamaban  hermanos  y  hermanas  a  los  pa- 
rientes más  cercanos",  y  luego  basándose  en  el  testimonio  de 
San  Agustín,  agrega  que  "Abraham  se  portó  aquí  con  una 
sabiduría  llena  de  luz.  Se  miraba  puesto  entre  dos  extremos: 
el  primero  de  desconfiar  de  la  protección  de  Dios ;  el  segundo 
de  tentarle  por  una  confianza  mal  entendida ;  esto  es,  de  es- 
perar de  él  una  protección  extraordinaria  y  milagrosa,  cuando 
podía  evitar  el  peligro  por  medios  ordinarios  y  naturales.  Se 
trataba  al  mismo  tiempo  de  conservar  dos  cosas,  que  para  él 
eran  de  la  mayor  estimación:  el  honor  de  su  mujer  y  su  propia 
conservación.  La  prudencia  no  le  sugería  medio  alguno  para 
impedir  que  Ic  arrebatasen  a  Sarai;  y  así  por  lo  que  tocaba 
a  esto,  se  abandonó  en  manos  de  la  divina  Providencia.  Tenía 


(1)  Vernes  califica  de  mediocre  la  historia  de  Abraham  en  Egipto, 
agregando  que  no  honra  ni  a  la  facultad  de  invención,  ni  a  la  delica- 
deza moral  de  su  autor  (p.  28). 


56 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


a  mano  un  medio  de  poderla  librar  sin  esperar  un  milagro» 
y  éste  era  responder,  sin  faltar  a  la  verdad,  que  Sarai  era 
su  hermana.  Lo  contrario  hubiera  sido  tentar  a  Dios,  y  ex- 
poner a  Faraón  a  un  homicidio".  La  afirmación  de  San  Agus- 
tín de  que,  sin  faltar  a  la  verdad,  Abraham  podia  decir  que 
Sara  era  su  hermana,  se  base  en  lo  que,  según  la  tradición 
recogida  por  E,  contesta  el  patriarca  a  Abimelec :  "Ciertamen- 
te ella  es  mi  hermana,  hija  de  mi  padre;  pero  no  es  hija  de 
mi  madre,  y  ha  podido  así  ser  mi  mujer"  (Gén.  20,  12)  —  pre- 
tendido parentesco  inventado  para  excusar  la  patente  mentira 
del  patriarca  — ,  lo  cual  no  concuerda  con  los  datos  genealó- 
gicos de  P,  documento  que  afirma  que  Teráh  tuvo  tres  hijos, 
y  que  Sarai  era  su  nuera,  mujer  de  Abram  su  hijo  (Gén.  11, 
26-31).  El  considerar  lícito  el  matrimonio  entre  dos  medio 
hermanos  está  en  pugna  con  la  legislación  de  Lev.  20,  17  (Deut. 
27,  22),  la  que  impone  la  pena  de  muerte  a  los  culpables  de  tales 
uniones,  lo  cual  prueba  la  diversidad  de  documentos  que  uti- 
lizó el  redactor,  cuyas  contradicciones  no  siempre  supo  evitar. 
Debe  recordarse  que  tanto  en  época  de  David  (II  Sam.  13, 
13),  como  entre  los  egipcios  y  griegos,  era  considerado  como 
legítimo  el  matrimonio  entre  hermano  y  hermana  no  uterinos. 

2263.  En  cuanto  a  que  Sara,  a  estar  al  relato  que  co- 
mentamos, cohabitó  con  el  Faraón,  lo  niega  la  ortodoxia  pie- 
tista,  con  argumentos  como  éste  que  emplea  Scío  al  anotar 
el  V.  15:  "Aunque  Faraón  dió  orden  que  llevasen  a  Sarai  a 
su  palacio  con  el  fin  de  desposarla,  no  llegó  este  caso,  porque 
era  costumbre  que  las  mujeres  destinadas  para  esposas  de 
los  reyes,  fuesen  prej^aradas  largo  tiempo  antes  con  perfu- 
mes y  con  baños  (Ester  2,  12).  Y  en  este  tiempo  fué  en  el 
que  trataron  con  tanto  agasajo  a  Abram  por  respeto  de  Sarai, 
y  en  el  que  Dios  envió  sus  plagas  contra  Faraón  y  su  fami- 
lia, las  que  le  hicieron  conocer  su  falta  y  que  Sarai  era  mujer 
de  Abram ;  y  así  se  la  restituyó  sin  haberla  tocado,  y  los 
hizo  acompañar  hasta  sacarlos  fuera  de  su  reino  con  todo, 
lo  que  poseían".  Por  supuesto  que  para  hacer  esta  alegación 
no  tiene  en  cuenta  Scío:  1^  que  ante  el  poderoso  soberano 
de  Egipto,  no  habría  sido  Abraham,  sino  uno  de  tantos  jefe- 
zuelos  que  acudían  de  las  regiones  del  desierto  oriental  en 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


57 


busca  de  alimentos,  y  no  el  rey  de  un  país  con  el  cual  hu- 
biera tenido  interés  de  emparentar;  y  que,  por  lo  tanto,  una 
mujer  hermosa  de  la  familia  de  aquel  extranjero,  era  uiia 
más  que,  si  le  venía  en  gana,  podía  engrosar  su  harén  y  nada 
más ;  2^  que  la  cita  de  Ester  se  refiere  a  costun^bres  persas 
y  no  egipcias,  posteriores  en  quince  siglos  a  la  época  en  que, 
por  lo  general,  se  sitúa  la  de  Abraham ;  y  3°  que  el  texto 
bíblico  es  claro  3^  no  admite  subterfugios  cuando  el  Faraón 
le  dice  a  Abraham:  "¿Por  qué  dijiste:  "Es  mi  hermana"?, 
de  manera  que  la  tomé  por  mi  mujer"  (v.  19).  El  narrador 
yahvista  le  hace  desempeñar  un  triste  papel  al  dios  Yahvé, 
al  cual  se  le  ocurre  intervenir  después  que  ya  había  pasado 
un  tiempo  el  Faraón  cohabitando  con  Sara,  y  entonces  lo 
hiere  con  grandes  plagas  a  él  y  a  su  casa,  sin  explicar  qué 
relación  había  entre  aquél  y  este  suceso ;  mientras  que  el 
narrador  elohista  refiriendo  una  tradición  semejante,  pero 
con  Abimelec,  rey  de  Gerar,  expresa  que  Yahvé  amonestó  en 
sueño  a  dicho  monarca  tan  luego  como  éste  hubo  hecho  rap- 
tar a  Sara  (Gén.  20,  2-7). 

2264.  Después  de  la  estada  de  Abraham  en  Egipto,  el 
redactor  lo  hace  retornar  a  Canaán  y  volver  a  Bethel,  donde 
invoca  nuevamenet  a  Yahvé,  ante  el  altar  que  con  anterio- 
ridad había  allí  erigido.  Luego  ocurre  la  separación  de  Lot, 
quien  con  todas  sus  haciendas  se  dirige  al  valle  del  Jordán, 
llevando  sus  tiendas  hasta  Sodoma,  mientras  que  Abraham 
va  a  establecerse  cerca  de  la  encina  de  Mamré,  en  Hebrón, 
paraje  en  el  que  constru3'e  también  un  altar  a  Yahvé.  Es 
interesante  notar  la  forma  cómo  se  efectuó  esa  separación 
entre  tío  y  sobrino,  que  se  dice  motivada,  según  el  documen- 
to P.  por  la  gran  cantidad  de  ganado  que  ambos  tenían 
(v.  6),  mientras  que,  según  J,  ello  se  debió  a  querellas  entre 
sus  pastores  (v.  7).  Abram  le  expresa  a  Lot:  "¿Todo  el  país 
no  está  (libre)  delante  de  ti?  Apártate  de  mí,  te  ruego:  si 
fueres  a  la  izquierda,  yo  tomaré  la  derecha ;  si  tú  escogieres 
la  derecha,  yo  me  iré  a  la  izquierda"  (13,  9).  Ahram  dispone 
aquí  del  país  de  Canaán,  como  si  estuviera  despoblado ;  sin 
embargo,  otro  escritor  recuerda  poco  antes  que  los  cananeos 
y  los  perezeos  o  perezitas  habitaban  entonces  en  dicho  país 


ero 

EL  PATRIARCA  ABRAKAM 

encJitr^'sotf  eT'^^-  '''^  ^^^^^^^  se 

bir.i  Mo,       í      ""'f™"  ^2.  6  sería  incomprensi- 

ble SI  Moisés  fuera  el  autor  del  Génesis,  como  pretende  h 

0  toaoxia,  prescindiendo  de  esto,  repetimos,  tenemos  que  d 
pa  3  estaba  ocupado  por  los  cananeos,  habit;ntes  de  a  costa 

1  ¡  &^Tcb^'et'c1'"'"r  ^Pi-nVoVt^or  í: 
nnK  ;  '  "^"^  primeros  vivían  en  las  ciudades  o 
poblactoncs,  mientras  que  los  últimos  habitaban  en  el  camoo 

~  V  rn:s%"'^"'°%"^^  ^^"^'^^  "  este  e;i:X; 
e.cnoe  Vernes.  es  muy  claro:  transporta  en  un  lejano  pasado 

cL:"p:r  Abfanf '"V^?^^^'^^  '^^  israelitas,  ^;:rso'ni  ea 
cados^?;or  Lot    '  ií  .  .-""-onitas  -  moabitas,^  personifi- 

esfheC  d^de^l   ''r'",  ^P"  ^^^^  ^^^^s  comenta 

ese  fte.ho  diciendo:  Las  dos  ramas  de  los  semitas  que  habían 
pasado  el  Eufrates  (cap.  12),  se  separan  amigablemente  v  e" 
patriarca  de  los  israelitas  queda  solo  en  Canaán,  fí  urí  patrl 
momo  de  su  raza  Sa  Abram  y  Lot  hubieran  sido  realmeiíe  \ñ 
dmduos,  hubiera  habido  bastante  lugar  para  ellos,  a  pe  Í  de 
aron  del:  í-.— neos.  Las  querellas  de  las  pastores  pa^ 
saron  de  la  experiencia  diaria  al  cuadro  poético  del  mito" 
Abram  se  establece  en  Hebrón  "donde  existía  un  lugar  sa  'ra: 

M  n  1        k'"'  '''''  ^'■^^^^"^^  alta  "'''(DHOR- 

¡  santuario  de  Yahvé,  a  31  Kms.  al  S  O  de 

Jerusalen,  fue  tan  célebre  que  "aún  en  el  siglo  IV  n  e  ju 

tL  BrcTF/T'""°%"'"^^^'^^'^  un'-árbol  sagrado" 

tt.t  r'h  ^  santuario,  dice  Dhorme  (L'EvoIu- 

tion,  p.  65),  la  naturaleza  lo  embellece,  el  hombre  lo  consagra. 

ABRAHAM  GUERRERO    —  ??r^^ 
ahoi.  con  el  cap.  14  del  Genesjque  sfgS  la^Z:^S 
¿Lo  de  "^dependientes,  no  puede  ser  atribuido  a  nin- 

guno de  los  cuatro  documentos  que  han  formado  el  Pentateu 
co  (§  62  nota;  2068-2074).  En  él  se  expresa  que  en  íicmpo" 

'LrsT  de  K^edo^  ^"^^^  Arioc,\ey  de  eS 

Laisa),  de  Kedor  -  Laomer,  rey  de  Elam,  y  de  Tideal  rev 
de  Goyim,  estos  reyes  emprendieron   una  campaña  tue^rera 

bo^rO.^  ¡71  '^nT'i  de  Sodoma,  Gomorr'a.  Idma  Ze- 
boim  (Os.  11,  8)  y  Bela,  hoy  Zoar  en  la  extremidad  S  E  del 
mar  Muerto.  Estos  cinco  reinos  habían  estado  sometidos,'  du- 


Els  PATRIARCA  ABRAHAM 


59 


rante  12  años,  al  rey  de  Elam,  Kedor  -  Laomer  (Kudur  -  Laga- 
mar,  o  sea,  servidor  de  Lagamar,  dios  de  Elam)  ;  en  el  año 
décimotercero  se  rebelaron,  y  en  el  decimocuarto  fueron  ata- 
cados en  el  valle  de  Sidim,  que  es  ahora  el  mar  Salado  o  Muer- 
to, donde  se  habían  concentrado,  y  fueron  vencidos  por  la  ex- 
pedición punitiva  del  citado  rey  elamita  y  sus  aliados.  El  va- 
lle de  Sidim  estaba  lleno  de  pozos  de  asfalto,  en  los  que  al 
huir,  cayeron  los  reyes  de  Sodoma  y  Gomorra.  Los  vencedores 
se  apoderaron  de  todos  los  bienes  de  los  de  estos  reinos,  y  a 
su  regreso,  se  llevaron  cautivo  a  Lot,  que  habitaba  en  Sodo- 
ma (1),  cuyas  haciendas  también  habían  tomado.  Un  fugitivo 
comunicó  estos  sucesos  a  Abram  el  Hebreo,  quien  vivía  cerca 
de  la  encina  del  amorreo  Mamré,  hermano  de  Escol  y  de  Aner, 
aliados  de  Abram.  Este,  al  recibir  tal  noticia,  pasó  en  revista 
a  sus  318  es(^lavos  más  aguerridos,  nacidos  en  su  casa,  y  con 
ellos  atacó  y  derrotó  a  los  enemigos,  en  Dan,  persiguiéndolos 
hasta  el  N.  de  Damasco,  recuperando  el  botín  que  aquéllos 
llevaban,  y  volviendo  a  traer  a  Lot,  con  sus  bienes,  así  como 
las  mujeres  y  todos  los  cautivos.  Regresa  victorioso  Abram,  y 
en  el  Valle  del  Llano,  hoy  el  Valle  del  Rey,  salió  a  recibirlo 
el  rey  de  Sodoma,  quien  le  pidió  que  le  devolviera  las  perso- 
nas rescatadas  y  se  quedara  con  el  botín  recuperado.  A  lo  que 
respondió  Abram :  '^'Levanto  la  mano  a  El  Eiyon,  creador  de 
los  cielos  y  de  la  Tierra  (fórmula  de  juramento  que  consistía 
en  levantar  la  mano  hacia  el  cielo)  :  no  tomaré  nada  de  lo  que 
es  tuyo,  ni  un  hilo,  ni  un  cordón  de  sandalia,  para  que  no  di- 
gas :  He  enriquecido  a  Abram.  Nada  quiero  para  mí ;  todo  te 
lo  devuelvo,  salvo  lo  que  han  comido  mis  esclavos  y  la  parte 
de  los  hombres  que  conmigo  vinieron,  Aner,  Escol  y  Mamré. 
¡Ellos  que  tomen  su  parte!"  (vs.  22-24). 

2266.  Intercalado  en  el  relato  de  la  entrevista  de  Abra- 
ham  con  el  rey  de  Sodoma,  se  halla  el  célebre  episodio  del  en- 
cuentro con  Melquisedec,  que  interrumpe  dicho  relato,  episo- 

(1)  "Anteriormente,  nota  Verncs,  nos  había  sido  presentado  Lot 
como  un  rico  propietario  de  ganados,  llevando  la  vida  pastoral  en  el 
valle  del  Jordán,  donde  habitaba  en  tienda  o  carpa  (13,  5-12);  pero 
aquí  tenemos  una  concepción  diferente:  Lot  mora  en  la  misma  ciudad 
de  Sodoma.  Esto  es  también  lo  que  pretende  el  escritor  que  nos  cuen- 
ta la  ruina  de  esa  ciudad"  (p.  29). 


60 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


dio  que  le  sirve  de  tema  al  autor  de  la  Epístola  a  los  Hebreos 
para  largas  disquisiciones  cristológicas  (caps.  5-7).  Dice  así 
esa  intercalación :  "Melquisedec,  rey  de  Salem,  hizo  traer  pan 
y  vino.  Era  sacerdote  de  El  Elyon  (§  92).  Bendijo  a  Abraham 
y  dijo: 

Bendito  sea  Abram  por  El  Elyon, 
que  ha  creado  los  cielos  y  la  Tierra. 
Bendito  sea  El  Elyon, 

que  ha  entregado  tus  enemigos  en  tus  manos. 
Y  Abram  le  dió  el  diezmo  de  todo"  (vs.  18  -  20). 

2267.  Este  cap.  14,  que  hemos  tratado  de  resumir  fiel- 
mente en  los  dos  parágrafos  que  anteceden,  es  en  realidad  un 
midrach  o  relato  anecdótico  edificante,  cuya  finalidad  es  en- 
salzar el  valor  guerrero  de  Abrahain  y  justificar  los  diezmos 
que  debían  pagarse  a  los  sacerdotes  jerosolimitanos  en  la  épo- 
ca postexílica,  relato  que  probablemente  fué  escrito  por  el 
tiempo  en  que  se  le  dió  al  Pentateuco  su  forma  actual,  como  lo 
prueba,  según  los  hebraístas,  el  carácter  de  la  lengua  en  que 
está  escrito.  Quizá  en  este  midrach  todo  no  sea  fantasía,  pues 
es  posible  que  repose  sobre  antiguas  tradiciones  relativas  a 
conflictos  armados  entre  reyes  de  Sumer,  Babilonia  y  Elam, 
en  la  Baja  Mesopotamia,  con  reyezuelos  cananeos,  dominados 
por  aquéllos  y  que,  por  lo  tanto,  les  pagaban  tributo.  De  todos 
modos,  el  nombre  del  rey  Kedor  -  Laomer,  jefe  de  la  expedi- 
ción contra  las  ciudades  palestinas  sublevadas,  aunque  de  ori- 
gen y  forma  elamita,  no  ha  podido  ser  hallado  en  las  numero- 
sas inscripciones  descubiertas,  que  nos  han  hecho  conocer  ca- 
si todos  los  nombres  de  los  antiguos  reyes  del  Elam.  Este  mi- 
drach parece  haber  sido  redactado  por  un  extranjero  o  tomado 
de  una  fuente  no  nacional,  porque  presenta  a  Abraham  como  un 
desconocido,  al  que  para  caracterizarlo,  lo  califica  de  "el  He- 
breo" (v.  13),  nombre  gentilicio  no  usado  por  los  israelitas  pa- 
ra designarse  a  sí  mismos.  Entre  las  inverosimilitudes  históri- 
cas del  relato,  se  pueden  señalar  éstas :  1^  J  y  E  pintan  a  Abra- 
ham como  un  nómade  pacífico,  dueño  de  gran  hacienda,  que 
mantiene  relaciones  cordiales  con  los  pueblos  con  los  que  en- 
tra en  contacto ;  mientras  aquí  aparece  como  una  especie  de 
reyezuelo  con  aliados,  siendo  además  hábil  y  valeroso  general» 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


61 


que  no  trepida  en  ir  en  busca  de  un  poderoso  enemigo  para 
combatirlo,  al  que  fácilmente  derrota.  2°  Abraham  con  318 
hombres  y  los  que  pudieron  proporcionarles  sus  aliados,  triun- 
fa de  uno  de  los  más  poderosos  imperios  del  mundo  antiguo, 
si  es  que  se  quiere  identificar  a  Amrafel  con  el  célebre  Ham- 
murabí,  como  algunos  pretenden,  identificación  que  los  histo- 
riadores imparciales  consideran  falsa.  Hammurabí  no  fué  alia- 
do de  Elam,  sino  que  combatió  contra  este  reino  y  lo  derrotó 
totalmente  hasta  el  punto  que  su  historia  nos  es  casi  descono- 
cida en  los  70  años  posteriores  (CAMERON,  ps.  99  y  100). 
3°  Se  dice  que  el  mar  Muerto  o  mar  Salado  (v.  3)  no  existía  en- 
tonces, y  que  en  el  lugar  de  su  ubicación  o  emplazamiento*  se 
habían  concentrado  los  reyezuelos  cananeos.  Ahora  bien,  los 
geólogos  hacen  remontar  dicho  mar,  por  lo  menos,  al  período 
pleistoceno  (§  2188),  y  suponen  que  sus  aguas  fueron  gradual- 
mente descendiendo  al  fin  del  período  glaciar.  Si  a  esto  se 
agrega  que  los  nombres  de  los  pretendidos  aliados  de  Abra- 
ham:  Mamré  (Gén.  23,  17-19),  Escol  (Núm.  13,  23  -24)  y 
Aner  (I  Crón.  6,70)  eran  nombres  de  parajes,  transformados 
aquí  en  personas,  concluiremos  de  convencernos  que  es  absur- 
do darle  valor  histórico  a  esta  narración.  En  cuanto  al  dato  de 
que  los  guerreros  de  Abraham  eran  318,  escribe  L.B.d.C. : 
"Esta  cifra  ha  podido  ser  deducida  del  nombre  de  Eliezer  (15, 
2),  pues  el  número  de  este  nombre,  es  decir,  la  suma  de  los  va- 
lores numéricos  de  las  letras  que  lo  componen,  era  en  efecto 
318,  como  lo  han  notado  los  rabinos.  Este  modo  de  especular 
con  los  nombres  (gematría)  era  corriente  entre  los  judíos  (cf. 
Apoc.  13,  18)". 

2268.  Al  intercalar  en  dicho  midrach  el  episodio  de  la  en- 
trevista de  Melquisedec  con  Abraham,  proveniente  quizá  de 
una  tradición  local  de  Jerusalén,  no  observó  el  redactor  la  con- 
tradicción en  que  incurría,  pues  en  esa  entrevista  aparece 
Abraham  dando  a  Melquisedec  el  diezmo  de  todo  (v.  20),  lo 
que  significa  que  se  reservó  para  sí  el  90  o|o  del  botín  obteni- 
do, mientras  que  en  seguida  el  patriarca  le  jura  al  rey  de  So- 
doma,  que  él  no  se  ha  quedado  con  nada:  "Nada  quiero  para 
mí"  (v.  24).  Esa  contradicción  corre  pareja  con  esta  otra:  Se- 
gún el  V.  10,  el  valle  de  Sidín  estaba  lleno  de  pozos  de  betún 
o  asfalto,  y  al  huir,  después  de  su  derrota,  los  reyes  de  Sodo- 


62 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


ma  y  Gomorra  cayeron  y  perecieron  en  ellos,  pues  de  lo  con- 
trario carecería  de  objeto  la  simple  mención  de  la  caída;  pero 
en  el  v.  17,  el  rey  de  Sodoma  sale  al  encuentro  del  victorioso 
Abraham  para  solicitarle  la  entrega  de  los  cautivos  rescatados. 
La  ortodojda,  que  todo  lo  armoniza,  pretende  salvar  esta  difi- 
cultad suponiendo  que  el  que  salió  a  recibir  a  Abraham  fué  el 
sucesor  del  rey  de  Sodoma  perecido  en  la  expresada  forma,  lo 
que  no  es  la  opinión  de  Scío,  quien  manifiesta  al  respecto:  "No 
parece  verosímil  que  en  tan  poco  tiempo  (el  hijo)  estuviera 
ya  coronado  y  reconocido  por  rey,  como  se  le  llama  aquí". 

2269.  Melquisedec  era  rey  de  Salem  o  Jerusalén  (Sal. 
72,  2),  ciudad  que,  según  las  cartas  de  Tell  el  Amarna  (§  20), 
existía  ya  en  el  siglo  XV,  siendo  llamada  Urusalim  (§  1067). 
El  nombre  Melquisedec  o  Melqui  -  Sedee,  en  hebreo  Malki - 
Sedee,  significa  "mi  rey  es  Sedee",  siendo  Sedee  una  deidad 
fenicia  o  cananea,  que  se  encuentra  en  otros  nombres  teó- 
foros*,  (§  618-9)  como  Adoni  -  Sedee,  "mi  Señor  es  Sedee" 
(Jos.  10,  1).  "Una  inscripción  fenicia  nos  da  el  nombre  pro- 
pio Sidki  -  Melek,  (Sidki  equivale  a  Sedee  con  sufijo)  que 
es  el  de  Melqui  -  Sedee  al  revés,  y  una  inscripción  cuneiforme 
presenta  el  nombre  propio  Sidki  -  ilú  (Ylú  =  El,  nombre  de 
la  divinidad;  véase  §  17).  El  nombré  olvidado  de  ese  dios 
llegó  a  ser  un  sustantivo  que  expresa  la  idea  de  corrección, 
derecho,  justicia  (en  hebreo,  sedee).  Por  esto  el  historiador 
Josefo  y  la  Epístola  a  los  Hebreos  (7,  2)  traducen-  el  nom- 
bre de  Melquisedec  por  "Rey  justo"  o  "Rey  de  justicia" 
(Dict.  Encyc.  art.  Melchisédee). 

2270.  El  citado  Melquisedec,  no  sólo  era  rey  de  Salem, 
sino  que  además  era  sacerdote  del  dios  El  -  Elyon  (§  92), 
cuyo  nombre  se  traduce  en  nuestras  Biblias  por  el  Dios  Al- 
tísimo. La  ortodoxia  no  acierta  a  explicarse  de  donde  salió, 
en  una  época  en  que  reinaba  el  más  completo  politeísmo,  este 
sacerdote  al  parecer  monoteísta,  cuyo  dios  era  creador  de  los 
cielos  y  la  Tierra.  Pero  del  relato  en  cuestión  (vs.  18-20)  no 
se  desprende  que  Melquisedec  fuera  monoteísta,  sino  que  era 
adorador  y  sacerdote  de  un  dios  semítico  llamado  El  -  Elyon, 
idéntico  al  El  -  Elíún  Kaloumenos  de  los  fenicios,  que-  tam- 
bién era  creador  del  cielo  y  de  la  Tierra,  como  El  -  Ilanú, 
dios  de  Taanac,  es  llamado  "Señor  de  los  dioses"  (§  92),  al 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


63 


igual  que  los  dioses  babilónicos,  Anú,  "rey  de  los  dioses", 
y  Enlil,  "rey  de  las  tierras,  rey  de  los  dioses,  rey  del  cielo  y 
de  la  Tierra".  Al  respecto  escribe  Toussaint:  "Ha  descubier- 
to la  arqueología  que  el  El  -  Elyón  de  Abraham  y  de  Mel- 
quisedec  es  el  nombre  de  una  antigua  divinidad  semítica.  En 
boca  de  los  cananeos,  El  -  Elyón  es  un  dios  determinado,  qui- 
zá el  dios  Sedee,  nombre  que  lleva  el  sumo  sacerdote,  rey  de 
Jerusalem,  o  el  dios  Salem  (§  78-80),  que  dió  su  nombre  a 
la  ciudad.  La  expresión  El  -  Elyón  debe  ser,  pues,  tomada 
con  el  sentido  que  le  daban  los  cananeos,  asi  como  los  babi- 
lonios, asirlos,  fenicios,  sábeos,  en  una  palabra  todos  los 
principales  representantes  de  la  raza  semítica.  Ahora  bien, 
en  ninguna  parte  designa  ese  apelativo  la  divinidad  abstrac- 
ta, sino  un  dios  determinado,  el  dios  que  se  considera  como 
el  que  está  a  la  cabeza  de  un  panteón  local  o  nacional  . . . 
Sólo  se  puede  concluir  de  una  tal  locución  (creador  del  cielo 
y  de  la  Tierra,  o  rey  o  Señor  de  los  dioses),  que  se  había 
llegado  en  Canaán,  lo  mismo  que  en  Babilonia,  a  ese  período 
del  desarrollo  religioso  que  se  caracteriza  con  el  nombre  de 
politeísmo  monárquico.  Así  el  El  -  Elyón  al  cual  ofrecen  sa- 
crificios Abraham  y  Melquisedec,  no  es  sino  el  jefe  del  pan- 
teón de  la  ciudad  de  Salem,  que  quizá  sea  el  mismo  Salem, 
dios  protector  de  la  ciudad"  (ps.  204-6).  En  realidad. 
El  -  Elyón  o  Eliún  es  un  dios  de  Fenicia,  el  antecesor  de  to- 
dos los  dioses  de  ese  país,  al  que  Filón  de  Biblos  considera 
como  el  Altísimo,  denominándolo  Hipsistos.  Dussaud  en  su 
reciente  obra  Les  Religions  des  Hittites,  Phéniciens,  &, 
(ps.  359-360),  y  confirmando  lo  que  ya  había  sostenido  en 
Les  Découvertes  (ps.  155-  156),  expresa:  "Eliún  es  el  Elyón 
del  A.  T.,  de  ¡os  textos  de  Ras  Shamrá  y  de  otras  inscrip- 
ciones. Hay  probablemente  que  encontrarlo  en  el  Baal  -  Shamim 
de  textos  más  recientes ;  en  todo  caso,  es  una  entidad  muy 
antigua,  que  parece  haber  sido  suplantada  por  El.  Es  lo  que 
a  su  modo  comprueba  Deut.  32,  8,  cuando  nos  dice  que  Elyón 
repartió  los  territorios  entre  las  naciones  según  el  número 
de  los  hijos  de  El:  se  trata  evidentemente  de  las  nacione»  de 
Siria  -  Palestina.  En  el  salmo  82  vemos  a  Yahvé  (el  texto 
primitivo  traía  quizá  Elohim)  presidir  la  asamblea  de  los 
dioses  y  apostrofar  a  estos  últimos  diciéndoles: 


64 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


Yo  me  había  dicho  que  erais  dioses, 

Que  erais  hijos  de  Elyón; 

Pero  no,  vosotros  moriréis  como  hombres, 

Y  caeréis  como  cualquier  príncipe  (vs.  6-7). 

Estas  menciones  en  el  A.  T.  habían  sugerido  que  Elyón  era 
una  divinidad  relativamente  tardía  en  Fenicia,  probablemen- 
te tomada  de  los  judíos ;  pero  se  ve  que  esto  no  es  así.  El 
A.  T.  buscó  identificar  Elyón  y  El,  que  primitivamente  eran 
perfectamente  distintos,  como  aún  lo  atestigua  la  inscripción 
de  Sefirá  -  Sudjín". 

2271.  La  forma  misteriosa  en  que,  en  el  relato  del 
cap.  14  del  Génesis  aparece  Melquisedec,  cuya  vida  se  des- 
conoce, ha  excitado  la  imaginación  de  judíos  y  cristianos, 
quienes  han  sostenido  a  su  respecto  las  más  variadas  inter- 
pretaciones. Sobre  el  célebre  v.  4  del  salmo  110:  "Lo  juró 
Yahvé  y  no  se  arrepentirá:  Tú  eres  sacerdote  para  siempire, 
a  la  manera  de  Melquisedec",  véase  lo  dicho  en  §  1233  -  1238. 
Los  escritores  del  Nuevo  Testamento  lo  consideran  como 
una  profecía  mesiánica.  Para  el  autor  de  la  Epístola  de  los 
Hebreos,  xJelquisedec  no  es  un  personaje  histórico,  sino  me- 
ramente alegórico,  que  prefigura  al  Cristo :  "Su  sacerdocio, 
como  dice  A.  Segond,  es  superior  al  sacerdocio  levítico,  por- 
que él  bendice  a  Abraham  y  éste  le  paga  diezmo ;  no  tiene 
principio  ni  fin,  porque  no  se  le  conoce  padre  ni  madre  y  no 
se  menciona  su  muerte,  mientras  que  los  levitas  nacen  y 
mueren ;  el  nombre  de  su  ciudad  es  Paz  o  Salvación ;  y  él  es 
rey  de  justicia".  Para  Filón  de  Alejandría  (siglo  I  a.n.e.) 
Melquisedec  era  imagen  del  Logos  divino  que  funciona  como 
sacerdote  del  alma  humana  y  le  proporciona  delicioso  alimen- 
to espiritual.  Orígenes  creía  que  Melquisedec  era  un  ángel, 
porque  carecía  de  padres ;  mientras  que  para  la  secta  de  los 
Melquisediquitas  era  la  encarnación  de  una  potestad  superior 
al  Cristo.  Para  Lutero  y  Melanctón,  era  Melquisedec  el  mis- 
mo patriarca  Sem,  que,  según  la  cronología  bíblica,  alcanzó 
a  vivir  135  años  después  que  Abraham  emigró  a  Canaán. 
Teodoreto  (387  -  458)  y  Ensebio  (siglo  III)  conceptuaban 
que  Melquisedec  fué  un  príncipe  cananeo,  que  por  milagro 
de  la  gracia  divina  se  conservó  justo  y  santo  en  medio  de 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


65 


la  impiedad  y  la  abominación.  De  manera  que,  como  se  ve,  hay- 
opiniones  para  todos  los  gustos.  Concluiremos  esta  breve  re- 
seña, recordando  que  en  la  iglesia  de  los  Apóstoles,  en  Je- 
rusa'.én,  existe  un  altar  que  se  dice  haber  sido  de  Melqui- 
4sedec. 

« 

LA   ALIANZA   DE    YAHVE   CON    ABRAHAM.  — 

2272.  En  el  cap.  15  del  Génesis  encontramos  las  primeras 
huellas  del  documento  E  empleado  por  el  redactor,  documen- 
to fácil  de  reconocer  por  expresiones  propias  de  su  lenguaje 
(§  2069).  Nos  relata  ese  capítulo  la  alianza  de  Yahvé  con 
Abraham.  No  es  aquí  el  hombre  quien  busca  a  Dios,  sino 
ocurre  a  la  inversa,  éste  busca  a  aquél.  Según  E,  Yahvé  en 
una  visión  de  Abraham,  le  habla  prometiéndole  descendencia 
directa,  lo  conduce  fuera  de  la  tienda  donde  dormía  el  pa- 
triarca, y  le  dice:  "Mira  los  cielos  y  cuenta,  si  puedes,  las 
estrellas:  así  será  tu  posteridad".  6  Abram  tuvo  confianza 
en  Yahvé,  quien  se  lo  imputó  a  justicia  (1).  7  Y  di  jóle:  "Yo 
S03/  Y ahvé  que  te  he  hecho  salir  de  Ur  Kasdim,  para  darte  la 
posesión  de  este  país".  8  Abraham  respondió:  "Señor  Yahvé, 
¿en  qué  reconoceré  que  lo  he  de  poseer?".  9  Yahvé  le  dijo: 
"Tráeme  una  vaca  de  tres  años,  una  cabra  de  tres  años,  un 
carnero  de  tres  años,  una  tórtola  y  un  palomino".  10  Abram 
le  trajo  todos  estos  animales,  los  partió  por  la  mitad  y  puso 
cada  mitad  enfrente  de  la  otra;  pero  no  partió  las  aves.  11  Y 
descendieron  las  aves  de  rapiña  sobre  los  cadáveres ;  pero 
A.bram  las  ahuyentó.  17  Cuando  se  ocultó  el  sol  y  hubo  so- 
brevenido completa  oscuridad,  apareció  un  fuego  muy  ar- 
diente que  humeaba,  y  una  tea  encendida  que  pasaban  entre 
los  animales  divididos.  18  En  aquel  día  hizo  Yahvé  alianza 
con  Abram,  diciendo:  "Doy  a  tu  posteridad  este  país,  desde 
el  torrente  de  Egipto  (el  uadí  Mizraim)  hasta  el  gran  río,  el 
Eufrates,  (véanse  los  mapas  de  págs.  48  y  64,  del  t^  I) : 

19  los  países  de  los  Keniías,  los  Kenizitas,  los  cadmoneos, 

20  los  hititas,  los  perizitas,  los  refaim,  (§  68),  21  los  amorreos, 
los  cananeos,  los  gergeseos  y  los  jebuseos". 

(1)  Véanse  las  disquisiciones  del  apóstol  Pablo  sobre  este  v.  6, 
en  Rom.  4  y  Gál.  3.  1-9. 


66 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


2273.  Tal  es  el  relato  de  la  primera  alianza  celebrada 
por  Yahvé  con  Abraham.  Léanse  las  consideraciones  que,  so- 
bre las  alianzas  divinas,  formulamos  en  §  1776-  1777.  La 
alianza  (en  hebreo,  berith)  es  un  pacto  por  medio  del  cual 
personas,  naciones  o  entidades  cualesquiera,  unen  sus  inte- 
reses, o  convienen  en  las  condiciones  de  su  actividad  común. 
En  la  antigüedad,  la  celebración  de  una  alianza  venía  a  es- 
tablecer entre  los  contratantes  una  especie  de  parentesco  in- 
disoluble, y  que  aseguraba  a  cada  una  de  las  partes  la  ayuda 
de  la  otra.  Romper  una  alianza  era  un  grave  pecado,  y  los 
profetas  creían  que  las  calamidades  que  pesaban  sobre  Israel, 
se  debían  a  que  este  pueblo  había  faltado  al  pacto  que  sus 
antepasados  habían  realizado  con  el  dios  nacional  (Os.  6,  7 ; 

8,  1).  El  sostener  la  existencia  de  alianzas  divinas  con  un 
determinado  pueblo  o  con  la  humanidad,  equivalía  a  una 
ingenua  transposición  de  las  costumbres  humanas  a  las  rela- 
ciones con  Dios.  Así,  p.  ej.,  como. a  veces  se  solía  erigir  un 
monumento  rústico  para  conmemorar  una  alianza,  o  que  sir- 
viera de  testigo  perpetuo  del  pacto  convenido,  según  se  ve 
en  el  acuerdo  entre  Labán  y  Jacob  (Gen.  31,  44-54),  así 
también  el  dios  Yahvé  sigue  un  procedimiento  semejante  al 
pactar  con  Noé,  después  del  diluvio,  y  establecer  el  arco  iris 
en  el  cielo,  como  señal  de  que  cumplirá  lo  prometido  (Gén. 

9,  8-17). 

2274.  Distintos  eran  los  medios  que  se  empleaban  para 
celebrar  alianzas,  y  uno  de  los  más  primitivos  fué  el  de  ha- 
cerse los  contratantes,  incisiones  en  sus  brazos,  y  beber  re- 
cíprocamente la  sangre  que  de  ellas  salía.  Otras  veces  se  for- 
malizaba la  alianza  entre  los  contratantes,  efectuando  juntos 
sacrificios  seguidos  de  una  comida :  los  sacrificios,  para  ase- 
gurarse la  intervención  divina,  mientras  que  la  comida  re- 
forzaba el  pacto,  dado  que  la  comunión  alimenticia  acarrea- 
ba comunión  de  vida,  ya  que,  como  observa  Toussaint,  "según 
la  fisiología  antigua,  comer  y  beber  con  alguno,  era  parti- 
cipar en  la  misma  fuente  de  vida  y  llegar  a  ser  consanguí- 
neos, puesto  que  se  recibía  la  misma  sangre,  producida  por 
alimentos  comidos  en  común"  (p.  166).  Así  se  cita  el  caso 
de  un  árabe  que  se  negó  a  matar  un  ladrón,  porque  éste  la 
noche  anterior  había  bebido  leche  en  la  taza  robada  a  su 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


(ir 


padre.  Ahora  bien,  al  dios  Yalivé  la  tradición  israelita  le  hace 
celebrar  alianza  con  Abraham  empleando  para  ello  un  rita 
bárbaro,  muy  generalizado  en  muchos  pueblos  antiguos,  con 
fines  de  purificación,  y  cjue  en  este  caso  especial,  reviste  to- 
dos los  caracteres  de  una  ceremonia  mágica.  En  efecto, 
Yahvé,  le  exige  a  Abraham  íjue  le  traiga  tres  animales  de 
tres  años  cada  uno,  a  saber,  una  vaca,  una  cabra  y  un  car- 
nero, que  los  parta  por  la  mitad,  —  tarea  nada  fácil  ■ — ,  y 
que  ponga  las  dos  mitades  una  frente  a  la  otra,  para  pasar 
él  personalmente,  en  medio  de  ellas,  y  en  forma  de  un  fuega 
muy  vivo  que  humeaba  y  de  una  antorcha  encendida.  La  ex- 
traña forma  en  que  se  le  ocurre  a  Yahvé  manifestarse  no 
debe  sorprendernos,  porque  era  esencialmente  un  dios  del 
fuego  (§  368-370).  También  le  había  solicitado  al  patriarca, 
una  tórtola  y  un  palomino,  no  se  dice  con  qué  objeto.  Los 
tres  cuadrúpedos  requeridos  tenían  que  ser  de  tres  años  cada 
uno,  para  que  la  ceremonia  surtiera  efecto :  no  hubieran  ser- 
vido si  hubiesen  tenido  más  o  menos  de  dicha  edad,  porque 
de  lo  contrario  no  se  hubiera  ésta  mencionado.  El  tres  era 
uno  de  los  varios  números  sagrados  de  los  hebreos,  y  más 
tarde  lo  fué  también  de  los  cristianos,  sobre  todo  después 
de  la  invención  del  dogma  de  la  Trinidad.  Así  Yahvé  le  da 
a  elegir  a  David  entre  tres  castigos  de  una  duración  respec- 
tiva de  tres  años,  tres  meses,  o  tres  días  (I  Crón.  21,  12; 
§  1056)  ;  Elias  para  resucitar  al  hijo  de  la  viuda  de  Sarepta, 
se  extendió  tres  veces  sobre  el  cadáver  del  niño  (I  Rey. 
17,  21;  §  2006-2007);  Daniel  oraba  tres  veces  al  día  (Dan. 
6,  10)  ;  Yahvé  le  enseña  a  Moisés  que  los  sacerdotes  al  ben- 
decir a  Israel,  han  de  repetir  tres  veces  su  nombre  (Núm. 
6,  24  -  26)  ;  los  serafines,  cada  uno  de  los  cuales  tenía  tres 
pares  de  alas,  repiten:  "Santo,  santo,  santo  es  Yahvé  Se- 
baoth"  (Is.  6,  2  -3) ;  §  2862,  2866)  ;  etc. 

2275.  En  cuanto  al  rito  de  cortar  en  dos  partes  más  o- 
meuos  iguales  la  víctima  inmolada,  y  hacer  pasar  por  media 
de  ellas  a  los  que  se  quería  ligar  por  un  compromiso  o  puri- 
ficar de  sus  contaminaciones,  era  una  forma  muy  extendida 
entre  los  israelitas  para  los  juramentos,  y  en  otros  pueblos 
para  las  lustraciones.  Jeremías  en  nombre  de  Yahvé  amenaza 
con  afrentosa  muerte  a  "los  que  han  transgredido  mi  alianza^ 


68 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


los  qus  no  han  cumplido  con  las  palabras  del  pacto  que  hi- 
cieron delante  de  mí,  cuando  cortaron  en  dos  partes  el  toro 
y  pasaron  entre  sus  dos  mitades"  (34,  18).  Ese  pasaje  a 
través  de  las  dos  mitades  del  animal,  constituía  una  impreca- 
■ción  o  llamado  a  la  maldición  divina  sobre  el  que  violara  sus 
compromisos  o  promesas,  vale  decir,  que  al  contratante  que 
rompiera  la  alianza  le  esperaría  la  misma  suerte  que  al  ani- 
mal partido  (cf.  §  761).  Bertholet  recuerda  un  contrato  asirio 
celebrado  por  los  años  755  -  745  a.n.e.,  entre  dos  personas 
llamadas  Assur  -  nirarí  y  Mati  -  ilú,  que  contenía  la  siguiente 
cláusula :  "Si  Mati  -  ilú  falta  a  estas  obligaciones,  así  como 
ha  sido  cortada  la  cabeza  de  este  macho  cabrío,  así  será  cor- 
tada la  cabeza  de  Mati  -  ilú"  (p.  258).  En  nuestro  texto,  v.  17, 
Yahvé  pasa  solo  entre  las  mitades  de  las  víctimas,  porque 
él  es  quien  contrae  un  compromiso  con-Abraham.  En  Persia, 
Grecia  y  otros  países  se  usaba  la  aludida  práctica,  para  las 
purificaciones.  Cuenta,  en  efecto,  Herodoto  que  Jerjes  hizo 
cortar  en  dos  al  hijo  mayor  del  lidio  Pitios  y  pasar  su  ejér- 
cito entre  las  dos  mitades  del  cadáver.  Tito  Livio  (XL,  6) 
narra  así  la  manera  de  proceder  a  la  lustración  anual  del 
ejército  macedonio:  "Se  corta  en  dos  una  perra,  después  se 
coloca  a  la  derecha  del  camino  la  parte  anterior  con  la  ca- 
beza, y  a  la  izquierda,  la  parte  posterior  con  las  entrañas, 
y  luego  las  tropas  en  armas  desfilan  entre  las  dos  mitades  de 
la  víctima",  y  en  ese  desfile  participaban  igualmente  el  rey 
y  su  familia,  según  Quinto  Curcio.  Probablemente  este  rito 
se  repetía  antes  de  las  expediciones  guerreras.  Según  Plu- 
tarco, los  beocios  practicaban  una  ceremonia  de  expiación  pú- 
blica, que  también  consistía  en  pasar  entre  las  mitades  de 
un  perro  cortado  en  dos.  Tratándose  de  ceremonias  mágicas, 
cuya  finalidad  era  la  de  captar  las  influencias  malignas,  que 
hubieran  podido  comprometer  la  fuerza  del  ejército  o  la  sa- 
lud á?  la  nación,  se  entendía  que  eran  de  mayor  eficacia  si  se 
sacrificaba  un  ser  humano.  Refiere  Diodoro  que  el  rey  de 
Egipto,  Eocoris,  supo  en  un  sueño  que  no  podría  proseguir 
felizmente  su  reinado,  si  no  hacía  hender  en  dos  a  todos  los 
sacerdotes,  para  pasar  entre  las  mitades  de  sus  cuerpos.  Fi- 
nalmente recordaremos  que  durante  la  persecución  de  Sa- 
por  II.  el  año  342,  en  Persia,  dos  hermanas  del  obispo  de 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


69- 


Seleucia,  Ctesifón,  fueron  acusadas  de  maleficio  hacia  la  reina 
enferma  y  divididas  con  una  sierra  en  dos  partes  para  que  la 
reina  pasase  entre  las  mitades  de  sus  cuerpos  (LOISY,  Le 
Sacrifice,  ps.  334  -  5 ;  y  CUMONT,  R.H.R.,  t^  114,  ps.  23-24). 

LAS  PROMESAS  DE  YAHVE  A  ABRAHAM.  — 
2276.  En  el  relato  del  rito  mágico  empleado  por  Yahvé  para 
celebrar  su  alianza  con  Abraham,  se  intercalan  los  vs.  12  -  16, 
en  los  que  el  dios  expresa  al  patriarca  que  los  descendientes 
de  éste  vivirán  en  tierra  extranjera  durante  400  años,  donde 
serán  reducidos  a  servidumbre;  pero  él  los  sacará  de  allí  con 
grandes  bienes,  a  la  cuarta  generación,  "porque  aun  no  ha 
llegado  a  su  colmo  el  pecado  de  los  amorreos".  En  cuanto 
a  Abraham,  le  promete  que  irá  a  unirse  en  paz  con  sus  pa- 
dres, y  que  será  sepultado  después  de  una  feliz  vejez.  Estas 
profecías  escritas  después  de  ocurridos  los  sucesos  vaticina- 
dos, y  hasta  indicando  fechas  y  nombres  de  personajes  muy 
posteriores  a  la  época  del  pretendido  vaticinio,  abundan  en  la 
Biblia,  y  eran  antes,  para  la  ingenua  ortodoxia,  acabada  prue- 
ba de  la  revelación  divina.  Tocante  al  detalle  del  v.  11  de 
que  las  aves  de  rapiña  descendían  sobre  los  cadáveres  de 
los  tres  animales  cortados  por  Abraham  y  que  éste  los  ahu- 
yentaba, expresa  L.B.d.C:  "Los  incidentes  que  marcaban  la 
celebración  de  un  sacrificio  eran  considerados  en  toda  la  an- 
tigüedad, como  presagios.  La  interpretación  de  la  llegada,  y 
después,  de  la  desaparición  de  las  aves  de  rapiña  se  da  sin 
duda  en  los  vs.  13  y  14,  donde  Yahvé  anuncia  la  servidumbre 
y  luego  la  liberación  de  los  israelitas". 

2277.  Conviene  notar  algunos  detalles  que  comprueban 
la  diversidad  de  documentos  empleados  por  el  redactor.  1^  El 
relato  de  E  parte  de  la  base  que  la  conversación  de  Yahvé 
con  Abraham  ocurrió  en  sueños,  "en  una  visión"  (v.  1)  y 
que  aquél  hizo  levantar  a  éste  para  que,  fuera  de  su  tienda,, 
viera  el  cielo  completamente  estrellado  (v.  5).  En  cambio  la 
narración  de  J  ocurre  de  día,  y  sólo  cuando  estaba  por  en- 
trar el  Sol,  después  de  sacrificados  los  animales,  un  gran 
terror  se  apodera  del  patriarca,  ante  una  espesa  oscuridad 
que  sobrevino  (vs.  12,  17;  en  el  v.  12  hay  una  frase  de  E: 
"cayó  sobre  Abram  un  profundo  sueño").  2^  A  fin  de  intro- 


70 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


ducir  el  relato  de  J  sobre  el  rito  mágico  referido  para  cele- 
brar la  alianza  que  buscaba  Yahvé,  el  redactor  se  ve  obligado 
a  emplear  un  giro  brusco,  que  no  cuadra  con  una  charla 
racional.  Así,  cuando  el  dios  le  expresa  al  patriarca  que  lo 
hizo  salir  de  Ur  Kasdim  (en  realidad,  de  Carán)  para  darle 
la  posesión  del  país  de  Canaán,  Abraham  le  pregunta:  "¿en 
qué  reconoceré  que  yo  poseeré  ese  país?"  (vs.  7  y  8).  y  en 
vez  de  darle  la  respuesta  pertinente,  Yahvé  sale  ordenán- 
dole que  haga  el  aludido  sacrificio.  No  hay  que  insistir  sobre 
-el  hecho  cjuiitiérico  de  que  Abraham  tuviera  a  mano  las  cinco 
clases  de  animales  pedidos  por  el  dios  con  todos  los  detalles 
de  edad  requeridos,  porque  estas  dificultades  nunca  se  tienen 
presentes  en  los  cuentos.  Además  no  deja  de  ser  curioso  que 
luego  de  la  promesa  de  Yahvé  de  ciarle  a  Abraham  la  pose- 
sión del  país  donde  éste  se  encontraba,  sale  aquél  manifes- 
tándole C!ue  sólo  se  lo  dará  a  sus  descendientes,  después  de 
400  años  (frase  ésta  de  P),  es  decir,  después  de  la  cuarta 
generación,  generaciones  seculares  en  aquella  época,  según 
el  texto  divino.  3^  Luego  que  Yahvé,  indiferente  ante  ios 
sufrimientos  que  habían  padecido  las  tres  bestias  que  tan 
inhumanamente  había  mandado  matar,  se  dió  un  paseíto  por 
entre  ios  restos  de  aquellas  víctimas  de  su  barbarie,  aparece 
dándole  a  Abraham  dos  promesas  que  no  concuerdan,  por  la 
sencilla  razón  que  proceden  de  dos  autores  diferentes.  Uno 
de  éstos  le  hace  prometer  a  Yahvé  algo  que  estuvo  entre  las 
aspiraciones  de  la  casta  sacerdotal ;  pero  que  nunca  se  cum- 
plió, a  saber:  que  daría  a  los  descendientes  de  Abraham  no 
sólo  la  Palestina  y  la  Transjordania,  sino  también  el  Líbano, 
la  Fenicia  y  la  Siria,  o  sea,  desde  el  uadí  Mizraim  (hoy  uadí 
el  -  Arich,  el  torrente  de  Egipto)  en  la  frontera  Sur  con  el 
desierto  de  la  península  sinaítica,  hasta  el  Eufrates  (el  gran 
río),  territorio  que  nunca,  ni  aun  en  épocas  de  David  y  Sa- 
lomón llegó  a  poseer  Israel  (§  415-421;  Ex.  23,  31;  Deut. 
11,  24;  Jos.  1,  4).  El  otro  autor  utilizado  modera  esos  límites 
ideales,  y  se  limita  a  decir  que  los  israelitas  ocuparán  el 
país  de  Canaán,  nombrando  al  efecto,  los  pueblos  que  lo  ha- 
bitaban y  algunos  más.  Anotando  ese  texto,  escribe  L.B.d.C. : 
"Los  vs.  18^-21  que  precisan  la  extensión  del  territorio 
prometido  a  Abraham,  son  adiciones  que  provienen  de  dos 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


71 


autores:  el  primero(18'')  reivindica  para  Israel  toda  la  Siria; 
el  segundo  (19-21)  se  limita  a  la  Palestina;  pero  parece 
haber  acumulado  en  su  lista,  sin  gran  discernimiento,  todos 
los  nombres  de  pueblos  que  pudo  conseguir,  pues  hasta  cita 
a  los  Kcnitas  y  a  los  Kenizitas,  amigos  de  los  israelitas,  y 
que  sólo  con  éstos  entraron  en'  el  país  de  Canaán". 

AGAR  E  ISMAEL.  —  2278.  El  redactor  nos  refiere 
después  el  nacimiento  de  Ismael,  utilizando  para  ello  los 
documentos  J  y  P.  Sara,  la  mujer  de  Abraham,  no  tenia  hi- 
jos, y  entonces  le  da  a  su  marido  como  concubina,  a  su  es- 
clava egipcia  Agar,  lo  que  no  era  entonces  censurable,  pues- 
to que,  según  anota  L.B.d.C,  "cuando  la  mujer  legítima  era 
estéril,  la  costumbre  autorizaba  a  dar  a  su  marido,  como 
concubina,  su  esclava  particular,  y  los  hijos  de  ésta  eran 
considerados  como  hijos  de  su  ama  (cf.  Gén.  30,  3  y  ss.; 
Código  de  Hammurabí,  144  y  146)".  Consumada,  pues,  la 
unión  de  Abraham  con  Agar,  al  sentirse  encinta  la  esclava, 
mira  con  desdén  a  Sara,  y  entonces  ésta,  indignada  y  con  el 
consentimiento  de  Abraham,  la  maltrata  a  tal  punto,  que  la 
obliga  a  huir  al  desierto.  Agar  se  detiene  junto  a  un  pozo 
o  manantial,  y  allí  se  le  aparece  el  maleak  de  Yahvé,  quien 
le  aconseja  vuelva  a  casa  de  sus  señores  y  se  humille  ante 
su  ama,  prometiéndole  a  la  vez,  en  primera  persona,  —  pues 
3'a  sabemos  que  el  maleak  de  Yahvé  era  la  misma  cosa  que 
este  dios  (§  365  -367)  — :  "Yo  haré  que  tu  posteridad  sea 
tan  extremadamente  numerosa,  que  no  podrá  ser  contada". 
Luego  le  anuncia  que  el  hijo  que  ella  dará  a  luz,  deberá  lla- 
marse Ismael,  "porque  Yahvé  ha  oído  tus  gritos  de  angustia. 
12  Ese  niño  será  como  un  asno  montés;  su  mano  se  levan- 
tará centra  todos,  y  la  mano  de  todos  contra  él;  y  alzará  sus 
tiendas  frente  a  todos  sus  hermanos".  13  Agar  dió  a  Yahvé 
que  Ic  había  hablado,  el  nombre  de  El  -  Roi  (§  92),  porque, 
decía  ella,  en  verdad  he  visto  a  aquel  que  me  ve  (1).  14  Por 


(1)  Nota  L.B.d.C.  que  el  texto  está  aquí  alterado,  pues  el  origi- 
nal trae:  después  aquel  que  me  ve.  "La  palabra  después  (aharé)  es 
quizá  una  antigua  glosa  que  debía  leerse  ahoré  (la  espalda  de),  pues 
€l  glosador  querría  que  Agar  no  hubiese  visto  a  Dios,  sino  por  detrás, 
como  Aíoisés"  (Ex.  33,  23;  §  364).  La  Vulgata  trae  en  el  final  de  este 


72 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


eso  aquel  pozo  se  ha  llamado  el  pozo  de  Lahai  -  Roi,  el  que 
se  encuentra  entre  Cadés  y  Bered"  (cap.  16).  Los  dos  últi- 
mos vs.  de  ese  capítulo,  —  los  que  como  el  cap.  17,  pertene- 
cen a  P  • — ,  expresan  que  cuando  Agar  dió  a  luz,  Abraham 
tenía  86  años,  siendo  éste  el  que  puso  a  su  hijo  el  nombre 
de  Ismael,  mientras  que,  según  J,  ese  nombre  le  fué  puesta 
por  el  malcak  de  Yahvé  (v.  11). 

2279.  He  aquí  otro  relato  etnográfico  y  etiológico  a  la 
vez,  pues  coa  él  se  trata  de  explicar  por  medio  de  la  unión 
de  personas  el  origen  de  una  tribu  o  de  un  pueblo,  al  niismO' 
tiempo  que  la  denominación  de  la  fuente  de  Lahai  -  Roi,  cer- 
ca de  Cadés  (§  359-  361),  y  el  porque  era  ésta  objeto  de 
veneración.  El  dios  cananeo  El  -  Roi  fué  después  asimilado 
a  Yahvé  por  los  historiógrafos  hebreos  (§  92).  Con  la  histo- 
rieta en  cuestión  se  buscaba  explicar  la  procedencia  de  la 
tribu  de  los  ismaelitas,  nómades  cuyos  caracteres  se  dan  en 
el  V.  12,  procedimiento  este  último  familiar  a  los  primitivos 
poetas,  quienes  en  un  dístico  o  en  una  pequeña  estrofa,  sin- 
tetizaban ios  rasgos  más  salientes  de  una  agrupación  (§  2049  - 
2063).  Por  el  detalle  que  nos  da  P  más  adelante  (Gén.  25, 
12-17),  se  ve  que  doce  tribus  del  Norte  de  Arabia  eran 
consideradas  como  descendientes  de  Ismael,  aunque,  como 
dice  el  profesor  F.  Kocher,  se  ignora  la  naturaleza  de  las 
relaciones  históricas  que  unían  esa  confederación  de  tribus 
a  la  antigua  del  mismo  nombre. 

2280.  Varias  circunstancias  de  lá  referida  historieta 
guardan  relación  con  la  etimología  de  los  nombres  Ismael  y 
Agar.  Ismael  o  Yichma  -  El  en  hebreo,  significa:  El  oye 
(§  71,  92)  o  Dios  oye,  de  modo  que  ese  nombre  provendría 
de  que  Yahvé  oyó  ios  gritos  de  angustia  de  Agar  en  el  de- 
sierto (16,  11),  o  de  que  oyó  el  llanto  del  niño,  cuando  aquélla 
arrojó  a  éste  bajo  un  arbusto  para  no  verlo  morir,  al  termi- 
nársele el  agua  del  odre  (21,  15-17).  En  cuanto  al  nombre 


V.  13:  "Ciertamente  he  visto  aquí  las  espaldas  del  que  me  ve".  Y  comen- 
tando este  texto,  expresa  Scío:  "El  ángel  que  representaba  a  Dios, 
sólo  se  dejó  ver  de  Agar  por  las  espaldas.  La  misma  idea  tenían  los 
gentiles,  los  cuales  creían  que  sus  dioses  jamás  descubrían  el  rostro^ 
a  los  mortales;  y  que  si  alguna  vez  los  veian,  en  el  mismo  punto;  lea 
sobrevenía  algún  grande  mal  o  trabajo". 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


73 


Agar,  parece  que  deriva  de  una  raíz  árabe  que  se  encuentra, 
también  en  el  vocablo  Hégira  (recuérdese  la  huida  de  Maho- 
ma,  de  la  Meca  a  Medina)  y  que  significa  huir.  Para  narrar 
la  historia  de  Agar  e  Ismael,  fueron  utilizados  los  documen- 
tos J  y  E,  los  que  completó  el  redactor  sacerdotal  (P),  agre- 
gando datos  cronológicos,  y  lo  relativo  a  la  circuncisión  y 
la  descendencia  de  Ismael.  Ahora  bien,  los  datos  tradicio- 
nales de  J  y  E  no  siempre  concuerdan,  y  en  el  texto  actual 
no  han  sido  bien  armonizados,  por  lo  que  revelan  fácilmente 
su  procedencia  originaria.  Así,  p.ej.,  según  J,  Agar  se  mar- 
chó al  desierto  estando  encinta,  porque  Sara  la  maltrató  en 
virtud  del  menosprecio  que  aquélla  le  demostraba  a  causa 
de  su  esterilidad.  Allí,  junto  al  pozo  de  Lahai  -  Roi,  se  le 
aparece  Yahvé  (o  su  maleak,  que  es  lo  mismo),  le  dice  el 
nombre  que  debe  ponerle  al  hijo  que  dará  a  luz,  y  las  cua- 
lidades que  éste  tendría.  Según  E,  esa  partida  al  desierto  se 
produjo  a  causa  del  enojo  de  Sara,  porque  el  día  del  destete 
de  Isaac  (es  decir,  cuando  el  chico  tendría  unos  tres  años), 
vió  que  Ismael  jugaba  con  éste  o  se  burlaba  de  él,  según  los 
distintos  traductores,  y  entonces  pide  a  su  marido  que  eche 
a  la  esclava  y  a  su  hijo.  El  patriarca  no  estaba  dispuesto  a 
acceder  a  tan  injusta  pretensión,  dicho  sea  en  su  honor;  pero 
intervino  Yahvé  (al  que  E  llama  Elohim  o  Dios)  y  le  orde- 
na haga  lo  que  le  solicita  su  celosa  mujer.  En  consecuencia, 
Abraham  comete  la  iniquidad  de  despedir  a  Agar,  limitán- 
dose a  darle  pan  y  un  odre  lleno  de  agua ;  "después  puso  al 
niño  sobre  su  hombro  (1),  y  la  despidió  y  ella  anduvo  erran- 
te por  el  desierto  de  Beerseba"  (v.  14).  Terminada  el  agua 
del  odre,  Agar  echa  al  niño  debajo  de  un  arbusto  (siempre 

(1)  "Esta  acción  es  muy  natural  en  el  relato  de  E,  para  quien 
Ismael  es  aún  muy  niño;  pero  era  inadmisible  para  el  que  se  atu- 
viera a  la  cronología  de  P,  pues,  según  ésta,  el  hijo  de  Agar  habría 
tenido  entonces  más  de  15  años  (cf.  16,  16  con  21,  5,  8).  Para  hacer 
desaparecer  tal  contradicción,  un  corrector  cambió  el  orden  de  las 
palabras,  y  de  ahí  la  frase  mal  construida  que  hoy  se  lee  en  el  texto 
hebraico:  "y  dió  a  Agar  poniendo  sobre  su  hombro,  y  el  niño'* 
(L.B.d.C).  Esta  frase  con  la  que  antecede  y  la  que  sigue,  las  traducen 
tanto  Scío,  Valera,  Pratt,  la  Versión  Synodale,  y  en  general,  casi 
todas  las  versiones,  expresando  que  "Abraham  tomó  pan  y  un  odr^ 
de  agua  y  lo  dió  a  Agar,  poniéndolo  sobre  su  hombro;  le  dió  también 


74 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


la  idea  de  que  el  hijo  era  un  chico  de  corta  edad  y  no  joven 
de  unos  15  años,  como  lo  quiere  P,  ^  cf.  16,  16;  17,  17;  21,  8) 
y  se  aleja  a  la  distancia  de  un  tiro  de  arco,  para  no  verlo 
morir.  El  niño  se  pone  a  llorar,  lo  oye  el  maleak  de  Yahvé, 
—  al  que  E  llama  el  ángel  de  dios  — ,  y  desde  los  cielos  llamó 
a  Agar  y  le  dice  que  ha  escuchado  la  voz  (el  llanto)  del 
niño,  que  se  levante,  lo  alce  y  lo  sostenga  con  la  mano,  "por- 
que yo  haré  (nacer)  de  él  una  gran  nación".  Después,  pres- 
cindiendo del  eufemismo  del  maleak,  agrega  E:  19  "Dios  (1) 
abrió  los  ojos  de  Agar,  y  ella  vió  un  pozo,  y  fué  y  llenó  el 
odre  y  dió  de  beber  al  niño.  20  Dios  fué  con  el  niño,  y  éste 
creció,  habitó  en  el  desierto  y  se  hizo  tirador  de  arco  (hábil 
cazador.  21  Habitó  en  el  desierto  de  Parán  (al  O.  de  Edom, 
en  la  península  de  Sinaí),  y  su  madre  le  escogió  mujer  ori- 
ginaria del  país  de  Egipto".  Para  conciliar  en  lo  posible  el 
relato  de  J  con  el  de  E,  el  redactor  de  JE.  en  16,  9,  hace  que 
el  maleak  de  Yahvé  ordene  a  Agar  que  retorne  a  la  casa  de 
Abraham  y  se  humille  ante  Sara;  pero  siempre  quedan  en 
pie  las  demás  contradicciones  o  innecesarias  repeticiones:  dos 
huidas  al  desierto  por  causas  distintas,  dos  apariciones  del 
mismo  maleak  junto  a  un  pozo,  y  dos  promesas  idénticas  de 
que  de  Ismael  saldrá  una  gran  nación.  Conviene  recordar 
que  de  acuerdo  con  la  tradición  de  los  rabinos,  (que  acepta 
como  verdadera  el  apóstol  Pablo),  la  expulsión  de  Agar  y 
su  hijo  de  la  casa  de  Abraham,  se  debió  a  que  Ismael  "el 
hijo  de  la  esclava  nacido  según  la  carne",  perseguía  a  Isaac, 
"el  hijo  de  la  mujer  libre  nacido  según  el  espíritu"  (Gál.  4, 
22,  23,  29).  Esa  persecución  a  estar  lo  que  manifiesta  el  Be- 
reschit  rabba,  53,  15,  consistió  en  que  Ismael,  jugando,  había 
querido  traspasar  con  sus  flechas  a  Isaac. 

2281.  Sobre  lo  que  opinaba  el  apóstol  Pablo  de  la  his- 
toria de  Agar,  hablaremos  más  adelante  (§  2660-2661),  re- 


el  niño  y  la  despidió"  En  cambio  L.B.R.F.  (Biblia  hebrea  en  francés) 
traduce  así  este  v.  14:  "Abraham  se  levantó  temprano,  tomó  pan  y 
un  odre  lleno  de  agua,  los  entregó  a  Agar,  poniéndoselos  en  el  hom- 
bro, así  como  el  niño,  y  la  despidió.  Ella  se  fué  y  se  extravió  en  el 
desierto  de  Bersabé". 

(1)  Recuérdese  que  el  vocablo  Dios,  en  los  relatos  de  E,  figura 
en  el  original  con  la  palabra  Elohim. 


3SL  PATRIARCA  ABRAHAM 


75 


cordando  ahora  tan  sólo,  con  el  profesor  Víctor  Baroni,  que 
"la  crítica  moderna  ve  en  los  tres  relatos  del  Génesis  sobre 
Agar,  variantes  de  un  mismo  mito  etnológico,  cuyo  sentido 
sería  el  siguiente:  los  ismaelitas  descienden  de  Abraham  co- 
mo los  israelitas;  pero  son  hijos  ilegítimos;  además  su  san- 
gre está  mezclada  a  la  de  los  egipcios,  no  teniendo  derecho, 
en  consecuencia,  a  la  herencia  del  pueblo  elegido".  Agrega 
el  mismo  escritor  que  "tradiciones  árabes,  más  recientes  que 
las  de  Israel,  hacen  de  Agar  la  esposa  legítima  de  Abraham, 
siendo  su  hijo  primogénito  el  que  debió  ser  sacrificado  por 
el  patriarca  y  el  que  recibió  la  mayor  parte  de  la  herencia. 
Los  musulmanes  veneran  en  la  Meca,  en  el  recinto  de  la 
Kaaba,  el  pozo  Zemzem,  junto  al  cual  el  ángel  se  le  apareció 
a  Agar,  así  como  la  tumba  de  ésta  a  la  que  consideran  como 
la  antecesora  de  los  árabes".  Finalmente,  nota  Scío  que  "de 
Agar  tomó  nombre  la  ciudad  de  Agrá,  o  de  Petra  en  la  Arabia 
Pétrea,  de  donde  aquellos  pueblos  fueron  llamados  antigua- 
ment  agarenos,  3^  en  el  día,  sarracenos".  El  Diccionario  de  la 
Real  Academia  Española  da  esta  definición  de  agareno:  "Des- 
cendiente de  Agar". 

LA  CIRCUNCISION.  —  2282.  Ya  hemos  visto  que 
Yahvé,  por  dos  veces,  le  prometió  a  Abraham  que  de  él  haría 
nacer  una  gran  nación  (§  2256,  2272),  con  quien  celebró  alian- 
za por  medio  de  la  ceremonia  mágica  de  pasar  por  entre  las 
mitades  de  tres  animales  de  tres  años  cada  uno,  que  previa- 
mente hizo  partir  por  aquel  patriarca  (§  2274).  Ahora  al 
llegar  al  cap.  17  del  Génesis  que  analizamos,  —  que  expresa 
otra  tradición,  la  conservada  por  P,  el  escritor  sacerdotal  — , 
nos  encontramos  con  una  tercera  promesa  de  Yahvé  idéntica 
a  las  dos  citadas,  con  el  agregado  de  que  a  su  amigo  (II  Crón. 
20,  7;  Is.  41,  8;  Sant.  2,  23)  le  amplía  el  nombre,  llamándolo 
en  adelante  Abraham,  en  vez  de  Abram,  "porque  haré  de  ti 
el  padre  de  una  multitud  de  naciones"  (17,  5;  §  2256  n.), 
promesa  todavía  incumplida,  porque  a  Abraham  sólo  se  le 
conoce  como  el  antecesor  legendario  de  los  israelitas  y  de 
los  árabes  (§  2305).  Y  luego  no  le  basta  a  Yahvé  con  su 
aludida  anterior  alianza,  sino  que  celebra  una  nueva  con  el 
mismo  patriarca,  la  que  tendrá  por  señal,  la  circuncisión  de 


76 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


todos  los  varones  de  la  casa  de  éste  y  los  de  su  posteridad,  at 
octavo  día  de  su  nacimiento,  con  el  agravante,  que  aquel  dioa 
bárbaro  (entiéndase  bien,  que  los  bárbaros  eran  los  sacer- 
dotes que  ponían  en  boca  de  su  dios  tales  enormidades)  ter- 
mina dicha  ordenanza  con  estas  palabras :  "El  incircunciso, 
el  varón  a  quien  no  se  le  haya  cortado  la  carne  del  prepucio,^ 
será  cortado  (o  suprimido)  de  entre  los  suyos:  habrá  que- 
brantado mi  alianza"  (v.  14).  O  dicho  en  otros  términos:  El 
incircunciso  sufrirá  la  pena  de  muerte,  ya  que  "cortado  de 
su  pueblo"  o  "cortado  de  entre  los  suyos",  es,  como  anota 
Reuss,  una  fórmula  muy  usada  en  la  ley  para  designar  la 
pena  de  muerte,  y  no  la  excomunión,  lo  que  así  reconoce 
también  el  ortodoxo  Pratt.  Aclara  este  mandamiento  divino» 
el  hecho  que  refiere  J  en  Ex.  4,  24-26  (§  138),  de  que  el 
mismo  Yahvé,  una  noche  quiso  matar  a  Moisés,  cuando  éste 
iba  con  su  familia  a  Egipto,  porque  parece  que,  según  la  cos- 
tumbre de  Madián  (recuérdese  que  Moisés  era  casado  con  la 
madianita  Séfora  o  Zípora,  §  117-8),  el  citado  libertador  he- 
breo hubiera  debido  circuncidarse  inmediatamente  antes  de 
su  matrimonio  (cf.  Gén.  34,  14).  No  habiéndolo  hecho,  Yahvé, 
que  no  andaba  con  chicas,  pretendió  matar  al  incircunciso, 
lo  que  no  pudo  realizar,  con  ser  dios  y  todo,  gracias  a  la 
entereza  de  Séfora,  la  que  salvó  a  su  marido,  circuncidando 
en  seguida  a  un  hijo  suyo  con  una  piedra  afilada,  y  luego 
con  el  prepucio  sangriento  "tocó  las  partes  de  Moisés  (1),. 
diciendo:  Ciertamente  me  eres  un  esposo  de  sangre,  Y  Yahvé 
lo  dejó".  "La  circuncisión,  según  esto,  dice  Reuss,  es  un  acto 
sacramental  en  el  cual  la  sangre  del  hijo  rescata  la  vida  del 
padre,  una  especie  de  inmolación  simbólica  que  obtiene  el 
favor  divino".  Comentando  el  transcrito  precepto  draconiano 
de  Gén.  17,  14,  escribe  Scío :  "Estas  palabras  abrazan  tres 
castigos.  Primero  se  entiende  de  una  especie  de  excomunión 
o  separación  del  resto  del  pueblo,  como  si  dijera:  será  sepa- 
rado del  cuerpo  del  pueblo  y  de  la  Iglesia  de  los  Judíos, 
Núm.  19,  13,  20.  El  segundo  es  de  la  muerte  temporal,  Ex. 


(1)  Seguimos  la  traducción  de  L.B.d.C.  (t"?  I,  p.  49).  Las  otras 
Tersiones  traen  refiriéndose  al  prepucio  cortado  por  Séfora:  "lo  arrojó 
a  los  pies  de  Moisés". 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


77 


21,  14  (texto  que  emplea  las  mismas  palabras  que  el  que 
comentamos:  "la  tal  persona  será  cortada  de  entre  los  suyos" 
—  será  muerta  irremisiblemente,  se  dice  antes  de  esa  frase). 
Y  últimamente,  de  la  muerte  espiritual  o  del  alma,  que  se- 
^ún  el  sentimiento  de  San  Agustín^  comprendía  también  a 
los  niños,  que  morían  después  del  octavo  día  sin  haber  reci- 
bido la  circuncisión,  no  habiendo  causa  legítima  que  obligase 
a  dilatarla.  Ciudad  de  Dios,  Lib.  XVI,  cap.  27". 

2282  bis.  La  frecuencia  con  que  la  legislación  llamada 
mosaica  de  los  tiempos  postexílicos,  prodiga  la  pena  de  muer- 
te, —  como  en  nuestro  caso  que  se  aplica  al  incircunciso  por 
el  solo  hecho  de  "no  tener  cortada  la  carne  de  su  prepucio" 
(v.  14)  — ,  le  sugiere  a  Loisy  las  consideraciones  siguientes: 
'"En  esa  legislación  subsiste  algo  de  la  mentalidad  primitiva. 
No  se  ahorra  en  ella  la  pena  de  muerte,  y  si  se  quiere  buscar 
el  principio  que  la  justifique,  se  verá  que  no  es  el  de  la  pro- 
tección social,  en  el  sentido  en  el  que  se  lo  entendería  hoy 
por  la  supresión  de  los  malhechores  incorregibles,  ni  ordina- 
riamente el  del  castigo  merecido  por  la  aplicación  del  tallón 
al  culpable  de  una  fechoría  (1),  principio  que  se  coordina  al 
precedente,  sino  la  constante  preocupación  de  salvaguardar 
la  santidad  del  pueblo  elegido ;  de  eliminar  una  influencia 
peligrosa  por  sí  misma,  abstracción  hecha  de  la  actividad  per- 
sonal malintencionada  y  maléfica  de.  los  individuos;  de  pre- 
venir el  contagio  de  impureza,  mil  veces  más  temible  en  sus 
consecuencias,  que  las  operaciones  criminales  de  un  facinero- 
so. "El  que  tocare  un  muerto,  un  cadáver  humano  cualquiera, 
y  no  se  purificare  (con  el  agua  en  que  están  mezcladas  las  ce- 
nizas de  la  vaca  roja,  sacrificada  y  quemada  con  este  fin,  — 
véase  §  165  de  nuestra  Introducción),  contaminará  la  morada 
de  Yahvé :  el  tal  individuo  será  exterminado  de  Israel ;  pues- 
to que  no  ha  sido  rociado  con  las  aguas  de  purificación,  es  im- 
puro; conserva  aún  su  impureza"  (Núm.  19,  11-13).  Para 
nosotros  el  caso  no  sería  digno  de  severo  castigo ;  pero  del 

(1)  Es  de  lo  más  curioso  la  definición  que  da  el  Diccionario 
de  la  Academia  Española  del  vocablo  fechoría:  lo  considera  sinónimo 
de  acción,  agregando:  "tomase  por  lo  común  en  mala  parte";  en  vez 
de  expresar  lisa  y  llanamente  que  "fechoría  es  una  mala  acción,  falta 
o  delito".  Corresponde  a  la  palabra  francesa  méfait. 


78 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


punto  de  vista  de  la  mentalidad  israelita,  el  hombre  que  toca 
un  cadáver  cae  bajo  un  interdicto  especial,  porque  participa 
en  el  muerto,  está  bajo  su  influencia,  y  por  lo  tanto,  en  un 
estado  desagradable  a  Yahvé.  A  su  disposición  se  encuentran 
medios  para  salir  de  ese  estado  anormal  y  peligroso  que  lo 
Jiiere  de  incapacidad  religiosa :  si  descuida  esos  medios,  si  no 
se  purifica  el  tercero  y  séptimo  días,  con  agua  preparada  a 
ese  fin,  llega  a  ser  un  foco  de  infección  perniciosa  para  todo 
el  pueblo  y  para  el  templo  mismo  donde  se  concentra  la  san- 
tidad del  pueblo  con  la  de  su  dios.  Es  una  amenaza,  un  pe- 
ligro actual  y  enorme  para  la  vida  nacional :  debe  morir.  Asi 
ocurre  también,  por  ejemplo,  con  el  israelita  que  no  hubiera 
sido  circuncidado,  y  con  el  que  consumiera  sangre  en  su  ali- 
mentación :  ellos  también  son  condenados  a  la  pena  de  muer- 
te (Gén.  17,  14;  Lev.  7,  27;  17,  14).  Como  en  el  precedente 
caso,  la  falta  y  el  motivo  de  la  pena  son  de  orden  puramente 
religioso.  La  negligencia  o  el  acto  son  considerados  eminen- 
temente peligrosos  para  la  comunidad.  El  incircunciso  ha 
contaminado  a  Israel  con  su  presencia,  ya  que  la  circuncisión 
hubiera  debido  asociarlo  al  pueblo  santo.  Es  abominable,  de- 
be desaparecer  para  la  salvación  de  la  sociedad,  que  pone  en 
peligro  por  el  solo  hecho  de  su  existencia;  y  lo  mismo  pasa 
con  el  que  se  ha  atrevido  a  violar  el  tabú  de  la  sangre:  re- 
sulta más  peligroso  que  un  pestífero.  Por  eso  tiene  interés 
Yahvé  en  esas  ejecuciones,  y  así  puede  servirle  la  muerte 
violenta  de  tales  hombres"  (R.H.L.R.,  t"?  1^,  ps.  356-358). 

2282  ter.  Al  final  de  este  cap.  17  de  Génesis  (vs.  23-27) 
se  dice  que  después  de  la  conversación  de  Elohim  con  Abra- 
ham  en  que  aquél  instituyó  el  rito  de  la  circuncisión,  el  mis- 
mo día,  el  patriarca,  a  pesar  de  sus  99  años  de  edad,  fué  cir- 
cuncidado, y  en  igual  fecha,  circuncidó  él  a  su  hijo  Ismael,  que 
tenía  13  años  y  a  todos  los  hombres  nacidos  en  su  casa  y  a 
todos  sus  esclavos  "los  que  había  comprado  con  su  dinero". 
Estas  circuncisiones  al  por  mayor  le  hacen  exclamar  a  Scío: 
"Es  digna  de  admirarse  y  de  imitarse  la  alegría  y  prontitud  de 
ánimo  con  que  Abraham  ejecutó  en  su  persona  y  en  la  de 
todos  sus  domésticos  el  mandamiento  que  había  recibido  del 
Señor".  Y  luego  hace  notar  que  por  el  hecho  de  haber  sido 
circuncidado  Ismael  a  los  trece  años,  los  árabes  se  hacen  cir- 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


79 


cuncidar  a  esa  edad,  costumbre  que  igualmente  observan  en  el 
día  de  hoy,  muchos  sarracenos  y  mahometanos. 

2283.  Cada  uno  de  los  tres  documentos ;  J,  E  y  P,  trae 
su  explicación  particular  de  la  introducción  de  la  práctica  de 
la  circuncisión  en  el  pueblo  hebreo.  Para  P,  la  circuncisión 
es  anterior  a  la  Ley,  como  la  guarda  del  sábado  y  la  prohi- 
bición de  comer  sangre;  es  el  signo  distintivo  del  israelita; 
es  la  señal  de  fidelidad  a  la  alianza  celebrada  por  Yahvé  con 
Abraham :  "así  será  marcada  en  vuestra  carne  la  alianza  per- 
petua que  concluyo  con  vosotros"  (17,  13'').  Quiere  decir, 
pues,  que  P  se  representaba  la  circuncisión  como  una  nove- 
dad, que  serviría  para  particulizar  o  distinguir  a  los  descen- 
dientes de  Abraham.  Pero,  como  hemos  dicho  anteriormente 
(§  90),  ese  rito,  ya  desde  la  más  alta  antigüedad  —  compro- 
bada por  el  hecho  de  usarse  cuchillos  de  piedra  para  efec- 
tuarlo — ,  se  encontraba  en  otros  pueblos,  principalmente  afri- 
canos y  semitas  de  Arabia,  Fenicia  y  Siria.  Buena  prueba  de 
la  extensión  de  esa  práctica  entre  los  puel>los  que  poblaron 
la  Palestina,  se  tiene  en  que  los  filisteos  son  los  únicos  lla- 
mados incircuncisos  en  el  Antiguo  Testamento.  Una  muti- 
lación tan  generalizada  no  podía,  pues,  servir  de  signo  pecu- 
liar de  los  componentes  del  pueblo  escogido  por  Yahvé,  co- 
mo una  misma  señal  no  es  posible  que  sea  empleada  por  to- 
dos los  estancieros  de  un  departamento,  para  distinguir  sus 
ovejas  de  las  de  sus  vecinos  departamentales.  Por  esto,  ob- 
serva Loisy,  que  fué  solamente  después  del  destierro,  cuan- 
do los  judíos  vivían  en  medio  de  incircuncisos,  que  se  pudo 
considerar  la  circuncisión  como  signo  característico  del  pue- 
blo elegido.  Agrega  el  mismo  escritor  que  este  signo  fué  in- 
ventado por  salvajes  que  andaban  desnudos,  y  entra  en  la  ca- 
tegoría de  los  ritos  y  costumbres  por  los  cuales  en  las  socie- 
dades primitivas,  se  consagraba  el  paso  de  la  adolescencia  a 
la  edad  viril  y  realizaba  la  iniciación  en  la  vida  tribal.  Cuando 
el  régimen  de  clan  fué  reemplazado  por  un  estado  social  más 
avanzado,  la  circuncisión,  arraigada  en  las  costumbres,  ee 
mantuvo  cambiando  de  sentido.  En  la  tradición  israelita,  con- 
cluyó por  prevalecer  el  sentido  religioso,  y  mantenida  como 
obligación  universal,  llegó  a  ser  el  sacramento  de  iniciación 
en  el  culto  nacional.  Quizá  la  elección  del  octavo  día  después 


80 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


del  nacimiento  haya  estado  en  relación  con  el  término  fija- 
do para  e]  sacrificio  de  los  primog-énitos^  (Ex.  22,  30)  :  trans- 
ferencia de  ritos  en  los  que  aparecería  una  supervivencia  de 
propiciación  con  respecto  a  una  divinidad  celosa,  a  la  vez 
que  constituye  un  rito  de  purificación,  ya  que  al  incircunciso 
se  le  considera  impuro  para  el  servicio  del  dios  y  por  lo  que 
mira  al  pueblo  que  le  es  consagrado  (La  Reí.  d'Isr., 
ps.  105-  107).  El  punto  discutible  es  saber  cuándo  fué  que 
se  introdujo  la  circuncisión  en  Israel,  y  aquí  difieren  los 
datos  tradicionales  recogidos  al  respecto  en  la  Biblia.  P  la 
hace  remontar  a  Abraham ;  J,  a  la  madianita  Séfora,  para 
salvar  a  sn  marido  Moisés,  en  el  citado  pasaje  de  Ex.  4,24  -  26 ; 
y  E,  a  Josué,  quien  luego  de  circuncidar  a  su  ejército  (1), 
oye  de  boca  de  Yahvé  estas  palabras :  "Hoy,  he  separado 
de  vosotros  el  menosprecio  de  Egipto"  (Jos.  5,  9),  pues  los 
egipcios,  que  eran  circuncidados,  menospreciaban  a  los  he- 
breos, que  todavía  no  lo  eran. 

2283  bis.  Estos  distintos  relatos  sobre  el  origen  de  la 
circuncisión  en  Israel,  nos  dan  serios  argumentos  contra  la 
tesis  ortodoxa  de  que  el  Pentateuco  hubiera  sido  escrito  por 
Moisés.  1°  Este  no  pudo  escribir  lo  que  se  refiere  en  Gén. 
17,  9  - 14,  porque  siendo  él  tan  privilegiado  creyente,  que 
conversaba  cara  a  cara  con  Yahvé  (Ex.  33,  11),  —  quien 
le  dió  la  facultad  de  hacer  portentosos  milagros,  —  no  podía 
dejar  de  cumplir  Con  la  elemental  obligación  que  le  imponía 
el  mencionado  pacto  del  dios  nacional  con  Abraham.  2^  El 
relato  de  Ex.  4,  24  -  26  muestra  claramente  que  Moisés  igno- 
raba dicha  obligación.  Sin  embargo,  la  ortodoxia  pretende 
negar  esta  lógica  deducción,  alegando  con  Scío,  de  acuerdo 
con  San  Agustín,  que  "Moisés  no  había  aún  circuncidado 
a  su  hijo  Eliezer,  porque  habiendo  nacido  pocos  días  antes, 
y  siendo  tierno  todavía^  temió  que  la  fatiga  del  camino,  aña- 
dida a  la  circuncisión,  pudiera  ocasionarle  la  muerte".  Todo 
esto  es  pura  imaginación :  Ex.  4.  24  -  26  nada  dice  de  Eliezer, 


(1)  En  el  cap.  5  de  Josué,  las  palabras  de  nuevo  y  por  segunda  vez 
(vuelve  otra  vez,  trae  Pratt)  del  v.  2  y  las  explicaciones  de  los  vs.  4-7, 
son  de  algún  corrector  que  trató  de  conciliar  este  pasaje  con  los  rela- 
tos divergentes  de  Gén.  17  y  de  Ex.  4,  24-26  (L.B.dC.) 


El.  PATRIARCA  ABRAHAM 


81 


ni  de  un  niño  recién  nacido,  ni  de  que  Moisés  hubiera  dejado 
de  circuncidarlo  por  la  razón  que  expone  Scío,  fuera  de  que 
si  Moisés  se  decidió  a  emprender  e!  viaje  a  Egipto,  después 
de  una  larga  estada  de  muchos  años  en  Madián.  fué  con  el 
objeto  de  ver  si  todavía  vivían  sus  hermanos  que  habían  que- 
dado en  aquel  país  (Ex.  4,  18),  y  por  lo  tanto  nada  lo  apu- 
raba para  realizarlo  con  un  niñito  de  tan  corta  edad.  Lo  que 
se  ve  claramente  es  que  el  episodio  de  Ex.  4,  24  -  26,  que  no 
concuerda  bien  con  el  pasaje  en  que  se  le  ha  injertado  (1),  es 
de  otra  mano  que  lo  narrado  en  Gén.  17,  9-14,  ninguno  de 
cuyos  textos  puede  ser  de  Moisés.  3°  En  el  relato  del  cap.  5 
de  Josué,  se  afirma  que,  antes  de  la  toma  de  Jericó,  Yahvé 
mandó  a  dicho  jefe  que  se  hiciera  cuchillos  de  pedernal  y 
circuncidara  a  los  israelitas,  lo  c[ue  así  hizo  Josué,  porque 
todos  los  varones  que  habían  salido  de  Egipto  y  que  estaban 
cricuncidados,  murieron  en  los  40  años  que  anduvieron  en 
el  desierto;  pero  a  los  hijos  de  ellos,  que  los  sucedieron,  fué 
Josué  quien  los  circuncidó,  porque  eran  incircuncisos,  pues 
nadie  los  había  circuncidado  en  el  camino  (vs.  2-7).  ¿Puede 
admitirse  que  Moisés,  el  heraldo  de  Yahvé,  no  hiciera  cum- 
plir durante  los  40  años  de  peregrinación  en  el  desierto,  el 
precepto  más  fundamental  y  más  antiguo  de  la  ley,  que  se 
asevera  le  había  sido  dado  a  él  mismo,  antes  de  la  salida  de 
Egipto  (Ex.  12,  48),  y  que  era.  según  el  cap,.  17  de  Génesis, 
el  signo  distintivo  de  la  alianza  de  Yahvé  con  su  pueblo? 


(1)  La  arcaica  narración  de  Ex.  4,  24-25  (que  es  de  J.)  está  en 
contradicción  con  datos  anteriores,  según  los  cuales,  los  hijos  de  Moi- 
sés deberían  tener  cerca  de  40  años,  porque  éste  se  casó  con  Séfora  en 
seguida  de  su  llegada  a  Madián  (Ex.  2,  18-23),  mientras  que  aquí,  en 
el  cap.  4,  aparecen  como  niños,  que,  con  su  madre,  los  hizo  Moisés  ca- 
balgar en  el  mismo  asno  para  realizar  el  largo  viaje  a  Egipto.  Ade- 
más en  el  v.  25  figura  un  solo  hijo,  al  cual  circuncida  apresuradamente 
Séfora  para  salvar  a  su  marido  del  dios  homicida,  cuando  poco  antes 
se  dice  que  Moisés  realizaba  ese  viaje  con  su  mujer  y  sus  h'.jos  (v.  20), 
llamados  uno  Gersom,  y  el  otro,  Eliezer  (Ex.  18,  3,  4).  Si  Moisés 
tenía  dos  hijos  pequeños  durarite  el  aludido  viaje,  es  lógico  preguntar- 
se: ¿por  qué  se  dió  Yahvé  por  satisfecho  con  que  Séfora  circuncidara 
a  uno  solo  de  ellos?  Y  si  el  otro  ya  estaba  circuncidado,  ¿por  qué  Moi- 
sés no  había  hecho  lo  mismo  con  éste  del  episodio  relatado  en  Ex. 
4,  24-26? 


82 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM: 


En  manera  alguna ;  tal  afirmación  seria  contraria  al  natural 
buen  sentido:  ni  Moisés  conoció  el  cap.  17  de  Génesis,  ni  el 
precepto  obligatorio  de  la  circuncisión  como  ordenanza  de 
su  dios,  ni  menos  el  episodio  de  su  viaje  de  Madián  a  Egipto, 
pues  si  realmente  los  hubiera  conocido,  y  si  realmente  lo 
hubiera  querido  matar  Yahvé  por  su  negligencia  en  dejar  de 
circuncidar  a  un  hijo  suyo,  entonces  no  hubiera  habido  nin- 
gún incircunciso  entre  los  israelitas  que,  a  su  muerte,  se 
aprestaban  a  atravesar  el  Jordán  para  conquistar  la  tierra 
prometida. 

ANUNCIO  DIVINO  DEL  INás'.  'MíEMTO  DE  ISAAC. 
—  2284.  En  tren  de  cambio  de  nombres,  Yahvé,  que  ya  le 
había  cambiado  el  suyo  a  Abram  (17,  5).  le  cambia  también 
el  de  la  esposa  de  éste,  diciéndole:  "En  cuanto  a  Sarai,  ta 
mujer,  no  la  llamarás  más  Sarai,  sino  Sara.  Yo  la  bendeciré, 
y  de  ella,  también,  te  daré  un  hijo.  La  bendeciré,  engendrará 
naciones,  y  reyes  nacerán  de  ella"  (vs.  15,  16).  ¿En  qué  se 
basaba  Yahvé  para  efectuar  esta  sustitución  de  nombre?  Nada 
mejor  que  acudir  a  un  autor  ortodoxo  para  que  nos  explique 
estos  misterios  teológicos,  ya  que  se  trata  de  asuetos  en  que 
interviene  personalmente  una  divinidad.  Oigamos,  pues,  al 
obispo  Scío,  quien  se  expresa  asi:  "Sarai  quiere  decir:  Prin- 
cesa o  Señora  mía,  y  Sara,  solametite  Princesa.  Porque  no^ 
debía  ser  mirada  como  señora  de  una  familia  particular,  cual 
era  la  de  Abraham,  sino  como  madre  de  naciones  enteras  por 
medio  de  Isaac,  y  del  Cristo  que  debía  proceder  de  Isaac.  Al 
mismo  tiempo  se  amonesta  a  los  maridos,  que  no  inviertan  el 
orden  que  Dios  ha  puesto,  teniendo  presente  que  son  cabezas 
de  sus  mujeres,  y  que  aunque  han  de  tener  con  éstas  una 
honesta  condescendencia,  honrándolas  como  es  debido,  esto 
no  obstante  no  deben  permitir  que  sean  sus  señoras  y  cabezas". 

2285.  Abraham,  aunque  después  ha  sido  considerado  co- 
mo el  prototipo  del  hombre  de  fe,  se  mostró  incrédulo  en 
este  caso,  y  se  rió  de  la»  promesa  de  su  amigo  Yahvé,  dicién- 
dose para  sí:  "¿Podrá  nacer  un  hijo  a  un  hombre  de  cien, 
años?  ¿Y  Sara,  a  los  90  años  podrá  dar  a  luz?"  (v.  17).  Se 
conoce  que  Abraham  no  conocía  la  historia  de  sus  antepa- 
sados, quienes  sin  la  ayuda  de  Yahvé,  demostraron  extraor- 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


83 


diñaría  virilidad,  en  una  época  de  la  vida  que  nosotros,  como 
aquel  patriarca,  conceptuamos  de  vejez,  rayana  en  la  decre- 
pitud. Así.  Enos,  a  los  90  años  engendró  a  Cainán  (Gen.  5,  9)  ; 
Sem,  a  los  100,  engendró  a  Arfaxad  (11,  10);  Set,  a  los  105^ 
engendró  a  Enos  (5.  6)  ;  Jared.  a  los  162,  engendró  a  Enoc 
(5,  18)  ;  Matusalem,  a  los  187,  engendró  a  Lamec  (5,  25)  ;  pero 
a  todos  les  mató  el  punto  Noé,  engendrando  a  Sem,  Cam  y 
Jafet,  a  los  500  años  (5,  32).  De  la  avanzada  edad  de  Sara 
no  debía  preocuparse  Abraham,  —  avm  cuando  el  texto  sa- 
grado, que  suele  ser  muy  minucioso  en  determinados  deta- 
lles, por  escabrosos  que  sean,  nos  informa  gravemente  de  que 
"Sara  no  tenía  ya  lo  que  las  mujeres  tienen  costumbre  de 
tener"  (18,  11)  — ,  pups  su  fecundación  corría  por  cuenta  de 
Yahvé,  quien,  según  la  Sagrada  Escritura,  visitó  a  Sara,  la 
que  concibió  y  dió  a  luz  un  hijo  a  Abraham  en  su  vejez,  al 
plazo  fijo  que  le  había  dicho  aquel  dios  (21,  1,  2).  Respecto 
a  esta  cualidad  de  Yahvé,  como  dios  de  la  fecundidad,  léase 
lo  dicho  en  §  385,  386,  645,  646.  Aprovecha  la  oportunidad 
Yahvé,  para  indicar  el  nombre  que  se  le  debería  poner  a  aquel 
hijo,  aun  no  concebido,  agregando  que  con  él  también  cele- 
brará una  alianza  perpetua,  bien  que  ya  había  realizado  dos 
alianzas  con  Abraham,  las  que  había  extendido  a  la  posteridad 
del  mismo  (15,  18;  17,  19). 

LA  VISITA  DE  YAHVE  A  ABRAHAM.  —  2286. 

Cuenta  la  mitología  griega,  que  en  una  región  de  Frigia,  ha- 
bitada por  gente  perversa,  vivían  Filemón  y  Baucis,  matri- 
monio anciano  y  pobre,  que  eran  fieles  a  los  dioses.  Deseando 
Júpiter  castigar  a  los  habitantes  de  aquella  malvada  comarca, 
sin  perjudicar  a  los  dos  citados,  se  dirigió  a  la  misma  con 
Mercurio,  ambos  disfrazados  de  peregrinos,  y  no  encontraron 
hospitalidad  sino  en  la  cabaña  de  Filemón  y  Baucis.  Para 
recompensarlos,  Júpiter  los  condujo  a  la  cumbre  de  un  monte^ 
desde  donde  les  mostró  la  comarca  que  había  acabado  de 
inundar,  y  su  cabaña  libre  y  convertida  en  magnífico  templo. 
Más  tarde  para  evitarles  el  que  tuvieran  que  lamentar  el  uno 
la  muerte  del  otro,  cuando  estaban  ambos  por  morir,  Júpiter 
transformó  a  la  vez  a  Baucis  en  tilo  y  a  Filemón  en  encina,, 
ante  el  pórtico  del  mismo  templo.  Esta  historieta  de  dioses 


84 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


disfrazados  de  hombres,  que  bajaban  a  la  Tierra  para  premiar 
a  algunos  hombres  buenos  y  castigar  a  otros  malos,  se  hallaba 
bastante  difundida  entre  los  antiguos,  y  particularmente  en 
Canaán,  de  donde  la  tomaron  los  narradores  hebreos,  haciendo 
aparecer  a  Yahvé  como  el  héroe  principal  del  relato,  y  con- 
virtiendo a  sus  acompañantes  en  ángeles.  Pero  parece  que 
las  tradiciones  no  estaban  acordes  a  este  respecto,  y  así  figu- 
ran en  los  relatos  de  los  capítulos  18  y  19  del  Génesis,  tan 
pronto  uno,  como  dos,  como  tres  personajes  divinos  en  la  vi- 
sita que  hicieron  primero  a  Abrahan:  y  luego  a  Lot,  para 
castigar  a  las  pervertidas  ciudades  cananeas  de  Sodoma  y 
Gomorra.  En  efecto,  comienza  la  historieta  con  estas  palabras : 
"Yahvé  apareció  a  Abraham,  cerca  de  la  encina  de  Mamré, 
estando  éste  sentado  a  la  entrada  de  su  tienda,  durante  las 
horas  cálidas  del  día"  (18,  1).  Pero  Abraham,  al  levantar  los 
ojos,  no  se  encuentra,  como  otras  veces,  frente  sólo  a  su 
amigo  Yahvé,  sino  ante  tres  hombres,  a  los  cuales  se  apresura 
a  obsequiar  con  toda  la  afectuosidad  y  cortesía  que  exigía  la 
hospitalidad  oriental  (vs.  2-9).  Después  que  los  tres  hubieron 
hecho  honor  a  una  apetitosa  comida  en  la  que  figuraba  "carne 
de  ternera  tierna  y  buena,  manteca,  leche,  con  panes  recién 
cocidos"  (vs.  6-8),  Yahvé  habla  con  Abraham  como  si  fuera 
el  único  interlocutor  de  éste  (vs.  10-  15).  Los  hombres  parten 
para  Sodoma,  mientras  que  Yahvé,  de  pie,  se  queda  junto  a 
Abraham  (§  34),  y  los  dos  ángeles  llegan  al  atardecer,  a 
Sodoma,  a  cuya  puerta  estaba  sentado  Lot  (19,  1,  15).  Este 
los  recibió  en  forma  tan  obsequiosa,  conro  lo  había  hecho  poco 
antes  su  nombrado  tío,  pues  los  llevó  a  su  casa,  les  preparó 
un  banquete,  y  comieron  (19,  1-3);  mas  después  ya  no  se 
les  llama  ángeles,  sino  "los  hombres"  (vs.  8,  10,  12,  16),  los 
que  obran  y  hablan  conjuntamente.  Estos  toman  por  la  mano 
a  Lot,  su  mujer  y  sus  dos  hijas  y  los  hacen  salir  de  Sodoma, 
porque  iban  a  destruir  esta  ciudad  (vs.  13,  16).  "Y  como  los 
hubieren  sacado  fuera,  EL  le  dijo:  Huye,  si  quieres  salvar  tu 
vida...  Y  Lot  LES  respondió..."  (vs.  17,  18).  ¿Quién  era 
él,  y  cómo  es  que  Lot  no  le  responde,  sino  que  les  responde? 
Por  último,  aun  cuando  ios  hombres  o  los  ángeles  le  habían 
manifestado  a  Lot  que  habían  venido  para  "destruir  este  lu- 
gar" (v.  13),  resulta  que  fue  Yahvé  el  que  consumó  esa  des- 


Eí.  PATRIARCA  ABRAHAM 


85 


trucción,  haciendo  llover  azufre  y  fuego  sobre  Sodoma  y  Go- 
morra  (v.  24). 

2287.  ¿Cómo  explicar  la  incoherencia  de  esa  narración? 
Contesta  L.B.d.C:  "Se  ha  supuesto  que  el  texto  tal  como  se 
lee  hoy,  resultaba  de  la  combinación  de  dos  relatos,  de  los 
cuales,  uno  hacía  aparecer  tres  visitantes  y  el  otro,  sólo  uno. 
Según  otros,  el  relato  actual  reposa  en  antiguas  tradiciones 
cananeas,  que  ponían  en  escena  muchos  elohim,  "dioses" ;  y 
los  narradores  israelitas  habrían  reemplazado  a  éstos  por 
Yahvé;  pero  sin  hacer  en  todas  partes  tal  sustitución.  El  re- 
dactor que  coml)inó  el  texto  definitivo  parece  haber  querido 
indicar  que  Yahvé  era  uno  de  los  tres  hombres,  y  que  los  otros 
dos  eran  ángeles".  Esta  es  también  la  opinión  del  circuns- 
pecto hebraísta  e  historiador  de  Israel,  profesor  Adolfo  Lods, 
quien  manifiesta  que  muchas  de  las  tradiciones  patriarcales 
tendían  a  explicar  el  origen  de  los  diversos  santuarios  de  Pa- 
lestina, "y  eran  la  adaptación  de  las  que  circulaban  ya  en 
estos  mismos  lugares  sagrados,  antes  de  la  llegada  de  Israel. 
Nótanse  en  ellas  supervivencias .  de!  polidenionismo  cananeo, 
tales  como  la  pluralidad  de  los  visitantes  divinos  de  Abraham 
y  de  Lot  (Gén.  18  y  19),  y  la  multiplicidad  de  ángeles  ■ — 
primitivamente  dioses  —  que  pueblan  los  santuarios  de  Bethel 
y  de  Mahanaim  (Gén.  28,  12;  32,  1,  2)"  (Isr.  p.  182). 

2288.  El  autor  de  la  Epístola  a  los  Hebreos,  aunc[ue  sin 
mencionar  expresamente  los  referidos  capítulos  18  y  19  del 
Génesis,  se  refiere  manifiestamente  a  ellos  cuando  escribe : 
"No  os  olvidéis  de  la  hospitalidad,  porque  practicándola  algu- 
nos han  hospedado  ángeles,  sin  saberlo"  (13,  2).  Para  ese  es- 
critor, pues,  los  tres  hombres  de  dichos  capítulos  eran  ángeles. 
Cuando  se  inventó  el  dogma  de  la  Trinidad  divina,  se  creyó 
que  los  tres  personajes  en  cuestión  representaban  dicha  en- 
tidad. Scío,  citando  el  testimonio  de  San  Agustín,  manifiesta 
que  "la  Iglesia  dice  de  Abraham,  que  vió  a  tres  y  adoró  a  sólo 
uno.  Y  ha  venerado  siempre  este  símbolo  augusto  de  la  Tri- 
nidad Santísima".  Pero  siendo  ángeles  esos  representantes  del 
dios  trino,  ¿cómo  fué  que  hicieron  honor  a  los  banquetes  que 
les  ofrecieron  primero  Abraham  y  después  Lot?  ¿Cómo  seres 
inmateriales  ingirieron  alimentos  materiales?  Para  la  orto- 
doxia no  hay  dificultad  alguna  a  ese  respecto.  Efectivamente,  el 


S6 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


docto  Scío  nos  informa  que  "los  ángeles,  formando  un  cuerpo 
del  aire  que  los  rodeaba,  y  mezclando  en  él  algunas  exhala- 
ciones, que  pudiesen  representar  unos  cuerpos  sólidos,  colo- 
res verdaderos  y  la  configuración  de  los  miembros  humanos, 
aparecían  de  este  modo  a  los  hombres,  sin  que  éstos  pudieran 
discernirlo,  y  con  la  misma  facilidad  desaparecían.  Los  ángeles, 
pues,  comieron  por  elección  y  voluntad,  de  manera  que  el  ali- 
mento que  tomaban,  se  resolvía  en  un  aire  muy  sutil:  a  la 
manera  que  el  sol  resuelve  en  vapores  y  no  convierte  en  sus- 
tancia propia  los  humores  que  toma  de  la  tierra.  San.  Agustín 
y  Santo  Tomás  sienten  que  no  comieron  en  realidad,  sino  que 
parecía  que  comían;  pero  que  Abraham  crey'ó  que  comían". 
Ante  esta  explicación  dada  por  tan  santos  doctores,  uno  no 
puede  menos  de  lamentar  el  trabajo  que  se  tomó  Sara  en  ama- 
sar unos  36  kilos  de  harina  para  hacer  panes  tiernos,  y  Abra- 
ham, en  matar  un  ternero  muy  bueno  y  hacerlo  cocer  o  asar, 
y  luego  en  traer  manteca  y  leche,  lo  mismo  que  en  la  comida 
que  preparó  Lot,  calificada  de  banquete  (19,  3),  para  ofrecer 
todos  esos  alimentos  a  seres  "que  parecía  que  comían,  pero 
que  no  comían".  Tentado  se  siente  uno  a  concluir  que  de 
ser  cierta  tan  ortodoxa  explicación,  hubieran  procedido  más 
correctamente  aquellos  ángeles  disfrazados  de  hombres,  di- 
ciéndoles  a  los  que  los  agasajaban,  cjue  no  se  molestaran  en 
obsequiarlos,  porque  no  teñan  apetito  o  no  deseaban  comer. 

2289.  Ya  hemos  visto  en  §  2272,  que,  según  E,  Yahvé  le 
promete  a  Abraham  descendencia  de  su  mujer  legítima,  y  en 
§  2285,  que,  según  P,  después  de  establecer  Yahvé  el  rito  de 
la  circuncisión,  le  anunció  a  Abraham  que  su  mujer  Sara  le 
daría  un  hijo,  que  se  llamaría  Isaac  (17,  15-19).  Ahora  J, 
en  el  cap.  18,  expresa  que  Yahvé  renueva  este  anuncio  al  pa- 
triarca, y  Sara,  que  escuchaba  a  la  entrada  de  la  tienda  dicha 
conversación,  se  muestra  incrédula,  "se  rió  entre  sí"  (v.  12), 
diciéndose  en  su  interior  cómo  sería  posible  que  una  pareja 
de  ancianos  pudieran  procrear  un  hijo.  El  dios  protesta  por 
esa  incredulidad  manifestando:  "¿Acaso  es  ése  un  milagro 
demasiado  difícil  para  Yahvé?  Volveré  a  tu  casa  dentro  de 
un  año,  y  Sara  tendrá  un  hijo"  (v.  14).  Yahvé  tenía  razón; 
¿cómo  podía  pensarse  que  lo  anunciado  fuera  una  empresa 
demasiado  ardua  para  un  dios  de  la  fecundación  como  él? 


:ZL  PATRIARCA  ABRAHAM 


87 


(§  385  -6).  Lo  único  que  se  le  puede  censurar  a  Yahvé  es 
que  olvidó  cumplir  parte  de  su  promesa,  pues  no  regresó  al 
año  de  esa  fecha,  a  visitar  a  su  amigo  Abraham,  y  si  lo  hizo, 
el  cronista  J,  tan  meticuloso  en  anotar  todas  las  incursiones 
de  aquel  dios  en  la  Tierra,  olvidó  el  hacerla  constar  en  su 
relato.  En  cuanto  a  Sara,  agravó  su  incredulidad  con  una  men- 
tira, que  si  no  está  bien  en  el  común  de  los  mortales,  menos 
lo  está  en  personajes  que  conversan  cara  a  cara  con  la  divi- 
nidad. En  efecto,  después  de  las  transcritas  palabras  de  Yahvé 
(v.  14),  Sara  exclama:  "Yo  no  me  he  reído",  porque  tuvo 
miedo.  Pero  él  (Yahvé)  le  dijo:  "Sí,  tú  te  has  reído"  (v.  15). 
Tenemos,  pues,  que  Sara  fue  incrédula  y  mentirosa;  sin  em- 
bargo, un  escritor  divinamente  inspirado  por  el  Espíritu  San- 
to descubrió  que  es  ella  un  modelo  de  fe,  digno  de  ser  imitado 
por  los  cristianos,  y  así  el  autor  de  la  Epístola  a  los  Hebreos, 
después  de  definir  la  fe,  diciendo  que  es  "la  seguridad  en  lo 
que  se  espera  y  la  certeza  de  las  cosas  invisibles",  enumera 
una  serie  de  ejeinplos  de  fe  sacados  del  Antiguo  Testamento, 
3'  entre  ellos  cita  a  la  esposa  de  Abraham  con  estas  palabras : 
"Por  fe  también,  Sara  recibió  el  poder  de  concebir  un  hijo, 
aun  cuando  ya  había  pasado  la  edad,  porque  creyó  en  la  fide- 
lidad de  aquel  que  le  había  hecho  la  promesa.  Así  de  un  solo 
hombre,  y  lo  que  es  más,  de  un  hombre  decrépito,  nació  una 
multitud  semejante  a  las  estrellas  del  cielo  y  a  los  innume- 
rables granos  de  arena  de  las  orillas  del  mar"  (11,  1,  11,  12). 
Quizá  esta  tergiversación  de  los  hechos  referidos  en  el  Géne- 
sis, se  deba  a  que,  según  la  tradición  rabínica,  Sara  era  la 
madre  de  los  creyentes  judíos,  como  Kadidjah,  la  primer  es- 
posa de  Mahoma,  lo  fue  de  los  creyentes  musulmanes. 

2290.  En  el  relato  de  la  visita  de  Yahvé  con  sus  dos 
acompañantes,  hecha  a  Abraham  en  Mamré,  se  ha  intercalado 
posteriormente  el  episodio  de  la  intercesión  de  este  patriarca 
en  favor  de  la  ciudad  de  Sodoma,  que  aquel  dios  iba  a  des- 
truir (18,  22  -  33).  Ese  episodio,  aunque  pertenece  a  la  misma 
escuela  que  el  que  redactó  la  referida  narración,  es  de  época 
más  reciente,  por  lo  que  los  críticos  lo  señalan  como  de 
(§  2073).  Su  origen  posterior  lo  revela  el  hecho  de  que  se  nota 
en  él  la  influencia  de  los  grandes  profetas,  en  frases  como  ésta : 
*'¿E1  que  juzga  toda  la  Tierra,  no  ha  de  practicar  la  justicia?" 


88 


EL  PATRIARCA  ABRAHAlff 


(v.  25^),  lo  que,  como  anota  L.B.d.C,  supone  un  desarrollo 
religioso  bastante  avanzado.  En  lo  tocante  al  ofrecimiento  de 
Lot,  expresado  en  19,  8,  y  que  refleja  la  escasa  moralidad  de 
un  pueblo  que  admitía  como  meritorio  un  acto  que  tanto 
repugna  a  nuestra  sensibilidad  moderna,  véase  lo  dicho  en 
§  571.  En  cuanto  al  final  del  cap.  19,  vs.  30-38,  que  del  punto 
de  vista  moral  es  una  de  las  páginas  menos  recomendables 
de  la  Biblia,  en  las  que  se  relata  el  incesto  físicamente  impo- 
sible de  las  hijas  de  Lot  con  su  padre  ebrio,  constituye  una 
de  las  tantas  tradiciones  étnicas,  que  abundan  en  el  Génesis, 
y  cuya  finalidad,  en  este  caso,  es  la  de  denigrar  a  los  moabitas 
y  ammonitas,  pueblos  enemigos  de  Israel,  con  los  cuales  a 
menudo  tuvo  éste  que  combatir. 

LA  ALIANZA  DE  ABRAHAM  CON  ABIMELEC.  — 
2291.  En  el  cap.  20  del  Génesis,  se  reproduce  el  relato  del 
12,  10-20,  por  lo  que  remitimos  al  lector,  a  lo  dicho  en 
§  2261  -2263;  véase  también  §  386  y  394.  En  el  cap.  21,  des- 
pués de  referirse  al  nacimiento  de  Isaac  y  de  que  Agar  e 
Ismael  fueron  echados  al  desierto,  viene  la  historia  de  la 
alianza  de  Abraham  con  Abimelec,  rey  de  Gerar,  (  21,  22  -  34), 
que  nos  es  muy  útil  para  comprobar  cómo  utilizó  el  redactor 
los  documentos  J  y  E,  que  referían  diversas  tradiciones  del 
mismo  tema.  Transcribimos  a  continuación  las  dos  aludidas 
tradiciones,  por  separado,  para  que  se  aprecien  mejor  sus 
diferencias. 

E  dice:  "21,  22.  Aconteció  en  aquel  tiempo,  que  Abimelec, 
acompañado  de  Picol,  jefe  de  su  ejército,  le  habló  así  a  Abra- 
ham: Dios  (Elohim)  es  contigo  en.  todo  lo  que  haces.  23  Júra- 
me, pues,  aquí,  por  el  nombre  de  Dios,  que  no  usarás  de  en- 
gaños conmigo,  ni  con  mis  hijos,  ni  con  mi  posteridad,  sino 
que  conforme  a  la  benevolencia  que  te  he  demostrado,  tú  pro- 
cederás del  mismo  modo  conmigo  y  con  el  país  en  que  has 
venido  a  habitar".  24  Y  respondió  Abrahám:  "Lo  juro".  27  Y 
Abraham  tomó  ovejas  y  vacas,  y  se  las  dió  a  Abimelec,  e  hi- 
cieron los  dos  alianza.  31  Por  esto  se  llamó  aquel  lugar  Beer- 
seba,  porque  allí  juraron  los  dos". 

De  J  son  estos  versículos  del  mismo  capítulo:  "25.  Aho- 
ra bien,  habiendo  reclamado  Abraham  a  Abimelec  por  el  pozo 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


89. 


de  que  se  habían  apoderado  los  siervos  de  éste,  26  respondió 
Abimelec :  "Ignoro  quien  haya  hecho  eso,  de  lo  cual  tú  no  me 
habías  informado  y  ni  siquiera  había  oído  yo  hablar  de  ello 
hasta  ahora".  28  Pero  Abraham  puso  aparte  los  siete  corde- 
ros. 29  Y  Abimelec  dijo  a  Abraham:  "¿Qué  significan  estos 
siete  corderos  que  has  apartado?"  30  Respondió  Abraham: 
"Estos  siete  corderos,  tú  los  aceptarás  de  mi  mano,  para  que 
me  sirvan  de  testimonio  de  que  yo  cavé  este  pozo".  32  Hicie- 
ron alianza  en  Beerseba;  y  después  se  levantó  Abimelec  con 
Picol,  jefe  de  su  ejército,  y  regresaron  al  país  dk  los  filisteos. 
33  Abraham  plantó  un  tamarisco  en  Beerseba,  e  invocó  allí  a 
Yahvé  bajo  el  nombre  de  El  Olam. 

Y  el  redactor  termina  el  relato  con  este  agregado  de  su 
propia  cosecha  :  34  Habitó  Abraham  largo  tiempo  en  el  país 
de  los  filisteos. 

2292.  De  lo  transcrito  resulta  claramente  que  E  tiende 
a  explicar  sólo  la  antigua  alianza  de  los  israelitas  con  los 
de  Gerar,  mientras  que  J  busca  además  establecer  los  dere- 
chos exclusivos  de  los  hebreos  sobre  el  pozo  de  Beerseba.  Pa- 
ra E.  ¡a  etimología  de  este  último  nombre  proviene  de  que, 
junto  a  ese  pozo,  Abraham  v  Abimelec  juraron  la  referida 
alianza:  mientras  que  para  J  dicho  nombre  significa  "el  pozo 
(beer)  de  los  siete  (seba)"  y  alude  a  los  siete  corderos  que 
Abraham  dió  allí  a  Abimelec.  Finalmente,  J  comete  el  ana- 
cronismo de  expresar  que  Abimelec  era  un  rey  filisteo  (26,  1) 
y  supone  que  el  pozo  de  Beerseba  estaba  fuera  del  país  de  los 
filisteos  (21,  32).  Ahora  bien,  éstos  se  instalaron,  después  de 
los  israelitas,  en  la  costa  S.  O.  de  Palestina  (país  que  de  ellos 
tomó  ese  nombre,  §  23),  en  el  siglo  XII  a.  n.  e.,  bajo  Ram- 
sés  IIT  (§  163,  164,  422),  mientras  que  los  sucesos  relativos  a 
Abraham.  a  quien  la  ortodoxia  supone  contemporáneo  de  Hain- 
murabí,  tendrían  que  haber  ocurrido  unos  ocho  siglos  an- 
tes. L.B.d.C,  hace  además  estas  observaciones  -  1?  en  el  v.  28, 
el  artículo  los  da  a  suponer  que  ya  había  sido  cuestión  de  esos 
corderos  en  el  texto  primitivo  de  J ;  el  redactor,  por  lo  tanto, 
no  conservó  sino  un  fragmento  de  ese  relato.  2^  El  v.  34  no 
debe  de  ser  ni  de  E,  que  no  habla  de  ¡os  filisteos  en  la  época 
patriarcal,  ni  de  J,  que  coloca  a  Beerseba  íuera  de  la  Filistea, 
pues  dice  que  Abimelec  y  Pico!,  después  de  la  alianza  del  pri- 


90 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


mero  con  Abraham,  regresaron  al  país  de  los  'ilisteos  (v.  32). 

2293.  La  parte  final  del  v.  33  se  stitle  traducir  corriente- 
mentp:  "e  invocó  allí  el  nombre  de  Yabvé,  Dios  de  eternidad, 
o  el  Dios  eterno".  Y  anotando  este  pasaje,  escribe  L.B.d.C: 
"Es  decir,  Abraham  invocó  a  Yahvé,  junto  h.1  tamarisco  sa- 
grado de  Beerseba.  bajo  el  nombre  de  "Dio'-  de  eternidad" 
(El  Olam).  Se  aplicaba,  pues,  a  Yahvé  t'ii  titulo  especial  en 
cada  lugar  santo  de  la  Palestina  (cf.  33,  20,  Jue.  6.  24:  Ain.  8, 
14)"  Léa'=-.e  §  462,  626.  Toussaint,  partiendo  de  la  base  que  la 
expresión  hebraica  invocar  el  nombre  Je  un  dios  equivale  a 
organizar  un  culto,  expresa :  "Todos  los  diversos  cultos  del 
pasado  se  han  basado  en  una  revelación.  I',]  ^éroe,  •:  quien  le 
tocaba  esa  buena  fortuna,  no  tenia  sino  q'j.'  inscribir  un  nom- 
bre más  en  la  lista  de  los  dioses  que  él  va  concci^,  sin  que 
abandonase  éstos  para  complacer  a  aquel.  La  conciencia  an- 
tigua, en  materia  religiosa,  era  esencialinciite  sincretista.  Se 
acogía  el  culto  de  un  nuevo  dios,  como  s"  rccil  e  en  la  Iglesia, 
el  de  un  santo  que  acaba  de  ser  canoni.-.vido  Esto  no  implicaba 
por  otra  parte,  cambio  alguno  de  religión,  sino  a  lo  sumo  un 
renuevo  de  fervor  y  devoción  por  el  dios  a  la  moda.  Abraham, 
al  recibir  la  revelación  de  El  -  Shaddai,  no  se  consideraba  que 
cometía  infidelidad  hacia  EI-Elyón  u  oti;o  cualquier  El,  que 
le  pluguiera  revelarse  al  mismo  patriarca.  Según  el  documento 
yahvista  (Gen.  21,  33).  Abraham  habría  tenido  en  Beerseba  otra 
aparición,  la  del  dios  El  -  Olam,  a  consecuencia  de  la  cual, 
plantó  un  terebinto,  lo  que  en  suma  quiere  decir  que,  en  ose 
paraje,  organizó  un  nuevo  culto  muy  cornplí'to:  altar,  santua- 
rio, aparatos  divinatorios  para  dar  orácuioí,  ya  que  el  terebin- 
to tenía  esta  función  en  los  más  primitivos  cultos  cananeos 
(Jue.  4,  5).  Naturalmente,  consideraron  los  raitores  bíblicos 
que  la  palabra  olam  podía  asociarse  a  El,  como  un  calificativo 
metafísico  que  significara  uno  de  los  atvibu-.os  divirios  más 
trsenciales.  el  de  eterno.  Pero,  pensándolo  bien,  se  descubre 
que  este  epíteto  no  tiene  más  el  valoi"  de  simple  adjetivo  que 
sus  predecesores,  Elyón  y  Shaddai"  (p.  207;  §  92). 

EL  SACRIFICIO  DE  ISAAC.  —  2294.  Pasa  en  seguida 
el  redactor  del  Génesis  a  referirnos  el  sacrificio  frustrado  de 
Isaac  (cap.  22),  tomando  de  E  ese  relato:  1  Después  de  estos 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


91 


sucesos.  Dios  (Elohim)  sometió  a  prueba  a  Abraham,  y  le  di- 
jo: "¡Abraham!"  y  éste  respondió:  "Heme  aquí".  2  Y  dijo 
Dios:  "Toma  a  tu  hijo,  a  Isaac,  tu  hijc  único,  a  quien  amas; 
■vete  en  seguida  al  país  de  los  amorreos,  y  ofrécele  all*  en  ho- 
locausto, sobre  un  monte  que  yo  te  indicaré"  3  Y  al  día  si- 
guiente, temprano,  Abraham  enalbardó  su  asno,  tomó  con  é? 
sus  dos  criados  y  a  Isaac  su  hijo,  cortó  leña  para  el  holocausto, 
y  partió  para  el  paraje  que  Dios  le  había  irdicado.  4  Al  tercer 
día,  alzando  los  ojos  Abraham,  vió  el  paraje  de  lejos,  5  y  dijo 
a  sus  criados:  "Quedaos  aquí  con  el  asno,  nientras  yo  y  el 
niño  vamos  allá  arriba,  y  después  de  haber  adorado,  volvere- 
mos con  vosotros".  6  Abraham  tomó  la  leña  para  el  holocaus- 
to, la  puso  sobre  Isaac,  su  hijo :  tomó  en  su  m^no  el  fuego  y  el 
cuchillo,  y  marcharon  los  dos  juntos.  Por  el  ram'  io  Isaac  le 
pregunta  a  su  padre  dónde  estaba  la  oveji  prra  el  holocausto, 
y  Abraham  le  contesta  que  Dios  la  proveería.  9  Cuando  hubie- 
ron llegado  al  paraje  que  Dios  le  había  indicado,  Abraham 
construyó  allí  el  altar,  arregló  la  leña,  ató  a  Isaac,  su  hijo,  y 
lo  puso  sobre  el  altar,  encima  de  la  leña.  10  Luego  tomó  el 
cuchillo  y  extendió  la  mano  para  degollar  a  su  hijo  11  Pero 
€l  ángel  de  Dios  lo  llamó  desde  lo  alto  de  los  cielos  y  le  dijo: 
"¡Abraham!  ¡Abraham!"  Y  él  respondió:  "'Heme  aquí". 
12'  Y  dijo  el  ángel:  "No  extiendas  la  mano  sobre  el  nifío,  ni 
le  hagas  nada,  porque  ahora  sé  que  temes  a  Dios,  ya  que  no 
me  has  rehusado  tu  hijo  único".  13  Entonces  Abraham  levan- 
tando los  ojos,  miró  y  he  aquí  un  carnero  enredado  por  los 
cuernos  en  un  zarzal,  y  tomándolo,  ofreciólo  tn  holocausto  en 
lugar  de  su  hijo.  14  Y  llamó  Abraham  aquel  ^-araje:  "Yahvé - 
Yiré"  (Yahvé  proveerá).  Por  esto  es  que  se  dice  hoy:  "Sobre 
el  monte  en  que  Yahvé  provee".  19  Volvióse  Abrrham  a  sus 
criados,  y  levantándose  se  fueron  juntos  a  Beerscba,  dorxde 
Abraham  habitó.  Queda  así  terminada  esta  historieta,  a  la  que 
posteriormente  se  le  agregaron  los  vs.  15  -  18,  en  lo.5  que  .se 
expresa  que  el  ángel  de  Yahvé  se  le  apareció  nue\'ainente  a 
Abraham,  para  repetirle  en  nombre  del  dios  por  quinta  vez 
(12,  2;  13,  16;  15.  5;  17,  2-8).  las  promesas  oue  1-j  había  he- 
cho de  que  su  posteridad  sería  innumerable  y  ext.'aordinaria- 
mente  bendecida  por  él. 

2294  bis.    Comentando  el  transcrito  relato  de  Gen.  22,  es- 


92 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


cribe  Vernes,  (ps.  40,  41)  :  "Esta  página  no  corresponde  a  las 
antiguas  épocas  de  la  literatura  israelita,  romo  se  ve  por  la 
elección  de  la  localidad,  el  monte,  Moriah  o  Morija  (í^  1363, 
1381),  denominación  de  época  reciente  (II  Crón.  3,  1),  sobre  el 
que  se  alzaba  el  templo  de  jerusalén.  El  escritor,  siguiendo  un 
procedimiento  caro  a  los  autores  de  la  epopeya  patriarcal, 
juega  con  la  palabra  Moriah  (Moriyah),  que  se  puede  inter- 
pretar por  visión  de  Yah  (Yahvé)  y  que  explica  por  los 
vocablos :  Yahvé  verá,  es  decir,  proveerá.  Extiende  aún  a  to- 
dos los  tiempos  esta  denominación  }•  este  significado,  nacidos 
del  hecho  que  refiere,  citando  una  especie  de  proverbio:  "En 
la  montaña  de  Yahvé,  se  provee"  ("sobre  el  monte  en  que 
Yahvé  provee").  —  Las  versiones  corrientes-  siguiendo  al  T.  M. 
traen  en  el  v.  2,  "tierra  o  país  de  Moriah",  en  vez  de  "país  de 
los  amorreos".  como  arriba  expresamos  de  acuerdo  con  L.B. 
d.C,  la  que  defiende  esta  traducción  diciendo:  "La  expre- 
sión del  TlM.  (§  34),  Moriyya  (Moriah)  es  una  corrección  ins- 
pirada por  el  V.  14  en  su  forma  actual:  las  versiones  antiguas 
(la  siríaca  Peschito,  trae :  "país  de  los  amorreos",  mientras  que 
la  griega  de  Simmaco  y  la  Vulgata  traen:  "tierra  o  país  de  la 
visión")  la  ignoran,  y  el  texto  primitivo  traía  aquí  el  nombre 
de  un  país  y  no  el  de  una  montaña  .  .  .  En  el  v.  14  el  texto  pri- 
mitivo debía  dar  el  nombre  verdadero  de  la  montaña,  de!  cual 
"Yahvé  proveerá"  no  es  sino  una  interpretación,  y  una  inter- 
pretación retocada,  porque  el  narrador  (E)  habría  escrito 
Elohim  (Dios)  y  no  Yahvé  "proveerá".  El  nombre  del  paraje 
sagrado  debía  estar  formado  de  El  (Dios)  y  de  otra  palabra 
que  significara  "proveer",  "ver",  y  en  efecto,  se  ha  propuesto 
el  vocablo  Yeruel  o  Jeruel,  nombre  de  un  desierto,  en  las  mon- 
tañas de  Judá,  cerca  de  Tecoa  (II  Crón.  20,  16),  que  estaría  a 
la  distancia  indicada  desde  Beerseba,  o  sea,  a  tres  días  de  mar- 
cha". Como  la  Vulgata  expresa  el  proverbio  del  v.  14,  de  este 
modo:  "El  Señor  verá  en  el  monte",  y  como  San  Jerónimo 
creía  que  una  de  las  cumbres  de  éste,  en  el  que  debía  ser  sacri- 
ficado Isaac,  fué  el  Calvario,  Scío  anotando  dicho  proverbio, 
escribe:  "Siendo  estas  palabras  misteriosas,  es  evidente  que 
el  Señor  proveería  en  el  monte  Moriah  o  Calvario,  obrando 
en  él  la  redención  del  género  humano.  Cuya  profecía  es  li- 
teral". 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


93 


2295.  Examinemos  detenidamente  y  libres  de  prejuicios  el 
relato  que  antecede  (§  2294),  que  se  nos  presenta  como  la  prueba 
más  acabada  de  fe  que  pueda  un  hombre  alcanzar.  Ya  el  au^or 
de  la  Epístola  a  los  Hebreos  escribía :  "Por  fe  Abraham,  cuan- 
do fué  probado,  ofreció  en  sacrificio  a  Isaac ;  y  ofrecía  a  su 
hijo  único,  él,  que  había  recibido  las  promesas,  y  a  quien  ha- 
bía sido  dicho:  "En  Isaac  te  será  llamada  posteridad",  conside- 
rando que  aun  de  entre  los  muertos  podía  resucitarle  Dios :  de 
donde  viene  también  que  lo  conservó  a  manera  de  símbolo" 
(11.  17-19).  Pasando  al  análisis  desapasionado  del  relato  en 
cuestión,  se  puede  llegar  a  las  siguientes  conclusiones :  1°  que 
no  se  trata  de  un  episodio  histórico,  sino  de  una  narracivSn 
imaginaria,  como  lo  son  todas  aquellas  en  que  intervienen  dio- 
ses conversando  con  seres  humanos,  y  que  imbuida  de  las  ideas 
de  los  grandes  profetas,  contrarias  a  los  sacrificios  sangrien- 
tos, busca  demostrar  que  Yahvé  ya  no  reclamaba  más  los  sa- 
crificios humanos  que  antes  exigía  (Ex.  22,  29;  §  379,  383,  508, 
824.  1037-  1042.  1064).  Como  dice  Lods :  "La  historia  del  sa- 
crificio no  realizado  de  Isaac  pertenece  a  la  misma  familia  de 
relatos  que  las  tradiciones  sobre  Ifigenia  (Israel,  p.  182). 

2296.  2°  La  idea  de  que  a  Yahvé  se  le  ocurrió  un  buen 
día  probar  a  Abraham,  es  absurda,  principalmente  tratándose 
de  un  dios  que  "sondea  los  corazoties",  que  de  su  espontánea 
voluntad  había  elegido  a  ese  jeque  semítico,  haciéndolo  aban- 
donar su  patria  y  familia,  para  constituirlo  en  progenitor  de  su 
pueblo  escogido,  y  con  quien  ya  había  celebrado  alianzas  y  a 
quien  reiteradamente  le  había  formulado  repetidas  promesas 
de  ventura  personal  y  de  bendecir  a  sus  numerosos  descen- 
dientes. Ahora  se  le  ocurre  probarlo,  como  si  desconfiara  de 
él,  y  para  ello  emplea  un  medio  propio  del  jefe  de  la  secta  afri- 
cana de  Oswar,  según  lo  descrito  en  §  426  -  428  de  nuestra 
''Introducción".  Ese  medio  que  tendía  a  comprobar  la  comple- 
ta sumisión  al  dios,  la  obediencia  pasiva  a  las  más  insensatas 
órdenes  de  éste,  en  que  se  alaba  y  se  premia  al  subordinado 
que  las\  recibe,  porque  no  trepida  para  cumplirlas  en  aprestar- 
se a  cometer  el  más  despiadado  crimen,  es  lo  que  se  ensalza 
por  judíos  y  cristianos  como  un  acto  meritorio  y  elogioso, 
digno  de  servir  de  modelo  y  por  lo  tanto  de  ser  imitado  por 
todos  los  creyentes.  Sin  embargo,  la  sana  razón  nos  dice  que 


94 


EL  PATRIARCA  ABRAHAIC 


sólo  un  dios  sanguinario  y  cruel,  como  lo  fué  Yahvé  al  co- 
mienzo de  su  evolución,  podía  demandar  fría  y  tranquilamente 
a  uno  de  sus  secuaces,  que  degollaba  y  luego  quemara  total- 
mente en  su  honor,  a  un  tierno  e  itiocente  hijo  suyo.  Si  Yahvé 
compareciera  hoy,  ante  un  tribunal  civilizado  imparcial,  por 
un  delito  de  esa  índole,  su  menor  condena  sería  a  prisión  per- 
petua, a  despecho  de  todos  los  alegatos  de  sus  ortodoxos 
abogados. 

2297.  3^  Ese  padre,  a  quien  su  superior  (en  este  caso,  un 
dios  bárbaro)  le  pide,  como  la  cosa  más  natural  del  mundo, 
que  cometa  un  filicidio,  y  que  lejos  de  reaccionar  indignado, 
se  apresura  a  realizar  el  crimen  que  se  le  ordena,  es  un  mons- 
truo moral,  que  debe  causarnos  repulsión  y  horror.  Lo  que  se 
dispone  a  cumplir  Abraham,  es  un  acto  de  salvajismo,  a  que 
lo  conduce  su  fanatismo  religioso,  y  que  no  encuentra  atenuan- 
te ante  ninguna  conciencia  honesta,  no  sectaria.  El  cor.ieter 
un  delito  mandado  por  un  jefe,  no  exime  de  responsabili'lad  al 
inculpado,  como  lo  prueban  las  recientes  condenaciones  a  la 
horca  de  los  subordinados  de  Hitler,  (diciembre  de  1945;,  que 
tan  triste  nombradía  adquirieron  en  los  campos  de  concentra- 
ción alemanes. 

2298.  49  Hay  en  el  relato  detalles  de  tan  refinada  cruel- 
dad, que  colman  la  barbarie  del  mismo,  siendo  uno  de  ellos, 
el  hacer  cargar  a  la  víctima  con  la  leña  sobre  la  cual  se  la  ha 
de  inmolar  y  que  luego  servirá  para  su  propia  incineración. 
El  autor  de  este  inmoral  relato  de  ficción  no  tuvo  en  cuenta 
que  este  detalle  descubría  la  inverosimilitud  que  se  trataba  de 
disfrazar  con  cubierta  de  anécdota  real,  pues  es  materialmen- 
te imposible  que  un  niño  pudiera  llevar  sobre  sus  hombros 

'  toda  la  leña  que  requería  un  holocausto  de  esa  naturaleza,  y 
luego  ascender  con  tal  carga  hasta  un  lejano  monte  (v.  5), 
tranquilamente,  como  si  no  estuviera  agobiado  por  ella,  lo  que 
le  permitía  dialogar  con  su  impasible  progenitor  (vs.  6-9). 
Para  disimular  la  imposibilidad  del  aludido  acto,  los  traducto- 
res esi^añoles  de  la  Biblia  no  emplean  la  palabra  niño  aplicán- 
dola a  Isaac,  como  trae  el  original  (vs.  5,  12),  sino  que  la  re- 
emplazan por  la  de  muchacho,  que  bien  que  significa  "niño 
que  no  ha  llegado  a  la  adolescencia",  también  familiarmente 
se  usa  ese  vocablo  en  el  sentido  de  "persona  que  se  halla  en 


liL  PATRIARCA  ABRAHAM 


95 


la  mocedad",  o  sea,  de  jovencito.  El  referido  detalle  no  escue- 
ce a  la  ortodoxia,  y  tratando  de  sacar  partido  de  todo  en  pro 
de  sus  concepciones  dogmáticas,  halla  del  repudiable  acto  qne 
comentamos,  la  siguiente  explicación  simbólica,  que  nos  da 
Scio:  "Esta  es  una  viva  imagen  de  Jesucristo,  que  cargando 
sobre  sus  hombros  el  leño  pesado  de  la  Cruz,  en  que  fué  sacri- 
ficado, tomó  sobre  sí  los  pecados  de  todos  los  hombres". 

2299.  5°  A  fin  de  justificar  el  crimen  que  se  le  exige  a 
Abrahara,  encubierto  con  el  velo  de  ceremonia  religiosa,  se 
dice  que  "esta  historia  muestra  que  Dios  no  reclama  el  sacri- 
ficio efectivo  del  hijo  primogénito,  sino  que  se  contenta  con  la 
voluntad  que  se  tiene  de  ofrecérselo,  y  acepta  que  sea  resca- 
tado por  una  víctima  animal"  (v.  13).  Pero  la  idea  misma  de 
rescate  supone  aceptada  como  válida  la  inmoralidad  del  sa- 
crificio humano,  el  que  sin  embargo  se  puede  eludir  dando 
un  sustituto  animal  o  pagando  cierta  suma.  "El  yahvismo  an- 
tiguo, escribe  Lods,  admitía  la  posibilidad  y  aún  en  principio 
la  obligación  de  sacrificar  niños  al  dios  de  Israel.  Esta  obliga- 
ción teórica  es  verosímilmente  una  atenuación  de  una  obliga- 
ción práctica  anterior"  (Isr.  p.  330).  En  efecto,  en  el  Exodo 
se  encuentran  disposiciones  terminantes  como  éstas :  "Harás 
pasar  (o  consagrarás)  a  Yahvé,  todo  lo  que  abre  la  matriz" 
(13,  12),  que  equivale  a  "sacrifícame  todo  primogénito".  Y  en 
el  mismo  libro,  en  el  Código  de  la  Alianza,  Yahvé  ordena  sin 
rodeos:  "Me  darás  el  primogénito  de  tus  hijos"  (22,  29''), 
Esos  primogénitos  debían  ser  sacrificados  en  holocausto  al 
dios,  ya  que  el  fuego  es  el  mensajero  o  intermediario  entre  el 
hombre  y  la  divinidad.  Los  sacrificios  humanos,  tan  generali- 
zados en  el  mundo  antiguo,  eran,  como  manifiesta  Loisy,  "sa- 
crificios de  propiciación  dirigidos  a  divinidades  temibles,  ávi- 
das de  sangre  humana  y  de  vidas  humanas",  entre  las  que  se 
contaba  Yahvé  antes  de  la  evolución  que  le  hicieron  sufrir  los 
profetas.  Esa  práctica  abominable,  expresada  por  la  frase  "ha- 
cer pasar  los  hijos  y  las  hijas  por  el  fuego",  estuvo  muy  exten- 
dida en  Israel,  hasta  la  época  del  destierro  (II  Rey.  16,  3;  17» 
17;  21,  6),  por  lo  que  los  escritores  del  Deuteronomio  la  con- 
denaron enérgicamente,  y  Jeremías  sostuvo  que  ella  "no  había 
sido  mandada  por  Yahvé,  ni  le  pasói  por  el  pensamiento  que 
los  israelitas  hiciesen   tal   abominación"  (7,  31;  19,  5;  32, 


96 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


35)  (1).  El  primogénito,  ofrecido  como  rescate  por  los  padres, 
según  observa  Dhorme,  era  la  parte  del  dios  (R.H.R.,  t^  107, 
p.  118).  Cuando  se  suavizaron  las  costumbres,  se  trató  de  sus- 
tituir con  un  animal  o  con  una  imagen  representativa,  al  pri- 
mogénito exigido  por  la  divinidad  sanguinaria,  celosa  de  sus 
derechos.  La  fórmula  latina  de  esa  sustitución  era :  ánima  pro 
ánima,  sánguine  pro  sánguine,  vita  pro  vita,  "alma  por  alma, 
sangre  por  sangre,  vida  por  vida".  "La  idea  que  se  encuentra 
en  la  base  de  la  sustitución,  dice  el  citado  exégeta,  es  que  por 
lui  acto  o  por  una  palabra,  se  puede  reemplazar  una  víctima 

(1)  En  Jer.  32,  35,  Yahvé  declara:  "Edificaron  los  altos  de  Baal 
en  el  valle  de  Ben  Hinnom  para  hacer  pasar  sus  hijos  y  sus  hijas  por 
el  fuego  LAMMOLEK,  lo  que  yo  no  les  había  mandado,  ni  me  había 
venido  al  pensamiento . . .  "El  escritor  alemán  Otto  Eissfeldt,  en  un 
folleto  que  publicó  en  1935  sobre  El  dios  Moloc,  sostiene  que  en  éste 
y  otros  pasajes  por  el  estilo  del  A.T.  la  palabra  hebrea  molek  o  lemolek 
(sustituyendo  la  vocalización  niasorética  de  lammolek,  con  el  artículo, 
§  34)  no  expresa  el  nombre  de  un  dios,  llamado  Moloc,  al  que  ciertos 
israelitas  ofrecían  en  sacrificio  sus  hijos,  sino  un  noml)re  común  que 
designa  una  clase  de  sacrificio  prometido  por  voto,  o  sacrificio  votivo. 
Así,  p.  ej.  en  Lev.  20,  2,  debiera  leerse:  "Todo  israelita  o  extranjero 
residente  en  Israel  que  entregue  uno  de  sus  hijos  EN  SACRIFICIO 
VOTIVO  (en  vez  de  a  Moloc),  será  castigado  de  muerte".  Supone  di- 
cho autor  que  a  causa  de  la  reforma  deuteronómica  que  condenó  ca- 
tegóricamente los  sacrificios  de  niños,  se  transformó  el  sacrificio  molk 
(promesa)  en  un  dios  ham  -  molek,  para  aumentar  lo  más  posible  la 
distancia  entre  Yahvé  y  las  inmolaciones  de  niños.  Respondiendo  al 
mismo  propósito  se  insertaron  las  palabras  "de  Baal",  o  "a  Baal"  en 
ciertos  pasajes  en  los  que  se  trataba  de  esos  sacrificios  (Jer.  19,  5; 
32,  35),  aunque  en  el  texto  original  se  reconocía  que  los  israelitas  que 
los  ofrecían,  los  dirigían  a  Yahvé.  Refiriéndose  a  los  citados  pasajes, 
escribe  Lods:  "Resulta  claramente  de  ellos  y  de  otros  semejantes  (Jer. 
7,  31;  Ez.  20,  25,  26),  que  los  israelitas  que  sacrificaban  sus  hijos,  creían 
obedecer  a  un  mandato  de  Yahvé  (Ex.  22,  29,  30),  y  ofrecían  las  pe- 
queñas víctimas  al  Dios  de  Israel  (cf.  Gén.  22;  Jue.  11,  30-  40;  Miq. 
6,  7).  En  estas  condiciones,  hubiera  sido  inútil,  de  izarte  de  Jeremías, 
declarar  a  esos  piadosos  yahvistas  que  su  dios  no  les  había  mandado 
inmolar  sus  niños  a  Moloc;  eso  hubiese  sido  anunciar  una  verdad  que 
en  manera  alguna  discutían  y  que  no  les  concernía.  El  argumento  del 
profeta  es,  por  lo  contrario,  enteramente  tópico  si  se  traduce  lammolek 
(corregido  en  lemolek)  por:  en  sacrificio  votivo.  Por  la  misma  razón, 
hay  probablemente  que  considerar  las  palabras  "de  Baal"  como  extra- 
ñas al  tenor  primitivo  de  ese  pasaje"  (R.H.Ph.R.,  t^  20,  ps.  93-97; 
R.H.R.,  t?  113.  ps.  276-278). 


V.L  PATRIARCA  A3RAHAM 


97 


por  otra,  idea  básica  de  todos  los  sacrificios  semíticos,  que 
constituye  la  característica  de  los  sacrificios  sangrientos.  La 
ir.agia  interviene  como  auxiliar  de  la  religión".  Pero  nótese 
bien,  que  la  idea  de  la  sustitución  o  del  rescate,  mantenía  incó- 
lume el  principio  bárbaro  de  que  al  dios  le  asistía  el  derecho 
de  exigir  la  vida  de  seres  humanos.  Al  efecto,  escribe  Loisy ; 
"El  rescate  de  los  primogénitos  en  Israel  es  un  testimonio  tan 
involuntario  como  curioso  de  la  costumbre  antigua:  afirma  el 
derecho  de  Yahvé  a  sacrificios  de  los  cuales  algunos  sí  atre- 
ven a  pretender  a  la  vez  que  él  nunca  los  ha  querido"  (Essai 
sur  le  Sacrifice,  p.  114).  Recuérdese  sobre  esto  último  la  jus- 
tificación que  trató  de  dar  Ezequiel  (20,  24-  26;  §  383)  de  los 
sacrificios  humanos  que  figuran  en  la  Thorá  exigidos  por  el 
mismo  Yahvé.  justificación  que  pone  en  boca  de  ese  dio;í.  en 
estos  términos :  "También  les  he  dado  preceptos  que  les  eran 
funestos  y  leyes  que  no  podían  hacerlos  vivir.  Los  contaminé 
con  sus  ofrendas,  cuando  hacían  pasar  por  el  fuego  todos  los 
primogénitos,  a  fin  de  castigarlos  y  de  hacerles  conocer  que 
yo  soy  Yahvé",  Aquí  bien  podría  decirse  que  la  enmienda  es 
peor  que  el  soneto,  o  sea,  que  la  explicación  del  profeta  presen- 
ta al  dios  vengativo  israelita,  en  una  faz  más  odiosa,  pues  apa- 
rece como  el  instigador  del  mal,  como  ordenando  el  más  es- 
pantoso de  los  crímenes,  es  decir,  preceptuando  que  sus  fieles 
"hicieran  pasar  por  el  fuego  a  todos  sus  primogénitos",  para 
castigarlos  por  la  desobediencia  de  su  pueblo  y  a  fin  de  que 
tan  inicuo  acto  redundara  en  la  gloria  de  su  nombre.  Reuss 
manifiesta:  "No  haciéndose  nada  sin  la  voluntad  de  Dios,  esos 
sacrificios  de  niños  son  considerados  como  el  efecto  de  sus 
órdenes.  Cierto  es  que  la  ley  escrita  (Ex.  13,  12)  habla  de  un 
rescate  a  pagar  por  los  primogénitos ;  pero  esto  mismo  presu- 
pone una  costumbre  bárbara,  que  considera  el  profeta  como  el 
efecto  de  la  voluntad  vengadora  de  Yahvé  (cf.  II  Tes.  2.  11 ; 
Act.  7.  42)". 

2300.  La  generalidad  de  los  creyentes  criftianos  nunca 
han  consagrado  un  momento  a  meditar  que  el  cristianismo 
descansa  sobre  la  idea  del  valor  del  sacrificio  humano,  absur- 
do llevado  a  su  colmo,  porque  la  víctima  propiciatoria  sacrifi- 
cada para  aplacar  la  bárbara  justicia  de  un  dios,  que  no  es 
otro  que  el  viejo  Yah\é,  disfrazado  con  el  nombre  de  Padre 


98 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


eterno,  esa  víctima,  decimos,  es  un  hombre  -  dios,  calificado  de 
hijo  del  mismo  Yahvé.  Este,  en  el  caso  de  Abraham,  ie  pide 
al  patriarca  que  inmole  a  su  hijo  Isaac ;  mientras  que  aqui,  en 
el  cristianismo,  los  teólogos  de  esta  nueva  religión  supusieron, 
enseñaron  y  siguen  enseñando  que  Yahvé,  para  poder  perdonar 
a  los  hombres  sus  pecados,  exigió  ¡a  muerte  de  su  propio  hijo, 
el  Verbo  divino.  Siempre  nos  encontramos  ante  I--^  concepción 
atávica  de  una  religión  de  sangre,  hasta  el  punto  que  uno  de 
los  escritores  divinamente  inspirados  del  Ñ.T'.,  sienta  como 
fundanicntal  esta  bárbara  proposición:  "Sin  derramamiento  de 
sangra  no  hay  perdón"  (Heb.  9,  22).  La  humanidad  viene,  pues, 
a  comprar  la  felicidad  de  ultratumba  al  precio  de  'a  muerte  de 
Jesús,  el  supuesto  hijo  de  Dios.  Escribiendo  sobre  el  mito  cris- 
tiano de  salvación,  dice  Loisy:  "Lo  que  caracteriza  el  sacrifi- 
cio cristiano  es  el  esfuerzo,  por  otra  parte  bastante  infructuo- 
so, del  pensamiento  creyente  para  moralizar  una  concepción 
que  en  sí  nada  tiene  de  moral.  Es  sobre  un  mito  de  sacrificio 
humano  que  reposa  la  economía  de  salvación  cristiana,  v  por 
ese  mito  de  sacrificio  humano  se  interpreta  el  sacramento  eu- 
carístico.  La  fuerza  de  la  tradición  religiosa  universal  ha  ve- 
nido así  a  imponer  como  imagen  y  dogma  el  tipo  más  odioso 
de  sacrificio  a  una  religión  que  ignora  las  inmolaciones  san- 
grientas" (Essai,  p.  115;  nuestra  Introducción  §  321,  323  -326). 

LA  MUERTE  DE  SARA.  —  2301.  Poco  nos  detendre- 
mos en  el  capítulo  23  del  Génesis,  que  pertenece  todo  él  al  do- 
cumento sacerdotal,  P.  Nos  limitaremos  a  mencionar  que  trata 
de  las  gestiones  hechas  por  Abraham  para  adquirir  de  los  hiti- 
tas  (los  hijos  de  Het)  la  caverna  de  Macpela,  donde  poder  en- 
terrar a  su  esposa  Sara,  la  primer  persona  de  su  familia,  muer- 
ta en  Canaán.  Según  el  relato,  ese  fallecimiento  ocurrió  en 
Hebrón  cuando  Sara  tenía  127  años  de  edad.  Los  hititas,  (§  17) 
pueblo  del  Asia  Menor  y  de  la  Alta  Siria,  no  ocupaban  Canaán 
en  la  época  que  se  asigna  a  Abraham.  Sobre  esta  cuestión,  ma- 
nifiesta el  arqueólogo  católico,  Dr.  G.  Contenau,  lo  siguiente : 
"Nada  nos  autoriza  a  pensar  que  hubieran  descendido  los  hi- 
titas a  Canaán.  como  poseedores  del  país  desde  el  tiempo  de 
Abraham.  Por  el  contrario  los  hurri  (de  los  que  formaban  par- 
te los  mitanios  o  mitanís,  pueblos  emparentados  con  aquéllos 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


99 


en  el  período  protohistórico)  estaban  extendidos  en  Canaán 
durante  el  segundo  milenario,  de  donde  los  echaron  los  hiti- 
tas"  (La  civilisation  des  Hitites  et  des  Mitanniens,  p.  18).  Ea 
el  relato  de  que  se  trata,  está  muy  bien  descrito  el  diálogo  de 
Abraham  con  el  hitita  Efrón  para  la  compra  de  la  caverna  de 
Macpela,  diálogo  que  pinta  fielmente  la  peculiar  manera  de 
negociar  de  las  gentes  del  Oriente,  como  observa  Reuss,  a  sa- 
ber: extremada  cortesía  de  una  y  otra  parte,  ofertas  genero- 
sas hechas  por  pura  fórmula ;  pero  no  aceptadas,  fijación  del 
precio  expresado  en  una  frase  indirecta,  ratificación  del  con- 
trato convenido,  no  por  escrito,  sino  ante  varias  personas  que 
servían  d^  testigos,  etc.  (1).  Algo  semejante  ocurre  hoy  entre 
los  esquimales,  según  puede  verse  en  la  descripción  de  las  for- 
malidades para  realizar  un  negocio,  empleadas  por  aquéllos, 
que  hace  el  explorador  danés  Peter  Freuchen  en  su  libro  Es- 
kimo,  resumido  en  Selecciones  del  Reader's  Digest  (Noviem- 
bre de  1945,  ps.  108-110).  En  cuanto  al  fondo  de  la  narración, 
pertenece  a  los  relatos  patriarcales  que  llama  Lods,  justifica- 
tivo -  jurídicos,  en  los  que  se  busca  fundar  un  derecho  o  legi- 
timar una  reivindicación  (Isr.  p.  175),  pues  Abraham  hubiera 
podido  enterrar  a  su  esposa  en  cualquier  parte  donde  se  encon- 
trara al  acaecer  esa  muerte.  Al  establecer  en  forma  solemne  la 
adquisición  de  la  tumba  familiar,  se  hacía  coiistar  que  esa 
propiedad  era,  como  los  lugares  de  las  apariciones  divinas,  un 
lugar  sagrado,  y  daba  base  a  los  israelitas  para  reclamar  el 
suelo  en  que  reposaban  sus  antepasados.  L.B.d.C.  escribe  al 


(1)  Refiriéndose  a  la  citada  observación  de  Reuss,  manifiesta  Yer- 
nas, que  ella  motiva  esta  exclamación  de  los  partidarios  de  la  autenti- 
cidad literal  de  la  Biblia:  "Así  no  se  inventa".  No,  contesta  él,  no  se 
inventa  en  esa  forma,  por  la  sencilla  razón  que  tales  costumbres  se 
han  perpetuado  durante  siglos  entre  los  israelitas,  y  que  son  aún  las 
dé  los  orientales  de  hoy,  no  teniendo  el  escritor  sino  que  revestir  del 
color  del  tiempo  de  él  los  sucesos  que  se  refieren  a  un  pasado  fabuloso. 
Es  ésta  una  advertencia  de  frecuente  aplicación  en  los  textos  bíblicos. 
En  cuanto  a  que  abonó  Abraham  al  hitita  Efrón,  400  sidos  de  plata 
(unos  2-40  dólares,  vs.  15  y  16)  por  el  campo  donde  estaba  la  caverna 
de  Macpela,  nota  el  aludido  autor  que  ese  dato  constituye  un  nuevo 
indicio  de  la  fecha  reciente  de  la  redacción  del  relato,  porque  el  siclo 
no  fué  conocido  por  los  israelitas,  sino  después  de  la  cautividad  de  Ba- 
bilonia (ps.  42,  43). 


100 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


respecto:  "Insiste  mucho  el  autor  sobre  esta  adquisición  (la 
compra  del  campo  y  de  la  caverna  de  Macpela)  ya  sea  porque 
ve  en  ella  la  primera  señal  de  la  ocupación  del  país  de  Canaán 
por  los  israelitas,  ya  sea  que  quiera  establecer  los  derechos  de 
su  pueblo  sobre  la  caverna  venerada  de  Hebrón,  ciudad  que,  en 
su  época,  se  encontraba  en  poder  de  los  edomitas.  El  "campo 
de  Abraham"  se  menciona  ya  en  una  inscripción  del  faraón 
Sisak  o  Sheshonc  C947  -  925  a.  n.  e.).  contemporáneo  , de  Ro- 
boam"  (I  Rey.  14.  25;  §  1380,  1927). 

EL  CASAMIENTO  DE  ISAAC.  —  2302.  Relata  J  en 
el  cap.  24  del  Génesis,  que  siendo  Abraham  ya  muy  anciano, 
mandó  al  más  viejo  o  mayordomo  de  sus  esclavos  (cuyo  nom- 
bre ignora  J,  pero  que  E  llama  Eliezer,  15,  2)  que  fuera  r  su 
país,  Aram  -  Naharaim,  o  sea,  la  Naharina,  a  la  ciudad  de 
Nacor,  entre  su  parentela  y  allí  consiguiera  esposa  para  su 
hijo  Isaac  (vs.  1  -10).  De  modo  que  para  este  escritor,  Abra- 
ham no  era  oriundo  de  Ur  -  Kasdim  (§  2255  -  7).  Antes  de  darle 
tan  importante  comisión,  el  patriarca  le  exige  al  comisionado 
un  juramento  en  nombre  de  Yahvé,  de  cjue  cumplirá  fielmen- 
te tal  encargo,  juramento  precedido  por  esta  extraña  orden: 
"Pon  tu  mano  debajo  de  mi  muslo"  (o  de  mi  cadera,  como  tra- 
ducen Reuss  y  L.B.d.R.F.  (v.  2).  Esta  forma  de  prestación  de 
juramento,  que  se  repite  cuando  Jacob  le  pide  a  José  que  no  lo 
entierre  en  Egipto,  sino  en  el  sepulcro  de  sus  padres  (47,  29), 
era  muy  usada  en  otros  pueblos  orientales  antiguos,  como 
Egipto,  Siria  y  Arabia,  y  aún  se  encuentran  vestigios  de  ella 
entre  los  beduinos  egipcios  y  los  cafres.  Explica  Reuss  que  la 
expresión  empleada  en  el  texto  es  un  eufemismo,  pues,  en  rea- 
lidad, el  acto  que  ella  expresa,  consistía  en  tocar  las  partes 
genitales,  consideradas  como  sagradas;  y  según  el  x^astor  Mau- 
ricio Michaeli,  dicho  acto  parece  estar  relacionado  con  el  mis- 
terio de  la  generación,  cuya  fuente  es  Dios,  de  modo  que  se 
venía  a  cjuedar  así  ligado  ante  la  posteridad  del  anciano  o  del 
moribundo.  Entre  los  hebreos,  se  consideraba  que  los  hijos 
de  un  hombre  provenían  de  su  muslo  o  cadera,  Ío  que  no  se 
comprende  en  las  corrientes  traducciones  de  la  Biblia,  que 
vierten  ese  vocablo  por  sus  "lomos",  o  se  limitan  a  decir:  los 
hijos  salidos  de  tal  o  cual  personaje,  ocultando  aú  la  forma 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


101 


de  expresión  original  (Gén.  46,  26;  Ex.  1,  5;  Jue.  8,  30)  Véase 
en  la  Versión  Moderna  de  Pratt,  este  último  texto  en  que  se 
emplea  la  fórmula  de  "hijos  salidos  de  sus  lomos",  aunque  en 
nota,  pone  el  traductor  que  el  hebreo  dice :  "eu  muslo".  En  el 
Dict.  Encyc.  en  el  artículo  Cuisses,  Hanches,  refiriéndose  a  ese 
modo  de  representarse  la  generación  humana,  que  el  autor 
considera  como  eufemismo  para  designar  los  órganos  de  la 
procreación,  se  lee :  "Esto  explica  la  costumbre  de  los  jura- 
mentos hechos  colocando  la  mano  bajo  el  muslo,  es  decir,  bajo 
las  partes  genitales,  doblemente  sagradas,  porque  conservan 
las  fuentes  de  la  vida  y  son  los  testigos  de  la  continuidad  de 
la  especie:  el  perjuro  debía  temer  la  venganza  de  los  descen- 
dientes del  hombre  que  él  había  tocado".  Entre  las  curiosida- 
des del  simbolismo  que  la  ortodoxia  descubre  en  la?  Sagradas 
Escrituras,  no  es  la  menos  interesante  ésta  que  nos  revela 
Scío,  al  anotar  el  aludido  v.  3:  "Los  Santos  Padres  común- 
mente entienden  que  Abraham  con  esta  ceremonia,  que  hizo 
obi;ervar  a  Eliezer  en  este  juramento,  figuró  al  Mesías  que  de 
él  había  de  nacer". 

2303.  Gracias  a  Yahvé,  cuya  ayuda  solicitó  el  comisio- 
nado, éste  obtuvo  pleno  éxito  en  su  gestión,  pues  descubrió 
que  Rebeca,  —  hija  de  Nacor  y  Milca,  y  por  lo  tanto,  sobrina 
de  Abraham,  según  J  (24,  27,  48;  29,  5),  aunque  P  la  con- 
sidera nieta  de  Nacor  e  hija  del  arameo  Betuel  (25,  20;  28,  2), 
constancia  ésta  glosada  en  22,  23  — ,  era  la  mujer  destinada 
a  ser  la  esposa  de  Isaac,  y  por  lo  tanto,  la  madre  del  pueblo 
de  Israel.  La  divergencia  relativa  a  la  genealogía  de  Rebeca 
se  acrecienta  por  la  inhabilidad  de  un  corrector  que  en  los 
vs.  15  y  24  del  cap.  24,  donde  el  original  decía:  "hija  de  Milka, 
mujer  de  Nacor",  le  intercaló  entre  "hija  de"  y  "Milka",  las 
palabras :  "Betuel,  hijo  de",  resultando :  "Rebeca  hija  de  Be- 
tuel, hijo  de  Milka,  mujer  de  Nacor",  intercalación  que  repro- 
dujo en  el  v.  47  entre  las  palabras  "hija  de"  y  "Nacor  y  de 
Milka",  todo  lo  cual  está  en  contradicción  con  los  vs.  27  y  48, 
en  el  primero  de  los  cuales,  el  mensajero'  da  gracias  a  Yahvé, 
¡Dorque  lo  condujo  rectamente  "a  la  casa  del  hermano  de  su 
señor";  y  en  el  segundo,  donde  el  mismo  repite:  "Yahvé  me 
ha  traído  rectamente  a  tomar  la  hija  del  hermano  de  mí  señor, 
para  el  hijo  de  éste".  De  donde  resulta  que  el  mensajero  de 


102 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


Abraham  se  dirigió  a  la  mansión  de  Nacor,  hermano  del  pa- 
triarca, en  cuya  casa  vivían  dos  hijos  suyos:  Rebeca  y  Labán, 
l^ien  que  no  se  les  nombra  como  tales,  en  el  detalle  de  los 
hijos  de  Nacor,  que  se  encuentra  en  Gen.  22,  20  -  24.  Nacor 
«ra  ya  muerto,  y  sus  dos  nombrados  hijos  habitaban  allí  con 
su  madre  Milka,  obrando  Labán  como  jefe  de  familia  (vs.  28, 
29,  55;  29,  5).  El  mismo  inhábil  corrector  en  el  v.  50,  después 
■del  nombre  Labán,  le  agregó:  "y  Betuel",  cuando  la  conver- 
sación del  esclavo  de  Abraham  se  realiza  con  Labán  y  su 
madre  Milka,  a  quienes  aquél  les  hace  regalos  (vs.  53,  55), 
los  que  venían  a  constituir  el  mohar  o  precio  que  se  pagaba 
-a  los  padres  para  obtener  una  mujer  en  matrimonio  (cf.  34,  12; 
Ex.  22,  16;  I  Sam.  18,  25;  nuestra  Libertad,  p.  28). 

2304.  Termina  el  cap.  24  relatando  que  al  regresar  el 
comisionado  de  Abraham,  después  de  cumplida  su  misión, 
Isaac,  que  habitaba  en  el  Negeb  o  Negueb  (extremo  Sur  de 
la  Palestina)  recibió  complacido  a  Rebeca  y  la  hizo  su  mujer, 
sin  ceremonia  alguna  religiosa,  como  ocurre  en  toda  la  Biblia, 
donde  los  matrimonios  que  se  mencionan  o  describen,  —  aun 
aquellos  en  los  cuales  interviene  directamente  Yahvé,  como 
■en  este  caso  — ,  tienen  un  carácter  completamente  laico  (véase 
nuestra  Hist.  Pol.  de  los  Papas,  1^  parte,  p.  193).  En  cuanto 
a  Abraham,  según  el  narrador,  debía  haber  muerto  en  el  in- 
tervalo de  la  gestión  matrimonial  de  la  referencia,  puesto  que 
no  se  le  menciona  más  relativamente  a  este  asunto,  y  en 
cambio,  Isaac  aparece  sólo,  y  a  él  es  a  quien  el  esclavo  llama 
""su  señor"  y  le  da  cuenta  del  resultado  de  dicha  gestión 
(vs.  65  y  66),  estando  establecido  en  otra  parte  del  país 
(24,  62),  y  que  como  "señor  o  jefe"  del  lugar,  era  quien  úni- 
-camente  podía  disponer  de  la  tienda  vacía  que  había  perte- 
necido a  su  fallecida  madre.  En  efecto,  se  lee  en  el  v.  67  que 
Isaac  hizo  entrar  a  Rebeca  en  la  tienda  de  Sara,  muerta  largo 
tiempo  atrás,  y  "se  consoló  de  la  muerte  de  su  padre"  (v.  67), 
siendo  estas  dos  últimas  palabras  cambiadas  posteriormente 
por  "su  madre"  que  trae  el  texto  actual,  como  nota  L.B.d.C. 
Observa  Reuss  que  "esta  parte  del  relato  debió  ser  primiti- 
vamente redactada  por  alguien  que  suponía  que  Abraham  ya 
había  muerto,  y  que  no  tenía  su  domicilio  habitual  en  He- 
brón".  En  resumen,  este  capítulo,  por  las  enmiendas  y  repe- 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


103 


ticiones  que  presenta,  acusa  ser  el  resultado  de  la  fusión  de 
dos  relatos  paralelos,  que  reflejaban  una  misma  tradición. 
En  lo  tocante  al  fin  perseguido  por  el  escritor  con  el  relato  del 
matrimonio  de  Isaac,  podemos  admitir  con  Reuss,  que  res- 
ponde a  la  doble  finalidad  de  establecer  que  la  familia  de 
Abraham  ya  no  debe  retornar  a  su  antigua  patria,  pues  ha 
fijado  su  residencia  en  la  tierra  prometida,  y  que  no  debe 
unirse  en  matrimonio  con  los  cananeos,  idea  esta  última  de 
conservar  la  pureza  de  la  sangre  israelita,  que  es  reciente  y 
tuvo  su  pleno  desarrollo  al  comienzo  del  período  postexílico. 
Sin  embargo,  no  deja  de  ser  chocante  el  hecho  de  que  Abra- 
ham. que  envía  un  mensajero  suyo  a  la  lejana  tierra  de  sus 
padres,  para  buscar  esposa  a  su  hijo  Isaac,  no  haya  tenido 
inconveniente  en  unirse  con  la  egipcia  Agar  y  con  la  extran- 
jera Ketura,  unión  ésta  de  la  que  en  seguida  hablaremos. 

LA  UNION  DE  ABRAHAM  CON  KETURA.  —  2305. 

Como  los  elementos  de  que  se  componen  las  leyendas  patriar- 
•cales  no  sólo  proceden  de  distintos  documentos,  sino  que 
<;onstan  además  de  diversos  relatos  que  en  un  principio  tu- 
vieron vida  propia,  independiente,  y  más  tarde  fueron  com- 
binados en  un  conjunto  total  del  que  ahora  son  únicamente 
partes  fragmentarias,  no  deberá  extrañarse  el  lector  de  que 
en  el  capítulo  siguiente,  o  sea,  el  25,  haya  sido  agregado  un 
trozo  (vs.  1-6),  que  indiscutiblemente  es  un  mito  etnográ- 
fico, en  el  que  figura  Abraham  uniéndose  a  otra  mujer  lla- 
mada Ketura,  que  le  dió  seis  hijos,  antecesores  epónimos  de 
varias  poblaciones  árabes,  de  las  cuales  las  más  conocidas 
son  los  madianitas,  (1)  establecidos  al  Este  del  golfo  Ela- 
mítico ;  y  los  sábeos  (procedentes  de  Seba,  nieto  de  Abraham 

(1)  No  siendo  los  hijos  de  Ketura  personas,  sino  pueblos,  debe 
observarse  que  Madián  y  Medán  son  uno  solo,  según  se  ve  en  Gén, 
37,  28,  donde  se  habla  de  mercaderes  madianitas  que  sacaron  a  Joisé 
de  la  cisterna,  y  en  el  v.  36  del  mismo  capítulo  se  dice  que  los  me- 
•dianitas  lo  vendieron  en  Egipto  a  Potifar.  Esta  divergencia  de  deno- 
minaciones se  nota  en  la  traducción  de  Reuss;  pero  no  en  las  demás 
versiones,  que  en  el  citado  v.  35  también  ponen  madianitas.  En  cuantcv 
a  Seba  y  a  Dedán  (pueblo  comerciante,  vecino  de  Edom),  se  les  da  como 
nietos  de  Abraham  (hijos  de  Jocsán,  25,3),  y  sin  embargo,  se  les  con- 
sidera como  bisnietos  de  Cam.  en  10,  6  y  7. 


104 


EL  PATRIARCA  ABRAHAM 


por  su  hijo  Jocsán),  que  hacia  el  siglo  VIII  a.n.e.,  fundaron 
un  reino  importante  al  S.O.  de  la  península  arábiga,  en  el 
Yemen  o  Arabia  Feliz.  Este  antecesor  de  los  sábeos  aparece 
en  la  Biblia  con  los  nombres  de  Seba,  Sheba,  Saba  o  Sabá;  en 
Gen.  IQ,  7*  figura  como  hijo  de  Cus  (la  Etiopía),  y  en  7^  como 
hijo  de  Raama,  Raema,  Rama  o  Regma,  según  los  distintos 
traductores;  en  10,  28,  es  hijo  de  joctán,  mientras  que  en  25,  3 
es  hijo  de  Jocsán.  El  profesor  Carlos  Bieler  explica  así  tales 
divergencias:  "Desaparece  la  dificultad  cuando  se  admite  que 
esas  familias  de  numerosos  hijos  de  Gén.  10  y  25,  bajo  forma 
genealógica,  representan  grupos  geográficos  de  tribus  o  de 
pueblos  más  o  menos  de  la  misma  raza.  Si  Seba  aparece  en 
varios  de  esos  grupos,  hay  que  ver  en  ello  el  vestigio  de  mi- 
graciones :  todos  los  sábeos  no  habían  quedado  en  el  S.O.  de 
Arabia,  pues  unos  habían  emigrado  al  N.  de  esta  península, 
y  otros  al  Africa".  Por  Ismael  y  por  los  hijos  de  Ketura,  es 
considerado  Abraham  como  el  padre  de  los  árabes,  al  igual 
que  por  Isaac,  es  el  padre  de  los  judíos.  A  pesar  de  tan  estre- 
cho parentesco,  no  se  ve  que  esa  vinculación  consanguínea  ha- 
ya logrado  establecer  la  armonía  entre  dichos  pueblos  sepa- 
rados en  la  actualidad  por  tan  profundos  antagonismos. 

2306.  Hemo3  \isto  que  Abraham,  a  los  cien  años  d"-. 
edad,  mostrándose  incrédulo,  se  ríe,  porque  considera  un  ab- 
surdo que  un  hombre  decrépito,  ya  centenario  como  él  pudie- 
ra procrear  un  hijo  (Gén.  17,  17;  §  2285)  ;  pero  según  25,  1  -  6, 
cuarenta  años  más  tarde,  tomó  otra  mujer,  y  tuvo  de  ella  seis 
hijos.  Mas  no  sólo  esto,  sino  que  además  tuvo  otros  hijos  con 
varias  concubinas  (S  2254),  a  los  que  les  hizo  regalos,  y  los 
mandó  a  vivir  al  Oriente,  lejos  de  Isaac,  a  quien  le  dió  todo 
lo  que  poseía,  dato  éste  que  debía  venir  antes  del  cap.  24  (véa- 
se 24,  36).  TaK'ó  inverosimilitudes  muestran  no  sólo  la  diver- 
sidad de  ios  do(-umentos  empleados  por  el  redactor,  sino  tara- 
bién  con  qué  rue^'as  de  molino  tienen  que  comulgar  los  orto- 
doxos, que  adn-'iten  sin  vacilación  que  estamos  aquí  ante  rela- 
tos personales  e  históricos.  "Los  sarracenos  (1)  (nombre  ára- 

(1)  Aunque  sarracenos  es  el  nombre  adjetivo  dé  los  naturales  de 
la  Arabia  Feliz,  se  extendió  esa  denominación  en  la  Edad  Media,  es- 
pecialmente en  Is  épcrta  d_-  las  Cruzadas,  a  todos  los  musulmanes,  y* 
fueran  árabes  o  mores. 


KL  PATRIARCA  ABRAHAM 


105 


be),  dice  Reuss,  o  hijos  del  Oriente  (nombre  bíblico),  son  los 
beduinos  o  árabes  del  desierto,  bastardos  de  Abraham",  y  por 
lo  tanto  heíiiianos  naturales  de  los  israelitas.  Veamos  ahora 
la*  leílexiories  que  a  la  ortodoxia  católica  le  sugiere  el  pasaje 
cu  cuestión.  "i?;^ndo  Dios  a  Abraham  tantos  hijos  de  Cetura 
(o  Ketuia),  uice  Scio.  quiso  que  por  este  medio  se  propa.eíí.ra 
entre  las  naciones  el  conocimiento  de  su  nombre  y  de  su  cul- 
to. Abraham  desposó  a  Agar,  que  era  esclava,  para  que  Ismael, 
su  hijo,  figurase  a  los  judíos,  que  en  la  Ley  antigua  sólo  fue- 
ron hijos  de  Abraham,  según  la  carne.  Desposó  después  tam- 
bién a  Cetura,  que  aunque  libre,  debía  representar  en  sus  hi- 
jos a  los  malos  cristianos  de  la  Ley  de  Gracia.  Agar,  Ismael, 
Cetura,  y  sus  hijos  solamente  reciben  de  Abraham  algunas 
donaciones ;  pero  sin  entrar  a  la  parte  de  la  herencia  con  Isaac, 
que  es  el  único  y  universal  heredero  de  todos  sus  bienes  . . . 
La  principal  herencia  que  le  dejó  a  éste,  fué  la  de  su  fe  y  de 
su  esperanza:  la  disposición  de  dejarlo  y  sacrificarlo  todo  por 
seguir  a  Dios,  un  deseo  ardiente  de  la  venida  de  Jesucristo, 
y  una  entera  persuasión  de  c[ue  no  había  verdadera  justicia, 
sino  por  aquel  que  sólo  había  de  ser  el  medianero,  el  Pontífi- 
ce y  la  víctima  por  el  pecado".  Notará  el  lector  que  con  las 
gafas  o  antiparras  de  la  fe,  el  creyente  halla  en  la  Biblia  todo 
lo  que  desea  que  ella  encierre. 

LA  MUERTE  DE  ABRAHAM.  —  2307.  Cierra  el  re- 
dactor su  relato  de  la  vida  de  Abraham,  con  un  párrafo  de  P, 
(vs.  7  -  11  a)  en  el  que  expresa  que  dicho  patriarca  murió  a 
los  175  años  de  edad,  después  de  una  feliz  ancianidad,  y  que 
"harto  de  días,  (esto  es,  deseoso  ya  de  salir  de  esta  vida,  -  SCIO), 
fué  reunido  a  los  suyos",  aunque  anota  L.B.d.C,  el  original 
trae  literalmente:  "fué  reunido  a  sus  padres",  o  sea,  en  el 
sheol  (§  973  y  ss.),  la  morada  de  los  muertos,  bien  que  pri- 
mitivamente esa  expresión  significaba:  "fué  depositado  en  la 
tumba  de  familia".  Agrega  el  texto,  que  "sus  hijos,  Isaac  e 
Ismael,  lo  enterraron  en  la  caverna  de  Macpela"  (v.  9;  §  2301), 
observación  que  muestra  que  P  no  admitía  que  Ismael  hubiera 
sido  echado  por  su  padre  de  la  casa  paterna,  como  lo  sostienen 
las  tradiciones  recogidas  por  J  y  E  (§  2280). 


CAPITULO  III 


El  patriarca  Isaac 

NOMBRE  Y  CARACTER  DE  ISAAC.  —  2308.  En  los 
pintorescos  relatos  del  Génesis,  la  figura  de  Isaac  tiene  menos 
relieve  que  las  de  Abraham  y  Jacob,  hasta  el  punto  que  en 
varios  pasajes  no  es  sino  un  doble  de  su  padre,  y  en  muchos 
otros  aparece  tan  sólo  por  su  relación  con  la  vida  de  aquellos 
patriarcas.  Se  le  ubica  en  la  parte  más  meridional  del  país, 
ya  en  Gerar,  ya  en  Beerseba.  En  cuanto  al  nombre  de  Isaac 
(en  hebreo,  Isehac  o  Yisekhac)  se  le  supone  generalmente  re- 
lacionado con  la  raíz  sahac,  "reír",  puesto  que  Abraham  se 
ríe  cuando  Yahvé  le  anuncia  el  nacimiento  de  ese  hijo  (17,  17; 
§  2285).  Sara  igualmente  se  ríe  ante  tal  anuncio  (18,  12;  §  2289), 
y  más  tarde  (cap.  21)  al  producirse  ese  nacimiento  manifies- 
ta: 6a  "Dios  me  ha  dado  motivo  de  risa".  7  Y  ella  dijo: 

Quién  hubiera  predicho  a  Abraham 

que  Sara  amamantaría  hijos? 

Sin  embargo,  le  he  dado  un  hijo  a  su  vejez; 
6''  cualquiera  que  lo  sepa  se  reirá  de  mí".  (1) 

De  acuerdo  con  esta  pretendida  etimología,  el  nombre 
Isaac  podría  traducirse  por  "el  Risueño".  Pero  luego,  (v.  9), 
el  documento  E  relaciona  el  nombre  de  Isaac  con  el  vocablo 
jugar,  otra  acepción  del  verbo  sahac  (cf.  26,  8).  Se  trata,  pues, 
de  ingenuas  etimologías,  producto  de  la  imaginación  popular 

(1)  Tal  es  la  traducción  de  L.B.d.C.,  según  la  cual  en  6*  está 
empleada  la  expresión  "motivo  de  risa"  en  el  sentido  de  objeto  de  gozo, 
alusión  al  nombre  de  Isaac,  mientras  que  en  6^  la  misma  palabra  se 
usa  en  o\  sentido  de  "burlarse",  siempre  aludiendo  al  nombre  de  Isaac. 
Y  agre  i:  "Estos  dos  textos  no  pueden,  pues,  ser  del  mismo  autor, 
por  lo  rn  e  hemos  transpuesto  61"  después  del  v.  7,  al  que  se  relaciona 
mv.y  bien  por  el  sentido  y  del  que  tiene  la  forma  rítmica". 


PATRIARCA  ISAAC 


107 


como  tantas  otras  de  que  está  lleno  el  relato  biográfico  de  este 
patriarca.  Pasaremos  ahora  en  sucinta  revista  los  principales 
episodios  de  esa  narración. 

NACIMIENTO  DE  LOS  HIJOS  DE  ISAAC.  —  2309. 
Veinte  años  habían  transcurrido  desde  la  unión  de  Isaac  con 
Rebeca,  sin  que  ésta  le  hubiera  dado  descendencia.  Entonces 
aquél  recurre  a  Yahvé,  que,  como  buen  dios  de  la  fecundidad 
(§  386),  se  apresuró  a  hacer  concebir  a  la  esposa  estéril,  dán- 
dole mellizos.  Parece  que  el  embarazo  fué  muy  molesto  para 
Rebeca,  pues,  los  fetos  se  movían  tan  violentamente  en  su  se- 
no, que  tenía  la  sensación  que  luchaban.  Y  tanto  sufría  que 
exclamó:  "Si  esto  es  así,  ¿a  qué  vivir?",  por  lo  que  fué  a  con- 
sultar a  Yahvé,  hecho  que  motiva  esta  justa  observación  de 
Lr.B.d.C:  "Ingenuamente  transporta  el  narrador  a  la  época 
patriarcal,  los  usos  de  su  tiempo",  en  que  había  un  lugar  para 
consultar  a  aquel  dios.  Siendo  Yahvé  también  un  dios  de 
sortilegios  (§  387-392),  no  demora  en  contestar,  y,  como  en 
sus  ratos  de  buen  humor  cultivaba  la  poesía  (§  304),  lo  hace 
en  verso  hebreo,  diciendo : 

Dos  naciones  hay  en  tu  seno, 

Y  dos  pueblos  se  separarán  al  salir  de  tus  entrañas. 
Uno  de  estos  pueblos  será  más  fuerte  que  el  otro, 

Y  el  mayor  servirá  al  menor  (25.  21  -  23). 

Siendo  el  mayor,  el  pueblo  de  Edom,  y  el  menor,  el  pue- 
blo de  Israel,  estos  versos  debieron  ser  compuestos  después  de 
la  época  de  David,  en  que  este  rey  subyugó  a  los  edomitas 
(II  Sam.  8,  13,  14;  §  1210-1212).  Y  llegó  para  Rebeca  el  mo- 
mento del  parto,  y  "25  el  que  nació  primero  era  rojo,  com- 
pletamente velludo,  como  un  manto  de  piel:  se  le  dió  el  nom- 
bre de  Esaú.  26  En  seguida  nació  su  hermano,  que  tenía  en 
la  mano  el  talón  de  Esaú,  por  lo  cual  se  le  llamó  Jacob". 

2310.  En  el  citado  v.  25  están  mezcladas  dos  distintas 
tradiciones  etimológicas,  pues  según  J,  a  Esaú  se  le  dió  ese 
nombre,  porque  tenía  la  piel  de  color  rojo,  y  como  Esaú  es 
Edom  (v.  30;  36,  1),  esta  última  denominación  vendría  del 
vocablo  hebreo  admoni  (rojo)  que  tiene  cierta  semejanza  ho- 
mofónica  con  Edom;  mientras  que  para  E,  a  Esaú  se  le  aplicó 


108 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


ese  nombre,  que  significa  velludo,  porque  tenía  el  cuerpo  cu- 
bierto de  pelos  como  un  manto  de  piel  (en  heb.  sear,  que  re- 
cuerda a  Seir,  región  montañosa  habitada  por  los  edomitas). 
Sin  embargo,  poco  después  en  el  mismo  capítulo  25,  se  lee 
que  Esaú  fue  llamado  Edom,  porque  era  rojo  el  plato  de 
lentejas  por  el  cual  vendió  a  Jacob  su  derecho  de  primoge- 
nitura  (v.  30).  En  cuanto  al  nombre  Jacob  (en  heb.  ya'acob), 
J  lo  hace  derivar  de  akeb,  "talón",  porque  nació  ese  patriarca 
agarrando  el  calcañar  de  su  hermano;  mientras  que  E  lo  atri- 
buye a  que  Jacob  suplantó  (acab  en  heb.)  dos  veces  a  Ebaú 
(27,  36),  por  lo  que  Jacob  quiere  decir  "engañador  o  suplan- 
tador".  Según  otra  tradición  que  recoge  Oseas  (12,  4)  Jacob 
ya  había  suplantado  a  su  hermano  en  el  seno  materno. 

ESCASA  MORALIDAD  DE  JACOB.  —  2311.  Crecie- 
ron Jacob  y  Esaú;  éste  de  espíritu  aventurero,  fué  un  hábil 
cazador,  mientras  que  aquél  —  "hombre  sencillo",  dice  la  Escri- 
tura, lo  que  parafrasea  Scío  añadiendo :  "hombre  de  beüísí- 
mas  costumbres,  irreprensible,  pacífico,  sincero,  incapaz  de  en- 
gañar a  otro" — ,  prefirió  la  vida  pastoril  y  permanecer  en  las 
'tiendas  o  carpas  (25.  27).  Y  según  E,  ocurrió  que  un  buen 
día,  cuando  Jacob  hacía  cocer  un  guiso  de  lentejas,  llegó  a  su 
carpa,  cansado  y  hambriento,  Esaú,  y  le  pidió  que  le  diera 
parte  de  esa  comida.  Pero  Jacob  en  vez  de  acceder  a  tan  jus- 
to pedido,  creyó  del  caso  aprovechar  la  oportunidad  para  reali- 
zar un  negocio  usurario  con  su  hermano,  y  le  ofreció  el  plato  de 
lentejas  que  preparaba,  a  cambio  del  derecho  de  primogenitura, 
que  equivalía  a  heredar  el  total  del  patrimonio  paterno,  o  por  lo 
menos,  a  obtener  una  parte  doble  de  la  herencia  (Deut.  21,  17). 
Accede  Esaú,  alegando  que  se  estaba  muriendo  de  hambre, 
— como  si  no  hubiera  podido  pedir  alimento  a  sus  padres  o  ad- 
cjuirirlo  de  otras  personas  o  por  otros  medios  (1), —  y  quedó 
celebrado  el  aludido  contrato  con  el  juramento  prestado  por 
aquél.  Ahora  bien,  si  la  conducta  de  Jacob  pudo  pasar  como 


(1)  "¡Prodigiosa  ingenuidad  de  la  narración  popular!,  exclama 
^'^e^nes.  En  la  tienda  del  poderoso  jeque  Isaac,  hijo  de  Abraham,  no 
hay  otra  cosa  que  comer  sino  el  plato  de  Jacob,  bien  que  bajo  ese  pla- 
to se  oculta  un  juego  de  palabras:  es  un  guiso  rojo,  y  Esaú  lleva  tam- 
bién el  nombre  de  Edom,  es  decir,  rojo"  (p.  45). 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


109 


iiuiestra  de  habilidad,  hace  29  siglos  cuando  se  escribió  ese 
relato,  hoy,  que  tenemos  más  afinada  la  conciencia  moral,  me- 
rece tal  proceder  los  más  acerbos  reproches.  Y  aquí  se  le  pve- 
senta  a  la  ortodoxia  un  serio  problema:  ¿cómo  justificar  tan 
reprobable  acto  en  un  patriarca  bendecido  por  Yahvé  y  que 
tenía  especiales  reiaciones  con  este  dios,  que  es  hoy  la  divi- 
nidad de  la  cristiandad?  Oigamos  lo  que  nos  dice  al  respecto 
Scío,  sabio  obispo  de  la  iglesia  romana:  "Si  Esaú  fué  culpa- 
ble por  haber  hecho  esta  venta  tan  sacrilega  (1),  no  parece 
que  Jacob  pudo  ser  inocente,  puesto  que  fué  el  que  primero 
le  hizo  la  proposición,  y  el  que  le  ob'igó  a  jurar.  A  esto  se 
responde,  que  en  las  cosas  que  yon  visiblemente  misteriosas, 
y  que  debajo  de  velos  y  sombras  ocultan  grandes  misterios 
y  verdades,  no  debemos  atender  tanto  a  lo  que  aparece  por 
de  fuera,  como  a  lo  que  quiso  Dios  ocultar  debajo  de  aquellas 
apariencias.  (Una  especie  de  juego  de  escondite,  diríamos  nos- 
otros, que  nos  propone  Dios  para  aguzar  nuestra  sagacidad). 
Y  así  aplicándonos  últimamente  a  entender  el  misterio  que 
Dios  nos  descubre,  y  a  aprovecharnos  de  la  instrucción  que 
nos  presenta  bajo  de  estas  imágenes ;  así  como  no  nos  es  per- 
mitido tomar  semejantes  acciones  para  que  nos  sirvan  de  mo- 
delo y  regla  para  obrar,  así  tampoco  no  podemos  condenar  a  los 
que  las  hicieron  por  una  orden  o  inspiración  particular  de 
Dios.  Fuera  de  esto,  Jacob,  instruido  por  su  madre,  pudo  saber 
que  Dios  por  una  elección  del  todo  gratuita  había  trasladado 
a  él  el  derecho  de  primogénitOj  que  pertenecía  a  Esaú ;  y  en 
este  caso  no  pedía  ni  solicitaba  otra  cosa,  sino  entrar  en  pose- 
sión de  lo  que  ya  era  suyo,  y  le  pertenecía  por  el  derecho  que 
Dios  le  había  dado".  El  misterio  es  el  gran  recurso  de  la  or- 


(1)  Scío  aplica  ese  epíteto  a  la  susodicha  venta  por  "el  poco  apre- 
cio que  hizo  Esaú  de  sus  derechos,  sabiendo  que  a  la  familia  de  Abra- 
ham  estaba  vinculada  una  bendición  particular,  que  se  creía  pertenecer 
al  primogénito  de  los  hijos  de  Isaac.  Esta  bendición  tenía  por  objeto 
principal  el  nacimiento  del  Mesías.  Y  así  renunciando  Esaú  a  su  derecho, 
renunció  a  las  promesas,  al  Mesías,  y  a  la  única  esperar?.2a  del  Univer- 
so. Por  esto  San  Pablo  le  llama  un  profano  (Heb.  12,  16) ;  como  si  di- 
jera un  sacrilego,  un  simoníaco,  por  haber  puesto  eu  precio  y  vendido 
tan  vilmente  una  cosa  tan  santa,  que  le  pertenecía  a  él  y  a  su  descen- 
dencia, como  a  primogénito  de  la  familia". 


110 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


todoxia  para  sortear  las  dificuitades  del  relato  bíblico.  Nóte- 
se, sin  embargo,  que  la  conciencia  del  exégeta  le  obliga  a  re- 
conocer que  el  acto  egoísta  de  Jacob  no  debe  ser  imitado,  bien 
que,  según  él,  haya  sido  hecho  "por  inspiración  particular  de 
Dios".  No  deja  de  ser  muy  sugestiva  la  suposición  de  Scía 
relativa  a  lo  que  Rebeca  pudo  haber  comunicado  a  Jacob,  so- 
bre la  elección  gratuita,  por  no  decir  arbitraria,  hecha  por 
Yahvé  para  despojar  a  Esaú  de  sus  derechos  de  primogenitu- 
ra.  Cabe  aquí  sólo  agregar,  cuánto  tiempo  perdido  hay  en  pre- 
tender interpretar  un  seudo  misterio,  que  no  es  sino  un  clara 
mito  etimológico  unido  a  un  mito  etnográfico  tendiente  a  ex- 
plicar el  por  qué  el  pueblo  de  Edom,  más  antiguo  que  el  de  Is- 
rael, y  que  había  tenido  mucho  antes  que  éste  un  gobierno 
regular  (36,  31),  había  quedado  subordinado  al  mismo  por  las 
conquistas  de  David  (II  Sam.  8,  14). 

JACOB  USURPA  LA  BENDICION  DE  ISAAC.  — 
2312.  Otro  mito  de  la  misma  índole,  — que  si  fuera  de  nuestra 
época,  le  atribuiríamos  un  origen  o  un  propósito  antisemita, 
por  el  triste  papel  que  en  él  desempeña  el  antecesor  epónimo 
del  pueblo  israelita — ,  es  el  que  se  refiere  con  lujo  de  deta- 
lles en  el  cap.  27  del  Génesis,  en  la  forma  sigiuente :  Isaac,  que 
amaba  preferentemente  a  Esaú,  porque  éste  le  traía  animales 
que  cazaba,  los  que  c^mía  con  gran  deleite  (25,  28),  en  su  an- 
cianidad había  quedado  ciego.  Un  día  llamó  a  Esaú  y  le  pidió 
que  le  trajera  alguna  caza,  con  la  que  le  preparara  uno  de  los 
suculentos  platos  que  él  tanto  apetecía,  "a  fin,  le  dijo,  de  que 
mi  alma  te  bendiga,  antes  de  que  yo  muera".  Rebeca  que  sen- 
tía predilección  por  Jacob,  al  escuchar  esas  manifestaciones  de 
Isaac,  se  apresuró  a  transmitirlas  a  su  hijo  preferido,  a  quien 
aconsejó  que  le  trajera  dos  buenos  cabritos,  los  que  ella  adere- 
zaría de  acuerdo  con  los  gustos  de  su  marido,  y  luego  Jacob 
presentaría  el  plato  suculento  así  preparado,  a  efecto  de  que 
él  consiguiera  la  prometida  bendición  que  Isaac  reservaba  pa- 
ra su  primogénito.  Jacob  no  se  mostró  indignado  ante  aque  lla 
superchería  que  le  recomendaba  su  madre,  sino  que,  como 
hombre  previsor,  temió  que  ese  plan  le  atrajera  la  maldición 
paterna,  si  cuando  él  le  llevase  la  comida  a  Isaac,  éste  llegara 
a  desconfiar  de  la  suplantación,  y  al  palparlo  notara  que  no 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


111 


era  el  velludo  Esaú.  Pero  esta  objeción  no  disuadió  a  la  in- 
trigante Rebeca,  la  que  calmó  los  escrúpulos  de  Jacob,  dicicn- 
dole  que  con  tranquilidad  hiciera  lo  que  le  aconsejaba,  que  ella 
tomaría  sobre  si  la  maldición  que  pudiera  ocasionarle  tal  ac- 
ción. Jacob  entonces  le  trajo  los  cabritos  a  Rebeca,  la  que 
preparó  el  plato  suculento  que  tanto  agradaba  a  su  marido,  y. 
antes  de  dárselo  a  su  hijo  para  que  lo  llevara,  lo  hizo  vestir 
a  éste  con  la  mejor  ropa  de  Esaú  (1),  y  le  cubrió  el  cuello  y 
las  manos  con  las  pieles  de  los  cabritos.  Y  ahora  dejamos  la 
palabra  al  texto  sagrado,  —  con  toda  su  repetición  de  las  mis- 
mas palabras,  ciue  hacen  por  momentos  pesada  su  lectura.  — 
el  que  continúa  el  relato  en  esta  forma:  "18  Y  Jacob  fué  a 
donde  estaba  su  padre  y  dijo:  "¡Padre  mío!";  e  Isaac  respon- 
dió: "Heme  aquí,  ¿quién  eres,  hijo  mío?"  19  Y  Jacob  dijo  a  su 
padre:  "Soy  Esaú,  tu  primogénito.  He  hecho  lo  que  me  man- 
daste; levántate,  te  ruego,  siéntate  y  come  de  mi  caza,  para 
que  tu  alma  me  bendiga".  20  Entonces  dijo  Isaac  a  su  hijo: 
"¿Cómo  es  que  la  hallaste  tan  pronto,  hijo  mío?"  Y  él  res- 
pondió :  "Porque  Yahvé,  tu  dios,  la  hizo  venir  delante  de  mí". 
21  Isaac  dijo  a  Jacob:  "Aproxímate  aquí  y  te  palparé,  para  sa- 
ber si  eres  en  realidad  mi  hijo  Esaú".  22  Jacob  se  acercó  a  su 
padre  Isaac,  quien  le  palpó  y  dijo;  "La  voz  es  voz  de  Jacob; 
pero  las  manos  son  manos  de  Esaú".  23  Y  no  lo  reconoció, 
porque  sus  manos  eran  velludas,  como  las  de  su  hermano 
Esaú.  Y  lo  bendijo.  24  Dijo:  "¿Eres  en  realidad  mi  hijo  Esaú?" 
Respondió  Jacob:  "Lo  soy".  25  Entonces  Isaac  dijo:  "Sírveme, 
para  que  coma  de  tu  caza,  a  fin  de  que  mi  alma  te  bendiga". 
Jacob  le  sirvió  y  comió,  y  también  le  trajo  vino  y  bebió. 

26  Isaac,  su  padre,  le  dijo:  "Acércate  y  bésame,  hijo  mío". 

27  Al  acercarse  y  besarlo,  sintió  Isaac  el  olor  dd  sus  vestidos, 
y  lo  bendijo,  diciendo: 

Sí.  el  olor  de  mi  hijo 

es  como  el  olor  de  un  rico  campo 

que  ha  bendecido  Yahvé. 


(1)  En  todo  este  relato,  los  dos  hermanos  son  tratados  como  jo- 
vencitos,  cuya  madre  tiene  en  su  cofre  los  trajes  de  día  de  fiesta,  de 
ellos. 


112 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


28  ¡Qvie  Dios  te  dé  el  rocío  de  los  cielos 
una  tierra  fecunda 

con  abundancia  de  trigo  y  de  vino! 

29  ¡Sírvante  pueblos, 

y  póstrense  naciones  ante  ti! 

¡Sé  el  ceñcr  de  tus  hermanos, 

y  póstrense  ante  ti  los  hijos  de  tu  madre! 

¡Maldito  sea  el  que  te  maldijere, 

y  bendito  el  que  te  bendijere! 


30  Apenas  hubo  acabado  Isaac  de  bendecir  a  Jacob,  apenas 
hubo  salido  Jacob  de  la  casa  de  su  padre,  Isaac,  cuando  su  her- 
mano Esaú  volvió  de  la  caza.  31  Aderezó  también  un  plato 
apetitoso  y  lo  trajo  a  su  padre,  y  le  dijo:  "Levántese  mi  padre 
y  coma  de  la  caza  de  su  hijo,  para  que  tu  alma  me  bendiga". 
32  Isaac,  su  padre,  le  dijo:  "¿Quién  eres  tú?"  Y  él  respondió: 
"Soy  Esaú,  tu  hijo  primogénito".  33  Entonces  tembló  Isaac, 
presa  de  violenta  emoción,  y  dijo:  "¿Quién  es,  pues,  el  que 
ha  tomado  caza  y  me  la  ha  traído?  La  he  comido  tranquila- 
mente antes  da  tu  llegada  y  lo  he  bendecido:  por  tanto  será 
bendito".  34  Al  oír  Esaú  las  palabras  de  su  padre,  dió  un  gran 
grito,  un  grito  lleno  de  amargura,  y  dijo  a  su  padre:  "¡Bendí- 
ceme también,  padre  mío!"  35  Isaac  respondió:  "Ha  venido 
tu  herm.ano  maliciosamente  y  ha  tomado  tu  bendición".  36  Di- 
jo Esaú:  "Con  razón  se  le  dió  el  nombre  de  Jacob  (el  sunhn- 
tador),  porque  me  ha  suplantado  ya  dos  veces:  tomó  r^ii  pri- 
mogenitura,  y  he  aquí  que  ahora  me  arrebata  mi  bendición". 
Y  agregó:  "¿No  has  reservado  una  bendición  para  mí?" 
37  Isaac  respondió  a  Esaú :  "Le  he  constituido  señor  tuyo,  y 
le  ha  dado'  por  siervos  a  todos  sus  hermanos,  lo  he  colmado 
además  de  trigo  y  de  vino.  ¿Qué  podría  ahora  hacer  por  ti, 
hijo  mío?"  38  Esaú  dijo  a  su  padre:  "¿No  tienes  más  que  una 
sola  bendición,  padre  mío?  ¡Bendíceme  a  mí  también,  padre 
mío!  Isaac  guardó  silencio,  y  entonces  Esaú  levantó  la  voz  y 
lloró.  39  Y  volviendo  a  tomar  la  palabra  Isaac  su  padre,  le 

dijo:  ,  . 

"El  lugar  de  tu  morada  no  tendrá  tierra  fecunda, 

ni  rocío  que  descienda  de  los  cielos. 

40  Vivirás  de  tu  espada. 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


113 


y  a  tu  hermano  servirás. 

Pero  llegará  tiempo  en  que  sacudas 

y  quiebres  su  yugo  de  tu  cerviz"  (1) 

Agrega  el  texto  sagrado  que  a  causa  de  ese  proceder  do- 
loso de  Jacob,  lo  odió  Esaú,  al  punto  de  manifestar  que  lo 
mataría,  en  cuanto  muriera  su  padre,  por  lo  que  Rebeca  man- 
dó a  aquél  a  Carán,  a  casa  de  su  hermano  Labán,  aconseján- 
dole que  permaneciera  allá  algún  tiempo  hasta  que  se  hubiera 
aplacado  la  cólera  de  Esaú,  y  entonces  ella  lo  mandaría  buscar, 
cuando  hubiera  desaparecido  el  peligro. 

2313.  El  relato  mitico  que  antecede,  deja  mal  parada  la 
moral,  pues,  como  manifiesta  Reuss,  "en  la  esfera  en  que  ha 
sido  concebido  el  mito  no  era  muy  delicado  el  sentimiento 
moral,  y  los  ensayos  más  o  menos  ingeniosos  de  hacer  con  es- 
to teologia  cristiana  (Rom.  9,  13;  Hebr.  12,  17,  e  innumerables 
comentadores)  desconocen  tanto  el  sentido  propio  (étnico)  del 
mito,  como  la  intención  del  narrador".  Dicho  relato  es  una 
combinación  de  los  documentos  J  y  E  (véase,  p.  ej.  el  v.  30), 
tendiente  a  explicar  la  supremacía  de  Israel  sobre  Edom,  el 
que  ha  sido  bordado  sobre  el  cañamazo  de  una  tradición  fol- 
klórica. En  efecto,  como  observa  Lods :  "El  folklore  orientrJ, 
especialmente  el  de  Palestina,  constituye  una  mina  que  la 
tradición  israelita  parece  haber  ampliamente  utilizado  en  la 
construcción  de  los  pequeños  relatos  explicativos  ancestrales. 
Muy  visible  es  la  adaptación  de  una  materia  anterior  en  la 
historia  de  Esaú  y  Jacob :  se  ha  aplicado  aquí  a  las  relacioiaes 
de  Israel  y  de  Edom  el  relato  popular  del  procedimiento  ma- 
ñoso empleado  por  un  pastor  astuto  para  engañar  a  un  caza- 
dor violento  y  poco  perspicaz  (compárese  Ulises  y  Polifemo)" 


(1)  Hemos  traducido  la  parte  del  oráculo  del  v.  39,  de  acuerdo 
con  Reuss,  la  Versión  Sinodal  y  L.B.d.C.  En  cambio,  le  dan  a  esa 
parte  sentido  afirmativo  Cipriano  de  Valera,  La  Vulgata,  la  Versión 
Moderna  de  Pratt  y  L.  B.  de  R.  F.  En  cuanto  al  comienzo  de  40  b, 
cada  traductor  lo  vierte  a  su  modo,  puesto  que  las  palabras  del  origi- 
nal: "cuando  hayas  errado  de  aquí  para  allá",  no  dan  sentido  satisfac- 
torio, por  lo  que  L.B.d.C.  las  reemplaza  por  puntos  suspensivos,  supo- 
niendo además  que  esa  frase  final  no  siendo  rimada,  debe  haber  sido 
añadida  posteriormente. 


114 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


(Israel,  p.  181).  Probablemente,  según  anota  L.B.d.C,  esa  tra- 
dición tendía  a  celebrar  la  habilidad  de  Jacob  y  a  poner  en 
ridiculo  a  Esaú;  pero  los  escritores  que  nos  la  refieren  parecen 
haber  sentido  lo  que  tenía  de  moralmente  reprehensible  la  con- 
ducta de  aquél,  y  han  introducido  algunos  escrúpulos  o  aíe- 
nuaciones  (vs.  12-  13:  33  -36). 

2314.  Ciertos  detalles  revelan  claramente  el  carácter  ét- 
nico del  relato;  así,  p.  ej.,  en  el  v.  29,  se  ponen  en  boca  de 
Isaac,  al  bendecir  a  Jacob,  estas  palabras:  "Sé  el  señor  de 
tus  hermanos",  y  Jacob  no  tenía  otro  hermano  que  Esaú :  pero 
en  cambio,  Israel  consideraba  como  de  la  misma  sangre,  a 
pueblos  como  los  edomitas,  los  ammonitas  y  los  moabitas,  que 
aquél  logró  tener  bajo  su  dominio.  Ese  oráculo  prueba  que  ze 
escribió  en  la  época  del  auge  político  de  Israel,  probablemente 
en  la  época  del  rey  israelita  Joram  (850  -  843  a.  n.  e ;  nues- 
tro t^  VI,  p.  7).  Después  de  la  victoria  del  Valle  de  Vj.  Sal 
(§  1211 ;  II  Sam.  8,  13),  David  sometió  a  Edom,  depuso  ai  rey 
y  lo  sustituyó  por  un  gobernador  israelita,  transformando  di- 
cho país  en  una  provincia  de  su  reino,  lo  que  equivalía,  en 
el  simbolismo  del  mito,  a  que  Edom  perdía  su  derecho  de  pri- 
mogenitura  en  beneficio  de  su  hermano  menor,  Israel.  Sin  em- 
bargo, como  lo  da  a  entender  el  v.  40  b,  los  edomitas  hicieron 
numerosas  tentativas,  a  veces  con  éxito,  para  obtener  su  in- 
dependencia (I  Rey.  11,  14-22;  II  Rey.  8,  20-22;  14,  7,  22; 
II  Crón.  26,  2;  28,  17).  El  odio  entre  los  edomitas  y  los  israe- 
litas persistió  hasta  el  fin  de  sus  respectivos  países,  así  los 
edomitas  aplaudieron  la  destrucción  de  Jerusalén  (siglo  VII 
a.  n.  e.),  por  lo  que  los  profetas  clamaron  venganza  contra 
ellos.  Cuando  los  nabateos  se  apoderaron  de  su  capital 
Petra,  (por  el  312  a.  n.  e.),  los  edomitas  se  extendieron  por  el  S. 
de  Judá,  se  anexaron  con  Hebrón  una  parte  de  ese  país ;  y  la 
región  por  ellos  ocupada  se  llamó  desde  entonces  Idumea. 
Andrés  Parrot  resume  los  últimos  siglos  de  la  existencia  po- 
lítica de  este  pueblo  en  el  párrafo  siguiente:  "Perseverando  en 
su  odio,  los  edomitas  estuvieron  constantemente  en  guerra  con 
los  macábaos  (I  Mac.  5,  3,  65;  II  Mac.  10.  15;  12,  22  ss.),  y 
finalmente  el  año  109  a.n.e.,  Juan  Hircán  conquistó  la  Idu- 
mea  y  la  incorporó  al  Estado  Judío.  Herodes,  hijo  del  idumea 
-Antipater,  llegó  a  ser  rey  de  los  judíos,  y  a  la  dinastía  nacional 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


115 


de  los  macabeos,  sucedió  la  de  los  extranjeros  idumeos.  En  eí 
Nuevo  Testamento  se  menciona  una  vez  la  Idumea  (Marc.  3, 
8).  Formó  parte  de  los  Estados  de  Arquelao  hasta  el  año  7 y 
y  después,  con  Judea,  se  convirtió  en  provincia  romana".  Clara, 
manifestación  del  odio  ancestral  contra  Edom.  se  tier.e  en  la 
leyenda  talmúdica,  que,  como  recuerda  el  profesor  Víctor  Ba- 
roni,  inspirada  por  fanático  nacionalismo,  se  esforzó  en  de- 
nigrar al  antecesor  epónimo  edomita,  expresando,  p.  ej.,  que 
Esaú  en  vez  de  ofrecer  a  Isaac  un  trozo  de  delicada  caza,  le 
preparó  un  perro,  y  en  vez  de  besar  a  su  hermano,  cuando  éste 
regresó  de  casa  de  Labán,  lo  mordió. 

2315.  Este  relato,  a  pesar  de  su  clara  finalidad  étnica,  eii 
que  los  pueblos  son  representados  por  personajes  ficticios,  es 
para  la  ortodoxia  una  verídica  narración  histórica.  Poco  im- 
porta que  el  héroe  epónimo  de  Israel  se  muestre  en  ella  coma 
un  desvergonzado  felón,  que  miente  descaradamente  a  su  pa- 
dre, haciendo  a  su  dios  Yahvé  cómplice  de  sus  mentiras  (v.  20)  ; 
ya  se  encargarán  los  teólogos  de  buscar  explicación  a  todos 
esos  incómodos  pasajes,  a  fin  de  dejar  satisfecha  la  conciencia, 
del  creyente.  Así  la  intervención  de  Rebeca  en  la  dolosa  estra- 
tagema, de  esa  madre  intrigante  que  para  disipar  ¡os  escrúpu- 
los de  la  mala  acción  que  propone  a  Jacob,  le  dice  que  ella 
tomará  sobre  sí  la  maldición  que  dicho  acto  pudiera  acarrearle, 
la  justifica  el  obispo  Scío  expresando  que  Rebeca  dijo  tal  co- 
sa  "no  por  desprecio  a  la  maldición,  sino  porque  estaba  ase- 
gurada del  buen  suceso,  como  que  sabía  los  designios  de  Dios 
sobre  Jacob,  y  que  él  era  quien  principalmente  la  movía  y  di- 
rigía para  esta  obra",  vale  decir,  que  se  hace  recaer  en  el 
propio  Yahvé  al  responsabilidad  de  aquella  repudiable  tramo- 
ya. En  cuanto  a  las  reiteradas  y  descaradas  mentiras  de  Ja- 
cob, opinaban  Orígenes,  Casiano  y  otros  Padres  antiguos  que 
"Jacob  en  esta  ocasión  mintió;  pero  lícitamente  y  sin  pecado'  . 
Mas,  según  Scío,  ésta  no  es  la  doctrina  de  la  Iglesia,  la  que 
sigue  la  opinión  de  San  Agustín,  para  quien  "lo  que  dijo  e 
hizo  Jacob  no  fué  mentira,  sino  misterio".  ¡  Oh  inefable  palabra 
misterio!,  si  no  existiera,  habría  que  inventarla,  pues  ella  allana 
todos  los  obstáculos,  soluciona  todas  las  dificultades,  y  verda- 
dero Deus  ex  máchina  resuelve  todos  los  conflictos  sean  o  no 
dramáticos.  "Si  nos  detenemos  solamente  en  lo  exterior  y  en 


116 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


la  corteza,  manifiesta  el  citado  traductor  español  de  La  Vnl- 
gata,  de  lo  que  la  Escritura  nos  cuenta  de  Jacob,  no  parecerá 
posible  justificar  ni  sus  acciones  ni  sus  palabras,  porque  la 
mentira  en  ningúii  caso  es  lícita  ni  permitida.  Hablar  y  obrar 
como  hace  aquí  Jacob,  sería  en  un  hombre  ordinario  mentir 
y  obrar  de  mala  fe.  Mas  en  este  Santo  Patriarca,  cuyas  accio- 
nes eran  proféticas  y  dirigidas  por  una  luz  divina,  nada  hay 
de  mentira,  TODO  ES  MISTERIO;  y  esto  es  lo  que  debía- 
mos pensar,  aun  cuando  nos  fuera  desconocido  el  misterio,  que 
se  ocultaba  debajo  de  estos  velos".  Y  el  mismo  Scío  se  encar- 
ga de  revelarnos  la  explicación  de  los  misterios  que  ¡a  teolo- 
gía católica  ha  descubierto  en  el  suceso  en  cuestión,  diciendo: 
"Lo  que  hizo  Jacob  fué  dirigido  por  el  Espíritu  Santo,  apro- 
bado por  Isaac,  y  celebrado  por  el  Apóstol,  como  lleno  todo 
y  figurativo  de  los  mayores  misterios.  Y  así  Jacob  instruido 
por  su  madre,  e  inspirado  por  el  cielo,  no  pretendió  hacer  sino 
lo  que  figuraba.  Vestido  de  las  pieles  de  los  cabritos,  repre- 
sentaba a  Jesucristo  cubierto  y  cargado  de  los  pecados  ajenos. 
El  pueblo  de  los  gentiles  pudo  decir  con  razón  que  era  simien- 
te de  Abraham  (Gál.  3,  29).  Jacob,  que  lo  representaba  y  fi- 
guraba, pudo  decir  también  del  mismo  modo :  Yo  soy  tu  pri- 
mogénito Esaú.  Allí  los  gentiles  son  llamados  simiente  de 
Abraham,  porque  íué  un  pueblo  escogido  y  sustituido  al  de 
los  judíos;  y  en  nuestro  caso  Jacob  fue  escogido  por  Dios  y 
sustituido  a  Esaú . . .  Jacob  recibiendo  la  bendición  de  Isaac, 
representa  también  a  los  escogidos,  considerados  en  Jesucris- 
to, que  es  su  cabeza  .  .  .  quien  se  presentó  a  su  Padre  en  traje 
y  figura  de  pecador,  como  Jacob  en  el  de  Esaú".  Como  se  ve, 
empleando  el  simbolismo  se  explican  los  hechos  en  la  forma  y 
con  el  significado  que  se  quiera  (§  1354,  2100)  ;  pero  los  que 
utilizan  estas  interpretaciones  alegóricas,  a  veces  se  pasan  de 
listos,  y  así  Scío  nos  habla  de  Jacob  vestido  de  las  pieles  de  los 
cabritos,  cuando  según  la  historieta  comentada.  Rebeca  lo  hi- 
zo vestir  con  el  mejor  traje  de  Esaú  fv.  15)  y  sólo  le  cubrió 
las  manos  y  el  cuello  con  aquellas  pieles  (v.  16),  De  igual  mo- 
do se  nos  expresa  que  el  pueblo  de  los  gentiles  pudo  decir  al- 
go que  es  una  expresión  de  San  Pablo,  cuando  les  gentiles  es 
un  vocablo  empleado  por  la  Vulgata  para  traducir  la  palabra 
hebrea  goim  o  la  griega  ethné,  con  la  que  se  significaba  no  ua 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


117 


pueblo,  sino  los  extranjeros,  las  naciones  o  la  humanidad,  en 
general,  vale  decir,  todos  los  no  judíos,  o  del  punto  de  vista 
cristiano,  los  paganos. 

2316.  Hay  algunos  otros  detalles  del  mito  en  cuestión, 
que  merecen  ser  destacados.  El  relato  hace  presumir-  que  el 
anciano  Isaac,  sintiendo  próxima  su  muerte,  pide  a  Esaú  le 
prepare  por  última  vez  su  apetecido  plato  de  caza,  "para  que 
yo  coma,  dice,  y  mi  alma  te  bendiga  antes  de  que  yo  muera" 
(v.  4).  Pero  como  observa  Scío,  de  acuerdo  con  los  datos  bí- 
blicos, "Isaac  vivió  todavía  43  años,  porque  murió  de  180" 
(35,  28).  Las  dos  bendiciones  de  Isaac  son  en  verro,  y  en  cuan- 
to a  la  primera  opina  Reuss  que  "probabl-emcnte  es  un  trozo 
más  antiguo  que  la  redacción  en  la  cual  está  eacuadrada".  Con 
respecto  a  las  transcritas  palabras  del  anciano  patriarca  (v.  4), 
concordes  con  la  del  v.  19- y  con  la  del  v.  25  cuando  dice  al  que 
creía  Esaú :  "Sírveme,  para  que  coma  de  tu  caza,  a  fin  de  que 
mi  alma  te  bendiga",  debe  recordarse  lo  que  heinos  dicho  an- 
teriormente (§  2078),  a  saber,  que  los  israelita,;  distinguían 
en  el  ser  humano  el  alma  espiritual,  que  llamaban  ruah,  la  que 
suponían  residía  en  el  soplo  o  en  la  sangre,  y  p?r  lo  tanto  en 
el  corazón ;  y  el  alma  vegetativa  o  nefesh,  que  localizaban  en 
el  hígado,  los  ríñones  o  las  entrañas  en  general.  Esta  creencia, 
común  con  los  pueblos  cananeos,  era  la  que  impulsaba  a  de- 
positar alimentos  en  la  tumba,  destinados  a  nuirir  la  nefesh, 
que  subsistía  en  la  misma.  Cita  Dussaud,  tratando  de  este  te- 
ma, la  inscripción  de  Zendjirli  (principio  del  siglo  VTII  a.  n.  e.) 
en  la  que  el  rey  Panammú  recomienda  al  hijo  que  le  sucederá 
en  el  trono  de  Yadi,  que  sacrifique  al  dios  Hadad  (§  78)  pro- 
nunciando estas  palabras:  "Coma  contigo  la  nefesh  de  Panam- 
mú y  beba  contigo  la  nefesh  de  Panammú".  Y  agrega  el  cita- 
do escritor:  "La  autonomía,  si  así  puede  decirse  de  la  nefesh 
con  relación  al  individuo,  aparece  en  la  bendición  que  Isaac 
acuerda  a  Jacob,  en  virtud  del  fraude  de  este  último.  Tomán- 
dolo por  su  primogénito  Esaú,  Isaac  bendice  a  su  segundo  hi- 
jo y  agrega:  "Sírveme  para  que  coma  de  tu  caza,  a  fin  de  que 
mi  nefesh  te  bendiga".  Se  traduce  a  menudo:  "a  fin  de  que 
mi  corazón  te  bendiga",  verdadero  contrasentido,  porque  la 
nefesh  se  localiza  en  las  entrañas,  lo  que  explica  que  sea  la  ne- 
fesh la  que  expresa  su  reconocimiento  por  un  don  alimeníi- 


118 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


cío"  (La  notion  d'áme,  p.  270).  Esto  nos  hará  comprender  la 
•acepción  que  debemos  dar  a  expresiones  bíblicas  como  las  si- 
guientes : 

i 

*'E1  (Yahvé)  ha  saciado  el  alma  sedienta, 

Ha  colmado  de  bienes  el  alma  hambrienta"  (Sal.  107,  9), 

"Yahvé  no  dejará  hambrienta  el  alma  del  justo"  (Prov.  10,  3*)  ; 

textos  en  los  que  se  ve  que  el  vocablo  alma  (en  heb.  nefesh) 
expresa  el  asiento  del  apetito  y  de  la  sed,  o  sea,  que  es  la 
nefesh  la  que  experimenta  estas  necesidades.  Por  eso  anota 
L.B.d.C:  "una  buena  comida  debía  dar  al  alma  del  anciano 
Isaac  el  necesario  vigor  para  bendecir  eficazmente". 

EL  CARACTER  DE  LAS  BENDICIONES  Y  MALDI- 
CIONES BIBLICAS.  —  2317.  Nótese  que  en  el  relato  de 
que  se  trata,  Isaac  no  se  siente  con  poder  para  dejar  sin  efec- 
to una  bendición  suya  arrancada  con  engaño  y  fraude.  Esto 
se  debe  a  la  mentalidad  realista  de  los  israelit-ís,  quienes,  lo 
mismo  que  otros  pueblos  llamados  "primitivos"  creían  que  las 
palabras  tenían  vida  propia,  independiente  de  1h  del  objeto  o 
del  ser  al  que  se  aplican.  De  aquí,  el  considerar  las  bendicio- 
nes y  maldiciones  como  fórmulas  mágicas,  de  fuerza  irresis- 
tible y  de  carácter  irrevocable,  pues,  como  expresa  L.B.d.C: 
"el  que  la  ha  pronunciado  (ya  sea  una  u  otra  de  aquéllas)  ya 
no  podría  recuperarla  o  enmendarla ;  se  la  concibe  como  una 
especie  de  fluido  que,  una  vez  emitido,  no  puede  ya  ser  rete- 
nido y  realiza  mecánicamente  su  efecto"  (§  266;  Zac.  5,  3,  4; 
Sal.  109,  17-19).  Kreglinger,  escribiendo  sobre  la  fórmula 
mágica  en  la  religión  de  Israel,  dice :  "Al  enunciar  un  nombre, 
se  crea  un  ser;  al  pronunciar  ritualmente  xma  frase,  se  realiza 
un  acto.  Depende  así  el  mundo  exterior  de  las  palabras  que 
emite  la  boca  del  hombre,  y  al  decirlas,  se  forja  a  sí  mismo 
los  beneficios  a  que  aspira :  del  uso  de  la  palabra  depende  su 
alimento;  se  alimenta  del  producto  de  sus  labios  (Prov.  18,  20, 
cuya  traducción  está  de  acuerdo  con  la  de  L.B.d.R.F.).  El  hom- 
bre que  sabe  con  precisión  manejar  su  voz,  que  conoce  todas 
las  fórmulas  creadoras,  dispone  de  un  poder  prestigioso  sobre 
el  mundo,  y  lo  ejerce  ante  todo  bendiciendo  o  maldiciendo. 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


119 


Las  amenazas  o  las  promesas  litúrgicamente  articuladas  se 
realizan ;  las  frases  promulgadas  adquieren  una  vida  autóno- 
ma, recorren  irresistibles  el  universo;  nada,  ni  los  siglos  las 
detienen.  (Recuérdese  el  caso  de  Canaán,  §  266)  . . .  La  inten- 
ción del  autor  de  la  fórmula  mágica  es  absolutamente  inmo- 
dificable,  pues  aun  cuando  hable  imprudentemente  o  por  error 
o  si  un  dios  lo  confunde  y  que  aquél  exprese  lo  contrario  de 
su  pensamiento,  no  por  eso  dejarán  de  obrar  si;s  palabras,  y 
ya  no  podrá  más  anularlas.  Isaac  quiere  bendecir  a  Esaú  ;  pe- 
ro ciego  y  hábilmente  engañado  por  las  tretas  de  Rebeca,  di- 
rige a  Jacob  las  bendiciones  que  destinaba  a  su  primogénito, 
y  cometido  este  error,  ya  es  irreparable.  Jacob  ha  arrebatado 
la  bendición,  y  como  si  se  tratara  de  un  objeto  material  único, 
Isaac,  que  la  ha  dado,  no  dispone  más  de  ella,  no  puede  repe- 
tirla, ni  darla  a  otro.  Jacob  es  proclamado  superior  a  sus  her- 
manos, y  por  consiguiente  lo  será ;  a  lo  sumiO,  podrá  Isaac  atri- 
buir a  Esaú  ventajas  secundarias,  que  no  contradicen  ni  ami- 
noran las  obtenidas  por  Jacob"  (La  Relig.  d'Israél,  ps.  159- 
161).  Véase  en  §  266  y  ss.  el  caso  idéntico  de  las  bendiciones  de 
Balaam,  que  dieron  a  las  tribus  israelitas  el  triunfo  sobre  el 
rey  moabita  Balac;  y  en  §  554  véase  también  el  instrtictivo  ca- 
so de  la  madre  de  Mica.  Dado  el  poder  terrible  de  las  palabras, 
no  es  extraño  que  el  Código  de  la  Alianza  haya  castigado  con 
la  última  pena  a  los  hijos  que  proferían  maldiciones  contra 
sus  padres  (Ex.  21,  17). 

DISTINTAS  EXPLICACIONES  DEL  VIAJE  DE  JA- 
COB A  CASA  DE  LABAN.  —  2318.  Según  J  y  E,  a  causa 
del  medio  fraudulento  empleado  por  Jacob  para  apoderarse 
de  la  bendición  paterna  que  no  le  pertenecía,  Esaú  trató  de 
matar  a  su  indigno  hermano,  y  entonces,  ante  el  temor  de  ese 
fratricidio,  que  habría  aparejado  también  la  muerte  del  ase- 
sino (II  Sam.  14,  6,  7),  Rebeca  envió  a  Jacob,  a  Carán,  en  la 
Mesopotamia,  a  casa  de  Labán  (Gén.  27,  41  -45).  Pero  el  do- 
cumento sacerdotal  (P)  explica  de  distinto  modo  tanto  aque- 
lla bendición  como  esta  huida.  La  narración  de  P.  que  co- 
mienza en  26,  34,  35,  queda  cortada  por  27,  1  -45,  y  prosigue 
en  27,  46  hasta  28,  9.  La  expondremos  textualmente  para  que 
el  lector  pueda  por  sí  mismo  comparar  la  diferencia  de  esta 


120 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


tradición  con  la  recogida  por  los  documentos  J  y  E.  P  se  ex- 
presa así: 

2319.  26,  34.  A  la  edad  de  40  años,  Esaú  tomó  por  mujeres 
a  Judit,  hija  de  Beeri,  el  hitita,  y  Basemat,  hija  de  Elón,  el  hi- 
tita,  35  las  cuales  fueron  motivo  de  amargura  para  Isaac  y 
Rebeca.  27,  46  Rebeca  dijo  a  Isaac:  "Fastidiada  estoy  de  la 
vida,  a  causa  de  las  hijas  de  Het.  Si  Jacob  toma  por  .nuj;r  una 
hija  de  Het,  como  éstas,  ¿de  qué  me  servirá  ya  la  vida?"  28, 
1.  Llamó  Isaac  a  Jacob,  lo  bendijo  y  le  dió  esta  orden:  "No  to- 
mes mujer  de  entre  las  hijas  de  Canaán,  2  Levántate,  ve  a 
Padán  -  Aram  (1),  a  casa  de  Betuel,  el  padre  de  tu  madre,  y 
escoge  allí  mujer  de  las  hijas  de  Labán,  el  hermano  de  tu  ma- 
dre. 3  Bendígate  el  Dios  todopoderoso,  y  te  haga  fecundo  y 
multiplique  tu  descendencia  de  modo  que  vengas  a  ser  multi- 
tud de  pueblos.  4  Que  te  conceda  a  ti  y^  tu  posteridad  la  ben- 
dición de  Abraham,  a  fin  de  que  poseas  esta  tierra  en  que  mo- 
ras y  que  Dios  ha  dado  a  Abraham".  5  Hizo,  pues,  Isaac  partir 
a  Jacob,  el  que  se  fué  a  Padán  -  Aram,  a  casa  de  Labán,  hijo 
de  Betuel  el  arameo,  hermano  de  Rebeca,  la  madre  de  Jacob 
y  de  Esaú. 

2320.  Como  se  ve,  el  escritor  sacerdotal  P,  —  que  escri- 
bía por  el  siglo  V,  vale  decir,  unos  cuatro  siglos  de3pués  de 
J  y  E,  en  una  época  en  que  el  sentimiento  moral  estaba  ya 
más  afinado,  —  prescinde  de  las  historietas  narradas  por  es- 

(1)  "Sobre  el  Balih,  afluente  del  Eufrates,  se  encuentra  la  ciudad 
de  Harrán  (§  2254  -  5),  que  conserva  aún  ese  antiguo  nombre  bíblico 
(hoy  en  turco  Eski  -  Harrán,  "viejo  Harrán") ;  pero  a  una  hora  y  me- 
dia de  marcha  al  N.  O.,  es  que  se  encuentra  el  emplazamiento  *  mis- 
mo de  la  antigua  ciudad  ...  En  el  tratado  entre  el  rey  de  los  hititas, 
Subbiluliuma  y  Alattiwaza,  rey  del  Aíitaní  (§  85;  por  los  años  1380  - 
1346  a.  n.  e.)  se  mencionan  entre  los  dioses  y  fuerzas  de  la  Naturaleza,, 
que  sirven  de  testigos  o  de  garantías  de  lo  pactado,  a  Teshub,  señor 
de  los  cielos  y  de  la  Tierra,  y  al  dios  Sin  (dios  Luna)  de  la  ciudad  de 
Harrán.  En  los  itinerarios  asirios,  esta  ciudad  es  una  de  las  etapas 
del  camino  militar  que  va  del  Tigris  al  Eufrates,  en  dirección  a  la  cíu- 
dadela  hitita  de  Karkemis,  lo  que  no  tiene  nada  de  extraño,  pues  el 
nombre  mismo  de  harranu,  significa  en  acadio  *  "el  camino  o  la  ruta".. 
Esto  nos  ha  permitido  interpretar  el  término  enigmático  de  Padán  - 
Aram,  en  Gén.  28,  2,  5-7  y  31,  18,  etc.,  pasajes  en  que  esa  designación 
reemplaza  a  Harán  por  el  asirio  padán  Aram,  "ruta  de  Aram"  (DHOR- 
ME.  L'Evolution,  ps.  90-91). 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


121 


tos  documentos,  en  la  que  tan  vergonzoso  papel  desempeñan 
Rebeca  y  Jacob,  y  explica  el  viaje  de  éste  a  la  región  aramea 
de  Padán  -  Aram,  no  como  medio  de  escapar  a  la  venganza 
de  Esaú,  indignado  por  la  felonía  que  en  su  perjuicio  había 
aquél  cometido,  sino  para  escoger  esposa  entre  sus  primas, 
las  hijas  de  su  tío  Labán  (1).  Con  motivo  de  ese  viaje  de  Jacob, 
lo  bendice  Isaac,  pidiendo  a  El  Shaddai  (§  92)  el  Dios  todopo- 
deroso (terminología  de  P)  que  multiplique  su  descendencia 
de  modo  que  venga  a  ser  el  padre  o  antecesor  de  las  doce  tri- 
bus de  Israel,  a  que  alude  la  frase :  "que  multiplique  tu  des- 
cendencia de  modo  que  vengas  a  ser  multitud  de  pueblos"  (v. 
3)  o  una  reunión  de  tribus,  según  traduce  Reuss.  Lo  que  pre- 
ocupaba a  los  sacerdotes  israelitas  del  comienzo  de  la  restau- 
ración de  su  pueblo,  en  época  de  Esdras  y  de  Nehemías,  era 
impedir  las  uniones  de  sus  compatriotas  con  mujeres  de  otras 
nacionalidades,  de  lo  que  dan  fe  los  libros  bíblicos  que  llevan 
los  nombres  de  esos  personajes  (Esd.  9,  10;  Neh.  13,  23-30), 
De  ahí  que  P  haga  que  Jacob  emprenda  viaje  a  Padán  -  Aram, 
para  buscar  allá  esposa,  y  no,  entre  las  hititas  de  Canaán,  olvi- 
dando que  en  la  familia  del  arameo  Labán  no  imperaba  la  pu- 
reza de  la  religión  monoteísta,  preconizada  por  aquel  escritor 
del  siglo  V  (31,  30-35;  Jos.  24,  2).  En  cuanto  a  la  bendición 
de  Isaac,  que  no  es  aquí  en  verso,  como  en  el  cap.  27,  P  le 
agrega  el  deseo  del  patriarca  que  Dios  extienda  o  acuerde  a 
Jacob  la  bendición  de  Abraham,  (17,  1-8),  concebida,  según 
nota  L.B.d.C,  como  don  divino  que  se  transmite  de  padre  a 
hijo. 

LAS  MUJERES  DE  ESAU.  —  2321.  Concluye  P  su 
narración  manifestando  que  habiendo  visto  Esaú  que  su  pa- 
dre habia  bendecido  a  Jacob  y  lo  había  enviado  a  Padán  -  Aram, 
para  que  se  casara  allá,  comprendió  que  le  desagradaban  a 
Isaac  las  cananeas,  por  lo  que  se  fué  a  Ismael  y  tomó  por 
esposa  a  una  hija  de  éste,  su  prima  Mahalat,  sin  perjuicio  de 

(1)  Nota  Vernes  (p.  48)  la  inverosimilitud  de  hechos  como  aque- 
llos en  que  aparece  Isaac  enviando  por  el  camino  de  Siria,  a  su  hijo, 
solo,  sin  escolta  y  sin  recursos,  que  lo  obligan  a  estar  en  una  condición 
servil  en  la  casa  de  Labán,  allí  dondé  hubiera  debido  ser  recibido  con 
los  agasajos  propios  al  hijo  de  un  hombre  tan  notable. 


122 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


-conservar  sus  anteriores  mujeres  (28,  6-9).  Para  P,  pues, 
Esaú  no  se  indignó  contra  Jacob,  porque  éste  hubiera  recibido 
la  bendición  paterna,  que  le  correspondía  a  él  como  primogénito, 
ni  reclamó  bendición  para  sí,  como  insistentemente  lo  solicitó  en 
el  relato  de  E  (27,  36),  sino  que  ese  hecho  sólo  lo  indujo  a  bus- 
carse otra  mujer  que  fuese  de  su  raza.  Los  relatos,  como  se  ve, 
difieren  sustancialmente,  diferencias  que  se  acrecientan  con  la 
variación  de  los  nombres  de  las  esposas  de  Esaú,  hecho  injus- 
tificable en  escritores  divinamente  inspirados.  Así,  según  una 
tradición,  las  mujeres  de  Esaú  fueron  estas  tres:  Judit,  hija  de 
Beeri;  Basemat,  hija  de  Elón,  —  ambas  hititas  — ;  y  Mahalat, 
hija  de  Ismael  (26,  34;  28,  9).  En  cambio,  según  otra  tradición 
también  recogida  en  el  Génesis,  las  mujeres  de  Esaú  fueron: 
Ada,  hija  de  Elón,  el  hitita,  Oholibama  o  Aholibama  hija  de 
Aná,  hijo  de  Cibón  o  Zibeón,  el  horita  o  heveo ;  y  Basemat,  hi- 
ja de  Ismael  (36,  2,  3).  Agréguese  a  esta  discrepancia,  que  en 
el  mismo  capítulo  36.  Cibón  y  Aná  figuran  como  hermanos, 
hijos  del  horita  Seir  (v.  20). 

QUIENES  ERAN  LOS  HIJOS  DE  ISAAC.  —  2322. 

Todo  esto  nos  revela  con  luz  meridiana  que  no  nos  hallamos 
aquí  ante  relatos  biográficos,  sino  ante  tradiciones  más  o  me- 
nos divergentes  que  tienden  a  explicar  relaciones  entre  pue- 
blos o  tribus.  Esaú  es  el  país  de  Edom  (36,  1),  y  Jacob  es  el 
pueblo  de  Israel  (35,  10).  Los  casamientos  de  Esaú  explican 
que  los  edomitas  no  son  teráquidas  puros  (recuérdese  que 
Teráh  era  el  padre  de  Abraham,  11,  26;  §  2251),  sino  que,  co- 
mo indica  L.B.d.C,  ese  pueblo,  aunque  con  un  fondo  de  raza 
hebraica,  encerraba  elementos  cananeos,  hititas,  horitas  y  ára- 
bes por  Ismael.  Lo  mismo  ocurre  con  la  descendencia  de  los 
citados  hijos  de  Isaac:  los  hijos,  de  Jacob  son  las  doce  tribus 
israelitas;  y  los  hijos  y  nietos  de  Esaú,  que  detalla  el  cap.  36, 
son  los  doce  clanes  de  Edom  clasificados  en  forma  de  cuadro 
genealógico  (§  2634-2635).  Igual  procedimiento  sigue  el  es- 
critor bíblico  con  la  genealogía  de  los  horitas,  trogloditas  (§  67), 
llamados  los  harú  por  los  egipcios,  antiguos  habitantes  de  la 
región  de  Seir,  también  personificada,  y  más  conocida  con  el 
nombre  de  país  de  Edom,  desde  que  la  ocuparon  los  edomitas 
(32,  3;  36,  20-29).  En  esa  genealogía  aparecen  primero  como 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


123 


hijos  de  Seir,  los  antecesores  tradicionales  de  los  horitas:  Aná. 
y  Disón  (36,  20  y  21)  ;  pero  luego  resulta  que  Aná  es  nieto  y 
Disón  bisnieto  del  mismo  Seir  (vs.  24  y  25),  contradicción  que 
explica  L.B.d.C.  diciendo  que  Aná  y  Disón  eran  subclanes,  co- 
locados indudablemente  entre  los  propios  hijos  de  Seir  (en 
V.  20,  29  y  30),  porque  esos  subclanes  habían  adquirido,  con  el 
tiempo,  igual  importancia  a  la  de  los  antiguos  clanes.  No  se 
oculta  el  carácter  étnico  de  estas  pretendidas  personalidades, 
en  los  vs.  29  y  30,  que  se  traducen  así :  "He  aquí  los  jefes  de 
clan  de  los  horitas:  el  jefe  Lotán,  el  jefe  Sobal,  el  jefe  Cibón 
o  Zibeón,  el  jefe  Aná,  el  jefe  Disón,  el  jefe  Ecer,  el  jefe  Disán. 
Estos  son  los  jefes  de  los  horitas,  ordenados  por  clanes  en  el 
país  de  Seir". 

EPISODIOS  DE  LA  VIDA  DE  ABRAHAM  ATRIBUI- 
DOS A  ISAAC,  —  2323.  Fuera  de  lo  expresado  anteriormen- 
te, el  Génesis  sólo  nos  narra  de  la  vida  de  Isaac,  dos  episodios 
que  se  suponen  ocurridos  uno  en  Gerar  y  otro  en  Beerseba 
(cap.  26),  tomados  ambos  de  la  historia  de  Abraham ;  y  final- 
mente unas  cortas  lineas  de  P,  intercaladas  en  la  historia  de 
Jacob,  sobre  la  muerte  de  aquel  patriarca  (35.  27  -  29).  Para 
comprobar  que  los  aludidos  episodios  constituyen  un  Joble,  o, 
como  dicen  los  franceses,  hacen  double  emploi  con  otros  idén- 
ticos de  Abraham,  basta  poner  frente  unos  a  otros  los  relatos 
<le  los  principales  sucesos  de  los  mismos.  Ya  hemos  visto  que 
Abraham  trató  de  hacer  pasar  a  su  esposa  Sara,  por  su  herma- 
na, para  evitar  que  lo  matasen,  lo  que  se  narra  dos  veces  :,in 
variantes  (12,  10-20;  20;  §  2260-  1).  Ahora  la  tradición  de 
ese  suceso  se  cuenta  por  tercera  vez;  pero  teniendo  a  Isaac  por 
héroe,  en  lugar  de  Abraham.  Esa  sustitución  de  actores  ocurre 
igualmente  al  tratar  de  explicar  el  origen  de  la  denominación 
"Beer  -  seba",  dada  a  siete  pozos  de  agua  en  el  desierto,  ü1  Sur 
de  Judá.  Cotejemos,  pues,  los  relatos  similares  de  los  capítulos 
del  Génesis  20  y  21  por  un  lado  con  el  de  26  por  otro,  y  obten- 
-dremos  el  siguiente  resultado: 


Caps.  20  y  21 


Cap.  26 


Abraham  mora   en  Gerar, 


Isaac  mora  en  Gerar,  donde 


124 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


donde  reinaba  Abimelec,  en 
el  país  de  los  filisteos  (20,  1 ; 
21,  32.  34). 

Abrahani,  por  temor  de  que 
lo  mataran  para  arrebatarle 
su  mujer,  dice  que  ésta  es  su 
hermana  (20,  2,  11). 

El  rey  Abimelec  se  apodera 
de  Sara,  la  mujer  de  Abraham  ; 
pero  advertido  por  Dios 
(Elohim)  de  que  ésta  era 
casada,  la  devuelve  a  su  ma- 
rido, a  quien  reprocha  su 
mentira  (20,  2,  3,  7,  9). 

Después  de  esto,  Abraham 
hizo  una  alianza  jurada  con 
Abimelec  y  su  general  Picol 
(21,  22-27)  y  con  Ahuzat 
(según  la  versión  de  los 
LXX). 

A  causa  de  disputas  por  un 
pozo  de  agua  con  Abimelec, 
Abraham  le  da  a  éste  7  corde- 
ros, para  atestiguar  que  el 
había  cavado  ese  pozo,  por  lo 
cual  se  llamó  aquel  lugar 
"Besr  -  seba"  (de  beer,  "po- 
zo", y  seba,  "siete  o  de  los  sie- 
te" —  explicación  de  J),  21, 
28-31^  agregándose  en  31^ 
que  el  nombre  "Beer  -  seba" 
se  debe  a  que  allí  juraron  los 
dos  (explicación  de  E,  que 
hace  derivar  seba,  de  la  raíz 
saba,  de  donde  procede  el  ver- 
bo nisba  "jurar",  L.B.d.C.) 


reinaba  Abimelec,  rey  de  los 
filisteos  (vs.  1,  3,  6). 

Isaac,  por  temor  de  que  lo 
mataran  para  arrebatarle  su 
mujer,  dice  que  ésta  es  su  her- 
mana (v.  7). 

El  rey  Abimelec  se  da  cuen- 
ta de  que  Rebeca  es  la  mujer 
de  Isaac,  por  lo  que  reprocha 
a  éste  su  mentira,  y  dió  la  or- 
den de  que  el  que  tocare  a 
Isaac  o  a  Rebeca  sería  muer- 
to (vs.  8-11). 

Después  de  esto,  Isaac  hizo 
una  alianza  jurada  con  Abi- 
melec, su  general  Picol  y  su 
amigo  o  consejero  Ahuzat 
(vs.  26-31). 

En  aquel  mismo  día,  los  es- 
clavos de  Isaac  le  comunica- 
ron que  acababan  de  encon- 
trar agua  en  el  pozo  que  es- 
taban cavando.  E  Isaac  lo  lla- 
mó Seba  o  Sebua,  "juramen- 
to", por  eso  el  nombre  de 
aquella  ciudad  es  Beer  -  seba, 
"pozo  del  juramento",  hasta 
el  día  de  hoy  (vs.  32,  33). 


2324.  La  similitud  de  los  relatos  colocados  frente  a  fren- 
te, que  anteceden,  muestra  que  se  trata  de  la  misma  tradición 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


125 


aplicada  por  unos  a  Abraham,  y  por  otros  a  Isaa,c.  Además 
de  esta  variante  había  distintas  tradiciones  sobre  la  etimolo- 
gía del  nombre  "Beer  -  seba",  puesto  por  Abraham :  según  una, 
significaría  "el  pozo  de  los  siete",  por  el  número  de  corderos 
que  le  dió  ese  patriarca  a  Abimelec ;  y  según  otra,  dicho  nom- 
bre significaría  "pozo  del  juramento",  porque  allí  juraron 
Abraham  y  Abimelec  su  alianza;  y  por  último,  esa  denomi- 
nación de  "pozo  del  juramento"  provendría  no  de  Abraham 
sino  de  Isaac.  Todas  estas  tradiciones  son  indiferentes  a  la  cro- 
nología, pues  en  la  última  aparece  Isaac  tratando  con  los  mis- 
mos personajes  que  con  ellos  había  hecho  alianza  Abraham 
125  años  antes ;  y  no  se  repara  en  flagrantes  anacronismos  co- 
mo el  de  expresar  que  Abimelec  era  rey  de  los  filisteos,  cuando 
éstos  se  instalaron  en  Palestina,  en  el  siglo  XII,  en  época  del 
faraón  Ramsés  III,  o  sea,  ocho  siglos  después  de  la  época  en 
que  se  pretende  que  vivió  aquel  patriarca.  Y  con  respecto  al 
nombre  "Beer  -  seba",  el  asunto  se  complica  más  para  la  or- 
todoxia, si  se  tiene  presente  que  en  el  cap.  21,  antes  de  que 
Abraham  pusiei^a  tal  denominación  al  citado  pozo,  de  donde 
salió  el  nombre  de  esa  ciudad  y  paraje  (§  2291),  ya  se  mencio- 
na Eeer  -  seba  como  la  región  del  desierto  por  donde  anduvo 
vagando  Agar  (v.  14;  §  2280).  Esas  tradiciones  recogidas  por 
J  y  E,  tendían  o  bien  a  explicar  la  antigua  alianza  de  los  israe- 
litas con  los  habitantes  de,  Gerífr,  o  bien  a  comprobar  los  de- 
rechos exclusivos  de  aquéllos  al  pozo  de  Beer  -  seba  (§  2292). 
Lo  más  curioso  respecto  a  esto  último  es  que  en  Beer  -  seba 
no  había  un  solo  pozo,  sino  siete,  que  todavía  existen  en  el  día 
de  hoy  y  dan  excelente  agua  a  unos  13  metros  de  profundidad, 
encontrándose  la  ciudad  actual,  llamada  Tell  -  es  -  Sebaa,  algo 
al  Oeste  de  la  antigua,  por  todo  lo  cual  juzgamos  que  la  eti- 
mología de  aquel  nombre  bíblico  en  vez  de  proceder  de  "pozo 
de  los  siete",  derive  de  "los  siete  pozos". 

2325.  Creemos  que  será  interesante  para  el  lector  cono- 
cer los  rebuscados  medios  empleados  por  la  ortodoxia  para  de- 
fender a  toda  costa  la  veracidad  de  los  textos  de  las  Sagradas 
Escrituras.  Scío  —  ortodoxo  católico,  que  concuerda  en  este  ca- 
so con  el  ortodoxo  protestante  H.  B.  Pratt  (t^  I,  ps.  45,  48),  — 
anotando  Gén.  26,  26,  dice:  "Cotéjese  este  lugar  con  el  cap. 
21,  22,  23,  y  parece  que  las  mismas  personas  que  visitaron  a 


126 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


Abraham  y  que  hicieron  alianza  con  él,  son  las  que  se  nom- 
bran aquí.  Solamente  que  allí  no  se  lee  Ochozat  (Ahuzat),  aun- 
que en  los  LXX  se  halla  en  entrambos  lugares.  Por  esto  San 
Agustín  creyó  que  fué  el  mismo  Rey  el  que  hizo  una  alianza 
tan  estrecha  con  Abraham  y  con  Isaac.  Pero  parece  más  vero- 
símil que  son  dos  personas  diferentes.  El  nombre  Abimelec, 
que  significa  mi  padre  Rey,  era  común  a  todos  los  reyes  de 
Gerar  (gratuita  suposición),  como  ya  hemos  observado  que 
acontecía  también  con  otros :  y  es  creíble  que  no  se  permitía 
subir  al  trono  de  Gerar,  sino  a  los  que  podían  decir:  Mi  padre 
era  Rey  (véase  §  466),  esto  es,  a  los  Príncipes  cuyos  padres  ha- 
bían reinado.  Del  mismo  modo  el  nombre  Phicol  era  igualmen- 
te común  a  los  generales  de  ejército  (otra  suposición  tan  te- 
meraria como  la  anterior).  Significa  la  boca  de  todos  o  el  que 
hace  rostro  a  todos,  porque  de  su  boca  y  de  sus  órdenes  depen- 
día todo  un  ejército.  Y  de  la  misma  manera  conviene  a  un  ca- 
pitán de  guardias,  como  que  está  siempre  al  lado  del  Rey.  Ul- 
timamente el  nombre  Ochozat,  según  S.  Jerónimo,  significa 
acompañamiento,  como  si  dijera  la  corte  de  los  que  acompa- 
ñaban a  Abimelec  (?),  cuando  pasó  a  visitar  a  Isaac  y  a  fir- 
mar con  él  un  tratado  de  alianza".  Como  se  ve,  las  más  claras 
y  evidentes  repeticiones  del  mismo  suceso,  así  como  las  con- 
tradicciones y  los  mayores  absurdos  de  la  Biblia,  encuentran 
fácil  explicación  en  los  prejuicios  de  la  ortodoxia.  Recuérdese 
al  efecto,  la  interpretación  que  el  mencionado  Scío  da  del  vo- 
cablo latino  Vomens,  manifiesto  error  de  traducción  de  San 
Jerónimo  (§  1641). 

2326.  J  y  E  no  nos  dan  más  datos  de  Isaac;  pero  P,  que 
explica  diversamente  que  aquéllos  el  viaje  de  Jacob  a  Padán  - 
Aram,  (§  2318-2320),  manifiesta  que  después  de  20  años,  a 
su  regreso  de  ese  viaje,  "Jacob  llegó  junto  a  Isaac,  su  padre, 
en  Mamré,  en  Kiryat  -  Arba,  hoy  Hebrón,  donde  habían  mo- 
rado Abraham  e  Isaac.  Isaac  vivió  180  años  y  después  expiró. 
Murió  y  fué  reunido  a  los  suyos,  viejo  y  harto  de  días,  y  lo 
sepultaron  sus  hijos  Esaú  y  Jacob"  (35,  27  -29).  Según  J'  y 
E,  Esaú  hacía  mucho  que  se  había  establecido  en  el  país  de 
Edom  o  de  Seir,  donde  era  una  especie  de  reyezuelo,  que  dis- 
ponía de  un  ejército  propio  (32,  3-8;  33,  1),  mientras  que  pa- 
ra P,  Esaú  permanecía  todavía  en  Hebrón,  junto  a  su  padre. 


EL  PATRIARCA  ISAAC 


127 


al  regreso  de  su  hermano,  con  quien,  juntos,  sepultaron  a 
Isaac.  Los  relatos  de  unos  y  otros  documentos  bíblicos  difie- 
ren fundamentalmente  sobre  los  referidos  hechos  relacionados 
con  ese  patriarca.  Reconoce  Scío  que  sólo  "una  acción  memo- 
rable leemos  en  la  vida  de  Isaac,  y  aun  de  ésta  solamente  Dios 
y  Abraham  fueron  los  testigos ;  todo  el  resto  de  sus  acciones 
quedó,  como  sepultado  en  el  silencio  y  en  el  retiro",  agregan- 
do que  algunos  santos  han  dicho  que  sobresalieron :  "la  fe  en 
Abraham,  la  esperanza  en  Isaac,  y  los  trabajos  de  la  caridad  y 
de  la  paciencia  en  Jacob". 


CAPITULO  IV 


El  patriarca  Jacob 


EL  SUEÑO  DE  JACOB  EN  BETHEL.  —  2327.  En  el 
capítulo  anterior  ya  hemos  hablado  del  nacimiento  de  Jacob 
y  del  modo  cómo  obtuvo  el  derecho  de  primogenitura  y  la  ben- 
dición de  su  padre  Isaac;  así  que  ahora  prosep:uiremos  su  his- 
toria, — que  nos  es  relatada  con  fragmentos  principalmente  de 
J  y  E,  —  arrancando  de  su  partida  de  Beerseba,  en  viaje  para 
Carán  o  Harán.  En  Gén.  28,  se  lee:  "11  Jacob  llegó  casualmen- 
te al  lugar  (sagrado),  y  se  instaló  allí  para  pernoctar,  porque 
ya  se  había  puesto  el  sol,  y  tomando  una  de  las  piedras  allí 
existentes,  se  la  puso  de  cabecera  y  se  acostó  en  ese  lugar. 
12  Y  soñó  que  veía  una  escalera  apoyada  en  la  tierra  y  cuyo 
extremo  tocaba  en  el  cíelo;  y  ángeles  de  Elohím  subían  y  ba- 
jaban por  ella,  13  Y  he  aquí  Yahvé  estaba  de  píe  cerca  de  él, 
y  le  dijo :  "Yo  soy  Yahvé,  el  dios  de  Abraham  tu  padre,  y  el 
dios  de  Isaac:  la  tierra  en  que  estás  acostado,  te  la  daré  a  ti 
y  a  tu  posteridad.  14  Y  será  tu  posteridad  tan  numerosa  como 
el  polvo  de  la  tierra:  te  extenderás  hacía  el  occidente  y  hacia 
el  oriente,  hacia  el  septentrión  y  hacia  el  mediodía,  y  todos  los 
pueblos  de  la  Tierra  anhelarán  ser  bendecidos  como  tú  y  como 
tu  posteridad.  15  Estaré  contigo  y  te  guardaré  dondequiera 
que  vayas,  y  te  haré  volver  a  esta  tierra,  porque  no  te  abando- 
naré hasta  que  haya  ejecutado  lo  que  te  he  prometido".  16  Des- 
pertóse Jacob  de  su  sueño  y  dijo:  "¡Ciertamente  Yahvé  está 
en  este  lugar,  y  yo  no  lo  sabía!".  Y,  atemorizado  dijo:  "¡Cuán 
terrible  es  este  lugar!,  no  puede  ser  sino  la  casa  de  Elohím. 
Aquí  está  la  puerta  del  cíelo".  18  Al  día  siguiente  temprano, 
tomó  Jacob  la  piedra  que  había  puesto  como  almohada,  la  eri- 
gió como  estela  y  derramó  aceite  en  su  parte  superior.  19  Y 
llamó  a  aquel  lugar,  Bethel;  pero  originariamente  la  ciudad 
se  llamaba  Luz.  20  Después  Jacob  hizo  este  voto:  "Sí  estuvie- 


EL  PATRIARCA  JACOB 


129 


re  Elohim  conmigo,  si  me  guardare  en  el  viaje  que  hago,  si 
me  diere  pan  para  comer  y  ropa  para  vestirme,  21  de  modo 
que  vvielva  en  paz  a  la  casa  de  mi  padre,  entonces  Yahvé  será 
mi  dios ;  22  y  esta  piedra  que  he  erigido  como  estela  será  para 
mí  una  casa  de  Elohim,  y  de  todo  lo  que  me  dieres,  te  daré  el 
diezmo". 

2328.  Tal  es  el  relato  biblico  del  célebre  sueño  llamado 
de  "la  escala  de  Jacob",  en  el  que  se  han  amalgamado  dos  dis- 
tintas tradiciones  tendientes  a  explicar  el  origen  del  venerado 
santuario  de  Bethel,  —  origen  que  en  12,  8  se  atribuye  a  Abra- 
ham,  §  2558-9  — :  según  J  la  santidad  de  ese  lugar  se  debe  a 
que  allí  se  le  apareció  Yahvé  a  Jacob ;  mientras  que  según  E, 
este  patriarca  reconoció  dicha  santidad,  porque  allí  estaba  la 
puerta  del  cielo,  en  virtud  de  la  escalera  que  comunicaba^  di- 
cha mansión  con  la  Tierra.  Sabido  es  que  para  los  antiguos  is- 
raelitas, el  cielo  era-  una  bóveda  sólida  que  descansaba  en  las 
altas  montañas  del  horizonte,  bóveda  encima  de  la  cual  esta- 
ban los  grandes  depósitos  de  agua  de  Yahvé,  la  que  éste  arro- 
jaba a  la  tierra,  cuando  abría  las  ventanas  celestiales  (Gén. 
1.  6-8;  8,  11,  12;  nuestra  Introducción,  §  45),  región  que  una 
vez  los  hombres  tentaron  de  escalar,  construyendo  la  torre  de 
Babel,  lo  que  causó  tan  terrible  susto  al  mencionado  dios,  que 
no  encontró  otro  medio  de  librarse  del  peligro  que  lo  amenaza- 
ba, que  diversificar  el  lenguaje  común  utilizado  por  los  primi- 
tivos (§  2178).  Como  en  sueños  no  hay  nada  imposible,  nos 
encontramos  ahora  que  Jacob  vió  una'  altísima  escalera  que 
partiendo  del  punto  donde  él  dormía,  se  apoyaba  en  el  cielo 
y  por  allí  subían  y  bajaban  ángeles,  de  lo  que  lógicamente  se 
deduce  que  si  éstos  necesitaban  de  una  escala  o  aparato  con 
peldaños  para  ascender  al  cielo  o  bajar  de  él,  no  habrían  de- 
bido tener  alas,  las  que  les  hubieran  ahorrado  ese  trabajo. 

2329.  Pero  lo  curioso  del  caso  es  que  el  texto  original  no 
habla  de  ángeles,  en  el  concepto  moderno,  sino  de  "manifesta- 
ciones divinas",  como  traduce  Reuss,  o  de  "manifestaciones  de 
Elohim",  como  vierte  Turmel  (Hist.  des  Dogmes,  t^  IV,  p. 
49).  En  la  primitiva  religión  israelita,  como  en  la  de  casi  todos 
los  pueblos  semíticos,  con  los  vocablos  El  o  Elohim  se  desig- 
naban fuerzas  divinas  o  espíritus  misteriosos  o  divinidades 
anónimas  de  vida  colectiva  (§  71).  Esos  Elohim,  generalmen- 


130 


EL  PATRIARCA  JACOB 


te  invisibles,  solían  a  veces  aparecerse  a  algún  favorecido  por 
la  divinidad,  y  entonces  el  que  había  recibido  tal  merced  per- 
petuaba el  recuerdo  del  acontecimiento,  erigiendo  una  estela 

0  un  santuario.  Después  que  Moisés  introdujo  en  las  tribus 
hebreas  el  culto  de  Yahvé  (§  362  -  4),  este  dios  reemplazó  a  los 
Elohim,  y  fué  el  que  intervenía  en  todas  las  luchas  de  su 
pueblo,  hasta  el  extremo  de  exterminar  a  eucmicfos  de  Israel, 
como  los  amorreos,  apedreándolos  desde  el  cicio  (Jos.  10,11; 
§  374).  Los  Elohim  se  convirtieron  entonces  en  servidores  y 
consejeros  de  Yahvé  y  constituyeron  la  corte  o  el  ejército  de 
este  dios  nacional  (I  Rey.  22,  19-22;  Job,  1,  6;  2,1;  §  81).  De 
entre  .-sos  Elohim,  se  citan  como  clases  aparte,  los  serafines 
y  los  querubines.  Los  primeros,  según  una  visión  de  Isaías  (6, 

1  -7;  §  2866),  son  de  forma  humana,  —  lo  mismo  que  Yahvé, 
al  que  vió  aquel  profeta  sentado  en  un  trono,  —  )-  estaban  pro- 
vistos de  tres  pares  de  alas:  con  un  par  de  ellas  se  cubrían  el 
rostro,  con  otro  las  partes  sexuales  e  inferiores  (lo  que  por 
eufemismo  se  traduce :  "se  cubrían  los  pies") ;  y  las  dos  alas 
restantes  les  servían  para  volar.  Esos  Elohim  revestidos  de 
tan  fantástica  librea  eran,  como  dice  Loisy,  "los  asesores  o  más 
bien  los  chantres  o  cantores  perpetuos  de  la  divinidad,  siéndo 
su  liturgia  una  sublimación  de  la  del  templo"  (La  Reí.  d'Isr. 
p.  167).  Como  su  nombre  deriva  del  verbo  hebreo  saraí,  "que- 
mar", o  del  substantivo  saraf,  "serpiente",  ciertos  autores  rela- 
cionan esos  seres  misteriosos  con  las  serpientes  ardientes  en- 
viadas por  Yahvé  contra  su  pueblo  en  el  desierto,  que  le  pedía 
pan  y  agua  (Núm.  21,  5,  6),  a  las  que  Isaías  llama  serpientes 
ardientes  voladoras  (Is.  14,  29;  30,  6;  §  262),  por  lo  que  Ch. 
Autran  escribe:  "Los  serafines  son  la  palabra  serafim,  plural 
de  saraf,  que  designa  una  serpiente  de  veneno  abrasador,  por- 
que saraf,  verbo,  significa  quemar.  Son  serpientes  angelizadas; 
pero  no  son  ángeles"  (Mithra,  p.  201).  Sin  embargo,  nos  pare- 
ce más  acertada  la  opinión  de  aquellos,  como  W.  Corswant, 
ex  -  Rector  de  la  Universidad  de  Neuchatel,  que  creen  que  en 
un  principio  los  serafines  personificaban  ios  relámpagos,  con- 
siderados como  serpientes  de  fuego  celestes,  aun  cuando  en  la 
visión  de  Isaías  constituyen  un  cuerpo  de  cantores  en  el  cielo, 
especie  de  guardia  de  corps  al  servicio  de  Yahvé  (Dict.  Encyc, 
t°  II,  p.  658).  En  cuanto  a  los  querubines,  comenzaron  por  ser 


EL  PATRIARCA  JACOB 


131 


esculturas  de  seres  alados  (Ex.  25,  18;  I  Rey.  6,  23  -  29;  §  1370), 
para  luego  transformarse  en  cabalgaduras,  o  bestias  de  tiro  de 
Yahvé  (Sal.  18,  10;  Ez.  9,  3;  10,  4,  19,  22;  §  1139),  y  concluir 
en  seres  celestiales,  especie  de  gendarmes  de  este  dios  (Gén. 
3,  24;  §  2091).  Los  querubines,  seres  híbridos,  semi-animales 
alados,  son  de  origen  babilónico  y  comprueban  el  influjo  de 
las  religiones  extranjeras,  —  especialmente  de  las  de  los  pue- 
blos con  los  que  los  israelitas  estuvieron  en  contacto,  —  sobre 
la  religión  de  estos  últimos. 

2330.  Desde  la  época  del  destierro  hizo  grandes  progre- 
sos la  angelología  judia,  gracias  a  la  niiluencia  babilónica  y 
persa,  y  a  la  mayor  elevación  que  iba  adquiriendo  la  teodicea 
del  pueblo  cautivo.  En  efecto,  afniado  c-l  seiitaniento  religioso, 
se  corrigieron  o  enmendaron  antiguo-;  textos  en  los  que  mu- 
chas veces  intervenía  Yahvé  p^rs  miluicnte  en  sus  relaciones 
con  los  hombres,  sustiruyendo  a  este  dios,  —  que  en  adelante 
de  nacional  se  convirtió  en  universal,  —  por  una  hipóstasis 
suya,  que  desempeña  el  papel  de  mensajero  de  aquél,  y  al  que 
se  denomina  "el  maleak  o  el  ángel  de  Yahvé",  (§  365-6).  En 
todos  los  profetas  posteriores  a  Ezequiel  se  reconoce  la  influen- 
cia babilónica  y  del  Irán.  En  Ezequiel,  los  seis  ángeles  verdu- 
gos y  el  que  llevaba  un  tintero  en  la  cintura  (9,  2-11),  recuer- 
dan a  Nabú,  el  séptimo  dios  -  escriba  de  Babilonia.  En  Zaca- 
rías, contemporáneo  de  Darío  I,  aparece  el  ángel  que  le  explica 
al  profeta  sus  visiones  y  le  sirve  de  guía,  o  sea,  el  ángel  exé- 
geta,  como  en  Persia  (1,  9,  19,  21,  etc.)  ;  sus  ángeles  carecen 
de  nombres  propios ;  y  se  acentúa  la  personalidad  del  elohim 
Satán,  como  acusador  o  adversario,  que  se  opone  al  ángel  de 
Yahvé,  al  sumo  sacerdote  Josué  y  al  pueblo  escogido  que  és- 
te representa  (Zac.  3,  1).  "Los  siete  ojos  de  Yahvé,  que  reco- 
rren toda  la  tierra"  (Zac.  4,  10)  equivalen  a  los  siete  aludidos 
ángeles  de  Ezequiel,  los  cuales  son,  a  su  vez,  un  eco  de  los 
siete  Ameshas  Spentas  o  genios  benéficos  persas.  A  estos  úl- 
timos se  oponían  simétricamente  siete  daevas  o  demonios,  ca- 
da uno  con  nombre  propio,  contándose  entre  ellos  Aeshma 
daeva,  demonio  de  la  sensualidad  en  el  Avesta,  convertido  en 
Asmodeo,  en  la  literatura  judía  posterior  (Xob.  3,  6,  8),  y  de- 
nominado Asmedai  en  el  Talmud.  Con  el  escritor  reciente  de 
Daniel  (siglo  II  a.  n.  e.)  llegamos  al  período  de  los  grandes 


132 


EL  PATRIARCA  JACOB 


ángeles,  que  tienen  nombre:  Gabriel  y  Miguel  (Dan.  8,  16;  10, 
21).  Según  el  Talmud  de  Jerusalén,  "los  nombres  de  los  ánge- 
les fueron  traídos  por  los  judíos  de  Babilonia".  Son  también 
postexílicos  los  ángeles  de  la  guardia,  de  los  cuales  cada  hom- 
bre tiene  el  suyo,  y  cuyas  funciones  corresponden  a  las  de  los 
genios  de  la  religión  irania,  llamados  fravashis  (nuestra  In- 
troducción, §  350).  El  angelismo,  escribe  Ch.  Autran,  preva- 
leció en  la  Haggada  y  en  el  Talmud  (nuestro  t°  I,  ps.  473  -4), 
y  cada  vez  adquirió  mayor  desarrollo  en  la  literatura  judía  no 
canónica,  como  en  el  libro  de  Enoc.  "Ese  proceso  proseguirá 
en  adelante  a  través  de  toda  la  literatura  apocalíptica,  y  nos 
encamina  por  transición  normal  a  las  especulaciones  angeloló- 
gicas  de  los  Padres  de  la  Iglesia  y  de  lo^  Doctores ;  hacia  esas 
prestigiosas  jerarquías  de  serafines,  querubines,  tronos,  po- 
testades, dominaciones,  virtudes,  etc.,  que  serán  uno  de  los 
últimos  reflejos  literarios  de  la  Babilonia  mazdea  en  los  es- 
critos "inspirados"  de  la  teología  judeo  -  cristiana"  (Mithra,  p. 
212;  Col.  1,  16). 

2331.  Continuando  con  el  examen  de  la  parte  del  cap.  28 
del  Génesis  transcrito  en  §  2327,  notemos :  1°  que  la  generalidad 
de  las  traducciones  ortodoxas  alteran  el  comienzo  del  v.  13, 
jDara  que  no  aparezca  el  dios  Yahvé  de  pie  ante  Jacob  acosta- 
do, y  recuérdese  al  efecto  las  adulteraciones  que  le  hizo  su- 
frir la  Masora  al  texto  bíblico  para  evitar  heclios  como  el  in- 
dicado (§  34).  2^  Que  al  felón  de  Jacob,  Yahvé  en  vez  de 
castigarlo,  se  le  aparece  para  bendecirlo  y  hacerle  las  mismas 
portentosas  promesas  que  a  Abraham  (Gén.  13,  14-17).  ¡Y 
sosténgase  después  que  la  religión  es  la  base  de  la  moral,  y 
que  ésta  no  puede  subsistir  sin  aquélla!  3^  En  el  v.  17  hay  dos 
tradiciones  yuxtapuestas,  como  nota  L.B.d.C:  según  una,  la 
más  arcaica,  el  lugar  santo  de  Bethel  es  la  residencia  misma 
de  Elohim ;  mientras  que  según  otra,  Elohim  mora  en  el  cielo 
y  Bethel  es  la  puerta  de  su  palacio  celestiai,  porque  de  allí  parte 
la  escala  misteriosa  que  de  la  tierra  llega  a  aquél.  4°  Jacob, 
al  día  siguiente  de  su  sueño,  tomó  la  piedra  que  había  pues- 
to como  almohada,  la  plantó  en  el  suelo  a  manera  de  pilar  o 
estela  y  la  ungió  o  hizo  sobre  ella  una  libación  de  aceite,  lo 
que  constituía  un  sacrificio  a  la  divinidad  que  reconocía  que 
allí  moraba.  Este  es  un  ejemplo  típico  del  culto  de  las  pie- 


EL  PATRIARCA  JACOB 


133 


dras,  tan  generalizado  en  los  antiguos  pueblos  semíticos 
(§  88,  89).  Sobre  esto  escribe  Lods  lo  siguiente:  "El  lugar 
donde  Jacob  había  dormido,  era,  sin  que  él  lo  supiese,  un 
lugar  santo,  una  de  las  puertas  del  cielo,  o,  como  lo  explica 
la  versión  paralela,  más  arcaica,  del  yahvista,  una  "casa  de 
elohim",  un  lugar  habitado  por  uno  o  muchos  seres  divinos 
(los  que  viera  en  su  sueño).  Esta  propiedad  maravillosa  se 
concentraba  muy  especialmente  en  la  piedra  que  por  azar 
había  tomado  por  almohada,  pues  es  ella,  aparentemente,  la 
que  le  provocara  el  sueño,  y  es  a  ella,  en  todo  caso,  que  Ja- 
cob aporta  su  ofrenda  de  aceite.  Es  a  ella,  por  último,  a  la 
que  hace  el  voto  de  que,  si  le  va  bien  en  el  viaje,  la  recono- 
cerá por  lo  que  es,  una  casa  de  elohim,  la  residencia  de  un 
dios.  Tenemos  aquí,  explícitamente  formulada,  una  concep- 
ción evidentemente  muy  antigua  de  la  naturaleza  y  el  papel 
de  las  piedras  santas   El  pensamiento  primero  de  los  se- 
mitas, ai  alzar  una  piedra  —  cuando  una  divinidad  había  ma- 
nifestado su  presencia  en  algún  lugar  — ,  era  ofrecer  al  ser 
sobrenatural  una  residencia  donde  el  hombre  pudiese  en  ade- 
lante entrar  en  relación  con  él  de  modo  permanente ;  en  par- 
ticular, hacerle  llegar  la  sangre  de  las  víctimas"  (La  Reí.  de 
Israel,  ps.  17-19). 

2332.  Termina  el  relato  del  sueño  en  Bethel,  con  el  vo- 
to que  formula  Jacob :  si  Elohim  lo  ayuda  en  adelante  y  le 
permite  regresar  en  paz  a  casa  de  su  padre  Isaac,  entonces 
Yahvé  será  su  dios,  y  la  estela  erigida  la  considerará  "casa 
de  Elohim",  y  dará  diezmo  a  dicha  divinidad.  Esta  es  la  pri- 
mera vez  que  se  habla  de  votos  en  la  Biblia.  El  voto  era  una 
práctica  muy  generalizada  en  la  antigüedad,  y  que  subsiste 
aún  en  el  día  de  hoy,  la  que  consiste  en  prometer  algo  a  una 
divinidad,  a  cambio  de  un  servicio  que  de  ésta  se  solicita,  ca- 
si siempre  en  momentos  críticos  de  la  vida;  y  más  raramen- 
te consiste  en  la  promesa  hecha  a  aquélla,  en  agradecimien- 
to por  algún  suceso  feliz  que  el  interesado  atribuye  a  la 
misma  deidad.  Salvo  este  último  caso,  el  hacer  votos  se  ins- 
pira en  una  disposición  de  ánimo  egoísta,  carente  de  toda 
elevación  moral ;  en  el  fondo,  es  el  do  ut  des  de  los  romanos, 
o  sea,  un  negocio  que  se  hace  con  la  divinidad,  a  la  que  se 
promete  alguna  cosa  en  cambio  de  algo  de  mucho  mayor 


134 


EL  PATRIARCA  JACOB 


valor  que  ésta  debe  dar  o  realizar.  Jacob  se  muestra  aquí  el 
prototipo  de  su  raza  comerciante,  cuyos  descendientes,  se- 
^ún  leyendas  posteriores,  —  cuando  Moisés  convirtió  en  san- 
gre las  aguas  de  Egipto,  menos  las  de  sus  compatriotas,  — 
aprovecharon  la  oportunidad  para  vender  agua  a  los  egip- 
cios (§  147).  Entre  las  promesas  que  formula  Jacob  al  Elo- 
him  de  Bethel,  —  que  resulta  ser  Yahvé,  en  la  forma  que  es- 
tá redactado  el  relato  — ,  hay  una  que  conviene  destacar:  Ja- 
cob a  cambio  de  que  se  ie  ayude  en  su  viaje  a  Padán  -  Aram, 
y  de  que  se  le  provea  de  alimentos  y  vestido,  promete  que 
"Yahvé  será  su  dios"  en  adelante,  de  donde  se  deduce  lógi- 
camente que  no  lo  era  hasta  entonces.  Este  dato  de  la  leyen- 
da está  de  acuerdo  con  antiguas  tradiciones  de  que  los  pa- 
triarcas "al  otro  lado  del  Eufrates,  servían  a  otros  dioses" 
(Jos.  24.  2). 

2333.  Pretendiendo  desconocer  el  carácter  de  negocio 
que  tiene  el  voto  de  Jacob,  expresa  Scío  que  la  partícula  si 
del  V.  20  "no  es  condicional:  Jacob  no  duda  de  las  promesas 
de  Dios,  y  está  muy  distante  de  hacer  que  dependa  del  cum- 
plimiento de  éstas,  la  obligación  en  que  se  pone   Es  co- 
mo si  dijera:  Señor,  después  que  hubiéreis  estado  conmigo, 

y  me  hubiéreis  acompañado  y  guardado  "  El  ortodoxo 

protestante  Pratt,  en  su  obra  "El  Génesis",  no  se  atreve  a 
negar  que  la  aludida  partícula  si  es  condicional ;  pero  se  es- 
fuerza en  cambiarle  de  sentido  al  voto  de  Jacob,  para  llegar 
a  la  misma  conclusión  que  Scío.  Y  así  escribe :  "La  condi- 
cional hebrea  im,  que  se  traduce  si,  expresa  también  otras  va- 
rias relaciones,  como  ya  que,  puesto  que,  etc.,  y  es  más  vaga 
y  extensiva  en  su  aplicación  que  si  en  castellano"  (p.  333). 
Aceptando  que  la  partícula  hebrea  im  tenga  las  acepciones 
-que  indica  Pratt,  lo  cierto  e  indiscutible  para  cualquier  espí- 
ritu imparcial,  es  que  aquí  tiene  un  sentido  claramente  con- 
dicional, y  la  mejor  prueba  de  ello  la  ofrece  el  mismo  escri- 
tor traduciendo  en  su  Versión  Moderna,  aquella  conjunción 
por  la  condicional  si,  como  Cipriano  de  Valera  y  Scío,  en 
castellano,  y  como  lo  hacen  los  demás  traductores  en  los  dis- 
tintos idiomas.  Lo  que  se  saca  en  consecuencia  de  todo  esto, 
es  que  la  ortodoxia  no  trepida  en  retorcer  el  sentido  de  Jas 


EL  PATRIARCA  JACOB 


135 


palabras  del  texto  bíblico,  cuando  no  las  puede  alterar,  para 
adaptarlas  a  sus  ideas  o  prejuicios. 

2334.  En  cuanto  al  final  del  v.  22,  es  un  agregado  del 
redactor  tendiente  a  darle  carácter  patriarcal  a  la  institución 
levítica  de  los  diezmos.  Según  el  Dict.  Encyc,  muchos  pue- 
blos de  raza  indo-germánica  así  como  semítica,  ofrecían  a  sus 
divinidades  la  décima  parte  de  los  rebaños,  de  los  productos 
del  suelo  y  del  botín  de  guerra.  El  diezmo  israelita  se  inspi- 
raba en  la  idea  de  que  Yahvé  era  el  dueño  de  la  tierra,  de  lo 
que  producía  y  de  lo  que  vive  en  ella,  y  por  lo  tanto,  los  pas- 
tores y  labradores,  considerados  como  arrendatarios  de  aquél, 
debían  pagar  como  renta  al  propietario  el  diezmo  de  los  pro- 
ductos que  obtuvieran  (Lev.  27,  30-  32).  A  ese  principio  fun- 
damental se  añadían :  a)  una  idea  de  propiciación,  ya  que 
convenía  estar  bien  con  el  dueño,  cumpliendo  regularmente 
con  la  obligación  de  abonarle  lo  que  se  le  adeudaba,  pues  de 
lo  contrario  se  incurría  en  el  riesgo  de  suscitar  su  cólera  y 
exponerse  al  castigo  pertinente ;  y  b)  una  idea  de  reconoci- 
miento por  las  bendiciones  recibidas.  Los  fariseos,  observan- 
tes literales  de  la  ley,  daban  hasta  el  diezmo  de  las  hierbas 
de  la  huerta  destinadas  a  la  cocina  (Mat.  23,  23).  Durante 
los  cuatro  primeros  siglos  de  la  Iglesia  primitiva,  ésta  se  li- 
mitó a  recibir  ofrendas  voluntarias ;  pero  paulatinamente  el 
diezmo  fué  adquiriendo  carácter  obligatorio,  el  que  fué  san- 
cionado por  el  segundo  concilio  de  Macón  en  el  año  585.  En 
Francia,  el  diezmo  impuesto  en  beneficio  de  la  iglesia  roma- 
na, fué  abolido  por  la  Revolución  de  1789.  El  diezmo  presu- 
pone un  beneficiario  que  debe  recibirlo,  y  por  lo  tanto,  la 
existencia  de  un  santuario  con  sacerdotes  o  de  una  casta  sa- 
cerdotal, como,  p.  ej.,  los  levitas,  de  modo  que  no  es  razona- 
ble la  promesa  que  se  atribuye  a  Jacob  de  ofrecer  diezmos  en 
Bethel,  donde  en  aquel  momento  del  relato,  sólo  existía  la 
piedra  santa  que  aquél  había  consagrado. 

JACOB  EN  CASA  DE  LABAN.  —  2335.  Después  de 
su  sueño  en  Bethel,  nos  dice  el  cap.  29  del  Génesis,  "Jacob 
se  puso  en  marcha  y  llegó  al  país  de  los  hijos  de  Oriente"  (v. 
1).  En  Carán,  junto  a  un  pozo,  donde  los  pastores  abrevaban 
sus  rebaños,  se  encuentra  con  su  prima  Raquel,  que  venía 


136 


EL  PATRIARCA  JACOB 


con  las  ovejas  de  su  padre,  Labán,  y  le  manifiesta  quien  era. 
Raquel  corre  a  dar  a  su  padre  la  noticia  de  aquel  encuentro; 
llega  Labán  y  luego  de  abrazar  y  besar  a  su  sobrino,  lo  lle- 
va a  su  casa.  Al  cabo  de  un  mes,  le  propone  Labán  a  Jacob 
que  lo  sirva  mediante  un  salario  que  éste  debía  fijar,  y  Ja- 
cob, que  se  había  enamorado  de  Raquel,  le  dice  que  lo  ser- 
virá durante  siete  años,  por  Raquel,  su  hija  menor,  pues  La- 
bán tenía  además  otra  hija  mayor  llamada  Lea.  Aceptada  la 
propuesta,  "J^cob  sirvió  siete  años  por  Raquel,  y  esos  años 
le  parecieron  como  unos  pocos  días,  por  el  amor  que  le  te- 
nía" (v.  20).  Terminado  el  plazo  estipulado,  Jacob  reclama 
la  paga  convenida,  es  decir,  pide  que  se  le  dé  Raquel,  y  en 
consecuencia,  Labán  invitó  a  las  gentes  del  lugar  para  el  ban- 
quete de  bodas,  fiesta  que  duraba  siete  días.  En  la  noche  del 
l>rimer  día,  cuando  siguiendo  prácticas  que  aún  hoy  subsis- 
ten en  el  Oriente,  se  consumaba  el  matrimonio,  Labán  "to- 
mó a  su  hija  Lea  y  se  la  trajo  a  Jacob,  quien  se  unió  a  ella" 
(v.  23).  Al  darse  cuenta,  a  la  mañana  siguiente,  de  la  sustitu- 
ción efectuada,  Jacob  increpó  a  su  suegro  por  el  engaño  de  que 
lo  había  hecho  víctima,  y  entonces  Labán  le  responde:  "No 
se  usa  acá  casar  la  menor  antes  que  la  mayor.  Acaba  la  se- 
mana de  bodas  de  ésta,  y  después  te  daré  también  la  otra, 
por  el  servicio  que  me  has  de  hacer  durante  otros  siete  años". 
Consintió  Jacob;  acabó  la  semana  de  bodas  de  Lea;  y  des- 
pués Labán  le  dió  por  mujer  a  su  hija  Raquel",  por  la  que 
prestó  otros  siete  años  de  servicio  (vs.  26-30).  Como  regalo 
de  bodas,  dió  Labán  su  esclava  .Zilpa  a  su  hija  Lea,  y  su  es- 
clava Bilha  a  su  hija  Raquel. 

2336.  Examinando  el  relato  que  hemos  condensado  en 
el  parágrafo  anterior,  se  observa:  1°  Tenemos  aquí  tradicio- 
nes divergentes  respecto  al  lugar  donde  habitaba  Labán.  Se- 
gún el  V.  1,  que  pertenece  al  documento  E,  Jacob  llegó  al 
país  de  los  hijos  de  Oriente,  como  término  de  su  viaje.  Aho- 
ra bien,  con  esa  expresión  se  designaba  la  Transjordania  re- 
corrida por  las  tribus  arameas  o  árabes  del  desierto  (Jue.  6, 
3,  33;  7,  12;  8,  10),  de  modo  que  para  E,  Labán  no  vía  en 
Carán,  más  allá  del  Eufrates  (§  2255),  sino  al  Este  de  Pales- 
tina. "Si  tal  era  la  tradición  primitiva,  se  comprendería  me- 
jor el  tratado  concluido  entre  Jacob  y  Labán  (cap.  31),  que 


EL  PATRIARCA  JACOB 


137 


coloca  en  Galaacl  la  frontera  de  sus  respectivos  países" 
(L.B.d.C.)  —  2°  Nótese  que  la  mujer,  en  aquella  época  de  la 
historieta,  era  considerada  como  simple  cosa,  a  merced  del 
jefe  de  familia.  El  padre  celebra  un  contrato  de  trabajo  por 
el  cual  paga  con  el  matrimonio  de  sus  hijas.  Sobre  el  mohar 
o  precio  que  pagaba  el  novio  por  obtener  esposa,  véase  nues- 
tra obra  "La  libertad"  p.  28.  —  3°  El  matrimonio  israelita  era 
un  acto  que  hoy  llamaríamos  exclusivamente  laico,  es  decir, 
exento  de  toda  ceremonia  religiosa,  que  solía  realizarse  ante 
testigos  que  bendecían  a  los  novios  deseándoles  numerosa 
descendencia  (Gén.  24.  60;  Rut  4.  9-12;  nuestra  Hist.  Polí- 
tica de  los  Papas,  1^  parte,  p.  193).  Se  festejaba  con  un  ban- 
quete bullicioso,  jolgorio  que  se  prolongaba  por  una  sema- 
na (§  514).  —  4^  Toda  la  historia  patriarcal,  es  decir,  la  de 
aquellos  individuos  privilegiados  que  estaban  en  estrechas 
relaciones  con  el  dios  Yahvé,  nos  muestra  a  esta  divinidad 
autorizando  y  bendiciendo  la  poligamia.  Jacob  se  une  a  las 
cuatro  mujeres  nombradas  en  §  2335,  y  en  seguida  veremos 
cómo  ese  dios  favoreció  esas  uniones.  Este  relato  sirve  tam- 
bién para  mostrarnos  la  evolución  de  las  ideas  sobre  el  ma- 
trimonio, pues  si  aquí  es  considerada  como  natural  y  sin  ob- 
jeciones la  unión  del  mismo  hombre  con  dos  hermanas,  va- 
rios siglos  más  tarde,  en  la  época  del  destierro  o  postexílica, 
el  legislador  sacerdotal,  P,  condena  esas  uniones,  en  nombre 
de  Yahvé,  con  pena  de  muerte  (Lev.  18,  18,  24-29).  El  tex- 
to Lev.  18,  18  dice:  "No  tomarás  por  segunda  esposa  la  her- 
mana de  tu  mujer,  descubriendo  su  desnudez,  viviendo  aún 
ella".  En  este  precepto  se  basa  la  iglesia  anglicana  para  pro- 
hibir el  matrimonio  de  un  hombre  con  su  cuñada,  olvidando 
el  final  del  versículo :  "viviendo  aún  ella",  o  sea,  "durante  la 
vida  de  su  mujer". 

2337.  Como  una  de  tantas  muestras  de  los  curiosos  sim- 
bolismos que  descubre  la  ortodoxia  en  la  Escritura,  oigamos 
lo  que  nos  dice  Scío  sobre  el  relato  de  que  tratamos :  "En  la 
historia  de  las  dos  hermanas  reconocen  los  Padres  aquel 
grande  misterio  de  la  reprobación  de  la  Sinagoga,  y  de  la 
elección  de  la  Iglesia,  tomada  y  compuesta  de  los  gentiles. 
Lía  (Lea)  siendo  la  primera  que  fué  desposada,  tuvo  el  grado 
de  verdadera  esposa ;  pero  solamente  logró  el  segundo  lugar 


138 


EL  PATRIARCA  JACOB 


en  el  amor  del  esposo.  Raquel  llegó  la  segunda;  pero  fué 
preferida  en  el  amor  a  la  primera.  Lía  es  figura  de  la  sina- 
goga, Raquel  de  la  Iglesia,  y  Jacob,  de  Jesucristo.  Se  hace 
siervo  para  llegar  a  ser  esposo:  Jacob  compra  a  muy  subido 
precio  una  esposa,  que  hubiera  podido  tener  desde  luego,  al 
modo  que  Eliezer  logró  a  Rebeca  para  esposa  de  Isaac ;  a 
Jacob  le  parecieron  muy  corto  espacio  de  tiempo  tantos  años 
de  servicio,  por  el  grande  amor  que  tenía  a  Raquel.  Cada 
uno  por  sí  puede  ver  que  todo  lo  que  hizo  Jacob  con  Raquel, 
es  una  imagen  muy  viva  de  lo  que  ejecutó  Jesucristo  con  su 
Iglesia".  El  mismo  escritor  nos  informa  que  "era  entonces 
Jacob  de  edad  de  84  años,  y  según  otros,  de  77".  Como  se 
ve,  un  apetecible  partido  para  dos  jóvenes  solteras. 

2338.  A  continuación  el  narrador  bíblico  nos  va  rese- 
ñando las  andanzas  de  las  mujeres  de  Jacob  para  darle  a  éste 
los  doce  hijos,  epónimos  de  las  doce  tribus  de  Israel,  andan- 
zas en  las  que  tuvo  principal  participación  Yahvé,  como  dios 
de  la  fecundidad  (§  386).  Lea,  —  al  ver  que  ella  no  era  ama- 
da por  su  marido  — ,  tuvo  gracias  a  Yahvé,  los  siguientes  hi- 
jos :  Rubén,  Simeón,  Leví  y  Judá.  Raquel,  celosa  de  la  fecun- 
didad de  su  hermana,  pues  era  estéril,  le  dió  a  su  marido  su 
esclava  Bilha,  diciéndole :  "Unete  a  ella,  y  que  dé  a  luz  sobre 
mis  rodillas,  y  así  yo  tendré  hijos  por  medio  de  ella"  (30,  3). 
Jacob,  que  nunca  rechazaba  tales  invitaciones  (vs.  4-12),  tu- 
vo de  Bilha  dos  hijos :  Dan  y  Neftalí ;  y  de  Zilpa,  la  esclava 
de  Lea,  otros  dos :  Gad  y  Aser.  Las  palabras  transcriptas  de 
Raquel  expresan  una  forma  de  adopción  por  la  madre  de  fa- 
milia (BUHL,  p.  46),  o  por  el  jefe  de  la  misma  (Gén.  50,  23). 
Raquel  viendo  un  día  que  Rubén  le  llevaba  a  su  madre  Lea, 
mandrágoras  que  había  encontrado  en  el  campo,  convino  con 
su  nombrada  hermana  en  cederle  a  su  marido  por  una  noche, 
a  cambio  de  dichos  frutos,  que  pasaban  y  pasan  aún  hoy  en 
Oriente,  por  favorecer  la  fecundidad  fémenina  (§  1503).  Por 
eso,  al  regresar  del  campo  Jacob,  por  la  tarde,  le  salió  al  en- 
cuentro Lea,  y  le  dijo:  "Debes  venir  a  mi  tienda,  porque  te 
he  alquilado  (en  hebreo  sakar)  por  las  mandrágoras  de  mi 
hijo"  (^■'.  16).  Como  consecuencia  de  ese  alquiler,  "Elohim 
oyó  a  I-:a,  la  que  concibió  y  dió  a  Jacob  un  quinto  hijo",  (v. 
17)  que  ella  llamó  Isacar.  Continuando  Yahvé  su  eficaz  in- 


BL  PATRIARCA  JACOB 


139 


tervención,  clióle  a  Lea  otro  hijo,  al  que  ella  le  puso  el  nom- 
bre de  Zabulón,  y  una  hija,  Dina.  En  cuanto  a  Raquel,  des- 
pués del  suceso  de  las  mandrágoras,  Yahvé  "se  acordó  de 
ella  y  le  abrió  la  matriz"  (v.  22),  por  lo  que  concibió  y  dió 
■a  luz  a  su  hijo  José.  Según  P,  Raquel  tuvo  también  en  Pa- 
dan-Aram,  otro  hijo,  Benjamín  (35,  23  -26);  pero  según  E, 
éste  último,  cuyo  nacimiento  le  costó  la  vida  a  la  madre,  vi- 
no al  mundo  en  Efrata,  hoy  Bethlehem,  al  regreso  de  Jacob 
en  Palestina.  En  resumen,  pues,  prescindiendo  de  las  hijas 
(30,  21;  37,  35),  Jacob  tuvo  los  siguientes  hijos  varones: 

De  Lea :  Rubén,  Simeón,  Leví,  Judá,  Isacar  y  Zabulón. 

De  Zilpa,  esclava  de  Lea:  Gad  y  Aser. 

De  Raquel:  José  y  Benjamín. 

De  Bilha,  esclava  de  Raquel:  Dan  y  Neftalí. 

2339.  Debemos  destacar  el  empeño  del  narrador  bíbli- 
co en  explicar  el  origen  de  los  nombres  de  los  patriarcas  y  de 
su  descendencia  (§  2308,  2310).  He  aquí  cómo  explica  los 
nombres  de  los  hijos  de  Jacob : 

1.  Rubén,  en  heb.  Re'ubén,  provendría  de  las  palabras 
que,  al  darlo  a  luz,  pronunció  su  madre  Lea:  "Yahvé  vió  mi 
aflicción"  o  "mi  humillación"  (Gén.  29,  32;  en  heb.  ra'a 
be'onyi,  que  Scío  traduce  por  "hijo  de  la  visión  o  de  la  pro- 
videncia). 

2.  Simeón,  en  heb.  Sime'ón,  porque  Lea  al  darlo  a  luz, 
dijo :  "Yahvé  ha  oído  o  ha  sabido  que  yo  no  era  amada  o  que 
era  desdeñada"  (v.  33,  de  sama  o  shama,  oír). 

3.  Leví,  porque  al  nacer,  Lea  exclamó :  Esta  vez  mi  ma- 
rido se  mantendrá  unido  a  mí"  (v.  34,  de  lavá,  mantenerse 
unido). 

4.  Judá,  en  heb.  yehudá,  porque  cuando  nació,  su  ma- 
dre expresó :  "Esta  vez  alabaré  a  Yahvé"  (v.  35,  de  hodá,  dar 
gracias,  alabar,  §  2057). 

5.  Isacar,  en  heb.  is  sakar,  "hombre  de  salario",  porque 
según  J,  Lea  lo  llamó  a  Jacob  para  que  cohabitara  con  ella, 
a  causa,  dijo,  de  que  "yo  te  he  alquilado  por  las  mandrágo- 
ras de  mi  hijo"  (30,  16;  del  verbo  sakar,  alquilar);  mientras 
que,  según  E,  Lea  habría  llamado  Isacar  a  su  quinto  hijo, 
porque  "Elohim  me  ha  dado  mi  salario"  (30,  18,  alusión  al 
referido  significado  hebreo  de  ese  nombre  propio). 


140 


EL  PATRIARCA  JACOB 


6.  Zabulón.  Este  nombre,  anota  L.B.d.C,  se  explica  de 
dos  maneras  distintas :  por  el  verbo  zabad,  dar  ("yo  le  he  da- 
do 6  hijos",  E),  y  por  el  verbo  zabal,  habitar  ("mi  marido 
habitará  conmigo",  J.  30,  20). 

7.  Gad,  significa  "ventura"  o  "buena  fortuna",  y  este 
nombre  se  debería  a  que  Lea  dijo,  en  su  nacimiento:  "¡Qué 
buena  fortuna!"  (30.  11). 

8.  Aser,  "dicha",  se  le  supone  derivado  del  nombre  hebreo 
oser,  "felicidad"  o  del  verbo  isser  "decirse  feliz",  porque  Lea 
cuando  nació  ese  segundo  hijo  de  su  esclava  Zilpa,  exclamó: 
"¡  Cuán  feliz  soy,  pues  las  hijas  me  llamarán  dichosa"  (30,  13). 

9.  José,  probable  contracción  de  Yeosef  (forma  hebrea  que 
se  encuentra  en  Sal.  81,  5).  El  escritor  elohista  lo  hace  pro- 
venir del  verbo  asaf,  "quitar",  porque  Raquel  dijo:  "Elohim 
ha  quitado  mi  oprobio"  (30,  23) ;  mientras  que  para  el  yah- 
vista  procede  de  yasaf,  "aumentar,  añadir",  porque  la  citada 
exclamó:  "Quiera  Yahvé  añadirme  otro  hijo"  (v.  24). 

10.  Benjamín,  llamado  Ben  -  Oni,  "hijo  de  mi  dolor",  por 
su  madre  Raquel,  cuando  se  moria  al  darlo  a  luz,  y  por  su 
padre  Jacob:  Binyamin,  "hijo  de  la  derecha",  probablemente 
"hijo  de  ventura",  porque  era  de  buen  augurio  la  derecha. 

11.  Dan,  porque  al  nacer  este  hijo  de  Jacob,  Raquel  pro- 
nunció estas  palabras :  "Elohim  me  ha  juzgado"  o  "me  ha  he- 
cho justicia"  (en  hebreo:  danani,  30,  6).  Tanto  Dan  como 
Dina  (30,  21)  son  vocablos  relacionados  con  un  verbo  que 
significa  juzgar.  En  Asiria  había  nombres  parecidos:  Assur- 
dan  (Asur  es  juez).  Akri  -  daña  (el  dios  Luna  es  juez). 

Y  12.  Neftalí,  del  heb.  naftulim,  "luchas",  porque  cuan- 
do nació  este  segundo  hijo  de  la  esclava  Bilha,  su  ama  Raquel 
exclamó :  "He  luchado  con  mi  hermana,  luchas  de  Elohim,  y  he 
triunfado"  (30,  8),  es  decir,  en  luchas  cuya  apuesta  debía  ser 
la  maternidad. 

2340.  Tales  son  las  etimologías  orales  de  los  nombres 
de  los  hijos  de  Jacob,  que  nos  da  el  escritor,  considerado  por 
la  ortodoxia  como  divinamente  inspirado,  y  que,  por  lo  tanto, 
deben  ser  la  expresión  fiel  de  la  verdad.  Sin  embargo,  los 
hebraístas  independientes,  aunque  religiosos,  opinan  de  dis- 
tinto modo.  Así.  p.  ej..  el  anotador  del  Génesis  en  L.B.d.C. 
considera  que  se  trata  de  "aproximaciones  ingeniosas  que  no 


EL  PATRIARCA  JACOB 


141 


dan  la  etimología  verdadera  de  los  nombres  de  los  hijos  de 
Jacob,  la  que  es  incierta  y  desconocida".  Reuss  en  nota  a 
Gen.  29,  32  escribe:  "Las  etimologías  que  siguen,  son  en  parte 
imposibles,  —  como  la  de  Judá,  que  debe  significar  alabanza  — , 
y  generalmente  muy  sujetas  a  caución :  Rubén,  ved  un  hijo ; 
Simeón,  pequeño  entendedor;  Leví,  unido.  Todos  estos  nom- 
bres (de  tribus!)  son  de  origen  desconocido  e  incierto,  y  el 
autor  se  ha  tomado  un  trabajo  tan  ingrato  como  superfino 
para  encontrar  el  valor  de  ellos  en  el  lenguaje  de  su  tiempo". 
Hablando  Lods  de  las  etimologías  de  los  relatos  patriarcales, 
que  tendían  a  explicar  el  sentido  de  un  nombre,  expresa:  "Eti- 
mologías sin  pretensión  sabia,  en  las  que  se  muestra  la  in- 
geniosidad poética  o  maliciosa  de  la  imaginación  popular.  Así 
el  nombre  de  Edom  debe  provenir  del  color  rojo  (en  hebreo, 
admoní)  de  los  cabellos  del  abuelo  de  ese  pueblo,  o  bien  del 
famoso  plato  de  lentejas  rojo,  por  el  cual  vendió  su  derecho 
de  primogenitura ;  el  de  Israel,  de  la  victoria  que  obtuvo  el 
antecesor  de  la  nación  sobre  un  dios  en  el  vado  de  Jaboc 
o  Yabboc,  Gén.  32.  28"  (Israel,  p.  176). 

2341.  A  lo  ya  expresado  sobre  dichas  etimologías 
(§  2053  -2061),  agregaremos  estas  observaciones  tocante  a 
algunos  de  los  aludidos  nombres:  GAD.  Opina  L.B.d.C.  que 
el  sentido  primitivo  de  la  exclamación  que  se  le  atribuye  a 
Lea  (30,  11),  quizá  era:  "Gracias  a  Gad",  dios  arameo  de  la 
dicha,  mencionado  en  Is.  65,  11.  La  asimilación  del  nombre 
de  Gad  a  una  divinidad  extranjera,  como  también  es  el  caso 
de  Aser,  Dan  y  Neftalí,  todos  hijos  de  esclavas  (Bilha  y 
Zilpa,  §  2254),  hace  suponer  que  cuando  Israel  ocupó  Pales- 
tina, se  fusionaron  con  dicho  pueblo  clanes  cananeos.  —  ASER. 
Nota  también  L.B.d.C.  que  Aser  "era  el  nombre  de  una  lo- 
calidad o  de  una  tribu  de  Palestina  desde  la  época  de  Tutmo- 
sis  III  (antes  de  la  llegada  de  los  israelitas;  §  19),  y  quizá 
originariamente  el  de  un  dios  cananeo  de  la  dicha  corres- 
pondiente a  la  diosa  Ashera".  Al  respecto  escribe  Lods:  "En 
uno  de  los  poemas  de  Ras  Shamrá  y  en  diversos  textos  egip- 
cios, Aser,  Zabulón,  Simeón,  Leví  y  quizá  Jacob  y  Josef 
figuran  entre  los  nombres  de  poblaciones  o  distritos  de  Pa- 
lestina, en  los  siglos  XV.  XIV  y  XIII  (§  24).  Pero  nada 
sugiere  que  sea  cuestión  de  tribus  no  cananeas.  Podría  tra- 


142 


EL  PATRIARCA  JACOB 


tarse  de  nombres  geográficos  indígenas,  que  habrían  adop- 
tado más  tarde  ciertas  tribus  hebreas,  después  de  su  instala- 
ción en  el  país"  (La  Reí.  de  Isr.  p.  38).  Probablemente  el 
nombre  Aser  esté  relacionado  con  la  ubicación  de  la  tribu, 
que  gozaba  de  envidiable  prosperidad  por  hallarse  próxima 
a  la  costa  del  mar  (Jue.  5,  17).  —  BENJAMIN.  El  sentido  pri- 
mitivo de  este  nombre  debió  ser  "hijo  del  Sur",  porque  como 
los  hebreos  para  orientarse  se  ponían  de  frente  al  lugar  de 
la  salida  del  Sol,  quedaba  el  Sur  a  su  derecha,  y  la  tribu  de 
Benjamín  era  la  más  meridional  de  las  tribus  relacionadas 
con  Raquel  (L.B.d.C;  nuestro  t°  II,  ps.  401-3).  En  cuanto 
a  que,  según  la  tradición,  Benjamín  fué  el  único  de  sus  her- 
manos que  nació  en  Canaán.  eso  significaría,  a  juicio  de  I.ods, 
que  esa  tribu,  a  diferencia  de  las  otras,  no  se  constituyó  sino 
después  de  la  instalación  de  Israel  en  Palestina  (La  Reí.  de 
Isr.  p.  37). 

EL   ENRIQUECIMIENTO   DE   JACOB.  —  2342.  A 

Jacob  le  nacieron,  de  sus  distintas  mujeres,  once  hijos,  y  por 
lo  menos  una  hija,  (§  2338;  Gén.  30.  21)  durante  siete  al.os 
(29,  27;  31.  41),  pues  el  final  de  éstos  coincide  con  el  naci- 
miento de  José  (30,  25),  con  la  agravante  o  curiosa  circuns- 
tancia de  que  en  ese  espacio  de  tiempo,  Lea,  a  quien  se  atri- 
buyen seis  hijos  y  una  hija,  tuvo  un  período  de  esterilidad,  que 
la  indujo  a  dar  a  su  marido,  su  esclava  Zilpa,  a  fin  de  que 
ésta  le  procreara  más  descendencia  (30,  9,  12).  Los  mitos  no 
paran  mientes  en  estos  detalles,  que  van  revelando  su  in\  e- 
rosimilitud,  por  lo  cual  limitándonos  a  mencionarlos,  prose- 
guiremos con  el  examen  del  relato  de  la  biografía  de  nuestro 
patriarca.  Los  narradores  del  Génesis,  tanto  J  como  E,  se 
complacen  en  detallar  cómo  Jacob,  que  había  llegado  despro- 
visto de  recursos  a  casa  de  su  tío  Labán,  salió  de  allí  al  cabo 
de  20  años,  siendo  un  hombre  extremadamente  rico,  pues 
"tuvo  numerosos  rebaños,  esclavas  y  esclavos,  camellos  y  as- 
nos" (30,  43 ;  nótese  que  las  esclavas  y  los  esclavos  figuran 
en  medio  de  la  reseña  de  los  animales  obtenidos).  Ese  rápido 
enriquecimiento  en  tan  sólo  6  años,  pues  durante  los  14  pri- 
meros, Jacob  trabajó  únicamente  para  adquirir  sus  dos  pri- 
mas: Lea  y  Raquel,  se  debió,  según  J,  (30,  37-43),  a  las 


EL  PATRIARCA  JACOB 


143 


artimañas  o  procedimientos  dolosos  de  aquel  patriarca,  los  que 
contaron  con  el  beneplácito  y  la  ayuda  de  Yahvé,  y  según  E, 
que  idealiza  a  los  patriarcas,  se  debió  a  la  bendición  divina 
(31,  5-16).  Veamos  cómo  se  nos  refieren  estos  sucesos. 

2343.  Nacido  José,  Jacob  quiere  marcharse  con  sus  mu- 
jeres e  hijos;  pero  Labán  le  dice  que  habiendo  consultado  los 
presagios,  y  visto  que  Yahvé  lo  había  bendecido  por  su  causa, 
deseaba  que  continuara  prestándole  servicios,  a  cambio  del 
salario  que  fijara  el  mismo  Jacob.  Viene  luego  un  relato  con- 
fuso, pues  el  redactor  no  supo  armonizar  los  documentos  con 
los  cuales  trabajaba,  y  así,  interpretando  ese  relato,  expresa 
L.B.d.C. :  "Según  E,  Jacob  pide  por  salario  los  animales  man- 
chados o  listados,  (es  decir,  que  no  fueran  de  color  uniforme) 
c[ue  actualmente  se  encuentren  en  el  rebaño  de  Labán,  e  in- 
dudablemente también  los  que  nacerán  así  en  lo  futuro :  mo- 
desta exigencia  al  parecer,  porque  en  Oriente  casi  todas 
las  ovejas  son  blancas,  y  las  cabras  son  negras  u  oscuras. 
Según  J,  Jacob  es  más  reservado  aún:  sólo  reclama  las  crías 
manchadas  o  rayadas  que  puedan  nacer  en  el  rebaño,  después 
que  Labán  hubiera  separado  todos  los  animales  manchados 
o  rayados,  los  que  éste  confió  al  cuidado  de  sus  hijos  (vs.  35, 
35)".  Aceptada  la  propuesta  de  Jacob  y  efectuada  la  indicada 
separación  de  haciendas,  Jacob  emplea  tres  medios  fraudu- 
lentos para  obtener  ganancias  indebidas  en  perjuicio  de  su 
tío,  ya  que  un  convenio  por  el  estilo,  hecho  de  buena  fe,  su- 
ponía c[ue  serían  de  Jacob  en  adelante,  las  ovejas  o  cabras 
c|ue  naturalmente  nacieran  manchadas  o  listadas,  sin  hecho 
humano  alguno  que  pudiera  alterar  o  cambiar  el  curso  de  la 
producción  normal  de  esos  animales.  He  aquí  las  estratage- 
mas de  Jacob :  1^  hace  nacer  corderos  y  cabritos  manchados 
de  los  rebaños  de  color  uniforme,  de  Labán,  por  el  siguiente 
procedimiento :  "37  Tomó  Jacob  varas  verdes  de  álamo,  de 
almedro  y  de  plátano,  y  descortezó  en  ellas  listas  blancas, 
descubriendo  lo  blanco  de  su  interior;  38  y  puso  las  varas  así 
descortezadas  a  la  vista  de  las  ovejas,  en  los  pilones,  en  los 
abrevaderos  a  los  cuales  ellas  iban  a  beber,  las  que  entraban 
en  celo  cuando  iban  a  beber.  39  Y  se  apareaban  las  ovejas  al 
ver  las  varas  y  engendraban  corderos  manchados,  salpicados 
y  rayados".  2^  Los  animales  abigarrados  así  obtenidos,  los 


144 


EL  PATRIARCA  JACOB 


Utilizaba  Jacob  con  la  misma  finalidad  que  las  varas  descor- 
tezadas a  rayas,  pues  los  ponía  aparte,  delante  del  resto  del 
rebaño,  para  que  su  vista  ejerciera  igual  influencia  que  la 
conseguida  con  dichas  varas,  según  se  desprende  del  v.  40: 
"Y  Jacob  separaba  esos  corderos,  y  luego  ponía  los  animales 
frente  a  lo  que  era  rajrado  y  de  todo  lo  que  era  negro  en  el 
rebaño  de  Labán.  Se  hizo  así  de  rebaños  para  él,  que  no  los 
puso  con  el  de  Labán".  3^  No  conforme  con  la  cantidad,  se 
preocupa  Jacob  también  de  la  calidad,  tratando  que  los  me- 
jores y  más  vigorosos  animales  fueran  suyos,  dejando  para 
su  suegro  los  más  enclenques  o  ruines,  pues  "41  todas  las 
veces  que  andaban  en  celo  las  ovejas  robustas,  Jacob  colocaba 
las  varas  ante  la  vista  de  ellas,  en  los  pilones,  a  fin  de  que 
su  apareamiento  se  hiciese  cerca  de  esas  varas;  42  pero  no 
las  ponía,  cuando  las  ovejas  eran  enclenques,  de  suerte  que 
los  animales  ruines  eran  para  Labán,  y  los  vigorosos  para 
Jacob.  43  Y  de  este  modo  Jacob  se  enriqueció  prodigiosamen- 
te; tuvo  numerosos  rebaños,  esclavas  y  esclavos,  camellos  y 
asnos". 

2344.  Todas  estas  estratagemas  desleales  de  Jacob,  hu- 
bieran sido  completamente  infructuosas,  —  pues  se  trata  de 
meras  supersticiones  creídas  en  la  antigüedad,  según  testimo- 
nio de  Aristóteles  — ;  pero  si  obtuvieron  el  extraordinario  éxi- 
to mencionado  en  el  v.  43,  se  debió  a  la  feliz  cooperación  del 
■dios  Yahvé,  quien  con  tal  de  favorecer  a  sus  protegidos,  no 
reparaba  en  la  moralidad  de  los  medios  empleados.  En  efecto, 
■explicando  Jacob  a  Raquel  y  a  Lea,  la  causa  de  su  fabuloso/ 
enriquecimiento,  lo  atribuye  a  que  Labán  le  había  cambiado 
diez  veces  el  salario,  y  a  que  el  citado  dios,  en  castigo,  le 
había  quitado  a  su  suegro  la  mayor  parte  de  su  hacienda  y 
se  la  había  dado  a  él.  "10  En  la  época  en  que  se  apareaban 
los  animales,  alcé  mis  ojos  y  vi  en  sueño  que  los  carneros 
que  cubrían  las  ovejas  eran  rayados,  salpicados  y  manchados. 
11  Y  el  ángel  de  Elohim  me  dijo  en  sueño:  ¡Jacob!,  y  le  res- 
pondí: Heme  aquí.  12  Y  dijo:  Alza  los  ojos  y  observa  que 
todos  los  machos  que  cubren  las  hembras  son  rayados,  sal- 
picados y  manchados,  porque  he  visto  todo  lo  que  te  hace 
Labán.  13  Yo  soy  el  dios  Bethel,  que  te  apareció  en  el  lugar* 
(sagrado),  donde  ungiste  una  estela  y  donde  me  hiciste  un 


EL  PATRIARCA  JACOB 


145 


voto.  Ahora,  levántate,  sal  de  este  país  y  vuelve  al  de  tu  na- 
cimiento (cap.  31)".  Sobre  este  párrafo,  anota  L.B.d.C. :  "Los 
vs.  10  y  12,  que  interrumpen  el  relato  de  E,  son  evidentemen- 
te^ de  otra  mano.  Este  dato  bastante  oscuro  es  quizá  el  resu- 
men de  una  versión  diferente,  según  la  cual  Dios  (Elohim) 
revelaba  cada  vez  a  Jacob  el  medio  de  obtener  la  clase  de 
crías  que  Labán  le  atribuía  como  salario".  Se  ve,  pues,  cla- 
ramente que  en  la  narración  de  que  se  trata,  han  sido  utili- 
zados documentos  o  tradiciones  discordes ;  pero  lo  que  resulta 
con  evidencia  es  que  sólo  milagrosamente,  es  decir,  con  la  ayu- 
da divina,  pudo  Jacob  en  el  corto  espacio  de  6  años  hacerse 
inmensamente  rico  (30,  43;  31,  9).  Observa  Vernes  que  "ésta 
es  la  tercera  vez  que  los  patriarcas  "hacen  fortuna",  lo  que 
constituye  un  indicio,  entre  cien,  de  que  la  filiación  tradicio- 
nal Abraham,  padre  de  Isaac,  y  éste,  padre  de  Jacob,  es  una 
construcción  artificial,  relativamente  tardía,  a  la  que  los  na- 
rradores han  prestado  poco  cuidado.  Para  ellos,  ya  se  nombre 
Abraham,  Isaac  o  Jacob,  se  trata  siempre  de  un  solo  y  mismo 
personaje:  el  antecesor  o  prototipo  del  pueblo  israelita"  (p.  51). 
¿Qué  dios  fue  el  autor  de  tan  prodigioso  enriquecimiento? 
Nos  informa  31,  13,  según  el  texto  hebreo  masorético  y  la 
Vtrlgata  (Ego  sum  Deus  Bethel),  que  fué  el  dios  Bethel  (§  92, 
622),  posteriormente  fusionado  con  el  dios  israelita  Yahvé  o 
Elohim,  hoy,  Dios,  el  Ser  universal.  La  versión  siríaca  Pe- 
chitto  trae :  "el  Dios  de  Bethel",  que  es  la  forma  usada  en 
las  corrientes  traducciones  de  la  Biblia.  El  Targum  de  Onkelos 
(nuestro  t^  I,  p.  474)  vierte:  "el  Dios  que  te  apareció  en  Be- 
thel". Merece  notarse  que  en  31,  11  se  dice  que  el  que  se  le 
apareció  en  sueño  a  Jacob  para  explicarle  la  reproducción  de 
los  animales  en  forma  que  lo  favoreciera  en  perjuicio  de  La- 
bán, fue  el  ángel  de  Elohim,  mientras  que  el  mismo  divino 
personaje  declara  en  seguida  que  él  es  el  dios  Bethel  (v.  13). 
Dussaucl  considera  que  este  Beth  -  El  es  una  notable  hipósta- 
sis  del  dios  El,  y  que  ambos  nombres  son  intercambiables 
(Les  Religions,  p.  361). 

JACOB  ÍIUYE  A  CANAAN.  —  2345.  Jacob  se  caracte- 
riza por  sus  huidas  como  consecuencia  de  su  conducta  poco 
escrupulosa :  primero  huye  a  Carán  por  temor  de  la  venganza 


146 


EL  PATRIARCA  JACOB 


de  su  hermano  Esaú,  a  quien  con  indignas  artimañas  lo  había 
despojado  de  la  bendición  paterna ;  ahora  escapa  de  casa  de 
su  tío  Labán,  después  de  haberse  enriquecido  a  sus  expensas 
por  procedimientos  dolosos,  y  temiendo  ser  víctima  de  su  có- 
lera (31,  1,  2).  Contaba  para  ello  con  la  protección  de  Yahvé 
(v.  3),  quien  todavía  estaba  lejos  de  ser  un  dios  moral.  Apro- 
vechando que  su  suegro  se  había  ido  a  esquilar  sus  ovejas, 
que  estaban  a  tres  jornadas  de  marcha  (30,  35,  36;  31,  19),. 
Jacob  se  levantó,  hizo  subir  a  sus  mujeres  y  a  sus  hijos  en 
los  camellos,  y  se  llevó  todo  el  ganado  y  los  bienes  que  había 
adquirido  en  Padán  -  Aram,  dirigiéndose  a  la  casa  de  su  padre 
Isaac,  en  el  país  de  Canaán . . .  Raquel  robó  el  terafim  (o  los 
terafim)  de  su  padre.  Jacob  engañó  a  Labán  el  arameo,  al  no 
informarlo  de  que  quería  huir.  Y  huyó  con  todo  lo  que  le 
pertenecía;  atravesó  el  río  (Eufrates),  y  se  dirigió  al  monte 
de  Galaad  (31,  17-21).  En  estas  líneas,  en  las  que  abundaa 
las  repeticiones,  el  redactor  mezcló  frases  de  los  tres  docu- 
mentos, J,  E  y  P.  Nótese  que,  como  si  fuera  un  desconocido, 
se  habla  del  suegro  de  Jacob  como  de  "Labán  el  arameo". 
Sobre  los  terafim,  véase  §  556,  925. 

2346.  22  El  tercer  día  fué  informado  Labán  de  que  Jacob 
había  huido.  23  Tomando  consigo  a  sus  hermanos,  marchó 
siete  días  en  su  persecución  y  lo  alcanzó  en  el  monte  (en  la  se- 
rranía -  V.M.)  de  Galaad.  24  Pero  Elohim  visitó  a  Labán  el 
arameo,  de  noche,  en  un  sueño,  y  le  dijo:  "Guárdate  de  decir 
nada  a  Jacob".  Hemos  visto  que  Jacob  en  su  huida,  atravesá 
el  Eufrates  y  se  dirigió  al  monte  de  Galaad,  según  datáis  del 
documento  J ;  pero, según  lo  que  antecede,  proveniente  de  E, 
Jacob  en  10  días  de  marcha,  arriando  (1)  gran  cantidad  de 
ovejas  y  cabras,  había  recorrido  los  600  kilómetros  de  región 
inhospitalaria  que  hay  entre  Carán  O  Padán  -  Aram  y  el  monte 
de  Galaad  en  la  Transjordania.  Esas  tradiciones  recogidas  por 
J  y  por  E.  no  concuerdan,  pues,  para  este  último,  Labán  no 
vivía  al  Norte,  más  allá  del  Eufrates,  sino  en  "el  país  de  los 
hijos  de  Oriente"  (29,  1;  §  2336),  o  sea,,  en  los  desiertos  orien- 


(1)  El  Diccionario  de  la  Academia  Española  ignora  el  significados 
del  verbo  arriar,  en  el  sentido  que  le  damos,  y  que  es  el  usual  en  lo» 
píaíses  del  Río  de  la  Plata:  "llevar  animales  por  delante". 


EL  PATRIARCA  JACOB 


147 


tales  de  la  Palestina.  Labán  alcanzó  a  Jacob,  quien  había 
plantado  su  tienda  sobre  el  monte,  mientras  que  Labán,  coa 
sus  hermanos,  había  plantado  la  suya  sobre  el  monte  de  Galaad 
(v.  25).  Esto  último,  relativo  a  Labán,  entiende  L.B.d.C.  que 
es  "glosa  de  un  comentarista  al  que  los  dos  nombres  de  Galed 
(Galaad)  y  de  Mizpa  (vs.  47  -  49)  le  habrán  hecho  creer  que 
se  trataba  de  dos  montes".  Reprocha  Labán  a  Jacob  su  se- 
creta huida,  diciéndole  que  si  lo  hubiera  informado  de  sus  pro- 
pósitos de  marcharse,  lo  hubiese  despedido  con  música,  can- 
tos y  demás  manifestaciones  de  regocijo  y  hubiera  podidO' 
abrazar  a  sus  hijas  y  nietos.  Agrega  que  podría  causarle  mu- 
cho mal ;  pero  que  si  no  lo  hace,  no  es  por  falta  de  deseos, 
sino  por  la  referida  intervención  (v.  24)  del  elohim  de  su 
padre,  que  se  lo  ha  prohibido.  Sin  embargo,  concluye  su  in- 
vectiva preguntándole:  "¿Por  qué  me  has  robado  mi  dios 
(o  mis  dioses)  ?"  Jacob  contesta  que  ha  procedido  por  mieda 
de  que  le  quitara  sus  hijas;  y  en  cuanto  a  la  reclamación  de 
su  suegro,  le  expresa  que  puede  buscar  su  terafim  entre  los 
que  le  acompañan,  y  que  perderá  la  vida  aquel  que  resultare 
ser  el  ladrón,  pues  Jacob  ignoraba  el  hurto  efectuado  por 
Raquel.  Labán  revisa  todas  las  tiendas,  y  Raquel,  que  había, 
escondido  el  ídolo  en  el  palanquín  o  litera  de  su  camello,  so- 
bre el  cual  se  había  sentado,  pide  a  su  padre  que  la  disculpe 
si  no  se  levanta,  pues  estaba  con  la  menstruación.  No  encon- 
trando Labán  su  terafim,  Jacob  se  muestra  entonces  indig- 
nado contra  su  suegro,  a  quien  reprocha  no  sólo  haberle  hecho 
un  cargo  gratuito,  sino  su  comportamiento  tiránico  para  con 
él  en  los  20  años  que  lo  había  servido,  concluyendo  con  estas 
palabras :  "Si  el  dios  de  mi  padre,  el  dios  de  Abraham  y  el 
Terror  de  Isaac  no  hubiese  sido  conmigo,  me  enviarías  ahora 
con  las  manos  vacias.  Elohim  ha  visto  mi  sufrimiento  y  el 
trabajo  de  mis  manos,  y  anoche  pronunció  su  sentencia" 
(v.  42).  Fundadamente  supone  L.B.d.C.  que  las  palabras  de 
este  versículo :  "el  dios  de  Abraham  y"  constituyen  una  glosa, 
pues  el  texto  debió  decir:  "Si  el  dios  de  mi  padre,  el  Terror 
de  Isaac",  etc.,  dado  que,  según  E,  Jacob  invoca  al  dios  de 
su  padre  Isaac,  denominado  "el  Terror  de  Isaac",  que  es  por 
quien  jura  (53'').  Esta  divinidad  cuyo  nombre  equivalía  a  "el 
dios  terrible  de  Isaac",  probablemente  designaba  al  dios  de 


148 


EL  PATRIARCA  JACOB 


Beerseba,  siendo  considerado  Isaac  como  el  fundador  de  su 
culto. 

2347.  Labán  propone  entonces  a  Jacob  que  ambos  cele- 
bren un  tratado,  el  que  a  la  vez  serviría  para  fijar  la  frontera 
entre  las  gentes  del  uno  y  del  otro,  o  sea,  entre  Israel  y  el 
país  de  los  árameos.  Estos  últimos  llegaron  a  formar  distin- 
tos reinos  en  la  Siria  y  en  el  Eufrates  medio,  los  que  fueron 
destruidos  por  los  asirlos,  apareciendo  después  en  Babilonia 
como  tribus  de  pastores,  de  comerciantes  o  de  salteadores. 
A  partir  de  la  época  persa,  el  idioma  arameo  se  extendió 
desde  Egipto  y  Arabia  hasta  el  Asia  Menor,  y  era  la  lengua 
que  se  hablaba  y  escribía  en  Palestina,  en  tiempo  de  Jesús, 
siendo  finalmente  desplazado  por  el  árabe.  En  el  texto  del 
cap.  31  del  Génesis,  donde  se  describen  las  ceremonias  reali- 
zadas para  solemnizar  el  aludido  tratado,  y  especialmente  en 
los  vs.  45,  46  y  54,  se  atribuyen  a  Jacob  hechos  o  acciones 
([ue  corresponden  a  Labán,  lo  que  comprueba  una  vez  más 
la  amalgama  inhábil  de  distintos  documentos.  En  efecto,  des- 
pués de  la  propuesta  de  Labán,  se  dice  en  el  primero  de  esos 
versículos,  que  "Jacob  tomó  una  piedra  y  la  erigió  como  es- 
tela", cuando  ese  acto  debió  realizarlo  Labán,  que  fué  el  de  la 
idea  del  tratado,  y  "el  que  da  la  significación  de  la  estela" 
(L.B.d.C.)  Del  mismo  modo,  el  v.  46  expresa:  "Jacob  dijo 
a  sus  hermanos:  "Recoged  piedras",  y  juntaron  piedras,  y  con 
ellas  hicieron  un  montón  o  majano  (1)  sobre  el  cual  comie- 
ron", es  decir,  celebraron,  como  nota  Reuss,  "la  comida  de 
alianza  inaugurada  por  la  inmolación  de  un  animal,  que 
servía  a  ese  fin"  (§  2274).  Pero  a  renglón  seguido,  tanto  de 
la  estela  como  del  majano  se  declara  autor  Labán,  diciéndole 
a  Jacob :  "He  aquí  este  majano  y  he  aquí  la  estela  que  he 
elevado  entre  nosotros.  52  Testigo  sea  este  majano,  y  testigo 
la  estela  de  que  yo  no  debo  pasar  este  majano  para  ir  hacia 
ti,  y  de  que  tú  no  debes  traspasar  este  majano  ni  esta  estela 
para  venir  hacia  mí  con  intenciones  hostiles.  53  ¡Que  el  dios 
de  Abraham  y  el  dios  de  Nacor  juzguen  entre  nosotros!". 

(1)  "Llámase  majano  el  montón  de  piedras  que  se  hace  en  los 
campos  con  el  fin  de  dejar  limpias  las  tierras  que  abundan  de  ellas; 
y  se  forma  poniendo  las  piedras  con  tal  orden,  que  remata  en  un  plano" 
(SCIO,  nota  a  Gén.  31.  46). 


EL  PATRIARCA  JACOB 


149 


Jacob  juró  por  el  Terror  de  Isaac,  su  padre,  dios  de  que  ya 
hemos  hablado  (§  2346).  Tanto  T.M.,  como  la  versión  de  los 
LXX,  como  la  Vulgata,  en  el  v.  53,  después  de  "juzguen  en- 
tre nosotros",  traen  "el  dios  de  sus  padres",  lo  que  los  mo- 
dernos críticos  consideran  una  glosa  destinada  a  afirmar  la 
identidad  del  dios  de  Abraham  (o  sea,  de  los  israelitas)  y  del 
dios  de  Nacor  (o  sea,  de  los  árameos).  La  idea  del  primitivo 
narrador  era  expresar  que  Jacob  y  Labán  concluyeron  un 
pacto  de  amistad,  y  en  prueba  de  ello  erigieron  un  majano  o 
una  estela  e  hicieron  allí  sacrificios  a  los  dioses  de  las  dos  fami- 
lias ;  pero  más  tarde  un  redactor  posterior  transformó  a  am- 
bos personajes  en  los  representantes  de  dos  pueblos,  los  que, 
en  tal  carácter,  arreglaron  una  cuestión  de  fronteras,  después 
de  haber  invocado  a  los  dioses,  cuyo  patronato  reconocían. 
Sin  embargo,  ese  redactor  no  prestó  atención  a  la  inverosimi- 
litud que  suponía  el  hacer  figurar  a  Labán,  habitante  del  otro 
Jado  del  Eufrates,  según  J,  como  representante  de  los  sirios 
de  Damasco,  con  los  cuales  el  arreglo  de  límites  fronterizos, 
sólo  podía  tener  sentido  (VERNES,  p.  52)  ;  ^por  eso  es  más 
aceptable  la  ubicación  que  le  da  E  a  ese  personaje,  al  Norte 
de  la  Transjordania,  o  sea,  "en  el  país  de  los  hijos  del  Orien- 
te" (§  2336).  El  V.  54  añade  que  "entonces  Jacob  ofreció  un 
sacrificio  en  el  monte,  e  invitó  a  sus  hermanos  a  la  comida. 
Comieron  y  pasaron  la  noche  en  el  monte".  Se  dice  que 
a  Jacob  lo  acompañaban  sus  hermanos  (§  2314)  ;  este  dato, 
que  también  se  encuentra  en  el  v.  46,  corresponde  a  Labán, 
según  se  ve  en  el  v.  23.  El  referido  relato,  en  otros  detalles, 
comprueba  igualmente  la  diversidad  ée  documentos  utiliza- 
dos por  el  redactor;  así,  1^  en  el  v.  47  se  dice  que  al  majano 
le  dió  Jacob  el  nombre  de  Galed  (Galaad),  mientras  que  en 
el  V.  48  se  hace  derivar  esa  denominación  de  palabras  pro- 
nunciadas por  Labán ;  2°  la  comida  sagrada  que  acompañaba 
al  pacto  o  tratado,  se  la  menciona  dos  veces  en  diferentes  cir- 
cunstancias (vs.  46  y  54)  ;  y  3°  el  objeto  o  la  finalidad  del 
majano,  según  los  vs.  48-50,  es  de  que  sirva  de  testigo  del 
convenio  concluido  y  de  que  Elohim  velará  por  que  Jacob 
no  maltrate  a  sus  esposas,  ni  tome  otras  mujeres  fuera  de 
las  familias  de  los  dos  contratantes,  mientras  que,  según  los 
vs.  51  y  52,  dicho  majano  venia  a  desempeñar  el  papel  de 


150 


EL  PATRIARCA  JACOB 


mojón  indicador  del  límite  de  las  tierras  de  Labán  y  de  Jacob, 
o  sea,  la  frontera  entre  las  tribus  arameas  y  las  israelitas. 
Conviene  recordar  que  los  Estados  en  que  se  convirtieron  más 
tarde  dichas  tribus,  sostuvieron  encarnizadas  luchas  durante 
el  siglo  IX  por  la  posesión  de  la  región  de  Galaad  (tomo  IV, 
págs.  6  y  10). 

LOS  ANGELES  DE  MAHANAIM.  —  2348.  Después 
del  referido  pacto  que  con  Labán  celebró  Jacob,  éste  "prosi- 
guió su  camino  y  encontró  ángeles  de  Elohim.  Y  al  verlos, 
dijo  Jacob:  "Aquí  está  el  campamento  de  Elohim",  y  llamó 
aquel  lugar  Mahanaim"  (Gén.  32,  1,  2).  Esta  breve  mención 
de  un  incidente  en  el  viaje  de  Jacob,  cuando  éste  entra  en 
Canaán.  tiende  a  explicar  tanto  el  origen  del  santuario  de  Ma- 
hanaim, como  la  etimología  del  nombre  de  esta  localidad.  Se 
trata  de  una  antigua  leyenda  etiológica,  en  la  que,  como  ob- 
serva Lods,  se  notan  supervivencias  del  polidemonismo  ca- 
naneo,  ya  que  la  multiplicidad  de  ángeles  significa  cantidad  de 
dioses  que  eran  adorados  en  ese  santuario.  Suponiendo  una 
teofanía  (1)  de  Yahvé  en  determinados  parajes,  se  justificaba 
así  el  carácter  sagrado  de  los  mismos,  que  les  atribuía  la 
tradición.  El  citado  autor  escribe:  "La  principal  razón  de  ser 
de  estas  figuras  subalternas  (los  ángeles)  era  indudablemen- 
te el  dar  derecho  de  ciudadanía  en  el  yahvismo,  a  las  anti- 
guas divinidades  de  los  santuarios  locales  y  a  los  genios  de 
las  creencias  populares"  (Israel,  ps.  182  y  534).  Como  Maha- 
naim significa  "dos  campamentos",  unos  hacen  provenir  ese 
nombre  de  que  Jacob,  junto  al  suyo,  vió  el  campamento  de 
Elohim  (Dios)  ;  mientras  que  otros  lo  relacionan  con  los  dos 
campamentos  en  que  luego  dividió  Jacob  la  gente  que  lo 
acompañaba  y  los  animales  que  llevaba  (vs.  7  y  8). 

LA  LUCHA  DE  JACOB  CON  YAHVE.  —  2349.  Jacob 
antes  de  proseguir  su  viaje,  (cap.  32)  envió  desde  Mahanaim 
mensajeros  a  su  hermano  Esaú,  en  el  país  de  Edom,  para 
hacerle  saber  cuanto  se  había  enriquecido  durante  su  estada 

(1)  Teofanía,  —  palabra  que  ignora  el  Diccionario  de  la  Academia 
Española,  —  del  gr.  theos,  "dios",  y  fainomai,  "aparezco",  significa, 
pues,  aparición  de  un  dios  o  de  una  divinidad. 


EL  PATRIARCA  JACOB 


151 


en  casa  de  Labán,  comunicación  tendiente  a  congraciarse  con 
su  hermano.  Vuelven  los  mensajeros  con  la  noticia  de  que 
Esaú,  al  frente  de  400  hombres,  venía  a  su  encuentro.  Jacob, 
temiendo  por  su  vida  y  la  de  toda  su  familia,  dividió,  según  J, 
sus  acompañantes  y  sus  haciendas  en  dos  campamentos,  di- 
ciéndose para  si :  "Si  Esaú  encuentra  uno  de  los  campamen- 
tos y  lo  ataca,  el  otro  campamento  podrá  escapar"  (v.  8). 
Otro  escritor  de  la  misma  escuela  J,  aprovechó  la  oportunidad 
para  intercalar  en  el  relato  una  oración  a  Yahvé,  que  supone 
pronunciada  en  aquel  trance  por  Jacob  (vs.  9  -  12)  ;  pero  co- 
metió el  descuido  de  expresar  que  éste  ya  estaba  ante  el  río 
Jordán  (v.  10),  cuando  todavía  se  encontraba  en  Mahanaim, 
a  orillas  del  torrente  Jaboc,  afluente  de  aquél,  que  descen- 
diendo de  los  montes  de  Galaad,  atraviesa  de  Este  a  Oeste 
por  el  medio  de  la  Transjordania.  Según  E,  Jacob  siguió  un 
procedimiento  distinto,  enviando  de  regalo  a  su  hermano  cier- 
ta cantidad  de  cabras,  machos  de  cabrío,  ovejas  y  carneros, 
camellas  con  sus  crías,  vacas,  toros,  asnas  y  pollinos,  haciendo 
marchar  separadamente  cada  manada,  dejando  un  buen  espa- 
cio entre  ellas,  a  fin  de  aplacar  así  la  ira  de  Esaú ;  pero  él 
se  quedó  en  el  campamento  la  noche  de  esa  partida. 

2350.  Sentados  estos  antecedentes,  veamos  otro  relato 
mitológico  —  la  lucha  de  un  dios  con  un  hombre  —  que  in- 
troduce el  redactor  en  su  exposición,  tomándolo  de  los  docu- 
mentos J  y  E.  22  La  misma  noche  se  levantó  Jacob,  tomó 
a  sus  dos  mujeres,  a  sus  dos  siervas  y  a  sus  once  hijos,  y  pasó 
el  vado  del  Jaboc.  23  Los  tomó,  les  hizo  pasar  el  torrente,  y 
transportó  del  otro  lado  todo  lo  que  le  pertenecía.  24  Se 
quedó  solo  detrás ;  y  entonces  un  hombre  luchó  con  él  hasta 
el  romper  del  alba;  25  el  cual  viendo  que  no  podía  vencerloj 
le  golpeó  en  la  coyuntura  de  la  cadera,  y  la  cadera  de  Jacob 
se  dislocó  durante  la  lucha  con  él.  25  Y  le  dijo:  "Suéltame, 
porque  ya  raya  el  alba".  Respondió  Jacob:  "No  te  soltaré 
hasta  que  me  hayas  bendecido".  27  El  otro  le  preguntó: 
"¿Cuál  es  tu  nombre?"  Y  él  contestó:  "Jacob".  28  Entona- 
ees  le  dijo:  "No  te  llamarás  más  Jacob,  sino  Israel,  porque 
has  luchado  con  Elohim  y  con  los  hombres  y  has  sido  ven- 
cedor". 29  Entonces  le  interrogó  Jacob,  diciendo:  "Te  ruego 
me  hagas  conocer  tu  nombre".  Respondió:  "¿Por  qué  pre- 


152 


EL  PATRIARCA  JACOB 


guntas  mi  nombre?"  Y  lo  bendijo  allí.  30  Y  llamó  Jacob  aquel 
lugar  Peniel,  "porque,  dijo,  he  visto  un  dios  cara  a  cara,  y 
he  quedado  con  vida".  31  Se  levantó  el  sol  al  pasar  Jacob  cerca 
de  Penuel,  y  cojeaba  a  causa  de  su  cadera.  32  Es  por  esto 
que  aun  hoy,  los  hijos  de  Israel  se  abstienen  de  comer  el  tendón 
que  está  en  la  coyuntura  de  la  cadera  (1),  porque  había 
golpeado  a  Jacob  en  el  tendón,  en  la  articulación  de  la  cadera. 
Todas  estas  repeticiones  están  mostrando  a  las  claras  que  el 
redactor  quiso  conservar  las  mismas  palabras  que  encontró 
en  los  distintos  documentos  que  utilizaba. 

2351.  Esta  narración  mitológica  es  una  piedra  de  escán- 
('alo  en  las  páginas  del  libro  sagrado  del  judaismo  y  del  cris- 
tianismo, por  lo  que  la  exégesis  ortodoxa  ha  acudido  como 
siempre  al  simbolismo,  o  alegoría  religiosa,  para  explicar  lo 
"(jue  en  aquélla  le  resulta  misterioso  e  incomprensible.  La  or- 
todoxia ve,  pues,  en  lo  transcripto,  "la  lucha  del  pecador  con 
Dios  por  la  plegaria,  o  el  conflicto  interior  en  el  alma,  del  que 
el  creyente  sale  a  la  vez  vencedor  y  vencido,  quebrado  y  ben- 
decido". Refiriéndose  a  los  teólogos  o  predicadores  que  des- 
cubrieron en  ese  texto  perturbador  tal  riqueza  de  ideas  y  de 
sentimientos,  escribe  Alfredo  B.  Henry :  "Les  ha  sido  dado 
ver  lo  invisible,  de  llamar  la  nada  a  la  vida,  cambiando  de 
buena  fe  y  por  santos  motivos,  una  colección  de  mitos  etimo- 
lógicos injertados  sobre  creencias  bárbaras,  en  un  ejemplo  de 
crisis  interior  del  más  dramático  efecto.  El  analista  hebreo  no 
reconocería  ciertamente  su  obra,  si  la  contemplase  así  vesti- 
da a  la  cristiana  e  idealizada  por  los  teólogos  católicos  y  pro- 
testantes que  han  permanecido  fieles  a  la  hermenéutica  oficial 
de  sus  iglesias.  Por  una  especie  de  choque  de  retroceso,  el  au- 
tor bíblico  recibiría  de  sus  intérpretes  la  revelación  de  su  pro- 
fundidad, insospechada  por  él  mismo"  (ps.  3  y  4).  Además, 


(1)  Otros  traducen:  "el  nervio  ciático"  (nervus  ischia'dicus).  "Este 
nervio,  escribe  L.B.A.,  el  más  grueso  y  largo  de  todo  el  cuerpo,  parte  de 
la  columna  vertebral  y  va  hasta  el  tobillo,  pasando  por  la  coyuntura 
de  la  cadera,  donde  es  particularmente  grande  . . .  La  costumbre  aquí 
mencionada  (de  abstenerse  de  comer  ese  nervio),  no  figura  en  parte 
alguna  de  la  ley,  y  sin  embargo,  siempre  ha  sido  observada  por  el 
pueblo  hebreo.  El  Talmud  la  prescribe,  prescripción  a  la  cual,  aun 
hoy,  se  conforman  los  judíos". 


EL  PATRIARCA  JACOB 


153 


es  un  absurdo  pretender  transformar  una  pelea  material  en 
un  combate  moral  interior,  cuando,  según  el  relato  bíblico, 
Jacob,  a  la  mañana  siguiente,  se  encontró  con  que  cojeaba  a 
causa  de  su  lucha  nocturna,  y  como  observa  con  razón  Reuss, 
"la  contrición  del  pecador  no  tiene  efectos'  de  esa  clase". 

2352.  El  primer  problema  que  se  le  presenta  a  la  orto- 
doxia al  analizar  nuestro  texto,  es  el  do  explicar  quién  fue  el 
personaje  que  luchó  con  Jacob.  En  el  v.  24  se  le  llama  "un 
hombre" ;  pero  resulta  que  de  tal  sólo  tenía  la  apariencia,  pues 
se  trataba  de  un  personaje  divino,  cuya  bendición  solicita  y 
obtiene  Jacob  (vs.  26,  29),  personaje  que  él  mismo  declara 
ser  EIohim,  o  sea,  un  dios  (vs.  28,  30).  Oseas,  único  profeta 
que  menciona  este  relato,  lo  designa  como  el  maleak  de  Yahvé 
( 12.  ¿  -  5  ;  §  365  -  366) .  Al  respecto  dice  Oseas : 

12,  3  Desde  el  seno  materno,  Jacob  suplantó  a  su  hermano, 

Y  en  su  edad  madura,  luchó  con  un  dios, 

4  Combatió  con  un  ángel  (el  Maleak)  y  triunfó; 
Lloró  y  le  pidió  gracia. 

En  Bethel  lo  encontró; 

Y  allí  le  habló. 

5  Yahvé,  dios  de  los  ejércitos. 
Aquel  cuyo  nombre  es  Yahvé  (1). 

De  este  pasaje  (§  2845  bis)  resulta  claro:  1^  que  para  el 
profeta,  el  que  luchó  con  Jacob  fué  el  Maleak  de  Yahvé,  o  sea, 
Yahvé  mismo;  2°  que  el  vencedor  en  esa  lucha  fué  aquel  pa- 
triarca, de  acuerdo  con  las  palabras  de  Gén.  32,  27:  "suéltame 
o  déjame  ir",  proferidas  por  el  contrincante  divino,  quien  con- 
fiesa asi  su  derrota;  y  3^  que  por  esta  razón  debe  entenderse, 
como  así  traduce  L.B.d.R.F,  que  quien  lloró  y  pidió  gracia  fue 
el  Maleak,  acciones  sólo  comprensibles  en  el  vencido  y  no  en 
el  triunfador,  lo  que  recalca  Oseas  para  exaltar  al  epónimo  na- 
cional, y  estimular  el  patriotismo  de  los  efraimitas,  mostran- 
do que  un  pueblo  cuyo  antecesor  venció  a  Yahvé,  no  necesita- 
ba ayuda  extranjera.  Como  en  las  usuales  versiones  de  la  Bi- 


(1)  El  texto  hebreo  del  cap.  XII  de  Oseas,  comienza  con  el  v. 
12  y  último  del  capítulo  anterior,  de  las  versiones  de  Valera,  Prett 
y  la  Vulgata,  que  nosotros  seguimos. 


154 


EL  PATRIARCA  JACOB 


blia  se  traduce  maleak  por  ángel,  la  ortodoxia  explica  la  lu- 
cha del  vado  del  Jaboc  diciendo  que  la  realizó  Jacob  con  un 
ángel.  Al  respecto  manifiesta  Scío  que  "muchos  Padres  creen 
que  este  Angel  luchador  representaba  a  Dios  o  al  mismo  Hijo 
de  Dios ;  y  dejándose  vencer  en  esta  lucha  daba  a  Jacob  una 
firme  esperanza  de  poder  más  fácilmente  vencer  no  sólo  a 
Esaú,  sino  también  a  todos  sus  enemigos.  San  Jerónimo  quie- 
re que  esta  lucha  de  Jacob  con  el  Angel  figure  la  que  tienen 
los  justos  en  todo  el  tiempo  de  esta  vida  contra  las  potestades 
infernales".  Y  en  cuanto  al  v.  25  en  el  que  se  dice  que  el  ma- 
leak no  podía  vencer  a  Jacob,  expresa  el  mismo  católicQ  exé- 
geta  que  "en  este  lugar  el  non  posset  (no  podía)  se  ha  de  ex- 
plicar en  el  mismo  sentido  en  que  se  dice  en  S.  Marcos,  6,  5, 
hablando  de  Jesucristo :  No  podía  hacer  allí  virtud  ninguna, 
(milagro  alguno,  dice  el  citado  texto)  esto  es,  no  quería".  Es- 
te es  un  claro  ejemplo  del  porqué  la  Iglesia  católica  no  admi- 
te la  publicación  de  la  Biblia  sin  notas,  ya  que  en  éstas  da  ella 
a  las  palabras  o  a  los  pasajes  que  le  molestan,  el  sentido  que 
le  conviene. 

2353.  En  realidad,  este  combate  de  Jacob  con  un  ángel, 
o  con  el  Ser  Supremo,  como  no  trepida  en  aceptarlo  L.B.A., 
tiene  tanta  realidad  histórica  como  la  lucha  de  los  titanes  con 
Júpiter.  Se  trata  de  un  mito  guerrero  y  etimológico  a  la  vez, 
pues,  como  observa  Henry,  tiende  a  la  glorificación  de  los  he- 
chos de  armas  realizados  por  el  supuesto  antecesor  de  la  raza, 
y  al  mismo  tiempo  busca  explicar  los  nombres  Israel,  Jacob, 
Jaboc  y  Penuel.  Como  en  el  nombre  hebreo  Israel  existe  la 
radical  del  verbo  luchar,  el  autor  del  relato  atribuye  a  ese  nom- 
bre el  significado  de  "el  que  lucha  con  Dios"  (recuérdese  lo 
dicho  sobre  el  dios  El,  §  92),  bien  que  más  adelante,  en  35,  9, 
se  da  otra  versión  sobre  el  origen  de  ese  nombre.  Del  mismo 
modo  el  narrador,  según  L.B.A.,  "emplea  aquí  (v.  24)  la  pa- 
labra muy  rara  jeabek  para  establecer  una  relación  entre  este 
hecho  y  el  nombre  del  torrente  Jabok,  en  cuya  orilla  tiene  lu- 
gar". El  Jaboc,  (hoy  el  uadi  Zerka,  "el  arroyo  azul")  seria  así 
el  arroyuelo  de  la  lucha,  cuando  de  acuerdo  con  la  etimología 
más  probable,  debe  significar  "el  que  se  desborda  o  el  que 
inunda"  (HENRY,  p.  13).  En  cuando  a  Penuel  o  Peniel  sig- 
nifica "cara  de  dios",  lo  que  da  a  suponer  que  este  nombre,  que 


EL  PATRIARCA  JACOB 


155 


era  el  de  una  antigua  ciudad  a  orillas  del  Jaboc,  le  prestó  al 
narrador  el  concurso  de  su  significado  que  constituyó  uno  de 
los  elementos  de  su  relato,  el  que  ha  sido  formado,  como  di- 
ce Hcnry,  en  su  casi  totalidad  por  la  acción  de  las  etimolo- 
gías. Penuel  arrasada  por  Gedeón  (Jue.  8,  8,  9,  17),  fue  re- 
construida por  Jeroboam  I  (I  Rey.  12,  25),  y  quizá  debía  su 
nombre  a  algún  baal  cananeo  que  tuviera  allí  su  santuario.  En 
lo  tocante  al  carácter  guerrero  del  mito,  conviene  notar  que 
si  bien  contrasta  con  el  carácter  pusilánime  y  apocado  del  Ja- 
cob que  venimos  estudiando,  quizá  sea  lejano  eco  de  otra  tra- 
dición referente  a  la  existencia  de  una  antigua  tribu  belicosa, 
los  Bene-Yacob,  anterior  a  la  conquista  de  Canaán,  de  la  que 
se  conserva  recuerdo  en  el  pasaje  de  Gén.  48,  22,  cuando  se 
ponen  en  boca  de  Jacob  estas  palabras  dirigidas  a  José:  "Yo 
te  doy  a  ti  una  porción  (en  heb.  un  hombro)  más  que  a  tus 
hermanos,  la  que  conquisté  de  los  amorraos,  con  mi  espada  y 
mi  arco".  De  esa  conquista  no  sé  tienen  más  noticias  que  esta 
breve  mención  de  luchas  contra  los  amorreos  de  una  tribu  is- 
raelita que  llevaba  el  nombre  de  dicho  patriarca.  Por  eso  el 
Jacob  de  nuestro  relato  es  un  héroe  valeroso,  que  lucha  con 
un  dios  y  lo  vence. 

2354.  Sintetiza  L.B.d.C.  su  juicio  sobre  el  referido  tex- 
to mitológico,  expresando  que  aquí  "no  se  trata  de  una  lu- 
cha espiritual  (por  la  plegaria),  sino  de  un  combate  cuerpo  a 
cuerpo,  como  lo  prueba  la  luxación  de  la  cadera  del  patriar- 
ca. Indudablemente,  en  la  base  de  nuestro  relato,  hay  una 
leyenda  cananea  relativa  al  dios  local  de  Peniel,  ser  temible 
que  se  complacía  en  atacar  por  la  noche,  a  los  que  pretendían 
pasar  el  Jaboc.  Pero  los  narradores  hebreos  (J  y  E)  dieron 
a  esa  antigua  creencia  una  significación  religiosa  más  elevada: 
Jacob  lucha  con  Dios  para  obtener  sus  bendiciones,  en  un  mo- 
mento crítico  en  el  que  tiene  particularmente  necesidad  de  su 
ayuda".  Esa  pretensión  de  idealizar  un  mito  bárbaro  es  a  to- 
das luces  absurda  y  contraproducente,  pues :  1°  Jacob  no  bus- 
có al  dios  "para  obtener  sus  bendiciones",  sino  que  se  defen- 
ilió  de  un  ataque  nocturno  impensado,  y  luego  al  acorralar  a 
su  adversario  divino  que  clamaba  por  verse  libre  de  él,  sólo 
entonces  expresa  que  no  lo  soltará  sino  recibe  su  bendición. 
Esta  no  es  la  consecuencia  de  la  súplica  de  un  inferior  diri- 


156 


EL  PATRIARCA  JACOB 


gida  a  un  ser  de  superior  categoría,  sino  la  condición  impues- 
ta por  el  triunfador  a  un  combatiente  vencido.  2^  Se  necesita 
una  fe  que  admita  sin  vacilación  los  mayores  disparates,  el  su- 
poner por  un  instante  que  el  Sumo  Hacedor  del  Universo,  en 
cierto  momento  se  hubiera  disfrazado  de  hombre  para  venir 
a  la  Tierra  a  atacar  a  un  pastor  astuto  e  inescrupuloso,  quien 
lo  derrotó  en  la  lucha  entablada  con  tal  motivo.  Ante  la  sana 
razón,  el  relato  de  que  se  trata,  es,  pues,  un  mito  no  sólo  con- 
trario al  buen  sentido,  sino  también  irreverente  e  inmoral. 

2355.  El  examen  del  mito  en  cuestión  sirve  para  ilus- 
trarnos sobre  las  ideas  religiosas  de  los  israelitas,  por  los  si- 
glos IX  y  comienzos  del  VIII  en  que  se  formaron  los  docu- 
mentos J  y  E.  1°  Nos  muestra  el  carácter  del  Yahvé  de  aque- 
lla época:  un  dios  impulsivo,  feroz,  que,  como  los  djenún  o 
djinns  árabes  o  los  demonios  babilónicos  (§  73,  81),  atacaba 
preferentemente  de  noche  a  los  que  se  aventuraban  a  cruzar 
sus  dominios.  Aquí,  en  este  caso,  se  precipita  sobre  Jacob,  sin 
saber  quien  era,  (v.  27)  como  en  otra  ocasión,  atacó  a  Moisés, 
cuando  éste  iba  a  Egipto,  y  trató  de  matarlo  (Ex.  4,  24-26; 
§  138),  sin  que  ni  aquél  ni  éste  lo  hubieran  provocado^  Véase 
lo  ocurrido  a  Balaam,  que  estuvo  a  punto  de  ser  muerto  por 
Yahvé  (Núm.  22,  23;  §  269-271).  2^  Ese  rasgo  del  dios,  de 
amar  la  oscuridad,  de  duendé'  nocturno,  está  de  acuerdo  con 
las  palabras  que  se  dan  como  de  Salomón:  "Yahvé  ha  dicho 
que  moraría  er4  espesas  tinieblas"  (I  Rey.  8,  12 ;  §  1391).  Por 
eso  en  nuestro  relato  mitológico,  el  dios  clama,  urgiendo  a 
Jacob,  que  lo  suelte,  porque  se  aproxima  la  aurora,  (v.  26), 
y  él  como  ser  noctivago  teme  la  llegada  del  día.  3°  Jacob,  sin- 
tiéndose vencedor,  impone  como  condición  para  soltarlo,  el 
que  lo  bendiga.  Pero  las  bendiciones  para  aquellos  pueblos 
antiguos,  eran  fórmulas  mágicas,  según  hemos  visto  (§  2317), 
de  efectos  irresistibles  e  irrevocables;  por  lo  cual  Jacob  para 
precaverse  de  nuevos  ataques  de  aquel  dios  acometedor  y  co- 
lérico, le  exige  una  berakah,  esto  es,  una  bendrción,  que  co- 
mo encantamiento  eficaz,  encadene  su  voluntad  y  le  impida 
dañarlo  en  lo  futuro.  4°  Jacob,  al  final  de  la  lucha,  le  pregun- 
ta a  su  adversario,  cómo  se  llama ;  pero  éste  relrusa  compla- 
cerlo, porque  en  los  pueblos  primitivos  o  de  escasa  civiliza- 
ción se  entendía  que  había  tan  íntima  relación  entre  la  per- 


EL  PATRIARCA  JACOB 


157 


sona  y  su  nombre,  que  conociéndose  éste  se  podía  obrar  so- 
bre aquélla  (véase  el  cap.  VI  de  nuestra  Introducción,  §  130). 
Por  eso  Yahvé  siempre  se  negó  a  dar  a  conocer  su  nombre 
(Jue.  13,  17,  18),  y  cuando  Moisés  se  lo  pregunta,  responde 
c^n  una  especie  de  eufemismo,  diciendo :  "Yo  soy  el  que  es", 
o  sea  "Yahvé",  lo  que  en  realidad  es  una  tautología  verbal, 
indicadora  sólo  de  existencia,  aun  cuando  la  fe  la  ha  consi- 
derado como  fuente  de  profundas  verdades  metafísicas  (§  124; 
Ex.  3,  14,  15).  Sobre  este  tema  escribe  Henry:  "El  israelita  que 
pudiera  usar  a  su  antojo  del  nombre  de  Yahvé,  gozaría  de  in- 
menso poder,  por  lo  que  se  generalizó  la  costumbre  de  no 
pronunciar  ni  escribir  el  verdadero  vocablo  que  designaba  al 
dios.  Se  le  reemplazó  por  calificativos  o  por  nombres  abstrac- 
tos y  se  desfiguró  su  verdadera  ortografía.  La  idea  del  poder 
mágico  del  nombre  divino  persistió  mucho  más  que  el  anti- 
guo yahvismo,  y  así  un  polemista  judío,  autor  del  Tholedoth 
Yeshú,  atribuía  los  milagros  de  Jesús  al  hecho  de  que  éste 
había  robado  el  tetragrámaton  sagrado  (§  355)  en  el  templo 
de  Jerusalén.  El  nombre  divino  llegó  a  ser  un  talismán"  (p.  34). 

HIPOTESIS  SOBRE  EL  CAMBIO  DE  NOMBRES: 
JACOB  POR  ISRAEL.  —  2356.  En  cuanto  a  la  sustitución 
del  nombre  del  vencedor,  operada  por  Yahvé  (v.  28),  recuér- 
dese que  este  dios  ya  había  cambiado  el  nombre  de  Abram 
por  el  de  Abraham,  y  el  de  Sarai  por  Sara  (17,  5,  15;  §  2282, 
2284)  denominaciones  locales  y  muy  poco  diferentes  de  las 
mismas  personas,  fáciles  por  lo  tanto,  de  fundirse  en  una  sola, 
atribuyéndose  este  hecho  a  la  intervención  de  dicha  divinidad, 
que  consagró  así  aquellos  de  esos  nombres,  que  eran  los  más 
populares.  Pero  siendo  total  la  diferencia  entre  Jacob  e  Israel, 
no  será  aventurado  suponer  que  estos  nombres  fueron  los  de 
dos  antiguas  ramas  del  pueblo  hebreo,  luego  fusionadas,  con- 
cluyendo por  predominar  este  último  nombre.  Observa  Hen- 
ry que  Jacob  es  un  nombre  teóforo  incompleto,  pues  expre- 
sando un  verbo  (ha  suplantado)  carece  del  sujeto,  que,  según 
lo  revela  una  inscripción  de  Tutmosis  HI  (§  19),  debe  ser  el 
nombre  divino  El  (§  71),  y  por  lo  tanto  el  nombre  completo  del 
patriarca  sería  Jacobel,  ciudad  o  pueblo  palestino  del  siglo 
XVI  (§  24).  Los  jacobelitas  o  hijos  de  Jacob  (los  Bené  -  Ja- 


158 


EL  PATRIARCA  JACOB 


cob)  habrían  sido  una  de  las  olas  que  las  invasiones  semíticas 
arrojaron  en  el  país  de  Canaán,  más  tarde  seguidos  por  los  hi- 
jos de  Israel  (los  Bené  -  Israel) ,  que  adoraban  a  Yahvé.  Las 
relaciones  entre  esos  dos  grupos  de  la  rama  occidental  de  la 
familia  semítica,  trajeron  la  asociación  del  nombre  Jacob  y 
del  nombre  Israel,  vocablos  que  se  yuxtapusieron  al  igual  que 
los  pueblos  respectivos.  Esta  explicación  de  la  sustitución  de 
aquel  nombre  étnico  por  el  último  citado,  se  corrobora  por  el 
hecho  de  que  persistió  hasta  baja  época  la  costumbre,  o  bien 
de  usar  indistintamente  los  dos  nombres  aplicados  al  mismo 
pueblo,  o  bien  de  utilizarlos  como  denominaciones  de  agrupa- 
ciones constituyentes  de  la  misma  nación.  Citemos,  en  prueba 
de  ello,  algunos  ejemplos. 
1'    Sinonimia  de  dichos  nombres: 

Cuando  Yahvé  vuelva  a  traer  los  cautivos  de  su  pueblo. 
Se  gozará  Jacob,  se  alegrará  Israel  (Sal.  14.  7  b). 
Yahvé,  el  Señor,  ha  jurado  por  sí  mismo; 
Yahvé,  el  dios  Sebaoth  (el  dios  de  los  Ejércitos)  ha  dicho: 
"Detesto  el  orgullo  de  Jacob, 

Y  odio  sus  palacios. 

Entregaré  la  ciudad  con  cuanto  contiene"  (Am.  6,  8). 

2°  Jacob  e  Israel,  grupos  distintos.  —  Un  poeta  del  cautive- 
rio, escribiendo  por  el  año  540  y  cuyas  predicciones  sobre  la 
próxima  liberación  por  los  medos  (13,  17)  del  pueblo  elegido 
de  Yahvé  se  han  agregado  al  libro  de  Isaías,  expresa: 

Ciertamente  Yahvé  se  apiadará  de  Jacob, 

Y  escogerá  otra  vez  a  Israel. 
Los  restablecerá  en  su  país, 

Y  el  extranjero  se  unirá  a  ellos 

Y  se  juntará  a  la  casa  de  Jacob  (Is.  14,  1 ;  §  2993). 

Aquí  en  este  último  texto  el  poeta  al  mencionar  que  Yah- 
vé los  restablecerá  en  su  país,  y  que  el  extranjero  se  unirá  a 
ellos,  refiriéndose  a  Jacob  y  a  Israel,  los  considera  como  gru- 
pos distintos,  pues  de  lo  contrario  carecería  de  sentido  el  em- 
plear los  pronombres  en  plural :  los,  a  ellos. 


KL  PATRIARCA  JACOB 


159 


LA  RESTANTE  BIOGRAFIA  DE  JACOB.  —  2357. 
Nos  relata  luego  el  Génesis  los  preparativos  de  Jacob  para  el 
encuentro  inevitable  con  su  hermano  Esaú,  que  venía  al  fren- 
te de  400  hombres.  Al  apercibirlo,  se  postra,  inclinándose  siete 
veces  hasta  el  suelo,  como  en  señal  de  sumisión  ante  un  so- 
berano, según  costumbre  del  Oriente;  pero  Esaú  corrió  a  su 
encuentro,  lo  abrazó  y  lo  besó,  y  ambos  lloraron  (33,  4).  Esta 
expresión :  lo  besó,  está  marcada  en  el  texto  hebreo,  con  un 
punto  encima  de  ella,  en  señal  de  duda  o  de  que  debe  omitirse, 
pues  los  masoretas  (§  34)  parece  que  se  resistían  a  creer  en 
los  sentimientos  afectuosos  de  Esaú  hacia  Jacob.  "Los  rabi- 
nos, en  efecto,  dice  L.B.A.,  no  pudiendo  creer  en  la  sinceridad 
de  ese  beso,  imaginaron  que  Esaú  había  mordido  a  Jacob,  y 
que  ambos  habían  Horado :  éste  por  el  dolor  de  la  mordedura,  y 
aquél  por  el  dolor  causado  en  los  dientes".  Esaú  no  quiere  al 
principio  recibir  los  animales  de  regalo  que  le  había  enviado 
adelante  Jacob  (§  2349)  ;  pero  al  fin  aceptó  dicho  obsequio,  an- 
te la  insistencia  de  éste,  que  le  manifiesta  que  ha  visto  su  cara 
"como  quien  ve  la  de  un  elohim  (un  dios)",  porque  lo  ha  aco- 
gido favorablemente  (33,  10)  — ^  lisonja  oriental,  anota  L.B.d.C, 
que  contiene  nueva  alusión  al  sentido  del  nombre  Penuel.  Esaú 
se  ofrece  a  acompañar  a  su  hermano ;  pero  éste,  desconfiado, 
temiendo  que  aquél  cambie  su  trato  benevolente,  rehusa  el 
ofrecimiento  alegando  que  su  caravana  prosigue  muy  lenta- 
mente, porque  sus  hijos  son  chicos  y  delicados,  y  además  lle- 
va animales  de  cría  cuya  marcha  no  es  posible  acelerar,  so  pe- 
na de  hacerlos  perecer :  "Pase,  pues,  mi  señor,  delante  de  su 
siervo,  que  yo  avanzaré  lentamente  al  paso  del  rebaño  que  lle- 
vo ante  mí,  y  al  paso  de  los  niños,  hasta  que  llegue  a  casa  de 
mi  señor,  en  Seir"  (v.  14). 

2358.  Dos  cosas  son  de  notar  en  esta  respuesta  humillan- 
te: 1°  que  según  vimos  (§  2312;  Gén.  27,  29),  Isaac,  por  inspi- 
ración divina,  al  bendecir  a  Jacob,  le  había  dicho,  entre  otros 
vaticinios :  "¡  Sé  el  señor  de  tus  hermanos,  y  póstrense  o  inclí- 
nense ante  ti  los  hijos  de  tu  madre!".  Pero  ahora  resulta  que  el 
tal  vaticinio  se  cumplió  al  revés,  pues  fué  Jacob  el  que  se  pos- 
tró y  se  humilló  ante  Esaú,  en  la  forma  más  servil  imaginable, 
cuyoi  rostro  le  parece  como  el  de  un  dios,  y  al  que  trata  lla- 
mándolo repetidamente  "mi  señor".  Nota  además  Reuss,  que 


160 


EL  PATRIARCA  JACOB 


"la  conducta  más  bien  abyecta  que  modesta  de  Jacob  hacia 
Esaú,  acusa  una  concepción  bien  diferente  de  aquella  que  le 
hace  luchar  victoriosamente  con  Dios".  La  ortodoxia  no  se 
intimida  ante  este  fracaso  de  las  profecías  inspiradas  por  Yah- 
vé,  fracaso  al  que  le  busca  una  explicación  a  su  paladar,  y  así 
Scío  escribe:  "Eli  cumplimiento  de  las  promesas  hechas  a  Ja- 
cob sólo  se  verificó  en  sus  descendientes,  y  su  mayor  grandeza 
fué  la  de  que  de  su  posteridad  había  de  nacer  aquél  en  quier 
serían  benditas  todas  las  naciones  de  la  Tierra.  Fuera  de  es- 
to, las  grandezas  que  Dios  da  en  esta  vida  a  sus  escogidos  y 
amigos,  son  aflicciones,  que  los  hacen  tanto  mayores,  cuanto 
ellas  más  crecen  y  se  aumentan.  Mas  por  el  contrario,  la  glo- 
ria de  los  que,  como  Esaú.  no  tienen  parte  en  la  elección  de 
Dios,  es  como  una  flor,  que  dura  pocos  días,  y  se  marchita  y 
seca  a  los  primeros  ardores  del  Sol.  Dios  en  esta  vida  los  col- 
ma de  honores  y  de  riquezas,  reservándolos  para  que  en  la  otra 
prueben  todo  el  rigor  de  su  justicia".  Como  se  ve,  estos  bue- 
nos señores  ortodoxos  han  inventado  un  Dios  que  se  compla- 
ce en  el  mal  y  en  el  dolor,  que  a  sus  amigos  los  aflige  en  este 
mundo,  y  a  los  que  no  lo  son,  los  mortificíD  en  el  otro  mundo, 
también  de  la  invención  de  ellos.  2°  La  segunda  observación 
que  merece  el  citado  texto  de  J,  es  que  Jacob  le  asegura  a 
Esaú  que,  aunque  con  lentitud,  irá  tras  él  hasta  "la  casa  de  mi 
señor  en  Seir",  o  sea  hasta  Edom,  y  esa  promesa  nunca  se 
cumplió  a  estar  al  relato  posterior.  En  efecto,  Jacob  se  esta- 
bleció después  en  Sucot,  al  Este  del  Jordán,  entre  este  río 
y  Penuel  (Jue  8,  4-9),  donde  se  construyó  una  casa  e  hizo 
también  para  su  ganado  chozas  o  galpones,  lo  que  el  narrador 
deduce  de  la  etimología  de  Sucot  (chozas,  v.  17).  Allí  debió  el 
patriarca  permanecer  muchos  años,  pues  sus  hijos  que  eran 
pequeños,  cuando  el  encuentro  con  Esaú,  aparecen  en  el  capí- 
tulo siguiente  como  adultos,  con  hijas  casaderas,  y  guerreros 
que  asesinan  los  habitantes  de  una  ciudad  y  luego  la  saquean 
(cap.  34).  De  Sucot  pasó  Jacob  a  Siquem,  en  el  centro  de  Pa- 
lestina, donde  compró  el  lote  de  tierra  en  que  había  fijado  sus 
tiendas,  y  donde  erigió  un  altar  .que  llamó  El  -  Elohé  -  Israel 
(vs.  18  -  20).  De  Siquem  partió  a  Bethel  y  luego  a  Hebrón  (35, 
6,  16,  27),  para  terminar  finalmente  en  Egipto  (caps.  46  y  47)  ; 
pero  no  existe  mención  alguna  de  que  Jacob  haya  ido  nunca 


EL  PATRIARCA  JACOB 


161 


a  Seir.  Reuss  expresa  que  Jacob  jamás  tuvo  la  intención  de 
ir  en  esa  dirección,  por  lo  que  le  mintió  a  sabiendas  a  su  her- 
mano. Y  como  cada  uno  de  ellos  marchó  por  su  lado  —  el  uno 
a  Edom  y  el  otro  a  Canaán  —  infiere  aquel  exégeta  que  "el 
sentido  de  este  mito  es  que  los  dos  hermanos  (los  dos  pueblos) 
quedarán  definitivamente  separados,  y  que  no  habrá  ya  más 
discusión  entre  ellos  relativamente  a  sus  establecimientos". 

2359.  Con  respecto  al  altar  erigido  por  Jacob  en  Siquem 
(33,  20)  y  al  que  le  puso  el  nombre  de  El  -  Elohé  -  Israel,  ("El 
es  el  dios  de  Israel")  recuérdese  lo  dicho  en  §  92,  462,  626  y 
2259.  L.B.d.C.  entiende  que  el  texto  parece  indicar  que  se  tra- 
taba primitivamente  de  una  estela,  agregando  que  tanto  las  es- 
telas como  los  altares  podían  recibir  el  nombre  de  una  divini- 
dad (Ex.  17,  15;  Jue.  6,  24;  Gén.  35,  7),  porque  se  los  consi- 
deraba como  la  residencia  o  el  cuerpo  visible  del  dios.  En 
cuanto  al  relato  de  Gén.  34  encierra  dos  tradiciones  distintas 
que,  armonizadas  por  el  redactor,  buscan  explicar  un  hecho 
probablemente  ocurrido  en  la  época  de  la  conquista  de  Ca- 
naán, que  consistió  en  que  las  tribus  de  Simeón  y  de  Leví'  ata- 
caron traidoramente  a  Siquem,  mataron  sin  cuartel  a  sus  ha- 
bitantes y  la  saquearon ;  pero  habiéndose  atraído  las  represa- 
lías  de  los  cananeos,  fueron  casi  totalmente  aniquiladas  (§  561, 
2055).  No  es  fácil  separar  en  todos  sus  detalles  cada  una  de  las 
referidas  tradiciones,  separación  que,  en  opinión  de  L.B.d.C, 
sería  como  sigue:  "Según  una  (J),  Siquem  rapta  a  Dina  y  la 
viola ;  pide  luego  casarse  con  ella,  a  lo  que  se  oponen  los  hi- 
jos de  Jacob  si  el  raptor  no  se  hace  circuncidar;  Simeón  y  Le- 
ví aprovechan  su  estado  de  debilidad  para  matarlo  con  su  fa- 
milia y  saquear  su  casa.  Según  otra  tradición  (E),  Siquem 
hace  pedir  la  mano  de  Dina  por  Hamor.  su  padre ;  éste  al  mis- 
mo tiempo  ofrece  a  la  familia  de  Jacob  que  se  fusione  con 
el  pueblo  de  Siquem;  los  hijos  de  Jacob  aceptan  a  condición 
de  que  todos  los  siquemitas  se  hagan  circuncidar ;  pero  duran- 
te la  enfermedad  de  éstos  a  causa  de  la  operación,  los  hijos  de 
Jacob  matan  a  todos  los  hombres  adultos,  y  se  apoderan  de 
las  mujeres  y  de  los  niños,  así  com.o  de  todas  las  riquezas  de 
la  ciudad". 

2360.  Varios  detalles  muestran  que  el  redactor  trató  de 
soldar  esos  relatos  no  concordantes,  sin  preocuparse  mayor- 


162 


EL  PATRIARCA  JACOB 


mente  de  las  inverosimilitudes  y  de  los  anacronismos  en  que 
incurría.  Así,  p.  ej.:  1^  se  dice  que  los  hijos  de  Jacob,  al  re- 
gresar del  campo,  y  saber  el  estupro  cometido  en  la  persona 
de  Dina,  se  indignaron  por  "la  infamia  que  Siquem  había  co- 
metido en  Israel"  (v.  7),  empleando  el  narrador  este  último 
nombre  como  el  de  un  pueblo,  cuando  aún  éste  no  existía,  nom- 
bre mismo  de  muy  reciente  data  (32,  28),  o  inexisíonte,  según 
otro  documento,  P,  (35,  10).  2^  Se  afirma  que  ios  siquemiías 
eran  incircuncisos,  cuando  probablemente  se  circuncidaban  co- 
mo lo:'.  demás  cananeos,  por  lo  que  en  el  A.  T.  sólo  se  llaman 
incirc-i.ncisos  a  los  filisteos.  Además,  sólo  P  hace  remontar  la 
circuncisión  a  Abraham  (17.9-14;  §  2282-3),  pues  según  J 
esa  práctica  se  introdujo  entre  los  hebreos  por  Séfora,  mujer 
de  Moisés  (Ex.  4,  24  -25;  §  90,  138),  y  según  E  el  tal  rito  es 
posterior  aún,  pues  se  hace  proceder  de  Josué  (Jos.  5,  2),  aun- 
que se  le  agregó  a.  este  versículo  las  palabras  "de  nuevo"  y 
'"por  segunda  vez",  para  conciliar  dicho  texto  con  los  citados. 
3°  Dina,  cuando  la  petición  matrimonial  de  Hamor,  está  con 
su  familia,  según  E,  (v.  17),  mientras  que  para  J  aquélla  per- 
manecía en  casa  de  su  raptor  (v.  26).  4^  J  expresa  que  Simeón 
y  Leví,  o  sea  dos  hombres  solos,  mataron  todos  los  varones 
adultos  de  una  ciudad,  hecho  inverosímil  aunque  éstos  estu- 
vn'eran  recién  circuncidados ;  E  da  a  entender  que  esa  matan- 
za, como  el  saqueo  siguiente,  fué  obra  de  todos  los  hijos  de 
Jacob  (vs.  25  -  29).  No  hay  por  qué  insistir  en  lo  que  represen- 
ta del  punto  de  vista  moral  que  los  hijos  de  un  favorecido  de 
Vahvé  (hoy  Dios  universal),  —  quien  recibía  de  esa  divinidad, 
revelaciones  constantes  a  pesar  de  sus  truhanerías,  —  perso- 
nas que  debieran  ser  modelos  de  religiosidad  y  de  bondad, 
fueran  en  la  vida  práctica  unos  asesinos  y  bandidos,  que  aJ 
respecto  nada  tenían  que  envidiar  de  los  más  perversos  ca- 
naneos. Pero  recuérdese  que  estamos  en  el  terreno  de  los  mi- 
tos, y  que  los  narradores,  que  reflejaban  las  costumbres  bár- 
baras de  su  época,  no  vacilaban  en  atribuir  a  sus  personajes, 
como  a  su  dios  mismo  (§  377-379),  tales  hechos  desdorosos 
e  inhumanos.  Aquí,  en  este  caso,  el  dios,  a  pesar  del  crimen 
odioso  cometido  contra  los  siquemitas,  no  dejó  de  favorecer  a 
los  bárbaros  agresores,  pues  cuando  éstos  partieron  de  aqueJ 
paraje,  "Elohim  inspiró  terror  a  las  ciudades  comarcanas,  de 


EL  PATRIARCA  JACOB 


163 


modo  que  los  hijos  de  Jacob  no  fueron  perseguidos"  (35,  5 ; 
§  762.  764).  Reuss  se  inclina  a  pensar  que  éste  es  un  mito  des- 
tinado a  poner  en  relieve  el  principio  que  los  israelitas  no  de- 
bían en  manera  alguna  aliarse  con  los  cananeos,  sino  más  bien 
exterminarlos ;  lo  mismo  que  entiende  que  la  versión  que  ha- 
bla de  la  violación  de  Dina,  ha  querido  alegar  circunstancias 
atenuantes  de  la  matanza  y  saqueo  siguientes. 

2361.  El  capítulo  35  de  Génesis  está  formado  con  frag- 
mentos de  E  y  de  P  (salvo  los  vs.  21  y  22  que  son  de  J).  En 
su  primera  mitad,  —  que  es  la  única  de  que  nos  ocuparemos, 
—  se  narra  una  revelación  de  Elohim  a  Jacob  en  Siquem,  por 
la  que  se  le  ordena  que  suba  a  Bethel;  y  luego  —  fviera  de  la 
mención  de  la  muerte  de  Débora  (v.  8),  —  se  repiten  dos  su- 
cesos ya  referidos,  a  saber:  a)  el  origen  del  santuario  de  Be- 
thel (§  2327  -  8)  ;  y  b)  el  que  Yahvé  le  cambió  a  Jacob  su  nom- 
bre por  el  de  Israel  (§  2350,  2356).  La  citada  revelación  y  sus 
consecuencias  se  exponen  en  esta  forma :  "1  Elohim  dijo  a 
Jacob :  "Levántate,  sube  a  Bethel,  establécete  allí  y  erige  un 
altar  al  Elohim  que  te  apareció  cuando  huías  de  tu  hermano 
Esaú.  2  Entonces  dijo  Jacob  a  su  familia  y  a  todos  los  que  con 
él  estaban:  "Quitad  los  dioses  extraños  que  están  en  medio  de 
vosotros;  purificáos  y  cambiad  de  vestidos.  3  Luego  nos  le- 
vantaremos y  subiremos  a  Bethel,  y  allí  erigiré  un  altar  aL 
Elohim  que  me  escuchó  en  el  día  de  mi  angustia,  y  que  ha  es- 
tado conmigo  durante  el  viaje  que  he  efectuado".  4  Ellos  die^ 
ron  a  Jacob  todos  los  dioses  extraños  que  tenían  en  su  poder 
y  los  zarcillos  (1),  que  llevaban  en  las  orejas,  y  ios  soterró 
Jacob  bajo  el  terebinto  (o  la  encina)  existente  cerca  de  Si- 
quem". 6  Jacob  con  toda  la  gente  que  con  él  estaba,  llegó  a 
Luz,  hoy  llamada  Bethel,  en  el  país  de  Canaán.  7  Edificó  allí 
un  altar,  y  llam.ó  a  ese  lugar  Bethel,  porque  era  allí  que 
Eiohim  se  le  había  aparecido,  cuando  iba  huyendo  de  su  her- 
mano. 

2362.  Como  vemos,  el  redactor  se  muestra  empeñado  eu 
demostrar  que  el  antiguo  santuario  de  Bethel,  —  de  origen  ca- 
naneo,  —  era  bien  de  procedencia  yahvista,  porque  allí  se  le 


(1)  En  los  países  del  Río  de  la  Plata,  a  los  zarcillos  les  llamanioa 
caravanas. 


164 


EL  PATRIARCA  JACOB 


habia  aparecido  o  revelado  Yahvé  al  patriarca  Jacob.  Con  tal 
fin,  repite  que  éste  le  dió  a  dicho  lugar  el  nombre  de  Bethel 
(v.  7),  lo  que  había  hecho  anteriormente  (28,  19),  sin  prestar 
atención  a  que  en  los  vs.  1  -  3  ya  considera  establecida  y  conoci- 
da tal  denominación.  Pero  este  relato  sirve  para  comprobar  una 
vez  más  que  por  lo  menos  una  parte  del  primitivo  pueblo  de 
Israel  era  politeísta,  y  que  el  culto  de  Yahvé  fué  una  religión 
importada  en  esa  parte  del  pueblo  compuesta  por  tribus  idó- 
latras (§  343-353:  Gén.  31,  19.  30-35;  Jos.  24,  2).  Es  inten- 
sante notar  este  rasgo  del  mito :  Jacob,  antes  de  consagrar  to- 
dos los  suyos  al  nuevo  culto,  les  ordena  cjue  abandonen  los 
otros  dioses  no  -  yahvistas  que  poseían,  y  que  se  purifiquen  y 
cambien  de  vestidos,  para  ir  luego  a  erigir  un  altar  al  Elohim 
que  se  le  había  aparecido  cuando  huía  de  Esaú,  y  que  luego  Jo 
había  ayudado  hasta  aquel  momento.  "Es  regla  general  en  las 
religiones  antiguas,  anota  L.B.d.C,  que  al  aproximarse  a  un 
dios,  se  deben  apartar  todos  los  efluvios  profanos  —  y  espe- 
cialmente los  elementos  colocados  bajo  la  acción  de  otras  di- 
vinidades —  que  uno  pudiera  llevar  consigo:  por  esto  Hay  que 
quitarse  las  sandalias,  y  cambiarse  o  por  lo  menos  lavar  los 
vestidos  (cf.  Ex.  19,  10,  14;  Lev.  16,  26;  Núm.  8.  7)".  Este 
hecho  es  una  de  las  tantas  manifestaciones  de  la  mentalidad 
materialista  de  los  pueblos  primitivos,  para  quienes  las  cuali- 
dades morales  son  cosas  que  se  adquieren  por  contacto  y  se 
eliminan  por  abluciones,  purificaciones,  etc.,  o  se  transmiten 
a  otros  seres,  como  al  chivo  emisario  de  Israel  (Lev.  16,  21, 
22,  26;  nuestra  Introducción,  §  125,  160-  170).  No  deja  de  ser 
curiosa  la  siguiente  enseñanza  que  encuentra  el  ortodoxo  pro- 
testante H.  B.  Pratt,  al  comentar  el  citado  v.  2  de  Gén.  35: 
"Evangélicos  he  visto  y  no  muy  pobres,  que  ;ni  siquiera  saben 
mudar  sus  vestidos  en  el  "honorable"  día  del  Señor,  para  ir  a 
la  casa  de  Dios  y  tomar  parte  en  su  culto!  Esio  es  un  descui- 
do fatal"  (Génesis,  p.  386).  En  cuanto  al  entierro  que  hizo  Ja- 
cob de  los  dioses  y  hasta  de  los  zarcillos  o  caravanas  ([ue  le 
entregaron  sus  familiares  y  demás  acompañantes  (v.  4),  opi- 
na L.B.d.C.  respecto  a  lo  último,  que  "los  zarcillos  (llamados 
en  siríaco  cosa  santa)  eran  amuletos,  como  las  joyas  en  ge- 
neral, que  se  llevaban  cuando  se  iba  a  un  santuario  (Os.  2, 
13;  cf.  Ex.  11,  2;  32.  2,  3;  35,  5-6),  sea  para  santificarse,  sea 


EL  PATRIARCA  JACOB 


165 


para  reavivar  la  eficacia  del  talismán.  Esa  costumbre  aqui  pa- 
rece condenada,  quizá  porque  esas  alhajas  llevaban  a  menudo 
el  emblema  de  un  dios  extranjero".  Entiende  L.B.A.  que  los 
pendientes  o  caravanas  eran  primitivamente  amuletos  destina- 
dos quizá  a  preservar  las  orejas  de  los  sonidos  y  las  oalabras 
nefastas. 

2363.  Aíenciónase  luego  inopinadamente  la  Uiuerte  de 
Dé]>ora.  nodriza  de  Rebeca,  que  había  venido  cju  ésta  a  Ca- 
naán.  60  años  atrás,  acompañándola  cuando  su  •asamionto  con 
Isaac  (24,  59).  Como  el  redactor  ha  mezclado  en  su  relato 
fragmentos  de  varios  documentos,  sugiere  L.B.d.C.  que  el 
V.  14  que  primitivamente  debió  decir:  "Jacob  erigió  una  estela 
de  piedra  sobre  la  cual  hizo  una  libación  y  derramó  aceite", 
f-ste  versículo  en  el  texto  de  E  probablemente  se  referiría  a 
una  estela  erigida  sobre  la  tumba  de  Débora,  siendo  la  liba- 
ción y  la  unción  una  ofrenda  funeraria,  dado  que  los  dones  de 
alimentos  y  bebidas  a  los  muertos  se  usaban  entre  los  judíos, 
igualmente  que  entre  los  babilonios,  árabes,  griegos  y  otros 
pueblos  (Deut.  26,  14;  Sir.  7,  33;  30,  18;  Tob.  4,  17).  Des- 
pués de  la  noticia  de  la  muerte  de  Débora,  sigue  un  trozo  de 
P  (reconocible  porque  hace  regresar  a  Jacob  de  Padán- Aram), 
en  que  se  explica  de  distinto  modo  el  cambio  de  nombre  de 
este  patriarca.  Aquí  nada  de  lucha  con  Yahvé,  sino  que  sim- 
plemente Elohim  se  le  aparece  otra  vez  a  Jacob  a  su  regreso 
de  Padán -Aram,  lo  bendice,  y  sin  más  le  manifiesta:  "10  Tu 
nombre  es  Jacob;  pero  ya  no  serás  llamado  Jacob,  sino  que 
tu  nombre  será  Israel".  Y  para  c]ue  no  dude  cjuien  es  el  que 
efectúa  aquel  cambio,  agrega  el  dios:  11  "Yo  soy  el  Shaddai. 
Sé  fecundo  y  multiplícate.  De  ti  nacerá  un  pueblo  y  hasta  un 
conjunto  de  pueblos,  y  reyes  saldrán  de  tus  ríñones.  12  El 
país  que  di  a  Abraham  y  a  Isaac,  a  ti  te  lo  daré  y  a  tu  poste- 
ridad". 13  Entonces  lo  dejó  Eiohim,  elevándose  por  encima  de 
é!,  en  el  lugar  donde  le  había  hablado".  Y  después  de  la  refe- 
rida erección  de  la  estela,  Jacob  dió  a  aquel  lugar  el  nombre 
de  Bethel  (v.  15).  Aquí  se  ve,  sin  lugar  a  dudas,  cómo  han 
sido  utilizados  por  el  redactor  distintos  documentos  que  ex- 
presaban la  misma  cosa,  aunque  en  distintas  circunstancias: 
cambio  del  nombre  Jacob  por  el  de  Israel,  y  denominación  de 
Bethel  al  lugar  donde  a  ese  patriarca  se  le  apareció  un  dios, 


166 


EL  PATRIARCA  JACOB 


que  aquí  es  El  Shaddai  transformado  más  tarde  en  El  Todo- 
poderoso, epíteto  luego  aplicado  a  Yahvé  (§  92).  La  mayor 
bendición  para  los  judíos  era  tener  numerosa  prole;  pero  aquí 
la  orden  divina:  "Sé  fecundo  y  multiplícate",  llegó  tarde,  es 
-decir  cuando  Jacob  ya  era  padre  de  12  hijos  nacidos  en  Padán  - 
-Aram  (vs.  23  -26),  según  P,  y  después  no  tuvo  ninguno  más, 
aunque,  según  E,  el  último:  Benjamín,  nació  en  Canaán 
(vs.  16-20;  §  2338).  En  cuanto  a  la  predicción  de  que  de 
Jacob  nacería  un  conjunto  de  pueblos,  está  aún  por  realizarse. 
El  V.  12  en  el  que  Yahvé  anuncia  a  Jacob  que  le  dará  el  terri- 
torio de  Palestina  a  él  y  sus  descendientes,  le  sugiere  a  Kre- 
glinger  esta  observación:  "Los  términos  mismos  de  ese  ver- 
sículo prueban  que  la  leyenda  de  Jacob  fue  en  un  principio 
por  completo  independiente  de  la  de  Abraham  y  de  Isaac,  que 
nacieron  en  otra  parte ;  si  se  tratara  de  una  historia  seguida 
y  de  un  mismo  pueblo,  no  hubiera  podido  ser  cuestión  de  dar 
nuevamente  a  Israel  lo  que  ya  había  sido  acordado  a  sus  an- 
tepasados y  debía,  por  lo  tanto,  pertenecerle"  (La  Reí.  d'Isr. 
p.  116).  Recordemos  finalmente  que  la  partida  del  dios,  des- 
•pués  de  sus  apariciones,  se  efectuaba  elevándose  a  la  bóveda 
celeste,  como  lo  hizo  con  Abraham  (17,  22;  Jue.  6,  21 ;  13,  20). 
La  finalidad  del  mito  está  clara :  reiterar  una  vez  más  que 
la  Palestina  pertenecía  al  pueblo  de  Israel  por  derecho  divino, 
en  virtud  de  una  donación  de  su  dios  nacional,  i  Lástima  gran- 
de que  Inglaterra,  tan  saturada  de  Biblia,  olvide  esa  dona- 
ción, y  se  niegue  a  devolver  hoy  (mayo  de  1946)  a  los  judíos 
-su  patria  secular,  que  con  tanta  insistencia  y  justicia  la 
reclaman ! 

2364.  El  cap.  36  del  Génesis  está  totalmente  consagrado 
;a  Esaú  y  sus  descendientes  (§  2321,  2322).  Algunos  autores 
modernos  lo  consideran  como  formando  parte  —  con  otros 
trozos  del  Génesis,  como  los  capítulos  14,  34,  38  y  parte  del 
19  y  35  — ,  de  un  documento  de  origen  edomita,  que  se  indica 
por  la  letra  S,  inicial  de  Sur  y  de  Seir,  documento  que  co- 
rrespondería en  sus  grandes  líneas  a  J\  y  que  dataría  de  la 
época  de  Salomón.  Este  capítulo  —  del  que  resulta  que  los 
-edomitas,  por  su  antepasado  Esaú,  tienen  el  mismo  origen 
-que  los  ammonitas,  moabitas  e  israelitas  — ,  es  interesante, 
«ntre  otras  cosas,  porque  comprueba  una  vez  más  la  false- 


EL  PATRIARCA  JACOB 


167 


dad  de. la  hipótesis  del  origen  mosaico  del  Pentateuco.  En 
efecto,  en  los  vs.  31  -39  se  da  una  lista  de  reyes  que  reinaron 
en  Edom  "antes  que  reinara  allí  un  rey  israelita"  (v.  31),  y 
no  "antes  que  reinase  un  rey  sobre  los  israelitas"  o  sea  antes 
de  Saúl,  como  generalmente  se  traduce.  Se  trata,  pues,  de 
un  documento  que  hace  referencia  a  sucesos  posteriores  por 
lo  menos  en  tres  siglos  a  la  presunta  época  en  que  vivió 
Moisés,  o  sea,  que  alude  a  David,  conquistador  del  país  de 
Edom  (II  Sam.  8,  13,  14).  Como  dice  L.B.d.C:  "la  conquista 
israelita  y  no  la  fundación  de  la  monarquía  en  Israel,  es  lo 
que  marca  una  fecha  en  la  historia  de  Edom".  Pero  este 
relato  que  echa  por  tierra  la  hipótesis  de  que  pudiera  ser 
Moisés  el  autor  del  Génesis,  no  perturba  a  la  ortodoxia,  como  se 
ve  por  las  siguientes  líneas  del  obispo  Scío :  "Parece  que  los 
que  reinaron  en  la  tierra  de  Edom,  fueron  después  de  la  muer- 
te de  Moisés.  Mas  no  por  esto  se  infiere  que  Moisés  no  es- 
cribió el  fin  de  este  capítulo,  y  que  fue  añadido  por  algún 
otro  historiador  sagrado,  que  probablemente  pudo  ser  Esdras. 
Porque  Moisés  previo  muy  bien  que  reinarían  en  Edom  des- 
pués de  sus  días,  como  previó  también  que  habría  reyes  en 
Israel".  Scío  se  engloba  aquí  entre  los  intérpretes  que,  según 
su  propia  expresión  "dicen  que  Moisés  habló  por  espíritu  pro- 
fético,  como  que  sabía  por  revelación  que  los  israelitas  ten- 
drían reyes".  Lo  que  hay  es  que  esa  revelación  no  se  limitó  a 
hacerle  saber  a  Moisés  que  Israel  sería  más  tarde  monarquía, 
sino  que  la  divinidad  se  encargó  además  de  darle  los  nombres 
de  los  ochos  reyes  que  reinaron,  del  orden  en  que  se  sucedie- 
ron, de  sus  ciudades  capitales,  de  los  nombres  de  sus  padres, 
pues  el  gobierno  do  era  hereditario ;  detalles  interesantes  co- 
mo el  de  Hadad,  hijo  de  Bedad  (v.  35),  de  quien  se  dice  no 
que  batiría  a  los  madianitas,  algo  así  como  suceso  futuro,  sino 
como  hecho  pasado,  a  saber,  que  "batió  a  Madián  en  el  campo 
de  Moab",  y  el  de  otro  Hadad  o  Hadar,  de  quien  se  expresa  que 
**su  mujer  se  llamaba  Mehetabel,  hija  de  Matred,  hija  de 
Me  -  Zahab".  Todo  esto  se  lo  reveló  por  anticipado  Yahvé 
a  Moisés,  para  que  nos  lo  hiciera  saber,  según  Scío.  ¡Oh  sancta 
simplicitas!  Con  respecto  al  último  Hadad  citado,  opina 
L.B.d.C.  que  probablemente  fuera  padre  o  abuelo  del  Hadad 
"de  raza  real  edomita"  que  libertó  a  su  país  bajo  Salomón 


168  EL  PATRIARCA  JACOB 

(I  Rey.  11,  14-22,  25).  L.B.A.  cree  que  como  no  se  men- 
ciona su  muerte,  a  la  inversa  de  los  demás  reyes  nombrados 
debería  vivir  aún,  cuando  escribía  el  autor,  por  lo  que  se  tie- 
nen detalles  más  precisos  sobre  su  familia,  que  indican  evi- 
dentemente un  documento  de  origen  edomita. 

2365.    Es  también  digno  de  notarse  que  en  la  citada  lista 
de  ocho  reyes  edomitas,  figura  uno  con  el  nombre  de  Baal - 
Hanan,  (vs.  38,  39),  que  significa  "Baal  perdona",  lo  que 
iiulica  que  el  baalismo  era  una  religión  extendida  en  Edom 
En  cuanto  a  la  lista  de  jefes  de  Edom,  ordenados  según  sus 
clanes  y  sus  territorios  (vs.  40-43),  refleja  indudablemente 
a  JUICIO  de  L.B.d.C,  la  organización  del  pais  edomita  en  épo- 
ca relativamente  reciente.  Debe  notarse  que  esta  última  lista 
procede  de  otro  documento,  P,  que  no  sólo  no  coincide  con 
las  listas  repetidas  anteriormente  por  dos  veces,  a  saber  en 
los  vs.  10-14  y  en  15-19  (véase  además  §  2321,  2322)  ¡ino 
que  algunos  de  los  que  en  aquélla  figuran  no  tienen  el  mismo 
sexo  que  en  las  de  éstas,  como  p.  ej.:  Aholibama,  que  apa- 
rece como  mujer  de  Esaú  (vs.  2,  5),  es  un  jefe  o  caudillo  en 
el  documento  P  (v.  41),  y  Timna.  concubina  de  Elifaz,  es  otro 
jefe  en  el  citado  P  (v.  40).  En  cuanto  a  las  dos  aludidas 
listas  de  10  -  14  y  de  15  -  19  concuerdan  en  los  nombres  de 
las  tres  esposas  de  Esaú:   Ada,    Basemat   y   Aholibama  u 
Ohohbama;  en  los  nombres  de  los  hijos  de  ellas,  a  saber- 
de  Ada,  Elifaz;.  de  Basemat,  Reuel ;  y  de  Aholibama,  Jeús 
o  \  eus,  Jalam  o  Yalam,  y  Coré  o  Korach ;  y  en  los  nombres 
de  los  nietos  de  Elifaz.  Temán,  Omar,  Cefo,  Gatam  y  Kenaz ; 
y  de  Ruel:  Nahat,  Zerá,  Shammá  y  Miza.  Además  en  eí 
V.  12  se  nombra  a  Amalee  como  hijo  de  Elifaz  habido  de  su 
concubina  Timna,  versículo  que  L.B.d.C.  considera  una  adi- 
ción. Ahora  bien,  observa  L.B.A.  que  si  se  quita  Coré  del 
V.  16,  —  que  no  está  en  el  texto  samaritano,  y  cuyo  verda- 
dero lugar  está  en  el  v.  18  — ,  y  Amalee,  que  no  tiene  la 
misma  relación  con  Esaú  que  los  otros,  quedan  doce  nombres 
de  jefes  de  tribus.  Así  el  pueblo  edomita  se  dividía  en  doce 
tribus,  como  los  israelitas,  los  ismaelitas  (25,  13-16)  y  los 
descendientes  de  Nacor  (22,  20-24).  Si  Abraham  era  Consi- 
derado como  el  antecesor  de  los  semitas  del  Sur,  israelitas  y 
edomitas,  a  la  vez  que  de  los  del  Este,  árabes,  en  cambio  a 


EL  PATRIARCA  JACOB 


169 


Nacor  se  le  consideraba  como  el  antepasado  de  los  semitas 
del  Norte,  o  sea,  los  árameos.  Pero  nótese  como  en  todas 
estas  genealogías  de  pueblos,  personificados  en  individuos, 
predomina  el  número  sagrado  doce  cuyo  valor  simbólico  quizá 
proviniera  de  los  doce  meses  del  año  solar  (Apoc.  22,  2).  Ob- 
serva el  Dic,  Encyc,  en  su  artículo  Nombre,  que  desde  muy 
antiguo  se  miraba  entre  los  hebreos  como  importantísimo  el 
que  hubiera  12  tribus  israelitas,  puesto  que  a  despecho  de  las 
sustracciones  o  adiciones  que  pudieron  producirse,  se  trató 
de  mantener  intacto  aquel  número ;  y  así,  cuando  desapa- 
rece una  tribu,  como  la  de  Leví,  se  crea  artificialmente  otra, 
subdividiendo  la  de  José  en  Efraim  y  Manasés  (Núm.  1, 
4-16).  Lo  mismo  ocurrió  al  comienzo  del  cristianismo,  cuan- 
do después  de  la  muerte  df.  Jesús  se  juzgó  que  el  problema 
más  urgente  a  resolver  era  el  de  designar  un  duodécimo  após- 
tol en  reemplazo  de  Judas  (Marc.  3,  14;  Mat.  19,  28;  Act.  1, 
15-26). 

2366.  Después  del  nacimiento  de  Benjamín,  —  que  E 
lo  sitúa  cerca  de  Efrata,  en  Canaán  (§  2338)  — ,  y  la  subsi- 
guiente muerte  de  Raquel,  sobre  cuya  tumba  erigió  Jacob 
una  estela  o  piedra  del  recuerdo,  (35,  16  -  20)  destinada  pro- 
bablemente a  hacer  sobre  ella  libaciones,  como  cree  Lods 
(Isr.  p.  262;  §  2363),  el  patriarca  se  instala  con  sus  hijos  en 
Hebrón  y  Beerseba,  en  la  Palestina  meridional,  donde  habían 
morado  Abraham  e  Isaac  (37,  1).  A  partir  de  ese  momento,  el 
redactor  del  Génesis  deja  de  lado  a  Jacob,  para  ocuparse 
casi  exclusivamente  de  su  hijo  José,  —  salvo  el  cap.  38  des- 
tinado por  completo  a  narrarnos  un  episodio  de  la  vida  de 
Judá  — ,  por  lo  que  estudiaremos  en  el  capítulo  siguiente  la 
vida  novelesca  de  José,  con  cuyo  relato  se  termina  el  primer 
libro  del  Pentateuco.  (1) 


(1)  Per  error  en  la  numeración  de  los  párrafos,  después  del  2366 
viene  el  2637,  no  existiendo,  por  lo  tanto,  los  párrafos  2367  al  2636. 


CAPITULO  V 


El  patriarca  José 


ANTECEDENTES  DE  LA  HISTORIA  DE  JOSE.  — 

2637.  Aunque  en  la  Biblia  hebrea  no  se  encuentre  la  palabra 
patriarca,  la  aplicamos  a  José,  porque  en  el  lenguaje  religioso 
usual,  con  ella  se  designa  a  los  antepasados  de  Israel,  desde 
Abraham  hasta  Moisés.  En  el  Nuevo  Testamento  se  la  emplea 
con  más  amplio  sentido,  pues  no  sólo  se  les  da  tal  denominación 
a  los  12  hijos  de  Jacob  (Act.  7,  8,  9),  sino  a  personajes  desco- 
llantes como  David  (Act.  2,  29).  En  cuanto  al  nombre  de  José 
(§  2339)  conocido  por  lo  menos  desde  el  siglo  XVI  a.  n.  e.,  para 
distinguir  ciertas  ciudades  o  poblaciones  de  Canaán  (§  19,  24), 
era  el  de  las  tribus  que  ocuparon  el  Norte  de  Palestina,  por 
oposición  a  Judá,  o  sea,  el  de  las  tribus  del  Sur.  Opina  Meyer 
que  esos  grupos  de  tribus,  separadas  geográficamente,  fueron 
en  su  origen  independientes  y  entraron  en  Palestina  por  dos 
distintas  fronteras.  El  esquema  corriente  de  los  doce  hijos  de 
Jacob  no  puede  haberse  constituido  sino  en  la  época  real.  Es 
seguro  que  las  tribus  de  José,  ya  estaban  instaladas  en  la  mon- 
taña de  Efraim,  en  el  centro  de  Canaán.  en  el  siglo  XIII  y 
probablemente  provenían  de  las  montañas  de  la  Transjordania. 
*'Su  paso  del  Jordán,  cerca  de  Jericó,  y  su  conquista  de  esta 
ciudad  fueron  trasportadas  ficticiamente  más  tarde,  en  honor 
de  todo  el  pueblo  israelita,  que  se  supuso  reunido  para  esta 
empresa"  (R.  WEILL,  p.  17).  Por  eso  en  la  literatura  hebrea 
se  usa  a  veces  el  nombre  de  José  para  designar  el  reino  del 
Norte,  y  la  aludida  separación  de  Judá  explica  la  rapidez  v 
la  persistencia  del  cisma.  De  ahí  las  palabras  que  se  atribuyen 
al  pueblo,  dirigidas  a  Roboam :  "¿Qué  obligación  nos  liga  (o 
qué  ten  "-^-ios  que  ver)  con  David?  Nada  tenemos  de  común  con 
el  hijo  C-:  Isaí.  ¡A  tus  tiendas,  Israel!",  —  o  sea,  a  tus  tiendas, 
tri!  US  (>  José  (I  Rey.  12,  16;  §  1914). 


EL  PATRIARCA  JOSE 


171 


2638.  Estos  antecedentes  bastan  para  hacernos  compren- 
der las  tradiciones  que  se  fueron  formando  sobre  el  legendario 
antecesor  José,  en  cuya  historia  entraron  relatos  novelescos,  to- 
mados algunos  de  literaturas  extranjeras,  como  la  acusación 
cahmiuiosa  de  la  mujer  de  Potifar,  que  probablemente  viene 
del  cuento  egipcio  de  Los  dos  hermanos.  Meyer,  que  no  admite 
la  realidad  histórica  de  la  estada  de  los  israelitas  en  Egipto, 
considera  que  la  hermosa  composición  de  la  novela  de  José, 
enteramente  artificial,  fué  forjada  como  pieza  esencial  de  la 
síntesis  narrativa  del  primer  redactor  de  conjunto  de  los  orí- 
genes nacionales,  pues  ese  compilador  inteligente  y  de  gran  ta- 
lento literario,  trató  de  armonizar  la  leyenda  de  los  patriarcas 
fundadores  con  el  relato  de  la  ocupación  verdadera  del  país  en 
época  ulterior,  e  hizo  la  historia  de  la  estada  en  Egipto  para 
permitir  al  pueblo  de  la  fabulosa  primera  instalación  en  Pales- 
tina, salir  de  allí  a  fin  de  que^  tuviesen  la  posibilidad  de  volver 
a  dicho  país  cuando  la  conquista  histórica  (R.  WEILL,  p.  13). 
Sea  esto  como  fuere,  lo  cierto  es  que  la  historieta  de  José  sirve 
de  nexo  entre  el  relato  de  la  morada  de  los  patriarcas  Abraham, 
Isaac  y  Jacob  en  Canaán,  y  la  existencia  de  sus  descendientes 
en  Egipto,  que  origina  más  tarde  la  obra  liberadora  de  Moisés, 
preliminar  de  la  conquista  palestina  (§  343-348). 

UNA  COMEDIA  EN  CINCO  ACTOS.  —  2639.  Las 
tradiciones  sobre  la  personalidad  de  José  fueron  recogidas  en 
ios  documentos  J  y  E  con  notorias  variantes,  según  en  seguida 
veremos  (§  2645)  ;  pero  amalgamando  sus  distintas  partes,  el 
redactor  formó  una  interesante  y  conmovedora  narración,  que 
puede  dividirse  en  los  siguientes  cinco  cuadros  o  actos  y  un 
epílogo : 

1er.  ACTO.  —  José  es  vendido  por  sus  hermanos.  José,  de 
17  años  de  edad,  siendo  el  hijo  preferido  de  Jacob,  por  haberlo 
tenido  en  su  vejez  de  su  amada  Raquel,  recibió  de  su  padre  una 
túnica  larga  o  de  muchos  colores,  que  contribuyó  a  aumentar 
la  aversión  que  ya  sentían  sus  hermanos  hacia  él,  porque  le  da- 
ba malos  informes  sobre  la  conducta  de  éstos.  Ese  odio  frater- 
nal se  fué  aumentando  a  causa  de  los  siguientes  sueños  que  les 
manifestó  José  que  había  tenido:  a)  "Estábamos  atando  gavi- 
llas en  el  campo,  y  he  aquí  que  se  levantó  mi  gavilla,  se  tuvo 


172 


EL  PATRIARCA  JOSE 


derecha,  y  entonces  vuestras  gavillas  se  postraron  ante  ella" 
(37,  6,  7).  b)  "El  sol,  la  luna  y  once  estrellas  se  postraban  ante 
mi"'  (37,  9).  Estos  sueños  (1)  que  daban  a  suponer  que  José 
tendría  predominio  sobre  su  familia,  impulsaron  a  sus  herma- 
nos a  desembarazarse  de  él  cierta  vez  que,  por  mandato  de  su 
padre,  fué  a  verlos  cuando  apacentaban  los  ganados,  a  grin  dis- 
tancia de  la  casa  paterna,  y  después  de  haber  pensado  en  ma- 
tarlo, decidieron,  por  consejo  de  uno  de  ellos,  echarlo  en  una 
cisterna  vacía  del  desierto,  luego  de  haberlo  despojado  de  la 
referida  túnica,  regalo  de  Jacob.  Como  acertó  a  pasar  por  allí 
una  caravana  de  traficantes  que  iban  a  Egipto  a  vender  ge  ma, 
bálsamo  y  resinas,  lo  vendieron  como  esclavo,  y  así  José  fué  a 
parar  a  aquel  país.  Los  hermanos  vuelven  a  casa  de  su  padre,  a 
quien  entregan  la  túnica  de  José,  y  Jacob  prorrumpe  en  lamen- 
taciones, suponiendo  que  una  bestia  feroz  había  devorado  a  su 
amado  hijo. 

2640.  29  ACTO.  —  Peripecias  de  José  en  Egipto,  como 
esclavo,  —  Los  caravaneros,  al  llegar  a  Egipto,  venden  el 
joven  a  un  personaje  llamado  Potifar,  cuya  casa  prosperó 
desde  la  entrada  de  José  en  ella,  dado  que  Yahvé  lo  -ayudaba 
y  bendecía,  por  lo  que  su  amo  le  confió  la  administración  de 
la  misma.  Pero  la  mujer  de  Potifar  se  enamoró  del  joven  y 
hermoso  esclavo,  al  que  hizo  proposiciones  deshonestas,  que 
fueron  resistidas  por  José,  y  entonces  la  desairada  mujer,  irri- 
tada, lo  acusó  calumniosamente  a  su  marido,  de  haber  querido 
violarla.  Este  tema  de  la  mujer  casada  que  trata  vanamente 
de  seducir  a  un  joven,  se  encuentra  no  sólo  en  el  mencionado 
cuento  egipcio  de  Los  dos  hermanos,  sino  también  en  otras 
literaturas,  como  en  la  griega:  caso  de  Fedra,  mujer  de  Teseo, 
que  acusa  falsamente  de  incesto  a  su  hijastro  Hipólito,  lo  que 
les  sirvió  a  Eurípides,  Séneca  y  Racine  de  argumento  para 
celebradas  tragedias.  Enfurecido  Potifar  contra  José,  lo  arro- 
ja a  la  cárcel,  donde  ayudado  siempre  por  Yahvé,  gana  la 
confianza  y  estima  del  alcaide  de  la  prisión,  quien  le  confio  el 


(1)  Ob<;erva  Reuss  que  el  hecho  de  que  esta  historia,  en  todas  sus 
fases,  se  hace  depender  de  sueños,  ya  nos  predispone  a  considerarla  co- 
mo algo  facticio  (I,  p.  107  -  b). 


EL  PATRIARCA  JOSE 


173 


cuidado  de  todos  los  presos  que  allí  había.  Entre  ellos  esta- 
ban el  copero  y  el  panadero  del  faraón,  quienes  en  la  misma 
noche  tuvieron  sueños,  que  supo  interpretar  José,  gracias  a 
Yahvé,  ya  que,  según  ét,  a  Elohim  (Dios)  pertenece  la  inter- 
pretación de  los  sueños  (Gén.  40,  8;  §  476  -  488).  Nota  L.B.d.C. 
que  "para  los  egipcios  la  interpretación  de  los  sueños  era 
una  ciencia,  mientras  c^ue  para  el  escritor  sagrado  no  se  la 
puede  obtener  sino  por  revelación  divina".  El  sueño  del  co- 
pero era  éste :  Vió  una  vid  con  tres  sarmientos,  cuyas  flores 
salían,  apenas  brotaban  las  yemas,  y  cuyos  racimos  producían 
uvas  maduras.  José  le  explicó  que  el  sueño  significaba  que 
dentro  de  tres  días  el  faraón  lo  restituiría  en  su  cargo  y  vol- 
vería por  lo  tanto  a  ejercer  sus  antiguas  funciones.  En  re- 
compensa le  ruega  que,  al  salir,  lo  recuerde  al  faraón  y  le 
pida  que  lo  saque  de  la  prisión  donde  estaba  injustamente 
encerrado.  Parecido  fué  el  sueño  del  panadero :  Vió  que  lle- 
vaba sobre  la  cabeza  tres  canastos  con  delicados  pasteles  (o 
con  pan  blanco,  según  las  versiones),  siendo  los  del  canasto 
superior  destinados  al  faraón;  pero  los  iban  comiendo  los  pá- 
jaros. He  aquí  la  interpretación  de  ese  sueño,  dada  por  José : 
"Los  tres  canastos  representan  tres  días,  dentro  de  los  cuales 
levantará  el  faraón  tu  cabeza:  te  colgará  de  la  horca,  y  los  pá- 
jaros comerán  tu  carne"  (40,  9-19).  Los  sueños  se  cumplie- 
ron ;  "pero  el  jefe  de  los  coperos  no  se  acordó  de  José,  sino 
que  se  olvidó  de  él"  (v.  23).  Como  escribe  un  autor:  el  inte- 
rés de  los  lectores  u  oyentes  queda  en  suspenso. 

2641.  Ser.  ACTO.  —  La  elevación  de  José.  —  Pasan  dos 
años,  y  es  ahora  el  faraón  quien  tiene  un  sueño  doble  que 
lo  perturba,  por  lo  que  hace  llamar  a  todos  los  magos  de  Egip- 
to y  a  todos  sus  sabios  ,(1)  a  quienes  se  lo  refiere;  pero 
no  hay  ninguno  que  se  lo  pueda  interpretar.  Entonces  recuer- 
da el  jefe  de  los  coperos  lo  que  le  había  pasado  con  José  y  se 


(1)  "A  todos  los  escribas  de  Egipto  y  a  todos  sus  sabios,  dice 
Humbert;  la  expresión  empleada  aquí  por  el  elohista  nos  parece  que 
es  la  exacta  transposición  hebraica  de  una  expresión  paralela  egipcia 
utilizada  en  el  cuento  de  Los  dos  hermanos:  "Se  hizo  venir  a  los 
escribas  y  a  los  sabios  de  Faraón  y  le  dijeron..."  (Papiro  de  Orbiney, 
pl.  XI,  1.  4).  La  designación  técnica  y  popular  de  los  sabios  egipcios 


174 


EL  PATRIARCA  JOSE 


lo  cuenta  al  faraón,  quien  de  inmediato  envía  a  buscar  a 
éste  para  que  le  explique  su  sueño,  el  que,  según  su  relato, 
era  como  sigue :  "Estaba  yo  de  pie  a  orillas  del  Nilo,  y  he  aquí 
que  de  él  salían  siete  vacas  gordas  y  hermosas,  que  se  pusie- 
ron a  comer  la  yerba  de  los  pantanos.  Tras  ellas  salieron 
otras  siete  vacas  tan  íeas  y  flacas,  como  nunca  he  visto  otras 
tales  en  el  país  de  Egipto.  Las  vacas  magras  y  feas  devoraron 
a  las  siete  primeras  vacas  gordas,  y  aunque  éstas  hubiesen 
pasado  al  vientre  de  aquéllas,  nadie  se  apercibía  de  ello,  pues 
tenían  un  aspecto  tan  miserable  como  antes.  Y  desperté.  En 
un  nuevo  sueño,  vi  después  siete  espigas  llenas  y  hermosas,  que 
salían  de  una  sola  caña.  Y  siete  espigas  vacías,  delgadas  y 
quemadas  por  el  solano,  brotaron  tras  aquéllas,  y  las  espigas 
delgadas  se  tragaron  a  las  siete  espigas  hermosas"  (41,  17  -  24). 
Nota  L.B.d.C.  que  en  el  sueño  faraónico  las  vacas  salen  del 
Nilo,  porque  éste  es  la  fuentf;  de  la  prosperidad  de  Egipto. 
José  expresa  al  faraón  que  los  dos  sueños  tienen  el  mismo 
significado,  a  saber:  las  siete  vacas  gordas,  como  las  siete 
espigas  llenas,  representan  siete  años  de  abundancia,  tras  los 
cuales  vendrían  siete  años  de  hambre  y  miseria,  figurados  por 
las  vacas  magras  y  las  espigas  vacías.  Pero  además  de  esta 
interpretación,  José  propone  al  soberano  que  tome  medidas 
para  juntar  todos  los  víveres  que  se  produzcan  durante  los 
años  prósperos,  a  fin  de  prevenir  las  consecuencias  desastrosas 
que  se  seguirían.  El  faraón  encuentra  aceptable  la  explicación 
de  los  sueños  y  el  plan  propuesto,  y  nombra  a  José  goberna- 
dor de  la  Casa  Real  y  de  todo  el  Egipto,  a  la  vez  que  le 
cambia  de  nombre  y  lo  casa  con  una  rica  heredera,  que  le 
dió  dos  hijos:  Manasés  y  Efraini.  Los  hechos  ocurrieron  como 
había  pronosticado  José,  y  cuando  llegaron  los  años  terribles, 
José  abrió  los  graneros  donde  había  juntado  todo  el  trigo, 
el  que  vendió  a  los  egipcios  y  a  los  de  países  extranjeros,  pues 
1^  carestía  era  general. 

2642.    49  ACTO.  —  El  primer  viaje  a  Egipto  de  los 

era,  pues,  tan  bien  conocida  en  Palestina  que  naturalmente  venía  a  la 
pluma  del  narrador  elohista,  lo  que  a  la  vez  prueba  que  había  estrecho 
contacto  entre  los  medios  literarios  de  Israel  y  los  profesionales  de  ta. 
Sabiduría  egipcia"  (Recherches,  p.  176). 


EL  PATRIARCA  JOSE 


175 


hermanos  de  José.  —  Entre  los  extranjeros  que  acosados  por 
el  hambre  acuden  a  Egipto  en  procura  de  sustento,  aparecen 
un  día  los  hermanos  de  José,  menos  Benjamín,  el  menor,  (|i:e 
había  quedado  con  su  anciano  padre.  Al  presentarse  ante  José, 
a  quien  no  reconocen,  éste,  que  en  seguida  se  dió  cuenta  de 
quienes  eran,  los  trató  con  dureza,  para  hacerles  sentir  su 
pasada  falta,  y  alegando  que  son  espías,  los  hace  aprisionar. 
Al  cabo  de  tres  días  los  pone  en  libertad,  y  les  permite  regre- 
sar a  su  país  con  la  condición  de  que  han  de  traer  a  Benja- 
mín, guardando  mientras  tanto  como  rehén  a  Simeón.  José 
ordena  que  en  cada  una  de  sus  nueve  bolsas  de  trigo,  se  les 
coloque  el  dinero  que  habían  traído  para  comprar  ese  cereal, 
y  de  ahí  la  sorpresa  de  ellos,  cuando  al  abrirlas  lo  encontra- 
ron, lo  que  los  hace  exclamar:  "¿Qué  es  lo  que  Dios  nos  ha 
hecho?"  (42.  28). 

2643.  5^  ACTO.  —  El  segundo  viaje  a  Egipto.  —  Jacob 
se  niega  terminantemente  a  dejar  marchar  a  Benjamín,  hasta 
ciue  arreciando  el  hambre,  consiente  al  fin  en  ello,  en  virtud, 
de  los  razonamientos  y  seguridades  que  le  da  Judá.  Parten 
nuevamente  para  Egipto  los  diez  hermanos ;  José  los  recibe 
en  su  palacio  y  les  da  un  banquete,  anotando  el  relato  estas 
circunstancias  del  mismo :  "Se  sirvió  a  José  aparte,  a  sus  her- 
manos aparte,  y  aparte  también  a  los  egipcios  que  con  él 
comían,  porque  los  egipcios  no  pueden  comer  con  los  hebreos, 
lo  que  sería  abominación  para  los  egipcios.  José  les  hizo  dar 
alimentos  de  su  propia  mesa;  pero  la  porción  de  Benjamín  fue 
cinco  veces  mayor  que  la  de  todos  los  otros.  Después  bebieron 
y  se  emborracharon  con  él"  (43,  32,  34).  Como  esta  última 
expresión,  traducida  en  la  Vulgata  por:  "Biberuntque  et  ine- 
briati  sunt  cum  eo",  no  deja  muy  bien  parada  la  conducta  de 
un  personaje  taii  favorecido  por  Yahvé,  como  José,  la  orto- 
doxia, siguiendo  su  procedimiento  habitual  en  tales  casos,  le 
cambia  el  sentido  a  las  palabras,  y  así,  p.  ej.,  Scío  escribe: 
"La  letra  embriagáronse,  es  una  expresión  hebrea;  quiere 
decir:  Y  comiendo  a  su  satisfacción,  se  holgaron,  se  regoci- 
jaron y  pasaron  un  buen  rato  en  su  compañía.  En  otros  lu- 
gares de  la  Escritura  se  toma  en  el  mismo  sentido".  Scío  cita 
en  apoyo  de  esa  opinión,  estos  textos:  Prov.  11,  35;  Cant.  5,  1; 


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EL  PATRIARCA  JOSE 


y  Ageo.  1,  6;  pero  resulta  que  el  primer  pasaje  no  existe;  en 
el  último,  el  profeta  pinta  irónicamente  la  miseria  general  en 
Jerusalén,  después  que  los  judíos  regresaron  de  su  destierro 
en  Babilonia,  diciendo:  "Habéis  sembrado  mucho  para  reco- 
ger poco ;  coméis  sin  lograr  hartaros ;  bebéis  sin  riesgo  de 
embriagaros  (o  bebéis  y  no  os  embriagáis  —  versión  de  Va- 
lera)  ;  os  vestís  y  no  os  calentáis ;  y  el  jornalero  pone  su 
salario  en  saco  roto",  cita  que,  como  se  ve,  está  en  contra- 
dicción con  lo  que  pretende  Scío.  Finalmente  no  es  menos 
infeliz  la  cita  del  Cantar  de  los  Cantares,  pues  el  poeta  en 
el  pasaje  aludido  dice: 

Comed,  amigos,  y  bebed, 

Embriagaos  de  amor  (véase  nuestro  t^  IV.  p.  181). 

No  se  nos  negará  que  hay  alguna  diferencia  entre  "embria- 
garse de  amor"  v  "embriagarse  con  vino".  Continuando  con 
la  interrumpida  narración  bíblica,  se  expresa  en  ella  que  al 
día  siguiente  del  mencionado  banquete,  se  dejó  partir  a  todos 
los  hermanos  de  José,  con  sus  bolsas  repletas  de  víveres ;  pero 
colocándose  previamente  en  la  de  Benjamín  la  copa  de  plata 
en  que  bebía  José  y  con  la  que  practicaba  la  adivinación 
(lecanomancia ;  véase  §  151  de  nuestra  Introducción).  Apenas 
salidos  de  la  ciudad,  los  alcanza  el  intendente  de  la  casa  de 
José,  quien  siguiendo  las  indicaciones  de  su  amo,  les  echa  en 
cara  el  robo  de  la  aludida  copa.  Seguros  de  su  inocencia,  los 
inculpados  manifiestan :  "Aquel  de  tus  siervos  a  quien  se  le 
encuentre  la  copa,  que  muera,  y  nosotros  mismos  seremos 
esclavos  de  mi  señor"  (44,  9).  Revisadas  las  bolsas,  la  copa 
es  hallada  en  la  de  Benjamín,  con  gran  sorpresa  y  conster- 
nación de  todos  ellos.  Retornan,  en  consecuencia,  ante  José, 
quien  al  enrostrarles  su  aparente  delito,  les  dice  si  no  sabían 
que  un  hombre  como  él  tenía  la.facultad  de  adivinar  (v.  15), 
dado  que  entre  los  pueblos  primitivos,  a  los  jefes  se  les  con- 
sideraba como  dotados  del  don  de  adivinación,  creencia  que 
parece  conservaban  los  egipcios.  Judá  intercede  elocuente- 
mente por  Benjamín  y  sus  demás  hermanos,  recordando  todo 
el  trabajo  que  le  había  costado  el  conseguir  que  su  anciano 
padre  permitiera  que  trajeran  a  aquél,  el  menor  de  todos  ellos. 


EL  PATRIARCA  JOSE 


177 


y  termina  ofreciéndose  quedarse  él  como  esclavo,  a  fin  de 
que  los  demás  retornen  a  su  casa  y  no  descienda  afligido  Jacob 
al  sheol.  Llegando  aquí  el  relato  al  colmo  de  lo  patético,  José 
hace  retirar  a  todos  los  extraños  que  le  rodeaban  y  se  da  a 
<:onocer  a  sus  turbados  hermanos,  a  quienes  abraza,  besa  y 
llora  con  ellos,  pidiéndoles  que  vayan  a  buscar  a  su  padre, 
para  que  habite  con  todos  los  suyos  y  sus  haciendas  en  la 
tierra  de  Gosén,  pues  aun  quedaban  cinco  años  de  hambre 
y  él  los  mantendría  a  todos.  Enterado  del  suceso  el  faraón, 
no  sólo  confirma  el  ofrecimiento  de  José,  sino  que  agrega  que 
se  lleven  carros  para  traer  con  Jacob,  a  los  niños  y  a  las  mu- 
jeres, y  que  no  se  preocupen  por  lo  que  tuvieran  que  dejar, 
"porque  lo  que  hay  de  mejor  en  todo  el  país  de  Egipto,  será 
vuestro"  (45,  20). 

2644.  Epilogo.  —  De  regreso,  los  once  hermanos  relatan 
a  su  asombrado  padre  lo  sucedido,  y  la  sorprendente  noticia: 
"José  vive  aún,  y  es  el  gobernador  de  todo  el  país  de  Egipto" 
(45,  26).  Jacob  se  decide  a  partir  para  ver  a  su  hijo  José 
antes  de  morir ;  pero  previamente  va  a  ofrecer  sacrificios  al 
dios  de  su  padre  Isaac  (1)  (§  2346),  con  el  propósito  de  con- 
sultarlo, como  se  deduce  de  lo  que  sigue,  pues  la  divinidad 
en  una  visión  nocturna  le  dice :  "Yo  soy  Elohim,  el  dios  de  tu 
padre;  no  temas  ir  a  Egipto,  porque  en  ese  país  haré  nacer 
de  ti  una  nación  grande.  Yo  mismo  descenderé  contigo  a  Egip- 
to, y  yo  mismo  también  te  haré  volver  a  subir  de  allí ;  y  José 
te  cerrará  los  ojos"  (46,  3,  4).  Ante  esas  promesas  del  dios 
de  su  padre,  no  titubea  más,  y  parte  para  Egipto,  con  todos 
sus  descendientes,  en  los  carros  enviados  por  José.  Llegan  a 
Egipto  y  después  de  un  conmovedor  encuentro  entre  Jacob 
y  José,  y  de  una  visita  del  primero  al  soberano,  en  la  que 


(1)  Observa  Vernes  que  si  Jacob,  antes  de  abandonar  el  país  do 
Canaán,  ofrece  sacrificios  al  dios  nacional,  en  cambio  José  en  ninguna 
parte  se  nos  aparece  realizando  una  ceremonia  religiosa.  Su  historia 
ha  sido  concebida  desde  otro  punto  de  vista  distinto  que  la  de  Abraham, 
Isaac  y  Jacob.  Este  mito  no  ha  podido  formarse  sino  en  una  época 
en  que  los  israelitas  ya  eran  agricultores,  porque  en  tribus  pastoriles 
no  podía  hacerse  sentir  el  hambre  tan  intensamente  como  en  pueblos 
agrícolas  (p.  65). 


178 


EL  PATRIARCA  JOSE 


bendijo  a  éste,  todo  el  clan  de  Jacob  se  estableció  en  el  país 
de  Ramsés,  donde  fueron  fecundos  y  llegaron  a  ser  muy  nu- 
merosos. Cuando  Jacob  sintió  que  se  le  aproximaba  la  muerte, 
le  pidió  a  José  que  lo  enterrara  en  la  tumba  de  sus  padres ; 
y  poco  después  éste  le  trajo  sus  hijos  Manasés  y  Efraim  para 
que  los  bendijera,  lo  que  asi  hizo  el  moribundo  patriarca, 
diciendo  que  los  aceptaba  como  hijos  suyos,  "serán  a  mis 
ojos  los  iguales  de  Rubén  y  de  Simeón  ;  pero  loe  hijos  que  has 
tenido  después  de  ellos,  serán  tuyos:  sertin  iiamados,  bajo 
el  nombre  de  sus  hermanos,  a  recibir  su  parte  de  herencia" 
(48,  5'.  6).  Y  cruzando  las  manos,  colocó  la  derecha  sobre  la 
cabeza  de  Eíraim,  aunque  era  el  menor,  y  la  izquierda  sobre 
la  caljcza  de  Manasés,  dando  así  la  preeminencia  a  aquél, 
manifestando  que  sería  más  grande  que  éste,  o  sea,  mayor 
sería  su  posteridad.  Muerto  Jacob,  se  le  hicieron  funerales 
apoteósicos:  primero  fué  embalsamado,  lo  que  llevó  40  días; 
los  egipcios  lo  lloraron  durante  70  días,  y  terminado  este  pe- 
ríodo de  llanto  obligatorio,  es  decir,  "cuando  hubieron  pasado 
los  días  consagrados  a  llorarlo"  (50,  4),  José,  autorizado  por 
el  faraón,  marchó  a  Canaán,  a  enterrar  a  su  padre,  al  frente 
de  una  enorme  comitiva,  en  la  cual,  además  de  todos  los  va- 
rones de  la  familia,  iban  también  todos  los  siervos  del  monarca  y 
todos  los  ancianos  del  país  de  Egipto,  gente  en  carro  y  a 
caballo  (vs.  7-9).  Llegados  a  un  paraje  llamado  "Goren - 
Haatad,  al  otro  lado  del  Jordán,  hicieron  allí  grandes  y  so- 
lemnes lamentaciones,  y  José  ordenó,  en  honor  de  su  padre, 
un  duelo  de  siete  días"  (v.  10),  concluyendo,  según  P,  por 
enterrarlo  en  la  caverna  de  Macpela,  comprada  por  Abraham 
(§  2301).  Regresada  la  comitiva  a  Egipto,  José  continuó  ha- 
bitando en  ese  país  hasta  la  edad  de  110  años,  en  que  murió, 
siendo  embalsamado  y  depositado  en  un  sarcófago,  hasta  que 
Moisés  marchó  con  sus  restos,  al  partir  para  Canaán,  al  frente 
del  pueblo  del  éxodo  (Ex.  13,  19). 

DESACUERDOS  EN  LOS  DATOS  DE  LA  HISTORIA 
DE  JOSE.  —  2645.  Tal  es  en  síntesis  la  historia  de  José, 
que  Loisy  y  Holscher  califican  de  cuento,  y  que  podemos  cla- 
sificar de  comedia,  por  ser  un  relato  dramático  de  desenlace 
feliz.  Los  que  concibieron  los  distintos  episodios  relatados. 


EL  PATRIARCA  JOSE 


179 


pretendieron  hacer  una  obra  en  honor  del  antepasado  mítico 
de  las  tribus  septentrionales,  al  que  trataron  de  ¡jlorificar 
presentándolo  como  un  ser  que  contaba  con  la  especial  ayuda 
del  dios  de  Isaac.  Quizá  las  tradiciones  relativas  a  ese  per- 
sonaje surgieron  en  el  santuario  de  Siquem,  como  las  de 
Abraham  en  el  de  Hebrón,  las  de  Isaac  en  el  de  Beerseba, 
y  las  de  Jacob  en  el  de  Bethel.  Opina  Lods  que  los  sueños  de 
José  suponen  la  creación  del  reino  del  Norte  (Isr.  p.  178). 
Expresa  Loisy  cjue  "Jacob  y  José  son  antiguos  nombres  pre- 
israelitas  de  tribus,  quizá  nombres  de  dioses  tribales,  al  prin- 
cipio localizados  y  después  transformados  en  héroes,  antes 
de  ser  adoptados  como  antecesores  por  Israel" ;  y  en  nota 
agrega  que  "bien  que  José  sea  principalmente  una  figura  de 
cuento,  debió  ser  también  epónimo  de  tribu,  y  podría  aven- 
turarse la  idea  de  si  su  tumba  no  está  en  relación  con  el  hipo- 
geo de  El-Berith,  dios  de  Siquem"  (La  Reí.  d'Isr.  ps.  22,  23). 
Esas  tradiciones,  al  transmitirse  oralmente,  debieron  ser  au- 
mentadas con  nuevos  episodios  novelescos,  y  luego  recogidas 
por  J  y  E,  a  las  cuales  P  hizo  nuevas  adiciones,  sobre  todo 
de  orden  cronológico,  hasta  que  un  redactor  final  con  tales  ele- 
mentos compuso  la  historia  que  ahora  poseemos,  la  que  por 
sus  contradicciones,  frases  repetidas  y  sucesos  inarmónicos 
que  contiene,  revela  a  las  claras  las  diversas  fuentes  de  su 
procedencia.  Mostraremos  a  continuación  algunas  de  esas  par- 
tes divergentes  o  que  no  concuerdan,  lo  que  está  en  pugna 
con  la  tesis  ortodoxa  de  la  unidad  literaria  del  Pentateuco, 
examinada  en  el  capítulo  primero. 

Documento  J  (1)  Documento  E 


Raquel  al  dar  a  luz  a  su  pri- 
mer hijo,  lo  llamó  José,  di- 
ciendo: "Que  Yahvé  me  dé 
aún  otro  hijo"  (30  24).  Aquí 
se  hace  derivar  el  nombre  Jo- 


Raquel  al  dar  a  luz  a  su 
primer  hijo,  lo  llamó  José, 
pues  dijo :  Elohim  ha  quitado 
mi  oprobio"  (30,  23).  Aquí  se 
hace  derivar  el  nombre  José 


(1)  .  Cuando  lo  que  figura  en  alguna  de  estas  columnas  paralelas, 
no  es  de  J  o  de  E,  respectivamente,  hacemos  constar  en  tal  caso  su 
procedencia. 


180 


EL  PATRIARCA  JOSE 


sé  del  verbo  hebreo  iasaf, 
"añadir". 

Israel  (nombre  que  J  da  a 
Jacob)  amaba  a  José  más  que 
<i  todos  sus  otros  hijos,  por 
ser  el  hijo  de  su  vejez  (37,  3). 
En  todo  el  relato,  José  figu- 
ra como  mucho  más  joven  que 
sus  hermanos.  P  lo  considera 
-de  17  años,  al  comienzo  de  su 
historia  (37,  2). 

Judá  es  el  que  se  opone  al 
asesinato  de  José  por  sus  her- 
manos (37,  26). 
Según  P,  la  responsabilidad 
del  atentado  contra  José  in- 
cumbía sólo  a  los  hijos  de  las 
concubinas  de  Jacob  (37,  2). 

Por  consejo  de  Judá,  fué 
vendido  José  por  sus  herma- 
nos a  una  caravana  de  ismae- 
litas, que  iban  a  traficar  en 
Egipto  (37,  25  -27). 

Los  ismaelitas  vendieron 
José  a  Potifar,  eunuco  del  fa- 
raón y  jefe  de  la  guardia  (39, 
1)  (2). 


del  verbo  hebreo  asaf,  "qui- 
tar". 

Jacob  (E  siempre  lo  llama 
así)  tuvo  de  Raquel  a  su  hi- 
jo José,  al  terminar  los  14 
primeros  años  de  su  estada 
con  Labán,  de  modo  que  él 
y  todos  sus  hermanos  (menos 
Benjamín)  nacieron  en  el  es- 
pacio de  siete  años  (cf.  30, 
25,  26;  31,  41). 

Rubén  es  el  que  se  opone 
al  asesinato  de  José  por  sus 
hermanos  (37,  19  -22)  (1). 

Según  J  y  E,  esa  responsa- 
bilidad afectaba  a  todos  los 
hermanos  mayores. 

Por  consejo  de  Rubén,  que 
quería  salvarlo,  José  es  echa- 
do por  sus  hermanos  en  una 
cisterna  vacía  (37,  22  -24). 

Fué  encontrado  por  una  ca- 
ravana de  madianitas,  que  lo 
sacaron  de  la  cisterna,  y  sin 
saberlo  los  hermanos  de  Jo- 
sé, lo  vendieron  en  Egipto  a 
Potifar,  eunuco  del  faraón  y 
jefe  de  la  guardia  (37,  28%  36). 


(n  L.'B.d.C.  opina  que  en  el  cap.  37,  el  v.  21,  que  es  paralelo 
^1  V.  22,  debe  pertenecer  a  J,  fuente,  según  la  cual,  es  Judá  y  no  Rubén 
quien  se  opone  al  asesinato  de  José  (v.  26).  El  redactor  debe  haber 
sustituido  en  el  v.  21  Judá  por  Rubén  para  armonizar  ese  versículo 
con  el  siguiente  (v.  22). 

(2)  Según  L.B.d.C,  los  detalles  de  39,  1^  fueron  tomados  de  E 
(37,  36),  pues  en  el  relato  de  J,  el  amo  de  José  no  es  un  alto  fun- 
cionario, ni  un  eunuco,  sino  un  simple  particular  casado.  E  parece 
haber  ignorado  la  tentación  y  la  prisión  de  José  y  haber  admitido 
que  éste  llegó  directamente  a  casa  del  alcaide,  como  esclavo. 


EL  PATRIARCA  JOSE 


181 


José  confirma  este  relato  di- 
ciendo a  sus  hermanos :  "Yo 
soy  José,  vuestro  hermano,  a 
quien  vendisteis  para  ser  lle- 
vado a  Egipto"  (45,  4). 


Según  una  tradición,  mez- 
clada con  la  recogida  por  E, 
el  egipcio  que  compró  a  Jo- 
sé — egipcio  que  se  confundió 
después  con  Potifar —  no  era 
funcionario  ni  eunuco,  sino 
un  simple  particular  casado, 
quien  por  intrigas  de  su  mu- 
jer, hace  encarcelar  a  José  (39, 
6^-20). 

J  supone  que  el  faraón  só- 
lo tiene  un  copero  y  un  pana- 
dero (40.  1). 


Rubén  regresa  a  la  cisterna 
para  sacar  a  José,  y  no  en- 
contrándolo, rasga  sus  vesti- 
dos, y  vuelto  a  sus  hermanos, 
les  dice :  "El  niño  no  está  allí  ^ 
y  yo,  ¿a  dónde  iré?"  (37,  29^ 
30),  por  tanto  Rubén  ignora- 
ba la  venta  hecha  por  sus  her- 
manos. 

José  confirma  el  relato  de 
que  los  madianitas  lo  habían 
sacado  de  la  cisterna  y  luego- 
vendido,  diciendo  al  jefe  de 
los  coperos  del  faraón :  "FuL 
robado  en  el  país  de  los  he- 
breos" (lo  último  es  un  ana- 
cronismo) -  40,  15  (1). 

José  obtiene  la  confianza  de 
su  amo  Potifar,  quien,  como 
Jefe  de  la  Guardia,  era  a  la 
vez  el  jefe  de  la  cárcel  donde 
se  encerraban  los  presos  del 
rey.  Potifar  sustituye  en  Jo- 
sé sus  tareas  de  alcaide  de  la 
cárcel,  de  modo  que  todos  los 
presos  dependían  de  éste  (39^ 
21  -23). 

Según  E,  los  dos  eunucos 
presos,  cuyos  sueños  interpre- 
tó José,  eran :  uno,  el  jefe  de 
los  coperos,  y  otro  el  jefe  de 


(1)  El  nombre  de  hebreos  les  fué  dado  por  los  cananeos  a  los 
israelitas,  porque  éstos  venían  del  otro  ladto  del  Jordán  (eber  significa 
"del  otro  lado").  Las  tribus  que  habitaban  a  la  izquierda  del  Eufrates,, 
llamaban  también  a  las  de  la  margen  derecha,  los  iberim  o  hebreos, 
y  les  daban  a  Heber  como  antecesor  epónimo  (Gén.  10,  24).  Carán 
o  Harán,  de  donde  según  la  tradición,  partió  Abraham  para  Canaán 
(Gén.  12,  4),  estaba  en  la  margen  izquierda  del  Eufrates  (Jos.  24^ 
2,  14;  §  2253  -  4;  Dhorme.  L'Evolution,  ps.  83-84). 


182 


EL  PATRIARCA  JOSE 


José,  al  descifrar  el  sueño 
■del  faraón,  le  aconseja  a  éste 
que  nombre  intendentes  para 
administrar  el  Egipto  (41, 
34). 

Esos  intendentes  deberían 
juntar  todos   los   víveres  de 

Egipto  en  los  7  años  buenos  y 
almacenarlos  a  disposición 
faraón  (41,  35). 


José  hizo  poner  en  el  costal 
o  bolsa  de  cada  uno  de  sus 
hermanos,  el  dinero  que  ca- 
da uno  traía  para  comprar 
trigo.  En  el  paraje  donde  de- 
bían pasar  la  noche,  uno  de 
ellos  abrió  su  bolsa  para  dar 
pienso  a  su  asno,  y  en  la  boca 
de  ella  halló  su  dinero.  Los 
demás  abrieron  entonces  sus 
respectivas  bolsas,  y  "he  aquí 
él  dinero  de  cada  uno  en  la 
boca  de  su  costal"  (42,  25-28; 
43.  21). 

Según  un  redactor  de  la  es- 
cuela de  P,  los  hijos  de  Ru- 
bén, en  el  momento  en  que 
toda  la  familia  se  estableció 
en  Egipto,  eran  4  y  no  2  (46^ 

9)- 


los  panaderos  del  faraón  (40, 
2.  9.  16). 

José,  al  descifrar  el  sueño 
del  faraón,  le  aconseja  a  éste 
que  busque  un  hombre  inteli- 
gente y  sabio  y  lo  establezca 
sobre  el  Egipto.  (41,  33). 

Ese  hombre,  al  frente  del 
Egipto,  debería  percibir  la 
quinta  parte  de  las  cosechas, 
durante  los  7  años  de  abun- 
dancia (41,  34^  traducción  de 
L.B.d.C.) 

Este  impuesto  accidental, 
según  E,  pues  debía  limitarse 
a  un  período  de  7  años,  es 
presentado  luego  por  J  como 
una  institución  permanente 
(47,  24-26). 

Cuando  los  hermanos  re- 
gresaron a  Canaán,  contaron 
a  Jacob  lo  que  les  había  pasa- 
do en  el  viaje;  pero  ignoraban 
que  se  les  hubiera  devuelto 
su  dinero  en  los  costales  de 
trigo.  En  efecto,  "sucedió  que 
al  vaciar  sus  costales,  cada 
uno  encontró  su  bolsa  de  di- 
nero en  su  costal,  y  cuando 
ellos  y  su  padre  vieron  las 
bolsas  de  su  dinero  tuvieron 
temor"  (42,  29-35). 

Jacob  se  resiste  a  dejar  partir 
a  Egipto,  al  pequeño  Benja- 
mín ;  pero  Rubén  le  dice : 
"Haz  morir  a  mis  dos  hijos, 
si  yo  no  te  devuelvo  a  Ben- 
jamín" (42,  36,  37).  Para  di- 


EL  PATRIARCA  JOSE 


183 


Después  de  la  comida  que 
José  dió  a  sus  11  hermanos, 
en  la  cual  tanto  aquél  como 
éstos  bebieron  copiosamente 
y  se  embriagaron,  "José  dió 
esta  orden  a  su  intendente : 
Llena  de  provisiones  los  cos- 
tales de  estos  hombres,  cuan- 
to puedan  llevar,  y  pon  el  di- 
nero de  cada  uno  en  la  boca 
de  su  costal;  y  pon  mi  copa, 
la  copa  de  plata,  en  la  boca 
del  costal  del  menor,  junto 
con  el  dinero  de  su  trigo".  Y 
así  se  hizo  (44,  1  2). 


Vueltos  los  11  hermanos 
ante  José,  Judá  le  dirige  un 
largo  discurso  referente  a  su 
padre  Jacob,  en  el  que  expli- 
ca las  razones  por  las  cuales 
éste  no  quería  dejar  que  tra- 
jeran a  Benjamín  (44,  18-34). 

José  dice  a  sus  hermanos 
que  se  apresuren  a  hacer  ve- 
nir a  su  padre  (45,  13)  ;  regre- 
so que  se  realiza  sin  saberlo 
el  faraón.  Por  eso  cuando  Ja- 


simular  la  contradicción  de 
este  texto  con  el  de  46,  9, 
Pratt  traduce  en  42,  37:  "Ru- 
bén habló  a  su  padre  dicien- 
do :  A  dos  de  mis  hijos  harás 
morir". 

El  intendente  sale  después 
tras  los  11  hermanos,  cuan- 
do regresaban  a  Canaán,  y 
practica  un  registro  en  1  os 
costales  de  ellos,  comenzando 
por  el  del  mayor  y  acabando 
por  el  del  menor,  y  en  ningu- 
no de  los  costales  se  halló  el 
dinero  que  en  la  boca  de  cada 
uno  de  éstos  había  sido  colo- 
cado. Sólo  fue  hallada  la  co- 
pa en  el  costal  de  Benjamín 
(44,  11,  12).  Como  todo  este 
relato  es  de  J,  supone  L.B.d.C. 
que  las  palabras  relativas  al 
dinero  puesto  en  la  boca  de 
cada  costal,  (que  hemos  sub- 
rayado en  44,  1,  2)  sean  una 
glosa  posterior,  ya  que  de  ese 
dinero  no  se  vuelve  a  hablar 
en  el  resto  de  la  narración. 

Después  de  ese  discurso, 
José  se  da  a  conocer  a  sus 
hermanos,  y  les  pregunta: 
"¿Vive  mi  padre  todavía?" 
(45.  3). 

Después  que  José  se  dió  a 
conocer  a  sus  hermanos,  la 
noticia  de  la  llegada  de  éstos 
fue  sabida  por  el  faraón,  quien 
aconseja  a   aquél   que  haga 


184 


EL  PATRIARCA  JOSE 


cob  llega  a  Egipto  con  su  fa- 
milia, José  les  dice  que  va  a 
avisar  al  faraón  de  su  llegada, 
y  les  indica  lo  que  deben  con- 
testar a  éste  cuando  les  pre- 
gunte por  su  oficio,  a  fin  de 
que  los  deje  habitar  en  el  te- 
rritorio de  Gosén  (46,  31  -  34). 

Banjamin  es  presentado  en 
todo  el  relato  como  un  niño  o 
jovencito,  al  que  Jacob  no 
quería  dejar  ir  a  Egipto  con 
sus  hermanos,  por  temor  que 
le  ocurriera  una  desgracia. 
Cuando  José  le  pregunta  a 
Judá  si  tenían  padre  o  her- 
mano, éste  responde :  "Tene- 
mos padre,  anciano  ya,  y  un 
niño  de  su  vejez,  el  menor  de 
todos"  (44,  19,  20).  Judá  en 
todo  su  discurso  califica  a 
Benjamín  de  niño,  muchacho 
o  mozo  (42,  4;  44,  18-34). 


En  la  lista  de  las  66  perso- 
nas de  la  familia  de  Jacob 
que  fueron  a  establecerse  en 
Egipto,  (pasaje  propio  de  un 
redactor  de  la  escuela  de  P) 
figuran  los  cinco  hijos  de  Ju- 
dá :  Er,  Onán,  Sela,  Perets 
(Farés)  y  Zerach,  (Zara)  46, 
8.  12. 


venir  a  Egipto  a  Jacob  con 
su  familia,  que  les  mande  ca- 
rros para  los  niños  y  las  mu- 
jeres, y  que  no  se  preocupen 
por  lo  que  dejen,  pues  les  da- 
rá lo  mejor  del  país  (45,  2, 
16-20). 

Pero  cuando  a  instancias  de 
José,  viene  Jacob  con  toda  su 
familia  a  establecerse  en  Egip- 
to, resulta  que  Benjamín  era 
un  hombre  casado  y  con  diez 
hijos,  o  sea,  era  el  que  t^nía 
más  prole  de  todos  sus  her- 
manos (46,  8,  21).  Esto  com- 
prueba la  aserción  de  Reuss 
de  que  los  relatos  del  Géne- 
sis se  rehusan  a  toda  crono- 
logía racional,  por  lo  que  a 
menudo  se  contradicen,  pues 
se  han  formado  independien- 
temente los  unos  de  los  otros, 
siendo  la  ligazón  en  la  cual 
han  concluido  por  encontrar- 
se, el  resultado  de  un  proce- 
dimiento artificial  que  ha  ten- 
dido a  otra  cosa  que  a  hacer 
desaparecer  sus  incongruen- 
cias (I,  p.  97). 

Pero  un  copista  posterior, 
notando  que  en  el  cap.  38,  se 
dice  que  a  Er  y  a  Onán  ios 
había  matado  Yahvé,  y  que 
por  lo  tanto  no  podían  figu- 
rar en  la  comitiva  de  Jacob 
a  Egipto,  le  agregó  este  pa- 
réntesis :  (pero  Er  y  Onán 
habían  muerto  en  el  país  de 


EL  PATRIARCA  JOSE 


185 


Los  hermanos  de  José  rue- 
gan al  faraón  que  les  permita 
establecerse  en  el  país  o  tierra 
de  Gosén.  El  faraón  accede 
a  tal  solicitud  (47,  4,  6). 


José  se  había  casado  con 
Asnat,  y  antes  de  que  vinieran 
los  años  de  hambre,  le  habían 
nacido  2  hijos :  Manasés  y 
Eraím  (41,  45,  50-52),  los 
que  a  la  muerte  de  Jacob,  de- 
bían tener  más  de  17  años, 
pues  éste  vivió  en  Egipto  di- 
cho espacio  de  tiempo,  según 
la  cronología  de  P  (47,  28). 


Canaán).  Si  se  confiesa,  pues^ 
que  esos  individuos  ya  habíaa 
muerto,  ¿a  qué  hacerlos  apa- 
recer entre  "los  hijos  de  Is- 
rael que  fueron  a  Egipto"? 
(46,  8,  12).  Con  la  eliminación 
de  Er  y  Onán,  según  dicho 
paréntesis,  queda  alterado  el 
número  de  descendientes  de 
Jacob  que  realizaron  ese  via- 
je (46,  26). 

José  estableció  a  su  padre 
y  a  sus  hermanos  en  lo  mejor 
del  reino  de  Egipto,  en  la  tie- 
rra o  el  país  de  Ramsés  (47, 
11).  ¿País  de  Gosén  (J)  y 
país  de  Ramsés  (P)  eran  si- 
nónimos? Ramsés  II,  de  quien 
puede  haber  tomado  nombre 
esa  región  oriental  del  Delta 
(quizá  cerca  del  uadí  Tumi- 
lat) ,  vivió  unos  cuatro  siglos, 
por  lo  menos,  después  del  es- 
tablecimiento de  los  israelitas 
en  Egipto  (cf.  Ex.  12,  40). 
Tenemos  aquí,  pues,  indicios 
de  una  doble  redacción  primi- 
tiva (47,  27). 

Encontrándose  Jacob  en- 
fermo de  muerte,  José  le  lle- 
va sus  dos  hijos  para  que  los 
bendiga.  Jacob  los  vió,  y  pre- 
gunta: "¿Quiénes  son  és- 
tos?", lo  que  prueba  que  aqué- 
lla era  la  primera  vez  que  los 
veía.  Después  los  toma  entre 
sus  rodillas,  como  niños,  y 
pide  la  bendición  divina  so- 
bre esos  niños  (48,  1,  8,  12, 


186 


EL  PATRIARCA  JOSE 


"Los  ojos  de  Jacob  estaban 
oscurecidos  por  la  vejez,  has- 
el  punto  que  no  veía  más"  (48, 
10). 


Según  P,  Jacob  vivió 
Egipto  17  años  (47,  28). 


en 


16).  Véase  lo  dicho  anterior- 
mente respecto  al  caso  de 
Benjamín. 

Jacob  vió  a  los  hijos  de  Jo- 
sé, cuando  éste  se  los  trajo  a 
su  lecho  de  muerte,  y  le  dijo: 
"No  pensaba  volver  a  ver  tu 
rostro,  y  he  aquí  Elohim  me 
ha  hecho  ver  también  a  tus 
hijos"  (48,  8,  11).  (Pratt  en 
el  v.  8  traduce :  "alcanzó  a  ver 
a  los  hijos  de  José",  en  vez 
de:  "vió  a  los  hijos  de  José, 
como  así  traen  los  demás  tra- 
ductores). El  citado  v.  11  ha- 
ce suponer  fundadamente  que 
esas  palabras  fueron  pronun- 
ciadas a  la  llegada  de  Jacob 
a  Egipto,  lo  que  explicaría,  en 
contra  de  P  (47,  28),  el  por- 
qué Manasés  y  Efraim  eran 
niños  en  aquel  momento  (48, 
12,  16). 

De  los  dos  párrafos  que 
anteceden,  se  desprende  que 
tanto  J  como  E  consideraban 
que  Jacob  había  muerto  poco 
después  de  llegar  a  Egipto. 
Así  E,  en  50,  15-21,  nos 
muestra  a  los  hermanos  de 
José,  luego  de  la  muerte  de 
su  padre,  solicitando  el  per- 
dón de  aquél,  quien  Ies  dice 
que  nada  teman,  y  agrega: 
"yo  proveeré  a  vuestra  sub- 
sistencia y  a  la  de  vuestras 
familias",  lo  que  indica  que  no 
habían  terminado  aún  los  7 
años  de  hambre. 


EL  PATRIARCA  JOSE 


187 


Jacob  hace  jurar  a  José  lo 
siguiente:  "Entiérrame  en  la 
sepultura  que  cavé  para  mí  en 
el  país  de  Canaán"  (50,  5).  J 
parece  referirse  en  este  pasa- 
je al  campo  de  Siquem  com- 
prado por  Jacob  a  los  hijos 
de  Hamor  (33,  18-20),  don- 
de fue  enterrado  José  (Josué 
24,  32). 


Según  E,  la  comitiva  fúne- 
bre conduciendo  el  cuerpo  de 
Jacob,  llegó  a  Goren  -  Haatad, 
donde  José  celebró  en  honor 
de  su  padre,  un  duelo  de  7 
días,  por  lo  que  los  habitan- 
tes del  lugar  dijeron:  "¡Qué 
gran  duelo  celebran  allí  los 
egipcios!",  por  lo  cual  se  dió 
a  ese  lugar  el  nombre  de 
Abel  -  Mizraim  (1)  (el  pra- 
do de  los  egipcios)  50,  10, 
11.  Probablemente  J  y  E  con- 
taban que  alli  fue  enterrado 
Jacob,  después  de  tan  prolon- 
gadas lamentaciones  rituales ; 
pero  el  redactor  prefirió  la 
versión  de  P,  según  la  cual 
Jacob  fué  enterrado,  como  sus 
padres,  en  la  caverna  de  Mac- 
pela,  en  Hebrón  (49,  29-32; 
50,  12,  13). 


LA  ADMINISTRACION  DE  JOSE.  —  2646.  El  lector, 
libre  de  prejuicios,  que  estudie  detenidamente  las  dos  colum- 
nas que  anteceden,  tiene  forzosamente  que  llegar  a  la  conclu- 
sión que  muchas  fueron  las  fuentes  utilizadas  por  el  redactor 
y  los  retocadores  del  Génesis  para  preparar  la  historieta  de 
José.  Pero  antes  de  terminar  con  este  tema,  debemos  mencio- 
nar el  pasaje  de  47,  13-25,  que  interrumpe  la  narración  del 
relato  posterior  a  la  instalación  de  la  familia  de  José  en  Egip- 
to, para  informarnos  de  las  medidas  administrativas  tomadas 
por  éste,  durante  su  gobierno,  y  principalmente  durante  el  pe- 


(1)  "Esta  localidad,  escribe  L.B.d.C,  debía  encontrarse  del  lado 
■de  Eethel,  porque  Jacob,  según  el  relato  primitivo  de  E,  había  pedido 
ser  enterrado  cerca  de  Raquel  (48,  7;  cf.  35,  16-20).  Goren  -  Haatad 
(la  era  de  la  espina)  estaba  situada,  por  lo  contrario,  según  se  nos  dice, 
del  otro  lado  (al  Este)  del  Jordán.  El  redactor  que  fusionó  J  y  E, 
identificó  las  dos  localidades". 


188 


EL  PATRIARCA  JOSE 


ríodo  de  las  siete  vacas  magras.  Nota  L.B.d.C.  que  ese  pasaje, 
que,  en  J,  debería  venir  después  de  41,  55  -  56,  presenta  repe- 
ticiones y  oscuridades  provenientes  sin  duda  de  la  fusión  de 
varias  fuentes  en  el  texto  actual.  He  aquí  un  resumen  de  di- 
cho relato:  El  hambre  se  hacía  sentir  duramente  tanto  en  Egip- 
to como  en  la  tierra  de  Canaán  (1).  Y  José,  a  cambio  del  tri- 
go que  proporcionaba,  obtiene  todo  el  dinero  que  circulaba  en 
esos  dos  países,  el  que  fué  a  aumentar  el  tesoro  del  faraón. 
Cuando  se  hubo  terminado  ese  dinero,  los  egipcios  recurren 
a  José  y  le  piden  pan,  porque  si  no,  perecerían.  José  entonces 
les  contesta  que  si  no  tienen  dinero,  entreguen  sus  ganados, 
lo  que  así  hace  el  pueblo  hambriento,  y  ese  año  "José  les  dió 
pan  en  cambio  de  sus  caballos,  de  sus  rebaños,  de  sus  ganados 
vacunos  y  de  sus  asnos".  Terminado  el  año,  vuelven  en  el  si- 
guiente a  demandar  pan,  ofreciendo  por  éste  sus  cuerpos  y 
sus  tierras.  "Y  José  compró  todas  las  tierras  de  Egipto  para 
el  faraón;  los  egipcios  vendieron  cada  uno  su  campo,  porque 
el  hambre  los  apretaba,  y  así  todo  el  país  llegó  a  ser  propiedad 
del  faraón.  En  cuanto  al  pueblo,  lo  redujo  a  esclavitud,  desde 
un  extremo  al  otro  del  territorio  de  Egipto.  Solamente  no  ad- 
quirió las  tierras  de  los  sacerdotes,  porque  éstos  recibían  del 
faraón  una  porción  de  víveres  determinada,  con  la  cual  se 
nutrían".  Luego  José  les  dió  semillas  para  que  cultivaran  sus 
antiguas  tierras,  ahora  de  propiedad  del  faraón,  imponiéndo- 
les como  tributo  un  20  o\o  de  lo  que  cosecharan,  a  lo  que  el 
pueblo  manifestó  su  conformidad.  Agrega  el  narrador  que  ese 
convenio  se  convirtió  en  ley,  la  que  regía  aún  en  la  época  que 
é)  escribía. 

2647.  La  inverosimilitud  de  este  relato  es  evidente  ante 
hechos  como  éstos :  1°  el  hambre  es  tan  extrema  y  tan  gene- 
ral, que  están  abocados  a  perecer  todos  los  egipcios  del  pue- 
blo, si  no  se  les  proporciona  trigo  para  hacer  pan,  olvidando 
que  una  gran  parte  de  ellos,  por  lo  menos,  hubieran  podido 
plantar  legumbres,  contando  para  el  riego  con  el  agua  del 


(1)  Opina  con  razón  L.B.d.C.  que  esa  mención  de  la  tierra  de 
Canaán  en  los  vs.  13  -  15,  fué  pi  obabiemente  introducida  con  posteriori- 
dad, para  relacionar  el  pasaje  al  contexto,  pues  al  continuar  el  relato, 
sólo  se  trata  de  Egipto.  4 


EL  PATRIARCA  JOSE 


189 


Nilo.  2°  Que  es  iucie.íble  lo  de  haberse  agotado  todo  el  dine- 
ro egipcio  en  la  compra  del  trigo,  durante  un  año.  3°  Que  es 
igualmente  absurdo  admitir  que  al  año  siguiente  los  egipcios 
fínagenaran  todas  sus  haciendas  con  el  mismo  fin.  4^  Esa  si- 
metría de  concluirse  en  un  año  todos  los  bienes  de  que  se  dis- 
ponía para  comprar  tiigo,  es  un  dato  propio  sólo  de  los  cuen- 
tos. 5°  El  ofrecimirnto  de  vender  todo  el  pueblo  sus  tierras  y 
<le  vender  también  sus  propias  personas  para  conseguir  un 
producto  que  aunque  muy  necesario  no  era  tampoco  impres- 
cindible a  gentes  que  tenían  rebaños  de  ovejas  y  multitud  de 
vacunos,  de  modo  que  no  les  faltaba  carne  para  nutrirse,  fuera 
de  que  había  a  su  alcance  otras  fuentes  de  alimentación,  como 
p.  cj.,  la  pesca,  colma  la  inverosimilitud  de  la  narración.  Lo 
que  hay  en  el  fondo  de  ésta,  es  que  en  aquella  monarquía,  ba- 
sada en  que  el  faraón  era  un  personaje  divino,  la  tierra  perte- 
necía al  soberano,  y  los  del  pueblo  estaban  adscritos  a  la  tierra 
como  .siervos  de  la  gleba,  según  lo  hemos  indicado  en  La  liber- 
tad a  través  de  la  historia,  págs.  11  -15.  Como  dice  L.B.d.C. 
la  tradición  israelita  se  complacía  en  atribuir  a  José  la  insti- 
tución de  ese  régimen  social  y  agrario,  con  la  fuerte  contribu- 
ción anual  del  20  ojo  de  las  cosechas,  lo  que  causaba  gran 
íisombro  a  los  habitantes  de  Palestina.  Manifiesta  Vernes  tam- 
bién que  "este  episodio  estaba  destinado  a  halagar  la  vanidad 
nacional.  En  él  se  encuentra  aún  al  narrador  popular  con  su 
pretensión  de  dar  cuenta  del  régimen  económico  del  Egipto, 
más  o  menos  bien  comprendido,  por  el  incidente  de  un  ham- 
bre, es  decir,  por  un  hecho  de  naturaleza  fortuita"  (p.  66).  Las 
inverosimilitudes  del  pasaje  que  examinamos,  corren  parejas 
con  otras  que  Reuss  pone  en  evidencia,  tales  como  éstas :  "No 
puede  haber  sido  muy  grande  la  necesidad  de  alimentos  expe- 
rimentada en  Canaán  por  Jacob  y  su  familia,  cuando  diez  bol- 
sas, cargadas  en  aiez  asnos  (42,  25),  formaba  toda  la  provisión 
que  se  llevaba,  la  que  tenía  que  verse  reducida  en  el  camino 
para  dar  de  comer  a  les  animales  (v.  27)  ;  o  más  bien,  para  ser 
más  exactos,  recordemos  que  uno  solo  consideró  esto  necesa- 
rio, puesto  que  los  asnos  de  todos  los  otros  nada  recibieron 
en  el  viaje,  ya  qtic  los  hermanos  sólo  abrieron  sus  costales 
cuando  llegaron  a  casa  de  su  padre  (v.  35)  .  . .  Además  el  om- 
nipotente visir,  que  era  José,  se  ocupa  él  mismo  de  la  venta  al 


190 


EL  PATRIARCA  JOSE 


detalle  de  todos  los  trigos  de  Egipto  reunidos  durante  7  años 
y  es  a  él  directamente  que  se  dirige  una  innumerable  pobla- 
ción de  indígenas  y  extranjeros"  (L'Hist.  Sainte,  I.  p.  108). 

Agreguemos  a  todo  esto  que  el  trigo  y  todo  otro  cereal  no  se 
pueden  guardar  más  de  un  aí'io,  porque  la  acción  de  los  gor- 
gojos concluye  coa  ellos. 

JOSE,  FIGURA  DE  JESUCRISTO.  —  2648.  Para  la 
ortodoxia  todos  los  detalles  de  la  vida  de  José  son  auténticos, 
y  no  le  ofrecen  el  menor  reparo.  La  figura  de  ese  patriarca  na 
sólo  es  real  e  histórica,  sino  que  además  tiene  estrecha  seme- 
janza con  la  de  Jesús,  como  trata  de  demostrarlo  Scio  en  el 
siguiente  párrafo  suyo,  que  transcribimos:  "José  fué  aborre- 
cido de  sus  hermanos,  porque  los  acusó  de  un  delito  vergon- 
zoso, y  porque  su  virtud  condenaba  sus  desórdenes  y  vida  li- 
cenciosa; Jesucristo  fué  aborrecido  de  los  judíos,  que  eran  sus 
hermanos  según  la  carne,  porque  les  daba  en  rostro  con  su  hi- 
pocresía, y  porquej  su  santidad  y  doctrina  condenaban  sus  cos- 
tumbres depravadas.  Jacob  envió  a  José,  que  era  el  hijo  más 
amado,  en  busca  de  sus  hermanos  y  para  que  le  diesen  cuenta 
de  su  estado  y  del  de  los  ganados;  Jesucristo,  el  Hijo  Unigé- 
nito y  amado  del  Padre,  fué  enviado  a  buscar  a  sus  hermanos 
y  las  ovejas  de  la  casa  de  Krael,  que  se  habían  extraviado. 
José  obedeció  prontamente  a  Jacob ;  y  Jesucristo  dijo :  Vedme 
aquí.  Señor,  que  vengo  a  hacer  vuestra  voluntad  (Heb.  10,  9). 
Luego  que  los  heimanos  descubrieron  a  José,  resolvieron  qui- 
tarle la  vida;  luego  que  Jesucristo  comenzó  a  descubrir  a  los 
judíos  su  misión,  resolvieron  éstos  quitarle  la  vida  (Juan  11,. 
47,  53).  José  despojado  de  su  túnica,  echado  en  una  cisterna, 
de  donde  salió  después  con  vida,  era  imagen  de  la  muerte,  se- 
pultura y  resurrecc'óii  de  Jesucristo.  José  fue  vendido  por  20 
sidos ;  Jesucristo  lo  fué  por  30.  La  ropa  de  José  teñida  de 
sangre,  representaba  la  Humanidad  de  Jesucristo  teñida  toda 
y  cubierta  de  su  propia  sangre.  José  esclavo  y  prisionero  en 
Egipto,  era  figura  de  Jesucristo  humillado,  abatido  y  hecho 
esclavo  por  los  hombres.  La  mujer  de  Putifar,  que  solicitó  a 
José  a  una  maldad,  no  le  puño  persuadir;  pero  tampoco  ella 
quedó  persuadida  de  sus  poderosas  razones;  le  quiso  detener, 
y  se  quedó  con  su  capa  entre  las  manos.  La  Sinagoga,  esposa 


EL  PATRIARCA  JOSE 


191 


infiel  y  adúltera,  irritada  de  la  pureza  de  doctrina  y  santidad 
con  que  Jesucristo  condenaba  sus  máximas  corrompidas,  se 
asió,  digámoslo  así,  del  vesiidc  de  su  carne,  y  le  despojó  de  él 
violentamente.  José,  calumniado  falsamente,  no  abrió  la  boca 
para  defenderse,  y  fué  condenado  sin  ser  oído  y  contra  toda 
justicia ;  Jesucristo,  acusado  por  los  Príncipes  de  los  Sacerdo- 
tes, guardó  silencio  tan  grande,  que  causó  admiración  a  su 
mismo  Juez,  que  lo  condenó  a  morir,  no  obstante  que  conocía 
su  inocencia,  y  las  calumnias  y  envidias  de  sus  acusadores. 
José  en  una  cárcel  entre  los  dos  Oficiales  de  Faraón,  anunció 
al  uno  su  restablecimiento,  y  al  otro  su  suplicio;  Jesucristo 
en  una  cruz  entre  dos  ladrones,  concedió  al  uno  la  gracia  de  una 
viva  fe  y  de  una  verdadera  conversión,  y  dejó  al  otro  en  sus 
tinieblas  e  inipenitencia.  José  después,  al  tercer  año  de  pri- 
sión, salió  de  ella  para  ser  engrandecido  y  elevado  a  la  mayor 
gloria ;  Jesucristo  al  día  tercero  de  la  oscuridad  de  un  sepul- 
cro, resucitó  glorioso  para  entrar  en  la  posesión  de  su  Reino. 
Todos  doblaban  la  rodilla  delante  de  José,  que  fué  hecho  Su- 
perintendente de  todo  Egipto ;  toda  rodilla  se  dobla  al  nom- 
bre de  Jesús,  que  fué  hecho  cabeza  del  cuerpo  místico  de  su 
Iglesia.  José  no  tenía  otro  que  le  precediera,  sino  el  Rey ;  Je- 
sucristo, en  cuanto  Hombre,  no  tiene  otro  que  le  preceda  sino 
el  Padre  (I  Cor.  15,  27).  Sólo  se  encontraba  vino  en  Egipto, 
donde  José  tenía  la  autoridad ;  sólo  hay  salud  en  aquella  Igle- 
sia, donde  reina  Jesucristo.  Faraón  enviaba  a  José  a  todos  los 
que  le  pedían  alimentos ;  nada  se  puede  conseguir  sino  por 
Jesucristo,  que  es  el  Medianero.  Todos,  y  de  todas  partes  ve- 
nían a  Egipto  y  a  José  para  comprar  trigo ;  Jesucristo  abre 
los  tesoros  de  la  gloria  para  todos  los  que  quieran  comprarla 
a  precio  de  una  fe  y  piedad  sincera,  y  sean  estos  los  que . 
fueren,  sin  aceptación  de  personas". 

ENSEÑANZAS  DE  LA  HISTORIA  DE  JOSE.  —  2649. 

Buscando  enseñanzas  morales  y  religiosas  en  la  historia  de 
José,  el  pastor  Andrés  Eschimann  halla  las  siguientes:  "1^ 
Del  punto  de  vista  moral  encontramos  una  ilustración  infini- 
tamente delicada  del  gran  principio  que,  a  la  larga,  el  mal  es 
castigado  y  la  fidelidad  recompensada,  y  sobre  todo  una  altí- 
sima idea  del  perdón,  que  no  es  contrario  a  la  justicia,  sino  que 


192 


EL  PATRIARCA  JÜSE 


se  superpone  a  ella.  En  la  actitud  de  José,  reconciliándose  con 
PUS  hermanos,  hay  algo  que  anuncia  la  parábola  del  hijo  pró- 
digo. 2°  Del  punto  de  vista  religioso,  cierto  es  que  están  au- 
sf;ntes  las  experiencias  caracterizadas,  profundas;  pero  un 
gran  pensamiento  domina  todo  el  conjunto,  a  saber,  el  de 
Dios  que  dirige  los  sucesos  y  hace  servir  todas  las  cosas,  aun 
la  maldad  de  los  hombres,  al  cumplimiento  de  sus  designios. 
Con  discreción  está  pronunciado  el  nombre  de  Dios;  pero  el 
pensamiento  de  éste  siempre  está  allí,  y  es  lo  que  da  a  este 
relato,  además  de  su  encanto,  una  innegable  grandeza"  (Dict. 
Encyc,  I.  p.  680). 

2650.  Pero  si  hurgamos  con  más  detención  en  las  pági- 
nas bíblicas  que  estudiamos,  ese  examen  nos  sugerirá  conside- 
raciones que  no  honran  mucho  al  héroe  que  en  aquéllas  se 
enaltece.  Y  en  primer  término  hacemos  nuestras  estas  sensa- 
tas observaciones  de  Reuss :  "Los  detalles  relativos  a  las  en- 
trevistas de  José  con  sus  hermanos  son  conmovedores  hasta 
el  punto  de  hacernos  derramar  lágrimas  de  simpatía;  pero  des- 
pués de  reflexionar,  uno  no  puede  dejar  de  preguntarse,  cómo 
fué  que  durante  los  nueve  años  de  su  prosperidad  y  de  su  po- 
der, nunca  pensó  José  en  dar  noticias  suyas  a  su  anciano  pa- 
dre, de  120  años  de  edad,  en  la  época  de  su  elevación,  a  quien 
su  correo  hubiera  podido  alcanzar  en  algunos  días.  Interroga 
si  vive  todavía ;  pero  no  siente  prisa  de  tranquilizarlo  a  su 
vez  sobre  su  propio  destino.  Todo  esto  (con  lo  demás  que  el 
autor  ha  dicho  anteriormente  —  véase  §  2647  al  final)  revela 
lina  formación  más  bien  popular  que  artificial  del  mito"  (I, 
p.  108). 

2651.  Estas  observaciones  sobre  el  censurable  proceder 
de  José  no  h^n  escapado  a  la  ortodoxia,  y  al  efecto,  veamos 
cómo  ella  las  expresa  y  cómo  las  justifica  o  resuelve.  El  cita- 
do obispo  Scío  escribe  al  respecto,  lo  siguiente:  "El  espíritu 
humano,  contemplando  toda  la  serie  de  los  hechos  de  José 
después  de  su  elevación,  el  porte  que  tuvo  con  sus  hermanos, 
y  también  lo  que  aquí  se  dice  (Gén.  45,  6),  se  halla  natural- 
mente prevenido  de  pensamientos  e  ideas  poco  favorables  a  la 
grande  virtud  de  José.  No  se  dió  a  conocer  José  a  sus  herma- 
nos, sino  en  el  segundo  año  de  la  hambre,  y  por  consiguiente 
en  el  noveno  de  su  elevación,  cuando  ya  habían  pasado  los  sie- 


EL  PATRIARCA  JOSE 


193 


te  de  abundancia.  ¿Pues  por  qué  dilató  tanto  tiempo  dar  avi- 
so a  Jacob  de  que  vivía  y  en  tan  alta  dignidad  aquel  hijo  a 
quien  tanto  amaba  y  que  creía  muerto?  ¿Por  qué  en  lugar  de 
apresurarle  una  noticia  de  tan  extraordinario  placer,  parece 
que  sólo  atiende  a  redoblarle  las  penas,  deteniendo  en  prisio- 
nes a  Simeón,  y  haciendo  alarde  de  querer  detener  también 
a  aquel  Benjamín,  que  era  la  vida  de  su  padre?  ¿Por  qué  no 
acudir  desde  luego  al  mantenimiento  de  su  familia  en  tiem- 
po de  una  extrema  carestía,  que  se  extendía  a  Canaán,  en  don- 
de sabía  que  moraba?  ¿Sería  acaso  por  temer  algún  peligro  o 
catástrofe,  si  descubría  cuál  era'  su  nación?  Y  aunque  esto  fue- 
ra cierto,  ¿no  debía  hacer  sacrificio  de  unos  lazos  y  obligacio- 
nes tan  estrechas  y  fiar  el  suceso  a  la  Divina  Providencia?  Si 
estas  reflexiones  recayesen  sobre  un  hombre  vulgar,  conde- 
naríamos sin  balancear  una  timidez  y  una  política  que  al  pare- 
cer prevalecen  sobre  los  sentimientos  de  la  religión  y  de  la 
naturaleza;  pero  teniendo  por  objeto  a  un  hombre,  favorecido 
particularmente  del  cielo,  como  lo  acreditan  todos  los  sucesos 
de  su  vida,  bajando  la  cabeza,  adoremos  los  ocultos  juicios  de 
la  Eterna  Sabiduría,  y  conociendo  nuestros  cortos  alcances, 
confesemos  nuestra  ignorancia,  y  que  José  se  gobernó  en  todo 
por  particular  movimiento  e  inspiración  del  Señor". 

2652.  Este  es  un  claro  ejemplo  de  cómo  la  ortodoxia  no 
puede  ser  juez  imparcial  de  lo  que  se  expresa  en  la  Biblia.  El 
prejuicio  de  que  ésta  es  un  libro  divinamente  inspirado,  impi- 
de que  se  formulen  condenaciones  sobre  hechos  censurables 
contenidos  en  sus  páginas  que  el  autor  acepta  o  admite  implí- 
citamente como  aprobados  o  sugeridos  por  la  divinidad.  Me- 
dítese detenidamente  en  lo  que  hemos  subrayado  en  el  trans- 
crito párrafo  de  Scio,  y  se  verá  la  diferencia  que  hay  entre  el 
creyente  que  acalla  las  protestas  de  su  conciencia  ante  notorias 
indignidades,  y  el  crítico  independiente  que  sólo  escucha  y  se 
rige  por  los  dictados  de  su  razón.  Por  esto,  al  anotar  el  pasa- 
je Gén.  44,  5  en  el  que  José  alecciona  a  su  intendente  para 
que  vaya  tras  sus  hermanos,  que  regresan  con  Benjamín,  y  les 
diga:  "¿Por  qué  habéis  vuelto  mal  por  bien?  La  copa  que  ha- 
béis hurtado  es  aquella  en  que  bebe  mi  amo  y  con  la  cual  prac- 
tica la  adivinación",  —  escribe  Scío :  "En  todo  este  hecho  que 
aquí  se  nos  refiere  no  mintió  José.  Mentir  es  hablar  contra 


194 


EL  PATRIARCA  JOSE 


lo  mismo  que  se  piensa,  con  el  fin  de  engañar  a  aquel  con 
quien  se  habla  .  .  .  Esto  no  obstante  es  necesario  confesar  que 
este  proceder  de  José,  aunque  exento  de  mala  fe,  no  es  un 
ejemplo  que  se  deba  autorizar  generalmente  para  la  práctica. 
Hay  grandes  tesoros  que  se  ocultan  en  esta  superficie  que  aquí 
registramos ;  y  el  designio  del  Espíritu  Santo  en  estos  sucesos, 
que  leemos,  no  es  tanto  proponernos  ejemplos  que  imitar,  co- 
mo misterios  que  debemos  adorar,  siendo  cortas  nuestras  lu- 
ces para  formar  idea  de  su  grandeza".  Como  se  ve,  la  ortodo- 
xia, cuando  encuentra  en  el  libro  para  ella  sagrado,  algo  que 
choca  su  razón,  se  escuda  en  un  refugio  verbal :  con  la  pala- 
bra misterio  (y  ¡qué  a  menudo  la  repite!)  resuelve  todas  sus 
dificultades. 

2653.  De  acuerdo,  pues,  con  ese  cómodo  criterio  de  aca- 
tar a  pie  juntillas  todo  lo  que  se  enseña  en  las  Sagradas  Es- 
crituras, confesando,  por  lo  tanto,  que  "José  se  gobernó  por 
particular  movimiento  e  inspiración  del  Señor",  se  compren- 
derá que  al  considerar  las  medidas  administrativas  de  este  hi- 
jo de  Jacob,  reseñadas  en  §  2646,  formule  Scío  este  juicio  di- 
tirámbico  a  su  respecto:  "José  dió  muestras  en  este  lance  del 
más  hábil  y  prudente  Ministro  que  se  ha  conocido  en  todos  los 
siglos,  cuyas  luces  le  venían  del  cielo".  Pero  aquéllos  que  se 
guían  sólo  por  la  razón,  no  pueden  menos  de  discrepar  con 
semejante  opinión.  En  efecto,  todas  las  naciones  civilizadas  y 
democráticas  modernas  aceptan  hoy  los  principios  sustenta- 
dos en  la  "Declaración  de  los  Derechos  del  Hombre"  promul- 
gada por  la  Asamblea  Nacional  Constituyente  de  la  Revolución 
Francesa,  (1)  según  los  cuales  el  fin  de  todo  Estado  es  garan- 
tizar y  defender  la  libertad  humana,  reconociéndose  a  la  vez 
que  la  soberanía  reside  esencialmente  en  el  pueblo.  "Los  hom- 
bres nacen  y  permanecen  libres  e  iguales  en  derechos",  dice  el 
primer  articulo  de  la  citada  Declaración.  Pues  bien,  la  célebre 
administración  de  José,  — el  Ministro,  que  "se  gobernó  en  to- 
do por  particular  movimiento  e  inspiración  del  Señor" —  con- 
sistió en  aprovechar  la  calamidad  pública  de  un  hambre  es- 
pantosa, persistente  durante  siete  años,  para  concluir  con  las 
libertades  de  los  egipcios  y  transformarlos  en  esclavos  del  fa- 


(1)    Véase  La  Libertad  a  través  de  la  Historia,  págs,  242^  ss. 


EL  PATRIARCA  JOSE 


195 


raón.  Si  admitimos  la  historicidad  del  relato  de  Gen.  47,  13  -26, 
tenemos  que  llegar  a  la  conclusión  que,  en  contra  del  aludido 
juicio  de  Scío,  José  fué  el  más  grande  explotador  del  pueblo 
que  "se  haya  conocido  en  todos  los  siglos",  pues  en  vez  de 
ayudar  a  los  individuos  a  salir  airosos  de  sus  dificultades  tran- 
sitorias conservándoles  la  dignidad  de  seres  libres,  utilizó  en 
cambio  aquellas  calamitosas  circunstancias  excepcionales  pa- 
ra esclavi?arlos  y  despojarlos  de  todos  sus  bienes.  Resulta  así 
José  un  héroe  digno  de  ser  imitado  por  dictadores  tipo  Hitler, 
Mussolini  o  Stalin,  que  menospreciando  la  libertad  de  los 
hombres,  persiguen  sólo  el  endiosamiento  del  Estado.  En  opo- 
sición con  la  inhumana  conducta  de  José,  recuérdese  el  noble 
proceder  de  Nehemías,  que  en  un  caso  idéntico  de  carestía», 
condenó  acerbamente  a  aquellos  judíos  que  obligaban  a  sus 
compatriotas  a  vender  sus  propiedades  y  a  esclavizar  a  sus. 
hijos,  para  comprar  trigo  y  poder  vivir,  obteniendo  de  tales 
usureros  la  devolución  de  los  bienes  que  habían  adquirida 
aprovechando  la  excepcional  situación  de  miseria  por  la  cual 
éstos  últimos  atravesaban  (Neh.  5,  1-13).  Y  tanto  más  irri- 
tante aparece  el  proceder  del  engrandecido  hijo  de  Jacob,  cuan- 
to que  de  su  despiadada  finalidad  de  mercachifle  —  pues  bus- 
caba únicamente  apoderarse  del  dinero  y  demás  bienes  de  sus 
subordinados  — ,  descartó  o  dejó  de  lado  a  los  sacerdotes  egip- 
cios, que  profesaban  una  religión  distinta  a  la  de  su  dios  Yah- 
A"é,  que  era  su  guía  e  inspirador ;  pero  que  constituían,  coma 
todos  los  sacerdocios,  un  fuerte  puntal  de  la  autoridad  del 
soberano.  A  ellos,  los  privilegiados,  que  "recibían  del  faraón 
una  porción  de  víveres  determinada",  continuó  José  propor- 
cionándoles el  trigo,  que  se  juzgaba  indispensable  para  la  vi- 
da, "por  lo  que  no  tuvieron  que  vender  sus  tierras"  (v.  22)» 
viniendo,  en  consecuencia,  a  tenerse  como  resultado  de  esa 
política  económica  de  inspiración  yahvista,  que  en  adelante, 
según  el  relato  bíblico,  —  fuera  del  faraón  de  origen  divina 
y  propietario  de  toda  la  tierra  con  excepción  de  la  pertenecien- 
te al  clero,  —  hubo  en  Egipto  dos  castas  sociales,  a  saber:  la. 
sacerdotal,  que  continuaba  disfrutando  de  sus  extensas  pro- 
piedades territoriales ;  y  la  del  común  del  pueblo  esclavizado,, 
mdividuos  que  habían  vendido  hasta  sus  propias  personas  a 
causa  del  hambre,  transformados  luego  en  siervos  de  la  gleba. 


196 


EL  PATRIARCA  JOSE 


para  que  prosiguieran  cultivando  el  suelo  faraónico,  a  fin  de 
que  aportaran  al  tesoro  del  monarca,  la  quinta  parte  de  lo  que 
cosecharan.  Hoy,  en  una  época  de  hambre  universal  (junio  de 
1946)  en  que  naciones  como  Inglaterra  y  Estados  Unidos  de 
América  reducen  al  mínimo  sus  propias  reservas  alimenticias, 
para  poder  sustentar  gratuitamente,  o  poco  menos,  a  pueblos 
amenazados  de  perecer  de  inanición,  resulta  chocante  el  con- 
traste entre  esa  conducta  altruista  y  humanitaria  y  la  seguida 
■en  un  caso  parecido,  por  el  poderoso  José,  "cuyas  luces  le  ve- 
nían del  cielo".  Convendrán  con  nosotros  nuestros  lectores, 
que  este  encumbrado  personaje  no  es  un  modelo  que  podamos 
recomendar  a  la  juventud  de  los  modernos  países  democrá- 
ticos. 


CAPITULO  VI 


Las  leyendas  patriarcales 

CARACTER  ETNICO  DE   SUS    PERSONAJES.  — 

2654.  Hemos  terminado  sucintamente  con  el  estudio  de  los 
documentos  J  y,E  escritos  en  los  siglos  IX  y  VIII  a.  n.  e.  res- 
pectivamente, y  con  los  cuales  un  redactor  muy  posterior, 
aprovechando  también  el  documento  P  y  otros  de  menor  im- 
portancia, formó  la  primera  parte  del  Pentateuco,  que  nos- 
otros llamamos  Génesis,  de  acuerdo  con  la  versión  griega  de 
los  LXX,  y  que  los  judíos  denominan  Berechith,  o  sea,  "Al 
principio",  palabra  hebrea  con  que  comienza  dicho  libro.  En 
los  capítulos  precedentes  hemos  examinado  las  historias  de 
Abraham,  Isaac,  Jacob  y  José,  y  ese  estudio  imparcialmente 
realizado,  nos  ha  comprobado  que  se  trata  de  relatos  inde- 
pendientes, desprovistos  de  verdad  histórica,  que  han  sido  sol- 
dados o  combinados  en  el  correr  del  tiempo.  ¿  Pero  cuál  es  el 
verdadero  carácter  de  los  personajes  que  figuran  en  tales  na- 
rraciones, y  cómo  es  presumible  que  éstas  se  hayan  formado? 
Esto  es  lo  que  nos  proponemos  investigar  en  el  presente  ca- 
pítulo. 

2655.  Comencemos  por  notar  que  ni  en  Palestina,  ni  en 
Egipto,  ni  en  ninguno  de  los  otros  países  en  los  cuales  se  ase- 
gura que  estuvieron  los  citados  patriarcas,  no  se  ha  encontra- 
do la  menor  constancia  de  su  existencia  personal,  a  pesar  de 
las  excavaciones  e  investigaciones  de  todo  género  hechas  en 
el  último  siglo  y  que  han  enriquecido  nuestros  conocimientos 
sobre  la  historia  y  la  prehistoria  de  esas  regiones.  Sentado  es- 
to, debemos  agregar  que  de  los  capítulos  anteriores  resulta 
evidente  el  carácter  étnico  de  muchos  de  los  que  figuran  como 
personas  físicas  en  las  aludidas  narraciones  patriai'cales.  Re- 
cordemos, en  efecto  lo  siguiente: 


198 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


1^  En  cuanto  a  los  antecesores  de  Abraham,  a  partir  de 
Noé,  que  figuran  en  los  capítulos  10  y  11,  10-26  del  Génesis, 
léase  lo  que  dejamos  dicho  en  §  2251-2254. 

2°  Los  pretendidos  sobrinos  de  Abraham,  hijos  de  su  her- 
mano Nacor,  son  en  su  mayor  parte  denominaciones  étnicas, 
§  2254. 

3^  Abraham  tenía  un  sobrino  llamado  Lot,  hijo  de  su 
hermano  Harán  (11,  27)  con  quien  vino  de  Mesopotamia  a 
Canaán  (12,  5).  A  causa  de  una  contienda  entre  los  pastores 
de  Abraham  y  los  de  Lot,  se  separaron  tío  y  sobrino,  quedán- 
dose aquél  en  el  centro  de  Canaán,  y  éste  en  las  ciudades  del 
llano,  al  Sur  del  Jordán,  (13,  5-  13).  Pocos  momentos  antes  de 
la  destrucción  de  Sodoma,  Yahvé  hace  escapar  a  Lot  y  a  sus 
dos  hijas  de  esta  ciudad,  quienes  se  fueron  a  habitar  en  una 
•cueva  de  la  montaña,  donde,  en  virtud  de  un  incesto,  física- 
mente imposible,  "las  dos  hijas  de  Lot  concibieron  de  su  pa- 
dre", y  la  mayor  dió  a  luz  a  Moab  (en  hebreo,  me'ab,  "del  pa- 
dre"), padre  de  los  moabitas ;  y  la  menor,  a  Ammón  (en  heb. 
ben'ammi,  palabras  que,  en  opinión  de  L.B.d.C,  no  deben  sig- 
rificar  "hijo  de  mi  pueblo",  sino,  según  el  árabe,  "hijo  de  mi 
padre"),  padre  de  los  ammonitas,  que  subsisten  hasta  hoy  (19, 
30-38).  Tenemos  aquí,  pues,  una  vez  más,  dos  nombres  indi- 
viduales, Moab  y  Ammón,  en  los  que  se  ha  personificado  a  dos 
pueblos,  enemigos  de  los  israelitas,  y  con  los  cuales  éstos  es- 
tuvieron en  constante  guerra,  cuyos  nombres,  según  la  eti- 
mología popular,  permitía  atribuir  a  esas  naciones  un  origen 
vergonzoso. 

49  Ismael,  el  hijo  que  tuvo  Abraham  de  la  esclava  Agar 
(§  2279),  se  casó  con  una  egipcia  (21,  21),  y  en  25,  13-15,  se 
nos  da  la  lista  de  sus  12  hijos,  designados  según  el  orden  de 
su  nacimiento:  Nebayot,  su  primogénito,  luego  Kedar,  Adbeel, 
Mibsam,  Mishma,  Duma,  Massa,  Hadad  o  Hadar,  Tema,  Ye- 
tur,  Nafish  y  Kedma.  Pero  en  seguida  se  agrega :  "Estos  son 
ios  hijos  de  Ismael,  tales  son  sus  nombres  en  sus  aldeas  o 
ciudades  y  en  sus  campamentos  o  aduares:  doce  príncipes,  je- 
fes de  otras  tantas  tribus"  (v.  16).  Resulta,  pues,  que  primero 
se  reconoce  que  esos  hijos  son  tribus:  unas  sedentarias,  que 
habitan  en  aldeas  o  ciudades;  y  otras  nómades,  que  viven  eu 
campamentos  o  aduares;  y  al  final,  combinando  la  concepción 


XAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


199 


individual  y  la  colectiva,  se  los  considera  como  príncipes,  je- 
ques o  jefes  de  tríbus.  Tales  nombres  se  refieren  realmente  a 
tribus  que  habitaban  el  Norte  de  Arabia,  de  las  cuales  las  más 
conocidas  son :  la  de  Nebayot,  identificada  con  los  nabateos, 
<iue,  en  las  épocas  griega  y  romana,  formaron  un  importante 
reino  al  S.E.  y  al  E.  de  Palestina;  y  Yetur  o  los  itureos,  que 
Tíiás  tarde  colonizaron  el  Líbano  (cf.  Luc.  3,  1;  L.B.d.C.)-  Es- 
te cai'ácter  étnico  de  la  descendencia  de  Ismael  ya  se  deduce 
de  las  palabras  que  le  dirigió  Yahvé  a  Agar,  en  el  desierto  re- 
lativas a  Ismael :  "Será  como  un  asno  salvaje  . .  .  morará  en 
frente  (o  al  Este)  de  todos  sus  hermanos"  (16,  11,  12),  re- 
produciéndose esta  última  parte  de  la  predicción  divina,  des- 
pués de  indicarse  la  ubicación  de  las  tribus  que  tenían  a  Is- 
m.ael  por  antecesor :  "Se  estableció  en  frente  de  todos  sus  her- 
manos" (25.  18). 

5"  Abraham  tuvo  de  su  mujer  Ketura,  seis  hijos  (25,  1, 
2),  que  son  tribus  del  desierto  arábigo,  las  que  se  consideraban 
parientas  de  los  israelitas  y  de  los  ismaelitas  (§  2305).  Entre 
esas  poblaciones,  las  más  conocidas  son :  lYladián,  o  sea,  los 
madianitas,  establecidos  en  la  época  mosaica  al  E.  del  golfo 
Eleanítico;  y  las  que  figuran  como  hijos  de  Yocsán,  o  sea,  nie- 
tos dfí  Abraham :  Sheba  o  Seba,  los  sábeos,  que  por  el  siglo 
VIII  a.  n.  e.  fundaron  un  reino  importante  al  Sur  de  Arabia; 
y  Dedán,  pueblo  comerciante,  vecino  de  Edom.  Según  10,  28, 
Sheba  era  hijo  de  Yoctán,  descendiente  de  Sem ;  pero  según 
10,  7,  Sheba  y  Dedán  eran  bisnietos  de  Cam  (L.B.d.C.) 

6°  Isaac  tuvo  de  Rebeca  dos  hijos  mellizos :  Esaú  y  Ja- 
cob. Antes  de  que  ésta  los  diera  a  luz,  Yahvé  le  anuncia  que 
€sos  hijos  son  dos  naciones,  dos  pueblos  (Gén.  25,  23;  §  2309, 
2322),  lo  que  se  confirma  con  otros  pasajes  como  los  siguien- 
tes: A)  Esaú  es  el  país  de  Edom  (36,  1,  8,  19).  Esaú  tuvo'  12 
descendientes  legítimos  divididos  en  3  ramas ;  5  de  la  rama  de 
su  esposa  Ada,  4  de  la  de  Basemat,  y  3  de  la  do  Oholibama 
(§  2321).  Ahora  bien  estos  12  descendientes,  que  concuerdan 
con  los  12  hijos  de  Jacob,  no  son  realmente  personas,  sino  cla- 
nes edomitas  (en  Gén.  36,  15  -  19,  el  redactor  los  denomina  "je- 
íes  de  clan  de  los  hijos  de  Esaú").  En  el  v.  12  se  cita  además 
otro  nieto  de  Esaú,  Amalee,  o  sea,  los  amalecitas;  pero  como 
éstos  eran  una  tribu  nómade,  que  vivía   del   pillaje,  aparece 


200 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


Amalee,  en  el  cuadro  genealógico  de  Esaú,  como  descendiente 
espurio  del  hijo  de  éste,  llamado  Eiifaz,  con  su  concubina  Tira- 
na. Al  final  de  ese  cap.  36  se  dice:  "He  aquí,  con  sus  nombres, 
la  lista  de  los  jefes  de  clan  (1)  de  Esaú,  ordenados  según  sus 
clanes  y  sus  lugares  de  residencia  (y  sigue  una  enumeración 
de  12  nombres  de  jefes).  Tales  son  los  jefes  de  clan  de  Edom, 
ordenados  según  sus  residencias  en  el  país  que  poseen.  Esaú 
es  ei  padre  de  los  edomitas"  (o  idumeos.  vs.  <0  -  •í3.  iraducciiKi 
de  L.B.d.C.)-  —  B)  Jacob  es  ei  pueblo  de  Israel.  Hemos  visto 
que  dos  veces  Yahvé  le  cambió  a  aquél  su  nombre  por  éste 
(32,  28;  35,  Í0;  §  2356,  2361).  Los  doce  hijos  de  Jacob  son  las 
doce  tribus  de  Israel;  en  cuanto  a  la  poderosa  tribu  de  José 
"la  casa  de  José",  se  subdividió  después  en  dos:  la  tribu  de 
Efraim  y  la  de  Manasés,  por  lo  que  ambas  figuran  como  hijos 
de  José  (§  2049-20Ó3,  2322,  2338-2341,  2637).  El  capítulo  49 
del  Génesis  que  comienza  expresando  que  Jacob  llamó  a  sus 
hijos  para  anunciarles  lo  que  les  ocurriría  al  fin  de  los  días  o 
de  los  tiempos,  después  de  relatar  las  supuestas  palabras  poé- 
ticas del  patriarca,  añade  al  final  de  ese  poema:  "Todas  éstas 
son  la  tribus  de  Israel,  en  número  de  doce.  Esto  fue  lo  que  les 
habló  su  padre.  Y  los  bendijo  a  cada  uno  con  una  bendición 
particular"  (v.  28).  En  la  primera  parte  subrayada  de  este  ver- 
sículo se  confiesa,  pues,  sin  rodeos  que  los  pretendidos  hijos 
de  los  vs.  1  y  2,  son  la  tribus  de  Israel.  Opina  L.B.d.C.  que  esa 
primera  parte  debe  ser  agregado  de  un  glosador,  y  añadimos 
nosotros :  que  el  tal  quiso  corregir  la  ficción  de  personificar 
colectividades;  pero  hizo  una  confusa  amalgama  con  lo  que 
sigue,  de  modo  que  puede  decirse  que  la  enmienda  le  resultó 
peor  que  el  soneto. 

2656.  Del  párrafo  precedente  resulta  con  luz  meridiana 
que  los  personajes  nombrados,  de  las  narraciones  patriarcales, 
no  fueron  individuos  de  carne  y  hueso,  sino  seres  imaginarios 
que  representaban  naciones,  tribus,  clanes  o  ciudades,  seres 
inventados  para  explicar  el  parentesco  existente  entre  estas 
agrupaciones  humanas  u  otros  hechos  relacionados  con  las 
mismas.  Esa  manera  de  proceder  descansa  en  la  errónea  con- 

(1)  El  Diccionario  de  la  Academia  Española  ignora  que  clan  es 
una  reducida  tribu  de  pocas  familias.  Véase  la  obra  de  MORET  y 
DAVY,  De  los  clanes  a  los  imperios. 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


201 


cepción  histórica  del  origen  de  los  pueblos,  que  los  israelitas, 
lo  mismo  que  la  mayor  parte  de  las  naciones  de  la  antigüedad, 
se  habían  formado,  suponiendo  que  los  Estados  o  las  tribus 
provenían  del  simple  desarrollo  de  familias  (§  2252).  "Esta 
concepción,  dice  Kuenen,  se  muestra  en  el  uso  de  expresiones 
tales  como  éstas:  la  casa  de  Israel,  los  hijos  de  Edom,  etc. 
Cuanto  más  remontaban  en  el  pasado,  más  disminuido  se  fi- 
guraban el  clan,  hasta  que  al  fin  de  cuentas  llegaban  al  padre 
de  la  tribu  o  del  pueblo  entero,  progenitor  al  ciue  naturalmen- 
te conferían  las  mismas  particularidades  de  carácter  que  ha- 
bían notado  en  sus  descendientes.  A  tal  punto  estaban  acos- 
tumbrados los  israelitas  a  esta  concepción  genealógica  de  los 
pueblos  y  de  las  tribus,  que  gran  número  de  listas  genealógicas 
del  Antiguo  Testamento  presentan  nombres  de  países  o  de 
ciudades  como  siendo  personas"  (VERNES,  p.  72).  Confir- 
mando lo  expuesto,  escribe  Bertholet  de  acuerdo  con  Ed.  Me- 
yer:  "La  reducción  de  toda  la  etnología  a  una  genealogía,  co- 
mo si  cada  pueblo  y  cada  ciudad  proviniera  del  crecimiento  de 
una  sola  familia,  tiene  algo  de  puramente  pueril.  Es  el  resultado 
de!  pensamiento  mítico  que  trata  de  comprender  todo  lo  exis- 
tente, —  las  relaciones  sociales  así  como  las  cosas  del  mundo 
exterior,  —  como  producido  por  la  procreación"  (p.  322).  Loa 
héroes,  pues,  de  las  historias  patriarcales  son  personalidades 
étnicas,  por  lo  general,  epónimos  de  grupos,  palabra  ésta  de 
origen  griego,  que  significa  "el  que  da'  su  nombre-  a  algo",  ya 
sea  pueblo,  tribu,  período,  época,  etc.  Por  lo  tanto  puede  afir- 
inarse,  como  dice  Ragozín,  c|ue  cuando  manifiesta  la  tradición 
que  el  antepasado  epónimo  o  fundador  de  la  ciudad,  dió  su 
nombre  a  ésta,  lo  contrario  fue  lo  que  realmente  sucedió,  pues 
se  aplicó  a  aquél  el  nombre  de  la  ciudad.  En  cuanto  a  los  nom- 
bres de  Abraham  y  de  Isaac,  nótese  que  si  bien  no  son  epó- 
nimos, en  cambio  configuran  también  individualidades  étnicas, 
ya  que  de  ellos  proceden  tribus  o  naciones.  En  consecuencia, 
probado  ampliamente  como  está,  que  los  israelitas  se  valían 
del  procedimiento  de  ficticias  genealogías  humanas  (p.  ej.  eu 
Gen.  10),  para  indicar  el  origen  o  las  relaciones  de  los  pueblos 
de  su  época,  hay  que  llegar  a  la  lógica  conclusión  de  que 
también  Abraham  e  Isaac,  son  personajes  míticos,  como  todos 
los  demás  que  hemos  reseñado  anteriormente  (§  2655). 


202 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


HIPOTESIS  DE  WESTPHAL  SOBRE  LAS  HISTO- 
RIAS PATRIARCALES.  —  2657.  Un  escritor  ortodoxo  mo- 
derno, el  profesor  protestante  y  doctor  en  teología,  Alejandro 
Vs'cstphal,  que  trata  de  conciliar  la  fe  bíblica  con  la  ciencia,  y 
que  admite  la  existencia  de  documentos  de  distintas  épocas  en 
la  formación  del  Pentateuco,  se  resiste  a  aceptar  que  los  pa- 
triarcas carezcan  de  realidad  histórica.  Se  basa  para  ello  en 
la  veracidad  del  cap.  14  del  Génesis,  diciendo:  "¿Cómo  admi- 
tir que  el  autor  hiciera  historia  cuando  ocasionalmente  habla- 
ba de  Amrafael  o  de  Kador  -  Laomer,  y  novela  cuando  descri- 
bía los  héroes  m.ismos  de  su  raza  y  de  su  libro?";  y  además  en 
esta  otra  consideración :  "tiene  que  haber  habido  algún  perso- 
naje descollante  anterior  a  Moisés,  que  para  allanar  el  cami- 
no de  éste,  hubiera  elevado  la  mentalidad  de  los  hebreos  por 
encima  de  las  supersticiones  contemporáneas,  y  hubiera  fija- 
do inmutablemente  en  los  corazones,  la  fe  en  un  Elohim  justo 
A'  omnipotente :  ese  hombre  fué  Abraham"  (Jehovah,  ps.  108, 
110). 

2658.  A  esto  contestamos :  en  cuanto  a  la  verosimilitud 
de!  cap.  14  del  Génesis,  nos  remitimos  a  lo  dichoi  a  su  respecto 
en  §  2265  -2271,  recordando  aquí  tan  sólo  que  dicho  capitulo 
proviene  de  distinta  fuente  que  las  demás  páginas  de  los  rela- 
tos patriarcales.  Y  en  cuanto  al  segundo  argumento,  observa- 
remos únicamente:  1^  que  entre  Moisés  y  su  pretendido  pre- 
cursor, hay  por  lo  menos,  cinco  siglos,  espacio  demasiado 
grande  para  que  el  pueblo  no  hubiera  vuelto  a  caer  en  sus 
supersticiones;  2°  que  sobre  la  religión  de  los  hebreos  en  tiem- 
po de  Moisés  nos  atenemos  a  lo  ya  dicho,  (cap.  V  del  t°  I)  ; 
3^  3°  que  en  ninguna  parte  de  la  historia  de  Abraham  se  nos 
presenta  éste  como  el  fundador  de  una  nueva  religión,  ni  me- 
nos realizando  la  obra  que  supone  Westphal.  Tan  quimérica 
€s  esta  suposición,  que  ni  siquiera  transmitió  aquel  patriarca 
su  fe  a  sus  hijos,  pues,  con  excepción  de  Isaac,  todos  los  de- 
más fueron  paganos.  Sin  embargo,  a  pesar  de  sus  argumentos, 
Westphal  no  puede  menos  de  confesar  que  "el  carácter  étnico 
de  la  historia  de  los  Abrahámidas  es  innegable  en  ciertas  par- 
tes. Se  ve  muy  claramente  que  la  preocupación  del  autor  es, 
en  ellas,  la  de  explicar  y  justificar  la  historia  de  los  pueblos 
por  su  origen".  Y  concluye  diciendo:  "Todo  lo  que  la  ciencia 


lAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


203 


tiene  el  derecho  de  pedirnos,  —  y  nosotros  de  buena  gana  lo 
concedemos  —  es  que  dejemos  de  lado  en  nuestra  reconstruc- 
ción de  la  historia  patriarcal,  los  relatos  en  los  cuales  se  des- 
cubre muy  visiblemente  la  preocupación  étnica,  como  por 
ejemplo,  ciertos  episodios  de  la  vida  de  Lot,  de  Agar  y  de  Is- 
mael, de  Esaú,  de  Rubén  y  de  Judá,  de  Simeón  y  de  Leví" 
(Ib.  ps.  106.  110). 

2659.  Esta  manera  de  razonar  es  completamente  inacep- 
table, pues  si  una  buena  parte  de  esa  historia,  según  los  ejem  - 
plos indicados,  la  constituyen  mitos  de  carácter  étnico,  no  se 
ve  con  qué  razón  se  va  a  considerar  en  otras  partes  del  relato, 
a  esos  mismos  personajes,  como  seres  reales,  y  que  lo  que  de 
«líos  nos  cuenta  el  Génesis,  sea  la  biografía  auténtica  de  los 
mismos.  Si  Esaú  es  el  país  de  Edom,  y  su  hermano  Jacob  es 
el  país  de  Israel,  ¿cómo  vamos  a  aceptar  que  Rebeca,  la  ma- 
dre de  ellos  era  una  mujer,  y  en  consecuencia,  todo  lo  que  se 
nos  narra  de  los  antecedentes  de  su  matrimonio?  ¿Por  qué  de- 
jar de  lado  los  episodios  que  revelan  el-  carácter  étnico  de  los 
personajes,  y  que  tanto  molestan  a  la  ortodoxia,  si  son  preci- 
samente ellos  los  que  nos  muestran  que  los  tales  personajes 
no  fueron  individuos  reales,  como  nosotros,  sino  entes  de  fic- 
ción creados  para  comprobar  determinadas  tesis?  ¿No  es  ab- 
surdo pretender  que  se  acepte  el  extraño  hibridismo  de  que 
en  una  narración  histórica,  los  héroes  de  la  misma  unas  veces 
«ean  hombres  y  otras,  tribus  o  pueblos? 

LA  OPINION  DE  SAN  PABLO  SOBRE  LOS  PA- 
TRIARCAS. —  2660.  Al  sostener,  pues,  que  los  personajes 
descollantes  de  la  historia  patriarcal  son  personificaciones  de 
lugares,  clanes,  tribus  o  pueblos,  no  formulamos  una  mera  hi- 
pótesis, sino  que  nos  colocamos  en  el  terreno  firme  de  los  he- 
chos, puesto  que  eso  es  lo  que  nos  dicen  sin  rodeos  los  textos, 
y  porque  a  ese  resultado  se  llega  estudiando  con  detención  las 
narraciones  del  Génesis.  Indudablemente  que  esta  conclusión 
parecerá  a  algunos  creyentes  una  herejía,  habituados  como 
«stanios  desde  la  infancia,  en  los  países  de  civilización  cristia- 
na, a  leer  en  los  libros  de  Historia  Sagrada  o  en  los  Manuales 
•de  Instrucción  Religiosa,  que  los  patriarcas  fueron  seres  rea- 
les, y  que  hay  que  tomar  como  verdades  inconcusas,  todos  los 


204 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


detalles  que  se  nos  dan  en  sus  biografías.  Esa  también  era  la 
creencia  de  los  que  las  compilaron  en  el  Génesis,  y  sin  embar- 
go, no  es  eso  lo  que  se  descubre  en  tales  textos.  I'ero  a  fin  de 
disipar  los  escrúpulos  ortodoxos  de  más  de  un  lector,  recor- 
demos que  para  ciertos  escritores  inspirados  del  Nuevo  Testa- 
mento, por  lo  menos  algunos  de  los  episodios  de  la  historia 
jiatriarcal,  no  encierran  hechos  reales,  sino  alegorías.  Asi,  pa- 
ra el  autor  de  la  epístola  a  los  Hebreos,  el  rey  -  sacerdote  Mel- 
quisedec,  del  cap.  14  del  Génesis,  no  es  una  persona,  sino  un 
símbolo,  una  idea  (§  2271),  y  lo  mismo  opina  el  apóstol  Pablo 
de  Agar,  Sara.  Ismael  e  Isaac,  que  tan  importante  papel  des- 
empeñan en  la  historia  de  Abraham.  En  efecto,  ese  apóstol 
escribe  a  los  Gálatas,  lo  siguiente :  "Decidme  los  que  deseáis 
estar  bajo  la  Ley,  ¿no  oís  la  Ley?  Porque  está  escrito  que 
Abraham  tuvo  dos  hijos,  el  uno  de  la  esclava  (Ismael)  y  el 
otro  de  la  mujer  libre  (Isaac).  Mas  el  de  la  esclava  nació  según 
la  carne ;  empero  el  de  la  mujer  Ubre,  en  virtud  de  la  promesa. 
LAS  CUALES  COSAS  SON  BICHAS  ALEGORICAMEN- 
TE, PORQUE  ESTAS  DOS  MUJERES  SON  DOS  PAC- 
TOS; el  uno  que  dimana  del  monte  Sinaí,  y  engendra  hijos 
para  servidumbre,  es  Agar.  PORQUE  AGAR  ES  EL  MON- 
TE SINAI,  EN  ARABIA,  y  corresponde  a  la  Jerusalén  ac- 
tual, porque  ésta  es  esclava  con  sus  hijos.  Empero  la  Jerusalén. 
celestial  es  libre,  la  cual  es  nuestra  madre''  (4,  21  -  26). 

2661.  Aun  cuando  éste  sea  un  argumento  de  visionario, 
como  expresa  Loisy,  sin  embargo,  aquellos  que  acatan  ciega- 
mente las  doctrinas  de  Pablo,  tienen  que  reconocer  que  todo 
lo  que  en  el  Génesis  se  nos  describe  con  tan  vivos  colores  de 
la  historia  de  Agar  y  de  Sara,  la  mujer  de  Abraham,  no  son 
hechos  reales,  sino  ficticios,  meras  alegorías,  con  las  cuales  el 
escritor  inspirado  del  Génesis,  envolvía  profundos  mist'n'ios 
que  se  iban  a  poner  en  claro  muchos  siglos  después.  Sin  duda 
alguna  que  a  nosotros  los  profanos,  nunca  se  nos  hubiera  ocu- 
rrido que  Agar  es  el  monte  Sinaí  en  Arabia,  que  Sara  es  la 
Jerusalén  celestial,  que  estas  dos  mujeres  son  además  dos  pac- 
tos o  alianzas,  y  que  Ismael,  el  nacido  según  la  carne,  el  hijo 
de  la  servidumbre,  representa  a  los  judíos,  que  siguen  siendo 
esclavos  de  la  Ley,  mientras  que  Isaac,  que  no  nació  de  la  car- 
ne sino  que  nació  de  la  promesa,  es  decir,  por  la  intervención 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


205 


<3irecta  de  Yahvé,  representa  a  los  cristianos,  los  cuales  están 
libres  del  yugo  de  la  legislación  mosaica.  Y  como  Ismael,  el 
hijo  según  la  carne,  perseguía  a  Isaac  (§  2280),  el  hijo  según 
el  Espíritu  (persecución  de  la  que  no  se  habla  en  el  Génesis,  y 
que  es  una  adición  a  la  leyenda  de  Agar  tomada  de  la  tradi- 
ción rabínica),  así  también  los  judíos  perseguían  a  los  cristia- 
nos cuando  escribía  Pablo,  por  lo  cual  éste  declara  justificado 
lo  que  dice  la  Escritura :  "Echa  a  la  esclava  y  a  su  hijo,  porque 
■no  heredará  el  hijo  de  la  esclava  con  el  hijo  de  la  mujer  libre" 
(4,  28-31).  Acéptese  o  no  la  transcrita  interpretación  alegóri- 
ca, lo  cierto  y  positivo  es  que  todos  los  que  acatan  la  autoridad 
doctrinaria  del  apóstol  Pablo,  tienen  que  reconocer  que  la  bio- 
grafía de  Abraham  es  un  cuento  piadoso,  y  por  lo  tanto,  no 
siendo  Sara  una  mujer,  sino  un  pacto  o  una  ciudad  ideal,  y 
no  siendo  igualmente  Agar  una  esclava,  sino  otro  pacto  o  el 
monte  Sinaí  de  Arabia,  forzoso  nos  es  concluir  que  Abraham 
tampoco  es  un  ser  real,  como  ya  lo  habíamos  inferido  al  es- 
tudiar los  demás  personajes  de  la  narración  patriarcal.  Lo 
que  decimos  de  Abraham  es  aplicable  a  Isaac,  cuya  biografía 
reproduce  en  gran  parte  episodios  de  la  de  Abraham  o  de  la 
de  Jacob  (§  2323,  2324). 

LOS  PATRIARCAS  CONSIDERADOS  COMO  HE- 
ROES MITOLOGICOS  Y  FUNDADORES  DE  SANTUA- 
RIOS. —  2262.  Además  del  indiscutible  carácter  étnico  de 
muchos  de  los  principales  personajes  de  las  leyendas  patriar- 
cales, gran  parte  de  los  escritores  modernos  que  abordan  con 
criterio  científico  la  crítica  bíblica,  entienden  que  las  grandes 
figuras  de  esas  narracciones,  fueron  héroes  de  leyendas  de 
fundación  de  santuarios,  llegando  algunos  hasta  admitir  que 
fueran  dioses  de  los  mismos.  Así,  Lods,  —  estudiando  los  poe- 
mas de  Ras  Shamrá  (§  79),  y  especialmente  la  leyenda  de  Ke- 
ret  (§  2253),  rey  de  los  sidonios,  al  cual  el  dios  supremo.  El, 
le  ordena  hacer  la  guerra  a  la  mujer  de  un  personaje  divino 
Teráh,  dándose  la  batalla  en  el  Negeb,  al  Sur  de  Palestina, 
región  en  la  que  los  relatos  tradicionales  colocan  la  residencia 
preferida  de  los  tres  principales  patriarcas  — ,  se  pregunta 
si  no  es  muy  verosímil  que  Teráh,  originariamente  figura  di- 
vina, haya  sido  transformado  por  -la  tradición  israelita  en  un 


206 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


héroe  humano,  antecesor  de  la  raza.  Se  inclina  dicho  escritor 
a  una  respuesta  afirmativa,  basándose  en  que  el  testimonio 
de  los  citados  poemas  sobre  Teráh  dan  nueva  razón  para  pen- 
sar que  el  elemento  propiamente  mitológico  debió,  en  parte, 
entrar  en  la  formación  dé  los  relatos  que  circulaban  sobre  los 
antecesores  de  Israel.  Corrobora  esta  solución,  el  hecho  de 
que  los  patriarcas  figuran  en  la  tradición  como  fundadores  de 
los  antiguos  "altos"  o  santuarios  más  venerados  en  Palestina^ 
H  saber:  Abraham  funda  el  de  Hebrón ;  Isaac,  el  de  Beer - 
Seba  o  Beersabé ;  Jacob,  el  de  Bethel;  y  José,  el  de  Siquem. 

2663.  Para  Loisy,  "la  mayor  parte  de  las  leyendas  pa- 
triarcales son  originariamente  leyendas  cultuales  concernien- 
tes a  antiguos  santuarios  cananeos  adoptados  por  los  israeli- 
tas. Cada  santuario,  tanto  en  Canaán  como  en  otras  partes, 
tenía  su  dios  propio  y  su  leyenda  de  fundación  (como  ocurre 
hoy,  agregamos  nosotros,  con  las  Vírgenes  locales  del  cato- 
licismo). Nuestros  colectores  de  tradiciones,  que  ignoraban  la 
centralización  del  culto  de  Yahvé  en  el  templo  de  Jerusalén, 
no  temieron  atribuir  otros  santuarios  al  dios  de  Israel  y  adap- 
tarle la  leyenda  de  ellos,  ya  identificando  el  antiguo  dios  con 
Yahvé  mismo,  ya  transfprmando  un  dios  o  un  héroe  local 
en  patriarca  antecesor  de  Israel .  .  .  Cualquiera  que  haya  sido 
el  origen  de  los  nombres  patriarcales,  éstos  no  fueron  en  un 
principio  los  nombres  de  los  antecesores  de  los  israelitas;  pero 
llegaron  a  ser  tales  antecesores,  ayudando  así  a  construir  la 
genealogía  del  pueblo  elegido.  En  esa  calidad  de  héroes  an- 
cestrales es  que  se  cuenta  de  ellos  que  levantaron  aquí  un. 
altar,  erigieron  allá  una  estela,  en  otra  parte  plantaron  un 
árbol  o  ungieron  una  piedra,  en  honor  de  su  dios,  consagrando 
así  los  lugares  de  culto  que  Yahvé,  desde  la  conquista,  había 
usurpado  a  los  dioses  de  Canaán"  (La  Relig.  d'Isr.  ps.  22,  23). 
De  acuerdo  con  lo  expuesto,  tendremos  que  esas  leyendas 
más  o  menos  mitológicas  se  fueron  convirtiendo  con  el  trans- 
curso del  tieinpo,  en  aventuras  heroicas  o  humanas,  que  inde- 
pendientes al  principio  entre  sí,  se  encargaron  más  tarde  los 
sacerdotes  de  los  santuarios  de  unirlas  por  medio  de  ficticias 
genealogías,  procedimiento  éste,  como  nota  Moret,  empleado 
por  los  fenicios,  cananeos  y  otros  orientales  para  clasificar  a 
sus  dioses.  Es,  pues,  muy  probable  que  tales  mitos,  de  pro- 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


20^ 


cedencia  popular,  —  con  los  que  se  trataba  de  explicar  tanto 
el  parentesco  de  los  pueblos,  los  hechos,  las  instituciones  y  la 
denominación  de  parajes,  como  el  origen  de  los  santuarios 
más  venerados  — ,  se  desarrollaran  en  éstos  más  tarde,  supo- 
niéndose que  la  santidad  de  los  mismos  provenía  de  teofanías 
o  apariciones  de  la  divinidad  que  allí  habían  tenido  los  pa- 
triarcas fundadores. 

LA  HIPOTESIS  DE  WEILL.  —  2664.  El  escritor  con- 
temporáneo Raimundo  Weill,  en  su  reciente  estudio  sobre  "La 
légende  des  patriarches  et  l'histoire"  (1938),  después  de  exa- 
minar la  literatura  legendaria  de  los  fenicios  descubierta  no 
ha  mucho  en  las  copias  de  Ras  Shamrá  (§  79)  en  el  Norte 
de  Siria,  y  de  analizar  las  últimas  publicaciones  de  Dussaud 
y  de  Dhorme  sobre  la  materia,  llega  a  las  siguientes  con- 
clusiones : 

1°  En  el  personaje  de  Abraham,  tal  como  resulta  del 
actual  relato  bíblico,  se  han  fusionado  por  lo  menos  tres  per- 
sonajes diferentes,  a  saber:  a)  uno,  antepasado  del  pueblo 
israelita  y  revelador  de  santuarios  palestinos,  a  la  manera  de 
Jacob  y  de  Isaac ;  b)  otro,  un  inmigrado  del  Norte  relacio- 
nado con  transmisiones  religiosas  o  mitológicas ;  y  c)  uu 
Abraham,  héroe  de  leyenda  divina. 

2^  En  alguno  de  los  poemas  fenicios  de  Ras  Shamrá, 
entre  otros  el  poerna  de  Keret.  figura  un  tal  Terah  o  Etrah, 
invadiendo  a  Canaán  e  investido  de  las  funciones  sobrena- 
turales de  Señor  de  la  Luna  (§  2253,  2662).  Dicho  personaje 
tiene  un  hijo  llamado  Seb'aní,  fundador  del  santuario  de  Ca- 
dés,  al  Sur  de  Palestina  (§  359-  363),  y  del  santuario  de  Asdod 
en  la  costa  Sur  de  Fenicia,  y  cuyo  nombre  significa  el  Sépti- 
mo, que  recuerda  a  Beer  -  Seba  el  "Pozo  de  los  siete"  (§  2292, 
2324)  santuario  cuyo  creador  fue  Isaac,  según  la  tradición 
israelita.  Estos  hechos  dan  a  suponer  la  identidad  del  Térah 
de  la  tradición  fenicia  con  Teráh  -  Abraham  de  la  tradición 
israelita. 

3°  Las  composiciones  fenicias,  de  las  cuales  las  descu- 
biertas en  Ras  Shamrá  son  sólo  copias,  deben  ser  muy  ante- 
riores al  año  1500  a.n.e.  Los  compiladores  y  compositores  de 
las  primeras  elaboraciones  literarias  en  Israel  conocían  la  lite- 


208 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


ratura  de  la  Fenicia  próxima  y  se  inspiraron  en  ella  para  enri- 
quecer el  tejido  de  sus  propias  historias  míticas.  Es  muy  proba- 
ble que  las  tradiciones  legendarias  que  Ras  Shamrá  y  la  Bi- 
blia tienen  en  común,  procedan  de  un  original  cananeo,  que 
quizá  remonte  muy  alto  en  la  primera  mitad  del  II  milenario. 
De  todos  modos  puede  afirmarse  que  la  leyenda  teraquita  - 
abrahámica  no  es  específicamente  israelita,  sino  que  ha  lle- 
gado a  serlo  en  el  último  período  de  la  misma. 

4^  En  los  elementos  de  esa  tradición  cananea  o  pre  - 
fenicia  ya  estaban  unidos  los  materiales  de  dos  cuerpos  legen- 
darios primitivamente  independientes :  una  leyenda  de  la  fun- 
dación de  santuarios,  y  otra  de  la  llegada  de  la  migración 
de  la  religión  lunar  de  Mesopotamia.  Tanto  según  la  Biblia, 
como  según  los  poemas  de  Ras  Shamrá,  la  elaboración  de  esa 
fuente  primitiva  fue  palestina,  como  lo  revelan  los  datos  geo- 
gráficos de  los  lugares  en  que  actúan  Teráh  y  su'  familia. 

59  El  hecho  de  la  migración  de  Abraham,  bien  que  pué- 
da  ser  un  eco  del  trasplante  en  Siria  de  los  cultos  de  Ur  en 
Caldea,  tiene  un  carácter  mítico.  El  traspaso  o  transmisión 
de  religión  no  supone  un  correlativo  desplazamiento  de  pue- 
blos, y  por  lo  tanto  debe  descartarse  la  hipótesis  de  Dhorme 
de  la  realidad  histórica  de  que  los  antecesores  de  los  hebreos 
partieron  de  Ur  llevando  a  Harán  el  culto  del  dios  Luna 
(§  2255).  Prolongadas  relaciones  religiosas  de  las  comunida- 
des y  transmisiones  de  tradiciones  o  cultos,  no  traen  como 
consecuencia  cambios  materiales  de  domicilio.  Pero  aun  acep- 
tando la  realidad  histórica  de  esa  primera  migración,  nada 
prueba  que  tales  inmigrantes  hayan  sido  los  verdaderos  an- 
tecesores de  los  israelitas.  La  extensión  o  transferencia  de 
cultos  y  creencias,  se  efectúa,  como  la  de  todos  los  objetos 
que  constituyen  la  civilización,  por  la  comunicación  regular 
entre  los  dos  mundos  interesados :  el  transmisor  y  el  recep- 
tor. Por  esto,  cuando  se  pretende  que  el  traspaso  de  las  reli- 
giones lunares  de  Mesopotamia  a  Harán  y  de  aquí  a  Canaán 
fué  realmente  acompañado  de  una  migración  de  personas,  se 
forja  una  hipótesis  inútil,  que  debe  abandonarse,  pues  obs- 
taculiz-^.  el  terreno  de  la  investigación. 

Los  teraquitas  tienen  el  carácter  de  divinidades  lu- 
nares y  de  personajes  étnicos,  así  Teráh  es  la  misma  Luna; 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


209 


Harán,  hijo  de  Teráh,  es  un  nombre  de  ciudad ;  Nacor  o  Nahor, 
otro  hijo  de  Teráh,  que  lleva  el  nombre  del  padre  de  éste, 
es  nombre  idéntico  a  la  ciudad  Nahur,  capital  de  distrito  ates- 
tiguada por  los  textos  paleo  -  asirios  del  año  2000  y  por  los 
documentos  asirios  de  más  baja  época ;  Serug,  abuelo  de  Teráh, 
nombre  de  la  ciudad  de  Sarugi  de  recientes  textos  asirios,  hoy 
Sarug;  Sarai,  esposa  de  Abraham  hijo  de  Teráh,  y  Milca 
esposa  de  Nacor  hermano  de  Abraham,  son  nombres  que  po- 
drían designar  a  Nin  -  Gal,  la  Gran  Señora  del  dios  Luna 
(Gén.  11,  22-29).  En  cuanto  a  la  calidad  esencial  de  Teráh 
como  dios  lunar,  está  confirmada  por  varios  de  los  poemas 
de  Ras  Shamrá,  de  los  que  resulta  además  que  la  invasión 
teraquita  en  Palestina  descendió  del  Norte.  Como  se  ve,  de 
toda  su  familia  bíblica,  Abraham  es  el  único  que  no  tiene 
correspondencia  con  localidades  o  deidades  del  Eufrates,  y 
eso  se  debe  a  que  es  una  figura  local  de  Hebrón,  el  fundador 
del  santuario  de  esa  ciudad.  Fácil  es  entonces  percibir  que 
el  Abraham  de  Hebrón,  en  un  período  posterior,  fue  rela- 
cionado con  los  personajes  étnicos  y  lunares  importados  del 
Eufrates,  o  sea,  que  la  leyenda  inmigrada  y  sus  protagonis- 
tas fueron  soldados  a  la  persona  y  a  la  leyenda  del  antiguo 
fundador  palestino. 

7^  Seb'aní  de  la  leyenda  de  Ras  Shamrá,  fundador  de 
los  santuarios  de  Asdod  y  de  Cadés,  lo  mismo  que  Abram  o 
Abraham,  nunca  fue  un  pueblo  o  ciudad  de  la  región  de  Aram 
en  el  Eufrates.  Ambos  son  tan  semejantes  en  la  versión  fe- 
nicia y  en  la  de  la  Biblia  que  casi  se  diría  que  constituyen 
una  sola  figura,  bajo  dos  nombres  y  en  varios  lugares,  la 
■de  un  fundador  de  santuario  en  la  tradición  autóctona  del 
Sur  palestino,  al  que  en  determinado  momento,  se  le  impuso 
como  pa  dre  a  Teráh,  el  dios  Luna  venido  de  Carán.  El  carác- 
ter arbitrario  y  artificial  de  la  sutura  de  estos  dos  cuerpos 
legendarios  independientes,  muy  alejados  el  uno  del  otro  tanto 
por  la  situación  geográfica  de  los  lugares  de  su  procedencia 
como  por  el  significado  de  los  episodios  y  de  las  figuras,  está 
acentuado  por  esta  circunstancia:  que  los  personajes  así  en- 
lazados son  por  un  lado,  dioses  de  la  religión  lunar  llegada 
del  Eufrates,  mientras  que  por  otro,  son  hombres,  simples 
héroes  de  las  leyendas  de  fundación  palestinas.  Esa  opera- 


210 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


ción  de  sutura  probablemente  tendría  por  objeto  legitimar  o 
naturalizar  en  Canaán  la  religión  venida  del  Norte  y  sus 
protagonistas. 

8^  Los  que  hicieron  ese  trabajo  de  combinación  lite- 
raria, trataron  de  relacionar  la  historia  del  Abraham  indígena 
con  otra  paralela,  similar  y  también  de  Palestina,  a  saber, 
con  la  de  Jacob,  el  héroe  de  la  leyenda  de  fundación  de  Bethel. 
introducida  como  la  de  aquél,  en  sub&rulviati-.'.u  .'¿miliar  e;i 
el  círculo  de  un  dios  lunar  del  Norte.  El  destino  de  Jacob 
se  fija  entre  las  gentes  arameas  de  Carán,  adonde  aquél  va 
a  buscar  esposa.  Labán  es  otro  nombre  del  mismo  dios  Luna : 
la  Ei'jüa  se  sirve  del  femenino  Lebhanah,  "blanca",  para  de- 
signíir  ia  Luna,  y  de  este  personaje  lunar  de  Carán  sale  su 
hija  Raquel,  dada  en  matrimonio  a  Jacob.  Raquel,  bajo  un 
nombre  distinto,  aunque  sinónimo,  se  encuentra  en  la  misma 
posición  de  diosa  -  hija  en  el  panteón  lunar  del  Aram  del 
Eufrates.  En  efecto,  ya  el  escritor  Jensen,  en  1906,  hizo  notar 
que  Raquel,  que  significa  "oveja"  (§  94),  era  idéntica  a  Istar 
(§  75),  que  también  significa  "oveja",  y  que  los  asiro  -  babiló- 
nicos, la  consideraban  hija  del  dios  -  luna  Sin,  poseedor  en 
Carán  de  un  santuario  célebre.  En  esa  combinación  legenda- 
ria, se  hizo  de  Jacob,  el  yerno  del  dios  Luna  de  Carán,  —  lla- 
mado Sin  en  el  Eufrates  y  Labán  en  la  versión  bíblica  — ,  por 
su  casamiento  con  la  hija  de  este  dios,  Istar  aramea  igual 
a  Raquel  del  Génesis.  La  historia,  pues,  de  Jacob,  yerno  de 
Labán,  presenta  una  sorprendente  analogía  de  construcción 
con  la  historia  de  Abraham,  hijo  de  Teráh,  aunque  habiéndo- 
se organizado  independientemente  la  combinación  de  la  reli- 
gión lunar  con  la  religión  local,  resultó  que  en  Hebrón  se 
tomó  al  dios  Luna  bajo  su  nonibre  de  Teráh,  y  se  le  entro- 
nizó rodeado  de  su  familia,  como  padre  del  héroe  fundador 
local,  mientras  que  en  Bethel  el  mismo  dios  fue  recibido  bajo 
el  nombre  de  Labán,  haciéndose  del  fundador  del  santuario 
no  el  hijo,  sino  el  yerno  de  gran  extranjero.  Sin  embargo, 
tanto  en  una  como  en  otra  combinación,  el  dios  Luna,  Teráh 
o  Labán,  era  considerado  como  no  habiendo  abandonado  per- 
sonalmente su  lejano  Carán,  mientras  que  en  la  versión  feni- 
cia de  Ras  Shamrá,  Teráh  llega  a  Palestina  al  frente  de  todo 
un  pueblo.  Pero  en  ainbas  combinaciones  se  siguió  el  sistema 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


211 


uniforme  de  colocar  al  fundador  local  en  posición  de  subor- 
dinación familiar,  a  lo  menos  genealógica,  respecto  de  las 
grandes  figuras  divinas  de  la  nueva  religión  inmigrada. 

2665.  Tal  es  a  grandes  rasgos,  pero  fielmente  reprodu- 
cida, la  hipótesis  de  Weill,  una  de  las  últimas  explicaciones 
que  se  han  dado  de  la  formación  de  las  leyendas  patriarcales. 
Confesamos  lealmente  que  nunca  nos  han  convencido  los  ar- 
gumentos basados  en  la  teología  mitológica  o  astral,  sino 
cuando  tienen  un  carácter  tal  de  evidencia,  que  fuerzan  su 
razonable  reconocim.iento.  La  construcción  hipotética  de  Weill 
nos  resulta  sumamente  aventurada,  pues  descansa  en  un  he- 
cho no  probado,  a  saber:  que  desde  los  comienzos  del  II  mi- 
lenario hasta  época  posterior  a  Moisés,  en  que  se  introdujo 
el  yahvismo  en  Canaán,  la  religión  lunar  fue  la  predominante 
en  Fenicia  y  Palestina.  Sin  esa  base  no  se  comprende  el  por- 
qué los  sacerdotes  o  teólogos  de  los  más  célebres  santuarios 
cananeos,  como  el  de  Hebrón  y  el  de  Bethel,  se  sintieran 
obligados  a  modificar  las  leyendas  locales  de  sus  héroes  de 
fundación,  relacionando  a  éstos  con  el  dios  -  luna,  que  ya  se 
nos  presenta  con  el  nombre  de  Sin,  ya  con  el  de  Teráh,  ya 
con  el  de  Labán.  Después,  estos  dos  últimos  personajes  en 
las  narraciones  bíblicas  no  se  muestran  con  caracteres  divi- 
nos, sino  meramente  humanos,  sin  que  desempeñen  un  papel 
preponderante  en  el  destino  de  los  patriarcas  Abraham  y  Ja- 
cob, respectivamente.  De  Teráh  sólo  se  expresa  que  un  buen 
día  se  le  ocurrió  partir  con  su  familia  de  Ur  de  los  caldeos 
a  la  ciudad  de  Carán,  donde  se  estableció  y  murió ;  y  en  cuanto 
a  Labán,  bien  que  en  su  casa  se  dice  que  Jacob  pasó  20  años, 
donde  se  casó  y  se  enriqueció,  ahí  concluye  su  intervención 
en  la  vida  de  este  patriarca.  Weill  para  apuntalar  su  tesis  Üe 
identificación  de  Raquel  con  la  diosa  Istar,  tiene  que  soste- 
ner que  el  casamiento  de  Jacob  se  desdobló,  pues  las  mujeres 
legítimas  de  éste  fueron  dos:  Raquel  y  Lea.  En  cuanto  a 
negar  por  inútil  el  dato  bíblico  de  la  partida  de  Teráh  y  su 
familia,  o  sea,  el  hecho  de  la  inmigración  de  un  conjunto  de 
personas  de  Ur  a  Carán,  que  sería  el  eco  de  la  transferencia 
de  la  religión  lunar  de  aquella  metrópoli  a  esta  ciudad,  tam- 
poco nos  parece  aceptable  tal  negación,  pues  si  bien  son  muy 
razonables  los  argumentos  de  Weill  al  sostener  que  la  trans- 


212 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


misión  de  todos  los  frutos  de  la  civilización  no  implica  forzo- 
samente cambio  de  residencia  de  las  personas,  es  incuestio- 
nable que  este  cambio  trae  aparejada  aquella  transmisión.  Así 
tenemos,  p.  ej.,  que  los  conquistadores  españoles  y  portugue- 
ses en  América,  con  sus  personas  llevaron  a  ésta  sus  ideas, 
■su  catolicismo ;  mientras  que  los  inmigrantes  sajones  del 
Norte,  aportaron  sus  creencias  protestantes.  Esto  no  quiere 
decir  que  sea  histórico  el  relato  bíblico,  sino  que  muy  bien 
pudiera  ser  que  en  él  se  encontraran  involucradas  reminis- 
cencias de  sucesos  de  un  lejano  pasado  nebuloso.  En  resumen, 
pues,  con  Lods,  —  que  admite  como  muy  plausible  que  mu- 
chos héroes  de  la  historia  patriarcal  hayan  sido  primitivamen- 
te dioses  y  que  tal  de  sus  aventuras  haya  sido,  en  el  origen, 
un  relato  mitológico  — ,  podemos  afirmar  que :  "hay  que  mar- 
char en  este  terreno  con  extrema  prudencia  y  guardarse  de 
las  exageraciones  quiméricas  de  ciertos  sabios,  que  a  cada 
paso  descubren  en  las  historias  patriarcales  alusiones  a  la 
teología  astral  o  que  creen  encontrar  en  ellas,  en  sus  más 
menudos  detalles,  los  mitos  de  muchos  dioses  egipcios.  Hay, 
en  efecto,  una  cosa  cierta  y  es  que  para  los  narradores  israe- 
litas, los  personajes  de  las  historias  patriarcales  son  exclusi- 
vamente seres  históricos,  antecesores  humanos  de  los  pueblos 
y  de  las  tribus  actuales.  La  mitología,  si  la  hay,  noi  les  llegó, 
pues,  sino  degradada  ya  al  rango  de  aventura  humana  o  a  lo 
más  heroica"  (Israel,  p.  183). 

FORMACION  DE  LAS  LEYENDAS  PATRIARCA- 
LES. —  2666.  Después  de  todo  lo  expuesto,  y  buscando  una 
solución  clara,  sencilla  y  racional  del  problema  en  cuestión, 
se  puede  asegurar  con  grandes  visos  de  veracidad,  que  las  le- 
yendas patriarcales  deben  haberse  formado  en  los  más  vene- 
rados santuarios  de  Palestina,  lo  que  se  comprueba  por  la 
fidelidad  de  los  datos  geográficos  que  aquéllas  contienen,  en 
contraste  con  la  pobreza  de  los  mismos,  cuando  se  trata  de 
Mesopotamia  o  de  Egipto.  Son  en  su  mayor  parte,  creaciones 
de  la  musa  popular,  pues  no  debe  olvidarse  que  tales  historias 
comenzaron  por  ser  relatos  rimados,  que  fueron  aumentán- 
dose con  nuevos  episodios  en  el  curso  de  los  siglos,  tomados 
a  veces  de  las  literaturas  vecinas,  como  las  de  Fenicia  o  Egip- 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


215 


to,  hasta  que  más  tarde  fueron  prosificados  en  las  historias 
que  hoy  llamamos  documento  yahvista  y  documento  elohista. 
No  sería  extraño  que  hayan  tenido  su  origen  y  que  adqui- 
rieran después  su  mayor  desarrollo  en  los  santuarios  cana- 
neos,  transformados  posteriormente,  cuando  la  instalación  del 
pueblo  de  Israel  en  Canaán,  en  santuarios  nacionales,  ya  que 
cada  uno  de  éstos  se  jactaba  de  haber  sido  fundado  por  un 
determinado  patriarca.  Opina  Toussaint  (p.  200)  que  así  coma 
en  cada  ciiidad  de  Roma  y  Grecia  se  evocaba  anualmente  la 
memoria  de  su  fundador,  con  ceremonias  sagradas  en  el  cursa 
de  las  cuales  se  recitaba  algún  himno  o  poema  en  su  honor, 
así  también  es  probable  que  lo  mismo  ocurriera  en  las  ciu- 
dades y  santuarios  de  Canaán,  y  que  de  esos  panegíricos  hu- 
bieran salido  la  mayor  parte  de  las  leyendas  patriarcales,  que 
antes  de  formar  parte  de  la  historia  de  Israel,  fueron  cantadas 
o  recitadas  en  verso  por  los  aedas  y  narradores  de  la  nacióa 
(Ex.  13,  14).  Esos  relatos  están  mezclados  con  reminiscen- 
cias históricas,  como  los  lejanos  recuerdos  de  la  primitiva  vida 
nómade  y  pastoril  de  los  antecesores,  y  como  las  tradiciones  de 
que  éstos  provenían  de  Ur  en  Caldea,  de  donde  habían  traído 
sus  terafim,  su  culto  y  sus  dioses,  o  como  los  relatos  sobre 
tratados  y  alianzas  familiares  celebrados  entre  los  israelitas 
y  los  árameos,  alianzas  que  éstos  tenían  que  efectuar  con  to- 
dos los  países  desde  Babilonia  hasta  Egipto,  cuando  reali- 
zaban en  grandes  Caravanas  el  comercio  entre  estos  imperios 
(R.  H.  R.  t*^  108,  ps.  35,  36).  Quizá  algún  nombre  no  epóni- 
mo,  como  el  de  Abraham,  no  sea  nombre  de  fantasía,  y  haya 
sido  llevado  por  algún  antiguo  jefe,  jeque  o  santón  célebre, 
cuya  memoria  se  perpetuó  a  través  de  las  edades,  aureolada 
con  los  brillantes  resplandores  que  le  prestó  la  imaginación 
popular;  pero,  como  dice  muy  bien  Kuenen,  "no  se  trata  aho- 
ra de  saber  si  un  día  existieron  individuos  de  ese  nombre,  sina 
si  Jos  antecesores  de  Israel  y  de  los  pueblos  vecinos  que  el 
Génesis  pone  en  escena,  son  personajes  históricos ;  y  es  a 
esta  cuestión  a  la  cual  respondemos  negativamente".  Loisy 
supone  en  la  base  de  los  documentos  yahvista  y  elohista, 
antes  de  su  amalgama  en  una  redacción  común,  el  trabajo  de 
un  escritor  que  delineó  un  primer  cuadro  al  combinar  y  re- 
dactar, con  más  o  menos  originalidad,  las  leyendas  conserva- 


.214 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


das  en  la  memoria  de  los  recitadores,  insertando  en  ellas  los 
antiguos  cantos  populares,  y  hasta  reproduciendo  algunas  pie- 
zas anteriormente  escritas.  Este  primer  esbozo  habría  sido 
'después  completado  o  retocado  por  personas  animadas  del 
mismo  espíritu  que  el  primer  redactor  y  que  pertenecían,  por 
ásí  decirlo,  a  su  escuela  (La  Reí.  d'Isr.  ps.  23,  24). 

2667.  En  los  orígenes  de  la  poesía  épica  francesa,  encon- 
tramos ejemplos  que  nos  muestran  claramente  cómo  remotas 
tradiciones  nacionales  pueden  originar  en  el  comienzo  de  la 
vida  de  los  pueblos,  leyendas  maravillosas,  de  las  cuales  ha 
desaparecido  por  completo  la  base  histórica  que  pudieran  te- 
ner. Recuérdese,  por  ejemplo,  el  origen  de  los  poemas  del  ci- 
clo bretón.  Según  antiguas  tradiciones,  Arturo,  rey  de  la  Gran 
Bretaña,  en  el  siglo  VI  de  nuestra  era,  luchó  valientemente 
-contra  la  invasión  sajona,  hasta  que  al  fin  fué  vencido  y 
muerto  en  una  batalla  definitiva.  "Los  bretones,  escribe  Gre- 
nier,  se  refugiaron  después  en  el  país  de  Gales,  en  Cornuailles 
y  en  la  península  Armórica;  y  apegados  piadosamente  a  los 
recuerdos  de  su  independencia,  hicieron  del  rey  Arturo  el 
símbolo  de  la  resistencia  nacional,  la  personificación  viviente 
de  la  patria  perdida  y  siempre  llorada.  Concentradas  en  él 
todas  las  leyendas  preexistentes  y  posteriores,  célticas  u  otras, 
ese  personaje  llegó  a  ser  el  núcleo  de  un  vasto  movimiento 
poético  que  terminó  en  la  constitución  de  la  epopeya  bretona. 
Según  la  leyenda,  Arturo  no  murió  en  el  combate  contra  los 
sajones.  Transportado  por  el  hada  Morgana  a  la  isla  de  Ava- 
lón,  debe  volver  un  día  para  libertar  a  los  bretones.  En  la 
ciudad  de  Caerleón  fundó  la  orden  caballeresca  de  la  Tabla 
Redonda,  cuyos  miembros,  iguales  entre  sí  en  derechos  y  de- 
beres, se  sentaban  sin  distinción  de  linaje  en  torno  de  una 
Tnesa  circular.  De  su  corte  parten  intrépidos  y  arriesgados 
■caballeros,  enderezadores  de  entuertos,  vengadores  del  huér- 
fano y  de  la  viuda,  defensores  del  derecho  y  de  la  verdad, 
héroes  místicos  y  galantes  a  la  vez.  Los  prodigios  nacen  a 
su  paso:  atraviesan  bosques  poblados  de  leones,  leopardos 
y  tigres,  valles  habitados  por  escorpiones,  culebras  y  serpien- 
tes cuyas  bocas  echan  llamas ;  castillos  encantados  se  levantan 
ante  ellos ;  a  su  vida  se  mezcla  todo  un  mundo  de  demonios, 
hadas  y  encantadores.  Van  en  busca  del  Santo  Graal,  vaso 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


215 


misterioso  en  que  José  de  Arimatea  recogió  la  sangre  del  Sal- 
vador y  que  sólo  puede  ser  hallado  por  un  caballero  perfecta- 
mente puro.  Su  descubrimiento  debe  presagiar  la  emancipa- 
ción de  la  Gran  Bretaña"  (1).  Nótese  cómo  la  leyenda,  en 
el  espacio  de  pocos  siglos,  ocultó  completamente  todo  lo  que 
pudiera  haber  de  real  en  la  base  de  la  misma. 

2668.  Pues  bien,  algo  semejante  debe  haber  ocurrido  en 
la  formación  de  las  leyendas  patriarcales.  Estando  los  epóni- 
mos  del  pueblo  o  de  la  tribu  expresados  por  individuos  que 
se  casaron  y  cuya  prole  de  nombre  individual  fueron  otros 
pueblos  o  tribus  vecinos,  era  lógico  llenar  el  cuadro,  supo- 
niendo que  sus  ocupaciones  y  su  género  de  vida  eran  como 
los  del  común  de  las  personas  de  su  época,  aunque  se  distin- 
guieran de  éstas  por  la  protección  especial  que  les  dispensaba 
el  dios  nacional,  quien  conversaba  y  comía  familiarmente  con 
ellos.  La  historia  de  Filemón  y  Baucis,  como  ya  lo  hemos  di- 
cho (§  2286),  tiene  más  de  un  punto  de  contacto  con  el  relato 
del  capitulo  18  del  Génesis,  y  la  de  Ifigenia,  lo  tiene  con  el 
sacrificio  de  Isaac.  "La  forma  misma  de  estos  relatos,  observa 
Toussaint,  llenos  de  episodios  maravillosos,  que  se  reducen 
todos  a  incidentes  personales,  no  difiere  en  nada  de  la  manera 
común  a  los  historiadores  de  la  antigüedad,  i;omo  Tito  Livio, 
Polibio  y  Tácito,  cuando  cuentan  los  orígenes  de  su  pueblo. 
En  ambos  casos  se  refieren  sin  crítica  ni  comentario  los  di- 
chos que  circulan  desde  innumerables  generaciones  en  los  me- 
dios en  que  florecen  el  cuento  y  la  anécdota  y  donde  no  agra- 
da la  realidad  histórica,  ni  lo  general,  ni  lo  abstracto,  sino, 
por  el  contrario,  los  pequeños  detalles  de  la  vida  privada,  lo3 
rasgos  mordaces,  los  equívocos,  las  aliteraciones,  las  parano- 
masias,  las  etimologías  que  resumen  la  vida  de  un  personaje 
y  su  destino.  Los  recuerdos  de  las  tribus,  tanto  los  de  sus  co- 
mienzos como  los  de  su  evolución  histórica,  se  concentran  en 
la  persona  de  sus  epónimos,  del  antecesor  real  o  ficticio  del 
que  pretenden  salir  por  vía  de  filiación  directa,  artificio  lite- 
rario que  está  bien  representado  en  la  bendición  de  Jacob, 
(Gén.  49;  §  2049-2063).  En  la  vida  privada  de  ese  personaje - 
tipo  se  resumen  o  reflejan  las  fases  del  desarrollo  de  la  tribu 


(1)    Historia  d«  la  Literatura  Francesa,  ps.  12  y  13. 


216 


LAS  LEYENDAS  PATRIARCALES 


y  sus  maneras  de  sentir  tradicionales"  (ps.  196,  197).  Tal  es 
también  nuestra  opinión,  y  por  eso  terminaremos  este  tema, 
manifestando  con  Reuss,  que  las  historias  patriarcales  "son 
el  producto,  no  del  estudio  y  la  reflexión,  sino  de  la  necesi- 
dad inconsciente  de  dar  vida  y  colores  a  ideas  más  o  menos 
flotantes  y  nebulosas.  Que  en  el  fondo  de  esos  idilios  haya 
algún  vago  recuerdo  de  antiguas  relaciones,  hostiles  o  amis- 
tosas de  las  tribus  entre  sí,  pudiera  ser  muy  bien ;  pero  es 
imposible  de  probarlo  y  de  retraducir  la  poesía  en  historia" 
(I,  ps.  108.  109). 


CAPITULO  VII 


El  libro  de  la  alianza 


CODIGOS  PRIMITIVOS.  —  2669.  Entre  los  documen- 
tos insertos  en  las  recopilaciones  yahvista  y  elohista,  hay  dos 
que  por  su  especial  importancia,  merecen  que  les  consagre- 
mos capítulo  aparte.  En  la  primera  de  esas  compilaciones  se 
encuentra  el  decálogo  primitivo  (Ex.  34,  10-27),  al  que  se 
le  suele  llamar  el  segundo  decálogo,  porque  en  el  libro  del 
Exodo  viene  después  del  que  se  halla  en  el  capítulo  20,  que 
es  el  clásico,  o  más  conocido,  al  que  por  antonomasia  se  le 
da  ese  nombre.  Como  al  estudiar  el  uno,  forzosamente  tene- 
mos que  estudiar  el  otro,  y  como  este  último  es  posterior  en 
varios  siglos  a  aquél,  comenzaremos  nuestro  estudio  por  el 
código  que  encierra  el  elohista  (Ex.  20,  23  -  23,  19),  que  los 
críticos  designan  por  la  letra  C,  y  que  es  llamado  el  "Libro 
de  la  Alianza"  en  Ex.  24,  7.  Esta  denominación  es  indudable- 
mente equivocada,  puesto  que  debe  aplicarse  en  realidad  al 
citado  decálogo  primitivo,  que  en  un  principio  había  ocupado 
el  lugar  de  aquel  código. 

EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA.  —  2670.  Organizado 
fuertemente  el  Estado  israelita  bajo  los  gobiernos  de  David 
y  Salomón,  se  sintió  la  necesidad  de  recopilar  y  poner  por 
escrito  muchas  disposiciones  que  de  antaño  se  venían  trans- 
mitiendo oralmente  y  que  eran  aplicadas  en  los  juicios  como 
derecho  consuetudinario.  A  ellas  se  agregaron  probablemente 
muchas  otras  surgidas  por  el  nuevo  orden  de  cosas,  y  espe- 
cialmente por  la  desigualdad  social,  que  trajo  la  aparición  de 
una  poderosa  clase  de  personas  enriquecidas  en  el  comercio 
y  en  la  industria  o  en  las  fructuosas  expediciones  militares 
de  la  época  de  David.  Esa  clase  de  ricos,  cuyo  lujo  y  poderío 
contrastaba  con  la  situación  general  del  pueblo  y  con  las 


218 


EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


antiguas  costumbres  igualitarias,  carecía  de  mayores  escrú- 
pulos para  aumentar  su  fortuna,  y  de  ahí  la  necesidad  de 
establecer  en  un  código  preceptos  para  proteger  especialmente 
a  los  dél)iles.  Ya  veremos  que  los  grandes  profetas  del  siglo 
VIII  iniciaron  una  vigorosa  campaña  en  el  mismo  sentido, 
para  combatir  esos  abusos  y  hacer  que  primara  la  equidad  y  la 
justicia  en  las  relaciones  sociales.  La  idea  no  era  nueva:  ya 
al  fin  del  tercer  milenario  el  célebre  rey  Hammurabí,  de  Ba- 
bilonia, promulgó  su  célebre  código  "para  hacer  prevalecer 
la  justicia  en  el  país,  para  destruir  al  malvado  y  al  perverso, 
para  impedir  que  el  fuerte  oprima  al  débil,  y  para  dar  segu- 
ridad a  los  huérfanos  y  a  las  viudas"  (§  13). 

2671.  Es  difícil  clasificar  las  disposiciones  del  Código 
de  la  Alianza,  las  que  se  encuentran  hoy  mezcladas  en  des- 
orden, a  causa  de  las  modificaciones,  adiciones,  supresiones 
y  retoques  que  han  sufrido  al  pasar  por  tantas  manos,  desde 
que  fueron  redactadas,  hasta  tener  su  colocación  actual  en  el 
libro  del  Exodo.  Se  puede  tentar  el  agruparlas  bajo  estas 
rúbricas:  1°  Leyes  civiles;  2^  Leyes  penales;  3°  Recomen- 
daciones a  los  testigos  y  jueces ;  4°  Preceptos  humanitarios 
o  de  moral  social;  y  5°  Preceptos  relativos  al  culto  o  a  la 
religión  en  general.  Las  tres  primeras  clases  de  preceptos, 
llamados  mispatim  (§  184),  son  reglas  de  derecho  principal- 
mente tomadas  de  los  cananeos,  quienes  a  su  vez  los  habían 
sacado  del  referido  Código  del  rey  Hammurabí,  que  para  la 
formación  de  esa  obra  utilizó  la  antiquísima  legislación  de 
los  sumerios,  ya  en  vigencia  1.500  años  antes  de  Moisés,  o 
sea,  las  leyes  de  Urukagina,  últim.o  rey  de  Lagash,  por  los 
años  2750  a  2800  (véase  nuestra  obra  "La  Libertad  a  través 
de  la  historia",  ps.  15-19).  Esos  preceptos  jurídicos  se  ase- 
mejan además  por  el  fondo  y  por  la  forma  al  código  de  los 
hititas,  de  mitad  del  siglo  XIV,  y  a  las  leyes  asirías  recopila- 
das (1400-1200).  Corresponden  a  las  leyes,  mencionadas  en 
Ex.  24,  3,  mientras  que  las  demás  prescripciones,  o  sea,  los 
debarim,  corresponden  a  "las  palabras  de  Yahvé",  del  mismo 
texto.  Es  natural  suponer  que  los  divulgadores  de  los  princi- 
pios j'  •'.'icos  del  Código  de  Hammurabí  (del  que  se  hicie- 
ron nuircrosas  copias,  según  lo  comprueba  el  hecho  de  ha- 
ber.oc  c  rontrado  fragmentos  de  ellas  en  la  biblioteca  de  Asur- 


EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


219 


banipal)  y  de  los  de  las  demás  recopilaciones  citadas,  hayan 
sido  los  escribas  palestinos,  de  los  que  hemos  hablado  ante- 
riormente (§  86).  En  efecto,  los  escribas  por  el  hecho  de  saber 
leer  y  escribir,  (cosa  rara  en  aquella  época),  eran  funcionarios 
■encargados,  de  la  correspondencia  política  con  los  Estados  ve- 
cinos, a  la  vez  que  desempeñaban  el  cargo  de  archiveros  y 
podían  cultivar  y  recoger  muchas  tradiciones  históricas  y  di- 
fundir prescripciones  de  legislaciones  extranjeras.  Había  cier- 
tas poblaciones  donde  debían  prepararse  para  la  profesión  de 
escribas,  y  así,  nota  Bertholet  (p.  108),  que  del  antiguo  nom- 
bre cananeo  de  una  ciudad,  Kiryat  -  Séfer  (Jos.  15,  15,  16; 
Jue.  1,  11),  que  significa  "ciudad  de  la  escritura",  puede  infe- 
rirse que  hubo  centros  en  los  que  florecía  este  arte.  En  cuan- 
to a  los  debarim,  que  tienen  carácter  imperativo,  son  manda- 
mientos de  origen  sacerdotal  que  se  refieren  al  culto,  a  los 
ritos  o  prácticas  religiosas,  entre  los  que,  junto  a  antiguos 
tabúes,  se  encuentran  también  preceptos  morales.  Quizá  cier- 
tos de  ellos  se  grabaron  en  planchas  de  piedra,  luego  expues- 
tas en  algunos  santuarios  muy  concurridos,  originando  así 
los  llamados  decálogos  (§  2683).  Se  cree  que  los  mispatim 
hayan  sido  redactados  al  fin  del  siglo  IX,  siendo  muy  poste- 
riores los  debarim,  opinando  Loisy  que  la  reunión  de  ambos 
para  formar  el  Libro  de  la  Alianza,  como  colección,  debe 
datar  de  los  primeros  tiempos  del  destierro.  "El  núcleo  pri- 
mitivo del  Libro  de  la  Alianza,  dice  este  autor,  es  una  colec- 
ción preexílica  de  prescripciones  relativas  al  derecho  civil 
y  al  derecho  penal,  que  el  editor  sacerdotal  encuadró  dentro 
de  variados  preceptos  concernientes  al  culto  y  a  la  moral. 
El  conjunto,  al  que  se  le  añadió  una  conclusión  edificante 
(Ex.  23,  20-23),  fue  atribuido  a  Moisés.  Tanto  el  derecho 
civil,  como  el  penal,  como  la  legislación  cultual,  están  en  re- 
lación con  las  condiciones  de  la  vida  sedentaria  en  Canaán". 
Agrega  el  mismo  exégeta  que  bien  que  los  preceptos  del  de- 
recho civil  y  del  penal  incorporados  a  la  legislación  cultual, 
nacieron  de  la  religión,  aunque  no  de  la  de  Yahvé,  sin  embar- 
go el  yahvismo  los  moralizó  e  integró  a  la  vez  en  el  derecho 
religioso  (La  Reí.  d'Isr.  p.  212).  Lods  expresa  que  los  textos 
de  las  leyes  conservados  en  la  Biblia  hebrea,  fueron  redac- 
tados en  el  período  que  va  del  VII  al  V  siglo  con  excepción 


220 


EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


del  segundo  decálogo  (Ex.  34),  que  en  su  primera  forma, 
figuraba  ya  en  el  documento  J  (del  IX  al  VIII  siglo),  y  del 
Libro  de  la  Alianza  que  formaba  parte  de  la  colección  E 
(VIII  siglo),  redactado  probablemente  en  esta  época  por  los. 
sacerdotes  de  algún  santuario  (Les  Prophétes,  ps.  10,  71). 
Comenzaremos  el  estudio  del  Libro  de  la  Alianza,  examinan- 
do primero  sus  reglas  de  derecho,  para  concluir  con  sus  de- 
más prescripciones  relativas  al  culto  o  a  la  moral. 

LEYES  CIVILES.  —  ESCLAVITUD.  —  2672.  Las 
disposiciones  del  Código  de  la  Alianza,  principalmente  en  ma- 
teria civil  y  procesal,  tienen  un  carácter  fragmentario,  pues 
lo  probable  es  que  abarcaran  mayor  número  de  cuestiones, 
de  las  que  sólo  se  nos  han  conservado  las  relativas  a  los  es- 
clavos, depósitos,  objetos  perdidos,  préstamos,  prendas,  y 
unas  brevisimas  recomendaciones  tocante  a  los  testigos  y  a 
los  que  les  tocara  actuar  de  jueces.  Las  referentes  a  los  escla- 
vos, dicen  así:  "21,  2  Cuando  comprares  un  esclavo  hebreo, 
te  servirá  seis  años;  pero  el  séptimo  año,  saldrá  libre  gratui- 
tamente. 3  Si  hubiere  entrado  solo,  saldrá  solo;  si  fuese  ca- 
sado, su  mujer  se  irá  con  él.  4  Si  su  amo  le  hubiera  dado 
mujer,  de  la  cual  haya  tenido  hijos  o  hijas,  la  mujer  y  sus 
hijos  pertenecerán  a  su  amo.  y  él  saldrá  solo.  5  Pero  si  el 
esclavo  declara:  Amo  a  mi  señor,  y  a  mi  mujer  y  a  mis  hijos» 
no  quiero  ser  puesto  en  libertad,  6  entonces  su  señor  lo  hará 
aproximar  a  Dios  (§  2280,  n)  y  arrimándolo  a  la  puerta,  o  al 
poste  de  ella,  le  horadará  la  oreja  con  una  lesna:  el  esclavo 
entonces  quedará  para  siempre  a  su  servicio.  7  Cuando  alguno 
vendiere  su  hija  como  esclava,  no  saldrá  libre  en  las  mismas 
condiciones  que  los  otros  esclavos.  8  Si  desagrada  a  su  amo, 
después  que  éste  se  haya  unido  a  ella,  la  hará  rescatar  (no 
se  dice  por  quien ;  probablemente  por  un  pariente  de  ella)  ; 
no  tendrá  el  derecho  de  venderla  a  extranjeros,  después  de 
haberle  sido  infiel.  9  Si  la  destina  a  su  hijo,  la  tratará  como 
a  una  hija.  10  Si  tomare  otra  concubina,  no  le  disminuirá 
nada  a  la  primera,  de  su  comida,  de  su  vestido,  ni  de  su  de- 
recho conyugal.  11  Si  no  le  diere  satisfacción  sobre  estos  tres 
puntos,  entonces  ella  saldrá  libre,  gratuitamente,  sin  tener 
nada  que  pagar"  (Ex.  21). 


£L  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


221 


2673.  Los  ortodoxos  que  consideran  estas  leyes  como 
provenientes  de  Yahvé  mismo,  quien  se  las  dictó  a  Moisés, 
según  así  se  lee  en  el  Exodo  (20,  22;  21,  1),  no  podrán  menos 
que  reconocer  que  Yahvé  era  un  dios  poco  moral,  pues  tole- 
raba y  reglamentaba  la  esclavitud,  lo  mismo  que  autorizaba 
la  poligamia  (21,  10)  (1).  Pero  para  quienes  estudian  la  Bi- 
blia, Ubres  de  prejuicios  dogmáticos,  el  hecho  de  que  la  legis- 
lación se  considere  como  obra  directa  de  la  divinidad,  es 
algo  que  no  sorprende,  pues  así  se  procedía  en  épocas  remo- 
tas, para  darle  carácter  sagrado  a  las  leyes  y  que  fueran,  por 
lo  tanto,  más  fácilmente  cumplidas.  "La  idea  de  un  dios  le- 
gislador, escribe  Renán,  es  común  a  toda  la  antigüedad.  La 
humanidad  en  aquellas  edades  profundamente  realistas,  no  po- 
día concebir  la  ley  moral  sino  como  el  mandamiento  de  un 
ser  superior.  Objetivaba  la  voz  de  su  conciencia  en  una  voz 
emanada  del  cielo"  (p.  166).  Hammurabí,  p.  ej.,  como  hemos 
dicho  (§  13),  expresa  que  su  legislación  le  fué  revelada  por 
Shamash,  el  dios  -  sol,  Señor  de  la  justicia.  De  manera  que 
prescindiendo  de  las  divinidades,  de  quienes  se  pretende  que 
proceden  tales  legislaciones,  deben  juzgarse  esas  leyes  de 
acuerdo  con  la  civilización  de  la  época  en  que  fueron  dicta- 
das. La  esclavitud,  en  el  antiguo  Israel,  era  una  práctica  san- 
cionada por  la  costumbre  secular  y  por  el  ejemplo  de  los 
demás  pueblos,  que  no  chocaba  la  conciencia  pública,  por  lo 
que  se  suponía  que  el  dios  nacional  la  reglamentaba. 

2674.  En  Israel,  un  individuo  podía  verse  sometido  a  la 
-esclavitud,  por  alguna  de  estas  causas :  1*^  por  venta  volun- 
taria del  mismo  (Lev.  25,  39,  40)  ;  2°  por  venta  judicial  en 
virtud  de  condena  por  delitos  o  deudas  (Ex.  22,  3;  II  Rey. 
4,  1;  Neh.  5,  5,  8;  Prov.  22,  7;  Isa.  50,  1);  3?  por  haber 

(1)  Un  escritor  ortodoxo  judío  escribe  al  respecto:  "Sin  duda 
-que  hubiera  sido  mejor  del  punto  de  vista  moral,  que  la  ley  mosaica 
aboliera  la  esclavitud;  pero  romper  de  golpe  con  costumbres  invete- 
radas e  ideas  recibidas,  hubiese  sido  empresa  puramente  quimérica, 
porque  una  revolución  jurídica  encuentra  siempre  muchos  obstáculos" 
(R.  SALOMON,  p.  4).  Este  argumento  relativamente  bueno  para  un 
legislador  humano,  es  completamente  inaceptable  para  un  legislador 
-divino.  Un  dios  que  solicita  nuestra  adhesión  a  él,  no  debe  contem- 
porizar con  la  inmoralidad.  Léanse  los  parágrafos  535,  536  de  nuestra 
"Introducción"  relativos  a  la  esclavitud  hebraica. 


222 


EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


caído  prisionero  durante  la  guerra;  4°  por  nacimiento  (Ex. 
21,  4)  ;  y  5^  por  voluntad  del  padre  (Ex.  21,  7).  Las  reglas 
relativas  a  los  esclavos,  su  rescate,  manumisión,  etc.,  varia- 
ban según  se  tratara  de  nacionales  o  de  extranjeros.  Conforme  a 
las  disposiciones  transcritas  del  Código  de  la  Alianza,  la  es- 
clavitud del  hebreo  estaba  limitada  a  seis  años  de  trabajo 
real  (v.  2)  ;  el  séptimo  debía  ser  puesto  en  libertad,  gratuita- 
mente, lo  que  tendía  a  disminuir  en  lo  posible  la  esclavitud 
de  los  nacionales.  Esta  regla  parece  que  no  se  cumplía,  pues 
en  la  época  del  rey  Sedéelas  de  Judá,  cuando  Jerusalén  se 
vió  sitiada  por  Nabucodonosor  (Nebucadnestar),  trató  el  pue- 
blo de  propiciarse  a  Yahvé,  poniendo  en  libertad  a  sus  es- 
clavos hebreos ;  pero  en  cuanto  el  ejército  babilónico  aban- 
donó por  un  tiempo  el  sitio  para  combatir  a  los  egipcios,  los 
antiguos  amos  se  apresuraron  a  volver  a  su  dominio  los  escla- 
vos manumitidos  (Jer.  34,  8-16).  Según  el  Talmud  y  los  co- 
mentaristas judíos  (SALOMON,  p.  92),  la  ley  que  limitaba 
a  seis  años  la  duración  de  la  esclavitud,  no  era  general,  sino 
que  se  aplicaba  tan  sólo  a  los  esclavos  vendidos  judicialmen- 
te, lo  que  no  resulta  del  texto.  En  los  casos  de  esclavitud 
por  robo  (Ex.  22,  3),  el  ladrón  debía  también  ser  libertado 
al  cabo  de  seis  años,  según  una  interpretación  ulterior  de  la 
ley,  por  lo  que  no  podía  ser  vendido  a  un  extranjero ;  pero 
Josefo  afirma  que  Herodes  el  Grande  abolió  esa  práctica 
(BUHL,  ps.  168-9).  Al  llegar  el  séptimo  año  de  servidum- 
bre, el  esclavo  hebreo  debía  ser  libertado  junto  con  su  familia, 
si  era  casado  en  el  momento  de  dejar  de  ser  libre;  pero  si  su 
amo  le  había  dado  mujer,  tanto  ésta  como  los  hijos  que  de 
ella  hubiera  tenido,  quedaban  siendo  de  pertenencia  del  amo, 
y  el  esclavo  tenía  que  marcharse  solo.  Es  decir,  que  el  pa- 
trón hebreo,  lo  mismo  que  el  señor  romano,  utilizaba  al  es- 
clavo como  lo  hacía  con  un  carnero  o  con  un  toro,  a  fin  de 
obtener  de  ellos,  anualmente^  productos  vernales,  y  aumentar 
así  su  hacienda.  Conviene  recordar  estos  hechos,  aprobados  y 
sancionados  por  Yahvé,  pues,  generalmente  se  dejan  de  lado^ 
para  hacer  creer  que  ese  dios  sólo  dictaba  preceptos  morales. 

2675.  Pero  podía  ocurrir  que  el  esclavo  no  quisiera  aban- 
"donar  a  la  mujer,  que  se  le  había  dado  y  a.  los  hijos  que  ella 
le  hubiera  procreado,  y  entonces  debería  solicitarlo  así  al  amo» 


EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


223 


quien  lo  hacía  "aproximar  a  Dios"  (v.  6),  frase  oscura  ésta 
que  se  suele  interpretar  en  el  sentido  de  que  debía  hacer  esa 
declaración  "delante  de  una  autoridad,  de  un  juez  o  en  un 
lugar  consagrado  al  culto".  Para  comprender  bien  esa  frase, 
debe  recordarse  lo  siguiente :  1°  que  el  original  hebreo, 
dice  "aproximar  a  Elohim",  y  Elohim  significa  "dios  o  dioses", 
y  nunca  jueces.  Scío,  traduciendo  la  Vulgata,  trae  en  ese  pa- 
saje: "El  dueño  lo  presentará  a  los  dioses";  pero  después,  en 
nota,  agrega :  "a  los  jueces  o  a  los  magistrados",  lo  que  es 
contrario  al  texto.  2°  Que  el  v.  6  después  de  expresar  que  el 
amo  hará  aproximar  el  esclavo  a  Dios  (Elohim),  añade:  "y 
arrimándolo  a  la  puerta,  o  al  poste  de  ella  ("a  los  postes  de 
la  puerta",  traduce  Scío),  le  horadará  la  oreja  con  una  lesna: 
el  esclavo  entonces  quedará  para  siempre  a  su  servicio".  Esta 
práctica  había  sido  un  rompecabezas  para  los  exégetas  anti- 
guos, quienes  concluían  explicándosela  así :  "era  una  marca 
de  ignominia  por  haber  preferido  el  esclavo  la  servidumbre 
a  la  libertad"  (S.  AGUSTIN,  SCIO).  Pero  hoy  se  ha  sabida 
que  los  postes  o  montantes  de  las  puertas  de  una  casa  eran 
considerados  por  los  antiguos  israelitas  y  por  los  árabes,  como 
el  asiento  de  las  divinidades  domésticas,  de  modo  que  parece 
debe  entenderse  el  citado  pasaje,  en  el  sentido  de  que  al  arri- 
mar el  amo  a  su  esclavo,  junto  "a  la  puerta  o  al  poste  de  ella" 
lo  aproximaba,  a  los  Elohim.  La  sangre  derramada  al  horadar 
la  oreja  del  esclavo,  vendría  a  sellar  el  pacto  ante  las  divi- 
nidades domésticas,  según  el  cual  aquél,  en  adelante,  sería 
para  siempre  su  señor.  Kreglinger  observa  que  ésta  es  una 
manifestación  del  culto  de  las  asheras  o  troncos  sagrados, 
considerados  como  receptáculos  de  fuerzas  divinas.  "Otra 
manifestación  de  esa  adoración,  escribe  dicho  autor,  era  el 
culto  de  ios  pilares.  Se  les  erigía  a  la  entrada  de  cada  habi- 
tación ;  estaban  cargados  de  fuerzas  misteriosas,  que  chekés 
(o  tabúes)  para  los  no  iniciados,  rechazaban  al  extranjera 
y  preservaban  la  casa  de  toda  intrusión  hostil.  Llegaron  a  ser, 
en  consecuencia,  protectores  y  lugares  de  reunión  de  todos 
los  habitantes  de  la  casa,  a  quienes  los  pilares  conocían  y  aco- 
gían familiarmente.  Así,  el  esclavo  introducido  definitivamente 
en  el  hogar,  debía  serles  presentado:  se  le  conducía  junto 
a  ellos;  el  amo  le  horadaba  la  oreja  con  una  lesna,  lo  arri- 


224 


EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


tnaba  al  pilar  que  le  trasmitía  su  substancia  específica,  y 
creaba  así  materialmente  entre  la  casa  y  su  nuevo  habitante, 
una  unión  indispensable  y  perpetua,  que  le  permitía  a  éste 
penetrar  impunemente  en  ella.  Pilares  semejantes  se  erigían 
a  la  entrada  de  los  templos  en  todo  el  mundo  semítico,  como 
ocurría,  p.  ej..  en  los  de  Pafos  y  de  Hierápolis,  conocidos  gra- 
cias a  la  numismática;,  y  sabido  es  el  carácter  sagrado  que 
se  les  atribuía  a  las  dos  columnas  Boaz  y  Jakín,  levantadas 
por  Salomón,  cerca  del  pórtico  del  templo  de  Jerusalén"  (La 
Religión  d'Israel,  p.  87;  §  1376). 

2676.  El  texto  que  comentamos,  supone  también  el  caso 
del  israelita  que  vendía  a  su  hija  como  esclava.  Para  compren- 
der bien  este  caso,  téngase  presente  que  en  el  antiguo  Israel, 
la  mujer  y  los  hijos  eran  propiedad  del  jefe  de  la  familia. 
Véase  lo  que  más  adelante  decimos  sobre  seducción  de 
una  doncella  (§  2696).  El  padre  podía  disponer  del  cuerpo 
de  sus  hijas,  como  se  ve  en  la  leyenda  de  Lot,  quien  no  titu- 
bea en  sacrificar  el  honor  de  las  suyas  para  mantener  el  buen 
nombre  de  su  hospitalidad  (Gén.  19,  8;  Jue.  19,  24).  El  hom- 
bre que  quería  casarse,  no  consultaba  a  su  futura,  sino  que 
la  compraba,  abonando  al  padre  de  ella  el  mohar,  o  sea,  una 
suma  en  dinero,  en  especies  o  su  equivalente  en  trabajo  per- 
sonal, como  en  el  caso  de  Labán,  que  vendió  a  sus  hijas  Lea 
y  Raquel,  a  Jacob,  por  siete  años  de  servicios  prestados  por 
éste  a  aquél  (Gén.  29,  18,  27;  31,  15;  §  2335).  Cuando  no  se 
presentaba  un  candidato  al  matrimonio,  y  especialmente  si 
la  indigencia  apremiaba,  el  padre  israelita  no  trepidaba  en 
vender  a  su  hija  como  esclava,  lo  que  configura  una  moda- 
lidad del  delito  que  hoy  llamamos  "trata  de  blancas".  El  com- 
prador podía  tomarla  por  concubina  para  sí  o  para  alguno  de 
sus  hijos.  En  este  último  caso  debía  tratarla  como  hija,  y 
darle  los  regalos  acostumbrados  (v.  9;  Gén.  31,  15).  Si  al 
comprador  no  le  agradaba  la  nueva  concubina,  podía  hacerla 
rescatar;  pero  no  venderla  a  extranjeros.  No  regía  en  cuanto 
a  la  hija  esclava,  la  manumisión  después  de  un  septenio,  pues 
la  ley  dice  que  ella  "no  saldrá  libre  en  las  mismas  condÍQÍones 
que  los  otros  esclavos"  (v.7).  Siendo  permitida  la  poligamia, 
desde  que  nada  obstaba  a  que  se  tuviesen  tantas  mujeres  co- 
mo uno  pudiera  alimentar,  el  amo  podía  comprar  otra  es- 


EL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


225 


clava,  o  sea,  tomar  otra  concubina,  de  lo  cual  no  podía  que- 
jarse la  primera,  siempre  que  aquél  no  disminuyera  el  alimen- 
to y  vestido  y  no  la  privara  de  su  derecho  conyugal.  Si  no 
le  diera  satisfacción  en  estas  tres  cosas,  entonces  la  esclava 
podía  marcharse  libremente,  sin  tener  que  abonar  rescate 
alguno. 

2677.  Como  se  ve,  era  ésta  una  legislación  propia  de 
aquella  atrasada  época,  que,  en  general,  poco  honor  le  hace 
a  Yahvé,  a  pesar  de  algunos  rasgos  humanitarios  que  encie- 
rra. Tiene  gran  semejanza  con  la  legislación  babilónica  ins- 
pirada igualmente  en  el  principio  de  hacer  lo  menos  gravosa 
la  condición  de  los  esclavos.  El  código  de  Hammurabí,  —  del 
que  provienen  muchos  de  los  preceptos  del  Libro  de  la  Alian- 
za — ,  era  en  ciertas  cuestiones  más  humano  que  éste,  pues, 
p.  ej.,  establecía  que  la  liberación  del  esclavo,  por  deudas, 
debía  producirse  a  los  tres  años  (art.  117),  mientras  que  la 
legislación  hebrea,  según  hemos  visto,  sólo  la  permitía  a  los 
siete  años.  En  otros  puntos,  poco  diferían  ambas  legislacio- 
nes ;  así,  según  el  código  babilónico,  la  concubina  de  la  que 
un  hombre  ha  tenido  hijos,  no  puede  ser  vendida ;  su  amo 
sólo  tiene  el  derecho  de  darla  en  prenda  como  a  su  mujer 
y  a  sus  hijos;  pero  para  estos  últimos  la  servidumbre  no  po- 
día prolongarse  más  de  un  trienio  (DELAPORTE,  p.  83). 
No  estará  fuera  de  lugar,  citar  aquí  las  siguientes  disposicio- 
nes de  El  Corán,  respecto  a  los  esclavos :  "32  Casad  vuestros 
solteros,  los  honestos  entre  vuestros  esclavos  y  vuestras  es- 
clavas. Si  son  pobres,  Alá  los  enriquecerá  con  su  gracia,  por- 
que él  es  sabio  y  munífico.  33  Que  aquellos  (de  los  esclavos) 
que  no  encuentren  partido,  vivan  en  la  continencia  hasta  que 
Alá  los  enriquezca  con  su  gracia.  Conceded  a  vuestros  escla- 
vos fieles,  cuando  os  lo  demanden,  el  documento  que  asegure 
su  libertad,  y  dadles  una  parte  de  vuestros  bienes.  No  obli- 
guéis a  vuestras  esclavas  a  prostituirse,  para  procuraros  los 
bienes  pasajeros  de  la  vida  de  este  mundo,  si  ellas  quieren 
vivir  en  la  castidad.  Si  alguno  las  forzara  a  ello,  Alá  las  per- 
donará, porque  es  compasivo,  teniendo  en  cuenta  la  violencia 
que  se  les  hubiere  hecho"  (Surata  24).  Parece  que  esta  últi- 
ma disposición  aludía  a  un  tal  Abdaláh  Ibn  Ubbai,  que  tenía 
seis  esclavas  a  las  que  obligaba  a  entregarse  a  la  prostitución. 


226 


DEPOSITO  DE  OBJETOS  PERDIDOS 


El  proxenetismo,  pues,  no  es  mal  sólo  de  nuestra  época,  sino 
que  tiene  larga  historia  en  el  pasado. 

DEPOSITO  DE  OBJETOS  PERDIDOS.  —  2678.  Vea- 
mos primero  las  disposiciones  sobre  el  depósito.  22,  7  Si  un 
hombre  diere  a  otro,  dinero  u  objetos  a  guardar,  y  desaparecie- 
ren de  la  casa  de  este  último,  el  ladrón,  si  fuere  descubierto,  res- 
tituirá el  doble.  8  Si  no  se  descubriere  el  ladrón,  el  dueño  de 
la  casa  se  presentará  ante  Elohim  para  jurar  que  no  ha  me- 
tido la  mano  en  el  bien  de  su  prójimo.  10  Si  alguno  diere  a 
su  prójimo  para  guardar,  asno,  buey,  oveja  o  cualquier  otro 
'  animal,  y  que  éste  muriera,  fuese  estropeado  o  arrebatado  sin 
que  nadie  lo  viere;  11  intervendrá  entre  las  dos  partes  jura- 
mento en  nombre  de  Yahvé,  de  que  el  depositario  no  ha  ex- 
tendido su  mano  sobre  el  bien  del  otro.  El  dueño  del  animal 
aceptará  este  juramento  y  el  otro  no  hará  restitución.  12  Pero 
si  se  lo  hubieren  robado,  el  depositario  indemnizará  al  dueño. 
13  Si  el  animal  fuere  destrozado  por  fieras,  traiga  sus  testos 
en  testimonio:  nada  pagará  por  el  animal  destrozado  (cap.  22). 
De  estos  preceptos  resulta  pues:  1°  que  si  el  dinero  u  objeto 
cualquiera  dado  a  guardar  desapareciere  de  la  casa  del  depo- 
sitario a  causa  de  robo,  podían  presentarse  dos  casos,  a  saber: 
a)  si  se  descubriere  el  ladrón,  éste  debería  restituir  lo  hur- 
tado y  tendría  como  pena  pagar  otro  tanto  de  su  valor;  b)  si 
el  ladrón  no  fuere  descubierto,  el  depositario  tenía  que  pre- 
sentarse ante  Elohim,  es  decir,  presentarse  en  un  santuario 
y  jurar  allí  que  él  era  inocente  de  la  desaparición  del  depó- 
sito, con  lo  que  se  veía  libre  de  toda  responsabilidad  ulterior, 
quizá  por  ser  depósito  gratuito.  El  juramento,  como  dice  Kre- 
glinger,  no  es  sino  una  maldición  condicional  que  el  que  lo 
profiere,  dirige  contra  sí  mismo  en  la  eventualidad  de  que  sus 
afirmaciones  contravinieran  la  verdad  de  los  hechos  (La  Reí. 
d'Isr.  p  .162;  §  1407).  En  un  caso  semejante  al  que  contem- 
plan los  citados  vs.  7  y  8,  el  Código  de  Hammurabí  (art.  125) 
obligaba  al  depositario  a  indemnizar  al  depositante ;  pero  sub- 
rogándose en  los  derechos  de  éste,  podía  hacerse  reembolsar 
por  el  ladrón,  si  llegaba  a  ser  encontrado.  Dicho  Código  esta- 
blecía además  que  el  depósito  de  valores  debía  hacerse  en 
presencia  de  testigos,  pues  de  lo  contrario,  el  juez  no  podía 


DEPOSITO  DE  OBJETOS  PERDIDOS 


227 


intervenir.  2^  Si  se  trataba  de  la  custodia  o  guarda  de  ani- 
males que  se  murieran,  estropearan  o  desaparecieran,  sin  que 
de  estos  hechos  hubiera  testigos,  en  las  dos  primeras  cir- 
cunstancias, bastaba  el  juramento  en  nombre  de  Yahvé,  para 
justificar  la  inocencia  del  depositario,  quien  no  tenía  que  efec- 
tuar restitución  alguna;  pero  si  el  animal  hubiere  sido  robado, 
el  depositario,  como  guardián  negligente,  debía  indemnizar  al 
dueño,  probablemente  porque  en  este  caso  se  trataba  de  depó- 
sito oneroso,  es  decir,  porque  el  depositario  o  guardián  de  los 
animales  percibía  algún  salario,  ya  que  esa  custodia  exige 
cuidados  particulares  que  merecen  ser  remunerados.  En  cuan- 
to al  ladrón,  para  él  regían  las  disposiciones  de  22,  1-4,  que 
luego  estudiaremos.  3*^  En  caso  de  que  el  animal  dado  en  cus- 
todia pereciera  por  ataque  de  alguna  bestia  feroz,  lo  mismo 
que  en  los  citados  de  fuerza  mayor  (estropeo  o  muerte),  el 
guardián  o  depositario  nada  tenía  que  pagar  por  aquel  acci- 
dente, siempre  que  trajera  los  restos  del  animal,  en  prueba 
de  la  verdad  de  su  aseveración  o  de  que  había  corrido  a 
tiempo  o  hecho  lo  posible  para  ahuyentar  la  fiera. 

2679.  Esta  ley,  llamada  posteriormente  "la  ley  de  los 
depósitos  establecida  por  el  cielo",  fué  especialmente  invoca- 
da por  el  sumo  sacerdote  Onías  III  (198-  175  a.n.e.),  con  mo- 
tivo del  siguiente  suceso  que  nos  refiere  el  II  Libro  de  los 
Macabeos :  Un  tal  Simón,  de  la  tribu  de  Benjamín,  prefecto 
del  Templo,  tuvo  desavenencias  con  Onías  a  causa.de  la  po- 
licía de  los  mercados  de  la  ciudad.  No  pudiendo  vencerlo,  se 
presentó  ante  Apolonio,  gobernador  de  Celesiria  y  Fenicia, 
y  le  contó  que  el  erario  de  Jerusaién  estaba  lleno  de  inmensas 
riquezas,  y  que  era  posible  hacer  que  ellas  pasaran  a  manos 
del  rey  de  Asia,  Seleuco  IV  Filopator.  Apolonio  transmitió  al 
rey  dichos  datos,  y  entonces  éste  envió  a  su  ministro  Helio- 
doro  a  Jerusaién,  con  orden  de  traerle  las  grandes  sumas  en 
cuestión.  Cuando  Heliodoro  le  comunicó  a  Onías  el  objeto  de 
su  viaje,  el  sumo  sacerdote  le  expuso  que  el  dinero  existente 
en  el  templo  eran  depósitos  que  pertenecían,  parte  a  viudas 
y  huérfanos,  —  ya  que  entonces  era  usual  el  depositar  tales 
bienes  en  los  templos,  como  medida  de  seguridad  — ,  y  otra 
parte,  era  de  Hircán,  hijo  de  Tobías,  hombre  de  eminente 
j{OSÍción ;  y  que  todo  ascendía  a  unos  400  talentos  de  plata  y 


228 


DEPOSITO  DE  OBJETOS  PERDIDOS 


200  talentos  de  oro,  que  en  moneda  hebraica,  representarían 
hoy  cerca  de  cinco  millones  de  dólares,  y  menos  de  la  mitad 
si  se  trataba  de  talentos  siríacos.  Agregó  además,  que  "era 
absolutamente  imposible  defraudar  a  los  que  habían  deposi- 
tado sus  caudales  en  un  Templo,  que  se  honraba  y  veneraba 
como  santo  en  todo  el  mundo".  Pero  Heliodoro  alegó  las  ór- 
denes que  tenía  del  rey,  y  fijó  día  para  proceder  a  tomar  re- 
cuento de  las  riquezas  del  Templo.  Esta  decisión  produjo 
gran  consternación  en  la  ciudad.  "Y  los  sacerdotes,  revestidos 
de  sus  vestiduras  sacerdotales,  se  postraron  delante  del  altar, 
suplicando  al  cielo,  que  había  establecido  la  ley  de  los  depó- 
sitos, (la  que  estudiamos,  Ex.  22,  6-13)  que  conservara  intac- 
tos los  bienes  de  los  depositantes".  Todo  el  pueblo  dirigía  ple- 
garias en  igual  sentido,  o  sea,  "todos  invocaban  al  Dios  todo- 
poderoso que  conservara  a  sus  dueños,  intactas  e  inviolables, 
las  sumas  depositadas".  Sin  embargo,  indiferente  a  todo  esto, 
Heliodoro,  acompañado  de  su  escolta,  penetró  en  el  Templo, 
en  busca  del  tesoro  allí  existente;  pero  entonces  "el  Señor  de 
los  espíritus  y  de  toda  potencia  suscitó  una  grandiosa  apari- 
ción, y  todos  los  que  habían  tenido  la  audacia  de  entrar  en 
el  lugar  santo,  derribados  por  la  divina  virtud,  cayeron  aba- 
tidos y  llenos  de  terror.  Porque  se  Ies  apareció  un  caballo,  que 
llevaba  un  jinete  de  espantosa  vista  y  cubierto  con  magnifico 
arnés ;  y  el  caballo  se  precipitó  sobre  Heliodoro  hiriéndolo  con 
sus  patas  delanteras.  Y  el  jinete  resplandecía  bajo  su  arma- 
dura de  oro.  Aparecieron  también  dos  mancebos  de  gran  fuer- 
za y  deslumbradora  belleza,  ricamente  vestidos,  los  que  de 
pie,  uno  a  la  derecha  y  otro  a  la  izquierda  de  Heliodoro,  le 
pegaban  sin  cesar,  descargando  sobre  él  una  multitud  de  gol- 
pes. Así  cayó  a  tierra  desvanecido,  y  hubo  que  llevarlo  en  una 
litera.  Y  el  que  había  entrado  en  el  erario  con  tan  numeroso 
séquito  y  tan  imponente  escolta,  era  conducido,  completamen- 
te anonadado,  reconociéndose  así  claramente  el  poder  de  Dios. 
Mientras  que  Heliodoro,  por  efecto  de  la  acción  divina,  yacía 
mudo  y  sin  esperanza  de  salud,  los  judíos  bendecían  al  Señor 
que  había  glorificado  su  templo ;  y  el  santo  lugar,  que  poco 
antes  estaba  lleno  de  miedo  y  angustia,  desbordaba  ahora  de 
g"Ozo  y  alegría  por  la  manifestación  de\  Dios  omnipotente.  Ro- 
garon entonces  los  compañeros  de  Heliodoro  a  Onías  que  in- 


DEPOSITO  DE  OBJETOS  PERDIDOS 


229 


vocara  al  Altísimo  para  que  concediera  la  vida  a  acjuél  redu- 
cido a  los  últimos  alientos.  Y  temiendo  el  sumo  sacerdote  que 
el  rey  pudiera  sospechar  alguna  trama  urdida  por  los  judíos 
contra  Heliodoro,  ofreció  un  sacrificio  para  salvarle.  Y  mien- 
tras efectuaba  este  acto  de  propiciación,  aquellos  mismos  man- 
cebos, vestidos  de  las  mismas  ropas,  aparecieron  a  Heliodoro, 
y  poniéndose  junto  a  él,  le  dijeron:  "Agradece  al  sumo  sacer- 
dote Onías,  porque  a  causa  de  él,  el  Señor  te  concede  la  vida. 
Pero  tú,  que  has  sido  castigado  por  el  cielo,  anuncia  a  todos 
la  grandeza  del  poder  de  Dios".  Y  dicho  esto,  desaparecie- 
ron. Y  Heliodoro,  después  de  haber  ofrecido  un  sacrificio  a 
Dios,  y  hecho  grandes  promesas  a  aquel  que  le  había  conce- 
dido la  vida,  y  dadas  las  gracias  a  Onías,  retornó  al  rey.  con 
su  escolta.  Y  daba  a  todos  testimonio  de  las  obras  del  gran 
Dios,  que  él  había  contemplado.  Y  como  el  rey  le  preguntase 
a  quien  podría  enviar  otra  vez  a  Jerusalén,  Heliodoro  res- 
pondió: "Si  tienes  un  enemigo  o  un  conspirador,  envíale  y 
le  recibirás  azotado,  si  llega  a  escapar,  porque  verdaderamente 
hay  un  poder  divino  en  aquel  lugar.  Aquel  que  tiene  su  mo- 
rada en  el  cielo,  lo  vigila  y  protege  él  mismo,  y  hiere  y  mata 
a  cualquiera  que  entra  allí  con  malas  intenciones".  Y  esto  es 
lo  que  !e  pasó  a  Heliodoro  y  cómo  fue  conservado  el  erario" 
(cap.  3). 

2680.  A  pesar  de  su  extensión  hemos  transcrito  esta  pá- 
gina de  la  Vulgata  o  Biblia  católica  (§  32),  no  sólo  por  su 
interés,  sino  además  porque  ella  seguramente  es  desconocida 
de  la  generalidad  de  nuestros  lectores.  Scío,  de  acuerdo  con 
San  Ambrosio,  nos  habla  "de  la  importantísima  doctrina  y 
escarmiento  que  en  este  capítulo  se  encierran.  Los  príncipes 
y  poderosos  del  mundo  que  ...  no  miran  con  el  mayor  respeto, 
lo  que  una  vez  fue  consagrado  a  Dios,  que  es  como  un  depo- 
sitario de  lo  que  ha  de  servir  para  su  culto  y  para  sustento  y 
decencia  de  sus  ministros,  y  para  alivio  y  consuelo  de  las 
viudas,  huérfanos  y  pobres,  pueden  estar  muy  ciertos  que  cas- 
tigará severísimamente  todas  las  injusticias,  atentados,  usur- 
paciones y  violencias  que  en  esta  parte  cometieren".  Todo  es- 
to estaría  muy  bien,  si  no  se  viera  desmentido  por  la  historia. 
Lea  el  lector  el  §1380,  en  el  cjue  encontrará  un  detalle  de  los 
saqueos  que  sufrió  el  templo  salomónico  por  parte  de  inva- 


230 


DEPOSITO  DE  OBJETOS  PERDIDOS 


sores  extranjeros  p  de  los  mismos  reyes  de  Judá,  cuando  en 
ello  encontraban  conveniencia,  sin  que  Yahvé  hiciera  nada 
para  impedir  tales  desmanes.  Aquí,  en  el  caso  de  Heliodoro, 
dicho  dios  llamado  "el  Señor  de  los  espíritus  y  de  toda  po- 
tencia" (v.  24),  suscitó  una  aparición  espectacular  para  impe- 
dir que  fuera  llevado  un  tesoro  que  no  sólo  era  de  las  viudas 
y  huérfanos,  sino  que  además  pertenecía  en  gran  parte  a  un 
acaudalado  judío,  Hircán,  "hombre  de  posición  muy  eminen- 
te"' (v.  11),  y  otra  parte  era  del  propio  templo,  "al  que  enri- 
quecían con  muchos  dones,  los  mismos  reyes"  (v.  2).  Pero  el 
viejo  Yahvé,  después  de  esa  aparatosa  intervención,  parece 
que  quedó  sin  energías,  no  sólo  para  impedir  que  su  fiel  sumo 
sacerdote  Onías,  hombre  de  gran  piedad  (v.  1),  fuera  suplan- 
tado por  su  impío  hermano  Jasón,  y  algo  más  tarde  asesi- 
nado, (4,  7-10,  34),  sino  además  para  continuar  defendiendo 
el  citado  erario  del  Templo,  pues  Jasón  utilizó  de  él  360  ta- 
lentos de  plata  para  que  Antioco,  sucesor  de  Seleuco,  le  con- 
firiera el  pontificado  (4,  7  -  10)  ;  Menelao  suplantó  en  el  cargo 
a  Jasón  ofreciendo  300  talentos  de  plata  más  que  éste  (4,  23, 
24)  ;  y  finalmente  el  rey  Antioco,  tomó  por  la  fuerza  a  Jeru- 
salén,  degolló  allí  a  40.000  personas  y  a  otras  tantas  vendió 
como  esclavos,  agregando  el  texto :  "No  contento  con  esto, 
se  atrevió  a  entrar  en  el  Templo,  el  más  santo  de  toda  la 
Tierra,  conducido  por  Menelao,  traidor  a  la  Ley  y  a  la  pa- 
tria, y  tomando  con  sus  manos  impuras  los  vasos  sagrados, 
que  numerosos  reyes  habían  ofrecido  para  honrar  el  edificio 
y  aumentar  su  esplendor,  los  manoseaba  indignamente  y  los 
profanaba...  y  llevándose  además  1-800  talentos  sacados  del 
Templo,  volvió  prontamente  a  Antioquía"  (II  Mac.  5,  14  - 16, 
21).  Resulta,  pues,  que  las  riquezas  acumuladas  en  el  Templo 
eran  mucho  mayores  de  lo  que  había  afirmado  Onías  a  He- 
liodoro ;  y  que  Yahvé  se  olvidó  de  emplear  otra  vez  al  gran 
caballo,  el  jinete  de  espantosa  vista  y  armadura  de  oro,  y  los 
dos  forzudos  mancebos,  todos  los  cuales  hacía  aparecer  y 
desaparecer  a  su  antojo,  y  con  los  que  había  defendido  el 
erario  del  Templo,  poco  tiempo  antes,  en  el  reinado  de  Se- 
leuco Filopator. 

2681.  Y  después  de  esta  digresión  motivada  por  "la  ley 
de  los  depósitos  establecida  por  el  cielo",  prosigamos  exami- 


PRESTAMO  y  PRENDA 


231 


nando  la  legislación  civil  del  Libro  de  la  Alianza.  Veamos 
ahora  lo  que  se  dispone  sobre  los  objetos  perdidos.  "En  toda 
cuestión  litigiosa  respecto  a  buey,  asno,  oveja,  ropa,  o  cual- 
quier cosa  perdida  de  que  alguien  dijere:  "Esto  es  mío",  el 
litigio  entre  ambas  partes  será  llevado  ante  Dios,  y  aquel  que 
Dios  condenare,  restituirá  el  doble  al  otro"  (Ex.  22,  9).  "Si 
el  buey  o  el  asno  de  tu  enemigo  se  extraviare  y  tú  lo  encon- 
trares, procura  llevárselo.  5  Si  vieres  caído  debajo  de  su  carga 
el  asno  del  que  te  aborrece,  no  pases  de  largo,  sino  que  te 
unirás  a  él  para  ayudar  a  alzarlo"  (23,  vs.  4-5).  Las  disposi- 
ciones que  vamos  estudiando,  muestran  que  no  había  en  aque- 
lla legislación  una  clara  distinción  entre  derecho  civil  y  de- 
recho penal.  Aquí  se  contempla  el  caso  de  un  litigio  relativo 
a  un  objeto  o  animal  perdido,  que  al  ser  hallado,  dos  indivi- 
duos lo  reclaman  como  suyo.  Tal  querella  debe  ser  llevada 
ante  Elohim  (Dios),  es  decir,  a  un  santuario,  donde  se  recu- 
rría al  juicio  divino,  cuya  decisión  se  obtenía  por  un  oráculo, 
por  la  suerte  sagrada  o  por  alguna  otra  prueba  judicial 
(§  387-392).  El  que  perdía  la  cuestión,  debía  abonar  al  otro 
litigante  el  doble  del  valor  del  objeto  discutido.  En  cuanto  al 
precepto  citado  de  23,  4-5  pertenece  al  grupo  de  los  debarim, 
o  sea,  recomendaciones  de  moral  social,  sin  sanción  alguna,  y 
acusa  ya  evolución  altruista  de  la  conciencia,  pues  aconseja 
hacer  el  bien  hasta  a  los  mismos  enemigos. 

PRESTAMO  Y  PRENDA.  —  2682.  14  Si  un  hombre 
toma  prestado  a  otro  un  animal  y  éste  se  rompe  una  pata  o 
se  muere,  deberá  hacer  restitución  si  el  propietario  estuviera 
ausente;  15  pero  si  el  dueño  estuviere  presente,  nó  hará  res- 
titución (o  no  tendrá  nada  que  pagar  -  V.  S.).  Si  el  animal 
estuviere  alquilado,  el  precio  del  alquiler  hará  las  veces  de 
indemnización.  25  Si  prestares  dinero  a  alguno  de  mi  pvieblo, 
al  pobre  que  está  contigo,  no  te  comportarás  con  él  como 
acreedor;  vosotros  no  le  exigiréis  intereses.  26  Si  tomares  en 
prenda  el  manto  de  otro,  se  lo  devolverás  antes  de  la  entrada 
del  sol;  27  porque  ése  es  su  único  abrigo;  es  el  manto  con 
que  cubre  su  desnudez;  ¿sobre  qué  se  acostará?  Si  me  implora 
lo  escucharé,  porque  soy  misericordioso  (cap.  22).  Notará  fá- 
cilmente el  lector  que  se  trata  de  disposiciones  propias  de  un 


232 


PRESTAMO  Y  PRENDA 


pueblo  sedentario  dado  a  la  agricultura  y  a  la  industria  pas- 
toril. La  regla  del  final  del  v.  15,  que  hace  recaer  en  el  arren- 
dador los  accidentes  que  sufrieren  los  animales  arrendados, 
se  encuentra  también  en  el  Código  hitita,  art.  76,  de  donde 
quizá  provenga.  En  cuanto  a  los  préstamos  en  dinero,  que  a 
causa  de  malas  cosechas,  desgracias,  o  por  cualquier  otro  mo- 
tivo se  veían  obligados  algunos  a  solicitar  de  los  más  pu- 
dientes, los  ponían  a  merced  de  éstos,  sus  acreedores,  quienes 
para  cobrarse  tenían  el  derecho  de  hacer  vender  no  sólo  todos 
los  bienes  de  su  deudor,  sino  también  a  este  mismo  o  a  su 
esposa  e  hijos  (II  Rey.  4,  1 ;  Am.  2,  6 ;  8,  6 ;  Job.  2^,  9 ;  Neh.  5,  5, 
8),  costumbre  que  se  perpetuó  hasta  la  época  de  Jesús  (Mat.  18, 
25).  De  aquí  que  se  diga  con  razón  en  los  Proverbios:  "El 
rico  domina  sobre  los  pobres ;  y  el  que  toma  prestado  es  escla- 
vo de  aquel  que  presta"  (22,7).  Por  eso,  los  legisladores  israe- 
litas, bien  que  dictaron  preceptos  bastante  humanos  para  su 
tiempo,  relativos  a  la  esclavitud,  trataron  de  trabar  la  de  sus 
compatriotas,  y  uno  de  los  medios  empleados  fue  el  de  prohi- 
bir que  se  les  cobrara  interés,  (1)  a  fin  de  facilitarles  el  pago 
de  sus  deudas.  El  Deuteronomio  autoriza  se  cobre  interés  sólo 
a  los  extranjeros  (23,  20).  L.B.d.C.  opina  que  la  frase  final 
del  V.  25  ha  sido  agregada  posteriormente,  como  lo  indica  el 
cambio  de  sujeto  de  los  verbos:  tú  al  principio  y  vosotros  al 
fin;  y  que  ese  agregado  fué  hecho  conforme  a  las  leyes  ulte- 
riores (Deut.  23,  19  y  Lev.  25,  36-37);  pero  que  excede  de 
las  exigencias  del  legislador  primitivo,  que  recomienda  tan 
sólo  la  mansedumbre  hacia  los  deudores  israelitas,  en  consi- 
deración a  Yahvé.  La  disposición  de  los  vs.  26  y  27  se  explica, 
porque  los  mantos  les  servían  a  los  pobres,  ya  de  colchón,  ya  de 
frazada,  ya  de  ambas  cosas  a  la  vez,  por  lo  cual  el  legislador  Hu- 
manitario manda  devolver  esa  ropa,  antes  de  la  entrada  del  sol, 
al  que  la  hubiera  dado  en  prenda,  pues  si  no,  "¿sobre  qué  se 
acostará?"  (Deut.  24,  12,  13;  Am.  2,  8).  Pero  es  del  caso  pre- 
guntar: ¿esta  exigencia  no  conspiraba  contra  la  institución 
de  la  prenda?  ¿Habría,  en  efecto,  algún  prestamista  que  acep- 

(1)  La  palabra  con  que  en  hebreo  se  expresa  interés,  significa 
también  mordisco  o  mordedura,  quizá  por  entender  que  aquél  era  un 
pedazo  que  se  sacaba  a  la  suma  prestada  (cf.  la  nota  de  Pratt,  en  la. 
Versión  Moderna  de  la  Biblia,  a  Lev.  23,  19). 


LEYES  PENALES 


233 


tara  como  prenda  un  objeto  que  estaba  obligado  a  devolver 
al  deudor,  al  anochecer  del  mismo  día  del  contrato? 

LEYES  PENALES.  —  2683.  Hemos  visto  que  son  muy 
escasas  las  dis})Osiciones  civiles  del  Libro  de  la  Alianza,  a  lo 
menos,  las  que  han  llegado  a  nosotros;  en  cambio,  son  algo 
más  numerosas  las  penales,  las  que  se  refieren  a  los  siguientes 
delitos:  homicidio,  ataques  a  los  padres,  rapto  (1)  de  hom- 
bres, heridas,  robos  de  animales,  incendio,  seducción,  bestia- 
lidad y  sacrilegio.  Examinándolas  por  este  orden,  comenza- 
remos, pues,  por  el 

HOMICIDIO.  —  21,  12  El  que  hiriere  mortalmente  a  un 
hombre,  será  muerto  irremisiblemente.  13  Si  no  le  ha  puesto 
asechanzas,  sino  que  Elohim  (Dios)  sólo  lo  haya  hecho  caer 
bajo  su  mano,  yo  te  señalaré  el  lugar  donde  podrá  refugiarse. 
14  Si  alguno,  obrando  con  premeditación,  matare  alevosamen- 
te a  su  prójimo,  lo  arrancarás  aún  de  mi  altar  para  que  mue- 
ra (2).  El  legislador  considera  aqui  dos  casos  de  homicidio: 
1^  el  homicidio  simple;  y  2^  el  alevoso  y  premeditado.  En  el 

(1)  Según  el  Diccionario  de  la  Academia,  el  rapto  es  un  delito 
que  se  comete  sólo  contra  mujeres,  aunque  agrega  que  es  poco  usado 
en  su  acepción  de  robo.  Debe  ampliarse  ese  significado,  expresándose 
que  "consiste  en  arrebatar  a  una  persona  cualquiera  o  apoderarse  de 
ella,  llevándola  de  su  domicilio,  por  fuerza  o  por  medio  de  ruegos 
y  promesas  engañosas".  En  los  juicios  de  divorcio  suelen  producirse 
casos  de  rapto  de  criaturas  efectuados  por  alguno  de  los  padres;  y 
con  fines  de  extorsión  o  de  lucro  no  es  extraño,  en  las  modernas  so- 
ciedades, que  se  produzcan  casos  de  rapto  o  secuestro  de  individuos^ 
cometidos  por  bandas  de  criminales.  Dicho  Diccionario  trae  como 
acepción  americana  del  verbo  plagiar  la  siguiente:  "Apoderarse  de  una 
persona  para  obtener  rescate  por  su  libertad"'.  Ignoramos  en  qué  país 
de  América  se  da  tal  significado  a  plagiar;  pero  podemos  afirmar  que 
no  es  así  en  las  Repúblicas  del  Plata,  donde  a  tal  hecho  ilícito  se  le 
llama  raptar.  Más  bien  empleamos  en  tal  caso  el  vocablo  secuestrar, 
que  el  mismo  Diccionario  define:  "Aprehender  los  ladrones  a  una 
persona,  exigiendo  dinero  por  su  rescate".  Pero  cuando  con  la  aprehen- 
sión de  un  individuo  se  persiguen  otros  fines,  como  privarlo  sólo  de 
su  libertad,  o  utilizar  sus  servicios  en  provecho  propio,  o  arrebatarlo 
del  seno  de  su  familia,  etc.,  entonces  el  verbo  más  indicado  para  ex- 
presar esa  acción,  es  raptar. 

(2)  Sobre  este  v.  14,  véase  §  3255. 


234 


HOMICIDIO 


primer  caso,  si  bien  se  condena  al  homicida  a  la  pena  de  muer- 
te, —  la  que  debía  ser  aplicada  por  e{  más  próximo  pariente 
de  la  víctima,  o  sea,  por  el  goel,  el  vengador  de  la  sangre 
(§  289)  — ,  aquél  podía  escapar  a  dicha  pena  si  conseguía 
albergarse  en  un  santuario,  como  ocurría  en  Grecia,  o  en  una 
de  las  ciudades  de  refugio,  y  siempre  que  el  homicidio  hu- 
biera sido  casual  o  involuntario,  o  sea,  "si  Dios  sólo  lo  haya 
hecho  caer  bajo  su  mano",  como  se  expone  circunstanciada- 
mente en  Deut.  19,  2  -  6.  Algunos  autores  como  Bertholet, 
opinan  que  el  precepto  del  v.  13  se  refiere  a  cualquier  homi- 
cidio no  premeditado.  Pero  si  el  homicidio  había  sido  come- 
tido con  premeditación  y  alevosía,  el  delincuente  no  gozaba 
del  mencionado  privilegio  y  podía  ser  arrancado  del  santua- 
rio y  muerto,  aunque  se  asiera  de  los  cuernos  del  altar  (I  Rey. 
1,  50;  2,  28  -  34;  §  3255).  La  prescripción  del  v.  12  que  esta- 
blece que  el  que  mata  a  otro,  debe  ser  muerto,  la  reprodujo 
más  tarde  el  escritor  sacerdotal,  P,  poniéndola  en  boca  de 
Yahvé  al  dirigirse  a  Noé  y  sus  hijos,  después  de  su  salida 
del  arca,  a  la  terminación  del  diluvio,  a  quienes  dijo : 

"El  que  derramare  la  sangre  del  hombre, 
por  el  hombre  será  derramada  su  sangre"  (Gén.  9,  60- 

Para  más  detalles,  remitimos  al  lector,  a  lo  dicho  en  §  288 
a  295. 

2683  bis.    Es  interesante  notar  la  evolución  en  la  repre- 
sión de  los  delitos  contra  las  personas,  tanto  en  Israel,  como 
■en  otros  antiguos  pueblos  de  Oriente.  Al  efecto,  reproduci- 
:mos  a  continuación  un  resumen  del  estudio  titulado  "De  la 
•vendetta  a  la  loi  du  talion",  que  el  escritor  Pedro  Ducros  pu- 
Mcó  en  R.H.Ph.R.  t^  VI,  ps.  350-365.  Primeramente,  dice, 
aparecen  estos  tres  hechos  característicos:  1^  la  venganza  de 
la  sangre;  2"?  la  responsabilidad  colectiva;  y  3^  la  responsa- 
biUdad  objetiva,  es  decir,  aquella  en  la  que  sólo  se  tiene  en 
cuenta  el  crimen,  abstracción  hecha  de  las  circunstancias  ^del 
mismo  y  de  las  intenciones  del  culpable  (§  291  -293).  Con 
el  desarrollo  de  la  civiUzación  se  llega  más  tarde,  a  estos 
otros  tres  hechos  paralelos:  1^  la  pena  organizada;  2-  la  res- 
ponsabilidad individual ;  y  3*?  la  responsabilidad  subjetiva.  La 


HOMICIDIO 


235 


venganza  de  la  sangre  nace  en  pequeños  grupos  autónomos, 
no  sometidos  a  ninguna  autoridad  superior  y  soberana,  que 
tienen  que  hacerse  justicia  por  si  mismos,  como  ocurre  con 
los  nómades  del  desierto.  En  el  interior  de  esos  grupos,  la 
cohesión  es  muy  grande  y  absorbe  al  individuo.  Todos  los 
del  grupo  creen  tener  la  misma  sangre;  asi  entre  los  árabes, 
cuando  uno  de  los  suyos  es  asesinado,  dicen:  "Nuestra  san- 
gre ha  sido  derramada".  El  clan  lleva  el  nombre  del  antece- 
sor, del  cual  todos  sus  miembros  son  hijos,  p.  ej,  los  del  pue- 
blo de  Israel  son  los  "Bene  -  Israel" ;  todos  son  hermanos, 
pensamiento  que  se  halla  en  el  fondo  de  las  tradiciones  pa- 
triarcales. En  consecuencia,  el  conjunto  responde  activa  y  pa- 
sivamente por  cada  miembro.  Por  un  atentado  contra  uno  de 
ellos,  todo  el  grupo  debe  tomar  las  armas ;  y  por  el  contrario, 
cuando  el  culpable  es  uno  del  grupo,  el  crimen  puede  ser  ven- 
gado en  cualquiera  de  sus  componentes.  Una  injuria  es  siem- 
pre colectiva:  un  homicidio  debilita  todo  el  grupo;  un  robo 
disminuye  el  patrimonio  común.  En  esa  época  de  responsabi- 
lidad colectiva,  dos  razones  impulsan  a  la  vendetta:  una,  reli- 
giosa, la  necesidad  de  aplacar  la  sangre  del  muerto ;  la  otra, 
humana,  ocasionar  en  el  clan  culpable  un  debilitamiento  equi- 
valente al  que  se  ha  sufrido,  siendo  indiferente  que  el  culpable 
mismo  sea  castigado.  Todo  lo  que  reclama  el  clan  vengador 
es  que  un  segundo  asesinato  compense  al  primero,  por  lo  que 
se  hiere  en  el  clan  enemigo  a  cualquiera  que  de  él  se  encuen- 
tre a  mano.  Junto  a  la  venganza  colectiva  entre  grupos  dis- 
tintos, existía  la  autoridad  muy  fuerte  y  respetada  del  jefe  de 
familia,  del  patriarca,  que  en  el  seno  de  ella  aplicaba  casti- 
gos, según  la  responsabilidad  individual  de  sus  miembros,  co- 
mo en  el  casO'  de  Judá,  que  ordena  sea  quemada  su  nuera 
Tamar  por  entender  que  se  había  prostituido  (Gén.  38,  24). 
Cuando  los  israelitas  nómades  se  fueron  infiltrando  en  Ca- 
naán  (§  63),  se  transformaron  en  pequeños  grupos  sedenta- 
rios, conservándose  la  ficción  de  que  los  miembros  de  cada 
uno  de  ellos  descendían  del  mismo  antecesor.  Con  el  cambio 
de  estructura  social  se  individualiza  la  venganza  contra  el 
delincuente  de  otro  clan  o  michpakha  (§  93),  venganza  que 
en  adelante  incumbe  sólo  al  goel  (§  289).  El  Libro  de  la 
Alianza  regla  las  relaciones  entre  familias  sedentarias,  dadas 


236 


HOMICIDIO 


a  la  agricultura,  y  no  conoce  otra  autoridad  que  la  del  jefe 
de  la  michpakha,  pues  los  casos  delictuosos  se  tratan  direc- 
tamente entre  víctima  y  culpable;  pero  ya  en  su  época  se 
había  estal)lecido  la  costumbre  de  imponer  la  misma  sanción 
en  circunstancias  semejantes,  hiendo  dicho  código  la  expre- 
sión de  esas  tradiciones  penales.  El  triunfo  definitivo  de  la 
responsabilidad  individual  es  obra  de  la  ley  deuteronómica, 
la  que  también  conoce  la  responsabilidad  territorial  (Deut. 
21,  1-9;  §  3256).  El  Libro  de  la  Alianza  se  mantiene  aún  en 
ia  concepción  objetiva  del  crimen,  como  lo  prueba  el  consi- 
derar delito  y  castigar  con  la  lapidación  al  animal  vacuno 
que  mata  a  un  hombre  (Ex.  21,  28;  §  2689-2690),  por  la  úni- 
ca razón  que  había  habido  un  muerto.  La  necesidad  de  con- 
cluir con  las  interminables  venganzas  y  el  subsiguiente  estado 
de  anarquía,  contribuyó  al  nacimiento  de  la  organización  tu- 
dicial,  que  tuvo  un  doble  origen:  1°  religioso,  cuando  se  a:n- 
día  a  los  santuarios,  para  que  los  sacerdotes  obraran  como 
arbitros  o  dieran  la  decisión  en  nombre  de  Yahvé,  la  thorá 
(§  349,  3247)  ;  y  2°  civil,  la  de  los  ancianos,  jeques  del  de- 
sierto o  jefes  de  familia  de  la  aldea.  Esas  primitivas  autori- 
dades, para  satisfacer  los  deseos  de  venganza  e  impedir  las 
contiiuias  hostilidades,  buscaron  la  solución  del  tallón  (§  268:')),-' 
primera  victoria  del  orden  sobre  la  anarquía,  de  la  razón  so- 
bre la  pasión.  Con  el  triunfo  de  esta  pena,  desaparece  la  res- 
ponsabilidad colectiva,  pues  el  culpable  era  castigado  por  su 
crimen,  y  ningún  otro  en  su  lugar.  Pero  esta  fórmula :  vida 
por  vida,  abría  brecha  en  el  grupo,  y  entonces  se  recurrió 
a  la  composición,  procedimiento  por  el  cual  el  delincuente 
salvaba  su  existencia,  pagando  a  la  víctima  o  a  sus  herede- 
ros o  parientes,  daños  y  perjuicios  (1).  El  precepto  de  E.x. 
21,  29-30  (§  2689-2690)  sería  testigo  de  esta  época  en  que 
se  duda  entre  la  muerte  y  la  composición :  si  el  dueño  del 


(1)  "Los  poemas  homéricos,  dice  Paul  Guiraud,  muestran  ya  esta 
práctica  en  pleno  vigor  (Ilíada,  IX,  632,  ss.  y  XVIII,  497,  ss.)  ...  El 
sistema  de  la  composición  desapareció  con  el  tiempo,  quedando,  sin 
embargo,  huellas  muy  perceptibles  en  el  derecho  griego.  Una  ley  de 
Dracón,  que  no  dejó  nunca  de  ser  aplicada  en  Atenas,  proclamaba  el 
principio  de  que  correspondía  a  la  familia  perseguir  el  castigo  del  ase- 
sinato cometido  sin  premeditación  en  uno  de  los  suyos.  Los  parientes 
sujetos  a  esta  obligación  "estaban  designados  en  cierto  orden  que  re- 


ATENTADO   CONTRA   LOS  PADRES.—  RAPTO 


237 


animal  vacuno  homicida  ha  sido  negUgente,  se  le  condena  a 
muerte ;  pero  se  salvará  si  se  allana  a  pagar  todo  lo  que  se 
le  imponga  por  el  rescate  de  su  vida.  La  consideración  de  'as 
personas  interviene  en  la  apreciación  del  delito  y  en  el  cálculo 
de  la  pena,  que  varían  según  se  trate  de  libres  o  esclavos. 
El  esclavo  no  goza  ya  del  tallón  a  su  favor.  La  sola  manera 
de  castigar  al  amo  cruel  es  la  siguiente :  si  mata  al  esclavo 
en  el  acto,  deberá  pagar  una  composición  a  la  familia  del 
muerto,  siendo  ésta  la  venganza  que  reciba  (Ex.  21,  20)  ;  si 
sólo  lo  hiere,  mutilándolo,  deberá  ponerlo  en  libertad,  lo  que 
venía  a  constituir  una  composición  indirecta  (§  2687-2688). 

ATENTADO  CONTRA  LOS  PADRES.  —  2684.  El 
que  pegare,  hiriere  o  maldijere  a  su  padre  o  a  su  madre, 
será  muerto  irremisiblemente  (21,  15,  17).  El  respeto  a  los 
padres,  fundamento  de  la  familia,  motivaba  esa  pena  draco- 
niana. La  asimilación  de  las  maldiciones  contra  los  progeni- 
tores, con  los  actos  materiales  que  llegaban  a  ocasionarles  Híb- 
ridas, se  explica  por  lo  dicho  anteriormente,  §  2317.  Nota 
L.B.A.  la  posición  elevada  que  la  legislación  hebraica  da  a 
la  madre,  pues  según  la  ley  romana,  sólo  era  castigado  el 
que  hería  al  padre.  En  Babilonia,  el  código  de  Hammurabí 
ordenaba  que  se  cortasen  las  manos  del  hijo  que  hubiera 
pegado  a  su  padre. 

RAPTO  DE  HOMBRES.  —  2685.  El  que  se  apoderare 
de  un  hombre,  ya  sea  que  lo  vendiere,  ya  sea  que  lo  conser-» 

cuerda  el  que  se  observaba  para  las  herencias.  Eran  primeramente  los 
parientes  más  cercanos,  no  llegando  al  grado  de  primo,  es  decir,  el 
padre,  el  hermano,  los  hijos;  en  segundo  lugar  los  primos  y  los  nacidos 
de  éstos;  finalmente,  a  falta  de  estos  últimos,  diez  personas  elegidas 
en  la  fratría  de  la  víctima"  (Dareste).  Se  ve  por  diversos  textos  que 
estaban  en  libertad  de  transigir  con  el  culpable,  y  de  aceptar  de  él, 
en  pago  de  la  sangre,  una  suma  de  dinero.  "La  acción  de  las  partes 
perjudicadas,  dice  Demóstenes,  queda  extinguida  una  vez  que  con- 
sienten en  perdonar.  Esta  regla  es  tan  general,  que  después  de  haber 
hecho  condenar  al  autor  de  un  homicidio  involuntario,  si  el  deman- 
dante se  reconcilia  y  perdona,  no  está  ya  en  su  mano  obligarle  al  des- 
tierro. Es  más,  si  la  víctima  perdona  a  su  asesino  antes  de  morir,  no 
es  lícito  a  los  parientes  que  sobrevivan  el  perseguir".  (Vida  pública  y 
privada  de  los  griegos,  ps.  412-413). 


\ 


238  RAPTO.—  LESIONES  CORPORALES 

vare  en  su  poder,  será  muerto  irremisiblemente  (21,  16).  Una 
de  las  consecuencias  de  la  admisión  de  la  esclavitud  era  la 
de  favorecer  la  comisión  del  delito  que  contempla  este  artícu- 
lo. Aqui  no  se  dice  nada  tocante  a  la  nacionalidad  del  rapta- 
do ;  pero  más  adelante,  el  legislador  deuteronomista  circuns- 
cribió el  hecho  condenable,  al  rapto  de  algún  israelita  (Daut. 
24,  7). 

LESIONES  CORPORALES.  —  2686.  18  Si  riñen  dos 
hombres,  y  uno  hiere  al  otro  con  una  piedra  o  de  un  puñeta- 
zo, sin  ocasionarle  la  muerte;  pero  obligándolo  a  guardar 
cama,  19  entonces,  si  este  último  puede  levantarse  y  andar 
apoyándose  en  un  bastón,  el  heridor  no  será  castigado;  pero 
le  indemnizará  por  el  tiempo  perdido  y  lo  hará  cuidar  hasta 
que  se  cure.  Estos  preceptos,  tan  llenos  de  equidad,  son  seme- 
jantes a  los  del  art.  206  del  Código  de  Hammurabi  y  al  art.  10, 
y  IX  del  Código  hitita,  y  con  leves  modificaciones  lian 
pasado  a  los  códigos  penales  de  las  modernas  naciones  civi- 
lizadas. 

(1)  23  Pero  si  resultare  un  daño  permanente,  tendrá  que 
dar  vida  por  vida,  24,  ojo  por  ojo,  diente  por  diente,  mano  por 
mano,  pie  por  pie,  25,  quemadura  por  quemadura,  herida  por 
herida,  golpe  por  golpe.  Estas  disposiciones  que  constituyen 
la  ley  del  talión,  proceden  probablemente  de  los  arts.  196, 
197  y  200  del  Código  de  Hammurabi. 

22  Si  riñendo  dos  hombres,  uno  de  ellos  hiere  a  una  mu- 
jer encinta,  provocándole  el  aborto,  sin  causarle  otro  daño, 
el  culpable  estará  obligado  a  pagar  la  multa  que  le  imponga 
el  marido  de  la  mujer,  con  la  intervención  de  árbitros.  Según 
el  Código  de  Hammurabi,  art.  209,  la  indemnización  consiste 
en  diez  sidos  de  plata,  y  según  el  Cód.  hitita,  arts.  17  y  18, 
la  multa  era  variable,  aunque  sometida  a  arancel.  Las  leyes 
asirias  (arts.  21,  51  -  53)  establecen,  además,  penas  corporales. 


(1)  Seguimos  el  orden  establecido  por  L.B.d.C,  que  lo  justifica 
en  estos  términos:  "En  les  versículos  siguientes  (del  19  al  28)  resta- 
blecemos el  orden  lógico  del  texto  que  parece  invertido:  23-25  que 
expresan  un  principio  general  deben  ir  antes  del  v.  22  (caso  particu- 
lar) ;  20-21  que  hablan  de  golpes  dados  a  los  esclavos,  deben  ir  juntos 
con  26-  27". 


LESIONES  CORPORALES 


239 


que  podrían  llegar  a  la  de  muerte,  y  en  ciertos  casos,  a  im- 
poner la  sustitución  del  hijo  (L.B.d.C).  Probablemente  el  -^aso 
que  aquí  se  tiene  en  vista,  debe  ser,  como  en  Deut..  25,  11,  el 
de  una  mujer  que  interviene  en  favor  de  su  marido  cuando 
éste  riñe  con  otro,  y  estando  ella  encinta  recibe  un  golpe  que 
le  provoca  el  aborto. 

2687.  20  Si  alguno  hiere  a  su  esclavo  o  a  su  esclava  con 
un  palo,  y  muriese  bajo  su  mano,  el  muerto  deberá  ser 
vengado.  21  Pero  si  el  esclavo  sobrevive  un  día  o  dos,  no 
se  infligirá  castiga  al  amo,  por  cuanto  era  su  dinero.  En 
un  caso  semejante  al  del  v.  20,  es  decir,  cuando  el  es- 
clavo por  deudas  hubiere  muerto  a  causa  de  los  golpes 
o  de  miseria,  el  Cód.  de  Hammurabí  (art.  116)  prescribía 
la  muerte  del  hijo  del  culpable.  Nótese  que  en  el  v.  20 
no  se  indica  la  nacionalidad  del  esclavo  o  la  esclava  apaleados, 
y  que  tampoco  se  establece  cómo  y  por  quién  debía  ser  venga- 
do el  que  resultare  muerto  a  causa  de  esos  castigos.  Los  in- 
térpretes judíos  entienden  que  el  amo  incurría  en  tal  caso  en 
la  pena  de  muerte ;  mientras  que  muchos  comentaristas  cris- 
tianos creen  que  la  fijación  de  la  pena  quedaba  librada  al  cri- 
terio de  los  jueces.  Si  el  maltratado  sobrevivía  un  día  o  dos, 
no  recaía  condenación  sobre  el  amo  brutal,  por  entenderse  que 
no  había  tenido  el  propósito  de  cometer  un  homicidio  y  que 
ya  quedaba  suficientemente  castigado  con  la  pérdida  de  su 
esclavo,  que  "era  su  dinero"  (L.B.A.).  26  Si  alguno  al  castigar 
a  su  esclavo  o  a  su  sirvienta  (a  su  esclava),  lo  hiriere  en  un 
ojo,  de  modo  que  perdiere  éste,  deberá  ponerlo  en  libertad  en 
compensación  de  esa  pérdida;  27  si  le  hiciera  saltar  un  diente, 
deberá  ponerlo  en  libertad  para  compensar  la  pérdida  de  ese 
diente.  Es  decir  que  no  existía  el  derecho  del  talión  para  el 
esclavo,  conceptuándose  que  la  libertad  era  suficiente  com- 
pensación al  daño  sufrido. 

2688.  Como  se  ve  por  estas  últimas  prescripciones,  a  pe- 
sar de  los  esfuerzos  humanitarios  del  legislador,  la  condición 
de  los  esclavos  hebreos  no  era  muy  envidiable,  pues  sus  amos 
los  podían  apalear  despiadadamente  hasta  dejarlos  casi  muer- 
tos, pues  bastaba  que  las  víctimas  sobrevivieran  un  día  o  dos 
a  tan  brutales  castigos,  para  que  los  victimarios  quedaran  exen- 
tos de  pena,  por  la  razón  de  que  el  esclavo  era,  como  en  la 


240 


LESIONES  CAUSADAS  POR  ANIMALES 


ley  romana,  su  cosa,  su  res,  o  sea,  "era  su  dinero",  avaluado 
en  30  sidos  (v.  32),  y  por  lo  tanto  el  dueño  podía  disponer  de 
él  a  su  antojo.  ¡Qué  diferencia  entre  esta  cruel  realidad  y  el 
cuadro  idilico  que  en  su  afán  apologético,  nos  presentan  cier- 
tos comentaristas  cristianos,  para  hacernos  creer  que  los  es- 
clavos eran,  en  general,  del  tipo  del  Eliezer  de  las  leyendas 
patriarcales,  el  hombre  de  confianza  de  su  amo  Abraham,  a 
quen  éste  encarga  que  haga  un  largo  viaje  para  elegir  esposa 
para  su  hijo  Isaac,  y  a  quien  si  no  hubiera  tenido  descendien- 
tes, le  iba  a  dejar  toda  su  herencia!  (Gén.  15,  3;  24).  Sin 
embargo,  nada  impide  aceptar  que  algunos  esclavos  fueron 
bien  considerados,  y  hasta  se  encuentra  el  caso  curioso  de  un 
tal  Sesán,  que  teniendo  sólo  hijas,  casó  una  de  éstas  con  un 
esclavo  egipcio  suyo,  para  tener  descendencia  masculina  (I 
Crón.  2,  34-35).  Todas  las  leyes  penales  que  hemos  transcrito, 
y  que  se  refieren  a  delitos  de  lesiones  corporales,  se  encuen- 
tran, ton  variantes,  en  los  códigos  extranjeros  que  hemos  ci- 
tado siguiendo  a  L.B.d.C.  En  general,  descansan  en  el  princi- 
pio de  la  ley  del  tallón  (excepto  el  código  hitita),  o  sea,  que 
el  delincuente  debía  sufrir  un  daño  igual  al  que  había  causado. 
Así  en  Babilonia,  si  una  casa  mal  construida  se  hundía  y  ma- 
taba al  propietario,  el  arquitecto  de  la  misma  incurría  en  la 
pena  capital ;  si  al  hundirse,  perecía  el  hijo  del  propietario,  de- 
bía morir  el  hijo  del  arquitecto.  Los  modernos  penalistas  con- 
sideran hoy  que,  a  pesar  de  la  barbarie  de  la  ley  del  tabón, 
representaba  ella  un  sensible  progreso,  sobre  la  venganza  ins- 
pirada por  la  cólera,  que  no  reconocía  límites.  Al  conseguir  que 
se  aceptara  el  principio  de  que  la  venganza  sólo  era  legítima 
cuando  no  excedía  del  perjuicio  ocasionado,  se  dió  un  gran  paso 
para  evitar  o  apaciguar  las  guerras  entre  familias,  clanes  o 
tribus. 

I 

LESIONES  CAUSADAS  POR  ANIMALES.  —  2689. 
28  Si  un  buey  corneare  (1)  a  una  persona  y  le  produjere  la 
muerte,  el  buey  será  lapidado  y  no  se  comerá  su  carne;  pero 

(1)  El  Diccionario  de  la  Academia  prefiere  el  verbo  acornear.  En 
las  repúblicas  del  Plata  se  usa  el  vocablo  cornear.  Sobre  condena  de 
animales  en  los  países  cristianos  de  la  Edad  Media,  véase  Selecciones 
del  Reader's  Digest,       de  julio  de  1948,  ps.  79  -  81. 


LESIONES  CAUSADAS  POR  ANIMALES 


241 


el  dueño  del  buey  no  será  castigado.  29  Si  el  buey  tenia  ya  la 
costumbre  de  cornear,  y  se  le  hubiere  avisado  al  dueño  y  no 
lo  hubiera  encerrado,  de  modo  que  causare  la  muerte  de  una 
persona,  entonces  ese  buey  será  lapidado  y  su  dueño  será  tam- 
bién muerto.  30  Si  solamente  se  le  impusiera  rescate,  pagará 
por  rescatar  su  vida,  todo  lo  que  le  fuere  impuesto  (no  se 
dice,  si  ese  rescate  debía  ser  fijado  por  los  jueces  o  por  el  de- 
mandante). 31  Si  el  buey  corneare  a  un  niño  o  a  una  niña,  se 
le  aplicará  la  misma  regla.  32  Si  el  buey  corneare  a  un  esclavo 
o  a  una  esclava,  su  dueño  pagará  30  sidos  de  plata  al  amo  de 
la  víctima,  y  el  buey  será  lapidado. 

2690.  Tenemos  aquí  una  serie  de  curiosos  preceptos  so- 
bre la  responsabilidad  jurídica  de  los  animales,  idea  corriente 
entre  los  israelitas,  admitida  aún  después  del  destierro  (Lev. 
20,  15,  16),  y  que  se  explica,  porque  uno  de  los  rasgos  más 
característicos  de  la  antigua  noción  del  derecho  en  Israel  era 
el  acentuado  carácter  objetivo  del  delito.  Realizado  el  hecho 
delictuoso,  no  se  tenían  en  cuenta  sus  motivos  determinantes, 
ni  el  autor  del  mismo :  el  delito,  como  tal,  tenía  forzosamente 
que.  ser  expiado,  y  en  consecuencia,  la  pena  alcanzaba  tanto 
al  animal  como  al  ser  humano.  Ya  vimos  (§  94,  1885,  2149), 
que  el  escritor  sacerdotal  (P),  también  de  la  misma  época,  ex- 
presa que  Elohim,  después  del  diluvio,  al  bendecir  a  Noé  y 
a  sus  hijos,  les  dice,  entre  otras  cosas:  "Pediré  cuenta  de  vues- 
tra sangre  A  TODO  ANIMAL"  que  la  derramare  (Gén.  9,  5). 
Esta  idea  es  conexa  con  la  que  a  renglón  seguido  expresa  el 
mismo  dios :  "Establezco  mi  alianza  con  vosotros,  con  vues- 
tra posteridad,  y  con  todos  los  seres  vivos  que  están  con  vos- 
otros: aves,  ganado  y  todas  las  bestias  salvajes  que  están  con 
vosotros,  todas  las  que  salieron  del  arca"  (ibid,  9,  10).  La 
mentalidad  de  Yahvé  no  era,  según  se  ve,  más  elevada  que  ¡a 
de  los  escritores  que  le  suponían  tales  ideas.  Así,  pues  si  un 
animal  vacuno,  no  acostumbrado  a  cornear,  mataba  a  una  per- 
sona, debería  ser  lapidado  por  su  delito  y  no  se  podía  comer 
su  carne ;  el  dueño,  en  cambio,  aunque  hubiera  sido  negligente 
en  el  cuidado  del  animal,  estaba  exento  de  culpa.  Como  nota 
Bertholet  (p.  310),  no  se  trataba  en  semejante  caso  de  supri- 
mir una  bestia  porque  era  peligrosa,  sino  que  se  quería  casti- 
garla, según  de  ello  da  fe  el  género  de  muerte  que  se  le  iníli- 


242 


LESIONES   CAUSADAS  POR  ANIMALES 


gía:  se  la  lapidaba,  siendo  la  lapidación  el  modo  empleado  pa- 
ra matar  al  criminal,  probablemente  a  fin  de  que  su  temido 
espíritu  fuera  puesto  en  la  imposibilidad  de  circular  a  causa 
de  la  pesada  carga  de  piedras  que  recubría  el  cadáver.  De  es- 
te procedimiento  contra  un  animal  estaban  a  tal  punto  ausen- 
tes las  consideraciones  utilitarias,  que  se  prohibía  formalmen- 
te consumir  su  carne.  "La  naturaleza  del  castigo  infligido,  es- 
cribe L.B.d.C,  se  explica  por  el  temor  de  tocar  a  un  ser  al 
que  amenaza  el  alma  irritada  de  la  víctima,  por  eso  se  le  mata 
de  lejos,  a  pedradas,  y  de  ahí  también  la  prohibición  de  comer 
su  carne.  Por  motivo  análogo,  no  se  permitía  comer  ni  beber 
nada  de  lo  que  hubiera  en  una  casa  al  producirse  en  ella  un 
fallecimiento".  De  conformidad  con  ese  mismo  orden  de  ideas, 
recuerda  L.B.A.,  que  el  legislador  Dracón,  en  Grecia,  había 
ordenado  que  aun  mismo  las  cosas  inanimadas  que  hubieran 
causado  la  muerte  de  algún  ser  humano,  debían  ser  echadas 
fuera  del  país ;  y  según  Lagarde,  dicho  legislador,  que  penaba 
también  con  la  lapidación  el  animal  que  hubiera  muerto  a  un 
ser  humano,  concedía  al  juez  la  facultad  de  condenar  el  animal 
al  destierro  (p.  129). 

2691.  El  aludido  v.  29  nos  proporciona  un  nuevo  ejemplo 
de  que,  a  pesar  de  su  mayor  antigüedad,  la  legislación  babiló- 
nica era,  en  ciertos  puntos,  superior  a  la  hebrea.  En  efecto, 
esta  última  condenaba  a  la  pena  de  muerte  tanto  al  dueño  co- 
mo al  vacuno  corneador  que  mataba  a  una  persona,  si  cono- 
ciendo aquél  el  defecto  de  su  animal,  no  lo  tuviera  debidamente 
encerrado.  En  cambio,  el  Cód.  de  Hammurabí,  al  considerar  el 
mismo  caso,  no  dicta  pena  alguna  contra  el  vacuno,  y  sólo 
impone  al  dueño  una  indemnización.  Así,  en  sus  artículos  250  - 
252  establece :  "Si  un  toro,  al  pasar  por  un  camino,  hiere  o 
mata  a  un  hombre,  esto  no  dará  lugar  a  ninguna  demanda.  Si 
el  toro  de  alguno  es  indómito  y  se  ha  advertido  a  su  dueño 
la  falta  de  ese  animal  indómito,  y  si  a  pesar  de  esto  no  le  ha 
cortado  los  cuernos  al  toro,  o  no  lo  ha  atado,  en  caso  de  que 
ese  toro  hiera  o  mate  a  mi  hombre  libre,  su  dueño  pagará  me- 
dia mina  de  plata.  Si  el  toro  mata  al  esclavo  de  alguno,  el  due- 
ño pagará  un  tercio  de  mina  de  plata".  La  penalidad  he- 
brea distinguía  también  si  la  víctima  era  hombre  libre 
o  simple  esclavo  o  esclava,  pues  en  estos  dos  últimos  casos. 


DAÑOS  CAUSADOS  EN  LA  PROPIEDAD 


243 


el  dueño  del  animal  bravo  sólo  era  condenado  al  pago  de  30  ."-i- 
clos  de  plata,  unos  18  dólares  de  hoy),  que  era  el  precio  me- 
dio de  un  esclavo  en  la  época  en  que  fué  redactado  este  artícu- 
lo (cf.  Lev.  27,  3,  4;  Zac.  11,  11).  Además,  el  animal  debería 
ser  lapidado  por  el  crimen  que  había  cometido.  Finalmente 
observaremos  que  el  caso  que  contempla  el  v.  30,  es  el  único 
de  la  ley  en  que  se  permitía  la  composición  o  sea  el  rescatar 
la  vida  por  un  homicidio  (L.B.d.C;  §  2683  bis). 

DAÑOS  CAUSADOS  EN  LA  PROPIEDAD.  —  2692. 
33  Cuando  alguien  dejare  destapado  un  pozo,  o  cavare  uno  y 
no  lo  cubriere,  si  cayese  en  él  un  buey  o  un  asno,  34  el  dueño 
del  pozo  indemnizará  al  dueño  del  animal  pagándole  su  valor; 
pero  el  animal  muerto  le  pertenecerá  a  aquél. 

35  Si  el  buey  de  alguno  hiriere  mortalmente  al  buey  de 
su  prójimo,  ambos  dueños  venderán  el  buey  vivo  y  se  reparti- 
rán el  precio  lo  mismo  que  el  buey  muerto.  35  Pero  si  era  no- 
torio que  el  buey  era  corneador  anteriormente,  y  que  su  due- 
ño no  lo  vigiló  (o  encerró),  éste  deberá  restituir  buey  por  buey; 
pero  el  animal  muerto  será  suyo  (Ex.  21). 

Para  abrevar  sus  haciendas,  los  habitantes  de  Palestina 
tenían  que  abrir  en  el  campo  pozos,  cuya  boca  se  cubría  ordi- 
nariamente con  una  gran  piedra  lisa  (Gén.  29,  2).  Esos  pozos 
solían  cavarse  hasta  encontrar  agua  de  manantial  o  servían 
para  recoger  aguas  pluviales,  o  agua  de  fuentes  llevada  por 
conductos  o  tubos,  y  entonces  se  llamaban  cisternas.  La  pro- 
longada estación  de  sequía,  desde  mayo  a  setiembre,  obligaba 
a  construir  cisternas  o  aljibes,  tarea  facilitada  por  el  suelo  ge- 
neralmente calcáreo  y  rocoso.  *  El  no  tapar  tales  pozos,  origi- 
naba múltiples  accidentes,  y  de  ahí  las  disposiciones  que  an- 
teceden de  los  vs.  33  y  34  tendientes  a  solucionarlos,  cuando  se 
trataba  de  un  animal  ajeno  que  hubiera  perecido  ahogado,  a 
causa  de  dicha  negligencia.  En  cuanto  a  los  preceptos  de  los 
vs.  35  y  36,  contemplan  dos  casos :  en  el  primero  tratándose 
de  un  accidente  simple,  el  daño  es  repartido  por  mitad  entre 
ambos  dueños ;  en  el  segundo,  como  ha  habido  negligencia  por 
una  de  las  partes  —  lo  que  ya  revela  que  comenzaba  a  consi- 
derarse el  elemento  subjetivo  del  daño  para  valorar  la  respon- 
sabilidad humana,  como  en  el  caso  de  §  2696  —  ella  cargará 
sola  con  las  consecuencias  de  su  descuido. 


244 


ROBO  DE  ANIMALES 


ROBO  DE  ANIMALES.  —  2693.  De  este  tema  tratan 
los  vs.  1  a  4  del  cap.  22 ;  pero  al  transcribirlos,  seguiremos  el 
orden  que,  para  mayor  claridad,  establece  L.B.d.C,  ya  que 
esas  disposiciones  aparecen  desordenadas.  Recuérdese  también 
que  en  algunas  Biblias  hebreas,  el  v.  1  constituye  el  último, 
o  sea,  el  37  del  cap.  21.  22,  1  Si  alguno  hurtare  buey  u  oveja, 
y  los  matare  o  vendiere,  restituirá  cinco  bueyes  por  un  buey, 
y  cuatro  ovejas  por  una  oveja.  4  Si  el  animal  robado,  —  buey, 
asno  u  oveja,  —  fuere  hallado  vivo  en  su  poder,  restituirá  el 
doble.  3''  El  ladrón  debe  siempre  restituir;  pero  si  nada  tiene, 
se  le  venderá  para  la  reparación  de  su  hurto.  La  pena  del  ta- 
llón, o  sea,  la  que  obligaba  al  delincuente  a  sufrir  el  mismo 
daño  que  había  causado,  se  ve  agravada  en  el  caso  de  robo  de 
animales,  que  han  sido  muertos  o  vendidos  por  el  ladrón,  pues 
entonces  éste  debe  resarcir  con  el  cuádruple,  si  se  trataba  de 
ganado  menor  (en  heb.  tson),  oveja  o  cabra;  y  con  el  quíntuplo, 
si  se  trataba  de  ganado  mayor  (en  heb.  bacar)  ,  que  comprendía, 
el  animal  vacuno,  camello,  caballo,  asno  y  mulo.  Esos  vocablos 
hebreos,  bacar  y  tson  se  traducen  a  menudo  en  nuestras  Biblias 
por  "bueyes  y  ovejas".  Si  el  robo  no  era  irreparable  por  haber 
sido  encontrados  vivos  los  animales  hurtados,  en  poder  de!  la- 
drón, este  sólo  debía  restituir  el  doble.  Nota  L.B.d.C.  que  "se- 
gún la  costumbre  actual  del  desierto,  por  un  camello  robado 
se  deben  entregar  cuatro.  El  Código  hitita  (arts.  57  -  73)  exi- 
ge tres,  seis,  siete  o  quince  cabezas  de  ganado,  según  la  es- 
pecie, la  edad  y  el  empleo  del  animal  hurtado".  Más  antigua- 
mente que  la  época  en  que  se  redactaron  estos  preceptos,  se 
exigían  siete  ovejas  por  una  robada.  Así  en  II  Sam.  12, 
(§  1024),  cuando  Natán  en  su  apólogo,  menciona  que  el  rico 
se  apoderó  de  la  corderita  del  pobre  y  la  mató  para  obsequiar 
a  im  huésped  suyo,  David  se  indigna,  y  exclama  que  el  ladrón 
del^erá  restituir  siete  veces  la  oveja  hurtada,  dato  éste  que 
aparece  desfigurado  en  nuestras  Biblias,  las  que  traduciendo 
del  texto  masorético  traen  el  cuádruplo,  o  los  cuatro  tantos 
(v.  6).  Los  masoretas  cambiaron  el  séptuplo  por  el  cuádruplo 
del  texto  hebreo,  (en  los  códices  alejandrino  y  vaticano)  para 
armonizar  II  Sam.  12,  6,  con  Ex.  22,  1  (véase  BERTHOLET, 
p.  308,  y  DHORME,  Les  Livreá  de  Samuel,  p.  358;  cf.  Prov. 
6,  31).  La  ley  israelita,  a  este  respecto,  es  más  benigna  que 


ROBOS.—  INCENDIO 


245 


el  Código  de  Hammurabí,  que  castiga  con  la  pena  de  muerte 
toda  rapiña  sin  distinción,  así  como  numerosos  casos  de  robo 
simple,  estableciendo  además  la  restitución  de  un  valor  de 
diez  a  treinta  veces  superior  (arts.  6-  10,  22,  34). 

OTROS  ROBOS.  —  2694.  22,  2  Si  un  ladrón  fuere  ha- 
llado forzando  o  socavando  una  casa  (1),  y  fuere  herido  mor- 
talmente,  el  heridor  no  será  reo  de  homicidio.  3  Pero  si  ya  hu- 
biera salido  el  sol  cuando  fuere  sorprendido,  habrá  homicidio. 

Aquí  se  contemplan  dos  casos :  1°  cuando  era  herido  mortal- 
mente  el  ladrón  sorprendido  de  noche  tratando  de  horadar  la 
pared  de  una  casa  —  efracción  no  difícil  de  ejecutar,  porque 
en  general  esas  paredes  eran  hechas  de  arcilla,  algo  asi  coukj 
nuestros  ranchos  — ;  y  2^  cuando  el  mencionado  hecho  ocurría 
de  día,  después  de  la  salida  del  sol.  En  el  primer  caso,  se  en- 
tendía que  el  heridor  (que  se  supone  fuera  el  dueño  o  habi  - 
tante de  la  casa)  había  obrado  en  defensa  propia,  y  se  precep- 
tuaba que  no  había  habido  homicidio ;  mientras  que  en  el  se- 
gundo, sí,  lo  que,  como  se  comprende,  es  muy  discutible.  El 
Código  de  Hammurabí  disponía  en  su  art.  21  :  "Si  un  hombre 
ha  perforado  una  casa,  se  le  matará  y  se  le  enterrará  frente 
al  boquete". 

INCENDIO.  —  2695.  22,  5  Cuando  alguno  prendiere 
fuego  en  un  campo  o  en  una  viña  y  dejare  extender  el  incen- 
dio de  modo  que  consuma  una  parte  del  campo  de  otro,  dará 
en  indemnización  el  mejor  producto  de  su  campo  y  de  su  viña. 
6  Cuando  el  fuego,  propagándose  al  exterior,  encontrare  ma- 
torrales de  espinas  y  consumiere  un  montón  de  gavillas,  triga- 
les en  pie  o  todo  un  campo,  el  autor  del  incendio  reembolsará 
lo  que  hubiere  sido  quemado.  Hemos  tomado  estos  dos  ver- 
sículos de  la  versión  que  da  L.B.d.C;  pero  nótese  que  el  v.  5 

(1)  Esto  es  un  caso  que  nosotros  llamamos  de  tentativa  de^obo 
con  efracción.  Esta  última  palabra  no  la  admite  todavía  la  Academia, 
aunque  viene  del  participio  effractus,  a,  um,  del  verbo  latino  effringo, 
quebrantar  con  violencia.  Efractor,  pues,  entre  los  latinos,  era  el  que 
rompe,  quebranta,  descerraja  puerta,  ventana,  pared  o  arca  violenta- 
mente. En  el  t^  II  del  Boletín  Judicial  (Uruguay),  ps.  341-3,  hay  una 
sentencia  de  la  Suprema  Corte  de  Justicia  (julio  22|1912)  confirmando 
otra  sobre  robo  con  efracción. 


246 


SEDUCCION 


es  por  completo  distinto  en  las  traducciones  corrientes,  que 
se  basan  en  el  T.  M.  Así  en  la  Vulgata,  traducida  por  Scío, 
se  lee :  "5  Si  alguno  hiciere  daño  en  campo  o  en  viña,  y  dejare 
ir  su  bestia  a  pastar  lo  ajeno,  restituirá  lo  mejor  que  tuviere  en 
su  campo  o  viña,  según  la  tasa  del  daño".  Aquí  como  se  ve,  no 
se  trata  de  incendio,  sino  que  se  pena  al  individuo  negligente 
que  deja  ir  sus  animales  al  terreno  ajeno  donde  pacen  o  cau- 
san daño  en  las  plantaciones  de  otro,  obligándolo  a  pagar  al 
damnificado  lo  mejor  que  tuviere  en  su  propio  campo,  aun 
cuando  lo  ramoneado  fuera  de  calidad  inferior,  lo  que  estaría 
de  acuerdo  con  el  art.  107  del  Código  hitita.  Defiende  L.B.d.C. 
su  traducción  diciendo  que  las  palabras  hebreas  que  se  en- 
tienden en  el  sentido  de  "hacer  pacer  o  pastorear"  y  de  "su 
bestia  o  su  ganado",  reaparecen  en  el  v.  6  con  las  acepciones 
de  "incendiar"  e  "incendio" ;  por  eso  les  da  la  misma  acepción 
€n  ambos  versículos.  Y  con  respecto  al  citado  v.  6  expresa: 
"La  pena  es  algo  menos  grave  que  en  el  caso  precedente,  sin 
duda  porque  esta  vez  el  vecino  había  cometido  la  imprudencia 
de  dejar  en  su  terreno  materias  muy  inflamables,  como  monto- 
nes de  espinas.  El  Código  hitita,  más  severo,  exige  la  sustitu- 
ción del  campo  o  de  los  árboles  incendiados,  y  en  ciertos  ca- 
sos, una  suma  de  dinero  (arts.  105,  106). 

SEDUCCION.  —  2696.  22,  16  Si  alguno  sedujere  a  una 
doncella  no  desposada,  y  se  acostare  con  ella,  entregará  (al 
padre)  una  suma  de  dinero  igual  al  precio  de  compra  (de  la  jo- 
ven) y  la  tomará  por  mujer.  17  Si  el  padre  rehusare  dársela, 
pagará  en  dinero  lo  que  se  da  por  el  precio  de  compra  de  las 
doncellas  (1).  El  caso  de  seducción  de  una  mujer  virgen,  que 
entre  nosotros  se  rige  por  la  ley  penal,  era  entre  los  israelitas 
una  simple  cuestión  de  derecho  civil.  Siendo  la  mujer,  esposa 
o  hija,  propiedad  del  hombre,  esposo  o  padre,  la  seducción  de 
una  doncella  causaba  un  perjuicio  pecuniario  a  su  progenitor, 
que  debía  ser  indemnizado  con  el  mohar,  esto  es,  con  el  im- 
porte del  precio  generalmente  establecido  para  la  compra  de 
una  mujer,  estando  obligado  además  el  seductor  a  casarse  con 


(1)  Los  traductores  ortodoxos  ponen  en  estos  versículos,  dote  en 
vez  de  precio  de  compra,  ocultando  así  el  sentido  del  texto. 


CRIMENES  CONTRA  YAHVE 


247 


ella,  sin  divorcio  posible,  si  había  empleado  violencia  para  la 
violación:  "no  podrá  despedirla  en  todos  sus  días"  (Deut.  22, 
28,  29;  §  3317).  Si  el  matrimonio  no  se  efectuaba  por  oposi- 
ción del  padre  (o  también  de  la  hija,  según  el  Talmud),  el 
seductor,  no  estaba  menos  obligado  a  pagarle  el  mohar.  Este 
precio  era  corrientemente  de  50  sidos  de  plata  (unos  30  dóla- 
res, Deut.  22,  29),  aun  cuando  las  hijas  de  altos  personajes, 
como  las  princesas,  costaban  más  caro  (cf.  I  Sam.  18,  18,  23). 
Manifiesta  Bertholet  (p.  178)  gue  el  mohar  se  pagaba  al  ce- 
lebrarse los  esponsales,  de  modo  que  eran  éstos  y  no  el  ma- 
trimonio lo  que  jurídicamente  hacía  de  la  joven  la  esposa  del 
marido,  aun  cuando  en  la  práctica,  el  matrimonio  seguía  in- 
mediatamente al  pago  del  mohar.  Por  eso  el  v.  16,  que  comen- 
tamos, se  refiere  al  caso  de  seducción  de  doncella  no  despos2- 
da,  porque  si  lo  fuere,  sería  cuestión  de  adulterio,  pues  la  jo- 
ven se  consideraba  ya  casada,  y  entonces  el  seductor  y  la  vio- 
lada debían  ser  lapidados,  si  el  hecho  había  ocurrido  en  ciudad 
donde  la  mujer  hubiera  podido  demandar  socorro;  pero  si  el 
estupro  o  violación  hubiere  sido  en  despoblado,  el  hombre  su- 
fría la  pena  de  muerte,  mientras  que  la  mujer  quedaba  exenta 
de  toda  condena,  porque  "aunque  dió  voces,  no  hubo  quien 
la  librase"  (Deut.  22,  23  -27).  Como  entre  el  Libro  de  la  Alian- 
za y  el  Deuteronomio  medían  unos  dos  o  tres  siglos,  obsér- 
vese cómo  a  la  primitiva  noción  objetiva  del  delito  se  fué  sus- 
tituyendo la  concepción  subjetiva  del  mismo,  adquiriendo  así 
mayor  valor  la  responsabilidad  humana,  que  termina  por  ser 
exclusivamente  personal  (Deut.  24,  16). 

BESTIALIDAD.  —  2697.  El  comercio  sexual  con  ani- 
males se  castigaba  con  la  pena  de  muerte  (Ex.  22,  19).  Sobre 
esta  inmoralidad,  frecuente  entre  los  egipcios,  cananeos  y  otros 
pueblos  de  la  antigüedad,  legisló  posteriormente,  con  más  de- 
tención, el  Levítico,  haciendo  extensiva  la  pena  de  muerte, 
también  al  animal  (18,  23;  20,  15,  16). 

CRIMENES  CONTRA  YAHVE.  —  2698.  Bajo  este 
epígrafe  comprendemos:  a)  el  culto  de  divinidades  extranje- 
ras ;  y  b)  la  hechicería,  —  considerados  en  el  Libro  de  la  Alian- 
za como  crímenes  merecedores  de  la  pena  capital.  Más  tarde 


248 


CRIMENES  CONTRA  YAHVE 


e]  Deuteronomio  y  el  Levítico  aumentaron  ese  número  con  la 
adoración  de  los  astros  (Deut.  17,  2-5),  la  evocación  de  los 
espíritus  o  espiritismo  y  adivinación  (Lev.  20,  27),  la  blasfe- 
mia (Lev.  24,  15-16)  y  el  falso  profetismo  (Deut.  18,  20-22), 
hechos  todos  que  motivaban  la  muerte  por  lapidación  del  cul- 
pable, menos  en  este  último  caso,  en  que  no  se  menciona  la 
forma  de  muerte  a  aplicarse.  De  la  rriisma  pena  capital  fueron 
pasibles  la  inobservancia  de  ciertos  ritos  religiosos,  tales  co- 
mo la  violación  del  sábado  (Ex.  31,  15;  35,  2),  no  celebrar 
la  pascua  (Núm.  9,  13),  no  guardar  el  día  de  las  expiaciones 
(Lev.  23,  29),  comer  grasa  o  sebo  de  vaca,  de  oveja  o  de  ca- 
bra (Lev.  7,  23  -25),  consumir  cualquier  clase  de  sangre  (Lev. 
7,  27;  17,  10),  y  fabricar  el  aceite  de  la  unción  santa,  no  siendo 
sacerdote,  o  dar  o  aplicar  dicho  aceite  al  que  no  fuera  de  la 
estirpe  sacerdotal  (Ex.  30,  31  -33). 

a)  Culto  de  divinidades  extranjeras.  —  2699.  Ex.  22, 
20  El  que  sacrificare  a  otros  dioses,  será  exterminado  (o  hecho 
anatema,  o  muerto,  según  los  distintos  traductores),  salvo  a 
Yahvé  solamente.  Estas  cuatro  últimas  palabras,  que  se  en- 
cuentran en  el  T.M.  son  consideradas  una  glosa  por  L.B.d.C, 
dada  su  colocación ;  pero  de  todos  modos  el  versículo  sancio- 
na con  la  pena  de  muerte  el  culto  de  cualquier  otro  dios  que 
no  fuera  el  que  para  sí  había  adoptado  Israel.  Nótese  que  el 
precepto  reconoce  la  existencia  de  otros  dioses,  vale  decir,  el 
derecho  de  cada  pueblo  a  tener  el  suyo  o  los  suyos ;  lo  que 
quiere  el  legislador  es  monopolizar  para  el  dios  nacional,  Yah- 
vé.,  la  adoración  de  sus  fieles.  Léase  lo  que  al  respecto  hemos 
dicho  con  anterioridad,  en  §  393  a  395.  Scío,  que  traduce  de 
la  Vulgata  ese  versículo,  en  esta  forma :  "El  que  sacrifica  a 
dioses,  excepto  al  solo  Señor,  será  muerto",  agrega  en  nota : 
"El  hebreo  trae  será  cortado  del  pueblo  con  públicas  execra- 
ciones, será  anatematizado.  No  sólo  perdía  la  vida,  sino  que 
se  quemaban  o  vendían  a  voz  de  pregón  todos  sus  bienes.  Y 
esta  pena  se  extendía  muchas  veces  a  familias,  a  ciudades  y  a 
naciones  enteras  (I  Sam.  15,  3)".  Los  pueblos  de  la  antigüe- 
dad tenían  su  religión  del  Estado,  pues  se  creía  que  éste  no 
podía  desempeñar  sus  funciones  sin  que  se  realizaran  los  ri- 
tos debidos,,  por  lo  que  todo  miembro  de  la  sociedad  estaba 
obligado  a  celebrarlos,  so  pena  de  incurrir  en  condenación  de 


CRIMENES  CONTRA  YAHVE 


249 


muerte,  como  traidor  a  la  patria  o  elemento  antisocial.  El  dios 
patrono  exigía,  pues,  que  se  le  rindiera  culto;  pero  por  lo  demás, 
no  era  intolerante:  el  ciudadano  podía  generalmente  adorar  los 
dioses  que  fueran  más  de  su  agrado,  sin  molestia  alguna,  lo 
que^  como  se  ve,  no  ocurría  en  la  época  del  Libro  de  la  Alian- 
za. En  Atenas,  sobre  todo  al  fin  del  siglo  V  a.n.e.,  se  casti- 
gaba severamente  la  negación  de  la  existencia  de  los  dioses  y 
la  profanación  de  su  culto,  como  de  ello  dan  fe  los  procesos  de 
impiedad,  que  nos  han  sido  transmitidos,  de  los  cuales  el  más 
célebre  es  el  que  condenó  a  Sócrates  a  beber  la  cicuta  (1).  El 
ateísmo  en  Grecia  era  el  gran  delito  religioso,  pues  como  dice 
Decharme,  "la  presencia  de  un  ateo  era  una  mancha  que  había 
que  lavar ;  constituía  para  el  Estado  una  amenaza  de  conta- 
gio que  se  debía  conjurar,  además  de  ser  peligro  de  cólera  ce- 
lestial, del  que  era  menester  preservar  a  sus  hijos"  (p.  178). 
El  legislador  israelita  del  siglo  VIII  exige  que  se  sacrifique 
sólo  al  dios  nacional,  estableciendo  así  una  religión  intoleran- 
te de  corte  formalista,  que  no  encuadra  con  los  sentimientos 
que  era  dable  esperar  en  un  dios  transformado  después  por 
judíos  y  cristianos  en  el  Ser  Supremo.  Sentó  así  un  culto  m.o- 
nolátrico,  que  sólo  más  tarde  fué  convertido  por  los  grandes 
profetas  en  monoteísmo  (§  352),  religión  colectiva,  mero  re- 
sorte del  Estado,  muy  lejos  de  aquélla  individual  e  íntima  que 
busca  sinceramente  la  comunión  con  la  divinidad,  como  ocu- 
rrió con  ciertas  formas  posteriores  de  la  piedad  judía,  que  se 
revelan  especialmente  en  los  salmos. 

2700.  Relacionado  con  esta  prohibición  punitiva  de  Ex. 
22,  20,  existen  entre  los  debarim  otros  dos  preceptos  que  la 
complementan.  El  primero  dice:  No  maldecirás  a  Elohim,  (Ex. 
22,  28)  (2),  que  lo  traduce  la  Vulgata :  "No  hablarás  mal  de 


(1)  P  .  DECHARME.  La  critique  des  traditior.s  religieuses  chez 
Ies  Grecs  des  origines  au  temps  de  Plutarque,  cap.  VI. 

(2)  Sobre  la  2^  parte  del  v.  28  de  Ex.  22:  "y  r.o  maldecirás  un 
príncipe  entre  tu  pueblo  (o  el  jefe  de  tu  pueblo"  —  V.  S.),  escribe 
Causse:  "No  se  trata  en  manera  alguna  del  rey.  La  palabra  'am  designa 
aquí  al  clan,  y  la  palabra  príncipe,  nasí  (§  3222),  designa  simplemente 
a  los  jefes  de  clan  (cf.  Ex.  35,  27;  Lev.  4,  22;  Núm.  10,  4;  34,  18;  Jos.  9, 
18).  Aunque  el  término  nasí  aparece  sólo  en  documentos  exílicos  y 
postexíticos,  y  particularmente  en  Ezequiel,  Esdras  y  el  Código  sacer- 
dotal, los  nesüm  de  los  textos  citados  corresponden  a  los  sarim  (§  3231) 


250 


LA  HECHICERIA 


los  dioses";  Valera:  "No  injuriarás  a  los  dioses";  Pratt,  en  la 
Versión  Moderna :  "No  injuriarás  a  Dios",  agregando  en  nota, 
"o  a  los  jueces";  Reuss,  Causse,  y  la  Versión  Sinodal:  "No 
blasfemarás  contra  Dios".  El  traducir  aquí  Elohim  (Dios)  por 
los  dioses,  procede  de  la  versión  griega  de  los  LXX,  traduc- 
ción esa  aceptada  por  Josefo  y  Filón,  quienes  basándose  eu 
este  texto,  ensalzaron  la  gran  tolerancia  de  la  religión  de  Moi- 
sés, tolerancia  que  sería  un  anacronismo,  y  que  estaría  en 
oposición  con  el  v.  20  que  comentamos,  y  con  23,  13,  texto  de 
que  en  seguida  nos  ocuparemos.  Esa  interpretación  por  más  ab- 
surda que  sea,  se  concibe,  según  manifiesta  Reuss,  en  la  situa- 
ción en  que  se  encontraba  el  judaismo  en  la  época  de  aquellos 
autores.  También  es  inaceptable  la  traducción  "los  jueces", 
pues  el  vocablo  Elohim  nunca  tiene  ese  sentido.  Se  trata,  agre- 
ga L.B.d.C,  de  maldiciones  proferidas  contra  Yahvé  (véase 
§  357,  358;  I  Rey.  21,  10),  y  ya  sabemos  el  poder  que  se  les 
confería  a  las  maldiciones  (§  2317).  El  segundo  precepto  an- 
teriormente aludido,  es  el  siguiente :  "No  pronunciaréis  el  nom- 
bre de  otros  dioses,  ni  se  le  escuchará  en  vuestra  boca"  (Ex. 
23,  13'').  Recuerda  L.B.d.C.  que  el  término  hebreo  traducido 
en  este  pasaje  por  pronunciar  tiene  a  menudo  el  matiz  de  ce- 
lebrar, invocar,  y  que  quizá  fuera  éste  el  sentido  que  aquí  ha- 
bría que  darle ;  pero  de  todos  modos  la  prohibición  de  pro- 
nunciar el  nombre  de  otras  divinidades  distintas  del  dios  na- 
cional, se  encuentra  en  la  parte  final  del  precepto.  Según  las 
ideas  de  los  antiguos  pueblos,  el  pronunciar  el  nombre  de  un 
ser  divino  equivalía  a  llamarlo,  y  de  ahí  la  citada  interdicción : 
"el  nombre  de  otros  dioses  no  sea  escuchado  en  vuestra  boca". 
Aún  hoy,  persisten  tales  ideas  supersticiosas,  y  más  de  un  cre- 
yente no  se  atreve  a  nombrar  al  diablo,  por  temor  de  que  se 
le  aparezca  (véase  nuestra  Introducción,  §  130). 

2701.  b)  La  hechicería.  Ex.  22,  18  No  permitirás  vivir  a 
la  hechicera.  La  Vulgata  trae:  "No  permitirás  que  vivan  los 
hechiceros",  y  Scío  anota:  "El  hebreo  dice  a  la  hechicera,  y 
usa  del  género  femenino,  porque  este  sexo  es  más  propenso  a 

del  cántico  de  Débora:  "Los  sarim  (jefes  o  caudillos)  de  Isacar  están 
con  Débora"  (Jue.  5,  15).  Tendríamos,  pues,  en  la  prohibición  de  Ex. 
22,  27b,  una  alusión  a  la  dignidad  mística  y  a  los  poderes  mágicos  de 
los  jefes  de  clan"  (R.H.Ph.R.  t?  12.  p,  lU.  n.  36). 


LA  HECHICERIA 


251 


estas  artes  y  embustes ;  pero  Moisés  sujeta  aquí  a  pena  de 
muerte  a  todos  los  que  se  emplearen  en  sortilegios,  hechice- 
rías, maleficios,  adivinaciones,  etc.,  por  ser  éste  un  delito  de 
apostasía,  por  el  que  el  hombre  renuncia  a  Dios,  y  recurre  al 
demonio,  que  es  su  enemigo  capital.  Por  esta  misma  razón, 
y  por  considerarse  los  que  se  entregan  a  semejantes  ejercicios, 
como  una  peste  la  más  perniciosa  de  la  República,  los  con- 
denan también  las  leyes  civiles  al  último  suplicio".  Probable- 
mente en  esto  último  se  refiere  Scío  a  las  leyes  de  Partidas, 
vigentes  en  España,  en  la  época  en  que  él  escribía,  las  que  con- 
denaban a  los  adivinos,  agoreros,  sorteros  o  hechiceros  a  la 
pena  de  muerte;  sus  encubridores,  a  la  de  destierro  perpetuo; 
a  los  que  acudían  a  ellos  y  los  creían,  a  la  de  pérdida  de  la 
mitad  de  sus  bienes;  y  a  los  jueces  negligentes  en  su  castigo, 
a  la  de  privación  del  oficio  y  confiscación  de  la  tercera  parte 
de  la  hacienda.  Sin  embargo,  añade  Escriche,  que  en  la  prác- 
tica (quizá  en  su  época)  se  conmutó  la  pena  capital  por  la  de 
azotes  a  los  hombres,  y  por  la  de  sacar  emplumadas  y  encoro- 
zadas a  las  mujeres.  Termina  con  muy  buen  tino  ese  juriscon- 
sulto expresando  que  para  destruir  tales  preocupaciones  y  erro- 
res, vale  más  la  ilustración  que  el  castigo.  Léase  lo  que,  sobre 
este  tema,  decimos  en  nuestra  Introducción,  §  146. 

2702.  La  iglesia  católica,  a  pesar  del  citado  precepto  de 
Ex.  22,  18,  no  consideró,  en  general  hasta  mediados  del  siglo 
XIV,  a  la  hechicería,  sino  como  un  pecado ;  pero  fué  Jvia.n 
XXII,  que  ejerció  el  papado  de  1316  a  1334,  el  que  asimilándo- 
la a  la  herejía,  contribuyó  a  su  difusión,  al  considerarla  como 
un  hecho  real,  pasible  de  los  más  terribles  castigos.  El  ex  - 
abate  J.  Franjáis  escribe  al  respecto:  "El  siglo  XIV  juega  ca- 
pital papel  en  la  historia  de  las  represiones  de  la  hechicería. 
Bajo  la  influencia  de  Juan  XXII,  esa  superstición  popular  cori- 
denada  hasta  entonces,  se  transformó  en  verdadero  dogmü., 
impuesto  pronto  por  la  fuerza  a  los  últimos  escépticos.  En  ade- 
lante no  se  volverá  más  a  predicar  al  pueblo  que  los  hechice- 
ros son  charlatanes;  sino  al  contrario  que  son  crmiinales  liga- 
dos a  Satán  por  un  pacto  y  dignos  de  los  mismos  suplicios  que 
la  herejía"  (p.  25).  Juan  XXII,  que  padecía  de  la  manía  de 
persecución,  pues  durante  todo  su  pontificado  se  quejaba  de 
imaginarios  enemigos  que  atentaban  contra  su  vida  con  sus 


252 


LA  HECHICERIA 


operaciones  mágicas,  encargó  a  los  inquisidores  que  persiguie- 
ran especialmente  a  los  magos  y  hechiceros,  de  quienes,  en  su 
bula  Super  illius  spécula,  dice  que  "sacrifican  a  los  demonios 
y  los  adoran,  fabrican  o  se  procuran  imágenes,  anillos,  redo- 
mas, espejos  y  otros  objetos  más  en  !os  que  fijan  a  los  demo- 
nios por  su  arte  mágica,  obtienen  de  ellos  respuestas,  y  les  pi- 
den su  ayuda  para  ejecutar  sus  perversos  designios,  compro- 
metiéndose a  la  más  vergonzosa  servidumbre  para  la  más  ver- 
gonzosa de  las  cosas".  Las  penas  fijadas  por  la  bula  para  los 
culpables  eran  la  hoguera  y  demás  aplicadas  a  los  herejes,  in- 
cluso la  confiscación  de  bienes. 

2702  bis.  El  papa  Inocencio  VIII  (1484-1492),  de  quien 
afirma  Gebhardt  que  en  él  habían  desaparecido  toda  dignidad 
y  todo  pudor,  el  mismo  año  de  su  ascensión  al  pontificado, 
publicó  su  bula  Summis  desiderantes,  contra  los  hechiceros, 
bula  en  la  que  se  inspiraron  los  autores  del  Malleus  malefico- 
rum,  del  que  hablamos  en  §  146  de  nuestra  Introducción.  En 
esa  bula,  Inocencio  VIII  concedía  amplia  c^utorización  a  los 
inquisidores  dominicanos  y  profesores  de  teología,  Enrique 
Institor  y  Santiago  Sprenger,,  para  que  en  Alemania  pudieran 
corregir,  castigar  y  encarcelar  a  los  hechiceros,  de  los  que 
afirma :  "se  entregan  a  excesos  con  los  demonios  íncubos  y 
súcnbos ;  por  sus  encantamientos,  hechizos,  conjuraciones  y 
otras  supersticiones  sacrilegas,  por  sus  sortilegios,  sus  excesos, 
sus  crímenes  y  sus  faltas,  perecen  y  mueren  las  criaturas  al 
nacer,  los  productos  de  los  rebaños,  las  cosechas,  los  racimos 
de  las  viñas,  las  frutas  de  los  árboles,  los  hombres,  las  muje- 
res, los  rebaños,  el  ganado,  las  diversas  especies  de  animales, 
las  viñas,  los  prados,  los  vergeles,  los  campos  de  pastoreo,  los 
trigos  y  las  otras  producciones  del  suelo ;  los  hombres  mismos, 
las  mujeres,  las  bestias  de  carga,  los  otros  animales  son  ata- 
cados y  torturados  por  males  y  tormentos  tanto  internos  como 
externos ;  a  los  hombres  se  les  impide  engendrar  y  a  las  mu- 
jeres concebir,  y  a  los  maridos  y  a  sus  esposas  ejercer  respec- 
tivamente sus  actos  conyugales.  Hasta  la  misma  fe  que  reci- 
bieron en  el  santo  bautismo,  la  reniegan  sacrilegamente.  A 
instigación  del  enemigo  del  género  humano,  ya  no  temen  co- 
meter numerosos  crímenes,  otros  excesos  y  maldades  con  pe- 
ligro de  sus  almas,  con  menosprecio  de  la  majestad  divina  y 


PROCEDIMIENTO  JUDICIAL 


253 


con  escándalo  de  las  multitudes".  Siendo  tan  graves  los  daños 
causados  por  los  hechiceros,  Inocencio  VIII  les  da  a  los  nom- 
bres inquisidores  amplios  poderes  para  proceder  contra  aqué- 
llos, y  ordena  al  obispo  de  Estrasburgo  que  reprima  toda  ten- 
tativa de  obstrucción  o  de  intervención^  imponiendo  la  excomu- 
nión y  otras  penas  más  temibles  aún,  requiriendo,  en  caso 
necesario,  el  concurso  del  brazo  secular,  y  termina  dicha  bu- 
la con  estas  palabras:  "Que  a  nadie  le  sea,  pues,  permitido  in- 
fringir esta  página  de  nuestra  declaración,  extensión  de  po- 
deres, concesión  y  mandato,  o  de  contradecirlos  por  audacia 
temeraria.  Si  alguien  pretendiera  tentarlo,  incurriría,  sépalo 
bien,  en  la  indignación  del  Dios  todopoderoso  y  de  los  bien- 
aventurados apóstoles  Pedro  y  Pablo".  El  célebre  historiador 
de  la  inquisición,  Enrique  Carlos  Lea,  comentando  esta  bula, 
agrega :  "Después  de  tal  decisión,  contestar  la  realidad  de  la 
hechicería  hubiera  sido  dudar  de  la  autoridad  del  Vicario  de 
Cristo ;  tratar  de  ayudar  a  algxin  acusado,  era  obstaculizar  a 
la  Inquisición.  Armados  de  tales  poderes,  los  dos  inquisidores, 
llenos  de  celo,  atravesaron  el  país,  dejando  tras  ú  un  reguero 
de  sangre  y  de  fuego,  inculcando  a  las  poblaciones  la  creen- 
cia absoluta  en  todos  los  horrores  de  la  hechicería  y  despertan- 
do en  todos  los  corazones  un  terrible  pavor.  Ambos  se  jactaron 
de  haber  quemado  en  el  pueblito  de  Ravenspurg,  48  víctimas 
en  cinco  años"  (t°  lll,  p.  649).  Tales  fueron  algunos  de  los  de- 
plorables frutos  de  la  creencia  en  los  demonios,  y  de  los  bár- 
baros preceptos  contra  la  hechicería,  que  se  encuentran  en  el 
Antiguo  Testamento.  Recordemos  finalmente  para  concluir 
con  este  tema,  el  caso  del  rey  Saúl,  que  trató  de  extirpar  de 
Israel  a  los  nigromantes  y  adivinos;  pero  concluyó  al  fin  de 
su  vida,  por  utilizar  él  mismo  las  artes  mágicas  de  la  hechi- 
cera de  Endor  (I  Sam!  28,  3,  7  -25;  §  968-972). 

PROCEDIMIENTO  JUDICIAL.  —  2703.  Ex.,  23,  l'' 
No  prestarás  tu  concurso  al  malo,  sirviéndole  de  testigo  fal- 
so. 2^  Cuando  atestiguares  en  un  proceso,  no  te  pongas  del 
lado  del  mayor  número  para  hacer  doblegar  la  justicia.  5  No 
favorecerás  al  pobre  en  su  causa.  6  No  atentarás  contra  el 
derecho  del  pobre  en  su  causa.  7  Abstente  de  toda  palabra 
mentirosa  (o  apártate  de  todo  asunto  fraudulento) :  no  vayas 


254 


PROCEDIMIENTO  JUDICIAL 


a  causar  la  muerte  del  inocente  y  del  justo,  ni  hacer  absolver 
al  culpable.  8  No  admitirás  regalos,  porque  éstos  ciegan  a  los 
perspicaces  y  hacen  aparecer  malas  las  causas  de  los  justos. 

Estos  preceptos  relativos  a  los  deberes  de  los  testigos  y  los 
jueces,  junto  con  algunas  referencias  a  juramentos  }  a  asun- 
tos que  deben  jore.sentarse  ante  Elohim  (22,  8-11),  es  lo  úni- 
co que  nos  ofrece  el  Libro  de  la  Alianza  sobre  procedimiento 
judicial  ,  lo  que  confirma  el  carácter  fragmentario  de  esta  co- 
lección legislativa.  L.B.d.C.  observa  que  los  vs.  4  y  5  que  se- 
paran dichas  disposiciones,  no  pueden  haber  figurado  en  la 
primitiva  recopilación ;  lo  mismo  que  la  repetición  de  las 
prescripciones  sobre  los  extranjeros  (22,  21  y  23,  9)  proba- 
blemente indica  que  proceden  de  dos  antiguas  colecciones 
de  leyes  diferentes.  En  el  Israel  nómade,  las  cuestiones  que 
se  suscitaban  entre  sus  miembros  las  resolvían  los  ancianos, 
o  personas  que  más  se  detacaban  entre  ellos  por  su  rectitud 
moral,  o  por  su  experiencia.  Al  pasar  a  la  vida  sedentaria,  los 
ancianos  del  clan  o  de  la  tribu  fueron  reemplazados  por  los 
de  la  aldea  o  ciudad,  en  cuya  puerta  se  celebraba  la  audien- 
cia pública  y  se  dictaban  las  sentencias,  después  de  oidas 
las  partes  y  sus  testigos.  Paralelamente  con  esta  jurisdicción 
profana,  existia  la  jurisdicción  sagrada  o  sacerdotal,  que  se  da- 
ba por  el  sacerdote  en  un  santuario  en  nombre  de  Yahvé  (§  347). 
Al  establecerse  la  monarquía,  el  rey  es  el  juez  supremo,  que 
falla  en  última  instancia  (II  Sam.  14,  4-11);  pero  en  otras 
ocasiones  fallaba  en  primera  y  única  instancia  (II  Sam.  15,  2  -  6). 
Salomón  construyó  una  sala  especial  para  administrar  justicia 
(I  Rey.  7,  7).  La  institución  de  los  ancianos  era  la  más  ve- 
nerable, porque  remontando  a  la  época  del  desierto,  se  la  con- 
ceptuaba de  origen  mosaico,  mientras  que  la  justicia  del  rey 
era  más  bien  considerada  como  institución  profana,  mucho  más 
reciente  y  formada  a  imitación  del  extranjero.  Sobre  la  orga- 
nización judicial  de  los  ancianos,  establecida  por  Moisés,  ha- 
bía dos  tradiciones:  la  de  Ex.  18,  13-26  y  la  de  Núm.  11, 
16-30,  que  hemos  estudiado  en  §  347  y  en  §  847-849  respecti- 
vamente. La  primera  "la  de  Ex.  18,  expresa  Causse,  según  la 
cual  Moisés  habría  instalado  a  los  ancianos  como  jueces,  si- 
guiendo el  consejo  de  Jetró,  su  suegro,  representa  sin  duda, 
la  tradición  más  antigua  y  seguramente  la  más  sobria  o  pru- 


PROCEDIMIENTO  JUDICIAL 


255 


dente.  En  la  vanante  de  Núm.  11,  ya  no  es  cuestión  de  Jetró, 
sino  que  Moisés  está  solo  y  aparece  como  el  profeta  ¿upiemo 
que  lleva  todo  el  peso  de  su  pueblo,  y  en  ella  se  especifica  cla- 
ramente que  los  ancianos,  elegidos  e  inspirados  para  asistirlo 
en  su  tarea,  no  tienen  sino  una  pequeñísima  parte  de  ?u  esoí- 
ritu"  (R.H.Ph.R.  t^  12.  ps.  114  -  115.  n.  39)  . 

2704.  Escribiendo  sobre  el  Libro  de  la  Alianza,  dice  así 
el  profesor  Emilio  Golay :  "No  es  un  código  aplicable  por  un 
tribunal  debidamente  constituido,  sino  más  bien  una  colección 
de  preceptos  que  fijaban  la  costumbre  que  el  legislador  coloca 
bajo  la  salvaguardia  de  la  divinidad.  Sin  embargo,  prevé  la 
existencia  de  un  embrión  de  tribunal :  los  ancianos  de  la  tribvi 
o  del  clan  que  manifiestan  el  derecho  (Ex.  21,  22);  pero  ese 
tribunal  no  parece  que  fuera  permanente.  En  este  período  de 
la  civilización,  el  individuo  es  en  tealidad  su  propio  juez  y  su 
propio  justiciero.  Con  toda  naturalidad  su  clan  se  declara  a 
su  favor,  y  la  querella  personal  puede  llegar  a  ser  la  de  todo 
un  grupo  contra  otro  grupo"  (artículo  Talion  del  Dict.  Encyc). 
En  cuanto  3  los  transcritos  preceptos  que  comentamos  (§  2703), 
nótese  que  son  simples  consejos  o  recomendaciones  que  entran 
en  la  categoría  de  los  debarim  (§  2671)  y  que  tienden  en  pri- 
mer término  a  recordar  a  los  testigos  su  responsabilidad.  Ge- 
neralmente no  existía  juicio  sin  prueba  testifical;  pero  no  se 
podía  condenar  a  nadie  a  muerte  por  la  declaración  de  una 
sola  persona  (Núm.  35,  30;  Deut.  17^  6).  Las  recomendaciones 
arriba  expuestas  están  llenas  de  equidad  y  buen  sentido:  no 
ayudar  al  inicuo  dando  a  su  favor  un  testimonio  falso,  testi- 
monio que  bien  puede  contribuir  a  la  muerte  del  inocente  co- 
mo a  la  absolución  del  -culpable ;  no  dejarse  llevar  por  la  opi- 
nión de  la  multitud,  cuando  al  declarar  o  sentenciar  se  tiene 
una  opinión  contraria;  y  a  fin  de  evitar  el  cohecho,  o  sea,  la 
corrupción  de  los  jueces,  aconseja  a  éstos  que  no  admitan  dá- 
divas, porque  según  un  proverbio  popular  repetido  en  Deut. 
16,  19,  los  regalos  cierran  los  ojos  de  los  sabios  y  falsean  las 
palabras  de  los  justos,  o  dañan  la  causa  de  los  inocentes.  Nota 
Causse  que  "la  insistencia  con  la  que  el  legislador  recuerda 
que  no  se  debe  hacer  doblegar  el  derecho  del  indigente  y  que 
los  jueces  no  deben  dejarse  corromper  por  regalos,  indica  su- 
ficientemente que  cuando  se  redactó  el  Código  de  la  Alianza 


256 


PRECEPTOS  HUMANITARIOS 


en  su  forma  actual,  se  habían  introducido  muy  graves  abusos 
en  la  práctica  de  los  juicios,  precisamente  los  abusos  que  re- 
prochan los  profetas  a  los  jueces  reales  (Ex.  23,  1  -3,  6-9;  cf. 
Am.  2.  6-7:  Is.  1.  26;  5.  23)".  R.H.Ph.R.  t''  12,  p.  114.  En 
cuanto  al  y.  3,  L.B.d.C,  siguiendo  la  indicación  de  Reuss,  lo 
traduce  así :  "No  favorecerás  al  grande  en  su  causa",  en  vez 
de  "al  pobre",  como  trae  el  T.M.  Expresa  Reuss  que  de  acuer- 
do con  Lev.  19,  15,  uno  se  siente  tentado  a  cambiar  pobre  por 
grande,  ya  que  se  trata  de  la  sustitución  de  una  consonante  a 
otra  que  se  le  asemeja  (gdl,  grande,  por  wdl,  pobre);  obser- 
vación que  acepta  y  sigue  L.B.d.C,  justificándola  con  este  ra- 
zonamiento: "la  parcialidad  de  los  jueces  israelitas,  que  ellos 
mismos  eran  grandes,  no  se  ejercía  en  favor  de  los  pequeños" 
o  pobres.  La  organización  judicial  y  el  sistema  procesal  de 
Babilonia,  en  época  de  Hammurabí,  eran  muy  superiores  a  los 
existentes  en  Israel  doce  siglos  más  tarde.  Con  respecto  al  ju- 
ramento en  aquel  país  del  Eufrates,  se  defería  a  falta  de  docu- 
mentos escritos,  o  si  el  contenido  de  éstos  no  permitía  resolver 
la  dificultad,  y  se  prestaba  en  el  templo,  por  los  dioses,  o  por 
el  nombre  del  rey,  o  por  aquéllos  y  éste.  Después  de  la  sen- 
tencia, los  litigantes,  bajo  juramento,  se  comprometían  ante 
los  dioses  a  respetar  el  fallo  como  definitivo  e  irrevocable 
(DELAPORTE,  ps.  113-124). 

PRECEPTOS  HUMANITARIOS.  —  2705.  22,  21  No 
■maltratarás  al  extranjero,  ni  lo  oprimirás,  porque  extranjeros 
fuisteis  vosotros  en  el  país  de  Egipto.  22  No  haréis  daño  a  la 
viuda  ni  al  huérfano.  23  Si  les  causáreis  algún  daño,  y  cla- 
maren a  mí,  yo  escucharé  sus  clamores,  24  y  se  encenderá  mi 
cólera,  y  os  mataré  a  espada,  y  vuestras  mujeres  quedarán 
viudas,  y  vuestros  hijos,  huérfanos.  Estos  preceptos  origina- 
¿riamente  no  contenían  explicaciones  y  debían  reducirse  a  los 
-ys.  21^  y  22;  pero  redactores  posteriores  los  ampliaron  para 
motivarlos.  La  protección  a  la  viuda,  al  huérfano  y  al  extran- 
jero eran  temas  corrientes  en  la  predicación  de  los  profetas ; 
pero  nótese  cuan  bárbaro  era  todavía  el  Yahvé  de  aquellos 
legisladores,  que  para  proteger  a  los  mencionados  seres,  sin 
amparo,  amenaza  con  matar  a  espada,  —  o  con  cuchillo,  según 
la  Vulgata,  —  a  los  que  les  causaren  daio,  aumentando  así  el 


PRECEPTOS  HUMANITARIOS 


257 


número  de  los  necesitados  de  protección,  puesto  que  en  caso 
de  cumplirse  tales  amenazas,  se  acrecentarían  el  número  de 
las  viudas  y  huérfanos  existentes.  Es  éste  uno  de  los  tantos 
casos  en  que  a  las  prescripciones  bíblicas  se  les  puede  con  jus- 
ticia aplicar  el  proverbio  vulgar  de  que  es  peor  el  remedio  que 
la  enfermedad.  En  cuanto  al  mandato  del  v.  21,  como  el  de 
Ex.  23.  9,  tocante  a  los  extranjeros,  véase  §  1410. 

2705  bis.  Podemos  considerar  también  como  preceptos 
humanitarios  los  relativos  al  reposo  semanal  y  al  reposo  de 
la  tierra  durante  un  año  cada  siete,  según  se  ve  a  continuación: 

10  Seis  años  sembrarás  tu  tierra  y  recogerás  sus  productos. 

11  Pero  el  séptimo  año  la  dejarás  en  barbecho  y  abandonarás 
sus  frutos,  para  que  los  coman  los  pobres  de  tu  pueblo,  y  de 
lo  que  ellos  dejaren,  se  alimentarán  las  b3stias  salvajes.  De 
igual  manera  harás  con  tu  viña  y  tu  olivar.  12  Seis  días  traba- 
jarás en  tus  quehaceres;  pero  el  séptimo  reposarás,  para  que 
descansen  tu  buey  y  tu,  asno,  para  que  puedan  respirar  el  hijo 
de  tu  esclava  y  el  extranjero  (Ex.  23).  La  prescripción  de  los 
vs.  10  y  11  constitui^en  lo  que  se  llama  el  año  sabático,  porque 
más  tarde  el  escritor  del  Levítico  relacionó  ese  precepto  con  el 
sábado,  denominándolo  "sábado  en  honor  de  Yahvé"  (Lev. 
25,  2-7).  Observa  L.B.d.C.  que  en  Ex.  23.  10,  11,  el  año  que  la 
tierra  de  labranza  debía  quedar  en  barbecho  no  era  necesaria- 
mente el  mismo  para  todos  los  campos,  en  contra  de  la  fecha 
uniforme  para  todo  el  país  que  exige  el  mandato  del  Levítico. 
Antes  del  destierro,  nunca  se  observó  el  año  sabático,  tal  como 
lo  define  Lev.  25  (Lev.  26,  34,  35;  II  Crón.  36,  21),  pero,  por 
el  contrario,  existen  ejemplos  de  su  aplicación  después  del 
regreso  de  la  deportación  (Neh.  10,  31 ;  I  Mac.  6,  49,  53,  y  citas 
de  Josefo).  En  el  Levítico  ese  reposo  se  presenta  como  una 
obligación  de  los  habitantes  hacia  el  país  de  Palestina,  y  del 
país  hacia  Yahvé,  siendo  concebida  la  tierra  como  una  deidad 
a  la  cual  había  que  dejar  descansar,  como  se  descansaba  se- 
manalmente  en  honor  del  dios  nacional.  Sobre  esa  antigua 
concepción  de  la  tierra  como  una  personalidad  divina,  que  te- 
nía exigencias  propias  que  debían  ser  satisfechas,  so  pena  de 
determinados  castigos,  véanse  parágrafos  §  293  y  2123.  Y  so- 
bre el  descanso  que  preceptúa  el  v.  12,  véase  lo  que  al  respecto 
decimos  en  el  capítulo  IX. 


258 


PRECEPTOS  RELIGIOSOS 


PRECEPTOS  RELIGIOSOS.  —  2706.  20,  22  Yahvé  di- 
jo a  Moisés ...  23  No  os  haréis  otros  dioses  para  asociárme- 
los; no  os  haréis  dioses  de  plata,  ni  dioses  de  oro.  24  Me  ha- 
rás un  altar  de  tierra  para  ofrecerme  en  él  tus  holocaustos  y 
tus  sacrificios  de  paz,  tus  ovejas  y  tus  vacas.  En  todo  lugar, 
donde  invocares  mi  nombre,  vendré  a  ti  y  te  bendeciré.  25  Si 
me  eriges  un  altar  de  piedras,  no  lo  construyas  con  piedras  la- 
bradas, porque  aplicándoles  tu  cincel  de  hierro  las  profanarás. 
26  No  subirás  por  gradas  a  mi  altar,  para  que  no  se  descubra 
allí  tu  desnudez.  Estos  son  los  preceptos  con  que  comienza  e. 
Libro  de  la  Alianza.  Los  correspondientes  a  los  vs.  22  y  23 
pertenecen  al  decálogo  ritualista,  sobre  los  cuales,  junto  con 
los  demás  del  mismo  decálogo  insertos  en  dicho  Libro,  habla- 
remos en  el  capítulo  siguiente  (§  2711  -2727).  Con  respecto  a 
los  que  dejamos  transcritos,  notaremos :  1°  Yahvé  prohibe  que 
se  le  asocien  dioses  de  plata  o  de  oro;  pero  no  los  esculpidos 
en  piedra  o  en  madera.  2°  En  la  época  en  que  se  publicó  esta 
colección  de  prescripciones,  no  existía  la  centralización  del 
culto,  idea  capital  del  Deuteronomio.  En  cualquier  lugar,  prin- 
cipalmente en  aquellos  en  que,  según  la  tradición,  había  ocu- 
rrido un  hecho  memorable,  como  una  victoria,  un  milagro,  la 
aparición  de  la  divinidad,  etc.,  se  alzaba  un  rústico  altar,  ori- 
gen más  tarde  de  un  santuario.  3°  Los  sacrificios  mencionados : 
holocaustos  (§  958)  y  sacrificios  de  paz  o  de  acción  de  gra- 
cias (§  664),  son  los  únicos  sacrificios  sangrientos  que  se  men- 
cionan antes  del  destierro.  4°  Esta  ley  desconoce  la  casta  sa- 
cerdotal. Cualquier  israelita  podía  ofrecer  sacrificios  en  el  al- 
tar, sin  la  intervención  de  sacerdote  alguno  (Ex.  24,  5;  §  711  - 
712).  5°  La  ordenanza  de  no  emplear  piedras  labradas  en  la 
construcción  del  altar  se  basaba  en  la  creencia  de  que  en  las 
piedras,  sobre  todo  las  del  altar,  consideradas  como  piedras 
santas,  residían  elohim  o  fuerzas  misteriosas,  las  que  podrían 
ser  expulsadas,  si  se  las  hería  con  instrumentos  de  hierro.  No- 
ta L.B.d.C.  que  "el  empleo  de  los  metales,  y  especialmente  del 
hierro,  cuyo  descubrimiento  era  reciente,  se  prohibía  a  me- 
nudo por  las  religiones  antiguas  (cf.  Ex.  4,  25)".  El  precepto, 
pues,  del  V.  25,  es  supervivencia  de  una  supe_rstición  de  remo- 
tas épocas  (§  99;  1436).  6^  La  prescripción  que  ordena  erigir 
altares  únicamente  rústicos,  constituía  una  protesta  del  yah- 


PRECEPTOS  RELIGIOSOS 


259 


vismo  tradicional  contra  las  lujosas  innovaciones  del  culto  en 
el  templo  de  Salomón,  quien  había  hecho  construir  allí  un  al- 
tar de  bronce  (§  1377).  Y  7^  La  curiosa  razón  en  virtud  de 
la  cual  se  prohibe  subir  al  altar  por  escalones  (v.  26),  tendía 
a  evitar  escándalos  como  el  que  provocó  David  bailando  alre- 
dedor del  arca  (II  Sam.  6.  14,  20;  §  1073  - 1075,  1080)  ;  y  expli- 
ca el  por  qué  el  autor  del  Código  Sacerdotal  hizo  que  Yahvé 
inventara  los  calzoncillos  cortos  (Ex.  28,  42;  §  1437). 

2707.  Expresa  Lods  que  todas  las  prescripciones  religio- 
sas del  Libro  de  la  Alianza,  al  sancionar  la  transformación 
del  yahvismo  en  culto  agrario,  tratan  de  restablecer  en  los 
santuarios  la  antigua  simplicidad.  En  cuanto  a  las  leyes  civi- 
les y  a  los  demás  preceptos  humanitarios  citados,  tendían  a 
perpetuar  o  a  restaurar  entre  los  habitantes  de  Palestina  el 
espíritu  de  solidaridad  fraternal  que  existía  entre  los  miem- 
bros del  clan  nómade.  Se  explica  fácilmente  esa  tendencia  con- 
servadora o  reaccionaria  de  las  leyes,  porque  el  derecho  era  es- 
pecialmente materia  propia  de  los  sacerdotes,  guardianes  titu- 
lares de  la  costumbre  de  Israel,  encargados  de  difundir  "el 
conocimiento  de  Yahvé",  como  dirá  el  profeta  Oseas,  es  decir, 
la  thorá,  el  conocimiento  de  su  voluntad  revelada  por  sus 
oráculos  jurídicos  (Israel,  ps.  485-6).  Refiriéndose  a  los  alu- 
didos preceptos  humanitarios  mezclados  en  el  Libro  de  la 
Alianza  con  las  leyes  ceremoniales  del  decálogo  primitivo  que 
estudiaremos  en  el  capítulo  siguiente,  escribe  Piepenbring: 
"Nos  encaminamos  hacia  el  momento  en  que  los  grandes  pro- 
fetas del  siglo  VIII  elevarán  su  elocuente  voz  para  relegar 
completamente  a  un  pasado  lejano  las  ceremonias  del  culto  y 
hacer  consistir  el  servicio  de  Dios,  sino  tan  sólo  a  lo  menos 
principalmente  en  la  práctica  de  la  justicia  y  de  la  caridad. 
Este  valor  real  e  importante  de  dicho  código,  explica  la  gran 
influencia  que  ejerció  sobre  las  legislaciones  siguientes  en  Is- 
rael, sirviendo  de  base  a  la  del  Deuteronomio  y  a  la  ley  de 
Santidad  del  Levítico  (17-24)...  Una  tendencia  ética  exis- 
tía, pues,  antes  d_e  la  aparición  de  los  grandes  profetas  escrito- 
res, y  éstos  se  presentan  como  los  abogados  de  la  ley  de  Yahvé 
ya  anteriormente  conocida"  (ps.  294,  297). 


RESUMEN.  —  2708.    Del  estudio  que  acabamos  de  ha- 


260 


CONCLUSIONES  DEL  LIBRO  DE  LA  ALIANZA 


cer  del  Libro  de  la  Alianza,  se  llega  a  las  siguientes  conclu- 
siones: 

1°  Ese  Libro  supone  una  población  sedentaria  dedicada 
tanto  a  la  agricultura  como  a  la  cria  del  ganado.  2°  Hoy  lo  co- 
nocemos sólo  en  estado  fragmentario ;  pero  es  probable  que 
antes  de  su  incorporación  parcial  a  la  historia  elohista,  haya 
sido  un  Código  independiente,  cuyas  disposiciones  debieron  es- 
tar en  vigor  en  el  reino  del  Norte.  3°  Sus  prescripciones  jurí- 
dicas no  han  podido  ser  impuestas  a  los  hebreos  antes  de  su 
instalación  en  Palestina,  y  la  generalidad  de  ellas,  tomadas  a 
los  cananeos,  proceden  principalmente  del  Código  de  Hammu- 
rabí;  pero  el  legislador  israelita  al  adoptar  el  derecho  babiló- 
nico, le  agregó  elementos  su3'0s  propios,  provenientes  de  su  vi- 
da nómade,  como  por  ej.,  la  venganza  de  la  sangre,  desconoci- 
da en  dicho  Código.  4^  Muchos  de  sus  artículos  notoriamente 
tienen  por  origen  la  práctica  diaria,  con  toda  la  variedad  de 
casos  que  ofrecía  la  vida  social  de  la  época.  5^  La  justicia  no 
es  uniforme:  los  preceptos  son  diferentes  según  se  apliquen  a 
hombres  libres  o  esclavos,  a  israelitas  o  extranjeros.  Así  la  ley 
del  talión  obligatoria  para  el  individuo  libre  no  lo  era  para  el 
esclavo  (Ex.  21,  23-26).  El  préstaino  de  un  israelita  a  un 
compatriota  suyo  era  un  contrato  de  beneficencia ;  sólo  podía 
cobrar  interés  al  extranjero  (22,  25).  Siglos  más  tarde  esta- 
blecerá el  Levítico :  "Una  misma  ley  tendréis  tanto  para  el 
extranjero  como  para  el  nacido  en  el  país"  (24,  22).  6°  En  el 
Libro  de  la  Alianza  no  hay  penas  colectivas,  mientras  que 
se  encuentran  en  el  Deuteronomio,  como  aquella  que  con- 
dena una  ciudad  a  su  total  exterminio,  incluso  sus  animales, 
debiendo  ser  luego  quemada  y  no  pudiendo  ser  nunca  más 
reedificada,  a  causa  del  delito  de  apostasía  o  de  adoración  de 
otros  dioses,  en  que  hubieren  incurrido  sus  habitantes  (Deut. 
13,  12-18).  7°  Entre  las  penas  que  se  aplican  en  los  casos 
contemplados,  no  figura  la  de  prisión.  Y  8°  Ni  en  ese  Código 
ni  en  los  decálogos,  se  menciona  para  nada  la  Pascua  (§  2718), 
ni  la  necesidad  de  la  circuncisión,  práctica  ésta  que  sólo  vino 
a  tener  el  carácter  de  signo  distintivo,  a  la  vez  nacional  y 
religioso,  de  los  israelitas,  en  la  época  del  destierro,  cuando 
ya  había  caído  en  desuso  en  los  demás  pueblos. 

2709.    Observa  Lods  que  no  siendo  indispensable  el  em- 


TEXTOS  LEGISLATIVOS  ANTERIORES   A  JOSIAS 


261 


pleo  de  la  escritura  para  la  transmisión  del  derecho  consue- 
tudinario, ni  para  la  revelación  de  la  thorá,  no  es  de  extrañar 
ciue  la  literatura  israelita  anterior  a  la  reforma  de  Josías  con- 
tenga tan  pocos  textos  legislativos :  los  dos  decálogos  (que 
en  seguida  estudiaremos),  el  Libro  de  la  Alianza,  y  algunas 
breves  instrucciones  sobre  la  Pascua  (Ex.  12,  21  -  23)  y  sobre 
los  panes  sin  levadura  y  la  ofrenda  de  los  primogénitos  (Ex. 
13,  3-16).  Y  atribuye  esto  a  que  entre  los  jueces  y  sacerdo- 
tes, encargados  de  pronunciar  el  derecho,  comenzaban  a  surgir 
graves  divergencias  sobre  el  contenido  real,  auténtico  de  la  cos- 
tumbre nacional.  Existían  israelitas  que  se  creían  autorizados 
a  adorar  estatuas,  aún  mismo  de  plata  y  de  oro  —  como  Ge- 
deón  (Jue.  8,  24-27),  Mica  (Jue.  17,  18).  David  (I  Sam.  19, 
13,  16)  y  Jeroboam  I  (I  Rey.  12,  28  -  30)  — ,  a  servirse  de 
altares  elevados  a  los  que  había  que  ascender  por  gradas 
(I  Rey.  1,  53;  12,  33),  adornados  en  sus  ángulos  con  cuernos 
esculpidos  (I  Rey.  1,  50,  51;  2,  28-34;  Am.  3,  14)  o  fabrica- 
dos de  bronce  (I  Rey.  8,  64;  Ez.  9,  2).  El  segundo  decálogo 
y  el  libro  llamado  "de  la  alianza"  protestan  contra  esta  ma- 
nera de  concebir  "el  derecho  de  Yahvé",  cuando  afirman,  con 
evidente  intención  polémica,  que  Moisés  había  recibido  una 
thorá  divina,  prohibiendo  los  "dioses  de  metal  fundido"  (Ex. 
34,  17),  los  altares  no  hechos  de  tierra  o  de  piedras  brutas, 
y  aquellos  a  los  que  hubiera  que  subir  por  gradas  (Ex.  20, 
24  -  26)..  El  profeta  Oseas  acusaba  al  clero  de  su  tiempo  de 
haber  olvidado  la  thorá  de  su  Dios  y  rechazado  el  conoci- 
miento del  mismo,  es  decir,  de  no  enseñar  más  el  conocimien- 
to de  sus  verdaderas  voluntades  (Os.  4,  6).  Ahora  bien,  las 
diversas  tendencias  que  se  enfrentaban  así,  recurrían  apa- 
rentemente, sobre  todo  desde  el  siglo  VIII  a.n.e.,  a  la  escri- 
tura para  fijar,  cada  una  desde  su  punto  de  vista,  la  auténtica 
tradición  de  Israel,  o  sea,  la  verdadera  voluntad  de  Yahvé 
(Les  Prophétes,  ps.  155-6).  De  ahí  se  habrían  originado  los 
diversos  textos  legislativos,  anteriormente  enumerados.  Sin 
embargo,  debe  notarse  que  el  profeta  Oseas  (760  -  737)  es 
muy  posterior  al  Libro  de  la  Alianza  (del  noveno  o  décimo 
siglo;  BERTHOLET,  p.  311). 


CAPITULO  VIII 


El  decálogo  primitivo  ritual 

CUATRO  DECALOGOS.  —  2710.  Tanto  en  el  libro 
del  Exodo  como  en  el  de  Deuteronomio,  se  encuentran  varias 
series  de  preceptos  religiosos,  relativos  al  culto,  o  de  carác- 
ter moral,  que  se  dicen  formulados  por  Yahvé  desde  el  Sinaí, 
con  carácter  imperativo,  a  cada  una  de  las  cuales  se  les  ha 
dado  el  nombre  griego  de  decálogo  (de  deca,  "diez",  y  logoi, 
"palabras")  por  expresar  diez  mandamientos  divinos.  Esos 
decálogos  son  los  cuatro  siguientes:  1°  el  de  Ex.  34,  14-26; 
2°  el  que  se  encuentra  mezclado  con  otros  preceptos  en  el 
Libro  de  la  Alianza  que  acabamos  de  estudiar  (Ex.  20,  22  -  23, 
19);  3^  el  detallado  en  Ex.  20,  1-17;  y  4^  el  de  Deut.  5, 
6-21.  Los  dos  primeros  son  casi  idénticos  y  los  dos  últi- 
mos también,  por  lo  que  en  realidad  se  puede  asegurar, 
como  lo  comprobaremos  en  seguida,  que  en  el  Pentateuco 
existen  repetidos  dos  decálogos  diversos  con  ligeras  variantes. 
Esta  disposición  de  ordenanzas  en  series  de  diez  era  preferida 
en  Israel,  no  sólo  por  la  mayor  facilidad  para  recordarlas,  sino 
además  porque  así  se  podían  enumerar  con  los  dedos.  Los 
israelitas  combinaban  el  sistema  de  numeración  decimal  con 
el  duodecimal,  según  se  ve  en  el  Deuteronomio,  que  nos  pre- 
senta un  interesante  ejemplo  de  dodecálogo,  en  las  doce  mal- 
diciones del  cap.  27,  15-26. 

EL  DECALOGO  PRIMITIVO.  —  2711.  Los  preceptos 
religiosos,  con  carácter  imperativo,  de  los  debarim  del  Libro 
de  la  Alianza  que  se  hallan  mezclados  con  los  mispatim 
(§  2671)  o  preceptos  jurídicos  del  mismo,  constituyen  el  más 
antiguo  decálogo  israelita  conocido.  Esta  serie  de  mandamien- 
tos se  encuentra  repetida  en  Ex.  34;  aunque  en  este  último 
capítulo,  en  su  forma  actual,  encierra  trece  prescripciones. 


EL  DECALOGO  PRIMITIVO 


263 


las  que  para  encuadrarlas  dentro  del  número  diez,  hay  que 
unificar  todas  las  relativas  a  las  fiestas,  diseminadas  en  dis- 
tintos versículos.  Eliminando  las  glosas  o  explicaciones  que 
traen  algunos  de  sus  mandamientos,  transcribimos  a  conti- 
nuación ambos  decálogos,  uno  frente  al  otro,  para  que  se  vea 
cómo  concuerdan. 


DECALOGO  DEL  LIBRO 
DE  LA  ALIANZA 

I.  No  os  haréis  otros  dio- 
ses para  asociármelos  (Ex.  20, 
23^). 

II.  No  os  haréis  dioses  de 
plata,  ni  dioses  de  oro  (20, 
23''). 

III.  Me  darás  el  primogé- 
nito de  tus  hijos.  De  igual 
manera  harás  con  tuá  vaca- 
das y  con  tus  rebaños  (22, 
29^  30^). 

IV.  Ninguno  podrá  ver  mi 
faz  con  las  manos  vacías  (23, 
15^). 

V.  Seis  días  trabajarás  en 
tus  quehaceres,  mas  el  sépti- 
mo descansarás  (23,  12). 

VI.  Tres  veces  en  el  año 
celebrarás  fiestas  en  mi  ho- 
nor. Guardarás  la  fiesta  de 
los  Panes  sin  levadura  (Mat- 
soth,  en  hebreo)  ;  también  la 
fiesta  de  la  Siega  de  las  pri- 
micias de  tu  trabajo,  de  lo 
que  hayas  sembrado  en  el 
campo;  y  la  fiesta  de  la  Co- 
secha, al  fin  del  año.  Tres  ve- 
ces al  año,  pues,  vendrán  to- 
dos  tus   varones   a   ver  la 


DECALOGO  DEL  CAP.  34 
DEL  EXODO 

I.  No  te  postrarás  ante 
ningún  otro  dios  (v.  14). 

II.  No  te  harás  dioses  de 
fundición  (v.  17). 

III.  Todo  primogénito  mío 
es;  lo  mismo  todo  primer  na- 
cido de  tu  ganado,  que  fuere 
macho,  sea  de  vaca  o  de  ove- 
ja (v.  19;  cí.  Ex.  13,  2). 

IV.  Ninguno  podrá  ver  mi 
faz  con  las  manos  vacias 
(v.  20"^). 

V.  Seis  días  trabajarás, 
mas  en  el  séptimo  descansa- 
rás (v.  2P). 

VI.  Guardarás  la  fiesta  de 
los  Panes  sin  levadura.  Cele- 
brarás también  la  fiesta  de 
las  Semanas,  la  de  las  primi- 
cias de  la  siega  del  trigo;  y 
después  la  fiesta  de  la  Cose- 
cha, al  fin  del  año.  Tres  ve- 
ces ai  año,  pues,  vendrán  to- 
dos tus  varones  a  ver  la  faz 
del  Señor  Yahvé,  dios  de 
Israel  (vs.  18%  22,  23). 


264 


EL  DECALOGO  PRIMITIVO 


faz  del  Señor  Yahvé  (23, 
14-17).  (1) 

VII.  Cuando  me  sacrifi- 
ques una  víctima,  no  ofrece- 
rás su  sangre  con  pan  leu- 
dado (23.  18^). 

VIII.  No  será  guardada 
toda  la  noche,  hasta  la  ma- 
ñana siguiente,  la  grasa  del 
animal  ofrecido  en  mi  fiesta 
(23,  18^). 

IX.  Traerás  a  la  casa  de 
Yahvé  (2),  tu  dios,  lo  mejor 
de  los  primeros  frutos  de  tu 
tierra  (23,  19^). 

X.  No  cocerás  el  cabrito 
en  la  leche  de  su  misma  ma- 
dre (23.  19^). 


VII.  Cuando  me  sacrifi- 
ques una  víctima,  no  ofrece- 
rás su  sangre  con  pan  leuda- 
do (v.  25^). 

VIII.  No  será  guardado 
toda  la  noche,  hasta  la  ma- 
ñana siguiente,  el  animal  sa- 
crificado en  la  fiesta  de  la 
Pascua  (v.  25''). 

IX.  Traerás  a  la  casa  de 
Yahvé  tu  dios,  lo  mejor  de  los 
primeros  frutos  de  tu  tierra 
(v.  26^). 

X.  No  cocerás  el  cabrito 
en  la  leche  de  su  misma  ma- 
dre (v.  26''). 


2712.  Como  se  ve,  tenemos  aquí  los  mismos  preceptos 
religiosos,  expuestos  dos  veces  en  el  libro  del  Exodo,  con 
pequeñas  diferencias.  La  mayor  parte  de  ellos  son  ordenan- 
zas relativas  al  culto,  por  lo  cual  es  éste  un  decálogo  esen- 
cialmente ritualista,  muy  de  acuerdo  con  la  religión  de  los 
antiguos  israelitas,  la  que  se  caracterizaba  por  la  celebración 
de  ceremonias  y  sacrificios,  siendo  por  lo  tanto,  como  la  de 
los  demás  pueblos  primitivos,  una  religión  exterior,  colectiva 
y  formalista.  Este  decálogo  arcaico,  —  que  se  suele  llamar 
yahvista  -  elohista  (JE),  porque  el  capítulo  34  del  Exodo  for- 
ma parte  de  J,  mientras  que  el  Libro  de  la  Alianza  está  in- 
cluido en  E  — ,  debió  en  un  principio  encontrarse  a  conti- 
nuación de  Ex.  20,  22.  Sin  embargo,  muy  posteriormente,  qui- 

(1)  Loisy  no  considera  como  original  en  este  decálogo,  la  pres- 
cripción: "Tres  veces  al  año  vendrán  todos  tus  varones,  etc.",  por  no 
ser  un  precepto  particular,  sino  más  bien  un  comentario  deuteronó- 
mico  de  lo  que  se  dice  de  las  tres  fiestas.  Wellhausen  considera  tam- 
bién como  adición  posterior  tanto  este  mandato  como  el  relativo  al 
sábado. 

(2)  La  casa  de  Yahvé  no  es  aquí  el  templo  de  Jerusalén,  sino 
cualquier  santuario  al  que  se  podían  llevar  primicias  a  los  sacerdotes. 


SACRIFICIOS    HUMANOS    EN  ISRAEL 


265 


zá  a  mediados  del  siglo  V,  se  le  eliminó,  poniendo  en  su 
lugar  el  ya  estudiado  Libro  de  la  Alianza,  y  en  cambio  se 
intercaló  en  el  relato  elohista  del  Sinaí  el  decálogo  deutero- 
nómico,  ligeramente  modificado.  Esto  resulta  claramente  si 
se  leen  con  detención  los  capítulos  19  y  20  del  Exodo,  previa 
eliminación  del  fragmento  yahvista  19,  20-25  y  del  Decá- 
logo actual  20,  1-17.  La  descripción  de  20,  18  continúa  na- 
turalmente y  sin  transición,  la  de  19,  19,  como  se  comprueba 
en  la  transcripción  que  hemos  hecho  de  esos  textos  en  §  184, 
parágrafo  al  que  remitimos  al  lector.  Después  de  Ex.  20,  22^: 
"Y  habló  Yahvé  a  Moisés :  Así  dirás  a  los  hijos  de  Israel . , .", 
sigue  la  serie  de  prescripciones,  hasta  23,  19,  estudiadas  en 
e!  capitulo  anterior,  entre  las  cuales,  como  acabamos  de  ver, 
se  cuentan  todas  las  ordenanzas  del  decálogo  de  Ex.  34,  14  -  26. 
Lo  agregado,  pues,  entre  19,  19  y  20,  18,  es  una  interpola- 
ción que  altera  el  relato  del  autor  primitivo.  El  redactor  que 
introdujo  esa  interpolación,  para  soldar  ésta  con  el  relato 
anterior,  puso  en  boca  de  Yahvé  estas  palabras :  "Habéis  visto 
que  yo  mismo  he  hablado  con  vosotros  desde  el  cielo"  •'(20j 
22''),  lo  que  está  en  contradicción  con  lo  expuesto  en  el  v.  19, 
cuando  se  dice  que  el  pueblo,  aterrado  por  los  fenómenos  que 
detalla  el  v.  18,  se  dirige  a  Moisés  exclamando:  "¡Háblanos 
tú  mismo,  y  escucharemos;  pero  que  no  nos  hable  Elohim,  no 
sea  que  muramos!".  El  pueblo,  pues,  en  el  primitivo  relato 
elohista,  ruega  a  Moisés  que  vaya  a  la  nube  negra  donde 
está  Yahvé,  y  escuche  las  condiciones  de  la  alianza  que  éste 
expondrá,  para  que  luego  se  las  transmita  a  ellos ;  pero  si 
el  pueblo  ya  hubiera  conocido  esas  condiciones  en  la  forma 
actual  de  los  mandamientos  de  Ex.  20,  1  - 17,  carecería  de 
sentido  el  diálogo  de  20,  18  -  20  entre  Moisés  y  el  pueblo. 

SACRIFICIOS  HUMANOS.  —  2713.  Más  o  menos  ex- 
tensamente ya  hemos  tratado  con  anterioridad  de  algunos  de 
los  mandamientos  dgl  decálogo  primitivo,  y  así  puede  leerse 
sobre  los  dos  primeros  lo  dicho  en  §  2672  -  2673  y  2679 ;  so- 
bre el  tercero,  §  103,  383,  2299;  sobre  el  cuarto,  §  599;  sobre 
el  quinto,  §  104,  384;  y  sobre  el  sexto,  §  150-  157,  599,  624, 
707.  Ampliaremos  lo  ya  expuesto  con  algunas  otras  obser- 
vaciones, comenzando  con  el  tercer  mandamiento  relativo  a 


266 


SACRIFICIOS    HUMANOS    EN  ISRAEL 


sacrificios  humanos.  Anotando  Ex.  22,  29^,  expresa  L.B.d.C. 
que  antiguamente  el  sacrificio  del  hijo  primogénito  parece 
que  era  concebido  en  Israel  como  acto  de  piedad  extraordi- 
nario y  supererogatorio ;  que  el  uso  del  rescate  era  proba- 
blemente muy  antiguo  (Ex.  34,  19-20;  Gén.  22);  y  que  al 
parecer  la  ley  del  Libro  de  la  Alianza  afirma  tan  sólo  un 
derecho  teórico  de  Yahvé  sobre  los  primogénitos  humanos. 
Indudablemente  que  en  tal  comentario  se  siente  la  influencia 
de  los  sentimientos  cristianos  que  tratan  de  restar  importan- 
cia a  la  bárbara  disposición  de  Ex.  22,  29^.  Pero  en  contra 
de  esa  exégesis,  está  el  texto  bíblico  claro,  terminante,  des- 
piadado, incontrovertible :  "Me  darás  el  primogénito  de  tus 
hijos",  agregando :  "lo  mismo  harás  con  tus  vacadas  y  con 
tus  rebaños ;  el  primogénito  permanecerá  siete  días  con  su 
madre ;  pero  el  octavo  día  me  lo  darás".  Loisy,  comentando 
este  texto,  dice :  "Su  sentido  es  claro  y  la  asimilación  del 
primogénito  del  hombre  a  los  primogénitos  del  ganado  es 
suficientemente  elocuente ;  pero  suponiendo  que  admita  im- 
plícitamente el  rescate,  como  es  probable,  en  manera  alguna 
lo  impone"  (La  Reí.  d'Isr.  p.  213).  Esa  orden  perentoria  la 
acepta  sin  discusión  Ezequiel ;  lo  único  que  hace  es  tratar  de 
explicarla  (§  383).  Esto  prueba  que  el  Yahvé  primitivo,  antes 
de  su  evolución  moral,  era  tan  sanguinario  como  los  demás 
dioses  semitas ;  pero  con  el  andar  del  tiempo  esa  inhumana 
prescripción  fué  sustituida  por  la  de  Ex.  34,  20:  "Rescatarás 
todo  primogénito  de  tus  hijos",  aunque  la  misma  idea  del 
rescate  prueba  que  es  posterior  a  aquella  bárbara  práctica : 
Abraham  no  trepida  en  disponerse  a  degollar  a  su  hijo  cuan- 
do se  lo  exige  el  dios,  bien  que  luego  se  reemplace  esa  inmo- 
lación por  la  de  un  carnero. 

2714.  La  inmolación  de  los  primogénitos  humanos  co- 
menzó por  ser,  como  el  sacrificio  de  las  primeras  crías  de 
los  animales,  una  ofrenda  al  dios,  a  quien  se  estaba  obligado 
a  consagrarle  las  primicias  de  la  fecundidad.  Aquella  inmo- 
lación se  extendió  después  a  los  casos  *^de  fundación  de  edi- 
ficios o  ciudades;  y  luego  quedó  el  sacrificio  humano  como 
recurso  extraordinario  empleado  únicamente  en  circunstan- 
cias excepcionales,  ya  que  la  primitiva  exigencia  de  la  inmo- 
lación del  primogénito  fue  reemplazada  por  el  rescate  de  éste 


SACRIFICIOS    HUMANOS    EN  ISRAEL 


267 


por  un  cordero  o  una  oveja,  cuando  se  suavizaron  algo  más 
las  costumbres  (Ex.  13,  12,  13;  34,  19-20).  "En  todas  partes, 
dice  Dhorme,  el  sentimiento  de  humanidad  ha  tratado  de 
sustituir  un  animal  al  primogénito  exigido  por  la  divinidad 
celosa  de  sus  derechos"  (R.H.R.,  t^  113,  p.  278).  El  modo 
empleado  en  esos  sacrificios  de  niños  era  el  quemarlos,  lo 
mismo  que  ocurria  en  Babilonia,  donde  se  expresaba  ese  acto 
por  el  verbo  sharapú,  que  corresponde  al  hebreo  saraf  (que- 
mar), con  el  que  se  expresa  el  acto  de  quemar  niños  en  honor 
de  la  divinidad,  acto  que  en  Jerusalén  se  realizaba  en  el  valle 
de  los  hijos  de  Hinnom,  en  el  "alto"  de  Tofet,  reservado  para 
estos  ritos  siniestros  (§  987;  Jer.  7,  31).  El  fuego,  agrega 
Dhorme,  es  lo  que  sirve  de  mensajero  o  intermediario  entre 
la  humanidad  y  la  divinidad.  Yahvé  exigía,  pues,  "que  se 
hiciera  pasar  por  el  fuego,  a  todo  el  que  abría  el  seno  ma- 
terno, a  todos  los  que  primero  habían  nacido  (Ex.  13,  12), 
y  si  más  tarde,  se-  redujo  a  la  primogenitura  del  animal  las 
exigencias  del  dios,  lo  innegable  es  que  primitivamente  el 
primogénito  de  la  mujer  estaba  incluido  en  la  ley  general, 
al  punto  que  el  mismo  Yahvé  se  excusa  de  ello  en  el  curioso 
pasaje  de  Ez.  20,  25,  26"  (R.H.R.,  t*?  107,  ps.  118-9).  En 
la  época  del  escritor  deuteronomista  ya  la  conciencia  pública 
miraba  con  horror  tales  inmolaciones  de  inocentes  seres  hu- 
manos, por  lo  que  dicho  escritor  pone  en  boca  de  Yahvé 
las  siguientes  palabras  contrarias  al  precepto  de  Ex.  22,  29^: 
"Silos  (los  cananeos)  hicieron  para  servir  a  sus  dioses  todo 
lo  que  aborrece  Yahvé,  todo  lo  que  él  detesta,  pues  en  honor 
de  éstos  hasta  queman  a  sus  hijos  y  a  sus  hijas :  tú  no  obra- 
rás así  con  respecto  a  Yahvé,  tu  dios"  (Deut.  12,  31).  Ade- 
más, las  indignadas  protestas  de  Jeremías,  Ezequiel  y  de 
los  autores  del  Código  de  Santidad  (Lev.  18,  21;  20,  2),  del 
libro  de  Reyes  y  de  Isaías  57,  prueban  que  se  continuaba  en 
Israel  con  tan  horrible  práctica.  Esos  sacrificios  se  hacían  no 
sólo  en  honor  de  Moloc  (§  2299,  n.),  sino  del  mismo  Yahvé, 
pues  Jeremías  pone  en  boca  de  este  dios,  que  tales  ritos  son 
"cosa  que  yo  no  he  mandado,  ni  me  ha  pasado  por  el  pen- 
samiento" (7,  31),  lo  que  quiere  claramente  decir  que  se  reali- 
zaban en  su  nombre.  Y  así  Lods,  a  pesar  de  que  le  cuesta 
aceptar  que  el  precepto  de  Ex.  22,  29''  encierra  la  necesidad 


268 


SACRIFICIOS    HUMANOS    EN  ISRAEL 


de  inmolar  los  primogénitos,  concluye  reconociendo  que  "el 
yahvismo  antiguo  admitía  la  posibilidad,  y  aun  en  principio 
la  obligación  de  sacrificar  niños  al  Dios  de  Israel.  Esta  obli- 
gación teórica  es  verosimilmente  atenuación  de  una  obli- 
gación práctica  anterior"  (Isr.  p.  330). 

2715.  Según  el  testimonio  de  los  arqueólogos,  está  com- 
probado que  en  algunas  regiones  de  Palestina,  como  en  Gezer 
(§  67),  en  el  VIII  siglo  a.n.c.,  se  efectuaban  inmolaciones  hu- 
manas en  la  fundación  de  edificios  particulares,  palacios,  tem- 
plos y  ciudades  (§  88),  probablemente  con  el  objeto  de  con.s- 
tituir  genios  protectores  de  las  construcciones,  para  la  segu- 
ridad de  los  que  en  ellos  habitaban  o  entraban.  A  este  res- 
pecto es  muy  instructivo  el  caso  de  un  doble  sacrificio  humano 
para  la  reedificación  de  Jericó,  que  encontramos  mencionado 
en  la  Biblia.  Las  modernas  excavaciones  han  comprobado  que 
dicha  ciudad  fue  completamente  destruida  en  una  época  an- 
terior a  la  entrada  por  conquista  de  los  israelitas  en  Pales- 
tina (§  401)  ;  pero  más  tarde  fue  reconstruida,  y  ya  existía 
nuevamente  en  época  de  David  (II  Sam.  10,  5).  En  la  primer 
mitad  del  siglo  IX,  en  el  reinado  del  .rey  Acab  de  Israel 
(§  1955  -  1957),  se  nos  dice  que  "en  su  tiempo,  Hiél  de  Bethel 
reedificó  a  Jericó.  En  Abiram,  su  primogénito,  la  fundó,  y 
en  Segub,  su  hijo  menor,  puso  sus  puertas,  conforme  a  la  pa- 
labra de  Yahvé,  que  había  hablado  por  Josué,  hijo  de  Nun" 
(I  Rey.  16,  34).  La  reedificación  aquí  mencionada  debe  ser 
la  de  las  murallas  de  Jericó  (como  trae  la  Versión  Sinodal), 
puesto  que  esta  ciudad  ya  figuraba  en  los  días  del  juez  Ehud 
(Jue.  3,  13 ;  §  427)  con  la  denominación  de  "Ciudad  de  las 
Palmas",  sobrenombre  con  que  también  era  conocida  Jericó 
(Deut.  34,  3  y  II  Crón.  28,  15).  Parece  que  lo  que  ocurrió 
fue  lo  siguiente :  Destruida  Jericó  por  enemigos  bárbaros,  an- 
teriores a  la  conquista  israelita,  estuvo  largo  tiempo  deshabi- 
tada y  fue  considerada  ciudad  maldita,  como  lo  eran  todas 
las  que  quedaban  reducidas  a  un  montón  de  escombros,  po- 
bladas sólo  por  las  fieras  del  desierto  y  los  demonios  de  las 
ruinas  (Is.  13,  21;  §  81).  Reconstruir  o  habitar  una  ciudad 
maldita  pasaba  por  un  sacrilegio  (Deut.  13,  16).  Pero  un  buen 
día,  una  colonia  de  la  cercana  Bethel,  dirigida  por  un  indi- 
viduo llamado  Hiél,  emprendió  la  reconstrucción  de  Jericó, 


SACRIFICIOS    HUMANOS    EN  ISRAEL 


269 


quien  conformándose  a  las  ideas  corrientes  en  Palestina  y  en 
los  pueblos  semíticos  vecinos,  y  para  asegurar  su  obra,  sa- 
crificó a  su  hijo  primogénito  Abiram,  enterrándolo  bajo  los 
cimientos,  o  sea,  bajo  la  piedra  fundamental  que  se  colocó 
según  los  ritos  habituales;  y  por  las  mismas  razones,  al  ter- 
minarse las  murallas,  sepultó  bajo  sus  puertas,  como  guardián 
de  sus  umbrales  (§  682)  a  su  hijo  menor  Segub,  quizá  el 
único  que  le  ciuedaba.  Esto  dió  lugar  a  que  se  citaran  los 
nombres  de  las  victimas  como  se  citaba  también  el  del  padre, 
no  para  censurar  a  éste  por  el  bárbaro  crimen  cometido,  sino 
considerándolo  como  un  héroe  que  no  había  vacilado  en  sa- 
crificar a  sus  hijos  en  interés  de  la  comunidad,  al  punto  que 
rápidamente  se  popularizó  el  siguiente  refrán : 

En  Abiram  (o  al  precio  de  Abiram),  su  primogénito,  la 
fundó ; 

En  Segub  (o  al  precio  de  Segub),  su  hijo  menor,  puso  las 
puertas. 

2716.  Cree  Loisy  que  "este  dicho  debe  ser  trozo  de  una 
elegía  o  canto  épico  cuyo  contexto  se  ha  perdido.  El  dístico 
es  excelente,  aunque  esté  ahora  ahogado  en  la  prosa  edifi- 
cante de  los  redactores  bíblicos.  Es  la  copla  que  se  repetía 
sobre  el  restaurador  de  Jericó,  cuyo  sentido  natural  todo  el 
mundo  comprendía  . .  .  Cuando  se  redactó  la  leyenda  de  Jo- 
sué, se  recogió  este  dato,  y  se  supuso  naturalmente  que  era 
en  virtud  del  anatema  lanzado  por  aquel  héroe  israelita  que 
el  desgraciado  Hiél  se  había  visto  en  la  necesidad  de  sacri- 
ficar a  sus  dos  hijos.  Por  lo  tanto,  se  puso  en  boca  de  Josué 
una  imprecación  calcada  en  el  refrán  tradicional ;  pero  cuyo 
comienzo  está  en  prosa  y  descubre  el  artificio  de  la  com- 
binación". Así  en  Josué  6,  26  se  lee :  "En  aquel  tiempo  (es 
decir,  después  de  la  destrucción  de  Jericó),  pronunció  Josué 
este  anatema:  ¡Maldito  sea,  delante  de  Yahvé,  el  hombre  que 
se  levantare  para  reconstruir  esta  ciudad!  ¡Que  en  su  pri- 
mogénito la  funde,  y  en  su  hijo  menor,  asiente  sus  puertas!". 
''Es  posible,  agrega  Loisy,  que  el  antiguo  redactor  de  la  le- 
yenda haya  comprendido  todavía  el  verdadero  sentido  de  la 
tradición  que  utilizaba;  pero  el  redactor  del  libro  de  Reyes, 


270 


EL  REY  MESA  SACRIFICA  A  SU  HIJO 


probablemente  no  veía  en  ella  sino  una  imprecación  profé- 
tica  lanzada  por  Josué,  vencedor  de  Jericó  (1),  como  conse- 
cuencia del  anatema  pronunciado  contra  la  ciudad,  y  que  ha- 
bía tenido  por  efecto  la  muerte  natural  —  si  puede  llamarse 
natural  un  hecho  que  sobreviene  para  cumplir  la  maldición 
de  un  hombre  de  Dios  — ,  y  no  la  inmolación  de  Abiram  y 
de  Segub ...  La  Biblia  supone  que  Hiél  era  israelita,  y  el 
hecho  habría  ocurrido  en  una  época  en  que  los  antiguos  cul- 
tos cananeos  estaban  mezclados  al  de  Yahvé,  como  se  mez- 
claban también  las  poblaciones.  Y  aun  cuando  la  leyenda  del 
doble  sacrificio  no  hubiera  sido  otra  cosa  que  la  adaptación 
de  un  mito,  siempre  probaría  ella  que  la  idea  de  sacrificios 
humanos  para  las  fundaciones  era  familiar  al  antiguo  Israel, 
cuya  práctica  éste  conocía,  según  lo  revelan  ahora  las  exca- 
vaciones palestinas"  (R.H.L.R.  t"?  19,  ps.  567-571). 

2717.  Finalmente,  se  conservó  el  sacrificio  humano  du- 
rante siglos,  como  un  recurso  extraordinario  utilizado  sólo 
en  las  grandes  y  graves  ocasiones.  El  caso  de  Mesa,  rey  de 
Moab  (11  Rey.  3;  §  1961  -  1963)  es  muy  instructivo,  al  efecto. 
Viéndose  perdido  este  monarca,  en  la  ciudad  donde  estaba 
sitiado  por  los  reyes  de  Israel  y  de  Judá  (§  1958-  1960), 
"tomó  a  su  hijo  primogénito,  que  debía  reinar  después  de  él, 
y  lo  Sacrificó  en  holocausto  sobre  la  muralla".  Siendo  muy 
grande  en  aquella  época  el  prestigio  de  tales  inmolaciones, 
"luego  estalló  una  gran  cólera  contra  los  israelitas,  quienes 
levantaron  el  sitio  y  regresaron  a  su  país"  (v.  27).  El  narra- 


(1)  Considera  Loisy  bastante  verosímil  la  hipótesis  de  que  la  no- 
ticia de  Reyes,  que  pone  la  reconstrucción  de  Jericó  en  tiempo  del 
rey  Acab  de  Israel,  debe  haber  sido  mal  colocada,  relacionándola  a  la 
«poca  de  un  rey  maldito,  por  un  redactor  que  no  sabía  justamente 
a  qué  período  de  la  historia  israelita  se  refería:  "Conviene  observar 
que  en  muchos  manuscritos  de  la  antigua  versión  griega  la  noticia 
relativa  a  Hiél  se  lee  en  el  libro  de  Josué,  después  de  la  imprecación, 
mientras  que  no  se  menciona  el  texto  de  esa  noticia  en  el  libro  de 
Reyes,  en  la  revisión  de  Luciano.  El  agregado  del  griego  en  Josué 
tío  contiene  indicación  alguna  de  tiempo,  sólo  dice:  :"Y  así  hizo  Ozán 
(nombre  alterado;  debe  restituirse  Hiél)  de  Bethel.  En  Abirón  (leer: 
Abiram),  su  primogénito,  la  fundó;  y  en  su  último  hijo,  salvado  (tra- 
ducción inoportuna  del  nombre  propio  Segub),  levantó  o  asentó  las 
puertas"  (R.H.L.R.,  t?  1^,  p.  569). 


EL  REY  MESA  SACRIFICA  A  SU  HIJO 


271 


dor,  aunque  embarazosamente,  atribuye  el  mal  éxito  de  los 
israelitas  ante  la  plaza  sitiada,  a  aquel  sacrificio,  pues  Camos, 
dios  de  Moab,  solicitado  por  Mesa  para  que  protegiera  a  su 
pueblo,  manifestó  su  poder,  obligando  a  retirarse  a  los  se- 
cuaces de  Yahvé.  Del  punto  de  vista  moabita,  las  victorias 
de  Israel  provenían  de  que  Camos  estaba  encolerizado  con 
sus  fieles ;  pero  aquel  sacrificio  humano  habia  cambiado  sus 
disposiciones,  desencadenando  ahora  su  furia  contra  los  ene- 
migos de  Moab.  "Este  fragmento  de  historia,  escribe  Loisy, 
demuestra  indiscutiblemente  que  los  israelitas  del  siglo  IX 
admitían  la  soberana  eficacia  del  sacrificio  humano.  Ante  la 
vista  de  Israel,  el  rey  de  Moab  hizo  lo  que  la  leyenda  cuenta 
de  Jefté.  Israel  comprendió  que  Mesa  recurría  a  los  recursos 
extremos,  y  que  iba  a  cambiar  la  fortuna  del  combate.  Ocu- 
rrido el  fracaso  no  dudó  que  ello  era  debido  a  aquel  sacrificio. 
¿Y  acaso  si  esos  mismos  israelitas  hubieran  sido  a  su  vez 
sitiados  en  Samarla  o  en  Jerusalén  por  el  enemigo  y  se  hu- 
biesen encontrado  sin  auxilio,  no  hubieran  puesto  también  su 
última  esperanza  en  un  sacrificio  como  el  del  moabita  Mesa 
o  el  del  héroe  Jefté?  En  el  caso  de  Mesa,  la  elección  del 
primogénito  varón  como  víctima  del  sacrificio  tiene  su  razón 
de  ser.  También  Isaac  es  un  primogénito,  hasta  un  hijo  único, 
porque  para  la  leyenda,  no  se  cuenta  a  Ismael ;  y  en  cuanto 
a  Jefté,  careciendo  de  descendiente  masculino,  su  hija  única 
hace  las  veces  de  un  primogénito.  Estos  sacrificios,  sin  em- 
bargo, no  deben  considerarse  tributo  de  ofrenda  a  la  divi- 
nidad, pues  esos  primogénitos  no  son  inmolados  como  pri- 
micias de  la  fecundidad  humana,  sino  que  lo  son  como  víc- 
timas más  destacadas  que  cualesquiera  otras,  más  represen- 
tativas del  oferente,  si  así  puede  decirse  —  y  el  oferente,  tanto 
en  el  caso  de  Jefté  como  en  el  de  Mesa,  es  un  pueblo  que 
obra  por  su  rey  o  su  jefe  — ,  susceptibles  de  contener  en  sí 
y  de  desprender  por  la  inmolación  el  máximo  de  esta  influen- 
cia misteriosa,  de  esta  virtud  divina,  que  obra  en  el  sacrificio. 
Frazer,  en  Le  Rameau  d'Or,  ha  señalado  la  costumbre  de 
ciertas  sociedades  inferiores,  en  las  que  al  rey  considerado 
como  dios,  se  le  sacrificaba  precisamente  en  tal  carácter.  Se 
le  mataba  cuando  parecía  que  comenzaba  a  decaer  su  virtud 
divina,  que,  como  la  de  los  dioses  invisibles,  se  manifestaba 


272 


LAS   3   GRANDES   FIESTAS  ANUALES 


en  el  buen  orden  de  los  fenómenos  naturales,  la  fertilidad  de 
los  campos,  la  fecundidad  de  los  rebaños  y  el  bienestar  del 
pueblo.  Su  muerte  liberaba  la  virtud  divina,  que  de  él  pasaba 
a  su  sucesor.  Acá  o  acullá,  pudieron  más  tarde  los  reyes 
darse  sustitutos,  cuya  inmolación  se  consideraba  que  produ- 
cía el  mismo  efecto  que  el  sacrificio  de  la  persona  real;  o 
bien  hicieron  que  el  pueblo  se  contentara  con  un  simulacro 
de  inmolación  para  rejuvenecer  su  reyecía.  El  enojoso  pri- 
vilegio del  primogénito  del  rey  como  víctima  sin  par,  tendría 
quizá  en  esto  su  explicación.  Por  lo  menos,  de  costumbres 
análogas,  en  poblaciones  bárbaras,  es  que  han  quedado  vero- 
símilmente en  la  tradición  de  ciertos  pueblos  serníticos,  los 
mitos  de  dioses  sacrificados  y  los  sacrificios  demasiado  reales 
de  hijos  de  reyes"  (R.H.L.R.,  t*?  I,  ps.  564-566). 

LAS  TRES  GRANDES  FIESTAS  ANUALES.  —  2718. 

En  la  antigüedad  todos  los  pueblos  celebraban  fiestas,  ya  pri- 
vadas, ya  populares,  para  manifestar  sus  sentimientos  religio- 
sos. En  el  antiguo  Israel  nómade  se  contaban,  entre  otras,  la 
del  esquileo  de  las  ovejas,  la  del  novilunio,  la  de  la  luna  lle- 
na y  la  fiesta  de  la  primavera,  que  después  se  llamó  de  la  Pas- 
cua (§  104,  151).  Al  establecerse  en  Canaán  y  transformarse 
en  pueblo  sedentario,  Israel  tomó  de  los  cananeos  sus  fiestas 
agrícolas,  a  saber:  la  de  las  primeras  espigas,  la  de  la  siega, 
y  la  de  la  vendimia  y  recolección  general  de  los  demás  pro- 
ductos (§  624).  De  estas  tres  grandes  fiestas  nos  habla  el  VI 
mandamiento  arriba  transcrito,  siendo  de  notar  que  la  Pas- 
cua era  una  fiesta  familiar,  mientras  las  otras  eran  fiestas  de 
la  comunidad  en  las  que  se  agradecía  a  Yahvé  por  sus  dones, 
agradecimiento  que  sus  antecesores,  los  cananeos,  tributaban 
a  Baal,  señor  del  suelo  (Jue.  9,  27).  Estas  fiestas  se  celebra- 
ban anualmente  en  los  santuarios  locales  más  importantes,  o 
junto  a  ellos,  adonde  se  iba  "a  ver  la  faz  del  Señor  Yahvé"; 
pero  no  en  todas  las  partes  del  país  en  los  mismos  días,  ni 
necesariamente  de  la  misma  manera.  De  la  Pascua  no  se  ha- 
bla en  los  libros  históricos  hasta  la  época  de  Josías  (II  Rey. 
23,  21  -23),  salvo  en  fragmentos  del  documento  sacerdotal 
postexílico,  P,  como  en  Jos.  5,  10  -  12,  y  en  el  libro  novelesco 
de  baja  época  De  las  Crónicas.  Tampoco  se  la  menciona  en 


LA  FIESTA  DE  LOS  AZIMOS 


273 


el  libro  de  la  Alianza,  pues  los  preceptos  de  los  mandamien- 
tos VII  y  VIII  son,  como  dice  L.B.d.C,  de  carácter  general, 
y  los  términos  del  v.  IS**  no  se  refieren  a  la  victima  de  la 
Pascua,  fiesta  en  la  que  estaba  prohibido  conservar  no  sólo  la 
grasa,  sino  parte  alguna  del  animal  inmolado  (Ex.  12,  10). 
"No  seria  extraño  que  esta  fiesta  pastoril  hubiera  caído  en 
desuso  en  el  reino  del  Norte,  que  no  era  país  de  cría  de  ove- 
jas, mientras  que  se  mantenía  en  Judá  (§  149-  159).  Esa  fies- 
ta de  la  primavera,  a  la  que  probablemente  se  unía  la  de  la 
ofrenda  de  las  primicias  de  las  crías  de  los  ganados,  denomi- 
nada más  tarde  la  fiesta  de  la  Pascua,  le  cambió  su  carácter 
el  Código  Sacerdotal  postexílico,.  al  establecer  que  había  sido 
instituida  lo  mismo  que  otras  dos  de  las  tres  grandes  festivi- 
dades anuales  referidas,  para  perpetuar  el  recuerdo  de  la  li- 
beración de  la  esclavitud  en  Egipto  (Ex.  13,  1-16).  "En  épo- 
ca reciente,  escribe  Piepenbring,  se  trató  de  imprimir  a  las 
antiguas  fiestas  israelitas  un  carácter  teocrático  de  esa  clase. 
Contrariamente  a  toda  verosimilitud,  se  hizo  depender  de  la 
salida  de  Egipto,  la  ofrenda  de  las  primeras  crias  de  los  ga- 
nados. La  comida  en  común  de  la  víctima  pascual,  en  el  seno 
de  cada  familia,  es  un  uso  completamente  patriarcal,  prove- 
niente de  la  vida  nómade  y  pastoril  de  los  antiguos  hebreos, 
en  la  que  cada  padre  de  familia  era  el  sacerdote  de  los  suyos, 
en  que  la  comunidad  religiosa  se  restringía  a  los  miembros 
de  cada  familia"  (p.  39). 

FIESTA  DE  LOS  AZIMOS.  —  2719.  La  primera  de 
las  fiestas  del  ciclo  agrícola  que  celebraron  los  hebreos  des- 
pués de  su  establecimiento  en  Canaán,  es  la  de  los  Azimos  o 
Panes  sin  levadura,  de  los  Matsoth  o  Massoth  (§  1421),  nom- 
bre éste  que  daban  los  israelitas  a  unas  galletas  de  pasta  no 
leudada,  y  que  aun  hoy  constituyen  el  pan  del  desierto.  En 
esta  forma  consumían  los  primeros  productos  de  la  cosecha 
de  la  cebada,  los  que  ofrecían  a  la  divinidad  en  gratitud  por 
sus  dones.  En  cuanto  a  que  los  panes  o  galletas  debían  ser 
hechos  sin  levadura,  eso  procede,  a  juicio  de  Loisy,  de  que 
en  el  primitivo  culto  de  Yahvé  no  se  empleaba  el  pan  fer- 
mentado. "La  prohibición  del  pan  leudado,  dice,  en  la  fiesta 
de  los  Azimos  es  más  bien  un  rito  de  renacimiento,  pues  la 


274 


LA  FIESTA  DE  LOS  AZIMOS 


vieja  levadura  no  debía  obrar  sobre  el  nuevo  año"  (La  Reí. 
d'Isr.,  p.  119,  n.  6).  La  fiesta  se  realizaba  en  el  mes  de  abib 
(§  150),  sin  indicación  de  la  fecha  exacta  de  sus  comienzos, 
porque  eso  dependía  de  la  madurez  de  dicha  cosecha,  y  según 
el  Deuteronomio,  se  iniciaba  "cuando  se  empezaba  a  meter  la 
hoz  en  la  mies"  (16,  9).  Posteriormente  se  fijó  el  principio  de 
ella,  en  el  día  14  de  dicho  mes,  llamado  luego  nisán,  y  duraba 
ima  semana,  o  sea,  hasta  el  21.  Desde  muy  antiguo  se  unió 
esta  fiesta  agrícola  con  la  pastoril  de  la  ofrenda  de  las  primi- 
cias de  los  rebaños  y  ganados,  como  lo  da  a  entender  Ex.  34, 
25,  texto  que  pertenece  a  J. 

2720.  Al  respecto,  escribe  Vernes :  "La  fiesta  tiene  dos 
nombres.  Pascua  y  Azimos,  y  bajo  ellos  parecen  discernirse 
dos  objetos  completamente  diferentes:  por  una  parte,  la  pre- 
sentación de  víctimas  sangrientas,  y  por  la  otra,  el  empleo  de 
panes  sin  levadura.  El  texto  relativo  a  la  salida  de  Egipto 
(Ex.  12-  13,  16),  asocia  los  dos,  al  hablar'  de  un  cordero  o  ca- 
brito comido  con  ázimos.  Sin  embargo,  lejos  de  ser  un  acce- 
sorio, los  ázimos  parecen  haber  sido  lo  esencial  de  la  fiesta, 
y  el  texto  de  Deut.  16,  1-8  prescribe  abstenerse  de  pan  fer- 
mentado, no  sólo  a  los  israelitas  reunidos  en  Jerusalén,  sino 
también  a  la  población  que  ha  permanecido  en  sus  hogares. 
El  mismo  texto  habla  de  "víctimas  de  ganado  mayor  y  menor" 
(v.  2),  y  no  solamente  de  un  cordero  o  cabrito  pascual,  como 
lo  exige  el  Exodo  (P)  ...  Creemos  que  hubo  originariamen- 
te dos  fiestas,  si  no  separadas  por  la  época  de  su  celebración^ 
a  lo  menos  distintas  por  su  objeto.  Por  un  lado,  una  fiesta  de 
las  primeras  espigas,  en  la  que  se  le  darían  las  gracias  a  la  Di- 
vinidad, ofreciéndole  algunas  galletas  rápidamente  confeccio- 
nadas con  los  primeros  granos  maduros.  Por  el  otro,  una  fies- 
ta de  los  primeros  productos  de  los  rebaños,  en  la  que  se  sa- 
crificaba a  la  Divinidad,  un  ternero  o  un  cordero,  primicias  del 
ganado  mayor  y  menor.  Estas  fiestas  reunían  a  la  familia  con 
todos  sus  miembros,  su  clientela  de  esclavos,  de  mercenarios, 
de  acompañantes  pobres,  junto  a  los  santuarios  locales.  Cuan- 
do se  tuvo  la  singular  idea  de  restringir  las  ceremonias  del 
culto  únicamente  al  templo  de  Jerusalén,  hubo  que  modificar 
aquella  organización  en  adelante  impracticable.  Los  que  em- 
prendían la  peregrinación  a  Jerusalén,  compraban  un  cordero 


XA   FIESTA   DE   LA  SIEGA 


275 


O  un  cabrito,  el  que  llegó  a  ser  "el  animal  pascual".  El  mismo 
nombre  de  Pascua  podría  muy  bien  no  descansar  en  definiti- 
va sino  en  una  invención  o  explicación  teológica,  y  no  tener 
raíces  en  lo  pasado.  Puede,  pues,  asegurarse  que  transporta- 
da de  las  localidades  provinciales  a  Jerusalén  la  fiesta  agríco- 
la )•  pastoral  de  la  primavera  cambia  absolutamente  de  sig- 
nificado. Era  una  fiesta  de  familia;  en  adelante  es  una  fiesta 
nacional,  a  pesar  del  esfuerzo  hecho  para  distribuir  los  pere- 
grinos en  grupos  restringidos.  Era  una  fiesta  agronómica; 
ahora  es  una  solemnidad  teológica,  la  conmemoración  del  su- 
ceso por  el  cual  anteriormente  el  pueblo  fué  arrancado  de  du- 
ra servidumbre"  (ps.  646-7).  El  texto  de  la  fiesta  de  los 
Azimos,  en  el  Libro  de  la  Alianza  (Ex.  23,  15)  revela  los  evi- 
dentes retoques  sufridos,  pues  es  un  agregado  posterior  todo 
lo  que  sigue  al  precepto :  "Guardarás  la  fiesta  de  los  Panes  sin 
levadura"  (comienzo  del  v.  15),  lo  mismo  que  el  v.  17  es  la 
repetición,  con  algunas  variantes  del  v.  14. 

FIESTA  DE  LA  SIEGA.  —  2721.  Esta  ocupaba  el  se- 
gundo lugar  de  las  tres  grandes  fiestas  nacionales,  en  la  que 
se  ofrecían  las  primicias  de  la  siega  del  trigo  (Ex.  34,  22), 
aunque  se  cree  que  su  celebración  ocurría  cuando  ya  se  había 
cortado  y  puesto  en  gavillas  todo  el  centeno  y  el  trigo,  por 
lo  que  en  la  literatura  judía  se  la  suele  designar  con  el  nom- 
bre arameo  atsarta,  que  significa  "clausura  o  cerramiento". 
Era,  pues,  en  realidad  la  fiesta  de  la  clausura  de  la  siega,  co- 
mo la  de  los  Azimos,  lo  era  de  la  inauguración  de  la  misma. 
En  Ex.  34,  22  y  Deut  16,  10  -  16,  se  la  denomina  también  la 
fiesta  de  las  Semanas  (en  heb.  Chebuoth  o  Chabuot),  y  en  el 
judaismo  posterior  recibió  el  nombre  griego  de  Pentecostés, 
que  significa  la  "Quincuagésima",  porque  se  celebraba  cin- 
cuenta días  o  siete  semanas  después  de  la  de  los  Azimos  o 
Pascua.  En  Núm.  28,  26,  es  llamada  "día  de  las  primicias", 
quizá  porque  sólo  duraba  un  día,  en  el  que  se  entregaban  a 
los  santuarios  "las  primicias  del  trabajo",  o  sea,  de  todo  lo 
sembrado  en  el  campo  (Ex.  23,  16),  menos  las  primicias  del 
centeno,  ceremonia  u  ofrenda  ésta  ya  efectuada  en  la  fiesta 
anterior.  Esta  festividad  agrícola  no  aparece  relacionada  en 
el  Antiguo  Testamento  con  la  salida  de  Egipto,  como  las 


276 


LA    FIESTA   DE   LA  COSECHA 


Otras ;  pero  la  literatura  talmúdica  la  consideró  después  como 
la  fiesta  recordatoria  de  la  promulgación  de  la  Ley  en  el  Si- 
naí.  En  el  judaismo  más  reciente  duraba  dos  días,  y  en  la 
época  de  Jesús  se  celebraba  el  6  del  mes  de  siván,  que  corres- 
ponde al  mes  de  junio.  Sobre  esta  fiesta  escribe  Vernes  lo  si- 
guiente:  "La  de  las  Semanas  o  de  la  Siega  no  tiene  carácter 
bien  definido.  Las  siete  semanas  de  intervalo  exigidas  entre 
la  cosecha  de  las  primeras  espigas  y  la  referida  fiesta,  no  se 
explican  sino  teniendo  en  cuenta  diferencias  del  suelo  y  del 
clima  de  Palestina,  que  establecen  cierta  distancia  entre  la  épo- 
ca de  la  siega  en  las  llanuras  expuestas  al  sol  y  en  las  regiones 
montañosas.  En  todo  caso  es  de  notarse  que  ningún  texto  his- 
tórico menciona  una  celebración  solemne  de  la  fiesta  de  las 
Semanas.  En  cuanto  a  la  pretendida  conmemoración  de  la 
promulgación  de  la  ley  en  el  Sinai,  es  una  interpretación  pos- 
terior, desconocida  de  los  libros  bíblicos"  (p.  650). 

FIESTA  DE  LA  COSECHA.  —  2722.  Era  por  antono- 
masia la  fiesta  del  antiguo  Israel,  como  así  se  la  llama  sin 
otro  determinativo  en  I  Rey.  8,  2,  fiesta  de  las  cosechas  al  fin 
del  año,  después  de  la  vendimia,  de  la  recolección  de  las  acei- 
tunas, y  de  la  trilla  del  trigo  en  las  eras.  Puede  decirse  que  si 
la  primera  de  las  tres  grandes  fiestas  nacionales  era  la  de  la 
cebada,  y  la  segunda  la  del  trigo,  ésta  última  era  la  del  aceite 
y  del  vino.  Esta  fiesta  que,  a  partir  del  Deuteronomio,  se  lla- 
ma de  las  Enramadas,  de  los  Tabernáculos,  o  de  las  Cabañas 
(en  heb.  Sukkot),  —  y  que  según  Dhorme,  se  relacionaba  con 
un  antiguo  rito  de  estación  para  obtener  la  lluvia  — ,  se  ce- 
lebraba "durante  siete  días,  cuando  hayas  recogido  los  pro- 
ductos de  tu  era  y  de  tu  lagar",  con  gran  regocijo  popular, 
pues :  "te  regocijarás  con  tu  hijo,  tu  hija,  tu  esclavo,  tu  escla- 
va, el  levita,  el  extranjero,  el  huérfano  y  la  viuda  establecidos 
en  tus  ciudades  (o  que  habitan  dentro  de  tus  puertas).  Du- 
rante siete  días  festejarás  a  Yahvé  tu  dios,  en  el  lugar  que  él 
escogiere  (esto  último  es  la  constante  preocupación  del  deu- 
teronomista,  de  centralizar  el  culto  en  Jerusalén).  Porque 
Yahvé  tu  dios  te  bendecirá  en  todas  tus  cosechas  y  en  todos 
tus  trabajos;  así  que  te  abandonarás  por  completo  a  la  ale- 
gría" (Deut.  16,  13-15).  Muchos  eran  los  que  "abandonán- 


LA    FIESTA    DE    LA  COSECHA 


277 


dose  a  la  alegría"  se  embriagaban  en  esta  fiesta  del  vino  nue- 
vo (cf.  I  Sam,  1,  13-15;  Is.  28,  7),  resonando  cánticos  y  gri- 
tos de  alborozo  en  los  santuarios  o  junto  a  ellos,  y  así,  p.  ej., 
el  autor  de  Lamentaciones,  refiriéndose  a  la  destrucción  de 
Sión  dice  que  "sus  enemigos  han  lanzado  gritos  en  el  templo 
de  Yahvé,  como  en  día  de  fiesta"  (2,  7).  Era  la  fiesta  israelita 
más  importante,  y  la  única  que  se  menciona  en  los  escritos 
históricos  (Jue.  9,  27;  21,  19-23),  y  a  ella  se  refiere  Oseas, 
cuando  manifiesta  en  nombre  de  Yahvé:  "te  haré  habitar  otra 
vez  en  tiendas,  como  en  los  días  de  la  fiesta"  (12,  9). 

2723.  La  fiesta  de  la  Cosecha  no  tiene  en  el  Libro  de  la 
Alianza  fecha  exacta,  simplemente  se  dice  que  sé  celebrará 
al  fin  de  año  (o  a  la  renovación  del  año,  L.B.R.F),  el  que  en- 
tonces terminaba  en  otoño  (§  150).  "Es  muy  probable,  expre- 
sa el  profesor  Luis  Aubert,  que  la  fiesta  de  las  cosechas  mar- 
case el  comienzo  del  año  nuevo  y  fuera  una  fiesta  del  Nuevo 
Año,  como  la  existente  en  Babilonia  y  Persia.  Se  ha  supues- 
to que  había  entonces  una  ceremonia  de  entronización  de  Yah- 
vé, o  sea,  una  solemne  procesión,  renovada  cada  año,  con  el 
arca  al  frente,  que  era  como  una  nueva  toma  de  posesión  de 
la  reyecía  de  Yahvé  sobre  Israel  para  el  año  que  comenzaba. 
Esto  es  posible;  pero  si  ciertos  salmos  pueden  interpretarse 
en  ese  sentido  (especialmente  el  47),  nada  nos  dicen  de  ello 
los  libros  históricos.  Más  tarde  el  Nuevo  Año  de  otoño  se  dis- 
tinguió de  la  fiesta  de  las  Cosechas  (§  186,  1245).  En  las  an- 
tiguas legislaciones  no  se  indica  la  duración  de  dicha  fiesta ; 
pero  I  Rey.  8,  65  supone  que  era  la  misma  que  posteriormen- 
te. Hasta  la  legislación  sacerdotal  no  se  relacionó  la  fiesta  de 
las  Cosechas  con  la  historia  del  pasado,  siendo,  pues,  en  el  an- 
tiguo Israel  una  fiesta  agrícola  .  .  .  que,  como  la  precedente, 
existía  en  Canaán  antes  de  la  llegada  de  los  israelitas",  en 
honor  de  los  Baales,  dispensadores  de  los  dones  del  suelo. 
Oseas  se  esfuerza  en  hacer  comprender  a  sus  compatriotas 
que  esos  festejos,  como  el  culto,  en  general,  deben  reservarlos 
para  Yahvé,  quien  es  el  verdadero  dador  del  trigo,  vino,  acei- 
te, lana,  lino,  vides,  higueras,  plata  y  oro  de  que  ellos  goza- 
ban (Os.  2,  7  -  16,  21,  22).  En  lo  tocante  al  uso  de  celebrar  es- 
ta fiesta  bajo  chozas  de  ramas  (de  donde  el  nombre  de  fiesta 
de  las  Enramadas),  se  explica  por  su  carácter  campestre.  El 


278 


EL   DECIMO   MANDAMIENTO  PRIMITIVO 


dogmatismo  posterior  interpretó  esos  improvisados  abrigos 
de  ramas  como  un  recuerdo  de  las  tiendas  bajo  las  cuales  ha- 
bían vivido  los  israelitas  en  el  desierto,  (Lev.  23,  42,  43),  lo 
que  carece  de  fundamento  histórico,  siendo  más  probable,  co- 
mo piensa  Vernes,  que  se  hacían  para  preservarse  de  los  ra- 
yos solares.  Debemos  recordar  finalmente  estas  sensatas  ob- 
servaciones de  Piepenbring:  "Lo  que  faltaba  por  completo 
en  las  antiguas  fiestas  israelitas,  era  el  sentimiento  de  triste- 
za y  de  penitencia,  que  más  tarde  se  tratará  de  imprimirles, 
siendo,  por  el  contrario,  principalmente  días  de  regocijo  po- 
pular (cf.  Deut.  16,  11,  14).  Los  hebreos  de  aquellos  tiempos 
carecían  del  sentimiento  de  la  culpabilidad,  o  sea,  de  un  des- 
acuerdo entre  ellos  y  Yahvé,  por  lo  cual  era  mucho  más  rara 
la  contrición  en  ellos  que  en  sus  descendientes,  nutridos  de 
los  principios  del  profetismo  ético,  que  no  cesaba  de  acentuar 
la  culpabilidad  de  Israel"  (ps.  258,  259). 

EL  DECIMO  MANDAMIENTO  PRIMITIVO.  —  2724. 
El  último  mandamiento  del  decálogo  del  Libro  de  la  Alian- 
za :  "No  cocerás  el  cabrito  en  la  leche  de  su  misma  madre",  fue 
considerado  tan  importante  por  los  sacerdotes  israelitas  que 
promulgaron  la  legislación  ritual,  que  dándolo  como  precepto 
expreso  de  Yahvé,  lo  reprodujeron  tres  veces  en  el  Pentateu- 
co, pues  además  de  figurar  en  Ex.  23,  19**  y  en  Ex.  32,  26'', 
se  halla  también  en  Deut.  14,  21^.  En  el  Pentateuco  saman- 
tano  tiene  el  siguiente  agregado :  "El  que  hace  esto  es  como 
el  que  sacrificara  un  topo:  es  un  objeto  de  indignación  para  el 
Dios  de  Jacob".  La  ortodoxia  le  ha  dado  mil  vueltas  a  este 
texto  aparentemente  incomprensible,  pues  resulta  de  lo  más 
curioso  que  Yahvé  reitere  ese  mandato  en  su  primitivo  código, 
dejando  de  lado  preceptos  infinitamente  más  importantes  co- 
mo la  prohibición  de  mentir,  robar  o  asesinar.  En  su  afán  de 
encontrarle  explicación  plausible,  se  ha  dicho  que  esa  orde- 
nanza expresa  un  refinamiento  de  humanidad,  que  responde  a 
motivos  de  orden  sentimental,  y  así  Pratt  escribe:  "Su  obje- 
to particular  sería  cultivar  sentimientos  de  humanidad  entre 
el  pueblo,  habiendo  un  algo  de  brutalidad  en  servirse  de  la 
leche  de  la  madre  para  guisar  las  carnes  de  su  misma  cría  .  .  . 
cosa  repugnante  a  todo  sentimiento  justo  y  natural"  (El  Exo- 


EL  DECIMO  MANDAMIENTO  PRIMITIVO 


279 


do,  ps.  290-1).  A  esto  responde  Frazer  que  tal  precepto  no 
concuerda  con  el  tono  general  del  código  en  que  figura,  fuera 
de  que  un  legislador  que,  según  resulta  de  ese  decálogo,  no 
prestaba  atención  alguna  a  los  sentimientos  de  los  seres  hu- 
manos, debía  sentirse  muy  poco  inclinado  a  pensar  en  el  senti- 
miento materno  de  las  cabras  (Le  Folklore,  p.  316).  "Lo  que 
aquí  se  prohibe,  anota  L.B.d.C,  no  es  inmolar,  ni  comer  ani- 
males recién  nacidos  que  todavía  maman  (cf.  Lev.  22,  27;  I 
Sam.  7,  9),  ni  emplear  manteca  en  la  cocción  de  la  carne,  co- 
mo lo  pretende  la  interpretación  judía  tradicional,  sino  el  pre- 
parar un  cabrito  en  la  leche  de  su  propia  madre".  Scío  co- 
menta esa  prescripción  en  estos  términos :  "Esto  es  (o  quie- 
re decir)  no  tomarás  para  sacrificar  en  la  Pascua  cabrito  o 
cordero  que  no  tenga  otra  sustancia  que  la  que  chupa  de  su 
madre,  y  que  asándolo  para  comer,  sería  como  cocerlo  en  la 
leche  de  su  madre.  Según  esta  exposición  parece  prohibirse 
que  se  sacrificara  un  cordero  que  todavía  estuviese  mamando ; 
y  sería  al  mismo  tiempo  una  excepción  de  la  Ley,  que  permi- 
te sacrificar  los  animales  ocho  días  después  de  haber  nacido 
(22,  30;  Lev.  22,  27)".  La  explicación  de  Scío  es  traída  por  los 
cabellos,  pues  ni  aquí  se  trata  para  nada  de  la  Pascua,  ni  me- 
nos se  puede  hacer  creer  a  nadie  que  asar  un  cabrito  es  como 
cocerlo  en  la  leche  de  su  madre.  Esa  exégesis  descabellada  se 
encuentra  en  el  mismo  plano  que  la  siguiente,  que  agrega  el 
mismo  autor:  "Algunos  Padres  registran  en  esta  Ley  una 
profecía  tocante  a  Jesucristo,  verdadero  Cordero  Pascual,  al 
cual  ni  Heredes,  ni  los  judíos  habían  de  quitar  la  vida  en  sus 
años  tiernos,  sino  en  edad  más  robusta  y  vigorosa". 

2725.  Dhorme,  manifiesta  que  con  este  precepto  formu- 
lado "en  el  estilo  de  una  orden  dada  a  pastores,  se  trata  in- 
dudablemente de  protestar  contra  una  manera  de  aderezar  el 
cabrito  atestiguada  ahora  entre  los  viticultores  de  Ugarit" 
(L'Evolution,  p.  58).  En  efecto  en  el  poema  fenicio  El  naci- 
miento de  los  dioses  graciosos  y  bellos,  después  de  unas  lí- 
neas que  hablan  de  la  poda  de  la  viña,  se  lee,  según  Virolleaud 
y  Dussaud,  esta  recomendación :  "Guisa  un  cabrito  en  leche", 
la  que  en  opinión  de  este  último  sabio,  no  puede  ser  otra  que 
"la  leche  de  la  madre,  lo  cual  será  prohibido  por  la  ley  mosai- 
ca", de  donde  deduce  que  tal  prohibición  "fue  simplemente 


280 


EL   DECIMO    MANDAMIENTO  PRIMITIVO 


dictada  en  oposición  con  el  culto  cananeo  y  en  época  tardía" 
(R.H.R,  108,  ps.  7  y  8;  Les  Découvertes,  p.  153).  Dhorme, 
basándose  en  ese  texto,  agrega:  "Existía  un  rito  entre  los  fe- 
nicios del  Norte,  consistente  en  hacer  cocer  un  cabrito  en  le- 
che. De  aquí  la  insistencia  de  los  legisladores  hebreos  en  pros- 
cribir ese  rito  ...  La  antítesis  entre  la  vida  nómade  y  la  vi- 
da agrícola  se  reflejaría  en  la  oposición  entre  el  precepto  po- 
sitivo de  Ras  Sahmrá  y  los  preceptos  negativos  del  Exodo  y 
del  Deuteronomio"  (ps.  34  y  58).  El  descubrimiento  del  cita- 
do texto  del  poema  fenicio  vendría  a  confirmar  el  siguiente  pa- 
saje de  un  escritor  anónimo  de  la  Edad  Media,  miembro  de  la 
secta  judía  de  los  Caraítas,  que  transcribe  Frazer :  "Cuando 
los  antiguos  paganos  habían  recogido  toda  la  cosecha,  acos- 
tumbraban cocer  un  cabrito  en  la  leche  de  su  madre,  y  luego, 
como  rito  mágico,  hisopear  con  la  leche  los  árboles,  los  cam- 
pos, los  jardines  y  los  huertos,  creyendo  que  así  los  volverían 
más  fecundos  en  el  año  siguiente"  (Ib.  p.  316).  Ignoramos  en 
qué  se  basaba  este  escritor  judío  para  hacer  la  transcrita  afir- 
mación ;  pero  de  todos  modos,  en  contra  de  lo  sustentado  por 
ViroUeaud.  Dussaud  y  Dhorme,  podemos  observar:  1°  que  el 
texto  de  Ras  Shamrá  recomienda  después  de  la  poda  de  las 
viñas,  cocer  o  guisar  un  cabrito  en  leche,  simplemente;  2°  que 
el  legislador  israelita  prohibe  cocer  el  cabrito  en  la  leche  de  su 
misma  madre,  lo  que  no  constituye  oposición  al  culto  cana- 
neo,  pues  no  se  opone  a  aquel  rito,  sino  a  una  forma  determi- 
nada del  mismo,  es  decir,  que  no  combate  el  que  se  guise  el 
cabrito  en  leche,  sino  solamente  el  que  se  emplee  para  esa 
cocción  la  leche  de  la  madre  del  mismo  animal;  3^  que  resul- 
ta inconcebible  que  en  una  colección  de  preceptos  rituales  pro- 
venientes de  hebreos  nómades,  se  fuera  a  protestar  por  lo  que 
hacían,  en  prácticas  agrícolas,  alejados  vecinos  sedentarios 
como  si  fuera  asunto  de  trascendental  importancia  el  que  se 
llegara  a  imitar  el  modo  como  éstos  aderezaban  sus  cabritos, 
cuando  si  de  protesta  se  tratara,  habría  que  esperar  mayor  nú- 
mero de  prescripciones  contrarias  a  otras  ceremonias  religio- 
sas de  pueblos  más  cercanos  (1)  ;  y  4°  que  a  ser  cierto  lo  que 

(1)  Dussaud  ve  en  la  prohibición,  —  en  el  sacrificio  de  los  per- 
fumes —  del  incienso  puro  (lebona),  calificado  de  perfume  extraño  o 
idolátrico  (Lev.  10,  1  -  7),  la  intención  de  oponerse  a  una  práctica  ca- 


EL  DECIMO  MANDAMIENTO  PRIMITIVO 


281 


expone  el  aludido  caraíta  judío  medioeval,  todavía  quedaría 
por  averiguar  si  sus  aserciones  se  referían  a  los  fenicios  del 
siglo  XIV  a.  n.  e.,  y  aunque  así  lo  fuera,  siempre  resultaría 
que  se  habría  combatido  una  superstición  con  otra  de  la  mis- 
ma índole,  pues  si  era  un  rito  mágico  el  que  nos  describe  di- 
cho autor,  constituye  un  supersticioso  tabú  el  precepto  hebreo 
de  la  referencia,  sobre  el  cual  dice  Loisy,  que  el  precepto^  que 
"excluye  de  los  sacrificios  comidos  los  cabritos  y  corderos 
mamones,  es  un  antiguo  tabú  fundado  probablemente  sobre 
un  escrúpulo  relativo  a  la  especie"  (La  Ral.  d'Isr.  p.  210). 

2726.  Lo  probable  es  quizá,  como  supone  Frazer,  que  en 
la  base  de  dicho  mandamiento  haya  una  superstición  muy  ge- 
neralizada entre  los  pueblos  de  escasa  civilización,  relativa  a 
la  cocción  de  la  leche.  Este  erudito  escritor  cita  gran  número 
de  casos,  principalmente  de  poblaciones  africanas,  en  que  no 
se  hace  hervir  la  leche  por  temor  a  que  las  vacas  dejen  de  dar- 
la ;  otros  en  que  la  leche  sólo  puede  ser  ordeñada  en  vasijas 
especiales,  p.  ej.,  que  no  sean  de  hierro;  otros  en  que  se  toman 
grandes  precauciones  para  impedir  que  la  leche  se  ponga  en 
contacto  con  la  carne,  ni  aun  en  el  estómago  de  los  que  la  in- 
gieren ;  la  creencia  en  los  efectos  perniciosos  que  tiene  sobre 
la  vaca,  el  que  se  derrame  la  leche  en  el  fuego,  etc.  Estos  cu- 
riosos hechos  los  explica  Frazer  por  la  magia  simpática  (véase 
nuestra  Introducción,  §  149,  159),  y  al  efecto,  escribe:  "Aun 
después  que  la  leche  ha  sido  ordeñada,  se  considera  que  con- 
serva una  relación  tan  vital  con  la  vaca,  que  todo  mal  hecho 
a  aquélla,  lo  sentiría  simpáticamente  ésta.  Hacer  hervir  la  le- 
che en  una  cacerola  es  como  hacerla  hervir  en  las  tetas  de  la 
vaca ;  es  como  secar  el  líquido  en  su  fuente  . . .  Un  temor  aná- 
logo es  quizá  lo  que  ha  dictado  el  mandamiento  hebreo  de  la 
referencia.  En  este  caso,  se  opondrían  a  hacer  cocer  o  hervir 
el  cabrito  en  leche,  porque  la  cabra  sufriría,  cualquiera  que 
fuese  la  madre  del  cabrito  hervido  o  no.  La  razón  por  la  cual 

nanea.  "El  uso  del  incienso,  dice,  es  antiguo  en  el  culto  de  Israel;  pe- 
ro después  del  destierro,  para  diferenciar  el  culto  israelita  de  los  otros 
cultos,  se  prescriliió  una  composición  especial  (Ex.  30,  34-  38),  no 
manteniéndose  el  uso  del  incienso  puro,  sino  en  el  rito  de  la  minsha 
(§  459)...  Salvo  este  caso,  el  uso  del  incienso  puro  se  proscribió  en 
el  culto  postexílico,  parece  que  como  reacción  contra  los  cultos  de  los 
pueblos  vecinos  y  por  la  tendencia  del  judaismo  a  distinguirse  de  és- 
tos" (Les  Origines,  p.  131;  Les  Découvertes,  p.  153). 


282 


EL   DECIMO    MANDAMIENTO  PRIMITIVO 


se  menciona  especialmente  la  leche  de  la  madre,  quizá  sea  por- 
que había  más  probabilidades  de  que  se  empleara  la  leche  de 
la  madre  que  otra  cualquiera,  o  porque  el  mal  de  que  tendría 
que  sufrir  la  madre  en  este  caso  sería  más  cierto  que  en  otro 
alguno.  Ligada  a  la  olla  por  un  doble  lazo  de  simpatía,  puesto 
que  tanto  el  cabrito  como  la  leche  venían  de  sus  entrañas,  la 
cabra  -  madre  tenía  dos  veces  más  probabilidad  que  otras  ca- 
bras de  perder  la  leche  o  perecer  por  el  calor  de  la  ebullición" 
(Le  Folklore,  ps.  317-320). 

2727.  En  lo  tocante  a  la  superstición  de  las  tribus  africa- 
nas que  no  consienten  que  se  absorba  leche  junto  con  la  carne 
o  en  el  mismo  día,  agrega  Frazer:  "Los  israelitas  observan 
aún  hoy  reglas  semejantes,  aunque  menos  rigurosas,  sobre  la 
separación  de  la  carne  y  de  la  leche.  Un  judío  que  ha  comido 
carne  o  tomado  caldo,  debe  durante  una  hora  abstenerse  de 
queso  o  de  cualquier  otro  alimento  lácteo,  llevando  los  rigo- 
ristas a  seis  horas  ese  período  de  abstención.  Además  se  sepa- 
ra con  cuidado  la  carne  de  la  leche,  y  se  les  reserva  recipien- 
tes distintos,  especialmente  marcados,  no  pudiendo  servir  pa- 
ra poner  leche  una  olla  empleada  para  carne.  Tienen  también 
dos  series  de  cuchillos :  unos  para  comer  la  carne,  y  otros  pa- 
ra cortar  el  queso  y  el  pescado.  No  hacen  cocer  en  el  mismo 
horno  la  carne  y  la  leche,  y  no  las  colocan  a  la  vez  sobre  la 
mesa,  ni  sobre  los  mismos  manteles.  Si  una  familia  es  dema- 
siado pobre  para  tener  dos  manteles,  debe  sacar  el  único  que 
tenga  antes  de  poner  leche,  si  sobre  él  se  ha  servido  carne.  Es- 
ta regla  que  la  sutileza  de  los  rabinos  ha  adornado  con  una 
multitud  de  distinciones  refinadas,  desciende  en  línea  recta 
del  mandamiento  de  no  cocer  el  cabrito  en  la  leche  de  su  ma- 
dre. Dados  los  hechos  expuestos,  parece  evidente  que  esta  re- 
gla y  dicho  precepto  forman  parte  de  una  herencia  común, 
transmitida  a  los  judíos  desde  la  época  en  que  sus  antepasados 
eran  pastores  nómades,  cuando  bebían  en  cantidad  leche  de 
su  ganado  y  temían  por  lo  tanto  disminuir  su  rendimiento,  co- 
mo las  tribus  pastoriles  del  Africa  actual"  (Ib.  ps.  322-323). 
Tales  son  las  más  modernas  conjeturas  sobre  el  célebre  man- 
damiento en  cuestión,  el  que  de  cualquier  modo  que  se  le  con- 
sidere, aconseja  una  práctica  supersticiosa,  impropia  de  un 
dios  concebido  más  tarde  como  fuente  de  la  más  elevada  mo- 
ral. 


CAPITULO  IX 


El  Decálogo  tradicional 

EL  DECALOGO  DEUTERONOMICO.  —  2728.  Diji- 
mos anteriormente  (§  2710)  que  en  contraste  con  el  decálogo 
ritual,  estudiado  en  el  capítulo  anterior,  tenemos  en  el  Penta- 
teuco otro  Decálogo  ético  en  dos  versiones :  una  en  Ex.  20, 
1-17  V  otra  en  Deut.  5.  6-21,  que  presentan  algunas  varian- 
tes. Exponemos  a  continuación  ambas  versiones  de  dicho  De- 
cálogo (palabra  ésta  que  en  adelante  la  escribiremos  con  ma- 
yúscula, para  distinguirlo  del  decálogo  primitivo),  cuyas  va- 
riantes, para  que  destaquen  a  simple  vista,  no  irán  en  negrita. 

Ex.  20,  1-17  Deut.  5,  6-21 


1  Entonces  Dios  pronunció 
todas  estas  palabras :  2  Yo 
soy  Yahvé  tu  dios,  que  te  sa- 
qué del  país  de  Egipto,  de  la 
casa  de  servidumbre. 

I.  No  tendrás  otros  dioses 
delante  de  mí  (v.  3). 

II.  No  te  harás  imágenes  es- 
culpidas, ni  representación  al- 
guna de  las  cosas  que  están 
arriba  en  el  cielo,  ni  abajo  en 
la  tierra,  ni  en  las  aguas  de- 
bajo de  la  tierra.  No  te  pos- 
trarás ante  ellas,  ni  les  darás 
culto,  porque  yo,  Yahvé  tu 
dios,  soy  un  dios  celoso,  que 
por  la  falta  de  los  padres,  cas- 
tigo a  los  hijos,  y  hasta  la  ter- 


6  Yo  soy  Yahvé  tu  dios, 
que  te  saqué  del  país  de  Egip- 
to, de  la  casa  de  servidumbre. 


I.  v.  7.  Igual  al  del  Exodo.. 

IL  Igual  al  del  Exodo  (vs. 
8-10). 


284 


EL   DECALOGO  DEUTERONOMICO 


cera  y  la  cuarta  generación  de 
los  que  me  odian;  pero  que 
concedo  mi  gracia  hasta  la 
milésima  generación  de  los 
que  me  aman  y  guardan  mis 
mandamientos  (vs.  4-6). 

III.  No  pronunciarás  el 
nombre  de  Yahvé,  tu  dios,  pa- 
ra un  uso  criminal,  porque 
Yahvé  no  dejará  impune  al 
que  haya  pronunciado  su 
nombre  para  un  uso  crimi- 
nal (v.  7)  (1). 

IV.  Acuérdate  del  día  del 
sábado  para  santificarlo.  Seis 
días  trabajarás  y  harás  toda 
tu  obra,  mas  el  séptimo  día 
es  un  sábado  en  honor  de 
Yahvé  tu  dios.  No  harás  en 
él  obra  alguna,  ni  tú,  ni  tu  hi- 
jo, ni  tu  hija,  ni  tu  esclavo,  ni 
tu  esclava,  ni  tu  bestia,  ni  el 
extranjero  que  esté  dentro  de 
tus  puertas;  porque  en  seis 
días  hizo  Yahvé  los  cielos  y 
la  tierra,  el  mar  y  todo  cuan- 
to en  ellos  hay,  y  en  el  día 
séptimo  reposó.  Es  por  esto 
■que  Yahvé  bendijo  el  día  del 
.sábado  y  lo  declaró  santo. 
<vs.  8-11). 

í 


III.  (v.  11).  Igual  al  del 
Exodo. 


IV.  Guardarás  el  día  del 
sábado  para  santificarlo,  co- 
mo Yahvé  tu  dios  te  lo  ha 
mandado.  Seis  días  trabajarás 
y  harás  toda  tu  obra,  mas  el 
séptimo  día  es  un  sábado  en 
honor  de  Yahvé  tu  dios.  No 
harás  en  él  obra  alguna,  ni 
tú,  ni  tu  hijo,  ni  tu  hija,  ni  tu 
esclavo,  ni  tu  esclava,  ni  tu 
buey,  ni  tu  asno,  ni  ninguna 
bestia  tuya,  ni  el  extranjero 
que  esté  dentro  de  tus  puer- 
tas para  que  tu  esclavo  y  tu 
esclava  puedan  descansar  co- 
mo tú.  Y  acuérdate  que  tú 
también  fuiste  esclavo  en  el 
país  de  Egipto,  y  que  Yahvé 
tu  dios  te  sacó  de  allá,  con 
mano  poderosa  y  con  brazo 
extendido.  Es  por  esto  que 
Yahvé  tu  dios  te  ha  manda- 


(1)  L.B.R.F.  traduce  así  el  mandamiento  III:  "No  invocarás  el 
nombre  del  Eterno  tu  Dios,  en  apoyo  de  la  mentira;  porque  el  Eterno 
no  deja  impune  al  que  invoca  su  nombre  para  la  mentira". 


EL  D-ECALOGO   SIN  GLOSAS 


285 


V.  Honra  a  tu  padre  y  a  tu 
madre,  para  que  se  prolon- 
guen tus  días,  en  el  pais  que 
Yahvé  tu  dios  te  da  (v.  12). 


VI.  No  asesinarás  (v.  13). 

VII.  No  cometerás  adulte- 
rio (v.  14). 

VIII.  No  hurtarás  (v.  15). 

IX.  No  darás  falso  testimo- 
nio contra  tu  prójimo  (v.  16; 
los  vs.  14,  15  y  16  están  in- 
cluidos en  el  v.  13,  en  las  Bi- 
blias hebreas). 

X.  No  codiciarás  la  casa  de 
tu  prójimo :  no  codiciarás  la 
mujer  de  tu  prójimo,  ni  su  es- 
clavo, ni  su  sirvienta,  ni  su 
buey,  ni  su  asno,  ni  cosa  algu- 
na que  sea  de  tu  prójimo  (v. 
17,  o  sea  el  14  en  las  Biblias 
hebreas). 


do  que  guardes  el  día  del  sá- 
bado (vs.  12-15). 

V.  Honra  a  tu  padre  y  a 
tu  madre,  como  te  lo  ha  man- 
dado Yahvé  tu  dios,  para  que 
se  prolonguen  tus  días,  y  pa- 
ra que  seas  feliz  en  el  país 
que  Yahvé  tu  dios  te  da  (v. 
16). 

VI.  (v.  17).  Igual  al  del 
Exodo. 

VII.  (v.  18).  Igual  al  del 
Exodo. 

VIII.  (v.  19).  Igual  al  del 
Exodo. 

IX.  Igual  al  del  Exodo  (v. 
20;  los  vs.  18,  19  y  20  forman 
parte  del  v.  17,  en  las  Biblias 
hebreas). 

X.  No  codiciarás  la  mujer 
de  tu  prójimo,  no  desearás  la 
casa  de  tu  prójimo,  ni  su  cam- 
po, ni  su  esclavo,  ni  su  sir- 
vienta, ni  su  buey,  ni  su  as- 
no, ni  cosa  alguna  que  sea 
de  tu  prójimo  (v.  21,  el  18  en 
las  Biblias  hebreas). 


EL  DECALOGO  SIN  GLOSAS.  —  2729.  La  finalidad 
de  estas  series  de  preceptos  en  forma  de  decálogo,  consiste  en 
reunir  prescripciones  breves,  en  tono  sentencioso  y  lapidario, 
a  efecto  de  que  se  fijen  fácilmente  en  la  memoria.  Ahora  bien, 
a  los  mandamientos  transcritos,  que  en  un  principio,  reunían 
esos  caracteres,  se  les  agregaron  después  glosas  explicativas, 
de  modo  que  despojándolo  de  éstas,  quedaría  reducido  el  De- 
cálogo, poco  más  o  menos,  a  lo  siguiente: 

I.  No  tendrás  otros  dioses  delante  de  mí. 

II.  No  te  harás  imágenes  esculpidas. 


286 


EL  DECALOGO  SIN  GLOSAS 


III.  No  pronunciarás  el  nombre  de  Yahvé,  tu  dios,  crimi- 
nalmente. 

IV.  Acuérdate  del  sábado  para  santificarlo. 

V.  Honra  a  tu  padre  y  a  tu  madre. 

VI.  No  matarás  (o  no  asesinarás). 

VII.  No  cometerás  adulterio. 

VIII.  No  hurtarás. 

IX.  No  darás  falso  testimonio  contra  tu  prójimo. 

X.  No  codiciarás  la  casa  de  tu  prójimo. 

Tenemos  así,  según  la  clasificación  de  Loisy :  5  precep- 
tos religiosos,  a  saber,  los  que  llevan  los  número  I  al  V,  por- 
que el  relativo  a  los  padres  formaba  parte  de  la  religión ;  y 
5  preceptos  de  moral  social.  Ninguna  prescripción  ritual,  pues, 
salvo  la  guarda  del  sábado,  —  "el  único  deber  cultual  del  lai- 
co", según  expresa  Holscher  — ,  no  se  mencionan  sacrificios, 
ni  fiestas  a  celebrarse  en  santuarios,  ni  ritos,  sino  sólo  hacer 
la  voluntad  de  Yahvé,  el  dios  nacional,  protector  de  la  fami- 
lia y  de  los  individuos.  La  iglesia  católica  romana,  a  pesar  de 
que  denomina  mandamientos  de  Dios  a  los  preceptos  del  De- 
cálogo, se  ha  arrogado  la  facultad  de  enmendarle  la  plana  a 
su  dios  israelita,  modificando  sus  ordenanzas  del  Exodo  y  del 
Deuteronomio,  y  dando  el  Decálogo  en  esta  forma :  1^  Amar 
a  Dios  sobre  todas  las  cosas.  2°  No  jurar  su  santo  nombre 
en  vano.  3^  Santificar  las  fiestas.  4°  Honrar  a  padre  y  madre. 
5°  No  matar.  6^  No  fornicar.  7^  No  hurtar.  8^  No  levantar 
falso  testimonio,  ni  mentir.  9°  No  desear  la  mujer  de  tu  próji- 
mo. Y  10°  No  codiciar  los  bienes  ajenos.  Recordemos  final- 
mente el  decálogo  hindú  del  Manava  -  Dharma  Sastra,  que 
mucho  antes  que  el  Decálogo  hebreo  resumía  la  moral  en  estos 
diez  preceptos :  1°  La  resignación.  2°  La  acción  de  devolver 
bien  por  mal.  3°  La  templanza.  4°  La  probidad.  5°  La  dis- 
creción. 6^  La  pureza.  7°  La  represión  de  los  sentidos.  8°  La 
benevolencia.  9°  El  conocimiento  de  los  libros  sagrados.  Y 
10°  El  conocimiento  del  Ser  Supremo  (PAUL  GILLE.  Historia 
de  las  Ideas  Morales,  ps.  49  -  50) . 

OBSERVACIONES  SOBRE  EL  DECALOGO.  1^  EL 
ORDEN  DE  LOS  MANDAMIENTOS.  —  2730.  Notemos 
primeramente  que  los  preceptos  del  Decálogo  están  formula- 


ORDEN    DE   LOS  MANDAMIENTOS 


287 


dos  en  la  segunda  persona  del  singular,  pues  se  supone  que 
fueron  expresados  por  Yahvé,  dirigiéndose  al  pueblo,  conside- 
rado como  una  sola  personalidad.  Después,  no  están  de  acuer- 
do los  creyentes  judíos  y  cristianos  sobre  el  orden  de  los  trans- 
critos mandamientos,  o  la  manera  de  contarlos.  Así,  los  judíos 
}•  ciertos  teólogos  cristianos  consideran  que  el  preámbulo  del 
V.  2  del  cap.  20  del  Exodo,  constituye  la  primer  declaración 
solemne  de  Yahvé,  o  sea,  el  primer  mandamiento ;  y  forman 
el  segundo  fusionando  el  I  y  II  (vs.  3-6).  Los  católico  -  roma- 
nos, según  hemos  visto  (§  2729),  y  los  luteranos,  si  bien,  co- 
mo los  judíos,  unen  los  mandamientos  I  y  II,  parten  en  cam- 
bio el  décimo  en  dos,  para  obtener  la  cifra  diez.  Las  demás 
iglesias  cristianas,  con  Filón,  Josefo  y  muchos  Padres  griegos 
siguen  la  división  arriba  expuesta  (§  2728).  La  versión  grie- 
ga de  los  LXX  invierte  los  mandamientos  VI  y  VII,  colocan- 
do el  relativo  al  adulterio  primero,  y  el  relativo  al  asesinato 
después,  (orden  seguido  también  por  la  iglesia  católica),  lo 
que  explica  por  qué  son  citados  en  ese  orden  en  los  evange- 
lios de  Marcos  (10,  19)  (1),  y  de  Lucas  (18,  20,  y  por  Pablo 
en  su  Epístola  a  los  Romanos  (13,  9). 

29  MOISES  Y  EL  DECALOGO.  —  2731.  La  ortodoxia 
cristiana  o  judía  acepta  sin  vacilar  que  aquí  tenemos  el  texto 
auténtico  de  los  diez  mandamientos  que  Yahvé  escribió  con 
su  dedo  en  dos  tablas  de  piedra,  las  cuales  entregó  a  Moisés 
en  el  monte  Sinaí  (Ex.  31,  18).  Pero  esas  dos  tablas  las  rom- 
pió Moisés  a!  bajar  del  monte  y  ver  al  pueblo  entregado  al 
culto  del  becerro  de  oro  (32,  19),  por  lo  cual  Yahvé  ordenó  a 
aquél  que  labrara  otras  dos  tablas  de  piedra  sobre  las  cuales 
volvería  él  a  escribir  las  mismas  palabras  que  había  en  las 
anteriores  (34,  1).  Moisés  hace  lo  que  se  le  manda j  y  con  las 
nuevas  tablas  sube  a  la  montaña  (tarea  pesadísima  para  un  oc- 
togenario, si  no  estuviéramos  en  el  terreno  de  lo  sobrenatural  y 
milagroso)  y  allí  Yahvé  renueva  su  alianza,  y  aunque  primero 

(1)  En  la  Versión  Moderna  de  Pratt  está  restablecido  el  orden 
del  Exodo,  en  este  texto;  pero  en  la  de  Valera,  se  nota  el  indicado 
cambio.  Jesús  cita  al  final  el  V  mandamiento  de  honrar  a  los  padres; 
pero  reemplaza  el  X  por  éste  que  no  figura  en  el  Decálogo:  "No  de. 
fraudes"  o  "No  hagas  mal  a  nadie". 


288 


MOISES   Y    EL  DECALOGO 


había  manifestado  que  él  mismo  escribiría  otra  vez  el  Decálogo, 
cambia  después  de  opinión,  y  le  da  ese  trabajo  a  Moisés.  Este 
permanece  con  Yahvé,  en  el  monte,  40  días  sin  comer  ni  be- 
ber y  en  ese  lapso  de  tiempo  realiza  la  obra  que  ese  dios  ic 
había  encomendado;  pero  ¡cosa  sorprendente!  lo  que  le  dictó 
Yahvé  a  Moisés  no  fué  el  Decálogo  del  cap.  20,  sino  el  ritua- 
lista, estudiado  en  el  capítulo  anterior  (34,  4-28),  que  difiere 
esencialmente  de  aquél.  Esto  que  constituye  un  problema  in- 
soluble  para  los  que  creen  que  el  Exodo  fué  escrito  por  Moi- 
sés, y  que  defienden  la  unidad  del  Pentateuco,  tiene  una  ex- 
plicación sencillísima  que  hemos  puesto  de  relieve  en  las  pá- 
ginas precedentes:  nos  encontramos  aquí  ante  una  inhábil 
combinación  de  documentos  de  diversas  épocas,  que  expresan 
distintos  procesos  de  la  evolución  religiosa,  y  distinta  manera 
de  referir  la  alianza  concluida  entre  Yahvé  e  Israel.  Lo  que 
figura  como  escrito  por  Moisés  en  las  segundas  tablas  de  pie- 
dra, es  el  decálogo  yahvista;  mientras  que  el  Decálogo  del 
cap.  20,  es  el  deuteronómico,  con  retoques  bien  visibles  del 
redactor  sacerdotal,  como  en  seguida  lo  demostraremos.  Am- 
bos decálogos  no  son  del  mismo  autor,  ni  de  la  misma  corrien- 
te de  ideas,  sino  que,  como  dice  Mowinckel,  representan  dos 
ensayos  diferentes  de  formular  la  suma  de  los  mandamientos 
divinos,  en  frases  lapidarias  y  fáciles  de  comprender  y  de  re- 
cordar. Ambos  expresan  dos  concepciones  distintas  de  la  esen- 
cia de  la  religión. 

3^  LAS  VARIANTES  EN  LAS  DOS  VERSIONES  DEL 
DECALOGO.  —  2732.  Las  divergencias  que  se  notan  en  el 
Decálogo  últimamente  transcrito,  muestran  también  que  los 
distintos  autores  de  esas  dos  versiones,  no  tuvieron  a  la  vista 
el  documento  original  procedente  de  Moisés,  que  se  decía  en- 
cerraba el  arca,  porque  ningún  escritor  religioso,  creyente  en 
Yahvé,  se  hubiera  atrevido  a  modificar  a  su  antojo  el  texto 
de  un  documento  que  se  consideraba  dictado  por  ese  mismo 
dios.  Examinemos  esas  variantes.  El  cuarto  mandamiento  co- 
mienza en  el  Decálogo  del  Exodo,  por  las  palabras :  "Acuér- 
date del  día  del  sábado  . .  ."  con  lo  que  parece  que  el  autor 
quiere  dar  a  entender  que  el  sábado  era  una  institución  ya  an- 
tigua cuando  se  promulgó  esa  ordenanza.  En  efecto  ese  pre- 


VARIANTES    EN   LAS    VERSIONES    DEL  DECALOGO 


289 


cepto  está  de  acuerdo  con  el  relato  del  otorgamiento  del  maná 
en  Ex.  16,  23-30,  relato  del  escritor  sacerdotal  en  que  apa- 
rece Moisés  prohibiendo  que  se  junte  "el  pan  de  Yahvé",  el 
día  sábado  (cf.  §  384).  Sin  embargo,  del  hecho  que  el  deute- 
ronomista  emplea  al  comienzo  del  IV  mandamiento  el  verbo 
"guardarás"  u  "observarás"  en  vez  de  "acuérdate",  no  se  pue- 
den sacar  las  consecuencias  que  pretenden  algunos  comenta- 
ristas, porque  agregada  al  precepto  de  la  observancia  del  sá- 
bado, se  encuentra  la  frase  "como  Yahvé  tu  dios  te  lo  ha  man- 
dado", que  supone  también  un  conocimiento  anterior  de  di- 
cho precepto.  Pero  de  mayor  importancia  es  la  variante  de 
los  motivos  que  se  dan  para  justificar  ese  mandamiento.  Se- 
gún el  Exodo,  debe  guardarse  el  sábado,  "porque  en  seis  días 
hizo  Yahvé  los  cielos  y  la  tierra,  el  mar  y  todo  cuanto  en 
ellos  hay,  y  en  el  día  séptimo  reposó.  Por  tanto  Yahvé  bendi- 
jo el  día  del  sábado  y  lo  declaró  santo  o  lo  santificó".  Esos 
motivos  expresan  no  sólo  la  argumentación  teológica  y  las 
ideas,  sino  hasta  las  repeticiones,  los  pleonasmos,  las  expre- 
siones todas  propias  de  P,  como  se  ve  en  Gén.  2,  3,  de  este 
autor:  "Y  bendijo  Elohim  (Dios)  el  día  séptimo  y  lo  santi- 
ficó, porque  en  ese  día  descansó  Elohim  (Dios)  de  toda  su 
obra  de  la  creación". 

2733.  Estas  razones  teológicas  (1),  propias  de  un  perío- 
do de  intensa  especulación  religiosa,  como  la  época  de  la  de- 
portación o  de  Esdras,  están  en  oposición  con  la  causal  senci- 
lla, racional  y  humanitaria  que  expone  el  Deuteronomio :  el 
sábado  se  ha  instituido  para  que  los  servidores  descansen  lo 


(1)  Un  autor  cristiano  comentando  esas  razones,  escribe:  "La  alu- 
sión a  la  creación  del  mundo  encierra  elementos  que  no  tienen  signifi- 
cación precisa  para  nosotros.  ¿Qué  son  esos  "días"  de  que  habla  el  re- 
lato del  Génesis  (cap.  I)  y  de  los  que  también  se  hace  mención  aquí? 
¿Son  verdaderos  días  o  épocas?  Los  que  prefieren  adoptar  esta  se- 
gunda concepción,  pronto  ven  cuan  difícil  es  aplicarla  al  "día  del  des- 
canso". ¿Y  qué  es  el  reposo  de  Dios  en  el  día  séptimo?  ¿Dura  aún  ese 
reposo  o  bien  ha  cesado?  ¿Y  cuándo  ha  cesado?  ¿No  ha  dicho  Je- 
sús: "Mi  Padre  hasta  ahora  está  obrando?"  (Juan  5,  17).  En  fin  ¿el 
discípulo  de  Jesucristo  se  siente  libre  y  capaz  de  imitar  en  todo,  el 
ejemplo  del  Dios  Omnipotente?"  (LUCIEN  GAUTIER.  Notes  sur 
le  Décalogue,  pág.  18). 


290 


LA  CASA  DE  TU  PROJIMO 


mismo  que  los  patrones.  Esta  explicación  está  de  acuerdo  con 
el  precepto  idéntico  del  Libro  de  la  Alianza:  "Seis  días  traba- 
jarás en  tus  quehaceres,  mas  el  séptimo  reposarás  para  que 
descansen  tu  buey  y  tu  asno,  y  respiren  el  hijo  de  tu  sierva 
y  "el  extranjero"  (Ex.  23,  12).  El  deuteronomista  motiva,  ade- 
más, el  precepto  de  la  guarda  del  sábado  en  la  esclavitud  de 
Egipto,  es  decir,  en  el  recuerdo  de  las  fatigas  pasadas  en  ia 
servidumbre,  motivo  también  más  humano  y  comprensible,  que 
no  el  reposo  del  Creador.  Las  otras  divergencias  entre  los  dos 
Decálogos,  no  son  tan  importantes.  En  el  V  mandamiento  del 
deuteronomista  se  recuerda  que  Yahvé  había  mandado  ya  an- 
tes honrar  a  los  padres,  y  se  agrega  que  ese  precepto  debe 
cumplirse  por  dos  razones  utilitarias:  para  poder  llegar  a  la 
ancianidad,  y  para  ser  feliz.  El  escritor  sacerdotal  sólo  men- 
ciona la  primera  de  esas  razones,  olvidando  el  desmentido  de 
la  experiencia,  pues  llegan  a  viejos  quienes  han  sido  malos  hi- 
jos, 3'  en  cambio  mueren  jóvenes,  hijos  respetuosos  y  amantes 
de  sus  progenitores. 

2734.  En  el  último  mandamiento,  el  Exodo  ordena  "no 
codiciarás  la  casa  de  tu  prójimo",  enumerando,  en  seguida,  los 
componentes  de  esa  casa:  la  mujer,  el  esclavo,  la  esclava  y  los 
animales  domésticos.  En  cambio,  el  deuteronomista  separa  a 
la  mujer,  no  poniéndola  al  mismo  nivel  que  los  demás  seres 
irracionales  mencionados,  y  emplea  dos  verbos  distintos:  "No 
codiciarás  la  mujer  de  tu  prójimo,  y  no  desearás  la  casa,  etc." 
La  casa  aquí  se  refiere  al  lugar  de  habitación,  y  se  agrega 
también  el  campo  del  prójimo  entre  las  cosas  de  éste  que  no 
debea  ser  deseadas.  Todo  esto  nos  muestra  los  retoques  que 
han  sufrido  esos  Decálogos  al  pasar  por  manos  de  diversos 
redactores  imbuidos  de  ideas  más  o  menos  adelantadas.  Esos 
mandamientos,  como  hemos  dicho  (§  2729),  debieron  haber 
sido  redactados  al  principio,  en  forma  concisa  y  sentenciosa, 
como  lo  están  el  I  y  los  cuatro  penúltimos ;  pero  luego  se  les 
fueron  agregando  adiciones  y  explicaciones,  que  no  sólo  des- 
virtuaban la  finalidad  buscada  de  formar  una  serie  de  breves 
preceptos  de  fácil  recordación,  sino  que  además  no  se  tuvo 
presente  que,  según  el  relato,  esas  ordenanzas  tuvieron  que 
ser  grabadas  en  dos  tablas  de  piedra,  con  las  cuales  tendría 
que  poder  cargar  fácilmente  un  anciano  como  Moisés. 


EL  PRIMER  MANDAMIENTO 


291 


EXAMEN  DE  LOS  MANDAMIENTOS.  EL  PRIME- 
RO. —  2735.  Xos  autores  cristianos  ortodoxos,  creyendo  sin- 
ceramente que  en  el  Decálogo  tenían  la  expresión  fiel  de  la 
voluntad  del  Creador,  han  exagerado  su  valor,  considerándo- 
lo como  el  compendio  de  toda  moral  humana  y  la  expresión 
más  elevada  de  la  religión.  El  mismo  Vernes,  cristiano  inde- 
pendiente, que  conceptúa  que  el  Decálogo  es  postexílico,  se 
expresa  en  estos  términos  encomiásticos  sobre  esa  composi- 
ción :  "Una  religión  que  supo  resumir  sus  obligaciones  en 
fórmulas  tan  breves  y  admirables,  tuvo  así  las  mejores  pro- 
babilidades para  la  conquista  del  mundo.  El  porvenir  ha 
probado  que  el  judaismo  calculó  bien,  y  las  escuelas  de  teolo- 
gía judía  que,  después  de  algunos  ensayos,  acabaron  con  buen 
éxito  el  establecimiento  del  Decálogo,  merecerían  que  su  nom- 
bre fuese  conservado  con  respeto  en  la  memoria  de  los  hom- 
bres .  . .  Los  dioses  de  Asiria  y  del  Egipto,  los  de  Atenas  y  de 
Roma  desaparecieron ;  pero  las  "diez  palabras  de  Yahvé",  ela- 
boradas por  los  teólogos  judíos  contemporáneos  de  Alejandro 
el  Grande,  han  llegado  a  ser  los  mandamientos  de  Dios"  (ps. 
680,  681).  Sin  embargo,  un  más  detenido  examen  de  esos  pre- 
ceptos nos  comprueba  que  el  aludido  Decálogo  no  merece  esas 
alabanzas  ditirámbicas,  pues,  como  dice  Piepenbring:  "Lejos 
están  los  diez  mandamientos  de  encerrar  toda  la  moral  cris- 
tiana, como  muchos  catecismos  lo  dan  a  suponer.  No  son  ellos 
sino  la  nomenclatura  de  algunos  deberes  muy  elementales  que 
se  imponen  a  toda  sociedad  un  poco  civilizada.  Y  aun  mismo, 
con  excepción  del  precepto  que  manda  honrar  a  los  padres, 
los  demás  sólo  están  formulados  en  forma  negativa"  (p.  295). 
El  profesor  belga  Paul  Gille  escribe  al  respecto :  "La  primi- 
tiva moral  del  pueblo  de  Yahvé  (Jehová)  no  difiere  casi  de  la 
que  la  necesidad  y  la  fuerza  de  las  cosas  impusieron  a  todas 
las  grandes  sociedades  primitivas.  Tal  es  el  célebre  Decálogo, 
del  que  se  ha  hecho,  desde  hace  16  siglos,  la  base  de  toda  mo- 
ral, aunque  no  sea  superior  a  las  promulgaciones  morales  más 
antiguas  de  la  India  y  de  Persia,  y  que  con  mucho  sea  infe- 
rior al  Ritual  Funerario  de  los  egipcios,  que  le  es  anterior  de 
más  de  20  siglos"  (ps.  98-99).  Reuss  se  expresa  en  igual  sen- 
tido, diciendo :  "Los  teólogos  protestantes  del  siglo  XVI  fue- 
ron de  singular  ingenuidad  al  hacer  servir  el  Decálogo,  de  tex- 


292 


EL  SEGUNDO  MANDAMIENTO 


to  a  la  moral  cristiana  . . .  Esos  diez  mandamientos  no  contie- 
nen sino  los  principios  más  elementales  de  la  religión  mono- 
teísta (en  realidad,  de  la  monolatría)  y  de  la  moral  social". 
Veamos  p.  ej.,  el  primer  mandamiento.  Generalmente  se  cree 
que  sienta  el  más  absoluto  monoteísmo,  y  sin  embargo,  nada 
más  lejos  de  la  verdad  que  tal  afirmación.  Al  expresar:  "No 
tendrás  otros  dioses  delante  de  mí",  se  reconoce  la  existencia 
de  otras  divinidades :  lo  que  Yahvé  exige  es  que  a  él  sólo  se 
lo  adore  con  exclusión  de  los  demás  colegas  suyos.  Por  eso 
proclama  reiteradamente  que  es  un  dios  celoso,  que  no  le  agra- 
da compartir  el  culto  con  otros  dioses.  En  resumen,  de  acuer- 
do con  las  antiguas  ideas,  Yahvé  quiere  ser  el  único  dios  de 
Israel,  reconociendo  implícitamente  que  tenían  igual  derecho 
los  otros  dioses  a  la  misma  exigencia,  en  sus  respectivos  paí- 
ses. Como  manifiesta  L.B.d.C.  aquí  "se  prohibe  al  israelita 
adorar  cualquiera  otra  divinidad  cuando  está  delante  de  la 
faz  o  en  la  presencia  de  Yahvé,  es  decir,  en  Palestina,  según 
la  antigua  creencia.  Cuando  el  antiguo  israelita  era  echado 
de  delante  de  la  faz  de  Yahvé,  o  sea,  cuando  se  veía  obligado 
a  dejar  Palestina  (II  Rey.  13.  23;  17,  20;  24,  20;  Jer.  7,  15; 
Jon.  1,  3,  10;  cf.  Gén.  4,  14;  etc.)  se  creía  en  la  necesidad  de 
adorar  a  los  dioses  del  país  en  que  moraba  (I  Sam.  26,  19)". 
Hemos  comprobado  la  verdad  de  estas  afirmaciones  al  estu- 
diar la  historia  de  David  (§  958,  959). 

EL  SEGUNDO  MANDAMIENTO.  —  2736.  Este  pre- 
cepto se  divide  en  dos  partes :  en  la  primera  se  condena  ter- 
minantemente la  escultura ;  en  la  segunda  se  expresan  los  lí- 
mites hasta  donde  alcanzan  los  castigos  y  los  favores  del  dios 
israelita.  La  primera  parte,  constituye  la  más  formal  prohibi- 
ción de  hacer  imágenes  de  cualquier  clase  de  cosas  o  seres  que 
existan  en  las  tres  partes,  en  que  según  la  concepción  hebrai- 
ca, estaba  dividido  el  mundo,  a  saber :  el  cielo,  la  tierra  y  el 
abismo  (véase  nuestra  Introducción,  §  45,  fig.  2).  Debido  al 
fiel  acatamiento  de  esa  prescripción  es  que  entre  los  judíos 
no  ha  habido  escultores  ni  pintores.  ¿A  qué  se  debe  tan  ex- 
traño mandato?  Salomón  Reinach,  Frazer  y  Krappe,  entre 
otros,  lo  atribuyen  a  una  reacción  del  legislador  israelita  con- 
tra el  empleo  de  imágenes  por  los  magos  para  obligar  a  Ibs 


EL  SEGUNDO  MANDAMIENTO 


293 


seres  representados,  ya  se  tratara  de  animales,  hombres  o  dio- 
ses, a  que,  sometiéndose  a  su  voluntad,  ejecutaran  los  actos 
que  ellos  quisieran.  Esa  antigua  creencia  en  que  el  poseedor 
de  una  imagen  puede  ejercer  influencia  sobre  lo  que  ella  re- 
presenta, explica  satisfactoriamente  tanto  el  segundo  manda- 
miento del  Decálogo,  como  la  aversión  que  tienen  aún  hoy 
muchos  incivilizados  a  hacerse  o  dejarse  retratar.  Al  respecto 
escribe  Frazer  lo  siguiente :  "No  da  una  explicación  suficien- 
te la  teoría  de  Renán  sobre  dicho  mandamiento,  según  la  cual 
éste  reposaba  sobre  la  repugnancia  natural  experimentada  por 
una  tribu,  de  sobrecargarse,  en  sus  viajes,  de  una  carga  inú- 
til de  imágenes.  ¿  Por  qué  prohibir  con  toda  solemnidad  a  los 
individuos  el  hacer  lo  que  el  simple  cuidado  de  sus  comodida- 
des personales  debía  vedárselo  espontáneamente?  Por  otra 
parte,  los  magos  creían  verdaderamente,  desde  remotas  épocas, 
en  que  por  sus  imágenes  mágicas,  sus  ceremonias  y  sus  encan- 
tamientos, podían  constreñir  a  los  dioses  a  la  obediencia,  y  así 
en  el  antiguo  Egipto,  por  ejemplo,  esta  creencia  no  existía 
como  simple  dogma  teológico,  sino  que  era  lógicamente  puesta 
en  práctica  para  obtener  de  la  divinidad  beneficios  que  ella  no 
quería  conceder,  y  que  sólo  otorgaba  por  medio  de  la  fuerza. 
Las  artes  mágicas  de  sus  poderosos  vecinos  eran  indudable- 
mente familiares  a  los  hebreos,  entre  quienes  habían  podido 
encontrar  numerosos  imitadores.  Pero  para  espíritus  profun- 
damente religiosos,  impregnados  del  sentimiento  profundo  de 
la  majestad  y  de  la  bondad  divinas,  tentativas  de  ese  género 
para  tomar  al  cielo  por  asalto,  forzosamente  debieron  revestir 
el  carácter  de  la  blasfemia  y  la  impiedad  más  negras ;  por  lo 
tanto  no  tiene  que  sorprendernos  el  que  una  prohibición  rigu- 
rosa de  todas  las  perniciosas  prácticas  de  esta  clase  haya  en- 
contrado lugar  prominente  en  el  más  antiguo  código  de  los 
hebreos"  (L'Homme,  ps.  168,  169).  Sin  embargo,  en  contra 
de  la  tesis  expuesta,  debe  recordarse  que  los  antiguos  israeli- 
tas hacían  imágenes  de  seres  divinos,  práctica  que  posterior- 
mente, —  ya  por  oposición  a  la  magia,  o  ya  por  irse  formando 
una  conciencia  más  elevada  del  carácter  espiritual  de  su  dios 
nacional  o  por  lo  que  expondremos  en  el  párrafo  siguiente 
(§  2736  bis),  —  fué  paulatinamente  combatida  por  los  pro- 
fetas, como  también  lo  fué  en  otros  pueblos  por  aquellos  que 


294 


EL  SEGUNDO  MANDAMIENTO 


se  habían  forjado  una  idea  más  alta  y  más  inmaterial  de  la 
divinidad  (§  1884  -  1895).  Así,  según  Plutarco,  el  rey  Numa 
había  prohibido  en  Roma  las  imágenes  antropomórficas  y  zoo- 
mórficas  de  los  dioses,  por  lo  que  transcurrieron  170  años  an- 
tes de  que  los  romanos,  que  construían  templos,  hiciesen  fi- 
gurar estatuas  en  ellos.  Parece  que  tampoco  las  hacían  los  an- 
tiguos celtas  antes  de  la  conquista  de  la  Galia  por  César.  Tá- 
cito afirma  que  los  germanos  no  encerraban  sus  dioses  en  tem- 
plos y  no  los  representaban  en  forma  humana.  Herodoto  ma- 
nifiesta igualmente  que  los  persas  no  les  erigían  a  sus  dioses 
estatuas,  templos,  ni  altares,  y  que  trataban  de  insensatos  a 
los  que  obraban  en  contrario.  La  doctrina  pitagórica  era  tam- 
bién adversa  a  las  imágenes  divinas,  como  lo  comprueba  el 
hecho  de  que  Pitágoras  atacó  a  Hesíodo  y  a  Homero  por  ha- 
ber prestado  a  los  dioses  el  aspecto  exterior  y  las  pasiones  de 
los  hombres,  y  nos  hace  comprender  la  razón  por  la  cual  ios 
miembros  de  la  orden  pitagórica  no  debían  llevar  la  imagen  de 
un  dios  grabada  en  el  anillo  que  usaban  (S.  REINACH,  Cui- 
tes, I,  ps.  146  -  156). 

2736  bis.  Además  de  las  razones  dadas  por  Reinach,  Fra- 
zer  y  Krappe,  que  dejamos  expuestas  y  que  quizá  puedan  ha- 
ber influido  en  la  disposición  del  segundo  mandamiento,  debe 
mencionarse  también  como  causa  de  tal  precepto,  la  propia 
naturaleza  de  Yahvé.  dios  primitivamente  volcánico  o  del  fue- 
go (§  359-361),  que  aunque  admitió  imágenes  en  Israel,  por 
lo  menos  hasta  la  época  del  destierro  (§  2759),  contó  por  lo 
general  con  opositores  a  esa  práctica,  sobre  todo  entre  los  pro- 
fetas, que  la  consideraron  indigna  de  la  idea  que  de  aquél  se 
habían  formado.  Sus  más  fieles  adoradores  heredaron  la  aver- 
sión de  los  nómades  por  las  representaciones  plásticas  artís- 
ticas de  la  divinidad,  así  como  por  todas  las  manifestaciones 
de  comodidad  y  adelanto  de  una  civilización  más  adelantada, 
como  lo  prueba  la  existencia  de  la  cofradía  de  los  recabitas, 
aún  en  tiempo  de  Jeremías  (Jer.  35,  6-10;  §  629).  La  legisla- 
ción hebrea  conserva  antes  del  destierro,  huellas  de  la  evolu- 
ción de  fabricar  imágenes  de  Yahvé,  y  así  tenemos  que  en 
Ex.  34,  17,  se  prohiben  los  dioses  de  fundición;  en  Ex.  20,  23, 
los  dioses  de  plata  o  de  oro;  y  en  Ex.  20,  4,  las  imágenes 
talladas  o  esculpidas,  siendo  posterior  el  agregado  de  "ni  re- 


EL  SEGUNDO  MANDAMIENTO 


295 


presentación  alguna  de  las  cosas  que  están  arriba  en  el  cielo, 
ni  abajo  en  la  tierra,  ni  en  las  aguas  debajo  de  la  tierra". 

En  el  período  postexílico,  el  Levitico  confirma  y  refuerza  esas 
prohibiciones,  mandando  a  los  israelitas  que  no  se  hagan  imá- 
genes talladas,  ni  estatuas,  ni  levanten  piedras  pintadas  o  con 
figuras,  para  postrarse  ante  ellas  (26,  1).  La  condenación  for- 
mal de  las  imágenes  comienza  realmente  en  el  siglo  VIII, 
con  la  predicación  profética  de  Amos  y  de  Oseas.  Nota  el 
profesor  Juan  Reville,  que  los  profetas  se  mostraron  opuestos 
al  lujo  de  los  santuarios,  y  que  "durante  largo  tiempo,  Yahvé, 
dios  del  desierto,  no  había  tenido  un  templo  solemne.  Piedras 
sagradas,  rústicos  altares,  antiguos  fetiches  convertidos  en 
símbolos,  convenían  mejor  a  la  celebración  de  su  culto  que 
los  templos  lujosos  y  los  rituales  complicados.  La  aversión 
yahvista  por  los  cultos  extranjeros,  con  sus  fiestas  brillantes 
y  sensuales,  fortifica  aún  el  instinto  iconoclasta  de  los  pro- 
fetas de  Yahvé.  Al  mismo  tiempo  que  hacen  prevalecer  el 
culto  de  su  dios,  se  esfuerzan  también  en  que  desaparezcan 
no  sólo  los  ídolos  consagrados  a  las  divinidades  extrañas,  sino 
igualmente  todo  lo  que  todavía  había  de  idolátrico  en  el  culto 
popular  de  Yahvé.  Más  tarde  hará  lo  mismo  el  monoteísmo 
islámico"  (ps.  15-16).  En  consecuencia  de  lo  expuesto,  po- 
demos concluir  que  todos  los  factores  indicados  deben  haber 
cooperado  en  el  siglo  VII,  a  la  fijación  del  precepto  icono- 
clasta que  comentamos,  que  tanta  repercusión  ha  tenido  entro 
los  judíos  y  los  cristianos. 

2/37.  Este  segundo  mandamiento  ha  dado  lugar  a  gran- 
des discusiones  y  hasta  a  sangrientas  controversias  entre  los 
cristianos.  Las  iglesias  católica,  griega  y  rusa,  interpretándolo 
a  su  modo,  llenan  sus  templos  de  imágenes  sagradas,  soste- 
niendo que  el  precepto  bíblico  sólo  prohibe  el  adorarlas  como 
dioses.  Así  .Scío  entiende  ese  precepto  en  este  sentido :  "No 
harás  escultura,  ni  figura  alguna  para  adorarlas  y  daries  el 
culto  divino,  que  a  mí  sólo  se  debe.  En  donde  se  ve,  que 
Dios  solamente  prohibe  las  estatuas  y  figuras  con  Cc.ta  re- 
lación; y  por  consiguiente,  que  los  católicos  no  son  idóla- 
tras, como  pretenden  los  herejes,  en  la  adoración  y  culto 
que  dan  a  la  Cruz  y  a  las  imágenes  del  Señor,  a  las  de  la 
Virgen,  a  las  de  los  Santos  y  a  sus  reliquias.  Por  cuanto  no 


296 


LA  QUERELLA  DE  LAS  IMAGENES 


creemos  que  en  dichas  imágenes  haya  alguna  divinidad  o  vir- 
tud que  deba  reverenciarse,  sino  que  todo  el  honor  que  les 
hacemos,  se  refiere  a  los  originales  que  representan,  y  en  los 
santos  a  Dios,  que  es  el  Autor  de  toda  santificación  y  de 
toda  gracia".  Esto  mismo  es  lo  que  declaró  el  Concilio  de 
Trento  en  su  sesión  XXV,  con  otras  recomendaciones  tales 
como :  "que  no  se  pinten  ni  adornen  las  imágenes  con  her- 
mosura escandalosa",  agregando  que  "si  alguno  enseñare  o 
sintiere  lo  contrario  a  estos  decretos,  sea  excomulgado" 
(BRAVO,  t^  II,  ps.  7-9).  Para  justificar  esa  contradicción 
tan  evidente  con  el  mandato  divino  que  prohibe  terminante- 
mente hacer  cualquiera  clase  de  imágenes,  se  alega  que  "no 
ha  de  entenderse  el  texto  en  el  sentido  de  la  prohil)ición  absoluta 
de  hacer  imágenes,  porque  en  tal  caso  aparecería  Dios  en 
contradicción  consigo  mismo,  por  mandar  en  una  parte,  lo 
que  condena  en  otra"  (GIBBONS,  ps.  200-1),  dándose  en 
prueba  de  ello,  los  ejemplos  de  los  querubines  de  oro  ma- 
cizo en  los  extremos  del  propiciatorio  (Ex.  25,  18),  la  ser- 
piente de  bronce  que  mandó  hacer  Moisés  (Núm.  28,  8),  y  la 
profusión  de  imágenes  que  contenía  el  templo  de  Salomón 
(I  Rey.  7,  15-48;  10,  18-20).  Sobre  estos  ejemplos,  léanse 
§  261  -263,  1438,  y  1891  a  1893;  fuera  de  que  la  contradicción 
entre  diferentes  textos  bíblicos,  que  cree  imposible  Gibbons, 
existe  realmente  debido  a  la  diversidad  de  documentos  de 
distintas  épocas  que  contribuyeron  a  formar  el  libro  sagrado, 
como  a  cada  paso,  en  nuestro  estudio,  lo  vamos  evidenciando. 

2738.  Pero  además  de  estas  discusiones  propias  de  dis- 
tintas confesiones  religiosas,  cada  una  de  las  cuales  se  cree 
poseedora  de  la  verdad  absoluta,  el  segundo  mandamiento  ha 
sido  el  causante  de  sangrientas  reyertas,  que  durante  un  largo 
lapso  de  tiempo  alteraron  la  tranquilidad  pública  de  ciertos 
Estados.  Así,  por  ejemplo,  el  imperio  bizantino  se  vió  con- 
vulsionado durante  120  años,  en  los  siglos  VIII  y  IX,  por  la 
controversia  que  ha  pasado  a  la  historia  con  el  nombre  de 
"la  querella  de  las  imágenes".  En  efecto,  el  año  726,  el  gran 
emperador  León  III,  fundador  de  la  dinastía  isauria,  promul- 
gó el  primer  edicto  contra  las  imágenes,  ordenando  que  fue- 
ran suspendidas  bien  alto,  para  obstaculizar  así  su  adora- 
ción. Esta  medida  dictada    sin  consultar   a  las  autoridades 


LA  QUERELLA  DE  LAS  IMAGENES 


297 


eclesiásticas,  provocó  intensa  agitación,  ocasionando  violentos 
incidentes  en  Constantinopla  entre  los  partidarios  de  ese  de- 
creto, —  los  funcionarios,  obispos  y  cortesanos,  llamados  ico- 
noclastas (del  gr.  eikón,  imagen;  y  Klao,  quiebro),  porque 
después  se  dedicaron  a  destruir  imágenes  sagradas  — ,  y  los 
iconudolos,  sus  adversarios,  los  monjes  y  la  generalidad  del 
pueblo.  Esos  incidentes  fueron  seguidos  por  una  revuelta  en 
Grecia,  pronto  reprimida,  y  un  levantamiento  general  en  Italia, 
contribuyendo  a  esa  situación,  las  vigorosas  protestas  del  papa 
Gregorio  II  y  los  anatemas  de  su  sucesor  Gregorio  III,  quien 
además  buscó  el  concurso  de  los  lombardos  contra  el  Empe- 
rador. En  realidad,  la  causa  principal  de  tan  lamentables  su- 
cesos residía  en  la  estrecha  unión  de  la  Iglesia  con  el  Estado, 
la  que  estaba  bajo  la  tutela  de  éste,  de  modo  que  ambas  ins- 
tituciones mantenían  su  recíproca  armonía  cuando  las  ideas 
de  los  gobernantes  estaban  de  acuerdo  con  las  doctrinas  co- 
rrientes de  la  Iglesia;  pero  se  producían  serios  conflictos  entre 
ellas,  en  caso  contrario.  El  hijo  y  sucesor  de  León  III,  Cons- 
tantino V,  más  teólogo  que  su  padre,  y  hostil  tanto  al  culto 
Je  las  imágenes,  como  al  de  la  Virgen  y  al  de  los  santos, 
reanudó  la  lucha  con  más  aspereza  y  ardor,  y  reunió  en  Hieria, 
en  753,  un  concilio  que  condenó  solemnemente  las  imágenes, 
de  modo  que  pudo  en  adelante  perseguir  a  los  opositores 
como  rebeldes  y  herejes.  Durante  doce  años,  trató  el  Empe- 
rador de  convencer  a  sus  adversarios ;  pero  en  vista  de  la 
inutilidad  de  sus  esfuerzos  pacíficos,  apeló  a  los  medios  vio- 
lentos a  partir  del  año  765.  En  consecuencia,  se  destruyeron 
las  imágenes ;  se  cerraron  o  secularizaron  los  conventos,  los 
que  fueron  transformados  en  cuarteles  y  posadas ;  se  confis- 
caron los  bienes  de  los  monasterios,  y  los  monjes  fueron  apre- 
.sados,  maltratados  o  desterrados,  sufriendo  algunos  la  muerte, 
como  San  Esteban  el  joven;  y  otros  fueron  expuestos  en  cor- 
,tejos  grotescos  a  la  irrisión  del  pueblo  reunido  en  el  Hipó- 
dromo. Muchos  altos  dignatarios  fueron  ejecutados  o  deste- 
rrados, y  hasta  el  patriarca  Constantino  sufrió  la  pena  capi- 
tal, continuando  esta  persecución  durante  cinco  años  en  todo 
el  imperio. 

2739.  Escribiendo  el  profesor  de  la  Universidad  de  Pa- 
rís, Carlos  Diehl,  en  su  obra  "Histoire  de  L'Empire  Byzantin", 


298 


LA  QUERELLA  DE  LAS  IMAGENES 


—  de  la  que  tomamos  estos  datos  — ,  sobre  la  intención  y  el 
alcance  de  esas  medidas  de  los  emperadores  isaurios,  dice: 
"Las  razones  que  las  inspiraron  fueron  a  la  vez  religiosas  y 
políticas.  Muchas  almas  piadosas,  al  comienzo  del  siglo  VIII, 
se  sentían  disgustadas  por  los  excesos  de  la  superstición,  y 
particularmente  por  la  importancia  concedida  al  culto  de  las 
imágenes,  por  los  milagros  que  se  esperaban  de  ellas,  y  por 
el  modo  como  se  las  mezclaba  en  todos  los  actos  y  en  todos 
los  intereses  humanos,  y  muchos  buenos  espíritus  se  preocu- 
paban justamente  del  mal  que  esas  prácticas  causaban  a  la 
religión.  En  Asia,  sobre  todo,  eran  poderosas  las  tendencias 
hostiles  a  las  imágenes,  compartidas  por  León  III,  asiático 
de  origen.  Ni  él,  ni  su  hijo  fueron,  como  se  ha  creído,  libre- 
pensadores, racionalistas,  precursores  de  la  Reforma  o  de  la 
Revolución ;  eran  hombres  de  su  tiempo,  piadosos,  creyentes, 
hasta  teólogos,  interesados  sinceramente  en  reformar  la  reli- 
gión purificándola  de  lo  que  les  parecía  idolatría;  pero  a  la 
vez  eran  estadistas  preocupados  de  la  grandeza  y  de  la  tran- 
quilidad del  imperio.  Ahora  bien,  el  gran  número  de  monas- 
terios y  el  incesante  crecimiento  de  la  riqueza  monástica  crea- 
ban serios  peligros  al  Estado.  La  inmunidad  de  que  gozaban 
los  bienes  de  la  Iglesia,  disminuía  los  recursos  del  tesoro ; 
la  multitud  de  , hombres  que  entraban  al  claustro,  restaba  tra- 
bajadores a  la  agricultura,  soldados  al  ejército,  funcionarios 
a  los  servicios  públicos.  Pero  sobre  todo  la  influencia  que 
ejercían  los  monjes  sobre  las  almas  y  el  poder  que  de  ello 
resultaba,  los  convertían  en  elemento  de  temible  agitación. 
Contra  tal  estado  de  cosas  fue  que  los  isaurios  —  principal- 
mente Constantino  V  —  trataron  de  reaccionar :  al  proscribir 
las  imágenes,  tenían  en  vista  a  los  monjes,  que  encontraban 
en  ellas  y  en  su  culto,  uno  de  sus  más  poderosos  medios  de 
:acción.  Seguramente  que  por  la  lucha  que  así  iniciaron,  abrie- 
ron los  emperadores  isaurios  una  larga  era  de  perturbaciones,  y 
que  de  ese  conflicto  salieron  gravísimas  consecuencias  políticas ; 
pero  no  debe  olvidarse,  si  se  quiere  juzgar  equitativamente 
a  los  soberanos  iconoclastas,  que  en  su  empresa  hallaron  nu- 
merosos apoyos  en  el  alto  clero,  celoso  de  la  influencia  de  los 
monjes,  en  el  ejército,  compuesto  en  su  mayoría  por  asiáti- 
cos, y  no  sólo  en  el  mundo  oficial,  sino  también  en  una  parte 


LA  QUERELLA  DE  LAS  IMAGENES 


299 


del  mismo  pueblo,  y  que  la  obra  que  tentaron  ni  era  desrazo- 
nable, ni  sin  grandeza"  (ps.  70-72). 

2740.  Recordemos  finalmente  para  terminar  con  esta  di- 
gresión sobre  la  célebre  "querella  de  las  imágenes",  que  a 
la  muerte  de  Constantino  V,  su  sucesor  León  IV  continuó 
la  tradición  de  los  anteriores  gobiernos ;  pero  después  de  su 
corto  reinado  (775  -  780),  su  viuda  Irene,  regente  en  nombre 
de  su  hijo  Constantino  VI  menor  de  edad,  mujer  ambiciosa 
y  sin  escrúpulos,  juzgó  más  conveniente  a  sus  propósitos 
apoj'arse  en  el  partido  monástico  y  restablecer  el  culto  de 
las  imágenes.  Y  no  contenta  con  esto,  y  luego  de  separar  del 
gobierno  a  todos  los  adversarios  de  esas  ideas,  con  el  con- 
curso del  patriarca  Tarasios,  hizo  condenar  la  doctrina  icono- 
clasta en  el  concilio  ecuménico  de  Nicea  (787)  y  restauró  el 
culto  de  las  imágenes.  Diez  años  más  tarde  esta  madre  sin 
corazón,  derrocó  a  su  hijo  Constantino  VI,  quien  ya  en  ese 
entonces  ejercía  el  poder,  y  le  hizo  saltar  los  ojos  para  con- 
solidar su  usurpación ;  pero  ella  a  su  vez  fue  destronada  por 
el  golpe  de  Estado  de  Nicéforo  I  en  el  año  802.  Con  este  so- 
berano comienza  el  segundo  período  de  "la  querella  de  las 
imágenes",  a  causa  de  la  intransigencia  monacal.  El  gobierno 
se  vió  obligado  a  tomar  medidas  de  rigor  contra  los  monjes 
en  el  año  809;  pero  éstos  acudieron  al  papa,  manifestándose 
dispuestos  a  reconocer  la  primacía  de  la  iglesia  romana,  lo 
que  provocó  una  nueva  reacción  iconoclasta  iniciada  por 
León  V,  el  Armenio  (813-820),  y  que  durante  30  años  trajo 
grandes  perturbaciones  en  el  imperio.  En  815,  un  concilio 
reunido  en  Santa  Sofía,  proscribió  otra  vez  las  imágenes,  y 
puso  en  vigor  los  decretos  iconoclastas  del  753.  En  consecuen- 
cia, se  recomenzó  la  destrucción  de  los  iconos,  (1)  y  se  re- 
primió despiadadamente  la  oposición  de  los  monjes.  La  per- 
secución se  hizo  más  dura  aún  bajo  el  gobierno  del  emperador 
Teófilo  (829-842),  ardiente  iconoclasta  y  obstinado  teólogo. 
Se  promulgó  en  832  un  edicto  riguroso  contra  los  partidarios 
de  las  imágenes,  y  el  patriarca  Juan,  apodado  Lecanomante,  o 


(1)  Iconos,  imágenes  sagradas  veneradas  en  las  iglesias  griegas 
y  rusas:  —  lo  que  pretende  ignorar  el  Diccionario  de  la  Academia  de 
la  Lengua  Española. 


300 


LA  QUERELLA  DE  LAS  IMAGENES 


sea,  el  Mago,  fué  encargado  de  ejecutarlo.  Nuevamente  fueron 
cerrados  los  conventos;  aprisionados  y  perseguidos  los  mon- 
jes; y  volvió  a  reinar  el  terror.  Pero,  como  dice  Diehl,  "tras 
120  años  de  batalla,  vino  la  lasitud  de  esta  lucha  agotadora 
y  vana.  Luego  de  la  muerte  de  Teófilo,  su  viuda  la  regente 
Teodora,  se  decidió  a  restablecer  la  paz,  restaurando  el  culto 
de  las  imágenes,  lo  que  fue  la  obra  del  concilio  del  año  843, 
dirigido  por  el  patriarca  Método,  cuyas  decisiones  fueron  pro- 
clamadas en  una  ceremonia  solemne,  y  cuyo  recuerdo  aun 
hoy  celebra  la  iglesia  griega,  el  19  de  febrero,  en  la  fiesta 
anual  de  la  ortodoxia"  (Ob.  cit.,  ps.  80  -  82). 

2741.  Nos  hemos  extendido,  al  parecer,  más  de  lo  de- 
bido sobre  estas  lejanas  consecuencias  del  mandato  del  Decá- 
logo, que  prohibe  fabricar  y  adorar  imágenes,  porque  se  trata 
de  páginas  históricas  quizá  ignoradas  o  poco  o  mal  conoci- 
das por  los  jóvenes  que  puedan  ser  del  número  de  nuestros 
lectores.  Réstanos  ahora  para  concluir  nuestras  observacio- 
nes sobre  ese  segundo  mandamiento,  decir  algo  sobre  la  últi- 
ma parte  del  mismo.  Esta  sienta  una  inmoralidad  al  manifes- 
tar el  dios  israelita  que  por  la  falta  de  los  padres  castigará 
a  los  hijos,  nietos,  bisnietos  y  tataranietos  de  los  culpables ; 
lo  mismo  que  la  conciencia  moderna  rechaza  por  inmoral  e 
injusta  la  antigua  práctica  de  la  responsabilidad  colectiva  de 
la  familia,  dek  clan,  de  la  tribu  y  hasta  de  la  ciudad,  según 
nos  ha  dado  últimamente  tan  tristes  ejemplos  la  conducta 
nazista  en  la  reciente  guerra  mundial  (1939-  1945).  El  autor 
de  ese  agregado  explicativo  al  segundo  precepto  del  Decálogo 
ignoraba  en  absoluto  la  absurda  teoría  augustiniana  del  pe- 
cado original,  según  la  cual  por  la  falta  de  Adán  toda  la  hu- 
manidad —  tanto  la  pasada,  como  la  presente  y  la  por  V'- 
nir  — ,  ha  sido  inficionada  y  condenada  eternamente.  Yahvé 
al  limitar  el  castigo  de  los  padres  a  la  cuarta  generación  d 
sus  hijos,  resulta  todavía  menos  bárbaro  que  los  teólogos 
cristianos  que  no  ponen  límites  a  la  responsabilidad  culpable 
de  los  descendientes  de  la  primera  pareja  humana.  En  cambio, 
con  mayor  comprensión  y  sentimiento  de  justicia,  se  expresa 
en  el  Deuteronomio  que  "no  han  de  morir  los  padres  por  los 
hijos,  ni  los  hijos  han  de  morir  por  los  padres,  sino  que  cada 
uno  debe  morir  por  su  propio  delito"  (24,  16).  Los  teólogos 


EL  TERCER  MANDAMIENTO 


301 


tratan  de  justificar  la  referida  declaración  del  Decálogo  di- 
ciendo que  se  trata  de  la  justicia  providencial,  y  que  el  pre- 
cepto del  Deuteronomio  se  refiere  a  la  justicia  humana.  Pobre 
defensa,  en  verdad,  porque  la  consecuencia  a  deducir  de  ese 
argumento  sería  que  la  justicia  de  los  hombres  es  superior 
a  la  divina.  En  la  época  del  destierro,  el  profeta  Ezequiel 
condenó  la  teoría  del  II  mandamiento,  haciendo  reaccionar  a 
Yahvé,  y  proclamando  en  nombre  de  éste,  el  mismo  principio 
de  la  responsabilidad  personal  sentado  por  el  deuteronomista. 
"La  persona  culpable,  ésa  es  la  que  morirá:  el  hijo  no  car- 
gará con  la  culpa  del  padre,  ni  el  padre  con  la  del  hijo;  la 
justicia  del  justo  recaerá  sobre  él,  como  sobre  el  malo,  su 
maldad"  (Ez.  18,  20).  Suele  alegarse  en  defensa  de  la  segunda 
parte  del  mandamiento  que  comentamos,  "la  ley  misteriosa 
e  incontestable  de  la  solidaridad  y  de  la  herencia" ;  pero  el 
hecho  de  la  solidaridad  humana,  resultado  de  la  convivencia 
social,  y  la  ley  de  herencia  en  virtud  de  la  cual  se  suelen  trans- 
mitir a  los  hijos,  el  temperamento,  las  inclinaciones  y  hasta 
ciertas  enfermedades  de  los  padres,  no  justifica  en  manera  algu- 
na que  a  causa  de  los  crímenes  cometidos  por  éstos,  sean  aqué- 
llos castigados  hasta  la  cuarta  generación.  No  existe  hoy  en  el 
mundo  civilizado  ningún  Código  Penal  tan  atrasado  o  tan 
inhumano  que  establezca  semejante  monstruosidad.  En  cuanto 
a  la  manifestación  que  se  pone  en  boca  de  Yahvé,  que  él  ex- 
tiende sus  bendiciones  hasta  mil  generaciones  del  hombre  pia- 
doso que  guarda  sus  mandamientos  (Deut.  7,  9),  es  sólo  una 
promesa  consoladora  para  los  fieles,  sin  comprobación  alguna 
en  la  vida  diaria,  ni  en  la  historia  del  pueblo  de  Israel,  el  cual, 
según  la  teoría  de  los  profetas,  ha  sido  castigado  implaca- 
blemente, por  el  irritable  y  cruel  dios  nacional,  a  pesar  de 
existir  muchísimos  hebreos  celosos  guardadores  de  los  pre- 
ceptos del  Decálogo. 

EL  TERCER  MANDAMIENTO.  —  2742.  Prescindien- 
do de  su  parte  explicativa,  este  mandamiento  lo  traduce  así 
la  Vulgata :  "No  tomarás  el  nombre  del  Señor  tu  Dios  en 
vano";  y  la  Biblia  hebrea  vertida  por  rabinos  franceses 
(L.B.R.F.) :  "No  invocarás  el  nombre  del  Eterno  tu  Dios,  en 
apoyo  de  la  mentira";  y  nosotros,  de  acuerdo  con  Loisy  (La 


302 


EL  TERCER  MANDAMIENTO 


Reí.  d'Isr.  p.  211)  y  con  L.B.d.C,  traducimos:  "No  pronuncia- 
rás el  nombre  de  Yahvé,  tu  dios,  para  un  uso  criminal  (o  cri- 
minalmente)". La  ortodoxia,  con  fines  de  enseñanza  moral, 
saca  de  este  mandato  las  más  curiosas  consecuencias.  Según 
Scío,  "se  prohibe  en  él  no  solamente  violar  la  santidad  del 
Nombre  santo  de  Dios,  jurando  por  él  sin  justicia,  sin  verdad 
y  sin  necesidad,  sino  que  en  general  se  prohibe  también  pro- 
nunciarle de  cualquier  manera  que  pueda  ser  injuriosa  a  la 
profunda  veneración  que  es  debida  al  Nombre  y  a  la  Majes- 
tad de  Dios".  En  una  obra  católica  titulada  La  Religión  De 
mostrada,  escrita  por  el  P.  A.  Hillaire,  Superior  de  los  Mi- 
sioneros del  S.C.,  se  asevera  que  este  mandamiento  nos  prohi- 
be:  1^  jurar  en  vano;  2°  blasfemar;  3°  proferir  imprecacio- 
nes ;  y  4°  violar  nuestros  votos.  Y  al  tratar  la  segunda  de 
esas  prohibiciones,  expresa:  "Todas  las  blasfemias  contra 
Dios,  si  se  pronuncian  con  advertencia,  son  pecados  mortales, 
porque  ultrajan  a  la  Majestad  divina.  En  la  Ley  antigua,  el 
Señor  había  ordenado  que  los  blasfemos  fuesen  apedreados. 
San  Luis  les  hacía  atravesar  la  lengua  con  un  hierro  candente. 
La  blasfemia  es  un  pecado  sin  excusa  y  sin  provecho ;  es  el 
crimen  de  los  demonios;  los  que-se  les  parecen  en  esta  vida, 
merecen  participar  de  los  mismos  castigos  en  el  infierno". 
Y  en  nota,  el  traductor  español  de  esa  obra  francesa,  Mons. 
Agustín  Piaggio,  Vicario  General  de  la  Armada  Argentina, 
agrega:  "El  Libertador  argentino,  general  D.  José  de  San 
Martín,  al  formar  al  pie  de  los  Andes  aquel  ejército  que  de- 
bía dar  la  libertad  a  medio  continente,  renovó  las  antiguas 
ordenanzas  españolas,  e  hizo  notificar  a  los  cuerpos  lo  si- 
guiente: 1°  Todo  el  que  blasfemare  el  nombre  de  Dios  o  de 
su  adorable  Madre,  o  insultare  la  religión,  por  primera  vez 
sufrirá  cuatro  horas  de  mordaza,  atado  a  un  palo,  en  público, 
por  el  término  de  8  días,  y  por  segunda  vez  será  atravesada 
su  lengua  con  un  hierro  candente  y  arrojado  del  cuerpo" 
(ps.  500-  1).  Si  esta  nota  expresara  la  verdad  de  los  hechos, 
tal  orden  del  general  San  Martín  arrojaría  una  mancha  sobre 
su  nombre,  y  mostraría  hasta  qué  punto  la  intolerancia  se 
encuentra  aún  en  los  espíritus  más  esclarecidos. 

2742  bis.  El  eminente  hebraísta,  Sr.  Luciano  Gautier, 
profesor  que  fue  de  la  Facultad  de  Teología  de  la  Iglesia 


EL  TERCER  MANDAMIENTO 


303 


Libre  del  Cantón  de  Vaud,  en  su  opúsculo  "Notes  sur  Le  Dé- 
calogue",  —  que  con  otras  obras  suyas  nos  regaló  cuando  lo 
visitamos  en  Suiza,  en  setiembre  de  1896  — ,  sostiene  que 
este  tercer  mandamiento  proclama  la  santidad  de  Dios,  agre- 
gando que  el  precepto  no  habla  sólo  de  "tomar  el  nombre  de 
Dios  en  vano",  es  decir,  frivola  o  irrespetuosamente,  sino 
además  de  no  emplear  ese  nombre  "de  manera  mentirosa" 
(o  "para  la  mentira",  como  trae  Reuss),  es  decir,  fraudulen- 
tamente, en  espíritu  de  engaño,  de  duplicidad.  Lo  que  aquí 
se  combate  es,  pues,  la  hipocresía,  o  sea,  la  contradicción 
entre  la  profesión  ostensible  de  hombre  creyente  y  piadoso, 
observando  ritos  y  ordenanzas  exteriores,  y  sus  actos  secretos 
y  sus  pensamientos  í-ntimos,  es  decir,  lo  que  se  llamó  el  fari- 
seísmo, que,  a  los  ©jos  de  Jesús,  representaba  la  desobedien- 
cia flagrante  y  constante  a  la  voluntad  de  Dios.  El  manda- 
miento añade  que  al  que  lo  infrinja.  Dios  no  lo  tendrá  por 
inocente,  lo  que  se  aplica  especialmente  a  aquellos  que  creen 
que  Dios  no  tomará  en  cuenta  sus  actos  inicuos,  si  van  cu- 
biertos o  protegidos  por  el  nombre  divino:  el  fin  justifica  los 
medios.  ¿No  hay  una  orden  célebre  en  la  iglesia  romana  que 
todo  lo  justifica,  hasta  los  actos  culpables,  la  mentira,  la  du- 
plicidad, el  falso  juramente,  con  tal  que  estos  pecados  sean 
cometidos  "a  la  mayor  gloria  de  Dios",  ad  majorem  Dei  glo- 
riara? Así  el  tercer  mandamiento  tiene  en  vista  tanto  el  fari- 
seísmo como  el  jesuitismo.  El  hombre  se  deja  ir  fácilmente 
a  la  ilusión  que  Dios  le  tendrá  en  cuenta  su  intención  final ; 
pero  que  cese  de  alimentar  tan  engañosa  esperanza,  pues  el 
pabellón  no  cubrirá  la  mercancía"  (ps.  13-16). 

2743.  Todo  esto  que  ve  la  ortodoxia  en  el  tercer  man- 
damiento, será  muy  interesante  para  la  educación  humana ; 
pero  en  realidad  no  responde  a  las  ideas,  ni  al  ambiente  de 
la  época  en  que  fue  promulgado  dicho  precepto.  Con  razón 
expresa  Mowinckel  que  "no  debe  dársele  al  Decálogo  inter- 
pretación cristiana,  sus  mandamientos  no  tienen  el  alcance 
universal  que  reciben  en  el  Sermón  de  la  Montaña  o  en  el 
catecismo  de  Lutero ;  sino  que  el  medio  en  que  están  en  vigor 
es  restringido  a  los  miembros  de  la  tribu  o  del  pueblo" 
(p.  101).  Es,  pues,  más  aceptable  esta  sencilla  explicación 
que,  en  nota,  da  L.B.d.C:  "Se  trata  ante  todo  de  fórmulas  má- 


304 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAT 


gicas  y  de  sortilegios ;  pero  también  de  falsos  juramentos  y 
blasfemias".  Igualmente  el  profesor  de  la  Facultad  de  Teolo- 
gía Protestante  de  Estrasburgo,  Fernando  Menegoz,  expresa 
que  en  ese  mandamiento  se  prohibe  recurrir  al  temible  nom- 
bre de  Yahvé  para  echar  un  maleficio  contra  un  enemigo 
(Dict,  Encyc.  II,  p.  447).  Y  el  profesor  Alejandro  H.  Krap- 
pe,  en  el  mismo  orden  de  ideas,  manifiesta :  "Todo  hace  su- 
poner que  originariamente  el  objeto  de  esta  prescripción  no 
era  en  manera  alguna  suprimir  las  blasfemias :  se  servía  del 
nombre  secreto  de  Yahvé  en  el  arte  mágico,  siguiendo  la  muy 
extendida  costumbre  que  saber  y  pronunciar  el  nombre  de 
una  persona  o  de  una  divinidad,  es  poder  imponerle  su  propia 
voluntad"  (La  Genése,  p.  22).  Estaremos,  pues,  más  cerca  de 
la  verdad  interpretando  el  tercer  mandamiento  en  el  sentido 
de:  "No  pronunciarás  o  evocarás  el  nombre  de  tu  dios  Yahvé, 
para  fines  de  la  magia". 

EL  CUARTO  MANDAMIENTO.  —  2744.  Este  se  re- 
fiere a  la  estricta  guarda  del  sábado  o  sabbat,  motivada  por 
las  distintas  razones  que  se  dan  en  las  dos  versiones  del  De- 
cálogo que  poseemos,  y  que  ya  hemos  estudiado  anterior- 
mente (§  2732-2733).  El  vocablo  sabbat  no  ha  sido  siempre 
usado  con  el  mismo  significado,  según  lo  comprobó  el  escri- 
tor Meinhold.  Primitivamente  se  designaba  el  día  de  la  luna 
llena,  que  con  el  de  la  luna  nueva  o  novilunio,  constituían 
dos  de  las  fiestas  más  celebradas  tanto  en  Babilonia,  como 
en  Canaán  y  en  las  tribus  nómades  de  los  desiertos  próximos 
a  Palestina,  días  festivos,  y  por  lo  tanto  de  abstención  de 
buena  parte  de  su  labor  diaria,  según  era  usual  en  Oriente 
durante  las  fiestas,  días  en  que  el  pueblo  solía  reunirse  junto 
a  los  santuarios  para  divertirse.  Esa  reunión  está  expresa- 
mente ordenada  en  las  tres  grandes  fiestas  anuales  (Ex.  22, 
14;  34,  23).  La  citada  acepción  del  vocablo  sabbat,  como  de- 
nominación del  día  del  plenilunio,  se  conservó  en  el  antiguo 
Israel,  y  por  eso  vemos  constantemente  asociados  los  dos  vo- 
cablos 'novilunio  y  sábado",  en  pasajes  como  éstos:  II  Rey. 
4,  23;  Am.  8,  5:  Os.  2.  11;  Is.  1.  13.  Durante  su  existencia 
nómade  y  pastoril  los  israelitas  no  pudieron  tener  un  día  de 
descanso,  como  el  sabbat  del  Decálogo,  porque  los  pastores 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAT 


305 


tienen  que  cuidar  y  abrevar  incesantemente  sus  ganados,  cu 
las  regiones  áridas  del  desierto,  lo  que  para  ellos,  como  ob- 
serva Lods,  constituye  su  trabajo.  Después  de  esa  acepción 
del  sabbat  aplicado  a  la  fiesta  de  la  luna  llena,  y  que  viene 
de  la  época  semítica  primitiva,  nos  encontramos  con  que  ese 
vocablo  designa  el  día  séptimo  de  la  semana  lunar  israelita. 
Como  resulta  del  prolijo  estudio  de  este  tema  que  hace  Mo- 
winckel  en  su  obra  Le  Décalogue,  la  semana  de  siete  días  se 
basa  en  las  fases  de  la  luna,  cuyo  ciclo  regular  de  28  días, 
se  dividía  en  períodos  de  siete  días  en  Babilonia,  lo  que  está 
comprobado  a  lo  menos  para  los  dos  meses  llamados  Elul  II 
y  Marchesván.  Los  días  correspondientes  a  las  fases  lunares 
tenían  allí  sus  nombres  especiales :  el  séptimo  del  primer  cuar- 
to se  denominaba  sibutú;  el  15^  de  la  luna  llena,  sabattú;  y  el 
28^,  bubbulú  (de  la  luna  negra),  no  habiéndose  encontrado 
aún  el  nombre  correspondiente  al  día  21^.  Siendo  reconocido 
por  todos  los  autores,  que  el  vocablo  sabbat  procede  del  ba- 
bilonio sabattú,  se  explica  así  que  en  Israel  con  aquel  vocablo 
se  haya  designado  el  día  de  la  luna  llena,  y  que  este  pueblo 
por  intermedio  de  los  cananeos,  haya  recibido  de  Babilonia 
la  semana  de  7  días  correspondiente  a  las  4  fases  lunares. 
Cree  Mowinckel  que  debió  existir  cierto  parentesco  entre  el 
día  del  plenilunio,  —  en  el  que  se  celebraban  la  fiesta  del 
otoño  tomada  a  los  cananeos  y  la  antigua  fiesta  israelita  del 
pasáh  (§  151)  la  principal  de  los  nómades  — ,  y  los  otros 
días  correspondientes  a  las  demás  fases  lunares,  y  ese  paren- 
tesco explicaría  la  aplicación  del  término  sabbat  a  todos  esos 
días,  cuyo  rasgo  característico  era  el  de  ser  considerados  como 
días  críticos  sometidos  a  diversas  prohibiciones  o  reglas  de 
tabú,  principalmente  al  reposo  obligatorio.  Los  días  7,  14,  21 
y  28  de  los  meses  de  Elul  II  y  de  Marchesván,  —  y  quizá  de 
todos  los  meses  — ,  en  Babilonia,  eran  días  malos  o  nefastos, 
en  los  que  no  se  podían  ejecutar  determinados  actos,  costum- 
bres éstas  luego  introducidas  en  Canaán.  Ese  carácter  fue  ci 
del  primitivo  sabbat  israelita,  día  sometido  al  tabú  para  cier- 
tas cosas  y  acciones,  carácter  que  tuvo  aún  antes  de  recibii 
ese  nombre,  cuando  sólo  se  lo  denominaba  por  su  orden,  o 
sea,  "el  día  séptimo",  como  así  se  le  llama  en  el  decálogo 
ritual.  En  Ex.  34,  21,  según  hemos  dicho,  se  ordena  el  des- 


306 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAr 


canso  del  día  séptimo  en  el  tiempo  de  arar  y  de  segar;  debien- 
do a  la  vez  notarse  que  el  hecho  de  que  el  legislador  israe- 
lita se  interese  tan  sólo  en  la  cesación  del  trabajo  del  campo, 
confirma  la  hipótesis  de  que  ese  día  fue  tomado  a  los  cana- 
neos,  que  era  un  pueblo  agricultor.  La  aplicación  del  nombre 
sabbat  a  todos  los  días  críticos  o  de  las  fases  lunares,  pudo 
además  haber  sido  favorecida  por  la  palabra  babilónica  sa- 
battú,  originaria  de  aquélla,  que  significa  "cesar  de  crecer" 
(la  luna),  acepción  que  luego  se  extendió  a  "cesar  de  traba- 
jar'' (los  seres  humanos  y  sus  animales  de  labor). 

27-^5.  Los  israelitas,  pues,  del  siglo  IX,  época  de  la  re- 
dacción del  decálogo  yahvista  ritual,  conocían  la  semana  lu- 
nar, y  por  eso  daban  el  nombre  de  Fiesta  de  las  Semanas 
(§  2721)  a  los  regocijos  que  terminaban  la  recolección  de  los 
rereales,  y  asignaban  una  duración  dé  7  días  tanto  a  los  fes- 
tejos de  los  casamientos  (Gén.  29,  27),  como  al  período  de 
duelo.  Pero  el  pueblo  de  Israel  al  tomar  la  semana  lunar  ca- 
naneo  -  babilónica  con  su  sabbat,  día  de  tabú  para  el  trabajo 
en  general,  modificó  esas  instituciones,  como  tantas  creencias 
o  leyendas  extranjeras  que  aumentaron  su  acervo  nacional,  de 
acuerdo  con  sus  hábitos,  sentimientos  y  la  índole  de  su  pro- 
pia religión.  El  sabbat  fue  adquiriendo  el  carácter  de  día  de 
Yahvé,  y  el  descanso  en  ese  día  se  convirtió  en  obligatorio, 
como  exigencia  del  mismo  dios,  basándose  en  razones  de  hu- 
manidad, para  que  tanto  las  personas,  como  los  animales  uti- 
lizados en  el  transporte  o  en  el  laboreo  de  las  tierras,  pudie- 
ran reposar  de  sus  fatigas  (Ex.  23,  21).  Y  no  sólo  esto,  sino 
que  poco  antes  del  destierro,  la  semana  lunar  fue  reempla- 
zada por  la  semana  periódica,  desprendida  de  su  base  astro- 
nómica, que  se  repite  todo  el  año  independientemente  de  las 
fases  de  la  luna,  a  lo  que  llama  Mowinckel,  "una  invención 
israelita",  conceptuando  que  la  semana  periódica  procede  de 
la  observación  ritual  del  sabbat  (p.  81).  El  silencio  que  guarda 
el  Deuteronomio  primitivo,  cuyo  núcleo  lo  constituyen  los 
capítulos  12  a  26,  respecto  al  sabbat,  indica  que  éste,  cuando 
se  compvtso  ese  código,  no  era  aún  el  día  de  Yahvé  por  ex- 
celencia, según  así  lo  es  en  el  Decálogo,  y  hay  que  bajar 
hasta  el  fin  del  período  preexílico  o  al  comienzo  del  destie- 
rro, para  encontrar  textos  donde  se  mencione  el  día  del  des- 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAT 


307 


canso  semanal  periódico  con  el  nombre  de  sabbat,  día  que, 
a  causa  de  la  deportación,  llega  a  ser  "el  más  importante  y  el 
más  característico  de  los  tiempos  sagrados  de  Yahvé"  (LODS, 
Israel,  p.  510;  Ez.  46,  1;  Lev.  23,  3 ;  y  el  4^  precepto  de  am- 
bas versiones  del  Decálogo).  (1) 

2746.  Entiende  Mowinckel  que  la  prescripción  del  cuar- 
to mandamiento  tiende  sólo  a  imponer  un  día  de  reposo  se- 
manal, con  lo  que  así  se  honra  a  Yahvé ;  pero  no  a  conside- 
rarlo como  un  día  en  que  hubiera  que  acudir  al  templo  o  a 
otros  santuarios  para  hacer  sacrificios,  como  así  más  ade- 
lante lo  entendió  P,  que  ordena  convocar  en  el  día  sabbat  una 
santa  asamblea  y  ofrecer  dos  corderos  de  un  aíío  con  una 
oblación  de  dos  décimos  de  efa  de  flor  de  harina  amasada 
con  aceite,  junto  con  su  libación  (Lev.  23,  3;  Núm.  28,  9). 
Como  dice  L.  Aubert,  "la  cesación  del  trabajo  es  en  sí  mis- 
ma una  obra  buena,  agradable  a  Yahvé.  Este  reposó  el  día 
séptimo;  sus  servidores  deben  santificar  ese  mismo  día,  de- 
jando de  lado  todas  las  ocupaciones  de  los  otros  días  de  la 
semana.  En  otros  términos,  el  sábado  no  fue  instituido  para 
que  el  hombre  pueda  descansar,  sino  que  el  hombre  debe  des- 
cansar, porque  el  sábado  fue  instituido  por  Yahvé.  Una  con- 


(1)  Los  ingenuos  ortodoxos,  que  siguen  creyendo  que  el  mundo 
fue  creado  hace  unos  cinco  mil  años,  y  que  desde  entonces  existe  el 
sabbat,  porque  en  ese  día  descansó  Yahvé  de  su  obra  creadora,  quien 
después  ordenó  que  se  guardara  estrictamente  (Ex.  20,  10-11),  están 
alarmadísimos  ante  la  perspectiva  de  que  se  implante  el  Calendario 
Mundial  el  31  de  diciembre  de  1950.  Consideran  que  el  ciclo  senianal 
tiene  un  origen  religioso  y  sostienen  que  la  religión  se  ve  amenazada 
por  la  probable  reforma  del  calendario,  cuyos  efectos  califican  de  fu- 
nestos. En  reciente  publicación  de  un  autor  adventista,  editada  en 
Buenos  Aires,  se  afirma  que  la  propuesta  de  esa  reforma,  que  incluye 
la  intercalación  de  días  en  blanco  "significa  un  ultraje  para  las  con- 
ciencias de  muchos  millones  de  personas";  y  que  tal  modificación  "sería 
un  ataque  directo  contra  la  conciencia  y  contra  los  fundamentos  de 
la  moral  del  Decálogo".  Y  corrobora  dicho  autor  su  tesis,  citando  las 
siguientes  palabras  de  un  discurso  del  papa  León  XIII,  en  el  que  se 
proclama  que  la  violación  del  día  de  reposo  (como  si  eso  fuera  a 
ocurrir  con  la  proyectada  reforma)  "es  el  presagio  de  todas  las  des- 
dichas, es  la  extinción  de  la  fe,  el  abandono  de  la  oración,  es  la  su- 
presión de  Dios  en  la  vida  del  hombre",  algo  así  como  la  catástrofe 
apocalíptica  del  fin  del  mundo.  ¡Oh  sancta  simplícitas! 


308 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAT 


cepción  análoga  se  encuentra  ya  en  Ez.  20,  12-20  y  en  Jer. 
17,  21-27  (no  llevar  cargas  el  día  del  sábado,  ni  conducirlas 
de  un  lugar  a  otro)  ;  pero  este  último  pasaje  pertenece  más 
bien  a  la  época  de  Neh.  13,  15-22"  (Dict.  Encyc.  II,  p.  592). 
Se  comprende  bien  leyendo  Gén.  2,  3,  texto  en  el  que  el 
escritor  sacerdotal  manifiesta  que  Yahvé  santificó  el  sábado, 
porque  en  él  descansó  de  su  obra  creadora,  y  leyendo  luego 
los  últimos  pasajes  citados  por  L.  Aubert,  la  razón  que  asiste 
a  Mowinckel  al  afirmar  que  "éste  es  el  punto  de  vista  de  la 
época  exilica  y  postexílica,  según  el  cual  se  santifica  a  Yahvé, 
sus  instituciones,  sus  tiempos,  etc.,  observando  estrictamente 
todas  las  reglas  impuestas ;  la  santificación  consiste  en  se- 
guir exactamente  las  prescripciones  y  los  estatutos"  (p.  76). 
La  expresión  "guardarás  el  sábado  para  santificarlo",  signi- 
fica, pues,  no  la  celebración  de  una  fiesta  cultual,  sino  la 
rigurosa  observancia  de  las  prohibiciones  concernientes  al  re- 
poso sabático.  Nehemías  en  el  siglo  V,  como  gobernador  de 
Judea,  prohibió  por  la  fuerza  que  se  trabajara  y  se  comer- 
ciara en  Jerusalén  el  día  sábado  (13,  15-22);  y  dos  siglos 
y  medio  más  tarde,  el  rey  de  Siria,  Antíoco  Epifanes,  que- 
riendo unificar  las  religiones  en  su  imperio,  prohibió  las  prác- 
ticas del  judaismo,  lo  que  originó  la  sublevación  de  los  Ma- 
cabeos.  Con  tal  motivo,  unos  mil  judíos  huyeron  de  Jerusa- 
lén y  se  refugiaron  en  las  numerosas  cavernas  que  se  en- 
cuentran al  Oeste  del  mar  Muerto.  Perseguidos  allí  por  las 
tropas  sirias,  fueron  atacados  un  sábado,  y  prefirieron  morir 
sin  defenderse,  antes  que  violar  ese  día  sagrado.  Al  saber 
este  triste  fin  de  aquellos  sencillos  creyentes,  el  jefe  de  la 
insurrección,  Matatías,  y  los  que  lo  acompañaban,  resolvieron: 
"Si  nos  vienen  a  atacar  en  día  del  sábado,  combatiremos  y 
no  pereceremos  todos  como  murieron  nuestros  hermanos  en 
sus  cavernas"  (I  Mac.  1,  44  -  49 ;  II,  29  -  41). 

2747.  El  descanso  semanal  es  un  precepto  altamente  re- 
comendable; pero  en  las  modernas  sociedades  no  se  puede 
llegar  a  los  extremos  que  pretenden  los  judíos,  los  puritanos 
y  demás  sectarios  que  se  ciñen  a  la  letra  del  IV  manda- 
miento y  demás  prescripciones  sacerdotales  de  la  Biblia,  re- 
cordando que  el  autor  del  Decálogo  tenía  sólo  en  vista  una 
población  agrícola  poco  avanzada,  y  que  la  estricta  aplica- 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAT 


309 


ción  de  tal  ordenanza  conduciría  hoy  a  los  mayores  absurdos, 
como  por  ejemplo,  que  los  tripulantes  de  un  transatlántico 
en  viaje  suspendieran  sus  tareas  en  medio  del  mar,  todos  los 
sábados.  De  una  disposición  humanitaria  y  muy  conveniente 
tanto  para  los  individuos  como  para  la  sociedad,  el  fanatismo 
religioso  ha  hecho  una  práctica  supersticiosa,  al  considerar 
como  tabú  o  nefasto  un  determinado  día  de  la  semana.  Es- 
pecialmente la  casuística  rabínica  transformó  el  sabbat  en 
una  verdadera  pesadilla  para  los  judíos.  Todo  un  tratado  tal- 
múdico, el  Chabbath,  está  consagrado  al  estudio  de  lo  que 
constituye  o  no  una  violación  del  sábado.  Para  darse  una  lige- 
ra idea  de  las  minucias  de  ese  tratado,  recuérdese  que  "las 
acciones  prohibidas  están  repartidas  en  estos  39  epígrafes : 
sembrar,  cultivar,  segar,  atar  las  gavillas,  golpear  el  grano, 
aventar,  limpiar,  moler,  cerner,  amasar,  cocer ;  esquilar,  blan- 
quear, cardar,  teñir,  tejer,  urdir,  hacer  dos  hilos,  trenzar  dos 
hilos,  separar  dos  hilos  de  una  cuerda,  anudar,  desanudar,  co- 
ser dos  puntadas,  cortar  el  hilo  para  coser  dos  puntadas ;  ca- 
zar el  ciervo,  matarlo,  desollar  (cuerear,  decimos  en  el  Río 
de  la  Plata),  salar  la  carne,  preparar  la  piel,  raer  el  pelo, 
cortarlo  en  pedazos,  escribir  dos  letras  del  alfabeto,  borrar 
para  escribir  dos  letras;  edificar,  demoler;  encender  fuego, 
apagarlo ;  golpear  con  un  martillo ;  y  llevar  un  objeto  de  un 
sitio  a  otro.  Cada  una  de  las  expresiones  de  esta  enumera- 
ción, manifiesta  el  expositor  del  Talmud,  Dr.  A.  Cohén,  sus- 
citaba diversos  problemas  para  aclarar  su  definición  y  se  abría 
la  posibilidad  de  interminables  discusiones  para  determinar 
si  tal  caso  particular  entraba  o  no  en  la  categoría  encarada. 
Consideremos  el  último  epígrafe,  que  originaba  dos  series  de 
investigaciones.  En  primer  lugar,  ¿cómo  definir  un  transpor- 
te que  sea  una  violación  del  sábado?  Esto  es  el  tema  del  pri- 
mer capítulo  del  tratado  Chabbath.  La  primera  cláusula  de  la 
Michna  se  formula  así :  "Hay  dos  acciones  para  transportar 
objetos  de  un  sitio  a  otro,  y  éstas  vienen  a  ser  cuatro  en 
cuanto  al  interior  de  los  locales,  y  cuatro  con  respecto  al 
exterior.  ¿De  qué  modo?  Por  ejemplo,  un  mendigo  está  en 
el  exterior  y  un  portero  en  el  interior;  el  primero  extiende 
la  mano  en  el  interior  y  coloca  algo  en  la  mano  del  portero 
o  toma  de  ella  algo  que  lleva  afuera.  En  este  caso  el  men- 


310 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO —  EL  SABBAT 


digo  es  culpable  (de  una  infracción  a  la  ley  sabática)  y  el 
portero  es  inocente.  Si  por  el  contrario  éste  es  el  que  tiende 
la  mano  y  pone  algo  en  la  del  mendigo  o  toma  de  ella  algo 
que  lleva  a  la  casa,  él  es  el  culpable  y  el  mendigo  es  inocente. 
Si  éste  tiende  la  mano  en  el  interior,  y  el  portero  toma  de 
ella  o  pone  en  ella  algo,  ambos  son  inocentes.  Si  el  portero 
extiende  la  mano  al  exterior  y  el  mendigo  toma  de  ella  o 
pone  en  ella  algo  que  el  portero  llevará  adentro,  ambos  son 
culpables".  Este  ejemplo  puede  bastar  para  mostrar  cuantas 
complicaciones  revestía  la  cuestión  tal  como  la  trataban  los 
rabinos.  Por  otra  parte,  había  que  determinar  lo  que  consti- 
tuía la  carga  que  estaba  prohibido  transportar  el  día  sábado. 
Por  ejemplo,  un  reglamento  distinguía  en  los  vestidos  feme- 
ninos lo  que  constituía  el  traje  propiam.ente  dicho  y  lo  que 
correspondía  a  los  adornos,  los  que  eran  considerados  como 
cosa  superfina.  "Una  mujer  está  autorizada  a  salir  al  patio 
de  su  casa,  el  día  sábado,  llevando  trenzas  hechas  con  sus 
propios  cabellos  o  con  los  de  otra  mujer  o  con  pelos  de  un 
animal ;  puede  tener  diversos  adornos  cosidos  sobre  el  objeto 
con  el  que  se  cubra  la  cabeza,  o  bien  una  redecilla  o  falsos 
rizos.  Puede  tener  algodón  en  las  orejas  o  en  sus  zapatos, 
o  colocado  por  razón  de  salud ;  puede  tener  en  la  boca  un 
grano  de  pimienta  o  sal  o  de  lo  que  sea,  si  tiene  esa  costum- 
bre y  a  condición  que  no  lo  haga  por  la  primera  vez  un  día 
sábado,  mas  si  se  le  cae  de  la  boca,  le  queda  prohibido  reem- 
plazarlo. En  lo  tocante  a  un  diente  reemplazado  o  en  oro,  lo 
autoriza  el  rabí  Judá;  pero  los  sabios  lo  prohiben"  (ps.  206-8). 

2748.  He  aquí  otros  casos  que  contempla  el  mismo  tra- 
tado Chabbath  o  Schabbat,  respecto  a  la  guarda  del  sábado, 
relacionados  probablemente  con  el  precepto  de  P,  tomado  qui- 
zá de  los  persas,  quienes  lo  practicaban,  a  saber,  "no  encen- 
der fuego  sn  las  casas,  el  día  deli  descanso"  (Ex.  35,  3) :  1°  "Si 
alguien  apaga  una  lámpara,  porque  teme  a  los  no  -  judíos,  a 
los  bandidos  o  a  un  mal  espíritu,  o  porque  un  enfermo  no 
puede  dormir,  no  es  culpable ;  pero  si  la  apaga  para  econo- 
mizar el  aceite  o  la  mecha,  es  culpable".  2°  Tocante  a  la  prohi- 
bición de  extinguir  un  fuego,  rabí  Simón  ben  Nannos  dice : 
"Puede  extenderse  una  piel  de  cabra  sob^e  un  cajón,  baúl  o 
armario  que  haya  comenzado  a  incendiarse,  porque  se  consu- 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAT 


311 


me  y  no  arde,  y  se  puede  con  un  recipiente  cualquiera,  lleno 
o  vacío,  establecer  una  separación,  para  que  el  incendio  no 
continúe  propagándose.  Rabí  José  prohibe  poner  vasos  nue- 
vos como  separación,  porque  no  pueden  soportar  el  fuego, 
saltan  y  extinguen  el  incendio.  Si  un  no  -  judío  viene  para 
combatir  el  fuego,  no  se  le  debe  decir:  "Apaga"  o  "No  apa- 
gues", porque  la  ley  del  sábado  no  le  concierne"  (16,  5,  6), 
debe  dejársele  hacer  lo  que  quiera.  Como  el  escritor  sacer- 
dotal de  baja  época  escribió  que  Yahvé  les  dió  a  los  israelitas 
el  sabbat,  y  para  no  contravenirlo,  les  proporcionó  el  día  sex- 
to maná  o  pan  celestial  para  dos  días,  ordenándoles:  "Qué- 
dese cada  uno  donde  se  encuentre;  no  salga  nadie  de  su  casa 
el  séptimo  día"  (Ex.  16,  29),  los  doctores  de  la  ley  buscaron  con- 
ciliar esa  molesta  y  esclavizante  prescripción  con  las  exigencias 
de  la  vida,  y  así  extendieron  la  noción  de  casa,  morada  o  lugar, 
hasta  2.000  codos,  casi  un  Km.,  más  allá  de  donde  se  habi- 
taba, que  era  la  caminata  que  se  podía  hacer  el  sábado  (Act. 
1,  12).  No  bastando  aún  esto,  se  trató  de  aumentar  esa  dis- 
tancia por  una  estratagema  llamada  erub,  que  originó  otro 
tratado  de  la  Michna,  el  Erubin  o  "amalgama",  que  se  ocupa 
del  límite  que  no  debe  excederse  el  sábado,  y  cómo  aquél 
puede  extenderse.  Aplicando  el  erub,  se  procedía  así:  "La 
víspera  del  sábado,  se  transportaban  alimentos  a  un  paraje 
situado  a  2.000  codos  de  la  vivienda,  y  se  consideraba  ese  si- 
tio como  un  domicilio  real,  de  donde  se  podía  partir  de  nuevo 
otros  2.000  codos  a  la  redonda.  Cuando  varias  familias  que- 
rían hacer  una  comida  en  común,  sin  infringir  la  ley  que 
prohibía  transportar  nada  de  un  lugar  a  otro  el  sábado,  cada 
familia  llevaba  el  viernes  alimentos  a  un  sitio  diferente  situa- 
do a  2.000  codos;  luego  se  reunían  estos  diversos  lugares, 
evidentemente  bastante  próximos  los  unos  de  los  otros,  por 
postes  y  travesaños.  de  modo  de  hacer  como  una  sola  casa 
grande,  y  cada  familia,  sin  salir  del  recinto,  podía  llevar  sus 
víveres  al  salón  elegido  para  la  comida  . . .  Los  saduceos,  que 
no  admitían  la  tradición  oral  junto  a  la  ley,  condenaban  el 
erub,  y  solían  fastidiar  a  los  fariseos,  llevando  ellos  también 
alimentos  a  2.000  codos  en  el  mismo  paraje,  impidiéndoles  así 
crear  una  casa  artificial  común"  (Dict.  Encyc,  II,  p.  593). 
2749.    Cuando  se  leen  esas  nimiedades  y  futilezas,  por 


312 


EL  CUARTO  MANDAMIENTO.—  EL  SABBAT 


no  llamarle  tonterías,  a  las  que  conduce  el  fanatismo  religioso 
basado  en  la  creencia  de  poseer  un  libro  cuyos  preceptos 
por  absurdos  o  inmorales  que  sean,  se  consideran  dictados 
por  la  divinidad,  se  comprende  que  muy  a  menudo  la  religión 
desciende  de  su  elevado  pedestal  de  comunión  íntima  e  in- 
dividual con  el  Ser  Supremo,  en  el  que  se  cree  o  que  se  pre- 
siente, para  transformarse  en  mera  superstición:  una  simple 
superstición  oficializada,  como  un  dialecto  se  convierte  en 
idioma  nacional  cuando  es  adoptado  por  un  Estado.  Véase  al 
efecto  nuestra  Introducción,  §  114-117.  Los  rabinos,  pues, 
de  una  gran  !e^  de  liberación  social,  como  lo  es  la  del  des- 
canso obligatorio  semanal,  hicieron  una  ley  irrisoria  de  escla- 
vitud, contra  la  cual  protestó  Jesús,  sentando  el  sabio  prin- 
cipio de  que  "el  sábado  ha  sido  hecho  para  el  hombre  y  no 
el  hombre  para  el  sábado"  (Marc.  2,  27).  Como  los  días  en 
Israel,  comenzaban  a  la  hora  18,  a  la  entrada  del  sol,  resul- 
taba que  el  sábado  para  los  judíos  principiaba  en  la  tarde  de 
nuestro  viernes  y  terminaba  en  la  tarde  de  nuestro  sábado. 
El  comienzo  y  el  fin  del  sabbat  se  anunciaban  por  toques  de 
corneta :  el  viernes,  al  primer  toque  se  dejaba  de  trabajar  en 
el  campo:  al  segundo,  en  la  ciudad;  y  al  tercero,  las  mujeres 
encendían  las  lámparas;  de  aquí  la  expresión  de  Lúas  23,  54: 
"el  sabbat  comenzaba  a  brillar",  traducido  generalmente  por 
"el  sábado  iba  a  comenzar",  porque,  según  hemos  recordado, 
no  le  es  lícito  al  judío  encender  fuego,  ni  cocer,  ni  asar  sus 
alimentos  el  sábado  (Ex.  16,  23;  35,  3).  Nótese  finalmente 
que  las  iglesias  cristianas,  aún  las  más  ortodoxas,  —  salvo 
contadísimas  excepciones,  como  los  sabatistas,  adventistas  y 
algunas  otras  — ,  han  modificado  por  su  cuenta  el  cuarto 
mandamiento,  que  se  da  como  dictado  por  Yahvé,  pues  hoy 
los  pueblos  cristianos  no  guardan  ya  el  sábado,  sino  el  do- 
mingo, por  más  que  Jesús,  ni  escritor  alguno  del  Nuevo  Tes- 
tamento, hayan  autorizado  tal  cambio.  Las  razones  que  se 
dan  para  ello,  no  pueden  ser  válidas  para  el  que  cree  que  la 
Biblia  hebraica  es  un  libro  divinamente  inspirado,  pues  se 
basan  en  la  práctica  de  las  primeras  iglesias,  práctica  que 
no  debe  invalidar  un  expreso  mandamiento  de  Yahvé,  quien 
se  tomó  el  trabajo  de  escribirlo  con  su  propio  dedo,  en  tablas 
de  piedra,  precepto  destinado  a  recordar  su  descanso  después 


EL  QUINTO  MANDAMIENTO 


313 


que  formó  el  Universo  (Gén.  2,  3;  Ex.  20,  9-11;  31,  18;  32, 
15,  16).  Habiendo  recibido  el  cristianismo  como  herencia  del 
judaismo,  del  cual  procede,  su  literatura  sagrada,  no  le  es  po- 
sible sin  evidente  falta  de  lógica  y  sólo  cometiendo  una  verda- 
dera herejia,  apartarse  de  lo  terminantemente  mandado  por  el 
dios  israelita  (convertido  más  tarde  en  el  Dios  universal),  al 
que  se  han  atrevido  a  enmendarle  la  plana,  alterando  así  su 
voluntad  tan  estruendosamente  manifestada  (Ex.  20,  18).  La 
guarda  del  día  del  descanso  entre  los  cristianos  no  se  efectúa 
hoy,  pues,  el  sabbat,  sino  el  primer  día  de  la  semana,  cuyo 
nombre  deriva  en  las  lenguas  latinas,  de  dies  dominica,  "el 
día  del  Señor",  mientras  que  en  las  lenguas  germánicas  se 
continúa  llamándolo  como  entre  los  greco  -  romanos,  "el  día 
del  Sol",  a  saber:  Sonntag  o  Sunday,  La  palabra  domingo,  en 
el  sentido  de  "día  del  Señor",  sólo  se  encuentra  una  vez  en  el 
Nuevo  Testamento  (Apoc.  1,  10). 

EL  QUINTO  MANDAMIENTO.  —  2750.  El  quinto 
mandamiento  que  ordena  respetar  a  los  padres,  es  una  pres- 
cripción de  moral  universal.  Confucio  (571  -  478  a.n.e.)  enseña- 
ba que  el  principal  de  los  deberes  sociales,  aquel  que  domina 
toda  la  ética  china,  es  el  de  la  piedad  filial.  El  hijo  debe  obe- 
decer a  sus  padres  durante  su  vida  y  ofrecerles  sacrificios  des- 
pués de  su  muerte.  Holscher  expresa  con  razón  que  nuestro 
precepto  estaba  relacionado  con  el  culto  de  los  antepasados. 
Así  Fustel  de  Coulanges  en  su  obra  La  Ciudad  Antigua,  en 
que  estudia  el  culto  y  las  instituciones  de  Grecia  y  Roma,  es- 
cribe: "El  hijo  desempeña  su  papel  en  el  culto,  realiza  una 
función  en  las  ceremonias  religiosas,  su  presencia  es  tan  ne- 
cesaria en  ciertos  días,  que  el  romano  sin  hijos  se  ve  obligado 
a  aceptar  uno  ficticiamente  para  esos  días,  a  fin  de  que  los 
ritos  puedan  celebrarse.  ¡Y  ved  qué  poderoso  lazo  establece 
la  religión  entre  el  padre  y  el  hijo!  Se  cree  en  una  segunda 
vida  en  la  tumba,  vida  feliz  y  tranquila  si  las  comidas  fúnebres 
se  ofrecen  regularmente.  Asi,  el  padre  está  convencido  de  que 
su  destino  tras  esta  vida  dependerá  del  cuidado  que  su  hijo 
otorgue  a  la  tumba;  y  el  hijo  por  su  parte,  está  persuadido  de 
que  muerto  su  padre  se  convertirá  en  un  dios  al  que  habrá  de 
invocar.  Puede  suponerse  lo  que  estas  creencias  inspiraban  de 


314 


EL  QUINTO  MANDAMIENTO 


respeto  y  afecto  en  la  familia.  Los  antiguos  daban  a  las  vir- 
tudes domésticas  el  nombre  de  piedad ;  la  obediencia  del  hijo 
al  padre,  el  amor  que  tributaba  a  su  madre,  era  piedad,  pietas 
erga  parantes;  la  solicitud  del  padre  por  el  hijo,  la  ternura 
de  la  madre,  también  era  piedad,  pietas  erga  ¡iberos.  Todo  era 
divino  en  la  familia.  Sentimiento  del  deber,  afecto  natural, 
idea  religiosa,  todo  se  confundía,  formando  una  sola  cosa,  y 
expresándose  con  el  mismo  nombre"  (ps.  127-8).  Algunas  de 
estas  conclusiones  de  Fustal  de  Coulanges  sobre  la  familia  ro- 
mana y  la  griega  son  aplicables  a  la  familia  israelita,  pues  hoy 
se  cree  fundadamente  que  en  épocas  muy  remotas,  los  he- 
breos debieron  practicar  el  culto  de  los  antepasados.  En  efec- 
to, señala  Lods  los  siguientes  vestigios  de  dicho  culto:  1°  pn 
el  período  histórico,  el  israelita  concedía  extrema  importancia 
al  hecho  de  ser  enterrado  en  el  sepulcro  de  sus  padres,  para  no 
verse  privado  de  sacrificios  ni  libaciones.  La  tumba  familiar 
era  el  santuario  en  el  que  los  antepasados  recibían  el  culto  de 
sus  descendientes,  y  la  masebá  o  estela  que  sobre  ella  se  eri- 
gía estaba  destinada  tanto  a  representar  o  encarnar  el  espíritu 
difunto  como  a  recibir  las  libaciones  que  se  le  hicieren  (Gén. 
35,  8,  14;  §  101,  102).  2°  El  duelo  no  era  obligatorio  sino  para 
con  el  padre,  la  madre  y  miembros  de  la  familia  contados  en 
línea  estrictamente  paterna.  La  Ley,  p.  ej.,  no  autoriza  al  sa- 
cerdote a  hacer  duelo  por  su  mujer,  la  que  no  formaba  parte 
del  círculo  del  culto  ancestral.  3^  La  mayor  desgracia  para 
el  israelita  era  morir  sin  hijos,  y  para  evitarla,  se  recurría  a  la 
^  adopción,  como  en  Grecia  y  Roma  (Gén.  15,  2,  3;  30,  3-^8),  y 
en  el  último  caso,  se  contaba  con  el  recurso  del  levirato  (§  3318, 
nota  de  §  102).  4^  Finalmente  hay  otros  hechos  que  indican 
que  muy  remotamente  los  hebreos  no  sólo  debieron  rendir 
culto  a  los  antecesores  de  su  familia,  sino  también  a  los  de  su 
clan:  tales  son  los  homenajes  religiosos  de  que  se  rodeaban, 
en  plena  época  yahvista,  las  sepulturas  de  los  personajes  que 
pasaban  por  ser  los  antepasados  de  un  clan  o  de  todo  el  pue- 
blo israelita.  Recuérdese  lo  dicho  sobre  las  sepulturas  de  Abra- 
ham,  Sara,  Raquel  y  José.  Indudablemente  estos  antecesores 
fueron  invocados  y  se  solicitó  su  ayuda  en  las  dificultades  de 
la  vida,  como  resulta  de  la  protesta  que  se  lee  en  Is.  63,  16, 
de  que  los  israelitas  no  deben  dirigirse  sino  a  Yahvé  tan  sólo, 
el  único  padre  de  Israel. 


EL  SEXTO  MANDAMIENTO 


315 


2751.  El  autor  de  la  Epístola  a  los  Efesios,  —  conocida 
con  el  nombre  de  Epístola  a  los  Laodicenses  en  la  época  de 
Marción  — ,  que  redactó  esa  carta  para  reemplazar  a  ésta  úl- 
tima que  se  ha  perdido  (Col.  4,  16),  y  que  para  hacer  aceptar 
su  fraude  se  da  como  el  apóstol  Pablo,  dice  en  el  cap.  6:  "Hi- 
jos, obedeced  a  vuestros  padres  en  el  Señor,  porque  esto  es 
justo",  y  luego  cita  el  quinto  precepto  del  Decálogo,  en  esta 
forma :  "Honra  a  tu  padre  y  a  tu  madre  —  que  es  el  primer 
mandamiento  con  promesa  — ,  para  que  te  vaya  bien  y  vivas 
largo  tiempo  sobre  la  tierra"  (vs.  1-3).  Este  mandato,  que 
no  es  el  primero,  sino  el  único  con  promesa,  lo  tomó  el  citado 
escritor  de  la  versión  del  Deuteronomio,  modificándolo,  pues 
donde  el  escritor  israelita  trae :  "para  que  se  prolonguen  tus 
días  y  para  que  seas  feliz  en  el  país  que  Yahvé  tu  dios  te  da", 
él  pone :  "para  que  te  vaya  bien  y  vivas  largo  tiempo  sobre  la 
tierra".  El  escritor  deuteronómico  entendía  referirse  sólo  a  los 
descendientes  de  Israel  establecidos  en  Palestina ;  mientras  que 
el  escritor  cristiano  extiende  o  generaliza  esa  expresión  a  to- 
da la  Tierra.  Además,  se  añade  a  esa  promesa  de  larga  vida, 
la  de  ser  feliz,  lo  que  explica  L.  Gautier  así:  "Motiva  ese  agre- 
gado la  consideración  muy  justa  de  que  una  larga  vida  en  el 
sufrimiento  y  en  la  miseria  no  sería  una  bendición  y  una  re- 
compensa, pues  para  que  una  vejez  prolongada  sea  un  benefi- 
cio, es  menester  que  se  vea  coronada  de  paz  y  prosperidad"  (p. 
20).  Pero  nótese  cuan  mezquina  es  esa  moral,  que  se  pretende 
tan  elevada,  pues  en  vez  de  ordenar  lisa  y  llanamente :  "Hon- 
ra a  tus  padres",  lo  que  supondría  que  ese  acto  de  respetar  a 
los  progenitores  hay  que  cumplirlo  por  deber  o  por  amor,  en 
cambio  se  rebaja  su  alcance  y  su  valor  al  añadirse  que  se  re- 
quiere ejecutarlo  en  consideración  al  provecho  que  él  nos  re- 
portará. Si  se  sostiene,  según  la  ortodoxia,  que  estamos  aquí 
ante  un  mandato  divino,  tenemos  lógicamente  que  concluir 
que  es  muy  superior  la  moderna  moral  de  la  razón,  basada  en 
el  deber,  sobre  la  moral  bíblica  del  interés,  proclamada  por  el 
antiguo  dios  israelita. 

EL  SEXTO  MANDAMIENTO.  —  2752.  Este,  general- 
mente se  traduce:  "No  matarás";  sin  embargo,  nosotros  pone- 
mos "No  asesinarás",  por  estas  razones  que  expone  el  hebraís- 


316 


EL  SEXTO  MANDAMIENTO 


ta  L.  Gautier  y  con  las  cuales  está  de  acuerdo  L.B.d.C:  "Se- 
ría más  exacto  traducir  el  sexto  mandamiento :  No  cometerás 
homicidio,  porque  el  verbo  empleado  en  hebreo  no  es  la  pala- 
bra general  matar,  sino  la  expresión  técnica  que  se  aplica  a  los 
asesinos.  Sería,  pues,  extender  el  alcance  estricto  de  este  man- 
dato al  interpretarlo  como  prohibiendo  la  guerra  y  la  pena  de 
muerte  para  los  criminales,  una  y  otra  sancionadas  y  aún  pres- 
critas por  la  ley  del  Pentateuco"  (p.  20;  §  371  -382).  En  la 
colección  de  sentencias  y  enseñanzas  encerradas  en  lo  que  se 
llama  el  Sermón  de  la  Montaña,  aparece  Jesús  dando  a  este 
precepto  y  a  otros  de  los  siguientes  del  Decálogo,  un  sentido 
mucho  más  amplio  que  el  contenido  en  sus  palabras,  y  así  se 
trataría  aquí  no  sólo  de  respetar  la  vida  del  prójimo,  sino  ade- 
más de  proscribir  el  odio,  la  cólera,  la  envidia  y  la  injuria 
grosera,  como  decirle  a  uno:  raca,  o  sea  ¡imbécil!  (Mat.  5,  21  - 
26).  En  conformidad  con  esas  ideas,  el  autor  de  la  primera 
Epístola  de  Juan,  afirma  que  "todo  aquel  que  odia  a  su  her- 
mano es  homicida"  (3,  15).  Realmente  que  más  moral  que 
el  "No  asesinarás"  es  el  "No  matarás",  pues  salvo  el  caso  ex- 
tremo de  la  defensa  personal,  no  hay  razón  valedera  para  que 
un  hombre  mate  a  otro  hombre.  El  derecho  a  la  vida  debiera 
ser  el  más  sagrado  y  más  respetable  de  todos  los  derechos ; 
pero  el  espíritu  de  odio,  de  venganza  o  de  conquista  ha  impul- 
sado e  impulsa  siempre  al  ser  humano  a  menospreciarlo  y  vio- 
larlo. Actualmente  (noviembre  de  1946)  sería  de  desear,  hoy 
más  que  nunca  y  para  honor  del  pueblo  de  Israel,  que  sus  ra- 
binos, maestros,  doctores  y  periodistas,  insistieran  en  que  la 
prohibición  de  este  mandamiento  fuera  aceptada  y  estricta- 
mente cumplida  por  los  terroristas  del  Irgún  Zvai  Leumi  y 
los  de  la  banda  Stern,  que  tan  triste  espectáculo  están  dando 
en  la  actualidad  a  todo  el  mundo  civilizado.  Ese  mismo  espí- 
ritu inhumano  y  sanguinario  hizo  que  en  los  comienzos  del 
cristianismo,  se  le  atribuyeran  al  mismo  Jesús  en  los  Evange- 
lios, junto  a  frases  condenatorias  de  las  armas  para  herir  y 
matar  a  nuestros  semejantes,  otras  que  expresan  todo  lo  con- 
trario. Así,  p.  ej.,  concomitantemente  con  las  sentencias  con- 
denatorias de  toda  violencia,  como  las  de :  "Amad  a  vuestros 
enemigos  (Mat.  5,  44)  ;  al  que  te  hiriere  en  la  mejilla  derecha, 
preséntale  también  la  otra  (Ib.  v.  39) ;  todos  los  que  tomaren 


EL  SEXTO  MANDAMIENTO 


317 


espada,  a  espada  perecerán''  (Ib.  26,  52),  hay  otras  de  sentido 
opuesto,  como :  "No  penséis  que  he  venido  a  traer  paz  a  la  tie- 
rra, no  he  venido  a  traer  paz,  sino  espada  (Ib.  10,  34) ;  el  que 
no  tenga  espada  (1),  que  venda  su  manto  y  compre  una" 
(Luc.  22/36). 

2753.  Quiere  decir,  pues,  que  cuando  se  formaron  los 
Evangelios,  existían  distintas  opiniones  sobre  si  era  o  no  líci- 
to el  empleo  de  las  armas  para  repeler  la  violencia  y  para  par- 
ticipar en  el  ejército  y  combatir  en  la  guerra,  y  esas  diver- 
gencias se  concretaron  en  frases  contradictorias  que  se  atri- 
buyen a  Jesús,  quien  aparece  así  unas  veces  como  el  más  ex- 
tremado campeón  del  pacifismo,  y  en  otras,  como  fautor  de 
querellas  y  propagandista  de  tendencias  belicosas.  No  sería 
extraño  que  muchas  de  esas  ideas  pacifistas  se  debieran  al  cé- 
lebre Marción,  escritor  cristiano  de  la  primera  mitad  del  si- 
glo II,  las  cuales  se  infiltraron  o  introdujeron  en  numerosos 
pasajes  del  Nuevo  Testamento,  entonces  en  formación,  pues 
dicho  autor  era  decidido  adversario  del  Yahvé  guerrero  de  la 
Biblia  hebraica.  La  mayor  parte  de  los  escritores  cristianos 
del  siglo  II  y  del  III  interpretaban  el  sexto  mandamiento  del 
Decálogo,  en  el  sentido  humanitario  de  que  por  ningún  con- 
cepto debía  derramarse  violentamente  sangre  humana.  Así, 
San  Cipriano,  muerto  el  año  258,  escribía  irónicamente :  "El 
homicidio  cometido  por  un  particular  es  un  crimen ;  pero  toma 
el  nombre  de  virtud  si  es  cometido  en  nombre  del  Estado.  Lo 
que  asegura  al  crimen  la  impunidad,  no  es  una  consideración 
de  inocencia,  sino  la  magnitud  de  la  atrocidad".  Tertuliano 
(160-245)  sostenía  que  "es  permitido  ser  muerto;  pero  no 
matar" ;  que  el  cristiano  no  podía  abrazar  la  carrera  militar, 
pues  ¿cómo  "el  hijo  de  la  paz  tomaría  parte  en  los  combates?"; 
agregando  finalmente  que :  "El  Señor,  al  desarmar  a  Pedro, 
ha  desarmado  a  todos  los  soldados".  Lactancio  en  sus  Insti- 
tuciones Divinas,  obra  publicada  el  año  308,  escribe  contra  la 
guerra  y  los  conquistadores  en  el  mismo  sentido  que  San  Ci- 
priano, y  refiriéndose  especialmente  al  mandamiento  que  co- 
mentamos, dice :  "Tocante  a  este  precepto  de  Dios,  conviene 


(1)  Pratt,  en  su  Versión  Moderna,  altera  este  texto,  poniendo: 
"el  que  no  tiene  bolsa,  venda  su  capa  y  compre  espada". 


318 


EL  SEPTIMO  MANDAMIENTO.—  EL  ADULTERIO 


no  hacer  absolutamente  ninguna  excepción :  matar  a  un  hom- 
bre es  siempre  un  crimen  impío,  porque  Dios  ha  querido  que 
fuera  el  hoinbre  un  ser  sacrosanto".  Estas  opiniones  pacifis- 
tas que  de  haberse  hecho  carne  en  los  cristianos,  hubieran 
transformado  el  mundo,  fueron  condenadas  implícitamente  en 
el  concilio  que  el  año  314  hizo  reunir  Constantino,  en  la  ciu- 
dad de  Arlés,  al  penar  con  la  excomunión  a  aquellos  soldados 
cristianos  que,  por  razones  de  conciencia,  abandonaban  las  ar- 
mas en  tiempo  de  paz.  Desde  entonces  la  Iglesia  ha  admitido 
que  a  sus  fieles  les  es  lícito  derramar  sangre  humana ;  predi- 
có las  cruzadas ;  ha  celebrado  a  los  conquistadores  que  la  fa- 
vorecían ;  ha  impelido  a  las  guerras  de  religión  para  extermi- 
nar a  los  herejes  y  a  los  infieles ;  en  una  palabra,  dejó  de  lado  el 
precepto  bíblico  "No  matarás",  dándole  una  interpretación 
adecuada  a  sus  conveniencias  religiosas  o  políticas,  por  más 
opuesta  que  sea  a  la  verdadera  moral. 

EL  SEPTIMO  MANDAMIENTO.  —  2754.  Las  Partidas 
definen  el  adulterio,  como  "yerro  que  home  face  yaciendo  a 
sabiendas  con  mujer  que  es  casada  con  otro,  et  tomó  este  nom- 
bre de  dos  palabras  del  latín  alterius  et  torus,  que  quiere  tan- 
to decir  en  romance  como  lecho  de  otro,  porque  la  mujer  es 
contada  por  lecho  de  su  marido,  et  non  él  della".  De  acuerdo 
con  esta  definición  sería  adulterio  siempre  la  infidelidad  de 
la  esposa  y  no  la  del  marido  con  mujer  no  casada,  acepción 
ciue  en  igual  sentido  le  daban  a  aquel  vocablo  los  antiguos 
hebreos,  según  en  seguida  veremos.  "El  adulterio,  nos  infor- 
ma Escriche  en  su  Diccionario,  ha  sido  castigado  con  severi- 
dad en  casi  todos  los  pueblos.  Los  antiguos  egipcios  imponían 
por  él  la  castración,  creyendo  hallar  en  esta  barbarie  cierta 
especie  de  proporción  entre  el  delito  y  la  pena ;  pero  después 
daban  al  hombre  mil  azotes  y  cortaban  la  nariz  a  la  mujer. 
Los  lidios  establecieron  contra  este  delito  la  pena  de  muerte. 
Los  brainas  condenaban  a  las  mujeres  adúlteras  a  ser  comi- 
das de  los  perros.  Los  antiguos  sajones  quemaban  a  la  mujer, 
y  sobre  sus  cenizas  levantaban  un  cadalso  en  que  daban  ga- 
rrote a  su  cómplice.  Los  romanos  imitaron  a  los  antiguos  egip- 
cios, y  después  recurrieron  a  varias  penas,  inclusa  la  capital. 
El  Fuero  Juzgo  entregaba  a  los  dos  adúlteros  a  disposición 


EL  SEPTIMO  MANDAMIENTO.—  EL  ADULTERIO 


319 


del  marido.  Las  leyes  de  las  Partidas  imponían  a  la  mujer 
adúltera  la  pena  de  azotes  públicos  y  reclusión  en  un  monas- 
terio de  dueñas  con  pérdida  de  la  dote,  arras  y  bienes  ganan- 
ciales a  favor  del  marido,  y  al  cómplice  o  que  adulteró  con 
ella  la  pena  de  muerte".  Hoy  las  naciones  de  civilización  más 
avanzada  no  consideran  el  adulterio  como  crimen,  sino  como 
acto  censurable,  que  no  depende  del  derecho,  sino  únicamente 
de  la  moral,  por  lo  cual  va  ya  desapareciendo  de  todos  los  có- 
digos penales.  En  cuanto  al  precepto  del  Decálogo :  "no  come- 
terás adulterio",  está  relacionado  también,  como  el  quinto 
mandamiento,  con  el  culto  doméstico  o  de  los  antepasados. 
Fustel  de  Coulanges,  refiriéndose  a  la  antigua  religión  de  los 
griegos  y  romanos,  escribe :  "Esa  religión  vela  asiduamente 
por  la  pureza  de  la  familia.  Considera  que  la  más  grave  falta 
que  pueda  cometerse,  es  el  adulterio,  pues  la  primera  regla 
del  culto  es  que  el  hogar  se  transmita  del  padre  al  hijo ;  lue- 
go el  adulterio  perturba  el  orden  del  nacimiento.  Otra  regla  es 
que  la  tumba  sólo  contenga  los  miembros  de  la  familia;  lue- 
go el  hijo  del  adulterio  es  un  extraño  que  se  enterrará  en  la 
tumba.  Todos  los  principios  de  la  religión  quedan  violados ; 
manchado  el  culto,  el  hogar  deviene  impuro;  cada  ofrenda  a 
la  tumba  se  convierte  en  una  impiedad.  Hay  más :  la  serie  de 
los  descendientes  se  rompe  con  el  adulterio;  la  familia  se  ex- 
tingue, aun  en  relación  con  los  hombres  vivos,  y  ya  no  hay 
felicidad  divina  para  los  antepasados.  Así  dice  el  indo:  "El 
hijo  de  la  adúltera  aniquila  en  esta  vida  y  en  la  otra  las  ofren- 
das dirigidas  a  los  Manes".  He  aquí  la  razón  por  qué  las  leyes 
de  Grecia  y  de  Roma  conceden  al  padre  el  derecho  de  recha- 
zar al  hijo  que  acaba  de  nacer.  He  aquí  también  por  qué  esas 
leyes  son  tan  rigurosas,  tan  inexorables  contra  la  adúltera.  En 
Atenas  está  permitido  al  marida  ¿l  matar  a  la  culpable.  En 
Koma,  el  marido,  juez  de  la  mujer,  la  condena  a  muerte.  Es- 
ta religión  era  tan  severa,  que  el  hombre  ni  siquiera  tenía  el 
derecho  de  perdonar  completamente  y,  por  lo  menos,  estaba 
obligado  a  repudiar  a  su  mujer"  (ps.  125-6).  Como  sé  ve,  se 
tenía  en  cuenta  sólo  el  adulterio  de  la  mujer,  y  sus  funestas 
consecuencias  al  introducir  a  su  hogar  un  hijo  ajeno.  Igual- 
mente que  en  Grecia  y  Roma,  en  el  antiguo  Israel  no  debía 
extinguirse  la  familia,  porque  así  lo  exigía  el  culto  de  los  an- 


320 


EL  SEPTIMO  MANDAMIENTO.—  EL  ADULTERIO 


tepasados  o  culto  doméstico  de  los  tiempos  primitivos.  En 
este  último  país  parece  que  la  costumbre  matrimonial  era  la 
bigamia  (Gén.  4.  19;  26,  34;  29,  1 ;  I  Sam.  1,  2),  aunque  un 
nunícroso  harén  era  un  privilegio  de  que  únicamente  podían 
gozar  los  ricos  y  los  reyes,  como  Gedeón,  David  y  Salomón. 
La  fidelidad  conyugal  sólo  se  le  exigía  a  la  mujer,  probable- 
mente por  las  transcritas  razones  que  da  Fustel  de  Coulanges. 
Como  la  ley  permitía  la  poligamia,  no  regía,  pues,  para  el 
hombre  la  ordenanza  del  séptimo  mandamiento,  salvo  en  el 
caso  que  atentara  contra  la  integridad  y  pureza  de  otro  hogar, 
en  cuyo  caso  ambos  culpables  debían  ser  lapidados  (Deut.  22, 
22  -27;  Lev.  20,  10;  §2696).  La  adúltera  no  sólo  era  condena- 
da a  esa  pena,  sino  que  su  casa  era  quemada,  según  resulta 
de  Ez.  16,  38-41.  La  mujer  acusada  de  adulterio,  no  habien- 
do testigos  del  acto  incriminado,  podía  probar  su  inocencia  so- 
metiéndose a  la  ordalia  que  detalla  Núm.  5,  11  -31  (véase  nues- 
tra Introducción,  §155  -  157). 

2755.  En  la  parte  del  Evangelio  de  Mateo,  conocida  por 
Sermón  de  la  Montaña,  se  ponen  en  boca  de  Jesús  estas  pa- 
labras:  "Habéis  oído  que  fué  dicho:  No  cometerás  adulterio. 
Pero  yo  os  digo  que  todo  aquel  que  mirare  a  una  mujer  con 
codicia,  ya  cometió  adulterio  con  ella  en  su  corazón"  (5,  27,  28). 
Esta  segunda  antítesis,  que  sigue  a  la  que  ya  hemos  visto  so- 
bre el  sexto  mandamiento  (§  2752)  es,  como  expresa  Loisy, 
más  artificial  que  la  anterior,  porque  la  Ley  condena  expre- 
samente tanto  el  mal  deseo  como  el  adulterio.  En  efecto,  la 
última  prescripción  del  Decálogo  manda  no  codiciar  la  mu- 
jer del  prójimo,  de  modo  que  lo  que  sólo  habría  de  novedad 
en  el  dicho  de  Jesús  sería  el  asimilar  el  pensamiento  pecami- 
noso con  el  adulterio,  o  como  dice  Lagrange,  "no  se  habría 
proclamado  aún  que  el  pecado  interior  era  tan  grave  como  el 
:^cto  exterior,  o  más  bien  que  el  pecado  consistía  esencialmen- 
te en  la  disposición  del  corazón".  Escritores  muy  anteriores 
ya.  habían  hecho  comprender  el  peligro  que  hay  en  mirar  a 
las  mujeres  hermosas;  y  así  Job,  haciendo  la  apología  de  su 
conducta,  dice  que  ha  sido  tan  escrupuloso  que  no  dejó  po- 
sar su  mirada  sobre  una  doncella,  porque  en  pos  de  los  ojos 
va  el  corazón  (31,  1,  7).  El  autor  del  Eclesiástico,  en  el  capí- 
tulo que  dedica  al  trato  con  las  mujeres,  escribe:  "No  pongas 


EL  NOVENO  MANDAMIENTO 


321 


los  ojos  en  una  doncella,  no  sea  que  tropieces  en  su  belleza. 
Aparta  tus  ojos  de  la  mujer  hermosa,  y  no  pongas  tus  mira- 
das en  la  hermosura  ajena"  (9,  5,  8).  En  el  Talmud  se  encuen- 
tran también  preceptos  semejantes,  y  así  se  lee  en  él :  "Recibe 
el  nombre  de  adúltero  no  sólo  el  que  peca  en  su  cuerpo,  sino 
también  el  que  peca  con  sus  ojos".  Y  para  salvaguardar  la 
moralidad,  rabinos  misóginos  hacen  recomendaciones  como 
éstas :  "No  charles  demasiado  con  las  mujeres,  tanto  con  tu  pro- 
pia esposa,  como  con  mayor  razón  aún  con  la  de  tu  vecino.  Por 
tanto  dicen  los  sabios :  El  que  charla  demasiado  con  mujeres, 
se  acarrea  la  desgracia,  descuida  de  estudiar  la  thorá  y  final- 
mente hereda  el  gehena".  En  el  tratado  Berakhoth  se  encuen- 
tra este  pasaje :  "El  que  paga  dinero  a  una  mujer  y  le  va  en- 
tregando en  la  mano  las  monedas  para  complacerse  en  mirar- 
la, aunque  poseyera  la  thorá  y  tuviera  tantas  buenas  acciones 
como  Moisés,  nuestro  maestro,  no  escapará  al  castigo  del 
gehena  (§  987).  Mejor  le  es  al  hombre  seguir  a  un  león  que 
a  una  mujer"  (A.  COHEN,  p.  146).  Ante  tales  reflexiones,  se 
comprende  la  verdad  de  la  sentencia  que  afirma  que  de  lo  su- 
blime a  lo  ridiculo  no  hay  más  que  un  paso. 

EL  NOVENO  MANDAMIENTO.  —  2756.  Dispone  és- 
te: No  darás  falso  testimonio  contra  tu  prójimo,  de  modo 
que  es  un  precepto  de  carácter  procesal,  que  manda  decir  la 
verdad  en  los  juicios,  ante  los  jueces  o  tribunales,  por  lo  que 
está  intimamente  relacionado  con  los  debarim  de  Ex.  23,  1-3 
(§  2703-4).  Sin  embargo,  los  moralistas  cristianos  no  confor- 
mes con  la  estrechez  de  este  mandato,  lo  amplían  de  acuerdo 
con  una  ética  más  adelantada,  y  sostienen  que  también  inclu- 
ye en  su  prohibición  la  maledicencia,  la  falsedad  en  todas  sus 
formas,  las  promesas  engañosas,  "las  ofertas  falaces  que  no 
tenemos  intención  de  cumplir,  los  cumplimientos  y  halagos 
en  el  trato  social  que  no  están  fundados  en  la  verdad  y  since- 
ridad: cosas  todas  ellas  que  Dios  aborrece  y  las  condena  de 
mil  maneras,  atribuyéndolas  a  Satanás,  como  su  autor  y  fau- 
tor, a  quien  Jesús  califica  de  "padre  de  la  mentira"  (Juan  8, 
44),  con  quien  todos  los  mentirosos  tendrán  su  parte  final. 
Apoc.  21,  8".  (PRATT.  El  Exodo,  ps.  247-8).  Y  Gautier  agre- 
ga: "las  mentiras  interesadas,  las  calumnias,  las  perfidias  de 


322 


EL  DECIMO  MANDAMIENTO 


la  lengua,  ese  pequeño  miembro  del  que  habla  Santiago  (3, 
5-8),  quien  la  llama  "un  mundo  de  iniquidad  ...  un  mal  que 
no  se  puede  reprimir"  (p.  21).  Todo  esto  está  muy  bien  para 
la  enseñanza  moral ;  pero  no  se  desprende  del  mandamiento 
que  estudiamos,  ni  está  de  acuerdo  con  otros  pasajes  bíblicos 
en  que  Yahvé  aprueba  la  mentira  y  favorece  al  mentiroso,  co- 
mo ocurre  en  la  biografía  de  Jacob,  examinada  anteriormente 
(§  2312-2315).  Lo  que  hay  aquí  en  realidad,  es  que  los  auto- 
res del  Decálogo,  que  lo  expusieron  como  pronunciado  y  es- 
crito por  su  dios  nacional,  olvidaron  incluir  en  él  este  senci- 
llo precepto :  "No  mentirás",  olvido  que  más  tarde  trataron  de 
subsanar  los  comentaristas,  ajustando  sus  ampliaciones  a  la 
moral  de  su  época.  Con  respecto  a  la  indisciplina  de  la  len- 
gua, de  que  habla  Santiago  en  el  pasaje  precedentemente  ci- 
tado, recordemos  lo  que  se  dice  en  el  tratado  Arakhin  del  Tal- 
mud, tocante  a  las  excepcionales  precauciones  que  tomó  el 
Creador  al  formarla:  "El  Santo  Unico  (¡sea  él  bendito!)  di- 
jo a  la  lengua :  "Todos  los  miembros  del  cuerpo  son  verticales ; 
pero  tú,  tú  eres  horizontal;  todos  están  en  el  exterior  del 
cuerpo;  pero  tú,  tú  estás  en  el  interior.  Además  te  he  rodeado 
de  dos  paredes :  una  de  hueso  y  la  otra  de  carne".  A  fin  de  evi- 
tar excesos  en  el  lenguaje,  los  rabinos  decían:  "Una  palabra 
vale  una  sela  (nombre  de  una  moneda)  ;  pero  el  silencio  vale 
dos",  que,  como  nota  Cohén,  equivale  a  nuestro  proverbio:  la 
palabra  es  de  plata ;  pero  el  silencio  es  de  oro".  Cerraremos 
este  parágrafo,  citando  estas  sensatas  reflexiones  que  se  leen 
en  el  Talmud:  "Séate  el  honor  de  tu  vecino  tan  preciado  como 
el  tuyo  propio".  "El  Santo  Unico  (¡sea  él  bendito!)  aborrece 
al  que  pronuncia  una  palabra  con  su  boca,  mientras  que  dice 
otra  en  su  corazón".  "El  castigo  del  mentiroso  consiste  en  que 
no  se  le  cree,  aun  cuando  diga  la  verdad".  "Nadie  debería 
nunca  prometer  a  un  niño  darle  algo  sin  cumplir  su  palabra, 
porque,  así  le  enseña  la  falsedad"  (COHEN,  ps.  148-9). 

EL  ULTIMO  PRECEPTO  DEL  DECALOGO.  —  2757. 
Ya  hemos  hablado  de  las  variantes  que  presenta  este  manda- 
miento en  las  dos  versiones  que  de  él  tenemos  en  el  Exodo  y 
en  el  Deuteronomio  (§  2734).  Notemos  ahora  que  con  él  se 
trata  de  salvaguardar  la  casa  del  israelita,  que,  con  el  hogar. 


EL  DECIMO  MANDAMIENTO 


323 


comprendía  antiguamente  a  su  mujer,  sus  esclavos,  sus  ani- 
males y  demás  cosas  que  le  pertenecían.  En  un  período  más 
avanzado  de  la  moral,  se  separó  la  esposa  de  ese  conjunto  de 
bienes  del  marido,  y  se  estableció  un  precepto  especial  a  su 
favor,  a  saber,  que  no  debía  ser  codiciada  por  otro  que  su  le- 
gítimo dueño,  pues  ya  sabemos  que  el  matrimonio  hebreo  con- 
sistía en  la  compra  de  una  mujer,  con  fines  de  reproducción, 
cuyo  precio  era  el  mohar  (§  2303).  Ahora  bien  ese  mandamien- 
to que  prohibe  codiciar  la  casa  del  prójimo,  tenía  un  fondo 
religioso,  como  ocurría  con  los  otros  anteriormente  estudia- 
dos (§  2750,  2754),  pues  entre  las  virtudes  de  los  antiguos  se 
incluía  el  amor  a  la  casa,  asiento  del  culto  doméstico.  El  ya 
citado  Fustel  de  Coulanges  — quien  profundizó  el  estudio  de 
las  remotas  religiones  con  relación  a  las  instituciones  griegas 
y  romanas  — ,  recuerda  los  casos  de  Anquises,  que  ante  Tro- 
ya ardiendo,  no  quiere  abandonar  su  vieja  morada,  y  el  de  Uli- 
ses  que  todo  lo  desecha  para  volver  a  ver  la  llama  de  su  ho- 
gar. "La  casa,  escribe  aquel  autor,  sólo  es  un  domicilio  para 
nosotros,  un  albergue,  sin  gran  pena  la  dejamos  y  olvidamos, 
y  si  le  tomamos  afecto,  es  por  la  fuerza  de  los  hábitos  y  de 
los  recuerdos,  en  lo  que  la  religión  no  interviene  para  na- 
da ..  .  Otra  cosa  muy  distinta  ocurría  entre  los  antiguos;  su 
principal  divinidad,  su  providencia,  la  que  individualmente  les 
protegía,  escuchaba  sus  oraciones  y  atendía  sus  votos,  esta- 
ba en  el  interior  de  sus  casas.  Fuera  de  la  mansión,  el  hom- 
bre ya  no  sentía  al  dios;  el  dios  del  vecino  le  era  hostil.  El 
hombre  amaba  entonces  su  casa  como  hoy  ama  su  iglesia  .  .  . 
amaba  su  morada  fija  y  duradera,  que  había  recibido  de  sus 
abuelos  y  legado  a  sus  hijos  como  un  santuario"  (ps.  128-9). 
Como,  según  hemos  visto  con  anterioridad,  el  culto  de  los  an- 
tepasados muy  probablemente  fué  practicado  por  los  antiguos 
hebreos,  se  comprende  que,  como  reminiscencia  de  esas  prác- 
ticas religiosas,  cuando  se  convirtieron  en  agricultores  seden- 
tarios, se  le  diera  una  importancia  capital  a  la  casa,  santuario 
doméstico  que  con  lo  que  encerraba  debiera  ser  inviolable  pa- 
ra todos. 

2757  bis.  En  este  décimo  mandamiento  se  encuentra  re- 
petida tres  veces  la  palabra  prójimo,  pues  en  él  se  ordena:  "No 
codiciarás  la  casa  de  tu  prójimo,  ni  la  mujer  de  tu  prójimo, 


324 


EL  DECIMO  MANDAMIENTO 


ni  cosa  alguna  que  sea  de  tu  prójimo".  Ahora  bien,  es  perti- 
nente preguntar:  ¿qué  se  entiende  en  esta  ordenanza  por  pró- 
jimo? Este  vocablo  tiene  hoy  para  nosotros  una  acepción  dis- 
tinta que  la  que  le  daban  los  hebreos,  pues,  en  efecto,  para 
éstos,  el  prójimo  era  únicamente  el  israelita,  es  decir,  el  com- 
patriota, mientras  que  para  nosotros,  es  un  hombre  cualquie- 
ra. Nota  Paul  Gille  que  una  de  las  taras  fundamentales  del 
yahvismo  era  el  de  ser  estrechamente  nacionalista,  y  asi  ob- 
serva que  en  el  precepto  relativo  al  sábado,  el  ganado  pasa 
antes  que  el  extranjero;  y  que  el  prójimo  de  que  habla  el  De- 
cálogo comprende  sólo  a  los  nacionales  (p.  101).  Igualmente 
manifiesta  A.  Westphal  que  tanto  "el  Decálogo  (Ex.  20)  co- 
mo la  ley  de  amor  (Lev.  19,  18),  sólo  conciernen  al  prójimo 
israelita.  Y  por  esto  el  mandamiento:  "No  matarás"  no  pue- 
de en  derecho  ser  invocado  contra  la  guerra  entre  naciones. 
La  Ley  prohibe  todo  sentimiento  fraternal  hacia  los  moabitas, 
los  amalecitas,  los  madianitas,  etc.  (Deut.  23,  3  ss ;  Ex.  17,  16; 
Núm.  25,  17),  y  Yahvé  promete  a  Israel  ser  el  enemigo  de  sus 
enemigos  (Ex.  23,  22)  . . .  En  tiempo  de  los  judíos  se  acen- 
tuó el  menosprecio  y  el  odio  contra  todo  lo  que  era  extranje- 
ro. Cuenta  Josefo  que  ya  en  Susa,  Amán  acusaba  a  los  judíos 
de  ser  "un  pueblo  enemigo  de  todos  los  otros  y  odioso  a  todos 
los  hombres"  (Ester.  3,  8;  Dict.  Encyc,  Art.  Prochain).  Interro- 
gado Jesús  sobre  quien  es  nuestro  prójimo  (Luc.  10,  29),  con- 
testa con  la  parábola  del  buen  Samaritano,  mostrando  a  su  in- 
terlocutor que  un  samaritano  caritativo  puede  ser  el  prójimo 
de  un  judio ;  pero  no  precisa  categóricamente  que  lo  que  ca- 
racteriza la  noción  de  prójimo  es  la  calidad  de  ser  humano, 
sin  distinción  de  nacionalidades.  Ahora  en  cuanto  al  alcance 
que  puede  dársele  al  décimo  mandamiento,  recuerda  Lods 
(Les  Prophétes,  p.  137)  que,  según  una  firme  creencia  de  mu- 
chos pueblos  antiguos,  el  simple  hecho  de  desear  el  bien  aje- 
no y  de  mirarlo  con  envidia  —  con  mal  ojo,  como  decían  los 
hebreos  — ,  y  hasta  de  alabarlo  con  exceso,  daña  positivamen- 
te al  prójimo,  porque  eso  atrae  sobre  él  los  celos  de  las  po- 
tencias invisibles.  Así  se  lee  en  Proverbios :  "El  que  bendice 
a  su  amigo,  a  grandes  voces  y  muy  de  mañana,  será  conside- 
rado como  si  lo  maldijera"  (27,  14).  Y  el  arzobispo  A.  Le  Roy 
en  La  Religión  des  Primitifs  (p.  299)  cita  esta  fórmula  de 


FECHA  DE  LOS  DECALOGOS 


325 


conjuro  o  exorcismo  de  los  Wa-pokomo,  habitantes  de  la  ori- 
lla derecha  del  Tana  (Africa  Oriental),  que  está  de  acuerdo 
con  el  aludido  proverbio:  "¡Muera  aquel  que  diga  que  esta 
aldea  es  rica  y  que  estos  hombres  son  numerosos,  pues  quien 
así  hable,  es  un  celoso!". 

¿CUANDO  SE  ESCRIBIERON  LOS  DECALOGOS? 

—  2758.  La  ortodoxia  no  vacila  en  responder  que,  tanto  el 
ritual  como  el  deuteronómico,  remontan  a  la  época  de  Moi- 
sés, pues  así  se  expresa  en  el  Pentateuco.  Sin  embargo,  la 
ciencia  ha  comprobado  que  tal  tesis  es  insostenible,  según  lo 
revela  el  contenido  de  sus  preceptos  (§  2731).  Mowinckel 
que  ha  hecho  un  estudio  metódico  y  profundo  de  esta  cues- 
tión, llega  a  las  siguientes  conclusiones  que  extractamos  y  re- 
sumimos de  su  magistral  obra  Le  Décalogue: 

1^  El  decálogo  ritual  (J  -  E)  proviene  de  Canaán :  las  pri- 
mitivas fiestas  agrarias  celebradas  en  honor  de  Baal  fueron 
transformadas  en  fiestas  de  Yahvé. 

2°  El  Decálogo  por  antonomasia,  o  sea,  el  deuteronómi- 
co, menos  aún  puede  ser  mosaico,  pues  es  manifiestamente 
posterior  a  J-E.  La  mención  en  el  Decálogo  de  trabajos  de 
los  campos,  de  propiedades  inmuebles,  de  peregrinos  o  extran- 
jeros que  habitan  dentro  de  "tus  puertas"  (Ex.  20,  10),  es  de- 
cir, residentes  en  ciudades ;  así  como  de  bueyes  y  asnos  em- 
pleados como  bestias  de  labor,  todo  esto  presupone,  sin  duda 
alguna,  que  Lsrael  ya  estaba  establecido  en  Canaán. 

2759.  3^  La  actitud  del  Decálogo  hacia  las  imágenes  del 
culto  no  puede  ser  mosaica.  En  efecto :  a)  el  hecho  de  que  el 
Decálogo  contiene  una  prohibición  general,  mientras  que  el 
J-E  sólo  prohibe  imágenes  divinas  de  fundición  o  de  oro  o  pla- 
ta, prueba  que  este  último  es  anterior  a  aquél,  b)  En  la  épo- 
ca de  la  redacción  de  los  documentos  yahvista  y  elohista  no 
levantaban,  pues,  oposición  las  im.ágenes  esculpidas  o  talla- 
das, o  los  símbolos  divinos  en  madera  o  piedra,  que  más  tos- 
cos y  groseros,  pertenecían  quizá  a  la  antigua  civilización  is- 
raelita, c)  El  culto  israelita  oficial,  durante  un  largo  período, 
y  con  la  completa  aprobación  del  pueblo  y  aun  sin  objeciones 
de  sus  elementos  distinguidos,  como  los  profetas,  utilizó  imá- 
genes, ya  representando  divinidades  inferiores  y  ángeles,  ya 


326 


FECHA  DE  LOS  DECALOGOS 


al  mismo  Yahvé.  A  la  primera  categoría  pertenece  el  nehus- 
tán  o  serpiente  de  bronce,  la  que  fué  objeto  de  culto  hasta  la 
época  de  Ezequías  (II  Rey.  18,  4;  Núm.  21,  6-9).  En  cuanto  a 
imágenes  de  Yahvé,  debe  mencionarse  ante  todo,  el  éfod, 
(§  387,  388),  que  era  objeto  de  veneración  cultual;  la  estatua 
de  fundición  hecha  por  Mica,  existente  en  el  santuario  de  Dan, 
y  cuyos  sacerdotes  derivaban  su  sacerdocio  de  Gersón,  hijo 
de  Moisés  (Jue.  17;  §551-569);  las  reprtsentaciones  del  mis- 
mo dios  en  forma  de  becerro  o  toro,  que  Jeroboam  hizo  colo- 
car en  los  santuarios  de  Dan  y  de  Bethel  (I  Rey.  12,  28,  29)  ; 
y  finalmente  es  muy  probable  que  en  el  arca  oficial,  o  en  cada 
una  de  las  arcas  que  quizá  tenía  cada  santuario,  hubiera  algu- 
na otra  imagen  de  Yahvé,  como  lo  dan  a  entender  los  textos 
en  que  se  dice  que  en  el  santuario  el  fiel  contempla  la  belleza 
de  Yahvé,  que  allí  verá  su  rostro,  que  todo  acto  de  culto  se 
efectúa  ante  la  faz  de  Yahvé,  etc.  (Sal.  17,,  15;  24;  27,  4;  132; 
Núm.  10,  35).  Resulta,  pues,  que  la  afirmación  de  que  en  el 
culto  del  templo  no  se  hubieran  usado  imágenes,  es  sólo  una 
teoría  exílica  y  postexílica.  Jerusalén,  cuyo  culto  oficial  afir- 
mó más  expresamente  su  dignidad  mosaica,  tuvo  su  imagen 
de  Yahvé  hasta  la  época  de  la  deportación,  d)  En  nombre  del 
yahvismo  origina]  se  produjo  en  Judá,  en  el  siglo  VIII,  una 
reacción  contra  la  influencia  cananea  predominante  en  el  rei- 
no del  Norte,  contra  toda  cultura  y  religión  extranjeras,  y  en 
pro  de  las  costumbres  ancestrales.  Ese  movimiento  se  originó 
en  los  medios  semi-nómades  que  mantenían  contacto  con  las 
tradiciones  del  desierto,  medios  de  donde  salieron  Jonadab, 
fundador  de  la  orden  de  los  Recabitas,  y  el  pastor  y  profeta 
Amós  de  Tecoa.  Esta  reacción,  en  un  principio  bastante  mo- 
derada, pues  se  dirigió  sobre  todo  contra  la  idolatría  propia- 
mente dicha  (I  Rey.  15,  11  -  13)  y  contra  las  innovaciones  de 
origen  cananeo  (imágenes  de  fundición,  de  oro  o  de  plata), 
fue  haciéndose  cada  vez  más  violenta,  gracias  a  la  influencia 
de  los  grandes  profetas  escritores,  para  quienes  era  cosa  vil  y 
degradante  el  representar  a  Yahvé  en  cualquier  forma.  En 
consecuencia  las  prohibiciones  parciales  anteriores  contra 
imágenes  de  fundición  y  de  animales,  se  interpretaron  como 
prohibiciones  absolutas,  y  con  ese  carácter  pasaron  después 
al  Deuteronomio  al  finalizar  la  época  preexílica.  e)  De  lo 


FECHA  DE  LOS  DECALOGOS 


327 


expuesto  se  deduce  que  el  culto  sin  imágenes  erigido  en  prin- 
cipio, no  puede  datar  de  la  época)  de  Moisés,  sino  que  corres- 
ponde al  período  ulterior  de  la  evolución  que  hemos  indicado: 
el  Decálogo  debe  colocarse,  pues,  entre  la  predicación  de  los 
grandes  profetas  y  el  Deuteronomio. 

2760.  4°  Las  ordenanzas  del  Decálogo  sobre  el  sábado 
no  pueden  tampoco  ser  mosaicas,  por  las  razones  ya  expues- 
tas (§  2744)  fuera  de  que  Moisés  no  pudp  prescribir  la  obser- 
vancia de  un  día  semanal  llamado  sabbat,  porque  si  él  sufrió 
la  influencia  de  la  religión  de  Egipto,  ya  que  era  egipcio,  no 
tuvo  contacto  alguno  con  los  países  de  Mesopotamia,  y  la  pa- 
labra sabbat  es  indiscutiblemente  caldea,  pues,  según  hemos 
dicho,  procede  de  sabattú  con  lá  que  se  designaba  en  Babilo- 
nia, el  15'"'  día  del  mes,  o  sea,  el  día  de  la  luna  llena.  Final- 
mente si  Moisés  hubiera  ordenado  que  se  observara  el  sábado 
como  fiesta  semanal  o  hebdomadaria  y  lo  hubiera  considera- 
do como  el  día  de  Yahvé,  deberían  existir  en  la  más  antigua 
literatura  israelita  algunas  huellas  o  rastros  que  probaran  que 
efectivamente  desde  la  época  mosaica  el  sabbat  había  tenido 
esa  importancia  capital,  lo  que  así  no  ocurre.  Los  libros  his- 
tóricos apenas  si  lo  mencionan;  y  en  los  decálogos  yahvista  y 
elohista,  si  bien  es  objeto  de  un  precepto  divino,  comparte  esa 
dignidad  con  las  tres  grandes  fiestas  anuales.  Nunca,  en  los 
tiempos  más  antiguos,  se  menciona  la  observancia  del  sabbat 
como  el  rasgo  característico  del  fiel  israelita;  en  cambio,  para 
los  escritores  exilíeos  y  postexílícos,  la  observancia  y  la  san- 
tificación del  sábado,  unida  a  veces  a  la  circuncisión,  es  el  sig- 
no distintivo  por  excelencia  que  separa  a  los  israelitas  de  los 
paganos,  a  los  fieles  de  los  impíos.  El  Decálogo  aparece  así, 
tomo  de  época  reciente. 

2761.  5*^  El  Decálogo  recalca  sobre  la  moral  social,  pres- 
cindiendo del  culto,  lo  que  lo  distingue  fundamentalmente  de 
los  decálogos  J-E,  que  insisten  principalmente  en  prescripcio- 
nes rituales.  Esa  actitud  del  Decálogo  no  es  la  del  antiguo  pue- 
blo de  Israel,  para  quien  la  religión  coincidía  con  el  culto.  Si 
el  Decálogo  fuera  de  origen  mosaico,  habría  que  admitir  ne- 
cesariamente que  Moisés  había  fundado  una  religión  neta  y 
conscientemente  exenta  de  ceremonias  y  esencialmente  moral. 
Tal  suposición  es  inverosímil,  porque  para  que  esa  religión 


328 


FECHA  DE  LOS  DECALOGOS 


hubiera  podido  imponerse  a  las  tribus  nómades  israelitas  era 
menester  que  el  estado  religioso  y  cultural  de  éstas  fuera  muy 
elevado,  y  favorable  ya  en  cierto  modo,  a  ese  sistema  religioso.  , 
Pero  entonces  sería  incomprensible  que  después  de  haber  echa- 
do raices,  hasta  cierto  punto,  tan  adelantada  religión  hubiera 
desaparecido  sin  dejar  el  menor  rastro,  ha-sta  el  momento  en 
que  aparece  en  los  profetas  la  teoría  según  la  cual,  Israel  en 
el  desierto  no  había  conocido  culto  alguno.  El  predominio  del 
elemento  moral  sobre  el  elemento  ritual  se  debe,  como  así  lo 
reconoce  hoy  casi  unánimemente  la  crítica  bíblica,  a  la  influen- 
cia de  los  grandes  profetas  de  los  siglos  VIII  y  VIL  Si  se 
considera,  pues,  al  Decálogo  como  obra  de  la  época  mosaica, 
resulta  inexplicable,  y  en  tal  hipótesis,  toda  la  historia  israe- 
lita subsiguiente  sería  incomprensible. 

2762.  Y  6^.  Aunque  indudablemente  algunos  de  los  man- 
damientos del  Decálogo,  por  ser  normas  de  la  vida  moral  y 
social,  —  como  no  asesinar  o  no  robar,  —  son,  en  realidad, 
mucho  más  antiguos  que  esa  recopilación,  no  es  menos  cierto 
que  de  lo  expuesto  resulta  que  ésta  es  una  obra  muy  alejada 
de  la  época  de  Moisés.  El  Decálogo  procede  seguramente  de 
la  comunidad  de  los  discípulos  de  Isaías,  en  el  período  preexi- 
lico  anterior  al  Deuteronomio  (1).  En  ese  grupo,  —  que  por 
las  analogías  que  nos  ofrece  el  Oriente  antiguo  y  moderno 
debía  ser  un  círculo  cerrado  y  organizado,  —  se  encuentran 
todas  las  condiciones  necesarias  para  la  formación  del  Decá- 
logo :  por  un  lado,  la  fidelidad  a  las  grandes  ideas  proféticas, 
el  predominio  de  las  exigencias  morales  y  la  oposición  contra 
el  culto  sangriento  de  los  sacrificios ;  y  por  otro  lado,  un  ami- 
noramiento  de  la  intransigencia  primitiva  y  un  creciente  in- 
terés por  ritos  y  observancias  orientados  en  el  sentido  de  un 
reavivamiento  del  espíritu  nacional  (Miq.  4-8;  Hab.  1,  2; 
Nah.  2,  3;  Sof.  1,  3).  Tales  son  los  rasgos  fundameniales  de 
la  religión  del  Decálogo:  sus  mandamientos  rituales  (prohi- 
bición de  imágenes  y  observancia  del  sábado)  forman  el  lazo 


(1)  Loisy,  que  acepta  las  conclusiones  de  Mowinckel  sobre  el  De- 
cálogo, considera  sin  embargo  que  "parece  puramente  conjetural  la 
atribución  del  Decálogo  a  los  discípulos  de  Isaías"  (La  Reí.  d'Isr,  p. 
210.  n). 


HIPOTESIS  DE  MOWINCKEL  SOBRE  LOS  DECALOGOS 


329 


de  unión  entre  el  espíritu  profético  y  el  culto  del  pasado  de 
una  parte,  y  de  otra,  el  ritualismo  del  judaismo.  Todo  induce, 
pues,  a  afirmar  que  el  Decálogo  de  Deut.  5.  6-21  fue  incor- 
porado a  ese  libro,  en  las  proximidades  del  año  600  a.n.e.,  y 
que  el  de  Ex.  20.  1-17  fué  intercalado  en  el  documento  elohis- 
ta  un  siglo  o  siglo  y  medio  más  tarde. 

2763.  Lods  (Les  Prophétes,  ps.  135-8)  cree  también 
que  el  Decálogo  sin  glosas,  es  anterior  al  año  622,  y  que  fué 
obra  de  un  adepto  de  las  ideas  proféticas,  probablemente  un 
sacerdote  (dado  que  los  sacerdotes  eran  los  juristas  de  la  épo- 
ca), quien  para  ello  tomó  como  base  los  decálogos  rituales,  de 
los  que  conservó  varios  elementos,  desarrollándolos  —  man- 
damientos relativos  a  la  monolatría,  a  las  imágenes  y  al  día  del 
descanso ;  —  eliminó  todo  lo  que  se  relacionaba  directamente 
con  el  culto  sacrifical,  el  que  según  los  nuevos  profetas  no  era 
una  de  las  exigencias  primordiales  del  dios  israelita;  pero,  en 
cambio,  introdujo  lo  que  según  sus  maestros  constituía  el 
contenido  esencial  de  la  voluntad  divina,  a  saber,  la  moral 
Sin  embargo,  el  Decálogo  no  fué  la  expresión  completa  y  ade- 
cuada del  ideal  moral  de  los  grandes  profetas,  por  las  siguien- 
tes razones:  1^  Según  éstos,  Dios  reclama  una  actitud  general 
del  alma,  —  que  denominan  justicia,  piedad  o  fe,  —  obligación 
que  falta  en  aquel  resumen ;  2^  la  moral  del  Decálogo  se  pre- 
senta en  forma  casi  exclusivamente  negativa ;  3^  es  una  mezcla 
de  ley  penal  aplicable  sólo  a  actos  delictuosos,  y  de  ley  moral, 
que  se  refiere  hasta  a  las  intenciones,  como  "no  codiciar  bie- 
nes ajenos" ;  y  4^  las  prescripciones  rituales  conservadas,  re- 
lativas a  prohibición  de  imágenes  y  al  sabbat,  no  concuerdan 
con  las  enseñanzas  de  los  profetas,  quienes  intencionalmente 
las  habían  excluido  de  las  exigencias  divinas,  y  así,  p.  ej.,  Oseas 
e  Isaías  ponían  la  observ/ncia  del  sabbat  en  la  misma  catego- 
ría de  las  demás  prácticas  religiosas  (Os.  2,  13;  Is.  1,  13). 

HIPOTESIS  DE  MOWINCKEL  SOBRE  EL  ORIGEN 
DE  LOS  DECALOGOS.  —  2763  bis.  Hemos  visto  que 
Mowinckel  explica  los  detalles  de  la  alianza  de  Yahvé  con  Is- 
rael, poj  los  ritos  de  la  fiesta  de  otoño  y  de  año  nuevo,  en  la 
que  se  celebraba  la  entronización  de  Yahvé  (§  186).  Este  acto 
debía  asegurar  al  país  la  dicha  en  el  año  en  que  se  entraba; 


330 


HIPOTESIS  DE  MOWINCKEL  SOBRE  LOS  DECALOGOS 


pero  como  eso  generalmente  no  se  realizaba,  atribuyeron  los 
sacerdotes  las  desgracias  nacionales  a  los  pecados  cometidos 
por  el  pueblo,  por  lo  que  en  esa  gran  fiesta  anual  se  exhorta- 
ba a  éste  que  permaneciera  fiel  a  la  expresada  alianza  y  se 
enunciaban  ciertos  preceptos  o  mandamientos  de  Yahvé,  que 
debían  ser  cumplidos.  Esos  mandamientos  o  exhortaciones  a 
la  fidelidad,  que  se  encuentran  en  los  salmos  de  renovación  de 
la  alianza,  eran  introducidos  por  la  fórmula  de  epifanía:  "Yo 
soy  Yahvé,  tu  dios",  idéntica  a  la  empleada  en  la  introducción 
de  los  decálogos  (Sal.  50.  7'';  81,  10;  Ex.  20,  2;  34,  6*=;  Deut,  5, 
6;  §  186,  5^),  fórmula  relacionada  con  la  idea  del  dios  que  se 
revela  en  el  culto.  En  Deut.  31,  10- 13  se  aconseja  que  se  lean 
cada  siete  años,  leyes  divinas,  en  la  gran  fiesta  del  culto  israe- 
lita, la  de  los  Tabernáculos;  pasaje  reciente  que  sin  duda  codi- 
fica una  antigua  costumbre :  la  de  recitar  anualmente  leyes 
mucho  más  breves,  en  la  fiesta  del  otoño.  Pretendiendo  el 
Deuteronomio  ser  la  ley  que  Moisés  recibió  en  el  Sinaí  y  que 
promulgó  40  años  más  tarde  en  los  campos  de  Moab  (4,  44-46; 
5,  22;  6,  1)..  resulta  que  precisamente  las  leyes  consideradas 
como  los  mandamientos  de  la  alianza  del  Sinaí  y,  por  lo  tanto, 
los  más  antiguos  decálogos,  eran  anunciados  al  pueblo  en  la 
citada  fiesta  otoñal,  y  confirma  la  hipótesis  según  la  cual  J 
y  E  habrían  tomado  directamente  sus  decálogos  de  un  ritual  de 
fiesta.  ¿  En  virtud  de  qué  razones  se  produjo  esa  costumbre  de 
recitar  mandamientos  divinos  en  la  liturgia  de  la  renovación 
de  la  alianza?  La  respuesta  la  halla  Mowinckel  en  un  rito  im- 
portante de  la  gran  procesión  solemne  de  dicha  fiesta,  y  que 
consistía  en  que  los  que  tomaban  parte  en  esa  procesión,  al 
llegar  a  la  puerta  del  templo,  preguntaban  si  les  era  permitido 
entrar  )'  participar  de  las  bendiciones  del  santuario  y  de  la 
fiesta,  según  así  lo  dan  a  entender  los  salmos  15  y  24,  que 
revelan  "la  thorá  de  la  entrada",  por  lo  que  aquél  los  llama 
"las  liturgias  de  la  entrada".  Estos  salmos  comienzan  respec- 
tivamente por  estas  preguntas :  "¿quién  podrá  morar  en  tu 
tienda  (>1  Templo)  ?  o  ¿quién  será  admitido  como  huésped  en 
tu  tienda?"  y  "¿quién  podrá  subir  al  monte  de  Yahvé?  o  ¿quién 
será  admitido  a  subir  al  monte  de  Yahvé?".  Y  la  contestación 
enumera  las  condiciones  que  para  ello  debe  llenar  el  fiel.  Así 
a  la  citada  pregunta  del  salmo  24: 


HIPOTESIS  DE  MOWINCKEL  SOBRE  LOS  DECALOGOS 


331 


3  ¿Quién  será  admitido  a  subir  al  monte  de  Yahvé? 
¿Quién  podrá  permanecer  en  su  santuario? 

se  responde : 

4  El  que  tiene  las  manos  inocentes  y  el  corazón  puro, 

(o  el  limpio  de  manos  y  limpio  de  corazón  —  Valera), 
El  que  no  inclina  sus  deseos  hacia  el  mal, 
Ni  hace  falsos  juramentos, 

5  Este  recibirá  de  Yahvé  bendición 

Y  felicidad  de  parte  del  dios  que  le  salva. 

6  Tal  es  la  suerte  de  los  que  buscan  a  Yahvé. 
De  los  que  buscan  la  faz  del  dios  de  Jacob. 

Este  salmo  se  compone  de  tres  partes  distintas,  primitiva- 
mente independientes,  y  reunidas  después  en  la  liturgia  del 
Templo,  a  saber:  la  1^  (v.  1-2)  encarece  el  poder  de  Yahvé, 
que  ha  creado  la  Tierra  y  lo  que  ella  contiene;  la  2^  (vs.  4-6), 
que  es  la  parte  transcrita,  indi-ca  las  condiciones  morales  para 
tener  acceso  al  santuario,  comprendiéndose  en  la  expresión 
"las  manos  limpias",  las  lustraciones  rituales  necesarias,  y 
designándose  por  "el  mal"  o  "la  acción  mala"  todo  lo  vano  y 
perjudicial,  toda  relación  con  las  potestades  mágicas,  demo- 
niacas y  con  los  dioses  extranjeros ;  y  la  3^  es  un  antiguo  can- 
to que  celebraba  tanto  el  retorno  del  arca  de  Yahvé  al  templo 
después  de  una  procesión  religiosa,  como  el  regreso  triunfal 
de  la  misma  después  de  una  guerra;  en  la  que  hubieran  salido 
victoriosos  los  israelitas.  Este  salmo  litúrgico,  según  L.B.d.C, 
"debia  ser  cantado  por  dos  coros,  que  se  respondían  ei  imo  al 
otro,  probablemente  en  el  curso  de  una  procesión".  Mowinckel, 
en  cambio,  supone  que  la  respuesta  a  la  pregunta  del  v,  3,  la 
daban  los  sacerdotes  guardianes  de  la  puerta. 

2763  ter.  Si  la  instrucción  dada  en  el  salmo  24  era  ge- 
neral, por  el  contrario  es  más  detallada  en  el  salmo  15,  como 
se  ve  a  continuación : 

1.  Yahvé,  ¿quién  será  admitido  como  huésped  en  tu 
tienda? 

¿Quién  habitará  en  tu  santo  monte? 

2.  1'  El  que  marcha  en  la  integridad  y  practica  la  justicia ; 


HIPOTESIS  DE  MOWINCKEL  SOBRE  LOS  DECALOGOS 

2^  El  que  dice  la  verdad  con  el  corazón  (y  no  sólo 

con  la  boca) ; 
3^  El  que  no  calumnia  con  su  lengua; 
49  El  que  no  hace  mal  a  su  hermano; 
9*  Ei  que  no  presta  su  dinero  a  interés; 
6^  El  que  menosprecia  al  rechazado  por  Yahvé; 
7*  El  que  honra  a  los  que  temen  a  Yahvé; 
8^  El  que  jura  en  su  perjuicio  y  no  se  retracta; 
9^  El  que  no  presta  su  dinero  a  interés; 
10'  El  que  no  admite  cohecho  contra  el  inocente. 
El  que  obra  así,  nunca  será  sacudido. 

Observa  L.B.d.C.  que  las  condiciones  establecidas  en  este  salmo 
son  todas  de  orden  moral,  agregando:  "Las  condiciones  de  pure- 
za ritual  o  moral  exigidas  a  aquel  que  deseaba  entrar  en  un  san- 
tuario o  tomar  parte  en  el  culto,  eran  en  la  antigüedad,  recorda- 
das a  todos,  ya  por  preguntas  formuladas  por  los  sacerdotes  (I 
Sam.  21,  4-  5;  §  932,  943),  ya  por  medio  de  una  declaración  im- 
puesta al  fiel  (Deut.  26,  1-15),  ya  por  una  inscripción  grabada 
en  la  puerta  del  templo  (p.  ej.  en  Egipto),  ya  como  aquí,  por  un 
canto  litúrgico,  como  en  el  salmo  24,  3  -  6".  Nótese  que  este 
salmo  15  concuerda  con  los  decálogos  tanto  en  la  foi-ma  bre- 
ve de  los  mandamientos,  como  en  el  número  de  éstos,  10,  no 
aludiéndose  en  él  a  ningún  texto  de  ley  ya  conocida.  Como  to- 
do lo  que  se  hace  y  deba  hacerse  en  el  culto  está  reglado  por 
una  liturgia  invariable,  debieron  los  sacerdotes  enseñar  al  pue- 
blo las  condiciones  de  entrada  al  santuario.  De  las  preguntas 
y  respuestas  concernientes  a  esas  condiciones  salieron  las  pri- 
meras colecciones,  muy  breves  en  un  principio,  de  leyes  cultua- 
les y  religiosas,  probablemente  orales  durante  un  tiempo, 
antes  de  ser  fijadas  por  escrito.  Poco  a  poco  concluyó  por  im- 
ponerse la  idea  de  que  todo  el  pueblo  estaba  en  relación  cons- 
tante y  particular  con  Yahvé,  y  que  por  lo  tanto,  era  una  co- 
munidad cultual  obligada  a  realizar  la  santidad.  En  conse- 
cuencia, las  colecciones  de  mandamientos  debieron  enunciar 
las  condiciones  que  tenía  que  llenar  el  que  quisiera  ser  miem- 
bro del  pueblo  santo  (cf.  Deut.  23,  2,  ss.).  La  formación  de  los 
decálogos  cultuales  se  explica  por  el  hecho  de  que  los  bre- 
ves preceptos  (o  torot)  de  entrada  fueron  relacionados  con  la 


332 


5. 
4. 


HIPOTESIS  DE  MOWINCKEL  SOBRE  LOS  DECALOGOS 


333 


renovación  de  la  alianza,  tema  característico  de  la  misma  fies- 
ta de  año  nuevo,  y  de  ahi  que  aquéllos  contengan  como  preám- 
bulo la  fórmula  de  epifanía  mencionada,  contenida  en  la  li- 
turgia de  dicha  fiesta  religiosa.  Las  reglas  del  santuario  lle- 
garon a  ser,  pues,  los  decálogos  de  la  alianza,  incorporados 
más  tarde  a  las  leyendas  del  Sinaí.  Recuérdese  que  los  decá- 
logos que  conocemos,  tanto  E  como  J,  provienen  todos  de  je- 
rusalén,  de  donde  son  en  general,  la  mayor  parte  de  las  fuen- 
tes de  que  disponemos.  Ignoramos  de  qué  manera  y  cuándo 
las  reglas  y  preceptos  particulares  penetraron  en  los  dif>''ren- 
tes  santuarios.  Es,  sin  embargo,  muy  probable  que  el  Templo 
de  Yahvé  en  Jerusalén  tomó  muchas  de  sus  particularidades 
a  un  culto  jebusita  anterior,  quizá  al  culto  del  dios  cananeo 
El-Olam  (§  92).  Del  decálogo  de  J,  casi  exclusivamente  ri- 
tual, se  llegó  al  de  E  por  modificaciones  y  agregados  de  crden 
esencialmente  moral  y  espiritual,  evolución  proveniente  del 
hecho  indicado  de  irse  admitiendo  que  Israel  es  una  comuni- 
dad cultual  perpetuamente  santa,  acepta  a  Yahvé.  Por  lo  de- 
más, concluye  Mowdnckel,  es  permitido  suponer  que  las  pala- 
bras de  la  alianza  contenidas  en  E,  en  su  forma  más  reciente, 
son  tan  sólo  un  producto  literario,  y  que  en  esta  forma  nunca 
fueron  utilizadas  en  el  culto  (ps.  129-  155). 

De  lo  ^xpuesto  se  deduce  que  Mowinckel  atribuye  un  do- 
ble origen  a  los  decálogos:  1^  ve  en  ellos  la  proclamación  de 
un  resumen  de  los  mandamientos  que  formaban  las  condicio- 
nes de  la  alianza,  proclamación  hecha  en  la  fiesta  de  año  nue- 
vo, de  la  entronización  de  Yahvé,  que  era  también  fiesta  de 
renovación  de  la  alianza;  y  2^  los  considera  como  la  exposi- 
ción de  ciertas  reglas  que  fijaban  las  condiciones  de  entrada 
en  el  santuario  y  de  participación  en  las  ceremonias  del  culto. 
El  legislador  deuteronómico  le  agrega  a  su  Decálogo  del  cap. 
5,  un  discurso  complementario  en  el  que  anuncia  que  el  pue- 
blo será  bendecido  si  guarda  todos  esos  mandamientos  (vs.  29  - 
33),  por  lo  cual,  nota  Causse,  que  "el  fin  de  la  recitación  de 
dichos  torot,  no  era  la  enseñanza,  ni  la  afirmación  de  un  pro- 
grama, o  la  proclamación  de  un  estatuto,  sino  que  el  fin  era 
crear  bendición  y  vida  en  los  participantes  en  el  culto  y  en  los 
ritos  de  la  fiesta.  Sal.  15,  5"^;  24,  5"  (R.H.Ph.R.,     13,  ps.  20-21). 

Fin  del  tomo  VII 


334 


BIBLIOGRAFIA 

Obras  citadas  en  este  tomo  o  en  el  VIII  siguiente,  que  no 
figuran  en  las  Bibliografías  de  los  tomos  III,  V  y  VI. 


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INDICE 

de  los  capítulos  comentados  del  Génesis  y  del  Exodo 
GENESIS 


Capítulo  Parágrafo  (1) 

10    2251  -2252 

11    2253-2255 

12    2256-2263 

13    2264 

14    2265  -  2271 

15    2272-2277 

16    2278-2281 

17    2282  -2285 

18  y  19    2286  -  2290 

20    2291,2261  -2263 

21    2291  -  2293,  2323  -  2326 

22    2294  -  2300 

23    2301 

24    2302  -  2304 

25    2305-2311 

26    2319,  2323-2326 

27    2312-2317 

28    2319,  2321,  2327  -2334 

29   :   2335  -2337 

30    2338  -  2343 

31   2344  -  2347 

32    2348  -  2356 

33    2357  -  2359 

34   2359-2360 

35    2361  -  2363 

36    2364  -  2366 

37,  39  -  50   2637  -  2653 

EXODO 

20,  1  - 17  y  Deut.  5,  6-21    Cap.  IX 

20,  22-23,  19    Cap.  VII 

34,  14-26    Cap.  VIII 


(1)  El  Diccionario  de  ia  Academia  de  la  Lengua  Española  consi- 
dera sinónimos  los  vocablos  párrafo  y  parágrafo,  decidiendo  que  debe 
usarse  el  primero.  Entiendo,  por  lo  contrario,  que  no  existe  sinonimia, 
y  que  si  párrafo  es  cada  una  de  las  divisiones  de  un  escrito,  con  que 
se  comienza  renglón  aparte  después  de  un  trozo  de  escritura,  en  cambio 
parágrafo  es  de  mayor  amplitud,  porque  puede  comprender  varios  pá- 
rrafos, —  como  de  ello  se  encuentran  ejemplos  en  este  libro  — ,  y  cons- 
tituye una  sección  del  capítulo,  la  que  en  imprenta  se  señala  con  este 
signo:  §. 


En  la  pág.  332,  linea  5*  donde  dice; 
5.  9"  El  que  no  presta  su  dinero  a  interés; 

debe  decir: 

5?  El  que  no  profiere  ultraje  contra  su  prójimo; 

El  buen  criterio  del  lector  sabrá  salvar  algunos  cambios  de  letras 
y  otros  pequeños  errores  como  p.  ej.,  en  el  dorso  de  la  tapa  que  apa- 
rece: historie  por  histoire,  errores  que  se  han  deslizado,  a  pesar  de 
una  prolija  corrección. 


Indice 


Página 


Prólogo   

Observaciones 


9 
13 


Capítulo  I.  —  La  ortodoxia  y  el  origen  mosaico  del 


Teoría  de  la  unidad  del  Pentateuco,  15.  —  La  orto- 
doxia protestante,  16.  —  La  ortodoxia  católica,  23.  — 
Decreto  católico  sobre  la  autenticidad  mosaica  del  Pen- 
tateuco, 24.  —  Argumentos  de  la  ortodoxia  católica, 
28.  • —  Testimonio  de  Jesucristo  y  de  los  Apósto- 
les, 28.  —  2^  Testimonio  de  los  otros  libros  del  A.T., 
28.  —  3*^  Testimonio  del  mismo  Pentateuco,  31.  —  Re- 
futación de  los  argumentos  de  la  ortodoxia  católica, 
32.  —  La  lista  de  los  campamentos  en  el  desierto,  36. 
Capítulo  II.  —  Los  relatos  patriarcales  del  Génesis. 

Abraham    44 

Los  antecesores  de  Abraham.  Teráh,  44.  —  Vo- 
cación de  Abraham,  50.  —  Abraham  en  Canaán,  51.  — 
Abraham  en  Egipto,  53.  —  Abraham  guerrero,  58.  ■ — 
La  alianza  de  Yahvé  con  Abraham,  65.  —  Las  promesas 
de  Yahvé  a  Abraham,  69.  —  Agar  e  Ismael,  71.  —  La 
circuncisión,  75.  —  Anuncio  divino  del  nacimiento  de 
Isaac,  82.  —  La  visita  de  Yahvé  a  Abraham,  83.  — •  La 
alianza  de  Abraham  con  Abimelec,  88.  —  El  sacrificio 
de  Isaac.  90.  —  La  muerte  de  Sara,  98.  —  El  casamiento 
de  Isaac,  100.  —  La  unión  de  Abraham  con  Ketura, 
103.  —  La  muerte  de  Abraham,  105. 

Capítulo  III.  —  El  patriarca  Isaac    106 

Nombre  y  carácter  de  Isaac,  106.  —  Nacimiento  de 
los  hijos  de  Isaac,  107.  —  Escasa  moralidad  de  Jacob, 
108.  —  Jacob  usurpa  la  bendición  de  Isaac,  110.  —  El 
carácter  de  las  bendiciones  y  de  las  maldiciones  bíbli- 


Pentateuco 


15 


338 


cas,  118.  —  Distintas  explicaciones  del  viaje  de  Jacob  a 
casa  de  Labán,  119.  —  Las  mujeres  de  Esaú,  121.  — 
Quiénes  eran  los  hijos  de  Isaac,  122.  —  Episodios  de  la 
vida  de  Abraham  atribuidos  a  Isaac,  123. 

Capítulo  IV.  —  El  patriarca  Jacob    128 

El  sueño  de  Jacob  en  Bethel,  128.  —  Jacob  en  casa 
de  Labán.  135.  —  El  enriquecimiento  de  Jacob,  142.  — 
Jacob  huye  a  Canaán,  145.  —  Los  ángeles  de  Mahanaim, 
150.  —  La  lucha  de  Jacob  con  Yahvé,  150.  —  Hipótesis 
sobre  el  cambio  de  nombres:  Jacob  por  Israel,  157.  — 
La  restante  biografía  de  Jacob,  159. 

Capítulo  V.  —  El  patriarca  José    170 

Antecedentes  de  la  historia  de  José,  170.  —  Una  co- 
media en  5  actos,  171.  —  Desacuerdo  en  los  datos  de 
la  historia  de  José,  178.  —  La  administración  de  José, 
187.  —  José,  figura  de  Jesucristo,  190.  —  Enseñanzas  de 
la  historia  de  José,  191. 

Capítulo  VI.  —  Las  leyendas  patriarcales    197 

Carácter  étnico  de  sus  personajes,  197.  —  Hipótesis 
de  Westphal  sobre  las  historias  patriarcales,  202.  —  La 
opinión  de  San  Pablo  sobre  los  patriarcas,  203.  —  Los 
patriarcas  considerados  como  héroes  mitológicos  y  fun- 
dadores de  santuarios,  205.  —  La  hipótesis  de  Weill, 
207.  —  Formación  de  las  leyendas  patriarcales,  212. 
Capítulo  VII.  —  El  Libro  de  la  Alianza    217 

Códigos  primitivos,  217.  —  El  Libro  de  la  Alianza, 
217.  —  Leyes  civiles.  Esclavitud,  220.  —  Depósito  y 
objetos  perdidos,  226.  —  Préstamo  y  prenda,  231.  — 
Leyes  penales.  233.  —  Homicidio,  233.  —  Atentado  con- 
tra los  padres,  237.  —  Rapto  de  hombres,  237.  —  Lesiones 
corporales,  238.  —  Lesiones  causadas  por  animales, 
240.  — ■  Daños  causados  en  la  propiedad.  243.  —  Robo  de 
animales,  244.  —  Otros  robos,  245.  —  Incendio,  245.  — 
.Seducción,  246.  —  Bestialidad,  247.  —  Crímenes  contra 
Yahvé,  247.  —  a)  Culto  de  divinidades  extranjeras, 
248.  —  b)  Ln  hechicería,  250.  —  Procedimiento  judicial, 
253.  —  Preceptos  humanitarios,  256.  —  Preceptos  reli- 
giosos, 258.  —  Resumen,  259. 

Capítulo  VIII.  El  decálogo  primitivo  ritual    262 


339 


Cuatro  decálogos,  262.  —  El  decálogo  primitivo, 
262.  —  Sacrificios  humanos,  265.  —  Las  tres  grandes 
fiestas  anuales,  272.  —  Fiesta  de  los  Azimos,  273.  — 
Fiesta  de  la  siega,  275.  —  Fiesta  de  la  Cosecha,  276.  — 
El  décimo  mandamiento  primitivo,  278. 

Capítulo  IX.  —  El  Decálogo  tradicional    283 

El  Decálogo  deuteronómico,  283.  —  El  Decálogo  sin 
glosas,  285.  —  Observaciones  sobre  el  Decálogo:  1^  El 
orden  de  los  mandamientos,  286.  —  7P  Moisés  y  el  De- 
cálogo, 287.  —  3"=*  Las  variantes  en  las  dos  versiones 
del  Decálogo,  288.  —  Examen  de  los  mandamientos. 
El  primero,  291.  —  El  segundo  mandamiento  sobre  las 
imágenes,  292.  —  El  tercer  mandamiento  sobre  el  uso 
del  nombre  de  Yahvé,  30L  —  El  cuarto  mandamiento 
sobre  el  sábado,  304.  —  El  quinto  mandamiento :  honrar 
a  los  padres,  313.  —  El  sexto  mandamiento :  no  matar, 
3LS.  —  El  séptimo  mandamiento,  sobre  el  adulterio, 
318.  —  El  noveno  mandamiento,  sobre  el  falso  testimo- 
nio, 321.  —  El  último  precepto  del  Decálogo:  no  codi- 
ciar la  casa,  ni  la  mujer  del  prójimo,  322.  —  ¿Cuándo 
se  escribieron  los  decálogos?  325.  —  Hipótesis  de  Mo- 
winckel  sobre  el  origen  de  los  decálogos,  329. 

Bibliografía   v  335 

Indice  de  capítulos  comentados  del  Génesis  y  del  Exodo  336 


Este    tomo    VII    se    terminó    de  imprimir 
en  Montevideo,  el  12  de  diciembre  de  1949, 
por  líi  Compañia  Impresora  S.  A.  (C.I.S.A.) 
  Isla  de  Flores  1580  bis.   


340 


ALGUNAS  OPINIONES 
sobre  el  tomo  VI  de  esta  Historia,  publicado 
en  mayo  de  1940. 


Antes  de  transcribir  estas  opiniones,  quiero  rendir  aquí 
mi  emotivo  homenaje  a  aquellos  que,  sin  conocerme,  me  alen- 
taron a  proseguir  esta  obra,  y  que  ya  pagaron  su  tributo  a  la 
muerte,  a  saber:  los  sabios  exégetas,  historiadores  o  profe- 
sores, señores  Alfredo  Loisy,  Adolfo  Lods,  José  Turmel, 
C.  Toussaint,  Carlos  Guignebert  y  Enrique  Roger,  gloria, 
todo  ellos,  de  la  'ciencia  francesa ;  e  igualmente  al  sabio  pro- 
fesor Dn.  Clemente  Ricci,  al  erudito  Sr.  Félix  Walbott  von 
Bassenheim,  y  al  que  fué  laborioso  legislador  argentino  Dr. 
Angel  M.  Giménez,  a  quienes  conocí  en  Buenos  Aires,  don- 
de residían. 

Vaya  también  mi  recuerdo  afectuoso  para  todos  aquellos 
constantes  subscriptores  de  esta  obra,  que  fallecieron  después 
del  1940,  cuyos  nombres  perdurarán  en  mi  memoria. 


De  un  juicio  crítico  del  malogrado  periodista,  Sr.  José 
Pedro  Bastitta,  no  ha  mucho  fallecido,  publicado  en  "Tribuna 
Salteña"  (junio  9/1940),  son  estos  párrafos: 

"Con  un  conocimiento  profundo  de  la  materia  que  trata, 
adquirido  en  largos  y  pacientes  años  de  estudio ;  una  sere- 
nidad propia  del  investigador  de  garra,  dispuesto  a  trabajar, 
ajeno  a  todas  las  sugestiones  que  no  sean  las  de  seguir  infle- 
xiblemente la  ruta  que  se  ha  trazado  y  que  conduce  en  línea 
recta  al  esclarecimiento  de  los  hechos,  el  Dr.  Celedonio  Nin 
y  Silva  ha  dado  cima  al  tomo  VI  de  su  monumental  "Historia 
de  la  Religión  de  Israel".  Hemos  dicho  "monumental"  y  tal 
es  el  calificativo  que  corresponde,  porque  se  trata  de  una 
obra  superior,  en  mucho,  a  las  posibilidades  de  nuestro  medio. 
Es  éste  un  libro  cuya  publicación  honraría  a  países  de  avan- 
zada y  superior  cultura,  tales  como  Francia,  Inglaterra,  Esta- 
dos Unidos,  etc. 

"La  suma  enorme  de  lecturas  copiosas,  de  selección,  de 
búsqueda  afanosa  de  datos  exactos ;  la  tarea  abrumadora  de 
sintetizar  montañas  de  material  recogido,  para  extraer  el  jui- 
cio preciso  — muchas  veces  sentencioso, —  unido  todo  ello  a 


341 


una  honda  meditación,  que,  forzosamente  imponen  trabajos 
de  esta  índole,  son  cosas  que  se  constatan  a  lo  largo  de  los 
seis  tomos,  en  cada  capítulo,  en  cada  parágrafo,  casi  en  cada 
línea,  viéndose  surgir,  en  todos  los  casos,  nítida  y  resplan- 
deciente una  conclusión  inobjetable,  porque  está  sólida  y  fir- 
memente fijada  en  la  verdad.  Esta  suma  enorme  de  trabajo 
ha  sido  realizada  sin  el  mínimo  espíritu  de  lucro,  y,  más  toda- 
vía, podemos  asegurar  que  su  autor  ha  puesto  a  su  servicio 
sumas  cuantiosas,  que  ha  debido  extraer  a  otras  actividades. 

"Esto  naturalmente,  realza  la  generosidad  del  esfuerzo  y 
resulta  en  alto  grado  edificante  que,  en  un  medio  pobre,  y 
más  que  pobre,  hostil  a  toda  especulación  científica,  ello  no 
sea  óbice  para  que  una  obra  de  gran  trascendencia  y  de  tan 
vasta  repercusión,  sea  llevada  a  cabo,  venciendo  obstáculos  de 
todo  orden,  entre  los  cuales  cabe  señalar,  en  primer  término, 
como  el  más  potente,  el  de  orden  religioso,  que  esta  obra  — 
pura  y  meramente  científica —  ataca  y  desmenuza  en  sus  más 
vitales  intereses,  no  porque  sea  ése,  precisamente,  su  objeto 
y  causa  determinante,  sino  porque  al  investigar  la  verdad  a 
través  de  la  espesa  sombra  de  las  leyendas  milenarias,  surge 
la  luz  radiante  que  había  sido  oscurecida  por  la  mistificación 
más  grosera,  llevada  a  sus  formas  más  absurdas. 

"Creemos  sinceramente,  que  en  estas  épocas  de  increíbles 
apocamientos  y  de  claudicaciones  vergonzantes,  nada  señala 
con  rasgo  más  típico  lo  que  es  el  autor  y  lo  que  es  la  obra 
que  comentamos,  como  las  frases  que  a  uno  y  otro  dedica  el 
Sr.  Luciano  Febvre,  profesor  en  el  Colegio  de  Francia,  his- 
toriador destacado  y  Director  General  de  L'Encyclopédie 
Frangaise:  "Los  progresos  de  la  civilización  se  miden  por  el 
retroceso  del  Miedo  entre  los  hombres,  y  usted  así  lo  ha  com- 
prendido". (Véase,  tomo  IV,  pág.  286). 

En  "El  Diario"  de  Montevideo  (junio  12/1940)  escribe 
el  periodista  Sr.  Arthur  N.  García,  más  conocido  por  su  seu- 
dónimo de  Wimpi: 

"Se^  impone  reconocer,  antes  de  abocarse  al  estudio  o  a 
la  lectura  de  esta  obra,  tan  llena  de  talento  y  de  honradez,  que 
pocas  veces,  si  es  que  hubo  alguna,  se  dió  el  caso  de  tan  mo- 
numental empresa  en  estas  tierras  de  América.  Con  una  vas- 


342 


tedacl  de  conocimientos  realmente  admirable,  el  doctor  Nin  y 
Silva  enfrenta  dogmas,  penetrando  en  su  estructura  e  inspec- 
cionando su  mecanismo,  con  una  seguridad  en  el  paso  y  una 
dignidad  en  el  ademán,  que  invitan  a  seguirlo  a  través  de  las 
más  largas  incursiones  y  de  los  exámenes  más  prolijos.  Un 
deseo  de  verdad,  de  toda  la  verdad,  glosa  a  lo  largo  de  la  obra 
de  Nin  y  Silva  y  configura  el  preciso  carácter  teleológico  de 
la  misma  . . . 

"No  sólo  ser  buenos,  sino  también  útiles",  reza  un  lema 
inscripto  en  la  primera  página  de  la  obra.  Contribución  al 
desarrollo  y  a  la  refirmación  constante  de  aquella  "función  de 
lo  real"  de  que  habla  Janet,  es,  si  bien  se  mira,  esta  inmensa 
empresa  que  Nin  y  Silva  acometió.  Oposición  de  conceptos 
de  la  cultura,  por  oposición  de  dos  conceptos  de  la  filosofía: 
admitida  ésta  no  en  función  de  enciclopedia,  sino  en  función 
de  dialéctica,  viene  a  resultar  que  la  cultura  no  es,  precisa- 
mente, una  suma  de  conocimientos,  sino  una  posición  ante  la 
vida.  Y  todos  cuantos,  como  Celedonio  Nin  y  Silva,  presen- 
ten asi  en  las  dos  manos  tendidas  y  abiertas,  esa  consecución 
viva  y  caliente  de  su  verdad,  coadyuvan,  por  intermedio  de  la 
palabra  más  digna  y  del  ademán  más  honrado,  a  desbastar  el 
espíritu  de  los  hombres  y  a  despejar  todas  las  posibilidades 
de  la  condición  humana". 


De  una  carta  del  distinguido  literato  compatriota,  Dr. 
Carlos  Martínez  Vigil  (f  octubre  24  de  1949),  publicada  en 
el  diario  montevideano  "La  Mañana" : 

"Ratifico  en  todas  sus  partes  mi  juicio  anterior  acerca  de 
la  obra  trascendental  que  viene  Ud.  realizando  con  paciencia 
verdaderamente  benedictina,  y  uno  mi  voz  al  coro  de  aplau- 
sos que  de  todas  partes  recibe. 

"Con  tenacidad  implacable  continúa  Ud.  bregando  por  el 
triunfo  de  la  verdad,  de  su  verdad,  de  lo  que  es  verdad  para 
su  espíritu.  Y  esto  es  y  será  siempre  noble  y  plausible,  por  la 
convicción  que  supone,  la  sinceridad  que  involucra  y  el  sacri- 
ficio que  implica.  "La  verdad  es  dura,  ha  dicho  D.  Ramiro  de 
Maetzu:  primero,  dura  para  el  que  la  averigua;  después,  dura 
para  los  que  la  oyen,  y,  por  último  y  de  rechazo,  dura  para 
quien  tiene  el  valor  de  decirla". 


343 


"Prosiga  su  valiente  empresa,  no  se  preocupe  mayormen- 
te de  los  empeñados  en  hacerle  el  vacío,  y  cuente  siempre  con 
la  invariable  adhesión  de  su  amigo  y  compañero.  Carlos  Mar- 
tínez Vigil  (Agosto  23  de  1940)". 

Del  escribano  Dn.  Ledo  Arroyo  Torres,  ex  -  Ministro  de 
Hacienda  del  Uruguay,  y  actualmente  Senador: 

"Acabo  de  cerrar  las  últimas  páginas  del  tomo  VI  de  su 
"Historia  de  la  Religión  de  Israel".  ¡Cuánto  esfuerzo!  Tengo 
la  seguridad  que  la  consagración  de  esa  obra,  — desde  ya  im- 
puesta entre  la  gente  de  estudio,  —  no  la  alcanzará  Ud  a  ver. 
La  inquietud  del  momento  que  vivimos  influye  para  que  la 
gente  sólo  mire  hacia  el  presente  y  el  porvenir,  olvidando  que 
no  hay  forma  de  descubrir  caminos  del  mañana,  si  no  se  co- 
noce, con  total  verdad,  lo  andado  en  el  día  de  ayer. 

"Es  una  obra  de  excepción  y  doblemente  excepcional,  por 
aparecer  en  Sud  América,  donde  el  sudamericano  es  tan  poco 
inclinado  a  los  trabajos  de  erudición  y  documentación  autén- 
tica. Nuevamente,  no  ya  mis  felicitaciones,  sino  mi  admira- 
ción. Es  una  labor  ejemplar".  (Treinta  y  Tres,  junio  17  de 
1940). 


Párrafos  de  cartas  de  destacadas  personas,  todas  ellas 
hoy  fallecidas : 

Del  sabio  profesor  Dn.  Clemente  Ricci: 

"Encuentro  el  volumen  6'^  de  su  Historia  de  la  Religión 
de  Israel  tan  excelente  como  los  anteriores.  Tiene  Ud.  en  gra- 
do eminente  el  don  que  parecía  exclusivo  de  los  franceses.  Los 
más  arduos  e  intrincados  problemas  bíblicos  se  simpli- 
fican en  sus  manos,  y  las  cerradas  conclusiones  a  que  Ud. 
llega,  entran  así  en  la  cultura  general  y  hacen  escuela".  (Bue- 
nos Aires,  mayo  12/1940). 


Del  legislador  argentino  Dr.  Angel  M.  Giménez: 

"Reconozco  en  Ud.  el  historiador  imparcial  y  erudito,  que 
ha  emprendido  una  formidable  obra  a  la  altura  de  un  Renán 
y  tantos  otros  estudiosos  del  pueblo  de  Israel.  La  obra  al  lle- 
gar al  tomo  sexto  toma  cuerpo,  se  agiganta  y  anuncia  lo  que 


344 


liegará  a  ser,  una  monumental  publicación  que  hará  honor  a 
la  R.  O.  del  Uruguay,  que  tiene  hombres  como  Ud.  que  no 
piensan  en  novillos  ni  tropillas;  pero  que  trabajan  y  piensan 
en  el  seno  de  su  gabinete,  para  darnos  tan  hermosos  frutos". 
(Buenos  Aires,  junio  1"?  de  1940). 


Del  Sr.  Félix  Waldbott  von  Bassenheim: 

"El  profundo  análisis  histórico  y  científico  con  el  selecto 
material  recogido,  hacen  de  su  t°  VI  una  obra  insuperable  y 
de  sumo  interés  a  la  par  que  impone  honda  admiración  hacia 
su  autor  por  la  forma  clara  y  precisa  con  que  sabe  exponer  y 
aclarar  los  hechos.  La  necesidad  de  semejante  obra  se  hacía 
sentir  para  todos  aquellos  que  se  dedican  al  estudio  de  las 
fuentes  de  donde  emanaron  las  religiones.  ¡  Cuánta  falta  ha- 
ría a  la  humanidad  conocer  y  estudiar  sus  obras !  .  .  .  En  su 
tomo  VI  ha  tocado  Ud.  puntos  realmente  notables  y  esencia- 
les que  recalcan  el  hondo  pensamiento  con  que  lo  ha  concebido 
y  escrito".  (Buenos  Aires,  julio  14  de  1940). 


De  la  eximia  maestra  uruguaya  Srta.  Leonor  Hourticou, 
Vocal  del  Consejo  Nacional  de  Enseñanza  Primaria  y  Nor- 
mal : 

"Obra  de  tan  gran  aliento,  interesante  en  todos  sus  as- 
pectos, deleita  con  su  lectura  y  suministra  material  abundan- 
te a  la  meditación  del  estudioso.  No  he  concluido  aún  de  leer- 
la; pero  voy  saboreándola  en  pequeñas  dosis.  Por  el  placer 
que  me  ha  proporcionado,  muchas  gracias".  (Junio  14  de  1940). 


Del  farmacéutico  compatriota  Dn.  Amoldo  Macció: 
"Es  éste,  como  los  anteriores,  un  libro  notable  que,  por 
ia  seriedad  de  su  documentación  y  por  la  fuerza  irresistible  de 
su  lógica,  conduce  al  lector  a  liberarse  de  dogmatismos  y  pre- 
juicios que  tanto  mal  han  causado  y  causan  aún  a  la  huma- 
nidad. Libros  de  esta  categoría  deberían  ser  textos  oficiales  en 
nuestra  Universidad  por  ser  a  las  generaciones  jóvenes  a  quie- 
nes más  conviene  su  lectura  .  . .  Debo  agradecerle  a  la  lectura 
de  sus  libros  la  aclaración  de  muchas  dudas  y  haber  conse- 
guido con  ella  llegar  a  ser  un  hombre  de  conciencia  libre". 
(Tala  -  Canelones,  setiembre  2  de  1940).